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Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
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¿Te gusta esta enigmática historia?
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
estaba feliz pq actualizabas a diario, pero entiendo de tus obligaciones, igual gracias estuvo perfecto, como siempre!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
excelente, como siemrpe..
Invitado- Invitado
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
fascinada con este capitulo, muy complacida, déjame decirte que leí el capitulo antes de irme a la universidad y el día se me hizo mucho mas agradable. gracias por escribir
Camila18**** - Mensajes : 151
Fecha de inscripción : 28/05/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Dios, ¡fue hermoso! :')
Sin palabras, simplemente adoré el capítulo jeje
Nos leemos hasta la próxima
un beso, saludos.
Anddy Rivera Morris******* - Mensajes : 407
Fecha de inscripción : 16/05/2013
Edad : 27
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
hooooooo gracias por disminuir mi casi colapso men tal jaja!!
Buenisimo el capitulo, perfecto!!
Gracias por actualizar
Espero leerte muy pero muyyyyyy prontito
Buenisimo el capitulo, perfecto!!
Gracias por actualizar
Espero leerte muy pero muyyyyyy prontito
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Por favor Santana yo tabien quiero un carrito asi.... se podra¨??? jajaja que buen capitulo me gusta que San ya no sea tan... cerrada.... esa es la magia de Brittany... ese par de calientes y cachondas era inevitable que lo hicieran en el barquito jajaja
Lebam_Snix****** - Mensajes : 399
Fecha de inscripción : 21/11/2012
Edad : 36
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Actualiza pronto cariño, me tienes como un drogadicto sin su dosis :s jeje
saludos...
Anddy Rivera Morris******* - Mensajes : 407
Fecha de inscripción : 16/05/2013
Edad : 27
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Que te puedo decir, únicamente que quiero seguir leyendo mas y mas , gracias por tomarte tu tiempo y adaptar estos maravillosos libros, amo a Sanatana Lo pez la amo en serio. Bueno muchos saludos y espe que actualices pronto :)
khandyy** - Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 08/03/2012
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Hola! tenia dos capítulos sin leer, lo se, soy una mala lectora pero hey! no me puedes culpar del todo jajaja estaba de viaje y me era difícil conseguir internet , espero que te haya ido bien en tus exámenes y en cuanto a los capítulos me has dejado así jajaja Dios! me dará un paro cardíaco algún día mientras leo y es culpa tuya y de Santana , tengo una pregunta, ¿en algún punto de la historia aparecerá el chulo del que habla Santana?
Ame los capítulos, ame la sinceridad de Santana y en general.... AMO la historia
Espero estés bien, cuídate y hasta la próxima actualización ;)
Ame los capítulos, ame la sinceridad de Santana y en general.... AMO la historia
Espero estés bien, cuídate y hasta la próxima actualización ;)
laura.owens*** - Mensajes : 106
Fecha de inscripción : 10/04/2012
Edad : 31
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
HOLASA!!!!! Cada vez qe termino de leeun cap quiero mas!!!!! jajajajaja!!!!! Suena re sucio asi pero es verdad!!!! Es adictivo!!!!!!1 Espero la actu!!!! Kiss!!!
Heather_Rivera***** - Mensajes : 212
Fecha de inscripción : 31/12/2012
Edad : 31
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
HELLo !!! primera ves q comento tu fic..y voi a seguirte comentando xq me encantaaa..al fin alguien se animo a adaptar 50 sombras con las brittttttannnnassss . fabuloso te aplaudo excelenteee..esty en pie cn el cap..no me pierdo ninguno.
sos una grosa genia total. espero tu actu..hoi pliz ? jaja te mnd besoss muahhh
sos una grosa genia total. espero tu actu..hoi pliz ? jaja te mnd besoss muahhh
Lady Di_Masha* - Mensajes : 3
Fecha de inscripción : 17/03/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Me encanta esta versión de 50 sombras de Grey asfansdla Es muy tierna, sexy, divertida... Es una montaña rusa de emociones!! jjajaj Soy nueva lectora :3
Saluuudoss!! Pásense por mi FF ----->
Saluuudoss!! Pásense por mi FF ----->
CarolinaAnArias* - Mensajes : 19
Fecha de inscripción : 16/04/2013
Edad : 25
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
nos estas haciendo sufrir..
Camila18**** - Mensajes : 151
Fecha de inscripción : 28/05/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Buenas estoy de nuevo por aquí de verdad mil disculpas se que prometí actualizar todos los dias pero estas semanas no me da chance de escribir los capítulos por que ando ocupada con los exámenes finales, pero mañana les prometo actualizar otra vez ok.
Gracias a todas esas nueva lectoras creanme leo cada uno de sus comentarios y me encantan por que veo que la historia les gusta y saber eso me alegra . por cierto alice me encantan los gif que colocas en los comentarios son cómicos jejeje..
Y a las que me preguntaron unas cositas de la historia solo les diré que lean y sean pacientes ;)...
Para las que lo pidieron este es el doctor Flynn
http://24.media.tumblr.com/tumblr_ma0i0q29Ed1rfoj9co6_250.png
Mac no tardará en volver —dice en voz baja.
—Mmm…
Abro los ojos parpadeantes y me encuentro con su dulce mirada marrón.
Dios… los suyos tienen un color extraordinario; sobre todo aquí, en mar abierto: reflejan la luz que reverbera en el agua y en el interior de la cabina a través de los pequeños ojos de buey.
—Aunque me encantaría estar aquí tumbada contigo toda la tarde, Mac necesitará que le ayude con el bote. —Santana se inclina sobre mí y me besa dulcemente—. Estás tan hermosa ahora mismo, Britt, toda despeinada y tan sexy. Hace que te desee aún más.
Sonríe y se levanta de la cama. Yo me tumbo boca abajo y admiro las vistas.
—Tú tampoco estás mal, capitana.
Chasqueo los labios admirada y ella sonríe satisfecha.
La veo deambular con elegancia por el camarote mientras se viste. Esa maravillosa mujer acaba de hacerme el amor tiernamente otra vez. Apenas puedo creer la suerte que tengo. Apenas puedo creer que esa mujer sea mía. Se sienta a mi lado para ponerse los zapatos.
—Capitana, ¿eh? —dice con sequedad—. Bueno, soy la ama y señora de este barco.
Ladeo la cabeza.
—Tú eres la ama y señora de mi corazón, señora López. Y de mi cuerpo… y de mi alma.
Mueve la cabeza, incrédula, y se inclina para besarme.
—Estaré en cubierta. Hay una ducha en el baño, si te apetece. ¿Necesitas algo? ¿Una copa? —pregunta, y lo único que soy capaz de hacer es sonreírle.
¿Es esta la misma mujer? ¿Es l misma Cincuenta?
— ¿Qué pasa? —dice como reacción a mi bobalicona sonrisa.
—Tú.
— ¿Qué pasa conmigo?
— ¿Quién eres tú y qué has hecho con Santana?
Tuerce la boca y sonríe con tristeza.
—No está muy lejos, bella —dice suavemente, y hay un deje melancólico en su voz que hace que inmediatamente lamente haberle hecho esa pregunta. Pero Santana sacude la cabeza para desechar la idea—. No tardarás en verla —dice sonriendo—, sobre todo si no te levantas.
Se acerca y me da un cachete fuerte en el culo, y yo chillo y me río al mismo tiempo.
—Ya me tenías preocupada.
— ¿Ah, sí? —Santana arquea una ceja—. Emites señales contradictorias,
Brittany. ¿Cómo podría una mujer seguirte el ritmo? —Se inclina y vuelve a besarme
—. Hasta luego, bella —añade y, con una sonrisa deslumbrante, se levanta y me deja a solas con mis dispersos pensamientos.
Cuando salgo a cubierta, Mac está de nuevo a bordo, pero enseguida se retira a la cubierta superior en cuanto abro las puertas del salón. Santana está con su BlackBerry. ¿Hablando con quién?, me pregunto. Se me acerca, me atrae hacia ella y me besa el cabello.
—Una noticia estupenda… bien. Sí… ¿De verdad? ¿La escalera de incendios?… Entiendo… Sí, esta noche.
Aprieta el botón de fin de llamada, y el ruido de los motores al ponerse en marcha me sobresalta. Mac debe de estar arriba, en el puente de mando.
—Hora de volver —dice Santana, y me besa una vez más mientras me coloca de nuevo el chaleco salvavidas.
Cuando volvemos al puerto deportivo, con el sol a nuestra espalda poniéndose en el horizonte, pienso en esta tarde maravillosa. Bajo la atenta y paciente tutela de Santana, he estibado una vela mayor, un foque y una vela balón, y he aprendido a hacer un nudo cuadrado, un ballestrinque y un nudo margarita. Ella ha mantenido los labios prietos durante toda la clase.
—Puede que un día de estos te ate a ti —mascullo en tono gruñón.
Ella tuerce el gesto, divertida.
—Primero tendrá que atraparme, señorita Pierce.
Sus palabras me traen a la cabeza la imagen de ella persiguiéndome por todo el apartamento, la excitación, y después sus espantosas consecuencias. Frunzo el ceño y me estremezco. Después de aquello, la dejé.
¿La dejaría otra vez ahora que ha reconocido que me quiere? Levanto la vista hacia sus ojos marrones. ¿Sería capaz de dejarla otra vez… me hiciera lo que me hiciese? ¿Podría traicionarla de ese modo? no no creo que pudiera.
Me ha dado otro completo tour por este magnífico barco, explicándome todos los detalles del diseño, las técnicas innovadoras y los materiales de alta calidad que se utilizaron para construirlo. Recuerdo aquella primera entrevista, cuando la conocí. Entonces descubrí ya su pasión por los barcos. Creí que reservaba su entrega incondicional a los cargueros transoceánicos que construye su empresa… pero no, también los elegantes catamaranes de encanto tan sensual.
Y, por supuesto, me ha hecho el amor con dulzura, sin prisas. Recuerdo mi cuerpo arqueado y anhelante bajo sus expertas manos. Es una amante excepcional, de eso estoy segura… aunque, claro, no tengo con quién compararla. Pero Quinn hubiera alardeado más si esto fuera siempre así: no es propio de ella callarse los detalles.
Pero ¿durante cuánto tiempo le bastará con esto? No lo sé, y el pensamiento resulta muy perturbador.
Ahora se sienta y me rodea con sus brazos, y yo permanezco en la seguridad de su abrazo durante horas o eso me parece, en un silencio cómodo y fraterno, mientras el Grace se desliza y se acerca más y más a Seattle. Yo llevo el timón, y Santana me avisa cada vez que tengo que ajustar el rumbo.
—Hay una poesía en navegar tan antigua como el mundo —me dice al oído.
—Eso suena a cita.
Noto que sonríe.
—Lo es. Antoine de Saint-Exupéry.
—Oh… me encanta El principito.
—A mí también.
Comienza a caer la noche cuando Santana, con sus manos todavía sobre las mías, nos conduce al interior de la bahía. Las luces de los barcos parpadean y se reflejan en el agua oscura, pero todavía hay algo de claridad: el atardecer es agradable y luminoso, el preludio de lo que sin duda será una puesta de sol espectacular.
Una pequeña multitud se congrega en el muelle cuando Santana hace girar despacio el barco, en un espacio relativamente pequeño. Lo hace con destreza, atracando de nuevo en el embarcadero del que habíamos zarpado. Mac salta a tierra y amarra el Grace a un noray.
—Ya estamos de vuelta —murmura Santana.
—Gracias —susurro tímidamente—. Ha sido una tarde perfecta.
Santana me sonríe.
—Yo pienso lo mismo. Quizá deberíamos matricularte en una escuela náutica, y así podríamos salir durante unos días, tú y yo solas.
—Me encantaría. Podríamos estrenar el dormitorio una y otra vez.
Se inclina y me besa bajo la oreja.
—Mmm… estoy deseándolo, Brittany —susurra, y consigue que se me erice todo el vello del cuerpo.
¿Cómo lo hace?
—Vamos, el apartamento es seguro. Podemos volver.
— ¿Y las cosas que tenemos en el hotel?
—Taylor ya las ha recogido.
¡Oh! ¿Cuándo?
—Hoy a primera hora —contesta Santana antes de que le plantee la pregunta—, después de haber examinado el Grace con su equipo.
— ¿Y ese pobre hombre cuándo duerme?
—Duerme. —Santana, desconcertada, arquea una ceja—. Simplemente cumple con su deber, Brittany, y lo hace muy bien. Es una suerte contar con Jason.
— ¿Jason?
—Jason Taylor.
Pensaba que Taylor era su nombre de pila. Jason… Es un nombre que le pega: serio y responsable, fiable. Por alguna razón, eso me hace sonreír.
Santana me mira pensativa y comenta:
—Tú aprecias a Taylor.
—Supongo que sí.
Su comentario me confunde. Ella frunce el ceño.
—No me siento atraída por el, si es eso lo que te hace poner mala cara.
Déjalo ya.
Santana hace algo parecido a un mohín, como enfurruñada.
Dios… a veces es como una niña.
—Opino que Taylor cuida muy bien de ti. Por eso me gusta. Me parece un hombre que inspira confianza, amable y leal. Lo aprecio en un sentido paternal.
— ¿Paternal?
—Sí.
—Bien, paternal.
Santana parece analizar la palabra y su significado. Me echo a reír.
—Oh, Santana, por favor, madura un poco.
Ella abre la boca, sorprendida ante mi salida, pero luego piensa en lo que he dicho y tuerce el gesto.
—Lo intento —dice finalmente.
—Se nota. Y mucho —le digo con cariño, pero después pongo los ojos en blanco.
—Qué buenos recuerdos me trae verte hacer ese gesto, Brittany —dice con una gran sonrisa.
—Bueno, si te portas bien a lo mejor revivimos alguno de esos recuerdos
—replico con aire cómplice.
Ella hace una mueca irónica.
— ¿Portarme bien? —Levanta las cejas—. Francamente, señorita Pierce, ¿qué le hace pensar que quiera revivirlos?
—Seguramente porque, cuando lo he dicho, tus ojos han brillado como luces navideñas.
—Qué bien me conoces ya —dice con cierta sequedad.
—Me gustaría conocerte mejor.
Sonríe con dulzura.
—Y a mí a ti, Brittany.
—Gracias, Mac.
Santana estrecha la mano de McConnell y baja al muelle.
—Siempre es un placer, señora López. Adiós. Y, Britt, encantado de conocerte.
Le doy la mano con timidez. Debe de saber a qué nos hemos dedicado Santana y yo mientras el estaba en tierra.
—Que tengas un buen día, Mac, y gracias.
Me sonríe y me guiña el ojo, haciendo que me ruborice. Santana me coge de la mano y subimos por el muelle hacia el paseo marítimo.
— ¿De dónde es Mac? —pregunto, intrigada por su acento.
—Irlandés… del norte de Irlanda —concreta Santana.
— ¿Es amigo tuyo?
—¿Mac? Trabaja para mí. Ayudó a construir el Grace.
— ¿Tienes muchos amigos?
Frunce el ceño.
—La verdad es que no. Dedicándome a lo que me dedico… no puedo cultivar muchas amistades. Solo está…
Se calla y se pone muy seria, y soy consciente de que iba a mencionar a la señora Robinson.
— ¿Tienes hambre? —pregunta para cambiar de tema.
Asiento. La verdad es que estoy hambrienta.
—Cenaremos donde dejé el coche. Vamos.
Al lado del SP hay un pequeño bistró italiano llamado Bee’s. Me recuerda al local de Portland: unas pocas mesas y reservados, con una decoración muy moderna y alegre, y una gran fotografía en blanco y negro de una celebración de principios de siglo a modo de mural.
Santana y yo nos sentamos en un reservado, y echamos un vistazo al menú mientras degustamos un Frascati suave y delicioso. Cuando levanto la vista de la carta, después de haber elegido lo que quiero, Santana me está mirando fijamente, pensativa.
— ¿Qué pasa?
—Estás muy guapa, Brittany. El aire libre te sienta bien.
Me ruborizo.
—Pues la verdad es que me arde la cara por el viento. Pero he pasado una tarde estupenda. Una tarde perfecta. Gracias.
En sus ojos brilla el cariño.
—Ha sido un placer —musita.
— ¿Puedo preguntarte una cosa?
Estoy decidida a obtener información.
—Lo que quieras, Brittany. Ya lo sabes.
Ladea la cabeza. Está encantadora.
—No pareces tener muchos amigos. ¿Por qué?
Encoge los hombros y frunce el ceño.
—Ya te lo he dicho, la verdad es que no tengo tiempo. Están mis socios empresariales… aunque eso es muy distinto a tener amigos, supongo. Tengo a mi familia y ya está. Aparte de Elena.
Ignoro que ha mencionado a esa bruja.
— ¿Ningún amiga de tu misma edad para salir a desahogarte?
—Tú ya sabes cómo me gusta desahogarme, Brittany. —Santana hace una leve mueca. Y me he dedicado a trabajar, a levantar mi empresa. —Parece desconcertada—. No hago nada más; salvo navegar y volar de vez en cuando.
— ¿Ni siquiera en la universidad?
—La verdad es que no.
— ¿Solo Elena, entonces?
Asiente, con cautela.
—Debes de sentirte sola.
Sus labios esbozan una media sonrisa melancólica.
— ¿Qué te apetece comer? —pregunta, volviendo a cambiar de tema.
—Me inclino por el risotto.
—Buena elección.
Santana avisa al camarero y da por terminada la conversación.
Después de pedir, me revuelvo incómoda en la silla y fijo la mirada en mis manos entrelazadas. Si tiene ganas de hablar, he de aprovecharlo.
Tengo que hablar con ella de cuáles son sus expectativas, sus… necesidades.
—Brittany, ¿qué pasa? Dime.
Levanto la vista hacia su rostro preocupado.
—Dime —repite con más contundencia, y su preocupación se convierte ¿en qué… miedo… ira?
Suspiro profundamente.
—Lo que más me inquieta es que no tengas bastante con esto. Ya sabes… para desahogarte.
Tensa la mandíbula y su mirada se endurece.
— ¿He manifestado de algún modo que no tenga bastante con esto?
—No.
—Entonces, ¿por qué lo piensas?
—Sé cómo eres. Lo que… eh… necesitas —balbuceo.
Cierra los ojos y se masajea la frente con sus largos dedos.
— ¿Qué tengo que hacer? —dice en voz tan baja que resulta alarmante, como si estuviera enfadada, y se me encoge el corazón.
—No, me has malinterpretado: te has comportado maravillosamente, y sé que solo han pasado unos días, pero espero no estar obligándote a ser alguien que no eres.
—Sigo siendo yo, Brittany… con todas las cincuenta sombras de mi locura. Sí, tengo que luchar contra el impulso de ser controladora… pero es mi naturaleza, la manera en que me enfrento a la vida. Sí, espero que te comportes de una determinada manera, y cuando no lo haces supone un desafío para mí, pero también es un soplo de aire fresco. Seguimos haciendo lo que me gusta hacer a mí. Dejaste que te golpeara ayer después de aquella espantosa puja. —Esboza una sonrisa placentera al recordarlo—. Yo disfruto castigándote. No creo que ese impulso desaparezca nunca… pero me esfuerzo, y no es tan duro como creía.
Me estremezco y enrojezco al recordar nuestro encuentro clandestino en el dormitorio de su infancia.
—Eso no me importó —musito con timidez.
—Lo sé. —Sus labios se curvan en una sonrisa reacia—. A mí tampoco.
Pero te diré una cosa, Brittany: todo esto es nuevo para mí, y estos últimos días han sido los mejores de mi vida. No quiero que cambie nada.
¡Oh!
—También han sido los mejores de mi vida, sin duda —murmuro, y se le ilumina la cara.
La diosa que llevo dentro asiente febril, dándome fuertes codazos. Vale, vale, ya lo sé…
—Entonces, ¿no quieres llevarme a tu cuarto de juegos?
Traga saliva y palidece, con el rostro totalmente serio.
—No, no quiero.
— ¿Por qué no? —musito.
No es la respuesta que esperaba.
Y sí, ahí está… esa punzada de decepción. La diosa que llevo dentro hace un mohín y da patadas en el suelo con los brazos cruzados, como una cría enfurruñada.
—La última vez que estuvimos allí me abandonaste —dice en voz baja—.
Pienso huir de cualquier cosa que pueda provocar que vuelvas a dejarme. Cuanto te fuiste me quedé destrozada. Ya te lo he contado. No quiero volver a sentirme así. Ya te he dicho lo que siento por ti.
Sus ojos marrones, enormes e intensos, rezuman sinceridad.
—Pero no me parece justo. Para ti no puede ser bueno… estar constantemente preocupada por cómo me siento. Tú has hecho todos esos cambios por mí, y yo… creo que debería corresponderte de algún modo. No sé, quizá… intentar… algunos juegos haciendo distintos personajes —tartamudeo, con la cara del color de las paredes del cuarto de juegos.
¿Por qué es tan difícil hablar de esto? He practicado todo tipo de sexo pervertido con esta mujer, cosas de las que ni siquiera había oído hablar hace unas semanas, cosas que nunca había creído posibles, y, sin embargo, lo más difícil de todo es hablar de esto con ella.
—Ya me correspondes, Britt, más de lo que crees. Por favor, no te sientas así.
La Santana despreocupada ha desaparecido. Ahora tiene los ojos muy abiertos con expresión alarmada, y verla así resulta desgarrador.
—Bella, solo ha pasado un fin de semana. Démonos tiempo. Cuando te marchaste, pensé mucho en nosotras. Necesitamos tiempo. Tú necesitas confiar en mí y yo en ti. Quizá más adelante podamos permitírnoslo, pero me gusta cómo eres ahora.
Me gusta verte tan contenta, tan relajada y despreocupada, sabiendo que yo tengo algo que ver en ello. Yo nunca he… —Se calla y se pasa la mano por su pelo—. Para correr, primero tenemos que aprender a andar.
De repente sonríe.
— ¿Qué tiene tanta gracia?
—Flynn. Dice eso constantemente. Nunca creí que le citaría.
—Un flynnismo.
Santana se ríe.
—Exacto.
Llega el camarero con los entrantes y la brocheta, y en cuanto cambiamos de conversación Santana se relaja.
Cuando nos colocan delante nuestros platos, no puedo evitar pensar en cómo he visto a Santana hoy: relajada, feliz y despreocupada. Como mínimo ahora se ríe, vuelve a estar a gusto.
Cuando empieza a interrogarme sobre los lugares donde he estado, suspiro de alivio en mi fuero interno. El tema se acaba enseguida, ya que no he estado en ningún sitio fuera del Estados Unidos continental. En cambio, ella ha viajado por todo el mundo, e iniciamos una charla más alegre y sencilla sobre todos los lugares que ella ha visitado.
Después de la sabrosa y contundente cena, Santana conduce de vuelta al
Escala. Por los altavoces se oye la voz dulce y melodiosa de Eva Cassidy, y eso me proporciona un apacible interludio para pensar. He tenido un día asombroso; nuestra ducha; la admisión de Santana; hacer el amor en el hotel y en el barco; comprar el coche. Incluso el propio Santana se ha mostrado tan distinta…
Es como si se hubiera desprendido de algo, o hubiera redescubierto algo… no sé.
¿Quién habría imaginado que pudiera ser tan dulce? ¿Lo sabría ella?
Cuando la miro, ella también parece absorta en sus pensamientos. Y caigo en la cuenta de que ella no ha tenido en realidad una adolescencia… una normal, al menos.
Mi mente vaga errática hasta la fiesta de la noche anterior y mi baile con el doctor Flynn, y el miedo de Santana a que este me lo hubiera contado todo sobre ella.
Santana sigue ocultándome algo. ¿Cómo podemos avanzar en nuestra relación si ella se siente de ese modo?
Cree que podría dejarla si la conociera. Cree que podría dejarla si fuera tal como es. Oh, esta mujer es muy complicada.
A medida que nos acercamos a su casa, empieza a irradiar una tensión que se hace palpable. Desde el coche examina las aceras y los callejones laterales, sus ojos escudriñan todos los rincones, y sé que está buscando a Leila. Yo empiezo también a mirar. Todas las chicas rubias son sospechosas, pero no la vemos.
Cuando entramos en el garaje, su boca se ha convertido en una línea tensa y adusta. Me pregunto por qué hemos vuelto aquí si va a estar tan nerviosa y cauta.
Sawyer está en el garaje, vigilando, y se acerca a abrirme la puerta en cuanto Santana aparca al lado del SUV. El Audi destrozado ya no está.
—Hola, Sawyer —le saludo.
—Señorita Pierce. —Asiente—. Señora López.
— ¿Ni rastro? —pregunta Santana.
—No, señora.
Santana asiente, me coge la mano y vamos hacia el ascensor. Sé que su cerebro no para de trabajar; está totalmente abstraída. En cuanto entramos se vuelve hacia mí.
—No tienes permiso para salir de aquí sola bajo ningún concepto. ¿Entendido? —me espeta.
—De acuerdo.
Vaya… tranquila. Sin embargo, su actitud me hace sonreír. Tengo ganas de abrazarme a mí misma: esta mujer, tan dominante y brusca conmigo… Me asombra que hace solo una semana me pareciera tan amenazadora cuando me hablaba de ese modo. Pero ahora la comprendo mucho mejor. Ese es su mecanismo para afrontar las situaciones. Está muy preocupada por lo de Leila, me quiere y quiere protegerme.
— ¿Qué te hace tanta gracia? —murmura con un deje de ironía en la voz.
—Tú.
— ¿Yo, señorita Pierce? ¿Por qué le hago gracia? —dice con un mohín.
Los mohines de Santana son tan… sensuales.
—No pongas morritos.
— ¿Por qué? —pregunta, cada vez más divertida.
—Porque provoca el mismo efecto en mí que el que tiene en ti que yo haga esto.
Y me muerdo el labio inferior.
Ella arquea las cejas, sorprendida y complacida al mismo tiempo.
— ¿En serio?
Vuelve a hacer un mohín y se inclina para darme un beso fugaz y casto.
Yo alzo los labios para unirlos a los suyos, y durante la milésima de segundo en que se rozan nuestras bocas, la naturaleza de su beso cambia, y un fuego arrasador originado en ese íntimo punto de contacto se expande por mis venas y me impulsa hacia ella.
De pronto mis dedos se enredan en sus cabellos y ella me empuja contra la pared del ascensor, sujeta mi cara entre sus manos y nuestras lenguas se entrelazan. Y no sé si los confines del ascensor hacen que todo sea más real, pero noto su necesidad, su ansiedad, su pasión.
Dios… La deseo, aquí, ahora.
El ascensor se detiene con un sonido metálico, las puertas se abren y Santana aparta ligeramente su cara de la mía, sus caderas aún inmovilizándome contra la pared y sus pechos presionando contra mi cuerpo.
—Vaya —murmura sin aliento.
—Vaya —repito, e inspiro una bocanada de aire para llenar mis pulmones.
Me mira con ojos ardientes.
—Qué efecto tienes en mí, Britt.
Y con el pulgar resigue mi labio inferior.
Por el rabillo del ojo veo a Taylor, que da un paso atrás y queda fuera de mi vista. Me alzo para besar a Santana en la comisura de esos labios maravillosamente carnosos y sensuales.
—El que tú tienes en mí, Santana.
Se aparta y me da la mano. Ahora tiene los ojos más oscuros, entornados.
—Ven —ordena.
Taylor sigue en la entrada, esperándonos con discreción.
—Buenas noches, Taylor —dice Santana en tono cordial.
—Señora López, señorita Pierce.
—Me alegro que estés bien Taylor —le digo sonriendo, y él se pone rojo.
—Gracias, señorita Pierce —dice Taylor con total naturalidad.
—De nada.
Santana me coge la mano con más fuerza, y pone mala cara.
—Si ya habéis terminado los dos, me gustaría un informe rápido.
Mira fijamente a Taylor, que ahora parece incómodo, y a mí se me encogen las entrañas. He sobrepasado el límite.
—Lo siento —le digo en silencio a Taylor, que se encoge de hombros y me sonríe con amabilidad antes de darme la vuelta para seguir a Santana.
—Ahora vuelvo contigo. Antes tengo que decirle una cosa a la señorita Pierce —le dice Santana a Taylor, y sé que tengo problemas.
Santana me lleva a su dormitorio y cierra la puerta.
—No coquetees con el personal, Brittany —me reprende.
Abro la boca para defenderme, luego la cierro y vuelvo a abrirla otra vez.
—No coqueteaba. Era amigable… hay una diferencia.
—No seas amigable con el personal ni coquetees con ellos. No me gusta.
Oh. Adiós a la Santana despreocupada.
—Lo siento —musito y me miro las manos.
No me había hecho sentir como una niña pequeña en todo el día. Me coge la barbilla y me levanta la cabeza para que la mire a los ojos.
—Ya sabes lo celosa que soy —murmura.
—No tienes motivos para ser celosa, Santana. Soy tuya en cuerpo y alma.
Pestañea varias veces como si le costara procesar ese hecho. Se inclina y me besa fugazmente, pero sin la pasión que sentíamos hace un momento en el ascensor.
—No tardaré. Ponte cómoda —dice de mal humor, da media vuelta y me deja ahí plantada en el dormitorio, aturdida y confusa.
¿Por qué demonios podría tener celos de Taylor? Niego con la cabeza, sin poder dar crédito.
Miro el despertador y observo que acaban de dar las ocho. Decido preparar la ropa que llevaré mañana al trabajo, y me acuerdo que mañana tengo la cita con la doctora para mi examen. Subo a mi habitación y abro el vestidor. Está vacío. Todos los vestidos han desaparecido. ¡Oh, no! Santana me ha tomado la palabra y se ha deshecho de toda la ropa. Maldita sea…
Mi subconsciente me fulmina con la mirada. Bien, te lo mereces, por bocona.
¿Por qué me ha tomado la palabra? Las advertencias de mi madre vuelven a resonar en mi cabeza: «Los mujeres somos muy cuadriculadas, cielo, nos tomamos todo al pie de la letra». Observo el espacio vacío con desolación. Había prendas muy bonitas, como el vestido plateado que llevé al baile.
Paseo desconsolada por la habitación. Un momento… ¿qué está pasando aquí? También ha desaparecido el iPad. ¿Y dónde está mi Mac? Oh, no. Lo primero que pienso, de forma poco compasiva, es que quizá los haya robado Leila.
Bajo las escaleras corriendo y vuelvo al cuarto de Santana. Sobre la mesita están mi Mac, mi iPad y mi mochila. Está todo aquí.
Abro la puerta del vestidor. Toda mi ropa está aquí también, compartiendo espacio con la de Santana. ¿Cuándo ha ocurrido todo esto? ¿Por qué nunca me avisa cuando hace estas cosas?
Me doy la vuelta y ella está de pie en el umbral.
—Ah, ya lo han traído todo —comenta con aire distraído.
— ¿Qué pasa? —pregunto.
Tiene el semblante sombrío.
—Taylor cree que Leila entró por la escalera de emergencia. Debía de tener una llave. Ya han cambiado todas las cerraduras. El equipo de Taylor ha registrado todas las estancias del apartamento. No está aquí. —Hace una pausa y se pasa una mano por el pelo—. Ojalá hubiera sabido dónde estaba. Está esquivando todos nuestros intentos de encontrarla, y necesita ayuda.
Frunce el ceño, y mi anterior enfado desaparece. La abrazo. Ella me envuelve con su cuerpo y me besa la cabeza.
— ¿Qué harás cuando la encuentres? —pregunto.
—El doctor Flynn tiene una plaza para ella.
— ¿Y qué pasa con su marido?
—No quiere saber nada de ella —contesta Santana con amargura—. Su familia vive en Connecticut. Creo que ahora anda por ahí sola.
—Qué triste…
— ¿Te parece bien que haya hecho que traigan tus cosas aquí? Quería compartir la habitación contigo —murmura.
Vaya, otro rápido cambio de tema.
—Sí.
—Quiero que duermas conmigo. Cuando estás conmigo no tengo pesadillas.
— ¿Tienes pesadillas?
—Sí.
La abrazo más fuerte. Por Dios… Más cargas del pasado. Se me encoge el corazón por esta mujer.
—Iba a prepararme la ropa para ir a trabajar mañana —aclaro.
— ¡A trabajar! —exclama Santana como si hubiera dicho una palabrota, me suelta y me fulmina con la mirada.
—Sí, a trabajar —replico, desconcertada ante su reacción.
Se me queda mirando sin dar crédito.
—Pero Leila aún anda suelta por ahí. —Hace una breve pausa—. No quiero que vayas a trabajar.
¿Qué?
—Eso es una tontería, Santana. He de ir a trabajar.
—No, no tienes por qué.
—Tengo un trabajo nuevo, que me gusta. Claro que he de ir a trabajar.
¿A qué se refiere?
—No, no tienes por qué —repite con énfasis.
— ¿Te crees que me voy a quedar aquí sin hacer nada mientras tú andas por ahí salvando al mundo?
—La verdad… sí.
Oh, Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta… dame fuerzas.
—Santana, yo necesito trabajar.
—No, no lo necesitas.
—Sí… lo… necesito. —le repito despacio, como si fuera una niña.
—Es peligroso —dice torciendo el gesto.
—Santana… yo necesito trabajar para ganarme la vida, y además no me pasará nada.
—No, tú no necesitas trabajar para ganarte la vida… ¿y cómo puedes estar tan segura de que no te pasará nada?
Está prácticamente gritando.
¿Qué quiere decir? ¿Acaso piensa mantenerme? Oh, esto es totalmente ridículo. ¿Cuánto hace que la conozco… cinco semanas?
Ahora está muy enfadada. Sus tormentosos ojos centellean, pero no me importa en absoluto.
—Por Dios santo, Santana, Leila estaba a los pies de tu cama y no me hizo ningún daño. Y sí, yo necesito trabajar. No quiero deberte nada. Tengo que pagar el préstamo de la universidad.
Aprieta los labios y yo pongo los brazos en jarras. No pienso ceder en esto.
¿Quién se cree que es?
—No quiero que vayas a trabajar.
—No depende de ti, Santana. La decisión no es tuya, además antes de ir al trabajo tengo cita para los exámenes con la doctora Greene.
Se pasa la mano por el pelo mientras sus ojos me fulminan. Pasamos segundos, minutos, sin dejar de retarnos con la mirada.
—Sawyer te acompañará.
—Santana, no es necesario. No tiene ninguna lógica.
— ¿Lógica? —gruñe—. O te acompaña, o verás lo ilógica que puedo ser para retenerte aquí.
¿No sería capaz? ¿O sí?
— ¿Qué harías exactamente?
—Ah, ya se me ocurriría algo, Brittany. No me provoques.
— ¡De acuerdo! —acepto, levantando las dos manos para apaciguarla.
Maldita sea… Cincuenta ha vuelto para vengarse.
Permanecemos ahí de pie, fulminándonos con la mirada.
—Muy bien: Sawyer puede venir conmigo, si así te quedas más tranquila.
Cedo finalmente, y pongo los ojos en blanco.
Santana entorna los suyos y avanza hacia mí, amenazante. Inmediatamente, doy un paso atrás. Ella se detiene y suspira profundamente, cierra los ojos y se peina el cabello con las dos manos. Oh, no. Cincuenta sigue en plena forma.
— ¿Quieres que te enseñe el resto del apartamento?
¿Enseñarme el…? ¿Es una broma?
—Vale —musito cautelosa.
Nuevo cambio de rumbo: la señora Voluble ha vuelto. Me tiende la mano y, cuando la acepto, aprieta la mía con suavidad.
—No quería asustarte.
—No me has asustado. Solo estaba a punto de salir corriendo —bromeo.
— ¿Salir corriendo? —dice Santana, abriendo mucho los ojos.
— ¡Es una broma!
Por Dios…
Salimos del vestidor y aprovecho el momento para calmarme, pero la adrenalina sigue circulando a raudales por mi cuerpo. Una pelea con Cincuenta no es algo que pueda tomarse a la ligera.
Me da una vuelta por todo el apartamento, enseñándome las distintas habitaciones. Aparte del cuarto de juegos y tres dormitorios más en el piso de arriba, descubro con sorpresa que Taylor y la señora Jones disponen de un ala para ellos solos: una cocina, un espacioso salón y un cuarto para cada uno. La señora Jones todavía no ha vuelto de visitar a su hermana, que vive en Portland.
En la planta baja me llama la atención un cuarto situado enfrente de su estudio: una sala con una inmensa pantalla de televisión de plasma y varias videoconsolas. Resulta muy acogedora.
— ¿Así que tienes una Xbox? —bromeo.
—Sí, pero soy malísima. Sam siempre me gana. Tuvo gracia cuando creíste que mi cuarto de juegos era algo como esto.
Me sonríe divertida, su arrebato ya olvidado. Gracias a Dios que ha recobrado el buen humor.
—Me alegra que me considere graciosa, señora López —contesto con altanería.
—Pues lo es usted, señorita Pierce… cuando no se muestra exasperante, claro.
—Suelo mostrarme exasperante cuando usted es irracional.
— ¿Yo? ¿Irracional?
—Sí, señora López, irracional podría ser perfectamente su segundo nombre.
—Yo no tengo segundo nombre.
—Pues irracional le quedaría muy bien.
—Creo que eso es opinable, señorita Pierce.
—Me interesaría conocer la opinión profesional del doctor Flynn.
Santana sonríe.
—Yo creía que Trevelyan era tu segundo nombre.
—No, es un apellido.
—Pues no lo usas.
—Es demasiado largo. Ven —ordena.
Salgo de la sala de la televisión detrás de ella, cruzamos el gran salón hasta el pasillo principal, pasamos por un cuarto de servicio y una bodega impresionante, y llegamos al despacho de Taylor, muy amplio y bien equipado. Taylor se pone de pie cuando entramos. Hay espacio suficiente para albergar una mesa de reuniones para seis. Sobre un gran escritorio hay una serie de monitores. No tenía ni idea de que el apartamento tuviera circuito cerrado de televisión. Por lo visto controla la terraza, la escalera, el ascensor de servicio y el vestíbulo.
—Hola, Taylor. Le estoy enseñando el apartamento a Brittany.
Taylor asiente pero no sonríe. Me pregunto si le habrán amonestado también. ¿Y por qué sigue trabajando todavía? Cuando le sonrío, asiente educadamente. Santana me coge otra vez de la mano y me lleva a la biblioteca.
—Y, por supuesto, aquí ya has estado.
Santana abre la puerta. Señalo con la cabeza el tapete verde de la mesa de billar.
— ¿Jugamos? —pregunto.
Santana sonríe, sorprendida.
—Vale. ¿Has jugado alguna vez?
—Un par de veces —miento, y ella entorna los ojos y ladea la cabeza.
—Eres una mentirosa sin remedio, Brittany. Ni has jugado nunca ni…
— ¿Te da miedo competir? —pregunto, pasándome la lengua por los labios.
— ¿Miedo de una cría como tú? —se burla Santana con buen humor.
—Una apuesta, señora López.
— ¿Tan segura está, señorita Pierce? —Sonríe divertida e incrédula al mismo tiempo.
— ¿Qué le gustaría apostar?
—Si gano yo, vuelves a llevarme al cuarto de juegos.
Se me queda mirando, como si no acabara de entender lo que he dicho.
— ¿Y si gano yo? —pregunta, una vez recuperado de su estupefacción.
—Entonces, escoges tú.
Tuerce el gesto mientras medita la respuesta.
—Vale, de acuerdo. ¿A qué quieres jugar: billar americano, inglés o a tres bandas?
—Americano, por favor. Los otros no los conozco.
De un armario situado bajo una de las estanterías, Santana saca un estuche de piel alargado. En el interior forrado en terciopelo están las bolas de billar. Con rapidez y eficiencia, coloca las bolas sobre el tapete. Creo que nunca he jugado en una mesa tan grande. Santana me da un taco y un poco de tiza.
— ¿Quieres sacar?
Finge cortesía. Está disfrutando: cree que va a ganar.
—Vale.
Froto la punta del taco con la tiza, y soplo para eliminar la sobrante. Miro a
Santana a través de las pestañas y su semblante se ensombrece.
Me coloco en línea con la bola blanca y, con un toque rápido y limpio, impacto en el centro del triángulo con tanta fuerza que una bola listada sale rodando y cae en la tornera superior derecha. El resto de las bolas han quedado diseminadas.
—Escojo las listadas —digo con ingenuidad y sonrío a Santana con timidez.
Ella asiente divertida.
—Adelante —dice educadamente.
Consigo que entren en las troneras otras tres bolas en rápida sucesión.
Estoy dando saltos de alegría por dentro. En este momento siento una gratitud enorme hacia Noah por haberme enseñado a jugar a billar, y a jugar tan bien. Santana observa impasible, sin expresar nada, pero parece que ya no se divierte tanto. Fallo la bola listada verde por un pelo.
— ¿Sabes, Brittany?, podría estar todo el día viendo cómo te inclinas y te estiras sobre esta mesa de billar —dice con picardía.
Me ruborizo. Gracias a Dios que llevo vaqueros. Ella sonríe satisfecha.
Intenta despistarme del juego, la muy cabróna. Se quita la chaqueta beis, la tira sobre el respaldo de una silla, me mira sonriente y se dispone a hacer la primera tirada.
Se inclina sobre la mesa. Se me seca la boca. Oh, ahora sé a qué ese refería. Santana, con vaqueros ajustados y una camiseta, inclinándose así… es algo digno de ver. Casi pierdo el hilo de mis pensamientos. Mete cuatro bolas rápidamente, y luego falla al intentar introducir la blanca.
—Un error de principiante, señora López —me burlo.
Sonríe con suficiencia.
—Ah, señorita Pierce, yo no soy más que una pobre mortal. Su turno, creo — dice, señalando la mesa.
—No estarás intentando perder a propósito, ¿verdad?
—No, no, Brittany. Con el premio que tengo pensado, quiero ganar.
Se encoge de hombros.
—Pero también es verdad que siempre quiero ganar.
La miro desfiante con los ojos entornados. Muy bien, entonces… Me alegro de llevar la blusa azul, que es bastante escotada. Me paseo alrededor de la mesa, agachándome a la menor oportunidad y dejando que Santana le eche un vistazo a mi escote. A este juego pueden jugar dos. La miro.
—Sé lo que estás haciendo —murmura con ojos sombríos.
Ladeo la cabeza con coquetería, acaricio el taco y deslizo la mano arriba y abajo muy despacio.
—Oh, estoy decidiendo cuál será mi siguiente tirada —señalo con aire distraído.
Me inclino sobre la mesa y golpeo la bola naranja para dejarla en una posición mejor. Me planto directamente delante de Santana y cojo el resto de debajo de la mesa. Me coloco para la próxima tirada, recostada sobre el tapete. Oigo que Santana inspira con fuerza y, naturalmente, fallo el tiro. Maldición…
Ella se coloca detrás de mí mientras todavía estoy inclinada sobre la mesa, y pone las manos en mis nalgas. Mmm…
— ¿Está contoneando esto para provocarme, señorita Pierce?
Y me da una palmada, fuerte.
Jadeo.
—Sí —contesto en un susurro, porque es verdad.
—Ten cuidado con lo que deseas, bella.
Me masajeo el trasero mientras ella se dirige hacia el otro extremo de la mesa, se inclina sobre el tapete y hace su tirada. Golpea la bola roja, y la mete en la tronera izquierda. Apunta a la amarilla, superior derecha, y falla por poco. Sonrío.
—Cuarto rojo, allá vamos —la provoco.
Ella apenas arquea una ceja y me indica que continúe. Yo apunto a la bola verde y, por pura chiripa, consigo meter la última bola naranja.
—Escoge la tronera —murmura Santana, y es como si estuviera hablando de otra cosa, de algo oscuro y desagradable.
—Superior izquierda.
Apunto a la bola negra y le doy, pero fallo. Por mucho. Maldita sea.
Santana sonríe con malicia, se inclina sobre la mesa y, con un par de tiradas, se deshace de las dos lisas restantes. Casi estoy jadeando al ver su cuerpo ágil y flexible reclinándose sobre el tapete. Se levanta, pone tiza al taco y me clava sus ojos ardientes.
—Si gano yo…
¿Oh, sí?
—Voy a darte unos azotes y después te follaré sobre esta mesa.
Dios… Todos los músculos de mi vientre se contraen.
—Superior derecha —dice en voz baja, apunta a la bola negra y se inclina para tirar.
Gracias a todas esas nueva lectoras creanme leo cada uno de sus comentarios y me encantan por que veo que la historia les gusta y saber eso me alegra . por cierto alice me encantan los gif que colocas en los comentarios son cómicos jejeje..
Y a las que me preguntaron unas cositas de la historia solo les diré que lean y sean pacientes ;)...
Para las que lo pidieron este es el doctor Flynn
http://24.media.tumblr.com/tumblr_ma0i0q29Ed1rfoj9co6_250.png
Parte II – Capítulo 10
Mac no tardará en volver —dice en voz baja.
—Mmm…
Abro los ojos parpadeantes y me encuentro con su dulce mirada marrón.
Dios… los suyos tienen un color extraordinario; sobre todo aquí, en mar abierto: reflejan la luz que reverbera en el agua y en el interior de la cabina a través de los pequeños ojos de buey.
—Aunque me encantaría estar aquí tumbada contigo toda la tarde, Mac necesitará que le ayude con el bote. —Santana se inclina sobre mí y me besa dulcemente—. Estás tan hermosa ahora mismo, Britt, toda despeinada y tan sexy. Hace que te desee aún más.
Sonríe y se levanta de la cama. Yo me tumbo boca abajo y admiro las vistas.
—Tú tampoco estás mal, capitana.
Chasqueo los labios admirada y ella sonríe satisfecha.
La veo deambular con elegancia por el camarote mientras se viste. Esa maravillosa mujer acaba de hacerme el amor tiernamente otra vez. Apenas puedo creer la suerte que tengo. Apenas puedo creer que esa mujer sea mía. Se sienta a mi lado para ponerse los zapatos.
—Capitana, ¿eh? —dice con sequedad—. Bueno, soy la ama y señora de este barco.
Ladeo la cabeza.
—Tú eres la ama y señora de mi corazón, señora López. Y de mi cuerpo… y de mi alma.
Mueve la cabeza, incrédula, y se inclina para besarme.
—Estaré en cubierta. Hay una ducha en el baño, si te apetece. ¿Necesitas algo? ¿Una copa? —pregunta, y lo único que soy capaz de hacer es sonreírle.
¿Es esta la misma mujer? ¿Es l misma Cincuenta?
— ¿Qué pasa? —dice como reacción a mi bobalicona sonrisa.
—Tú.
— ¿Qué pasa conmigo?
— ¿Quién eres tú y qué has hecho con Santana?
Tuerce la boca y sonríe con tristeza.
—No está muy lejos, bella —dice suavemente, y hay un deje melancólico en su voz que hace que inmediatamente lamente haberle hecho esa pregunta. Pero Santana sacude la cabeza para desechar la idea—. No tardarás en verla —dice sonriendo—, sobre todo si no te levantas.
Se acerca y me da un cachete fuerte en el culo, y yo chillo y me río al mismo tiempo.
—Ya me tenías preocupada.
— ¿Ah, sí? —Santana arquea una ceja—. Emites señales contradictorias,
Brittany. ¿Cómo podría una mujer seguirte el ritmo? —Se inclina y vuelve a besarme
—. Hasta luego, bella —añade y, con una sonrisa deslumbrante, se levanta y me deja a solas con mis dispersos pensamientos.
Cuando salgo a cubierta, Mac está de nuevo a bordo, pero enseguida se retira a la cubierta superior en cuanto abro las puertas del salón. Santana está con su BlackBerry. ¿Hablando con quién?, me pregunto. Se me acerca, me atrae hacia ella y me besa el cabello.
—Una noticia estupenda… bien. Sí… ¿De verdad? ¿La escalera de incendios?… Entiendo… Sí, esta noche.
Aprieta el botón de fin de llamada, y el ruido de los motores al ponerse en marcha me sobresalta. Mac debe de estar arriba, en el puente de mando.
—Hora de volver —dice Santana, y me besa una vez más mientras me coloca de nuevo el chaleco salvavidas.
Cuando volvemos al puerto deportivo, con el sol a nuestra espalda poniéndose en el horizonte, pienso en esta tarde maravillosa. Bajo la atenta y paciente tutela de Santana, he estibado una vela mayor, un foque y una vela balón, y he aprendido a hacer un nudo cuadrado, un ballestrinque y un nudo margarita. Ella ha mantenido los labios prietos durante toda la clase.
—Puede que un día de estos te ate a ti —mascullo en tono gruñón.
Ella tuerce el gesto, divertida.
—Primero tendrá que atraparme, señorita Pierce.
Sus palabras me traen a la cabeza la imagen de ella persiguiéndome por todo el apartamento, la excitación, y después sus espantosas consecuencias. Frunzo el ceño y me estremezco. Después de aquello, la dejé.
¿La dejaría otra vez ahora que ha reconocido que me quiere? Levanto la vista hacia sus ojos marrones. ¿Sería capaz de dejarla otra vez… me hiciera lo que me hiciese? ¿Podría traicionarla de ese modo? no no creo que pudiera.
Me ha dado otro completo tour por este magnífico barco, explicándome todos los detalles del diseño, las técnicas innovadoras y los materiales de alta calidad que se utilizaron para construirlo. Recuerdo aquella primera entrevista, cuando la conocí. Entonces descubrí ya su pasión por los barcos. Creí que reservaba su entrega incondicional a los cargueros transoceánicos que construye su empresa… pero no, también los elegantes catamaranes de encanto tan sensual.
Y, por supuesto, me ha hecho el amor con dulzura, sin prisas. Recuerdo mi cuerpo arqueado y anhelante bajo sus expertas manos. Es una amante excepcional, de eso estoy segura… aunque, claro, no tengo con quién compararla. Pero Quinn hubiera alardeado más si esto fuera siempre así: no es propio de ella callarse los detalles.
Pero ¿durante cuánto tiempo le bastará con esto? No lo sé, y el pensamiento resulta muy perturbador.
Ahora se sienta y me rodea con sus brazos, y yo permanezco en la seguridad de su abrazo durante horas o eso me parece, en un silencio cómodo y fraterno, mientras el Grace se desliza y se acerca más y más a Seattle. Yo llevo el timón, y Santana me avisa cada vez que tengo que ajustar el rumbo.
—Hay una poesía en navegar tan antigua como el mundo —me dice al oído.
—Eso suena a cita.
Noto que sonríe.
—Lo es. Antoine de Saint-Exupéry.
—Oh… me encanta El principito.
—A mí también.
Comienza a caer la noche cuando Santana, con sus manos todavía sobre las mías, nos conduce al interior de la bahía. Las luces de los barcos parpadean y se reflejan en el agua oscura, pero todavía hay algo de claridad: el atardecer es agradable y luminoso, el preludio de lo que sin duda será una puesta de sol espectacular.
Una pequeña multitud se congrega en el muelle cuando Santana hace girar despacio el barco, en un espacio relativamente pequeño. Lo hace con destreza, atracando de nuevo en el embarcadero del que habíamos zarpado. Mac salta a tierra y amarra el Grace a un noray.
—Ya estamos de vuelta —murmura Santana.
—Gracias —susurro tímidamente—. Ha sido una tarde perfecta.
Santana me sonríe.
—Yo pienso lo mismo. Quizá deberíamos matricularte en una escuela náutica, y así podríamos salir durante unos días, tú y yo solas.
—Me encantaría. Podríamos estrenar el dormitorio una y otra vez.
Se inclina y me besa bajo la oreja.
—Mmm… estoy deseándolo, Brittany —susurra, y consigue que se me erice todo el vello del cuerpo.
¿Cómo lo hace?
—Vamos, el apartamento es seguro. Podemos volver.
— ¿Y las cosas que tenemos en el hotel?
—Taylor ya las ha recogido.
¡Oh! ¿Cuándo?
—Hoy a primera hora —contesta Santana antes de que le plantee la pregunta—, después de haber examinado el Grace con su equipo.
— ¿Y ese pobre hombre cuándo duerme?
—Duerme. —Santana, desconcertada, arquea una ceja—. Simplemente cumple con su deber, Brittany, y lo hace muy bien. Es una suerte contar con Jason.
— ¿Jason?
—Jason Taylor.
Pensaba que Taylor era su nombre de pila. Jason… Es un nombre que le pega: serio y responsable, fiable. Por alguna razón, eso me hace sonreír.
Santana me mira pensativa y comenta:
—Tú aprecias a Taylor.
—Supongo que sí.
Su comentario me confunde. Ella frunce el ceño.
—No me siento atraída por el, si es eso lo que te hace poner mala cara.
Déjalo ya.
Santana hace algo parecido a un mohín, como enfurruñada.
Dios… a veces es como una niña.
—Opino que Taylor cuida muy bien de ti. Por eso me gusta. Me parece un hombre que inspira confianza, amable y leal. Lo aprecio en un sentido paternal.
— ¿Paternal?
—Sí.
—Bien, paternal.
Santana parece analizar la palabra y su significado. Me echo a reír.
—Oh, Santana, por favor, madura un poco.
Ella abre la boca, sorprendida ante mi salida, pero luego piensa en lo que he dicho y tuerce el gesto.
—Lo intento —dice finalmente.
—Se nota. Y mucho —le digo con cariño, pero después pongo los ojos en blanco.
—Qué buenos recuerdos me trae verte hacer ese gesto, Brittany —dice con una gran sonrisa.
—Bueno, si te portas bien a lo mejor revivimos alguno de esos recuerdos
—replico con aire cómplice.
Ella hace una mueca irónica.
— ¿Portarme bien? —Levanta las cejas—. Francamente, señorita Pierce, ¿qué le hace pensar que quiera revivirlos?
—Seguramente porque, cuando lo he dicho, tus ojos han brillado como luces navideñas.
—Qué bien me conoces ya —dice con cierta sequedad.
—Me gustaría conocerte mejor.
Sonríe con dulzura.
—Y a mí a ti, Brittany.
—Gracias, Mac.
Santana estrecha la mano de McConnell y baja al muelle.
—Siempre es un placer, señora López. Adiós. Y, Britt, encantado de conocerte.
Le doy la mano con timidez. Debe de saber a qué nos hemos dedicado Santana y yo mientras el estaba en tierra.
—Que tengas un buen día, Mac, y gracias.
Me sonríe y me guiña el ojo, haciendo que me ruborice. Santana me coge de la mano y subimos por el muelle hacia el paseo marítimo.
— ¿De dónde es Mac? —pregunto, intrigada por su acento.
—Irlandés… del norte de Irlanda —concreta Santana.
— ¿Es amigo tuyo?
—¿Mac? Trabaja para mí. Ayudó a construir el Grace.
— ¿Tienes muchos amigos?
Frunce el ceño.
—La verdad es que no. Dedicándome a lo que me dedico… no puedo cultivar muchas amistades. Solo está…
Se calla y se pone muy seria, y soy consciente de que iba a mencionar a la señora Robinson.
— ¿Tienes hambre? —pregunta para cambiar de tema.
Asiento. La verdad es que estoy hambrienta.
—Cenaremos donde dejé el coche. Vamos.
Al lado del SP hay un pequeño bistró italiano llamado Bee’s. Me recuerda al local de Portland: unas pocas mesas y reservados, con una decoración muy moderna y alegre, y una gran fotografía en blanco y negro de una celebración de principios de siglo a modo de mural.
Santana y yo nos sentamos en un reservado, y echamos un vistazo al menú mientras degustamos un Frascati suave y delicioso. Cuando levanto la vista de la carta, después de haber elegido lo que quiero, Santana me está mirando fijamente, pensativa.
— ¿Qué pasa?
—Estás muy guapa, Brittany. El aire libre te sienta bien.
Me ruborizo.
—Pues la verdad es que me arde la cara por el viento. Pero he pasado una tarde estupenda. Una tarde perfecta. Gracias.
En sus ojos brilla el cariño.
—Ha sido un placer —musita.
— ¿Puedo preguntarte una cosa?
Estoy decidida a obtener información.
—Lo que quieras, Brittany. Ya lo sabes.
Ladea la cabeza. Está encantadora.
—No pareces tener muchos amigos. ¿Por qué?
Encoge los hombros y frunce el ceño.
—Ya te lo he dicho, la verdad es que no tengo tiempo. Están mis socios empresariales… aunque eso es muy distinto a tener amigos, supongo. Tengo a mi familia y ya está. Aparte de Elena.
Ignoro que ha mencionado a esa bruja.
— ¿Ningún amiga de tu misma edad para salir a desahogarte?
—Tú ya sabes cómo me gusta desahogarme, Brittany. —Santana hace una leve mueca. Y me he dedicado a trabajar, a levantar mi empresa. —Parece desconcertada—. No hago nada más; salvo navegar y volar de vez en cuando.
— ¿Ni siquiera en la universidad?
—La verdad es que no.
— ¿Solo Elena, entonces?
Asiente, con cautela.
—Debes de sentirte sola.
Sus labios esbozan una media sonrisa melancólica.
— ¿Qué te apetece comer? —pregunta, volviendo a cambiar de tema.
—Me inclino por el risotto.
—Buena elección.
Santana avisa al camarero y da por terminada la conversación.
Después de pedir, me revuelvo incómoda en la silla y fijo la mirada en mis manos entrelazadas. Si tiene ganas de hablar, he de aprovecharlo.
Tengo que hablar con ella de cuáles son sus expectativas, sus… necesidades.
—Brittany, ¿qué pasa? Dime.
Levanto la vista hacia su rostro preocupado.
—Dime —repite con más contundencia, y su preocupación se convierte ¿en qué… miedo… ira?
Suspiro profundamente.
—Lo que más me inquieta es que no tengas bastante con esto. Ya sabes… para desahogarte.
Tensa la mandíbula y su mirada se endurece.
— ¿He manifestado de algún modo que no tenga bastante con esto?
—No.
—Entonces, ¿por qué lo piensas?
—Sé cómo eres. Lo que… eh… necesitas —balbuceo.
Cierra los ojos y se masajea la frente con sus largos dedos.
— ¿Qué tengo que hacer? —dice en voz tan baja que resulta alarmante, como si estuviera enfadada, y se me encoge el corazón.
—No, me has malinterpretado: te has comportado maravillosamente, y sé que solo han pasado unos días, pero espero no estar obligándote a ser alguien que no eres.
—Sigo siendo yo, Brittany… con todas las cincuenta sombras de mi locura. Sí, tengo que luchar contra el impulso de ser controladora… pero es mi naturaleza, la manera en que me enfrento a la vida. Sí, espero que te comportes de una determinada manera, y cuando no lo haces supone un desafío para mí, pero también es un soplo de aire fresco. Seguimos haciendo lo que me gusta hacer a mí. Dejaste que te golpeara ayer después de aquella espantosa puja. —Esboza una sonrisa placentera al recordarlo—. Yo disfruto castigándote. No creo que ese impulso desaparezca nunca… pero me esfuerzo, y no es tan duro como creía.
Me estremezco y enrojezco al recordar nuestro encuentro clandestino en el dormitorio de su infancia.
—Eso no me importó —musito con timidez.
—Lo sé. —Sus labios se curvan en una sonrisa reacia—. A mí tampoco.
Pero te diré una cosa, Brittany: todo esto es nuevo para mí, y estos últimos días han sido los mejores de mi vida. No quiero que cambie nada.
¡Oh!
—También han sido los mejores de mi vida, sin duda —murmuro, y se le ilumina la cara.
La diosa que llevo dentro asiente febril, dándome fuertes codazos. Vale, vale, ya lo sé…
—Entonces, ¿no quieres llevarme a tu cuarto de juegos?
Traga saliva y palidece, con el rostro totalmente serio.
—No, no quiero.
— ¿Por qué no? —musito.
No es la respuesta que esperaba.
Y sí, ahí está… esa punzada de decepción. La diosa que llevo dentro hace un mohín y da patadas en el suelo con los brazos cruzados, como una cría enfurruñada.
—La última vez que estuvimos allí me abandonaste —dice en voz baja—.
Pienso huir de cualquier cosa que pueda provocar que vuelvas a dejarme. Cuanto te fuiste me quedé destrozada. Ya te lo he contado. No quiero volver a sentirme así. Ya te he dicho lo que siento por ti.
Sus ojos marrones, enormes e intensos, rezuman sinceridad.
—Pero no me parece justo. Para ti no puede ser bueno… estar constantemente preocupada por cómo me siento. Tú has hecho todos esos cambios por mí, y yo… creo que debería corresponderte de algún modo. No sé, quizá… intentar… algunos juegos haciendo distintos personajes —tartamudeo, con la cara del color de las paredes del cuarto de juegos.
¿Por qué es tan difícil hablar de esto? He practicado todo tipo de sexo pervertido con esta mujer, cosas de las que ni siquiera había oído hablar hace unas semanas, cosas que nunca había creído posibles, y, sin embargo, lo más difícil de todo es hablar de esto con ella.
—Ya me correspondes, Britt, más de lo que crees. Por favor, no te sientas así.
La Santana despreocupada ha desaparecido. Ahora tiene los ojos muy abiertos con expresión alarmada, y verla así resulta desgarrador.
—Bella, solo ha pasado un fin de semana. Démonos tiempo. Cuando te marchaste, pensé mucho en nosotras. Necesitamos tiempo. Tú necesitas confiar en mí y yo en ti. Quizá más adelante podamos permitírnoslo, pero me gusta cómo eres ahora.
Me gusta verte tan contenta, tan relajada y despreocupada, sabiendo que yo tengo algo que ver en ello. Yo nunca he… —Se calla y se pasa la mano por su pelo—. Para correr, primero tenemos que aprender a andar.
De repente sonríe.
— ¿Qué tiene tanta gracia?
—Flynn. Dice eso constantemente. Nunca creí que le citaría.
—Un flynnismo.
Santana se ríe.
—Exacto.
Llega el camarero con los entrantes y la brocheta, y en cuanto cambiamos de conversación Santana se relaja.
Cuando nos colocan delante nuestros platos, no puedo evitar pensar en cómo he visto a Santana hoy: relajada, feliz y despreocupada. Como mínimo ahora se ríe, vuelve a estar a gusto.
Cuando empieza a interrogarme sobre los lugares donde he estado, suspiro de alivio en mi fuero interno. El tema se acaba enseguida, ya que no he estado en ningún sitio fuera del Estados Unidos continental. En cambio, ella ha viajado por todo el mundo, e iniciamos una charla más alegre y sencilla sobre todos los lugares que ella ha visitado.
Después de la sabrosa y contundente cena, Santana conduce de vuelta al
Escala. Por los altavoces se oye la voz dulce y melodiosa de Eva Cassidy, y eso me proporciona un apacible interludio para pensar. He tenido un día asombroso; nuestra ducha; la admisión de Santana; hacer el amor en el hotel y en el barco; comprar el coche. Incluso el propio Santana se ha mostrado tan distinta…
Es como si se hubiera desprendido de algo, o hubiera redescubierto algo… no sé.
¿Quién habría imaginado que pudiera ser tan dulce? ¿Lo sabría ella?
Cuando la miro, ella también parece absorta en sus pensamientos. Y caigo en la cuenta de que ella no ha tenido en realidad una adolescencia… una normal, al menos.
Mi mente vaga errática hasta la fiesta de la noche anterior y mi baile con el doctor Flynn, y el miedo de Santana a que este me lo hubiera contado todo sobre ella.
Santana sigue ocultándome algo. ¿Cómo podemos avanzar en nuestra relación si ella se siente de ese modo?
Cree que podría dejarla si la conociera. Cree que podría dejarla si fuera tal como es. Oh, esta mujer es muy complicada.
A medida que nos acercamos a su casa, empieza a irradiar una tensión que se hace palpable. Desde el coche examina las aceras y los callejones laterales, sus ojos escudriñan todos los rincones, y sé que está buscando a Leila. Yo empiezo también a mirar. Todas las chicas rubias son sospechosas, pero no la vemos.
Cuando entramos en el garaje, su boca se ha convertido en una línea tensa y adusta. Me pregunto por qué hemos vuelto aquí si va a estar tan nerviosa y cauta.
Sawyer está en el garaje, vigilando, y se acerca a abrirme la puerta en cuanto Santana aparca al lado del SUV. El Audi destrozado ya no está.
—Hola, Sawyer —le saludo.
—Señorita Pierce. —Asiente—. Señora López.
— ¿Ni rastro? —pregunta Santana.
—No, señora.
Santana asiente, me coge la mano y vamos hacia el ascensor. Sé que su cerebro no para de trabajar; está totalmente abstraída. En cuanto entramos se vuelve hacia mí.
—No tienes permiso para salir de aquí sola bajo ningún concepto. ¿Entendido? —me espeta.
—De acuerdo.
Vaya… tranquila. Sin embargo, su actitud me hace sonreír. Tengo ganas de abrazarme a mí misma: esta mujer, tan dominante y brusca conmigo… Me asombra que hace solo una semana me pareciera tan amenazadora cuando me hablaba de ese modo. Pero ahora la comprendo mucho mejor. Ese es su mecanismo para afrontar las situaciones. Está muy preocupada por lo de Leila, me quiere y quiere protegerme.
— ¿Qué te hace tanta gracia? —murmura con un deje de ironía en la voz.
—Tú.
— ¿Yo, señorita Pierce? ¿Por qué le hago gracia? —dice con un mohín.
Los mohines de Santana son tan… sensuales.
—No pongas morritos.
— ¿Por qué? —pregunta, cada vez más divertida.
—Porque provoca el mismo efecto en mí que el que tiene en ti que yo haga esto.
Y me muerdo el labio inferior.
Ella arquea las cejas, sorprendida y complacida al mismo tiempo.
— ¿En serio?
Vuelve a hacer un mohín y se inclina para darme un beso fugaz y casto.
Yo alzo los labios para unirlos a los suyos, y durante la milésima de segundo en que se rozan nuestras bocas, la naturaleza de su beso cambia, y un fuego arrasador originado en ese íntimo punto de contacto se expande por mis venas y me impulsa hacia ella.
De pronto mis dedos se enredan en sus cabellos y ella me empuja contra la pared del ascensor, sujeta mi cara entre sus manos y nuestras lenguas se entrelazan. Y no sé si los confines del ascensor hacen que todo sea más real, pero noto su necesidad, su ansiedad, su pasión.
Dios… La deseo, aquí, ahora.
El ascensor se detiene con un sonido metálico, las puertas se abren y Santana aparta ligeramente su cara de la mía, sus caderas aún inmovilizándome contra la pared y sus pechos presionando contra mi cuerpo.
—Vaya —murmura sin aliento.
—Vaya —repito, e inspiro una bocanada de aire para llenar mis pulmones.
Me mira con ojos ardientes.
—Qué efecto tienes en mí, Britt.
Y con el pulgar resigue mi labio inferior.
Por el rabillo del ojo veo a Taylor, que da un paso atrás y queda fuera de mi vista. Me alzo para besar a Santana en la comisura de esos labios maravillosamente carnosos y sensuales.
—El que tú tienes en mí, Santana.
Se aparta y me da la mano. Ahora tiene los ojos más oscuros, entornados.
—Ven —ordena.
Taylor sigue en la entrada, esperándonos con discreción.
—Buenas noches, Taylor —dice Santana en tono cordial.
—Señora López, señorita Pierce.
—Me alegro que estés bien Taylor —le digo sonriendo, y él se pone rojo.
—Gracias, señorita Pierce —dice Taylor con total naturalidad.
—De nada.
Santana me coge la mano con más fuerza, y pone mala cara.
—Si ya habéis terminado los dos, me gustaría un informe rápido.
Mira fijamente a Taylor, que ahora parece incómodo, y a mí se me encogen las entrañas. He sobrepasado el límite.
—Lo siento —le digo en silencio a Taylor, que se encoge de hombros y me sonríe con amabilidad antes de darme la vuelta para seguir a Santana.
—Ahora vuelvo contigo. Antes tengo que decirle una cosa a la señorita Pierce —le dice Santana a Taylor, y sé que tengo problemas.
Santana me lleva a su dormitorio y cierra la puerta.
—No coquetees con el personal, Brittany —me reprende.
Abro la boca para defenderme, luego la cierro y vuelvo a abrirla otra vez.
—No coqueteaba. Era amigable… hay una diferencia.
—No seas amigable con el personal ni coquetees con ellos. No me gusta.
Oh. Adiós a la Santana despreocupada.
—Lo siento —musito y me miro las manos.
No me había hecho sentir como una niña pequeña en todo el día. Me coge la barbilla y me levanta la cabeza para que la mire a los ojos.
—Ya sabes lo celosa que soy —murmura.
—No tienes motivos para ser celosa, Santana. Soy tuya en cuerpo y alma.
Pestañea varias veces como si le costara procesar ese hecho. Se inclina y me besa fugazmente, pero sin la pasión que sentíamos hace un momento en el ascensor.
—No tardaré. Ponte cómoda —dice de mal humor, da media vuelta y me deja ahí plantada en el dormitorio, aturdida y confusa.
¿Por qué demonios podría tener celos de Taylor? Niego con la cabeza, sin poder dar crédito.
Miro el despertador y observo que acaban de dar las ocho. Decido preparar la ropa que llevaré mañana al trabajo, y me acuerdo que mañana tengo la cita con la doctora para mi examen. Subo a mi habitación y abro el vestidor. Está vacío. Todos los vestidos han desaparecido. ¡Oh, no! Santana me ha tomado la palabra y se ha deshecho de toda la ropa. Maldita sea…
Mi subconsciente me fulmina con la mirada. Bien, te lo mereces, por bocona.
¿Por qué me ha tomado la palabra? Las advertencias de mi madre vuelven a resonar en mi cabeza: «Los mujeres somos muy cuadriculadas, cielo, nos tomamos todo al pie de la letra». Observo el espacio vacío con desolación. Había prendas muy bonitas, como el vestido plateado que llevé al baile.
Paseo desconsolada por la habitación. Un momento… ¿qué está pasando aquí? También ha desaparecido el iPad. ¿Y dónde está mi Mac? Oh, no. Lo primero que pienso, de forma poco compasiva, es que quizá los haya robado Leila.
Bajo las escaleras corriendo y vuelvo al cuarto de Santana. Sobre la mesita están mi Mac, mi iPad y mi mochila. Está todo aquí.
Abro la puerta del vestidor. Toda mi ropa está aquí también, compartiendo espacio con la de Santana. ¿Cuándo ha ocurrido todo esto? ¿Por qué nunca me avisa cuando hace estas cosas?
Me doy la vuelta y ella está de pie en el umbral.
—Ah, ya lo han traído todo —comenta con aire distraído.
— ¿Qué pasa? —pregunto.
Tiene el semblante sombrío.
—Taylor cree que Leila entró por la escalera de emergencia. Debía de tener una llave. Ya han cambiado todas las cerraduras. El equipo de Taylor ha registrado todas las estancias del apartamento. No está aquí. —Hace una pausa y se pasa una mano por el pelo—. Ojalá hubiera sabido dónde estaba. Está esquivando todos nuestros intentos de encontrarla, y necesita ayuda.
Frunce el ceño, y mi anterior enfado desaparece. La abrazo. Ella me envuelve con su cuerpo y me besa la cabeza.
— ¿Qué harás cuando la encuentres? —pregunto.
—El doctor Flynn tiene una plaza para ella.
— ¿Y qué pasa con su marido?
—No quiere saber nada de ella —contesta Santana con amargura—. Su familia vive en Connecticut. Creo que ahora anda por ahí sola.
—Qué triste…
— ¿Te parece bien que haya hecho que traigan tus cosas aquí? Quería compartir la habitación contigo —murmura.
Vaya, otro rápido cambio de tema.
—Sí.
—Quiero que duermas conmigo. Cuando estás conmigo no tengo pesadillas.
— ¿Tienes pesadillas?
—Sí.
La abrazo más fuerte. Por Dios… Más cargas del pasado. Se me encoge el corazón por esta mujer.
—Iba a prepararme la ropa para ir a trabajar mañana —aclaro.
— ¡A trabajar! —exclama Santana como si hubiera dicho una palabrota, me suelta y me fulmina con la mirada.
—Sí, a trabajar —replico, desconcertada ante su reacción.
Se me queda mirando sin dar crédito.
—Pero Leila aún anda suelta por ahí. —Hace una breve pausa—. No quiero que vayas a trabajar.
¿Qué?
—Eso es una tontería, Santana. He de ir a trabajar.
—No, no tienes por qué.
—Tengo un trabajo nuevo, que me gusta. Claro que he de ir a trabajar.
¿A qué se refiere?
—No, no tienes por qué —repite con énfasis.
— ¿Te crees que me voy a quedar aquí sin hacer nada mientras tú andas por ahí salvando al mundo?
—La verdad… sí.
Oh, Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta… dame fuerzas.
—Santana, yo necesito trabajar.
—No, no lo necesitas.
—Sí… lo… necesito. —le repito despacio, como si fuera una niña.
—Es peligroso —dice torciendo el gesto.
—Santana… yo necesito trabajar para ganarme la vida, y además no me pasará nada.
—No, tú no necesitas trabajar para ganarte la vida… ¿y cómo puedes estar tan segura de que no te pasará nada?
Está prácticamente gritando.
¿Qué quiere decir? ¿Acaso piensa mantenerme? Oh, esto es totalmente ridículo. ¿Cuánto hace que la conozco… cinco semanas?
Ahora está muy enfadada. Sus tormentosos ojos centellean, pero no me importa en absoluto.
—Por Dios santo, Santana, Leila estaba a los pies de tu cama y no me hizo ningún daño. Y sí, yo necesito trabajar. No quiero deberte nada. Tengo que pagar el préstamo de la universidad.
Aprieta los labios y yo pongo los brazos en jarras. No pienso ceder en esto.
¿Quién se cree que es?
—No quiero que vayas a trabajar.
—No depende de ti, Santana. La decisión no es tuya, además antes de ir al trabajo tengo cita para los exámenes con la doctora Greene.
Se pasa la mano por el pelo mientras sus ojos me fulminan. Pasamos segundos, minutos, sin dejar de retarnos con la mirada.
—Sawyer te acompañará.
—Santana, no es necesario. No tiene ninguna lógica.
— ¿Lógica? —gruñe—. O te acompaña, o verás lo ilógica que puedo ser para retenerte aquí.
¿No sería capaz? ¿O sí?
— ¿Qué harías exactamente?
—Ah, ya se me ocurriría algo, Brittany. No me provoques.
— ¡De acuerdo! —acepto, levantando las dos manos para apaciguarla.
Maldita sea… Cincuenta ha vuelto para vengarse.
Permanecemos ahí de pie, fulminándonos con la mirada.
—Muy bien: Sawyer puede venir conmigo, si así te quedas más tranquila.
Cedo finalmente, y pongo los ojos en blanco.
Santana entorna los suyos y avanza hacia mí, amenazante. Inmediatamente, doy un paso atrás. Ella se detiene y suspira profundamente, cierra los ojos y se peina el cabello con las dos manos. Oh, no. Cincuenta sigue en plena forma.
— ¿Quieres que te enseñe el resto del apartamento?
¿Enseñarme el…? ¿Es una broma?
—Vale —musito cautelosa.
Nuevo cambio de rumbo: la señora Voluble ha vuelto. Me tiende la mano y, cuando la acepto, aprieta la mía con suavidad.
—No quería asustarte.
—No me has asustado. Solo estaba a punto de salir corriendo —bromeo.
— ¿Salir corriendo? —dice Santana, abriendo mucho los ojos.
— ¡Es una broma!
Por Dios…
Salimos del vestidor y aprovecho el momento para calmarme, pero la adrenalina sigue circulando a raudales por mi cuerpo. Una pelea con Cincuenta no es algo que pueda tomarse a la ligera.
Me da una vuelta por todo el apartamento, enseñándome las distintas habitaciones. Aparte del cuarto de juegos y tres dormitorios más en el piso de arriba, descubro con sorpresa que Taylor y la señora Jones disponen de un ala para ellos solos: una cocina, un espacioso salón y un cuarto para cada uno. La señora Jones todavía no ha vuelto de visitar a su hermana, que vive en Portland.
En la planta baja me llama la atención un cuarto situado enfrente de su estudio: una sala con una inmensa pantalla de televisión de plasma y varias videoconsolas. Resulta muy acogedora.
— ¿Así que tienes una Xbox? —bromeo.
—Sí, pero soy malísima. Sam siempre me gana. Tuvo gracia cuando creíste que mi cuarto de juegos era algo como esto.
Me sonríe divertida, su arrebato ya olvidado. Gracias a Dios que ha recobrado el buen humor.
—Me alegra que me considere graciosa, señora López —contesto con altanería.
—Pues lo es usted, señorita Pierce… cuando no se muestra exasperante, claro.
—Suelo mostrarme exasperante cuando usted es irracional.
— ¿Yo? ¿Irracional?
—Sí, señora López, irracional podría ser perfectamente su segundo nombre.
—Yo no tengo segundo nombre.
—Pues irracional le quedaría muy bien.
—Creo que eso es opinable, señorita Pierce.
—Me interesaría conocer la opinión profesional del doctor Flynn.
Santana sonríe.
—Yo creía que Trevelyan era tu segundo nombre.
—No, es un apellido.
—Pues no lo usas.
—Es demasiado largo. Ven —ordena.
Salgo de la sala de la televisión detrás de ella, cruzamos el gran salón hasta el pasillo principal, pasamos por un cuarto de servicio y una bodega impresionante, y llegamos al despacho de Taylor, muy amplio y bien equipado. Taylor se pone de pie cuando entramos. Hay espacio suficiente para albergar una mesa de reuniones para seis. Sobre un gran escritorio hay una serie de monitores. No tenía ni idea de que el apartamento tuviera circuito cerrado de televisión. Por lo visto controla la terraza, la escalera, el ascensor de servicio y el vestíbulo.
—Hola, Taylor. Le estoy enseñando el apartamento a Brittany.
Taylor asiente pero no sonríe. Me pregunto si le habrán amonestado también. ¿Y por qué sigue trabajando todavía? Cuando le sonrío, asiente educadamente. Santana me coge otra vez de la mano y me lleva a la biblioteca.
—Y, por supuesto, aquí ya has estado.
Santana abre la puerta. Señalo con la cabeza el tapete verde de la mesa de billar.
— ¿Jugamos? —pregunto.
Santana sonríe, sorprendida.
—Vale. ¿Has jugado alguna vez?
—Un par de veces —miento, y ella entorna los ojos y ladea la cabeza.
—Eres una mentirosa sin remedio, Brittany. Ni has jugado nunca ni…
— ¿Te da miedo competir? —pregunto, pasándome la lengua por los labios.
— ¿Miedo de una cría como tú? —se burla Santana con buen humor.
—Una apuesta, señora López.
— ¿Tan segura está, señorita Pierce? —Sonríe divertida e incrédula al mismo tiempo.
— ¿Qué le gustaría apostar?
—Si gano yo, vuelves a llevarme al cuarto de juegos.
Se me queda mirando, como si no acabara de entender lo que he dicho.
— ¿Y si gano yo? —pregunta, una vez recuperado de su estupefacción.
—Entonces, escoges tú.
Tuerce el gesto mientras medita la respuesta.
—Vale, de acuerdo. ¿A qué quieres jugar: billar americano, inglés o a tres bandas?
—Americano, por favor. Los otros no los conozco.
De un armario situado bajo una de las estanterías, Santana saca un estuche de piel alargado. En el interior forrado en terciopelo están las bolas de billar. Con rapidez y eficiencia, coloca las bolas sobre el tapete. Creo que nunca he jugado en una mesa tan grande. Santana me da un taco y un poco de tiza.
— ¿Quieres sacar?
Finge cortesía. Está disfrutando: cree que va a ganar.
—Vale.
Froto la punta del taco con la tiza, y soplo para eliminar la sobrante. Miro a
Santana a través de las pestañas y su semblante se ensombrece.
Me coloco en línea con la bola blanca y, con un toque rápido y limpio, impacto en el centro del triángulo con tanta fuerza que una bola listada sale rodando y cae en la tornera superior derecha. El resto de las bolas han quedado diseminadas.
—Escojo las listadas —digo con ingenuidad y sonrío a Santana con timidez.
Ella asiente divertida.
—Adelante —dice educadamente.
Consigo que entren en las troneras otras tres bolas en rápida sucesión.
Estoy dando saltos de alegría por dentro. En este momento siento una gratitud enorme hacia Noah por haberme enseñado a jugar a billar, y a jugar tan bien. Santana observa impasible, sin expresar nada, pero parece que ya no se divierte tanto. Fallo la bola listada verde por un pelo.
— ¿Sabes, Brittany?, podría estar todo el día viendo cómo te inclinas y te estiras sobre esta mesa de billar —dice con picardía.
Me ruborizo. Gracias a Dios que llevo vaqueros. Ella sonríe satisfecha.
Intenta despistarme del juego, la muy cabróna. Se quita la chaqueta beis, la tira sobre el respaldo de una silla, me mira sonriente y se dispone a hacer la primera tirada.
Se inclina sobre la mesa. Se me seca la boca. Oh, ahora sé a qué ese refería. Santana, con vaqueros ajustados y una camiseta, inclinándose así… es algo digno de ver. Casi pierdo el hilo de mis pensamientos. Mete cuatro bolas rápidamente, y luego falla al intentar introducir la blanca.
—Un error de principiante, señora López —me burlo.
Sonríe con suficiencia.
—Ah, señorita Pierce, yo no soy más que una pobre mortal. Su turno, creo — dice, señalando la mesa.
—No estarás intentando perder a propósito, ¿verdad?
—No, no, Brittany. Con el premio que tengo pensado, quiero ganar.
Se encoge de hombros.
—Pero también es verdad que siempre quiero ganar.
La miro desfiante con los ojos entornados. Muy bien, entonces… Me alegro de llevar la blusa azul, que es bastante escotada. Me paseo alrededor de la mesa, agachándome a la menor oportunidad y dejando que Santana le eche un vistazo a mi escote. A este juego pueden jugar dos. La miro.
—Sé lo que estás haciendo —murmura con ojos sombríos.
Ladeo la cabeza con coquetería, acaricio el taco y deslizo la mano arriba y abajo muy despacio.
—Oh, estoy decidiendo cuál será mi siguiente tirada —señalo con aire distraído.
Me inclino sobre la mesa y golpeo la bola naranja para dejarla en una posición mejor. Me planto directamente delante de Santana y cojo el resto de debajo de la mesa. Me coloco para la próxima tirada, recostada sobre el tapete. Oigo que Santana inspira con fuerza y, naturalmente, fallo el tiro. Maldición…
Ella se coloca detrás de mí mientras todavía estoy inclinada sobre la mesa, y pone las manos en mis nalgas. Mmm…
— ¿Está contoneando esto para provocarme, señorita Pierce?
Y me da una palmada, fuerte.
Jadeo.
—Sí —contesto en un susurro, porque es verdad.
—Ten cuidado con lo que deseas, bella.
Me masajeo el trasero mientras ella se dirige hacia el otro extremo de la mesa, se inclina sobre el tapete y hace su tirada. Golpea la bola roja, y la mete en la tronera izquierda. Apunta a la amarilla, superior derecha, y falla por poco. Sonrío.
—Cuarto rojo, allá vamos —la provoco.
Ella apenas arquea una ceja y me indica que continúe. Yo apunto a la bola verde y, por pura chiripa, consigo meter la última bola naranja.
—Escoge la tronera —murmura Santana, y es como si estuviera hablando de otra cosa, de algo oscuro y desagradable.
—Superior izquierda.
Apunto a la bola negra y le doy, pero fallo. Por mucho. Maldita sea.
Santana sonríe con malicia, se inclina sobre la mesa y, con un par de tiradas, se deshace de las dos lisas restantes. Casi estoy jadeando al ver su cuerpo ágil y flexible reclinándose sobre el tapete. Se levanta, pone tiza al taco y me clava sus ojos ardientes.
—Si gano yo…
¿Oh, sí?
—Voy a darte unos azotes y después te follaré sobre esta mesa.
Dios… Todos los músculos de mi vientre se contraen.
—Superior derecha —dice en voz baja, apunta a la bola negra y se inclina para tirar.
O_o***** - Mensajes : 250
Fecha de inscripción : 05/05/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
JAJA Y SE QUE VA A GANAR JAJA!!!
POBRE BRITT
POBRE BRITT
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Waaahhhh me encantoo el cap. *-* gracias gracias gracias x actualizar jeje besoos :*
saibelli** - Mensajes : 52
Fecha de inscripción : 06/03/2013
Edad : 33
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
¡Wow!, estuvo increible el capítulo!! *ww*
Espero que actualices pronto eh :)
Saludos.
Anddy Rivera Morris******* - Mensajes : 407
Fecha de inscripción : 16/05/2013
Edad : 27
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
ES INCREIBLE, EN SERIO DE LO MEJOR QUE HE LEIDO POR AQUI.
NO CONOZCO LA HISTORIA EN LA QUE SE BASA, PERO NO DEJA DE SER ATRAPANTE.
Y LA VERDAD EL SENTIDO QUE TOMA LA HISTORIA, COMO PUEDE LLEGAR J SENTIR UNA PERSONA. LA DE SENTÍMIENTOS Y FASES QUE PUEDE EXPERIMENTAR UN SER HUMANO TANTOS QUE SE SIENTE DESFALLECER Y HASTA MORIR PERO SIN RESULTADO.
ES LO MEJOR DE LO MEJOR MUY GRATIFICANTE Y ABASTECEDOR.
ESPERO LA ACTU, SALUDOS Y GRACIAS!!!. NATY
NO CONOZCO LA HISTORIA EN LA QUE SE BASA, PERO NO DEJA DE SER ATRAPANTE.
Y LA VERDAD EL SENTIDO QUE TOMA LA HISTORIA, COMO PUEDE LLEGAR J SENTIR UNA PERSONA. LA DE SENTÍMIENTOS Y FASES QUE PUEDE EXPERIMENTAR UN SER HUMANO TANTOS QUE SE SIENTE DESFALLECER Y HASTA MORIR PERO SIN RESULTADO.
ES LO MEJOR DE LO MEJOR MUY GRATIFICANTE Y ABASTECEDOR.
ESPERO LA ACTU, SALUDOS Y GRACIAS!!!. NATY
naty_LOVE_GLEE- ---
- Mensajes : 594
Fecha de inscripción : 06/05/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
wooooow ya no se ke es peor, si el cuarto de juegos, o ke le de azotes ahi mismo, (sobre la segunda parte del premio de santana si estoy deacuerdo) no podrian kedar empates?? jajaja
Saludos
Saludos
victoria555****** - Mensajes : 399
Fecha de inscripción : 28/10/2012
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Hola, te confieso algo...leí y tuve que salir a la Iglesia...mientras estaba en plena misa, yo pensando en tu Fic...sentí que el lugar se iba a caer en pedazos por mi culpa XD
Bueno, he notado que me has mencionado ¿Está bien que me emocione? Ya sabes que me encanta esta historia, me pone de buenas, entonces se me da natural.
Antes de empezar hablar del capítulo...Ok, Dr. Flynn...Hoooola :3 :D Me lo imaginaba diferente.
Por un momento pensé que Leila la acosadora Friki numero uno, también era cleptomana...así como Britt dije: "Shit, se robo todo la maldita" pero no, fue la dulce Santana quien por proteger a su Britt ahora compartirá habitación con ella:
Quería compartir la habitación contigo —murmura. Aww, yo me la como :3 ¿No es una ternura?
Lo más tierno es que le dice que cuando duerme con Britt, no tiene pesadillas. Me gusta está Santana, la que intenta desprenderse de las Sombras de su pasado y muestra el amor que le tiene a Britt.
Por cierto, ahora descubro que Santana es perfecta para mi...¡Por dios tiene un X-box! :3 la amo.
Britt, mi dulce Britt...has comenzado un juego, en el que tristemente perderás. Ella pidió jugar, comenzó a coquetear y si pierde, ya me imagino lo que le espera...
—Si gano yo…
¿Oh, sí?
—Voy a darte unos azotes y después te follaré sobre esta mesa. o.O Britt...corre!
XD Ok, un abrazo...como verás me encanto el capítulo, hasta el próximo!
Ali_Pearce- - Mensajes : 1107
Fecha de inscripción : 07/06/2012
Edad : 31
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
estos capítulos me han encantado, están llenos de nuevos detalles de la vida de santana y por sobre todo mas emociones entregadas en la relación. atrapada en tu historia. gracias por escribir
Camila18**** - Mensajes : 151
Fecha de inscripción : 28/05/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Awwww cada vez me gusta mas la relacion vainilla de las chicas, Lopez si que sabe ser dulce y linda cuando quiere... Pero por un lado britt tiene razon en estar insegura de que cincuenta un dia quiera hacer con ella lo que acostumbra hacer... como bien dijo es parte de su ser, me encantas sus peleas y reconciliaciones... ufff cada escena hot es mejor que la anterior *-* jejejejej
Excelente cap como siempre...
Excelente cap como siempre...
aria- - Mensajes : 1105
Fecha de inscripción : 03/12/2012
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
mori y volvi a nacer!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
oh por todo lo bueno de este mundo, cada dia me gusta mas este fic, esta buenisimooooo.....
Invitado- Invitado
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
le espera me mataaaa :'(
Alisseth***** - Mensajes : 254
Fecha de inscripción : 18/05/2013
Página 26 de 40. • 1 ... 14 ... 25, 26, 27 ... 33 ... 40
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