Fanfic Brittana : "Curious Wine"-FINAL

Excelente!!!!!
Va a ser un mes bastante interesante para San!!
La ansiedad por esta historia aumenta a gran velocidad!!
Espero que actualices muyyyyyyyyyy pronto!!
Saludos

bueno, a esperar ese mes, si se vuelven a encontrar espero sea para siempre!

Actualiza., Actualiza.

actualizaaa jeje ya quiero que pase el mes je
nos vemos en la proxima

CAP 23
Aquella noche, de regreso a su apartamento, Santana encontró una
nota en el buzón.
Santana,
La secretaria de tu departamento me ha dicho que estás
en Tahoe. Te prometo que no volveré a molestarte si nos
vemos una vez más. Iré a tu apartamento el lunes a las
ocho, a menos que reciba noticias tuyas antes.
Por favor, tenemos que vernos. Hazlo por mí.
Noah
Abatida, Santana deshizo las maletas y se acostó inmediatamente.
La venció el sueño mientras pensaba en el motel del
lago, en la suavidad de la piel de Brittany, en la textura del pelo dorado sobre sus pechos cuando Brittany se quedaba dormida entre
sus brazos.
El lunes siguiente, exactamente a las ocho de la tarde, le
abrió la puerta de su apartamento a Noah Puckerman.
Al verle, la invadió una cálida oleada de sensaciones, y se
alegró enormemente de que él no diera muestras de querer
tocarla.
—Pasa. ¿Quieres beber algo? ¿Whisky escocés?
—Vale, si tienes algo para mezclarlo. La verdad es que nunca
me ha gustado mucho el sabor que tiene.
—Ya lo sé —le miró, sorprendida. Él siempre mezclaba el
alcohol con agua, aunque no le entusiasmara: siempre se refería
a los combinados como bebidas de marica.
—¿Qué tal las vacaciones? ¿Hubo suerte en el casino?
—Más o menos. Es un sitio muy bonito.
—Sí, ya me acuerdo. Tú querías volver y tendríamos que haber
vuelto. Te veo muy bien, Santana. Nunca te había visto tan bien.
—Gracias. ¿Vodka con ginger ale? Yo creo que te gustará.
Él asintió, la siguió hasta la cocina y observó cómo preparaba
el combinado.
—Es bonito —dijo, echando un vistazo a su alrededor—. Te
ha quedado muy bien. Se te dan bien estas cosas.
—Gracias. Tú también tienes buen aspecto. Estás muy
elegante, la verdad —estaba recién afeitado, vestía un traje gris
claro, camisa blanca y una discreta corbata de rayas. Estaba
guapo y radiante.
Se sentaron uno frente al otro en la salita. Noah le habló de
su familia y de otras personas a las que ambos conocían. Santana
escuchó con indiferencia y con una impaciencia que, como ella
misma descubrió muy pronto, resultó ser aburrimiento.
Noah hizo una pausa y, en medio de aquel silencio, se aclaró
la garganta.
—Quería decirte que he estado yendo a un psiquiatra. Cada
vez me sentía peor respecto a todo lo que ha pasado, a la forma
en que fastidié la relación que teníamos tú y yo. ¿Quieres saber
el verdadero motivo por el que fui a verle? Para saber si podía
ayudarme a recuperarte.
Santana, con una mano en la garganta, no dejaba de mirarle.
Él prosiguió:
—Ya llevo tres semanas viéndole, a cuatro días por semana.
Me hizo ver que me he comportado como un gilipollas. He
descubierto muchas cosas de mí que no me han gustado pero
que son ciertas. Creo que ya es hora de que madure un poco,
Santana. Me hizo preguntas sobre ti que yo no fui capaz de
responder: qué opiniones tienes, qué libros te gustan... Mierda,
no lo sabía. Cinco años viviendo contigo, enamorado de ti... y
ahora me arrepiento de la forma en que te he tratado. He sido
un imbécil.
Ella se lo quedó mirando, perpleja.
—Soy una persona bastante más seria desde que tú... desde
que nos separamos. Supongo que esperaban alguna pista de que
estoy sentando la cabeza, porque Richardson me ha recomendado
para jefe de ventas.
Santana se alegró mucho por él y dijo, emocionada:
—Noah, eso es genial. Lo harás muy bien, se te da muy bien
tratar con la gente...
Él le dedicó una sonrisa cálida y ansiosa.
—Gracias. Pero hay un problema. Me van a trasladar a las
oficinas de Florida, a Fort Lauderdale. Me marcho dentro de
una semana.
—Ya —Santana sufrió pequeñas descargas eléctricas.
—He estado pensando en ello y he hablado con el doctor
Phipps. He decidido que quiero ir. Si tú y yo no estamos juntos,
creo que es mejor que me marche de aquí. Y si estamos juntos,
es mejor que empecemos de cero en otro sitio. Así podré demostrarte
lo mucho que he madurado —la miró, suplicante—.
Florida no está tan mal. Y si hago un buen trabajo, no me
quedaré allí más de un año, dos como mucho. Además, si no nos
gusta, podemos volver cuando queramos.
—Estoy segura de que Florida no está tan mal —murmuró
ella.
—Quiero que vengas conmigo, que empecemos de cero. Me
gustaría mucho que nos casáramos, pero si tú no quieres, bueno,
no pasa nada. Quiero que vengas conmigo, Santana... Dame otra
oportunidad.
—No, Noah —dijo Santana, sin dolor y con una certeza absoluta.
Noah suspiró, contempló su vaso, hizo tintinear los cubitos de
hielo.
—Piénsatelo. Tómate un par de días.
—No me hace falta.
—Te quiero, Santana. Te necesito —su mirada y su voz eran
suplicantes.
Con resignación, puesto que detestaba todo aquello pero a la
vez sabía que era inevitable, Santana dijo:
—Tú necesitas a alguien, no necesariamente a mí. Puedes
enamorarte de muchas mujeres y tal vez eso es lo que tendrías
que hacer.
—Tú eres la única mujer que quiero. Las demás nunca significaron
nada. Antes me querías, sabes que eso es verdad.
—No es suficiente.
—Hubo muchos momentos buenos. ¿Ya no recuerdas los
buenos momentos? ¿Los desayunos en la cama, cuando leíamos
el periódico en voz alta? ¿Te acuerdas de Bourbon Street y de
cómo la descubrimos tú y yo juntos? ¿Te acuerdas de lo bien
que nos lo pasábamos? ¿De nuestros viajes a Las Vegas, de las
Navidades en Yosemite y lo bonito que era? Nuestros amigos
quieren que volvamos a estar juntos. Bud y Rita nos echan de
menos en las partidas de póquer de los viernes.
—No es suficiente.
—Y en la cama era fantástico, sabes que es verdad. Nos
entendíamos de maravilla. El doctor Phipps dice que no hay
mucha gente que tenga relaciones sexuales tan buenas y tan
frecuentes como tú y yo. Y que siguiéramos deseándonos tanto
después de cinco años, eso estaba muy bien.
—No es suficiente.
—Ya hay otra persona, ¿verdad, Santana?
Ella tocó la cruz de su garganta, oculta entre los pliegues de
su vestido.
—No veo la necesidad de contestar a esa pregunta.
—Hay otra persona.
Se encogió de hombros.
—Ya he contestado a la pregunta.
Él cogió su vaso, cubierto de vaho: una gota se desprendió y
cayó sobre la mesa. Santana recordó unos dedos finos que
frotaban el vaho de un vaso. Él secó cuidadosamente la
gota con los dedos, la eliminó de la mesa y volvió a dejar el
vaso.
—Entonces... ¿se ha acabado definitivamente?
Santana asintió.
—Sí —dijo.
—El doctor dice —dijo él— que, a veces, cuando el amor se
acaba, simplemente se acaba. No queda nada, la chispa desaparece,
simplemente se acaba.
Ella no contestó.
—No sé si eso es cierto —dijo él—, pero supongo que no
tiene demasiado sentido darle más vueltas. Soy un buen
vendedor, pero tú ya conoces el producto que intento venderte:
lo has tenido durante cinco años. Pero vuelvo a repetirte que es
una versión mejorada del mismo producto. Estaré por aquí otra
semana, por si cambias de opinión.
Se puso en pie. Caminó hacia la puerta con pasos lentos que,
al final, se detuvieron.
—¿Podemos ser amigos?
—Sí, pero creo que llevaremos vidas bastante distintas —ella
abrió la puerta. Quería que se marchara de inmediato, porque
estaba a punto de echarse a llorar.
—¿Puedo besarte?
—No, Noah. Ni lo intentes —le ordenó secamente, cuando él
se acercó.
—¿Tanto asco te doy ahora? —su expresión se contrajo de
dolor y rabia.
—No —dijo ella, dolida—, pero ya no tiene sentido.
—Que te vaya bien —dijo él con brusquedad—. Ya sabes
dónde estoy.
—Que te vaya bien.
En el desconsuelo de aquella soledad, se quedó junto a la
ventana de la salita: al secarse las lágrimas, recordó unos labios
suaves y cálidos que besaban sus ojos y que recorrían su rostro
para borrar las lágrimas. Se volvió y observó el teléfono, ese
mismo teléfono que usaría dentro de tres semanas y tres días:
deseó que el tiempo pasara volando, atormentada por la posibilidad
de que nadie respondiera a su llamada.
Noah se alejó en su coche y ella se quedó mirando hasta que
la luz de los faros se desvaneció en la oscuridad. El aire de
primavera olía a fuego de leña, tal vez la chimenea de alguien.
Santana llenó sus pulmones de aquella fragancia y pensó que quizá
alguien estaba quemando sus naves.

GRACIAS POR SUS COMENTARIOS CHICAS..NOS VEMOS PRONTO.
POR FAVOR DEJEN SUS OPINIONES Y GRACIAS X SEGUIR ESTA HISTORIA

HOLA!

CÓMO NOS DEJAS UN SÓLO CAPÍTULO, TENÍAN QUE SER MÍNIMO DOS. ESTUVO INCREÍBLE, SANTANA SUPERO LA PRIMERA PRUEBA Y AUNQUE LE DOLIÓ ESTÁ DECIDIDA QUE SU CAMINO ES BRIT. QUIERO QUE EL TIEMPO PASE RÁPIDO LAS QUIERO JUNTAS NUEVAMENTE.

Que bien que San le dejara claro a Noah que no quiere nada con él, espero el no insista y que el tiempo se pase rapidoo. Ya las quiero juntas de nuevo :3

Saluditos ;)

Bien por San!!!
Pero por que solo un capitulo????
Saludos

HOLA!!ACA LES DEJO UN NUEVO CAP,GRACIAS POR LEER Y COMENTAR..
NO LE RESPONDO LOS COMENTARIOS,PERO SEPAN QUE SI LOS LEO TODOS :)

CAP 24
Se acostaba temprano por las noches y dormía hasta muy
tarde los fines de semana. Se quedaba en la cama durante
horas, en un estado nebuloso de duermevela, y por su mente
desfilaba una galería de recuerdos, de episodios largos y
escenas breves, de fotogramas: los días que había pasado con
Brittany fluían una y otra vez en su mente. Santana capturaba y
retenía en un recuerdo eterno algunos de esos momentos
vividos: el brillo intenso de los ojos de Brittany cuando expresaba
una idea; la cara de Brittany en la penumbra de la habitación; una
imagen de Brittany cuando hacían el amor, de sus labios
sensuales y abiertos mientras jadeaba, de sus ojos cerrados
con fuerza en una expresión que se volvía impenetrable
cuando el orgasmo la dejaba agotada, que le ocultaba a Santana
sus más íntimos secretos.
Al cabo de poco tiempo, empezó a tener problemas para
concentrarse en la cara de Brittany: cuando intentaba retener una
imagen enfocada, sus rasgos se volvían ambiguos. Se reprochó
con amargura el no tener ninguna foto de Brittany. Las imágenes
más claras las obtenía a partir de otras personas: algún detalle
en los rasgos de alguien, la forma de un cuerpo, la forma de
caminar de alguien o un mechón de pelo que caía sobre una
frente... todo aquello provocaba la aparición repentina de
hermosas imágenes, que se desvanecían en cuanto Santana trataba
de concentrarse en ellas.
Estaba terriblemente preocupada por su propio cuerpo y era
excesivamente crítica consigo misma: con su tipo, su piel, su
tono muscular... No podía dejar de arreglarse el pelo y las uñas
y empezó a hacer ejercicio: se sometió a un durísimo entrenamiento
de una hora diaria, que la dejaba completamente
exhausta y con los músculos entumecidos. Por las noches daba
paseos, largos paseos con la mente envuelta en tinieblas, adormecida
por la rítmica cadencia de sus pasos. Y entonces se le
ocurrió pensar que Brittany tal vez llamara, quizá obedeciendo a un
impulso. Sabía perfectamente que Brittany era demasiado disciplinada
para eso, demasiado contenida, pero aún así, dejó de salir
a pasear por las noches.
La semana siguiente de haber visto a Noah se la pasó dando
vueltas por su apartamento y consumiéndose de rabia. Si Brittany
la quería de verdad, cedería, rompería el acuerdo y la llamaría.
Era Brittany quien la hacía pasar por todo aquello, quien la hacía
sufrir y esperar, quien le había provocado aquella angustia y
todas aquellas dudas.
Durante el día, el trabajo ocupaba su mente: se esforzaba por
hacer todo el papeleo a la perfección y se metía de lleno en las
entrevistas. Por las noches era incapaz de concentrarse en la
televisión o de leer, excepto durante periodos de tiempo muy
breves; puesto que tampoco podía escuchar música, porque había
descubierto que eso la atormentaba aún más, se dedicaba a preparar elaborados platos que requerían considerable esfuerzo
y atención. Más tarde, mientras hojeaba una revista o un periódico,
engullía distraídamente sus propias creaciones: la importancia
de la comida se limitaba únicamente a su preparación.
Tres semanas después de su regreso del lago Tahoe, Quinn
la invitó a comer y la reprendió cariñosamente.
—No vienes a casa, ni me llamas por teléfono. Ya sé que soy
un muermo, pero por lo menos podías hacer el esfuerzo de ser
amable, ni que sea por los años que hace que somos amigas. Por
el amor de Dios, Santana... pensaba que todo iría mejor cuando
volviéramos de Tahoe.
Con un gesto de arrepentimiento, Santana dijo:
—Ya se me pasará. Lo único que necesito es estar sola un
tiempo. En serio, déjame a mi aire y no te preocupes más.
—No puedo hacer eso. Estás muy sola en ese apartamento
—Quinn le cogió una mano a Santana y la frotó entre las suyas
Santana —dijo, con preocupación—, las personas que no ven a
nadie ni hablan con nadie acaban desarrollando... problemas.
Santana, cariño, hasta pueden tener ataques de nervios.
—Oh, Quinn, por favor, deja de preocuparte —dijo Santana, atormentada
por la culpa—. No tiene absolutamente nada que ver
con eso. Sólo necesito un poco más de tiempo y entonces todo...
cambiará, te lo prometo.
—Bueno, vale —dijo Quinn, sin convicción—. Por lo menos,
te veo cada día en la oficina.
A medida que transcurría el tiempo, Santana se sentía más y
más torturada por la creciente convicción de que los sentimientos
de Brittany no sobrevivirían a aquella separación, que había
demasiados factores en su contra. Cinco días y cinco noches
juntas era muy poco tiempo; aquella relación era demasiado
débil y demasiado peligrosa como para durar. Seguro que Brittany
ya habría vuelto a sumergirse en su trabajo, que ya habría
vuelto a reconducir toda su energía y toda su angustia hacia su
carrera profesional. La influencia de su padre se haría notar, se incluso desde la tumba, la desaprobación de su
padre sería la causante de que Brittany renunciara una vez más a
sus deseos más vivos.
Se obsesionó con el recuerdo de Ellen. Los celos eran una
emoción nueva para ella, pero la atacaron salvajemente. Ellen
tendría ahora veintiocho y, sin duda, sería aún muy
guapa... puede que más que antes, incluso, puesto que algunas
mujeres se vuelven más guapas con la edad. ¿Y si Brittany aún
quería a Ellen, a pesar de aquel intervalo de tantos años? ¿Y si
decidía ir en su busca, una vez liberada de las inhibiciones que
habían impedido aquella relación que ella tanto deseaba?
Mientras hacía ejercicio, Santana no dejaba de pensar en Ellen; ni
mientras se cortaba las uñas y se las limaba; ni mientras se
hidrataba la piel o se cepillaba el pelo. Pensaba en ella con un
odio visceral, consumida por los celos.
De vez en cuando, y con dolor, también pensaba en Noah. La
había llamado una vez, antes de irse a Florida, y había suplicado
una vez más, antes de desmoronarse y echarse a llorar. Ella jamás
le había visto llorar, pero se mostró serena. Anotó su nueva dirección
en Fort Lauderdale como si fuera un desconocido quien le
facilitaba la información. Después, sin embargo, se tumbó en el
sofá durante horas, pensando en él y llorando: se le clavó en el
corazón el recuerdo de los sollozos de Noah y se sintió completamente
sola, triste como nunca se había sentido en toda su vida.
Lo que menos soportaba era el interminable vacío de los fines
de semana, así que huía de la soledad y buscaba a su padre. Pasó
tres domingos en su casa: iba temprano por la mañana y se
quedaba hasta el anochecer, viendo con él programas deportivos
en la tele, cocinando para él, jugando a cartas, escuchando sus
historias de profesor, recordando juntos los viejos tiempos.
El último domingo antes de llamar a Brittany fue un agradable
día de abril. Aquella tarde se sentó con su padre en la mesa de picnic que había en el jardín trasero y jugaron a cartas. Cuando
ella cogió las cartas para barajarlas y empezar otra partida, él
colocó sus enormes manos sobre las de ella.
—Ya sabes que yo nunca interfiero.
—No sé si realmente me merezco tu confianza —dijo ella,
tranquila y cómoda ante aquella muestra de cariño—, pero
siempre te la agradeceré.
—A veces, no interferir era difícil... especialmente durante tu
matrimonio. Pero eras una persona adulta... —él apartó las
manos y buscó la pipa en el bolsillo de su camisa de cuadros—.
Ultimamente, he disfrutado mucho de tu compañía y no es que
no me guste tenerte aquí...
—Estoy perfectamente, papá —murmuró, bajando la vista—.
No me pasa nada.
Él encendió la pipa: mientras acercaba la llama, aplastó un
poco el tabaco. Santana jamás había conseguido entender cómo se
las arreglaba para no quemarse el dedo índice.
—Hay varias coincidencias que me preocupan, cariño. Por un
lado, está Noah. Ahora ya puedo confesártelo: durante el tiempo
que vivisteis juntos, tuve bastantes dudas respecto a él. Prefiero
a los hombres que se casan y ofrecen a sus mujeres toda la
protección que pueden. Para ser un demócrata liberal, tengo
ciertas manías anticuadas. Pero Noah me mostró un aspecto
nuevo y más maduro de sí mismo. Me pidió que le ayudara
contigo. Por supuesto, yo no quise, yo jamás hubiera podido...
Pero ahora le tengo más respeto.
Ella permaneció en silencio, observando cómo su padre se
acariciaba la perilla gris con los dedos índice y pulgar, en un
gesto muy característico. Mientras aspiraba el humo de su pipa,
él la contempló con sus ojos marrón claro, exactamente iguales
a los de ella.
—Y luego llamó Quinn. Eso de que llame Quinn... —suspiró—.
En fin, es buena amiga de los dos, pero es a ti a quien realmente
adora. Han sido esos dos incidentes, más el hecho de que vengas tanto por aquí. Eso de que una mujer hecha y derecha necesite
estar con su padre... —suspiró de nuevo—. No sé qué pasa, pero
sí sé que no se trata de Noah. Sé lo perjudicial que fue tu divorcio
para tu autoestima... y no creo que Noah pueda compararse.
Quiero que me digas qué ocurre.
Santana barajó las cartas, pensativa. No podía contárselo a su
padre, pero... ¿qué iba a decirle?
—Papá —dijo al fin—, no voy a mentirte diciéndote que no
me pasa nada. Pero estoy bien, en serio —sonrió, y deseó que
su sonrisa resultara convincente—. Solicito respetuosamente
que vuelvas a tu política de no-interferencia.
Él sonrió y se apartó de la frente un mechón de pelo castaño,
salpicado de canas.
—Yo también tenía cosas que no les contaba a mis padres,
especialmente cuando era joven. Pero eran otros tiempos y
nosotros somos dos personas maduras e inteligentes, con más
experiencia que la mayoría. Ya no hay muchas cosas en este
mundo que puedan sorprenderme y, menos aún, disgustarme.
Ella vaciló, sin dejar de barajar las cartas, observando ansiosa
e insegura a su padre. Él dejó la pipa sobre la mesa y volvió a
colocar las manos sobre las de su hija.
—Te conozco. Nada de lo que tú me digas puede... disgustarme.
—Papá —dijo, reuniendo todo su valor y mirándole directamente
a los ojos—, ¿y qué pasa si te digo que me he enamorado
de una mujer?
Él bajó la vista y contempló las manos de ambos. Giró las
suyas y, durante largos segundos, acarició las de su hija.
—Cuando cumpliste dieciséis años —dijo, contemplando a
su hija con una mirada ausente—, empecé a prepararme.
Pensaba que cualquier día te presentarías en casa con un
hombre negro, o con un chicano o con un judío ortodoxo de
larga barba...
Ella empezó a reírse.
—... hasta me imaginé a un joven con el pelo hasta la cintura
y tocando la cítara —sonrió repentinamente, en un gesto casi
burlón—. No sé por qué nunca se me ocurrió prepararme para...
Le soltó las manos y volvió a coger la pipa.
—Necesito un poco de tiempo... ¿Tienes idea de por qué
ha...? —la miró con impotencia.
—Jamás he sabido lo que necesitaba, ni siquiera que lo necesitaba.
Hasta que lo he encontrado.
—¿Es... es porque después de tu madre... —tragó saliva. Le
costaba hablar— es porque jamás tuviste otra...?
Ella le cogió los brazos.
—No, papá, no. Eso es ridículo. La mayoría de los padres no
son capaces de dar a sus hijos ni la mitad del amor que tú me
diste a mí.
—¿Por qué... ahora, nena? —dijo—. A no ser que... ¿Elaine
y tú?
—No —admitió—. Tal vez podría... haber ocurrido. Pero no
ocurrió.
—Este... este amor no te hace feliz. Todo lo contrario.
—Lo que me entristece no es lo que siento, sino el no estar
segura de lo que siente ella. Insistió en que nos separáramos
para... que yo analizara mis sentimientos.
—¿Cuánto hace que la conoces?
—Un mes... más o menos.
Visiblemente más tranquilo, cogió su pipa y expulsó una bocanada
de humo, tal vez —creyó ella— para ocultar una sonrisa.
—Papá —-dijo muy despacio—, esto es lo más fuerte y
profundo que he sentido en toda mi vida.
Él dejó de nuevo la pipa, se inclinó sobre la mesa, le sujetó
los hombros con fuerza y luego la soltó.
—Ya sé que soy un hombre, pero no lo entiendo. ¿Qué es lo
que te da?
—Ternura —contestó ella un instante después—. Y la necesidad
que tiene ella de obtener lo mismo de mí.
—Supongo que vuestras relaciones sexuales... no son... gran
cosa.
Ella procuró eliminar toda expresión de su rostro.
—¿Seguro que quieres que te hable de eso?
—Santana, ¿y qué ocurre si esto no funciona? ¿Qué pasará
entonces?
Ella entendió lo que él le preguntaba y pensó en la respuesta
durante unos momentos.
—Empezaría a buscarlo otra vez, aunque sin muchas esperanzas
de encontrarlo. Respecto a dónde lo buscaría...
—Nena —dijo, y ella comprendió que esperaba de verdad
una respuesta—, hay muchas personas maravillosas en este
mundo. Muchas personas dispuestas a dar y recibir... ternura.
—Papá, ¿por qué no has vuelto a casarte nunca? Mamá
murió hace quince años.
Él la observó.
—¿En serio estás comparando aquello... con esto?
—Sí. Exacto. ¿Cuándo te diste cuenta de que amabas a
mamá? ¿Cuánto tiempo tardaste en enamorarte de ella? ¿Has
sentido por alguien más un amor comparable?
Él no respondió. Permanecieron sentados en silencio.
Ella aspiró la sublime y dulce fragancia de los azahares del
jardín de al lado y, al fin, dijo:
—Querías saberlo, ¿no? Me habías prometido —añadió,
tratando de usar un tono más suave— que nada podía disgustarte.
Con los ojos húmedos de lágrimas, él dijo, lentamente:
—No esperes que me alegre por algo con un enorme potencial
para hacerle daño a la persona que más quiero en este mundo
—se aclaró la garganta, se acarició la perilla y trató de sonreír—.
Pero dale a este demócrata liberal de tu padre un poco más de
tiempo —cogió la baraja de cartas y se la dio a ella—. Y mientras
tanto, baraja.


EU ME OLVIDE DE DECIRLES QUE SOLO QUEDAN 2 CAPITULOS MAS..

Buen capitulo :)
Espero que subas pronto esos 2 que quedan :D please!

Saludos o/

solo falta una semana,....
me gusto la charla de san con su papa,.... solamente falta quinn que lo sepa,...!!!!
nuuuu 2 capítulos para que termine!!!

Hola Me gusto que tuviera el valor de decirle a su padre!!! Y solo queda un día para llamar a Britt, estoy segura que ella también la a pasado mal en la espero!!
Saludos, espero que puedas actualizar hoy también!!

Tuvo valor de decirle eso a su papá   

Solo dos capas mas?  
Espero actualices pronto.
Saludos  

san haciendo frente a todo primero noah ahora su papá ...
ahora falta que valla por la rubia sexy

es normal las dudas de san pero me alegra que se haya mantenido fuerte, solo resta esperar que se cumpla el dichoso mes!

hola!!!
uufff solo dos capitulos  
estoy ansiosa por leer
saludos

Hola!

Necesito otro capítulo, Santana tiene muchas dudas pero ha estábamos a pie del cañon, no a renunciado. Espero que en el próximo capítulo sea el reencuentro.

Actualiza urgente.

HOLA CHICAS GRACIAS ENSERIO POR COMENTAR..LEO TODOS SUS COMENTARIOS Y ENSERIO DISCULPEN QUE NO LES RESPONDA..PASA Q ENSERIO TODAVIA NO ENTIENDO MUY BIEN COMO FUNCIONA ESTA PAGINA Y BOE..NO QUIERO HACER DESASTRES..

ACA LES DEJO EL ANTEULTIMO CAPITULO..UNA PREGUNTA..CREEN QUE LAS BRITTANA VAN A TENER UN FINAL FELIZ??
LES OTORGO EL BENEFICIO DE LA DUDA..BSS

CAP 25
El día que debía llamar a Brittany, se despertó despejada
tras una noche de descanso ininterrumpido, sin sueños.
Una vez finalizados sus desvelos, se fue a trabajar muy
animada.
Aquella tarde llamó al servicio horario y ajustó su reloj.
Dio varias vueltas por el apartamento y luego se sentó, muy
tensa, frente al escritorio de su salita, sin dejar de mirar el
reloj que estaba al otro lado de la habitación, observando
cómo las manecillas se acercaban a las siete en punto.
Con el corazón desbocado, marcó el número: la tarjeta estaba
apoyada en el teléfono, pero ella ya había memorizado el
número. Apretó las teclas con mucho cuidado, marcando
primero el prefijo y luego el número.
—¿Santana? —Brittany apenas dejó que el teléfono sonara.
—Iba a intentar venderte lecciones de baile de Arthur
Murray —consiguió decir Santana.
La risa de Brittany era suave y reconfortante.
—¿Estás bien?
—Sí. ¿Y tú? —temblaba de alegría y de alivio.
—Muy bien. Pareces un poco... ¿seguro que estás bien?
—Sí, pero tú no lo has tenido muy en cuenta. Me he pasado
todo el mes pensando que igual estabas enferma o sufriendo y
yo sin enterarme...
—Yo he pensado lo mismo de ti. ¿Qué has hecho durante
todo el mes?
—Esperar que se acabara.
—¿Has... reflexionado?
—Comprendo —dijo Santana, muy despacio— que necesitabas
darme ese tiempo, pero no me hacía falta reflexionar.
Se produjo un silencio. Santana oyó una respiración que se
mezclaba con el zumbido de la línea telefónica. Brittany dijo:
—Ha sido un mes... muy largo. Ahora tenemos que hablar de
muchas cosas, hay muchas cosas que quiero decirte.
Santana se sentó y cerró los ojos con fuerza, eliminando todo
aquello que no fueran el tono y la cadencia de la voz de Brittany.
—Es tan complicado hablar por teléfono —dijo—. Me
gustaría... me gustaría verte.
—¿Puedo tomarme eso como una invitación? —había un
tono grave en la voz de Brittany—. Puedo estar ahí en un par de
horas, a las nueve y algo.
—Oh, Brittany, sí —Santana notó el pulso en la garganta.
—Vuelo número uno veinticuatro. Llega a las nueve y diez a
Burbank. ¿Irás a buscarme?
—Allí estaré.
—¿Santana?
—Dime, Brittany.
—Nada —dijo Brittany un momento después, con la voz ronca—.
Nos vemos en dos horas —colgó el teléfono suavemente.Santana, aturdida, contempló su apartamento: se dirigió al sofá
y ahuecó los cojines, recogió algunas revistas de la mesita de
café y las ordenó.
Esta noche estaré con Brittany, pensó. Con Brittany.
Tiró las revistas y se precipitó hacia el cuarto de baño: mientras
llenaba la bañera para darse un buen baño de espuma, pensó
con nerviosismo en cómo vestirse para ir al aeropuerto.
Brittany fue la tercera pasajera en bajar del avión. Santana percibió
borrosamente que llevaba jersey y pantalones de color gris y
una chaqueta azul marino de corte sencillo. Instantes después,
Brittany la estaba abrazando y su pelo le acariciaba el rostro.
—La gente se abraza en los aeropuertos —murmuró Brittany
junto a su oreja—, pero no tanto rato.
Se separaron. Brittany se apartó un poco y la miró.
—Hola —dijo.
—Hola —Santana, algo débil tras haber respirado su perfume,
también la miró—. Estás muy... guapa.
—Tú también. Me gusta... tu vestido.
Santana llevaba un vestido blanco con el escote en pico: la cruz
colgaba de su cuello.
—Se me ha ocurrido ponérmelo para cambiar un poco —quería
usar un tono informal, pero su voz sonó cohibida.
-—Me gusta... mucho —la mirada de Brittany era tímida e intensamente
azul—. Vamos, alejémonos de toda esta gente.
Se alejaron por los pasillos del aeropuerto. Distraída, Santana
preguntó:
—¿Qué tal el vuelo?
Brittany se encogió de hombros y le rozó ligeramente el brazo.
—Bien, muy bien. Largo.
—¿Y las...? ¿No has traído equipaje?
—Llevo un cepillo de dientes en el bolso. Me parece que se
me ha olvidado coger el pijama.
—Bueno, algo encontraremos para que no pases frío.
Brittany sonrió y dijo:
—Me iré muy pronto, porque mañana tengo que estar en el
juzgado. Mi vuelo sale a las siete. Cogeré un taxi.
—Ni hablar. Me alegro tanto de que hayas venido que te
traería aunque fuera a las tres de la madrugada.
Subieron al coche de Santana.
—Estás más delgada —dijo Brittany—. Al principio, pensaba
que era el vestido.
—He dejado de tomar las píldoras anticonceptivas. Supongo
que en parte es por eso.
Brittany se inclinó hacia ella, le acarició un mechón de pelo.
—Me alegro de que... Tienes muy buen aspecto. ¿Por qué no
vienes a San Francisco a pasar el fin de semana?
—Claro, si a ti te apetece —respondió, con un estremecimiento
de miedo. ¿El fin de semana? ¿Quería decir que sólo el
fin de semana?
—Claro que me apetece. ¿Puedes venir mañana por la noche?
Así estaremos juntas la noche del viernes, la del sábado y la del
domingo. El lunes por la mañana, a primera hora, te llevaré al
aeropuerto. ¿Te parece bien?
—Sí —dijo Santana. ¿Era eso lo que le rondaba por la cabeza?
¿Que se limitaran a pasar juntas los fines de semana?
—Tengo un billete de avión para ti.
—Lo tienes todo planeado, ¿no? —casi se le escaparon las
palabras—. Estabas muy segura de que te llamaría, ¿no?
Brittany se echó a reír: su risa era irónica, amarga.
—En absoluto. Pero la única manera de soportar este mes
era pensar que llamarías, planearlo todo convencida de que
llamarías. La idea de que no llamaras... ni siquiera quería pensar en
eso. Y créeme, tengo mucha práctica a la hora de no pensar en las
cosas que no soporto pensar.
—¿Has cenado? —preguntó Santana, aliviada, concentrada aún
en aquella respuesta.
—No, he estado demasiado... Puede que haya un McDonald’s
por aquí.
—Los hay por todas partes. Te prepararé algo, ¿vale?
—Me encantaría.
Santana cerró con llave la puerta de su apartamento. Brittany se
quitó la chaqueta y la dejó caer sobre una silla: a Santana le gustó
aquel gesto. Se acercaron.
Brittany sostuvo el rostro de Santana entre sus manos y la
observó con una mirada impenetrable: su expresión era tensa y
reservada. Y entonces se aferró con una mano al hombro de
Santana y la dejó resbalar hacia sus pechos. La abrazó y, durante
unos segundos, la besó con delicadeza, luego con pasión, estrechando
más y más su abrazo.
Permanecieron allí abrazadas durante largo tiempo, hasta
que al fin Santana murmuró, acariciándole los hombros:
—Voy a prepararte algo de comer.
—Vale, pero algo ligero. Antes enséñame la casa.
Todavía cogidas, recorrieron el apartamento de Santana. Brittany
examinó los cuadros y los libros, las esculturas de vidrio y el
reloj alemán que a Santana le había regalado su padre. Cuando
llegaron a la habitación, Brittany dijo:
—La describiste muy bien.
Santana, incómoda, se revolvió en aquel abrazo, tan cálido
como ella recordaba. La risa de Brittany era suave, burlona. Abrazó
de nuevo a Santana e instantes después, con los labios en el escote
en pico de su vestido, murmuró:
—La verdad es que no quiero comer nada.
Santana cerró los ojos, suspiró de placer.
—Sí quieres —dijo, haciendo un esfuerzo. Dio un paso hacia
atrás y se apartó de ella. Sacó las manos de debajo del jersey de
Brittany —. Necesitarás fuerzas.
—¿Ah, sí? —dijo Brittany, cogiéndole una mano—. ¿Otra vez
me vas a tener toda la noche despierta?
—¿Quién? ¿Yo?
Se dirigieron a la cocina, cogidas de la mano. No puede ser
que ella quiera que seamos sólo amantes a tiempo parcial, no
puede ser, pensó Santana.
—Todo es distinto cuando sabes que tienes la noche de
mañana, y que después hay más noches, ¿verdad?
—Sí. Es muy distinto.
Santana sirvió dos copas de vino.
—¿Te apetece un sándwich? ¿Una hamburguesa? ¿Huevos
con bacon? ¿Sopa? —sonrió—. ¿Las tres cosas?
—¿Tienes sopa de pollo?
Santana la observó con ternura.
—Eres como una niña, con la comida. ¿Qué te parece sopa
de pollo y una hamburguesa?
Brittany sonrió.
—Me parece perfecto.
Santana preparó la cena y Brittany se sentó frente a la barra de la
cocina: bebía vino sin dejar de mirar a Santana.
—Come algo tú también —le dijo—. Un plato de sopa, si no
tienes mucha hambre. Sólo para acompañarme.
—Vale —dijo Santana—. ¿Qué sabes de las chicas de la cabaña?
—Hay noticias. Por lo que yo sé, el estado de cosas entre
Mercedes y Artie es el mismo. Mercedes no habla mucho de eso...
supongo que todavía está trabajando el tema de su falta de valor.
Dani sigue siendo Dani. Sugar está saliendo con un hombre
que vive en su bloque de apartamentos. Según Mercedes, Rachel está
preocupada porque él tiene veinte años y Sugar, veinticuatro
. No me extraña que Sugar no se haya casado nunca...
primero, su madre; y ahora, su dominante hermana pequeña. La
noticia bomba es la amante rubia de Finn — Brittany sonrió—.
Parece que ella le ha dado la patada.
—Eso sí que es una noticia. ¿Ya ha llamado a Rachel?
—De momento, no. Supongo que su orgullo todavía no está
preparado.
—Brittany se rió—. Creo que dará resultado, con el tiempo —probó
la sopa, le dio un bocado a la hamburgesa—.Hmm, está todo muy
bueno, Santana.
Se sentaron juntas frente a la barra: de vez en cuando, Santana
probaba su sopa, pero se dedicaba más bien a contemplar con
satisfacción cómo cenaba Brittany. Cogió el billete de avión que
Brittany había dejado sobre la barra.
—Aún no te he dado las gracias por esto—dijo- De hecho,
ni siquiera... —miró el billete y luego dijo, sorprendida—. Es
primera clase.
—Exacto.
—¿A San Francisco?
—Ya sé que no está lejos —se defendió Brittany—, pero quiero
que viajes con comodidad.
—Estás loca —dijo Santana. Sacudió la cabeza, encantada—.
Pero eres maravillosa.
—Tengo un montón de cosas para ti en mi apartamento.
Cada vez que me daba un ataque de ansiedad, salía y te
compraba algo, para convencerme de que me llamarías. Te he
comprado algunas cosas bastante raras: cuatro jerséis, toda clase
de joyas, una pluma de plata, una camiseta que dice / Left My
Heart in San Francisco.'2
Santana no dejaba de reír.
—Estás completamente loca. Yo también tengo una cosa
para ti, pero sólo una.
—¿Qué es?
—Ya lo verás. La única locura que he hecho este mes fue ir
a Bullock’s y oler todas las botellas que tenían, hasta encontrar
tu perfume. No sé qué debieron pensar de mí. Pero es que, de
repente, necesitaba saber qué perfume era.
—¿Lo encontraste?
—Nina Ricci.
—Bien —dijo Brittany, riendo—. Eso sí que es una locura. La
fragancia que yo asocio contigo no viene en botella —miró a
Santana; le brillaban los ojos—. Ya verás, te enseñaré San
Francisco... Conozco un restaurante en Sausalito... ¿Llevarás
este vestido?
—Sí, si tú quieres. Tengo otros que a lo mejor te gustan.
Brittany terminó de comer y suspiró, satisfecha. Observó a
Santana con aquellos ojos intensamente azules.
—¿Qué me has comprado? ¿Por qué no me lo das ahora?
—Claro —dijo Santana, sonriendo, invadida de nuevo por la
ternura. Se dirigió a la habitación y regresó con un paquete.
Brittany quitó lentamente la cinta y el papel brillante, ansiosa
como una niña.
—Oh —dijo, y extrajo del envoltorio un libro de poemas de
Emily Dickinson. Estaba encuadernado en tafilete rojo oscuro.
El título estaba impreso en oro y en la esquina inferior de la
cubierta, se podía leer BRITTANY PIERCE en letras
doradas.
—Lo encargué para ti —dijo Santana.
—Bueno, la verdad es que no parece una edición del círculo
de lectores —dijo Brittany, sonriendo y acariciando la cubierta de
piel, hojeando las páginas ribeteadas en oro—. Es un regalo
muy bonito. Gracias, Santana. Me encanta.
—Y a mí me hizo mucha ilusión comprártelo.
—He estado pensando y hay tantos sitios a los que podemos
ir en San Francisco... Pero creo que no te dejaré levantarte de
la cama. Me parece que tendré que esperar a que seas tú quien
me obligue a dejarte marchar.
Santana oyó y percibió con fuerza su vulnerabilidad. Le dijo,
con dulzura:
—Y yo no quiero que me dejes levantar de la cama. Y
tampoco te dejaré marchar.

a noooo como queda poquito uuuuuu

yo digo que se quedaran juntas
si avanzaron tanto y esperaron
hay que arriesgarse ..

me ha gustado mucho la adaptación y se agradece
que la continuarás hasta uuu llegar al final

saludos!!!!!

Ay no no no! Ellas tienen que quedar bien!

Han esperado mucho para eso!
A menos de que Britt se eche para atras... o pase algo...

Aaaww! Ya me dejaste cn muchas dudas...

Saludos :)

por fin paso el mes,...
a ver como va a pasar el fin de semana san en San Francisco,....

Hola!

Tienen que quedar juntas, no serviría de nada tanta espera sí no fuera así.

Quiero que sé queden juntas en un sitio cómo el que describió San antes de la despedida. El capítulo estuvo lindo pero quiero saber cómo termina.

HHOOOOOOooooo querida escrito espero que tengan un final feliz!!!
Se lo merecen después de tanto o no???
saludos ya quiero el ultimo capitulo

Ya quiero el capítulo final!

Actualiza por favor!!!!!!