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FanFic. Brittana (adaptación) Pintando la Luna. Capítulo 10 Primer15
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FanFic. Brittana (adaptación) Pintando la Luna. Capítulo 10

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Mensaje por Maria Angeles Vie Abr 03, 2015 9:05 pm

Brittany Pierce, una arquitecta de gran talento, insatisfecha con su vida personal y profesional, es rescatada en medio de un temporal de nieve por Santana López, célebre pintora, que acaba de perder al gran amor de su vida, Sharla. Este encuentro marcará la vida de ambas, obligandolas a cuestionarse sus mas intimas convicciones.

Pintando la Luna, obra de Karin Kallmaker, una de las novelistas lesbianas mas famosas de Estados Unidos, nos ofrece una deliciosa narración en la que los caracteres de los distintos personajes se dibujan con precisión y naturalidad a través de unos diálogos cargados de humor. Utilizando los recursos que le proporciona uno de los géneros mas heterosexistas, el de la novela romántica, la autora recrea un ambiente de intenso realismo, que, al margen de falsas convenciones literarias, le permite sumergirse en las profundidades del erotismo femenino.
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Hola chicas, si quieren que publique la adaptación, espero sus comentarios.
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Mensaje por Sanny25 Vie Abr 03, 2015 9:13 pm

Parece interesanteee, por favorrr siguelaaaaaaaa
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Mensaje por Maria Angeles Vie Abr 03, 2015 9:30 pm

Capítulo 1

Una tormenta de invierno anunciaba nieve para el día de Acción de Gracias.

A Santana, la idea de dar las gracias le resultaba irónica. Tenía poco de lo que sentirse agradecida. Una nueva ráfaga de viento sacudió los cristales de las ventanas del tejado a dos aguas del desván, y Butch, con un gemido, apoyó todo su peso contra la parte posterior de las piernas de Santana.

—Ya lo sé, muchacha —dijo con aire ausente.

Le dio unas palmadas sobre el pelaje espeso y blanco. De algún modo, Butch siempre sabía cuando empezaban a escasear las provisiones. Si Santana no iba al pueblo y volvía antes de la tormenta, iban a tener que comer judías en lata el día de Acción de Gracias y varios días más.
A Santana le apetecía quedarse incomunicada por la nieve. Si la Madre Naturaleza la apartaba del mundo durante unos cuantos días, el aislamiento no habría sido por propia elección. Era su segunda Acción de Gracias sin Sharla. Se preguntó cuándo dejaría de contar.

—Vamos, muchacha —dijo. Se puso la parka a cuadros y las botas de nieve. Cuanto antes saliera, menos posibilidades tenía de que a la vuelta se viera obligada a poner las cadenas.
Butch no necesitó que le insistieran. Salió de la casa adelantándose a Santana y, cuando la puerta de la camioneta se abrió, introdujo de un salto sus cuarenta y dos kilos de husky de Alaska y se sentó en el asiento del acompañante. Cuando Santana cerró la puerta tras ella, Butch ladró una vez.

—Vale, vale, ya me doy prisa.

La ida a Bishop no fue difícil: la camioneta era lo suficientemente pesada para resistir un poco de viento. Pero cuando salió del mercado, caían pequeñas ráfagas de nieve. Puso rápidamente las bolsas de papel en el suelo, debajo de Butch, que jadeó y se relamió.

—Como se te ocurra mordisquear ese pavo, no verás ni un solo muslo.

Santana no sabía por qué había comprado el pavo; lo único que se le ocurría era que estaba a muy buen precio. Conservaba esa especie de tacañería en las pequeñas cosas, propia de su educación religiosa, independientemente del estado de su cuenta corriente. En el fondo de su mente, tenía pensado poner la mesa con una silla vacía para Sharla. A lo mejor el espíritu de ésta la visitaba y al fin la dejaba sentirse entera otra vez, en lugar de seguir vagando como un fantasma, como si fuera ella la que se hubiera ahogado.

Se detuvo rápidamente en la oficina de correos. Había dos cartas y un paquete que recogió en la ventanilla. Una carta era de su madre. Santana no sabía si leerla. La otra era de Rachel y Quinn , amigas insistentes que seguían escribiendo a pesar de que Santana no contestaba.
La dirección del remitente en el paquete hizo que Santana contuviera el aliento. Se frotó los ojos con la manga de la parka. ¿Por qué no había cancelado los pedidos a la tienda de artículos de arte? Cada vez que llegaba una de esas cajas, era como si le clavaran un puñal en el pecho.
Las ráfagas arreciaban cada vez más. Tuvo que inclinarse ante el viento para que la nieve no le azotara la cara mientras regresaba a la camioneta.
¿Por qué todo le costaba tanto? Golpeó el volante con los puños. El estallido de rabia se desvaneció con la misma rapidez que había aparecido, y Santana cerró los ojos con un cansancio indescriptible. Butch gimió y le mordisqueó la manga de la parka. Ella la apartó e intentó calmarse. La nieve caía con una absurda y constante firmeza… no tenía tiempo de darse el lujo de sufrir.
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Mensaje por Sanny25 Vie Abr 03, 2015 9:47 pm

Tengo muchas preguntas, y ya quiero saber que va a pasar.
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Mensaje por 3:) Vie Abr 03, 2015 9:58 pm

se ve interesante,... continua lo!!!
a ver como es el encuentro!!!,...

nos vemos!!!
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Activo Re: FanFic. Brittana (adaptación) Pintando la Luna. Capítulo 10

Mensaje por Maria Angeles Vie Abr 03, 2015 10:09 pm

Capítulo 2


Brittany se inclinó hacia delante y miró con ansiedad por el parabrisas. Puso las luces largas, pero el reflejo en la cortina de lluvia y aguanieve deslumbró aún más sus ojos ya cansados. Con todo, no podía ver más allá de la distancia que ocuparía otro coche; quizá dos. Con una mueca, volvió a poner las cortas y rezó para que las rayas de la carretera siguieran visibles a pesar de la lluvia que inundaba el asfalto. El cruce que conducía a Bishop apareció en medio de la oscuridad y Brittany giró lentamente a la izquierda. Redujo la velocidad del MG al tomar una curva y después la carretera se convirtió en lo que parecía una subida donde la lluvia empezaba a helarse. Siguiente parada: mil ochocientos metros de altura.

Lo único que podía hacer era seguir adelante y maldecir a todas personas responsables de su situación. Era evidente que esto no podía ser culpa de ella, pensó. Ah no, tú no eres la que está conduciendo un viejo coche deportivo con este tiempo. No, la culpa era de su madre por haberla convencido de que tenía la obligación de ir a pasar el día de Acción de Gracias con su familiar más cercano: una tía que Brittany no había visto desde que era niña. También era culpa de Sam por haberle aconsejado que se comprara un MG deportivo de segunda mano cuando en realidad lo que ella quería era un cuatro por cuatro. También era culpa de su jefe por haberla retenido tres horas en el momento en que ella se marchaba de la oficina.

Nunca fallaba; cada vez que Brittany le decía que tenía que irse a una hora determinada, siempre surgía trabajo que terminar en una fecha limite y ella se sentía culpable, y, cuando por fin se iba, se sentía acosada y maltratada. Después, Mannings aludía a su marcha precipitada durante varias semanas. «Si te hubieras quedado una hora más, sabrías por qué se modificó el proyecto…».

La habría obligado a quedarse hasta las doce de la noche si ella no le hubiera lanzado La Mirada. La Mirada le dijo a Mannings que ya estaba harta de cambiar las especificaciones del CAD una por una y que, no, no pensaba hacer un nuevo juego de doce pruebas en color para tal cliente antes de irse. La Mirada le dijo que estaba harta de diseñar edificios en forma de cajas de cartón, de Mannings y de los trabajos urgentes de última hora que cada vez la retrasaban más, encima que hacía un tiempo espantoso.

Sólo dijo que lo haría el lunes. De pronto él se volvió de lo más atento y expresó su preocupación por el largo viaje que le esperaba y el tiempo que hacía. «Una tía tiene que ser muy valiente —dijo—, para conducir durante seis horas por esas montañas tan altas». Brittany apretó los dientes. Mannings siempre hacía una pausa antes de decir «tía», y ella sabía que en realidad quería decir «chica», a pesar de que ya estaban en los noventa. Le volvió a lanzar La Mirada y le dijo que no, que no creía que debía salir al día siguiente por la mañana.

Apretó el volante y se maldijo por haber sido demasiado cobarde y no haberle dicho que si se hubiera marchado a la hora prevista no habría tenido ningún problema. Pasó junto a una señal de altitud, mil quinientos metros, y siguió ascendiendo. Estaba segura de que se había perdido. Alargó la mano para subir la calefacción pero se detuvo, pues ya estaba a tope. El aguanieve se pegaba a los limpiaparabrisas. Una nueva ráfaga de aire gélido se filtró por la capota y Brittany buscó en la guantera los finos guantes que Sam le había regalado. No estaban forrados, pero eran mejor que nada.
Frenó en la cima de la cuesta y le alivió ver señales de civilización a través de la nieve medio derretida del parabrisas. Aceleró hasta encontrar una señal que indicaba que había llegado a Bishop. Era un pueblo pequeño y lo atravesó en pocos minutos. No había gente a la vista y todas las casas por las que pasó parecían acurrucadas a la espera de la tormenta. Condujo con cuidado por la carretera y reprimió un temblor de miedo. Su tía le había dicho que desde allí sólo faltaban diez minutos de camino. Decidió que podría llegar hasta la casa.

Su tía, naturalmente, no sabía que iba a nevar. No había luces en la calle. «Bicho de ciudad —se reprendió—, te has ablandado». El MG no estaba preparado para ese tiempo, lo sabía, pero no tenía otra elección más que seguir adelante. La nieve amainó cuando subió lentamente otra cuesta. Mientras el cuentakilómetros avanzaba, se dio cuenta de que a ese ritmo el cálculo de su tía de diez minutos podía convertirse en media hora.
El temor y las dudas volvieron con redomada fuerza cuando llegó a lo alto de la primera cuesta. No se había dado cuenta de que la ladera la había estado resguardando del viento y la nieve. El MG se sacudió cuando lo golpeó la primera ráfaga de viento del Ártico y la nieve cubrió el cristal. Brittany renunció al calor en los pies y dirigió toda la calefacción al parabrisas. Al menos, sirvió de algo. Redujo la velocidad y condujo el coche fijándose en los mojones de la carretera, agradecida de poder ver el borde.

Pasaban los minutos mientras el paisaje parecía permanecer inmóvil. Brittany empezaba a sentirse como si fuera a acabar en el quinto pino. La nieve ya había cubierto cualquier señal que le hubiera permitido orientarse. Hacía al menos media hora que había pasado Bishop, y casi ocho horas que se había marchado de San Francisco. Tenía calambres por la concentración y los temblores. Su necesidad de ir al lavabo empezaba a ser apremiante, lo cual no la ayudaba para nada a mantener la calma. En momentos como ése, envidiaba el artilugio tan práctico que tenía Sam.

La tía Eliza estaría desesperada. Habían hablado brevemente por la mañana y ésta le había dicho que se preparara para «un poco de lluvia». No se imaginaba que Brittany conduciría un coche deportivo en medio de una tormenta del polar.

Los limpiaparabrisas se movían inútilmente; «vuelve, vuelve», parecían decir. ¿Por qué no se lo habían dicho una hora antes? Ni siquiera sabía si podría dar la vuelta sin salirse de la carretera. ¿Y adónde iba a ir? La única luz que había era la de los faros. Los copos de nieve eran como los de Boston en febrero: de los que se te meten en las botas por muy fuertes que las ates y enseguida se derriten. La clase de nieve que hace que los neumáticos patinen.
Como una señal, el MG derrapó hacia un lado cuando Brittany giró lentamente por una curva. «Fantástico — pensó mientras enderezaba el coche— Yo quería comprarme algo práctico, algo que pudiera llevarme a una obra si hacía falta. Pero no. Sam dijo que el MG estaría muy bien. Que sería divertido tener un deportivo para ir a la playa. Siempre había querido un descapotable». En los últimos nueve meses habían ido a la playa exactamente una vez.

La tía Eliza le había dicho que si seguía por la carretera llegaría a un cruce a la derecha. Después tenía que seguir todo recto hasta la segunda verja, y ahí coger un camino de gravilla y tierra. Si había gravilla y tierra significaba que también habría barro. El MG no estaba preparado para el barro. Tampoco estaba preparado para el asfalto ni la nieve. Cada pocos metros los neumáticos patinaban sobre la nieve derretida y después, cuando el coche se abría paso por los montículos de nieve, se sacudía. El ritmo impredecible de los resbalones le atenazaba el estómago. Debería volver a Bishop y buscar una habitación en un motel. O bien seguir conduciendo hacia el norte hasta el lago Tahoe. «Claro, Brittany, como si fuera tan fácil llegar a Tahoe con este tiempo».
«Soy una idiota», se maldijo. Redujo la velocidad y escuchó el tranquilo golpeteo de la nieve que caía sobre el descapotable. No podía hacer nada. La subida de la cuesta que acababa de descender era muy larga, y probablemente tardaría otros cuarenta minutos en regresar a Bishop, pero, por otro lado, dudaba de que pudiera ver una verja o una carretera con semejante tiempo y se moriría de frío si el motor se calaba. Tenía que regresar.
Empezó a dar la vuelta. Si aparecía un coche, la embestiría. Tampoco tenía suficientevisibilidad como para saber si había girado los ciento ochenta grados. «¿Dónde está la señal que acabo de pasar?». El aguanieve la volvía casi invisible…, allí estaba. Soltó el embrague y el MG se estremeció al subir otra vez la colina. En la cima, Brittany torció lentamente hacia la izquierda. Tardó unos segundos en darse cuenta de que el MG se dirigía hacia la derecha. Giró el volante en vano, apretó el freno suavemente, después con desesperación, mientras el coche seguía derrapando lentamente hacia un lado de la carretera. Las ruedas del lado derecho cayeron del arcén y el coche cogió velocidad mientras se salía completamente de la carretera y empezaba a descender Brittany tuvo una milésima de segundo para decidir si debía desabrocharse el cinturón e intentar saltar del coche o si debía quedarse y esperar que el cinturón de algún modo evitaba que se hiciera daño. Pero en ese momento el coche disminuyó la velocidad, y, con una ligera sacudida, se paró.

Brittany abrió los ojos. Se había detenido junto a una fila de gruesos pinos a sólo un metro de la carretera. Podía haber sido peor, mucho peor. Debajo los árboles no nevaba tanto; pero cuando Brittany decidió quedarse donde estaba, el motor del MG hizo un chisporroteo espasmódico y se paró.

Intentó arrancarlo con cuidado, probó maldiciendo. Ninguna de las dos cosas funcionó, seguramente porque el coche estaba inclinado y la gasolina no llegaba al motor. Pensó con amargura en el Trooper de segunda mano que había querido comprarse, en su sistema de inyección, calefacción, frenos antibloqueo y tracción en las cuatro ruedas.

La temperatura dentro del coche descendió rápidamente. Intentó calentarse los manos expeliendo el aliento sobre ellas. Finalmente decidió que iba a tener que salir y ponerse a caminar. El movimiento le ayudaría a conservar el calor, algo vital, y sabía que la casa de su tía estaba más adelante. ignoraba cuánto tardaría, pero llegaría.

La siguiente cosa importante era mantener los pies secos. Llevaba unas botas de cuero muy gruesas… no eran borceguíes de montaña ni mucho menos, pero eran abrigadas e impermeables. Habían sobrevivido a un invierno en Boston. Consiguió sacar con dificultad la maleta de detrás del asiento trasero. Se puso otros pantalones vaqueros encima de los que llevaba —los que había traído para ponerse después de la comida de Acción de Gracias— y dos jerseys gruesos encima del que tenía. Volvió a ponerse como pudo la chaqueta; parecía otra superviviente de Boston.
Se metió unas bragas y unos calcetines en los bolsillos de la chaqueta, para envolverse las manos si hacía falta, y se maldijo por no haber cogido una bufanda de lana o un par de guantes de verdad. La chaqueta no tenía capucha y el a necesitaba conservar todo el calor corporal posible. La trenza ayudaría, pero no tenía horquillas. Se la puso alrededor de la cabeza y la envolvió con un chaleco de lana como si fueran gafas de esquiar. Lo sujetó más omenos con un pañuelo de seda. Los calcetines más gruesos que tenía se convirtieron en mitones y se los puso encima de los guantes de conducir. Nunca se había sentido tan agradecida por usar una riñonera en lugar de un bolso. Se la abroché alrededor de la cintura y se le ocurrió la idea morbosa de que si se moría de frío su carnet de conducir identificaría el cadáver. Como decía el carné que llevaba en el monedero, la embajada canadiense más cercana enseguida encontraría a su padre.

Se movía con dificultad debido a las capas de ropa, pero cuando salió del coche el frío no la penetró de inmediato. Buena señal, pensó. Mirando por una de las sisas del chaleco, subió como pudo la colina mojada y resbaladiza. Cuando llegó a la carretera, sus manos y rodillas estaban empapadas.

A pie tenía bastantes posibilidades de ver una verja, así que descendió la cuesta hacia donde pensaba que estaría la casa de su tía. Seguramente la estarían buscando… o quizá pensaban que tenía suficiente sentido común y se había detenido cuando el tiempo había empeorado. «No te asustes —se dijo—. Esto no es peor que cuando nos quedamos atrapadas con mamá en la cima de una pista de esquí en Banif. Tampoco es peor que esas vacaciones en las que nos enseñaban técnicas de supervivencia a las que papá nos arrastraba». En cuanto volviera a casa pensaba escribirle para darle las gracias por haber insistido en que aprendiera lo esencial.

Cuando llegó a la cima de la siguiente cuesta, tenía la nariz y las orejas entumecidas y sudaba profusamente bajo los jerseys. Le dolían los pulmones por el frío y la falta de oxígeno. Seguro que habría casas al pie de la colina. Tenía que haber. Ante la sola idea de subir otra colina…, se le cayó el alma a los pies. Se detuvo un momento y oyó un ligero chirrido detrás de ella.

En un rapto de esperanza, se apartó de la carretera, pese a que se dio cuenta de que el vehículo avanzaba lentamente. Al fin aparecieron los faros. Brittany avanzó hacia la luz y empezó a agitar los brazos con desesperación.

Era una camioneta, bastante grande. De las que llevan esos bestias que salen en las series de televisión. Seguro que tenía un soporte para las escopetas. Cuando se detuvo, un perro blanco enorme se abalanzó sobre la ventana del pasajero, enseñando los dientes. Brittany se echó atrás de un salto.

La puerta del pasajero se abrió. Una voz ronca le ordenó al perro que no se moviera y después le dijo a ella con aspereza:

—¿Qué pretendes? ¿Qué te maten?

Brittany no supo qué contestar. ¿Cómo iban a matarla? ¿De frío? ¿De rabia? ¿Atropellada por un palurdo antipático? De pronto recordó todo lo que le habían enseñado sobre las consecuencias de meterse en un coche con un extraño. «Ahora es el momento de aplicar las tácticas de supervivencia urbana», se dijo, y de pronto se dio cuenta de que estaba al borde de un ataque de nervios.

—Mi coche se salió de la carretera. Si pudiera llamar a mi…

—Haz el favor de entrar antes de que nos congelemos.

—No necesito que me lleve…

—Como quieras.
La puerta empezó a cerrase.

—¡No, espere!

Brittany cogió la puerta y sin preocuparse por el perro, se subió al estribo. Se sacó el chaleco de la cabeza y se bajó la trenza, mientras observaba a su acompañante con ansiedad. Sólo distinguió una gruesa chaqueta de franela, de las que llevan los cazadores. Pero no vio la menor señal de un soporte para escopetas.

—Si pudiera llamar a mi tía…

—No tengo teléfono móvil—repuso su acompañante con sarcasmo inclinándose hacia Brittany.

Cuando las luces iluminaron el pelo largo, oscuro y los rasgos finos y sobrios, Brittany se dio cuenta de que su acompañante era una mujer. Casi se desmayó del alivio.

—Haz el favor de subir. Butch no muerde y yo tampoco —dijo la desconocida.
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Mensaje por marcy3395 Vie Abr 03, 2015 10:53 pm

hola me encanta esta historia y no voy a perdermela ahora con mi pareja favorita saludos
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Mensaje por Jane0_o Vie Abr 03, 2015 11:30 pm

Me encanta
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Mensaje por Maria Angeles Sáb Abr 04, 2015 12:01 am

Capítulo 3

¿Qué había hecho ella para merecer esto? Santana aceleró y no se sorprendió cuando Butch se le acercó sigilosamente. Esa idiota estaba empapando toda la camioneta. Las bolsas de papel de la compra iban a mojarse y las dos acabarían persiguiendo guisantes por todo el camino de entrada. Que Dios la librara de la gente que piensa que se puede razonar con el tiempo. Lo que más enfurecía a la Madre Naturaleza era que se diera por sentado lo que haría. Volver al pueblo era imposible. Había derrapado dos veces en la última cuesta, y su casa sólo estaba a un kilómetro. Le fastidiaba poner cadenas estando tan cerca de su casa. Iba a tener lo que menos le apetecía el día de Acción de Gracias: una visita.

Se detuvo delante de la entrada e hizo ademán de abrir la puerta, pero la mujer dijo:

—Deja, ya lo hago yo —y se bajó de la camioneta.

«Bueno, al fin y al cabo a lo mejor sí tiene un poco de sentido común a pesar de que con esa trenza parece una adolescente». Santana la observó mientras avanzaba a trompicones por la nieve… «¡Anda… fíjate que botas lleva!. ¿Adónde se pensaba que iba la idiota? ¿Al Club Méditeranée?».

La mujer logró abrir la verja y esperó a que Santana pasara. Ésta, por el retrovisor, vio que volvía a cerrarla con el pasador como era debido y después desaparecía mientras se acercaba a trompicones. Cuando subió otra vez a la camioneta, estaba cubierta de nieve medio derretida. Butch le hizo sitio y se subió a medias al regazo de Santana. Pero la mujer no dijo nada.

—Sujétate —murmuró Santana.

Inició el descenso por uno de los caminos de entrada más empinados de los alrededores de los lagos Mammoth. Servía para disuadir a los visitantes ocasionales, lo que a Santana ya le iba bien. La nieve empezaba a apilarse junto a la puerta del garaje, así que descartó meter la camioneta. Se detuvo en el llano intermedio, un poco más arriba de la casa.

—Tendremos que bajar a pie —dijo —. Coge todo lo que puedas; a lo mejor nos evitamos hacer dos viajes.

Tal como Santana supuso, las bolsas de papel se rompieron cuando las cogieron. La mujer se quitó la chaqueta y la usó como bolsa para transportar los comestibles sin decir nada, después descendió la colina cargada hasta los topes. Al llegar al final, tropezó y se deslizó varios metros sobre el trasero, hasta que se detuvo junto al montículo de nieve que se acumulaba ante el garaje. Al ver la expresión tan cómica que puso, entre apenada y enfadada, a Santana casi le entraron ganas de reír; algo que hacía mucho tiempo que no hacía. Pero no pudo menos que admirar su valor: la mujer se levantó sin decir nada ni pedir ayuda y subió la escalera con dificultad.

—Mira Butch, confío en ti para que lleves esto —le dijo Santana—. Tienes que portarte bien. Tenemos visita.

Tendió el asa de plástico de la bolsa de mal a que contenía el pavo hacia Butch. Butch apretó con solemnidad el asa con los dientes delanteros y arrastró obedientemente el pavo envuelto en plástico por la cuesta cubierta de nieve hasta la casa.

Utilizando la chaqueta igual que la otra mujer, Santana consiguió cargar el resto de la compra.

Había perdido la caja con los materiales de pintura por el camino, pero eso no le preocupaba en absoluto, pensó, mientras tiraba el fardo sin miramientos en el suelo de la cocina. Se dio cuenta de que Butch estaba observando el pavo con ansiedad, así que lo puso a salvo en el fregadero del porche trasero.

—Aviva el fuego —dijo por encima del hombro.

Cuando regresó, la invitada estaba acurrucada junto a la cocina. A su lado, empezaba a amontonarse una pila de ropa mojada a medida que Brittany se quitaba primero un jersey, después otro y los iba tirando al suelo.

—Ne… necesito ropa —dijo—. Estoy calada hasta los huesos.

Santana entró en la habitación de invitados. Bajo las capas de ropa, había una mujer de huesos largos pero bien proporcionada. La ropa de Sharla le irá mejor, decidió. Sus jerseys eran demasiado estrechos de hombros y caderas. Se llevó a la cara un jersey de lana de Nueva Zelanda, mientras recordaba su tacto cuando cubría el cuerpo suave y exquisito de Sharla. Se estremeció con violencia cuando la añoranza de Sharla le recorrió la espalda. Sabía que no podía seguir así. Se tomó un momento para recobrar la compostura, y volvió a la cocina.

La mujer aceptó el jersey, la ropa interior y los pantalones de pana sin decir nada, y después preguntó dónde estaba el cuarto de baño. Santana se lo señaló y la mujer se fue rápidamente.

Vaya, nunca se había encontrado en una situación tan incómoda, pensó Brittany. Atrapada en una cabaña de invierno con una montañesa arisca casi tan sociable como su perro. «Aviva el fuego». Como si Brittany pudiera juguetear con una cocina de leña sin que nadie le explicara nada. Sé amable, se dijo a sí misma. Esta mujer te ha salvado de morirte de frío. Se estremeció mientras se vestía y se palpó el pelo, preguntándose si debía deshacerse la trenza para que se le secara. No, así ya estaba bien.

Volvió a la cocina, mientras pensaba en el calor que emitía el fogón.

—Me siento casi humana. Gracias —dijo al entrar.

Su salvadora alzó la vista mientras atizaba el fuego y enseguida la apartó. Brittany comprobó la cremallera del pantalón furtivamente… estaba subida. Era como si la Mujer Montaña no pudiera soportar su presencia—. Siento mucho imponerme de esta manera. ¿Sabes a qué distancia estamos de la casa de los Carson?

—A unos dos kilómetros.

—Ah, pensaba que a lo mejor podía ir caminando.
«Ella me salvó —se recordó Brittany—. Podía haberme muerto».

—No seas imbécil.

«Yo también estoy encantada de conocerte —pensó Brittany—. ¡Al menos podría mirarme!». —Ya sé que ahora es imposible. Salí tarde. Tenía que haber llegado hace varias horas. Mi jefe me retuvo en San Francisco.

Se dio cuenta de que estaba parloteando sin ton ni son. Una experiencia casi mortal no era precisamente apaciguadora.

—El teléfono está en la pared. Puede que todavía funcione.

—Ah, gracias. «De acuerdo, nos limitaremos a intercambiar frases cortas». Sus familiares podían venir a buscarla por la mañana. Sacó la riñonera de debajo del montón de ropa mojada y encontró el número de teléfono de su tía. Se oyeron crujidos en la línea y después la señal de llamada. Su tía, que sin duda esperaba que las líneas se cortaran en cualquier momento, se lanzó a hablar en cuanto oyó la voz de Brittany.

—He estado preocupadísima. El parte meteorológico no dijo que la tormenta sería tan fuerte. Es terrible. Si te pasa algo, tu madre me mata. ¿Dónde estás?

—Estoy en casa de una vecina tuya. Mi coche se salió de la carretera. —La tía contuvo el aliento del susto—. No, estoy bien, ni un solo cardenal. —Salvo en el trasero, pero eso fue cuando se cayó con la compra.

Se volvió hacia su salvadora que metía astillas y pequeños trozos de leña en el fogón—. ¿Dónde estoy?

—En la vieja casa de los McCormick. Repitió la información a su tía que soltó un grito ahogado.

—Ay, Jackie, a lo mejor Hank puede ir a buscarte… no, me dice que no. Pero me horroriza saber que estás allí.

Brittany percibió el énfasis en la última palabra. ¿Había caído en casa de una contrabandista de ginebra? ¿O de una moderna Lizzie Borden, la que había matado a hachazos a sus padres? Era evidente que a su tía no le gustaba esa mujer.

—Estoy bien, de veras. Mi anfitriona ha sido muy amable.

—Ya me lo imagino —dijo su tía—. Cuídate. Hank irá a buscarte en cuanto amaine la tormenta. Seguramente mañana por la mañana a… Se cortó la comunicación. Brittany intentó volver a llamar, pero como no había línea…

—Mi tío vendrá a buscarme en cuanto pase la tormenta, señora McCormick.

La mujer sonrió…, ligeramente.

—Me llamo Santana López. La cabaña es mía, pero siempre será la casa de los McCormick.

—Lo siento. Bueno, no sé cómo decirte cuánto me alegro de que hayas aparecido. No era mi intención andar por ahí con este tiempo y en un coche deportivo. -Santana puso los ojos en blanco. Brittany se sintió idiota y se defendió— Es culpa de mi novio. Yo quería comprar algo un poco más práctico que un MG.

—¿Y tú cómo te llamas?

Santana tapó la cocina y se volvió hacia ella como si tuviera que hacer un gran esfuerzo para mirarla. Brittany se preguntó si Santana le tenía miedo.

—Ay, lo siento. Brittany Pierce.

—¿Algún parentesco?

Brittany pestañeó. No mucha gente relacionaba su nombre con el de su madre.

—¿Con quién?

—Con la escultora.

Brittany volvió a parpadear. ¿Esa mujer antipática y excéntrica conocía la obra de su madre?

—Sí, es mi madre. Santana hizo una mueca y después se puso a recoger la compra. Brittany se inclinó para ayudarla.

—Déjalo —dijo Santana—, yo puedo hacerlo.

—Ya sé que puedes, pero tengo que hacer algo para ganarme el sustento.

—Ocúpate de tu ropa. Hay pinzas en el cajón de al lado de la cocina. Enseguida se secará.

Brittany dedujo que tenía que colgarla en el alambre detrás de la cocina de leña. Lo examinó, descubrió que tenía un sistema de polea muy práctico, y colgó toda la ropa, incluidas las bragas empapadas que sacó del bolsillo de los vaqueros. El calor de la cocina era feroz, pero… ¡tan reconfortante! Al final, hasta lo sentía en el lóbulo de las orejas.

—¿Has cenado?

—Sólo un Big Mac hace unas cinco horas —repuso Brittany—. Me comí uno cuando pasé por Vacaville.

—Pensaba calentar las sobras de un estofado.

—Me parece fantástico. —

Como si hubiera sido una señal, le crujió el estómago; Butch dio un respingo y volvió la cabeza hacia ella.

—Qué perrita más mona —dijo.

Nunca se le habían dado bien los animales; el trabajo de su padre siempre los había llevado de un lugar al otro y no les había permitido tener animales domésticos.

—Si la llamas perrita te morderá—
dijo Santana. Se volvió, pero Brittany advirtió el amago de sonrisa.

—¿Por qué se llama Butch si es una perra?
Santana siguió dándole la espalda.

—Porque siempre se hace la dura, pero cuando le acaricias la barriga, parece una gatita. Su voz transmitía una mezcla de risa y de dolor.

«Qué nombre tan extraño», pensó Brittany mientras estiraba los dedos. Al cabo de un rato, Butch se dignó en olfatearlos y después los empujó suavemente con el hocico.Brittany la acarició y se sintió recompensada cuando Butch empezó a agacharse poco a poco hasta tumbarse en el suelo. Brittany le acarició el costado y Butch se dio la vuelta con un suspiro. Cerró los ojos cuando Brittany le rascó la barriga.

—Ya entiendo.

Santana puso una cacerola sobre el fogón y se dedicó a ordenar la compra como si Brittany no estuviera. Al cabo de unos minutos, Brittany oyó el borboteo del estofado y se levantó a removerlo. Santana hizo sentir su presencia lo suficiente para indicarle dónde estaban los cuencos y las cucharas, y le dio una barra de pan y un tenedor largo. «Ja — pensó Britanny—, seguro que piensa que no sé lo que es un tenedor para tostar pan. No conoce a papá ni sabe lo mucho que le gustan las vacaciones en plena naturaleza».

Santana no hizo ningún comentario sobre el pan agradablemente tostado que Brittany sacó de la cocina de leña. Había pensado ponerle mantequilla y después dejarla chisporrotear unos segundos sobre la tapa del fogón, pero pensó que sería una fanfarronería. El estofado estaba sorprendentemente bueno y acabó con los últimos vestigios de su experiencia en la nieve.

Se preguntó de qué demonios podía hablar con Santana. Resultaba difícil mantener una conversación con una persona tan taciturna. Empezaba a creer que Butch era la mejor conversadora de las dos.

Santana se puso la parka y las botas y dejó a Brittany con los platos sucios después de que ésta insistiera en lavarlos. De pronto, las luces parpadearon. Brittany se lo comentó a Santana cuando ésta volvió a la casa.

—Sucede siempre que se enciende el generador. Seguro que esta noche se cortará la electricidad. El depósito de propano está lleno: tenemos para un par de semanas.

—Golpeó los pies en el suelo, sacudiéndose el hielo y la nieve, y después se sacó las botas de una patada— ¿Te gusta la música clásica?

—¿Barroca, rococó o romántica?

—Todas.

Esta vez Santana sonrió abiertamente. Brittany se sorprendió y le gustó. Poco a poco, Santana parecía volverse más cálida.

Brittany lavó los platos rápidamente; había pocos. Buscó a Santana, que estaba programando un par de compactos en el equipo de música. Una hermosa suite de Bach sonó por los altavoces.

—Muy civilizado —dijo Brittany

—Eso parece. —Santana se inclinó para atizar la salamandra— Enseguida se calentará.

Brittany se frotó los brazos.

—Es increíble que aquí haga tanto frío cuando en la cocina hace tanto calor.

El techo era alto, a dos aguas, con claraboyas a ambos lados. Una buhardilla ocupaba la parte posterior del techo. En invierno, Brittany estaba segura de que era muy cálida y en verano las claraboyas abiertas dejarían entrar una brisa.

Santana se aclaró la garganta.

—Mira, eh… sólo hay una cama y está en la buhardilla. Se calienta con el tiro de la cocina. No me importa compartirla… es muy grande.

Brittany se dio cuenta de que la idea molestaba mucho a Santana.

—Puedo arreglármelas aquí en el sofá. Ya empieza a hacer calor.

—A las tres de la mañana en este salón hará diez grados bajo cero.

—Estoy segura de que con muchas mantas estaré bien.

Santana se encogió de hombros. —Como quieras. Tengo un saco de dormir de plumas y colgaré un par de mantas en la cuerda de tender. Cógelas cuando te vayas a dormir.

Brittany miró el salón. Estaba acabado con pino barnizado y comprendía la zona principal de la cabaña, con la buhardilla encima, la puerta de la cocina a un lado y un pequeño pasillo que daba al baño por el otro. Si sólo había un dormitorio, arriba en la buhardilla, ¿adónde daba la puerta que estaba enfrente del baño? Dos trasteros eran demasiado. Se acercó a la estantería, que estaban atiborrada de libros.

—Coge lo que te apetezca —dijo Santana. Cerró la salamandra y se puso de pie.

—Veo que eres aficionada a las
novelas policiacas.

Todos los detectives que conocía estaban presentes en la colección, junto a otros nombres que no reconoció.
—No tanto.

Brittany sabía cuando alguien no quería hablar de algo. Había heredado de su padre cierto sentido de la diplomacia. Su madre habría indagado y al final se habría enterado de toda la vida de Santana; y ésta ni siquiera se habría molestado. Cambió de tema.

—¿Qué había colgado ahí?
Sobre la madera, entre las estanterías, había una ligera marca rectangular descolorida.

—Un cuadro —dijo Santana. Cogió la tetera que estaba encima de la salamandra y se dirigió a la cocina.

—Ah —murmuró Brittany . Era tan taciturna como su madre cuando trabajaba en una obra nueva. Se acomodó con una novela policiaca reciente de Brother Cadfael. Si lo que quería su anfitriona era silencio, silencio tendría.

Mientras Santana llenaba la tetera, Butch se frotó la cabeza contra sus pies. Miró a la perra con rabia. «Traidora — pensó——. Te vendes a un par de buenas manos y una cara bonita».
No sabía qué decirle a Brittany. No era la adolescente descerebrada que había pensado al principio; sin duda se acercaba más a los treinta que a los veinte años. Quería preguntarle cosas sobre Susan Pierce, una de las pocas mujeres en el mundo artístico que admiraba de veras, pero eso significaba explicarle quién era ella. Y no quería hablar de sí misma ni de arte; era demasiado doloroso.

Volvió a la habitación de invitados —Sharla la llamaba el vestidor—, donde guardaba la ropa y la ropa de cama, y cogió el saco de dormir y dos mantas, un pijama de franela de Sharla y calcetines gruesos de algodón. Puso las mantas en la cuerda encima de la ropa tendida. No quería que Brittany pasara frío; no le apetecía compartir su cama con otra mujer. Sobre todo con una mujer que iba a llevar puesta la ropa de Sharla. Alegó estar cansada y dejó a Brittany para que disfrutara con Bach y el libro en el que estaba absorta. Se puso el pijama y subió la escalera hasta la buhardilla. Para su sorpresa, el sonido de la música y del pasar de las páginas le resultó reconfortante… eran sonidos de vida. Tardó mucho en conciliar el sueño, pero no tanto como temía.
Algo la despertó. No era Butch que andaba por ahí… esos ruidos los conocía. Era otra cosa. Abajo estaba todo a oscuras, pero la llama parpadeante detrás del vidrio de la salamandra emitía un poco de luz. Se sentó, vio que alguien se movía, y se acordó de su invitada. Al parecer, se había levantado para coger otra manta detrás de la estufa. Todo quedó de nuevo en silencio y Santana se durmió otra vez.

Volvió a despertarse y le llegó olor a comida. Olisqueó. ¿Sopa? ¿Qué estaría haciendo Sharla? Se dio la vuelta y parpadeó ante la tenue luz que entraba por la claraboya. ¿En medio de la noche?

—Sabes que no te gusta la zanahoria, así que para de pedirla —oyó que decía una voz. Se le heló la sangre. Una punzada de dolor le atravesó el pecho con tanta fuerza que volvió a desplomarse en la cama casi sin aliento.

¡Está muerta!

Lo deseaba tan desesperadamente que era muy fácil olvidar. Deseaba fingir que la mujer que estaba en la cocina era Sharla. Pero no lo era. Durante un instante muy largo y amargo, Santana deseó haber dejado a Jackie Frakes morirse de frío en la nieve.

—Si te doy esto lo lamentarás. No te gusta la cebolla, y lo sabes.

Un aroma delicioso llegó a la buhardilla. Santana se frotó los ojos y miró el reloj. Las ocho pasadas… no estaba acostumbrada a levantarse tan temprano. En invierno se acostaba pronto y se despertaba tarde. No tenía ninguna razón para levantarse. No era como cuando quería pintar. Aquel día, sin embargo, tuvo que levantarse para averiguar qué estaba haciendo esa extraña en la cocina.

Se obligó a salir de la cama y se puso una bata. Se sorprendió al ver que el fuego del salón estaba encendido. Por el calor procedente de la cocina, dedujo que Brittany Pierce había descubierto cómo se encendía la cocina de leña. Se dirigió al cuarto de baño sin decir nada. Después de ducharse se miró al espejo, consciente de que parecía tener al menos cinco años más de los treinta y siete que ya había cumplido. Empezó a ponerse unos vaqueros y su camisa de franela de siempre; suspiró al encontrar un pantalón negro limpio y un jersey. Tenía una visita. Cuando por fin entró en la cocina, vio que Butch observaba todos los movimientos de Brittany totalmente embelesada. Una cacerola encima de la cocina era la razón del olor a sopa. El pavo estaba en una fuente. Brittany echaba apio y cebolla picados en un gran cuenco.

—Buenos días —dijo Brittany. Para gran alivio de Santana, había vuelto a ponerse su ropa—. Iba a hacer café, pero no sabía cómo te gusta… el café de la mañana es algo tan personal. He visto que tienes distintas variedades de granos.

Santana sonrió ligeramente y puso manos a la obra con la cafetera. Por la mañana le gustaba una mezcla de café torrefacto francés con alguno aromático. Esa mañana le apetecía una pizca de moca. Por suerte, podía comprarlo en Peet’s por correo.

—Por cierto —dijo Brittany al cabo de un minuto—, feliz día de Acción de Gracias. He puesto los menudillos y el cuello a hervir con un poco de apio, zanahoria y cebolla. He picado un poco de apio y de cebolla para el relleno, pero cuando vi que habías comprado manzanas y nueces pensé que a lo mejor pensabas ponerlos en el relleno.

Santana se la quedó mirando. Qué torbellino de actividad.

—El pavo era para hoy, ¿no?

—Sí, lo siento. Has trabajado mucho. Eh… yo prefiero el relleno sin manzanas, a menos que tú…

—No, tampoco me gusta. Santana se rio sin querer.

—A mí tampoco. Me gustan los rellenos sencillos con apio, cebolla y unas cuantas hierbas. Las manzanas y las nueces son para comer aparte.

—Mi madre asistió a un curso de cocina hindú, y una vez nos hizo un relleno con manzana y curry. Y encima pasas. Nunca más.

Mientras hablaba,Brittany abrió la bolsa de miga de pan y la mezcló con la verdura picada. Añadió mantequilla derretida y un poco más de caldo.A Santana le crujió el estómago.
Había olvidado que la comida del día de Acción de Gracias olía tan bien que hacía meses que no recordaba haber tenido tanta hambre.

—Tampoco es que no me guste la comida hindú —prosiguió Brittany —. Me encanta. Por un buen curry, chapati y chutney, soy capaz de ir adónde sea. — Acabó de remover la mezcla y empezó a meter el relleno en el pavo—. En realidad, el relleno hindú es muy bueno si esperas encontrártelo en el pavo. Pero si no es así, es bastante asqueroso.
—Comprendo.

Santana observó a Brittany que frotaba el pavo con las manos untadas de mantequilla.

—¿Te importa si hago el ave a mi manera? Saldrá bien —dijo Brittany. Se lavó las manos y cubrió el pavo con papel de plata—. Es maravilloso tener toda una cocina a mi disposición. En mi estudio no hay horno y sólo tengo dos fogones.

—¿No está demasiado caliente el horno?

Los dos reguladores de tiro estaban totalmente abiertos.

—Veinticinco minutos a ciento cincuenta o doscientos grados y después habrá que bajarlo a unos cien grados. Así se le dorará la piel. Santana se precipitó a abrir la puerta cuando Brittany levantó la fuente para meterla en el horno.

—Bueno, tú ya te has ocupado de la comida, ahora déjame que yo me encargue del desayuno. ¿Tienes hambre?

—Estoy famélica.

Consciente de que su invitada podía ser exigente con la comida, Santana preparó con cuidado los huevos y las patatas doradas. Brittany comió con gusto y agradecimiento. Sharla siempre estaba a dieta. Santana sacudió la cabeza para hacer desaparecer la imagen de Sharla.

—La línea sigue cortada. ¿Crees que mi tío vendrá hoy?

Santana miró por la ventana: seguía nevando.

—Lo dudo. Hay muy mala visibilidad, y es probable que en el valle haya dos metros de nieve. Sería una tontería. No vendrán a quitar la nieve hasta que pare de nevar y habrá que esperar a que despejen antes las carreteras principales.

—¿Cuánto durará?

Santana se encogió de hombros.

—Yo diría que todo el día. Lo siento.

—No, soy yo la que lo siente. No esperabas una visita, y menos que fuera a quedarse varios días.
Santana se sorprendió al ver que sonreía.

—No importa. Mis talentos sociales empezaban a oxidarse.

—Oye, hay una cosa que me tiene muy intrigada —dijo Brittany.
Recogió los platos del desayuno y se dirigió al fregadero—. ¿Cómo es que conoces la obra de mi madre y por qué había una caja de materiales de pintura muy caros fuera, en medio de la nieve? Por cierto, la puse en el porche de detrás.

Santana se mordió el labio inferior. Iba a pasar todo el día con esa mujer, y el tiempo no estaba como para que se fuera a dar un largo paseo.

—Soy artista.

—Ah, eso lo explica todo. Brittany empezó a enjuagar los platos y Santana se sintió un poco decepcionada. De pronto se dio cuenta de que probablemente Brittany conocía a muchos artistas y aspirantes a artista. Se había concedido un momento de vanidad creyendo que la hija de Susan Pierce reconocería su nombre.

—Santana López. San López. ¿Fragmentos rojos? ¿El esplendor del rojo y el negro? ¿Tú eres San López?

Santana asintió. Observó que el rostro de Brittany se iluminaba. Los pómulos pronunciados proyectaban unas sombras por encima de la mandíbula… «Un rostro interesante —pensó Santana—. No es bonita, bueno tal vez algo, pero sí muy interesante». Y la espesa trenza de pelo rubio que le llegaba por debajo de la cintura era hermosa en contraste con el blanco del jersey, a pesar de que estaba un poco arrugado porque había dormido con él. Se dio cuenta de que Brittany se estaría acordando de todo lo que sabía sobre San López.Los grandes ojos negros se abrieron… Seguramente recordaba que San había rechazado la subvención del Fondo Nacional de las Artes.
Unas pestañas espesas y oscuras parpadearon ante algo que no era exactamente miedo, sino sorpresa. «Fantástico —pensó San—, se acaba de acordar de que soy lesbiana». Después, como era de esperar, Brittany apartó la mirada. «Acaba de recordar la muerte de Sharla. La hermosa Sharla, el amor de mi vida. Va a decir…».
—Lo siento —dijo Brittany.

—¿Por qué?

—Creo que no querías que lo supiera —Se volvió hacia los platos—. Veo que te trae recuerdos dolorosos.

—Puedo soportarlo.

—Por eso dejaste el material de pintura fuera.

Santana se dio cuenta de que Brittany pensaba que era demasiado autocompasiva.

—¿Y tú qué demonios sabes? —dijo herida.

Brittany se dio la vuelta.

—No estás trabajando, ¿verdad?

Santana se levantó de la silla. ¡Cómo era posible que esa mujer fuera tan insensible!

—Mi negligencia me hizo perder a la mujer que amaba. Discúlpame por llorar su muerte. Pero tú no sabes nada de todo eso.

—Lo siento. Tienes razón, no sé nada —repuso Brittany. Se volvió otra vez hacia el fregadero—. ¿Tengo que controlar el gasto de agua caliente?

Santana se quedó un momento boquiabierta. «Qué fresca, encima cambia de tema».

—El depósito de propano está prácticamente lleno, así que no hay problema con el calentador de agua.

—Ah, muy bien —replicó Brittany. Abrió el grifo de agua caliente un poco más. Butch se acercó a los muslos de Brittany y la empujó suavemente. «Traidora», pensó Santaba con tristeza. Brittany miró a Butch por encima del hombro.

—¿Quieres más? ¡Pero si ya te he dado de comer! Sabes, no es a mí a quien se lo tienes que pedir. Butch gimió e intentó tocarle los dedos. Santana pensó en dejarla morir de hambre.

—¿Qué ha comido?

—Mordisqueó un trozo de zanahoria, después lo apartó a cambio del resto de la lata de Science Diet que había en el porche de detrás. La dejé salir unos minutos y cuando volvió saqué del caldo un pedazo de carne de pavo hervido y cuando se enfrió pareció gustarle mucho.

—No me extraña. Muchacha, ha llegado la hora del pienso. Santana se fue al porche trasero y sirvió una buena ración de pienso. Butch era una perra grande. Decidió que había llegado el momento de barrer el porche; en algunos lugares el polvo se estaba amontonando. ¿Qué más daba si había una tormenta de nieve? Prefería estar allí fuera que dedicarse a charlotear. Brittany no entendía el sufrimiento, eso estaba bien claro; en lo que se refería al dolor, era una tabla rasa.

Pasó la escoba por todos los rincones, removiendo el polvo depositado allí desde que Sharla y ella habían comprado la cabaña, ocho años atrás.
Brittany Pierce no sabía de qué hablaba. Sólo habían pasado veinticinco meses. Una no se recuperaba tan rápido de la pérdida de una persona, al menos de una persona a la que había querido tanto como a Sharla. Podía cerrar los ojos y ver a Sharla avanzando hacia ella por la nieve. Sharla con toda su elegancia, con el pelo del color de las hojas de arce a principios del otoño. Santana respiró hondo y se balanceó.
Una piel casi traslúcida, una piel que se amorataba con los besos de Santana en los momentos más salvajes cuando hacían el amor. Dios mío, el sexo… Sharla había sido la primera y única amante de Santana, pero sabía que habían tenido unas relaciones sexuales de primerísima clase. Un sexo demasiado vívido como para darle color, demasiado tierno como para darle forma. Santana se estremeció y abrió los ojos. La nieve se arremolinaba junto a la puerta del porche trasero. Apenas se veía el árbol más cercano y mucho menos el prado en el que Sharla bailaba y cantaba. ¿Demasiado autocompasiva? ¿Acaso añorarla, desearla, recordarla era autocompasión?

El ruido de una cacerola en el suelo seguido de una palabrota en voz baja hizo que Santana volviera a lo suyo. Miró el pequeño montón de polvo. Demasiado prosaico para el humor en el que estaba. Lo recogió con la pala, lo tiró a la basura y fue a ver si podía echarle una mano a Brittany.

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Bueno chicas esto es todo por hoy. Mañana subiré algunos capítulos más. Me alegra que les este gustando la historia. Gracias por leer. Saludos
Maria Angeles
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El mundo de Brittany

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Activo Re: FanFic. Brittana (adaptación) Pintando la Luna. Capítulo 10

Mensaje por Maria Angeles Sáb Abr 04, 2015 11:21 am

Capítulo 4

Brittany se echó una generosa ración de salsa sobre el relleno. Después de este festín iba a necesitar una siesta, pero, si tenía que reconocerlo ante sí misma, la comida había quedado fantástica.

—No te creas que todo era glamour —dijo Brittany, en respuesta a la pregunta de Santana—. Mis padres me mantuvieron apartada del candelero. En realidad, yo sólo era una cría más en el cuerpo diplomático. No iba a las cenas elegantes ni me presentaban a los jefesde estado. Bueno, conocí y le hice una reverencia a la reina Isabel cuando tenía once años.

—Pero ¿qué clase de vida tenías? ¿Dónde vivías?
Santana repartía su atención entre el pavo y los boniatos al horno.

—Dependía del país; vivíamos en la ciudad o en la embajada. A mi madre le gustaba mucho más vivir en la ciudad. Estuvimos en Oslo y La Haya, y en Madrid. Pero más al sur vivíamos en las embajadas. No llegué a conocer demasiado los países africanos o de Oriente Medio. Mi madre salía más que yo. Y a partir de los doce años fui a un internado.

—¿Pero para ti dónde está tu casa? Brittany tragó un bocado delicioso de pavo y salsa.

—En San Francisco. Siempre quise vivir allí. Tengo doble nacionalidad canadiense y estadounidense, así que supongo que si no me encantara La Bahía de San Francisco, iría a Vancouver o a Victoria. Cuando sea arquitecta colegiada, dependerá del sitio en el que esté mi trabajo. Al menos el trabajo que quiero hacer —concluyó con una mueca.

—Deduzco que en el sitio que estás ahora no eres muy feliz.

—Si no me reprimiera, acabaría odiándolo. Pero no puedo culpar a nadie salvo a mí misma. Por lo del coche, al menos puedo culpar a Sam. Sonrió con amargura.

Santana dejó de cortar otro trozo de pavo. —A ver si entiendo bien lo del coche. ¿Los dos decidisteis que lo mejor era que tú te compraras un coche para ir a verlo a él, y entonces él lo eligió?

—No fue exactamente así —repuso Brittany. Dicho así, parecía que Sam era un machista o algo por el estilo. En realidad, él siempre se había mostrado muy sensible a los problemas de las mujeres y ella quiso defenderlo—. Lo que pasó fue que nos pusimos a mirar coches y encontramos el MG…

—Pero no era el coche que querías y tú eras la que lo iba a pagar y conducir, ¿no? Brittany asintió.

—Ahá —dijo Santana.

Brittany dejó que el silencio se hiciera más profundo. Supuso que no podía esperar que Santana entendiera su relación con Sam. Hizo caso omiso de la vocecita que le recordó que había aceptado pasar el día de Acción de Gracias con su tía para romper con la rutina de ver a Sam todos los fines de semana.

—¿Y por qué no va a verte él?

—Su coche apenas puede llevarlo a su despacho y traerlo de vuelta. Y trabaja muchas horas.

—¿Más que tú? Brittany asintió.

—Normalmente trabajo los sábados hasta el mediodía, y él más o menos hasta las cuatro. No tiene horario fijo, puede entrar y salir cuando quiera, pero tiene un programa de producción muy rígido. La programación de software es muy complicada. Santana resopló. —¿Más que diseñar las características de un bloque de apartamentos?

Brittany sonrió.—Vale, la arquitectura también lo es

Santana tragó unas cuantas judías verdes.

—Bueno, me alegra ver que él te apoya en tu carrera.

Brittany decidió que lo más diplomático era no tomárselo como un sarcasmo.

—Así es, pero me gustaría que también me apoyara a la hora de elegir un coche.

Santana esbozó una sonrisa.

—Vale, me voy a bajar un rato del caballo feminista.

Brittany frunció la nariz.
—Para ser sincera, te diré que me fastidia, y, teniendo en cuenta que podía haberme muerto de frío, me fastidia bastante. Nuestra relación no es perfecta, pero llevo tres años con él.

—Creí que te habías mudado a San Francisco el año pasado
Brittany se dio cuenta de que se había sonrojado ligeramente. Ojalá que Santana pensara que se debía al vapor que desprendían los boniatos al horno.

—Así es, pero nos conocimos en Boston, cuando yo acababa de terminar la carrera y preparaba mi proyecto para sacar el título. Hace falta un mínimo de dos años de prácticas con un arquitecto que ya esté establecido.

—Ah —dijo Santana con otro bocado de relleno y salsa en la boca.

—Sam trabajaba para Lotus cuando le ofrecieron ser asesor en Silicon Valley. Santana tragó. —¿Y pudiste trasladarte durante las prácticas?

Brittany hizo una mueca.

—Sí, pero tuve que renunciar a los créditos correspondientes a un par de meses. En California, los requisitos para los créditos de las prácticas son un poco diferentes. Y el estudio en el que estoy ahora no está tan… interesado en lo que quiero hacer. Su fuerte son los grandes edificios comerciales. Fue todo un cambio.

—¿Con respecto a qué?

—Con respecto a la universidad. Estudié en Taliesin.
Brittany se dio cuenta de que volvía a sonrojarse. Sabía lo que iba a decir Santana; exactamente lo mismo que le había dicho su madre, lo mismo que le había dicho su padre, aunque éste se había mostrado más diplomático.

—A ver si lo entiendo. —Santana se echó hacia delante apoyándose en el codo y señaló a Jackie con el tenedor—. Fuiste a la facultad de arquitectura Frank Lloyd Wright. Tienen, digamos, ¿setenta y cinco, cien alumnos al año?—Brittany asintió. —¿Y sólo porque ese tío quiso aceptar un trabajo en la otra punta del país abandonaste las prácticas en el estudio que te asignaron?
Brittany asintió.—¿Y él no podía esperar y coger otro trabajo hasta que tú acabaras?

En realidad, nunca se habían planteado la posibilidad de que Sam no aceptara el trabajo y Brittany no estaba dispuesta a reconocerlo ante Santana.
—No quería separarme de él.

—¿No lo lamentas?

—Je ne regrette ríen —repuso Brittany—. No lo lamento.
Pero ni ella se lo creyó. Santana apartó el plato.

—No puedo más. Necesito dar un paseo.

—Sigue nevando —replicó Brittany —. Pero ha amainado un poco.

—Gracias por esta comida tan maravillosa —dijo Santana. Se había relamido con la salsa. Había comido como una cerda y se sentía… fenomenal.

—Gracias por rescatarme de la nieve. —Brittany sonrió y Santana no pudo evitar devolverle la sonrisa—. ¿Por qué no recogemos y limpiamos todo este caos que he dejado?

—Falta una última cosa —dijo Santana. Miró a Butch que no se había apartado de su lado durante toda la comida—. No te acostumbres, muchacha —dijo mientras ponía su plato en el suelo. Butch tardó cinco segundos en limpiarlo, con un poco de boniato incluido, y levantó la mirada esperando que le dieran más.

Brittany se rio y puso su plato en el suelo. Tras limpiar el plato de Brittany, Butch adivinó que ya no le caería nada más, así que se marchó al salón.

Santana secaba los platos a medida que Brittany se los iba pasando. Estaban a punto de terminar cuando Santana vio por la ventana de la cocina una luz que brillaba.

—¿Qué es eso?—Levantó la persiana para mirar.

—La luna —dijo Brittany sin aliento —. Parece que ha despejado.

Se pusieron las chaquetas y salieron al porche de delante. Butch, con un ladrido de entusiasmo, se precipitó por la cuesta y desapareció de la vista al hundirse en la nieve blanda. Salió de un salto del agujero que había hecho, aulló, se metió en otro y así siguió subiendo la colina.

Brittany fue tras Butch y Santana la siguió. Al cabo de unos minutos estarían empapadas, pero después de haber pasado todo el día encerradas, el frío tonificante les resultó agradable, al menos durante unos minutos. Brittany, riendo, se tiró de espaldas sobre la nieve.
—¡Ay! ¡Qué maravilla! ¡Es igual que las plumas! ¡Es un polvo perfecto!—Se volvió a levantar, con la cara y el pelo cubiertos de copos de nieve. Se tiró otra vez hacia el otro lado. —¡Dios mío!, he pasado demasiado tiempo encerrada en oficinas. Este aire es igual que el vino. Se rio encantada y se revolcó en la nieve como una niña.

Santana se quedó inmóvil, sentía un hormigueo en los dedos. Le ardía la cabeza. La luna estaba baja en el cielo, proyectando un azul suave sobre la nieve, por todo el suelo, en las copas de los pinos oscuros. Brittany parecía un grabado azul oscuro. La trenza se agitaba a la luz de la luna y el rostro reflejaba el resplandor plateado. Las mejillas estaban espolvoreadas de azul celeste, y el mentón era una mancha borrosa mientras ella se tiraba sobre otro montón de nieve azul plateada.
Santana se dio la vuelta, regresó a la casa a trompicones y se dirigió al estudio, Apartó unos lienzos en blanco y cogió carbonilla y un bloc de dibujo. Corrió hacia el porche, salió a la nieve y se puso de rodillas.

Brittany interrumpió su ataque juguetón sobre la nieve y miró a Santana preocupada.

—Sigue jugando —le indicó ésta—. No me hagas caso.

Brittany iba a decir algo, pero se limitó a sonreír. Con otro grito de alegría, se abalanzó una vez más sobre un montículo de nieve. Brittany era un mosaico de azules y blancos. La piel tenía un borde plateado; el brillo amatista de la chaqueta enmarcaba los planos y las curvas de su figura.

Jugó unos minutos más tirándole bolas de nieve a Butch, que ladraba e intentaba cogerlas al vuelo hasta que desistió del empeño de seguir saltando. Ambas se hundieron en la nieve, sin resuello. De pronto la luna desapareció.

—Se acabó. —La voz de Brittany flotó hasta Santana sobre el susurro de la brisa—. Empieza a nevar otra vez.

En efecto, pequeños copos de nieve descendían como pañuelos minúsculos. Santana se levantó mareada. Le dolían las rodillas del frío. —¿Estás bien?

—Creo que estaba demasiado concentrada. Sí, estoy bien.

—Déjame ayudarte —dijo Brittany, mientras le tendía la mano para cogerla del brazo.

Butch emergió de la nieve de un salto y con todo su peso tiró al suelo a Brittany y Santana, mientras el bloc y los lápices salían disparados. El primero aterrizó cerca de Brittany y ésta lo cogió rápidamente para que no se mojara. Brittany miró el primer dibujo. —No le ha pasado nada. —Lo acercó con cuidado a la luz del porche —. Es hermoso. —Santana intentó coger el bloc, pero Brittany no la dejó. Miró el dibujo y después la colina—. Sí, es así de verdad. La luz de la luna es cálida y fría a la vez.

Butch se sacudió y las salpicó con bolas de nieve medio derretida.

—Maldito chucho —maldijo Santana. Le molestó profundamente que alguien viese el primer dibujo que hacía en dos años—. Seguro que está bien calentita con todo ese pelo. ¡Vamos, muchacha, fuera de aquí. Venga!

—Le dio un rodillazo en el costado, pero Butch no se movió. Santana la fulminó con la mirada. —¿Qué tal quedarías como abrigo de pieles?
—Vamos, Butch —dijo Brittany y fue la primera en entrar en la casa. Butch la siguió, con la lengua colgando. Santana puso los ojos en blanco y entró tras ella en el cálido interior de la casa.

Brittany, con un bostezo, se acomodó bajo las capas de mantas para pasar su segunda noche. Butch se acurrucó delante del sofá. La luz del fuego de la salamandra se proyectaba sobre la pared desnuda en la que alguna vez había colgado un cuadro. Por encima del crepitar amortiguado del fuego, Brittany apenas oía el ruido de alguien que se movía en la habitación al final del pasillo. Santana se había retirado hacía varias horas, tras una explicación titubeante de que quería acabar los bocetos, y desde entonces lo único que se oía era el crujido del papel. Brittany se había entretenido con la novela policiaca que había empezado la noche anterior. Intentó volver a llamar para comprobar si el teléfono funcionaba, pero la línea seguía muerta. Se puso el pijama y se metió en el saco de dormir con la detective V.I. Warshawsky. Butch se había conformado con un hueso y se había dormido tras su riña con la nieve.

El breve ejercicio había agotado a Brittany. Era cierto que pasaba demasiado tiempo en la oficina o en el coche. Se prometió a sí misma que volvería a hacer gimnasia lo antes posible.

Oyó el ruido de una hoja de papel arrancada de un bloc. Santana López, alias San López…, qué personaje extraño. Brittany sabía más de la obra de Santana por sus propios estudios que por lo que le había contado su madre, aunque recordaba la admiración y satisfacción de ésta cuando Santana le había dicho al Fondo Nacional de las Artes que no aceptaría el premio si no se comprometían a acabar con la censura artística. De lo contrario, podían metérselo donde les cupiera.

Al pensar en su madre recordó que ésta le había asegurado a Brittany que si renunciaba al estudio en el que hacía prácticas en Boston arruinaría su vida. Hizo una mueca. «Soy demasiado joven para empezar a reconocer que mi madre tenía razón en algo». La verdad era que odiaba su trabajo. Casi no soportaba diseñar esos espacios cuadriculados y repetitivos, en los que la gente tenía que vivir y trabajar, edificios hechos en serie que cientos de miles de personas verían y olvidarían diariamente. Ese programa de prácticas era una fábrica de especificaciones y planos, en la que tenía muy poca experiencia directa con los clientes y raras oportunidades de crear algo desde cero. Era demasiado parecida a su padre para engañarse sobre sus habilidades; evidentemente no era Frank Lloyd Wright, pero el estudio Ledcor & Bidwel estaba triturando toda su creatividad. Tal como su madre le había dicho. Intentó apartar los pensamientos de ese camino tan inútil. Últimamente lo había recorrido demasiado. Procuró pensar en cómo podía hacer más ejercicio. A lo mejor convencía a Sam de que fueran a bailar; hacía tiempo que no iban y a el a le encantaba. Pero a Sam no le gustaba mucho y se quejaba de que ella bailaba mejor que él, cosa que no le divertía en absoluto.

Sólo había un pequeño paso mental que separaba la caja en la que guardaba su deseo no correspondido de ir a bailar y el contenedor en el que estaba su resentimiento cada vez mayor hacia su trabajo… y hacia Sam. Se daba cuenta de que la amargura por su frustración profesional recaía sobre Sam. Le molestaba que él tuviera éxito. Le molestaba que él ganara cinco veces más que ella, que después de trasladarse a la otra punta del país tuvieran que vivir en ciudades diferentes y que sólo se vieran los fines de semanas, y únicamente cuando ella iba a San José.

Tenía que ir a verlo en un coche que en San Francisco le costaba una fortuna aparcar, y además debía dejarlo a una manzana de su casa, un estudio minúsculo y oscuro en un tercer piso sin ascensor. Le molestaba que el apartamento de él, con dos dormitorios y una cocina moderna, estuviera en un edificio con piscina, jacuzzi y aparcamiento gratis; todo eso le costaba menos que el alquiler de ella. Mientras la cuenta corriente de Sam aumentaba, ella casi no había ahorrado nada. Él sí que hubiese podido comprarse un coche sin necesidad de pensárselo dos veces. Brittany se parecía lo suficiente a su madre como para decirse con firmeza que se había hecho la cama y ahora no sólo tenía que acostarse en ella, sino además dormir bien. Se acurrucó junto a los cojines del sofá y pensó en ir a buscar una de las mantas.

Seguramente no estaría tan resentida si él la echara de menos en su ausencia, pero tenía la sensación de que si de pronto no se veían un fin de semana, a él le daba igual. Tampoco le había importado que ella se marchara aquel fin de semana largo. Brittany se había sentido culpable de preguntárselo, pero de todos modos él se había mostrado indiferente. Y sin duda, hacía tiempo que no se divertía tanto: preparar esa comilona y tener alguien que la apreciara. Había olvidado cuánto añoraba cocinar. A su compañera de cuarto de Boston también le gustaba comer, igual que a Santana. Era curioso, pero hacía mucho que no pensaba en Kelly. Se preguntó qué tal le iría, dónde trabajaría. Lamentaba que Marley y ella se hubieran distanciado; Marley y Sam eran como el agua y el aceite. Cuando ella se fue a vivir con Sam, Marley sencillamente desapareció.

No quería pasar lista a todas las cosas a las que había renunciado por su relación con él. Las prácticas en Boston, la amistad con Marley, parte del respeto de sus padres por su sentido común. Si tenía que ser honesta consigo misma, debía reconocer que, en parte, había dejado de respetarse. Y todo por una rutina que la estaba volviendo loca. Apartó el libro a punto de echarse a llorar. Era inevitable hacer un balance de la situación. Lo había estado eludiendo, pero ahora era demasiado tarde para echarse atrás. Su madre no había tenido que insistir demasiado para que fuera a casa de su tía a pasar el día de Acción de Gracias; y ella estaba ansiosa por marcharse, tomarse unas vacaciones de su apartamento lúgubre y de Sam. Hacía años que no iban juntos a ningún lado. Cada fin de semana era exactamente igual al anterior. Los sábados ella salía del trabajo, se metía en el coche con su bolsa de viaje ya preparada. Se paraba a echar gasolina —que pagaba ella—, compraba las cosas que sabía que él habría olvidado, incluidos los condones, que también pagaba ella. A eso de las tres, llegaba a la casa y esperaba a Sam. Salían a cenar y pagaban a medias. A veces iban al cine, que también pagaban a escote. Volvían a casa, hacían el amor y antes de las once ya estaban dormidos, al menos él. Los últimos cuatro fines de semana no había podido dormir, así que había bajado al jacuzzi. Había entablado conversación con una enfermera que iba a esa hora a desentumecerse las pantorrillas después de su guardia. Si tenía que ser sincera consigo misma, reconocería que le apetecía más hablar de libros, cine y política en el jacuzzi que ver a Sam, que prácticamente sólo hablaba de software y de sus compañeros de trabajo.

Una tabla de madera crujió en la otra punta de la sala y Butch y ella dieron un respingo.

—Lo siento —se disculpó Santana—. Intentaba no hacer ruido. Pensaba que dormías.

Brittany tuvo que aclararse la garganta para que no le temblara la voz. —Estaba pensando.

—Ah. —Santana encendió la luz de la cocina—. ¿Te apetece un chocolate caliente?

—Sí. Brittany se sentó. Cualquier cosa con tal de no seguir pensando. Santana sí que tenía habilidades sociales, pensó con una ligera sonrisa irónica. Se puso la bata de felpilla que Santana le había prestado y se dirigió a la cocina calzada con unos calcetines gruesos. —¿Te puedo preguntar algo?

—Dime —repuso Santana. Vertió leche en una cacerola y la miró a la expectativa.

—¿De quién es esta ropa? Es demasiado grande para ti.
Brittany estiró la parte delantera del pijama que ni siquiera ella llenaba del todo.

—De Sharla.
Brittany vio un muro que cubría los ojos de Santana

—Lo supuse. Gracias por dejármela.

—La necesidad es la madre de la… o cómo se diga. —Santana midió con atención la cantidad de cacao—. Con la educación que recibí, sería incapaz de tirar ropa buena.

—¿De dónde eres?
Brittany se sentó en la mesa de la cocina y apoyó los pies en la silla. Los envolvió con la bata.

—Del condado de Lancaster, Pensilvania. La tierra de los menonitas.

—¿Los amish?

—Son amish que usan maquinaria. En esa zona los coches sólo pueden ser negros y también pintan de negro los cromados, para que no sean demasiado llamativos.
Santana sonrió con pesar.

Brittany pensó en los lienzos pintados al temple y con metales semipreciosos que había visto en las revistas de arte.

—Tus primeros cuadros fueron una reacción a todo eso, ¿verdad?
Santana se rio; Brittany no se lo podía creer; era una risa

—¿Acaso pretendes psicoanalizarme?

—No, sólo adivino. Al fin y al cabo, en El esplendor del rojo y el negro, pintaste todo de negro sobre plateado, salvo los bordes. Sólo soy la típica estudiante de arte.

—Ya conozco las bobadas que enseñan en las escuelas de arte.

—Mi madre también se horroriza. Dice que el programa de estudios ha decaído un veinte por ciento y que es una vergüenza que no se enseñe el arte de civilizaciones no occidentales.

—Tiene razón. Cuanto más cosas sé de tu madre, más me gusta. ¿Te apetece un poco de licor en el chocolate?

Brittany asintió y Santana sirvió chocolate hirviendo en dos tazas, les añadió licor de una botella y las acercó a la mesa.

—Es una buena madre, muy enrollada además —comentó Brittany. Sorbió el chocolate, el calor balsámico le invadió la garganta. El licor añadió un ligero ardor y sintió un cosquilleo en la nariz—. Es difícil explicarlo. Siempre sabía cuándo ser mi madre, cuándo ser una adulta de la que yo pudiera alardear delante de mis amigos, y cuándo ser mi amiga. Pero fue idea de mi padre ponerme el nombre de Britney Spears

Los labios de Santana esbozaron lo más cercano a una auténtica sonrisa que Brittany había visto hasta ese momento.

—Tus padres deben de ser personajes de lo más fascinantes.

—Lo son. Mi padre es un hombre ingenioso y encantador. Me enseñó a bailar y a caminar en tina recepción sin sentirme como un robot. Y si mi madre no hubiese sido artista, habría sido una terapeuta excelente. A medida que me hago mayor, cada vez me doy más cuenta de que se esforzaron por brindarme un hogar en el que me sintiera segura, incluso en lugares muy conflictivos.

—¿Habéis estado alguna vez en peligro?
Brittany negó con la cabeza.

—Que yo sepa no. Cuando trasladaron a mi padre a Egipto, a principios de los ochenta, me enviaron a un internado. Yo estaba muy preocupada por ellos, sobre todo por mi madre. No le gustaba estar encerrada en una embajada; solía irse a los mercados locales a hacer bocetos, o a estudiar idiomas. Y le encanta cocinar y preparar platos exóticos.

—Eso explica muchas cosas. —Santana se incorporó en la silla con interés—. Me intrigaba el ritmo de su trabajo, no es estrictamente occidental. Y la forma de las figuras y la elección de las piedras con las que esculpe se deben a que lleva dentro los diferentes países en los que vivió.

—No podía evitarlo. Incluso en Estados Unidos va a los rastros, a cualquier sitio en los que se compra y se vende. Dice que allí es donde la gente es más real.

—Y esa serie llamada Wall Street. Es Literalmente escalofriante, me estremecí cuando la vi.
Brittany sorbió su chocolate que empezaba, sonrió con ternura.

—Precisamente, para hacerla se pasó una Bolsa. ¿Has visto la serie de Las tejedoras?
Santana sacudió la cabeza. —No estoy muy al día. —Hizo tres figuras basadas en el mercado de textiles. Todas femeninas. Las formas son un poco indefinidas, pero las manos y los hilos están increíblemente detallados. Todo lo que ésta tiene de cálida, Wall Street lo tiene lo tiene de fría.

Santana se quedó pensativa.

—Supongo que debería salir de este encierro, pero… ahora mismo no. Eh… oye, ¿te molesta si te hago un dibujo con esta luz? Me servirá para los detalles de los demás dibujos; bueno, si decido pasarlos al lienzo. Brittany parpadeó. —No, en absoluto. Había posado muchas veces. A su madre le gustaba enseñar a dibujar a niños y a menudo le pedía a Jackie que posara para ellos. Su madre insistía en que el arte era un lenguaje universal. Santana regresó con un lápiz y un bloc. —Sigue hablando. Puedes moverte, pero no te apartes de la luz.

Brittany sorbió el chocolate. El licor le produjo una sensación interior agradable y le dio ganas de sonreír. Sam se desvaneció en los oscuros recovecos de su mente.

—Si continua nevando tan poco como ahora, ¿crees que mañana podrán venir a buscarme?
Santana se encogió de hombros mientras el lápiz recorría el papel.

—No lo creo. Aquí no vendrán a quitar la nieve hasta que despejado la autopista, y no empezarán hasta mañana; eso si deja de nevar. Paró de hablar y la miró fijamente.

—Qué bien. —Brittany se inclinó hacia atrás y cruzó las piernas. La penetrante mirada de Santana fija en ella la ponía nerviosa—. Eso significa que podré jugar en la nieve y tener un verdadero día de descanso en lugar de hacerme la simpática con unos familiares que no veo desde que era una niña.

—¿Por qué has venido a visitarlos? Vuélvete un poco hacia la izquierda.

—Mi madre me obligó. —Brittany se rio—. Ya lo sé, ya soy mayor para esas cosas, pero cuando se lo propone, sabe como hacer que te sientas culpable. Mi visita la libra de tener obligaciones con ellos durante los próximos diez años. En realidad no se llevan muy bien. Para ellos mi madre es demasiado extravagante. La otra razón, que quería descansar un poco de Sam, se la calló.

—Jamás hubiera dicho que Susan Pierce era extravagante, aunque sí que está en el límite.

—Depende por donde lo mires. Para su familia, lleva una vida totalmente estrambótica. Para los demás artistas, supongo que parece conservadora.

—Levanta el mentón. —Santana se acercó a ella, mientras el lápiz se movía por el papel a gran velocidad—. Para mis padres, era una forma de vida. Cualquier tipo de aspiración, de creatividad o de amor que no iba dirigida a la salvación era pecado. Sin condiciones ni excepciones. Mi padre era miembro del consejo de la iglesia.

—¿Cuándo te marchaste de casa?

—A los dieciocho años. Era evidente que tenía talento artístico y me enviaron a una universidad cristiana en el quinto pino, en Nuevo México, para que aprendiera a ser una buena artista cristiana. Allí conocí a Sharla.

Brittany se dio cuenta de que Santana pronunciaba el nombre de Sharla de una manera especial: vibraba. Igual que vibraba «Susan» cuando lo decía su padre.

—¿Fue amor a primera vista? Santana sacudió la cabeza.

—Tardamos un poco. Pero ella era una persona fuerte, muy resuelta, y había decidido no volver más a su casa. Sharlotte Kinsey, de Norman, Oklahoma. ¿Te imaginas ser de un lugar tan perdido que lo único que se ve a kilómetros a la redonda es un yacimiento petrolífero? El condado de Lancaster es pequeño pero hermoso, está lleno de vida. La primavera es tan verde que hasta hiere los ojos… —El lápiz de Santana se detuvo un momento y le brilló la mirada. Después sacudió la cabeza y el lápiz empezó a moverse otra vez—. Al cabo de un tiempo, decidí que yo tampoco volvería a casa. Así que no lo hice. ¿Puedes echarte un poco hacia delante? Apoya los codos sobre la mesa.

—Debe haber sido difícil —dijo Brittany mientras obedecía a Santana. Ésta acercó su silla y observó las pestañas y la frente de Brittany, que bajó los ojos, incapaz de devolverle la mirada.

Santana se quedó en silencio durante un buen rato. Se inclinó hacia delante, mientras borraba con la goma del lápiz la línea que la risa marcaba en la comisura izquierda de la boca. Brittany reprimió un temblor. Santana entreabrió ligeramente la boca y Brittany sintió que su mirada le quemaba los labios.

De pronto Santana se echo atrás, añadió un último trazo a su dibujo y cerró el bloc.

—No —dijo en voz baja—. No fue nada difícil. Ella hacía que todo resultara fácil. Durante trece años todo fue muy fácil. Sólo los últimos años han sido espantosos. —Santana se levantó bruscamente y llevó la taza al fregadero —. Creo que me voy a retirar. ¿Seguro que no tienes frío?

Brittany alzó la taza para despedirla. Se sintió profundamente agradecida de que la sesión de dibujo hubiera acabado. —Estoy bien, gracias. El licor estaba muy bueno.

A decir verdad, sudaba ligeramente. Cogió una manta caliente de la cuerda de tender y se metió en el saco de dormir.

Santana subió la escalera y desapareció. Al cabo de unos minutos, reinaba el silencio.
A excepción de los rápidos latidos del corazón de Brittany.
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Mensaje por 3:) Sáb Abr 04, 2015 1:56 pm

holap,..

ne gusta la convivencia de britt y san por ahora,...
por que reacciono ahí la tía de britt cuando se entro donde se quedaba??? que paso con san????
pobre san esta perdiendo todo poder en Butch jajajaja

nos vemos!!!
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Mensaje por Maria Angeles Sáb Abr 04, 2015 3:55 pm

Capítulo 5

Nevó suavemente hasta el mediodía del sábado. Brittany intentó ganarse el sustento retirando con una pala el gran montículo que se había acumulado junto a la puerta del garaje. Butch la acompañó. El parte meteorológico dijo que continuaría nevando en las zonas de mayor altitud —se preguntó si había zonas más altas que ésa— durante todo el día, pero que al día siguiente saldría el sol. Al atardecer creyó oír el ligero eco de un quitanieves, pero parecía estar a una o dos montañas más lejos. Santana la ayudó a espalar durante un rato, pero Brittany insistió en que volviera a sus dibujos y pareció agradecer el bocadillo de pavo que ésta le obligó a comer a primera hora de la tarde. Brittany, agradablemente agotada por el trabajo físico, se dedicó a despellejar la carcasa del pavo y a hacer caldo; en todo ese tiempo no pensó en Sam. Después preparó la sopa y galletas con levadura. La puerta del estudio de Santana permaneció cerrada.

Mucho después de la puesta de sol, Brittany por fin llamó y entró con un cuenco humeante de sopa y unas cuantas galletas. Santana estaba despeinada y cansada, y murmuró algo distraída, de esa forma que Brittany conocía demasiado por los ataques de pasión artística de su madre. Atizó el fuego de la estufa que calentaba el estudio y volvió a marcharse, sin saber siquiera con certeza si Santana había advertido su presencia.

Al cabo de una hora apareció Santana, con los platos sucios. Tendió el cuenco como un Oliver Twist adulto. —¿Me da un poco más, señor? Brittanyapartó la mirada de su novela y señaló con la cabeza la cacerola que estaba en un rincón de la cocina de leña.

—Todavía está caliente. Las galletas están en la panera, envueltas en un paño.

Se enderezó y estiró la columna. Las sillas de la cocina no eran muy cómodas, pero el calor que desprendía la cocina era demasiado agradable para marcharse.
—No tenía la menor idea de que podían salir cosas tan buenas de mi cocina. Las galletas están deliciosas.

—Encontré varias especias en el fondo del armario —señaló Brittany—. También había otras cosas en estado de putrefacción que tiré a la basura.

Santana se encogió de hombros mientras se sentaba a la mesa.
—Espero que Parker sepa apreciarte. —Hundió un trozo de galleta en la sopa—. A estas alturas, cualquier cosa cocinada por otra persona me parece maná, pero aun así, está todo buenísimo.

—La clave para una buena comida de Acción de Gracias está en aprovecharlo todo. Tienes varios litros de caldo de pavo. Por cierto, Butch dice que le gusta que le echen un poco de caldo caliente en el pienso cuando está frío. Santana resopló burlona.

—Sí, claro. —Butch ni siquiera levantó la cabeza. Se la veía agotada, satisfecha—. Seguro que ha dicho que tendría que darle pavo todos los días.

Brittany se rio.

—No es tan glotona. Con una vez por semana, basta.

Santana se levantó para coger otra galleta.

—No me has dicho si Sam te valora —le dijo de espaldas—. ¿Aprecia tus habilidades culinarias? ¿Todo lo que haces por él?

Brittany tardó en contestar. En aquel momento le pareció importante ser honesta.
—La relación no es perfecta, pero le tengo mucho cariño. Le cuesta hablar de sus sentimientos. Se dio cuenta, sobresaltada, de que no estaba segura si Sam tenía sentimientos de los que hablar.

Santana sacudió la cabeza mientras se volvía a sentar.

—¿Cariño? No vale la pena perder el tiempo por el cariño. Cuando una de verdad quiere a alguien, invade cada faceta de su vida. —Cerró los ojos y revolvió la sopa con aire ausente—. No es algo que se pueda describir, sencillamente sucede. Cada aliento forma parte de tu amor. No tiene ningún color pero al mismo tiempo contiene todos los colores.

—Estás describiendo una obsesión.

¿Quién puede decir en qué momento se traspasa la frontera? El amor es obsesión. Todo lo que tenga que ver con la persona es hermoso, hasta las cosas que no soportas. Quieres conocer sus pensamientos y qué hace cuando no está contigo. Y ella lo comparte contigo porque se siente igual que tú. Eso no es una obsesión, no cuando te corresponden; no cuando la otra persona también está obsesionada contigo.

Santana no le hablaba a Brittany, le hablaba a la pared desnuda en la que estaba la mancha del lienzo. Brittany no coincidía con la definición del amor de Santana… no tenía nada que ver con lo que sentía por Sam.

—La gente no quiere reconocer ese tipo de amor. Porque si una es capaz de sentirlo, también puede sentir dolor, el tipo de dolor capaz de paralizarte el alma. —Santana se mordió el labio inferior —. Ojalá…

Bajo la luz dorada de las lámparas de la cocina, Brittany vio el brillo de unas lágrimas en los ojos de Santana, y, con una parte de sí misma que no tenía nada que ver con los ojos, también vio el aura negra que rodeaba a Santana, una mortaja de tristeza y desesperanza. Sintió un escalofrío que se le puso la carne de gallina.

Sin saber por qué, le instó a que prosiguiera.

—¿Ojalá?

—Ojalá hubiese comprobado los cabos en lugar de dejarlo en manos de los encargados del alquiler del barco. El parte meteorológico dijo que hacía buen tiempo para navegar, pero de pronto se levantó viento. Ojalá en ese momento hubiese dado media vuelta. Ojalá hubiese verificado que Sharla se había puesto bien el chaleco salvavidas. Se partió el mástil —dijo Santana con un jadeo—, como un palillo de dientes. Y volcamos. Vi que Sharla al caer por la borda se golpeaba la cabeza contra el pasamano. No pude cogerla;simplemente se me escurrió entre los dedos. Una lágrima cayó y brilló como un diamante en la mejilla hundida de Santana.

—Fue como ver una hoja arrastrada por un río desbordado. Su cara, después el pelo, y finalmente sólo la punta de los dedos. Se le salió el chaleco salvavidas y desapareció.

—Tras pronunciar la última palabra, Santana se quedó sin aliento. Brittany vio que se esforzaba por respirar. Cuando por fin lo consiguió, un sollozo largo y desgarrador hizo que Brittany se levantara y se acercara a ella.

Abrazó a Santana sin vacilar, acunandole la cabeza contra los pechos. Santana se resistió un momento, después cedió.

—Su cadáver apareció en la bahía de San Pablo al cabo de dos días. Su familia lo reclamó. No me dejaron ir al entierro; se llevaron el cuerpo y nunca pude decirle adiós.

—No debieron hacerlo —dijo Brittany.

Santana la apartó. —¿Dónde coño estaba su caridad cristiana?— Apretó los brazos de Brittany con sus manos fuertes y la miró fijamente con ojos que parecían hierros al rojo vivo. —Si Dios es amor y Jesús es su amigo, entonces, ¿por qué no quisieron decirme dónde se celebraba el funeral? ¿Por qué no quisieron decirme dónde la enterraron?

Brittany hizo una mueca de dolor cuando Santana le apretó los brazos. —No lo sé, Santana. Se portaron mal. Santana la empujó y se levantó de la silla. Subió la escalera sin mirar atrás, mientras Brittany se frotaba los brazos magullados y miraba la buhardilla a oscuras. Tenía un nudo en la garganta. Si algo le ocurriera a Sam, ¿sentiría tanta angustia y dolor? ¿Al cabo de más de dos años? No, se dijo a sí misma. La respuesta era no. Y era una tonta si seguía pensando lo contrario y sacrificándose por la relación. No sentía por él, ni él por ella, lo que sus padres sentían el uno por el otro. No sentía lo que era obvio que Santana había sentido por Sharla.

El hecho de que fueran lesbianas no le importaba. Sus padres le habían enseñado que la vida privada de los demás era asunto suyo y que ella no era nadie para juzgarlos. En lo que a ella se refería, las mujeres no le atraían, pero eso no significaba que lo que sentían entre ellas fuera menos real. Lo entendía desde un punto de vista intelectual. Apartó ese pensamiento de su mente, porque de algún modo le molestaba, y no precisamente en el plano intelectual. No deseaba pensar en Santana con Sharla.

Mientras atizaba el fuego con desgana en la estufa de la sala, se puso a pensar en Sam. Hasta que Santana no le preguntó si Sam la valoraba no se había dado cuenta de lo que su madre intentaba decirle con sus comentarios mordaces. Sam no la valoraba tanto como ella a él. No se había dado cuenta de lo complaciente que había sido para proteger la relación. Cuanto más pensaba en el coche, más se enfadaba. Sólo porque Sam ganaba más no significaba que su tiempo de ocio fuera más valioso que el de ella. ¿Por qué tenía que ser siempre ella la que iba a verlo? Y como la que viajaba era ella, apenas había tenido tiempo de conocer San Francisco. Nunca había ido a los Muir Redwoods, por ejemplo, que sólo estaban a treinta minutos. Tampoco había ido a Wine Country en verano, ni a Monterey en otoño; y ninguno de los dos sitios estaba a más de tres horas de San Francisco.

Se deshizo la trenza y lentamente se desenredó los nudos, mientras se preguntaba qué recibía a cambio de su entrega, su sacrificio y su constancia. ¿Qué daba él de sí mismo por el bien de la relación? Entre la gasolina, la compra, el cine, la cena, y las propinas, cada fin de semana que iba a verlo le costaba casi la mitad de su sueldo neto semanal. Tampoco pretendía ponerle precio al hecho de ir a verlo… Ay, a lo mejor sí que se lo ponía. Sólo que pensaba que no valía la pena; no recibía nada a cambio.

No podía pensar en nada, absolutamente en nada. El fin de semana anterior, Emma, la enfermera que había conocido en el jacuzzi, había traído un par de galletas de más por si se encontraba con Brittany. Ese gesto tan amable era más de lo que Sam jamás había hecho por ella. Ya ni siquiera se preocupaba de que no faltara su bebida favorita en la casa. Si ella la quería, tenía que traérsela, y pagársela. Se durmió sin querer y al cabo de un rato se despertó helada. El fuego del salón se había apagado. Era culpa de ella: no se había acordado de alimentarlo antes de dormirse.

Se calentó junto a la cocina de leña, pero no consiguió entrar en calor, ni siquiera envuelta en una manta. Y no podía dormir en el suelo de la cocina, terminaría congelada.

Miró la escalera que llevaba a la buhardilla y tembló violentamente de frío. A lo mejor a Santana no le gustaba, pero tenía que dormir allí. Santana le había dicho que la cama era muy grande, podía acostarse sin molestarla.

Subió la escalera intentando no hacer ruido, lo cual no le fue fácil porque temblaba de la cabeza a los pies. Oyó la respiración regular de Santana. La temperatura de la buhardilla era casi soportable. En medio de la oscuridad, logró ver que Santana estaba de ese lado de la cama, así que con cuidado rodeó la cama para ir al otro lado.

Al ver el tenue brillo de la luz de una manta eléctrica, se quitó el pijama quedándose sólo en camiseta y bragas, y se deslizó entre las sábanas. La respiración de Santana seguía siendo regular y profunda. El calor le calmó el temblor casi de inmediato, y una calma sensual se extendió por los dedos de las manos y los pies. Al cabo de unos minutos, se durmió.

Santana soñaba algo hermoso y no deseaba que acabara. Bajo su mano había un estómago suave. Se movió lentamente intentando no romper el hechizo. Debajo de los dedos había unas costillas finas. Hacía tanto tiempo que sus dedos no se sentían tan vivos. Acarició la piel aterciopelada y oyó en sueños un suave suspiro y el frufrú de las sábanas. Ahora el cuerpo estaba más cerca de ella. Podía acariciar la espalda suave.

No era la espalda de Sharla, que era lo que habría esperado encontrar en un sueño, pues ésta era diferente. «Sigo amándote, mi amor». Pero se permitiría este sueño porque era tan agradable…

Sintió la firmeza y la fuerza de su propio cuerpo mientras acariciaba a la mujer del sueño. Estaba un poco mareada porque los dedos le enviaban mensajes tan reales, tan táctiles. Se acercó lentamente, temiendo despertarse. Finalmente, a través de una melena tupida —demasiado pelo para ser Sharla—, vio la columna sensual de un cuello. Apartó los mechones rubios, sedosos, y apretó los labios contra la garganta. El fuego en sus muslos se inflamó al máximo. Besó la garganta, después los hombros, una y otra vez, y, aunque sabía que se despertaría, no podía parar porque su deseo aumentaba con cada beso.

De pronto, la mujer del sueño suspiró: pronunció un «ay» en voz baja y respiró hondo. Se dejó abrazar por Santana y ésta no pudo contenerse. Sus manos acariciaron los pechos suaves, después acercó uno de ellos a su boca. La mujer del sueño se estremeció entre sus brazos y arqueó la espalda, ofreciéndose. Gimieron juntas.

Santana se apartó bruscamente justo cuando Brittany se enderezó y jadeó.

—No —exclamó.

—Lo siento —repuso Santana. Bajo la tenue luz, vio que Brittany se bajaba la camiseta frenéticamente, se tapaba hasta los hombros con la manta, interponiendo barreras entre las dos—. No sabía lo que hacía. Creí que eras un sueño —dijo Santana más sosegada.
—No importa, lo entiendo — respondió Brittany—. Tenía que haberme quedado abajo, pero se apagó el fuego. Lo siento no quería…

—Claro que no, yo tampoco.

—Me sorprendió, nada más.

—No te preocupes, yo he sido la que empezó. Creí que eras Sharla. Estaba soñando.
Era una mentira, Santana lo sabía.

—No importa. Me sorprendió, nada más —repitió Brittany.

Y lo disfrutaste —pensó Santana—. Antes de que te dieras cuenta del todo de que era yo, estuviste receptiva. «Bah, déjalo». Enfadada, se dijo que aunque en el fondo todos éramos animales sexuales, eso no significaba que Brittany estuviera a punto de convertirse en lesbiana. «Seguramente estaba soñando con su novio y cualquiera confunde un par de manos. Tarde o temprano acabaría echando en falta esa cosa tan importante que tienen los hombres».

—Te prometo que no me moveré de mi lado —dijo en voz alta—. No sabía que estabas allí. No volveré a hacerlo.

—Confío en ti —repuso Brittany en voz baja en medio de la oscuridad. —No pasa nada. Vamos a dormir.

Santana se acurrucó inmóvil. Se sentía fatal; se dijo a sí misma que era por haber traicionado el recuerdo de Sharla. Pensó que podía dormir, pese a la inútil sensación que le recordaba que era una mujer viva con una libido real y despierta, y que Sharla —su amada y compasiva Sharla— la habría entendido.

Brittany salió de la ducha envuelta en la bata de felpilla de Sharla. El pelo le caía sobre la espalda como una cortina, y los dedos de Santana temblaron cuando recordó con toda nitidez lo ocurrido la noche anterior. Se dio cuenta de que Brittany no iba a mirarla a los ojos. También se dio cuenta de lo mucho que había deseado ese cuerpo, no el de Sharla, no el de ninguna otra mujer, sino el de Brittany. Por mucho que se recordara a sí misma que Brittany tenía un novio que la esperaba, el temblor de los dedos no desapareció.

—Haré unos huevos para descansar de las sobras del pavo —se limitó a decir.

—Me parece estupendo. Santana sacó los ingredientes de la nevera, con la mirada fija en la huevera para evitar que se cruzara con la de Brittany.

Cuando los puso en la encimera, Brittany dijo en tono vacilante:

—Antes de que empieces a cocinar, necesito aclarar algo sobre lo de anoche.

—No te preocupes —repuso Santana—. Realmente no sé por qué me excedí de ese modo.

—Yo tampoco sé por qué lo hice — dijo Brittany.

Lo dijo en voz baja y Santana la oyó tragar saliva. Se volvió hacia ella, para observar ese rostro que temblaba de emoción. Lo pintaría de gris de incertidumbre, violeta de determinación, amarillo de miedo.
—Tengo que ser sincera contigo — prosiguió Brittany—. Yo… yo nunca había deseado a una mujer. Pero anoche sabía que… eras una mujer. Ya sé que te dije que pararas, pero lo más sorprendente es que no quería que pararas. Y ahora… —Se llevó una mano a la garganta y volvió a tragar saliva—No sé qué hacer.

Santana sacudió la cabeza, lamentando profundamente haber metido a las dos en semejante lío. Al margen de que deseara su cuerpo, debía mostrarse firme.

—No… no tengo la costumbre de… ayudar a las hetero a satisfacer su curiosidad. Tendrás que buscarte a otra.

Santana se dio cuenta de que ella también tragó saliva. Estaba sin aliento.

—No es eso; lo siento, no me di cuenta de lo que te pedía. Lo que… ay, mierda. —Brittany se había sonrojado, y la piel que asomaba por encima de la bata era rosa orquídea—. Olvídate de lo que te dije. He provocado una situación incómoda.

—Si te estás cuestionando…

—¡No lo sé! —Brittany se miró los pies—. No entiendo lo que siente mi cuerpo. Lo siento extraño, diferente. Pero tienes razón, no te puedo pedir que me ayudes a resolverlo. Tengo que hacerlo yo sola.

Santana advirtió que, en efecto, respiraba hondo. Sin darse cuenta, también se había acercado a Brittany.

—Brittany, no es que yo no…«… no te desee». La deseaba. Brittany había llegado a esa casa y
disipado el fantasma de Sharla. Deseaba aferrarse a ese cuerpo hermoso, cálido y vivo todo el tiempo que pudiera. Brittany tenía la mirada perdida, la boca ligeramente entreabierta, y Santana no pudo evitar contemplar esos labios. La noche anterior los había observado demasiado tiempo, había deseado tocarlos con todas sus fuerzas. Los tenía aún más gruesos, y brillaban. Devoró el resto de ese rostro que había dibujado durante horas. Se sonrojó con la piel ligeramente húmeda.

Tiró suave y lentamente de la solapa de la bata de Brittany y el nudo alrededor de la cintura se aflojó. Era la bata de Sharla, pero en su interior estaba el cuerpo de Brittany. Vio los pezones que sobresalían bajo la felpilla, que subían y bajaban con el jadeo. Santana soltó la bata y el nudo se deshizo. La mirada de Santana recorrió la ondulación suave y flexible del vientre de Brittany y, más abajo, la oscura mata de vello.

Oyó la voz de Brittany como si proviniese de un lugar remoto.

—Dios mío, Santana, no sé qué hacer. Pero lo deseo.

Deslizó las manos alrededor de la cintura de Brittany. Se introdujo en el círculo cada vez más amplio que formaban los brazos de ésta. Los labios de Brittany estaban ansiosos y acogieron a los de Santana cuando ésta la besó. Con un gemido, apretó el cuerpo de Santana contra el suyo. Leah no la habría empujado contra la encimera, pero Brittany la apretaba cada vez más y la besaba en la boca con una ansiedad dolorosa. Lanzó suaves gemidos de placer e invitó a Leah a que explorara su boca con un roce jadeante. Santana se deleitó con el placer que la esperaba. Estaba sedienta de más. Sus manos sujetaron las costillas de Brittany y, después, con más brutalidad de lo que pretendía, cogió los pechos de Brittany, que interrumpió el hambre dolorosa del beso.

—Lo siento —jadeó Santana—. No quería hacerte daño.

—Tengo miedo —suspiró Brittany—. Estoy muerta de miedo.

Le temblaban los labios. Se llevó las manos de Santana a sus pechos y se estremeció cuando Santana los acarició. Estaba sin aliento y le temblaban los brazos cuando los pasó por el cuello de Santana. Mientras Santana exploraba la plenitud de sus pechos, Brittany acercó su rostro para volver a besarla. El tiempo pasó en oleadas desiguales hasta que Santana levantó la cabeza al oír un ruido extraño. Era la bocina de un coche. Brittany se enderezó. Volvió a sonar la bocina y se oyó el grito de un hombre procedente de la carretera. Brittany lanzó un grito de frustración y Santana se dio cuenta de que Brittany estaba a punto de llorar.

—Debe de ser tu tío —consiguió decir Santana.

En la breve pausa oyeron una puerta que se cerraba y el sonido de la verja que se abría. Brittany asintió en silencio. Santana observó los planos y los ángulos tratando de recomponerlos en el orden en que los había dibujado el día anterior, pero los labios de Brittany habían sido demasiado besados, el rostro estaba demasiado afligido. En ese momento se dio cuenta de que Brittany se marchaba. ¡Se marchaba! La verja se cerró y el ruido fue como un puñetazo en el estómago.

—Te vas con ellos —murmuró. «¿Qué voy a hacer? —pensó con desesperación—. No puedo pedirle que se quede. No puede marcharse. ¡No es posible!».

—No quiero irme —dijo Brittany—. Todavía no.

—Quieres saber lo que te pierdes — dijo Santana con amargura—. ¿Quieres saberlo?
Brittany se quedó mirándola, pero no se resistió cuando Santana la cogió entre sus brazos para darle un beso brusco, anhelante.

—Esto es lo que te pierdes —le susurró al oído. Sus dedos se deslizaron entre los muslos de Brittany. Brittany se apartó ligeramente, después las piernas se abrieron. Santana casi gritó al descubrir esa humedad sedosa y le metió los dedos mojados.

—Ay, Dios mío —jadeó Brittany. Echó la cabeza hacia atrás mientras gemía—. Sí.

—Esto es lo que te pierdes — susurró Santana con ferocidad, mientras observaba la cara de Brittany—. Así es como se lo hacen las mujeres. Se llama follar, Brittany.—Brittany gimió, con la boca abierta, los ojos entrecerrados—. Y hay más, mucho más.

Se oyeron pasos fuera, en el camino. Santana apartó a Brittany y se volvió hacia el fregadero.

—Cuando estés con él, te imaginarás mi boca junto a la tuya y te preguntarás cómo habría sido.
Brittany dejó escapar una especie de sollozo y se fue corriendo de la cocina. Santana puso las manos bajo el grifo para limpiarse los rastros de la entrega de Brittany. El tío de Brittany llamó a la puerta y ella le abrió. Se las arregló para saludarlo civilizadamente. Se habían visto unas cuantas veces en la oficina de correos, en el mercado y paseando por el bosque, y él siempre se había mostrado muy correcto. Santana le invitó a sentarse junto al fuego para entrar en calor, pues se suponía que Brittany acababa de ducharse. Le preguntó por la altura de la nieve y fingió escuchar la detallada respuesta así como la explicación sobre cómo habían sacado el coche de Brittany y lo habían puesto en la carretera. Cuando apareció Brittany, vestida con su ropa, Santana pensó que nunca había visto una expresión tan tranquila y sosegada en su rostro. Azul glaciar. Santana sintió el conocido muro de frío entumecedor que se ceñía a su alrededor. Le ofreció a Brittany un par de guantes y ésta insistió en que Santana le apuntara su dirección para devolvérselos. Se dieron la mano; la de Brittany era como el hielo, pero tembló al estrechársela.
Santana la observó caminar a trompicones hasta la camioneta de su tío, después apartó a Butch del quicio y cerró la puerta a la imagen de Brittany que se alejaba de su vida antes de que hubiera terminado de entrar. Había sido cruel, nunca se lo perdonaría. Sentía un dolor casi imposible de soportar. Butch empezó a ladrar sin parar. Santana huyó al estudio y contempló los bocetos del rostro que el día anterior creía conocer tan bien.

Cogió un bloc nuevo. En aquel momento le servía cualquier carbonilla, cualquier color. El rostro de ese día se reveló lentamente sobre el papel como una foto que absorbe la luz. Brittany deseándola. Arrancó la hoja y la tiró al suelo. Ahora los colores de Brittany diciendo que sí.
El azul y el plateado de Brittany diciendo que sí.
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Mensaje por Canek Sáb Abr 04, 2015 5:43 pm

Noooo!!! Como ?? Porque tenia que irse? Britt bien podia decirle a su tio que se quedaria y terminar lo que inicio con San.
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Mensaje por Pao Up Sáb Abr 04, 2015 6:47 pm

Ok ok....! me tienes enganchada :D Asi que espero y actualizes como lo estas haciendo ahora :D
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Mensaje por Sanny25 Sáb Abr 04, 2015 7:44 pm

Britt deseando a San y San comportandose asi al darse cuenta que Britt se iba para siempre
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Mensaje por 3:) Sáb Abr 04, 2015 7:53 pm

holap,...

en serio tuvo que llegar en ese momento el tío de britt,...???
ninguna de las dos pudo aguantar lo que el cuerpo les pide,... britt ya experimento y con la frustración que quedo seguramente va a volver a buscar a san,... a ver como va a reaccionar cuando este cpn sm y si se cumple lo que le dijo san???

nos vemos!!!
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Mensaje por atercio Sáb Abr 04, 2015 10:47 pm

hola, wow que buena historia estoy esperando la actu!!! FanFic. Brittana (adaptación) Pintando la Luna. Capítulo 10 1206646864
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Mensaje por evean Dom Abr 05, 2015 12:35 pm

Interesante... Muy interesante actualizas hoy?
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Mensaje por micky morales Dom Abr 05, 2015 12:51 pm

ha sido todo muy intenso, espero que brittany busque la manera de volver a ver a santana, hasta pronto!
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Mensaje por Maria Angeles Dom Abr 05, 2015 2:27 pm

Capítulo 6

—Si no te conociera mejor, diría que tienes gripe. —Tina Cohen-Chang apoyada contra la pared del cubículo de Brittany, la observaba con un ligero asomo de preocupación en los ojos habitualmente tranquilos. A Brittany le costaba sostener la profunda mirada castaña de Tina. Le resultaba difícil observar a las mujeres de frente desde el último fin de semana.

—¿Cómo sabes que no tengo gripe?

—Porque no habrías venido a trabajar, como cualquier persona sensata.—Se mordisqueó el labio inferior.

—Cambiaría una buena gripe por una semana de trabajo de esclava para Mannings.

—Ten cuidado con lo que deseas… —sonrió Brittany ligeramente. Tina se encogió de hombros.

—Ya lo sé, me puede caer un paquete. ¿Cuándo crees que acabará el gran consejo?
Esta vez le tocó a Brittany encogerse de hombros. Los socios principales de Ledcor & Bidwel estaban reunidos con los representantes de una promotora inmobiliaria sin fines lucrativos, pequeña pero importante.

—No sé por qué les interesa tanto este proyecto. Es demasiado pequeño para ellos.

—Por razones políticas. Aunque sea de reducidas dimensiones, todos los funcionarios de la ciudad conocerán el nombre de los arquitectos que lo realizaron. Es un proyecto modelo de viviendas de protección oficial, no muy caro, que, con suerte, se va a difundir por todo el país. Toda esa publicidad gratis es un chollo. Brittany asintió. Todo eso ya lo sabía. Le habían pedido una serie de proyectos para que los socios los estudiaran, pero no habían sido seleccionados para la presentación final al cliente. No le extrañó. El concepto general que se le había ocurrido era un pequeño edificio de líneas clásicas, integrado en el próspero barrio para que no resaltara entre los demás. Su esfuerzo creativo se había centrado en el interior. Brittany creía que la gente que iba a vivir allí no querría que el edificio llamara la atención, que todo el mundo lo señalara y dijera: «Allí vive gente con pocos ingresos». También pensó que a los habitantes más prósperos de la calle no les gustaría el trasiego que crearía una «obra de exhibición». Tenía la certeza de que ya estaban bastante molestos con la idea de que se instalara en el barrio gente de renta baja.
Bueno, ¿y ella qué sabía? El proyecto que se presentaba en aquel momento había sido seleccionado por el socio principal y tenía una fachada art decó posmoderno.

—¿Por qué estás tan triste entonces? Llevas toda la semana así.

Brittany se dio cuenta de que se había quedado absorta en medio de la conversación. Le ocurría a menudo desde que se había marchado de la casa de Santana, de los brazos de Santana. «Se llama follar, Brittany». Se estremeció de pies a cabeza. Pese a sus esfuerzos por no pensar en Santana, constantemente oía su voz susurrándole al oído.

—¿Estás segura de que no estás enferma?

La mirada de Tina reflejaba una preocupación bondadosa. De pronto, Brittany advirtió el pelo corto, cortísimo, de Tina, la trenza fina y el pendiente de oro, discreto pero aun así perceptible. «Para —se dijo—. En San Francisco hay muchas mujeres así y no puede ser que todas sean lesbianas». Se dio cuenta de que no le había contestado a Tina.

—A lo mejor sí. Últimamente me siento muy… muy rara.

Una nueva voz intervino en la conversación.

—Siento interrumpiros, chicas. — Mannings se asomó en el cubículo de Brittany—. ¿Puedes coger tus dibujos para el proyecto AH y acompañarme?

Extrañada, Brittanh obedeció y siguió a Mannings a la sala de reuniones.

—Me temo que los dibujos que les hemos mostrado no les han gustado y han insinuado que querían algo menos espectacular.

Brittany dejó que el sarcasmo asomara en su voz.

—Así que has pensado en mí. Mannings esbozó su sonrisa de serpiente.

—A mí me gustaron tus dibujos pero no podía contradecir a Randal, ¿no te parece?

Mientras Brittany se arreglaba la chaqueta sintió una oleada familiar de desagrado hacia Mannings y L&B en general, atenuada porque era consciente de que su malhumor se debía a que ella, y sólo ella, había elegido estar allí. Al menos no pensaba en Santana, no demasiado. Todavía no le había devuelto los guantes porque no sabía qué poner en la nota. «Gracias por haber puesto mis vida patas arriba, gracias por hacer que te deseara…».

—Le presento a Brittany Pierce, una de nuestras colaboradoras —anunció Randal con una inclinación de cabeza para saludarla. Brittany se dio cuenta de que el socio principal no iba a decir que era una arquitecta en prácticas—. Brittany fue una de las primeras de su promoción en Taliesin, una escuela de arquitectura muy exclusiva. ¿Has traído los dibujos del proyecto que hemos preparado juntos, Brittany?—preguntó con una sonrisa benevolente.

Brittany hizo todo lo posible por disimular su incredulidad. ¿Los dibujos del proyecto que hemos preparado juntos?, quiso repetir. Se tragó la incredulidad y con paciencia extendió los dibujos sobre la mesa, delante de la hilera de representantes del cliente, y desenrolló los planos preliminares.

Una mujer negra, alta y majestuosa cogió enseguida uno de los bocetos de la fachada.

—Sí, esto se parece mucho más a lo que habíamos pensado. El proyecto se integra en el entorno. —Miró a Brittany con aprobación—. Soy B.J. Taylor, ¿puede repetirme su nombre?

Agradecida, Brittany se lo dijo y procedió a explicar el presupuesto con más detalle. Se dio cuenta de que a la señora Taylor y los demás les gustaba el esfuerzo que había hecho en el diseño interior para que a la larga se redujeran los gastos de mantenimiento. También se dio cuenta de que Randal se alegraba de que los clientes preguntaran en tantos detalles.

Al cabo de unos cuarenta y cinco minutos el grupo se levantó para marcharse.

—Estoy muy impresionada —se dirigió la señora Taylor directamente a Brittany—. Sinceramente, sólo hemos visto un proyecto como éste de otro estudio. Han conseguido que las dimensiones interiores sean originales pero muy funcionales. El hecho de que el exterior esté integrado en el paisaje no significa que el interior tenga que ser aburrido. Decidiremos entre este proyecto y el que vimos esta mañana.
Los demás asintieron. Brittany le dio las gracias y se levantó para estrecharle la mano.

—Espero no ser demasiado indiscreto si le pregunto cuál es el otro estudio —dijo Mannings

—Diseño y Estética de Barrio.

Brittany se dio cuenta de que Randal y Mannings disimularon sendas muecas de desagrado. Era evidente que ninguno de los dos consideraba que Diseño y Estética formaba parte de la liga de L&B.

Brittany se quedó aturdida mientras Randal acompañaba a los clientes a la puerta y volvía totalmente acaramelado.

—Creo que en cuanto vean la experiencia que puede ofrecerles L&B, DEB no tendrá la menor oportunidad.
Agitó unas monedas en el bolsillo mientras Mannings asentía. Brittany recuperó la voz e hizo un gran esfuerzo por hablar con sensatez y firmeza, igual que hacía su padre cuando le ponían a prueba la paciencia.

—Me preocupa la idea que tienen los clientes: creen que ya he terminado las prácticas y estoy colegiada.

—Mientras el proyecto lleve mi firma no hay ningún problema —repuso Randal. Brittany se dio cuenta de que él no veía nada malo en ello. Se preguntó si era lo habitual—. Por supuesto habrá que hacer algunos cambios, que me ocuparé de efectuar junto con el cliente.

—Quiero estar segura de que entiendo este arreglo —dijo Brittany lentamente. Su voz estaba a punto de quebrarse—. A partir de ahora ustedes se van a quedar con mi proyecto y yo no trabajaré con el cliente.

—El cliente espera trabajar con un socio —intervino Mannings—. Y trabajar con Randail les demostrará que aunque sea un proyecto pequeño nos lo tomamos muy en serio.

Brittany le dirigió La Mirada. Sabía que su trabajo pertenecía a L&B y que podían hacer lo que quisieran con él. No le importaba que no le atribuyeran el mérito, pero no permitirle participar en el proyecto a medida que se iba gestando, para ella era como que a una cocinera no le dejaran probar su comida.

—De todos modos me gustaría participar. El cliente nunca sabrá que el proyecto es mío —dijo. A pesar de que intentaba aparentar tranquilidad, su tono era beligerante.

—Estás haciendo prácticas. Si quieres que se te reconozca el tiempo… La frase de Randal se quedó significativamente inconclusa. Brittany enderezó la espalda. Era verdad, se estaba cuestionando todos los demás aspectos de su vida: sexo, amor, compromiso, todo. Pero sabía lo que valía en el trabajo; no era extraordinaria, pero sí muy buena. No podían arrebatarle la seguridad en sí misma.

—¿De modo que no tiene que importarme que ni siquiera pueda participar?
Randal le dio la espalda.

—Me temo que en Taliesin no saben preparar a los estudiantes para el mundo real —le dijo a Mannings.

Brittany tragó saliva; tenía un nudo en el estómago.

—Perdón, creo que tengo gripe. Últimamente no me he sentido muy bien. Dio media vuelta y se fue, intentando mostrarse tan digna como la vez que su madre se había marchado de una exposición de arte que le había desagradado. Se detuvo ante su mesa el tiempo suficiente para coger la riñonera, la cartera y el abrigo. Mientras bajaba en el ascensor se dio cuenta de que lo más probable era que la despidieran, lo que significaba volver a empezar con otro arquitecto. Hasta era posible que Mannings ni siquiera le firmara el certificado de prácticas. Tembló durante casi todo el trayecto en autobús hasta su estudio. En casa de su tía, había logrado mostrarse alegre, y la vuelta a la suya la recordaba como en una nebulosa. Llevaba toda la semana con ganas de llorar y las lágrimas le asomaron por el rabillo de los ojos. Como no tenía pañuelos de papel, se las enjugó con la manga. Se arremangó un momento y observó los morados que Santana le había hecho en los brazos al llorar por Sharla. Empezaban a desaparecer, pero era lo único que se borraba de aquel fin de semana.

Se detuvo en la panadería de la esquina y se compró el bollo de canela más grande y apetitoso. Después subió los tres pisos hasta su estudio en el ático. Lo único bueno de esa casa era que no tenía vecinos en el mismo rellano. Tras cerrar la puerta con llave, se permitió llorar, llena de autocompasión.

Cuando las lágrimas cesaron se lavó la cara, se tomó una aspirina y se comió el bollo de canela. El azúcar la hizo sentirse mejor. Una taza cremosa de su mezcla favorita de café descafeinado — vainilla tostada— la ayudó a recobrar el ánimo.

Ya se encontraba en la fase de reprenderse a sí misma por haberse comportado como una niña, cuando sonó el teléfono. Dudó y al final decidió atender. Si era Mannings la oiría sorberse la nariz y se convencería de que era verdad que estaba enferma.

La voz de su madre invadió la línea y Brittany enseguida se sintió mejor. Pero de pronto se alarmó.

—¿Por qué llamas? ¿Papá está bien?

—Sí, va todo bien, aunque tienes voz de resfriada. ¿Por eso estás en casa? Te acabo de llamar al despacho y me han dicho que te habías ido.

—No, sólo me estoy recuperando de una llantina. ¿Qué hay de nuevo?

—No, no, tú primero —replicó su madre—. Brittany, ¿qué te pasa? Sabía que tenía que llamarte, lo sabía.

La voz parecía muy cercana, no daba la impresión de que procediese de la otra punta del planeta, y calmó los nervios crispados de Brittany.

—Me he peleado con el socio principal. Creo que me van a despedir.

Le contó a su madre todos los detalles y se sintió agradecida por su indignación solidaria y sincera. No quería contarle —todavía no— lo otro. La voz de Santana que murmuraba: «Así es como se lo hacen las mujeres…».

—Querida, creo que la mejor manera de evitar que te echen es buscar. otro trabajo.

—¿Pero por dónde empiezo? — Brittany se tumbó en el sofá cama.
—¿Cómo quieres que lo sepa? Siempre puedes buscar en las Páginas Amarillas.

—¡Espera, ya lo sé! Empezaré por el estudio que mencionó la clienta, Diseño y Estética de Barrio. Allí hay alguien que piensa igual que yo.

—Es un nombre prometedor para premio al mejor proyecto del barrio, ¿te acuerdas?

—Sí, gracias por recordarme que Brittany volvía a sonreír.

—¿Ya estás mejor?

—Sí, gracias, mamá. Tu intuición sigue siendo sorprendente.

—Eso se consigue con un día de trabajo, Britt

—¿Y por qué me has llamado?

—Estaré en Dallas a principios de enero. ¿Crees que podrás venir a pasar un fin de semana? Me ocuparé de tu billete. Así te compenso por no poder verte en Navidad; no sabes cuánto lo siento.

—No te sientas culpable por eso, comprendo que papá tiene compromisos. Pero me encantaría verte en enero, sería maravilloso. El vuelo desde aquí dura unas tres horas, así que podré ir aunque esté muy ocupada. Claro que, si no estoy trabajando, dispondré de todo el tiempo del mundo.

Algo en su corazón se apaciguó cuando supo que iba ver a su madre cara a cara, que iba a poder hablarle de Santana

—Mira, haz la reserva de tu billete en cuanto tomes una decisión. Apunta el número de mi American Express y carga el billete en mi tarjeta. —Brittany lo anotó —. Te llamaré el jueves para saber lo que vas a hacer.

Hablaron unos cuantos minutos más y Brittany se sintió mucho mejor después de colgar. La nariz se le había despejado casi por completo y el dolor de cabeza había desaparecido. Desde el fin de semana, desde lo de Santana, que no se sentía tan bien. Gimió y se dio la vuelta sobre el sofá. ¿Por qué seguía recordando? Le horrorizaba volver a ver a Sam, temía que cuando él la tocara le diera por pensar en Santana. Y si no en Santana, en otras mujeres. Sabía que no era el hombre de su vida, que él nunca iba a satisfacer su deseo sexual porque ni siquiera lo había intentado. «Imaginarás mi boca junto a la tuya y te preguntarás cómo habría sido».

Se lo preguntaba, ay, claro que nunca se lo hubiera preguntado antes. ¿Cómo podía saber que deseaba algo que jamás había hecho? Y no sólo lo deseaba, sino que deseaba hacerlo. La cabeza se le llenaba constantemente de imágenes de la cocina de Santana. Esta vez era Santana de espaldas a la encimera, Santana abriéndose de piernas…

Se cubrió la cabeza con una almohada. Maldición, pensó. Si sólo hubiera sido darse cuenta de que tenía que romper con Sam, no habría sido tan grave; no habría sido ni la mitad de difícil que darse cuenta de que tenía que volver a plantearse todas sus ideas sobre la pasión, sobre el sexo, sobre lo que le encendía la libido.

Intentó cerrar los ojos para no pensar en las sensaciones que le despertaba Santana, pero no funcionó. Había sido una ola de pasión enorme, algo que no le había ocurrido nunca. La emoción al diseñar un proyecto nuevo, al esquiar por la nieve en polvo de una pista difícil, al volar en helicóptero, todo eso se volvía insignificante cuando lo comparaba con lo que había sentido cuando la poseyeron los dedos de Santana.

Se había dado cuenta demasiado tarde de que tenía que haberse quedado con Santana, olvidando su trabajo, su familia; que tenía que haberse quedado y hecho el amor. «Imaginarás mi boca junto a la tuya».
Cuando podía pensar en algo más que la pasión, sentía el tirón del bienestar. Se había sentido bien en compañía de una mujer. No había gozado de esa tranquilidad desde la universidad. Durante tres años había compartido la habitación con Marley Rose. Ninguna de las dos había salido con muchos chicos; los estudios no les dejaban ni tiempo ni energías. Habían estudiado juntas, trabajado juntas en la cocina comunitaria de Taliesin y las dos decían que la otra era su mejor amiga. ¿O había habido algo más? Ninguna de las dos se había atrevido a tender la mano para vencer el espacio que separaba sus camas en invierno y sus catres en verano.

Marley y ella habían hecho las prácticas en Boston, pero en estudios diferentes. Brittany había tenido la posibilidad de elegir otro sitio, pero la única opción que había tenido en cuenta había sido la de ir a Boston con Marley. Cuando empezó a salir con Sam, Marley se distanció. Nunca se habían peleado, pero el resentimiento silencioso y a punto de estallar de Marley hacia Sam había impulsado a Brittany a acceder a irse a vivir con él. El día que quedó con Marley para tomar un café y decirle que se iba a California, Marley hizo ver que no le importaba, aunque en realidad estaba furiosa.

Brittany lanzó la almohada al otro lado de la habitación y se sentó. Este repaso sin fin de toda su vida no la llevaba a ningún lado. Le empezaba a doler la cabeza otra vez. Cogió la guía de teléfono y buscó el número de Diseño y Estética de Barrio. Eran más de las seis, pero si se ajustaba al horario habitual de todos los estudios de arquitectura, todavía habría gente trabajando. Al menos podría averiguar quién era el socio principal para enviar al día siguiente un currículum dirigido a la persona adecuada.

Una mujer con voz enérgica cogió el teléfono y Brittany le preguntó el nombre del socio principal.

—Angela Martinez —La voz no fue exactamente brusca, pero Brittany se dio cuenta de que quienquiera que estuviera al teléfono tenía mejores cosas que hacer que responder a esa clase de preguntas.

—¿Por casualidad no sabe si ella u otro socio necesita un arquitecto en prácticas?

—¿Estás buscando trabajo? Porque se nos acaba de ir una persona.

—Sí. En estos momentos estoy en otro estudio, pero creo que tengo que buscar un nuevo empleo. —Brittany se contuvo para no contar todo lo ocurrido —. Lo siento, no quiero hacerle perder tiempo.

—¿Estás en el primero o en el segundo año de prácticas?

—En el segundo, si aceptan ustedes las que he hecho hasta ahora. Estudié en Taliesin.

Hubo una pausa y de pronto la mujer dijo:

—Ven a verme mañana a primera hora. ¿Qué te parece a las siete y media?

Parecía que ya se había arrepentido de su impulso. —Allí estaré. Brittany intentó disimular su ansiedad, sin conseguirlo.

—¿Cómo te llamas?

—Brittany Pierce ¿Por quién tengo que preguntar?

—Por mí, Angela Martinez

Brittany dio las gracias entre balbuceos y colgó. Se pasó una hora preparando la carpeta con ansiedad, lo que le elevó un poco su autoestima. La cerró y después salió con la intención de pasear hasta quedar agotada. Tenía que mostrarse serena y segura de sí misma y para ello necesitaba dormir mejor que las últimas noches.

Durmió, pero sólo después de revivir los intensos momentos en la cocina de Santana, la manera en que ésta había sabido tocarle los pechos, la manera en que los dedos habían sabido…
«Imaginarás mi boca junto a la tuya…».

Angela Martinez tenía más de cincuenta años, el pelo negro y espeso y sienes plateadas que enmarcaban una nariz aguileña. Hablaba con un ligero acento. «¿Mexicano quizá?», pensó Brittany. La invitó a pasar su despacho y Brittany sintió que parte de su seguridad se desvanecía nada más sentarse ante la mesa abarrotada de Angela y toparse con su mirada franca. Azteca, eso era. El perfil de Angela era idéntico al de las estatuas aztecas.

—Antes de mirar tu carpeta, quizá deberías contarme por qué quieres cambiar de trabajo.
Angela se reclinó en la silla con el rostro impasible.

—Pues, por razones que ahora no vienen al caso, me equivoqué al aceptar trabajar en Ledcor y Bidwel. Tenía que haberme quedado en el estudio que Taliesin me había asignado, Ellis y Ellis de Boston. En estos momentos mi situación en L&B es la siguiente: acabo de hacer una serie de dibujos para un pequeño proyecto y el cliente los aceptó. Están firmados por el socio principal y no me deja seguir en el proyecto a pesar de que en la presentación creo haber entablado una buena relación con el cliente, que por su puesto ignora que estoy en prácticas y se quedó con la impresión de que yo sería su contacto. Una imagen falsa, en mi opinión. —Brittany no sabía si Angela estaba escandalizada o si no entendía por qué Brittany se había enfadado—. Habría podido pasar por el aro y acabar las prácticas pero… pero cometí otro error.

Jackie hizo una pausa para tomar aliento y Angela la interrumpió.
—Permitiste que se notara que te había molestado. Jackie asintió. —Tienes toda la razón cuando dices que te equivocaste cuando aceptaste trabajar en L&B. Aquí ya tenemos cuatro refugiados de L&B. —Se encogió de hombros con desdén—. Es un estudio grande. Si les sigues el juego llegarás a ser alguien. Trabajan mucho. Nosotros nos movemos en otro circuito.

Jackie volvió a asentir.
—En cualquier caso, pensé que si quería retomar otra vez el control de mi carrera, tenía que buscar un estudio que… se ajustara más a mis ideales. —¿Por qué nosotros?
Angela volvía a mostrarse impasible, mientras observaba a Jackie con una mirada de mármol negro.
—El nombre del estudio me intrigó. Cuando llamé anoche, quería pedir información…
—Para saber quiénes éramos… —Básicamente. No deseo volver a cometer el mismo error.
—Déjame ver tu currículum. —

Angela tendió una mano imperiosa.
Jackie se lo dio, y, mientras la mujer lo leía, se dedicó a observan las fotos de los proyectos colgadas en la pared del despacho. A sus ojos de arquitecta formada en Taliesin le gustó lo que vio: viviendas residenciales pequeñas, muchas casas de protección oficial, restauraciones de pequeños edificios de apartamentos y hostales. Daba la impresión de que DEB hacía proyectos para toda la zona de la Bahía de San Francisco y abarcaba casi todos los barrios. Jackie memorizó la ubicación de varios de ellos para ir a verlos después.

—¿Cómo le va al doctor Will?

Brittany se sorprendió y después sonrió.

—Muy bien. —Su sonrisa se dilató cuando recordó al profesor más antiguo de Taliesin y al mejor narrador de cuentos—. Es un hombre increíble.

Una sonrisa asomó al rostro de Angela a modo de respuesta.

—Hace quince años que no le veo, desde que hice una investigación en una obra. —Angela volvió a concentrarse en el currículum y al cabo de un rato volvió a tender la mano—. Tu carpeta.

Brittany cruzó los dedos mientras Angela hojeaba la carpeta. El estudio de Boston le había permitido llevarse copias de los proyectos en los que había participado y, en su humilde opinión, algunos eran bastante buenos. Su proyecto de licenciatura había sido muy alabado. La última página era una nota escrita a mano por el doctor Will que decía que sus proyectos habían recibido una mención honorífica en un concurso organizado por una escuela de diseño japonesa. De algún modo, L&B había hecho que se avergonzara de haber ido a una escuela tan poco práctica como Taliesin, cuando, de hecho, era algo de lo que se enorgullecía.

Angela farfulló algo mientras leía la nota y después cerró la carpeta. Durante los siguiente veinte minutos acribilló a Brittany a preguntas sobre algunos proyectos, poniendo a prueba sus conocimientos y comprensión de la conservación de edificios y las medidas para prevenir terremotos. Brittany, a medida que respondía, recuperaba la calma. Dominaba esos temas. Puede que no tuviera la imaginación necesaria para diseñar un puente futurista, pero sus ideas sobre los conceptos básicos del diseño y la construcción eran creativas y tenía sólidas nociones de ingeniería. Nunca había cometido el error de diseñar un edificio sin muros de carga, cosa que Marley había hecho en dos ocasiones.

Cuando acabó el interrogatorio, Angela tamborileó sobre la mesa y observó a Brittany.

—Sé que L&B no paga a sus colaboradores en prácticas mucho más que los gastos de transporte —dijo——. Nosotros te daríamos un poco más, pero si sigues aquí, si apruebas los exámenes y te pedimos que te quedes con nosotros, tu sueldo no será mucho mayor. El tipo de trabajo que hacemos no es muy lucrativo y el estilo de vida de los que estamos aquí, incluido el mío, no se parece en nada al de la mayoría de los arquitectos.

A Brittany se le aceleró el corazón. —Tras ver de cerca el estilo de vida de la mayoría de los arquitectos, puedo decir sin reparos que no tengo la menor intención de adoptarlo. Y después de haber vivido en una tienda de campaña durante tres veranos en Taliesin, me he acostumbrado a vivir con sencillez. Angela sonrió.

—¿Puedes quedarte otra media hora?

Brittany asintió. Llegaría tarde al trabajo, pero le daba igual. —Espera un momento. Angela salió con paso enérgico y regresó pocos minutos después para acompañar a Brittany a otro despacho.

—Kitty, te presento a Brittany Pierce. Brittany, Kitty Wilde. Es la jefa del equipo que tiene la vacante. Os dejo para que habléis.

Brittany estrechó la mano de la otra rubia, Kitty e intercambiaron cumplidos. Diane miró la carpeta y el
currículum pero no la sondeó tanto como Angela. Comentó con ironía que seguramente ya la habían interrogado bastante por aquel día.

—Ya que has pasado la inquisición de Angela, no te haré lo mismo ¿Cuándo puedes empezar?

Brittany tragó saliva.

—¿Quieres decir…? Eh… pues…, ¿cuándo te parecería bien?

—Ayer, pero sé que tendrás que comunicárselo a L&B.

Kitty hizo el mismo gesto de desdén con los hombros que Angela. Seguramente se lo había pegado. Era evidente que a Diane le importado un bledo que tuviera que comunicárselo a L&B.

—¿Me das un día para pensármelo? ¿Es posible? —Su instinto le decía que aceptara de inmediato, pero, aún así, sabía que debía investigar un poco el historial de DEB—. Si acepto no podré empezar hasta dentro de dos semanas. Kitty sonrió.

—Fantástico, pero si tienes que tomarte una semana más, no te preocupes. Espero que aceptes.

—Te diré algo mañana a primera hora —repuso Brittany—. Ah, supongo que deberíamos hablar de dinero antes de que tome una decisión.

—Qué idea tan original —exclamó Kitty con sarcasmo—. Lo siento. Tenía que haber sacado el tema; creía que Angela ya te lo había dicho.

—Me dijo que seguramente será más de lo que me pagan en L&B, pero no especificó nada.

Kitty mencionó una cifra que dejó a Brittany con una sonrisa de satisfacción. Kitty arqueó una ceja y añadió:

—Ya puedes ir acostumbrándote a ese sueldo. Si te quedas aquí no te lo subirán hasta dentro de bastante tiempo. Angela es muy justa a la hora de repartir bonificaciones cuando tenemos un buen año, aunque los últimos dos no han sido muy buenos. Pero aquí estamos todos en el mismo barco.

—Eso es alentador —replicó Brittany—. Estoy casi segura de que aceptaré, pero te lo diré en cuanto lo haya meditado; no más tarde de mañana por la mañana

Volvieron a estrecharse las manos y Brittany se marchó como si flotara en el aire. Segura de sí misma y esperanzada, decidió arriesgarse a llegar un poco más tarde al trabajo e ir a comprobar la situación de DEB en el Colegio de Arquitectos. Cuando salió de la oficina del Colegio estaba como en una nube. Tanto Angela Martine como Kitty Wilde eran miembros que gozaban de una buena posición, DEB había pagado su cotización y participaba voluntariamente en la asesoría e inspección de proyectos. Se hallaban bien situados en el Consejo de Arquitectos de California. No le quedó el menor atisbo de duda sobre si debía aceptar el trabajo y se detuvo en el teléfono público del vestíbulo para llamar a Kitty Wilde y decírselo. Fue hasta el metro y luego subió los tres pisos del edificio de L&B como si flotara.

Mannings estuvo muy desagradable cuando Brittany le dijo que se iba, pero reconoció que Randal había expresado ciertas dudas sobre el futuro de Brittany en L&B. Estuvo claramente grosero cuando le dijo qué se iba a DEB, y le recordó explícita y detalladamente el principio ético de llevarse a otro estudio el trabajo que había hecho en L&B. Ella le aseguró que conocía el código deontológico tan bien como cualquier otro en L&B y que no tenía intenciones de hablar en DEB del proyecto de viviendas subvencionadas que había hecho. Al final acordaron que se quedara hasta que terminara las especificaciones CAD para el proyecto y se fijó que su último día sería el siguiente viernes.

Tina la felicitó pero al mismo tiempo se quedó desanimada.

—Me alegro mucho por ti, pero, vaya, te voy a echar mucho de menos. Seré la única mujer en prácticas.

—Lo siento, Tina, de veras.

Tina ladeó la cabeza.

—No, no es verdad. ¿Por qué fingir? Te deseo lo mejor,

Brittany se rio y le prometió que el último día irían a cenar juntas. Incluso cuando el recuerdo de Santana la importunó, se dio cuenta de que lo disfrutaba en lugar de temerlo. Empezaba otra vez de cero. Si esto era lo peor, podía soportarlo. Se sintió bien hasta que se recordó que aquel fin de semana iba a ver a Sam. No le apetecía nada.
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Mensaje por 3:) Dom Abr 05, 2015 8:28 pm

holap,...

es bueno que britt empiece a recapacitar en todo circunstancias de su vida,..
es bueno que aya cambiado de trajo,... a ver que pasa con sam,...??
definitivamente san la dejo totalmente confundida,.. o mejor dicho le aclaro demasiadas cosas de golpe!!!

nos venos!!!
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Mensaje por micky morales Dom Abr 05, 2015 8:52 pm

brittany ha decidido hacer cambios en su vida, espero que sam vuele muy pronto!!!!!!
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Mensaje por evean Dom Abr 05, 2015 9:02 pm

Me agrada tu historia
Sigue actualizando seguido
Saludos
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Mensaje por Canek Dom Abr 05, 2015 9:47 pm

Yo opino que Britt se regrese y que sepa que es lo San le puede dar.

Saludos ;)
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Mensaje por Maria Angeles Dom Abr 05, 2015 10:48 pm

Hola a todas! Me alegra que les esté gustando esta adaptación. Gracias por los comentarios. Respecto a algunos de ellos debo decir que no puedo estar más de acuerdo, San le ha aclarado muchas cosas a Britt, esperemos que recuperen pronto el tiempo perdido. En cuanto a las actualizaciones, estaría actualizando 2 veces por día ¿qué les parece? Todo depende de lo "conectadas" que estén con la historia, sus comentarios son muy importantes,les agradezco nuevamente por ellos.
Estaré actualizando el siguiente capítulo un poco más tarde (éste de seguro no les gustará para nada xD).
Saludos.
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