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[Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
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Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
oh Por Dios!!
Estos caps ha sido muy.. Fuertes pobre Britt, es horrible todo esto.. pero lo que me alegra es que por lo menos establecio una breve conexion con ellos la pudieron escuchar.. Ojala si haya una manera de sacarla de alli, ella no pidio estar alli, Jake debe desaparecer de unas vez por TODAS!!! :(
Estos caps ha sido muy.. Fuertes pobre Britt, es horrible todo esto.. pero lo que me alegra es que por lo menos establecio una breve conexion con ellos la pudieron escuchar.. Ojala si haya una manera de sacarla de alli, ella no pidio estar alli, Jake debe desaparecer de unas vez por TODAS!!! :(
aria- - Mensajes : 1105
Fecha de inscripción : 03/12/2012
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
por favor, hasta cuando, brittany tiene que salir de ahi! que desesperacion!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
me siento tan triste y colérica con todo esto que la verdad es bien dura esta trama como van a salir de esta puffffffff vamos con fe
imperio0720****** - Mensajes : 322
Fecha de inscripción : 19/04/2012
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
Y se pondrá mucho mejor si pobre britt, pero ya veremos que es lo que pasa y no te preocupes pronto llegara la ayuda o quien sabe...khandyy escribió:OMG cada capitulo se pone mas interesante , pobre de britt meda mucha pena, pero bueno ya quiero que llegue la ayuda.
Saludos y plus actualiza pronto
muchos saludos y gracias por comentar hasta la próxima:): .
Estoy de acuerdo contigo de Jake debe desaparecer, pero ya veremos como sale todo esto al final, y pues aqui cuelgo tres capitulos mas haber si les gusta, van haber que se pone mas impresionantearia escribió:oh Por Dios!!
Estos caps ha sido muy.. Fuertes pobre Britt, es horrible todo esto.. pero lo que me alegra es que por lo menos establecio una breve conexion con ellos la pudieron escuchar.. Ojala si haya una manera de sacarla de alli, ella no pidio estar alli, Jake debe desaparecer de unas vez por TODAS!!! :(
muchos saludos y hasta próxima
No te preocupes, pronto se pondrán en acción ciertas personitasmicky morales escribió:por favor, hasta cuando, brittany tiene que salir de ahi! que desesperacion!
bueno aquí te dejo tres capítulos mas espero y los disfrutes
muchos saludos
No te preocupes, ya veremos que es lo que pasa mas adelante, y creo que muy pronto aparecerá ayuda pero bueno mejor las dejo para que lean los capítulos siguientesimperio0720 escribió:me siento tan triste y colérica con todo esto que la verdad es bien dura esta trama como van a salir de esta puffffffff vamos con fe
muchos saludos
Emma.snix*** - Mensajes : 101
Fecha de inscripción : 02/08/2013
Edad : 32
Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades Capitulo: 12 La historia de Hanna. Capitulo: 13 Hablando del diablo. Capitulo: 14 El mensajero
Capitulo: 12
La historia de Hanna
La historia de Hanna
Después de esa primera experiencia de lo que Puck llamaba «proyección», me era difícil pensar en otra cosa. Ahora que había saboreado de nuevo mi hogar, el hotel Ambrosía me parecía más vacío que nunca. Pasaban los días y actuaba como una autómata, sin quejarme, a la espera de la siguiente oportunidad de regresar a Venus Cove y saber qué estaba ocurriendo. Así que cada vez que Hanna me cepillaba el pelo o se movía a mi alrededor ordenando las cosas, solo pensaba en cómo cumpliría mi objetivo: volver a ver a Santana. Cuando Puck montaba guardia, yo contaba los minutos que faltaban para que finalmente se fuera a la cama y estuviera libre para volver a pasear por el lugar al que pertenecía, aunque fuera como un ser invisible.
Pero Puck era capaz de leerme los pensamientos mejor de lo que yo creía:
—Es adictivo, ¿verdad? Al principio nunca se tiene bastante —dijo.
No podía negarlo. El haber viajado hasta Byron me había proporcionado la mayor emoción que nunca hubiera experimentado.
—Era muy real. Estaba tan cerca que podía olerlos a todos.
Puck me observó con atención.
—Debería verse la cara. Se le ilumina cada vez que habla de ellos.
—Eso es porque lo son todo para mí.
—Lo sé, pero hay una cosa que no debe olvidar. Cada vez que regrese verá que ellos habrán continuado un poco más con su vida. El tiempo aplaca el dolor, y uno se convierte en un recuerdo muy querido. Al final, no se es más que un fantasma que visita a unos desconocidos.
—Para mí no será nunca así —afirmé, mirando a Puck con mal humor. La idea de que Santana continuara adelante con su vida me resultaba insoportable y me negaba a tener en cuenta esa posibilidad—. Además ¿no olvidas algo? No soy un fantasma. Resulta que estoy viva. ¿Ves? —Me di un buen pellizco en el brazo y observé la rojez que se me formaba en la piel—. ¡Ay!
Puck sonrió ligeramente ante esa demostración.
—Quiere regresar ahora mismo, ¿no?
—Por supuesto. ¿Es que tú no querrías?
— ¿Ha sido usted siempre tan paciente?
—No —respondí con aspereza—. Solo desde que soy humana.
Puck frunció el ceño y pensé que quizá dudara de mi capacidad de utilizar ese don de forma responsable. Decidí tranquilizarlo.
—Gracias por habérmelo enseñado, Puck. Necesitaba algo que me ayudara a sobrevivir en este lugar, y volver a ver a mi familia ha significado mucho.
Puck, que no estaba acostumbrado a los agradecimientos, pareció avergonzado e inquieto.
—De nada —farfulló. Rápidamente, la expresión de su rostro se hizo más severa—. Por favor, tenga cuidado. No sé lo que haría Jake si se enterara.
—Lo tendré —le aseguré—. Pero voy a encontrar la manera que salgamos de aquí.
— ¿Salgamos? —preguntó él.
—Por supuesto. Ahora somos un equipo.
Puck estaba en lo cierto: yo pensaba regresar esa misma noche. Ese pedacito de mi hogar que se me había ofrecido no había hecho más que aumentar mi deseo. Y aunque no le había mentido al decirle que intentaría que todos saliéramos de allí, no era ese el principal pensamiento que me ocupaba la mente. El impulso que sentía era mucho más indulgente conmigo misma: solo quería ver a Santana otra vez y fingir que nada había cambiado. Fuera lo que fuese lo que ella estuviera haciendo, yo quería estar a su lado. Quería impregnarme de su presencia todo lo posible para llevármela conmigo de vuelta. Sería un talismán que me ayudaría a soportar los largos e interminables días y noches que me quedaban por delante.
Así que cuando Hanna apareció por la puerta con la bandeja de la cena, mi primera reacción fue despedirla de inmediato. Estaba deseando meterme en la enorme cama e iniciar ese proceso que me enviaría a casa otra vez. Hanna me miraba con la misma expresión de siempre, como si deseara poder hacer alguna cosa más para ayudarme. A pesar de que era más joven que yo, había adoptado una actitud maternal hacia mí, como si yo fuera un pollito al que había de proteger y cuidar para que se pusiera fuerte. Fue solamente para complacerla por lo que tomé unos bocados de la cena que me había preparado: pan, una especie de estofado y una tarta de fruta. Cuando terminé, en lugar de marcharse inmediatamente vi que se demoraba un poco conmigo, como si le estuviera dando vueltas mentalmente a algo.
—Señorita —dijo al fin—. ¿Cómo era su vida antes de venir aquí?
—Estaba en el último curso en la escuela y vivía en una pequeña ciudad en la cual todo el mundo se conoce.
—Pero no es de allí de donde viene usted.
Me sorprendió que Hanna hiciera referencia a mi anterior hogar. En la Tierra estaba acostumbrada a ocultar nuestro secreto y olvidaba que aquí todos conocían mi verdadera identidad.
—Aunque no vengo de Venus Cove —admití—, se ha convertido en mi casa. Iba a una escuela que se llama Bryce Hamilton y mi mejor amiga se llamaba Rachel.
—Mis padres trabajaban en una fábrica —dijo Hanna de repente—. Éramos demasiado pobres para que yo pudiera ir a la escuela.
— ¿Tenías libros en casa?
—No aprendí a leer.
—Nunca es tarde —la animé—. Si quieres, te puedo enseñar.
Pero en lugar de animarla como había esperado, mis palabras parecieron ejercer el efecto contrario. Hanna bajó la mirada y su sonrisa desapareció.
—Ya no tiene mucho sentido, señorita —dijo.
—Hanna —empecé a decir, eligiendo con atención qué palabras emplear—, ¿te puedo hacer una pregunta?
Me miró con aprensión, pero asintió con la cabeza.
— ¿Cuánto hace que estás aquí?
—Más de setenta años —contestó en tono de resignación.
— ¿Y cómo puede ser que alguien tan amable y bondadoso como tú haya acabado aquí? —pregunté.
—Es una historia larga.
—Me gustaría que me la contaras —la invité.
Hanna se encogió de hombros.
—No hay mucho que decir. Yo era joven. El deseo que sentía de salvar a una persona era mayor que el que tenía por proteger mi propia vida. Hice un pacto, me vendí, y cuando me di cuenta del error ya era demasiado tarde.
— ¿Tomarías otra decisión si pudieras dar marcha atrás?
—Supongo que intentaría conseguir lo mismo pero de forma distinta.
Hanna miró fijamente hacia delante con tristeza, perdida en sus recuerdos.
—Eso significa que te arrepientes. Eras demasiado joven para saber lo que hacías. Cuando mi familia venga a buscarme, te llevaremos con nosotros. No te dejaré aquí.
—No pierda el tiempo preocupándose por mí, señorita. Yo tomé libremente la decisión de venir y no hay forma de romper un pacto como ese.
—Oh, no lo sé —repliqué con optimismo—. Todo trato es renegociable.
Hanna sonrió y su tristeza desapareció durante un momento.
—Me gustaría ser perdonada —dijo en voz muy baja—, pero no hay nadie ahí para hacerlo.
Aunque estaba ansiosa por regresar al lado de Santana, no podía ignorar el grito de socorro de Hanna. Ella me había cuidado y se había preocupado por mí durante ese negro período y me sentía en deuda con ella. Además, hacía solamente unas pocas semanas que estaba en el Hades y Hanna hacía décadas que arrastraba su peso, fuera cual fuese. Lo mínimo que podía hacer era tranquilizarla todo lo que pudiera. Me desplacé un poco para hacerle sitio en la cama y di unos golpecitos sobre la colcha, a mi lado. Si alguien que no nos conociera nos hubiera visto, habría pensado que no éramos más que dos adolescentes que compartían confidencias.
Hanna dudó un momento y miró con aprensión hacia la puerta, pero se sentó a mi lado. Me di cuenta de que se sentía incómoda, pues mantenía la vista baja y retorcía un botón del uniforme con sus dedos enrojecidos por los trabajos domésticos. Parecía estar decidiendo si podía confiar en mí. ¿Quién podría culparla? Ella estaba sola en el mundo de Jake, no podía acudir a nadie en busca de una palabra amable o de un consejo y había llegado al punto de sentir gratitud por cada comida y por cada noche de descanso. Pensé que si alguien quisiera hacerle daño a Hanna, ella lo soportaría como una mártir porque no creía merecer nada mejor.
Al fin, Hanna se incorporó un poco y suspiró.
—Casi no sé por dónde empezar. Hace tanto tiempo que no hablo de mi antigua vida…
—Empieza por donde quieras —la animé.
—Empezaré por Buchenwald —dijo en voz baja. Hablaba con cierto tono de distancia y su rostro joven no mostraba ninguna emoción, como si fuera una contadora de cuentos que estuviera narrando una fábula en lugar de un relato de primera mano.
— ¿El campo de concentración? —pregunté casi sin poder creerlo—. ¿Estabas allí? No tenía idea. —Al instante lamenté haberla interrumpido, pues mi reacción le había hecho perder el hilo de sus pensamientos—. Por favor, continúa.
—En vida me llamaba Hanna Marín. En 1933 cumplí dieciséis años. La crisis económica se había cernido sobre los trabajadores de la manera más cruda. Teníamos poco dinero y yo no sabía hacer nada, así que me uní a las Juventudes Hitlerianas y, cuando abrieron Buchenwald, me mandaron allí a trabajar. —Hizo una pausa y respiró profundamente—. Yo sabía que todo lo que pasaba allí era malo. No solo eso, sino que sabía que estaba rodeada por el mal. Pero me sentía incapaz de hacer nada al respecto y no quería defraudar a mi familia. Todo el mundo a mi alrededor preguntaba: « ¿Dónde está Dios ahora? ¿Cómo puede permitir que suceda esto?». Yo intentaba no pensar en ello, pero en el fondo estaba enojada con Dios: lo culpaba de todo. Pensaba pedir el traslado y abandonar el campo para irme con mi familia cuando llegó una chica nueva a quien conocía, pues habíamos jugado juntas de niñas. Ella vivía en mi calle e iba a la escuela local. Su padre era médico y había tratado a mi hermano cuando tuvo el sarampión, sin cobrar. La niña se llamaba Emily. Compartía sus libros de la escuela conmigo porque sabía que yo tenía un ferviente deseo de aprender. Yo era demasiado joven para comprender la diferencia que había entre las dos. Sabía que su vida era como la mía pero que ella iba a la escuela y era judía. Me enteré de que las SS habían desalojado a su familia, pero no la habían vuelto a ver hasta que ese día apareció e Buchenwald. Estaba con su madre, y yo intenté esconderme; no quería que me viera. Cuando la trajeron al pabellón, Emily no se encontraba bien y fue empeorando. Tenía problemas en los pulmones y no podía respirar bien. Estaba demasiado débil para trabajar y yo sabía cuál sería su destino, solo era cuestión de tiempo. Y, por algún motivo, me di cuenta de que no podía permitir que eso sucediera.
Fue entonces cuando conocí a Jake. Era uno de los oficiales que vigilaban el campo, pero entonces tenía un aspecto distinto al de ahora. Su cabello era más claro y, con el uniforme, no llamaba tanto la atención. Yo sabía que le gustaba. Me sonreía e intentaba entablar conversación cada vez que servía la comida a los oficiales. Un día me sentía muy triste a causa de Emily y me detuvo para preguntarme qué sucedía. Cometí el error de confiar en él y le conté el miedo que sentía por mi amiga de la infancia. Cuando me dijo que quizá pudiera ayudarme, no pude creer la suerte que estaba teniendo. Pensaba que si hacía una cosa buena sería capaz de volver a respetarme a mí misma. Karl, que así se llamaba Jake entonces, era fascinante y muy guapo. El hecho de que alguien como él reconociera simplemente mi existencia, por no hablar de que mostrara interés por mis problemas, era halagador. Me preguntó si creía en Dios, y le contesté que tal como había ido mi vida hasta ese momento, si dios existía nos había abandonado por completo. Karl me dijo que quería contarme un secreto porque creía que podía confiar en mí. Me explicó que servía a un señor que estaba por encima de él, y que ese señor recompensaba la lealtad. Me aseguró que yo podría ayudar a Emily si le juraba lealtad eterna a su señor, que no tuviera miedo y que mi sacrificio sería recompensado con la vida eterna. Cuando lo pienso, no puedo comprender por qué se molestó en elegirme. Creo que debía de sentirse aburrido y buscaba a alguien con quien jugar. —Hanna calló un instante mientras su mente viajaba por esos tiempos funestos—. Entonces me pareció tan sencillo…
— ¿Qué pasó? —pregunté, aunque las respuesta era evidente.
—Emily se curó. Jake le devolvió la salud, así que los guardias no tuvieron ningún motivo para hacerle daño y yo vine a esta oscuridad. Pero no estaba segura de que Jake hubiera mantenido su parte del pacto…
— ¿Lo hizo? —pregunté, sin aliento.
—Consiguió que ella se encontrara bien otra vez. —Los tristes ojos azules de Hanna se clavaron en los míos—. Pero eso no impidió que la llevaran a la cámara de gas al cabo de dos semanas.
— ¡Te traicionó! —No podía creer lo que me contaba—. Te engañó para que vendieras tu alma. Eso es despreciable, incluso en el caso de Jake.
—Hubiera podido ser peor —aseguró Hanna—. Cuando fui enviada al Hades, por algún motivo me salvé del foso. Me asignaron las tareas del hotel y he estado aquí desde entonces. Así que ya lo ve, señorita, yo misma sellé mi destino. No tengo derecho a quejarme.
—Pero tus intenciones eran buenas, Hanna. Creo que hay esperanza para todo el mundo.
—La hay mientras uno camina por la Tierra. Pero este es el destino final. Ahora no espero nada, y no creo en los milagros.
—Has conocido las obras del mal —dije—. ¿Por qué no puedes creer en el poder del Cielo también?
—El Cielo no tiene misericordia para los que son como yo. Hice un pacto y ahora pertenezco al Infierno. Ni siquiera los ángeles pueden romper estas ataduras.
Me senté en el borde de la cama con el ceño fruncido. ¿Era posible que Hanna tuviera razón? ¿Sería verdad que las leyes del Cielo y del Infierno la mantenían atada a esta prisión? Sin duda, su sacrificio tenía que contar para algo. Pero quizá las cosas no funcionaban de esta forma. Esperaba no haberle hecho una promesa que no fuera capaz de cumplir.
Hanna se puso a ordenar las cosas de mi tocador: casi todo eran perfumes franceses, lociones y polvos… la clase de cosas que Jake creía que me harían feliz. La verdad era que no tenía ni idea. Observé a Hanna, que se movía por la habitación y evitaba cruzar la mirado conmigo.
—No crees que me lleguen a encontrar, ¿verdad? —pregunté en voz baja.
Ella no respondió, pero sus movimientos se hicieron más energéticos. Sentí un irreprimible impulso de agarrarla por los hombros y sacudirla hasta hacérselo comprender, porque si conseguía convencer Hanna quizá pudiera convencerme a mí misma de que no sería una prisionera para toda la eternidad.
— ¡No lo entiendes! —Grité, sorprendida de mi propia reacción—. No comprendes quién soy. Ahora mismo una alianza de arcángeles, además de un serafín, deben de estar buscándome. Encontrarán la manera de sacarme de aquí.
—Si usted lo dice, señorita —respondió Hanna en tono mecánico.
—No lo digas de esa manera —protesté, lazándole una mirada fulminante—. ¿Qué es lo que de verdad piensas?
—De acuerdo le diré lo que pienso. —Hanna dejó el trapo del polvo y me miró—. Si para los ángeles fuera tan fácil entrar en esta prisión, ¿no cree que a estas alturas ya lo habrían hecho? —El tono de Hanna se hizo más cariñoso—. Si pudieran liberar a las almas atormentadas, ¿no lo habrían hecho? ¿Dios no habría intervenido? Mire, señorita, el Cielo y el Infierno están unidos a leyes tan antiguas como el tiempo. Ningún ángel puede entrar aquí sin haber sido invitado. Piénselo de la siguiente forma: ¿podría un demonio entrar en el cielo libremente?
—En absoluto —repuse, mientras intentaba seguir el curso de su razonamiento—. Ni en un millón de años. Pero esto es diferente, ¿no?
—Lo único que tiene usted a favor es que Jake le tendió una trampa para que usted confiara en él. Sus ángeles tendrán que encontrar una fisura en las leyes, igual que hizo Jake. No es imposible, pero es muy difícil. Las entradas al Infierno están bien vigiladas.
—No te creo —afirmé en voz alta, como si hablara ante un público—. Si hay voluntad, siempre se encuentra una manera. Y Santana es la persona de mayor voluntad que conozco.
—Ah, sí, la chica humana de su ciudad —recordó Hanna, pensativa—. He oído cosas de ella.
¿Qué cosas? —pregunté, enardecida al oír hablar de Santana.
—El príncipe está muy celoso de ella —dijo Hanna—. Esa chica posee todos los dones que un humano pueda desear: belleza, fortaleza y coraje. No le teme a la muerte y se ha alineado con los ángeles. Además, ella tiene lo que Jake más desea.
— ¿Y qué es?
—La llave de su corazón. Eso convierte a la chica en una gran amenaza.
— ¿Lo ves, Hanna? —dije—. Si Jake se siente amenazado, eso significa que, después de todo, hay esperanza. Santana vendrá a buscarnos.
—A buscarla a usted —me corrigió Hanna—. Y aunque así sea, ella solo es una chica de corazón valiente. ¿Cómo podría la fuerza de una humana oponerse a Jake y a un ejército de demonios?
—Podrá —repliqué—, si tiene el poder celestial a su lado. Al fin y al cabo, Cristo era un humano.
—También era el Hijo de Dios. Hay una diferencia.
— ¿Crees que hubieran podido crucificar a Cristo si no hubiera sido humano? —pregunté—. Era de carne y hueso, igual que Santana. Hace tanto tiempo que estás aquí que subestimas el poder de los seres humanos. Son una fuerza de la naturaleza.
—Perdóneme, señorita, si no tengo esperanza como usted —repuso Hanna con humildad—. No quiero hacer volar mis sueños para que, luego les corten las alas. ¿Lo comprende?
—Sí, Hanna, lo comprendo —dije, al fin—. Es por eso que si no te importa, yo tendré esperanzas por las dos.
Cuando se hubo ido me quedé un buen rato pensando en la historia de Hanna. No podía quitármela de la cabeza a pesar del intenso deseo que tenía de viajar a Venus Cove: pensé en Hanna y en las dificultades de su joven vida, y en lo poco que yo sabía acerca del sufrimiento humano. Mi conocimiento de los más oscuro episodios de la humanidad se reducía a los datos, pero la experiencia humana era mucho más compleja. Probablemente, Hanna podría enseñarme más cosas de las que yo creía.
Una cosa sí sabía: ella había cometido un error, pero se había mostrado arrepentida y lamentaba sus acciones. Y si su destino era vivir bajo tierra durante toda la eternidad, algo fallaba en el sistema. No era posible que el Cielo se mostrara pasivo y permitiera que tal abuso no sufriera ningún castigo. «Mía es la venganza, yo daré la recompensa», dijo el Señor. Hanna estaba equivocada. El Cielo iba a hacer justicia. Solo tenía que ser paciente.
Emma.snix*** - Mensajes : 101
Fecha de inscripción : 02/08/2013
Edad : 32
Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades Capitulo: 12 La historia de Hanna. Capitulo: 13 Hablando del diablo. Capitulo: 14 El mensajero
Capitulo: 13
Hablando del diablo
Hablando del diablo
No tenía ni idea de qué hora sería en Venus Cove. No dejaba de pensar en el dormitorio de Santana, con todas sus cosas regadas por todas partes y los libros de texto mal amontonados encima de la alfombra. Por algún motivo, ahí era donde deseaba ir. La idea de estar en su habitación, rodeada de sus cosas, hacía palpitar mi corazón con nostalgia. ¿Dónde se encontraría Santana en ese mismo instante? ¿Se sentía feliz o triste? ¿Pensaba en mí? Lo que sí sabía con certeza era que Santana poseía la clase de honradez que se convertía a un ser mortal. Ella nunca abandonaría a ninguno de sus amigos en caso de que necesitaran ayuda, y tampoco me abandonaría a mí. Sentí frío, y me di cuenta de que las ascuas de la chimenea se estaban apagando. Me abrigué con la colcha de color burdeos que había al pie de mi cama. Las velas estaban casi consumidas y proyectaban unas sombras alargadas sobre las paredes.
Haber llegado a la conclusión de que no me dejarían abandonada en el sofocante reino de Jake me hacía sentir un poco más tranquila. En cuanto noté que me invadía el sueño, concentré toda mi energía en establecer contacto con Santana. El cuerpo se me hizo más pesado y, a pesar de ello, sentí una levedad indescriptible. No pude detectar el momento exacto en que se produjo la separación, en que materia y espíritu siguieron caminos distintos, pero supe que empezaba a suceder cuando me di cuenta de que las cosas de mi habitación se me aparecían borrosas. De repente, me encontré con el yeso del techo delante de la nariz. Lo único que tenía que hacer era abandonarme e ir a la deriva.
Viajé como una vibración sonora en el tiempo y el espacio, por encima del agua, hasta que llegué al punto de destino. Me encontré de pie en el dormitorio de Santana. No fue exactamente un aterrizaje, sino más bien como un golpe de viento que penetra por el resquicio de la puerta. Santana estaba tumbada boca abajo sobre la cama, con la cara hundida en la almohada. Ni siquiera se había molestado en quitarse los zapatos. En el suelo había un ejemplar de la revista de Princeton Las mejores 371 universidades. La madre de Santana, Ana, también había conseguido un ejemplar para mí y había insistido en que elaboráramos una lista de nuestras diez preferidas. Sonreí al recordar la conversación que mi novia y yo habíamos mantenido hacía solamente unos días, antes de la fiesta de Halloween. Estábamos tumbadas en el césped y leíamos en voz alta los datos más interesantes de las universidades de nuestra lista.
—Iremos a la misma universidad verdad, ¿vale? —había dicho Santana. Era más una afirmación que una pregunta.
—Eso espero —contesté—. Pero supongo que eso depende de que ellos no quieran destinarme a otro lugar.
—Que no se metan en nuestros asuntos. No quiero oír nunca más «depende», Britt —dijo Santana—. Les explicaremos qué queremos. Hemos pasado muchas cosas juntas y nos hemos ganado ese derecho.
—De acuerdo —repuse, y lo dije en serio.
Tomé el pesado ejemplar que Santana tenía entre las manos y pasé las páginas con indiferencia.
— ¿Qué tal Penn State? —pregunté, mientras buscaba en el índice.
— ¿Estás de broma? A mis padres les daría un ataque.
— ¿Por qué? ¿Qué tiene de malo?
—Dicen que es un desmadre.
—Pensaba que elegías tú.
—Y así es, pero eso no significa que ellos no prefieran alguna de la Ivy League, que por algo son las mejores. O por lo menos, una como Vanderbilt.
— ¿La Universidad de Mississippi? —pregunté—. Rachel y las chicas han solicitado su admisión allí. Quieren entrar en una hermandad femenina.
— ¿Tres años más con Rachel? —Santana arrugó la nariz en broma.
—Me gusta Ole Miss —dije con expresión soñadora—. ¿Qué te parece? Además, Oxford sería como esto, nuestra pequeña ciudad.
Santana sonrió.
—Me gusta la idea. Y está cerca de casa. Ponla en la lista.
Volvía a oír toda esa conversación mentalmente, como si la hubiéramos mantenido el día anterior. Y ahora Santana estaba ahí, tirada sobre la cama, y todos sus planes de futuro habían sido abandonados. Santana se dio la vuelta para tumbarse de espaldas y clavó la vista en el techo. Se quedó sumida en sus pensamientos. Su rostro mostraba claras señales de agotamiento. La conocía lo suficiente para adivinar cómo se sentía. En ese momento estaba pensando: « ¿Y ahora, qué? ¿Qué voy a hacer ahora? ¿Qué más puedo hacer?». Santana tenía una parte racional muy marcada, por eso mucha gente acudía a ella en busca de consejo. Incluso algunos estudiantes a quienes no conocía mucho habían ido a pedirle opinión sobre qué clase de programa preuniversitario debían seguir, o qué deporte debían probar. Fuera cual fuese la pregunta, casi nunca se sentían defraudados: Santana tenía la asombrosa capacidad de analizar un problema desde todos los puntos de vista, y cuanto más complicado era, más decidida estaba a resolverlo.
Pero las dificultades a las que se enfrentaba en ese momento la superaban completamente. No encontraba respuestas, y yo sabía que eso la estaba matando. Santana no estaba acostumbrada a sentirse incapaz.
Pensé en todo lo que hubiera deseado decirle en ese momento: «No te preocupes. Encontraremos una solución. Siempre lo hacemos. Somos invencibles, ¿recuerdas?». Me sentí extraña, pues era como su nuestros papeles se hubieran invertido. Esta vez era yo quien quería ayudar a Santana. Me impulsé hacia delante hasta quedar a pocos centímetros de su rostro. Sus ojos, entrecerrados, parecían dos briznas de oscuridad, pero la melancolía les había arrebatado su brillo habitual. Su cabello negro se desparramaba sobre la almohada. Tenía las pestañas empapadas de lágrimas. La emoción que me embargó fue tan fuerte que estuve a punto de alejarme. Santana nunca se mostraba así. Sus ojos siempre estaban llenos de vida, incluso cuando se ponía seria. Su mera presencia iluminaba el espacio a su alrededor. Era la delegada de Bryce Hamilton, todos los miembros de la escuela la querían y la respetaban. Era la única persona de quien nadie hablaba mal nunca. No soportaba verla derrotada.
De repente, unos suaves golpes en la puerta me sobresaltaron tanto que volé al otro extremo de la habitación. Al hacerlo, levanté una corriente de aire tan fuerte que estuvo a punto de tumbar una silla, pero Santana no se dio cuenta. Al cabo de unos instantes, la puerta se abrió un poco y Ana sacó la cabeza por ella con expresión de disculpa por la interrupción. Al ver a su hija tumbada sobre la cama con esa apatía puso gesto de preocupación, pero rápidamente lo disimuló con una alegría fingida. El amor que sentía por su hija y el intenso deseo de protegerla eran patentes en la expresión de su rostro. Santana era tan hermosa que hubiera podido ser un ángel, pero la profunda tristeza que mostraba me daba miedo.
— ¿Quieres que te traiga algo? —Preguntó Ana—. Casi no has probado la cena.
—No mamá, gracias. —La voz de Santana sonaba ronca, sin vida—. Solo necesito dormir un poco.
— ¿Qué te sucede, cariño? —Ana se acercó despacio a la cama y se sentó a su lado. Se la veía indecisa: quizás invadir la intimidad de su hija adolescente cuando estaba tan preocupada no fuera una idea sensata. La falta de reacción de Santana indicaba que deseaba estar sola—. Nunca te había visto así. ¿Es un problema de chicas?
Me di cuenta de que su madre no tenía ni idea de lo que había ocurrido. Ella no le había dicho que yo había desaparecido. Supuse que era porque ella habría querido ponerse en contacto con el sheriff y habría preguntado por qué mi desaparición no estaba siendo investigada.
—Se podría decir así —repuso Santana.
—Bueno, esas cosas acaban resolviéndose por sí mismas —dijo ella, poniéndole una mano en el hombro con suavidad—. Ya sabes que tu padre y yo siempre estaremos aquí si nos necesitas.
—Lo sé, mamá. No te preocupes por mí. Estaré bien.
—No te lo tomes tan en serio —le aconsejó Ana—. Cuando se es joven todo parece cien veces peor de lo que es. No sé qué ha ocurrido entre tú y Britt, pero no puede ser tan terrible.
Santana dejó escapar una breve carcajada que no mostraba ninguna alegría. Adiviné lo que estaba pensando. Deseaba decir: «Bueno, mamá, mi novia ha sido raptada por un demonio y antiguo estudiante de Bryce Halmiton, ha sido arrastrada al Infierno a lomos de una motocicleta y ahora mismo no tenemos ni idea de cómo conseguir que regrese. Así que, sí, la verdad es que no es tan terrible».
Pero no lo dijo. Giró la cabeza y la miró.
—Déjalo, mamá —le dijo—. Es un problema mío. Estaré bien.
Vi en sus ojos que no deseaba preocuparla. Mi familia ya se estaba ocupando de ello, no tenía ningún sentido que Ana también se viera involucrada. Cuanto menos supiera, mejor para todos. Mi desaparición no era algo fácil de explicar, no era el tipo de noticia que uno quiere darle a su protectora madre justo antes de los exámenes de fin de curso.
—De acuerdo —asintió Ana, y se inclinó para darle un beso en la frente—. Pero Santana, cariño....
— ¿Qué? —Giró la cabeza, pero fue incapaz de aguantar la mirada de su madre.
—Ella volverá. —Ana le sonrió con expresión de certeza—. Todo se solucionará.
Se puso en pie, salió de la habitación y cerró la puerta con suavidad.
Cuando se hubo marchado, Santana se abandonó por fin al cansancio. Se quitó zapatos y se tumbó de lado. Me alegré de que por fin se sumiera en un profundo sueño y de que la tortura de sentirse impotente cesara, por lo menos durante unas horas. Justo antes de que el agotamiento la venciera por completo, metió la mano por debajo de la almohada y sacó uno de mis suéteres de algodón que yo me ponía las noches de verano. Era de color azul claro y tenía unos pequeños patitos bordados alrededor del cuello. Santana siempre decía que le gustaba el contraste que hacía con los reflejos de mis ojos.
Apartó la almohada a un lado y hundió el rostro en el suéter para inhalar con fuerza. Se quedó así largo rato y, al final, el ritmo de su respiración se hizo más tranquilo y profundo. Se había quedado dormida.
Me senté encima de su cama con las piernas cruzadas y estuve un rato mirándola igual que hacen las madres con sus hijos enfermos. Al final, los primeros rayos del amanecer cayeron sobre la arrugada ropa de cama y los párpados de Santana temblaron un poco.
— ¡Es hora de levantarse, muñequita!
¿De quién era esa voz? Santana todavía no se había despertado, y no se había movido ni había hablado en sueños. Además, no parecía su voz. Miré a mí alrededor, pero en el dormitorio solo estábamos nosotras dos. El sonido metálico de una puerta que se abría me sobresaltó y vi que ante mí se materializaba una puerta contra la cual se apoyaba una figura oscura. De repente supe lo que estaba pasando: mis dos mundos se mezclaban, y eso significaba que tenía que darme prisa. Tenía que regresar en ese mismo instante si no quería que a Jake le extrañara mi dificultad en despertar. Pero ¿por qué era tan difícil irme de allí?
—Dulces sueños, amor mío —susurré a Santana.
Me incliné y le rocé la frente con mis labios fantasmales. No sabía si ella lo había notado o no, pero se movió y pronunció mi nombre todavía dormida. Su rostro se relajó y pareció quedarse más tranquila.
—Volveré en cuanto pueda.
Me obligué a regresar a mi cuerpo y cuando abrí los ojos vi que Jake me observaba con atención. Iba vestido con un traje negro holgado y ligeramente arrugado. Siempre regresaba al Hades sintiendo una ligera punzada de decepción, pero esta vez, al ver al Jake, fue peor. No me sentía capaz de reunir la energía necesaria para arrastrarme fuera de la cama y enfrentarme a otro día igual de deprimente que el anterior, así que decidí quedarme enroscada bajo las sábanas por lo menos hasta que Hanna viniera a sacarme de allí. Jake no se inmutó ante mi falta de reacción.
—No me había dado cuenta de que todavía estabas dormida. Solo he venido para ofrecerte esta pequeña muestras de mi afecto.
Solté un gruñido y me di la vuelta.
—No se puede ser más tópico.
Jake lanzó una rosa a la cama con una expresión fingida de indignación.
—No deberías insultarme —dijo—. Esa no es forma de hablarle a tu media naranja.
— ¡Tú no eres mi media naranja! Tú y yo no somos más que enemigos —respondí.
Jake se llevó una mano al corazón.
—Eso me ha dolido —se quejó.
— ¿Qué es lo que quieres? —pregunté con enojo. No podía creer que me hubiera ido del lado de Santana para esto.
—Me parece que alguien está de mal humor —comento Jake.
—Me pregunto por qué. —Me resultaba difícil evitar el sarcasmo cuando Jake se comportaba de forma deliberadamente obtusa.
Jake se rio y clavó sus ojos brillantes en los míos. Entonces se acercó a mí con tal rapidez que casi no me di cuenta hasta que estuco sobre mí, con el pelo oscuro cayéndole sobre los hombros. Su rostro de rasgos refinados era hermoso en esa luz tenue. Me sorprendió ser capaz de percibir su belleza y, al mismo tiempo, odiarlo con todas las fuerzas que me quedaban. Sus labios sin vida se separaron un poco. Noté que su respiración era agitada. Recorrió mi cuerpo con la mirada, pero en lugar de mostrar una expresión lasciva, frunció el ceño.
—No me gusta verte triste —murmuró—. ¿Por qué no me dejas hacerte feliz?
Lo miré, sorprendida. Jake no solo continuaba invadiendo mi espacio personal a la hora que fuera, sino que su insistencia en hablar de nosotros dos como una pareja empezaba a molestarme.
—Sé que todavía no sientes un vínculo afectivo conmigo, pero creo que podemos trabajar en ello. He pensado que nos ayudaría pasar nuestra relación al siguiente nivel... —Hizo un significativo silencio—. Después de todo, ambos tenemos necesidades.
—Ni lo insinúes —le advertí, sentándome en la cama y fulminándolo con la mirada—. No te atrevas.
— ¿Por qué no? Es una expectativa perfectamente natural. Además, mejorará tu ánimo. —Empezó a describir pequeños círculos sobre mis brazos con los pulgares—. Mi habilidad es legendaria. Ni siquiera tendrás que hacer nada. Yo de ti.
— ¿Te has vuelto loco? No voy a acostarme contigo —dije, indignada—. Además ¿por qué necesitas eso de mí? ¿Es que no tienes en marcación rápida el número de un sinfín de prostitutas?
—Brittany, querida, no estoy buscando sexo. No hablo de eso. Puedo tener sexo cuando quiera. Lo que deseo es hacerte el amor.
—Deja de hablar así y apártate de mí.
—Sé que me encuentras atractivo. Eso lo recuerdo.
—De eso hace mucho tiempo, antes de saber quién eras.
Aparté la mirada, incapaz de ocultar mi desprecio. Jake se incorporó y me clavó los ojos con enojo.
—Esperaba que pudiéramos llegar a un acuerdo, pero ahora me doy cuenta de que quizá necesites un incentivo para cambiar de opinión.
— ¿Qué se supone que significa eso?
—Significa que tengo que encontrar una propuesta más creativa.
Sus palabras tenían un tono de amenaza que me asustó, pero no estaba dispuesta a permitir que lo supiera.
—No te preocupes en hacerlo. No servirá de nada.
—Ya veremos.
Mis conversaciones con Jake siempre parecían seguir el mismo curso. Él empezaba haciéndome una proposición y cuando yo lo rechazaba, se mostraba vengativo. Parecíamos dar vueltas en círculo. Había llegado el momento de probar otra estrategia.
—Tendrían que cambiar muchas cosas para que llegara a pensármelo —añadí. Detesté dejarme atrapar en su juego de manipulación, pero no tenía alternativa.
El rostro de Jake se iluminó.
— ¿Como cuáles?
—Para empezar, tendrás que empezar a respetar mi intimidad. No me gusta que te presentes sin avisar cada vez que te apetece. Quiero tener la llave de mi habitación. Si quieres verme, tendrás que pedírmelo antes.
—De acuerdo. Dalo por hecho. ¿Qué más?
—Quiero poder desplazarme con libertad.
—Britt, parece que no comprendes el peligro que corres ahí fuera. Pero puedo decir al personal del hotel que se aparte un poco.
Me acarició el labio inferior con un dedo y sonrió, complacido por los avances.
—Y hay otra cosa. Quiero regresar... solo durante una hora. Tengo que decirles a mi familia y Santana que estoy bien.
Jake rio.
— ¿Es que me tomas por idiota?
— ¿Así que no confías en mi?
—No empecemos con esos jueguecitos. Los dos nos conocemos y sabemos que tú no eres buena en ellos.
Percibí un cambio en su actitud y supe que no debía haber mencionado a Santana. Eso siempre lo sacaba de sus casillas.
— ¿Te has dado cuenta de que pasa el tiempo y no sucede nada? —preguntó—. No veo a ningún equipo de rescate en el horizonte. ¿Y sabes por qué? Porque es una misión imposible. Encontrar el portal correcto les llevaría años, en caso de que lo consiguieran. Y entonces Santana no sería más que un montón de tierra cubierta de gusanos. Así que ya lo ves, Britt, no tienes alternativa. Si yo estuviera en tu lugar, aprovecharía las oportunidades que se me presentan. Todo lo que hay aquí es tuyo si lo quieres. Te estoy ofreciendo la oportunidad de ser la reina del Hades. Todo el mundo se inclinaría tu paso. Piénsalo, es lo único que te pido.
Tenía el estómago hecho un nudo. No sabía cuánto tiempo podría seguir conteniendo a Jake. Él no tenía escrúpulos y yo no sabía qué táctica emplearía conmigo la vez siguiente. Hacía mucho tiempo que se encontraba a mi alrededor y yo ya no tenía esperanzas de poder engañarlo. Pero tenía que asegurarme de que no se adueñara de mi mente. Esa era mi única arma. Tenía que continuar siendo sincera conmigo y ser espiritualmente más fuerte que él. Cerré los ojos y procuré tener pensamientos positivos.
Intenté visualizar cómo se desarrollaría mi rescate del Hades. Imaginé a Sam y a Quinn entrando como un vendaval por las puertas del Infierno y llevándome a un lugar seguro. Sus alas, suaves como la seda y tan poderosas que podrían destrozar cualquier muro, me protegerían. Imaginé a Santana con ellos, pero esta vez convertida en un ángel. Sus alas se extendían a sus espaldas y vibraban con todo su poder. Santana era gloriosa como inmortal. Todo humano que la viera le ofrecería eterna lealtad. Esa visión de los tres agentes del Cielo con sus brillantes alas viniendo a rescatarme fue lo único que pudo tranquilizarme y aplacar mis miedos.
Pensar en eso me hizo recordar mis propias alas, que continuaban atadas debajo de mis ropas. Había estado tan absorbida en mis problemas que no había vuelto a pensar en ellas. Me removí, incómoda, deseando desplegarlas. Jake me miró con suspicacia.
—Sucumbirás a mí, Britt —dijo, mientras se dirigía hacia la puerta—. Es solo cuestión de tiempo.
Emma.snix*** - Mensajes : 101
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Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades Capitulo: 12 La historia de Hanna. Capitulo: 13 Hablando del diablo. Capitulo: 14 El mensajero
Capitulo: 14
El mensajero
El mensajero
A la siguiente ocasión que tuve de proyectarme en Venus Cove, una fuerte lluvia caía sobre Byron. El agua contra el tejado de la casa producía un estruendo que apagaba todos los demás ruidos y se precipitaba en cascadas desde los aleros inundados. El césped del jardín aparecía planchado por su peso y los parterres embarrados. El estrépito había despertado a Phantom, que decidió acercarse a las puertas acristaladas para averiguar a qué se debía tanto alboroto. Después de comprobar con satisfacción que no se trataba de nada que exigiera su atención, regresó a su cojín y se dejó caer sobre él con un largo suspiro.
Sam, Quinn y Santana se habían reunido alrededor de la mesa de la cocina que, algo extraño en nuestra casa, estaba llena de cajas vacías de pizza y de latas de refresco. Las servilletas de papel debían de haberse agotado, pues utilizaban un rollo de papel de cocina. Ese detalle indicaba que ninguno de los tres era capaz de mantener la motivación de llevar a cabo las rutinas habituales, así que la cocina y la compra habían sido relegadas al final de la lista. Sam y Santana estaban sentados el uno frente a la otra, inmóviles como rocas. De repente, Quinn se levantó de la mesa, apiló los platos, puso la tetera al fuego y salió hacia el salón con paso rápido y acompasado por sus luminosos mechones dorados. Estaba claro que, fuera lo que fuese de lo que habían estado hablando, es ese momento se encontraban en un punto muerto. Esperaban inspiración, que a alguien no se le ocurriera una idea que no hubieran contemplado hasta el momento, pero estaban tan agotados mentalmente que eso parecía poco probable. Sam abrió la boca un momento, como si hubiera tenido una idea, pero cambió de opinión y no dijo nada. Cerró la boca y volvió a adoptar una actitud distante.
De repente, el timbre de la puerta rompió el silencio y todos se quedaron rígidos. Phantom irguió las orejas y estuvo a punto de ir hasta la puerta, pero Sam se lo impidió con un gesto de la mano. El perro obedeció, pero no sin antes soltar un suave gemido de queja. Nadie se movía, y el timbre volvió a sonar con mayor insistencia. Sam utilizó su don para obtener una visión del visitante y lo que vio le hizo bajar la cabeza y soltar un profundo suspiro.
—Será mejor que abramos —aconsejó.
Quinn lo interrogó con la mirada.
—Pero habíamos quedado que no aceptaríamos ninguna visita.
Sam frunció el ceño concentrándose en los pensamientos de la persona que esperaba en el porche
—Creo que no nos queda otra opción —dijo, al final—. No piensa marcharse sin obtener una explicación.
Quinn no se mostraba muy de acuerdo con la sugerencia de Sam y quería discutir el tema un poco más, pero la tensión era tan grande que decidió ir hasta la puerta. Mi hermana continuaba moviéndose con la elegancia de un cisne, sin que sus pies tocaran casi el suelo. Al cabo de un instante, Rachel irrumpió en el comedor con el rostro ruborizado y se dirigió a todos con su habitual franqueza:
—Por fin —exclamó, enojada—. ¿Dónde diablos estaban?
Me alegré al ver que Rachel no había cambiado en absoluto. Verla me llenó de nostalgia. Hasta ese momento no me había dado cuenta de cuánto la echaba de menos. Rachel había sido mi primera amiga, mi mejor amiga, y uno de mis vínculos más fuertes con el mundo de los humanos. Y ahora se encontraba muy cerca y muy lejos al mismo tiempo. Me gustó volver a ver su nariz grande, su piel clara y sus largas pestañas que casi le rozaban las mejillas. Pensar que mis recuerdos de la Tierra podían empezar a borrarse me llenó de terror y me hizo sentir una gran gratitud por el regalo que Puck me había hecho. Hubiera sido muy duro que los únicos recuerdos que me quedaran de Rachel fueran su cabello castaño y su bonita sonrisa. A partir de ahora podría vigilarla siempre que quisiera. En ese momento, sus ojos tenían una expresión acusadora, se había puesto una mano en la cadera y miraba a todos con actitud de desafío.
—Me alegro de verte, Rachel —dijo Sam Lo dijo de verdad: la vitalidad de Rachel parecía haber disipado en parte la tristeza del ambiente—. Por favor, siéntate con nosotros.
— ¿Quieres una taza de té? —ofreció Quinn.
—No he venido a socializar. ¿Dónde está? —Preguntó Rachel—. En la escuela me han dicho que estaba enferma, pero de eso hace un millón de años ya.
—Rachel… —empezó a decir Sam—. Es complicado… y difícil de explicar.
—Sólo quiero saber dónde está y qué le ha pasado. —A Rachel se le truncó la voz al final de la frase a causa de la emoción que luchaba por contener—. No pienso irme sin una respuesta.
Quinn permanecía tensa; sus delgados dedos seguían el dibujo del mantel de la mesa.
—Brittany estará fuera un tiempo —dijo. Mi hermana no era mejor que yo en disimular la verdad: la honestidad estaba demasiado arraigada en ella. Su tono sonaba demasiado ensayado y su rostro la traicionaba—. Le ofrecieron la oportunidad de ir a estudiar al extranjero y decidió aprovecharla.
—Sí, claro. Y se ha ido sin decir nada a ninguna de sus amigas.
—Bueno, fue una cosa de última hora —repuso mi hermana—. Estoy segura de que te lo habría dicho si hubiera tenido un poco más de tiempo.
— ¡Qué sarta de tonterías! —Cortó Rachel—. No me lo trago. Ya he perdido a una amiga y no pienso perder otra. No quiero oír más mentiras.
Santana empujó la silla hacia atrás y se puso de pie al lado de la mesa. Mientras lo hacía, inhaló profundamente y exhaló con fuerza. Rachel giró la cabeza hacia ella con energía.
—No creas que te vas a escapar —le advirtió, acercándose. Santana ni siquiera levantó la cabeza ante esa regañina—. Hace meses que intento apartar un poco a Britt de tu lado sin ningún éxito, y de repente ella desaparece de la capa de la Tierra y tú te quedas ahí mirándote la punta de los zapatos.
Las palabras de Rachel me alertaron, pues sabía que Santana se sentiría dolida. Ya tenía bastante con la culpa que sentía como para que nadie le añadiera más críticas.
—Quizá no sea un genio, pero no soy idiota profunda —continuó— Sé que ha pasado algo. Si Britt se hubiera marchado por un tiempo tú no estarías aquí, eso seguro. Te hubieras ido con ella.
—Ojalá hubiera podido —repuso Santana con la voz rota por la emoción y sin apartar la mirada de la puerta.
— ¿Qué se supone que significa eso?
Rachel, pálida, se imaginó lo peor y Santana, que temía haber hablado demasiado, se apartó de ella. Parecía tan abrumada por la situación que Sam se vio en la obligación de intervenir.
—Brittany ya no está en Venus Cove —explicó con calma—. Ni siquiera está en Georgia… pero no fue una decisión suya.
—Eso no tiene ningún sentido. ¡Os he dicho que no me mintáis!
—Rachel.
Sam cruzó la habitación con dos pasos y la sujetó por los hombros firmemente. Rachel lo miró como se mira a alguien a quien se conoce mucho y que acaba de hacer algo poco propio de él. Yo me encontraba tan cerca que casi podía sentir el temblor de su sorpresa. En todo el tiempo que hacía que se conocían, Sam nunca la había tocado hasta ese momento y Rachel vio en sus ojos la conmoción de Sam por lo sucedido, fuera lo que fuese.
—Creemos saber dónde está, pero no es seguro —dijo Sam—. Así que estamos intentando averiguarlo.
— ¿Me estás diciendo que Britt ha desaparecido? —preguntó Rachel sin aliento.
—No exactamente —explicó Sam no muy seguro—, más bien la han raptado.
Rachel se tapó la boca con las manos y miró a Sam con los ojos desorbitados. Santana levantó un poco la cabeza con gesto de desánimo para ver la reacción de Rachel.
— ¿Qué te ha dado? —Quinn se interpuso entre Sam y Rachel de inmediato.
Mi hermano soltó los hombros de mi amiga y dejó caer las manos a ambos lados del cuerpo.
—Mentirle no tiene ningún sentido —dijo con convicción—. Ella está tan cerca de Brittany como nosotros. Y no llegaremos a ningún sitio si seguimos por nuestra cuenta. Quizá pueda ayudar.
—No sé cómo. —La voz de Quinn, siempre melodiosa, había adquirido un tono agudo. Sus ojos verdes brillaban como dos puntas de hielo—. Rachel no tiene nada que hacer aquí.
— ¡Y una mierda! —Gritó Rachel—. Si algún psicópata se ha llevado a Britt, ¿qué vamos hacer?
—Ya ves lo que has provocado —refunfuñó Quinn—. Los humanos no nos pueden ayudar ahora. —Miró a Santana con resignación—. Especialmente si están involucrados emocionalmente.
—Nosotros no estábamos allí esa noche —replicó Sam—. Los humanos son los únicos testigos que tenemos.
—Disculpad. —Rachel los miraba, boquiabierta—. ¿Acabáis de llamarme «humana»? Estoy casi segura de que no soy el único ser humano que hay en esta habitación.
Sam no hizo caso del comentario, decidido a continuar su línea de pensamiento.
— ¿Qué fue lo último que recuerdas que dijo o hizo Brittany?
Vi que el aire que rodeaba a Quinn brilló rizándose un poco y supe que mi hermana se estaba esforzando por contener su desaprobación. Era evidente que la decisión de involucrar a Rachel le parecía inaceptable. Cerró los ojos he inspiró con fuerza y apretando la mandíbula. Conocía a mi hermana: se estaba preparando para tomar una decisión que sabía que acabaría siendo desastrosa.
—Bueno, estaba preocupada… —empezó a decir Rachel, pero se interrumpió, indecisa.
— ¿Por qué?
—Bueno… pensamos en hacer una sesión de espiritismo durante la fiesta. Era solo para divertirnos. Desde el principio Britt no estuvo de acuerdo: pensaba que era una mala idea y no paró de decirnos que no nos metiéramos en eso. No la escuchamos y lo hicimos de todas maneras. Luego las cosas empezaron a ponerse muy raras y todas nos asustamos un poco.
Rachel dijo todo eso sin respirar, esforzándose por que su tono fuera despreocupado. Quinn abrió mucho los ojos y apretó sus manos pálidas y perfectas en dos puños.
— ¿Qué has dicho? —preguntó en voz baja.
—He dicho que nos asustamos un poco y…
—No, antes de eso. ¿Has dicho que hicisteis una sesión de espiritismo?
—Bueno, sí, pero solo para hacer un poco el idiota. Era Halloween…
—Cría estúpida —dijo Quinn entre dietes—. ¿Es que tus padres nunca te han enseñado que no se debe jugar con lo que no se conoce?
Rachel parecía perpleja.
—Cálmate, Quinn —le dijo—. ¿Qué es tan grave? ¿Qué tiene que ver con esto una tonta sesión de espiritismo?
—Tiene muchísimo que ver —replicó Quinn, pero hablaba casi consigo misma—. De hecho, apostaría mi vida a que esa sesión de espiritismo fue lo que dio pie a todo. —Mi hermana y Sam se miraron significativamente, y Quinn dijo, dirigiéndose solamente a él—: Eso debió de abrir un portal. De no haber sido así, él no hubiera podido regresar a Venus Cove después de que nosotros lo hubiéramos desterrado.
— ¿Qué? —preguntó Rachel sin comprender.
Se esforzaba tanto por entender el sentido de los crípticos fragmentos de información que iba recibiendo que casi se podía ver el humo que le salía por la cabeza. Deseé gritarles que pararan, que estaban hablando demasiado. El Cielo no lo hubiera autorizado y eso solo podía traerles más problemas.
De repente, Santana reaccionó. Dirigiéndole una mirada asesina a Rachel, se dio media vuelta para mirar a Quinn frente a frente.
— ¿Crees que fue la sesión de espiritismo lo que lo hizo ascender otra vez? —preguntó.
— ¿Ascender a quién? —interrumpió Rachel.
—Pueden ser mucho más poderosos de lo que mucha gente imagina —dijo mi hermana—. Sam, ¿crees que esto puede ser una buena pista?
—Creo que vale la pena tener en cuenta toda la información. Es imperativo que encontremos la manera de entrar.
— ¿Entrar dónde? —preguntó Rachel.
Mi amiga no daba crédito y el hecho de que la excluyeran de la conversación la había herido. Mis hermanos estaban olvidando la buena educación; en circunstancias normales no se hubieran mostrado tan poco considerados. Pero yo sabía que lo único que tenían en la cabeza era cómo encontrarme. Y era una tarea tan absorbente que se habían olvidado de que la pobre Rachel no conseguía comprender de qué hablaban.
—Pero ¿cómo encontraremos una entrada? —Murmuró Quinn—. ¿Crees que podríamos volver a hacer una sesión de espiritismo? No, es demasiado peligroso; quién sabe lo que haríamos salir del foso.
— ¿Qué foso? —El tono de voz de Rachel había subido varias octavas.
— ¡Cállate! —bramó Santana. Yo nunca la había visto tan furiosa—. ¡Cállate unos segundos!
Rachel pareció ofenderse un momento, pero rápidamente entrecerró los ojos y la miró con hostilidad.
— ¡Cállate tú! —le gritó a Santana.
—Vaya respuesta —farfulló Santana—. ¿Es que siempre tienes que comportarte como una niñata?
—Pues yo diría que ahora mismo soy la única persona de esta habitación que está en sus cabales —repuso Rachel—. ¡Os habéis vuelto todos locos!
—No sabes de qué estás hablando —repuso Santana en tono de amenaza—. ¿Es que no hay ningún futbolista por ahí a quien quieras perseguir un rato?
— ¡Cómo te atreves! —Chilló Rachel—. ¿Te ha dicho algo Tara? No hagas caso de que diga, solo está cabreada porque…
— ¡Cierra la boca! —Santana levantó las manos en un gesto de frustración—. No nos importa nada saber lo que pasa entre tú y Tara ni vuestras discusiones de adolescentes. Britt ha desaparecido, y aquí no eres de ayuda, así que ¿por qué no te marchas?
Rachel cruzó los brazos.
—No pienso ir a ninguna parte.
—Sí te vas a ir.
— ¡Atrévete a obligarme!
—No creas que no lo haré.
— ¡Basta! —La voz grave y seria de Sam cortó la discusión, que ya iba subiendo de tono—. Esto no nos ayuda para nada. —Miró a Quinn y le dijo—: ¿Lo ves? Rachel sabe cosas que nosotros no sabemos.
— ¿Ah, sí? Pues no pienso deciros nada hasta que no me contéis la verdad —dijo Rachel con tozudez.
Santana le dirigió una mirada fulminante. Quinn emitió un gemido de queja y se apretó las senes: Rachel era difícil de tratar y a Quinn le resultaba agotadora.
—Aunque sea la amiga de Britt, esta chica haría maldecir a un cura.
—Quizá deberíamos explicárselo todo —sugirió Sam
Santana arqueó una ceja.
—Adelante, va a ser interesante.
—Siéntate, Rachel —invitó Sam—. Intenta escuchar sin interrumpir. Si tienes preguntas, las contestaré después.
Rachel, obediente, se sentó en el borde del sofá y Sam empezó a caminar de un lado a otro mientras pensaba por dónde empezar.
—Nosotros no somos lo que parecemos —empezó a decir, al fin, mientras elegía las palabras con cuidado—. Es difícil de explicar, pero primero es importante que confíes en mí. ¿Confías en mí, Rachel?
Rachel lo observó de pies a cabeza. Sam era tan guapo que no pudo evitar quedarse encantada mirándolo. Me pregunté si sería capaz de concentrarse en escuchar. Las acusadas facciones de Sam estaban enmarcadas por una mata de pelo dorado y sus ojos entre azules y verdes la miraban con atención. Parecía irradiar una luz dorada a su alrededor que lo seguía como un halo de neblina.
—Claro que sí —murmuró ella. Me di cuenta de que a Rachel le estaba gustando ser el único foco de atención de Sam y que estaba decidida a continuar siéndolo—. Si no sois lo que parece, entonces ¿qué sois?
—Eso no te lo puedo decir —contestó Sam
— ¿Por qué? ¿Por qué tendrías que matarme? —Rachel puso los ojos en blanco haciendo una mueca humorística.
—No —contestó Sam con voz seria—. Pero saber la verdad podría poner en peligro tu seguridad y la nuestra.
— ¿Sabe ella la verdad? —preguntó Rachel señalando a Santana con el pulgar. Me dio la sensación de que la relación entre ambas estaba cayendo por una peligrosa espiral y deseé poder estar allí para arreglarlo.
—Ella es una excepción —repuso Quinn en tono categórico.
— ¿Ah, sí? ¿Y por qué no puedo ser una excepción yo también?
—Si te dijéramos la verdad no te la creerías —explicó Sam, intentando tranquilizarla.
Pero Rachel lo desafió:
—Ponme a prueba.
—A ver, ¿qué piensas de lo sobrenatural?
—No tengo ningún problema con lo sobrenatural —respondió Rachel con tranquilidad—. Siempre veía Embrujada y Buffy la cazavampiros y me encantan ese tipo de series.
Sam frunció el ceño ligeramente.
—Bueno, esto no es exactamente lo mismo.
—Vale. Escuchad: la semana mi horóscopo decía que iba a conocer a alguien encantador y entonces un chico del autobús va y me da su número de teléfono. Ahora soy una creyente total.
—Sí, has visto la luz —ironizó Santana en voz baja.
— ¿Sabes que los Sagitario tenéis un problema con el sarcasmo? —replicó Rachel.
—Eso sería muy instructivo si yo fuera Leo.
— ¿Ah, sí? Todo el mundo sabe que los Leo son unos imbéciles.
—Dios mío, hablar contigo es como hablar con una pared.
— ¡Tú sí que eres una pared!
Santana, harta de discutir, se dio media vuelta con el ceño fruncido y se dejó caer sobre el sofá que había en el otro extremo de la habitación. Quinn continuaba callada negando con la cabeza, como si no pudiera creerse que estuvieran perdiendo el tiempo con esos asuntos tan triviales. Yo no sabía qué pensar. ¿De verdad Sam pensaba contarle a Rachel nuestro secreto? No parecía muy probable que mi hermano, que se había mostrado tan reacio a que Santana ingresara en nuestra pequeña familia, ahora estuviera dispuesto a hacer entrar a otro ser humano en el grupo. Debía de sentirse verdaderamente desesperado.
Sam dirigió una mirada de advertencia a Santana. Continuar provocando a Rachel no era ninguna ayuda.
—Rachel, vamos a hablar en la cocina.
Rachel miró a Santana con expresión triunfante, pero con Sam se mostró extremadamente educada.
—Como tú digas.
Entonces sucedió algo que arrebató el poder de decisión de las manos de Sam. La habitación empezó a temblar. El suelo vibró bajo nuestros pies y las lámparas se movieron de un lado a otro con violencia. Incluso yo, a pesar de no ser más que un espíritu, noté la tremenda presión que se vivía en la sala.
Quinn y Sam se acercaron el uno al otro. No estaban alarmados, pero sí un poco intranquilos por lo que estaba sucediendo. Santana se levantó rápidamente del sofá y miró a su alrededor buscando el origen de la amenaza. Todo su cuerpo se había puesto tenso, anticipando la lucha y dispuesta a saltar a la menor señal de peligro. De repente, los cristales de las ventanas empezaron a resquebrajarse. Rachel estaba de pie, inmóvil. Vi que Santana la miraba, calculando rápidamente el peligro, y de pronto saltó sobre ella y la tiró al suelo cubriéndola con su propio cuerpo. En ese mismo instante los cristales de las ventanas estallaron despidiendo una descarga de trozos de cristal que cayeron sobre su espalda. Rachel soltó un chillido. Mis hermanos no se movieron ni intentaron protegerse de ninguna forma. Permanecieron quietos mientras los trozos de cristal llovían a su alrededor, enredándose en su pelo y en sus ropas, pero sin hacerles ningún daño. Ambos se mostraban tan firmes que pensé que ni el fuego del Infierno conseguiría alterarlos. Fuera lo que fuese lo que sucedía en ese momento, ellos no tenían miedo.
— ¡Tapaos los ojos! —ordenó Sam a Rachel y a Santana, que continuaban tumbadas en el suelo.
Lo primero fue el estallido de un trueno y un relámpago. Luego, una cegadora Luz blanca inundó toda la habitación por completo, envolviendo a sus ocupantes. Era como estar en el interior de un horno blanco, pero la temperatura había bajado, por lo menos, diez grados. Incluso yo sentía el helor y, a pesar de que no corría ningún peligro, miré a mi alrededor en busca de un lugar donde esconderme. Entonces se oyó un zumbido increíblemente agudo, como el sonido de la pantalla estática del televisor pero mucho más alto, y tan intenso que la vibración se sentía en el cuerpo.
Al fin, un ángel apareció de pie en el centro de la habitación, con la cabeza gacha y las alas completamente desplegadas. Estas eran tan grandes que llenaban la habitación entera, de pared a pared, y proyectaban su sombra sobre paredes, techo y suelo. Una luz blanca parecía emanar de su piel, del interior de su cuerpo, y precipitarse en líquidas gotas por él hasta caer al suelo, donde se disolvían. Levantó la cabeza y su rostro era tan hermoso y celestial como el de un niño, aunque al mismo tiempo despedía una fortaleza que podía ser autoritaria y peligra. Los ángeles eran mucho más altos que los seres humanos, y el tamaño y la fuerza del cuerpo de este en concreto se hacían evidentes incluso bajo la túnica suelta y de color metálico que llevaba. Era tan distinto a un ser humano que resultaba imposible no sentir temor en su presencia. Daba la sensación de que era capaz de destruir la habitación y todo lo que esta contenía con un solo parpadeo de sus pestañas.
Su belleza aniñada contrastaba extrañamente con su cuerpo esculpido como en mármol. A pesar de que su rostro no mostraba ninguna expresión los ojos le brillaban, como si soñaran por su cuenta, como si no se diera cuenta de que se encontraba ante un público boquiabierto. Movió la cabeza a un lado con un gesto rígido, poco acostumbrado a la atmósfera. Sus temibles ojos observaron toda la habitación y, finalmente, se clavaron en algo que nadie más podía ver.
Me miraba directamente a mí. Supe al instante quién era, lo reconocí: era el arcángel Miguel.
Emma.snix*** - Mensajes : 101
Fecha de inscripción : 02/08/2013
Edad : 32
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
Me he leído estos tres capítulos muy rapito y OMG apareció el arcangel Miguel, creo que pronto se acerca una batalla o quien sabe, pero ya quiero que rescanten a britt moda mucha pena, y también me dio no seque la historia de hanna pobresita.
Excelentes capítulos saludos y actualiza pronto
Excelentes capítulos saludos y actualiza pronto
khandyy** - Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 08/03/2012
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
Oh Santo dios...que final de capítulo!! No se quien es el arcangél Miguel pero parece que ha venido a poner las cosas en orden xDD ¿Será que el pueda ayudar a rescatar a Brittany? o tal vez llego para impedir que le contarán todo a Rachel...pero Mike (así le diré de cariño) no te has esforzado mucho en no darte a notar ¬¬
Yo solo espero que puedan sacarla lo más pronto que puedan de Hades porque Jake le trae ganas (xDD) y te juro que lo odiaré aun más si le hace daño T-T
Ok, muy buenos capítulos....ya espero los siguientes. Una abrazo ^^
Ali_Pearce- - Mensajes : 1107
Fecha de inscripción : 07/06/2012
Edad : 31
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
ahora si parece que abra una solucion, la llegada del arcangel parece abrir un camino para llegar a brittany! y en cuanto a rachell, alguien podria ponerle un tirro en la boca por un rato?
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 15¿Puedes guardar un secreto? Capitulo: 16 Un corazón
Hola
Aquí les dejo dos capítulos mas espero y los disfruten
Saludos
Al cabo de un rato, por fin, la cegadora luz se fue apagando y el zumbido atronador desapareció.
—Ahora no hay peligro —anunció Sam
Santana se puso en pie de inmediato. En cuanto vio al arcángel, retrocedió con paso inseguro hasta que se apoyó de espaldas contra la pared, como si necesitara buscar un punto de apoyo. Pero al cabo de unos instantes se incorporó de nuevo, erguida, enfrentándose sin acobardarse ni huir a la figura que se elevaba ante ella.
La belleza de los ángeles casi siempre era imposible de soportar para un humano, pero Santana ya tenía cierta experiencia. A pesar de ello, parecía aguantar la respiración, como si no consiguiera que los pulmones le funcionaran adecuadamente: un acto tan automático como la respiración se había convertido en algo prescindible ante la presencia de esa majestad.
La reacción de Rachel fue un poco más dramática: dejó caer las manos, inertes, a ambos lados del cuerpo y abrió tanto los ojos que pensé que se le iban a salir de las órbitas. Luego emitió un chillido que se le ahogó en la garganta y cayó de rodillas con la espalda arqueada hacia delante, como si una cadena invisible le tirara del cuerpo en dirección a Miguel. Entonces puso los ojos en blanco y se desmayó. El arcángel ladeó la cabeza y la observó con tranquilidad.
—Humanos —comentó finalmente. Su voz sonaba como cien coros cantando al unísono—. Tienen tendencia a reaccionar de forma exagerada.
—Hermano. —Sam dio un paso hacia delante. A pesar de su perfección, él también parecía empequeñecido ante el esplendor de Miguel—. Me alegro de que hayas venido.
—Se ha producido una situación extremadamente grave aquí —dijo Miguel—. Uno de los nuestros ha sido capturado. Una falta como esta debe ser atendida.
—Estamos investigando todas las posibilidades pero, como ya sabes, las puertas del Infierno están fuertemente vigiladas —repuso Sam—. ¿El Cónclave ha tenido alguna idea acerca de cómo entrar?
—Ni siquiera nosotros disponemos de esa información. Sólo los demonios que reptan por debajo de nosotros tienen la respuesta a esa pregunta.
Al oírlo, Santana dejó de sentirse intimidada y dio un paso hacia delante.
—Reunid un ejército —dijo, convencida—. Sois poderosos, podéis hacerlo. Entrad y sacadla de allí. ¿Tan difícil es?
—Lo que propones está, por supuesto, en nuestra mano —contestó Miguel.
—Entonces, ¿a qué esperáis?
Miguel miró a Santana a los ojos. Atemorizaba devolverle la mirada; ese ser parecía estar hecho de infinitas partes distintas que, sin estar conectadas, funcionaban como un todo. Sus ojos eran indescifrables y estaban completamente vacíos de toda emoción. No me gustó como miraba a Santana, como quien mira un espécimen en lugar de a un ser humano.
—A la humana no parece importarle la posibilidad de provocar el Apocalipsis —dijo.
—No la culpes —se apresuró a intervenir Sam—. Ella no conoce las consecuencias que eso podría conllevar y tienen unos fuertes vínculos emocionales con Britt.
La mirada escurridiza y ajena de Miguel permaneció unos segundos clavada en Santana.
—Eso me han dicho. La emoción humana es una fuerza irracional.
Santana frunció el ceño. Yo sabía que le molestaba que hablaran de ella como si fuera una niña tozuda e incapaz de ver las cosas desde el punto de vista de la lógica.
—No sabía que podía causar el Apocalipsis —dijo con tono seco—. Eso sería un desafortunado efecto colateral.
Miguel respondió arqueando una de sus delicadas y brillantes cejas al sarcasmo de Santana. Quinn, que no había dicho ni una palabra hasta ese momento, se apresuró a ponerse al lado de Santana en una abierta declaración de apoyo.
— ¿Cuáles son las órdenes del Cónclave? —preguntó Quinn.
—Hemos localizado a una persona de la localidad que puede ser útil —contestó Miguel con una actitud distante—. Es la hermana Mary Clare. La encontraréis en la abadía de María Inmaculada, en el condado de Fairhope, Tennessee.
— ¿En qué puede ser útil? —preguntó Santana.
—Eso es lo único que podemos deciros de momento… os deseamos suerte. —Miguel miró a Santana—: Un consejo: más valdrá que le ayuden a desarrollar la templanza si quieren que en el futuro se convierta en una líder como esta predestinada a ser, una líder de los humanos algún día.
—Tengo otra pregunta —dijo Santana, sin hacer caso a lo que Miguel había dicho unas miradas de censura de parte de Quinn y Sam obtuvo.
— ¿Si? —repuso Miguel.
— ¿Crees que Britt está bien?
Miguel miró a Santana con una expresión curiosa. No había muchos seres humanos que se atrevieran a dirigirse directamente a uno de los arcángeles y mucho menos entretenerle con preguntas.
—El demonio tuvo que esforzarse mucho para llevarla allí. Ten por seguro que no lo habría hecho si no valorara su vida.
Miguel cruzó los brazos sobre el pecho bajando la cabeza. Hubo un destello de luz y un trueno, y desapareció.
Yo pensé que todo quedaría destrozado cuando se fuera, pero cuando el destello de luz se apagó me di cuenta de que todos los objetos se encontraban en su estado original. Solamente había quedado un círculo de suelo quemado allí donde el ángel había aterrizado.
Ahora que se había marchado, todos parecían mucho más relajados. Aunque Miguel estaba en nuestro bando, su presencia era tan formidable que nadie podía estar tranquilo ante él. Sam dio la vuelta a la mesa del café, tomó a Rachel en sus brazos y la dejó con suavidad encima del sofá. Quinn fue a buscar un trapo mojado para ponérselo sobre la frente. Rachel todavía tenía la boca abierta a causa de la conmoción, pero ahora su respiración volvía a ser normal. Sam le puso dos dedos en la muñeca para tomarle el pulso y cuando estuvo convencido de que no corría peligro se alejó un poco para reflexionar sobre el consejo de Miguel.
— ¿Una monja? —Preguntó Santana en voz baja—. ¿Cómo podría ayudarnos? ¿Qué puede decirnos ella que el Cónclave no sepa?
—Si Miguel nos envía a buscarla, debe de haber un motivo —repuso Sam—. Los humanos tienen una conexión con el mundo subterráneo mucho más fuerte que la nuestra. Los demonios se dedican a tentar a los habitantes de la tierra, especialmente a aquellos que piensan que su fe es inquebrantable. Para ellos es un deporte. Es posible que la hermana Mary Clare se haya encontrado con las fuerzas oscuras. Debemos ir a buscarla y averiguar qué es lo que sabe.
Quinn permanecía de pie con actitud erguida y decidida.
—Supongo que eso significa que nos vamos a Tennessee.
A esas alturas ya me empezaba a entrar sueño. Habían sucedido demasiadas cosas, y todas ellas estresantes, Pasar demasiado tiempo fuera de mi dimensión física me estaba causando un efecto extraño. Quería volver a sentir mi cuerpo, volver a tener su forma, cobijarme en ella. Pero decidí que me quedaría hasta que Rachel despertara. Quería ver cómo manejaría lo que acababa de presenciar. ¿Se verían Quinn y Sam obligados a contarle la verdad? ¿Recordaría ella la visita de ese glorioso desconocido o podrían decirle simplemente que había resbalado y se había dado un golpe en la cabeza?
Mis hermanos salieron de la habitación para ir a buscar las cosas necesarias para el viaje y Santana se quedó para vigilar a Rachel. Se sentó frente a ella en uno de los mullidos sofás y permaneció perdida en sus propios pensamientos. De vez en cuando dirigía la mirada hacia mi amiga para comprobar que estaba bien. Al cabo de poco rato se levantó, suspiró y fue a buscar una manta para tapar a Rachel. Santana no era rencorosa, y proteger a los más vulnerables era algo que tenía muy arraigado. Esa era una de las cosas que me gustaban de ella.
Cuando se despertó, Rachel se llevó una mano a la cabeza y soltó un gemido. Ahora, al ver que se despertaba, Santana se puso alerta. Se levantó, pero no se acercó mucho para no alarmarla. Rachel acabó de abrir los ojos, pestañeó y se los frotó con el dorso de la mano.
— ¿Qué diablos? —murmuró en voz baja mientras se incorporaba, todavía desorientada.
Miró a su alrededor y, al ver el punto de la habitación en que Miguel había aparecido, se quedó lívida. Me pareció incluso adivinar el momento exacto en que el recuerdo le venía a la cabeza. La conmoción que sintió se hizo evidente en su rostro. Se quedó con la boca abierta.
— ¿Cómo te encuentras? —preguntó Santana.
—Bien, supongo. ¿Qué ha pasado?
—Te has desmayado —respondió ella—. Debe haber sido a causa de la tensión. Siento haber perdido los estribos antes, no quiero pelearme contigo.
Rachel la miró.
—Tienes que decirme qué ha pasado —dijo—. A pesar de que tenía los ojos cerrados, he visto la luz…
Los ojos de Santana no traslucían ni el menor rastro de emoción. Miró a Rachel con frialdad.
—Quizás deberías ir a ver un médico. Hablas como si hubieras sufrido una conmoción cerebral.
Rachel irguió la espalda y la fulminó con la mirada.
—No me trates como si fuera tonta —la cortó—. Se perfectamente lo que vi.
— ¿Ah, sí? —dijo Santana en tono tranquilo—. ¿Y qué es?
—Un hombre… —empezó a decir Rachel, pero lo pensó mejor—. Por lo menos, creo que era eso: un hombre muy alto y muy brillante. Estaba rodeado de luz y su voz sonaba con cien voces humanas, y tenía alas, alas enormes como las de un águila.
La mirada que Santana le dirigió habría hecho dudar de su propia salud mental al testigo más decidido: apretó los labios, arqueó ligeramente las cejas y echó la cabeza un poco hacia atrás, como si Rachel se hubiera vuelto indudablemente loca. Era mejor actriz de lo que yo habría creído. Pero Rachel no se dejó engañar.
— ¡No me mires de esa forma! —gritó—. Tú también lo viste, sé que es así.
—No tengo idea de qué estás hablando —repuso Santana categóricamente.
—Había un ángel de pie justo allí. —Rachel señaló con gesto enfático el lugar donde se había aparecido Miguel—. ¡Lo he visto! No puedes hacerme creer que me estoy volviendo loca.
Santana abandonó. Estaba de pie, con los brazos cruzados y una expresión escéptica en el rostro. De repente se mostró exasperada.
—Sam —llamó en voz alta—. Será mejor que vengas.
Al cabo de un momento mi hermano apareció en la puerta.
—Rachel, bienvenida de nuevo. ¿Cómo te encuentras?
—Por qué no le dices a Sam lo que has visto —interrumpió Santana.
Rachel pareció dudar un instante. No le importaba lo que Santana pudiera pensar de ella, pero desde luego sí le importaba la opinión de Sam, y no quería arriesgarse a que él creyera que estaba mal de la cabeza. Pero la duda desapareció pronto.
—He visto un ángel —dijo, convencida—. No sé por qué ha venido ni lo que ha dicho, pero sé que ha estado aquí.
Sam permaneció en silencio, pensativo. No contradijo ni confirmó esa afirmación. Miró a Rachel y frunció un poco el ceño. Aunque su rostro impasible no delataba nada, supe que estaba pensando en cómo evitar males mayores. Si Rachel lo descubría todo, eso podría ser un desastre para mi familia. Ya se habían resistido a que un humano conociera su secreto, y solo habían accedido porque no les había quedado otro remedio. Pero si ya eran dos las personas que estaban al corriente en Venus Cove, el problema podría ser grave. Pero ¿qué otra cosa podían hacer? Rachel había visto a Miguel con sus propios ojos.
Yo deseaba poder estar físicamente allí es esos momentos para consolar a mi hermano en su lucha interna. Me acerqué a Sam en espíritu e intenté transmitirle mi apoyo. Quería que supiera que yo estaba a su lado fuera cual fuese su decisión. No era culpa suya, aunque yo sabía que él asumiría la responsabilidad. Miguel había hecho su aparición sin previo aviso y no habían tenido tiempo de alejar a Rachel. Cuando un arcángel tenía una misión, no mostraba ningún reparo ante la fragilidad humana. Servían a Dios con resolución comunicando Su palabra y Su voluntad a los habitantes de la Tierra. Cuando la esposa de Lot desobedeció sus órdenes hace miles de años, la convirtieron en una montaña de sal sin dudarlo un instante. Llevaban a cabo su misión con una determinación furiosa, apartando todo aquello que se interpusiera en su camino. Rachel no había representado un obstáculo para Miguel, así que no le había prestado atención y había dejado que Sam se encargara de las consecuencias. Me pregunté si mi hermano no estaría cambiando, igual que me había sucedido a mí; vivir entre los seres humanos hacía difícil mantener la neutralidad divina. Sam era leal al Reino, pero había tenido pruebas del compromiso que Santana tenía conmigo y sabía lo profundo que era nuestro vínculo. Yo sabía que él nunca me traicionaría su lealtad hacia los Siete Santos, los arcángeles, pero al principio de nuestra estancia en Venus Cove él parecía distinto: entonces era un representante del Señor y observaba la evolución del mundo con distancia y control. Ahora perecía comprender de verdad cómo funcionaba ese mundo.
Sam empezó a dar vueltas por la habitación y, antes de que me diera cuenta, me había atravesado. De repente se detuvo y supe por su mirada que había percibido una vibración en el aire. Deseé que les dijera a los demás que notaba mi presencia, pero yo conocía a mi hermano, sabía cómo pensaba. No hubiera tenido ningún sentido decirles a Santana y a Rachel que yo estaba allí. Ellas no podían verme, ni tocarme, ni hablar conmigo de ninguna manera. Solo serviría para ponerles las cosas más difíciles. Sam volvió a adoptar una expresión de normalidad, se acercó a Rachel y se sentó en el brazo del sofá, a su lado. Ella se giró hacia él, pero Sam no hizo ningún gesto para tocarla.
— ¿Estás segura de que podrás soportar la verdad? —le preguntó—. Por favor, ten presente que lo que te diga puede afectarte durante el resto de tu vida.
Rachel asintió sin decir palabra y sin apartar los ojos de él.
—Muy bien. Lo que has visto era, desde luego, un ángel. De hecho era el arcángel Miguel. Ha venido a ofrecernos ayuda para que no tengas nada que temer.
— ¿Quieres decir que es real? —murmuró Rachel, como hipnotizada ante esa posibilidad—. ¿Los ángeles son reales?
—Tan reales como tú.
Rachel frunció el ceño y recapacitó sobre la asombrosa información que Sam le había comunicado.
—Por qué soy la única que flipa
Sam respiró profundamente. Vi en sus ojos que dudaba, pero ya había ido demasiado lejos para echarse atrás en ese momento.
—Miguel es mi hermano —dijo en voz baja—. Somos iguales.
—Pero tú… —empezó a decir Rachel—. Tú no eres… cómo es posible… No lo comprendo. —Se impacientaba ante su propia incapacidad de comprender nada de lo que le decían.
—Escucha, Rachel. ¿Recuerdas cuando eras pequeña y tus padres te contaron la historia de la Navidad?
—Claro —farfulló ella—. Como todo el mundo.
— ¿Recuerdas la historia de la Anunciación? ¿Me la puedes contar?
—Creo… creo que sí —tartamudeó Rachel—. Un ángel se apareció ante la Virgen María en Nazaret para darle la noticia de que iba a tener un hijo llamado Jesús que era el Hijo de Dios.
—Muy bien —dijo mi hermano mirándola con aprobación. Se inclinó un poco hacia ella y continuó
—Rachel parecía confundida
—Soy yo —repuso mi hermano sin darle importancia.
—No te preocupes. Yo tardé un tiempo en hacerme a la idea —añadió Santana. Rachel casi ni le había oído. Todavía miraba a Sam sin saber qué decir—. A nuestro alrededor existe todo un mundo que, para la mayoría de nosotros, pasa totalmente desapercibido.
—Necesito saber que lo comprendes —insistió Sam—. Si es demasiado para ti, puedes pedirle a Quinn que te borre la memoria. Si vas a formar parte de esto, tienes que tener la mente despejada. No somos los únicos seres sobrenaturales aquí. Ahí afuera hay seres mucho más oscuros de lo que tú puedes imaginar y se han llevado a Britt. Para conseguir que regrese tenemos que estar unidos.
—No pasa nada, Rach — dijo Santana al verle la cara de miedo— Sam y Quinn no permitirán que nos suceda nada malo. Además, los demonios no están interesados en nosotros.
Esto consiguió captar la atención de Rachel.
— ¿Qué quieres decir con «demonios»? —Chilló, saltando del sofá—. ¡Nadie ha dicho nada de demonios!
Sam miró a Santana y negó con la cabeza en señal de desaprobación.
—Esto no funciona —decidió—. Creo que necesitamos a Quinn.
—No, espera —lo interrumpió Rachel—. Lo siento, solo necesito un minuto, Quiero ayudaros ¿Quién decís que se ha llevado a Britt?
—Fue raptada en Halloween por un demonio que ya había estado aquí antes —contestó Sam—. Creemos que fue vuestra sesión de espiritismo lo que lo trajo de nuevo. Tú lo conociste como Jake Thorn. Estuvo un tiempo en Bryce Hamilton el año pasado.
— ¿El chico australiano? —preguntó Rachel, haciendo una mueca mientras intentaba atrapar los recuerdos que Quinn le había borrado de la memoria, como si hubieran sido los archivos de un ordenador.
—Inglés —la corrigió Santana.
—Créeme, será mejor que nunca te cruces con él —dijo Sam.
—Oh, Dios mío —exclamó Rachel—. Britt tenía razón sobre la sesión de espiritismo. ¿Por qué no le hicimos caso? Todo ha sido culpa mía.
—No tiene sentido que te culpes —repuso Sam—. Eso no nos ayudará a hacerla volver. Ahora tenemos que concentrarnos en ello.
—De acuerdo. ¿Qué tengo que hacer? —preguntó Rachel, valiente.
—Dentro de pocas horas saldremos hacia Tennesse —informó Sam—. Necesitamos que te quedes aquí y que no digas ni una palabra de esto a nadie.
—Espera un momento. —Rachel se puso en pie—. No os vais a ir sin mí.
—Oh, sí lo haremos —cortó Santana.
Inmediatamente vi que la animosidad volvía a prender entre ellas.
—Será menos peligroso para ti que te quedes —aconsejó Sam con convicción.
—No —insistió Rachel—. No podéis lanzarme una bomba así y luego dejarme aquí para que me vuelva loca de estrés.
—No podemos esperar —dijo Sam—. Tú tendrías que hablar con tus padres, avisar a la escuela...
— ¿A quién le importa un cuerno la escuela? —Repuso Rachel—. ¡Hago novillos todo el tiempo! —Rápidamente sacó el teléfono móvil del bolsillo de los tejanos—. Voy a decirle a mamá que me quedo en casa de Tara unos días.
Antes de que nadie tuviera tiempo de hacer nada, Rachel ya estaba marcando el número y se iba hacia la cocina. Oí que le contaba a su madre algo sobre que Tara había roto con su novio, que estaba hecha un desastre y que necesitaba tener a sus amigas cerca.
—Esto ha sido una muy mala idea —dijo Santana— Estamos hablando de Rachel, la mayor chismosa de la ciudad. ¿Cómo va a ser capaz de no contar nada?
Pero yo confiaba por completo en el buen juicio de mi hermano. Aunque me preocupaba que Rachel se viera involucrada en todo esto, también sabía que cuando era necesario era capaz de ser muy sensata.
Quinn no parecía compartir mi opinión; por primera vez yo era testigo de un auténtico desacuerdo entre ella y Sam Se oyó un portazo procedente del vestíbulo y Quinn apareció de repente en la habitación con expresión de enojo. Dejó caer al suelo las dos bolsas de viaje que acababa de preparar y dirigió la mirada alternativamente hacia Sam y hacia la cocina. La tensión que todos estaban sufriendo parecía haber sacado a la luz una parte distinta de Quinn; mi paciente y amable hermana ahora se mostraba como un soldado del Reino, un serafín preparado para entrar en batalla. Yo sabía que los serafines raramente se enojaban, que hacía falta algo muy grave para desatar su furia. Por eso, el comportamiento de Quinn indicaba que quizás mi rapto significaba mucho más de lo que había creído.
—Esto es una seria infracción de las normas —afirmó Quinn con extrema gravedad y mirando a Sam—. No podemos permitirnos ningún otro contratiempo.
— ¿Qué normas? —Preguntó Santana—. No parece que haya ninguna norma.
—Hasta ahora nosotros nunca habíamos sido el objetivo de los demonios —repuso mi hermana—. Ellos perseguían a los humanos para molestar al Cielo. Pero esta vez se han llevado a uno de los nuestros sabiendo que nosotros deberemos tomar represalias. Quizás eso es exactamente lo que quieren que hagamos... lo cual significaría que quieren empezar una guerra. —Mirando a Rachel, añadió—: Es peligroso para ella.
—Ya se lo he dicho —dijo Sam—. Pero no creo que nos quede otra opción.
—El hecho de que Rachel y Brittany sean amigas del colegio no significa que nosotros debamos abandonar el protocolo normal.
—No hay nada normal en esta situación —replicó Sam—. Es evidente que el Cónclave no está preocupado por el hecho de que otro ser humano conozca nuestra identidad. Si lo estuviera, Miguel hubiera elegido mejor el momento de presentarse ante nosotros. Quizás tengas razón al decir que aquí está pasando algo mucho más importante.
Quinn seguía mostrándose escéptica.
—Si estoy en lo cierto, piensa en lo que vamos a enfrentarnos. Ella será un incordio.
—Pero es muy insistente. No consigo entrar en razón con ella.
—Es una adolescente y tú eres un arcángel —remarcó Quinn con aspereza—. Te has tenido que enfrentar a cosas mucho peores.
Mi hermano se limitó a encogerse de hombros.
—Necesitamos todos los aliados que podamos conseguir.
Quinn frunció el ceño y lo señaló con el dedo.
—Vale, pero no asumo ninguna responsabilidad por ella. Es cosa tuya.
— ¿Por qué perdéis el tiempo discutiendo sobre Rachel? —Soltó Santana de repente—. ¿Es qué no tenemos cosas más importantes de que preocuparnos? Como por ejemplo, ponernos en marcha para ir a buscar a esa monja.
—Santana tiene razón —dijo Sam—. Debemos dejar nuestras diferencias a un lado y concentrarnos en el presente. Espero que podamos llegar antes de que sea demasiado tarde.
Tan pronto como hubo pronunciado esas palabras, pareció arrepentirse porque una expresión afligida le ensombreció el rostro un momento. Santana estalló con apasionamiento:
—Hablas como si ya hubieras tirado la toalla.
—Yo no he dicho eso —contestó Sam—. Esta es una situación única. No sabemos a qué nos estamos enfrentando. Los únicos ángeles que han visto el interior del infierno son los que van allí por propia voluntad, los insensatos que se dejan cegar por el orgullo y dan la espalda a nuestro Padre para seguir a Lucifer.
— ¿Qué estás diciendo? —Se indigno Santana—. ¿Crees que Britt lo hizo a propósito? ¡Ella no lo eligió, Samuel! ¿Has olvidado que yo estaba allí?
En esos momentos sentí deseos de golpear a mi hermano. ¿De verdad creía que yo había elegido el camino de la oscuridad?
Quinn cruzó la habitación en un segundo y puso la mano sobre la espalda de Sam
—Lo que intentamos decir es que no debería haber sido posible que Jake arrastrara a un ángel al Infierno. O bien Brittany fue allí por propia voluntad o nos encontramos a las puertas del Armagedón.
Aquí les dejo dos capítulos mas espero y los disfruten
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15
¿Puedes guardar un secreto?
¿Puedes guardar un secreto?
Al cabo de un rato, por fin, la cegadora luz se fue apagando y el zumbido atronador desapareció.
—Ahora no hay peligro —anunció Sam
Santana se puso en pie de inmediato. En cuanto vio al arcángel, retrocedió con paso inseguro hasta que se apoyó de espaldas contra la pared, como si necesitara buscar un punto de apoyo. Pero al cabo de unos instantes se incorporó de nuevo, erguida, enfrentándose sin acobardarse ni huir a la figura que se elevaba ante ella.
La belleza de los ángeles casi siempre era imposible de soportar para un humano, pero Santana ya tenía cierta experiencia. A pesar de ello, parecía aguantar la respiración, como si no consiguiera que los pulmones le funcionaran adecuadamente: un acto tan automático como la respiración se había convertido en algo prescindible ante la presencia de esa majestad.
La reacción de Rachel fue un poco más dramática: dejó caer las manos, inertes, a ambos lados del cuerpo y abrió tanto los ojos que pensé que se le iban a salir de las órbitas. Luego emitió un chillido que se le ahogó en la garganta y cayó de rodillas con la espalda arqueada hacia delante, como si una cadena invisible le tirara del cuerpo en dirección a Miguel. Entonces puso los ojos en blanco y se desmayó. El arcángel ladeó la cabeza y la observó con tranquilidad.
—Humanos —comentó finalmente. Su voz sonaba como cien coros cantando al unísono—. Tienen tendencia a reaccionar de forma exagerada.
—Hermano. —Sam dio un paso hacia delante. A pesar de su perfección, él también parecía empequeñecido ante el esplendor de Miguel—. Me alegro de que hayas venido.
—Se ha producido una situación extremadamente grave aquí —dijo Miguel—. Uno de los nuestros ha sido capturado. Una falta como esta debe ser atendida.
—Estamos investigando todas las posibilidades pero, como ya sabes, las puertas del Infierno están fuertemente vigiladas —repuso Sam—. ¿El Cónclave ha tenido alguna idea acerca de cómo entrar?
—Ni siquiera nosotros disponemos de esa información. Sólo los demonios que reptan por debajo de nosotros tienen la respuesta a esa pregunta.
Al oírlo, Santana dejó de sentirse intimidada y dio un paso hacia delante.
—Reunid un ejército —dijo, convencida—. Sois poderosos, podéis hacerlo. Entrad y sacadla de allí. ¿Tan difícil es?
—Lo que propones está, por supuesto, en nuestra mano —contestó Miguel.
—Entonces, ¿a qué esperáis?
Miguel miró a Santana a los ojos. Atemorizaba devolverle la mirada; ese ser parecía estar hecho de infinitas partes distintas que, sin estar conectadas, funcionaban como un todo. Sus ojos eran indescifrables y estaban completamente vacíos de toda emoción. No me gustó como miraba a Santana, como quien mira un espécimen en lugar de a un ser humano.
—A la humana no parece importarle la posibilidad de provocar el Apocalipsis —dijo.
—No la culpes —se apresuró a intervenir Sam—. Ella no conoce las consecuencias que eso podría conllevar y tienen unos fuertes vínculos emocionales con Britt.
La mirada escurridiza y ajena de Miguel permaneció unos segundos clavada en Santana.
—Eso me han dicho. La emoción humana es una fuerza irracional.
Santana frunció el ceño. Yo sabía que le molestaba que hablaran de ella como si fuera una niña tozuda e incapaz de ver las cosas desde el punto de vista de la lógica.
—No sabía que podía causar el Apocalipsis —dijo con tono seco—. Eso sería un desafortunado efecto colateral.
Miguel respondió arqueando una de sus delicadas y brillantes cejas al sarcasmo de Santana. Quinn, que no había dicho ni una palabra hasta ese momento, se apresuró a ponerse al lado de Santana en una abierta declaración de apoyo.
— ¿Cuáles son las órdenes del Cónclave? —preguntó Quinn.
—Hemos localizado a una persona de la localidad que puede ser útil —contestó Miguel con una actitud distante—. Es la hermana Mary Clare. La encontraréis en la abadía de María Inmaculada, en el condado de Fairhope, Tennessee.
— ¿En qué puede ser útil? —preguntó Santana.
—Eso es lo único que podemos deciros de momento… os deseamos suerte. —Miguel miró a Santana—: Un consejo: más valdrá que le ayuden a desarrollar la templanza si quieren que en el futuro se convierta en una líder como esta predestinada a ser, una líder de los humanos algún día.
—Tengo otra pregunta —dijo Santana, sin hacer caso a lo que Miguel había dicho unas miradas de censura de parte de Quinn y Sam obtuvo.
— ¿Si? —repuso Miguel.
— ¿Crees que Britt está bien?
Miguel miró a Santana con una expresión curiosa. No había muchos seres humanos que se atrevieran a dirigirse directamente a uno de los arcángeles y mucho menos entretenerle con preguntas.
—El demonio tuvo que esforzarse mucho para llevarla allí. Ten por seguro que no lo habría hecho si no valorara su vida.
Miguel cruzó los brazos sobre el pecho bajando la cabeza. Hubo un destello de luz y un trueno, y desapareció.
Yo pensé que todo quedaría destrozado cuando se fuera, pero cuando el destello de luz se apagó me di cuenta de que todos los objetos se encontraban en su estado original. Solamente había quedado un círculo de suelo quemado allí donde el ángel había aterrizado.
Ahora que se había marchado, todos parecían mucho más relajados. Aunque Miguel estaba en nuestro bando, su presencia era tan formidable que nadie podía estar tranquilo ante él. Sam dio la vuelta a la mesa del café, tomó a Rachel en sus brazos y la dejó con suavidad encima del sofá. Quinn fue a buscar un trapo mojado para ponérselo sobre la frente. Rachel todavía tenía la boca abierta a causa de la conmoción, pero ahora su respiración volvía a ser normal. Sam le puso dos dedos en la muñeca para tomarle el pulso y cuando estuvo convencido de que no corría peligro se alejó un poco para reflexionar sobre el consejo de Miguel.
— ¿Una monja? —Preguntó Santana en voz baja—. ¿Cómo podría ayudarnos? ¿Qué puede decirnos ella que el Cónclave no sepa?
—Si Miguel nos envía a buscarla, debe de haber un motivo —repuso Sam—. Los humanos tienen una conexión con el mundo subterráneo mucho más fuerte que la nuestra. Los demonios se dedican a tentar a los habitantes de la tierra, especialmente a aquellos que piensan que su fe es inquebrantable. Para ellos es un deporte. Es posible que la hermana Mary Clare se haya encontrado con las fuerzas oscuras. Debemos ir a buscarla y averiguar qué es lo que sabe.
Quinn permanecía de pie con actitud erguida y decidida.
—Supongo que eso significa que nos vamos a Tennessee.
A esas alturas ya me empezaba a entrar sueño. Habían sucedido demasiadas cosas, y todas ellas estresantes, Pasar demasiado tiempo fuera de mi dimensión física me estaba causando un efecto extraño. Quería volver a sentir mi cuerpo, volver a tener su forma, cobijarme en ella. Pero decidí que me quedaría hasta que Rachel despertara. Quería ver cómo manejaría lo que acababa de presenciar. ¿Se verían Quinn y Sam obligados a contarle la verdad? ¿Recordaría ella la visita de ese glorioso desconocido o podrían decirle simplemente que había resbalado y se había dado un golpe en la cabeza?
Mis hermanos salieron de la habitación para ir a buscar las cosas necesarias para el viaje y Santana se quedó para vigilar a Rachel. Se sentó frente a ella en uno de los mullidos sofás y permaneció perdida en sus propios pensamientos. De vez en cuando dirigía la mirada hacia mi amiga para comprobar que estaba bien. Al cabo de poco rato se levantó, suspiró y fue a buscar una manta para tapar a Rachel. Santana no era rencorosa, y proteger a los más vulnerables era algo que tenía muy arraigado. Esa era una de las cosas que me gustaban de ella.
Cuando se despertó, Rachel se llevó una mano a la cabeza y soltó un gemido. Ahora, al ver que se despertaba, Santana se puso alerta. Se levantó, pero no se acercó mucho para no alarmarla. Rachel acabó de abrir los ojos, pestañeó y se los frotó con el dorso de la mano.
— ¿Qué diablos? —murmuró en voz baja mientras se incorporaba, todavía desorientada.
Miró a su alrededor y, al ver el punto de la habitación en que Miguel había aparecido, se quedó lívida. Me pareció incluso adivinar el momento exacto en que el recuerdo le venía a la cabeza. La conmoción que sintió se hizo evidente en su rostro. Se quedó con la boca abierta.
— ¿Cómo te encuentras? —preguntó Santana.
—Bien, supongo. ¿Qué ha pasado?
—Te has desmayado —respondió ella—. Debe haber sido a causa de la tensión. Siento haber perdido los estribos antes, no quiero pelearme contigo.
Rachel la miró.
—Tienes que decirme qué ha pasado —dijo—. A pesar de que tenía los ojos cerrados, he visto la luz…
Los ojos de Santana no traslucían ni el menor rastro de emoción. Miró a Rachel con frialdad.
—Quizás deberías ir a ver un médico. Hablas como si hubieras sufrido una conmoción cerebral.
Rachel irguió la espalda y la fulminó con la mirada.
—No me trates como si fuera tonta —la cortó—. Se perfectamente lo que vi.
— ¿Ah, sí? —dijo Santana en tono tranquilo—. ¿Y qué es?
—Un hombre… —empezó a decir Rachel, pero lo pensó mejor—. Por lo menos, creo que era eso: un hombre muy alto y muy brillante. Estaba rodeado de luz y su voz sonaba con cien voces humanas, y tenía alas, alas enormes como las de un águila.
La mirada que Santana le dirigió habría hecho dudar de su propia salud mental al testigo más decidido: apretó los labios, arqueó ligeramente las cejas y echó la cabeza un poco hacia atrás, como si Rachel se hubiera vuelto indudablemente loca. Era mejor actriz de lo que yo habría creído. Pero Rachel no se dejó engañar.
— ¡No me mires de esa forma! —gritó—. Tú también lo viste, sé que es así.
—No tengo idea de qué estás hablando —repuso Santana categóricamente.
—Había un ángel de pie justo allí. —Rachel señaló con gesto enfático el lugar donde se había aparecido Miguel—. ¡Lo he visto! No puedes hacerme creer que me estoy volviendo loca.
Santana abandonó. Estaba de pie, con los brazos cruzados y una expresión escéptica en el rostro. De repente se mostró exasperada.
—Sam —llamó en voz alta—. Será mejor que vengas.
Al cabo de un momento mi hermano apareció en la puerta.
—Rachel, bienvenida de nuevo. ¿Cómo te encuentras?
—Por qué no le dices a Sam lo que has visto —interrumpió Santana.
Rachel pareció dudar un instante. No le importaba lo que Santana pudiera pensar de ella, pero desde luego sí le importaba la opinión de Sam, y no quería arriesgarse a que él creyera que estaba mal de la cabeza. Pero la duda desapareció pronto.
—He visto un ángel —dijo, convencida—. No sé por qué ha venido ni lo que ha dicho, pero sé que ha estado aquí.
Sam permaneció en silencio, pensativo. No contradijo ni confirmó esa afirmación. Miró a Rachel y frunció un poco el ceño. Aunque su rostro impasible no delataba nada, supe que estaba pensando en cómo evitar males mayores. Si Rachel lo descubría todo, eso podría ser un desastre para mi familia. Ya se habían resistido a que un humano conociera su secreto, y solo habían accedido porque no les había quedado otro remedio. Pero si ya eran dos las personas que estaban al corriente en Venus Cove, el problema podría ser grave. Pero ¿qué otra cosa podían hacer? Rachel había visto a Miguel con sus propios ojos.
Yo deseaba poder estar físicamente allí es esos momentos para consolar a mi hermano en su lucha interna. Me acerqué a Sam en espíritu e intenté transmitirle mi apoyo. Quería que supiera que yo estaba a su lado fuera cual fuese su decisión. No era culpa suya, aunque yo sabía que él asumiría la responsabilidad. Miguel había hecho su aparición sin previo aviso y no habían tenido tiempo de alejar a Rachel. Cuando un arcángel tenía una misión, no mostraba ningún reparo ante la fragilidad humana. Servían a Dios con resolución comunicando Su palabra y Su voluntad a los habitantes de la Tierra. Cuando la esposa de Lot desobedeció sus órdenes hace miles de años, la convirtieron en una montaña de sal sin dudarlo un instante. Llevaban a cabo su misión con una determinación furiosa, apartando todo aquello que se interpusiera en su camino. Rachel no había representado un obstáculo para Miguel, así que no le había prestado atención y había dejado que Sam se encargara de las consecuencias. Me pregunté si mi hermano no estaría cambiando, igual que me había sucedido a mí; vivir entre los seres humanos hacía difícil mantener la neutralidad divina. Sam era leal al Reino, pero había tenido pruebas del compromiso que Santana tenía conmigo y sabía lo profundo que era nuestro vínculo. Yo sabía que él nunca me traicionaría su lealtad hacia los Siete Santos, los arcángeles, pero al principio de nuestra estancia en Venus Cove él parecía distinto: entonces era un representante del Señor y observaba la evolución del mundo con distancia y control. Ahora perecía comprender de verdad cómo funcionaba ese mundo.
Sam empezó a dar vueltas por la habitación y, antes de que me diera cuenta, me había atravesado. De repente se detuvo y supe por su mirada que había percibido una vibración en el aire. Deseé que les dijera a los demás que notaba mi presencia, pero yo conocía a mi hermano, sabía cómo pensaba. No hubiera tenido ningún sentido decirles a Santana y a Rachel que yo estaba allí. Ellas no podían verme, ni tocarme, ni hablar conmigo de ninguna manera. Solo serviría para ponerles las cosas más difíciles. Sam volvió a adoptar una expresión de normalidad, se acercó a Rachel y se sentó en el brazo del sofá, a su lado. Ella se giró hacia él, pero Sam no hizo ningún gesto para tocarla.
— ¿Estás segura de que podrás soportar la verdad? —le preguntó—. Por favor, ten presente que lo que te diga puede afectarte durante el resto de tu vida.
Rachel asintió sin decir palabra y sin apartar los ojos de él.
—Muy bien. Lo que has visto era, desde luego, un ángel. De hecho era el arcángel Miguel. Ha venido a ofrecernos ayuda para que no tengas nada que temer.
— ¿Quieres decir que es real? —murmuró Rachel, como hipnotizada ante esa posibilidad—. ¿Los ángeles son reales?
—Tan reales como tú.
Rachel frunció el ceño y recapacitó sobre la asombrosa información que Sam le había comunicado.
—Por qué soy la única que flipa
Sam respiró profundamente. Vi en sus ojos que dudaba, pero ya había ido demasiado lejos para echarse atrás en ese momento.
—Miguel es mi hermano —dijo en voz baja—. Somos iguales.
—Pero tú… —empezó a decir Rachel—. Tú no eres… cómo es posible… No lo comprendo. —Se impacientaba ante su propia incapacidad de comprender nada de lo que le decían.
—Escucha, Rachel. ¿Recuerdas cuando eras pequeña y tus padres te contaron la historia de la Navidad?
—Claro —farfulló ella—. Como todo el mundo.
— ¿Recuerdas la historia de la Anunciación? ¿Me la puedes contar?
—Creo… creo que sí —tartamudeó Rachel—. Un ángel se apareció ante la Virgen María en Nazaret para darle la noticia de que iba a tener un hijo llamado Jesús que era el Hijo de Dios.
—Muy bien —dijo mi hermano mirándola con aprobación. Se inclinó un poco hacia ella y continuó
—Rachel parecía confundida
—Soy yo —repuso mi hermano sin darle importancia.
—No te preocupes. Yo tardé un tiempo en hacerme a la idea —añadió Santana. Rachel casi ni le había oído. Todavía miraba a Sam sin saber qué decir—. A nuestro alrededor existe todo un mundo que, para la mayoría de nosotros, pasa totalmente desapercibido.
—Necesito saber que lo comprendes —insistió Sam—. Si es demasiado para ti, puedes pedirle a Quinn que te borre la memoria. Si vas a formar parte de esto, tienes que tener la mente despejada. No somos los únicos seres sobrenaturales aquí. Ahí afuera hay seres mucho más oscuros de lo que tú puedes imaginar y se han llevado a Britt. Para conseguir que regrese tenemos que estar unidos.
—No pasa nada, Rach — dijo Santana al verle la cara de miedo— Sam y Quinn no permitirán que nos suceda nada malo. Además, los demonios no están interesados en nosotros.
Esto consiguió captar la atención de Rachel.
— ¿Qué quieres decir con «demonios»? —Chilló, saltando del sofá—. ¡Nadie ha dicho nada de demonios!
Sam miró a Santana y negó con la cabeza en señal de desaprobación.
—Esto no funciona —decidió—. Creo que necesitamos a Quinn.
—No, espera —lo interrumpió Rachel—. Lo siento, solo necesito un minuto, Quiero ayudaros ¿Quién decís que se ha llevado a Britt?
—Fue raptada en Halloween por un demonio que ya había estado aquí antes —contestó Sam—. Creemos que fue vuestra sesión de espiritismo lo que lo trajo de nuevo. Tú lo conociste como Jake Thorn. Estuvo un tiempo en Bryce Hamilton el año pasado.
— ¿El chico australiano? —preguntó Rachel, haciendo una mueca mientras intentaba atrapar los recuerdos que Quinn le había borrado de la memoria, como si hubieran sido los archivos de un ordenador.
—Inglés —la corrigió Santana.
—Créeme, será mejor que nunca te cruces con él —dijo Sam.
—Oh, Dios mío —exclamó Rachel—. Britt tenía razón sobre la sesión de espiritismo. ¿Por qué no le hicimos caso? Todo ha sido culpa mía.
—No tiene sentido que te culpes —repuso Sam—. Eso no nos ayudará a hacerla volver. Ahora tenemos que concentrarnos en ello.
—De acuerdo. ¿Qué tengo que hacer? —preguntó Rachel, valiente.
—Dentro de pocas horas saldremos hacia Tennesse —informó Sam—. Necesitamos que te quedes aquí y que no digas ni una palabra de esto a nadie.
—Espera un momento. —Rachel se puso en pie—. No os vais a ir sin mí.
—Oh, sí lo haremos —cortó Santana.
Inmediatamente vi que la animosidad volvía a prender entre ellas.
—Será menos peligroso para ti que te quedes —aconsejó Sam con convicción.
—No —insistió Rachel—. No podéis lanzarme una bomba así y luego dejarme aquí para que me vuelva loca de estrés.
—No podemos esperar —dijo Sam—. Tú tendrías que hablar con tus padres, avisar a la escuela...
— ¿A quién le importa un cuerno la escuela? —Repuso Rachel—. ¡Hago novillos todo el tiempo! —Rápidamente sacó el teléfono móvil del bolsillo de los tejanos—. Voy a decirle a mamá que me quedo en casa de Tara unos días.
Antes de que nadie tuviera tiempo de hacer nada, Rachel ya estaba marcando el número y se iba hacia la cocina. Oí que le contaba a su madre algo sobre que Tara había roto con su novio, que estaba hecha un desastre y que necesitaba tener a sus amigas cerca.
—Esto ha sido una muy mala idea —dijo Santana— Estamos hablando de Rachel, la mayor chismosa de la ciudad. ¿Cómo va a ser capaz de no contar nada?
Pero yo confiaba por completo en el buen juicio de mi hermano. Aunque me preocupaba que Rachel se viera involucrada en todo esto, también sabía que cuando era necesario era capaz de ser muy sensata.
Quinn no parecía compartir mi opinión; por primera vez yo era testigo de un auténtico desacuerdo entre ella y Sam Se oyó un portazo procedente del vestíbulo y Quinn apareció de repente en la habitación con expresión de enojo. Dejó caer al suelo las dos bolsas de viaje que acababa de preparar y dirigió la mirada alternativamente hacia Sam y hacia la cocina. La tensión que todos estaban sufriendo parecía haber sacado a la luz una parte distinta de Quinn; mi paciente y amable hermana ahora se mostraba como un soldado del Reino, un serafín preparado para entrar en batalla. Yo sabía que los serafines raramente se enojaban, que hacía falta algo muy grave para desatar su furia. Por eso, el comportamiento de Quinn indicaba que quizás mi rapto significaba mucho más de lo que había creído.
—Esto es una seria infracción de las normas —afirmó Quinn con extrema gravedad y mirando a Sam—. No podemos permitirnos ningún otro contratiempo.
— ¿Qué normas? —Preguntó Santana—. No parece que haya ninguna norma.
—Hasta ahora nosotros nunca habíamos sido el objetivo de los demonios —repuso mi hermana—. Ellos perseguían a los humanos para molestar al Cielo. Pero esta vez se han llevado a uno de los nuestros sabiendo que nosotros deberemos tomar represalias. Quizás eso es exactamente lo que quieren que hagamos... lo cual significaría que quieren empezar una guerra. —Mirando a Rachel, añadió—: Es peligroso para ella.
—Ya se lo he dicho —dijo Sam—. Pero no creo que nos quede otra opción.
—El hecho de que Rachel y Brittany sean amigas del colegio no significa que nosotros debamos abandonar el protocolo normal.
—No hay nada normal en esta situación —replicó Sam—. Es evidente que el Cónclave no está preocupado por el hecho de que otro ser humano conozca nuestra identidad. Si lo estuviera, Miguel hubiera elegido mejor el momento de presentarse ante nosotros. Quizás tengas razón al decir que aquí está pasando algo mucho más importante.
Quinn seguía mostrándose escéptica.
—Si estoy en lo cierto, piensa en lo que vamos a enfrentarnos. Ella será un incordio.
—Pero es muy insistente. No consigo entrar en razón con ella.
—Es una adolescente y tú eres un arcángel —remarcó Quinn con aspereza—. Te has tenido que enfrentar a cosas mucho peores.
Mi hermano se limitó a encogerse de hombros.
—Necesitamos todos los aliados que podamos conseguir.
Quinn frunció el ceño y lo señaló con el dedo.
—Vale, pero no asumo ninguna responsabilidad por ella. Es cosa tuya.
— ¿Por qué perdéis el tiempo discutiendo sobre Rachel? —Soltó Santana de repente—. ¿Es qué no tenemos cosas más importantes de que preocuparnos? Como por ejemplo, ponernos en marcha para ir a buscar a esa monja.
—Santana tiene razón —dijo Sam—. Debemos dejar nuestras diferencias a un lado y concentrarnos en el presente. Espero que podamos llegar antes de que sea demasiado tarde.
Tan pronto como hubo pronunciado esas palabras, pareció arrepentirse porque una expresión afligida le ensombreció el rostro un momento. Santana estalló con apasionamiento:
—Hablas como si ya hubieras tirado la toalla.
—Yo no he dicho eso —contestó Sam—. Esta es una situación única. No sabemos a qué nos estamos enfrentando. Los únicos ángeles que han visto el interior del infierno son los que van allí por propia voluntad, los insensatos que se dejan cegar por el orgullo y dan la espalda a nuestro Padre para seguir a Lucifer.
— ¿Qué estás diciendo? —Se indigno Santana—. ¿Crees que Britt lo hizo a propósito? ¡Ella no lo eligió, Samuel! ¿Has olvidado que yo estaba allí?
En esos momentos sentí deseos de golpear a mi hermano. ¿De verdad creía que yo había elegido el camino de la oscuridad?
Quinn cruzó la habitación en un segundo y puso la mano sobre la espalda de Sam
—Lo que intentamos decir es que no debería haber sido posible que Jake arrastrara a un ángel al Infierno. O bien Brittany fue allí por propia voluntad o nos encontramos a las puertas del Armagedón.
Emma.snix*** - Mensajes : 101
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Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 15¿Puedes guardar un secreto? Capitulo: 16 Un corazón
Capitulo: 16
Un corazón
Un corazón
Cada vez me resultaba más difícil permanecer con ellos. Parecía que mi espíritu se estuviera disolviendo poco a poco, deseoso de regresar a mi cuerpo. Pero las palabras de Quinn no paraban de darme vueltas en la cabeza. ¿Era posible que mi rapto fuera una señal de que algo terrible iba a suceder?
A diferencia de Santana, yo no culpaba a Sam por lo que había dicho: mi hermano se limitaba a decir las cosas tal como las veía. Era verdad, yo había aceptado la oferta de Jake. Y aunque lo había hecho sin tener conciencia de ello, eso no parecía tener importancia. Sabía que Sam siempre confiaba en la mejor de las posibilidades, pero al mismo tiempo debía tener en cuenta todas las opciones. Deseé que mi hermano pudiera ser más diplomático, por el bien de Santana, pero no podía ocultar la verdad: había sido creado para personificarla y protegerla. Santana no comprendía eso y yo me daba cuenta de que se sentía frustrada. Estaba acostumbrada a que Quinn y Sam siempre tuvieran una respuesta para todo, pero esta vez las cosas eran diferentes y eso lo asustaba.
Santana estaba cada vez más inquieta. Se sentó pero tuvo que volver a levantarse de inmediato: tenía todo el cuerpo tenso como un arco y la energía contenida en ella era casi palpable.
—Yo vi a Brittany —dijo después de un largo silencio. Hablaba con gran emoción y en voz muy baja—. Tú no estabas allí, tú no viste su expresión cuando se dio cuenta de con quién estaba. Cuando supo lo que estaba ocurriendo, se sintió aterrorizada. Quise ayudarla, pero era demasiado tarde. Intenté salvarla…
La voz se le ahogó y clavó la mirada en sus manos con gesto abatido.
—Claro que lo intentaste —intervino Quinn. Ella siempre se mostraba más comprensiva con Santana que Sam—. Conocemos a Brittany y confiamos en ella. Pero eso no importa ahora. Jake ha ganado: ahora ella está en su poder. La situación es delicada y la verdad es que no hay una forma fácil de hacerla regresar.
Sam se mostró menos inclinado a dulcificar los hechos:
—Si existe una manera de entrar en la dimensión conocida como Infierno, nunca me han hablado de ella. Ningún ángel ha regresado nunca de ese lugar desde que enviamos a Lucifer al mundo subterráneo.
—Me ha parecido que has dicho que tenemos que encontrar un portal.
Santana apretaba los labios con fuerza, luchando por controlar sus emociones. Verla de esa manera me hizo saltar las lágrimas. Deseaba ardientemente rodearla con los brazos, acariciarle el rostro, consolarla, susurrarle que estaba viva y que, a pesar de que estaba en el mundo subterráneo, no había dejado de pensar en ella ni un momento.
—Sí, lo he dicho —asintió Sam—. Pero eso es más fácil de decir que de hacer.
Mi hermano volvía a mostrar su habitual expresión distante en la mirada y supe que tenía la cabeza en otro lado, en su propio mundo contemplativo. A pesar de las dudas que le había oído expresar, yo confiaba en Sam Sabía que si había alguna manera de rescatarme, él sería quien la descubriera.
—No lo comprendo. Si Jake rompe las reglas, ¿por qué no podemos nosotros? —insistió Santana.
—Si Jake engañó a Brittany para que confiara en él, no rompió ninguna regla —puntualizó Quinn—. Hace siglos que los demonios manipulan las almas y las condenan al Infierno.
—Entonces tenemos que jugar sucio —dijo Santana.
—Exacto. —Quinn le puso una mano en el hombro—. ¿Por qué no dejas de preocuparte un rato? Deja que nosotros lo pensemos. Quizás este viaje a Tennessee arroje alguna luz en todo esto. Lo que le ha sucedido a Brittany, el hecho de que un ángel del Señor sea arrastrado al Infierno, no tiene precedentes. No existe ningún reglamento que consultar. ¿Comprendes lo que quiero decir?
—Creo que puede ser una señal —intervino Sam, que parecía haber regresado al presente.
— ¿Qué tipo de señal? —preguntó Santana.
—De que el poder de Lucifer está creciendo. Podría ser una señal de su dominio creciente, incluso aunque se manifieste a través de Jake. Tenemos que pensarlo con atención. Precipitarnos podría empeorarlo todo. Por eso Miguel nos envía a ver a esa persona.
—Mirad, quedarnos aquí tomando el té no va a ayudar a Britt. Vosotros dos podéis pasaros todo el tiempo que queráis discutiendo generalidades, pero para mí se trata solamente de ella, y voy a hacer todo lo que haga falta para traerla de nuevo a casa. Si no estáis conmigo, me encargaré yo sola.
Santana se levantó con intención de salir y por un momento me entró el pánico al pensar que pudiera cometer alguna insensatez. Pero Sam fue rápido como el rayo: se colocó delante de ella impidiéndole el paso.
—Tú no te vas a encargar de nada. —El tono de Sam helaba la sangre—. ¿Queda claro? Controla tu temperamento un minuto y escucha. Sé que quieres que Britt regrese, todos lo queremos, pero que actúes como una heroína no le va a servir de nada.
—Y quedarnos sentados como si no pudiéramos hacer nada tampoco. Britt me dijo una vez que tu nombre significa «guerrera de Dios». Vaya guerrera has resultado ser.
—Vigila lo que dices —lo advirtió Sam con los ojos encendidos de enojo.
— ¿O qué? —Santana estaba furiosa.
Sabía que podía estallar en cualquier momento y hacer algo de lo que luego se arrepentiría. Deseé poder decirle que Sam tenía razón. Aunque yo la amaba por su lealtad y su determinación, también sabía que eso no se podía resolver solamente con el valor. En el fondo estaba convencida de que Sam tenía un plan, o por lo menos confiaba en ello. Santana tenía que darle tiempo para que pensara.
Sam continuaba cerrándole el paso a Santana. Ambos se miraban y entre ellos crecía la tensión. Al final, fue mi novia la primera en ceder.
—Necesito salir de aquí y despejarme un poco —dijo mientras empujaba a Sam a un lado.
—De acuerdo —dijo Quinn alzando la voz—. Te esperaremos.
Santana bajó rápidamente los escalones de arena que conducían a la playa. La seguí. Intentaba enviarle rayos de energía tranquilizante con la esperanza de que los sintiera. Cuando llegó a la playa, pareció relajarse un poco. Respiró profundamente unas cuantas veces y al final exhaló con alivio. Se dirigió directamente hacia la orilla y allí se detuvo con las manos en los bolsillos, mirando el mar. Se balanceaba de una pierna a otra intentando apaciguar su inquietud. Si consiguiera dejar de pensar que había fracasado, yo dispondría de una oportunidad para comunicarle mi presencia. Santana tenía que dejar de lamentar mi desaparición y liberar sus pensamientos.
En ese momento, como si me hubiera leído la mente, Santana se quitó los zapatos y los dejó a un lado. Se quedó solamente con el pantalón corto y una blusa blanca. Miró hacia la playa vacía, inhaló con fuerza y arrancó a correr. Yo corrí a su lado en mi forma de espíritu, llena de júbilo por su respiración acelerada y los latidos de su corazón. Ese fue el momento en que me sentí más cerca de ella desde nuestra separación. Los movimientos de Santana eran elegantes como los de una atleta bien entrenada. El deporte siempre había sido su válvula de escape y me daba cuenta de que su tensión se iba disipando. Ahora, su mente podía concentrarse en otra cosa que no fuera mi desaparición: el ejercicio la ayudaba. Su rostro tenía una expresión menos cansada y su cuerpo se movía libremente. Los músculos de sus pantorrillas y de sus hombros se veían perfectamente definidos. Casi me resultaba posible sentir el peso de su cuerpo cayendo sobre la arena con pasos acompasados y ágiles. No supe cuánto tiempo llevaba corriendo, pero se detuvo cuando el pueblo no era más que una mancha en la distancia. En ese momento el sol ya empezaba a ponerse tiñendo el océano de color rojo. Santana, con la respiración agitada, esperó a que el corazón recuperara el ritmo normal. Ya no pensaba en nada: seguramente era la primera vez en muchas semanas que tenía la cabeza completamente despejada. Me di cuenta de que no podía perder ni un minuto, tenía que aprovechar esa oportunidad. El peñasco se encontraba a nuestras espaldas, no muy lejos del lugar en que yo le había revelado mi identidad a Santana y había desplegado mis alas para lanzarme a volar desde el acantilado. Me pregunté si hice lo correcto: desde ese momento le había complicado la vida de forma irrevocable. Había atado su existencia a la mía y la había cargado con unos problemas a los que nunca se hubiera tenido que enfrentar.
Observé el rostro de Santana, que ahora se encontraba solamente a unos centímetros de donde hubiera estado el mío si mi presencia hubiera sido física. Vi que la expresión de su cara se ensombrecía y que su cuerpo recuperaba la temperatura normal. El ejercicio físico le había proporcionado un alivio temporal, pero pronto volvería a sentirse angustiada por todo lo que creía haber hecho mal. Se me terminaba el tiempo. Me alejé hasta quedar a unos cuantos metros por encima de ella, cerré los ojos y me concentré en canalizar toda mi energía hacia el punto en que habría estado mi corazón a su lado. Imaginé que concentraba mi energía formando una bola que giraba a una gran velocidad. Esa bola contenía todo mi amor, todos mis pensamientos, todo mi ser. Y entonces, corrí. Corrí directamente hacia Santana, que ahora contemplaba el océano con los pies medio enterrados en la arena. Me precipité contra ella como un proyectil y la bola de energía estalló contra ella como una oleada de marea cósmica. Fue como si su cuerpo se hiciera líquido y yo pudiera pasar a través de ella. Por una décima de segundo sentí su ser dentro de mí, mi esencia y la suya fundidas. Durante ese brevísimo instante compartimos un solo corazón, un único cuerpo. Y entonces, todo pasó.
Santana parecía aturdida y, sin poder comprender qué había ocurrido, se llevó una mano al corazón. Adiviné en su rostro el proceso de su razonamiento: esperaba no haberla alarmado creyendo que sufría un ataque al corazón. Santana tardó unos minutos en aceptar todo lo que le había pasado y entonces su expresión de confusión dio lugar a una de felicidad absoluta. Al ver que miraba a su alrededor buscándome, supe que lo había hecho bien. ¡Estaba orgullosa de mí misma y de haberlo conseguido en el primer intento! Solamente había sido un pequeño paso, pero lo había dado: había establecido contacto.
Santana miró directamente hacia donde me encontraba yo, físicamente invisible pero espiritualmente más presente que nunca. Sus ojos oscuros de color marrón parecieron clavarse en los míos y sus labios esbozaron una sonrisa.
—Britt—murmuró—. ¿Por qué has tardado tanto?
Emma.snix*** - Mensajes : 101
Fecha de inscripción : 02/08/2013
Edad : 32
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
esa coneccion entre las chicas es asombrosa! sam tiene que tener mas paciencia, santana esta desesperada y es mas que logico!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
OMG es que esta adaptación e historia es maravillosa en serio esta muy linda, la verdad es que ya quiero que rescaten a britt pobresita me da mucha pena, pero bueno ya quiero saber que es lo que harán para poderla rescatar.
Actualiza pronto XOXO
Actualiza pronto XOXO
khandyy** - Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 08/03/2012
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
Wow.. estos caps han sido geniales.. muy fuertes e intensos
Sabia que Hanna era una buena chica que habia tomado una mala desicion ojala la puedan ayudar, Aggggg cada vez mas odio al idiota ese de Jake, no veo la hora y el momento en que Britt pueda salir de alli ya no quiero verla sufrir por no estar con su familia y al lado de San..
Jamas pense que Sam le confesaria a Rach la verdad, debe tenerle confianza o mas bien no le quedo de otra, yo tambien confio en el buen juicio de el, me sorprendio ver a Quinn enojada ell siempre es tan serena y pasiente pero todo tiene un limite.
Me alegro de que por lo menos Britt pueda verlos de esa manera aunque me temo de que Jake al descubra y haga algo para evitarlo.. esta ultima visita fue asombrosa, de verdad son la sintio.. y su po que era ella... no cabe duda que la conexion que tienen es muy fuerte!!!
Espero la siguiente actu, besos!
Sabia que Hanna era una buena chica que habia tomado una mala desicion ojala la puedan ayudar, Aggggg cada vez mas odio al idiota ese de Jake, no veo la hora y el momento en que Britt pueda salir de alli ya no quiero verla sufrir por no estar con su familia y al lado de San..
Jamas pense que Sam le confesaria a Rach la verdad, debe tenerle confianza o mas bien no le quedo de otra, yo tambien confio en el buen juicio de el, me sorprendio ver a Quinn enojada ell siempre es tan serena y pasiente pero todo tiene un limite.
Me alegro de que por lo menos Britt pueda verlos de esa manera aunque me temo de que Jake al descubra y haga algo para evitarlo.. esta ultima visita fue asombrosa, de verdad son la sintio.. y su po que era ella... no cabe duda que la conexion que tienen es muy fuerte!!!
Espero la siguiente actu, besos!
aria- - Mensajes : 1105
Fecha de inscripción : 03/12/2012
Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 17 Cómplice. Capitulo: 18 El portal
Hey hola Bueno aquí les cuelgo dos capítulos mas,la verdad mil disculpa por no responder a sus comentarios pero la verdad es que ando un poco corta de tiempo con las tareas de la uni y pues solamente me da tiempo de colgarlos, pero bueno ya no se puede hacer nada. Muchos saludos y un fuerte besos para todas, espero y disfruten de los capítulos, la verdad es que ya se empieza a poner mas interesante ok me despido
Después de mi encuentro con Santana en la playa, todo cambió para mí. Lo que había sucedido entre las dos era mucho mejor que besarla, mejor que tenerla a mi lado durmiendo, en mi cama. Todo mi ser había abrazado su corazón palpitante, había fluido por sus venas, había sentido los impulsos eléctricos de su cerebro. Ahora sabía lo que era una verdadera conexión. Y sabía que lucharía por ella. Hasta ese momento me había conformado con esperar con paciencia a que llegara mi equipo de rescate, porque no creía que pudiera hacer nada más. Pero ahora, al igual que Santana, no podía continuar esperando. Necesitaba controlar mi situación con mis propias manos. Mi determinación de reunirme con ella ardía en mi interior como un fuego. Ya se había terminado el papel de víctima. Se había terminado el sentimiento de impotencia. Jake me atemorizaba, no cabía ninguna duda, pero había otra cosa que me daba más miedo todavía, y era estar separada de Santana para siempre.
En cierta manera sentía que la había decepcionado. Hasta ese momento, había estado sin hacer nada en mi suite del ático del hotel casi todos los días, comunicándome solamente con Hanna y con Puck y fingiéndome indispuesta para reducir al máximo mis encuentros con Jake. Mientras tanto, mi novia estaba haciendo todo el trabajo: su cabeza daba vueltas frenéticamente para elaborar planes y dejaba a un lado todo lo demás. Yo solo había permanecido a la espera, como una damisela apenada.
Pero sabía que era capaz de más: de poner todo de mi parte. Y eso era lo que iba a hacer. Pero no podía hacerlo sola.
—Puck, hay un cambio de planes —dije en cuanto le vi entrar por la puerta—. Necesito que me ayudes.
Puck pareció inquieto:
—No me gusta cómo suena eso... —dijo
Yo no estaba del todo convencida de que pudiera confiar en él tan pronto, pero tampoco tenía alternativa.
—Quiero intentar encontrar un portal.
Puck suspiró.
—Ya me lo veía venir —dijo—. Pero, Britt, es casi imposible encontrarlos. Solo unos cuantos demonios de alto rango saben dónde están.
—Soy un ángel, Puck —insistí—. Quizá tenga una sensibilidad de detección innata o algo que pueda ayudamos. Nunca se sabe.
—Admiro su confianza —dijo Puck, y después de una pausa añadió—: Pero solo para que lo sepa: he estado buscando los portales mil veces y no he encontrado nada.
—Quizás esta vez tengamos suerte —repuse sonriendo.
—Me gustaría ayudarla —aseguró él, incómodo— Pero si nos descubren, no será usted la que se encuentre en el potro de tortura.
—Entonces no nos descubrirán.
—No es tan sencillo.
—Sí, sí lo es —insistí yo—. Y si nos atrapan, diré que todo fue idea mía y que te obligué a seguirme.
Puck suspiró.
—Supongo que podríamos intentarlo.
—Genial. Bueno, ¿por dónde andan esos demonios de alto rango?
—Me voy a llevar una buena si continúo escuchándola —dijo Puck—. Pero de acuerdo, adelante. De todos modos, ¿cómo vamos a salir de aquí? Este hotel está completamente controlado y la vigilan como halcones.
—Tengo una idea —dije, tumbándome boca abajo en la cama para tomar el teléfono que reposaba en la mesilla de noche.
No había utilizado ese teléfono todavía, así que la persona respondió parecía un poco sorprendida.
—Buenas noches, señora —dijo la recepcionista—. ¿En qué puedo ayudarla?
— ¿Me puede comunicar con la habitación del señor Thorn? —Pregunté con toda educación—. Tengo que hablar con él. —Oí que revolvía unos papeles—. Dígale que soy Brittany —añadí.
—Espere, por favor.
Cuando volvió a ponerse al otro lado, el tono de su voz había cambiado completamente: esta vez me trató como a una VIP.
—Le pido disculpas, señorita —dijo casi sin aliento y en tono adulador—. Ahora mismo la paso.
El teléfono sonó dos veces hasta que oí la sedosa voz de Jake:
—Hola, cariño. ¿Ya me echas de menos?
—Quizá —repuse, jugando—. Pero no te llamo por eso. Me gustaría pedirte permiso para una cosa. —Jake no era el único que podía recurrir a la seducción.
— ¿Es una broma, Britt? ¿Desde cuándo me pides permiso para nada? La última vez que te vi mostraste una voluntad muy propia.
Procuré hablarle en tono dulce y suplicante:
—Creo que ya hay bastante mal ambiente entre los dos —dije—. No quiero empeorar las cosas.
—Ajá. —Jack parecía escéptico—. ¿Qué quieres?
—Me preguntaba si podría hacer una visita a los clubes —dije, fingiendo indiferencia—. Ya sabes, pasar el rato con las ratas de club y conocer un poco el ambiente.
— ¿Te quieres ir de clubes? —Jake estaba desconcertado. Yo sabía que lo había pillado completamente por sorpresa.
—Bueno, la verdad es que no —dije—. Pero es que hace mucho que no salgo de este hotel. Creo que tengo que hacer algo si no quiero volverme loca de atar.
Jake calló un momento mientras valoraba mi petición.
—Bueno, pero no puedes ir sola —dijo al fin—. Y ahora mismo estoy en una reunión importante. ¿Puedo ir a buscarte dentro de unas horas?
—La verdad —dije—, Puck se ha ofrecido a acompañarme.
— ¿Puckerman? —Jake se rio a carcajadas—. No te va a servir de gran cosa en la pista de baile.
—Lo sé —contesté—, pero puede hacerme de carabina. —Bajando la voz y con una repentina familiaridad, añadí—: Pero me gustaría saber si piensas que él puede… ya sabes… si no corro peligro con él. No lo conozco mucho, no hemos entablado mucha comunicación ni nada. —Miré a Puck con expresión
Arrepentida—. ¿Crees que cuidará de mí? ¿Qué no me hará ningún daño?
Jake soltó una carcajada gutural y temible:
—Estás completamente a salvo con Puck. Él no permitirá que te suceda nada malo porque sabe que, si lo hace, lo despellejaré vivo.
—De acuerdo —dije, intentando disimular mi desagrado—. Si tu confías en él, yo también.
Pero a Jake le pasó una idea por la cabeza:
—Espero que no estés pensando hacer ninguna tontería.
—Si lo estuviera, ¿te pediría permiso primero? —Solté un largo suspiro como de decepción—. Mira, no te preocupes, me quedo. Ya no tengo ganas de salir.
—No, no, deberías salir —me animó Jake, ansioso por no estropear mi buen humor—. Tendrás que conocer este sitio para que algún día puedas decir que es tu casa. Haré saber a seguridad que vas a salir.
—Gracias, no volveré tarde.
—Será mejor. Nunca se sabe con quién te puedes encontrar.
—Estaré bien —dije con despreocupación—. A estas alturas todos saben que soy de tu propiedad.
—Es agradable oírtelo decir por fin.
—No tiene mucho sentido negarlo.
—Me alegro de que entres en razón. Sabía que acabarías por hacerlo.
Jake hablaba en voz baja y en tono verdaderamente complacido. Resultaba aterrador de qué manera se había inventado nuestra relación: era un absoluto delirio. Casi deseé poder ayudarlo, pero sabía que era demasiado tarde.
—No prometo nada, Jake —aclaré—. Solo voy a salir un rato.
—Comprendo, pásatelo bien.
—Lo intentaré. Ah, y por cierto, me gustaría ir a algún sitio un poco más exclusivo que la última vez. ¿Alguna sugerencia?
—Brittany, siempre me sorprendes… Ve a Hex. Avisaré de tu llegada.
Colgué el teléfono y miré a Puck con una amplia sonrisa. Ni aunque hubiera escalado el Everest me habría sentido más orgullosa de mí.
— ¿Se lo ha tragado? —Puck parecía asombrado.
—Por completo.
—Tengo que admitirlo, no creía que fuera tan buena mentirosa —dijo.
—He estado bien, ¿verdad?
Salté de la cama y me dirigí directamente a la puerta, ansiosa por salir de la agobiante habitación del hotel.
—Esto... Britt. —Puck me detuvo y observó mis ropas—. No pensará ir a un club vestida así.
Bajé los ojos hasta mi vestido de flores y suspiré. Puck tenía razón. Necesitaba dar el pego. Rebusqué en el armario, pero no encontré nada que se pareciera remotamente a lo que necesitaba. Empezaba a sentirme frustrada cuando llamaron a la puerta. Puck fue a abrir y Asia apareció con la bolsa de un vestido en una mano y una maleta de maquillaje en la otra. Entró en la habitación dedicándome una sonrisa salvaje y sin disimular que se encontraba allí por obligación. Iba vestida con minifalda, un corpiño acordonado y unas botas altas hasta los muslos. Su piel era del color del café con leche, y se la había untado con algo que le confería unos reflejos iridiscentes.
—Jake me envía —dijo con su voz ronca—. Pensó que quizá necesitarías ayuda para vestirte. Parece que tenía razón. —Lanzó el vestido enfundado sobre la silla que tenía más cerca—. Esto debe de ser de tu talla. Pruébatelo, luego nos encargaremos del resto.
Me miró como si pensara que yo era un caso perdido. Me siguió al baño antes de que yo pudiera impedírselo, así que me apresuré a ponerme el vestido blanco y negro que me ofrecía y me calcé unos zapatos transparentes con lazos en los tacones. Luego Asia, con actitud resentida, empezó a colocar pinceles de todos los tamaños encima del mostrador de mármol. Yo sabía que ella no estaría perdiendo el tiempo conmigo si Jake no la hubiera obligado.
—Oh, querida —dijo, arrastrando las sílabas—. Si te vas a bailar, tienes que dar el pego. No puedes aparecer como una girl scout.
—Bueno, acabemos con esto —gruñí.
—Por mí estupendo —repuso Asia sonriendo y apuntándome con un rizador de pestañas como si fuera un arma mortífera.
Cuando salí del baño estaba irreconocible. Cada rizo de mi pelo había sido planchado, mi labios eran unos morritos pegajosos de color rojo y mis pestañas brillaban con una sombra azul plateado. Mi cutis blanco estaba cubierto de maquilla bronceador, llevaba unos pendientes con forma de colmillo gigante en las orejas y cada vez que parpadeaba me pinchaba con las pestañas falsas que me había puesto. Incluso las piernas las llevaba cubiertas de spray bronceador. Olía como un coco gigante.
Mi transformación dejó a Puck sin habla.
—Britt, ¿es usted? —preguntó—. Está... esto... muy...
—Deja de babear, campesino —lo cortó Asia—. Bueno, en marcha.
— ¿Viene usted? —preguntó él.
—Claro. ¿Por qué no? ¿Tienes algún problema con eso? —Asia, suspicaz, lo miró con los ojos achicados
—En absoluto —dijo Puck dirigiéndome una mirada significativa.
Los tres salimos de la habitación y bajamos al vestíbulo, donde todo el mundo se paró a mirarnos. Quizá mi vestimenta no fuera adecuada para un ángel, pero me hacía sentir mejor equipada para enfrentarme con los peligros que podían estar acechando en los turbios túneles del Hades. Estaba ansiosa por ponerme en marcha y empezar a buscar los portales ocultos. Sabía que era peligroso, pero por una vez no estaba asustada. Me sentía como si hasta ese momento hubiera estado en la oscuridad, tanto física como metafóricamente, durante semanas.
Ya había aprendido que la buena educación y la amabilidad no eran la mejor manera de comportarme si quería ser respetada en el Hades, así que ignoré conscientemente las sonrisas de aprobación del personal del hotel y los tres salimos por la puerta giratoria. Fuera, un portero de uniforme nos saludó llevándose dos dedos a la gorra y señaló hacia una limusina negra que se acercaba despacio para recogernos.
—El señor Thorn ha pedido un coche para usted —anunció el portero.
—Qué considerado por su parte —dije yo a regañadientes mientras me instalaba en el asiento trasero al lado de Puck. Incluso cuando no estaba presente, Jake tenía que controlarlo todo con mano de hierro.
Asia se sentó delante. El chófer la conocía y los dos charlaron un rato sobre conocidos comunes. Desde el otro lado del cristal ahumado, solamente me llegaban retazos apagados de su conversación.
—No se aleje de mí en el Hex —me aconsejó Puck—. Me han dicho que su clientela es curiosa.
No le pregunté cuál era su definición de «curiosa». Estaba a punto de descubrirlo por mí misma.
El distrito de las discotecas del Hades era muy distinto de la zona en que se encontraba el hotel Ambrosía. Este se emplazaba en un lugar apartado, mientras que los clubes estaban en medio de un laberinto de túneles de paredes de cemento y puertas metálicas. Los gorilas que vigilaban las entradas parecían clones, todos llevaban el mismo corte de pelo y mostraban la misma inexpresividad en el rostro. Los ritmos mezclados sonaban como los latidos del corazón de una bestia: el efecto era claustrofóbico.
El Hex se encontraba un poco apartado de los demás, y se accedía a él por un túnel separado. Al llegar a la puerta, Asia mostró un pase y me di cuenta de que solo se podía entrar en él previa invitación. Dentro entendí por qué. Lo primero que noté fue el olor del humo de los puros. Hex no era tanto un club nocturno como una sala de juego donde la elite del Hades pasaba el rato. Los clientes eran demonios de alto rango de ambos sexos. Todos ellos se movían con una agilidad de pantera y compartían una gran vanidad, cosa que se hacía evidente en sus sofisticadas vestimentas. Pero no todos eran demonios; también había algunos humanos, y no eran espíritus sino que estaban allí en carne y hueso, como Hanna y Puck. Inmediatamente supe que se encontraban allí por el único motivo de complacer a sus señores.
La decoración barroca de la sala daba a ese lugar un aire dramático que sugería la opulencia de una época antigua. Había estatuas clásicas, columnas de mármol y espejos con marcos tallados en todas las paredes. La canción que en esos momentos sonaba por los altavoces del techo me era conocida. La había oído en el coche de Santana, pero parecía mucho más adecuada aquí. «Veo la mala luna elevarse. Veo problemas en el camino. Veo terremotos y relámpagos. Veo los malos tiempos de hoy.»
Algunos clientes, sentados en mesas iluminadas con lámparas de pantallas con flecos, contemplaban a unas bailarinas de striptease que llevaban ropa interior bordada con cuentas. Los apostantes se agrupaban alrededor de las mesas centrales, concentrados en los distintos juegos que se les ofrecían. De entre ellos, reconocí los más clásicos como el póquer y la ruleta, pero me llamó la atención uno llamado «rueda de la suerte». Unos seis jugadores se sentaban ante una mesa y observaban unas pequeñas pantallas que mostraban a la masa de gente de la pista de baile. Cada bailarín parecía estar representado por un signo distinto en la rueda. El jugador la hacía girar y ganaba el bailarín que tenía el mismo signo que la rueda señalaba al detenerse. Me habría parecido un juego absurdo si no hubiera visto antes la tortura que esperaba a esos bailarines en el foso.
En el club Hex no existía lo clandestino, pues todo aquello que en la Tierra hubiera sido censurado aquí se llevaba a cabo abiertamente: las parejas se enzarzaban en lo que podría calificarse como «juegos preliminares» sin ningún pudor, y sobre todas las mesas se veían líneas de polvos blancos y pastillas de colores parecidas a caramelos. Algunos demonios trataban con dureza a los humanos, pero lo más alarmante era que estos parecían disfrutar con ese maltrato. Esa absoluta ausencia de valores morales me resultaba escalofriante.
Empecé a dudar de que tuviera algún sentido estar allí, por no hablar de intentar encontrar información sobre los portales. Empezaba a perder la confianza con que había iniciado todo aquello.
—No estoy segura de que esto haya sido muy buena idea, después de todo—dije.
Puck respondió algo, pero el volumen de la música me impidió oírlo. Desde que habíamos entrado, y a pesar de los esfuerzos que había hecho por pasar desapercibida, todo el mundo dirigía su mirada hacia mí. Algunos de los demonios olisqueaban el aire, como si se dieran cuenta de que yo no pertenecía a ese lugar. Los que se acercaban a nosotros me miraban con ojos de tiburón. Puck me pasó un brazo por los hombros y me llevó hasta la barra, donde me senté en un taburete, agradecida por su presencia protectora. Asia pidió unos chupitos de vodka. Se tomó el suyo de un trago y depositó el vaso sobre el mostrador con un golpe seco. Yo sorbí el mío.
—Eso no es muy educado, cariño —se burló—. ¿Es que quieres llamar la atención o qué?
Le dirigí una mirada desafiante y, echando la cabeza hacia atrás, vacié el vaso. El vodka no tenía ningún sabor, pero me quemó la garganta como si fuera fuego líquido. Luego, imitando a Asia, dejé el vaso sobre la barra con un golpe fuerte y gesto triunfante, pero de inmediato me di cuenta de que eso era a una señal para que el camarero volviera a llenarlo. No toqué el segundo vaso: la cabeza ya empezaba a darme vueltas y Puck me miraba con desaprobación. Entonces Asia dijo una cosa totalmente inesperada que nos cogió por sorpresa a los dos:
—Creo que puedo ayudarte a encontrar lo que buscas.
—Solo hemos venido a divertirnos un rato —dijo Puck cuando pudo reaccionar.
—Ya. Se te ve en la cara —rio Asia—. Basta de tonterías, Puck. Estás hablando conmigo. Sé lo que buscáis, y quizá conozca a alguien que os puede dar algún consejo.
— ¿Nos vas a ayudar? —Pregunté sin ambages—. ¿Por qué?
Asia respondió en tono condescendiente:
—Bueno, no quisiera ayudarte, pero parece que su majestad sufre un enamoramiento adolecente que algunos calificarían de lamentable. Creo que mi deber como leal súbdita es hacer todo lo que esté en mi mano para ayudarle a superarlo. Y supongo que la mejor manera de hacerlo es…
—Es haciendo que Britt se largue de aquí. —Puck termino la frase por ella, como si todo hubiera cobrado sentido.
—Exacto. —Asia dirigió la atención hacia mí—. Créeme, nunca haría nada que no me beneficiara, y ahora mismo lo que más me gustaría es que desaparecieras. Y, con suerte, antes de que el Tercer Círculo sufra ningún daño.
Recordé que Hanna había mencionado el Tercer Círculo al poco tiempo de mi llegada al Hades, pero no comprendía por qué se encontraba amenazado.
— ¿De qué estás hablando? —pregunté.
—Asia se refiere a los rebeldes que quieren que Jake sea derrocado —explicó Puck—. Creen que últimamente está descuidando sus deberes.
—No me lo creo —dije—. ¿Cómo pueden unos cuantos demonios conspirar contra su líder?
Asia puso los ojos en blanco.
—Jake no es simplemente un demonio, es un demonio caído. Es uno de los Originales, los que cayeron al lado de Gran Papi al principio de todo. Son ocho en total, los ocho príncipes de los Ocho Círculos. Por supuesto, Lucifer es quien preside el noveno... el círculo más caliente del Infierno.
—Entonces si solo hay ocho demonios originales —deduje—, los otros deben de haber sido creados por ellos.
— ¡Uau! —Se mofó Asia—. No eres solamente una cara bonita. Sí, los Originales dirigen el cotarro. Los otros no tienen ningún control real, son prescindibles, no son más que hormigas trabajadoras. Los mejor considerados son destinados a las cámaras de tortura, o invitados a compartir cama con los que manejan el poder. Algunas veces, desde luego, se unen para intentar derribar a los Originales. Y, por supuesto, siempre fallan.
— ¿Y si los descubrieran? —pregunté.
—Jake los masacraría a todos.
—Los Originales harían cualquier cosa por protegerse —dijo Puck—. Jake más que nadie.
—Entonces, ¿cómo piensan derrocarlo estos rebeldes? —inquirí.
—No tienen mucha idea. —Asia se encogió de hombros—. La mayoría son unos idiotas que esperan una oportunidad para menoscabar su poder.
—Yo creía que tú eras su mayor defensora —dije, procurando mantener un tono tranquilo. Quizá pudiéramos llegar a un acuerdo con Asia, después de todo—. ¿Por qué no le has hablado de esto?
—Nunca está de más guardarse algunas cartas en la manga —repuso Asia.
— ¿Los rebeldes están enfadados con Jake por mi causa? —pregunté.
—Sí. —Asia levanto ambas manos—. Han expresado su inquietud, pero Jake no quiere escuchar. —Me miro con desdén y añadió—: Supongo que contra gustos no hay disputa.
— ¿No te estás poniendo en peligro al ayudarnos?
— ¿Es que no sabes que no hay mayor furia que la de una mujer ultrajada? Digamos que mi ego está herido.
— ¿Puedes contarnos lo que sabes de los portales? —pregunto Puck.
—No he dicho que sepa nada. Pero ahí detrás hay alguien que quizá sí lo sepa. Se llama Asher.
Tras uno de los pesados tapices que colgaban de las paredes se abría un pasillo donde nos estaba esperando un demonio vestido con un traje italiano. Asher debía de tener entre treinta y cuarenta años. Era alto, con el pelo negro —que llevaba mal peinado y muy corto—, y un rostro que parecía el de un emperador romano. Sobre la frente le caía un remolino de pelo y tenía las mejillas marcadas de viruela. Masticaba un palillo, completamente inconsciente de que parecía un típico gánster de película. Tenía la nariz ligeramente curvada, y sus ojos de tiburón lo identificaban como demonio. Estaba apoyado contra la pared, pero al vernos se acercó con gesto elegante. Me miró de arriba abajo con una curiosidad que inmediatamente dio paso a una expresión de desagrado.
—Este disfraz no engaña a nadie, tesoro —dijo—. Tú no perteneces a este lugar.
—Bueno, por lo menos estamos de acuerdo en una cosa —repuse—. ¿Estás con los rebeldes?
—Claro —contestó—. Y tengo exactamente dos minutos, así que escucha: lo que buscas no lo vas a encontrar en este distrito. Los portales adoptan varias formas, pero del que he oído hablar se encuentra en el Yermo, fuera de los túneles.
—No sabía que hubiera algo fuera de los túneles —dije.
—Claro que sí. —Asher me miró con desprecio—. Nada vivo, por supuesto, solo almas perdidas que vagan por ahí hasta que los rastreadores las traen de vuelta.
— ¿Cómo lo reconoceré?
— ¿El portal? Busca la planta redonda que recorre el Yermo. Cuando salgas de aquí, dirígete hacia el sur y continúa andando. Cuando la encuentres, lo sabrás… si es que llegas lo bastante lejos.
— ¿Cómo sé que puedo confiar en ti? —pregunté.
—Porque deseo ver arder a Jake tanto como tú. Nos trata como escoria y estamos hartos. Si él pierde su conquista tan pronto, verá su poder desafiado y quizá tengamos una oportunidad de derrocarlo.
Vi que Asia, que se encontraba detrás de Asher, ponía los ojos en blanco y me pregunté si ese plan era muy bueno. No me parecía que la autoridad de Jake fuera a ser verdaderamente cuestionada en un futuro inmediato. Puck le dio las gracias y me tomó del brazo para llevarme de vuelta al club. Lo seguí, obediente, pensando que él debía de saber cómo encontrar el Yermo.
Antes de que nos fuéramos del club Hex volví a ver a Asher: estaba en la barra hablando con Asia. Se acercó a ella y le metió la lengua en la oreja mientras le acariciaba un muslo con la mano. Pensé que eso era lo que Asia debía de haber ofrecido para obtener la información que necesitábamos.
Reflexioné sobre la absoluta ausencia de confianza y lealtad que había en ese lugar. Allí todo se edificaba sobre la mentira y el engaño: era imposible saber quién trabajaba con quien, quien dormía con quién o manipulaba a quién.
En ese momento supe que, aunque llevara una lujosa vida como reina de Jake, nunca conseguiría sobrevivir allí.
Capitulo: 17
Cómplice
Cómplice
Después de mi encuentro con Santana en la playa, todo cambió para mí. Lo que había sucedido entre las dos era mucho mejor que besarla, mejor que tenerla a mi lado durmiendo, en mi cama. Todo mi ser había abrazado su corazón palpitante, había fluido por sus venas, había sentido los impulsos eléctricos de su cerebro. Ahora sabía lo que era una verdadera conexión. Y sabía que lucharía por ella. Hasta ese momento me había conformado con esperar con paciencia a que llegara mi equipo de rescate, porque no creía que pudiera hacer nada más. Pero ahora, al igual que Santana, no podía continuar esperando. Necesitaba controlar mi situación con mis propias manos. Mi determinación de reunirme con ella ardía en mi interior como un fuego. Ya se había terminado el papel de víctima. Se había terminado el sentimiento de impotencia. Jake me atemorizaba, no cabía ninguna duda, pero había otra cosa que me daba más miedo todavía, y era estar separada de Santana para siempre.
En cierta manera sentía que la había decepcionado. Hasta ese momento, había estado sin hacer nada en mi suite del ático del hotel casi todos los días, comunicándome solamente con Hanna y con Puck y fingiéndome indispuesta para reducir al máximo mis encuentros con Jake. Mientras tanto, mi novia estaba haciendo todo el trabajo: su cabeza daba vueltas frenéticamente para elaborar planes y dejaba a un lado todo lo demás. Yo solo había permanecido a la espera, como una damisela apenada.
Pero sabía que era capaz de más: de poner todo de mi parte. Y eso era lo que iba a hacer. Pero no podía hacerlo sola.
—Puck, hay un cambio de planes —dije en cuanto le vi entrar por la puerta—. Necesito que me ayudes.
Puck pareció inquieto:
—No me gusta cómo suena eso... —dijo
Yo no estaba del todo convencida de que pudiera confiar en él tan pronto, pero tampoco tenía alternativa.
—Quiero intentar encontrar un portal.
Puck suspiró.
—Ya me lo veía venir —dijo—. Pero, Britt, es casi imposible encontrarlos. Solo unos cuantos demonios de alto rango saben dónde están.
—Soy un ángel, Puck —insistí—. Quizá tenga una sensibilidad de detección innata o algo que pueda ayudamos. Nunca se sabe.
—Admiro su confianza —dijo Puck, y después de una pausa añadió—: Pero solo para que lo sepa: he estado buscando los portales mil veces y no he encontrado nada.
—Quizás esta vez tengamos suerte —repuse sonriendo.
—Me gustaría ayudarla —aseguró él, incómodo— Pero si nos descubren, no será usted la que se encuentre en el potro de tortura.
—Entonces no nos descubrirán.
—No es tan sencillo.
—Sí, sí lo es —insistí yo—. Y si nos atrapan, diré que todo fue idea mía y que te obligué a seguirme.
Puck suspiró.
—Supongo que podríamos intentarlo.
—Genial. Bueno, ¿por dónde andan esos demonios de alto rango?
—Me voy a llevar una buena si continúo escuchándola —dijo Puck—. Pero de acuerdo, adelante. De todos modos, ¿cómo vamos a salir de aquí? Este hotel está completamente controlado y la vigilan como halcones.
—Tengo una idea —dije, tumbándome boca abajo en la cama para tomar el teléfono que reposaba en la mesilla de noche.
No había utilizado ese teléfono todavía, así que la persona respondió parecía un poco sorprendida.
—Buenas noches, señora —dijo la recepcionista—. ¿En qué puedo ayudarla?
— ¿Me puede comunicar con la habitación del señor Thorn? —Pregunté con toda educación—. Tengo que hablar con él. —Oí que revolvía unos papeles—. Dígale que soy Brittany —añadí.
—Espere, por favor.
Cuando volvió a ponerse al otro lado, el tono de su voz había cambiado completamente: esta vez me trató como a una VIP.
—Le pido disculpas, señorita —dijo casi sin aliento y en tono adulador—. Ahora mismo la paso.
El teléfono sonó dos veces hasta que oí la sedosa voz de Jake:
—Hola, cariño. ¿Ya me echas de menos?
—Quizá —repuse, jugando—. Pero no te llamo por eso. Me gustaría pedirte permiso para una cosa. —Jake no era el único que podía recurrir a la seducción.
— ¿Es una broma, Britt? ¿Desde cuándo me pides permiso para nada? La última vez que te vi mostraste una voluntad muy propia.
Procuré hablarle en tono dulce y suplicante:
—Creo que ya hay bastante mal ambiente entre los dos —dije—. No quiero empeorar las cosas.
—Ajá. —Jack parecía escéptico—. ¿Qué quieres?
—Me preguntaba si podría hacer una visita a los clubes —dije, fingiendo indiferencia—. Ya sabes, pasar el rato con las ratas de club y conocer un poco el ambiente.
— ¿Te quieres ir de clubes? —Jake estaba desconcertado. Yo sabía que lo había pillado completamente por sorpresa.
—Bueno, la verdad es que no —dije—. Pero es que hace mucho que no salgo de este hotel. Creo que tengo que hacer algo si no quiero volverme loca de atar.
Jake calló un momento mientras valoraba mi petición.
—Bueno, pero no puedes ir sola —dijo al fin—. Y ahora mismo estoy en una reunión importante. ¿Puedo ir a buscarte dentro de unas horas?
—La verdad —dije—, Puck se ha ofrecido a acompañarme.
— ¿Puckerman? —Jake se rio a carcajadas—. No te va a servir de gran cosa en la pista de baile.
—Lo sé —contesté—, pero puede hacerme de carabina. —Bajando la voz y con una repentina familiaridad, añadí—: Pero me gustaría saber si piensas que él puede… ya sabes… si no corro peligro con él. No lo conozco mucho, no hemos entablado mucha comunicación ni nada. —Miré a Puck con expresión
Arrepentida—. ¿Crees que cuidará de mí? ¿Qué no me hará ningún daño?
Jake soltó una carcajada gutural y temible:
—Estás completamente a salvo con Puck. Él no permitirá que te suceda nada malo porque sabe que, si lo hace, lo despellejaré vivo.
—De acuerdo —dije, intentando disimular mi desagrado—. Si tu confías en él, yo también.
Pero a Jake le pasó una idea por la cabeza:
—Espero que no estés pensando hacer ninguna tontería.
—Si lo estuviera, ¿te pediría permiso primero? —Solté un largo suspiro como de decepción—. Mira, no te preocupes, me quedo. Ya no tengo ganas de salir.
—No, no, deberías salir —me animó Jake, ansioso por no estropear mi buen humor—. Tendrás que conocer este sitio para que algún día puedas decir que es tu casa. Haré saber a seguridad que vas a salir.
—Gracias, no volveré tarde.
—Será mejor. Nunca se sabe con quién te puedes encontrar.
—Estaré bien —dije con despreocupación—. A estas alturas todos saben que soy de tu propiedad.
—Es agradable oírtelo decir por fin.
—No tiene mucho sentido negarlo.
—Me alegro de que entres en razón. Sabía que acabarías por hacerlo.
Jake hablaba en voz baja y en tono verdaderamente complacido. Resultaba aterrador de qué manera se había inventado nuestra relación: era un absoluto delirio. Casi deseé poder ayudarlo, pero sabía que era demasiado tarde.
—No prometo nada, Jake —aclaré—. Solo voy a salir un rato.
—Comprendo, pásatelo bien.
—Lo intentaré. Ah, y por cierto, me gustaría ir a algún sitio un poco más exclusivo que la última vez. ¿Alguna sugerencia?
—Brittany, siempre me sorprendes… Ve a Hex. Avisaré de tu llegada.
Colgué el teléfono y miré a Puck con una amplia sonrisa. Ni aunque hubiera escalado el Everest me habría sentido más orgullosa de mí.
— ¿Se lo ha tragado? —Puck parecía asombrado.
—Por completo.
—Tengo que admitirlo, no creía que fuera tan buena mentirosa —dijo.
—He estado bien, ¿verdad?
Salté de la cama y me dirigí directamente a la puerta, ansiosa por salir de la agobiante habitación del hotel.
—Esto... Britt. —Puck me detuvo y observó mis ropas—. No pensará ir a un club vestida así.
Bajé los ojos hasta mi vestido de flores y suspiré. Puck tenía razón. Necesitaba dar el pego. Rebusqué en el armario, pero no encontré nada que se pareciera remotamente a lo que necesitaba. Empezaba a sentirme frustrada cuando llamaron a la puerta. Puck fue a abrir y Asia apareció con la bolsa de un vestido en una mano y una maleta de maquillaje en la otra. Entró en la habitación dedicándome una sonrisa salvaje y sin disimular que se encontraba allí por obligación. Iba vestida con minifalda, un corpiño acordonado y unas botas altas hasta los muslos. Su piel era del color del café con leche, y se la había untado con algo que le confería unos reflejos iridiscentes.
—Jake me envía —dijo con su voz ronca—. Pensó que quizá necesitarías ayuda para vestirte. Parece que tenía razón. —Lanzó el vestido enfundado sobre la silla que tenía más cerca—. Esto debe de ser de tu talla. Pruébatelo, luego nos encargaremos del resto.
Me miró como si pensara que yo era un caso perdido. Me siguió al baño antes de que yo pudiera impedírselo, así que me apresuré a ponerme el vestido blanco y negro que me ofrecía y me calcé unos zapatos transparentes con lazos en los tacones. Luego Asia, con actitud resentida, empezó a colocar pinceles de todos los tamaños encima del mostrador de mármol. Yo sabía que ella no estaría perdiendo el tiempo conmigo si Jake no la hubiera obligado.
—Oh, querida —dijo, arrastrando las sílabas—. Si te vas a bailar, tienes que dar el pego. No puedes aparecer como una girl scout.
—Bueno, acabemos con esto —gruñí.
—Por mí estupendo —repuso Asia sonriendo y apuntándome con un rizador de pestañas como si fuera un arma mortífera.
Cuando salí del baño estaba irreconocible. Cada rizo de mi pelo había sido planchado, mi labios eran unos morritos pegajosos de color rojo y mis pestañas brillaban con una sombra azul plateado. Mi cutis blanco estaba cubierto de maquilla bronceador, llevaba unos pendientes con forma de colmillo gigante en las orejas y cada vez que parpadeaba me pinchaba con las pestañas falsas que me había puesto. Incluso las piernas las llevaba cubiertas de spray bronceador. Olía como un coco gigante.
Mi transformación dejó a Puck sin habla.
—Britt, ¿es usted? —preguntó—. Está... esto... muy...
—Deja de babear, campesino —lo cortó Asia—. Bueno, en marcha.
— ¿Viene usted? —preguntó él.
—Claro. ¿Por qué no? ¿Tienes algún problema con eso? —Asia, suspicaz, lo miró con los ojos achicados
—En absoluto —dijo Puck dirigiéndome una mirada significativa.
Los tres salimos de la habitación y bajamos al vestíbulo, donde todo el mundo se paró a mirarnos. Quizá mi vestimenta no fuera adecuada para un ángel, pero me hacía sentir mejor equipada para enfrentarme con los peligros que podían estar acechando en los turbios túneles del Hades. Estaba ansiosa por ponerme en marcha y empezar a buscar los portales ocultos. Sabía que era peligroso, pero por una vez no estaba asustada. Me sentía como si hasta ese momento hubiera estado en la oscuridad, tanto física como metafóricamente, durante semanas.
Ya había aprendido que la buena educación y la amabilidad no eran la mejor manera de comportarme si quería ser respetada en el Hades, así que ignoré conscientemente las sonrisas de aprobación del personal del hotel y los tres salimos por la puerta giratoria. Fuera, un portero de uniforme nos saludó llevándose dos dedos a la gorra y señaló hacia una limusina negra que se acercaba despacio para recogernos.
—El señor Thorn ha pedido un coche para usted —anunció el portero.
—Qué considerado por su parte —dije yo a regañadientes mientras me instalaba en el asiento trasero al lado de Puck. Incluso cuando no estaba presente, Jake tenía que controlarlo todo con mano de hierro.
Asia se sentó delante. El chófer la conocía y los dos charlaron un rato sobre conocidos comunes. Desde el otro lado del cristal ahumado, solamente me llegaban retazos apagados de su conversación.
—No se aleje de mí en el Hex —me aconsejó Puck—. Me han dicho que su clientela es curiosa.
No le pregunté cuál era su definición de «curiosa». Estaba a punto de descubrirlo por mí misma.
El distrito de las discotecas del Hades era muy distinto de la zona en que se encontraba el hotel Ambrosía. Este se emplazaba en un lugar apartado, mientras que los clubes estaban en medio de un laberinto de túneles de paredes de cemento y puertas metálicas. Los gorilas que vigilaban las entradas parecían clones, todos llevaban el mismo corte de pelo y mostraban la misma inexpresividad en el rostro. Los ritmos mezclados sonaban como los latidos del corazón de una bestia: el efecto era claustrofóbico.
El Hex se encontraba un poco apartado de los demás, y se accedía a él por un túnel separado. Al llegar a la puerta, Asia mostró un pase y me di cuenta de que solo se podía entrar en él previa invitación. Dentro entendí por qué. Lo primero que noté fue el olor del humo de los puros. Hex no era tanto un club nocturno como una sala de juego donde la elite del Hades pasaba el rato. Los clientes eran demonios de alto rango de ambos sexos. Todos ellos se movían con una agilidad de pantera y compartían una gran vanidad, cosa que se hacía evidente en sus sofisticadas vestimentas. Pero no todos eran demonios; también había algunos humanos, y no eran espíritus sino que estaban allí en carne y hueso, como Hanna y Puck. Inmediatamente supe que se encontraban allí por el único motivo de complacer a sus señores.
La decoración barroca de la sala daba a ese lugar un aire dramático que sugería la opulencia de una época antigua. Había estatuas clásicas, columnas de mármol y espejos con marcos tallados en todas las paredes. La canción que en esos momentos sonaba por los altavoces del techo me era conocida. La había oído en el coche de Santana, pero parecía mucho más adecuada aquí. «Veo la mala luna elevarse. Veo problemas en el camino. Veo terremotos y relámpagos. Veo los malos tiempos de hoy.»
Algunos clientes, sentados en mesas iluminadas con lámparas de pantallas con flecos, contemplaban a unas bailarinas de striptease que llevaban ropa interior bordada con cuentas. Los apostantes se agrupaban alrededor de las mesas centrales, concentrados en los distintos juegos que se les ofrecían. De entre ellos, reconocí los más clásicos como el póquer y la ruleta, pero me llamó la atención uno llamado «rueda de la suerte». Unos seis jugadores se sentaban ante una mesa y observaban unas pequeñas pantallas que mostraban a la masa de gente de la pista de baile. Cada bailarín parecía estar representado por un signo distinto en la rueda. El jugador la hacía girar y ganaba el bailarín que tenía el mismo signo que la rueda señalaba al detenerse. Me habría parecido un juego absurdo si no hubiera visto antes la tortura que esperaba a esos bailarines en el foso.
En el club Hex no existía lo clandestino, pues todo aquello que en la Tierra hubiera sido censurado aquí se llevaba a cabo abiertamente: las parejas se enzarzaban en lo que podría calificarse como «juegos preliminares» sin ningún pudor, y sobre todas las mesas se veían líneas de polvos blancos y pastillas de colores parecidas a caramelos. Algunos demonios trataban con dureza a los humanos, pero lo más alarmante era que estos parecían disfrutar con ese maltrato. Esa absoluta ausencia de valores morales me resultaba escalofriante.
Empecé a dudar de que tuviera algún sentido estar allí, por no hablar de intentar encontrar información sobre los portales. Empezaba a perder la confianza con que había iniciado todo aquello.
—No estoy segura de que esto haya sido muy buena idea, después de todo—dije.
Puck respondió algo, pero el volumen de la música me impidió oírlo. Desde que habíamos entrado, y a pesar de los esfuerzos que había hecho por pasar desapercibida, todo el mundo dirigía su mirada hacia mí. Algunos de los demonios olisqueaban el aire, como si se dieran cuenta de que yo no pertenecía a ese lugar. Los que se acercaban a nosotros me miraban con ojos de tiburón. Puck me pasó un brazo por los hombros y me llevó hasta la barra, donde me senté en un taburete, agradecida por su presencia protectora. Asia pidió unos chupitos de vodka. Se tomó el suyo de un trago y depositó el vaso sobre el mostrador con un golpe seco. Yo sorbí el mío.
—Eso no es muy educado, cariño —se burló—. ¿Es que quieres llamar la atención o qué?
Le dirigí una mirada desafiante y, echando la cabeza hacia atrás, vacié el vaso. El vodka no tenía ningún sabor, pero me quemó la garganta como si fuera fuego líquido. Luego, imitando a Asia, dejé el vaso sobre la barra con un golpe fuerte y gesto triunfante, pero de inmediato me di cuenta de que eso era a una señal para que el camarero volviera a llenarlo. No toqué el segundo vaso: la cabeza ya empezaba a darme vueltas y Puck me miraba con desaprobación. Entonces Asia dijo una cosa totalmente inesperada que nos cogió por sorpresa a los dos:
—Creo que puedo ayudarte a encontrar lo que buscas.
—Solo hemos venido a divertirnos un rato —dijo Puck cuando pudo reaccionar.
—Ya. Se te ve en la cara —rio Asia—. Basta de tonterías, Puck. Estás hablando conmigo. Sé lo que buscáis, y quizá conozca a alguien que os puede dar algún consejo.
— ¿Nos vas a ayudar? —Pregunté sin ambages—. ¿Por qué?
Asia respondió en tono condescendiente:
—Bueno, no quisiera ayudarte, pero parece que su majestad sufre un enamoramiento adolecente que algunos calificarían de lamentable. Creo que mi deber como leal súbdita es hacer todo lo que esté en mi mano para ayudarle a superarlo. Y supongo que la mejor manera de hacerlo es…
—Es haciendo que Britt se largue de aquí. —Puck termino la frase por ella, como si todo hubiera cobrado sentido.
—Exacto. —Asia dirigió la atención hacia mí—. Créeme, nunca haría nada que no me beneficiara, y ahora mismo lo que más me gustaría es que desaparecieras. Y, con suerte, antes de que el Tercer Círculo sufra ningún daño.
Recordé que Hanna había mencionado el Tercer Círculo al poco tiempo de mi llegada al Hades, pero no comprendía por qué se encontraba amenazado.
— ¿De qué estás hablando? —pregunté.
—Asia se refiere a los rebeldes que quieren que Jake sea derrocado —explicó Puck—. Creen que últimamente está descuidando sus deberes.
—No me lo creo —dije—. ¿Cómo pueden unos cuantos demonios conspirar contra su líder?
Asia puso los ojos en blanco.
—Jake no es simplemente un demonio, es un demonio caído. Es uno de los Originales, los que cayeron al lado de Gran Papi al principio de todo. Son ocho en total, los ocho príncipes de los Ocho Círculos. Por supuesto, Lucifer es quien preside el noveno... el círculo más caliente del Infierno.
—Entonces si solo hay ocho demonios originales —deduje—, los otros deben de haber sido creados por ellos.
— ¡Uau! —Se mofó Asia—. No eres solamente una cara bonita. Sí, los Originales dirigen el cotarro. Los otros no tienen ningún control real, son prescindibles, no son más que hormigas trabajadoras. Los mejor considerados son destinados a las cámaras de tortura, o invitados a compartir cama con los que manejan el poder. Algunas veces, desde luego, se unen para intentar derribar a los Originales. Y, por supuesto, siempre fallan.
— ¿Y si los descubrieran? —pregunté.
—Jake los masacraría a todos.
—Los Originales harían cualquier cosa por protegerse —dijo Puck—. Jake más que nadie.
—Entonces, ¿cómo piensan derrocarlo estos rebeldes? —inquirí.
—No tienen mucha idea. —Asia se encogió de hombros—. La mayoría son unos idiotas que esperan una oportunidad para menoscabar su poder.
—Yo creía que tú eras su mayor defensora —dije, procurando mantener un tono tranquilo. Quizá pudiéramos llegar a un acuerdo con Asia, después de todo—. ¿Por qué no le has hablado de esto?
—Nunca está de más guardarse algunas cartas en la manga —repuso Asia.
— ¿Los rebeldes están enfadados con Jake por mi causa? —pregunté.
—Sí. —Asia levanto ambas manos—. Han expresado su inquietud, pero Jake no quiere escuchar. —Me miro con desdén y añadió—: Supongo que contra gustos no hay disputa.
— ¿No te estás poniendo en peligro al ayudarnos?
— ¿Es que no sabes que no hay mayor furia que la de una mujer ultrajada? Digamos que mi ego está herido.
— ¿Puedes contarnos lo que sabes de los portales? —pregunto Puck.
—No he dicho que sepa nada. Pero ahí detrás hay alguien que quizá sí lo sepa. Se llama Asher.
Tras uno de los pesados tapices que colgaban de las paredes se abría un pasillo donde nos estaba esperando un demonio vestido con un traje italiano. Asher debía de tener entre treinta y cuarenta años. Era alto, con el pelo negro —que llevaba mal peinado y muy corto—, y un rostro que parecía el de un emperador romano. Sobre la frente le caía un remolino de pelo y tenía las mejillas marcadas de viruela. Masticaba un palillo, completamente inconsciente de que parecía un típico gánster de película. Tenía la nariz ligeramente curvada, y sus ojos de tiburón lo identificaban como demonio. Estaba apoyado contra la pared, pero al vernos se acercó con gesto elegante. Me miró de arriba abajo con una curiosidad que inmediatamente dio paso a una expresión de desagrado.
—Este disfraz no engaña a nadie, tesoro —dijo—. Tú no perteneces a este lugar.
—Bueno, por lo menos estamos de acuerdo en una cosa —repuse—. ¿Estás con los rebeldes?
—Claro —contestó—. Y tengo exactamente dos minutos, así que escucha: lo que buscas no lo vas a encontrar en este distrito. Los portales adoptan varias formas, pero del que he oído hablar se encuentra en el Yermo, fuera de los túneles.
—No sabía que hubiera algo fuera de los túneles —dije.
—Claro que sí. —Asher me miró con desprecio—. Nada vivo, por supuesto, solo almas perdidas que vagan por ahí hasta que los rastreadores las traen de vuelta.
— ¿Cómo lo reconoceré?
— ¿El portal? Busca la planta redonda que recorre el Yermo. Cuando salgas de aquí, dirígete hacia el sur y continúa andando. Cuando la encuentres, lo sabrás… si es que llegas lo bastante lejos.
— ¿Cómo sé que puedo confiar en ti? —pregunté.
—Porque deseo ver arder a Jake tanto como tú. Nos trata como escoria y estamos hartos. Si él pierde su conquista tan pronto, verá su poder desafiado y quizá tengamos una oportunidad de derrocarlo.
Vi que Asia, que se encontraba detrás de Asher, ponía los ojos en blanco y me pregunté si ese plan era muy bueno. No me parecía que la autoridad de Jake fuera a ser verdaderamente cuestionada en un futuro inmediato. Puck le dio las gracias y me tomó del brazo para llevarme de vuelta al club. Lo seguí, obediente, pensando que él debía de saber cómo encontrar el Yermo.
Antes de que nos fuéramos del club Hex volví a ver a Asher: estaba en la barra hablando con Asia. Se acercó a ella y le metió la lengua en la oreja mientras le acariciaba un muslo con la mano. Pensé que eso era lo que Asia debía de haber ofrecido para obtener la información que necesitábamos.
Reflexioné sobre la absoluta ausencia de confianza y lealtad que había en ese lugar. Allí todo se edificaba sobre la mentira y el engaño: era imposible saber quién trabajaba con quien, quien dormía con quién o manipulaba a quién.
En ese momento supe que, aunque llevara una lujosa vida como reina de Jake, nunca conseguiría sobrevivir allí.
Emma.snix*** - Mensajes : 101
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Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 17 Cómplice. Capitulo: 18 El portal
Capitulo: 18
El portal
El portal
Deberías volver —le dije a Puck mientras avanzábamos penosamente por los sucios túneles—. Esto ha sido idea mía. No debería haberte metido. Dile a Jake que te di esquinazo y que me perdiste de vista. Asia te respaldará.
Incluso mientras pronunciaba esas palabras sabía que era demasiado tarde para que Puck pudiera regresar. Si volvía al hotel Ambrosía sin mí, Jake desataría toda su furia sobre él. Puck debía de saberlo también, porque lo único que dijo fue:
—Usted no va a ir sola al Yermo.
—No dejaré que Jake te haga ningún daño —le dije—. Pase lo que pase.
—No pensemos en eso ahora.
Puck continuó caminando delante de mí. No me quedó otra opción que seguirlo.
Al poco tiempo de salir del distrito de los clubes, el terreno cambió marcadamente. De repente el ambiente se volvió sofocante y el paisaje apareció devastado, como el de un desierto. Era como si todo el calor y la vida hubieran sido borrados de este territorio: todo lo que quedaba era su esqueleto vacío y gris. Por encima de nuestras cabezas solo había una niebla que no permitía ver qué había más allá. Ya habíamos dejado atrás los cerrados pasillos, pero continuábamos atrapados en una dimensión extraña que no tenía principio ni fin. Lo peor de todo era ese sonido que estaba presente en todo momento: el quejido ahogado de las almas perdidas que erraban por allí. Era capaz de percibir su presencia cerca de nosotros, eran como aire rizado y caliente que hacía incluso más insoportable el aire ya de por sí sofocante. No podía verlas, no eran más que un breve titilar del aire, peor sabía que estaban a nuestro alrededor y no había nada que acallara sus gritos sobrenaturales. Me invadió un terrible y asfixiante sentimiento de desolación, como si mi alma estuviera siendo arrancada de mi cuerpo. El corazón se me aceleró y sentí una urgente necesidad de detenerme. Puck me tomó de la mano para que pudiera seguir su ritmo.
—Estoy cansada, Puck —dije sin darme cuenta.
—No se detenga —susurró él—. Este lugar tiene este efecto en la gente. Tenemos que continuar adelante.
No parecía que el Yermo afectara a Puck de la misma forma que a mí. Quizás se debía a que, después de tanto tiempo en Hades, él ya era inmune. O quizá fuera porque yo era un ángel y sentí la profunda desesperación de las almas que nos rodeaban.
—Si nos entretenemos demasiado los rastreadores podrían percibir su olor —añadió Puck.
Me había olvidado por completo de ellos. Sabía que, al ser un ángel, yo emitía un limpio olor a lluvia que quizá se pudiera camuflar en el denso ambiente de un club pero que no podía pasar desapercibido al aire libre.
— ¿Me puedes decir quiénes son los rastreadores?
Me continuaba costando respirar. Puck me miró un momento y meneó la cabeza.
—Ahora no.
—Venga —insistí. Desde que salimos del hotel, Puck había adoptado una actitud protectora y no parecía dispuesto a abandonarla—. Prefiero saberlo.
Puck suspiró.
—Los rastreadores persiguen a las almas que entran en el Yermo.
Lo explicó escuetamente, como si ya tuviera demasiadas cosas en las que concentrarse para tener que esforzarse en conversar.
— ¿Y esas almas acaban regresando a los clubes? —pregunté.
—No exactamente.
—Las tiran al foso, ¿verdad? —dije—. No pasa nada, Puck. Lo he visto.
Estaba a punto de explicárselo, de decirle que dejara de evitarme la crudeza de la situación, pero de repente Tucker se detuvo y me cubrió la boca con la mano.
— ¿Ha oído eso? —preguntó.
— ¿El qué?
—Escuche.
Nos quedamos en silencio por un momento hasta que yo también oí el sonido que había hecho que Puck se parara. Era una voz aguda, como la de una chica joven. Me estaba llamando por mi nombre.
— ¡Brittany! —gemía—. Brittany, soy yo.
Esa voz de niña se oía cada vez más cerca. Esperé conteniendo la respiración hasta que noté un remolino de aire caliente que m rodeaba. Puck dejó caer las manos inertes a ambos lados del cuerpo.
— ¿Quién eres? —pregunté, temblando.
Sentía una presencia en el viento que me acariciaba con dedos largos y delgados.
— ¿No te acuerdas de mí?
Esa voz tenía un tono de desamparo y me resultaba extrañamente familiar.
—No podemos verte —dijo Puck con valentía—. Sal de las sombras.
—No pasa nada —animé—. No vamos a hacerte daño. Estamos de tu parte.
Contemplé boquiabierta la imagen de una chica que salía de entre la niebla y empezaba a tomar forma delante de mí. Al principio era solamente un perfil, como el rudimentario esbozo de un artista al que le faltaba el relleno, pero cuando por fin acabó de formarse y la miré bien, la reconocí de inmediato. Ese finísimo cabello rubio, esa nariz respingona y esos labios llenos me resultaban dolorosamente familiares. Ahora tenía el pelo apagado, sin brillo, y las mejillas hundidas, pero no cabía error: todavía conservaba la luz en sus ojos azules, que ahora contrastaban con la suciedad que le cubría el rostro. Me miraba con tanta desolación que sentí toda su tristeza en mí y creí que me iba a romper el corazón.
—Taylah —susurré—. ¿Eres tú? ¿Qué haces aquí?
—Yo podría preguntarte lo mismo.
Sonrió sin ganas. Taylah iba vestida igual que lo había hecho en vida: un top ajustado y unos pantalones muy cortos. No llevaba zapatos y, a pesar del polvo que le cubría los pies, vi que todavía llevaba las uñas de los dedos pintadas.
— ¿También te raptaron? —pregunté—. ¿Te trajo Jake aquí?
Taylah negó con la cabeza.
—Me juzgaron, Britt —dijo en voz baja—. Y mi alma fue enviada aquí.
—Pero ¿por qué? —pregunté con voz ronca: no conseguía comprender lo que intentaba decirme.
—Después de morir en el baño de las chicas, oí voces a mi alrededor. Mis pecados estaban siendo sopesados; mis buenos actos, calculados. Y luego, noté que caía.
Quise preguntarle qué era lo que había sucedido en el pasado que la hubiera hecho venir a este lugar, pero no conseguí hacerlo. A pesar de ello, sabía que tenía que haber sido un error. Taylah era solamente una niña. Era posible que fuera superficial, un poco maliciosa y competitiva a veces, pero esos tampoco eran crímenes terribles. Era capaz de mostrarse cruel con quienes no compartían su brillante mundo de cuerpos bronceados y ejercitados con Pilates, pero yo sabía que podía también mostrar bondad. Me costaba imaginar que hubiese hecho algo realmente inmoral.
—Sé lo que piensas —dijo con expresión avergonzada—. Te estás preguntando qué hice para acabar aquí.
—No tienes que decir nada, Tay.
—No, no pasa nada —dijo—. Estoy aquí porque nunca me enseñaron a creer en nada. Yo no comprendía cuáles son las cosas importantes en la vida. —Dudó un instante; los ojos se le llenaron de lágrimas—. Solo me importaba divertirme, nunca me preocupé por nada verdadero. Pecaba y no dedicaba ni un solo pensamiento a ello.
La miré, esperando, pero ella tardó unos minutos en reunir el valor suficiente para continuar.
—Hice una cosa horrible. Bueno, no lo hice exactamente, pero me quedé quieta y permití que sucediera.
— ¿Qué pasó? —pregunté.
—Hace un par de años hubo un atropello en Venus Cove y el pequeño Tommy Fincher murió. Estaba jugando en la calle. Salió en todos los periódicos, pero nunca encontraron al conductor del coche. Tommy solo tenía diez años. Sus padres no llegaron a superarlo nunca.
— ¿Qué tiene que contigo todo esto?
—Yo estaba allí cuando ocurrió.
— ¿Qué? ¿Por qué no informaste de ello? —me sentía confundida.
—Porque el conductor del coche era mi novio en ese momento. Había bebido y yo nunca hubiera debido permitirle que se pusiera al volante…
Se interrumpió, incapaz de continuar hablando.
Lo encubriste ¿Por qué?
—Yo solo tenía quince años y él era mayor. Me dijo que me quería. Todas las chicas de mi curso estaban celosas. Estaba tan obsesionada con él que no distinguía lo bueno de lo malo.
No supe qué decirle. El pecado de omisión era un delito grave. Incluso había personas que creían que un testigo que permitía una injusticia era tan culpable como el mismo perpetrador. La única disculpa de Taylah era su juventud e inexperiencia, pero era evidente que ninguna de las dos cosas habían sido suficientes para absolverla.
— ¿Qué te pasó con ese chico?
—Toby y yo rompimos al cabo de unos meses, cuando su familia se trasladó a Arkansas.
— ¿Y por qué no lo dijiste entonces?
—Pensé en hacerlo, pero no tuve valor. Y eso tampoco iba a servir para devolverle la vida a ese niño. Me preocupé por mi reputación y por lo que la gente diría de mí.
—Oh, Taylah —dije—. Ojalá hubieras tenido a alguien que te ayudara. Debiste de sentirte muy sola.
Se la veía muy distinta de la chica que yo había conocido. La Taylah de antes hubiera estado demasiado ocupada por su corte de pelo para parar a plantearse cuestiones sobre el bien y el mal. Supuse que ahora había comprendido, pero ya era demasiado tarde.
— ¿Sabes cómo me di cuenta de que estaba en el Infierno, o Hades, tal como le gusta a su real idiota que lo llamemos? —preguntó—. No fue por las llamas ni por las torturas. Fue por la absoluta ausencia del amor. No te puedes quedar aquí, Britt. En este lugar solamente hay odio. Acabas odiando a todo el mundo y, por encima de todo, te odias a ti misma. Ese odio te corroe por dentro.
— ¿No tienes miedo de estar aquí sola? —preguntó Puck.
—Supongo que sí. —Taylah se encogió de hombros—. Pero tuve que huir. No soportaba más los clubes… que los demonios me maltrataran como si no fuera más que un trozo de carne.
Esas palabras sirvieron de recordatorio a Puck, que miró nervioso a su alrededor.
—Tenemos que seguir adelante.
—Ven con nosotros —le dije a Taylah, pues no quería separarme de ella tan pronto.
Avanzamos sigilosamente por el desolado Yermo. Taylah nos seguía, desapareciendo y apareciendo de la niebla de vez en cuando.
Mientras caminábamos, me vino a la mente un fragmento de la Biblia:
Y del humo salieron langostas sobre la tierra… y se les dijo que no dañasen la hierba de la tierra, ni ninguna cosa verde, ni árbol alguno; sino solamente a aquellos hombres que no tenían el sello de Dios en sus frentes.
Qué pronta era la ira de Dios. Ni la juventud ni la falta de comprensión lo eximían a uno de ser juzgado. De repente, mi propósito en la Tierra estuvo más claro que nunca.
—Así que eres un ángel, ¿eh? —Dijo Taylah—. Debería haberlo sabido por esa forma tan sana de vivir.
— ¿Cómo lo has sabido? —pregunté.
—No lo sabía cuando estaba viva. Pero ahora puedo notarlo. Además, tu aura te delata.
—No pareces sorprendida.
—Ya no me sorprende nada.
Yo no sabía qué más decir, así que cambié de tema.
—Rachel te echa de menos —dije.
Taylah sonrió con tristeza.
— ¿Qué tal le va? Yo también la echo de menos.
—Está bien —repuse—. ¿De verdad eras tú en la noche de Halloween?
—Si —asintió Taylah—. Intentaba advertiros. Pero no sirvió de nada. Aquí estás.
— ¿Tú sabías lo que iba a suceder? —pregunté.
—No exactamente, pero sabía que esa sesión de espiritismo iba a despertar algo maligno —contestó—. Kitty es una idiota, no tenía idea de en qué se estaba metiendo.
—No seas tan dura con ella. Cuando se dio cuenta, se arrepintió. ¿Cómo te enteraste?
—Un pajarito me dijo que se había abierto un portal en Venus Cove. Yo sabía que eso solo podía traer problemas, así que intenté advertiros. Supongo que la pifié otra vez.
—No, no lo hiciste —repuse con firmeza—. Hiciste lo que pudiste.
—Yo pensaba que un ángel tendría el sentido común de no mezclarse en esas cosas —dijo Taylah en un tono de reprimenda que se parecía más al de la chica que yo había conocido.
—Tienes razón. Debería haberlo hecho mejor.
—Oh, no te pongas sentimental —dijo ella—. Ya sabes, aquí eres una especie de leyenda. Todos hemos oído la historia de cómo le rompiste el corazón a Jake y de cómo tu hermano lo desterró bajo tierra. Desde entonces, él ha esperado la oportunidad de volver a tenerte.
— ¿Sabe alguien cómo termina esta historia? —pregunté con ironía.
—No —contestó Taylah—. Eso es lo que todos esperan averiguar. De verdad espero que puedas volver con San.
—Yo también —dije.
La tierra que se extendía ante nosotros parecía no tener fin y su monotonía solo se veía rota por alguna roca o un cactus solitario.
—Aquí no hay nada —dijo Puck, derrotado—. Creo que deberíamos regresar.
—No podemos —protesté—. Asher ha dicho que ahí fuera hay un portal. Tenernos que continuar buscando.
—No tenemos por qué encontrarlo hoy. Solo hemos perdido una batalla, no la guerra.
—No seas tan nena —lo provocó Taylah con su franqueza habitual—. Quiero ver cómo salís de aquí.
— ¿Cuándo tendremos otra oportunidad? —pregunté en tono de queja.
—No lo sé. —Puck había adoptado un tono de disculpa—. Pero ya hace mucho rato que nos hemos ido, y estamos pisando terreno peligroso.
El sabor del fracaso era amargo. Habíamos estado muy cerca, pero al final no habíamos llegado a ningún lado. Lo habíamos arriesgado todo y no habíamos conseguido nada. Pero fue solamente la preocupación que sentía por Puck lo que me hizo decidir que regresáramos. Jake se encojaría conmigo, pero a mí lo único que me haría sería reforzar la vigilancia para que no pudiera volver a poner un pie fuera del ático del hotel. Con Puck era otra historia; Jake lo mantenía perversamente a su lado para que le sirviera de diversión, así que era prescindible.
Ya nos habíamos dado la vuelta para iniciar la marcha cuando me di cuenta de que algo en el aire había cambiado.
— ¡Espera! —grité, agarrando a Puck de la manga.
— ¿Y ahora qué pasa? —se quejó. Cada vez estaba más intranquilo. Quizás había llegado a la secreta conclusión de que nos habían conducido a una trampa.
—Noto algo distinto —dije mientras daba media vuelta despacio—. La verdad es que hay algo que huele distinto.
Esto le llamó la atención.
— ¿Como qué? —preguntó.
—Creo que es sal —repuse.
Dejé de pensar para concentrarme en mis sentidos. Conocía ese olor, me era tan familiar como el de mi propia piel. Era el inconfundible aroma salobre del océano y me entregué a él como a los brazos de un amigo que me diera la bienvenida.
—El portal debe estar cerca —dije. Me separé de ellos y me afané por avanzar un poco más—. Creo… ¡creo que huelo el mar!
A mis espaldas oí una exclamación ahogada, pero no estaba segura si había sido Puck o Taylah, o ambos.
— ¡Ahí delante! —Dijo Puck en tono de urgencia—. Tiene que ser esto. ¡No puedo creer que lo hayamos encontrado!
Me giré y vi una enorme planta rodadora que iba de un lado a otro sobre la polvorienta tierra roja a pocos metros de donde estábamos. La planta estaba retorcida y llena de nudos a causa de los interminables días de rodar por el Yermo empujada por el viento, pero no cabía duda de que se trataba del portal.
Corrí hacia ella creyendo que la planta me esquivaría, pero fui capaz de agarrarla. El tacto era rugoso y seco, y emitía una energía irresistible: me sentí atraída hacia ella como por una fuerza magnética. Una planta rodadora pasaba desapercibida, lo que la hacía ideal como portal. Era lo bastante grande para que yo cupiera entera. Miré a través de ella y, al otro lado, adiviné un débil rayo de sol sobre una arena blanca.
Puck y Taylah se habían colocado a mi lado inmediatamente y no me quitaban los ojos de encima. Puck estaba ruborizado por la excitación, y el alma de Taylah vibraba de emoción. Alargué un brazo y lo introduje en la planta, cuyas secas ramitas me arañaron la piel. El centro de la planta tenía una consistencia como de barro, era maleable pero difícil de perforar. Solo conseguí meter el brazo hasta cierto punto; a partir de ahí encontré una fuerte resistencia.
—No me deja continuar —les dije.
Empecé a girar el brazo con determinación para abrir un agujero. Cuando ya había conseguido meter el brazo hasta el hombro, noté que algo me tiraba de la mano. Me entró el pánico. ¿Y si todo eso no era más que una ilusión? ¿Y si esa planta rodadora no era más que una complicada broma a nuestra costa? Parecía una idea un tanto rebuscada, pero ¿y si Asia y Asher se habían divertido con nosotros? Después de todo, eran demonios y se dedicaban a apresar a las almas. ¿Y si al salir al otro lado no me encontraba en mi casa de Georgia sino en un rincón del Infierno todavía más oscuro? Entonces sí estaría completamente sola, ni siquiera Puck podría encontrarme.
Me quité esas ideas de la cabeza. Pensé en la sensación que había tenido al fundirme con Santana como espíritu, lo completa y a salvo que me sentí. Ese recuerdo me dio fortaleza. Santana no hubiera querido que me echara atrás después de haber llegado tan lejos. Pensé en lo orgullosa que se sentiría si conseguía salir. Si atravesaba el portal, Santana podría verme en carne y hueso, no solo como una vibración en el aire. Esa idea me atormentaba, tentándome. Contaba mentalmente los segundos que faltaban para poder sentir la suave arena bajo mis pies.
—Espera. Voy a intentarlo —oí que exclamaba Taylah con impaciencia.
Vi que Taylah pasaba rápidamente por encima de mí, una filosa sustancia suspendida en el aire que atravesaba la planta rodadora sin ningún esfuerzo. Al cabo de un instante, me llamaba desde el otro lado.
— ¿Cómo lo ha hecho? —exclamé, sacando el brazo y mirando por dentro.
Al otro lado vi su cara un poco borrosa. Taylah me hizo un gesto afirmativo y miró a su alrededor.
—Claro. —Puck se dio una palmada en la frente—. ¡A un alma le resulta muy fácil colarse a través!
— ¡Conozco este sitio! —Gritó Taylah con la voz temblorosa de excitación—. ¡Britt, no te vas a creer dónde estoy! —Estaba llorando ahora, unas grandes lágrimas de felicidad le bajaban por las mejillas.
—Estás en Venus Cove, ¿verdad? —Lo supe de inmediato—. ¿En el Peñasco?
—Sí, Britt —susurró Taylah—. Estoy en casa.
Emma.snix*** - Mensajes : 101
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Edad : 32
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
OMG! OMG! OMG! OMG! OMG! OMG! OMG! OMG! OMG! OMG! OMG! OMG!
Llegaron a Venus Cove!!!!!!!!!!!! Llegaron a casa! !!!!!!!!!!!! Estoy sin palabras! Actualiza pronto!!!!!!!!!! ;) xoxo!
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DafygleeK****** - Mensajes : 371
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Edad : 24
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
no lo puedo creer llegaron? solo espero que nada pueda detenerlos y salgan de ese lugar!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
No lo puedo creer, en serio ya están en casa? espero y no sea una trampa
saludos, cada día quiero mas y mas actualiza pronto si saludos xoxo
saludos, cada día quiero mas y mas actualiza pronto si saludos xoxo
khandyy** - Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 08/03/2012
Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 19 Sacrificio. Capitulo: 20 La novia del Hades. Capitulo: 21Gran Papi.
Hola aquí les dejo tres capítulos mas, bueno solo ando de paso muchos saludos y disculpen la tardanza la verdad ando con un millón de tareas... saludos
Desde aquí veo tu patio! —gritó Taylah con voz triunfante—. El césped necesita urgentemente que lo corten.
— ¿Hay alguien por ahí?
—No, la playa está vacía. Pero el sol brilla, no hay nubes en el cielo y hay alguien navegando y… es tan bonito esto. ¿A qué esperas? Vamos, Britt.
Dudé un instante. Taylah había atravesado el portal, pero ¿qué iba a ocurrir ahora?
—Tylah —la llamé—. ¿Crees que podrás quedarte ahí? Todavía sigues…
—Muerta —dijo ella con alegría—. Ya sé que lo estoy. Pero no me importa. Prefiero ser un fantasma libre que recorre la Tierra eternamente a pasar un minuto más en esa cloaca. —De repente, su voz dilató cierto pánico—. ¡Oh, Dios mío, hay alguien ahí! ¡Los oigo!
—Cálmate —la tranquilizó Puck, que también tenía el rostro iluminado por la alegría del descubrimiento que habíamos hecho—. Seguramente será alguien que pasea por la playa. Tú estás al otro lado, ¿recuerdas?
—Ah, sí. —Pero inmediatamente el tono de Taylah fue de preocupación—. No puedo dejar que me vean así. ¿Y si es un tío bueno?
—Aunque lo sea, él no puede verte —le recordé.
—Es verdad.
Parecía decepcionada. No pude evitar sonreír. Ni siquiera el Infierno con todos sus horrores había conseguido hacer desaparecer del todo la niña que Taylah había sido en vida.
Ahora que Taylah había conseguido pasar, me relajé un poco. Sentía que ya no había tanta urgencia, así que me arrodillé ante el portal para intentar atravesarlo. Deseaba reunirme con ella y poder contemplar el océano, sentir el viento agitándome el cabello y echándomelo hacia atrás. Después de eso, lo primero que pensaba hacer era correr a casa y lanzarme directamente a los brazos de mis hermanos. Entusiasmada, me quité los zapatos y di un salto para entrar de cabeza en el portal. De repente, me encontré dentro: la mitad inferior de mi cuerpo todavía estaba en el Yermo, pero al mismo tiempo estaba viendo una concha que sobresalía de la fina arena blanca. Alargué la mano hacia ella. Ya casi podía sentir el calor del sol en las manos y oír el romper de las espumosas olas contra las rocas.
Pero yo no era un alma como Tylah, así que una vez dentro, el portal pareció cerrarse alrededor de mi cuerpo, como si supiera que no debería estar allí. La misma fuerza magnética que antes me había atraído, ahora me empujaba hacia atrás. Pero aguanté. Pronto oí el sonido que había alertado a Taylah de la presencia de alguien en la playa: era el sonido de alguien que olisqueaba con curiosidad y no resultaba nada amenazador. De repente, me asaltó un olor incluso más familiar: ese era el ánimo que necesitaba. Supe de quién se trataba antes de ver el sedoso pelaje del color de la luna, y entreví un pálido ojo plateado y un hocico marrón y húmedo.
— ¡Phantom! —exclamé con felicidad. Sólo lo veía fragmentariamente, pero seguía siendo mi querido perro.
Oí que Taylah daba un salto hacia atrás, alarmada ante el entusiasmo de Phantom. A ella nunca le habían gustado los perros, pero yo no podía casi soportar la emoción que me había embargado al verlo. Alargué una mano hasta el otro lado del portal, y Phanton enterró el hocico esponjoso en la palma de mi mano, frenético de placer al reconocerme. Le rasqué la sedosa cabeza tras las orejas y se me hizo un nudo en la garganta de la alegría. Tuve que tragar saliva para poder hablar.
—Hola, chico —murmuré—. Te he echado de menos.
Mi emoción se vio correspondida por la de Phantom, que ahora gemía y rascaba, furioso, en el portal, intentando entrar. Y entonces una idea me atravesó como un relámpago: mi perro no podía estar solo en la playa, alguien tenía que estar con él. ¡Quizás alguien a quien yo quería a tan sólo unos metros de distancia y venía hacia aquí! Seguramente sería Samuel, que siempre se llevaba a Phantom cuando salía a correr a la playa. Incluso imaginé que oía sus sordas pisadas sobre la arena. Pronto sus brazos fuertes y consoladores me abrazarían y cuando esto sucediera, todos los malos recuerdos se me borrarían. Sam sabría qué decir exactamente para que todo volviera a estar en su sitio. Pero contuve el impulso de gritar por miedo a que algo saliera mal. Me sentía como si caminara por la cuerda floja: tenía que ir con mucho cuidado.
—Puck —lo llamé con urgencia—. ¿Cómo lo hago?
—Despacio —respondió. La expresión de su rostro era decidida—. Muy poco a, no se precipite.
El corazón me latía con tanta fuerza que pensé que todo el mundo podría oírlo.
—Siga ahora —dijo Puck—. Con suavidad, lo conseguirá.
Me iba abriendo paso lentamente por el portal en dirección al otro lado. Tan pronto como hube sacado las dos manos, Phantom empezó a lamerme sin parar y tuve que contener la risa. El reconfortante sonido del océano en Venus Cove y el familiar jadeo de Phantom me llenaban los oídos. Empujé hacia adelante: el portal primero se resistía pero luego cedía, permitiéndome avanzar poco a poco. Era una labor lenta, pero lo estaba consiguiendo.
Entonces oí unos gruñidos.
Era un sonido tan aterrador que creí que se me paraba el corazón. Eran unos gruñidos graves, guturales, acompañados por el rascar de unas zarpas en la tierra. Justo delante de mí, tenía el rostro de Tylah, que se había quedado lívida, y las manos de Puck, que me estaban empujando por detrás, quedaron inertes. Sin que tuviera tiempo de comprender qué estaba pasando, supe que tenía que tomar una decisión: Puck continuaba atrapado en el Yermo.
— ¡Continúe! —Gritó él con desesperación—. Ya casi lo ha conseguido, no vuelva. —A pesar de su esfuerzo, Puck no conseguía disimular el terror que sentía.
Pero en ese momento continuar me habría sido tan difícil como dejar de respirar. Puck se había portado como un hermano conmigo, y yo nunca lo abandonaría.
Al cabo de un momento ya me había librado de las garras de la planta rodadora y me puse en pie al lado de Puck. Él se quedó inmóvil, deshecho al ver la decisión que yo había tomado. Miré hacia la polvorienta extensión de tierra que tenía adelante, habitada tan sólo por algunos matorrales desgreñados. Los gruñidos provenían de algún punto cercano y su intensidad crecía a cada segundo que pasaba.
De repente, el terror me obligó a agacharme en busca de protección, pero al precipitarme tropecé y caí de rodillas al suelo. Puck me levantó, cubierta por el polvo rojo de ese paisaje surrealista.
—No se mueva —advirtió.
Nos agarramos firmemente el uno al otro mientras esas criaturas se acercaban. Por fin las veía con claridad: eran seis perros negros, enormes y corpulentos. Se pararon frente a nosotros, dispuestos a atacar. Tenían el tamaño de los lobos, una mirada demente en los ojos y los colmillos cubiertos de escoria. Aunque sus cabezas estaban llenas de cicatrices sus cuerpos eran robustos, fuertes, y sus pezuñas, afiladas como cuchillos. Llevaban el hocico manchado de sangre y el hedor que desprendía su enmarañado pelo era sofocante.
Puck y yo nos quedamos helados, sin hacer caso del portal.
—Britt —dijo con voz temblorosa—. ¿Recuerda que le hablé de los rastreadores?
—Sí. —Tuve que esforzarme para que no se me quebrara la voz.
—Aquí están.
—Los sabuesos del Infierno —susurré—. Perfecto.
Esas criaturas lupinas sabían perfectamente que nos tenían atrapados y nos estaban rodeando sin prisas. Cuando atacaran, lo harían tan deprisa que seríamos hechos pedazos sin darnos cuenta. La manada iba cerrando el círculo sin dejar de gruñir con ferocidad. Observé hirsuto y manchado, sus ojos amarillentos. El viento nos traía su fétido olor.
No podíamos hacer nada: si intentábamos correr, nos atraparían al momento. No teníamos armas, nada con qué defendernos, y no nos podíamos esconder en ningún sitio. Deseé desplegar las alas y llevarme a Puck a un sitio seguro, pero en ese momento no eran más que un peso muerto sobre mi espalda. El Yermo les había arrebatado su poder.
Cerré los ojos al ver que los perros se agachaban y saltaban hacia nosotros y, al mismo tiempo, oí un grito a mis espaldas. Entonces Taylah apareció entre los sabuesos, sin saber qué hacer.
— ¿Qué haces? —grité, intentando agarrar su cuerpo fantasmal—. ¡Regresa!
Abatida, vi que el portal se cerraba y las últimas imágenes de Venus Cove se veían sustituidas por una maraña de tallos y ramas. Taylah giró la cabeza y me miró con los ojos llenos de lágrimas. Se la veía muy pequeña comparada con los sabuesos, sus miembros muy frágiles. Su cabello, tan bonito como antes, ahora estaba apelmazado y le cubría el rostro. Me dirigió una sonrisa débil y triste mientras negaba con la cabeza.
—¡Taylah, lo digo en serio! —chillé—. No lo hagas. Tú tienes la oportunidad de ser libre. Aprovéchala.
—Quiero hacer las cosas bien —dijo.
—No. —Negué vehementemente con la cabeza—. Así no.
—Por favor —rogó—. Deja que por una vez en mi vida, haga lo correcto.
Los sabuesos del Infierno rechinaban los dientes y su saliva caía al suelo formando charcos. Se habían olvidado de Puck y de mí, concentrados en su nuevo objetivo. Después de todo, estaban entrenados para encontrar las almas que habían huido al Yermo para escapar. Su instinto natural los conducía hacia Taylah.
Entonces ella habló deprisa, pues no había mucho tiempo:
—Si regreso, sólo conseguiré deambular por toda la eternidad. Pero tú… —Clavó sus intensos ojos en los míos—. Tú puedes hacer algo valioso, y el mundo necesita toda la ayuda posible. Yo tengo que cumplir con mi parte. Además —rió—, ¿qué pueden hacerme?
Antes de que tuviera tiempo de objetar nada, Taylah se giró para enfrentarse a esas criaturas.
— ¡Eh, vosotros! —Los perros ladearon la cabeza; sus grises colmillos brillaban en la penumbra de esa tierra—. Sí, vosotros, chuchos asquerosos, ¡atrapadme si podéis!
Entonces Taylah salió corriendo a toda velocidad. Esa era la señal que los perros habían estado esperando. Los seis fueron tras ella, olvidándose por completo de nosotros. Vi, horrorizada, que uno de ellos atrapaba a Taylah mordiéndole el bolsillo del pantalón corto y la arrastraba por el suelo y la arrastraba por el suelo como si fuera una muñeca de trapo. Aunque no fuera de carne y huesos, eso no impidió que los perros la acribillaran a dentelladas sin dejar de aullar, precipitándose sobre ella como buitres. Luego, el líder de la manada la agarró entre sus fauces y se la llevó arrastrando. El cabello rubio de Taylah se alejó, desparramado sobre el polvo del suelo, y el resto de la manada los siguió.
Empecé a sollozar con violencia. Taylah se había ido y el portal se estaba alejando. Ya no nos servía de nada. Entonces Puck me tomó del brazo con tanta fuerza que me hizo daño.
— ¡Corra! —Dijo, apartando la mirada de los trozos de ropa ensangrentada del suelo—. Tenemos que huir.
Y eso hicimos.
Cuando regresamos al club Hex estábamos sin resuello y nuestro aspecto era tan lamentable que el gorila, al vernos, nos negó la entrada. Tuvimos que llamar a Asia para que nos abriera el paso. Cuando apareció por la puerta, no pudo ocultar la sorpresa de vernos de regreso.
— ¿Qué diablos estáis haciendo aquí? —gruñó, apretando los dientes. El gorila la miró con mal ánimo, y ella nos hizo entrar rápidamente. Cuando estuvimos envueltos por la oscuridad del interior y el ritmo de la música, volvió a dirigirse a nosotros:
—Los sabuesos deberían haberos hecho pedazos.
Miré a Asia con atención, observé esa mirada salvaje en sus ojos negros, la actitud hostil y rígida de los hombros, y me di cuenta de qué era lo que había buscado desde el principio. Nos había enviado al Yermos sabiendo que los sabuesos del Infierno arrastrarían a Puck al foso y, probablemente, a mí me desmembrarían. Pero no podía saber que Taylah estaría allí y que nos iba a salvar a los dos.
—Deberías haberlos mencionado —dije, con el tono de mayor ligereza que fui capaz. Lo único que quería era llorar, pero me negaba a darle esa satisfacción a Asia—. Correr delante de los sabuesos nos ha puesto a mil.
— ¿Por qué no estás muerta? —Asia dio paso hacia mí como si quisiera abrirme el cuello.
—Supongo que soy una chica con suerte —dije en tono de desafío.
—Basta —interrumpió Puck, que estaba demasiado alterado por lo que había pasado para recordar cuál era su lugar—. Deja que me lleve a Britt a casa.
—No. —Asia me agarró del brazo, clavándome sus uñas como garras en la carne—. Quiero que desaparezcas.
—No la toques. —Puck me soltó de ella y miró a Asia con hostilidad.
Ella le devolvió la mirada achicando los ojos con maldad.
— ¿Con quién te crees que estás hablando, chico? —gruñó—. Quizá debería contarle a Jake la pequeña excursión que habéis hecho.
—Adelante. —Puck se encogió de hombros—. Seguramente se sentirá un tanto enojado cuando se entere de que tú nos ayudaste. Yo soy sólo un campesino, pero él cree de verdad que pude confiar en ti.
Asia retrocedió, pero sus rasgos felinos transpiraban furia.
—Vamos, Britt —me dijo Puck—. Nos marchamos.
—No creas que no encontraré otra manera de acabar contigo —gritó Asia mientras nos alejábamos—. ¡Esto no ha terminado!
Yo no me podía preocupar por los celos y la hostilidad de Asia hacia mí, porque no me quitaba de la cabeza la imagen de Taylah entre las fauces de los sabuesos del Infierno. En ese momento se encontraba en algún punto del foso, soportando innombrables horrores por mí.
Pasara lo que pasase a partir de entonces, tenía que conseguir que su sacrificio hubiera servido para algo.
Al llegar al hotel Ambrosía tenía un único objetivo: regresar a la habitación y con Puck de nuestro próximo paso. Si Asia había estado dispuesta a ayudarnos una vez, quizá podríamos conseguir que lo hiciera de nuevo. Yo sabía que lo que ella más deseaba era quitarme de en medio, y que estaba dispuesta a cualquier cosa para conseguirlo. Asia tenía muchos contactos y su única motivación era el interés propio.
Cuando entrábamos en el vestíbulo miré hacia uno de los lujosos pasillos enmoquetados y vi la sala de reuniones. La puerta estaba entreabierta y me pregunté qué estaba sucediendo allí que fuera tan importante como para que Jake no saliera a recibirme. Normalmente él se afanaba en aprovechar cualquier ocasión que nos permitiera pasar un rato, juntos. Me acerqué con cautela sin hacer caso de la aprensión de Puck.
Miré a través de la abertura y vi las sombras de seis demonios proyectadas por el fuego de la chimenea. Estaban sentados alrededor de la larga mesa, con una botella de whisky y unos cuantos vasos esparcidos por encima. Todos ellos tenían un bloc de notas excepto uno, que se encontraba de pie y presidía la reunión. Estaban viendo una presentación en PowerPoint que mostraba imágenes de los sucesos más catastróficos de la historia de la humanidad. Solo pude ver unos cuantos de ellos: Hiroshima, Adolf Hitler de pie ante un estrado, tanques de guerra, civiles que gemían, casas reducidas a escombros después de un desastre natural.
Sólo pude ver a medias al presentador, pero fue suficiente para darme cuenta de que era muy distinto de los demás. Para empezar, era mucho mayor y llevaba un traje de lino blanco, mientras que los demás vestían de negro. Llevaba puestas unas botas de cowboy, de las que llevan adornos cosidos. No pude verle el rostro con claridad, pero sí oí algunas de las frases que dirigía al grupo. Tenía una voz grave que parecía llenar hasta el último centímetro de la habitación.
—Este mundo se encuentra en el momento oportuno para que lo conquistemos —dijo—. Los humanos nunca han dudado tanto de su fe, nunca han tenido tan poca seguridad de la existencia de Dios. —Levantó su puño para dar énfasis a sus palabras—. Ha llegado nuestra hora. Quiero ver a multitudes precipitándose en el foso. Recordad que la debilidad humana es vuestra mayor baza: la ambición, el amor por el dinero, los placeres de la carne… son vuestras mejores armas. Quiero que seáis ambiciosos. No os dediquéis a las presas fáciles. Sobrepasad vuestras propias expectativas: quiero que el número de cuerpos alcances una cifra nunca vista. ¡Arrastrad a obispos, cardenales, generales, presidentes! No os quepa ninguna duda de que seréis generosamente recompensados.
Puck me tiró de la manga para llevarme de vuelta al vestíbulo.
—Ya es suficiente —dijo en un tono muy bajo—. Hemos visto suficiente.
Capitulo: 19
Sacrificio
Sacrificio
Desde aquí veo tu patio! —gritó Taylah con voz triunfante—. El césped necesita urgentemente que lo corten.
— ¿Hay alguien por ahí?
—No, la playa está vacía. Pero el sol brilla, no hay nubes en el cielo y hay alguien navegando y… es tan bonito esto. ¿A qué esperas? Vamos, Britt.
Dudé un instante. Taylah había atravesado el portal, pero ¿qué iba a ocurrir ahora?
—Tylah —la llamé—. ¿Crees que podrás quedarte ahí? Todavía sigues…
—Muerta —dijo ella con alegría—. Ya sé que lo estoy. Pero no me importa. Prefiero ser un fantasma libre que recorre la Tierra eternamente a pasar un minuto más en esa cloaca. —De repente, su voz dilató cierto pánico—. ¡Oh, Dios mío, hay alguien ahí! ¡Los oigo!
—Cálmate —la tranquilizó Puck, que también tenía el rostro iluminado por la alegría del descubrimiento que habíamos hecho—. Seguramente será alguien que pasea por la playa. Tú estás al otro lado, ¿recuerdas?
—Ah, sí. —Pero inmediatamente el tono de Taylah fue de preocupación—. No puedo dejar que me vean así. ¿Y si es un tío bueno?
—Aunque lo sea, él no puede verte —le recordé.
—Es verdad.
Parecía decepcionada. No pude evitar sonreír. Ni siquiera el Infierno con todos sus horrores había conseguido hacer desaparecer del todo la niña que Taylah había sido en vida.
Ahora que Taylah había conseguido pasar, me relajé un poco. Sentía que ya no había tanta urgencia, así que me arrodillé ante el portal para intentar atravesarlo. Deseaba reunirme con ella y poder contemplar el océano, sentir el viento agitándome el cabello y echándomelo hacia atrás. Después de eso, lo primero que pensaba hacer era correr a casa y lanzarme directamente a los brazos de mis hermanos. Entusiasmada, me quité los zapatos y di un salto para entrar de cabeza en el portal. De repente, me encontré dentro: la mitad inferior de mi cuerpo todavía estaba en el Yermo, pero al mismo tiempo estaba viendo una concha que sobresalía de la fina arena blanca. Alargué la mano hacia ella. Ya casi podía sentir el calor del sol en las manos y oír el romper de las espumosas olas contra las rocas.
Pero yo no era un alma como Tylah, así que una vez dentro, el portal pareció cerrarse alrededor de mi cuerpo, como si supiera que no debería estar allí. La misma fuerza magnética que antes me había atraído, ahora me empujaba hacia atrás. Pero aguanté. Pronto oí el sonido que había alertado a Taylah de la presencia de alguien en la playa: era el sonido de alguien que olisqueaba con curiosidad y no resultaba nada amenazador. De repente, me asaltó un olor incluso más familiar: ese era el ánimo que necesitaba. Supe de quién se trataba antes de ver el sedoso pelaje del color de la luna, y entreví un pálido ojo plateado y un hocico marrón y húmedo.
— ¡Phantom! —exclamé con felicidad. Sólo lo veía fragmentariamente, pero seguía siendo mi querido perro.
Oí que Taylah daba un salto hacia atrás, alarmada ante el entusiasmo de Phantom. A ella nunca le habían gustado los perros, pero yo no podía casi soportar la emoción que me había embargado al verlo. Alargué una mano hasta el otro lado del portal, y Phanton enterró el hocico esponjoso en la palma de mi mano, frenético de placer al reconocerme. Le rasqué la sedosa cabeza tras las orejas y se me hizo un nudo en la garganta de la alegría. Tuve que tragar saliva para poder hablar.
—Hola, chico —murmuré—. Te he echado de menos.
Mi emoción se vio correspondida por la de Phantom, que ahora gemía y rascaba, furioso, en el portal, intentando entrar. Y entonces una idea me atravesó como un relámpago: mi perro no podía estar solo en la playa, alguien tenía que estar con él. ¡Quizás alguien a quien yo quería a tan sólo unos metros de distancia y venía hacia aquí! Seguramente sería Samuel, que siempre se llevaba a Phantom cuando salía a correr a la playa. Incluso imaginé que oía sus sordas pisadas sobre la arena. Pronto sus brazos fuertes y consoladores me abrazarían y cuando esto sucediera, todos los malos recuerdos se me borrarían. Sam sabría qué decir exactamente para que todo volviera a estar en su sitio. Pero contuve el impulso de gritar por miedo a que algo saliera mal. Me sentía como si caminara por la cuerda floja: tenía que ir con mucho cuidado.
—Puck —lo llamé con urgencia—. ¿Cómo lo hago?
—Despacio —respondió. La expresión de su rostro era decidida—. Muy poco a, no se precipite.
El corazón me latía con tanta fuerza que pensé que todo el mundo podría oírlo.
—Siga ahora —dijo Puck—. Con suavidad, lo conseguirá.
Me iba abriendo paso lentamente por el portal en dirección al otro lado. Tan pronto como hube sacado las dos manos, Phantom empezó a lamerme sin parar y tuve que contener la risa. El reconfortante sonido del océano en Venus Cove y el familiar jadeo de Phantom me llenaban los oídos. Empujé hacia adelante: el portal primero se resistía pero luego cedía, permitiéndome avanzar poco a poco. Era una labor lenta, pero lo estaba consiguiendo.
Entonces oí unos gruñidos.
Era un sonido tan aterrador que creí que se me paraba el corazón. Eran unos gruñidos graves, guturales, acompañados por el rascar de unas zarpas en la tierra. Justo delante de mí, tenía el rostro de Tylah, que se había quedado lívida, y las manos de Puck, que me estaban empujando por detrás, quedaron inertes. Sin que tuviera tiempo de comprender qué estaba pasando, supe que tenía que tomar una decisión: Puck continuaba atrapado en el Yermo.
— ¡Continúe! —Gritó él con desesperación—. Ya casi lo ha conseguido, no vuelva. —A pesar de su esfuerzo, Puck no conseguía disimular el terror que sentía.
Pero en ese momento continuar me habría sido tan difícil como dejar de respirar. Puck se había portado como un hermano conmigo, y yo nunca lo abandonaría.
Al cabo de un momento ya me había librado de las garras de la planta rodadora y me puse en pie al lado de Puck. Él se quedó inmóvil, deshecho al ver la decisión que yo había tomado. Miré hacia la polvorienta extensión de tierra que tenía adelante, habitada tan sólo por algunos matorrales desgreñados. Los gruñidos provenían de algún punto cercano y su intensidad crecía a cada segundo que pasaba.
De repente, el terror me obligó a agacharme en busca de protección, pero al precipitarme tropecé y caí de rodillas al suelo. Puck me levantó, cubierta por el polvo rojo de ese paisaje surrealista.
—No se mueva —advirtió.
Nos agarramos firmemente el uno al otro mientras esas criaturas se acercaban. Por fin las veía con claridad: eran seis perros negros, enormes y corpulentos. Se pararon frente a nosotros, dispuestos a atacar. Tenían el tamaño de los lobos, una mirada demente en los ojos y los colmillos cubiertos de escoria. Aunque sus cabezas estaban llenas de cicatrices sus cuerpos eran robustos, fuertes, y sus pezuñas, afiladas como cuchillos. Llevaban el hocico manchado de sangre y el hedor que desprendía su enmarañado pelo era sofocante.
Puck y yo nos quedamos helados, sin hacer caso del portal.
—Britt —dijo con voz temblorosa—. ¿Recuerda que le hablé de los rastreadores?
—Sí. —Tuve que esforzarme para que no se me quebrara la voz.
—Aquí están.
—Los sabuesos del Infierno —susurré—. Perfecto.
Esas criaturas lupinas sabían perfectamente que nos tenían atrapados y nos estaban rodeando sin prisas. Cuando atacaran, lo harían tan deprisa que seríamos hechos pedazos sin darnos cuenta. La manada iba cerrando el círculo sin dejar de gruñir con ferocidad. Observé hirsuto y manchado, sus ojos amarillentos. El viento nos traía su fétido olor.
No podíamos hacer nada: si intentábamos correr, nos atraparían al momento. No teníamos armas, nada con qué defendernos, y no nos podíamos esconder en ningún sitio. Deseé desplegar las alas y llevarme a Puck a un sitio seguro, pero en ese momento no eran más que un peso muerto sobre mi espalda. El Yermo les había arrebatado su poder.
Cerré los ojos al ver que los perros se agachaban y saltaban hacia nosotros y, al mismo tiempo, oí un grito a mis espaldas. Entonces Taylah apareció entre los sabuesos, sin saber qué hacer.
— ¿Qué haces? —grité, intentando agarrar su cuerpo fantasmal—. ¡Regresa!
Abatida, vi que el portal se cerraba y las últimas imágenes de Venus Cove se veían sustituidas por una maraña de tallos y ramas. Taylah giró la cabeza y me miró con los ojos llenos de lágrimas. Se la veía muy pequeña comparada con los sabuesos, sus miembros muy frágiles. Su cabello, tan bonito como antes, ahora estaba apelmazado y le cubría el rostro. Me dirigió una sonrisa débil y triste mientras negaba con la cabeza.
—¡Taylah, lo digo en serio! —chillé—. No lo hagas. Tú tienes la oportunidad de ser libre. Aprovéchala.
—Quiero hacer las cosas bien —dijo.
—No. —Negué vehementemente con la cabeza—. Así no.
—Por favor —rogó—. Deja que por una vez en mi vida, haga lo correcto.
Los sabuesos del Infierno rechinaban los dientes y su saliva caía al suelo formando charcos. Se habían olvidado de Puck y de mí, concentrados en su nuevo objetivo. Después de todo, estaban entrenados para encontrar las almas que habían huido al Yermo para escapar. Su instinto natural los conducía hacia Taylah.
Entonces ella habló deprisa, pues no había mucho tiempo:
—Si regreso, sólo conseguiré deambular por toda la eternidad. Pero tú… —Clavó sus intensos ojos en los míos—. Tú puedes hacer algo valioso, y el mundo necesita toda la ayuda posible. Yo tengo que cumplir con mi parte. Además —rió—, ¿qué pueden hacerme?
Antes de que tuviera tiempo de objetar nada, Taylah se giró para enfrentarse a esas criaturas.
— ¡Eh, vosotros! —Los perros ladearon la cabeza; sus grises colmillos brillaban en la penumbra de esa tierra—. Sí, vosotros, chuchos asquerosos, ¡atrapadme si podéis!
Entonces Taylah salió corriendo a toda velocidad. Esa era la señal que los perros habían estado esperando. Los seis fueron tras ella, olvidándose por completo de nosotros. Vi, horrorizada, que uno de ellos atrapaba a Taylah mordiéndole el bolsillo del pantalón corto y la arrastraba por el suelo y la arrastraba por el suelo como si fuera una muñeca de trapo. Aunque no fuera de carne y huesos, eso no impidió que los perros la acribillaran a dentelladas sin dejar de aullar, precipitándose sobre ella como buitres. Luego, el líder de la manada la agarró entre sus fauces y se la llevó arrastrando. El cabello rubio de Taylah se alejó, desparramado sobre el polvo del suelo, y el resto de la manada los siguió.
Empecé a sollozar con violencia. Taylah se había ido y el portal se estaba alejando. Ya no nos servía de nada. Entonces Puck me tomó del brazo con tanta fuerza que me hizo daño.
— ¡Corra! —Dijo, apartando la mirada de los trozos de ropa ensangrentada del suelo—. Tenemos que huir.
Y eso hicimos.
Cuando regresamos al club Hex estábamos sin resuello y nuestro aspecto era tan lamentable que el gorila, al vernos, nos negó la entrada. Tuvimos que llamar a Asia para que nos abriera el paso. Cuando apareció por la puerta, no pudo ocultar la sorpresa de vernos de regreso.
— ¿Qué diablos estáis haciendo aquí? —gruñó, apretando los dientes. El gorila la miró con mal ánimo, y ella nos hizo entrar rápidamente. Cuando estuvimos envueltos por la oscuridad del interior y el ritmo de la música, volvió a dirigirse a nosotros:
—Los sabuesos deberían haberos hecho pedazos.
Miré a Asia con atención, observé esa mirada salvaje en sus ojos negros, la actitud hostil y rígida de los hombros, y me di cuenta de qué era lo que había buscado desde el principio. Nos había enviado al Yermos sabiendo que los sabuesos del Infierno arrastrarían a Puck al foso y, probablemente, a mí me desmembrarían. Pero no podía saber que Taylah estaría allí y que nos iba a salvar a los dos.
—Deberías haberlos mencionado —dije, con el tono de mayor ligereza que fui capaz. Lo único que quería era llorar, pero me negaba a darle esa satisfacción a Asia—. Correr delante de los sabuesos nos ha puesto a mil.
— ¿Por qué no estás muerta? —Asia dio paso hacia mí como si quisiera abrirme el cuello.
—Supongo que soy una chica con suerte —dije en tono de desafío.
—Basta —interrumpió Puck, que estaba demasiado alterado por lo que había pasado para recordar cuál era su lugar—. Deja que me lleve a Britt a casa.
—No. —Asia me agarró del brazo, clavándome sus uñas como garras en la carne—. Quiero que desaparezcas.
—No la toques. —Puck me soltó de ella y miró a Asia con hostilidad.
Ella le devolvió la mirada achicando los ojos con maldad.
— ¿Con quién te crees que estás hablando, chico? —gruñó—. Quizá debería contarle a Jake la pequeña excursión que habéis hecho.
—Adelante. —Puck se encogió de hombros—. Seguramente se sentirá un tanto enojado cuando se entere de que tú nos ayudaste. Yo soy sólo un campesino, pero él cree de verdad que pude confiar en ti.
Asia retrocedió, pero sus rasgos felinos transpiraban furia.
—Vamos, Britt —me dijo Puck—. Nos marchamos.
—No creas que no encontraré otra manera de acabar contigo —gritó Asia mientras nos alejábamos—. ¡Esto no ha terminado!
Yo no me podía preocupar por los celos y la hostilidad de Asia hacia mí, porque no me quitaba de la cabeza la imagen de Taylah entre las fauces de los sabuesos del Infierno. En ese momento se encontraba en algún punto del foso, soportando innombrables horrores por mí.
Pasara lo que pasase a partir de entonces, tenía que conseguir que su sacrificio hubiera servido para algo.
Al llegar al hotel Ambrosía tenía un único objetivo: regresar a la habitación y con Puck de nuestro próximo paso. Si Asia había estado dispuesta a ayudarnos una vez, quizá podríamos conseguir que lo hiciera de nuevo. Yo sabía que lo que ella más deseaba era quitarme de en medio, y que estaba dispuesta a cualquier cosa para conseguirlo. Asia tenía muchos contactos y su única motivación era el interés propio.
Cuando entrábamos en el vestíbulo miré hacia uno de los lujosos pasillos enmoquetados y vi la sala de reuniones. La puerta estaba entreabierta y me pregunté qué estaba sucediendo allí que fuera tan importante como para que Jake no saliera a recibirme. Normalmente él se afanaba en aprovechar cualquier ocasión que nos permitiera pasar un rato, juntos. Me acerqué con cautela sin hacer caso de la aprensión de Puck.
Miré a través de la abertura y vi las sombras de seis demonios proyectadas por el fuego de la chimenea. Estaban sentados alrededor de la larga mesa, con una botella de whisky y unos cuantos vasos esparcidos por encima. Todos ellos tenían un bloc de notas excepto uno, que se encontraba de pie y presidía la reunión. Estaban viendo una presentación en PowerPoint que mostraba imágenes de los sucesos más catastróficos de la historia de la humanidad. Solo pude ver unos cuantos de ellos: Hiroshima, Adolf Hitler de pie ante un estrado, tanques de guerra, civiles que gemían, casas reducidas a escombros después de un desastre natural.
Sólo pude ver a medias al presentador, pero fue suficiente para darme cuenta de que era muy distinto de los demás. Para empezar, era mucho mayor y llevaba un traje de lino blanco, mientras que los demás vestían de negro. Llevaba puestas unas botas de cowboy, de las que llevan adornos cosidos. No pude verle el rostro con claridad, pero sí oí algunas de las frases que dirigía al grupo. Tenía una voz grave que parecía llenar hasta el último centímetro de la habitación.
—Este mundo se encuentra en el momento oportuno para que lo conquistemos —dijo—. Los humanos nunca han dudado tanto de su fe, nunca han tenido tan poca seguridad de la existencia de Dios. —Levantó su puño para dar énfasis a sus palabras—. Ha llegado nuestra hora. Quiero ver a multitudes precipitándose en el foso. Recordad que la debilidad humana es vuestra mayor baza: la ambición, el amor por el dinero, los placeres de la carne… son vuestras mejores armas. Quiero que seáis ambiciosos. No os dediquéis a las presas fáciles. Sobrepasad vuestras propias expectativas: quiero que el número de cuerpos alcances una cifra nunca vista. ¡Arrastrad a obispos, cardenales, generales, presidentes! No os quepa ninguna duda de que seréis generosamente recompensados.
Puck me tiró de la manga para llevarme de vuelta al vestíbulo.
—Ya es suficiente —dijo en un tono muy bajo—. Hemos visto suficiente.
Emma.snix*** - Mensajes : 101
Fecha de inscripción : 02/08/2013
Edad : 32
Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 19 Sacrificio. Capitulo: 20 La novia del Hades. Capitulo: 21 Gran Papi.
Capitulo: 20
La novia del Hades
La novia del Hades
Yo estaba esperando hablar de todo lo que había pasado con Puck, pero cuando llegamos a la habitación no parecía que tuviéramos gran cosa que decir. Estábamos los dos demasiado deprimidos para conversar. No solo era casi seguro que habíamos echado por tierra nuestra única posibilidad de escapar, sino que Taylah había tenido que pagar por ello. Cuando Puck hubo salido, yo no paré de dar vueltas en la cama. Pronto mi almohada quedó empapada por las lágrimas: no dejaba de recordar el sonido de los sabuesos del Infierno mientras acababan con mi amiga y se la llevaban al abismo. Y lo peor de todo era que habíamos estado muy cerca de regresar a casa. Sam se encontraba justo al otro lado del portal y yo todavía recordaba el tacto del esponjoso hocico de Phantom en la palma de mi mano. Quizás hubiera debido gritar: tal vez Sam hubiera podido hacer algo. Pero ahora ya no tenía ningún sentido pensar en lo que hubiera podido ser. Las palabras que le había oído decir a ese carismático presentador en la sala de reuniones no me abandonaban tampoco: «Los humanos nunca han dudado tanto de su fe». Lloré con más fuerza al recordarlas. Ya no lloraba solamente por Taylah, sino porque sabía que esas palabras eran ciertas: la humanidad nunca había sido tan vulnerable y yo no podía hacer nada al respecto desde donde me encontraba. Finalmente, las lágrimas se me secaron y caí en un sueño profundo.
Me desperté al oír que alguien me susurraba algo en tono de urgencia. Parpadeé, todavía adormecida, sin poder creer que ya hubiera llegado la mañana: parecía que habían pasado tan solo unos minutos desde que me había metido en la cama. Los ojos grandes y azules de Hanna se me hicieron visibles poco a poco. Me miraba con su habitual expresión preocupada y me sacudía por el hombro para despabilarme. Llevaba el cabello del color de la miel recogido en la nuca en un moño suelto, pero se le habían soltado unos cuantos mechones que le brillaban como hilos de oro bajo la luz de la lámpara. No se podía decir que Hanna fuera optimista, pero, por algún motivo, su presencia siempre ejercía un efecto positivo en mí. El afecto que me demostraba era sincero y, en la oscuridad que me rodeaba, yo sentía que podía confiar en su lealtad. Me senté en la cama y procuré mostrarme más despabilada de lo que estaba.
— ¡Debe usted levantarse, señorita! —dijo Hanna mientras intentaba quitarme las sábanas de encima. Yo me resistí y volví a cubrirme hasta los hombros—. El señor Thorn la espera abajo. Quiere que se vista para asistir a un evento importante.
—No me interesan sus eventos —gruñí—. Le puedes decir que no pienso ir a ninguna parte. Dile que estoy enferma o algo.
Hanna negó vigorosamente con la cabeza.
—Sus instrucciones han sido muy explícitas, señorita. Incluso ha dicho lo que debe usted ponerse.
Hanna levantó una caja plana y blanca del suelo y me la puso encima del regazo. Deshice el lazo dorado y aparté las capas de papel de seda con gesto enojado. La prenda que contenía no se parecía a ninguna de las que había en mi guardarropa. Incluso Hanna ahogó una exclamación al verlo. Era un vestido de un vivo color rojo confeccionado con terciopelo arrugado y finísimo, de mangas acampanadas con brocados, como en el cuadro La dama de Shalott, de Waterhouse. Se completaba con un delicado cinturón hecho con anillos de cobre.
—Es precioso —exclamó Hanna, que olvidó por un momento de dónde procedía.
Yo no me dejé seducir tan fácilmente.
— ¿Qué estará tramando Jake ahora?
—Es para el desfile —dijo Hanna, bajando los ojos.
Tuve la sensación de que me ocultaba algo. Crucé los brazos y la miré con expresión interrogadora.
—El príncipe desea presentarla hoy —explicó.
— ¿A qué gente? —Pregunté, poniendo los ojos en blanco—. No estamos en un reino medieval.
—A su gente —se apresuró a decir Hanna.
— ¿Por qué no me lo has dicho antes?
—Porque sabía que se molestaría. Y es un evento importante, no puede negarse.
Me hundí bajo las sábanas, decidida a no salir.
—Eso ya lo veremos.
—No sea insensata, señorita. —Hanna se había inclinado hacia mí y me hablaba con mucha seriedad—. Si no va usted por voluntad propia, la obligará a ir. Hoy es un día muy importante para él.
La miré y me di cuenta del miedo que tenía a contrariar los deseos de Jake. Hanna se escandalizaría si se enterara de la excursión que Puck y yo habíamos hecho al Yermo. Como siempre, tuve que preguntarme cuáles serían las consecuencias de negarme a colaborar. Sin duda, Jake responsabilizaría a Hanna. Mi resolución se debilitó, así que aparté las sábanas, salté fuera de la cama y me fui a la ducha. Al salir, Hanna ya había hecho la cama y, encima de ella, había colocado con cuidado el vestido con los zapatos de satén negro.
—Supongo que Jake no creerá de verdad que voy a ponerme esto —pregunté—. No vamos a una fiesta de disfraces, ¿no?
Hanna no me hizo caso. Sin dejar de mirar hacia la puerta con nerviosismo, me ayudó a ponerme le vestido y me abrochó los botones de la espalda. Aunque estaba hecho de terciopelo, era suave y ligero como una segunda piel. Hanna me hizo sentar y me desenredó el cabello para hacerme unas trenzas adornadas con tiras de satén. Luego me cubrió el rostro con polvos y me puso sombra azul en los párpados.
—Estoy ridícula —dije, irritada, mirándome en el espejo de pie.
—Qué tontería —replicó Hanna inmediatamente—. Parece usted una reina.
Yo no quería tener que salir de la suite de mi hotel para participar en otro de los estridentes eventos de Jake. Mi habitación era el único lugar en que me sentía un poco cómoda y segura. Pero Hanna, nerviosa, me tomó del brazo y me hizo salir por la puerta.
En el vestíbulo nos esperaba un pequeño grupo de gente, a algunos de los cuales ya había conocido la noche del banquete. En cuanto salí del ascensor, todo el mundo se quedó en silencio y me observó. Miré a mi alrededor buscando a Puck, pero no lo vi. Jake, que me había estado esperando con impaciencia y caminando de un lado a otro del vestíbulo, se acercó a mí y me miró con alivio y aprobación. Luego dirigió una mirada de censura a Hanna, probablemente culpándola por nuestro retraso.
Jake me tomó ambas manos, me hizo levantar los brazos para examinarme con mayor detenimiento y sonrió con una expresión de aprobación que le iluminó el rostro, siempre tan brusco.
—Perfecto —murmuró.
Yo no respondí a su cumplido. Jake, con guantes y frac, iba vestido con tanta formalidad que parecía sacado de un retrato del siglo XVIII. Llevaba el cabello recogido hacia atrás de forma impecable. Sus ojos negros como el carbón estaban encendidos por la excitación.
— ¿Hoy no te has puesto la chupa? —pregunté, cortante.
—Debemos elegir la ropa de acuerdo con la ocasión —repuso en tono amistoso. Se lo veía relajado ahora que yo ya había aparecido—. Olvidas que he visto mucho mundo. Podría elegir entre todo el vestuario de los últimos dos mil años, pero todo lo anterior al siglo pasado me parece anticuado.
Asia se encontraba en el otro extremo del vestíbulo y me miraba con ojos venenosos. Llevaba puesto un ajustado vestido de tono cobrizo con un escote muy marcado y unos cortes en la falda que le llegaban hasta la parte superior de sus bronceados muslos. Los labios le brillaban como perlas. Se acercó a Jake y, con un mohín malhumorado, dijo:
—Es hora de irnos. ¿Estás lista, princesa?
A pesar de que yo sabía que no nos delataría, pues tenía miedo de revelarse también a sí misma, no pude evitar un escalofrío al ver que se dirigía directamente a mí.
Fuera, nos esperaba una limusina descapotable de color rosa. El chofer salió y nos abrió la puerta con gesto mecánico; cuando nos hubimos sentados, Jake le dijo algo en un idioma que no comprendí. Avanzamos hasta llegar a una carretera que se alejaba a cielo abierto. Era la primera vez que Jake me permitía salir de los túneles subterráneos. Lo primero que vi fue un cielo escarlata encendido de feroces lenguas de fuego. Una nube bullente lo cruzaba, ocultando el horizonte: parecía estar viva, se retorcía y se estiraba. Entonces me di cuenta de que no era una nube sino un enjambre de langostas. Nunca había visto nada igual. El coche circulaba muy despacio por el pavimento, del que se levantaban columnas de vapor. Después de casi una eternidad, el coche tomó otra carretea que estaba flanqueada por multitud de carrozas de vehículos carbonizados. Era un paisaje desolador, parecido al de una película de ciencia ficción en la que el héroe intenta sobrevivir después de una catástrofe nuclear.
Yo no sabía dónde estábamos. Aparte de nuestra breve y fallida excursión al Yermo, no había salido de los túneles. Al cabo de poco, por entre la niebla aparecieron unas figuras desaliñadas de pie a ambos lados de la carretera. Entonces me di cuenta de que se trataba de una multitud: cientos, miles de personas que nos esperaban rodeadas de humo y cenizas. Un mar de rostros nos miraban, expectantes, como buscando algo. Nos observaban con los ojos vacíos y aguardaban. Me pregunté qué estaban esperando. Quizás esperaban algún tipo de señal, pero ¿de qué’ Vi que llevaban las mismas ropas con que habían fallecido; algunos iban con batas de hospital, o con camisetas manchadas de sangre y tierra; otros iban bien vestidos, con trajes elegantes y vestidos de noche. Pero todos compartían la misma expresión vacía y cansada de los muertos vivientes. De repente, cobraron vida. Empezaron a empujarse los unos a los otros para poder ver mejor y sus ojos hundidos me observaron con una curiosidad avasalladora. Y, como si alguien les hubiera dado instrucciones, comenzaron a vitorear y aplaudir alargando hacia nosotros unos brazos esqueléticos. Me hundí en el asiento, atemorizada y, por primera vez, agradecida de que Jake estuviera conmigo. Aunque estaba enojada con él y sabía que ese horrible desfile era cosa suya, me acerqué a él en busca de seguridad. Era irónico que fuera precisamente Jake lo que mayor seguridad me proporcionaba en ese lugar y lo único que me permitía mantener la cordura en esos momentos.
La limusina avanzó por la carretera y la muchedumbre nos envolvía. No tenía ni idea de adónde nos dirigíamos, pero sí sabía que Jake me estaba exhibiendo por las calles como si fuera un trofeo. Para las fuerzas del Infierno, yo representaba un trofeo y para Jake, mi captura había significado un golpe de éxito. Su rostro expresaba claramente que estaba disfrutando de cada segundo.
De repente, Jake se puso en pie en la limusina y me obligó a hacer lo mismo. Intenté liberarme, pero me sujetó con tal fuerza que cuando me soltó me quedaron dos marcas rojas en el brazo. La masa parecía haber enloquecido con nuestro gesto: se pisaban los unos a los otros para intentar subir a los estribos de los coches o a las ventanillas de los coches quemados.
—Deberías saludar —me dijo Jake—. Practicar un poco.
—Por lo menos dime a dónde me llevas.
Jake me miró con una de sus expresiones típicas, una media sonrisa de burla.
— ¿Y arruinarte la sorpresa?
El chófer hizo salir el coche de la carretera y se detuvo delante de una especie de desguace lleno de pilas de metales retorcidos. En él habían despejado una zona donde habían montado un estrado con micrófonos y altavoces. Los guardaespaldas de Jake, que llevaban pequeños micrófonos y auriculares para comunicarse entre ellos, vigilaban el área. Jake me ofreció su brazo y yo lo acepté: estaba demasiado abrumada para negarme. Juntos subimos por unos escalones cubiertos por una alfombra roja, como dos estrellas de cine en una fiesta de Hollywood. Arriba, en el estrado, nos esperaban dos tronos plateados cubiertos con pieles de visón negras y protegidos bajo un dosel adornado con rosas negras entrelazadas. Quizás en otro entorno esos tronos me hubieran resultado impresionantes, pero en ese momento no eran más que dos pesos muertos, dos esposas que me ataban a ese mundo subterráneo. Sentía las piernas débiles, así que cuando Jake, en un ostentoso gesto de galantería, me acompañó hasta mi asiento, me dejé caer en él con gran alivio. La amoría masa de gente había quedado en silencio y esperaba las palabras de Jake. Incluso los murciélagos que cruzaban el aire en silencio se detuvieron en seco.
—Bienvenidos a todos —empezó a decir Jake. No necesitaba micrófono: su poderosa voz llenaba todo el espacio—. Hoy es un día trascendental, no solo para mí sino para todo el reino del Hades.
La muchedumbre empezó a vitorear de nuevo y Jake levantó las manos para hacerlos callar. Vi que abajo, enfrente de nosotros, se encontraba la elite del Hades sentada siguiendo un estricto orden jerárquico. Todos ellos tenían la misma expresión condescendiente y un tanto sádica, pero al mismo tiempo resultaban fascinantes. Detrás de ellos, las almas nos observaban con temor, aunque incapaces de apartar los ojos de nosotros. Un aire caliente me encendió las mejillas y deseé estar en el ático del hotel, prisionera pero a salvo de los depredadores ojos de los condenados.
Jake, erguido sobre la tarima, levantó un brazo con gesto de triunfo y todos, uno a uno, fueron cayendo de rodillas al suelo. Intenté clavar la mirada en el cielo escarlata para no encontrarme con los ojos de nadie: tenía demasiado miedo de lo que podría ver en ellos. Sentía un nudo en el estómago, como si algo terrible estuviera a punto de suceder. Entonces un hombre con barba, encorvado y anciano, subió las escaleras del estrado acompañado por un ayudante y se acercó a uno de los micrófonos. Vestía el hábito cotidiano de un sacerdote: sotana negra y cuello blanco. Tenía el rostro muy marcado y ajado, y los ojos enrojecidos se veían inyectados en sangre. Debajo de ellos se le marcaban las ojeras oscuras e hinchadas como dos bolsitas de té usadas.
—Por favor, dad la bienvenida al padre Benedict —dijo Jake en tono como de presentador de televisión—. Él va a dirigir la ceremonia de hoy.
Jake sonrió con expresión indulgente y el hombre le dirigió una reverencia. Yo estaba perpleja de ver una escena tan sacrílega: un hombre de Dios que se humillaba ante un demonio como Jake.
—No te escandalices tanto —me dijo Jake, despreocupado, sentándose de nuevo—. Incluso los más devotos pueden caer.
—Eres despreciable —me limité a contestar.
Jake me miró con sorpresa.
— ¿Por qué yo? —Señaló al padre Benedict con un gesto de la cabeza—. Si quieres culpar a alguien, cúlpalo a él.
— ¿Qué está haciendo aquí?
—Digamos que no consiguió proteger a los inocentes. Ahora trabaja para nosotros. Estoy seguro de que eres capaz de captar la ironía. —Lo fulminé con la mirada—. O quizá no.
Se me ocurrió que Jake tal vez estuviera ocultando algo a propósito. Aunque hacía un calor terrible, sentía un frío tremendo en las venas, como si me hubieran inyectado hielo en el torrente sanguíneo. Sabía que yo era una conquista para Jake, un souvernir de su victoria sobre los agentes del Cielo. Pero ¿qué otra cosa se estaba llevando a cabo allí en esos momentos?
—Sea lo que sea lo que quieras que haga, no pienso hacerlo —le dije.
—Tranquilízate —contestó Jake—. Solo se requiere tu presencia.
De repente, las piezas empezaron a encajar. El vestido, el desfile y ahora, la ceremonia. Todo empezaba a tener sentido.
—No voy a casarme contigo —le dije, apretando los apoyabrazos del trono con tanta fuerza que los nudillos se me pusieron blancos—. Ni ahora ni dentro de un millón de años.
—Esto no es una boda, cariño —dijo Jake, riendo—. Eso vendrá después. Soy un caballero y nunca te forzaría a hacer algo para lo que no estás preparada.
—Ah, pero sí estoy preparada para que me secuestren, ¿no? —pregunté con sarcasmo.
—Necesitaba llamar tu atención —repuso Jake con voz aterciopelada.
— ¿De verdad quieres estar con alguien que no soporta tu presencia? —pregunté—. ¿Es que no tienes respeto por ti mismo?
— ¡Qué te parece si dejamos las discusiones domésticas para un momento más adecuado? Ahora eres la novia de todos ellos. Disfruta del momento.
Jake hizo un gesto hacia la muchedumbre. Todos esperaban con el aliento contenido a que sucediera algo.
—Han hecho un largo viaje para dar la bienvenida a su nueva princesa.
Entonces, con la rapidez del relámpago, apartó su trono hacia atrás y se colocó a mis espaldas para empujarme y colocarme en el centro del estado. Esto provocó una oleada de murmullos excitados y miles de ojos se fijaron en mí con un entusiasmo fanático.
—Esto es una iniciación —susurró Jake en tono seductor—. Mira a tu alrededor, Bettany. Este es tu reino y esta es tu gente.
—No soy su princesa —estallé—. ¡Nunca lo seré!
—Pero ellos te quieren, Britt. Te necesitan. Han estado esperando mucho tiempo. Piensa en todo lo que podrías hacer aquí.
—No puedo ayudarlos.
— ¿No puedes o no quieres?
La conversación se vio interrumpida por un carraspeo. Se trataba de Eloise, la chica pelirroja que conocí en el banquete.
—Por favor, ¿podemos continuar? —dijo Jake dirigiéndose al padre Benedict.
—Empecemos.
Yo no tenía ni idea de qué implicaba una «iniciación», pero sabía que no sería capaz de soportarlo. Tenía que irme. Salí corriendo hacia los escalones e incluso conseguí bajar un par de ellos, pero la gente de Jake me detuvo. En un momento me tuvieron rodeada. Sus manos calientes me agarraron por todas partes; sus rostros se retorcieron de place y de vez en cuando abandonaban su bella apariencia para mostrar su verdadera forma grotesca. Enseguida me obligaron a regresar a mi asiento. Jake se sentó a mi lado, sereno. El sacerdote le colocó en la cabeza una corona de hojas de parra entrelazadas que brillaron sobre su oscuro y suave pelo. Tomó otra corona igual entre sus retorcidas y huesudas manos y su voz ronca resonó en toda la explanada:
—Hoy nos encontramos aquí para dar la bienvenida a un nuevo miembro de la familia. El príncipe la ha estado buscando durante muchos siglos y todos compartimos su felicidad con él ahora que finalmente la ha encontrado. Ella no es una simple mortal, sino que viene de un lugar mucho más elevado: un lugar conocido como el Reino de los Cielos. —Los espectadores ahogaron una exclamación de asombro. Me pregunté si, a pesar de sus retorcidas mentes, todavía eran capaces de recordar un lugar como el Cielo. Pero lo dudaba—. Deberéis adorar la añadió el padre Benedict elevando la voz con fervor—. La serviréis y os doblegaréis a su voluntad.
Quise levantarme y negar todo lo que estaba diciendo, pero sabía que me harían callar. El padre Benedict acabó:
— ¡Os presento a la nueva princesa del Tercer Círculo, el ángel Brittany!
Entonces se dio la vuelta y me colocó la corona sobre la cabeza. En ese mismo instante un relámpago iluminó el cielo rojo y una tormenta de cenizas nos envolvió. La muchedumbre de almas se tiró al suelo cubriéndose el rostro. Los demonios parecieron disfrutar con esa reacción de la masa.
Así, con la misma rapidez con que había empezado la ceremonia terminó. El sacerdote bajó del estrado y la muchedumbre empezó a dispersarse.
Mientras nos dirigíamos al coche, un niño desaliñado se separó de la multitud y se acercó a nosotros. Era muy pequeño y frágil, y tenía la cara de pillo. Alargó los brazos hacia mí con gesto suplicante y Diego, que fue el primero en verlo, fue hasta él y lo agarró por la garganta con crueldad. Horrorizada, vi que el niño no podía respirar y que tenía los ojos desorbitados a causa del terror. Entonces Diego pareció aburrirse de repente y lo tiró al suelo. Todos mis instintos me empujaban a ir a su lado para ayudarlo. Quise dar un paso, pero Jake me agarró del brazo con fuerza.
— ¡Compórtate con dignidad! —gruñó.
Entonces, sin pensarlo dos veces, le di una patada en la espinilla. Eso lo distrajo un momento, que aproveché para correr hasta donde estaba el chico. Levanté del suelo el cuerpo inerte del niño sin importarme que la falda se arrastrara por el polvo. Tenía los ojos cerrados. Le limpié con suavidad la cara, le puse una mano en el pecho y concentré en él toda la energía sanadora que todavía pudiera quedarme en un desesperado intento de devolverle la vida que le acababan de quitar.
Al fin, el niño abrió los ojos y sus labios recuperaron su tono rojo y le sonreí para tranquilizarle. Entonces me di cuenta de que todo el mundo se había quedado en silencio y me miraba. Jake estaba tan solo a unos metros de mí, pero su expresión era de consternación. Antes de que tuviera tiempo de hacer nada, la gente de Jake me rodeó y me condujo hasta el coche. Cuando me hube sentado, Jake, a mi lado, me susurró al oído.
—No vuelvas a hacer algo así nunca más. ¿Qué te crees que es esto? Somos hijos de Lucifer. Nuestro objetivo es infligir sufrimiento, no aliviarlo.
—Habla por ti —le contesté con valentía.
—Escúchame —dijo Jake entre dientes y agarrándome el brazo—. Las Siete Virtudes del Cielo son los Siete Pecados del Infierno. Un acto de bondad es un pecado capital. Ni siquiera yo podré protegerte si cometes tales faltas.
Yo ya no lo escuchaba. De repente me sentí muy tranquila: ahora sabía que podía hacer algo bueno incluso en el Infierno. Me estremecí de pies a cabeza de la emoción. No había hecho nada más que ceder ante mi naturaleza: ofrecer consuelo allí donde encontraba dolor. Me concentré en mis poderes de sanación y los sentí crecer en mi cuerpo. Sentí un cosquilleo en las alas, pero reprimí el deseo de desplegarlas. Mi cuerpo empezó a emanar luz, una luz que se filtraba fuera del coche, llenaba la polvorienta explanada y cubría las cabezas gachas de la muchedumbre. Mi luz consiguió apagar el fuego del cielo, otorgándole una tonalidad blanquecina. Mientras tanto, oía la voz de Jake, lejana…
— ¿Qué estás haciendo? ¡Para ahora mismo! ¡Te lo prohíbo!
No parecía enojado, solamente alarmado. Entonces mi luz se fue apagando hasta que desapareció por completo y, en su lugar, una mariposa blanca quedó aleteando en el aire. Voló por encima de la muchedumbre como un pequeño retazo de esperanza en un mar de desolación. Algunos intentaron agarrarla, pero todos los rostros miraban hacia arriba ahora, algunos con esperanza y otros con terror. Jake se había quedado paralizado, así que fue Asia quien decidió tomar el mando.
—Matad a ese bicho —gritó—. Y largaos de aquí.
Emma.snix*** - Mensajes : 101
Fecha de inscripción : 02/08/2013
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Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 19 Sacrificio. Capitulo: 20 La novia del Hades. Capitulo: 21 Gran Papi.
Capitulo: 21
Gran Papi
Gran Papi
Cuando hubimos regresado al hotel Ambrosía, los demonios de Jake mantuvieron una reunión de crisis. Se negaron a ir a la sala de juntas, así que se llevó a cabo en el mismo vestíbulo. Empezaron a discutir a voces como niños que se pelean en el patio de la escuela. Aunque no me hacían ningún caso, mi nombre se pronunció varias veces junto con expresiones como “una cagada enorme” y “estamos perdidos”. La discusión continuaba subiendo de tono y Jake me tomó del brazo y me llevó hasta Hanna, que se retorcía los dedos de las manos mientras lo observaba todo desde un extremo de la sala.
—Llévate a Britt arriba —dijo Jake, empujándome hacia ella—. No os detengáis ni habléis con nadie.
—No quería causarte tantos problemas —tartamudeé. No conseguía decir que lo sentía… porque no lo sentía. Pero no había esperado provocar este caos—. Simplemente ha sucedido.
Jake me ignoró.
— ¡Ahora, Hanna! —rugió.
—No comprendo por qué es tan grave —le dije, resistiéndome a Hanna, que me empujaba—. Por lo menos dime qué está pasando.
Jake bajó la voz y me miró con ojos abrasadores.
—Las cosas están a punto de ponerse muy feas. Estoy intentando salvarte el pellejo y tendré una posibilidad mayor de conseguirlo si te quitas de en medio.
A mi alrededor, los ojos negros como el alquitrán de todos los demonios se clavaban en mí con voracidad sangrienta. Mi presencia ya no resultaba divertida ni curiosa. Esos rostros eran maníacos, me miraban como si lo único que desearan fuera desmembrarme. Jake fue a reunirse de nuevo con mis jueces. Se lo veía alto y formidable con su frac negro y el pelo suelto sobre los hombros. Pero, por la actitud de su cuerpo, me di cuenta de que se preparaba para presentar batalla.
—Vámonos, señorita. —Hanna empezaba a ponerse muy nerviosa.
Esta vez no discutí, sino que me apresuré a seguirla. Desde dentro del ascensor oímos algunas frases de la conversación:
— ¡Esto es una farsa! —Gritó alguien—. No deberías haberla traído al Tercer Círculo.
—Es joven —oí que rugía Jake, defendiéndome. Me sentí un poco culpable al dejar que se enfrentara él solo a esa situación. Los suyos ahora se ponían contra él por mi culpa. Acaba de llegar. Necesita más tiempo para adaptarse.
— ¿Cuánto tiempo? Porque ya lo está trastocando todo —replicó alguien—. Querías tener una mascota para poder jugar con ella… pues ahora enséñale las reglas de esta casa.
—Además, ¿qué quieres de ella? —intervino otro—. ¿Es que vale la pena poner en peligro nuestra reputación por un poco de diversión? Los otros Círculos se están riendo de nosotros.
—A ti no te tengo que dar explicaciones — respondió Jake en un tono grave y gutural.
—Quizá no, pero tú no eres la mayor autoridad.
— ¿De verdad queréis molestarlo? ¿Por esto?
—No, pero lo haré si no eres capaz de contralar a tu zorrita.
Por un momento, la habitación quedó sumida en un silencio mortal. Hanna apretó varias veces el botón de nuestro piso hasta que consiguió que el ascensor respondiera.
— ¿Qué has dicho?
—Ya me has oído.
—Quizá tendrías que retirar ese comentario —dijo Jake en un tono de amenaza que hubiera sido difícil de pasar por alto.
—Adelante, pez gordo. Vamos a ver de qué eres capaz.
Cuando Hanna y yo llegamos a la habitación, Puck ya nos estaba esperando. En cuanto entramos puso el cerrojo de seguridad en la puerta, aunque todos sabíamos que no nos serviría de mucho para mantener a los demonios a raya.
Me senté en la cama con las piernas cruzadas y con un cojín entre los brazos.
— ¿Qué creéis que está pasando ahí abajo?
—No se preocupe, señorita —respondió Hanna, servicial—. El señor Thorn los convencerá. Siempre lo hace.
—Espero que tengas razón —dije—. No me había dado cuenta de que estaban tan nerviosos.
—Son demonios, sus reacciones siempre son excesivas. —Puck se encogió de hombros, intentando hacerme sentir mejor.
Jake permaneció en el vestíbulo discutiendo durante horas. Al final, justo después de medianoche, Puck y Hanna se fueron a la cama. Yo empezaba a tener sueño, así que me dispuse a quitarme el vestido de terciopelo cuando oí que Jake me llamaba desde el otro lado de la puerta. Era la primera vez que pedía permiso en lugar de entrar directamente.
—Me alegra que todavía estés levantada —dijo en cuanto le abrí—. Tenemos que irnos.
Hablaba en un tono de disculpa, sin darme ninguna orden. Llevaba una pieza de ropa bajo el brazo. La expresión de sus ojos era extraña y si no lo hubiera conocido, estaría pensando que era por miedo. No le había visto esa expresión ni siquiera cuando Sam lo envolvió en lenguas de fuego y ordenó a la tierra que se lo tragara vivo. En ese momento Jake solamente se mostró desafiante y derrotado. ¿Qué había pasado para que estuviera tan nervioso?
— ¿Adónde vamos?
Jake apretó los labios, como reprimiendo la ansiedad.
—Han convocado una vista.
— ¿Qué? ¿Por qué? —Me había despabilado por completo.
—No creí que esto llegara tan lejos —repuso Jake—. Te lo explicaré por el camino.
— ¿Puedo cambiarme de ropa primero?
—No hay tiempo.
Cuando salimos del vestíbulo, la moto de Jake nos estaba esperando, en marcha, como si tuviera vida propia.
— ¿Por qué vamos en moto? —pregunté.
—No quiero llamar la atención —dijo Jake—. Toma, ponte eso. — Me lanzó la capa marrón que llevaba bajo el brazo.
—Creí que lo que querías precisamente era llamar la atención —repliqué, en alusión al humillante desfile de unas horas antes.
—Esta vez no.
— ¿Por qué debería creerte? —pregunté.
—Britt. —Jake suspiró, como si algo le doliera—. Detéstame todo lo que quieras, pero confía en mí… esta noche estoy de tu parte.
Por algún motivo, le creí. Me cubrí con la capa y me puse la capucha. Jake me ayudó a montar en la motocicleta y avanzamos a toda velocidad por los túneles que se separaban y se entrecruzaban en una trama tan intrincada como la de una tela de araña. Hundí mi rostro en su espalda para esconderme de los horrores que acechaban en esa oscuridad.
Al cabo de poco tiempo, Jake detuvo la motocicleta delante de un almacén en ruinas que se encontraba al final de un estrecho callejón. Tenía varios pisos de altura, a pesar de encontrarse bajo el suelo. Unos vándalos debían de haber roto los cristales de las ventanas, porque estaban tapiadas con tablones de madera y todos los muros estaban llenos de grafitis. Jake pareció dudar un momento antes de entrar, como si intentara encontrar una estrategia.
—Es aquí .dijo, mirándome con una seriedad extraña en él—. Tienes una audiencia ante Gran Papi en persona. No hay muchos, ni vivos ni muertos, que hayan tenido este honor.
— ¿Qué? —grité—. ¿Me has traído a ver a Lucifer? ¿Estás loco? ¡No pienso entrar ahí!
—No tenemos elección —dijo Jake en voz baja—. Nos ha convocado.
— ¿Por qué? ¿Es por la mariposa? —Pregunté, desesperada—. No lo volveré a hacer, lo juro.
La poca confianza que había sentido al final del desfile me abandonó por completo en ese momento.
—No es contigo con quién están enfadados —dijo Jake—. Se han reunido para juzgarme a mí y para decidir cuál será mi castigo por haberte traído aquí.
—Pues me alegro —repliqué—. Te equivocaste al traerme aquí. Será mejor que me devuelvan a mi lugar.
—Ojalá fuera tan sencillo —murmuró Jake, distante—. Sería un precio muy barato.
— ¿Qué quieres decir con eso?
—Nada. Entremos. —Jake se adelantó—. Ya le hemos hecho esperar suficiente. Recuerda, no hables a no ser que se dirija a ti, ¿comprendido? No es momento para pasarse de la raya.
Jake todavía no había terminado de pronunciar esas palabras cuando un gorila, muy parecido a los que había visto en los clubes, abrió las pesadas puertas. Se oyó el chirrido del metal y el gorila nos hizo una señal para que entráramos.
—Adelante —oímos que nos decía una voz que me hizo pensar en la textura y el aroma del whisky—. No muerdo.
Por dentro, todo había sido dispuesto para imitar un tribunal. Siete personajes oscuros y sumidos en las sombras se sentaban en semicírculo sobre unos bultos que parecían cajas vueltas del revés. Alguno de ellos tenía los brazos cruzados sobre el pecho, como si hubieran estado esperando demasiado tiempo. La intuición me dijo que se trataba de los Originales, los iguales a Jake. También vi a Diego, a Nash, a Yeats y a Asia, que acechaban desde un rincón oscuro. Comprendí que ellos también habían sido llamados, quizá como testigos.
Cuando los ojos se me acostumbraron a la penumbra, me di cuenta de que otro personaje mucho más alto que los demás presidía el grupo. Estaba sentado en una silla de respaldo alto estilo Tudor que había conocido tiempos mejores. Llevaba puesto un traje de lino blanco, una corbata de seda roja y unas botas estilo cowboy. Aunque las sombras me ocultaban su rostro, estaba segura de que se trataba del entusiasta orador al que había oído en la sala de reuniones. Con una mano sujetaba un bastón de empuñadura de marfil y daba golpes en el suelo, como impaciente. Jake y yo entramos y en ese mismo instante, todas las conversaciones cesaron. Durante unos minutos nadie dijo nada y aproveché para observar ese espacio en ruinas y a sus ocupantes.
Aparte de los trozos de cristal roto que había por todas partes, vi unas máquinas cubiertas de polvo y telarañas. El sonido de batear de alas sobre nuestras cabezas, indicaba que los murciélagos habían convertido las vigas de madera en su casa. Al igual que Jake, los ángeles caídos que nos rodeaban eran la viva imagen de una belleza marchita. De algunos de ellos no habría sabido decir a qué sexo pertenecían: todos compartían las mismas facciones marcadas, el mismo tono pajizo en los labios, la forma aguileña de la nariz y la robustez de las mandíbulas. Todos tenían la misma mirada apagada y cansada de quien ha dedicado su vida a objetivos inútiles. A pesar de que eran incapaces de sentir asombro, supe que mi presencia los había sorprendido. Todos ellos tenían una actitud corporal y un aire de superioridad que delataba que era los Originales. En este mundo, eran como el equivalente de la realeza. Y todos miraban a Jake con frialdad, como si él ya no perteneciera a su grupo y hubiera pasado a ser un marginado, un descarriado.
Al fin pude distinguir las facciones del hombre del traje blanco. Me di cuenta de que era mayor que los demás y que su rostro se veía más avejentado. Tenía la piel bronceada y curtida y sus ojos, de un azul transparente, carecían de expresión. Llevaba el cabello pulcramente recogido hacia atrás y sujeto con un pasador dorado. Tuve que admitir que era extremadamente guapo. Se suponía que los ángeles no envejecían, pero supuse que el constante ejercicio del mal, tenía que cobrarse su precio. Pero, a pesar de que se había hecho mayor, el rostro de Lucifer era radiante, sus ojos penetrantes y sus rasgos, perfectamente dibujados. Tenía la frente amplia y sus ojos desprendían una energía tal, que en su presencia se me erizaba la piel. Sabía que en el Cielo había sido uno de los más reverenciados, la máxima expresión de la belleza y de la inteligencia. Cuando habló, lo hizo despacio, con voz potente y un marcado tono musical.
—Bueno, hola angelito —dijo—. ¿Qué te parece esta reunión en familia?
Algunos de los demonios se rieron disimuladamente.
—Padre, —Jake dio un paso hacia delante con actitud profesional—, todo esto es un malentendido. Si me concedieras la oportunidad de explicar…
—Oh, Arakiel, mi querido chico —se burló Lucifer con tono paternalista—. Tienes que rendir cuentas de muchas cosas.
Tardé un poco en darme cuenta de que se dirigía a Jake por su nombre de ángel. Como siempre, volví a sorprenderme al recordar la antigua vida de Jake. Me resultaba muy extraño pensar que, hacía mucho tiempo, antes de que yo misma existiera, todos ellos vivían en el Cielo. Sam lo recordaba claramente, pues había sido testigo del levantamiento de los ángeles rebeldes y de su expulsión del Reino, así que para él no había transcurrido tanto tiempo. Yo sólo conocía el mal que habían perpetrado desde ese momento, pero había una palabra que se me repetía mentalmente: “hermanos”. Era increíble en lo que se habían convertido. Por un momento, todo mi miedo y mi rabia desaparecieron y solamente sentí una profunda tristeza. Pero enseguida la voz de Lucifer me hizo regresar a la cuestión presente:
—Le debes una explicación clara a este tribunal, Arakiel —dijo—. Esta pequeña escapada tuya ha provocado un gran desacuerdo entre nuestras filas y algunos piensan que puede poner en peligro todo lo que hemos construido hasta ahora. Debemos preservar lo que es nuestro, cueste lo que cueste.
—Padre, —Jake bajó la cabeza—, no quiero parecer irrespetuoso, pero fuiste tú quien me encomendó esta tarea.
—Desde luego. —Asintió Lucifer—. Y yo celebré tu valentía al traerla aquí, pero parece que, desde entonces, te has dejado vencer por tus emociones. Temo que para ti esto ya no sea estrictamente un deber. —Miró a Jake entrecerrando los ojos con maldad—. De hecho, sospecho que nunca lo ha sido.
—Discúlpame, tengo una pregunta…
Di un paso hacia delante y todos los demonios me clavaron sus ardientes ojos al mismo tiempo. Me clavé las uñas en la muñeca para no temblar y continué.
Aunque sabía que estaban fuera de mis posibilidades, no podía dejar de pedir respuestas. Irónicamente, tenía la sensación de que Lucifer me diría la verdad.
—Estoy un poco confundida. He entendido que fuiste tú quién me quiso traer aquí, pero lo que no comprendo es por qué.
Lucifer sonrió con una mueca.
—Es verdad —dijo—. Arakiel te trajo aquí bajo mi consentimiento.
—Pero yo no soy nadie importante. ¿Por qué yo?
Lucifer dio unos golpecitos con los dedos sobre la empuñadura de su bastón.
—Tú eres una prenda, querida —contestó—. Como bien sabes, el Cielo ha iniciado otra de sus patéticas operaciones para salvar el mundo. Creo que hasta ya ha enviado a hijos de nuevo a la tierra. —Lucifer puso los ojos en blanco—. Es un tema profundamente aburrido: nosotros creamos el caos, ellos lo ordenan y así una y otra vez. Ya estamos hartos de eso, y es en este punto dónde tú intervienes. —Me observó con expresión indolente—. Te he utilizado para enviar un mensaje.
— ¿Qué mensaje?
De repente, Diego se puso en pie, dispuesto a aclarármelo por su cuenta.
—Ha sonado el disparo de salida.
— ¿Y eso qué significa? —pregunté con voz débil, luchando contra el pánico que empezaba a apoderarse de mí.
—Bueno, supongo que ahora que estás aquí no pasa nada si te lo contamos —dijo Lucifer arrastrando las palabras—. Digamos que ha llegado la hora de que esta contienda llegue a su punto de inflexión.
Jake, que hasta el momento había permanecido en silencio, decidió intervenir.
—Arrastras a un ángel al Infierno en contra de su voluntad es una señal —explicó—. Señala el inicio de la guerra.
— ¿Va a haber una guerra?
—Se sabe desde siempre que va a haber una guerra —dijo Lucifer—, desde que el imbécil y santurrón de mi hermano me expulsó.
—Hemos esperado largo tiempo —añadió Diego con su marcado acento español—, para enseñarles quien manda y hasta qué punto es frágil su precioso y pequeño planeta.
Tragué saliva, negando con la cabeza.
—No —dije—. No es verdad.
—Oh, sí lo es —intervino Nash, entusiasmado ante el giro que tomaba la conversación—. Estamos hablando de la demostración final, del encuentro cara a cara entre tu papi y el nuestro.
—Será mejor que lo creas, angelito —añadió Lucifer—. Nos encontramos camino al Armagedón y promete ser todo un espectáculo.
Me quedé helada, sin poder casi respirar. En parte tenía la esperanza de que todos esos demonios estallaran en carcajadas y revelaran que todo eso no era más que una broma cruel que me habían gastado. Pero en el fondo sabía que no se trataba de ninguna broma: hablaban completamente en serio. El mundo se encontraba ante un serio problema. No podía creer lo que acababa de oír; pensaban que mi captura funcionaría como una especie de detonante, la última gota que colmaría la paciencia de los ángeles. ¿Funcionaría? El Infierno había hecho su primera ofensiva; ahora, ¿le quedaría al Cielo otra alternativa que vengarse? Lucifer había aprobado mi rapto para ir contra mi Padre y provocar una confrontación final que sería más sangrienta que nunca. Él sabía que había ido demasiado lejos, pero eso era exactamente lo que quería. Acababa de lanzar el guante y esperaba que el Cielo aceptara el desafío. Había abierto las puertas a la guerra.
El juicio parecía haberse desviado de su objetivo y Jake lo retomó para plantear lo que para él era más importante:
— ¿Así que nos soltarás? —preguntó—. Padre, el ángel ya ha cumplido su función y no representa ningún peligro. Te pido que me la confíes.
—Oh, querido —dijo Lucifer al tiempo que soltaba un exagerado suspiro—. Me temo que no puedo hacerlo. —Levantó el bastón y me señaló con él—. No después del pequeño espectáculo que nos ofreció ayer la señorita Brittany.
— ¡Es mía!
La voz de Jake sonó con gran estridencia en el interior del enorme almacén. Aunque no era muy buena estratega, incluso yo me di cuenta de que Jake estaba perdiendo terreno. Tenía que controlar sus emociones si quería llegar a alguna parte.
Lucifer irguió el torso y Jake bajó la cabeza con gesto humilde, arrepentido por esa salida de tono.
—Cuando te la confié, no sabía que te habías implicado emocionalmente en el proyecto. —Lucifer pronunció esas palabras como si le dejaran mal sabor en la boca.
—Yo no… no lo he hecho —repuso Jake—. Yo sabía que ella era un trofeo, y pensé que sería otra de nuestras conquistas…
— ¡No me mientas, chico! —rugió Lucifer de forma tan inesperada que todos allí reunidos se sobresaltaron—. Tú la has deseado desde el principio. Nunca te hubiera confiado esta misión si hubiera sabido hasta qué punto llegaba tu obsesión.
Jake levantó los ojos y miró a su padre a los ojos. Apretó la mandíbula.
—Eso es lo que tú me enseñaste a hacer: a tomar aquello que quiero.
Lucifer soltó una carcajada hueco y habló en un tono más amable:
—Querer es distinto a necesitar —explicó—. Tú querías al chico cojo y a la mocosa de Buchenwald. Pero a Brittany… la necesitas y tu apego te está debilitando, te está quitando toda la energía. Me molesta ver que uno de mis hombres más fuertes cae de esa manera.
—Me corregiré, Padre —dijo Jake.
—Desde luego que sí —replicó Lucifer—. Me encargaré personalmente de que lo hagas.
— ¿Qué puedo hacer? —Jake agachó la cabeza.
Lucifer chasqueó la lengua y respondió:
—Tú eres mi hijo, uno de mis mejores hijos. No te preocupes. —Sonrió con indulgencia y añadió—: Papi lo arreglará todo.
—Él no es uno de tus hijos —intervine, incapaz de callarme. Me pareció que mi lengua y mis labios habían decidido actuar por su cuenta, y continuaron haciéndolo a pesar de que todas las células de mi cuerpo sabían que debía callar—. Si recuerdas, fue mi Padre quien lo creó… y también a ti, por cierto.
Jake giró todo su cuerpo hacia mí y me fulminó con la mirada. Lucifer se limitó a ladear la cabeza y a mirarme con expresión divertida.
—Mira a tu alrededor, angelito —dijo—. El mundo está en ruinas y tú estás en el Infierno. ¿Dónde está tu Padre ahora? ¿Por qué no viene a salvarte? O bien no le importas o no tiene tanto poder como crees.
—Tuvo el poder suficiente para expulsarte del Cielo —dije con descaro.
— ¿Y por qué crees que lo hizo? —Lucifer me dedicó una sonrisa deslumbrante—. ¿Por qué crees que construyó esta caja bajo tierra para mí? Porque estaba asustado. Uno no necesita enterrar aquello que no presenta ningún peligro.
—Si eres tan peligroso, ¿por qué no te escapas? —lo desafié.
—No puedo. —Lucifer se encogió de hombros y señaló a su alrededor—. Pero sí puedo reunir un ejército y mandarlo en mi lugar. Es lo que se llama una laguna legal, querida. —Dirigiéndose a Jake, continuó—: Admito que comprendo la atracción. Tiene carácter, ¿verdad?
—Lo siento, Padre —rogó Jake—. No sabe lo que dice, no te ofendas.
—No estoy ofendido —repuso Lucifer—, pero me temo que no te puedes quedar con ella.
Los ojos de Jake delataron la alarma que sentía a pesar de todos los esfuerzos que hizo para disimularlo.
— ¿Es cierto lo que me han dicho tus hermanos? ¿Qué invocó a la vida? —preguntó Lucifer.
—Sí, pero fue un accidente. No volverá a suceder, me aseguraré de ello —insistió Jake.
—No estás comprendiendo, chico. Su presencia ha despertado la esperanza. Si la esperanza se introduce en el Infierno, todo aquello para lo que hemos trabajado se convertirá en humo.
—La encerraré bajo llave. Haré lo que haga falta. Tienes mi palabra.
—Desde aquí percibo la rectitud que emana de ella en oleadas. Es repugnante. ¿Sólo me sucede a mí o los demás también podéis notarlo? Ya ha infectado a nuestro mundo con su compasión y con esa aburrida actitud de “ama a tu prójimo”. Su mera presencia es una aberración.
—Pero, Padre, piensa en las ventajas.
Lucifer miró a Jake con expresión displicente. Me di cuenta de que estaba a punto de terminar con el asunto.
—Te di permiso para traerla aquí. No dije que se pudiera quedar.
— ¡No me la puedes arrebatar!
Jake gritó como un niño petulante e incluso dio un golpe en el suelo con el pie. Lucifer se inclinó un poco hacia delante y apoyó los codos en las rodillas.
—No hay nada que yo no pueda hacer si lo deseo —contestó—. Tú estás a mi merced aquí, no te olvides. Te podría arrebatar todos tus poderes por esto que has hecho. Pero tienes suerte: no me gusta ver a mis hijos oprimidos. —Soltó un exagerado suspiro y añadió—: No puedo evitar estos sentimientos paternales.
— ¿Así que la vas a obligar a regresar? —Jake parecía destrozado.
— ¿Regresar? —Lucifer arqueó una ceja—. Esto no es un cuento de hadas, chico. Aquí abajo no trabajamos de esa manera, y tú precisamente deberías saberlo. —Meneó la cabeza con gesto de cansancio—. Mira el mal que te ha hecho ya.
Jake me miró con los ojos llenos de pánico.
—Haz algo —me dijo, desesperado, vocalizando con los labios y sin emitir ningún sonido.
Me quedé sin saber qué decir a causa de la confusión y del miedo que me oprimía. Primero me había ordenado que no hablara y ahora quería que reaccionara. ¿Qué creía que podía hacer yo?
Lucifer se puso en pie con agilidad y dijo:
—Lo siento, Arakiel, pero este plan tuyo ha sido muy mal ejecutado. Desde el mismo instante en que ella bajó al Hades, tú sabías que pasaría esto. No ames nunca aquello que no puedes conservar. Tu ángel ha estado siempre condenado a muerte.
De repente se me ocurrió una idea.
—No te servirá de nada —tartamudeé—. No puedo morir aquí. Son las reglas. Si me matas, lo único que conseguirás es mandarme al Cielo.
—No, querida. —Lucifer negó con la cabeza—. Si murieras en la Tierra, irías al Cielo. Pero aquí abajo el juego es totalmente distinto. El fuego del Infierno es lo bastante potente para aniquilar para siempre a un ángel.
— ¿Y si ella accede a convertirse? —preguntó Jake, exasperado—. ¿Y si se convierte en uno de nosotros?
—Muy poco probable —repuso Lucifer con languidez, inspeccionándose la manicura de las uñas. Era evidente que esa discusión lo aburría—. Está encadenada al Equipo A, es evidente.
—Por lo menos dale la oportunidad.
Lucifer suspiró profundamente.
—Mi querida Brittany, ¿quieres considerar la posibilidad de renunciar al Cielo y de utilizar tus poderes para ayudarnos?
—No —contesté—. Mil veces no.
— ¿Satisfecho? —le dijo Lucifer a Jake.
—Padre.
Uno de los Originales dio un paso hacia delante. Era una mujer con una melena negra y rizada que le llegaba a la cintura, labios rojos como rubíes y unos brillantes ojos castaños. Su rostro parecía el de una muñeca de porcelana, y su piel era tan blanca que parecía que nunca le hubiera dado el sol. Quizás así era, pensé, abstraída. Me pregunté por qué no sentía pánico, por qué no estaba llorando o suplicando indulgencia. Me parecía que el tiempo se había detenido, que los segundos avanzaban muy lentamente, y mis emociones parecían haberse escondido, como si se hubieran desconectado de mí. La mujer habló:
—Creo que podríamos dar ejemplo con ella.
— ¿Cómo, mi preciosa Sorath? —preguntó Lucifer.
—Si queremos contrarrestar su influencia y recuperar el equilibrio de poder, debemos demostrar a la gente que vamos en serio. —Sorath giró su cuello de cisne para mirarme a los ojos—. Debemos castigarla públicamente.
Lucifer se dio unos golpecitos en la barbilla con un dedo, pensativo.
—Una idea interesante. ¿Qué sugieres? —Miró a los siete demonios y sonrió como un padre indulgente—. Os dejo que decidáis con qué método lo haremos.
Vi, en silencio y consternada, que los Originales se levantaban de sus asientos para ir a reunirse en círculo como buitres. Hablaron un rato en voz baja. Diego y Nash me miraron con malicia y Asia se mostró más satisfecha que un gato que acabara de tropezarse con un plato de nata. Lucifer esperó, paciente, mientras Jake iba de un lado a otro compulsivamente, como si quisiera decir algo. No dejaba de abrir y cerrar la boca, como si no encontrara el argumento adecuado. Al final, Sorath se separó del círculo.
—Hemos tomado una decisión —dijo con una sonrisa de satisfacción.
— ¿Y estáis todos de acuerdo? —Lucifer parecía casi decepcionado—. ¿No habrá ninguna discusión?
—No, Padre —repuso ella.
— ¡Bueno, pues dime cuál es vuestro veredicto!
Sorath se giró para ponerse de cara a mí y los demás se apresuraron a colocarse a sus espaldas. Sus ojos me penetraban como cuchillos y sus labios dibujaron una sonrisa de placer.
—Quemarla en la hoguera —declaró.
Lucifer aplaudió, complacido. A mis espaldas, oí que Jake soltaba un gemido de agonía.
Emma.snix*** - Mensajes : 101
Fecha de inscripción : 02/08/2013
Edad : 32
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
DafygleeK escribió:OMG! OMG! OMG! OMG! OMG! OMG! OMG! OMG! OMG! OMG! OMG! OMG!
Llegaron a Venus Cove!!!!!!!!!!!! Llegaron a casa! !!!!!!!!!!!! Estoy sin palabras! Actualiza pronto!!!!!!!!!! ;) xoxo!
DafygleeK escribió:OMG! OMG! OMG! OMG! OMG! OMG! OMG! OMG! OMG! OMG! OMG! OMG!
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Hola, les recuerdo que los usuarios no pueden dejar más de dos mensajes seguidos dentro del mismo tema (mucho menos si es el mismo contenido). Esto va en contra de las reglas del foro. Los mensajes serán editados, pero les recuerdo que traten de no infringir con las reglas. Sin más por el momento...saludos.
Saludos
Ali_Pearce- - Mensajes : 1107
Fecha de inscripción : 07/06/2012
Edad : 31
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
Oh por dios cuantas cosas ha pasado.. no me lo puedo creer :O
Y ahora que pasara con Britt..??? Podreeeee Tienen que encontrar la forma de salvarla :( ojala la rescaten pronto...
Espero tu actu... Cuidate! :)
Y ahora que pasara con Britt..??? Podreeeee Tienen que encontrar la forma de salvarla :( ojala la rescaten pronto...
Espero tu actu... Cuidate! :)
aria- - Mensajes : 1105
Fecha de inscripción : 03/12/2012
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