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Fanfic Brittana-(Adaptacion) -Una noche de verano-CAP 29 Y 30 FINAL
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Fanfic Brittana-(Adaptacion) -Una noche de verano-CAP 29 Y 30 FINAL
HOLA ACA LES DEJO UNA NUEVA ADAPTACION DEL LIBRO ESCRITO POR GERRI HILL..ESPERO QUE LES GUSTE,LES DEJO LA INTRODUCCION Y SEGURO MAS TARDE SUBO EL CAP. SON CAPS LARGOS PERO SI NO LES GUSTA QUE SEAN TAN LARGOS ME AVISAN Y LOS DIVIDO EN PARTES
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UNA NOCHE DE VERANO
Nunca digas nunca jamás...
¿En qué momento Brittany Pierce prometió que nunca volvería a enamorarse?
Lo cierto es que lo hizo. Y de Santana Lopez, cuya fama de «devoramujeres» la precede, y que tanto
le recuerda a alguien que le hizo mucho daño. Pero (la carne es débil), en una cálida noche de verano, Brittany
sucumbe a los encantos de esta consumada seductora. Es sólo una noche, intenta convencerse, una noche
solamente, un capricho, un momento de debilidad... Y a partir de entonces, olvidarla será su obsesión.
Sabe además que el tiempo juega a su favor. Se acerca el final del verano, y el otoño las separará,
Brittany volverá a sus clases, lejos de Santana. O eso cree...
¿Sirve de algo negar la evidencia?
No hay escapatoria. Brittany intenta convencerse de que no siente lo que siente, y se resiste a ser arrastrada
por Santana. «Lo del verano, nunca más», se dice. Santana por su parte intenta convencerla de que no es la
que otros piensan y critican, una ligona cuyas «hazañas» tantos describen. Cuesta, pero el muro se
resquebraja. Mas cuando cree haber convencido a Brittany de que su amor es sincero, esa pertinaz mala
reputación vuelve a interponerse entre ellas.
¿Por qué no escuchar al corazón?
En un momento de zozobra y debilidad, Brittany acepta el consuelo que Santana le ofrece, un consuelo
exclusivamente físico, porque sigue firme tascando el freno de sus sentimientos. Aunque «firme» quizá
sea una palabra excesivamente categórica...
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UNA NOCHE DE VERANO
Nunca digas nunca jamás...
¿En qué momento Brittany Pierce prometió que nunca volvería a enamorarse?
Lo cierto es que lo hizo. Y de Santana Lopez, cuya fama de «devoramujeres» la precede, y que tanto
le recuerda a alguien que le hizo mucho daño. Pero (la carne es débil), en una cálida noche de verano, Brittany
sucumbe a los encantos de esta consumada seductora. Es sólo una noche, intenta convencerse, una noche
solamente, un capricho, un momento de debilidad... Y a partir de entonces, olvidarla será su obsesión.
Sabe además que el tiempo juega a su favor. Se acerca el final del verano, y el otoño las separará,
Brittany volverá a sus clases, lejos de Santana. O eso cree...
¿Sirve de algo negar la evidencia?
No hay escapatoria. Brittany intenta convencerse de que no siente lo que siente, y se resiste a ser arrastrada
por Santana. «Lo del verano, nunca más», se dice. Santana por su parte intenta convencerla de que no es la
que otros piensan y critican, una ligona cuyas «hazañas» tantos describen. Cuesta, pero el muro se
resquebraja. Mas cuando cree haber convencido a Brittany de que su amor es sincero, esa pertinaz mala
reputación vuelve a interponerse entre ellas.
¿Por qué no escuchar al corazón?
En un momento de zozobra y debilidad, Brittany acepta el consuelo que Santana le ofrece, un consuelo
exclusivamente físico, porque sigue firme tascando el freno de sus sentimientos. Aunque «firme» quizá
sea una palabra excesivamente categórica...
Última edición por floor.br el Jue Feb 13, 2014 3:32 pm, editado 10 veces
floor.br***** - Mensajes : 258
Fecha de inscripción : 07/01/2014
Edad : 27
Re: Fanfic Brittana-(Adaptacion) -Una noche de verano-CAP 29 Y 30 FINAL
Mmm me gusta!
Espero el cap pronto & si son largos mejor aun :D
Saludos :)
Espero el cap pronto & si son largos mejor aun :D
Saludos :)
Elita- - Mensajes : 1247
Fecha de inscripción : 17/06/2012
Re: Fanfic Brittana-(Adaptacion) -Una noche de verano-CAP 29 Y 30 FINAL
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Capítulo uno
Hacía calor. Demasiado calor para el mes de junio, pensó, mientras apuntaba la rejilla del aire
acondicionado hacia su rostro y aceleraba por la autopista MoPac en su nuevo Mazda negro. Al echar una
ojeada por el techo solar no vio más que cielo azul, sin tan siquiera una triste nubecilla blanca que
ocultase el sol. Hizo una mueca. El verano había empezado con fuerza en Austin.
Se preguntó de nuevo por qué se había dejado convencer para ir al torneo de softball. Rachel, su mejor
amiga, la había estado llamando toda la semana, suplicándole que acudiese, hasta que por fin cedió. El
verano era su época favorita, el tiempo para estar sola y ponerse al día en todas las cosas que se había
perdido durante el año. Sin clases que impartir hasta el semestre de otoño, quería pasar el verano yendo
al lago Travis cuando le apeteciese y reanudando sus lecturas, no sentarse al ardiente sol viendo a un
grupo de mujeres corriendo alrededor de las bases. Pero Rachel había replicado, que si quería conocer a
alguien, tenía que salir.
Bueno, Brittany Pierce no quería conocer a nadie, insistió tercamente, pero Rachel se negó a oírla.
—Sólo tienes veintiseis años. Dios, estás actuando como si tu vida se hubiese acabado y te
hubieras resignado a ser una vieja solterona.
—No soy una solterona. Simplemente no estoy interesada en tener una relación en estos momentos.
—¿Quién está hablando de relación? No sales nunca, Britt, Me cabrea pensar que acabes sola para
siempre. Ya han pasado tres años, lo sabes.
—Sé perfectamente cuánto tiempo ha pasado.
—Pues vente con nosotras. Nos beberemos unas cervezas y las animaremos un poco.
Así que acabó aceptando. Después de todo, era cierto que habían pasado ya tres años desde que
Zoe la dejó para volverse a Nueva York. Un traslado laboral, había dicho.
Brittany rió amargamente. Los tres años transcurridos no habían disipado su ira. Cuando se enteró de
que Zoe había estado viendo a alguien en secreto durante casi seis meses antes de mudarse con su
nueva novia, Brittany quedó destrozada. ¿Cómo podía haber estado tan ciega como para no darse cuenta?
¿Se sentía tan satisfecha con su relación que nunca había pensado siquiera que Zoe se había vuelto
distante? ¿Que Zoe tenía otra amante? Habían estado juntas durante cuatro años, los dos
últimos compartiendo la casa de Britt en Bull Creek, y ella había sido lo bastante ingenua como para
pensar que todo era perfecto entre ellas.
Sacudió la cabeza, negándose a escarbar en aquellos viejosrecuerdos. Prefirió concentrarse en
conducir, con las manos firmes sobre el volante, mientras el tráfico del sábado zumbaba a su alrededor.
Todavía cuidaba mucho su coche nuevo, y no había vuelto aún a su hábito de atajar zigzagueando
ágilmente entre el tráfico. Avistó la salida que Laurenía tomar y pronto estuvo a sólo unas manzanas del
enorme complejo d campos deportivos del sur de Austin. Cientos de coches llenaban la zona de
estacionamiento. Brittany recordó que Rachel había dicho que era el mayor torneo femenino que hubiese
albergado nunca la ciudad de Austin. Había equipos de todo Texas, además de unos cuantos de otros
estados.
Por fin encontró un lugar donde aparcar, en la fila de atrás, y abrió la puerta. La vaharada de calor le
hizo fruncir nuevamente el entrecejo.El verano no era su época favorita del año en Austin. ¡Oh, claro que
le gustaba ir al lago y flotar en su neumático, en Bull Creek! Pero los veranos se hacían más y más largos
cada año. Agradeció haberse puesto una camiseta de tirantes. La ligera brisa no estaba ayudando mucho.
Se abrió el escote para abanicar el aire hacia él. Pocas veces llevaba sujetador, una ventaja de tener
poco pecho, pensó.
Probablemente la única. Cogió la silla plegable y su neverita de cervezas del maletero y se encaminó hacia los campos.
Había en total diez campos de softball. Se dirigió al número tres, donde jugaba su equipo. Divisó a
Rachel y a Quinn, y se abrió paso hacia ellas entre la multitud, disculpándose cada vez que la silla o la
nevera tropezaban con alguien.
—¡Has venido! —exclamó Rachel, poniéndose de pie y haciéndole sitio.
—Te dije que vendría —dijo Brittany con una sonriza forzada.
Empezaba ya a enfurruñarse al sentir el sudor escurriéndose entre sus omóplatos.
—Sí, pero llegas tarde. Hace media hora que empezó.
Brittany se encogió de hombros, abrió la silla y empujó la nevera bajo ella.
—Hola, Quinn. ¿Está lo bastante caliente para ti?
Quinn rió ante el acostumbrado comentario, y le presentó a las otras chicas que estaban sentadas con
ellas.—
Éstas son Emma y Shelby —dijo.señalando a dos mujeres algo mayores, que se hallaban sentadas a
su lado—. Seguro que me has oído mencionarlas.
—Sí —dijo Britt, sonriéndoles.
—Y ésta es Emily.
Se volvió hacia una chica más joven, que miró hacia arriba y sonrió, para después volver su atención
al partido.
—Emily trabaja con Lauren —explicó Quinn.
—Hace siglos que no veo a Lauren —dijo, dejándose caer en su silla sin ceremonias, con los ojos
cerrados por el calor—.
Dios, ahora mismo podría estar metida en el agua —murmuró.
—Venga, no te pases —dijo Rachel—. No hace tanto calor.
—Treinta y cinco grados, y ni siquiera estamos a mediados de junio. ¿Cómo va a ser esto en agosto?
—Treinta y ocho, como siempre —dijo ella.
Rebuscando bajo la silla de Brittany, sacó una cerveza de entre el hielo y se la ofreció: —Toma,
refréscate.
—Gracias.
Britt desenroscó el tapón y se bebió casi la mitad; después frotó la fría botella contra la cara.
—Oh, qué gustito —suspiró.
—Sí.
—Bueno, ¿cómo va el marcador? —quiso saber.
—Ganamos por uno —contestó Quinn, y le chilló a Paige que batease.
Rachel y Quinn nunca habían jugado a softball. De hecho, Britt dudaba que Quinn hubiese practicado nunca
algún deporte. Sin embargo, asistían a todos los partidos, y Rachel se refería guasonamente a Quinn y a ella
misma como «las mascotas del equipo». Eran un extraño dúo: Quinn, rubia, alta y alocada; Rachel, morocha, baja y autoritaria. Pero eran la pareja más feliz que Britt había conocido y
todavía estaban muy unidas, después de diez años.
Britt concentró su atención en el juego. Conocía a casi todo el equipo. No era que asistiese a muchos
partidos, pero habían jugado juntas durante años y, como todas eran amigas de Rachel, había estado antes
con ellas. Algunos de los miembros habituales del equipo no habían podido asistir al torneo y Britt sabía
que Bo había venido a jugar desde San Antonio.
—¿Juega Hannah? —preguntó Brittany.
Hannah era una amiga suya de la facultad, y se la había presentado a Rachel años atrás.
—Juega de segunda, hoy —dijoRachel—. Bo se ha traído a alguien con ella desde San Antonio para que juegue de tercera.
Bo era la prima de Rachel y, a pesar de ello, eran buenas amigas. Rachel miró hacia ella y frunció
el entrecejo.
—¿No has traído gorra?
—No —contestó, achicando sus azules ojos Laurenido al sol—. También me he dejado el protector
solar. ¿Tienes tú?
—Tengo yo —ofreció Quinn, buscando la crema en su bolso-—-. Dios, es un horror hacerse vieja,
¿verdad?
Brittany le lanzó una mirada irónica y abrió el tubo.
—¿Recordáis cuando estábamos horas y horas al aire libre y ni siquiera se nos pasaba por la cabeza
lo de las arrugas?
—El cáncer de piel, Quinn —le dijo Britt—, no las arrugas.
—Cuando éramos jóvenes no usabamos protector solar.
Estoy segura de que el daño ya está hecho.
—¿Qué quieres decir con eso de cuando éramos jóvenes?
—preguntó Rachel, lanzando una carcajada.
—Ya casi tengo treinta, ¿recuerdas? Mis días de juventud han pasado.
—Hace ya tres años que casi tienes treinta rio Britt.
—Sí, bueno, esta vez es cierto —dijo ella.
Rachel le guiñó un ojo a Brittany.
—Tres meses más —susurró—. Eso es lo que nos queda de tener que escuchárselo.
Paige bateó una bola alta hacia el exterior central y la entrada finalizó. Britt divisó a Hannah cuando se
dirigía a la segunda base y la saludó con la mano.
—Hace ya tiempo que no veía a Hannah —dijo.
—Bueno, si salieses más con nosotras la verías —replicó Rachel.
—Sabes que no voy al bar durante el curso.
—Todo el mundo sabe que eres lesbiana. ¿Qué problema hay?
—No me haría ninguna gracia encontrarme allí a alguna de mis alumnas.
Las jugadoras corrieron a sus posiciones, y su mirada siguió a una mujer a la que no conocía. Era
altura promedio buen cuerpo y muy bronceada. Britt la observo mientras corria hacia la tercera base.
La forastera se quitó la gorra y se pasó los dedos por el pelo largo y socuro para apartarselo de la
cara. Era muy morena, una de esas personas que parecen bronceadas en cualquier época del año, cosa
que Brittany siempre había envidiado. A ella le costaba mucho ponerse morena, al ser tan rubia y de ojos
azules.
La mujer volvió a ponerse la gorra y pateó el polvo del suelo con el pie. Golpeó el guante con el
puño y después se agachó hasta la posición de listos, mientras Brittany la miraba atentamente. Dios, qué
guapa, pensó.
—Esa es Santana Lopez —dijo Rachel, siguiendo su mirada.
—¿Quién? —preguntó Britt inocentemente.
—La tercera base.
—Oh.
Apartó la vista, avergonzada. Nunca había sido de las mironas.
Sharon, la lanzadora, era el miembro más joven del equipo, pues no había cumplido los veinte.se
volvió para asegurarse de que sus compañeras estaban preparadas antes de hacer su primer lanzamiento.
Brittany vio volar alto la bola y después volvió a girar la vista hacia la tercera base. La mujer le gritó algo a Marleyy después se acercó un poco más al cuadro interior. El siguiente lanzamiento salió
disparado al campo exterior y la jugadora exterior izquierda lo persiguió y lo atrapó sin esfuerzo, para
lanzarlo de nuevo al cuadro interior.
Brittany volvió a sentarse en su silla para observar el lanzamiento de Sharon, pero no consiguió
desviar su mirada de la tercera base durante mucho tiempo. Sus ojos siguieron la bola mientras rebotaba.
sobre la línea de la tercera base. Santana Lopez se hizo con ella; la recogió suavemente y la envió como
una bala a la primera base. La corredora quedó eliminada por tres pasos. Britt sonrió, mientras Santana se
daba la vuelta para regresar a la tercera base. La siguiente bateadora envió la pelota muy alta, y la
mirada de Britt siguió a la morena mientras volvía corriendo hacia el banquillo, recibiendo las
felicitaciones de sus compañeras de equipo.
Brittany no podía verla en el banquillo, techado y situado en un foso, por lo que mantuvo
intencionadamente la mirada fija sobre el campo. Hannah fue la primera en batear y Britt gritó para animarla
cuando el primer lanzamiento pasó sobre la paradora en corto y voló hacia el campo exterior. Entonces,
su respiración se detuvo al ver a Santana Lopez caminando confiada hacia la plataforma de lanzamiento
y haciendo unos giros de entrenamiento antes de entrar en el cajón de la bateadora.
—¡Animo, Santana! —gritó Hannah desde la primera base.
—Consiguió una cuadrangular en su primer tiempo —dijo Quinn
—¿De veras? —murmuró Britt, intentando parecer indiferente, mientras observaba con toda su atención
a Santana, que esperaba el primer lanzamiento.
Fue un tiro bajo ,ella dio un paso atrás y volvió a hacer un giro de entrenamiento. Brittany vio cómo
se destacaban los músculos de los brazos de Santana al aferrar el bate. Aguzó el oído cuando Santana le dijo
algo a la receptora, sonriendo brevemente antes de volver de nuevo su atención a la lanzadora. El
siguiente lanzamiento fue perfecto y Santana lo envió alto hacia el campo exterior. La exterior izquierda se
volvió y corrió hacia la valla, pero la bola pasó por encima de su cabeza. Hannah ya estaba rodeando la
tercera base. Santana corrió, pasó la segunda base y aceleró hacia la tercera, lanzándose en plancha de
cabeza contra la almohadilla y llegando justo a tiempo para superar al lanzamiento.
De repente, Britt se encontró aclamándola con el resto de los espectadores, mirando muy interesada
cómo Santana se ponía dé pie y se sacudía el polvo de los pantalones y la camiseta, moviendo ausente las
manos por encima de los pechos y el estómago, mientras sonreía; sus dientes, muy blancos, destacaban
contra su piel bronceada. Brittany la miraba fijamente, incapaz de apartar la vista, mientras Santana
charlaba con la jugadora del equipo contrario, sin poder borrar la sonrisa de su rostro, como si estuviese
sorprendida de su acierto.
—Es una gran jugadora —dijo Rach-Bo dijo que jugaba en la liga
de su college y en
California.
Britt asintió y volvió a obligarse a apartar la vista. La forma en que la miraba empezaba a incomodarla.
No era nada propio de ella el sentir una atracción tan inmediata por alguien, especialmente por alguien a
quien todavía no había sido presentada. Además, dudaba que ella pudiese atraerla. Las mujeres como
aquélla tienen siempre a su alrededor un montón de chicas locas por sus huesos. Santana tendría
seguramente una larga lista de mujeres babeando por ella por las calles de San Antonio.
Las dos siguientes bateadoras quedaron eliminadas, y Santana seguía todavía en la tercera, palmeando
para urgir a Lauren que la enviase a meta. Lauren bateó el primer lanzamiento, que cayó entre la primera y la
segunda, justo fuera del alcance del otro equipo, y Santana corrió a la meta, subió a la plataforma de
lanzamiento y recogió el bate que había dejado Lauren.
—¡Enhorabuena, Lopez! —gritó alguien desde el banquillo, y Britt vio como caminaba Santana frente a
ellas, sonriendo todavía.
Durante un segundo miró en su dirección. Britt se quedó helada cuando unos ojos
oscuros se detuvieron un instante en ella. Entonces Santana entró en el banquillo, recibiendo las
palmadas en la espalda de sus compañeras, fuera de la vista de Britt, que con algo de esfuerzo volvió
de nuevo su atención al campo.
El partido finalizó veinte minutos más tarde y Britt se puso en pie para estirar las piernas. El calor, en
el que no había pensado durante el encuentro, volvió a sofocarla. Tomó otra cerveza de su neverita,
bebió un largo trago y se secó la frente. Los equipos estaban sobre el campo, estrechándose las manos y
hablando. Se obligó a apartar los ojos
de Santana Lopez y los fijó en Hannah, que caminaba hacia la valla.
—¡Britt! Me alegra que hayas venido —saludó Hannah.
—¡Hola! Has jugado muy bien, Hannah.
—Gracias. Tenemos otro partido a las tres. ¿Te quedas?
—Sí —respondió de inmediato.
—Estupendo. En un minuto estoy contigo —dijo
Hannah, caminando hacia el banquillo.
Britt saludó a Lauren con la mano cuando volvía al banquillo y de repente se dio cuenta de que no había
hablado con ella desde Navidades. ¿O era desde Año Nuevo? Habían sido buenas amigas tiempo atrás.
Compartieron comidas y sesiones de cine. Cuando ambas estaban sin pareja, pasaron muchas veladas
juntas. Pero después Britt empezó a salir con Zoe y Lauren desapareció de su vida, excepto en las
vacaciones en grupo, por lo que parecía. Suspiró. ¿Acaso no era siempre así?
Abandonas a tus amigos por un amor y, cuando el amor se va, tus amigos también se han ido. Britt
volvió a suspirar. Ahora eran como dos extrañas y Britt se hizo el propósito de invitarla a cenar alguna
noche, muy pronto.
Cuando notó una palmadita en el hombro, volvió a la realidad; miró hacia el campo y siguió a Rachel y
a Quinn, que iban al encuentro de las jugadoras. Brittany notó vividamente su propio nerviosismo al
buscar con la mirada a Santana Lopez. La localizó hablando con Bo, y comprendió que Rachel y Quinn
iban hacia allí. Se quedó un poco rezagada, algo temerosa de encontrarse con ella, pero Rachel se giró y le
hizo gestos para que las siguiese.
—¿Bromeas? Tuve mucha suerte de llegar a la tercera —estaba diciéndole Santana a Bo, sonriente,
y Britt contuvo la respiración cuando Santana miró a su alrededor y nuevamente descansó en ella sus oscuros
ojos—
Un gran partido —alabó Rachel—. Las habéis machacado.
—Sí. Ellas también eran favoritas para ganar el torneo. —Bo hizo una mueca y después se volvió
hacia Brittany—jo, ésta es Santana Lopez, una amiga mía de San Antonio.
Se volvió hacia Santana y señaló a Britt: —Brittany Pierce.
—Hola —dijo
Santana, extendiendo la mano.
Britt se vio obligada a estrechársela, a sentir los dedos de Santana envolviendo su mano, a sentir su firme
apretón. Mantuvo la mirada baja mientras sus manos estuvieron unidas, y después alzó la vista para
encontrarse directamente con los ojos
de Santana, de un color pardo muy oscuro.
—Encantada de conocerte. Has jugado muy bien —dijo
Santana soltó lentamente su mano y sonrió.
—Gracias, pero han sido golpes de suerte. Mis días de softball terminaron hace años.
—¡Oh, venga! —rezongó Bo—. Prácticamente he tenido que rogarle que jugase, y mira lo que
hace. Santana hizo una mueca, mostrando su dentadura blanca y perfecta.
—Han pasado ya muchos años, Bo.
—No eres ni de lejos
la más vieja de este equipo.
—Creo que ese honor lo tienes tú, ¿no? —preguntó Rachel, y todas rieron.
—Pues a ti no te falta mucho para alcanzarme —replicó Bo.
Britt sonrió y volvió a levantar la vista, y descubrió que Santana Lopez estaba mirándola. Sus ojos
se
encontraron un segundo, y después miró a lo lejos
hacia el campo donde ya estaba calentando otro
equipo.
—Tengo que conseguir algo para beber —repuso Santana, y después le dijo
a Brittany—: Oye,
encantada de conocerte.
Espero que te quedes al próximo partido.
—Lo haré —dijo ella sonriendo.
—Estupendo.
Santana se volvió hacia las demás.
—Nos vemos más tarde —dijo y se marchó.
—Es muy buena, Bo —comentó Quinn, cuando Santana se hubo marchado—. ¿Dónde la encontraste?
—Da clases en St. Peter. Bueno, al menos durante el curso pasado. Es de California y, cuando estaba
en el college, jugaba en el equipo de Stanford.
—¿Y dónde la conociste? —preguntó Rachel.
—En una fiesta, hace ya tiempo. Es muy simpática. Me cae muy bien.
Britt atendía a la conversación mientras sus ojos seguian a Santana Lopes que caminaba hacia el
aparcamiento. Lo mínimo que se podía decir era que aquella chica la fascinaba.
En realidad, lo más exacto sería decir que se había encaprichado de ella.
Se quedaron a la sombra, charlando en grupitos, y Britt se alegró de haber ido. Hannah se acercó para
ponerse al día de las novedades, porque hacía un par de meses que no se veían.
También charló con las otras jugadoras, a las que había perdido de vista tiempo atrás, pero no pudo
evitar escudriñar el aparcamiento en busca de Santana, esperando su regreso.
-¿Britt?
Britt se dio la vuelta. Sonrió a Lauren y le dio un rápido abrazo de bienvenida.
—¡Cuánto tiempo, Lauren! ¿Cómo estás?
—Muy bien. ¿Y tú?
—Estupendamente —dijo. Hace siglos que no nos vemos.
—¿Por qué hemos dejado que sucediese?
—Bueno, simplemente dejamos de estar en contacto cuando empezaste a salir con Zoe —dijoLauren
—, y después de que rompieseis no volvimos a coincidir.
—Ha sido culpa mía —reconoció Britt—. ¿Por qué no cenamos una noche de éstas? ¿O no es una buena
idea?
Britt miró en derredor para comprobar si alguien las estaba mirando.
—¿Estás saliendo con alguien?
—No, no. Ya me conoces, siempre independiente —la tranquilizó Lauren—, Lo de la cena suena bien.
—Magnífico. Nos reuniremos y nos pondremos al día —dijo Britt
Lauren se fue y Britt dio una vuelta. Buscaba a Rachel, pero era consciente de que también buscaba a Santana
Lopez. Oh, estaba actuando como una adolescente que acababa de experimentar un tremendo flechazo.
Volvió resueltamente a su silla portátil, caminando a grandes zancadas, pensando que era cierto que tenía
que salir más a menudo.
Santana no volvió a aparecer hasta poco antes del comienzo del siguiente partido. Las otras estaban ya
animándolas cuando compareció en el terreno de juego, presurosa, acarreando su bate y una botella de
agua.A pesar de que no dejaba de repetirse a sí misma que estaba actuando como una estúpida, Britt la
observaba de cerca. Miró sin perder detalle cómo Santana tomaba una pelota y empezaba a practicar
lanzamientos con Bo, doblando su esbelto cuerpo en cada tiro. Sonreía a menudo y charlaba con la
jugadora más cercana, mientras lanzaba la bola de acá para allá con gesto ausente. Britt estaba hipnotizada.
No podia apartar la mirada.
—¡Ehí —le dijoRachel, volviéndola a la realidad.
-¿Sí?
—¿Qué estás mirando? —preguntó con una sonrisa.
Britt enrojeció y se maldijo sí misma en silencio.
—Nada.
—Ya —dijo ella golpeandole el brazo-Es bueno saber que hay alguien vivo ahí.
Britt la ignoró y cogió otra cerveza de la nevera.
Esta vez su equipo estaba en el banquillo de la tercera base y, aunque ella podía verlo perfectamente
desde allí, se contuvo a propósito. En cambio fingió interesarse por el otro equipo, que estaba haciendo
el calentamiento, pues intentaba que alguna distrajera su atención tanto como Santana Lopez.
Ninguna lo consiguió.
Empezó el partido, y su mirada nunca se alejaba de la tercera base. Santana jugaba muy experta en su
puesto, agarrando cada bola baja que iba rebotando en su dirección y tirando una bola rápida como una
bala hacia la primera base cada vez. Britt estaba impresionada, como poco. Fue el bateo de Santana el que
hizo ganar el partido. En su primera actuación, con dos corredoras en movimiento, machacó la bola hacia
el exterior central, y Britt sonrió cuando la vio volar hacia la valla. Entonces contempló cómo recorría las
bases, tocando grácilmente con sus largas piernas cada una de ellas, mientras se apresuraba hacia la meta
antes de que la bola volviese al diamante.
La sonrisa de Santana al cruzar la plataforma de lanzamiento de la meta era enorme y contagiosa, y fue
palmeando las manos de todas las jugadoras que se iba encontrando. Britt la observaba sobrecogida,
mientras ella se encaminaba al banquillo.
—¡Caray! —exclamó Quinn.
—¡Sí señor! —añadió Rachel.
Al finalizar el partido, Brittany permaneció con las otras 20
mientras charlaban acerca de las jugadas, recordando todas y cada una de ellas. Santana parecía algo
incómoda ante la atención que le dedicaban y de nuevo atribuía sus éxitos a la mera casualidad. Britt se
sentía íntimamente complacida de que alguien con un talento tan patente no fuese vanidosa ni arrogante.
Por otra parte, quizás si se hiciese valer un poco más perdería su atractivo. Britt sentía algo por Santana
Lopez.
Las chicas estaban decidiéndose por ir a un restaurante de comida mexicana, y Britt se sorprendió
aceptando ir a cenar con ellas antes incluso de ser consciente de lo que hacía.
-“Esta vez no llegues tarde, Britt —le advirtió Rachel cuando ya se marchaban.
—No lo haré.
Cerró el maletero de un golpe y se metió en el coche. Subió al máximo el aire acondicionado y se
encaminó hacia su casa.
Se negó a reconocer que había aceptado ir a cenar simplemente porque Santana Lopez estaría allí.
Ya era hora de que saliese un poco, como decía siempre Rachel. ¡Sí señor! Después introdujo un CD en el
lector y fue escuchando a Elton John camino a casa.
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PRIMER CAP LISTO,SI PUEDO SUBO EL CAP 2 MAS TARDE.SALUDOS
floor.br***** - Mensajes : 258
Fecha de inscripción : 07/01/2014
Edad : 27
Re: Fanfic Brittana-(Adaptacion) -Una noche de verano-CAP 29 Y 30 FINAL
hola
me gusto mucho tu adaptación,....
se ve muy interesante,... quiero ver como van las cosas,..
nos vemos!!!
me gusto mucho tu adaptación,....
se ve muy interesante,... quiero ver como van las cosas,..
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: Fanfic Brittana-(Adaptacion) -Una noche de verano-CAP 29 Y 30 FINAL
Me encanta :)
Britt ya cayo en los encantos de Lopez :3
Espero actualices pronto ;)
Britt ya cayo en los encantos de Lopez :3
Espero actualices pronto ;)
Elita- - Mensajes : 1247
Fecha de inscripción : 17/06/2012
Re: Fanfic Brittana-(Adaptacion) -Una noche de verano-CAP 29 Y 30 FINAL
Capítulo dos
Por supuesto que llegaba tarde. Después de la ducha no era capaz de decidir qué iba a ponerse. Fuera
seguía haciendo tanto calor que no podía imaginarse en vaqueros, pero unos pantalones cortos le parecían
demasiado informales. Después de planchar ambos y de extenderlos sobre la cama, se decidió por los
vaqueros. Tras embutirse en una camisa de algodón nuevecita, negándose a darle vueltas al esfuerzo extra
que estaba haciendo por mejorar su apariencia, se aplicó cuidadosamente la pequeñísima cantidad de
maquillaje que llevaba siempre y se roció ligeramente el cuello y las muñecas con perfume. Llevaba el
pelo rubio largo,atado por el calor, y se lo apartó de la cara con un par de golpes de cepillo.
Se miró en el espejo durante más tiempo de lo que era habitual. Había estado al sol demasiado
tiempo y sus mejillas eran buena prueba de ello. Al mirarse más de cerca se frotó ligeramente con el
dedo bajo uno de los ojos. ojeras: empezaban a notarse. Dio un paso atrás. Desde esa distancia no eran
tan evidentes. Riéndose de sí misma, puso los brazos en jarras y echó hacia atrás los hombros, intentando
parecer más alta. No funcionó. No es que fuese bajita; simplemente, no era alta. Se había pasado toda la
época del instituto deseando ser pequeña y delicada, para que los chicos se fijasen más en ella.
Después se pasó los años del college deseando ser más alta, especialmente desde que se enamoró por
primera vez de una mujer, una jugadora de baloncesto, nada menos. Pero tenía la misma estatura media,
normal y corriente, que cuando cumplió los diecisiete. Dio un último toque a su peinado con los dedos y
se apresuró a salir.
Habían quedado en encontrarse en el Bonita's Café de Congress Avenue a las siete en punto, y eran
casi las siete y cuarto cuando Brittany llegó a los alrededores, conduciendo despacio en busca de un
lugar donde estacionar. Después de cruzar dos veces acabó estacionando a dos manzanas de allí, y salió
disparada, corriendo por la acera, cuando distinguió el automóvil de Rachel a dos pasos de la puerta
principal. Menuda suerte tienen algunas, pensó.
Las oyó antes incluso de verlas. Antes de que la maítre pudiese preguntarle, algo ella sonrió, señaló
hacia allí y se abrió camino entre los que esperaban conseguir mesa.
—Hola, Britt. Pensé que habías decidido no venir —dijo Rachel.
Le había guardado un sitio junto a ella. Brittany se sentó, agradecida, y saludó a las mujeres que
estaban a su alrededor.
—Tarde y mal, como siempre —murmuró.
—Bueno, te he pedido un margarita. Espero que te guste.
—Estupendo —dijo, sonriendo para agradecérselo.
Sólo entonces miró en torno a la mesa. Estaban la mayoría de las jugadoras y sus parejas, y Britt las
conocía a casi todas. Su mirada se detuvo al encontrarse con los brillantes ojos oscuros de Santana
Lopez. Santana le sonrió desde el otro lado de la mesa, sosteniendo su mirada, y Britt sintió el calor que
pensaba haber dejado en la calle. Enrojeció y apartó la vista, agarrando el vaso de agua que había frente
a ella. Tomó un buen trago, evitando la mirada que venía del otro lado de la mesa.
Trajeron su margarita y Britt lo sorbió, agradecida, sintiendo su frescor garganta abajo. Era sólo
sofoco, se dijo a sí misma.
Había estado demasiado tiempo al sol. Encargó su habitual enchilada y después picó de los fritos de
maíz recién hechos y de la salsa que colocaron a su alcance. La conversación alrededor de la mesa se
centraba en los partidos y, mientras ellas rememoraban con entusiasmo cada jugada y cada golpe, Britt
escuchaba, consciente todo el tiempo de la presencia de la mujer que se sentaba pocos asientos frente a
ella. Cuando Santana habló de sus éxitos y de la suerte que había tenido en sus cuadrangulares, Britt pudo
observarla a gusto. Sus esbeltos y largos dedos sostenían ligeramente el vaso y, sin darse cuenta, frotaba
la escarcha de lo lados mientras hablaba. Parecía casi incómoda ante la atención que se le dispensaba. Britt
notó que rápidamente desviaba la conversación hacia Marley, que había lanzado fuera en dos ocasiones.
—Oh, bueno, como si no hubiese tenido gente apoyándome detrás —dijo Marley.
Estaba sentada junto a Kitty, a la que Britt sólo había visto una vez.
—Hay que reconocer que tenemos un buen equipo —dijo Lauren, y todas estuvieron de acuerdo.
Brittany permaneció en silencio durante casi toda la comida, pero no se perdió detalle, y menos en
todo lo que respectaba a Santana Lopez. La observaba constantemente cuando ella no se daba cuenta y
bajaba rápidamente la vista en cuanto Santana miraba en su dirección. Hablaba en voz baja con Rachel y
Quinn, pero sin tomar parte en la conversación general.
No estaba muy segura de qué hacer con la atracción que sentía por Santana. Era tan extraña en ella que
la atribuía al calor del verano. ¿Por qué otra razón miraría tan fijamente a una mujer casi desconocida,
preguntándose cómo podían existir unos ojos de un pardo tan oscuro?
Tras la cena se quedaron un rato en la calle, pues la temperatura había descendido hasta unos
tolerables veinticuatro grados. A nadie le apetecía dar por terminada la velada y, mientras permanecían
allí charlando, Marley sugirió que fuesen a bailar.
—En Lakers hay música country; o podemos ir a la zona alta de la ciudad —dijo.
Las mayores del grupo rezongaron.
—La zona alta está llena de estudiantes —dijo Quinn.
—Vale, pues a Lakers. Todavía es temprano. Nuestro partido de mañana no empieza hasta las nueve.
Todas aceptaron y, antes de que Brittany pudiese protestar, ya se habían separado, cada una en
dirección a su automóvil.
Ella se detuvo un momento junto al coche de Rachel, mirando cómo entraba Santana en la furgoneta de
Bo.
—No me quedaré mucho rato —le dijo a Rachel intencionadamente.
—Por supuesto que no —aceptó Rachel con una sonrisa.
—De verdad. Me tomo una copa y listo.
—Vale, muy bien. —Rachel y Quinn le hicieron una mueca.
—¡Borrad esa sonrisa de la cara, vosotras dos! —les gritó por encima del hombro mientras se
encaminaba hacia su automóvil.
Así que se había encaprichado de aquella mujer. ¡Pues mejor que mejor! Después de tres años le hizo
feliz saber que esa parte de ella volvía a la vida. No era que fuese a tomar ninguna medida al respecto.
Y, sin embargo, se preguntaba si Santana la sacaría a bailar. Y después se preguntó si se permitiría a sí
misma decir que sí.
Cerró la puerta de un golpe y puso el seguro, y después puso el aire acondicionado a tope. Se quedó
quieta un momento y de repente vio de reojo, en el retrovisor, cómo le brillaban los ojos, y lo atribuyó al
margarita, nada más. ¡Qué demonios! Por lo que ella sabía, Bo y Santana podían estar saliendo. Pero lo
dudaba. Bo llevaba varios años con la misma mujer y era muy feliz. Claro que ella hubiese dicho lo
mismo de sí misma tan sólo tres años antes.
Condujo su automóvil hasta pocas manzanas más allá, donde estaba el bar del centro, y encontró
fácilmente estacionamiento, ya que apenas eran las nueve y todavía no habían llegado los habituales del
sábado por la noche. Rachel y Quinn la esperaban en la puerta. Cada una pagó su entrada y pasaron al
oscuro local. Ya había bastante humo, pero por suerte se estaba fresco. Los altavoces difundían música
country a todo volumen. Habían unido varias mesas y, de nuevo, Britt se encontró frente a Santana, que ya
estaba dando pequeños sorbos a su bebida.
—¿Qué tomas? —preguntó Rachel.
—Ron con Coca-Cola, por favor —respondió Britt, y Rachel se fue a buscar las bebidas.
—Rachel dice que apenas sales con ellas —le dijo Bo, sentada al otro lado de la mesa.
—Muy poco —dijo Britt, sonriendo—. Durante el curso estoy muy ocupada.
—Santana también da clases —dijo Bo—. Aunque puede que éste sea el último año. Ha conseguido
que le publiquen una novela y está previsto que salga a la venta este otoño.
—¿De veras? ¿Qué enseñas? —preguntó Britt, dirigiéndose directamente a Santana por primera vez, pero
evitando los oscuros ojos que intentaban capturar su mirada.
Santana le dedicó una sonrisa divertida.
—Periodismo.
—¿Y lo dejas para ser escritora? Desde luego, te entiendo perfectamente —dijo Brittany con una
mueca.
—Me encanta dar clases, pero me deja poco tiempo para escribir.
—¿Qué tipo de libro es?
—Es de intriga y asesinatos. Transcurre en un campus universitario, por supuesto. —Se rió.
—Se me ocurren varios profesores de mi campus que serían buenos candidatos, tanto para víctimas
como para villanos —dijo Britt, sonriendo.
—¿Sí? Tal vez deberías intentarlo tú también. Es una terapia estupenda —dijo Santana—.
Especialmente si tu decano no quiere colaborar contigo.
Se echó hacia delante, plantando los codos en la mesa, y Britt hizo lo mismo.
—¿Qué enseñas tú?
—Lengua —respondió Britt, sintiéndose de repente como la desaliñada y vieja profesora en la que
Rachel decía que se estaba convirtiendo—. Y redacción —añadió, como si eso sonase un poco más
interesante.
Rachel regresó con sus bebidas y después sacó a bailar a Quinn. Britt sorbió la suya y volvió a mirar a
Santana.—
¿Eres de California?
—Sí, de San Francisco.
—¿Y qué es lo que te ha traído aquí? —preguntó Britt.
—El puesto de profesora. Era algo diferente. Pero sobre todo quería saber cómo es un verano de
verdad.
—¿Y qué opinas?
Ella rió.
—Me pregunto cómo he conseguido sobrevivir a dos de ellos. No es extraño que los lagos sean tan
populares por aquí.
Rachel y Quinn regresaron a sus asientos cuando empezaba una vieja canción de Anne Murray; Santana
miró a Britt y sonrió.
—No me va mucho la música country, pero creo que podría con esta canción. ¿Quieres bailar?
Brittany dudó, dejando la bebida a medio camino de la boca. Volvió a posarla en la mesa.
—Vale.
Britt rodeó la mesa y Santana tomó su mano y la condujo hasta la pista de baile. Sus ojos se encontraron
antes de que Britt posase ligeramente la mano en el hombro de Santana. Aunque bailaban a bastante distancia
la una de la otra se movían con gracia, como si ya lo hubiesen hecho cientos de veces. No hablaban y Britt
evitaba mirarla. En vez de eso, observaba a las parejas de alrededor: todas bailaban mucho más pegadas
que ellas. Cuando acabó la canción se separaron y, de nuevo, sus ojos se encontraron.
—Gracias —dijo Santana en voz baja, y seguidamente la condujo de nuevo a la mesa.
Respondió a la mirada divertida de Rachel frunciendo el entrecejo y la ignoró todo lo que pudo. Santana
bailó después con Bo y Britt las observó mientras se movían por la pista. Notó que Santana mantenía la
misma distancia entre ellas que cuando había bailado con Britt. Eso la complació, aunque no quiso
conjeturar el motivo.
Había poca conversación alrededor de la mesa. Eran demasiadas para charlar a gusto, y la música
estaba demasiado alta para poder oír algo desde el otro extremo. Era muy consciente de la presencia de
Santana frente a ella y, de vez en cuando, se atrevía a enfrentar su mirada, respondiendo a su agradable
sonrisa con otra. Santana no volvió a sacarla a bailar hasta que sonó otra lenta. Britt aceptó, sonriendo,
posando su mano en la que le ofrecía Santana y siguiéndola hasta la pista de baile.
Santana se acercó más a ella esta vez, pero todavía quedaba bastante espacio entre ambas, y Britt se
sorprendió a sí misma deseando que la abrazase más estrechamente. Cerró los ojos y posó la mano
abierta sobre el fuerte hombro de Santana. Bailaron lentamente; sus pies se movían al compás sin esfuerzo,
y Britt tomó aire, notando el perfume ligero y fresco que usaba Santana.
Cuando acabó la canción se separaron lentamente, mirándose durante un largo instante antes de que
Santana sonriese.
—No bailamos mal juntas, ¿verdad?
Britt asintió, sonriente, y la siguió hacia la mesa. Brittany aceptó la nueva bebida que le había traído
Rachel.—
¿Intentas demostrar algo? —preguntó, plenamente consciente de que había dicho que no tomaría
más de una copa.
—Simplemente parecías sedienta después de tanto baile —le dijo Rachel, intencionadamente.
Britt no le hizo caso y se volvió. ¡Vaya con las buenas amigas!
Miró hacia arriba y advirtió que Santana la observaba. Sus ojos se encontraron de nuevo. Britt apartó la
vista por fin, ruborizada. No estaba acostumbrada a aquello, a sentir aquella atracción sexual por una
extraña. Intentando volver a la realidad, se riñó a sí misma: «¡Estas noches de verano! Es sólo el calor».
Sintió una palmadita en el hombro; se enderezó y vio a Bo.
—¿Qué tal si bailamos?
—Claro.
Era un baile rápido y se movieron bien juntas, girando por toda la pista. Agotada y sedienta, cuando
volvieron a la mesa vació su vaso.
—¿Otro? —preguntó Rachel.
—No, gracias —dijo—. Esperaré un poco.
Rachel se rió y le palmeó el hombro.
—¡Es tan divertido tomarte el pelo, Britt!
—Está claro —dijo secamente.
Pero se lo estaba pasando bien. Quizá Rachel tenía razón. Tal vez debería salir un poco más.
Cuando empezó otra lenta canción de amor, Britt alzó valientemente los ojos hacia el otro lado de la
mesa, y Santana estaba allí, pidiéndole que bailase con ella con la mirada, alzando simplemente una oscura
ceja. Britt asintió y se puso en pie. Era consciente de que Rachel las vigilaba, pero ya no le importó. Se
estaba divírtiendo. De nuevo volvía a sentir algo por alguien.
Esta vez, cuando se enlazaron, Santana se pegó a ella; sus cuerpos se rozaban, se tocaban. Dejó que su
mano se moviese sobre el cuello de Santana, sin hacer caso a los fuertes latidos de su corazón. Se quedó
sin respiración cuando la mano de Santana bajó por su espalda y la hizo girar expertamente por la pista.
La canción acabó demasiado pronto, y se quedaron allí, una en brazos de la otra, sin querer
separarse. Los ojos pardos de Santana parecían muy oscuros cuando miraba a Britt, y siguió cogiéndola de la
mano mientras volvían a la mesa.
Esta vez aceptó agradecida la copa que Rachel le tendía.
Tenía calor, y no era a causa de la temperatura exterior, pensó, sonriendo al mismo tiempo. El local
se había llenado de gente.
Ahora también estaban algunas de las jugadoras de otros equipos.
—Hoy está a tope —comentó.
—Sí; muchas mujeres en la ciudad —convino Quinn.
Britt asintió y contempló la pista de baile, llena ahora de parejas que bailaban al son de Cotton-Eyed
Joe. Agradeció que nadie la sacase a bailar en ese momento. Después empezó un baile en grupo y
contempló admirada cómo giraban y se movían todos a la vez, forasteras con locales. Nunca le había
cogido el truco al baile en grupo, quizá porque apenas lo había intentado. Zoe pocas veces quería ir a
bailar, aunque a Brittany le encantaba. Después, cuando Zoe la dejó, Britt se aisló. Se podían contar con
los dedos de una mano las veces que había estado en el local desde entonces.
Santana la observaba y ella lo sabía, pero no miró. No confiaba en sí misma. Ya estaba demasiado
pendiente de ella así. Si miraba de nuevo aquellos ojos oscuros, sería demasiada tentación. Sin embargo,
cuando empezó una nueva canción no pudo evitar mirarla.
—Vamos —dijo Santana, dirigiéndose a la pista.
Britt la miró a los ojos y se puso en pie, ofreciéndole la mano.
Se movieron rápido, con los cuerpos muy pegados; el corazón de Santana latía contra sus pechos. Su
mandíbula se aflojó y cerró los ojos, acariciando con la mano el pelo de Santana. Oh, Dios, ¿qué estoy
haciendo? ¡Si ni siquiera la conozco!
La mano de Santana bajó por su espalda, apretándola más hacia sí, y cuando se unieron sus caderas Britt
no pudo evitar un suave gemido. Las encendidas mejillas de ambas se tocaron y, cuando sintió los labios
de Santana rozando su oreja, se acercó más sin pensarlo. Sus pies se movían como por voluntad propia y su
mente estaba puesta en cualquier cosa excepto en el baile.
La pista estaba muy oscura, lo que enmascaraba sus movimientos. Cuando llegaron a la parte de atrás,
Santana la apartó un instante para mirarla. Esta vez Britt no apartó la vista.
Vio cómo la mirada de Santana bajaba hasta sus labios y el corazón le saltó en el pecho cuando volvió
a subir lentamente hasta sus ojos. Britt se quedó expectante mientras los labios de Santana se aproximaban.
Cerró los ojos, esperando el beso, deseando su beso.
Aun así no estaba preparada para la oleada de deseo que la consumió cuando por fin los labios de
Santana tocaron los suyos.
Su boca se abrió enseguida ante el roce y sus pies se detuvieron del todo, incapaces de continuar con
un movimiento sin sentido cuando lo único que deseaba era que continuase el beso.
Santana apartó lentamente la boca y reanudó el baile, forzando a Britt a moverse con ella por la pista. Los
brazos de Santana la abrazaban estrechamente y Britt se sintió agradecida por ello, segura de que, en caso
contrario, se derrumbaría en el suelo.
No hablaron al terminar la canción, pero sus manos continuaron enlazadas cuando Santana la guiaba
entre la multitud, de vuelta a su mesa.
Los ojos de Britt se clavaron en Rachel y Quinn, pues estaba completamente segura de que habían visto
cómo se besaban, pero ellas charlaban con Bo, que estaba al otro lado de la mesa, y nadie parecía
haberse dado cuenta.
Confusa, sorbió su bebida, negándose a mirar a Santana, que se sentaba enfrente. Dios mío, ¿qué has
hecho? ¡Besar a una completa desconocida en plena pista de baile! Vació su vaso, dejando que el ron la
inundara. Si no era el calor sería el alcohol, decidió. Tres copas eran una más de lo debido. Hizo girar el
hielo del vaso y se bebió el agua derretida. Cerró los ojos, intentando combatir la atracción que sentía
por Santana Lopez y fracasando miserablemente. Miró otra vez y se encontró con los ojos de Santana fijos
en ella, y Santana alzó las cejas y le dedicó una dulce sonrisa. Britt no se la devolvió; estaba demasiado
turbada. ¿Acaso pensaba Santana que ella solía hacer ese tipo de cosas? ¿Que solía ligar con extrañas en
los locales nocturnos? Oh, Dios, ¡si ella supiese lo alejado de su carácter que estaba aquel
comportamiento!
Empezó una canción lenta de Trisha Yearwood y sus ojos buscaron a Santana por propia voluntad.
—Baila conmigo —dijo Santana dulcemente, y Britt fue incapaz de negarse.
Se enlazó a ella, vehemente, rehusando pensar a qué estaban invitándola. Santana la agarró
estrechamente, posando ambos brazos en su espalda, al tiempo que Britt deslizaba los suyos sobre los
hombros de Santana, atrayéndola hacia sí.
Bailaron lentamente; sus pies apenas se movían, los cuerpos se apretaban el uno contra el otro. Britt
cerró los ojos y se dejó invadir por la música, aspirando profundamente el perfume que emanaba del
cuello de Santana. Sus labios se pegaron a él antes incluso de ser consciente de lo que estaba haciendo, y
escuchó el hondo suspiro de Santana, sintió cómo sus brazos la estrechaban más y más. Era el ron, razonó.
¿Por qué otro motivo actuaría ella con tanto descaro? Santana giró la cabeza y sus labios se encontraron
con los de Britt al instante. Su boca se abrió. Al sentir la punta de la lengua de Santana, pensó que las rodillas
se le iban a doblar de deseo. Su propia lengua se abrió camino en la boca de Santana y un gemido profundo
salió de su garganta, sin reparar en que había otras parejas bailando a su alrededor. Santana se la llevó a un
rincón oscuro de la parte de atrás y la apretó contra la pared, abarcando descaradamente con la mano el
pecho de Britt. Ésta se inclinó hacia ella; sus pezones se endurecieron, sensibles al tacto de Santana. Su beso
fue ansioso y apasionado: las lenguas bailaban, el deseo crecía.
—Te deseo —susurró Santana mientras la besaba.
—Sí —asintió Britt. Dios, cómo la deseaba ella también.
—Salgamos de aquí.
Britt estaba demasiado embargada por el deseo para intentar protestar, así que asintió. Siguió
ciegamente a Santana hasta la mesa.
—Brittany se marcha, así que va a acercarme hasta el hotel —le dijo Santana a Bo.
—¿Tan pronto? —preguntó Rachel dulcemente.
Los ojos de Britt se encontraron con los suyos, pero aun así forzó una sonrisa.
—Ha sido un día muy largo —fue todo lo que dijo.
Se marcharon de allí rápidamente. Santana siguió a Britt hasta su automóvil. No dijeron nada camino de la
casa de Britt, lo cual alegró a ésta. No estaba segura de que hubiera sido capaz de mantener una
conversación, considerando que llevaba a una extraña a su casa con la intención de acostarse con ella.
Era casi medianoche, las calles estaban tranquilas. Aceleró por la MoPac en dirección al noroeste de
Austin.
En poco tiempo llegaron a la entrada de su casa. Se detuvieron, mientras se abría la puerta del garaje
para franquearles el paso.
De pie en el garaje, con la luz cenital sobre ellas, sus ojos se encontraron, cada una a un lado del
coche. Britt se negó a pensar.
Si lo hacía le diría inmediatamente a Santana que se marchase.
Pero allí y en ese momento supo que no era eso lo que quería.
Esa noche no. Esa noche quería estar en los brazos de aquella mujer y disfrutar de las sensaciones
que había provocado en ella. No importaba que eso no fuese algo que soliese hacer Brittany Pierce,
algo que nunca hubiese hecho. La promesa que yacía en aquellos oscuros ojos era demasiado valiosa
para rechazarla. Había pasado demasiado tiempo.
Se quedaron allí largo rato, lo bastante como para que la luz se apagase. Sólo entonces se movieron.
Santana rodeó el automóvil hasta ella, tomó su mano, y Britt la condujo hacia la puerta. Entraron en la cocina,
Britt cerró la puerta tras ellas y, asombrada de su propio descaro, llevó a Santana hasta su dormitorio.
No dijeron nada en voz alta, pero la energía que había entre ellas expresaba millones de cosas. Britt se
dio la vuelta y se echó en brazos de Santana.
Sus labios se buscaron con ansia y quedó claro que su deseo no había disminuido durante el viaje. Si
en algo había cambiado era en que la perspectiva de lo que iba a pasar lo había aumentado aún más.
Ahora que no había público que presenciase su pasión, ya no tenían por qué detenerse. Britt dejó que sus
manos viajasen a través de la espalda de Santana, acariciándola tal como se acariciaban sus lenguas.
Tomó aliento mientras Santana le sacaba la blusa de los vaqueros y empezaba a desabotonársela
lentamente. Se quedó quieta, con la mirada fija en Santana y las manos descansando ligeramente sobre sus
hombros.
Unas fuertes manos se acercaron a los pechos desnudos de Britt, moviéndose lentamente sobre ellos.
Los pulgares toquetearon sus tensos pezones.
Su respiración se hizo jadeante, y Santana la acercó más a sí, besándola lentamente al principio y
después con más ansia.
Tiró hacia atrás mientras Britt le quitaba la camisa. Britt deseaba tocarla. Buscó en la espalda de Santana, le
desabrochó el sujetador y entonces tocó por primera vez sus pechos.
Llenaban sus manos, y se quedó de pie con los ojos cerrados, tocando suavemente con sus dedos los
pezones de Santana, sintiendo su dureza. Oh, qué maravillosos eran al tacto.
Santana tomó el rostro de Britt entre sus manos y lo alzó. Lo besó, dibujó sus labios con la lengua, entró
entre sus dientes y resbaló sobre ellos. Con una súbita urgencia, Britt tiró de la camisa de Santana hacia
arriba y dejó que cayese al suelo'junto con su sujetador. Dejó que cayese también su propia camisa junto
a la de ella, y se quedaron de pie, juntas. Los pechos desnudos de ambas se tocaban, mientras sus bocas
se buscaban con ansia.
Las manos de Santana fueron hacia los vaqueros de Britt en el mismo instante en que las de Britt fueron
hacia los suyos, y ambas se rieron silenciosamente. Pero la risa se extinguió pronto, reemplazada por una
urgencia que no podían negar. En pocos segundos estuvieron desnudas, junto a la cama, ambas con una
vaga sonrisa en el rostro.
—¿Estás segura de esto? —preguntó Santana con delicadeza.
—No, pero sí. Sí —replicó Britt, intentando con todas sus fuerzas ignorar el hecho de que estaba
entregándose a una completa desconocida.
—Eres muy hermosa —susurró Santana.
—También tú.
Britt la abrazó. Sus cuerpos se tocaron y sus labios echaron chispas. Britt sintió que el calor la inundaba,
y de nuevo pensó que sus rodillas estaban a punto de doblarse. Fue consciente de lo dispuesta que estaba
ya para Santana, de lo húmeda que estaba. Apartaron las sábanas y se tumbaron en la cama. Santana se acercó
a ella, presionando su pecho contra el de Britt, mientras sus labios acariciaban su rostro y su cuello, y la
lengua se deslizaba dentro de su oreja. Britt suspiraba y la abrazaba con más fuerza. Los dedos de Santana se
movieron por sus pechos. Britt deseaba desesperadamente que su boca se acercase allí, y entonces sintió
cómo Santana se deslizaba hacia abajo; sus labios se movían hipnóticamente sobre ella, dibujando su
areola, enroscándose sobre su duro pezón antes de cubrirlo con la boca. Un gemido salió de lo más
hondo de la garganta de Britt, que posó sus manos a cada lado del rostro de Santana y la acercó a ella. Santana
fue hacia el otro pecho y lo chupó largamente. Britt la apretó más, manteniéndola allí y pensando que nunca
había sentido tal placer.
Santana bajó por su cuerpo. Sus labios trazaron un sendero a través del liso estómago de Britt y de los
huecos de sus caderas, haciendo que ésta se alzase para ir a su encuentro. Britt gimió cuando Santana le
separó las piernas con un leve empujón del hombro. La lengua de Santana recorrió una y otra vez el interior
de sus ingles.
—Por favor —rogó suavemente, y la boca de Santana se posó sobre ella, haciendo que gritase.
Sus manos se aferraron a las sábanas y su cuello se arqueó hacia atrás mientras la lengua de Santana se
movía alrededor y dentro de ella, acariciándola expertamente. Britt se retorcía bajo su boca. Dios mío, se
sentía como si fuese a explotar.
Sus caderas subieron y presionaron el rostro de Santana, mientras ella cerraba fuertemente los ojos.
Respiró hondamente y después contuvo el aliento, mientras aquella mujer, aquella desconocida, la
acercaba tanto y tanto al éxtasis. Empezó a tomar aliento y después jadeó. De repente, sus caderas se
quedaron inmóviles, apretadas contra la experta boca de Santana, y el orgasmo la inundó, consumiéndola.
Gritó muy alto, anonadada por la intensidad de lo que sentía.
Britt la atrajo hacia ella y la abrazó estrechamente mientras se sosegaba su respiración. Tragó saliva,
con los ojos todavía cerrados. Santana no dijo nada: sólo se dejó abrazar mientras Britt movía suavemente las
manos por su suave espalda. Pronto, los labios de Britt empezaron a explorar el cuello de Santana. La hizo
rodar hasta quedar de costado y la clavó a la cama con una de sus piernas.
Se miraron largamente, sin perder ningún detalle. Britt la besó suavemente en los labios, notando su
propio sabor en ellos, lo cual la excitó muchísimo. Su lengua se movía dentro de la boca de Santana, sobre
sus labios, mojándole la cara. Le besó el cuello y notó su pulso galopante. Sus dientes pellizcaban la piel
de Santana, que gemía al notarlo. Deseaba complacer a aquella mujer, a aquella extraña a la que acababa
de conocer.
Quería hacer que sintiese con la misma intensidad que ella acababa de experimentar.
Sus manos envolvieron los pechos de Santana. Movió la boca sobre ellos y se estremeció al sentir su
suavidad. Los pezones de Santana estaban erectos. La lengua de Britt los provocó un poco más, haciendo que
se hinchasen todavía más que antes de que ella los tomase entre sus labios.
Las manos de Santana recorrían ansiosas el pelo de Britt, sujetando contra ella su cabeza. Sus caderas
presionaban contra la pierna de Britt. Esta pudo notar la humedad de Santana en la pierna, mientras su mano
bajaba entre ambos cuerpos, buscando la tibieza de Santana, sintiendo cómo el clítoris aumentaba de
volumen entre sus dedos mientras Britt profundizaba entre su suave y sedosa dulzura.
Los labios de Britt se apartaron de su pecho y la boca siguió el camino abierto por sus dedos, besando
la tibia piel del estómago de Santana. Su mentón se frotó contra el pelo fino y suave de Santana, la escuchó
gemir suavemente y sonrió, deseosa de complacerla. Su lengua creó un húmedo sendero que cruzaba una
de sus ingles, y después la otra, y Santana rogó que la tocase.
—Ya, por favor —demandó.
Britt presionó con su boca sobre ella, dejando que su lengua la recorriese, saboreándola. Se colocó
entre sus piernas, las apartó con las manos y la acarició vigorosamente con la boca y la lengua. Sintió
cómo Santana se apretaba contra ella. Cuando deslizó la lengua en el interior de su vagina, Santana se aferró
a sus hombros. Su boca succionaba y su lengua trazaba espirales sobre ella.
Santana chilló, empujando con las caderas hacia la boca de Britt mientras estallaba su orgasmo.
—Dios mío —jadeó, mientras su cuerpo recuperaba lentamente la calma.
Después se tendió de espaldas en la cama, sobre las sábanas', sin fuerza en las extremidades. Santana
atrajo hacia sí a Britt y le acarició el pelo con la mano. Los dedos de Santana se deslizaron suavemente por su
cuerpo antes de envolver su pubis. Britt se apretó contra su mano, deseando sentir los dedos de Santana
dentro de sí. Se hizo desear, a propósito, y Britt buscó su mano y la colocó firmemente entre las piernas.
Santana se movió sobre sus suaves labios, notando su ansiosa disposición. Lentamente, varios dedos se
deslizaron en su interior y Britt se alzó para ir a su encuentro. Santana se movió al compás, frotando con el
pulgar y empujando con los otros dedos, mientras las caderas de Britt subían y bajaban siguiendo su ritmo.
Su respiración se aceleró, y aferró los hombros de Santana mientras el orgasmo la invadía. La apretó
dentro de sí, estrujando su mano entre las ingles.
Cuando por fin se relajó, Brittany permitió que Santana se separara de ella, la atrajo hacia sí y la
abrazó estrechamente, apartando el pelo del rostro de Santana con las manos. Debería de estar cansada, pero
no quería que la noche acabara. Hacer el amor nunca había sido así antes. Besó suavemente, gentilmente,
la boca de Santana, tratando de decirle sin palabras lo que sentía. Santana permanecía quieta y parecía
comprenderlo.
Hicieron el amor una y otra vez, y por fin se quedaron dormidas cuando los primeros rayos del
amanecer iluminaron el oriente del cielo.
Por supuesto que llegaba tarde. Después de la ducha no era capaz de decidir qué iba a ponerse. Fuera
seguía haciendo tanto calor que no podía imaginarse en vaqueros, pero unos pantalones cortos le parecían
demasiado informales. Después de planchar ambos y de extenderlos sobre la cama, se decidió por los
vaqueros. Tras embutirse en una camisa de algodón nuevecita, negándose a darle vueltas al esfuerzo extra
que estaba haciendo por mejorar su apariencia, se aplicó cuidadosamente la pequeñísima cantidad de
maquillaje que llevaba siempre y se roció ligeramente el cuello y las muñecas con perfume. Llevaba el
pelo rubio largo,atado por el calor, y se lo apartó de la cara con un par de golpes de cepillo.
Se miró en el espejo durante más tiempo de lo que era habitual. Había estado al sol demasiado
tiempo y sus mejillas eran buena prueba de ello. Al mirarse más de cerca se frotó ligeramente con el
dedo bajo uno de los ojos. ojeras: empezaban a notarse. Dio un paso atrás. Desde esa distancia no eran
tan evidentes. Riéndose de sí misma, puso los brazos en jarras y echó hacia atrás los hombros, intentando
parecer más alta. No funcionó. No es que fuese bajita; simplemente, no era alta. Se había pasado toda la
época del instituto deseando ser pequeña y delicada, para que los chicos se fijasen más en ella.
Después se pasó los años del college deseando ser más alta, especialmente desde que se enamoró por
primera vez de una mujer, una jugadora de baloncesto, nada menos. Pero tenía la misma estatura media,
normal y corriente, que cuando cumplió los diecisiete. Dio un último toque a su peinado con los dedos y
se apresuró a salir.
Habían quedado en encontrarse en el Bonita's Café de Congress Avenue a las siete en punto, y eran
casi las siete y cuarto cuando Brittany llegó a los alrededores, conduciendo despacio en busca de un
lugar donde estacionar. Después de cruzar dos veces acabó estacionando a dos manzanas de allí, y salió
disparada, corriendo por la acera, cuando distinguió el automóvil de Rachel a dos pasos de la puerta
principal. Menuda suerte tienen algunas, pensó.
Las oyó antes incluso de verlas. Antes de que la maítre pudiese preguntarle, algo ella sonrió, señaló
hacia allí y se abrió camino entre los que esperaban conseguir mesa.
—Hola, Britt. Pensé que habías decidido no venir —dijo Rachel.
Le había guardado un sitio junto a ella. Brittany se sentó, agradecida, y saludó a las mujeres que
estaban a su alrededor.
—Tarde y mal, como siempre —murmuró.
—Bueno, te he pedido un margarita. Espero que te guste.
—Estupendo —dijo, sonriendo para agradecérselo.
Sólo entonces miró en torno a la mesa. Estaban la mayoría de las jugadoras y sus parejas, y Britt las
conocía a casi todas. Su mirada se detuvo al encontrarse con los brillantes ojos oscuros de Santana
Lopez. Santana le sonrió desde el otro lado de la mesa, sosteniendo su mirada, y Britt sintió el calor que
pensaba haber dejado en la calle. Enrojeció y apartó la vista, agarrando el vaso de agua que había frente
a ella. Tomó un buen trago, evitando la mirada que venía del otro lado de la mesa.
Trajeron su margarita y Britt lo sorbió, agradecida, sintiendo su frescor garganta abajo. Era sólo
sofoco, se dijo a sí misma.
Había estado demasiado tiempo al sol. Encargó su habitual enchilada y después picó de los fritos de
maíz recién hechos y de la salsa que colocaron a su alcance. La conversación alrededor de la mesa se
centraba en los partidos y, mientras ellas rememoraban con entusiasmo cada jugada y cada golpe, Britt
escuchaba, consciente todo el tiempo de la presencia de la mujer que se sentaba pocos asientos frente a
ella. Cuando Santana habló de sus éxitos y de la suerte que había tenido en sus cuadrangulares, Britt pudo
observarla a gusto. Sus esbeltos y largos dedos sostenían ligeramente el vaso y, sin darse cuenta, frotaba
la escarcha de lo lados mientras hablaba. Parecía casi incómoda ante la atención que se le dispensaba. Britt
notó que rápidamente desviaba la conversación hacia Marley, que había lanzado fuera en dos ocasiones.
—Oh, bueno, como si no hubiese tenido gente apoyándome detrás —dijo Marley.
Estaba sentada junto a Kitty, a la que Britt sólo había visto una vez.
—Hay que reconocer que tenemos un buen equipo —dijo Lauren, y todas estuvieron de acuerdo.
Brittany permaneció en silencio durante casi toda la comida, pero no se perdió detalle, y menos en
todo lo que respectaba a Santana Lopez. La observaba constantemente cuando ella no se daba cuenta y
bajaba rápidamente la vista en cuanto Santana miraba en su dirección. Hablaba en voz baja con Rachel y
Quinn, pero sin tomar parte en la conversación general.
No estaba muy segura de qué hacer con la atracción que sentía por Santana. Era tan extraña en ella que
la atribuía al calor del verano. ¿Por qué otra razón miraría tan fijamente a una mujer casi desconocida,
preguntándose cómo podían existir unos ojos de un pardo tan oscuro?
Tras la cena se quedaron un rato en la calle, pues la temperatura había descendido hasta unos
tolerables veinticuatro grados. A nadie le apetecía dar por terminada la velada y, mientras permanecían
allí charlando, Marley sugirió que fuesen a bailar.
—En Lakers hay música country; o podemos ir a la zona alta de la ciudad —dijo.
Las mayores del grupo rezongaron.
—La zona alta está llena de estudiantes —dijo Quinn.
—Vale, pues a Lakers. Todavía es temprano. Nuestro partido de mañana no empieza hasta las nueve.
Todas aceptaron y, antes de que Brittany pudiese protestar, ya se habían separado, cada una en
dirección a su automóvil.
Ella se detuvo un momento junto al coche de Rachel, mirando cómo entraba Santana en la furgoneta de
Bo.
—No me quedaré mucho rato —le dijo a Rachel intencionadamente.
—Por supuesto que no —aceptó Rachel con una sonrisa.
—De verdad. Me tomo una copa y listo.
—Vale, muy bien. —Rachel y Quinn le hicieron una mueca.
—¡Borrad esa sonrisa de la cara, vosotras dos! —les gritó por encima del hombro mientras se
encaminaba hacia su automóvil.
Así que se había encaprichado de aquella mujer. ¡Pues mejor que mejor! Después de tres años le hizo
feliz saber que esa parte de ella volvía a la vida. No era que fuese a tomar ninguna medida al respecto.
Y, sin embargo, se preguntaba si Santana la sacaría a bailar. Y después se preguntó si se permitiría a sí
misma decir que sí.
Cerró la puerta de un golpe y puso el seguro, y después puso el aire acondicionado a tope. Se quedó
quieta un momento y de repente vio de reojo, en el retrovisor, cómo le brillaban los ojos, y lo atribuyó al
margarita, nada más. ¡Qué demonios! Por lo que ella sabía, Bo y Santana podían estar saliendo. Pero lo
dudaba. Bo llevaba varios años con la misma mujer y era muy feliz. Claro que ella hubiese dicho lo
mismo de sí misma tan sólo tres años antes.
Condujo su automóvil hasta pocas manzanas más allá, donde estaba el bar del centro, y encontró
fácilmente estacionamiento, ya que apenas eran las nueve y todavía no habían llegado los habituales del
sábado por la noche. Rachel y Quinn la esperaban en la puerta. Cada una pagó su entrada y pasaron al
oscuro local. Ya había bastante humo, pero por suerte se estaba fresco. Los altavoces difundían música
country a todo volumen. Habían unido varias mesas y, de nuevo, Britt se encontró frente a Santana, que ya
estaba dando pequeños sorbos a su bebida.
—¿Qué tomas? —preguntó Rachel.
—Ron con Coca-Cola, por favor —respondió Britt, y Rachel se fue a buscar las bebidas.
—Rachel dice que apenas sales con ellas —le dijo Bo, sentada al otro lado de la mesa.
—Muy poco —dijo Britt, sonriendo—. Durante el curso estoy muy ocupada.
—Santana también da clases —dijo Bo—. Aunque puede que éste sea el último año. Ha conseguido
que le publiquen una novela y está previsto que salga a la venta este otoño.
—¿De veras? ¿Qué enseñas? —preguntó Britt, dirigiéndose directamente a Santana por primera vez, pero
evitando los oscuros ojos que intentaban capturar su mirada.
Santana le dedicó una sonrisa divertida.
—Periodismo.
—¿Y lo dejas para ser escritora? Desde luego, te entiendo perfectamente —dijo Brittany con una
mueca.
—Me encanta dar clases, pero me deja poco tiempo para escribir.
—¿Qué tipo de libro es?
—Es de intriga y asesinatos. Transcurre en un campus universitario, por supuesto. —Se rió.
—Se me ocurren varios profesores de mi campus que serían buenos candidatos, tanto para víctimas
como para villanos —dijo Britt, sonriendo.
—¿Sí? Tal vez deberías intentarlo tú también. Es una terapia estupenda —dijo Santana—.
Especialmente si tu decano no quiere colaborar contigo.
Se echó hacia delante, plantando los codos en la mesa, y Britt hizo lo mismo.
—¿Qué enseñas tú?
—Lengua —respondió Britt, sintiéndose de repente como la desaliñada y vieja profesora en la que
Rachel decía que se estaba convirtiendo—. Y redacción —añadió, como si eso sonase un poco más
interesante.
Rachel regresó con sus bebidas y después sacó a bailar a Quinn. Britt sorbió la suya y volvió a mirar a
Santana.—
¿Eres de California?
—Sí, de San Francisco.
—¿Y qué es lo que te ha traído aquí? —preguntó Britt.
—El puesto de profesora. Era algo diferente. Pero sobre todo quería saber cómo es un verano de
verdad.
—¿Y qué opinas?
Ella rió.
—Me pregunto cómo he conseguido sobrevivir a dos de ellos. No es extraño que los lagos sean tan
populares por aquí.
Rachel y Quinn regresaron a sus asientos cuando empezaba una vieja canción de Anne Murray; Santana
miró a Britt y sonrió.
—No me va mucho la música country, pero creo que podría con esta canción. ¿Quieres bailar?
Brittany dudó, dejando la bebida a medio camino de la boca. Volvió a posarla en la mesa.
—Vale.
Britt rodeó la mesa y Santana tomó su mano y la condujo hasta la pista de baile. Sus ojos se encontraron
antes de que Britt posase ligeramente la mano en el hombro de Santana. Aunque bailaban a bastante distancia
la una de la otra se movían con gracia, como si ya lo hubiesen hecho cientos de veces. No hablaban y Britt
evitaba mirarla. En vez de eso, observaba a las parejas de alrededor: todas bailaban mucho más pegadas
que ellas. Cuando acabó la canción se separaron y, de nuevo, sus ojos se encontraron.
—Gracias —dijo Santana en voz baja, y seguidamente la condujo de nuevo a la mesa.
Respondió a la mirada divertida de Rachel frunciendo el entrecejo y la ignoró todo lo que pudo. Santana
bailó después con Bo y Britt las observó mientras se movían por la pista. Notó que Santana mantenía la
misma distancia entre ellas que cuando había bailado con Britt. Eso la complació, aunque no quiso
conjeturar el motivo.
Había poca conversación alrededor de la mesa. Eran demasiadas para charlar a gusto, y la música
estaba demasiado alta para poder oír algo desde el otro extremo. Era muy consciente de la presencia de
Santana frente a ella y, de vez en cuando, se atrevía a enfrentar su mirada, respondiendo a su agradable
sonrisa con otra. Santana no volvió a sacarla a bailar hasta que sonó otra lenta. Britt aceptó, sonriendo,
posando su mano en la que le ofrecía Santana y siguiéndola hasta la pista de baile.
Santana se acercó más a ella esta vez, pero todavía quedaba bastante espacio entre ambas, y Britt se
sorprendió a sí misma deseando que la abrazase más estrechamente. Cerró los ojos y posó la mano
abierta sobre el fuerte hombro de Santana. Bailaron lentamente; sus pies se movían al compás sin esfuerzo,
y Britt tomó aire, notando el perfume ligero y fresco que usaba Santana.
Cuando acabó la canción se separaron lentamente, mirándose durante un largo instante antes de que
Santana sonriese.
—No bailamos mal juntas, ¿verdad?
Britt asintió, sonriente, y la siguió hacia la mesa. Brittany aceptó la nueva bebida que le había traído
Rachel.—
¿Intentas demostrar algo? —preguntó, plenamente consciente de que había dicho que no tomaría
más de una copa.
—Simplemente parecías sedienta después de tanto baile —le dijo Rachel, intencionadamente.
Britt no le hizo caso y se volvió. ¡Vaya con las buenas amigas!
Miró hacia arriba y advirtió que Santana la observaba. Sus ojos se encontraron de nuevo. Britt apartó la
vista por fin, ruborizada. No estaba acostumbrada a aquello, a sentir aquella atracción sexual por una
extraña. Intentando volver a la realidad, se riñó a sí misma: «¡Estas noches de verano! Es sólo el calor».
Sintió una palmadita en el hombro; se enderezó y vio a Bo.
—¿Qué tal si bailamos?
—Claro.
Era un baile rápido y se movieron bien juntas, girando por toda la pista. Agotada y sedienta, cuando
volvieron a la mesa vació su vaso.
—¿Otro? —preguntó Rachel.
—No, gracias —dijo—. Esperaré un poco.
Rachel se rió y le palmeó el hombro.
—¡Es tan divertido tomarte el pelo, Britt!
—Está claro —dijo secamente.
Pero se lo estaba pasando bien. Quizá Rachel tenía razón. Tal vez debería salir un poco más.
Cuando empezó otra lenta canción de amor, Britt alzó valientemente los ojos hacia el otro lado de la
mesa, y Santana estaba allí, pidiéndole que bailase con ella con la mirada, alzando simplemente una oscura
ceja. Britt asintió y se puso en pie. Era consciente de que Rachel las vigilaba, pero ya no le importó. Se
estaba divírtiendo. De nuevo volvía a sentir algo por alguien.
Esta vez, cuando se enlazaron, Santana se pegó a ella; sus cuerpos se rozaban, se tocaban. Dejó que su
mano se moviese sobre el cuello de Santana, sin hacer caso a los fuertes latidos de su corazón. Se quedó
sin respiración cuando la mano de Santana bajó por su espalda y la hizo girar expertamente por la pista.
La canción acabó demasiado pronto, y se quedaron allí, una en brazos de la otra, sin querer
separarse. Los ojos pardos de Santana parecían muy oscuros cuando miraba a Britt, y siguió cogiéndola de la
mano mientras volvían a la mesa.
Esta vez aceptó agradecida la copa que Rachel le tendía.
Tenía calor, y no era a causa de la temperatura exterior, pensó, sonriendo al mismo tiempo. El local
se había llenado de gente.
Ahora también estaban algunas de las jugadoras de otros equipos.
—Hoy está a tope —comentó.
—Sí; muchas mujeres en la ciudad —convino Quinn.
Britt asintió y contempló la pista de baile, llena ahora de parejas que bailaban al son de Cotton-Eyed
Joe. Agradeció que nadie la sacase a bailar en ese momento. Después empezó un baile en grupo y
contempló admirada cómo giraban y se movían todos a la vez, forasteras con locales. Nunca le había
cogido el truco al baile en grupo, quizá porque apenas lo había intentado. Zoe pocas veces quería ir a
bailar, aunque a Brittany le encantaba. Después, cuando Zoe la dejó, Britt se aisló. Se podían contar con
los dedos de una mano las veces que había estado en el local desde entonces.
Santana la observaba y ella lo sabía, pero no miró. No confiaba en sí misma. Ya estaba demasiado
pendiente de ella así. Si miraba de nuevo aquellos ojos oscuros, sería demasiada tentación. Sin embargo,
cuando empezó una nueva canción no pudo evitar mirarla.
—Vamos —dijo Santana, dirigiéndose a la pista.
Britt la miró a los ojos y se puso en pie, ofreciéndole la mano.
Se movieron rápido, con los cuerpos muy pegados; el corazón de Santana latía contra sus pechos. Su
mandíbula se aflojó y cerró los ojos, acariciando con la mano el pelo de Santana. Oh, Dios, ¿qué estoy
haciendo? ¡Si ni siquiera la conozco!
La mano de Santana bajó por su espalda, apretándola más hacia sí, y cuando se unieron sus caderas Britt
no pudo evitar un suave gemido. Las encendidas mejillas de ambas se tocaron y, cuando sintió los labios
de Santana rozando su oreja, se acercó más sin pensarlo. Sus pies se movían como por voluntad propia y su
mente estaba puesta en cualquier cosa excepto en el baile.
La pista estaba muy oscura, lo que enmascaraba sus movimientos. Cuando llegaron a la parte de atrás,
Santana la apartó un instante para mirarla. Esta vez Britt no apartó la vista.
Vio cómo la mirada de Santana bajaba hasta sus labios y el corazón le saltó en el pecho cuando volvió
a subir lentamente hasta sus ojos. Britt se quedó expectante mientras los labios de Santana se aproximaban.
Cerró los ojos, esperando el beso, deseando su beso.
Aun así no estaba preparada para la oleada de deseo que la consumió cuando por fin los labios de
Santana tocaron los suyos.
Su boca se abrió enseguida ante el roce y sus pies se detuvieron del todo, incapaces de continuar con
un movimiento sin sentido cuando lo único que deseaba era que continuase el beso.
Santana apartó lentamente la boca y reanudó el baile, forzando a Britt a moverse con ella por la pista. Los
brazos de Santana la abrazaban estrechamente y Britt se sintió agradecida por ello, segura de que, en caso
contrario, se derrumbaría en el suelo.
No hablaron al terminar la canción, pero sus manos continuaron enlazadas cuando Santana la guiaba
entre la multitud, de vuelta a su mesa.
Los ojos de Britt se clavaron en Rachel y Quinn, pues estaba completamente segura de que habían visto
cómo se besaban, pero ellas charlaban con Bo, que estaba al otro lado de la mesa, y nadie parecía
haberse dado cuenta.
Confusa, sorbió su bebida, negándose a mirar a Santana, que se sentaba enfrente. Dios mío, ¿qué has
hecho? ¡Besar a una completa desconocida en plena pista de baile! Vació su vaso, dejando que el ron la
inundara. Si no era el calor sería el alcohol, decidió. Tres copas eran una más de lo debido. Hizo girar el
hielo del vaso y se bebió el agua derretida. Cerró los ojos, intentando combatir la atracción que sentía
por Santana Lopez y fracasando miserablemente. Miró otra vez y se encontró con los ojos de Santana fijos
en ella, y Santana alzó las cejas y le dedicó una dulce sonrisa. Britt no se la devolvió; estaba demasiado
turbada. ¿Acaso pensaba Santana que ella solía hacer ese tipo de cosas? ¿Que solía ligar con extrañas en
los locales nocturnos? Oh, Dios, ¡si ella supiese lo alejado de su carácter que estaba aquel
comportamiento!
Empezó una canción lenta de Trisha Yearwood y sus ojos buscaron a Santana por propia voluntad.
—Baila conmigo —dijo Santana dulcemente, y Britt fue incapaz de negarse.
Se enlazó a ella, vehemente, rehusando pensar a qué estaban invitándola. Santana la agarró
estrechamente, posando ambos brazos en su espalda, al tiempo que Britt deslizaba los suyos sobre los
hombros de Santana, atrayéndola hacia sí.
Bailaron lentamente; sus pies apenas se movían, los cuerpos se apretaban el uno contra el otro. Britt
cerró los ojos y se dejó invadir por la música, aspirando profundamente el perfume que emanaba del
cuello de Santana. Sus labios se pegaron a él antes incluso de ser consciente de lo que estaba haciendo, y
escuchó el hondo suspiro de Santana, sintió cómo sus brazos la estrechaban más y más. Era el ron, razonó.
¿Por qué otro motivo actuaría ella con tanto descaro? Santana giró la cabeza y sus labios se encontraron
con los de Britt al instante. Su boca se abrió. Al sentir la punta de la lengua de Santana, pensó que las rodillas
se le iban a doblar de deseo. Su propia lengua se abrió camino en la boca de Santana y un gemido profundo
salió de su garganta, sin reparar en que había otras parejas bailando a su alrededor. Santana se la llevó a un
rincón oscuro de la parte de atrás y la apretó contra la pared, abarcando descaradamente con la mano el
pecho de Britt. Ésta se inclinó hacia ella; sus pezones se endurecieron, sensibles al tacto de Santana. Su beso
fue ansioso y apasionado: las lenguas bailaban, el deseo crecía.
—Te deseo —susurró Santana mientras la besaba.
—Sí —asintió Britt. Dios, cómo la deseaba ella también.
—Salgamos de aquí.
Britt estaba demasiado embargada por el deseo para intentar protestar, así que asintió. Siguió
ciegamente a Santana hasta la mesa.
—Brittany se marcha, así que va a acercarme hasta el hotel —le dijo Santana a Bo.
—¿Tan pronto? —preguntó Rachel dulcemente.
Los ojos de Britt se encontraron con los suyos, pero aun así forzó una sonrisa.
—Ha sido un día muy largo —fue todo lo que dijo.
Se marcharon de allí rápidamente. Santana siguió a Britt hasta su automóvil. No dijeron nada camino de la
casa de Britt, lo cual alegró a ésta. No estaba segura de que hubiera sido capaz de mantener una
conversación, considerando que llevaba a una extraña a su casa con la intención de acostarse con ella.
Era casi medianoche, las calles estaban tranquilas. Aceleró por la MoPac en dirección al noroeste de
Austin.
En poco tiempo llegaron a la entrada de su casa. Se detuvieron, mientras se abría la puerta del garaje
para franquearles el paso.
De pie en el garaje, con la luz cenital sobre ellas, sus ojos se encontraron, cada una a un lado del
coche. Britt se negó a pensar.
Si lo hacía le diría inmediatamente a Santana que se marchase.
Pero allí y en ese momento supo que no era eso lo que quería.
Esa noche no. Esa noche quería estar en los brazos de aquella mujer y disfrutar de las sensaciones
que había provocado en ella. No importaba que eso no fuese algo que soliese hacer Brittany Pierce,
algo que nunca hubiese hecho. La promesa que yacía en aquellos oscuros ojos era demasiado valiosa
para rechazarla. Había pasado demasiado tiempo.
Se quedaron allí largo rato, lo bastante como para que la luz se apagase. Sólo entonces se movieron.
Santana rodeó el automóvil hasta ella, tomó su mano, y Britt la condujo hacia la puerta. Entraron en la cocina,
Britt cerró la puerta tras ellas y, asombrada de su propio descaro, llevó a Santana hasta su dormitorio.
No dijeron nada en voz alta, pero la energía que había entre ellas expresaba millones de cosas. Britt se
dio la vuelta y se echó en brazos de Santana.
Sus labios se buscaron con ansia y quedó claro que su deseo no había disminuido durante el viaje. Si
en algo había cambiado era en que la perspectiva de lo que iba a pasar lo había aumentado aún más.
Ahora que no había público que presenciase su pasión, ya no tenían por qué detenerse. Britt dejó que sus
manos viajasen a través de la espalda de Santana, acariciándola tal como se acariciaban sus lenguas.
Tomó aliento mientras Santana le sacaba la blusa de los vaqueros y empezaba a desabotonársela
lentamente. Se quedó quieta, con la mirada fija en Santana y las manos descansando ligeramente sobre sus
hombros.
Unas fuertes manos se acercaron a los pechos desnudos de Britt, moviéndose lentamente sobre ellos.
Los pulgares toquetearon sus tensos pezones.
Su respiración se hizo jadeante, y Santana la acercó más a sí, besándola lentamente al principio y
después con más ansia.
Tiró hacia atrás mientras Britt le quitaba la camisa. Britt deseaba tocarla. Buscó en la espalda de Santana, le
desabrochó el sujetador y entonces tocó por primera vez sus pechos.
Llenaban sus manos, y se quedó de pie con los ojos cerrados, tocando suavemente con sus dedos los
pezones de Santana, sintiendo su dureza. Oh, qué maravillosos eran al tacto.
Santana tomó el rostro de Britt entre sus manos y lo alzó. Lo besó, dibujó sus labios con la lengua, entró
entre sus dientes y resbaló sobre ellos. Con una súbita urgencia, Britt tiró de la camisa de Santana hacia
arriba y dejó que cayese al suelo'junto con su sujetador. Dejó que cayese también su propia camisa junto
a la de ella, y se quedaron de pie, juntas. Los pechos desnudos de ambas se tocaban, mientras sus bocas
se buscaban con ansia.
Las manos de Santana fueron hacia los vaqueros de Britt en el mismo instante en que las de Britt fueron
hacia los suyos, y ambas se rieron silenciosamente. Pero la risa se extinguió pronto, reemplazada por una
urgencia que no podían negar. En pocos segundos estuvieron desnudas, junto a la cama, ambas con una
vaga sonrisa en el rostro.
—¿Estás segura de esto? —preguntó Santana con delicadeza.
—No, pero sí. Sí —replicó Britt, intentando con todas sus fuerzas ignorar el hecho de que estaba
entregándose a una completa desconocida.
—Eres muy hermosa —susurró Santana.
—También tú.
Britt la abrazó. Sus cuerpos se tocaron y sus labios echaron chispas. Britt sintió que el calor la inundaba,
y de nuevo pensó que sus rodillas estaban a punto de doblarse. Fue consciente de lo dispuesta que estaba
ya para Santana, de lo húmeda que estaba. Apartaron las sábanas y se tumbaron en la cama. Santana se acercó
a ella, presionando su pecho contra el de Britt, mientras sus labios acariciaban su rostro y su cuello, y la
lengua se deslizaba dentro de su oreja. Britt suspiraba y la abrazaba con más fuerza. Los dedos de Santana se
movieron por sus pechos. Britt deseaba desesperadamente que su boca se acercase allí, y entonces sintió
cómo Santana se deslizaba hacia abajo; sus labios se movían hipnóticamente sobre ella, dibujando su
areola, enroscándose sobre su duro pezón antes de cubrirlo con la boca. Un gemido salió de lo más
hondo de la garganta de Britt, que posó sus manos a cada lado del rostro de Santana y la acercó a ella. Santana
fue hacia el otro pecho y lo chupó largamente. Britt la apretó más, manteniéndola allí y pensando que nunca
había sentido tal placer.
Santana bajó por su cuerpo. Sus labios trazaron un sendero a través del liso estómago de Britt y de los
huecos de sus caderas, haciendo que ésta se alzase para ir a su encuentro. Britt gimió cuando Santana le
separó las piernas con un leve empujón del hombro. La lengua de Santana recorrió una y otra vez el interior
de sus ingles.
—Por favor —rogó suavemente, y la boca de Santana se posó sobre ella, haciendo que gritase.
Sus manos se aferraron a las sábanas y su cuello se arqueó hacia atrás mientras la lengua de Santana se
movía alrededor y dentro de ella, acariciándola expertamente. Britt se retorcía bajo su boca. Dios mío, se
sentía como si fuese a explotar.
Sus caderas subieron y presionaron el rostro de Santana, mientras ella cerraba fuertemente los ojos.
Respiró hondamente y después contuvo el aliento, mientras aquella mujer, aquella desconocida, la
acercaba tanto y tanto al éxtasis. Empezó a tomar aliento y después jadeó. De repente, sus caderas se
quedaron inmóviles, apretadas contra la experta boca de Santana, y el orgasmo la inundó, consumiéndola.
Gritó muy alto, anonadada por la intensidad de lo que sentía.
Britt la atrajo hacia ella y la abrazó estrechamente mientras se sosegaba su respiración. Tragó saliva,
con los ojos todavía cerrados. Santana no dijo nada: sólo se dejó abrazar mientras Britt movía suavemente las
manos por su suave espalda. Pronto, los labios de Britt empezaron a explorar el cuello de Santana. La hizo
rodar hasta quedar de costado y la clavó a la cama con una de sus piernas.
Se miraron largamente, sin perder ningún detalle. Britt la besó suavemente en los labios, notando su
propio sabor en ellos, lo cual la excitó muchísimo. Su lengua se movía dentro de la boca de Santana, sobre
sus labios, mojándole la cara. Le besó el cuello y notó su pulso galopante. Sus dientes pellizcaban la piel
de Santana, que gemía al notarlo. Deseaba complacer a aquella mujer, a aquella extraña a la que acababa
de conocer.
Quería hacer que sintiese con la misma intensidad que ella acababa de experimentar.
Sus manos envolvieron los pechos de Santana. Movió la boca sobre ellos y se estremeció al sentir su
suavidad. Los pezones de Santana estaban erectos. La lengua de Britt los provocó un poco más, haciendo que
se hinchasen todavía más que antes de que ella los tomase entre sus labios.
Las manos de Santana recorrían ansiosas el pelo de Britt, sujetando contra ella su cabeza. Sus caderas
presionaban contra la pierna de Britt. Esta pudo notar la humedad de Santana en la pierna, mientras su mano
bajaba entre ambos cuerpos, buscando la tibieza de Santana, sintiendo cómo el clítoris aumentaba de
volumen entre sus dedos mientras Britt profundizaba entre su suave y sedosa dulzura.
Los labios de Britt se apartaron de su pecho y la boca siguió el camino abierto por sus dedos, besando
la tibia piel del estómago de Santana. Su mentón se frotó contra el pelo fino y suave de Santana, la escuchó
gemir suavemente y sonrió, deseosa de complacerla. Su lengua creó un húmedo sendero que cruzaba una
de sus ingles, y después la otra, y Santana rogó que la tocase.
—Ya, por favor —demandó.
Britt presionó con su boca sobre ella, dejando que su lengua la recorriese, saboreándola. Se colocó
entre sus piernas, las apartó con las manos y la acarició vigorosamente con la boca y la lengua. Sintió
cómo Santana se apretaba contra ella. Cuando deslizó la lengua en el interior de su vagina, Santana se aferró
a sus hombros. Su boca succionaba y su lengua trazaba espirales sobre ella.
Santana chilló, empujando con las caderas hacia la boca de Britt mientras estallaba su orgasmo.
—Dios mío —jadeó, mientras su cuerpo recuperaba lentamente la calma.
Después se tendió de espaldas en la cama, sobre las sábanas', sin fuerza en las extremidades. Santana
atrajo hacia sí a Britt y le acarició el pelo con la mano. Los dedos de Santana se deslizaron suavemente por su
cuerpo antes de envolver su pubis. Britt se apretó contra su mano, deseando sentir los dedos de Santana
dentro de sí. Se hizo desear, a propósito, y Britt buscó su mano y la colocó firmemente entre las piernas.
Santana se movió sobre sus suaves labios, notando su ansiosa disposición. Lentamente, varios dedos se
deslizaron en su interior y Britt se alzó para ir a su encuentro. Santana se movió al compás, frotando con el
pulgar y empujando con los otros dedos, mientras las caderas de Britt subían y bajaban siguiendo su ritmo.
Su respiración se aceleró, y aferró los hombros de Santana mientras el orgasmo la invadía. La apretó
dentro de sí, estrujando su mano entre las ingles.
Cuando por fin se relajó, Brittany permitió que Santana se separara de ella, la atrajo hacia sí y la
abrazó estrechamente, apartando el pelo del rostro de Santana con las manos. Debería de estar cansada, pero
no quería que la noche acabara. Hacer el amor nunca había sido así antes. Besó suavemente, gentilmente,
la boca de Santana, tratando de decirle sin palabras lo que sentía. Santana permanecía quieta y parecía
comprenderlo.
Hicieron el amor una y otra vez, y por fin se quedaron dormidas cuando los primeros rayos del
amanecer iluminaron el oriente del cielo.
floor.br***** - Mensajes : 258
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Re: Fanfic Brittana-(Adaptacion) -Una noche de verano-CAP 29 Y 30 FINAL
BUENO PARECE QUE EL CAP LES PARECIO WANKY..GRACIAS X COMENTAR..SALUDOS
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Capítulo tres
Brittany despertó poco a poco, sintiéndose desorientada. Por fin su mente se aclaró y sus ojos se
abrieron de par en par.
Volvió rápidamente la cabeza y miró la cama. Vacía.
—¡Oh, Dios! —gritó, y cerró de golpe los ojos.
Sintió el cuerpo pesado y se estiró; todos sus músculos protestaron ruidosamente.
—¿Qué he hecho?
Se dio la vuelta y miró el reloj. Ya eran las diez.
Santana tenía partido a las nueve.
Santana.
Brittany se frotó los ojos mientras recordaba la noche pasada y se cubrió el rostro con las manos. ¿De
verdad había pasado toda la noche haciendo el amor con Santana Lopez? Sí, admitió con un fuerte
gemido.
—Oh, Dios —repitió.
Volvió la cabeza hacia la otra almohada y aspiró profundamente, notando el perfume de Santana
mezclado con el dulce olor de su noche de pasión.
—Oh, Dios.
Rodó de nuevo hacia su lado y abrazó las rodillas contra su estómago.
—¿Qué he hecho? —susurró—. Oh, Dios.
Se quedó allí echada, con los ojos cerrados, intentando negar la verdad, pero la certeza de lo que
había sucedido la pasada noche llegó arrasándolo todo. No había tenido muchas amantes, y desde luego
no había pasado toda la noche haciendo el amor con ninguna de ellas. Incluso cuando su relación con
Zoe era reciente, no recordaba haber pasado más que unas horas en la cama. Ninguna de sus anteriores
experiencias había sido tan apasionada como ésta. Aun ahora, enojada consigo misma como estaba, se
sintió inundada por un cálido sentimiento al recordar todo lo que habían hecho por ella las manos y los
labios de Santana.
—Oh, Dios —dijo de nuevo—. ¿Fue porque me volví loca?
Tumbada, inmóvil, dejó la mente en blanco y pronto volvió a quedarse dormida. Una hora más tarde
la despertó el timbre del teléfono, pero no hizo caso. Que dejen recado en el contestador, pensó. Se
incorporó, sintiendo un ligero mareo, y culpó al ron. Demonios, toda la noche había estado echándole la
culpa al ron. O todavía mejor, al calor del verano. Se frotó la frente y después los ojos. Se puso en pie,
desnuda, y vio su ropa amontonada junto a la cama.
—Oh, Dios -—repitió, sacudiendo la cabeza.
El teléfono volvió a sonar. Fue hacia la sala y escuchó el mensaje que recogía el contestador. La voz
de su abuelo la puso en acción.
—Estoy aquí —dijo, apagando rápidamente la máquina y descolgando el teléfono.
—Es tarde —dijo él.
—Oh, Harry. Lo siento. Me he quedado dormida.
Hacía años que quedaban todos los domingos para un tardío medio desayuno, medio almuerzo. Se
frotó ligeramente la frente, intentando aliviar su dolor de cabeza y su conciencia.
—Está bien. Puedo aplazarlo todo, Britt-Britt.
—-No, no, Harry. Lo siento —repitió—. Estaré ahí en media hora.
Corrió a ducharse, negándose a volver sobre lo sucedido la noche anterior. Se puso unos pantalones
cortos, una camiseta y sus sandalias playeras, y salió disparada. Su abuelo vivía en el lago Travis, en una
casa que su abuela y él habían construido mucho antes de que el lago se hiciese popular entre los
ciudadanos de Austin que deseaban escapar de la ciudad.
Ahora, las mansiones que habían surgido a su alrededor hacían que su modesta casa pareciese
diminuta.
Condujo su automóvil por la carretera serpenteante que conducía a la casa que llamaba hogar desde
los doce años.
Después de morir su madre, sus abuelos la habían tomado bajo su cuidado, intentando reparar el daño
causado por la pérdida de su único progenitor. Brittany nunca había conocido a su padre. Se había
largado cuando su madre estaba embarazada de siete meses y nunca habían vuelto a saber de él, pero se
las arreglaron para sobrevivir. Su madre trabajaba en dos empleos y por la noche acudía al college.
Acabó sus estudios cuando Britt tenía siete años. Sarah encontró empleo como profesora en una escuela
primaria de las afueras y se mudaron a su primera casa un año después, dejando atrás su lúgubre
apartamento. Y
entonces, en una lluviosa tarde de marzo, cuando Brittany tenía doce años, el coche de su madre
patinó en una curva y colisionó contra un árbol. Murió de forma instantánea.
Harry y Beth Pierce acogieron Britt por voluntad propia y consagraron su vida a intentar hacerla
feliz. Sarah había sido su única hija y Brittany era su única nieta. Como buena adolescente, se rebeló, por
supuesto. Era todo un demonio y se hallaba silenciosamente amargada a causa de su pérdida. Pero eso
también quedó atrás. Después del instituto se matriculó en la Universidad de Texas, obtuvo el título de
grado en tres años y después continuó hasta conseguir el máster. Hacía ya diez años que daba clases en el
Austin City College, y no tenía ningún deseo de mudarse de allí.
Harry la estaba esperando en el porche, sentado en su mecedora favorita. Estacionó a la sombra de un
viejo roble, fue hacia él y lo abrazó.
—Lo siento muchísimo —empezó.
—Tonterías —dijo él, rechazando sus disculpas—. Tienes todo el derecho a dormir las horas que
quieras.
Harry Pierce tenía ochenta años, pero no aparentaba más allá de sesenta y cinco. Tenía un fuerte
pelo blanco, que llevaba bastante más largo que los hombres de su edad. Pero parecía en forma. Seguía
nadando a diario en el lago, incluso en pleno invierno. Tan sólo sus ojos delataban su edad y la tristeza
que sentía desde que murió su esposa Beth.
Britt había estado yendo a almorzar todos los domingos desde que estudiaba en la universidad y, dado
que su abuela había fallecido tan sólo dos años antes, muchas veces pasaba toda la tarde con Harry,
pescando en el lago, dando un paseo en bote o simplemente charlando.
Sonrió y supo que él notaría las ojeras bajo sus ojos. Cuatro horas de sueño no eran suficientes para
ella, sobre todo después de una noche como la que había pasado. Bajó la vista, deseando que él no
preguntase nada. No lo hizo.
Su abuelo sirvió pollo con guarnición de arroz, hortalizas frescas de su pequeño jardín y té helado en
los mismos vasos que ella recordaba de su niñez. La mesa estaba embutida en una esquina de la parte de
atrás de la casa, frente al lago, y desde allí podían ver los botes en el agua, paseando, y algunas lanchas
arrastrando esquiadores acuáticos. Ella permanecía silenciosa y se dio cuenta de que no estaba siendo
muy buena compañía. Desviando la mirada del lago, sonrió a su abuelo, murmurando lo buena que estaba
la comida.
—¿Saliste hasta muy tarde anoche? —preguntó él por fin.
—Fui a un torneo de softball y después salimos a cenar —contestó, evitando su mirada.
—Ah.
—Con Rachel —añadió ella.
—Hace mucho que no la traes por aquí —dijo él.
—También hacía mucho que no la veía.
—Bueno, ahora que ya es verano deberías tener más tiempo para tus amistades.
Ella lo miró un segundo.
—Sí.
—Sabes que me preocupo por ti.
—Lo sé —dijo ella—. Muchas gracias. Me encanta que lo hagas.
—Necesitas a alguien, aparte de mí.
Su abuelo sonrió y dijo lo que siempre decía: —Ojalá tuvieses a alguien, Britt-Britt.
—Oh, Harry, estoy muy bien, ya lo sabes.
—Pero aun así. Yo no estaré aquí siempre.
Ella no hizo caso de aquel comentario. Llevaba diciendo lo mismo desde el día en que murió su
abuela.
Después de lavar los platos, sacaron la lancha y dieron una vuelta por el lago, tomándose su tiempo
mientras se maravillaban de las carísimas mansiones que salpicaban la costa.
—Cuesta creer que fuimos los primeros en vivir aquí —dijo él, como siempre.
Ella asintió, como siempre, y sonrió. El era todo lo que ella tenía, y eso la entristeció. Su abuelo se
había retraído bastante desde la muerte de Beth y ella sabía que para él era una lucha seguir resistiendo.
Parte de él había muerto con ella, a pesar de lo mucho que lo necesitaba Brittany. Había perdido a su
esposa y compañera, y Brittany no podía ni imaginar lo que eso había significado para él. La devastación
que había sentido cuando Zoe la dejó no podía compararse ni de lejos con la muerte de una esposa
después de cincuenta y dos años de matrimonio.
—¿Qué tal si salimos esta semana a cenar? —sugirió ella cuando estaban amarrando de nuevo la
lancha.
—Claro. ¿Comida mexicana?
El recuerdo de la pasada noche la invadió, y negó con la cabeza.
—¿Qué tal un italiano?
—Muy bien.
—¿El miércoles?
—De acuerdo.
Trajeron el gastado mazo de cartas y la jarra de té helado y se sentaron ante la mesa plegable. La
brisa del lago y la sombra del roble gigante hacían soportable el calor. Jugaron a las cartas y charlaron;
Britt agradecía cualquier cosa que mantuviese ocupada su mente. Si se concentraba con todas sus fuerzas
casi podía olvidar que había pasado la noche anterior en los brazos de una completa
desconocida. Sin embargo, de vez en cuando se colaban en su mente algunas imágenes, y se sentía
enrojecer al recordarse en la cama, con los brazos extendidos hacia Santana, suplicando silenciosamente
que la tocase.
Aferró su vaso de té, avergonzada por sus pensamientos. Se tocó la cara con el frío cristal y suspiró.
—¿Mucho calor?
Britt casi se atragantó con la inocente pregunta de su abuelo; fingió atender a sus cartas.
—Tengo algo de calor, sí —dijo—; pero supongo que es por la estación.
—Yo ya ni me lo pienso —repuso Harry—. Si tengo calor, me desnudo y al agua.
—¡Harry! No me estarás diciendo que sigues bañándote desnudo en pleno día, ¿no?
El pasado verano, la nueva vecina de Harry estaba junto a su valla, quitando la maleza, cuando lo vio
practicando su afición, y llamó a la oficina del sheriff.
—Creo que se sienta en el porche con sus prismáticos —dijo Harry, con los ojos brillantes de
malicia—. Puede que ande en busca de emociones fuertes.
—Te advirtieron de que la próxima vez te multarían, Harry —le recordó Britt.
—¡Bah, estupideces! —rió él—. ¿A que sería un buen titular? «Plantan una multa a un viejo carcamal
por comportamiento indecente.»
Después volvió a reírse:
—Supongo que más bien sería muy indecente de ver.
Britt también se rió. Hacía mucho tiempo que Harry no estaba de tan buen humor. A pesar de su dolor
de cabeza, decidió jugar otra partida de cartas.
Eran más de las tres cuando por fin se marchó. En el viaje de vuelta a casa intentó en vano olvidar la
noche pasada. Sin Harry para distraerla, las imágenes de Santana Lopez no dejaban de asaltarla. Sintió
una extraña sensación en las entrañas al recordar cómo se había resistido su boca a abandonar el pecho
de Santana, y cómo se había decidido al fin únicamente para viajar cuerpo abajo hasta llegar a una zona
más cálida y húmeda.
—Oh, Dios —murmuró.
Giró la rejilla de ventilación hacia el rostro y puso al máximo el ventilador, negándose
obstinadamente a permitir que su mente repasase una y otra vez lo sucedido la noche anterior. En vez de
eso, se pasó el resto del viaje regañándose a sí misma por haber actuado como ¡una ramera lasciva!
Sabía que estaba comportándose como una estúpida, pero aparcó en el camino de entrada, rehusando
entrar en el garaje para no recordar los largos minutos que estuvieron allí de pie, mirándose, cada una a
un lado del auto. Sin embargo, se quedó en el coche y acabó recordando, de todos modos, aferrada al
volante, sin ser consciente de su acelerada respiración. Sí que notó, no obstante, una cálida sensación
entre las piernas, y sus ojos se cerraron lentamente mientras recreaba las manos de Santana, primero, y
después su boca sobre su cuerpo. Se estremeció al recordar sus propias manos ansiosas, guiando a Santana
hacia la urgencia que sentía entre los muslos.
El sordo gemido que salió de su garganta la sobresaltó y abrió los ojos de repente. Enterró el rostro
entre las manos, intentando borrar las imágenes, intentando calmar la excitación.
Cuando entró en su casa vio que el contestador parpadeaba.
Sin hacer caso, fue a buscar una cerveza de la nevera y la escanció en un vaso helado que guardaba
en el congelador.
Salió a la terraza a pesar del calor y se sentó a la sombra. Se tomó su cerveza fría, mirando cómo se
precipitaba el agua cristalina del Bull Creek sobre el lecho de piedra caliza.
Le encantaba su casa. Era como si un trocito de Hill Country se hubiese refugiado en las laderas del
oeste de Austin. Densas arboledas de cedros y robles cercaban el río y le proporcionaban intimidad
frente a sus vecinos. Era un río pequeño, de apenas cuatro palmos de profundidad en la estación húmeda y
sólo siete metros de ancho en algunos lugares, pero para ella era su refugio. En los ardientes días de
verano, solía coger un neumático y se iba flotando corriente abajo, para después remar de vuelta y volver
a empezar. La fría agua de manantial era una bendición durante los abrasadores veranos.
Contempló el aterrizaje de un cardenal en su comedero de pájaros, vacío, y frunció el entrecejo. De
nuevo había olvidado comprar alpiste. El timbre del teléfono resonó en la casa y ella cerró los ojos; no
tenía ganas de hablar con nadie. Sabía que era Rachel, deseosa de saber todo lo que había sucedido la
pasada noche, pero ella no estaba preparada para hablar sobre ello. Quizá nunca querría contarlo.
Después de tres llamadas saltó el contestador. Dejó la mente en blanco mientras se concentraba en el
torrente de agua y en el hambriento cardenal, que daba picotazos al comedero vacío.
Acabada la cerveza, Britt volvió dentro y se quedó mirando el contestador. Había intentado ignorarlo,
pero la luz parpadeante le hizo señas, así que lo puso en marcha. El corazón le golpeaba el pecho.
Esperaba oír la voz de Santana y no estaba segura de querer que sucediese.
No tenía por qué haberse preocupado: ninguno de los mensajes era de ella. Rachel había llamado
cuatro veces y Susan Gruber, la decana de su college, también había llamado para invitarla a una
barbacoa el siguiente fin de semana. No sabía si se alegraba de que Santana no hubiese llamado o si se
sentía decepcionada porque no se hubiera molestado en hacerlo.
Quizá Santana estaba acostumbrada a esas estancias de una sola noche. Puede que no sintiese en
absoluto la angustia que sentía Britt.
Al entrar en su dormitorio vio sus ropas, todavía en el suelo desde la noche anterior. Se detuvo y
elevó la vista al techo.
—Oh, Dios.
Recogió rápidamente la ropa y la echó a la cesta. Ojos que no ven, corazón que no siente, pensó.
El teléfono volvió a sonar y esta vez atendió la llamada.
—¿Britt? ¿Dónde te has metido? —preguntó Rachel.
—En casa de Harry.
-—Te he llamado varias veces, desde esta mañana temprano —replicó ella.
—Bueno, es que salí temprano de casa —mintió Britt.
—No has ido a los partidos —la acusó Rachel.
—No recuerdo haberte dicho que iría hoy —dijo secamente.
—Bueno, pensé que... después de la noche pasada...
Brittany no hizo comentarios y puso los ojos en blanco.
—¿Qué tal jugaron? —preguntó por fin.
—Perdieron el primero, después ganaron el siguiente y llegaron a las finales, pero perdieron cinco a
cuatro.
—Oh.
Deseaba preguntar qué tal había jugado Santana, pero se mordió la lengua. No debería ni preocuparse.
—Escucha, tenemos una barbacoa en Adam's Ribs esta noche. ¿Por qué no te vienes?
—Oh, no sé —dijo ella—. Hace demasiado calor para guardar colas.
La aterraba la posibilidad de ver de nuevo a Santana, aunque se preguntaba si ya se habría marchado a
San Antonio.
—Venga, será divertido. Trae algo de cerveza. Sabes que allí no la venden.
Como Britt no respondía, Rachel añadió: —Estaremos a la sombra.
Brittany acabó aceptando, contra los dictados de su conciencia. Regañó a la parte de ella misma que
deseaba ver de nuevo a Santana y rogó para que ya se hubiese marchado de la ciudad.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Capítulo tres
Brittany despertó poco a poco, sintiéndose desorientada. Por fin su mente se aclaró y sus ojos se
abrieron de par en par.
Volvió rápidamente la cabeza y miró la cama. Vacía.
—¡Oh, Dios! —gritó, y cerró de golpe los ojos.
Sintió el cuerpo pesado y se estiró; todos sus músculos protestaron ruidosamente.
—¿Qué he hecho?
Se dio la vuelta y miró el reloj. Ya eran las diez.
Santana tenía partido a las nueve.
Santana.
Brittany se frotó los ojos mientras recordaba la noche pasada y se cubrió el rostro con las manos. ¿De
verdad había pasado toda la noche haciendo el amor con Santana Lopez? Sí, admitió con un fuerte
gemido.
—Oh, Dios —repitió.
Volvió la cabeza hacia la otra almohada y aspiró profundamente, notando el perfume de Santana
mezclado con el dulce olor de su noche de pasión.
—Oh, Dios.
Rodó de nuevo hacia su lado y abrazó las rodillas contra su estómago.
—¿Qué he hecho? —susurró—. Oh, Dios.
Se quedó allí echada, con los ojos cerrados, intentando negar la verdad, pero la certeza de lo que
había sucedido la pasada noche llegó arrasándolo todo. No había tenido muchas amantes, y desde luego
no había pasado toda la noche haciendo el amor con ninguna de ellas. Incluso cuando su relación con
Zoe era reciente, no recordaba haber pasado más que unas horas en la cama. Ninguna de sus anteriores
experiencias había sido tan apasionada como ésta. Aun ahora, enojada consigo misma como estaba, se
sintió inundada por un cálido sentimiento al recordar todo lo que habían hecho por ella las manos y los
labios de Santana.
—Oh, Dios —dijo de nuevo—. ¿Fue porque me volví loca?
Tumbada, inmóvil, dejó la mente en blanco y pronto volvió a quedarse dormida. Una hora más tarde
la despertó el timbre del teléfono, pero no hizo caso. Que dejen recado en el contestador, pensó. Se
incorporó, sintiendo un ligero mareo, y culpó al ron. Demonios, toda la noche había estado echándole la
culpa al ron. O todavía mejor, al calor del verano. Se frotó la frente y después los ojos. Se puso en pie,
desnuda, y vio su ropa amontonada junto a la cama.
—Oh, Dios -—repitió, sacudiendo la cabeza.
El teléfono volvió a sonar. Fue hacia la sala y escuchó el mensaje que recogía el contestador. La voz
de su abuelo la puso en acción.
—Estoy aquí —dijo, apagando rápidamente la máquina y descolgando el teléfono.
—Es tarde —dijo él.
—Oh, Harry. Lo siento. Me he quedado dormida.
Hacía años que quedaban todos los domingos para un tardío medio desayuno, medio almuerzo. Se
frotó ligeramente la frente, intentando aliviar su dolor de cabeza y su conciencia.
—Está bien. Puedo aplazarlo todo, Britt-Britt.
—-No, no, Harry. Lo siento —repitió—. Estaré ahí en media hora.
Corrió a ducharse, negándose a volver sobre lo sucedido la noche anterior. Se puso unos pantalones
cortos, una camiseta y sus sandalias playeras, y salió disparada. Su abuelo vivía en el lago Travis, en una
casa que su abuela y él habían construido mucho antes de que el lago se hiciese popular entre los
ciudadanos de Austin que deseaban escapar de la ciudad.
Ahora, las mansiones que habían surgido a su alrededor hacían que su modesta casa pareciese
diminuta.
Condujo su automóvil por la carretera serpenteante que conducía a la casa que llamaba hogar desde
los doce años.
Después de morir su madre, sus abuelos la habían tomado bajo su cuidado, intentando reparar el daño
causado por la pérdida de su único progenitor. Brittany nunca había conocido a su padre. Se había
largado cuando su madre estaba embarazada de siete meses y nunca habían vuelto a saber de él, pero se
las arreglaron para sobrevivir. Su madre trabajaba en dos empleos y por la noche acudía al college.
Acabó sus estudios cuando Britt tenía siete años. Sarah encontró empleo como profesora en una escuela
primaria de las afueras y se mudaron a su primera casa un año después, dejando atrás su lúgubre
apartamento. Y
entonces, en una lluviosa tarde de marzo, cuando Brittany tenía doce años, el coche de su madre
patinó en una curva y colisionó contra un árbol. Murió de forma instantánea.
Harry y Beth Pierce acogieron Britt por voluntad propia y consagraron su vida a intentar hacerla
feliz. Sarah había sido su única hija y Brittany era su única nieta. Como buena adolescente, se rebeló, por
supuesto. Era todo un demonio y se hallaba silenciosamente amargada a causa de su pérdida. Pero eso
también quedó atrás. Después del instituto se matriculó en la Universidad de Texas, obtuvo el título de
grado en tres años y después continuó hasta conseguir el máster. Hacía ya diez años que daba clases en el
Austin City College, y no tenía ningún deseo de mudarse de allí.
Harry la estaba esperando en el porche, sentado en su mecedora favorita. Estacionó a la sombra de un
viejo roble, fue hacia él y lo abrazó.
—Lo siento muchísimo —empezó.
—Tonterías —dijo él, rechazando sus disculpas—. Tienes todo el derecho a dormir las horas que
quieras.
Harry Pierce tenía ochenta años, pero no aparentaba más allá de sesenta y cinco. Tenía un fuerte
pelo blanco, que llevaba bastante más largo que los hombres de su edad. Pero parecía en forma. Seguía
nadando a diario en el lago, incluso en pleno invierno. Tan sólo sus ojos delataban su edad y la tristeza
que sentía desde que murió su esposa Beth.
Britt había estado yendo a almorzar todos los domingos desde que estudiaba en la universidad y, dado
que su abuela había fallecido tan sólo dos años antes, muchas veces pasaba toda la tarde con Harry,
pescando en el lago, dando un paseo en bote o simplemente charlando.
Sonrió y supo que él notaría las ojeras bajo sus ojos. Cuatro horas de sueño no eran suficientes para
ella, sobre todo después de una noche como la que había pasado. Bajó la vista, deseando que él no
preguntase nada. No lo hizo.
Su abuelo sirvió pollo con guarnición de arroz, hortalizas frescas de su pequeño jardín y té helado en
los mismos vasos que ella recordaba de su niñez. La mesa estaba embutida en una esquina de la parte de
atrás de la casa, frente al lago, y desde allí podían ver los botes en el agua, paseando, y algunas lanchas
arrastrando esquiadores acuáticos. Ella permanecía silenciosa y se dio cuenta de que no estaba siendo
muy buena compañía. Desviando la mirada del lago, sonrió a su abuelo, murmurando lo buena que estaba
la comida.
—¿Saliste hasta muy tarde anoche? —preguntó él por fin.
—Fui a un torneo de softball y después salimos a cenar —contestó, evitando su mirada.
—Ah.
—Con Rachel —añadió ella.
—Hace mucho que no la traes por aquí —dijo él.
—También hacía mucho que no la veía.
—Bueno, ahora que ya es verano deberías tener más tiempo para tus amistades.
Ella lo miró un segundo.
—Sí.
—Sabes que me preocupo por ti.
—Lo sé —dijo ella—. Muchas gracias. Me encanta que lo hagas.
—Necesitas a alguien, aparte de mí.
Su abuelo sonrió y dijo lo que siempre decía: —Ojalá tuvieses a alguien, Britt-Britt.
—Oh, Harry, estoy muy bien, ya lo sabes.
—Pero aun así. Yo no estaré aquí siempre.
Ella no hizo caso de aquel comentario. Llevaba diciendo lo mismo desde el día en que murió su
abuela.
Después de lavar los platos, sacaron la lancha y dieron una vuelta por el lago, tomándose su tiempo
mientras se maravillaban de las carísimas mansiones que salpicaban la costa.
—Cuesta creer que fuimos los primeros en vivir aquí —dijo él, como siempre.
Ella asintió, como siempre, y sonrió. El era todo lo que ella tenía, y eso la entristeció. Su abuelo se
había retraído bastante desde la muerte de Beth y ella sabía que para él era una lucha seguir resistiendo.
Parte de él había muerto con ella, a pesar de lo mucho que lo necesitaba Brittany. Había perdido a su
esposa y compañera, y Brittany no podía ni imaginar lo que eso había significado para él. La devastación
que había sentido cuando Zoe la dejó no podía compararse ni de lejos con la muerte de una esposa
después de cincuenta y dos años de matrimonio.
—¿Qué tal si salimos esta semana a cenar? —sugirió ella cuando estaban amarrando de nuevo la
lancha.
—Claro. ¿Comida mexicana?
El recuerdo de la pasada noche la invadió, y negó con la cabeza.
—¿Qué tal un italiano?
—Muy bien.
—¿El miércoles?
—De acuerdo.
Trajeron el gastado mazo de cartas y la jarra de té helado y se sentaron ante la mesa plegable. La
brisa del lago y la sombra del roble gigante hacían soportable el calor. Jugaron a las cartas y charlaron;
Britt agradecía cualquier cosa que mantuviese ocupada su mente. Si se concentraba con todas sus fuerzas
casi podía olvidar que había pasado la noche anterior en los brazos de una completa
desconocida. Sin embargo, de vez en cuando se colaban en su mente algunas imágenes, y se sentía
enrojecer al recordarse en la cama, con los brazos extendidos hacia Santana, suplicando silenciosamente
que la tocase.
Aferró su vaso de té, avergonzada por sus pensamientos. Se tocó la cara con el frío cristal y suspiró.
—¿Mucho calor?
Britt casi se atragantó con la inocente pregunta de su abuelo; fingió atender a sus cartas.
—Tengo algo de calor, sí —dijo—; pero supongo que es por la estación.
—Yo ya ni me lo pienso —repuso Harry—. Si tengo calor, me desnudo y al agua.
—¡Harry! No me estarás diciendo que sigues bañándote desnudo en pleno día, ¿no?
El pasado verano, la nueva vecina de Harry estaba junto a su valla, quitando la maleza, cuando lo vio
practicando su afición, y llamó a la oficina del sheriff.
—Creo que se sienta en el porche con sus prismáticos —dijo Harry, con los ojos brillantes de
malicia—. Puede que ande en busca de emociones fuertes.
—Te advirtieron de que la próxima vez te multarían, Harry —le recordó Britt.
—¡Bah, estupideces! —rió él—. ¿A que sería un buen titular? «Plantan una multa a un viejo carcamal
por comportamiento indecente.»
Después volvió a reírse:
—Supongo que más bien sería muy indecente de ver.
Britt también se rió. Hacía mucho tiempo que Harry no estaba de tan buen humor. A pesar de su dolor
de cabeza, decidió jugar otra partida de cartas.
Eran más de las tres cuando por fin se marchó. En el viaje de vuelta a casa intentó en vano olvidar la
noche pasada. Sin Harry para distraerla, las imágenes de Santana Lopez no dejaban de asaltarla. Sintió
una extraña sensación en las entrañas al recordar cómo se había resistido su boca a abandonar el pecho
de Santana, y cómo se había decidido al fin únicamente para viajar cuerpo abajo hasta llegar a una zona
más cálida y húmeda.
—Oh, Dios —murmuró.
Giró la rejilla de ventilación hacia el rostro y puso al máximo el ventilador, negándose
obstinadamente a permitir que su mente repasase una y otra vez lo sucedido la noche anterior. En vez de
eso, se pasó el resto del viaje regañándose a sí misma por haber actuado como ¡una ramera lasciva!
Sabía que estaba comportándose como una estúpida, pero aparcó en el camino de entrada, rehusando
entrar en el garaje para no recordar los largos minutos que estuvieron allí de pie, mirándose, cada una a
un lado del auto. Sin embargo, se quedó en el coche y acabó recordando, de todos modos, aferrada al
volante, sin ser consciente de su acelerada respiración. Sí que notó, no obstante, una cálida sensación
entre las piernas, y sus ojos se cerraron lentamente mientras recreaba las manos de Santana, primero, y
después su boca sobre su cuerpo. Se estremeció al recordar sus propias manos ansiosas, guiando a Santana
hacia la urgencia que sentía entre los muslos.
El sordo gemido que salió de su garganta la sobresaltó y abrió los ojos de repente. Enterró el rostro
entre las manos, intentando borrar las imágenes, intentando calmar la excitación.
Cuando entró en su casa vio que el contestador parpadeaba.
Sin hacer caso, fue a buscar una cerveza de la nevera y la escanció en un vaso helado que guardaba
en el congelador.
Salió a la terraza a pesar del calor y se sentó a la sombra. Se tomó su cerveza fría, mirando cómo se
precipitaba el agua cristalina del Bull Creek sobre el lecho de piedra caliza.
Le encantaba su casa. Era como si un trocito de Hill Country se hubiese refugiado en las laderas del
oeste de Austin. Densas arboledas de cedros y robles cercaban el río y le proporcionaban intimidad
frente a sus vecinos. Era un río pequeño, de apenas cuatro palmos de profundidad en la estación húmeda y
sólo siete metros de ancho en algunos lugares, pero para ella era su refugio. En los ardientes días de
verano, solía coger un neumático y se iba flotando corriente abajo, para después remar de vuelta y volver
a empezar. La fría agua de manantial era una bendición durante los abrasadores veranos.
Contempló el aterrizaje de un cardenal en su comedero de pájaros, vacío, y frunció el entrecejo. De
nuevo había olvidado comprar alpiste. El timbre del teléfono resonó en la casa y ella cerró los ojos; no
tenía ganas de hablar con nadie. Sabía que era Rachel, deseosa de saber todo lo que había sucedido la
pasada noche, pero ella no estaba preparada para hablar sobre ello. Quizá nunca querría contarlo.
Después de tres llamadas saltó el contestador. Dejó la mente en blanco mientras se concentraba en el
torrente de agua y en el hambriento cardenal, que daba picotazos al comedero vacío.
Acabada la cerveza, Britt volvió dentro y se quedó mirando el contestador. Había intentado ignorarlo,
pero la luz parpadeante le hizo señas, así que lo puso en marcha. El corazón le golpeaba el pecho.
Esperaba oír la voz de Santana y no estaba segura de querer que sucediese.
No tenía por qué haberse preocupado: ninguno de los mensajes era de ella. Rachel había llamado
cuatro veces y Susan Gruber, la decana de su college, también había llamado para invitarla a una
barbacoa el siguiente fin de semana. No sabía si se alegraba de que Santana no hubiese llamado o si se
sentía decepcionada porque no se hubiera molestado en hacerlo.
Quizá Santana estaba acostumbrada a esas estancias de una sola noche. Puede que no sintiese en
absoluto la angustia que sentía Britt.
Al entrar en su dormitorio vio sus ropas, todavía en el suelo desde la noche anterior. Se detuvo y
elevó la vista al techo.
—Oh, Dios.
Recogió rápidamente la ropa y la echó a la cesta. Ojos que no ven, corazón que no siente, pensó.
El teléfono volvió a sonar y esta vez atendió la llamada.
—¿Britt? ¿Dónde te has metido? —preguntó Rachel.
—En casa de Harry.
-—Te he llamado varias veces, desde esta mañana temprano —replicó ella.
—Bueno, es que salí temprano de casa —mintió Britt.
—No has ido a los partidos —la acusó Rachel.
—No recuerdo haberte dicho que iría hoy —dijo secamente.
—Bueno, pensé que... después de la noche pasada...
Brittany no hizo comentarios y puso los ojos en blanco.
—¿Qué tal jugaron? —preguntó por fin.
—Perdieron el primero, después ganaron el siguiente y llegaron a las finales, pero perdieron cinco a
cuatro.
—Oh.
Deseaba preguntar qué tal había jugado Santana, pero se mordió la lengua. No debería ni preocuparse.
—Escucha, tenemos una barbacoa en Adam's Ribs esta noche. ¿Por qué no te vienes?
—Oh, no sé —dijo ella—. Hace demasiado calor para guardar colas.
La aterraba la posibilidad de ver de nuevo a Santana, aunque se preguntaba si ya se habría marchado a
San Antonio.
—Venga, será divertido. Trae algo de cerveza. Sabes que allí no la venden.
Como Britt no respondía, Rachel añadió: —Estaremos a la sombra.
Brittany acabó aceptando, contra los dictados de su conciencia. Regañó a la parte de ella misma que
deseaba ver de nuevo a Santana y rogó para que ya se hubiese marchado de la ciudad.
floor.br***** - Mensajes : 258
Fecha de inscripción : 07/01/2014
Edad : 27
Re: Fanfic Brittana-(Adaptacion) -Una noche de verano-CAP 29 Y 30 FINAL
ho vamos britt casi le da un ataque por la noche que paso con san jajajajja
me encanta el abue de britt!!!!
para britt va a ser difícil olvidar la noche con san,... no creo que sea la única,.....
me encanta el abue de britt!!!!
para britt va a ser difícil olvidar la noche con san,... no creo que sea la única,.....
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: Fanfic Brittana-(Adaptacion) -Una noche de verano-CAP 29 Y 30 FINAL
Creo que fue una gran noche para Britt y por eso solo "Oh, Dios" sabia decir xD
Buen cap, me gusta la historia aunque Britt esta histerica xD jeje
Saludos :)
Buen cap, me gusta la historia aunque Britt esta histerica xD jeje
Saludos :)
Elita- - Mensajes : 1247
Fecha de inscripción : 17/06/2012
Re: Fanfic Brittana-(Adaptacion) -Una noche de verano-CAP 29 Y 30 FINAL
Capítulo cuatro
Adam's Ribs estaba repleto de gente, incluso en domingo.
Situado a unos treinta kilómetros al sur de Austin, tenía fama de ser la mejor barbacoa de los
alrededores. La gente esperaba fuera, bajo los cedros, yendo y viniendo hasta las neveras portátiles
llenas de cerveza que habían traído consigo, mientras esperaban a que quedasen mesas vacías dentro del
local. Había comederos para colibríes en todos los árboles y algunos de ellos, con el pecho color rubí,
zumbaban alrededor, esquivando a las personas que se disputaban el turno.
Brittany estaba sentada en el asiento trasero del auto de Rachel; tuvieron que aparcar en el arcén,
porque el estacionamiento estaba completo. Habían depositado sus cervezas en una nevera portátil y
Quinn la transportaba entre la gente, buscando al mismo tiempo rostros familiares. Britt no había preguntado
si Santana iba a estar allí y ellas tampoco la habían informado. Escudriñó entre la multitud, buscando a sus
amigas; vio a Hannah y le hizo señas, y después siguió a Rachel y a Quinn.
—Eh, has venido —dijo Hannah—. Te has perdido unas cuantas jugadas buenas hoy.
—Eso he oído. Siento que hayáis perdido.
—Llegamos mucho más lejos de lo que creíamos poder llegar. Ha sido divertido —repuso Hannah.
Britt volvió a buscar entre la multitud, y vio a Lauren, Marley, Kitty y unas cuantas conocidas más. Su
mirada se detuvo cuando vio a Santana hablando con una rubia muy atractiva.
Desvió rápidamente la vista, fingiendo interesarse en los comentarios de Hannah, Rachel y las demás
sobre el partido.
—No veas: Santana estuvo así de cerca de marcar —dijo Hannah, separando el índice y el pulgar dos
milímetros.
—¿Quién es la chica que está con ella? —preguntó Lauren.
Britt escuchó atentamente, ignorando la mirada que le lanzó Rachel.
—Creo que es su novia. Apareció en el primer partido y ha estado aquí todo el día.
Britt sintió como un puñetazo en el estómago y lo disimuló ocupándose de la nevera portátil, sacando
una cerveza de entre el hielo. ¿Novia? ¿Novia? ¡Dios bendito! ¿Tenía novia? y ¿por qué la sorprendía
tanto? Por supuesto que una mujer como Santana tenía que tener una, ¿no? ¡Oh, Dios! ¡Se había llevado a
casa a una desconocida de un bar, a su casa, y había hecho el amor con ella durante toda la noche, y tenía
novia! ¡Oh, Dios!
Se frotó las sienes y los ojos, fuertemente cerrados. ¿Qué he hecho? No soy mejor que Zoe, pensó.
Bebió un gran trago de cerveza, intentando calmar su desbocado corazón, intentando aliviar sus
contraídas tripas.
Bo se acercó y Britt sonrió, ausente, mientras vaciaba el resto de su cerveza. No iba a conducir.
Podía beber, pensó, mientras buscaba otra cerveza en la nevera. Lo que fuese por sofocar la vergüenza
que sentía. Oh, Dios, ¿en qué había estado pensando?
—¿Quién es la que está con Santana? —preguntó Rachel.
—Channel. Una de sus novias —las informó Bo.
¿Una de ellas? Oh, Dios. Britt respiró hondo y sonrió, fingiendo que la conversación no iba con ella.
—Creo que es muy de su estilo —añadió Bo—. Sale mucho. Siempre la veo con una mujer nueva
—continuó, ajena a la incomodidad de Britt.
—No me extraña —dijo Rachel—. Es guapísima.
Y eso que no sabían ni la mitad, pensó Britt. Por suerte, la conversación cambió de tema. En realidad,
Britt estaba muy asombrada consigo misma. Consiguió hacer algún comentario, mientras mantenía la vista
firmemente desviada de Santana y su novia, Channel. En ese momento decidió que mantenerse célibe durante
el resto de su vida no era tan mala idea.
La cola avanzó y ellas también, arrastrando consigo sus neveras. El sol empezaba a ponerse por el
oeste, el aire había refrescado y Britt bebía su tercera cerveza. debenería estar en casa, pensó, en cualquier
parte excepto aquí, donde tenía que apartar la vísta para no contemplar lo atentamente que escuchaba
Santana las palabras de Channel. Por mucho que lo intentaba, no podía evitar mirarla. La cabeza de Santana
estaba inclinada hacia Channel, y le hablaba bajito, con una sonrisa en el rostro. Channel era rubia y
preciosa, con la larga melena al viento, pasándole los hombros, y a menudo toqueteaba el brazo de Santana
al hablar. ¿Por qué tenía que toquetearla tanto? ¿Y ese pelo?
Seguro que no era su color natural.
Britt no les quitaba ojo mientras recordaba la noche pasada y todo lo que había compartido con Santana
Lopez. Observaba sus labios y sus manos, rememorando cómo habían tocado sus partes más íntimas.
¡Oh, qué idiota había sido! Esperaba haber aprendido la lección. ¿Cómo se había atrevido a llevar a una
desconocida del bar a su casa?
Volvió a mirar hacia Santana y se sobresaltó al encontrársela mirándola fijamente. Santana se volvió y le
dijo algo a Channel, y después se abrió paso entre la gente hacia ella, sin apartar la vista de Britt. Esta quería
volverse, pero los ojos de Santana la cautivaron y se quedó esperándola.
—¿Qué tal estás? —preguntó Santana suavemente, acercándose al grupo de Brittany.
—Estupendamente —consiguió decir Britt.
—Siento haberme marchado así, pero no quería despertarte —dijo en voz baja, escudriñándola con
sus oscuros ojos—.
Bueno, en realidad me hubiera gustado despertarte — bromeó —, pero entonces hubiera llegado tarde
al partido.
Britt no respondió, pero tampoco pudo apartar la vista de aquellos ojos.
—Llamé un taxi —explicó Santana.
Britt se encogió de hombros y por fin se dio la vuelta. Dios, cómo recordaba cada detalle de la noche
anterior; la intimidad compartida la arrastraba. Apretó las mandíbulas y alzó la vista hacia Santana.
Deseaba con todas sus fuerzas olvidar todo lo ocurrido la noche pasada.
—¿Te gustó? —preguntó Santana.
—No —se sinceró ella.
—¿No? Britt, la noche pasada fue...
—La noche pasada fue un error —dijo Brittany, casi enfadada, mirando fijamente a Santana—. Un
gran error. Voy a hacer como si nunca hubiese existido.
—¿Por qué? Fue increíble.
-—No —dijo Britt, negando con la cabeza. Hizo un gesto señalando a Channel—. ¿No deberías volver
con ella?
Santana siguió su mirada y después volvió a fijar la vista en Britt.
—Britt, es sólo una amiga.
—Sí, eso he oído.
—Puedo explicarlo —dijo Santana.
—No, no hace falta, de verdad. —Miró a lo lejos y después volvió la vista hacia Santana, naufragando
en sus ojos oscuros a pesar de sus intentos de resistirse—. La noche pasada sucedió algo que no me
apetece repetir. No sé tú, pero yo nunca había hecho algo así antes y, por Dios, ¡tienes novia! ¿Cómo has
podido? —siseó—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—No es así —protestó Santana—. No estamos juntas.
Britt alzó una mano y sacudió la cabeza.
—De verdad que no importa. No es asunto mío.
Santana pareció sentirse frustrada.
—Mira, tuvimos una relación una vez, sí. Pero ya se acabó.
Britt, sólo somos amigas. Lo juro. Vayamos a hablar a algún sitio, por favor.
Intentó cogerle la mano, pero Britt se apartó.
—No tengo nada que decirte, y ya te he dicho que no es asunto mío —susurró, sólo unos segundos
antes de que Channel se uniera a ellas.
—¿Vienes, Santana? Creo que somos las siguientes —dijo dulcemente, y Britt se mordió el labio.
Aquella mujer parecía salida de las páginas de una revista.
Britt la odió.
—Bien. Voy en un segundo. —Santana se volvió de nuevo hacia Brittany—. Tenemos que hablar —dijo
en voz baja—.
Tienes que dejar que te lo explique.
—No te molestes. Vete y ya está —dijo Britt, alejándose.
Adam's Ribs estaba repleto de gente, incluso en domingo.
Situado a unos treinta kilómetros al sur de Austin, tenía fama de ser la mejor barbacoa de los
alrededores. La gente esperaba fuera, bajo los cedros, yendo y viniendo hasta las neveras portátiles
llenas de cerveza que habían traído consigo, mientras esperaban a que quedasen mesas vacías dentro del
local. Había comederos para colibríes en todos los árboles y algunos de ellos, con el pecho color rubí,
zumbaban alrededor, esquivando a las personas que se disputaban el turno.
Brittany estaba sentada en el asiento trasero del auto de Rachel; tuvieron que aparcar en el arcén,
porque el estacionamiento estaba completo. Habían depositado sus cervezas en una nevera portátil y
Quinn la transportaba entre la gente, buscando al mismo tiempo rostros familiares. Britt no había preguntado
si Santana iba a estar allí y ellas tampoco la habían informado. Escudriñó entre la multitud, buscando a sus
amigas; vio a Hannah y le hizo señas, y después siguió a Rachel y a Quinn.
—Eh, has venido —dijo Hannah—. Te has perdido unas cuantas jugadas buenas hoy.
—Eso he oído. Siento que hayáis perdido.
—Llegamos mucho más lejos de lo que creíamos poder llegar. Ha sido divertido —repuso Hannah.
Britt volvió a buscar entre la multitud, y vio a Lauren, Marley, Kitty y unas cuantas conocidas más. Su
mirada se detuvo cuando vio a Santana hablando con una rubia muy atractiva.
Desvió rápidamente la vista, fingiendo interesarse en los comentarios de Hannah, Rachel y las demás
sobre el partido.
—No veas: Santana estuvo así de cerca de marcar —dijo Hannah, separando el índice y el pulgar dos
milímetros.
—¿Quién es la chica que está con ella? —preguntó Lauren.
Britt escuchó atentamente, ignorando la mirada que le lanzó Rachel.
—Creo que es su novia. Apareció en el primer partido y ha estado aquí todo el día.
Britt sintió como un puñetazo en el estómago y lo disimuló ocupándose de la nevera portátil, sacando
una cerveza de entre el hielo. ¿Novia? ¿Novia? ¡Dios bendito! ¿Tenía novia? y ¿por qué la sorprendía
tanto? Por supuesto que una mujer como Santana tenía que tener una, ¿no? ¡Oh, Dios! ¡Se había llevado a
casa a una desconocida de un bar, a su casa, y había hecho el amor con ella durante toda la noche, y tenía
novia! ¡Oh, Dios!
Se frotó las sienes y los ojos, fuertemente cerrados. ¿Qué he hecho? No soy mejor que Zoe, pensó.
Bebió un gran trago de cerveza, intentando calmar su desbocado corazón, intentando aliviar sus
contraídas tripas.
Bo se acercó y Britt sonrió, ausente, mientras vaciaba el resto de su cerveza. No iba a conducir.
Podía beber, pensó, mientras buscaba otra cerveza en la nevera. Lo que fuese por sofocar la vergüenza
que sentía. Oh, Dios, ¿en qué había estado pensando?
—¿Quién es la que está con Santana? —preguntó Rachel.
—Channel. Una de sus novias —las informó Bo.
¿Una de ellas? Oh, Dios. Britt respiró hondo y sonrió, fingiendo que la conversación no iba con ella.
—Creo que es muy de su estilo —añadió Bo—. Sale mucho. Siempre la veo con una mujer nueva
—continuó, ajena a la incomodidad de Britt.
—No me extraña —dijo Rachel—. Es guapísima.
Y eso que no sabían ni la mitad, pensó Britt. Por suerte, la conversación cambió de tema. En realidad,
Britt estaba muy asombrada consigo misma. Consiguió hacer algún comentario, mientras mantenía la vista
firmemente desviada de Santana y su novia, Channel. En ese momento decidió que mantenerse célibe durante
el resto de su vida no era tan mala idea.
La cola avanzó y ellas también, arrastrando consigo sus neveras. El sol empezaba a ponerse por el
oeste, el aire había refrescado y Britt bebía su tercera cerveza. debenería estar en casa, pensó, en cualquier
parte excepto aquí, donde tenía que apartar la vísta para no contemplar lo atentamente que escuchaba
Santana las palabras de Channel. Por mucho que lo intentaba, no podía evitar mirarla. La cabeza de Santana
estaba inclinada hacia Channel, y le hablaba bajito, con una sonrisa en el rostro. Channel era rubia y
preciosa, con la larga melena al viento, pasándole los hombros, y a menudo toqueteaba el brazo de Santana
al hablar. ¿Por qué tenía que toquetearla tanto? ¿Y ese pelo?
Seguro que no era su color natural.
Britt no les quitaba ojo mientras recordaba la noche pasada y todo lo que había compartido con Santana
Lopez. Observaba sus labios y sus manos, rememorando cómo habían tocado sus partes más íntimas.
¡Oh, qué idiota había sido! Esperaba haber aprendido la lección. ¿Cómo se había atrevido a llevar a una
desconocida del bar a su casa?
Volvió a mirar hacia Santana y se sobresaltó al encontrársela mirándola fijamente. Santana se volvió y le
dijo algo a Channel, y después se abrió paso entre la gente hacia ella, sin apartar la vista de Britt. Esta quería
volverse, pero los ojos de Santana la cautivaron y se quedó esperándola.
—¿Qué tal estás? —preguntó Santana suavemente, acercándose al grupo de Brittany.
—Estupendamente —consiguió decir Britt.
—Siento haberme marchado así, pero no quería despertarte —dijo en voz baja, escudriñándola con
sus oscuros ojos—.
Bueno, en realidad me hubiera gustado despertarte — bromeó —, pero entonces hubiera llegado tarde
al partido.
Britt no respondió, pero tampoco pudo apartar la vista de aquellos ojos.
—Llamé un taxi —explicó Santana.
Britt se encogió de hombros y por fin se dio la vuelta. Dios, cómo recordaba cada detalle de la noche
anterior; la intimidad compartida la arrastraba. Apretó las mandíbulas y alzó la vista hacia Santana.
Deseaba con todas sus fuerzas olvidar todo lo ocurrido la noche pasada.
—¿Te gustó? —preguntó Santana.
—No —se sinceró ella.
—¿No? Britt, la noche pasada fue...
—La noche pasada fue un error —dijo Brittany, casi enfadada, mirando fijamente a Santana—. Un
gran error. Voy a hacer como si nunca hubiese existido.
—¿Por qué? Fue increíble.
-—No —dijo Britt, negando con la cabeza. Hizo un gesto señalando a Channel—. ¿No deberías volver
con ella?
Santana siguió su mirada y después volvió a fijar la vista en Britt.
—Britt, es sólo una amiga.
—Sí, eso he oído.
—Puedo explicarlo —dijo Santana.
—No, no hace falta, de verdad. —Miró a lo lejos y después volvió la vista hacia Santana, naufragando
en sus ojos oscuros a pesar de sus intentos de resistirse—. La noche pasada sucedió algo que no me
apetece repetir. No sé tú, pero yo nunca había hecho algo así antes y, por Dios, ¡tienes novia! ¿Cómo has
podido? —siseó—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—No es así —protestó Santana—. No estamos juntas.
Britt alzó una mano y sacudió la cabeza.
—De verdad que no importa. No es asunto mío.
Santana pareció sentirse frustrada.
—Mira, tuvimos una relación una vez, sí. Pero ya se acabó.
Britt, sólo somos amigas. Lo juro. Vayamos a hablar a algún sitio, por favor.
Intentó cogerle la mano, pero Britt se apartó.
—No tengo nada que decirte, y ya te he dicho que no es asunto mío —susurró, sólo unos segundos
antes de que Channel se uniera a ellas.
—¿Vienes, Santana? Creo que somos las siguientes —dijo dulcemente, y Britt se mordió el labio.
Aquella mujer parecía salida de las páginas de una revista.
Britt la odió.
—Bien. Voy en un segundo. —Santana se volvió de nuevo hacia Brittany—. Tenemos que hablar —dijo
en voz baja—.
Tienes que dejar que te lo explique.
—No te molestes. Vete y ya está —dijo Britt, alejándose.
floor.br***** - Mensajes : 258
Fecha de inscripción : 07/01/2014
Edad : 27
Re: Fanfic Brittana-(Adaptacion) -Una noche de verano-CAP 29 Y 30 FINAL
holaa creo que es el primer comentario que te hago jeje me encanta los capítulos y me gustan que sean largos aunque dejan con ganas de más jeje
nos vemos en la proxima
nos vemos en la proxima
Patri_glee***** - Mensajes : 225
Fecha de inscripción : 01/10/2013
Edad : 32
Re: Fanfic Brittana-(Adaptacion) -Una noche de verano-CAP 29 Y 30 FINAL
jajajaja me gusto la historia!1
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: Fanfic Brittana-(Adaptacion) -Una noche de verano-CAP 29 Y 30 FINAL
Pues.. se pone interesante :D
Elita- - Mensajes : 1247
Fecha de inscripción : 17/06/2012
Re: Fanfic Brittana-(Adaptacion) -Una noche de verano-CAP 29 Y 30 FINAL
me encantaron los celos de britt x san,.... ademas channel y las "supuestas novias" de san y mucho menos los comentarios de rachel y hanna!!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: Fanfic Brittana-(Adaptacion) -Una noche de verano-CAP 29 Y 30 FINAL
Capítulo cinco
Cuando Lauren llamó el miércoles para invitarla a salir a cenar, Britt todavía no se había recuperado del
fin de semana y no tenía ningún deseo de salir, por lo que le propuso a Lauren que fuese a comer más filetes
a su casa el viernes. Aquello les daría la oportunidad de ponerse al día y quizá renovar su amistad.
Acababa de poner un CD cuando Lauren llamó a la puerta. Britt se tomó unos segundos para enderezar las
revistas que había junto al sofá antes de darle la bienvenida.
—Me alegro mucho de verte. —Britt se apartó de la puerta e hizo un gesto para invitarla a pasar.
Lauren, con una botella de vino en la mano, le dio un rápido achuchón con un solo brazo.
—Yo también.
Miró a su alrededor, contempló la sala de estar y asintió: —Siempre me ha encantado tu casa. He
echado de menos mis visitas.
Sí. Britt recordaba que, antes de Zoe, Lauren a veces pasaba fines de semana enteros con ella. Solían
cocinar entre las dos o simplemente se pasaban la tarde echadas perezosamente en la terraza, charlando.
—Lo sé. Era que., parecía que no te entendías demasiado con Zoe.
Lauren asintió, admitiéndolo.
—Tienes razón. Nunca me gustó demasiado. Pensaba que no era la persona más adecuada para ti.
Britt forzó una sonrisa y cogió el vino de manos de Lauren.
—Bueno, pues al final era cierto.
Se volvió hacia la cocina.
—Pero mejor no hablemos de Zoe —dijo, mientras se alejaba—. Salgamos a la terraza. Yo llevaré
el vino.
Britt se apoyó en la encimera y se frotó el puente de la nariz, intentando evitar un dolor de cabeza que
se le estaba levantando rápidamente. No tenía ningún deseo de hablar sobre Zoe, pero temía que Lauren
trajese a colación a Santana.
No le apetecía en absoluto afrontar preguntas sobre ella.
Abrió el armario y cogió dos vasos, decidida a disfrutar de la compañía de Lauren. Habían sido íntimas
tiempo atrás y Britt podría aprovechar el hecho de tener una amiga también sin pareja: a veces se sentía
como de más cuando salía con Rachel y Quinn, aunque no era por nada que dijesen o hiciesen. Aun así,
sería bueno tener una amiga soltera con la que salir de vez en cuando.
—Tu jardín de atrás ha crecido —observó Lauren.
Britt le pasó un vaso de vino y se sentó, apoyando los codos en la mesa de la terraza.
—Lo sé. Tengo que dejar de plantar cosas. Pronto no podré ni ver el río.
—Oh, no. Me gusta. Te da más intimidad. Pero, si no recuerdo mal, nunca has sido muy manitas para
la jardinería —rió Lauren, señalando sus plantas en maceta, que estaban pidiendo agua a gritos.
—Lo sé. Es todo lo que puedo hacer por mantener vivas las de la casa. Siempre me sorprende que
sobrevivan aquí fuera —dijo, señalando el jardín.
Decidió arbolarlo cuando lo compró. Con los años había ido añadiendo arbustos autóctonos y plantas
para conseguir más intimidad. De lo que estaba más orgullosa era del sendero de piedras que habían
construido Harry y ella años atrás. Recorrió con la vista el sendero, que serpenteaba hacia el río Bull
Creek.
—¿Sigues nadando?
Britt sonrió.
—Bueno, floto en una cámara de neumático. Es un poco difícil nadar en sólo cuatro palmos de agua.
—Supongo que sigues yendo a casa de Harry.
—Claro, todos los domingos. Pero, como ya no doy clases en verano, también voy un par de veces a
la semana. He conseguido que me arrastre con la lancha.
—Bueno, pues si no te molesta que te acompañe algún domingo, me encantaría volver a practicar el
esquí acuático.
—Claro —asintió Britt, aunque dudaba si debería invitar a Lauren en domingo.
Los domingos se habían convertido en un ritual para Harry y ella. No quería estropearlo llevando a
alguien de fuera.
Siguieron allí sentadas en silencio, observando las travesuras de una ardilla que intentaba invadir el
comedero de pájaros. Por una vez se había acordado de rellenarlo.
Britt era consciente del incómodo lapso que se había producido en la conversación, pero no consiguió
determinar su causa. Hacía años que no estaban juntas y quizás había sido demasiado ingenua al pensar
que podían reanudar sus viejos hábitos, sencillamente. La gente cambia y supuso que también ellas habían
cambiado.
—Traeré más vino —se ofreció Lauren, interrumpiendo sus meditaciones.
Britt observó a los arrendajos azules que se lanzaban hacia la ardilla. Deseó no haber invitado a Lauren a
su casa. Quizá deberían haber salido a comer. Hubiesen tenido más distracciones, algo más que una
ardilla para animarlas a conversar.
—¿Sales con alguien, Britt?
Aquella pregunta la pilló por sorpresa. Britt miró a Lauren, que llenaba de nuevo su vaso.
—No. Nada desde que se fue Zoe —dijo. Y era verdad.
Su... lío... de una noche con Santana apenas podía considerarse una cita.
—Ya suponía, pero, como nunca te veía por ahí, pensé que era porque estabas saliendo con alguien.
—No.
—Estaba un poco preocupada por ti la otra noche —comentó Lauren.
—¿La otra noche?
—En el bar. Te fuiste con esa..., con Santana Lopez..
Britt sintió cómo se ruborizaba.
—Sólo la llevé hasta su hotel —mintió.
—Ah, pues deberías agradecer que no haya intentado nada.
He oído que es la semental de San Antonio.
—¿Semental?
—Ya sabes lo que quiero decir. Mucha fiesta, muchas mujeres distintas colgando de su brazo. Bo
dice que sale con varias al mismo tiempo, y ninguna de ellas sabe nada de las demás.
—¿Sí? —Britt se preguntó por qué Lauren sentía la necesidad de contarle todo aquello. Francamente, a
ella le traía sin cuidado Santana Lopez.
—Sí. No me gustó ni un pelo —dijo Lauren.
—Pensé que se llevaba bien con el equipo. —Britt se sorprendió de su propio impulso por defender a
Santana.—
Oh, claro, juega muy bien. Pero, ya sabes, su actitud era muy... muy de California. Era muy
vanidosa.
Britt se mordió la lengua. Si algo había descubierto era que Santana no tenía ni la más mínima vanidad.
Pero no dijo nada, e hizo una mueca forzada, que esperaba que pareciese una sonrisa.
—¿Y sabes aquella mujer que apareció en el partido del domingo? —continuó Lauren—. Ni siquiera
era su novia actual, según Bo. Lopez había estado saliendo con alguien de su equipo de softball.
Britt se frotó rápidamente los ojos, deseando que Lauren perdiese interés por el tema y empezase a hablar
de cualquier otra cosa.
No deseaba hablar con Lauren sobre Santana, ni tener que oír todo aquello acerca de ella. Era lo que ella
había sospechado, por supuesto, pero lo único que conseguía era hacer que su lío con Santana le pareciese
mucho peor. Volvió a pellizcarse el puente de la nariz; su dolor de cabeza se había instalado justo por
detrás de los ojos.
—No soporto a las mujeres así —continuó Lauren.
—Bueno, yo en realidad no la conozco —dijo Britt—. Y dudo que vuelva a verla otra vez.
—Piensa que has tenido suerte de que no haya intentado nada —insistió Lauren—. Parece ser que tiene
algo que atrae a las mujeres, aunque yo no le he visto nada especial.
¿Acaso estás ciega?, pensó Britt. Los comentarios de Lauren no la engañaron. Lauren estaba celosa,
sencillamente, y Britt se preguntó por qué no lo había comprendido antes. Lauren casi no había tenido parejas
desde que Britt la conocía. Era más bajita que Britt y un poco más rellenita, pero Britt pensaba que era linda.
No preciosa de caerse muerta a sus pies, como..., bueno, como algunas mujeres, pero era linda al fin
y al cabo. No obstante, Britt recordó que Lauren había salido muy pocas veces con alguien.
Nunca despertaría el tipo de pasiones que al parecer Santana causaba en... en algunas mujeres.
—Bueno, pues no intentó nada. Puede que yo no tenga lo que a ella le gusta. —Britt soltó una risita
nerviosa. Si conseguía que la velada acabase bien sería un milagro.
Cuando Lauren llamó el miércoles para invitarla a salir a cenar, Britt todavía no se había recuperado del
fin de semana y no tenía ningún deseo de salir, por lo que le propuso a Lauren que fuese a comer más filetes
a su casa el viernes. Aquello les daría la oportunidad de ponerse al día y quizá renovar su amistad.
Acababa de poner un CD cuando Lauren llamó a la puerta. Britt se tomó unos segundos para enderezar las
revistas que había junto al sofá antes de darle la bienvenida.
—Me alegro mucho de verte. —Britt se apartó de la puerta e hizo un gesto para invitarla a pasar.
Lauren, con una botella de vino en la mano, le dio un rápido achuchón con un solo brazo.
—Yo también.
Miró a su alrededor, contempló la sala de estar y asintió: —Siempre me ha encantado tu casa. He
echado de menos mis visitas.
Sí. Britt recordaba que, antes de Zoe, Lauren a veces pasaba fines de semana enteros con ella. Solían
cocinar entre las dos o simplemente se pasaban la tarde echadas perezosamente en la terraza, charlando.
—Lo sé. Era que., parecía que no te entendías demasiado con Zoe.
Lauren asintió, admitiéndolo.
—Tienes razón. Nunca me gustó demasiado. Pensaba que no era la persona más adecuada para ti.
Britt forzó una sonrisa y cogió el vino de manos de Lauren.
—Bueno, pues al final era cierto.
Se volvió hacia la cocina.
—Pero mejor no hablemos de Zoe —dijo, mientras se alejaba—. Salgamos a la terraza. Yo llevaré
el vino.
Britt se apoyó en la encimera y se frotó el puente de la nariz, intentando evitar un dolor de cabeza que
se le estaba levantando rápidamente. No tenía ningún deseo de hablar sobre Zoe, pero temía que Lauren
trajese a colación a Santana.
No le apetecía en absoluto afrontar preguntas sobre ella.
Abrió el armario y cogió dos vasos, decidida a disfrutar de la compañía de Lauren. Habían sido íntimas
tiempo atrás y Britt podría aprovechar el hecho de tener una amiga también sin pareja: a veces se sentía
como de más cuando salía con Rachel y Quinn, aunque no era por nada que dijesen o hiciesen. Aun así,
sería bueno tener una amiga soltera con la que salir de vez en cuando.
—Tu jardín de atrás ha crecido —observó Lauren.
Britt le pasó un vaso de vino y se sentó, apoyando los codos en la mesa de la terraza.
—Lo sé. Tengo que dejar de plantar cosas. Pronto no podré ni ver el río.
—Oh, no. Me gusta. Te da más intimidad. Pero, si no recuerdo mal, nunca has sido muy manitas para
la jardinería —rió Lauren, señalando sus plantas en maceta, que estaban pidiendo agua a gritos.
—Lo sé. Es todo lo que puedo hacer por mantener vivas las de la casa. Siempre me sorprende que
sobrevivan aquí fuera —dijo, señalando el jardín.
Decidió arbolarlo cuando lo compró. Con los años había ido añadiendo arbustos autóctonos y plantas
para conseguir más intimidad. De lo que estaba más orgullosa era del sendero de piedras que habían
construido Harry y ella años atrás. Recorrió con la vista el sendero, que serpenteaba hacia el río Bull
Creek.
—¿Sigues nadando?
Britt sonrió.
—Bueno, floto en una cámara de neumático. Es un poco difícil nadar en sólo cuatro palmos de agua.
—Supongo que sigues yendo a casa de Harry.
—Claro, todos los domingos. Pero, como ya no doy clases en verano, también voy un par de veces a
la semana. He conseguido que me arrastre con la lancha.
—Bueno, pues si no te molesta que te acompañe algún domingo, me encantaría volver a practicar el
esquí acuático.
—Claro —asintió Britt, aunque dudaba si debería invitar a Lauren en domingo.
Los domingos se habían convertido en un ritual para Harry y ella. No quería estropearlo llevando a
alguien de fuera.
Siguieron allí sentadas en silencio, observando las travesuras de una ardilla que intentaba invadir el
comedero de pájaros. Por una vez se había acordado de rellenarlo.
Britt era consciente del incómodo lapso que se había producido en la conversación, pero no consiguió
determinar su causa. Hacía años que no estaban juntas y quizás había sido demasiado ingenua al pensar
que podían reanudar sus viejos hábitos, sencillamente. La gente cambia y supuso que también ellas habían
cambiado.
—Traeré más vino —se ofreció Lauren, interrumpiendo sus meditaciones.
Britt observó a los arrendajos azules que se lanzaban hacia la ardilla. Deseó no haber invitado a Lauren a
su casa. Quizá deberían haber salido a comer. Hubiesen tenido más distracciones, algo más que una
ardilla para animarlas a conversar.
—¿Sales con alguien, Britt?
Aquella pregunta la pilló por sorpresa. Britt miró a Lauren, que llenaba de nuevo su vaso.
—No. Nada desde que se fue Zoe —dijo. Y era verdad.
Su... lío... de una noche con Santana apenas podía considerarse una cita.
—Ya suponía, pero, como nunca te veía por ahí, pensé que era porque estabas saliendo con alguien.
—No.
—Estaba un poco preocupada por ti la otra noche —comentó Lauren.
—¿La otra noche?
—En el bar. Te fuiste con esa..., con Santana Lopez..
Britt sintió cómo se ruborizaba.
—Sólo la llevé hasta su hotel —mintió.
—Ah, pues deberías agradecer que no haya intentado nada.
He oído que es la semental de San Antonio.
—¿Semental?
—Ya sabes lo que quiero decir. Mucha fiesta, muchas mujeres distintas colgando de su brazo. Bo
dice que sale con varias al mismo tiempo, y ninguna de ellas sabe nada de las demás.
—¿Sí? —Britt se preguntó por qué Lauren sentía la necesidad de contarle todo aquello. Francamente, a
ella le traía sin cuidado Santana Lopez.
—Sí. No me gustó ni un pelo —dijo Lauren.
—Pensé que se llevaba bien con el equipo. —Britt se sorprendió de su propio impulso por defender a
Santana.—
Oh, claro, juega muy bien. Pero, ya sabes, su actitud era muy... muy de California. Era muy
vanidosa.
Britt se mordió la lengua. Si algo había descubierto era que Santana no tenía ni la más mínima vanidad.
Pero no dijo nada, e hizo una mueca forzada, que esperaba que pareciese una sonrisa.
—¿Y sabes aquella mujer que apareció en el partido del domingo? —continuó Lauren—. Ni siquiera
era su novia actual, según Bo. Lopez había estado saliendo con alguien de su equipo de softball.
Britt se frotó rápidamente los ojos, deseando que Lauren perdiese interés por el tema y empezase a hablar
de cualquier otra cosa.
No deseaba hablar con Lauren sobre Santana, ni tener que oír todo aquello acerca de ella. Era lo que ella
había sospechado, por supuesto, pero lo único que conseguía era hacer que su lío con Santana le pareciese
mucho peor. Volvió a pellizcarse el puente de la nariz; su dolor de cabeza se había instalado justo por
detrás de los ojos.
—No soporto a las mujeres así —continuó Lauren.
—Bueno, yo en realidad no la conozco —dijo Britt—. Y dudo que vuelva a verla otra vez.
—Piensa que has tenido suerte de que no haya intentado nada —insistió Lauren—. Parece ser que tiene
algo que atrae a las mujeres, aunque yo no le he visto nada especial.
¿Acaso estás ciega?, pensó Britt. Los comentarios de Lauren no la engañaron. Lauren estaba celosa,
sencillamente, y Britt se preguntó por qué no lo había comprendido antes. Lauren casi no había tenido parejas
desde que Britt la conocía. Era más bajita que Britt y un poco más rellenita, pero Britt pensaba que era linda.
No preciosa de caerse muerta a sus pies, como..., bueno, como algunas mujeres, pero era linda al fin
y al cabo. No obstante, Britt recordó que Lauren había salido muy pocas veces con alguien.
Nunca despertaría el tipo de pasiones que al parecer Santana causaba en... en algunas mujeres.
—Bueno, pues no intentó nada. Puede que yo no tenga lo que a ella le gusta. —Britt soltó una risita
nerviosa. Si conseguía que la velada acabase bien sería un milagro.
floor.br***** - Mensajes : 258
Fecha de inscripción : 07/01/2014
Edad : 27
Re: Fanfic Brittana-(Adaptacion) -Una noche de verano-CAP 29 Y 30 FINAL
la mala fama de santana sigue en aumento..
y britt se sigue confundiendo uu ..
oh soy fiel lectora de tus dos fic este y curioso vino xD..
genial que actualices seguido ..
saludos!!!
y britt se sigue confundiendo uu ..
oh soy fiel lectora de tus dos fic este y curioso vino xD..
genial que actualices seguido ..
saludos!!!
raxel_vale****** - Mensajes : 377
Fecha de inscripción : 24/08/2013
Edad : 34
Re: Fanfic Brittana-(Adaptacion) -Una noche de verano-CAP 29 Y 30 FINAL
Y esas son las "amigas" que dicen todo eso sobre San?
Es dificil luego creerle a la persona por todos esos rumores, pero en fin.. espero que lo aclaren entre ellas ;)
Saludos :)
Es dificil luego creerle a la persona por todos esos rumores, pero en fin.. espero que lo aclaren entre ellas ;)
Saludos :)
Elita- - Mensajes : 1247
Fecha de inscripción : 17/06/2012
Re: Fanfic Brittana-(Adaptacion) -Una noche de verano-CAP 29 Y 30 FINAL
lauren otra mas que se suma a las criticas contra san,.... difícil que britt no crea todo lo que le digan en contra san,...
a ver como sigue!!!
a ver como sigue!!!
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Fecha de inscripción : 06/11/2013
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Re: Fanfic Brittana-(Adaptacion) -Una noche de verano-CAP 29 Y 30 FINAL
Capítulo seis
Junio dio paso a julio, y Brittany maldijo el calor sentada sobre la negra cámara de neumático en el
río Bull Creek. Eran casi las cuatro. La temperatura, que había llegado a un máximo de 39 grados, había
bajado ahora a unos asfixiantes 37 grados.
Remó hacia la sombra y se salpicó agua fría sobre los hombros, ahora de un intenso color dorado
gracias a sus semanas al sol. Pasaba muchas tardes con Harry, pescando en el lago y cocinando pez gato
y perca recién pescados como cena. Incluso había salido a cenar con Rachel y Quinn en un par de
ocasiones, aunque se negó a hablar sobre aquel sórdido fin de semana de junio. Rachel sólo le preguntó
una vez y Brittany había mentido diciendo que no había ocurrido nada. Rachel lo dejó estar, aunque
ambas sabían que mentía. No aceptó la segunda invitación a cenar de Lauren. La primera había sido
demasiado estresante y temía que Lauren volviese a sacar a colación a Santana. Ésta la había llamado
solamente una vez y, por suerte, el contestador fue el único que oyó el mensaje completo. Britt lo borró en
cuanto distinguió la voz de Santana, sin tan siquiera escucharlo.
Ahora, casi acabado julio y con agosto a la vuelta de la esquina, Britt estaba haciendo planes para el
próximo semestre.
Pronto estaría muy ocupada planificando sus clases, acudiendo a reuniones de profesores y viviendo
su vida de acuerdo con lo previsto.
No se permitía a sí misma pensar en Santana Lopez, ni siquiera durante las solitarias y ardientes
noches de verano, cuando juraría que todavía podía oler a Santana en su dormitorio.
El truco era permanecer ocupada. Se fue a Hippie Hollow, la única zona nudista del lago Travis, y
nadó desnuda en las cristalinas aguas. Todas las mañanas hacía un viajecito hasta Zilker Park y nadaba
unos largos en las heladas aguas de Barton Spring. Además de sus tardes y de sus comidas de domingo,
cenaba una vez a la semana con Harry, y en algunas ocasiones él conducía la lancha mientras ella
practicaba esquí acuático. Se mantenía ocupada. No pensaba en Santana Lopez.
No pensaba en la maravillosa noche que habían compartido, haciendo el amor hasta el amanecer.
—Bien —dijo en voz alta.
¿A quién estaba engañando? ¿Acaso pasaba un día en el que no recordase los besos de Santana? Apoyó
la cabeza de nuevo sobre el neumático y cerró los ojos para evitar el sol directo, recordando cada detalle
de aquella noche. Sintió que el calor la invadía más y más, y supo que no tenía nada que ver con el sol de
julio. Se dejó resbalar del neumático para sumergirse en Bull Creek. Se recostó en el fondo de piedra
caliza mientras las frías aguas se precipitaban sobre ella, enfriando sus sentidos.
Muy pronto el perro de los vecinos empezó a ladrar, dándoles la bienvenida a casa, y ella maldijo su
falta de intimidad. Pronto estarían los niños salpicándose en el agua.
Oh, me estoy volviendo irritable, pensó. ¡Veintiseis años y ya soy una vieja gruñona!
Días más tarde, una noche de primeros de agosto, la llamó Susan, decana del departamento de lengua
y buena amiga suya.
—Arnie quiere preparar unos filetes el sábado. Ven, por favor. Además, quiero presentarte a alguien.
Hemos contratado a una novelista este semestre, para dar clases de escritura creativa.
—Estupendo —dijo, entusiasmada—. Por supuesto que iré.
Britt sabía que el departamento buscaba un novelista con obra publicada para esa asignatura. En el
semestre anterior habían tenido que conformarse con un estudiante de posgrado, ya que la universidad les
había escamoteado al único candidato que tenían ante sus propias narices.
Sintió algo así como alivio por la llamada de Susan. Eso quería decir que el semestre de otoño
empezaría muy pronto y ella continuaría con la vida rutinaria que le era familiar, dejando atrás la
espantosa confusión del verano.
El sábado planchó sus pantalones cortos, de pie en la habitación de invitados, vestida tan sólo con su
ropa interior.
Fuera hacía calor y humedad, y ella había programado el aire acondicionado a 21 grados. No sabía si
podría soportar muchas semanas más de calor. Riéndose de sí misma, se preguntó cuántos años llevaba
diciendo lo mismo.
Se remetió una camiseta blanca en los pantalones, se puso las sandalias y condujo hasta la casa de
Susan y Arnie, a sólo diez minutos de la suya. Hacía años que eran amigas y, cuando Susan fue nombrada
decana, cuatro años antes, aquello no cambió en nada su amistad. Trataba a Britt como a una igual, en el
college y fuera de él. Durante el año escolar cenaba en su casa muy a menudo.
Subió por su entrada y aparcó junto a un Ford Explorer, que supuso pertenecería a la novelista que
habían contratado. Se preguntó cómo sería. El Austin City College no era pequeño, pero no podía
compararse con la Universidad de Texas, adonde se iban los mejores profesores.
Llamó al timbre y entró. Oyó un lejano rumor de voces en la entrada principal. Atravesó la sala de
estar hacia la puerta corredera, pero se detuvo abruptamente al ver a Santana.
—Oh, Dios -—susurró—. ¡No, no, no puede ser!
La mujer a la que creyó que nunca volvería a ver, la mujer a la que esperaba no volver a ver jamás, la
mujer en la que no conseguía dejar de pensar estaba a unos pocos pasos de distancia.
Santana Lopez estaba junto a Susan, con una cerveza en la mano, en un gesto informal, escuchando
atentamente las palabras de Susan. La mirada de Brittany la recorrió de arriba abajo, desde sus largas
piernas bronceadas a su esbelta cintura, sus desarrollados pechos y por fin el rostro, y el recuerdo de la
noche que habían pasado juntas apareció derribándolo todo como una ola que rompe en la orilla,
golpeándola con toda su fuerza, como si no hubiese pasado más que un día desde que estuvieron tan
íntimamente unidas.
—Oh, Dios —dijo de nuevo, sintiéndose de pronto algo mareada.
Arnie estaba acercando una cerilla al carbón vegetal; cuando surgieron las llamas, dio un paso atrás.
Britt seguía en la sala, indecisa. Empezó a pensar en huir de allí y, si Susan no la hubiese mirado en aquel
momento, quizá lo hubiera hecho.
—Hola, Britt. Ya estás aquí. Sal aquí fuera.
Le hizo señas con la mano. Britt recorrió valientemente los pocos pasos que le faltaban hasta la puerta
y, a pesar de lo que le dictaba su corazón, la abrió.
-—Hola —dijo, mirando en primer lugar a Arnie y después a Susan, para finalmente detener sus ojos
en los muy oscuros de Santana Lopez.
Oh, Dios, pensó, no puedo hacer esto.
—Ouiero que conozcas a Santana Lopez. Somos muy afortunados por tenerla con nosotros —dijo
Susan, y Britt se acercó hacia ellos.
—Hola —dijo Santana, tendiendo la mano.
—Hola —respondió ella, y tomó aquella mano con el corazón golpeándole en el pecho.
—Se la hemos robado al St. Peter de San Antonio —dijo Susan.
—¿De veras? —Britt estaba sorprendida de la tranquilidad que reflejaba su propia voz.
Santana soltó lentamente la mano y Britt escondió rápidamente las suyas en los bolsillos, temblando.
—Claro que sí. Va a ser un gran fichaje para nuestro cuadro de personal —continuó Susan. Britt no
podía apartar la vista.
¿qué está sucediendo aquí?
—Sírvete una cerveza, cariño —le dijo Susan.
—Sí, creo que será lo mejor —susurró Britt, haciendo caso omiso a la mirada divertida que le dirigía
Santana.—
¿Qué tal estás, Arnie? —preguntó, mientras se acercaba a la enorme nevera roja y cogía una
cerveza de debajo del hielo.
—Estupendamente. ¿Y tú?
Britt se lo pensó un momento y después mintió: —Muy bien.
Arnie se acercó más a ella y le preguntó en voz baja: —¿Y qué te parece la novelista?
■—-Creo que somos muy afortunados por tenerla con nosotros —dijo Britt, repitiendo las palabras de
Susan.
—Pues sí —convino él, y ambos contemplaron a Santana Lopez mientras escuchaba a Susan, que
estaba divagando, como siempre. Arnie había dicho una vez que Susan podía hablar hasta con un árbol, y
Britt sabía que era cierto.
Se colocó directamente bajo el ventilador de techo, para sentir la brisa en el rostro. No era fresca,
por mucho que forzase la imaginación, pero al menos era una brisa. Arnie había convertido el patio
cubierto en un jardín y casi todo el espacio disponible estaba lleno de plantas y flores en maceta.
Britt siempre había envidiado la buena mano de Arnie con las plantas.
—¿Cómo las mantienes vivas con este calor? —preguntó.
El se rió.
—Regar ayuda, Britt. Dudo que las cinco plantas de tu terraza hayan visto mucha agua.
—Ya sólo me quedan tres, y las regué no hace ni dos semanas.
—Bueno, si no pensase que las ibas a matar... Tengo unos esquejes que acaban de arraigar. —El dio
un cariñoso apretón en el hombro—. Puede que te aparte unos cuantos.
Britt no sabía cómo sacaba tiempo para eso. Arnie trabajaba en una de las firmas contables más
conocidas de Austin.
Durante la temporada impositiva, Susan apenas le veía el pelo.
Britt lo vio alejarse y sacudió la cabeza al contemplar su versión de lo que significa un atuendo
informal: camisa almidonada y pantalones de algodón. Resultaba ser el este-reotipo del contable: bajo,
agradablemente orondo y medio calvo. ¡Y nunca salía de casa sin corbata!
Miró hacia donde seguían Susan y Santana. El contraste era chocante. Santana era alta, joven, en forma.
Susan era baja, afianzada en la mediana edad, y su desinterés por el ejercicio era evidente. Santana estaba
todavía más morena de lo que recordaba Britt. Susan pocas veces se exponía al sol sin protección y su
palidez parecía casi enfermiza al lado del bronceado de Santana. Se diría que los rubios rizos de Susan
resplandecían al lado del oscuro cabello de Santana.
Britt notó que el pelo de Santana estaba más largo de lo que recordaba, pero lo mismo sucedía con el suyo
propio. Sus ojos se detuvieron en otros detalles: la pequeña cadena de oro que colgaba de su cuello, los
pendientes de diamantes, el solitario anillo de su mano derecha, el reloj de oro de su muñeca izquierda.
Britt se quedó mirando largo rato las manos de Santana, recordando lo que aquellas manos le habían hecho
sentir; después se obligó a apartar la vista, sonrojada. Alzó su cerveza y bebió un largo trago, agradecida
de nuevo al ventilador del techo. La ligera brisa refrescó sus ardientes mejillas. Oh, Dios, ¿cómo puede
estar sucediendo esto? ¿Por qué a mí? Volvió a girar la vista hacia la mujer que estaba frente a ella y se
encontró con una impúdica sonrisa. ¡Maldita sea!
Susan condujo a Santana hacia donde estaba Brittany y sonrió también.
—vayan conociéndose, ustedes dos. Yo tengo que empezar a hacer la ensalada.
Las dejó, y Britt se quedó callada, negándose a mirar a Santana a los ojos.
—Bueno, ¿qué tal te ha ido? —comenzó Santana.
Brittany se volvió rápidamente hacia ella.
—¿Qué demonios haces aquí? —preguntó en un susurro.
—Voy a dar clases de escritura creativa —bajó la voz—.
Son muy afortunados de tenerme con ustedes —dijo, haciendo una mueca.
Britt casi dejó escapar una sonrisa, pero recordó a tiempo su ira.
—¿Por qué aquí, en mi centro? —preguntó, mirando furtivamente a Arnie.
—Eh, no te hagas ilusiones. No tengo por costumbre cambiar de trabajo tras un ligue de una noche. —
Le sonrió burlonamente—. Y menos cuando esos ligues resultan ser una tremenda equivocación.
—¿Cómo podría saberlo yo? Seguramente ligas con mujeres en los bares todo el tiempo —siseó Britt.
—Igual que tú —replicó ella.
—¿Cómo te atreves? Te dije que nunca había hecho algo así.
—¿Y pretendes que te crea?
—Es la verdad —susurró.
Para Brittany era muy importante que Santana supiese lo alejada de su carácter que había sido aquella
noche para ella.
Se dio cuenta de que quería que Santana fuese la culpable de todo lo sucedido.
—¿Cómo sabes que no es cierto cuando yo digo lo mismo?
—preguntó Santana.
—Tú eres la que tiene esa reputación, no yo. Tú eres la que tiene una relación...
—¡Channel y yo no tenemos ninguna relación! —insistió Santana.
Britt le clavó la mirada sin pestañear.
—Escucha, no quiero hablar del tema.
—Estupendo.
—Bien.
—De acuerdo entonces.
—¿Qué ocurre? ¿Tienes que tener tú la última palabra? —preguntó Britt.
—¡Sí!
¡Maldita sea!
Pero Santana sonrió.
—¿Sabes? Cuando te cabreas así estás muy guapa, y se te marca mucho el acento.
Britt se enfureció.
—¡Yo no tengo acento!
—Claro que tienes.
—No.
—Arrastras las palabras, como todos los de Texas —continuó Santana. Después alzó las cejas, burlona
—. Me parece muy sexy.
Santana se alejó antes de que Britt pudiese protestar y ésta se quedó muda, echando humo ante su retirada.
Durante la cena, Arnie le preguntó a Santana dónde se había criado y Britt se sorprendió escuchando con
interés, aunque se negaba a levantar la vista.
—En California. San Francisco.
—¿Ah, sí? ¿Cuánto hace que vives en Texas?
—Este verano hará dos años —dijo, sin que pareciesen molestarla tantas preguntas.
—¿Qué clase de nombre es Lopez? —preguntó él.
—Arnie, esta noche eres todo preguntas —dijo Susan para disculparse ante Santana.
—No pasa nada. Lopez es italiano.
—Ah, entonces de ahí procede tu piel morena —dijo él.
—Y prácticamente nada más. Mi familia no es muy tradicional. Ninguno habla italiano y, desde
luego, ninguno sabe cocinar platos italianos —repuso, sonriendo.
—¿Por qué no? —preguntó Susan.
—Bueno, supongo que mi padre recuerda algo, pero casi todo murió con mi abuelo —dijo, y Britt alzó
la vista entonces, curiosa—. La familia de mi abuelo vivía en Nueva York, y la mayoría de ellos apenas
sabían inglés. Él se mudó a California al acabar el instituto y se casó con la muy rubia y nada italiana hija
del jefe. Su familia se negó a aceptar su matrimonio y prácticamente lo repudiaron.
Todos estaban en silencio, esperando a que continuase. Britt creyó que no lo haría, pero entonces Santana
alzó la vista y sonrió.
—Eso sucedió a principios de los años treinta. Para cuando sus cartas se cruzaron, con las
explicaciones de él y los ruegos de su familia, ella estaba embarazada de tía Isabel y la cuestión quedó
zanjada. Así pues, se quedaron en California y supongo que sencillamente perdió sus raíces.
—Entonces, ¿todavía tienes familia en Nueva York? —quiso saber Britt, para su propia sorpresa. No
estaba interesada en absoluto en Santana Lopez, se dijo para tranquilizarse.
—Oh, imagino que sí. Ya sabes la reputación que tienen las familias italianas —rió Santana—. Nunca
he tenido contacto con ellos y, por supuesto, nunca los he conocido. Nadie de mi familia lo ha hecho.
—Qué triste —dijo Britt.
Ella, en cambio, no tenía a nadie en el mundo más que a su abuelo. Bueno, suponía que su padre
estaría en algún sitio, pero ni siquiera sabía su nombre.
—Supongo que sí. Pero así es como lo quisieron. Mi familia más cercana está muy unida. Mi padre
tiene tres hermanas mayores y cada una tiene cuatro o cinco hijos. Yo tengo un hermano pequeño y una
hermana mayor y mis padres son maravillosos. Somos una familia muy feliz.
—¿Tus abuelos murieron? —preguntó Britt.
—Sí. Mi abuelo murió hace dos años, a los ochenta y ocho.
Era un hombre maravilloso —dijo, y Britt sintió un nudo en la garganta.
Vio a Santana bajo una luz muy diferente y la conmovió la ternura con la que hablaba de su extensa
familia. Britt la envidió.
—Supongo que algún día volverás a California —dijo Arnie.
—Supongo que sí. Toda mi familia sigue allí y en realidad no tengo a nadie que me ate aquí. No me
malin-terpretéis. Me gusta Texas, pero no estoy acostumbrada a sus veranos y creo que nunca
conseguiré acostumbrarme.
Britt no pudo evitar reírse. ¡Ella había pasado toda su vida allí y tampoco se había acostumbrado
todavía!
—Sé que te graduaste en Stanford —comentó Susan—. Y
que trabajaste en la Universidad de California durante un tiempo. Es obvio que te gusta dar clases.
Pero, ¿ahora quieres ser novelista?
Santana rió.
—Sí. Y apenas conozco' a un puñado de escritores que puedan vivir de ello. Pero también me encanta
enseñar, es cierto. Dudo que llegue a dejarlo del todo.
Tras la cena Susan preparó café, pero tanto Santana como Britt declinaron el ofrecimiento. Hacía
demasiado calor. En vez de eso aceptaron un vaso de vino y todos salieron al patio.
La noche era muy agradable, y charlaron en voz baja, escuchando a los grillos y las cigarras del
jardín. Brittany se preguntó por qué Santana no les había dicho a Susan y a Arnie que ambas se conocían,
aunque se alegraba de que no lo hubiese hecho. ¡De todas formas pronto olvidaría todo lo ocurrido!
Cuando ya se marchaban, Santana abrió la puerta de su Explorer y esperó, mirando hacia Britt, al otro
lado del capó, con una sonrisa burlona en el rostro.
•—No ha sido tan malo, ¿eh? —dijo Santana.
—Sí lo ha sido. Ha sido una malísima sorpresa.
—Eh, venga, vamos. Te lo has pasado bien, admítelo.
—La comida fue muy agradable —concedió Britt.
Santana se encogió de hombros. Entró en su Explorer y cerró de un portazo. Britt se quedó allí, esperando,
hasta que la ventanilla de Santana bajó con un zumbido.
—¿Qué haces aquí, en realidad? —preguntó de nuevo Britt.
—Estaba harta de San Antonio y, cuando me hablaron de este puesto, lo acepté. —Santana sonrió
burlonamente—. Ni siquiera recordé que trabajabas aquí.
Se sostuvieron la mirada durante largo rato y después Britt apartó la vista.
—No quiero recordar de nuevo esa noche, de verdad. Por favor —dijo en voz baja—. Ya es bastante
malo tener que vivir con ello para que encima se entere todo el mundo aquí.
—Sí, bueno. Deberías haberlo pensado antes de seducir a una forastera en un bar con esos preciosos
ojos azules que tienes —replicó Santana.
—¡Yo no hice tal cosa! —protestó Britt.
—¿No? ¿Entonces quién era esa mujer que me hizo el amor tan maravillosamente esa noche hasta el
amanecer, hasta que estuvimos tan saciadas que ya no podíamos ni besarnos una vez más? —preguntó
suavemente Santana.
Britt se quedó mirándola sin habla, notando fuertes latidos en la cabeza.
—Eh, pero no te preocupes. No tengo el menor deseo de difundir por ahí lo facilona que fui esa
noche. —Santana sonrió con malicia—. Después de todo, tengo una reputación que mantener.
Dio marcha atrás para marcharse. Saludó con la mano por la ventanilla abierta y dejó atrás a Britt, que
la miraba estupefacta.
—Nos vemos —dijo, mientras se alejaba por la calle.
—¡Oh, Dios! —Britt echaba humo—. ¡Esa mujer me pone de los nervios!
Junio dio paso a julio, y Brittany maldijo el calor sentada sobre la negra cámara de neumático en el
río Bull Creek. Eran casi las cuatro. La temperatura, que había llegado a un máximo de 39 grados, había
bajado ahora a unos asfixiantes 37 grados.
Remó hacia la sombra y se salpicó agua fría sobre los hombros, ahora de un intenso color dorado
gracias a sus semanas al sol. Pasaba muchas tardes con Harry, pescando en el lago y cocinando pez gato
y perca recién pescados como cena. Incluso había salido a cenar con Rachel y Quinn en un par de
ocasiones, aunque se negó a hablar sobre aquel sórdido fin de semana de junio. Rachel sólo le preguntó
una vez y Brittany había mentido diciendo que no había ocurrido nada. Rachel lo dejó estar, aunque
ambas sabían que mentía. No aceptó la segunda invitación a cenar de Lauren. La primera había sido
demasiado estresante y temía que Lauren volviese a sacar a colación a Santana. Ésta la había llamado
solamente una vez y, por suerte, el contestador fue el único que oyó el mensaje completo. Britt lo borró en
cuanto distinguió la voz de Santana, sin tan siquiera escucharlo.
Ahora, casi acabado julio y con agosto a la vuelta de la esquina, Britt estaba haciendo planes para el
próximo semestre.
Pronto estaría muy ocupada planificando sus clases, acudiendo a reuniones de profesores y viviendo
su vida de acuerdo con lo previsto.
No se permitía a sí misma pensar en Santana Lopez, ni siquiera durante las solitarias y ardientes
noches de verano, cuando juraría que todavía podía oler a Santana en su dormitorio.
El truco era permanecer ocupada. Se fue a Hippie Hollow, la única zona nudista del lago Travis, y
nadó desnuda en las cristalinas aguas. Todas las mañanas hacía un viajecito hasta Zilker Park y nadaba
unos largos en las heladas aguas de Barton Spring. Además de sus tardes y de sus comidas de domingo,
cenaba una vez a la semana con Harry, y en algunas ocasiones él conducía la lancha mientras ella
practicaba esquí acuático. Se mantenía ocupada. No pensaba en Santana Lopez.
No pensaba en la maravillosa noche que habían compartido, haciendo el amor hasta el amanecer.
—Bien —dijo en voz alta.
¿A quién estaba engañando? ¿Acaso pasaba un día en el que no recordase los besos de Santana? Apoyó
la cabeza de nuevo sobre el neumático y cerró los ojos para evitar el sol directo, recordando cada detalle
de aquella noche. Sintió que el calor la invadía más y más, y supo que no tenía nada que ver con el sol de
julio. Se dejó resbalar del neumático para sumergirse en Bull Creek. Se recostó en el fondo de piedra
caliza mientras las frías aguas se precipitaban sobre ella, enfriando sus sentidos.
Muy pronto el perro de los vecinos empezó a ladrar, dándoles la bienvenida a casa, y ella maldijo su
falta de intimidad. Pronto estarían los niños salpicándose en el agua.
Oh, me estoy volviendo irritable, pensó. ¡Veintiseis años y ya soy una vieja gruñona!
Días más tarde, una noche de primeros de agosto, la llamó Susan, decana del departamento de lengua
y buena amiga suya.
—Arnie quiere preparar unos filetes el sábado. Ven, por favor. Además, quiero presentarte a alguien.
Hemos contratado a una novelista este semestre, para dar clases de escritura creativa.
—Estupendo —dijo, entusiasmada—. Por supuesto que iré.
Britt sabía que el departamento buscaba un novelista con obra publicada para esa asignatura. En el
semestre anterior habían tenido que conformarse con un estudiante de posgrado, ya que la universidad les
había escamoteado al único candidato que tenían ante sus propias narices.
Sintió algo así como alivio por la llamada de Susan. Eso quería decir que el semestre de otoño
empezaría muy pronto y ella continuaría con la vida rutinaria que le era familiar, dejando atrás la
espantosa confusión del verano.
El sábado planchó sus pantalones cortos, de pie en la habitación de invitados, vestida tan sólo con su
ropa interior.
Fuera hacía calor y humedad, y ella había programado el aire acondicionado a 21 grados. No sabía si
podría soportar muchas semanas más de calor. Riéndose de sí misma, se preguntó cuántos años llevaba
diciendo lo mismo.
Se remetió una camiseta blanca en los pantalones, se puso las sandalias y condujo hasta la casa de
Susan y Arnie, a sólo diez minutos de la suya. Hacía años que eran amigas y, cuando Susan fue nombrada
decana, cuatro años antes, aquello no cambió en nada su amistad. Trataba a Britt como a una igual, en el
college y fuera de él. Durante el año escolar cenaba en su casa muy a menudo.
Subió por su entrada y aparcó junto a un Ford Explorer, que supuso pertenecería a la novelista que
habían contratado. Se preguntó cómo sería. El Austin City College no era pequeño, pero no podía
compararse con la Universidad de Texas, adonde se iban los mejores profesores.
Llamó al timbre y entró. Oyó un lejano rumor de voces en la entrada principal. Atravesó la sala de
estar hacia la puerta corredera, pero se detuvo abruptamente al ver a Santana.
—Oh, Dios -—susurró—. ¡No, no, no puede ser!
La mujer a la que creyó que nunca volvería a ver, la mujer a la que esperaba no volver a ver jamás, la
mujer en la que no conseguía dejar de pensar estaba a unos pocos pasos de distancia.
Santana Lopez estaba junto a Susan, con una cerveza en la mano, en un gesto informal, escuchando
atentamente las palabras de Susan. La mirada de Brittany la recorrió de arriba abajo, desde sus largas
piernas bronceadas a su esbelta cintura, sus desarrollados pechos y por fin el rostro, y el recuerdo de la
noche que habían pasado juntas apareció derribándolo todo como una ola que rompe en la orilla,
golpeándola con toda su fuerza, como si no hubiese pasado más que un día desde que estuvieron tan
íntimamente unidas.
—Oh, Dios —dijo de nuevo, sintiéndose de pronto algo mareada.
Arnie estaba acercando una cerilla al carbón vegetal; cuando surgieron las llamas, dio un paso atrás.
Britt seguía en la sala, indecisa. Empezó a pensar en huir de allí y, si Susan no la hubiese mirado en aquel
momento, quizá lo hubiera hecho.
—Hola, Britt. Ya estás aquí. Sal aquí fuera.
Le hizo señas con la mano. Britt recorrió valientemente los pocos pasos que le faltaban hasta la puerta
y, a pesar de lo que le dictaba su corazón, la abrió.
-—Hola —dijo, mirando en primer lugar a Arnie y después a Susan, para finalmente detener sus ojos
en los muy oscuros de Santana Lopez.
Oh, Dios, pensó, no puedo hacer esto.
—Ouiero que conozcas a Santana Lopez. Somos muy afortunados por tenerla con nosotros —dijo
Susan, y Britt se acercó hacia ellos.
—Hola —dijo Santana, tendiendo la mano.
—Hola —respondió ella, y tomó aquella mano con el corazón golpeándole en el pecho.
—Se la hemos robado al St. Peter de San Antonio —dijo Susan.
—¿De veras? —Britt estaba sorprendida de la tranquilidad que reflejaba su propia voz.
Santana soltó lentamente la mano y Britt escondió rápidamente las suyas en los bolsillos, temblando.
—Claro que sí. Va a ser un gran fichaje para nuestro cuadro de personal —continuó Susan. Britt no
podía apartar la vista.
¿qué está sucediendo aquí?
—Sírvete una cerveza, cariño —le dijo Susan.
—Sí, creo que será lo mejor —susurró Britt, haciendo caso omiso a la mirada divertida que le dirigía
Santana.—
¿Qué tal estás, Arnie? —preguntó, mientras se acercaba a la enorme nevera roja y cogía una
cerveza de debajo del hielo.
—Estupendamente. ¿Y tú?
Britt se lo pensó un momento y después mintió: —Muy bien.
Arnie se acercó más a ella y le preguntó en voz baja: —¿Y qué te parece la novelista?
■—-Creo que somos muy afortunados por tenerla con nosotros —dijo Britt, repitiendo las palabras de
Susan.
—Pues sí —convino él, y ambos contemplaron a Santana Lopez mientras escuchaba a Susan, que
estaba divagando, como siempre. Arnie había dicho una vez que Susan podía hablar hasta con un árbol, y
Britt sabía que era cierto.
Se colocó directamente bajo el ventilador de techo, para sentir la brisa en el rostro. No era fresca,
por mucho que forzase la imaginación, pero al menos era una brisa. Arnie había convertido el patio
cubierto en un jardín y casi todo el espacio disponible estaba lleno de plantas y flores en maceta.
Britt siempre había envidiado la buena mano de Arnie con las plantas.
—¿Cómo las mantienes vivas con este calor? —preguntó.
El se rió.
—Regar ayuda, Britt. Dudo que las cinco plantas de tu terraza hayan visto mucha agua.
—Ya sólo me quedan tres, y las regué no hace ni dos semanas.
—Bueno, si no pensase que las ibas a matar... Tengo unos esquejes que acaban de arraigar. —El dio
un cariñoso apretón en el hombro—. Puede que te aparte unos cuantos.
Britt no sabía cómo sacaba tiempo para eso. Arnie trabajaba en una de las firmas contables más
conocidas de Austin.
Durante la temporada impositiva, Susan apenas le veía el pelo.
Britt lo vio alejarse y sacudió la cabeza al contemplar su versión de lo que significa un atuendo
informal: camisa almidonada y pantalones de algodón. Resultaba ser el este-reotipo del contable: bajo,
agradablemente orondo y medio calvo. ¡Y nunca salía de casa sin corbata!
Miró hacia donde seguían Susan y Santana. El contraste era chocante. Santana era alta, joven, en forma.
Susan era baja, afianzada en la mediana edad, y su desinterés por el ejercicio era evidente. Santana estaba
todavía más morena de lo que recordaba Britt. Susan pocas veces se exponía al sol sin protección y su
palidez parecía casi enfermiza al lado del bronceado de Santana. Se diría que los rubios rizos de Susan
resplandecían al lado del oscuro cabello de Santana.
Britt notó que el pelo de Santana estaba más largo de lo que recordaba, pero lo mismo sucedía con el suyo
propio. Sus ojos se detuvieron en otros detalles: la pequeña cadena de oro que colgaba de su cuello, los
pendientes de diamantes, el solitario anillo de su mano derecha, el reloj de oro de su muñeca izquierda.
Britt se quedó mirando largo rato las manos de Santana, recordando lo que aquellas manos le habían hecho
sentir; después se obligó a apartar la vista, sonrojada. Alzó su cerveza y bebió un largo trago, agradecida
de nuevo al ventilador del techo. La ligera brisa refrescó sus ardientes mejillas. Oh, Dios, ¿cómo puede
estar sucediendo esto? ¿Por qué a mí? Volvió a girar la vista hacia la mujer que estaba frente a ella y se
encontró con una impúdica sonrisa. ¡Maldita sea!
Susan condujo a Santana hacia donde estaba Brittany y sonrió también.
—vayan conociéndose, ustedes dos. Yo tengo que empezar a hacer la ensalada.
Las dejó, y Britt se quedó callada, negándose a mirar a Santana a los ojos.
—Bueno, ¿qué tal te ha ido? —comenzó Santana.
Brittany se volvió rápidamente hacia ella.
—¿Qué demonios haces aquí? —preguntó en un susurro.
—Voy a dar clases de escritura creativa —bajó la voz—.
Son muy afortunados de tenerme con ustedes —dijo, haciendo una mueca.
Britt casi dejó escapar una sonrisa, pero recordó a tiempo su ira.
—¿Por qué aquí, en mi centro? —preguntó, mirando furtivamente a Arnie.
—Eh, no te hagas ilusiones. No tengo por costumbre cambiar de trabajo tras un ligue de una noche. —
Le sonrió burlonamente—. Y menos cuando esos ligues resultan ser una tremenda equivocación.
—¿Cómo podría saberlo yo? Seguramente ligas con mujeres en los bares todo el tiempo —siseó Britt.
—Igual que tú —replicó ella.
—¿Cómo te atreves? Te dije que nunca había hecho algo así.
—¿Y pretendes que te crea?
—Es la verdad —susurró.
Para Brittany era muy importante que Santana supiese lo alejada de su carácter que había sido aquella
noche para ella.
Se dio cuenta de que quería que Santana fuese la culpable de todo lo sucedido.
—¿Cómo sabes que no es cierto cuando yo digo lo mismo?
—preguntó Santana.
—Tú eres la que tiene esa reputación, no yo. Tú eres la que tiene una relación...
—¡Channel y yo no tenemos ninguna relación! —insistió Santana.
Britt le clavó la mirada sin pestañear.
—Escucha, no quiero hablar del tema.
—Estupendo.
—Bien.
—De acuerdo entonces.
—¿Qué ocurre? ¿Tienes que tener tú la última palabra? —preguntó Britt.
—¡Sí!
¡Maldita sea!
Pero Santana sonrió.
—¿Sabes? Cuando te cabreas así estás muy guapa, y se te marca mucho el acento.
Britt se enfureció.
—¡Yo no tengo acento!
—Claro que tienes.
—No.
—Arrastras las palabras, como todos los de Texas —continuó Santana. Después alzó las cejas, burlona
—. Me parece muy sexy.
Santana se alejó antes de que Britt pudiese protestar y ésta se quedó muda, echando humo ante su retirada.
Durante la cena, Arnie le preguntó a Santana dónde se había criado y Britt se sorprendió escuchando con
interés, aunque se negaba a levantar la vista.
—En California. San Francisco.
—¿Ah, sí? ¿Cuánto hace que vives en Texas?
—Este verano hará dos años —dijo, sin que pareciesen molestarla tantas preguntas.
—¿Qué clase de nombre es Lopez? —preguntó él.
—Arnie, esta noche eres todo preguntas —dijo Susan para disculparse ante Santana.
—No pasa nada. Lopez es italiano.
—Ah, entonces de ahí procede tu piel morena —dijo él.
—Y prácticamente nada más. Mi familia no es muy tradicional. Ninguno habla italiano y, desde
luego, ninguno sabe cocinar platos italianos —repuso, sonriendo.
—¿Por qué no? —preguntó Susan.
—Bueno, supongo que mi padre recuerda algo, pero casi todo murió con mi abuelo —dijo, y Britt alzó
la vista entonces, curiosa—. La familia de mi abuelo vivía en Nueva York, y la mayoría de ellos apenas
sabían inglés. Él se mudó a California al acabar el instituto y se casó con la muy rubia y nada italiana hija
del jefe. Su familia se negó a aceptar su matrimonio y prácticamente lo repudiaron.
Todos estaban en silencio, esperando a que continuase. Britt creyó que no lo haría, pero entonces Santana
alzó la vista y sonrió.
—Eso sucedió a principios de los años treinta. Para cuando sus cartas se cruzaron, con las
explicaciones de él y los ruegos de su familia, ella estaba embarazada de tía Isabel y la cuestión quedó
zanjada. Así pues, se quedaron en California y supongo que sencillamente perdió sus raíces.
—Entonces, ¿todavía tienes familia en Nueva York? —quiso saber Britt, para su propia sorpresa. No
estaba interesada en absoluto en Santana Lopez, se dijo para tranquilizarse.
—Oh, imagino que sí. Ya sabes la reputación que tienen las familias italianas —rió Santana—. Nunca
he tenido contacto con ellos y, por supuesto, nunca los he conocido. Nadie de mi familia lo ha hecho.
—Qué triste —dijo Britt.
Ella, en cambio, no tenía a nadie en el mundo más que a su abuelo. Bueno, suponía que su padre
estaría en algún sitio, pero ni siquiera sabía su nombre.
—Supongo que sí. Pero así es como lo quisieron. Mi familia más cercana está muy unida. Mi padre
tiene tres hermanas mayores y cada una tiene cuatro o cinco hijos. Yo tengo un hermano pequeño y una
hermana mayor y mis padres son maravillosos. Somos una familia muy feliz.
—¿Tus abuelos murieron? —preguntó Britt.
—Sí. Mi abuelo murió hace dos años, a los ochenta y ocho.
Era un hombre maravilloso —dijo, y Britt sintió un nudo en la garganta.
Vio a Santana bajo una luz muy diferente y la conmovió la ternura con la que hablaba de su extensa
familia. Britt la envidió.
—Supongo que algún día volverás a California —dijo Arnie.
—Supongo que sí. Toda mi familia sigue allí y en realidad no tengo a nadie que me ate aquí. No me
malin-terpretéis. Me gusta Texas, pero no estoy acostumbrada a sus veranos y creo que nunca
conseguiré acostumbrarme.
Britt no pudo evitar reírse. ¡Ella había pasado toda su vida allí y tampoco se había acostumbrado
todavía!
—Sé que te graduaste en Stanford —comentó Susan—. Y
que trabajaste en la Universidad de California durante un tiempo. Es obvio que te gusta dar clases.
Pero, ¿ahora quieres ser novelista?
Santana rió.
—Sí. Y apenas conozco' a un puñado de escritores que puedan vivir de ello. Pero también me encanta
enseñar, es cierto. Dudo que llegue a dejarlo del todo.
Tras la cena Susan preparó café, pero tanto Santana como Britt declinaron el ofrecimiento. Hacía
demasiado calor. En vez de eso aceptaron un vaso de vino y todos salieron al patio.
La noche era muy agradable, y charlaron en voz baja, escuchando a los grillos y las cigarras del
jardín. Brittany se preguntó por qué Santana no les había dicho a Susan y a Arnie que ambas se conocían,
aunque se alegraba de que no lo hubiese hecho. ¡De todas formas pronto olvidaría todo lo ocurrido!
Cuando ya se marchaban, Santana abrió la puerta de su Explorer y esperó, mirando hacia Britt, al otro
lado del capó, con una sonrisa burlona en el rostro.
•—No ha sido tan malo, ¿eh? —dijo Santana.
—Sí lo ha sido. Ha sido una malísima sorpresa.
—Eh, venga, vamos. Te lo has pasado bien, admítelo.
—La comida fue muy agradable —concedió Britt.
Santana se encogió de hombros. Entró en su Explorer y cerró de un portazo. Britt se quedó allí, esperando,
hasta que la ventanilla de Santana bajó con un zumbido.
—¿Qué haces aquí, en realidad? —preguntó de nuevo Britt.
—Estaba harta de San Antonio y, cuando me hablaron de este puesto, lo acepté. —Santana sonrió
burlonamente—. Ni siquiera recordé que trabajabas aquí.
Se sostuvieron la mirada durante largo rato y después Britt apartó la vista.
—No quiero recordar de nuevo esa noche, de verdad. Por favor —dijo en voz baja—. Ya es bastante
malo tener que vivir con ello para que encima se entere todo el mundo aquí.
—Sí, bueno. Deberías haberlo pensado antes de seducir a una forastera en un bar con esos preciosos
ojos azules que tienes —replicó Santana.
—¡Yo no hice tal cosa! —protestó Britt.
—¿No? ¿Entonces quién era esa mujer que me hizo el amor tan maravillosamente esa noche hasta el
amanecer, hasta que estuvimos tan saciadas que ya no podíamos ni besarnos una vez más? —preguntó
suavemente Santana.
Britt se quedó mirándola sin habla, notando fuertes latidos en la cabeza.
—Eh, pero no te preocupes. No tengo el menor deseo de difundir por ahí lo facilona que fui esa
noche. —Santana sonrió con malicia—. Después de todo, tengo una reputación que mantener.
Dio marcha atrás para marcharse. Saludó con la mano por la ventanilla abierta y dejó atrás a Britt, que
la miraba estupefacta.
—Nos vemos —dijo, mientras se alejaba por la calle.
—¡Oh, Dios! —Britt echaba humo—. ¡Esa mujer me pone de los nervios!
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Fecha de inscripción : 07/01/2014
Edad : 27
Re: Fanfic Brittana-(Adaptacion) -Una noche de verano-CAP 29 Y 30 FINAL
COMO AYER NO PUDE SUBIR CAP..LES DEJO OTRO MAS
Capítulo siete
Britt compartió su habitual desayuno-almuerzo con Harry, y después se pasó otras dos mañanas con él,
de pesca. Una vez empezado el semestre tendría menos tiempo para visitarlo, aparte de los fines de
semana.
—¿Qué tal estás, Britt-Britt? —preguntó él de repente, cuando estaban limpiando los peces gato que
habían pescado para la cena.
—Estupendamente. ¿Por qué lo preguntas?
—Me ha parecido que estabas demasiado callada, eso es todo.
Ella sabía que había estado ausente debido a su preocupación. No había sido capaz de sacarse a
Santana Lopez del pensamiento en toda la semana y temía encontrársela en el college. Iba a ser un
semestre muy largo.
—Supongo que estoy pensando en cosas del trabajo —dijo.
No era del todo mentira.
Rachel llamó esa misma semana, unos días después, y Britt colocó un marcalibros en la novela que
estaba leyendo.
—No vas a creer a quién nos encontramos en el estadio —dijo Rachel.
—¿A quién?
—A Santana Lopez.
—Vaya, ¿por qué no me sorprende? —musitó apenas Britt.
—¿Qué?
—Nada. ¿Así que hablasteis con ella?
—Por supuesto. Se sentó con nosotros durante todo el partido. ¿Por qué no nos dijiste que había
aceptado un puesto en el Austin City College?
—Supongo que será porque no había hablado con ustedes.
Yo misma me enteré el sábado pasado.
—Ah, pues es estupendo, ¿no? Va a jugar con nosotras de tercera cuando empiece la temporada de
otoño.—
Sí, estupendo —dijo Britt, pensando en que no acudiría a más partidos ese año.
—¿Por qué no parece que te ilusione todo esto? —preguntó Rachel, sarcástica.
—¿Y por qué debería ilusionarme?
—Creí que habías dicho que no pasó nada entre ustedes dos.
—¿Y? ¿Significa eso que tengo que estar deseando trabajar con ella? —replicó.
—Eh, perdona —refunfuñó Rachel—. ¿Qué mosca te ha picado? —y colgó.
Britt colgó también, mientras se frotaba la frente. Sabía que Rachel no estaba enfadada, en realidad.
Habían pasado juntas demasiadas cosas para eso.
La primera vez que vio a Rachel Berry fue en el vestuario femenino del instituto. La chica nueva de
pelo negro y lacio pasaba a toda prisa junto a la taquilla de Britt cuando resbaló y cayó tras ella,
prácticamente a sus pies. Rachel se había unido a la carcajada general; agarró la mano que Britt le ofrecía y
se puso en pie.
—Muy elegante —recordaba haberle dicho Britt—. Veo que los años de clases de baile han valido la
pena.—
Oh, vaya, una listilla.
Después de aquello se habían hecho amigas, y siguieron siéndolo cuando Rachel le confesó por
primera vez que se sentía atraída por otra chica. Años después, cuando Britt estaba en el college, luchando
con sus propios sentimientos, Rachel estaba allí. Igual que estuvo allí cuando Zoe la dejó. Y también
Quinn. Llevaban juntas tanto tiempo que a Britt le costaba recordar la época en la que Rachel no tenía a Quinn
a su lado.
Habían seguido siendo amigas íntimas a través de los años, y Britt nunca había dudado en confiar en
ellas. Pero el asunto de Santana... Britt no se sentía preparada para compartirlo con nadie, ni siquiera con
Rachel.
A la semana siguiente, dos días antes de la primera reunión de profesores, Brittany acudió a su
despacho, como cada año.
Se preciaba de ser organizada, e hizo planes para tomar notas y comenzar sus dos primeras clases.
Su despacho estaba inmaculado: cada libro en su lugar, cada documento recogido. No era capaz de
trabajar en medio del caos ni con interrupciones. Las clases de lengua de primer año eran ya muy
aburridas para ella, después de cuatro años, pero las clases de composición y retórica eran más amenas. Le
encantaba leer y se pasaba la mañana repasando sus listas de libros, decidiendo cuáles iban a ver en
clase ese semestre.
La sobresaltó el ruido de una puerta, que se abrió para cerrarse seguidamente de un portazo. Después
se oyeron pasos y a alguien silbando.
Frunció el entrecejo, molesta. Los demás miembros del claustro solían ser más silenciosos.
Volvió a abrirse una puerta, en el mismo corredor, y por fin se hizo el silencio. Escuchó un momento
y después volvió a sus apuntes. De pronto levantó la cabeza al oír música a gran volumen, que resonaba
unos despachos más allá. ¿Los Rolling Stones? Cerró los ojos.
—¿Quién demonios está escuchando a los Stones? —masculló, masajeándose las cejas y el puente
de la nariz.
Brittany fue hasta su puerta y se asomó un momento, antes de cerrarla de un portazo. Volvió a
sentarse; la música sonaba algo más apagada. Se giró hacia su ordenador e intentó olvidar el ruido y
concentrarse. Poco tiempo después, unos golpecitos en la puerta la interrumpieron. Frunció el entrecejo.
—Pase —farfulló.
Santana Lopez asomó la cabeza.
—Tenía que haberlo supuesto —musitó Britt.
—Oh, no sabía que hubiera nadie aquí. —Santana se apoyó contra la puerta, con sus bronceadas piernas
asomando bajo los pantalones cortos—. ¿Qué estás haciendo?
—Intentaba trabajar.
Habían pasado casi dos semanas desde la última vez que había visto a Santana y los hambrientos ojos
de Britt la recorrieron de arriba abajo.
—Oh. ¿Te estoy molestando?
—Sí. ¿Cómo eres capaz de trabajar con todo ese jaleo?
—Trabajo mejor con algo de ruido de fondo.
—¡Bueno, pues yo trabajo mejor en silencio absoluto! —exclamó Britt.
—¿Y quieres que baje el volumen? —preguntó Santana, sin abandonar ni un momento su habitual
sonrisa burlona.
—Quiero que lo apagues —dijo Britt mordazmente.
—A ver, Britt, tienes que aprender a transigir. —Santana se dispuso a irse—. Lo bajaré un punto.
—¡O tres! —gritó Britt tras ella.
Santana se dio la vuelta y frunció el entrecejo: —¿Cómo puedes estar trabajando? Susan dijo que llevas
cuatro años dando clases. Tendrías que sabértelo ya.
—¿Acaso crees que enseño las mismas cosas que hace cuatro años? —preguntó Britt, a la defensiva.
—¿Es que ha cambiado la lengua?
Britt la ignoró y se volvió hacia el ordenador.
—También doy clases de composición.
—Oh, yo odiaba esas clases —refunfuñó Santana.
—Bueno, ahora que eres escritora apuesto a que te alegras de haberlas tenido —replicó Britt.
—No, la verdad es que no —Santana negó con la cabeza—.
Sin embargo, me gustaba la escritura creativa.
—Son prácticamente lo mismo.
—Nada de eso.
Britt la traspasó con la mirada y Santana salió, sin abandonar su sonrisa burlona.
—Qué mujer tan exasperante —farfulló, viendo que la puerta quedaba de nuevo abierta. Britt se frotó la
frente, intentando ahuyentar un principio de dolor de cabeza.
El teléfono sonó de pronto y Brittany lo miró como si fuese un objeto extraño. Después de la tercera
llamada, oyó a Santana gritar desde el final del corredor: —¡Coge el maldito teléfono!
Britt así lo hizo y se lo pegó a la oreja, sin perderse la risita guasona al otro lado.
—¿Quiéres que salgamos más tarde a comer? —preguntó Santana.
—¡No!
—Vale. Tú te lo pierdes.
Colgó, y Britt se quedó un rato más con el auricular en la oreja, hasta que por fin lo colgó. ¡Aquella
mujer iba a volverla loca!
A las doce menos diez, Britt oyó que apagaban la radio y se cerraba una puerta. Alguien empezó a
silbar en el pasillo, y luego dejó de hacerlo.
—Hasta luego —gritó Santana, y después continuó silbando.
—Gracias a Dios. Puede que ahora pueda trabajar un poco.
Pero se dio cuenta de que no podía. El silencio se mofaba de ella y, tras unos pocos minutos más,
dejó su lectura inacabada y apagó de golpe el ordenador. Ciertamente, iba a ser un semestre muy largo.
Aquella noche recogió su comida china y condujo hasta la casa de Harry, deteniéndose por el camino
para comprar una botella de vino. El la recibió con su abrazo habitual, pero a ella le pareció que estaba
cansado.
—Hola. ¿Estás bien? —le preguntó con dulzura.
—Claro. Es sólo que hoy echaba de menos a mi Beth.
—Lo siento, Harry —dijo, y lo abrazó con fuerza.
—Dos años. Y yo que pensaba que a estas alturas ya estaría acostumbrado —suspiró él.
—Nunca nos acostumbraremos, supongo. —Britt lo besó en la mejilla—. Te quiero.
—Yo también te quiero, Britt-Britt.
Se apartó de ella, enjugándose una lágrima del rostro.
—Eso huele bien —dijo, con forzada animación.
Ella lo miró inquisitivamente.
—No estarás pensando en dejarme, ¿no? —quiso saber.
—No, cariño. Todavía no —susurró él. Después le hizo una picara mueca—. Antes tengo que
encontrarte a alguien.
—Estoy muy bien así.
—Sólo quiero que tengas quien te cuide.
—No necesito a nadie, Harry —insistió ella, afanándose con la cena.
—Todos necesitamos a alguien, Britt-Britt. —Llevó los platos a la mesa mientras ella traía el vino—. No
dejes que esa tonta de Zoe te aparte del amor.
—Nunca te gustó, ¿verdad?
—Me gustaba porque te gustaba a ti. Ahora ya no tiene que gustarme.
—Bueno, Harry, no te preocupes. Estoy bien. Estoy feliz.
—¿Seguro, cariño?
Ella lo miró y forzó una sonrisa.
—Sí —dijo en voz baja.
Aquella noche, mientras yacía en la cama esperando que llegase el sueño, comprendió que estaba
lejos de ser feliz.
Algo faltaba en su vida. Tenía su trabajo, pero, de pronto, eso no era suficiente. Quizás era porque ya
no era una jovencita. O
porque Harry envejecía. No iba a estar siempre con ella, pensó con tristeza.
¿Y, después, a quién tendría ella? A nadie. Tan sólo a sus amigas, a las que apenas veía. Y la mayor
parte de ellas tenían pareja. ¿Por qué a ella le costaba tanto encontrar a alguien?
Antes de Zoe no había habido nadie en especial, y habían salido durante varios años antes de que
Britt le permitiese por fin mudarse a su casa. jMira adonde la había llevado eso!
De repente se sintió muy vieja. Parecía que habían pasado siglos desde que perdió la cabeza por la
jugadora de baloncesto, su primera chica desde la guapa rubita de la clase de química, o desde su noche
con Jill Stanton, la primera mujer de la que se había enamorado.
Sus pensamientos derivaron hacia Santana Lopez e intentó ahuyentarlos, pero la imagen de Santana
persistía en su mente.
Ni siquiera le gustaba aquella mujer. Pero no, aquello no era totalmente cierto. Santana parecía tener
dos caras: una burlona y exasperante, y la otra intensa y apasionada. Britt había visto las dos. Comprendió
que Santana era un soplo de aire fresco. Sonreía mucho y parecía feliz. Era una de las cosas que la habían
atraído de el la.
Recordó la primera vez que la había visto, riendo y charlando con el equipo contrario y con sus
propias compañeras.
Aquella noche, mucho más tarde, cuando estaban solas en la intimidad, ya no bromeaba. Era
seria y apasionada.
Hablaron muy poco aquella noche.
En realidad, recordó Britt, no hablaron en absoluto, o al menos no con palabras.
Se dio la vuelta y echó un vistazo al reloj, que se aproximaba a la medianoche. No deseaba recordar
la noche que había pasado con Santana Lopez. Cerró los ojos y pensó en Adam’s Ribs, en Santana
hablando con Channel, en Bo cuando les contó que Santana tenía montones de novias y que salía muy a
menudo. Pensó en las palabras de Lauren en la cena de aquella noche, sobre la fama que tenía Santana de salir
con varias mujeres a la vez. Ciertamente, Britt no quería volver a pasar por eso. Zoe también tenía fama
de inconstante, y se había liado con ella de todas formas. La habían seducido y abandonado. Cuatro años
que se habían ido por el desagüe y otros tres sintiendo lástima de sí misma.
¿Adonde se habían ido esos años?
Capítulo siete
Britt compartió su habitual desayuno-almuerzo con Harry, y después se pasó otras dos mañanas con él,
de pesca. Una vez empezado el semestre tendría menos tiempo para visitarlo, aparte de los fines de
semana.
—¿Qué tal estás, Britt-Britt? —preguntó él de repente, cuando estaban limpiando los peces gato que
habían pescado para la cena.
—Estupendamente. ¿Por qué lo preguntas?
—Me ha parecido que estabas demasiado callada, eso es todo.
Ella sabía que había estado ausente debido a su preocupación. No había sido capaz de sacarse a
Santana Lopez del pensamiento en toda la semana y temía encontrársela en el college. Iba a ser un
semestre muy largo.
—Supongo que estoy pensando en cosas del trabajo —dijo.
No era del todo mentira.
Rachel llamó esa misma semana, unos días después, y Britt colocó un marcalibros en la novela que
estaba leyendo.
—No vas a creer a quién nos encontramos en el estadio —dijo Rachel.
—¿A quién?
—A Santana Lopez.
—Vaya, ¿por qué no me sorprende? —musitó apenas Britt.
—¿Qué?
—Nada. ¿Así que hablasteis con ella?
—Por supuesto. Se sentó con nosotros durante todo el partido. ¿Por qué no nos dijiste que había
aceptado un puesto en el Austin City College?
—Supongo que será porque no había hablado con ustedes.
Yo misma me enteré el sábado pasado.
—Ah, pues es estupendo, ¿no? Va a jugar con nosotras de tercera cuando empiece la temporada de
otoño.—
Sí, estupendo —dijo Britt, pensando en que no acudiría a más partidos ese año.
—¿Por qué no parece que te ilusione todo esto? —preguntó Rachel, sarcástica.
—¿Y por qué debería ilusionarme?
—Creí que habías dicho que no pasó nada entre ustedes dos.
—¿Y? ¿Significa eso que tengo que estar deseando trabajar con ella? —replicó.
—Eh, perdona —refunfuñó Rachel—. ¿Qué mosca te ha picado? —y colgó.
Britt colgó también, mientras se frotaba la frente. Sabía que Rachel no estaba enfadada, en realidad.
Habían pasado juntas demasiadas cosas para eso.
La primera vez que vio a Rachel Berry fue en el vestuario femenino del instituto. La chica nueva de
pelo negro y lacio pasaba a toda prisa junto a la taquilla de Britt cuando resbaló y cayó tras ella,
prácticamente a sus pies. Rachel se había unido a la carcajada general; agarró la mano que Britt le ofrecía y
se puso en pie.
—Muy elegante —recordaba haberle dicho Britt—. Veo que los años de clases de baile han valido la
pena.—
Oh, vaya, una listilla.
Después de aquello se habían hecho amigas, y siguieron siéndolo cuando Rachel le confesó por
primera vez que se sentía atraída por otra chica. Años después, cuando Britt estaba en el college, luchando
con sus propios sentimientos, Rachel estaba allí. Igual que estuvo allí cuando Zoe la dejó. Y también
Quinn. Llevaban juntas tanto tiempo que a Britt le costaba recordar la época en la que Rachel no tenía a Quinn
a su lado.
Habían seguido siendo amigas íntimas a través de los años, y Britt nunca había dudado en confiar en
ellas. Pero el asunto de Santana... Britt no se sentía preparada para compartirlo con nadie, ni siquiera con
Rachel.
A la semana siguiente, dos días antes de la primera reunión de profesores, Brittany acudió a su
despacho, como cada año.
Se preciaba de ser organizada, e hizo planes para tomar notas y comenzar sus dos primeras clases.
Su despacho estaba inmaculado: cada libro en su lugar, cada documento recogido. No era capaz de
trabajar en medio del caos ni con interrupciones. Las clases de lengua de primer año eran ya muy
aburridas para ella, después de cuatro años, pero las clases de composición y retórica eran más amenas. Le
encantaba leer y se pasaba la mañana repasando sus listas de libros, decidiendo cuáles iban a ver en
clase ese semestre.
La sobresaltó el ruido de una puerta, que se abrió para cerrarse seguidamente de un portazo. Después
se oyeron pasos y a alguien silbando.
Frunció el entrecejo, molesta. Los demás miembros del claustro solían ser más silenciosos.
Volvió a abrirse una puerta, en el mismo corredor, y por fin se hizo el silencio. Escuchó un momento
y después volvió a sus apuntes. De pronto levantó la cabeza al oír música a gran volumen, que resonaba
unos despachos más allá. ¿Los Rolling Stones? Cerró los ojos.
—¿Quién demonios está escuchando a los Stones? —masculló, masajeándose las cejas y el puente
de la nariz.
Brittany fue hasta su puerta y se asomó un momento, antes de cerrarla de un portazo. Volvió a
sentarse; la música sonaba algo más apagada. Se giró hacia su ordenador e intentó olvidar el ruido y
concentrarse. Poco tiempo después, unos golpecitos en la puerta la interrumpieron. Frunció el entrecejo.
—Pase —farfulló.
Santana Lopez asomó la cabeza.
—Tenía que haberlo supuesto —musitó Britt.
—Oh, no sabía que hubiera nadie aquí. —Santana se apoyó contra la puerta, con sus bronceadas piernas
asomando bajo los pantalones cortos—. ¿Qué estás haciendo?
—Intentaba trabajar.
Habían pasado casi dos semanas desde la última vez que había visto a Santana y los hambrientos ojos
de Britt la recorrieron de arriba abajo.
—Oh. ¿Te estoy molestando?
—Sí. ¿Cómo eres capaz de trabajar con todo ese jaleo?
—Trabajo mejor con algo de ruido de fondo.
—¡Bueno, pues yo trabajo mejor en silencio absoluto! —exclamó Britt.
—¿Y quieres que baje el volumen? —preguntó Santana, sin abandonar ni un momento su habitual
sonrisa burlona.
—Quiero que lo apagues —dijo Britt mordazmente.
—A ver, Britt, tienes que aprender a transigir. —Santana se dispuso a irse—. Lo bajaré un punto.
—¡O tres! —gritó Britt tras ella.
Santana se dio la vuelta y frunció el entrecejo: —¿Cómo puedes estar trabajando? Susan dijo que llevas
cuatro años dando clases. Tendrías que sabértelo ya.
—¿Acaso crees que enseño las mismas cosas que hace cuatro años? —preguntó Britt, a la defensiva.
—¿Es que ha cambiado la lengua?
Britt la ignoró y se volvió hacia el ordenador.
—También doy clases de composición.
—Oh, yo odiaba esas clases —refunfuñó Santana.
—Bueno, ahora que eres escritora apuesto a que te alegras de haberlas tenido —replicó Britt.
—No, la verdad es que no —Santana negó con la cabeza—.
Sin embargo, me gustaba la escritura creativa.
—Son prácticamente lo mismo.
—Nada de eso.
Britt la traspasó con la mirada y Santana salió, sin abandonar su sonrisa burlona.
—Qué mujer tan exasperante —farfulló, viendo que la puerta quedaba de nuevo abierta. Britt se frotó la
frente, intentando ahuyentar un principio de dolor de cabeza.
El teléfono sonó de pronto y Brittany lo miró como si fuese un objeto extraño. Después de la tercera
llamada, oyó a Santana gritar desde el final del corredor: —¡Coge el maldito teléfono!
Britt así lo hizo y se lo pegó a la oreja, sin perderse la risita guasona al otro lado.
—¿Quiéres que salgamos más tarde a comer? —preguntó Santana.
—¡No!
—Vale. Tú te lo pierdes.
Colgó, y Britt se quedó un rato más con el auricular en la oreja, hasta que por fin lo colgó. ¡Aquella
mujer iba a volverla loca!
A las doce menos diez, Britt oyó que apagaban la radio y se cerraba una puerta. Alguien empezó a
silbar en el pasillo, y luego dejó de hacerlo.
—Hasta luego —gritó Santana, y después continuó silbando.
—Gracias a Dios. Puede que ahora pueda trabajar un poco.
Pero se dio cuenta de que no podía. El silencio se mofaba de ella y, tras unos pocos minutos más,
dejó su lectura inacabada y apagó de golpe el ordenador. Ciertamente, iba a ser un semestre muy largo.
Aquella noche recogió su comida china y condujo hasta la casa de Harry, deteniéndose por el camino
para comprar una botella de vino. El la recibió con su abrazo habitual, pero a ella le pareció que estaba
cansado.
—Hola. ¿Estás bien? —le preguntó con dulzura.
—Claro. Es sólo que hoy echaba de menos a mi Beth.
—Lo siento, Harry —dijo, y lo abrazó con fuerza.
—Dos años. Y yo que pensaba que a estas alturas ya estaría acostumbrado —suspiró él.
—Nunca nos acostumbraremos, supongo. —Britt lo besó en la mejilla—. Te quiero.
—Yo también te quiero, Britt-Britt.
Se apartó de ella, enjugándose una lágrima del rostro.
—Eso huele bien —dijo, con forzada animación.
Ella lo miró inquisitivamente.
—No estarás pensando en dejarme, ¿no? —quiso saber.
—No, cariño. Todavía no —susurró él. Después le hizo una picara mueca—. Antes tengo que
encontrarte a alguien.
—Estoy muy bien así.
—Sólo quiero que tengas quien te cuide.
—No necesito a nadie, Harry —insistió ella, afanándose con la cena.
—Todos necesitamos a alguien, Britt-Britt. —Llevó los platos a la mesa mientras ella traía el vino—. No
dejes que esa tonta de Zoe te aparte del amor.
—Nunca te gustó, ¿verdad?
—Me gustaba porque te gustaba a ti. Ahora ya no tiene que gustarme.
—Bueno, Harry, no te preocupes. Estoy bien. Estoy feliz.
—¿Seguro, cariño?
Ella lo miró y forzó una sonrisa.
—Sí —dijo en voz baja.
Aquella noche, mientras yacía en la cama esperando que llegase el sueño, comprendió que estaba
lejos de ser feliz.
Algo faltaba en su vida. Tenía su trabajo, pero, de pronto, eso no era suficiente. Quizás era porque ya
no era una jovencita. O
porque Harry envejecía. No iba a estar siempre con ella, pensó con tristeza.
¿Y, después, a quién tendría ella? A nadie. Tan sólo a sus amigas, a las que apenas veía. Y la mayor
parte de ellas tenían pareja. ¿Por qué a ella le costaba tanto encontrar a alguien?
Antes de Zoe no había habido nadie en especial, y habían salido durante varios años antes de que
Britt le permitiese por fin mudarse a su casa. jMira adonde la había llevado eso!
De repente se sintió muy vieja. Parecía que habían pasado siglos desde que perdió la cabeza por la
jugadora de baloncesto, su primera chica desde la guapa rubita de la clase de química, o desde su noche
con Jill Stanton, la primera mujer de la que se había enamorado.
Sus pensamientos derivaron hacia Santana Lopez e intentó ahuyentarlos, pero la imagen de Santana
persistía en su mente.
Ni siquiera le gustaba aquella mujer. Pero no, aquello no era totalmente cierto. Santana parecía tener
dos caras: una burlona y exasperante, y la otra intensa y apasionada. Britt había visto las dos. Comprendió
que Santana era un soplo de aire fresco. Sonreía mucho y parecía feliz. Era una de las cosas que la habían
atraído de el la.
Recordó la primera vez que la había visto, riendo y charlando con el equipo contrario y con sus
propias compañeras.
Aquella noche, mucho más tarde, cuando estaban solas en la intimidad, ya no bromeaba. Era
seria y apasionada.
Hablaron muy poco aquella noche.
En realidad, recordó Britt, no hablaron en absoluto, o al menos no con palabras.
Se dio la vuelta y echó un vistazo al reloj, que se aproximaba a la medianoche. No deseaba recordar
la noche que había pasado con Santana Lopez. Cerró los ojos y pensó en Adam’s Ribs, en Santana
hablando con Channel, en Bo cuando les contó que Santana tenía montones de novias y que salía muy a
menudo. Pensó en las palabras de Lauren en la cena de aquella noche, sobre la fama que tenía Santana de salir
con varias mujeres a la vez. Ciertamente, Britt no quería volver a pasar por eso. Zoe también tenía fama
de inconstante, y se había liado con ella de todas formas. La habían seducido y abandonado. Cuatro años
que se habían ido por el desagüe y otros tres sintiendo lástima de sí misma.
¿Adonde se habían ido esos años?
floor.br***** - Mensajes : 258
Fecha de inscripción : 07/01/2014
Edad : 27
Re: Fanfic Brittana-(Adaptacion) -Una noche de verano-CAP 29 Y 30 FINAL
quiero massssssss jaja!!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: Fanfic Brittana-(Adaptacion) -Una noche de verano-CAP 29 Y 30 FINAL
yo también quiero o mas!!!
están atrayente la historia...
están atrayente la historia...
raxel_vale****** - Mensajes : 377
Fecha de inscripción : 24/08/2013
Edad : 34
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