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Finalizado Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Jul 12, 2016 1:14 am

Capítulo 45



Britt —Britt —dice Santana con voz suave. Gruño y saco el brazo de debajo de su cuerpo. Agarro la almohada y me cubro el rostro con ella. —No me voy a levantar aún. —Es tarde y tenemos que arreglarnos. Me quita la almohada de encima y la tira al suelo. —Quédate en la cama conmigo —replico—. Cancelémoslo. La agarro del brazo y Santana se pone de lado, acoplando su cuerpo al mío. —No podemos cancelar la Navidad —dice riéndose, y pega los labios a mi cuello. Me acerco más a ella y presiono las caderas contra las suyas. Me aparta de manera juguetona. —No, de eso nada. —Me empuja el pecho con las manos para evitar que me coloque encima de ella. Se levanta de la cama y me deja sola. Se me pasa por la cabeza seguirla hasta el baño, no para hacerle nada, sino por estar cerca de ella. Pero la cama está demasiado calentita, así que decido no hacerlo. Todavía no puedo creerme que siga aquí. Nunca deja de sorprenderme que me perdone y que me acepte como soy. Tenerla aquí en Navidad también será diferente. Nunca me habían importado una mierda estas fiestas, pero ver cómo su rostro se ilumina al ver un estúpido árbol con adornos excesivamente caros hace que toda la situación me resulte más tolerable. Que mi madre se encuentre aquí tampoco está mal. Santana parece adorarla, y mi madre está casi tan obsesionada con mi chica como yo. «Mi chica.» Santana es mi chica otra vez, y voy a pasar la Navidad con ella, y con mi desestructurada familia. Menuda diferencia con el año pasado, que me pasé el día de Navidad borracha como una cuba. Unos minutos después, me obligo a salir de la cama y me dirijo a la cocina. Café. Necesito café. —Feliz Navidad —dice mi madre cuando entro. —Igualmente. Paso por delante de ella y me acerco a la nevera. —He hecho café —anuncia. —Ya lo veo. Cojo los frosties de Kellogg’s de encima de la nevera y me acerco a la cafetera. —Britt, siento lo que dije ayer. Sé que te molestó que estuviera de acuerdo con la madre de Santana, pero debes entender por qué lo hice. El caso es que entiendo perfectamente por qué lo hizo, pero ella no es quién para decirle a Santana que me deje. Después de todo por lo que hemos pasado, necesitamos que alguien esté de nuestra parte. Es como si estuviéramos ella y yo solas contra el mundo, y necesito que mi madre esté de nuestro lado. —Es sólo que su sitio está conmigo, mamá. No en ninguna otra parte. Sólo conmigo. Cojo un trapo para limpiar el café que se ha derramado de mi taza. El líquido marrón mancha la tela blanca y casi me parece oír a Santana regañándome por haber usado el trapo que no tocaba. —Lo sé, Britt —dice mi madre—. Ahora lo veo. Lo siento. —Yo también. Y siento comportarme como una perra todo el tiempo. No es mi intención. Mis palabras parecen sorprenderla, y no se lo reprocho. Nunca me disculpo, tenga o no motivos para hacerlo. Supongo que a eso me dedico, a comportarme como una perra y a no dar la cara jamás. —Tranquila, lo superaremos. Vamos a pasar una bonita Navidad en la preciosa casa de tu padre. —Sonríe, y el sarcasmo es evidente en su voz. —Sí, vamos a superarlo. —Sí, hagámoslo. No quiero que el día de hoy se fastidie por todo lo que pasó ayer. Ahora entiendo mejor toda la situación. Sé que la quieres, Britt, y sé que estás aprendiendo a ser una mujer mejor. Ella te está enseñando, y eso me hace muy feliz. Mi madre se lleva las manos al pecho y yo pongo los ojos en blanco. —De verdad, me alegro mucho por ti —dice. —Gracias. —Aparto la mirada—. Te quiero, mamá. Se me hace raro pronunciar esas palabras, pero su expresión hace que valga la pena. Sofoca un grito. —¿Qué acabas de decir? Las lágrimas inundan inmediatamente sus ojos al oír las palabras que nunca le digo. No sé qué me ha llevado a pronunciarlas ahora, tal vez el saber que sólo desea lo mejor para mí. O quizá que esté aquí ahora y que haya desempeñado un papel tan importante en la decisión de Santana de perdonarme. No lo sé, pero su mirada hace que desee habérselo dicho antes. Ha pasado por muchas cosas, y ha hecho todo lo posible por ser una buena madre para mí. Debería disfrutar del sencillo placer de escuchar que su única hija la quiere más de una vez en todos estos años. Estaba muy enfadada, aún lo estoy, pero no es culpa suya. Nunca lo ha sido. —Que te quiero, mamá —repito algo avergonzada. Tira de mí y me estrecha con fuerza entre sus brazos, con más fuerza de la que suelo tolerar. —Ay, Britt, yo también te quiero. Te quiero muchísimo, hija.
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Finalizado Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Jul 12, 2016 1:27 am

Capítulo 46


Santana decidió que yo llevar el pelo liso, por probar algo diferente. Pero cuando acabo de peinarme, me veo rara, así que termino rizándomelo como de costumbre. Estoy tardando demasiado en arreglarme, y seguro que ya casi es hora de marcharnos. Puede que esté invirtiendo más tiempo de lo habitual porque en el fondo estoy nerviosa y tengo miedo de cómo saldrán las cosas. Espero que Britt se comporte de la mejor manera que sabe, o al menos que lo intente. Opto por un maquillaje ligero y me pongo sólo un poco de base, lápiz negro y rímel. Iba a ponerme sombra también, pero he tenido que borrarme la raya del párpado superior tres veces hasta que por fin he conseguido hacérmela bien. —¡¿Estás viva?! —grita Britt desde el otro lado de la puerta. —Sí, ya casi estoy —respondo, y me cepillo los dientes una vez más. —Voy a darme una ducha rápida, pero después tenemos que irnos si quieres llegar allí a tiempo —me informa cuando abro la puerta. —Vale, vale, me vestiré mientras te duchas. Desaparece en el baño. Me dirijo al armario y cojo el vestido verde bosque sin mangas que compré para ponérmelo hoy. La tela verde oscuro es gruesa, y el escote, alto. El lazo que cubre mi cintura es mucho más grande de lo que parecía cuando me lo probé el otro día, pero voy a llevar una rebeca encima de todos modos. Cojo mi pulsera de charms de la cómoda y siento mariposas en el estómago cuando releo la perfecta inscripción. No sé qué zapatos ponerme; si me pongo tacones, pareceré demasiado arreglada. Me decido por unos negros y planos, y me coloco la rebeca sobre el vestido justo cuando Britt abre la puerta con sólo una toalla alrededor de su cuerpo. «Vaya.» Por mucho tiempo que pase, sigo quedándome sin aliento al verla. Mientras observo su cuerpo semidesnudo me pregunto cómo es posible que antes no me gustasen los tatuajes. —Joder —dice observándome de arriba abajo. —¿Qué? ¿Qué pasa? —Miro hacia abajo para ver qué puede estar mal. —Pareces... tremendamente inocente. —Y ¿eso es bueno o malo? Es Navidad, no quiero parecer indecente. De repente me siento insegura de mi elección. —No, está bien —me asegura—. Está muy bien. Su lengua serpentea por su labio inferior. Entonces lo capto, me pongo colorada y aparto la vista antes de que iniciemos algo que no vamos a poder terminar. Al menos, no por ahora. —Gracias. ¿Tú qué vas a ponerte? —Lo mismo de siempre. La miro otra vez. —Ah. —No voy a arreglarme para ir a casa de mi padre. —Ya... Y ¿por qué no te pones el jersey rojo que te regaló tu madre? —sugiero, aunque sé que no lo hará. Suelta una carcajada. —Ni de coña. Se dirige al armario, tira de los vaqueros que están en la percha y ésta cae al suelo, aunque Britt no suele reparar en esas cosas. Decido no decirle nada. En lugar de hacerlo, me alejo del armario justo cuando ella deja caer la toalla. —Estaré fuera con tu madre —me apresuro a decir, intentando obligarme a no mirar su cuerpo. —Como quieras —responde con una sonrisa de superioridad, y salgo de la habitación. Trish está en el salón, y luce un vestido rojo y unos tacones negros, algo muy distinto del chándal que lleva habitualmente. —¡Estás preciosa! —le digo. —¿Seguro? ¿No es demasiado con el maquillaje y demás? —pregunta nerviosa—. No es que me importe, pero no quiero que mi exmarido me vea con mal aspecto después de todos estos años. —Créeme, no tienes mal aspecto en absoluto —le aseguro, y consigo que sonría un poco. —¿Estáis listas? —pregunta Britt cuando se reúne con nosotras en el salón. Todavía lleva el pelo mojado, pero de algún modo sigue teniendo un aspecto perfecto. Va todo de negro, incluidas las Converse que llevaba en Seattle y que tanto me gustan. Su madre no parece reparar en su oscura vestimenta, probablemente porque sigue centrada en su propia apariencia. Cuando entramos en el ascensor, Britt mira a Trish por primera vez y pregunta: —¿Por qué vas tan elegante? Ella se ruboriza un poco. —Es fiesta, ¿por qué no iba a arreglarme? —Es un poco raro... La interrumpo antes de que diga algo que le fastidie el día a su madre. —Está guapísima, Britt —aseguro—. Y yo voy tan arreglada como ella. Durante el trayecto, todas guardamos silencio, incluida Trish. Es evidente que está nerviosa, y ¿quién no iba a estarlo? Yo también lo estaría. De hecho, por motivos diferentes, cuanto más nos acercamos a casa de Ken, más nerviosa me pongo. Sólo quiero que el día transcurra en paz. Cuando por fin llegamos y aparcamos el coche, oigo que Trish sofoca un grito. —¿Ésta es su casa? —Sí. Ya te dije que era grande —dice Britt apagando el motor. —No pensé que fuera tan grande —responde ella en voz baja. Britt sale del vehículo y le abre la puerta a su madre, que sigue ahí sentada con la boca abierta. Yo también salgo y, mientras ascendemos los escalones que nos llevan a la enorme vivienda, veo la aprensión en su rostro. Lo cojo de la mano para intentar tranquilizarla, y ella me mira con una sonrisa leve pero evidente. No llama al timbre, sino que abre la puerta y entra. Karen está de pie en el salón con una radiante sonrisa de bienvenida, tan contagiosa que hace que me sienta un poco mejor. Britt recorre el vestíbulo primero, con su madre a su lado y yo detrás, cogiéndolo todavía de la mano. —Gracias a todos por venir —dice Karen mientras se acerca a Trish, ya que da por hecho que Britt no va a molestarse en presentarlas—. Hola, Trish, soy Karen —la saluda al tiempo que le tiende la mano—. Me alegro de conocerte. Te agradezco mucho que hayas venido. Karen parece completamente relajada, pero la conozco y sé que en el fondo no lo está. —Hola, Karen, encantada de conocerte también —responde Trish, y le estrecha la mano. En ese preciso momento, Ken entra en la habitación, nos ve y, después de mirarnos dos veces, se detiene de repente y mira a su exmujer. Me inclino hacia Britt; espero que Ryder le haya dicho a Ken que íbamos a venir. —Hola, Ken —dice Trish en un tono más elevado de lo habitual. —Trish... Vaya..., hola —tartamudea él. Trish, a quien sospecho satisfecha tras ver su reacción, asiente una vez con la cabeza y dice: —Estás... distinto. He intentado imaginar el aspecto que tendría Ken años atrás, con los ojos probablemente rojos por el alcohol, la frente sudorosa y el rostro pálido, pero no soy capaz. —Sí..., tú también —responde él. Empiezo a marearme debido a la incómoda tensión, de modo que me siento inmensamente aliviada cuando, de repente, Karen exclama: —¡Ryder! —Y él se une a nosotros. Claramente, Karen también se siente aliviada al ver a su ojito derecho, y su aspecto es muy apropiado para la ocasión; lleva unos pantalones azules y una camisa blanca de vestir con una corbata negra. —Estás muy guapa —me adula, y me da un abrazo. Britt me agarra la mano con más fuerza, pero yo consigo liberarla y también abrazo a Ryder. —Tú tampoco estás nada mal, Ryder —le digo. Britt rodea entonces mi cintura con el brazo y tira de mí para recuperarme, sosteniéndome más cerca que antes. Ryder pone los ojos en blanco y se vuelve hacia Trish. —Hola, señora, soy Ryder, el hijo de Karen. Me alegro de conocerla por fin. —Vaya, por favor, no me llames señora. —Trish se echa a reír—. Pero yo también me alegro de conocerte. Santana me ha hablado mucho de ti. Ryder sonríe. —Espero que cosas buenas. —Principalmente —bromea ella. El encanto de Ryder parece disminuir la tensión del ambiente, y Karen interviene: —Llegáis justo a tiempo. ¡El ganso se servirá dentro de un par de minutos! Ken nos dirige a todos al comedor y Karen desaparece en la cocina. No me sorprende encontrar la mesa perfectamente dispuesta con su mejor vajilla de porcelana, la cubertería de plata bruñida y unos elegantes servilleteros de madera. Con unos platos de entremeses ordenadamente colocados. El plato principal de ganso está rodeado de gruesas rodajas de naranja. Un puñado de bayas rojas descansa sobre el cuerpo del ave. Todo es muy elegante, y el olor hace que la boca se me haga agua. Delante de mí tengo un plato de patatas asadas. El aroma a ajo y perejil inunda el aire, y me quedo admirando el resto de la mesa. Un ornamento de flores descansa en el centro, y cada elemento decorativo repite el tema de las naranjas y las bayas. Karen es siempre una magnífica anfitriona. —¿Queréis algo de beber? Tengo un vino tinto delicioso en la bodega —dice. Veo cómo sus mejillas se sonrojan de inmediato al darse cuenta de lo que acaba de preguntar. El alcohol es un tema delicado en este grupo. Trish sonríe. —Yo sí quiero, gracias. Karen desaparece y el resto nos quedamos tan callados que, cuando saca el corcho en la cocina, el sonido se oye tan fuerte que parece resonar en las paredes que nos rodean. Cuando regresa con la botella abierta, me planteo pedirle que me sirva una copa para ver si así se me pasa esta incómoda sensación en el estómago, pero finalmente decido no hacerlo. Con la anfitriona de vuelta, tomamos asiento. Ken preside la mesa, con Karen, Ryder y Trish a un lado y Britt y yo al otro. Después de algunos cumplidos por la presentación, nadie dice una palabra mientras se sirven comida en el plato. Tras dar unos cuantos bocados, Ryder establece contacto visual conmigo, y veo que se debate entre hablar o no. Asiento ligeramente; no quiero tener que interrumpir el silencio. Me llevo un tenedor con ganso a la boca y Britt me coloca la mano en el muslo. Ryder se limpia la boca con la servilleta y se vuelve hacia Trish. —Bueno, ¿qué le ha parecido hasta ahora Estados Unidos, señora Pierce? ¿Es la primera vez que viene? Ella asiente un par de veces. —Pues sí, es mi primera vez. Me gusta. No me gustaría vivir aquí, pero me gusta. ¿Piensas quedarte en Washington cuando termines la universidad? —dice entonces mirando a Ken como si le estuviese preguntando a él en lugar de a Ryder. —Todavía no lo sé; mi novia se traslada a Nueva York el mes que viene, así que dependerá de lo que ella quiera hacer. Aunque sea egoísta por mi parte, espero que no se mude allí en breve. —Bueno, yo estoy deseando que Britt termine para que pueda volver a casa —dice Trish, y yo dejo caer el cuchillo en el plato. Todas las miradas se centran en mí, y sonrío a modo de disculpa antes de recoger el cubierto. —¿Vas a volver a Inglaterra cuando te gradúes? —le pregunta Ryder a Britt. —Sí, por supuesto —responde ella groseramente. —Vaya —dice Ryder mirándome a mí directamente. Britt y yo no hemos hablado sobre nuestros planes para después de la universidad, pero jamás se me había pasado por la cabeza que quisiera volver a Inglaterra. Tendremos que discutirlo más tarde, no delante de todo el mundo. —Y ¿a ti, Ken..., te gusta Estados Unidos? ¿Piensas quedarte aquí de manera permanente? —pregunta Trish. —Sí, me encanta esto. Pienso quedarme, sin duda —asegura. Trish sonríe y bebe un sorbo de vino. —Tú odiabas Estados Unidos —repone. —Tú lo has dicho. Lo odiaba —replica, y le ofrece una media sonrisa. Karen y Britt se revuelven incómodas en sus asientos, y yo me concentro en masticar la patata que tengo en la boca. —¿Alguien tiene algo de que hablar que no sea Estados Unidos? — Britt pone los ojos en blanco. Le propino un puntapié por debajo de la mesa, pero no se da por aludida. Karen interviene de inmediato. —¿Qué tal el viaje a Seattle, Santana? —me pregunta. Ya se lo he relatado, pero sé que sólo está intentando establecer conversación, de modo que le cuento a todo el mundo lo de la conferencia y el trabajo otra vez. Y así conseguimos superar la comida. Todo el mundo me hace preguntas en un claro intento de permanecer en este tema seguro alejado de los dardos de los excónyuges. Cuando terminamos con el delicioso ganso y los entremeses, ayudo a Karen a llevar los platos a la cocina. Parece distraída, de modo que no intento darle conversación mientras recogemos la vajilla. —¿Quieres otra copa de vino, Trish? —pregunta Karen cuando todos pasamos al salón. Britt, Trish y yo nos sentamos en uno de los sofás, Ryder se sienta en el sillón, y Karen y Ken, en el otro sofá enfrente de nosotras. Es como si estuviésemos formando equipos y Ryder fuera el árbitro. —Sí, por favor. La verdad es que tiene un sabor exquisito —responde Trish, y ofrece la copa vacía para que Karen se la rellene. —Gracias, lo compramos en Grecia este verano; fue un viaje mag... —Se detiene en mitad de la frase. Tras una pausa, añade—: Un lugar muy bonito —y le devuelve la copa a Trish. La madre de Britt sonríe y la levanta ligeramente a modo de brindis. —Bueno, el vino es excelente. Al principio no entiendo el momento incómodo, pero entonces me doy cuenta de que Karen ha conseguido al Ken que Trish nunca tuvo. Viaja a Grecia y por todo el mundo, tiene una casa enorme, coches nuevos y, lo que es más importante, un marido cariñoso y sobrio. Admiro a Trish por ser tan fuerte y por su capacidad para perdonar. Está haciendo un esfuerzo tremendo por ser amable, especialmente dadas las circunstancias. —¿Alguien más? Santana, ¿quieres una copa? —pregunta Karen mientras termina de servirle una a Ryder. Me vuelvo hacia Trish y Britt. —Sólo una, para celebrar la fiesta —añade Karen. Al final cedo. —Sí, por favor —respondo. Voy a necesitar más de una copa de vino si el día continúa siendo así de incómodo. Mientras me sirve, veo que Britt asiente con la cabeza varias veces, y entonces pregunta: —¿Y tú, papá? ¿Quieres una copa de vino? Todo el mundo la mira con unos ojos como platos y la boca abierta. Yo le doy un apretón en la mano en un intento de hacerla callar, pero ella continúa con una sonrisa malévola: —¿Qué? ¿No? Venga, seguro que quieres una. Sé que lo echas de menos.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Jul 12, 2016 1:41 am

Capítulo 47
Santana



 —¡Britt! —exclama Trish. —¿Qué? Sólo le estoy ofreciendo una bebida. Estoy siendo sociable —dice. Observo a Ken y veo que se debate entre morder o no el anzuelo de su hija; no sabe si dejar que esto se convierta en una gran discusión. —Para —le susurro a Britt. —No seas grosera —le dice Trish. Por fin, Ken reacciona. —No pasa nada —dice, y bebe un sorbo de agua. Analizo la sala. Karen está blanca como la cal. Ryder está mirando el enorme televisor de la pared. Trish bebe vino. Ken parece desconcertado, y Britt lo fulmina con la mirada. Entonces muestra una sonrisa tranquilizadora. —Ya sé que no pasa nada. —Sé que sólo estás furiosa —añade Ken—, así que, adelante, di lo que tengas que decir. No debería haber dicho eso. No debería haber tratado las emociones de Britt con respecto a esta situación tan a la ligera, como si sólo fuera la opinión de una niña a la que apenas tiene que aguantar un momento. —¿Furiosa? No estoy furiosa —replica ella con calma—. Molesta y divertida con todo esto, sí, pero furiosa no. —¿Qué es lo que te divierte? —pregunta Ken. «Ay, Ken, cierra la boca.» —Me divierte el hecho de que estés actuando como si nada hubiera pasado, como si no fueses una puta mierda. —Señala a Ken y a Trish—. Os estáis comportando de una forma ridícula. —Te estás pasando de la raya —le advierte su padre. «Por Dios, Ken.» —¿Ah, sí? Y ¿desde cuándo decides tú dónde está el límite? —lo desafía ella. —Desde que ésta es mi casa. Por eso puedo decidir. Britt se levanta inmediatamente. La agarro del brazo para detenerla, pero ella se me quita de encima con facilidad. Me apresuro a dejar mi copa de vino en la mesita auxiliar y me pongo de pie. —¡Britt, para! —le ruego, y la agarro del brazo de nuevo. Todo iba bien. Algo incómodo, pero bien. Sin embargo, Britt ha tenido que soltar ese comentario tan grosero. Sé que está enfadada con su padre por los errores que cometió, pero el día de Navidad no es el momento más apropiado para sacar todo eso. Britt y Ken habían empezado a reconstruir su relación, y como Britt no deje esto ya, las cosas se pueden poner muy feas. Su padre se levanta con aire autoritario. —Creía que estábamos superando esto. ¿No viniste a la boda? — pregunta como lo haría un profesor. Están sólo a unos centímetros de distancia, y sé que esto no va a acabar bien. —¿Superando qué? ¡Ni siquiera te haces responsable de nada! ¡Te limitas a fingir que no ocurrió! Ahora Britt está gritando. La cabeza me da vueltas y lamento haber extendido la invitación de Ryder a Britt y a Trish. Una vez más he causado una discusión familiar. —Hoy no es el día para hablar de esto, Britt —dice Ken—. Estábamos teniendo una jornada agradable, pero tenías que iniciar una pelea conmigo. Britt levanta las manos en el aire. —Y ¿cuándo es el día? Joder, ¡este tío es increíble! —exclama. —Cualquiera que no sea Navidad. Hacía años que no veía a tu madre, ¿de verdad tenías que elegir este momento para sacar todo esto? —¡Si hacía años que no la veías es porque la abandonaste! Nos dejaste sin nada, sin dinero, sin coche..., ¡sin nada! —grita Britt, y se acerca a la cara de su padre. Ken se está poniendo rojo de ira. Y entonces comienza a gritar: —¿Sin dinero? ¡Enviaba dinero todos los meses! ¡Mucho dinero! ¡Y tu madre no quiso aceptar el coche que le ofrecí! —¡Embustero! —le espeta Britt—. ¡No enviaste una mierda! ¡Por eso vivíamos en esa casa destartalada y ella tenía que trabajar cincuenta horas a la semana! —Britt..., no está mintiendo —interviene Trish. Ella se vuelve hacia su madre al instante. —¿Qué? Esto es un desastre. Un desastre mucho más grande que el que había imaginado. —Enviaba dinero —explica Trish. Deja la copa y se acerca a él. —Y ¿dónde está ese dinero? —inquiere Britt con tono de incredulidad. —Pagando tus estudios. Ella señala entonces a su padre con un dedo furioso. —¡Me dijiste que los estaba pagando él! —chilla, y se me parte el corazón al verla así. —Y así es, con el dinero que guardé durante todos esos años. El dinero que él enviaba. —¿Qué coño dices? —Britt se frota la frente con la mano. Me coloco detrás de ella y entrelazo los dedos con los de su mano libre. Trish apoya una mano en el hombro de su hija. —No lo usé todo para tus estudios. También pagaba las facturas con él. —¿Por qué no me lo contaste? Debería estar pagándolos él, y no con el dinero con el que se supone que tenía que alimentarnos y mantenernos en una casa diariamente. —Se vuelve hacia su padre—. Aun así, nos abandonaste, ¡enviases dinero o no! Te marchaste y ni siquiera fuiste capaz de llamarme para mi puto cumpleaños. El exceso de saliva se acumula en las comisuras de la boca de Ken y empieza a parpadear rápidamente. —¿Qué querías que hiciera, Britt? —replica—. ¿Que me quedara allí? Era alcohólico. Un alcohólico que no valía para nada, y vosotras dos merecíais algo mejor de lo que yo podía ofreceros. Después de aquella noche... supe que tenía que marcharme. Britt se pone rígida y su respiración se vuelve irregular. —¡No hables de aquella noche! ¡Todo pasó por tu culpa! Britt aparta la mano de la mía, Trish parece enfadada, Ryder aterrado, y Karen... Karen sigue llorando, y entonces me doy cuenta de que voy a tener que ser yo quien detenga toda esta situación. —¡Ya lo sé! Y no sabes cuánto me gustaría poder borrar eso, hija. ¡Esa noche me ha atormentado durante los últimos años! —responde Ken con voz ronca, intentando no llorar. —¿Que te atormenta? ¡Yo vi cómo pasó, hijo de puta! ¡Fui yo quien tuvo que limpiar la maldita sangre del suelo mientras tú seguías fuera poniéndote como una cuba! —responde Britt formando puños con las manos. Karen solloza y se tapa la boca antes de salir de la estancia. No se lo reprocho. No me había dado cuenta de que yo también estaba llorando hasta que las cálidas lágrimas golpean mi pecho. Tenía la sensación de que algo iba a pasar hoy, pero no me esperaba esto. Ken levanta las manos en el aire. —¡Lo sé, Britt! ¡Lo sé! ¡Y no puedo hacer nada para cambiarlo! ¡Ahora estoy sobrio! ¡Hace años que no bebo! ¡No puedes seguir guardándome rencor por ello eternamente! Trish grita cuando Britt carga contra su padre. Ryder corre para intentar ayudar, pero es demasiado tarde. Britt empuja a Ken contra la vitrina de la vajilla, la que sustituye a la que ya rompió hace meses. Ken agarra a su hija de la pechera e intenta retenerla, pero ésta le propina un puñetazo en la barbilla. Me quedo helada, como siempre, mientras Britt golpea a su propio padre. Ken consigue esquivar el siguiente golpe de Britt, que acaba alcanzando la puerta de cristal de la vitrina. Al ver la sangre, salgo de mi estupor y la agarro de la camiseta. Entonces da un golpe hacia atrás con el brazo y me lanza contra una mesa. Una copa de vino tinto se cae y mancha mi rebeca blanca. —¡Mira lo que has hecho! —le grita Ryder a Britt, y corre a mi lado. Trish está junto a la puerta y le lanza a su hija una mirada asesina. Ken observa la vitrina rota y después a mí mientras Britt detiene su ataque contra su padre y se vuelve en mi dirección. —¡Santana! Santana, ¿estás bien? —pregunta. Asiento en silencio desde el suelo mientras observo un hilo de sangre que cae por sus brazos desde los nudillos. No estoy herida, y el hecho de que mi chaqueta se haya manchado es algo demasiado trivial como para mencionarlo en medio de este caos. —Aparta —le suelta Britt a Ryder mientras ocupa su lugar a mi lado—. ¿Estás bien? Creía que eras Ryder —dice, y me ayuda a levantarme con la mano magullada que no está manchada de sangre. —Estoy bien —repito, y me aparto de ella una vez de pie. —Nos marchamos —gruñe, y se dispone a rodearme la cintura con el brazo. Me alejo más de ella. Observo cómo Ken utiliza la manga de su camisa blanca impoluta para limpiarse la sangre de la boca. —Deberías quedarte aquí, Santana —me dice Ryder. —¡No me provoques, Ryder! —le advierte Britt, pero él no parece impresionado. Debería estarlo. —Britt, ya basta —intervengo. Al ver que hace ademán de hablar pero no discute, me vuelvo hacia mi amigo. —Estaré bien —le aseguro. Es por Britt por quien debería preocuparse. —Vamos —ordena ella, pero conforme se dirige hacia la puerta se vuelve para asegurarse de que voy detrás de ella. —Siento mucho... todo esto —le digo a Ken mientras sigo a su hija. —No es culpa tuya, sino mía —oigo que responde con voz suave a mi espalda. Trish está callada. Britt está callada. Y yo estoy helada. Los fríos asientos de piel me tocan las piernas desnudas, y mi chaqueta mojada tampoco ayuda. Subo la calefacción al máximo. Britt me mira, pero yo me concentro en mirar por la ventanilla. No sé si debería enfadarme con ella. Ha echado a perder la cena y ha atacado a su padre, literalmente, delante de todo el mundo. Sin embargo, siento lástima por ella. Ha sufrido mucho, y su padre es la raíz de todos sus problemas, de las pesadillas, del miedo, de su falta de respeto por las mujeres. Nunca tuvo a nadie que le enseñara a ser una verdadera persona de valores. Cuando Britt me coloca la mano sobre el muslo, no se la aparto. Me duele la cabeza y no entiendo cómo las cosas se han podido ir a la mierda tan rápido. —Britt, tenemos que hablar de lo que acaba de pasar —dice Trish al cabo de unos minutos. —No —responde ella. —Sí, tenemos que hablar. Te has pasado mucho de la raya. —¿Que yo me he pasado? ¿Cómo puedes haber olvidado todo lo que ha hecho? —No he olvidado nada, Britt —asegura ella—. He elegido perdonarlo; no quiero vivir odiándolo. Pero la violencia nunca es la solución. Además, esa clase de ira te acaba consumiendo; se apodera de tu vida si la dejas. Te destruye si te aferras a ella. No quiero vivir así. Quiero ser feliz, Britt, y perdonar a tu padre hace que me resulte más fácil serlo. Su fortaleza nunca deja de sorprenderme, y la testarudez de Britt tampoco. Se niega a perdonar a su padre por sus errores del pasado, aunque ella no deja de reclamar mi perdón a cada instante. Pero tampoco se perdona a sí misma. Qué irónico. —Bueno, pues yo no quiero perdonarlo. Creía que podía hacerlo, pero después de lo de hoy no puedo. —Hoy no te ha hecho nada —la reprende Trish—. Tú lo has provocado con lo de la bebida sin ningún motivo. Britt aparta la mano de mi piel, dejando una mancha de sangre en su lugar. —No va a irse de rositas sin más, mamá. —No se trata de eso. Hazte esta pregunta: ¿qué ganas estando tan furiosa con él? ¿Qué consigues aparte de unas manos ensangrentadas y una vida solitaria? Britt no responde. Se limita a mantener la vista al frente. —Exacto —dice ella, y el resto del trayecto transcurre en silencio. Cuando volvemos al apartamento, me dirijo directamente al dormitorio. —Le debes una disculpa, Britt —oigo que le dice Trish por detrás de mí. Me deshago de la rebeca manchada y la dejo caer al suelo. Me quito los zapatos y me aparto el pelo de la cara, colocándome los mechones sueltos detrás de las orejas. Unos segundos después, Britt abre la puerta del dormitorio; mira la prenda manchada de rojo tirada en el suelo y después a mí. Se coloca delante de mí y me coge de las manos con ojos suplicantes. —Lo siento mucho, Santana. No pretendía empujarte así. —No deberías haber hecho eso. Hoy, no. —Lo sé... ¿Te he hecho daño? —pregunta secándose las manos heridas contra los vaqueros negros. —No. Si me hubiese hecho daño físico, tendríamos problemas mucho más graves. —Lo siento, de verdad. Estaba furiosa. Creía que eras Ryder... —No me gustas cuando estás así, tan enfadada. Mis ojos se inundan de lágrimas al recordar las manos de Britt llenas de cortes. —Lo sé, nena. —Se inclina ligeramente hasta quedar a la altura de mis ojos—. Jamás te haría daño a propósito. Lo sabes, ¿verdad? Me acaricia la sien con el pulgar y yo asiento lentamente. Sé que jamás me haría daño, al menos no físicamente. Siempre lo he sabido. —¿A qué ha venido ese comentario sobre la bebida? Las cosas iban bien —digo. —Porque se estaba comportando como si nada hubiera pasado, como un capullo pretencioso, y mi madre le seguía la corriente. Alguien tenía que interceder por ella —explica con una voz suave, confundida, totalmente opuesta a como era hace media hora cuando le gritaba a su padre. Se me rompe el corazón de nuevo; era su forma de defender a su madre. Una manera errónea, pero instintiva para ella. Se aparta el pelo de la frente y se mancha la piel de sangre. —Intenta ponerte en su lugar —digo—. Va a tener que vivir siempre con ese sentimiento de culpa, Britt, y tú no se lo pones nada fácil. No digo que no tengas derecho a estar enfadada, porque ésa es una reacción natural, pero precisamente tú tendrías que estar más dispuesta a perdonar. —Yo... —Y esa violencia tiene que acabar. No puedes ir por ahí golpeando a la gente cada vez que te enfadas. No está bien, y no me gusta nada. — Lo sé. —Mantiene la vista fija en el suelo de hormigón. Suspiro y cojo sus manos entre las mías. —Y ahora vamos a curarte, aún te sangran los nudillos —digo. Y la llevo al cuarto de baño para limpiarle las heridas por enésima vez desde que la conozco.
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Mensaje por 3:) Mar Jul 12, 2016 10:03 am

Dios... Es jodidamente difícil para britt dejar el pasado aunque lo tiene que hacer...
Iba casi todo perfecto con el día de navidad... Y el día del romanticismo para san jajaja...
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Mensaje por JVM Mar Jul 12, 2016 2:50 pm

Pues si Britt aun no consigue perdonar a su padre y ahora que su mamá esta ahí los recuerdos están mas presentes de todo lo que pasaron, es verdad que por su bien debería perdonarlo pero ha de ser difícil por como lo vivió, pero yo creo San la va a ayudar a superlo poco a poco.
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Mensaje por micky morales Mar Jul 12, 2016 9:17 pm

Es bastante dificil olvidar algo asi pero a la larga britt tendra que hacerlo, o nunca sera feliz!!!!!
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Jul 14, 2016 5:10 am

Capítulo 48
 Santana



 Britt no hace el más mínimo gesto de dolor mientras le limpio las heridas. Sumerjo la toalla en el lavabo lleno de agua en un intento de diluir la sangre de la tela blanca. Ella me observa sentada en el váter mientras permanezco de pie entre sus piernas. Levanta las manos una vez más. —Tenemos que comprar algo para ponértelo en el pulgar —le digo mientras retuerzo la toalla para escurrir el exceso de agua. —Ya se curará —dice. —No, mira lo profunda que es la herida —la reprendo—. La piel en sí es ya prácticamente tejido cicatrizal, y no paras de abrírtela una y otra vez. No dice nada, simplemente analiza mi rostro. —¿Qué pasa? —le pregunto. Vacío la pila de agua rosada y espero a que me responda. —Nada... —miente. —Dímelo. —No entiendo cómo puedes aguantar todas mis mierdas —dice. —Yo tampoco. —Sonrío, y observo que tuerce el gesto—. Pero merece la pena —añado con sinceridad. Ella sonríe a su vez, acerca mi mano a su rostro y me pasa la almohadilla del pulgar por el hueco de su hoyuelo. Su sonrisa se intensifica. —Seguro que sí —dice, y se levanta—. Necesito una ducha. —Se quita la camiseta y se inclina para abrir el grifo. —Te espero en la habitación —le digo. —¿Por qué? Dúchate conmigo. —Tu madre está en la habitación de al lado —le explico en voz baja. —¿Y qué? Sólo es una ducha. Por favor. No puedo negarme, y lo sabe. La sonrisa de superioridad en su rostro cuando suspiro vencida lo demuestra. —¿Me bajas la cremallera? —le pido, y me pongo de espaldas a ella. Me levanto el pelo y empieza a desabrochármela inmediatamente. —Me gusta ese vestido —dice cuando la tela verde se acumula en el suelo. Se quita los pantalones y las bragas y yo intento no mirar su cuerpo desnudo mientras deslizo los tirantes de mi sujetador por mis brazos. Cuando estoy totalmente desnuda, Britt se mete en la ducha y me ofrece la mano. Recorre mi cuerpo con la mirada y se detiene a la altura de mis muslos con el ceño fruncido. —¿Qué pasa? —pregunto al tiempo que trato de cubrirme con los brazos. —Tienes sangre. —Señala algunas manchas leves. —No pasa nada —aseguro. Cojo la esponja de lufa y me froto la piel con ella. Entonces, Britt me la quita de las manos y vierte jabón en ella. —Déjame a mí —dice. Se arrodilla y se me ponen todos los pelos de punta al verla ahí abajo delante de mí. Asciende la esponja vegetal por mis muslos y traza círculos con ella. Esta chica tiene línea directa con mis hormonas. Acerca el rostro a mi piel e intento no retorcerme cuando sus labios rozan mi cadera izquierda. Apoya una de sus manos en la parte trasera de mi muslo para mantenerme en el sitio mientras hace lo mismo con la derecha. —Pásame la alcachofa —dice interrumpiendo mis lascivos pensamientos. —¿Qué? —Que me pases la alcachofa —repite. Asiento, saco el grifo del soporte y se lo entrego. Mirándome con un brillo en los ojos y con el agua goteando desde su nariz, hace girar la alcachofa en la mano y la dirige hacia mi vientre. —¿Qué... qué estás haciendo? —pregunto al ver que la baja un poco más. El agua caliente golpea mi piel y observo sus actos con anticipación. —¿Te gusta? Asiento. —Pues si esto te gusta, veamos qué pasa si la bajamos un poquito más... Todas las células de mi cuerpo se debilitan y danzan bajo mi piel mientras Britt juega a torturarme. Doy un brinco cuando el agua me toca, y ella sonríe con petulancia. Es una sensación mucho más agradable de lo que había imaginado. Me aferro a su pelo y me muerdo el labio inferior para sofocar mis gemidos. Su madre está en la habitación de al lado, pero no puedo detenerlo, me gusta demasiado. —¿Santana...? —dice ella esperando una respuesta. —También. Déjala ahí —jadeo, y ella se ríe y me acerca el agua para añadir más presión. Cuando siento la suave lengua de Britt lamiéndome justo debajo del agua casi pierdo el equilibrio. Esto es demasiado. Sus lametones y las caricias del agua hacen que me tiemblen las rodillas. —Britt..., no puedo... —No sé qué estoy intentando decir, pero cuando su lengua se acelera, le tiro del pelo con fuerza. Me empiezan a temblar las piernas, y ella suelta entonces la alcachofa y usa las dos manos para sostenerme. —Joder... —maldigo en voz baja, y espero que el ruido de la ducha ahogue mis gemidos. Noto cómo sonríe pegada a mí antes de continuar llevándome al límite. Cierro los ojos con fuerza y dejo que el placer se apodere de mi cuerpo. Britt aparta la boca de mí el tiempo justo para decir: —Vamos, nena, córrete. Y lo hago. Cuando abro los ojos, ella sigue de rodillas, con la mano en su coño,  humeda y ansiosa. Recuperando todavía el aliento, me pongo de rodillas, coloco la mano alrededor de la suya y la acaricio. —Levántate —le ordeno en voz baja. Baja la vista, asiente y se pone de pie. Me llevo su sexo a la boca y le lamo la punta de su clitoris. —Joder... Inspira hondo y le doy varios lametones. Enrosco los brazos alrededor de la parte trasera de sus piernas para mantener el equilibrio sobre el suelo mojado de la ducha y me mi lengua en su sexo lo mas que puedo. Britt hunde los dedos en mi pelo mojado y me sostiene quieta mientras menea las caderas y me folla la boca. —Podría pasarme horas follándote la boca. Sus movimientos se aceleran un poco, y gimo. Sus sucias palabras hacen que mis labios la succionen con más fuerza, lo que la obliga a maldecir de nuevo. Este modo salvaje con el que reclama mi boca es algo nuevo. Tiene el control absoluto, y me encanta. —Me voy a correr en tu boca, nena. Tira de mi pelo un poco más, y siento cómo los músculos de sus piernas se tensan bajo mis manos y gime mi nombre varias veces mientras se vacía en mi boca. Después de unos cuantos jadeos, me ayuda a levantarme y me besa en la frente. —Creo que ya estamos limpias. —Sonríe y se lame los labios. —Yo diría que sí —contesto con la respiración entrecortada, y cojo el champú. Cuando ambas estamos definitivamente limpias y listas para salir de la ducha, le paso las manos por los abdominales y recorro con los dedos el tatuaje de su estómago. Mis manos reptan hacia abajo, pero Britt me agarra de la muñeca y me detiene. —Sé que cuesta resistirse a mí, pero mi madre está en la habitación de al lado. Contrólate, jovencita —bromea, y le doy una palmada en el brazo antes de salir de la ducha y coger una toalla. —Eso, viniendo de alguien que acaba de usarme... —Me pongo colorada y soy incapaz de terminar la frase. —Te ha gustado, ¿no? —Enarca una ceja y pongo los ojos en blanco. —Tráeme la ropa del cuarto —le digo con tono autoritario. —Sí, señora. Se coloca la toalla alrededor  y desaparece del baño repleto de vapor. Paso la mano por el espejo después de envolverme el pelo con una toalla. Esta Navidad ha sido agitada y muy estresante. Debería llamar a Ryder más tarde, pero antes quiero hablar con Britt sobre su idea de regresar a Inglaterra al terminar los estudios. Nunca me lo había mencionado. —Aquí tienes. Me pasa un montón de ropa y me deja sola en el baño mientras me visto. Me hace gracia encontrar el conjunto de bragas y sujetador de encaje con un pantalón de chándal y una camiseta negra limpia. Limpia, porque la que llevaba hoy está llena de sangre. 
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Jul 14, 2016 5:12 am

Capítulo 49
Santana


 La última noche con la madre de Britt la pasamos básicamente bebiendo té y escuchando historias embarazosas de cuando era pequeña. Trish nos hizo prometer unas diez veces que el año que viene pasaríamos la Navidad en Inglaterra y que no quería excusas. La idea de celebrar la Navidad con Britt dentro de un año hace que sienta mariposas en el estómago. Por primera vez desde que nos conocemos, soy capaz de imaginar un futuro con ella. Y no me refiero a tener hijos o a que nos casemos, sino a que por fin me siento lo bastante segura de sus sentimientos como para plantearme el futuro dentro de un año. A la mañana siguiente, cuando Britt regresa de dejar a Trish en el aeropuerto demasiado temprano, me despierto. Oigo que tira la ropa al suelo y vuelve a meterse en la cama vestida sólo con la bragas. Me rodea con los brazos una vez más. Sigo algo cabreada con ella por lo sucedido ayer, pero tiene los brazos fríos y la he echado de menos el tiempo que se ha ausentado de la cama. —Vuelvo a trabajar mañana —digo al cabo de unos minutos, sin saber si ya se ha quedado dormida o no. —Ya lo sé —responde. —Estoy ilusionada por poder volver a Vance. —¿Por qué? —Porque me encanta, y ya llevo más de una semana de vacaciones. Echo de menos trabajar. —Qué aplicada —se burla, y sé que está poniendo los ojos en blanco aunque no pueda verle la cara. Cuando lo pienso, pongo los ojos en blanco también. —Perdona si me encantan mis prácticas y a ti no te gusta tu trabajo — digo. —Me gusta mi trabajo, y te recuerdo que tuve el mismo trabajo que tú. Pero lo dejé por algo mejor —alardea. —Y ¿la razón de que te guste más es que puedes hacerlo desde casa? —Sí, ésa es la razón principal. —¿Cuál es la otra razón? —Sentía que la gente pensaba que sólo había obtenido el empleo por Vance. No es ninguna novedad, pero es una respuesta más sincera de lo que esperaba por su parte. Esperaba una palabra o dos acerca de que el trabajo era una mierda o un coñazo. —¿De verdad crees que la gente pensaba eso? —Me pongo boca arriba y ella se apoya en el codo para mirarme. —No lo sé. Nunca nadie me dijo nada, pero tenía la sensación de que todos lo pensaban. Sobre todo después de que me hiciese un contrato como empleada, no de prácticas. —¿Crees que se enfadó cuando te marchaste a trabajar a otra parte? Esboza una sonrisa que parece especialmente amplia en la penumbra del dormitorio. —No lo creo. Sus empleados siempre se estaban quejando de mi supuesta actitud. —¿«Supuesta actitud»? —pregunto, medio en broma. Me coge de la mejilla y agacha la cabeza para besarme en la frente. —Sí, supuesta. Soy una persona encantadora. No tenía ningún problema de actitud. —Sonríe pegado a mi piel. Me río y sonríe todavía más y pega la frente a la mía—. ¿Qué quieres que hagamos hoy? — pregunta. —No lo sé. Había pensado llamar a Ryder e ir a la tienda. Retrocede un poco. —¿Para qué? —Para hablar con él y preguntarle cuándo puede quedar conmigo. Me gustaría darle esas entradas. —Los regalos están en su casa, seguro que ya los han abierto. —No creo que los abran si no estamos allí. —Yo creo que sí. —Pues por eso lo digo —bromeo. Sin embargo, Britt se ha puesto seria en cuanto he mencionado a su familia. —¿Crees que... crees que debería disculparme? Bueno, disculparme no..., pero ¿y si lo llamo? Ya sabes..., a mi padre. Sé que tengo que andar con cuidado en lo que a Britt y a Ken se refiere. —Creo que deberías llamarlo. Creo que deberías intentar asegurarte de que lo que pasó ayer no estropea la relación que estabas empezando a establecer con él. —Supongo... —suspira—. Después de que le golpease, por un segundo pensé que te quedarías allí y que me dejarías. —¿En serio? —Sí. Me alegro de que no lo hicieras, pero es lo que pensé. Levanto la cabeza del colchón y la beso en la mandíbula en lugar de responder. He de admitir que, de no haberse sincerado previamente sobre su pasado, probablemente lo habría hecho. Eso lo ha cambiado todo para mí. Ha cambiado mi modo de verla, y no de una manera negativa o positiva, sino de una manera más comprensiva. Britt mira en mi dirección, hacia la ventana. —Supongo que puedo llamarlo hoy. —¿Crees que podríamos ir a su casa? De verdad que me gustaría darles los regalos. Me mira perpleja y dice: —Podríamos decirles que los abran mientras hablas con ellos por teléfono. Es prácticamente lo mismo, pero así no tenemos que ver sus sonrisas falsas cuando descubran tus espantosos regalos. —¡Britt! —protesto. Se ríe y apoya la cabeza en mi pecho. —Es broma, eres la mejor haciendo regalos. El llavero del equipo deportivo equivocado fue lo más. —Se ríe. —Vuelve a la cama —digo tocándole el pelo alborotado. —¿Qué necesitas de la tienda? —me pregunta mientras se tumba de nuevo. Había olvidado que había dicho eso. —Nada. —No, has dicho que tenías que ir a la tienda. ¿Qué quieres? ¿Tapones o algo? —¿Tapones? —Sí, para... cerrar el grifo. «¿Qué?» —No lo pillo... —Tampones. Me ruborizo, y estoy segura de que me pongo roja de pies a cabeza. —Eh..., no. —¿Nunca tienes la regla? —Por favor, Britt, deja de hablar de ello. —¿Qué pasa? ¿Te da vergüenza hablar de tu mens-trua-ción conmigo? —Levanta la cara para mirarme y veo que está sonriendo con malicia. —No me da vergüenza. Es que no es apropiado —me defiendo tremendamente abochornada. Ella sonríe de nuevo. —Hemos hecho muchas cosas inapropiadas, Santana Marie. —No me llames Marie, ¡y deja de hablar de ello! —protesto, y me tapo la cara con las manos. —¿Estás sangrando ahora? —Noto cómo su mano desciende por mi vientre. —No... —miento. Hasta ahora he conseguido librarme de esta situación porque, como siempre estamos dejándolo y volviendo, nunca ha coincidido. Ahora que vamos a estar juntas de una manera más estable, sabía que esto sucedería, sólo estaba evitándolo. —Entonces no te importará que... —Desliza la mano por el elástico de mis bragas. —¡Britt! —chillo, y le aparto la mano de una palmada. Se ríe. —Pues admítelo; di: «Britt, tengo la regla». —No pienso decir eso. Sé que debo de tener la cara como un tomate ahora mismo. —Venga, mujer, sólo es un poco de sangre. —Eres asquerosa. —Eso puede arreglarse. —Sonríe con petulancia, claramente orgullosa de su estúpido chiste. —Eres repulsiva. —Relájate, déjate llevar, aprende a fluir... —Se ríe con más ganas. —¡Para ya! Está bien, si lo digo, ¿dejarás de hacer bromitas sobre la menstruación? —Sí, al menos durante un período de tiempo. Su risa es contagiosa y es estupendo estar tumbada en la cama riendo con ella a pesar del tema de conversación. —Britt, tengo la regla. Me ha bajado justo antes de que llegaras a casa. ¿Contenta? —¿Por qué te da vergüenza? —No me la da, es sólo que no creo que sea algo de lo que las mujeres deban hablar. —Menuda tontería, a mí no me molesta un poco de sangre. —Se pega a mi cuerpo. —Eres una guarra —replico arrugando la nariz. —Me han llamado cosas peores. —Sonríe. —Hoy estás de buen humor. —Quizá tú también lo estarías si no estuvieras en esos días del mes. Gruño y cojo la almohada que tengo detrás para taparme la cara con ella. —¿Podemos hablar de otra cosa, por favor? —digo a través de la tela. —Claro..., claro... No te hagas mala sangre —replica, y se ríe. Me aparto la almohada de la cara y la golpeo con ella en la cabeza antes de levantarme de la cama. Oigo cómo sigue riendo mientras abre la cómoda, supongo que para sacar unos pantalones. Es temprano, sólo son las siete de la mañana, pero estoy totalmente despierta. Preparo café y echo cereales en un cuenco. Es increíble que haya pasado ya la Navidad; dentro de unos días terminará el año. —¿Qué sueles hacer en Nochevieja? —le pregunto a Britt cuando se sienta a la mesa vestida con unos pantalones blancos de algodón con cordones. —Pues salir. —¿Adónde? —A alguna fiesta o a un club. O las dos cosas. El año pasado fueron las dos cosas. —Vaya. —Le paso el cuenco de cereales que he preparado. —¿Qué te apetece hacer? —No lo sé. Salir, creo —contesto. Enarca una ceja. —¿En serio? —Sí... ¿A ti no? —La verdad es que me importa una mierda lo que hagamos, pero si quieres salir, eso es lo que haremos. Se lleva una cucharada de frosties a la boca. —Vale... —asiento sin saber muy bien adónde iremos. Me preparo otro cuenco para mí—. ¿Vas a preguntarle a tu padre si podemos pasarnos hoy? —añado sentándome a su lado. —No lo sé... —¿Y si les decimos que vengan ellos? —sugiero. Britt me mira con recelo. —De eso, nada. —¿Por qué no? Te sentirías más cómoda aquí, ¿no? Cierra los ojos un momento antes de abrirlos de nuevo. —Supongo. Luego los llamo. Termino de desayunar rápidamente y me levanto de la mesa. —¿Adónde vas? —pregunta. —A limpiar, claro. —¿A limpiar qué? La casa está impoluta. —No, no lo está, y quiero que esté perfecta si vamos a tener invitados. —Enjuago mi cuenco y lo meto en el lavavajillas—. Podrías ayudarme a limpiar, ¿no? Ya que siempre eres tú la que más ensucia y desordena — señalo. —Uy, no. Tú limpias mucho mejor que yo —replica. Pongo los ojos en blanco. No me importa limpiar, porque la verdad es que tengo mis manías a la hora de hacerlo todo, y lo que Britt entiende por limpiar no es precisamente limpiar. Se limita a guardar las cosas donde quepan sin ningún orden. —Ah, y no olvides que tenemos que ir a la tienda a por tus tapones. — Se ríe. —¡Deja de llamarlos así! Le tiro un trapo a la cara y oigo cómo se ríe con más intensidad ante mi pudor.
 
 Capítulo 50
 Santana
Cuando el apartamento está limpio como a mí me gusta, me dirijo a la tienda para comprar tampones y algunas cosas más por si vienen Ken, Karen y Ryder. Britt quería acompañarme, pero sabía que no iba a parar de hacer bromas sobre los tampones, así que la he obligado a quedarse en casa. Al volver, la encuentro sentada en el mismo sitio en el sofá. —¿Has llamado ya a tu padre? —pregunto desde la cocina. —No..., te estaba esperando —responde, y se acerca a la cocina y se sienta a la mesa, suspirando—. Voy a llamarlo ahora. Me siento frente a ella mientras se lleva el teléfono a la oreja. —Eh..., hola —dice Britt, y pone el teléfono en manos libres y lo deja sobre la mesa, entre ambas. —¿Britt? —pregunta Ken sorprendido. —Sí... Hum..., oye, ¿os apetece pasaros por aquí o algo? —¿Pasarnos? Britt me mira y noto que su paciencia ya se está agotando. Alargo la mano, la dejo sobre la suya y asiento para mostrarle mi apoyo. —Sí... Tú, Karen y Ryder. Para intercambiar regalos, ya que no lo hicimos ayer. Mamá se ha ido —dice. —¿Estás seguro? —pregunta Ken a su hija. —De lo contrario, no te lo habría preguntado, ¿no? —responde Britt, y yo le aprieto la mano—. Digo..., sí, claro —se corrige, y le sonrío. —Bien, bueno, deja que hable con Karen, pero sé que estará entusiasmada. ¿A qué hora os viene bien? Britt me mira. Articulo con los labios que a las dos, y ella se lo dice a su padre. —Bien... Bueno, nos vemos a las dos entonces. —Santana le enviará a Ryder la dirección en un mensaje —añade Britt, y cuelga el teléfono. —No ha estado mal, ¿no? —digo. Pone los ojos en blanco. —Lo que tú digas. —¿Qué me pongo? Señala con la mirada mis vaqueros y mi camiseta de la WCU. —Eso. —De eso, nada. Ésta es nuestra Navidad. —No, es el día después de Navidad, así que deberías llevar vaqueros. —Sonríe y se tira con los dedos del aro del labio. —No voy a llevar vaqueros. —Me río y me dirijo a la habitación para decidir qué ponerme. Sostengo mi vestido blanco contra mi pecho delante del espejo cuando Britt entra en el dormitorio. —No sé si es buena idea que vayas de blanco. —Sonríe. —Pero ¿a ti qué te pasa? ¡Para ya! —protesto. —Estás muy mona cuando te ruborizas. A continuación saco el vestido granate. Me trae muchos recuerdos. Me lo puse para ir a la primera fiesta de la fraternidad con Rachel. Echo de menos a Rachel a pesar de lo enfadada que estoy... que estaba con ella. Me siento traicionada, pero la verdad es que tenía cierta parte de razón cuando dijo que no era justo que perdonara a Britt y a ella no. —¿En qué piensa esa cabecita? —pregunta ella entonces. —En nada... Sólo me acordaba de Rachel. —¿Qué pasa con ella? —No lo sé... La echo de menos. ¿Echas de menos a tus amigos? — pregunto. No los ha mencionado desde la carta. —No. —Se encoge de hombros—. Prefiero pasar el tiempo contigo. Me gusta esta Britt sincera, aunque señalo: —Pero también puedes quedar con ellos. —Supongo. No lo sé, la verdad es que me da bastante igual. ¿Quieres quedar con ellos..., ya sabes, después de todo aquello? —Mira al suelo. —No lo sé..., pero supongo que podría intentarlo a ver qué tal. Pero con Kitty, no. —Frunzo el ceño. Levanta la vista con expresión pícara. —¿Por qué? Con lo buenas amigas que sois. —Uf. No hablemos de ella. ¿Qué crees que harán en Nochevieja? — pregunto. No sé cómo me sentiré con ellos, pero echo de menos tener amigos, o lo que yo creía que eran amigos. —Supongo que habrá una fiesta. Logan está obsesionado con el Año Nuevo. ¿Estás segura de que quieres salir con ellos? Sonrío. —Sí... Si me estalla en la cara, el año que viene nos quedaremos en casa. Britt abre los ojos como platos cuando menciono el año que viene, pero finjo no darme cuenta. Necesito que nuestro segundo intento de celebrar la Navidad transcurra de manera pacífica. Hoy me centro en el presente. —Tengo que preparar algo para comer. Deberíamos haberles dicho a las tres, ya es mediodía, y ni siquiera estoy lista. —Me paso las manos por la cara sin maquillaje. —Tranquila, arréglate. Ya preparo algo yo... —dice ella, y sonríe con malicia—. Pero asegúrate de no comer nada más que lo que yo ponga en tu plato. —Bromeando sobre envenenar a tu padre, ¿eh? Encantadora... —suelto. Se encoge de hombros y desaparece. Me lavo la cara y me maquillo un poco antes de soltarme la coleta y rizarme las puntas. Para cuando he terminado de arreglarme, detecto un delicioso aroma a ajo que proviene de la cocina. Cuando llego junto a Britt, veo que ha preparado un par de bandejas de fruta y verdura y ya ha puesto la mesa. Estoy impresionada, aunque tengo que contener el impulso de reorganizar algunas cosas. Me alegra mucho que Britt esté dispuesta a invitar a su padre a nuestro apartamento, y me alivia ver que hoy parece estar de muy buen humor. Miro el reloj y veo que nuestros invitados estarán aquí dentro de media hora, de modo que me pongo a recoger el pequeño desorden que ha creado Britt mientras cocinaba para asegurarme de que el apartamento está impecable de nuevo. Me abrazo a su cintura mientras está de pie frente al horno. —Gracias por hacer todo esto. Se encoge de hombros. —No es nada. —¿Estás bien? —pregunto, y la suelto y le doy la vuelta para verle la cara. —Sí..., estoy bien. —¿Segura que no estás un poco nerviosa? —insisto. Sé que lo está. —No... Bueno, sólo un poco. Se me hace raro de cojones que vengan aquí, ¿sabes? —Ya, estoy muy orgullosa de que los hayas invitado. Pego la mejilla a su pecho y ella desliza las manos hasta mi cintura. —¿De verdad? —Por supuesto que sí, ca... Britt. —¿Qué ibas a decir? Escondo la cara. —Nada. No sé de dónde sale ahora esa necesidad de llamarle apelativos cariñosos, pero es muy embarazoso. —Dímelo —arrulla, y me levanta la barbilla para obligarme a salir de mi escondite. —No sé por qué, pero casi te llamo «cariño» otra vez. —Me muerdo el labio inferior y su sonrisa se intensifica. —Venga, llámamelo —dice. —Te vas a burlar de mí. —Sonrío débilmente. —No, no lo haré. Yo te llamo «nena» todo el tiempo. —Ya..., pero cuando tú lo haces es diferente. —¿Por qué? —No lo sé... Suena como más sexi o algo cuando lo haces tú..., más romántico. No lo sé. —Me ruborizo. —Hoy estás muy vergonzosa. —Sonríe y me besa en la frente—. Pero me gusta. Venga, dímelo. La abrazo con más fuerza. —Está bien. —¿Está bien, qué? —Está bien..., cariño. —La palabra me sabe raro mientras se desliza por mi lengua. —Repítelo. Dejo escapar un alarido de sorpresa cuando me levanta, me deja sobre la fría encimera y se coloca entre mis muslos. —No creas que esto me va a detener. —Sus dedos trazan círculos en mis medias negras. —Puede que no, pero la..., ya sabes, sí lo hará. Unos golpes en la puerta me hacen dar un brinco y Britt sonríe y me guiña un ojo. Mientras se marcha para abrirla, dice por encima del hombro: —Nena..., eso tampoco lo hará.
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Mensaje por micky morales Jue Jul 14, 2016 6:46 am

vaya, ahora estan en plan de divertirse y es una faceta que me agrada, a ver como les va con la visita, de verdad no quisiera que britt retomara su amistad con esos inadaptados!!!!
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Mensaje por JVM Jue Jul 14, 2016 1:15 pm

Pues no todos los amigos de Britt eran malos y me parece un gesto bonito de San que quiera que recupere sus amistades y el que traté de arreglar la situación con su papá me parece súper bien de poco en poco lo va a lograr y mas con San apoyándola :)
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Mensaje por 3:) Jue Jul 14, 2016 1:27 pm

me gusta su faceta de amor en las nubes jajajaj
y mas que san este con britt para el problema de sus padres,..
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Jul 14, 2016 10:57 pm

HOLA CHICAS, GRACIAS POR SUS COMENTARIOS , LES COMPARTO ESTOY SUPER SUPER ENTUSIASMADA ACABO DE PRE ORDENAR EL LIBRO DE NAYA, YA ERA EL ULTIMO, ESPERO QUE NO ME SALGAN DESPUES CON UN CORREO QUE NO HAY EXISTENCIAS POR QUE DEJARE DE ACTUALIZAR YA QUE ESTARE EN LA CARCEL POR MATAR A MI HERMANO.  AHORA SOLO ME QUEDA ESPERAR.  PERO ESTOY SUPER ANIMADA Y ANSIOSA. 

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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Jul 14, 2016 10:59 pm

Capítulo 50
Brittany

 
Al abrir la puerta, la cara de mi padre capta inmediatamente mi atención. Tiene un enorme moratón en la mejilla, y un corte pequeño en el centro del labio inferior. Los saludo con un gesto de la cabeza porque no sé qué coño decir.—Qué casa tan bonita —sonríe Karen, y los tres permanecen en el descansillo, sin saber qué hacer.Santana aparece entonces y salva la situación.
—Pasad. Puedes dejar eso bajo el árbol —le dice a Ryder, señalando la bolsa de regalos que sostiene. — También hemos traído los que vosotros dejasteis en casa —tercia mi padre.
El ambiente está cargado de tensión, pero no de una tensión furiosa,sino tremendamente incómoda. Santana sonríe con dulzura.
—Muchísimas gracias. Se le da tan bien hacer que la gente se sienta a gusto... Al menos, uno de nosotros lo está. Ryder es el primero en entrar en la cocina, seguido de Karen y de Ken. Agarro a Santana de la mano y la uso como anclaje contra mi ansiedad.
—¿Qué tal el trayecto? —dice Santana en un intento de entablar
conversación. —No ha ido mal, conducía yo —responde Ryder.
La conversación pasa de algo incómoda al principio a bastante
relajada mientras comemos. Entre plato y plato, Santana me aprieta la mano por debajo de la mesa. —La comida estaba deliciosa —dice Karen mirando a Santana. —Ah, no, no la he preparado yo: ha sido Brittany —responde ella, y me coloca la mano en el muslo.
—¿En serio? Pues estaba exquisita, Brittany. —Me sonríe.
No me habría importado que Santana se llevara el mérito por la comida. Sentir cuatro pares de ojos mirándome me está dando ganas de vomitar. Santana aplica más presión en mi pierna esperando que diga algo. Miro a Karen. —Gracias —respondo, y ella me aprieta de nuevo para instarme a ofrecerle a Karen una sonrisa incómoda de la hostia. Tras unos segundos de silencio, Santana se levanta y recoge su plato de la mesa. Se dirige al fregadero y yo me debato entre seguirla o no. —La comida estaba muy buena, hija, estoy impresionado —dice mi padre, interrumpiendo el silencio. —Ya, es sólo comida —farfullo. Desvía la mirada al suelo y me corrijo—: Quería decir que Santana cocina mejor que yo, pero gracias. Parece satisfecho con mi respuesta, y bebe un sorbo de su vaso. Karen sonríe incómoda y me mira con esos extraños ojos casi consoladores que tiene. Aparto la mirada. Santana vuelve antes de que nadie más tenga la oportunidad de elogiar la comida. —¿Abrimos los regalos? —pregunta Ryder.
—Sí —responden Karen y Santana al unísono. Me mantengo lo más cerca posible de Santana mientras pasamos al salón. Mi padre, Karen y Ryder se sientan en el sofá. Cojo la mano de
Santana y tiro de ella para que se siente en mi regazo, en el sillón. Veo que mira a nuestros invitados, y Karen intenta reprimir una sonrisa. Santana aparta la mirada avergonzada, pero no se levanta de mi regazo. Me pego más a ella y estrecho su cintura con más fuerza. Ryder se levanta y coge los regalos. Los reparte y yo me centro en Santana y en el modo en que se emociona con estas cosas. Me encanta el hecho de que se entusiasme por todo, y me encanta que haga que la gente se sienta cómoda. Incluso en un «segundo intento de Navidad». Ryder le pasa una caja pequeña en la que se lee: «De Ken y Karen». Desgarra el papel y aparece una caja azul con la marca Tiffany & Co. escrita en la parte delantera en letras plateadas. —¿Qué es? —pregunto en voz baja.
No tengo ni puta idea de joyería, pero sé que esa marca es cara.
—Una pulsera. La saca y deja colgando una pulserita de eslabones de plata delante de mí. Unos charms con forma de lazo y de corazón penden del caro metal. El brillante objeto hace que la pulsera que tiene en la muñeca, el regalo que yo le hice, parezca una auténtica mierda. —Cómo no —digo entre dientes.
Santana me mira con el ceño fruncido y se vuelve de nuevo hacia ellos. —Es preciosa; muchísimas gracias —dice radiante.
—Ya tenía... —empiezo a protestar. Detesto que le hayan hecho un regalo mejor que el mío. Sí, ya sé que tienen pasta. Pero ¿no podrían haberle regalado otra cosa, lo que fuera? Sin embargo, Santana se vuelve hacia mí y me ruega en silencio que no haga que la situación sea aún más incómoda. Suspiro derrotada y me apoyo
contra el respaldo del sillón. —¿Qué te han regalado a ti? —sonríe Santana, intentando calmar mi humor. Se acerca y me besa en la frente. Mira la caja en el brazo de la butaca y me insta a abrirla. Cuando lo hago, sostengo el caro contenido en alto para que lo vea.
—Un reloj. —Se lo muestro, intentando contentarla lo mejor que
puedo. En serio, sigo cabreada de la hostia con lo de la pulsera. Quería que llevara la mía todos los días. Quería que fuera su regalo favorito. 
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Jul 14, 2016 11:00 pm

Capítulo 51
Brittany

 
A Karen se le ilumina la cara al ver el juego de moldes para tartas que le compró Santana. —¡Hace tiempo que quería unos como éstos! Santana creía que no iba a darme cuenta de que había añadido mi nombre en las etiquetas con forma de muñeco de nieve, pero lo vi, lo que pasa es que no me apetecía tacharlo.
—Me siento fatal por haberte regalado una tarjeta regalo cuando tú
me has comprado estas magníficas entradas —le dice Ryder a Santana. He de admitir que me alegro de que le haya comprado algo tan impersonal: una tarjeta regalo para el libro electrónico que le regalé por su cumpleaños. Si le hubiese comprado algo más meditado, me habría cabreado, pero viendo la sonrisa de Santana, cualquiera diría que le ha regalado la puta primera edición de la novela de Austen. Sigo sin poder creer que le hayan regalado una pulsera cara, qué ganas de presumir de dinero. ¿Y si ahora prefiere llevar ésta en lugar de la mía? —Gracias por los regalos, son estupendos —dice mi padre, y me mira sosteniendo el llavero que Santana escogió erróneamente para él. Me siento un poco culpable al ver su cara de decepción, pero al mismo tiempo la extraña combinación de colores en su rostro me resulta
ligeramente divertida. Quiero disculparme por mi arrebato de ayer. Bueno, yo no diría que quiero, pero he de hacerlo. No quiero dar pasos hacia atrás con él. Supongo que no estaba mal pasar tiempo en su compañía. Karen y Santana se llevan bastante bien, y me siento obligada a darle la oportunidad de que tenga una figura materna cerca, ya que es culpa mía que su madre y ella hayan acabado tan mal. Aunque esté feo decirlo, a mí me conviene que
estén así, porque es una persona menos que se entromete en nuestra relación. —¿Brittany? —me dice Santana al oído.
Levanto la vista y me doy cuenta de que uno de ellos debe de haberme dicho algo. —¿Te gustaría ir al partido con Ryder? —pregunta. —¿Qué? No —me apresuro a contestar. —Gracias, tía. —Ryder pone los ojos en blanco. —Quiero decir que no creo que a Ryder le apetezca —me corrijo. Ser correcta es mucho más difícil de lo que pensaba. Sólo estoy haciendo esto por ella... Bueno, para ser sincera, un poco por mí también, ya que las palabras de mi madre acerca de que la ira sólo me proporcionará manos ensangrentadas y una vida solitaria no paran de reproducirse en mi cabeza.
—Si tú no vienes, iré con Santana —me dice Ryder.
¿Por qué intenta provocarme para una vez que trato de ser amable?
Ella sonríe. —Sí, yo iré con él. No sé nada de hockey, pero haré lo que haga todo el mundo. Sin darme cuenta siquiera, rodeo su cintura con el otro brazo y la pego a mi pecho. —Iré —cedo.
El rostro de Ryder se torna divertido y, aunque está de espaldas,
estoy convencida de que el de Santana muestra la misma expresión. —Me gusta mucho cómo habéis dejado el piso, Brittany —dice mi padre.— Ya venía decorado, pero gracias —respondo.
He llegado a la conclusión de que me siento mucho menos incómoda cuando lo estoy golpeando que cuando intentamos evitar una discusión. Karen me sonríe. —Ha sido muy amable por tu parte el invitarnos. Mi vida sería mucho más sencilla si fuese una zorra asquerosa, pero, hay que joderse, es una de las personas más agradables que he conocido en mi vida. —No es nada... —digo—. Después de lo de ayer es lo menos que podía hacer. Sé que mi voz suena más forzada y temblorosa de lo que me gustaría.
—Tranquila..., esas cosas pasan —me asegura Karen.
—No es verdad, no creo que la violencia sea una tradición navideña
—respondo. —Puede que lo sea a partir de ahora. Santana puede golpearme a mí el año que viene —bromea Ryder en un triste intento de animarme. —Puede que lo haga. —Santana le saca la lengua y yo sonrío ligeramente. —No volverá a ocurrir —digo, y miro a mi padre. Él me observa pensativo. —En parte fue culpa mía, hija. Debería haber imaginado que no iba a salir bien, pero espero que ahora que has dejado la ira un poco aparcada podamos volver a intentar establecer una relación —me dice. Santana coloca sus pequeñas manos sobre las mías para infundirme ánimos, y asiento.
—Eh... Sí..., genial —respondo tímidamente—. Sí... —Me muerdo un carrillo. Ryder se da una palmada en las rodillas con las manos y se pone de pie. —Bueno, tenemos que irnos. Dime algo si de verdad quieres venir al partido. Y gracias a las dos por habernos invitado. Santana los abraza a los tres mientras yo me apoyo en la pared. La cosa no ha ido mal, pero no pienso abrazar a nadie. Menos a Santana, claro, aunque después de lo bien que me he portado todo el día debería darme algo más que un abrazo. Observo cómo su vestido ancho oculta sus preciosas curvas y tengo que controlarme ligeramente para no arrastrarla hasta el dormitorio. Recuerdo la primera vez que la vi con ese espantoso
vestido. Bueno, por aquel entonces me lo parecía; ahora lo adoro. Salió de su residencia como si en vez de a una fiesta fuese a un entierro. Me puso los ojos en blanco cuando me metí con ella mientras se subía en el coche, pero entonces no tenía ni idea de que acabaría enamorándome.Me despido con la mano una vez más de nuestros invitados y, cuando se han marchado, exhalo el aire que no me había dado cuenta que estaba conteniendo. Un partido de hockey con Ryder, ¿por qué coño habré aceptado?
—Ha sido agradable, tú has sido agradable —me elogia Santana, y se quita inmediatamente los tacones y los coloca de manera ordenada junto a la puerta. Me encojo de hombros.
—Sí, supongo que ha estado bien. —Ha estado mucho mejor que bien —dice sonriéndome. —Lo que tú digas —replico en un tono exageradamente gruñón, y ella se ríe. —Te quiero mucho. Lo sabes, ¿verdad? —pregunta mientras se dirige al salón para ordenarlo. Bromeo sobre su obsesión por la limpieza, pero lo cierto es que el apartamento estaría hecho un asco si estuviera viviendo yo sola aquí. —¿Qué te ha parecido el reloj? ¿Te gusta? —pregunta.—No, es espantoso, y yo nunca llevo relojes.
—A mí me parece bonito. —¿Y tu pulsera? —digo con vacilación.
—Es bonita. —Ah... —Aparto la mirada—. Es cara y elegante —añado. —Sí... Me sabe mal que se hayan gastado todo ese dinero cuando no me la voy a poner mucho. Tendré que ponérmela cuando vayamos a verlos alguna que otra vez. —¿Por qué no vas a ponértela? —Porque ya tengo una pulsera favorita. —Sacude la muñeca de un lado a otro haciendo que los charms choquen entre sí. —Vaya. ¿Te gusta más la mía? —digo sin poder ocultar una estúpida sonrisa. Ella me mira con una ligera expresión de reproche.
—Pues claro que sí, Brittany. Intento conservar la poca dignidad que me queda, pero no puedo evitar levantarla por la parte trasera de las piernas. Santana grita, y me echo a reír con ganas. No recuerdo haberme reído así en toda mi vida. 
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Jul 14, 2016 11:00 pm

Capítulo 52
Santana

 
A la mañana siguiente me despierto temprano, me ducho y, todavía
enrollada en la toalla, empiezo a preparar el elixir de la vida: café.
Mientras observo cómo se va haciendo me doy cuenta de que me pone algo nerviosa la idea de ver a Kimberly. No sé cómo reaccionará cuando sepa que Brittany y yo hemos vuelto. No suele juzgar a la gente, pero si las cosas fueran al revés y fuera ella la que estuviera en mi misma situación con Christian, no sé cómo reaccionaría yo. No conoce todos los detalles, pero sabe que eran lo bastante malos como para que no quisiera contárselos.
Con una humeante taza en la mano, me acerco al ventanal del salón. Cae una nieve densa; ojalá parase ya. Detesto conducir cuando nieva, y casi todo el trayecto hasta Vance es por la autopista. —Buenos días —me sorprende la voz de Brittany desde el pasillo. —Buenos días. —Sonrío y doy otro sorbo al café—. ¿No deberías estar durmiendo? —le pregunto mientras se quita las legañas de los ojos. —¿Y tú no deberías estar vestida? —responde.
Sonrío de nuevo y paso por su lado en dirección al dormitorio para
vestirme, pero ella tira de la toalla y me la quita del cuerpo. Dejo escapar un grito y corro a la habitación. Al oír sus pasos por detrás, cierro la puerta con pestillo. Cualquiera sabe lo que pasará si la dejo entrar. Me arde la piel sólo de pensarlo, pero ahora no tengo tiempo para eso. —Muy maduro por tu parte —dice desde el otro lado.
—Nunca he dicho que sea madura. Sonrío y me acerco al armario. Me decido por una falda negra larga y una blusa roja. No es mi mejor conjunto, pero es mi primer día después de vacaciones y está nevando. Me maquillo ligeramente frente al espejo de cuerpo entero del armario y ya sólo me falta peinarme. Cuando abro la puerta no veo a Brittany por ninguna parte. Me seco el pelo un poco antes de
recogérmelo en un moño seguro. —¿Brittany? —Cojo mi bolso y saco mi móvil para llamarla. No contesta. «¿Dónde se habrá metido?» El corazón se me acelera mientras recorro el apartamento. Un minuto después, la puerta de la entrada se abre y aparece cubierta de nieve. —¿Dónde estabas? Me estaba poniendo nerviosa. —¿Nerviosa? ¿Por qué? —pregunta. —La verdad es que no lo sé. Por si estabas herida o algo. —Qué ridícula soy.
—He salido a quitar la nieve de tu coche y a arrancar el motor para
que esté calentito cuando bajes. Se quita la chaqueta y las botas empapadas y deja un charco de nieve derretida en el hormigón.
Me quedo patidifusa. —¿Quién eres tú? —Me echo a reír.
—No empieces con esa mierda o vuelvo abajo y te rajo las ruedas —dice. Pongo los ojos en blanco y me río ante su falsa amenaza.
—En fin, gracias. —¿Quieres... quieres que te lleve? —dice, y me mira a los ojos. Ahora sí que no sé quién es. Ayer fue amable la mayor parte del día, y ahora ha bajado a calentar mi coche y se está ofreciendo a llevarme al trabajo, por no hablar de que anoche se puso a llorar de risa. Ser honesta le sienta de maravilla.
—¿O mejor no? —añade al ver que me tomo mi tiempo para
responder. —Me encantaría —digo, y vuelve a calzarse las botas.
Cuando llegamos abajo y empezamos a salir de la plaza de
aparcamiento, me suelta: —Menos mal que tu coche es una mierda. De lo contrario, alguien podría haberlo robado mientras estaba aquí en marcha. —¡No es ninguna mierda! —me defiendo mirando la pequeña raja en la ventanilla del pasajero—. Oye, estaba pensando que la semana que viene, cuando empiecen las clases, podríamos ir juntas en coche al campus, ¿no? Tus horarios coinciden más o menos con los míos, y los días que tenga que ir a Vance me llevaré mi coche y nos veremos después en casa. —Vale... —dice con la mirada fija al frente. —¿Qué pasa? —Que me habría gustado que me dijeras en qué clases te ibas a matricular. —¿Para qué?
—No sé... A lo mejor podría haberme matriculado en alguna contigo,
pero claro, prefieres apuntarte con tu querido compañero del alma Ryder. —Tú ya has dado literatura francesa y estadounidense, y no creía que te interesara religión internacional. —Y no me interesa —resopla. Sé que esta conversación no nos lleva a ninguna parte, de modo que me siento aliviada cuando veo la enorme «V» del edificio Vance. La nieve ha amainado, pero Brittany se detiene cerca de la puerta principal para minimizar mi exposición al frío. —Volveré a recogerte a las cuatro —dice, y yo asiento antes de acercarme para darle un beso de despedida. —Gracias por traerme —susurro contra sus labios, rozándolos una vez más. —Mmm... —murmura, y me aparto. Cuando salgo del coche, Trevor aparece a unos metros de distancia, con su traje negro salpicado de nieve blanca. Se me revuelve el estómago cuando veo que me ofrece una cálida sonrisa.
—¡Hola! ¡Cuánto tiem...! —¡San! —grita Brittany, y cierra la puerta del coche y corre a mi lado. Trevor mira a Brittany, después a mí, y su sonrisa desaparece. —Te has dejado algo... —dice Brittany, y me entrega una pluma estilográfica. «¿Una pluma?» Enarco una ceja.
Ella asiente y me coge de la cintura y me besa con fuerza. Si no
estuviéramos en un aparcamiento público y no supiera que ésta es su enfermiza forma de marcar su territorio, me derretiría ante la agresiva manera con la que su lengua me separa los labios. Al apartarme, veo en su rostro una expresión de petulancia. Noto un escalofrío y me paso las manos por los brazos. Debería haberme puesto una chaqueta más gruesa. —Me alegro de verte... Trenton, ¿verdad? —dice Brittany con falsa sinceridad. Sé que sabe perfectamente cómo se llama. Qué maleducada es. —Eh..., sí. Lo mismo digo —farfulla Trevor, y desaparece a través de las puertas correderas. —¿A qué narices ha venido eso? —la reprendo.
—¿El qué? —Sonríe con malicia. Gruño. —Eres lo peor.
—No te acerques a él, Santana. Por favor —me ordena Brittany, y me besa en la frente para suavizar sus duras palabras.
Pongo los ojos en blanco y me dirijo al edificio pisando el suelo con
fuerza como una niña. —¿Qué tal las Navidades? —pregunta Kimberly mientras cojo un donut y un café. Seguramente no debería beberme otra taza, pero la escenita de cavernícola de Brittany me ha cabreado, y el aroma de los granos de café me relaja. —Pues...
«Verás, volví con Brittany, después descubrí que había grabado vídeos sexuales con varias chicas para destrozarles la vida, pero luego volví con ella otra vez. Mi madre apareció en mi apartamento y montó una escena, y ahora no nos hablamos. La madre de Brittany vino a visitarnos, de modo que tuvimos que fingir que estábamos juntas, aunque en realidad no lo estábamos, lo que básicamente hizo que acabásemos juntas de nuevo, y
todo iba de perlas hasta que mi madre le contó a la suya que me había desvirgado por una apuesta. Ah, y en Navidad, para celebrar el día, Brittany le pegó una paliza a su padre y atravesó de un puñetazo una vitrina de cristal. Ya sabes, lo normal.» —... genial. ¿Y las tuyas? —respondo, decantándome por la versión corta. Kimberly empieza a narrarme sus magníficas fiestas con Christian y
su hijo. El niño lloró al ver la bicicleta nueva que «Santa» le había traído, e incluso llamó a Kimberly «mami Kim», cosa que le enterneció el corazón, pero hizo que se sintiera incómoda al mismo tiempo. —Se me hace raro verme como la responsable de alguien o lo que sea que soy —dice—. No estoy casada, ni prometida, con Christian, así que no sé muy bien cuál es mi posición con respecto a Smith. —Creo que tanto Smith como Christian tienen suerte de que estés en sus vidas, independientemente del cargo que ocupes —le aseguro. —Eres una chica muy inteligente para tu edad, señorita López. Sonríe y yo me apresuro a llegar a mi despacho al ver la hora que es. A mediodía, Kimberly no está en su puesto. Bajo en el ascensor y, cuando se detiene en la tercera planta, chillo para mis adentros al ver entrar a Trevor. —Hola —lo saludo tímidamente.
No sé por qué se me hace tan incómoda la situación. No estaba
saliendo con Trevor ni nada. Quedamos una vez y lo pasamos bien.
Disfruto de su compañía y él de la mía, eso es todo. —¿Qué tal las vacaciones? —pregunta, y sus ojos azules brillan bajo la luz fluorescente. Ojalá todo el mundo dejase de preguntarme eso de una vez. —Bien, ¿y las tuyas? —Bien también, el comedor social estuvo muy concurrido: dimos de comer a más de trescientas personas —dice sonriendo con orgullo. —¡Vaya! ¿Trescientas personas? Es estupendo. —Sonrío a mi vez. Es una persona muy agradable, y la tensión entre nosotros casi ha desaparecido.
—La verdad es que fue genial; con suerte, el año que viene tendremos todavía más recursos y podremos alimentar a quinientas. —Cuando ambos salimos del ascensor, me pregunta—: ¿Vas a comer? —Sí, iba a ir a Firehouse, ya que no he venido en mi coche — respondo sin querer hablar sobre Brittany y yo en estos momentos. —Puedes acompañarme, si quieres. Yo voy a Panera, pero si quieres te acerco a Firehouse; no deberías ir caminando si está nevando —se ofrece amablemente. —¿Sabes qué? Me voy contigo a Panera. —Sonrío y nos dirigimos a su coche.
Los asientos térmicos de su BMW me hacen entrar en calor antes
incluso de salir del aparcamiento. En el restaurante, Trevor y yo
permanecemos casi todo el tiempo en silencio mientras pedimos la comida y nos sentamos a una mesa pequeña en la parte de atrás.
—Estoy pensando en trasladarme a Seattle —me cuenta él mientras
mojo pan tostado en mi sopa de brócoli. —¿En serio? ¿Cuándo? —pregunto en voz alta, intentando que se me oiga por encima del barullo del comedor. —Dentro de un par de meses. Christian me ha ofrecido un trabajo allí, un ascenso a jefe de finanzas en la nueva oficina, y me lo estoy planteando en serio. —¡Es una noticia fantástica! ¡Enhorabuena, Trevor! Se limpia las comisuras de la boca con la servilleta. —Gracias. Me encantaría dirigir todo el departamento financiero, y más todavía mudarme a Seattle.
Hablamos sobre Seattle durante el resto de la comida y, para cuando hemos terminado, no puedo parar de pensar: «¿Por qué Brittany no siente lo mismo respecto a esa ciudad?».
Cuando volvemos a Vance, la nieve se ha transformado en una lluvia gélida y los dos corremos hacia el edificio. Al llegar al ascensor estoy tiritando. Trevor me ofrece la chaqueta de su traje, pero me apresuro a rechazarla. —Entonces ¿Brittany y tú habéis vuelto? —dice, formulando por fin la pregunta que había estado esperando. —Sí... Estamos trabajando en ello. —Me muerdo un carrillo. —Vaya... ¿Estás contenta? —pregunta mirándome.
—Sí —asiento mirándolo a mi vez. —Bien, me alegro por ti. —Se pasa las manos por el pelo negro y sé que está mintiendo, pero le agradezco que no haga que la situación sea más incómoda todavía. Eso también forma parte de su buen talante.Cuando salimos del ascensor, Kimberly tiene una expresión extraña. Me confunde la manera en que está mirando a Trevor, hasta que la

dirección de su mirada me lleva hasta Brittany, que está apoyada contra la pared.__
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Mensaje por JVM Vie Jul 15, 2016 12:05 am

Uhhhh haber como reacciona Britt y mas despues de que le dijo que se mantuviera separada de trevor. . . ojala San le diga todo lo que paso entre ella y Trevor a su rubia para evitar problemas futuros. Y bueno me encantan los cambios que esta teniendo Britt ojala siga así !!
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Mensaje por 3:) Vie Jul 15, 2016 8:52 am

Mmm Seattle va a ser interesante...
Se volvió mas pocesiba britt jajaja..
A ver como van las cosas....
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Mensaje por monica.santander Vie Jul 15, 2016 6:58 pm

Huuuu insoportable Britt!!!!
Saludos
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Mensaje por micky morales Vie Jul 15, 2016 8:28 pm

britt tiene sus razones para ser asi y santana, pues no debio irse a comer con el tal trevor, que hara britt, como reaccionara?????? santana aceptara que actuo mal sabiendo la fiera que tiene por pareja?????
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Jul 16, 2016 1:31 pm

Capítulo 53
Brittany

 
—¿En serio? ¿En serio? —pregunto agitando las manos en el aire de manera dramática. Santana se queda boquiabierta, pero no dice nada mientras mira al puto Trevor y luego otra vez a mí. «Joder, Santana.» La ira me invade y empiezo a visualizar las múltiples maneras en las que quiero golpear a ese tío. —Gracias por la comida, Santana. Nos vemos —dice él con voz tranquila antes de marcharse. Miro a Kimberly y veo que sacude la cabeza con gesto de desaprobación antes de coger una carpeta de su mostrador y dejarnos solas. Santana mira a su amiga y yo casi me echo a reír.
Se excusa y se encamina hacia su despacho. —Sólo hemos comido, Brittany. Puedo comer con quien quiera. Así que no empieces —me advierte. Cuando ambas estamos dentro, cierro la puerta con pestillo. —Ya sabes lo que pienso de él. —Me apoyo en la pared. —Habla en voz baja. Esto es mi trabajo. —Tus prácticas —la corrijo. —¿Qué? —Me mira con unos ojos como platos.
—No eres una empleada de verdad, sólo estás haciendo prácticas —le recuerdo. —¿Otra vez con eso? —No, sólo estaba constatando un hecho.Soy una capulla: otro hecho. —¿En serio? —me desafía.
Aprieto los dientes y miro a la testaruda de mi chica.
—¿Qué estás haciendo aquí? —inquiere, y se sienta en su silla detrás de la mesa. —He venido para llevarte a comer, para que no tuvieras que caminar bajo la nieve —respondo—. Pero parece ser que sabes cómo hacer que otros tíos te ayuden. —No es para tanto. Hemos ido a comer y hemos vuelto. Tienes que aprender a controlar tus celos. —No estoy celosa. Por supuesto que lo estoy. Y asustada. Pero no pienso admitirlo. —Somos amigos, Brittany. Déjalo estar y ven aquí. —No —contesto. —Por favor... —me ruega.
Pongo los ojos en blanco ante mi falta de autocontrol mientras me
acerco hacia ella. Se inclina por encima de su mesa y tira de mí para que me ponga delante. —Sólo te quiero a ti, Brittany. Te quiero y no quiero estar con nadie más. Sólo contigo. —Me observa con tanta intensidad que aparto la mirada —. Siento que Trevor no te caiga bien, pero no puedes decirme de quién puedo ser amiga.
Cuando me sonríe, intento aferrarme a mi ira, pero noto cómo ésta se disipa lentamente. «Joder, es buena.» —No lo soporto —digo.
—Es inofensivo. De verdad. Además, se traslada a Seattle en marzo. Se me hiela la sangre en las venas, pero intento mostrar indiferencia. —¿En serio? Cómo no, Trevor va a mudarse a Seattle, el lugar al que Santana quiere ir. El lugar al que yo no pienso ir jamás. Me pregunto si habrá pensado en marcharse con él. «No, ella no haría eso. ¿O sí? Joder, no lo sé.» —Sí, así que ya no estará por aquí. Por favor, déjalo en paz. —Me aprieta las manos.
La miro. —Vale, joder, vale. No lo tocaré. —Suspiro. «No me puedo creer que acabe de acceder a dejar que se vaya de rositas después de haber intentado besarla.» —Gracias. Te quiero mucho —me dice mirándome con sus ojos grises.— Aunque sigo cabreada porque intentó seducirte. Y contigo también, por no escucharme.
—Lo sé, y ahora cállate... —Se pasa la lengua por el labio inferior—.
¿Me dejas que te quite el disgusto? —pregunta con voz temblorosa.
«¿Qué?» —Me gustaría... me gustaría demostrarte que sólo te quiero a ti. Sus mejillas se ruborizan con intensidad y desliza las manos hasta mi cinturón mientras se levanta y se pone de puntillas para besarme. Estoy confundida, cabreada... y tremendamente cachonda. Lame con la lengua mi labio inferior. Gruño inmediatamente y la coloco sobre la mesa. Sus manos temblorosas juguetean de nuevo con mi cinturón y me despojan de él. Agarro el dobladillo de su falda excesivamente larga y se la levanto hasta la parte superior de los muslos, agradecido de que hoy no se haya puesto medias. —Te quiero, cariño —susurra contra mi cuello, envolviendo mi cintura con las piernas. Gimo al oír esas palabras saliendo de sus carnosos labios, y me encanta su repentina toma de control cuando empieza a bajarme los pantalones. —¿No estás...? —pregunto, refiriéndome a su regla—. No, no la tienes.
Se pone colorada y me coge el coño  con la mano. Silbo entre dientes y Santana sonríe mientras me masturba despacio, demasiado despacio. —No juegues conmigo. Gruño y ella menea la mano más rápido mientras me chupa el cuello. Si ésta es su manera de compensarme, no me importaría que la cagara más
a menudo. Siempre y cuando no implique a otro tipo. La agarro del pelo y tiro de su cabeza para que me mire. —Quiero follarte.
Niega con la cabeza y una tímida sonrisa se forma en sus labios.
—Sí —insisto. —No podemos. —Mira hacia la puerta.
—Lo hemos hecho antes. —Me refiero a... ya sabes.
—No pasa nada —digo quitándole importancia. La verdad es que no
es tan terrible como la gente piensa. —¿Eso es... normal?
—Sí. Es normal —decreto, y abre unos ojos como platos.
A pesar de su tímida actitud, sus pupilas dilatadas me indican lo
mucho que quiere hacerlo también. Su mano sigue en mi coño,
meneándose lentamente. Le separo más las piernas. Tiro del hilo de su tampón y lo arrojo a la papelera. Después le aparto. Ella se baja y se inclina sobre el escritorio, levantándose la falda hasta
el culo. Joder, esto es lo más excitante que he visto en mi vida, a pesar de las circunstancias.__
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Jul 16, 2016 1:32 pm

Capítulo 54
Santana

 
Mi excitación aumenta cuando Brittany me levanta la gruesa tela de la falda hasta la cintura. —Relájate, San. Desconecta la mente, no va a ser distinto de otras veces —me promete. Intento ocultar la vergüenza cuando entra dentro de mí; no noto nada diferente. Bueno, en todo caso, la verdad es que es aún mejor. Más
atrevido. Hacer algo tan alejado de mis normas, algo tan tabú, lo hace más emocionante. La mano de Brittany desciende por mi columna y hace que tiemble de anticipación. Su estado de ánimo ha cambiado radicalmente. Después de ver su actitud al salir del ascensor, esperaba que montara una escena.— ¿Estás bien? —pregunta. Asiento y gimo en respuesta. Me agarra de la cadera con una mano y del pelo con la otra para mantenerme en el sitio.
—Me encanta estar dentro de ti, nena —dice con voz grave mientras entra y sale. Su mano pasa de mi pelo a mis senos. Tira del escote y deja mi pecho al descubierto. Encuentra mi pezón y lo retuerce suavemente entre los dedos. Sofoco un grito y arqueo la espalda mientras repite esa misma acción una y otra vez.
—Joder —exhalo, y cierro la boca con fuerza.
Soy consciente de que estamos en mi despacho, pero por alguna razón no me preocupa tanto como me preocuparía habitualmente. Mis pensamientos empiezan con Brittany y acaban con el placer. La realidad de la situación y el tabú que supone nuestro acto no me parece relevante en estos momentos. —Te gusta, ¿verdad, nena? Ya te lo decía, no hay ninguna diferencia..., bueno, al menos no hay ninguna diferencia negativa. —Gime y me rodea la cintura con el brazo. Casi me resbalo del borde de la mesa cuando cambia de posición y me coloca tumbada con la espalda contra la
dura madera—. Joder, te quiero; lo sabes, ¿verdad? —jadea en mi oreja. Asiento, pero sé que necesita más. —Dilo —insiste.
—Sé que me quieres —le aseguro. Mi cuerpo se tensa y ella endereza la espalda y acerca los dedos para acariciar mi clítoris. Me asomo para intentar ver cómo los dedos hacen magia con mi cuerpo, pero la sensación es demasiado para mí. —Vamos, córrete, nena. —Brittany acelera el ritmo y me levanta más una de las piernas. Pone los ojos en blanco, y yo estoy tan cerca de un clímax tan intenso y tan abrumador que no veo nada más que estrellas mientras me aferro a sus brazos tatuados. Aprieto los labios con fuerza para evitar gritar su nombre mientras pierdo el control. El final de Brittany no es tan silenciosa: se inclina hacia abajo, entierra la cabeza en mi cuello y grita mi nombre una vez antes de pegar la boca a mi piel para acallar su voz. Luego se retira y me besa el hombro. Me levanto y me arreglo la ropa, aunque supongo que no tardaré en ir al aseo. «Dios, qué raro es esto.» No negaré que lo he disfrutado, pero no puedo quitarme esa idea de la cabeza.
—¿Lista? —pregunta. —¿Para qué? —digo con la respiración todavía agitada. —Para irnos a casa. —No puedo irme a casa. Son sólo las dos —respondo, y señalo el reloj de la pared.
—Llama al despacho de Vance mientras salimos. Vente a casa
conmigo —ordena Brittany, y coge mi bolso de la mesa—. Aunque supongo que querrás ponerte otro tapón antes de que nos vayamos.
Saca un tampón de mi bolso y me da unos toquecitos en la nariz con él. Le aparto el brazo de una palmada. —¡Deja de decir eso! —gruño, y vuelvo a meterlo en mi bolso mientras ella se ríe.
Cuatro días después, me encuentro esperando pacientemente a que Brittany me recoja, mirando por el enorme ventanal del vestíbulo y agradecida de que no haya nevado últimamente. El único rastro de las nevadas de los días anteriores es el montón negro de hielo que se acumula a los lados de la acera. Para mi fastidio, Brittany ha insistido en llevarme a trabajar todos los
días desde nuestra discusión sobre Trevor. Todavía me sorprende haber conseguido calmarla de esa manera. No sé qué habría hecho si hubiera atacado a Trevor en la oficina; Kimberly se habría visto obligada a llamar a seguridad, y probablemente habrían arrestado a Brittany. Se suponía que iba a recogerme a las cuatro y media, y ya son las cinco y cuarto. Casi todo el mundo se ha marchado ya, y varias personas se han ofrecido a acercarme a casa, incluido Trevor, aunque me lo dijo desde mil metros de distancia. No quiero que las cosas estén raras entre nosotros, y me gustaría seguir siendo amiga suya, a pesar de las «órdenes» de Brittany.
Por fin, detiene el coche en el aparcamiento y yo salgo a la calle. Hoy no hace tanto frío como los últimos días, y el sol brillante añade un poco de calidez, pero no la suficiente. —Siento llegar tarde, me he quedado dormida —me dice mientras me meto en el coche calentito. —No pasa nada —le aseguro, y miro por la ventanilla.
Estoy algo nerviosa por la Nochevieja esta noche, y no quiero añadir
una pelea con Brittany a mi lista de factores de estrés. Todavía no hemos decidido qué vamos a hacer, cosa que me pone histérica. Quiero conocer todos los detalles y tener la noche planificada.
He estado debatiéndome entre responder o no a los mensajes de texto que Rachel me envió hace un par de días. A una parte de mí le apetece verla, demostrarle a ella y a todo el mundo que no pudieron conmigo, que me humillaron, sí, pero que soy más fuerte de lo que imaginan. Dicho esto, la otra parte de mí se siente tremendamente incómoda ante la idea de ver a los amigos de Brittany. Sé que seguramente pensarán que soy una idiota por
haber vuelto con ella. No sabré cómo actuar delante de ellos, y la verdad es que me da miedo que las cosas sean diferentes cuando salgamos de nuestra pequeña burbuja. ¿Y si Brittany pasa de mí todo el tiempo, o si Kitty está allí? Me hierve la sangre sólo de pensarlo. —¿Adónde quieres ir? —pregunta. Le he comentado antes que necesitaba comprarme algo para esta noche.—
Al centro comercial. Tenemos que decidir adónde vamos a ir para
saber qué tengo que comprarme. —¿De verdad quieres quedar con todos, o prefieres que salgamos las dos solas? A mí aún me apetece que nos quedemos en casa. —No quiero quedarme en casa, eso lo hacemos siempre. —Sonrío. Me encanta quedarme en casa con Brittany, pero ella solía salir todo el tiempo, y a veces me preocupa que se acabe aburriendo de mí si la tengo constantemente encerrada. Al llegar al centro comercial, me deja en la entrada de Macy’s y yo me apresuro a entrar. Cuando se reúne conmigo, ya tengo tres vestidos en los brazos.
—¿Qué es eso? —dice arrugando la nariz al ver un vestido amarillo
canario en lo alto del montón—. Ese color es espantoso.
—A ti te parecen espantosos todos los colores menos el negro.
Se encoge de hombros ante mi veraz afirmación y pasa el dedo por la tela del vestido dorado que hay debajo. —Éste me gusta —dice.
—¿De verdad? Pues es justo el que menos me convencía a mí. No
quiero llamar la atención, ¿sabes? Enarca una ceja. —¿Y no la llamarías con el amarillo? Tiene razón. Devuelvo el vestido amarillo a su sitio y le muestro uno blanco sin tirantes. —¿Qué te parece éste? —Pruébatelos —sugiere con una sonrisa traviesa.
—Pervertida —bromeo. —A mucha honra. Sonríe con petulancia y me sigue a los probadores. —Tú te quedas fuera —le digo, y cierro la puerta dejando sólo el espacio justo para asomar la cabeza.
Pone morritos y se sienta en el sillón negro de piel que hay frente al
probador. —Quiero verlos todos —dice cuando cierro la puerta del todo. —Cállate. Oigo cómo se ríe y me dan ganas de asomarme sólo para ver su sonrisa, pero decido no hacerlo. Me pruebo primero el vestido blanco sin tirantes y me cuesta subirme la cremallera de la espalda. Es estrecho. Demasiado estrecho. Y corto. Demasiado corto. Por fin consigo subírmela y tiro de la falda hacia abajo antes de abrir la puerta del probador. —¿Brittany? —digo casi en un susurro. —¡Joder! —exclama boquiabierta y me ve con el vestido casi inexistente. —Es muy corto —digo, y me pongo roja. —Sí, ése no —conviene, y me mira de arriba abajo. —Lo llevaré si quiero —le digo para recordarle que ella no va a dictar qué puedo y qué no puedo ponerme. Me lanza una mirada asesina durante un instante y luego responde: —Lo sé... Sólo quería decir que no deberías hacerlo. Enseña demasiado para tu gusto. —Eso es lo que he pensado yo —replico, y me miro en el espejo de cuerpo entero una vez más. Brittany sonríe con malicia y la pillo mirándome el trasero.
—Aunque la verdad es que es tremendamente sexi. —Siguiente —digo, y entro de nuevo en el probador. El vestido dorado resulta ser muy suave, a pesar de que está cubierto de minúsculas lentejuelas. Me llega hasta la mitad del muslo y las mangas son de tres cuartos. Esto es más de mi estilo, sólo que con un toque más arriesgado que de costumbre. Las mangas hacen que parezca algo más
conservador, pero la longitud de la tela y el modo en que se ciñe a mi cuerpo indican lo contrario. —San —protesta Brittany impaciente desde fuera. Abro la puerta y su reacción me levanta el ánimo.
—Joder. —Traga saliva. —¿Te gusta? —pregunto mordiéndome el labio inferior. Me siento bastante segura con el vestido, y más después de ver que las mejillas de Brittany se ruborizan y cambia el peso de su cuerpo hacia adelante y hacia atrás de un pie a otro.
—Mucho. Esto es algo tan típico de parejas, probarme ropa para ella en Macy’s, que se me hace raro, aunque resulta muy reconfortante. Hace unos días me entró el pánico cuando se enteró de lo de mi cena con Trevor en Seattle. —Entonces me quedo con éste —digo. Después de encontrar un par de zapatos de plataforma negros y bastante intimidantes, nos dirigimos a la caja. Brittany insiste en que la deje pagar, pero me niego, y en esta ocasión gano la batalla. —Es verdad, de hecho, deberías comprarme algo tú a mí..., ya sabes, para compensar la escasez de regalos que me hiciste en Navidad —bromea mientras salimos del centro comercial.
Me dispongo a golpearla en el brazo, pero ella me agarra de la muñeca antes del impacto. Pega los labios contra mi palma, me coge de la mano y me dirige hacia el coche. «Ir cogidas de la mano en público no es lo nuestro...» Justo mientras se me pasa ese pensamiento por la cabeza, parece darse cuenta de lo que estamos haciendo y me suelta. Paso a paso, supongo. De regreso al apartamento, después de decirle por octava vez que quiero
salir con sus amigos, los nervios empiezan a apoderarse de mí mientras imagino las posibles situaciones que podrían darse esta noche. Sin embargo, no podemos escondernos del mundo eternamente. Cómo se comporte Brittany delante de sus amigos me demostrará lo que siente de verdad por mí, lo que siente respecto a nosotras. En la ducha, me paso la cuchilla por las piernas tres veces y permanezco debajo del agua caliente hasta que empieza a salir fría. Cuando salgo, le pregunto a Brittany qué ha dicho Blaine sobre esta noche, aunque no estoy muy segura de si quiero saber la respuesta. —Me ha mandado un mensaje para quedar en la casa... en mi antigua casa. A las nueve. Parece ser que van a dar una gran fiesta. Miro la hora. Ya son las siete. —Bien, voy a prepararme —asiento. Me maquillo y me seco el pelo con el difusor rápidamente para rizármelo. Me recojo el flequillo hacia atrás, como de costumbre. Estoy... bien... «Aburrida. Aburrida.» Me veo igual que siempre. Tengo que estar mejor que nunca para mi reaparición. Es mi manera de demostrarles que no acabaron conmigo. Si Kitty se encuentra allí, probablemente irá vestida para llamar la atención de todo el mundo, incluida la de Brittany. Por mucho que la deteste, debo reconocer que es preciosa. Con su pelo rosa ardiendo
en mi memoria, cojo el lápiz de ojos negro y me pinto una raya gruesa en el párpado superior. Por primera vez, consigo que me salga recta, afortunadamente. Hago lo mismo en el inferior y me aplico un poco más de colorete en las mejillas antes de quitarme la horquilla del pelo y de tirarla a la papelera. Sin embargo, la recojo al instante. Vale, puede que todavía no esté preparada para deshacerme de ellas, pero esta noche no las usaré. Me
pongo cabeza abajo y me paso los dedos por los gruesos rizos. La imagen del espejo me deja perpleja. Parezco la típica chica que encontrarías en una discoteca, una chica salvaje..., incluso sexi. La última vez que me puse tanto maquillaje fue en aquella ocasión que Rachel me hizo un «cambio de imagen» y Brittany se burló de mí. Esta vez estoy aún más guapa. —¡Son las ocho y media, San! —me avisa desde el salón. Compruebo el espejo por última vez, respiro hondo y corro al dormitorio para vestirme antes de que Brittany me vea. «¿Y si no le gusta?» La última vez no le dio ninguna importancia a mi nuevo y mejorado aspecto. Aparto esos pensamientos de mi mente y me meto el vestido por la cabeza, me subo la cremallera y me pongo los tacones nuevos. ¿Debería llevar medias? No. Tengo que relajarme y dejar de darle tantas vueltas a esto. —¡Santana, en serio, tenemos que...! —empieza a gritar Brittany mientras entra en la habitación, pero se interrumpe a media frase. —¿Estoy...? —Sí, joder, sí —dice prácticamente gruñendo.
—¿No te parece que es demasiado, con todo este maquillaje?
—No, está..., eh... es bonito, quiero decir que... está bien —
tartamudea. Es evidente que se ha quedado sin palabras, algo que no le sucede nunca, e intento no reírme. —Venga..., vámonos o no saldremos nunca de este apartamento — masculla. Su reacción dispara mi seguridad en mí misma. Sé que no debería ser

así, pero es la verdad. Ella está perfecta como siempre, con una camiseta negra sencilla y unos vaqueros negros ceñidos. Las Converse que tanto me gustan completan lo que yo denomino el «look Brittany». 
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Finalizado Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Jul 16, 2016 2:30 pm

Capítulo 55
Santana

 
The Fray cantan en voz baja sobre el perdón cuando llegamos a la antigua casa de la fraternidad de Brittany. Me he pasado todo el trayecto bastante nerviosa, y las dos estábamos muy calladas. Un montón de recuerdos, la mayoría malos, me vienen a la mente, pero decido ignorarlos. Brittany y yo ahora tenemos una relación, una relación de verdad, así que supongo que todo será diferente; ¿o no? Brittany permanece cerca de mí mientras recorremos la casa atestada de gente hasta el salón repleto de humo. De inmediato nos colocan unos vasos rojos en la mano, pero Brittany se deshace del suyo al instante y me quita el mío. Me dispongo a cogerlo de nuevo y me mira con el ceño fruncido. —Creo que no deberíamos beber esta noche —dice. —Creo que no deberías beber esta noche. —Vale, sólo uno —me advierte, y me devuelve el vaso. —¡Pierce! —exclama una voz familiar. Blaine aparece proveniente de la cocina y le da unas palmaditas a Brittany en la espalda antes de ofrecerme una sonrisa amistosa. Casi había olvidado lo mono que es. Intento imaginármelo sin todos esos tatuajes y piercings, pero me resulta imposible.
—Vaya, Santana, estás... distinta —dice.
Brittany pone los ojos en blanco, me coge el vaso de las manos y bebe
un trago antes de devolvérmelo. Quiero quitárselo, pero no me apetece
provocar una discusión. Por una bebida no va a pasar nada. Le meto mi
teléfono en uno de los bolsillos traseros para poder sostener mi vaso más
fácilmente.
—Vaya, vaya, vaya... Mira a quién tenemos aquí —dice entonces una
voz femenina al mismo tiempo que una melena de pelo rosa aparece por
detrás de un tipo grande y grueso. —Genial —gruñe Brittany mientras Kitty camina contoneándose hacia nosotros.
—Cuánto tiempo —dice con una sonrisa siniestra.
—Sí —responde Brittany, y me quita de nuevo el vaso.
Después, Kitty me mira a mí.
—¡Vaya, Santana! No te había visto —dice con sarcasmo.
Decido pasarlo por alto y Blaine me ofrece otro vaso.
—¿Me has echado de menos? —le pregunta Kitty a Brittany.
Lleva más ropa que de costumbre, aunque sigue pareciendo que va
desnuda. Su blusa negra está rasgada por delante, a propósito, supongo. Los shorts rojos son tremendamente cortos, con cortes en la tela a los lados para revelar todavía más su piel pálida. —No mucho —responde ella sin mirarla. Me llevo el vaso a los labios para ocultar mi sonrisa de satisfacción. —No te creo —replica. —Vete a la mierda —gruñe ella.
Ella pone los ojos en blanco como si todo formara parte de un juego.
—Vaya, alguien está de mal humor. —Vamos, Santana. —Brittany me coge de la mano y me aleja de allí. Nos dirigimos a la cocina y dejamos a Kitty indignada y a Blaine riéndose detrás. —¡Santana! —exclama Rachel entonces levantándose al instante de uno de los sofás—. ¡Joder, tía! ¡Qué sexi estás! ¡Vaya! —Y añade—: ¡Eso me lo pondría yo! —Gracias. —Sonrío. Me resulta algo incómodo ver a Rachel, pero no tanto como ver a Kitty. La verdad es que la echaba de menos, y espero que la noche
transcurra lo bastante bien como para que podamos explorar la posibilidad
de reconstruir nuestra amistad. Me abraza.
—Me alegro de que hayas venido.
—Voy a hablar con Logan, quédate aquí —me ordena Brittany antes de
marcharse. Rachel la observa con humor.
—Veo que sigue igual de grosera que siempre —dice, y se ríe
sonoramente por encima de la estruendosa música y el barullo de la
multitud presente. —Sí..., algunas cosas nunca cambian. Sonrío y termino el último trago de la bebida dulce que tengo en el vaso. Detesto pensar en ello, pero el sabor a cerezas me recuerda mi beso con Dany. Su boca era fría, y su lengua, dulce. Es como si aquello hubiera pasado en otra vida, como si hubiera sido otra Santana la que compartió aquel beso con ella.
Como si me hubiese leído la mente, Rachel me da unas palmaditas en
el hombro. —Ahí está Dany. ¿La has visto desde...? ya sabes. —Señala con su uña pintada con rayas de cebra hacia un chico de pelo negro.
—No..., la verdad es que no he visto a nadie. Excepto a Brittany.
—Dany se sintió como una gilipollas después de todo. Casi me daba
pena —asegura. —¿Podemos hablar de otra cosa, por favor? —le ruego al tiempo que los ojos de Dany se encuentran con los míos, y aparto la mirada. —Claro, joder. Perdona. ¿Te apetece otra copa? —pregunta Rachel. Sonrío para aliviar la tensión. —Sí, claro. Entramos en la cocina y miro en dirección hacia el lugar donde estaba Dany, pero ha desaparecido. Me muerdo un carrillo y miro de nuevo a Rachel,
que está observando su vaso. Ninguna de las dos sabemos qué decir.
—Vamos a buscar a Brittany —sugiere. —Brittany...
Empiezo a decir que me ha pedido que me quede aquí. Pero lo cierto
es que no me lo ha pedido, sino que me lo ha ordenado, y eso me fastidia.
Inclino el vaso y engullo el resto de la fría bebida. Ya tengo las mejillas
calientes a causa del alcohol... Estoy algo menos nerviosa, y cojo otro vaso antes de seguir a Rachel hasta el salón. La casa está más llena que nunca, y no veo a Brittany por ninguna parte. La mitad del salón está ocupada por una larga mesa repleta de hileras de vasos rojos. Universitarios borrachos lanzan bolas de ping-pong a los vasos y después se beben su contenido. Nunca entenderé la necesidad de jugar a toda clase de juegos mientras están ebrios, pero al menos en esta
ocasión no hay besos de por medio. Veo a Brittany sentada en el sofá junto a un tipo pelirrojo al que recuerdo haber visto aquí antes. La última vez se estaba fumando un porro con Jace. Dany está sentado en el brazo del sofá y dice algo al grupo. Acto seguido, Brittany inclina la cabeza hacia atrás muerta de risa. Al ver a Rachel, le sonríe. El compañero de cuarto de Blaine me gustó desde el momento en que lo conocí. Es un chico muy simpático, y parece que ella le importa de verdad. —¿Qué tal van las cosas entre vosotras? —le pregunto a Rachel mientras nos acercamos a ellos. Gira el cuerpo entero hacia mí y sonríe.
—Pues la verdad es que nos va genial. ¡Creo que la quiero!
—¿«Crees»? ¿Todavía no os lo habéis dicho? —pregunto sorprendida.
—No... ¡Claro que no! ¡Sólo llevamos tres meses saliendo!
—Ah...
Brittany y yo nos lo dijimos incluso antes de estar saliendo de verdad.
—Brittany y tú sois diferentes —se apresura a decir ella, reforzando
mis sospechas de que me lee el pensamiento—. ¿Qué tal os va? —
pregunta, y mira detrás de mí. —Bien, nos va bien. Es genial poder decir que estamos bien para variar. —Sois una pareja de lo más extraña.
Me río. —Sí, lo somos. —Pero eso es bueno. ¿Te imaginas que Brittany saliera con una chica como ella? No querría conocerla en la vida, te lo aseguro. —Se echa a reír. —Yo tampoco —digo, y me uno a sus risas.
Quinn saluda a Rachel con la mano y ella se acerca y se sienta en su
regazo. —Aquí está mi chica. —La besa dulcemente en la mejilla y me mira —. ¿Cómo estás, Santana? —Estupendamente. ¿Qué tal estás tú? —pregunto. Parezco un político. «Relájate, Santana.»
—Bien. Como una cuba, pero bien. —Se echa a reír.
—¿Dónde está Brittany? No la he visto —me pregunta el chico pelirrojo.
—Está..., pues no tengo ni idea —respondo, y me encojo de hombros.
—Seguro que está por ahí, en alguna parte. No creo que se aleje
mucho de ti —tercia Rachel intentando consolarme. La verdad es que no me importa no haber visto a Brittany en un rato, porque el alcohol ha conseguido que esté menos nerviosa, aunque me gustaría que volviera para estar conmigo. Éstos son sus amigos, no los míos. Excepto Rachel, de la que todavía me lo estoy pensando. Sin embargo, ahora mismo ella es la persona que más conozco, y no quiero quedarme aquí
plantada, incómoda y sola. Alguien se topa conmigo y me tambaleo hacia adelante ligeramente; por suerte, mi vaso estaba vacío, así que al caer al suelo sobre la moqueta ya manchada sólo unas cuantas gotas de líquido rosa salpican la superficie. —Mierda, lo siento —balbucea una chica, borracha. —Tranquila, no pasa nada —respondo. Su pelo negro es tan brillante que me ciega, y tengo que entornar los ojos. «¿Cómo es posible?» Debo de estar más perjudicada de lo que
suponía. —Ven y siéntate antes de que te aplasten —bromea Rachel.
Me río y tomo asiento en un extremo del sofá.
—¿Te has enterado de lo de Jace? —pregunta Quinn.
—No, ¿qué ha pasado? —La mera mención de su nombre hace que se
me revuelva el estómago. —Lo detuvieron. Salió de la cárcel justo ayer —me explica. —¿En serio? ¿Por qué? ¿Qué hizo? —pregunto.
—Matar a alguien —responde la pelirroja.
—¡Dios mío! —exclamo, y todo el mundo empieza a reírse. Mi voz es
mucho más aguda ahora que estoy al borde de la borrachera.
—Te está tomando el pelo; lo pararon y llevaba hierba encima —dice
Quinn entre risas. —Eres una idiota,  —replica Rachel, y le da una palmada a la chica en el brazo, pero no puedo evitar reír al ver lo rápido que me lo he tragado. —Deberías haberte visto la cara —dice  Quinn, y se echa a reír de nuevo. Pasa otra media hora sin rastro de Brittany. Su ausencia comienza a cabrearme, pero cuanto más bebo, menos me importa. Esto en parte se debe también al hecho de que tengo a Kitty a la vista, y puedo ver que se ha buscado un juguete rubio para pasar la noche. Él no para de sobarle los muslos, y ambos están tan borrachos que da vergüenza ajena verlos. Aun así, mejor él que Brittany.
—¿Quién quiere jugar? Es obvio que Kyle ya no puede más —dice un
chico de gafas señalando con la mirada a su amigo ebrio, tumbado en
posición fetal sobre la moqueta. Miro la mesa repleta de vasos y sumo dos más dos. —¡Yo! —grita Quinn, dándole un toquecito a Rachel para que se
levante de su regazo. —¡Y yo! —se apunta ella. —Sabes que se te da fatal —la provoca Quinn de broma. —No es verdad. Lo que pasa es que te da rabia que sea mejor que tú. Pero ahora estoy en tu equipo, así que no tienes por qué sentirte intimidada —responde, y parpadea de manera juguetona. Ella sacude la cabeza, riendo. »¡San, juega tú también! —grita por encima de la música. —Eh... No, da igual —digo. No tengo ni idea de a qué están jugando, pero seguro que se me da fatal.
—¡Vamos! Será divertido. —Rachel une las manos como si me lo
estuviera rogando. —¿Qué juego es? —Birra pong. —Se encoge de hombros de manera dramática y empieza a reírse sin parar—. No has jugado nunca, ¿verdad? —añade. —No, no me gusta la cerveza.
—Podemos usar vodka sour de cereza si lo prefieres. Hay garrafas
preparadas. Voy a la nevera a por una. —Se vuelve hacia Quinn—. Ve
colocando los vasos. Quiero protestar, pero al mismo tiempo quiero divertirme esta noche. Deseo estar relajada y desmelenarme. Puede que el «Birra pong» no esté tan mal. Seguro que no es peor que estar sentada en ese sillón sola esperando a que Brittany vuelva de donde narices esté.
Quinn empieza a colocar los vasos formando un triángulo que me
recuerda a la disposición de los bolos en la pista. —¿Vas a jugar? —me pregunta. —Supongo. Pero no sé cómo se juega —le digo. —¿Quién quiere jugar con ella? —pregunta Quinn. Me siento idiota cuando nadie se ofrece. Genial. Sabía que esto era... —¿Dany? —dice Quinn, interrumpiendo mis pensamientos. —Eh..., no sé... —responde ella sin mirarme a la cara. Me ha estado evitando todo el tiempo que llevo aquí.
—Sólo una ronda, tía . Los ojos de color miel de Dany me miran por un instante, a continuación vuelve a mirar a Quinn y asiente.
—Vale, está bien, sólo un juego. Se acerca y se coloca a mi lado. Ambas permanecemos en silencio mientras Rachel rellena los vasos con el alcohol. —¿Se han estado usando los mismos vasos toda la noche? —le
pregunto, intentando ocultar el asco que me da pensar que varias bocas

hayan bebido de ellos. —No pasa nada —dice ella riéndose—. ¡El alcohol mata los gérmenes! Con el rabillo del ojo veo que Dany también se ríe, pero cuando me vuelvo en su dirección mira hacia otro lado. Sí, va a ser un juego muy largo.__
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Finalizado Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Jul 16, 2016 2:30 pm

Capítulo 56
 
Santana

 
—Sólo tienes que tirar la bola hacia la mesa y meterla en uno de los vasos
—me explica Quinn—, y el otro equipo tiene que beberse el contenido del
vaso en el que la hayas colado. Gana el equipo que antes consiga colarla en todos los vasos del adversario. —Y ¿qué se gana? —pregunto.
—Eh..., nada. Simplemente no te emborrachas tan rápido porque no
tienes que beber tantos vasos. Estoy a punto de señalar que un juego para beber en el que el ganador es el que menos bebe parece estar en contradicción con la mentalidad de la fiesta, pero entonces Rachel exclama: —¡Empiezo yo! Frota de manera juguetona la pequeña bola blanca en la camiseta de Quinn, la sopla y la lanza en dirección a la mesa. Rebota en el borde de uno de los vasos y acaba cayendo justo en el de atrás. —¿Quieres beber tú primero? —me pregunta Dany.
—Vale. —Me encojo de hombros y levanto el vaso.
Cuando Quinn lanza la siguiente bola, falla el tiro y ésta cae al suelo.
Dany la recoge y la sumerge en un vaso solitario lleno de agua que hay en
nuestro lado. Así que era para eso. No es que sea muy higiénico, pero es
una fiesta universitaria..., ¿qué esperaba? —Y luego dices que soy yo la que no juega bien —se mofa Rachel de Quinn, que se limita a sonreírle.
—Tú primero —dice Dany. Mi primer intento de Birra..., digo, de «Vodka sour de cereza pong» parece ir bien, ya que meto mis primeras cuatro bolas seguidas. Me duele la mandíbula de sonreír y de reírme de mis rivales. Estoy alegre por el licor y por el hecho de que me encanta que se me den bien las cosas, incluso si se trata de juegos universitarios para beber. —¡Tú ya has jugado antes! ¡A mí no me engañas! —me acusa Rachel con una mano en la cadera. —No, es sólo que soy habilidosa. —Me río. —¿Habilidosa? —No sientas celos de mi superhabilidad para jugar al Bebe pong — digo, y todos los que nos rodean se echan a reír.
—¡Coño! ¡No vuelvas a decir habilidad! —replica Rachel, y yo me
agarro la barriga mientras intento dejar de reírme. Lo del juego ha sido mejor idea de lo que pensaba. La gran cantidad de alcohol que he consumido ayuda, y me siento atrevida. Joven y atrevida.
—Si metes ésta, ganamos —digo para animar a Dany.
Conforme más bebe, más cómoda parece sentirse a mi lado.
—Lo haré —alardea con una sonrisa. La pequeña bola cruza el aire y aterriza directamente en el último vaso de Rachel y Quinn.
Chillo de alegría y me pongo a dar saltos como una idiota, pero me da
igual. Dany da una palmada y, sin pensarlo, la abrazo emocionada. Se queda un poco parada, pero me rodea la cintura antes de que ambas nos
separemos. Es un abrazo inocente, acabamos de ganar, y estoy contenta.
Inocente. Cuando la miro, Rachel abre los ojos asustada, y eso hace que me vuelva en busca de Brittany. No está, pero ¿y qué si estuviera? Ha sido ella quien me ha dejado sola en esta fiesta. Ni siquiera puedo llamarla o mandarle un mensaje porque tiene mi móvil en su bolsillo.
—¡Quiero la revancha! —grita Rachel. Miro a Dany con ojos suplicantes.
—¿Quieres jugar otra vez? Ella echa un vistazo por la habitación antes de responder. —Sí..., sí..., juguemos otra. —Sonríe.
Dany y yo ganamos por segunda vez, lo que hace que Rachel y Quinn
nos acusen en broma de estar haciendo trampa.—¿Estás bien? —pregunta Dany cuando las cuatro nos alejamos de la mesa. Con dos juegos de Birra pong tengo suficiente; estoy algo borracha.
Vale, más que «algo», pero me siento de maravilla. Quinn desaparece con Rachel en la cocina. —Sí, estoy bien. Muy bien. Lo estoy pasando genial —le digo, y se echa a reír. El modo en que apoya la lengua detrás de sus dientes cuando sonríe resulta encantador. —¡Estupendo! —exclama—. Pero, si me disculpas, tengo que salir a que me dé un poco el aire.
«Aire.» Me encantaría respirar un poco de aire que no esté cargado de
humo ni de olor a sudor. En esta casa hace mucho calor.—¿Puedo acompañarte? —pregunto. —Esto... No sé si es buena idea —responde ella apartando la mirada. —Ah..., de acuerdo. —Me pongo colorada de la vergüenza. Me vuelvo para alejarme, pero entonces me agarra del brazo.
—Puedes venir. Es sólo que no quiero causar problemas entre Brittany
y tú. —Brittany no está, y puedo ser amiga de quien me dé la gana —
balbuceo. Mi voz suena rara, y no puedo evitar que me entre la risa al
oírme a mí misma. —Estás bastante borracha, ¿no? —pregunta Dany, y me abre la puerta para que salga. —Un pequito... un pequeño... un poquito. —Me río. El gélido aire del invierno es refrescante y me sienta de maravilla. Dany y yo recorremos el patio y acabamos sentándonos en el pequeño muro de piedra que solía ser mi favorito durante estas fiestas. Sólo hay algunos chicos fuera a causa del frío. Uno de ellos está vomitando entre los arbustos a unos metros de distancia.
—Genial —protesto. Dany se ríe pero no dice nada. Siento la piedra fría contra mis muslos, pero tengo la chaqueta de Brittany en el coche si la necesito. Sigo sin tener ni idea de dónde está ella. Veo que su coche continúa aquí, pero ella lleva desaparecida..., bueno, dos partidas de Birra pong y algo más. Miro a Dany y veo que tiene la vista fija en la oscuridad. ¿Por qué es tan incómoda la situación? Se lleva la mano al estómago y parece que le pica la piel. Cuando se levanta ligeramente la camiseta, veo un vendaje blanco.— ¿Qué es eso? —pregunto con curiosidad.
—Un tatuaje. Me lo he hecho antes de venir. —¿Me lo enseñas?
—Sí... Se quita la chaqueta y la deja a su lado. Después retira el esparadrapo y el vendaje. —Esto está muy oscuro —dice, y saca su móvil para usar la pantalla como linterna. —¿El mecanismo de un reloj? —le pregunto. Sin pensar, paso el dedo índice sobre la tinta. Ella se encoge pero no se aparta. El tatuaje es largo y le cubre casi todo el estómago. El resto de la piel está repleta de varios tatuajes más pequeños sin relación aparente. El nuevo tatuaje es un conjunto de engranajes; parece que se mueven, pero supongo que eso es cosa del vodka. Continúo recorriendo su cálida piel cuando de repente me doy cuenta de lo que estoy haciendo.
—Perdona... —digo apurada, y aparto la mano.
—Tranquila..., y sí, es una especie de engranaje. ¿Has visto que la piel
parece desgarrada aquí? —Señala los extremos del tatuaje, y yo asiento.
Se encoge de hombros. —Es como si retirásemos la piel y debajo hubiera un sistema mecánico. Como si fuese un robot o algo así. —¿El robot de quién? —No sé por qué he preguntado eso. —De la sociedad, supongo.
—Vaya... —me limito a decir. Su respuesta ha sido mucho más
compleja de lo que esperaba—. Eso es genial; entiendo lo que quieres
decir. —Sonrío, y la cabeza me da vueltas a causa del alcohol.
—No sé si la gente entenderá todo el concepto. Hasta ahora tú eres la
primera que lo ha pillado. —¿Cuántos tatuajes más quieres hacerte? —pregunto. —No lo sé, no me queda espacio en los brazos, y ahora tampoco en el estómago, así que supongo que pararé cuando ya no tenga hueco. —Se ríe. —Yo debería tatuarme algo también —espeto.
—¿Tú? —Se echa a reír con fuerza. —¡Sí! ¿Por qué no? —digo con fingida indignación. Ahora mismo me apetece bastante. No sé qué me tatuaría, pero parece divertido. Atrevido y divertido. —Creo que has bebido demasiado —bromea, y se pasa los dedos por encima del esparadrapo para volver a cubrirse la piel con el vendaje. —¿Crees que no sería capaz de aguantarlo? —la desafío. —No, no es eso. Es sólo que..., no sé. No te imagino haciéndote un tatuaje. ¿Qué te dibujarías? —Intenta no reírse. —No lo sé... ¿Un sol? ¿O una cara sonriente?
—¿Una cara sonriente? Vale, sin duda estás borracha.—Puede —digo con una risita tonta. Después, más serena, añado—: Pensaba que estabas enfadada conmigo. Dany deja de reírse y adopta una expresión neutra. —¿Por qué? —pregunta en voz baja. —Porque me estabas evitando hasta que Quinn te ha dicho lo de jugar al Birra pong.
Exhala. —Ah... No te estaba evitando, Santana. Es sólo que no quiero causar problemas. —¿Con quién? ¿Con Brittany? —pregunto, aunque ya sé la respuesta. —Sí. Me dejó bien claro que no debía acercarme a ti, y no me gustaría pelearme con ella otra vez. No quiero que haya más problemas entre nosotras, o contigo. Es que..., da igual. —Está mejorando. Está aprendiendo a controlar la ira, más o menos
—le explico algo incómoda. No sé si eso es del todo cierto, pero me gustaría pensar que el hecho de que no haya matado a Trevor aún significa algo. Me mira con vacilación. —¿En serio? —Sí. Creo que...
—Por cierto, ¿dónde está? Me sorprende que te haya dejado sola.
—No tengo ni idea —digo, y miro a mi alrededor, como si eso
sirviera de algo—. Me ha dicho que iba a hablar con Logan y ya no he
vuelto a verlo. Asiente y se rasca el estómago. —Qué raro.
—Sí, muy raro. —Me río, y agradezco el hecho de que el vodka haga
que todo sea mucho más divertido. —Rachel se ha alegrado mucho de verte esta noche —dice, y se lleva un cigarrillo a los labios. Con un golpe de pulgar enciende la llama del mechero y pronto el olor a nicotina invade mis fosas nasales. —Ya. La echaba de menos, pero todavía estoy enfadada por todo lo que pasó. El asunto no me parece tan grave como antes. Me lo estoy pasando genial, a pesar de que Brittany no esté. Me he reído y bromeado con Rachel, y por primera vez siento que puedo dejar todo esto atrás y pasar página con ella. —Has sido muy valiente por venir —me dice con una sonrisa. —Tonta y valiente no son sinónimos —bromeo. —En serio, después de todo lo que pasó..., no te has quedado

escondida en casa. Yo lo habría hecho. —Me escondí durante un tiempo, pero ella me encontró. —Siempre lo hago. —La voz de Brittany me sobresalta, y me agarro a la chaqueta de Dany para evitar caerme del muro de piedra. 
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Finalizado Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.

Mensaje por 3:) Sáb Jul 16, 2016 10:20 pm

no me gusta el entorno de "amigos" de britt,..
a ver como termina la noche???,..
y sobre todo donde estaba britt!!


3:)
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Finalizado Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.

Mensaje por micky morales Sáb Jul 16, 2016 10:43 pm

ahi esta el problema!!!!! salen juntas y brittany la deja sola toda la noche, suerte que dani no parece mala persona, a esperar a ver donde estaba la celopata y que hara al ver a santana borracha y compartiendo con dani!!!!
micky morales
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Finalizado Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.

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