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Finalizado FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Capitulo 1

Mensaje por Marta_Snix Sáb Sep 21, 2013 2:45 pm

Bueno chicas, aqui les traigo una adaptación, hacia tiempo que queria subirlo, pero por una cosa u otra al final no lo hacía. Así que hoy me decidía a subirlo. Es de un libro que me gustó mucho, Café Sonata, de la autora Gun, Brooke. Desde que lo empecé, sus personajes me recordaron a las chicas y quería compartir este libro con vosotras. Espero que lo disfruteis ;)

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Prólogo
—¿Qué quieres decir, Rachel? ¿Acaso piensas cancelar la gira?—preguntó Noah Puckerman—. Tienes conciertos pendientes en Tokio, Hong Kong y Singapur. Todos ellos reclamarán daños y perjuicios, y lo más probable es que tengamos que resarcirlos.
Rachel Berry dejó de mirar por la ventana y se volvió hacia su atónito agente.
—Me da igual. No puedo hacer nada para evitarlo, Noah —añadió, tamborileando impaciente con sus uñas de manicura perfecta sobre el escritorio veneciano de la habitación del hotel—. Tú preocúpate tan sólo de arreglarlo todo.
—Pero ¿por qué a estas alturas, y tan de repente?
—Yo… ahora no puedo explicártelo. Te daré más detalles cuando haya vuelto a los Estados Unidos.
—¿Qué ocurre? ¿Te has quedado sin nadie que te riegue las plantas?
—No te pases de listo —contestó Rachel, posando unos temblorosos dedos sobre los párpados—. Mi intención era cumplir con mis contratos al cien por cien, Noah. Ahora mismo solamente puedo decirte que esto es lo único que se puede hacer.
—¡Dios Santo! Lo dices en serio, ¿no es así?
Noah no era sólo su agente, sino también su amigo, y Rachel sintió remordimientos al ver lo anonadado que estaba, hundido en su sillón, al otro lado del escritorio. Tras un breve silencio el hombre carraspeó y habló de nuevo:
—Yo me encargaré de eso, Rach, te lo prometo.




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Es muy corto, lo sé, pero es solo el prólogo. Decidme si os gusta, dejad vuestros comentarios, críticas, o solo pasaros a saludar :P cualquier cosa es bien recibida FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo 2414267551  La historia como puse en el comienzo es Brittana y Faberry, por lo que habrá de ambas por igual


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Finalizado Re: FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo

Mensaje por Elita Sáb Sep 21, 2013 3:19 pm

Holaaaaa! Hace mucho no comentaba un FF tuyo... falta detiempo.. pero todos TODOS en encantan *-* & ya me has dejado cn la intriga...! Quiero sabet que es lo que pasa con Rach...! Actualiza prontito si???? :)
Saludos!
Elita
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Finalizado Re: FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo

Mensaje por Elita Sáb Sep 21, 2013 3:19 pm

Holaaaaa! Hace mucho no comentaba un FF tuyo... falta detiempo.. pero todos TODOS en encantan *-* & ya me has dejado cn la intriga...! Quiero saber que es lo que pasa con Rach...! Actualiza prontito si???? :)
Saludos!
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Mensaje por aria Sáb Sep 21, 2013 4:07 pm

Eres rapida MUJER!!! XD

Ahora estamos a mano, 4 y 4 jejejej a ver quien acaba primero con los activos, pero pensandolo bien creo que te voy a ganar :P jejejejej sabes que la adaptacion no es muy larga por lo menos no como esta que acabas de subir....

Ya quiero que subas el primer cap, HAZLO PRONTOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO si es posible esta nocheeeeee porfis porfis... Digo, si no estas muy ocupada ;) FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo 4061796348 Me ha gustado el mini prologo... esta muy interesante, ya me imagino porque ha de ser esa repentina desicion de la morenita :D

Espero el cap pronto eh?? Besitos :*
aria
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Finalizado Re: FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo

Mensaje por Jane0_o Sáb Sep 21, 2013 4:51 pm

Ya esperando el capitulo

Se ve interesante

Saludos!
Jane0_o
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Finalizado Re: FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo

Mensaje por monica.santander Sáb Sep 21, 2013 5:08 pm

Hola!! Es muy corto pero me da mucha curiosidad!!
Por favor seguilo!!
Pero no descuides los otros por favor
Saludos
monica.santander
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Finalizado Re: FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo

Mensaje por Marta_Snix Sáb Sep 21, 2013 5:36 pm

Elita escribió:Holaaaaa! Hace mucho no comentaba un FF tuyo... falta detiempo.. pero todos TODOS en encantan *-* & ya me has dejado cn la intriga...! Quiero sabet que es lo que pasa con Rach...! Actualiza prontito si???? :)
Saludos!
Hola!! Sí, hacia mucho que no sabía de ti. No te preocupes, se que hay vida fuera del foro, espero que las cosas esten bien por allá.
Sí, actualizo ya, os dejo el primer capitulo, que te prometo que será mayor que el prólogo :P
Nos vemos ;)
aria escribió:Eres rapida MUJER!!! XD

Ahora estamos a mano, 4 y 4 jejejej a ver quien acaba primero con los activos, pero pensandolo bien creo que te voy a ganar :P jejejejej sabes que la adaptacion no es muy larga por lo menos no como esta que acabas de subir....

Ya quiero que subas el primer cap, HAZLO PRONTOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO si es posible esta nocheeeeee porfis porfis... Digo, si no estas muy ocupada ;) FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo 4061796348 Me ha gustado el mini prologo... esta muy interesante, ya me imagino porque ha de ser esa repentina desicion de la morenita :D

Espero el cap pronto eh?? Besitos :*
No seas competitiva, después dices que yo... Pero ambas sabemos que ganaras tú, ya que tu adaptación es más corta y vas más adelantada.
Te hice caso y me puse a adaptar, te dejo el primer capitulo esta noche ;) La persona que normalmente ocupa mi tiempo estaba cenando, asi que me dio tiempo de adaptar FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo 1163780127
Siiiiiii, aqui tienes el capitulo exigente.
Besos linda ;)
Jane0_o escribió:Ya esperando el capitulo

Se ve interesante

Saludos!
Te dejo el capitulo ya, espero que siga gustandote y no solo te guste el mini prólogo FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo 2414267551 
monica.santander escribió:Hola!! Es muy corto pero me da mucha curiosidad!!
Por favor seguilo!!
Pero no descuides los otros por favor
Saludos
Hola!! Te dejo el primer capitulo para que te guste aún más.
Y no te preocupes que no dejare apartados los otros, este es adaptación y es muy fácil de subir capitulo. Subire solo uno al día, para que el resto del tiempo me de para escribir en los otros fic y así llevarlos todos. ¿Cuándo te he fallado? ;)
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Finalizado FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Capitulo 1

Mensaje por Marta_Snix Sáb Sep 21, 2013 5:38 pm


Capítulo 1
La campana que había sobre la puerta del café emitió una nota apagada. Quinn Fabray alzó la vista de las servilletas que estaba doblando tras el mostrador y vio que una desconocida venía hacia ella. Vestida con un chándal azul marino y blanco, informal pero elegante, parecía recién bajada de un yate. Tal vez era así. Sus castaños cabellos, sujetos en un moño informal, centelleaban como un ser vivo. Quinn se descubrió imaginándose el aspecto que tendrían si estuviesen sueltos.
—Bienvenida al Sea Fabray Café —consiguió decir, azorada al darse cuenta de que se había quedado mirándola fijamente—. Me llamo Quinn. ¿Qué le apetece tomar?
—Un simple café.
La voz de la mujer tenía un tono tan rico y pleno que a Quinn le recordó una mezcla de café exprés con suave chocolate belga.
—No tenemos ningún café que sea simple, señora —contestó Quinn con una sonrisa, señalando hacia la pizarra que había sobre el mostrador—. Ofrecemos diez variedades distintas, y puede tomarlo en infusión, exprés, con hielo, capuchino, exprés con leche, cortado… ahí podrá verlos todos.
—Ah… ya veo que no tienen nada común y corriente —dijo la desconocida, alzando aquellos ojos marrones hacia la pizarra para leer todas las variedades de café—. Está bien, deme un capuchino mezcla de la casa.
—Excelente elección. Ahora mismo se lo sirvo.
Quinn dejó de doblar servilletas y se dirigió hacia la cafetera exprés. Mientras sus manos iban creando el capuchino de forma automática, ella pensaba en la mujer a la que iba destinado. No era temporada turística en East Quay, Rhode Island, y ni siquiera en plena temporada solía ver a nadie parecido a aquella mujer que acababa de aparecer por su local. No se trataba solamente de su ropa, que sugería riqueza y sofisticación. Era su manera de moverse, desenvuelta y elegante, lo que denotaba que aquella castaña poseía una tranquila seguridad en sí misma. Colocó un bombón de más en el platillo, pero se detuvo cuando ya estaba a punto de servirle el café. “Aún no.”
—¿Prefiere sentarse en una de las mesas?
—Estoy bien en la barra, Quinn. Por cierto, yo soy Rachel —dijo; aguardó a que Quinn posase el café para tender la mano hacia ella, y al hacerlo estuvo a punto de volcar la taza—. Encantada de conocerte.
—Lo mismo digo, Rachel.
Le fue sorprendentemente fácil llamarla por su nombre de pila. Rachel parecía como de la familia. “La gente no suele dar confianzas con tanta rapidez. ¿Qué está sucediendo?” Quinn carraspeó antes de añadir:
—¿De visita por East Quay?
—Sí, por un tiempo. Estoy… haciendo un alto en el camino.
“Interesante forma de decirlo”, pensó Quinn.
—¿Te alojas en el Marriot?
A Rachel no pareció molestarle el interrogatorio. Bebió un sorbo de café, relajadamente.
—No; unos amigos nos han prestado su casa de la playa, a mí y a mis dos perros. Es su residencia de verano, pero yo estoy deseando sentarme junto al fuego este invierno.
—¿Sabes ya cómo es el invierno en Nueva Inglaterra? Si no es así, puede que te lleves alguna sorpresa.
Rachel dejó escapar una argentina carcajada que hizo que Quinn se estremeciese de arriba abajo.
—Sé que pueden ser brutales —contestó—. Me crié en East Quay, hace mil años. La ciudad ha cambiado mucho, pero estoy segura de que los inviernos siguen siendo tal y como yo los recuerdo.
—Nieva todo el tiempo, aunque, por extraño que parezca, eso es bueno para el negocio.
—Sí, estoy segura de que a la gente le apetece mucho más un café caliente cuando afuera sopla un viento helado.
—Exacto.
Quinn se dio cuenta de que volvía a mirar fijamente a Rachel, de modo que cogió una nueva pila de servilletas y dobló la primera de ellas en tres partes para después introducirla en un sencillo aro de latón —¿Trabajas sola aquí?
Quinn se sintió inexplicablemente feliz al comprender que no había aburrido a Rachel con su interrogatorio. Negó con un gesto al tiempo que respondía:
—No, tengo tres empleadas a tiempo parcial. Una de ellas vendrá para ayudarme con la clientela de la noche.
—¿Eres la propietaria? —preguntó Rachel, luciendo una sonrisa sorprendida que reveló una dentadura blanca y perfecta mientras se inclinaba hacia delante para juguetear con el borde de la taza de café—. Vaya, pues la verdad es que es admirable lo que has hecho con este local. Cuando yo era niña estaba casi en ruinas.
—Cuando yo lo compré lo habían declarado inhabitable, después de varios años cerrado. Tuve que pasarme seis meses haciendo reformas antes de conseguir la licencia para servir comidas.
—¡Y míralo ahora!
Quinn agradeció la aprobación que expresaba la voz de Rachel, complacida al comprobar que valoraba su esfuerzo. Se quedó contemplando cómo bebía el café a pequeños sorbos, cerrando los ojos mientras lo paladeaba. Sus gestos eran tan sensuales que Quinn se preguntó si ese era el aspecto que tendría al hacer el amor. Sorprendida ante aquellos pensamientos e incómodamente excitada, clavó la vista en la servilleta que había arrugado inconscientemente hasta dejarla irreconocible. “¡Maldita sea! ¿Qué me pasa?”
—¿Cuánto tiempo llevas como empresaria, Quinn?
—Casi seis años. Me gradué en la Universidad de Rhode Island y el destino me condujo hasta este antiguo puerto deportivo. Me enamoré de sus preciosos yates de época y de este edificio abandonado que suplicaba que lo convirtiesen en un café.
—Y tú escuchaste sus ruegos —dijo Rachel, al tiempo que sus ojos centelleaban.
—Sí. Da mucho trabajo, pero nunca me he arrepentido de esa decisión.
“De lo que me arrepiento es de los años que desperdicié antes de tomarla.” A pesar de sus esfuerzos, los sentimientos de Quinn quedaron al desnudo al revivir el pasado.
—Este también es mi hogar —continuó, intentando recuperar la seguridad en sí misma que creía exhibir normalmente—. Vivo en el sótano.
—¿En el sótano de este edificio tan antiguo? Eso no puede ser muy sano, ¿no?
—¡Claro que lo es! —exclamó Quinn con una carcajada, olvidando el humor sombrío que tanto odiaba gracias a la patente preocupación de Rachel—. Hice que lo restaurasen de arriba abajo cuando el café comenzó a dar beneficios. Antes vivía en un pequeño apartamento, en el centro. Ahora tengo muchísimo espacio, y no es tan sombrío como seguramente crees. “Además, la oscuridad no tiene nada de malo. Si una se mantiene lejos de la luz es más fácil esconderse”.
Rachel Berry no podía apartar la mirada del rostro de Quinn, fascinada por las sombras que danzaban en aquellos ojos. Se sentía como una voyeuse, sentada al otro lado de la barra, y se preguntaba qué podía haber causado tal tormento. La joven, o tal vez no tan joven como le había parecido al principio, poseía la belleza más sombría que había visto nunca. Su cabello era rubio, y hacía que destacasen todavía más los ojos color avellana. El rostro era de rasgos fuertes y marcados, lleno de carácter.
—Así que vives por y para tu trabajo, como yo.
—Supongo que sí, hasta cierto punto.
Por un momento, el rostro de Quinn se iluminó. Dejó junto a Rachel otro montón de servilletas, ya dobladas.
—Veo muchas películas y toco la batería, sobre todo si estoy enfadada. Por eso empecé, cuando estudiaba en la universidad, para librarme de la tensión.
—¿Alguna vez has tocado como profesional?
—No; sólo alguna actuación en la facultad, a cambio de cerveza gratis.
—¿Cerveza?
Rachel no podía soportar aquella bebida, ni el olor ni el sabor; le parecía detestable. Sin embargo, no era cuestión de despreciar los gustos de Quinn.
—Sí, mucha cerveza, pero yo ni la probaba. No bebo.
En sus ojos aparecieron más sombras todavía. Rachel se inclinó hacia delante, para no perderse ni un matiz de su expresión.
—Yo tampoco bebo mucho últimamente. Una copa de vino en ocasiones especiales, eso es todo. Estoy… bueno, tomando medicación, y ambas cosas no son muy compatibles que digamos.
—Eso me parece a mí —dijo Quinn, con una mueca que provocó la carcajada de Rachel—. Conocía a alguien que mezclaba el alcohol con un poco de todo. De todo excepto comida.
—Parece una persona muy descuidada —sugirió Rachel cautamente. “Apuesto a que era alguien muy cercano”, concluyó para sí.
—Sí, eso es lo mínimo que se puede decir.
Volvieron a mirarse largamente a los ojos, y Rachel sintió de nuevo que estaba ocurriendo algo indescriptible, algo que no conseguía identificar, pero que era tan tangible como la taza de café que tenía en la mano. La mezcla de oscura rebeldía e innegable vulnerabilidad de Quinn despertó en Rachel algo que le hizo sentir un ligero hormigueo en el estómago. Ella misma se sorprendía del interés que aquella mujer despertaba en ella, consiguiendo que olvidase por un momento los problemas con los que se enfrentaba, cosa que era muy de agradecer.
—Decías que tienes perros —dijo Quinn para cambiar de tema, mirándola con unos ojos tan sombríos como nubes de tormenta—. ¿De qué raza?
—Gran Danés —contestó Rachel, intentando insuflar alegría a su voz. Con ello deseaba asegurarle a Quinn que no tenía nada que temer de alguien que estaba casi ocultándose en East Quay. El gesto de alivio de la dueña del bar y la moderación del temblor de sus manos le indicaron que su esfuerzo había valido la pena.
—Son hermanos —continuó—; tienen seis años y se llaman Perry y Mason.
Quinn rió con ganas, y aquel irresistible sonido hizo que a Rachel se le erizase la piel de los brazos.
—¡Perry y Mason! ¿Eres admiradora de Raymond Burr?
—La verdad es que no, pero me pareció que esos nombres les iban como anillo al dedo. Ambos son muy cotillas y testarudos —contestó Rachel, sonriente—. También son encantadores y muy educados la mayor parte del tiempo. Como estoy sola en la casa de la playa, hacen que me sienta segura.
—¿Tu familia sigue viviendo en East Quay, Rachel?
—No. Tan pronto como pude permitírmelo les compré un adosado en Newport, cerca de los muelles. Mi madre siempre ha querido vivir cerca del mar, y ahora le encanta contemplar el ir y venir de los barcos, especialmente el Queen Elizabeth 2.
—¡Qué me dices! —exclamó Quinn, entusiasmada—. Una vez fui a Newport con una familia con la que estaba entonces, y visitamos el Queen Elizabeth 2. Quedé asombrada, anonadada, y me prometí que algún día viajaría en aquel barco y visitaría todos los puertos en los que atracase.
A continuación se echó hacia delante, apoyó la barbilla en las palmas de las manos y concluyó:
—Sigo queriendo hacerlo.
—Claro que sí, linda. Tienes muchos años de vida por delante, pero cuanto antes lo hagas, mucho mejor.
—¿Has viajado en él?
—Sí —asintió Rachel—, pero fue un viaje de trabajo.
—Pues no tienes pinta de marinera, precisamente —observó Quinn, guiñándole un ojo.
Rachel soltó una carcajada y negó con un gesto, al tiempo que se llevaba la mano a la frente con una fingida mueca de exasperación.
—¡Me has pillado! —bufó—. En fin, la verdad es que trabajaba en los espectáculos de a bordo.
—¿Eres artista?
—Sí, cantante.
—¡Qué maravilla! Yo toco la batería y tú cantas: ¡tenemos un gran potencial! —exclamó Quinn, y de inmediato notó que el rubor le ascendía por el cuello y cubría sus pálidas mejillas con la rapidez de un reguero de pólvora—. Esto, no quería decir…
—Lo sé, lo sé, entiendo lo que querías decir —contestó Rachel, sonriendo encantada al ver el gesto confuso de Quinn.
La campana de la puerta repicó y una joven asomó la cabeza.
—¡Siento llegar tarde al trabajo, Quinn! Aparco la bici y vengo enseguida.
La familiaridad que se había establecido entre Quinn y Rachel quedó rota bruscamente, y ambas se enderezaron de pronto. Rachel deslizó un billete de diez dólares bajo su taza.
—Bueno —dijo, un poco a pesar suyo—. Creo que esa es mi señal para irme. Me ha gustado hablar contigo.
—Lo mismo digo, gracias. Vuelve por aquí.
El callado anhelo que notó en la voz de Quinn hizo que detuviese sus pasos para dar media vuelta y decir:
—Claro que volveré. Haces un café excelente, linda.
 
 
—¡Venga, chiquilla, deja lo que estés haciendo!
Brittany Pierce dio un respingo cuando la resonante voz de su jefe sonó junto a su oído.
—¿Por qué?
Giró en su sillón, teniendo buen cuidado de disimular el desdeño que sentía por Artie Abrams. Era un hombre bajo y achaparrado y, por si sus inexistentes habilidades sociales no fueran bastante, tampoco estaba llevando el periódico local con demasiada profesionalidad. A Brittany le disgustaba su falta de objetividad y su claro afán por satisfacer a algunos de los políticos y comerciantes.
—Ve hasta el Marriot, súbito. Iba a ir Evans, pero su mujer está pariendo a su cuarto hijo.
Era obvio que Artie opinaba que la señora Evans debería habérselo pensado mejor antes de interferirse en sus negocios dando por sentado que su esposo estaría a su lado durante el nacimiento del bebé.
—¿Qué ocurre en el Marriot? —quiso saber Brittany ya en pie, deseosa de librarse lo antes posible de aquel jefe tan exasperante.
—Hay una conferencia de prensa, con periodistas de todo el mundo. Asegúrate de llevar tus credenciales, porque los de seguridad van a ser muy estrictos.
—¿Piensas contarme qué tipo de conferencia de prensa será, o quieres que sea una sorpresa?
Brittany sabía que su voz había sonado sarcástica, pero no le importó. Artie la miró con odio, y ella sintió una discreta oleada de satisfacción.
—La única diva que tenemos ha vuelto a la ciudad por primera vez desde que se largó, hace unos veinte años. Hazme un favor: consigue que East Quay salga en el mapa, por una vez en la vida: haz una pregunta que salga en titulares. La que sea.
La mente de Brittany se puso a funcionar a toda velocidad. Tan sólo se le ocurría un nombre, pero ¿era posible?
—¿Rachel Berry? ¿La cantante de Broadway?
—¡Bingo!
Brittany odiaba a aquel hombre cuando decía “bingo” con aquella entonación tan pagada de sí misma. “¡Capullo mandón!”
—Está bien, voy ahora mismo hacia allí. ¿Cuándo es la conferencia de prensa?
—Dentro de cuarenta y cinco minutos —dijo mirando su reloj de pulsera—. Más bien cuarenta.
—Lo cual no me deja ni un segundo que perder.
Brittany apretó los dientes para no soltar el jugoso insulto que pugnaba por escapar de sus labios y se dirigió hacia la puerta, colgándose el bolso al tiempo que sorteaba las mesas del estrecho despacho. “¡Nada mejor que un poco de presión para animarle a una la vida!”
 
Rachel se aplicó el lápiz de labios color rojo oscuro con experta precisión. Lo dejó sobre el tocador a la vez que se inclinaba más hacia el espejo. Era importante presentar un aspecto impecable, ese día más que nunca. Presionó suavemente los labios con un pañuelo de papel antes de aplicar la segunda capa. Notó un golpe en la pierna y bajó la vista hacia su perro.
—¿Tengo el aspecto adecuado para este papel, Mason? ¿Parezco una superestrella que vuelve al hogar, lo suficiente al menos para engañar a la prensa?
Mason se sentó e inclinó la cabeza como si estuviese meditando la respuesta, lo que la hizo reír. Su hermano se unió a ellos y posó la enorme cabezota sobre el tocador, mirándola tan fijamente como siempre.
Rachel volvió a atender al espejo, asegurándose de que el informal moño era lo bastante sólido. Había escogido un traje pantalón rojo, blusa blanca sin mangas y los zapatos de salón con tacón de diez centímetros, marca de la casa. Los coloridos pendientes y la gargantilla a juego centelleaban, cuajados de esmeraldas, topacios y rubíes. “Me visto tal y como requiere el papel, y ellos ven lo que yo quiero que vean. ¿Y qué? Así es como se juega a esto.”
Al oír que el taxista tocaba el claxon por segunda vez se echó sobre los hombros un chal multicolor y dio unas palmaditas a Mason y a Perry.
—No tardaré mucho, chicos. Portaos bien.
Rachel se miró de nuevo en el espejo y respiró hondo. Una última vez; seguro que sería capaz de lograrlo una vez más.
 
Brittany se sentó en primera fila, en el extremo izquierdo. Miró a su alrededor y comprendió que había tenido suerte al conseguir aquel asiento. Se lo había reservado uno de sus colegas más antiguos, amigo íntimo de su anterior jefe, ya que la sala de conferencias estaba llena a rebosar. Los tres pasillos adyacentes a las paredes de la gran sala estaban repletos de representantes de todos los medios de comunicación. Los murmullos iban subiendo y bajando de tono alternativamente, pero Brittany estaba ocupada encendiendo su Tablet PC para localizar la información que necesitaba gracias a la conexión inalámbrica. Había multitud de páginas web dedicadas a la mundialmente famosa cantante de Broadway, y ya había escuchado anteriormente sus grabaciones y leído críticas de sus actuaciones. Rachel Berry era una de las escasas divas clásicas que existían, al mismo nivel que intérpretes de la categoría de Birgit Nilsson y Maria Callas.
Se preguntó cómo podía haber salido aquel enorme talento de East Quay. Muy poca gente en Norteamérica había oído hablar de aquella pequeña ciudad, por no hablar del extranjero, y ni siquiera la fama de Rachel Berry había conseguido situarla en el mapa. Que Brittany supiese, aquella era la primera vez que la cantante había regresado a ella desde que la abandonó, inmediatamente después de que Noah Puckerman la descubriese. Alzó la vista hacia la tarima al comenzar los aplausos, esperando ver aparecer a la estrella de todo aquel circo mediático, pero en lugar de eso vio que una mujer morena subía los pocos escalones que conducían al estrado, vestida con un traje de falda y chaqueta azul oscuro y con el cabello moreno sujeto en un moño bajo y tirante. Su rostro le pareció familiar, y momentos después se dio cuenta del motivo: era Santana López, considerada la primera dama de East Quay. No sólo presidía la muy respetada Fundación López, sino que también era vecina de Brittany en el edificio en el que esta había heredado de su tía abuela un apartamento. El hecho de vivir en el mismo edificio que la flor y nata de la ciudad era bastante alucinante para ella. La verdad era que nunca habían hablado; Brittany sólo la había visto de lejos, y dudaba que aquella mujer pudiese reconocerla a ella. Tampoco le importaba. Volvió a apoyar la espalda en su asiento, y se preparaba para tomar notas cuando Santana López colocó unos papeles sobre el atril y dedicó una mirada a los presentes. Brittany comprobó distraídamente que parecía tener una poderosa personalidad.
—Hola, bienvenidos todos. Me complace que hayan podido acudir tantos de ustedes a esta cita, y sé que están deseando conocer a la mujer que la hace posible. Estamos aquí por una buena causa, y el hecho de poder contar con la persona más famosa de nuestra ciudad es algo realmente emocionante.
Tenía una voz ligeramente gutural que dominaba con facilidad toda la sala de conferencias. Era obvio que aquella mujer estaba habituada a ser el centro de atención. Brittany apreció a su pesar la confianza en sí misma que exudaba. También era difícil no fijarse en lo atractiva que era cuando un gesto inadvertido puso al descubierto su perfil, en el que destacaban los juveniles pechos y la curva de la cadera.
—Por favor, den la bienvenida a Rachel Berry —concluyó la oradora, dando comienzo a una nueva ronda de aplausos.
La puerta se abrió de nuevo y apareció la cantante de Broadway, destacada por los potentes focos que apuntaban directamente a ella. Se detuvo justo en el umbral, del brazo de un hombre. Parpadeó un momento, vacilando; murmuró algo a su acompañante, y este asintió en respuesta. A continuación, yendo al encuentro de Santana López, subió al estrado, tomó asiento tras la mesa y los focos redujeron su intensidad.
Rachel Berry no era como Brittany esperaba. Era más alta de lo que parecía en televisión, y poseía una juvenil belleza. Tuvo que echar un vistazo a la página web que acababa de abrir para asegurarse de que efectivamente tenía ya treinta y ocho años. No distinguió ni la menor señal de que se hubiese sometido a cirugía plástica y, aunque poseía unas curvas generosas, nadie en sus cabales la calificaría como gruesa. El traje sastre rojo se adaptaba como un guante a su rotunda figura, y sus chispeantes ojos marrones casi eclipsaban el brillo de las llamativas joyas.
—Damas y caballeros de la prensa, muchas gracias.
Allí estaba: la voz. Brittany no era aficionada a Broadway, pero nadie en el mundo que poseyese un aparato de radio o televisión podría confundir la voz de Rachel Berry con la de nadie más. Brittany supo que nunca olvidaría la experiencia de oírla en persona, aunque fuese solamente hablando y no cantando.
—Esta conferencia de prensa no es tan sólo para hablar de mí —continuó la intérprete, haciendo un gesto para acallar los aplausos—. Aunque me doy cuenta de que están ustedes interesados en conocer detalles de mi vida y obra, en realidad estoy aquí para apoyar un gran proyecto benéfico, encabezado principalmente por la Fundación López —dijo, mirando fugazmente hacia un lado con una sonrisa en los brillantes labios rojos—. Santana López ha forjado el plan de reunir en un año los fondos suficientes para edificar una nueva ala en el Hospital Memorial de East Quay. De hecho, la empresa constructora está llevando a cabo ya los preparativos iniciales.
Todos se quedaron en silencio unos segundos, pues el anuncio había pillado completamente por sorpresa a Brittany y al resto de sus colegas.
—Señora Berry, ¿de qué forma está usted implicada en el proyecto? —quiso saber un hombre sentado tres asientos más allá de Brittany.
—Ofreceré un concierto benéfico en el auditorio de East Quay, dentro de tres semanas, y la recaudación será para el hospital. —Brittany pudo ver que Rachel Berry y Santana intercambiaban una mirada furtiva. —El concierto servirá además para un segundo propósito —continuó la intérprete—. Será también mi despedida de los escenarios
 
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Finalizado Re: FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo

Mensaje por monica.santander Sáb Sep 21, 2013 6:28 pm

Holaaa!!! Me encanto este primer capitulo!! Espero leer el segundo mañana!!
saludos
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Mensaje por aria Dom Sep 22, 2013 8:33 am

Wow que fic!!!
Me ha encantado el primer cap, esta muy interesante la adaptacion, ya quiero ver el siguiente...
Espero que actualices pronto... Besitos :* :$
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Mensaje por micky morales Dom Sep 22, 2013 8:53 am

Bueno, en verdad es muy interesante, pq se retirara Rachel y en que forma se juntaran los caminos de Brittany y Santana?
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Mensaje por Flor_Snix2013 Dom Sep 22, 2013 12:04 pm

Holiss FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo 1206646864 un nuevo fic que bien el prologo y el primer cap. ya me gustaron y como siempre pido el segundo. Saludos, cuidate
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Mensaje por Marta_Snix Dom Sep 22, 2013 12:22 pm

monica.santander escribió:Holaaa!!! Me encanto este primer capitulo!! Espero leer el segundo mañana!!
saludos
Que bueno que te gustó, hoy es mañana, así que te dejo el segundo capitulo ;)
aria escribió:Wow que fic!!!
Me ha encantado el primer cap, esta muy interesante la adaptacion, ya quiero ver el siguiente...
Espero que actualices pronto... Besitos :* :$
No te hare esperar, me puse a adaptar hoy, fue lo primero que hice, espero que te guste el siguiente capitulo, como siempre en todos mis fic, como buena acosadora.
Besos linda ;)
micky morales escribió:Bueno, en verdad es muy interesante, pq se retirara Rachel y en que forma se juntaran los caminos de Brittany y Santana?
Hola!! Bueno, aún queda un poco para descubrir el secreto de Rachel, pero en el siguiente capitulo podremos ver el acercamiento de las Brittana
Flor_Snix2013 escribió:Holiss FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo 1206646864 un nuevo fic que bien el prologo y el primer cap. ya me gustaron y como siempre pido el segundo. Saludos, cuidate
Hola!! Me alegra que te guste, te dejo ya el segundo capitulo, espero que te guste el segundo también.
Nos vemos ;)
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Finalizado FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Capitulo 2

Mensaje por Marta_Snix Dom Sep 22, 2013 12:24 pm


Capítulo 2
Tras unas cuantas exclamaciones ahogadas, un volcán de preguntas simultáneas entró en erupción.
—¿Se retira usted, señora Berry?
—¿Por qué ha vuelto usted a su ciudad natal? ¿No había prometido que nunca regresaría?
—¿Se puso en contacto con usted la señora López?
—¿Son ciertos los rumores sobre Jesse St. James y usted?
—¡Señora Berry, aquí! ¿Es cierto que ha despedido usted a Noah Puckerman a causa del escándalo de Roma?
Avergonzada, aunque no sorprendida, por la pregunta de su colega, Brittany alzó la vista hasta Santana, cuyo rostro se había crispado.
—De uno en uno, por favor —rogó Rachel Berry, claramente habituada a ser acosada por la prensa en tales ocasiones—. Usted, la de la blusa amarilla en la segunda fila.
—Amy Torres, del Boston Phoenix. ¿Por qué piensa usted ofrecer su último concierto en una pequeña ciudad dejada de la mano de Dios como East Quay?
Brittany soltó un gruñido. “¡Menuda idiota! ¿Acaso no se da cuenta de que con esa pregunta se ganará la antipatía de toda la ciudad?”
—Salí de esta ciudad hace exactamente dieciocho años, y creo que ya es hora de que le devuelva algo de lo que me ha dado. Después de todo, aquí fue donde cursé la secundaria y donde vivieron y trabajaron mis padres durante más de medio siglo.
—Pero ¿por qué ahora?
La reportera era muy insistente, y en su voz había cierta impertinencia que hizo que Brittany desease amordazarla.
—¿Por qué no? —replicó Berry sin dejar de sonreír, aunque su tono se volvió algo mordaz—. Es como cerrar el círculo. He actuado en los principales escenarios de Broadway del mundo. Ahora deseo concluir mi carrera en mi ciudad natal, donde comencé. ¿O es que no ha investigado usted lo suficiente para darse cuenta de esto, señorita…? Disculpe, ¿cómo era su nombre?
“¡Toma ya! ¡Buen golpe, Berry! No permitas que nadie te trate así.” Brittany creyó ver que Santana hacía un discreto gesto de aprobación antes de dirigir a la reportera una mirada helada. Entonces fue cuando decidió alzar la mano.
Santana López habría deseado estrangular a la reportera del Boston Phoenix, aunque sabía que era inevitable que aquellas preguntas acabasen saliendo a relucir. Rachel le había asegurado que, después de haber tenido que enfrentarse a la prensa europea, los medios de comunicación estadounidenses no le parecían tan temibles. Observó a la siguiente periodista a la que Rachel había dado permiso para preguntar. Era una joven de llamativa cabellera rubia sujeta en una larga trenza y ademanes seguros. Cuando se puso en pie para formular su pregunta, tranquila y confiada, Santana se inclinó hacia delante para no perderse sus palabras. Consiguió reprimir una mueca cuando la clara y firme voz de aquella mujer hizo que su pulso se acelerase.
—Brittany Pierce, del New Quay Chronicle. Señora Berry, ¿había colaborado usted anteriormente con la Fundación López? Santana López y usted parecen conocerse de antes.
Rachel contestó en un tono bajo y reposado, muy diferente al altivo registro de diva que acababa de utilizar para dirigirse a la anterior reportera.
—Admiro su perspicacia, señora Pierce… Brittany, ¿no? —dijo, con un ligero temblor en las elegantes manos que delataba su conmoción interior, aunque probablemente sólo Santana podría verlo—. Sí, he trabajado con la señora López en varios proyectos, que han tenido bastante éxito. Nos conocimos cuando ella vino a París, mientras yo actuaba en el auditorio nacional. Pudimos conversar tras la actuación y, cuando supe que era de los López de Nueva Inglaterra y lo dedicada que estaba al legado de su abuelo, la Fundación, me ofrecí a ayudarla a recaudar fondos siempre que lo necesitase.
Rachel alzó las manos con las palmas hacia arriba e hizo un gesto hacia Santana mientras continuaba:
—De modo que, si creen ustedes que he hecho algo destacable por esta ciudad, deberían estar mil veces más orgullosos de la señora López. Es ella la que más se merece el título de hija de esta villa, y para mí es un honor poder llamarla amiga.
Santana estaba atónita. Nunca habría esperado que Rachel dijese algo así. No era que la historia de cómo se conocieron fuese mentira, pero, ¿qué era todo aquello del título de hija de la villa? Además, el tono de su voz era casi pesaroso. “¿A qué ha venido todo esto?” Santana pudo ver que Brittany, la periodista, escribía a toda velocidad en su ordenador, mientras un bosque de manos apuntaba hacia el techo. Estaba preciosa, con el sol otoñal que entraba por una ventana cercana arrancando destellos de sus cabellos rubios. Aquel pensamiento la dejó tan perpleja que tuvo que obligarse a desviar su atención hacia el resto de los representantes de los medios de comunicación. En ese momento, para su indignación, la insolente mujer de la blusa amarilla soltó de sopetón la siguiente pregunta, sin esperar a obtener permiso.
—¿Por qué no ha querido que sus seguidores sepan que trabaja para actos benéficos?
Santana miró de reojo a Rachel, que parecía muy tranquila. “Lo dice como si Rachel estuviese obligada a rendir cuentas de cada paso que da. No me extraña que desee retirarse.”
—Es fácil —contestó la intérprete—: esto lo hago por motivos particulares, y no quería que se interpretase equivocadamente que estaba buscando publicidad.
La periodista pareció desconcertada por la respuesta. En la parte de atrás de la sala comenzaron a sonar algunos aplausos, que poco a poco comenzaron a arreciar. Santana pudo ver que Brittany se ponía en pie, haciendo que otros la imitasen. Todos los representantes de la prensa acabaron de pie, dedicándole una fuerte ovación a una sorprendida Rachel Berry.
—Por favor, por favor, ya basta —susurró esta, con la mirada sospechosamente brillante a pesar de la radiante sonrisa; miró hacia Santana, fingiendo desesperación—. ¿Qué hago?
—Disfrútalo —murmuró Santana—. Te lo mereces.
—Muy bien. Contestaré unas cuantas preguntas más. Usted, el caballero del traje negro, en la primera fila. Se llama Dan, ¿verdad?
—Sí, Dan Casey, del New York Times. Me halaga que me recuerde, y al mismo tiempo me entristece saber que se retira. En esta etapa de su carrera como cantante de Broadway está usted en la cima de su interpretación, y le queda todavía mucho que ofrecer, vocal y artísticamente. ¿Por qué dejarlo ahora? ¿Desea usted compartir con nosotros algunas de las razones que la mueven a ello?
Santana no oyó nada, tan sólo notó una ligera contracción en uno de los músculos de la pierna de Rachel, y sin embargo supo con certeza que se había echado a temblar. Pudo ver que apretaba con fuerza las palmas de las manos, una contra otra, antes de responder:
—La mayoría de mis motivos son privados. Tiene usted razón, no estoy dando por finalizada mi carrera de intérprete por razones artísticas. Lo que sí puedo decirle es que echaré muchísimo de menos todo esto —añadió, y el leve estremecimiento de su sonrisa pareció acallar de pronto a todos los presentes—. Incluso a la prensa, Dan.
—Es una terrible pérdida para el mundo de la música.
Rachel musitó una frase de agradecimiento y después miró a Santana con un disimulado gesto de dolor. Esta asintió para tranquilizarla y tomó la palabra.
—Yo contestaré el resto de las preguntas que quieran hacer sobre nuestro concierto benéfico. La ciudad ha donado el alquiler del auditorio durante toda una semana, para los ensayos y el espectáculo en sí. La actuación de la señora Berry será la atracción principal, por supuesto, pero ofreceremos un programa completo, con varios artistas locales más. Cuando se vayan podrán recoger una guía con todos los detalles.
Santana se oía a sí misma explicando todo aquello a la prensa, pero una parte de ella estaba pendiente de que Rachel estuviese bien y de examinar la reacción de Brittany Pierce a todo lo que sucedía. Era obvio que estaba deseosa de registrarlo todo, pues escribía a gran velocidad y alzaba la vista de vez en cuando hacia Santana y Rachel.
Por fin, Santana dio por concluida la conferencia de prensa, dejando escapar un suspiro de alivio, y echó un último y disimulado vistazo a Brittany. En ese mismo momento la joven miró hacia ella y, para sonrojo de Santana, alzó una ceja con gesto interrogante. La mujer gimió para sus adentros y apartó rápidamente la vista. “¡Dios Santo, me ha pillado mirándola embobada!”
Cuando el taxi que llevaba a Rachel se alejó, Santana volvió a entrar en el Marriot para recoger su maletín y hablar un momento con el gerente del hotel antes de regresar a su despacho. Al verse sola en el pasillo se permitió toser, y su irritada garganta le hizo comprender lo muy agotada que estaba. “¡Maldita gripe! ¡Creí que ya se me había pasado!” Un violento acceso de tos se apoderó de ella, y estuvo a punto de maldecir en voz alta mientras se apoyaba contra la pared, sin aliento.
—¿Está usted bien, señora López? —preguntó alguien posando una mano sobre su hombro desde atrás, lo cual la hizo dar un respingo.
Lo primero que vio Santana fue la chaqueta de pana color verde y los chinos color canela. A continuación distinguió el cabello rubio, recogido en una larga trenza bastante suelta, el óvalo del rostro, ligeramente pecoso, y las mariposas de oro que relucían en los pequeños y bien dibujados lóbulos de las orejas. Echó la cabeza ligeramente hacia atrás y pudo contemplar los grandes y luminosos ojos azules. Era Brittany Pierce, la periodista de la primera fila. Llevaba un gran bolso de piel colgado del hombro, que le llegaba hasta la cadera.
—No pasa nada, no se preocupe —jadeó Santana, horrorizándose al notar la debilidad que traslucía su voz.
—¿Está segura? Esa tos suena fatal.
Decidida a no mostrar lo mal que se sentía, Santana se apartó de la pared.
—Le aseguro que me encuentro perfectamente, señora Pierce. Muchas gracias por su interés.
—No tiene por qué darme las gracias: al fin y al cabo ahora somos vecinas —dijo Brittany apartándose la trenza con la mano libre.
—¿Vecinas? No la he visto en mi edificio.
—Acabo de mudarme al piso que está justo debajo del suyo.
—Ah.
Santana intentó pensar en algo más interesante que añadir, pero seguía estando bastante afectada por el hecho de que la hubiesen visto en un momento de debilidad, y especialmente una periodista. Para acabar de rematarlo, Brittany la escrutaba descaradamente; la trenza se balanceó lentamente sobre su hombro, al inclinar la cabeza. “¡Si hasta parece que me está sondeando!” Santana se sintió todavía más incómoda, aunque ahora por una razón completamente diferente. Dio un paso atrás, confiando en que la mayor distancia física evitaría que Brittany pudiese descubrir… demasiadas cosas.
—Será mejor que me vaya ya.
—Está bien. Espero que se recupere pronto.
—Gracias… por su interés.
Santana se sobresaltó al notar la frialdad de su voz. No podía permitirse el lujo de granjearse la enemistad de la prensa. Sintiéndose ridícula, comenzó a andar hacia la puerta que había al final del pasillo.
—Señora López…
—¿Sí? —dijo Santana volviendo la cabeza hacia la voz.
Los ojos de Brittany relucían, como si estuviese conteniendo la sonrisa a duras penas.
—No hay de qué.
Mientras iba calle abajo Brittany se preguntó por qué no conseguía dejar de pensar en Santana López. Aquella que tan segura de sí misma le había parecido sobre el escenario contrastaba enormemente con la mujer vulnerable que había descubierto en el pasillo. Brittany no sabía cómo se las arreglaría para aparecer siempre tan serena en público. Sus modales eran impecables, llevaba el cabello peinado con un estilo elegante aunque contenido y se vestía de forma bastante conservadora, aunque sin duda sus modelos procedían de las boutiques más exclusivas de Providence y Boston. Y sin embargo, la mujer que Brittany se había topado en el vestíbulo del hotel actuaba de forma insegura, como si temiese decir algo equivocado. Junto a ella pasó una limusina, que al momento redujo su marcha. Brittany dio por sentado que se debía al intenso tráfico de media tarde, pero en el carril por el que circulaba no había más vehículos. Acabó por detenerse del todo, y Brittany se detuvo también al llegar junto a ella, curiosa. Al momento, el cristal de una de las ventanillas traseras comenzó a descender.
—¿Va usted a su casa, señora Pierce? —preguntó Santana López en tono formal.
—Sí. La parada de taxis estaba tan lejos…
—¿Quiere que la acerque?
Brittany dudó apenas unos segundos.
—Pues sí, gracias, si no es molestia. Es todo un detalle.
El chófer, un hombre de apariencia distinguida de unos cuarenta años, acudió a abrir la portezuela.
—Señora… —saludó, quitándose educadamente la gorra al entrar ella en el vehículo.
—Gracias, caballero.
—Llámeme Blaine, simplemente, señora —contestó el hombre, y su boca dibujó una pequeña mueca.
—Sólo si usted me llama Brittany. No estoy acostumbrada a tantas formalidades.
El chófer hizo un gesto de asentimiento, y ella sonrió en respuesta, encantada por su reacción. Cuando el vehículo volvía a incorporarse al tráfico ciudadano, Brittany se volvió hacia Santana, que estaba ocupada leyendo el contenido de un portafolios y no hizo el menor intento de darle conversación, limitándose a alzar un momento la vista hacia ella y hacer un distraído gesto de saludo. La matizada luz del interior de la limusina suavizaba los rasgos de Santana, haciéndola parecer diferente, más joven y menos estricta. Brittany sabía que tenía poco más de treinta años y que seguía soltera. De hecho, se decía que era una devorahombres. En cada acto público aparecía con un compañero diferente a su lado, arriesgándose a ser blanco de envidias o a que la tildasen de mujer liviana. Mientras la observaba discretamente, Brittany se preguntó si de verdad alguien podría llamar liviana a una mujer de tal categoría. Santana parecía estar envuelta en un aura de calidad y refinamiento que denotaba que su familia era rica desde varias generaciones atrás, un linaje de los que atesoran los valores de antaño. “¡Como si a mí me importasen un pimiento los valores de antaño! Esos valores crucifican a las que son como yo.”
—Gracias por acercarme. Desde luego ha sido infinitamente mejor que ir en taxi —dijo Brittany cuando el elegante ascensor se detuvo en el cuarto piso, apartando la reja al tiempo que se colgaba al hombro el pesado maletín donde llevaba el portátil—. Aquí es donde me quedo.
—Ha sido un placer —contestó Santana con voz velada—. Y gracias de nuevo por su amabilidad.
—No hay de qué. Pero beba mucho líquido, ¿vale?
—Muchas gracias, lo recordaré —dijo Santana, que parecía estar pensado en añadir algo más.
—¿Sí? —la animó Brittany.
—Usted es periodista y… dada mi posición, tengo que ser precavida.
—Así que desea asegurarse de que esto no saldrá a la luz.
Brittany notó que la invadía una decepción del todo irracional, tan fuerte que incluso le costó responder. “¿Por qué tiene que preocuparme lo que ella piense?”
—Creí que sólo estábamos charlando amigablemente —añadió por fin.
—Me temo que la prensa no me ha brindado muchas oportunidades de charla amigable.
El gesto reservado de Santana lo decía todo. Era obvio que no pensaba dar pie a ninguna relación íntima y cordial de buenas vecinas. Brittany notó que se le formaba un tenso nudo en el estómago. El tono de Santana, forzado aunque con cierto deje de derrota, la irritaba. “Me pregunto qué es lo que intenta esconder, porque está claro que algo la preocupa.” Le sentó mal que Santana la estuviese metiendo en el mismo saco que a todos los demás periodistas de los que al parecer desconfiaba. Y lo que peor llevaba era su propia reacción, la urgencia que sentía por asegurarle a Santana que todo estaba bien y no tenía por qué preocuparse.
—Sé que la prensa está muy pendiente de usted, y que no debe de ser nada fácil —dijo Brittany, intentando parecer desenvuelta—. Es normal que desconfíe. Pero le aseguro que, si alguna vez intentase entrevistarla, se lo haría saber de antemano. ¿Le parece bien? Al fin y al cabo, somos vecinas, y tal vez vuelva a necesitar alguna otra vez que me acerque a casa —concluyó, con un intento de mueca maliciosa que había desarmado una vez al propio Artie.
Pasaron unos segundos antes de que Santana esbozase una cauta sonrisa y descruzase los brazos.
—Tiene usted razón, las vecinas deben llevarse bien.
Hizo una pausa, que aprovechó para retocarse el peinado con dedos ágiles y algo tensos. Brittany se preguntó si llegaría a tanto su nerviosismo.
—Si necesita que la acerquen y ve a Blaine con el coche —añadió Santana—, dígaselo sin problema. Además, sé que le ha caído en gracia.
“Y a ti, ¿te gusto también? ¿O eso no ha sido más que una forma refinada de librarte de mí?”
Brittany sacudió la cabeza para librarse de sus propias paranoias e hizo un gesto de despedida a Santana antes de que esta corriese la verja del ascensor. Mientras el viejo monstruo se abría camino trabajosamente hacia el ático, Brittany introdujo la llave en la cerradura de su puerta y la giró con la mente ausente. Era incapaz de comprender las reacciones de su ilustre vecina, y por eso su instinto de reportera estaba en plena ebullición. Santana era considerada como uno de los pilares de la comunidad, aunque circulaban maliciosos rumores sobre su vida privada. También era de carácter distante, casi rudo, lo cual no tenía mucha lógica. ¿Qué era lo que había dicho Rachel Berry? ¿La verdadera hija de East Quay? “Esto se vuelve cada vez más curioso. Investigaré un poco, a ver qué puedo encontrar.” Sabía que era probable que Santana estuviese ocultando algo. Más cansada de lo que podría explicar, Brittany se moría por darse un baño caliente y beber una copa de vino tinto. “Lo primero es lo primero —pensó, mientras entraba en su apartamento canturreando, dirigiéndose hacia el equipo de música para poner un CD—. Una no puede meterse en la bañera sin Eric Clapton.”
 
Quinn alzó una caja de naranjas y comenzó a rellenar la cesta que había junto al cromado exprimidor de palanca. Si alguien pedía un zumo de naranja natural en el Sea Fabray Café podía contemplar cómo lo preparaba la camarera de turno, o incluso podría exprimirlo por sí mismo, si lo quería todavía más fresco. Sonrió y silbó casi inaudiblemente.
—¡¿Dónde quieres que ponga esto, Quinn?!
Dio un respingo, sorprendida al oír aquella voz masculina. Sus manos adoptaron automáticamente una pose defensiva, y giró sobre sí misma con tal rapidez que Will, uno de sus empleados, estuvo a punto de perder el equilibrio al dar marcha atrás, cargado con un enorme melón bajo cada brazo.
—Esto me pasa por gritar. No pretendía asustarte —dijo el hombre dejando los melones sobre un barril cercano—. ¿Estás bien?
—Bien, sí —contestó Quinn frotándose los desnudos brazos—, tan sólo un poco nerviosa.
—¿Un poco? Si llegas a dar un salto algo mayor acabas en órbita.
—Yo sí que voy a ponerte en órbita —intervino Emma apartando a su esposo de un codazo—. Ve atrás y haz algo de utilidad. Hoy es día de recogida, y te quedan cuatro bolsas de basura por atar.
—Sí, sí, la basura… —dijo Will, enviando un gesto de desesperación a Quinn, por encima de la cabeza de Emma—. Ya voy, ya voy.
Emma llevó uno de los melones a la zona que había entre la barra y la cocina. Al regresar posó la mano sobre el hombro de Quinn.
—Estás helada. ¿Por qué no bajas un momento a tu casa y te pones un jersey?
—Estoy bien, sólo he cogido un poco de frío.
—Has estado a punto de hacerle una llave de kárate al pobre Will. No creo que le viniese mal una paliza, pero casi prefiero que conserve su dentadura intacta. ¿Quieres decirme qué es lo que ocurre? Últimamente andas bastante tensa.
—Yo… —balbuceó Quinn, intentando reprimir otro escalofrío—. Ahora no puedo hablar de eso.
—Está bien, chiquilla, no pasa nada.
Quinn no pudo distinguir más que cariño incondicional en los ojos de Emma, y las lágrimas asomaron a los suyos al pensar en la suerte que había tenido de que Emma y Will llegasen a su bar y a su vida cinco años atrás. Ellos se habían convertido en los padres que habría deseado tener en su adolescencia, y al no tener hijos propios se habían volcado todavía más. “Tal vez debería sentirme egoísta por monopolizarlos, pero la verdad es que no es así. ¡Qué demonios! ¡Los quiero y los necesito un montón!”
—Lo entiendo, de verdad que sí. Sólo quería que supieses que puedes venir y hablar conmigo en el momento en que te venga bien. —Gracias. Algún día lo haré.
—Bien.
En ese instante, Emma vio algo en el televisor que atrajo su atención.
—¡Dios mío, mira eso! ¡Es ella!
—¿Quién? —quiso saber Quinn, y la curiosidad la hizo volverse, pues Emma odiaba cordialmente la “caja tonta”, como ella la llamaba.
—Adoro a esa mujer, Quinn. Will y yo la vimos en Italia, durante aquel viaje que ganamos. En la Scala de Milán. Él no quería ir, porque odia Broadway, pero tan pronto la oyó cantar se echó a llorar como un niño.
“¡Rachel!” Quinn notó que su mandíbula se desplomaba. El pesado maquillaje no conseguía esconder los rasgos de su amiga, aunque los brillantes colores la hacían parecer diferente. Emma buscó el mando a distancia para subir el volumen.
—¡Oh, qué preciosa voz tiene, incluso al hablar!
—Se llama Rachel —dijo Quinn, todavía bajo el hechizo de aquella mujer con la que había charlado amigablemente el día anterior. “¡Y es condenadamente hermosa!”
—Eso es, Rachel Berry.
—Me suena, creo que he oído hablar de ella —dijo Quinn en tono vacilante.
—Si sabes que se llama Rachel, ¿cómo es que no sabes quién es?
—Estuvo aquí ayer, tomándose un café. Hablamos un rato, era simpática.
Al ver que Emma perdía pie y se aferraba al mostrador Quinn esbozó una sonrisa, notando que las sombras a su alrededor se disipaban.
—Prometió volver —añadió.
—¡¿De verdad?! —exclamó Emma, llevándose la mano al generoso pecho—. Espero que sí, y cuanto antes. Hoy mismo. No, hoy no: tengo una pinta horrorosa.
—Estás preciosa. Pero no creo que se refiriese a hoy mismo, porque, si es así, ya falta poco para cerrar.
Emma pareció tranquilizarse.
—¿De qué hablasteis las dos?
—De nada en especial. Cosas…
—¿Le gustó el café?
—Mucho.
“En realidad, creo que lo que le gustó fue hablar conmigo. Eso si no estaba haciendo turismo por los barrios bajos, obedeciendo a un impulso morboso. No parecía ser de ésas, pero… ¿quién sabe?”
—Preparas el mejor café de la ciudad. Vale la pena volver a probarlo. Y eso va también por ti, cariño —añadió Emma, rodeando la cintura de Quinn con su fuerte brazo.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo

Mensaje por Elita Dom Sep 22, 2013 2:56 pm

Que tanto esconden esas chicas?
Me han encantado los 2 caps... espero el proximo pronto!
Saludos :)
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Finalizado Re: FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo

Mensaje por monica.santander Dom Sep 22, 2013 4:12 pm

Que linda historia pinta esta!!!
Hasta mañana!!
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Finalizado Re: FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo

Mensaje por Marta_Snix Dom Sep 22, 2013 6:03 pm

Elita escribió:Que tanto esconden esas chicas?
Me han encantado los 2 caps... espero el proximo pronto!
Saludos :)
Lo sabrás pronto ;)
No te hago esperar mucho, hoy pongo el siguiente.
Nos vemos ;)
monica.santander escribió:Que linda historia pinta esta!!!
Hasta mañana!!
Me alegro que te esté gustando. Terminé el capitulo de mi fic antes de lo que creí, así, que me he puesto a actualizar, tendréis hoy 2 capitulos ;)
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Finalizado FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Capitulo 3

Mensaje por Marta_Snix Dom Sep 22, 2013 6:04 pm


Capítulo 3
La bruma mañanera acariciaba la superficie del océano. Quinn estiró las piernas y echó un vistazo a los árboles que había un poco más adelante, junto a la orilla. Muy pronto sus hojas brillarían como llamas contra el azul del cielo. Adoraba el otoño. Respiró hondo y saltó desde el paseo de madera para comenzar su cotidiana carrera en medio de la fría atmósfera de la mañana. A medida que se aproximaba al agua fue acortando deliberadamente el paso para quedarse en la parte seca de la arena, donde debía esforzarse más para correr. Ocho o diez años atrás, ni se le habría ocurrido que podrían llegar a gustarle aquellas rutinas ya familiares. Nunca había podido controlar su tiempo ni su vida, de modo que el hecho de diseñar y mantener sus propios horarios le proporcionaba una agradable sensación de poder. En aquella lejana época le había sido muy difícil obligar a obedecer a aquel mismo cuerpo que ahora respondía con tanta facilidad a sus exigencias. Casi podía oír a Holly Holliday aconsejándole que no se castigase a sí misma por lo que había tenido que padecer mucho antes de poder apañárselas sola. Quinn la recordaba con cariño, pues había sido la primera persona adulta que fue capaz de llegar hasta ella en muchos años. A los diecisiete Quinn se sentía destrozada, desilusionada, descuidada por sus mayores y llena de odio. Holly, que por entonces tenía casi cincuenta años, trabajaba como voluntaria en el Centro Juvenil de Providence. En sólo seis meses, Quinn aprendió a respetar primero, y después a querer, a su mentora. Habían seguido en contacto todos aquellos años, pero últimamente no conseguía localizarla, lo cual la tenía apenada y preocupada. Cabeceó para librarse de tan tristes pensamientos y respiró hondo. “¡El maravilloso aroma del otoño, mi época favorita del año!” También era buena estación para su negocio, aunque sin la agitación de las muchedumbres veraniegas. La playa estaba casi vacía. Así era como le gustaba a Quinn. Corrió durante diez minutos más antes de distinguir que alguien se aproximaba. La misma brisa que se llevó las brumas de la madrugada hacia el mar agitó el abrigo color caramelo de la mujer. Al acercarse más en su carrera Quinn pudo ver que la mujer no estaba sola, sino que la flanqueaban dos enormes perros. Redujo el paso para no alarmar a los dos animales de raza Gran Danés, al tiempo que caía en la cuenta de que aquellos debían de ser Perry y Mason, los perros de Rachel. No era que aquella raza fuese poco habitual en Nueva Inglaterra, pero, que ella supiera, nadie de la vecindad tenía perros así. Unos pasos más y pudo distinguir la larga cabellera de Rachel, alzada al viento como una vela de seda. Quinn acabó andando en lugar de correr, y por fin se detuvo junto a ella y comenzó a estirar una pierna cada vez, llevándola hacia atrás lo más posible.
—Me alegro de volver a verte, Rachel.
Rachel parecía necesitar un pequeño descanso, pues no dejaba de esforzarse por controlar a los excitados animales al tiempo que intentaba apartarse el pelo de la cara.
—¡Quinn! ¡Veo que has madrugado!
—Es una costumbre, siempre corro a primera hora de la mañana. Nunca te había visto por la playa.
—Perry y Mason se empeñaron hoy en explorar nuevas zonas, y pensé que sería mejor hacerlo antes de que esto se llenase de gente.
—Bien pensado. Así que estos son tus chicos… son muy lindos.
—Esa no es la palabra que yo utilizaría para describirlos, pero ahora se están portando bastante bien. Algunas veces se ponen fuera de sí y no hay quién los controle —rió Rachel mirándolos con afecto.
Quinn no pudo evitar sonreír. “¡Qué risa la suya! ¡Nunca había oído nada tan bello!” Miró a los enormes perros con respeto.
—Son una maravilla… ¿Puedo acariciarlos?
—Por supuesto, son muy sociables.
Quinn se acercó cautelosamente al que creía que era Mason y lo miró a los ojos al tiempo que tendía la mano hacia él. Se relajó al ver que el animal la lamía al momento y daba unos pasos hasta apretarse contra su cadera.
—¡Dios Santo! ¡Cuando dije que eran sociables no creí que tanto! Mason nunca se encariña así con nadie —dijo Rachel acercándose a ella—. Normalmente es muy reservado, especialmente con los extraños. Perry es el más adulador de los dos.
—Oh, sé cuál es el motivo: huelo a bollos recién horneados —sonrió Quinn, sorprendida de lo mucho que le atraían aquella excéntrica mujer y sus perros—. Seguro que cree que hay algo apetitoso en mi bolsillo.
—Puede ser —contestó Rachel riendo de nuevo.
Dio un paso hacia delante al tiempo que el otro perro se colocaba frente a ella y la hacía tropezar. Tambaleándose, intentó apoyarse en Quinn, pero perdió el equilibrio.
—¡Merde!
Quinn apartó de en medio a Mason y deslizó los brazos bajo Rachel, evitando que cayese.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, sí, gracias —jadeó Rachel apoyándose en Quinn—. No he prestado atención, eso ha sido todo.
De pronto Quinn sintió una repentina y alarmante urgencia por sujetar a Rachel con más fuerza, por protegerla. Notó otro empujón contra una de sus piernas y bajó la vista.
—Parece que a Perry también le gusto mucho —dijo, cambiando de tema, al ver que el gemelo de Mason le olisqueaba los bolsillos—. Tendré que traer unas galletas para perros, por si volvemos a encontrarnos.
Sin dejar de apoyarse en Quinn, Rachel tomó fuerzas antes de contestar:
—Estoy segura de que nos veremos. Pienso acostumbrar a los perros a estos paseos mientras pueda, aunque no sé exactamente cuánto tiempo me quedaré en East Quay.
Quinn dudó un momento pero finalmente se apartó de Rachel. No deseaba reanudar su carrera; se limitó a quedarse allí, hechizada por los ojos de aquella mujer, sin el excesivo maquillaje que llevaba en televisión.
—Tengo entendido que eres cantante de Broadway.
—Sí. Después de actuar para la Fundación López pienso tomarme unos días de descanso. Lo creas o no, serán mis primeras vacaciones en estos dos últimos años —contestó Rachel, para después mirarla con gentileza—. Tú también pareces ser una gran trabajadora. En eso somos iguales.
—Supongo que sí —dijo Quinn, notando que sus mejillas se acaloraban al sentirse observada—. Cuesta mucho mantener el negocio a pleno rendimiento, de modo que tengo que trabajar casi las veinticuatro horas del día, con un descanso de vez en cuando para echar una siestecita.
Los perros comenzaron a tirar hacia la dirección de la que había venido Quinn.
—Están impacientes —comentó Rachel; hizo una pausa y después señaló una casa construida sobre unas columnas, a unos cincuenta metros de la orilla del mar—. La casa de mi agente está allí mismo. ¿Te gustaría beber algo, un zumo, o una taza de café?
Quinn iba a utilizar su negocio como excusa para declinar la invitación, pero de repente cambió de idea. “Nunca salgo a ningún sitio, y seguro que ella descubrirá enseguida que no soy nada sofisticada. Pero creo que le gusta hablar conmigo, y desde luego yo podría estar contemplándola toda la vida.”
—Un zumo estaría bien, gracias —contestó devolviéndole la sonrisa.
Mientras caminaban hacia las dunas, Quinn se dio cuenta de que, aunque no conocía a Rachel, deseaba vivamente hacerlo.
* * *
Rachel soltó los perros antes de subir las escaleras. Sonrió al ver lo mucho que se habían encariñado con Quinn. Aquella reacción le pareció de buen augurio, ya que Quinn era la primera persona a la que invitaba a su casa, y la perspectiva la hacía sentirse tensa. Había recibido muchas veces a sus colegas del mundo de Broadway, sí, pero aquello eran negocios. Sin embargo, el hecho de recibir la imprevista visita de una joven la intimidaba todavía más que el inminente recital. Rachel invitó con un gesto a Quinn a sentarse en el patio, antes de entrar a toda prisa en la casa. Tomó una jarra de zumo de naranja de la nevera y la colocó sobre una bandeja de plata junto con un par de vasos. Respiró hondo al tiempo que la alzaba en el aire, se mordió la punta de la lengua para concentrarse en mantener el equilibrio y la llevó al patio, esperando no tropezar ni derramar nada en el trayecto. Cumplida con éxito su misión, colocó la bandeja sobre la mesa de hierro fundido.
—Aquí tienes.
—Gracias —dijo Quinn, que seguía acariciando a los perros—. Perry, Mason, tumbaos.
Rachel contempló atónita cómo sus chicos se echaban obedientemente a los pies de Quinn, mirándola como si estuviesen ansiosos de recibir sus elogios.
—Buenos perros —les dijo Quinn, y sus palabras fueron recibidas con miradas de adoración y meneos de cola—. Me alegro de que no les hayas recortado las orejas ni el rabo.
—No —dijo Rachel, agradeciendo de corazón aquel comentario—. La verdad es que me parece innecesario y antinatural someter a una mascota a ese tipo de tratamientos.
—Sé lo que quieres decir. Habías mencionado que son hermanos, y la verdad es que son muy parecidos.
—Sí; algunas personas me advirtieron de que podrían volverse hostiles el uno con el otro al hacerse mayores, pero después de seis años siguen sin hacer más que jugar juntos.
—Sois muy amigos, ¿eh, chicos? —les dijo Quinn acariciándoles las orejas—. Son geniales.
Rachel bebió un poco de zumo y le hizo un gesto a Quinn para invitarla a coger el otro vaso. Examinó atentamente a Quinn: el pelo rubio, el rostro de un color blanco lechoso y aquellos ojos de un color avellana. Delgada y casi de metro setenta de altura, Quinn parecía frágil, pero su manera de correr sugería la existencia de fuertes músculos bajo su suave piel. Se dio cuenta de que sentía una inesperada atracción por ella, extraña e inoportuna a la vez. Era cierto que últimamente se estaba comportando de una forma poco habitual en ella, y por una buena razón, pero la verdad era que no tenía tiempo que dedicar a desentrañar misteriosas sensaciones. Sería mejor que optase por un tema de conversación neutro.
—¿Así que te criaste aquí?
—Viví en el otro extremo de la ciudad la mayor parte de mi vida, al sur de East Quay, en las afueras, a cuatro paradas de bus de la estación. Ahora han construido toda una comunidad allí, como un nuevo barrio residencial, aunque suena bastante ridículo que lo tenga una ciudad tan pequeña.
—A no ser que tengas en cuenta la temporada turística y el gran número de visitantes que eso supone.
—Cierto. En verano está esto a tope de familias que se traen hasta sus perros. No me refiero a vosotros, por supuesto —añadió con un guiño.
Rachel deseó que su sonrisa no pareciese tan forzada como ella creía. Mantener una expresión relajada le estaba costando más de lo que esperaba
—Por supuesto. Sé exactamente a lo que te refieres. Yo me crié no lejos de aquí, algo más hacia el centro, en Delivery Street, y en cuanto tuve la ocasión me alejé de allí lo más que pude. Lo odiaba entrañablemente. Era tan caduco y deprimente… —dijo haciendo una mueca—. Supongo que por eso…
—Por eso, ¿qué?
—Por eso me sorprende tanto que el regreso a East Quay haya sido tan agradable. Me siento como en casa, ¿entiendes? Es muy extraño, porque ya no conozco a nadie de aquí, excepto a mi agente y a Santana López.
—Pero no se puede decir que hayas vuelto a los arrabales, ¿eh?—dijo Quinn haciendo un gesto al tiempo que miraba a su alrededor, contemplando la lujosa estancia—. Este es el mejor barrio de East Quay.
—Como ya he dicho, no es mía.
—Pero seguro que ganas más que tu agente —contestó Quinn con un mohín—. Si no, será que eres una ingenua o que estás haciendo algo mal.
Rachel echó hacia atrás la cabeza y soltó una carcajada.
—¡Cierto, cierto! Desde luego este no es ningún apartamento diminuto situado sobre un almacén. Sienta bien poder regresar a “la zona decente de Quay” y ayudar al hospital de la ciudad haciendo lo que mejor sé hacer.
—Y así debe ser. No hace falta ir a demostrar nada a los barrios pobres.
“¡Increíble, lo ha entendido!” Rachel deseó posar la mano sobre la de Quinn y apretársela cariñosamente para agradecérselo, pero en lugar de eso se decidió por juguetear con las sedosas orejas de Perry. “Si ella lo entiende, tal vez sea cierto que puedo volver a casa.” Seguían doliéndole algunos de los comentarios que habían hecho los periodistas durante la conferencia de prensa, tal vez porque, en el fondo, estaba convencida de que estaban justificados. “Es cierto que abandoné este lugar sin mirar atrás hasta ahora, a pesar de todos los intentos que hicieron por que viniese a actuar aquí. Y resulta que ahora necesito a esta gente mucho más de lo que ellos me necesitan a mí.”
—Vas a actuar gratis, ¿verdad? —preguntó Quinn interrumpiendo sus pensamientos—. Eso es guay, muy generoso por tu parte.
—Gracias. Sí, es cierto. Seguro que esas entradas a mil quinientos dólares cada una serán de gran ayuda para construir la nueva ala infantil del hospital. Santana López espera que acuda la mayoría de los aficionados a Broadway de Nueva York.
—¡Magnífico! —aprobó Quinn—. Con todos los recortes presupuestarios que ha sufrido últimamente, no hay duda de que el hospital necesita esos fondos.
Rachel pasó los dedos por el borde de su copa, creando un delicado y hechizante sonido que hizo enderezar las orejas a sus perros.
—Lo sé. Después de que Santana y yo hablásemos del proyecto, mi agente se ocupó de todos los detalles. Él al principio tenía sus reservas, pero le dije que, puesto que pensaba dejarlo, esta sería una fabulosa manera de dar por terminadas mis giras. Si te soy sincera, Quinn, he estado viajando durante mucho tiempo, y…
“… Ahora todo esto me supera.” Menos mal que sabía que Noah se ocupaba de todo, mientras ella no hacía más que ir a sus citas médicas una y otra vez. Era mucho más que su agente. Antes de conocer a Santana, Noah y su esposa eran sus únicos amigos, y así había sido desde la adolescencia. Las hordas de admiradores y de fanáticos de Broadway que la rodeaban constantemente, aparte del pianista que tocaba con ella, la maquilladora y los periodistas, no eran que digamos una buena fuente de nuevas amistades. Además, ella había sido siempre una ambiciosa trabajadora compulsiva.
Rachel se dio cuenta de que estaba dejándose llevar por sus pensamientos.
—Debo hacer unos cuantos cambios —añadió con viveza—, por eso decidí tomarme un descanso aquí. El tiempo dirá si ha sido una decisión sensata.
Tomó un nuevo sorbo de zumo antes de continuar:
—Y dime, ¿cómo fue que acabaste siendo la propietaria de esa cafetería tan exitosa?
—Emma y Will me ayudaron a convertir una cafetería situada bastante a desmano en el punto de reunión favorito de los propietarios de yates y, más adelante, de la gente de East Quay en general —explicó Quinn, con cierta reserva—. Más tarde conseguimos atraer a muchos forasteros, gracias a una fuerte campaña publicitaria. Hasta ahora no podíamos acoger a muchos clientes más. A la hora del desayuno y al mediodía tenemos sobre todo clientes fijos, y por la noche viene gente de todo tipo a cenar y tomar un café.
—Por lo que parece, tienes mucho trabajo.
—Se hace interminable, sí. Por eso es tan importante para mí correr todas las mañanas. Gracias a eso puedo… respirar.
Cuando vio la cauta sonrisa que apareció brevemente en el rostro de Quinn, Rachel recordó aquella otra, sorprendentemente bella, que había podido ver una vez, a pesar de que desapareció tan pronto como había asomado. ¿Cómo podía haberle hecho tanto efecto una simple sonrisa?, se preguntó, buscando desesperadamente algo que responder.
—Ya me lo imagino. La mayoría de la gente no se da cuenta del esfuerzo físico que conlleva ser cantante de Broadway. Es como si trabajase de leñadora.
—¿Leñadora?
—El cuerpo acaba machacado después de actuar durante toda una velada.
—Me alegro de haberte encontrado esta mañana. Esto es magnífico —dijo Quinn, haciendo un gesto que abarcaba a los perros, los vasos y las vistas sobre el océano.
—Estoy de acuerdo. ¿Cuántos años tienes, Quinn?
La pregunta escapó de sus labios sin poder evitarlo. “¡Maldita sea! ¿Adónde han ido a parar mis modales?”
—Veinticuatro —contestó Mike, sin asombrarse ni lo más mínimo—. ¿Y tú?
—Treinta y ocho —replicó Rachel, aliviada al oír la rápida contestación a su impulsiva pregunta—, aunque cumpliré treinta y nueve en unos meses.
—Pareces mucho más joven.
—Gracias, tú también. La edad no es más que un número. Los cantantes de Broadway no somos como la mayoría de los actores de cine y teatro: hasta bien avanzados los sesenta, podemos seguir encontrando trabajo. El maquillaje ayuda, pero nuestra actuación no se basa en el aspecto físico, sino en la voz.
—En ese tema no necesitas ninguna ayuda —dijo Quinn impulsivamente.
Azorada y complacida a la vez, Rachel cambió de tema.
—Puedo comprender perfectamente qué es lo que hace que la gente acuda a tu cafetería: ¡es tan cálida y acogedora…! Además, seguro que atraes a todo tipo de amantes del buen café.
Quinn jugueteó con su vaso, aturdida ante aquella alabanza.
—Lo sé. Los entendidos se preocupan mucho de la forma en que molemos y preparamos sus cafés. Y ha valido la pena ser meticulosa. Mi mejor inversión, sin contar a Emma y Will, fue nuestra cafetera exprés último modelo. Me pasé toda la primera noche admirándola, haciendo capuchinos, cafés con leche, cafés moca y diez especialidades más. Will no hace más que decir que me encontró dormida y abrazándola, pero no lo recuerdo.
—Pues ya tienes una nueva clienta que añadir a tus habituales —anunció Rachel, sonriendo ante su repentina promesa, por muy limitada que fuese—. Me encanta el ambiente, y las vistas son maravillosas.
—Gracias. Esa era la idea. Cuando el sol se pone y el cielo se tiñe de púrpura y naranja, el puerto es un lugar bastante romántico. Al menos si crees en el amor —añadió Quinn con una mueca sarcástica.
—¿Tú no? —preguntó dulcemente Rachel.
—No.
—¿Nunca has creído en él?
—No lo busco —dijo Quinn encogiéndose de hombros, algo incómoda—. Tengo un negocio que atender.
Rachel reconoció con demasiada claridad su propia vida en aquella frase y eso la hizo entristecer. Al parecer tenían en común la soledad. Quinn se levantó de su silla; Perry y Mason alzaron la cabeza, atentos.
—¿Debes volver al trabajo?
—Me gustaría quedarme más tiempo, pero… —contestó acariciando a ambos animales, que se pusieron en pie, expectantes—. Y ahora, chicos, portaos bien, y la próxima vez os traeré galletitas para perros, si a vuestra mamá le parece bien.
Sus mejillas enrojecieron cuando miró a Rachel.
—Maldita sea, no pretendía invitarme a mí misma.
Deseando que Quinn dejase de mortificarse, Rachel posó una mano sobre su hombro.
—Puedes venir cuando quieras. Yo estaré aquí casi siempre, cuando no vaya al ensayo.
—Muy bien entonces. ¡Hasta luego!
Quinn acarició los perros y asombró a Rachel al tocarle suavemente el brazo, un contacto tan breve que apenas pudo notarlo.
—Que tengas un día magnífico —añadió.
Después bajó corriendo los escalones hacia la playa y comenzó a correr a un armónico paso, justo al borde del agua. Rachel se tocó el brazo, en el que seguía notando la caricia de Quinn. El cielo estaba completamente en llamas, pero se resistió a la urgencia de cerrar los ojos. En lugar de ello se quedó mirando a Quinn hasta que desapareció de su vista.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo

Mensaje por micky morales Dom Sep 22, 2013 6:41 pm

muy buen capitulo, aunque la relacion faberry va mas rapida que la brittana!
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Mensaje por monica.santander Dom Sep 22, 2013 7:22 pm

me encantan faberry!!!!!
Gracias por los capitulos!!
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Mensaje por Marta_Snix Lun Sep 23, 2013 11:21 am

micky morales escribió:muy buen capitulo, aunque la relacion faberry va mas rapida que la brittana!
Bueno, si en parte las Faberry irá más rápido que las Brittana, pero bueno, sabremos de ambas relaciones ;)
monica.santander escribió:me encantan faberry!!!!!
Gracias por los capitulos!!
Me alegro que te gusten las Faberry, porque son una de las parejas principales, habrá mucho de ellas.
No hay que dar las gracias, lo hago encantada ;)
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Finalizado FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Capitulo 4

Mensaje por Marta_Snix Lun Sep 23, 2013 11:23 am


Capítulo 4
Santana revisó el periódico del domingo y tiró al suelo, junto a la cama, todas las páginas excepto las de la sección de espectáculos. Al ver la firma de Brittany Pierce intentó reconciliar la imagen de aquella mujer, de aspecto tan profesional en la fotografía, con la rubia fuerza de la naturaleza que acababa de conocer. Ahora comprendía por qué no la había reconocido, aunque al menos debería haber recordado su nombre. Las mañanas del domingo eran las únicas ocasiones en las que se permitía caprichos personales. Había llenado ya la bañera con agua caliente, aromatizada con aceite de miel y sales de baño de laurel. Fue leyendo camino del baño, donde esperaba estar mucho tiempo sumergida, absorta en el artículo de Brittany sobre Rachel Berry. Se sintió complacida por la publicidad que eso suponía, y también aliviada al ver que el texto no especulaba sobre la vida privada de Rachel. Estaba claro que Brittany había investigado a fondo. Mencionaba lo mucho que el mundo de Broadway admiraba a la cantante, pero no se limitaba a fijarse en su notoriedad, sino que también se centraba en la persona, en Rachel Berry como mujer. Brittany exigía de sus lectores una atención completa y también cierta inteligencia. A pesar de no ser escritora ni editora, Santana se sintió orgullosa de haber sido capaz de reconocer su talento, porque estaba claro que Brittany lo tenía. Colocó el periódico junto al lavabo. Mientras se quitaba el albornoz se estudió a sí misma con mirada inusualmente crítica. A pesar de que sus amplios pechos estaban algo desproporcionados en relación con su esbelta figura, al igual que las largas piernas, una amiga de la universidad, Kitty Walde, le había dicho una vez: “Cuando te pones esa ropa tan pija ocultas tus mejores bazas. Tienes que aprender a exhibirlas un poco… sin perder la respetabilidad, por supuesto.” Santana sabía que su amiga bromeaba sólo a medias. Se subió a la enorme bañera y colocó los chorros al máximo antes de hundirse en las lechosas burbujas. Se tumbó hacia atrás y dejó que el calmante aroma y el masaje acuático la envolviesen. Ser la principal representante de la familia López y la única descendiente de Jacques López IV tenía sus ventajas, pero también le causaba dolores de cabeza… y de corazón. Se preguntó si su abuelo y su padre se sentían habitualmente tan cansados como ella ahora mismo, y qué harían para relajarse de las responsabilidades inherentes a su posición. Tan sólo tenía trece años cuando comprendió sombríamente que algún día tendría que hacerse cargo de la fortuna familiar y también de las obligaciones que venían con ella. Por suerte había dispuesto de diecisiete años más, hasta la muerte de su abuelo, para prepararse a recibir aquel legado. Para ella había sido natural tomar el relevo en la Fundación, el trabajo que más le agradaba. Nunca lo había sentido como una carga; le encantaba, y se había concentrado en aprender todo lo que podía sobre el modo de administrar los numerosos programas filantrópicos. Sin embargo, no esperaba encontrarse tan pronto a la cabeza de Industrias
López. Echó jabón en la mano y se frotó el brazo, masajeando los cansados músculos al tiempo que recordaba la tremenda impresión sufrida cuando su padre fue víctima de un infarto fulminante, cuatro años después de la muerte del abuelo, y murió poco después. De repente hubo de responsabilizarse de la dirección de Industrias López y de la Fundación López a la vez, dos entidades independientes que necesitaban de su atención a jornada completa. No lo habría conseguido sin la ayuda de su altamente competente amiga Kitty, que se encargó de la gestión de Industrias López e insufló aires nuevos a la empresa. Santana apagó los chorros del jacuzzi, agradeciendo el silencio. Se hundió un poco más en el agua hasta dejar solamente la barbilla por encima y deslizó las manos por su cuerpo, frotando suavemente los doloridos músculos. La imagen de una mujer de larga y preciosa cabellera peinada con una elaborada trenza francesa se abrió paso en su mente: Brittany Pierce, su nueva vecina. Santana suspiró y continuó explorando la suave piel de su cuerpo. Los ojos de Brittany la intrigaban. Brillantes, azules y luminiscentes, poseían una deslumbrante intensidad. Se estremeció y se hundió un poco más en el líquido, dejando tan sólo el rostro en la superficie. Involuntariamente abrió las piernas, dejando que el agua, que acariciaba sus partes más sensibles, la hiciese estremecerse, como si alguien la estuviese tocando. Sería muy sencillo imaginarse que estaba notando las caricias de Brittany… Sin embargo, Santana se resistió a tal fantasía, como siempre hacía. Mal podía permitírselo en aquellos momentos. Siendo como era una López, había sido educada desde que nació para ser perfecta, para comportarse de manera inmaculada. A pesar de que ella no veía nada malo en ser lesbiana, la herencia recibida no le permitía el lujo de colocar su propio interés y su felicidad en primer lugar. Se había esforzado durante toda su vida en cumplir con lo que su familia esperaba de ella, sacrificando su necesidad de plenitud personal y aprendiendo a conformarse con la recompensa que suponía el éxito de los negocios familiares. Aunque ya desde los diecisiete años se había sentido atraída por las mujeres, no podía permitirse actuar de acuerdo con sus sentimientos. De ninguna manera. El rostro de Brittany Pierce volvió a surgir en su mente, y Santana gimió cuando una de sus manos descubrió un erecto pezón, mientras la otra bajaba hacia el palpitante centro de su cuerpo. “¡No debería hacerlo!” Sin embargo ya era demasiado tarde para detenerse: la excitación, que había comenzado tan de repente, era demasiado fuerte. Dejando de lado sus autoimpuestas reglas, abrió las piernas y acarició sus más íntimos pliegues. Le fue fácil extender los densos flujos que emanaban de ellos sobre la latiente cordillera de nervios de su vulva. Imaginó que soltaba el lazo que sujetaba la trenza de Brittany y que un fragante pelo ondulado las rodeaba. “¿Qué las rodeaba? ¡Oh, Dios! ¡Detente, loca! ¡Domínate!” Furiosa consigo misma, Santana se frotó con más fuerza y velocidad, como si el llegar al orgasmo y acabar de una vez pudiese borrar a Brittany de su mente. Avanzó hacia el clímax con agónica lentitud, con el clítoris hinchado y erecto allí donde sus dedos lo atormentaban. En su mente iban y venían imágenes de la lengua de Brittany deslizándose por entre sus dedos para calmarla y provocarla a la vez. Dejó escapar un quejido y murmuró palabras incoherentes, maldiciendo a veces en voz muy baja. Dudando si esforzarse en llegar o resistirse al inminente orgasmo, Santana acabó por quedarse rígida, convulsionándose mientras oleadas de placer solitario la traspasaban una tras otra. El agua se agitó a su alrededor, y por un momento le pareció que no era simplemente agua jabonosa lo que la acariciaba, sino los largos rizos y la suave piel de una mejilla pecosa. Santana dejó escapar un grito ahogado, casi de mortificación, cuando el orgasmo comenzó a disiparse. Lágrimas silenciosas se deslizaron por sus mejillas hasta mezclarse con el agua, y no supo decir dónde acababan las provocadas por la tristeza y comenzaban las que la furia había hecho emerger. Al final el agua se enfrió tanto que Santana comenzó a temblar. Se alzó sobre sus vacilantes piernas y tomó una ducha rápida y caliente. Después se frotó vigorosamente la piel con una toalla de felpa, decidida a borrar de su cuerpo y de su mente todo rastro de Brittany Pierce.
 
Los asistentes al brunch dominical ocupaban casi todas las mesas del Sea Fabray Café. Rachel avanzó entre ellos con calculada desenvoltura, y la vista fija en la mesa vacía que había al lado de la pared más alejada. Llegó hasta allí y se sentó con un suspiro de alivio mientras se recolocaba el pañuelo que le cubría el cabello, peinado en un moño francés.
—¡Rachel! —la saludó una voz muy familiar desde atrás, y Quinn apareció de pronto a su lado—. Llegas en el momento perfecto. Precisamente estaba pensando en ti.
Rachel sonrió ante el espontáneo comentario, y al momento vio que en los pómulos de Quinn aparecían dos manchas rojas.
—Yo también estaba pensando en ti… y en tu café —bromeó, encantada de la reacción de su amiga.
Entonces se le ocurrió que tal vez Quinn no hacía más que darle conversación, como a cualquier otro cliente, y esa posibilidad le borró la sonrisa de los labios.
—Por supuesto —replicó Quinn—. La forma de llegar al corazón de una dama es por medio de la cafeína en dosis adecuadas.
Rachel recuperó la seguridad, notando al tiempo que sus mejillas ardían bajo la mirada de la empresaria. “¿Yo? ¿Yo, enrojeciendo? ¡Vaya, esta sí que es una gran noticia para los tabloides!”
—Bueno, pues si quieres seguir contándote entre los que me caen bien puedes traerme un exprés con leche doble y una baguette con lechuga y tomate… y tal vez una pizca de parmesano.
—Será un placer —sonrió Quinn, aunque después vaciló antes de continuar—. ¿Quieres compañía? Es hora de que haga un descanso. ¿O estás esperando a alguien?
Quinn enderezó la espalda y hundió las manos en los bolsillos del delantal; la obvia incomodidad que delataba aquel gesto picó la curiosidad de Rachel.
—Me encantaría tener compañía, Quinn. No espero a nadie.
Los ojos de Quinn relampaguearon de alivio.
—Estupendo. Vuelvo enseguida.
Rachel se fijó en que había otras personas sentadas solas, leyendo el periódico del domingo. Sospechó que el artículo de Brittany Pierce saldría publicado en la sección de espectáculos, y deseó que nadie la reconociese. En su papel oficial de prima donna assoluta, con el maquillaje impecable y un peinado impresionante, causaba un inolvidable impacto en la mayoría de la gente. Se vestía a propósito para acentuar su fama de ser una de las cantantes de Broadway más hermosas en activo. Un artículo a doble página en el Vanity había proclamado que ninguna de las nuevas estrellas del bel canto podría comparársele, a pesar de su juventud. “Si me viesen ahora o, mejor, por la mañana temprano, no volverían a decir esas cosas”, pensó conteniendo la sonrisa.
Los críticos de Broadway de todo el mundo coincidían en opinar que su voz estaba en su mejor momento, en una época en la que la vida y la madurez había dejado huella en sus cuerdas vocales y en su alma. Rachel sabía que tenían razón, pero ¡había tantas cosas que no sabían los críticos! Cosas que la hacían estar preocupada por el concierto benéfico que tendría que ofrecer cuatro semanas más tarde. Junto a cada mesa había una estrecha cesta con el periódico dominical, pero Rachel no hizo ademán de recoger el suyo.
—¡Aquí estamos! —anunció Quinn, colocando una bandeja entre ambas al tiempo que se sentaba—. ¡Oh, Dios, no tienes ni idea del tiempo que hace que mis pies me están pidiendo a gritos que me siente!
Rachel pudo oír cómo se quitaba los zapatos bajo la mesa.
—¡Aaah, esto está mejor! Aquí tienes tu café con leche y tu baguette —añadió mirando hacia la bandeja—. La he condimentado con una mezcla nueva de especias que van magníficamente con el tomate… ¿Rachel?
La aludida apartó de mala gana su mirada del entusiasta rostro de Quinn y se fijó en la humeante taza de café y la baguette.
—Tiene una pinta deliciosa, gracias.
—De nada. Pareces un poco cansada. ¿Te está pasando factura el hecho de estar en tu tierra natal?
Rachel bebió un sorbo, notando casi al instante el efecto de la cafeína en su sistema nervioso.
—En cierto modo, sí.
Quinn revolvió su bebida, pescó la oscura bolsita de té y la exprimió contra el interior con la cuchara. Sopló para enfriar el té, mirando pensativamente a su amiga.
—¿Hay algo que te molesta? ¿Puedo ayudar?
—Gracias, pero creo que no. Como ya te dije, esta será mi última actuación en mucho tiempo.
“Lo más seguro es que sea la definitiva.” Era un pensamiento doloroso, y Rachel intentó defenderse contra él, empujándolo hacia el rincón más oculto de su mente.
—Los medios de comunicación están centrándose mucho en mi parte del concierto… —continuó—, y supongo que estoy nerviosa. Tengo ensayos durante todo el mes, pero aun así… Seguramente no es más que exceso de ansiedad —concluyó encogiéndose de hombros.
Quinn se inclinó hacia delante, y dejó la taza de nuevo sobre la mesa.
—Pienso que todo esto es maravilloso. ¿Fue idea tuya?
—No, no lo fue —contestó Rachel, y bebió otro sorbo de café—. Santana López contactó conmigo hace varios meses, preguntándome si podría encajar este concierto en mi agenda. Me había comprometido para todo un año de actuaciones en el extranjero, pero las circunstancias cambiaron y pude aceptar la propuesta de Santana.
Rachel dio un mordisco a su baguette, arreglándoselas para no dejar caer el tomate.
—No soy la única en actuar —añadió—. Tocará además un concertista de piano, y estará también el grupo de ballet de Madame Verdi.
—¡Madame Verdi! Oh, recuerdo cuando bailar era el mayor sueño de mi vida. Una niña de mi clase, en segundo curso, creo, iba a sus clases. Yo deseaba desesperadamente ser bailarina, pero en menos que canta un gallo me convertí en un desgarbado marimacho.
Rachel podía imaginarse perfectamente a Quinn de niña, con el pelo rubio despeinado, unas huesudas rodillas asomando bajo los pantalones cortos vaqueros y aquellos ojos avellanas escrutando el mundo de una forma muy parecida a como la miraba ahora mismo, con genuino, aunque precavido, interés.
—¿Y qué acabaste haciendo, entonces?
Los ojos de Quinn se volvieron más oscuros, aunque pareciese imposible. Se encogió de hombros, apoyando la barbilla sobre la palma de la mano.
—Bueno, no mucho. Sobrevivir, más que nada. No tenía más que a mi padre en el mundo, y tuve que aprender a cuidar de mí misma desde muy pronto.
—Eso me suena, aunque yo tenía padre y madre. Trabajaban en la fábrica textil, en largos turnos, diurnos y a veces nocturnos. Me quedaba sola en casa muy a menudo.
—¿También eres hija única?
—Sí. Recuerdo lo mucho que deseaba tener hermanos. ¿Y tú?
Quinn negó con un gesto, y agarró la taza con tal fuerza que los nudillos se volvieron blancos.
—No, yo no. Nunca.
Rachel recordó que Quinn le había contado que conocía a alguien que bebía demasiado. “¿Su padre, tal vez?” Sabía que no debía ser indiscreta, sobre todo en un lugar público como aquel. Sin embargo no pudo evitar su reacción ante la obvia angustia de Quinn.
—La vida puede ser muy dura con los niños —dijo al tiempo que posaba la mano sobre la muñeca de su compañera de mesa, casi rozando la taza de té.
—Eso es quedarse corto —contestó Quinn en tono firme—. Oye, ¿y no podrías hablar lo de tu miedo escénico… o lo que sea… con Santana López? Por lo que sé es una dama como es debido, con mucha clase, y en la tele parecíais buenas amigas. Por lo que sé, todo el mundo la admira, aquí en la ciudad… Bueno, tal vez excepto Reba Ronaldo. Hace un tiempo publicó una columna bastante ofensiva en el New Quay Chronicle, de la que tuvo que retractarse, y eso sí que ha debido dolerle.
—¿Quién demonios es Reba Renaldo, y qué fue lo que escribió?
—Sugirió que Santana López va de un hombre a otro como quien cambia de zapatos, ya sabes, una devorahombres; ese tipo de cosas.
—Es una acusación tremenda, sea contra quien sea, y además no son más que mentiras. Me extraña que no la hayan despedido, siendo un periódico local, cuyos ingresos se basan en los anuncios de las empresas de aquí.
—Ah, pero, lo creas o no, Reba tiene su público. Muchos de los lectores escribieron al periódico, quejándose, de modo que al final el redactor jefe y ella pensaron que debía disculparse. En primera página, nada menos: la primera vez que esa mujer conseguía publicar en primera página, y fue para tragarse sus propias palabras.
Quinn rió por lo bajo, de un modo que a Rachel le pareció sorprendentemente atractivo. Podía imaginarse sin dificultad el altivo gesto de Santana al leer la columna de la tal Reba, puesto que años atrás había visto aquella expresión muy a menudo.
—Los López se han ganado el respeto y la lealtad de esta comunidad.
—Sí, supongo que sí —replicó Quinn con una mueca—. Han tenido su ración de mala suerte, y bastante peor que muchos otros. Es como si hubiesen sufrido una maldición. Creo que muchos compadecen a la señora López por eso.
La voz de Quinn bajó de tono, hasta convertirse casi en un ronco susurro, al añadir:
—Es la última representante de su familia. Eso tiene que hacer que se sienta terriblemente sola. ¿Quién podría culparla por buscar compañía?
Rachel se preguntó por qué había tanto dolor en la voz de Quinn. Apoyó el mentón sobre la palma de la mano y contestó:
—Estoy de acuerdo. Supongo que sí podría contarle a Santana lo de mi miedo escénico. Claro que…
—¿Qué?
—La verdad es que no creo que se trate de miedo escénico. He actuado ante el público demasiadas veces como para sentirlo. Aun así supongo que podría consultar con ella cuál puede ser el motivo de esta extraña incomodidad, tan rara en mí. Santana es mi amiga, pero… tal vez sea mi orgullo el que esté hablando por mí, pero no quiero que la prensa se entere de esto. Ni te imaginas hasta qué punto son capaces de deformar los hechos. Graban todo lo que has dicho y hecho y lo atesoran a la espera de poder utilizarlo en el futuro —dijo Rachel, y su mirada se endureció—. Sea como sea, ellos siempre tienen la última palabra.
—Sí que me lo imagino, créeme —contestó Quinn con gesto irónico, estrujando la servilleta hasta convertirla en una bola—. Pero ¿tan mal está hablando el periódico sobre el concierto benéfico? ¿No crees que el artículo de Brittany Pierce sea acertado?
Rachel se obligó a relajar los hombros e hizo un gesto negativo.
—Fue la Fundación López la que convocó la rueda de prensa, pues necesitan publicidad. Como ya me había comprometido a actuar, no tenía alternativa. Necesitan vender todas y cada una de las entradas. Y en realidad no tengo opinión alguna sobre el New Quay Chronicle. Si no recuerdo mal, la señora Pierce parecía inteligente y agradable, o al menos creo que era ella la que estaba sentada en primera fila. Seguro que ha hecho un buen trabajo.
—¿No lo has leído todavía? —preguntó Quinn buscando el periódico—. Hace un rato le eché un vistazo y la verdad es que creo que está muy bien escrito. Cierto que estoy más acostumbrada a leer cosas sobre contabilidad y negocios, pero parecía hacerte justicia.
Rachel notó que se ponía rígida. Volvió a hacer un gesto de negación.
—No, no lo he leído.
—Toma —ofreció Quinn, abriendo el diario por la sección de espectáculos; pareció quedar algo confundida cuando Rachel rehusó con un gesto.
—Mejor no —contestó, y al oír el tono cortante de su propia voz sonrió débilmente—. ¿Qué tal si me lo lees tú?
Pasaron unos segundos antes de que Quinn bajase la vista hasta el artículo.
—Está bien, como quieras —dijo, y pasó a leer en voz baja y clara el primer párrafo del texto de Brittany.
Rachel comenzó a tranquilizarse conforme iba oyéndolo. Le gustaba la forma en que Brittany había escrito el artículo. Era un texto directo, sin esa abundancia de adjetivos zalameros que inundaban algunos de los reportajes que trataban sobre ella en las revistas europeas. Y, lo que era más importante, en él no había malicia ni falta de respeto. En lugar de ello, centraba su atención en los lazos que unían a Rachel con East Quay y en su trabajo a lo largo de los años. Brittany le había parecido una mujer agradable y segura de sí misma. Sus preguntas indicaban que venía preparada, pero… era una periodista, y los medios de comunicación siempre hacían que Rachel se pusiera a la defensiva.
—Ha hecho un buen trabajo —comentó Rachel con un suspiro de alivio cuando Quinn se detuvo—. Gracias por leérmelo. No…todavía no me he suscrito al Chronicle.
—Ha sido un placer —dijo Quinn, al tiempo que doblaba el periódico y lo devolvía a la cesta—. Ahora tengo que volver al trabajo.
—¿Puedes traerme la cuenta? Tengo que sacar a los perros.
—¿Crees que volverás por aquí, Rachel? —preguntó Quinn con cierta vacilación.
Rachel asintió, perpleja.
—¡Por supuesto que sí! ¿A qué viene esa pregunta?
—Si dejas tu nombre, dirección y número de teléfono en uno de los papelitos que hay junto a la caja registradora podemos abrirte una cuenta. Lo hacemos con los clientes habituales.
Rachel se sorprendió al ver que un ligero rubor coloreaba el cuello de Quinn para ascender acto seguido hasta sus mejillas. Contestó sonriente, al tiempo que se levantaba de la silla:
—Me parece perfecto. Después de todo, ya sabes donde vivo. Y no olvides visitarme; me lo prometiste.
Quinn se quedó en silencio un momento. Después le dedicó una amplia sonrisa y dijo:
—Es cierto, sí. Bueno, pues como yo siempre cumplo mis promesas, pasaré por tu casa a finales de semana, para comprobar cómo llevas tu miedo escénico.
Sin molestarse en comprobar si alguno de los clientes estaba mirando, Rachel acarició suavemente el brazo desnudo de Quinn.
—Magnífico. Hasta pronto, linda.
 
—Nos vamos ya, Quinn —dijo Emma a las diez, justo después de cerrar, asiendo a su marido del brazo—. Hasta mañana a primera hora.
—Buenas noches, y pasadlo bien.
Quinn los acompañó hasta la puerta y cerró con llave a continuación, diciéndoles adiós con la mano antes de regresar tras el mostrador. Vació la caja registradora, contó el dinero y sumó los recibos de las tarjetas de crédito. Mientras cumplía con sus rutinas habituales, parte de su mente estaba muy lejos de allí. No había podido dejar de pensar en Rachel en todo el día. Sonreía a sus clientes y los atendía lo mejor posible, sin dejar de repasar la conversación que había mantenido con ella esa mañana. Rachel la tenía fascinada. Era una celebridad mundial, y aun así seguía siendo amable, cálida y accesible. Obviamente era muy rica, pero no parecía molestarle el hecho de que Quinn y ella proviniesen de niveles tan diferentes. Le había ofrecido su amistad sin condiciones, y Quinn estaba notando cómo se debilitaban sus defensas, lo quisiera o no. Mientras ordenaba los papeles volvió a pensar en ella, y su corazón se aceleró. Durante el almuerzo la había observado atentamente, memorizando su imagen para poder recordarla con detalle en el futuro. Con el cabello recogido y sin gota de maquillaje, Rachel poseía una belleza fresca y natural. Parecía escuchar atentamente a Quinn, aunque a veces su mirada se nublaba debido a emociones que esta no había sabido interpretar. Poco acostumbrada a recibir tanta atención, Quinn seguía impresionada por aquella mirada. ¡Y pensar que aquella mujer temía enfrentarse a su primera actuación en su ciudad natal! ¡Ella, que tenía tanto talento y experiencia! Quinn dejó escapar una áspera carcajada: Hasta una década atrás, su especialidad había sido el fracaso. Tenía que contarle a Rachel lo mucho que había contribuido la Fundación López a cambiar su vida. No era un tema del que le gustase demasiado hablar, pero había algo en el modo de escuchar de su nueva amiga que le hacía desear contárselo. Con aquella idea en mente, Quinn guardó el dinero en la caja fuerte y apagó las luces. Will llamaba a su apartamento del sótano “El búnker de Quinn”, lo cual no estaba muy alejado de la realidad. Bajó las escaleras hasta el estrecho corredor que conducía al enorme cuarto en el que pasaba las escasas y preciosas horas que tenía libres. La estancia disponía de una cama individual, un mueble que contenía el televisor de pantalla ancha y el equipo de música y un sofá de cuero con una mesita baja cuyo pie era una rústica raíz de árbol. En la esquina más alejada había un pequeño estrado sobre el que reinaba en solitario su más preciada posesión. Había soñado con tener una batería desde sus tiempos del instituto, de modo que cuando consiguió comprar el último modelo de Yamaha en baterías digitales sintió que se cerraba una más de sus heridas. Aquella noche estaba demasiado agotada para tocar, y optó por ir al baño para darse una ducha rápida. El agua caliente calmó el dolor de espalda que siempre sentía después de pasarse todo el día llevando bandejas de un lado a otro. Después de secarse cuidadosamente, dejó caer la toalla al suelo. De pronto fue consciente de su propia desnudez, cosa que no era nada habitual en ella, y por un breve momento se preguntó si Rachel podría encontrarla atractiva. ¡Joder, si ni siquiera sabía si le gustaban las mujeres! Echó un vistazo a la pila de periódicos que había comprado aquella mañana, con la esperanza de averiguar más cosas sobre su nueva amiga. No recordaba haber leído nada sobre la vida privada de Rachel. Ni siquiera mencionaban si se había casado. Quinn se estremeció al notar el aire frío sobre su húmeda piel y se enfundó unos pantalones cortos de franela gris y una camiseta sin mangas. Después de un breve cepillado de dientes se metió en la cama, agradeciendo la calidez de las mantas. Cogió uno de los muchos almohadones y hundió el rostro en el fragante tejido de algodón mientras tarareaba una antigua canción de cuna, como solía: “Estrellita, ¿dónde estás? Quiero verte titilar…”. Era una de las pocas cosas que conseguían calmarla. De pronto interrumpió su tarareo al aparecer en su mente la imagen de Rachel. Respiró hondo, sorprendida, sin saber qué pensar. Al recordar lo atentamente que Rachel la escuchaba sintió que su pulso se aceleraba. Abrazó estrechamente la almohada contra su pecho y dejó que la imagen de Rachel reinase en su mente mientras el sueño la iba invadiendo.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo

Mensaje por monica.santander Lun Sep 23, 2013 1:14 pm

Hola me gustaria saber que oculta Rachel!.
Quiero algun acercamiento Brittana, por favor!!
Saludos
monica.santander
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Finalizado Re: FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo

Mensaje por Elita Mar Sep 24, 2013 1:10 am

Holaaaa! :D
Sabes? Me gusta esta historia :) aun con todo el misterio que se tienen estas
Chicas!
Actualiza en cuanto puedas ;)
Bye!
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Finalizado Re: FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo

Mensaje por Jane0_o Mar Sep 24, 2013 1:17 am

Me gusta el misterio de la historia
Ya quiero saber que hay de tras
De cada personaje!

Ahora si hasta la siguiente actualizacion!
Saludos!
Jane0_o
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Finalizado Re: FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo

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