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Brittana:Ni lo sueñes /adaptacion cap 29, 30, 31 mas el Epilogo
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marthagr81@yahoo.es
Maria Angeles
6 participantes
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Re: Brittana:Ni lo sueñes /adaptacion cap 29, 30, 31 mas el Epilogo
Micky Morales Ayer A Las 7:11 Pm bueno por lo menos santana admitio que se quiere tirar a brittany!!!!! jajajajajajajajajajajaja escribió:
Susii Ayer A Las 7:55 Pm Que cosas oculta Santana?-.- que misteriosa es esa chica:s por lo menos admitio que en algun momento se va tirar a Britt$-$ kshdkdv escribió:
si me gusta como santana toma las cosas tan relajada. y quiere comerse a esa pollito jajajaja
. Wanky no?????
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Ni lo sueñes /adaptacion cap 29, 30, 31 mas el Epilogo
IFannyGleek Hoy A Las 11:53 Am Santana esta enferma o que? Me encanta, espero los siguientes capítulos. Xx escribió:
Que le pasa a Santana es un misterio, no suelta prenda....no le gusta hablar de eso asi que veremos que esconde, hoy habra mas capitulos a lo largo del dia
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Ni lo sueñes /adaptacion cap 29, 30, 31 mas el Epilogo
-9-
Al día siguiente la cabeza le daba mil vueltas. Demasiada marcha y demasiado tequila para su cuerpo. Cuando llegó a su casa eran cerca de las diez de la mañana. Horas después, dando vueltas en la cama miró el reloj y, al ver que eran las tres y diez, saltó de la cama y se vistió a toda prisa. Tenía que estar en casa de Britt a las cuatro.
Entró en casa de la futbolista a las cuatro y media. Este la miró con el ceño fruncido y señalando el carísimo reloj que llevaba en la muñeca siseo.
—Llegas tarde, son las cuatro y media.
—Lo sé, disculpa, me he dormido.
—¿Te has dormido?
—Te lo acabo de decir.
—Pero, ¿a qué hora te acostaste?
Mientras caminaban hacia el gimnasio, murmuró divertida.
—Sobre las diez de la mañana más o menos.
Impresionada, la asió del brazo y la paró para interrogarla levantando la voz.
—¿A las diez de la mañana? ¿De esta mañana?
—¡Diosss…! ¡No grites! —suplicó tapándose los oídos.
Sin más, las dos entraron en el gimnasio. Britt arrinconó la muleta y se sentó en la camilla. Ella se quitó las gafas de sol, dejó su mochila y tras deshacerse del abrigo fue a hablar cuando ella la interrumpió:
—Vaya cara que tienes, creo que te pasaste de té y pastitas.
Al recordar lo bien que lo había pasado, sonrió, se frotó las manos para calentárselas e indicó:
—Ha sido una buena juerga. La necesitaba antes de…
Pero de pronto se paró; ¿qué iba a decir? ¿se había vuelto loca?
—¿Antes de qué? —le preguntó Britt muy intrigada.
—Antes de que acabe el año —consiguió responder.
Con gesto ceñudo ella sin pestañear siseó.
—Llevo años sin pegarme una juerga así. Como muy tarde me acuesto, muy
ocasionalmente, y si estoy de vacaciones, a las cuatro, ¿pero a las diez de la mañana? —la reprendió después de observarla fijamente durante varios segundos. Sin poder evitarlo, ella soltó una carcajada, y más al recordar lo que había hablado con su amiga Hanna. Eso le dio calor y se abanicó.
—¿Dónde fuiste? Si se puede saber, claro.
Santana colocó la pierna lesionada dentro de un aparato y con una sonrisa guasona que iluminó su rostro, añadió:
—Cené con mis amigas en una pizzería que hay en via Monte di Pietà y después fuimos a un local, La Fragola, ¿lo conoces? Britt asintió. Había ido un par de veces con Quinn y algún otro amigo.
—Cuando salimos de La Fragola Ricardo propuso ir…
—¿Pero no habías ido con tus amigas?
—Sí, pero allí conocimos a un grupo de hombres divertidísimos con los que nos fuimos a tomar algo a el Tequila, ¿te suena?
Esta vez negó con la cabeza y ella, divertida, dijo:
—Es un lugar muy divertido donde todos beben tequila con sal y limón.
—Vaya… por fin entiendo tu aspecto —se mofó ella.
—Allí la gente bebe, disfruta y canta en el karaoke.
—¿Y tu cantaste?
Sin poder evitarlo, soltó una carcajada.
—Ni te imaginas lo bien que nos quedó a Doménico y a mí el dueto que hicimos de La Bamba. ¡Aisss Dios…! —le confesó muerta de risa—. Si nos llegas a ver subidos encima de una mesa ¡hubieras flipado!
Sorprendida por conocer aquella faceta alocada de la joven, que nunca imaginó, zanjó el asunto.
—No lo dudo.
El teléfono de Britt sonó y Daniela se lo pasó. Durante un rato le escuchó hablar en italiano con Bimba de la cena organizada por el Inter, prevista para ese mismo sábado.
Cuando colgó, la miró y le preguntó:
—Dijiste que acudirías a la cena del día veintiuno, ¿verdad?
—Ajá…
—¿Irás acompañada?
—Por supuesto. —contestó con una sonrisa nada angelical.
—¿Por Sam? —la interrogó Britt, muy tensa.
—No creo que le lleve a él, supongo que llevaré a otra persona.
—¿Tu amante, Terminator, no se enfadará al verte en brazos de otro?
—¿la entrenadora? —Santana soltó una risotada y respondió—: No, no te preocupes. Él también irá acompañado. Está casado, no lo olvides.
—¡Qué fuerte lo tuyo! Tu frialdad en este tema, me deja sin habla.
—¿Sabes? Me encanta dejarte sin habla.
Ambas se quedaron callados y se esforzaron en los ejercicios.
El viernes a las ocho de la mañana Santana estaba sola en la clínica. Se mordía los labios. Estaba muy nerviosa y cuando la enfermera la hizo pasar, tomo airé y la siguió. No había más remedio. Al día siguiente, sábado, era la cena de Navidad del Inter y allí estarían las estrellas del equipo con sus acompañantes, los directivos y cientos de periodistas.
Cuando llegaron Britt y Quinn y dos jóvenes preciosas, los flashes les cegaron.
Cientos de paparazzi les esperaban en la puerta del hotel para fotografiar el momento.
Vestido con un elegante traje oscuro, con seguridad y provisto de una sola muleta Britt tomó por la cintura a Bimba, la modelo del momento en Italia. Tanto Britt como ellas eran guapas y famosas y los paparazzi se volvieron locos.
Diez minutos después tras pasar por el photocall que el Inter había colocado en el vestíbulo del hotel, decidieron dirigirse a la sala donde se daba el cóctel. La gente del Club y, sobre todo sus compañeros, le saludaron con cariño al llegar. Verle andar con una sola muleta y su buen estado físico presagiaban que su recuperación era inminente.
Tras saludar a todos, Quinn, Britt y las dos guapas modelos se acomodaron en un lateral de la barra donde pidieron algo para refrescar sus gargantas y desde donde Britt vio llegar a la entrenadora Sue con su mujer, lo que le hizo recordar que Santana tenía que estar por allí; la buscó con interés pero no la vio. Sue y su mujer se acercaron para saludarles.
La mujer de Sue era de piel oscura como él. Tenía una sonrisa encantadora y poseía unos enormes ojos negros, vivarachos, que observaban todo. Una vez les abrazaron se encaminaron a saludar a otros futbolistas cuando alguien dijo:
—Britt ¡te veo estupenda!
Al volverse, la joven se encontró con su representante futbolístico, Toni Terón,
acompañado de una guapa mujer. Tras chocar las manos, ella respondió.
—Tío… mi lesión va bien.
—Lo sé… y me alegro muchísimo. —Sonrió y antes de marcharse tras la joven que le acompañaba le dijo—: Mañana te llamo, ahora no puedo hablar. Tengo que discutir contigo unas clausulas para la publicidad que te he contratado con Reebok.
Britt se despidió con un apretón de manos, justo cuando Quinn le preguntó:
—¿Esa que llega no es tu fisio?
Britt miró pero no la vio. Había demasiada gente y Quinn murmuró señalando con el dedo.
—Mamacita …, vaya con tu tocapelotas.
Britt miró hacia donde señalaba su amiga y se quedó totalmente perplejo. Sin palabras:
¿aquella era Santana? Por primera vez la veía con algo que no era ropa deportiva y tremendamente ancha. Llevaba un bonito vestido negro de cuello cisne que dejaba uno de sus hombros y un brazo al aire y le quedaba muy sexy. Su pelo, aquel que siempre llevaba recogido en una coleta alta, bailaba alrededor de su cabeza a cada paso que ella daba y cuando se fijó en su rostro tuvo que parpadear. ¡Estaba impresionante!
Santana era una auténtica belleza que nada tenía que envidiar a la mujer que estaba junto a ella. Al revés, sus curvas eran tentadoras. Muy tentadoras. Sin poder dejar de mirarla, observó que iba del brazo de un joven atractivo. Ambos reían y parecían pasarlo bien.
Inconscientemente miró a la entrenadora y a su mujer, que conversaban en un lateral del salón y se sorprendió al ver que Santana y su acompañante se dirigían hasta ellos. ¿Se había vuelto loca? Boquiabierto vio como aquella inconsciente saludaba a la entrenadora y le daba dos besos a su mujer.
Hablaron durante un rato hasta que uno de los directivos se les unió y Sue le presentó a la joven y a su acompañante. De pronto la mujer de Sue se acercó más a Santana y dijo algo que hizo que aquella cambiara su sonriente rostro por otro nada cordial. Britt vio cómo ella negaba con la cabeza y, sin más, caminaba hasta la barra y la escuchaba decir.
—Por favor, una Coca-Cola.
—¿Zero? ¿Light? —preguntó el camarero.
Santana sonrió y cuando fue a responder, Britt que ya se había acercado hasta ellos, indicó:
—Si te preocupa tu integridad física, ponle una Coca-Cola normal. Ah, y con mucho hielo.
Al escuchar su voz, la joven se giró a mirarle. Britt estaba impresionante con aquel traje oscuro, su camisa celeste. Instantes después se les unió Quinn.
—Santana, ¡qué linda te veo!
La joven, agradecida, paseó su mirada por la piropeadora.
—Gracias, tú también estás muy guapa, Quinn.
—¿Me reservarás un baile?
—Y dos, guapetona ¡faltaría más!
Quinn sonrió y al ver la cara de su amiga decidió quitarse de en medio. Britt, que no se había movido, sin darle tregua, murmuró acercándose a ella.
—Sigo pensando que lo tuyo es muy fuerte.
—¿Por qué?
Mirando a la entrenadora que hablaba con el acompañante de Santana y el directivo, se fijó en que su mujer no les quitaba ojo y respondió.
—Cómo se te ocurre acercarte a tu amante. Joder, ¿no ves que está acompañado por su mujer?
—¿Y?
Alucinada, abrió los ojos hasta que casi se le salieron de las órbitas, pero cuando iba a responder, la mujer de la entrenadora, aquella impresionante mulatona, se acercó a ellos y, parándose ante la joven dijo señalándola con el dedo:
—Tú y yo tenemos que hablar.
Santana, al escucharla, la miró y dejando pasmado a Britt respondió:
—Ahora no.
—¿Cómo que ahora no? —insistió aquella.
Britt, estupefacta, miró a los lados y vio a la entrenadora acercarse con gesto incómodo.
¡Allí se iba a armar la marimorena! Entonces la tocapelotas de la fisio, ladeó la cabeza y con descaro respondió:
—No creo que este sea el momento ni el lugar adecuado.
Justo entonces llegó la entrenadora y, cogiendo a su mujer del brazo, susurró:
—Maribel… Ahora no.
—¿Cómo que ahora no?
—Maribel —insistió la entrenadora manteniendo la calma—. Por favor…
La mujer cruzó una mirada de lo más significativa con su esposa y después con Santana, que bebía de su Coca-Cola tranquilamente. Sue Sylvester tomó a la mujer del brazo y consiguió apartarla de allí, aunque no pudo evitar el gesto de enfado de ella al marcharse —¡Qué fuerte… qué fuerte!— cuchicheó Britt al ver aquello.
El acompañante de Santana, se acercó con gesto incómodo y sin prestar atención a la futbolista, preguntó:
—¿Por qué no me lo habías dicho?
Santana le miró y tras suspirar, murmuró:
—Cielo… no empieces tú también.
El muchacho asintió, se tocó el pelo con impaciencia y preguntó:
—¿Y ahora qué Pitu?
Ella, encogiéndose de hombros, obvió a Britt y respondió:
—Lo de siempre… ya sabes. ¡A esperar!
El joven, apesadumbrado, la miró y, acercándose más a ella, preguntó:
—¿Estás bien?
Santana miró hacia donde estaba la entrenadora hablando con su mujer y susurró.
—Sí, tranquilo, cielo.
Cuando aquel se fue, Britt, molesta porque ella no le hubiera presentado a su
acompañante, cuchicheó:
—¿Cielo?… ¿Pitu?… ¡Pero seréis horteras! —La joven sonrió y Britt, añadió—: A ti te debe de faltar un tornillo o algo peor. ¿Cómo se te ocurre aparecer por aquí? ¿No te has dado cuenta de que ella, la mujer de la entrenadora, sabe lo vuestro y estás poniendo en un compromiso a tu amante? Joder… que es la entrenadora del Inter de Milán, ¿no piensas en los cotilleos que esto puede generar en la prensa?
—Oh… cállate…
—¿Que me calle? —protestó al ver su impasibilidad.
Y antes de poder replicar, la entrenadora Sue se acercó hasta ellas y sin importarle que Britt escuchara, murmuró:
—Escucha, Sanny…
—Ahora no, por favorrr —protestó molesta.
la entrenadora, al ver el rechazo de ella, suavizó el tono de voz e insistió:
—Pitufa, escucha. Creo que…
—Pero, vamos a ver… ¿en qué idioma hablo?
Sue cruzó una mirada con una alucinada Britt que no entendía nada de nada y menos eso de ¿Pitufa? y añadió:
—Vale, sé que no es momento ni lugar, pero deberías ir y hablar con tu madre. Ella esta preo…
—Mami, ya conoces a mamá. Se preocupa por todo. Si como, porque como. Si sonrío, porque sonrío y si estoy muy callada porque no hablo ¡me va a volver loca!
—Lo sé Pitu… lo sé. Tu hermano me acaba de decir lo mismo.
Britt ni pestañeaba «¿Papá?», «¿Mamá?», «¿Hermano?».
—Mamá es el dramatismo personificado y me da igual lo que quiera. Simplemente le he dicho que este no es sitio para hablar de algo que sabe que no me apetece.
—Sanny por favor entiéndela… —susurró la entrenadora.
La joven cerró los ojos. Miró a la desconcertada futbolista que tenía a su derecha y finalmente dijo:
—Vale, mama… ahora voy a tranquilizarla. Dame dos segundos.
la entrenadora al ver cómo les miraba Britt, movió la cabeza con complicidad y tras darle un beso a la joven en la mejilla se alejó. Santana dio un largo trago a su bebida y al dejarla, miró a la sorprendida futbolista con una divertida sonrisa.
—¿Sabes, Britt? soy morocha ¡pero no tonta! —Y sin dejar que ella respondiera añadió con mofa—: ¡Qué fuerte el concepto que tienes de mi, qué fuerte! Y ahora te dejo, mis padres y mi hermano requieren mi presencia. Y que sepas que me encanta dejarte sin palabras.
Sin más, se alejó dejándole totalmente descolocada. Santana, su tocapelotas particular ¿era la hija de la entrenador y su mujer? ¿Aquel era su hermano? Como una tonta, miró al camarero y le pidió una cerveza. Todo aquel tiempo le había estado tomando el pelo dejándole creer que su padre y su hermano eran sus amantes y ella se lo había creído como una capulla.
Quinn acercándose a su amiga, apremió:
—Vamos a sentarnos a la mesa, colega. Están a punto de servir la cena.
Pero Britt no se movía y Quinn preguntó
—¿Qué te pasa? ¿Por qué tienes esa cara?
—¿Tú sabías que la tocapelotas es la hija de Sue?
Alucinada, miró hacia el grupo y murmuró:
—¡¿Su hija?!
Britt asintió. Que le hubiera vacilado todo aquel tiempo no le había hecho ninguna gracia. Ninguna mujer le vacilaba. Terminó su cerveza y se dirigió a Bimba, tomándola por la cintura.
—Venga… vamos a ocupar nuestros asientos.
Durante la cena, Britt observó desde su mesa como el rumor de que aquella joven era la hija de la entrenadora se extendía entre los jugadores. Nadie lo sabía y eso le hizo sentirse menos tonto. Pero ella, ¿cómo podía ser que ella no lo supiera?; ella había ido los últimos meses a su casa diariamente y nunca le había sacado de su error. Con gesto duro observó que, uno por uno, todos los jugadores del Inter pasaban por la mesa donde ella estaba sentada para presentarse.
Menudos ligones pensó mientras observaba como la miraban.
Horas después constató que nadie del Club sabía de su existencia. Ella se había ocupado de ocultarlo y Sue de obviarlo. Algo que no era difícil partiendo de la base de que Sue y su mujer eran una Rubia blanca y la otra era una latina morena y pelo negro.
Pero lo más curioso era que nadie, ni siquiera quienes la habían visto en el hospital, la relacionarse con la chica destartalada que le había tratado todos los días en su casa. Incluso ella se sorprendió al ver el potencial sexual de Santana solo con un vestido negro y unos tacones.
Tras acabar la cena, una orquesta comenzó a tocar swing para amenizar la velada y observó que varios de sus compañeros corrían para bailar con ella.
Bimba, la modelo que lo acompañaba, aceptó gustosa bailar con el médico del Club mientras Britt permaneció sentada. Su curiosidad se centró en Santana, que de pronto se había vuelto el centro de atención de la mayoría de los compañeros del equipo. La vio bailar con esos a los que ella consideraba sexys y atractivos y le molestó: ¿por qué tenía que molestarle? Estaba ensimismada en sus pensamientos cuando la entrenadora se sentó junto a ella.
—¿Todo bien, muchacha?
Britt asintió y sin querer evitarlo preguntó:
—¿Por qué nunca me había dicho que ella era su hija?
Sue miró a la joven divertirse en la pista y cuchicheó:
—Me lo prohibió. Mi pequeña siempre ha sido una niña muy independiente y le gusta ganarse todo por sí sola. Es una luchadora ¡una guerrera! Por eso ni en el hospital donde trabaja lo saben, aunque me imagino que ya se han enterado. —Sonrió al ver al director del hospital en la fiesta—. Sinceramente me ha sorprendido que aceptara la invitación del Club.
Sabía que en el momento en que pusiera un pie aquí, todos sabrían que es mi hija.
Boquiabierto Britt asintió atónita con mil preguntas en la cabeza cuando Sue
prosiguió.
—Y sí. Es adoptada. Mi mujer y yo somos Blanca y Morena. Santana y Puck son hermanos de sangre y mi mujer y yo les adoptamos cuando eran pequeños en Madrid. Ellos junto a mi hija Mickaela me han hecho el padre más feliz de la Tierra. Y por ellos doy mi vida aunque a veces…
Al escuchar aquello Britt recordó lo que Santana le había contado en referencia a Mickaela.
Eso le apenó y murmuró:
—Señora no hace falta que diga más.
—Lo sé, muchacha… lo sé. Es solo que necesitaba disculparme contigo en particular por no habértelo comunicado. Sé que no estuvo bien, pero Sanny es muy convincente cuando quiere y yo sabía el excepcional trabajo que podía hacer con tu pierna. Mi hija es una buena fisioterapeuta y confío mucho en ella. —Ambos asintieron y este añadió—: Quería y quiere hacer su trabajo sin que te sientas presionada porque ella sea mi hija. Por lo tanto, no cambies tu actitud con ella a partir de hoy, ¿entendido?
—Claro, señora… claro —asintió Britt.
Dicho esto Sue se levantó y se marchó junto a su mujer.
Las horas pasaban y Santana continuaba riendo y confraternizando con los jugadores del Inter. Parecía pasárselo muy bien. Britt, dada su falta de movilidad, simplemente se limitaba a observar y a hablar con todo el que se acercaba para charlar con ella. Pero su humor iba a peor a pesar de que Bimba le había estado haciendo arrumacos hasta que, horas más tarde, se cansó de sus desplantes y se marchó de la fiesta. Casi lo agradeció. No le
apetecían morritos. Hasta hacía solo unas horas, Santana, la fisio había sido única y exclusivamente solo para ella, pero ahora todos requerían su atención para bailar, reír o charlar con ella, y cuando la vio caminar hacia donde ella estaba y sentarse a su lado siseo molesta.
—Vaya… veo que mi tocapelotas, alias la pitufa para otros, también se cansa.
—Soy humana, príncesa. —Y mientras se llenaba una copa de agua, le susurró—: Tus compañeros me tienen destrozada. Pero, ¡Wooo, qué buenos están algunos vistos en vivo y en directo!, ¿cómo no me lo habías dicho? Wesley es simplemente: ¡impresionante!
Aturdida por su desparpajo, iba a hablar cuando ella le cortó:
—Como habrás visto, mis amantes no son quienes tú creías: ¡error! —se mofó muerta de risa—. Adoro a mi mama y a mi hermano pero vamos ¡no son mi tipo! —Y dando un trago a su copa añadió—: Pero sí son mi tipo algunos que he visto por aquí. Por favorrr… ¡Pero qué marcha tiene Wesley! Está soltero, ¿verdad?
—Sí.
—Bien… quizá acepte su proposición de pasar con él un fin de semana.
Embobada porque le contara aquello fue a replicar cuando esta añadió:
—¡Dios, Britt, qué suerte tienes! Verles desnudos en la ducha tiene que ser ¡increíble! El próximo día que vayas, te voy a dar una cámara de fotos para que inmortalices esos morbosos y sexys momentos, ¿vale? Harta de escucharla, protestó.
—¡Por el amor de Dios!, ¿quieres callarte ya?
Alucinada por aquel arranque, apoyó la copa en la mesa y centrándose exclusivamente en ella, le preguntó, cruzándose de brazos.
—Vamos a ver, ¿qué te pasa?
Sin saber realmente que era lo que le pasaba, murmuró:
—¿Se puede saber porqué me has tomado el pelo todo este tiempo?
—¿A qué te refieres?
—A Sue.
—Veo que ahora que sabes que es mi mama ya no le llamas Terminator. —Achinando los ojos fue a contestar cuando ella, poniéndole un dedo en los labios murmuró en un tono suave —: Vale… vale… te entiendo. No te dije antes lo de mi ma porque no suelo ir diciéndolo. Durante muchos años he visto como la gente se acercaba a mí por ser la hija de la Entrenadora Sue Sylverster y cuando me mudé a Milán decidí omitir ese dato, para que quien me quisiera, lo hiciera por ser simplemente yo ¡Santana! —¿Ese dato?
—Oh, sí… no dramatices. Eso es solo un pequeño dato. Un detalle. Tampoco exageres que no es para tanto.
Estaba ansiosa por decirle cuatro cosas, pero se mordió la lengua. Bebió de su copa de champán y siseó.
—Santana, no olvides que yo juego en el equipo en el que tu mama es la entrenadora.
—Lo sé, me consta.
—¿Llevas meses acudiendo a mi casa para tratarme y…?
Sin dejarle continuar, le volvió a poner un dedo en la boca y cuchicheó.
—Respira… respira o te va a dar algo y te aseguro que de eso no te voy a poder tratar. Y ahora, por favor, piensa en lo que te he dicho. Si hubieras sabido que mi ma era la míster, nuestro trato hubiera sido diferente. Por lo tanto, no te enfades y entiéndeme, ¿vale?
Sentir su dedo en su boca le hizo querer chuparlo pero se contuvo. No estaría bien. Y molesta porque ella se tomara a guasa aquello fue a protestar cuando Francesco se acercó hasta ellos y, cogiendo a la joven de la mano, dijo con galantería.
—Signorina, vuoi ballare con me?
Britt miró a su compañero, a quien no le importó que ella reaccionase con cara de mala leche, así que Franceso tiró de la joven; ella, divertida, sin pensar en el que se quedaba en la silla, le siguió a la pista para bailar salsa.
Britt decidió dar por terminada la fiesta hacia las dos de la madrugada. No estaba de humor, así que le pidió a Quinn que le llevara a casa.__
Al día siguiente la cabeza le daba mil vueltas. Demasiada marcha y demasiado tequila para su cuerpo. Cuando llegó a su casa eran cerca de las diez de la mañana. Horas después, dando vueltas en la cama miró el reloj y, al ver que eran las tres y diez, saltó de la cama y se vistió a toda prisa. Tenía que estar en casa de Britt a las cuatro.
Entró en casa de la futbolista a las cuatro y media. Este la miró con el ceño fruncido y señalando el carísimo reloj que llevaba en la muñeca siseo.
—Llegas tarde, son las cuatro y media.
—Lo sé, disculpa, me he dormido.
—¿Te has dormido?
—Te lo acabo de decir.
—Pero, ¿a qué hora te acostaste?
Mientras caminaban hacia el gimnasio, murmuró divertida.
—Sobre las diez de la mañana más o menos.
Impresionada, la asió del brazo y la paró para interrogarla levantando la voz.
—¿A las diez de la mañana? ¿De esta mañana?
—¡Diosss…! ¡No grites! —suplicó tapándose los oídos.
Sin más, las dos entraron en el gimnasio. Britt arrinconó la muleta y se sentó en la camilla. Ella se quitó las gafas de sol, dejó su mochila y tras deshacerse del abrigo fue a hablar cuando ella la interrumpió:
—Vaya cara que tienes, creo que te pasaste de té y pastitas.
Al recordar lo bien que lo había pasado, sonrió, se frotó las manos para calentárselas e indicó:
—Ha sido una buena juerga. La necesitaba antes de…
Pero de pronto se paró; ¿qué iba a decir? ¿se había vuelto loca?
—¿Antes de qué? —le preguntó Britt muy intrigada.
—Antes de que acabe el año —consiguió responder.
Con gesto ceñudo ella sin pestañear siseó.
—Llevo años sin pegarme una juerga así. Como muy tarde me acuesto, muy
ocasionalmente, y si estoy de vacaciones, a las cuatro, ¿pero a las diez de la mañana? —la reprendió después de observarla fijamente durante varios segundos. Sin poder evitarlo, ella soltó una carcajada, y más al recordar lo que había hablado con su amiga Hanna. Eso le dio calor y se abanicó.
—¿Dónde fuiste? Si se puede saber, claro.
Santana colocó la pierna lesionada dentro de un aparato y con una sonrisa guasona que iluminó su rostro, añadió:
—Cené con mis amigas en una pizzería que hay en via Monte di Pietà y después fuimos a un local, La Fragola, ¿lo conoces? Britt asintió. Había ido un par de veces con Quinn y algún otro amigo.
—Cuando salimos de La Fragola Ricardo propuso ir…
—¿Pero no habías ido con tus amigas?
—Sí, pero allí conocimos a un grupo de hombres divertidísimos con los que nos fuimos a tomar algo a el Tequila, ¿te suena?
Esta vez negó con la cabeza y ella, divertida, dijo:
—Es un lugar muy divertido donde todos beben tequila con sal y limón.
—Vaya… por fin entiendo tu aspecto —se mofó ella.
—Allí la gente bebe, disfruta y canta en el karaoke.
—¿Y tu cantaste?
Sin poder evitarlo, soltó una carcajada.
—Ni te imaginas lo bien que nos quedó a Doménico y a mí el dueto que hicimos de La Bamba. ¡Aisss Dios…! —le confesó muerta de risa—. Si nos llegas a ver subidos encima de una mesa ¡hubieras flipado!
Sorprendida por conocer aquella faceta alocada de la joven, que nunca imaginó, zanjó el asunto.
—No lo dudo.
El teléfono de Britt sonó y Daniela se lo pasó. Durante un rato le escuchó hablar en italiano con Bimba de la cena organizada por el Inter, prevista para ese mismo sábado.
Cuando colgó, la miró y le preguntó:
—Dijiste que acudirías a la cena del día veintiuno, ¿verdad?
—Ajá…
—¿Irás acompañada?
—Por supuesto. —contestó con una sonrisa nada angelical.
—¿Por Sam? —la interrogó Britt, muy tensa.
—No creo que le lleve a él, supongo que llevaré a otra persona.
—¿Tu amante, Terminator, no se enfadará al verte en brazos de otro?
—¿la entrenadora? —Santana soltó una risotada y respondió—: No, no te preocupes. Él también irá acompañado. Está casado, no lo olvides.
—¡Qué fuerte lo tuyo! Tu frialdad en este tema, me deja sin habla.
—¿Sabes? Me encanta dejarte sin habla.
Ambas se quedaron callados y se esforzaron en los ejercicios.
El viernes a las ocho de la mañana Santana estaba sola en la clínica. Se mordía los labios. Estaba muy nerviosa y cuando la enfermera la hizo pasar, tomo airé y la siguió. No había más remedio. Al día siguiente, sábado, era la cena de Navidad del Inter y allí estarían las estrellas del equipo con sus acompañantes, los directivos y cientos de periodistas.
Cuando llegaron Britt y Quinn y dos jóvenes preciosas, los flashes les cegaron.
Cientos de paparazzi les esperaban en la puerta del hotel para fotografiar el momento.
Vestido con un elegante traje oscuro, con seguridad y provisto de una sola muleta Britt tomó por la cintura a Bimba, la modelo del momento en Italia. Tanto Britt como ellas eran guapas y famosas y los paparazzi se volvieron locos.
Diez minutos después tras pasar por el photocall que el Inter había colocado en el vestíbulo del hotel, decidieron dirigirse a la sala donde se daba el cóctel. La gente del Club y, sobre todo sus compañeros, le saludaron con cariño al llegar. Verle andar con una sola muleta y su buen estado físico presagiaban que su recuperación era inminente.
Tras saludar a todos, Quinn, Britt y las dos guapas modelos se acomodaron en un lateral de la barra donde pidieron algo para refrescar sus gargantas y desde donde Britt vio llegar a la entrenadora Sue con su mujer, lo que le hizo recordar que Santana tenía que estar por allí; la buscó con interés pero no la vio. Sue y su mujer se acercaron para saludarles.
La mujer de Sue era de piel oscura como él. Tenía una sonrisa encantadora y poseía unos enormes ojos negros, vivarachos, que observaban todo. Una vez les abrazaron se encaminaron a saludar a otros futbolistas cuando alguien dijo:
—Britt ¡te veo estupenda!
Al volverse, la joven se encontró con su representante futbolístico, Toni Terón,
acompañado de una guapa mujer. Tras chocar las manos, ella respondió.
—Tío… mi lesión va bien.
—Lo sé… y me alegro muchísimo. —Sonrió y antes de marcharse tras la joven que le acompañaba le dijo—: Mañana te llamo, ahora no puedo hablar. Tengo que discutir contigo unas clausulas para la publicidad que te he contratado con Reebok.
Britt se despidió con un apretón de manos, justo cuando Quinn le preguntó:
—¿Esa que llega no es tu fisio?
Britt miró pero no la vio. Había demasiada gente y Quinn murmuró señalando con el dedo.
—Mamacita …, vaya con tu tocapelotas.
Britt miró hacia donde señalaba su amiga y se quedó totalmente perplejo. Sin palabras:
¿aquella era Santana? Por primera vez la veía con algo que no era ropa deportiva y tremendamente ancha. Llevaba un bonito vestido negro de cuello cisne que dejaba uno de sus hombros y un brazo al aire y le quedaba muy sexy. Su pelo, aquel que siempre llevaba recogido en una coleta alta, bailaba alrededor de su cabeza a cada paso que ella daba y cuando se fijó en su rostro tuvo que parpadear. ¡Estaba impresionante!
Santana era una auténtica belleza que nada tenía que envidiar a la mujer que estaba junto a ella. Al revés, sus curvas eran tentadoras. Muy tentadoras. Sin poder dejar de mirarla, observó que iba del brazo de un joven atractivo. Ambos reían y parecían pasarlo bien.
Inconscientemente miró a la entrenadora y a su mujer, que conversaban en un lateral del salón y se sorprendió al ver que Santana y su acompañante se dirigían hasta ellos. ¿Se había vuelto loca? Boquiabierto vio como aquella inconsciente saludaba a la entrenadora y le daba dos besos a su mujer.
Hablaron durante un rato hasta que uno de los directivos se les unió y Sue le presentó a la joven y a su acompañante. De pronto la mujer de Sue se acercó más a Santana y dijo algo que hizo que aquella cambiara su sonriente rostro por otro nada cordial. Britt vio cómo ella negaba con la cabeza y, sin más, caminaba hasta la barra y la escuchaba decir.
—Por favor, una Coca-Cola.
—¿Zero? ¿Light? —preguntó el camarero.
Santana sonrió y cuando fue a responder, Britt que ya se había acercado hasta ellos, indicó:
—Si te preocupa tu integridad física, ponle una Coca-Cola normal. Ah, y con mucho hielo.
Al escuchar su voz, la joven se giró a mirarle. Britt estaba impresionante con aquel traje oscuro, su camisa celeste. Instantes después se les unió Quinn.
—Santana, ¡qué linda te veo!
La joven, agradecida, paseó su mirada por la piropeadora.
—Gracias, tú también estás muy guapa, Quinn.
—¿Me reservarás un baile?
—Y dos, guapetona ¡faltaría más!
Quinn sonrió y al ver la cara de su amiga decidió quitarse de en medio. Britt, que no se había movido, sin darle tregua, murmuró acercándose a ella.
—Sigo pensando que lo tuyo es muy fuerte.
—¿Por qué?
Mirando a la entrenadora que hablaba con el acompañante de Santana y el directivo, se fijó en que su mujer no les quitaba ojo y respondió.
—Cómo se te ocurre acercarte a tu amante. Joder, ¿no ves que está acompañado por su mujer?
—¿Y?
Alucinada, abrió los ojos hasta que casi se le salieron de las órbitas, pero cuando iba a responder, la mujer de la entrenadora, aquella impresionante mulatona, se acercó a ellos y, parándose ante la joven dijo señalándola con el dedo:
—Tú y yo tenemos que hablar.
Santana, al escucharla, la miró y dejando pasmado a Britt respondió:
—Ahora no.
—¿Cómo que ahora no? —insistió aquella.
Britt, estupefacta, miró a los lados y vio a la entrenadora acercarse con gesto incómodo.
¡Allí se iba a armar la marimorena! Entonces la tocapelotas de la fisio, ladeó la cabeza y con descaro respondió:
—No creo que este sea el momento ni el lugar adecuado.
Justo entonces llegó la entrenadora y, cogiendo a su mujer del brazo, susurró:
—Maribel… Ahora no.
—¿Cómo que ahora no?
—Maribel —insistió la entrenadora manteniendo la calma—. Por favor…
La mujer cruzó una mirada de lo más significativa con su esposa y después con Santana, que bebía de su Coca-Cola tranquilamente. Sue Sylvester tomó a la mujer del brazo y consiguió apartarla de allí, aunque no pudo evitar el gesto de enfado de ella al marcharse —¡Qué fuerte… qué fuerte!— cuchicheó Britt al ver aquello.
El acompañante de Santana, se acercó con gesto incómodo y sin prestar atención a la futbolista, preguntó:
—¿Por qué no me lo habías dicho?
Santana le miró y tras suspirar, murmuró:
—Cielo… no empieces tú también.
El muchacho asintió, se tocó el pelo con impaciencia y preguntó:
—¿Y ahora qué Pitu?
Ella, encogiéndose de hombros, obvió a Britt y respondió:
—Lo de siempre… ya sabes. ¡A esperar!
El joven, apesadumbrado, la miró y, acercándose más a ella, preguntó:
—¿Estás bien?
Santana miró hacia donde estaba la entrenadora hablando con su mujer y susurró.
—Sí, tranquilo, cielo.
Cuando aquel se fue, Britt, molesta porque ella no le hubiera presentado a su
acompañante, cuchicheó:
—¿Cielo?… ¿Pitu?… ¡Pero seréis horteras! —La joven sonrió y Britt, añadió—: A ti te debe de faltar un tornillo o algo peor. ¿Cómo se te ocurre aparecer por aquí? ¿No te has dado cuenta de que ella, la mujer de la entrenadora, sabe lo vuestro y estás poniendo en un compromiso a tu amante? Joder… que es la entrenadora del Inter de Milán, ¿no piensas en los cotilleos que esto puede generar en la prensa?
—Oh… cállate…
—¿Que me calle? —protestó al ver su impasibilidad.
Y antes de poder replicar, la entrenadora Sue se acercó hasta ellas y sin importarle que Britt escuchara, murmuró:
—Escucha, Sanny…
—Ahora no, por favorrr —protestó molesta.
la entrenadora, al ver el rechazo de ella, suavizó el tono de voz e insistió:
—Pitufa, escucha. Creo que…
—Pero, vamos a ver… ¿en qué idioma hablo?
Sue cruzó una mirada con una alucinada Britt que no entendía nada de nada y menos eso de ¿Pitufa? y añadió:
—Vale, sé que no es momento ni lugar, pero deberías ir y hablar con tu madre. Ella esta preo…
—Mami, ya conoces a mamá. Se preocupa por todo. Si como, porque como. Si sonrío, porque sonrío y si estoy muy callada porque no hablo ¡me va a volver loca!
—Lo sé Pitu… lo sé. Tu hermano me acaba de decir lo mismo.
Britt ni pestañeaba «¿Papá?», «¿Mamá?», «¿Hermano?».
—Mamá es el dramatismo personificado y me da igual lo que quiera. Simplemente le he dicho que este no es sitio para hablar de algo que sabe que no me apetece.
—Sanny por favor entiéndela… —susurró la entrenadora.
La joven cerró los ojos. Miró a la desconcertada futbolista que tenía a su derecha y finalmente dijo:
—Vale, mama… ahora voy a tranquilizarla. Dame dos segundos.
la entrenadora al ver cómo les miraba Britt, movió la cabeza con complicidad y tras darle un beso a la joven en la mejilla se alejó. Santana dio un largo trago a su bebida y al dejarla, miró a la sorprendida futbolista con una divertida sonrisa.
—¿Sabes, Britt? soy morocha ¡pero no tonta! —Y sin dejar que ella respondiera añadió con mofa—: ¡Qué fuerte el concepto que tienes de mi, qué fuerte! Y ahora te dejo, mis padres y mi hermano requieren mi presencia. Y que sepas que me encanta dejarte sin palabras.
Sin más, se alejó dejándole totalmente descolocada. Santana, su tocapelotas particular ¿era la hija de la entrenador y su mujer? ¿Aquel era su hermano? Como una tonta, miró al camarero y le pidió una cerveza. Todo aquel tiempo le había estado tomando el pelo dejándole creer que su padre y su hermano eran sus amantes y ella se lo había creído como una capulla.
Quinn acercándose a su amiga, apremió:
—Vamos a sentarnos a la mesa, colega. Están a punto de servir la cena.
Pero Britt no se movía y Quinn preguntó
—¿Qué te pasa? ¿Por qué tienes esa cara?
—¿Tú sabías que la tocapelotas es la hija de Sue?
Alucinada, miró hacia el grupo y murmuró:
—¡¿Su hija?!
Britt asintió. Que le hubiera vacilado todo aquel tiempo no le había hecho ninguna gracia. Ninguna mujer le vacilaba. Terminó su cerveza y se dirigió a Bimba, tomándola por la cintura.
—Venga… vamos a ocupar nuestros asientos.
Durante la cena, Britt observó desde su mesa como el rumor de que aquella joven era la hija de la entrenadora se extendía entre los jugadores. Nadie lo sabía y eso le hizo sentirse menos tonto. Pero ella, ¿cómo podía ser que ella no lo supiera?; ella había ido los últimos meses a su casa diariamente y nunca le había sacado de su error. Con gesto duro observó que, uno por uno, todos los jugadores del Inter pasaban por la mesa donde ella estaba sentada para presentarse.
Menudos ligones pensó mientras observaba como la miraban.
Horas después constató que nadie del Club sabía de su existencia. Ella se había ocupado de ocultarlo y Sue de obviarlo. Algo que no era difícil partiendo de la base de que Sue y su mujer eran una Rubia blanca y la otra era una latina morena y pelo negro.
Pero lo más curioso era que nadie, ni siquiera quienes la habían visto en el hospital, la relacionarse con la chica destartalada que le había tratado todos los días en su casa. Incluso ella se sorprendió al ver el potencial sexual de Santana solo con un vestido negro y unos tacones.
Tras acabar la cena, una orquesta comenzó a tocar swing para amenizar la velada y observó que varios de sus compañeros corrían para bailar con ella.
Bimba, la modelo que lo acompañaba, aceptó gustosa bailar con el médico del Club mientras Britt permaneció sentada. Su curiosidad se centró en Santana, que de pronto se había vuelto el centro de atención de la mayoría de los compañeros del equipo. La vio bailar con esos a los que ella consideraba sexys y atractivos y le molestó: ¿por qué tenía que molestarle? Estaba ensimismada en sus pensamientos cuando la entrenadora se sentó junto a ella.
—¿Todo bien, muchacha?
Britt asintió y sin querer evitarlo preguntó:
—¿Por qué nunca me había dicho que ella era su hija?
Sue miró a la joven divertirse en la pista y cuchicheó:
—Me lo prohibió. Mi pequeña siempre ha sido una niña muy independiente y le gusta ganarse todo por sí sola. Es una luchadora ¡una guerrera! Por eso ni en el hospital donde trabaja lo saben, aunque me imagino que ya se han enterado. —Sonrió al ver al director del hospital en la fiesta—. Sinceramente me ha sorprendido que aceptara la invitación del Club.
Sabía que en el momento en que pusiera un pie aquí, todos sabrían que es mi hija.
Boquiabierto Britt asintió atónita con mil preguntas en la cabeza cuando Sue
prosiguió.
—Y sí. Es adoptada. Mi mujer y yo somos Blanca y Morena. Santana y Puck son hermanos de sangre y mi mujer y yo les adoptamos cuando eran pequeños en Madrid. Ellos junto a mi hija Mickaela me han hecho el padre más feliz de la Tierra. Y por ellos doy mi vida aunque a veces…
Al escuchar aquello Britt recordó lo que Santana le había contado en referencia a Mickaela.
Eso le apenó y murmuró:
—Señora no hace falta que diga más.
—Lo sé, muchacha… lo sé. Es solo que necesitaba disculparme contigo en particular por no habértelo comunicado. Sé que no estuvo bien, pero Sanny es muy convincente cuando quiere y yo sabía el excepcional trabajo que podía hacer con tu pierna. Mi hija es una buena fisioterapeuta y confío mucho en ella. —Ambos asintieron y este añadió—: Quería y quiere hacer su trabajo sin que te sientas presionada porque ella sea mi hija. Por lo tanto, no cambies tu actitud con ella a partir de hoy, ¿entendido?
—Claro, señora… claro —asintió Britt.
Dicho esto Sue se levantó y se marchó junto a su mujer.
Las horas pasaban y Santana continuaba riendo y confraternizando con los jugadores del Inter. Parecía pasárselo muy bien. Britt, dada su falta de movilidad, simplemente se limitaba a observar y a hablar con todo el que se acercaba para charlar con ella. Pero su humor iba a peor a pesar de que Bimba le había estado haciendo arrumacos hasta que, horas más tarde, se cansó de sus desplantes y se marchó de la fiesta. Casi lo agradeció. No le
apetecían morritos. Hasta hacía solo unas horas, Santana, la fisio había sido única y exclusivamente solo para ella, pero ahora todos requerían su atención para bailar, reír o charlar con ella, y cuando la vio caminar hacia donde ella estaba y sentarse a su lado siseo molesta.
—Vaya… veo que mi tocapelotas, alias la pitufa para otros, también se cansa.
—Soy humana, príncesa. —Y mientras se llenaba una copa de agua, le susurró—: Tus compañeros me tienen destrozada. Pero, ¡Wooo, qué buenos están algunos vistos en vivo y en directo!, ¿cómo no me lo habías dicho? Wesley es simplemente: ¡impresionante!
Aturdida por su desparpajo, iba a hablar cuando ella le cortó:
—Como habrás visto, mis amantes no son quienes tú creías: ¡error! —se mofó muerta de risa—. Adoro a mi mama y a mi hermano pero vamos ¡no son mi tipo! —Y dando un trago a su copa añadió—: Pero sí son mi tipo algunos que he visto por aquí. Por favorrr… ¡Pero qué marcha tiene Wesley! Está soltero, ¿verdad?
—Sí.
—Bien… quizá acepte su proposición de pasar con él un fin de semana.
Embobada porque le contara aquello fue a replicar cuando esta añadió:
—¡Dios, Britt, qué suerte tienes! Verles desnudos en la ducha tiene que ser ¡increíble! El próximo día que vayas, te voy a dar una cámara de fotos para que inmortalices esos morbosos y sexys momentos, ¿vale? Harta de escucharla, protestó.
—¡Por el amor de Dios!, ¿quieres callarte ya?
Alucinada por aquel arranque, apoyó la copa en la mesa y centrándose exclusivamente en ella, le preguntó, cruzándose de brazos.
—Vamos a ver, ¿qué te pasa?
Sin saber realmente que era lo que le pasaba, murmuró:
—¿Se puede saber porqué me has tomado el pelo todo este tiempo?
—¿A qué te refieres?
—A Sue.
—Veo que ahora que sabes que es mi mama ya no le llamas Terminator. —Achinando los ojos fue a contestar cuando ella, poniéndole un dedo en los labios murmuró en un tono suave —: Vale… vale… te entiendo. No te dije antes lo de mi ma porque no suelo ir diciéndolo. Durante muchos años he visto como la gente se acercaba a mí por ser la hija de la Entrenadora Sue Sylverster y cuando me mudé a Milán decidí omitir ese dato, para que quien me quisiera, lo hiciera por ser simplemente yo ¡Santana! —¿Ese dato?
—Oh, sí… no dramatices. Eso es solo un pequeño dato. Un detalle. Tampoco exageres que no es para tanto.
Estaba ansiosa por decirle cuatro cosas, pero se mordió la lengua. Bebió de su copa de champán y siseó.
—Santana, no olvides que yo juego en el equipo en el que tu mama es la entrenadora.
—Lo sé, me consta.
—¿Llevas meses acudiendo a mi casa para tratarme y…?
Sin dejarle continuar, le volvió a poner un dedo en la boca y cuchicheó.
—Respira… respira o te va a dar algo y te aseguro que de eso no te voy a poder tratar. Y ahora, por favor, piensa en lo que te he dicho. Si hubieras sabido que mi ma era la míster, nuestro trato hubiera sido diferente. Por lo tanto, no te enfades y entiéndeme, ¿vale?
Sentir su dedo en su boca le hizo querer chuparlo pero se contuvo. No estaría bien. Y molesta porque ella se tomara a guasa aquello fue a protestar cuando Francesco se acercó hasta ellos y, cogiendo a la joven de la mano, dijo con galantería.
—Signorina, vuoi ballare con me?
Britt miró a su compañero, a quien no le importó que ella reaccionase con cara de mala leche, así que Franceso tiró de la joven; ella, divertida, sin pensar en el que se quedaba en la silla, le siguió a la pista para bailar salsa.
Britt decidió dar por terminada la fiesta hacia las dos de la madrugada. No estaba de humor, así que le pidió a Quinn que le llevara a casa.__
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Fecha de inscripción : 26/09/2013
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Re: Brittana:Ni lo sueñes /adaptacion cap 29, 30, 31 mas el Epilogo
-10-
El domingo por la mañana el humor de Britt había mejorado. Cuando se levantó, se tomó un café mientras leía la prensa. Allí aparecía ella agarrado a Bimba junto a varios de sus compañeros. Después se metió en el gimnasio e hizo algunos estiramientos. Eso le vendría bien.
Cuando acabó, puso música. Coldplay siempre le hacía venirse arriba. Se metió en la ducha y, de pronto, sonó su móvil. Ni se inmutó. No quería hablar con nadie. Diez minutos después, mientras se vestía, volvió a sonar el móvil. Esta vez sí lo cogió: era su representante, Toni Terón, con quien comentó algunas cláusulas de un contrato para anunciar ropa deportiva.
—Verdaderamente te vi bien anoche —le confesó Toni.
—Sí, estoy contento, creo que la fisio está haciendo un buen trabajo —reconoció Britt masajeándose la pierna derecha.
—Por cierto, hablando de la fisio, ¿no crees que sus honorarios son excesivos? Vamos…
Ni que te recubriera la pierna de oro cada vez que te ve.
—Su trabajo lo vale. Tú mismo has visto lo bien que estoy.
—Lo sé… lo sé… También te quería comentar el tema de los pagos a la fisio, creo que te lo podrías desgravar al tratarse de algo así.
Sin saber a qué se refería Britt se sentó en una silla y murmuró:
—¿Algo así? ¿A qué te refieres?
—Los pagos que me ordenaste gestionar semanalmente, van íntegramente a una cuenta de una Institución llamada Casa della nonna.
—¡¿Casa della nonna?! —repitió sorprendido Britt
—Es un hogar para niños sin familia. Qué pena muñeca, esas cosas me pueden. Escuchó lo que su representante le estaba comunicando con asombro y antes de colgar le pidió la dirección de aquel lugar. Sobrecogida, se puso a investigar con su portátil, leyó todo lo que encontró de la casa de acogida, mientras se daba cuenta de que Santana acababa de sorprenderle, otra vez: el dinero que ella le pagaba no era para ella, era íntegramente para
aquellos niños. Ella y sus secretos.
Llamó a un taxi y decidió visitar aquel centro. No tenía nada mejor que hacer. Cuando el taxista paró ante el chalé a las afueras de Milán se estremeció al ver el aspecto añejo del lugar. Necesitaba unas buenas reparaciones exteriores y viendo aquello se imaginó como estaría la casa por dentro. El taxista, emocionado por llevar a Brittany Piece, no cabía en sí
de gozo y le propuso esperarlo. Britt aceptó y ayudado por su muleta, salió del taxi. Cuando abrió el portón para entrar en el jardín, varios niños de diferentes edades le miraron: era una extraña, pero como ocurría en la mayoría de las veces, en cuanto la reconocieron, corrieron hasta ella.
—¿Eres Brittany Pierce? —preguntó un crío morenito con gafas.
—¿la delantera del Inter? —insistió alucinado otro chaval algo mayor.
Con una gran sonrisa, asintió y murmuró:
—Sí, colegas, ese soy yo, pero cuidado que llevo la muleta.
La algarabía que se organizó en ese momento fue espectacular. Los críos se
arremolinaban a su alrededor deseosos de preguntar cientos de cosas. Era tal el tumulto que se organizó que una mujer salió para ver qué pasaba y al ver la revolución que había causado el desconocido, preguntó extrañada:
—¿Qué ocurre chicos?
—Es Brittany Pierce, nonna. la futbolista del Inter —gritó uno de los pequeños.
—Nonna… Nonna, es la delantera del Inter —voceó emocionado otro chaval—. Es Brittany Pierce.
La mujer, al escuchar aquello, le miró y le reconoció. Era difícil no hacerlo. La cara de Britt estaba en un montón de vallas publicitarias y, además, salía constantemente en la televisión anunciando artículos deportivos. Emocionada por aquella visita, le invitó a entrar al hogar. Rodeada por los chavales,
Britt llegó a la cocina, donde se encontraba la nonna, que hizo salir a los muchachos al jardín para poder quedarse a solas:
—Quiero que sepa que es muy grata su visita joven…
—Por favor, señora, habléme de tú.
La mujer sonrió, puso dos tazas sobre una mesita y añadió:
—¡Perfecto Britt! En ese caso te tutearé si tú me llamas nonna. Y ahora siéntate y tómate un café, ¿solo o con leche?
—Solo, por favor.
Mientras la mujer calentaba el café, Britt sonrió al ver a los chavales asomarse por la ventana. Les saludó y ellos le respondieron con sonrisas. Una vez que la mujer dejó los dos cafés sobre la mesa, se sentó frente a ella.
—Espero que tu pierna esté mejor.
—Oh, sí señora… lo está, gracias.
—Ahora que te tengo frente a mí, quiero darte las gracias por lo mucho que nos estás ayudando todo este tiempo. Desde que tus ingresos llegan a nuestra institución hemos podido comprar varias camas nuevas para los chavales, ropa, libros, cuentos y, sobre todo, comenzar a arreglar la casa. Como verás, está vieja como yo, y necesita una buena reparación. Le dije a San que te lo agradeciera, lo hizo, ¿verdad? Conmovida por la sinceridad que veía en la mujer asintió y sin sacarla de su error
murmuró:
—Sí, Santana me lo dijo.
—Oh, San… qué personita más encantadora. —Sonrió—. Desde que llegó a esta casita no ha dejado de apoyarnos en todo lo que ha podido y hasta que llegaron tus ingresos ella, junto a otras chicas que vienen a echarnos una mano, han sufragado los libros de los muchachos para que vayan al colegio. Y quiero que sepas que cuando me comentó que había hablado contigo y que tú, amablemente, le habías prometido que colaborarías con nosotras
durante unos meses, me quedé sin palabras. Ayudas de este tipo, así porque sí, no se reciben todos los días y… ¡Oh, Dios! Tengo que decirte, muchacha que nos ha llegado en el mejor momento. Este año mis niños van a tener unas bonitas navidades y, por supuesto, un regalo para cada uno.
Turbada por lo que escuchaba, fue incapaz de contradecirla. Se sentía como una miserable por no aclarar aquello mientras aquella amable y entrañable mujer le estaba abriendo su corazón. De pronto, la puerta de la amplia cocina se abrió y una cara conocida para la futbolista apareció. Allí estaba la pequeña morenita de ojos impactantes del hospital. Al verle, su cara de sorpresa se iluminó y, acercándose a britt, le dijo mientras le entregaba un
folio.
—He hecho un dibujo. Toma, te lo regalo.
—Suhaila, no molestes tesoro —la reprendió la nonna.
Britt le indicó que no le estaba molestando y la cría le cogió de la mano, se la apretó del mismo modo que cuando se vieron en el hospital y, sin más, decidió sentarse en su regazo. Rápidamente, Britt la acomodó en la pierna sana para que la lesionada no sufriera ningún golpe y esta dijo señalando con su dedito:
—Esto es un árbol de Navidad con bolas verdes, ¿te gusta el verde?
—Sí, es un color muy bonito.
La nonna, al escuchar la algarabía del exterior se levantó y dijo mirándole.
—Discúlpame un momento, Britt. Voy a ver qué hacen esos fierecillas.
Ella asintió y la cría, atrapando toda su atención, dijo:
—El verde es mi color preferido.
Britt sonrió y la pequeña añadió tocándole el pelo.
—Voy a ser peluquera, ¿lo sabías?
Divertido por ello, Britt abrió los ojos.
—Oh… qué maravilla. Espero que cuando seas peluquera me cortes el pelo.
—Vale —asintió la pequeña.
Durante unos segundos ambas se miraron hasta que la cría preguntó:
—¿Te duele la pierna?
—No, ¿y a ti?
La pequeña se tocó su pierna vendada.
—Un poquito. Pero soy una chica fuerte. Sanny siempre me lo dice.
Britt sonrió y ella continuó con sus preguntas.
—¿Cómo te llamabas?
—Britt.
—Eres guapa —le sorprendió la niña acariciándole con curiosidad la quijada.
Conmovida por la pequeña respondió:
—Tú sí que eres guapa Suhaila.
—El dibujo es para que lo pongas en tu nevera con imanes.
—Lo pondré, muchas gracias.
—No me has dicho si te gusta mi dibujo.
—Es precioso… maravilloso ¡me encanta! —sonrió ampliamente la futbolista.
—¿Tienes novia?
—No.
—¿Quieres ser mi novia?
Britt, al escucharla, soltó una carcajada. Aquella cría y su mellada sonrisa le hacían sonreír. Le dio un candoroso beso en la mejilla, y justo cuando iba a responderle, entró un jovencito.
—Suhaila, no molestes a la señora —le recriminó.
—Es mi novia.
—¡Suhaila! —le reprochó el crío, mirándola fijamente.
Britt sonrió. Aquel muchacho tenía los mismos ojos vivarachos de la niña y respondió:
—No te preocupes, no me molesta.
El joven sonrió y, acercándose a ellos con algo de vergüenza, le pidió:
—¿Me firmaría un autógrafo?
—Por supuesto, ¿cómo te llamas?
—Israel.
—Yo quiero que me firmes otro papel —pidió la cría.
—Señorita, ¿podría poner en el papel «para Suhaila e Israel»?, mi hermana es muy pesadita
Cuando la futbolista terminó de firmar el papel y se lo tendió, el muchacho, mirándolo como si de una cápsula espacial se tratara murmuró:
—Gracias, señorita.
—No me llames «señorita», Israel, ¿de acuerdo?
El crío, anonadado porque la astro del fútbol fuera tan cercano, asintió. Después, hizo una seña con la cabeza a la pequeña, que rápidamente se bajó de su pierna y se marchó cogida de su mano. En ese momento entró la nonna y Britt se levantó. Debía marcharse, pero antes de irse preguntó:
—¿Podría darme la dirección de la casa de Santana? —Y mintiendo añadió—. La estoy llamando pero no me coge el teléfono.
La mujer cogió un bolígrafo y un papel y lo apuntó. Tras despedirse de la anciana y de todos los niños que acudieron a ella, les prometió regresar otro día. Ellos saltaron encantados.
Al llegar a la vía Pietro Mascagni pagó al taxista y se hizo una foto con él. El hombre se lo agradeció con una estupenda sonrisa y un apretón de manos. Se quedó sola ante el portal y se caló la gorra con la intención de no ser reconocido. Miró el portero automático y cuando iba a llamar al piso quinto, salió un vecino y decidió entrar sin llamar.
El ascensor se detuvo en la planta quinta, de pronto dudó: ¿qué hacía allí?, pero las puertas se abrieron, y sin pensar en nada más, se dirigió hacia la puerta «C» y llamó al timbre.
Cuando la puerta se abrió la cara de Santana era todo un poema ¿qué hacía aquel allí?, y sin darle tiempo a decir nada preguntó:
—¿Quién te ha dicho dónde vivo?
Britt sonrió y, apoyándose en la puerta, lo aclaró:
—Ahora ya todo el mundo sabe quién eres, ¿por qué me iba a resultar difícil averiguar dónde vive la hija de mi entrenadora?
—¡Vaya por Diosss!
Ella sonrió y preguntó:
—Por cierto, ¿qué tal terminó la fiestecita anoche?
—Bien —rio ella al recordarlo—. Terminó muy bien.
Sin poder retener su lengua siseó en un tono suave.
—Por lo que pude ver, algunos de mis compañeros se morían por bailar contigo.
—Y yo con ellos. —Y antes de que ella dijera nada más cuchicheó—: Y por cierto, sin tener la talla 36 ni ser técnicamente perfecta, ya viste que, cuando quiero, los hombres babean por mí.
Al ver el cariz que estaba tomando la conversación, Britt decidió cambiar de tema. Ella no era nadie para decir esas cosas.
—Me hubiera gustado que me dijeras quién era tu mama y…
—¿Y perderme tu cara al descubrirlo? ¡Ni hablar!
Estaba claro que ella tenía contestación para todo. Finalmente preguntó:
—¿Puedo pasar?
Extrañada, le indicó que entrara y ella, apoyado en su muleta, pasó al interior. Se fijó en la decoración: la casa tenía las paredes pintadas con vivos colores y estaba llena de plantas.
No dijo nada y se limitó a seguirla hasta el salón, cuando llegaron, ella le miró y preguntó:
—¿Qué quieres?
Britt soltó la muleta, se sentó en una silla y respondió:
—De momento, si no es mucha molestia, un poco de agua.
Sin entender qué hacía allí, la joven salió por la puerta en busca de lo que le había pedido, mientras ella miraba a su alrededor y escuchaba la música. Reconoció la voz de Alejandro Sanz, y eso le agradó, mientras, inconscientemente canturreaba.
Mi hembra, mi dama valiente se peina la trenza como las sirenas y rema en la arena, si quiere. Ay mi hembra, tus labios de menta te queman mejor con los míos si ruedan, mejor tu sonrisa si muerde Ay mi hembra…
Se quitó la chaqueta de cuero, se levantó y la dejó sobre la silla. Se fijó en las fotografías que había en una estantería. Se sorprendió al ver a Suhaila e Israel, sonrientes, en compañía de la entrenadora y su mujer. En otra foto estaba la entrenadora con tres jóvenes; le gustó reconocer a Santana con el pelo azul.
—¿Cotilleando?
Al escuchar la voz de la joven, la futbolista dejó de canturrear, se giró y al ver la sonrisa de ella, respondió:
—Vale, me has pillado. Soy una curiosa, pero solo estaba viendo las fotos de tu familia.
Sin moverse de su sitio, la joven murmuró:
—Eso es lo que hace falta en tu casa, fotos de tu familia. No solo esa maxifoto tuya celebrando un gol, ¡egocéntrico! Por cierto, ¿estabas cantando un tema de Alejandro Sanz?
Britt asintió y, sorprendiéndola, dijo:
—Me gusta su música, ¿tan raro es?
Le miró impresionada; ella se quedó mirando una foto de una bonita puesta de sol y quiso cambiar de tema.
—Esto, ¿dónde es?
Acercándose hasta ella, tomó el marco de la foto.
—Es un pueblo llamado la Orta de San Giulio, está en la provincia de Novara. Es un lugar tranquilo al que voy para perderme siempre que puedo. Allí tengo una amiga que regenta un pequeño hotel con mucho encanto, Il Rusticone, te lo aconsejo para cuando quieras perderte.
Una vez ella hubo acabado de hablar, ella cogió otra foto y enseñándosela, le preguntó:
—¿En serio te teñiste el pelo de azul?
Ella soltó una carcajada, dejó la foto de la puesta de sol en su lugar y mirando la que ella le enseñaba, con cariño, cuchicheó:
—Fui el conejillo de Indias de mi hermana Mickaela. —La señaló en la foto—. Ella estaba estudiando peluquería y mira cómo me dejó el pelo.
Divertida, recordó que la pequeña Suhaila también quería ser peluquera y ella añadió.
—Por eso mis mamas y mi hermano me llaman pitufa —aclaró divertida sin contarle realmente la verdad—. Fue un disgusto para mamá en su momento. Janet se puso el pelo verde y yo azul. Cuando lo recuerda hoy en día le hace mucha más gracia que entonces.
Ambos volvieron a reír hasta que Britt se fijó en cómo ella miraba la foto. La chica mas morena que estaba entre su hermano y ella debía ser Mickaela
y murmuró, tocándole la mejilla
con ternura:
—Siento mucho lo de tu hermana. Debió de ser terrible.
—Sí, lo fue —suspiró—. Mickaela era maravillosa, loca, divertida, mi gran compañera de travesuras y mi mejor amiga. Su pérdida ha sido irreparable para todos nosotros. Pero la vida sigue y como ella diría: «¡el show debe continuar!.»
—¿Qué le ocurrió?
—Un accidente de tráfico un día de nieve. Íbamos juntas, un camión perdió el control en la M-30 de Madrid y… bueno… el resto te lo puedes imaginar.
Separándose de la estantería, Santana dejó el vaso de agua sobre la mesa. No quería recordar. Ella la siguió, lo cogió y dio un gran trago, horrorizado por haber tocado un tema tan delicado. Cuando dejó el vaso sobre la mesa, ella, volviendo a sonreír, le miró y preguntó:
—Muy bien, ¿qué haces aquí? No recuerdo ni haberte dado mi dirección ni haberte invitado a mi casa.
—Quería verte.
—¿Y para qué querías verme?
—¿Por qué no me dijiste lo de La casa della nonna?
—¡¿Qué!? ¡¿Cómo dices?!
—Doña Secretitos, ¿acaso creías que no iba a enterarme de a dónde iba destinado mi dinero?
—¿Tú dinero? Oh, no… querrás decir ¡mi dinero! —aclaró levantando la voz—. Yo trabajo para ti y, como comprenderás, con el dinero que gano puedo hacer lo que me dé la realísima gana.
—Por supuesto —respondió al ver que ella se ponía a la defensiva—. Me refiero solo a que me hubiera gustado que me contaras que absolutamente todo lo que ganas atendiéndome a mí lo inviertes en ese lugar. Y antes de que digas nada, que te conozco, creo que es la cosa más maravillosa que he visto hacer a una persona y quiero que sepas que estoy tremendamente orgullosa de ti porque eso me hace saber que tienes un gran corazón.
Aquellas palabras la desarmaron y, más aún, cuando ella añadió:
—Vengo de allí ahora mismo. He conocido a la nonna y a algunos chavales. Hasta Suhaila me ha hecho un dibujo que llevo en el bolsillo del abrigo. Ah, por cierto, me ha pedido que sea su novia. —Ella sonrió—. ¿Qué es realmente lo que le ocurre a Suhaila?
—Osteosarcoma. —Al ver que ella la miraba sin entender continuó—: Es un tipo de cáncer de huesos.
—¡¿Cáncer?! —repitió la futbolista, con un semblante realmente preocupada.
Al ver su gesto, Santana supo lo mucho que le asustaba aquella palabra «cáncer», por ello quiso tranquilizarla quitándole hierro al asunto.
—Tranquila, la operaron hace unos meses y se está recuperando muy bien.
—¿Cáncer? ¿Esa niña tiene cáncer?
—Sí.
Totalmente desencajada, dijo muy apenada:
—¡Dios mío, pobre cría! Cáncer, ¡qué horror!
—Tranquila, ella está bien.
—¿Y por qué la niña está en La casa della nonna?
—¿Y dónde quieres que esté?
—Pues en su casa.
Santana suspiró y mirándole directamente a los ojos aclaró:
—La casa della nonna es su casa, Britt. Los niños que has visto son niños abandonados, sin hogar. Niños que han crecido sin unos padres y que, para su desgracia, son demasiado mayores para que la gente los quiera adoptar. —La cara de la futbolista se descomponía más y más a medida que ella le iba dando información—. Esos pequeños han estado en varias casas de acogida, pero al final regresan al mismo lugar de donde salieron. Suhaila y su
hermano Israel son de esos niños. En estos años ellos han pasado por tres familias de acogida, pero cuando esas personas son conscientes del problema que tiene la niña, terminan devolviéndolos al centro.
—No me lo puedo creer —reconoció conmocionada.
—Pues créetelo, Britt. La gente quiere adoptar niños técnicamente perfectos. —Esto le tocó el corazón, mientras ella añadía—: Adoptar a un niño con problemas no es fácil, te digo esto porque tampoco quiero dar a entender que la gente es mala. Suhaila y su hermano Israel se quedaron huérfanos de padres, la madre era marroquí y el padre italiano, y son dos luchadores de la vida. Deberías conocer a Israel. Es estudioso y se ha empeñado en ser
médico para curar a Suhaila, una princesita encantadora. Son maravillosos, unos niños estupendos que aceptan la vida como les viene a pesar de todo lo que les ha tocado vivir.
Asombrada por lo que acababa de oír, tragó el nudo de emociones que se había formado en su garganta.
—Lo siento… yo… yo no sabía…
—Lo sé, Britt… lo sé. No te preocupes.
Britt estaba conmocionado aún por todo lo que acababa de saber, cuando ella, sin darle tregua, le interrogó:
—¿Le has contado a la nonna que soy yo quien dona ese dinero semanalmente? Dime por favor que no le has dicho la verdad.
Ella la miró sin entender nada y se encogió de hombros; ella se retiró el pelo de la cara, y añadió:
—Escucha Britt, si le hubiera dicho que ese dinero era mío, la nonna, no lo hubiera aceptado. Pero tratándose de ti, no ha habido problema. Eres una estrella en Italia, una gran jugadora de fútbol y ella sabe que tú te puedes permitir eso y más. Y ahora, dime que no la has sacado de su error.
—Me da vergüenza admitirlo pero no he sido capaz de decirle la verdad, y…
—¡Bien! ¡Bien! —Aplaudió cortándole. Y cogiéndole del brazo, preguntó cambiando de tema—: ¿Tienes planes para comer?
—No…
—Te invito a una estupenda ensalada con tomatitos cherry y una increíble a la par que sabrosa tortilla de patata española con cebollita que acabo de hacer, ¿te apetece?
—¿La has cocinado tú?
—Ajá…
—Wooo… no sé si arriesgarme —se mofó ella.
—Arriésgate, te aseguro que te encantará. —Y al ver la guasa en su mirada, cuchicheó—:
Eso sí, yo la como con mayonesa y ketchup, pero vamos, tú puedes tomarla como quieras.
—Y al ver cómo la miraba, añadió—: Digo lo de la mayonesa, porque para mantener estas curvas y este cuerpazo que Dios me ha dado hay que esforzarse.
Britt soltó una carcajada. Esa mujer era increíble.
—Santana… basta ya con eso. Yo…
—Tranquilo, príncesa… soy consciente de mis imperfecciones. —Y sin darle tiempo a decir nada más, continuó—: Quédate a comer, te prometo que te chuparás los dedos.
Britt, divertida por su acogedora hospitalidad, sonrió y finalmente dijo:
—De acuerdo, veamos si esa tortilla de patata está tan buena como la de mi madre.
Diez minutos después, degustaban la tortilla en la mesa de la cocina.
—Buenísima, cocinas mejor de lo que yo pensaba.
Santana soltó una carcajada y murmuró:
—Eso es porque estás comiendo mi plato estrella. Si un día quieres decir todo lo contrario, ven y te haré fetuccini al pesto. ¡Me salen asquerosos!
—¿Puedo llamarte «Sanny», como parece que te llaman todos? —se animó a pedirle ella,notando el magnetismo que sentía entre ellas en ese momento.
—Vale, pero que conste que te lo permito porque has comido de mi tortilla y te lo mereces.
Hablaron y hablaron. Santana se enteró de que dos días después ella viajaba a España para pasar las navidades con su familia y no regresaría hasta el día cuatro de enero. Se alegró por ella aunque se mofó diciendo que descansaría de ver su cara durante ese tiempo. Ambas rieron.
Cuando terminaron de comer, se engancharon a la retransmisión de un partido de tenis. Jugaba Nadal y las dos le animaron. Después de un esfuerzo espartano, el español ganó y lo celebraron con unas cervezas. Sin ganas de marcharse, notando que ella se sentía a gusto con su presencia, y al ver que tenía la trilogía de El Señor de los Anillos, propuso ver la última película. La que no habían terminado de ver en su casa. Ella aceptó encantada y
tirándose en el sillón, como dos buenas amigos, comenzaron a verla. A mitad de la película, Santana apretó al stop.
—¿Quieres algo de beber?
—Otra cervecita no estaría mal, pero esta vez sin alcohol, ¿puede ser?
—Por supuesto, ¡marchando!
La joven desapareció del salón y, de nuevo, Britt sonrió. Qué fácil era sonreír con Santana. Tirado en el sillón observó que a ella le gustaba leer. Había una enorme estantería repleta de libros y otra con muchos CD de música. Se asombró al ver música de todos los estilos: española, inglesa, italiana, americana, aunque lo que más llamó su atención fue la enorme colección de Elvis Presley, tenía su discografía completa.
Cuando ella regresó, traía dos cervezas y un bol con palomitas. Al verla, regresó al sillón y dijo mientras cogía el botellín que ella le entregaba.
—Veo que te gusta mucho Elvis.
—Por supuesto. —Y al ver que ella se reía chocó su cerveza contra la de britt, y añadió—:
La música del Rey es de lo mejorcito que hay para levantar el ánimo. Cuando quieras te lo demuestro.
Sin más, dio al play de la película. Ambos se sumergieron de nuevo en la historia mientras comían palomitas y bebían cerveza. Así estuvieron hasta que llegó el final y, tras un buen rato de charla, ella miró distraídamente su reloj: eran las nueve y media de la noche.
—Bueno, creo que es hora de que te marches.
No daba crédito: ¿la estaba echando?
Al ver su cara de pasmada, ella sonrió. Lo cierto es que había pensado invitarle a cenar, pero en el último momento había decidido que era mejor que no; sería demasiado, ella se montaría su película y esperaría un buen postre. Por eso, se levantó del sillón, se desperezó y le entregó la muleta.
—Vamos, te llevaré a tu casa.
Estupefacta por cómo le estaba echando, se negó:
—No… Es tarde y no quiero que andes sola con el coche.
—Uisss ¡pero qué galante! Si al final vas a ser una dama y todo. —Le tomó el pelo.
—En serio, sanny, no quiero que andes sola por la calle a estas horas por mi culpa.
Volvió a mirar el reloj:
—¿Cómo que «a estas horas»?, que son solo las nueve y media de la noche.
—Llamaré a un taxi, no te preocupes —insistió la futbolista.
—¡Ni lo sueñes! Y antes de que sigas diciendo tonterías, déjame decirte que soy una mujer independiente acostumbrada a salir por la noche sola y…
—Pero si podemos evitarlo, ¿por qué hacerlo?
—Porque yo quiero. Si yo estuviera en tu casa con muletas, ¿a que tú te ofrecerías a llevarme a casa? —Ella asintió y ella zanjó el asunto—. Pues no se hable más. Cuarenta minutos después estaban frente a la casa de Britt. Se tenían que despedir, pero ninguno de las dos parecía querer hacerlo, hasta que finalmente ella dijo:
—¿Irás a la fiesta de disfraces de Quinn?
—No.
—¿Por qué?
—Sencillamente, porque yo no pinto nada allí.
—Me gustaría verte disfrazada. Seguro que estás muy sexy —le susurró seductora Britt.
—¿¡Sexy?! —Una risotada estalló en su boca, casi se atragantó al pronunciar aquello.
—A las mujeres os encanta disfrazaros de sirenitas, princesas o sexys cleopatras. A todas os gusta lucir vuestros encantos en esas fiestas. No me digas que no.
Aquel comentario la hizo reír. Era cierto que cuando había asistido a alguna fiesta con sus amigas a todas les gustaba ir provocativas y sexys. Iba a lanzarle un dardo por respuesta cuando ella propuso:
—¿Quieres pasar a tomar algo?
—No.
—Podemos cenar, creo que en el frigorífico tengo un…
—No, es tarde. Debo regresar a casa. Por cierto, que lo pases bien en España, cuídate la pierna y ¡hasta el año que viene! —Y apremiándolo para no acabar tirándose a su cuello para comérsela a besos, se mofó—. Vamos… vamos princesa, baja del carruaje antes de que se convierta en calabaza. Te he traído sana y salvo hasta tu castillo y ahora he de regresar al mío de una pieza.
El tono de su broma no le vino bien. Deseaba estar más tiempo con ella y mirándola, le aclaró:
—Que sepas que no me hace ninguna gracia que seas mi taxista. Y que te quede claro que esto es algo que no se va a volver a repetir, ¿entendido?
—No sabía que fueras tan tradicional. —Ella no pudo reprimir una carcajada de lo más sensual. Echó la cabeza hacia atrás de tal
manera que su cuello se volvió dulce y tentador. Britt, desesperada al sentir que su entrepierna se humedecía por segundos, fue a decir algo cuando ella se le adelantó:
—¡Dios…! lo que hay que oír en pleno siglo XXI. —Y cambiando el tono de su voz preguntó—: ¿Te bajas para que pueda marcharme antes de que digas más tonterías?
Y entonces ocurrió: Britt alargó su mano, cogió la nuca de Santana, la atrajo hasta ella y la besó. Metió su lengua en el interior de su boca y la degustó como llevaba días deseando hacer. Santana era dulce, suave, tentadora y lo mejor de todo, ella no la rechazó. Durante unos minutos, se saborearon con delicadeza y morbo, hasta que ella reunió fuerzas y dándole un empujón, lo separó.
—Si vuelves a besarme, te juro que…
Y lo hizo de nuevo. La besó. Quería más. Aquel beso había abierto su apetito voraz y Britt insistió. Atontada por su propio deseo, Santana le respondió. Enredó sus dedos en el bonito pelo de la futbolista y disfrutó, pero cuando sintió que las manos de ella subían por su cintura en dirección a sus pechos lo separó con todo su pesar y le amenazó:
—Vuelve a hacerlo y dejo de ser tu fisio.
—Me deseas tanto como yo a ti —susurró rozando sus labios con el aliento de sus palabras—. Reconócelo y entra en mi casa para que podamos hacer lo que ambas deseamos.
La tentación pasó por su cabeza. Le deseaba: sí, y era consciente de ello, pero respondió. —¡Ni lo sueñes!
—sanny…
—Ah, no… tú ya no me vuelves a llamar Sanny —dijo empujándole para separarse de ella
—. Así es como me llaman mis amigos y tú, con lo que acabas de hacer, me has demostrado que de amigo mío tienes bien poco; así que vuelvo a ser Santana para ti.
—Pero ¿qué estás diciendo?
Y sin contestar a lo que ella demandaba ella prosiguió.
—Me alegra no tener que volver a verte por un tiempo, porque si tuviera que verte mañana, tú y yo acabaríamos muy mal. Solo te pido una cosa: cuando regreses cambia el chip conmigo porque esto no va a volver a ocurrir, ¿entendido? —Ella no contestó. Solo la miraba con deseo y ella le ordenó entre dientes—: Y ahora baja del puñetero coche para que me pueda ir si no quieres que sea yo quien te eche a patadas. Desconcertada por todo lo que aquel beso le había hecho sentir, abrió la puerta, bajó y cuando cerró, ella arrancó de inmediato y se marchó acelerando.
Tres minutos después, cuando entró en su casa y su perra le saludó, se tiró en el sillón y blasfemó, con la entrepierna humeda todavía.
—¡Maldita tocapelotas!
El domingo por la mañana el humor de Britt había mejorado. Cuando se levantó, se tomó un café mientras leía la prensa. Allí aparecía ella agarrado a Bimba junto a varios de sus compañeros. Después se metió en el gimnasio e hizo algunos estiramientos. Eso le vendría bien.
Cuando acabó, puso música. Coldplay siempre le hacía venirse arriba. Se metió en la ducha y, de pronto, sonó su móvil. Ni se inmutó. No quería hablar con nadie. Diez minutos después, mientras se vestía, volvió a sonar el móvil. Esta vez sí lo cogió: era su representante, Toni Terón, con quien comentó algunas cláusulas de un contrato para anunciar ropa deportiva.
—Verdaderamente te vi bien anoche —le confesó Toni.
—Sí, estoy contento, creo que la fisio está haciendo un buen trabajo —reconoció Britt masajeándose la pierna derecha.
—Por cierto, hablando de la fisio, ¿no crees que sus honorarios son excesivos? Vamos…
Ni que te recubriera la pierna de oro cada vez que te ve.
—Su trabajo lo vale. Tú mismo has visto lo bien que estoy.
—Lo sé… lo sé… También te quería comentar el tema de los pagos a la fisio, creo que te lo podrías desgravar al tratarse de algo así.
Sin saber a qué se refería Britt se sentó en una silla y murmuró:
—¿Algo así? ¿A qué te refieres?
—Los pagos que me ordenaste gestionar semanalmente, van íntegramente a una cuenta de una Institución llamada Casa della nonna.
—¡¿Casa della nonna?! —repitió sorprendido Britt
—Es un hogar para niños sin familia. Qué pena muñeca, esas cosas me pueden. Escuchó lo que su representante le estaba comunicando con asombro y antes de colgar le pidió la dirección de aquel lugar. Sobrecogida, se puso a investigar con su portátil, leyó todo lo que encontró de la casa de acogida, mientras se daba cuenta de que Santana acababa de sorprenderle, otra vez: el dinero que ella le pagaba no era para ella, era íntegramente para
aquellos niños. Ella y sus secretos.
Llamó a un taxi y decidió visitar aquel centro. No tenía nada mejor que hacer. Cuando el taxista paró ante el chalé a las afueras de Milán se estremeció al ver el aspecto añejo del lugar. Necesitaba unas buenas reparaciones exteriores y viendo aquello se imaginó como estaría la casa por dentro. El taxista, emocionado por llevar a Brittany Piece, no cabía en sí
de gozo y le propuso esperarlo. Britt aceptó y ayudado por su muleta, salió del taxi. Cuando abrió el portón para entrar en el jardín, varios niños de diferentes edades le miraron: era una extraña, pero como ocurría en la mayoría de las veces, en cuanto la reconocieron, corrieron hasta ella.
—¿Eres Brittany Pierce? —preguntó un crío morenito con gafas.
—¿la delantera del Inter? —insistió alucinado otro chaval algo mayor.
Con una gran sonrisa, asintió y murmuró:
—Sí, colegas, ese soy yo, pero cuidado que llevo la muleta.
La algarabía que se organizó en ese momento fue espectacular. Los críos se
arremolinaban a su alrededor deseosos de preguntar cientos de cosas. Era tal el tumulto que se organizó que una mujer salió para ver qué pasaba y al ver la revolución que había causado el desconocido, preguntó extrañada:
—¿Qué ocurre chicos?
—Es Brittany Pierce, nonna. la futbolista del Inter —gritó uno de los pequeños.
—Nonna… Nonna, es la delantera del Inter —voceó emocionado otro chaval—. Es Brittany Pierce.
La mujer, al escuchar aquello, le miró y le reconoció. Era difícil no hacerlo. La cara de Britt estaba en un montón de vallas publicitarias y, además, salía constantemente en la televisión anunciando artículos deportivos. Emocionada por aquella visita, le invitó a entrar al hogar. Rodeada por los chavales,
Britt llegó a la cocina, donde se encontraba la nonna, que hizo salir a los muchachos al jardín para poder quedarse a solas:
—Quiero que sepa que es muy grata su visita joven…
—Por favor, señora, habléme de tú.
La mujer sonrió, puso dos tazas sobre una mesita y añadió:
—¡Perfecto Britt! En ese caso te tutearé si tú me llamas nonna. Y ahora siéntate y tómate un café, ¿solo o con leche?
—Solo, por favor.
Mientras la mujer calentaba el café, Britt sonrió al ver a los chavales asomarse por la ventana. Les saludó y ellos le respondieron con sonrisas. Una vez que la mujer dejó los dos cafés sobre la mesa, se sentó frente a ella.
—Espero que tu pierna esté mejor.
—Oh, sí señora… lo está, gracias.
—Ahora que te tengo frente a mí, quiero darte las gracias por lo mucho que nos estás ayudando todo este tiempo. Desde que tus ingresos llegan a nuestra institución hemos podido comprar varias camas nuevas para los chavales, ropa, libros, cuentos y, sobre todo, comenzar a arreglar la casa. Como verás, está vieja como yo, y necesita una buena reparación. Le dije a San que te lo agradeciera, lo hizo, ¿verdad? Conmovida por la sinceridad que veía en la mujer asintió y sin sacarla de su error
murmuró:
—Sí, Santana me lo dijo.
—Oh, San… qué personita más encantadora. —Sonrió—. Desde que llegó a esta casita no ha dejado de apoyarnos en todo lo que ha podido y hasta que llegaron tus ingresos ella, junto a otras chicas que vienen a echarnos una mano, han sufragado los libros de los muchachos para que vayan al colegio. Y quiero que sepas que cuando me comentó que había hablado contigo y que tú, amablemente, le habías prometido que colaborarías con nosotras
durante unos meses, me quedé sin palabras. Ayudas de este tipo, así porque sí, no se reciben todos los días y… ¡Oh, Dios! Tengo que decirte, muchacha que nos ha llegado en el mejor momento. Este año mis niños van a tener unas bonitas navidades y, por supuesto, un regalo para cada uno.
Turbada por lo que escuchaba, fue incapaz de contradecirla. Se sentía como una miserable por no aclarar aquello mientras aquella amable y entrañable mujer le estaba abriendo su corazón. De pronto, la puerta de la amplia cocina se abrió y una cara conocida para la futbolista apareció. Allí estaba la pequeña morenita de ojos impactantes del hospital. Al verle, su cara de sorpresa se iluminó y, acercándose a britt, le dijo mientras le entregaba un
folio.
—He hecho un dibujo. Toma, te lo regalo.
—Suhaila, no molestes tesoro —la reprendió la nonna.
Britt le indicó que no le estaba molestando y la cría le cogió de la mano, se la apretó del mismo modo que cuando se vieron en el hospital y, sin más, decidió sentarse en su regazo. Rápidamente, Britt la acomodó en la pierna sana para que la lesionada no sufriera ningún golpe y esta dijo señalando con su dedito:
—Esto es un árbol de Navidad con bolas verdes, ¿te gusta el verde?
—Sí, es un color muy bonito.
La nonna, al escuchar la algarabía del exterior se levantó y dijo mirándole.
—Discúlpame un momento, Britt. Voy a ver qué hacen esos fierecillas.
Ella asintió y la cría, atrapando toda su atención, dijo:
—El verde es mi color preferido.
Britt sonrió y la pequeña añadió tocándole el pelo.
—Voy a ser peluquera, ¿lo sabías?
Divertido por ello, Britt abrió los ojos.
—Oh… qué maravilla. Espero que cuando seas peluquera me cortes el pelo.
—Vale —asintió la pequeña.
Durante unos segundos ambas se miraron hasta que la cría preguntó:
—¿Te duele la pierna?
—No, ¿y a ti?
La pequeña se tocó su pierna vendada.
—Un poquito. Pero soy una chica fuerte. Sanny siempre me lo dice.
Britt sonrió y ella continuó con sus preguntas.
—¿Cómo te llamabas?
—Britt.
—Eres guapa —le sorprendió la niña acariciándole con curiosidad la quijada.
Conmovida por la pequeña respondió:
—Tú sí que eres guapa Suhaila.
—El dibujo es para que lo pongas en tu nevera con imanes.
—Lo pondré, muchas gracias.
—No me has dicho si te gusta mi dibujo.
—Es precioso… maravilloso ¡me encanta! —sonrió ampliamente la futbolista.
—¿Tienes novia?
—No.
—¿Quieres ser mi novia?
Britt, al escucharla, soltó una carcajada. Aquella cría y su mellada sonrisa le hacían sonreír. Le dio un candoroso beso en la mejilla, y justo cuando iba a responderle, entró un jovencito.
—Suhaila, no molestes a la señora —le recriminó.
—Es mi novia.
—¡Suhaila! —le reprochó el crío, mirándola fijamente.
Britt sonrió. Aquel muchacho tenía los mismos ojos vivarachos de la niña y respondió:
—No te preocupes, no me molesta.
El joven sonrió y, acercándose a ellos con algo de vergüenza, le pidió:
—¿Me firmaría un autógrafo?
—Por supuesto, ¿cómo te llamas?
—Israel.
—Yo quiero que me firmes otro papel —pidió la cría.
—Señorita, ¿podría poner en el papel «para Suhaila e Israel»?, mi hermana es muy pesadita
Cuando la futbolista terminó de firmar el papel y se lo tendió, el muchacho, mirándolo como si de una cápsula espacial se tratara murmuró:
—Gracias, señorita.
—No me llames «señorita», Israel, ¿de acuerdo?
El crío, anonadado porque la astro del fútbol fuera tan cercano, asintió. Después, hizo una seña con la cabeza a la pequeña, que rápidamente se bajó de su pierna y se marchó cogida de su mano. En ese momento entró la nonna y Britt se levantó. Debía marcharse, pero antes de irse preguntó:
—¿Podría darme la dirección de la casa de Santana? —Y mintiendo añadió—. La estoy llamando pero no me coge el teléfono.
La mujer cogió un bolígrafo y un papel y lo apuntó. Tras despedirse de la anciana y de todos los niños que acudieron a ella, les prometió regresar otro día. Ellos saltaron encantados.
Al llegar a la vía Pietro Mascagni pagó al taxista y se hizo una foto con él. El hombre se lo agradeció con una estupenda sonrisa y un apretón de manos. Se quedó sola ante el portal y se caló la gorra con la intención de no ser reconocido. Miró el portero automático y cuando iba a llamar al piso quinto, salió un vecino y decidió entrar sin llamar.
El ascensor se detuvo en la planta quinta, de pronto dudó: ¿qué hacía allí?, pero las puertas se abrieron, y sin pensar en nada más, se dirigió hacia la puerta «C» y llamó al timbre.
Cuando la puerta se abrió la cara de Santana era todo un poema ¿qué hacía aquel allí?, y sin darle tiempo a decir nada preguntó:
—¿Quién te ha dicho dónde vivo?
Britt sonrió y, apoyándose en la puerta, lo aclaró:
—Ahora ya todo el mundo sabe quién eres, ¿por qué me iba a resultar difícil averiguar dónde vive la hija de mi entrenadora?
—¡Vaya por Diosss!
Ella sonrió y preguntó:
—Por cierto, ¿qué tal terminó la fiestecita anoche?
—Bien —rio ella al recordarlo—. Terminó muy bien.
Sin poder retener su lengua siseó en un tono suave.
—Por lo que pude ver, algunos de mis compañeros se morían por bailar contigo.
—Y yo con ellos. —Y antes de que ella dijera nada más cuchicheó—: Y por cierto, sin tener la talla 36 ni ser técnicamente perfecta, ya viste que, cuando quiero, los hombres babean por mí.
Al ver el cariz que estaba tomando la conversación, Britt decidió cambiar de tema. Ella no era nadie para decir esas cosas.
—Me hubiera gustado que me dijeras quién era tu mama y…
—¿Y perderme tu cara al descubrirlo? ¡Ni hablar!
Estaba claro que ella tenía contestación para todo. Finalmente preguntó:
—¿Puedo pasar?
Extrañada, le indicó que entrara y ella, apoyado en su muleta, pasó al interior. Se fijó en la decoración: la casa tenía las paredes pintadas con vivos colores y estaba llena de plantas.
No dijo nada y se limitó a seguirla hasta el salón, cuando llegaron, ella le miró y preguntó:
—¿Qué quieres?
Britt soltó la muleta, se sentó en una silla y respondió:
—De momento, si no es mucha molestia, un poco de agua.
Sin entender qué hacía allí, la joven salió por la puerta en busca de lo que le había pedido, mientras ella miraba a su alrededor y escuchaba la música. Reconoció la voz de Alejandro Sanz, y eso le agradó, mientras, inconscientemente canturreaba.
Mi hembra, mi dama valiente se peina la trenza como las sirenas y rema en la arena, si quiere. Ay mi hembra, tus labios de menta te queman mejor con los míos si ruedan, mejor tu sonrisa si muerde Ay mi hembra…
Se quitó la chaqueta de cuero, se levantó y la dejó sobre la silla. Se fijó en las fotografías que había en una estantería. Se sorprendió al ver a Suhaila e Israel, sonrientes, en compañía de la entrenadora y su mujer. En otra foto estaba la entrenadora con tres jóvenes; le gustó reconocer a Santana con el pelo azul.
—¿Cotilleando?
Al escuchar la voz de la joven, la futbolista dejó de canturrear, se giró y al ver la sonrisa de ella, respondió:
—Vale, me has pillado. Soy una curiosa, pero solo estaba viendo las fotos de tu familia.
Sin moverse de su sitio, la joven murmuró:
—Eso es lo que hace falta en tu casa, fotos de tu familia. No solo esa maxifoto tuya celebrando un gol, ¡egocéntrico! Por cierto, ¿estabas cantando un tema de Alejandro Sanz?
Britt asintió y, sorprendiéndola, dijo:
—Me gusta su música, ¿tan raro es?
Le miró impresionada; ella se quedó mirando una foto de una bonita puesta de sol y quiso cambiar de tema.
—Esto, ¿dónde es?
Acercándose hasta ella, tomó el marco de la foto.
—Es un pueblo llamado la Orta de San Giulio, está en la provincia de Novara. Es un lugar tranquilo al que voy para perderme siempre que puedo. Allí tengo una amiga que regenta un pequeño hotel con mucho encanto, Il Rusticone, te lo aconsejo para cuando quieras perderte.
Una vez ella hubo acabado de hablar, ella cogió otra foto y enseñándosela, le preguntó:
—¿En serio te teñiste el pelo de azul?
Ella soltó una carcajada, dejó la foto de la puesta de sol en su lugar y mirando la que ella le enseñaba, con cariño, cuchicheó:
—Fui el conejillo de Indias de mi hermana Mickaela. —La señaló en la foto—. Ella estaba estudiando peluquería y mira cómo me dejó el pelo.
Divertida, recordó que la pequeña Suhaila también quería ser peluquera y ella añadió.
—Por eso mis mamas y mi hermano me llaman pitufa —aclaró divertida sin contarle realmente la verdad—. Fue un disgusto para mamá en su momento. Janet se puso el pelo verde y yo azul. Cuando lo recuerda hoy en día le hace mucha más gracia que entonces.
Ambos volvieron a reír hasta que Britt se fijó en cómo ella miraba la foto. La chica mas morena que estaba entre su hermano y ella debía ser Mickaela
y murmuró, tocándole la mejilla
con ternura:
—Siento mucho lo de tu hermana. Debió de ser terrible.
—Sí, lo fue —suspiró—. Mickaela era maravillosa, loca, divertida, mi gran compañera de travesuras y mi mejor amiga. Su pérdida ha sido irreparable para todos nosotros. Pero la vida sigue y como ella diría: «¡el show debe continuar!.»
—¿Qué le ocurrió?
—Un accidente de tráfico un día de nieve. Íbamos juntas, un camión perdió el control en la M-30 de Madrid y… bueno… el resto te lo puedes imaginar.
Separándose de la estantería, Santana dejó el vaso de agua sobre la mesa. No quería recordar. Ella la siguió, lo cogió y dio un gran trago, horrorizado por haber tocado un tema tan delicado. Cuando dejó el vaso sobre la mesa, ella, volviendo a sonreír, le miró y preguntó:
—Muy bien, ¿qué haces aquí? No recuerdo ni haberte dado mi dirección ni haberte invitado a mi casa.
—Quería verte.
—¿Y para qué querías verme?
—¿Por qué no me dijiste lo de La casa della nonna?
—¡¿Qué!? ¡¿Cómo dices?!
—Doña Secretitos, ¿acaso creías que no iba a enterarme de a dónde iba destinado mi dinero?
—¿Tú dinero? Oh, no… querrás decir ¡mi dinero! —aclaró levantando la voz—. Yo trabajo para ti y, como comprenderás, con el dinero que gano puedo hacer lo que me dé la realísima gana.
—Por supuesto —respondió al ver que ella se ponía a la defensiva—. Me refiero solo a que me hubiera gustado que me contaras que absolutamente todo lo que ganas atendiéndome a mí lo inviertes en ese lugar. Y antes de que digas nada, que te conozco, creo que es la cosa más maravillosa que he visto hacer a una persona y quiero que sepas que estoy tremendamente orgullosa de ti porque eso me hace saber que tienes un gran corazón.
Aquellas palabras la desarmaron y, más aún, cuando ella añadió:
—Vengo de allí ahora mismo. He conocido a la nonna y a algunos chavales. Hasta Suhaila me ha hecho un dibujo que llevo en el bolsillo del abrigo. Ah, por cierto, me ha pedido que sea su novia. —Ella sonrió—. ¿Qué es realmente lo que le ocurre a Suhaila?
—Osteosarcoma. —Al ver que ella la miraba sin entender continuó—: Es un tipo de cáncer de huesos.
—¡¿Cáncer?! —repitió la futbolista, con un semblante realmente preocupada.
Al ver su gesto, Santana supo lo mucho que le asustaba aquella palabra «cáncer», por ello quiso tranquilizarla quitándole hierro al asunto.
—Tranquila, la operaron hace unos meses y se está recuperando muy bien.
—¿Cáncer? ¿Esa niña tiene cáncer?
—Sí.
Totalmente desencajada, dijo muy apenada:
—¡Dios mío, pobre cría! Cáncer, ¡qué horror!
—Tranquila, ella está bien.
—¿Y por qué la niña está en La casa della nonna?
—¿Y dónde quieres que esté?
—Pues en su casa.
Santana suspiró y mirándole directamente a los ojos aclaró:
—La casa della nonna es su casa, Britt. Los niños que has visto son niños abandonados, sin hogar. Niños que han crecido sin unos padres y que, para su desgracia, son demasiado mayores para que la gente los quiera adoptar. —La cara de la futbolista se descomponía más y más a medida que ella le iba dando información—. Esos pequeños han estado en varias casas de acogida, pero al final regresan al mismo lugar de donde salieron. Suhaila y su
hermano Israel son de esos niños. En estos años ellos han pasado por tres familias de acogida, pero cuando esas personas son conscientes del problema que tiene la niña, terminan devolviéndolos al centro.
—No me lo puedo creer —reconoció conmocionada.
—Pues créetelo, Britt. La gente quiere adoptar niños técnicamente perfectos. —Esto le tocó el corazón, mientras ella añadía—: Adoptar a un niño con problemas no es fácil, te digo esto porque tampoco quiero dar a entender que la gente es mala. Suhaila y su hermano Israel se quedaron huérfanos de padres, la madre era marroquí y el padre italiano, y son dos luchadores de la vida. Deberías conocer a Israel. Es estudioso y se ha empeñado en ser
médico para curar a Suhaila, una princesita encantadora. Son maravillosos, unos niños estupendos que aceptan la vida como les viene a pesar de todo lo que les ha tocado vivir.
Asombrada por lo que acababa de oír, tragó el nudo de emociones que se había formado en su garganta.
—Lo siento… yo… yo no sabía…
—Lo sé, Britt… lo sé. No te preocupes.
Britt estaba conmocionado aún por todo lo que acababa de saber, cuando ella, sin darle tregua, le interrogó:
—¿Le has contado a la nonna que soy yo quien dona ese dinero semanalmente? Dime por favor que no le has dicho la verdad.
Ella la miró sin entender nada y se encogió de hombros; ella se retiró el pelo de la cara, y añadió:
—Escucha Britt, si le hubiera dicho que ese dinero era mío, la nonna, no lo hubiera aceptado. Pero tratándose de ti, no ha habido problema. Eres una estrella en Italia, una gran jugadora de fútbol y ella sabe que tú te puedes permitir eso y más. Y ahora, dime que no la has sacado de su error.
—Me da vergüenza admitirlo pero no he sido capaz de decirle la verdad, y…
—¡Bien! ¡Bien! —Aplaudió cortándole. Y cogiéndole del brazo, preguntó cambiando de tema—: ¿Tienes planes para comer?
—No…
—Te invito a una estupenda ensalada con tomatitos cherry y una increíble a la par que sabrosa tortilla de patata española con cebollita que acabo de hacer, ¿te apetece?
—¿La has cocinado tú?
—Ajá…
—Wooo… no sé si arriesgarme —se mofó ella.
—Arriésgate, te aseguro que te encantará. —Y al ver la guasa en su mirada, cuchicheó—:
Eso sí, yo la como con mayonesa y ketchup, pero vamos, tú puedes tomarla como quieras.
—Y al ver cómo la miraba, añadió—: Digo lo de la mayonesa, porque para mantener estas curvas y este cuerpazo que Dios me ha dado hay que esforzarse.
Britt soltó una carcajada. Esa mujer era increíble.
—Santana… basta ya con eso. Yo…
—Tranquilo, príncesa… soy consciente de mis imperfecciones. —Y sin darle tiempo a decir nada más, continuó—: Quédate a comer, te prometo que te chuparás los dedos.
Britt, divertida por su acogedora hospitalidad, sonrió y finalmente dijo:
—De acuerdo, veamos si esa tortilla de patata está tan buena como la de mi madre.
Diez minutos después, degustaban la tortilla en la mesa de la cocina.
—Buenísima, cocinas mejor de lo que yo pensaba.
Santana soltó una carcajada y murmuró:
—Eso es porque estás comiendo mi plato estrella. Si un día quieres decir todo lo contrario, ven y te haré fetuccini al pesto. ¡Me salen asquerosos!
—¿Puedo llamarte «Sanny», como parece que te llaman todos? —se animó a pedirle ella,notando el magnetismo que sentía entre ellas en ese momento.
—Vale, pero que conste que te lo permito porque has comido de mi tortilla y te lo mereces.
Hablaron y hablaron. Santana se enteró de que dos días después ella viajaba a España para pasar las navidades con su familia y no regresaría hasta el día cuatro de enero. Se alegró por ella aunque se mofó diciendo que descansaría de ver su cara durante ese tiempo. Ambas rieron.
Cuando terminaron de comer, se engancharon a la retransmisión de un partido de tenis. Jugaba Nadal y las dos le animaron. Después de un esfuerzo espartano, el español ganó y lo celebraron con unas cervezas. Sin ganas de marcharse, notando que ella se sentía a gusto con su presencia, y al ver que tenía la trilogía de El Señor de los Anillos, propuso ver la última película. La que no habían terminado de ver en su casa. Ella aceptó encantada y
tirándose en el sillón, como dos buenas amigos, comenzaron a verla. A mitad de la película, Santana apretó al stop.
—¿Quieres algo de beber?
—Otra cervecita no estaría mal, pero esta vez sin alcohol, ¿puede ser?
—Por supuesto, ¡marchando!
La joven desapareció del salón y, de nuevo, Britt sonrió. Qué fácil era sonreír con Santana. Tirado en el sillón observó que a ella le gustaba leer. Había una enorme estantería repleta de libros y otra con muchos CD de música. Se asombró al ver música de todos los estilos: española, inglesa, italiana, americana, aunque lo que más llamó su atención fue la enorme colección de Elvis Presley, tenía su discografía completa.
Cuando ella regresó, traía dos cervezas y un bol con palomitas. Al verla, regresó al sillón y dijo mientras cogía el botellín que ella le entregaba.
—Veo que te gusta mucho Elvis.
—Por supuesto. —Y al ver que ella se reía chocó su cerveza contra la de britt, y añadió—:
La música del Rey es de lo mejorcito que hay para levantar el ánimo. Cuando quieras te lo demuestro.
Sin más, dio al play de la película. Ambos se sumergieron de nuevo en la historia mientras comían palomitas y bebían cerveza. Así estuvieron hasta que llegó el final y, tras un buen rato de charla, ella miró distraídamente su reloj: eran las nueve y media de la noche.
—Bueno, creo que es hora de que te marches.
No daba crédito: ¿la estaba echando?
Al ver su cara de pasmada, ella sonrió. Lo cierto es que había pensado invitarle a cenar, pero en el último momento había decidido que era mejor que no; sería demasiado, ella se montaría su película y esperaría un buen postre. Por eso, se levantó del sillón, se desperezó y le entregó la muleta.
—Vamos, te llevaré a tu casa.
Estupefacta por cómo le estaba echando, se negó:
—No… Es tarde y no quiero que andes sola con el coche.
—Uisss ¡pero qué galante! Si al final vas a ser una dama y todo. —Le tomó el pelo.
—En serio, sanny, no quiero que andes sola por la calle a estas horas por mi culpa.
Volvió a mirar el reloj:
—¿Cómo que «a estas horas»?, que son solo las nueve y media de la noche.
—Llamaré a un taxi, no te preocupes —insistió la futbolista.
—¡Ni lo sueñes! Y antes de que sigas diciendo tonterías, déjame decirte que soy una mujer independiente acostumbrada a salir por la noche sola y…
—Pero si podemos evitarlo, ¿por qué hacerlo?
—Porque yo quiero. Si yo estuviera en tu casa con muletas, ¿a que tú te ofrecerías a llevarme a casa? —Ella asintió y ella zanjó el asunto—. Pues no se hable más. Cuarenta minutos después estaban frente a la casa de Britt. Se tenían que despedir, pero ninguno de las dos parecía querer hacerlo, hasta que finalmente ella dijo:
—¿Irás a la fiesta de disfraces de Quinn?
—No.
—¿Por qué?
—Sencillamente, porque yo no pinto nada allí.
—Me gustaría verte disfrazada. Seguro que estás muy sexy —le susurró seductora Britt.
—¿¡Sexy?! —Una risotada estalló en su boca, casi se atragantó al pronunciar aquello.
—A las mujeres os encanta disfrazaros de sirenitas, princesas o sexys cleopatras. A todas os gusta lucir vuestros encantos en esas fiestas. No me digas que no.
Aquel comentario la hizo reír. Era cierto que cuando había asistido a alguna fiesta con sus amigas a todas les gustaba ir provocativas y sexys. Iba a lanzarle un dardo por respuesta cuando ella propuso:
—¿Quieres pasar a tomar algo?
—No.
—Podemos cenar, creo que en el frigorífico tengo un…
—No, es tarde. Debo regresar a casa. Por cierto, que lo pases bien en España, cuídate la pierna y ¡hasta el año que viene! —Y apremiándolo para no acabar tirándose a su cuello para comérsela a besos, se mofó—. Vamos… vamos princesa, baja del carruaje antes de que se convierta en calabaza. Te he traído sana y salvo hasta tu castillo y ahora he de regresar al mío de una pieza.
El tono de su broma no le vino bien. Deseaba estar más tiempo con ella y mirándola, le aclaró:
—Que sepas que no me hace ninguna gracia que seas mi taxista. Y que te quede claro que esto es algo que no se va a volver a repetir, ¿entendido?
—No sabía que fueras tan tradicional. —Ella no pudo reprimir una carcajada de lo más sensual. Echó la cabeza hacia atrás de tal
manera que su cuello se volvió dulce y tentador. Britt, desesperada al sentir que su entrepierna se humedecía por segundos, fue a decir algo cuando ella se le adelantó:
—¡Dios…! lo que hay que oír en pleno siglo XXI. —Y cambiando el tono de su voz preguntó—: ¿Te bajas para que pueda marcharme antes de que digas más tonterías?
Y entonces ocurrió: Britt alargó su mano, cogió la nuca de Santana, la atrajo hasta ella y la besó. Metió su lengua en el interior de su boca y la degustó como llevaba días deseando hacer. Santana era dulce, suave, tentadora y lo mejor de todo, ella no la rechazó. Durante unos minutos, se saborearon con delicadeza y morbo, hasta que ella reunió fuerzas y dándole un empujón, lo separó.
—Si vuelves a besarme, te juro que…
Y lo hizo de nuevo. La besó. Quería más. Aquel beso había abierto su apetito voraz y Britt insistió. Atontada por su propio deseo, Santana le respondió. Enredó sus dedos en el bonito pelo de la futbolista y disfrutó, pero cuando sintió que las manos de ella subían por su cintura en dirección a sus pechos lo separó con todo su pesar y le amenazó:
—Vuelve a hacerlo y dejo de ser tu fisio.
—Me deseas tanto como yo a ti —susurró rozando sus labios con el aliento de sus palabras—. Reconócelo y entra en mi casa para que podamos hacer lo que ambas deseamos.
La tentación pasó por su cabeza. Le deseaba: sí, y era consciente de ello, pero respondió. —¡Ni lo sueñes!
—sanny…
—Ah, no… tú ya no me vuelves a llamar Sanny —dijo empujándole para separarse de ella
—. Así es como me llaman mis amigos y tú, con lo que acabas de hacer, me has demostrado que de amigo mío tienes bien poco; así que vuelvo a ser Santana para ti.
—Pero ¿qué estás diciendo?
Y sin contestar a lo que ella demandaba ella prosiguió.
—Me alegra no tener que volver a verte por un tiempo, porque si tuviera que verte mañana, tú y yo acabaríamos muy mal. Solo te pido una cosa: cuando regreses cambia el chip conmigo porque esto no va a volver a ocurrir, ¿entendido? —Ella no contestó. Solo la miraba con deseo y ella le ordenó entre dientes—: Y ahora baja del puñetero coche para que me pueda ir si no quieres que sea yo quien te eche a patadas. Desconcertada por todo lo que aquel beso le había hecho sentir, abrió la puerta, bajó y cuando cerró, ella arrancó de inmediato y se marchó acelerando.
Tres minutos después, cuando entró en su casa y su perra le saludó, se tiró en el sillón y blasfemó, con la entrepierna humeda todavía.
—¡Maldita tocapelotas!
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Edad : 43
Re: Brittana:Ni lo sueñes /adaptacion cap 29, 30, 31 mas el Epilogo
-11-
Las navidades en Madrid fueron una auténtica locura para Britt Lo pasó bien con su familia a excepción de los momentos en los que su madre se empeñaba en mimarla como a una chiquilla. Sus dos hermanas, como siempre, en su línea, no paraban de discutir. En los días que estuvo allí acompañó a su hermana Kitty a una de las pruebas del vestido de novia. Estaba espectacular y no pudo evitar reír cuando su madre comenzó a
llorar emocionada por ver a su niña tan guapa. Una noche, Britt salió con sus dos hermanas y su cuñado a tomar unas copas. Camuflado tras su gorra pasaba desapercibido para muchos, aunque en cuanto alguien le reconocía, una multitud le pedía fotos y autógrafos. Al principio le pareció divertido, pero tras más de diez años como futbolista ya se había hecho tantas fotos y firmado tantos autógrafos que si podía evitarlo, lo evitaba. En esos momentos, y sobre todo si iba acompañado de su familia, la fama le resultaba cansina.
Cuando llegaron al local en el que sus hermanas habían quedado con los amigos de toda la vida, Britt volvió a ser la chica de siempre. Abrazó a sus amigos, brindó con ellos y disfrutó de una noche estupenda sin agobios y sin autógrafos. Algunos de sus amigos, envalentonados, se subieron al escenario y cantaron en el karaoke. En ese momento, le vino a la mente la imagen de Santana, se la imaginó sobre una mesa, cantando La Bamba, le hubiera encantado vivirlo con ella.
—Vaya, hermanita, ¿y esa sonrisita de boba?
—Me hace gracia pensar que Kitty se va a casar —respondió divertida mirando a Lexie.
—Desde luego es la digna sucesora de mamá.
—¿Por qué dices eso? —se mofó Britt.
—El otro día la vi haciendo ganchillo y después croquetas ¡no te digo más! —le confesó.
Ese comentario hizo que ambos estallaran en carcajadas. Estaba claro que las tres hermanas eran totalmente diferentes: Kitty aunque era la más pequeña, era la más convencional, Britt, la deportista, y Lexi, la mayor, la pasota.
—¿Y tú? ¿Algo nuevo por Milán?
—No…
—¿Ninguna chica especial?
—Ninguna —respondió de inmediato. Aunque, sin saber porqué no podía apartar a Santana de su mente, aunque intentara negarlo.
—Mientes. Hay alguien —le espetó Lexi que no le había quitado ojo. Por la tensión de su cara y su ceño fruncido supo que no estaba siendo del todo sincera.
—¡No!
—Ese «¡no!», me lo acaba de confirmar. Ya sabes que soy algo bruja y estas cosas las veo a la legua, así que desembucha.
—¿Tú estás tonta? —rio aquella desentendiéndose de las deducciones de su hermana.
—Hermanita, como se suele decir hoy por hoy, ¡soy rubia pero no tonta!
Aquel comentario, que había escuchado antes de Santana, le hizo reír y ella prosiguió, agarrándole del brazo para acercarse más a ella.
—Ese entrecejo tuyo se ha fruncido y eso me hace saber que has pensado en alguien, no lo niegues. ¡Dime quién es!
—¡Ni lo sueñes!
Pronunciar aquella frase le volvió a hacer sonreír como un tonto ¿pero qué le estaba pasando? Y ante la mirada inquisidora de su hermana, quiso aclarar:
—Vamos a ver Lexi, hay alguien que me atrae. Es diferente, y en el fondo me hace la vida imposible, pero…
—Dime su nombre
—No.
—¡Dímelo, tontorróoonaaa! —insistió suplicante.
Tras un cruce de miradas, finalmente él murmuró, antes de dar un trago a su cerveza.
—Sanny.
—A ver, que se llama Santana. Y antes de que sigas diciendo tonterías déjame decirte que…
—¿La fisioterapeuta?
Britt maldijo al acordarse de que habían hablado por teléfono y su hermana añadió:
—No diré nada más, solo con oír su nombre en tu boca ya sé que es especial para ti. Y tranquila, lo que tenga que ser, será.
Ambas dieron un trago a sus bebidas y para cambiar de tema, ella preguntó:
—¿Y tú qué hermanita? ¿Alguna víctima a la vista?
—Me estoy viendo con un tipo que es puro sexo y fuego ¡increíble! —le confesó lexi con una sonrisa pícara.
Britt soltó una enorme carcajada. Si alguien le divertía en el mundo, esa era su hermana mayor. Su manera de ver la vida, tras su divorcio, tan distinta a la del resto de su familia, podía con ella.
—¿Va a venir «Don Sexo y Fuego» por aquí esta noche?
—¡Nooo! Ni se lo he comentado —se mofó Lexi—. Quiero que esté lejos de la
familia. Es un rollito y prefiero que nadie se haga ilusiones. Si Kitty lo ve, con lo alcahueta que es, comenzará con eso de «dile que venga a cenar a casa» y no ¡me niego! Ya lo hice una vez con el atontado aquel y no lo volveré a hacer más. Como dice papá: «¡uno y no más Santo Tomas!» Por cierto, y cambiando de tema, creo que pronto te voy a ir a visitar, mamá y Kitty con el tema boda, comienzan a saturarme.
—Mi casa es tu casa, hermanita.
—Gracias, cielote, ¡eres un amor! —le susurró cuando le abrazaba.
Recordar la historia de su hermana con su ex, el atontado, le hizo suspirar. Su hermana,
tras su divorcio, había retomado las riendas de su vida con una fuerza que dejó a todos, en especial a su madre, sin palabras. Lo primero que hizo fue marcharse un año de viaje para encontrarse a sí misma y sorprendió a todos cuando supieron que vivía en una paradisíaca playa de Jamaica trabajando en una clínica dental. Cuando regresó, pasó de ser «la plácida Lexi» a Lexi «la pasota», que, muy a menudo, sacaba a su progenitora de sus casillas,
por su actitud libre e irreverente; incluso le había dado por hornear pasteles de marihuana, algo que su madre no podía concebir.
La fiesta terminó sobre las cuatro de la madrugada y cuando Britt llegó a la casa de sus padres cayó derrotada.
En esos días le escribió un par de mensajes a Santana para felicitarle las navidades, pero ella no le contestó. Aquella maldita tocapelotas se había metido en su mente de una manera que comenzaba a preocuparle, y más cuando se vio escuchando canciones de Alejandro Sanz y pensando en ella, ¿qué le había ocurrido?
Santana, por su lado, pasó unas bonitas navidades rodeada por su familia en Milán y cuando recibió aquellos mensajes de Britt, estuvo tentada de contestarle. Le apetecía mucho. Aún recordaba su boca, sus labios, sus besos. Pero no… No debía. Los días pasaron y con ellos la Navidad y Britt regresó a Milán. Como era de esperar, su madre lloró en Barajas como si fuera la primera vez que se iba a Milán y ella tuvo que consolarla. Para Susan, el que su niña, su adorada niña, viviera tan lejos, la mataba. Pero entendía lo que todos le decían: la niña era una futbolista famosa y debía aprovechar esta
gran oportunidad, y en especial, la vida.
El cinco de enero, al día siguiente de llegar a Milán, Britt llamó a Santana pero no la localizó. Quería que acudiese a su casa para retomar la rehabilitación y cuando le saltó el buzón de voz, le molestó. La llamó varias veces durante el día y nada, no hubo manera de hablar con ella.
Al día siguiente, el resultado fue el mismo: no conseguía dar con ella. Molesta porque ella no le devolviera las llamadas, blasfemó. No estaba acostumbrada a ir tras una mujer y aquella tocapelotas, sin proponérselo, lo estaba consiguiendo. Llamó a su compañero Quinn, que pasó a recogerle, fueron a la tienda del campo de fútbol del Inter y luego se dirigieron a La casa della nonna. Los pequeños se volvieron locos al ver entrar a aquellas dos astros del fútbol. Suhaila corrió hacia Britt y ella , feliz, la acogió entre sus brazos. Los
niños estaban encantados con los regalos y la nonna se lo agradeció mucho.
Pero allí tampoco estaba Santana. Según la nonna, dos días antes les había dicho que no regresaría hasta el nueve de enero, pero no le había dicho dónde estaría hasta entonces.
Hanna, sorprendida por ver a la jugadora allí preguntando por su amiga, no supo cómo reaccionar y se quedó sin habla. Aquella mujer era un lujo para la vista, Cuando por fin consiguió dar esquinazo a todos, Hanna llamó por teléfono a Santana y le explicó todo sobre la extraña visita. Ella le dio órdenes de no decir dónde estaba y la obedeció. Se lo debía a su amiga.
Las jugadoras pasaron una bonita mañana con los pequeños y, en especial, Britt con Suhaila, que de nuevo se cogió a su mano y no la soltó. Se marcharon al mediodía y prometieron regresar muy pronto. Al llegar al coche, Britt le pidió a Quinn que lo llevara hasta la casa de Santana. Allí llamó al portero automático con insistencia, pero nadie le abrió.
Santana escuchó los timbrazos mientras hablaba con Hanna por teléfono.
—¿Por qué ha tenido que venir a mi casa?
—Aisss sanny, no lo sé. Pero lo que sí sé es que esa mujer te quiere ver. No ha parado de hacerle preguntas a la nonna sobre ti y ¡oh, Dios…! Tenías que haber visto cómo ha jugado con todos los niños. Por cierto, con Suhaila se le cae la baba. Santana, desesperada, resopló y al escuchar un nuevo timbrazo cuchicheó:
—No pienso abrirle. No quiero tener nada que ver con ella.
—Pero Sanny, eres su fisioterapeuta. Me imagino que ella querrá retomar sus sesiones y…
—Lo sé… luego le enviaré un mensaje al móvil diciéndole que hasta el ocho no podré seguir atendiéndole, pero vamos, ¡que ya se lo dije antes de marcharme de vacaciones!
—Hazlo y, con seguridad, te dejará tranquila. Y cambiando de tema, ¿estás bien?
—Sí.
—¿A qué hora tienes que ir mañana?
—A las nueve tengo la cita.
—¿Irá tu madre contigo?
La joven sonrió y al ver por la ventana que Britt y Quinn se montaban en el coche y se marchaban, añadió:
—Y mi ma y mi hermano ¿realmente crees que alguno se lo perdería?
Cuando acabó de hablar con Hanna, fue hasta el equipo de música y puso a tope su canción preferida de Elvis Presley.
It´s now or nerver, come hold me tight
Kiss me my darling, be mine tonight
Tomorrow will be too late
It´s now or never my love won´t wait.
Sentándose en su sillón preferido, cerró los ojos: necesitaba tranquilizarse. Llevaba dos días con unos dolores terribles de estómago y de cabeza y sabía que eran por los nervios.
Pensar en volver a pasar por lo que ya había pasado en otras ocasiones no era agradable. Y no por lo que implicase para ella sino más bien por lo que suponía para su familia y las personas que la querían.
Durante horas estuvo tirada en aquel sillón escuchando la voz de Elvis. Él siempre la había animado hasta en los peores momentos y al final, con la fuerza de sus canciones y la potencia de su timbre de voz, lo consiguió.
Aquella noche se sumergió en la bañera durante más de una hora. Cuando acabó, cogió el móvil para mandarle un mensaje a Britt, ya estaba casi convencida, pero al final, se arrepintió. Prefirió llamarle, le apetecía escuchar su voz. Tras dos timbrazos, ella atendió el teléfono.
—¿Se puede saber dónde te metes?
—¡Feliz Año Nuevo! Que alegría volver a oír tu melodiosa y siempre agradable voz ¡la echaba de menos! Britt captó la ironía y su peculiar sentido del humor y acabó sonriendo.
—¿Estás de fiesta? Escucho música.
—Sí —le respondió subiendo el volumen del equipo de música.
—¿Dónde estás?
—En una fiesta en casa de unos amigos. Espera que salgo a la terraza para que podamos hablar.
Sin más, abrió la puerta de su terraza y ya con el sonido de la calle, se interesó por ella.
—¿Qué tal tus vacaciones en España?
Britt se tiró en su sillón y apoyando la cabeza en el respaldo, respondió.
—Bien, mi familia está estupendamente y lo pasé genial, ¿y tú?
—Muy bien también, mamá nos ha cebado a todos con sus guisos, pero por lo demás genial, como tú.
Tras un incómodo silencio, la futbolista dijo:
—Oye… te quería pedir perdón por lo que ocurrió el último día que nos vimos. Yo creo que…
—No te preocupes, ya está olvidado. ¿Cómo va tu pierna?
—Bien… creo que la vas a encontrar mucho mejor. En Madrid me visitó el fisioterapeuta que te comenté e hicimos los ejercicios que tú me indicaste, según él, la recuperación de la lesión va viento en popa.
—Me alegra saberlo. Estoy segura de que pronto estarás dándole patadas al balón.
—Vienes mañana, ¿verdad? —le preguntó animado por lo que acababa de oír.
—No, creo que no podré ir a tu casa hasta pasado mañana, en principio —le comentó apoyándose en la barandilla de la terraza.
A Britt no le gustó lo que estaba oyendo y, levantando la cabeza del respaldo del sillón,incómoda, apostilló:
—¿Crees?
—Sí.
—¿Pasado mañana?
—Eso he dicho.
—¿Y por qué? —insistió malhumorada.
—Tengo cosas que hacer y…
Levantándose del sillón, replicó molesta:
—Me da igual lo que tengas que hacer Santana, te quiero aquí mañana y…
—Lo siento, pero no va a poder ser —cortó con rotundidad—. Si quieres despedirme, estás en tu derecho, y lo entenderé. Ya sabes que por mi parte no vas a tener ningún problema; es más, si quieres, ahora mismo te puedo recomendar a algún compañero,conozco a excelentes fisioterapeutas que estarían encantados de atenderte hoy mismo.
Molesta por aquello cabeceó, ¿por qué ella siempre andaba con secretos?
—No quiero a otro fisio, quiero que seas tú quien continúe con mi recuperación.
—Pues con suerte quizá me tengas pasado mañana allí —le contestó Santana, con una sonrisa.
—¿Con suerte?
—Sí.
—¿Qué es eso de «con suerte»? Te voy a cambiar el nombre por «Doña secretitos».
Santana soltó una carcajada por su ocurrencia; realmente le tenía muy intrigada.
—Mira Britt, mi vida privada no te interesa, por lo tanto, pasado mañana ya veremos.
Instantes después, un silencio más que significativo anunciaba la despedida.
—Te dejo.
—Estamos hablando Santana —increpó molesta.
—Lo sé, pero Sam quiere bailar conmigo.
—¿Sam? ¿Es que estás con Sam?
Ella sonrió, mientras abría la puerta de la terraza para que la música tuviera más presencia. En ese momento sonaba Jailhouse Rock, de su amado Elvis.
—Recuerda, estoy en una fiesta y quiero bailar.
Malhumorada por no poder continuar con la conversación, y celosa por saber que estaba con su ex respondió antes de colgar.
—Pásalo bien.
Cuando Santana escuchó el sonido hueco del teléfono se quedó ensimismada mirando al frente: ¿qué narices le estaba ocurriendo con aquella mujer? Ella no se colgaba fácilmente de nadie, pero con Britt era diferente. Al final, entró en su casa, cerró la puerta de la terraza y tras lanzar el móvil hacia el sillón, comenzó a bailar aquel maravilloso rock and roll mientras gritaba:
—¡Voy a pasármelo bien!
Las navidades en Madrid fueron una auténtica locura para Britt Lo pasó bien con su familia a excepción de los momentos en los que su madre se empeñaba en mimarla como a una chiquilla. Sus dos hermanas, como siempre, en su línea, no paraban de discutir. En los días que estuvo allí acompañó a su hermana Kitty a una de las pruebas del vestido de novia. Estaba espectacular y no pudo evitar reír cuando su madre comenzó a
llorar emocionada por ver a su niña tan guapa. Una noche, Britt salió con sus dos hermanas y su cuñado a tomar unas copas. Camuflado tras su gorra pasaba desapercibido para muchos, aunque en cuanto alguien le reconocía, una multitud le pedía fotos y autógrafos. Al principio le pareció divertido, pero tras más de diez años como futbolista ya se había hecho tantas fotos y firmado tantos autógrafos que si podía evitarlo, lo evitaba. En esos momentos, y sobre todo si iba acompañado de su familia, la fama le resultaba cansina.
Cuando llegaron al local en el que sus hermanas habían quedado con los amigos de toda la vida, Britt volvió a ser la chica de siempre. Abrazó a sus amigos, brindó con ellos y disfrutó de una noche estupenda sin agobios y sin autógrafos. Algunos de sus amigos, envalentonados, se subieron al escenario y cantaron en el karaoke. En ese momento, le vino a la mente la imagen de Santana, se la imaginó sobre una mesa, cantando La Bamba, le hubiera encantado vivirlo con ella.
—Vaya, hermanita, ¿y esa sonrisita de boba?
—Me hace gracia pensar que Kitty se va a casar —respondió divertida mirando a Lexie.
—Desde luego es la digna sucesora de mamá.
—¿Por qué dices eso? —se mofó Britt.
—El otro día la vi haciendo ganchillo y después croquetas ¡no te digo más! —le confesó.
Ese comentario hizo que ambos estallaran en carcajadas. Estaba claro que las tres hermanas eran totalmente diferentes: Kitty aunque era la más pequeña, era la más convencional, Britt, la deportista, y Lexi, la mayor, la pasota.
—¿Y tú? ¿Algo nuevo por Milán?
—No…
—¿Ninguna chica especial?
—Ninguna —respondió de inmediato. Aunque, sin saber porqué no podía apartar a Santana de su mente, aunque intentara negarlo.
—Mientes. Hay alguien —le espetó Lexi que no le había quitado ojo. Por la tensión de su cara y su ceño fruncido supo que no estaba siendo del todo sincera.
—¡No!
—Ese «¡no!», me lo acaba de confirmar. Ya sabes que soy algo bruja y estas cosas las veo a la legua, así que desembucha.
—¿Tú estás tonta? —rio aquella desentendiéndose de las deducciones de su hermana.
—Hermanita, como se suele decir hoy por hoy, ¡soy rubia pero no tonta!
Aquel comentario, que había escuchado antes de Santana, le hizo reír y ella prosiguió, agarrándole del brazo para acercarse más a ella.
—Ese entrecejo tuyo se ha fruncido y eso me hace saber que has pensado en alguien, no lo niegues. ¡Dime quién es!
—¡Ni lo sueñes!
Pronunciar aquella frase le volvió a hacer sonreír como un tonto ¿pero qué le estaba pasando? Y ante la mirada inquisidora de su hermana, quiso aclarar:
—Vamos a ver Lexi, hay alguien que me atrae. Es diferente, y en el fondo me hace la vida imposible, pero…
—Dime su nombre
—No.
—¡Dímelo, tontorróoonaaa! —insistió suplicante.
Tras un cruce de miradas, finalmente él murmuró, antes de dar un trago a su cerveza.
—Sanny.
—A ver, que se llama Santana. Y antes de que sigas diciendo tonterías déjame decirte que…
—¿La fisioterapeuta?
Britt maldijo al acordarse de que habían hablado por teléfono y su hermana añadió:
—No diré nada más, solo con oír su nombre en tu boca ya sé que es especial para ti. Y tranquila, lo que tenga que ser, será.
Ambas dieron un trago a sus bebidas y para cambiar de tema, ella preguntó:
—¿Y tú qué hermanita? ¿Alguna víctima a la vista?
—Me estoy viendo con un tipo que es puro sexo y fuego ¡increíble! —le confesó lexi con una sonrisa pícara.
Britt soltó una enorme carcajada. Si alguien le divertía en el mundo, esa era su hermana mayor. Su manera de ver la vida, tras su divorcio, tan distinta a la del resto de su familia, podía con ella.
—¿Va a venir «Don Sexo y Fuego» por aquí esta noche?
—¡Nooo! Ni se lo he comentado —se mofó Lexi—. Quiero que esté lejos de la
familia. Es un rollito y prefiero que nadie se haga ilusiones. Si Kitty lo ve, con lo alcahueta que es, comenzará con eso de «dile que venga a cenar a casa» y no ¡me niego! Ya lo hice una vez con el atontado aquel y no lo volveré a hacer más. Como dice papá: «¡uno y no más Santo Tomas!» Por cierto, y cambiando de tema, creo que pronto te voy a ir a visitar, mamá y Kitty con el tema boda, comienzan a saturarme.
—Mi casa es tu casa, hermanita.
—Gracias, cielote, ¡eres un amor! —le susurró cuando le abrazaba.
Recordar la historia de su hermana con su ex, el atontado, le hizo suspirar. Su hermana,
tras su divorcio, había retomado las riendas de su vida con una fuerza que dejó a todos, en especial a su madre, sin palabras. Lo primero que hizo fue marcharse un año de viaje para encontrarse a sí misma y sorprendió a todos cuando supieron que vivía en una paradisíaca playa de Jamaica trabajando en una clínica dental. Cuando regresó, pasó de ser «la plácida Lexi» a Lexi «la pasota», que, muy a menudo, sacaba a su progenitora de sus casillas,
por su actitud libre e irreverente; incluso le había dado por hornear pasteles de marihuana, algo que su madre no podía concebir.
La fiesta terminó sobre las cuatro de la madrugada y cuando Britt llegó a la casa de sus padres cayó derrotada.
En esos días le escribió un par de mensajes a Santana para felicitarle las navidades, pero ella no le contestó. Aquella maldita tocapelotas se había metido en su mente de una manera que comenzaba a preocuparle, y más cuando se vio escuchando canciones de Alejandro Sanz y pensando en ella, ¿qué le había ocurrido?
Santana, por su lado, pasó unas bonitas navidades rodeada por su familia en Milán y cuando recibió aquellos mensajes de Britt, estuvo tentada de contestarle. Le apetecía mucho. Aún recordaba su boca, sus labios, sus besos. Pero no… No debía. Los días pasaron y con ellos la Navidad y Britt regresó a Milán. Como era de esperar, su madre lloró en Barajas como si fuera la primera vez que se iba a Milán y ella tuvo que consolarla. Para Susan, el que su niña, su adorada niña, viviera tan lejos, la mataba. Pero entendía lo que todos le decían: la niña era una futbolista famosa y debía aprovechar esta
gran oportunidad, y en especial, la vida.
El cinco de enero, al día siguiente de llegar a Milán, Britt llamó a Santana pero no la localizó. Quería que acudiese a su casa para retomar la rehabilitación y cuando le saltó el buzón de voz, le molestó. La llamó varias veces durante el día y nada, no hubo manera de hablar con ella.
Al día siguiente, el resultado fue el mismo: no conseguía dar con ella. Molesta porque ella no le devolviera las llamadas, blasfemó. No estaba acostumbrada a ir tras una mujer y aquella tocapelotas, sin proponérselo, lo estaba consiguiendo. Llamó a su compañero Quinn, que pasó a recogerle, fueron a la tienda del campo de fútbol del Inter y luego se dirigieron a La casa della nonna. Los pequeños se volvieron locos al ver entrar a aquellas dos astros del fútbol. Suhaila corrió hacia Britt y ella , feliz, la acogió entre sus brazos. Los
niños estaban encantados con los regalos y la nonna se lo agradeció mucho.
Pero allí tampoco estaba Santana. Según la nonna, dos días antes les había dicho que no regresaría hasta el nueve de enero, pero no le había dicho dónde estaría hasta entonces.
Hanna, sorprendida por ver a la jugadora allí preguntando por su amiga, no supo cómo reaccionar y se quedó sin habla. Aquella mujer era un lujo para la vista, Cuando por fin consiguió dar esquinazo a todos, Hanna llamó por teléfono a Santana y le explicó todo sobre la extraña visita. Ella le dio órdenes de no decir dónde estaba y la obedeció. Se lo debía a su amiga.
Las jugadoras pasaron una bonita mañana con los pequeños y, en especial, Britt con Suhaila, que de nuevo se cogió a su mano y no la soltó. Se marcharon al mediodía y prometieron regresar muy pronto. Al llegar al coche, Britt le pidió a Quinn que lo llevara hasta la casa de Santana. Allí llamó al portero automático con insistencia, pero nadie le abrió.
Santana escuchó los timbrazos mientras hablaba con Hanna por teléfono.
—¿Por qué ha tenido que venir a mi casa?
—Aisss sanny, no lo sé. Pero lo que sí sé es que esa mujer te quiere ver. No ha parado de hacerle preguntas a la nonna sobre ti y ¡oh, Dios…! Tenías que haber visto cómo ha jugado con todos los niños. Por cierto, con Suhaila se le cae la baba. Santana, desesperada, resopló y al escuchar un nuevo timbrazo cuchicheó:
—No pienso abrirle. No quiero tener nada que ver con ella.
—Pero Sanny, eres su fisioterapeuta. Me imagino que ella querrá retomar sus sesiones y…
—Lo sé… luego le enviaré un mensaje al móvil diciéndole que hasta el ocho no podré seguir atendiéndole, pero vamos, ¡que ya se lo dije antes de marcharme de vacaciones!
—Hazlo y, con seguridad, te dejará tranquila. Y cambiando de tema, ¿estás bien?
—Sí.
—¿A qué hora tienes que ir mañana?
—A las nueve tengo la cita.
—¿Irá tu madre contigo?
La joven sonrió y al ver por la ventana que Britt y Quinn se montaban en el coche y se marchaban, añadió:
—Y mi ma y mi hermano ¿realmente crees que alguno se lo perdería?
Cuando acabó de hablar con Hanna, fue hasta el equipo de música y puso a tope su canción preferida de Elvis Presley.
It´s now or nerver, come hold me tight
Kiss me my darling, be mine tonight
Tomorrow will be too late
It´s now or never my love won´t wait.
Sentándose en su sillón preferido, cerró los ojos: necesitaba tranquilizarse. Llevaba dos días con unos dolores terribles de estómago y de cabeza y sabía que eran por los nervios.
Pensar en volver a pasar por lo que ya había pasado en otras ocasiones no era agradable. Y no por lo que implicase para ella sino más bien por lo que suponía para su familia y las personas que la querían.
Durante horas estuvo tirada en aquel sillón escuchando la voz de Elvis. Él siempre la había animado hasta en los peores momentos y al final, con la fuerza de sus canciones y la potencia de su timbre de voz, lo consiguió.
Aquella noche se sumergió en la bañera durante más de una hora. Cuando acabó, cogió el móvil para mandarle un mensaje a Britt, ya estaba casi convencida, pero al final, se arrepintió. Prefirió llamarle, le apetecía escuchar su voz. Tras dos timbrazos, ella atendió el teléfono.
—¿Se puede saber dónde te metes?
—¡Feliz Año Nuevo! Que alegría volver a oír tu melodiosa y siempre agradable voz ¡la echaba de menos! Britt captó la ironía y su peculiar sentido del humor y acabó sonriendo.
—¿Estás de fiesta? Escucho música.
—Sí —le respondió subiendo el volumen del equipo de música.
—¿Dónde estás?
—En una fiesta en casa de unos amigos. Espera que salgo a la terraza para que podamos hablar.
Sin más, abrió la puerta de su terraza y ya con el sonido de la calle, se interesó por ella.
—¿Qué tal tus vacaciones en España?
Britt se tiró en su sillón y apoyando la cabeza en el respaldo, respondió.
—Bien, mi familia está estupendamente y lo pasé genial, ¿y tú?
—Muy bien también, mamá nos ha cebado a todos con sus guisos, pero por lo demás genial, como tú.
Tras un incómodo silencio, la futbolista dijo:
—Oye… te quería pedir perdón por lo que ocurrió el último día que nos vimos. Yo creo que…
—No te preocupes, ya está olvidado. ¿Cómo va tu pierna?
—Bien… creo que la vas a encontrar mucho mejor. En Madrid me visitó el fisioterapeuta que te comenté e hicimos los ejercicios que tú me indicaste, según él, la recuperación de la lesión va viento en popa.
—Me alegra saberlo. Estoy segura de que pronto estarás dándole patadas al balón.
—Vienes mañana, ¿verdad? —le preguntó animado por lo que acababa de oír.
—No, creo que no podré ir a tu casa hasta pasado mañana, en principio —le comentó apoyándose en la barandilla de la terraza.
A Britt no le gustó lo que estaba oyendo y, levantando la cabeza del respaldo del sillón,incómoda, apostilló:
—¿Crees?
—Sí.
—¿Pasado mañana?
—Eso he dicho.
—¿Y por qué? —insistió malhumorada.
—Tengo cosas que hacer y…
Levantándose del sillón, replicó molesta:
—Me da igual lo que tengas que hacer Santana, te quiero aquí mañana y…
—Lo siento, pero no va a poder ser —cortó con rotundidad—. Si quieres despedirme, estás en tu derecho, y lo entenderé. Ya sabes que por mi parte no vas a tener ningún problema; es más, si quieres, ahora mismo te puedo recomendar a algún compañero,conozco a excelentes fisioterapeutas que estarían encantados de atenderte hoy mismo.
Molesta por aquello cabeceó, ¿por qué ella siempre andaba con secretos?
—No quiero a otro fisio, quiero que seas tú quien continúe con mi recuperación.
—Pues con suerte quizá me tengas pasado mañana allí —le contestó Santana, con una sonrisa.
—¿Con suerte?
—Sí.
—¿Qué es eso de «con suerte»? Te voy a cambiar el nombre por «Doña secretitos».
Santana soltó una carcajada por su ocurrencia; realmente le tenía muy intrigada.
—Mira Britt, mi vida privada no te interesa, por lo tanto, pasado mañana ya veremos.
Instantes después, un silencio más que significativo anunciaba la despedida.
—Te dejo.
—Estamos hablando Santana —increpó molesta.
—Lo sé, pero Sam quiere bailar conmigo.
—¿Sam? ¿Es que estás con Sam?
Ella sonrió, mientras abría la puerta de la terraza para que la música tuviera más presencia. En ese momento sonaba Jailhouse Rock, de su amado Elvis.
—Recuerda, estoy en una fiesta y quiero bailar.
Malhumorada por no poder continuar con la conversación, y celosa por saber que estaba con su ex respondió antes de colgar.
—Pásalo bien.
Cuando Santana escuchó el sonido hueco del teléfono se quedó ensimismada mirando al frente: ¿qué narices le estaba ocurriendo con aquella mujer? Ella no se colgaba fácilmente de nadie, pero con Britt era diferente. Al final, entró en su casa, cerró la puerta de la terraza y tras lanzar el móvil hacia el sillón, comenzó a bailar aquel maravilloso rock and roll mientras gritaba:
—¡Voy a pasármelo bien!
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Re: Brittana:Ni lo sueñes /adaptacion cap 29, 30, 31 mas el Epilogo
-12-
A las ocho y media de la mañana Santana iba en el coche con su hermano, con su dos madres . Los cuatro, como una familia unida, se dirigían hacia la clínica donde a Santana le tenían que dar los resultados de unas pruebas. Había llegado el momento: el tan temido momento.
La tensión en el coche era latente, aunque ella intentaba bromear y hacerles reír. Como siempre en esos casos Maribel, la madre de Santana, a pesar de su imponente estatura, parecía pequeñita, era como si el miedo la encogiera, la atenazaba, de hecho. Aparcaron, y en el momento en que caminaban hacia la entrada principal, Santana notó que le costaba respirar, le faltaba el aire; su otra mama la agarró del brazo y le susurró al oído:
—¿Estás bien, pitufa?
—Sí, gran jefa —respondió recuperando la sonrisa y el resuello.
Aquella broma entre su mama Sue y ella surgió cuando su hermana le compró una peluca azul y siempre, siempre, les hacía sonreír.
Fueron hasta la consulta de Oncología. Santana había acudido tantas veces en los últimos años que algunas enfermeras eran prácticamente amigas. Tras despedirse con un beso de sus madres y de Puck su hermano, se marchó acompañada de una enfermera. Su familia la esperaría en una sala privada.
Maribel vio alejarse a su hija y se hundió, no pudo más y comenzó a llorar. Su cabeza se negaba a aceptar que todo comenzara otra vez. Su preciosa hija luchaba contra el miedo a volver a tener cáncer de mama. Un maldito tumor que se le había reproducido ya en varias ocasiones. Santana llevaba dos operaciones, muchas sesiones de quimio y radioterapia y, sobre todo, mucho sufrimiento, pero Santana era fuerte, una luchadora, una guerrera y nunca
se quejaba, aunque cada seis meses había que repetir todo y tocaba despejar miedos.
Santana, con la frialdad que la caracterizaba en esas ocasiones, se desnudó y se dejó hacer. Lo más doloroso lo había hecho tres semanas antes, cuando fue sola a la clínica.
Aquel día la doctora solo iba a hacerle una exploración rutinaria pero no podía evitar sentir pánico por si algo volvía a ir mal.
Veinte minutos después, regresó donde estaba su familia, que la recibió con los brazos abiertos. Antes de que la vieran, Santana trató de recomponerse, intentó volver a ser la chica chispeante de siempre. Pero el miedo invadía todo su cuerpo y se reflejaba en sus ojos. Unos ojos que su familia, y sobre todo su padre, conocían muy bien y que sabían que estaban sufriendo a pesar de su sonrisa.
El oncólogo, acompañado de otra doctora les pidió que pasasen a la consulta. Santana tomó la mano de su madre, expectante. Maribel se la apretó dándole fuerzas. En silencio, durante unos minutos que se hicieron eternos, los médicos cotejaron las pruebas anteriores con las actuales y, tras valorarlas, anunciaron: —Todo está bien, Santana. Los marcadores tumorales son favorables. Tienes que seguir con la medicación, una única toma al día de Tamoxifeno.
—De acuerdo —asintió la joven con el corazón a mil.
—Dentro seis meses nos volvemos a ver.
Maribel, al escuchar los resultados, se tapó la cara con las manos y comenzó a llorar, aliviada, mientras la entrenadora se levantaba para abrazar a su hija. Santana, en ese momento, soltó una risotada y su hermano aplaudió feliz. Una vez se marcharon los doctores, cuando la familia se quedó a solas, abrazados los cuatro, acabaron llorando de alivio. Todo estaba bien y era lo que importaba.
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Re: Brittana:Ni lo sueñes /adaptacion cap 29, 30, 31 mas el Epilogo
-13-
El ocho de enero había llegado. Santana estaba sentada en el porche de La casa della nonna, con una sonrisa de oreja a oreja. Tras el agobio por la incertidumbre, por fin respiraba aliviada. Todo iba bien, otros seis meses de felicidad que pensaba aprovechar al máximo. Sentadas en la parte delantera de la casita mientras los niños jugaban, Santana apretó los puños y cuchicheó.
—Estoy feliz… feliz… feliz.
—Y yo, cielo, que estés bien es una noticia excelente para comenzar el año —le respondió Hanna, emocionada, cogiéndole la mano.
—Tengo cinco meses para vivir locamente y…
—…un mes para agobiarte antes de las nuevas pruebas —acabó la conversación su amiga.
El teléfono advirtió que tenía un mensaje:
Mañana pon el despertador y no te duermas. ¡Te espero!
Lo leyó en voz alta y ambas rieron.
—Te pone mucho esa jugadora, ¿verdad?
—¿Pero tú le has visto? —cuchicheó Santana levantando mucho las cejas.
—Sí, hija, sí. En el anuncio de Reebok se le ve una tableta de chocolate increíble. Por cierto, ¿es de verdad?
—Palabrita del niño Jesus que es de verdad… Y lo mejor: ¡no engorda!
Ambas rieron y Hanna murmuró:
—La verdad es que la tía está que cruje.
—Pero que cruje… que cruje… y recruje.
Hanna, al ver el gesto pecaminoso de su amiga, le dio un codazo y muerta de risa murmuró:
—Sanny, ¿puedo darte un consejo?
—Vas a hacerlo aunque te diga que no, así que, ¡adelante!
Tras soltar una risotada Hanna miró directamente a su amiga a los ojos y musitó:
—Por lo que te ha ocurrido, me has enseñado que la vida hay que vivirla día a día, ¿verdad?
—Sí, signorina.
—Pues bien, aprovecha al máximo estos meses antes de que te vuelva a entrar el agobio.
Vívelos a tope y no dejes para más adelante lo que puedas disfrutar hoy. Si esa tipa te gusta ¡ve a por ella! Devora esas tabletas de chocolate.
—Creo que para disfrutar con ella me sobran meses. —Rio divertida—. Esta amiguita será de los que, tras un par de citas calentitas, dirá ¡ciao, signorina! —ambas rieron y, aclaró—:
Es justo lo que necesito: sexo fácil, sin complicaciones y divertido.
—¿Como Sam?
—Exacto. Algo que sea como lo que tengo con Sam.
Hanna iba a comentar algo pero Santana se le adelantó:
—Creo que Britt estará totalmente recuperada de su lesión muy pronto y retomará su vida normal, por lo que le perderé de vista y todo será más fácil. Lo nuestro es algo físico y, tras un par de encuentros morbosos, tendremos suficiente. Al fin y al cabo, es una tipa muy solicitada por las mujeres más guapas del país y no creo que se centre mucho en mí. En definitiva, quiero sexo y ella estoy segura de que no me lo va a negar.
Hanna sonrió, le encantaba ver a Santana con tanta fuerza, tan enérgica, y colocándole el pelo tras la oreja, añadió:
—¡Vamos…! Sígueme.
Sin saber a cuento de qué, hizo lo que su amiga le pedía, cuando entraron en la casa, Hanna le entregó el bolso y las llaves del coche.
—Ve a verle ahora mismo, sé que lo deseas: me lo dicen tu cara, tus ojos, tu manera de sonreír cuando hablas de ella y su tableta de chocolate, ¿a qué estás esperando?
—¿Ahora? ¿Quieres que vaya a verle ahora?
—Sí, señorita, ahora mismo. Llámale para saber si está en su casa y ve a verle, ¿por qué esperar a mañana?
Santana dejó el bolso sobre la mesa y murmuró:
—No, ahora no, seguro que está acompañada, no quiero jorobarle ningún plan.
Hanna volvió a coger el bolso y se lo colgó en el hombro.
—Soy tu amiga y repito ¡no pierdas el tiempo!, llámale y, si está solo, ve a verle; haz el favor de no dejar para mañana lo que puedas hacer hoy. Es más, pregúntale el número de teléfono de Quinn.
—¿Quinn? —Rio al escuchar el nombre.
—Sí, me gustó y creo que voy a llamarla.
Santana soltó una risotada mientras marcaba el teléfono de Britt; dos timbrazos y ella atendió la llamada.
—¡Hola, tocapelotas!
—Uisss… mal comenzamos. ¿Estás en casa?
—Sí, ¿por qué?
—¿Sola?
Sin entender la pregunta, Britt repreguntó:
—¿Y a ti qué te importa?
—Es por ir a visitarte, estoy cerca y he pensado en pasarme, pero no quería cortarte el rollo si estás con alguna de tus amiguitas.
Britt, que estaba sentada sola en el salón jugando a la Play, dijo rápidamente.
—Puedes venir, no interrumpes nada.
—De acuerdo. —Sonrió mirando a su amiga—. En un rato paso a verte.
Al colgar el teléfono Hanna preguntó con premura:
—Por favor, dime que llevas ropa interior decente o me va a dar algo.
Sin recordar qué se había puesto al salir de casa, Santana se desabrochó la camisa y comprobó que llevaba un bonito conjunto en tono rosa chicle.
—Quizá no es el más sexy, pero creo que puede valer.
Ambas rieron y Hanna soltándole la coleta indicó:
—Déjate el pelo suelto, ganas mucho.
—Vaya… Gracias, mujer.
—Esas botas no son de lo más sexy, la verdad. —Le dejó caer Hanna clavando su mirada en las botas militares de su amiga.
Santana las miró y aclaró al saber lo que Britt pensaba de sus horribles botas.
—Lo sé… ¡le horripilan! Pero las botas se quitan; lo sexy es lo que hay debajo.
Ambas rieron y, diez minutos después, conducía su coche en dirección a la casa de Britt Pierce. Cuando llegó a la puerta con el coche, está se abrió y Santana metió su coche en el interior de la parcela. Al bajar, se sorprendió al ver que Britt y su perra salían a recibirla.
Estaba guapísima con aquella camiseta negra y el pantalón vaquero: pura tentación.
—¡Hola Locaaa!—saludó cariñosamente a la perrita que, al verla, le hizo una fiesta como recibimiento.
Britt las observaba y de pronto se sintió feliz. Desde que Santana le había llamado para anunciar su visita, una sensación desconocida pero muy agradable se instaló en su interior y, como un niña chica, había estado mirando el reloj cada dos por tres. Y de pronto estaba allí: preciosa con su vaquero de camuflaje y su bomber color caqui, parecía una chiquilla.
Una vez acabó de jugar con la perra, Santana se levantó del suelo y le miró fijamente a los ojos de un modo especial.
—¡Feliz año! —le espetó, y sin más. se acercó hasta ella y le plantó dos besos en las mejillas.
Tras ese fugaz contacto, Britt supo lo que quería de ella: algo difícil de conseguir pero tentador, muy tentador. Un día cualquiera se había convertido en un día estupendo, especial, solo porque ella había aparecido por su casa y eso era algo que ella no podía obviar.
Cuando entraron en la casa, Santana se quitó su bomber, la dejó sobre una silla y, cuando se volvió para mirarle, se quedó sin palabras al ver que ella le tendía un paquetito.
—Tu regalo de Reyes.
—¿Me has comprado un regalo? —preguntó alucinada.
—Sí, y vas a aceptarlo. Por favor, dime que sí.
Con una amplia sonrisa ella asintió y empezó a desenvolverlo. Al ver que se trataba de un colgante con la inicial de su nombre murmuró:
—Es precioso, ¡gracias! —y sin más, le correspondió con otro beso en la mejilla. Pero al separarse de ella, en lugar de volver a su posición inicial, se quedó algo más cerca y, sin previo aviso, hizo lo que tenía que hacer: le besó, llevó sus labios junto a los de britt e introduciendo sus dedos en las presillas de los vaqueros para tenerle sujeto, le acercó a su cuerpo y la devoró. Britt sorprendida por aquel arranque inesperado, no desaprovechó la
oportunidad y, tirando la muleta al suelo, la agarró por la cintura y la acercó más a ella.
Durante unos segundos se besaron con los ojos cerrados hasta que de pronto Britt, echándose hacia atrás murmuró:
—¿Qué estás haciendo, Sanny?
—Lo que me apetece —afirmó de puntillas—. Ya te dije que cuando quisiera sexo te lo haría saber y es exactamente eso, sexo, lo que quiero ahora. Britt quedó bloqueada por el arrojo y la determinación de ella, y estaba a punto de reaccionar cuando ella volvió a la carga—. ¿Me vas a decir ahora que no quieres?
Britt estaba excitadísima por el magnetismo que veía en su mirada.
—Te comería toda.
—Pues cómeme.
Ella sonrió, ella también; y volvió a besarle con ímpetu, deseosa de conseguir su objetivo.
Le empujó y le hizo sentar en una silla, acoplándose sobre sus piernas, se colocó encima de Britt, a horcajadas y agarrándole por el pelo como tantas veces había deseado, susurró:
—Hoy es hoy, no pienses en mañana, ¿de acuerdo?
Britt asintió como una boba y se dejó besar. Pocas veces había dejado que una mujer tomara la iniciativa, pero le gustaba ver a Santana tan sensual, le enloquecía sentir sus labios sobre los suyos, sus manos enredándose en su pelo y, sobre todo, su olor y su proximidad.
En décimas de segundo, su centro se humedeció, ¿cómo no iba a reaccionar así con Santana sobre ella? Ella, que fue consciente de su efecto en ella, sonrió y, de inmediato, le sacó la camiseta negra por la cabeza. Con deleite, tocó su fibroso torso desnudo y repasó con su dedo índice los trazos del tatuaje de su hombro que tantas veces había visto pero que nunca
se había atrevido a recorrer de ese modo.
Su boca chupó su hombro con deleite mientras britt le desabrochaba la camisa y esta caía al suelo. Enloquecido por la efusividad de ella la futbolista posó sus manos en su trasero y con fuerza la apretó contra ella mientras le decía en el oído.
—Vamos a la cama, preciosa.
Santana asintió, se levantó y juntos caminaron entre besos hacia su habitación. Britt cerró la puerta y, mirándola, turbada por el deseo, le pidió entre arrumacos, con voz ronca: —Desnúdate.
Santana sonrió al oír aquello y con actitud provocativa, le ordenó:
—Después de ti.
Una frente a la otra fueron despojándose de sus ropas hasta quedar totalmente desnudas y entonces ella, por primera vez, le vio un tatuaje en el que nunca había reparado: una estrella que enmarcaba su pezón derecho.
—¡Que sexy tu tatuaje!
—¿Te gusta? —susurró ella sin dejar de mirarla. Ella asintió y, con voz profunda, añadió
—: Es todo para ti preciosa, disfrútalo.
La respiración de Santana se aceleró, era todo para ella, aquella mujer, al desnudo. Era tremendamente atractiva, sexy y monte de venus, dispuesta a entrar en acción, le resecó la boca, pero al ver cómo su mirada recorría su cuerpo, dijo:
—No soy perfecta, pero llegados a este punto, es lo que hay y…
No pudo decir más, Britt dio un paso adelante y, pegándola a su cuerpo, la besó. Saboreó sus labios mientras sus manos recorrían con ansia su espalda y bajaban hasta las cachas de su trasero y se lo apretaban.
Aquel simple gesto le demostró que Britt ardía de pasión y eso la enloqueció. Santana enredó sus dedos en aquel cabello que tanto le gustaba y se dejó hacer. Las manos de la futbolista pululaban por su cuerpo sin inhibición y eso la excitó.
Ansiaba chupar aquel pezón, enmarcado por el tatuaje de una estrella. Lo buscó con su boca, su lengua paseó alrededor, lo mordisqueó levemente hasta que notó la excitación en la dureza del pezón y lo sopló. Britt se estremeció, disfrutaron de sus cuerpos sin moverse del sitio hasta que ella la cogió en brazos. Santana se asustó.
—¿Qué haces?
—Llevarte a la cama.
—Britt, tu pierna… ten cuidado.
—Tranquila —musitó besándola.
Una vez llegaron a la cama, Britt se sentó en el borde dejándola a ella encima. El roce de sus vaginas atizaba el deseo. Britt, encantada, le chupó primero un pezón y después el otro, mientras ella no dejaba de observarle. Con mimo, pasó su mano por la fina cicatriz de su pecho derecho, y sin reparar en ella, continuó su asolador ataque.
Los minutos pasaron mientras ambos se calentaban sobre la cama inspeccionando sus cuerpos. Britt coloco sus largos dedos cerca del vientre de santana, deslizando de manera cuidadosa y tierna cada mas abajo, toco sus labios vaginales, toco los pliegues, siguió deslizando sus dedos para sentir la humedad de santana. La volvió a colocar a horcadas sobre ella, coloco nuevamente sus dedos muy pero muy cerca de su entrada y dijo
—Vamos, demuéstrame de lo que eres capaz, tocapelotas.
Aquella provocación la hizo reír y moviendo las caderas hacia delante, se clavó totalmente los dedos de britt, y cuando Britt dio un respingo hacia atrás, cuchicheó:
—Prepárate, princesa.
Pero ella ya no pudo contestar: los movimientos de cadera que ella ejercía sentada a horcajadas sobre ella eran maravillosos, gustosos, placenteros. Sabiendo lo que hacía,
El ocho de enero había llegado. Santana estaba sentada en el porche de La casa della nonna, con una sonrisa de oreja a oreja. Tras el agobio por la incertidumbre, por fin respiraba aliviada. Todo iba bien, otros seis meses de felicidad que pensaba aprovechar al máximo. Sentadas en la parte delantera de la casita mientras los niños jugaban, Santana apretó los puños y cuchicheó.
—Estoy feliz… feliz… feliz.
—Y yo, cielo, que estés bien es una noticia excelente para comenzar el año —le respondió Hanna, emocionada, cogiéndole la mano.
—Tengo cinco meses para vivir locamente y…
—…un mes para agobiarte antes de las nuevas pruebas —acabó la conversación su amiga.
El teléfono advirtió que tenía un mensaje:
Mañana pon el despertador y no te duermas. ¡Te espero!
Lo leyó en voz alta y ambas rieron.
—Te pone mucho esa jugadora, ¿verdad?
—¿Pero tú le has visto? —cuchicheó Santana levantando mucho las cejas.
—Sí, hija, sí. En el anuncio de Reebok se le ve una tableta de chocolate increíble. Por cierto, ¿es de verdad?
—Palabrita del niño Jesus que es de verdad… Y lo mejor: ¡no engorda!
Ambas rieron y Hanna murmuró:
—La verdad es que la tía está que cruje.
—Pero que cruje… que cruje… y recruje.
Hanna, al ver el gesto pecaminoso de su amiga, le dio un codazo y muerta de risa murmuró:
—Sanny, ¿puedo darte un consejo?
—Vas a hacerlo aunque te diga que no, así que, ¡adelante!
Tras soltar una risotada Hanna miró directamente a su amiga a los ojos y musitó:
—Por lo que te ha ocurrido, me has enseñado que la vida hay que vivirla día a día, ¿verdad?
—Sí, signorina.
—Pues bien, aprovecha al máximo estos meses antes de que te vuelva a entrar el agobio.
Vívelos a tope y no dejes para más adelante lo que puedas disfrutar hoy. Si esa tipa te gusta ¡ve a por ella! Devora esas tabletas de chocolate.
—Creo que para disfrutar con ella me sobran meses. —Rio divertida—. Esta amiguita será de los que, tras un par de citas calentitas, dirá ¡ciao, signorina! —ambas rieron y, aclaró—:
Es justo lo que necesito: sexo fácil, sin complicaciones y divertido.
—¿Como Sam?
—Exacto. Algo que sea como lo que tengo con Sam.
Hanna iba a comentar algo pero Santana se le adelantó:
—Creo que Britt estará totalmente recuperada de su lesión muy pronto y retomará su vida normal, por lo que le perderé de vista y todo será más fácil. Lo nuestro es algo físico y, tras un par de encuentros morbosos, tendremos suficiente. Al fin y al cabo, es una tipa muy solicitada por las mujeres más guapas del país y no creo que se centre mucho en mí. En definitiva, quiero sexo y ella estoy segura de que no me lo va a negar.
Hanna sonrió, le encantaba ver a Santana con tanta fuerza, tan enérgica, y colocándole el pelo tras la oreja, añadió:
—¡Vamos…! Sígueme.
Sin saber a cuento de qué, hizo lo que su amiga le pedía, cuando entraron en la casa, Hanna le entregó el bolso y las llaves del coche.
—Ve a verle ahora mismo, sé que lo deseas: me lo dicen tu cara, tus ojos, tu manera de sonreír cuando hablas de ella y su tableta de chocolate, ¿a qué estás esperando?
—¿Ahora? ¿Quieres que vaya a verle ahora?
—Sí, señorita, ahora mismo. Llámale para saber si está en su casa y ve a verle, ¿por qué esperar a mañana?
Santana dejó el bolso sobre la mesa y murmuró:
—No, ahora no, seguro que está acompañada, no quiero jorobarle ningún plan.
Hanna volvió a coger el bolso y se lo colgó en el hombro.
—Soy tu amiga y repito ¡no pierdas el tiempo!, llámale y, si está solo, ve a verle; haz el favor de no dejar para mañana lo que puedas hacer hoy. Es más, pregúntale el número de teléfono de Quinn.
—¿Quinn? —Rio al escuchar el nombre.
—Sí, me gustó y creo que voy a llamarla.
Santana soltó una risotada mientras marcaba el teléfono de Britt; dos timbrazos y ella atendió la llamada.
—¡Hola, tocapelotas!
—Uisss… mal comenzamos. ¿Estás en casa?
—Sí, ¿por qué?
—¿Sola?
Sin entender la pregunta, Britt repreguntó:
—¿Y a ti qué te importa?
—Es por ir a visitarte, estoy cerca y he pensado en pasarme, pero no quería cortarte el rollo si estás con alguna de tus amiguitas.
Britt, que estaba sentada sola en el salón jugando a la Play, dijo rápidamente.
—Puedes venir, no interrumpes nada.
—De acuerdo. —Sonrió mirando a su amiga—. En un rato paso a verte.
Al colgar el teléfono Hanna preguntó con premura:
—Por favor, dime que llevas ropa interior decente o me va a dar algo.
Sin recordar qué se había puesto al salir de casa, Santana se desabrochó la camisa y comprobó que llevaba un bonito conjunto en tono rosa chicle.
—Quizá no es el más sexy, pero creo que puede valer.
Ambas rieron y Hanna soltándole la coleta indicó:
—Déjate el pelo suelto, ganas mucho.
—Vaya… Gracias, mujer.
—Esas botas no son de lo más sexy, la verdad. —Le dejó caer Hanna clavando su mirada en las botas militares de su amiga.
Santana las miró y aclaró al saber lo que Britt pensaba de sus horribles botas.
—Lo sé… ¡le horripilan! Pero las botas se quitan; lo sexy es lo que hay debajo.
Ambas rieron y, diez minutos después, conducía su coche en dirección a la casa de Britt Pierce. Cuando llegó a la puerta con el coche, está se abrió y Santana metió su coche en el interior de la parcela. Al bajar, se sorprendió al ver que Britt y su perra salían a recibirla.
Estaba guapísima con aquella camiseta negra y el pantalón vaquero: pura tentación.
—¡Hola Locaaa!—saludó cariñosamente a la perrita que, al verla, le hizo una fiesta como recibimiento.
Britt las observaba y de pronto se sintió feliz. Desde que Santana le había llamado para anunciar su visita, una sensación desconocida pero muy agradable se instaló en su interior y, como un niña chica, había estado mirando el reloj cada dos por tres. Y de pronto estaba allí: preciosa con su vaquero de camuflaje y su bomber color caqui, parecía una chiquilla.
Una vez acabó de jugar con la perra, Santana se levantó del suelo y le miró fijamente a los ojos de un modo especial.
—¡Feliz año! —le espetó, y sin más. se acercó hasta ella y le plantó dos besos en las mejillas.
Tras ese fugaz contacto, Britt supo lo que quería de ella: algo difícil de conseguir pero tentador, muy tentador. Un día cualquiera se había convertido en un día estupendo, especial, solo porque ella había aparecido por su casa y eso era algo que ella no podía obviar.
Cuando entraron en la casa, Santana se quitó su bomber, la dejó sobre una silla y, cuando se volvió para mirarle, se quedó sin palabras al ver que ella le tendía un paquetito.
—Tu regalo de Reyes.
—¿Me has comprado un regalo? —preguntó alucinada.
—Sí, y vas a aceptarlo. Por favor, dime que sí.
Con una amplia sonrisa ella asintió y empezó a desenvolverlo. Al ver que se trataba de un colgante con la inicial de su nombre murmuró:
—Es precioso, ¡gracias! —y sin más, le correspondió con otro beso en la mejilla. Pero al separarse de ella, en lugar de volver a su posición inicial, se quedó algo más cerca y, sin previo aviso, hizo lo que tenía que hacer: le besó, llevó sus labios junto a los de britt e introduciendo sus dedos en las presillas de los vaqueros para tenerle sujeto, le acercó a su cuerpo y la devoró. Britt sorprendida por aquel arranque inesperado, no desaprovechó la
oportunidad y, tirando la muleta al suelo, la agarró por la cintura y la acercó más a ella.
Durante unos segundos se besaron con los ojos cerrados hasta que de pronto Britt, echándose hacia atrás murmuró:
—¿Qué estás haciendo, Sanny?
—Lo que me apetece —afirmó de puntillas—. Ya te dije que cuando quisiera sexo te lo haría saber y es exactamente eso, sexo, lo que quiero ahora. Britt quedó bloqueada por el arrojo y la determinación de ella, y estaba a punto de reaccionar cuando ella volvió a la carga—. ¿Me vas a decir ahora que no quieres?
Britt estaba excitadísima por el magnetismo que veía en su mirada.
—Te comería toda.
—Pues cómeme.
Ella sonrió, ella también; y volvió a besarle con ímpetu, deseosa de conseguir su objetivo.
Le empujó y le hizo sentar en una silla, acoplándose sobre sus piernas, se colocó encima de Britt, a horcajadas y agarrándole por el pelo como tantas veces había deseado, susurró:
—Hoy es hoy, no pienses en mañana, ¿de acuerdo?
Britt asintió como una boba y se dejó besar. Pocas veces había dejado que una mujer tomara la iniciativa, pero le gustaba ver a Santana tan sensual, le enloquecía sentir sus labios sobre los suyos, sus manos enredándose en su pelo y, sobre todo, su olor y su proximidad.
En décimas de segundo, su centro se humedeció, ¿cómo no iba a reaccionar así con Santana sobre ella? Ella, que fue consciente de su efecto en ella, sonrió y, de inmediato, le sacó la camiseta negra por la cabeza. Con deleite, tocó su fibroso torso desnudo y repasó con su dedo índice los trazos del tatuaje de su hombro que tantas veces había visto pero que nunca
se había atrevido a recorrer de ese modo.
Su boca chupó su hombro con deleite mientras britt le desabrochaba la camisa y esta caía al suelo. Enloquecido por la efusividad de ella la futbolista posó sus manos en su trasero y con fuerza la apretó contra ella mientras le decía en el oído.
—Vamos a la cama, preciosa.
Santana asintió, se levantó y juntos caminaron entre besos hacia su habitación. Britt cerró la puerta y, mirándola, turbada por el deseo, le pidió entre arrumacos, con voz ronca: —Desnúdate.
Santana sonrió al oír aquello y con actitud provocativa, le ordenó:
—Después de ti.
Una frente a la otra fueron despojándose de sus ropas hasta quedar totalmente desnudas y entonces ella, por primera vez, le vio un tatuaje en el que nunca había reparado: una estrella que enmarcaba su pezón derecho.
—¡Que sexy tu tatuaje!
—¿Te gusta? —susurró ella sin dejar de mirarla. Ella asintió y, con voz profunda, añadió
—: Es todo para ti preciosa, disfrútalo.
La respiración de Santana se aceleró, era todo para ella, aquella mujer, al desnudo. Era tremendamente atractiva, sexy y monte de venus, dispuesta a entrar en acción, le resecó la boca, pero al ver cómo su mirada recorría su cuerpo, dijo:
—No soy perfecta, pero llegados a este punto, es lo que hay y…
No pudo decir más, Britt dio un paso adelante y, pegándola a su cuerpo, la besó. Saboreó sus labios mientras sus manos recorrían con ansia su espalda y bajaban hasta las cachas de su trasero y se lo apretaban.
Aquel simple gesto le demostró que Britt ardía de pasión y eso la enloqueció. Santana enredó sus dedos en aquel cabello que tanto le gustaba y se dejó hacer. Las manos de la futbolista pululaban por su cuerpo sin inhibición y eso la excitó.
Ansiaba chupar aquel pezón, enmarcado por el tatuaje de una estrella. Lo buscó con su boca, su lengua paseó alrededor, lo mordisqueó levemente hasta que notó la excitación en la dureza del pezón y lo sopló. Britt se estremeció, disfrutaron de sus cuerpos sin moverse del sitio hasta que ella la cogió en brazos. Santana se asustó.
—¿Qué haces?
—Llevarte a la cama.
—Britt, tu pierna… ten cuidado.
—Tranquila —musitó besándola.
Una vez llegaron a la cama, Britt se sentó en el borde dejándola a ella encima. El roce de sus vaginas atizaba el deseo. Britt, encantada, le chupó primero un pezón y después el otro, mientras ella no dejaba de observarle. Con mimo, pasó su mano por la fina cicatriz de su pecho derecho, y sin reparar en ella, continuó su asolador ataque.
Los minutos pasaron mientras ambos se calentaban sobre la cama inspeccionando sus cuerpos. Britt coloco sus largos dedos cerca del vientre de santana, deslizando de manera cuidadosa y tierna cada mas abajo, toco sus labios vaginales, toco los pliegues, siguió deslizando sus dedos para sentir la humedad de santana. La volvió a colocar a horcadas sobre ella, coloco nuevamente sus dedos muy pero muy cerca de su entrada y dijo
—Vamos, demuéstrame de lo que eres capaz, tocapelotas.
Aquella provocación la hizo reír y moviendo las caderas hacia delante, se clavó totalmente los dedos de britt, y cuando Britt dio un respingo hacia atrás, cuchicheó:
—Prepárate, princesa.
Pero ella ya no pudo contestar: los movimientos de cadera que ella ejercía sentada a horcajadas sobre ella eran maravillosos, gustosos, placenteros. Sabiendo lo que hacía,
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: Brittana:Ni lo sueñes /adaptacion cap 29, 30, 31 mas el Epilogo
Ooooh pero como lo dejas ahi! D: justo en la mejor parte :c
Santana tuvo cancer de mama! :o no me lo puedo creer :o
Santana tuvo cancer de mama! :o no me lo puedo creer :o
Susii********-*- - Mensajes : 902
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Re: Brittana:Ni lo sueñes /adaptacion cap 29, 30, 31 mas el Epilogo
bueno, al fin estan juntas intimamente pq no veo de que otra manera pudiera ser con lo terriblemente odiosa que es santana, entiendo lo de su enfermedad, pero no que eso la haga tan insoportable, por lo menos en su trato hacia brittany, ahora a esperar como seran las cosas luego del sexo.
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: Brittana:Ni lo sueñes /adaptacion cap 29, 30, 31 mas el Epilogo
Susii Ayer A Las 10:30 Pm Ooooh pero como lo dejas ahi! D: justo en la mejor parte :c Santana tuvo cancer de mama! :o no me lo puedo creer :o escribió:
no te preocupes la mejor parte continua, y si santana tuvo cancer y la historia no nos ha aclarado, si ya esta a salvo.
Micky Morales Ayer A Las 10:45 Pm bueno, al fin estan juntas intimamente pq no veo de que otra manera pudiera ser con lo terriblemente odiosa que es santana, entiendo lo de su enfermedad, pero no que eso la haga tan insoportable, por lo menos en su trato hacia brittany, ahora a esperar como seran las cosas luego del sexo. escribió:
se han lastimado ambas, pero por lo menos britt ya le va bajando grados a su orgullo, y la verdad las dos son tan complicada cuando quieren
Gracias por comentar
continuemos
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
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Re: Brittana:Ni lo sueñes /adaptacion cap 29, 30, 31 mas el Epilogo
Santana clavó sus manos en aquellos fuertes hombros y comenzó a bajar y a subir sobre los dedos de Brittany. Ella marcaba el ritmo mientras ella no paraba de gemir. Britt intentó hacerse dueña de la situación en varias ocasiones, pero ella no se lo permitió. Cada vez que la agarraba de la
cintura para moverla a su antojo, San le besaba de tal forma que le hacía perder las fuerzas y de nuevo era ella quien la manejaba. Sin poder hacer nada más que quedar a merced de sus deseos y disfrutar de todo lo que
san le hacía sentir, se dedicó observarla y la carne se le puso de gallina al ver que ella, enloquecida de placer, cerraba los ojos y echaba la cabeza hacia atrás. Sus dedos entraban y salía con facilidad proporcionándoles a ambas miles de oleadas de placer hasta que finalmente, San le miró extasiada.
—Ahora, tú.
No hizo falta decir más. Britt la agarró por la cintura y, con dureza, la introdujo más en sus dedos , ambas chillaron: una y otra vez repitió aquella acción hasta que ella se desmadejó entre sus brazos y britt, tras dos empellones más, se dejó ir. Agotada, Britt cayó en la cama y ella quedó encima. Durante varios minutos ambas permanecieron quietas y en silencio procesando lo que acababa de pasar. San, relajada, con la cabeza apoyada en su pecho, cerró los ojos y sonrió. Entonces Britt notó el cosquilleo de su risa, mientras enredaba sus dedos en la melena de ella, haciendo que levantara la cabeza y obligándola a mirarle.
—¿Qué te hace tanta gracia?
No le quitaba ojo al tatuaje de su pezón.
—Lo creas o no, yo me iba a tatuar esa estrella en mi ombligo.
—¿En serio? —rio ella.
—Te lo prometo, por eso cuando lo he visto me ha gustado tanto.
Divertida por aquella mágica coincidencia, tiró de ella hasta tenerla a su altura y, retirándole el pelo de la cara, preguntó con curiosidad:
—¿Por qué hoy?
—¿Por qué hoy, qué? —Le había entendido, pero quiso ganar tiempo para poder pensar la respuesta—. Supongo que porque estoy contenta y me apetecía sexo contigo, nada más, como tú dijiste, somos solteras, sin compromiso y el sexo ¡es sexo! Aunque quiero que te quede clara una cosa.
—¡Tú dirás! —murmuró Britt mordiéndole el lóbulo de la oreja.
Con la carne de gallina por lo que le hacía sentir, como pudo, respondió.
—Esto solo será siempre que yo quiera, que te quede claro.
Britt soltó una risotada y apretándola más contra ella, respondió:
—Creo que no va a ser así. —Y sin dejarla protestar, la volvió a besar y, al abandonar su boca, dijo—: Ahora quiero yo. Enardecida por el deseo que aquella mujer le hacía sentir, Santana cerró los ojos y se dedicó a disfrutar del morbo de aquel instante. Britt, ávida de ella, bajó hasta sus piernas
y abriéndolas tomó todo lo que quería y ella le daba, hasta que nuevo, culminó, una hora después, agotadas y sudorosas, tras haber disfrutado de tres asaltos, se encaminaron a la ducha. Se refrescaron entre besos y jugueteos y, cuando salieron del baño,
ella dijo:
—Quiero decirte dos cosas, pero me da un poco de vergüenza.
Sorprendida Britt porque ella se mostrara tan pudorosa tras lo ocurrido entre ellas, le preguntó revolviéndole el pelo.
—Tú dirás, vergonzosa.
Enrollándose en una esponjosa toalla, San dijo:
—Lo que ha ocurrido entre tú y yo, debe quedar solo entre nosotros, ¿entendido?
—Por supuesto, pido la misma discreción por tu parte, ¿y lo segundo?
Santana sonrió y con cara de circunstancias, murmuró:
—Las tripas no paran de rugirme, ¿comemos algo?
Britt soltó una carcajada y secándose con la toalla con vigorosidad, añadió:
—Por supuesto, vamos a vestirnos y te preparo lo que quieras.
Entre risas, se pusieron la ropa interior. Luego San se puso la camisa y se calzó las botas mientras Britt solo se ponía los vaqueros.
—Vaya botas ¡son tremendas!
San levantó la pierna y divertida añadió.
—No son como las que suelen utilizar tus conquistas, ¿verdad?
Britt, divertida, negó con la cabeza y dándole un rápido beso, lo reconoció.
—Pues no, para que te lo voy a negar.
Llegaron hasta la cocina entre bromas. Allí Britt preparó unas tortillas francesas mientras ella aliñaba una suculenta ensalada.
Tenían un hambre atroz. El sexo abría el apetito y comieron con voracidad mientras charlaban cordialmente.
—¿En serio estuviste en el concierto que Beyoncé dio aquí, en Milán?
—Sí, ¿no me digas que tú también?
Britt asintió y las dos se carcajearon. Hablaron de música, de cine, de sus gustos y aficiones y mientras Santana se terminaba el yogurt ella dijo:
—Si sigues chupando de esa manera la cucharita, creo que voy a por otros tres asaltos.
—¿En serio? —respondió ella repitiendo el gesto, esta vez mucho más seductoramente, sin sutilezas.
Divertida por su naturalidad, Britt se levantó y fue hasta su equipo de música, quería refrescar un poco sus ideas. Ella dejó el yogurt sobre la encimera y se acercó a britt.
—¿Qué música vas a poner?
—Estoy entre Coldplay o Maroon5, ¿qué prefieres?
—¿No tienes nada de Elvis?
Animada, la miró, la agarró por la cintura y le respondió dirigiéndose a su boca.
—Pues no, no tengo nada de Elvis.
—Pues no sabes lo que te pierdes —murmuró besándola.
Gustosa, aceptó aquel beso con sabor a yogurt.
—¿Qué te parece si nos olvidamos de la música y regresamos a la cama?
Ella sonrió, la oferta era realmente muy tentadora, pero le propuso.
—Me parece una idea excelente, pero antes quiero que escuches a Elvis.
—¿A Elvis?
Ella asintió y, desasiéndose de sus brazos, vestida únicamente con su camisa y unas braguitas, dijo mientras se cubría con un plumífero azulón de britt.
—Voy a por música.
—¿Te has vuelto loca? ¿A dónde vas?
—Voy un segundo a mi coche.
—Te vas a congelar, Sanny. Ni se te ocurra salir o…
Pero sin escucharle, salió de la casa y antes de que Britt llegara a la puerta para recriminarla, ella ya entraba corriendo mientras gritaba.
—¡Diosss, qué fríooo!
Alegre por su locura, soltó una carcajada y, San le abrazó en busca de calorcito mientras saltaba para atemperarse. Ese contacto, esa cercanía, ese momento, a Britt le pareció mágico. Su naturalidad, su olor, el tacto de su piel, todo en ella era distinto, especial. Britt metió sus manos bajo el chaquetón de plumas para acercarla más a Santana y al bajarlas y tocarle
el trasero, lo notó congelado.
—Te dije que hacía frío, loca…que estás muy loca.
—Mira… ahora sí que me llamo como tu perra.
Britt volvió a reír y ella, soltándose, se quitó el plumas quedándose solo vestida con la camisa y las bragas. Se dirigió hacia el equipo de música e introdujo un CD, reprodujo la canción número dos y dijo, mientras comenzaba a sonar It´s now or never…
—Para mí esta es la mejor canción de Elvis y siempre me la pongo cuando necesito tomar una decisión. Escucha su voz y el sentimiento con el que la canta.
It´s now or never,
come hold me tight
Kiss me my darling
Be mine tonight
Tomorrow will be too late
It´s now or never
My love won´t wait
Una frente a la otra escucharon la canción; Santana cerró los ojos para cantarla. Sin ningún tipo de sentido del ridículo, le agarró las manos mientras cantaba en un perfecto inglés. Sin querer romper la magia del instante, la observó cantar. Santana era diferente, divertida y chispeante, algo que ella apreciaba más de lo que ella podía imaginarse.
Cuando la canción acabó, la atrajo hacia ella y la besó, le devoró los labios con deseo; y ella no opuso ninguna resistencia, vibraba con su contacto. Se saborearon con deleite cuando empezó a sonar otra canción de Elvis.
—¿A que es una chulada esa canción?
—Sí, reconozco que es bonita, casi tanto como tú.
—Wooo ¿eso ha sido un piropo? ¿Estás enferma? —Britt rio y ella cuchicheó—: Dios, esta noche no duermo,Brittany Pierce me ha dedicado un piropo.
Ella volvió a reír, después le dio un beso y al final dijo:
—Me ha sorprendido lo bien que cantas en inglés.
—Hablo español, inglés e italiano.
—Vaya… además de ser una estupenda tocapelotas y fisioterapeuta, eres trilingüe.
—Ajá… ¿Tú no sabes hablar inglés?
Britt soltó una carcajada y cuchicheó besándola en el cuello.
—Soy nefasta, lo he intentado mil veces, pero siempre llego a un punto en el que me estanco y al final lo dejo. Pero tú me puedes enseñar, ¿no crees?
—Vale… pero te saldré cara.
Al decir aquello ambos rieron y ella preguntó:
—¿Qué quiere decir el título de la canción que hemos bailado?
—It´s now or never quiere decir «es ahora o nunca».
—Mmmmm… tentador título —murmuró mordiéndole el cuello.
Ella soltó una risotada y Britt la besó. Tras ese beso llegó otro e instantes después excitadas la volvió a coger entre sus brazos y la llevó hasta su cama; cuando la soltó, la miró con sensualidad y se tumbó sobre ella.
—No sé cómo lo haces pero me estás volviendo loca.
—Te dije que tengo encantos ocultos —se mofó San.
—Dame tus pies. Voy a quitarte esas botas antes de que me des una patada con ellas.
—Son precisamente para eso. El que se pasa conmigo, las prueba —le comentó con sorna mientras ella la descalzaba.
Extasiada por lo que ella le hacía sentir, una vez le quitó las pesadas botas, acercó sus labios hasta su pecho derecho y se introdujo el pezón en la boca, endureciéndolo con el contacto de sus dientes; segundos después, hizo lo mismo con el otro pecho y, cuando ella soltó un gemido de placer, se movió y, quitándole las manos de sus pechos, murmuró tomando el mando de la situación.
—Túmbate.
Britt hizo caso y ella se sentó sobre ella. Las manos de Britt volaron por la espalda de ella.
—Me encanta la suavidad de tu piel y tu olor. —Ella sonrió mientras ella bajaba su mano.
Al llegar a su trasero y apretarlo, cuchicheó—: Tienes un culito redondo y…
—¿Gordo? —preguntó mirándole.
Britt no contestó de inmediato, así que ella se incorporó como si tuviera un resorte en la cintura.
—Ya te dije, que soy lo que ves… nada más.
Britt quiso agarrarla para que volviera a tumbarse sobre ella, no quería romper la magia de aquel precioso momento, pero ella, con un movimiento rápido, se levantó y se alejó de la cama. Tumbada, la observó mientras ella se volvía a poner la camisa y preguntó:
—¿Se puede saber qué te pasa ahora?
—Odio que me mires así.
—¿Así? ¿Cómo? —Como si estuvieras buscando mis hoyitos de la celulitis. —Bloqueada por aquel cambio de humor tan radical fue a decir algo cuando ella añadió—: Sí, tengo celulitis como la mitad de las mujeres del mundo, ¿y qué? —Britt no contestó y ella prosiguió—. Britt, que nos conocemos ya, que sé lo que piensas de mí y de mi cuerpo aunque nos hayamos acostado.
Molesta por lo que acababa de escuchar, clavó su mirada en ella y con voz ronca, susurró:
—Creo que hablas sin saber.
—¿Sin saber?
—Sí, sin saber —asintió—. Cuando he hablado de tu trasero, era para decir algo bonito, no para que te lo tomaras como te lo has tomado.
Sorprendida por aquello, le miró y añadió:
—Te recuerdo que me dijiste que te gustan las mujeres técnicamente perfectas. Que la perfección para ti es un elemento muy importante y…
—¿Tan superficial crees que soy?
—¡Sí, joder! —Resopló.
Pasmada, se sentó en la cama y preguntó boquiabierta:
—¿Has dicho «joder»?
—Sí, ¿qué pasa? ¿algo que objetar?
Cada vez más estupefacta por la reacciones de ella, añadió:
—Te juro que hoy me estás dejando sin palabras, primero me llamas, luego vienes a mi casa y me seduces, y ahora te pones de mal humor por algo que tú presupones que yo iba a decir de tu trasero, incluso te enfadas y dices tacos… Increíble.
Santana iba defender su punto de vista, cuando de pronto le sonó el móvil. Caminó hasta la mesilla y, al ver que era Hanna atendió la llamada.
—¿Qué ocurre?
—Aisss Sanny, siento cortarte el rollo
La angustia en la voz de su amiga la inquietó y preguntó:
—¡Dios, no me asustes!, ¿qué pasa?
—Se trata de Israel, me ha dicho la nonna que hoy llegó del colegio muy enfadado y que después le vio irse con el pandillero ese con el que hemos tenido problemas.
—¡¿Luppo?!
—Sí, ese.
—¿Qué se ha ido con Luppo?, ¿con ese delincuente?
—Sí.
—Yo lo mato cuando lo encuentre —siseó mirando a su alrededor en busca de su ropa—. ¿Dónde está? ¿Sabes dónde se ha ido?
—Le han visto en los billares de via San Vittore. Ay, San, es que yo no puedo ir a buscarle, estoy sola en la casita con los niños. La nonna se ha ido al médico con Francesco y Chelso y no puedo irme y dejar al resto de los niños solos. He llamado a Gina pero está fuera de Milán, y a Agustina no la encuentro. Lo siento, pero solo te he podido localizar a ti.
—No te preocupes, has hecho bien —dijo poniéndose los calcetines—. Iré a por él y lo llevaré de vuelta a casa, no te preocupes.
—San, ten cuidado que te conozco.
—Tranquila contendré las ganas que tengo de matar a ese hijo de su madre.
—Sany, no me asustes que cuando te enfadas eres muy bruta.
—Tranquila, Hanna, no pasará nada.
Cuando colgó, Britt, que había escuchado la conversación telefónica desde la cama, al ver que ella se vestía en un periquete, la interrogó:
—Y ahora, ¿se puede saber a dónde vas?
—Tengo que resolver algo importante, así que, nuestra fiestecita sexual ¡se acabó! Su tono de voz… Nunca le había escuchado aquel tono y, acercándose a ella, la agarró del mentón para que lo mirara.
—Si te vas por lo que no he dicho de tu trasero yo…
Echándose hacia atrás, se liberó de su mano y respondió cortante.
—Mira, Britt, no me voy por esa tontería, mi trasero me importa tres pitos, aunque mira, no me lo recuerdes o me voy a enfadar, ¿de acuerdo?
Era la primera vez desde que la conocía que la veía seria de verdad, sin su perenne sonrisa.
—¿Qué ocurre?
—Ya te lo he dicho, tengo cosas que solucionar —respondió mientras se ponía los vaqueros de camuflaje.
Estaba cansada de que ella no estuviera siendo clara con ella, así que la empujó hacia la cama; ella cayó sobre el colchón y britt la retuvo, sentándose a horcajadas sobre ella.
—O me dices que pasa o de aquí no te mueves.
—¡Suéltame!
—¡Wooo…! pero si mi tocapelotas tiene genio. Vaya,vaya —se mofó al escucharla. Santana se revolvió, pero Britt la tenía bien cogida y al final gritó descolocándola totalmente.
—Suéltame, ¡maldita sea! No estoy jugando, tengo que ir a buscar a Israel antes de que se meta en problemas.
—¿Israel, el hermano de Suhaila?
—Sí, me ha llamado Hanna para decirme que Israel se ha marchado con Luppo, ese muchacho es un pandillero de lo peor que te puedas echar a la cara, un delincuente que ha enrolado en sus filas a dos niños que se criaron en la casita: Teo y Mikel, ellos ahora son mayores de edad y pasan droga para ese sinvergüenza por un miseria y me niego a que haga lo mismo con Israel.
—¿Y por qué no llamas a los carabinieri?
—Porque ellos no van a hacer nada, que Israel esté con Luppo no es un delito. Pero para mí, que se relacione con él, significa que está buscando nuevos chavales e Israel tiene catorce años y…
La soltó de inmediato y empezó a ponerse los vaqueros y una camisa.
—Te acompaño.
—No —negó ella levantándose.
La cogió del brazo, la detuvo y, con un gesto tan serio como el de ella, insistió:
—Espérame, Sanny.
—Estás lesionada y no quiero que te pase nada por mi culpa. No vienes, no te lo permito. Britt resopló y, con furia en la mirada, siseó lentamente.
—He dicho que te acompaño.
La joven soltó un gemido de frustración y salió de la habitación; Britt se vistió a toda prisa, a tiempo para alcanzarla cuando ella salía de la casa, sin mediar palabra, se montaron en el coche de la joven y fueron hasta la via San Vittore. Una vez aparcaron, caminaron hacia uno conocidos billares.
—¿Estás bien? —preguntó Britt apoyada en su muleta antes de entrar.
Sin hablar, ella asintió, pero por el gesto de su cara, ella sabía que mentía, estaba desconcertada: ¿dónde estaba la sonrisa perpetua? Y sin dejar que se moviera, murmuró: —San… me estás preocupando.
Ella sonrió, pero su sonrisa no fue cálida, al revés, fue fría y se soltó de ella con brusquedad.
—No te preocupes, sé a quién me enfrento.
Cuando ella abrió con fuerza la puerta de aquellos billares, varios jovencitos les miraron con curiosidad. Entre ellos se encontraban Mikel y Teo que, al verla, bajaron la mirada avergonzados. Santana les miró furiosa pero no les dijo nada. Ellos eran mayores de edad y habían decidido la vida que querían llevar, pero la cara de muchos de aquellos chavales cambió al reconocer a Brittany Pierce aquella era la delantera del Inter, ¿qué hacía allí esa
celebridad?
Santana escaneó con la mirada el local hasta que vio a Israel al fondo sentado con Luppo, hablaban mientras tomaban unas cervezas. La indignación invadió su cuerpo y se dirigió a ellos como un toro miura. Britt, impresionada, la siguió ante la atenta mirada de todos. De pronto vio que ella se paraba ante una maquina de hielo, la abría y cogía una bolsa.
—¿Para qué quieres el hielo? —preguntó Britt.
—Tranquilo, para ti no es —respondió furiosa.
Con la bolsa de hielo en la mano continuó andando hacia donde estaban los muchachos y cuando estuvo lo suficientemente cerca, gritó:
—¡Israel!
El muchacho dio un salto en su asiento y se volvió: ¿qué hacía ella allí? Santana, al ver cómo la miraba, siseó:
—¡Ven aquí ahora mismo!
El muchacho, al escuchar su tono de voz, sorprendido, se levantó y ella gritó de nuevo: —¡Israel, joder, como tenga que ir yo a por ti lo vas a lamentar!
Israel se acercó a ella y preguntó:
—¿Qué haces aquí?
—No, Israel, ¿qué haces tú aquí? —No recibió respuesta—. ¿Sabes que lo único que puede darte este idiota son problemas y aun así estás aquí?
El muchacho movió la cabeza y tras mirar a una desconcertada Britt, pasmada junto a ella, cuchicheó bajando la voz.
—Lo sé, tienes razón, Sanny.
Luppo, sonriendo, se levantó y abriendo los brazos, cuchicheó:
—Vaya… vaya… pero si es la princesita mala leche, ¿vienes a verme a mí, preciosa?
—Pues va a ser que no, imbécil —siseó Santana.
—Si tanto te gusto, vente conmigo al cuarto trasero, prometo darte lo que has venido a buscar. —Le dejó caer con una sonrisa que no gustó nada a Britt.
Israel, al escuchar aquello, se volvió con furia, pero antes de poder decir nada, Britt pronunció alto y claro.
—Ten cuidado con lo que dices, no sea que con quien te metas en ese cuarto trasero sea conmigo y sea yo quien dé lo que estás buscando.
El delincuente soltó una risotada; Santana cogió a Israel del brazo y lo puso tras ella cuando siseó:
—Mira Luppo, no hagas que me enfade más y cierra esa bocaza que tienes.
—¿O qué? —se enfrentó aquel con descaro.
Santana, con una fría sonrisa, dio un paso adelante y le amenazó con una chulería impresionante.
—Como te vuelvas a acercar a cualquiera de mis chicos, te juro que te corto las pelotas. Te lo dije una vez y no soy persona a la que le guste repetir las cosas.
—¿Quieres quedarte otra vez sin coche? —se mofó aquel.
Su tono, su cara y sus palabras hicieron que Santana lo fulminara con la mirada, y acercando su rostro al de él, le advirtió:
—¡Atrévete!
Britt no entendía nada, ¿pero qué pasaba allí? Sorprendida al escucharla hablar con esa dureza, la miró. ¿Pero dónde estaba la dulce Santana? Luppo, aquel maldito delincuente, sonrió desafiante. Se acercó más a ella, pero Santana no se inmutó. Israel fue a meterse por medio, cuando Britt cogiéndole del brazo, le hizo retroceder, e interponiéndose entre Santana y aquel idiota dijo en tono intimidatorio:
—Como te acerques más a ella o le toques un pelo, te las verás conmigo, ¿entendido?
Luppo, al reconocer a Britt sonrió, pero mirando la muleta cuchicheó:
—Ten cuidado tú, no salgas peor de como entraste.
A Britt no le dio tiempo a responder, Santana se puso delante de ella y con todas sus fuerzas le dio una patada en la entrepierna a Luppo, que cayó doblado al suelo con un gran gesto de dolor. Israel y Britt se miraron alucinados: ¿pero qué había hecho aquella loca?
Ella, sin cambiar su gesto, le plantó la bota militar sobre el trasero y, sin agacharse, le tiró la bolsa de hielo.
—Toma, la necesitarás. Y recuerda, si no quieres vértelas conmigo, aléjate de mis chicos y de mi coche.
Dicho esto, cogió a Israel del brazo y, con paso firme y seguro, salió del local ante la cara de asombro total de Britt y de todos los que los observaban.
cintura para moverla a su antojo, San le besaba de tal forma que le hacía perder las fuerzas y de nuevo era ella quien la manejaba. Sin poder hacer nada más que quedar a merced de sus deseos y disfrutar de todo lo que
san le hacía sentir, se dedicó observarla y la carne se le puso de gallina al ver que ella, enloquecida de placer, cerraba los ojos y echaba la cabeza hacia atrás. Sus dedos entraban y salía con facilidad proporcionándoles a ambas miles de oleadas de placer hasta que finalmente, San le miró extasiada.
—Ahora, tú.
No hizo falta decir más. Britt la agarró por la cintura y, con dureza, la introdujo más en sus dedos , ambas chillaron: una y otra vez repitió aquella acción hasta que ella se desmadejó entre sus brazos y britt, tras dos empellones más, se dejó ir. Agotada, Britt cayó en la cama y ella quedó encima. Durante varios minutos ambas permanecieron quietas y en silencio procesando lo que acababa de pasar. San, relajada, con la cabeza apoyada en su pecho, cerró los ojos y sonrió. Entonces Britt notó el cosquilleo de su risa, mientras enredaba sus dedos en la melena de ella, haciendo que levantara la cabeza y obligándola a mirarle.
—¿Qué te hace tanta gracia?
No le quitaba ojo al tatuaje de su pezón.
—Lo creas o no, yo me iba a tatuar esa estrella en mi ombligo.
—¿En serio? —rio ella.
—Te lo prometo, por eso cuando lo he visto me ha gustado tanto.
Divertida por aquella mágica coincidencia, tiró de ella hasta tenerla a su altura y, retirándole el pelo de la cara, preguntó con curiosidad:
—¿Por qué hoy?
—¿Por qué hoy, qué? —Le había entendido, pero quiso ganar tiempo para poder pensar la respuesta—. Supongo que porque estoy contenta y me apetecía sexo contigo, nada más, como tú dijiste, somos solteras, sin compromiso y el sexo ¡es sexo! Aunque quiero que te quede clara una cosa.
—¡Tú dirás! —murmuró Britt mordiéndole el lóbulo de la oreja.
Con la carne de gallina por lo que le hacía sentir, como pudo, respondió.
—Esto solo será siempre que yo quiera, que te quede claro.
Britt soltó una risotada y apretándola más contra ella, respondió:
—Creo que no va a ser así. —Y sin dejarla protestar, la volvió a besar y, al abandonar su boca, dijo—: Ahora quiero yo. Enardecida por el deseo que aquella mujer le hacía sentir, Santana cerró los ojos y se dedicó a disfrutar del morbo de aquel instante. Britt, ávida de ella, bajó hasta sus piernas
y abriéndolas tomó todo lo que quería y ella le daba, hasta que nuevo, culminó, una hora después, agotadas y sudorosas, tras haber disfrutado de tres asaltos, se encaminaron a la ducha. Se refrescaron entre besos y jugueteos y, cuando salieron del baño,
ella dijo:
—Quiero decirte dos cosas, pero me da un poco de vergüenza.
Sorprendida Britt porque ella se mostrara tan pudorosa tras lo ocurrido entre ellas, le preguntó revolviéndole el pelo.
—Tú dirás, vergonzosa.
Enrollándose en una esponjosa toalla, San dijo:
—Lo que ha ocurrido entre tú y yo, debe quedar solo entre nosotros, ¿entendido?
—Por supuesto, pido la misma discreción por tu parte, ¿y lo segundo?
Santana sonrió y con cara de circunstancias, murmuró:
—Las tripas no paran de rugirme, ¿comemos algo?
Britt soltó una carcajada y secándose con la toalla con vigorosidad, añadió:
—Por supuesto, vamos a vestirnos y te preparo lo que quieras.
Entre risas, se pusieron la ropa interior. Luego San se puso la camisa y se calzó las botas mientras Britt solo se ponía los vaqueros.
—Vaya botas ¡son tremendas!
San levantó la pierna y divertida añadió.
—No son como las que suelen utilizar tus conquistas, ¿verdad?
Britt, divertida, negó con la cabeza y dándole un rápido beso, lo reconoció.
—Pues no, para que te lo voy a negar.
Llegaron hasta la cocina entre bromas. Allí Britt preparó unas tortillas francesas mientras ella aliñaba una suculenta ensalada.
Tenían un hambre atroz. El sexo abría el apetito y comieron con voracidad mientras charlaban cordialmente.
—¿En serio estuviste en el concierto que Beyoncé dio aquí, en Milán?
—Sí, ¿no me digas que tú también?
Britt asintió y las dos se carcajearon. Hablaron de música, de cine, de sus gustos y aficiones y mientras Santana se terminaba el yogurt ella dijo:
—Si sigues chupando de esa manera la cucharita, creo que voy a por otros tres asaltos.
—¿En serio? —respondió ella repitiendo el gesto, esta vez mucho más seductoramente, sin sutilezas.
Divertida por su naturalidad, Britt se levantó y fue hasta su equipo de música, quería refrescar un poco sus ideas. Ella dejó el yogurt sobre la encimera y se acercó a britt.
—¿Qué música vas a poner?
—Estoy entre Coldplay o Maroon5, ¿qué prefieres?
—¿No tienes nada de Elvis?
Animada, la miró, la agarró por la cintura y le respondió dirigiéndose a su boca.
—Pues no, no tengo nada de Elvis.
—Pues no sabes lo que te pierdes —murmuró besándola.
Gustosa, aceptó aquel beso con sabor a yogurt.
—¿Qué te parece si nos olvidamos de la música y regresamos a la cama?
Ella sonrió, la oferta era realmente muy tentadora, pero le propuso.
—Me parece una idea excelente, pero antes quiero que escuches a Elvis.
—¿A Elvis?
Ella asintió y, desasiéndose de sus brazos, vestida únicamente con su camisa y unas braguitas, dijo mientras se cubría con un plumífero azulón de britt.
—Voy a por música.
—¿Te has vuelto loca? ¿A dónde vas?
—Voy un segundo a mi coche.
—Te vas a congelar, Sanny. Ni se te ocurra salir o…
Pero sin escucharle, salió de la casa y antes de que Britt llegara a la puerta para recriminarla, ella ya entraba corriendo mientras gritaba.
—¡Diosss, qué fríooo!
Alegre por su locura, soltó una carcajada y, San le abrazó en busca de calorcito mientras saltaba para atemperarse. Ese contacto, esa cercanía, ese momento, a Britt le pareció mágico. Su naturalidad, su olor, el tacto de su piel, todo en ella era distinto, especial. Britt metió sus manos bajo el chaquetón de plumas para acercarla más a Santana y al bajarlas y tocarle
el trasero, lo notó congelado.
—Te dije que hacía frío, loca…que estás muy loca.
—Mira… ahora sí que me llamo como tu perra.
Britt volvió a reír y ella, soltándose, se quitó el plumas quedándose solo vestida con la camisa y las bragas. Se dirigió hacia el equipo de música e introdujo un CD, reprodujo la canción número dos y dijo, mientras comenzaba a sonar It´s now or never…
—Para mí esta es la mejor canción de Elvis y siempre me la pongo cuando necesito tomar una decisión. Escucha su voz y el sentimiento con el que la canta.
It´s now or never,
come hold me tight
Kiss me my darling
Be mine tonight
Tomorrow will be too late
It´s now or never
My love won´t wait
Una frente a la otra escucharon la canción; Santana cerró los ojos para cantarla. Sin ningún tipo de sentido del ridículo, le agarró las manos mientras cantaba en un perfecto inglés. Sin querer romper la magia del instante, la observó cantar. Santana era diferente, divertida y chispeante, algo que ella apreciaba más de lo que ella podía imaginarse.
Cuando la canción acabó, la atrajo hacia ella y la besó, le devoró los labios con deseo; y ella no opuso ninguna resistencia, vibraba con su contacto. Se saborearon con deleite cuando empezó a sonar otra canción de Elvis.
—¿A que es una chulada esa canción?
—Sí, reconozco que es bonita, casi tanto como tú.
—Wooo ¿eso ha sido un piropo? ¿Estás enferma? —Britt rio y ella cuchicheó—: Dios, esta noche no duermo,Brittany Pierce me ha dedicado un piropo.
Ella volvió a reír, después le dio un beso y al final dijo:
—Me ha sorprendido lo bien que cantas en inglés.
—Hablo español, inglés e italiano.
—Vaya… además de ser una estupenda tocapelotas y fisioterapeuta, eres trilingüe.
—Ajá… ¿Tú no sabes hablar inglés?
Britt soltó una carcajada y cuchicheó besándola en el cuello.
—Soy nefasta, lo he intentado mil veces, pero siempre llego a un punto en el que me estanco y al final lo dejo. Pero tú me puedes enseñar, ¿no crees?
—Vale… pero te saldré cara.
Al decir aquello ambos rieron y ella preguntó:
—¿Qué quiere decir el título de la canción que hemos bailado?
—It´s now or never quiere decir «es ahora o nunca».
—Mmmmm… tentador título —murmuró mordiéndole el cuello.
Ella soltó una risotada y Britt la besó. Tras ese beso llegó otro e instantes después excitadas la volvió a coger entre sus brazos y la llevó hasta su cama; cuando la soltó, la miró con sensualidad y se tumbó sobre ella.
—No sé cómo lo haces pero me estás volviendo loca.
—Te dije que tengo encantos ocultos —se mofó San.
—Dame tus pies. Voy a quitarte esas botas antes de que me des una patada con ellas.
—Son precisamente para eso. El que se pasa conmigo, las prueba —le comentó con sorna mientras ella la descalzaba.
Extasiada por lo que ella le hacía sentir, una vez le quitó las pesadas botas, acercó sus labios hasta su pecho derecho y se introdujo el pezón en la boca, endureciéndolo con el contacto de sus dientes; segundos después, hizo lo mismo con el otro pecho y, cuando ella soltó un gemido de placer, se movió y, quitándole las manos de sus pechos, murmuró tomando el mando de la situación.
—Túmbate.
Britt hizo caso y ella se sentó sobre ella. Las manos de Britt volaron por la espalda de ella.
—Me encanta la suavidad de tu piel y tu olor. —Ella sonrió mientras ella bajaba su mano.
Al llegar a su trasero y apretarlo, cuchicheó—: Tienes un culito redondo y…
—¿Gordo? —preguntó mirándole.
Britt no contestó de inmediato, así que ella se incorporó como si tuviera un resorte en la cintura.
—Ya te dije, que soy lo que ves… nada más.
Britt quiso agarrarla para que volviera a tumbarse sobre ella, no quería romper la magia de aquel precioso momento, pero ella, con un movimiento rápido, se levantó y se alejó de la cama. Tumbada, la observó mientras ella se volvía a poner la camisa y preguntó:
—¿Se puede saber qué te pasa ahora?
—Odio que me mires así.
—¿Así? ¿Cómo? —Como si estuvieras buscando mis hoyitos de la celulitis. —Bloqueada por aquel cambio de humor tan radical fue a decir algo cuando ella añadió—: Sí, tengo celulitis como la mitad de las mujeres del mundo, ¿y qué? —Britt no contestó y ella prosiguió—. Britt, que nos conocemos ya, que sé lo que piensas de mí y de mi cuerpo aunque nos hayamos acostado.
Molesta por lo que acababa de escuchar, clavó su mirada en ella y con voz ronca, susurró:
—Creo que hablas sin saber.
—¿Sin saber?
—Sí, sin saber —asintió—. Cuando he hablado de tu trasero, era para decir algo bonito, no para que te lo tomaras como te lo has tomado.
Sorprendida por aquello, le miró y añadió:
—Te recuerdo que me dijiste que te gustan las mujeres técnicamente perfectas. Que la perfección para ti es un elemento muy importante y…
—¿Tan superficial crees que soy?
—¡Sí, joder! —Resopló.
Pasmada, se sentó en la cama y preguntó boquiabierta:
—¿Has dicho «joder»?
—Sí, ¿qué pasa? ¿algo que objetar?
Cada vez más estupefacta por la reacciones de ella, añadió:
—Te juro que hoy me estás dejando sin palabras, primero me llamas, luego vienes a mi casa y me seduces, y ahora te pones de mal humor por algo que tú presupones que yo iba a decir de tu trasero, incluso te enfadas y dices tacos… Increíble.
Santana iba defender su punto de vista, cuando de pronto le sonó el móvil. Caminó hasta la mesilla y, al ver que era Hanna atendió la llamada.
—¿Qué ocurre?
—Aisss Sanny, siento cortarte el rollo
La angustia en la voz de su amiga la inquietó y preguntó:
—¡Dios, no me asustes!, ¿qué pasa?
—Se trata de Israel, me ha dicho la nonna que hoy llegó del colegio muy enfadado y que después le vio irse con el pandillero ese con el que hemos tenido problemas.
—¡¿Luppo?!
—Sí, ese.
—¿Qué se ha ido con Luppo?, ¿con ese delincuente?
—Sí.
—Yo lo mato cuando lo encuentre —siseó mirando a su alrededor en busca de su ropa—. ¿Dónde está? ¿Sabes dónde se ha ido?
—Le han visto en los billares de via San Vittore. Ay, San, es que yo no puedo ir a buscarle, estoy sola en la casita con los niños. La nonna se ha ido al médico con Francesco y Chelso y no puedo irme y dejar al resto de los niños solos. He llamado a Gina pero está fuera de Milán, y a Agustina no la encuentro. Lo siento, pero solo te he podido localizar a ti.
—No te preocupes, has hecho bien —dijo poniéndose los calcetines—. Iré a por él y lo llevaré de vuelta a casa, no te preocupes.
—San, ten cuidado que te conozco.
—Tranquila contendré las ganas que tengo de matar a ese hijo de su madre.
—Sany, no me asustes que cuando te enfadas eres muy bruta.
—Tranquila, Hanna, no pasará nada.
Cuando colgó, Britt, que había escuchado la conversación telefónica desde la cama, al ver que ella se vestía en un periquete, la interrogó:
—Y ahora, ¿se puede saber a dónde vas?
—Tengo que resolver algo importante, así que, nuestra fiestecita sexual ¡se acabó! Su tono de voz… Nunca le había escuchado aquel tono y, acercándose a ella, la agarró del mentón para que lo mirara.
—Si te vas por lo que no he dicho de tu trasero yo…
Echándose hacia atrás, se liberó de su mano y respondió cortante.
—Mira, Britt, no me voy por esa tontería, mi trasero me importa tres pitos, aunque mira, no me lo recuerdes o me voy a enfadar, ¿de acuerdo?
Era la primera vez desde que la conocía que la veía seria de verdad, sin su perenne sonrisa.
—¿Qué ocurre?
—Ya te lo he dicho, tengo cosas que solucionar —respondió mientras se ponía los vaqueros de camuflaje.
Estaba cansada de que ella no estuviera siendo clara con ella, así que la empujó hacia la cama; ella cayó sobre el colchón y britt la retuvo, sentándose a horcajadas sobre ella.
—O me dices que pasa o de aquí no te mueves.
—¡Suéltame!
—¡Wooo…! pero si mi tocapelotas tiene genio. Vaya,vaya —se mofó al escucharla. Santana se revolvió, pero Britt la tenía bien cogida y al final gritó descolocándola totalmente.
—Suéltame, ¡maldita sea! No estoy jugando, tengo que ir a buscar a Israel antes de que se meta en problemas.
—¿Israel, el hermano de Suhaila?
—Sí, me ha llamado Hanna para decirme que Israel se ha marchado con Luppo, ese muchacho es un pandillero de lo peor que te puedas echar a la cara, un delincuente que ha enrolado en sus filas a dos niños que se criaron en la casita: Teo y Mikel, ellos ahora son mayores de edad y pasan droga para ese sinvergüenza por un miseria y me niego a que haga lo mismo con Israel.
—¿Y por qué no llamas a los carabinieri?
—Porque ellos no van a hacer nada, que Israel esté con Luppo no es un delito. Pero para mí, que se relacione con él, significa que está buscando nuevos chavales e Israel tiene catorce años y…
La soltó de inmediato y empezó a ponerse los vaqueros y una camisa.
—Te acompaño.
—No —negó ella levantándose.
La cogió del brazo, la detuvo y, con un gesto tan serio como el de ella, insistió:
—Espérame, Sanny.
—Estás lesionada y no quiero que te pase nada por mi culpa. No vienes, no te lo permito. Britt resopló y, con furia en la mirada, siseó lentamente.
—He dicho que te acompaño.
La joven soltó un gemido de frustración y salió de la habitación; Britt se vistió a toda prisa, a tiempo para alcanzarla cuando ella salía de la casa, sin mediar palabra, se montaron en el coche de la joven y fueron hasta la via San Vittore. Una vez aparcaron, caminaron hacia uno conocidos billares.
—¿Estás bien? —preguntó Britt apoyada en su muleta antes de entrar.
Sin hablar, ella asintió, pero por el gesto de su cara, ella sabía que mentía, estaba desconcertada: ¿dónde estaba la sonrisa perpetua? Y sin dejar que se moviera, murmuró: —San… me estás preocupando.
Ella sonrió, pero su sonrisa no fue cálida, al revés, fue fría y se soltó de ella con brusquedad.
—No te preocupes, sé a quién me enfrento.
Cuando ella abrió con fuerza la puerta de aquellos billares, varios jovencitos les miraron con curiosidad. Entre ellos se encontraban Mikel y Teo que, al verla, bajaron la mirada avergonzados. Santana les miró furiosa pero no les dijo nada. Ellos eran mayores de edad y habían decidido la vida que querían llevar, pero la cara de muchos de aquellos chavales cambió al reconocer a Brittany Pierce aquella era la delantera del Inter, ¿qué hacía allí esa
celebridad?
Santana escaneó con la mirada el local hasta que vio a Israel al fondo sentado con Luppo, hablaban mientras tomaban unas cervezas. La indignación invadió su cuerpo y se dirigió a ellos como un toro miura. Britt, impresionada, la siguió ante la atenta mirada de todos. De pronto vio que ella se paraba ante una maquina de hielo, la abría y cogía una bolsa.
—¿Para qué quieres el hielo? —preguntó Britt.
—Tranquilo, para ti no es —respondió furiosa.
Con la bolsa de hielo en la mano continuó andando hacia donde estaban los muchachos y cuando estuvo lo suficientemente cerca, gritó:
—¡Israel!
El muchacho dio un salto en su asiento y se volvió: ¿qué hacía ella allí? Santana, al ver cómo la miraba, siseó:
—¡Ven aquí ahora mismo!
El muchacho, al escuchar su tono de voz, sorprendido, se levantó y ella gritó de nuevo: —¡Israel, joder, como tenga que ir yo a por ti lo vas a lamentar!
Israel se acercó a ella y preguntó:
—¿Qué haces aquí?
—No, Israel, ¿qué haces tú aquí? —No recibió respuesta—. ¿Sabes que lo único que puede darte este idiota son problemas y aun así estás aquí?
El muchacho movió la cabeza y tras mirar a una desconcertada Britt, pasmada junto a ella, cuchicheó bajando la voz.
—Lo sé, tienes razón, Sanny.
Luppo, sonriendo, se levantó y abriendo los brazos, cuchicheó:
—Vaya… vaya… pero si es la princesita mala leche, ¿vienes a verme a mí, preciosa?
—Pues va a ser que no, imbécil —siseó Santana.
—Si tanto te gusto, vente conmigo al cuarto trasero, prometo darte lo que has venido a buscar. —Le dejó caer con una sonrisa que no gustó nada a Britt.
Israel, al escuchar aquello, se volvió con furia, pero antes de poder decir nada, Britt pronunció alto y claro.
—Ten cuidado con lo que dices, no sea que con quien te metas en ese cuarto trasero sea conmigo y sea yo quien dé lo que estás buscando.
El delincuente soltó una risotada; Santana cogió a Israel del brazo y lo puso tras ella cuando siseó:
—Mira Luppo, no hagas que me enfade más y cierra esa bocaza que tienes.
—¿O qué? —se enfrentó aquel con descaro.
Santana, con una fría sonrisa, dio un paso adelante y le amenazó con una chulería impresionante.
—Como te vuelvas a acercar a cualquiera de mis chicos, te juro que te corto las pelotas. Te lo dije una vez y no soy persona a la que le guste repetir las cosas.
—¿Quieres quedarte otra vez sin coche? —se mofó aquel.
Su tono, su cara y sus palabras hicieron que Santana lo fulminara con la mirada, y acercando su rostro al de él, le advirtió:
—¡Atrévete!
Britt no entendía nada, ¿pero qué pasaba allí? Sorprendida al escucharla hablar con esa dureza, la miró. ¿Pero dónde estaba la dulce Santana? Luppo, aquel maldito delincuente, sonrió desafiante. Se acercó más a ella, pero Santana no se inmutó. Israel fue a meterse por medio, cuando Britt cogiéndole del brazo, le hizo retroceder, e interponiéndose entre Santana y aquel idiota dijo en tono intimidatorio:
—Como te acerques más a ella o le toques un pelo, te las verás conmigo, ¿entendido?
Luppo, al reconocer a Britt sonrió, pero mirando la muleta cuchicheó:
—Ten cuidado tú, no salgas peor de como entraste.
A Britt no le dio tiempo a responder, Santana se puso delante de ella y con todas sus fuerzas le dio una patada en la entrepierna a Luppo, que cayó doblado al suelo con un gran gesto de dolor. Israel y Britt se miraron alucinados: ¿pero qué había hecho aquella loca?
Ella, sin cambiar su gesto, le plantó la bota militar sobre el trasero y, sin agacharse, le tiró la bolsa de hielo.
—Toma, la necesitarás. Y recuerda, si no quieres vértelas conmigo, aléjate de mis chicos y de mi coche.
Dicho esto, cogió a Israel del brazo y, con paso firme y seguro, salió del local ante la cara de asombro total de Britt y de todos los que los observaban.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Ni lo sueñes /adaptacion cap 29, 30, 31 mas el Epilogo
-14-
Mientras Santana hablaba a solas con Israel en la habitación de La casa della nonna, Britt se sentó con los más pequeños alrededor de una mesa para pintar. Estar con niños siempre le había gustado y todos se desvivían por estar con ella. Suhaila se sentó a su lado y mientras los otros peques le enseñaban sus dibujos, ella le cogió de la mano y se la apretó mientras
le preguntaba.
—¿Mi hermano hizo algo malo?
—No, preciosa.
—¿Entonces porque Sanny está enfadada? Si ella nunca se enfada.
A través de la cristalera de la puerta observó cómo Santana, que estaba sentada frente a Israel, hablaba con gesto serio mientras hacía aspavientos. Sin más, la futbolista miró a la pequeña e indicó:
—Sanny no está enfadada. Solo está preocupada por tu hermano.
Con gesto serio, la niña miró hacia la cristalera de la puerta y, acercando su mejilla al hombro de ella, cuchicheó:
—Yo no quiero que Sanny se enfade con nosotros. Ella es muy buena y…
Conmovido por el puchero de la pequeña, Britt la sentó en su regazo y, cogiéndole la barbilla, le susurró:
—Eh…, yo no quiero que mi chica llore, ¿entendido? —La pequeña asintió y Britt, al ver aquel gesto insistió: —Te prometo que Santana no está enfadada, créeme, ¿vale? —Le confirmó al ver que ella no estaba muy convencida.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo.
Al escuchar aquello, la cría sonrió.
—Me gusta ser tu chica —contestó Shulaila, dándole un beso en la mejilla mientras le agarraba con fuerza de la mano.
Britt se quedó sin palabras, conmocionada por el contacto, aceptó su beso y sonrió.
Aquella manita buscando cobijo en la suya le enterneció de tal manera que le dio pena tener que soltarla cuando Santana acabó de hablar con Israel y tuvieron que marcharse.
Al salir, Santana se fijó en cómo Britt miraba a la niña y eso le tocó el corazón. Pena, veía pena en su mirada, una pena que ella nunca quería dar.
La pequeña, al verla, soltó a Britt y fue a enganchase a las piernas de Santana que rápidamente la cogió entre sus brazos.
—Britt me ha prometido que no estabas enfadada con nosotros.
Santana y Britt intercambiaron una rápida mirada y ella respondió.
—Pues claro que no, cariño, solo me preocupo, no quiero que os pase nada.
La pequeña miró a la futbolista y esta le guiñó un ojo, e instantes después, dijo:
—¿Sabes que soy la chica de Britt?
—¡No me digas! Eso no lo sabía. ¡Yupi… Yupi… Hey! —le respondió Santana
divertida.
—Yo soy su chica, porque tú eres su novia, ¿verdad?
Al escuchar aquello, el gesto de Santana cambió, y mirando a la futbolista que se había sorprendido tanto como ella ante el comentario de la cría, murmuró:
—No, cielo, no soy su novia, solo soy su amiga.
Quince minutos después, por fin pudieron dejar a la niña convencida. Cuando salían de la casita, Britt preguntó:
—¿Qué le ocurría a Israel?
Santana apretó el mando de su coche con fuerza y le miró fijamente.
—Un imbécil de su colegio se metió con él.
—¿A qué te refieres?
—Por lo visto hoy hablaron en clase sobre qué querían hacer en un futuro. Y él dijo que quería ser médico para curar a su hermana. Pues bien, a la salida, un chico con el que no tiene buen rollo le dijo que él nunca podrá ser médico, porque era un muerto de hambre —le respondió Santana furiosa por la rabia que le provocaban ese tipo de injusticias.
—¡¿Cómo?! —preguntó Britt sorprendida.
Metiéndose en el coche, mientras se ponía el cinturón Santana, añadió:
—Los chavales son muy crueles y, nos guste o no, hay ciertos obstáculos que Israel, y los niños como él, tienen que superar. Siempre habrá granos en el culo o niños de papá que les recuerden que ellos no son nadie para luchar y conseguir sus sueños. Por eso Israel hoy llegó enfadado del colegio. Él se esfuerza en sacar buenas notas para intentar cumplir su sueño, pero luego…
Al ver que los ojos de Santana se llenaban de lágrimas, Britt se asustó, la abrazó y la consoló. Pasados unos minutos en los que sintió que su respiración se normalizaba, la soltó, y sin hablar, la joven arrancó el coche.
Con el gesto menos tenso, Santana condujo hasta la casa de la futbolista y, cuando llegaron a la puerta, se paró. Britt la miró y preguntó:
—¿No vas a pasar?
—No, la fiestecita sexual se acabó; te lo dije, ¿no lo recuerdas?
Se quedó pasmada por todo lo que había ocurrido, pero en especial por la tristeza que veía en su mirada y sin dejar de mirarla fijamente, murmuró:
—No te estoy diciendo que pases para que te acuestes conmigo.
—¿Ah, no?
—No.
La joven soltó una risotada y torciendo el gesto susurró.
—Si fueras Pinocho… tu nariz ya saldría por el parabrisas.
Fascinada por cómo ella era capaz de enfadarle y hacerle reír casi simultáneamente, la miró.
—Son las siete y media de la tarde y, simplemente, pensé que te agradaría tomar algo conmigo, solo eso. —Ella no dijo nada y Britt añadió—: Prometo no ponerte un dedo encima, no hablar sobre nuestra fiestecita de sexo y no insinuarme, ¿te vale con esas promesas?
Santana, finalmente sonrió y dijo:
—Anda, dale a tu bonito mando de Armani para que se abra el portón y pueda meter el coche, pero a las nueve como muy tarde me voy, ¿entendido? —aceptó finalmente ella con un suspiro.
Tras aparcar el coche entraron en la casa, Loca, les hizo un recibimiento de los suyos: alegría, lametazos, saltos y acrobacias. Una vez la perra se tranquilizó, se quitaron los abrigos y los dejaron en la entrada; al entrar en la cocina, Santana se fijó que allí estaba todavía su yogurt. Lo cogió y lo tiró a la basura.
—¿Quieres una Coca-Cola o una cerveza? —preguntó Britt abriendo el frigorífico.
—Una Coca.
Santana se encaminó al salón y sonrió al ver los cojines tirados en el suelo. Britt le leyó el pensamiento, pero calló: había prometido no mencionar ciertas cosas, así que se limitó a sentarse en el sofá. Ella tomó asiento frente a Britt y tras dar un trago a su Coca-Cola, murmuró:
—Uf… ¡qué rica!
Britt sonrió y, sorprendida por todo lo que había ocurrido aquella tarde, dijo
señalándole los pies:
—Esas botas son peligrosas, ¿lo sabías? —Santana asintió, y ella le confesó—: Quiero que sepas que esta tarde en esos billares me has sorprendido.
—¿Por qué?
—Porque he visto a una Santana que no conocía —le confesó extrañada por tener que explicárselo.
—Ya te dije que era mejor no hacerme enfadar, porque cuando estallo, soy lo peor, de lo peor, de lo peor… Paso de ser la Pitufina de mi mama, a la bruja mayor del reino —susurró ella en un tono demasiado tentador, con su dulce sonrisa de siempre.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Claro.
—¿Por qué has sido tan agresiva con ese muchacho?
—El término «muchacho» es demasiado bondadoso para referirse a ese sinvergüenza — le contestó muy seria—. Luppo es una mala persona: utiliza a los chicos para pasar droga.
Hace un par de años, Mikel y Teo, dos muchachos de La casa della nonna cayeron en sus redes. Intenté sacarles por todos los medios, pero no pude competir con el dinero que les daba Luppo. Y una noche, cuando quemaron mi coche…
—¡¿Quemaron tu coche?! —le interrumpió horrorizada Britt.
—Sí, delante de La casa della nonna. Hubo un antes y un después de aquello: todos me obligaron a dar el tema por zanjado. Tres días después Luppo me estaba esperando fuera de la casita, para seguir intimidándome. Lo cierto es que no pude contenerme y le dije que como volviera a acercarse a uno de mis chicos, se las iba a ver conmigo; cosa que, como has visto, ha pasado.
—Pero Santana, ¿no tienes miedo?
—Claro que tengo miedo —respondió con una sonrisa—. Pero Israel necesita ver que alguien se preocupa por él y, sobre todo, que le dé confianza, que crea en él y en sus sueños. Hoy le he demostrado ante sus ojos que me la estaba jugando por él y que, por su culpa, me podría haber pasado algo, y sé que eso le va a marcar. Estoy convencida de que, a partir de ahora, se lo pensará dos veces antes de volver a acercarse a Luppo y a su dinero fácil.
—Estás loca, lo que has hecho ha sido una temeridad. Tú sola no puedes…
—Lo sé —le cortó.
—Ahora entiendo porqué ese idiota dijo eso sobre lo de quemarte el coche.
—El coche es una cosa material y me da igual; Israel es lo único que me importa de verdad. —Quiso puntualizar Santana, arrugando la nariz.
Sus convicciones y su entrega ponían los pelos de punta a Britt. A medida que la iba descubriendo, quería saber más y más de su fondo, de sus principios y valores. No podía compararla con ninguna de sus amiguitas ocasionales: era imposible. Todas las otras eran unas sosas aburridas que solo pensaban en aparecer en las portadas o en las pasarelas internacionales, mientras Santana era una mujer que vivía con pasión y entrega en el mundo real.
—Creo sinceramente que si la gente buena se ayudara más entre sí, el mundo iría mejor.
El problema es que vivimos en una sociedad en la que el eslogan es: «¡Sálvese quien pueda!» Y poco puede hacerse. Y esos chicos, los niños que nadie quiere, necesitan sentirse queridos. En general son niños invisibles para la gran mayoría de la sociedad, por la problemática que cargan en sus mochilas, pero alguien se tiene que ocupar de ellos. Y sinceramente Britt, si yo puedo conseguir que alguno, el día de mañana, sea una persona
de provecho, lo voy a hacer, porque sé muy bien de lo que hablo.
—Tu madre me contó que os adoptó, a ti y a tu hermano Puck.
Sorprendida por aquella confidencia, sonrió y preguntó:
—¿Cuándo te ha contado la Gran Jefe eso?
—La noche de la cena del Club, se acercó a mí y me pidió disculpas por no haberme dicho antes que eras su hija, según ella, tú se lo prohibiste.
Santana sonrió y tras dar un trago a su bebida añadió:
—Mi hermano y yo éramos niños como los que viven en La casa della nonna, niños que nadie quiere. Vivimos hasta con cuatro familias de acogida: nueva casa, nuevas normas, nuevas personas…pero al final, siempre regresábamos al lugar de donde habíamos salido.
—¿Por qué?
—Yo era algo complicada —dejó en el aire Santana, sin querer revelar toda la verdad ni entrar en detalles.
—Seguro que eras un trasto y por eso te devolvían, ¿verdad? —intentó bromear Britt.
Aquellas palabras tocaron el corazón de Santana y con una triste sonrisa, murmuró:
—Pues sí, tienes razón, era un trasto que daba muchos problemas, demasiados al parecer, pero un día, conocimos a… y todo cambió y…
No pudo continuar. De pronto, los recuerdos acudieron en manada y tuvo que parar. No quería llorar delante de Britt ni de nadie, así que se levantó rápidamente y caminó con premura, hacia el perchero.
—Me tengo que marchar, es tarde y quiero llegar a casa.
la futbolista, conmovido por la tristeza de sus ojos encharcados, se sintió fatal por su comentario ¿cómo podía ser tan tonta? Sin demora, la siguió y cuando la alcanzó, la agarró del brazo y la abrazó. Dócilmente, ella se dejó envolver por ese abrazo, lo agradeció.
Estuvieron unos segundos sin moverse ni decirse nada, hasta que notó que ella dejaba de temblar y su respiración se acompasaba, culpable y avergonzada por ser el causante de sus lágrimas, le suplicó.
—Discúlpame ojalá no hubiera dicho esa tontería.
—No pasa nada, no te preocupes, todos tenemos un pasado y tú no conocías el mío.
—Soy una auténtica imbécil, un bocazas, no puedo verte llorar y no quiero que ser yo quien te traiga a la mente esos malos recuerdos. Dime que estas bien, por favor.
Santana respiró hondo y asintió. Tragó el nudo de emociones que se agolpaban en su garganta y, sin separarse todavía de ella, murmuró:
—Estoy bien, sí. Solo ha sido un momentito tonto: a veces recordar es demasiado doloroso. Porque sé de qué va todo esto, por eso me frustra tanto pensar que otros niños se puedan sentir tan perdidos como yo estuve en mi infancia. Es una sensación tan dolorosa que soy incapaz de olvidarla.
Sin dejar de abrazarla en ningún momento, separó un poco su cabeza para poner su mano en la nuca de Santana y besarle la frente con cariño. En ese momento supo que no quería dejar de tenerla cerca.
—Quédate esta noche.
—No, Britt.
—Por favor, Sanny, quédate conmigo.
Su aterciopelada voz, sus manos alrededor de ella, su aroma pudo con
todas las barreras que estaba acostumbrada a interponer y que justo ese día, en ese momento, habían desaparecido. Esa mujer le gustaba mucho, demasiado, y mirándole a los ojos, cedió.
—De acuerdo, pero…
—Si tú no quieres, no te tocaré. Quiero dormir contigo.
Aquello la hizo sonreír y, apretándose más a ella, le besó y añadió, dejándole sin aliento.
—Quiero que me toques, y tocarte; quiero que me hagas el amor y hacértelo yo a ti.
la futbolista soltó una sonrisa, aquella era la sorprendente Santana, la mujer que, día a día, se estaba ganando su corazón y a la que comenzaba a tener miedo. Ella, sin imaginarse en qué pensaba britt, saltó a sus brazos, para que la cogiera al vuelo.
—Ah… y quiero que me descalces, ya sabes que estas botas son peligrosas para ciertas partes…
Ambas sonrieron y se besaron con pasión mientras sus cuerpos anhelaban un contacto más directo. Cuando Britt la llevaba en brazos hacia la habitación tuvo una revelación:
Santana había llegado inesperadamente pero y no estaba dispuesto a dejarla marchar.__
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Re: Brittana:Ni lo sueñes /adaptacion cap 29, 30, 31 mas el Epilogo
-15-
Santana se despertó sudando. Aquellos sudores nocturnos, acompañados de calambres la despertaban muchas noches, y maldijo por ello. Al moverse, chocó con algo, abrió los ojos y se encontró con el torso desnudo y fibroso de Britt, se quedó observándole magnéticamente en la semioscuridad de la habitación. Ver la placidez con la que dormía le arrancó una tierna sonrisa.
Miró el reloj de la mesilla, eran las 05:27h. Intentó dormir pero ya no pudo conciliar el sueño, le apetecía despertarle y continuar con su sesión de sexo. Pensar en ello la hizo sonreír de nuevo pero esta vez con picardía. Al final, decidió levantarse e irse a su casa, era lo mejor para las dos.
Sin hacer ruido, recogió sus cosas y salió de la habitación. Ya fuera, en el salón, se vistió mientras jugaba con Loca. Se puso su bomber, accionó el mando para que el portón de la
calle se abriera y corriendo, se metió en el coche y arrancó, para poder salir antes de que la verja de la entrada se cerrase. Llegó a su casa a las 06:25h, directa a reencontrarse con su cama, se dejó caer y se durmió.
Cuando Britt se despertó, se sorprendió al verse solo en la cama, miró el reloj, eran las 09:50h.: ¿dónde estaba Santana?
Desnuda, se levantó y salió en su busca: no estaba en el salón, tampoco en la cocina. Muy consternada, vio que el coche no estaba aparcado fuera, ¿pero por qué se habría ido?
Cogió su móvil y la llamó, tras varios tonos, ella atendió la llamada.
—¿Sí?
—¿Me puedes explicar por qué te has ido sin decirme nada? Santana se sentó en la cama y, rascándose el cuello, respondió tras bostezar un par de
veces.
—Me desperté de madrugada, no podía dormir y pensé que era hora de regresar a mi casa.
—Pero Sanny, te pedí que pasaras la noche conmigo; es más, tú aceptaste y…
—¡Stop! —gritó despejándose de pronto—. Yo acepté acostarme contigo, pero estoy acostumbrada a dormir sola y supongo que es por eso que no podía seguir durmiendo. Oye, que tú te mueves mucho, eh…
—¿Que me muevo mucho? —se mofó malhumorada—. Tú sí que te mueves un montón, si no parabas quieta en la cama.
—Bueno, Britt, no te pongas así —cuchicheó—. Al fin y al cabo, lo pasamos bien, de eso se trataba, ¿no?
Britt se quedó un segundo en silencio, sin saber qué decirle, iba a responder cuando ella se le adelantó.
—Mira, por norma, nunca me quedo a dormir en casa del hombre o la mujer con el que comparto algo más que miradas. No te lo tomes a mal, pero es la verdad. Entendió lo que ella decía y se enfureció. No tenía interés en que compartiera miradas más que con ella; así que «de más de miradas», ni hablamos. Intentando no mostrar su rabia, continuó:
—Mira, por norma yo tampoco dejo que ninguna de mis conquistas se quede a pasar la noche en mi cama…
—Entonces, ¿dónde está el problema? —rio ella, y antes de que respondiera bostezó—. Te dejo.
—Ni se te ocurra colgar —la amenazó.
—Tengo cosas que hacer.
—Oye, que estoy hablando contigo, ¡no me cuelgues!
Sin perder la calma, suspiró y le indicó tranquilamente:
—Si quieres seguir hablando, aprovecha la sesión de rehabilitación de la tarde, que ahora tengo otras cosas que hacer
—¿Qué cosas? —indagó molesta.
Britt no estaba acostumbrado a que ninguna mujer le colgara y ella pretendía dejarle con la palabra en la boca. Asombrada por la pregunta, le respondió.
—Cosas que a ti no te interesan ¡serás cotilla!
Irascible por sentir su frialdad, al final cambió su tono y zanjó la conversación.
—Vale, Santana. Hasta luego.
Dicho esto colgó dejando a Santana totalmente alucinada con el interés de ella por sus cosas. Fue directamente a la ducha; después, mientras se pasaba el secador por la melena, rememoró algunos momentos de la tarde-noche de sexo que había tenido con Britt, se sentía agotada, pero feliz.
En la cocina, se preparó un café y un par de tostadas y abrió el mueble donde tenía las pastillas que se tenía que tomar, leyó el nombre: Tamoxifeno. Cogió una y, sin pensárselo, se la tomó con un trago de café con leche. Cuantas menos vueltas le diera a para qué era aquel medicamento, mejor.
Durante el resto de la mañana estuvo acompañando a su madre a hacer diversos recados; por la tarde, regresó a la casa de la futbolista. Cuando aparcó vio que ella ya caminaba hacia ella. —Britt, ¿qué haces sin la muleta? —le regañó.
Pero no pudo decir nada más, Britt la empotró contra el coche y la besó. El ímpetu de aquel beso la dejó tan maravillada que hizo lo mínimo que podía hacer: devolvérselo con pasión.
Después del arrebato, ella se separó unos milímetros de su rostro.
—No vuelvas a irte sin despertarme, ¿vale?
Asintió como una muñequita y aceptó un nuevo beso de ella. Agarradas entraron en la casa, Britt la volvió a besar al cerrar la puerta. Sus manos buscaron el tirador de la cremallera de la bomber, hicieron que se deslizara abriendo los dientes. Incapaz de parar aquella ardiente maniobra, Santana contraatacó: le quitó la camiseta roja con tal ímpetu que le provocó algún arañazo en la espalda. Tres segundos después, estaban las dos tiradas en el
amplio sofá, semidesnudos, haciendo el amor.
Todo era lujuria, pasión y desenfreno y, después del segundo asalto, algo más relajadas, Santana le acarició con dulzura el cabello.
—Me encanta tu pelo.
—Gracias —respondió besándole la oreja—. A mí también me gusta.
—¡Pero qué creída eres princesa! —le acusó Santana, que no pudo evitar soltar una carcajada al oír el comentario de ella.
—Y tú, qué tocapelotas —le respondió con una sonrisa.
Ambos rieron y ella intentó zafarse.
—He venido para tu sesión de fisio Britt, no para esto.
Ella le dio un último y largo beso, se levantó y le dijo, mirándola de arriba abajo:
—Muy bien, señorita, vayamos al gimnasio.
—Te vestirás, ¿no?
Mimosa, tiró de ella hasta levantarla y murmuró cerca de su boca:
—¿Es necesario?
Asombrada por el rumbo que estaba tomando todo, le dio un cachete en su duro culo.
—Por supuesto que es necesario. Vamos, vístete.
Fingiendo estar molesta, lo que hacía que fuera aún más divertido, le hizo caso.
—Vayamos al gimnasio, tenemos que ponernos las pilas.
Trabajaron duro durante más de una hora. Estaban contentos, la recuperación de la fractura iba de maravilla y ambos lo sabían. Britt le preguntó por Israel y Suhaila y ella le contó todo lo que ella quiso saber.
Aquella noche, al quedarse sola en casa, Britt llamó a su amiga Quinn: necesitaba que le pasara a buscar con el coche al día siguiente, tenía algo que hacer.
Camufladas con gorras y gafas de sol, las dos astros del Inter de Milán llegaron hasta la puerta de un instituto de secundaria. Todo estaba tranquilo y Quinn, mirando a su amiga, le preguntó:
—¿Estás segura de lo que vas a hacer?
—Sí.
—Creo que estoy más loca que tú por acompañarte. Hoy de aquí no salimos vivas —le contestó soltando una carcajada.
Britt le entendió: era una temeridad, cuando los chavales les reconocieran, se iba a liar la marimorena. Pero tenía claro algo: quería que todos vieran que él, la famosa jugadora de fútbol, estrella de la primera plantilla de un Club histórico y de fama internacional, era amigo de Israel. Y que, con su ayuda o sin ella, Israel tenía mucho futuro por delante y sería lo que él quisiera ser.
Cinco minutos después sonó un timbre y una marea de chavales de distintas edades comenzó a salir. Britt se bajó del coche junto a Quinn y se sentó en el capó.
Desde su posición, aunque los chavales les rodearan, ella podría ver a Israel cuando saliera. Como era de esperar, en menos de dos minutos, en cuanto los chicos les reconocieron se organizó una gorda. Sonrientes, firmaron autógrafos y se hicieron fotos con los móviles de los fans adolescentes, hasta que Britt vio salir a Israel y este, sorprendido por tanto tumulto y algarabía a las puertas de su escuela, se volvió loco al ver que la futbolista le llamaba y le hacía señas para que se les acercase.
Boquiabierto, fue hasta el centro de la aglomeración, abriéndose paso entre sus compañeros de instituto porque así lo pidió Britt. Tanto ella como Quinn le abrazaron con naturalidad y buen rollo, para que todo el mundo supiera que eran sus colegas. Después, los tres se metieron en el cochazo de Quinn y se marcharon ante las caras de estupefacción de todos.
Cuando llegaron a La casa della nonna, Israel, con una enorme sonrisa de satisfacción, se despidió de Quinn y, cuando bajó del coche, miró a Britt y dijo:
—Gracias, Britt.
Conmovido por lo que leía en sus ojos sonrió, le chocó la mano y añadió:
—Cuando me necesites, aquí estaré y en cuanto a lo de ese tal Luppo…
—Tranquilo —le cortó avergonzado—. No volveré a acercarme a él.
Britt asintió y sacando una tarjeta de su cartera continuó:
—Aquí tienes mi teléfono y mi dirección. Cualquier cosa que necesites me llamas, ¿entendido?
El chaval la cogió con cara de inmensa felicidad y, tras guardársela en el bolsillo del vaquero, le dijo caminando hacia su hogar:
—Gracias, Britt, lo tendré en cuenta.
Cuando la futbolista se metió en el coche, su amiga Quinn le miró y se metió con ella con guasa.
—Tía, ¿tienes un kleenex…? estoy emocionadita. —Y al ver que se reía, cambió su tono de voz y musitó—: ¿Pero se puede saber qué está haciendo contigo la tocapelotas? Has pasado de llamarme para irnos con preciosos bellezones de curvas sinuosas y bocas apetecibles, a querer que vaya a la puerta de un instituto a recoger a un chaval.
—¿Qué dices, tía?
—Lo que oyes —rio Quinn y mirándole, preguntó—: ¿Sabes si vendrá la tocapelotas a la fiesta de disfraces del sábado?
Britt se quedó pensativa. Ella no lo había vuelto a mencionar, pero aun así, ella no estaba dispuesto a no contar con ella.
—Irá, yo la obligaré a ir.
Quinn soltó una carcajada y, antes de que su amiga se volviera a reír de ella, Britt se adelantó a proponer:
—Anda… llévame a casa. Te invito a unas cervezas.
Esa tarde, Santana llegó a casa de la futbolista de buen humor, antes había pasado por La casa della nonna e Israel le había contado lo que Britt y Quinn habían hecho por él.
—Voy a comerte a besos —le amenazó Santana nada más verle.
—Cómeme —le murmuró divertida, provocándola con su sonrisa y acercándose a ella.
Al día siguiente, tras una estupenda noche de sexo y en una nueva sesión de fisioterapia,
Britt preguntó:
—¿Tienes ya disfraz para la fiesta del sábado?
Sorprendida le miró.
—¿Qué fiesta?
—La del cumpleaños de Quinn, ¿lo habías olvidado?
—Yo no voy a ir.
—¿Por qué?
—Ya te dije que yo no pinto nada en ese cumpleaños. Además, esas fiestecitas que dais los futbolistas no me van, no es lo mío ser un objeto sexual para vosotros.
Britt soltó una risotada: ¿por qué todo el mundo creía que las fiestas de los futbolistas eran sexo, sexo y sexo? Pero estaba dispuesta a conseguir su propósito.
—Pues yo le he dicho a Quinn que irás, ella cuenta contigo.
—¡¿Cómo?!
Tiró de ella para tenerla más cerca, la besó en los labios y murmuró:
—Quiero que estés allí.
—Que no.
—Venga Sanny, me apetece que vengas.
—Britt, allí no conozco a nadie y…
—Me conoces a mí, ¿qué más quieres?
Hipnotizándola, paseó el dedo índice por su mejilla y ella, con el corazón a mil por hora, finalmente cedió.
—Vale… iré.
Santana se despertó sudando. Aquellos sudores nocturnos, acompañados de calambres la despertaban muchas noches, y maldijo por ello. Al moverse, chocó con algo, abrió los ojos y se encontró con el torso desnudo y fibroso de Britt, se quedó observándole magnéticamente en la semioscuridad de la habitación. Ver la placidez con la que dormía le arrancó una tierna sonrisa.
Miró el reloj de la mesilla, eran las 05:27h. Intentó dormir pero ya no pudo conciliar el sueño, le apetecía despertarle y continuar con su sesión de sexo. Pensar en ello la hizo sonreír de nuevo pero esta vez con picardía. Al final, decidió levantarse e irse a su casa, era lo mejor para las dos.
Sin hacer ruido, recogió sus cosas y salió de la habitación. Ya fuera, en el salón, se vistió mientras jugaba con Loca. Se puso su bomber, accionó el mando para que el portón de la
calle se abriera y corriendo, se metió en el coche y arrancó, para poder salir antes de que la verja de la entrada se cerrase. Llegó a su casa a las 06:25h, directa a reencontrarse con su cama, se dejó caer y se durmió.
Cuando Britt se despertó, se sorprendió al verse solo en la cama, miró el reloj, eran las 09:50h.: ¿dónde estaba Santana?
Desnuda, se levantó y salió en su busca: no estaba en el salón, tampoco en la cocina. Muy consternada, vio que el coche no estaba aparcado fuera, ¿pero por qué se habría ido?
Cogió su móvil y la llamó, tras varios tonos, ella atendió la llamada.
—¿Sí?
—¿Me puedes explicar por qué te has ido sin decirme nada? Santana se sentó en la cama y, rascándose el cuello, respondió tras bostezar un par de
veces.
—Me desperté de madrugada, no podía dormir y pensé que era hora de regresar a mi casa.
—Pero Sanny, te pedí que pasaras la noche conmigo; es más, tú aceptaste y…
—¡Stop! —gritó despejándose de pronto—. Yo acepté acostarme contigo, pero estoy acostumbrada a dormir sola y supongo que es por eso que no podía seguir durmiendo. Oye, que tú te mueves mucho, eh…
—¿Que me muevo mucho? —se mofó malhumorada—. Tú sí que te mueves un montón, si no parabas quieta en la cama.
—Bueno, Britt, no te pongas así —cuchicheó—. Al fin y al cabo, lo pasamos bien, de eso se trataba, ¿no?
Britt se quedó un segundo en silencio, sin saber qué decirle, iba a responder cuando ella se le adelantó.
—Mira, por norma, nunca me quedo a dormir en casa del hombre o la mujer con el que comparto algo más que miradas. No te lo tomes a mal, pero es la verdad. Entendió lo que ella decía y se enfureció. No tenía interés en que compartiera miradas más que con ella; así que «de más de miradas», ni hablamos. Intentando no mostrar su rabia, continuó:
—Mira, por norma yo tampoco dejo que ninguna de mis conquistas se quede a pasar la noche en mi cama…
—Entonces, ¿dónde está el problema? —rio ella, y antes de que respondiera bostezó—. Te dejo.
—Ni se te ocurra colgar —la amenazó.
—Tengo cosas que hacer.
—Oye, que estoy hablando contigo, ¡no me cuelgues!
Sin perder la calma, suspiró y le indicó tranquilamente:
—Si quieres seguir hablando, aprovecha la sesión de rehabilitación de la tarde, que ahora tengo otras cosas que hacer
—¿Qué cosas? —indagó molesta.
Britt no estaba acostumbrado a que ninguna mujer le colgara y ella pretendía dejarle con la palabra en la boca. Asombrada por la pregunta, le respondió.
—Cosas que a ti no te interesan ¡serás cotilla!
Irascible por sentir su frialdad, al final cambió su tono y zanjó la conversación.
—Vale, Santana. Hasta luego.
Dicho esto colgó dejando a Santana totalmente alucinada con el interés de ella por sus cosas. Fue directamente a la ducha; después, mientras se pasaba el secador por la melena, rememoró algunos momentos de la tarde-noche de sexo que había tenido con Britt, se sentía agotada, pero feliz.
En la cocina, se preparó un café y un par de tostadas y abrió el mueble donde tenía las pastillas que se tenía que tomar, leyó el nombre: Tamoxifeno. Cogió una y, sin pensárselo, se la tomó con un trago de café con leche. Cuantas menos vueltas le diera a para qué era aquel medicamento, mejor.
Durante el resto de la mañana estuvo acompañando a su madre a hacer diversos recados; por la tarde, regresó a la casa de la futbolista. Cuando aparcó vio que ella ya caminaba hacia ella. —Britt, ¿qué haces sin la muleta? —le regañó.
Pero no pudo decir nada más, Britt la empotró contra el coche y la besó. El ímpetu de aquel beso la dejó tan maravillada que hizo lo mínimo que podía hacer: devolvérselo con pasión.
Después del arrebato, ella se separó unos milímetros de su rostro.
—No vuelvas a irte sin despertarme, ¿vale?
Asintió como una muñequita y aceptó un nuevo beso de ella. Agarradas entraron en la casa, Britt la volvió a besar al cerrar la puerta. Sus manos buscaron el tirador de la cremallera de la bomber, hicieron que se deslizara abriendo los dientes. Incapaz de parar aquella ardiente maniobra, Santana contraatacó: le quitó la camiseta roja con tal ímpetu que le provocó algún arañazo en la espalda. Tres segundos después, estaban las dos tiradas en el
amplio sofá, semidesnudos, haciendo el amor.
Todo era lujuria, pasión y desenfreno y, después del segundo asalto, algo más relajadas, Santana le acarició con dulzura el cabello.
—Me encanta tu pelo.
—Gracias —respondió besándole la oreja—. A mí también me gusta.
—¡Pero qué creída eres princesa! —le acusó Santana, que no pudo evitar soltar una carcajada al oír el comentario de ella.
—Y tú, qué tocapelotas —le respondió con una sonrisa.
Ambos rieron y ella intentó zafarse.
—He venido para tu sesión de fisio Britt, no para esto.
Ella le dio un último y largo beso, se levantó y le dijo, mirándola de arriba abajo:
—Muy bien, señorita, vayamos al gimnasio.
—Te vestirás, ¿no?
Mimosa, tiró de ella hasta levantarla y murmuró cerca de su boca:
—¿Es necesario?
Asombrada por el rumbo que estaba tomando todo, le dio un cachete en su duro culo.
—Por supuesto que es necesario. Vamos, vístete.
Fingiendo estar molesta, lo que hacía que fuera aún más divertido, le hizo caso.
—Vayamos al gimnasio, tenemos que ponernos las pilas.
Trabajaron duro durante más de una hora. Estaban contentos, la recuperación de la fractura iba de maravilla y ambos lo sabían. Britt le preguntó por Israel y Suhaila y ella le contó todo lo que ella quiso saber.
Aquella noche, al quedarse sola en casa, Britt llamó a su amiga Quinn: necesitaba que le pasara a buscar con el coche al día siguiente, tenía algo que hacer.
Camufladas con gorras y gafas de sol, las dos astros del Inter de Milán llegaron hasta la puerta de un instituto de secundaria. Todo estaba tranquilo y Quinn, mirando a su amiga, le preguntó:
—¿Estás segura de lo que vas a hacer?
—Sí.
—Creo que estoy más loca que tú por acompañarte. Hoy de aquí no salimos vivas —le contestó soltando una carcajada.
Britt le entendió: era una temeridad, cuando los chavales les reconocieran, se iba a liar la marimorena. Pero tenía claro algo: quería que todos vieran que él, la famosa jugadora de fútbol, estrella de la primera plantilla de un Club histórico y de fama internacional, era amigo de Israel. Y que, con su ayuda o sin ella, Israel tenía mucho futuro por delante y sería lo que él quisiera ser.
Cinco minutos después sonó un timbre y una marea de chavales de distintas edades comenzó a salir. Britt se bajó del coche junto a Quinn y se sentó en el capó.
Desde su posición, aunque los chavales les rodearan, ella podría ver a Israel cuando saliera. Como era de esperar, en menos de dos minutos, en cuanto los chicos les reconocieron se organizó una gorda. Sonrientes, firmaron autógrafos y se hicieron fotos con los móviles de los fans adolescentes, hasta que Britt vio salir a Israel y este, sorprendido por tanto tumulto y algarabía a las puertas de su escuela, se volvió loco al ver que la futbolista le llamaba y le hacía señas para que se les acercase.
Boquiabierto, fue hasta el centro de la aglomeración, abriéndose paso entre sus compañeros de instituto porque así lo pidió Britt. Tanto ella como Quinn le abrazaron con naturalidad y buen rollo, para que todo el mundo supiera que eran sus colegas. Después, los tres se metieron en el cochazo de Quinn y se marcharon ante las caras de estupefacción de todos.
Cuando llegaron a La casa della nonna, Israel, con una enorme sonrisa de satisfacción, se despidió de Quinn y, cuando bajó del coche, miró a Britt y dijo:
—Gracias, Britt.
Conmovido por lo que leía en sus ojos sonrió, le chocó la mano y añadió:
—Cuando me necesites, aquí estaré y en cuanto a lo de ese tal Luppo…
—Tranquilo —le cortó avergonzado—. No volveré a acercarme a él.
Britt asintió y sacando una tarjeta de su cartera continuó:
—Aquí tienes mi teléfono y mi dirección. Cualquier cosa que necesites me llamas, ¿entendido?
El chaval la cogió con cara de inmensa felicidad y, tras guardársela en el bolsillo del vaquero, le dijo caminando hacia su hogar:
—Gracias, Britt, lo tendré en cuenta.
Cuando la futbolista se metió en el coche, su amiga Quinn le miró y se metió con ella con guasa.
—Tía, ¿tienes un kleenex…? estoy emocionadita. —Y al ver que se reía, cambió su tono de voz y musitó—: ¿Pero se puede saber qué está haciendo contigo la tocapelotas? Has pasado de llamarme para irnos con preciosos bellezones de curvas sinuosas y bocas apetecibles, a querer que vaya a la puerta de un instituto a recoger a un chaval.
—¿Qué dices, tía?
—Lo que oyes —rio Quinn y mirándole, preguntó—: ¿Sabes si vendrá la tocapelotas a la fiesta de disfraces del sábado?
Britt se quedó pensativa. Ella no lo había vuelto a mencionar, pero aun así, ella no estaba dispuesto a no contar con ella.
—Irá, yo la obligaré a ir.
Quinn soltó una carcajada y, antes de que su amiga se volviera a reír de ella, Britt se adelantó a proponer:
—Anda… llévame a casa. Te invito a unas cervezas.
Esa tarde, Santana llegó a casa de la futbolista de buen humor, antes había pasado por La casa della nonna e Israel le había contado lo que Britt y Quinn habían hecho por él.
—Voy a comerte a besos —le amenazó Santana nada más verle.
—Cómeme —le murmuró divertida, provocándola con su sonrisa y acercándose a ella.
Al día siguiente, tras una estupenda noche de sexo y en una nueva sesión de fisioterapia,
Britt preguntó:
—¿Tienes ya disfraz para la fiesta del sábado?
Sorprendida le miró.
—¿Qué fiesta?
—La del cumpleaños de Quinn, ¿lo habías olvidado?
—Yo no voy a ir.
—¿Por qué?
—Ya te dije que yo no pinto nada en ese cumpleaños. Además, esas fiestecitas que dais los futbolistas no me van, no es lo mío ser un objeto sexual para vosotros.
Britt soltó una risotada: ¿por qué todo el mundo creía que las fiestas de los futbolistas eran sexo, sexo y sexo? Pero estaba dispuesta a conseguir su propósito.
—Pues yo le he dicho a Quinn que irás, ella cuenta contigo.
—¡¿Cómo?!
Tiró de ella para tenerla más cerca, la besó en los labios y murmuró:
—Quiero que estés allí.
—Que no.
—Venga Sanny, me apetece que vengas.
—Britt, allí no conozco a nadie y…
—Me conoces a mí, ¿qué más quieres?
Hipnotizándola, paseó el dedo índice por su mejilla y ella, con el corazón a mil por hora, finalmente cedió.
—Vale… iré.
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Re: Brittana:Ni lo sueñes /adaptacion cap 29, 30, 31 mas el Epilogo
-16-
Llegó el sábado, el día de la fiesta. Santana había invitado a Hanna a acompañarla pero su amiga no aceptó, se moría de la vergüenza. Después de negarse a que Quinn y Britt la recogieran, quedó en verlos en la casa de la homenajeada. Cuando Santana llegó a la puerta de la casa de la futbolista, sonrió al ver a algunos paparazzi en la entrada haciendo fotos a las chicas sexys que entraban. Entró directamente, sin pararse a que la fotografiaran; de inmediato, la música de Lady Gaga inundó sus oídos. Nada más entrar, le resultó divertido ver cómo se fijaban en ella el resto de las mujeres;
lo cierto era que su disfraz nada tenía que ver con el del resto de invitadas.
Buscó a Britt entre aquel mogollón de gente y se quedó sin habla cuando le vio: estaba guapísima vestida de pirata, con su bonito pelo, ese pelo que tanto le gustaba a ella, recogido en una coleta.
¡Qué sexy! pensó divertida.
Britt estaba apoyada en una barra improvisada al fondo del salón. A su alrededor pululaban varias mujeres vestidas de sirenitas, que hablaban y se tocaban sus largas melenas en busca de sus atenciones. Todas eran preciosas: rubias, morenas, pelirrojas…Todas provocativas y cautivadoras.
la futbolista miró el reloj un par de veces, algo nervioso porque Santana se estaba retrasando, hasta que, de pronto, alguien le dio un toquecito en el hombro y, al volverse, se quedó sin habla.
—No me lo puedo creer.
—Yupi… Yupi… Hey —se mofó ella levantando el mentón.
Quinn, que en ese momento llegó hasta ellos con su elegante disfraz de charro mexicano, murmuró al ver que su amiga se reía a mandíbula abierta:
—Pero ¿de qué vas disfrazada?
Santana, divertida por la sonrisa de Britt, añadió tocándose su peluca color naranja chillón.
—¿No conoces a Pipi Lastrum? Pipi Calzaslargas, ¿no te suena?
—¿La del señor Nilsson? —preguntó Quinn.
—La misma —dijo tocando un mono de peluche que pendía de su hombro derecho—.
Señor Nilsson, saluda a los guaperas.
Los futbolistas soltaron una gran carcajada y esta añadió:
—No digáis que no soy original, entre tanta princesita árabe, cleopatras y Cat Woman, al menos el mío es diferente.
Sin poder quitarle los ojos de encima, Britt le acabó dando la razón. Santana llevaba sus botas militares y una media de color verde y otra naranja hasta la altura de los muslos. Remataba el conjunto un vestido corto a rayas verdes y amarillas, un mono de peluche en el hombro derecho y una alucinante peluca naranja de trenzas tiesas. En definitiva, estaba preciosa y totalmente diferente a las demás. Quinn asintió divertida y Britt, tras recorrer su cuerpo con la mirada, murmuró:
—Desde luego Sanny, tú siempre dando la nota.
Aquel comentario les hizo reír a las tres; Britt la cogió de la mano y le susurró al oído:
—Me encantan las traviesas pecas que te has pintado en la cara.
—¿Y qué me dices de mi peluca naranja y mis trenzas tiesas?
—Eso son lo mejor —rio divertida.
Las jóvenes que había a su alrededor miraron a Santana con curiosidad y Quinn, sorprendida por los gestos de posesión de su amiga, la cogió del brazo y le apremió:
—Ven… vamos a bailar.
Sin más, Santana se dejó llevar, y divertidos, bailaron en la pista mientras Britt les observaba sin perder detalle. Cuando acabó su baile, ella regresó junto a Britt, hasta que otros futbolistas, al saber que estaba allí la hija de la entrenadora, se acercaron a darle la bienvenida. Ella les saludó de buen rollo y, uno tras otro, la invitaron a bailar. Britt mantuvo el autocontrol sin decir nada. No quería mostrar a sus compañeros lo que su corazón comenzaba a sentir, pero verla en brazos del ligón de Wesley no le gustó nada.
—¿Qué te ocurre? —preguntó ella una de las veces que se acercó a britt para beber.
—Ten cuidado con Wesley.
—¿Por qué?
Britt, sin querer desnudar lo que sentía, la miró y añadió:
—Solo te digo que tengas cuidado.
Santana iba a responder cuando Wesley la llamó. Giró la cabeza con brusquedad, metiéndole a Britt una de sus trenzas tiesas en el ojo.
—Aisss… ¿te he hecho daño?
—Tranquila, casi me saltas un ojo con el alambre de la trenza, pero por suerte, no lo has conseguido —le dijo sarcástico tocándose el ojo.
Una chica se acercó rápidamente a la futbolista al ver lo ocurrido. Santana no se movió de su sitio y al final, aquella se alejó. Sin importarle lo que pensaran, se acercó más a ella y le cogió con sus manos la cara.
—Levanta el párpado y estate quieta.
Britt hizo caso. Ella lo examinó y al ver su ojo rojo murmuró:
—Lo siento, ha sido sin querer.
—Cuidado con esas trenzas, que son asesinas —bromeó ella.
Se estremeció por cómo le miraba y por el calor que desprendían sus manos.
—Te perdonaré solo si esta noche te vienes a mi casa.
—¿Eso es una propuesta indecente? —se mofó divertida.
Incapaz de no sonreír ante el gesto travieso de ella, asintió y ella cuchicheó lentamente:
—Yupi… Yupi… Hey.
Al escucharle, toda ella ardió. Britt era tentador y, vestida de pirata, la tentación aumentaba hasta unos límites insospechados; por ello, sin importarle quien los observaba, le propuso:
—Tengo mi coche aparcado en la calle de al lado, te espero en él dentro de quince minutos, ¿te parece? Menos de quince minutos después, iban camino de la casa de la futbolista. Al entrar en la casa, se desnudaron con pasión y, tras hacer dos veces el amor sobre el sofá, Santana murmuró:
—¡Dios!… Ha sido genial… genial.
—Tengo una sorpresita para ti —le dijo la futbolista tomando aire y abrazándola.
—¿Una sorpresa?
—Sí.
—¿Qué es? —exigió, como una niña pequeña, sentándose en el sillón.
Divertida por las pecas que aún continuaban dibujadas en su rostro dijo:
—Está en el congelador —le reveló Britt
Ella se levantó del sofá como impulsada por un resorte, se puso la camiseta azul que Britt se había quitado y corrió a la cocina. Dos segundos después, Britt se rio al escucharla gritar:
—¡Diosss, qué ricooo!
Ella llegó ante B, semidesnuda, más seductora que nunca con un enorme recipiente de helado de plátano en la mano.
—Me encantaaa, ¿cómo lo sabías?
Britt la tomó de la mano libre, la sentó sobre ella y, retirándole un bucle negro de cabello que le caía en la cara indicó:
—Te gusta el helado y te gusta el plátano ¿cómo fallar?
Feliz como una niña, destapó el envase, cogió una cucharada de helado y se la metió en la boca a ella, que, encantada, la aceptó. Instantes después, repitió el mismo movimiento pero esta vez para ella.
—Ummm ¡qué bueno por favorrr!
Durante un buen rato continuaron comiendo y charlando mientras ella se deleitaba gustosa con el helado. Britt la observaba como una tonta, cuando le preguntó:
—¿Cuándo tengo que ir a hacerme la prueba al hospital?
—El miércoles —respondió ella sacándose la cuchara de la boca—. Ese día te
examinará el cirujano y, dependiendo de cómo valore el estado de tu pierna, podrás volver o no a los entrenamientos.
—Tengo ganas de comenzar a jugar.
—Lo sé —sonrió ella—, y ya verás los golazos que vas a meter tras pasar por mis manos.
Dentro de ella había sentimientos encontrados: por un lado, deseaba regresar a la disciplina deportiva que le imponía el Club, echaba mucho de menos el balón, el fútbol era su pasión, pero, por otro, era una tonta si no se daba cuenta de que vería menos a Santana.
No quiso que ningún pensamiento ensombreciera aquel momento mágico. Se concentró en que el miércoles el cirujano lo vería todo bien y le dijo atrayéndola hacia ella:
—Sí el miércoles el doctor dice que todo va bien, antes de comenzar con mi rutina del Club, me gustaría invitarte cuatro días a una casita que tengo en la Toscana,¿qué te parece?
—¿Cómo? ¿En serio tienes una casita en la Toscana?
—Sí, en un lugar llamado Volterra; cuando quiero desconectar de todo siempre voy allí,
¿conoces Volterra?
—No, ¿dónde está?
Divertido, Britt aceptó otra cucharada de helado de plátano.
—Al sur de la Toscana, a pocos kilómetros de Siena. Por cierto, allí se rodaron algunas de las escenas de la película Luna Nueva, ya sabes esa de la saga de vampiros.
—¿La de Edward Cullen?
—Sí.
—¿En serio?
—Sí, señorita, totalmente en serio. —Ambos rieron y él añadió—: Aunque yo de Volterra diría que es un precioso pueblo medieval con mucha historia y que estoy seguro de que te gustará. Además…
—Acepto —le cortó ella—. Me encantará conocerlo pero con la condición de que paguemos todo a medias: no me gusta que nadie me pague nada, soy autosuficiente.
la futbolista soltó una carcajada sorprendida, aquello de pagar a medias, era nuevo para ella; molesta por la guasa, pestañeó y le respondió:
—Muy bien, pues vista la gracia que te hace lo que yo digo, prefiero no ir. —Britt dejó de reír de golpe, ambos se miraron y ella añadió—: Si aceptas mi condición, iré, si no, paso.
Tras un incómodo silencio en el que ella continuó atacando el helado, finalmente Britt cedió:
—De acuerdo, pagaremos a medias.
Ella asintió y Britt, cogiéndola por la cintura, la acercó a ella y murmuró:
—Pitufina, prepárate para desconectar de todo y descansar en Volterra.
Llegó el sábado, el día de la fiesta. Santana había invitado a Hanna a acompañarla pero su amiga no aceptó, se moría de la vergüenza. Después de negarse a que Quinn y Britt la recogieran, quedó en verlos en la casa de la homenajeada. Cuando Santana llegó a la puerta de la casa de la futbolista, sonrió al ver a algunos paparazzi en la entrada haciendo fotos a las chicas sexys que entraban. Entró directamente, sin pararse a que la fotografiaran; de inmediato, la música de Lady Gaga inundó sus oídos. Nada más entrar, le resultó divertido ver cómo se fijaban en ella el resto de las mujeres;
lo cierto era que su disfraz nada tenía que ver con el del resto de invitadas.
Buscó a Britt entre aquel mogollón de gente y se quedó sin habla cuando le vio: estaba guapísima vestida de pirata, con su bonito pelo, ese pelo que tanto le gustaba a ella, recogido en una coleta.
¡Qué sexy! pensó divertida.
Britt estaba apoyada en una barra improvisada al fondo del salón. A su alrededor pululaban varias mujeres vestidas de sirenitas, que hablaban y se tocaban sus largas melenas en busca de sus atenciones. Todas eran preciosas: rubias, morenas, pelirrojas…Todas provocativas y cautivadoras.
la futbolista miró el reloj un par de veces, algo nervioso porque Santana se estaba retrasando, hasta que, de pronto, alguien le dio un toquecito en el hombro y, al volverse, se quedó sin habla.
—No me lo puedo creer.
—Yupi… Yupi… Hey —se mofó ella levantando el mentón.
Quinn, que en ese momento llegó hasta ellos con su elegante disfraz de charro mexicano, murmuró al ver que su amiga se reía a mandíbula abierta:
—Pero ¿de qué vas disfrazada?
Santana, divertida por la sonrisa de Britt, añadió tocándose su peluca color naranja chillón.
—¿No conoces a Pipi Lastrum? Pipi Calzaslargas, ¿no te suena?
—¿La del señor Nilsson? —preguntó Quinn.
—La misma —dijo tocando un mono de peluche que pendía de su hombro derecho—.
Señor Nilsson, saluda a los guaperas.
Los futbolistas soltaron una gran carcajada y esta añadió:
—No digáis que no soy original, entre tanta princesita árabe, cleopatras y Cat Woman, al menos el mío es diferente.
Sin poder quitarle los ojos de encima, Britt le acabó dando la razón. Santana llevaba sus botas militares y una media de color verde y otra naranja hasta la altura de los muslos. Remataba el conjunto un vestido corto a rayas verdes y amarillas, un mono de peluche en el hombro derecho y una alucinante peluca naranja de trenzas tiesas. En definitiva, estaba preciosa y totalmente diferente a las demás. Quinn asintió divertida y Britt, tras recorrer su cuerpo con la mirada, murmuró:
—Desde luego Sanny, tú siempre dando la nota.
Aquel comentario les hizo reír a las tres; Britt la cogió de la mano y le susurró al oído:
—Me encantan las traviesas pecas que te has pintado en la cara.
—¿Y qué me dices de mi peluca naranja y mis trenzas tiesas?
—Eso son lo mejor —rio divertida.
Las jóvenes que había a su alrededor miraron a Santana con curiosidad y Quinn, sorprendida por los gestos de posesión de su amiga, la cogió del brazo y le apremió:
—Ven… vamos a bailar.
Sin más, Santana se dejó llevar, y divertidos, bailaron en la pista mientras Britt les observaba sin perder detalle. Cuando acabó su baile, ella regresó junto a Britt, hasta que otros futbolistas, al saber que estaba allí la hija de la entrenadora, se acercaron a darle la bienvenida. Ella les saludó de buen rollo y, uno tras otro, la invitaron a bailar. Britt mantuvo el autocontrol sin decir nada. No quería mostrar a sus compañeros lo que su corazón comenzaba a sentir, pero verla en brazos del ligón de Wesley no le gustó nada.
—¿Qué te ocurre? —preguntó ella una de las veces que se acercó a britt para beber.
—Ten cuidado con Wesley.
—¿Por qué?
Britt, sin querer desnudar lo que sentía, la miró y añadió:
—Solo te digo que tengas cuidado.
Santana iba a responder cuando Wesley la llamó. Giró la cabeza con brusquedad, metiéndole a Britt una de sus trenzas tiesas en el ojo.
—Aisss… ¿te he hecho daño?
—Tranquila, casi me saltas un ojo con el alambre de la trenza, pero por suerte, no lo has conseguido —le dijo sarcástico tocándose el ojo.
Una chica se acercó rápidamente a la futbolista al ver lo ocurrido. Santana no se movió de su sitio y al final, aquella se alejó. Sin importarle lo que pensaran, se acercó más a ella y le cogió con sus manos la cara.
—Levanta el párpado y estate quieta.
Britt hizo caso. Ella lo examinó y al ver su ojo rojo murmuró:
—Lo siento, ha sido sin querer.
—Cuidado con esas trenzas, que son asesinas —bromeó ella.
Se estremeció por cómo le miraba y por el calor que desprendían sus manos.
—Te perdonaré solo si esta noche te vienes a mi casa.
—¿Eso es una propuesta indecente? —se mofó divertida.
Incapaz de no sonreír ante el gesto travieso de ella, asintió y ella cuchicheó lentamente:
—Yupi… Yupi… Hey.
Al escucharle, toda ella ardió. Britt era tentador y, vestida de pirata, la tentación aumentaba hasta unos límites insospechados; por ello, sin importarle quien los observaba, le propuso:
—Tengo mi coche aparcado en la calle de al lado, te espero en él dentro de quince minutos, ¿te parece? Menos de quince minutos después, iban camino de la casa de la futbolista. Al entrar en la casa, se desnudaron con pasión y, tras hacer dos veces el amor sobre el sofá, Santana murmuró:
—¡Dios!… Ha sido genial… genial.
—Tengo una sorpresita para ti —le dijo la futbolista tomando aire y abrazándola.
—¿Una sorpresa?
—Sí.
—¿Qué es? —exigió, como una niña pequeña, sentándose en el sillón.
Divertida por las pecas que aún continuaban dibujadas en su rostro dijo:
—Está en el congelador —le reveló Britt
Ella se levantó del sofá como impulsada por un resorte, se puso la camiseta azul que Britt se había quitado y corrió a la cocina. Dos segundos después, Britt se rio al escucharla gritar:
—¡Diosss, qué ricooo!
Ella llegó ante B, semidesnuda, más seductora que nunca con un enorme recipiente de helado de plátano en la mano.
—Me encantaaa, ¿cómo lo sabías?
Britt la tomó de la mano libre, la sentó sobre ella y, retirándole un bucle negro de cabello que le caía en la cara indicó:
—Te gusta el helado y te gusta el plátano ¿cómo fallar?
Feliz como una niña, destapó el envase, cogió una cucharada de helado y se la metió en la boca a ella, que, encantada, la aceptó. Instantes después, repitió el mismo movimiento pero esta vez para ella.
—Ummm ¡qué bueno por favorrr!
Durante un buen rato continuaron comiendo y charlando mientras ella se deleitaba gustosa con el helado. Britt la observaba como una tonta, cuando le preguntó:
—¿Cuándo tengo que ir a hacerme la prueba al hospital?
—El miércoles —respondió ella sacándose la cuchara de la boca—. Ese día te
examinará el cirujano y, dependiendo de cómo valore el estado de tu pierna, podrás volver o no a los entrenamientos.
—Tengo ganas de comenzar a jugar.
—Lo sé —sonrió ella—, y ya verás los golazos que vas a meter tras pasar por mis manos.
Dentro de ella había sentimientos encontrados: por un lado, deseaba regresar a la disciplina deportiva que le imponía el Club, echaba mucho de menos el balón, el fútbol era su pasión, pero, por otro, era una tonta si no se daba cuenta de que vería menos a Santana.
No quiso que ningún pensamiento ensombreciera aquel momento mágico. Se concentró en que el miércoles el cirujano lo vería todo bien y le dijo atrayéndola hacia ella:
—Sí el miércoles el doctor dice que todo va bien, antes de comenzar con mi rutina del Club, me gustaría invitarte cuatro días a una casita que tengo en la Toscana,¿qué te parece?
—¿Cómo? ¿En serio tienes una casita en la Toscana?
—Sí, en un lugar llamado Volterra; cuando quiero desconectar de todo siempre voy allí,
¿conoces Volterra?
—No, ¿dónde está?
Divertido, Britt aceptó otra cucharada de helado de plátano.
—Al sur de la Toscana, a pocos kilómetros de Siena. Por cierto, allí se rodaron algunas de las escenas de la película Luna Nueva, ya sabes esa de la saga de vampiros.
—¿La de Edward Cullen?
—Sí.
—¿En serio?
—Sí, señorita, totalmente en serio. —Ambos rieron y él añadió—: Aunque yo de Volterra diría que es un precioso pueblo medieval con mucha historia y que estoy seguro de que te gustará. Además…
—Acepto —le cortó ella—. Me encantará conocerlo pero con la condición de que paguemos todo a medias: no me gusta que nadie me pague nada, soy autosuficiente.
la futbolista soltó una carcajada sorprendida, aquello de pagar a medias, era nuevo para ella; molesta por la guasa, pestañeó y le respondió:
—Muy bien, pues vista la gracia que te hace lo que yo digo, prefiero no ir. —Britt dejó de reír de golpe, ambos se miraron y ella añadió—: Si aceptas mi condición, iré, si no, paso.
Tras un incómodo silencio en el que ella continuó atacando el helado, finalmente Britt cedió:
—De acuerdo, pagaremos a medias.
Ella asintió y Britt, cogiéndola por la cintura, la acercó a ella y murmuró:
—Pitufina, prepárate para desconectar de todo y descansar en Volterra.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Ni lo sueñes /adaptacion cap 29, 30, 31 mas el Epilogo
-17-
La visita al cirujano fue muy bien, como era de esperar. El especialista le pasó el informe al jefe de los servicios médicos del Inter, que certificó que, en unos días, Brittany podría retomar los entrenamientos con el resto de sus compañeros. Los dos aplaudieron. Britt le comentó a su entrenadora que antes de volver bajo sus órdenes tenía pensado
hacer una pequeña escapada de relax a la Toscana, sin peligro alguno; al entrenador le pareció correcto, si bien es cierto que no sabía que su hija le acompañaría en la escapada.
Santana pasó a las once a buscarle, metieron un ligero equipaje y a Loca en la parte de atrás y se dispusieron a emprender la ruta.
—Allá vamos, Volterra.
Santana se empeñó en conducir y, finalmente,Britt accedió. El trayecto
se resumió en cinco horas de continuas bromas y confesiones.
Cuando la joven detuvo el coche, se quedó mirando la bonita casita de campo en tono sepia.
—¡Qué pasada…!
Britt sacó a la perra de la parte de atrás y mirando aquel sitio presagió:
—Si te gusta por fuera, ya verás por dentro. La reformé y ha quedado preciosa. Encantada por lo que veía, caminó hacia la puerta, que se abrió de pronto. Aparecieron un hombre, una mujer y unos niños que corrieron a saludar a Britt. Ella soltó las bolsas y, tras agarrar a los pequeños, que literalmente se colgaron de sus brazos, dijo mirando al matrimonio:
—María, Edoardo, ¿cómo estáis?
—Bien Britt, muy bien, ¿y tú? —se interesó el hombre mirándole la pierna.
—Perfectamente, mi recuperación va muy bien, dentro de pocos ya me verás jugando de nuevo con mis compañeros.
La mujer, al imaginarse que sus pequeños le estaban incordiando, les regañó:
—¡Dodo! ¡Sindia! ¡Quietos, niños!, no molestéis a Britt
Al escucharla, Britt se echó a los pequeños a la espalda y respondió divertida:
—Tranquila, María, no molestan.
Santana, que se había mantenido en un segundo plano, se acercó, y los pequeños la miraron con curiosidad. Ella les sonrió. Jugaron un poco y después, con los niños ya cansados, Britt, cogiéndola por la cintura hizo los honores.
—Santana, te presento a María y Edoardo y sus hijos, Sindia y Dodo. Ellos se encargan de cuidar de la casa para que cuando yo venga, la encuentre tan bonita como la estás viendo.
La joven les saludó con una espectacular sonrisa y, tras charlar un rato, se marcharon dejándoles solas en aquel bonito lugar.
Mientras Loca corría como una loca por la enorme parcela de la Toscana, Britt le enseñó la casa: era su orgullo, una casa que nada tenía que ver con la que tenía en Milán.
—Como verás, no hay ningún retrato mío que ocupe el centro del salón.
—Me alegra ver que aquí no eres egocéntrica —le picó con una pícara
sonrisa.
—¿Te apetece que nos demos un bañito relajante en el jacuzzi? Creo que después de cinco horas de coche nos vendrá muy bien.
—¿Tienes jacuzzi aquí?
la joven sonrió, la cogió de la mano y la guio hasta la planta de arriba, allí, tras entrar en un bonito dormitorio decorado en colores ocres, abrió una puerta que daba paso a un enorme baño con unas impresionantes vistas.
—Aquí lo tienes, ¿qué te parece?
—No veo el momento de meterme —contestó alucinada.
—Dirás «meternos» —corrigió ella con rapidez; divertida por aquella reacción, sonrió y Britt, con un gesto pícaro, cuchicheó—: Eso lo soluciono yo rápidamente.
Britt abrió los grifos, echó unas sales y, tomándola de la mano, dijo sacándola del baño:
—¿Qué te parece la habitación?
Boquiabierta, pensando que aquello era exactamente lo que ella siempre había soñado, se acercó hasta la cama con dosel para tocarla.
—Muy elegante, pero imagino que eso ya te lo habrán dicho las otras, ¿verdad?
—¿Las otras? ¿Qué otras? —pregunto sin entender a qué se refería
—Todas tus conquistas a las que has traído a este nidito de amor; porque no me lo niegues, esto es todo un nidito de amor en toda regla.
Britt se echó a reír y se encogió de hombros.
—Pues lo creas o no, aquí solo ha venido mi familia y mi amiga Quinn. No me gusta traer a las conquistas, como dices tú, a este bonito lugar.
—¿Y yo que soy? —preguntó divertida.
Britt con una esplendorosa sonrisa la miró, dio una vuelta alrededor de ella y
finalmente, le susurró al oído:
—Tú eres mi fisioterapeuta. Vamos, entre tú y yo, mi tocapelotas privada.
—Vaya… —rio—. Me alegra saberlo.
Sin más, le besó, y britt, como era de esperar, aceptó. Durante varios minutos se prodigaron mil atenciones, mil caricias, mil besos llenos de calor.
—Creo que un maravilloso jacuzzi nos espera.
—Tienes razón.
En el baño, terminaron de desnudarse y, sin demora, se introdujeron en el grandioso jacuzzi. Semi echados una frente a la otra, Santana cerró los ojos y disfrutó del maravilloso momento: el calor, la tranquilidad, la compañía… Todo era perfecto.
Britt, frente a ella, se limitó a observarla. Cada día que pasaba le encontraba algo que volvía a sorprenderla. Mirarla mientras ella disfrutaba de algo tan simple como un baño de espuma, se convirtió de pronto, en algo tremendamente sensual.
Con mimo, cogió una de sus piernas y la colocó sobre su pecho. Ella se sobresaltó, y abrió los ojos.
—Relájate, solo quiero darte un masaje en el pie mientras te miro.
—¡Ni lo sueñes! —respondió retirando rápidamente el pie.
Aquel «¡ni lo sueñes!», acompañado por una sonrisa torcida, le hizo presuponer porqué, y murmuró:
—Mmm… así que tienes cosquillas.
—Muchas.
—Si prometo no tocarte la planta del pie, ¿puedo darte un masaje en la pierna?
Apoyada en el jacuzzi, con sensualidad, levantó la pierna y la apoyó en su pecho. Cuando ella posó sus manos sobre los gemelos, le pidió:
—Cuéntame algo de ti, siento que apenas te conozco.
Santana se encogió de hombros y sonrió; no pensaba contarle nada de lo que le ocurría, ese era su secreto.
—Mi vida es lo que ves, no hay nada que destacar.
—Sé que eres la hija de Terminator, fisioterapeuta, trilingüe, cabezota, independiente, con buen humor y muuuy positiva. También que eres solidaria con quienes más lo necesitan y que adoras a Israel y a Suhaila. Me consta que te gusta mucho la música de Elvis Presley, las pizzas con aceitunas negras, el helado y que te encantan los plátanos.
—Lo de los plátanos me ha llegado al corazón —se mofó ella.
—¿Cuál es tu película preferida?
—Pretty Woman.
Al escuchar aquel título, Britt se carcajeó.
—¿De qué te ríes? ¿La has visto?
asintió, y ella, con voz soñadora, cuchicheó tras soltar un suspiro:
—Me encanta el final de cuento de hadas que tiene la película. Cuando ese Richard Gere,tan guapo, tan sexy, tan divino, tan para comérselo con su traje gris, aparece subido en aquella limusina blanca mientras suena La Traviata de Verdi a todo volumen… ¡Oh, Dios…qué momento tan romántico!
Al ver cómo britt la miraba mientras le tocaba la pierna con sensualidad, cambió su gesto y olvidó el romanticismo.
—¿Y tu película preferida?
—Rambo —respondió. Y al ver su cara, gritó—: ¡Yupi…yupi… Hey! Ambos rieron por aquel comentario. —Anda… romanticona, cierra los ojos y relájate.
Relajarse era precisamente lo que más le apetecía en aquel momento: cerró los ojos y disfrutó del placer del silencio, la compañía y las manos de britt haciendo dibujitos circulares en sus piernas.
Así estuvieron un buen rato. Ella seguía con los ojos cerrados, así que pudo observarla con detenimiento: hizo un recorrido desde la puntas de su melena hasta los pezones, que sobresalían en el agua. Los miró con tanta intensidad que notó humedad se hacia presente se sentía que comenzaba a hincharse su triangulo del placer. Los pechos de Santana eran deliciosamente
tentadores.
—¿Qué miras? —preguntó ella de pronto.
—Tus pechos.
—¿Mis diminutos pechos? —se mofó.
—Sanny… tus pechos están bien —le recriminó.
La joven, divertida, se los miró y añadió con gesto pícaro:
—Lo sé princesa, pero teniendo en cuenta que estás acostumbrado a las grandes tetorras, las mías te deben parecer poca cosa.
Britt soltó una carcajada, tiró de ella como para hundirla en el agua y respondió divertida:
—Me gustan tus pechos juguetones, adoro verlos rodeados de espumita: son sensuales,maravillosos, muuuy apetecibles.
Ella sonrió y se le acercó, la besó, y se sentó a horcajadas sobre ella, que pasó sus manos alrededor de su cintura para que ella quedara más encajada en ella. Con el ritmo adecuado,
subía y bajaba sus manos desde los hombros hasta el culo de ella. Se acariciaron todo el cuerpo en silencio durante varios minutos hasta que britt, se detuvo de repente.
—¿Qué te ha pasado aquí?
Santana supo que se refería a la fina cicatriz de su pecho derecho; se incomodó, no sabía qué contestarle, así que decidió besarle para escabullirse. Mordió su labio inferior con ansia y ella rápidamente respondió al beso y se olvidó del tema.
Millones de besos y caricias… Todo era morboso y excitante entre ellas, hasta que finalmente, ella hizo lo que deseaba: se elevó entre sus piernas y, tras coger su dedos los colocó rectos en su empapada hendidura y se dejó caer sobre ellos.
—Sanny…
—Tranquila, yo controlo.
Agarrada a los bordes de la bañera, movió sus caderas de atrás hacia delante hasta que Britt echó para atrás la cabeza y ella aprovechó para chuparle el cuello mientras sus caderas, por inercia, seguían un ritmo propio en la búsqueda del placer. Escuchaba los gemidos de britt una y otra vez, y eso la volvía loca. Le gustaba tener el control de la situación y, uniendo sus centros y sin dejar de hacerlo suyo, consiguió llegar al clímax. Supo que ella también había llegado al éxtasis cuando salió de ella con rapidez, mordiéndole el labio.
Cuando las respiraciones se acompasaron, ella se levantó de la bañera, sin dejar de mirarle a los ojos, salió y se metió en la ducha. Sin moverse, siguió observándola. Vio cómo el agua le caía por el cuerpo mientras ella sonreía tentadora. Aquellos cuatro días iban a estar plagados de morbo y sexo, al menos eso es lo que prometía su mirada. De pronto, un ruido rompió el momento y Santana, al ver que era su móvil el que sonaba,
salió de la ducha, cogió una toalla y tras enrollarse en ella corrió a atenderlo.
—¡Hola, mamá!
—¡Hola, cariño!, ¿cómo estás?
Britt, desnuda salió por la puerta y se apoyó en el quicio para observarla. Con la boca seca, Santana murmuró:
—Bien, mamá, estoy muy bien.
—He llamado a tu casa y no me lo has cogido, ¿estás en La casa della nonna?
Al descubrir que se trataba de su madre, Britt, regresó al interior del baño y San pudo responder.
—Estoy en la Toscana mamá.
—¡¿En la Toscana?!
—Sí.
—Aisss, mi vida, qué lugar más romántico.
—Pues, sí mamá, es ideal —bromeó.
Si había alguien romántica y positiva en el mundo ¡esa era su madre!
—Un lugar precioso para enamorarse, ¿no crees, cariño?
—Pues sí, mamá, lo creo.
Maribel al detectar que su hija no parecía querer decirle con quién estaba, se animó a preguntar:
—¿Y que haces allí, cariño?
Caminó hasta la puerta del baño, comprobó que Britt se estaba duchando y, tras pasear con lujuria su mirada por el bonito cuerpo de Britt, murmuró:
—Disfrutando de unas maravillosas vistas.
—No me habías dicho nada, hija —protestó su madre—. Pensé que este fin de semana vendrías a comer a casa con Suhaila e Israel.
—Pues no, mamá, este fin de semana es solo para mí.
Se quedó absorta, maravillada y con la boca cada vez más seca mientras admiraba su cuerpo bajo la ducha.
—Muy bien cariño, ya no aguanto más: ¿con quién estás en la Toscana?
—Con una amiga.
—Una amiga, ¿especial?
—No, mamá. —Sonrió.
—¿Lo conocemos tu mama o yo?
Decir que sí hubiera sido fácil, pero deseosa de mantener esta historia para ella sola respondió:
—No mamá, no lo conocéis.
—Dime al menos que es guapa y una dama. —le contestó su madre soltando una carcajada.
—Guapa, una dama, sexy y un auténtico bombón.
—Vale mi vida, confío en tu buen gusto con las mujeres, te dejo para que sigas pasándolo bien, pero llámame cuando vuelvas, ¿vale?
—De acuerdo, mamá.
Colgó hechizada, dejó el móvil sobre la mesa y entró en el baño. Deseaba a Britt: verle empapada dentro de la ducha era algo muuy sexy. Su espalda era fantástica, su trasero, colosal y sus piernas, una maravilla. Fascinada por el influjo que causaba en ella, le observó en silencio mientras ella, de cara a la pared dejaba que el agua resbalara por su espalda. Cuando ya no pudo más, Santana se metió en el interior de la ducha sin quitarse la toalla, que, de inmediato, quedó completamente empapada. Al notar su compañía, se giró,
instante en el que sus miradas se encontraron, y le quitó la toalla, que cayó a los pies. El agua se deslizaba entre sus cuerpos. Ambos se miraban y Britt, sonrió al escuchar:
—Bésame.
Dicho y hecho: la besó y ella le respondió excitada. Britt resultaba siempre tentadora y deseaba sexo con ella una y otra vez. Enloquecida por la pasión que veía en ella, sin dudarlo, la agarró por la cintura y la apoyó en la pared de la ducha mientras un calor inmenso les subía por las piernas.
—Britt…
—Tranquila… yo controlo —respondió ella haciéndola sonreír.
Besos calientes y juguetones lametazos dieron paso a jadeos roncos y pasionales. Hicieron el amor en la ducha y, sin descanso y todavía húmedos, sobre la cama, después. No acababan de saciarse y, cuando a las diez de la noche pararon un poco, divertida, Santana preguntó:
—¿Van a ser así los cuatro días?
Alucinadas por ver que se tenían unas ganas infinitas, Britt sonrió y ella murmuró:
—Yupi… Yupi… Hey
La visita al cirujano fue muy bien, como era de esperar. El especialista le pasó el informe al jefe de los servicios médicos del Inter, que certificó que, en unos días, Brittany podría retomar los entrenamientos con el resto de sus compañeros. Los dos aplaudieron. Britt le comentó a su entrenadora que antes de volver bajo sus órdenes tenía pensado
hacer una pequeña escapada de relax a la Toscana, sin peligro alguno; al entrenador le pareció correcto, si bien es cierto que no sabía que su hija le acompañaría en la escapada.
Santana pasó a las once a buscarle, metieron un ligero equipaje y a Loca en la parte de atrás y se dispusieron a emprender la ruta.
—Allá vamos, Volterra.
Santana se empeñó en conducir y, finalmente,Britt accedió. El trayecto
se resumió en cinco horas de continuas bromas y confesiones.
Cuando la joven detuvo el coche, se quedó mirando la bonita casita de campo en tono sepia.
—¡Qué pasada…!
Britt sacó a la perra de la parte de atrás y mirando aquel sitio presagió:
—Si te gusta por fuera, ya verás por dentro. La reformé y ha quedado preciosa. Encantada por lo que veía, caminó hacia la puerta, que se abrió de pronto. Aparecieron un hombre, una mujer y unos niños que corrieron a saludar a Britt. Ella soltó las bolsas y, tras agarrar a los pequeños, que literalmente se colgaron de sus brazos, dijo mirando al matrimonio:
—María, Edoardo, ¿cómo estáis?
—Bien Britt, muy bien, ¿y tú? —se interesó el hombre mirándole la pierna.
—Perfectamente, mi recuperación va muy bien, dentro de pocos ya me verás jugando de nuevo con mis compañeros.
La mujer, al imaginarse que sus pequeños le estaban incordiando, les regañó:
—¡Dodo! ¡Sindia! ¡Quietos, niños!, no molestéis a Britt
Al escucharla, Britt se echó a los pequeños a la espalda y respondió divertida:
—Tranquila, María, no molestan.
Santana, que se había mantenido en un segundo plano, se acercó, y los pequeños la miraron con curiosidad. Ella les sonrió. Jugaron un poco y después, con los niños ya cansados, Britt, cogiéndola por la cintura hizo los honores.
—Santana, te presento a María y Edoardo y sus hijos, Sindia y Dodo. Ellos se encargan de cuidar de la casa para que cuando yo venga, la encuentre tan bonita como la estás viendo.
La joven les saludó con una espectacular sonrisa y, tras charlar un rato, se marcharon dejándoles solas en aquel bonito lugar.
Mientras Loca corría como una loca por la enorme parcela de la Toscana, Britt le enseñó la casa: era su orgullo, una casa que nada tenía que ver con la que tenía en Milán.
—Como verás, no hay ningún retrato mío que ocupe el centro del salón.
—Me alegra ver que aquí no eres egocéntrica —le picó con una pícara
sonrisa.
—¿Te apetece que nos demos un bañito relajante en el jacuzzi? Creo que después de cinco horas de coche nos vendrá muy bien.
—¿Tienes jacuzzi aquí?
la joven sonrió, la cogió de la mano y la guio hasta la planta de arriba, allí, tras entrar en un bonito dormitorio decorado en colores ocres, abrió una puerta que daba paso a un enorme baño con unas impresionantes vistas.
—Aquí lo tienes, ¿qué te parece?
—No veo el momento de meterme —contestó alucinada.
—Dirás «meternos» —corrigió ella con rapidez; divertida por aquella reacción, sonrió y Britt, con un gesto pícaro, cuchicheó—: Eso lo soluciono yo rápidamente.
Britt abrió los grifos, echó unas sales y, tomándola de la mano, dijo sacándola del baño:
—¿Qué te parece la habitación?
Boquiabierta, pensando que aquello era exactamente lo que ella siempre había soñado, se acercó hasta la cama con dosel para tocarla.
—Muy elegante, pero imagino que eso ya te lo habrán dicho las otras, ¿verdad?
—¿Las otras? ¿Qué otras? —pregunto sin entender a qué se refería
—Todas tus conquistas a las que has traído a este nidito de amor; porque no me lo niegues, esto es todo un nidito de amor en toda regla.
Britt se echó a reír y se encogió de hombros.
—Pues lo creas o no, aquí solo ha venido mi familia y mi amiga Quinn. No me gusta traer a las conquistas, como dices tú, a este bonito lugar.
—¿Y yo que soy? —preguntó divertida.
Britt con una esplendorosa sonrisa la miró, dio una vuelta alrededor de ella y
finalmente, le susurró al oído:
—Tú eres mi fisioterapeuta. Vamos, entre tú y yo, mi tocapelotas privada.
—Vaya… —rio—. Me alegra saberlo.
Sin más, le besó, y britt, como era de esperar, aceptó. Durante varios minutos se prodigaron mil atenciones, mil caricias, mil besos llenos de calor.
—Creo que un maravilloso jacuzzi nos espera.
—Tienes razón.
En el baño, terminaron de desnudarse y, sin demora, se introdujeron en el grandioso jacuzzi. Semi echados una frente a la otra, Santana cerró los ojos y disfrutó del maravilloso momento: el calor, la tranquilidad, la compañía… Todo era perfecto.
Britt, frente a ella, se limitó a observarla. Cada día que pasaba le encontraba algo que volvía a sorprenderla. Mirarla mientras ella disfrutaba de algo tan simple como un baño de espuma, se convirtió de pronto, en algo tremendamente sensual.
Con mimo, cogió una de sus piernas y la colocó sobre su pecho. Ella se sobresaltó, y abrió los ojos.
—Relájate, solo quiero darte un masaje en el pie mientras te miro.
—¡Ni lo sueñes! —respondió retirando rápidamente el pie.
Aquel «¡ni lo sueñes!», acompañado por una sonrisa torcida, le hizo presuponer porqué, y murmuró:
—Mmm… así que tienes cosquillas.
—Muchas.
—Si prometo no tocarte la planta del pie, ¿puedo darte un masaje en la pierna?
Apoyada en el jacuzzi, con sensualidad, levantó la pierna y la apoyó en su pecho. Cuando ella posó sus manos sobre los gemelos, le pidió:
—Cuéntame algo de ti, siento que apenas te conozco.
Santana se encogió de hombros y sonrió; no pensaba contarle nada de lo que le ocurría, ese era su secreto.
—Mi vida es lo que ves, no hay nada que destacar.
—Sé que eres la hija de Terminator, fisioterapeuta, trilingüe, cabezota, independiente, con buen humor y muuuy positiva. También que eres solidaria con quienes más lo necesitan y que adoras a Israel y a Suhaila. Me consta que te gusta mucho la música de Elvis Presley, las pizzas con aceitunas negras, el helado y que te encantan los plátanos.
—Lo de los plátanos me ha llegado al corazón —se mofó ella.
—¿Cuál es tu película preferida?
—Pretty Woman.
Al escuchar aquel título, Britt se carcajeó.
—¿De qué te ríes? ¿La has visto?
asintió, y ella, con voz soñadora, cuchicheó tras soltar un suspiro:
—Me encanta el final de cuento de hadas que tiene la película. Cuando ese Richard Gere,tan guapo, tan sexy, tan divino, tan para comérselo con su traje gris, aparece subido en aquella limusina blanca mientras suena La Traviata de Verdi a todo volumen… ¡Oh, Dios…qué momento tan romántico!
Al ver cómo britt la miraba mientras le tocaba la pierna con sensualidad, cambió su gesto y olvidó el romanticismo.
—¿Y tu película preferida?
—Rambo —respondió. Y al ver su cara, gritó—: ¡Yupi…yupi… Hey! Ambos rieron por aquel comentario. —Anda… romanticona, cierra los ojos y relájate.
Relajarse era precisamente lo que más le apetecía en aquel momento: cerró los ojos y disfrutó del placer del silencio, la compañía y las manos de britt haciendo dibujitos circulares en sus piernas.
Así estuvieron un buen rato. Ella seguía con los ojos cerrados, así que pudo observarla con detenimiento: hizo un recorrido desde la puntas de su melena hasta los pezones, que sobresalían en el agua. Los miró con tanta intensidad que notó humedad se hacia presente se sentía que comenzaba a hincharse su triangulo del placer. Los pechos de Santana eran deliciosamente
tentadores.
—¿Qué miras? —preguntó ella de pronto.
—Tus pechos.
—¿Mis diminutos pechos? —se mofó.
—Sanny… tus pechos están bien —le recriminó.
La joven, divertida, se los miró y añadió con gesto pícaro:
—Lo sé princesa, pero teniendo en cuenta que estás acostumbrado a las grandes tetorras, las mías te deben parecer poca cosa.
Britt soltó una carcajada, tiró de ella como para hundirla en el agua y respondió divertida:
—Me gustan tus pechos juguetones, adoro verlos rodeados de espumita: son sensuales,maravillosos, muuuy apetecibles.
Ella sonrió y se le acercó, la besó, y se sentó a horcajadas sobre ella, que pasó sus manos alrededor de su cintura para que ella quedara más encajada en ella. Con el ritmo adecuado,
subía y bajaba sus manos desde los hombros hasta el culo de ella. Se acariciaron todo el cuerpo en silencio durante varios minutos hasta que britt, se detuvo de repente.
—¿Qué te ha pasado aquí?
Santana supo que se refería a la fina cicatriz de su pecho derecho; se incomodó, no sabía qué contestarle, así que decidió besarle para escabullirse. Mordió su labio inferior con ansia y ella rápidamente respondió al beso y se olvidó del tema.
Millones de besos y caricias… Todo era morboso y excitante entre ellas, hasta que finalmente, ella hizo lo que deseaba: se elevó entre sus piernas y, tras coger su dedos los colocó rectos en su empapada hendidura y se dejó caer sobre ellos.
—Sanny…
—Tranquila, yo controlo.
Agarrada a los bordes de la bañera, movió sus caderas de atrás hacia delante hasta que Britt echó para atrás la cabeza y ella aprovechó para chuparle el cuello mientras sus caderas, por inercia, seguían un ritmo propio en la búsqueda del placer. Escuchaba los gemidos de britt una y otra vez, y eso la volvía loca. Le gustaba tener el control de la situación y, uniendo sus centros y sin dejar de hacerlo suyo, consiguió llegar al clímax. Supo que ella también había llegado al éxtasis cuando salió de ella con rapidez, mordiéndole el labio.
Cuando las respiraciones se acompasaron, ella se levantó de la bañera, sin dejar de mirarle a los ojos, salió y se metió en la ducha. Sin moverse, siguió observándola. Vio cómo el agua le caía por el cuerpo mientras ella sonreía tentadora. Aquellos cuatro días iban a estar plagados de morbo y sexo, al menos eso es lo que prometía su mirada. De pronto, un ruido rompió el momento y Santana, al ver que era su móvil el que sonaba,
salió de la ducha, cogió una toalla y tras enrollarse en ella corrió a atenderlo.
—¡Hola, mamá!
—¡Hola, cariño!, ¿cómo estás?
Britt, desnuda salió por la puerta y se apoyó en el quicio para observarla. Con la boca seca, Santana murmuró:
—Bien, mamá, estoy muy bien.
—He llamado a tu casa y no me lo has cogido, ¿estás en La casa della nonna?
Al descubrir que se trataba de su madre, Britt, regresó al interior del baño y San pudo responder.
—Estoy en la Toscana mamá.
—¡¿En la Toscana?!
—Sí.
—Aisss, mi vida, qué lugar más romántico.
—Pues, sí mamá, es ideal —bromeó.
Si había alguien romántica y positiva en el mundo ¡esa era su madre!
—Un lugar precioso para enamorarse, ¿no crees, cariño?
—Pues sí, mamá, lo creo.
Maribel al detectar que su hija no parecía querer decirle con quién estaba, se animó a preguntar:
—¿Y que haces allí, cariño?
Caminó hasta la puerta del baño, comprobó que Britt se estaba duchando y, tras pasear con lujuria su mirada por el bonito cuerpo de Britt, murmuró:
—Disfrutando de unas maravillosas vistas.
—No me habías dicho nada, hija —protestó su madre—. Pensé que este fin de semana vendrías a comer a casa con Suhaila e Israel.
—Pues no, mamá, este fin de semana es solo para mí.
Se quedó absorta, maravillada y con la boca cada vez más seca mientras admiraba su cuerpo bajo la ducha.
—Muy bien cariño, ya no aguanto más: ¿con quién estás en la Toscana?
—Con una amiga.
—Una amiga, ¿especial?
—No, mamá. —Sonrió.
—¿Lo conocemos tu mama o yo?
Decir que sí hubiera sido fácil, pero deseosa de mantener esta historia para ella sola respondió:
—No mamá, no lo conocéis.
—Dime al menos que es guapa y una dama. —le contestó su madre soltando una carcajada.
—Guapa, una dama, sexy y un auténtico bombón.
—Vale mi vida, confío en tu buen gusto con las mujeres, te dejo para que sigas pasándolo bien, pero llámame cuando vuelvas, ¿vale?
—De acuerdo, mamá.
Colgó hechizada, dejó el móvil sobre la mesa y entró en el baño. Deseaba a Britt: verle empapada dentro de la ducha era algo muuy sexy. Su espalda era fantástica, su trasero, colosal y sus piernas, una maravilla. Fascinada por el influjo que causaba en ella, le observó en silencio mientras ella, de cara a la pared dejaba que el agua resbalara por su espalda. Cuando ya no pudo más, Santana se metió en el interior de la ducha sin quitarse la toalla, que, de inmediato, quedó completamente empapada. Al notar su compañía, se giró,
instante en el que sus miradas se encontraron, y le quitó la toalla, que cayó a los pies. El agua se deslizaba entre sus cuerpos. Ambos se miraban y Britt, sonrió al escuchar:
—Bésame.
Dicho y hecho: la besó y ella le respondió excitada. Britt resultaba siempre tentadora y deseaba sexo con ella una y otra vez. Enloquecida por la pasión que veía en ella, sin dudarlo, la agarró por la cintura y la apoyó en la pared de la ducha mientras un calor inmenso les subía por las piernas.
—Britt…
—Tranquila… yo controlo —respondió ella haciéndola sonreír.
Besos calientes y juguetones lametazos dieron paso a jadeos roncos y pasionales. Hicieron el amor en la ducha y, sin descanso y todavía húmedos, sobre la cama, después. No acababan de saciarse y, cuando a las diez de la noche pararon un poco, divertida, Santana preguntó:
—¿Van a ser así los cuatro días?
Alucinadas por ver que se tenían unas ganas infinitas, Britt sonrió y ella murmuró:
—Yupi… Yupi… Hey
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Edad : 43
Re: Brittana:Ni lo sueñes /adaptacion cap 29, 30, 31 mas el Epilogo
-18-
El viernes por la mañana, tras una noche en la que durmieron como angelitas, Santana se despertó y se vio desnuda y acurrucada entre sus brazos. Cerró los ojos y recordó lo ocurrido horas antes en aquella estancia, había sido alucinante: sexo, pero sexo del bueno, del que te deja con una sonrisa tontorrona en los labios el resto del día. Estaba rememorando la sesión, cuando escuchó un susurro en su oído.
—Buenos días, preciosa, ¿has dormido bien?
Asintió como una muñequita. Le daba hasta vergüenza mirarle a los ojos, pero finalmente, soltó una carcajada cuando ella apretó su cintura con los dedos y empezó a hacerle cosquillas.
Comenzaron la mañana con alegría y, cuando pudo escapar de sus garras, corrió al baño y le prohibió entrar. Necesitaba una ducha, pero una ducha sola, sin que nadie paseara sus manos por su cuerpo y la volviera loca. Britt accedió, pero se sentó en el bidé a observar cómo se duchaba ella mientras esperaba su turno.
Cuando salió, la envolvió en una toalla y tras un par de besos consiguió salir del baño sin volver a hacer el amor. Se secó la piel, abrió su enorme tarro de crema hidratante y comenzó a embadurnarse. Después de los efectos de la quimio y la radio, su piel era muy fina y delicada y necesitaba mucha hidratación o sentía picores. Britt, no podía dejar de mirarla, acercándose a ella, puso su barbilla en el hombro y tocándola, murmuró:
—Tu piel me excita.
—Vaya… me alegra saberlo.
—¿Por qué te pones tanta crema?
Santana, encogiéndose de hombros, sonrió.
—Simplemente intento estar hidratada para seguir teniendo una piel igual de suave.
Entre besos y bromas le empujó a la ducha, cuando el salió del baño, diez minutos después, ella ya le esperaba totalmente vestida.
—Ni se te ocurra acercarte a mí —rio al ver que ella dejaba caer la toalla al suelo.
—¿Segura? —se carcajeó ella.
Incapaz de no mirar aquel centro húmedo el cual deseaba volver a tener en su boca. Pestañeo y dijo
—Sí… seguro.
Britt dio un paso adelante y añadió con voz sensual:
—Te mueres por acercarte. Vamos… cómeme, me muero porque lo hagas.
Hechizada por sus palabras iba a hacer lo que ella le pedía, cuando retomó el control de su cuerpo y, mirándole con los ojos muy abiertos, le respondió:
—Voy preparando el desayuno. Date prisa.
Sin más, salió de la habitación acalorada y cuando llegó al salón, ella todavía le oía reír sorprendida. Estar con Britt le gustaba, no lo podía negar. Aún sonreía embelesada cuando sonó su móvil.
—¡Hola, mamá!
—No soy mami, Pitu.
—¡Holaaa, Gran Jefe!
La risa de su madre la hizo sonreír y antes de poder decir nada este dijo:
—¿Qué haces con Britt en la Toscana?
Sorprendida por aquella pregunta, se apoyó en la mesa y preguntó:
—¿Y a ti quién te ha dicho que estoy con ella? —le contestó sorprendida por aquella pregunta.
—Daniela…
—mama…
—Es uno de mis cracks y es mi obligación saber dónde está en cada momento.
—¿Y por qué presupones que estoy con ella?
—Porque anoche tu madre me contó que estabas en la Toscana con una amiga… Blanco y en botella… Pero hija, ¿qué haces con ella?
Se apoyó en un taburete, miró el campo a través de la ventana y respondió mientras sacaba de su neceser la cajita en la que estaba su medicación. Sin perder tiempo, se metió una pastilla en la boca antes de que la futbolista llegara y dio un trago de agua.
—Vamos a ver, mama, simplemente he venido a pasármelo bien.
—Pero Pitu, ¿crees que es la persona más recomendable para ti?
—¿Por qué dices eso papá?
—Tú ya me entiendes; eres lista, hija, sé que me estás entendiendo perfectamente.
Daniela comprendía los miedos de su madre y finalmente respondió:
—Somos adultas papá, no te preocupes.
—Pero ella… —resopló.
—ella lo tiene tan claro como yo. No me ha hecho promesas de amor eterno, no las necesito y tú lo sabes. Solo necesito divertirme un poco y decidí aceptar este viaje porque me apetece. Ya sé que piensas que ella no es recomendable para mí porque es una casanova,
pero sinceramente papá, me da igual. Yo solo quiero pasarlo bien porque me niego a pensar en nada más, y tú, mejor que nadie, deberías entenderme. Vivo el día a día, el mañana aún no ha llegado, por lo que vivo el presente. Y mi presente es disfrutar, estar a gusto, y si me apetece pasar estos días con Britt, la mayor ligóna de Italia, lo haré. Y lo haré porque soy
egoísta y me apetece. Por lo tanto tranquila, no te agobies: somos adultas y ambas sabemos que esto… es lo que es.
—No quiero que sufras, cariño. Te quiero y me preocupo por ti.
—Ya lo sé Gran Jefe, y por eso sabes que te quiero hasta el infinito y más allá —los dos se rieron—. Pero necesito vivir mi vida a tope. Sé que me entiendes, ¿verdad? Sue, sentada en el cómodo sillón de su residencia en Milán, asintió con los ojos encharcados en lágrimas; su hija era la mujer más fuerte y apasionada que había conocido en su vida, por ello se tragó el nudo de emociones que obstruía su garganta.
—De acuerdo, Pitu, pásalo bien.
—¡Prometido!
Escuchar el entusiasmo y la risa de su hija le llenó el corazón.
—Cuando regreses a Milán llama a casa, ¿de acuerdo?
—Prometido, mama.
Cinco minutos después, vestida con un vaquero y un jersey burdeos, Britt bajó a la cocina y sonrió al verla haciendo tostadas, se acercó a ella, la besó en la mejilla.
—Mmmm… qué bien huele.
Juntos se sentaron a degustar el desayuno que ella había preparado mientras comentaban qué hacer durante el día. Pronto se decantaron por una excursión. Britt conocía sitios extraordinarios en Volterra y sus alrededores y se los quería mostrar.
—Algo de ejercicio suave te vendrá bien, perooo… no quiero que se resienta tu pierna, así que iremos en coche y lo aparcaremos cerca de donde vayamos, ¿qué te parece?
—Me parece bien —sonrió ella—. Pero hay dos problemas.
—¿Cuáles?
—El primero, que el coche tiene que quedarse fuera de las murallas de Volterra.
—¿Eso implica caminar mucho?
—No… no te preocupes. —Y al ver que su mirada le interrogaba sobre el otro problema, musitó—: Lo segundo es que la gente me reconocerá y se acabará la tranquilidad.
—¿Tú crees?
—Sí, estoy seguro. Andar por el casco histórico de la ciudad me resultará difícil a no ser que vaya camuflada o decidamos visitarlo por la tarde-noche. La oscuridad me ayuda a pasar desapercibido la mayoría de las veces.
—Vale… entonces dejaremos esa excursión para cuando oscurezca, no me apetece que los paparazzi nos vean y que mi vida se acabe convirtiendo en un caos mediático, ¿estás de acuerdo?
—¡Me parce perfecto!
En ese momento Loca, la perra entró en la cocina junto a los pequeños Dodo y Sindia.
Britt saludó a los críos con cariño.
—¿Qué te parece si aprovechamos el día para pasear por los alrededores de la casa? — propuso Santana con cariño.
Britt asintió y, diez minutos después, acompañados por la perra, los pequeños y unas botellas de agua fresca, se marcharon a pasear. Dieron un apacible y tranquilo paseo por las sendas de los campos de Volterra. Las vistas eran maravillosas y la compañía divertida y serena. Jugaron con Loca y los chiquillos y Santana pudo comprobar lo niñera que era Britt: solo había que ver cómo jugaba con los críos y cómo trataba a Suhaila para saber lo
mucho que le gustaban. Regresaron a la hora de la comida y tras dejar a los pequeños en la casita contigua, la que ocupaban sus padres, Santana se sorprendió cuando al llegar a la casa principal se encontró un rico guiso esperándoles en la encimera de la cocina.
María había cocinado un exquisito guiso de ternera en salsa, que devoraron hambrientas.
Por la tarde, se tumbaron al sol de la Toscana y, cuando anocheció, iban a refrescarse antes de ir a Volterra, pero la ducha se alargó y aquello fue el principio de una larga noche de sexo.
Al día siguiente, cuando Santana se levantó, estaba hambrienta. Al ver que ella seguía durmiendo, silenciosamente, cogió la píldora que se tenía que tomar del pastillero de su neceser y bajó a la cocina. Tras preparar café con leche, se la metió en la boca justo en el momento en que Britt aparecía y al verla preguntó:
—¿Qué te has metido en la boca?
Sorprendida por su aparición, se la tragó rápidamente.
—Una aspirina, es que me duele un poco la cabeza.
Con gesto de preocupación se acercó a ella y tras tocarle el cuello y besarla, murmuró sin quitarle los ojos de encima.
—¿Te encuentras mal?
Santana, consciente de que casi la pilla, sonrió e indicó:
—No, para nada, no te preocupes. Es un simple dolor de cabeza.
Ella se quedó convencida, la soltó y se preparó un café. Tenían un bonito día por delante.
Pasearon por el campo, esta vez solos. Maria y Edoardo se habían llevado a los niños al pueblo.Britt volvió a preguntarle por su dolor de cabeza, ella quiso quitarle importancia, le dijo que, con la aspirina, ya se le había pasado. Se sintió culpable por mentirle cuando ella le demostraba tanta preocupación, pero no quería contarle la verdad. No podía.
Regresaron hacia el mediodía, cocinaron y, cuando la noche empezó a caer, decidieron visitar el bonito pueblo de Volterra. Que hubiera que aparcar los coches en el exterior del recinto amurallado era algo magnífico: poder caminar por sus calles peatonales sin la presencia de vehículos, sin ruidos, ni humos era, como poco, encantador.
Santana se sorprendió al comprobar que los edificios estaban construidos tan cerca los unos de los otros que apenas se podían fotografiar.
Aquel lugar era mágico.Caminaban por calles que parecían pasadizos y Britt decidió cogerla de la mano. Lo necesitaba, necesitaba sentirla cerca y su contacto. Ella, al notar aquello, sonrió y no se la negó: era la primera vez que se mostraban así en un lugar público. Con los dedos entrelazados, visitaron la parte norte de la ciudad; Britt le enseñó lo bien conservado que estaba su teatro romano, algo después caminaron hasta la zona sur, donde le mostró la
fortaleza Medicea y le explicó que, en la actualidad se utilizaba como prisión.
—Ven, quiero comprar algún recuerdo —dijo Santana al ver una tiendecita.
Nada más entrar, el dependiente reconoció a Britt y le pidió un autógrafo y una foto. Mientras tanto, Santana le echó una ojeada a la tienda, cuando acabó de atender a su fan, Santana le enseñó lo que había elegido:
—Uno es para ti y otro para mí —le dijo enseñándole dos imanes para la nevera, después le besó y cuchicheó—: Recuerda que cuando regresemos te dé un imán para tu nevera de Orta de San Giulio, quiero que tengas un recuerdo de ese maravilloso lugar.
Cuando llegaron a la piazza Priori, considerada el centro de la ciudad, compraron algunos objetos de artesanía local hecha con piedra de alabastro, la típica de la zona, y después Britt la llevó a un restaurante rústico. Geppo, su dueño, saludó con un fuerte abrazo a Britt y rápidamente les buscó una mesa apartada del resto de los comensales.
Santana les observaba encantada mientras hablaban, dejándose llevar por los aromas que empezaban a impregnar su nariz: a orégano, a queso fundido y a pan recién hecho.
Acabaron aquella opípara cena y volvieron a la casa. Tras algunos besos y arrumacos terminaron haciendo el amor sobre la encimera de la cocina.
Ya de madrugada, los sudores nocturnos y los calambres en las piernas despertaron a Santana. Vio que Britt dormía, agobiada, se levantó de la cama, tenía frío, así que tiró de una de las mantas y caminó arropada con ella hasta la ventana. Cuando los calambres se
calmaron, observó con fascinación cómo la lluvia y la niebla densa camuflaban los viñedos que rodeaban la casa. Descalza y arropada con la manta se apoyó en el quicio de la ventana y se dedicó a observar. Siempre le había fascinado ver la salida del sol y el espectáculo que aquel nuevo día le ofrecía estaba siendo maravilloso. Ensimismada, mirando por la
ventana, sintió de pronto que unas manos la abrazaban.
—¿Qué haces despierta tan pronto?
—Ver el amanecer siempre me ha gustado.
—Diluvia —cuchicheó ella con voz somnolienta.
Al escucharle y sentir su cálido aliento en la oreja sonrió, ella era incapaz de entender la felicidad que ella sentía cada nuevo día. Ver amanecer era poder disfrutar de un día más y eso, aquello que para muchos era lo normal, para ella y para las personas que como ella se aferraban a la vida con uñas y dientes era todo un regalo. Finalmente, se acurrucó contra ella y susurró:
—Sí, pero aunque diluvie… amanece.
Britt apoyó su mentón en su hombro y asintió, paseó su mano por la cabeza de ella y al notar algo, le preguntó:
—¿Qué te ha ocurrido aquí?
Santana, al percatarse de que había encontrado la cicatriz que tenía en el cuero cabelludo, se encogió de hombros y murmuró:
—Nada, una cicatriz de mi infancia.
Britt no le dio más importancia, y siguió besándole el cuello.
—Volvamos a la cama, creo que hoy tendremos lluvia durante todo el día.
Y así fue, no paró de llover y dedicaron el día a jugar al parchís y a ver la televisión mientras se prodigaban cariñosas muestras de afecto.
Como cada día, María llegó con provisiones, trajo patatas, espárragos trigueros, huevos, pan tierno y fruta. Y cuando se disponía a cocinar, Britt la convenció de que no hacía falta, ellas lo harían.
Divertida, Santana cotilleó en los armarios de la cocina y encontró todo lo necesario para hacer magdalenas. Se pusieron a ello, aunque la lucha de harina, que había comenzado como un juego, terminó cubriéndoles por completo. Entre risas, metieron las magdalenas en el
horno, se ducharon y, al acabar recogieron el estropicio que habían organizado. Les encantó el olorcito rico que salía del horno y cuando Britt sacó la bandeja aplaudieron por el logro, aunque realmente estaban algo más morenitas de lo previsto.
Horas más tarde, mientras ella dormitaba en el sillón, Britt decidió preparar la comida.
Le preocupaba que le volviera a doler la cabeza otra vez aunque no se hubiera quejado. Aquella mañana había visto cómo se volvía a tomar otra pastilla pero no dijo nada. Sin despertarla, peló unas patatas, las troceó y las depositó en la freidora. Cortó los espárragos, los salteó en una sartén e hizo unas tortillas. Cuando terminó, fue hasta ella y la despertó con
un cariñoso beso.
—Arriba bella durmiente, la comida te espera.
Ella sonrió y tras ver que se desperezaba con naturalidad, de pronto el corazón de la futbolista aleteó de una manera especial. Tan especial que ella misma se conmovió: ¿se estaría enamorando de ella?
—¿No puedo dormir otro ratito más?
—Luego preciosa, ahora hay que comer.
Estaba cansada, muy cansada y ella, cosquilleándole la cintura, murmuró:
—Hoy estás muy perezosa, ¿cómo te puede gustar tanto dormir?
Le miró con gesto triste, pero finalmente sonrió ¡si él supiera! Esforzándose como tantas otras veces en su vida ante quienes quería, se levantó y se sentó junto a ella en la mesa intentando comer a pesar de su falta de apetito. Durante la comida, no pararon de hacerse confidencias.
—¿Estás convencida con lo de la adopción de Suhaila e Israel?
—Sí, es algo que me ronda la cabeza desde hace mucho, y aunque a veces me asusto por la responsabilidad que conlleva, creo que será estupendo para los tres. Eso contando con que los servicios sociales finalmente lo acepten, claro.
—¿Y por qué crees que no lo aceptarían?
—Yo estoy soltera y ellos buscan la mejor opción para los menores. Lo ideal es una familia al completo, ya sabes: padre, madre, perro y gato. Pero mis niños necesitan una familia y yo estoy dispuesta a dársela.
—¿Y qué me dices de crear tú, tu propia familia?
—Eso estoy haciendo.
—Me refiero a tener tus propios hijos —insistió la futbolista—. Si algo tengo claro en esta vida es que quiero tener mis propios hijos con mi mujer, ¿tú no?
Aquel tema era difícil de abordar: la medicación que le habían prescrito y todas las sesiones de quimio y radioterapia que le habían dado no la hacían muy apta para concebir, y aunque conocía a chicas que se habían quedado embarazadas después de pasar por lo que ella había pasado, hizo de tripas corazón.
—A veces lo he pensado, pero el matrimonio no es algo que entre en mis planes y creo que mientras existan niños en el mundo que necesiten amor, ¿por qué traer más?
—Porque son carne de tu carne, ¿no lo has pensado?
—Entiendo lo que dices, pero quizá es que yo lo veo diferente por lo que me pasó a mí.
Sinceramente creo que mi madre y el Gran Jefe, o Terminator, para ti, nos ven como carne de su carne a mí y a mi hermano. Ellos darían la vida por nosotros y nosotros por ellos porque somos una familia. Ambos son las personas que nos han cuidado, que nos han besado con amor, que nos han regañado cuando hemos hecho algo mal y que nos han enseñado los valores de la vida. El amor que nos tenemos y que nos ha unido es tan grande que creo que es difícil de explicar. —Britt sonrió y ella prosiguió—: Cuando conocí a
Suhaila ella tenía tres años e Israel, once. Y te aseguro que cuando les vi, sentí lo mismo que mi mama siempre dice que sintió cuando nos vio a Puck y a mí por primera vez.
Britt se acomodó en la silla.
—Siento curiosidad, ¿qué sintió la Gran Jefe al veros?
Santana sonrió de manera soñadora y a Britt se le puso la carne de gallina.
—mama siempre dice que cuando vio nuestras caritas asustadas supo que había encontrado a sus hijos. —Prefirió no contar cómo se conocieron—. Mi hermano tenía diez años, y yo, siete, y papá asegura que el día que yo metí mi mano entre las suyas, supo que ya no me quería soltar en la vida. —Britt se conmovió al recordar lo que Suhaila le hacía sentir cuando le daba la mano—. ¿Y sabes? eso mismo es lo que me ha pasado a mí con Suhaila e Israel. Cuando los vi me enamoré de ellos, así que, cuando regresaron de la última
casa de acogida donde habían estado, me prometí a mí misma que no volvería a verlos con aquella carita, decepcionados otra vez, y comencé a mover papeles, después de haberlo hablado con Israel y de saber que él estaba encantado con la idea de que yo fuera su madre.
Sé lo que sienten esos niños, mi hermano y yo también hemos pasado por eso y ningún niño debería tener esa sensación, la de que nadie quiere ser tu familia. Es muy frustrante, por eso quiero que me tengan a mí, a mi hermano y a mis padres. Quiero que tengan a personas que les apoyen, que les cuiden y que les den cariño aunque algún día yo no esté.
—¿Y por qué no vas a estar tú?
Al darse cuenta de lo que había dicho, sonrió y se encogió de hombros con resignación.
—Quiero decir que una vez yo les adopte, contarán con toda una familia.
Santana le miró, temía que quisiera ahondar más en el tema, pero de pronto Britt dijo:
—Por cierto, hablando de familia, tengo que pedirte un favor.
—Tú dirás.
—¿Qué tienes que hacer el 13 de abril? —le preguntó cuando acabó de tragar el bocado que había masticado.
—Pues no lo sé, aún falta mucho. ¡Yo que sé que voy a hacer ese día! —le contestó frunciendo el ceño, sorprendida por aquella pregunta.
—¿Qué te parece venir conmigo a la boda de mi hermana en España? —Boquiabierta iba a contestar cuando ella le aclaró—: Dime que sí o mi madre me sentará al lado de la hija de alguna de sus amigas y la boda será un trance doloroso y angustioso para mí. Ser la estrella de la familia y estar soltera es muy duro en este tipo de acontecimientos familiares.
Santana soltó una risotada.
—¿Y qué hago yo en la boda de tu hermana?
—Divertirte, ¿te parece poco?
—La respuesta es no. ¡Ni lo sueñes!
—¿Sabes? Me encanta cómo dices eso de «¡ni lo sueñes!» Recuerdo que es lo primero que me dijiste en el hospital el día que nos conocimos; y lo dices en un tono tan sexy, y provocador, así, ladeando la boca, que me encanta.
—¿Ah, sí? —rio divertida.
—Sí, señorita tocapelotas, tu tono al decirlo es provocador y muy… muy sexy.
Ambos rieron y Britt, acercando su silla a la de ella, murmuró:
—Por favor, acompáñame
—No.
—Por favor, por favor, por favor.
—Que no.
Al ver que ella sonreía, la cogió entre sus brazos y la sentó en su regazo.
—Si me acompañas, te prometo que haré cualquier cosa que tú quieras.
—¿Qué parte del «no», no entiendes?
—Escúchame, cielo…
—Uisss, ¿me has llamado «cielo»? —ella, divertida asintió y ella añadió—:
Definitivamente no. No te acompañaré, y, por cierto, soy tu tocapelotas, no tu cielo.
—Sanny —sonrió—. No es por mí, es por mi madre, necesito que me acompañes de cara a ella. Te deberé un favor enorme ¡gigantesco!
—¿Pero por qué no llevas a cualquiera de tus bellas? Ellas estarán encantadas de acompañarte.
—Lo sé, pero yo quiero ir contigo.
Aquella rotundidad y la súplica de su mirada tocaron el corazón de Santana.
—No le dirás a tu madre que soy tu novia, ¿verdad?
Ella sonrió, y acercó su cara a la de ella.
—No, pero tu presencia me asegurara que mi madre me deje en paz. Aunque no te voy a mentir y tengo que prevenirte de que no podré estar todo el rato contigo, tengo que ser prudente o la gente acabará sacando sus propias conclusiones, o algo peor, acabarán sacando fotos para vender a la prensa. Pero de cara a mi madre, que es lo que importa, si voy acompañado no me atosigará con las hijas de sus amigas.
—¿Y por qué quieres que te acompañe yo?
—Porque tú eres Santana, alguien muy especial para mí y una tocapelotas a la que me encanta tener cerca.
Silencio. El silencio les envolvió, mientras se miraban a los ojos; lo que acababa de decir ella le llenaba el alma y el corazón y, finalmente, murmuró convencida de que, probablemente, no estaba haciendo lo correcto.
—Te acompañaré. Pero que conste que me debes un favor muy grande.
—De acuerdo.
—Muy… muy… ¡enorme!
—Te lo prometo.
—Gigante
—Inmenso.
Loca de felicidad, la besó y ambos rieron. Siguieron hablando durante veinte minutos más, hasta que ella le preguntó alucinada.
—¿Has hecho puenting?
—Sí, lo hice una vez y te aseguro que nunca más —contestó divertida—. Te juro que sentí tal latigazo de excitación y pánico en la caída, al notar que los mofletes me llegaban a los talones, que me prometí a mí misma que no volvería a repetir.
La miró muerto de risa, y murmuró revolviéndole el pelo.
—Eres un caso, Sanny, ¿qué no habrás hecho tu?
—Muchas cosas, entre ellas tengo pendiente, un viaje a Joulupukin Pajakylä.
—¡¿Cómo?! —rio divertido.
— Joulupukin Pajakylä.
En la vida había escuchado aquel nombre y se quedó boquiabierta.
—¿Pero eso existe?
Metiéndose una patata frita en la boca asintió, encantada de verle tan relajada.
—Pues sí, existe, está a ocho kilómetros al norte de Rovaniemi.
—¿Rovaniemi? ¿Y dónde está eso?
Ahora la que se reía era ella y acercándose más a ella, añadió:
—Rovaniemi es el pueblo de Papá Noel y está en el Círculo Polar Ártico, en Laponia.
Estoy ansiosa por poder disponer de varios días libres y darme ese capricho. Visitar la casa de Papá Noel, ver a los elfos, montar en trineos tirados por renos ufff… Tiene que ser una pasada, ojalá algún día pueda hacerlo con Suhaila e Israel.
Anonadada por cómo vivía lo que le estaba contando, se quedó observándola. Como siempre, volvía a ser única: ninguna de sus conquistas le había hablado nunca de un lugar así, todas querían ir a Venecia, para montar en una góndola, o a París, para visitar la Torre Eiffel o a Nueva York, para ir de compras. Lugares cosmopolitas que nada tenían que ver con aquel sitio innombrable en Laponia. Sin pretenderlo, estaba colgándose de ella y cuando aquella noche terminaron en el sofá, comiendo las magdalenas que habían hecho, pensó que aquello era lo que siempre había buscado en la vida: una mujer como ella.
—Están buenísimas —rio la futbolista—. Un poco quemadas, pero muy buenas.
Quitándole la magdalena de la mano, la joven, raspó con un cuchillo la capa más superficial, algo oscura, y se la devolvió.
—Ya te he quitado lo quemado, ¡quejica!
Hablaron y hablaron de mil temas mientras degustaban las magdalenas hasta que la sorprendió:
—Todavía no entiendo, cómo es que una chica como tú no sale con nadie.
—¿Y quién te ha dicho que no salgo con nadie?
Ahora el sorprendido era ella, que se quedó mirándola desafiante.
—¿Hablas en serio?
Santana dio un mordisco a su magdalena y aclaró:
—Ya sabes que soy una mujer con mil amantes.
Rieron y ella insistió:
—¿Pero alguno es especial?
—Lo hubo, pero acabó —le confesó ella negando también con la cabeza.
Tras un silencio entre las dos, él volvió al ataque.
—¿Y se puede saber por qué acabó?
Inconscientemente, los dedos de Santana fueron hasta la cicatriz de su pecho, se lo rozó por encima de la camiseta y respondió:
—Ocurrió algo en mi vida y él no estaba preparado para asumirlo. Pero vamos, no le guardo ningún rencor y, hoy por hoy, somos buenos amigos
—Vaya… lo siento.
Santana suspiró y mirándole fijamente le dijo mientras le colocaba el pelo tras la oreja:
—En ocasiones la vida te pone pruebas. Hay quienes las superan y quienes se quedan en el camino. Yo superé esa prueba pero Sam… se quedó en el camino.
—¿Sam? —preguntó cambiando el gesto—. ¿Has dicho «Sam»?
—Ajá —asintió mordisqueando la magdalena.
—El Sam con el que a veces sales, ¿ese es tu ex? —asintió ella sin darle importancia y ella replicó. —No lo entiendo, ¿y por qué sigues viéndole?
Encogiéndose de hombros, Santana le dio otro mordisco a la magdalena, se tomó su tiempo masticándola y, cuando lo hubo tragado, contestó:
—Porque es una buena persona y le tengo cariño. Además, somos amigos con derecho a roce. Como tú dijiste una vez: «el sexo ¡es sexo!». Y mira, lo que te voy a decir te podrá sonar fatal, pero a Sam, en el fondo, le utilizo como objeto sexual.
—¿Cómo?¿Le utilizas como «objeto sexual»?
—Ajá… Tengo veintinueve años, soy soltera y sin compromiso, estamos en el siglo XXI y como mujer ¡yo elijo con quien acostarme! En la cama hay hombres y mujeres fríos, calientes, sosos, rapiditos, decepcionantes y parlanchines. —Sin poder evitarlo soltó una carcajada al ver la
cara de asombrado de Britt—. Y Sam, en la cama, es caliente y atento y mira por dónde ¡eso me gusta! El sexo con él siempre ha sido bueno y, cuando me apetece, le llamo, me acuesto con él y después sigo con mi vida, tan tranquila. Vamos, lo mismo que haces tú con tus bellas, ¿no crees?
la futbolista se quedó impresionada por su sinceridad.
—Desde luego, no se puede decir que no seas clarita.
—Ay, chica… pronto cumpliré treinta, a mi edad y con las experiencias que he tenido, te aseguro que si algo tengo claro es lo que me gusta y lo que quiero.
— Y de mí, ¿qué quieres Sanny?
Aquella pregunta la pilló totalmente desprevenida. Realmente se había negado a pensar en aquello y de pronto, ella se lo preguntaba. Estaba dispuesta a seguir siendo sincera.
—Simplemente pasarlo bien, creo que ambos queremos lo mismo, ¿no?
—¿Seré también tu amiga con derecho a roce?
—Mmmm… Las dos somos solteras, sin compromiso y creo que nos podríamos ver siempre que a ambos nos apeteciera, ¿no crees?
la futbolista asintió. La frialdad que vio en Santana a la hora de hablar sobre ellas le dejaba un poco descolocada, pero no era frecuente tener la oportunidad de encontrarse con alguien que se mostrase tan abierto y sincero.
—Dices que Sam es caliente y atento en la cama… ¿y cómo me catalogarías a mí?
—¡Wooo! Las comparaciones son odiosas, princesa. ¿Para qué quieres saberlo?
Esa contestación no le gustó, Santana soltó una carcajada al verle fruncir el ceño: Después se acercó a ella y señalándo la magdalena cuchicheó:
—Tú eres como esta magdalena… ¡Tentadora! —ella sonrió—. Cuando te conocí estabas quemado por fuera, pero cuando he raspado en tu superficie y he quitado la parte más oscura, he descubierto que eres una tipa muy maja. —Y desabrochándose la camisa murmuró
con voz tentadora—: Y en la cama eres caliente, terrenal y pasional y me pones mucho, mucho, mucho.
Hipnotizado por la visión de Santana con la camisa desabrochada, tiró la magdalena sobre la bandeja y tumbándose sobre ella susurró.
—Caliente… terrenal… y pasional.
Divertida, se dejó aprisionar por el cuerpo de ella.
—Muuuy caliente… muuuy terrenal y muuuy pasional.
Con una sensualidad que a Santana le hizo vibrar, Britt se apretó contra ella.
—Voy a comerte.
—Cómeme —respondió dispuesta a todo.
Al final de una apasionada noche donde ambas fueron calientes y pasionales, se quedaron dormidas, enredadas en un abrazo. El domingo, desayunaron, se despidieron de María y Edoardo, montaron a Loca en el coche y decidieron regresar a Milán. Cuando cogieron la autopista, Santana, que conducía, puso su mano, con familiaridad en la pierna de la futbolista.
—Gracias, han sido unos días maravillosos.
—Y sin paparazzi. Eso sí que ha estado genial. —Ella sonrió y ella apostilló—:
Sinceramente Sanny, salir en la prensa rosa nunca fue mi objetivo. Como has podido comprobar en cuanto me ven con una mujer, rápidamente sacan mil conclusiones erróneas, empiezan a hablar de noviazgo, de compromiso, de boda… Si nos hubieran visto a las dos en la casa te aseguro que ya estarían pregonando sandeces.
—¿Tanto te importa?
—Sí, no me gusta que inventan cosas sobre mi vida y…
—Pero vamos a ver, Britt —le cortó—: Te guste o no, tú lo propicias.
—¡¿Yo?!
—Sí, tú.
—Venga ya, Sanny. No comprendo cómo puedes pensar así.
Santana asintió y al ver su gesto hosco añadió.
—Eres famosa, ganas un pastón, eres una futbolista de élite, ¿qué se supone que tienen que hacer los paparazzi si te ven salir con tantas mujeres?
—Como mínimo, no inventar.
—Te entiendo, pero…
—¿Realmente crees que deben juzgarme por salir con mujeres?
—No… pero repito, entiende lo que te estoy diciendo.
—Lo quiero entender, pero no puedo. No me gusta que me busquen continuamente novias cuando para mí las mujeres con las que salgo a cenar, a comer o a pasar un fin de semana, no son más que simples amigas —respondió molesta.
Santana asintió y sonrió ante ella, pero, por dentro, aunque su corazón palpitase aceleradamente solo con tenerlo cerca, su sentido común le gritó que ella tenía razón y tenía que alejarse cuanto antes de ella.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Edad : 43
Re: Brittana:Ni lo sueñes /adaptacion cap 29, 30, 31 mas el Epilogo
esto que tienen y no se definir me encanta, de ahi a enamorarse hay un paso, pienso que ya britt siente algo, en cuanto a sanny no estoy segura, hasta pronto!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Edad : 54
Re: Brittana:Ni lo sueñes /adaptacion cap 29, 30, 31 mas el Epilogo
Brittany esta colada por San$-$ cuanto durara sin declararse?:s
A ver como sigue su relacion de amigas con derechos:s
A ver como sigue su relacion de amigas con derechos:s
Susii********-*- - Mensajes : 902
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Edad : 26
Re: Brittana:Ni lo sueñes /adaptacion cap 29, 30, 31 mas el Epilogo
-19-
A finales de febrero, el 27, se celebró el cumpleaños de Suhaila en La casa della nonna. Fue un día muy feliz para la niña, cumplía siete años y se sentía ya muy mayor. Orgullosa, Santana aplaudió e hizo fotos mientras la pequeña soplaba la tarta acompañada por su hermano y el resto de los niños del centro de acogida.
Britt se enteró del cumpleaños de la cría al día siguiente.
—¿Pero por qué no me habías dicho nada? —se quejó.
—Britt, nunca pensé que el cumpleaños de una niña de siete años te interesara —le respondió Santana sorprendida, sin ver cuál era el problema.
—Joder, Sanny, ¡era el cumpleaños de Suhaila!
—¡¿Y qué?!
—Suhaila ¡es mi chica! —le espetó sin querer destapar los sentimientos que aquella pequeña provocaba en ella.
—Ah, bueno ¡perdone usted! No sabía yo que la cosa fuera tan en serio. —Ambas rieron y añadió—: eso se puede remediar, el sábado por la tarde le organizo una fiesta en mi casa con mi familia y amigos, ven y la podrás felicitar.
—Genial, ¿qué le puedo comprar de regalo?
—Sin duda alguna un kit de peluquería, le encantará.
Britt ni se lo pensó, estaba decidida a asistir. El sábado llegó sobre las tres a casa de Santana, quería ayudar con los preparativos de la fiesta. Diez minutos después, un hombre vino a traer una bombona de helio, y dijo antes de marcharse:
—Sanny… cuando acabes, llámame y pasaré a buscarla, ¿vale?
La joven sonrió y cuando quedó a solas con Britt le comentó:
—Es Rosendo, tiene una tienda de chucherías aquí cerca, y le he pedido la bombona para inflar los globos.
Entre risas, colgaron las guirnaldas y, cuando terminaron, comenzaron a inflar globos hasta que Santana, se puso en la boca el globo que acababa de inflar, tragó el helio y con una voz igualita que la del Pato Donald, le preguntó:
—¿Qué te parece mi voz? Sexy, ¿verdad?
Britt soltó una risotada por sus ocurrencias y ella añadió con voz de pito:
—¿Me comerías ahora?
Britt soltó el globo que tenía en las manos, cogió a la joven en brazos y, mientras caminaba hacia la habitación, cuchicheó haciéndola reír estruendosamente.
—A ti te como… como sea.
—Wooo… —rio divertida.
La soltó en la cama, se quitó la camiseta gris y cuando ella abrió los brazos para recibirle con comicidad se tiró sobre ella. Risas, besos, abrazos y ropa por todos los lados.
Necesitaban hacer el amor con urgencia, se deseaban, pero en el momento más álgido, sonó el timbre de la puerta. Ambos se miraron. El timbre volvió a sonar, e instantes después, escucharon que la puerta se abría.
—Sanny, cariño, ¿estás en casa?
—¡Pitufa!
—¡Joder, mis padres!, pero, ¿qué hora es? —cuchicheó Santana levantándose a toda prisa.
Los dos se vistieron a toda pastilla mientras Santana gritaba:
—¡Un segundo, en seguida salimos!
Britt maldijo: Hubiera dado cualquier cosa porque la entrenadora no les pillara en aquella situación. Y cuando dos minutos después salieron de la habitación, supo exactamente lo que pensaba cuando le miró.
La madre de Santana le saludó con una gran sonrisa. Se imaginó que aquella debía ser la mujer que tenía tan ocupada a su hija. Veía a su niña feliz y eso era lo único que le importaba, pero se fijó en su esposa y no le gustó la expresión de su cara.
Entre los cuatro ultimaron los preparativos de la fiesta de la niña. Santana y su madre hablaban continuamente, mientras Britt y la entrenadora apenas si cruzaban alguna palabra.
La tensión entre ellas era evidente.
A las cinco de la tarde empezó a sonar el timbre de la puerta una y otra vez. Amigos de la anfitriona y desconocidos para Britt llegaban a la fiesta. La mayoría se sorprendió al ver a la futbolista, aunque se imaginaron que era un invitado de la madre de Santana.
El timbre no paró de sonar hasta que la casa se lleno de adultos y, sobre todo, de niños. Maribel, encantada, se preocupaba porque todos tuvieran algo de beber, mientras Sue charlaba con complicidad con el resto de los invitados; con todos excepto con Britt. Algo que no pasó desapercibido a Santana. A las seis de la tarde volvió a sonar el timbre: era Hanna con Suhaila e Israel.
Cuando la niña entró en la casa, y todos le gritaron «¡Felicidades!» se volvió loca de felicidad. Israel, al ver a Britt, le abrazó, chocó su mano con complicidad y ya no se separó de ella. Suhaila, nerviosa, besó a todos y cuando llegó a Santana la abrazó de tal manera, sin soltarla durante un buen rato, que a todos se les pusieron los pelos de punta.
Aquello era adoración.
Se quedó alucinada al ver a Britt, abrió los ojos descomunalmente y se tiró a sus brazos. Conmovida por aquella demostración de cariño, la cogió entre sus brazos y le preguntó:
—¿Cómo esta mi chica cumpleañera?
—Contenta… ¡ya tengo siete años! —le confesó coqueta.
—¡Felicidades, preciosa!
—Gracias —le gritó feliz, agarrándose con fuerza a su cuello.
Santana e Israel se acercaron a ellos y la pequeña dijo algo que hizo que los cuatro rieran al unísono. Maribel, emocionada, miró a su mujer y murmuró:
—Qué bonita estampa hacen, ¿verdad?
la entrenadora, rascándose la cabeza, respondió:
—No opino.
Maribel, que sabía a lo que su mujer le estaba dando vueltas, se acercó a ella y le reprendió:
— Sue Sylvester te conozco y sé lo que piensas.
—¿Lo sabes? ¡Qué sorpresa!
Al escuchar aquella puya, le pellizcó en el brazo y se apartó.
—Maribel, por el amor de Dios, si no me gusta… no me gusta, mujer. Esa mujer está todos los días en las revistas, y cada día con una mujer distinta. No quiero algo así para mi niña.
Sin sorprenderse, ella le miró y añadió:
—Esa chica es una buena muchacha.
—Y un mujeriega.
—Anda, mira… como tú.
Boquiabierta, la miró y respondió molesto:
—Eso fue hace años, antes de conocerte, ¿por qué dices eso ahora, mujer?
Encantada con la respuesta, Maribel le agarró del brazo y murmuró:
—Lo sé, Gran jefe…, lo sé. —Sonrió—. ¿Acaso no recuerdas lo que decía la prensa sobre ti cuando tenías su edad? Si yo hubiera hecho caso a todo lo que se decía de Terminator, no estaría ahora contigo. Te recuerdo lo que inventaban…
—Maribel …
—Esa jugadora es como eras tú, lo tiene todo: mujeres, dinero y éxito, pero analiza su mirada y fíjate en cómo mira a Sanny. La mira como tú me mirabas a mí cuando me conociste y me enamoraste. — Sue la miró y ella añadió—: No seas tan crítica con lo que la prensa dice sobre ella y observa por ti mismo su cariño hacia nuestra hija y te darás cuenta de la verdad. Así que… deja de perdonarle la vida y sé amable con la muchacha.
la entrenadora se quedó pensativa, su mujer solía acertar en temas de amoríos pero, aun así, le costaba dar su brazo a torcer. Santana era demasiado importante para ella.
Diez minutos después, todos comían sándwiches, ganchitos y patatas fritas, con litros de Coca-Cola y naranjada. Tras cortar la tarta, todos comenzaron a entregar sus regalos a Suhaila, que estaba tan feliz que no podía parar de saltar, aquella era su fiesta y ella estaba contenta, muy contenta.
En un momento dado, Sue se acercó a Britt y empezó a hablarle:
—Mi hija está feliz, ¡gracias!
Al escucharle, la futbolista fue a responder cuando la entrenadora continuó:
—Pero no estás a la altura de lo que ella necesita. Esta felicidad sé que durara poco y no precisamente porque ella no te quiera. Lo estás haciendo mal, muchacha, muy mal.
Dicho esto, se alejó dejándole totalmente descolocada. Quiso hablar con ella, pero sabía que no era el momento ni el lugar, era mejor posponer aquella conversación para otro día.
Una vez terminaron de darle los regalos a la pequeña, Santana puso música. Sonó la voz de Elvis Presley cantando el rock and roll One-Sided Love Affair . Santana guiñó un ojo a Britt, que le devolvió el gesto con una sonrisa, y se acercó a su madre.
—Gran Jefe, ¿bailas conmigo nuestra canción?
Sue sonrió y sorprendiendo a todos, se quitó la americana y comenzó a bailar con su hija un rock and roll que los dejó a todos boquiabiertos. Maribel, encantada, aplaudía mientras su mujer y su hija bailaban al son de la música sin perder el ritmo.
Cuando la canción acabó, todos aplaudieron, Sue besó a su hija y le susurró:
—Te quiero, Pitufa.
—Tanto como yo a ti, mama.
Todos bailaron al son de Elvis durante horas hasta que alrededor las nueve y media, la fiesta se acabó. Suhaila pidió dormir con Santana en su casa. Y ella le dio la sorpresa de que podía quedarse. Sue y su mujer llevaron a Israel a La casa della nonna. El crío prefería regresar porque al día siguiente había quedado por la mañana para ir a jugar al fútbol con unos compañeros del instituto.
Aquella noche, cuando por fin consiguieron que Suhaila se durmiera,Britt y Santana se tiraron agotados en el sofá del salón y ella, sin poder aguantar un segundo más, desembuchó:
—¿Por qué tu padre cree que no estoy a la altura de lo que tú necesitas?
Bloqueada, intentó aparentar normalidad y, sentándose sobre ella, le besó.
—¿Sabes, príncesa?
—¿Qué, tocapelotas?
Paseando su boca por los labios de ella susurró:
—Te comería ahora mismo.
—Cómeme —le contestó Britt olvidándose de su pregunta y soltando un gruñido de satisfacción
A finales de febrero, el 27, se celebró el cumpleaños de Suhaila en La casa della nonna. Fue un día muy feliz para la niña, cumplía siete años y se sentía ya muy mayor. Orgullosa, Santana aplaudió e hizo fotos mientras la pequeña soplaba la tarta acompañada por su hermano y el resto de los niños del centro de acogida.
Britt se enteró del cumpleaños de la cría al día siguiente.
—¿Pero por qué no me habías dicho nada? —se quejó.
—Britt, nunca pensé que el cumpleaños de una niña de siete años te interesara —le respondió Santana sorprendida, sin ver cuál era el problema.
—Joder, Sanny, ¡era el cumpleaños de Suhaila!
—¡¿Y qué?!
—Suhaila ¡es mi chica! —le espetó sin querer destapar los sentimientos que aquella pequeña provocaba en ella.
—Ah, bueno ¡perdone usted! No sabía yo que la cosa fuera tan en serio. —Ambas rieron y añadió—: eso se puede remediar, el sábado por la tarde le organizo una fiesta en mi casa con mi familia y amigos, ven y la podrás felicitar.
—Genial, ¿qué le puedo comprar de regalo?
—Sin duda alguna un kit de peluquería, le encantará.
Britt ni se lo pensó, estaba decidida a asistir. El sábado llegó sobre las tres a casa de Santana, quería ayudar con los preparativos de la fiesta. Diez minutos después, un hombre vino a traer una bombona de helio, y dijo antes de marcharse:
—Sanny… cuando acabes, llámame y pasaré a buscarla, ¿vale?
La joven sonrió y cuando quedó a solas con Britt le comentó:
—Es Rosendo, tiene una tienda de chucherías aquí cerca, y le he pedido la bombona para inflar los globos.
Entre risas, colgaron las guirnaldas y, cuando terminaron, comenzaron a inflar globos hasta que Santana, se puso en la boca el globo que acababa de inflar, tragó el helio y con una voz igualita que la del Pato Donald, le preguntó:
—¿Qué te parece mi voz? Sexy, ¿verdad?
Britt soltó una risotada por sus ocurrencias y ella añadió con voz de pito:
—¿Me comerías ahora?
Britt soltó el globo que tenía en las manos, cogió a la joven en brazos y, mientras caminaba hacia la habitación, cuchicheó haciéndola reír estruendosamente.
—A ti te como… como sea.
—Wooo… —rio divertida.
La soltó en la cama, se quitó la camiseta gris y cuando ella abrió los brazos para recibirle con comicidad se tiró sobre ella. Risas, besos, abrazos y ropa por todos los lados.
Necesitaban hacer el amor con urgencia, se deseaban, pero en el momento más álgido, sonó el timbre de la puerta. Ambos se miraron. El timbre volvió a sonar, e instantes después, escucharon que la puerta se abría.
—Sanny, cariño, ¿estás en casa?
—¡Pitufa!
—¡Joder, mis padres!, pero, ¿qué hora es? —cuchicheó Santana levantándose a toda prisa.
Los dos se vistieron a toda pastilla mientras Santana gritaba:
—¡Un segundo, en seguida salimos!
Britt maldijo: Hubiera dado cualquier cosa porque la entrenadora no les pillara en aquella situación. Y cuando dos minutos después salieron de la habitación, supo exactamente lo que pensaba cuando le miró.
La madre de Santana le saludó con una gran sonrisa. Se imaginó que aquella debía ser la mujer que tenía tan ocupada a su hija. Veía a su niña feliz y eso era lo único que le importaba, pero se fijó en su esposa y no le gustó la expresión de su cara.
Entre los cuatro ultimaron los preparativos de la fiesta de la niña. Santana y su madre hablaban continuamente, mientras Britt y la entrenadora apenas si cruzaban alguna palabra.
La tensión entre ellas era evidente.
A las cinco de la tarde empezó a sonar el timbre de la puerta una y otra vez. Amigos de la anfitriona y desconocidos para Britt llegaban a la fiesta. La mayoría se sorprendió al ver a la futbolista, aunque se imaginaron que era un invitado de la madre de Santana.
El timbre no paró de sonar hasta que la casa se lleno de adultos y, sobre todo, de niños. Maribel, encantada, se preocupaba porque todos tuvieran algo de beber, mientras Sue charlaba con complicidad con el resto de los invitados; con todos excepto con Britt. Algo que no pasó desapercibido a Santana. A las seis de la tarde volvió a sonar el timbre: era Hanna con Suhaila e Israel.
Cuando la niña entró en la casa, y todos le gritaron «¡Felicidades!» se volvió loca de felicidad. Israel, al ver a Britt, le abrazó, chocó su mano con complicidad y ya no se separó de ella. Suhaila, nerviosa, besó a todos y cuando llegó a Santana la abrazó de tal manera, sin soltarla durante un buen rato, que a todos se les pusieron los pelos de punta.
Aquello era adoración.
Se quedó alucinada al ver a Britt, abrió los ojos descomunalmente y se tiró a sus brazos. Conmovida por aquella demostración de cariño, la cogió entre sus brazos y le preguntó:
—¿Cómo esta mi chica cumpleañera?
—Contenta… ¡ya tengo siete años! —le confesó coqueta.
—¡Felicidades, preciosa!
—Gracias —le gritó feliz, agarrándose con fuerza a su cuello.
Santana e Israel se acercaron a ellos y la pequeña dijo algo que hizo que los cuatro rieran al unísono. Maribel, emocionada, miró a su mujer y murmuró:
—Qué bonita estampa hacen, ¿verdad?
la entrenadora, rascándose la cabeza, respondió:
—No opino.
Maribel, que sabía a lo que su mujer le estaba dando vueltas, se acercó a ella y le reprendió:
— Sue Sylvester te conozco y sé lo que piensas.
—¿Lo sabes? ¡Qué sorpresa!
Al escuchar aquella puya, le pellizcó en el brazo y se apartó.
—Maribel, por el amor de Dios, si no me gusta… no me gusta, mujer. Esa mujer está todos los días en las revistas, y cada día con una mujer distinta. No quiero algo así para mi niña.
Sin sorprenderse, ella le miró y añadió:
—Esa chica es una buena muchacha.
—Y un mujeriega.
—Anda, mira… como tú.
Boquiabierta, la miró y respondió molesto:
—Eso fue hace años, antes de conocerte, ¿por qué dices eso ahora, mujer?
Encantada con la respuesta, Maribel le agarró del brazo y murmuró:
—Lo sé, Gran jefe…, lo sé. —Sonrió—. ¿Acaso no recuerdas lo que decía la prensa sobre ti cuando tenías su edad? Si yo hubiera hecho caso a todo lo que se decía de Terminator, no estaría ahora contigo. Te recuerdo lo que inventaban…
—Maribel …
—Esa jugadora es como eras tú, lo tiene todo: mujeres, dinero y éxito, pero analiza su mirada y fíjate en cómo mira a Sanny. La mira como tú me mirabas a mí cuando me conociste y me enamoraste. — Sue la miró y ella añadió—: No seas tan crítica con lo que la prensa dice sobre ella y observa por ti mismo su cariño hacia nuestra hija y te darás cuenta de la verdad. Así que… deja de perdonarle la vida y sé amable con la muchacha.
la entrenadora se quedó pensativa, su mujer solía acertar en temas de amoríos pero, aun así, le costaba dar su brazo a torcer. Santana era demasiado importante para ella.
Diez minutos después, todos comían sándwiches, ganchitos y patatas fritas, con litros de Coca-Cola y naranjada. Tras cortar la tarta, todos comenzaron a entregar sus regalos a Suhaila, que estaba tan feliz que no podía parar de saltar, aquella era su fiesta y ella estaba contenta, muy contenta.
En un momento dado, Sue se acercó a Britt y empezó a hablarle:
—Mi hija está feliz, ¡gracias!
Al escucharle, la futbolista fue a responder cuando la entrenadora continuó:
—Pero no estás a la altura de lo que ella necesita. Esta felicidad sé que durara poco y no precisamente porque ella no te quiera. Lo estás haciendo mal, muchacha, muy mal.
Dicho esto, se alejó dejándole totalmente descolocada. Quiso hablar con ella, pero sabía que no era el momento ni el lugar, era mejor posponer aquella conversación para otro día.
Una vez terminaron de darle los regalos a la pequeña, Santana puso música. Sonó la voz de Elvis Presley cantando el rock and roll One-Sided Love Affair . Santana guiñó un ojo a Britt, que le devolvió el gesto con una sonrisa, y se acercó a su madre.
—Gran Jefe, ¿bailas conmigo nuestra canción?
Sue sonrió y sorprendiendo a todos, se quitó la americana y comenzó a bailar con su hija un rock and roll que los dejó a todos boquiabiertos. Maribel, encantada, aplaudía mientras su mujer y su hija bailaban al son de la música sin perder el ritmo.
Cuando la canción acabó, todos aplaudieron, Sue besó a su hija y le susurró:
—Te quiero, Pitufa.
—Tanto como yo a ti, mama.
Todos bailaron al son de Elvis durante horas hasta que alrededor las nueve y media, la fiesta se acabó. Suhaila pidió dormir con Santana en su casa. Y ella le dio la sorpresa de que podía quedarse. Sue y su mujer llevaron a Israel a La casa della nonna. El crío prefería regresar porque al día siguiente había quedado por la mañana para ir a jugar al fútbol con unos compañeros del instituto.
Aquella noche, cuando por fin consiguieron que Suhaila se durmiera,Britt y Santana se tiraron agotados en el sofá del salón y ella, sin poder aguantar un segundo más, desembuchó:
—¿Por qué tu padre cree que no estoy a la altura de lo que tú necesitas?
Bloqueada, intentó aparentar normalidad y, sentándose sobre ella, le besó.
—¿Sabes, príncesa?
—¿Qué, tocapelotas?
Paseando su boca por los labios de ella susurró:
—Te comería ahora mismo.
—Cómeme —le contestó Britt olvidándose de su pregunta y soltando un gruñido de satisfacción
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Re: Brittana:Ni lo sueñes /adaptacion cap 29, 30, 31 mas el Epilogo
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A la mañana siguiente, cuando Britt dormía plácidamente en la cama, mientras Santana se duchaba, Suhaila se despertó y se tiró en tromba sobre Ella. Ella sonrió al abrir un ojo y ver a la
niña, que ya estaba arropándose con la sábana.
—¿Por qué estás durmiendo en la cama de Sanny?
—Se hizo tarde y decidí quedarme a dormir.
—¿Y por qué no has dormido en la otra habitación libre?
—Porque preferí dormir en esta —respondió sin saber realmente qué decir.
Suhaila, con un gesto infantil le tocó el pelo e insistió:
—Los novios duermen con las novias, ¿tú eres el novio de Sanny?
—No.
—¿Y por qué duermes con ella?
—Porque anoche tenía mucho frío —respondió Santana que salía del baño—, y le pedí que durmiera conmigo. Vamos Britt, levanta ¡a la ducha!
la futbolista, desapareció de inmediato para que la niña no le hiciera más preguntas. Una vez se quedaron solas, Santana intentó explicarse:
—Escucha, cariño, Britt no es mi novia, pero en ocasiones, nos gusta dormir juntos porque yo…
—¿Pero le quieres?
Santana lo pensó: en realidad, no podía decirle a una niña que se acostaba con alguien sin quererle y bajó la voz para continuar.
—Claro que sí… pero no se lo digas, será nuestro secreto, ¿vale?
—¿Le quieres hasta el infinito y más allá?
Aquella frase era un juego que su padre había comenzado con ella cuando, asustada, tenía que ir al hospital y ahora ella lo utilizaba con Suhaila. La pequeña la miraba a la espera de una respuesta.
—A ti es a quien quiero hasta el infinito y más allá, brujilla.
—Pero el día que Israel estuvo malito con tos y dormimos contigo en la camita, tú dijiste que en ella solo dormían las personas a las que tú querías hasta el infinito y más allá, así que yo creo que a Britt le quieres así, aunque no lo digas. Santana se quedó bloqueada e intentando cortar el tema susurró.
—Creo que eres una gran bruja.
—Las brujas, una vez me dijiste que lo sabían todo, ¿verdad?
Santana soltó una gran risotada y la pequeña la abrazó.
—Cuando seas mi mami me vas a querer más.
La miró emocionada y susurró retirándole el pelo de la cara:
—Creo que es imposible quererte más de lo que te quiero. —Y dándole un beso en la cabeza añadió—: Ahora venga… ve a vestirte que vamos a desayunar.
La pequeña, encantada de tener un secreto con Santana, salió de la habitación sin más.
Cuando Britt acabó en la ducha, se vistió rápidamente y se acercó a la cocina, donde desayunaban Santana y Suhaila. Antes de que pudiera decir nada, la pequeña se dirigió a ella .
—¿Te gustan las galletas con Nutella?
Sentándose junto a ella, cogió la galleta que ella le tendía y le dio un vigoroso mordisco —Mmmm… Me encantan.
Santana le sirvió un café divertida; cuando ella se lo terminó de tomar, la niña tocándole la melena, aún húmeda, le propuso:
—¿Me dejas peinarte con el kit de peluquería que me regalaste?
—Por supuesto, preciosa.
Una hora después, los tres estaban en el salón en paz y armonía. Santana y Britt leían el periódico mientras la niña seguía peinando a la futbolista hasta que, de pronto, Britt sintió un pequeño tirón y gritó tocándose la cabeza.
—¿Pero qué has hecho?
Santana se quedó totalmente desconcertada al mirar y se le escapó una risotada. Suhaila tenía unas tijeras en una mano y en la otra… un mechón de cabello.
—¡Ostras, Britt! ¡tu pelo! —se carcajeó Santana.
Rápidamente, la futbolista se levantó, se encaminó al espejo y horrorizada al ver el trasquilón en su preciada melena, le gritó:
—¡Por el amor de Dios! ¿Por qué me has cortado el pelo?
—Ha sido sin querer —susurró la cría asustada.
—¿Sin querer? ¡Joder, Suhaila…!
La niña, al escuchar el duro tono de su voz y la expresión de su cara, se quedó sin habla.
Rápidamente, Santana se acercó a ella y le quitó las tijeras mientras aquel gritaba como una posesa.
—Joder… joder… ¡Joder!
—Vale, Britt —intentó mediar Santana. Estaba perdiendo los papeles y ella sabía que, cuando Britt los perdía, se ponía muy desagradable—. Vale ya, creo que te estás pasando.
—¿Cómo que me estoy pasando?
—Britt ¡vale!
—¡Joder! La niña me corta el pelo, tú te ríes y todavía tienes la poca vergüenza de decirme ¡que me estoy pasando! Santana entendía su enfado, pero al ver la cara de la cría le pidió tranquilidad con la mirada.
—No te preocupes, lo arreglaremos.
—¿Qué pretendes? ¿pegarme el pelo con pegamento?
—Britt… respira y razona, por favor.
Pero aquel seguía meando fuera del tiesto.
—Joder… tengo que grabar un anuncio dentro de tres días, ¿cómo voy a aparecer con este trasquilón?
—Britt… no exageres ¡tampoco es para tanto!
—¿Que no es para tanto? —voceó con el trozo de pelo en la mano.
Santana le miró: había perdido los papeles de una manera irracional. Suhaila susurró:
—Lo siento… yo…
—¡Cállate Suhaila! Ahora es mejor que te calles —le gritó molesta Britt.
—No le hables así a la niña —musitó Santana con mal gesto.
Enfadada, seguía mirándose en el espejo, y volvió a gritar:
—¿Pero tú has visto lo que me ha hecho?
Lo veía, y lo veía muy bien, pero estaba exagerando; para calmar los ánimos, propuso:
—Tengo un amigo que es peluquero y…
—Tu amigo no me vale —protestó—. Yo tengo mi propia peluquera.
—Vaya… usted perdone —contestó molesta.
—Soy tonta… —murmuró la pequeña.
Santana, al escucharla, se sentó a su lado y le pasó la mano por la cabeza para tranquilizarla.
—No cariño, no eres tonta, ha sido un fallo y eso le pasa a cualquiera, ¿verdad,Britt?
Pero ella ya no las escuchaba. Solo le preocupaba su pelo y sin responder, cogió el móvil, marcó un número de teléfono y, segundos después, le oyeron decir:
—¡Hola, bella!, ¿puedes estar en mi casa en una hora?
Cuando colgó, Santana tenía ganas de patearle el culo. ¡Qué insensibilidad! El trasquilón se veía, pero podía disimularse con un corte diferente. Suhaila, con los ojos como platos, no paraba de mirarle, sorprendida al verla tan alterada. Y cuando ella se marchó dando un portazo, sin despedirse, le dijo entre sollozos:
—Soy tonta, y Britt ahora… ella…
Santana, al ver el berrinche de la pequeña, se desesperó y cogiéndola entre sus brazos la arrulló.
—No pasa nada, cariño, no es grave, estas cosas pasan. Ya verás como…
—Pero yo no creía que las tijeras cortaran tanto, y ahora Britt se ha enfadado con nosotras, y yo no quiero que se enfade.
—No te preocupes, se le pasará, ya lo veras. Y en cuanto a…
Pero no pudo acabar la frase. Sonó el timbre de la puerta. Santana se levantó con la pequeña refugiada en su cuello y, al abrir, se quedó sin habla cuando vio a Britt. Se entendieron sin necesidad de hablar, su gesto se lo dijo todo y ella suspiró aliviada. la futbolista, avergonzada por cómo se había puesto, tocó el hombro de la pequeña para que la mirara y, cuando lo consiguió y vio su carita de disgusto y los ojos llenos de lágrimas, el corazón se le encogió. Era una auténtica idiota.
Durante una fracción de segundo ninguno de las tres dijo nada, solo se miraron, hasta que Britt finalmente dijo:
—¿Me perdonáis por haberme comportado como una tonta?
La pequeña miró a Santana y ella le respondió, a pesar de la cantidad de cosas que le hubiera gustado decirle.
—Lo que tú digas, cariño.
Suhaila, secándose las lágrimas, pestañeó y empezó a justificarse:
—Yo estaba jugando y no sabía que las tijeras cortaban, pensaba que eran de juguete. Perdóname, por favor.
Su voz, su tristeza al decir aquello, hizo que Britt cogiera a la niña en sus brazos, la abrazara y después de besarla en la mejilla, le dijo:
—Estás perdonada, preciosa, por supuesto que estás perdonada, pero ahora necesito saber si tú me perdonas a mí: no tenía que haberme puesto así contigo y mucho menos haberos gritado, ni a ti, ni a Santana.
Durante unos minutos, Britt, olvidándose del mundo, se centró en la pequeña, ella era lo único importante en ese momento y, finalmente, la niña sonrió y murmuró:
—Yo te perdono.
—Gracias, preciosa.
—Eres mi chica y te quiero mucho.
—Para mí es muy importante que mi chica me perdone. Muy importante —murmuró emocionado al sentir el cariño que la niña le tenía.
Se abrazaron y, cuando se separaron, la chiquilla miró a Santana
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Re: Brittana:Ni lo sueñes /adaptacion cap 29, 30, 31 mas el Epilogo
-21-
Los días pasaron y Santana, tras ese episodio, intentó poner tierra entre la futbolista y los niños, aquello se estaba comenzando a liar con demasiados sentimientos y eso la asustaba.
Pero le resultó imposible: Britt no se lo permitió.
El doce de marzo, Britt se reunió en un restaurante con amigos y varios compañeros, para el ver el AC Milan-Barcelona. Al final ganó el Barça con cuatro golazos. Ver la derrota sin paliativos del enemigo acérrimo del Inter, les llenó de alegría.
—Prueba esta pizza, ¿qué te parece? —preguntó Britt a Santana.
Tras darle un mordisco y saborearla con gusto ella abrió los ojos como platos y, mirándole directamente, le dio su veredicto:
—Buenísima, una de las mejores que he probado en mi vida.
Britt rio y, sin importarle las miradas de algunos de sus amigos, besó a la joven, que se dejó encantada. Durante la cena, todos charlaron; era un grupo de unas quince personas a cual más animado y, cuando terminaron de cenar, propusieron ir a tomar una copa a Santofredi, un local de moda. Britt se negó al principio, pero claudicó ante la insistencia
de su amiga Quinn. Santana decidió invitar a Hanna y quedaron en verse directamente en el local.
Al llegar a Santofredi, Britt se sorprendió por no ver paparazzi en la entrada. Eso era maravilloso, pero una vez dentro, se agobió: todo el mundo quería hacerse fotos con ella y eso llegó a abrumarle pasado un rato, a pesar de que seguía accediendo con buen talante.
Santana pasó a la zona VIP con el resto del grupo y, cuando vio llegar a Hanna, la saludó con la mano y la hizo pasar.
—¡Wooo! ¿Zona VIP?
—Sí, es lo que tiene ir acompañada de astros del fútbol —se mofó Santana abrazando a su amiga.
Durante un rato, las dos charlaron animadas, hasta que Quinn, que se había entretenido firmando autógrafos accedió a la zona Vip y, al ver a Hanna, le preguntó mirándola:
—Tú y yo nos conocemos, ¿verdad?
—Sí, nos vimos en La casa della nonna.
—¿Puedo invitarte a una copa?
—No. —Y cuando vio la cara de ella añadió—: Mejor que sean dos.
Santana y Hanna se miraron cómplices y rieron. Cuando se quedó sola miró con curiosidad a la sala donde todavía estaba Britt, le vio sonriendo y haciéndose fotos con cientos de jovencitas que se morían por una instantánea con ella, hasta que el dueño del local, después de una señal de Britt, fue a rescatarle, dispersó a la multitud y le escoltó hasta la entrada de la zona VIP. Santana le esperaba con una espectacular sonrisa.
—¿Todo bien?
Britt, besándola en los labios, asintió y disfrutó de su compañía. Pero a medida que avanzaba la noche y la zona VIP empezó a llenarse de jovencitas deseosas de las atenciones de aquellos adonis del fútbol, Santana y Hanna, comenzaron a sentirse incómodas.
Britt se divertía con Quinn y otros futbolistas y la había relegado a un segundo plano para hablar con un grupo de mujeres, como ella decía, técnicamente perfectas.
—La verdad es que Quinn es todo un bombón —cuchicheó Hanna—. Me ha dado su teléfono, pero no voy a llamarla.
—¿Por qué?
—Soy demasiado celosa para soportar ese tonteo. Paso… Paso…
Santana asintió al entender lo que su amiga insinuaba.
—Tú verás, ya sabes de qué va salir con ella.
—Y tú que estás saliendo con Britt ¿cómo lo llevas?
—Yo no estoy saliendo con Britt ¿de dónde te sacas eso?
Hanna, meneando la cabeza, suspiró:
—Tengo ojos y sé que, desde el día que diste el paso y te acostaste con ella, casi no os separáis ¿a qué viene ese viaje a la Toscana, que estuviera en el cumple de Suhaila, que paséis tantas noches juntas… entre otras muchas cosas? Puedo hacerte una lista.
—Somos amigas con derecho a roce —le respondió a la defensiva a sabiendas que su amiga tenía razón.
—Permíteme que me ría ¡ja,ja, ja!
—Ya sabes lo que hay, Hanna —cuchicheó—: Será poco tiempo. Como ves, ella no tiene tiempo para mí y yo, sinceramente, no creo que aguante mucho su ritmo de vida.
En ese momento, una de aquellas mujeres se sentó encima de las piernas de Britt para hacerse una foto. la futbolista, divertida, la agarró por la cintura y Santana se mosqueó.
—Creo que lo que tenemos va a durar todavía menos de lo que me imaginaba. No soporto ver como las bellas esas se sientan sobre ella y le toquetean, y sobre todo, no soporto que a ella le venga todo bien.
—¿Celosa?
Santana asintió, con Hanna no tenía porqué fingir.
—Mucho. Y lo peor es que cada día más.
Empezó a sonar Jesse James y Hannna tomó a su amiga de la mano, la obligó a levantarse y la condujo a la pista.
—Ven… vamos a bailar.
Santana se marchó tras ella sin decir nada. Necesitaba distraerse, como siguiera mirando aquel tonteo, iba a explotar.
Diez minutos después, Britt vio que Santana no estaba en su reservado en la zona VIP.
Se levantó para buscarla: ¿dónde se habría metido?, con gesto ofuscado empezó a buscarla con la mirada por el resto de la sala, cuando Quinn se le acercó.
—La morena que está en la barra quiere conocerte.
—Ahora no.
—Pero, colegaaa, esa belleza es de las que quitan el sentido, ¿tú la has visto? Britt miró hacia donde su amigo le indicaba y, al ver que la joven le sonreía, puntualizó:
—Ahora no puedo, ¿has visto a Santana?
Quinn, descolocado, miró a su amiga.
—Vamos, colega, ¿qué estás haciendo?
—Buscando a Sanny, no sé dónde se ha metido.
—¿No me digas que te has colgado de la fisioterapeuta? —Britt no respondió y Quinn, resoplando, insistió: —Estás haciendo el idiota Britt, Santana no es lo que tú necesitas.
Ella es una buena chica y…
—… yo soy un mala chica —terminó la frase por su amiga.
—No digo eso, solo digo que las buenas chicas van al cielo y las malas ¡a todos lados! Y a ti siempre te gustaron las malotas. Vamos… la morena te espera. Al escuchar aquello, Britt sonrió y, agarrando a su buen amiga por el cuello, le gritó al oído, para que no hubiera duda de que le había escuchado.
—¿Sabes Quinn? Si tanto te gusta, quédate tú con la morena.
—Pero colegaaa…
Sin hacerle caso, salió de la zona VIP en busca de Santana.
Después de bailar animadamente con Hannna varias canciones, al abandonar la pista de baile se encontraron con unos amigos a los que saludaron encantadas. Santana sintió que alguien le cogía de la mano, al mirar, vio que se trataba de Britt, que la miraba con gesto hosco. A Santana le asombró la seriedad de su semblante.
—¿Qué ocurre?
—Dímelo tú a mí —respondió ella—. Me doy la vuelta y, cuando me doy cuenta, ya no estás, y te encuentro aquí de risas con estos tipos.
—Estos tipos son mis amigos, ¿algo que objetar? —ella no respondió y ella replicó—.
Mira, no te enfades por lo que te voy a decir, pero no pienso estar esperándote como una idiota toda la noche mientras tú te diviertes con tus amiguitas. Molesta por aquella contestación se acercó más a ella.
—¿A qué te refieres?
—Ya sabes a lo que me refiero, no te hagas la inocente que ya somos mayorcitas.
Britt asintió y, al ver que la gente les estaba observando, dijo agarrándola de la mano:
—Ven, acompáñame a la zona VIP.
—No.
—¿No?
—Exacto: ¡no!
Pero sin hacer caso a sus palabras, tiró de ella, así que no le quedó más remedio que acompañarla ante la atenta mirada de demasiados ojos. No quería montar un numerito.
Cuando entraron en el reservado, el futbolista caminó hasta un lateral donde no había nadie con paso decidido.
—Vamos a ver, Sanny, ¿qué ocurre?
Incapaz de callar lo que pensaba, respondió:
—¿Cuándo te vas a dar cuenta que yo no soy una de ellas? Que me acueste contigo no quiere decir que me tengas que tratar como a una más. Y si te digo esto es porque me hiciste sentir mal hace un rato con tu actitud.
—¿Mi actitud?
Llevándose las manos a la cabeza, Britt se retiró el pelo de la cara.
—Simplemente he sido agradable con la gente, soy un personaje mediático y, lo normal, si quiero tener una buena imagen pública, es que sea amable con quien se me acerca; no quiero que la prensa hable mal, ni diga tonterías sobre mí.
—Pues luego no te quejes de que te saquen mil novias. Tu comportamiento esta noche con esas mujeres deja mucho que desear.
—¿Pero de qué hablas?
Santana se sentía cada vez más incómoda por el embolado en el que ella sola se estaba metiendo.
—Vamos a ver cómo te explico esto sin que parezca que exijo ser tu novia, ni ninguna de esas tonterías me creas o no, no es eso lo que pretendo. El tema es que si sales conmigo a cenar, estás conmigo, no tonteando con otras mujeres delante de mis narices, porque si haces eso, yo tengo dos opciones: mirarte como una tonta o divertirme y pasar de ti. En este caso, me he decidido por la segunda opción, ¿y sabes por qué? —Ella negó con la cabeza y ella prosiguió—: Pues porque solo somos amigos con derecho a roce. Así que, si quieres seguir con tu tonteo con esas mujeres técnicamente perfectas ¡adelante!, por mi no te cortes, pero luego no me vengas con actitudes de machita ibérica porque no te las voy a consentir, ¿entendido?
Una vez acabó aquella parrafada, Santana respiró. ¡Qué a gustito se había quedado! Pero Britt se ofuscó.
—He salido a cenar contigo y estoy contigo. Y vuelvo a repetirte que, si me hice fotos con esas mujeres es porque he de hacerlo, nada más. Esta es mi vida, por lo tanto, si quieres aceptarla, bien y si no, ¡tú verás lo que quieres hacer! Boquiabierta por aquel arranque, Santana asintió y sin cambiar su gesto, respondió:
—Creo que lo que quiero hacer es estar con mis amigos, al menos ellos no están endiosados y tienen un poquito más de sentido común que tú. Sinceramente Britt, me acabas de decepcionar con tu respuesta. Creo que deberías haberla meditado un poquito más.
Dando un paso para atrás Britt siseó con prepotencia:
—Tú misma.
Esa chulería le tocó la fibra y, achinando los ojos, le espetó antes de alejarse de ella.
—Muy bien… ¡yo misma!
Britt observó cómo se alejaba pero fue incapaz de ir tras ella. Su orgullo se lo impedía.
Santana tenía el descaro de decirle siempre lo que pensaba, le gustara o no, y en aquella ocasión, desde luego, no le había gustado.
Durante un par de horas la vio divertirse con sus amigos, disimulando, la observaba desde la zona VIP. Mujeres técnicamente perfectas revoloteaban a su alrededor agasajándola y buscando sus atenciones, pero ella no podía dejar de observar a la tocapelotas. Y cuando vio que se disponía a marcharse, agarró de la mano a la primera que tuvo a su lado y, tirando de ella, llegó a la salida del local al mismo tiempo que Santana.
Sin mirarla, pasó por su lado, y al salir, la prensa se lanzó indiscriminadamente sobre ella y su acompañante, que sonreía a los flashes como una tonta.
Alucinada con lo que acababa de ver, fue a protestar cuando Hanna le ordenó, agarrándola del brazo.
—Volvamos dentro, creo que tú no estás preparada para irte a casa.
Dos horas después, sobre las cinco de la madrugada Santana se despidió de los amigos que la habían acercado hasta su portal. Una vez dentro, se montó en el ascensor y se quitó los tacones, los pies la estaban matando. Cuando el ascensor se paró en su piso y las puertas se abrieron, se quedó totalmente bloqueada: sentada en el suelo, ante su puerta, se encontraba Britt. Al verla se levantó y ella dio un paso más para salir del ascensor.
Se miraron en silencio durante unos segundos hasta que ella por fin se arrancó a hablar:
—Dijiste que soy caliente, terrenal y pasional, ¿verdad? —Ella asintió y ella continuó—:
Pues quiero que sepas que mi parte terrenal no admite que en mi presencia estés con otros que no sea yo, y por eso te pido disculpas, sé que no lo hice bien.
Santana respiró, cerró los ojos y se maldijo: ¿qué estaban haciendo?
—No sé bien qué es lo que me pasa contigo pero me gustas y por eso… —añadió ella al ver su gesto.
—No, no sigas.
Sorprendida por su rotundidad iba a continuar hablando cuando ella añadió:
—Siento haberme enfadado contigo, pero mi parte terrenal sintió lo mismo que sintió la tuya, cuando te vi con otras y…
No pudo decir más. Britt se acercó a ella y la besó con pasión. Aquello se les estaba yendo de las manos, y lo sabían; pero no podían pararlo.
Santana tiró el bolso al suelo y le agarró. Besarle era una delicia y decidió dejarse llevar por lo que necesitaba en ese momento y si una cosa tenía clara era que necesitaba besarle.
Así estuvieron unos minutos en el descansillo de su casa hasta que, cuando la cosa empezó a subir de tono, ella le quitó las llaves de la mano.
—Entremos.
—De acuerdo —aceptó ella sin fuerzas para pensar ni para oponerse a nada.
Una vez dentro, y con las luces apagadas, Britt la apoyó contra la puerta y la volvió a besar. Sin soltarla, se quitó el abrigo y después se lo quitó a ella. Unos besos y miles de caricias después, la temperatura entre las dos subió por momentos hasta que finalmente ella decidió hacer lo que le apetecía: le desabrochó la camisa, para cuando cayó al suelo, sus manos ya habían volado al botón de la cintura del vaquero de ella.
—Impaciente.
—Mucho.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, Britt, mirándola fijamente, le confesó:
—Me gustas mucho Sanny, mucho.
—Tú a mí también, y eso no es bueno.
—¿Que no es bueno? ¿Por qué?
—Porque creo que esto no nos llevará a ningún lado.
Acercando su boca al oído de ella, excitada, aventuró:
—Nos llevará adonde nosotros queramos.
—De eso no hay duda, princesa.
Ambos rieron y ella añadió:
—Eres pasional, suave, terrenal, caliente y muy… muy bonita.
—Desnúdate.
Britt sonrió, y besándola, murmuró:
—Y mandona. Te gusta mucho dar órdenes.
—Desnúdate —insistió excitada.
Hizo lo que le exigía mientras ella le observaba apoyada en el marco de la puerta. Semi a oscuras, se quitó los zapatos, los vaqueros y finalmente los bragas. Britt era sexy, pecaminosa, una venus fibroso… la respiración de Santana se fue acelerando poco a poco. La única luz que había en el salón era el reflejo de la luna que se colaba por la ventana. Observar cómo se desnudaba en esas circunstancias le convertía, prácticamente, en una aparición, en algo metafísico. Cuando por fin le tuvo como ella
quería, ella se quedó quieta y le pidió:
—Ahora, desnúdate tú.
Ella le obedeció sin demora;. Apoyada en la puerta de la calle, se quitó las medias, después el vestido, y cuando fue a quitarse el sujetador y el tanga, él la detuvo.
—De esto ya me encargo yo.
Sin más, la cogió entre sus brazos y la llevó hasta el sillón del salón. Una vez se sentó desnuda Santana encima, puso sus manos en la espalda de ella y la acercó hacia ella. Sus pechos fueron hasta su boca y los mordisqueó por encima del sujetador. Los pezones se pusieron duros y, deseoso de tomarlos, pasó su caliente boca por encima de ellos hasta que de un tirón del sujetador, emergieron y quedaron expuestos ante ella.
—Me encantan.
Con deleite, se los metió en la boca y los mordisqueó mientras ella cerraba los ojos y echaba el cuello hacia atrás. Morbo, lo que Britt le daba era morbo en estado puro. Un magnetismo que les atraía, y que cada vez les enganchaba más y más.
Excitada, como siempre que estaba con ella, sin pararse a quitarle el tanga, Britt lo echó hacia un lado e izándola un poco, puso sus dedos en su cavidad húmeda y, poco a poco, se hundió en ella hasta tenerla totalmente empalada.
Ella jadeo que ella soltó al sentirse llena de Britt hizo que buscara su boca, la encontró, la besó y, con fuerza, la apretó contra ella en busca de placer, ambos jadearon. Sentada sobre Britt, Santana comenzó a moverse. Al principio con lentitud, pero según pasaban los segundos, la urgencia creció en ellas. Movió las caderas de adelante hacia atrás, y notaba cómo su
vagina succionaba sus dedos arrancandole gemidos de lo más sexy. Repitió los movimientos una y otra vez, hasta que Britt no pudo más y, agarrándola de las caderas, la apretó contra ella y ambos jadearon. Sin pararse, Britt comenzó a hundirla una y otra vez y,cuando gritaron al unísono, supieron que habían llegado al clímax simultáneamente.
Desnudas, abrazadas y sudorosas permanecieron en la oscuridad del sillón durante unos minutos. Lo ocurrido había sido puro fuego o eso les parecía a ellos. Hasta que Britt preguntó sin moverse.
—¿Dónde has estado hasta estas horas?
—Con mis amigos.
Britt asintió, prefirió no preguntar más.
—Siento lo ocurrido, a veces me comporto como una imbécil.
Sin mirarle, pero sabiendo de qué estaba hablando, le preguntó:
—¿A qué te refieres?
la futbolista soltó una risotada.
—Me refiero a que si salgo contigo, con quien debo estar es contigo. Tenías razón y quería pedirte disculpas por…
La boca de ella buscó la de Britt para callarle y besarle con pasión.
—Estás disculpada.
—Me gustaría ver tu cara en este momento, ¿puedes encender una luz?
Sin bajarse de sus rodillas, ella se acercó al interruptor de una lamparita de pie, que había junto al sillón de lectura. Britt, recorriendo sus mejillas con las yemas de los dedos sonrió con delicadeza. Después la acercó a su boca y la besó.
—¿Cenas conmigo mañana?
—No puedo.
—¿Pasado mañana? —insistió.
—Imposible.
—¿El viernes?
—Lo siento, pero tengo planes.
Sorprendida su gesto cambió y preguntó:
—¿Qué es eso de que tienes planes toda la semana?
—Vamos a ver, Britt…
—¿Con quién tienes planes?
—Britt… creo que debemos distanciarnos un poco.
La mirada de ella se tornó oscura y siseó:
—No quiero distanciarme de ti en absoluto. Me gusta estar contigo ¿no lo ves?
Santana se estaba convenciendo de que aquello no iba por buen camino.
—Escucha, yo…
—No, escucha tú —interrumpió ella—. Necesito tenerte cerca y, aunque no lo reconozcas, sé que a ti te ocurre lo mismo, ¿por qué quieres que nos distanciemos? Deseó contarle la verdad, pero no podía. De hecho, no quería. Tenía miedo a su reacción y a no poder superarla.
—Britt, simplemente tengo cosas que hacer esta semana. De verdad que lo siento, no te enfades pero tengo ciertos compromisos que…
—¿Cenamos el sábado?
Al escuchar aquello, estuvo a punto de soltar una carcajada.
—No puedo. Estaré el fin de semana fuera y…
—¿Que te vas el fin de semana?
—Sí.
—¿Con quién?
—Rubén, no entremos en ese juego. No quiero que…
—¿Con quién vas a pasar el fin de semana? —insistió.
—Tengo cosas que hacer. Siento darte calabazas —respondió quitándose de encima de ella.
La miró malhumorada.
—¿Me estás dando calabazas?
—Sí.
Incrédula, se levantó y caminó hacia la puerta, donde estaba desperdigada su ropa. A ella nadie le negaba una cita y, sin mirar atrás, la cogió y comenzó a vestirse. Ella hizo lo mismo. Discutir desnuda le provocaba inseguridad y, cuando se puso el vestido, caminó
hacia ella para intentar arreglar el asunto.
—Oye…
—No, no voy a escucharte. Llevo esperándote cerca de dos horas sentado en la puerta de tu casa con el culo congelado como una imbécil, para que, después de hacer el amor y pedirte disculpas por lo de esta noche ¡me des calabazas! Esto es increíble.
—Lo siento, no era lo que pretendía pero…
—Te he dicho que me gustas mucho, algo que nunca le he dicho a ninguna otra mujer, ¿qué más necesitas?
Santana, se tocaba la cara y el pelo, con nerviosismo, tensa por verle tan afectada.
—Tú también me gustas, pero no busco una relación estable y, si me lo permites, creo sinceramente que a ti tampoco te conviene. Tu estilo de vida te lo impide, eres Brittany Pierce», el caprichito de las bellas ¡No lo olvides!
Su cara de pilluela hizo que se le curvaran las comisuras de los labios. Aquella mujer era increíble: cuanto más le echaba de su lado, más la quería con ella. Le hacía pasar de la furia a la sonrisa en décimas de segundo.
—Santana, vamos a dejarlo. —Ella intentaba contener la risa. —Haz el favor de no reírte tocapelotas o me cabrearás más.
—¿Sabes que me encanta ser tu tocapelotas?
—¡Qué ilusión! —se mofó molesta.
Cuando ella comenzó a abrocharse la camisa, la joven, acercándose más de la cuenta, cogió sus manos y empezó a besarle los nudillos, hasta conseguir que ella la mirara.
—¿Que te parece si el martes pasas a buscarme por mi casa a las siete y me acompañas a mi cita?
—¿Pretendes ahora que sujete la vela?
—No.
—¿Entonces qué narices quieres que haga?
—Acompañarme, estoy segura de que te lo pasarás bien. —Boquiabierta iba a responder cuando ella dijo—: Y ahora déjate de malos rollos, de enamoramientos y de tonterías y vamos a mi habitación, quiero que te desnudes y que pases la noche conmigo, ¿te apetece la idea?
Los días pasaron y Santana, tras ese episodio, intentó poner tierra entre la futbolista y los niños, aquello se estaba comenzando a liar con demasiados sentimientos y eso la asustaba.
Pero le resultó imposible: Britt no se lo permitió.
El doce de marzo, Britt se reunió en un restaurante con amigos y varios compañeros, para el ver el AC Milan-Barcelona. Al final ganó el Barça con cuatro golazos. Ver la derrota sin paliativos del enemigo acérrimo del Inter, les llenó de alegría.
—Prueba esta pizza, ¿qué te parece? —preguntó Britt a Santana.
Tras darle un mordisco y saborearla con gusto ella abrió los ojos como platos y, mirándole directamente, le dio su veredicto:
—Buenísima, una de las mejores que he probado en mi vida.
Britt rio y, sin importarle las miradas de algunos de sus amigos, besó a la joven, que se dejó encantada. Durante la cena, todos charlaron; era un grupo de unas quince personas a cual más animado y, cuando terminaron de cenar, propusieron ir a tomar una copa a Santofredi, un local de moda. Britt se negó al principio, pero claudicó ante la insistencia
de su amiga Quinn. Santana decidió invitar a Hanna y quedaron en verse directamente en el local.
Al llegar a Santofredi, Britt se sorprendió por no ver paparazzi en la entrada. Eso era maravilloso, pero una vez dentro, se agobió: todo el mundo quería hacerse fotos con ella y eso llegó a abrumarle pasado un rato, a pesar de que seguía accediendo con buen talante.
Santana pasó a la zona VIP con el resto del grupo y, cuando vio llegar a Hanna, la saludó con la mano y la hizo pasar.
—¡Wooo! ¿Zona VIP?
—Sí, es lo que tiene ir acompañada de astros del fútbol —se mofó Santana abrazando a su amiga.
Durante un rato, las dos charlaron animadas, hasta que Quinn, que se había entretenido firmando autógrafos accedió a la zona Vip y, al ver a Hanna, le preguntó mirándola:
—Tú y yo nos conocemos, ¿verdad?
—Sí, nos vimos en La casa della nonna.
—¿Puedo invitarte a una copa?
—No. —Y cuando vio la cara de ella añadió—: Mejor que sean dos.
Santana y Hanna se miraron cómplices y rieron. Cuando se quedó sola miró con curiosidad a la sala donde todavía estaba Britt, le vio sonriendo y haciéndose fotos con cientos de jovencitas que se morían por una instantánea con ella, hasta que el dueño del local, después de una señal de Britt, fue a rescatarle, dispersó a la multitud y le escoltó hasta la entrada de la zona VIP. Santana le esperaba con una espectacular sonrisa.
—¿Todo bien?
Britt, besándola en los labios, asintió y disfrutó de su compañía. Pero a medida que avanzaba la noche y la zona VIP empezó a llenarse de jovencitas deseosas de las atenciones de aquellos adonis del fútbol, Santana y Hanna, comenzaron a sentirse incómodas.
Britt se divertía con Quinn y otros futbolistas y la había relegado a un segundo plano para hablar con un grupo de mujeres, como ella decía, técnicamente perfectas.
—La verdad es que Quinn es todo un bombón —cuchicheó Hanna—. Me ha dado su teléfono, pero no voy a llamarla.
—¿Por qué?
—Soy demasiado celosa para soportar ese tonteo. Paso… Paso…
Santana asintió al entender lo que su amiga insinuaba.
—Tú verás, ya sabes de qué va salir con ella.
—Y tú que estás saliendo con Britt ¿cómo lo llevas?
—Yo no estoy saliendo con Britt ¿de dónde te sacas eso?
Hanna, meneando la cabeza, suspiró:
—Tengo ojos y sé que, desde el día que diste el paso y te acostaste con ella, casi no os separáis ¿a qué viene ese viaje a la Toscana, que estuviera en el cumple de Suhaila, que paséis tantas noches juntas… entre otras muchas cosas? Puedo hacerte una lista.
—Somos amigas con derecho a roce —le respondió a la defensiva a sabiendas que su amiga tenía razón.
—Permíteme que me ría ¡ja,ja, ja!
—Ya sabes lo que hay, Hanna —cuchicheó—: Será poco tiempo. Como ves, ella no tiene tiempo para mí y yo, sinceramente, no creo que aguante mucho su ritmo de vida.
En ese momento, una de aquellas mujeres se sentó encima de las piernas de Britt para hacerse una foto. la futbolista, divertida, la agarró por la cintura y Santana se mosqueó.
—Creo que lo que tenemos va a durar todavía menos de lo que me imaginaba. No soporto ver como las bellas esas se sientan sobre ella y le toquetean, y sobre todo, no soporto que a ella le venga todo bien.
—¿Celosa?
Santana asintió, con Hanna no tenía porqué fingir.
—Mucho. Y lo peor es que cada día más.
Empezó a sonar Jesse James y Hannna tomó a su amiga de la mano, la obligó a levantarse y la condujo a la pista.
—Ven… vamos a bailar.
Santana se marchó tras ella sin decir nada. Necesitaba distraerse, como siguiera mirando aquel tonteo, iba a explotar.
Diez minutos después, Britt vio que Santana no estaba en su reservado en la zona VIP.
Se levantó para buscarla: ¿dónde se habría metido?, con gesto ofuscado empezó a buscarla con la mirada por el resto de la sala, cuando Quinn se le acercó.
—La morena que está en la barra quiere conocerte.
—Ahora no.
—Pero, colegaaa, esa belleza es de las que quitan el sentido, ¿tú la has visto? Britt miró hacia donde su amigo le indicaba y, al ver que la joven le sonreía, puntualizó:
—Ahora no puedo, ¿has visto a Santana?
Quinn, descolocado, miró a su amiga.
—Vamos, colega, ¿qué estás haciendo?
—Buscando a Sanny, no sé dónde se ha metido.
—¿No me digas que te has colgado de la fisioterapeuta? —Britt no respondió y Quinn, resoplando, insistió: —Estás haciendo el idiota Britt, Santana no es lo que tú necesitas.
Ella es una buena chica y…
—… yo soy un mala chica —terminó la frase por su amiga.
—No digo eso, solo digo que las buenas chicas van al cielo y las malas ¡a todos lados! Y a ti siempre te gustaron las malotas. Vamos… la morena te espera. Al escuchar aquello, Britt sonrió y, agarrando a su buen amiga por el cuello, le gritó al oído, para que no hubiera duda de que le había escuchado.
—¿Sabes Quinn? Si tanto te gusta, quédate tú con la morena.
—Pero colegaaa…
Sin hacerle caso, salió de la zona VIP en busca de Santana.
Después de bailar animadamente con Hannna varias canciones, al abandonar la pista de baile se encontraron con unos amigos a los que saludaron encantadas. Santana sintió que alguien le cogía de la mano, al mirar, vio que se trataba de Britt, que la miraba con gesto hosco. A Santana le asombró la seriedad de su semblante.
—¿Qué ocurre?
—Dímelo tú a mí —respondió ella—. Me doy la vuelta y, cuando me doy cuenta, ya no estás, y te encuentro aquí de risas con estos tipos.
—Estos tipos son mis amigos, ¿algo que objetar? —ella no respondió y ella replicó—.
Mira, no te enfades por lo que te voy a decir, pero no pienso estar esperándote como una idiota toda la noche mientras tú te diviertes con tus amiguitas. Molesta por aquella contestación se acercó más a ella.
—¿A qué te refieres?
—Ya sabes a lo que me refiero, no te hagas la inocente que ya somos mayorcitas.
Britt asintió y, al ver que la gente les estaba observando, dijo agarrándola de la mano:
—Ven, acompáñame a la zona VIP.
—No.
—¿No?
—Exacto: ¡no!
Pero sin hacer caso a sus palabras, tiró de ella, así que no le quedó más remedio que acompañarla ante la atenta mirada de demasiados ojos. No quería montar un numerito.
Cuando entraron en el reservado, el futbolista caminó hasta un lateral donde no había nadie con paso decidido.
—Vamos a ver, Sanny, ¿qué ocurre?
Incapaz de callar lo que pensaba, respondió:
—¿Cuándo te vas a dar cuenta que yo no soy una de ellas? Que me acueste contigo no quiere decir que me tengas que tratar como a una más. Y si te digo esto es porque me hiciste sentir mal hace un rato con tu actitud.
—¿Mi actitud?
Llevándose las manos a la cabeza, Britt se retiró el pelo de la cara.
—Simplemente he sido agradable con la gente, soy un personaje mediático y, lo normal, si quiero tener una buena imagen pública, es que sea amable con quien se me acerca; no quiero que la prensa hable mal, ni diga tonterías sobre mí.
—Pues luego no te quejes de que te saquen mil novias. Tu comportamiento esta noche con esas mujeres deja mucho que desear.
—¿Pero de qué hablas?
Santana se sentía cada vez más incómoda por el embolado en el que ella sola se estaba metiendo.
—Vamos a ver cómo te explico esto sin que parezca que exijo ser tu novia, ni ninguna de esas tonterías me creas o no, no es eso lo que pretendo. El tema es que si sales conmigo a cenar, estás conmigo, no tonteando con otras mujeres delante de mis narices, porque si haces eso, yo tengo dos opciones: mirarte como una tonta o divertirme y pasar de ti. En este caso, me he decidido por la segunda opción, ¿y sabes por qué? —Ella negó con la cabeza y ella prosiguió—: Pues porque solo somos amigos con derecho a roce. Así que, si quieres seguir con tu tonteo con esas mujeres técnicamente perfectas ¡adelante!, por mi no te cortes, pero luego no me vengas con actitudes de machita ibérica porque no te las voy a consentir, ¿entendido?
Una vez acabó aquella parrafada, Santana respiró. ¡Qué a gustito se había quedado! Pero Britt se ofuscó.
—He salido a cenar contigo y estoy contigo. Y vuelvo a repetirte que, si me hice fotos con esas mujeres es porque he de hacerlo, nada más. Esta es mi vida, por lo tanto, si quieres aceptarla, bien y si no, ¡tú verás lo que quieres hacer! Boquiabierta por aquel arranque, Santana asintió y sin cambiar su gesto, respondió:
—Creo que lo que quiero hacer es estar con mis amigos, al menos ellos no están endiosados y tienen un poquito más de sentido común que tú. Sinceramente Britt, me acabas de decepcionar con tu respuesta. Creo que deberías haberla meditado un poquito más.
Dando un paso para atrás Britt siseó con prepotencia:
—Tú misma.
Esa chulería le tocó la fibra y, achinando los ojos, le espetó antes de alejarse de ella.
—Muy bien… ¡yo misma!
Britt observó cómo se alejaba pero fue incapaz de ir tras ella. Su orgullo se lo impedía.
Santana tenía el descaro de decirle siempre lo que pensaba, le gustara o no, y en aquella ocasión, desde luego, no le había gustado.
Durante un par de horas la vio divertirse con sus amigos, disimulando, la observaba desde la zona VIP. Mujeres técnicamente perfectas revoloteaban a su alrededor agasajándola y buscando sus atenciones, pero ella no podía dejar de observar a la tocapelotas. Y cuando vio que se disponía a marcharse, agarró de la mano a la primera que tuvo a su lado y, tirando de ella, llegó a la salida del local al mismo tiempo que Santana.
Sin mirarla, pasó por su lado, y al salir, la prensa se lanzó indiscriminadamente sobre ella y su acompañante, que sonreía a los flashes como una tonta.
Alucinada con lo que acababa de ver, fue a protestar cuando Hanna le ordenó, agarrándola del brazo.
—Volvamos dentro, creo que tú no estás preparada para irte a casa.
Dos horas después, sobre las cinco de la madrugada Santana se despidió de los amigos que la habían acercado hasta su portal. Una vez dentro, se montó en el ascensor y se quitó los tacones, los pies la estaban matando. Cuando el ascensor se paró en su piso y las puertas se abrieron, se quedó totalmente bloqueada: sentada en el suelo, ante su puerta, se encontraba Britt. Al verla se levantó y ella dio un paso más para salir del ascensor.
Se miraron en silencio durante unos segundos hasta que ella por fin se arrancó a hablar:
—Dijiste que soy caliente, terrenal y pasional, ¿verdad? —Ella asintió y ella continuó—:
Pues quiero que sepas que mi parte terrenal no admite que en mi presencia estés con otros que no sea yo, y por eso te pido disculpas, sé que no lo hice bien.
Santana respiró, cerró los ojos y se maldijo: ¿qué estaban haciendo?
—No sé bien qué es lo que me pasa contigo pero me gustas y por eso… —añadió ella al ver su gesto.
—No, no sigas.
Sorprendida por su rotundidad iba a continuar hablando cuando ella añadió:
—Siento haberme enfadado contigo, pero mi parte terrenal sintió lo mismo que sintió la tuya, cuando te vi con otras y…
No pudo decir más. Britt se acercó a ella y la besó con pasión. Aquello se les estaba yendo de las manos, y lo sabían; pero no podían pararlo.
Santana tiró el bolso al suelo y le agarró. Besarle era una delicia y decidió dejarse llevar por lo que necesitaba en ese momento y si una cosa tenía clara era que necesitaba besarle.
Así estuvieron unos minutos en el descansillo de su casa hasta que, cuando la cosa empezó a subir de tono, ella le quitó las llaves de la mano.
—Entremos.
—De acuerdo —aceptó ella sin fuerzas para pensar ni para oponerse a nada.
Una vez dentro, y con las luces apagadas, Britt la apoyó contra la puerta y la volvió a besar. Sin soltarla, se quitó el abrigo y después se lo quitó a ella. Unos besos y miles de caricias después, la temperatura entre las dos subió por momentos hasta que finalmente ella decidió hacer lo que le apetecía: le desabrochó la camisa, para cuando cayó al suelo, sus manos ya habían volado al botón de la cintura del vaquero de ella.
—Impaciente.
—Mucho.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, Britt, mirándola fijamente, le confesó:
—Me gustas mucho Sanny, mucho.
—Tú a mí también, y eso no es bueno.
—¿Que no es bueno? ¿Por qué?
—Porque creo que esto no nos llevará a ningún lado.
Acercando su boca al oído de ella, excitada, aventuró:
—Nos llevará adonde nosotros queramos.
—De eso no hay duda, princesa.
Ambos rieron y ella añadió:
—Eres pasional, suave, terrenal, caliente y muy… muy bonita.
—Desnúdate.
Britt sonrió, y besándola, murmuró:
—Y mandona. Te gusta mucho dar órdenes.
—Desnúdate —insistió excitada.
Hizo lo que le exigía mientras ella le observaba apoyada en el marco de la puerta. Semi a oscuras, se quitó los zapatos, los vaqueros y finalmente los bragas. Britt era sexy, pecaminosa, una venus fibroso… la respiración de Santana se fue acelerando poco a poco. La única luz que había en el salón era el reflejo de la luna que se colaba por la ventana. Observar cómo se desnudaba en esas circunstancias le convertía, prácticamente, en una aparición, en algo metafísico. Cuando por fin le tuvo como ella
quería, ella se quedó quieta y le pidió:
—Ahora, desnúdate tú.
Ella le obedeció sin demora;. Apoyada en la puerta de la calle, se quitó las medias, después el vestido, y cuando fue a quitarse el sujetador y el tanga, él la detuvo.
—De esto ya me encargo yo.
Sin más, la cogió entre sus brazos y la llevó hasta el sillón del salón. Una vez se sentó desnuda Santana encima, puso sus manos en la espalda de ella y la acercó hacia ella. Sus pechos fueron hasta su boca y los mordisqueó por encima del sujetador. Los pezones se pusieron duros y, deseoso de tomarlos, pasó su caliente boca por encima de ellos hasta que de un tirón del sujetador, emergieron y quedaron expuestos ante ella.
—Me encantan.
Con deleite, se los metió en la boca y los mordisqueó mientras ella cerraba los ojos y echaba el cuello hacia atrás. Morbo, lo que Britt le daba era morbo en estado puro. Un magnetismo que les atraía, y que cada vez les enganchaba más y más.
Excitada, como siempre que estaba con ella, sin pararse a quitarle el tanga, Britt lo echó hacia un lado e izándola un poco, puso sus dedos en su cavidad húmeda y, poco a poco, se hundió en ella hasta tenerla totalmente empalada.
Ella jadeo que ella soltó al sentirse llena de Britt hizo que buscara su boca, la encontró, la besó y, con fuerza, la apretó contra ella en busca de placer, ambos jadearon. Sentada sobre Britt, Santana comenzó a moverse. Al principio con lentitud, pero según pasaban los segundos, la urgencia creció en ellas. Movió las caderas de adelante hacia atrás, y notaba cómo su
vagina succionaba sus dedos arrancandole gemidos de lo más sexy. Repitió los movimientos una y otra vez, hasta que Britt no pudo más y, agarrándola de las caderas, la apretó contra ella y ambos jadearon. Sin pararse, Britt comenzó a hundirla una y otra vez y,cuando gritaron al unísono, supieron que habían llegado al clímax simultáneamente.
Desnudas, abrazadas y sudorosas permanecieron en la oscuridad del sillón durante unos minutos. Lo ocurrido había sido puro fuego o eso les parecía a ellos. Hasta que Britt preguntó sin moverse.
—¿Dónde has estado hasta estas horas?
—Con mis amigos.
Britt asintió, prefirió no preguntar más.
—Siento lo ocurrido, a veces me comporto como una imbécil.
Sin mirarle, pero sabiendo de qué estaba hablando, le preguntó:
—¿A qué te refieres?
la futbolista soltó una risotada.
—Me refiero a que si salgo contigo, con quien debo estar es contigo. Tenías razón y quería pedirte disculpas por…
La boca de ella buscó la de Britt para callarle y besarle con pasión.
—Estás disculpada.
—Me gustaría ver tu cara en este momento, ¿puedes encender una luz?
Sin bajarse de sus rodillas, ella se acercó al interruptor de una lamparita de pie, que había junto al sillón de lectura. Britt, recorriendo sus mejillas con las yemas de los dedos sonrió con delicadeza. Después la acercó a su boca y la besó.
—¿Cenas conmigo mañana?
—No puedo.
—¿Pasado mañana? —insistió.
—Imposible.
—¿El viernes?
—Lo siento, pero tengo planes.
Sorprendida su gesto cambió y preguntó:
—¿Qué es eso de que tienes planes toda la semana?
—Vamos a ver, Britt…
—¿Con quién tienes planes?
—Britt… creo que debemos distanciarnos un poco.
La mirada de ella se tornó oscura y siseó:
—No quiero distanciarme de ti en absoluto. Me gusta estar contigo ¿no lo ves?
Santana se estaba convenciendo de que aquello no iba por buen camino.
—Escucha, yo…
—No, escucha tú —interrumpió ella—. Necesito tenerte cerca y, aunque no lo reconozcas, sé que a ti te ocurre lo mismo, ¿por qué quieres que nos distanciemos? Deseó contarle la verdad, pero no podía. De hecho, no quería. Tenía miedo a su reacción y a no poder superarla.
—Britt, simplemente tengo cosas que hacer esta semana. De verdad que lo siento, no te enfades pero tengo ciertos compromisos que…
—¿Cenamos el sábado?
Al escuchar aquello, estuvo a punto de soltar una carcajada.
—No puedo. Estaré el fin de semana fuera y…
—¿Que te vas el fin de semana?
—Sí.
—¿Con quién?
—Rubén, no entremos en ese juego. No quiero que…
—¿Con quién vas a pasar el fin de semana? —insistió.
—Tengo cosas que hacer. Siento darte calabazas —respondió quitándose de encima de ella.
La miró malhumorada.
—¿Me estás dando calabazas?
—Sí.
Incrédula, se levantó y caminó hacia la puerta, donde estaba desperdigada su ropa. A ella nadie le negaba una cita y, sin mirar atrás, la cogió y comenzó a vestirse. Ella hizo lo mismo. Discutir desnuda le provocaba inseguridad y, cuando se puso el vestido, caminó
hacia ella para intentar arreglar el asunto.
—Oye…
—No, no voy a escucharte. Llevo esperándote cerca de dos horas sentado en la puerta de tu casa con el culo congelado como una imbécil, para que, después de hacer el amor y pedirte disculpas por lo de esta noche ¡me des calabazas! Esto es increíble.
—Lo siento, no era lo que pretendía pero…
—Te he dicho que me gustas mucho, algo que nunca le he dicho a ninguna otra mujer, ¿qué más necesitas?
Santana, se tocaba la cara y el pelo, con nerviosismo, tensa por verle tan afectada.
—Tú también me gustas, pero no busco una relación estable y, si me lo permites, creo sinceramente que a ti tampoco te conviene. Tu estilo de vida te lo impide, eres Brittany Pierce», el caprichito de las bellas ¡No lo olvides!
Su cara de pilluela hizo que se le curvaran las comisuras de los labios. Aquella mujer era increíble: cuanto más le echaba de su lado, más la quería con ella. Le hacía pasar de la furia a la sonrisa en décimas de segundo.
—Santana, vamos a dejarlo. —Ella intentaba contener la risa. —Haz el favor de no reírte tocapelotas o me cabrearás más.
—¿Sabes que me encanta ser tu tocapelotas?
—¡Qué ilusión! —se mofó molesta.
Cuando ella comenzó a abrocharse la camisa, la joven, acercándose más de la cuenta, cogió sus manos y empezó a besarle los nudillos, hasta conseguir que ella la mirara.
—¿Que te parece si el martes pasas a buscarme por mi casa a las siete y me acompañas a mi cita?
—¿Pretendes ahora que sujete la vela?
—No.
—¿Entonces qué narices quieres que haga?
—Acompañarme, estoy segura de que te lo pasarás bien. —Boquiabierta iba a responder cuando ella dijo—: Y ahora déjate de malos rollos, de enamoramientos y de tonterías y vamos a mi habitación, quiero que te desnudes y que pases la noche conmigo, ¿te apetece la idea?
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Ni lo sueñes /adaptacion cap 29, 30, 31 mas el Epilogo
pq santana no se da una oportunidad, se que cada 6 meses es un tormento pero podria sincerarse con britt, aunque tampoco esta muy claro que siente britt!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Brittana:Ni lo sueñes /adaptacion cap 29, 30, 31 mas el Epilogo
Los celos ya se hacen presente! $-$
Porque Santana no admite que siente algo por Britt:c que se de una oportunidad esa mujer!
Porque Santana no admite que siente algo por Britt:c que se de una oportunidad esa mujer!
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: Brittana:Ni lo sueñes /adaptacion cap 29, 30, 31 mas el Epilogo
Micky Morales Hoy A Las 7:27 Am pq santana no se da una oportunidad, se que cada 6 meses es un tormento pero podria sincerarse con britt, aunque tampoco esta muy claro que siente britt!!!! escribió:
Ese cancer ha hecho mucho daño en su personalidad incluso en su autoestima por mucho de sus fachadas y su sonrisa de mascara
Susii Hoy A Las 8:52 Am Los celos ya se hacen presente! $-$ Porque Santana no admite que siente algo por Britt:c que se de una oportunidad esa mujer! escribió:
ninguna quiere dar su brazo a torcer. Yo tambien quiero que santana se de una oportunidad.
aqui con los siguientes capitulos
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
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