Fic "Fall For You" Capítulo XIX

jajaja Primero que nada debo decir que yo pensé que yo era bastante dramática pero ya veo que tu no te quedas atrás jeje en verdad creo que te llevaste de bajada tu sola a Rachel Berry y se ha coronado una nueva Drama Queen jeje es enserio lo que voy a citar abajo:

Podrán perdonarme algún día?! Eso espero.
Ya no merezco solamente mi muerte, sino también la de todos los que me rodean. Soy un asco. Perdón!
No sé qué decirles! no encuentro palabras que describan lo que siento...
Está bien si dejan de leerme, o si, como huelga o protesta, deciden dejar de comentar. No importa. Sé que algunos, los más fieles y amigos seguirán haciéndolo. Y les digo algo? Si no lo hacen no importa, porque LO MEREZCO! Merezco que cierren mi tema por tener tantas telas de araña.

porque si lo dices enserio creo que ya te dije coronamos a una nueva Drama Quenn

Spoiler:

jejejeje es broma ya que no me quiero ganar tu odio
Segundo lamento por no haber venido antes a leer y a comentar en verdad me siento tan mal que ya ni siquiera quiero comer (ahora a quien se le salio lo dramatica) bueno no he llegado a ese punto pero si me siento mal de no haber venido antes pero es que la escuela ya esta en sus ultimas semanas del semestres y entre los examenes que se vienen y los trabajos que dejan pues el poco tiempo que tengo lo utilizo para dormir pero bueno te pido una disculpa de todos modos

Spoiler:

Así que bueno después de mis disculpas solo quería decirte que no te has librado de mi así que me tendrás tarde pero con mis firmas jeje
Ahora si pasemos al capitulo:
Wahoo que te puedo decir y algo que no te hayan dicho en verdad me has dejado sin palabras no se que decir lo que te diga sera insuficiente a lo que te mereces en verdad no se ni como empezar wahoo sigo sorprendida de lo bien que relataste este fic y de lo bien que me hiciste sentir las emociones de ellos en verdad lo unico que te puedo decir es lo sig "El hallazgo afortunado de un buen fic (bueno decía libro pero yo lo cambie) puede cambiar el destino de un alma" así que te doy las gracias por ayudarme haber las cosas cuando he perdido el camino y te doy las gracias porque después de un dia lleno de estrés el leer tu fic me pone una sonrisa en mi cara así que muchas gracias por todo, en verdad me gustaría decir más pero no puedo escribirlo ya que me has dejado sin palabras no se que decirte lo pienso y pienso y nada, pero bueno lo que siempre te voy a decir es que eres una gran escritorra y que en verdad amo tu fic y que este es uno de mis fic favoritos en verdad eres muy buena y eso nunca me cansare de decirlo y creme que me gustaria decirte algo del cap de hoy pero sigo sin palabras así que espero que me perdones pero en verdad ha sido un buen capitulo y creeo que el 17 si es tu numero de la suerte jejeje así que creo que eso es todo por ahora
Bueno nos vemos cuidate mucho me da gusto que hayas aprobado todas tus materias, nos vemos pronto y te deseo mucha suerte en todo jejeje
Espero tu actualización y te mando un gran abrazo

Atte: Karina tu fan, lectora y amiga

Juliet. Sintió que Juliet lo miraba, insitándolo a usarla. Estaba apoyada en la pared, reluciente, y apuntaba hacia la ventana.
A veces Damian sentía que Juliet, su guitarra, tenía vida propia. Juraría haberla visto caminar y sonreír algunas veces, aunque sabía que ello era imposible y que lo más probable era que simplemente él estaba enloqueciendo... o que eso sólo era producto de su imaginación.
Sin perder más tiempo, corrió hacia su encuentro. Le agradeció al cielo el hecho de haberla llevado consigo hacia Irlanda, mientras acariciaba sus finas cuerdas y la afinaba un poco.
Una canción se le vino a la mente, una canción que su abuelo solía cantarle cuando él era un niño. De repente notó que, ahora, la canción cobraba otro significado para él: ya no era la canción que le trasmitía recuerdos de cuando se lastimaba y su abuelo se la cantaba para tranquilizarlo, no. Ahora comprendió que la canción no era sólo ritmo, sino también tenía versos. La canción tenía una letra que ahora hacía que él se acordara de ELLA. https://youtu.be/IlgFysK5i6k

Are you lonesome tonight, (¿Te sientes sola y triste esta noche?),
Do you miss me tonight? (¿Me extrañas esta noche?)- La posibilidad de que ella lo extrañara le erizaba la piel. Con tan sólo pensarla un insólito escalofrío recorría su espalda, estremeciéndolo por completo.
Are you sorry we drifted apart? (¿Te arrepientes porque nos separamos?)

Does your memory stray to a brighter sunny day, (¿Tu memoria se desvía hacia un día soleado y brillante,)
When I kissed you and called you sweetheart? (en el que te besé y te llamé cariño?)- Recordó ese día. El día en que la había besado... No había sido un día en el que el sol yacía radiante en el cielo (tal como la canción describía), sino todo lo contrario. Ese día había llovido, había sido un día gris. O por lo menos eso imaginaba ya que en realidad no había podido ver con sus propios ojos el firmamento pues en ese momento estaba ciego. Para él ese había sido el primer beso entre ambos, y no aquel fugaz que había ocurrido en la playa. El beso había sido como ir de viaje a la luna, ganar un millón de dólares y subirse a una montaña rusa al mismo tiempo. Por lo menos así lo había sentido.

Do the chairs in your parlor seem empty and bare? (¿Las sillas de tu habitación están desnudas y vacías?)
Do you gaze at your doorstep and picture me there? (¿Miras la puerta y me imaginas ahí?)-Se preguntó si ella lo estaría extrañando y si lo estaría visualizando en cada lugar en el que habían estado juntos. Sonrió. Algo le decía que ella lo recordaba.

Is your heart filled with pain, shall I come back again? (¿Está lleno tu corazón de dolor?, ¿debería regresar?)
Tell me dear, are you lonesome tonight? (Dime cariño, ¿estás sola y triste esta noche?)- Si ella le pedía que regrese, él ya hubiera estado sentado en la butaca del primer avión que lo llevaba de vuelta a América. Si ella se lo pedía él era capaz de cualquier cosa. Le bajaría la luna si eso fuera posible y si ella así lo requería. Simplemente no podía resistirse a sus encantos. Era imposible resistirse a esos ojos del color del océano.


¿Acaso él le había roto el corazón al marcharse? ¿Acaso ahora ella estaba sufriendo por su culpa? Sintió un malestar en el estómago con tan sólo pensarlo. Lo que menos quería en el mundo era hacerle daño. Él mataría por ella.
Una lágrima amenazaba con caer por su mejilla izquierda. Se refregó los ojos rápidamente, impidiéndole a la misma cumplir con su cometido.
No quería que su familia lo viera llora, no quería llorar. Ya había derramado muchas lágrimas y no estaba dispuesto a seguir así. No. No quería llorar. Él era un hombre, por lo que debía actuar como tal.








-Descansa, D
-Buenas noches, E- Le dijo mientras le estampaba un sonoro beso en la mejilla y la abrazaba por detrás. Damian rió. Amaba a su abuela.

Amaba la manera en la que arrastraba sus pantuflas violetas cada noche y el sonido que estas producían, amaba cómo las canas se evidenciaban en las raíces de su cabellera y contrastaban con el color del resto de la misma. Amaba cómo las iniciales de ambos eran utilizadas como apodos, los cuales habían surgido hace mucho tiempo, en un intento de "modernización" de parte de ella. Amaba tenerla cerca y que le deseara las buenas noches en la cocina, luego de compartir un vaso de leche.
Un mes. Ya había pasado un mes desde su regreso. Un mes en el cual había convivido con su abuela. Elizabeth, o mejor dicho "E", había conseguido que él se sintiese como en casa, aunque sabía que, en realidad, estaba en casa.
Cerró las ventanas y se dispuso a dormir. Había tenido un agotador día, debido a que había ido a pescar con su padre y su tío.
Suspiró. Ya había pasado un mes sin ver a Lindsay. Le agradeció al cielo tener consigo a su abuela, ya que ella había conseguido hacer la distancia más placentera. Habían pasado hermosos días juntos, días signados de amor, cariño y mucha pero mucha diversión. Damian y su abuela solían hacer una gran cantidad de actividades juntos, como ir a la feria, recorrer las preciosas calles irlandesas y cocinar unos deliciosos muffins con chispas de chocolate.
Por alguna razón, ahora, con los ojos cerrados, sintió la presencia de su abuelo. Lo extrañaba, en verdad lo extrañaba. Ya habían pasado ocho años desde su partida, pero para él aquel trágico día había sido ayer.
Él había sido como su segundo padre y el eterno y fiel compañero de su abuela. Siempre pensó que la conexión que tenía con ella había sido entablada gracias a él, ya que ambos lo extrañaban en demasía.
Tosió. Recordarlo lo ponía contento, pero al mismo tiempo lo destruía un poco.
Lloró. Era de noche y estaba solo en su habitación, por lo que se permitió llorarlo. Pensó que ese era el momento para lamentarse y echarlo de menos, y no cuando estaba frente a su abuela. Sabía que la destrozaría verlo llorar.
Se acordó del miércoles de la semana anterior, en el que, sentados en un banco del parque, lo recordaron juntos. Recordaron su voz, sus abrazos, y los momentos más felices que habían vivido junto a él. Damian había entrelazado sus dedos con los de su abuela, por lo que ella le había dedicado una sonrisa de "todo está bien". "Sos igualito a tu abuelo" le había dicho ella, para luego abrazarlo y decirle al oído lo mucho que lo quería y lo feliz que estaba por tenerlo a su lado. Él, cobardemente, sólo le había besado la frente en la imposibilidad de articular palabra alguna, porque si lo hacía se quebraría. Y sabía que no era momento de mostrar debilidad. No. No frente a su abuela.


Se sacó la camiseta. Se encontraba casi desnudo si no hubiera sido por la existencia de los shorts que cubrían su entrepierna. Estaba algo incómodo por ello, pero no le importó demasiado.
Nadie entraba a su cuarto, con excepción de Rupert.
-¡Rupert!- Lo llamó. El animal no aparecía- Rup, amigo ¡Vení! ¡Rup!
La puerta se abrió de pronto, dejando pasar a un juguetón perro. Damian rió en sus adentros. Rupert corría de manera chistosa. Lo acarició y lo dejó sentarse en la cama por un rato. Le gustaba dormir con su mascota, pero el animal había crecido mucho, y respetaba las reglas impuestas por su abuela que establecían que estaba prohibido que los animales se recostaran en las camas.
Rupert durmió esa noche en el suelo, como de costumbre, mientras su amo acariciaba su peluda cabeza.












Corrió el telón y vio la cantidad de gente que había. Suspiró. Podía actuar ante millones de personas, pero la sola presencia de su familia y amigos la ponía un poco nerviosa.
Se peinó el cabello con los dedos, mientras la maquilladora embellecía su cara.
-Lindsay, ¡por favor! ¡Te estás despeinando!- Le recriminó, indignado, el peluquero de la obra, mientras corría a su encuentro con peines, cepillos y un frasco de fijador.
-Perdón, Paul- Manifestó una desganada Lindsay.

Además de ser el peluquero oficial del espectáculo, Paul era un excelente asesor de moda. Todo lo que sus manos tocaban se convertía en oro, y la cabellera de Lindsay en ese momento era viva prueba de ello.
Paul era gay, todos lo sabían. Caminaba desafiante de un lado a otro con ese aire de "diva" tan particular. Más de una mujer había caído a sus pies por su bello semblante y sus espectaculares ojos verdes, pero luego la historia se repetía: terminaban decepcionadas cuando él les decía "¿Te gustan los hombres? No creo que tanto como a mí". Esa era su frase de cabecera, una frase que le provocaba una carcajada a Lindsay cada vez que la escuchaba salir de esos labios.

-¿Qué pasa cariño?- Preguntó un preocupado Paul, acariciando su rostro y colocándose a su lado. Además de ser un excepcional peluquero y asesor, Paul era un muy buen amigo.
-Nada. Todo en orden.
-Nena, te conozco. En orden están los planetas y las líneas del subterráneo de la ciudad, no tu cabeza- Lindsay no contestó ni festejó su ingeniosa frase y se limitó a mirar la butaca vacía que había reservado hace semanas. En ella había un cartel que decía "RESERVADO" que lograba deprimirla aún más. Sabía que la butaca iba a quedar así, vacía- No va a venir, ¿eh?
-¿Qué?- Lo interrogó Lindsay, confundida.
-Tu príncipe azul, cariño.
-No sé de qué estás hablando- Mintió. A veces se sorprendía lo atento que era su rubio amigo. Ningún detalle podía pasar desapercibido ante esas pupilas.
-Hay que ser retrasado para no darse cuenta de que estás esperando a alguien. Pero... ¡me gustaría saber de quién se trata!
-Es imposible engañarte. Lo admito, espero a alguien. En realidad, lo esperaba, ya no lo hago. Es... sólo un idiota.
-Pero un lindo idiota, ¿no? ¿Nombre?
-Es...- Lindsay se dispuso a hablar cuando un grito la interrumpió.
-¡Un minuto para salir a escena!- Vociferó uno de los asistentes de la obra- ¡Todos a sus puestos!









El sudor se hacía notar cada vez más en su frente. Los nervios revolvían su estómago y la enfrentaban con sus miedos más profundos. Miedos que estaban íntimamente relacionados con el fracaso, el estropicio y la frustración. Miedos que, su mente y su corazón habían sembrado desde que era una pequeña niña con anhelos de perfección.
Respiró profundo y, con voz temblorosa, dijo sus primeras líneas. No entendía cómo podía estar tan nerviosa por una simple actuación. Aunque, en realidad, sabía que de esa actuación dependía su futuro.
Lindsay había actuado millones de veces y los nervios nunca le habían impedido hacerlo. Y el motivo residía en que de su futuro y sus sueños estaban sujetos a la manera en la que ella interpretara su papel ese día, ya que camuflados entre el público se encontraban los directivos de las mejores universidades de arte y teatro del mundo, y sabía que debía dejarlos boquiabiertos o por lo menos lograr sorprenderlos si es que quería conseguir una beca. Moría por una beca, moría por dedicar su vida a ello.
Miró al cielo y, un poco más segura, avanzó hacia su co-protagonista y le dio una cachetada en su mejilla, tal y como lo habían ensayado. Se sintió más confiada y continuó.
Ignorando la butaca vacía que había reservado para alguien muy especial para ella, dio lo mejor de sí. O por lo menos lo intentó.














Las veredas estadounidenses se tornaban una maravilla para la vista de cualquiera que pasaba gracias a la gran cantidad de luces y candelas que alumbraban las calles. Se acercaba navidad, y la nieve se hacía presente, al igual que la gran cantidad de promociones navideñas en los negocios, los muérdagos en las entradas de las casas y los tan esperados pinos embellecidos con los más preciosos, coloridos y brillantes adornos, que ya formaban parte del folclore y tradición navideña que engalanaba cada diciembre.
Lindsay salió a las calles con lágrimas en los ojos. Ni siquiera el paisaje navideño mezclado con la blanca y atractiva nieve lograba alejar el dolor que sentía. No había conseguido ninguna beca, ninguna felicitación por parte de los importantes críticos que habían presenciado la obra, y tampoco había recibido palabras que por lo menos la hicieran sentir especial, sino sólo usuales y típicos cumplidos de parte de sus familiares y algunos amigos. Su actuación no había hecho mérito alguno como para sentirse orgullosa de sí misma, por lo que sintió que la gran cantidad de ensayos y noches en vela que estuvo aprendiendo, memorizando y repasando el guión, fue en vano. Su esfuerzo había sido en vano. Su naciente trayectoria (la cual estaba compuesta por una importante cantidad de obras escolares, cuya participación no se había limitado sólo a la actuación, sino también a la dirección y al guión de algunas de ellas) había sido en vano.
Sintió que su vida no tenía sentido mientras se incorporaba al gran tumulto de gente que caminaba con prisa de un lado a otro por la avenida. Se sintió una más del millón, entretanto su nariz se humedecía con un pequeño copo de nieve que logró estremecerla por completo. Ni sus guantes podían combatir el frío que sentía en sus blancas manos, pero eso no le resultaba importante luego de la angustia que su corazón experimentaba.
Se arrimó a la glorieta central del parque, la cual estaba adornada por una lluvia de luces amarillas y decorados navideños que consiguieron llamar su atención.
Había allí un grupo de personas vestidas de largas túnicas doradas que cantaban villancicos a la vista de todo curioso que se acercaba. Al parecer era un coro de voluntarios, tal como lo anunciaba un pequeño cartel que estaba frente a ellos junto a una lata cuyo propósito monetario estaba destinado a la compra de regalos para niños huérfanos y desamparados.
Lindsay suspiró, conmovida. Había gente que iba a pasar navidad de la peor manera: con hambre, frío y sin el afecto de una familia y la calidez de un hogar. Le lastimó saber que ella lloraba por los rincones porque no había logrado cumplir con su objetivo mientras había gente en situaciones verdaderamente desgarradoras.
Su "objetivo " significaba, en realidad, uno de sus más preciados sueños, pero le pareció algo tonto al ver la ilusión mezclada con aflicción que se evidenciaba en los rostros de los coristas. Ellos sí que se merecían un premio por luchar por un buen objetivo. Un propósito que ni siquiera era para ellos, sino para los demás, para personas que probablemente nunca habían visto en su vida.
Sacó de su bolsillo el dinero que había destinado para volver en el subterráneo, y las arrojó dentro de la lata poblada de monedas y un par de billetes de un dólar. No le importó volver caminando a su casa con tal de que esas personas tuvieran un mejor día al sentir que su meta no era imposible de alcanzar. Las monedas provocaron un sonoro ruido al chocar con el fondo del envase de chapa. Pensó que el ruido representaba a la solidaridad, ya que uno de los coristas la miró sonriente, como signo de agradecimiento por el donativo.







Al llegar a su casa, exclamó: -Mamá, papá, ¡ya llegué!- Esperando ser recibida por unos enojados padres que la atosigarían a preguntas con la excusa de que había regresado tarde a casa. En lugar de ello, notó un ambiente vacío y una nota en la que se evidenciaba la caligrafía de su madre.

Hija, coloca los adornos de navidad en el pino que está en la sala. Y por favor no olvides poner el muérdago en la puerta de entrada. Tu padre y yo nos fuimos a visitar a la abuela, por lo que volveremos por la mañana. Hay comida en la alacena y te dejé dinero en la primera hoja de la enciclopedia que está en la biblioteca.

Te quiere, Mamá.

Lindsay suspiró. Siempre era la misma situación: sus padres se iban y la dejaban decorando el árbol de navidad a ella sola. Y no había cosa que le deprimía más que adornar ese dichoso pino de metro y medio. Prefería tirarse de un acantilado a decorar su casa con adornos navideños, y el motivo era simple: debía hacerlo sola.
Le hubiese encantado que la ornamentación navideña fuese un acontecimiento familiar, en el cual reine la paz, el amor y alegría, tal y como las propagandas de la televisión sugerían.

Encendió la radio. Pensó que así interrumpir el silencio y sentirse un poco acompañada, aunque se trataba sólo de música, publicidades y la voz del locutor. Siempre se había reído y hasta burlado de aquellos que llamaban a la cadena de radio para agradecer la "compañía" que les brindaban en forma "cálida y desinteresada", pero ahora no le parecía mala idea. Rodó los ojos, disgustada, al percatarse que la canción 'Firework' de Katy Perry salía de los parlantes intentando hacerle creer que era un fuego artificial justo el día en el que más bolsa de plástico se sentía.
Colocó uno a uno los adornos y las luces blancas, que su madre había comprado años atrás, en el verde pino que parecía pedirle a gritos ser ornamentado con los colores navideños. En su rostro se dibujó una media sonrisa, que no llegó a completarse porque advirtió que no había encontrado la estrella que iba en la cima del árbol y que, en realidad, era la pieza más importante de él.
Siguió buscándola y se dio por vencida, aunque con la esperanza de encontrarla, debido a que pensó que ver la dorada estrella lograría apaciguar el dolor que sentía en el pecho esa noche. Dolor por el fracaso, dolor por la soledad que sentía, dolor por la lejanía porque extrañaba a Damian, lo extrañaba mucho. No tenía señales de vida de él, y su corazón no hacía más que empeñarse en recordarlo al palpitar con fuerza. Una lágrima manchó su mejilla, una lágrima que se abría paso entre sus pestañas invocando sus miedos, angustias y recuerdos que como plaga se esparcían en su cabeza. Secó la gota de agua salada en un sollozo, refregando sus ojos para no comenzar a llorar desconsoladamente.
Observó con desgano los copos de nieve que caían gustosos desde el cielo y se pegaban y hasta aglutinaban en el ventanal de la sala, al mismo tiempo en que recordaba las palabras esbozadas en papel de su madre que le ordenaban colgar un muérdago en la puerta de entrada.
Entre las polvorientas cajas de cartón en los que yacían adornos navideños, velones y una pequeña estatuilla de Santa Claus que su padre le había regalado cuando tenía 6 años, encontró al viejo muérdago, con sus pequeños frutos rojos característicos y sus pinchudas hojas verdes.
Salió a pesar del frío, y se dispuso a colgar el adorno en un diminuto gancho que junto a su madre habían colocado años atrás justo en frente de la puerta, cuando de repente una voz irrumpió lo que hacía…

-No. No lo hagas.

Volteó para ver de quién se trataba y quedó inmóvil, prácticamente petrificada y muy pero muy sorprendida. No tenía palabras para decir, su cerebro le fallaba y al parecer su lengua se había escondido.

-¿Ah?- Se limitó a exclamar, mientras en su rostro se dibujaba una expresión de desconcierto. Expresión que provocó en Damian una sonrisa.
-No coloques ese viejo muérdago- Comentó en forma de advertencia, y al ver que la joven no comprendía y no le decía nada, decidió explicarse- Sabes, ¿Linds? Cuenta la leyenda que los muérdagos eran considerados elementos sagrados, y les eran atribuidos hasta poderes mágicos. Desde hace muchísimos años las personas comenzaron a colgarlos en sus puertas para proteger sus hogares de malos espíritus, y como la entrada de una casa es justamente el lugar de intercambio de besos con las personas que llegan de visita, se creó esa vinculación entre el beso y el muérdago. Por esta razón las personas asocian esta planta con la costumbre navideña de besarse debajo de ella para dar lugar al amor.
-¿E-entonces por qué no debo colgarlo?- Tartamudeó mientras se ruborizaba, ya que lo que acaba de decir significaba que ella también quería abrirle paso al amor.
-Porque, según la tradición, el muérdago que se cuelgue cerca de la puerta de entrada debe ser regalado, y al año siguiente se debe quemarlo y debe ser sustituido por uno nuevo que también debe ser regalado…-Manifestó un honesto Damian, acercándose a la muchacha de ojos azules y colgando del gancho un pequeño nuevo muérdago que había sacado del bolsillo izquierdo de su saco. Le sonrió, y en sus ojos apareció un brillo especial.
Al fin estaba frente a la chica que tanto quería, frente a la muchacha de sus sueños, por la cual se quedaba sin respiración cada vez que pronunciaba su nombre, cada vez que recordaba esos ojos claros que parecían haber sido concebidos por el cielo mismo, cada vez que la pensaba. Cada una de sus células anhelaba estar en contacto con su blanca piel, y el invierno creaba dentro suyo un malestar aún más grande y significativo que el frío: el vacío de tenerla lejos, el vacío de no tenerla.

Tragó saliva, y de a poco, centímetro a centímetro, se fue aproximando a ella, mientras escondía detrás de su espalda su mano derecha que temblaba de frío (debido a que había olvidado ponerse guantes), y de nervios por la guerra interna que ocurría en su interior, guerra que enfrentaba a las órdenes que su corazón dictaba, con los cuerdos y objetivos razonamientos que yacían en su mente, las cuales rechazaban dichas mandatos.
La joven lo observaba con la mirada perdida, con un semblante de plena confusión y con sus cejas apuntando al suelo. Él acarició su mejilla y se acercó tanto a ella que podía sentir su agitada respiración.
Sus bocas estaban separadas por dos o tres centímetros de distancia que, para Damian parecían mucho menos. Intentó besarla pero Lindsay lo alejó de un leve empujón, logrando que el joven pasara la vergüenza más grande de toda su vida.

-¡No!-Le gritó ella- ¡Vete!
-Pe-pero Linds, y-yo sólo…
-¿Crees que puedes venir a mi casa, acercarte a mí con una ridícula historia e intentar besarme después de haber huido de aquí como un cobarde?- El muchacho intentó articular palabra pero no lo consiguió porque ella continuó con su reproche- ¡No! ¡Estás muy equivocado! ¡Te comportaste como un total imbécil, Damian! Me dejaste sola… ¡un mes me dejaste! ¿Qué esperabas? ¿Pretendías que corra hacia tus brazos, caiga a tus pies y haga como si nada hubiese sucedido?- Damian enmudeció. En verdad le había fallado y ella tenía razón- ¡Contestame! ¿Eso querías?
-¡Sí!, ¡eso es justamente lo que quiero ahora mismo, Linds!- Lindsay rodeó sus ojos y se apresuró para marcharse pero Damian la detuvo al agarrarla con delicadeza del brazo. Ella no ejerció resistencia, lo que le daba la pauta de que quería escucharlo, de que quería escuchar su verdad, sus motivos, sus razones por las cuales la había abandonado durante tanto tiempo. Refregó su cara con sus frías manos y continuó- Te he extrañado tanto, Linds. Pero al mismo tiempo extrañaba también a mi familia, a mi madre y mi padre, ¡a mi abuela! Mas no me importó pasar la navidad lejos de los míos con tal de verte aunque sea unos segundos.
Lindsay cambió de expresión. Aún seguía enojada, pero las palabras de su amigo la derretían por completo. La tensión que había en el ambiente podía cortarse con un cuchillo, por lo que Damian prosiguió-Perdón… ¡Perdón! Lo siento tanto, Linds- La joven, enternecida, comenzó a despeinar la oscura cabellera de Damian. Él suspiró, aliviado. Sabía que ella no lo perdonaría tan fácilmente, pero eso era un avance. La abrazó precipitadamente, provocando que el enfado que sentía se fuera disipando.