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Mensaje por micky morales Dom Nov 03, 2013 9:19 am

Sinceramente no le veo solucion a esto, asi que solo me queda esperar que en el ultimo momento de ese horrible castigo algo pase que pueda salvar a britt!
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Mensaje por khandyy Mar Nov 05, 2013 2:08 pm

OMG no lo puedo creer, ojala y no le pase nada a la pobre de britt, la verad no se que estan esperando los ángeles para poder ayudarla ;(
saludos y porfa actualiza pronto
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cerrado Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 22 La vigilia. Capitulo: 23 Deportes sangrientos. Capitulo: 24 Blues de Tennesse.

Mensaje por Emma.snix Mar Nov 05, 2013 7:25 pm

Hey soy yo de nuevo, mil disculpa por la espera pero las tareas me andan matando, saludos y que tengan una linda tarde [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo - Página 11 2013958314 

Capitulo: 22
La vigilia



De pie y sin poder hacer nada, observé a los demonios salir en fila del almacén. Ahora que mi destino estaba decidido, yo ya no era digna de su atención. Solamente Asia se detuvo un momento, me mandó un beso burlón y se pavoneó al marchar.—Arakiel, al amanecer nos entregarás a tu ángel —dijo Lucifer con una tranquilidad absoluta y sin girar la cabeza—. Tienes lo que queda de esta noche para despedirte de ella. No dirás que no tengo buen corazón.
Yo sentía una gran calma, así que deduje que todavía no había tomado conciencia de la gravedad de lo sucedido. Jake me dijo algo para tranquilizarme, pero casi ni lo oí.
—Estás bajo los efectos de la conmoción —dijo, mientras me acompañaba hasta la silla que Lucifer había ocupado—. Siéntate aquí. Voy a buscar a mi padre para convencerlo de que todo esto es una locura.
Yo sabía que era una pérdida de tiempo, que la decisión que habían tomado era irrevocable y que lo que Jake pudiera decir no lograría cambiar nada. No quería perder el tiempo suplicando o pidiendo. Solamente tenía una idea en la cabeza: si Lucifer estaña en lo cierto (y no tenía ningún motivo para no creerlo), me quedaban pocas horas de vida, así que no tenía ninguna intención de pasarlas con Jake. Había sido su egoísmo lo que me había puesto en esa situación. Lo que tenía que hacer en esos momentos era ir a Venus Cove por última vez y despedirme de Santana y de mi familia.
Sabía que si lograba ver a Santana una vez más, lo que me sucediera al amanecer sería mucho más llevadero. Pero no quería regresar solamente por mí. Tenía que hacerle saber de alguna manera que debía continuar adelante con su vida, necesitaba darle mi bendición para que siguiera sin mí. No pensaba decirle lo que me iba a suceder —no quería causarle ese dolor— pero era preciso que Santana aceptara que yo nunca iba a regresar a casa y convencerlo de que dejara de buscar respuestas a lo sucedido. Por mi experiencia en el Cielo, sabía que la gente nunca acababa de superar la pérdida de un ser querido, pero sus vidas continuaban y al final encontraban cosas nuevas que los compensaban de sus desgracias.
No sabía cuánto iba a tardar Jake, pero pensé que discutir con Lucifer le tomaría cierto tiempo. Nunca había intentado proyectarme estando en otro sitio que no fuera mi habitación, pero hacerlo resultó más fácil de lo que imaginaba porque esta vez no me importaba que me descubrieran.
Encontré a Santana en su dormitorio, sentada en el borde de la cama. Parecía distraída y tenía aspecto desaliñado, como si no hubiera dormido. A su lado, en el suelo, estaba la bolsa de deporte abierta y medio llena de sus cosas. Su mirada permanecía fija en la pluma que había encontrado en el asiento del Chevy después de nuestra primera cita. Vi que la colocaba entre los pliegues de una camiseta, dentro de la bolsa. Luego lo pensó mejor y la volvió a poner encima de la Biblia con tapas de piel que reposaba sobre la mesilla de noche. Me arrodillé delante de ella y Santana se estremeció, como si hubiera sentido una corriente de aire. Se le erizó el vello de los brazos, pero no se movió.
—¿Santana?
Sabía que no podía oírme, pero vi que su rostro adoptaba una expresión de gran concentración. ¿Notaba mi presencia? ¿Percibía, quizá, lo mal que iban las cosas? Se inclinó hacia adelante, como para escuchar mejor. Por un momento pensé en establecer contacto con ella de la misma manera en que lo había hecho ese día en la playa, pero por algún motivo, no me pareció adecuado. Además, no estaba segura de poder hacerlo en el estado de ánimo en que me encontraba.

—Hola, cariño —empecé a decir—. He venido a decirte adiós. Ha sucedido algo que, estoy segura, me impedirá volver a verte nunca más. Así que quería venir por última vez y decirte que no te preocupes por mí. Pareces muy cansada. No vayas a Tennessee, ahora ya no hace falta. Intenta olvidar que nos conocimos. Quiero que tengas una vida fantástica. Tienes que concentrarte en lo que te espera ahora y dejar ir el pasado. Tú no borrarías ni un minuto del tiempo que pasamos juntas, pero…
—Britt —dijo Santana de repente, interrumpiendo mis pensamientos—. Sé que estás aquí. Te percibo. ¿Qué quieres decirme? —Esperó un momento y añadió—: ¿Puedes darme una señal, como la última vez?
Se le veía tan desesperada que se me ocurrió algo: había una manera de decirle exactamente lo que quería sin necesidad de palabras. La habitación estaba en penumbra. Concentré toda mi energía y abrí las cortinas de la ventana. Santana achicó los ojos, sorprendida por la luz que, de repente, llenó la habitación.
—Bien hecho, Britt —dijo.
Me acerqué a la ventana y soplé con fuerza para cubrir el cristal con vaho. Entonces alargué mi índice de fantasma y dibujé un corazón. Al lado escribí S+B.
Santana sonrió al verlo.
—Yo también te amo —dijo—. Nunca dejaré de amarte.
Entonces las mejillas se me llenaron de lágrimas, incapaz de reprimirme. Si por lo menos supiera que podría verla en la próxima vida, quizá me resultaría más fácil de soportar. Pero yo no iba a regresar al Cielo. No sabía a dónde iría; lo único que sabía era que me esperaba una eternidad en el vacío.
—Tienes que dejar de quererme —dije, sollozando. El sufrimiento de abandonarla me provocaba un gran dolor en todo el cuerpo—. Tienes que continuar adelante. Si después de la muerte existiese una forma de regresar, te prometo que la encontraré. Pero sólo para venir a ver cómo estás y lo maravillosa que será tu vida.
— ¡Estás aquí! —Con su sobresalto, vi que Rachel acababa de entrar a la habitación—. Sam y Quinn nos esperan afuera. Quieren ponerse en marcha de inmediato. ¿Por qué te entretienes?
Santana cerró las cortinas de la ventana para ocultar mi dibujo.
—Ya voy —repuso—. Sólo necesito un minuto.
Rachel no hizo ningún gesto de marcharse.
—Antes de que nos vayamos, ¿podemos hablar un momento? Necesito un consejo.
Santana miró hacia la ventana, donde yo estaba. Me di cuenta de que no se quería marchar.
—Estoy ocupada ahora mismo, Rach. ¿Puedes esperar un poco?
— ¿Ocupada mirando el vacío? No, no puedo esperar. Mi vida entera se está desmoronando y tú eres la única persona con quien puedo hablar.
—Creí que nos habíamos peleado.
—Pues hagamos las paces —replicó Rachel, cortante—. Necesito consejo y nadie más podría comprenderme.
—Se trata de Sam, ¿verdad?
Me di cuenta de que Rachel había llorado. Le temblaron los labios y los hombros al oír que Santana mencionaba a mi hermano.
Habla con ella, Santana —pensé—. Rachel te necesita y es tu amiga. Te va a hacer falta que tus amigos estén cerca. No sabía si mi novia había recibido mi silencioso mensaje o si ver a Rachel llorar le había llegado al corazón, pero se sentó en la cama y dio unos golpecitos a su lado para que Rachel se sentara allí.
—Ven aquí —la invitó—. Suéltalo todo, pero deprisa porque no tenemos mucho tiempo.
—No sé qué hacer. Sé que esto con Sam no es bueno para mí, pero parece que no puedo sacármelo de la cabeza.
— ¿Qué te lo impide?
—Que sé lo increíblemente bien que nos sentiríamos si estuviéramos juntos. Pero no comprendo que él no se dé cuenta.
— ¿Sigues sintiendo lo mismo? —Preguntó Santana—. ¿Incluso ahora que sabes que no es un ser humano?
—Siempre he sabido que, de alguna manera, era especial. —Rachel suspiró—. Y ahora sé por qué. No se parecía a ninguno de los chicos que conozco porque no es solamente un chico… es un alucinante arcángel.
—Rachel, tienes a muchos chicos que van detrás de ti. ¡Si casi tienes que sacártelos de encima a manotazos!
—Sí, pero no son como él. No quiero a ningún otro pero él no me quiere. Algunas veces me parece que siente algo, pero entonces se cierra.
—Tendrás que aprender a hacer lo mismo. Sé que es difícil, pero tienes que cuidarte. Piensa en lo que deseas a largo plazo. Que Sam no quiera formar parte de tu vida no significa que esta haya terminado.
— ¿Cómo voy a encontrar a alguien que sustituya a un ser tan perfecto? Bueno estas tu pero tú ya estas ocupada por otro ángel. Nadie va a estar jamás a su altura, lo cual significa que mi vida se ha terminado a los diecisiete años. Acabaré como la señorita Kratz: como una arrugada y vieja solterona que lee novelas rosa y vigila la sala de estudio.
—No creo que acabes como Kratz: para eso necesitarías sacarte un título universitario.
— ¡Eres horrible dando consejos! —Soltó una carcajada y el rostro se le iluminó. Pero, de repente, volvió a ponerse seria—. ¿Crees que encontraremos a Britt?
—Sí —respondió Santana sin dudar ni un segundo.
— ¿Por qué estás tan segura?
—Porque no pienso parar hasta que lo logremos, por eso. Bueno, ¿nos vamos a Tennessee o qué?
Antes de seguir a Rachel hacia la puerta, Santana se acercó rápidamente a la ventana y colocó la palma de la mano sobre el corazón de nuestras iniciales.
—Ya voy, Britt —murmuró—. Sé que ahora te sientes perdida, pero quiero que seas fuerte por las dos. Recuerda quién eres, para qué fuiste creada. Nadie te podrá arrebatar eso, no importa dónde estés. Siento tu presencia a mi lado todo el tiempo, así que no abandones ahora. No pienso quedarme aquí sin ti. Si el Cielo no nos ha podido separar, el Infierno no tiene la más mínima posibilidad de hacerlo. Resiste. Nos vemos pronto.
Cuando Jake regresó perdí la última esperanza de escapar a la muerte. Lo miré a la cara y me di cuenta de que estaba lívido. Apoyado en el quicio de la puerta, se sujetó la cabeza con ambas manos en un gesto de frustración. Pero no sentí rabia, ni miedo, ni desesperación. Quizás era porque la idea de la no existencia todavía no tenía ningún significado para mí. En parte creía que eso ni siquiera era posible: yo siempre había existido, si no como ser humano en tierra firme, sí como una esencia en el Cielo. No era capaz de imaginar la posibilidad de que nunca más podría pensar, sentir o desear ver a mi familia. ¿Era realmente posible que al amanecer yo desapareciera para siempre, que desapareciera no solo para los que me rodeaban sino también para mí misma? ¿Adónde iría? La Tierra me estaba prohibida, no se me permitía regresar al Cielo y no me aceptaban en el Infierno. Simplemente dejaría de existir y sería como si nunca hubiera estado viva.
De repente, con la rapidez de un tigre, Jack se puso a mi lado.
—Supongo que decirte que lo siento no sirve de nada —dijo.
La expresión que vi en sus ojos negros era de auténtico dolor. Si Jake tenía algo a su favor, era que verdaderamente no quería verme desaparecer.
—Yo también he tenido parte de responsabilidad —dije, indiferente—. Utilicé mis poderes en un lugar inadecuado.
— ¡Debería haber sabido que actuarias de esa manera, para haberte advertido!
Jake dio un puñetazo contra el marco de madera con tanta fuerza que provocó que una cascada de polvo y fragmentos de madera cayera sobre nuestras cabezas. Mi incapacidad de reacción era tal que ni siquiera me aparté cuando el alargó la mano y me limpió la suciedad que me había caído sobre el pelo. No me podía mover; era como si me hubiera olvidado de cómo hacerlo, sin más.
—Supongo que los dos hemos calculado mal —repuse sonriendo sin ganas—. Error de novatos, ¿no?
Me llevaron al hotel Ambrosía en coche. Jack iba delante de nosotros en su motocicleta. Conducía con temeridad y la moto estuvo a punto de salirse de la carretera varias veces. Le imaginé dándole vueltas a la cabeza mientras conducía, atrapado en su propio mundo de estrategias e intrigas. Al llegar me acompañó hasta la suite y yo no me negué a que lo hiciera. Todo eso era culpa suya, pero no quería pasar mis últimas horas sola.
Hanna me estaba esperando con la cena lista y dispuesta sobre la bandeja. Para variar no rechacé la comida ni le dije que me la trajera más tarde. Por primera vez desde que estaba en el Hades presté atención a los alimentos que me ofrecían: finas rodajas de centeno, queso de cabra, salmón ahumado en rollitos adornando el perímetro del plato, suculentas aceitunas y un vino de un profundo color rubí que sabía a ciruelas. Comí despacio y saboreando cada bocado. La comida era un recuerdo de mi estancia en la Tierra. Sabía que nunca más volvería a tener esa experiencia, así que quería prolongar ese momento.
Hanna nunca me había visto comer con tanta concentración, ni tolerar la presencia de Jake sin quejarme. Ahora no me podía ayudar de ninguna forma, y lo sabía.
—Todo irá bien, señorita —me dijo al final—. Quizá las cosas habrán cambiado por la mañana.
—Sí —murmuré distraída—. Todo irá mejor por la mañana.
Hanna se aceró a mí con paso inseguro, consciente de que Jake observaba cada uno de sus movimientos.
— ¿Puedo hacer algo por usted?
—Ve a descansar un poco, Hanna. No te preocupes por mí.
—Pero…
—Ya la has oído —intervino Jake con tono helado—. Limpia todo esto y déjanos en paz.
Hanna, servil, asintió con la cabeza y se apresuró a retirar los platos no sin dirigirme una última mirada de inquietud.
—Buenas noches, Hanna —le dije con suavidad cuando salía por la puerta—. Gracias… por todo.
Cuando Hanna se hubo marchado, fui a lavarme la cara y los dientes. Presté una atención meticulosa a esas rutinas. Ahora todo me parecía distinto: sentía más que antes el contacto del agua caliente sobre el rostro, la suavidad de la toalla limpia sobre la piel. Cada uno de mis movimientos me parecía nuevo, como si los estuviera haciendo por primera vez. Pensé que aunque estuviera en el Infierno todavía estaba viva, todavía respiraba y podía hablar. Aunque ya no por mucho tiempo.
Al salir del baño encontré a Jake recostado en el sofá mirando al vacío mientras se masajeaba la barbilla con la mano. El frac estaba tirado en el suelo al lado de la pajarita blanca. Se había subido las mangas de la camisa, como si fuera a llevar a cabo un trabajo físico, y la habitación olía fuertemente a tabaco. Se había servido un vaso de whisky escocés y la bebida parecía haberle templado un poco los nervios. Cuando me vio, levantó la botella invitándome a un trago pero yo negué con la cabeza: no quería ofuscarme la mente con alcohol.
Fui hasta su lado, coloque bien los cojines del sofá, vacié el cenicero y ordené los objetos que había encima de la mesita. Al final, cuando ya no había nada más con que distraerme, subí a la enorme cama, me hice un ovillo y esperé a que llegara la mañana. Estaba claro que ninguno de los dos iba a dormir esa noche. Jake ni siquiera intentaba hablar conmigo: parecía una estatua, estaba encerrado en su propio mundo. Me abrace las piernas y esperé con paciencia el terror que finalmente vendría a buscarme y me envolvería en oleadas. Pero el miedo no apareció por ningún lado. No tenía ni idea de qué hora era. Al lado del teléfono había un reloj digital, y aunque intentaba no mirarlo, finalmente vi que eran las 3:45. Al cabo de un rato volví a mirar y vi que habían pasado muy pocos minutos: el tiempo parecía alargarse infinitamente. Jake y yo nos habíamos perdido en nuestros pensamientos.
Tenía la esperanza de que mis últimos pensamientos antes de perder la conciencia fueran para Santana. Intenté imaginarme un cuento de hadas en el cual ella vivía con una esposa adorable y cinco hijos. Phantom también viviría con ellas, y la casa estaría llena de música y de risas. Y los domingos irían todos juntos a animar al equipo local. Santana pensaría en mí de vez en cuando, normalmente en momentos de soledad, pero yo para ella ya sería un recuerdo distante: el de la novia del instituto que le había dejado una marca en el corazón pero no estaba destinada a formar parte de su vida.
—Estás pensando en ella, ¿verdad? —La voz de Jake interrumpió mis pensamientos con la frialdad de un cuchillo—. No te culpo. Ella nunca habría hecho nada tan estúpido: por lo menos te protegía, la verdad no se qué tiene de especial esa chica, aunque tengo la leve sospecha de que se trata. Ahora debes de despreciarme más que nunca.
—No quiero pasar mis últimas horas enfadada, Jake —repuse—. Lo hecho, hecho está. Ahora no tiene sentido culparte de nada.
—Te prometo que lo arreglaré, Britt —dijo con apasionamiento—. No permitiré que te hagan daño.
Su resistencia a aceptar la realidad me empezaba a irritar.
—Mira, tú estás acostumbrado a mandar y a esas cosas —respondí—. Pero ni siquiera tú puedes cambiar esto.
—Podríamos escapar —dijo con rapidez, como si continuara buscando una solución desesperadamente—. Pero todas las salidas están vigiladas. Y aunque consiguiéramos esquivar a los guardias, no llegaríamos muy lejos. Quizá podría sobornar a alguno de ellos para que nos dejara salir al Paramo…
Yo ni siquiera le escuchaba. No quería oír esas inverosímiles soluciones: sólo quería estar en silencio un rato.
—Todavía nos queda tiempo hasta el amanecer. —Jake hablaba solo—. Se me ocurrirá algo.
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Mensaje por Emma.snix Mar Nov 05, 2013 7:27 pm

Capitulo: 23
Deportes sangrientos



Cuando el alba despuntó en el Hades, ni Jake ni yo estábamos preparados. Unas voces procedentes del pasillo rompieron el silencio y nos sacaron de nuestro estado de trance. Me sorprendió darme cuenta de que había tenido los ojos cerrados toda la noche, pero continuaba sentada sobre la cama, bajo las sábanas, con las rodillas contra el pecho. Jake se levantó de inmediato y miró hacia la puerta con rabia.
—Están aquí —anunció en tono de fatalidad.
Entonces la puerta se abrió y vi a un grupo de demonios entre los cuales se encontraban Diego y Asia. A los otros sólo los había visto una vez. Iban acompañados por nada menos que por cuatro enormes matones.
—Os habéis asegurado de traer refuerzos, ¿eh? —gruñó Jake mirándolos con furia.
—Gran Papi pensó que quizá quisieras presentar batalla. —Diego le dirigió una media sonrisa e hizo un gesto con la cabeza hacia mí—. Cogedla.
Los inmensos matones entraron en la habitación en tropel y pronto sus grandes manos me sujetaron por los antebrazos y me arrastraron fuera de la cama como su fuera una muñeca de trapo. Yo todavía iba descalza y llevaba el camisón de noche. Me ataron las muñecas fuertemente con una cuerda y me empujaron sin contemplaciones hacia la puerta.
— ¡No la atéis!
Jake dio un paso hacia mí, pero los otros demonios se apresuraron a rodearlo. Era terrible ver de qué manera sus hermanos y hermanas se habían puesto en su contra tan pronto. En medio del caos que se formó perdí a Jake de vista y lo único que oía eran gruñidos y bufidos. Ahora el miedo ya me atenazaba y empecé a temblar.
— ¡Britt! —Llamó Jake, desesperado—. ¡Britt, no voy a permitir que continúen con esto!
Yo no le creí y me di cuenta de que él tampoco. El tono de su voz no demostraba convicción.
Los guardias me empujaron con brusquedad por el pasillo y nos dirigimos hacia el vestíbulo. Los demás nos seguían, charlando de vez en cuando entre ellos. Miré a Asia y ella me guiñó un ojo. Cuando llegamos al vestíbulo vi a Puck, que tenía una acusada expresión de angustia. Por su mirada de congoja supe que se había enterado de la noticia. Intenté no mirarlo mientras pasábamos por su lado: no quería hacer que se sintiera peor.
— ¡Britt! —gritó cuando el grupo lo dejó atrás. Se precipitó hacia nosotros e intentó abrirse paso entre los demonios para llegar hasta mí. Nash lo sujetó por los dedos de la mano y Puck cayó de rodillas al suelo con un golpe seco. Soltó un grito y oí el crujido de unos huesos romperse. Cayó tendido al suelo. Me giré para mirar un momento mientras me empujaban por la puerta giratoria.
—No pasa nada, Puck —grité—. No sufras por mí.
Miré con furia a Nash, que en ese momento caminaba a mi lado.
—Cúralo —le dije con un hilo de voz—. Vuestra venganza contra mí no tiene nada que ver con él.
—No estás en posición de hacer peticiones —repuso Nash con gran amabilidad.
Una flota de 4x4 negros nos esperaban en el túnel, fuera del hotel. Me empujaron dentro como su fuera un paquete y a ambos lados de mí se sentaron Asia y Diego. De cerca, ambos apestaban a tabaco, alcohol y perfume. Me hundí en el asiento y me concentré en respirar más lentamente para tranquilizarme mientras me decía a mí misma que no iba a morir. Algo sucedería, alguien vendría en mi rescate. No podía ser de otra forma.
—Llévanos al Noveno Círculo —ordenó Diego al chófer—. Y ve por la ruta secundaría.
—Por lo menos tú tuenes que presentarte ante Fran Papi —me dijo Asia—. ¿Qué te parece este trato de VIP?
Me mordí el labio y no respondí. Me concentré en la velocidad del coche y en los maltrechos túneles subterráneos del Hades. Empezaba a notar el miedo que me subía hasta el pecho y la garganta, y que casi no me dejaba respirar. Tragué saliva, decidida a no darles el placer de ver cómo perdía el control.
Para llegar al Noveno Círculo tuvimos que penetrar más profundamente en el subsuelo. Cuando los coches se detuvieron, vi que nos encontrábamos ante un enorme y antiguo anfiteatro de tierra roja que se encontraba en el mismo centro de la Tierra. Las gradas estaban llenas de gente; parecía que todo el Hades hubiera sido convocado a presenciar este importante evento. Lucifer y los otros Originales ocupaban los asientos cubiertos de la gradería superior desde donde contemplaban con atención todo lo que sucedía, como si estuvieran esperando el comienzo de un espectáculo. Sirvientes humanos les llevaban las copas y les ofrecían bandejas de comida.
En el centro del anfiteatro habían montado una plataforma a unos cuantos metros del suelo, y de esta se elevaba un enorme poste de madera que se hundía en la tierra, por debajo. Un montón de madrea seca y de paja lo rodeaba formando una pequeña pirámide. Calculé que ese material inflamable me llegaría a la cintura cuando me ataran a él.
El verdugo no era un encapuchado personaje medieval, tal como me había figurado, sino un hombre vestido con traje que hubiera podido ser un empleado de banca, aunque sus mejillas hundidas y grises y sus labios apagados lo hacían parecer la misma Muerte. A pesar de que era delgado, yo no hubiera podido enfrentarme a su fuerza nervuda. Sus manos me sujetaron y el vello de la piel se me erizó al sentir su tacto. Luego, me ató al poste con tanta fuerza que la cuerda me cortó la piel de las muñecas y me fue imposible moverme ni un centímetro.
La multitud nos observaba con una excitación creciente. Procuré mirar hacia arriba en un intento por distanciarme de lo que le iba a ocurrir a mi cuerpo, pero no pude evitar que mis pensamientos tomaran un rumbo horrible. ¿Cuánto tiempo tardaba una víctima en quemarse: minutos u horas? ¿El cuerpo se quemaría por partes o desde los pues hacia arriba? ¿Me desmayaría a causa del dolor antes de que se me empezara a abrasar la piel? ¿O quizás sería la asfixia la causa real de la muerte?
El verdugo comprobó que mis ataduras estuvieran firmes y luego dio un paso hacia atrás. Entonces, alguien de entre la multitud le pasó una oxidada lata de gasolina y él empezó a rociar la paja con ella. Enseguida noté el cáustico olor que me escocía la nariz. El corazón me latía tan deprisa que creí que iba a estallarme y a pesar de que notaba el sabor metálico del miedo en la boca no grité, ni chillé ni pedí clemencia. Mi mente era un torbellino, pero no estaba dispuesta a demostrar el terror que sentía.
—Esto es lo que les pasa a quienes sirven al señor equivocado —me dijo el verdugo al oído con voz ronca—. El Cuelo está en quiebra, ¿no te has enterado? —acabó, antes de saltar de la plataforma al suelo.
La muchedumbre quedó en silencio al ver que Lucifer se ponía en pie. Paseó la mirada a su alrededor con una intensidad que parecía no obviar ningún detalle y, sin decir palabra, levantó una mano para indicar que había llegado el momento de la ejecución. Fue un gesto sencillo, despreocupado incluso, pero provocó un estallido de vítores en todas las graderías. El poder que Lucifer ejercía sobre ellos era absoluto. Era aterrador ver cómo la multitud lo temía y lo adoraba al mismo tiempo. A la siguiente señal todo callaron al instante, como si alguien hubiera apretado un interruptor, y no se oyó ni el más leve sonido en toda la explanada. El verdugo, envuelto en un silencio mortal, encendió una larga cerilla y la mantuvo en alto un momento antes de dejarla caer con gesto dramático sobre el material empapado en gasolina. Al momento, unas enormes llamas se elevaron con fragor y Lucifer sonrió, satisfecho. Jake se debatía con desesperación contra unos demonios que no mantenían sujeto. Asia lo observaba todo y se mordía el labio para contralar la excitación que sentía.
Las llamas me rodearon con una rapidez voraz y consumieron la madera y la paja que se amontonaba al pie del poste. Cerré los ojos con fuerza, a la espera de notar el calor sofocante y de que empezara la agonía. Envié una rápida plegaria a Mi Padre, no con la esperanza de que me salvara, sino para que me concediera el perdón por todos mis errores. Luego esperé a que el fuego hiciera su labor.
No tenía nada. ¿Quizá la tortura había empezad pero yo estaba demasiado conmocionada para notar nada? Pasaron unos momentos más y todo seguía igual. Miré a mi alrededor, las llamas danzaban en todas direcciones… pero ninguna de ellas me tocaban. Parecían apartarse de mí, se elevaban y se separaban formando dos columnas de fuego a ambos lados de mi cuerpo. Mi carne hubiera debido estar consumida ya, pero el fuego se negaban a tocarme. Cuando por casualidad se acercaban demasiado a mí, parecía rebotar y salir ardiendo en otra dirección. Era como si llevara puesta una armadura invisible. Y, por un breve instante, me pareció oír cantar a un coro de ángeles. Desapareció de inmediato, pero fue suficiente para saber que no me habían abandonado.

El público tardó un poco en darse cuenta de lo que estaba sucediendo pero, en cuanto se percataron, sus vítores se convirtieron en gritos de frustración. Algunos de ellos incluso levantaron los puños al aire en una clara demostración de que se sentían engañados. Jake, desde la gradería VIP, ya no se debatía con sus guardas sino que me miraba con una abierta expresión de asombro. Lucifer pareció confundido por unos instantes, pero luego se puse en pie con la mirada encendida. El anfiteatro se llenó de murmullos de sorpresa.
No podía creer lo que estaba sucediendo. ¿Era posible que se tratara de una obra del Cielo para protegerme? ¿Había alguien embrujando las llamas, o eran mis propios poderes los que mee protegían? No tenía ni idea, pero di las gracias mentalmente a los que fuera que me hubiera salvado la vida. La expresión de Lucifer delataba la humillación que sentía ante todos los allí reunidos: mi muerte tenía que haber sido una demostración de su poder y yo, sin querer, acababa de ponerlo en evidencia. En ese momento las llamas ya empezaban a menguar.
—Soltadla —ordenó Lucifer en un tono de voz helado. El verdugo obedeció: saltó a la plataforma con un hacha para cortar las cuerdas, que estaban ardiendo. Cuando me hubo desatado me alejé del fuego: no tenía ninguna herido en el cuerpo. Inmediatamente las llamas volvieron a inflamarse y devoraron todo lo que quedaba, dejando la estructura de madera hecha cenizas.
— ¿Qué diablos está pasando? —Asia había dado un salto hacia delante con la expresión más salvaje que nunca. Se giró hacia Jake y añadió: — ¡Tendría que estar achicharrada! ¿Qué has hecho?
—Nada… —Me pareció que ha Jake le temblaba la voz—. Yo… no sé qué ha pasado.
— ¡Mentiroso! —chilló Asia.
—Silencio. —Lucifer levantó un dedo lleno de anillos—. Arakiel no ha tenido nada que ver en esto. Parece que el ángel nos oculta algo; sus poderes son mayores de lo que creíamos. ¿Quién eres? Maldito ángel.
— ¿Y ahora qué? —preguntó alguien.
La mirada lánguida y azul de Lucifer se clavó en mí, pero esta vez no bajé los ojos.
—Arakiel —dijo en un tono completamente inexpresivo—, ten la amabilidad de acompañar a la señorita Pierce a sus aposentos hasta que decidamos qué hacer con ella.
Resultó que era una versión infernal de una celda: en comparación, el hotel Ambrosía era el paraíso. Los guardias me sacaron a rastras del anfiteatro, me metieron en un coche y me empujaron a una habitación tan pequeña que mi cuerpo caso no cabía. Estaba construida con piedras burdas y mal cortadas, y unos oxidados barrotes de hierro protegían la entrada. Al sentarme en el suelo me arañé los codos contra la piedra y al cabo de cinco minutos se me habían dormido las piernas. En el recinto reinaba una oscuridad absoluta, pero se oían sonidos apagados, como de pies que se arrastraban y golpes metálicos. De vez en cuando, también algún ahogado grito de angustia. El olor a humedad era insoportable.
Cuando los guardas se hubieron marchado oí la voz de Jake procedente del otro lado de los barrotes y, que aunque casi no podía verle, sí noté el tono entre confundido y aliviado en su voz.
— ¿Cómo lo has hecho? —me preguntó en voz baja. Oí el ruido de los anillos de sus manos contra el hierro de los barrotes—. Dime la verdad.
—No creo que haya sido yo.
—Bueno, pues no le cuentes eso a nadie, ¿vale? —se apresuró a decir—. Es la única moneda de cambio que nos queda.
— ¿Qué vas a hacer?
—Todavía no lo sé. Pero voy a hablar con mi padre, intentaré convencerle de que te deje marchar. Quizá las cosas sean distintas ahora que ha visto que tú eres especial.
No respondí: estaba demasiado agotada por todo lo que había sucedido.
—Déjalo en mis manos —dijo Jake.
Al cabo de unos instantes oí que sus pasos se alejaban y yo me quedé sola en la oscuridad.
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cerrado Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 22 La vigilia. Capitulo: 23 Deportes sangrientos. Capitulo: 24 Blues de Tennesse.

Mensaje por Emma.snix Mar Nov 05, 2013 7:28 pm

Capitulo: 24
Blues de Tennesse



Ahora que Jake se había ido solo me quedaba una manera de olvidarme de la incomodidad física: aparté todo pensamiento de mi mente y me concentré en proyectarme. Cerré los ojos y me esforcé por borrar ese lugar de pesadilla. La transición sucedió con fluidez, fue como conectar con un canal de mi cabeza. Sentí una ráfaga de aire y mi cuerpo se volvió pesado como una roca mientras yo me separaba de él en mi forma de espectro. Todavía sumida en la oscuridad, oí una voz que al principio era distante pero que se fue acercando progresivamente. Oí también el ruido de un motor que me resultaba familiar y percibí un olor a piel mezclado con sándalo. Hubiera reconocido ese olor en cualquier parte: era el de un Chevy Bel Air descapotable de 1956. Sentí que el nudo de tensión que tenía en el pecho se me aflojaba y suspiré profundamente: estaba en el coche de Santana. Todavía no había terminado de cobrar mi forma completa de espectro cuando me encontré sentada en el asiento trasero del Chevy, entre Santana y Rachel. Las dos se habían sentado lo más lejos posible la una con la otra y ambas miraban por la ventanilla con expresión ceñuda. Era evidente que la pequeña reconciliación que había tenido lugar unas horas antes había durado muy poco. Quinn y Sam iban sentados delante, con el semblante tenso, y era obvio que no querían tener nada que ver con la discusión que se desarrollaba en el asiento de atrás. Observé el paisaje que el coche dejaba atrás y me di cuenta de que no me resultaba familiar. Mi familia se debía de haber ido de Venus Cove hacía mucho rato: estaba claro que no perdían tiempo.
—Ya falta poco —dijo Sam como un padre que intenta tranquilizar a sus inquietos hijos. Su voz, profunda y potente me recordó un acorde grave de guitarra y me hizo sentir una punzada de nostalgia de cómo era la vida antes de que Jake apareciera y lo arruinara todo—. Estamos a punto de entrar en el estado de Tennesse.
—No entiendo por qué no hemos ido en avión, como la gente normal —gruñó Rachel.
—No vale la pena volar para ir al estado vecino —contestó Quinn con calma, pero noté que la paciencia se le agotaba.
Rachel cambió de postura en el asiento y me hundió un codo en las costillas. La sensación fue incómoda, como si me hubieran penetrado con una vara de acero caliente, y supuse que se debía a la fuerza vital de su cuerpo humano al entrar en contacto con mi forma fantasmal. Automáticamente me alejé de ella.
—Uf, ya sabía yo que no tenía que haberme comido todos esos caramelos durante el camino —se quejó Rachel pasándose una mano sobre el estómago.
Vi que llevaba puesto un pantalón de chándal rosa y una sudadera con capucha del mismo color. Se había recogido su pelo café en una alta cola de caballo y tenía una bolsa de tela de un vivo color rojo a sus pies, debajo del asiento. No pude reprimir una sonrisa al pensar que Rachel estaba segura de haberse vestido para la ocasión. Nadie respondió a su comentario acerca de los caramelos y supuse que uno no tiene gran cosa que decir sobre unas golosinas cuando tiene la cabeza ocupada en raptos infernales y signos apocalípticos. El Chevy continuaba avanzando por la autopista y Santana apoyó la frente en la ventanilla. Parecía nerviosa, como si necesitara estar haciendo cualquier cosa que no fuera permanecer sentada en el asiento trasero de un coche.
Miré por la ventanilla y vi el paisaje de Georgia que íbamos dejando atrás. Me impresionó darme cuenta de lo pintoresco que era. La tierra parecía tener vida propia y ante nosotros se desplegaba un bosque que cubría como un manto. Los arces, de un vivo color rojo, se apiñaban formando amplias zonas de sombra. Las asclepias1 y los tréboles punteaban la aterciopelada vegetación. A medida que avanzábamos, el paisaje empezó a poblarse de plátanos. Sobre nuestras cabezas, el cielo era amplio y despejado, y solamente unas nubes perezosas lo atravesaban, como lirios que flotasen sobre la superficie de un lago transparente y azul. Allí, a cielo abierto, las cosas parecían más sencillas y volví a sentirme cerca de la naturaleza, me recordaba a mi antigua casa en el Reino.
1 Asclepias: es un género de plantas perennes, dicotiledóneas, herbáceas que tiene unas 140 especies conocidas.
Este lugar tenía algo que me hacía sentir una conexión que hacía mucho que no experimentaba. Solté un hondo suspiro y Santana, que hasta el momento había apoyado en la ventanilla, se sobresaltó y miró a Rachel.
— ¿Qué? —preguntó ella al notar que la miraba.
—Por favor, no hagas eso —dijo Santana.
— ¿El qué?
—Respirar sobre mi oreja de esa manera.
Rachel pareció ofenderse.
— ¿Es que crees que soy una friqui? ¿Por qué tendría que soplarte la oreja?
—He dicho "respirar".
—Ah, vale, ¿Así que ahora no puedo respirar?
—No quiero decir eso.
—Supongo que sabes que si no respiro, me asfixio.
Santana se inclinó hacia delante.
—En serio, chicos, dejadme conducir —rogó—. Que se siente otro aquí detrás para sufrir esta tortura.
— ¡Pero si no he dicho nada! —protestó Rachel, enojada.
—Ahora lo estás haciendo.
—Si hubiéramos ido en avión ya estaríamos allí.
—El piloto habría estrellado el avión después de cinco minutos de escuchar tu cháchara.
—Aun así sería mucho mejor que ir en este viejo cacharro.
— ¡Eh! —Santana no se habría sentido tan ofendida si le hubieran cuestionado su valentía. Siempre que se enojaba cuando se metían con su coche—. Es antiguo.
—Es un montón de chatarra vieja. No sé por qué no hemos ido con el jeep.
Yo también me había preguntado lo mismo, pero tenía la sensación de que viajar con el Chevy había sido idea de Santana.
Quizás eso le hacía sentir más conectada a mí. Las dos habíamos compartido muchas cosas en ese coche, y tal vez quería tener esos recuerdos cerca al salir de nuestra pequeña ciudad y dejar atrás nuestra antigua vida. Pero Santana no iba a explicarle eso a Rachel. Lo que respondió fue:
—Tú serías incapaz de reconocer un coche clásico ni aunque te atropellase.
—Imbécil —refunfuñó ella.
—Cabeza hueca.
Quinn se giró y las fulminó a los dos con la mirada.
— ¿Es que os habéis criado en un gallinero? Basta ya.
Rachel puso cara de culpa y Santana soltó un suspiro y se volvió a hundir en el asiento. Se hizo un silencio maravilloso hasta que Sam detuvo el coche en una gasolinera, Santana no pudo esperar a que mi hermano apagara el motor para saltar fuera y desaparecer dentro de la estación de servicio. Por un momento estuve a punto de seguirle, pero sabía que solo quería matar el tiempo mirando los paquetes de chicles y las portadas de las revistas hasta que llegara el momento de volverse a meter en el coche. Rachel le dirigió una mirada asesina y se dirigió a los lavabos.
Seguí a mis hermanos, que se acercaron a un hombre vestido con un mono manchado de aceite que se encontraba sobre el capó de una oxidada camioneta de carga. Aunque también llevaba la cara manchada de grasa, los ojos le brillaban y tenía una expresión risueña. Trabajaba mientras mascaba tabaco, escuchando una vieja canción de Hank Williams que salía de un transistor que tenía al lado.
—Hola —saludó Quinn—. Hace buen tiempo por aquí.
—Hola —dijo el hombre mientras dejaba las herramientas y dirigía toda su atención a Quinn—. Desde luego que sí. —Fue a estrecharle la mano, pero se lo pensó mejor al recordar que llevaba las uñas llenas de grasa—. ¿Qué tal? —hablaba con voz ronca y un melódico acento sureño que me resultó agradable y que, de todos los acentos del mundo, me pareció el más musical.
— ¿Cómo se llama? —preguntó Sam
Quinn lo reprendió con la mirada: la manera en que mi hermano acostumbraba a manejar las conversaciones parecía un puro interrogatorio.
—Earl —contestó el hombre, secándose la frente con el dorso de la mano— ¿En qué puedo ayudarles?
—Estamos buscando la abadía María Inmaculada, del condado de Fairhope —le explicó Quinn—. ¿La conoce?
—Desde luego que sí, señora. Está a unos cien kilómetros de aquí.
Santana, que acababa de salir de la tienda y se había aproximado a ellos, hizo un rápido calculo mental y suspiró.
—Genial —rezongó—. Eso significa una hora más de carretera.
Quinn lo miró con desdén.
— ¿Hay algún lugar donde quedase cerca de la abadía?
—Hay un motel en la autopista —repuso Earl. Miró a Quinn de arriba abajo, con su gabardina beis, las botas de montar y el cabello rubio peinado con pulcritud, y añadió—: Pero no es nada del otro mundo.
—Eso no es problema —contestó mi hermana, modesta—. ¿Conoce usted la?
Earl se aclaró la garganta y apartó la mirada, lo cual llamó la atención de Sam de inmediato.
—Le estaríamos muy agradecidos si nos contara algo de ella —insistió mi hermano en un tono repentinamente amable, que tuvo el efecto habitual.
—Sí, sé un par de cosas de ese lugar —empezó Earl, indeciso—. Pero no sé si les conviene saberlo.
Mis hermanos esperaron, más atentos que nunca.
—Confíe en nosotros —lo animó Quinn, dirigiéndole una sonrisa al hombre que lo hizo tambalear un poco—. Nos irá bien cualquier cosa que pueda decirnos. Por nuestra cuenta no hemos podido averiguar demasiado.
—Eso es porque todo se ha escondido a causa de un hechizo —dijo Earl, secándose la frente de nuevo.
— ¿Qué quiere decir? —preguntó Quinn con el ceño fruncido.
—Trabajar en una gasolinera hace que uno se entere de cosas —continuó Earl con un tono de complicidad—. Aquí viene mucha gente y siempre hablan. No es que yo escuche a escondidas, pero a veces oigo cosas sin querer. La abadía es..... me da mala espina. Algo no acaba de ir bien allí.
— ¿Por qué dice eso? —insistió Sam con voz grave.
—Antes era un lugar muy agradable —explicó Earl—. Siempre veíamos a las hermanas por la ciudad, yendo a ver a la gente y a dar clases en la escuela dominical. Pero hace dos meses tuvimos una terrible tormenta de relámpagos, la peor que ha habido nunca. Dijeron que una de ellas se había puesto enferma a causa de la tormenta y que no se la podía molestar, así que se encerraron en la abadía. Desde entonces no se ha visto entrar ni salir a nadie de allí.
— ¿Cómo es posible que una tormenta eléctrica haga que alguien se ponga enfermo? —Preguntó Santana—. Eso no es posible, a no ser que un rayo cayera sobre esa mujer.
—Desde luego, no tiene ningún sentido —contestó Earl, meneando la cabeza con gesto triste—. Pero la otra noche pasé por delante de la abadía en coche porque me pillaba de camino a un encargo. Les aseguro que lo que vi no tiene nada de natural.
— ¿Qué es lo que vio? —Sam se había puesto tenso y por su expresión supe que ya conocía la respuesta, y que no le gustaba.
—Bueno —Earl frunció el ceño y se mostró incómodo, como si estuviera a de poner en duda la cordura—, me dirigía a la ciudad cuando pasé por ese sitio y me pareció oír que alguien chillaba, pero no era ningún sonido humano. Bajé del coche, pensando que quizá debía de llamar al sheriff, y vi que todas las ventanas de arriba habían sido tapiadas con tablones. Además oí un fuerte sonido, como si alguien rascara el porche, como si intentara entrar... o salir.
Quinn miró a Sam
—Nos debería haber avisado —dijo en voz baja, y supe que se refería a Miguel—. No estamos preparados para esto.
Enseguida miró a Rachel, que se estaba poniendo brillo de labios ante el espejo de la ventanilla del coche.
—Lo siento, señora. No quería alarmarla —añadió Earl—. Solo soy un viejo que pierde la cabeza.
—No, me alegro que nos lo haya contado —repuso Quinn—. Por lo menos sabemos a qué atenernos.
—Quizás nos pueda usted ayudar a otra cosa —añadió Sam con seriedad—. La hermana que se puso enferma durante la tormenta... ¿cómo se llama?
—Creo que es la hermana Mary Clare —repuso Earl en tono solemne—. Es una pena, porque era realmente amable.
El resto del viaje hasta el motel transcurrió con más tranquilidad. Incluso ya sabía que no podían entrar en la abadía por las bravas: tenían que pensar en una estrategia. Para Quinn y Sam el origen del trastorno que se había sufrido en la abadía era evidente, pero Rachel y Santana estaban confusas.
El motel se llamaba Easy Stay y se encontraba situado justo al salir de la autopista, demasiado lejos de la ciudad para atraer a los turistas. En consecuencia, era un edificio en mal estado que necesitaba una rehabilitación con urgencia. El aparcamiento estaba vació y el cartel de neón solo se iluminaba cada tantos minutos, limitándose a emitir un incómodo zumbido en los intervalos. Los ladrillos de la fachada estaban pintados de blanco, pero el sol y la lluvia habían ido arrancando la pintura y malogrando los muros. Dentro, el motel no era mucho mejor: las paredes estaba cubiertas de chapa de madera y el suelo cubierto por una alfombra marrón. En una de las esquinas había un televisor encendido y tras el mostrador una mujer se pintaba las uñas mientras se reía ante una reposición de un programa de humor.
La mujer, al vernos llegar, se sobresaltó tanto que estuvo a punto de volcar el bote de laca de uñas, pero inmediatamente recuperó la compostura y se puso en pie para darnos la bienvenida. Llevaba unos ajustados tejanos lavados a la piedra, una camiseta de tirantes y el cabello rizado, recogido con una banda elástica con un estampado floral. Cuando nos acercamos me di cuenta de que era mayor de lo que parecía. La etiqueta de identificación que llevaba colgada nos informó de que su nombre era Denise.
— ¿Qué desean? —preguntó, insegura.
Estaba claro que debía de creer que nos habíamos perdido y queríamos pedirle alguna dirección. Mis hermanos se adelantaron hacia ella y me di cuenta de la imagen que daban cuando estaban juntos: parecían una pareja de ensueño, demasiado perfecta para ser real. Tuve que admitir que los cuatro se veían fuera de lugar en ese entorno. Se movían en una piña, como formando una apretada barricada contra el resto del mundo.
Me sorprendió darme cuenta de que Santana cada vez se comportaba más como nosotros. Antes se mostraba más relajada con la gente, se relacionaba con ellos con una facilidad y naturalidad que le eran características, pero ahora se veía distante, reservada, e incluso a veces fruncía el ceño, como si algo invisible lo molestara. Mi familia se había esforzado por vestirse como viajeros normales: Sam llevaban tejanos oscuros y camisetas de manga corta negras, Santana unos jean teñidos con una blusa blanca y su chaqueta negra y Quinn lucía su gabardina beis. Además, se habían puesto las gafas de sol para no llamar la atención. Pero, por desgracia, solo conseguían el efecto contrario. La mujer los miró como si de repente se encontrara ante unas taciturnas estrellas de cine.
—Querríamos dos habitaciones dobles para esta noche —dijo Sam con formalidad mientras le ofrecía una tarjeta de crédito a la mujer.
— ¿Aquí? —preguntó Denise, incrédula; pero inmediatamente se dio cuenta de que esa no era una buena actitud para su negocio y soltó una risita nerviosa—. Es que no viene mucha gente en esta época del año. ¿Viaje de negocios?
—No, solo estamos de paso —se apresuró a responder Sam
—Querríamos ir a visitar la abadía de María Inmaculada —dijo Quinn—. ¿Está muy lejos para ir a pie?
Denise arrugó la nariz.
— ¿Ese viejo lugar? —Preguntó con desdén—. Me pone los pelos de punta: hace mucho tiempo que nadie va allí. Pero no está lejos. Queda al otro lado de la autopista, un poco más adelante, por un camino de tierra. Desde la carretera no se ve porque la ocultan los árboles.
Mientras hablaba, no dejaba de observar a Quinn y a Santana con expresión de envidia. Intenté imaginar cómo debía de verse todo desde su punto de vista. Por una parte la dorada melena de Quinn le llegaba a la mitad de la espalda, su rostro resplandecía a pesar de la seriedad. De su expresión, su piel era inmaculada y sus facciones casi no se movían cuando hablaba: era como una asombrosa visión a punto de desvanecerse si uno se acercaba demasiado, y bueno Santana era simplemente perfecta ante los ojos de cualquier humano siendo ella uno de ellos. Denise se giró hacia Sam y habló con cierta amargura en el tono:
—Bueno, ¿querrá una suite de luna de miel para usted y su esposa?
Oí que Rachel, en el sofá, ahogaba una carcajada, y supe que se estaba preguntando qué era lo que en ese motel se consideraba «suite de luna de miel», visto que el lugar no era mejor que un cobertizo para las herramientas.
—La verdad es que no estamos... —empezó a decir Sam, pero en cuanto vio el brillo de esperanza en los ojos de Denise se calló. Lo último que necesitaba era perder el tiempo manejando las torpes insinuaciones de una mujer caprichosa—. Una habitación normal será suficiente.
— ¿Y para ustedes dos? —preguntó Denise, dirigiéndose a Santana y Rachel.
— ¡Eh! —Exclamó Rachel—. No pienso compartir habitación con ella.
Denise dirigió a Santana una mirada de compresión.
— ¿Una riña de enamoradas? —preguntó—. No se preocupe, querida, son las hormonas. Ya pasará.
—Es ella quien está atacada por las hormonas —replicó Rachel—. Está de un humor de perros.
— ¿Necesitan algún servicio extra? —Inquirió Denise—. ¿Toallas, champú, conexión a Internet?
— ¿Qué tal una mordaza? —farfulló Santana, mirando mal a Rachel.
—Ah, qué comentario tan adulto el tuyo —repuso ella con aspereza.
—No pienso discutir mi madurez con una niña que cree que África es un país —replicó Santana.
—Lo es —insistió Rachel—. Como Australia.
—La palabra que estás buscando es "Continente".
—Si decís una palabra más... —advirtió Quinn.
Denise meneó la cabeza, divertida.
—No volvería a la adolescencia ni por todo el dinero del mundo.
Intentaba suavizar un poco los ánimos, pero recibió una mirada vacía por toda respuesta. En lugar de reducir la tensión o de que, por lo menos, alguien expresara un sentimiento normal de exasperación, cansancio o irritación, ese comentario no provocó más que la indiferencia de todos. Estaban demasiado ocupados con sus propios pensamientos para prestar mucha atención.
—Bueno, que disfruten de su estancia.
Sam fue a recoger las llaves y la tarjeta de crédito que Denise le ofrecía y al hacerlo le rozó los dedos por casualidad. Vi que ella se estremecía con ese contacto y que, sin querer, se inclinaba un poco hacia él. La mujer cubrió la boca con una mano y levantó la mirada hacia los azules ojos de Sam Él se apartó un mechón de pelo dorado que había caído sobre los ojos y dio un paso atrás.
—Gracias —dijo con educación mientras se alejaba por el vestíbulo.
Quinn lo acompañó, deslizándose sobre el suelo como si fuera una hada, y Santana y Rachel los siguieron sin decir palabra.
Al lado del hotel había un restaurante. Puesto que ya era casi la hora de cenar, los cuatro se dirigieron allí. El comedor solitario estaba prácticamente vacío: allí se encontraban un camionero solitario sentado en una esquina y una arisca camarera que masticaba chicle mientras limpiaba el mostrador. Los dos levantaron la cabeza sorprendidos, al oír que la puerta se abría. Sam y los demás entraron. El camionero no pareció muy interesado en ellos, demasiado agotado para hacer el esfuerzo de observarlos, pero la camarera pasó de la sorpresa a la irritación por tener que atender a otros clientes. Estaba claro que, al igual que Denise, no estaba acostumbrada a tener que dedicar su tiempo a nadie.
Observé el local: era sencillo, pero estaba limpio y resultaba acogedor, una barra ocupaba una de las paredes y delante de ella había varios taburetes redondos de asientos acolchados, el suelo era de linóleo blanco y negro y los asientos estaban tapizados de plástico color burdeos. En la pared posterior a la barra había una ampliación de Elvis Presley que lo mostraba con una expresión pícara en la mirada y el cuello de la camisa levantado. La pared de enfrente estaba cubierta de un collage de recortes de periódico relacionado con las noticias de Fairhope. Los cuatro se sentaron a la mesa que quedaba más alejada del camionero y de la barra, para que nadie pudiera oír su conversación.
—Bueno, ¿me vais a decir qué es lo que sucede? —pregunto Santana de inmediato.
—Miguel no nos contó gran cosa —suspiró Quinn—. Vamos un poco a ciegas, así que ahora necesitamos pensar con calma.
—En ese convento hay algo —dijo Sam, casi para sí mismo—. Algo que está esperando que lo encontremos. Él no nos hubiera hecho venir hasta aquí si no fuera una pista segura.
— ¿Estás diciendo que podría tratarse de... —Santana dudó un momento y, bajando la voz, continuó—: de un portal?
—Aunque lo fuera, no podríamos abrirlo sin un de... —Santana se interrumpió y miró furtivamente a su alrededor. Pero la camarera estaba hablando con su amigo por teléfono, así que continuó—... sin un demonio. Ellos son los únicos que saben cómo atravesarlo.
—Pero ¿Vamos a ir a la abadía esta noche? —Preguntó Rachel, en un tono que parecía sacado de un diálogo de película de espías.
Estaba claro que se sentía un poco relegada, y que quería formar parte de la conversación de alguna forma, por absurda que esta fuera. Santana puso los ojos en blanco al oírla, pero me di cuenta que no quería entrar en combate otra vez.
—Iremos cuando haya anochecido —contestó Quinn—. No puede vernos nadie.
— ¿No es un poco escalofriante ir de noche?
—Puedes quedarte en el motel —repuso mi hermana con tranquilidad—. Aunque probablemente el convento sea menos espeluznante.
—Por favor, ¿podemos no desviarnos del tema? —Santana empezaba a exasperarse—. Todavía no me habéis contado qué ha dicho el tipo de la gasolinera—. Se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre la mesa—. ¿Qué quería decir con lo de la tormenta de relámpagos?
Quinn y Sam se miraron.
—Quizá no sea el mejor momento de hablar de eso —dijo Quinn, dirigiendo una significativa mirada hacia Rachel—. De hecho, será mejor que las dos os quedéis en el motel esta noche. Dejad que Sam y yo nos encarguemos de ese asunto.
—No pienso quedarme aquí —replicó Santana—. ¿Qué esconden?
—Por mí no os preocupéis —dijo Rachel. Nunca antes la había oído hablar con tanto sentido práctico—. Ya he tenido bastante rollo sobrenatural por ahora. Me las apañaré sola.
Sam puso ambas manos sobre la mesa y los miró a los dos con expresión precavida.
—Esto es algo con lo que ninguna de las dos os habéis encontrado nunca.
—Sam... —Empezó Santana con seriedad—. Sé que estás preocupado, pero ahora estamos juntos en esto. Tienes que confiar en mí... —y, mirando de reojo a Rachel, rectificó—: en nosotras.
—De acuerdo —aceptó Sam, en voz baja—. La tormenta eléctrica, los aullidos, los arañazos en el porche... todo apunta a una cosa.
Ningún ser humano puede infligir ese tipo de daños —aclaró Quinn con gravedad—. Estamos hablando de monjas que han dedicado su vida a servir a Dios. Pensadlo, ¿Qué es lo que podría empujar a esas mujeres a encerarse y apartarse del mundo? ¿Qué sería, para ellas, lo peor que uno se podría imaginar?
Rachel se quedó sin saber qué decir, pero Santana no paraba de darle vueltas a la cabeza. Finalmente, cuando las piezas del rompecabezas encajaron, abrió con asombro sus ojos color turquesa y dijo:
—No, ¿De verdad?
—Eso parece —contestó Sam
—Entonces sí nos hemos encontrado con eso antes —repuso Santana—. ¿No es exactamente lo que hicimos el año pasado?
Sam negó con la cabeza.
—Aquello no fue nada comparado con esto. El año pasado se trataba solo de espíritus que tenían una capacidad temporal de hacer daño. Pero esto va enserio y es cien veces más fuerte... y más maligno.
— ¿Puede alguien, por favor, decirme de qué estáis hablando? —pidió Rachel, que ya estaba harta de que la trataran como si fuera invisible.
Sam soltó un profundo suspiro.
—Nos enfrentamos a un caso de posesión demoníaca. Espero que estéis preparadas.
Un denso silencio se hizo entre los cuatro. Solamente se oía el repiquetear del lápiz de la camarera contra el blog; estaba esperando para tomarles nota.
— ¿Qué les sirvo? —preguntó.
La camarera era guapa de una forma un poco sosa, con el cabello lacio y un trasero demasiado grande. Por la expresión de su cara estaba claro que soñaba con una vida más sofisticada que pasarse las horas en un restaurante de mala muerte sin otra cosa que hacer que observar el tráfico de la carretera.
El sombrío estado de ánimo de mi familia no mejoraba, y la camarera arqueó las cejas con impaciencia. Rachel fue la primera en regresar a la realidad y esbozó una sonrisa forzada.
—Yo quiero pollo frito y una coca-cola light —dijo en tono meloso—. ¿Me puedes traer ketchup?
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Mensaje por MarisaParedes Mar Nov 05, 2013 10:41 pm

Hola! En general, no comento en las adaptaciones y casi no las leo, pero la tuya es excepcional de verdad. Es fascinante la historia.
Así que muchas gracias por hacérmela conocer.
Espero una actualización pronta!
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Mensaje por macuca Miér Nov 06, 2013 1:14 am

Actualizacion! Que genial! :) gracias por volver! La verdad que ya quiero saber cuando Britt volvera pobre, pero lo bueno es que se salvo! :)
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Mensaje por aria Jue Nov 07, 2013 3:47 pm

jjajajajjajajajaja Rachel es un caso serio.. en medio de todo eso ella piensa en comer. Bueno tienen que estar preparadas en todos los sentidos.. Wow este fic se pone cada vez mas interesante, espero que pronto saquen a Britt de alli, se ha salvado de milagro, pero ahora estoy intrigada, que clase de angel es Britt que ni el fue del infierno le hace daño???
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Mensaje por micky morales Sáb Nov 09, 2013 10:40 am

Bueno, parece que cada vez estan mas cerca, ojala Britt consiga la manera de escapar o la encuentren antes, en verdad no se! actualiza porfis!
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Mensaje por khandyy Sáb Nov 09, 2013 5:24 pm

Me gusto la interacción de san y rachel creo que son lindas, espero y se apuren a rescatar a britt antes de que pueda sucederle algo :-) saludos y actualiza pronto plis
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cerrado Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades.Capitulo: 25 Los llevaré a un convento. Capitulo: 26 No ver el mal, no oír el mal. Capitulo: 27 No me ama.

Mensaje por Emma.snix Dom Nov 10, 2013 1:59 am

Hey hola ... Bueno aquí me tienen de nuevo, muchas gracias por sus comentarios, y pues muchas disculpa por no poder contestarlos pero la verdad ando un poco enferma con una gripe que la verdad ni les cuento [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo - Página 11 2236703817  y pues la verdad me genera mas dolor de cabeza... pero bueno de todos modos aquí les cuelgo tres capítulos mas espero que les guste, pronto se acerca el final de este tomo [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo - Página 11 2013958314  saludos




Capitulo: 25
Los llevaré a un convento



Me sorprendió que Sam y Quinn decidieran ir directamente a la abadía, con Santana y Rachel, después de cenar. Eran casi las diez de la noche y había dado por supuesto que se irían a dormir pronto y que esperarían a ir por la mañana. Pero, por algún motivo, pensaron que no debían retrasarlo más. Fuera, el aire nocturno era frío y el cielo un manto azul oscuro punteado de estrellas y rasgado por alguna nube vaporosa. De no haber sido por el peligro que amenazaba desde el bosque, al otro lado de la autopista, me hubiera sentido completamente en paz. Los grillos atronaban el ambiente y una brisa suave jugaba con el cabello de Quinn y con las hojas de los árboles. Ese lugar tenía algo especial, como una dignidad tranquila, una gracia propia de tiempos remotos, un aire de misterio, como si los sauces llorones supieran algo que nosotros ignorábamos.
Rachel temblaba mientras cruzaban la carretera y penetraban en las sombras de entre los árboles. Se abrochó la chaqueta y se acercó a Santana como buscando refugio. Ella le pasó un brazo por encima de los hombros y le dio un ligero apretón para tranquilizarla. Me alivió ver que Santana mostraba por un momento su antigua forma de ser, a pesar de que su expresión siguiera siendo aparentemente tan hermética. Yo sabía que la tensión hacía más mella en ella cada día y erosionaba su habitual actitud despreocupada. Ese era, en parte, el motivo de que ella y Rachel siempre estuvieran tirándose de los pelos. Mantenía una lucha interna: en parte veía a Rachel como un punto de contacto conmigo y con nuestra antigua vida en Bryce Hamilton, pero por otro lado no podía quitarse de encima la preocupación que sentía por mí. En momentos como ese estaba resentida con Rachel por la sesión de espiritismo y se culpaba a sí misma por no haber sido capaz de cambiar el curso de los acontecimientos.
—No te pasará nada —le dijo—. No nos pasará nada.
Por la expresión perdida de sus ojos supe que estaba pensando en mí: para poder continuar, tenía que decirse a sí misma que no me sucedía nada malo. Yo también necesitaba que lo creyera. Era su fe lo que me mantenía con vida. Me pregunté si no debería hacerle saber mi presencia, pero los últimos sucesos me habían dejado tan agotada que solamente era capaz de ser una espectadora pasiva.
El bosque se iba haciendo cada vez más tupido y cerrado, pero los afinados sentidos de Sam dieron con el camino de tierra que Denise había mencionado. Este tenía la amplitud necesaria para que pasara un coche, pero se notaba que durante los últimos meses lo habían descuidado, pues los matorrales empezaban a invadirlo. Las rama de los árboles caían sobre nuestras cabezas y el suelo estaba cubierto de hojas húmedas que amortiguaban las pisadas. La luz de la luna se filtraba por los árboles y caía, lechosa, sobre el camino. La luna creciente se escondía tras las copas de los árboles a nuestro paso, dejándonos a oscuras de vez en cuando. Por suerte, la piel de Sam y de Quinn irradiaba luz: era muy tenue, como la luz de la pantalla de un teléfono móvil, pero era mejor que nada. De repente, una lechuza ululó y Rachel tropezó a causa del sobresalto, soltando un juramento en voz baja. Sam aminoró el paso para quedarse a su lado y, aunque no dijo ni una palabra, ella pareció más tranquila en su presencia.
Al cabo de un rato, el bosque se aclaró un poco y pudieron ver la negra silueta del convento: la abadía María Inmaculada era un edificio neogótico de tres pisos y fachada encalada. Una capilla adosada al edificio principal elevaba sus agujas hacia el cielo nocturno, como un recordatorio de la presencia de Dios en los Cielos. Los tres pisos tenían una hilera de ventanas ojivales, la verja de entrada era de hierro forjado y un camino de grava conducía hasta la puerta principal. Una farola iluminaba el jardín delantero y en una pequeña gruta se cobijaba una estatua de la Virgen María, acompañada por las de unos santos arrodillados entre la hierba. Lo más inquietante de todo era el aspecto de abandono de ese lugar: las malas hierbas que cerraban el paso a la capilla, las hojas que inundaban el camino y se amontonaban en las ventanas del piso superior.
—Me pregunto cuántas monjas viven aquí —murmuró Santana.
Sam cerró los ojos y me di cuenta de que intentaba percibir la historia de ese sitio, saber cómo había sido antes de los últimos sucesos. Él siempre tenía mucho cuidado de no entrometerse demasiado en los pensamientos íntimos de las personas: se limitaba a tantearlos para conocerlos.
—En total son doces monjas —dijo al final—. Incluida la que se ha puesto enferma.
— ¿Cómo lo sabes? —Preguntó Rachel—. No parece que aquí pueda vivir nadie.
—Ahora no es el momento de hacer preguntas —cortó Quinn con impaciencia—. Esta noche verás muchas cosas que no tendrán explicación.
—Creo que es más fácil si no piensas mucho —le aconsejó Santana.
— ¿Y cómo se supone que puedo hacer eso? —Se quejó Rachel—. Me siento como en uno de esos programas en que alguien aparece de repente y descubre que a uno le acaban de tomar el pelo.
—Creo que en esos sitios solo toman el pelo a la gente famosa —dijo Santana entre dientes.
Rachel se enojó.
— ¡Gracias por la ayuda!
—Mira. —Santana se puso frente a ella—. A ver si te puedo ayudar. ¿Sabes cuando en una película de terror uno de los personajes decide entrar en una habitación oscura donde lo espera el asesino?
—Sí —repuso Rachel, desconcertada.
— ¿Y te preguntas por qué ese personaje es tan tonto como para entrar en esa habitación?
—Bueno, no, porque es una película. Simplemente la miras.
—Exacto —dijo Santana—. Pues piensa en esto como si fuera una película y no hagas preguntas. Si no, solo conseguirás ponértelo todo más difícil.
Pareció que Rachel quisiera iniciar una discusión, pero al final se mordió el labio y asintió, insegura.
La verja se abrió con facilidad a una orden de Sam y el grupo se acercó despacio a los escalones que conducían al porche delantero de la abadía. Me di cuenta de que la expresión de preocupación de Quinn se acentuó cuando vio unas marcas profundas e irregulares en los tablones de madera que se extendían por toda la fachada principal y subían hasta una de las ventanas, como si hubieran arrastrado hacia dentro a alguien que se resistiera mucho. Inmediatamente pensé en el pobre ser humano víctima de una posesión tal que lo hiciese capaz de semejante cosa. Los arañazos eran muy profundos e indicaban que la madera se le tenía que haber clavado bajo las uñas. Me estremecí al pensar qué otros sufrimientos le habrían infligido a esa pobre hermana.
El porche daba la vuelta a todo el convento y estaba cubierto con unos bonitos toldos blancos. Dos mecedoras blancas reposaban al lado de una mesilla donde todavía había una bandeja con el té de la tarde. Los insectos se habían adueñado de las galletas del plato , y el té, servido en tazas de porcelana, había enmohecido. En el suelo vi un rosario, como si se le hubiera caído a alguien que tuviera prisa. La puerta mosquitera estaba arañada y la malla arrancada, como si hubieran intentado sacar la puerta de los goznes. Santana y Sam se miraron, inseguros.
—Vamos allá —dijo Santana con un profundo suspiro.
Alargó la mano y tocó el timbre. Inmediatamente se oyó el eco dentro del edificio. Pasaron varios minutos en un completo silencio.
—No pueden ignorarnos toda la noche. —Quinn cruzó los brazos—. Vuelve a llamar. Santana obedeció, aguantando el timbre más rato. Ahora el sonido se oyó con mayor fuerza dentro de la casa, casi como una llamada fúnebre que anunciara un desastre inminente. Ojalá las monjas supieran que les acababa de llegar la ayuda que necesitaban. Se oyó cómo alguien arrastraba los pies en el vestíbulo, pero la puerta permanecía cerrada. Si hubieran querido, Quinn y Sam hubieran podido destrozarla, pero supuse que eso no era lo mejor para convencer a las nerviosas monjas de que estaban de su lado.
—Por favor, abran la puerta —dijo Sam, apoyándose en la puerta mosquitera—. Hemos venido a ayudarlas.
La puerta se abrió un poco, pero todavía con la cadena de seguridad. Por la rendija vimos un rostro que escudriñaba con cautela a mi hermano.
—Me llamo Samuel, esta es mi hermana y estos son unas amigas —continuó Sam con amabilidad—. ¿Le puedo preguntar cuál es su nombre?
—Soy la hermana Faith —contestó la monja—. ¿Por qué han venido?
Hablaba con gran dulzura, pero me di cuenta de que el tono de su voz delataba miedo. Quinn decidió acercarse y comunicarle sus intenciones.
—Sabemos lo de la hermana Mary Clare y conocemos el motivo de su enfermedad —dijo en un tono lleno de compasión—. No tienen que esconderse más. Nosotros podemos expulsar a la criatura que ha tomado posesión de ella.
— ¿Pueden hacerlo? —La hermana pareció un tanto esperanzada, pero inmediatamente volvió a mostrarse suspicaz—. Lo siento pero no les creo. Hemos llamado a todos los sacerdotes y pastores del condado y no han sido capaces de hacer nada al respecto. ¿Por qué son distintos ustedes?
—Tiene que confiar en nosotros —dijo Quinn en tono solemne.
—La confianza es algo que escasea en estos momentos. —La monja se estremeció y se le quebró la voz.
—Nosotros sabemos cosas —insistió Quinn—. Tenemos un conocimiento que los demás no poseen.
— ¿Cómo puedo estar segura de que no son uno de ellos?
—Doy por sentado que usted cree en Dios, hermana —intervino Sam
—He visto cosas… — A la monja le falló la voz, como si ya no supiera en qué podía creer y en qué no. Pero retomó el hilo de sus pensamientos—. Por supuesto que sí.
—Entonces, crea que Él está aquí ahora —repuso Sam—. Sé que su fe ha sido puesta a prueba en extremo, pero no ha sido sin un motivo. Ustedes han sido tocadas por la oscuridad, pero no han sido vencidas. Ahora las tocará la luz. Benditos sean los puros de corazón porque ellos conocerán a Dios; benditos sean los perseguidos porque suyo será el Reino de los Cielos. Déjenos entrar, hermana. Deje que Dios regrese a su casa. Si nos hecha, sucumbirá usted a la oscuridad.
Rachel estaba boquiabierta mirando a mi hermano. Dentro de la casa reinaba un silencio mortal. Entonces, despacio, la monja quitó la cadena de seguridad y abrió la puerta principal de la abadía. La hermana Faith los miró con los ojos llenos de lágrimas.
—Oh, por todos los cielos —susurró—. Así que Él no nos ha abandonado.
La monja debía de tener unos sesenta años. Era una mujer robusta, de piel clara y recién lavada. Tenía unas finas arruguitas alrededor de los ojos, y me pregunté si no se le habrían formado durante los últimos meses. En el pasillo había una lámpara sobre una mesilla que iluminaba un amplio vestíbulo y una escalera redonda. El ambiente tenía olor a rancio.
Mientras Sam y los demás se presentaban, observé unas fotografías en blanco y negro que estaban colgadas en la pared. Los cristales de todas ellas estaban rotos, así que las imágenes se veían borrosas, pero vi que eran testimonio de la inauguración oficial del convento, en 1863. Al principio, el edificio se había construido para albergar a un grupo de monjas irlandesas que lo gestionaron durante medio siglo como orfanato y refugio para las mujeres jóvenes que habían caído en desgracia.
La hermana Faith nos acompañó y pasamos por delante de una sala en la que habían tendido colchones en el suelo. Estaba claro que las hermanas tenían miedo de dormir en los pisos de arriba. Mientras nos dirigíamos a las escaleras entreví despensas, la enfermería y una rústica cocina, todas ellas en la planta baja. Ese sitio debía de haber sido hermoso antes: acogedor en invierno, aireado y luminoso en verano. Pero ahora era un hogar destrozado. El suelo de la cocina estaba lleno de utensilios rotos, como si alguien los hubiera lanzado contra las paredes de la habitación. Varias sillas rotas se apilaban en un rincón, y al lado de la puerta había un montón de sábanas rasgadas. Supuse que las hermanas habían intentado expulsar al demonio por su cuenta pero sin éxito. Tuve que apartar la mirada ante un montón de hojas arrancadas de la Sagrada Biblia, pues verlas me revolvía las entrañas. Me provocaba una gran extrañeza encontrarme en un lugar de la Tierra tan dañado por la acción del Diablo. Algo terrible había hecho temblar los cimientos de esa casa, destrozando incluso los jarrones de cerámica y tumbando los muebles. Además, hacía un calor sofocante que, incluso en mi forma proyectada, se me pegaba a la piel. Rachel se quitó la chaqueta enseguida, pero los demás no se inmutaron a pesar de la incomodidad.
En el segundo piso se encontraba el ala de los dormitorios —habitaciones contiguas del tamaño de celdas en las que no quedaba ningún colchón— y los lavabos comunitarios. Finalmente nos detuvimos ante una serpenteante escalera de madera de caoba que conducía al ático, donde habían aislado a la hermana de Mary Clare por su propia seguridad y la de las demás monjas. Antes de subir, la hermana Faith se mostró indecisa.
— ¿De verdad pueden devolver a la hermana Mary Clare a las manos de Dios? —preguntó.
—Tenemos que examinar en qué condiciones se encuentra antes de contestar —repuso Sam—. Pero, desde luego, lo intentaremos.
Quinn tocó con suavidad a la hermana Faith en el brazo.
—Llévenos hasta ella.
La monja dirigió una mirada de preocupación a Santana y a Rachel.
— ¿A todos? —Preguntó en un hilo de voz—. ¿Están seguros?
Sam, con una sonrisa tensa, respondió:
—Son capaces de aguantar más de lo que parece.
Las escaleras desembocaban en una puerta que se encontraba cerrada. Incluso en mi forma espectral pude notar la energía maligna que vibraba al otro lado de ella. Era casi una fuerza física que intentaba rechazar la presencia de Quinn y Sam Además del olor a cerrado, de debajo de la puerta salía un olor a fruta podrida, como cuando la pulpa se marchita y se agrisa, comida por los insectos. El hedor hizo estremecer a Santana, y Rachel tosió y se cubrió la nariz con la mano. Mis hermanos no mostraron reacción alguna. Permanecían el uno al lado del otro, hombro con hombro, en una actitud de absoluta unidad.
—Les pido disculpas por el olor —dijo la hermana Faith—. Pero el ambientador no hace ningún efecto.
El pequeño rellano estaba iluminado tan solo por una vela que goteaba sobre su candelero de plata, encima de un antiguo tocador. La hermana Faith hundió ambas manos en sus profundos bolsillos y sacó una vieja llave de latón. Del otro lado de la puerta nos llegaron unos golpes sordos, una respiración entrecortada y el chirrido de una silla al arrastrarla sobre los tablones de madera del suelo. Luego oímos como un rechinar de dientes y un crujido seco, parecido al que produce un hueso al romperse. La hermana Faith se santiguó y miró a Sam con expresión de desesperación.
— ¿Y si no pueden ayudarla? —susurró—. ¿Y si los mensajeros del Señor también fallan?
—Sus mensajeros nunca fallan —repuso Quinn con calma.
Mi hermana se sacó una goma de pelo del bolsillo y se recogió el cabello dorado en una pulcra cola de caballo. Fue un gesto pequeño, pero significaba que se estaba preparando para una violenta batalla.
—Hay tanta oscuridad ahí dentro. —El rostro de la hermana Faith se deformó en una mueca de dolor—. Una oscuridad que vive, que respira y que es tangible. No quiero ser responsable de la pérdida de ninguna vida…
—Nadie va a morir esta noche —aseguró Sam—. No si está a nuestro cuidado.
— ¿Cómo puedo estar segura? —La hermana Faith meneaba la cabeza—. He visto demasiadas cosas… no puedo confiar… no sé cómo se supone que debo…
Para mi sorpresa, Santana dio un paso hacia adelante.
—Con todo mi respeto, señora, no hay tiempo que perder —habló con calma pero con firmeza—. Un demonio está destrozando a una de sus hermanas y nos encontramos a las puertas de una guerra apocalíptica. Ellos harán todo lo que puedan por ayudarlas, pero debemos dejar que hagan su trabajo. —Santana se quedó con la mirada perdida, como si recordara algo que hubiera sucedido mucho tiempo antes, pero inmediatamente puso una mano sobre el hombro de la hermana Faith y acabó—: Hay cosas que están más allá de la compresión humana.
Si mi forma de espectro me lo hubiera permitido, en ese momento habría llorado. Esas palabras eran mías. Yo se las había dicho a Santana aquel día en la playa, cuando hice un gran acto de fe y me lancé desde un acantilado para desplegar las alas y revelarle mi verdadera identidad. Cuando pude convencer a Santana de que no se trataba de una broma estrafalaria, tuve que responder a muchas preguntas. Ella quiso saber por qué estaba allí, cuál era mi objetivo y si Dios existía de verdad. Y yo le dije: “Hay cosas que están más allá de la compresión humana”. Santana no lo había olvidado.
Recordaba esa noche como si hubiera sido la del día anterior. Si cerraba los ojos, todos los recuerdos venían a mí como el flujo de la marea. Veía el grupo de adolescentes alrededor de la crepitante fogata que escupía fieramente sus ascuas encendidas hacia la arena. Volvía a sentir el penetrante olor del océano y el tacto del jersey azul claro de Santana entre los dedos. Recordaba el aspecto de los oscuros arrecifes, como imponentes piezas de un rompecabezas gigante recortadas contra el cielo malva. Y experimentaba de nuevo el momento del salto hacia adelante con que abandoné la fuerza de la gravedad. Esa noche había sido el comienzo de todo. Santana me había aceptado en su mundo y yo había dejado de ser la niña que apretaba la nariz contra un cristal de ventana para observar un lugar del que nunca podría formar parte. Esos recuerdos me llenaron de nostalgia. En esos momentos creíamos que enfrentarnos a Sam y a Quinn sería un reto. ¡Si hubiéramos sabido lo que nos aguardaba!
El sonido de la llave en la cerradura me hizo volver a la realidad. Las palabras de Santana habían animado a la monja a que nos mostrara lo que se escondía al otro lado de la puerta. Todos aguantaron la respiración: el hedor de fruta podrida se hizo más fuerte y se oyó un gruñido aterrador. La puerta se abrió lentamente girando sobre sus goznes, y pareció que el tiempo se hubiera detenido.
La habitación era muy corriente: tenía escaso mobiliario y solo era un poco más grande que los pequeños dormitorios del segundo piso. Pero lo que se agazapaba en su interior no tenía nada de normal.
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cerrado Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades.Capitulo: 25 Los llevaré a un convento. Capitulo: 26 No ver el mal, no oír el mal. Capitulo: 27 No me ama.

Mensaje por Emma.snix Dom Nov 10, 2013 2:01 am

Capitulo: 26
No ver el mal, no oír el mal




Al principio me pareció que la hermana Mary Clare era una mujer común, quizás un poco tensa y desconfiada al ver a unos extraños a la puerta de su dormitorio, pero una mujer de todas formas. Llevaba un camisón de algodón que le llegaba a las rodillas, y habría sido hermosa si no hubiera estado desaliñada y manchada de sangre seca. El cabello negro le caía desmañadamente sobre los hombros y se encontraba agachada frente a la chimenea, agarrando puñados de hollín que esparcía por el suelo de madera. Tenía las rodillas arañadas y llenas de cortes, como si se hubiera arrastrado por el suelo. Si mi presencia hubiera sido física, habría acudido en su ayuda de inmediato, la habría ayudado a ponerse en pie y la habría consolado. Miré a Quinn y a Sam, que no se movían, y comprendí el motivo al ver que los ojos que nos escrutaban no eran los de la hermana Mary Clare. Los demás también se dieron cuenta: Rachel ahogó un grito y se escondió un poco detrás de Santana, cuyo rostro delataba emociones contradictorias: pasaba de la incredulidad y la pena a la repugnancia, y de nuevo a la pena, en cuestión de segundos. Nunca se había encontrado con algo así y no sabía cuál era la reacción adecuada. La joven monja, que no podía tener más de veinte años, parecía más un animal que un ser humano. Su rostro era una máscara grotesca y sus ojos, grandes y negros, no parpadeaban. Tenía los labios agrietados e hinchados, y se le veían las marcas de habérselos mordido. En la piel de sus brazos y de sus piernas se leían unos complicados signos. La habitación no se encontraba en mejores condiciones: el colchón y la ropa de cama estaban hechos trizas, y por el suelo y el techo se veían unos profundos surcos; también en las paredes aparecían unos signos antiguos que fui incapaz de descifrar, y unas manchas de café en las paredes me hicieron preguntarme cómo habían llegado allí hasta que me di cuenta de que no se trataba de café, sino de sangre. El demonio ladeó la cabeza, como un perro curioso, y paseó la mirada por los visitantes. Se hizo un largo silencio hasta que volvió a gruñir, rechinando los dientes y girando la cabeza rápidamente de un lado a otro en busca de una escapatoria.
Quinn y Sam, al unísono, apartaron a los demás y entraron majestuosamente en la habitación. El demonio los miró con ojos desorbitados y escupió con ferocidad. La saliva se le mezclaba con la sangre de la mordedura que se había hecho en la lengua. Me di cuenta de que no tenía necesidad de parpadear y que, por tanto, tenía una precisa capacidad de observación. Quinn y Sam se dieron la mano, y el demonio soltó un chillido como si ese gesto le hubiera provocado un dolor insoportable.
—Tu tiempo en la Tierra ha terminado.
Sam clavó su mirada férrea en la criatura y su voz sonó autoritaria y llena de rectitud. El demonio lo observó un instante, hasta que lo reconoció y sonrió de forma horripilante, descubriendo unos dientes molidos hasta las encías.
— ¿Qué vais a hacer? —preguntó en tono de burla con una voz increíblemente aguda y chirriante—. ¿Derrotarme con agua sagrada y un crucifijo?
Quinn, sin cambiar de actitud, respondió:
— ¿De verdad crees que necesitamos algún juguete para destruirte? —Su voz sonaba como el agua cristalina que fluye sobre las piedras de un río—. El Espíritu Santo vive en nosotros y pronto va a llenar esta habitación. Serás lanzado de nuevo al abismo del que saliste.
El demonio estaba alarmado, pero no lo demostró. Prefirió cambiar de tema:
—Sé quiénes sois. Uno de los vuestros nos pertenece ahora. La pequeña...
Por un momento pareció que Santana quisiera avanzar para ir a pegarle, pero Rachel la sujetó por el brazo y ella apartó la mirada de la criatura.
—Conoce nuestras debilidades —oí que murmuraba, como si recitara un mantra—. Juega con nuestras debilidades.
Aunque Santana no había tenido nunca la experiencia directamente de una posesión, había aprendido bastante en la escuela dominical y sabía cómo trabajaba el Diablo.
—Es curioso que lo menciones —repuso Sam—. Exactamente de eso queríamos hablarte.
— ¿Pensáis que soy un soplón? —preguntó el demonio entre dientes.
—Lo serás —replicó Quinn en tono amable.
Los ojos del demonio relampaguearon y, de repente, una potente corriente de aire levantó a Santana del suelo, lanzándola contra la pared. Volvió a caer sobre los tablones de madera y una fuerza invisible empezó a arrastrarlo por el suelo.
— ¡Detente! —chilló Rachel, intentando sujetarla.
— ¡Rachel, no! —Gritó Santana que, arrastrada por esa fuerza invisible, fue a golpearse contra la cama de hierro—. Quédate ahí.
—Tú amenazas, yo amenazo —se burló el demonio viendo cómo Santana se debatía contra su poder.
—Basta. —Sam levantó una mano hacia la criatura, mostrándole la palma con un gesto como si le empujara. Este soltó un chillido y se retorció de dolor. Estaba claro quién tenía más poder—. No estamos interesados en estos juegos —dijo mi hermano, amenazador—. Queremos encontrar un portal.
— ¿Habéis perdido la cabeza? —Rugió el demonio—. ¿Ya tenéis pensado cuál es vuestro último deseo antes de enfrentaros a la muerte?
—Hemos venido a reclamar a nuestra hermana —dijo Quinn—. Y tú nos vas a decir cómo encontrarla.
— ¡Atrévete! —soltó el demonio.
—Si insistes...
Un sonido como de sordos fuegos de artificio llenó la habitación. De los dedos de Quinn empezaron a proyectarse unos rayos de luz blanca que, dirigida con los movimientos de su mano, penetraron en el cuerpo de la criatura y le produjeron descargas eléctricas. El demonio soltó un aullido de fiera herida y arqueó el torso.
— ¡Basta! —gritó—. ¡Basta! ¡Basta!
— ¿Nos dirás lo que queremos saber? —preguntó Quinn.
Mi hermana continuó moviendo la mano de tal forma que los rayos de luz perforaron su cuerpo más profundamente, y el demonio empezó a chillar con más fuerza. Quinn había elegido bien ese método, pues la Luz Sagrada podía herirle, pero no hacía ningún daño al cuerpo de la hermana Mary Clare.
—Sí—chilló la criatura—. Os ayudaré. ¡Basta!
Quinn cerró la mano en un puño y la luz se apagó. El demonio cayó al suelo, exhausto.
—Son fáciles de persuadir, ¿eh? —refunfuñó Sam
—No tienen ningún sentido de la lealtad —repuso mi hermana con desdén mientras rodeaba al demonio—. ¿Dónde está el portal más cercano? —preguntó.
—No importa —contestó él con voz ronca—. Nunca conseguiréis atravesarlo.
—Responde la pregunta —dijo Sam—. ¿Cómo has llegado hasta aquí?
— ¿Por qué no me mandáis de regreso? —El demonio intentaba evadirse—. Eso es lo que habéis venido a hacer, ¿no? ¿De verdad vais a permitir que me regodee con el cuerpo de esta pobre chica solo para conseguir vuestro propósito? —Chasqueó la lengua como si se sintiera decepcionado—. Vaya unos ángeles.
Entonces Sam dibujó en el aire el signo de la cruz con gran lentitud. Cuando acabó, parecía que tenía algo en la mano. Y, de repente, lo lanzó contra el demonio. Aunque era un objeto invisible golpeó a la criatura con una fuerza tal que soltó un chillido y empezó a sacar espuma por la boca.
—En Alabama hay un sitio llamado Broken Hill —dijo sin aliento—. Hay una estación de tren. Años atrás hubo un accidente ferroviario y murieron sesenta personas. El portal más cercano se encuentra allí.
— ¿No hay un portal en Venus Cove? —Intervino Santana—. El que utilizó Jake para llevarse a Britt.
—Un demonio poderoso puede conjurar un portal a voluntad —contestó Sam—. Jake abrió un portal temporal para conseguir su objetivo.
—Si hubo un accidente de tren en Broken Hill, podría ser cierto —dijo Quinn—. Los sucesos traumáticos que provocan la muerte de personas inocentes pueden causar la aparición de un portal. —Dudó un momento y continuó—: Pero podría habernos mentido. Sam, ¿puedes penetrar en su mente y saber si ha dicho la verdad?
La idea de entrar en la mente de esa criatura llenaba repulsión a Sam. Una vez, mi hermano me contó que la mente de los demonios era muy densa y estaba llena de una sustancia negra como el alquitrán; por eso los exorcismos resultaban tan agotadores para los seres humanos, porque cuando esa sustancia entraba dentro de ellos, se les quedaba adherida. Se pegaba como la cola, infectándolos e invadiéndolos como si fueran hongos hasta que la persona acababa por pertenecerles. Algunos seres humanos no sobrevivían a esa experiencia, se sentían divididos por la mitad, pero una parte de ellos no quería separarse de eso. Era como el juego de tirar de la cuerda, y la cuerda era el cuerpo humano. Sabía que cuando mis hermanos hubieran obtenido la información que buscaban tendrían que arrancar a ese demonio de la hermana Mary Clare. No quería presenciarlo, pero tampoco podía apartar la mirada. Sam cerró los ojos mientras el demonio se llevaba las manos a la cabeza, atormentado, como si lo hubiera asaltado una repentina migraña. Al cabo de unos momentos mi hermano salió de su mente con una expresión de disgusto en sus perfectas facciones.
—Está diciendo la verdad —aseguró.
—Así, si encontramos el portal, ¿podremos traer a Britt de regreso? —preguntó Santana.
—Ojalá fuera tan fácil —dijo el demonio, riendo socarronamente—. Nunca podréis atravesarlo.
—Siempre existe una manera —repuso Quinn en tono ecuánime.
—Ah, sí —se burló él—. Aunque yo no intentaría ningún truco para entrar. Quizás os encontréis con que no podéis salir.
—Nunca empleamos trucos —contestó Sam.
—También podéis negociar su entrega —sugirió la criatura con una sonrisa maliciosa y los ojos clavados en Santana—. Entregadla a ella a cambio. Tú lo harías, ¿verdad, chica? Lo veo en tus ojos. Sacrificarías tu alma para salvarla. Es un precio muy alto para alguien que ni siquiera es humano. ¿Cómo sabes incluso que ella tiene un alma? Ella es como yo... solo que trabaja para una empresa rival.
—Yo de ti cerraría la boca.
Santana se apartó el cabello de la cara y vi que llevaba el anillo de prometidas en el dedo. Con esa blusa blanca y esos jean no tenía un aspecto tan celestial como mis hermanos, pero era alta y fuerte y estaba completamente cabreada. Me di cuenta de que tenía ganas de borrar esa sonrisa maliciosa del rostro de ese demonio, pero Santana nunca golpearía a nadie que tuviera la forma humana.
—He tocado un punto flaco, ¿eh? —se mofó la criatura.
Pensé que Santana se lanzaría contra él, pero en lugar de eso vi que se relajaba y se apoyaba en la pared mirando con frialdad a esa criatura.
—Siento pena por ti —le dijo, pronunciando despacio—. Supongo que no tienes ni idea de lo que es ser amada por alguien. Pero tienes razón en una cosa: Britt no es humana, porque los humanos tienen un alma y todo el tiempo tienen que esforzarse para no perder el contacto con ella. Para ellos, cada día es una lucha para escuchar a su conciencia y hacer lo adecuado. Si conocieras a Britt sabrías que ella no tiene un alma, que es alma. Está llena de alma, más de lo que podría estarlo nunca ningún ser humano. Pero tú eso no lo sabes, porque lo único que has conocido es el vacío y el odio. Pero eso no ganará al final... ya lo verás.
—Eres muy valiente para ser una simple humana —repuso el demonio—. ¿Cómo sabes que el destino no te va a tentar y no te vas a convertir en un alma oscura y retorcida como yo?
—Oh, no creo que eso suceda —contestó Quinn sonriendo—. Su alma ya está marcada por lo divino y es una de los nuestros. Santana tiene un asiento reservado en el Cielo.
—Bueno, si no os importa —cortó mi hermano ya algo tenso por lo que Quinn había mencionado—, acabemos con la cháchara.
Me pareció que el demonio sabía lo que se le avecinaba, porque arqueó el torso como un gato y siseó con furia. Rachel, que continuaba en la puerta de entrada, se agachó como si creyera que todo lo que había en la habitación fuera a salir volando por los aires.
— ¿Ahora viene cuando empezáis a hablar en latín? —preguntó, temblando.
Rachel la miró.
—Métete bajo la cama, Rachel. No hace falta que veas esto.
—No pasa nada —dijo ella, negando con la cabeza—. He visto El exorcista.
Mi hermano rio sin ganas.
—Bueno, esto es un poco distinto —repuso—. Los humanos necesitan emplear plegarias y rituales para expulsar a un demonio y devolverlo al Infierno. Pero nosotros somos más fuertes.
Entonces levantó una mano, Quinn entrelazó los dedos de Ia suya con la de él y los dos, al mismo tiempo, desplegaron las alas. Estas ocuparon todo el espacio de la habitación y proyectaron una sombra a su alrededor. Santana y Rachel miraron boquiabiertas la luz que emanaba de sus alas, envolviéndolos. Pareció que los cuerpos de mis hermanos vibraban y se elevaban un poco del suelo. Sam dijo:
—En el nombre de Cristo Nuestro Señor y de todo lo que es Sagrado, yo te ordeno que te vayas. Devuelve este cuerpo terrenal a las manos de Dios y regresa al foso de fuego al que perteneces.
El demonio empezó a girar la cabeza a un lado y a otro con frenesí, como atacado por algún mal. La luz dorada se acercaba a él, hermosa para el ojo humano, pero mortal para cualquier agente de la oscuridad. Intentó escapar por entre mis hermanos, pero esa luz actuaba como un campo de fuerza que le impedía el paso. La criatura avanzaba y retrocedía con gestos violentos, pero no conseguía encontrar una escapatoria. Al ver que la luz estaba a punto de alcanzarlo se tiró al suelo, y entonces esa nube refulgente descendió sobre él. El cuerpo de la hermana Mary Clare empezó a humear por la nariz, y se oyó una especie de silbido, como el que emite la carne al ser puesta al fuego de la barbacoa. Rachel, aterrorizada, observaba con la boca abierta lo que estaba sucediendo y se cubría los oídos para no escuchar los ahogados gritos del demonio. Santana se había puesto pálida y la miraba todo con expresión de dolor. El cuerpo de la monja, en el suelo, se arqueó hacia arriba y se agitó de forma convulsa. Entonces apareció un bulto en su abdomen que fue subiendo hacia arriba, por el pecho, como un horrible tumor, hasta que oímos un chasquido seco que se mezcló con los jadeos y los gruñidos del demonio. Ese bulto continuó subiendo por la garganta y la monja abrió la boca y empezó a toser y a querer regurgitar. Mis hermanos intensificaron la concentración y la luz se arremolinó alrededor del cuello. Al final, una sustancia negra y densa empezó a salirle por la boca y se deslizó por su rostro hasta caer al suelo formando un charco.
Finalmente Quinn bajó la mano, plegó las alas y se dejó caer de rodillas al suelo, agotada. Sam se arrodilló ante el cuerpo de la monja. Libre por fin de esa venenosa criatura que la había poseído, la hermana Mary Clare se veía muy distinta: la malignidad había dado paso a una expresión de liberación, a pesar del dolor que debía de sentir. Todavía tenía el rostro amoratado y contusionado, pero pudo entreabrir los ojos. Vi que los tenía de color azul. Suspiró, aliviada, y dejó caer la cabeza a un lado. Sam parecía preocupado mientras le buscaba el pulso en el cuello. Al cabo de un momento levantó la cabeza y miró a Quinn.
—No está bien.
Mi hermana se deslizó a su lado y los dos empezaron a atender a la monja Mary Clare. Sam le curaba las heridas físicas, y Quinn procuraba penetrar más profundamente en su alma, para que recuperara la salud y poder devolverla a las manos de Dios. No me era posible imaginar en qué estado debía de encontrarse su alma después de haber compartido su cuerpo con un demonio durante meses. Debía de ser casi irreconocible, pero sabía que si alguien era capaz de ayudarla, era un serafín. Sam le tocó las mejillas y los moratones y contusiones empezaron a desaparecer. Luego le pasó un dedo por los labios y las heridas se le cerraron. Mientras, la hermana Faith se había apresurado a traer un trapo mojado para limpiarle la sangre seca de la boca y la barbilla. Cuando Sam apartó las manos de su rostro, vi que la monja también había recuperado los dientes. Mi hermano no le dejó ninguna señal física que pudiera recordarle el tormento que había soportado. Pero aunque su cuerpo había recuperado la salud física, la monja no respiraba. Quinn continuaba agachada a su lado, con los ojos cerrados y temblando por el esfuerzo. Sam le puso las manos en los hombros para tranquilizarla. Hacer regresar a un alma de las puertas de la muerte era un trabajo agotador incluso para un ángel con la fortaleza de Quinn, y hasta yo me daba cuenta de que a la hermana Mary Clare no le quedaba casi ninguna posibilidad. Cuando la muerte se lleva un alma, es casi imposible que esta regrese: permanece en posesión de aquella hasta que o bien el Cielo o bien el Infierno la reclaman. Si no es reclamada, el alma cae en el Limbo, como un desecho.
Quinn tenía que penetrar en el túnel del inconsciente de la hermana Mary Clare y convencerla de que volviera antes de que se le escapara para siempre. Imaginé que la mente de la monja sería como una marabunta de alimañas envenenadas por ese diablo que había habitado su cuerpo durante tanto tiempo. La muerte estaba muy cerca de ella, todos nos dábamos cuenta. Seguramente debía de estar al borde de ella, y se negaba a regresar a una vida que le había provocado un sufrimiento tal. El túnel de la muerte te arrebata la vida, quiere que te rindas. Quiere que te entregues. Por supuesto, la oscuridad no podía hacerle nada malo a mi hermana, pero sí quitarle la energía. Estar dentro de la mente infectada de la hermana Marie Clare tenía su precio.
Al final, después de lo que pareció una eternidad, Quinn soltó la mano de la monja y los ojos de esta parpadearon un poco hasta que se entreabrieron. Inmediatamente inhaló con fuerza, aunque entrecortadamente, como alguien a quien hubieran obligado a estar debajo del agua demasiado tiempo.
— ¡Oh, loado sea el Señor! —Gritó la hermana Faith—. Gracias, que Dios te bendiga.
La monja mayor ayudó a incorporar a Marie Claire y la abrazó con fuerza, la muchacha miró a su alrededor con expresión de confusión. En ese momento me di cuenta de lo joven que era, debía de tener poco más de veinte años. La piel de su rostro era clara y tenía la nariz llena de pecas.
— ¿Que... qué ha pasado? —tartamudeó. Se llevó la mano hasta el pelo, enmarañado y lleno de sangre seca.
La hermana Faith se mostró sorprendida.
— ¿No recuerda nada?
—Está bajo los efectos de la conmoción —contestó Sam—. A partir de ahora le vendrán imágenes y pesadillas de lo que ha sucedido. Necesitará su ayuda.
—Por supuesto. —La hermana Faith asintió con la cabeza vigorosamente—. Lo que necesite.
—Ahora mismo precisa de una ducha —repuso mi hermano—. Y luego métala en la cama. —Miró a su alrededor y añadió—: ¿Puede llevarla a descansar a algún otro lugar mientras limpian todo esto?
—Sí, sí —la hermana Faith hablaba para sí misma—. Haré que Adele prepare una cama. —Mirando a Sam y a Quinn, añadió con los ojos llenos de lágrimas—: No sé cómo darles las gracias. Creí que la habíamos perdido para siempre, pero ustedes nos han devuelto a nuestra hermana y han reafirmado nuestra fe de una forma que nunca creí que me sucedería en esta vida. Tienen nuestra infinita gratitud.
Sam sonrió.
—Ha sido un placer —dijo, simplemente—. Ahora cuide de la joven. Ya conocemos el camino de salida.
La hermana Faith dirigió una última mirada de devoción a mis hermanos y luego ayudó a salir de la habitación a Mary Clare, que estaba muy débil. Oí que llamaba a las demás y me pregunté si ellas se creerían la historia de esos misteriosos visitantes que habían traído el castigo celestial.
Cuando hubieron salido Quinn, que hasta ese momento había permanecido muy callada, soltó un suspiro y pareció que las fuerzas le fallaban.
—Cuidado —dijo Santana, dando un paso hacia ella—. ¿Estás bien?
Sam plegó las alas, que silbaron en el aire, tras su musculosa espalda, y pasó un brazo por encima de los hombros de Quinn para sujetarla. Ella se apoyó en su hombro.
Al cabo de un momento ella también plegó las alas, pero me di cuenta de que le había costado un gran esfuerzo. Mi hermana respiró profundamente y miró a Santana.
—Estoy agotada —dijo—. Pero estaré bien en un minuto.
Sam se dispuso a acompañarlos a todos hasta la puerta.
—Vamos —dijo—. Nuestro trabajo ha terminado, debemos irnos.
Cuando salieron al porche, Sam vio a Rachel. Estaba claro que lo que acababa de ver la había impactado profundamente: estaba agarrada a una de las columnas y temblaba. Parecía como si casi no pudiera soportar el peso de su propio cuerpo. Dio un paso inseguro hacia delante, pero tuvo que abrir los brazos para mantener el equilibrio. Sam la sujetó por la cintura para ayudarla a bajar las escaleras y, cuando llegaron abajo, Rachel se dejó caer de rodillas y vomitó en el parterre. Mi hermano se arrodilló a su lado y, sin apartar la mano de su hombro, con la otra le sujetó el cabello para que no le cayera sobre la cara. No dijo nada; solamente esperó con paciencia a que ella terminara.
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cerrado Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades.Capitulo: 25 Los llevaré a un convento. Capitulo: 26 No ver el mal, no oír el mal. Capitulo: 27 No me ama.

Mensaje por Emma.snix Dom Nov 10, 2013 2:02 am


Capitulo: 27
No me ama



Ya eran las primeras horas de la mañana cuando los cuatro regresaron al Easy Stay. El rostro de Rachel había recuperado su color normal, pero parecía completamente agotada. Santana también estaba destrozada y necesitaba dormir. Solamente mis hermanos continuaban tan pulcros e inexpresivos como siempre: el único signo de la tensión que acababan de sufrir eran sus ropas arrugadas. Quinn parecía haber recuperado la fortaleza, pero yo sabía que era una noche difícil para ella. Debía ser frustrante: en el Reino su fuerza y su poder no tenían límite, pero parecía que durante más tiempo un ángel pasaba en la tierra, más menguaban sus poderes.
Santana aprovechó la primera ocasión para desaparecer en su habitación sin decir una palabra a nadie. Yo quise seguirla para estar un rato a solas con ella. Me imaginé tumbada a su lado en la cama y con la cabeza descansando sobre su pecho, como siempre hacía. Deseé poder dirigir todas mis energías a ella para hacerle saber que me encontraba muy cerca, ofrecerle el poco consuelo que pudiera y dejar que su presencia me reconfortara. Pero Quinn y Sam eran quienes iban a planificar el siguiente paso, y yo tenía que quedarme con ellos si quería estar al tanto de todo.
— ¿Qué le pasa?— preguntó Rachel en cuanto Santana hubo cerrado la puerta.
—Imagino que está agitada por lo que ha sucedido esta noche —repuso Quinn con sequedad mientras introducía la llave en la cerradura—. Necesita tiempo para asimilarlo.
A veces mi hermana se irritaba ante la ingenuidad de mi amiga. Por algún motivo, Rachel no se separaba de mis hermanos, pero ellos tuvieron la delicadeza de no preguntarle qué quería. Quizá quería abandonar la misión del rescate; tal vez sentía que había experimentado más cosas de las que podía soportar y deseaba regresar a casa.
La puerta estaba pintada de un sucio color marrón. Sam, con un profundo suspiro, la abrió y pulsó el interruptor de la pared. La habitación se iluminó con una cruda luz ámbar y un ventilador de techo se puso en marcha emitiendo un zumbido irregular. Había dos camas iguales con dos colchas de diseño floral y dos mesillas de noche idénticas con dos lámparas de pantallas de flecos. La alfombra tenía un deslucido color salmón y la única ventana de la habitación estaba cubierta por una cortina que colgaba de una barra metálica.
—Tiene cierto encanto —dijo Quinn sonriendo con ironía.
Aunque mis hermanos se habían acostumbrado al lujo de Byron, ese tipo de cosas les eran indiferentes. Les hubiera dado lo mismo estar en una suite de Waldorf Astoria.
—Voy a darme una ducha —anunció Quinn mientras cogía el neceser y desaparecía del baño.
Rachel la observó mordiéndose el labio, incómoda, hasta que Quinn hubo cerrado la puerta del lavado. Sam la miraba con esos ojos penetrantes, paciente. Sus ojos siempre me hacían pensar en una tormenta de nieve: claros y pálidos, y tan profundos que era fácil perderse en ellos. Se quitó la chaqueta y la colgó en el respaldo de una silla. Debajo llevaba una camisa negra que resaltaba su perfecto cuerpo. Rachel no le podía quitar los ojos de encima, fascinada por la definición de los músculos del pecho bajo el tejido. Parecía sobrehumano, alguien capaz de levantar un coche con sus propias manos sin ningún esfuerzo; probablemente porque podía hacerlo si la situación lo requería.
Se oyó el sonido del agua por las cañerías del lavabo y Rachel aprovechó esta interrupción para iniciar su conversación.
— ¿Se pondrá bien Quinn? —preguntó incómoda.
Estaba claro que no se había quedado allí para hablar de Quinn pero no se le ocurría ninguna otra manera de comenzar a charlar.
—Quinn es un serafín —contestó Sam, como si eso dejara claro el asunto.
—Sí —repuso Rachel—. Lo sé. Eso es muy guay, ¿verdad?
—Sí —dijo Sam, despacio—. Es guay.
Rachel interpretó esa respuesta como un signo positivo, así que entró en la habitación y se sentó sobre la cama mientras fingía examinarse las uñas. Sam se apoyó en la puerta, delante de ella. Si se hubiera tratado de un ser humano, su actitud habría parecido torpe o incómoda, pero Sam estaba completamente tranquilo. Daba igual en qué situación se encontrara, mi hermano siempre se mostraba dueño de sí mismo, como si nada lo sorprendiera. Permanecía con las manos a la espalda y la cabeza ligeramente inclinada, como escuchando una melodía que sonara en su interior. Su atención parecía estar muy lejos de Rachel, aunque yo sabía que estaba esperando a que ella hablara. Si quería Sam era capaz de oír los latidos de su corazón, oler el sudor de las palmas de sus manos e, incluso, saber qué estaba pensando en esos momentos.
Nerviosa, levantó los ojos.
—Has estado increíble hoy —le dijo.
Sam se la quedó mirando, perplejo ante ese cumplido.
—Hacía mi trabajo —contestó en su habitual tono grave e irresistible.
Por la expresión de Rachel, me di cuenta de que la voz de mi hermano la afectaba de una forma que me resultaba difícil de comprender. Parecía que cada palabra que él decía penetrara físicamente en su cuerpo. Rachel se estremeció ligeramente y cruzó los brazos sobre el pecho como para darse calor.
— ¿Tienes frío? —le preguntó mi hermano.
Sin esperar a que ella contestara, Sam cogió la chaqueta del respaldo de la silla y se la puso sobre los hombros con actitud galante. Ese considerado gesto conmovió a Rachel hasta tal punto que tuvo que esforzarse para que no se le llenaran los ojos de lágrimas.
—No, en serio —insistió ella—. Siempre he sabido que eres increíble, pero hoy ha sido distinto. Parecías de otro mundo.
—Eso es porque no soy de este mundo, Rachel —constató Sam
—Pero a pesar de ello estás vinculado con él, ¿verdad? —Insistió Rachel—. Con la gente, quiero decir. Con Santana y conmigo, por ejemplo.
—Mi trabajo consiste en proteger a gente como tú y Santana. Solo te deseo salud y felicidad…
—No es eso lo que quiero decir —interrumpió Rachel.
— ¿Qué es lo que quieres decir? —Sam la miraba con una intensidad penetrante, intentando comprender una forma de razonar que le era totalmente ajena.
—Pues que podrías querer algo más. Estos últimos días he sentido como que… quizá… podías estar…
Corrí hasta la cama y me arrodillé al lado de Rachel. Intenté mandarle un mensaje de advertencia, pero ella estaba demasiado absorta en Sam y no se daba cuenta de que yo estaba con ella.
«No, Rachel, no lo hagas. Tú eres lista. Piénsalo. Sam no es quien tú quieres que sea. Estás a punto de cometer un grave error. Crees que lo conoces, te has imaginado más cosas de las que hay en realidad. Si ahora te sientes dolida, no harás más que empeorarlo todo. Ve a hablar con Santy, primero. Espera un poco: estás cansada. ¡Rachel, escúchame!»
Sam giró la cabeza despacio y la miró. Lo hizo con un movimiento casi robótico. Tenía el rostro ensombrecido por la escasa luz del motel, pero el cabello le brillaba sobre las mejillas como hilos de oro y sus ojos cambiaban de tonalidad pasando de un azul helado a plateado.
— ¿Quizás he estado qué? —preguntó con curiosidad.
Rachel suspiró exasperada, y supe que ya se había hartado de insinuaciones. Se puso de pie y, con gesto valeroso, cruzó la habitación y se detuvo justo enfrente de él. Con su melena lisa como la de una sirena, sus enormes ojos cafeces y su piel tersa, Rachel estaba tan atractiva como siempre. La mayoría de los hombres no hubieran tenido la fuerza de voluntad de resistirse a ella.
— ¡Actúas como si no tuvieras sentimientos, pero yo sé que los tienes! —Dijo con tono de seguridad—. Creo que sientes más cosas de las que demuestras, y que podrías amar a alguien, incluso enamorarte si decidieras hacerlo.
—No estoy seguro de qué es lo que quieres decir, Rachel. Yo valoro la vida humana —dijo Sam—. Deseo defender y proteger a los hijos de mi Padre. Pero el amor del que hablas… yo no sé nada de él.
—Deja de mentirte a ti mismo. Puedo ver en tu interior.
— ¿Y qué es exactamente lo que crees ver ahí? —Sam arqueó una ceja y me di cuenta de que empezaba a comprender el significado de esa conversación.
—A alguien que es como yo —gritó Rachel—. Alguien que quiere enamorarse, pero que está demasiado asustado para permitir que eso suceda. Te importo, Sam. ¡Admítelo!
—Nunca he dicho que no me importes —repuso Sam en tono amable—. Tu bienestar es importante para mí.
—Es más que eso —insistió Rachel—. ¡Tiene que serlo! Yo siento que hay algo increíble entre nosotros y sé que tú también debes sentirlo.
Sam se inclinó hacia delante.
—Escúchame con atención —dijo—. Por algún motivo, te has hecho una idea equivocada de mí. Yo no estoy aquí para…
Sin dejar que Sam terminara, Rachel dio un paso hacia delante salvando la distancia que los separaba. Vi que sus brazos se enredaban en el tejido de su camiseta. Vi que se ponía de puntillas y se alzaba hacia él. Vi que sus ojos se cerraban un instante de puro éxtasis. Entonces, los labios de ambos se encontraron. Rachel lo besó con pasión, con deseo, embriagada. Lo deseaba con todo su cuerpo y se apretó contra él temblando por la intensidad de la emoción. La habitación se llenó con una rara energía y, por un momento, temí que algo fuera a detonar entre ambos e hiciera estallar las paredes del motel. Y entonces fue cuando vi la cara de Sam
No se había alejado de Rachel, pero tampoco le había devuelto el beso. Había mantenido los brazos rígidos, a ambos lados del cuerpo. Sus labios no respondían. Si Rachel hubiera besado a una estatua de cera, habría obtenido la misma respuesta. Sam permitió que ella continuara un poco más hasta que la apartó. Rachel se resistió al principio, pero finalmente retrocedió con paso inseguro y se dejó caer en la cama.
—No, Rachel. No va a suceder.
Sam parecía entristecido por esa muestra de afecto: miraba a Rachel con expresión pensativa y el ceño fruncido, como si él se encontrara ante un problema que solucionar. Yo le había visto la misma expresión mientras charlaba con Earl, en la gasolinera, y también mientras examinaba los surcos del porche de la abadía. Ahora, sus ojos claros mostraban seriedad ante ese problema desconocido. Rachel pareció desconcertada unos instantes, pero rápidamente comprendió que su gesto había dejado indiferente a mi hermano. Por la expresión de su rostro supe que le costaba aceptar que la desbordante atracción que sentía no era correspondida. No podía creerlo. Pero, de inmediato, la pasión se vio sustituida por un sentimiento de humillación: se ruborizó y se encogió bajo la mirada impasible de Sam.
—No puedo creer que me haya equivocado tanto —murmuró—. Nunca me pasa.
—Lo siento, Rachel —dijo Sam—. Me sabe mal si he dicho o hecho algo que te pueda haber confundido.
— ¿Es que no sientes nada? —Preguntó ella, ahora un poco enojada—. ¡Tienes que sentir algo!
—Yo no tengo sentimientos humanos —repuso—. Quinn tampoco.
Quizás había añadido esto último creyendo que Rachel se sentiría mejor al saber que sus insinuaciones habrían tenido ningún éxito en mi hermana. Pero, si era así, enseguida quedó claro que sus palabras no habían surtido ese efecto en Rachel.
—Deja de actuar como si fueras un robot —replicó, cortante.
—Si eso es lo que quieres pensar de mí…
— ¡No! —Estalló Rachel—. Prefiero pensar que eres alguien real, no una especie de hombre de hojalata sin corazón.
—Mi corazón no es más que un órgano vital que bombea sangre a este cuerpo —le explicó Sam—. No tengo la capacidad de ofrecer el amor del que hablas.
— ¿Y Britt? —Preguntó Rachel—. Ella ama a Santana, y es como vosotros.
—Brittany es una excepción —asintió Sam—. Una rara excepción, que nunca antes había sucedido.
— ¿Y por qué no puedes ser tú también una excepción? —insistió ella.
—Porque no soy como Brittany —repuso él con indiferencia—. Yo no soy ni joven ni inexperto. Brittany fue creada con una particularidad, un fallo o una fortaleza, que aun no podremos descifrar, que le permite sentir lo mismo que los seres humanos. Eso no está programado en mí.
Yo estaba tan absorta en la tensión que se había creado entre ellos que no supe si ofenderme o no por el comentario.
—Pero yo estoy enamorada de ti —se quejó Rachel.
—Si crees que me amas, entonces es que no sabes qué es el amor —dijo Sam—. El amor tiene que ser recíproco para que pueda ser real.
—No lo comprendo. ¿Es que no soy bastante guapa para ti?
—Bueno, eso es justo lo que quiero decir —Sam suspiró—. El cuerpo es simplemente un vehículo. Las emociones más profundas se experimentan a través del alma.
— ¿Entonces es mi alma la que no llega al nivel?
—No seas ridícula.
— ¿Qué te pasa? —Estalló Rachel—. ¿Por qué no me quieres?
—Por favor, procura aceptar lo que te estoy diciendo.
— ¿Me estás diciendo que haga lo que haga, por mucho que lo intente, nunca sentirás amor por mí?
—Estoy diciendo que te comportas como una niña, porque eso es lo que eres.
—Entonces es porque me encuentras demasiado joven —concluyó Rachel, desesperada—. Puedo esperar. Esperaré hasta que estés listo. Haré todo lo que haga falta.
—Basta —dijo Sam—. Esta discusión ha terminado. No puedo darte la respuesta que quieres.
—Dime por qué —El histerismo de Rachel iba en aumento—. ¡Dime qué tengo de malo para que ni siquiera te lo plantees!
—Será mejor que te vayas. —El tono de Sam era frío ahora. Ya no quería consolarla.
— ¡No! —Gritó Rachel—. ¡Dime qué he hecho mal!
—No se trata de lo que has hecho —repuso Sam, duro—. Se trata de quién eres.
— ¿Y eso qué significa? —La voz se le ahogaba.
—Eres un ser humano. —Los ojos de mi hermano centellaban—. Vuestra naturaleza es lujuriosa, codiciosa, envidiosa, mentirosa y orgullosa. Y toda vuestra vida vais a tener que luchar contra esos instintos. Mi Padre os dio libre albedrío; Él decidió que gobernarais Su tierra y mira lo que habéis hecho con ella. Este mundo está en ruinas y yo estoy aquí solamente para restaurar Su gloria. No tengo ningún otro objetivo ni ningún otro interés. ¿Crees que soy tan débil que me dejaré seducir por una humana de ojos rasgados que no es más que una niña? Yo soy distinto a ti en todo. Lo único que puedo hacer es intentar comprenderte, y nunca, ni en mil años, podrías tú empezar a comprenderme a mí. Es por eso, Rachel, por lo que tus intentos son vanos.
Sam la miró, impasible, mientras ella comenzaba a llorar. Las lágrimas le estropearon el rímel y le tiñeron las mejillas de negro. Se las secó con gesto furioso.
—Te… —El hipo le impedía hablar—. Te odio.
Rachel parecía tan vulnerable en esos momentos que hubiera querido hacer algo para demostrarle que no estaba sola. Si hubiera podido estar ahí físicamente, también le habría dado una patada en el culo a mi hermano por su falta de tacto.
—Por tu bien —se limitó a contestar Sam—, quizá sea mejor el odio que el amor.
—De todas formas, a ti no te importa nada —sollozó Rachel—. Y a mí tampoco.
—Eso no es verdad —dijo Sam—. Si tu vida estuviera en peligro, me importaría. Si alguien quisiera hacerte daño, yo te protegería. Pero en temas del corazón no te puedo ayudar.
—Por lo menos podrías intentarlo. ¡Podrías desafiar esa programación tuya, igual que hizo Britt, y ver qué sucede! ¿Cómo sabes lo que podrías sentir?
Rachel se mostraba tan apasionada y convencida que casi deseé que Sam se compadeciera. Pero mi hermano se limitó a bajar los ojos como si hubiera cometido un grave pecado.
—Para que lo sepas, Dios quiere que la gente sea feliz —continuó Rachel, desafiante. Me pareció que intentaba argumentar su postura, tal como la había visto hacer en los debates de la escuela, ¿no? Eso lo recuerdo de la escuela dominical.
—Esas indicaciones fueron dadas a los humanos —repuso Sam en voz baja.
— ¿Así que no quieres ser feliz? ¿No se te permite tener una vida propia?
—No se trata de querer. Es más una cuestión de diseño. —Rachel pareció derrotada con ese argumento—. Tú necesitas a alguien que te ame tal como mereces. Yo prometo cuidarte todos los días de tu vida —dijo mi hermano con ternura—. Me aseguraré de que estés siempre bien.
— ¡No! —Rachel chilló como una niña mimada—. Eso no es lo que quiero.
Negaba con un gesto vehemente de la cabeza y algunos rizos cobrizos se desprendieron y le cayeron sobre el rostro. Rachel estaba atrapada en un huracán de emociones y no se dio cuenta de que la expresión de Sam había cambiado ligeramente. Me pareció que mi hermano empezaba a sentir cierto deseo de alargar la mano hacia ella, hacia esa extraña y tumultuosa criatura a quien no comprendía. Levantó un poco la mano, como si fuera a sacarle las lágrimas que le caían por las mejillas.
Entonces Quinn entró en la habitación en albornoz. Se mostró sorprendida al ver la situación, y Sam bajó la mano rápidamente y su rostro volvió a mostrar el mismo gesto imperturbable de siempre. Al cabo de un instante Rachel salió intempestivamente. Las lágrimas continuaban deslizándose por su rostro.
Quinn la miró con expresión comprensiva.
—Me preguntaba cuánto tiempo pasaría hasta que esta conversación tuviera lugar.
— ¿Lo sabías? ¿Y por qué no me dijiste nada? Me hubiera ayudado a manejarlo mejor.
—Lo dudo —repuso Quinn, perspicaz—. Estas cosas pasan. Lo superará.
—Eso espero —contestó Sam, de una forma que me hizo pensar que quizá no se refería únicamente a Rachel.
Quinn se tumbó y apagó la luz. Sam se quedó sentado en el borde de la cama con el mentón apoyado en una mano y la mirada clavada en la oscuridad. Permaneció allí, inmóvil, hasta mucho después de que Quinn se quedara dormida.
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cerrado Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo

Mensaje por micky morales Dom Nov 10, 2013 10:50 am

Pobre Rachel, no entiende que aparentemente sam no es como britt, el no pde quererla como ella espera, en cuanto a santana creo que esta bastante agobiada!
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cerrado Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo

Mensaje por aria Dom Nov 10, 2013 11:58 am

Oh Dios!!!!!!!!! Ha sido genial este cap... me pregunto si Sam sentira algo por Rachel??? Pobre, ya sabiamos que esto sucederia, pero bueno como dice Quinn esas cosas pasan.. Ahora bien, con rayos van hacer con lo del portal??? Me intriga muchisimo!

Espero que actualices pronto, ya quiero saber que pasa mientras en el Hades, muero por saber quien es Britt realmente o que tipo de angel es..
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cerrado Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo

Mensaje por khandyy Lun Nov 11, 2013 6:26 pm

Pobre de rachel, la verdad si me dio mucha pena su situación pero bueno...
estuvieron increíbles los capítulos y la verdad es que deseo que ya rescaten a la pobre de britt.
saludos y actualiza pronto
khandyy
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cerrado Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades: Capítulo: 28 Las penas compartidas. Capítulo: 29 Dulce venganza.

Mensaje por Emma.snix Jue Nov 14, 2013 1:50 am

Hey chicas a qui les traigo dos capítulos mas, y pues para que acabe este tomo solo quedan tres capítulos y el Epílogo [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo - Página 11 2145353087  espero y les agraden

Capítulo: 28
Las penas compartidas


Regresar a las limitaciones de mi cuerpo físico fue una fuerte conmoción. El hecho de haber estado con mi familia, de haberme sentido parte de sus vidas otra vez, me había hecho olvidar mi situación. Me encontraba de nuevo en mi estrecha celda de los malolientes aposentos del Hades. El espacio era tan pequeño que no me podía poner en pie. Y para más aflicción, el aire estaba impregnado de un acre hedor a sulfuro y se oían continuos gritos pidiendo auxilio. No tenía ni idea de cuánto había durado la proyección, pero sabía que debía de haber sido bastante tiempo porque sentía las articulaciones rígidas y los músculos me dolían al moverme. Alguien había lanzado unos mendrugos de pan al suelo y había dejado una jarra de latón llena de agua. Me senté. Mi camisón estaba tan manchado por la mugre que su color original era casi invisible. Sentía que el pánico me atenazaba el pecho y la garganta, así que me esforcé por respirar lenta y profundamente. Me arrinconé todo lo que pude, con la cabeza apoyada en el hombro. Vi varias veces la sombra de un celador que se dirigía a continuar atormentando a las almas cautivas. Se identificaba por su mirada abrasadora y por el ruido que hacía al entrechocar un palo metálico contra los barrotes de las puertas. Pero, por algún motivo, no se detuvo en mi celda. Cuando estuve segura de que ya se había marchado alargué la mano hasta la jarra de latón y tomé un trago de agua, que tenía sabor desagradable y metálico. Me dolía todo el cuerpo, pero el dolor más agudo lo sentía entre los omóplatos. Ahora ya no podía estirar el cuerpo y las alas me molestaban más que nunca. Pensé que me volvería loca si no podía desplegarlas pronto.
Para distraerme del malestar, pensé en Rachel y Samuel. Mi corazón voló hasta ellos. Fuera cual fuese el extraño vínculo que hubiera nacido entre ambos, no podía crecer. Rachel no comprendía enteramente el concepto del amor divino, que era el amor en su forma más pura, inalterable ante cualquier interpretación humana y dedicado a todas las criaturas vivientes. Por otra parte, aunque Sam se sintiera desconcertado, estaría bien. Él no se desviaría de su objetivo, ni siquiera tendría que esforzarse en ello. Pero Rachel sufriría enormemente por ese rechazo. Confié en que Santana la ayudara a superarlo: ella había crecido en una casa con valores y entendimientos y sabría que decirle.
Jake tenía que llegar en cualquier momento. Finalmente su silueta apareció tras los barrotes, medio oculta en las sombras. Llevaba una linterna que le iluminaba un poco el rostro. Percibí el olor especiado de su colonia y me di cuenta de que su presencia ya no me producía el habitual sentimiento de alarma. De hecho, fue la primera vez que sentí alivio al verle.
Me acerqué un poco a la puerta, arañándome la piel en el suelo de cemento. Me hubiera gustado decirle que se fuera, pero no pude. Me hubiera gustado expresarle mi enojo, pero no tenía fuerzas. Ambos sabíamos que necesitaba su ayuda si no quería morir enterrada viva en ese agujero en la piedra hasta que mi cuerpo se descompusiera y mi espíritu fuera aniquilado.
—Esto es una atrocidad —dijo entre dientes al ver en qué condiciones me encontraba—. No le perdonaré por esto.
— ¿Puedes sacarme de aquí? —pregunté, detestándome por mi falta de estoicismo. Pero, por otro lado, y puesto que había sobrevivido al fuego, pensé que quizá mi destino no fuera convertirme en mártir.
— ¿Para qué crees que he venido? —repuso él, con actitud de estar complacido consigo mismo.
Tocó la cerradura de la puerta con los dedos y, al instante, esta se convirtió en cenizas que cayeron al suelo.
— ¿No lo descubrirá Gran Papi? —pregunté, sorprendida de mí misma al haber utilizado ese apelativo.
—Es solo cuestión de tiempo. —Pero lo dijo como si no le importara—. Aquí abajo hay más espías que almas.
—Y entonces ¿qué?
Necesitaba saber qué me aguardaba en el futuro. ¿Me estaba ofreciendo Jake solo un aplazamiento? Pareció que me había leído el pensamiento, porque contestó:
—Ya lo pensaremos después.
Jake empujó la puerta y consiguió abrirla lo suficiente para que pudiera colarme por ella.
—Deprisa —me apremió
Pero me resultaba difícil moverme, así que no lo hice.
— ¿Cuánto tiempo he estado aquí?
—Dos días, pero me han dicho que has estado durmiendo casi todo el tiempo.
Dame la mano. Siento mucho que todo haya sido de esta manera.
Sus disculpas me pillaron desprevenida. Jake no tenía por costumbre aceptar la responsabilidad del mal que causaba. Me dirigió una mirada penetrante y me di cuenta de que tenía algo en la cabeza: había fruncido el ceño, su expresión habitual de irónico desapego había dado paso a la preocupación. Sus ojos de halcón no se apartaban de mi rostro.
—No te encuentras bien —dijo por fin.
Me pregunté cómo creía que me podía encontrar dadas las circunstancias. Jake era como un camaleón: capaz de cambiar de actitud para conseguir sus propios objetivos. En ese momento se estaba mostrando solícito y eso me intranquilizaba así que no pude evitar responderle con sarcasmo.
—Estar encerrada no da buen color a la piel.
—Estoy intentando ayudarte… Por lo menos, podrías mostrar cierto reconocimiento.
— ¿Es que no me has ayudado ya bastante? —repliqué.
A pesar de todo, Jake me ofreció la mano y yo acepté, me apoyé en su brazo para salir de la celda. Aunque ahora podía ponerme en pie, no era capaz de dar dos pasos sin caerme. Jake me observó un momento y finalmente me dio la linterna y me izó en sus brazos. Luego salió de los aposentos con paso majestuoso. Durante el trayecto me pareció que mil ojos ardientes como ascuas nos observaban desde la oscuridad, pero nadie hizo nada para detenernos.
Fuera, la motocicleta de Jake nos esperaba. Me dejó con cuidado en la parte trasera del asiento y luego montó y puso en marcha el motor. Al cabo de unos segundos me abracé a él y los sofocantes aposentos del Hades se alejaron a nuestra espalda.
— ¿Adónde vamos? —susurré, al ver que no reconocía el entorno.
—He tenido una idea que, creo, te hará sentir mejor.
Jake no se detuvo hasta que llegamos a la entrada profunda garganta de altas paredes donde una pequeña cascada de agua negra parecía caer sobre un canal subterráneo. Jake bajó de la motocicleta con agilidad y me observó con agitación creciente.
— ¿Te duele?
Asentí con la cabeza, sin hablar. No tenía sentido ocultarle información en esos momentos, pues él ya no podía hacer nada que empeorara mi situación. Entonces me di cuenta de que Jake sabía qué era lo que me sucedía y demostró estar más informado que yo.
Dime —continuó—. ¿Cómo sientes las alas?
Esa pregunta tan directa me pilló desprevenida y me ruboricé. De alguna manera, me parecía poco apropiado hablar de ello: mis alas eran lo que definían mi existencia, yo me había esforzado mucho por mantenerlas ocultas a los ojos de los seres humanos. Eran una parte muy íntima de mí y no quería hablar de ello con Jake Thorn, príncipe del Hades.
—No he pensado mucho en ellas —repuse, intentando evadir el tema.
—Bueno, pues hazlo ahora.
Dado que Jake las había mencionado, empecé a notar una palpitación en la espalda, entre los omóplatos, y una urgencia por desplegarlas que se manifestaba en unos pinchazos que me dolían hasta la parte inferior de la espalda. Me sentí irritada con Jake por haber llevado mi atención a ese problema, pues había decidido ignorarlo. ¿Qué sentido tenía cualquier otra cosa en el Hades?
—Tenemos que hacer algo al respecto —afirmó Jake—. Es decir, si quieres conservarlas.
No me gustó que utilizara el plural: me hizo sentir como si él y yo formáramos un equipo, como si compartiéramos un problema y tuviéramos que resolverlo juntos. Lo miré inexpresiva.
—Quizá sea mejor que te muestre de qué estoy hablando.
Jake se quitó la chaqueta de cuero negra y la lanzó al suelo. Se dio la vuelta, dándome la espalda, y se quitó la camiseta. Entonces permaneció de pie, con la espalda recta y la cabeza ligeramente inclinada hacia delante, en una postura de humildad que resultaba extraña en el.
— ¿Qué ves? —preguntó en voz baja.
Observé el contorno de su espada. Jake tenía unos hombros delgados pero bien formados, atléticos hasta cierto punto. Sus músculos no estaban muy marcados, pero los tendones se veían bien dibujados cada vez que se movía. Tenía un físico ágil y peligroso.
—No veo nada —contesté, apartando la mirada.
—Mira bien —insistió Jake, dando un paso hacia atrás y poniéndome su espalda aún más cerca, pálida, arqueada hacia delante.
Entonces una cosa me llamó la atención y observé con mayor curiosidad. Su piel era suave y clara, pero mostraba dos líneas de pequeñas protuberancias debajo de ambos omóplatos. Sendas líneas de puntitos, a una distancia de solo un par de centímetros, parecían cicatrices que no hubieran acabado de cerrarse.
Supe lo que eran de inmediato.
— ¿Qué sucedió? —pregunté impresionada por lo que acababa de descubrir.
—Con el tiempo se estropearon y, al final, cayeron —explicó él.
— ¿Por falta de ejercicio? —pregunté, incrédula.
—Sí, pero más bien como represalia —dijo—. La cuestión es que yo tuve alas y, créeme, eran espectaculares.
¿Me había parecido un tono de queja en su voz?
— ¿Por qué me cuentas esto?
—Porque quiero evitar que te suceda lo mismo.
—Pero ¿cómo puedo evitarlo? —Pregunté con los ojos llenos de lágrimas—. Siempre estoy encerrada. A menos que… ¿Me estás diciendo que me vas a dejar volar?
—No exactamente —repuso él para no permitirme que empezara a imaginar lo imposible—. Sería más bien como una actividad supervisada.
— ¿Y eso qué significa?
—Te dejaré volar pero con dos condiciones. Tengo que asegurarme de que estás a salvo… de que no te ve nadie.
De repente me di cuenta de por qué nos encontrábamos allí. Esa garganta era un lugar oculto perfectamente adecuado para un vuelo.
— ¿No confías en mí? —pregunté.
—No es una cuestión de confianza. Aunque intentaras escapar, no llegarías muy lejos. Es más bien la cuestión de con qué te podrías encontrar si lo haces sola.
— ¿Y cómo vas a velar por mi seguridad? —pregunté—. Tú no puedes volar conmigo.
—Aquí entra la idea que he tenido —dijo él—. Al principio quizá te resulte extraña, pero procura tener la mente abierta; de verdad que es la única manera de que puedas sobrevivir como ángel.
— ¿Cuál es tu idea? —pregunté, curiosa.
Mis alas parecían saber que hablábamos de ellas y querían desplegarse. Tuve que utilizar todo mi autocontrol para detenerlas, y no estaba segura de poder hacerlo mucho tiempo más.
—No es gran cosa —dijo Jake con ligereza—. Simplemente se trata de que vueles atada.
— ¡Quieres atarme! —Esa propuesta me indignó.
—Es por tu propia seguridad.
— ¡Me estás tomando el pelo! No pienso permitir que me hagas volar como si fuera una especie de mascota; ¡eso es malsano! Gracias, pero no, gracias.
Rechacé la oferta con una seguridad absoluta, pero al mismo tiempo no podía dejar de notarme las alas, que me dolían y empujaban por desplegarse. Y el dolor era cada vez más intenso.
— ¿Prefieres que se marchiten, pues? Sabes que no queda mucho tiempo hasta que empiecen a deshacerse y caerse como yeso viejo. ¿Estás segura de que es eso lo que quieres? —preguntó Jake.
— ¿Por qué estás tan ansioso por ayudarme?
—Digamos que estoy protegiendo una inversión. Piénsalo, Britt; no tienes que decidirlo ahora, a pesar de que estamos en la situación ideal.
—Si acepto, no quiero tener público —dije, sintiéndome avergonzada de repente.
—Aquí solo estamos nosotros dos; eso no es público. No quiero que pierdas las alas, y tú no quieres perderlas. Así que está claro, ¿No te parece?
—Si lo hago —advertí—, será solo para poder llevar a cabo el objetivo que Dios me ha encomendado.
—Siempre tan optimista —sonrió Jake.
—Se llama fe —repliqué.
—Se llame como se llame, creo que deberíamos hacer todo lo que esté en nuestra mano para mantener intacta tu esencia angelical, ¿no crees?
La oferta de Jake era tan ofensiva como tentadora. Si él tenía razón y yo corría el riesgo de perder una parte esencial de mi ser, ¿Me quedaba alternativa? Mis alas eran una de las cosas que me diferenciaban de los suyos y de los de su especie. Y, por otro lado, si conseguía salir del Hades, ¿qué haría sin ellas? ¿Y cómo se sentiría Santana si regresaba sin una parte vital de mí?
Me sequé las lágrimas, que ya me bajaban por las mejillas, e inhalé con fuerza.
—De acuerdo —dije—. Acepto.
Jake me puso la mano bajo el mentón y me hizo levantar la cabeza. Sus extraños y hermosos ojos me observaron con atención.
—Buena decisión —dijo, y se dirigió hacia un saliente de la roca que teníamos al lado—. Pon el pie derecho aquí encima. Entonces abrió una pequeña caja de madera tallada que sacó de debajo de la moto y de ella extrajo una cadena hecha de finísimos aros de plata con una argolla en un extremo. La cadena parecía un objeto proveniente de un mundo mitológico. Quise preguntarle cuál era su origen, pero me contuve. Jake se ató un extremo de la cadena alrededor de la cintura y me cerró la argolla en el tobillo. Estaba hecha de malla y se adaptó a mi cuerpo como una piel.
Miré hacia el barranco en que se me permitía lanzarme a volar. Las paredes se elevaban verticales, a ambos lados y se perdían en una oscuridad penetrante. La negra cascada se precipitaba en silencio. Era como un vacío rocoso, un abismo extraño y fantasmal iluminado solamente por los faros de la motocicleta de Jake. Alrededor, todo era negro y opaco.
—Adelante, diviértete —me animó Jake.
Aunque hasta ese momento había sentido cierta reticencia a mostrarle mis alas a Jake, de repente parecieron cobrar vida propia. Estaban tan desesperadas por sentirse libres que ni siquiera esperaron la orden de mi cerebro. No hice nada por reprimirlo, así que al cabo de un instante mi camisón de noche quedó hecho trizas a mi espalda. Pensar en volar me había devuelto la energía y las alas, al elevarse detrás de mí, parecieron emitir un crujido por falta de uso. Se desplegaron con destello lumínico y vibraron, poderosas. Todos los músculos de mi cuerpo también despertaron y la circulación regresó a mi cuerpo.
Jake me observaba en silencio, fascinado. Me pregunté cuánto tiempo hacía que no veía unas alas de ángel de cerca. ¿Recordaba todavía esa embriagadora sensación? Pero no tuve tiempo de pensarlo: mis alas se elevaron como un dosel de plumas por encima de ambos. Jake las miró con una expresión de nostalgia y yo me sentí orgullosa de ellas. Eran el único rasgo físico que nos diferenciaba, a pesar de nuestro origen común. Además, eran un recordatorio palpable de quién era yo y de dónde venía. Siempre sería distinta de Jake. Mi vuelo en medio de esa oscuridad era un recordatorio de aquello a lo que él y los suyos habían renunciado en nombre del orgullo y del deseo de poder.
Moví el pie a un lado y a otro para probar la resistencia de la argolla. Luego bajé la cabeza y corrí hacia delante hasta que las alas me elevaron en el aire.
En cuanto noté que mis pies perdían contacto con el suelo sentí un alivio inmediato, como si algo seco y marchito dentro de mí hubiera cobrado vida otra vez. Me lancé en ella moviendo las alas y pareció que esa densidad se abría para dejarme paso. Entonces sentí un repentino tirón en el tobillo que indicaba que me había elevado demasiado, pero en lugar de regresar a mi raptor viré hacia abajo y continué el vuelo a menor altura. Dejé que mi mente quedara en blanco y me concentré en mi cuerpo. No sentía el mismo júbilo que gozaba cuando volaba con mi familia en Venus Cove, pero la sensación de alivio físico que experimentaba valía la pena. Jake permanecía al borde del abismo, más abajo, con la cabeza levantada hacia arriba y la cadena sujeta alrededor de su cintura.
Desde donde yo estaba, se le veía pequeño e insignificante. En ese momento era como si solamente existiera yo: no estaban ni siquiera mis preocupaciones, ni mis temores ni mi amor por Santana. Regresé a mi misma esencia: nada más que energía que giraba y se hundía en el precipicio.
Estuve volando hasta que noté que necesitaba descansar las alas, y ni siquiera entonces me quise detener. Cuando por fin descendí, Jake me miraba con un sobrecogimiento no disimulado. Sin decir una palabra, me lanzó un casco y montó en la motocicleta.
—Vamos —me dijo—. Puedes pasar la noche en el Ambrosía. Será nuestro secreto.
—No puedes ocultarle un secreto a Lucifer —repliqué—. Sabes que eso tendrá repercusiones.
—Es verdad. —Jake se encogió de hombros—. Pero ahora mismo no me importa en absoluto.
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cerrado Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades: Capítulo: 28 Las penas compartidas. Capítulo: 29 Dulce venganza.

Mensaje por Emma.snix Jue Nov 14, 2013 1:52 am

Capítulo: 29
Dulce venganza



Al día siguiente, al despertar, me sentía más yo misma que nunca. Me desperecé y arqueé la espalda, contenta de notarme los músculos ligeros y relajados. También fue un alivio volver a encontrarme en el hotel Ambrosía, a pesar de que sabía que no sería más que una situación temporal. Justo había apartado las sábanas y estaba bajando de la cama cuando oí el sonido de la llave de la puerta de la suite. Me puse tensa inmediatamente, esperando algún problema, pero resultaron ser Hanna y Puck, que asomaron la cabeza por la abertura. Supuse que debían de ser los únicos que sabían de mi regreso. Jake había ordenado que me prepararan un copioso desayuno y Hanna, en su entusiasmo, estuvo a punto de volcar la bandeja al acercarse a mí.
— ¡Me alegro tanto de verla! —Me dijo, abrazándome con fuerza—. No puedo creer que esté viva.
Me gustó sentir de nuevo su olor a pan recién horneado. Puck, que era más precavido al mostrar sus emociones, cruzó la habitación y me dio un empujón fraternal en el hombro.
—Nos ha tenido un poco preocupados —dijo—. ¿Qué sucedió en el anfiteatro?
—La verdad es que no estoy muy segura —contesté, aceptando el vaso de zumo de naranja que Hanna me ponía en la mano—. No hice nada a propósito, pero el fuego se alejó de mí.
— ¿Y cómo consiguió salir de los aposentos?
—Jake vino anoche y me sacó. Supongo que eso le causará problemas.
— ¿Desafió las órdenes de su padre? —Hanna abrió desorbitadamente los ojos—. Es la primera vez.
—Lo sé —repuse—. Espero que sepa lo que está haciendo.
—Todo el mundo habla de usted y de sus poderes —dijo Puck—. Se decía que Papi iba a proponerle un trato para dejarla libre.
—Lo aceptaré cuando el Infierno se hiele —dije, desalentada.
A pesar de todo, no puede evitar sentirme un poco mas esperanzada. Si Lucifer hacía una propuesta que pudiera aceptar, entonces quizás existiera una pequeña posibilidad de que no tuviera que regresar a mi prisión. Por otro lado, si el hecho de que Jake me hubiera liberado enojaba a Lucifer, mis problemas aumentarían.
—Necesito encontrar algo que ponerme —dije, mirando la ropa sucia en el suelo.
Todavía llevaba el pijama de seda de color perla que había encontrado doblado sobre la cama la noche anterior. Empecé a rebuscar en el armario, ansiosa por ponerme ropa limpia. Jake había dejado unos tejanos y un jersey entre los extravagantes vestidos y las faldas de seda. Quizá por fin había comprendido la importancia de no llamar la atención.
Me acababa de poner el suéter y me estaba recogiendo el cabello en una cola de caballo cuando la puerta se abrió otra vez y Jake entró sin llamar.
— ¿Es que tu madre no te enseñó modales? —solté.
Esperaba verlo ansioso por la escapada de la noche anterior, pero parecía tan despreocupado que me pregunté qué clase de trato había acordado durante la noche.
—No tuve madre —replicó Jake en tono frívolo. Con un gesto de la mano despidió a Hanna y a Puck—: Salid.
—Quiero que se queden —protesté.
Jake soltó un exagerado suspiro.
—Volved dentro de media hora —les ordenó en un tono más amable. Luego, dirigiendo de nuevo su atención hacia mí, añadió—: Bueno, ¿cómo te encuentras?
—Mucho mejor —dije
—Así que yo tenía razón —se pavoneó él—. Teníamos la solución ante las narices
—Supongo que sí —acepté a regañadientes—. ¿Qué va a pasar ahora? ¿Debería preocuparme?
—Relájate. Me estoy ocupando de ello. Mi padre se jacta de ser capaz de tomar buenas decisiones en los negocios, y ahora mismo te estoy presentando como una inversión en lugar de como una carga. Eso le está haciendo pensar. —Jake me miró un momento, callado y al final dijo—: Ya me darás las gracias cuando estés preparada para hacerlo.
—El hecho de que no tenga que regresar a ese agujero infecto no significa que mi situación sea menos desastrosa —le expliqué.
—Estás exagerando un poco —replicó él.
—No, no es así —contesté, molesta por su actitud—. Quizás ahora ya no sienta dolor, pero este lugar continúa siendo mi peor pesadilla.
De repente, Jake se giró y me miró con ojos encendidos.
— ¿Cuánto vas a tardar, Brittany? —Dijo en voz baja—. Parece que nada de lo que hago por ti es suficiente. Me he quedado sin ideas.
— ¿Y qué esperabas?
—Un poco de gratitud no estaría de más.
— ¿Gratitud, por qué? ¿De verdad crees que el hecho de haberme rescatado y haberme hecho volar como una cometa cambia alguna cosa? Continúo aquí y sigo queriendo regresar a casa.
—Supéralo —gruñó Jake.
—Nunca lo superaré.
—Bueno, eso demuestra que eres una idiota: de seguro que esa chica linda pasa de ti.
— ¡No es verdad! —contesté enfadada. Normalmente lo que decía Jake me daba igual, casi nunca me molestaba. Pero que hablara de Santana me resultó insoportable. Jake no tenía ningún derecho a mencionar su nombre, y menos a pretender saber lo que sucedía en su vida.
—Por esto me doy cuenta de lo poco que sabes. —Jake me estaba provocando—. Los adolecentes atacados por las hormonas no esperan toda la vida. De hecho, no pueden pensar a largo plazo. ¿No te enseñaron eso en educación sexual? Lo que no ven, no lo piensan.
—Tú no sabes nada de Santana —dije, decidida a no permitir que sus palabras me afectaran—. No tienes ni idea de lo que estás hablando.
— ¿Y si te dijera que me ponen al día de forma regular de lo que sucede en la Tierra? —Se burló Jake—. ¿Y si tus hermanos hubieran desistido de buscarte y Santana hubiera continuado con su vida? Ahora mismo, mientras hablamos, está con una chica.... tu amiguita esa, ¿sabías que todavía aguarda sentimientos por ella, por tu santana?, por cierto. ¿Cómo se llama?
Cada vez me sentía más enfadada. ¿De verdad Jake pensaba que podía engañarme y hacerme dudar de las personas a las que amaba? ¿Tan ingenua me creía?
—Te estoy diciendo la verdad —añadió—. Han aceptado que no pueden hacer nada por ti. Lo han intentado todo y han fracasado y ahora, tristemente, tienen que seguir adelante, y consolarse mutuamente entre ambas, si entiendes eso verdad.
— ¿Entonces por qué van a Alabama para encontrar...?
De repente me tragué mis palabras. Me había dado cuenta demasiado tarde del error. Me mordí el labio y vi que Jake fruncía el ceño con expresión amenazadora y que sus ojos brillaban con rabia.
— ¿Cómo sabes eso? —preguntó.
Deseando que mi rostro no me delatara, intenté desesperadamente deshacer el entuerto.
—No lo sé. Solamente hago suposiciones.
—Mientes muy mal —comentó mientras se acercaba a mí con el paso elástico de una pantera—. Has hablado con una certeza absoluta. Apuesto a que los has visto... quizás incluso te has comunicado con ellos.
—No… yo no…
— ¡Dime la verdad! ¿Quién te ha enseñado cómo hacerlo?
Jake dio un manotazo a un jarrón que estaba encima de la mesa y se estrelló contra el suelo, desparramando el ramo de rosas. Deseé que se calmara un poco, y pensé que ojalá no hubiera despedido a Hanna y a Puck. No me gustaba estar sola con él cuando se ponía nervioso.
—Nadie me ha enseñado nada. Lo he hecho yo sola.
— ¿Cuántas veces?
—No muchas.
—Y cada vez has estado con ella, ¿verdad? ¡Es como si nunca te hubieras marchado de allí! Debería haber sabido que te traías algo entre manos. ¡He sido un idiota al confiar en ti!
Se llevó las manos a la cabeza y se clavó las uñas en las sienes como si se estuviera volviendo loco.
—Es increíble... que precisamente tú hables de confianza.
Pero Jake ya no escuchaba.
—Has jugado conmigo, me has hecho creer que nos estábamos acercando poco a poco, me has mantenido en la ignorancia de lo que sucedía de verdad. Creí que si te daba espacio y te trataba como a una reina, te olvidarías de esa estupida. Pero no lo has hecho, ¿verdad?
—Eso es como preguntarme si me he olvidado de quién soy.
—Sigues pensando como una niña. Creí que el Hades te ayudaría a madurar un poco, pero veo que ha sido en vano.
—No pedí esto.
—Pues ya has tenido tu último encuentro feliz, de eso puedes estar segura.
Jake había retomado su habitual tono de cinismo, pero su voz también comunicaba una amenaza muy real. Sabía que tenía que decir algo para diluir un poco la tensión que se había creado entre ambos.
— ¿Por qué siempre nos peleamos? —probé—. Por una vez, ¿no podríamos intentar comprendernos el uno al otro?
Jake meneó la cabeza y soltó una grosera carcajada.
—Buen intento, Brittany. Eres toda una actriz, pero ya puedes dejar de actuar. El juego ha terminado. Me has engañado durante un tiempo. Casi llegué a creer que estabas haciendo un esfuerzo; debería haber sido más inteligente y haber dejado que te pudrieras en los aposentos. Me has puesto de muy mal humor.
—No me importa —repuse—. Haz lo que quieras conmigo, vuelve a mandarme allí o entrégame a Lucifer.
—Oh, me malinterpretas. No voy a tocarte ni un cabello —dijo, mirándome con malicia—. Pero haré que te arrepientas de haberme tratado con tan poco respeto.
Me estremecí al comprender lo que esas palabras sugerían.
— ¿Y eso qué significa?
—Significa que debo planificar un viaje. Creo que ha llegado la hora de que vea con mis propios ojos aquello que tú tanto echas de menos.
A pesar de que Jake había sido muy poco preciso acerca de cuáles eran sus intenciones, yo lo conocía y sabía que no perdía el tiempo en amenazas vanas. Iría a Tennessee para ajustar cuentas conmigo. Cualquier otro hubiera aceptado la situación con mayor dignidad, pero la venganza ero lo único que podía satisfacerle. ¿Y cuál era la mejor venganza que podía tomarse sino la ejercida contra las personas a quienes yo amaba? La fuerza demoníaca de Jake no podía enfrentarse al poder de mis hermanos y, por otro lado, no tenía mucho sentido ir contra Rachel. Así que solamente quedaba Santana, mi talón de Aquiles. Expuesta y vulnerable, especialmente si Jake la encontraba sola. Y era fácil que eso sucediera.
Si Santana estaba en peligro, no había tiempo que perder. Necesitaba regresar a la Tierra y avisarle antes de que Jake llegara.
En esos momentos me costaba proyectarme porque tenía la mente llena de imágenes en las que Santana estaba en peligro y esa agitación me impedía concentrarme. Al final, me metí en la ducha y abrí el agua fría a toda potencia. La impresión me aclaró la cabeza y fui capaz de dirigir mi energía; a partir de ese momento, la proyección ocurrió sin ningún esfuerzo.
Al cabo de un momento me encontré ante la ventana de la habitación de Santana y Rachel. Estaba entreabierta, así que me colé como un hilo de humo y quedé suspendida bajo el ventilador del techo. Todo estaba en silencio, solo se oía la respiración regular de ambas y el viento al arrastrar las hojas por el suelo del aparcamiento. Rachel dormía profundamente en su cama sin que la expresión de su rostro delatara el drama que había vivido la noche anterior. Su resistencia nunca dejaba de sorprenderme. Por el contrario, Santana dormía con incomodidad: no dejaba de cambiar de postura. Se incorporó un momento, dio unas palmadas a las almohadas y, antes de volver a tumbarse, se apoyó en los codos para comprobar la hora. El reloj digital marcaba las 5:10. Santana echó un vistazo a su alrededor y sus ojos marrones brillaron en la oscuridad. Cuando por fin se durmió, su rostro estaba tenso, como si soñara que se enfrentaba a una batalla.
Deseé poder tocarle para tranquilizarla, aunque sabía que yo era la principal causa de su inquietud. Le había cambiado la vida por completo, y ahora se encontraba en peligro. Hasta el momento, Jake no los había molestado todavía y por una fracción de segundo tuve la esperanza de que sus amenazas hubieran sido un farol para atormentarme. Pero recordaba la expresión de sus ojos y sabía que no sería así.
De repente, la habitación se enfrió y Rachel se cubrió con el edredón hasta la cabeza. Se oía una respiración fuerte, parecida a la de un lobo. Y entonces lo vi: una sombra se había colado en la habitación, con nosotros, y se deslizaba por encima de Rachel y sobre el rostro de Santana.
Santana también notó la presencia y abrió los ojos súbitamente saltando de la cama con todo el cuerpo tenso, lista para pelear. Vi que una vena del cuello se le alteraba y casi pude oír los latidos de su corazón acelerado.
— ¿Quién eres? —preguntó apretando la mandíbula, al ver que la sombra empezaba a cobrar forma delante de ella.
Inmediatamente reconocí el pelo rizado y la cara aniñada: era Diego, vestido con un traje negro y con corbata, como para ir a un funeral.
—Solo un conocido —contestó Diego con pereza—. Jake dijo que eras hermosa... no mentía.
— ¿Qué quieres?
—No eres muy educada, a pesar de que te podría matar con un solo dedo —repuso Diego en tono obsequioso con su voz ligeramente afeminada.
—Sabes que hay un arcángel y un serafín en la habitación de al lado, ¿no? —Replicó Santana—. ¿No crees que eso debería bajarte un poco los humos?
Diego soltó una carcajada
—Tenían razón sobre ti, eres una chica muy valiente eh. Matarte sería muy fácil.
—Entonces hazlo —dijo Santana entre dientes. Yo sentí que se me hacía un nudo en el estómago.
Diego ladeó la cabeza.
—Oh, no he venido para eso. He venido a darte un mensaje.
— ¿Ah, sí? —Dijo Santana sin miedo—. Adelante, dímelo
—Nuestras fuentes nos han informado de que tú y tu cuadrilla de ángeles intentáis llevar a cabo una misión de rescate. El ángel que estáis buscando ha muerto.
Se hizo un largo silencio. El corazón de Santana, que había latido deprisa hasta ese momento, pareció ralentizarse y su pálpito sonó con la sorda dureza de un golpe contra el cemento. A pesar de ello, su voz no delató ninguna emoción:
—No te creo —repuso en voz baja.
—Tenía la sensación de que dirías eso —contestó Diego, que lo miraba sonriente y con la cara enmarcada por sus rizos negros. Entonces se llevó una mano a la espalda y sacó un vasto saquito de arpillera—. Así que te he traído pruebas.
Del saquito sacó una cosa de plumas doblada. Cuando la desplegó, vi que se trataba de un fragmento de mis alas manchado de sangre. Mis alas.
—Puedes quedártelo como recuerdo, si quieres —dijo.
Lo agitó como si se tratara de un abanico y unas gotas de sangre cayeron al suelo. Vi que Santana respiraba entrecortadamente y se inclinó hacia delante, como si le acabaran de dar un puñetazo en el estómago y se hubiera quedado sin aire en los pulmones. Sus ojos color marrón se oscurecieron completamente, como el sol cubierto por las nubes.
—Sabuesos del Infierno —dijo Diego, asintiendo con la cabeza en un gesto de conmiseración—. Por lo menos fue rápido.
— ¡No le hagas caso! —grité, pero mis palabras se perdieron en el vacío que nos separaba.
El deseo de estar con ella me invadió con tanta fuerza que creí que iba a explotar a pesar de mi forma espectral. Justo en ese momento, la puerta se abrió violentamente y mis hermanos aparecieron. Una expresión de verdadero miedo cruzó por primera vez el rostro de Diego. Pensé que no contaba con cruzarse con ellos.
— ¿Creíste que no notaríamos tu olor? —preguntó Sam con ira.
Mi hermano observó el rostro de Santana y luego dirigió la mirada hasta las plumas enredadas y ensangrentadas que Diego había dejado caer al suelo. Quinn también las miró con una expresión de disgusto.
—Verdaderamente eres lo más ruin de lo ruin —dijo.
—Hago lo que puedo —repuso Diego, riendo.
—Dime que no es verdad —dijo Santana con la voz ahogada.
—Es solo un truco barato —replicó Sam dando una patada a las plumas, como si no fueran más que el atrezzo de una función teatral.
Santana emitió un grave gemido de alivio y apoyó la espalda contra la pared. Sabía cómo se sentía: la vez que creí que Jake la había atropellado con la motocicleta el dolor me incapacitó por completo y luego, al saber que no había sido así, la sensación de alivio fue tan intensa que me mareé.
— ¿Que estás haciendo aquí? —preguntó Sam en tono autoritario.
Diego empujó el labio inferior hacia delante en una mueca de burla.
—Solo intento divertirme un rato. Los humanos son tan crédulos: unos animales idiotas.
—No tan idiotas como tú —dijo Quinn mientras Sam se colocaba a la derecha de Diego y lo acorralaba entre la pared y la puerta—. Parece que te has quedado atrapado.
—Como ese angelito vuestro —gruñó Diego, aunque por la manera en que retorcía los dedos de la mano me di cuenta de que estaba nervioso—. Ella está atrapada en el foso, consumiéndose ahora mismo y vosotros no podéis hacer nada al respecto.
—Eso ya lo veremos —contestó Sam
—Sabemos que estáis buscando un portal. —Diego disimulaba mal su intento constante por distraerlo—. Nunca lo encontraréis pero, si lo hicierais, mucha suerte a la hora de abrirlo.
—No subestimes el poder del Cielo —dijo Quinn.
—Oh, creo que el Cielo ha abandonado a Brittany, ahora. ¿No habéis pensado que quizá nuestro papi sea más fuerte que el vuestro?
Quinn levantó la mirada y pareció que sus ojos habitualmente verdes y fríos emitían un fuego azulado. Levantó la barbilla en un gesto de desafío y habló en un idioma que sonaba como si cien niños cantaran y unas campanillas tocaran mecidas por la brisa de verano. El aire que la rodeaba se hizo brillante y alargó la mano hasta él. Sorprendida, vi que su mano penetraba en el pecho de Diego, como si estuviera hecho de arcilla. Este pareció tan sorprendido como yo y soltó un gemido, Vi que algo empezaba a brillar dentro de su pecho y me di cuenta de que Quinn le había agarrado el corazón. La luz se hizo más brillante y la piel del su cuerpo se hizo traslúcida, casi transparente. Pude ver el dibujo de sus costilla y la mano de Quinn que tenía agarrado el corazón en una abrasadora prisión de luz. Diego parecía completamente paralizado, pero abrió la boca y emitió un grito ahogado. A través de la pantalla transparente en que se había convertido su pecho, vi que el corazón se hinchaba y palpitaba entre los dedos de Quinn, como si fuera a explotar. Entonces, con un chasquido, como un balón que estallara, se desintegró y Diego desvaneció en un relámpago de luz.
Quinn respiró profundamente, sobrecogida, y se frotó las manos con fuerza, como si acabara de tocar algo contaminado.
—Demonios —dijo entre dientes.
El sonido del estallido había despertado a Rachel, que se sentó en la cama ordenándose el cabello revuelto.
—Eh... qué... ¿qué está pasando? —tartamudeó con voz soñolienta.
—Nada —respondió rápidamente Sam—. Vuelve a dormirte. Solo hemos venido a ver cómo estabais.
—Oh.
Rachel lo miró un momento con expresión anhelante, pero enseguida recordó la conversación de la noche anterior y su rostro se ensombreció. Se tumbó y se cubrió con el edredón. Sam suspiró y se encogió de hombros mirando a Quinn. Mientras Santana había cogido las llaves del coche de encima de la mesilla de noche.
—Eh... gracias por ocuparos de esto —dijo—. Si os parece bien, voy a dar una vuelta en coche. Necesito despejarme la cabeza.
La seguí, ansiosa por pasar un rato con ella a solas, incluso aunque ella no supiera que estaba allí.
Me acomodé en el asiento de atrás. Santana puso en marcha el motor y salimos a la carretera. Su cuerpo se relajó ante el volante, sus movimientos se hicieron más fluidos. Se le veía tan hermosa ahora que ya no tenía esa expresión de preocupación en el rostro. Hubiera podido quedarme mirándola horas enteras: sus brazos delgados y bronceados, la línea de sus pechos bien dibujada, el cabello tan largo y sedoso que le caía sobre los hombros y que emitía reflejos oscuros a la luz del amanecer. Conducía con los ojos morrones entrecerrados, dejando que la vibración del Chevy la fuera limpiando de la tensión acumulada en el cuerpo. Apretó el acelerador y el coche respondió con un rugido obediente. Santana nunca conducía deprisa cuando estaba conmigo, se preocupaba mucho por mi seguridad, pero en esos momentos era completamente libre y supe que necesitaba hacer algo para recomponerse. El coche tomó una curva de la carretera ensombrecida por los cedros que se alineaban a ambos lados de la misma. Más adelante, el lado izquierdo de la calzada daba a un precipicio de roca desnuda. Santana, acelerando, abrió la ventanilla y encendió la radio, que estaba emitiendo los grandes éxitos de los años ochenta, y pronto los acordes de Livin' on a Prayer sonaron con fuerza.
Esa canción, que hablaba de una pareja que luchaba por superar los malos tiempos, era especialmente significativa para nosotras.

«Tenemos que resistir, estemos listos o no.
Uno vive para la lucha cuando eso es todo lo que tiene.»


Pareció que Santana se animaba un poco mientras canturreaba la letra y seguía el ritmo con la mano sobre el volante. Pero entonces, fuera, empezó a soplar un viento extraño que desparramaba las hojas por el pavimento y las lanzaba hacia el precipicio. Inmediatamente supe que algo no iba bien: una presencia maligna nos había seguido. Tenía que avisar a Santana para que regresara. Ella no estaba segura allí fuera, sola; debía permanecer al lado de Quinn y de Sam para que pudieran protegerla. Pero ¿cómo podía hacérselo saber?
Cuando la canción terminó, tuve una idea. Concentré mi energía para interferir la frecuencia de radio. El sonido de la emisora se interrumpió y se oyó un irritante silbido. Santana frunció el ceño y empezó a mover el dial para sintonizar algún otro canal. Yo me concentré en llamarla con todas mis fuerzas y, de repente, mi voz sonó por los altavoces:
Regresa, Santana Aquí fuera estás en peligro. Ve con Quinn y Sam. Quédate con ellos. Jake va a venir.
La conmoción de oír mi voz hizo que Santana estuviera a punto de perder el control del coche. Por suerte, se recuperó enseguida y frenó. El Chevy se detuvo con un fuerte chirrido de los neumáticos.
— ¿Britt? ¿Eres tú? ¿Dónde estás? ¿Me oyes?
—Sí, soy yo. Quiero que regreses —insistí—. Tienes que confiar en mí.
—De acuerdo —dijo Santana—Lo haré. Pero continúa hablando.
Santana volvió a poner el coche en marcha y dio media vuelta. Respiré, aliviada, y me encogí en el asiento con las rodillas en el pecho. Cuando llegara al motel les daría mi mensaje a Quinn y a Sam y ellos sabrían qué hacer. Mientras Santana conducía, me llamaron la atención unos trozos de papel de chicle y una lata de refresco en el suelo del coche. Eso no era propio de ella: Santana siempre se mostraba obsesiva con la limpieza del Chevy. Recordé una vez en que el GPS que acababa de instalar dejó una marca en el parabrisas y Santana se molestó tanto que tuvimos que ir a buscar un soporte plástico para poder acoplarlo en el salpicadero. Ese recuerdo me hizo sonreír.
—Britt, ¿sigues ahí?
Interferir la señal de radio me había dejado agotada, pero reuní la poca energía que todavía me quedaba y formé una corriente entre mis dedos para acariciarle suavemente la mejilla. Vi que sus brazos se erizaban.
—Vuelve a hacerlo —dijo Santana, sonriendo.
No estábamos lejos del Easy Stay. El paisaje se había vuelto reconocible y ya casi habíamos dejado atrás el precipicio. Pero me acaba de dar permiso a mí misma para respirar con alivio cuando sucedió algo inesperado: el Chevy se inclinó a un lado y a otro y, de repente, aceleró pasando de largo el desvió que conducía al motel, cuya fachada se alejó a nuestras espaldas.
— ¿Qué diablos? —Santana miró a su alrededor—. Britt, ¿qué está pasando?
El coche parecía funcionar solo, enloquecido. Santana apretó varias veces el pedal de freno, pero no funcionaba; el volante se bloqueó. Salté al asiento del copiloto para intentar ayudarle a controlar el coche, pero todos mis intentos fueron en vano. De repente, levanté la mirada y por el retrovisor vi dos ojos ardientes como ascuas que nos miraban desde el asiento de atrás.
— ¡No lo hagas, Jake! —supliqué.
Ahora el coche viraba de un lado a otro de la carretera; los esfuerzos de Santana por detenerlo eran inútiles. El Chevy continuaba lanzándose hacia delante, enloquecido, llevándose por delante ramas de árboles y derrapando sobre las piedras de los laterales de la carretera.
Entonces vi hacia dónde nos dirigíamos y mi corazón se paró: Jake estaba conduciendo el coche lejos del bosque, en dirección a un barranco rocoso. Pasó un par de veces muy cerca del despeñadero y estuve segura de que iría a estrellarse contra las piedras del fondo. A nuestro paso se levantaban nubes de polvo que impedían la visión de Santana, pero ella no podía hacer nada más que apretarse contra el respaldo del asiento y pelearse en vano con el volante.
Me giré y miré a Jake, que permanecía sentado con absoluta calma. Fumaba un cigarrillo francés y sacaba anillos de humo por la ventana. Estaba jugando con nosotras.
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Mensaje por micky morales Jue Nov 14, 2013 10:30 pm

lo que faltaba el imbecil ese diviertiendose a costa de san y britt!
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Mensaje por aria Vie Nov 15, 2013 8:39 am

Ese Jake cada vez me saca mas de quicio, no se con que derecho se atreve a amenazar a Britt, si ella en ningun momento le pidio que la llevara al infierno!!!!! Es una bestia y un desgraciado de lo peor, lo que le hizo a San no tiene nombre!!! Espero que tengan todos su merecido y pagen por lo que le han hecho pasar a las chicas. Ahora me preocupa lo que suscedera, como se salvara esta ves la morena? Britt, mucho creo que no puede hacer.
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Mensaje por Ali_Pearce Sáb Nov 16, 2013 8:28 pm

Wow, me sorprenden los poderes de Quinn y Sam...cuando se enojan parece que tiene más poder del que cualquiera pudiera pensar...igual no han echo mucho por rescatar a Brittany >.<
No entiendo como a veces Brittany puede "confiar" en Jake, hay momentos en los que dice necesitar de él...¿Que no se ha dado cuenta de su maldad? ¡La llevo al infierno! obviamente al notar que ella no está enamorada de él va a  querer venganza y como Britt dijo...él solo puede afectarla haciéndole daño a Santana T-T 
De verdad espero que pronto puedan sacarla de Hades...ya no puedo con el estrés de que siga ahí. Por cierto, ahora que terminará este tomo...creo que tal vez quieras cambiar la firma por una que vaya más con el tema del siguiente tomo *-* si necesitas ayuda no dudes en preguntar...ya sabes.
Hasta el próximo ! [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo - Página 11 918367557
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cerrado Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 30 Ángeles de la Guarda: Capitulo: 31 Un pacto con el Diablo.

Mensaje por Emma.snix Jue Nov 21, 2013 9:02 pm

Hey chicas aquí les cuelgo dos capítulos, pero creo que dentro de una hora o dos estaría colgando el ultimo junto con el Epilogo que la verdad van a quedar con ganas de mas [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo - Página 11 2414267551 muchos saludos y mil disculpa por no poder contestarle como debe ser...[Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo - Página 11 2824147739 

Ali, me parece genial tu idea y la verdad es que si me encantaría una nueva firma y espero y me puedas ayudar saludos [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo - Página 11 2145353087 

Al final les daré un poco de spoiler de lo que tratara el ultimo libro [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo - Página 11 2013958314 

Espero y les gusten los capítulos al rato subo los dos restantes


Capitulo: 30
Ángeles de la Guarda



Para —le supliqué a Jake—. ¡Por favor, para! El pedal del acelerador golpeó el suelo y el coche se lanzó hacia delante dibujando curvas como un borracho, como conducido por un ciego. A nuestra derecha, el barranco se precipitaba en vertical hacia abajo y lo único que nos separaba de él era un fino quitamiedos metálico. Tenía que manifestarme, aunque solo fuera para explicarle a Santana lo que estaba ocurriendo, para ver si había alguna manera de hacerla salir del coche sin peligro. Pero el miedo me impedía concentrarme. Para aparecer ante ella hubiera necesitado de toda mi energía, y no estaba segura de poder hacerlo.
Mi mirada se tropezó con sus manos sujetas al volante y vi el anillo de prometida y la pulsera de cuero entrelazado que siempre llevaba. Me sabía de memoria el tacto de sus manos: habían cogido las mías muchas veces, me habían consolado, habían luchado por mí, me habían protegido y me habían anclado al mundo de los vivos. Recordé el momento en que vi por primera vez a Santana sentada en el embarcadero. Ella levantó la vista hacia mí y la luz del sol poniente le iluminó el cabello haciéndolo brillar con reflejos oscuros. En esos momentos me pregunté quién era y cómo debía ser, pero no creí que volviera a verla de nuevo. Muchos recuerdos me inundaron, como la vez que compartimos un pastel de chocolate en el café Sweethearts mientras ella me miraba como si yo fuera un enigma que estuviera decidido a resolver. Recordé el tono grueso de su voz cuando se despertaba por la mañana, la sensación de sus labios en mi nuca, su olor fresco y limpio, como el del bosque en un día soleado. También recordé el brillo de la cadena de su crucifijo, alrededor del cuello, a la luz de la luna. Y entonces me di cuenta de que nuestro vínculo podía trascender todas las barreras físicas.
Sin previo aviso, me manifesté allí mismo, en el asiento del copiloto. Santana estuvo a punto de soltar un grito por la conmoción y sus ojos marrones se abrieron desorbitadamente. Jake se inclinó hacia delante y puso la cabeza entre ambas.
—Hola querida —dijo una voz grave—. Pensé que estarías aquí. Veo que tenéis ciertos problemas con el coche.
—Britt —susurró Santana—. ¿Qué pasa?
De repente me di cuenta de que ella no podía ver a Jake y por eso no tenía ni idea de lo que sucedía.
—No pasa nada —le dije—. No permitiré que te ocurra nada malo.
—Britt, no podré soportar esto mucho tiempo más. —La voz casi se le quebró al hablar—. ¿Dónde estás? Ya no sé qué creer y necesito que regreses.
— ¡Oh, buaaa, buaaaa! —Se burló Jake—. Ella es mía ahora, chica linda.
— ¡Cállate! —repliqué, cortante, y Santana pareció sorprendida—. No es a ti —le apresuré a aclarar—. Jake está aquí con nosotros.
— ¿Qué? —Santana se giró, pero para él el asiento de detrás estaba vacío.
—Confía en mí —le dije.
El Chevy se acercó al borde del barranco zigzagueando peligrosamente. Santana contuvo el aliento y levantó un brazo para protegerse el rostro, esperando el choque, pero el coche volvió a enfilar la carretera en el último minuto.
—Santana —dije—. Mírame.
No sabía cuánto tiempo nos quedaba para estar juntas, pero necesitaba hacerle saber que no estaba sola. Un conocido verso de la Biblia vino a mi mente; uno de mis favoritos, del Génesis 31. Hablaba del Mizpa, el Lugar de Encuentro, un lugar que podía estar en cualquier parte y en ninguna al mismo tiempo, que no existía en esta dimensión, pero tenía mucho más poder que el que uno pudiera imaginar. En él los espíritus podían reunirse sin que hiciese falta ninguna presencia física. Recordé el día, en Bryce Hamilton, en que me refugié en los brazos de Santana, aterrorizada por la idea de que un día pudiéramos separarnos. Las palabras que me dijo esa tarde volvieron a mí con total claridad: «Creemos un lugar. Un sitio que sea solo nuestro, un lugar donde siempre podamos encontrarnos si las cosas se tuercen».
— ¿Recuerdas el Espacio Blanco? —le susurré con tono de urgencia.
El cuerpo de Santana se relajó un poco al girarse hacia mí.
—Claro —murmuró.
—Entonces cierra los ojos y ve ahí —dije—. Te estaré esperando. Y no lo olvides… solo nos separa el espacio.
Santana inhaló con fuerza y vi en su mirada que me comprendía de una forma nueva hasta ese momento. Cerró los ojos, soltó el volante y se quedó muy quieta.
Entonces, desde el asiento de atrás, Jake dijo:
—Ya he tenido bastante de esta porquería sentimental por hoy.
—Escucha…
Me giré hacia él con intención de razonar, pero ya era demasiado tarde. De repente, el Chevy derrapó hacia un lado de la carretera y pareció que el estómago se me iba a salir por la garganta. El coche se estrelló contra el delgado quitamiedos, destrozándolo como si estuviera hecho de cerillas, y se precipitó hacia el barranco.
— ¡No! —chillé.
Santana no reaccionó. Seguía en el Espacio Blanco, indiferente a la vida o la muerte.
El Chevy avanzó hacia el barranco como en cámara lenta. Oí el desagradable chirrido metálico del vientre del coche al rascar contra el saliente de una roca y allí pareció detenerse un momento; nos balanceamos la una a  lado de la otra peligrosamente hasta que la gravedad ejerció su efecto y, levantando una gran nube de polvo, el coche cayó. Los pájaros chillaron y salieron volando de los árboles, desapareciendo en el cielo y lanzando chillidos de alarma. Vi que el cuerpo de Santana caía hacia delante y chocaba contra el volante. Ese momento pareció durar muchísimo. Entonces mi campo de visión se estrechó y percibí cosas muy extrañas: la luz del sol penetraba por el cristal de la ventanilla y confería un color brillante al cabello de Santana. Ella tenía el pelo de un color azabache claro, como el de la noche, pero entones, en ese momento, hubiera jurado que lo rodeaba un halo de luz dorada. Cualquier otra persona hubiera levantado los brazos para protegerse pero Santana permanecía extrañamente tranquila y quieta. No mostró pánico alguno, como si se hubiera resignado a aceptar su destino. Con el movimiento, un mechón de cabello se apartó de su rostro y le vi la cara. Me sorprendió ver lo joven que era: todavía se reconocía en ella a la niña que había sido pocos años antes. Su piel era suave y perfecta, no tenía ni siquiera una arruga que delatara sus años vividos en la tierra. «Casi no ha vivido», pensé. Había tantas cosas que hubiera podido ver, y ahora nunca tendría la oportunidad de crecer… de ser una esposa… una madre… de hacer algo en el mundo.
Entonces me di cuenta de que estaba chillando con tanta fuerza que toda la ciudad habría podido oírme, aunque nadie lo hizo. El Chevy continúo precipitándose hacia las rocas del fondo, contra las cuales se estrellaría y se desharía como una carcasa de latón. Nunca en mi vida me había sentido tan impotente. Mi cuerpo continuaba aprisionad en el Hades y mi alma se encontraba atrapada entre dos dimensiones. Pero al ver el rostro de Jack por el retrovisor, me di cuenta de que no estaba tan indefensa como creía. Me di la y lo agarré por sus muñecas. Él pareció sorprenderse, pero no se desasió de mí.
—No le hagas daño —pedí—. Haré todo lo que quieras. Pon las condiciones.
— ¿De verdad? —Jake sonrió—. Un trato… qué interesante.
—No es momento de jugar —supliqué. Faltaban pocos segundos para que el coche se estrellara contra el suelo rocoso y polvoriento del fondo del barranco—. ¡Si Santana muere, nunca podré perdonarte! Por favor, hagamos un trato.
—De acuerdo —repuso Jake—. Yo le salvo la vida y, a cambio, me concedes un deseo.
— ¡Hecho! —grité—. ¡Detén el coche!
— ¿Me das tu palabra?
—Lo juro por mi vida.
El Chevy se paró en seco, suspendido en el aire, como en una imagen congelada. Era una visión impresionante y fue una suerte que no hubiera ningún ser humano por los alrededores para presenciarlo.
—Nos vemos en casa, Brittany.
—Espera… ¡no puedes dejarla aquí!
—Ya se encargarán de ella —repuso Jake y, con un chasquido de los dedos de la mano, se desvaneció.
Al cabo de unos segundos percibí la presencia de Quinn y de Sam. Llegaron al borde del barranco con el Range Rover y se detuvieron en seco, derrapando. Al ver al Chevy suspendido en el aire, Sam no dudó un instante: corrió hasta el borde y saltó, desplegando las alas para descender hacia las rocas de abajo. Me había olvidado de lo majestuosas que eran as alas de Sam y esa visión me dejó casi sin respiración. Desplegadas, alcanzaban los tres metros y brillaban con una blancura y un poder difíciles de creer. Eran tupidas y, a pesar de ello, parecían virar con vida propia. Quinn lo siguió rápidamente con la elegancia de un cisne: sus pies patinaron suavemente sobre el borde de la roca al tiempo que se impulsaba hacia abajo. Sus alas tenían un color distinto al de Sam: las de él eran de un tono blanco como el del hielo y sus destellos adoptaban tonalidades doradas y cobrizas; en cambio, las de Quinn eran de un blanco parecido al de la perla, o al de una paloma y veteado en rosa.
Santana abrió los ojos y miró con expresión de incredulidad a los ángeles, suspendidos ante el parabrisas del Chevy. Parpadeó con fuerza, como si no pudiera creer lo que estaba viendo.
— ¿Qué demonios…? —dijo, sin aliento.
—No pasa nada —le dije—. Todo va bien.
Pero Santana ya no podía oírme. Observaba con asombro a Sam, que introdujo las manos por la ventanilla para sujetar el coche por el techo. Quinn hizo lo mismo por el otro lado, y empezaron a levantarlo despacio para llevarla de nuevo a la carretera. Mientras lo hacían, ni siquiera tuvieron que tensar los músculos de los brazos: simplemente los flexionaron con suavidad para llevar el coche a tierra firme. Lo depositaron con tanta suavidad que Santana ni siquiera cambió de postura en el asiento. Las alas de Quinn y de Sam, que habían aleteado al unisonó mientras lo izaban, se plegaron con un destello en cuanto los pies de ambos tocaron el suelo.
Santana no esperó ni un segundo para saltar fuera del coche. Se apoyó en el capó y soltó un bufido
—No me lo puedo creer —murmuró.
—Nosotros tampoco. —Mi hermana estaba que ardía—. ¿En que estabas pensando?
—Un momento. —Santana se sorprendió—. ¿Creéis que lo he hecho a propósito?
Sam clavó en ella sus ojos penetrantes.
—Un coche no se lanza solo por un barrano.
—Chicos —dijo Santana levantando los brazos—. Jake era quien controlaba el coche. ¿Es que creéis que soy una idiota?
— ¿Tú también lo has visto? —Quinn la miró con asombro—. Nosotros percibimos su presencia, pero no creímos que tendría el valor para mostrarse.
—Bueno, no se ha mostrado, exactamente —dijo Santana con el ceño fruncido—. No lo vi… pero Britt me dijo que estaba allí.
— ¿Britt? —preguntó Sam, como si pensara que Santana había perdido la cabeza.
—Habló conmigo a través de la radio… y luego apareció justo cuando creí que me iba a morir. —Santana hizo una mueca, consciente de lo inverosímil que sonaba su historia—. Es verdad, lo juro.
—De acuerdo —asintió Quinn con gravedad—. Sea lo que sea lo que haya pasado, debemos recordar que Jake juega sucio. Por lo menos, hemos llegado a tiempo.
—Ese es el tema —dijo Santana, cruzando los brazos—. El coche iba a estrellarse, lo sé. Y, de repente, se detuvo y Britt y Jake desaparecieron.
— ¿Qué quieres decir? —preguntó Sam.
—No estoy segura... pero sé que Jake intentaba matarme. Algo o alguien lo ha detenido.
Quinn y Sam se miraron con preocupación.
—Bueno demos las gracias por que te encuentras bien —dijo mi hermana.
—Sí. —Santana asintió con la cabeza, pero continuaba inquieta—. Gracias por ayudarme. Vaya, espero que nadie os haya visto.
Sam sonrió ligeramente y se apartó un mechón de cabello dorado que se le había soltado de la cola de caballo.
—Mira a tu alrededor — dijo—. ¿Ves a alguien?
Santana echó un vistazo a los alrededores y frunció el ceño. Su mirada se tropezó con una serpiente que había entre la hierba y que parecía haberse detenido a medio reptar. Luego levantó la cabeza y se quedo boquiabierta: todos los pájaros se habían detenido en pleno vuelo en el cielo. Era como si el mundo entero se encontrara atrapado en una pintura. Entonces el silencio se hizo palpable: los sonidos del mundo se habían apagado. No se oía el chirrido de los grillos ni el zumbido de los coches en la carretera. Ni siquiera el viento era capaz de penetrar ese denso silencio.
—Un momento… —Santana se frotó los ojos con la mano—. ¿Habéis hecho esto vosotros? No puede ser, imposible.
—Tú precisamente deberías saber que nada es imposible —repuso mi hermana.
Los brillantes ojos marrones de Santana se fijaron en la mirada fría como el olivo de Quinn.
—Dime que no habéis detenido el tiempo.
—No lo hemos detenido exactamente —dijo Sam sin darle importancia, mientras inspeccionaba el Chevy para comprobar los desperfectos—. Lo hemos puesto en pausa durante unos minutos.
— ¡En serio! —grito Sam. Era obvio que le costa asimilar lo que estaba sucediendo—. ¿Se os permite hacer eso?
—Esa no es la cuestión —replicó Sam—. Hemos hecho lo que teníamos que hacer. No podemos dejar que ningún civil vea a dos ángeles transportando un coche por el cielo.
Mi hermano cerró los ojos un momento mientras levantaba las manos con las palmas abiertas y, al instante, a nuestro alrededor todo volvió a cobrar vida. Me sobresalté: hasta ese momento no me había dado cuenta de lo ruidoso que era todo. Pero era reconfortante oír el rumor de los árboles mecidos por la brisa y ver un escarabajo cruzar tierra seca.
Santana se estremeció y agitó la cabeza para despejarse.
—¿La gente no se dará cuenta de lo que ha sucedido?
—Te sorprendería saber todo lo que les pasa inadvertido a los humanos —dijo Quinn—. Cada día ocurren cosas extrañas y nadie les presta atención. La gente percibe constantemente pequeñas muestras del mundo sobrenatural, pero las ignoran, achacándolas a un exceso de café o a la falta de sueño. Hay cientos de excusas con que disfrazar la verdad.
—Si tú lo dices —se limitó a decir Santana.
—¿Qué ha pasado con Brittany? —preguntó Quinn—. ¿Has dicho que su presencia era física?
—La he visto. —Santana arrastró un pie por el suelo—. Me he, más o menos, comunicado con ella unas cuantas veces.
Quinn frunció el ceño.
—Gracias por compartir esa información con nosotros —dijo, arrugando la frente—. No creía que eso fuera posible.
Sam frunció el ceño.
—¿Una proyección astral? —preguntó con incredulidad—. ¿Desde el Infierno?
—Quizá Brittany tenga más poder del que creen los demonios… o del que ella cree.
—Lo que ellos no saben —dijo Sam— es lo vinculada que está Britt a la Tierra. —Y, mirando a Santana, añadió—: Tú la enlazas a este lugar con una fuerza que ellos no pueden comprender. —Repicó con los dedos sobre el capó con expresión pensativa—. Por lo que he visto hasta el momento, es como una atracción magnética que os hace estar juntas. El vínculo es tan fuerte que Brittany puede llegar hasta ti incluso desde ese lugar en que se encuentra.
A pesar de que el corazón todavía me latía con fuerza a causa de todo lo que acababa de suceder, me sentí orgullosa de mi relación con Santana. Si yo era capaz de llegar hasta ella aun desde mi prisión subterránea, si mi amor por ella era capaz de atravesar las barreras del mal, eso debía de significar que nuestro vínculo era realmente fuerte. Sonreí, pensando que ese sería un buen momento para decirle: «¡Choca esos cinco!».
Pero las palabras de Sam parecían haber afectado a Santana de otra manera.
—Eso son estupideces —dijo al final—. Jake está jugando con nosotros y se lo estamos permitiendo. —Se pasó la mano por la cara y el anillo de plata de prometidas que llevaba en el dedo índice le brilló a la luz de la mañana—. ¿De verdad cree que vamos a quedarnos sentados esperando la muerte? —Su expresión era tan dura que me pareció ver chispazos plateados en sus ojos marrones. Se frotó la cabeza y miró hacia el horizonte—. Bueno. Ya he tenido bastante. Quiero que regrese y estoy harta de estos juegos. Pase lo que pase, voy a encontrarla. ¿Me oyes Jake? —Santana abrió los brazos y gritó —Sé que éstas ahí y será mejor que me creas. Esto no ha terminado.
Sam y Quinn se quedaron mudos. Permanecían como un único ser, con una expresión de gravedad en sus ojos oscuros y el cabello iluminado por el sol de poniente. Me di cuenta de que en su mirada había algo nuevo: rabia. No únicamente rabia, sino una profunda y desenfrenada furia contra las fuerzas demoníacas que se habían llevado a uno de los suyos.
Entonces Sam habló, y su voz sonó como un trueno.
—Tienes razón —le dijo a Santana—. Ya está bien de seguir estas reglas del juego.
—Tenemos que actuar ya —dijo mi novia.
—Lo que tenemos que hacer es regresar al motel y recoger nuestras cosas —repuso Sam—. Nos vamos a Broken Hill dentro de una hora.
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cerrado Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 30 Ángeles de la Guarda: Capitulo: 31 Un pacto con el Diablo.

Mensaje por Emma.snix Jue Nov 21, 2013 9:06 pm

Capitulo: 31
Un pacto con el Diablo



Yo no tenía esperanzas. Aunque sabía que mi familia encontraría la estación de tren de Alabama donde el fatal choque del tren había tenido lugar, no tenía ni idea de cómo pensaban hallar el portal y abrirlo. Los portales estaban diseñados para rechazar el poder de los ángeles, y solo los agentes de la oscuridad podían utilizarlos. Sam, aunque era un peso pesado en el Cielo, ni siquiera podía abrirlos. Por lo que yo sabía, los ángeles nunca habían tenido motivo para entrar en el Infierno. No les interesaba lo que sucedía bajo la Tierra: ese era el territorio de Lucifer. Solo intervenían cuando los habitantes del Infierno emergían para sembrar la Tierra de caos. En parte quería creer que la resistencia de Santana sería suficiente para salvarme, pero acabé rechazando esa pequeña esperanza que había empezado a nacer en mí. Si me permitía albergarla, no sería capaz de soportar que no se cumpliera.
Me había ofuscado tanto pensando en cuál podría ser el plan de Sam que casi había olvidado lo que los había llevado a adoptar una acción tan extrema: Santana había estado a punto de morir. Si no fuera por el pacto que acababa de hacer con Jake, ahora ella ya se habría marchado con los millones de almas que habitan el Cielo y yo, quizá, no hubiera podido verla nunca más. Jake había intentado matar a Santana; enviar a Diego había sido un truco para confundirlo y sacarla de sus casillas. Ahora, el rayo de esperanza se había convertido en un sentimiento más fiero y oscuro. El odio que ahora sentía hacia Jake no se parecía a nada que hubiera sentido nunca antes. Me tenía acorralada, a su merced y separada de mis seres queridos, sin ninguna esperanza de regresar con ellos… y a pesar de todo no estaba satisfecho.
Abrí la puerta de mi suite del hotel y corrí por el pasillo hacia la sala VIP en la que Jake acostumbraba pasar el tiempo, siempre que no estuviera atormentándome. Necesitaba averiguar qué quería de mí a cambio de la vida de Santana. Lo encontré reclinado en el sofá conversando con Asia, que me dirigió una desagradable sonrisa al verme.
—Tu niñita esta aquí —dijo. Se terminó el resto de la bebida que tomaba y se puso de pie—. No hace falta que me acompañes.
— ¡Eres la criatura más repulsiva y despreciable que ha pisado nunca la tierra! —le dije en cuanto me hube plantado delante de él.
Yo temblaba a causa de la ira. Jake se incorporó y me miro con expresión divertida, y me entraron ganas de quitarle esa mueca brabucona de un puñetazo. Pero sabía que eso no serviría de nada y que solo conseguiría hacerme daño.
—Hola, ricura —dijo—. Pareces molesta.
— ¡No puedo creer que hayas querido hacerle daño! —grité—. Se suponía que esto era entre tú y yo. ¿Por qué siempre tienes que pasarte de la raya?
—Todo está bien si termina bien, ¿no? —Jake hizo un gesto con la mano indicando que no había pasado nada—. Y, si recuerdo bien, soy la misma criatura repulsiva y despreciable con la cual has hecho un trato.
— ¡Solo porque no me quedaba otra alternativa!
—Las circunstancias no son relevantes —repuso.
Apreté los dientes y lo miré a los ojos con furia.
—Bueno, ¿y qué es lo que quieres, Jake? ¿Cuál es la condición por la que has salvado la vida a Santana?
Jake me miró como con pereza y sus ojos parecieron hechos de hielo y fuego al mismo tiempo. La negrura sin fondo de su mirada me recordaba un pozo profundo y frío, como aquellos en los que uno lanza una piedra que nunca toca fondo. Cada vez que me miraba, el brillo y la intensidad de sus ojos me incomodaban y me ponían los pelos de punta. Jake juntó los dedos de ambas manos y frunció el ceño, como si quisiera decir algo y no encontrara las palabras.
—Suéltalo.
Me miró detenidamente y, al final, se inclinó hacia adelante y dejo las manos planas sobre la mesita que tenía ante él.
—Oh, sé exactamente lo que quiero de ti.
—Continúa —le dije valientemente—. A ver qué es.
Jake suspiró.
—He pensado un poco de qué manera podía aprovechar nuestro trato para que tú y yo nos acerquemos más.
Achiqué los ojos y dije:
—Explícate…
—Creo que he llegado a la solución perfecta. —Se puso en pie y se acercó a mí—. Lo que tú más quieres es proteger a tu perfecta novia, evitar que muera. Lo que yo más quiero es algo muy simple. Te quiero a ti; aunque, tristemente, tú nunca has correspondido a mis sentimientos a pesar de mis continuas muestras de devoción.
Tuve que tragar saliva ante aquel uso de la palabra «devoción».
— ¿Y…? —dije, tensa.
No me gustaba hacia dónde se dirigía la conversación. No estaba muy segura de qué tenía en mente, pero conociendo a Jake no podía ser nada justo ni razonable.
—Te prometo que no le haré daño —dijo él—. Incluso te prometo no impedir tus pequeñas proyecciones. Pero quiero que me des algo a cambio.
—No soy capaz de imaginar qué puedo tener yo que tú quieras —repuse, confusa.
—Quizá no lo has pensado bastante. —Jake sonrió sin ganas—. Desde luego que hay una cosa que deseo mucho. Tómatelo como si fuera un regalo que me haces a cambio de mi clemencia.
—Deja de dar rodeos y dime qué estás pidiendo —intervine con impaciencia, esforzándome por controlar mis emociones.
—Te estoy pidiendo que te entregues a mí —dijo Jake mirándome con sus ojos brillantes.
Empecé a tener cierta idea de lo que me pedía, pero no quise aceptarlo. Necesitaba que me lo dijera en voz alta para confirmar las sospechas.
—Tendrás que ser claro —dije, desafiante.
—Oh, eres tan adorablemente ingenua —se burló Jake—. Lo he dicho en sentido literal. Nunca más me acercaré a tu preciosa princesa si accedes rendirte a mí una noche. Quiero que me entregues tu virginidad.
—Espera… quieres que… —Al comprender el verdadero significado de sus palabras, me falló la voz. Lo miré con indignación—. ¿Quieres que practique sexo contigo?
—Bueno, eso suena muy frío. Prefiero que utilices la expresión «hacer el amor» —contestó él.
Me lo quedé mirando mientras intentaba encontrar la respuesta correcta. Había muchas cosas que quería decirle, muchas maneras de expresarle mi repugnancia y mi absoluta negativa a tocarlo.
—Tienes graves problemas —fue lo único que conseguí articular.
—No hace falta que seas desconsiderada —dijo Jake en tono amable—. Si no tuviera un ego del tamaño del hemisferio norte, me habrías herido. Hay muchas mujeres que se morirían por tener la ocasión de pasar una noche conmigo. Piensa que eres una privilegiada.
— ¿Te das cuenta de lo que pides? —estallé.
—Sexo, la satisfacción de los apetitos carnales. No es para tanto —dijo Jake.
— ¡Es muchísimo! —grité—. Se supone que tienes que practicar sexo con la persona a quien amas, la persona en quien confías, la que esperas que algún día sea el amor de tu vida.
—Eso es cierto —concedió Jake—. El sexo puede tener consecuencias desagradables en forma de niños pequeños, pero lo arreglaré todo para que no haya complicaciones. Estás en manos de un experto.
— ¿Me estas escuchando? —dije—. Esto es tan malo como vender mi alma.
—No seas ridícula —se mofó Jake—. El objetivo del sexo es placer. Lo único que tendrás que hacer es relajarte y dejarme hacer lo que mejor sé hacer. Recuerda, todo compromiso tiene un precio.
—El objetivo del sexo es hacerlo con la persona que más ama—. Si duermo contigo me estaré comprometiendo, declararé que confío en ti, que quiero estar contigo. Contigo… —repetí—. Eres un mentiroso y un ladrón y un asesino. ¡Nunca me entregaré a ti!
Jake ni siquiera tuvo la elegancia de mostrarse ofendido.
—Hicimos un trato —repuso con frialdad—. Accediste a hacer cualquier cosa que te pidiera. Si ahora te niegas, me aseguraré de que Santana no vea salir el sol nunca más.
—No te acerques a ella.
—Eh —Jake me señaló con un dedo—, no hagas un pacto con el Diablo si no eres capaz de cumplirlo.
Negué con la cabeza. No me podía creer que me estuviera pidiendo eso. Había elegido la única cosa que no podía entregarle. Hacerlo sería como permitir que toda su oscuridad penetrara en mi cuerpo físico, dejar que nuestras almas, violentamente opuestas, se fundieran.
—Supongo que Santana no significa tanto para ti después de todo —añadió Jake—, si eres capaz de que algo tan insignificante ponga en peligro su vida.
Lo miré, esforzándome por procesar todo lo que me estaba diciendo.
—En otras condiciones, me mostraría más abierto ante la posibilidad de hacer un trío, pero en las circunstancias actuales creo que resultaría un tanto incómodo.
Ni siquiera me molesté en responder. Se me había revuelto el estómago. Jake tenía poder suficiente para matar a Santana y lo había demostrado esa mañana. Si yo incumplía el trato, nada le impediría ir a buscarlo otra vez. Sabía que Sam y Quinn ya estaban alerta, pero lo único que Jake tenía que conseguir era encontrar a Santana a solas y en un momento de debilidad. No le importaría tardar semanas o meses: daría con la manera. Supe lo que tenía que hacer antes de ser totalmente consciente de ello. Las palabras de Santana volvieron hacia mí: «Britt, una relación no se basa únicamente en lo físico. Yo te quiero por ti misma, no por lo que puedas ofrecerme». ¿Significaba eso que hubiera querido que aceptara la oferta de Jake? No estaba segura, y deseé que alguien pudiera aconsejarme. Lo único que sabía era que la idea de dormir con Jake, por horrible que fuera, me resultaba más fácil de aceptar que la posibilidad de perder a Santana. La verdad era que haría lo que hiciera falta para que no le sucediera nada malo.
—De acuerdo —accedí, con los ojos llenos de lágrimas—. Tú ganas. Soy tuya.
—Bien —repuso Jake—. Has tomado la decisión correcta. Te mandaré a Hanna para que te ayude a prepararte. Quiero que lo pactado se cumpla esta misma noche… por si acaso cambias de opinión.
Hanna llegó con el rostro pálido. Bajo el brazo llevaba una funda con un vestido.
—Oh, Britt —dijo en voz baja. Era la primera vez que me llamaba por mi nombre y me pilló por sorpresa—. Ojalá esto no hubiera sucedido.
— ¿Cómo lo has sabido? —pregunté, abatida.
—Las noticias vuelan por aquí. Lo siento.
—No pasa nada, Hanna —repuse, tragando saliva—. No es nada que no esperara de Jake.
—Deseo que después de todo esto… algún día… se reúna con Santana —dijo—. Debe de ser alguien realmente especial.
—Lo es.
Pensar en Santana era la única manera de enfrentarme a esa situación sin desfallecer. Que ella perdiera la vida por mi culpa sería peor que pasar toda la eternidad en el Infierno.
—Vamos —me animó Hanna, dándome unos golpecitos en la espalda—. Jake la espera dentro de una hora.
Abrió la funda y sacó un vestido largo que parecía de novia.
— ¿De verdad me lo tengo que poner? —dije, desanimada.
No quería nada llamativo; ya iba a ser una noche bastante horrible y no hacía falta ningún a trazo.
—El príncipe ha elegido el vestido especialmente para usted —dijo Hanna—. Ya sabe cómo es; se ofenderá si no se lo pone.
— ¿Crees que estoy haciendo lo correcto, Hanna? —pregunté de repente, sin poder reprimir el gesto compulsivo de aplastar los dobleces del edredón. Ya me había decidido, pero quería que alguien me ratificara para no sentirme tan sola.
— ¿Qué importa lo que yo crea?
Hanna se concentró en quitarse pelusas invisibles de su vestido para evitar responder. Sabía que no le gustaba que se tuviera en cuenta su opinión, que tenía miedo a meterse en problemas.
—Por favor —le pedí—. De verdad, quiero saberlo.
Hanna suspiró y me miró con unos ojos grandes y llenos de tristeza.
—Yo también hice un trato con Jake una vez —dijo—. Y me traicionó. Los demonios dicen cualquier cosa para conseguir lo que quieren.
— ¿Así que crees que me está mintiendo? ¿Qué hará daño a Santana de todas maneras?
—No importa —repuso Hanna—. Lo que va usted a hacer la acompañará durante toda la vida… pero nunca se perdonaría a sí misma si no lo hiciera. Necesita asegurarse de que ha hecho todo lo posible para salvar a Santana.
—Gracias, Hanna —dije.
Hanna asintió con la cabeza y me ayudó a ponerme un inmaculado vestido blanco y unos zapatos de satén. Luego me hizo un peinado adornado con pequeñas perlas. Jake lo había decidido así de forma deliberada; era su retorcida manera de ser irónico. Seguramente se había imaginado la ocasión como una especie de cita romántica en lugar de una mera transacción. El vestido era muy ajustado en la zona del torso y luego caía en una ondulante cascada hasta el suelo. Tenía un escote abierto que dejaba al descubierto mi blanca piel de alabastro. «Bueno —pensé con amargura—, es el vestido adecuado para la ocasión… solo que en el lugar equivocado y con la persona equivocada.»
Mientras Hanna me colocaba un collar de perlas alrededor del cuello, Puck entró en la suite. Al ver el vestido se mostró abatido.
—Así que es cierto —dijo en voz baja—. ¿Está segura de lo que está haciendo?
—No tengo opción, Puck —contesté.
— ¿Sabe una cosa, Britt? —se sentó en la cama, vacilando—. Las cosas parecen ir muy mal en este momento… pero nunca la he admirado tanto como ahora.
— ¿Y eso por qué? —pregunté—. No hay nada que admirar, que yo sepa.
—No —repuso Puck, negando con la cabeza—. Quizá no se dé cuenta ahora, pero es usted realmente fuerte. Cuando Jake la trajo aquí nadie creyó que duraría mucho. Pero es mucho más resistente de lo que parece. A pesar de todo lo que ha visto, a pesar de todo lo que le han hecho… todavía tiene fe.
—Pero estoy permitiendo que Jake gane —dije—. Le estoy dando lo que quiere.
—No —me contradijo Puck con voz grave—. Darle lo que quiere sería negarse… ponerse a usted misma en primer lugar. Usted está ofreciendo algo realmente especial, y Jake sabe que lo hace por amor. Usted lo odia más que a nadie y, a pesar de ello, va a entregarse a él para proteger a la persona que ama. Eso debe de consumirlo por dentro.
—Gracias, Puck. —Le di un abrazo y enterré el rostro en su cuello para inhalar su reconfortante olor a paja—. No lo había pensado de esta manera.
Me miré en el espejo y pensé que quizá Puck tuviera razón después de todo. Tal vez tenía que dejar de pensar en esto como un sórdido acto de traición y verlo como el último acto de amor.
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cerrado Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo

Mensaje por khandyy Jue Nov 21, 2013 9:59 pm

OMG queeeeeeeeee no lo puedo creer no britt, espero y puedan salvarla antes de que ese maldito le haga algo por favor que no le pase nada
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cerrado Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo

Mensaje por Emma.snix Jue Nov 21, 2013 11:59 pm

Capitulo: 32
La espada de Miguel




Me quedaban unos cuantos minutos antes de que llegara la hora de irme. Hanna y Puck se marcharon, pensando que quizá necesitara un rato a solas. Casi sin esperar a que cerraran la puerta, y sin poder evitarlo, me proyecté. Quería contemplar el rostro de Santana por última vez, quería que su cara fuero lo último que viera antes de entregar esa parte tan preciosa de mí misma. Sabía que solo sería capaz de soportar la situación a la que me iba a enfrentar si podía guardar ese recuerdo de ella. Mi familia ya había llegado a Alabama. El trayecto era de dos horas en coche, solamente, pero de todas formas me sorprendió que llegaran tan pronto. Por lo que vi, Broken Hill era una aletargada y pequeña ciudad muy parecida a Venus Cove. La estación de tren ya no se utilizaba: los bancos de madera que se alineaban ante las paredes de ladrillo estaban llenos de suciedad; la anticuada taquilla, vacía; por entre los raíles crecían las malas hierbas y los cuervos no dejaban de picotear el suelo por todas partes. Pensé que debía de haber sido un lugar con un gran encanto anteriormente y lleno de vida. Estaba claro, empero, que desde la colisión del tren que tantas vidas se había cobrado, los habitantes de la ciudad no se acercaban allí y ahora no era más que una sombra de lo que había sido.
El Chevy se detuvo al lado de los oxidados raíles y empezaron a bajar del coche. Quinn olisqueó el aire. Pensé que quizá detectaba un olor a sulfuro, puesto que el portal no podía estar muy lejos de allí.
—Este sitio me pone los pelos de punta —dijo Rachel, sin decidirse a salir del coche.
—Quédate dónde estás —le dijo Sam.
Por una vez, Rachel no discutió.
— ¿Y ahora qué? —Preguntó Santana—. ¿Tenéis alguna idea de qué hay que buscar?
—Podría ser cualquier cosa —repuso Sam, agachándose y colocando una mano plana en el suelo—. Pero me parece que está en los raíles.
— ¿Cómo lo sabes?
—La tierra que se encuentra encima de un portal siempre es más caliente.
—Ya me lo imagino —suspiró Santana—. Ahora lo único que tenemos que averiguar es cómo abrirlo.
—Ese es el problema —dijo Quinn—. Nuestros poderes combinados no serán suficientes. Necesitamos refuerzos.
—Maldita sea. —Santana dio una patada a unas piedras del suelo, que salieron disparadas en todas direcciones—. ¿Qué sentido tiene haber venido hasta aquí?
—Miguel no nos habría mandado aquí si no hubiera una forma —murmuró Quinn—. Debe de querer que hagamos algo.
—O quizás es un lerdo.
—Por supuesto —dijo alguien detrás de ellos.
Todos se dieron la vuelta al mismo tiempo. Frente a ellos, el arcángel se acababa de materializar. Su imponente figura ensombrecía los raíles que tenía a sus espaldas. Tenía exactamente el mismo aspecto que la última vez que lo vimos: el cabello claro y fino, los miembros más largos que los de un ser humano. Sus alas estaban plegadas.
—Otra vez no —gimió Rachel en el coche, bajando la cabeza hasta las rodillas.
Sam y Miguel se saludaron como dos guerreros, bajando la cabeza en un gesto de respeto.
—Hemos seguido tus instrucciones, hermano —dijo Sam—. ¿Qué quieres que hagamos ahora?
—He venido a ofreceros mi ayuda —contestó Miguel—. Traigo el arma más poderosa de todo el Cielo y el Infierno. Puede abrir un portal con la facilidad con que se descorcha una botella.
—Gracias por haber compartido esta importante información antes —rezongó Santana, de mal humor.
—Decidir el momento correcto era cosa mía —repuso Miguel, clavando la mirada en Santana—. El Cónclave se ha reunido para hablar de esta situación sin precedentes. Lucifer conoce el poder del ángel que tiene secuestrado y la está utilizando para conseguir sus objetivos.
Las palabras de Miguel me dieron que pensar. El hecho de que él supiera eso significaba que yo no había estado sola en ningún momento. El Cielo había estado vigilando desde el principio. ¿Podría confiar en que quizá no estuviera todo perdido?
— ¿Y cómo piensa hacerlo? Brittany no es una marioneta —protestó Quinn.
—Eso no lo podemos saber —repuso Miguel—. Pero la esencia divina en manos de cualquier demonio es algo peligroso. El propósito de Lucifer es provocar el Armagedón, la batalla final, y espera utilizar al ángel para su propio provecho. Las fuerzas del Cielo deben tomar represalias.
— ¿Y cómo encaja Britt en todo eso? —preguntó Santana.
—Ella es un detonante, si quieres decirlo así —explicó Miguel—. Los demonios quieren provocar una guerra a gran escala, pero nosotros no bajaremos a su nivel. Les demostraremos cuál es el poder del Cielo sin derramar ni una gota de sangre.
—Ya tenías pensado ayudarnos, ¿verdad? —Dijo Santana de repente—. ¿Por qué no lo has hecho desde el principio?
Miguel ladeó ligeramente la cabeza.
—Si un niño rompe un juguete y sus padres le compran uno nuevo inmediatamente, ¿qué lección aprende?
—Britt no es un juguete —se quejó Santana, vehemente, pero Sam le puso una mano sobre el hombro para tranquilizarla.
—No interrumpas a un ángel del Señor.
—El Cielo puede intervenir en cualquier momento, siempre —continuó Miguel—. Pero Él decide cuál es el momento adecuado. Nosotros solo somos Sus mensajeros. Si nuestro Padre solucionara todos los males del mundo, nadie aprendería de sus errores. Nosotros recompensamos la fe y la lealtad, y tú has demostrado tener ambas cosas. Además, tu viaje no ha terminado en este mundo aun. El Cielo tiene muchos planes para ti jovencita que tú aun no logras entender.
— ¿Planes para mí? —dijo Santana, pero Miguel se limitó a mirarla con ojos penetrantes.
—No estropeemos aun la sorpresa que te tenemos para ti.
Las palabras de Miguel me impresionaron. Él era uno de los miembros más importantes del Reino y yo no creía que mi rescate entrara dentro de sus planes. Pero parecía que Lucifer estaba jugando a un juego mucho más peligroso de lo que yo pensaba. Miguel estaba seguro de que nos encontrábamos a las puertas de la guerra y de que el Cielo tenía que reafirmar su dominio. A pesar de que no tenía ni idea de cómo iba a abrir el portal, él se mostraba confiado.
— ¿Vamos al portal? —Preguntó Quinn, que no quería perder más tiempo—. Hemos venido por un motivo.
—Muy bien —dijo Miguel.
Entonces, de debajo de su túnica, sacó un objeto tan brillante y poderoso que Santana tuvo que apartar la mirada.
Era una espada larga, llameante, que parecía vibrar en manos de Miguel, como preparada para cumplir su misión. El filo tenía una tonalidad azulada y su aspecto era casi demasiado elegante para ser un instrumento de destrucción. A lo largo de la empuñadura, que era de oro, se veía una inscripción en un idioma que ningún ser humano conocía. Las letras parecían resplandecer con una suave luz azulada. Esa espada estaba viva, como si tuviera espíritu propio.
—La Espada de Miguel —dijo Sam en tono de voz de gran respeto que yo nunca le había oído—. Ha pasado mucho tiempo desde que la vi por última vez.
—Existe de verdad… —preguntó Santana.
—Es más real de lo que imaginas —contestó Sam—. Miguel se levantó contra ellos en otra ocasión.
Santana se quedó pensativa un momento.
—Por supuesto —dijo por fin—. Está es el Apocalipsis: «Y hubo una batalla en el cielo. Miguel y sus ángeles lucharon contra el dragón, y el dragón y sus ángeles presentaron batalla». El dragón era Lucifer, ¿verdad?
—Exacto —contestó Sam—. Miguel era uno de los que lo envió al Infierno, siguiendo las órdenes de Nuestro Padre.
—Bien hecho —dijo Santana y Miguel arqueó una ceja. Yo sonreí ante el informal comportamiento de mi novia, comparado con el de mis hermanos—. ¿Y crees que puedes entrar?
—Vamos a verlo, ¿os parece? —repuso Miguel.
Se irguió con gesto poderoso, de pie, en medio de los raíles. La espada que llevaba en la mano empezó a vibrar con tanta fuerza que los pájaros de los alrededores emprendieron el vuelo y huyeron.
—Eh, amigo —dijo Santana en voz alta, incómoda—. Siento haberte llamado lerdo. Ha estado mal por mi parte.
Miguel asintió con la cabeza levemente en señal de que no se había ofendido. Entonces levantó la espada por encima de su cabeza y la luz del sol se reflejó en su filo.
—En nombre de Dios, te ordeno…
De repente noté que su potente voz empezaba a alejarse. Me estaba yendo, regresando al Hades. Luché por quedarme, necesitaba desesperadamente estar allí y ver si la espada de Miguel abría el portal. Pero el agudo timbre del teléfono de mi habitación me hecho regresar a mi cuerpo.
— ¿Sí? —respondí, haciendo malabarismos para que no se me cayera el auricular.
—El señor Thorn la espera en el vestíbulo —dijo la recepcionista.
Me di cuenta de que el tono de su voz era distinto al de la última vez que hablamos. En esa ocasión me había hablado con respeto, pero ahora se mostraba petulante.
—Dile que ahora mismo bajo.
Colgué el teléfono y volví a tumbarme a la cama. Exhalé con fuerza. No sabía qué pensar. ¿Era posible que Miguel estuviera a punto de abrir el portal y rescatarme? No me atrevía a creerlo. Vacilé unos momentos. Me sentía impotente, no sabía qué hacer. Pero estaba segura de una cosa: no podía permitir que Jake descubriera lo que acababa de ver. Tenía que seguir adelante con el trato, como si no hubiera pasado nada. Deseé que mis dotes de actriz estuvieran a la altura de este desafío.
Me reuní con Jake en el vestíbulo del hotel Ambrosía. Él ya no llevaba la habitual cazadora de motorista, sino que se había vestido con un esmoquin y se había puesto unos gemelos de plata, seguramente en un intento de aparecer como un héroe romántico. Pero los dos sabíamos que, por muy elegantes que fueran sus ropas, nuestro pacto no tenía nada de romántico. Puck y Hanna, apesadumbrados, se quedaron tras la puerta giratoria viéndonos marchar. Subí a la parte trasera de la limusina y arrancamos hacia los túneles del Hades. Mientras nos alejábamos, me despedí de ellos con un gesto de la mano, devolviéndoles con mi actitud la confianza que habían depositado en mí.
Finalmente, el coche se detuvo a la entrada de una especie de cueva. Bajé y miré a mí alrededor.
— ¿Esta es la idea que tienes de un sitio romántico? —Pregunté, incrédula—. ¿Por qué no has escogido un cuarto de limpieza?
—Espera y verás. —Jake sonrió con aire misterioso—. Todavía no has entrado. ¿Vamos?
Me ofreció su brazo y me condujo hacia la oscuridad. Me sujeté a él y ambos avanzamos por un corto túnel que se abrió, como por arte de magia, a una enorme sala de piedra que había sido decorada para la ocasión. Por un momento me impresionó su extraña belleza. Me detuve y contemplé el espacio.
—¿Has organizado tú todo esto?
—Soy culpable. Quiero ofrecerte una noche inolvidable.
Miré a mi alrededor, asombrada. El fondo de la cueva estaba cubierto por un agua lechosa que tenía el color del ópalo. En su superficie flotaban un sinfín de pétalos de rosa y de pequeñas velas que proyectaban una suave y temblorosa luz sobre las paredes de roca. El agua se matizaba con un millón de pequeñas sombras que bailaban en la superficie. Suspendidos en el aire, efecto de un encantamiento de Jake, flotaban unos grandes candelabros. Al otro extremo de la cueva había unas escaleras que conducían a una zona de tierra seca. En el centro de la misma reposaba una lujosa cama cubierta con sábanas de satén doradas y almohadas con flecos. Las paredes de piedra estaban decoradas con intrincados tapices y retratos de un mundo ya olvidado. Por todas partes colgaban pequeños espejos dorados que reflejaban la tenue luz y formaban una brillante pirámide. Un aria de ópera, procedente de unos altavoces ocultos, daba ambiente. Jack había convertido ese húmedo y oscuro lugar en un fantástico mundo subterráneo. Por supuesto, la elegancia de la estancia no hacía que las cosas fueran distintas para mí.
De repente vi una cosa medio sumergida en el agua. Se trataba de una estatua de la Venus de Milo. A pesar de la penumbra, percibí que un oscuro líquido le fluía por las mejillas de piedra y goteaba rítmicamente sobre el agua. Tardé un poco en darme cuenta de que la estatua lloraba con lágrimas de sangre.
Yo todavía no había dicho nada, cuando Jake chasqueó los dedos y una góndola suntuosamente adornada apareció ante nosotros.
—Tú primero —me dijo, galante, mientras me ofrecía su brazo para que me apoyara en él.
Subí con cuidado a la góndola y Jake se colocó a mi lado. Empezamos a surcar a brillantes aguas y nos dirigimos hacia la plataforma de piedra. Al llegar, salté fuera sin molestarme en recogerme la falda del vestido, que arrastró por el suelo. Jake se acercó a la cama y acarició el cubrecama con los dedos, invitándome con un gesto a su lado.
Ya estábamos el uno frente al otro. Los ojos de Jake manifestaban una avidez que me hizo estremecer. Lo único que yo era capaz de sentir era un gran vacío: me había quedado sin capacidad de notar nada y me movía automáticamente. Sabía que tenía que mantenerme tranquila y desapasionada mientras esperaba a que llegara ayuda… si es que llegaba. No me permití pensar en lo que sucedería si los planes de Miguel no iban tal como esperaba. Si lo hacía, no podría evitar chillar y empujar a Jake lejos de mí. Así que permanecí quieta, de pie, esperando. Jake alargó una mano y me acarició un brazo con sus dedos largos y delgados. Eran ágiles, así que al cabo de un momento, el tirante de mi vestido cayó dejando al descubierto mi hombro. Él se inclinó hacia adelante y puso sus calientes labios sobre mi piel. Recorrió la parte inferior de mi cuello y el lateral de mi garganta. Sus manos tomaron mi cintura y me empujaron contra él. Entonces me besó en los labios con furia. Yo procuré no pensar en la manera en que Santana me besaba: con suavidad y despacio, como si el mismo beso fuera el premio y no el preludio de otra cosa. Noté la lengua de Jake abriéndose paso entre mis labios y penetrando mi boca con insistencia. Su aliento, ardiente, me sofocaba. Sus manos empezaron a recorrer mi cuerpo, pero él no parecía darse cuenta de que yo no respondía. Entonces con un gesto rápido, me abrió la cremallera de la espalda y el vestido cayó al suelo. Sin casi haberme dado cuenta, me encontré delante de él sin nada más que un camisón de seda transparente.
Jake se apartó un momento con la respiración agitada, como si acabara de correr una maratón. Luego me empujó hasta la cama y se tumbó encima de mí mirándome con una expresión extraña. Se dejó caer sobre el lecho, a mi lado, y empezó a acariciarme la parte interna del muslo con unos pequeños movimientos del pulgar mientras me besaba el cuello, el pecho y el estómago.
¿Dónde estaban Miguel y los demás? De repente se me ocurrió algo escalofriante. Era muy posible que no hubieran conseguido abrir el portal con la espada, o quizá Miguel había cambiado de opinión. El curso del destino podía cambiar en cuestión de minutos y desde que yo me había ido podía haber pasado cualquier cosa. El corazón empezó a latirme con más fuerza y noté que el sudor me empapaba el pecho. Jake me acarició con un dedo y sonrió, satisfecho. Entonces me cogió una mano y se llevó uno de mis dedos a la boca.
—Parece que finalmente estás disfrutando… —observó.
Yo tenía la boca muy seca para decir nada, pero me obligué a responder.
— ¿No podemos acabar ya con esto?
Pensé que probablemente Jake querría hacer durar la experiencia tanto tiempo como fuera posible, pero su respuesta me pilló desprevenida.
—Podemos hacerlo como tú quieras.
Se quitó la camisa y la lanzó al suelo. Su pecho desnudo quedó expuesto ante mí; el cabello, de color chocolate, le caía sobre los ojos ardientes. Bajó la cabeza y me rozó una oreja con los dientes.
—Esto es solo el principio —susurró, mientras iba bajando y me lamía el cuello y el pecho—. ¿Te parece intenso? Pues espera, voy a ponerte al límite. Creerás que estás a punto de estallar.
Su tacto me hacía temblar de miedo. Quise decirle cien cosas, pero me obligué a permanecer callada. En lo más hondo de mi mente me parecía oír una voz que gritaba: «¿Y si no vienen?». Y a cada minuto que pasaba se me hacía más evidente que nadie iba a acudir en mi ayuda. Entonces intenté retrasar a Jake. Levanté una mano y le pasé un dedo por el pecho. Él se estremeció y se apretó contra mí con más fuerza.
—Estoy nerviosa —susurré, procurando que el tono de mi voz fuera lo más inocente posible—. Nunca he hecho esto.
—Eso es porque has estado con una aficionada —dijo Jake—. No te preocupes. Yo me encargaré de ti.
No se me ocurría qué más decir para retrasar lo inevitable. No había ninguna señal ni de Santana ni de mi familia, y ahora ya era demasiado tarde. No podía hacer nada más. Me relajé y cerré los ojos, aceptando el destino.
—Estoy lista —dije.
—Yo hace mucho que estoy listo —murmuro Jake, mientras me acariciaba los muslos con las manos.
De repente oímos un sonido parecido a un profundo rugido procedente de las entrañas de la cueva. Era como si las mismas rocas se estuvieran partiendo en dos. El sonido provocó un profundo eco a nuestro alrededor y Jake se incorporó en la cama, alerta y fiero, mirando a su alrededor con ojos de halcón. Por el sonido parecía que el techo de la cueva se estuviera hundiendo. Yo también me senté en la cama, con la esperanza de oír algún sonido reconfortante.
Jake soltó una retahíla de maldiciones. En ese momento, el muro más alejado de donde estábamos nosotros explotó, provocando una descarga de polvo y piedras, y un Chevrolet Bel Air descapotable de 1956 apareció por el agujero que se acababa de formar. El coche pareció volar en cámara lenta hacia nosotros y aterrizó a pocos metros con un golpe atronador. Era un vehículo largo y estilizado, tal como lo recordaba; los faros brillaban y la pintura azul se había desconchado por el agitado trayecto.
— ¿Santana? —susurré.
El parabrisas estaba cubierto de polvo, pero al cabo de un instante la puerta del conductor se abrió y alguien salió del interior. La vi tal y como lo recordaba: alta, con su cuerpo delgado y su piel canela los ojos color azabache. Su cabello negro largo y brillante y alrededor del cuello llevaba un crucifijo, que resplandecía a media luz. Quinn y Sam salieron por las puertas traseras y al erguirse en esa penumbra parecieron dos columnas de oro. La expresión de sus rostros era adusta, y sus ojos azules y verdes como el acero se clavaron en Jake. Un soplo de brisa les agitó el cabello dorado. Tardé un poco en darme cuenta de que habían desplegado sus alas, tal como hacían siempre que se enfrentaban a un conflicto. Se erguían a sus espaldas, como las de un águila, proyectando su sombra contra los muros de piedra. Se les veía igual de fuertes y majestuosos que siempre, pero me di cuenta de que el hecho de encontrarse allí los debilitaba. No pertenecían a ese lugar y pronto sus poderes empezarían a menguar. No había ni rastro de Miguel y supuse que él habría abierto el portal y se habría ido. Pero Sam llevaba su brillante espada en la mano. A Rachel tampoco se la veía por ninguna parte; seguramente la habían dejado en Alabama pensando que esa parte de la misión sería demasiado peligrosa para ella.
Santana mostraba una expresión de alivio. Dio un paso hacia delante y alargó la mano hacia mí, pero de inmediato, al ver el estado de mi vestido, se paró en seco. Observó la cama, las flores y las sábanas revueltas. Nuestros ojos se encontraron y la mirada de dolor que me dirigió me hizo sentir como si me hubieran dado una bofetada. Pareció perpleja al principio, luego enojada y, finalmente, desorientada, como si no pudiera manejar ese exceso de emociones.
Jake rompió el silencio.
—No deberíais estar aquí —dijo entre dientes—. ¿Cómo habéis conseguido entrar?
Sam dio un paso hacia delante y dibujó un arco en el aire con la espada.
—Digamos que hemos recibido refuerzos.
Jake soltó un siseo, como una serpiente, escupiendo saliva.
—Tú no puedes comprenderlo, pero nosotros cuidamos de los nuestros —dijo Sam.
Noté que Jake me clavaba los dedos en el hombro.
—Ella es mía —escupió—. No me la podéis arrebatar. Me la he ganado.
—Hiciste trampa y mentiste —dijo Sam—. Ella es nuestra y hemos venido a llevárnosla. Suéltala antes de que te obliguemos a ello.
Por un momento, Jake se quedó completamente inmóvil. Entonces, y de repente, noté que mis pies no estaban sobre el suelo. Sus dedos me atenazaban la garganta: colgaba de sus manos y la presión que sentía alrededor del cuello era insoportable. Di patadas en el aire, impotente, esforzándome por respirar.
—Podría romperle el cuello al momento —provocó Jake.
—Al infierno con todo esto —dijo Santana.
Y, antes de que nadie tuviera tiempo de reaccionar, cargó contra Jake con el hombro derecho, como si estuviera en el campo de juego. Este, desprevenido, me soltó y caí sobre la cama tosiendo. Los dos cayeron en el agua. Jake pareció desconcertado por la fiereza del ataque de Santana, que le propinó un puñetazo en la mandíbula. Ambos rodaron otra vez por encima de las rocas mojadas por el agua, luchando. Santana no dejaba de darle puñetazos y Jake gemía, incapaz de responder. Era evidente que santana tomo desprevenido. Pero Jake no jugaba limpio y, en cuanto tuvo la primera oportunidad, levantó una mano con gesto imperioso. Mi novia salió volando por la caverna y fue a caer sobre la cama, a mi lado. Jake chasqueó los dedos y unas cadenas se materializaron a nuestro alrededor, aprisionándonos. Se acercó con paso de depredador, ansioso por cobrar su presa. Se detuvo delante de las dos y le dio un puñetazo a Santana en el ojo izquierdo. Esta ladeó la cabeza con una mueca, pero no le quiso dar la satisfacción a Jake de mostrarse dolorida. Yo chillaba y me debatía por soltarme de las cadenas mientras Jake continuaba golpeando a Santana en la mandíbula. Un hilo de sangre empezó a caerle desde el labio inferior.
De repente una fuerza invisible levantó a Jake del suelo y lo lanzó al otro lado de la cueva. Las cadenas que nos ataban desaparecieron y Santana rodó a un lado, gimiendo. Entonces, mirándome, me dijo:
—Lo siento, lo siento mucho mi amor. Siento haber permitido que esto sucediera. Juré que siempre te protegería y te he decepcionado.
Yo la miré un instante, pero enseguida le rodeé el cuello con los brazos y apreté el rostro contra su cuello.
—Estás aquí —susurré—. Estás aquí de verdad. Oh, Dios, cuánto te he echado de menos.
Nos quedamos abrazadas unos minutos. Cuando nos separamos, vimos que mi hermano y mi hermana estaban acorralando a Jake. Este se había transformado: ya no era un pulcro caballero, sino que había cobrado una forma de algo que ni siquiera parecía humano. Tenía el pelo revuelto, le sangraba la nariz y sus ojos llameaban de rabia. Tenía el esmoquin rasgado y la camisa blanca mojada y rota.
Quinn y Sam, juntos, parecían unos contrincantes imbatibles.
—Libera a Brittany, Arakiel —advirtió Sam con voz grave—, antes de que esto se te escape de las manos.
—Tendréis que matarme —replicó Jake—. Y la primera vez lo hicisteis muy mal.
Sam apuntó a Jake con la espada.
—Hemos venido preparados.
— ¿Creéis que no sé lo que os ocurre en este lugar? —Dijo Jake—. A cada segundo que pasáis aquí os hacéis más débiles.
—Somos cuatro —puntualizó Sam.
—Sí, una humana y un ángel tan débil que ha estado a punto de rendirse ante un demonio.
Santana bajó de la cama y miró a Jake con ojos amenazadores.
—No hables así de ella.
— ¿Por qué? —Se burló Jake—. ¿No puedes soportar pensar que tu amiguita estaba a punto de dejar que un hombre disfrutara de ella? ¿De darle algo que tú no pudiste darle?
Santana negó con la cabeza.
—No es cierto.
—Pregúntaselo tú mismo —repuso Jake con aire de suficiencia.
Santana me miró.
— ¿Britt?
Yo no sabía qué responder. ¿Cómo podía decirle que había estado a punto de cometer una traición imperdonable? Abrí la boca para hablar, pero volví a cerrarla. Solo podía retorcer el trozo de sábana que tenía entre las manos.
—Me parece que este silencio es muy elocuente —dijo Jake, complacido.
Santana se mostró inquieta y se apartó un poco.
— ¿Así que es verdad? —Señaló con un gesto de la mano a su alrededor y añadió—: ¿Por eso todo este montaje?
—No lo comprendes —intervine—. Lo he hecho por ti.
— ¿Por mí? ¿Qué quiere decir eso exactamente?
Jake dio una palmada de alegría.
—Oh, vamos, no es el momento para enzarzarse en una riña de enamoradas.
—Hice un pacto —expliqué, desesperada—. Me aseguró que si me acostaba con él no volvería a intentar hacerte daño.
Los ojos plateados de Sam se clavaron en Jake.
—Eres una verdadera alimaña —dijo con expresión de repugnancia—. No culpes a Brittany, Santana. Ella no sabía que le estaba mintiendo.
— ¿Así era? —grité—. ¡Yo iba a entregarme a ti y tú me has mentido desde el!
—Por supuesto que sí —se mofó Jake—. No confíes nunca en un demonio, cariño. Precisamente tú deberías saberlo.
De repente, y antes de que yo dijera nada, Santana soltó una retahíla de maldiciones. Yo nunca lo había visto hacer algo semejante, e incluso Sam arqueó las cejas, sorprendido.
—Vaya, vaya. Parece que la chica linda tiene nervio, al fin y al cabo —dijo Jake.
— ¿Hasta cuándo nos molestarás? —Dijo Santana entre dientes—. ¿Es que es la única manera que tienes de encontrar satisfacción? ¿De verdad eres tan penoso?
Jake estaba distraído con Santana, así que aproveché la ocasión para saltar de la cama y ponerme entre mis dos hermanos.
—Aunque te escondas, no te escaparás de esta —me advirtió Jake en tono despreocupado.
—La verdad, hermano —repuso Sam, amenazador—, es que eres tú quien no va a escapar.
De repente, Sam se elevó del suelo impulsado por sus alas y se precipitó hacia Jake con la espada en alto. Todo ocurrió tan deprisa que ni siquiera tuve tiempo de verlo, pero oí el silbido de la espada cortando el aire y un gemido entrecortado. Cuando Sam volvió a poner los pies en el suelo, Jake tenía la espada profundamente clavada en el pecho. Santana se quedó boquiabierta e, inmediatamente, vino a mi lado y me paso un brazo por encima de los hombros. Jake estaba chillando. Agarró la empuñadura de la espada y se la arrancó del cuerpo con un fuerte tirón. El arma cayó al suelo, teñida de una sangre más espesa que la de un humano y negra como la noche. También la herida le sangraba y a su alrededor se formó un charco: Jake estaba perdiendo todo su poder demoníaco. Entonces sufrió un espasmo y se retorció en el suelo. En el último momento levantó la cabeza y alargó la mano hacia mí. Me miró con expresión suplicante y pronunció unas palabras que no oí. Al final, pude comprender lo que me estaba diciendo:
—Brittany, perdóname.
La compasión me incitó a acercarme, empujada por el deseo de ofrecer todo el consuelo que fuera posible.
— ¿Qué haces? —me preguntó Santana, a mis espaldas.
Pero yo estaba demasiado absorta en el dolor que percibía en los ojos de Jake. Aunque me hubiera atormentado en el Hades, yo sabía que todo eso era consecuencia de su retorcido deseo de ganarse mi afecto. Quizás, en el fondo, Jake solamente quería ser amado. Por lo menos no tendría que morir solo. Una parte de mí deseaba tener la oportunidad de decirle adiós.
—¡Brittany, no!
Estaba a punto de darle la mano a Jake cuando, de repente, alguien tiró de mí hacia atrás. Caí al suelo y vi un par de alas luminosas sobre mi cabeza. Sam, que había comprendido lo que iba a hacer, había cruzado la caverna volando para impedírmelo.
— ¡No te acerques! Si lo tocas, él te llevará consigo a la muerte.
Cerré las manos en un puño y me apreté el pecho con fuerza. Así que lo había juzgado mal otra vez. Parecía que Jake pensaba continuar fiel a sí mismo hasta la muerte.
Él continuaba mirándome. Por fin sufrió otra convulsión y se quedó quieto. Observamos cómo la luz se apagaba de sus ojos, vidriosos y clavados en el vacío.
—Todo ha terminado —susurré. Necesitaba decirlo en voz alta para creerlo. Sam y Quinn se acercaron y me abrazaron—. Gracias por haber venido a buscarme.
—Somos familia —contestó Sam, como si esa fuera la única explicación necesaria.
Tomé el rostro de Santana entre las manos. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Entonces me acarició las mejillas y me di cuenta de que yo también había llorado en silencio.
—Te amo —le dije simplemente, constatando un hecho indudable. Le hubiera podido decir muchas más cosas, pero en ese momento eso era lo único que necesitaba decirle. Eso era lo único que importaba.
—Yo también te amo, Britt —dijo Santana—. Más de lo que puedas imaginar.
—Tenemos que irnos enseguida —interrumpió Sam, empujándonos hacia el Chevy—. El portal no permanecerá abierto mucho tiempo más.
—Espera —le dije, antes de subir al coche—. ¿Y Hanna y Puck?
— ¿Quién? —preguntó Quinn, perpleja.
—Mis amigos. Ellos me han cuidado mientras he estado aquí. No puedo abandonarlos.
—Lo siento, Brittany. —Los ojos de Brittany se llenaron de una tristeza 300 profunda—. No podemos hacer nada por ellos.
—No es justo —grité—. Todo el mundo merece una segunda oportunidad.
—Los demonios ya están llegando. —Sam me cogió la mano—. Saben que estamos aquí y que el portal está empezando a cerrarse. Tenemos que irnos o nos quedaremos atrapados.
Asentí en silencio y los seguí, aunque unas hirvientes lágrimas se deslizaban por mis mejillas. Sam se puso al volante y yo me apoyé en Santana, en el asiento trasero. Miré hacia atrás por última vez y vi el cuerpo de Jake flotando en el agua. Lo que él me había hecho me perseguiría durante el resto de mi vida, pero ahora ya no podía hacerme más daño. Quise sentir rabia, pero solo conseguía sentir pena por él. Había muerto igual que había vivido; solo y sin haber conocido el amor.
—Adiós, Jake —susurré, apartando la mirada y apoyando la mejilla en los pechos de Santana.
Santana me dio un beso en la frente y sus delgados brazos me acogieron mientras el Chevy se ponía en marcha y avanzaba hacia el agujero de la cueva que ya empezaba a cerrarse. Mientras penetrábamos en la oscuridad, solo tuve un pensamiento en la cabeza: estaba regresando a mi vida de antes, a la vida que tanto había echado de menos y que tanto ansiaba volver a tener… pero allí mismo, entre los brazos de Santana, yo ya estaba en casa.
Emma.snix
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