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FanFic. Brittana (adaptación) Pintando la Luna. Capítulo 10 - Página 2 Primer15
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Mensaje por Maria Angeles Lun Abr 06, 2015 4:19 pm

Capítulo 7

Santana apartó a Butch y abrió la puerta. Supo que alguien se acercaba por el camino de entrada al oír los ladridos de Butch. Por un momento se permitió imaginar que era Brittany, pero alejó la idea de su mente. Brittany no volvería, y ella tampoco sabía si lo deseaba. Sólo había sido una historia intrascendente.

—Anda, la gran San López abre su propia puerta —dijo una voz musical y burlona.

—¡Hanna!

Santana parpadeó de estupor y retrocedió para dejarla entrar.

—Y ésta es la casa. Pintoresca y acogedora. —Hanna se quitó los guantes y se limpió las suelas en el felpudo sobre el que estaban las gruesas botas de invierno de Santana. Largos rizos de pelo rubio cayeron sobre sus hombros cuando se quitó el gorro de esquiar—. No me extraña que nunca me hayas invitado; no podrías echarme. Aunque tu casa de Hayward tampoco está mal.

Santana cerró la puerta y miró a Hanna con el ceño fruncido. —¿Qué haces por aquí?

—¿Ni siquiera te alegras de verme? Hanna acercó la mano al rostro de Santana y le dio un largo beso, del tipo que siempre había molestado a Sharla a pesar de que Santana nunca había mostrado el menor interés por los considerables encantos de Hanna. Santana, por primera vez, se dio cuenta de que ahora tenía la posibilidad de decidir si iba a responderle. Como no sabía qué hacer, retrocedió. Hanna se rio. —La misma San de siempre. Pasaba por aquí, querida, y se me ocurrió ir a ver qué hacía mi artista favorita.

Santana la condujo a la cocina.

—No esperarás que me lo crea, ¿no?

—Pero sí es verdad, cariño. He venido a pasar un par de días en Kirkwood y hoy sopla demasiado viento para esquiar. Así que pensé en pasar a verte. Quería averiguar si seguías viva. Me he perdido dos veces.

—Quieres decir que querías averiguar si te puedo hacer ganar más comisiones.

Hanna pareció herida durante un momento y Santana se arrepintió enseguida de su tono burlón. En lugar de las bromas habituales, Hanna acarició la mejilla de Santana.

—He estado preocupada por ti.

La tibieza de la mano de Hanna le llegó a Santana hasta el estómago. De pronto se dio cuenta de que a Hanna no le sería muy difícil seducirla. Había estado más que dispuesta a acostarse con Brittany, que era hetero, por el amor de Dios, y aquí tenía a Hanna que nunca había ocultado su deseo por ella.

—Ya lo sé —dijo por fin. Se apartó de Hanna y la oyó suspirar—. ¿Te apetece un café?

—Si todavía estás enganchada a las mezclas sibaritas, me encantaría. — Había recuperado su tono optimista—. Bueno, ¿y qué me cuentas? ¿Has estado trabajando?

—Empecé hace poco. Debes tener telepatía, porque pensaba mandarte unas fotos dentro de unas semanas.
—Santana, no me digas. Me alegro tanto por ti. Sé que lo has pasado muy mal. ¿Puedo verlo?

Santana sonrió con indulgencia y la condujo al estudio. Se sentía tan bien con su trabajo que no le daba ningún reparo en enseñárselo a Hanna, que tenía buen ojo para el arte y, lo más importante, para predecir la opinión de los críticos y saber lo que se podía vender; dos cosas que a veces no coincidían, y Santana quería las dos.

—La serie se llama Luna Pintada —le dijo al abrir la puerta—. Tuve una invitada el fin de semana de Acción de Gracias…

—¿Una invitada? ¿Y no era yo? — Hanna entró en el estudio detrás de Santana y la cogió de la mano. Tenía el cuerpo alto y delgado rígido de indignación. Miró a Santana fijamente y preguntó—: ¿Quién era?

—Una mujer que se perdió en la tormenta el día de Acción de Gracias.—Agitó una mano como restándole importancia, ocultando el hecho de que recordar a Brittany seguía haciéndole latir el corazón desacompasadamente. Sus dedos todavía recordaban la sensación de la humedad de Brittany, los oídos aún oían el gemido, el ferviente «sí». —En fin, por la noche salió la luna de un color azul estremecedor, como si la nieve la hubiera pintado, y me dio como un furor creativo.

—¿Y no te entraron ganas de nada más? —Hanna se volvió, evidentemente no esperaba una respuesta a su burla.

—Siempre estás pensando en lo mismo —observó Santana

—Contigo tampoco me ha servido de gran cosa. Eres la única artista que conozco que no está dispuesta a meterse en la cama con… —La frase quedó en el aire cuando Santana descubrió el primer lienzo—. San. Dios mío.

—Es una serie de ocho cuadros. Éste es Pinos de Luna.

Hanna se arrodilló para ver la parte inferior del cuadro donde rayas plateadas se mezclaban con gruesas espirales de pintura de estaño.

—Es exquisito. Ay, querida, es hermoso. —Se quedó sin aliento, fascinada.

Santana se hinchó de placer y las lágrimas asomaron a sus ojos. Se fiaba de la opinión de Hanna y se conmovió al ver que ésta había perdido su habitual dureza.

—¡Cómo trabajas la plata! Tenías que haber sido metalúrgica.

—Es aluminio mezclado con plata. Todavía tengo que soldar y darle los últimos toques.

—Hay algo en el color. Las mujeres se volverán locas con estos colores. Antes sólo usabas los primarios… La nieve… Cómo… —Hanna empezó a sacudir la cabeza—. Muéstrame los demás.

Santana le concedió a Hanna todo el tiempo que quiso para mirar cada lienzo. Eran todos de la misma altura que Santana, y Hanna observó cada centímetro.

—Si tuviera que elegir algo para la galería, cogería éste. Se nota que has trabajo mucho, te aseguro que con estos cuadros haremos una fortuna. Santana suspiró.

—Siempre me ha dado pena venderlos, pero así es la vida.

Hanna se apartó de Después de la Luna.

—A mí también me dará pena. Pero como has dicho… —Su mirada divisó el caballete cubierto—. ¿Y ahora qué estás haciendo?

Santana fingió indiferencia.

—Sólo es un experimento. No estoy lista para enseñarlo.

No quería que Hanna viera el cuadro. Ni siquiera sabía si deseaba que lo viera nadie, sobre todo, Brittany.

Por un momento pareció que Hanna iba a protestar, pero de pronto sonrió con indulgencia.

—Si la sorpresa es igual de buena que lo que acabo de ver, puedo esperar. —Se llevó las manos a la cadera y contempló a Santana con una franca mirada de admiración—. Estás más guapa que nunca, cariño.

Santana se sorprendió respondiendo a la franqueza de Hanna —Gracias. Tú también. Hanna lanzó una exclamación de incredulidad.

—¿Es un cumplido? ¿Es que la reticente y difícil de definir San López está haciéndole cumplidos a una pobre desgraciada como yo?

—Si te molesta tanto, no lo volveré a hacer —repuso Santana riéndose.

—No te preocupes, creo que podré soportarlo. En fin, ¿me invitas a cenar?

—Si te quedas hasta tan tarde, también podrías pasar aquí la noche — dijo Santana lentamente.

Tragó saliva mientras Hanna irradiaba felicidad. Parecía estar encantada con la idea. Nunca había visto a la sofisticada y elegante Hanna manifestar sus sentimientos tan abiertamente. Aunque, por otro lado, hacía dos años que no la veía.

—Querida, ahora ya no hay manera de que me eches.

Se sentaron ante la salamandra después de una cena sencilla de espaguetis y pan. Hanna no paraba de contar los últimos chismes: quién había recibido subvenciones y quién no, quién ligaba y quién no, quién había hecho furor en las exposiciones de otoño y quién no. Hanna conocía a todo el mundo y estaba al corriente de todo lo que ocurría en el mundo del arte. La galería Reardon era una de las más importantes de San Francisco, y Hanna había descubierto a un montón de artistas de fama mundial, entre otros, San López.

Santana sacó el tema de Susan Pierce como quien no quiere la cosa, aunque lo más probable era que Hanna ni siquiera supiera que Susan tenía una hija. —Este año le van a dar el Premio
Fulvia por la serie Tejedoras. Creo que la ceremonia será el fin de semana que viene.
Era la serie mencionada por Brittany

—¿Dónde se exhibe?

—Ahora está de gira, creo que en Londres. Me parece que en marzo la expondrán en el MOMA. ¿Desde cuándo eres admiradora de Susan?

—Mi invitada inesperada era su hija —reconoció Santana.

—Si se parece a su madre… ay, Dios. Cuando conocí a Susan por poco me dio un ataque. Es guapísima; tiene algo de Eleanor Roosevelt. Siempre me pregunté por qué sus alumnos hablaban de ella con tanto… no era temor exactamente, sino respeto, admiración y… cariño. Una mujer definitivamente guapa. —Hanna hizo una mueca—. Está felizmente casada con un embajador canadiense de una buena familia de Quebec. Es una lástima. Cada vez que alguien me dice que no le gusta su obra intento averiguar por qué y, no falla, pura envidia.

—Brittany no se parece en absoluto a Eleanor Roosevelt —dijo Santana con una sonrisa—. Es demasiado… es difícil explicarlo. Tiene unos rasgos nada corrientes, pero unos ojos expresivos. Muy azules, casi brillan. Encajan muy bien con el resto de la cara, son agradables. Quizá la boca sea demasiado fina. Le hice un dibujo e intenté reflejarlo.

Hanna la observó con cautela.

—Estás esforzándote demasiado en hacer ver que no te importa, pero te impresionó, ¿no es así? Santana asintió.

—Ya sé que no puedo mentirte. Sí, me impresionó. Pero, de tal palo, tal astilla. Es hetero y tiene novio.

Le iba a crecer la nariz por mentirosa, pensó. Nadie que hubiera dicho «sí» como Brittany podía estar satisfecha con su pareja.

—Pues me parece muy bien — repuso Hanna, mirando a Santana fijamente a los ojos—. A lo mejor ahora hay sitio para mí en tu vida.

Santana se sonrojó.

—Empiezo a sentir que yo soy un ciervo y tú la cazadora.

—No te definiría como una mujer indefensa, querida. Y contigo no voy a hacerme la remilgada. Te deseo demasiado.—La voz de Hanna se quebró, como si la sinceridad de lo que acababa de decir la hubiera sorprendido.

Santana no sabía muy bien qué contestar.

—Sabes, nunca me he planteado tener una historia contigo.

Hanna se rio con un asomo de amargura.

—Siempre estaba Sharla. Ay, cómo querías a esa mujer. Me volvía loca. Nunca hubo sitio para nadie más. Siempre he creído que ni siquiera te permitías desearme.
La mención de Sharla no provocó la acostumbrada punzada de dolor. Santana suspiró. Desde que Brittany había aparecido y desaparecido de su vida, ya no le pasaba.

—No voy a disculparme por querer a Sharla.

Hanny se volvió bruscamente hacia Leah.

—No lo hagas; si lo hicieras, me decepcionarías. Tú tienes que seguir con tu vida. Te estoy ofreciendo…
—Tendió la mano y Santana la cogió lentamente—… Al menos, déjame ser tu amiga.

—Quieres algo más que eso.

—Sí, pero para empezar, quiero una amistad. Es más de lo que he tenido hasta ahora.

Santana observó la mano fina y delicada que sostenía. Hanna tenía los dedos largos y delgados, las uñas recortadas y pintadas, la palma lisa y suave.

—No puedo ofrecerte nada más — dijo lentamente. «Es una estupidez seguir pensando en Brittany— se dijo, — es una estupidez seguir deseándola».

—¿Al menos esta noche puedes ofrecerme tu cama? —preguntó Hanna con voz trémula. A Santana le sorprendió e incluso le intimidó la emoción de Hanna—. Nada de ataduras. Comprendo.

Apretó la mano de Santana. Como respuesta, Santana besó lentamente la palma de Hanna. Sintió que Hanna se estremecía y en su cuerpo se produjo un hormigueo cuando tomó conciencia de su sensualidad.

—Vamos arriba —dijo en voz baja. Hanna aflojó la tensión cuando llegó al pie de la escalera de mano.

—¿Para ti esto es una escalera? Santana se rio.

—Lo siento. ¿crees que podrás subir?

Hanna sonrió con picardía. —Si vale la pena el esfuerzo…

—Ya me lo dirás mañana —contestó Santana riéndose mientras empezaba a subir.

Se alegraba de que el clima se hubiera distendido. Cuando apartó la ropa de cama y encendió la manta eléctrica, se sintió invadida por la duda. No era justo hacerle esto a Hanna. De pronto, Hanna se hundió en la cama y arrastró a Santana consigo.

—Bésame.

No le fue difícil obedecer la orden ronca. Hanna respondió a su beso con avidez, apresando y sujetando la cara de Santana.

—Me imaginaba que sabrías así — dijo Hanna—. Muy bien.

Santana se sentó a horcajadas sobre las caderas de Hanna y se dejó explorar. Las manos de Hanna recorrieron las costillas de Santana, después se deslizaron hacia la espalda y le sacaron el jersey negro de los vaqueros. Santana sintió una sacudida de pasión cuando los dedos de .Hanna rozaron su espalda desnuda y gimió. Volvió a acercar su boca a la de Hanna

Un profundo suspiro puso en tensión el cuerpo de Hanna. Santana se arrodilló sobre ella, sintió frío cuando Hanna le quitó el jersey y la camiseta y volvió a poner sus manos cálidas sobre los hombros de Santaba. Miró a Santana desde abajo con el rostro enmarcado por el rubio dorado de su pelo. Se mordió el labio inferior cuando sus manos descendieron y cogieron con suavidad los pechos de Santana. Cada uno de los nervios del cuerpo de Santana se erizó. Sentía los pechos henchidos y los acercó a las manos de Constance. Constance se relamió y respiró hondo. Sus manos se dirigieron hacia los botones de los vaqueros de Santana que consiguió desabrochar uno por uno con torpeza. Luego se deslizaron por debajo de la cintura y le quitaron el pantalón. Se incorporó empujando a Santana hacia atrás hasta poder sentarse y bajó la mano certeramente hacia el centro de la pasión de Santana. Ésta se estremeció, y acercó sus pechos a la boca de Constance. Estaba preparada para esto desde lo de Brittany, …Era injusto, injusto, se recordó a sí misma. «Ésta es Hanna, la primera mujer que te toca desde Sharla. La única mujer que te ha tocado a excepción de Sharla».

Hanna.

Santana se entregó por completo. Con ligeras ondulaciones de caderas instó a Hanna a que la penetrara. Retuvo la boca de Hanna junto a sus pechos, alentando tiernos mordiscos.

Hanna la abrazaba con fuerza, los dedos acariciaban la necesidad urgente de Santana. —córrete— susurró ferozmente apretada contra los pechos de Santana—Córrete.

Santana estaba rígida: demasiadas sensaciones, demasiado placer. Una nueva caricia en su interior, otra más, y su cuerpo dio una sacudida, respondiendo a la petición de Hanna. Un amarillo punzante danzó tras sus párpados cerrados, mezclado con olas de carmesí y jacinto. Gritó cuando se hundió en los brazos acogedores de Hanna y gimió: «¡Ay, Dios!» sobre su hombro.

—Tranquila, tranquila —le susurró Hanna al oído—. Siento haber ido demasiado rápido.

—No, no lo sientas —jadeó Santana. Volvió a estremecerse y consiguió dominar sus emociones—. Me había olvidado de lo bueno que era.

—Hace mucho tiempo que no… — dijo Hanna en tono apaciguador—. Vamos a ponernos cómodas y a ir más lentas.

Santana sacudió la cabeza.

—No quiero que vayamos más lentas.

Se echó a un lado y bajó la cremallera de los pantalones de Hanna. Ésta tenía unas piernas hermosas: duras y ligeramente bronceadas. Un lunar adornaba la curva interior de uno de sus muslos, echando a perder la perfección y volviéndolos mucho más atractivos. Constance separó las piernas y Santana se puso en medio. Mordisqueó con suavidad las finas líneas donde la cadera se juntaba con el muslo.

—No me provoques —gimoteó de pronto Hanna—. San, hace tanto que te espero.

Hanna sabía a ámbar, a topacio, un sabor de almizcle, embriagador y ligeramente oscuro sin llegar ser dulce. Santana la penetró con la lengua, buscando la esencia de Hanna en su interior y sintió unas manos que la empujaban hacia dentro. Luchó contra la presión y al final alzó la cabeza para respirar, para volver a zambullirse enseguida en las profundidades de la pasión de Hanna. El placer de amar a Hanna era cada vez más intenso, hasta alcanzar el negro azabache. El roce del poco vello de Hanna sobre su frente era suave como el visón.

Cuando por fin Hanna la apartó, Santana sólo podía pensar en lo distinta que era de Sharla, que sabía a carmín, púrpura y granate. Sin querer y todavía empapada del aroma de Hanna, se preguntó a qué sabría Brittany. Entonces se reprendió por pensar en una mujer a la que nunca más volvería a ver.

Hanna se acercó a ella, con la boca sedienta, y Santana renunció a pensar en Sharla y en Brittany. Mañana podía seguir pensando en ellas, pero esa noche pertenecía a Hanna. Mañana se sentiría culpable por haberla utilizado, pero eso sería mañana… Y se entregó a la atención amorosa de Hanna.

Santana despertó al oír que Hanna refunfuñaba en voz alta: «vaya mierda», mientras bajaba por la escalerilla.

—Una se acostumbra rápido —gritó Santana con voz ronca.

—Menos mal que no me estoy meando, porque entre la escalera y el frío que hace aquí abajo no llegaría nunca…

Los pies tocaron el suelo pesadamente y Butch ladró. Santana se incorporó. Eran más de las doce y no había dado de comer a Butch la primera vez que se había despertado, más temprano. A decir verdad, la casa estaba fría, pero en aquel momento sólo había pensado en ir rápidamente al cuarto de baño, lavarse los dientes y volver a la cama con Hanna.

Un dique se había roto en su interior, y supo que la amarga desesperación causada por la pérdida de Sharla empezaba a desaparecer. Todavía podía cerrar los ojos y añorar a Sharla, oír su voz, imaginar su olor. Pero los recuerdos de su amor se estaban convirtiendo en una manta reconfortante que podía abrigarla cuando necesitaba calor. Todavía sentía el pesar y la culpa por la muerte de Sharla; quizá nunca lograría deshacerse de eso. Pero Brittany la había encaminado hacia su futuro, y Hanna había hecho que Santana dejara de arrastrarse y empezara a volar.

Butch expresó sus sentimientos de un modo muy explícito cuando Leah le sirvió la comida y le puso el plato en el suelo. La mirada herida y acusadora de sus expresivos ojos castaños hizo que Santana descongelara un poco del caldo de pavo de Brittany y lo echara sobre el pienso. Butch engulló la comida y se tumbó delante de la estufa con el hocico levantado. Santana atizó el fuego y recibió su recompensa cuando por fin oyó que el rabo de Butch golpeaba el suelo.

Comprobó la estufa del salón y entró en el cuarto de baño cuando salió Hanna, con la piel rosada por la ducha y envuelta en la bata de Santana. Se duchó rápidamente y se puso un chándal limpio. Vio al pasar su imagen en el espejo empañado. Limpió el vaho con la mano y se miró fijamente. Sus labios tenían más color, sus ojos se veían cálidos, el marrón parecía casi un bronce bailarín. Ya no se parecía a la muerte. «¡Sharla, ay amor mío!». Reprimió el inicio de unas lágrimas y vio que sus labios esbozaban una suave sonrisa.

Hanna estaba acurrucada en el sofá.

—¿Cuánto tarda esto en calentarse?

—Muy poco —respondió Santana—. Estoy muerta de hambre. Creo que es hora de comer.

—Yo también —dijo Hanna—. Después de tanta actividad —añadió con una sonrisa. Santana se rio. —Sabes, estoy segura de que en Kirkwood sigue soplando mucho. viento.

Hanna bajó la mirada con recato.

—Quizá tengas razón. Sería una pérdida de tiempo ir allí a comprobarlo. —¿Por qué no te quedas otra noche?

—Quizá tengas razón —contestó Hanna. La bata se entreabrió enseñando el atractivo escote de Hanna que miró a Santana a través de sus pestañas castañas—. Supongo que tú nunca te aprovecharías de una pobre doncella, ¿no es cierto? Santana se rio con malicia.

—Eso es exactamente lo que pensaba hacer.

—Pues muy bien —contestó Hanna. Se reclinó en el sofá y dejó que se le abriera la bata—. Pero tienes que calentar esto, o taparme con algo. Preferiblemente contigo.

No le fue muy difícil coger a una Hanna medio desnuda en sus brazos.

Durante un rato jugaron a que Santana sólo pretendía proteger los pechos de Hanna del frío, y después a que Santana sólo quería calentarse las manos entre los muslos de Hanna. Pero al cabo de un rato dejaron de jugar.
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Activo Re: FanFic. Brittana (adaptación) Pintando la Luna. Capítulo 10

Mensaje por Canek Lun Abr 06, 2015 5:09 pm

Solo lo hizo porque Britt la dejo con tanto deseo, pero espero que Hanna no se interponga mucho y que muy pronto se reencuentren las chicas.

Genial que haya 2 actualizaciones al dia, me alegraste el dia de verdad.

Saludos.
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Mensaje por 3:) Lun Abr 06, 2015 7:56 pm

holap,....

pobre san tenia forma de descargar,.. y bueno tubo que aparecer hanna,...
quiero que britt valla de nuevo, a ver como reaccionan cuando se vean de nuevo!!!???...

nos vemos!!!
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Mensaje por Sanny25 Lun Abr 06, 2015 8:07 pm

Muy buen capitulo, pensar que lo hizo por que Britt la dejar con las ganas, pero incluso estando con Hanna pensaba en Britt y en Sharla
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Mensaje por Maria Angeles Lun Abr 06, 2015 10:38 pm

Capítulo 8

Un día soleado de invierno en la Bahía de San Francisco significaba que la temperatura llegaría a quince grados y que podría bajar la capota del MG. El aire fresco le aclararía las ideas y Brittany necesitaba estar lúcida para hablarle a Sam con franqueza sobre su relación. Se sentía mareada porque la noche anterior había salido con Tina y se había excedido un poco con el vino, la cena y el postre.

Mannings, tras acordar que sólo tenía que trabajar hasta el viernes de la semana siguiente, le había dado tanto que hacer que se había visto obligada a anular el fin de semana anterior con Sam. No le importó demasiado; sabía que también necesitaba tiempo para entender el significado de sus sentimientos hacia Santana. Él había aceptado su llamada con una resignación apática y su aprobación la había perturbado aún más. Después de colgar, se dio cuenta de que él ni le había preguntado por qué estaba tan ocupada.

Cada vez que enviaba un plano del CAD a la impresora, mientras esperaba que la pantalla se volviera a componer, se pasaba unos minutos pensando intensamente en Santana, y también en el sexo, en Sam y en los compromisos. Había llegado a la conclusión de que cualquiera que se encerrara con una persona en una cabaña acabaría por pensar que esa persona le atraía. Todos teníamos impulsos sexuales. Sí, estaba casi segura de que esos momentos con Santana habían sido pura casualidad. Se habría sentido mejor de no haber sido por ese «casi». En todo caso, lo que pudo haber sentido por Santana o lo que podía sentir por otras mujeres en el futuro no tenía nada que ver con sus sentimientos hacia Sam. Ahora ya sabía con certeza que Sam no sabía valorarla y estaba segura de que sus sentimientos hacia él no eran tan intensos para durar toda la vida. El ejemplo de sus padres le había enseñado a no esperar menos. No tenía idea de lo que implicaba todo eso, pero lo que sí sabía era que había algo entre Sam y ella que tenía que cambiar. O bien la relación se fortalecía y consolidaba, lo que parecía poco probable, o se separaban del todo… y esa idea la asustaba.

Dedicó su energía a disfrutar de la belleza del día. La autopista Junípero Serra era una de las más hermosas de la región; hacía que la ida a San José fuera soportable. El dorado apagado de las colinas cubiertas de hierba y las hojas verdes grisáceas de los eucaliptos resplandecían bajo la luz brillante del sol. El cielo estaba dolorosamente azul. De pronto se preguntó qué haría Santana con esa luz y esos colores. Intentó enfadarse consigo misma por volver a pensar en un tema que había decidido dar por zanjado, pero su corazón no se lo permitió. Por lo tanto, se obligó a pensar en Sam¿Qué iba a decirle? Se reprendió al ver que perdía toda su determinación. ¿Quería o no acabar con él? En definitiva, ¿qué quería?

Santana aparecía en sus pensamientos, «Así es como se lo hacen las mujeres…».

Paró en la tienda y compró refrescos y bollos. Se detuvo un momento delante de los condones y metió un paquete en la cesta a desgana. Reconoció que se estaba armando de valor ante la perspectiva de acostarse con Sam. A lo mejor si lo hacía las cosas se arreglaban y todo volvía a la normalidad.

Frente a los zumos se dio cuenta de lo que acababa de decirse: que se sentía anormal. Había distorsionado sus impulsos hasta tal punto que hacer el amor con Sam sin ganas le parecía normal, mientras que meterse tranquila y fácilmente en la cama de Santana le parecía mal. Pagó y se sentó en el coche aturdida.

De no haber sido por Santana, ¿cuándo se habría dado cuenta de sus inclinaciones sexuales? ¿Después de casarse? ¿Debía alegrarse de no haber llegado a eso? ¿De no tener que dejar a alguien porque básicamente se había equivocado de pareja? ¿Después de tener hijos? Hijos… sí, quería ser madre, una madre tan buena como la que tenía ella. El mundo necesitaba buenos padres.

Las distintas piezas de su vida empezaron a encajar y, al fin, surgió un conjunto que tenía sentido. Si quería hijos, debía tener relaciones sexuales con hombres; ésa había sido la falsa teoría que la había obligado a ignorar lo que podía haber pasado con Marley y a mirar hacia Sam para su futuro.

Pasó media hora y después casi otra hora mientras asimilaba el secreto que acababa de descubrir. Le dio vueltas a la idea por todos los lados y siguió igual. Era una respuesta demasiado fácil, desconfiaba de ella. Pero tenía sentido. Explicaba las decisiones que había tomado de un modo que las demás no lo hacían. No se había trasladado a la otra punta del país por amor, sino para poder tener una familia. Idiota. Se sentía tan idiota. Recordó una valla publicitaria que había visto en San Francisco en la que se veían dos mujeres, una con la mano encima de la barriga hinchada de la otra, y decía algo sobre los valores de la familia. Le había parecido un anuncio típico de San Francisco, enrollado, pero por dentro se había sentido confusa y triste, y ahora sabía por qué.

Habían descubierto algo que ella ignoraba. Las lesbianas estaban en todas partes, mujeres con niños, bancos de esperma, anuncios para grupos de apoyo a padres y madres gays; lo había visto todo y sin embargo no se había dado cuenta de lo que podía significar para ella. Pues bien, ahora ya lo sabía, y,
desde luego, había tardado lo suyo en enterarse.

Dejó la compra en el coche y entró al apartamento de Sam con una llave que ya había retirado del llavero. Él todavía no había llegado. Sólo tardaría unos minutos en recoger las cosas que había ido dejando en su casa y meterlas en unas bolsas de plástico. Al marcharse de Boston, habían tenido que amueblar las dos casas, por lo tanto ya se lo habían repartido todo. Ahora podía mirar hacia atrás y ver que aquello había sido el principio del fin.

Llevó las bolsas al coche y regresó al apartamento para esperar a Sam. Intentó pensar en lo que iba a decirle, pero no se le ocurrió nada brillante. Al oír la llave en la cerradura el corazón le dio un vuelco. La breve sonrisa desde el otro extremo de la habitación, la conmocionó. No había pensado en lo que sentiría al verlo. Se preguntó si alguna vez lo había amado profundamente. No, ya no necesitaba preguntárselo, sabía que no. Pero no había pensado que se sentiría así. Cuando Sam cruzó la habitación, Brittany se acordó de su risa contagiosa, y vio, una vez más, que era un hombre esbelto y atractivo con un estilo intelectualoide y aburrido. Se acordó de los momentos buenos y divertidos, los museos que habían recorrido juntos, los picnics y las excursiones, los momentos de pasión en los que ella se había sentido satisfecha entre sus brazos.

Se obligó a pensar en Santana. «Así es como se lo hacen las mujeres…». El temblor en el estómago la obligó a ser objetiva respecto a lo que sentía por Sam. No quería hacerle daño, pero se había acabado.

—Hola, forastera. —La besó cariñosamente en la mejilla y tiró la cartera y las llaves en el sofá. Se apartó el pelo rubio de los ojos. Ella abrió la boca para reprenderlo porque lo tenía demasiado largo, pero se contuvo. Vio que estaba pálido y parecía cansado; antes también lo reñía cuando no dormía lo suficiente o no comía bien—. ¿Cómo estás?

Una pregunta aparentemente sencilla. «Di algo —se dijo a sí misma—, estás atontada». —Muy rara— consiguió al fin articular. Abordar el tema con suavidad no iba a facilitarle las cosas a Sam —Me han pasado muchas cosas.

Él asintió distraído, pero Brittany advirtió que evitaba su mirada a propósito. Por primera vez se le ocurrió que, quizá no era ella la única insatisfecha con la relación. Por un momento se sintió algo así como celosa y la traicionada.
—Tengo un trabajo nuevo. Entonces sí que la miró.

—¿Ah, sí? ¿Qué ha pasado? Se acomodó en el sofá, pero no se le veía relajado. Brittany se sentó en la butaca y se lo explicó brevemente. Sam la felicitó, aparentemente atento a lo que ella le contaba, aunque con la mirada en cualquier otra parte menos en ella. Cuando acabó su relato, él divagó un rato sobre su proyecto informático, pero de un modo deshilvanado, como si le costara concentrarse. Hablaba como si no quisiera explicar demasiado para que ella no se interesara demasiado, igual que ella. De pronto, Brittany pensó que ninguno de los dos iba a echar leña a un fuego que ambos sabían que estaba apagado. Se quedaron un momento en silencio y Brittany intentó luchar contra un incontenible sentimiento de tristeza que le atenazaba la boca del estómago. De pronto, Sam se incorporó y empezó a hablarle directamente a ella en lugar de hacerlo a la pared.

—He estado meditando. —Se apoyó lentamente sobre un codo en el brazo del sofá—. ¿Últimamente has pensado hacia dónde vamos? Me refiero a nosotros.

Un año atrás, Brittany, quizá, hubiera sospechado que Sam iniciaba una propuesta de matrimonio.

—Sí, lo he hecho. —Le contempló los dedos recordando su tacto cuando la tocaban. ¿Debía sentir asco? No lo sentía; sólo reconoció que él no la transportaba a las alturas que ahora sospechaba que existían—. Da la impresión de que ya no nos queda nada de… chispa —dijo al fin. Sam suspiró aliviado. Brittany pensó que tampoco era necesario ser tan sincero.

—Entiendo lo que quieres decir — repuso.

Ella enderezó la espalda y respiró hondo.

—No sigamos arrastrando esto, ¿de acuerdo? Asumo mi parte de responsabilidad.

Sam miró fijamente la mesilla y Brittany advirtió que las pestañas inferiores se le humedecían. —Lo siento —dijo él. Ella estiró las manos y cogió las de Sam.

—No lo sientas. Creo que podemos decir que es una decisión conjunta. Lo… lo había decidido antes de venir y ya he recogido mis cosas. También lo siento.

—¿Hay alguien más?

«Así es cómo se lo hacen las mujeres…». El corazón le dio un vuelco cuando respondió.

—Nadie en particular. Pero…

—Yo sí tengo a alguien. Me sabe mal… Salimos por primera vez el fin de semana pasado, sucedió algo y no podría mentirte. Vales demasiado y no puedo hacerte algo así. Pero no puedo… no puedo volver a estar contigo. Quiero estar con ella.

El arrepentimiento se abrió paso con fuerza. Brittany se dio cuenta de que él le contaba la verdad aunque no tuviera por qué hacerlo y se alegró de su sinceridad. Significaba que ella tenía que responderle del mismo modo.

—No te preocupes. Creo… —Brittany tragó saliva y prosiguió—. Creo que los dos sabíamos que se estaba acabando y eso nos abrió los ojos para ver nuevas posibilidades. Espero que ella te dé todo lo que necesitas.

—Yo también espero que encuentres la felicidad. —Le estrechó las manos.

Brittany se dio cuenta de que no estaba obligada a contarle que le gustaban las mujeres; podía desaparecer de su vida y él nunca lo sabría. Pero ¿y si enteraba después? ¿Pensaría alguna tontería, como que se había vuelto gay por su culpa? Y finalmente, era posible que no le importara lo que él supiera y lo que no supiera, pero sí le preocupaba cómo se sentía consigo misma. Él había sido honesto con ella. Además, si no podía decírselo a Sam, quizá tendría problemas para decírselo a los demás.
Ni se le ocurrió la posibilidad de no contárselo a nadie.

—Creo que hay algo que debo decirte. —Le soltó las manos y se reclinó en la butaca—. Quiero que sepas toda la verdad. Creo que… que prefiero a las mujeres. Creo que soy lesbiana.

Él la miró un buen rato como si no la hubiese entendido y apartó las manos. Parpadeó y sacudió la cabeza. Palideció y después la frente y las mejillas se le arrebolaron. —¿Qué?

—Creo que soy lesbiana. —Lo repitió sin el menor temblor.

—¿Dices que crees que eres… que crees que te gusta acostarte con mujeres? ¿Lo has… lo has…? Ya sabes.

Ella sacudió la cabeza.

—No, pero he estado lo suficientemente cerca para darme cuenta de que no he sido consciente de unos sentimientos que siempre he tenido.

—¿Tan malo era yo en la cama? — Parecía perdido y dolido.

—No. Sabía que pensarías eso — repuso, en un tono cada vez más áspero —. No tiene nada que ver contigo. Tiene que ver con lo que siento.Contigo me lo pasaba bien en la cama.

Era una mentira piadosa porque no siempre que él quería hacer el amor a ella le apetecía. Se prometió a sí misma que fingir pasión iría a parar al mismo sitio que los condones.

—Entonces, ¿por qué? No lo entiendo

Ése era el Sam de los últimos tiempos. Hacía pucheros cada vez que estaba convencido de que ella se había portado mal con él. La última vez que habían ido al cine y ella le había sugerido que no se arruinaría si pagaba las entradas, había tenido exactamente la misma reacción. Pero, no, siempre pagaban a medias, había dicho él, eran una pareja que funcionaba en términos de igualdad.

—¿Y tú por qué te has enamorado de otra persona? ¿Por qué una persona prefiere hacer el amor así como lo hace? Hay miles de maneras de hacerlo, y miles de maneras que ni siquiera se me han pasado por la cabeza. Lo único que sé es que cuando busque a una persona para compartir mi vida buscaré a una mujer. —Le volvió a dar unas palmadas en las manos pero él las apartó—. Espero… espero que a pesar de esto me desees felicidad.

La boca de Sam se retorció y esbozó una mueca desagradable. —Espero que entres en razón.
—No seas imbécil —repuso ella con aspereza—. Yo sí que deseo que seas feliz.

—Lo seré. Al fin y al cabo, lo mío es normal.

Brittany abrió la boca para replicar, pero volvió a cerrarla enseguida. No sabía qué decir. No estaba preparada para defender las virtudes de un estilo de vida que ni siquiera conocía. Le Lanzó “La Mirada”, de momento era lo mejor que podía hacer. La nuez de Adán de Sam subió y bajó

—No nos vamos a pelear por eso. Brittany suspiró.

—Quiero que sepas que no te dejo por otra mujer. Los dos lo dejamos. Y el que está con otra eres tú.
Se quedó mirándola con dureza durante un rato, y al fin dijo:

—Entonces, ha llegado el momento de decirnos adiós.

A Brittsny, su propio adiós se le atragantó en la garganta, lastimándola.

Salió de la autopista en Palo Alto, bajó la capota y volvió a casa por el camino más largo. La puesta de sol en grana y bronce sobre los acantilados de Pacifica auguraban que al día siguiente el cielo estaría despejado.


La luz en la cabaña era deficiente, hacía frío, se tardaba demasiado en ir al pueblo para hacer la compra. El disolvente para limpiar los pinceles dejaba un olor desagradable por toda la casa, sobre todo en la buhardilla. Alimentar las estufas era agotador. Había intentado hacer galletas pero se le habían quemado tanto que hasta había tenido que tirar las fuentes. Incluso le había escrito a sus padres, aunque no les dijo gran cosa a excepción de la altura de la nieve y que sola estaba bien. Sus padres habían expresado claramente que desaprobaban a Sharla, pero, al contrario que los padres de ésta, no le habían dicho que para ellos estaba muerta; simplemente no podían verla a menos que se reformara. Cuando escribió para comunicarles la muerte de Sharla, su madre le respondió con un himno religioso de la hermandad perfectamente copiado, acompañado de un amable pésame. Hasta le dijo que comprendía su dolor. A partir de entonces, escribirse con sus padres le resultaba más fácil. No se exigían nada. Después de todos aquellos años de frialdad, pudo desearles una feliz Navidad.

El día de Navidad lo pasó mortalmente aburrida y echó de menos el bullicio de una gran comida y alguien con quien compartirla. Los días en los que era sincera consigo misma reconocía que echaba de menos a Brittany. Por primera vez desde la muerte de Sharla, Santana se sentía encerrada en la cabaña, encerrada e irritable. Hasta el ruido metálico del collar de Butch la ponía nerviosa.

Dejó los troncos de leña junto a la cocina de leña con gesto cansado. Su mirada apática divisó el teléfono. Buscó impulsivamente el número de Quinn y lo marcó sin pensárselo dos veces.

—La casa está perfecta —le dijo Quinn con tono tranquilizador—. El servicio de mantenimiento de casas se ha portado muy bien. No han robado nada. Por mi parte, no he tocado el jardín como me dijiste, pero, en serio, creo que tienes que hacer algo antes de la primavera. Rachel conoce a un jardinero fantástico. Quinn tenía una voz arrulladora y sensual, de la que no era en absoluto consciente. Más de una mujer había disfrutado escuchándola, incluida Santana

—Creo que voy a volver pronto — dijo Santana—. Quiero volver, será una buena terapia.
—Estoy de acuerdo y tengo muchas ganas de verte. Rach y yo hemos estado muy preocupadas.

—Estoy mejor. Todavía me siento… no estoy del todo recuperada. Pero, bueno, de todos modos, voy a volver. Vuelvo a casa.

—Me muero de ganas de verte, Santana. Llámame en cuanto llegues. Me apetece muchísimo.

Quinn suspiró con fuerza por el teléfono. Lo hizo con una sinceridad tan inocente que Santana sonrió. Se había pasado dos años alejada de sus amigas. ¿Por qué se había apartado de las personas que Sharla y ella querían?

La perspectiva de volver a su tarde solitaria la obligó a buscar otro tema de conversación.

—¿Qué tal estuvo el baile del sida?

—No fui, pero me han dicho que estuvo muy bien —respondió.

Le resumió cuánto se había ganado y cuánto se había gastado. Soltó nombres y noticias de diferentes secciones: recaudación de pasta gansa, gente nueva del ambiente, lesbianas importantes, amigas íntimas de lesbianas importantes y primas donas. Quinn era voluntaria el ciento por ciento del tiempo que no pasaba en su trabajo de gerenta intermedia de una gran compañía de seguros. Se sabía al dedillo los nombres de centenares de personas que recaudaban dinero para el sida, el cáncer de pecho, la violencia doméstica, el teatro experimental y proyectos artísticos de lesbianas y gays. Santana se había hecho amiga de Quinn después de que ésta la convenciera de formar parte del jurado en una exposición de arte lésbico.

—Así que si vuelves cuento contigo, ¿de acuerdo?

—Perdona, pero ¿dónde dices que es?

—No has escuchado nada, ¿verdad? Te estoy hablando de la cena de la Fundación Antisida.

—¿Sólo hay eso? —Santana sonrió para sus adentros.

—Claro que no. Te invitaré por lo menos a un acontecimiento al mes. Hay que volver a ponerte en circulación.

—No sé si quiero volver a la circulación —repuso Santana. Le costaría ir a cenas y bailes sola. Tampoco sabía qué representaba Hanna en su vida.

—Claro que lo sabes —chasqueó Maureen—. Me encargaré de presentarte amigas divertidas para conversar y, si quieres algo más que conversar, tendrás que apañártelas sola.

El tono de Quinn se volvió claramente provocador. Santana entornó los ojos.

—Para eso no estoy en circulación en absoluto. Todavía no.

—No puedes pasarte toda la vida viviendo como una monja.

—Por lo que sé, hay monjas de lo más cachondas que no se privan de nada. A ver… ¿quién fue la que me lo dijo? —se preguntó en tono imperturbable.

Quinn rio con malicia.

—Bueno, creo que sé un par de cosas sobre monjas y sexo, teniendo en cuenta que llevo seis años presenciando los éxtasis de Rachel.

Al colgar, una hora después, Quinn había conseguido que se comprometiese a asistir a varios acontecimientos y le había arrancado la firme promesa de que iría a cenar a su casa para que Rachel pudiera prepararle sus últimas recetas.

Chasqueó los dedos y Butch abandonó su lugar junto a la estufa para acariciar las piernas de Santana con el hocico.

—¿Quieres volver a casa, muchacha?

A Butch se le iluminaron los ojos y el movimiento de su rabo dibujó un sí en el aire.

—¿Sí? Pues yo también.
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Mensaje por Canek Lun Abr 06, 2015 11:09 pm

Si!!! Por fin lo dejo bien por Britt, espero que cuando regrese San se reencuentre con Britt y no se interponga Hanna.

Saludos y gracias
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Mensaje por Sanny25 Lun Abr 06, 2015 11:35 pm

Me gustov mucho, al fin Britt termino con el idiota de Sam y San vuelve a casa, pero cuando se van a volver a ver??
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Mensaje por 3:) Mar Abr 07, 2015 2:06 pm

holap,..

definitivamente britt esta poniendo orden a su vida,....
san vuelve a su vida,.. antes de lo que paso con su novia,..
ahora a ver si se cursan o britt llega un poco tarde????

nos vemos!!!
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Mensaje por micky morales Mar Abr 07, 2015 10:40 pm

ahora la tal hanna se creera la novia de santana y las cosas con brittany no estaran faciles si se entera!
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Mensaje por Maria Angeles Dom Abr 12, 2015 4:33 pm

Capítulo 9

1-900-CULO-CALIENTE.

Brittany soltó el periódico como si le quemara los dedos. Se sonrojó y volvió a cogerlo, ordenando las páginas con cuidado para no volver a ver la foto explícita de un trasero masculino y un número de teléfono. Leyó la crítica de una obra en el teatro Rhino y decidió que necesitaba otro café con leche. Se abrió paso por el patio abarrotado de gente y lo pidió. De modo que así eran las tardes de domingo en Noe Valley.
Su estudio estaba en Glen Park, una zona que no estaba tan de moda, pero desde allí era fácil llegar a Noe Valley, el barrio de lesbianas. Se había enterado por las revistas alternativas semanales de que los hombres iban a los bares de Castro y las mujeres, a las cafeterías en Noe Valley. Al menos eso era lo que daban a entender los anuncios. Y ahora, que por fin conocía el ambiente de una cafetería de Noe Valley, Brittany se preguntó qué esperaba encontrar.

Armada con su café, volvió a la silla y se puso a leer otra vez el periódico semanal gay que había cogido en la puerta. La agenda detallaba los diversos acontecimientos para gays y lesbianas, incluido un concierto de El Mesías con el Coro de Gays y el Coro de Lesbianas de San Francisco que parecía interesante. En Nochebuena había un baile sólo para mujeres para evitar la depre de las fiestas, y un grupo de empresarias organizaba para el día de Navidad una cena con intercambio de pequeños regalos en un buen restaurante.

La comunidad gay y lesbiana parecía decidida a proporcionar una actividad a todo el mundo durante las vacaciones. Dado que Brittany no iba a poder pasarlas con sus padres, agradeció la variedad. Se dio cuenta de que seguramente habría muchas personas cuyas familias no las acogerían si intentaban volver a casa. Sintió un escalofrío: ¿y si sus padres reaccionaban como tantos otros?

Luchó para hacer desaparecer la aprensión. No, siempre se había apoyado con firmeza en el amor de sus padres hacia ella. Era un amor de hormigón antisísmico. Quizá la seguridad del apoyo incondicional de ellos le facilitaba este cambio en su vida. Bueno, al menos se lo hacía un poco más fácil, porque fácil del todo no era: pensaba demasiado en el asunto. El periódico informaba de casos de pérdida de la custodia de los hijos, sobre legislación local, sobre lo que hacían los fundamentalistas para restringir los derechos civiles de los homosexuales. El último artículo le pareció el más espeluznante que había leído últimamente. ¿Esa gente no tenía nada mejor que hacer que preocuparse de con quiénes se acostaban sus vecinos?
Pasó otra página y apareció otro trasero; santo cielo, le estaba viendo más a ese modelo que lo que le había visto a Sam. El encabezamiento de un anuncio personal le llamó la atención: «Tío cachas con buen paquete quiere una mamada».

Hizo una mueca. No es que fuera ninguna mojigata —bueno, a lo mejor sí — pero no creía que por unos pocos instantes en los que cada nervio de su cuerpo había anhelado intensamente que otra mujer la tocase, significara que su vida entera estaba supeditada al sexo. ¿Y… el afecto?, ¿La confianza?, ¿O la gran palabra… amor?

Su madre siempre había dicho que cuando los críticos iban a por uno, había que hacerles frente con coraje. A lo mejor esos anuncios tenían que ver con eso. Eran un contraste interesante; a la derecha había sexo desenfrenado, y a la izquierda se veía una foto de un fundamentalista que tiraba ácido a unos manifestantes a favor de los derechos de gays y lesbianas.

La interrumpió su sentido común. «Ya sabes, Brittany, tienes un trabajo nuevo y estás muy estresada y nerviosa. Es inútil intentar entenderlo todo en un sólo día. ¿Por qué no te vas a casa, reservas plaza para alguna cena de Navidad y te limitas a concentrarte en tu trabajo durante un tiempo?»

Volvió a fruncir el ceño. La razón por la que estaba sentada en esa cafetería era que los fines de semana no sabía qué hacer en su estudio. No lo consideraba su hogar, y ahora se daba cuenta de que parte del vacío que había experimentado con Sam era porque no compartían casa. Sus raíces no estaban en ese apartamento donde se sentía como si fuese a la deriva.

Para matar el tiempo, se había pasado todo el día anterior redactando una nota de dos líneas que pensaba enviarle a Santana con los guantes. Al menos eso ya estaba hecho. Y ahora el apartamento le parecía viejo y oscuro. Era demasiado pronto para sentirse sola, pero si se dejaba llevar, acabaría compadeciéndose de sí misma.

No estaba preparada para Noe Valley —sonrió ante esa idea—, y mucho menos para los bares de Castro.

Con sus veintisiete años, era evidente que pertenecía al «grupo de las mayores» y una de las pocas que llevaba el pelo de un solo color. Los tejanos negros estaban bien, pero el jersey Shetland no acababa de encajar en el lugar. Se preguntó si el Colegio de Arquitectos de la ciudad tendría una página gay y lesbiana en Internet.

Volvió a sonreír. Vaya, era una buena idea.

—¡No sabía que vivías por aquí! Jackíe, sorprendida, alzó la vista y vio a Tina Cohen-Chang sonriendo.

—Y yo creía que tú vivías en el Sunset —repuso dirigiéndose a su interlocutora, después de comentar que era una casualidad encontrarse con ella en aquel sitio.

—Es verdad, pero tengo una cita. ¿Por qué no te sientas con nosotras? — la invitó Tina con sinceridad, mientras le señalaba a una filipina delgada de unos veinticinco años, que saludó a Brittany con una inclinación de cabeza y le lanzó una mirada, con la que le dejó claro que ni se le ocurriera.
Brittany sonrió para sus adentros. En San Francisco había muchas más lesbianas de las que se había imaginado.

—Te lo agradezco, pero, no, gracias. Ya me he tomado dos cafés y tengo que volver a casa. —Brittany se puso de pie.

—¿Me dejas hacerte una pregunta estúpida?

—Adelante. —Brittany tenía el presentimiento de que sabía lo que se avecinaba.

—¿Dónde está el… cómo se llama? Brittany se mordisqueó el labio inferior y se dio cuenta de que no se sentía acomplejada.

—Ya no hay ningún cómo-se-llame, y creo que ya no habrá más. Tina arqueó las cejas.

—¡Vaya! Me… me lo pregunté cuando nos conocimos. Pero, por otro lado, siempre me lo pregunto cuando conozco a una mujer. —Soltó una risa contagiosa.

—Todavía no se puede decir que haya cruzado la frontera, pero, desde luego, estoy en el puente —explicó Brittany—. Desde que rompí con Sam me encuentro muy bien, muy feliz.
Tina la miró fijamente y, de pronto, sonrió.

—Tenemos que quedar para cenar otra vez, ¿vale?
Brittany, algo aturdida, le devolvió la sonrisa.

—Sí, me encantaría. De acuerdo, pero esta vez sin las máscaras del trabajo. ¿Todavía tienes el teléfono del —Claro. Bueno, te llamaré mañana. Brittany cogió la revista, se despidió y se dirigió a la parada de autobús. Un futuro incierto se abría ante ella, pero estaba decidida a ir a su encuentro con los ojos bien abiertos y algún que otro parpadeo.

En cuanto Santana abrió con la llave, Butch empujó la puerta con el hocico. Correteó ladrando por la planta baja y olfateó todos los rincones hasta familiarizarse de nuevo con los muebles. Subió por la escalera al primer piso y volvió a bajarla a toda prisa. Empezó a gemir junto a la puerta trasera porque quería salir.

Santana se rio, le abrió la puerta y siguió a Butch por el jardín. Hizo una mueca. Quinn tenía razón. El jardín estaba lleno de maleza, descuidado. A Sharla le habría disgustado. Aun así, una brillante hilera de azafranes de primavera violetas y blancos se alineaban junto al sendero y, detrás, los narcisos empezaban a asomar.

En la montaña eso era impensable —Butch estaba atareada olfateando los dos árboles. Seguramente se metería entre los arbustos del seto y después volvería para que Santana la cepillara y le quitara las espinas. Santana suspiró con cierta satisfacción. Sharla ya no estaba, pero algunas cosas— como la afición de la perrita a ensuciarse —no cambiaban. Volvió a la casa y se alegró al ver que estaba limpia y presentable.

No quería perder tiempo con tareas domésticas, especialmente ahora que tenía todas esas ideas que habían estado reprimidas durante los dos últimos años, deseando aflorar por las yemas de los dedos. Empezaba una nueva vida el día de año nuevo.

Metió las maletas, las cajas y por último los lienzos. Los llevó uno por uno al taller del fondo y enseguida se sintió cómoda en ese ambiente ordenado. Vio que tenía varios vecinos nuevos: el barrio parecía más próspero desde que se había marchado para recluirse en la cabaña durante dos años. Frunció la nariz. Los suburbios comenzaban a alcanzarla.

Hayward no era una zona de moda, pero era una de las más baratas de la Bahía con una buena vista y espacio para la intimidad. Su casa estaba al borde de un profundo cañón lleno de pinos y eucaliptos. En verano el aire era fresco y limpio y se veía la niebla sobre Berkeley, más hacia el norte. A lo lejos, San Francisco resplandecía bajo la brillante luz del sol, pero no se podía decir que tuviera vistas de la ciudad y por eso los precios eran más bajos. Mientras tomaba nota de los BMW y Volvos aparcados a la entrada de las casas, se dio cuenta de que no era la única que había descubierto el lugar; otros también lo habían hecho.

La escuela de equitación al final de la calle seguía funcionando. Como siempre, la verja estaba abierta y recién pintada de blanco. Se detuvo un momento y escuchó. Unos niños jugaban en los alrededores. Un caballo trotaba en el picadero y los cascos producían un golpeteo rítmico y firme sobre la tierra apisonada. Las glicinas susurraban con la brisa. Una abeja pasó zumbando ociosamente junto a su oído. Sólo echaba en falta el ruido que hacía Sharla, mientras trajinaba en la cocina o hablaba por teléfono con los galeristas para solicitarles el pago de un adelanto sobre las comisiones, concertar una exposición, o hacer reservas.

Había sido una representante incansable, con buen criterio comercial. Había insistido en comprar la casa como inversión y después se había empeñado en construir el estudio ideal para una artista en el amplio jardín del fondo.

Santana sabía por qué tenía miedo de volver a la casa: era su hogar, el lugar donde más iba a añorar a Sharla. Un sitio que pedía a gritos que lo llenaran dos personas. Nunca en su vida había vivido sola, salvo los dos años en la cabaña, pero era pequeña y le había resultado fácil llenar el espacio.
Butch le ladró desde la puerta del estudio. Por suerte para Santana, parecía acordarse de que no podía entrar.

—No estás ni la mitad de sucia de lo que me esperaba —le dijo. La perra volvió a ladrar y desapareció otra vez por la colina. En fin, al menos ella parecía encantada de volver a casa.

Santana estaba descargando el último lienzo cuando un Ford Thunderbird del cincuenta y siete de color melocotón y blanco se detuvo suavemente junto a la acera. El coche era el orgullo y la alegría de Hanna, después de su colección de cuadros.

—Me alegro de verte —le gritó Santana, y lo dijo en serio.
Hanna, de resplandeciente buen humor, abrió el maletero y sacó una cesta de picnic.

—Sabía que no ibas a tener tiempo de ir de compras, así que paré un momento para traerte tu plato favorito.

—Compré algunas cosas —dijo Santana—. Sobre todo, comida para Butch.Se pone insoportable cuando tiene hambre.

—¡Como si a ti no te pasara lo mismo! —rio Hanna y entró en la casa.

Santana llevó el último lienzo al estudio. Oyó a Hanna en la cocina y la vio sacar hamburguesas, patatas fritas y aros de cebolla de la cesta, junto con unos refrescos. Santana se rio. —Eres encantadora, ¿lo sabes? ¡Hacía años que no tomaba comida rápida!

—Sólo intento volverme indispensable.

Hanna picó unas patatas y se instalaron en la mesa del austero comedor.

—Traigo buenas noticias —dijo Hanna. —Cuenta. Santana desenvolvió una hamburguesa y le dio un mordisco. Deliciosa. Desde el primer bocado sintió una oleada de placer en todas las arterias.

—Bueno, para ti son buenas noticias y para Henry Eli son malas. Se rompió un brazo esquiando y no podrá tener la exposición lista para marzo. Así que, si las quieres, puedes quedarte con las tres semanas. Ya tienes casi terminada la serie Luna Pintada, ¿no? Santana tragó saliva.

—Sí… casi. Me salió muy rápido. Me falta trabajar un poco más el metal, pero no tardaré mucho. Tengo bastantes ganas de empezar el otro proyecto.

—¿Cuándo podré verlo? Lo llevas tan en secreto.

—Todavía no. Es muy distinto. Todavía no me siento muy segura.
—De acuerdo, pero me muero de curiosidad.

Santana se comió otro aro de cebolla. —Gracias por traer todo esto. Gracias… por estar aquí.

—Cuando quieras. —Hanna apoyó una mano en el brazo de Santana—. Estoy aquí contigo para todo lo que te haga falta.

A Santana le costó tragar.

—No estuvieron tan mal, ¿verdad?, los días que pasamos en la cabaña. —Fueron fabulosos. Hanna se echó hacia atrás y miró a Santana con tristeza.

—Entonces, ¿por qué pareces a punto de llorar?

—No creo que… —Santana parpadeó —. Te quiero mucho como amiga. Pero no creo que pueda quererte como a ti te gustaría. Te estaría engañando.

—¿Y si no me importara?

—Pero te importa.

Hanna bajó la vista ocultando una sonrisa.

—Siempre me olvido de cómo eres. Esa educación religiosa. Querida, no te propongo un compromiso para toda la vida. No puedo darte lo que ella te dio, simplemente estoy aquí para ser tu amiga, y, si quieres, para compartir tu cama. Yo sin duda estoy dispuesta. — Soltó una especie de risa, en parte triste, en parte divertida—. No soy una mujer de una sola mujer, pero soy muy selectiva con mis aventuras. Tengo una relación con una mujer desde hace quince años. Nos vemos una vez al año.

Santana no supo qué pensar.

—¿Así que yo sería parte del harén? —dijo intentando hacer una broma.
Hanna se volvió a reír, pero esta vez con exasperación.

—No lo entiendes. Nada de ataduras, nada de normas, nada de exclusividades. Tampoco digo que haya cientos de mujeres. Sólo me gustan unas pocas: como tú. No sé decirlo de otra manera.
Santana contempló a Hanna y preguntó en voz baja:

—¿Tienes cuidado? Quiero decir… cuando estuvimos juntas no practicamos sexo seguro… tenía que haberte preguntado…

—Tuve un susto hará unos seis años y desde entonces voy con cuidado. Sé que estoy bien y desde luego sabía que tú estabas retirada del tema del sexo. Además, ninguna de las dos nos picamos, ni mucho menos compartimos agujas. Por eso no tomé ninguna precaución. No te preocupes. —Cruzó las piernas y miró fijamente la mesa—. Creo que no funcionará. Como ya te he dicho, siempre me olvido cómo eres. Sólo veo tus manos; tienes unas manos fabulosas, querida. En fin —prosiguió en tono filosófico—, conservo un recuerdo muy agradable. Espero que tú también.
Santana consiguió esbozar una ligera sonrisa.

—Claro que sí. No me arrepiento.

—Bueno, ya es algo. —Hanna parpadeó varias veces—. Tengo que irme; esta noche voy a una fiesta. Ah, ¿te gustaría acompañarme a la exposición de la Fundación de Mujeres? Ya tengo las entradas y no me apetece invitar a nadie más. Es el viernes que viene. No me digas que estás ocupada. Ponte esa chaqueta violeta. Querida… — Hanna estiró la mano para darle unas palmadas—. De todos modos quiero seguir siendo tu amiga. Espero que no se haya estropeado nuestra amistad.

—No, no se ha echado a perder — contestó Santana con sinceridad—. No lamento lo ocurrido, si tú tampoco lo lamentas. Y sí, iré el viernes.

Saludó con la mano al coche mientras Hanna arrancaba y se alejaba. Se alegró de que reanudaran la relación anterior. Durante todo ese tiempo había creído que Hanna quería sentar cabeza y una pareja estable… «Vaya ego que tienes», se reprendió. Más que amantes, necesitaba amigas, y, con Hanna y Quinn estaría lo suficientemente ocupada para no echar tanto de menos a Sharla. Además, también podía abstraerse con su trabajo.

Al regresar al estudio, destapó el único lienzo que no había querido enseñar a Hanna y lo puso en el caballete. El azul y el plateado de Brittany diciendo que sí.

—No puedo creer lo que me ha pasado. Todas las personas con las que trabajo me caen bien y esperan que trabaje con los clientes y que tenga iniciativas. Me piden mi opinión y me escuchan. Y no salen con que soy tonta cuando digo algo muy obvio. Y se nota que Kitty, mi jefa, disfruta explicando las cosas. Le encantan las preguntas. Y los proyectos son interesantes. Me está saliendo todo bien.
Brittany se dio cuenta de que había estado parloteando, pero a su madre no le molestaba
Al llegar a Dallas, la noche anterior, se encontró con un ramo de flores silvestres en la habitación y una nota que decía:

«¡Mañana pide el desayuno al servicio de habitaciones para que podamos charlar! Llámame a las ocho y media. Besos, mamá».
Había sido una idea espléndida. La primera exigencia de su madre fue que le contara todo sobre su nuevo trabajo.

Brittany Pierce apartó la mirada del bollo que estaba untando de mantequilla.

—Me alegro tanto de que te valoren y de que estés aprendiendo. En el otro lugar parecía que sólo querían enseñarte a utilizar el ordenador.

—Bébete la leche —añadió, haciendo uno de sus habituales cambios relámpago de mentora a madre. Brittany sonrió y sorbió un buen trago.

—¿Qué dice Sam del gran cambio en tu vida?

Brittany se limpió el bigote de leche. —En realidad no dijo nada. Se perdió en la confusión de nuestra ruptura.

—¡Brittany! —Su madre depositó el bollo sobre la bandeja—. ¿Por qué no me has llamado? Ay, Dios, he metido la pata, ¿verdad? ¿Cuándo ocurrió?

—No sabía cómo sacar el tema, así que me alegro de que me lo hayas preguntado. Rompimos antes de Navidad. Yo ya lo había decidido y él también intentaba decirme que había conocido a otra persona. No fue muy desagradable.

Los ojos castaños claros de su madre se oscurecieron, como si el sol se hubiera ocultado tras las nubes.

—Lo siento mucho. Has renunciado a tantas cosas por él.

Brittany le dirigió a su madre una mirada sardónica.

—Pues si me prometes que no dejarás que se te suba a la cabeza, te diré que tenías razón en lo que decías de él, y en lo de mudarme y aceptar el trabajo en L&B.
La mirada fija de su madre estaba teñida de tristeza.

—Me hubiera gustado equivocarme, ¿sabes?

—Lo sé. Pero te aseguro que me siento de fábula. No me he sentido tan bien desde que estuve en la universidad.

—Pero hay algo que no me has contado. Presiento que hay un secreto por ahí. —Mordió el bollo y observó a Brittany.

Brittany se quedó boquiabierta. —lees los pensamientos. No es justo.

—No puedo leer todos los pensamientos, sólo los tuyos. Y los de tu padre.

—Lo sabía. Sí, hay algo más.
Brittany no sabía cómo empezar y en la larga pausa, Brittany dijo:

—Ya sabes que puedes contármelo todo.

—Bueno, ¿te acuerdas que te conté que el fin de semana de Acción de Gracias estuve con San López?
Su madre asintió con rostro impasible, casi como si adivinara lo que se avecinaba.
—Ocurrió algo. —Brittany cerró un momento los ojos—. No fue gran cosa, pero lo suficiente para darme cuenta de que prefiero a las mujeres. —

Contempló el rostro impertérrito de su madre y contuvo el aliento.

—¿Estás segura, chérie? —Jachie percibía la intensidad de la mirada de su madre—. ¿Crees que puedes elegir?

Brittany se mordisqueó el labio inferior y suspiró.

—Ay, no lo sé. Claro que puedo elegir, claro que puedo decidir no responder a mis impulsos. Pero lo que no puedo hacer es controlar esos impulsos, ni sentirme como me siento cuando pienso en ella. No elegí desear a una mujer como lo hago. —Se tapó un momento los ojos con las manos y miró a su madre—. No lo elegí, pero puedo elegir cómo reaccionar ante esto. —Y… ¿cómo lo harás? —Quiero… quiero probar el fruto prohibido. —Sonrió arrepentida cuando se dio cuenta de que hablaba como una victoriana—. Es probable que lo adopte como régimen habitual.
Su madre suspiró con cierta tristeza. —Y deduzco que estás bastante segura de que no te va a dar urticaria.

—Una sonrisa asomó por la comisura de la boca.

Brittany empezó a contestar, contuvo el aliento, se dio cuenta de que se le calentaban las mejillas sólo con recordar.

—No me lo digas, está escrito en tu cara. Fue fabuloso —dijo su madre.

—Creo que habría sido fabuloso si realmente hubiera pasado algo. —Brittany se rio con sarcasmo—. Si no con Santana, entonces con otra… mujer. Esa es la cuestión. Que a partir de ahora las mujeres formarán parte de mi vida. Te dije que fui a una cena de Navidad y dejé que pensaras que había ido con Sam; lo siento, no quise mentirte, pero prefería decírtelo cara a cara. —Lo entiendo, no te preocupes. —Es verdad que fui a una cena, pero de lesbianas. Nos divertimos muchísimo y conocí chicas nuevas.

—¿Y qué pasa con San López?

—No creo que vuelva a verla — repuso Brittany—. Yo estaba asustada y ella sigue llorando la muerte de su amante.
Su madre asintió.

—Ah, es verdad. Me había olvidado de que su amiga había muerto. Bueno, obviamente era algo más que una amiga. Fue su amor, su representante, su administradora. Ella nunca hizo demasiado hincapié en su sexualidad. La mayoría de la gente lo olvida, supongo.

—De todos modos —prosiguió Brittany—,no estaba preparada.

—¿Seguro?

Brittany miró a su madre avergonzada. —Mamá, sí que estaba preparada. Y sigo estándolo. Nunca he estado tan preparada.

Su madre le sonrió con afecto. El sol volvió a asomar a sus ojos.

—Querida, no voy a mentirte diciéndote que no me sorprende. Tu padre tendrá que acostumbrarse a la idea, pero no quiero que tengas la menor duda: te quiero y tu padre también. Y me alegra que estés viva y despierta, y que seas consciente de lo que eliges. Incluso aunque no la vuelvas a ver, habrás despertado. Sabía que te faltaba algo, querida.

—A Brittany se le quebró la voz — No sabía cómo ayudarte a encontrarlo. Y deseaba tanto que lo hicieras.

—¡Vaya! —exclamó Brittany—, me vas a hacer llorar. —Se enjugó los ojos con una servilleta.
Su madre se aclaró la garganta y añadió:

—Recuerdo que la primera vez que me enamoré me sentí igual que tú. No podía elegir, sentía lo que sentía. Quería a ese hombre y punto. Y fue la aventura más apasionada y desvergonzada que he tenido nunca.

—¿Y qué pasó? —Brittany se secó los ojos por última vez y se concentró en su madre.
Brittany sonrió y se echó hacia delante en actitud confidencial.

—Pues mis amigos me dijeron que ese hombre sería mi ruina, que aplastaría todos mis impulsos artísticos y me daría una vida de lo más aburrida. Y sus amigos le dijeron que yo sería su ruina, que por mi culpa lo acusarían de izquierdista y no progresaría en su carrera. —Sacudió la cabeza con tristeza—. Al final…

—¿Qué? ¿Qué pasó? —Brittany quería saberlo todo sobre ese capítulo de la vida de su madre.

—Pues, ¿qué podía hacer? Como has dicho, no podía elegir no sentir lo que sentía, pero sí podía decidir si responder o no a esos sentimientos. Así que me casé con él.
Brittany se echó hacia atrás en la silla. —Estás hablando de papá —dijo, arrugando la nariz—. No es justo. Todo el mundo sabe que tu matrimonio es perfecto.

—Te equivocas si piensas que siempre ha sido perfecto. O que la perfección es fácil. Nos costó mucho, créeme. Por suerte puedo trabajar en cualquier sitio, lo que me ha permitido acompañarlo a todas partes.

—Se inclinó hacia delante para acariciar la mano de Brittany—. Pero mira qué obra de arte tan maravillosa hemos creado.

Brittany se sonrojó y las lágrimas volvieron a asomar a sus ojos. —Gracias.

—Espero que seas feliz, querida. Siempre lo he deseado.

—Se echó hacia atrás y agitó una mano con displicencia. —Y Sam no iba a hacerte feliz.
No era la primera vez que Brittany envidiaba el don de su madre: expresar mil palabras con un simple gesto. A partir de ese momento, su madre pareció conformarse con saborear el desayuno y charlar sobre su vida en Lisboa. Brittany terminó el bollo y se comió unas fresas.

—Bueno —dijo su madre enérgicamente—, ¿qué piensas hacer mientras me paso el día yendo de galería en galería y mientras me agasajan en cada esquina?

—No lo sé. Me gustaría dar un paseo en coche por los alrededores para conocer la región. El cielo es tan grande. Y no esperaba ver tantos árboles.

—Alquila un coche por el fin de semana, yo invito. Ya sé que me has dicho que no me preocupara por lo de Navidad, pero no puedo evitarlo. Busca un sitio divertido para que podamos ir mañana, cuando haya acabado con mis compromisos. Me encantaría escuchar un poco de jazz, lo echo de menos. ¿Cuándo te marchas?

—El lunes por la noche. Angela dijo que podía cogerme el día libre, aunque sólo llevo en el estudio un par de semanas. Es una verdadera leona, pero nos entendemos.

—A lo mejor puedo conocerla cuando vaya en febrero.

—¿Vas a ir a San Francisco? — Brittany saltó de alegría.

—¿No te lo había dicho? Ah, claro que no. Tampoco te he contado que van a exponer Las tejedoras en el Museo de Arte Moderno y quieren que haga una gala de beneficencia. Acepté sobre todo para pasar unos días contigo, y pienso quedarme al menos una semana.

—Mi estudio es minúsculo, pero hago un café buenísimo.

—Tonterías, querida, iré a un hotel. Si quieres puedes instalarte conmigo y hacer como que estás de vacaciones. No me apetecía ver a Sam; mejor así. — Su madre calló y después soltó a bocajarro—: Me alegro de que ya no estés con él.

—Yo también —dijo Brittany con una sonrisa.

—De todos modos —prosiguió Brittany con su tono enérgico—, si estás… si estás saliendo con alguien, quiero conocerla, sabes. Eso no cambiará nunca.

—Estoy con alguien, pero sólo somos amigas. Me está enseñando de qué va todo, por decirlo de alguna manera. —Su madre se rio—. Ay, me alegro tanto de que vengas a verme. Será fantástico.

—Ahora vete, cariño, que tengo que maquillarme. Pásatelo bien. Nos vemos a eso de las siete, antes del banquete, ¿de acuerdo?

—De acuerdo. Y no necesitas maquillarte. —Contempló con afecto los ojos castaños y el pelo cano de su madre —. Sólo espero llegar a los cincuenta y tres años tan guapa como tú…

—Fuera —ordenó su madre.
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Activo Re: FanFic. Brittana (adaptación) Pintando la Luna. Capítulo 10

Mensaje por Maria Angeles Dom Abr 12, 2015 6:05 pm

Capítulo 10

Brittany alquiló un coche en recepción, donde también le dieron unos mapas. Con unas mallas blancas, unas zapatillas Reeboks y un jersey grueso y abrigado, estaba lista para salir a explorar.

Recogió el coche y se alegró al ver que era un deportivo pequeño. En el mapa, las autopistas de Dallas parecían rectas y llanas. No conducía rápido de verdad desde la última vez que había estado en Alemania.

El empleado de la agencia de alquiler de coches le dijo que la policía de tráfico de Tejas no se preocupaba por velocidades inferiores a ciento veinte en autopista, al contrario que en California, donde la paranoia empezaba a ciento diez.

Podría sacudirse las telarañas y pasear por el campo. ¿Adónde iba? ¿Hacia Lubbock por el oeste? Empezó a recordar canciones country. ¿Hacia Oklahoma City por el norte? Un pueblo llamado Norman le llamó la atención. Norman, Oklahoma. ¿Dónde había oído ese nombre? Se concentró un momento y recordó la voz de Santana. «Sharlotte Kinsey, de Norman, Oklahoma. ¿Te imaginas ser de un lugar tan apartado que lo único que se ve en kilómetros a la redonda son yacimientos petrolíferos?».

Sin querer ponerle nombre a lo que la impulsaba, Brittany partió hacia Norman, Oklahoma, con su máquina de fotos y un mapa. Tardaría casi todo el día en ir y volver, pero le encantaba explorar en coche; ver las flores silvestres, cómo la gente construía sus casas en diferentes terrenos. Sería un buen descanso.

La tierra era llana y estaba anegada por la lluvia. No había cultivos que interrumpieran la vasta extensión de arcilla ocre oscura. Las nubes grises que flotaban en lo alto, sobre el tenue horizonte de carbón, hacían que Brittany se sintiera muy pequeña y se preguntara por los pueblos nativos que habían errado bajo el amplio cielo. Qué fácil hubiera sido imaginar que eso era el mundo entero.

Entró a formar parte de una caravana de coches y camiones que iban a ciento treinta por hora. En comparación con Alemania, no circulaban muy rápido, pero era emocionante. En la radio ponían sobre todo música country, pero no le importaba. Cantaba cuando conocía las letras mientras asimilaba el paisaje rojo y gris. Imaginó que allí construiría casas bajas con líneas suaves y redondeadas para que se mezclaran con el duro horizonte.

Al cabo de unas tres horas se detuvo en un bar en la calle principal de Norman. El pueblo no era tan pequeño como había imaginado, pero quizá había crecido desde que Sharla vivía allí. Se sorprendió preguntándole a la camarera por los cementerios. Se enteró de que había dos y volvió a marcharse. El primer cementerio, lleno de maleza, parecía abandonado, no había signos de que lo utilizaran. Se paseó durante un rato y vio que las muertes más recientes databan de los años treinta. Un viento helado traspasaba su jersey y se alegró de volver al coche.

Evidentemente el otro cementerio era el que utilizaban. Su tamaño la intimidó. En aquel momento había un entierro en el cuartel de la derecha, así que aparcó a cierta distancia y echó a andar con la esperanza de que fuera la zona que se utilizaba últimamente. Algún paisajista había diseñado pequeñas elevaciones en el terreno. Varios robles de mediana edad resguardaban el cementerio del viento. Se paseó un rato y encontró tumbas de los años ochenta, pero ninguna reciente. El entierro había terminado y la gente empezaba a marcharse. Esperó hasta que sólo quedaron los empleados de la funeraria y les pidió ayuda.

Los hombres, con sus tiesos trajes negros, la miraron de arriba abajo. Brittany supuso que tenía un aspecto un poco extraño para un cementerio. Bueno, probablemente también fuera un poco extraño para Oklahoma en general. Se inventó que buscaba a una amiga de las colonias de verano de la parroquia, y los hombres le indicaron una zona en la que quizá encontrara la sepultura.
Las tumbas que le habían indicado junto al sendero correspondían a la fecha que buscaba.

«Amada hija». «Amada esposa». «Amado padre». «James, desaparecido demasiado
pronto». «Carolyn, nuestra amada hermana».

De pronto se dio cuenta de que se hallaba ante el nombre que buscaba. Sharlotte Jean Kinsey. Una cruz sencilla y grande en relieve. En el extremo inferior: «Señor ten piedad de mí, pecadora».

Miró la lápida unos minutos cerrando y abriendo los puños. Estaba acalorada de rabia, una rabia profunda y vehemente que nunca había sentido.

Descansar para siempre bajo semejantes palabras… Brittany no sabía qué pensar. La impresionó ver esa condena labrada en la piedra. Durante toda su vida sus padres no habían hecho más que quererla. No tenía enemigos. Volvió a impresionarse cuando se dio cuenta de que esa gente pensaría lo mismo de ella, y ni siquiera la conocían. Tenía un nudo en la garganta.

Nunca nadie la había odiado. Recordó lo que le había dicho su madre acerca de hacer elecciones. Bueno, al elegir el amor también elegía que la odiaran.
Regresó a la entrada del cementerio y se dirigió a la florista de la esquina que se ganaba la vida con los deudos. No podía sacarle una foto ala lápida sin algo que mostrara que Sharla había sido amada, profunda y sinceramente amada.

¿Rosas? No. ¿Claveles? No, Gladiolos, mejor. Gladiolos rojas y unos cuantos lirios violetas. Mucho, mucho mejor, pensó. Compró un ramo enorme con las flores más coloridas y un jarrón alto. Rechazó la cruz complementaria para colgarla del ramo y regresó al cementerio.
Los colores brillantes ocultaban casi toda la inscripción y la cruz. Ojalá pudiera borrar las palabras crueles y añadir «Amada esposa de Santana» en la piedra. Como había dicho ésta: ¿Dónde estaba la caridad de esos cristianos? ¿Cómo podía tener algo de malo el amor? Sobre todo un amor tan auténtico como el de Sharla y Santana.

Sacó varias fotos y se quedó un momento preguntándose si no quería decir algo. De pronto se sintió tonta. No creía que Sharla siguiera allí. Todavía no sabía si creía en la vida después de la muerte, pero su padre le había enseñado a adoptar una actitud abierta frente a todas las culturas e ideas. Suspiró, contempló el cielo y pensó que fuera cual fuese el lugar donde estuviera Sharla, tenía que estar más cerca de Santana que de ese cementerio.

Sacudió la cabeza, sacó una última foto, arrancó un pétalo de cada flor para metérselos en los bolsillos y regresó al coche. Durante el camino de vuelta, imaginó una y otra vez la nota que iba a enviar a Santana junto con las fotos. Decidió incluir los pétalos para que ésta pudiera ver los colores. No había hecho ese viaje como una excusa para ponerse en contacto con ella, pero esperaba que Santana la llamara y volver a verla.

Cuando llegó al hotel, sorprendió a su madre con un largo y sincero abrazo y entradas para un club de jazz que tenía muy buena fama.

—¿Qué querías enseñarnos, Lee? — Rachel probó otro bocado de su pastel de queso con amaretto e hizo delicados chasquidos como si estuviera catando vino—. ¿Crees que habría que echarle menos amaretto?
—Querida, está perfecto —repuso Quinn—. No me parece que una cucharadilla más o menos de lo que sea pueda cambiar nada.

Rachel miró a su compañera con desdén.

—No tienes paladar para apreciarlo. —Pues a mí me gusta el sabor que tienes tú —dijo Quinn.

—¡Chicas! —Santana miró a sus amigas—. No hablemos de sexo.

Rachel señaló a Santana con el tenedor,

—El celibato es un rollo. Créeme, lo conocí a fondo hasta que apareció ésta. —Agitó el tenedor en dirección a Quinn.

Santana se rio.

—No está tan mal, a menos que tus amigas presuman delante de ti.

—Lo siento —dijo Quinn—. Tendré más cuidado.

—Abrió sus grandes ojos castaños con expresión inocente. —Bueno, ¿qué pasa con esas fotos que dijiste que teníamos que ver?

—Un poco menos de amaretto — protestó Santana a Rachel. La amonestada asintió. —¿Crees que se podría servir esto con amaretto o es muy empalagoso? —preguntó apartándose los rizos de pelo negro de la cara.

—Santana… —La voz de Quinn tenía un ligero tono quejumbroso

—No, es demasiado dulce. No sé con qué puedes servirlo, quizá con algo seco y fuerte.

—¡San! —Quinn se inclinó hacia delante y estiró la mano con un gesto imperioso—. Enséñame las fotos.

Santana sonrió a Quinn con indulgencia y le dio el paquete de fotos que Brittany le había enviado junto con una nota. Rachel se levantó para mirar por encima del hombro de Quinn.
Las dos mujeres contuvieron el aliento y suspiraron. Rachel se santiguó y miró a Santana, con los ojos negros llenos de lágrimas.

—¿Al final tuviste el valor de ir a buscarla? ¿O la familia cedió y te dijo dónde estaba?

—No, me las mandó una amiga. ¿Una amiga? ¿Podía decir que Brittany era sólo una amiga? El detalle de tomar esas fotos la convertía en algo más que eso. —En realidad, es una conocida —
añadió.

Les contó por encima la estancia de Brittany durante el fin de semana de Acción de Gracias, omitiendo los momentos electrizantes del último día en la cocina. No pudo evitar pensar en el instante en que sus dedos se deslizaron por la humedad de Brittany. Se le hizo un nudo en el estómago.

—¡Qué detalle! —Quinn contempló las fotos—. Y las flores… a Sharla le habrían encantado.
Santana puso suavemente los pétalos sobre la mesa. Se habían marchitado, pero aún conservaban algo del vibrante color que permitía imaginar cómo era el ramo original.

—Ay, San López—dijo Rachel en voz baja—. Brittany debe ser una persona maravillosa.

Santana asintió y cerró un momento los ojos. Se le volvió a hacer un nudo en la garganta. La composición de las fotos era hermosa. Brittany le había indicado dónde estaba la tumba de Sharla; quizá fuera algún día… pero no era necesario. Ya no.

—Esos cabrones —dijo Quinn con enfado tras leer la nota de Brittany—. ¿Cómo han podido poner eso en la lápida?

—Es la misma historia de siempre —comentó Rachel—. No la ven en quince años y de pronto la ley les da derecho a disponer de su cuerpo, de su dinero y de su coche. Por suerte, pusiste las dos casas a tu nombre, San. También se las habrían quedado. ¿Cómo pueden considerarse cristianos…? —Alzó la mirada hacia el cielo un momento y rápidamente se volvió a santiguar—. Hasta dan ganas de desearles lo peor, de veras.

Santana se encogió de hombros.

—No tenía que haberles dicho que se había muerto. Lo hice porque era lo que correspondía a una «cristiana». Y ya ves a dónde me ha llevado.

—Qué ironía, ¿verdad? —Rachel volvió a su silla y tomó otro bocado de tarta de queso.

—Tendríais que haber hecho testamento —intervino Quinn—. Y un buen poder notarial. Val y yo los hicimos después de que te arrebataran a Sharla.

—Los testamentos siempre se puede recurrir —replicó Santana—. La familia de Raymond Burr paralizó indefinidamente la sucesión, y seguro que Raymond estaba bien asesorado.

—Es mejor que nada —replicó Quinn.

Santana cogió su foto preferida. Tomada desde abajo, las flores encuadraban en primer plano el nombre de Sharla. Por encima de la lápida, unas ramas verdes y borrosas se confundían con la luz gris. Brittany había heredado el ojo de su madre para el equilibrio.

—Tienes razón —dijo Santana aclarándose la garganta—. ¿Queréis alguna foto?

—Sí, si no te importa —repuso Quinn—. Sharla era una buena amiga.

—¿Qué te parece si sirvo Oporto con la tarta? —preguntó Rachel mientras se comía otro bocado. Quinn le tiró la servilleta.

Santana volvió a meter con cuidado los pétalos en el sobre y juntó las fotos. —Tendría que probarlo —contestó. —Qué buena idea. —A Rachel se le iluminaron los ojos y desapareció en la cocina.

—Una cosa más —dijo Angela—. Tengo dos entradas para una inauguración en una galería de arte a beneficio del Centro de Recursos de Mujeres con Cáncer. Es este viernes y no puedo ir. ¿Alguien las quiere?

Brittany abrió la boca para decir que sí, pero pensó que debía dejar que los demás se pronunciaran antes.

—Yo quiero una —dijo Kitty—. Artie no querrá ir, así que alguien puede quedarse con la otra.

—A mí me encantaría ir —dijo Brittany tras ver que los demás no decían nada—. Muchas gracias.

Le pasaron la entrada por la mesa de conferencias y se la guardó en la agenda.

—No sabía que te gustaba el arte — dijo Kitty cuando se marchaban de la sala de reuniones.

—Me chifla, aunque no puedo darme el lujo de comprar nada.

No mencionó que tenía una pequeña escultura original de Susan Susan en su apartamento. Su madre se la había regalado al acabar la universidad diciéndole, con su más práctico estilo maternal, que podía sacarla de un apuro si algún día necesitaba dinero.

—Ya somos dos. ¿Por qué no coges el dossier de Dearborn y repasamos las especificaciones de los planos que nos acaban de enviar y buscamos algún lugar para comer antes de ir a la galería?
Brittany fue a buscar el dossier a su diminuto despacho, más o menos del mismo tamaño que su cubículo de L&B, pero al menos con paredes y una puerta, y se dirigió a la oficina de Kitty.

—Estaba pensando —dijo Kitty—, que a lo mejor querías llevar a alguien a la galería. Puedes quedarte con mi entrada, no me importa.

—No, por favor —protestó Brittany —. En estos momentos estoy soltera y sin compromiso. Pensó en Santana y reprimió el dolor que le causaba no haber sabido nada de ella después de enviarle las fotos. Esperaba que no se hubieran perdido en el correo.

—¿De veras? —Kitty la observó con la cabeza inclinada—. Pues conozco a una persona que trabaja en un banco en la ciudad. Creo que os llevaríais muy bien. A lo mejor debería darle mi entrada…

—No es necesario —repuso Brittany. Se dio cuenta de que se sonrojaba—. Soy… Quiero decir que me gustaría conocer a gente nueva, pero… —Se miró los pies. Kitty era agradable y seguro que conocía gente interesante—. Esa persona… ¿Es hombre o mujer?

—Una mujer —contestó Kitty—. Ay, Dios mío, ¿me he equivocado? — Bajó la voz—. También conozco a hombres muy agradables. Por ejemplo, al hermano de Artie, que es encantador. Incluso es más simpático que Artie, pero no tan divertido.

Brittany se rio aliviada.

—No, no te has equivocado. Ignoraba que lo supieses. En realidad, tampoco hace tanto tiempo que lo sé. Frunció el ceño. —Pero ¿cómo te enteraste?

Kitty se encogió de hombros. —No lo… Ah, sí, ahora me acuerdo. Una amiga me dijo que había conocido en un baile a alguien cuyo nombre no recordaba, y ese alguien trabajaba aquí desde hacía poco. Por su descripción, supuse que eras tú. Y como ella es lesbiana, pensé que tú también lo eras. Dice que bailas muy bien.

Esta vez fue Brittany la que parpadeó. —Ah, ahora lo entiendo. Fui a un par de bailes de mujeres, pero no es fácil oír los nombres con la música tan alta, y menos aún recordarlos.

—En fin —dijo Kitty—, puedo darle mi entrada a mi amiga y decirle que no puedo ir y que irá una persona de mi trabajo. Podéis hablar de arte, y, si no os gustáis, no pasa nada, de todos modos no es una cita. ¿Qué me dices? — Alzó las cejas como animándola.

—Me va bien ir contigo —contestó Brittany. Kitty siguió haciendo muecas para animarla hasta que al final Brittany se rio—. Pero si de verdad tu amiga es tan simpática, supongo que podré soportar que vaya en tu lugar.

Lo que desde luego no iba a hacer era pasarse las noches en casa esperando la mítica llamada de Santana que nunca iba a llegar.

—Esta mañana la llamaré para decírselo —dijo Kitty con una sonrisa—. Ahora volvamos al trabajo. Los Dearborn han revisado de nuevo toda la concepción del comedor. Esto tiene pinta de convertirse en la renovación de una posada más larga de la historia. Así que adivina lo que quiero que hagas.
Brittany tendió la mano para coger la hoja de especificaciones.

—Planos y alzados de todo el proyecto. Dalo por hecho.

—Sólo tenemos que quedarnos unos minutos y después nos podemos ir a bailar —dijo Hanna.

—A lo mejor esta inauguración no es tan aburrida como la última —dijo Santana—. A veces son divertidas. Estuve en un par que lo fueron. Bueno, al menos en una. —La inauguración de Luna Pintada
causará sensación, querida. Estoy intentando publicar un artículo a doble página en el dominical.

—Puedo montarla cuando quieras. Santana le abrió la puerta a Hanna, que pasó junto a ella con un repiqueteo de tacones y dejando una estela de Chanel 19. Llevaba lo que siempre se ponía para las inauguraciones: un vestido tubo ceñido que hacía juego con el color de su piel, con lentejuelas bordadas en los lugares estratégicos, una estola de piel falsa muy elegante sobre el hombro, y unos pendientes color ámbar.

Santana la siguió con unos pantalones negros más discretos y una chaqueta violeta oscura: su traje oficial de vestir. Cuando se acercaron a la propietaria de la galería para el obligado apretón de manos y expresar los mejores deseos, murmuró al oído de Hanna:

—No podemos ir a bailar con ese vestido que llevas. Se te romperá una costura.
Hanna frunció la nariz.

—Creo que tienes razón. Siempre podemos pasar por mi casa y me puedo cambiar. O a lo mejor no… —Le lanzó una sonrisa malévola por encima del hombro.

—Hanna —empezó a decir Santana en tono cansado, pero se calló para sonreír y desearle suerte a la galerista.

A pesar de que habían acordado ser sólo amigas, Hanna seguía coqueteando y a Santana le molestaban los mensajes contradictorios. Pasaron junto al grupo de recepción y entraron en la sala principal en la que había sobre todo esculturas. Algunas obras enseguida le llamaron la atención. Hanna ya estaba en medio de la sala y se dirigía directamente hacia una fotógrafa a la que San Lópezrecordaba vagamente de una exposición de hacía varios años.

Hanna debió de ver algo que le gustó; Santana reconoció las señales. Algún día, en su galería también se expondrían fotos.

Santana se acercó a las piezas que le interesaban. La galería se estaba llenando de gente… Definitivamente era todo un éxito. Hanna empezó a alternar con la concurrencia, algo que se le daba muy bien. Santana, entre pieza y pieza, la observaba.

Encontró una escultura de Susan Pierce que no conocía. Era tan hermosa que sintió un hormigueo en los dedos.

Una obra de hierro forjado pintado de blanco, con una base de unos diez centímetros de diámetro, unos quince de altura y unos siete de ancho. En la parte superior, el hierro se curvaba hacia arriba para volver a caer. La pendiente hacia abajo parecía una réplica de una pieza de encaje fino. De hecho, se parecía a la larga cola de un vestido de novia al revés. El encaje tenía un aspecto muy delicado, pero la pieza en sí, pensó Santana, tenía que ver con la fuerza que ocultaba.

Retrocedió para admirarla mejor y le pisó el pie a alguien, que lanzó un chillido. Santana se volvió para disculparse.

—Lo siento mucho…

Se encontró cara a cara con Brittany. La expresión de enfado de Brittany se convirtió en sorpresa. Las dos se quedaron mirándose. Santana no había olvidado el azul de los ojos de Brittany. No había olvidado la forma de sus labios, ni como se separaban cuando se quedaba sin aliento. Brittany se había quedado sin aliento. Santana se dio cuenta de que a ella le había ocurrido lo mismo. Le bastó una mirada para volver a la cocina de la cabaña y que su cuerpo experimentase idénticas sensaciones a las de entonces: el tacto de la piel de Brittany, el sabor de sus labios.
voz.

—Veo que ya os conocéis —dijo una

Santana parpadeó. Brittany respiró hondo igual que una nadadora cuando emerge para respirar. Apartó la mirada y vio a una mujer pequeña, con traje de chaqueta.

—Eh… Santana, ésta es Laurel, una amiga de una amiga. Laurel, te presento a San López, la artista.

—Encantada —murmuró Laurel. Una sonrisa se dibujó en su rostro—. Ah, ahí veo una obra que me gustaría estudiar, así que ya nos veremos, Brittany. Si no nos encontramos, saluda a Kitty de mi parte, ¿de acuerdo?

Brittany abrió la boca como si quisiera pedirle a Laurel que se quedara, pero sólo atinó a asentir. Laurel se perdió entre la gente, no sin antes volverse para mirarlas arqueando las cejas con una sonrisa cómplice.

—Recibí las fotos —dijo Santana—. No sé cómo darte las gracias. Todos los días cogía el teléfono pero… no sabía qué decir.

—No fue nada.

—Fue mucho.

—Quiero decir que fue un placer poder hacerlo. Y de nada.

Brittany miraba el suelo, y Santana no lo pudo soportar.

—Mírame.

Brittany alzó la vista y sus ojos se volvieron a encontrar. Tenía los labios ligeramente abiertos y temblaban. Santana contempló la blusa de seda turquesa y la falda corta negra. Ésta era la Brittany habitual, no la mujer que se había quedado bloqueada en su cabaña vestida con la ropa de Sharla.
La Brittany de todos los días la hacía estremecer aún más que la Brittany atrapada por la nieve. Santana no creía que algo así fuera posible.

La intensidad de su mirada quedó interrumpida cuando alguien empujó a Santana contra Brittany. Santana sintió sobre su cuerpo la tibieza de los pechos cubiertos de seda de Brittany y todos sus nervios se inflamaron.

—Aquí hay demasiada gente —dijo en voz baja—. A lo mejor encontramos algún sitio para hablar.

—Hablar —repitió Brittany.

Santana la cogió del brazo y la llevó hacia la parte de atrás de la galería. Tenía que haber algún lugar donde pudieran charlar con un mínimo de intimidad. Encontró una puerta abierta al final de una sala lateral y metió a Brittany en un cuarto. Los cajones y el material de embalaje dejaban poco espacio, así que se quedaron justo detrás de la puerta cerrada.

Santana se volvió hacia Brittany para mirarla a la cara y perdió toda la determinación. Quería estar a solas con Brittany y ahora lo estaba. La visión de la cara de Brittany mirándola… esos labios temblorosos… parecía tan vulnerable que le daba miedo tocarla. Si lo hacía, no sabía si podría detenerse.
Fue Brittany la que lentamente levantó una mano. Deslizó un dedo bajo la solapa de la chaqueta de Santana.

—Qué chaqueta tan bonita —dijo con voz débil, como si quisiera entablar una conversación normal pero le faltara la compostura. Los dedos se deslizaron hacia abajo y soltaron la chaqueta de Santana. Ésta le cogió la mano, y, en el anhelado momento en que los brazos se enroscaron y los cuerpos se arquearon, desapareció la distancia que las separaba. La seda que cubría la espalda de Brittany era cálida y realzaba la suavidad de su piel. La trenza pesaba en las manos de Santana. Sería tan fácil apartar la blusa y deleitarse con el calor de los hombros de Brittany. Le besó la curva expuesta de la garganta. La respiración de Brittany se había convertido en un silbido contenido seguido de un temblor en el cuerpo, cuando ésta empujó la cabeza de Santana hacia abajo.

Santana se aferró a ella con desesperación, decidida a acabar lo que habían empezado en la cocina. Retrocedieron medio paso y los hombros de Brittany se apoyaron contra la puerta. Brittany gimió con los labios cerrados, acercando los pechos redondos a Santana, dejó caer los brazos hasta su cintura y comenzó a deslizarlos por el interior de la chaqueta.

Las manos de Santana estaban debajo de la falda de Brittany, acariciando la suavidad de las caderas a través las medias. La besó; su lengua exploró la boca acogedora de Brittany mientras invitaba a ser explorada. Las rodillas de Brittany se doblaron y sólo la presión de Santana junto a ella evitó que cayera al suelo. Santana deslizó la pierna entre las de Brittany, cuando de pronto se dio cuenta de que estaba llegando a un punto sin retorno en un lugar semipúblico.
Interrumpió el beso y dejó a Brittany jadeante.

—Quiero estar contigo —le susurró al oído—. De veras. Pero aquí no. Brittany volvió la cabeza.

—Lo sé. Yo también. —Apenas se le oía—. No quiero que pares, pero tengo la sensación de que me voy a desmayar. Quiero que me hagas el amor.
Apoyó la frente en el hombro de Santana. Santana la sostuvo hasta que Brittany pudo mantenerse de pie sola y levantar la cabeza.

—Es increíble —susurró—. No me importa nada.

—Lo sé —dijo Santana mientras le sonreía y le pasaba el pulgar por la comisura de los labios.

—No lo sabes —dijo Brittany con repentina vehemencia—. Todavía sigues de pie. Estás… intacta.
Santana la besó sobre una ceja. —No me siento intacta. —Pero lo estás —dijo Brittany—. Yo estoy desmoronada.

—Respiró hondo. —No soy… no soy una persona débil. Soy una persona independiente.

—Lo sé —dijo Santana con otra sonrisa.
Brittany sacudió ligeramente la cabeza.

—Ahora mismo haría lo que me pidieras. Nunca me he sentido así. —
Bajó la voz de modo que Santana tuvo que esforzarse por escucharla.

—Nunca me he dejado llevar de este modo. Si me dijeras que me tengo que quedar aquí mientras tú… mientras tú me haces el amor, encontraría la manera de hacerlo. Haría cualquier cosa que me pidieras. Es como si ya no pudiera elegir.
Santana se estremeció. De pronto la asustó el poder que Brittany le estaba cediendo.

—No te pediré nada que no me puedas dar.
Una lágrima se escapó y recorrió lentamente la curva de la mejilla de Brittany.

—No quiero estar así, depender y aferrarme a ti. Pero no lo puedo evitar. Yo tampoco quiero hacerlo aquí, pero no te puedo soltar. —Se agarró a Santana con más fuerza y le tembló la voz—. No puedo soltarte. Si lo hago me muero.

—Yo te sostengo —repuso Santana—. No te dejaré escapar.
Siguieron un rato abrazadas, hasta que Brittany al fin respiró hondo y volvió en sí.

—Ya se me ha pasado el mareo. —¿Quieres que nos vayamos? Brittany asintió.
Nadie las vio salir de la habitación, probablemente porque la galería estaba más abarrotada de gente que antes. Santana cogió a Brittany del brazo, consciente de que Brittany se pegaba a ella. Se sentía como un salmón nadando río arriba. Cuando entraron en la sala principal de la galería, de pronto pareció como si todo el mundo conociera a Santana y quisiera hablar con ella.
Brittany apenas dijo nada y Santana se dio cuenta de palabra que pronunciaba le suponía un esfuerzo Habían recorrido dos tercios del camino cuando Hanna.

—¿San? —Apoyó la mano en el brazo de San Lópezy miró a Brittany—. ¿Qué pasa, cariño?
Santana advirtió el retraimiento de Brittany y, tras apretarle el brazo, le dijo a Hanna:

—Tengo que irme, ¿vale?

Hanna volvió a mirar a Brittany, escudriñándola con atención. —Creía que teníamos una cita. —Lo sé. Lo siento. No quiero dejarte colgada, pero…

—Pero lo harás igual. Muchas gracias, cariño —dijo Hanna. Su sonrisa no iba más allá de su boca. Se inclinó sobre Santana—. ¿Quieres presentarme a la mujer por la que me abandonas?

Brittany resucitó y dijo en voz baja: —Soy Brittany Pierce. Conocí a Santana el fin de semana de Acción de Gracias.

—Brittany —repitió Hanna. Miró a Santana y ésta advirtió el enfado que empezaba a asomar en los ojos de Hanna.

—Fui sincera contigo, Hanna. —¿Crees que eso importa ahora? Hablando de sinceridad, creí que era hetero.

Santana no supo qué decir; se había olvidado de Parker.

La voz de Brittany rompió el silencio. —Ya no. Soy lesbiana.

Hanna retrocedió, tan sorprendida como Santana, y la sonrió con amargura.

—Te felicito por haberla convertido a la fe, querida.—Bajó la voz.

—Lo siento, no pretendo ser mala, San, pero creo que no necesitas una novata que te complique la vida. Acabas de salir del agujero.

—Sé lo que quiero —repuso Santana. Hanna la miró fijamente. —Siempre lo has sabido, ¿verdad? Santana se dio la vuelta y se marchó.
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Mensaje por 3:) Dom Abr 12, 2015 8:25 pm

que no,... no podes dejarlo ahi!!!!!!!!!!!!!!!
me gusto el apoyo de susan con britt,...
a ver que pasa con san y britt,....

nos vemos!!!
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Mensaje por micky morales Dom Abr 12, 2015 9:45 pm

se reencontraron, lo maximo! hanna que se vaya a un iglu en alaska!
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Mensaje por nataalia Mar Abr 14, 2015 9:14 am

Sigueeelo! Lo amo enserio, brittany admitiendo que es lesbiana y ese encuentro.. Espero la actualizacion pronto:D
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Mensaje por bslyforever27 Miér Abr 22, 2015 5:18 pm

actualiza porfis porfis!!
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Mensaje por atercio Jue Mayo 07, 2015 11:19 pm

sigo la historia, es realmente buena y la adaptación muy bien hecha espero la actualización con ansias y que se termine esta historia FanFic. Brittana (adaptación) Pintando la Luna. Capítulo 10 - Página 2 2145353087
atercio
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Mensaje por bslyforever27 Lun Jun 08, 2015 12:36 pm

actualizaaaaa porfis!!!! me encanta la historia, y ahora empieza a ir bien!! porfis porfis actualiza
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