[Resuelto]FanFic Brittana: Sorpréndeme (Adaptada) Epilogo

Capitulo 4

En el concesionario, un enorme tráiler descargaba los coches, mientras Jake López, un alto directivo de Aston Martin, indicaba a los trabajadores el lugar donde colocar los caros y elegantes vehículos. Aquel día habían llevado varios de alta gama y los clientes más adinerados, avisados por él, habían ido a echarles un vistazo.

Mientras los hombres observaban embobados los coches, Jake se deshacía en atenciones con sus mujeres. Al igual que su hermana Santana, se las llevaba de calle y raro era que una fémina no se fijara en él. Al igual que Santana, tenía los ojos castaños y el cabello negro y una cara inocente que nada tenía que ver con lo que era en realidad. Gracias a su magnetismo, con apenas veintisiete años era un alto ejecutivo de la marca Aston Martin y un hombre que viajaba por el mundo.

Cuando la puerta del concesionario se abrió y entró Santana, para Jake ya no existió nadie más. Adoraba a su hermana y ésta lo adoraba a él. Con una divertida sonrisa, Jake caminó hacia ella y la abrazó, ante la atenta mirada de varias mujeres, que suspiraron al verlos.

Eran un hombre un una mujer, jóvenes, guapos y triunfadores y su fama de caballero y dama los acompañaba.

Tras darse un caluroso abrazo, el menor de los hermanos López, dijo:

—Ven, vamos a ver tu coche—sin demora, caminaron hasta un lateral del concesionario y cuando llegaron ante el impresionante coche, Santana silbó y Jake dijo—Aquí lo tienes, hermanita. Aston Martin Vanquish Coupé. Máxima velocidad 295. Aceleración de 0 a 100 en 4,1 segundos. Motor doce cilindros en V. Culata de aluminio. Inyección. Tracción trasera. Automático. seis velocidades.

—Mío—afirmó Santana, tocándolo con deleite.

Desde que vio aquel coche en una revista, hacía más de un año, supo que debía ser suyo y por fin estaba ante ella. Jake sonrió. Le encantaba el gesto de placer de su hermana y, abriendo una de las dos puertas del vehículo, la animó:

—Venga, vamos a dar una vuelta, Tanita.

Santana asintió. Se montó junto a su hermano y sacó el coche del concesionario. Con sumo cuidado, condujo por las calles de Múnich. Aquella máquina era impresionante y cuando salieron a la autopista, simplemente voló.

Una hora después, cuando regresaron al concesionario, Santana lo tenía aún más claro. Aquel impresionante coche debía ser suyo, y ante las risas de su hermano, afirmó:

—Lo quiero mañana.

—¡¿Mañana?!

—Sí. Mañana.

—Tana, tengo que arreglar papeles y...

Ella miró a Jake con exigencia y, cortándolo, dijo:

—Mañana te dejo mi viejo Aston para llevarme éste. Y ahora mismo vamos a comenzar a mover los papeles para que yo lo pueda disfrutar. Por el seguro no te preocupes, llamo a Corina y ella me pasa el del otro Aston a éste. ¿Con quién más hay que hablar?

Jake sonrió y, mirándola, respondió:

—Acompáñame. Tendremos que hacer varias llamadas, pero lo solucionaremos.

Si algo tenían claro los hermanos López era que siempre se salían con la suya.


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Esa tarde, Brittany paseaba con su hija por una concurrida calle de Múnich. Hacía frío. En enero siempre hacía un frío siberiano en aquella ciudad.

En compañía de su pequeña, se paró ante cientos de puestos para comprarle mil regalos y la cría aplaudió emocionada.

Eso hizo reír a Brittany.

Su hija era su felicidad.

Su mejor regalo.

Cuando entró en una cafetería para tomar algo, le sonó el móvil. Al ver que era un número especial, contestó:

—Teniente Pierce al habla.

—Buenas, teniente.

Brittany sonrió. Era su buen amigo Finn y, sentándose en una silla, preguntó:

—¿Por qué me llamas desde ese número?

—Porque sabía que lo cogerías.

Torciendo el gesto, ella protestó y murmuró:

—Sabes que fuera de la base soy Brittany, nada de teniente Pierce.

—Lo sé..., lo sé...

Ambos rieron y, finalmente, Brittany preguntó:

—¿Qué tal todo con la azafata de Air Europa?

—Bien... muy bien. ¿Ya se ha ido tu mamá?

—Sí. Anoche la llevé al aeropuerto y ya está en Asturias con la familia.

—Perfecto.

Un extraño silencio se hizo entre ellos y Brittany inquirió:

—¿Qué ocurre, Finn?

Tras maldecir en un americano muy de Kansas, él dijo:

—¿En serio tu hermana va a regresar a Fort Worth?

Brittany resopló y contestó:

—Eso parece. Sabes que se fue a España por una temporada tras la separación de mis padres, pero tarde o temprano Becky tiene que rehacer su vida.

—Tienes razón—e intentando pensar en otra cosa, le espetó—¿Dónde estás?

—Comprando regalos para Sami. Me encanta malcriarla. ¿Y tú?

—Con Monica en su casa.

—¡Guau, eso suena bien!

Finn sonrió e, intentando olvidarse de la hermana de ella, añadió:

—Sólo te diré que desde ayer no hemos salido de la cama.

—¿Lo pasaste bien entonces?

—Y lo voy a seguir pasando. Sólo te he llamado por si necesitas algo, pero en cuanto cuelgue, regreso a la cama con Monica. Estoy muy necesitado.

Ambos rieron y Brittany murmuró:

—Regrese a la cama, sargento, olvídese de otras mujeres y disfrute de su necesidad—una vez colgó, miró a su pequeña de ojos azules y dijo—El tío Finn te manda besos, Sami. ¿Quieres merendar?

La cría aplaudió y unos señores que había a su lado sonrieron. Samantha era una preciosidad de niña, además de simpática, y allá donde fuera siempre llamaba la atención con su coronita de princesa. Le gustaba la gente y lo demostraba sonriendo y acercándose a todo el mundo.

Era igual a su mamá, eran rubias, y las dos tenían sus ojos azul claro, pero ella encontraba que era igual a Sam.

Brittany disfrutó de las gracias de su hija y los comentarios de quienes la rodeaban mientras dibujaba en una servilleta. Aquella tranquilidad, en aquel lugar, le encantaba. Nada tenía que ver con la intranquilidad que vivía cuando estaba de misión.

Mientras observaba cómo una señora bromeaba con su pequeña, sonrió. Pero su sonrisa desapareció cuando recordó las palabras de su mamá al referirse a que Samantha la añoraría cuando creciera. Sabía que tenía razón. Pero aquél era su trabajo.

Tras pedir un café y unos sándwiches, mamá e hija merendaron.

Horas más tarde, cuando regresó a su casa, Sugar, la mujer que se quedaba con Sami cuando ella estaba fuera, pasó para ver cómo estaba la niña. Tras charlar con ella durante un rato, Brittany preguntó:

—Sugar, ¿podrías quedarte con Sami unas tres o cuatro horas esta noche?

La mujer dijo:

—¿Tienes una cita?

Ella asintió. Tras la conversación con Finn, supo que necesitaba salir esa noche y, mirándola, respondió:

—Sí. Tengo una cita.

Capitulo 5

Brittany decidió ir a Sensations, un local en el que sólo había estado un par de veces, pero donde lo había pasado muy bien.

Desde que Sam murió, ella no había quería rehacer su vida, pero decidió seguir jugando a los juegos que practicaba desde antes de conocerlo a él. Aunque esta vez en solitario. Sabía lo que quería y sabía lo que buscaba, y ahí lo iba a encontrar.

Sin miedo a nada, la joven traspasó la puerta del local, fue hasta guardarropía y ahí dejó su largo abrigo. Las personas que pasaban por su lado la miraban.

Alta, sexy, piel blanca, rubia y con unas proporciones más que aceptables gracias a toda la gimnasia que hacía por su trabajo. Ataviada con un bonito y corto vestido negro de cuero, un pañuelo de seda en el cuello y subida en unos impresionantes zapatos de tacón, pasó con decisión a la segunda sala y fue directa a la barra.

Ahí pidió un Bacardí con Coca-Cola y, antes de que el camarero le pusiera la bebida, ya tenía a dos hombres a su alrededor. Brittany los miró, uno de ellos le pareció interesante y al otro directamente lo descartó. Centrándose en el de cabello negro de ojos claros que le había gustado, preguntó:

—¿Cómo te llamas?

—Blaine, ¿y tú?

—Brittany.

Cuando el camarero dejó ante ella su bebida, Brittany dio un trago y el llamado Blaine inquirió:

—¿Estás sola?—ella no respondió y él insistió—¿Qué busca una chica como tú en un local como éste?

Brittany sonrió y respondió con sinceridad:

—Lo mismo que tú—él se acercó un poco más a ella. Brittany no se movió y preguntó—¿Quieres tocarme?

—Sí.

—Tócame entonces—la mano de él comenzó a subir por sus muslos. Al sentir el roce, a Brittany se le puso el vello de punta y, sin cortarse, dijo—Busco dos personas, un hombre o una mujer. Ya he encontrado uno. Ahora llegará el o la otra.

Blaine sonrió. No entendía a qué se refería, pero no le importó. Era una guapa y sensual mujer y supo que lo iba a pasar bien.

Durante un rato charlaron de sexo. Hablar de eso en aquel tipo de locales era lo más normal del mundo y cuando todo estuvo claro, Blaine propuso:

—Vayamos a la pista de baile.

—No. Mejor al cuarto oscuro.

—Perfecto—asintió el hombre.

Brittany dio otro trago a su bebida, bajó del taburete y comenzó a andar hacia donde sabía que estaba esa sala. Al entrar, oyó música cañera. Durante varios minutos, las manos de Blaine volaron por su cuerpo, mientras ella cerraba los ojos y se dejaba hacer.

Le gustaba imaginar que Sam observaba y que pronto sus manos fuertes se unirían a la otra persona que ella había elegido.

Y así fue.

Segundos después, sintió otro par de manos a su espalda que la tocaban.

Sam.

Excitada por el momento y a oscuras, no podía ver la cara de ninguno de los dos y eso le gustó. Las manos de ellos volaban por su cintura, sus pechos, su trasero y cuando ya no pudo más, dijo, volviéndose hacia el hombre cuyo rostro no había visto.

—No hables y no permitas que te vea la cara si quieres que te permita jugar conmigo—él asintió y ella con decisión añadió—Pasemos a un reservado.

Ellos la siguieron. Brittany no miró la cara del segundo hombre en ningún momento, ni él se dejó ver.

Ella no quería.

Sólo quería pensar que era Sam. Necesitaba fantasear con él aunque en ocasiones lo odiara.

Cuando entraron en el reservado, Brittany puso música y la voz de Bon Jovi llenó la estancia. El desconocido, tras ella invitarlo, le bajó la cremallera del vestido de cuero y cuando éste cayó al suelo, Brittany salió de él. Blaine se desnudó y, acercándose, preguntó:

—¿Puedo tumbarte en la cama?

—No—y agarrándolo con decisión, ordenó, mirándolo a los ojos—Ponte de rodillas ante la cama y espera a que yo vaya.

Blaine no dudó. Estaba claro que a aquella mujer nadie le decía qué tenía que hacer.

Una vez estuvo arrodillado ante la cama, con una jarrita de agua y un paño limpio, la observó y vio que, sin mirar al tipo que estaba tras ella, decía:

—Quítame las bragas y tócame como si fuera tuya. No preguntes. Sólo haz lo que quieras sin preguntar.

Al sentir que él hacía lo que ella le había pedido, Brittany cerró con fuerza los ojos y tarareó Have a nice day, de Bon Jovi. Esa música la transportaba a tiempos pasados, en los que Sam y ella jugaban con otros y lo pasaban bien.

El desconocido hizo lo que ella pedía y, tras quitarle las bragas y dejarlas sobre una silla, le metió un dedo en la vagina con seguridad; ella jadeó.

Durante varios minutos, aquel hombre prosiguió su juego, mientras Brittany se dejaba masturbar por él.

—Voy a sentarme en la cama—anunció de pronto deteniéndolo—Quítame el pañuelo que llevo en el cuello y átamelo sobre los ojos. No quiero verte, pero quiero que sigas jugando conmigo, ¿entendido?

Sin decir nada más, la joven caminó hacia la cama. Se sentó ante Blaine y, al levantar la vista, vio que el desconocido había desaparecido, hasta que lo sintió tras ella. Notó cómo le desanudaba el pañuelo de seda negro del cuello y se lo ataba alrededor de la cabeza, tapándole los ojos.

Excitada, se tumbó en la cama y se abrió de piernas ante Blaine. Se expuso totalmente a él, que supo lo que tenía que hacer.

La lavó.

Una vez la secó, se puso las piernas de ella en los hombros y, sin demora, la devoró. Acercó su boca a la deliciosa y depilada vagina que le ofrecía gustosa y, con ansia, la deleitó. Los jadeos de Brittany llenaban el espacio.

Aquello era maravilloso.

¡Sexo!

Como decía Finn, era necesario y se decidió a disfrutarlo a tope.

Blaine, encantado con aquella entrega, le puso las piernas sobre la cama y la hizo abrir los muslos. Ella obedeció. Ante él quedó más expuesto aún el centro de su placer. Aquel pubis depilado en forma de corazón era maravilloso y tentador, y con los dedos le abrió los labios para tener mejor acceso.

Chupaba...

Succionaba...

Y cuando su lengua, tras un rato de juego, se enredó en su clítoris, Brittany se arqueó. Agarrándola por la cintura, él la encajó más en su boca y ella se estremeció hasta que se dejó ir. Enloquecida por el placer que había sentido, se incorporó y exigió, tomando las riendas del momento:

—Túmbate en la cama. Quiero follarte.

Blaine, levantándose del suelo, volvió a acceder a lo que ella pedía. Una vez se tumbó en la cama, se puso un preservativo y, rápidamente, Brittany se sentó a horcajadas sobre él y se empaló. Excitada, movió las caderas en busca de placer.

Lo necesitaba.

Durante varios minutos, sus jadeos, acompañados de los de Blaine, sonaron en el reservado, hasta que el desconocido, que había permanecido en un segundo plano, se subió a la cama y, tras ponerse un preservativo, hizo lo que ella había pedido y participó sin preguntar.

Blaine, al ver las intenciones del otro hombre, la tumbó sobre él. Brittany sintió que le untaban gel en el ano y, para dilatárselo, le metieron un dedo, dos, hasta que instantes después chilló de gusto al sentirse penetrada.

Hombres o mujeres no le faltaban nunca.

Por suerte, su genética la dejaba elegir y ellos nunca se negaban. Pero en ese instante, en ese momento, sentirse llena y deseada era espectacular.

—Sam... sigue... sigue—suplicó.

El desconocido supo que lo de Sam iba por él y, agarrándole los pechos desde atrás, la empaló una y otra vez con golpes secos, mientras Blaine la penetraba por la vagina sin parar.


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Esa noche, sobre las once, Santana llegó al Sensations acompañada por una guapa pelirroja. Elaine era exquisita y, como Santana, sólo demandaba sexo caliente.

Tomaron algo en la barra y ahí rápidamente contactaron con otra pareja. Después de una primera copa llegaron otras más y antes de entrar en uno de los reservados, Santana fue al servicio. Al pasar por delante de una de las salas privadas, la música cañera que salía de ahí llamó su atención. Levantó la cortina y observó a dos hombres y una mujer en una cama.

—Besos no...—susurró ella.

Esa negación, que había escuchado siempre de su amiga Rachel, le llamó la atención y se paró a observar. Con deleite, observó la curvatura de la espalda de ella y sus ojos se fijaron en un tatuaje que llevaba. No lo veía claro por la luz tenue, pero parecía un atrapasueños.

Llevada por la curiosidad y la música entró en el reservado y, sin hacer ruido, se acercó y pudo ver con claridad el tatuaje.

Efectivamente, era un atrapasueños.

Sin decir nada, observó el juego de aquellos tres. Era el tipo de sexo que la enloquecía.

Dos tres personas disfrutando sin inhibiciones.

Ella se le antojó deliciosa y apetecible. Sus gemidos como poco eran delirantes y su entrega maravillosa. No supo cuánto tiempo estuvo observándola, hasta que recordó a la guapa pelirroja que la había acompañado y decidió salir de ahí, ir al baño y regresar donde la había dejado.

Veinte minutos después, mientras Santana y su pelirroja hablaban sentadas a la barra del bar, el cortinaje del reservado se abrió. Vio salir a una muchacha de pelo largo y rubia, pero no le vio la cara. Rápidamente la identificó como la mujer del reservado. Nunca la había visto por ahí y eso llamó su atención, mientras recorría con su oscura mirada aquel cuerpo y admiraba lo bien que le quedaba el vestido de cuero negro. Sin moverse de su asiento, Santana la observó y cuando ella desapareció del local, la pelirroja, deseosa de sexo, le propuso al oído:

—¿Pasamos a un reservado?

Santana, olvidándose de la rubia, sonrió y murmuró:

—Por supuesto, preciosa. No veo el momento de desnudarte.




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Cuando Brittany llegó a su casa, de madrugada, Sugar sonrió al verla y preguntó:

—¿Qué tal tu cita?

Ella, quitándose los altos tacones, sonrió y respondió:

—Bien. Muy bien.

Cuando Sugar se marchó a su casa, Brittany fue a ver a su hija.

Estaba dormida.

Acto seguido se desnudó y se metió en la ducha, donde las gotas de agua se confundían con sus lágrimas al pensar como siempre en Sam.

¿Por qué no lo podía olvidar?

Capitulo 6

El domingo, cuando Santana llegó a la casa de sus amigas Quinn y Rachel en su nuevo Aston Martin y con la compañía de Dani, tuvo que hacer esfuerzos para no reír al ver la cara de su amiga Rachel. Estaba más que claro que ella y su acompañante no estaban en la misma onda.

Tras saludar y enseñarles el nuevo coche, Quinn invitó a Dani a entrar en el salón y Rachel, agarrándola del brazo, musitó:

—No entiendo qué ves en Fosqui.

Santana rió al escuchar el mote por el que la llamaba y contestó:

—Es mona y me divierto con ella. Por cierto, le prometí que no la incomodarías, por lo tanto, compórtate, preciosa, ¿vale?

Rachel puso los ojos en blanco y, sonriendo, dijo:

—Ésa es tonta..., pero tonta de manual.

—Rach... no empieces.

—Por Dios, Santana, ¿cómo te puedes divertir con ese caniche estreñido? Es la tía más sosa que he conocido en mi vida.

Santana soltó una risotada. Rachel era única. Estaba claro que Dani y ella nunca serían amigas y respondió:

—En la cama es de todo menos sosa.

Rachel frunció el cejo y replicó:

—Desde luego, qué básica que eres a veces. La tía es una borde que te puedes morir, ¿y porque es una fiera en la cama sigues con ella?

—Conmigo no es borde.

—Contigo normal—rió Rachel—Pero con el resto de la humanidad es una estúpida que ni te cuento. Ya puedes controlarla o esta noche se va calentita de aquí. Recuerda que la última vez que nos vimos, la tía idiota se permitió el lujo de llamarme asesina porque me gustan los filetes de ternera, y que conste que no le dije lo que pensaba yo de ella porque era tu acompañante.

—Dani es vegetariana. No se lo tomes en cuenta.

—Pero joder, Santana, ¿por qué la tienes que traer aquí?

Muerta de risa, Santana abrazó a su amiga y respondió:

—La he traído para hacerte rabiar, ¡so tonta! Pero tranquila, se comportará si tú haces lo mismo.

Al oírla, Rachel sonrió y cuchicheó con complicidad:

—Serás gilipollas...

Entre risas entraron al salón, donde había más invitados. Quinn y Rachel los fueron presentando a todos y, cuando llegaron a una joven que tenía en brazos al pequeño Spencer, divertida, Rachel preguntó:

—¿Recuerdas a Brittany?—Santana miró a la joven vestida con vaqueros y jersey negro de cuello vuelto y negó con la cabeza. Rachel prosiguió—Es una amiga española.

¿Ella conocía a aquella guapa mujer española y no tenía su teléfono?

¡Imposible!

Aquella rubia de pelo largo no le hubiera pasado desapercibida. Con curiosidad, paseó la mirada por su cuerpo. Los vaqueros le quedaban muy bien y el jersey negro le marcaba unos bonitos y tentadores pechos que deseó tocar. Estaba observándola abstraída cuando de pronto oyó:

—¡Pero miren, pero si es la mismísimo James Bond en versión femenina!

Al oír eso, Santana cambió el gesto y rápidamente supo quién era aquella mujer. Su mente se reactivó en décimas de segundo y la identificó como la chula que meses atrás ayudó a Rachel a salir del ascensor y la llevó al hospital el día de su parto. Por ello, y sin muchas ganas de confraternizar con ella, siseó:

—Vaya... vaya... pero si es Superwoman.

Brittany, al contrario que ella, al oírla abrió la boca y, sorprendida, contestó:

—Ostras, ¿cómo me has reconocido?

Santana, desconcertada por la guasa en la cara de la joven, preguntó:

—¿Dónde te has dejado el disfraz, guapa?

Brittany cruzó una mirada divertida con Rachel y, clavando sus ojazos azules en los oscuros de Santana, respondió acercándosele:

—En el Batmóvil, tonta. Pero, chis..., no digas nada. Lo tengo ahí por si debo salvar el mundo de cualquier espía que esté al servicio de la Inteligencia británica.

Rachel soltó una carcajada. Ver la expresión de Santana no era para menos.
No entendía qué le ocurría a su buena amiga con aquella chica, pero la divertía.

Santana era una tipa con un humor excelente y, por lo que veía, Brittany también, pero Santana se negaba a entrar en su juego.
Finalmente, sin muchas ganas de hablar, la vio darse la vuelta y marcharse a hablar con Quinn.

Brittany dejó al pequeño Spencer en la sillita y, mirando a Rachel, preguntó:

—¿Crees que todavía me odia por no haberte llevado ella al hospital aquel día?

Rachel se encogió de hombros y, segura de lo que decía, respondió:

—Sólo te diré que es la mejor mujer que conozco después de mi Quinny, y que no entiendo por qué reacciona así contigo. No serás homofóbica, ¿no?

Brittany rio.

—No, Rach el amor es amor, además a mí me gustan las mujeres, tanto como los hombres, soy bi…

En ese momento se oyó ruido de cristales estrellándose contra el suelo. A Dani se le había caído un vaso y éste se había hecho añicos. Rápidamente, Brittany buscó a su hija. La encontró justo al lado del estropicio, llorando, y corrió hacia ella. Aunque antes de llegar, observó cómo la pequeña se agarraba al vestido de Dani y ésta, de un tirón, se apartaba de su lado, lo que hizo que la niña se cayera. Santana intentó coger a la pequeña al vuelo, pero finalmente acabó sentada en el suelo.

Al verla llorar, Santana se agachó, plantó una de sus manos en el suelo y la cogió.

—Ya está, cariño... no pasa nada—susurró Brittany, quitándole a la niña de los brazos, mientras pensaba que aquella mujer, la tal Dani, era una idiota.

La pequeña, asustada, continuaba llorando y la corona rosa de princesa que llevaba en la cabeza se le cayó al suelo y Santana la cogió.

Todos la miraban y Brittany, olvidándose de todo, la acunó hasta que se le pasó. Lo importante era su hija, el resto le daba igual.

Cuando Sami se tranquilizó, le enseñó uno de sus diminutos dedos y cuchicheó:

—Teno pupa.

Al verle sangre, Brittany actuó con celeridad. Cogió una servilleta y, con delicadeza, la limpió. No era nada grave. Sólo un pequeño cortecito, pero mirando a su pequeña, dijo, caminando hacia su enorme bolso:

—Vamos, cariño, mamá te curará.

Quinn, que estaba junto a su mujer, rápidamente le indicó que pasara a la cocina y ahí sacó de un armario un pequeño botiquín.

Con cariño, Brittany y Rachel atendieron a la pequeña, le dieron una onza de chocolate y le pusieron una tirita de las Princesas Disney en el dedo. Pero ella quería que su mamá pronunciara las palabras mágicas por lo que, cuando le enseñó el dedo, Brittany sonrió y dijo:

—La Bella Durmiente te curará, mágicamente y el dolor se irá, ¡tachán... chán... chán!, para no volver más—Sami soltó una carcajada y Brittany comentó, mirando a su amiga—Si me llegan a decir que yo iba a hacer estas cursiladas por mi hija, nunca lo hubiera creído.

Ambas rieron y cuando regresaron al salón, todos las observaron. Brittany llevaba a la pequeña en brazos:

—Sami, diles a todos que estás bien—la animó mirándolos.

Mientras la dejaba en el suelo, la rubita de ojos azules, con una enorme sonrisa, les enseñó el dedo con la tirita y murmuró:

—Toy bien.

Todos sonrieron y Santana, acercándose a ella, se agachó y preguntó:

—¿Cómo te llamas?

Ella pestañeó con gracia y respondió, agarrada a las piernas de su mamá:

—Pinsesa Sami.

Brittany añadió, protegiéndola con cariño:

—Se llama Samantha. La llamamos cariñosamente Sami y ella se ha otorgado el rango de princesa.

Santana, divertida por el desparpajo de la pequeña, asintió y, enseñándole la corona que se le había caído, preguntó:

—Esto seguro de que es tuyo, ¿verdad?

La niña, encantada, asintió. Se la quitó de las manos, se la colocó en la cabeza y aclaró:

—Soy una pinsesa.

Santana sonrió y ella, acercándose, puso morritos y, sin dudarlo, le plantó un sonoro beso en la cara que hizo reír a casi todos.

A Santana la primera.

Enternecida por ese beso, Brittany sonrió y cuando la pequeña se alejó corriendo, cogió una servilleta, limpió el carrillo de Santana manchada de chocolate y, ante el gesto de sorpresa de ésta, le pidió:

—Enséñame la mano.

—¿Para qué?

—Dame la mano—insistió Brittany.

Santana, al ver que todos la miraban, claudicó y lo hizo. Ella, dándole la vuelta con cuidado, observó la palma y le comunicó.

—Te has clavado un pequeño cristalito. No te muevas y te lo quitaré.

Divertida por aquello, Santana se mofó:

—Esto es como lo de la espinita. ¿Si me la quitas seremos amigas eternamente?

Brittany la miró y agregó:

—Lo dudo.

Santana sin moverse, la observó y vio cómo ella, con delicadeza, la limpiaba y le retiraba un pequeño cristal incrustado en la piel. Una pequeña gotita de sangre salió y Brittany, sin pensarlo, cogió una tirita rosa de las Princesas Disney como la que le había puesto a su hija y se la colocó.

—Pinsesassssssssssss—aplaudió la niña, acercándose.

Cuando Brittany acabó, la miró y, divertida, dijo al ver que su hija las observaba:

—Que sepas que la Bella Durmiente te curará mágicamente y el dolor se irá, ¡tachán... chán... chán!, para no volver más.

Alucinada por aquellas tontas palabras, Santana la miró y, parpadeando, dijo:

—Estarás de coña, ¿no?

Brittany, al ver que su hija los observaba con atención, cuchicheó:

—Disimula y sonríe. Sami nos está mirando y cree en el poder de esas palabras.

Santana, al ver a la pequeña con su coronita rosa de plumas a su lado, sonrió y, centrando de nuevo su atención en la mamá de la criatura, susurró:

—¿Qué tal si la Bella Durmiente me cura otra cosa?

—¿El cerebro quizá?

Ambas se miraron y con una torcida sonrisa, Santana respondió:

—Si quieres llamarlo así, no me importa.

Brittany soltó una carcajada y, agachándose para mirar a su hija, musitó:

—Tonta.

Santana, divertida por lo ocurrido, sonrió, mientras Brittany bromeaba con su pequeña, cuando Dani, a su lado, se lamentó:

—¡Maldita niña! Por su culpa me he manchado el vestido.

Brittany, al oír ese comentario, se enervó.

¿Quién había dicho eso?

Al levantar los ojos, vio que se trataba de la acompañante de la versión femenina James Bond, y antes de que pudiera responder, Rachel, que la había oído también, replicó con voz desafiante:

—Lo importante es que la niña esté bien, no tu vestido, Dani.

Ésta suspiró y, cuando vio que Rachel se alejaba, miró a Santana, que estaba a su lado, y protestó:

—Tu amiguita, la simpática, como siempre poniéndose de parte de todos menos de la mía. Esa mocosa me ha manchado el vestido con su sangre y ahora resulta que yo no puedo protestar.

Brittany no pudo callar y, mirándola, respondió:

—Siento que mi hija te haya manchado tu bonito vestido, pero en su defensa te diré que lo ha hecho sin querer. Por otro lado, ten cuidado con lo que dices, porque soy su mamá y me puedo ofender si la vuelves a llamar «mocosa». Y antes de que digas nada más, te diré que mi hija tiene dos años y medio y aún es un bebé y tú tienes al menos cuarenta años y la mentalidad para razonar y entender las cosas.

Ese comentario hizo sonreír a Santana, pero disimuló. Estaba claro que la nueva amiga de Rachel no se callaba una.

—¡Tengo treinta y dos años!—saltó Dani, tremendamente ofendida.

—¿En serio?—preguntó Brittany con guasa.

—Sí—afirmó la otra, ceñuda.

—¿No me engañas?—insistió la joven.

Dani, echando humo por las orejas porque todos la miraban cuestionando su edad, aclaró con gesto contrariado:

—Treinta y dos. Ni uno más.

Brittany, divertida, asintió y murmuró con malicia mientras se alejaba:

—Vaya... bueno qué mal te conservas.

Inconscientemente, Santana volvió a sonreír. Le gustara o no, aquella mujer tenía su gracia y se lo acababa de demostrar. Con disimulo, la siguió con la vista y recorrió lentamente su cuerpo.

Se paró en su trasero.

Era de lo más tentador.

Dani, a su lado, siguió dando explicaciones de su edad. Cuando todos se marcharon, miró a Santana y, molesta, musitó:

—Esa mujer es una borde.

—¿Quién?—preguntó Santana, aun sabiendo la respuesta.

—La rubia. La mamá de la mocosa.

Santana, al ver la sonrisita en la cara de su amiga Rachel, le enseñó la tirita de las princesas y ésta se carcajeó. Después agarró a Dani por la cintura y le dijo:

—Ven, vamos a beber algo.

Un buen rato después, todos se relajaron y pasaron al gran salón para disfrutar de la comida. Como siempre, Emma les preparó unos exquisitos manjares que todos degustaron con deleite.

Sin poder remediarlo, la mirada de Santana voló hacia Brittany, pero nunca conseguía que sus ojos conectaran.

Eso la molestó. Aquella mujer sólo parecía tener ojos para su pequeña.

Una vez acabaron el almuerzo, los comensales comenzaron a hablar y Rachel, tras darle un cariñoso beso a su esposa, se levantó de la mesa y se encaminó hacia otro salón para ver a su hijo. Antes de entrar, vio por la ventanita de la puerta a Brittany sola en la cocina. Al entrar, un olor llamó su atención y preguntó:

—¿Estás fumando?

Con la ventana abierta, Brittany la miró y, antes de que pudiera responder, Rachel se acercó y ella susurró:

—¿Tú fumas?

Rachel sonrió.

—Sólo de vez en cuando o cuando quiero enfadar a Quinn—entre risas, se sentaron a la mesa de la cocina—¿Se ha dormido Sami?

—Sí, y tu hijo también—ambas sonrieron y Brittany añadió con la corona de plumas de su hija en la mano—Emma me ha dicho que no nos preocupemos por nada. Ella estará en el salón por si se despiertan.

—Ay, mi Emma—suspiró Rachel, al pensar en aquella mujer a la que tanto adoraba—Sin ella mi vida no sería igual.

Emma y su marido, Will, vivían en la casa y se ocupaban de que todo estuviera bien; era maravillosa.

Rachel se levantó.

—¿Qué quieres beber? Yo me muero por una Coca-Cola—preguntó a Brittany abriendo la nevera.

—Otra Coca-Cola, como tú.

Rachel las sirvió y Brittany dejó la coronita sobre la mesa y le ofreció otro cigarrillo. Rachel aceptó sin dudarlo.

—Tu trabajo de azafata tiene que ser una pasada—le dijo—Eso de viajar tanto y conocer países tiene su puntillo.

Brittany sonrió. Meses atrás, cuando Rachel le preguntó a qué se dedicaba, ella le contó que era azafata. Pero tras ver que Rachel era una buena amiga a la que no debía engañar, se le acercó y cuchicheó:

—Si te cuento un secreto, ¿lo guardarías?

—Claro, Britt.

—Para mí es muy importante que lo hagas, Rachel, ¿lo prometes?

—Que si mujer... que sí.

Ella se retiró el flequillo de la cara y se acercó más a su amiga.

—No soy azafata, soy piloto—le confesó.

Boquiabierta, Rachel la miró.

—¿En serio? Joder..., qué pasada.

Divertida al ver su sorpresa, Brittany respondió con mofa:

—Soy Superwoman, ¿qué esperabas?

Ambas rieron.

—¿Para qué compañía trabajas?—preguntó Rachel.

Esa pregunta hizo soltar a Brittany una carcajada y respondió:

—¿En serio me guardarás el secreto?

—Pero vamos a ver, ¿cómo te tengo que decir que sí?

Entonces Brittany susurró:

—Para la del tío Sam.

Rachel parpadeó. Y cuando entendió lo que aquello significaba, exclamó sorprendida:

—¡¿Cómo?!

—Soy piloto del ejército americano.

—¿Eres militar?

Brittany asintió y añadió:

—Piloto un C-17 Globemaster. Vamos, para que me entiendas, un enorme avión que seguro que has visto alguna vez en las noticias, de esos que se abren por atrás y se encargan de llevar provisiones a ciertos operativos y...

—¿Lo dices en serio?

—Totalmente en serio. Ante ti tienes a la teniente Pierce de la US Air Force. Soy el chico que mi papá siempre quiso tener y por desgracia no tuvo. Por rebeldía me alisté en el ejército con la intención de demostrarle que no hace falta tener algo colgando entre las piernas para ser valiente y tener voz de mando—ambas rieron—Y aunque reconozco que me gusta lo que hago, desde que tuve a Sami no sé si hago bien.

—¿Por qué?

Brittany dio una calada a su cigarrillo y respondió:

—Porque odio dejarla sola. Odio ver cómo llora cuando me separo de ella y odio pensar que algún día me lo pueda reprochar. Por eso, desde hace tiempo intento hacer un curso a distancia de diseño gráfico, pero nada, ¡imposible centrarme en él! Aunque lo tengo que hacer. Quizá el día de mañana lo termine y pueda cambiar de profesión—Rachel entendió a su amiga y, antes de que pudiera decir nada, Brittany añadió—Por favor, es muy importante que me guardes el secreto. Cuando estoy fuera de la base, suelo utilizar el apellido español de mi mamá, Muñiz. Eso evita muchas preguntas.

—Pero, chica, ¡eres la bomba! Joder, ¡eres piloto americana! Olé tú—Brittany sonrió y Rachel, sin entender muy bien por qué quería mantenerlo en secreto, preguntó—No se lo diré a nadie, pero dime, ¿por qué?

—Porque no me gusta que los demás sepan de mi vida. Además, a mucha gente los militares americanos no les caemos bien. Por lo tanto, quiero seguir siendo para ti y para todos, sólo Brittany Muñiz, ¿entendido?

Rachel asintió. Nunca se lo hubiera esperado. Deseosa de saber más, preguntó:

—¿Y tu pareja también es militar?

Brittany bebió un trago de su bebida y una vez lo tragó, asintió.

—Sí.

—¿Está de misión y por eso nunca la he conocido?

El dolor asomó a los ojos de Brittany y Rachel lo vio. Pero antes de que pudiera disculparse por la pregunta, su amiga dijo:

—Sam murió en Afganistán y no era mi marido...

Horrorizada, Rachel, puso una mano sobre la de ella.

—Lo siento, Britt. No quería que...

—No pasa nada—murmuró ella, mirándola—Tú no sabías nada y es normal que me hayas preguntado por Sam—y tras un tenso silencio, añadió—Murió cuando yo estaba embarazada de siete meses, en una misión.

—Dios, Britt... Lo siento...—se hizo el silencio y Rachel preguntó para desviar el tema—¿Y cómo te apañas con tu trabajo y con Sami?

—Sugar, una maravillosa vecina que se queda con ella, o Tina, la mujer de Artie, son quienes me echan un cable. También mi mamá viene de Asturias o yo llevo a Sami ahí.

—Bueno a partir de ahora me tienes también a mí, ¿entendido?—Brittany asintió y Rachel añadió—Considérate como alguien de mi familia para pedir ayuda cuando la necesites.

Agradecida, ella le apretó la mano.

—Gracias, Rache—y al ver la tristeza en su mirada, susurró—Fue terrible perder a Sam. La peor experiencia de mi vida. Pero Sami y su sonrisa me hacen saber que él vive en ella y por eso yo tengo que ser feliz.

Sobrecogida, Rachel la escuchó. No quería ni imaginarse lo dolido que tenía que tener el corazón. Si a ella le hubiera pasado algo así, directamente se habría muerto con Quinn, pero Brittany le estaba demostrando una entereza increíble y que era de admirar.

—No conocí a Sam, pero estoy segura de que él querría que retomaras tu vida y fueras feliz, ¿verdad?—Brittany asintió—En serio, Britt—insistió—, me tienes aquí para todo lo que necesites y...

En ese momento se abrió la puerta de la cocina. Santana apareció ante ellas y, al verlas ahí sentadas, preguntó:

—¿A qué huele aquí?—Santana, que de tonta no tenía un pelo, al ver cómo se miraban, añadió—Vale. Olvidaré el olorcito que hay aquí y no preguntaré más—caminó hacia la nevera, cogió una cerveza y, tras abrirla y dar un trago, preguntó—¿Conspiración de superheroínas españolas?

Ambas rieron y Rachel preguntó:

—¿Qué tal? ¿La princesa te curó la pupita?

Santana, mirándose la tirita rosa, se mofó:

—Mi pupita está perfecta, ¿vale?—y acercándose a ellas, preguntó al ver lo que tenían en las manos—¿ustedes no saben que fumar perjudica la salud?

—De algo hay que morir, ¿no?—replicó Brittany, y al ver la cara de Santana, preguntó a su vez—¿Tú no fumas, Batichica?

—No.

—¿Ni siquiera un porrito de vez en cuando para relajarte?

Asombrada por su descaro, Santana respondió:

—Claro que no. No me va esa mierda, y te pediría que dejaras de llamarme por esos ridíc...

—Por favorrrr..., eres como tu novia. ¡Qué poquito sentido del humor tienes, capullito!

—¿Mi novia?—y al ver que ella sonreía, aclaró—Mira, guapa, Dani no es mi novia, es sólo una amiga y como vuelvas a llamarme capullo... te juro que...

—Eh... eh... eh... eh...—gritó Brittany, haciéndola callar—No me interesa tu vida privada ni me interesas tú. Por lo tanto, te lo puedes ahorrar.

Sorprendida por el desparpajo de ella para callarla, fue a decir algo cuando Rachel indicó:

—No se te ocurra decirle a Quinny que me has visto fumar, ¿entendido?

Al oírla, Brittany miró a su amiga y preguntó en tono guasón:

—Además de no tener sentido del humor, ¿la muñequita es una nenaza chivata?

Boquiabierta, Santana gruñó:

—Lo de muñequita te lo puedes ahorrar. Lo de nenaza me acaba de ofender y en cuanto a lo de chivata, déjame decirte que...

—Eh... eh... eh...—gritó Brittany de nuevo. Ese método nunca fallaba—No me interesa lo que pienses.

Incrédula por lo ridículo que se sentía ante ella, protestó:

—¿Quieres dejar de tratarme como a una imbécil?

—¿No eres una imbécil?—preguntó Brittany.

Santana, enfadada y con ganas de estrangularla, siseó:

—Por supuesto que no lo soy.

—No, Britt... eso ya te lo aseguro yo—intervino Rachel—San es una tía muy maja cuando quiere, aunque no crea en el poder de las Princesas Disney.

Las otras dos mujeres se miraron con complicidad y Brittany dijo por lo bajini, mientras se ponía la coronita de plumas rosa de su hija:

—Vaya con Batichica... Me cuesta creerlo.

Divertida, Rachel fue a contestar cuando Santana gruñó:

—Mira, listilla...

—Princesa, por favor—aclaró Brittany con mofa, señalándose la corona.

Rachel soltó una carcajada sin poderlo remediar. Brittany era divertidísima y Santana, mirando a la descarada de la coronita rosa, siseó:

—Me estás sacando de mis casillas como poca gente lo consigue en este mundo. En menos de cinco minutos me has llamado muñequita, capullo, chivata y nenaza y sólo te lo voy a decir una vez más antes de irme, me llamo Santana, no Batichica ni ninguno de los absurdos nombres que me has puesto. ¿Entendido, princesita?

Brittany sonrió. Le encantaba sacar de quicio a las personas y sin cambiar su gesto, preguntó:

—¿Segura?

—Segura ¿qué?—gritó Santana, fuera de sí.

—¿Segura que no te llamas Batichica, muñequita?

Santana maldijo. Aquella mujer era insufrible y decidió darse la vuelta y pasar de ella, pero Brittany la llamó.

—Bati... Batichica..., tienes la cremallera del pantalón abierta.

Rápidamente, Santana hizo ademán de subírsela y al darse cuenta de que era mentira, la miró y ella soltó con guasa.

—¡Has picado, capullín!

Al ver que iba a entrar de nuevo en su absurdo jueguecito, Santana se dio la vuelta y, con su cerveza en la mano, salió de la cocina a grandes zancadas.

Una vez se quedaron solas, ambas comenzaron a reír y Rachel dijo, mientras Brittany se quitaba la corona de la cabeza:

—¿Por qué eres tan malota con ella?

—¿Yooooooooooooo...?

—Pobrecita. Santana es un encanto de mujer.

Brittany, divertida, dio un trago a su Coca-Cola y respondió:

—Rach, me muevo en un mundo lleno de personas y o te espabilas o te espabilan. Por lo tanto, decidí espabilarme y ser yo la que juegue con ellas. ¿Has visto qué furiosa se ha puesto?

—Ya te digo, Britt. Yo creo que es la primera vez que la he visto así de enfadada con una mujer. Creo que la has sorprendido.

—¿En serio?

—Sí—afirmó Rachel.

Brittany, divertida por lo conseguido, se encogió de hombros y murmuró:

—Me encanta sorprenderlas.

Rachel sonrió. Estaba segura de que aquella sorpresa a su amiga en el fondo también le había gustado, aunque se empeñara en negarlo.

Aquella noche, sobre las diez, todos los invitados se marcharon a sus casas. Con mimo, Brittany cogió a su pequeña y la metió en su vehículo. Tras asegurarse de que estaba sujeta en su sillita, la tapó con una manta. Una vez cerró la puerta del coche, se volvió hacia Rachel y, abrazándola, dijo:

—Gracias por la invitación. Lo he pasado muy bien.

—Gracias a ti por venir. Te llamo pasado mañana para quedar y comer, ¿vale?

—De acuerdo.

Una vez dentro de su coche, cuando iba a arrancar, a su lado se puso un impresionante deportivo color burdeos. Brittany miró al conductor y se encontró con los impresionantes ojos de Santana que la retaban. Ella sonrió, y sin poder remediarlo, le guiñó un ojo y articuló para que ella la entendiera:

—Sayonara, morena.

Dicho esto, arrancó su utilitario y se fue dejando de nuevo a Santana sin palabras.

Capitulo 7

Dos días después, Rachel y Brittany quedaron para ir de compras. Se pasaron media mañana en un centro comercial, adquiriendo cosas para los niños y para ellas.

—Creo que a Sami le encantará esta corona de cristales y brillantes multicolores. Tenemos mil coronitas, pero es que le gustan mucho. Mi niña es toda una princesa—rió Brittany.

Una vez la compró y la guardó en la bolsa, las tripas le rugieron y Rachel dijo:

—Vamos, te voy a llevar a comer al mejor restaurante que hay en Múnich.

Media hora después, entraban en Jockers, y Santiago, papá de Santana, al reconocer a Rachel, rápidamente la saludó.

—Pero cuánta mujer guapa y preciosa por aquí—comentó jocoso.

—Ya sé a quién ha salido tu hija—se mofó Rachel y, tras darle un beso en la mejilla, dijo divertida—Te presento a mi amiga española Brittany Muñiz.

—¿Española? Qué maravilla—asintió Santiago.

Brittany le tendió la mano con una grata sonrisa.

—Encantada, señor.

Santiago le guiñó un ojo a la joven y cuchicheó:

—Sí me llamas Santiago te lo agradeceré. Eso de señor me recuerda el ejército.

—¿Un recuerdo malo?—preguntó Brittany, curiosa.

Santiago, tras asentir con la cabeza, murmuró:

—Mi segunda mujer me dejó por un jodido americano.

—¿Era militar?—preguntó Rachel.

El hombre cabeceó e, intentando sonreír, añadió:

—Sí. Comandante, para más señas. Por eso te digo que lo de «señor» no me agrada, como tampoco suelen agradarme los americanos.

Las jóvenes se miraron y en ese momento Rachel entendió lo que Brittany le había dicho y respondió:

—Vaya, Santiago, no lo sabía. Lo siento.

—Es algo que pasó hace unos años y ninguno quiere recordar. En especial mi hija mayor, que fue quien tuvo que tratar con ese yanqui en el divorcio.

Conmovida por aquello, Brittany susurró:

—Lo siento, Santiago.

El hombre asintió y, esbozando de nuevo una sonrisa, dijo:

—Creo que se me pasaría el disgusto con un saludo de esos españoles.

Rachel, al ver la buena conexión entre ellos, repuso:

—Pero qué zalamero eres, Santiago. ¡Tú quieres dos besos!

—Bueno claro, muchacha, ¿acaso lo dudas?

Brittany sonrió y, acercándose a él, le dio dos besazos en las mejillas y tras ello, preguntó:

—¿Se pasó el disgusto?

El hombre asintió y afirmó con una encantadora sonrisa:

—Totalmente.

Los tres sonrieron y Santiago comentó:

—¿Sabes que me encanta tu nombre?

Brittany abrió los ojos y, sonriendo, añadió:

—Entonces, seguro que te gusta la cantante, ¿verdad?

El hombre asintió.

—Es una de las mejores de todos los tiempos, aunque sea americana.

Ella soltó una carcajada y, acercándose a él, expuso:

—Para mis padres también.

Alucinado, preguntó:

—¿En serio, jovencita?

—En serio, Santiago. Esos nombrecitos son la cruz de nuestras vidas.

Al decir eso, los tres sonrieron y Santiago las llevó hasta una mesa. Tras aconsejarlas sobre qué comer, se fue y Rachel comentó:

—Siento lo que ha dicho sobre los americanos. Yo no pienso igual. Creo que hay gente buena y mala en todos lados.

Brittany sonrió.

—Estoy acostumbrada. Por eso te dije que me guardaras el secreto.

Rachel asintió y, aún sorprendida, preguntó:

—¿De verdad hermana se llama Becky?

—Sí... mis padres fueron así de originales, y que conste que si yo hubiera sido un niño, me habría llamado sin duda alguna Rhett, como el prota.

Entre risas, las dos devoraron lo que Santiago les ponía delante. Todo estaba exquisito y Rachel, tras beber un trago de su bebida, preguntó:

—¿Sales con alguien?

—No.

—¿Por qué?

—No tengo tiempo, Rach. Entre mi trabajo y Sami estoy muy ocupada—y anclando la mirada en ella, añadió—Pero tranquila, tengo amigos y amigas con los que pasar un ratito divertido. Ésos nunca me faltan.

Al entenderla, Rachel asintió y murmuró:

—Siento mucho lo de Sam. Debió de ser terrible.

Brittany dio un trago a su bebida y musitó:

—Lo fue y lo es. Todavía pienso en él más de lo que se merece—sorprendida al oírla, Rachel la miró y Brittany aclaró—No sé por qué te cuento esto, pero necesito aclararte que Sam me defraudó.

—¡¿Cómo?!

—Cuando murió, me enteré de que yo no era la única mujer que existía en su corazón. Digamos que gracias a él tengo lo más bonito que hay en mi vida, que es Sami, pero también gracias a él no creo en el amor ni en la mayoría de las personas. ¡Ni loca!

—No todos las personas son iguales, Britt.

—Permíteme que desconfíe y te diga que el que Quinn sea una loca enamorada de su mujercita, no quiere decir que todas sean como ella, y menos los hombres.

Ambas sonrieron y Rachel añadió:

—Algún día te contaré mi historia con mi Quinny. No fue fácil, pero el amor que nos profesamos pudo con todo y aquí nos tienes. Y antes de que digas nada más, creo que si le dieras la oportunidad a una...

—Rach—la cortó ella—, lo último que quiero hoy por hoy en mi vida es una pareja. Yo solita me valgo para sacar adelante a mi hija.

—¿No echas de menos que alguien te abrace?

—No.

—Pero alguien a tu lado te daría una seguridad que ahora no tienes y...

—No, Rach. Alguien a mi lado lo que me daría es inseguridad.

—Que te pasara eso con Sam no quiere decir que te tenga que volver a pasar.

—Lo sé. Sé que tienes razón. Pero ahora ando con pies de plomo. No me fío de ninguna persona, y menos de los hombres. Además, soy militar, piensa en mi profesión. ¿Qué persona querría vivir la vida que yo vivo?

—Dijiste que no quieres ser militar toda tu vida.

—Una cosa es lo que yo diga y otra la jodida realidad, Rach. Tengo una hija y he de sacarla adelante como sea yo sola. Conseguir un trabajo de ilustradora me encantaría, pero es algo bastante difícil, por lo tanto, de momento debo tener los pies en la tierra y seguir siendo militar.

—Tienes que pensar en Sami y en ti.

—Lo sé... y lo hago. Pero si te soy sincera, en quien no puedo dejar de pensar es en Sam. Con decirte que hasta pienso en él cuando estoy con otras personas, sin importar que sea mujer o hombre.

—¡No me lo puedo creer!

Brittany asintió y, sin poderlo remediar, murmuró:

—Así de tonta soy. Me falla el amor de mi vida y yo sigo pensando en él.

En ese momento, tras ellas se oyó una voz:

—¿Sigues pensando en mí? Por Dios, muñeca..., me horroriza saberlo.

Al volverse, vieron que se trataba de Santana; Brittany resopló.

—Capullo a la vista.

Santana se sentó al lado de su amiga y le dio un beso en la mejilla.

—A ti ni me acerco..., nena—aclaró mirando a la rubia de ojos azules.

—Te lo agradezco..., nena—suspiró ella devolviéndole la mirada.

—¿Tienes miedo de que te guste mi cercanía?

—¡Serás fantasma!

Rachel fue a decir algo cuando Santana, divertida, susurró:

—Ya te gustaría a ti estar entre mis sábanas.

Brittany soltó una carcajada.

—Nada más lejos de la realidad..., bonita.

—Hum... ¡¿bonita?! ¿Estás intentando decirme algo..., bonita? Porque si es así, he de aclararte que prefiero a las mujeres mimosas y suaves a las rubias embrutecidas y rasposas.

Al recordar a la mujer que lo acompañaba dos días antes en casa de Rachel, Brittany soltó con sorna:

—Si las mujeres mimosas y suaves son como la insoportable que te acompañaba el otro día, ¡me encanta ser una rubia embrutecida y rasposa!

Rachel, sin entender qué ocurría entre aquellas dos, las miró.

—Vamos a ver, ambas son mis amigas, ¿no pueden estar cinco minutos juntas sin tiraros flores?

—No—respondieron las dos al unísono.

Molesta con su actitud, la joven se levantó.

—Tengo que ir al servicio. Procuren no matarse en ese rato.

Cuando se quedaron solas en la mesa, ninguna habló, hasta que llegó Santiago con una jarra de cerveza para su hija y comentó:

—¿Has visto qué amiga más guapa tiene Rachel?

Santana, mirando alrededor, preguntó:

—¿Dónde está esa belleza?

Brittany resopló y Santiago, al ver la guasa de su hija, replicó:

—No te hagas la tonta, que sé que la has visto. Se llama Brittany. ¿A que es precioso su nombre?

Santana dio un trago a su cerveza y respondió mirándola a ella:

—Porque lleve el nombre de la heroína de tus cantantesa preferida no quiere decir que tenga que ser una belleza.

Santiago iba a contestar cuando uno de sus camareros lo llamó y se alejó dejándolos de nuevo solas. Las dos se retaron con la mirada hasta que Brittany dijo:

—Me vas a desgastar de tanto mirarme.

—Lo mismo digo, aunque entiendo que me mires, todos lo hacen.

—¿En serio?—Santana asintió y ella, divertida, replicó—¿Y no te has planteado que quizá te miren por la cara de tonta que tienes?

Ahora la que soltó la carcajada fue Santana.

—Eres tan parecida a Rachel en tus respuestas que cualquier día me dirás alguna de sus lindezas españolas.

Divertida ante ese comentario, Brittany sonrió. Recordó lo que Rachel le había explicado que le decía a su esposa cuando discutía con ella y murmuró:

—¡Serás gilipollas!

—Increíble—se mofó Santana—Las españolas llevan esa palabra en los genes—atónita, fue a contestar cuando Santana preguntó—¿Tú siempre andas con la metralleta cargada?

—Ante atontadas como tú... sí.

—¿Qué no te gustan las mujeres?

—Si… y los hombres también.

Santana dio un trago a su cerveza e, intentando apaciguar las ganas que tenía de seguir metiéndose con ella, preguntó:

—¿Se le curó a la princesa Sami la herida del dedito?

Sorprendida porque recordara el nombre de su pequeña, cambió su expresión y respondió:

—Sí. Realmente no fue nada. Pero una tirita de las Princesas Disney siempre consigue calmarla.

—¿En serio?

Brittany sonrió.

—Totalmente en serio. Mi niña cree en el poder de las princesas y por eso te dije esa absurda frasecita delante de ella.

Ambas sonrieron. Aquello era una pequeña tregua y ambas lo entendieron como tal. Permanecieron unos segundos sin hablar hasta que Santana dijo:

—¿Te gusta la comida de este restaurante?

—Riquísima—afirmó ella—Nunca había venido, pero volveré. Sobre todo me han encantado los brenz.

—Los brenz de mi papá son famosos en todo Múnich y el codillo asado también.

—¿Santiago es tu papá?—Santana asintió y, divertida, Brittany reconoció—Nunca lo habría imaginado. Él es tan simpático y tú tan tonta... pero ahora que te miro con detenimiento, tienen los mismos bonitos ojos.

—Vaya...

—¿Qué?

Santana sonrió e ironizó:

—¿Eso que acabas de decir lo puedo tomar como un cumplido?

Al ser consciente de lo que había dicho, Brittany asintió:

—Sí. Si tus ojos son bonitos, lo son y punto.

Santana apoyó los codos en la mesa y se echó hacia adelante.

—Tú también tienes unos ojos muy bonitos, ¿lo sabías?—comentó.

Aquella conversación la estaba comenzando a poner nerviosa y, retirándose su rubio pelo de la cara, Brittany dijo:

—Gracias, pero no hace falta que tú me piropees también.

—Cómo has dicho, si tus ojos son bonitos, lo son y punto.

A Brittany le entraron los calores. Llevaba sin escuchar algo agradable de una persona hacia ella más de dos años.

Una cosa eran las buenas palabras de los amigos o de las personas con las que se acostaba simplemente por sexo y otra muy diferente que aquella que la mirara con sensualidad y le hablara de esa manera. Por ello, para romper el bonito momento, volvió a poner la sonrisilla en sus labios y sacó a la teniente Pierce.

—Me alegra que te gusten, pero no te emociones, no te miran con deleite.

—¿Ah, no?

—No. Por norma, las chulas no me gustan.

—Para chula ya estás tú, ¿verdad?

Con un gesto que en cierto modo a Santana le gustó, ella preguntó:

—¿Cómo lo has sabido?

Santana se rió. Aquella mujer la atraía y no era precisamente por sus bonitos ojos, pero sin ganas de entrar de nuevo en otra guerra dialéctica, dijo levantándose:

—Como siempre, no ha sido un placer verte.

—Lo mismo digo.

Sin mirar atrás, Santana se encaminó hacia su papá. Sin quitarle la vista de encima, Brittany observó el buen rollo que había entre ellas y tuvo que sonreír al ver cómo Santiago le revolvía el pelo a su hija.

Instantes después, Rachel regresó del baño y, mirándola, exclamó:

—No me lo puedo creer. ¿Santana te ha dejado sola?

—La he echado yo, no te preocupes.

—Pero bueno, ¿qué les ocurre a ustedes dos? ¿Por qué siempre que se ven están igual?

Brittany, encogiéndose de hombros, sonrió:

—No lo sé. El caso es que entre esa mujer y yo no hay feeling.

En ese momento, Rachel oyó su nombre, miró hacia atrás y vio que Santana se despedía de ella y se marchaba. Cuando ella desapareció, miró a su amiga, que bebía tranquilamente de su cerveza, y dijo:

—Bueno lo creas o no, Santana es una mujer estupenda y es mujer.

Brittany sonrió y, acercándose a ella, repuso:

—No lo dudo. Pero cuanto más lejos esté de mí... mejor.

Capitulo 8

El martes de la semana siguiente, cuando Brittany dejó a Sami en la guardería, regresó a su casa para llamar a su familia en Asturias. Tras dos timbrazos, oyó:

—Dígame.

Era su hermana y, divertida, adoptó un tono de voz sureño y dijo:

—Señorita Beckyyyyyy..., señorita Beckyyyyy, al habla la señorita Brittany.

—Mira que eres payasa, Britty—rió su hermana y añadió—Que sepas que hoy estoy muy cabreada.

—¿Por qué?

—Mamá ha hablado con papá.

—¿Y?

—Que cuando cuelga, siempre está histérica y al final hemos discutido. No entiende que yo quiera regresar a Fort Worth. Según ella, aquí vivo mejor que ahí, pero...

—Dale tiempo, Becky. Aunque se haga la dura, no ha superado todavía el haber dejado a papá, y si tú también te vas...

—Vaya dos, Britty—la cortó su hermana—Me van a volver loca. Y ni te cuento la abuela. Menuda ojeriza le ha cogido a papá con la pasión que le tenía. Se pasa todo el santo día llamándolo de todo. Y, oye, yo quiero mucho a la abuela, pero me harta está escuchándola todo el rato despotricar de papá—ambas reían cuando Becky dijo—Abuela..., un segundo. Estoy hablando yo—pero finalmente, dándose por vencida, le anunció—Britty, te paso a la abuela, no sé qué narices te quiere decir. Luego seguimos hablando.

Divertida, Brittany cabeceó hasta que oyó decir a gritos:

—¿Cuándo vienes, neña?

—Hola, abuela. Pronto, pero no sé la fecha todavía.

—Aisss, ¡descastá! Cualquier día la palmo y me ves ya amortajada.

—¡Abuela!

—Eso sí, en el testamento te he dejado unas pocas perras para ti y la rapaza. No te olvides de pedirlas, que tu mamá y tu hermana son muy listas.

—¡Abuela, por Dios!—rió ella al escucharla.

Sue, que era una vivaracha mujer de ochenta y seis años, insistió:

—Neña... ven pronto que la güela te quiere ver. Además, si vienes te haré pastel de cabracho, que sé que te gusta mucho y compraré sidrina en casa de Ovidio para ti.

Pensar en aquel rico pastel hizo que a Brittany le rugieran las tripas y respondió:

—Vale, abuela. Haré todo lo posible por ir.

—Por cierto, ¿algún mozu o moza curiosu a la vista?

—No. Ninguno ni ninguna curiosu a la vista—rió divertida.

—Que sepas que el Ceci llama muy a menudo. A tu papá fáltale un fervor.

—Abuela, papá se llama Cedric... ¡Cedric! no Ceci y... no es tonto, por mucho que te empeñes. Es normal que llame. Querrá hablar con mamá y con Becky.

La carcajada de Sue finalmente hizo reír a Brittany. Acto seguido oyó la voz de Becky:

—Desde luego, la abuela qué jodía. Mira que le gusta meter cizaña. Mira que decirte que mamá y yo nos quedaríamos con tu parte de su herencia. ¡Pa matarla!

—Y no olvides que ha aprovechado también para decirme que a papá, al Ceci como dice ella, le falta un hervor.

Ambas se rieron por aquello. Su abuela era un caso. Nunca superaría que su hija Whitney se hubiera casado con un hombre de nombre impronunciable para ella y menos aún su separación.

Tras despedirse de su hermana, Brittany puso una lavadora y la tendió. Se sentó en el sillón para leer, pero cinco minutos después ya estaba en pie.

No podía parar quieta.

Se puso ropa cómoda y se marchó a correr. Un poco de ejercicio nunca venía mal.

Veinte minutos después, ataviada con ropa deportiva y una gorra, salió a la calle. Encendió su iPod y rápidamente la canción Pump it, de The Black Eyed Peas, comenzó a sonar.

Le gustaba aquel grupo y subió el volumen a tope.

Sin descanso, corrió durante una hora hasta que al pasar junto a una salida de vehículos, uno la tocó y terminó en el suelo. Atontada por el susto, resopló. No le había pasado nada grave, pero al mirarse la rodilla vio que se había roto el pantalón y tenía sangre. De pronto, alguien le quitó los auriculares de los oídos y con voz preocupada preguntó:

—¿Estás bien?

Cuando fue a responder, se quedó sin habla al ver que ante ella estaba la amiga de Rachel. Aquella con la que le gustaba meterse.

Parpadeó.

No podía ser.

¿Qué hacía ella ahí?

Santana, tan sorprendida como ella al verla, murmuró:

—No me lo puedo creer.

—Joder, ni yo.

Soltándose de Santana, se levantó de un salto y apartándose unos pasos, gritó:

—¿Tú no miras cuando sales del puñetero garaje?

Ante aquel estallido, Santana respondió:

—Claro que miro cuando salgo de mi casa, pero...

—Bueno quién lo diría—la cortó ella, mientras se oía la música a todo volumen.

Mirándose la rodilla, Brittany maldijo cuando Santana gruñó.

—El problema quizá lo tienes tú, bonita, al llevar la música tan alta y no oír lo que pasa a tu alrededor.

Ella cerró los ojos y masculló algo ininteligible. Santana tenía razón. Apagó el iPod y la música estridente dejó de sonar. Se fijó en el lujoso coche y, señalándolo, dijo:

—Para tu horror, te informo de que te acabo de rayar el coche.

Santana miró en la dirección que ella señalaba y replicó:

—El coche no me importa, lo que me importa es que tú estés bien.

Vaya... la muñequita era menos materialista de lo que imaginaba y ella se mofó:

—De ésta no me muero—pero cuando puso el pie en el suelo, blasfemó—¡Joder! ¡Joderrrrrrrrrrrrrrrr!

—¿Te duele?—Brittany asintió y Santana se disculpó—Bueno lo siento. No tengo tiritas de las princesas para que te quiten el dolor. ¿Tú tienes alguna?

Brittany al oírla, siseó:

—Vete a tomar por...

—Esa boca..., bonita.

—Eh... eh... eh..., gilipollas, ni se te ocurra mandarme callar.

Santana suspiró. Aquella mujer la sacaba de sus casillas, pero deseosa de ayudarla, cerró con el mando el coche, la cogió en sus brazos y propuso:

—Vamos, te llevaré a mi casa y miraremos ese tobillo.

—¡Suéltame!

Santana no hizo caso.

Continuó su camino y cuando un golpe en la cara la echó para atrás y Brittany bajó de un salto de sus brazos, gritó:

—Pero ¿tú estás chalada o qué? ¿Por qué me golpeas?

—Te he dicho que me bajaras y no lo has hecho.

Tocándose la nariz, Santana quiso estrangularla.

¡Menudo porrazo le acababa de dar!

Pero conteniendo sus impulsos, dijo:

—Mira, guapa, está claro que tú y yo, cuanto más lejos estemos, mejor.

—Me jode reconocerlo, nena..., pero por una vez tienes razón.

Santana resopló. Aquella mujer era cuando menos impertinente y, echando mano de su saber estar, dijo:

—Te acabo de atropellar y lo mínimo que puedo hacer como persona sensata y decente que soy es preocuparme por ti. Ahora bien, si tú, Superwoman, puedes regresar a tu casa con el pie como lo tienes, cojo mi coche y me voy. Por lo tanto, dime, ¿necesitas ayuda o no?

Brittany lo pensó. El pie le dolía, pero como Santana había dicho, cuanto más lejos estuvieran la una de la otra, mejor, y mirándola, le ordenó:

—Vete. Puedo continuar yo sola.

—¿Segura?

—Segurísima.

Santana se dio la vuelta, caminó hacia su coche y una vez entró en él, arrancó y se marchó.

A la mierda con aquella listilla.

Cuando Brittany vio que se marchaba, se sentó en unos escalones que había al lado del garaje. Se miró el tobillo y suspiró aliviada al ver que estaba bien. Sólo era una simple torcedura.

Como siempre, su autosuficiencia había hablado por ella.

El pie le dolía y sabía que le iba a costar llegar a su casa, pero lo lograría. En peores situaciones se había encontrado. Acostumbrada al dolor, se levantó y, despacito, comenzó a caminar.

Llegaría a su casa, ¡claro que lo conseguiría!

Pero el pie se resentía y más que andar iba dando saltitos. De pronto se dio cuenta de que un coche iba escoltándola. Al comprobar que se trataba de Santana, se puso las manos en la cintura y preguntó:

—¿Pretendes atropellarme de nuevo?

—No caerá esa breva—se mofó ella—Anda, sube.

—No.

—Sube de una vez Ironwoman.

—Que noooooooooooooo.

Brittany continuó andando y Santana, con paciencia, la siguió mientras tarareaba Let’s stay together, de Al Green, que sonaba en su moderno deportivo.

Sin apartar los ojos de la cabezota que iba dando saltitos por la acera, esperó a que desistiera. Finalmente, cuando ella no pudo más, se paró, caminó hacia el coche, abrió la puerta y tras sentarse, molesta ante el gesto guasón de Santana, dijo:

—Vivo muy cerca de ti. Cinco calles más adelante.

—¡Qué ilusión, vecinitos!—murmuró Santana.

—Mira, guapa, ¡no me calientes!

—Yo a ti... ¡Dios me libre!—se mofó divertida.

El semáforo se puso rojo y ninguna de los dos habló. Santana tarareaba aquella canción y Brittany, mirándola, murmuró:

—Deberías escuchar buena música.

—Eso escucho.

Brittany apoyó la cabeza en el respaldo del coche y contestó:

—The Black Eyed Peas, Bon Jovi, ZZ Top o AC/CD, eso sí que es música.

—Prefiero el soul.

—Musiquita romanticona, ¡qué horror!—Santana la miró y ella, al ver que la observaba, se burló—Ah, claro, muñeca, olvidaba que eras toda una conquistadora y a ustedes les va ese ronroneo de musiquita.

Santana resopló. Si comenzaba de nuevo a meterse con ella, directamente la echaba del coche. Por ello, bajándose las gafas de sol para que le viera los ojos, replicó:

—Si sigues por ese camino, al final irás andando a tu casita..., muñeca.

El semáforo cambió y Brittany decidió callar. Con el dolor de tobillo que tenía, prefería ir en coche.

Cuando pasó por delante de la guardería de su hija, inconscientemente comentó:

—Ésta es la guardería de Sami—y mirando su reloj murmuró—Joder, tengo que recogerla en cuarenta y dos minutos.

Santana no respondió, condujo y cuando ella le ordenó parar ante un edificio alto, lo hizo. Se bajó para acompañarla, pero Brittany, mirándola, dijo:

—Gracias y adiós.

Sin decir nada, la cogió de nuevo en brazos y sujetándole las manos para evitar cualquier imprevisto ataque, la advirtió alto y claro:

—Como me vuelvas a pegar, juro que te suelto de golpe.

—Atrévete.

Santana sonrió. Por primera vez vio que tenía el control de la situación y murmuró divertida:

—No me tientes... No me tientes.

Brittany sacó una llave del bolsillo y abrió el portal. Una vez dentro, llamaron el ascensor y, tras subir a la cuarta planta, Brittany le indicó una puerta con la letra D y anunció:

—Hemos llegado. Suéltame—Santana no hizo caso y Brittany, al ver que no se movía, siseó—Gracias. Te puedes ir. Bye... Bye... Ciao... Bon voyage.

Descolocada como nunca en su vida, Santana la miró. Nunca una mujer se la había quitado de encima con tal descaro y, aunque quería marcharse, algo en ella le pedía a gritos que se quedara. Pero finalmente se dio la vuelta y se fue.

Era lo mejor.

Al entrar en su casa, Brittany fue directa a la cocina. Ahí sacó un paquete de guisantes del congelador y se lo puso en el tobillo. Por suerte seguía sin hincharse, pero le molestaba.

Cerró los ojos.

Necesitaba descansar un poco.

Estaba sudada por las carreras que se había dado y dolorida por el golpe. Pensó en Santana y se percató de que el olor de su colonia se había quedado impregnado en su ropa.

Con curiosidad, la olió y asintió.

Aquella mujer olía muy bien.

Quince minutos después, se levantó cojeando y fue en busca de su vecina. Necesitaba que recogiera a su hija de la guardería, pero nadie le abrió la puerta. Eso la agobió y, activándose, se duchó con rapidez y se vistió.

Ella misma iría a buscarla.

Cuando estaba poniéndose el abrigo, llamaron a la puerta. A la pata coja y con el pelo aún húmedo por la ducha, abrió y se quedó a cuadros cuando vio que eran Santana, una cuidadora de la guardería y su pequeña. La niña, al verla, le abrió los brazos y Brittany, boquiabierta, la abrazó.

Antes de marcharse, la cuidadora de la guardería le dijo con una grata sonrisa que se mejorara del pie y luego, tras pasear con descaro su mirada por Santana, se marchó.

Cuando Brittany se quedó ante un Santana que no había abierto la boca, preguntó, entornando la puerta de su casa:

—Pero ¿qué haces tú con mi hija?

—Has dicho que tenías que ir a buscarla y como he supuesto que tu marido o esposa no llegaría a tiempo, te he solucionado el problema.

Al oír eso, a Brittany se le puso la carne de gallina. Su marido no existía, pero dejando de pensar en ello, frunció el cejo y preguntó:

—¿Y por qué te han creído? No te conocen.

—Escucha...

Enfadada con la situación, la cortó:

—No. No te escucho. No tenían que haber sacado a la niña de la guardería. Lo tienen prohibido. Pero ¿qué clase de guardería es ésa, que le dan los niños a todo el mundo? Los voy a denunciar. Les voy a meter un puro que se van a enterar.

Santana asintió. Ella tenía razón, pero para tranquilizarla comentó:

—Conozco a dos de las cuidadoras y saben dónde vivo y dónde trabajo. Les he dicho que somos amigas y que tú no podías recoger a la pequeña—y al ver su gesto de enfado, añadió—Venga, mujer, tómalo por el lado positivo. Así no tienes que salir a buscarla. Y, tranquila, la niña no se la dan a cualquiera, ya has visto que una de las cuidadoras me ha acompañado hasta tu casa—en ese momento, la pequeña Samantha le echó los brazos a Santana y ésta, sonriendo, la cogió y dijo—Princesa Sami..., dile a mamá: «¡No te enfades, mamá!»

—No te fades, mamááá.

Brittany sonrió y quitándole a su pequeña de los brazos, fue a decir algo cuando Santana se le adelantó:

—Me voy. Siento mucho lo que ha ocurrido.

Al ver que se marchaba, Brittany intentó ser amable por primera vez y musitó:

—Oye..., gracias.

Santana no la miró, asintió y continuó su camino hasta el ascensor. Sin querer pensar más en ello, salió del edificio, cogió su Aston Martin y se perdió en el tráfico.

Tenía cosas que hacer.