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FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final Primer15
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Finalizado FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 2

Mensaje por Marta_Snix Sáb Jul 20, 2013 5:35 pm

Hola chicas, me echabais de menos? Os traigo la 3º parte de Honor, para quien no lo haya leido podeis encontrarlo aqui, Honor, la 2º parte podeis encontrarla aqui, Vínculos de honor

Os dejo una presentación/recordatorio de los personajes más importantes:

- Santana López: Hija del Presidente de los Estados Unidos, su trabajo es su arte, es pintora. Los agentes del Servicio Secreto se referiran a ella como "Egret", cuando hablen entre ellos. Enamorada de su jefa de seguridad, Brittany Pierce
FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final 022112-topic-celebs-Naya-Rivera
- Brittany Pierce: Comandante, mujer al cargo de la seguridad de Santana López. Enamorada de Santana López
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- William Shuester: Jefe de Brittany Pierce
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- Sam Evans: Mano derecha de Brittany Pierce, el segundo al mando cuando Brittany no está disponible, y persona de confianza de Brittany
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- Rachel Berry: Encargada de una galería, mejor amiga de Santana López. Se siente atraida por Brittany, en la universidad tuvo una aventura con Santana
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- Paula Stark: Agente del Servicio secreto del equipo de Brittany. Tuvo una noche salvaje con Santana, pero se siente atraida por Renée Savard
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- Renée Savard. Agente del FBI, trasladada temporalmente al equipo de Brittany para colaborar en la detención de Loverboy, un acosador de Santana. Se siente atraida por Paula Stark
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 - Marcea Casells: Madre de Brittany, pintora famosa, viuda. Su marido murio en un atentado bomba
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Kitty: Chica de un servicio de "chicas de compañia" que solia usar Brittany
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- Andrew López. Presidente de los Estados Unidos, padre de Santana
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final

Mensaje por cvlbrittana Sáb Jul 20, 2013 5:46 pm

De los cinco libros que he leido, este es mi favorito y adaptado a la brittana sera perfecto, gracias por estas adaptaciones, saludos.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final

Mensaje por Elisika-sama Sáb Jul 20, 2013 6:53 pm

espero pronto la continuacion, ademas a la gente dice que le gusta mucho el tercer libro

besos
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final

Mensaje por aria Sáb Jul 20, 2013 8:28 pm

Espero prontito y muy ansiosa la tercera parte...
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final

Mensaje por airin-SyB Sáb Jul 20, 2013 9:17 pm

BIENNN ya espero el primer cap FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final 2145353087 
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final

Mensaje por Marta_Snix Dom Jul 21, 2013 6:54 am

cvlbrittana escribió:De los cinco libros que he leido, este es mi favorito y adaptado a la brittana sera perfecto, gracias por estas adaptaciones, saludos.
Gracias a vosotras por leerlas, veremos si las demás opinan como tú y es el mejor de la saga ;)
Elisika-sama escribió:espero pronto la continuacion, ademas a la gente dice que le gusta mucho el tercer libro

besos
Cuando termine me dices si es también el que más te gusta.
Besos ;)
aria escribió:Espero prontito y muy ansiosa la tercera parte...
Te pongo ya el 1º capitulo ;)
airin-SyB escribió:BIENNN ya espero el primer cap FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final 2145353087 

 No te hago esperar mucho, ayer no lo empecé porque me quedaba el último capitulo del otro, pero ya te dejo el 1º capitulo de este ;)
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Finalizado FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 1

Mensaje por Marta_Snix Dom Jul 21, 2013 6:56 am

FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final 7ijp


 

Capítulo 1
Brittany Pierce, recién salida de la ducha, atravesó desnuda el alfombrado salón en dirección al bar. Desde los ventanales que se abrían del suelo al techo de su ático se disfrutaba de una despejada vista del horizonte nocturno de Washington. La perspectiva era impresionante. Britt se sirvió dos dedos de whisky de malta sin mezcla en una sólida copa de cristal de roca y se apoyó en la barra que recorría un lado de la habitación, contemplando las luces de la ciudad entreveradas con las estrellas. En un determinado momento de su vida, aquella visión de penetrante belleza había perdido la capacidad de conmoverla, un momento posterior a la pérdida en el que estaba convencida de que nada volvería a hacerla vibrar. Se había equivocado. Tras coger una bata de seda gris de un taburete, se la puso y se acercó al teléfono. Marcó un número de memoria y esperó con ansiedad escuchar la única voz que siempre quería escuchar.
—¿Diga?
Britt sonrió.
—¿Qué tal por San Francisco?
Hubo una rápida inhalación, seguida de una risa gutural.
—¿A ti qué te parece? Es la ciudad de los hombres guapos y las mujeres despampanantes. Y estamos en agosto, no llueve y luce el sol.
—Suena absolutamente perfecto.
—Lo es. —Santana López se sentó en la cama y miró por la ventana de la habitación de invitados de una casa de varios pisos, de cristal y cedro, encajada en un hueco sobre la ladera de Russian Hill.
Más allá de las copas de los árboles y los tejados se veía la extensión de la bahía de San Francisco, que reflejaba los colores del sol poniente. El panorama era de una belleza tan conmovedora que Santana deseó que su interlocutora estuviese a su lado para compartirlo. Con aquella voz ronca y llena de emociones que aún no había perdido la capacidad de estremecer, añadió—: Casi.
—¿Casi? —Britt tomó un sorbo de whisky, mientras imaginaba los ojos de intenso color café y los desordenados rizos morenos. Apoyó la cadera en el brazo de un sofá de piel y contempló la noche. Resultaba curioso que una vista que había tenido ante sí miles de veces de repente le hiciese añorar la compañía, cuando durante muchos meses apenas la había registrado su conciencia. Sabía qué era lo que había cambiado; algo no premeditado. Ni sensato—. ¿Algún problema?
—Hum. No encuentro fecha para la recepción.
—Ah… —Britt suspiró—. En eso no puedo ayudarte. Lo siento.
—¿En serio? —bromeó Santana, procurando ocultar su decepción. No habían hecho planes concretos, pero ella tenía esperanzas—. ¿Qué ocurre por ahí?
—Las maniobras burocráticas de siempre: demasiadas opiniones, demasiados jefes de sección, demasiada gente preocupada por su carrera política—. Bebió el whisky, dejó la copa sobre un posavasos de piedra tallada en la mesita auxiliar y procuró hablar con tono ligero—. Como te he dicho, nada fuera de lo normal en la Colina del Capitolio.
—Entonces, ¿esa reunión informativa va a durar más días?
—Creo que sí. Hoy ha sido el repaso de los acontecimientos con pelos y señales. El análisis de quién estaba, dónde, cuándo y qué hizo.
—¿Y mañana?
—Mañana será interesante—. “Mañana colgarán a alguien.”
—No pareces muy preocupada—. “Pero me ocultas algo.”
—No, no estoy preocupada. ¿Va todo bien por ahí? ¿Te ha localizado la prensa?
—Todo bien —se apresuró a responder Santana—. Nada fuera de lo corriente.
—¿Quién está en la casa? —Había revisado los detalles con Sam Evans, su coordinador de comunicaciones, durante un descanso entre reuniones, pero la ponía nerviosa estar separada de su equipo. Los apabullantes acontecimientos de las semanas anteriores la habían alterado mucho y habían servido para recordarle que cualquiera podía burlar la protección mejor pensada si ponía verdadero empeño. Le costaba asumirlo, sobre todo cuando afectaba a Santana.
—Stark está al otro lado del pasillo y Davis en el piso de abajo jugando a las cartas con Marcea y un caballero canoso extraordinariamente atractivo con un irresistible acento italiano.
—Debe de ser Giancarlo. —Britt se rió e imaginó a su madre animando una casa llena de artistas, visitantes extranjeros y agentes del Servicio Secreto—. Parece que todo se halla bajo control.
—Sam sabe lo que hace, Britt. No tienes por qué preocuparte.
—No me preocupo por nada. —Britt se alegró de que Santana no pudiese verle la cara. La hija del presidente era capaz de descubrir la verdad bajo su expresión, cuando los demás no veían más que un rostro neutro.
—Te noto cansada.
—Estoy bien —repuso Britt automáticamente. En realidad, sufría un terrible dolor de cabeza debido a un golpe que se había llevado durante una explosión dos noches atrás, y no había dormido demasiado desde que abandonó la cama de Santana López la tarde anterior. Pasar el día entero explicando cómo dos agentes federales bajo su mando habían acabado en la unidad de cuidados intensivos no había contribuido a mejorar su jaqueca.
William Shuester, director adjunto del Tesoro de los Estados Unidos, cerró la puerta tras de sí y miró con aire inexpresivo a la jefa del equipo del Servicio Secreto que protegía a la hija del presidente.
—¿Se encuentra bien?
—Golpes y magulladuras. Nada grave—. Britt se sentó a la derecha de la cabecera de la mesa, donde sabía que Shuester, su superior inmediato, se acomodaría durante la reunión y la revisión de los hechos.
El FBI ocuparía el otro extremo, y los representantes del Consejo de Seguridad Nacional y el asesor de seguridad personal del presidente se sentarían en el territorio intermedio y más o menos neutral. En aquel momento, Shuester y Britt estaban solos en la habitación, pero la situación cambiaría al cabo de un cuarto de hora, cuando llegasen los demás para hablar del intento de asesinato de la única hija del presidente.
—Si no está preparada para esto, Pierce, dígamelo ahora.
—Me encuentro bien, señor. —Shuester no tenía por qué enterarse de que sufría doble visión intermitente, náuseas persistentes y mareos.
Shuester resopló y ocupó la silla situada en el extremo de la mesa.
—De acuerdo, hágame un resumen. ¿Cómo se jodieron las cosas de tal forma?
—¿Cómo se joden siempre las cosas? —Britt se frotó la nariz y se sacudió la tensión de los hombros—. El tipo era bueno, un profesional, y conocía el protocolo; previó lo que haríamos; sabía dónde nos íbamos a apostar. Todo el tiempo fue por delante de nosotros. Nos superó.
—¿Por qué no sabía usted nada de él?
—¡Porque no estaba en el ajo! Nadie lo estaba, como bien sabe. El FBI nos excluyó. —Hizo una pausa para refrenar la ira. Hacía más de una docena de años que conocía a William Shuester. Le caía bien, lo respetaba como a cualquier burócrata, pero no estaban en el mismo barco. Él era un administrador y, por definición, tenía que seguir los tejemanejes de la política de Washington. Sabía perfectamente que a Britt y a su equipo no se les habían comunicado las amenazas contra la vida de Santana López porque él había aceptado que no se les informase. Tal vez de mala gana, pero lo había hecho. Aunque fuese a contrapelo, Shuester había puesto en peligro la vida de la mujer a la que Britt debía proteger y, por tanto, nunca volvería a confiar plenamente en él. Britt se encogió de hombros y habló en tono más sereno —La inteligencia interdepartamental se resquebrajó; nada raro, por otra parte. Alguien tendría que haber descubierto su identidad hace meses, antes de que se acercase. Tuvimos suerte al salir del paso sólo con esas víctimas.
—No puedo poner eso en un informe para el director de seguridad.
—Me ha preguntado qué ocurrió. Y eso fue lo que ocurrió: nos dieron la patada en el culo.
Shuester miró al techo.
—Haga una valoración de su equipo.
—Notas altas para todos. —Britt se enderezó con una mirada penetrante e intensa—. No hay chivos expiatorios en mi grupo, señor. Si alguien debe pagar por esto, seré yo.
—Esperemos que no haga falta llegar a tanto.
—¿Britt? —repitió Santana—. ¿Estás ahí?
Britt se sobresaltó, desorientada durante un segundo.
—¿Qué? Sí. Lo siento.
—¿Qué me estabas contando? ¿Tienes problemas? —Santana se levantó y buscó su maleta debajo de la cama. Sucedía algo. Brittany Pierce nunca se descentraba. No de aquella forma. Santana procuró no dejarse dominar por el pánico, pero el recuerdo de Britt después de la explosión estaba demasiado fresco en su cabeza—. Puedo coger el vuelo de medianoche a Washington…
—No. —Britt, agitada, se levantó bruscamente y se tambaleó debido a un repentino mareo. Soltó una maldición para sus adentros y se vio obligada a sentarse antes de continuar—. Para empezar, no debería hablar de esto contigo.
—No me vengas con el protocolo, Pierce. —Santana soltó la maleta, y el golpe resonó en medio del silencio—. “Ahora no, después de todo lo que hemos sufrido.”
—Además —siguió Britt, con una leve sonrisa al imaginar los ojos de Santana echando chispas—, no te puedes meter en una cosa así. Tienes que estar por encima…
—¿Cómo? Por encima de qué… ¿de la vida? —La habitación se enfrió de pronto; la puesta de sol ya no resultaba tan acogedora. “¿Cuándo empezarás a verme primero como tu amante y después como la hija del presidente?”
—Se supone que no debes conocer los pormenores de tu seguridad.
—Por Dios, Britt. ¿Cómo se te ocurre decir semejante cosa? —Santana se acercó a la ventana a paso rápido, intentando imaginar a Britt en su piso y añorando algo más que su voz. “Ni siquiera he estado allí nunca. Ella lo sabe todo sobre mí, y yo no sé prácticamente nada de ella.”
—No puede trascender que te preocupas por eso… ni por mí —dijo Britt en tono amable—. Levantaría ampollas.
—¿Levantaría ampollas? ¿Crees que me importa? —Pero nada más decirlo, Santana se dio cuenta de que sí le importaba. Apoyó el hombro en el marco de la ventana y contempló la puesta de sol sobre la bahía. Costaba trabajo creer que sólo había pasado poco más de un día desde que se habían despertado juntas tras sufrir una pesadilla. Britt y dos de sus agentes habían estado a punto de morir al detener a un loco, un loco que tenía fijación con Santana, un loco dispuesto a matarla si no podía poseerla.
* * *
Santana se hallaba desnuda junto a su amante, con un brazo sobre el abdomen de Britt, que dormía. Durante unos momentos, se limitó a disfrutar de ella, a paladear la tranquila sensación de posesión. Cuando Britt se movió, Santana besó su hombro desnudo, que sabía ligeramente a sal.
—¿Ahora somos libres? —preguntó en voz baja.
—Sí.
Pero Santana sabía que no era del todo cierto. Para ella la libertad era relativa (necesitaba protección las veinticuatro horas del día) y dependía de los medios de comunicación, de los admiradores agobiantes y, en un mundo cada vez más pequeño debido al terrorismo global, de los individuos anónimos y sin rostro que pretendían debilitar a sus enemigos políticos por medio de ataques personales e intimidaciones. Mientras fuese la hija del presidente, y seguramente durante más tiempo, necesitaría protección. Y la protección era una intrusión.
—Preferiría que no volvieses a darme otro susto de muerte durante una temporada —dijo Santana tras un nuevo beso. “Anoche me horrorizaba pensar que podías haber muerto. No lo soportaría otra vez.”
Britt besó el sedoso cabello moreno.
—No tengo intención de asustarte nunca más. Sé que cuesta creerlo, pero estas situaciones se dan muy raramente. Espero que algún día lo entiendas.
—No vas a dimitir, ¿verdad?
—No quiero hacerlo —respondió Britt, y se acercó más a Santana—. Esto es lo que hago, Santana, y me parece bien. Me permite estar contigo más de lo que podría estar en cualquier otra circunstancia. No me apetece verte una noche cada dos meses durante los seis años siguientes.
Santana se esforzó por desprenderse del miedo y escuchar. No podía negar la realidad de la situación, ya que si Britt no formase parte de su equipo de seguridad, les resultaría casi imposible verse. Incluso con ella como jefa de seguridad, les costaba trabajo tener una vida personal, pero eso no era nuevo para Santana. A ese respecto, se había movido al margen del sistema toda su vida. Suspiró.
—No sé si funcionará, pero estoy deseando probar.
—Si no funciona, haré lo que tenga que hacer —le aseguró Britt—. Te amo.
“Haré lo que tenga que hacer.” Las palabras resonaban en la mente de Santana, pero sabía que Britt tal vez no tuviese elección. No podía dimitir ni pedir un traslado hasta que los recientes acontecimientos de Nueva York se resolviesen.
—No olvides que conozco a las personas que están en la unidad de cuidados intensivos de Manhattan. Y, por si no te habías dado cuenta, también siento algo muy fuerte por ti.
Britt se recordó a sí misma, y no por primera vez, por qué las relaciones entre los agentes del Servicio Secreto y las personas protegidas estaban prohibidas. No se trataba de algo ilegal, pero en la Agencia había una ley tácita. Y violarla podía acarrear un destino fulminante en una embajada remota. Percibió la frustración en la voz de Santana. “Esto no va bien.”
A Britt no le preocupaba su carrera, sino que las consecuencias salpicasen a Santana y a su padre. El dolor de cabeza se agudizó y habló en tono cortante sin darse cuenta.
—Es un asunto de la Agencia, Santana. Eres la hija del presidente, por Dios. Meterte en esto provocaría un partidismo de la peor especie. Si trasciende, podría perjudicar políticamente a tu padre, por si te parece poco ver tu vida privada en las primeras páginas de los periódicos.
—He organizado mi vida privada y protegido la carrera de mi padre mucho tiempo sin tu ayuda.
El silencio que se produjo a continuación dio mala espina a Britt, a pesar de los cinco mil kilómetros que las separaban. Tomó aliento, parpadeó por causa del dolor y reculó.
—Lo siento. Sólo quería decir…
—Entiendo perfectamente lo que quería decir, comandante —repuso Santana en tono glacial—. Sé muy bien quién soy para el público y cómo debo comportarme en el terreno político. Tenía la impresión equivocada de que estábamos hablando de algo privado. Algo entre nosotras.
—Escucha, yo…
—No hace falta que des explicaciones. ¿Algo más?
—Tengo que hablar con Sam. —Britt se frotó los ojos con gesto de cansancio.
—Te sugiero que lo busques en el hotel. Seguro que tienes el número.
—Sí.
—Entonces, buenas noches, comandante.
—Buenas noches —dijo Britt dulcemente, pero la comunicación se había interrumpido. Dejó el auricular con cuidado en la base y se recostó en el sofá. Cogió un mando a distancia de la mesita auxiliar, apagó las luces de la habitación y cerró los ojos, sabiendo que no podría dormir.
Santana se quitó los pantalones del chándal metódicamente, cogió los vaqueros que estaban sobre el respaldo de una silla y se los enfundó, todo en menos de medio minuto después de arrojar el teléfono móvil sobre la cama. Tardó aún menos tiempo en acabar de vestirse y, tras ponerse su sudadera negra favorita con capucha y con las siglas de la Universidad de Nueva York sobre el pecho izquierdo, se dirigió a la puerta. En el último momento se acordó del teléfono móvil y lo guardó en el bolsillo delantero. Aunque se sentía furiosa, no podía ignorar los arraigados hábitos de media vida y estaba demasiado bien entrenada para hacer estupideces. En el pasillo, Paula Stark, una joven agente morena del servicio secreto (de rostro saludable y con un asomo de músculo bajo el traje oscuro) estaba apoyada en la pared, sin apartar los ojos del dormitorio de Santana. Se puso firme rápidamente, sorprendida, cuando Santana salió de la habitación. Las dos mujeres se miraron, y el silencio se intensificó a medida que pasaban los segundos.
—Voy a dar una vuelta —dijo Santana al fin.
—Se lo notificaré a Sam —replicó Stark sin inflexiones de voz. Cogió el móvil que llevaba prendido en el cinturón y retiró la tapa con un ágil movimiento de la muñeca. Pero Santana López la detuvo sujetándole un brazo, lo cual la dejó anonadada.
—No. Por favor. Sólo quiero dar una vuelta. No voy a ningún lado.
—No puede ir sola —repuso Stark enérgicamente, olvidando su impasibilidad. Tenía que practicarla más—. Además, la comandante…
—No está aquí, ¿verdad? —preguntó Santana en tono cortante, apartándose antes de que la agente reparase en el dolor de su mirada. “Pueden vigilar mi vida, pero prefiero colgarme a que sepan lo que siento.”
—Bueno, pero se enterará… ¡Eh!
Santana se alejó rápidamente por el pasillo, pisándole Stark los talones.
—Por favor, señorita López, déjeme llamar a los coches.
—Si quiere venir conmigo, no hay problema. Pero sólo usted. —Empezó a bajar por las negras escaleras; estaría fuera, libre, al cabo de unos instantes—. Como levante la muñeca para hablar por el micro, me largo.
A Stark no le quedó más remedio que seguirla. Conocía a la hija del presidente lo bastante como para saber que resultaba inútil discutir. También sabía que, si provocaba a Santana, era muy capaz de darles esquinazo a todos y desaparecer. Había ocurrido antes y constituía una amenaza peor para su seguridad que salir con un solo agente como protección. “¡Oh, Dios, Sam va a matarme! Menos mal que la comandante está en Washington.”
Pasaban un poco de las nueve de la noche, y el cielo estaba despejado, casi sin nubes, salvo unas volutas aisladas que lanzaban destellos plateados al reflejar la luz de la luna llena. Santana estaba sola en una ciudad famosa por su romanticismo y en una noche ideal para amar. Bajó las retorcidas escaleras de madera que conducían desde la parte de atrás de la casa de Marcea Casell hasta Lombard Street. Iba demasiado rápido para lo que era el lugar, sobre todo en la oscuridad, esforzándose por ignorar el dolor. Hacía mucho tiempo que no le agobiaba la soledad, y en las raras ocasiones en que sucedía, sabía lo que debía hacer. Unas horas perdida en brazos de una hermosa desconocida, placeres anónimos sin coste para nadie, le habían bastado hasta que Brittany Pierce apareció apenas un año antes y todo cambió.
—Como si yo se lo pidiese.
—¿Disculpe? —Stark procuraba tener al alcance de la mano a la hija del presidente sin tocarla.
—Nada.
Llegaron a la calle y descendieron por el camino lleno de curvas en dirección a la bahía. Cuando resultó evidente que Stark sólo iba a limitarse a seguir sus pasos, Santana se relajó un ápice.
—A propósito, ¿qué hace usted aquí? Pensé que estaba libre de servicio.
Stark se puso colorada y agradeció que su acompañante no pudiese verla. La pregunta le
sorprendió. No sabía que Santana López, cuyo nombre en código era Egret, se fijaba en el programa de su equipo de seguridad. Aunque Stark era la agente principal de la seguridad de Egret y todos los días pasaba horas con ella en todo tipo de circunstancias, hacía meses que no sostenían una conversación personal. No lo habían hecho desde la noche, seis meses atrás, en que ambas habían disfrutado de varias horas de frenesí en la cama. “Al menos yo estaba bastante frenética. Y, ahora que lo pienso, tampoco entonces hablamos demasiado.”
—¿Puedo alejarme? —preguntó Santana. Seguía sin entender por qué aquellas personas estaban dispuestas a arriesgar la vida por alguien ante el que se esforzaban por ser invisibles. Aunque sabía cómo se llamaban todos los agentes de su equipo, conocía muy pocos detalles personales de ellos.
Casi nunca la miraban a los ojos porque estaban muy ocupados vigilando otras cosas. Si se presentaba desnuda delante de ellos, ni siquiera pestañeaban. Sonrió para sus adentros; Stark sí lo haría. La agente aún no dominaba bien la expresión del rostro. “ Además, nunca le haría algo así.”
—Anoche, después de que todos se fueran al aeropuerto, me sentí inútil —confesó Stark, colocándose a la derecha de Santana, de modo que se interponía entre ella y el tráfico de la calle.
—Necesita una vida propia, Stark —comentó Santana sin mala intención.
—Después de lo que pasó, yo… no sé. Sólo quería estar aquí.
Santana contuvo la respiración porque la comprendía. Todos ellos, el equipo entero, habían sufrido lo indecible juntos y, aunque eran como extraños en muchos aspectos, se sentían vinculados por la victoria compartida y también por la pérdida compartida. A pesar de entenderlo, Santana se sorprendió de que Stark lo reconociese.
—¿No le preocupa decir cosas como ésa? Van a arruinar su imagen de macho.
—¿Macho? —Stark se rió, y luego se detuvo en la esquina de Hyde con Beach, ocultando discretamente el cuerpo de Santana en la intersección mientras miraba la calle de arriba abajo. Por suerte, era una noche entre semana y había pocos turistas. Cruzaron la calle y descendieron hacia la bahía—. Mientras la comandante confíe en mí, no me preocupa gran cosa mi imagen.
—¿Le importa mucho lo que ella piense?
—Por supuesto —afirmó Stark, claramente sorprendida—. Ella es… en fin, es todo lo que yo quiero ser.
—Tenga cuidado con lo que quiere. —Santana habló en tono cortante, pero sin enojo. Era dolor. “¿No te das cuenta de lo que le cuesta?”
Stark se quedó callada. Santana y ella siguieron caminando rápidamente y giraron a la izquierda en Jefferson hasta que llegaron a la playa. Santana, sin separarse Stark de ella, bajó las escaleras de piedra que conducían a la arena y, por último, se sentó con las rodillas encogidas, contemplando el claro de luna sobre las olas.
—¿Cómo está Renée? —preguntó Santana en voz baja y pensativa. Deslizó la fina arena blanca entre los dedos, dejando que cayese formando un reguero a su lado.
—Bien —respondió Stark en tono dubitativo, sin saber cómo hablar a la mujer con la que pasaba más tiempo que con nadie—. Esta mañana me ha echado a patadas del hospital, por eso decidí venir aquí por la tarde. Para estar con todos.
—¿Por qué la echó Renée? ¿Acaso la agobiaba?
—Pues… tal vez. Un poco.
Stark se agitó en la silla forrada de rígido vinilo, mirando el reloj en la penumbra. Las cinco y diez de la mañana. Había dormido toda la tarde anterior después de que la comandante librase de servicio al primer equipo. En cuanto se despertó, fue al hospital, encontró a Savard demasiado sedada para hablar y decidió sentarse a esperar a que despertase la agente del FBI. Eran las ocho de la tarde. Se estiró, se acercó a la cama y contempló a la mujer herida. Bajo la luz mortecina procedente del pasillo, la piel de Renée parecía pálida, casi sin vida. Con el corazón en un puño, Stark se apresuró a coger la mano yerta sobre las mantas y a apretarla entre las suyas. Estaba caliente. Cerró los ojos, soltó un suspiro tembloroso y frotó la mejilla contra los dedos largos y finos.
—Hola —dijo Renée en voz baja, apretando débilmente la mano de Stark.
Stark se sobresaltó.
—Hola. Estás despierta.
—Más o menos. ¿Puedo beber agua?
—Sí, claro. Espera un momento. —Stark se apresuró a verter agua templada de una jarra de plástico verde en un vaso de plástico y a desenfundar una pajita. Inclinó el vaso con mucho cuidado y colocó la pajita entre los labios de la enferma—. Ya está.
Tras unos cuantos sorbos, Renée dejó caer la cabeza sobre las almohadas.
—Gracias.
—¿Quieres que llame a una enfermera? ¿Necesitas algo para… el dolor?
—No, aún no. Cuéntame algo. —Renée hablaba con voz débil, pero su mirada era limpia.
—De acuerdo.
—¿Qué ocurrió?
A Stark se le aceleró el corazón de nuevo; ya le había contado la historia el día anterior. Aunque seguramente era normal, ¿no? Con paciencia, volvió a narrar los hechos desde el principio, prescindiendo de las partes más sangrientas. Y del tremendo susto que se había llevado estando arrodillada junto a Renée, mientras le apretaba el hombro con ambas manos en medio de la sangre que le brotaba.
—¿Paula?
—¿Eh? —repuso Paula con demasiada energía, sobresaltándose.
—¿Has dormido algo?
—Sí, muchísimo.
—Pareces… asustada.
—No, estoy bien.
—Vale. —Renée cerró los ojos.
Stark contempló los leves movimientos del pecho de Renée durante unos minutos y supuso que estaba dormida. Soltó los dedos de la mujer suavemente y dejó la mano yerta sobre las mantas. Cuando alzó la vista, Renée la estaba mirando.
—¿Te marchas? —La voz de Renée apenas se oía.
—No, si no quieres que lo haga.
—Quiero que lo hagas.
—Oh. —Stark desvió la vista, abrumada.
—Paula.
—¿Sí?
—Mírame.
Lentamente, Stark miró a Renée. La luz de la habitación permitía ver el brillante color marrón de sus ojos, y Stark no pudo reprimir una sonrisa. Renée le devolvió la sonrisa.
—Me pondré bien… en cuanto pueda.
—Ya lo sé —se apresuró a decir Stark.
—No, en serio. Y no puedes quedarte ahí sentada, muerta de preocupación, mientras me recupero.
—No me preocu…
—Vuelve al trabajo si no quieres disfrutar del permiso. Llámame todos los días.
—Todos los días, ¿eh? —Stark soltó una risita—. ¿Por la mañana o por la noche?
—Da igual.
—¿Las dos veces?
—Si quieres.
Stark respondió con voz ronca.
—Oh, me encantaría.
—La agobiaba, sí, bastante —admitió al fin Stark con una leve risa—. Sí.
Santana volvió la cabeza y reparó en la sonrisa que no ocultaba la oscuridad. “¡Ajá! Nuestra joven Stark está enamorada. Me pregunto…”
Sonó el teléfono que Stark llevaba en el cinturón, rompiendo el silencio, y ambas se sorprendieron.
—No conteste —dijo Santana enseguida.
Stark cabeceó mientras su mano abría el teléfono.
—Tengo que hacerlo.
Cuando oyó la voz familiar y profunda, se alegró de haber respondido.


Última edición por Marta_Snix el Mar Jul 30, 2013 5:31 am, editado 1 vez
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final

Mensaje por Alisseth Dom Jul 21, 2013 8:55 am

Paula y Renee :) hacen una linda pareja :) me alegro que se este recuperando...
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Mensaje por micky morales Dom Jul 21, 2013 9:31 am

un momento de paz para santana, que bueno!
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Mensaje por Marta_Snix Dom Jul 21, 2013 9:38 am

Alisseth escribió:Paula y Renee :) hacen una linda pareja :) me alegro que se este recuperando...
Si, opino igual, hacen muy buena pareja
micky morales escribió:un momento de paz para santana, que bueno!

 Si, a ver cuanto le dura...
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Finalizado FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 2

Mensaje por Marta_Snix Dom Jul 21, 2013 9:39 am



 

Capítulo 2
—¿Está con usted?
—Sí, señora. —Stark se puso en pie de un salto, con el cuerpo rígido, casi en posición de firmes, mientras apretaba el teléfono contra la oreja—. Está aquí.
—¿Alguien más?
—No, señora. —Stark oyó una maldición amortiguada. Había violado la regla principal: el procedimiento estándar decía que como mínimo tres agentes debían acompañar a Egret siempre que saliese de su residencia. Desde el momento en que habían abandonado la casa, Stark sabía que la hija del presidente se hallaba peligrosamente desprotegida y que la culpa era suya por permitirlo.
“Se acabó. Con suerte, mañana estaré haciendo labores burocráticas y comprobando
antecedentes.”
Las salidas públicas de Egret exigían semanas de preparación. Se trataba fundamentalmente de trabajo de ordenador y llamadas telefónicas: informes para otras fuerzas de seguridad para coordinar las necesidades y despliegue del personal, programas de desplazamientos para todo el personal de apoyo, itinerarios de llegadas y salidas, y planificación de todas las posibles rutas durante todos los días de viaje. El procedimiento generaba una gran cantidad de papeleo. La misión era una especie de pena de muerte para cualquier agente ansioso de hacer trabajo de campo. Stark esperó que cayese el hacha.
—¿Se encuentra segura?
—Sí.
—Descríbame el terreno.
—Delante, el océano; elevación a la izquierda, creo que es Fort Mason; a la derecha, el embarcadero y los muelles, totalmente desiertos a esta hora de la noche; y la autopista, detrás de nosotras. Nadie en las cercanías. Mínimo contacto previo con civiles.
—Muy bien. Permanezca alerta, Stark.
—Entendido.
—Póngame con ella, por favor.
Stark se volvió y le ofreció el teléfono a Santana, que se levantó de la arena y lo cogió.
—¿Sí?
—No contestas al teléfono.
—Lo sé.
La voz de Britt al otro lado de la línea sonaba más cansada que furiosa. Santana se apartó un poco de Stark, aunque sabía que la agente haría todo lo posible por no escuchar. “Como si no sospechase. Como si todos no se lo preguntasen. Pero sospechar y saber no son lo mismo.”
—¿Por qué no? —preguntó Britt—. No llevas una radio ni un buscapersonas. Si tampoco utilizas el móvil, no podremos ayudarte de ninguna manera. No es seguro para…
—Lo he traído… por si acaso, pero no lo encendí. —Estaba muy oscuro; el agua parecía negra bajo un cielo aún más negro, moteado por los rayos del claro de luna y por pintas de estrellas. “Si hubiera problemas, podría llamar para pedir ayuda.”
—Gracias.
—¿Cómo supiste que estaba fuera?
Al otro lado del país, Britt se movió en el sofá mientras contemplaba el rítmico parpadeo de las luces de un avión que planeaba sobre Washington en dirección al aeropuerto nacional Reagan.
—No sabía dónde estabas. Como tu móvil no respondía, llamé al número de la casa y hablé con Davis. Fue al piso de arriba y descubrió que ni tú ni Stark estabais allí y tampoco en el dormitorio.
Santana se rió.
—No se te ocurriría pensar…
—No.
—Ella no tuvo la culpa.
No hubo respuesta, y Santana repitió:
—Britt, no fue culpa de Stark. No le dejé otra opción.
—No, no sueles hacerlo. Sin embargo, eso no es excusa.
Santana se pasó la mano por los cabellos y se levantó. Se alejó tres metros y miró por encima del hombro. La agente del servicio secreto también se había movido y estaba a tres metros de ella. Tapó el teléfono con la mano y susurró de forma bien audible:
—¿Le importaría apartarse?
—No puedo, lo siento. Sólo estoy yo y debo mantenerme cerca.
—No pasa nada. Mire a su alrededor… estamos solas. Apártese.
Stark no se movió.
—Dios, es casi tan tozuda como tú —dijo Santana al teléfono.
—Mejor así, es tu única seguridad.
—¿Por qué me has llamado?
Pasó un segundo, y luego otro.
—¿Britt?
—No podía dormir.
Santana se quedó callada. De pronto, se le puso un nudo de emoción en la garganta que le dificultaba la respiración y la dejaba sin palabras. Britt siempre hacía lo mismo: la sorprendía cuando creía que estaba demasiado furiosa para conmoverse. Sin saber muy bien cómo, Britt dejaba atrás el dolor y las heridas y encontraba los puntos más importantes. Santana no estaba segura de que le gustase que alguien tuviese semejante poder, pero no podía controlar lo que le ocurría. Le resultaba doloroso.
—La última vez que no pudiste dormir —comentó Santana con una mezcla de desafío y pena en la voz—, fuiste a mi cama.
—Y lo haría ahora si pudiera. —Hubo un momento de duda—. ¿Sería bien recibida?
—¿Y aún lo preguntas?
—Abandonaste la casa en mitad de la noche sin informar al equipo. Tu teléfono está apagado. Te encuentras a unos jodidos cinco mil kilómetros de distancia y no puedo verte la cara. Sí. Te lo pregunto.
—Me sacas de quicio —murmuró Santana.
—Lo sé —dijo Britt en tono de disculpa—. No era mi intención.
—Ya.
—Tú también me cabreas bastante.
—Sí. —El tono de Santana era más suave, prudente. Añadió en voz baja—: Necesitaba salir. Nada más. —No has respondido a mi pregunta.
—Sí, la respuesta es sí. Siempre será sí.
—Siento haberte molestado. —Se oyó un suspiro de pesar al otro lado de la línea—. Y ahora vuelve a la casa, por favor.
—La verdad es que había pensado en un viaje en ferry a Alcatraz…
—Santana —repuso Britt en tono amenazante—. Se me está acabando el sentido del humor.
—Muy bien, entonces Stark y yo volveremos a la casa.
—No. Llamaré a Sam para que envíe un coche.
—Britt, nadie nos ha visto, y sólo estamos a diez manzanas de la casa. Por favor. No me pasará nada.
—Con la condición de que Davis baje a buscaros.
—De acuerdo, si no queda más remedio.
—Que se ponga Stark. Un momento… —Tras un instante, añadió—: ¿Me llamarás más tarde cuando estés en casa?
—¿No lo hará Stark?
—No es lo mismo.
—Eso espero. —Santana sonrió y le tendió el teléfono a Stark—. La comandante… para usted.
Felicia Davis se reunió con ellas cuando subían por Hyde Street, camino de Russian Hill. La alta y esbelta mujer de piel de ébano las saludó cordialmente con un gesto y sin decir nada se puso al lado de Stark, que se desplazó a la izquierda, de forma que las dos agentes del servicio secreto caminaban a ambos lados de Santana López. Santana, totalmente ajena a su presencia, repasó en su cabeza la conversación que acababa de sostener con Britt. No podía desprenderse de la sensación de que algo iba mal. Aunque hacía menos de un año que se conocían y durante gran parte de ese tiempo habían estado enfrentadas o sin relacionarse, percibía la tensión en la voz de Britt. Y no sólo se debía a la fatiga. Hacía dos frenéticos meses que eran amantes, tras otros cuatro meses aún más angustiosos en los que Britt había estado en el hospital y de baja médica. La había herido, casi la había matado, una bala dirigida a Santana. Una bala que la agente del servicio secreto había detenido con su cuerpo de forma intencionada. Por primera vez, Santana había tenido que afrontar la dura realidad de que su vida, debido al cargo de su padre, valía más que la de cualquier otro ser humano. Era algo que la mayoría de las personas sometidas a protección nunca pensaban y que a ella le costaba aceptar. A Santana, obsesionada por la idea de que esa realidad casi le había costado la vida a la mujer que amaba, le resultaba cada vez más difícil tolerar que los agentes se interpusiesen entre ella y el peligro. En otro tiempo había huido de sus protectores porque odiaba que se entrometiesen en su vida, pero en ese momento quería evitar su presencia para que ellos no se arriesgasen. Era una insensatez, y Santana esperaba que nadie se diese cuenta. Desde el punto de vista lógico, Santana comprendía la necesidad de las fuertes medidas de seguridad. Si la secuestraban, su padre sufriría presiones insoportables para ceder a las amenazas y a la manipulación, algo que como hombre y como padre estaría dispuesto a hacer. Sin embargo, como presidente de los Estados Unidos, no podía hacerlo. Por ese motivo, era ella la que asumía la responsabilidad de no poner jamás a su padre en semejante situación. Ese conflicto equivalía a una lucha vital, puesto que se hallaba expuesta a la curiosidad general desde la adolescencia: primero, cuando su padre fue gobernador, y luego durante los ocho años de la vicepresidencia, cuando se preparaba públicamente para el cargo de presidente. Y en aquel momento, Santana mantenía una relación con la jefa de su equipo de seguridad personal. “La vida era mucho más fácil hace un año.”
—¿Necesita algo, señorita López? —Felicia Davis inclinó ligeramente la cabeza, pues le pareció que había oído la voz de Santana.
—No, estoy bien.
Las tres mujeres caminaron en silencio. Cuando llegaron a la casa, entraron por la puerta principal y vieron a Marcea Casells, la madre de Brittany Pierce, dando las buenas noches a los otros invitados.
—Veo que se han encontrado.
—Sí —afirmó Santana con una sonrisa.
Marcea, con una blusa de seda de color verde esmeralda y pantalones más oscuros, parecía una versión de Britt, aunque más tierna y un poco más vieja. Con eso bastaba para arrancarle una sonrisa a Santana, pero además Marcea le caía bien y la respetaba. A Santana, que también era artista, la impresionaba la reconocida pintora.
—¿Desean alguna cosa? —preguntó Marcea—. ¿Una copa y algo de comer?
—Si hay oporto… me encantaría —respondió Santana.
—Perfecto.
Las dos agentes del servicio secreto declinaron la invitación. Davis cruzó el salón y desapareció en la parte posterior de la casa para comprobar la entrada de atrás y los alrededores. Stark se dirigió al comedor, que se comunicaba con el salón a través de un arco, y se colocó en un lugar que le permitía ver bien la puerta principal, pero que estaba a cierta distancia y garantizaba la intimidad de Santana y Marcea. La casa presentaba una estructura contemporánea de varios pisos con muchas claraboyas, terracitas a las que se accedía por puertas correderas de cristal y que prolongaban las habitaciones que daban a la ladera, y una sensación general de despejada expansión. Los colores cálidos y tenues de las alfombras y los muebles suavizaban las líneas rotundas y frías. Se trataba de una casa tipo Architectural Digest en la que se podía vivir. Sólo un cuadro de los muchos que adornaban las paredes era de Marcea. A pesar de su fama internacional, tenía la misma actitud de intensa privacidad de su hija.
—¿Has hablado con Brittany? —Marcea sirvió el vino en dos copas de cristal y las llevó hasta el sofá en el que estaba sentada Santana, le ofreció una y se hundió en una de las sillas tapizadas a juego que formaban ángulo recto con el sofá—. Llamó preguntando por ti.
—Hablé con ella hace unos minutos.
—Supongo que pensó que no me daría cuenta, pero sí. Parecía… preocupada.
Santana dudó. No estaba acostumbrada a hablar de asuntos personales con nadie, bueno, con nadie que no fuese Rachel. Rachel Berry era su agente y amiga más antigua y, aunque habían competido muchas veces por ganarse a la misma mujer, se comprendían. Santana opinaba que la comprensión era lo más importante que podía ofrecer una amiga. A pesar de su escasa relación con Marcea, ambas habían compartido una experiencia crítica que había forjado un profundo vínculo entre ellas. Después de que Britt hubiese sido herida, las dos pasaron cuarenta y ocho horas junto a su cama. En ese tiempo, no sabían si viviría o moriría. Habían presenciado en silencio su lucha y habían compartido la pena y la incertidumbre. También compartían otra cosa, aunque no lo decían: las dos la amaban.
—Estaba preocupada. —Santana respiró a fondo y esbozó una lánguida sonrisa—. Creo que por mi culpa. Decidí salir a dar una vuelta y me temo que no seguí las “normas de orden Pierce.”
—Supongo que deben de ser normas muy pesadas.
Santana se encogió de hombros.
—Sí, pero imagino que a estas alturas ya debería haberme acostumbrado.
—Dudo mucho que pudiera acostumbrarme a algo así —afirmó Marcea, convencida—. Creo que Brittany lo entiende. —En su tono había amabilidad y comprensión sinceras.
Santana, horrorizada, se dio cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas. Se levantó bruscamente y se acercó a la ventana, tratando de contener sus emociones por todos los medios.
—Britt lo entiende —le aseguró a Marcea—. Sé que lo entiende. Pero debe hacer su trabajo, y yo soy su trabajo. Eso ante todo.
—Sí, ya sé que se toma muy en serio esa responsabilidad. Sin duda, por eso le han dado el trabajo —Marcea habló con voz tranquila y agradable—. Amaros debe de ser todo un reto para las dos.
Santana, sorprendida, se volvió de pronto y tropezó con la mirada de Marcea.
—¿Te ha contado…?
—No —respondió Marcea con otra sonrisa—. Pero se nota mucho cuando te mira. No intento disculparla. Es como su padre, totalmente volcada en su trabajo, prescindiendo muchas veces de sus propias necesidades. Aunque en su defensa…
—No tienes por qué defenderla delante de mí. La am…
Santana guardó silencio, conmocionada. No pretendía decir aquello; nunca se lo había dicho a nadie —sobre nadie—. En primer lugar, porque nunca había existido nadie de quien decirlo. Y, aunque hubiese existido, no había nadie a quien contárselo con seguridad. Ni siquiera a Rachel, y no porque no confiase en su amiga, sino porque contarlo lo convertía en algo real. Tenía que admitir su propia vulnerabilidad. Decirlo sería sentirlo, y eso le aterrorizaba. El silencio se intensificó entre ellas hasta que Marcea habló con dulzura.
—No pretendo defenderla. Lo siento, habla la madre que llevo dentro. Sólo quiero decir que, a pesar de su resolución, se preocupa mucho.
—Ya lo sé. —Santana inclinó la copa y bebió el resto del vino, se acercó al aparador y dejó la copa con cuidado sobre una bandeja de plata. “Ojalá supiera si soy yo o la hija del presidente lo que está por encima en sus afectos.”
Se volvió y dijo en tono neutro:
—Tengo que hablar con ella. Prometí informarle de nuestro regreso.
—Espero no haberte ofendido.
—No, en absoluto.
Se dieron las buenas noches con sendos gestos. Al pasar por el comedor, Santana habló con Stark sin mirarla:
—Me voy a la cama.
Stark no dijo nada, porque no había nada que decir. Antes había llamado por radio a Sam para notificarle que Egret estaría segura el resto de la noche y a la comandante en Washington para decirle lo mismo. También ella podía irse a la cama. Miró la hora, preguntándose si sería demasiado tarde para llamar al hospital de Nueva York.
* * *
Santana se dio una ducha rápida y se acostó desnuda. Apagó las luces y marcó el número de Britt bajo la tenue luz de la pantalla del teléfono móvil. Britt contestó al primer timbrazo.
—Pierce.
—Soy yo.
—¿Todo en orden? —preguntó Britt dulcemente.
—Todo seguro.
—Bien. ¿Cómo estás?
—Cansada. —A Santana le encantaba la voz grave de Britt. Suspiró y cerró los ojos, imaginando que Britt estaba a su lado—. Debe de ser el desfase horario.
—Han sido unos días muy movidos.
Ninguna de las dos dijo que en las dos semanas anteriores habían afrontado un intento de asesinato, una bomba en un coche y varias explosiones; y todo afectaba a Santana o a miembros de su equipo de seguridad. Santana se puso de lado para mirar por la ventana y ver el lento movimiento de la luna, que aparecía y desaparecía tras las pocas nubes que moteaban el cielo. En la casa reinaba un gran silencio y tranquilidad, a diferencia de los omnipresentes ruidos urbanos que estaba acostumbrada a oír, incluso desde su ático de Gramercy Park. También la vista era muy distinta a la de Nueva York: el cielo parecía más claro y las estrellas más brillantes. Resultaba hermoso, y Santana sintió de nuevo la punzada de la soledad.
—¿Qué se ve… desde tu ventana?
Britt guardó silencio mientras contemplaba la noche.
—El cielo, muy negro, está festoneado de nubes. Veo las estrellas, hay millones… y un montón de aviones que aterrizan y despegan. Distingo un resplandor a la izquierda que llega hasta las capas inferiores de nubes, la Casa Blanca. Siempre está bañada en luz. Me sorprende que se pueda dormir… —Se rió—. Eso lo sabes tú mejor que nadie, ¿no?
—No es fácil dormir allí —respondió Santana, con aire pensativo—. Por muchas razones. Las luces, los guardias, el tamaño de las malditas habitaciones. Es como dormir en un museo. Como bien sabes, no es mi lugar favorito.
Britt soltó una risita y puso los pies descalzos sobre la mesita que estaba delante del sofá. Se había servido otro whisky mientras esperaba informes de Stark y también mientras se preguntaba cuándo la llamaría Santana. Lo cogió y dio vueltas al vaso en la mano.
—Ya me di cuenta de eso.
—¿Qué hora es ahí, las tres?
—Más o menos.
—¿Y a qué hora os reunís los burócratas por la mañana?
—A las siete. —Britt intentó disimular el cansancio—. Creo que los burócratas se sienten culpables por no hacer nada y trabajan horas extra para compensarlo.
—Supongo que tienes razón —admitió Santana riéndose—. Deberías dormir, Britt. Debes de estar aún más cansada que yo.
—Por lo menos no sufro desfase horario.
—No, pero no has dormido mucho la última semana y estás herida.
Se produjo un silencio, y Santana imaginó a Britt procurando encontrar una respuesta neutra. Lo cual significaba que estaba herida, ya que, por mucho que Britt se guardase las cosas, nunca mentía.
—¿Qué te ocurre?
—Tengo un nudo en la nuca que me duele en los momentos más inoportunos. Claro que podría ser de aguantar a Doyle doce horas…
—Brittany.
Britt percibió la seriedad del tono de Santana y suspiró.
—Me siento como si me hubiese pasado una apisonadora por encima… de un lado a otro. Dos veces.
—¿Qué más? —Había visto los moretones el día anterior. “¡Dios, cómo es posible que la eche tanto de menos!” Parecían dolorosos, pero hacía falta mucho más que eso para que Britt se quejase.
—Nada demasiado grave. Un ligero aturdimiento, un poco de visión borro…
—Dios mío. —Santana se incorporó en la cama. Las mantas cayeron, dejando sus pechos al descubierto—. No deberías trabajar, sino estar en cama. ¿No puedes aplazar esa condenada reunión?
—Hay que hacerla, y cuanto antes mejor. Los hechos tienden a deformarse cuanto más se demoran. Las personas tienen pérdidas de memoria selectivas o recuerdos fortuitos, que les permiten verse como los buenos y ver a los demás como los malos.
—No crees que puedan surgir problemas, ¿verdad?
Britt dudó porque había estado más de doce años en la nómina del Departamento del Tesoro y no solía hablar de su trabajo con nadie. Ni siquiera cuando Janet y ella vivían juntas, hablaban del trabajo. Y Janet era policía. “Si hubiéramos hablado más, tal vez me hubiese enterado de dónde estaría aquella mañana. Podía haberla avisado. Quizá no hubiese muer…”
—¿Britt?
—Lo siento. Me parece que estoy cansada. —Se frotó los ojos y dejó los recuerdos a un lado—. Un agente ha muerto y hay dos gravemente heridos. Estuviste a punto de ser tú también una víctima. Cualquiera de esos hechos sería en sí grave. Todos juntos requieren una explicación.
—Pero saldrás bien de esto, ¿no? Dios mío, Britt, por poco te mueres. Si no hubiese sido por ti, quién sabe lo que les habría ocurrido a Grant y a Savard.
—No me pasará nada. No te preocupes.
—¿Me contarás lo que suceda? —Santana sabía que estaba pidiendo a Britt que cruzase una línea. Pero ya habían cruzado muchas y, si alguna vez tenían que hacer algo juntas…
Esperó. “Por favor, no me excluyas.”
—Informe completo.
—Te echo de menos. —Santana tuvo que armarse de voluntad para decirlo, pero era un sentimiento tan abrumador que no había otra forma de expresarlo. Si no le ponía voz, se ahogaba.
—Daría lo que fuera por estar a tu lado en este momento —dijo Britt en voz baja—. Lo que fuera.
—¿Sabes qué es lo que más me enfada de ti, Pierce?
—No, ¿qué?
—Que no puedo enfadarme contigo mucho tiempo.
Britt se rió, sintiéndose mejor de pronto.
—Algo bueno he de tener en la vida, ya que no me tocan las mejores cartas precisamente.
—En eso se equivoca, comandante. —Santana sintió frío de pronto y se tapó con las sábanas. “No tienes ni idea de lo loca que estoy por ti.” —Bien. —Santana habló en voz muy baja, pero Britt la oyó. Cerró los ojos, apoyó la cabeza en el respaldo del sofá y dijo— Todo irá mejor cuando acaben las reuniones informativas.
—¿De verdad? —preguntó Santana con escepticismo—. La política de Washington nunca cambia. Lo sabes perfectamente, Britt. Siempre es lo mismo con diferente envoltorio.
—En cualquier caso, todo será mejor para ti. Lo han frenado y…
—Te refieres a que está muerto.
—Sí —afirmó Britt—. Ahora que está muerto, tu vida será un poquito más fácil.
—¿Tenéis la identificación definitiva?
Britt dudó durante un segundo.
—No, aún no. Se encargan de todo en Quantico, y ya te das cuenta de lo lentos que se mueven esos resortes.
—Pero no hay ninguna duda, ¿verdad?
—No hay duda de que capturamos al hombre correcto —respondió Britt con la mayor convicción—. La identificación no será positiva hasta que tengamos todas las pruebas forenses, pero Savard se encargó de él. Y eso es lo que importa. Su nombre da igual.
Santana se removió, inquieta, bajo las mantas, entendiendo muy bien lo que Britt no decía. El FBI había capturado a alguien. Ese alguien era presumiblemente el hombre que la había estado acosando, amenazando su vida y poniendo en peligro a todo su equipo de seguridad. Era demasiado inteligente para ignorar lo que Britt callaba: sólo el tiempo diría si el hombre muerto era el acosador que habían estado buscando.
—¿Vas a ir a la inauguración de la exposición de tu madre? —preguntó Santana, cambiando de tema a propósito. Ninguna de las dos podía hacer nada para alterar las circunstancias relativas a Loverboy, así que no tenía sentido hablar de él.
—Lo intentaré —respondió Britt—. Me he perdido muchas y sé que ésta es muy importante. Haré todo lo posible.
—Estupendo. Aunque no lo diga, te aseguro que le gusta que vayas.
Britt suspiró de nuevo y se frotó los ojos para despejar la tensión.
—Ya lo sé.
—Duerme un poco.
—Lo haré —aseguró Britt, preguntándose si podría descansar tras percibir el matiz de perdón en la voz de Santana.
—¿Me llamarás mañana?
—Sí, en cuanto tenga ocasión. Por la mañana… Sam estará…
—Brittany, Sam puede encargarse de las cosas. Estoy perfectamente.
—Vale. —Tras unos momentos, Britt añadió—: Buenas noches, Santana.
—Buenas noches —susurró Santana.
Santana cerró el teléfono móvil y lo dejó en la mesilla. Se tapó con las mantas hasta los hombros y siguió mirando hacia la ventana.
Britt dejó el auricular sobre el receptor, se levantó y se estiró. Le dolían los hombros debido a las contusiones que había sufrido al caer al suelo tras la explosión. Atravesó la corta distancia que la separaba de la ventana con la copa en la mano y contempló el horizonte otra vez. Bebió el whisky y dejó la copa en el bar. Necesitaba dormir. Pero, cuando se apartó de la ventana, sonó el teléfono. Lo cogió inmediatamente.
—Pierce. —Escuchó un momento, y luego dijo—: No, no hay problema. Que suba.
Un minuto después, Britt abrió la puerta y ante ella apareció una rubia alta y majestuosa que llevaba un caro vestido de noche.
—Hola, Kitty.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final

Mensaje por Flor_Snix2013 Dom Jul 21, 2013 10:39 am

y se esta formando una nueva pareja Paula y Renee quien lo diria lindo comienzo para la 3° parte y un  poco de paz para san pero haber cuanto dura y acabo de leer el segundo cap y lo ultimo no lo puedo creer britt y Kitty FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final 3287304868  no metas la pata brittany
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final

Mensaje por Keiri Lopierce Dom Jul 21, 2013 12:17 pm

No que hace Kitty ahí porque fue a ver a Brittany que la rubia no haga nada estúpido, porque están separadas las Brittana que Britt no salga perjudicada de esta situación Doyle como lo odio enserio espero tu próxima actualización xoxo esta nueva parte del FF me encantara como las 2 anteriores :)
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final

Mensaje por Marta_Snix Dom Jul 21, 2013 12:26 pm

Flor_Snix2013 escribió:y se esta formando una nueva pareja Paula y Renee quien lo diria lindo comienzo para la 3° parte y un  poco de paz para san pero haber cuanto dura y acabo de leer el segundo cap y lo ultimo no lo puedo creer britt y Kitty FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final 3287304868  no metas la pata brittany
En el comienzo del siguiente capitulo te vas a quedar FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final 3287304868, te lo aseguro
Keiri Lopierce escribió:No que hace Kitty ahí porque fue a ver a Brittany que la rubia no haga nada estúpido, porque están separadas las Brittana que Britt no salga perjudicada de esta situación Doyle como lo odio enserio espero tu próxima actualización xoxo esta nueva parte del FF me encantara  como las 2 anteriores :)
Si, me quede igual al ver a Kitty, la echabas de menos? Doyle...a ese si que no lo echaba de menos ¬¬
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Finalizado FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 3

Mensaje por Marta_Snix Dom Jul 21, 2013 12:27 pm



Capitulo 3
Britt abrió los ojos en la oscuridad y sintió un aliento cálido en la nuca. Una mujer se apretaba contra ella: los pechos pegados a su columna, un brazo doblado sobre su cadera, los dedos acariciando suavemente su piel. Intentó darse la vuelta, pero la mano posada sobre su cadera se lo impidió. Una voz ronca le habló al oído en tono familiar y autoritario:
—No. No te muevas y no abras los ojos.
Britt, tendida de lado, obedeció y cerró los ojos. Todas sus células se concentraban intensamente en los experimentados dedos que seguían el hueco de su cadera, la curva de las costillas y la amplia llanura de su abdomen. Caricias leves y juguetonas arrancaban a sus pulmones ásperos jadeos casi dolorosos cuando el tacto se demoraba en lugares especialmente sensibles y luego los abandonaba.
—Aaah…
—Chiss.
Enseguida se puso dura y tensa e inclinó las caderas para que la inquisitiva mano descendiese entre los muslos. Los dedos la separaron, buscaron su calor y rozaron, suaves como plumas, terminaciones nerviosas crispadas por la excitación. Unos labios tiernos y sensuales exploraron el rostro de Britt y besaron sus párpados y la mandíbula antes de reclamar la boca con acometidas profundas y posesivas. Britt oyó sus propios gemidos estremecidos cuando el primer brote de placer surgió entre sus piernas y comprendió que se aproximaba el fin de la exquisita tortura.
—¿Pretendes que me corra? —susurró Britt con voz entrecortada por los picos de la excitación.
—Al final.
Los dedos de Kitty continuaron acariciándola, presionando la piel sensible y dibujando tiernos pliegues hasta convertir el deseo de Britt en una oleada de placer.
—¿Ahora? Dios…
—Ten paciencia.
—No aguanto… más —acertó a decir Britt, con las piernas tensas mientras la explosión cobraba fuerza—. Estás… al mando.
Tras una risa ronca, la presión de un pulgar se añadió a los dedos que se movían en círculos.
—Siempre he estado al mando. ¿No es lo que quieres?
—Ya lo… sabes. —Britt levantó las caderas y separó los muslos, invitando a la penetración.
—Ponte boca abajo —ordenó la voz melosa.
—Estoy a punto. ¿No puedo correr…?
—Haz lo que te digo.
Britt se puso boca abajo, temblando. Cogió la almohada entre los brazos, volvió la cara y ofreció la boca. Gimió cuando una mano se deslizó entre sus piernas y la reclamó de nuevo, penetrándola mientras se movía simultáneamente sobre su clítoris.
—Oh, Dios…
No podría reprimir el creciente clímax mucho más; una o dos caricias más, y se correría.
—Vas a hacer que me corra —advirtió, casi sin respiración.
—Lo sé. Es lo que quieres, ¿no?
—Sí, sí, es lo que quiero. Dios, sí… Kit…
Britt se incorporó de un salto en la cama, hundida en la debilidad por el inminente orgasmo. Apartó las mantas, jadeando, sacó las piernas de la cama y se sujetó con las manos a ambos lados del cuerpo, agarrando el colchón mientras trataba de contener sus tambaleantes sentidos.
—¡Jesús!
Se acercó al tenue filo del orgasmo con las piernas temblando y el estómago encogido y preparado para el desahogo y logró rebajar la oleada de excitación. Los números rojos del reloj de la mesilla marcaban las seis y cinco de la mañana. Había estado una hora en la cama. Se hallaba completamente sola. Empapada en sudor y respirando con dificultad, se incorporó sobre unas pesadas piernas y se dirigió al cuarto de baño con paso vacilante. Abrió los grifos de la ducha a tope, se introdujo en ella y apoyó la frente en los fríos azulejos mientras caía el agua.
—Joder —susurró.
No recordaba nada parecido en su vida, y que eso hubiese ocurrido entonces, después de la desasosegante visita de la noche anterior, la alteró. Aún temblaba por la urgencia sin respuesta que latía en sus entrañas, sabiendo que podría satisfacer la necesidad física con el más leve roce. Su cuerpo lo pedía a gritos, pero el corazón se resistía. No era tan tonta como para creer que podía controlar su subconsciente, pero no deseaba tener un orgasmo con el recuerdo de Kitty bordeando sus terminaciones nerviosas. Elevó el rostro hacia el agua fría y dejo que cayese sobre su cabeza y su pecho. Temblorosa, apoyó las manos en la pared y bajó la cabeza, mientras se empapaba el cabello y la espalda. Por fin, la abrasadora presión entre las piernas empezó a ceder, y echó la cabeza hacia atrás, frotándose la cara con las dos manos. Permaneció en la ducha mucho tiempo, hasta que su cuerpo se serenó y sintió la cabeza despejada, excepto por el eco lejano de la omnipresente jaqueca. Por suerte, apenas la distraía, pues iba a necesitar todas sus facultades mentales cuando se reuniese con Shuester y los demás al cabo de una hora. En adelante, no podía pensar en lo que acababa de ocurrir y en lo que había sucedido la noche anterior.
—Acabemos con esto —dijo William Shuester, con un matiz casi imperceptible de cansancio, al grupo reunido en torno a la mesa.
Las luces fluorescentes arrancaban reflejos a las paredes pálidas y desnudas de una de las numerosas salas de reuniones idénticas del edificio del Tesoro y daban aspecto enfermizo a todo el mundo. Britt confió en que así se disimulase su estado, porque a medida que pasaban las horas se sentía más aturdida y desorientada. Intentó parecer atenta mientras Shuester hablaba. —Las declaraciones de todos los que estuvieron en el lugar confirman los hechos descritos en los informes de los agentes Pierce y Doyle. No hay nada nuevo ni contradictorio.
Se habían analizado y previsto todas las contingencias. Se siguieron los protocolos sin excepción. Los informes de trabajo generados por el FBI, el Servicio Secreto y los equipos de la policía estatal involucrados en la Operación Loverboy tres noches antes, cuando un sujeto no identificado había atraído a una mujer (que según creía era Santana López) a un lugar desierto con la intención de matarla, formaban un expediente de cinco centímetros de grosor. Cada uno de los representantes de las diversas agencias de seguridad presentes tenía una copia ante sí, además de una carpeta de parecido grosor con los resultados preliminares del forense y el laboratorio. Habían dedicado gran parte de los dos días previos a estudiar los documentos, buscando deficiencias estratégicas, interrupciones de las comunicaciones o descuidos de los agentes participantes. Shuester señaló los documentos mientras hablaba.
—Creo que podemos admitir que las víctimas fueron aceptables dado el nivel de amenaza de la protegida. Aceptables e inevitables.
Todos entendieron que no se iba a responsabilizar a nadie de la cadena de acontecimientos que habían provocado gravísimas heridas a varios agentes.
—Mi departamento, en colaboración con la oficina de operaciones de la Agencia en Nueva York, continuará con la identificación definitiva y la comprobación de antecedentes —añadió Shuester—. Así que…
—Está la cuestión de la violación de la seguridad en Central Park —observó Patrick Doyle.
Shuester miró con cautela al hombre corpulento, de cuello grueso, sentado frente a él en el extremo opuesto de la mesa. Unos duros ojos azules le devolvieron la mirada desde un rostro lleno y de tosco atractivo. El agente especial del FBI Patrick Doyle había dirigido el equipo formado para detener al tipo que acosaba a la hija del presidente tras el primer atentado contra su vida. Britt habló, sin dar tiempo a que Shuester respondiese.
—Se trata de un asunto que debe revisar el Servicio Secreto, Doyle. —Britt se limitó a decir algo evidente, pues todos sabían que el Servicio Secreto nunca hablaba de procedimientos y protocolos con personas ajenas al mismo. “Naturalmente, Doyle también lo sabe. ¿A qué viene esto?”
—Lo normal es que dos atentados casi victoriosos contra una protegida de alto nivel cuestionen la aptitud de su seguridad —insistió Doyle, sin apartar los ojos del rostro de William Shuester—. Al fin y al cabo, cuando desempeña una función pública, es su equipo de seguridad el que coordina a las fuerzas restantes, ¿no? Policía, Tráfico, equipos tácticos… toda la historia. Por tanto, si alguien se introduce en todo eso, ¿de quién es la culpa?
—El Servicio Secreto no comenta procedimientos —repitió Shuester rígidamente, pero le habían arrojado un guante. Como supervisor del equipo encargado de proteger a la hija del presidente, no podía ignorar la crítica implícita ni la sutil acusación sobre las carencias de su seguridad.
—Coincido con el agente Doyle, director adjunto —afirmó Robert Owens, subdirector de la Agencia Nacional de Seguridad—. Mi departamento quiere una recopilación de los hechos.
—Muy bien. Le enviaré un informe —repuso Shuester. “¿Qué diablos es esto?”
—Tal vez sea mejor algo más formal —replicó Owens—, como una investigación independiente.
Las manos de Britt, posadas sobre su regazo, se crisparon.
—¿Una investigación a cargo de quién?
—El Departamento de Justicia puede nombrar a un fiscal especial para estudiar los hechos —respondió Owens con una presteza que indicaba que había previsto la pregunta y preparado la respuesta—. Así no hay posibilidad de partidismo, ¿verdad?
—Ese tipo de investigación daría lugar a que se difundiese información esencial sobre la seguridad de la hija del presidente —señaló Britt en tono gélido.
—Eso habría que verlo, ¿no?
Britt esperó que Shuester pusiese fin a la discusión. Como transcurrieron los segundos y su jefe permanecía callado, Britt se enfureció. No podía romper filas y enfrentarse a él, aunque era a ella, en su calidad de comandante del equipo personal de Egret, a quien se estaba cuestionando. Tenía la cabeza a punto de estallar.
—Lo tendré en cuenta —respondió al fin Shuester.
—Incluiré la recomendación en mi informe al director de seguridad —replicó Owens cerrando su portátil.
La mandíbula de Shuester se puso tensa.
—Entonces, ¿hemos acabado con esto, caballeros?
Hubo un murmullo general de asentimiento y ruido de sillas cuando el grupo se dispersó. Britt no miró a Doyle, porque estaba segura de que, si lo hacía, vería una sonrisa burlona y tendría que echarle las manos al cuello. En cuanto salió el último hombre, Britt se levantó.
—Por Dios, William, ¿va a permitir que Doyle y Owens lo crucifiquen en una investigación externa? Tenemos nuestras propias revisiones internas para estos casos.
—Aún no hay nada decidido —respondió Shuester, a punto de derrumbarse—. No quería meterme en una refriega con ellos hasta que averigüe a qué se debe esto.
Britt creía que lo sabía, pero se abstendría de hacer comentarios hasta que tuviese algo concreto en que apoyarse. Patrick Doyle la tenía entre ceja y ceja desde el día que se conocieron, aunque Britt no entendía por qué. Trabajaban para agencias diferentes y no había coincidido con él hasta el día que supo que Doyle dirigía el equipo que investigaba a Loverboy, así que no podía ser un asunto personal. “¿Qué gana con desacreditarme?”
—¿Por qué consiente que Doyle se inmiscuya en los errores del equipo? Fue su operación la que perdió a ese individuo durante meses.
—Pierce, es usted una excelente investigadora y una excelente jefa de seguridad. —Shuester suspiró—. Pero una diplomática espantosa. No sirve de nada ponerse con acusaciones ahora; y si doy cancha a Doyle y al FBI en esto, en el futuro estaré en condiciones de pedir un favor.
—Genial. ¿Y si les sugiere que ciñan la investigación a sus burocráticos traseros? —Se frotó la cara con la mano para sacudir la fatiga.
—Como acabo de decir, es poco diplomática. —Shuester empezó a introducir carpetas en su maletín.
—Jodida diplomacia. Estamos hablando de comprometer nuestras estrategias de trabajo para complacer a esos gilipollas. —Intentó bajar la voz, pero estaba demasiado cansada y aturdida para controlarlo todo a la vez—. Pida una revisión interna de la Agencia sobre todo el asunto. Que nuestra gente me investigue, si cree usted que es necesario.
—Podría acabar perjudicándose de esa forma. Hay mucha política en una cosa como ésta, y tal vez no pueda ayudarla.
—Responderé de mis actos.
—No es tan fácil —dijo Shuester encogiéndose de hombros—. Si Justicia quiere una investigación independiente, tendré que aceptar.
—Pondrá a los protegidos en peligro. No lo haré.
—Hará lo que tenga que hacer, agente —repuso Shuester, irritado.
—No si significa un riesgo para Santana López.
—Si se niega a testificar ante una junta de investigación de Justicia, cometerá desacato contra un organismo de investigación federal autorizado. Como mínimo, perderá el trabajo; y en el peor de los casos, tendría que ir a la cárcel.
Britt estudió el rostro de su jefe, un hombre al que creía conocer, y no pudo descifrar lo que había detrás de su mirada. Decidió, entonces, que en realidad no le importaba.
—Muy bien. Si me necesita, ya sabe cómo encontrarme.

 
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final

Mensaje por Tat-Tat Dom Jul 21, 2013 1:38 pm

OMG!!!! leí los tres capitulos de una...
Que genial... no sé porque me temo que Doyle tiene mucho que ver en esto 77...
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final

Mensaje por cvlbrittana Dom Jul 21, 2013 2:14 pm

Esos diálogos entre ellas son perfectos, por eso es mi libro favorito, es genial ver como la relación avanza y cada una cede a sus barreras. De nuevo, gracias por adaptarla, saludos.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final

Mensaje por Marta_Snix Dom Jul 21, 2013 2:24 pm

Tat-Tat escribió:OMG!!!! leí los tres capitulos de una...
Que genial... no sé porque me temo que Doyle tiene mucho que ver en esto 77...
Si tiene que ver, Britt se lo hara pagar y muy caro, y también me quede pensando en que tenía algo que ver, y después de mirar lascivamente a Santana, más razones para que Britt termine de matarlo
cvlbrittana escribió:Esos diálogos entre ellas son perfectos, por eso es mi libro favorito, es genial ver como la relación avanza y cada una cede a sus barreras. De nuevo, gracias por adaptarla, saludos.

 Si, es genial. No hay de que, si alguna vez quieres que adapte cualquier otro libro solo tienes que decirlo ;)
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Finalizado FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 4

Mensaje por Marta_Snix Dom Jul 21, 2013 2:25 pm



 

Capitulo 4
Santana apagó el teléfono con un suspiro. No había respuesta ni en su apartamento, ni en el móvil ni en el buscapersonas bidireccional. Miró el reloj de la mesilla: las 9.42, casi medianoche en Washington. Britt había prometido llamarla durante los descansos de las reuniones, pero no lo había hecho. Ni siquiera en Washington trabajaban los burócratas hasta esa hora un viernes. Santana había pasado buena parte del día con Marcea en su estudio, una prolongación del piso superior que era todo ventanas y luz. Mientras Marcea recogía los lienzos que quedaban para la exposición del día siguiente, Santana se acurrucó en una tumbona de fina piel y se dedicó a dibujar. Pasaron unas horas tranquilas y agradables, aunque apenas hablaron. A última hora de la tarde Marcea se detuvo junto a Santana, señaló el bloc de dibujo que la joven sostenía en las rodillas y preguntó:
—¿Puedo?
Santana se ruborizó levemente y le entregó el bloc a Marcea, sorprendida por la timidez que le inspiraba una mujer que siempre había sido amable y cordial con ella. Pero para Santana, el arte era su alma y el trabajo el único lugar en el que no tenía que ocultar sus sentimientos. Se preguntó qué vería Marcea bajo el carboncillo y el papel.
—Tienes muy buena memoria —dijo Marcea con una dulce sonrisa, observando las imágenes de su hija y de sí misma distribuidas por la página en diferentes posturas. En algunas, sus perfiles se superponían, en otras se fundían y se unían hasta transformarse finalmente la una en la otra—. La has captado perfectamente.
—¿Sí? —preguntó Santana con aire pensativo.
Marcea posó en Santana unos ojos cálidos y tiernos.
—Sí, en efecto.
—A veces yo… no estoy segura.
—No dudes. Yo no lo hago. —La ojos de Marcea recorrieron las imágenes, llenos de admiración—. ¿Puedo quedármelo?
Santana asintió.
—Sí, si quieres. Será un honor para mí.
—Gracias —murmuró Marcea, acariciando la mejilla de Santana con sus dedos largos y delicados—, por lo que ves en ella.
Santana, paralizada por la caricia, permaneció inmóvil, sintiéndose bien acogida y como si estuviese fugazmente en casa. En aquel momento recordó el episodio y, mientras pensaba en lo mucho que Britt se parecía a su madre, la echó de menos con mayor intensidad. Las últimas semanas de confinamiento y constante amenaza la habían agotado. Las largas horas de espera mientras otros, incluida su amante, se enfrentaban al peligro por ella le habían pasado factura. Tenía los nervios deshechos y el corazón dolorido. Recorrió frenéticamente la habitación esforzándose por no pensar dónde estaría Britt. “¿Relajándose con una copa tras dos días seguidos de reuniones? ¿En un bar? ¿Disfrutando de una cena tardía? ¿Sola?” Hacía dos meses que eran amantes, y Santana apenas había tenido tiempo para hacerse a la idea de que había quebrantado su regla fundamental: no comprometerse emocionalmente con alguien con quien se había acostado, no dejar apenas que nadie la tocase, físicamente, y, por supuesto, nunca emocionalmente. Había intentando a toda costa mantener a Britt al otro lado de las enormes defensas erigidas con el tiempo y había fracasado. Se hallaba en un territorio inexplorado y cada paso era nuevo. Britt también había quebrantado algunas reglas, al menos en lo profesional. La más importante era la de no tener relaciones íntimas con una protegida. A Santana le daba la impresión de que Britt había roto, además, varias normas personales, pero no habían hablado de eso. Y tampoco habían hablado de otras cosas: fidelidad, exclusividad, el futuro. Conceptos que a Santana le resultaban extraños unos meses antes. Las ideas habían dejado de ser filosofía para adquirir mayor significado. Cuando pensaba en la posibilidad de que Britt estuviese con otra mujer, brotaba de ella un sentimiento mezcla de furia y desesperación.
—Es ridículo —se dijo—. No puedo seguir aquí encerrada. Me estoy volviendo loca.
Santana se quitó los vaqueros y la camiseta y se dirigió al cuarto de baño contiguo. Se duchó rápida y mecánicamente y se lavó el pelo. Luego se dejó los cabellos sueltos, como solía hacer cuando salía y no quería que la reconociesen. Con los años había observado que sutiles alteraciones de su aspecto físico y de su estilo de vestir hacían que al público en general le resultase casi imposible reconocerla como hija del presidente. Al asociarla con la imagen que aparecía en televisión y en las revistas, el ciudadano medio esperaba ver a una mujer sofisticada y elegante con ropa cara y de buen gusto, el maquillaje perfecto y los cabellos morenos y rizados recogidos tras la nuca con un broche de oro. Con el pelo suelto, pantalones de cuero y una camiseta sin mangas ceñida al cuerpo, apenas se parecía a la hija del presidente. Cuando acabó de vestirse, cogió una fina cartera de cuero que sólo contenía su identificación, guardó dinero en el bolsillo de atrás y abrió la puerta de la habitación. El pasillo estaba vacío, y Santana lo recorrió rápidamente hasta las escaleras traseras que conducían a la cocina y a la puerta de atrás. Sorprendida, vio que la cocina también estaba vacía. Sabía que Felicia Davis libraba esa noche y que Ed Hernández se hallaba en algún lugar de la casa, seguramente en el salón. No vio a Stark y le pareció raro, aunque fue un alivio. No le apetecía esquivarla y que la agente se ganase con ello una reprimenda. Abrió con cuidado las puertas acristaladas de la cocina en penumbra y salió a la terraza con suelo de cedro, encaramada sobre la ladera de la Russian Hill, que caía a pico bajo sus pies. En silencio, empezó a bajar el primer tramo de escaleras de madera que salvaban la distancia entre la parte inferior de la casa de Marcea y la calle. A medio camino se detuvo al oír una voz debajo de ella.
—¿Otro paseo?
Santana se inclinó sobre la barandilla y atisbó entre las sombras. Paula Stark la miró.
—Voy a salir un rato.
—Entonces, supongo que yo también.
—¿Por qué no continúa con su examen de la finca y finge que no me ha visto? —Santana siguió bajando las escaleras.
Stark la esperaba al final.
—Ambas sabemos que no puedo hacerlo y tampoco quiero. Mi trabajo es estar con usted esta noche, sobre todo si sale de la casa.
Santana la miró, sorprendida del tono sombrío de su voz. Stark siempre le había parecido muy responsable y dedicada de forma llamativa a su trabajo, pero aquella noche había algo extraño en su voz. Madurez quizá. Durante un momento, le recordó a Britt.
—¿Podemos negociar?
—De eso nada. Debo informar a Sam de que vamos a salir de la casa base. Me gustaría decirle adónde vamos.
—Aún no lo sé. Sólo quiero tomar una copa y…
—Por favor, no tiene por qué darme explicaciones, señorita López. Sólo me interesa nuestro destino. ¿Le molesta que vayamos en el coche?
—Prefiero caminar. —Mientras hablaban, Santana salió del sendero que discurría entre la densa vegetación para dirigirse a la calle y a la acera.
Stark se puso al lado de Santana y cogió el móvil que llevaba en el cinturón. Habló en voz baja mientras caminaban, informando a Sam de que Egret se hallaba en movimiento con destino indeterminado. Sam ordenaría a Hernández que las siguiese con el coche y, cuando Santana y ella se detuviesen en algún sitio, aparecería el otro agente. Con toda probabilidad, Sam dispondría que otro agente fuese con Hernández en el coche para que sirviera de apoyo. Resultaba poco ortodoxo contar con un solo agente a pie, pero era el típico despliegue que tenían que adoptar con la hija del presidente. A Santana no le gustaba su presencia y no solía facilitarles las cosas. Sin embargo, la comandante había dejado bien claro que, a pesar de las objeciones de Egret, había que proporcionarle seguridad. Stark no tenía intención de dejarla sin protección, hiciese lo que hiciese Santana.
—Tomemos el tranvía —dijo Santana impulsivamente, apresurándose para alcanzar el vehículo que se alejaba de la parada para ascender por la empinada colina.
Stark apretó el paso para seguirla y se agarró a la barandilla mientras Santana saltaba al escalón que rodeaba el exterior del vehículo.
—Sujétese —gritó Santana, extendiendo la mano y riéndose mientras Stark corría unos pasos hasta alcanzarla por fin.
—Gracias. —Stark resopló y se estiró. “¿No habría sido horrible que la perdiese porque soy demasiado lenta? Tengo que empezar a correr con regularidad. No basta con levantar pesas.”
Sus manos se tocaron de nuevo cuando las dos agarraron el poste de apoyo vertical. El tranvía descendió traqueteando por el otro lado de Russian Hill, y las dos mujeres se tambalearon, hombro con hombro, mirándose a la cara. Era la típica cosa que hacían los turistas, pero Stark nunca había estado en San Francisco como turista. También era la típica cosa que hacían los amantes. La experiencia resultaba estimulante y un poco confusa a la vez. Santana López era muy guapa, y Stark recordaba muy bien lo que había sentido cuando la mano que en aquel momento rozaba la suya hizo mucho más durante las horas que compartieron en una remota habitación de hotel de las Rocosas. Aquellas manos eran expertas e inesperadamente tiernas, y la piel de Stark sentía con intensidad el eco del recuerdo. Sólo unos centímetros separaban los rostros de ambas, y, bajo la luz parpadeante de las farolas, Stark vio los labios entreabiertos de Santana y su sonrisa sensual, de manera que, durante un momento, el deseo se apoderó de ella. Stark se apresuró a desviar la mirada.
—¿Se encuentra bien? —Santana se echó hacia atrás para que el viento jugase con sus cabellos.
—Sí, claro. — “Maldita sea, ¿cuándo aprenderé a no telegrafiar mis pensamientos y mis sensaciones? ¡El colmo para una agente del Servicio Secreto!”
—Vamos —dijo Santana poco después, saltando antes de que el tranvía parase en la glorieta—. Esto es Market Street, el final de la línea. Caminemos un poco.
Stark, consciente de que Egret se hallaba otra vez desprotegida, echó un rápido vistazo alrededor y se le encogió el estómago. Vio a más gente en la calle de lo que había supuesto: un variopinto conjunto de mendigos y transeúntes, algunos de los cuales pedían limosna agresivamente o formaban grupos de dos o más que observaban a los turistas. Una absoluta pesadilla para la seguridad. Confiaba en que nadie reconociese a Santana.
—Es una mala idea, señorita López. Por favor, esperemos a Hernández y al coche. Sólo serán uno o dos minutos.
—Venga, Stark, ¿dónde está su sentido de la aventura? —Santana giró a la derecha y caminó por Market Street hacia el suroeste, en dirección a Tenderloin, alejándose de la relativa seguridad de la zona más poblada del centro.
—Creo que no tengo sentido de la aventura —murmuró Stark apresurándose para alcanzarla. Alzó la muñeca y transmitió por radio su localización, agradeciendo que Santana al menos no se quejase por eso. El coche, equipado con todo lo necesario, incluyendo armas automáticas, chalecos blindados y un completo equipo médico, no tardaría más de un par de minutos. Ya que iban a caminar, tendrían a alguien que las protegiese. Recorrieron Market Street hasta la esquina con Castro. Eran casi las once de la noche de un viernes, y el centro del distrito de Castro bullía de actividad. Las aceras estaban atestadas de gente, tanto turistas como residentes locales. En otro tiempo, la zona había sido dominio exclusivo de los gays, con cierto aire de clandestinidad, pero se había vuelto mucho más civilizada y elitista. No obstante, seguía habiendo bares gays y clubes de sexo intercalados entre los restaurantes y las boutiques de moda. Durante la hora siguiente, Santana curioseó en librerías y bares, sin que Stark dejara de seguirla a una respetuosa distancia. No hablaron. Los primeros bares eran bastante alegres y espaciosos y atendían a una clientela de alto nivel. Se detuvieron un rato en cada uno, mientras Santana bebía una copa de vino o agua de Seltz y contemplaba con aire pensativo cómo bailaban las parejas y los futuros amantes. El escenario parecía muy tranquilo, y Stark empezó a relajarse. Gran error. En torno a la medianoche, Santana se paró ante la puerta de un insulso establecimiento con un sencillo letrero escrito a mano que ponía: “Cabezas rapadas” . Por el aspecto de los hombres y de las escasas mujeres que entraban, se trataba de un bar de cuero. Cumplía todos los tópicos de la zona más sórdida de Castro. Santana miró a Stark.
—¿Quiere esperar fuera?
—Prefiero entrar, gracias —respondió Stark, como si pudiese elegir.
En cuanto entraron, Santana dijo:
—Ahora vuelvo. —Y desapareció al instante.
Tras un vistazo al oscuro club envuelto en humo, a Stark se le encogió el estómago. La visibilidad era nula, la música estrepitosa y el sexo flotaba en el ambiente. En el extremo opuesto del recinto cuadrado, había una pequeña pista de baile atestada de cuerpos en diferente estado de desnudez que se retorcían al son del heavy metal. Ante la austera barra que recorría una de las paredes se apelotonaban los clientes de tres en fondo, esperando sus consumiciones. Stark decidió que, a menos que se pegase físicamente a Egret, no podría garantizar su seguridad. Y pegarse a ella no era aconsejable ni posible. Como no tenía alternativa, buscó un punto estratégico en la pared opuesta a la barra, desde donde podía vigilar la entrada y distinguir los oscuros huecos de la parte de atrás. Hizo todo lo que pudo. Cuando al fin encontró un lugar de apenas veinte centímetros, transmitió por radio su localización a Sam y a los agentes del coche. La violenta respuesta de Sam le puso los nervios de punta. Santana se abrió paso entre los cuerpos hasta que al fin llegó a la barra. Minutos después, con una cerveza en la mano, se dirigió a un rincón de la parte de atrás donde podía apoyar la espalda en la pared y contemplar la pista de baile. Los que bailaban eran casi todos hombres, la mayoría de los cuales, sin camisa, vestían únicamente unos vaqueros raídos o pantalones de cuero que exhibían lo que habían ido a ofrecer y no dejaban nada a la imaginación. Había alguna que otra mujer, vestida también con vaqueros o cuero y con ceñidas camisetas sin mangas, como la de la propia Santana, que permitían adivinar músculos bien tonificados y pechos sin ceñir. Era un bar como otros muchos en los que Santana había estado, impregnado del olor de la bebida, el sexo y algo peligroso. No era diferente a otras veces y, sin embargo, se sentía muy distinta. En vez de percibir la necesidad de bailar al ritmo de la música y de la promesa de sexo, se notaba distante, una extraña en su propio territorio. La primera que se le acercó fue una mujer muy musculosa, de piel morena, con el pelo muy corto y una hilera de aretes de plata en la oreja izquierda. La camiseta negra sin mangas se ceñía tan bien a su cuerpo que daba la impresión de que iba desnuda. El sudor relucía sobre el pecho izquierdo, visible gracias a la profunda uve del escote, y los pantalones de cuero adheridos a las piernas subrayaban los tendones de los poderosos muslos.
—¿Bailas, cielo?
Santana sonrió y cabeceó.
—No, gracias.
La otra mujer, muy sorprendida, ladeó la cabeza y recorrió con la vista el cuerpo de Santana, demorándose en los pechos antes de mirarla de nuevo a los ojos. Con las manos en los bolsillos y las caderas adelantadas, la desconocida dijo con intención:
—No es ése el mensaje que transmites.
—No estoy de caza. Pero agradezco el ofrecimiento.
—A mí me pareces hambrienta.
—Lo siento, esta noche no.
—Entonces, ¿sólo has venido a provocar a los animales?
Santana sacudió la cabeza otra vez, sin dejar de sonreír.
—No. —Se encogió de hombros—. Estoy pasando el rato.
—Como quieras, encanto, pero no sabes lo que te pierdes.
En cuanto la mujer se alejó, Santana evocó el rostro de Britt. “Oh, sí, lo sé muy bien.” Durante la media hora siguiente, mientras bebía la cerveza, rechazó varias invitaciones más para bailar y, en un caso, un ofrecimiento menos sutil para compartir unos momentos de contacto corporal en el callejón de detrás del bar. Se hallaba de espaldas a la parte delantera del local, contemplando a una atractiva pareja de hombres que bailaban, cuando una mano se posó en su hombro, los dedos se deslizaron por el cuello y navegaron por su pecho. Santana no se puso rígida ni reaccionó, sino que se movió y lentamente dejó la botella en la repisa que había junto a su codo. Volvió un poco la cabeza, procurando mantener el equilibrio y no mirar a quién la había abordado, y dijo:
—Será mejor que retires esa mano ahora mismo.
Un cuerpo se apretó contra ella, la entrepierna embistió su trasero y los dedos acariciaron su brazo desnudo mientras los labios jugaban con la oreja. Cuando Santana iba a sujetar el puño intruso y retorcerlo, una voz murmuró:
—Daría lo que fuera por estar…
Santana giró en redondo y sus brazos recorrieron los hombros de Britt mientras la empujaba contra la pared y la besaba, todo en un veloz movimiento. Ya no le importaba haberse debatido entre la preocupación y la furia toda la noche, preguntándose dónde estaba Britt, por qué no la había llamado, cómo podía controlar el terrible dolor que la consumía cuando estaban separadas. Lo único que importaba era que, al oír la voz de Britt y ante el tacto de su mano, hasta las cosas más insignificantes cobraban sentido. Las células revivían, la respiración se volvía más voraz, los pensamientos más claros. Con urgencia, casi con hambre, Santana adaptó su cuerpo al de Britt, mientras su sangre ardía al sentir la piel de su amante. Santana, que respiraba con dificultad, se echó hacia atrás con la pelvis y los muslos pegados a los de Britt. Notó la dura presión de la cartuchera que llevaba la agente dentro de los pantalones y recordó dónde estaban y lo que acababa de hacer. Casi sin aliento, susurró:
—Por Dios, Britt, Stark está aquí.
—No, no está. Le dije que saliese cuando entré. Le aseguré que te protegería perfectamente.
—Si te distraigo, no lo harás —bromeó Santana, deslizando una mano bajo el vaquero que ceñía el muslo de Britt.
—Tal vez lo consigas. —Britt retrocedió ligeramente.
—¿Tal vez? —Con cierto tono de desafío, Santana apretó el triángulo entre las piernas de Britt y sonrió cuando su amante se apresuró a tomar aliento.
—A lo mejor tengo que ahuyentar a la competencia primero —murmuró Britt, cubriendo la mano de Santana con la suya—. Estás llamando la atención.
—No me había fijado.
—Pues yo sí —afirmó Britt—, y sólo llevo aquí cinco minutos.
—No tienes por qué preocuparte.
—Hum… Lo pensaré.
A pesar de la tenue luz, Santana vio la sonrisa eléctrica de Britt y también algo más: estaba demacrada, con unas intensas ojeras que estropeaban su hermoso rostro y una rigidez en la mandíbula que traicionaba la tensión que no podía ocultar. Santana posó la mano en la cintura de Britt, olvidando de pronto su excitación.
—Britt, pareces agotada. ¿Has dormido algo?
—Dormí un poco en el avión.
—¿Cómo te sientes?
—Derrumbada —admitió Britt de mala gana, sabiendo que no podría disimular más. Había dormido en el avión, por suerte, pero el dolor de cabeza persistía. La neuróloga que la había visto en urgencias, la única que había aceptado tras la explosión ocurrida tres noches antes, le había advertido de que podía suceder aquello. No obstante, el fugaz aturdimiento mejoró un poco y ahora tenía el estómago más asentado. —Nada que no se cure con unos días lejos de Washington.
—¿Por qué no me llamaste para decirme que venías?
—Lo siento. Fui directamente al aeropuerto desde el Tesoro. Siempre llevo equipaje de emergencia en el maletero: lo cogí y me subí al primer avión. Cuando por fin dieron el visto bueno a mi permiso de armas, estábamos a bordo y no podía utilizar el móvil.
—No es propio de ti tomar un avión y marcharte sin informar, al menos sin hablar con Sam. — Retiró un mechón de rubio cabello de la frente de Britt—. ¿Qué ocurre?
—Más o menos lo que esperaba.
Santana asintió, percibiendo la evasión en la voz de su amante y dándose cuenta de que había algo más. Sin embargo, de momento lo que quería era abrazarla. La besó de nuevo, con menos frenesí pero con el mismo afán, y murmuró:
—Salgamos de aquí. Podemos…
Se acordó de repente del coche que estaba fuera, lleno de agentes del Servicio Secreto. En el pasado, cuando quería estar sola con una mujer a la que había conocido en un bar, utilizaba la puerta trasera y desaparecía durante unas horas. Pero aquello era distinto; no se trataba de una mujer cualquiera, sino de la jefa de sus agentes de seguridad.
—Joder, ¿qué podemos hacer? Necesito estar sola contigo al menos un rato.
—Vamos a la playa.
—¿Qué?
Britt la cogió de la mano.
—Confía en mí.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final

Mensaje por Flor_Snix2013 Dom Jul 21, 2013 3:04 pm

bueno comentare los ultimos 2 capítulos ]Cap 3- la verdad no lo puedo creer brittany se acostó con Kitty y si no testifica puede ir presa o perder el empleo WTF!!!!!!.
Cap 4- pense que santana se iría de "caza" pero me tranquilice al ver que rechazaba invitaciones y luego llego la comandante para llevársela a la playa que amor
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Mensaje por Marta_Snix Dom Jul 21, 2013 3:22 pm

Flor_Snix2013 escribió:bueno comentare los ultimos 2 capítulos ]Cap 3- la verdad no lo puedo creer brittany se acostó con Kitty y si no testifica puede ir presa o perder el empleo WTF!!!!!!.
Cap 4- pense que santana se iría de "caza" pero me tranquilice al ver que rechazaba invitaciones y luego llego la comandante para llevársela a la playa que amor

 Sobre el cap 3, no creo que Britt y Kitty se acostaran, de todas formas supongo que más adelante nos diran que hacia Kitty alli, pero:

No era tan tonta como para creer que podía controlar su subconsciente, pero no deseaba tener un orgasmo con el recuerdo de Kitty bordeando sus terminaciones nerviosas.

Al referirse a su subconsciente, creo que hace referencia a que todo ha sido un sueño
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Mensaje por Tat-Tat Dom Jul 21, 2013 4:43 pm

En un momento pensé que Britt ya que ha concedido encenderse sexualmente y al ver a kitty se abalanzaría sobre ella, me he dado cuenta del sueño...
Ahora hay que pensar pq estaba ahí?!

Y pos... creí que Santana como ella si que ha sido despertada sexualmente se iba a entregar a la vida loca... o que iba a hacer algo con Stark, o Stark algo a Santana xD

Esto de ver cosas donde no las hay xD
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final

Mensaje por Marta_Snix Dom Jul 21, 2013 4:49 pm

Tat-Tat escribió:En un momento pensé que Britt ya que ha concedido encenderse sexualmente y al ver a kitty se abalanzaría sobre ella, me he dado cuenta del sueño...
Ahora hay que pensar pq estaba ahí?!

Y pos... creí que Santana como ella si que ha sido despertada sexualmente se iba a entregar a la vida loca... o que iba a hacer algo con Stark, o Stark algo a Santana xD

Esto de ver cosas donde no las hay xD

 Yo tambien pense lo de Stark y Santana, me quede un poco..."Stark que tu quieres con Savard..." Por suerte todo quedó en nuestra imaginación xD
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Finalizado FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 5

Mensaje por Marta_Snix Dom Jul 21, 2013 4:50 pm



 

Capitulo 5
Tomaron un taxi en la esquina de Castro y Market y, mientras Santana daba la dirección al taxista, Britt transmitió por radio instrucciones a los agentes del vehículo de vigilancia para que las siguiesen. Cuando el taxi frenó junto a la acera al final de Polk, al otro lado de la bahía, pagaron y salieron.
—Será sólo un segundo —dijo Britt, y ambas se acercaron al todoterreno situado detrás del taxi. Cuando Britt se inclinó junto a la ventanilla del conductor del todoterreno, Hernández asomó la cabeza—. Ustedes dos permanezcan en el coche. Queda relevado el turno.
—Sí, señora.
—Vigilen a los transeúntes de la playa.
—Entendido.
Cuando Britt se alejaba, se abrió la puerta de atrás y salió John Fielding. Britt lo saludó con un gesto.
—Fielding.
—Comandante —repuso, y se dirigió hacia el hotel.
Britt y Santana atravesaron la acera a la luz de las estrellas, bajaron a la playa y caminaron unos cien metros sobre la arena en dirección a la bahía. Cuando se acercaron a la orilla del agua, Britt señaló un saliente rocoso.
—Está bastante bien.
Cogió a Santana de la mano, la llevó hasta el extremo más alejado de las rocas y ambas se sentaron en la arena endurecida. El oleaje, a escasos metros, arrojaba fantasmales dedos de espuma sobre la arena iluminada por la luna. Las gotas saladas humedecieron su piel enseguida. En mitad de la noche hacía frío, a pesar de que era agosto.
—¿Tienes frío? —Britt había apoyado la espalda en la roca. Desde el coche no las veían, y nadie podía acercarse a ellas sin ser detectado por los agentes situados en la carretera. El lugar era privado y seguro a la vez.
—No, contigo no. —Santana se arrimó al costado derecho de Britt, abrazándola por la cintura y con la cabeza apoyada en su hombro—. Si no te conociera, creería que tienes práctica en esto.
—¡Oh! ¿En qué?
—En evitar al Servicio Secreto.
—Bueno, lo he preparado —murmuró Britt posando los labios en la sien de Santana—. No dormí durante todo el viaje hasta aquí; parte del tiempo lo dediqué a pensar en ti.
—Seguro que se huelen algo —dijo Santana en voz baja, retirando la camisa de Britt por encima de la cintura de los pantalones y deslizando la mano por la cálida piel.
—Sin duda, pero no tienes por qué preocuparte. —Mientras contemplaba las volutas de nubes que veteaban la cara de la luna, pensó en lo maravilloso que era mirar el cielo al lado de Santana. Washington parecía otro mundo. Acarició lentamente el brazo desnudo de Santana y dibujó con los dedos los firmes músculos—. Santana, eres la hija del presidente. Eso juega a nuestro favor tanto como en nuestro perjuicio. El Servicio Secreto posee una larga tradición de silencio cuando se trata de proteger la intimidad del presidente, y eso se extiende a su familia. Mis agentes no te traicionarán.
—No me preocupo por mí. —Acarició una costilla, rozando una cicatriz con los dedos. “Me preocupas tú. Y mi padre.”
—Ya lo sé. Pero yo sí que me preocupo por ti. —Britt la apretó contra sí, moviéndose en la arena hasta que pegó el pecho y los muslos contra los de Santana—. Si quieres compartir tu vida personal con el mundo, será porque tú lo hayas elegido. Y eso no debería servir de pasto para la agenda política de nadie.
—Mi vida personal tiene mucho que ver contigo —susurró Santana antes de que sus labios encontrasen los de Britt y se quedase sin palabras ante la cálida recepción de la boca de su amante.
—Sí —admitió Britt un rato después, cuando acertó a respirar de nuevo—. Pero yo no le importo a nadie…
—A la gente de Washington, del Tesoro, que podría ponértelo difícil.
“Gente como Doyle, tal vez.” Britt se encogió de hombros y deslizó un dedo sobre el borde de la mandíbula de Santana.
—Eso no me preocupa.
—Entonces, ¿qué te preocupa? —Santana se echó hacia atrás para ver el rostro de Britt. Entre las sesgadas sombras proyectadas por el reflejo de las estrellas en el mar, los agudos y planos ángulos faciales resultaban aún más atractivos. Con voz ronca, preguntó— ¿Qué ocurrió en Washington los dos últimos días?
Britt suspiró.
—No te rindes, ¿verdad?
—Si lo hiciera —dijo Santana introduciendo la mano hasta el interior del muslo de Britt, bajo el fino tejido de los pantalones—, no estaríamos aquí ahora.
—Cierto. —Britt levantó las caderas al contacto de la mano de Santana, mientras la acariciaba con más firmeza e insistencia—. Se trató fundamentalmente de rutina, pero con ciertas críticas… agentes caídos y un blanco de alto nivel como… —Dudó al darse cuenta de que sus palabras sonaban casi clínicas. La mano de Santana se detuvo, y luego se retiró.
—¿Como yo?
—Sí —afirmó Britt dulcemente—. Como tú. Había que andarse con cuidado.
—¿Ya se acabó? ¿No te ha ocurrido nada?
Britt titubeó.
—Aún no lo sé. —Encontró la mano de Santana y la acercó de nuevo al muslo—. Pero cuando lo sepa, te lo diré.
—Vale. —Santana se acercó otra vez y localizó el calor que ardía entre las piernas de Britt. Se quedó casi sin aliento cuando el cuerpo de su amante respondió a sus caricias—. Me encanta tu forma de sentir —susurró—. Quiero estar encima de ti, dentro de ti. Creo que podría devorarte entera.
Mientras Santana hablaba, sus dedos encontraron lo que buscaban entre los pliegues del tejido y apretó levemente el clítoris de Britt.
—Podría empezar con esto.
El cuerpo de Britt se debilitó hasta el punto de que, si no hubiese estado sentada, seguramente se habría caído.
—Oh, diablos. No podemos… aquí.
—Hum, ya lo sé. Pero me apetece.
—Ay, ya somos dos —murmuró Britt, preguntándose si podría aguantar despierta, porque no tardaría mucho. Le ardía la sangre, pero su mente se hallaba al borde del derrumbamiento—. Santana, estoy…
—¿Qué?
—Estoy muerta. No creo que pueda.
Santana se incorporó, muy seria.
—Vámonos.
—Lo siento, yo…
Santana se rió, puso una mano detrás de la cabeza de Britt y se inclinó para besarla, no sin pasión, pero con una clara intención de finalidad. Cuando se apartó, dijo:
—Britt, hace unas cuantas noches estuviste a punto de volar por los aires. Llevas casi una semana sin dormir. Has sufrido una conmoción y sabe Dios cuántas cosas más.
Santana se arrodilló, se retiró los cabellos con las dos manos y respiró a fondo el fresco aire nocturno.
—Vamos, comandante. Puedo esperar.
Britt le cogió la mano y la retuvo, impidiendo que se levantase.
—No sé si yo podré. Te he echado de menos.
—Oh —repuso Santana dulcemente—. Yo también te he echado de menos.
Se inclinó hacia delante, dio a Britt un beso largo y profundo, se apartó rápidamente y se levantó. Cuando se encontraba a una distancia segura, posó las manos en las caderas y dijo en tono burlón:
—Nunca he tenido fama de paciente, así que muévete.
Britt se rió, con el corazón más ligero que nunca, se levantó y siguió a la figura de la primera hija entre las sombras.
* * *
Minutos después se hallaban sentadas en el asiento trasero del todoterreno. Stark iba en el asiento delantero y conducía Hernández. Britt reclinó la cabeza y cerró los ojos. No se enteró de nada más hasta que Santana le sacudió el hombro ligeramente.
—Comandante, hemos llegado.
Britt, desorientada, se sobresaltó y miró por la ventanilla, con el cuerpo tenso y listo para la acción. En cuanto reconoció la arquitectura inconfundible y la topografía de la calle en la que vivía su madre, se relajó de forma perceptible. Se aclaró la garganta y dijo con voz ronca:
—Muy bien.
Stark abrió la portezuela del lado de Santana y esperó a que la joven saliese. Britt salió por el otro lado y se reunió con ella y con Hernández. Los cuatro caminaron por la acera hasta la puerta principal de la casa de Marcea en una formación tan ensayada que parecía casi su segunda naturaleza. Una luz tenue iluminaba una de las ventanas del salón del piso bajo que daba a la calle, y Britt sonrió al ver el acogedor destello. Apenas tenía tiempo para visitar la casa de su madre, pero era el único lugar del mundo en el que se sentía realmente cómoda. Stark abrió la puerta y precedió al pequeño grupo, entrando en la silenciosa casa. Marcea y sus invitados se habían retirado. En cuanto la puerta se cerró, Stark y Hernández se alejaron para realizar el control rutinario. Britt y Santana subieron las escaleras que, desde el extremo opuesto del salón, conducían al primer piso y se detuvieron en el pasillo, al otro lado de la habitación de Marcea.
—Supongo que no dormiré contigo esta noche —dijo Santana con resignación mientras acariciaba la mejilla de Britt—. Será duro. Creo que estoy… un poco excitada.
—No eres la única. —Britt le cogió la mano, y los dedos de ambas se entrelazaron—. Creo que ninguna ley prohíbe que me arropes.
—Una sugerencia peligrosa, comandante —repuso Santana con voz ronca.
—Me arriesgaré.
Britt se adelantó y abrió la puerta de la segunda habitación de invitados. Mientras Santana esperaba en la oscuridad del dormitorio, Britt se dirigió al cuarto de baño, encendió la luz y entrecerró la puerta, que sólo permitía ver un fino rayo de claridad, suficiente para que pudiesen abrirse paso entre el tocador y una silla tapizada junto a una lámpara de lectura hasta llegar a la cama. Britt se quitó la chaqueta con gesto cansando y la arrojó sobre el respaldo de la silla. Con un movimiento muy ensayado, abrió el broche de la pistolera que llevaba al hombro, la deslizó por el brazo y la dejó a un lado. Santana, tras salvar la distancia entre ambas, se situó a su lado.
—Déjame hacer el resto.
—Ésa sí que es una sugerencia peligrosa —murmuró Britt, que permaneció inmóvil mientras los hábiles dedos de Santana desabotonaban su camisa y retiraban el estrecho cinturón negro de los pantalones. Britt, obediente, alzó los brazos para que su amante le quitase la camisa y la dejase sobre la silla, con la chaqueta. Cuanto intentó abrazar a Santana por la cintura, ésta retrocedió.
—Eh —protestó Britt, sorprendida.
—No, Britt. —Santana habló con voz inusitadamente serena—. No soy tan fuerte.
—Santana…
—En serio. Necesitas descansar. Y si me tocas, lo olvidaré. —Se adelantó de nuevo—. Y ahora, procura estar quieta.
Santana desabrochó los pantalones de Britt y se los quitó, junto con las bragas. Britt se libró de los mocasines y se quedó desnuda.
—¿Y ahora qué? —preguntó Britt con voz espesa y el corazón acelerado al percibir el roce no intencionado de los dedos de Santana sobre su piel.
—Ahora, métete en cama —respondió Santana en el mismo tono.
Britt obedeció de mala gana y no pudo evitar un suspiro de agotamiento al estirarse bajo la sábana. Santana se inclinó, dio un casto beso a su amante y acarició el abundante cabello rubio de Britt.
—Nos vemos mañana.
Cuando se dio la vuelta, los párpados de Britt se cerraron. Al posar la mano en el pomo de la puerta, oyó la voz profunda flotando en el aire nocturno.
—Te amo.
“Te amo.” Salió de la habitación y cruzó el pasillo hasta su dormitorio, sabiendo que tardaría mucho en dormir.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final

Mensaje por Flor_Snix2013 Dom Jul 21, 2013 5:53 pm

awww FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final 918367557  me encantan esos momentos que tiene juntas
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final

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