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Mensaje por aria Mar Sep 24, 2013 7:46 am

Ya estoy al corriente ejejejej estoy de acuerdo, las.faberry siempre van unos pasos.mas adelante que las Brittana.

Ah cielo! Santana a sucumbido a sus necesidades, pero una toalla mo hara que Britt salga de sus pensamientos XD
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Finalizado Re: FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo

Mensaje por Elisika-sama Mar Sep 24, 2013 8:07 am

continua! esta genial, me ha enganchado totalmente la trama de esta historia, es totalmente distinta a las que he leido.

besos
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Finalizado Re: FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo

Mensaje por Marta_Snix Mar Sep 24, 2013 11:05 am

monica.santander escribió:Hola me gustaria saber que oculta Rachel!.
Quiero algun acercamiento Brittana, por favor!!
Saludos
Hola!!! Pronto se sabra lo de Rachel, y las Brittana...bueno queda un poco todavía..., pero no desesperes
Elita escribió:Holaaaa! :D
Sabes? Me gusta esta historia :) aun con todo el misterio que se tienen estas
Chicas!
Actualiza en cuanto puedas ;)
Bye!
Hola!!
Me alegra que te guste ;) Pronto se resolvera todo el misterio de las chicas.
Ya traigo nuevo capitulo ;)
Nos vemos!!
Jane0_o escribió:Me gusta el misterio de la historia
Ya quiero saber que hay de tras
De cada personaje!

Ahora si hasta la siguiente actualizacion!
Saludos!
Me alegra, se sabra cada vez más de los personajes y conoceremos todas sus historias.
Nos vemos ;)
aria escribió:Ya estoy al corriente ejejejej estoy de acuerdo, las.faberry siempre van unos pasos.mas adelante que las Brittana.

Ah cielo! Santana a sucumbido a sus necesidades, pero una toalla mo hara que Britt salga de sus pensamientos XD
Ya estabas tardando en acosar :P
Sí, lo bueno se hace esperar, por eso siempre las Brittana son las últimas FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo - Página 2 2414267551 
Es dificil resistirse a esa rubia, y aunque quiera no puede evitarlo y bueno...se alivia :P
Elisika-sama escribió:continua! esta genial, me ha enganchado totalmente la trama de esta historia, es totalmente distinta a las que he leido.

besos
Hola!! Me alegra mucho que te haya gustado, espero sigas disfrutando del fic.
Besos!!
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Finalizado FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Capitulo 5

Mensaje por Marta_Snix Mar Sep 24, 2013 11:07 am


Capítulo 5
—Buenos días, señora López —saludó su ayudante, un hombre rubio y delgado con principio de calvicie—. La conferencia de prensa ha sido un éxito.
—Me alegro de que te haya gustado, Dennis —contestó Santana con gesto ausente mientras dejaba su maletín junto al ordenador.
Aquel despacho con suelos de madera de cerezo maciza y aquel enorme escritorio de persiana de principios del siglo XX había sido testigo de gran parte de la historia de los López. Estaba situado en un edificio construido en 1796 y protegido desde hacía muchos años por el Registro Nacional de Edificios Históricos. Santana se sentó tras la mesa, agradeciendo la familiar sensación de comodidad. Aquel era su hogar, mucho más que el lujoso ático en el que vivía. Allí trabajaba en lo que mejor sabía hacer y se relacionaba con la gente que le ayudaba a realizar su tarea. Sus empleados llevaban muchos años con ella; un par de ellos incluso habían trabajado para su abuelo. Le eran tan leales como si fuesen de su familia, y estaban casi tan dedicados a la Fundación como ella misma.
—¿Son esos mis mensajes? —dijo señalando hacia los papeles que Dennis tenía en la mano.
—Sí. Es necesario que los vea usted personalmente.
—Gracias. ¿Café?
—Lo preparo ahora mismo.
Dennis salió de la estancia, mientras Santana encendía el ordenador y echaba un vistazo a los mensajes que le habían dejado por teléfono, dos de los cuales eran de la mujer que coordinaba la función benéfica. Preocupada, marcó el número que figuraba al final de las notas. Alguien contestó al momento:
—Fundación López, al habla Kay Masters.
—Kay, soy Santana. Recibí tus mensajes. ¿Cuál es el problema?
—Nuestra estrella.
—¿Rachel? —preguntó Santana frunciendo el ceño—. ¿Qué le ocurre?
—Es un tema espinoso y no me atrevo a abordarlo, pero parece que algo va mal, y me estoy poniendo bastante nerviosa.
Santana sabía bien cómo se ponía Kay cuando no conseguía tenerlo todo atado y bien atado.
—Está bien. ¿Podrías al menos darme alguna pista?
“Aguanta, Rachel, por favor. Todavía no.”
—No sé… Es la forma en que trata al personal de la sala de conciertos. Ya sé que es la prima donna y todo eso, pero siempre ha tenido fama de tratar bien a sus colaboradores.
—¿Está tratando mal a los técnicos de escena?
—¡Por Dios, no! Sin embargo, está comportándose de una manera… extraña. Es como si no quisiera estar cerca de nadie, ni que nadie se le acerque. He visto con mis propios ojos cómo retrocedía atropelladamente cuando alguno de los empleados iba hacia ella. Si no la conociese diría que está paranoica.
—Qué extraño… ¿Quieres que me pase por ahí más tarde? Tengo algo de tiempo libre justo antes del almuerzo, si es que para entonces ya han comenzado los ensayos —dijo mirando la hora en su reloj de pulsera; la sala de conciertos estaba a sólo dos manzanas de allí.
—Sí, es una buena idea. Tal vez necesite hablar contigo, ya sabes, de amiga a amiga.
—Tal vez —contestó Santana sin más comentarios, antes de colgar.
Entró en su cuenta de correo electrónico y, repasando los mensajes urgentes, contestó a los más importantes antes de seguir leyendo los demás. Llevaba varias horas así cuando zumbó el interfono.
—¿Sí, Dennis?
—Una tal señora Pierce, del New Quay Chronicle, por la línea uno. ¿Quiere atenderla, o prefiere que tome el recado?
Santana dio un respingo. Era una llamada totalmente inesperada, y bastante turbadora después de los oscuros placeres de la noche anterior.
—La atenderé, gracias —respondió, pulsando la línea indicada—. Señora Pierce… Brittany. Soy Santana López.
—Señora López… ¿Interrumpo algo importante?
—Tutéame, por favor. Y no interrumpes, estaba casi acabando —contestó Santana, haciendo rodar una estilográfica entre los dedos mientras notaba la boca completamente seca—. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Dado que fuiste tú quien organizó la conferencia de prensa de la señora Berry, tengo curiosidad por saber qué opinas de mi artículo.
La voz de Brittany revelaba un entusiasmo contenido, y parecía indicar también que la opinión de Santana era importante para ella.
—Opino que has hecho un gran trabajo. Nuestros paisanos sabrán ahora muchas más cosas sobre nuestra intérprete más internacional —contestó Santana, jugueteando mientras tanto con las teclas de arriba y abajo de su portátil—. ¿Hay alguna otra…?
—Me preguntaba… Esta tarde tengo que ir a una sesión fotográfica, cerca de tu oficina. ¿Tienes algo que hacer a la hora del almuerzo?
Santana echó un vistazo a la agenda que había junto al portátil, sorprendida ante el estilo directo de Brittany. “¡Dile que no puede ser!”
—Pues creo que no. Deja que lo compruebe…
No había nada anotado en su agenda. “¿Por qué no me he limitado a decirle que no puedo?”
—¡Estupendo! ¿Qué tal si nos encontramos en la Casa de los Bogavantes, en la esquina de tu manzana?
—¿Será una entrevista formal o informal?
—Ninguna de las dos, sólo un almuerzo entre dos vecinas. Quiero probar la sopa de pescado. Nada que ver con el trabajo, y nada de preguntas comprometidas, lo prometo.
—La sopa de pescado de allí es magnífica —dijo Santana, aunque se refrenó al notar calor en las mejillas—. Puedo estar allí a las 12:30. ¿Quieres que le diga a mi ayudante que reserve mesa?
Oyó cómo Brittany revolvía en sus papeles antes de responder:
—Perfecto. ¡Nos vemos allí!
Brittany colgó antes de que Santana tuviese tiempo siquiera para despedirse. Esta colocó lentamente el auricular sobre su base y meditó sobre la inesperada invitación. A pesar de todas sus reservas, estaba deseando volver a ver a su persistente y muy atractiva vecina.
 
Brittany se volvió hacia su ordenador y hundió otro lápiz en sus cabellos, justo sobre la informal trenza. ¡Iba a almorzar con Santana López! No estaba sorprendida por su atrevimiento, ya que normalmente era muy espontánea, pero la verdad era que había sido bastante osada. Llevaba desde las siete sentada a su mesa, trabajando en la tarea que le habían encomendado. La apropiación fraudulenta de fondos llevada a cabo por la junta de escuela parecía salpicar incluso al propio director del centro. Y la persona que había destapado el asunto no era otra que Santana López. No había duda de que Santana era misteriosa y fascinante, a pesar de que su actitud para con la prensa, nada positiva, seguía exasperando a Brittany. Pensó en todas las horas que se había pasado haciendo su trabajo de manera que pudiese sentirse orgullosa de ello y notó que la ira volvía a invadirla. Escribió “Fundación López” en Google, buscando más información sobre aquella familia. Fue revisando una página tras otra, segura de que tras el nombre de Santana López había mucho más que la imagen que esta proyectaba como personaje público. Las primeras entradas mostraban artículos de las columnas de sociedad de varios periódicos. Brittany no tardó mucho en concluir que Santana no había llegado a casarse, y que a cada acto social acudía cada vez del brazo de un hombre distinto. Santana posaba majestuosa en las fotos de los actos benéficos, elegantemente envuelta en vestidos de diseño y valiosas joyas. Los hombres que la acompañaban sonreían a la cámara mucho más abiertamente que ella, y Brittany se preguntó si eran imaginaciones suyas o si de verdad la medida sonrisa de Santana era sólo de fachada. Curiosa, Brittany entró en los archivos del New Quay Chronicle y el New York Times. No tardó mucho en reunir los sucesos más destacados de la juventud de Santana. Notó que el resentimiento que había sentido por los fríos modales de su nueva vecina se evaporaba. Apretó con fuerza el ratón mientras leía lo del hermano gemelo de Santana, muerto a los trece años. Brittany notó que a partir de ahí escaseaban los artículos, por lo que dedujo que los López procuraron apartarse de los focos después de la tragedia. Por lo que pudo encontrar, comprendió que Santana se había criado con su padre, el cual no volvió a casarse después de que su mujer lo hubo abandonado, y con sus abuelos. Se graduó en Harvard con una doble titulación en Ciencias Sociales y en Empresariales, lo cual hizo pensar a Brittany que Santana había sido siempre tan enérgica y resuelta como parecía ahora. La áspera voz de su jefe acabó con su concentración.
—¡Eh, chiquilla! ¿Cuánto más vas a tardar en redactar esa historia sobre el escándalo de la junta de escuela?
Brittany suspiró, irritada ante el apelativo que tanto le gustaba emplear su jefe con ella. “¡Chiquilla! ¡Menudo gilipollas engreído!”
—Hola, Artie. No tardaré mucho. Sólo me queda entrevistar a unas cuantas personas más para verificar adónde ha ido a parar exactamente el dinero. Hasta ahora, todo lo que sabemos es que no llegó adonde se suponía que debería haberlo hecho, y que eso puede costarles el trabajo a algunos de los profesores.
—Escribe el artículo lo antes posible, chiquilla, que después te tengo unas cuantas tareas más. Está la exhibición equina, y también el Circo Maxim, que viene a la ciudad.
Brittany frunció el ceño y se echó la trenza hacia atrás de un manotazo.
—Necesito más tiempo. No podemos publicar lo que tenemos ahora, ni adelantar conclusiones sobre quién es el culpable. Es gente muy respetada. Además de querer llegar hasta la verdad, no deseo que nadie nos demande por difamación. Alguien ha metido mano en la caja, pero hasta ahora…
—Acábalo cuanto antes, repito. Caballos y payasos aguardan a que los entrevistes.
Brittany reprimió un agrio comentario. “¡Qué maravilla! ¡Justo por eso me hice reportera! Estoy segura de que las increíbles historias que suceden en East Quay harán que consiga el maldito Premio Pulitzer.”
—Te conseguiré la historia, Artie, no te preocupes —dijo apretando los dientes.
Llevaba trabajando en el New Quay Chronicle desde que se graduó. Los excelentes artículos que había escrito, sobre temas que iban desde reuniones de antiguos alumnos del instituto a toda una serie de atracos a bancos, habían hecho que varios periódicos importantes y agencias de noticias le ofreciesen trabajo, pero ella se había negado porque deseaba quedarse en East Quay. Frank, su mentor y anterior jefe de redacción, vivía y trabajaba allí. Desgraciadamente, Frank se había jubilado anticipadamente debido a problemas de salud, y su puesto lo había ocupado Artie, quien carecía tanto de talento como de modales. En días como aquel, en los que deseaba estrangular a aquel jefe tan prepotente, lamentaba haber tomado aquella decisión. La opinión en general en la redacción era que Artie Abrams era un cabrón puro y duro.
—Me encargaré de que cumplas tu palabra, chiquilla —dijo Artie, dirigiéndose a grandes zancadas hacia su oficina mientras dedicaba una airada mirada a su secretaria, que se encogió tras su ordenador.
Brittany miró el reloj. Era hora de ir a la sesión de fotos de la zona alta de la ciudad. Estaba deseando encontrarse con Santana en un ambiente más relajado que aquel. Cuando se agachaba para recoger su bolso, se sobresaltó al ver que tres lápices se soltaban de su pelo y cayeron al suelo.
 
La resonante voz de la mujer que estaba de pie en medio del escenario podía oírse incluso por encima del imponente sonido de la orquesta. Sus cabellos relucían a la luz al tiempo que el sonido reverberaba en la sala, llenándola de magia. Mientras Rachel alcanzaba mayores alturas musicales con unos tonos de increíble riqueza, Santana permanecía al fondo, escuchando atentamente al descubrir una nueva y especial cualidad en su voz. No sólo había presenciado gran cantidad de actuaciones de su amiga, sino que además poseía la mayor parte de sus grabaciones. Aquella melodía la había escuchado multitud de veces. Cuando la música alcanzaba el crescendo, la voz de Rachel ascendía a la par, rivalizando con ella. Cuando el aria “Printemps qui commence”, de Sansón y Dalila, finalizaba en un susurro, Santana contuvo la respiración y se enjugó furtivamente una lágrima. “Si canta así en el concierto benéfico será todo un éxito. ¡Oh, Cielos, Rachel…!”
Vio que uno de los técnicos de escenario se acercaba a Rachel y frunció al ceño al comprobar que la intérprete se apartaba de él, al tiempo que el hombre intentaba señalarle que Santana se encontraba en el patio de butacas. Entonces Rachel asintió brevemente y, dirigiéndose hacia los escalones que descendían del escenario, los bajó con cautela. A continuación caminó hacia Santana con pasos ya más largos y seguros, deslizando las manos sobre el respaldo de los asientos más próximos al pasillo.
—¡Santana! —exclamó extendiendo la mano hacia ella.
Llevaba puesto un vaporoso caftán azul por encima de los negros pantalones. De su cuello y orejas colgaban perlas negras, y una peineta de ébano le sujetaba el complicado moño.
—Se me ocurrió pasarme por aquí para disfrutar un rato de tu interpretación, Rachel.
Tomó la mano de su amiga, convencida de que aquellos gestos de prima donna iban dirigidos a los técnicos de escena y al resto del personal del teatro. Santana admiraba profundamente su aplomo y su al parecer inacabable energía.
—Ya sabes que para nosotros es un honor tenerte aquí —continuó—. ¿Va todo bien?
—Todo está perfecto —contestó Rachel, con una encantadora sonrisa—. Los músicos me tienen impresionada. Serían bien recibidos en cualquier sala de conciertos de Europa.
—Me alegro de que pienses así. Estamos muy orgullosos de nuestra orquesta. He venido a ver si ya has decidido el programa final. ¿Será demasiado para ti cantar cuatro canciones seguidas? —añadió, formulando esta última pregunta en un susurro.
Rachel negó lentamente con la cabeza.
—En Broadway canto tres o cuatro veces más que eso, Santana. Cuatro canciones no es nada. Ni siquiera ahora.
La tristeza que pudo notar en la voz de Rachel encogió el corazón de su amiga. Parecía bastante segura de sí misma, pero Santana se preguntó si no estaría exigiéndose demasiado, dadas las circunstancias. Cuando volvió a hablar, intentó no parecer demasiado preocupada:
—Me doy cuenta, pero también soy consciente de que no has dispuesto de mucho tiempo para ensayar, y además llegas directamente de una agotadora gira. Los ensayos deben de ser muy pesados. Para ser sincera pareces bastante nerviosa. ¿Te altera mucho tener gente alrededor?
—No, no, estoy bien. Supongo que todavía me dura el jet lag —contestó atropelladamente Rachel, lo que hacía dudar de la sinceridad de su respuesta—. Supongo que con la edad cuesta más recuperarse de cosas así.
Santana se preguntó por qué Rachel estaba minimizando sus problemas. Ambas eran buenas amigas, aunque no muy íntimas, pues las dos eran mujeres atareadas con carreras muy absorbentes. “¿Por qué tengo la impresión de que no debo insistir más en ello?”
—¿Seguro?
Rachel le dedicó una radiante sonrisa.
—¡Claro que sí! En cuanto mi reloj interno se ajuste, estaré perfectamente. Ya sabes cómo somos las viejas divas. Estamos acostumbradas a trabajar casi bajo cualquier circunstancia. Hace falta bastante más que un poco de jet lag para cancelar este concierto, créeme.
Santana tenía la sospecha de que, si intentaba indagar más a fondo, Rachel se escondería tras su papel de prima donna.
—Tú lo sabrás mejor que yo, por supuesto. Está bien, no te entretendré por más tiempo. Sólo quiero que sepas que puedes hablar conmigo si necesitas cualquier cosa. Lo que sea —concluyó, recogiendo su maletín de cuero.
—Gracias, lo tendré en cuenta —respondió Rachel.
Nada convencida, Santana le dijo adiós, pero siguió allí de pie mientras Rachel regresaba lentamente al escenario, deteniéndose dubitativa un momento antes de colocarse de nuevo ante el micrófono.
Al salir, Santana sacó el teléfono móvil del bolsillo de la chaqueta.
—¿Kay? Soy Santana. Acabo de estar en la sala de conciertos, y he hablado con la señora Berry.
—¿Y?
—La he oído cantar y, si lo hace igual durante el concierto, de lo cual no tengo duda, será todo un éxito.
—Esperaba que no fuesen más que imaginaciones mías.
—Tú mantente atenta e infórmame… digamos una vez a la semana a partir de ahora, a menos que suceda algo urgente, ¿de acuerdo?
—Muy bien. Cruzaremos los dedos.
Santana se dirigió hacia su automóvil y, al verla, Blaine le abrió la portezuela del asiento trasero.
—¿Adónde, señora?
—De vuelta a mi despacho —contestó, pero al momento miró su reloj e hizo una mueca—. No, mejor ve al Dante, en la esquina entre Hammers y Lloyd, por favor. Tardaré un rato, de modo que podrás tomarte tu descanso entonces.
—Muy bien, señora.
Santana suspiró, cariñosamente exasperada por Blaine, que se negaba a dejar de lado unos modales más adecuados para la época de su padre. No conseguía hacer que abandonase aquella costumbre. Se recostó contra el asiento de piel y pensó en la mujer con la que estaba a punto de encontrarse. Sin saber todavía a ciencia cierta el motivo de que Brittany Pierce desease almorzar con ella, y regañándose por ser demasiado desconfiada, Santana decidió mantener la mente abierta y el ojo avizor.
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Mensaje por monica.santander Mar Sep 24, 2013 1:48 pm

Hola que tal!!!! Por favor quiero ese capitulooooooo!!! jajaja
Quiero el capitulo del encuentro Brittana!
Saludos
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Mensaje por Elita Mar Sep 24, 2013 1:50 pm

Hola.. uh... pues que te digo??
Me gusta xD ( ya lo sabes) las Brittana tendran ya su acercamiento en el almuerzo o falta aun?
Las Faberry tan lindas *-* por todo se sonrojan :3

Aahhh... esperare el proximo cap.. ahora me voy a mi "trabajo" el cual ODIO con todo mi ser....
Besos!
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Mensaje por DafygleeK Mar Sep 24, 2013 6:07 pm

Tambien soy tu lectora en este fic!!!!!! Me encanta!!!! Me pregunto que es lo que ocurrira con rachel... Ya quiero el encuentro brittana!!!! Actualiza pronto please!!!!! ;) xoxo
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Mensaje por DafygleeK Mar Sep 24, 2013 6:13 pm

Tambien soy tu lectora en este fic!!!!!! Me encanta!!!! Me pregunto que es lo que ocurrira con rachel... Ya quiero el encuentro brittana!!!! Actualiza pronto please!!!!! ;) xoxo
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Mensaje por Marta_Snix Mar Sep 24, 2013 6:15 pm

monica.santander escribió:Hola que tal!!!! Por favor quiero ese capitulooooooo!!! jajaja
Quiero el capitulo del encuentro Brittana!
Saludos
Tus deseos son órdenes, aqui te traigo el encuentro Brittana ;)
Elita escribió:Hola.. uh... pues que te digo??
Me gusta xD ( ya lo sabes)  las Brittana tendran ya su acercamiento en el almuerzo o falta aun?
Las Faberry tan lindas *-* por todo se sonrojan :3

Aahhh... esperare el proximo cap.. ahora me voy a mi "trabajo" el cual ODIO con todo mi ser....
Besos!
Hola...uh...pues nada :P
Lo veras en cuanto lo leas FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo - Página 2 2414267551 
Las Faberry avanzan rápido, pasan mucho tiempo juntas, y Quinn no hay frase que no de diga que no se sonroje :P
Espero que se te pase rápido la hora del "trabajo", así no tendrás que sufrir por el mucho.
Besos!!
DafygleeK escribió:Tambien soy tu lectora en este fic!!!!!! Me encanta!!!! Me pregunto que es lo que ocurrira con rachel... Ya quiero el encuentro brittana!!!! Actualiza pronto please!!!!! ;) xoxo
Que bien verte por aqui de también!!
Lo de Rachel se sabrá en el siguiente capitulo y de paso tendrás encuentro Brittana.
Te hago caso y pongo ya capitulo ;)
Nos vemos ;)
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Finalizado FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Capitulo 6

Mensaje por Marta_Snix Mar Sep 24, 2013 6:17 pm


Capítulo 6
A Brittany no le sorprendió en absoluto encontrarse a Santana sentada ya en la mejor mesa de la sala. Mientras se acercaba a su vecina, que la estudiaba atentamente, Brittany se sintió extrañamente torpe, como si estuviese a punto de tropezar con la alfombra en cualquier momento y ponerse en evidencia. Sin embargo Santana, vestida con traje sastre color negro, blanquísima blusa de algodón y joyas engañosamente sencillas, proyectaba una imagen profesional y segura de sí misma, de mujer capaz de manejar cualquier situación. Incómoda con aquella nada frecuente falta de confianza en sí misma, Brittany procuró acelerar el paso y sonrió valientemente.
—Hola, ¿llego muy tarde? —dijo soltando su larga trenza, que había quedado prisionera de la correa del bolso—. Había muchísimo tráfico.
—No te preocupes, yo acabo de llegar. ¿Te parece bien agua mineral? —contestó Santana mirándola por encima del menú y señalando los vasos de tubo.
—Gracias.
Brittany aferró el vaso y bebió con ansia. Al dejar de nuevo el vaso casi vacío sobre el blanco mantel notó que el calor invadía sus mejillas.
—Sí, ya sé, no digas nada: no sé lo que son los modales.
—Bebes cuando tienes sed. ¿Debería parecerme mal? —preguntó Santana, enarcando las cejas al tiempo que tomaba un sorbo de su agua.
Brittany reprimió las ganas de alisar su chaqueta de pana: tenía ya unos cuantos años, y se suponía que debía tener aquel aspecto arrugado, pero temió parecer desaliñada al lado de la imagen de la perfección que tenía frente a sí. Se preguntó si habría algo que pudiese ella hacer o decir para lograr que Santana siguiera sonriendo por siempre. Respiró hondo, elevando el pecho, y cogió el menú, localizando rápidamente su plato favorito. Le pareció que lo mejor sería decidirse por lo que ya conocía.
—Tomaré sopa de almejas, y té helado. Me espera una tarde muy atareada.
Para su sorpresa, Santana escogió lo mismo que ella.
—Parece que tenemos los mismos gustos —reconoció Santana con una breve sonrisa, antes de continuar—. ¿Sabes? No recuerdo haberte visto anteriormente por el edificio. Tu tía no parecía tener muchas visitas, aunque sí recuerdo a alguien que venía una o dos veces por semana en motocicleta.
—¡Esa era yo! —exclamó Brittany con una carcajada—. Normalmente me muevo siempre en mi Yamaha Wildstar, si el tiempo lo permite. Amanda era la tía de mi madre, de modo que era tía abuela mía. Mi madre… nunca tenía tiempo para visitarla.
Brittany se dio cuenta de la crítica que parecía implicar aquella frase y añadió velozmente:
—Mi madre tiene muchísimos compromisos. Trabaja como voluntaria para nuestra iglesia varias veces a la semana, y… Me educaron en la fe baptista. Eso empeoró las cosas más adelante.
—Lamento tu pérdida —susurró Santana, súbitamente mansa—. No pretendía parecer insensible.
—Tranquila. Amanda murió hace ahora seis meses, y ya me he hecho a la idea de que no está. De hecho, el vivir en su apartamento, rodeada de sus cosas, ayuda. Lo único que tuve que hacer fue pintar la sala y el dormitorio; por lo demás, todo está exactamente igual que cuando ella vivía allí.
Brittany deseaba contarle más cosas a Santana, compartirlas, pues no le gustaban los secretos. “Los secretos siempre tienen consecuencias indeseadas.” Alzó la vista hacia Santana.
—Ella me aceptó tal como era, con todos mis miedos y mis defectos.
—Me alegro. Era una señora muy agradable. Nos vimos varias veces, cuando teníamos reuniones de vecinos. Fue presidenta de la comunidad durante varios años.
Brittany recordó con cariño a su discreta tía abuela, que cuando ella era pequeña podía convertirse de repente en una terrible dictadora. Amanda Ritter era paciente tan sólo hasta cierto punto, aunque Brittany y sus dos hermanas pequeñas habían puesto a prueba sus límites varias veces. “Sin embargo, fue Amanda la que me acogió en su casa cuando mi madre comenzó con sus ridículos ultimátums.” Brittany reprimió un escalofrío. No deseaba tocar el tema de su madre.
—Por fin me di cuenta de que había leído ya varios artículos tuyos en el Chronicle —comentó Santana, sacando a Brittany de sus ensoñaciones—. Cuando vi tu firma comprendí que eres tú la que cubre la mayor parte de las noticias locales. Algunas veces soy el despiste en persona.
—O tal vez sea culpa de la foto que aparece al lado de la firma, y en la que parezco un pato mareado recién caído de lo alto de un velero.
—No, no —rió Santana—. Estás estupenda. Tal vez un pelín más…
Alzó las manos con un gesto desvalido que a Brittany le pareció entrañable y sexy a la vez.
—¿… formal? —concluyó por fin.
—¿Un pelín, dices? —rió Brittany—. Creo que la laca que me eché ese día era puro pegamento. El fotógrafo quería que tuviese un aspecto respetable, que no pareciese “una sirena con mirada de loca”.
Santana se relajó visiblemente, cruzando las manos sobre la mesa.
—Hasta ahora siempre te he visto bastante presentable.
—Muy amable; eso intento —contestó Brittany; le guiñó un ojo y se regocijó al ver que las mejillas de Santana se teñían ligeramente de rosa. —Tu artículo sobre el concierto benéfico ha sido excelente; eso es lo importante —dijo Santana, y su voz sonaba sincera.
—Gracias. Trabajé mucho para redactarlo, sobre todo porque sólo disponía de un día para hacerlo. La verdad es que la conferencia de prensa fue como un soplo de aire fresco. No suelen suceder muchas cosas interesantes en East Quay. Me pregunto si la señora Berry se da cuenta de hasta qué punto se ha convertido en una leyenda, no sólo en esta ciudad sino en todo el mundo.
—Creo que sí se da cuenta, hasta cierto punto. Los paparazzi están ahí para recordárselo. De hecho acabo de verla en los ensayos, y me alegro de que haya insistido en que existiese un servicio de seguridad bastante estricto, porque las escaleras de acceso a la sala de conciertos estaban abarrotadas de admiradores y periodistas. Tuve que acceder por la entrada lateral.
—¡El precio de la fama! —bromeó Brittany—. Algunos de mis colegas menos considerados pueden hacerse insoportables, pero claro, supongo que ahí hay buen material para un artículo… y todo lo concerniente a Rachel Berry significa buenas tiradas. ¿Cómo iban los ensayos? ¿Decidirá pronto el programa?
—Sí, no creo que tarde. Estuvo excelente. Claro que su voz es siempre espectacular. Eso, unido a su gran personalidad sobre el escenario, ayuda mucho a hacerla tan popular.
—Sí, consigue hacer que Broadway sea atractivo, aunque admito que no es el primer CD que se me ocurriría comprar —comentó Brittany mientras revolvía su sopa, cada vez más fría—. Toco la guitarra, de modo que me gusta escuchar mucha música instrumental, ya sabes, tipo Clapton, Malmsteen o Morse.
—A Eric Clapton lo conozco —admitió Santana—, pero a los otros dos…
—Son dioses de la guitarra, aunque a mí lo que me van son las diosas: Bonnie Raitt y Juliana Hatfield me llegan a lo más hondo.
Santana pestañeó, totalmente fuera de su elemento.
—Nunca he oído hablar de ellas. ¿Tocan la guitarra?
Brittany agradeció que Santana intentase mostrarse interesada en el tema.
—Sí. Diabólicas y ruidosas guitarras eléctricas.
—¿Y a ti qué te gusta tocar?
—Yo tengo una vieja Fender Stratocaster negra. A los quince años vi una en el escaparate de Harmony Instruments, y tardé tres años en ahorrar para comprarla, trabajando de jardinera. También tengo una Gibson de coleccionista, pero adoro mi Stratocaster, seguramente por lo mucho que tuve que ahorrar para conseguirla.
Santana había acabado su plato, y ahora apoyaba la barbilla en la palma de la mano, mientras que con la otra pellizcaba ligeramente el mantel.
—¿No podrían haberte ayudado a pagarla tus padres, al menos la mitad?
—Supongo que sí, pero no lo hicieron.
“Sin embargo mamá sí pagó las clases de ballet de Kelly, a pesar de que faltaba a más de la mitad. Y sobornaron a Sandy para que hiciese los deberes durante toda la secundaria”, completó para sí.
Santana la observó en silencio.
—Fuiste muy valiente al luchar por lo que soñabas y conseguir comprar la guitarra sin ayuda.
—No es así como lo hubiese explicado mi madre —susurró Brittany.
“Nunca me dejaba practicar en casa, y decía que aquella no era más que otra forma de pregonar mi “funesto temperamento”.”
—Pero no renunciaste a tu guitarra.
—No —contestó Brittany encogiéndose de hombros—. ¡Lo que daría por una taza del café de Quinn ahora mismo!
—¿Quién es Quinn? —quiso saber Santana, posando cuidadosamente la cuchara sobre el plato vacío.
—Quinn Fabray. Es la dueña del Sea Fabray Café, en el viejo embarcadero. ¿No has estado nunca allí? El exprés con leche de Quinn es el mejor que he probado nunca.
Santana sonrió y se inclinó hacia delante, apoyándose en los codos.
—¿Es amiga tuya?
—Nos conocemos desde hace bastante. Quinn es muy suya y no suele dar confianzas a la gente, pero disfruta sirviéndoles el mejor café del mundo. La conocí por un artículo que hice sobre jóvenes emprendedoras, recién llegada al Chronicle. Ella destacaba mucho porque es muy resuelta y lista como una ardilla. Y ahora su negocio es todo un éxito.
—Es raro que no haya oído de ese lugar, siendo como soy una adicta al café. Y además amarramos allí el yate familiar en temporada.
—Está a la orilla del mar, cerca del muelle. Quinn ha hecho un gran trabajo de restauración del edificio. Tardó más de un año, ya que la mayor parte lo hizo con sus propias manos.
—Quinn Fabray. El caso es que me suena…
—Puedo presentártela. Ha tenido éxito en un lugar donde la mayoría de la gente no tendría ni la menor oportunidad. Creo que te caería bien.
—Parece una persona extraordinaria.
—¿Quieres que vayamos las dos mañana al café, después del trabajo?
Brittany contuvo la respiración, atónita ante su propio atrevimiento.
—Me gustaría volver a verte —explicó—. Igual que hoy, en privado.
“¡Cierra la boca, Pierce, estás haciendo el ridículo!”
Santana retiró lentamente la servilleta de su regazo, con gestos muy medidos, y la dejó junto a su plato. Hizo un gesto al camarero y después miró a Brittany, con una sombra de cautela en sus ojos color café.
—¿Así que crees que me caería bien esa tal Quinn Fabray?
“Una forma muy elegante de contestar a una pregunta con otra pregunta, López.”
—Yo creo que sí. Acabas de decir que te encanta el buen café. A menos que estés ocupada…
Santanano mostró emoción alguna, aunque Brittany casi podía oír el zumbido de su cerebro mientras sopesaba la invitación. La tenue luz destacaba los reflejos de su brillante cabello, haciéndolos resplandecer. Brittany disfrutó intentando descifrar la enigmática expresión de su rostro.
—Antes dijiste que trabajas durante muchas horas —comentó Santana; su mirada, oculta tras las largas pestañas, era impenetrable—. ¿Tendrás tiempo?
—¡Claro! —contestó Brittany al momento, pues no era dada a rehuir las preguntas directas—. Esta noche trabajaré hasta tarde, pero mañana salgo sobre las seis. Puedo estar allí en menos de diez minutos.
Sonrió, nerviosa y feliz ante la posibilidad de volver a ver a Santana.
—Seré la de la cazadora de cuero.
—¿Cómo dices?
—Es mi uniforme de motorista.
—Ah —exclamó Santana, dedicándole una amplia sonrisa—. Entiendo. Está bien, iré. En el viejo embarcadero… Llámame si te surge algo, y yo haré lo mismo, ¿de acuerdo?
—Claro que sí.
“Así que tenemos planes juntas, ¿eh?” Brittany contuvo la respiración: la sonrisa de Santana parecía iluminar la sala entera, atrayéndola como un imán. Cogió su bolso, buscó con dedos temblorosos una tarjeta de visita y un bolígrafo, y garabateó unos números apenas legibles.
—Aquí tienes mi número de móvil y el de mi nueva casa.
—Gracias —dijo Santana echándole un vistazo antes de guardarlo en su maletín.
Cuando el camarero se acercó y le ofreció la cuenta a Santana, Brittany negó con un gesto, enseñándole la tarjeta de crédito que ya tenía en la mano.
—Invito yo.
Santana dudó un segundo antes de entregarle el pequeño portafolios de cuero.
—Gracias. El almuerzo ha sido delicioso.
A Brittany le gustó que Santana no protestase. Sus circunstancias financieras no tenían punto de comparación, pero era justo, ya que había sido ella quien le había propuesto comer juntas. Ya en la acera, Santana se detuvo y se volvió hacia Brittany.
—¿Quieres que te acerque a casa? —preguntó señalando hacia la limusina estacionada cerca de allí.
—No, deja. Tengo que ir a una sesión fotográfica justo en la esquina. Gracias de todas formas.
—Hasta mañana —se despidió Santana con un firme apretón de manos.
—Hasta mañana —coreó Brittany.
El corazón le dio un salto, y notó que las rodillas le flaqueaban. Reconoció los síntomas: Santana López le gustaba.
 
Algo frío y húmedo se frotó contra la mejilla de Rachel. Medio dormida, buscó a tientas para acariciar las suaves orejas del perro.
—Hola, tú. Buen chico. ¿Dónde está tu hermano? —murmuró.
Entornó los ojos hasta reconocer el perfil de Mason, aunque en realidad lo reconoció por sus gemidos. El animal se sentó y meneó el rabo, golpeándolo contra el suelo de madera.
—¿Y Perry? ¿Durmiendo, como siempre?
Al incorporarse, Rachel sintió un repentino y agudo dolor justo detrás de los ojos, algo que ya le era familiar. Parpadeó debido a la luz que se filtraba por las persianas, a medio cerrar, pero lo único que pudo ver fueron formas cambiantes y borrosas. Cuando buscaba las gotas con calmante para los ojos derribó sin querer el bote de la mesilla de noche.
—¡Maldita sea! —murmuró, incorporándose de golpe hasta quedar sentada—. Aparta, Mason, tengo que…
Tiró del cordón para subir del todo las persianas y dejar que entrase la dolorosa luz del sol; las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Cuando se movió con cuidado, intentando descubrir adónde había ido a parar la botellita, el ardiente dolor que sentía justo detrás de los ojos la obligó a morderse el labio para ahogar un quejido. Dio un respingo al oír sonar el teléfono. Buscó a tientas el receptor, y las gafas de sol que había junto a él cayeron al suelo con estrépito.
—¿Diga?
—Rachel, soy Quinn…
—Oh, Quinn, ahora no puedo hablar. Tengo que… —se detuvo para ahogar un quejido—. Estoy liada ahora mismo. ¿Te importa si te llamo dentro de un rato?
“¡Oh, qué voz de quejica!”, se regañó a sí misma.
—¿Ocurre algo? Pareces estar mal.
—No, es que… tengo que tomar una medicina, y se me ha caído.
Rachel sabía que el dolor se reflejaba en su voz, a pesar de sus esfuerzos por permanecer calmada. Se acuclilló en el suelo, junto a la cama, y buscó a tientas con la mano libre.
—¡Merde, no la encuentro!
—No te preocupes. Ya se han ido todos los que vinieron a almorzar, así que puedo acercarme. Estaré ahí en un momento —anunció Quinn, y colgó.
Rachel se colocó las manos sobre los ojos, intentando evitar la dolorosa claridad. Mason gimió; Perry entró corriendo en el dormitorio y dejó escapar un aullido. Le lamió la mejilla y se sentó junto a ella.
—¡Oh, chicos, menuda patosa estoy hecha! ¿Dónde demonios estará la dichosa botellita? —suspiró, volviendo a tantear con la mano—. Seguro que no se habrá ido muy lejos. Tal vez bajo la cama…
Se puso a gatas para buscar bajo el lecho, pero al bajar la cabeza el dolor empeoró. Maldiciendo en voz baja se sentó, apoyando la espalda contra la cama. El suelo estaba frío; comenzó a temblar. Tiró de las mantas que había tras ella, y con la bulliciosa ayuda
de Mason consiguió bajarlas y envolverse en ellas. Se sentía estúpida y completamente vulnerable allí sentada, con la cabeza echada hacia atrás y las mejillas frías por las lágrimas, que comenzaban a secarse.
—Quinn ha dicho que venía. Ella puede ayudarme a buscar esa estúpida botellita, ¿verdad que sí, chicos?
Los perros respondieron con un ladrido, haciendo que Rachel se sintiese algo más consolada mientras esperaba a Quinn. Aunque a ella le parecieron siglos, Quinn no tardó más que once minutos en llegar a la casa de la playa. Golpeó la puerta con los puños mientras jadeaba para recuperar el aliento. Al ver que nadie contestaba, corrió hacia la parte de atrás de la casa y volvió a intentarlo, llamando a las puertas de cristal que imaginó que darían al dormitorio principal.
—¡Rachel!
Se quedó a la escucha, intentando discernir una respuesta entre los fuertes ladridos provenientes del interior de la casa. Por fin se oyó una voz, apenas reconocible:
—La puerta está cerrada con llave, y todavía no puedo moverme. Hay una copia de la llave… bajo las piedras que hay a la izquierda de la puerta principal.
—Muy bien, lo he oído.
Quinn corrió hacia la fachada principal y hurgó bajo un montón de piedras y plantas decorativas. Por fin encontró una llave azul, la cogió y abrió la puerta. Uno de los perros, a ella le pareció que era Perry, la saludó meneando el rabo.
—¿Rachel?
—Aquí.
La alterada voz de su amiga la guió hasta un dormitorio en completo desorden. Rachel estaba sentada en el suelo, acurrucada bajo unas mantas.
—¿Estás herida? —preguntó Quinn, alarmada.
—No, sólo… necesito mis medicinas.
—Ante todo vamos a levantarte del suelo. A ver…
Quinn deslizó los brazos alrededor de Rachel para ayudarla a ponerse en pie. Al notar que temblaba la atrajo más hacia sí y le acarició la espalda.
—Eso es. Y ahora a la cama.
Una vez recostada cómodamente sobre los almohadones, Quinn se asustó al ver el dolor pintado en el rostro de su amiga. Rachel tenía los ojos cerrados con fuerza, y en sus mejillas había huellas de lágrimas.
—Dime qué es lo que sucede. ¿Qué necesitas?
Rachel carraspeó, intentando mantener la calma.
—Mi medicina se ha caído al suelo… pero no la encuentro. Tal vez esté bajo la cama.
Quinn se arrodilló y miró debajo, pero no pudo ver nada. Apoyando la mejilla en el suelo, atisbó bajo la mesilla de noche y pudo ver algo blanco y pequeño. Se sentó y empujó con el hombro contra la robusta mesita, moviéndola lo justo para poder alcanzar el pequeño frasco.
—Tú sola no habrías podido alcanzarla —le dijo a Rachel entregándosela—. Tienes la vista borrosa, ¿verdad?
—Sí —susurró Rachel; sus manos temblaban al devolverle el frasco a Quinn—. ¿Puedes ayudarme? Normalmente lo hago yo sola, pero me duele tanto…
—Por supuesto.
Quinn desenroscó el tapón y vio el cuentagotas.
—¿Cuántas?
—Dos en cada ojo —susurró Rachel, con voz apenas audible.
Quinn se inclinó hacia ella.
—Intenta mirar hacia arriba.
Rachel abrió lentamente los ojos, parpadeando dolorida cuando la luz y el aire le rozaron la córnea. Rápida y cuidadosamente, Quinn cogió el dosificador y dejó caer dos gotas en cada ojo.
—Muy bien. Creo que ya puedes volver a cerrar los ojos.
Después de cerrar el frasco y colocarlo sobre la mesilla, se quedó más cerca de Rachel de lo necesario, diciéndose que era porque su amiga parecía haber empalidecido todavía más. Su larga cabellera, que solía llevar pulcramente recogida en un moño, caía en desorden sobre los hombros, llegando casi por debajo de sus pechos.
—¿Mejor?
—Dentro de un par de minutos —suspiró Rachel—. Me muero de ganas de frotarme los ojos, pero lo tengo estrictamente prohibido.
A Quinn le pareció que Rachel se estremecía.
—¿Sigues teniendo frío?
Al ver que asentía, Quinn estiró el brazo para alcanzar un edredón blanco que había a los pies de la cama y la envolvió con él.
—Aquí tienes.
Rachel suspiró de nuevo, con los ojos todavía cerrados.
—¡Oh, Dios, muchísimo mejor! Supongo que no tengo que explicarte que hoy es un día especialmente malo.
—Puedo verlo por mí misma.
—Dejé los ensayos bastante temprano, justo después de que viniese Santana López a verme. Odio cancelar los ensayos, pero la verdad es que no podía más.
La voz de Rachel reflejaba claramente su postración. Estaba envuelta en un jersey de cachemira color azul oscuro, combinado con unos pantalones negros.
—¿Qué te ocurre, Rachel? Tiene que ver con lo de los ojos, ¿verdad?
—Sí. No te aburriré con detalles, pero dependo bastante de mis medicinas. Cuando las gotas para los ojos comienzan a hacer efecto tengo que tomar toda una serie de píldoras, y por fin me siento bien. He de regresar dentro de un rato, porque esta tarde tengo que ensayar con un coro de niños.
Abrió lentamente los ojos, y parpadeó varias veces antes de fijar la vista en Quinn:
—¡Dios Santo, seguro que tienes mil cosas que atender en el café, y aquí estás, cuidándome! Deberías regresar.
—Ni se te ocurra pensar en eso. Pedí a Emma y Will que defendiesen el fuerte. Ya les ayudaré más tarde. ¿Estás segura de que estás bien? Pareces agotada —añadió Quinn y, tras dudar un poco, no pudo resistir la tentación de apartarle suavemente el cabello del rostro.
Rachel se sentó un poco más derecha y le dedicó una forzada sonrisa.
—Estaré perfectamente.
Quinn se fijó en aquellos altos pómulos, los gruesos labios y la forma en que el jersey perfilaba sus formas, y comprendió que Rachel Berry era la mujer más hermosa que había visto nunca. La sensación de que era algo prohibido, al menos para ella, cerró su garganta, impidiéndole tragar saliva. Conmocionada, Quinn sintió un escalofrío, y su mente se convirtió en un torbellino, como respuesta a la alerta roja que proclamaba su cuerpo.
“Es por ese aspecto que tiene ahora mismo, tan frágil y desvalido. No debo olvidar que esas cosas suelen cambiar con mucha rapidez, y la fragilidad se convierte en furia.” Se puso en pie, decidida a ocultar lo que estaba pensando.
—¿Puedo hacer algo más por ti, Rachel, prepararte un café o algo de picar? —preguntó, y retrocedió mientras hablaba hasta quedarse en el umbral; notó que le ardían las mejillas al tiempo que Rachel negaba con un gesto.
—No, linda, gracias.
Aquel apelativo cariñoso quedó flotando en el aire, poniendo a prueba la resolución de Quinn. Retrocedió un par de pasos más.
—Muy bien. Entonces me voy. ¿Vendrás más tarde por el café? Servimos unas tartas riquísimas para los que vienen después del trabajo.
Quinn sabía que aquello no era más que palabrería. Deseaba volver a ver a Rachel más tarde, pero en un escenario más…seguro. El dormitorio de aquella preciosa mujer no lo era, desde luego. Cuando Rachel se apoyó en el borde de la cama y se levantó, algo tambaleante, Quinn reprimió las ganas de correr a su lado.
—Iré después del ensayo, sobre las cinco y media o las seis —dijo Rachel, acercándose sonriente a Quinn—. No sé cómo darte las gracias. ¿Puedo abusar un poco más, pidiéndote que me prometas una cosa?
Quinn asintió.
—Quieres que no cuente a nadie tus problemas oculares —aventuró al momento.
—Exacto, me has leído el pensamiento. No creo que pueda ocultarlo por mucho tiempo, pero de momento, antes del concierto, necesito que mi salud siga siendo algo confidencial. Gracias por tu comprensión.
Quinn se sujetó las inquietas manos a la espalda, a pesar de que lo que en realidad deseaba era abrazar a Rachel. “Nunca he sido tan sensiblera. ¿Qué demonios me pasa?”
—No me gustan los cotilleos —dijo, consciente de que la frase sonaba bastante seca.
—La verdad es que no me sorprende, no sé muy bien por qué.
—Soy un libro abierto.
Cuando ya se dirigía hacia la puerta, Quinn dio un respingo al notar una fría nariz contra la parte de atrás de su rodilla.
—¡Eh, Perry, o Mason, ya vale! —dijo, sonriendo al ver que ambos perros la seguían hasta la puerta—. Hasta luego, chicos. No la perdáis de vista, ¿de acuerdo?
Los contenidos ladridos estaban llenos de entusiasmo, pero apenas aliviaron la preocupación que Quinn sentía.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo

Mensaje por DafygleeK Mar Sep 24, 2013 6:59 pm

Si!!!! Actualizaste super rapido!!!! Gracias!!!! Me encanto!!! La cita brittana fue perfecta!!!! Y ahora tendran otra cita!!!... Pobre rachel! Me da mucha pena! Que bueno que quinn la ayudo! En un momento pense que rach se moriria :(
actualiza pronto pretty please! ;) xoxo.
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Mensaje por monica.santander Mar Sep 24, 2013 7:09 pm

Como me gusta esta historia!!
Pobre Rachel!!
Me encanta Britt siempre yendo al frente jaja!!
Saludos
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Finalizado Re: FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo

Mensaje por Marta_Snix Miér Sep 25, 2013 7:50 am

DafygleeK escribió:Si!!!! Actualizaste super rapido!!!! Gracias!!!! Me encanto!!! La cita brittana fue perfecta!!!! Y ahora tendran otra cita!!!... Pobre rachel! Me da mucha pena! Que bueno que quinn la ayudo! En un momento pense que rach se moriria :(
actualiza pronto pretty please! ;) xoxo.
Me hubiera gustado poner ayer otro, pero hoy me tenía que levantar pronto y...ni modo...no pude. No pensaba poner hoy tan pronto un capitulo, pero ya que me llamaste "pretty" lo haré :P
El siguiente capitulo te gustara, las 2º citas son las mejores FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo - Página 2 2414267551
No, no se moría, aunque el dolor era insoportable, por suerte Quinn fue a su rescate.
Te dejo el capitulo ;)
monica.santander escribió:Como me gusta esta historia!!
Pobre Rachel!!
Me encanta Britt siempre yendo al frente jaja!!
Saludos
Me alegra, a mi también me encanto.
Sí, en esta historia a Rachel le toca sufrir, ¿una historia mia con drama? Que cosa más rara...FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo - Página 2 2414267551
A mi también me gusta esta Britt, dice todo lo que piensa, y lo podremos ver mejor en el siguiente capitulo ;)
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Finalizado FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Capitulo 7

Mensaje por Marta_Snix Miér Sep 25, 2013 7:52 am


Capítulo 7
Santana aparcó su deportivo verde, un Lotus Elite británico, en el extremo más alejado del concurrido aparcamiento. Se puso las gafas de sol y contempló el embarcadero, donde la gente preparaba sus barcos para el invierno. Fue hacia el muelle y vio un edificio de madera sin pintar, cuyo rótulo de hierro fundido se balanceaba con la brisa.
—Sea Fabray Café —murmuró, esbozando una media sonrisa debido a su vieja costumbre de hablar consigo misma—. Muy apropiado.
—¡Santana!
La entusiasta voz de Brittany, ligeramente sin aliento, la hizo girar sobre sus talones. Vestida de cuero negro de los pies a la cabeza, con un uniforme que le ceñía cada curva del cuerpo, Brittany se acercó con largas y enérgicas zancadas, haciendo bailar tras ella aquella trenza que el atardecer volvía de color dorado. Llevaba un casco rojo bajo el brazo, y su acostumbrado bolso de piel cruzado sobre el pecho.
—Te he visto llegar. ¡Menudo coche! —exclamó con una amplia sonrisa—. Viajas con estilo, López.
Santana le devolvió la contagiosa sonrisa.
—Me gustan los deportivos.
—A mí también, pero sigo conduciendo mi viejo Volvo cuando hace demasiado frío para ir en la Yamaha —respondió Brittany haciendo una mueca.
—No tiene nada de malo.
—A menos que tu Volvo sea un modelo familiar de 1982.
—¡Oh, un modelo clásico!
—Di mejor una carraca moribunda. Dudo que dure otro invierno—suspiró Brittany.
Tras espiar por las ventanas del café le hizo señas a Santana para que la siguiese:
—Está a tope. Ya me lo temía, de modo que telefoneé antes de venir. Veamos si Quinn se las ha podido arreglar para guardarnos una mesa.
Una vez dentro, Santana se vio agradablemente sorprendida por el cálido ambiente. Las mesas, de estilo rústico, estaban cubiertas con clásicos manteles de cuadros rojos y blancos, y el vivo fuego de la chimenea proporcionaba una luz acogedora, creando formas caprichosas en las paredes forradas de madera oscura. Una inmaculada barra ocupaba toda la pared del fondo.
—Brittany, me alegro de verte —dijo una mujer de rubios cabellos que apareció llevando una bandeja llena de vasos relucientes—. Hace siglos que no venías. ¿Qué tal te va?
—Estupendamente, gracias. Esta es Santana, mi amiga y vecina. Santana, esta es la propietaria, Quinn.
Quinn dejó la bandeja sobre el mostrador, se secó las manos en un trapo que colgaba de su negro delantal y sonrió cautamente.
—Encantada de conocerte, Santana. Vuestra mesa es la de allí —dijo señalando la esquina en la que confluían las dos paredes acristaladas—. Tiene unas magníficas vistas del embarcadero.
—Es un placer, Quinn.
Al estrecharle la mano, Santana recordó dónde había conocido a Quinn Fabray, pero se limitó a decir:
—Gracias por reservarnos una mesa.
—¡Impresionante! —exclamó Brittany con una amplia sonrisa—. Gracias por tratarnos tan de primera.
—Ni lo menciones —contestó Quinn, y sus ojos verdes se iluminaron—. Venid conmigo.
Quinn las guió por entre las mesas, y Santana se fijó en que se movía con la suavidad y el control de una atleta. Aunque atrajo la atención de varios hombres, no se molestó siquiera en mirarlos. Cuando llegaron junto a la mesa de la esquina, Quinn quitó el letrero de “reservado” y apartó las sillas.
—Aquí tienen, señoras. ¿Qué queréis que os traiga para beber?
Santana notó que su estómago protestaba y alargó la mano para leer el menú.
—He oído maravillas de tu café, de modo que tomaré un exprés con leche, por favor.
—Lo mismo para mí —dijo Brittany abriendo otra de las cartas.
—Dos exprés con leche, pues. Tomaos vuestro tiempo. Vuelvo enseguida.
Santana se quedó mirando cómo se alejaba a toda prisa.
—Una mujer muy agradable, y bastante singular —comentó al volverse hacia Brittany.
—Sí. Destaca en cualquier lugar. Melancólica y misteriosa, no sé si me entiendes.
—¿Melancólica y misteriosa? ¿Es una gótica?
Brittany enarcó las cejas de golpe.
—Creo que no… ¿Cómo es que alguien como tú sabe lo que son los góticos?
—¿Qué quieres decir con lo de alguien como yo? —quiso saber Santana, frunciendo el ceño.
—Debes admitir que os movéis en círculos bastante diferentes.
—Por las oficinas de la Fundación pasa todo tipo de gente, y suelen parecerme muy interesantes. Hablar con ellos es algo que contrasta agradablemente con los actos rígidos y formales a los que estoy obligada a acudir con regularidad.
—No pretendía sugerir…
—Lo sé.
Sin pensarlo siquiera, Santana posó la mano sobre la de Brittany para tranquilizarla. “¡Dios Santo! ¡Retira esa mano de ahí ahora mismo!”, gritó para sus adentros.
Brittany se inclinó hacia ella, giró la palma hacia la de Santana y la estrechó cálidamente.
—¿Te ocurre muy a menudo?
Santana notó que le cosquilleaban los dedos al notar la firme piel de Brittany. “¡Retira la mano!”
—¿El qué?
—Esto de que te traten como a una pobre niña rica que no sabe nada del mundo real —explicó Brittany con una mueca—. Es lo que acabo de hacer yo. Lo siento.
—Solía ocurrirme, sí. Y es algo que escuece bastante —contestó Santana, arreglándoselas para apartar la mano. Complacida al observar lo intuitiva que era su nueva amiga, tomó la carta y la abrió tan sólo para tener las manos ocupadas.
—Sus exprés con leche, señoras —anunció Quinn, poniendo fin a la incómoda situación—. ¿Habéis decidido ya lo que queréis comer?
—¿Qué nos recomiendas? —preguntó Santana alzando la vista.
—La quiche de jamón y tomate. Además viene con una ensalada.
—Entonces tomaré eso, y agua mineral.
—Yo tomaré las crêpes de espinacas —anunció Brittany—. Y agua también.
—Muy bien. Hasta entonces, disfrutad del café.
Santana probó un sorbo y dejó escapar un suspiro de placer: sabía tan maravillosamente como olía.
Brittany sonrió de oreja a oreja.
—Está bueno, ¿eh? Te lo dije —advirtió, y a continuación probó el suyo—. Muy, muy bueno.
Su rostro adquirió una expresión soñadora, y por un momento Santana pudo imaginarla fácilmente como si fuese un personaje de una obra de Shakespeare. “Tal vez una Puck, o… ¡Deja ya eso y di algo!”
—He estado todo el día sin poder tomar café.
Los nervios la hicieron beber demasiado rápidamente, y el ardiente líquido le inundó la garganta. Tosió, buscó afanosamente la servilleta y la apretó contra la boca mientras intentaba no jadear.
—¿Estás bien? ¿Necesitas algo? —preguntó Brittany levantándose a medias de la silla.
—No, no —consiguió decir Santana con voz ronca—. Estoy bien. He tragado mal, eso es todo.
Por fin consiguió recuperar el aliento y se enjugó las lágrimas provocadas por la fuerte irritación de garganta. Brittany le dirigió una mirada de incredulidad pero no volvió a insistir. Miró a su alrededor y sus ojos se iluminaron.
—¡Eh, mira allí! ¡Acaba de entrar tu amiga, nuestra cantante favorita!
Santana se dio la vuelta.
—¿Rachel también está aquí? Debe de ser el sitio de moda.
Esta vez tragó con gran cuidado su café antes de añadir:
—¿Te importaría que se sentase con nosotras, si no ha quedado con nadie?
—¡Claro que no! Me gustaría poder conocerla mejor.
Santana le hizo un gesto a Rachel para que se acercase, y le pareció detectar un gesto de alivio en el rostro de su amiga.
—¡Santana, qué alegría encontrarte aquí!
—¿Por qué no te sientas con nosotras? Esto está completamente lleno.
 —Pasaba sólo para tomarme un café en la barra, pero, si no os molesta, prefiero sentarme aquí.
—Creo que ya conoces a Brittany Pierce —dijo Santana haciendo un gesto hacia esta.
No le gustó el tono ronco e intenso que adquirió su voz al pronunciar el nombre de Brittany.
—Sí, de la conferencia. Gracias por escribir aquel artículo tan encantador en el periódico del domingo, señora Pierce —dijo Rachel mientras tomaba asiento—. Fue mucho mejor que el de aquella impertinente mujer del Boston Phoenix. La verdad es que no parecía que ambas hubiesen acudido a la misma conferencia de prensa.
Santana se fijó en que las mejillas de Brittany se habían teñido de rosa, destacando más sus pecas. Estaba muy atractiva así, jugueteando con los cubiertos para disimular la incomodidad. “No sólo es competente sino modesta además. ¡Qué agradable diferencia respecto a la mayoría de los reporteros!”
—Gracias —murmuró Brittany, más complacida que avergonzada—. Me alegro de que le haya gustado. Sin embargo, lo importante es que conseguí convencer a mi editor para que colocase un anuncio en primera página a diario, durante las próximas semanas, en el que se indica a qué dirección se pueden hacer llegar las donaciones para la nueva ala del hospital.
Santana sintió una oleada de calidez dentro de sí que derribó varios viejos carámbanos. Brittany y ella se miraron a los ojos y percibió un instante de silenciosa comunicación entre ambas, algo maravilloso e inesperado. No apartó la vista hasta que Quinn se acercó a la mesa.
—¡Hola, Rachel! Ya veo que has encontrado compañía —dijo esta—. ¿Qué tal si te traigo un exprés con leche y esa ensalada que tanto te gusta?
A Santana le pareció bastante extraño que su amiga permitiese tan pronto esas confianzas a Quinn. Rachel era una mujer muy reservada. “Debe de sentirse sola.”
—Sí, me he encontrado a unas amigas muy especiales, linda. ¿Puedes unirte a nosotras?
Quinn negó con un gesto.
—Lo siento. Tenemos lleno hasta la bandera. He de ir sirviendo los platos a medida que Emma los va sacando del horno. ¿Quieres algo de comer, Rachel?
—No, gracias, no tengo mucha hambre.
Los increíbles ojos de Quinn se volvieron aún más verdes.
—Muy bien. Avisa si cambias de idea, ¿vale?
—Eso haré.
Una vez que Quinn se hubo marchado, sorteando ágilmente las mesas, se hizo un silencio algo incómodo entre ellas. Por fin Brittany carraspeó y dijo:
—¿Se está adaptando bien a su ciudad natal, señora Berry? Debe de haber cambiado mucho en estos años.
—Tutéame y llámame Rachel, por favor —pidió ella, consiguiendo por fin despegar los ojos de Quinn—. La señora Berry es solamente mi personalidad sobre el escenario, mientras que esta —señaló— soy yo: una mujer de East Quay. Y sí, la ciudad ha crecido y se ha convertido en… otra cosa. Y me encanta poder explorarla, ahora que he regresado.
Santana estaba atónita. Rachel nunca había mencionado en absoluto East Quay, ni la época en la que había vivido allí antes de hacerse famosa. Era como si los primeros dieciséis años de su vida se hubiesen borrado, y Santana sabía que no era la única que se preguntaba cuál sería la razón.
—Será un honor poder llamarte Rachel. A mí llámame Brittany, claro. Como ya le he dicho a tu amiga aquí presente, todo lo que hablemos será confidencial a menos que os lo advierta previamente.
—Me parece justo. Si Santana confía en ti —dijo Rachel sonriendo a su amiga—, yo también.
Mientras comían, conversando sobre temas triviales, Brittany observó a sus dos compañeras. Ambas contrastaban en estilo y personalidad, pero tenían en común el que ambas eran mujeres de mundo. Sin embargo, se negó a sentirse inferior a ellas. Además, al menos a Santana le parecía que había gente interesante en todas partes. “Me pregunto si seguiría pareciéndole adecuado almorzar conmigo si supiese que soy lesbiana. Las señales que percibo de ella son contradictorias.” Brittany juraría que Santana había temblado cuando sus manos se tocaron brevemente minutos antes, y después había detectado algo muy cercano al pánico en sus ojos, antes de apartar la mano. Dejó el tenedor sobre el plato, contentándose con escucharlas.
—Ojalá dispusiese de más tiempo para trabajar la canción de Rossini —decía Rachel, con voz algo cansada—. Hace siglos que no interpreto a Rosina, y aunque conozco bien El barbero de Sevilla… No estoy satisfecha. Esta es mi última actuación, al menos por un tiempo, y quiero que sea perfecta.
Santana frunció el ceño y se apoyó en el respaldo de la silla.
—¿No estás ensayando casi a diario con la orquesta?
—Sí, pero echo de menos a Sherry, que es la que suele acompañarme al piano. Está haciendo una gira con el Otello. No podía dejar a un lado su carrera tan sólo porque yo haya decidido tomarme un descanso —explicó Rachel, incómoda—. Y, si te soy sincera, no quiero que se sepa que me siento insegura… o tal vez intimidada, por el hecho de que este sea mi último concierto. Con Sherry sabía que estaba en buenas manos, tanto musical como personalmente.
Gracias a la investigación que había hecho sobre Rachel, Brittany sabía que Sherry Millard era una de las más cotizadas acompañantes del mundo de Broadway. Se preguntó si era que Rachel había cortado todos los lazos que la unían a su carrera. Santana dejó la servilleta junto a su plato.
—Si no eres demasiado exigente y de verdad necesitas más ensayos, yo podría acompañarte. Sé tocar el piano.
Brittany se quedó mirando a Santana, atónita.
—No soy ninguna virtuosa como la señora Millard, pero tampoco soy tan mala.
—¿Conoces El barbero de Sevilla? —quiso saber Rachel—. Me encantaría poder afinar al máximo la entonación y el fraseo. ¿Tienes tiempo mañana por la noche?
Hizo gestos grandilocuentes, parodiándose a sí misma en escena:
—¡Necesito ser Rosina, no limitarme a cantar!
Alzó ampulosamente el mentón, imitando a la típica cantante de Broadway. Después soltó tal carcajada que varias personas se volvieron a mirarla.
—Tengo un piano de media cola, y los altos techos de mi casa proporcionan una acústica decente. ¿Por qué no vienes el viernes, después del ensayo? —preguntó Santana—. Así no importará si se nos hace tarde.
—Es una gran idea —consiguió decir Brittany, intentando con todas sus fuerzas parecer convincente.
Se miró las manos, que habían convertido su servilleta en una pelota arrugada, y se preguntó qué era lo que le estaba estallando dentro del pecho. “¡Por Dios, esto es ridículo! ¡No puedo estar celosa!”
—No tenía ni idea de que también fueses intérprete —añadió—. Eres una mujer de muchos talentos, Santana.
—Gracias. Soy buena, pero no sobresaliente. Disfruto tocando el piano.
Garabateó algo en el dorso de una tarjeta de visita y se la entregó a Rachel.
—Aquí tienes mi dirección. El teléfono ya lo sabes. Estaré en casa a partir de las seis. Si tienes hambre podemos encargar algo.
—¡Qué solución tan maravillosa! —exclamó Rachel, cerrando la mano con fuerza sobre la tarjeta—. ¡Te estoy muy agradecida!
Para alivio de Brittany, Quinn se unió a ellas.
—¿Va todo bien, señoras?
La expresión de Rachel se dulcificó al verla.
—Magníficamente. Santana ensayará conmigo el viernes, de modo que ya tengo un motivo menos de preocupación.
Brittany se preguntó qué otros motivos tendría Rachel para preocuparse. Ya en la conferencia de prensa le había parecido que Rachel tenía motivos ocultos para hacer lo que estaba haciendo. También sentía curiosidad por la química que parecía haber entre Rachel y Quinn. Extraña pareja, pensó mientras se acababa el café, y estuvo a punto de atragantarse con el último sorbo. “¿Pareja? ¡Bah, imposible!”
—¡Magnífico! —dijo Quinn posando la mano sobre el hombro de Rachel—. Avísame si quieres que saque a Perry y a Mason.
—¡Oh, tienes razón! ¿Cómo pude haberme olvidado de mis chicos? —exclamó Rachel, haciendo un gesto de sorpresa con la mano—. ¿Podrías sacarlos el viernes a media tarde?
—¿Qué tal si me los traes aquí cuando vayas a irte a los ensayos? Pueden quedarse en mi patio trasero, y así podré pasearlos varias veces.
—¿Seguro? Ya sabes lo grandes que son. Tendría que traerles también su comida.
Las cejas de Brittany estaban a punto de alcanzar el nacimiento del pelo. —Supongo que estamos hablando de perros…
Rachel se echó a reír.
—Sí, dos, de raza Gran Danés.
—Oh, cielos —intervino Santana—. Había olvidado a Perry y Mason.
—Seguro que les encantará que los mimes. Los recogeré al acabar —dijo Rachel en voz baja, y se mordió el labio a continuación—. Pero no sé lo tarde que será entonces, Quinn…
—No te preocupes, te esperaré levantada.
Aquellas palabras, pronunciadas con gran seguridad, relajaron de nuevo el rostro de Rachel, y su voz se convirtió en un suave ronroneo:
—Muchas gracias, linda. ¿Apuntas esto en mi cuenta?
Quinn asintió, con el mismo gesto dulce de Rachel, una expresión que Brittany nunca había visto en ella. Pareció que Rachel iba a añadir algo más, pero entonces miró de reojo a Santana y Brittany y se limitó a decir:
—Me lo he pasado muy bien con vosotras, pero ahora debo irme a casa.
Santana se puso en pie.
—Hasta mañana, Rachel.
Ésta se volvió hacia Brittany:
—¿Nos veremos en el apartamento de Santana? Tal vez te gustaría asistir a los ensayos.
Brittany intentó parecer segura de sí misma, aunque no sabía por qué seguía con el estómago encogido.
—Sí, me encantaría.
Molesta consigo misma, echó hacia atrás su silla y añadió:
—Es hora de que yo me vaya también.
Sabía que aquello había sonado muy brusco, pero estaba como un flan y no tenía ni idea de cuál era el motivo. ¿A qué venía aquel torbellino de emociones?
Rachel miró la hora en su reloj.
—Para mí es tardísimo ya. Los chicos llevan tanto tiempo solos que seguro que me están echando abajo la casa.
Siguieron a Quinn hasta la barra, donde Santana insistió en invitarlas a todas.
—Ya me invitaréis a mí la próxima vez —dijo, decidida a no dejarse convencer.
Brittany y Rachel se dieron por vencidas, proclamando esta última que no tenía tiempo para discusiones.
—¡La siguiente la pago yo! —exclamó Rachel, y desapareció por la puerta.
Cuando Santana y Brittany se dirigían al aparcamiento, Brittany miró de reojo a su acompañante, con la mente hecha un torbellino. Sabía lo irracional que había sido su reacción de momentos antes, y estaba intentando racionalizarla. Sin embargo, en esos momentos era completamente incapaz de racionalizar nada.
Santana giró la llave de contacto y se oyó el ahogado rugido del poderoso motor. Puso marcha atrás y maniobró para salir. Al pasar junto a una moto color rojo pudo ver el gesto frustrado de Brittany mientras se aferraba al manillar para montarse en el amplio asiento acolchado de la moto.
Santana se detuvo junto a ella, bajó la ventanilla y enarcó una ceja: —¿No arranca?
Brittany cerró los ojos, desesperada.
—Parece que no. ¡Maldita sea, no puedo creerlo! ¡Nunca me había hecho esto! Y no es que me haya olvidado de repostar; seguramente es un fallo en el sistema eléctrico. ¡Traidora! —añadió mirando con rencor a su máquina.
—¿Por qué no la dejas en el patio trasero de Quinn, y envías mañana a los del taller para que la recojan? Seguro que a ella no le importará. Puedo acercarte yo, si vas para casa ahora. Es lo menos que puede hacer una buena vecina.
Santana ahogó un gemido ante su propio comentario. “¡Qué estupidez acabo de decir!”
Brittany dudó un momento antes de asentir.
—Buena idea, gracias.
Volvió corriendo al café y asomó la cabeza al interior un segundo. Después regresó junto a su moto y la llevó hasta detrás de la valla de anchos tablones de madera. Regresó con una gran bolsa de gimnasia blanca y azul en la mano. La tiró al asiento de atrás, se dejó caer junto a Santana y cerró la portezuela soltando un gran suspiro, que era a la vez muestra de alivio y de enfado.
—¿Y esa bolsa de gimnasia? ¿Has estado entrenando? —preguntó Santana mientras Brittany se ajustaba el cinturón de seguridad.
—Sí. Voy dos veces por semana; no porque practique un deporte en concreto, sino porque a veces me paso horas tecleando, y eso me mata la espalda.
—Te entiendo bien. Yo debería hacer más ejercicio… Al menos me he instalado un programa para que mi ordenador me recuerde que tome descansos y haga estiramientos cada hora.
Quedaron en silencio un rato, mientras Santana conducía diestramente el Lotus por las calles que llevaban al centro. Por fin Santana miró de reojo a Brittany antes de preguntarle discretamente:
—¿Estás molesta por algo?
Para su sorpresa, Brittany enrojeció y, cuando ya creía que su pregunta no obtendría respuesta, contestó atropelladamente:
—Vas a pensar que soy una estúpida integral, pero, cuando te vi hablando con Rachel me sentí… fuera de juego. Tenéis tantas cosas en común…, claro, os movéis en círculos muy similares. En fin —añadió entrelazando con fuerza las manos—; ni siquiera sé por qué me parece que esto tenga importancia. Al fin y al cabo no somos más que vecinas.
Santana se estremeció al escuchar tan inesperada declaración. Sólo gracias a tantos años de autocontrol consiguió hablar.
—¿A qué viene ese repentino ataque de inseguridad? —preguntó amablemente, con un hilo de voz.
Brittany se apoyó contra el reposacabezas y volvió a exhalar un gran suspiro.
—Eso digo yo. Me siento como una tonta.
—Rachel puede parecerte muy mundana y toda una privilegiada, eso es cierto, pero ambas sabemos que en realidad no es así. Y en cuanto a mí… bueno, todos somos humanos, ¿no? ¿Estoy haciendo que te sientas inferior? Lo siento, no era mi intención.
—No, no se trata de eso, para nada —contestó Brittany tirando de su trenza y soltando sin querer varios mechones de pelo.
Santana soltó una mano del volante para gesticular, confusa.
—Entonces, no comprendo… ¿Por qué te sentiste fuera de juego?
Brittany intentó con esfuerzo mantener un tono ligero, pero su voz fue ahogándose y bajando de tono hasta convertirse en un murmullo:
—Seguramente esto hará que me selecciones para el premio a la más antipática… No es ningún juego, Santana. Me gustas.
“¡¿Cómo?!” Santana frenó por puro acto reflejo, y notó cómo se estremecía el Lotus antes de que ella recobrase el dominio de sí misma, continuando por Main Street. Atónita por la declaración de Brittany y por su franqueza, Santana siguió conduciendo, y se sintió aliviada al ver que su edificio aparecía ante ella, al final de la calle. Cambió de carril dos veces y aminoró al acercarse a su garaje, al otro lado del callejón vecino al histórico inmueble. Estacionó el coche en su plaza, apagó el contacto y aguardó unos segundos para pensar lo que iba a decir:
—Brittany…
Brittany hizo una mueca y comenzó a enroscar la trenza entre los dedos.
—Lo sé, lo sé. No tienes por qué decir nada. Y yo tampoco tendría que haberlo hecho. Me ocurre siempre, hablo sin pensar.
Y ahora parecía estar deseando morderse la lengua y no decir más, a pesar de su valiente sonrisa.
“¿Y sueles decirle a los demás… a otras mujeres… lo que acabas de decirme a mí, como has hecho ahora?” Seguían sentadas en el vehículo. Santana volvió el rostro hacia ella:
—Algunos llamarían a eso ser sincera.
—A veces la sinceridad se sobrevalora. A mí suele meterme en líos —confesó Brittany atreviéndose por fin a mirarla a hurtadillas—. ¿Tú qué dirías, que estoy siendo sincera o que me estoy metiendo en líos?
A pesar del burlón tono de su voz, Santana notó que Brittany intentaba prepararse para una respuesta negativa. Dominó su impulso inicial de retraerse cuando se dio cuenta de que, si escogía la respuesta errónea, podría perder una valiosa amistad.
—A mí me pareces sincera. ¿Por qué ibas a meterte en líos? —contestó con voz suave—. No sé por qué ni de qué modo te gusto, pero me siento halagada.
“¡Eso es! Quítale importancia, muéstrate amistosa. Como si eso no significase nada.”
—No sabes de qué te estoy hablando, ¿verdad? Eres una mujer increíble, fascinante, y… Pero será mejor que me detenga ahora, o acabaré cavándome mi propia tumba —concluyó Brittany, descruzando los dedos y posando las manos sobre el regazo.
El corazón de Santana latía aceleradamente. No podía creer que aquella hermosa y excitante mujer la encontrase atractiva. “Hay que minimizar los daños, de eso se trata.”
—¿Qué tal si te vienes con Rachel y conmigo mañana, después del trabajo? —soltó de pronto—. Si te apetece, claro está.
“¡Dios Todopoderoso! ¿A eso le llamas minimizar los daños?”
—¿De verdad? ¿Lo dices en serio?
—Sí.
—De acuerdo. No sé dónde estaré después de acabar con mi última noticia, pero, si no es muy tarde, iré por tu casa para ver cómo va el ensayo.
El intento de que su frase sonara desenvuelta fracasó miserablemente, pues Brittany no pudo evitar que en su rostro luciese una radiante sonrisa. Santana sonrió también, dividida entre el mareo que sentía al contemplar los brillantes ojos de Brittany y el terror que la invadía. Subieron por la acristalada rampa hasta el nivel superior, donde se encontraba el vestíbulo del edificio.
—Permíteme —dijo Brittany, presionando el botón de su piso y el del dúplex del ático.
Cuando el ascensor se detuvo, Brittany saludó con dos dedos y salió del ascensor.
—Buenas noches, López. Gracias por acercarme a casa.
Cuando el ascensor siguió su camino, Santana se apoyó contra una de las paredes y sonrió al recordar el encantador descaro con que Brittany la había llamado por su apellido. Nadie la había tratado nunca con tanta desenvoltura, pero aquella mujer la sorprendía constantemente, y eso le gustaba. No sabía bien cómo debería tratarla, después de su inesperada confesión, ni tampoco cuáles eran sus sentimientos al respecto. Aquello era más de lo que deseaba pensar en aquellos momentos. Tan sólo de una cosa estaba segura: nunca había conocido a nadie que se pareciese ni lo más remotamente a Brittany Pierce.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo

Mensaje por Elisika-sama Miér Sep 25, 2013 8:43 am

wowwwww genial! ya tengo ganas de mas.

espero el proximo capitulo pronto
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El mundo de Brittany FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo - Página 2 X


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Mensaje por micky morales Miér Sep 25, 2013 9:07 am

por Dios me ha encantado esta historia desde el primer capitulo, sospechaba que rachel estaba enferma y de verdad me gusta muchisimo la forma en que todas han interactuado, las cosas van muy bien entre ellas, espero actualizacion y gracias!
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Mensaje por monica.santander Miér Sep 25, 2013 2:08 pm

Me encanto el encuentro de las 4!!!
Britt es una genia!!
Por Dios regalanos un capitulito masss!!!
Saludos
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Mensaje por Marta_Snix Miér Sep 25, 2013 2:40 pm

Elisika-sama escribió:wowwwww genial! ya tengo ganas de mas.

espero el proximo capitulo pronto
Me alegra que te haya gustado, aqui te dejo el próximo, también creo que te gustará ;)
micky morales escribió:por Dios me ha encantado esta historia desde el primer capitulo, sospechaba que rachel estaba enferma y de verdad me gusta muchisimo la forma en que todas han interactuado, las cosas van muy bien entre ellas, espero actualizacion y gracias!
Sí, las cosas entre las cuatro se estan dando de poco a poco, pero van adelante. Son muy lindas las cuatro.
Nos vemos ;)
monica.santander escribió:Me encanto el encuentro de las 4!!!
Britt es una genia!!
Por Dios regalanos un capitulito masss!!!
Saludos
Como siempre tus deseos son órdenes para mi y aqui te dejo capitulo, que de seguro te va a gustar muchísimo ;)
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Finalizado FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Capitulo 8

Mensaje por Marta_Snix Miér Sep 25, 2013 2:42 pm


Capítulo 8
—¡Maldito idiota!
En el Instituto de East Quay se desencadenó el caos cuando un hombre alto de mediana edad, abriendo de un empellón las puertas de cristal del edificio, fue a parar directamente entre la multitud que abarrotaba los terrenos del colegio. Brittany se encontraba justo en medio; procuró hacerse a un lado mientras el airado personaje continuaba maldiciendo al tiempo que se abría paso a empujones.
—¡Usted no puede hacer esto! ¡Mis hijos se merecen más!
Dave Karofsky, el director, se quedó helado. La junta de escuela y él mismo acababan de decidir, en una asamblea extraordinaria a puerta cerrada, la reducción del cuadro de personal en cuatro profesores, reagrupando a las ocho clases en sólo seis. Eso haría que cada grupo recibiese ocho alumnos más, reduciendo consecuentemente el tiempo que los profesores podrían dedicar a cada uno de ellos. Brittany había estado atenta al debate, cada vez más enconado, durante las últimas semanas, y ahora que estaba haciendo un seguimiento en directo de la noticia se encontró, junto con Rory, su fotógrafo, justo en medio de un colérico grupo de padres.
—Necesitamos alguna declaración de Karofsky, Don. ¡Maldita sea! Vuelve a entrar en el colegio. No piensa hablar con los padres. ¡Menudo cobarde! ¿Crees que utilizará la puerta oeste? —dijo Brittany tirándole de la manga—. ¡Vamos!
Se alejaron a toda prisa de la multitud y doblaron la esquina del edificio. Cuando ya estaban cerca de la puerta lateral, vieron un grupo de profesores allí reunidos.
—¡Mierda! Esto puede ponerse muy feo —susurró Brittany.
“Esto es lo más emocionante que puede llegar a ocurrir en East Quay”, pensó, sin saber si preocuparse o reírse.
En cuanto vio salir a Karofsky, apretó el botón de grabación de su aparato y lo tendió hacia él.
—Señor Karofsky, soy Brittany Pierce, del New Quay Chronicle —anunció—. ¿Cuál es su respuesta ante la preocupación de los padres? ¿Van a ser los niños los que sufran las consecuencias de los recortes?
Karofsky la miró, irritado.
—Sin comentarios.
—¿Acaso no han decidido ustedes disminuir la calidad de la educación de los niños de East Quay?
—¡La calidad no va a disminuir!
—Entonces, los ciudadanos de East Quay tienen derecho a saber cómo piensa asegurar el mismo nivel de educación con menos personal y clases más concurridas —dijo Brittany ladeando la cabeza al tiempo que se acercaba más al alto y fornido director—. Después de todo, se trata de sus hijos y del dinero de sus impuestos.
Karofsky se detuvo en seco, con el rostro teñido de ira.
—Pienso tratar esta cuestión en la próxima reunión de la asociación de padres, no aquí en la acera.
—Señor, tenemos que irnos —dijo una mujer que estaba tras él—. Tenemos otra cita pendiente.
—No tengo nada más que decir —dijo el director alejándose de allí.
—Ya lo ha oído, señora Pierce. Adiós.
—Tan sólo una cosa más, señor Karofsky. He oído que han decidido esos recortes debido a unos problemas con el presupuesto del año pasado. ¿Es cierto que gastaron ustedes demasiado en ordenadores? Supongo que querrá decir algo sobre esa acusación…
Karofsky apretó los labios hasta convertirlos en una fina línea.
—¿Acaso no sabe usted lo que significa “sin comentarios”, señora Pierce?
—Ahí viene el resto de la banda —murmuró Rory junto a ella, levantando la cámara para filmar al ahora furioso director.
Brittany pudo oír el escándalo que armaban los enojados padres. Frente a ella, Karofsky intentó rodear el más reducido grupo de maestros, y Rory giró la cámara para seguir enfocándolo. Llevado por la ira, Karofsky dio un fuerte golpe a la cámara y, aunque Rory se las arregló para esquivarlo a tiempo, Brittany no tuvo la misma suerte: un puño le golpeó la sien. Su grabadora cayó a la acera, y, después de retroceder dos tambaleantes pasos, ella cayó también. Aterrizó sobre el hombro izquierdo, antes de que su cabeza tropezase con algo duro. Se le nubló la vista; parpadeó para intentar borrar los fuertes destellos de luz que bailaban sobre un oscuro fondo. Hizo un esfuerzo para permanecer consciente, gruñó y se tocó la parte de atrás de la cabeza para saber si sangraba.
—¡¿Qué demonios hace, tío?! —gritó Rory, y se inclinó al momento junto a ella—. ¡Dios, Brittany!
Deslizó un brazo tras su espalda y con mucho cuidado la ayudó a sentarse.
—¿Estás bien?
—Mierda, me he lastimado el hombro —consiguió responder ella, mientras lágrimas de dolor rodaban por sus mejillas; el chirrido de neumáticos y los gritos tampoco ayudaban a calmar su dolor de cabeza—. ¡Santo Dios! ¿Está loco ese hombre?
—Debe de estarlo. ¡Joder! —exclamó Rory, escrutando a los curiosos que se arremolinaban junto a ellos—. Mierda, se ha ido.
La ayudó a apoyarse en una de las columnas que flanqueaban la puerta y añadió:
—No te muevas. Llamaré a la policía y a una ambulancia.
—No… bueno, sí que quiero denunciarlo, pero nada de ambulancias. Puedo ir andando hasta el coche.
Consiguió ponerse en pie apoyándose en el brazo de Rory, aunque le flaqueaban las piernas, y después dejó que su compañero la acompañase hasta el coche de él, estacionado al otro lado de la calle. Varias personas gritaron a coro:
—¡Hemos visto lo ocurrido, señora! ¡Seremos sus testigos!
Tras ayudarla a acomodarse en el asiento del copiloto, Rory le dejó su teléfono móvil.
—Toma. Llama a la policía mientras vamos camino del East Quay Memorial, para que puedan tomar declaración a unos cuantos testigos. Ese cabrón no saldrá de rositas.
Cada movimiento era doloroso; Brittany no pudo evitar gemir mientras tecleaba el número de emergencias. Cuando la atendió el operador, Brittany mantuvo la voz serena mientras explicaba los detalles del ataque y el lugar al que se dirigían, aunque todavía se estremecía de dolor.
—Sí, por supuesto que puedo identificarlo. Y tengo un testigo.
 
Santana miró de nuevo la hora en el reloj que había junto al piano mientras la voz de Rachel reverberaba en el salón, llenándolo de la magia de su famoso timbre. Ya eran más de las ocho. Habían ensayado la canción completa varias veces, deteniéndose en ocasiones para perfeccionar algunas de sus partes. Santana sugirió un descanso para cenar algo.
—¿No decías que Brittany vendría también? —preguntó Rachel cuando la seguía hasta la cocina.
—Sí. Supongo que le habrá surgido algo. Su trabajo no es exactamente de nueve a cinco.
—Tampoco el nuestro —dijo Rachel frotándose el cuello—. Las cuatro trabajamos bastante más de las ocho horas.
—¿Las cuatro? Ah, ¿incluyes también a Quinn? Sí, ser tu propio jefe implica trabajar el doble.
—¿Te ayudo? —preguntó Rachel al ver que Santana sacaba una bandeja de la nevera.
—No, ya…
En ese momento sonó el timbre de la puerta.
—Esa debe de ser Brittany —anunció Santana, aliviada. Corrió a abrir la puerta, pero al verla se quedó clavada en el sitio. —¡Brittany! Dios mío, ¿qué ha sucedido?
Brittany consiguió sonreír, a pesar del cabestrillo azul del brazo, el blanco vendaje alrededor de la sien y el rojo moratón en el pómulo derecho.
—¿Me creerás si te digo que gané yo?
—Lo intentaré pero… Estás herida, no intentes quitarle hierro al asunto, por favor.
Conmocionada por el aspecto de su amiga, Santana la guió hacia el interior de la casa sujetándola suavemente del brazo herido.
—Estoy bien —contestó Brittany, conmovida por la preocupación que demostraba Santana—. He tenido un encontronazo con alguien más grande que yo, mientras hacía mi trabajo, y acabé teniendo que declarar ante la policía en el mismo hospital.
Después suspiró antes de añadir:
—El doctor y mi fotógrafo insistieron en que no debía quedarme sola. Perdón por aparecer aquí tan tarde.
—No seas ridícula, claro que tenías que venir —contestó bruscamente Santana, pues la preocupación que sentía la volvía impaciente; al darse cuenta, su voz se dulcificó, y la cogió suavemente por la cintura—. ¿Quién te hizo esto?
—Te lo contaré más tarde, lo prometo. Ahora tengo que recuperar el aliento —dijo Brittany; intentó acompañar la frase con un movimiento de cabeza, pero se detuvo e hizo una mueca de dolor—. ¡Ay! Mala idea.
—¿Has comido? ¿Quieres que te traiga algo?
—Ahora que lo pienso, no he comido nada desde el desayuno.
En realidad, Brittany no deseaba que Santana apartase el brazo de allí. Era muy agradable sentirlo sobre su cintura, mucho. La preocupación que veía en sus ojos también le gustaba. Pero como siguiesen en aquella postura un rato más, tan cerca la una de la otra, Santana acabaría notando cómo temblaba de puro placer.
—Tal vez un simple sándwich o algo así —acabó diciendo a regañadientes.
—Por supuesto. Rachel y yo estábamos a punto de cenar.
—¿Así que después de todo no me la he perdido? ¡Bien! —sonrió Brittany.
Cuando Rachel las vio entrar, su sonrisa de bienvenida se convirtió en una mueca de horror.
—¡Brittany! ¡Por el amor de Dios, siéntate! ¿Qué ha sucedido?
—Saciará nuestra curiosidad en cuanto nosotras hayamos saciado su hambre —explicó Santana, colocando sobre la mesa de la cocina la ensalada de pollo que su asistenta le había dejado preparada—. Brittany, ¿prefieres sentarte aquí o en el sofá?
—Aquí estoy bien. Vamos a comer —contestó Brittany cogiendo el tenedor—. Esto es justo lo que me ordenó el doctor. Literalmente.
Tras dar veloz cuenta de su comida, Brittany explicó:
—Me he pasado dos horas en urgencias: radiografías, médicos, la policía… ha sido un día muy largo.
—¿Por qué no te dejaron en observación? —preguntó Santana con el ceño fruncido—. Te diste un golpe en la cabeza. Podrías tener una conmoción.
—Lo pensaron pero, como no llegué a perder el conocimiento y el examen neurológico dio negativo, se limitaron a decirme que este fin de semana me tome las cosas con calma.
Rachel se fijó en su cabestrillo.
—¿Y el brazo, está fracturado? —quiso saber.
—No, sólo es un fuerte esguince en la articulación del hombro. Tendré que llevarlo inmovilizado una temporada. Menos mal que soy diestra.
Santana se quedó mirando fijamente su ensalada, todavía intacta, y pinchó un tomate. Pensar en que Brittany estaba herida la alteraba profundamente, y tuvo que masticar largo rato antes de conseguir tragar la comida.
—Entonces, ¿la policía lo ha detenido ya? —quiso saber Rachel.
—Sí, porque Rory le había hecho fotos y llevó la tarjeta de memoria a la policía como prueba. La próxima reunión de la junta de escuela va a ser incluso más interesante que esta última, Santana, teniendo en cuenta que fue Karofsky, el director, quien…
—¡¿Dave Karofsky?! —exclamó Santana, atónita—. Ya sabía yo que debería haber ido a esa asamblea extraordinaria. Podría haberlo evitado. ¡Menudo cobarde…!
—Un cobarde bastante incompetente, por lo que parece —intervino Brittany haciendo una mueca—. Créeme, se había organizado todo un tumulto. En el instituto había al menos doscientos padres y el claustro de profesores al completo. Cuando llegué al hospital hablé con una de las enfermeras, cuya hermana trabaja allí dando clases de lengua. Conocía todos los detalles, de modo que llamé a la redacción y dicté el artículo desde allí mismo. Saldrá en el periódico de mañana.
—Es increíble que hayas conseguido hacer todo eso estando herida —dijo Santana, incapaz de comprender que existiese alguien a quien no le afectase semejante calvario.
Brittany se encogió de hombros todo lo que le permitía el cabestrillo.
—Es mi trabajo. No podía perderme la cobertura de una historia tan impactante.
Cuando Santana murmuró “Estoy impresionada”, Brittany se sonrojó de orgullo. Después miró hacia Rachel:
—Siento haberme perdido el ensayo. Tenía muchas ganas de escucharlo.
—Pensaba repasar la canción una vez más antes de irme a casa —dijo Rachel—. Si te apetece, puedes ser nuestro público.
—Me parece un magnífico plan —contestó Brittany.
Sin embargo, cuando quiso levantarse se tambaleó hacia Santana.
—¡Maldita sea, es como si estuviese borracha!
Santana volvió a rodearle la cintura con el brazo.
—¿Te han dado algo para el dolor?
—Sí, Percodan. Me parece que estoy bastante colocada.
—¿Y te han dejado irte a casa con una herida en la cabeza y una droga tan potente en las venas? Anda, vamos a sentarte en el sofá.
Santana guió a Brittany hasta la sala, sintiéndose más protectora que nunca cuando notó que su vecina estaba temblando. Olía a algo afrutado, con un toque de vainilla, mezclado con antisépticos.
—Aquí. Siéntate y eleva los pies.
Apenas pudo respirar cuando vio la vulnerabilidad que reflejaban los ojos de Brittany, de mirada confusa y opacada por la medicación. La tapó bien con una manta e intentó ocultar su propia confusión con una sonrisa.
—¿Estás cómoda?
—Sí. Ve a tocar para Rachel.
Santana apartó los ojos de ella con cierto esfuerzo y se dirigió hacia el piano. Durante unos segundos se quedó mirando la partitura sin verla; por fin consiguió controlarse y tocar los primeros acordes.
—Y bien, Rachel, ¿desde el principio?
Brittany apoyó aliviada la herida cabeza sobre los cojines de terciopelo mientras la música llenaba la estancia; el lujoso sofá abrazaba consoladoramente su cuerpo. También le dolía el hombro, con un latido punzante y sordo, suavizado por los calmantes. El doctor había insistido en que se llevara una receta para solicitar más medicación antes de dejar el hospital, de modo que Rory se ocupó de aquel detalle mientras ella firmaba la declaración policial. Antes de salir de urgencias Brittany había hablado con su jefe; sorprendentemente, Artie gruñó algo sobre que debía descansar y también sobre que Rory se asegurase de que el Chronicle recibiera las fotos del suceso cuanto antes, listas para imprimir. Brittany notó que se le saltaban las lágrimas al tiempo que la asombrosa voz de Rachel se elevaba en el aire. Cerró los ojos y se las enjugó con la manga, agradeciendo la calidez de la música y el consuelo de los cuidados que Santana le proporcionaba. A pesar de su desenvuelta actitud de momentos antes, era maravilloso poder estar allí, a salvo. Cuando la música se detuvo, abrió los soñolientos ojos e intentó sonreír.
—Si no tuviese el brazo en cabestrillo y no estuviese tan ida me uniría a vosotras con mi guitarra.
—¿Tocas la guitarra? —preguntó Rachel mirándola con interés.
—La guitarra eléctrica. Cuando estaba en la universidad formé parte de una banda. Lo s… siento, s… señoras —añadió, notando que arrastraba las palabras y que la lengua se le hinchaba—. Es…estoy muy cansada.
Santana le tomó la mano con gesto preocupado.
—No te estarás mareando, ¿verdad? Dime a qué día estamos.
—Viernes, siete de octubre. Estoy cansada, no conmocionada—replicó Brittany con un guiño.
—A veces estas cosas tardan un tiempo en manifestarse —dijo Santana con gesto de duda—. Deberías pasar la noche aquí, por si necesitases algo.
—Si no es mucha molestia sería estupendo, gracias.
Brittany suspiró, cambiando de postura en el sofá. Era un alivio no tener que moverse de allí.
—Más molestia sería el que Santana se quedase aquí preocupadísima por ti —intervino Rachel.
A continuación miró la hora, recogió el abrigo y el bolso y se inclinó hacia Brittany.
—Es tarde. Pediré un taxi e iré a recoger a mis perros. Tómatelo con calma los próximos días, ¿vale? Y haz caso a Santana.
—Muy bien —susurró Brittany, medio dormida ya—. Lo prometo.
Lo siguiente que Brittany percibió fue una suave mano sobre su hombro herido y la voz de Rachel diciendo:
—Ven, vamos a ponerte un poco más cómoda.
—Estoy muy cómoda aquí.
—A mí no me lo parece. Sigues con la chaqueta y las botas puestas.
—¡¿Tengo las botas puestas encima de tu sofá?! —avergonzada, Brittany intentó sentarse—. Lo s… siento muchís…simo, yo… ¡ay, Dios! —concluyó, notando el corazón a mil por haberse movido tan de golpe.
—Chsst, no te preocupes, no ha pasado nada. Ven, deja que te lleve a la habitación de invitados…
Brittany volvió a intentar incorporarse, frunciendo el ceño al ver que las piernas no la obedecían.
—¿Puedo quedarme en el sofá, por favor? De verdad que estoy muy cómoda. Puedo quitarme las botas.
—Está bien, pero te traeré algo más cómodo para dormir. Vuelvo enseguida.
Brittany se movió con cautela y consiguió sentarse por fin. Estaba más dolorida de lo que esperaba. El hombro le ardía como si tuviese dentro una hoguera. “Es hora de tomar más píldoras.” Sacó un pequeño frasco del bolsillo e intentó abrir la tapa con el dedo gordo, pero no pudo.
—Tapón a prueba de niños, claro. ¡Maldita sea! —exclamó, mirándolo con rencor.
—¿Qué? —quiso saber Santana, que llegaba con una larga camisa blanca de franela—. ¡Ah! ¿Quieres que lo abra?
—Sí, por favor.
Santana abrió el frasco, se lo entregó a Brittany y fue a por una botella de agua.
—Toma, para tomar la medicación.
—Gracias.
Después de tomarse las pastillas, Brittany se miró las botas con gesto de confusión.
—Lo siento pero creo que vas a tener que ayudarme con esto.
—Por supuesto.
Santana se arrodilló ante ella y le quitó las botas. Después se incorporó y, sentándose junto a Brittany, le dio un suave tirón a la chaqueta.
—Vamos a quitarte esto, venga. Total, sólo la tienes puesta a medias…
Le quitó con cuidado la prenda, la dobló y la dejó sobre el respaldo.
—¿Quieres intentar ponerte la camisa de franela?
Brittany se quedó mirando la prenda que Santana le mostraba. Asintió con energía, dominada por un súbito ataque de timidez, y dio un respingo al notar que el brusco movimiento desencadenaba otro pinchazo de dolor.
—Vale, parece muy cómoda.
Santana comenzó a desabotonar la camisa de algodón sin mangas de su amiga. Sus manos temblaron al rozar la pálida y pecosa piel. Examinó el cabestrillo: por suerte disponía de tiras ajustables para mantener estable el brazo de Brittany mientras le quitaba la camisa. Desnuda hasta la cintura, a no ser por el sostén de encaje color crema, Brittany parecía muy vulnerable, pues los moratones del lado izquierdo subrayaban su fragilidad. Santana se estremeció al contemplar las heridas y tocar la satinada piel de Brittany. Deslizó la camisa de franela, de manga corta, por encima del cabestrillo, y después reajustó las hebillas.
—¿Ves? Hay que empezar siempre por el lado herido.
Después le ofreció la otra manga a Brittany. Al abotonar la camisa, Santana podía notar cómo sus dedos rozaban la piel de su amiga. Tuvo que morderse el labio al percatarse de que el leve roce había hecho que Brittany se estremeciese.
—¿Puedes ponerte en pie un momento?
—Lo intentaré —dijo Brittany, apoyándose en Santana mientras esta la ayudaba a incorporarse.
Santana esperaba que sus manos no traicionasen el efecto que causaba en ella el tocarla de aquella manera. Al bajarle los pantalones se fijó por primera vez en el desgarrón a la altura de la rodilla izquierda. “¡Si atrapo a ese cabrón, lo mato!” Apretó los dientes y procuró contener la indignación mientras ayudaba a Brittany a quitarse del todo la prenda.
—Mucho mejor. Túmbate de nuevo.
Brittany se sentó, agradecida y algo mareada. Santana le alzó las piernas para remeter de nuevo la manta a su alrededor; después se sentó cautelosamente al borde del sofá, junto a ella.
—Mucho mejor.
—Gracias.
—Ha sido un placer —replicó Santana con dulzura—. Ahora, duérmete. He de leer unos documentos. Cuando acabe vendré a ver qué tal estás.
—¿Puedes deshacerme la trenza, Santana? Me lastima la cabeza.
Santana notó que le cosquilleaban los dedos al tomar entre sus manos el extremo de la larga trenza y quitarle el lazo que la sujetaba. A continuación pasó lentamente los dedos por entre el cabello de Brittany, maravillada de su textura y del aroma a limón y flores que emanaban los mechones al irse soltando. A pesar de ser rizada, la cabellera de Brittany era suave como la seda. Santana pasó los dedos por ella una y otra vez, reacia a soltarla. Tan sólo cuando los ojos de Brittany se abrieron suavemente y formularon mudas preguntas, se puso de pie de un salto y se alisó la ropa, una excusa para mantener ocupadas las manos. “¡Cuidado!”, se advirtió a sí misma.
Brittany volvió a cerrar los ojos y Santana se quedó allí unos segundos, vigilando su sueño. La cabellera rubia se amontonaba alrededor de su rostro. Las pestañas formaban oscuros semicírculos sobre sus altos pómulos. Aunque faltaba la vivaracha sonrisa, aquellos labios finamente esculpidos la hacían parecer un ángel. Santana no recordaba haber visto nunca una belleza igual.
* * *
Mientras veía alejarse a su taxi, Rachel maldecía interiormente a quienquiera que fuese el encargado de iluminar el embarcadero por no saber hacer su trabajo. A continuación llamó suavemente a la puerta del café, ya cerrado. La grave voz de Quinn la sobresaltó.
—Entra, Rachel, ahí fuera hace un frío horroroso.
—Sí, desde luego esto ya no es verano.
Se fijó en que Quinn se había cambiado de ropa, escogiendo unos vaqueros de talle bajo y camisa oscura. Le gustó la forma en que las desenfadadas prendas resaltaban su grácil y esbelta figura. Era extraño haber reparado en aquel detalle.
—¿Se han portado bien los chicos?
—Maravillosamente, aunque son muy ladinos: al menos tres veces pude ver que Emma les daba alguna chuchería a escondidas.
Rachel entró en el café, iluminado tan sólo por unas cuantas lámparas.
—Estoy segura de que los ha malcriado todo lo que han querido. Saben mirarte de tal forma que parece que no han comido en tres semanas.
—Están abajo, espera un poco —dijo Quinn tomando a Rachel de la mano.
Rachel se dejó guiar, y los perros la recibieron con lametones y ladridos de entusiasmo.
—¡Hola, chicos! ¿Me habéis echado de menos? No creo, Quinn os ha tratado como a unos reyes.
Cuando los perros volvieron a tumbarse en la alfombra, junto al televisor, Rachel sonrió y añadió:
—Ya veo que están como en casa.
Perry y Mason bostezaron y posaron las cabezotas sobre las cruzadas patas. Rachel miró a su alrededor, contemplando la enorme estancia, y dijo:
—Es un lugar increíble, Quinn. La verdad es que esperaba que fuese algo claustrofóbico y cerrado, pero la sensación que da es de ser un refugio seguro.
Quinn la miró, sorprendida y feliz ante su comentario.
—Así es como yo lo siento, exactamente —dijo acomodándose en el sofá al tiempo que hacía un gesto a Rachel para que la imitase—. Ha sido un día muy largo, ¿eh?
—Y también una larga noche. ¡Menuda velada hemos tenido! —replicó Rachel sentándose junto a ella—. Brittany fue atacada mientras estaba trabajando.
—¡¿Cómo?! ¿Se encuentra bien?
—Se pondrá bien, sí —contestó Rachel rápidamente—. Tiene la cabeza y el hombro lastimados.
—¿Dónde está, en el hospital?
—No, en casa de Santana. Va a pasar la noche allí.
—¡Qué horror! Seguro que Snatana y tú os habréis alarmado muchísimo —añadió Quinn, mirándola con preocupación.
—Desde luego que sí, aunque Brittany es toda una valiente —rió gentilmente Rachel—. En lo único que pensaba era en escribir su artículo.
—Se ve que la admiras.
—Claro que sí. Es brillante e intuitiva, y tiene un don para la escritura.
—Como tú —dijo Quinn acariciándole la mejilla—, aunque tu don es para la música.
La suave caricia fue agradable y turbadora a la vez. El pulso de Rachel se aceleró.
—Quinn…
—¿Sí?
Rachel tragó saliva, sin dejar de mirar aquellos ojos verdes que la escrutaban intensamente.
—¿En qué piensas? Tengo que…
—Pienso en lo preocupada que he estado hoy por ti, y en lo mucho que he pensado en lo de aquella mañana y… en que espero que ya te encuentres mejor —dijo Quinn, bajando la mano hasta posarla en el hombro de Rachel.
—Eres un encanto —murmuró Rachel—. Tengo la sensación de que no sueles ser tan sincera con la gente como ahora conmigo. ¿Estoy en lo cierto?
Quinn parpadeó, sorprendida de su propia franqueza.
—Sí, y más de lo que crees. Haces que sea sencillo, no sé cómo. Que… no me cueste contarte cosas que para mí son importantes. Lo que sucede es que la vida es corta y… creo que yo he tenido que aprenderlo a base de golpes. No estoy haciéndome la misteriosa. La vida también es demasiado corta para andar perdiendo el tiempo con acertijos —añadió encogiéndose de hombros, aunque su gesto se hizo más duro—. Esta vida es todo lo que tengo, y hoy me enorgullezco de lo que he logrado. No siempre ha sido así.
Rachel descubrió tras aquellas palabras más dolor y más significados de los que Quinn habría querido revelar.
—A mí me gusta lo que veo, Quinn. Y me refiero a ti, no sólo a tus logros.
—Y yo veo a Rachel, no a la famosa diva adorada por millones de amantes de Broadway. Te miro y… te veo a ti.
Rachel se negó a dejar escapar las lágrimas que la sencilla declaración de Quinn le había provocado, limitándose a asentir en silencio. Quinn le pasó el pulgar por la frente y añadió:
—No frunzas el ceño. Estás a salvo.
—¿Qué… qué quieres decir? —preguntó Rachel, casi sin aliento.
—Eso, que sólo soy yo.
¿Sólo? La forma en que Quinn la estaba mirando no era simplemente tranquilizadora. La confianza y el cariño que había en sus ojos hicieron que Rachel se dejase llevar por el impulso de rodearla con sus brazos.
—Lo sé, y me alegro de que así sea.
En aquel instante, y sin que Rachel supiese explicárselo, algo que vio en los ojos de Quinn la impulsó a actuar. Ella misma se sorprendió al tender los brazos hacia su amiga para abrazarla estrechamente. Quinn dejó escapar un quejido ahogado. Rachel lo notó contra su mejilla y giró la cabeza con intención de susurrar algo tranquilizador.
—No, no hables —dijo Quinn; sus labios estaban tan cerca que Rachel notó cómo le rozaban la piel.
—Estás temblando. ¿Cuál es el motivo? —murmuró Rachel tras estar un rato en silencio; al momento notó cómo Quinn se tensaba en sus brazos.
—Ya sabes por qué. Tienes que saberlo…
Rachel la abrazó con más fuerza al notar la reveladora gravedad de su voz.
—Creo que sí. ¿Te gusto, Quinn?
—Mucho —contestó ésta hundiendo el rostro en el cuello de su amiga.
Extrañamente tranquila, Rachel se echó hacia atrás, sin dejar de rodear a Quinn con sus brazos.
—No hay prisa, no tengo que ir a ningún sitio. Podemos seguir estando así.
Quinn apoyó la cabeza en el hombro de Rachel y dijo simplemente:
—Gracias.
Rachel se echó a reír:
—Es un placer.
A continuación posó dos dedos bajo la barbilla de su amiga y le alzó el rostro. Los ojos de Quinn traicionaban mil sentimientos escondidos.
—¿Qué ocurre, Quinn?
Rachel no esperaba en absoluto la intensa sensación de la boca de Quinn cerrándose suavemente sobre la suya. La ternura de aquel beso fue mucho más explícita que cualquier frase, y exigía todavía más. Rachel siguió abrazándola, pues de algún modo intuía que el frágil lazo que había entre ambas podría romperse si se soltaba.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo

Mensaje por Elisika-sama Miér Sep 25, 2013 3:35 pm

hola hola hola

que rápidas han sido las faberry no? jajajajaj estoy mas acostumbrada a que las brittana vayan siempre adelantadas y que las faberry se queden más inocentes jajajaja pero por lo visto son más espabiladas.

odio a karoskfy, siempre lo he hecho, ojalá santana le de su merecido y se rinda ante brittany de una vez.

Subiras pronto otro nuevo capitulo?

lo esperare con ansias :D
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Mensaje por DafygleeK Miér Sep 25, 2013 5:06 pm

1-Te seguire llamando pretty para que me actualises pronto.
2-Recuerdo haberte comentado el cap anterior pero veo que no...
3-Me encanto!!!!! Fue genial!!!! Pobre britt!!! Pero thank god que san estaba ahi para cuidarla!
Fue muy tierno como se preocupaba por ella. Odio a karosfky. Porque le hace eso a britt? Lo odio! Me parece a mi o las faberry van mas rapido que en otros fic? Querida pretty actualiza pronto please! ;) xoxo.
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Mensaje por Jane0_o Miér Sep 25, 2013 5:56 pm

Me a gustado el capitulo

Pobre brittany buen golpe se llevo
Santana tan tierna cuidando de britt
Las faberry tiernas

Hasta el siguiente
Capitulo saludos!
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Mensaje por Marta_Snix Miér Sep 25, 2013 7:58 pm

Elisika-sama escribió:hola hola hola

que rápidas han sido las faberry no? jajajajaj estoy mas acostumbrada a que las brittana vayan siempre adelantadas y que las faberry se queden más inocentes jajajaja pero por lo visto son más espabiladas.

odio a karoskfy, siempre lo he hecho, ojalá santana le de su merecido y se rinda ante brittany de una vez.

Subiras pronto otro nuevo capitulo?

lo esperare con ansias :D
Hola!!
Sí, en este caso las Faberry serán las adelantadas y las Brittanas las que se harán de rogar
Karofsky...sabremos más de él..
Voy a subir otro capitulo ya, te parece lo suficientemente pronto o me tarde? FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo - Página 2 2414267551 
DafygleeK escribió:1-Te seguire llamando pretty para que me actualises pronto.
2-Recuerdo haberte comentado el cap anterior pero veo que no...
3-Me encanto!!!!! Fue genial!!!! Pobre britt!!! Pero thank god que san estaba ahi para cuidarla!
Fue muy tierno como se preocupaba por ella. Odio a karosfky. Porque le hace eso a britt? Lo odio! Me parece a mi o las faberry van mas rapido que en otros fic? Querida pretty actualiza pronto please! ;) xoxo.
1. Tenemos un trato FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo - Página 2 2414267551
2. Tu comentario del capitulo anterior se hizo invisible, tienes poderes!! :P
3. Sí, San hace de enfermera de Britt, la pobre se llevo un buen golpe
En mis fic, creo que siempre son las Faberry las que van antes, siempre suelen declararse las primeras FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo - Página 2 2414267551
Me llamaste pretty!! Te pongo el capitulo, un trato es un trato ;)
Jane0_o escribió:Me a gustado el capitulo

Pobre brittany buen golpe se llevo
Santana tan tierna cuidando de britt
Las faberry tiernas

Hasta el siguiente
Capitulo saludos!
Sí, Britt vio las estrellitas. San de enfermera (donde he visto yo esa imagen antes...:P)
FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo - Página 2 Glee-S02E12-2
Si San viene, hasta yo me dejo golpear FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo - Página 2 918367557
Nos vemos ;)
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Finalizado FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Capitulo 9

Mensaje por Marta_Snix Miér Sep 25, 2013 7:59 pm


Capítulo 9
El corazón de Quinn latía aceleradamente, como el de un animal acorralado. Rachel seguía abrazándola y sus labios se habían unido en un beso que la había dejado sin aliento. Se estremeció al notar que Rachel le acariciaba la espalda con lánguidos movimientos. No estaba acostumbrada a aquello, sencillamente. Hacía siglos, años quizás, desde la última vez que la habían acariciado así. También se había enamorado de las caricias de Brenda, y había salido tan chamuscada que todavía le salía humo de las heridas. Desde entonces y hasta aquel momento había mantenido las distancias con todo el mundo. Pero esto era diferente. Se trataba de Rachel, y en lo único que Quinn conseguía pensar era en que aquella increíble mujer estaba devolviéndole el beso y, lo que era más, abrazándola con enorme ternura. “¡Aquella increíble mujer, supuestamente “hetero”…” Quinn se enderezó de pronto. Le dolió quebrar el contacto entre ambas, pero estaba intentando ya reforzar su resistencia interna, justificándose mientras se apartaba: “Tan sólo está siendo amable y comprensiva conmigo. Me está agradecida, y tal vez se siente sola… O peor aún, le doy lástima.”
—¿Quinn? —murmuró Rachel tendiendo los brazos hacia ella, quien retrocedió todavía más.
—Yo… disculpa.
Rachel la miró en silencio durante largo rato.
—¿Por qué?
Aquella simple pregunta derribó todas sus defensas. Quinn intentó pensar qué responderle. Rachel no había tenido más que gentilezas con ella
—Las amigas no deben cruzar nunca ciertos límites.
Hubo una nueva pausa.
—¿Te arrepientes de haberme besado?
—¡No! Bueno, quiero decir desde mi punto de vista. Pero no ha estado bien.
Quinn tiró de un cojín hacia sí y clavó los dedos en el terciopelo marrón.
—No volverá a suceder —concluyó, furiosa al notar la desolación que reflejaba su voz.
Rachel se colocó de lado y gesticuló con un brazo, sin dejar de mirarla a los ojos.
—¿Por qué me has besado?
Quinn parpadeó. “¡No hay como entrar a matar cuanto antes!”, pensó.
—Creo que perdí la cabeza.
Rachel sonrió, pero no con la condescendiente y burlona sonrisa que Brenda solía dedicarle cuando intentaba formular en palabras sus pensamientos. La sonrisa de Rachel era alentadora y carecía de malicia. ¿Cómo podía ser que la turbase más que cualquier frase o acto de Brenda? Su amiga no intentó volver a abrazarla. Apoyó la cabeza en la palma de la mano, cerrando un momento los ojos, y contestó:
—Creo que yo también la perdí. Nunca había besado a otra mujer.
—Ya te he dicho que lo sient…
Rachel negó con un gesto.
—No me refería a eso. He tenido muchas proposiciones, tanto de hombres como de mujeres, durante mi carrera. No soy ninguna inexperta. Mis aventuras amorosas con hombres fueron breves estallidos de… una especie de pasión teatral. Las mujeres nunca me interesaron, al menos las que conocí entonces, y siempre he estado mucho más entregada a mi trabajo que a ninguna persona en concreto. Para mí cantar es más que una profesión. Es lo que yo soy. Aquellos límpidos ojos marrones se nublaron, y Quinn olvidó su propio desconcierto y tomó la mano de Rachel.
—O más bien es lo que yo era —continuó esta en tono flemático.
Quinn supuso que aquel comentario intentaba disimular una honda herida, aunque para ella el dolor que su amiga sentía era evidente.
—¿Es cierto que vas a dejarlo?
Rachel se estremeció de arriba abajo.
—Dios Santo, Quinn, no… no lo sé. No he sido capaz de decirlo en voz alta. Apenas he podido pensar en ello. Siempre he firmado contratos con años de adelanto, siempre he sabido exactamente qué iba a hacer, y cuándo. Sin embargo, el próximo concierto es el último que tengo en mi agenda hasta dentro de mucho tiempo. Me siento perdida —concluyó, y cerró los ojos.
De pronto, Quinn lo comprendió todo.
—Es por lo de tus ojos, ¿verdad, Rachel?
Rachel se pasó una temblorosa mano por el cabello, despeinándolo por completo. Quinn contuvo la respiración cuando los mechones castaños se derramaron sobre sus hombros, resplandeciendo a la tenue luz de la sala.
—Sí —contestó Rachel con voz estrangulada.
Quinn no pudo soportar el dolor que reflejaba el rostro de su amiga. La atrajo hacia sí y Rachel se dejó abrazar, lo cual Quinn agradeció en el alma. Sus curvas se fundieron con la delgada silueta de esta.
—¿Es muy grave?
—Bastante —suspiró Rachel contra su piel—. Voy a quedarme ciega, linda.
 
Santana se ciñó el cinturón de la bata de felpa al salir de su lujoso cuarto de baño. Cuando se restauró el edificio, Santana había tenido que enfrentarse al Registro Nacional de Edificios Históricos para conseguir aquella única concesión, convencida de que un jacuzzi no iba a destruir la valiosa estructura. Se acercó de puntillas al sofá para comprobar qué tal estaba Brittany. El moratón del rostro se veía ahora más oscuro. A Santana le dieron ganas de linchar a Karofsky por lo que había hecho, aunque hubiese sido por accidente. Si no había sido así, el destino que imaginaba para él era todavía peor.
—¡No!
Santana dio un respingo cuando Brittany susurró en sueños aquella palabra, removiéndose inquieta en el sofá. Se inclinó hacia ella, rozándole apenas el brazo herido.
—¿Brittany?
—¡No es justo!
Era evidente que estaba soñando; aunque no se hubiese movido, el tono de voz indicaba que no se trataba de ningún sueño placentero. Sus labios temblaron, y por el rabillo de los cerrados ojos asomaron lágrimas, ensombreciendo sus largas pestañas. Santana se arrodilló junto al sofá.
—Es un sueño, Brittany, ¡despierta! Vamos…
—¡No, no!
Brittany abrió lentamente los ojos, dirigiéndole una mirada confusa y soñolienta.
—¿Qué…?
—No ha sido más que un sueño. Estás a salvo.
—Un sueño, sí —contestó Brittany, sin despertar del todo todavía.
—Vamos, colócate sobre el costado derecho y te frotaré la espalda…
Arrepintiéndose de inmediato de su espontáneo ofrecimiento, Santana aguardó unos segundos antes de continuar:
—… si quieres.
—Mmm, sí, gracias.
Brittany intentó volverse, pero no lo consiguió hasta que Santana la ayudó a hacerlo.
—¡Dios, me siento completamente desvalida —murmuró—. ¿Cuánto tiempo he dormido?
—Dos horas. Yo ya iba a acostarme.
Santana se sentó junto a ella, la rodeó con el brazo y comenzó a frotarle la espalda suavemente, arriba y abajo, por encima del ancho camisón.
—¿Cómo va eso?
—Estupendamente. Me duele bastante el hombro, pero seguramente es demasiado pronto para tomarme otra de esas pastillas tan fuertes.
—Sí, deberías aguardar al menos otras cuatro horas.
Brittany frunció el ceño y, al verlo Santana, se detuvo, dejando la mano posada sobre su cintura.
—¿Te he hecho daño?
—No… Acabo de acordarme del sueño. Qué extraño, me ocurre muy pocas veces.
—¿Quieres hablarlo? —preguntó Santana reanudando el masaje—. No tienes por qué hacerlo…
—Era muy raro. No hacía más que ver caras: mamá, papá, mis hermanas… Me gritaban, después fingían no conocerme, y después volvían a gritarme. Nada de lo que yo dijera les importaba lo más mínimo —explicó Brittany, con voz ronca y lastrada por la emoción.
—No me extraña que te afectase tanto.
Santana se le acercó en un gesto instintivo, y sus caricias se volvieron más lentas, intentando que su ritmo fuese más consolador.
—Qué tontería, ¿verdad?
—No es ninguna tontería —replicó Santana, negando con un gesto.
“Sé bien lo mucho que pueden afectar las pesadillas, y también lo dañino que puede ser para el alma pasarse las noches en blanco, llorando sin parar.” Las noches de almohadas bañadas en lágrimas se habían acabado para ella, pero le preocupaba que Brittany pasase las noches atormentada por pesadillas.
—Santana, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Claro.
“¿O tal vez no?”
—¿Cómo lo consigues? ¿Cómo haces para estar siempre tan dueña de ti, tan serena?
—¿Cómo?
Santana dejó de mover la mano y la miró, atónita. Era evidente que Brittany no bromeaba.
—Bueno, se necesita cierto entrenamiento, y yo lo he tenido de sobra. A los catorce años mi padre y mi abuelo me internaron en un colegio de Vermont. Cuando has de arreglártelas sola aprendes a cuidar de ti misma.
Brittany se volvió hasta tenderse de nuevo boca arriba, atrapando la mano de su amiga.
—¿Te echaron de casa? ¿Por qué?
Santana notó que sus mejillas comenzaban a arder. Aquella cercanía a Brittany era mareante. En lo único que podía pensar era en cómo se curvaban sus sensuales labios al hablar. Su respiración se detuvo, y necesitó carraspear un par de veces antes de conseguir liberar lentamente el brazo y responder a sus preguntas.
—No fue así exactamente. Mi familia pensó que sería mejor que me fuese, pero sólo me quedé allí durante tres semestres, hasta que convencí al abuelo de que mi lugar estaba en la mansión López, junto a él y mi padre.
—¿Y aceptaron? —preguntó Brittany con gesto preocupado.
—Sí. En los dos años siguientes estudié con tutores, hasta acabar el instituto.
—Así que te educaron en casa, ¿eh? ¿No era muy solitario?
Santana meditó su respuesta, intentando controlar sus reacciones.
—La verdad es que no —contestó, y se sorprendió al descubrir lo cierta que era aquella respuesta—. Iba casi todos los días con mi abuelo a las oficinas de la Fundación, y hacía los deberes en una de las salas de conferencias, adonde iban a darme clase mis tutores. No sólo estudiaba, sino que también aprendí el funcionamiento interno de la empresa. Me hice amiga de algunos de los empleados más jóvenes, al menos al principio.
—¿Y nunca echaste de menos el poder ir a un instituto, como todo el mundo?
—Estudiaba física y química en un colegio privado, y practicaba unos cuantos deportes. También tocaba en la orquesta del colegio.
Santana se encogió ante algunos de los recuerdos que evocaban sus palabras.
—Aunque cuando más disfrutaba era en la Fundación —concluyó.
—Parece que te sentías más cómoda rodeada de adultos.
—Es cierto. Tuve que madurar a toda prisa cuando mis padre se divorciaron y Jack…
Santana se arrepintió al instante de haber formulado aquella frase, horrorizada de haber podido mencionar a Jack con tal desenvoltura. ¿Qué era lo que tenía Brittany, una periodista, por el amor de Dios, para hacerle bajar la guardia de aquella manera?
—En fin —consiguió decir—, en mi adolescencia hubo muchos cambios que hicieron que mi vida fuese muy diferente desde entonces.
—Leí lo de tu hermano —dijo Brittany posando la mano sobre la de su amiga—. Debes de echarlo mucho de menos.
Aquellas sencillas palabras se abrieron paso entre el dolor y la ira, una ira dirigida sobre todo hacia sí misma, por aquel momento de debilidad. Santana se quedó atónita. “Yo nunca permito que nadie me hable de Jack. ¡Nadie!”
—Es cierto. Lo quería muchísimo.
Aquella confesión era todavía más asombrosa, pues normalmente lo que hacía era dejar claro al momento, sin lugar a dudas, que Jack era un tema inabordable.
—Sigues queriéndolo. Y él lo sabe, esté donde esté.
Eran palabras muy simples, pero le llegaron al alma, derritiendo el hielo que solía formarse al instante cada vez que surgía el tema de la muerte de su hermano.
—Gracias, Brittany.
“Y gracias por no preguntar nada.”
—Yo tengo dos hermanas, una mayor y la otra menor que yo. Mis padres las adoran.
El dolor atravesaba la voz de Brittany, diferente al de Santana pero casi tangible. Su amiga apretó con más fuerza la cálida mano que sostenía entre las suyas.
—¿Y a ti?
—No.
Santana aguardó. No deseaba hacer más preguntas, ya que Brittany tampoco lo había hecho.
—Yo soy una decepción para ellos, desde los dieciséis años.
El rostro de Brittany palideció, pero sus ojos brillaban a la tenue luz de la sala. ¿Lágrimas tal vez?
—Me cuesta creerlo —dijo Santana dulcemente.
—No encajo en lo que ellos entienden por una buena hija. Bueno, supongo que mi padre podría haber cambiado de idea, si mi madre no lo intimidase tanto.
—¿Y tus hermanas?
—Ellas no son como mis padres. Odian ser las favoritas, y la pequeña casi vuelve loca a mi madre sacando “el tema” a colación como mínimo una vez a la semana, Dios la bendiga.
—¿El tema? —tuvo que preguntar Santana, algo confusa.
—El hecho de que yo sea lesbiana.
—Ah.
Se hizo un silencio entre ambas. No era que Santana se hubiese sorprendido al saberlo, pero el hecho de haber puesto sobre la mesa las preferencias sexuales de Brittany reactivó al momento sus propios temores. Sabía que su exclamación había sonado rígida e intransigente, pero su sistema de alarma interno no se permitía ni un instante de descanso.
Brittany la miró intensamente unos segundos y después retiró la mano con gesto de cansancio.
—Ya veo —susurró en tono concluyente—. Tú también.
 
“¡Oh, Dios, no!” Quinn deseó poder gritar de frustración, pero en lugar de eso besó a Rachel en la cabeza y ahogó sus sollozos. Rachel necesitaba consuelo y apoyo, no a una llorona que necesitase ella misma ser consolada.
—Siento mucho oír eso, Rachel —consiguió decir, y la abrazó con fuerza—. ¿Cuánto hace que lo sabes?
—Dos meses —contestó Rachel con voz neutra, como si intentase alejar el miedo de sí—. En este tiempo la vista se me ha ido deteriorando poco a poco. Hay días muy malos, como el lunes pasado, y cada uno de ellos me hace perder más visión.
—¿Y te han dicho los médicos cuánto tiempo…? —Quinn no deseaba parecer insensible, pero necesitaba saberlo.
—Un año, tal vez mucho menos. Todo depende de la reacción de mi organismo ante esta enfermedad.
Suspiró contra el cuello de Quinn antes de continuar:
—Siento haberme desahogado contigo. Tú ya tienes suficiente con tu café…
—No, no, no me importa. Puedes contarme lo que sea.
A Quinn le desesperaba pensar que Rachel tuviese que enfrentarse sola a tal pérdida. De pronto se le ocurrió otra cosa:
—A menos que ya tengas a alguien en quien confiar…
Rachel echó hacia atrás la cabeza y sonrió con pesar.
—Tú eres la tercera persona a la que se lo cuento, después de Noah y Santana.
—Necesitas hablarlo con alguien, con un amigo. Yo… espero que me consideres una amiga —tartamudeó Quinn, notando que sus mejillas enrojecían.
“Al menos”, completó para sí.
—Conozco a mucha gente, pero tengo muy pocos amigos —murmuró Rachel mirándola fijamente.
Quinn se preguntó si la enfermedad distorsionaría la visión de Rachel.
—Tú eres especial para mí, linda.
“¿Especial? ¿Qué significa eso?” Quinn deseaba preguntárselo, pero temió presionarla demasiado. Sintió que las manos le cosquilleaban por tener a Rachel entre sus brazos, y también le costaba respirar. Le acarició suavemente la espalda, intentando consolarla, y al hacerlo sintió un innegable placer que la hizo sentirse culpable.
—Me alegro —murmuró—. Sé que no hace más que una semana que nos conocemos, pero… quiero estar aquí, a tu disposición.
Enfadada consigo misma por haber estado a punto de tartamudear, Quinn besó impulsivamente la frente de Rachel. Tenía la piel muy suave, y su cabello olía agradablemente.
—No pienso sobrepasar ningún límite… —intentó continuar.
—Chsst… —siseó Rachel, sujetándola suavemente de la nuca—. Los besos no hacen daño. Yo nunca querría lastimarte, Quinn.
—Te creo, de verdad —contestó esta, emocionada, tragándose las lágrimas que pugnaban por salir.
No le era sencillo pasar de esconder el corazón fuera del alcance de todos a confiar plenamente en alguien, pero debía retribuir la fe que Rachel depositaba en ella. No podía evitar eternamente el contacto humano, ya fuera físico o emocional. “Y sin embargo, hace años que no estaba tan cerca de dejar que volviesen a destrozarme el corazón, maldita sea.” Mantener las distancias con la gente funcionaba la mayor parte del tiempo, excepto cuando la persona que tenía ante sí estaba sufriendo. “¿Qué es un corazón roto al lado de estar quedándose ciego?”
Rachel entornó los ojos y pasó los dedos por entre el cabello de Quinn.
—Sé que no acabas de confiar en mí. Un día de estos tendrás que contarme el motivo.
Quinn se enderezó, sobresaltada.
—En realidad no hay nada interesante que contar…
—No me has entendido, linda. No digo esta noche. Esta noche estamos bien como estamos.
Rachel inclinó la cabeza, apoyándola sobre el brazo de Quinn, antes de continuar:
—Ahora tengo que pedirte algo muy distinto a eso.
—¿Sí?
—Me pillaste por sorpresa: esa forma de besarme, lo que sentí… —explicó Rachel, enrojeciendo ligeramente—. Me gustaría probar de nuevo, ahora un poco más preparada.
¡Oxígeno! ¿Dónde estaba el oxígeno? Por fin, Quinn consiguió llenar los pulmones.
—¡Rachel!
Los ojos de Rachel llenaron por completo el campo de visión de Quinn: hermosos, brillantes y decididos.
—Sí.
Quinn bajó la vista hasta los gruesos labios de Rachel, ligeramente entreabiertos y con una sonrisa juguetona. Dominada a partes iguales por el deseo y el miedo, Quinn se inclinó hacia ella y se detuvo durante un instante a unos milímetros de distancia, sin aliento, temerosa de dar rienda suelta a la pasión que la desbordaba. Rachel salvó aquella mínima distancia, atrajo hacia sí la cabeza de Quinn y elevó la suya, iniciando así la trémula caricia. Rozó con sus labios los de Quinn, y los mordisqueó después. Quinn gimió sin poder evitarlo cuando el placer inundó su pecho, alcanzando hasta el hueco entre sus muslos.
—Rach…
—Mmm… —murmuró Rachel contra su boca.
Quinn notó la punta de una lengua que recorría el perfil de sus labios. “¡Pero si no es lesbiana, no lo es! ¿Cómo puede besarme así?” Jadeó, convencida de que de un momento a otro estallaría en llamas. Sin embargo, Rachel apenas pudo oír la fuerte respiración de Quinn, ensordecida por los latidos de su propio corazón. La boca de Quinn se cerraba sobre la suya, Quinn misma tenía medio cuerpo apoyado sobre el suyo. Y sin embargo había sido Rachel la que provocó el beso. Rachel no estaba preparada en absoluto para aquellos labios tan increíblemente suaves que se entreabrieron para ella. “Que Dios me perdone, pero tengo que hacerlo.” Deslizó la lengua dentro de su boca y probó el sabor de una boca femenina, la boca de Quinn, por vez primera. Había dado mil besos al aire junto a las bocas perfectamente maquilladas de otras mujeres, y también había permitido a bastantes hombres que devorasen sus labios con mayor o menor habilidad, pero… ¿aquello? Aquello era completamente diferente. Cuando la lengua de Quinn fue al encuentro de la suya, empujando, explorando, acariciando con creciente pasión, Rachel dejó a un lado toda precaución. Sus sentimientos se desbordaron, dedicando mucha más pasión a aquel beso de lo que nunca hubiese creído posible. Atrajo a Quinn todavía más cerca de sí, y se tendió sobre el brazo del sillón. Echada allí, estando Quinn sobre ella, ladeó la cabeza para poder brindarle besos todavía más ardientes. Quinn la siguió de buena gana, explorando su boca con fervor y ternura a partes iguales.
—Rach —murmuró—. Yo no contaba con esto. Lo único que quería era ser tu… amiga.
—Y lo eres. Lo eres.
Rachel apenas podía dar crédito a la reacción de su cuerpo: el sudor le perlaba las sienes y el espacio entre ambos pechos. Sus muslos se estremecieron y se retorcieron bajo las piernas de Quinn, reprimiendo el deseo de separarlas y meterse entre ellas. La besó de nuevo, y dejó escapar un gemido ahogado cuando Quinn deslizó una rodilla entre sus muslos. De pronto Quinn, echándose hacia atrás, se enderezó. La súbita distancia entre ambas hizo que Rachel sintiese frío. Miró a su compañera por entre los despeinados mechones, intentando descifrar la expresión de su rostro.
—Debemos ir más despacio, Rachel, por favor —jadeó Quinn.
—Lo sé.
—Esto va demasiado rápido.
—Sí, tienes razón. Pero antes deja que te abrace un poco más —suplicó Rachel, porque le resultaba insoportable pensar en no tenerla junto a sí.
Quinn dudó, mirándola con ojos ardientes.
—Estamos jugando con fuego.
—No voy a quemarte, linda.
—¿Y si acabo haciéndote daño?
—No lo harás.
—¿Cómo puedes estar tan segura? —preguntó Quinn, todavía apoyada sobre sus brazos estirados, por encima de ella.
—Instinto, intuición… Ven aquí, vamos —ordenó Rachel, atrayendo hacia sí a Quinn, quien acabó cediendo lentamente, dejándose caer sobre el sofá.
Era maravilloso estar allí tendida, junto a un ser humano, junto a Quinn, piel contra piel, en lugar de la soledad de su lecho, donde tan sólo Perry y Mason la oían respirar. Turbada por sombríos pensamientos, Rachel volvió a abrazar a Quinn, hundiendo de nuevo el rostro contra su cuello. Quinn le acarició el brazo con lánguidos movimientos, como si intentase ayudarla a dormir.
—El dolor es parte de la vida —murmuró Rachel.
—Pero yo nunca te haré daño deliberadamente. Lo prometo.
Rachel supo entonces que Quinn había sufrido mucho más que la mayor parte de la gente. La besó en el cuello y se prometió a sí misma no añadir más dolor a aquellas heridas.
 
Brittany sentía que le iba a estallar la cabeza. Ojalá pudiese tomarse ya las píldoras, en lugar de tener que esperar cuatro horas. Pero lo que más desearía era poder retirar su última frase. Se miró las uñas, cortas y romas, y pasó el índice por el dibujo de la sábana color azul. —Brittany, mírame.
Brittany alzó desganadamente la vista, preparándose para contemplar aquel gesto, desgraciadamente familiar para ella, que aparecía en el rostro de su madre tan pronto como ella ponía el pie en el hogar de su infancia. Sin embargo, en el rostro de Santana pudo leer arrepentimiento y algo más, algo indescifrable.
—Ya me lo había imaginado. No era muy difícil, después de lo que me dijiste el otro día en el coche.
Santana enrojeció ligeramente, pero aun así se atrevió a tomar la inquieta mano de Brittany entre las suyas antes de continuar:
—Yo no soy como tus padres, y no tengo en cuenta las preferencias sexuales cuando se trata de amistad.
Brittany no la creyó. Había notado una reacción en ella cuando le confesó la verdad, un estremecimiento, como si acabase de ver un fantasma.
—No te preocupes —contestó, apartando la mano—. No tiene importancia. No soy más que una huésped inesperada tendida en tu sofá, ¿verdad?
—No, por favor. No eres una huésped cualquiera, Brittany. Nunca he conocido a nadie como tú. Dame una oportunidad para conocerte mejor —suplicó Santana, en el mismo tono mesurado y tranquilo con que hablaba siempre, aunque interiormente estaba frenética.
—Tal vez sería mejor que bajase a mi apartamento y…
Santana se inclinó hacia delante, apoyando con firmeza la mano sobre el hombro sano de Brittany.
—No, no puedes, es peligroso. Tienes un golpe en la cabeza, Brittany…
Brittany se preguntó si Santana estaría dando marcha atrás e insistiendo en que se quedase simplemente por motivos de corrección política, ya que, después de todo, ella trabajaba para el periódico local. “No estaría bien que alguien pensase que la presidenta de la Fundación López es un poco homófoba, ¿verdad?” Brittany se arrepintió al momento de tan ingratos pensamientos. “Yo no soy mejor que ella. ¿Acaso no fui yo la que le insinuó aquello sobre la “pobre niña rica” el otro día? Relájate un poco.”
—Está bien, está bien, me quedo. La verdad es que tu sofá es más cómodo que mi cama —contestó Brittany, con una sonrisa autocrítica—. Y estoy tan dolorida, maldita sea…
Santana pareció aliviada, seguramente porque se estaban alejando del tema candente de la sexualidad de Brittany.
—¿Es el hombro?
—Sí. Quema como si tuviese una hoguera dentro.
—Vamos, deja que te lo masajee —dijo Santana acercándose—. No me extraña que te duela, está todo amoratado. Y el cabestrillo se ha retorcido…
Con mucho cuidado lo alzó y le quitó la vuelta.
—Así. ¿Mejor?
—Sí, gracias.
El alivio y el cansancio se apoderaron de Brittany, haciendo que se pensase menos lo que decía:
—Yo también quiero conocerte mejor. Lo que ocurre es que estoy ya muy cansada de que critiquen algo que yo nunca cambiaría aunque pudiese.
—Yo nunca te criticaría por algo así —le dijo Santana, moviendo la mano en círculos sobre el dolorido hombro de Brittany—. Lo creas o no, no es así como soy ni de lo que voy.
—¿Quién eres y de qué vas, exactamente? —preguntó Brittany, atreviéndose a mirar cara a cara a la austera mujer que estaba a su lado. Santana pareció quedarse sin palabras. Siguió masajeándole el hombro, mientras su rostro adoptaba una actitud pensativa.
—Que me muera si lo sé.
Marta_Snix
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Finalizado Re: FanFic [Brittana/Faberry] Café sonata. Epílogo

Mensaje por Cami Rivera Miér Sep 25, 2013 8:02 pm

Muy buen FF. Hasta el momento una adaptación fabulosa. Espero que sigas actualizando seguido! Estoy ansiosa por leer el siguiente capitulo. Un abrazo! :)
Cami Rivera
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