Fanfic Brittana : "Curious Wine"-FINAL

Hola!

No me gusto la aptitud de Santana de irse a meter a la cama del primer imbécil que sé le cruza en frente. Era mucho mejor que tuviera sexo con mi rubia, en ese caso hubiese disfrutado.

Que estupida fue San!!!!!
Espero que actualices mañana por favor.
Saludos

parece que santana le "sirvió" acostarse con el imbécil,... para darse cuenta de que necesita a britt y plantearse todo al respecto de su sexualidad!!!!
como va a reaccionar ahora san!!!!

tubo que estar con un imbécil para
replantearse todo joder
ojala no sea tarde

saludos!!!

sin palabras!

hay que admitir que el muchacho esta muyyy guapo jejjeeje pero santana no debió acostarse con el y mas sin protección estaba borracha y todo pero no debió hacerlo , esperemos que no pase nada je
ahora a esperar el reencuentro con britt
nos vemos en la proxima

Iug! :$

Espero que San vaya a buscarla o algo asi :3
Y deje de hacer tonterias..

Saludos :3

HOLAAA!! LES DEJO LA ACTUALIZACION..AME ESTE CAP..ESPERO QUE LES GUSTE Y COMENTEN.
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Faltaba poco para las diez cuando llegó a la cabaña. Vio a Brittany a
través de la ventana, vestida con pantalones oscuros y un suéter azul
de terciopelo. Estaba sentada junto al hogar, con las manos alrededor
de las rodillas y la espalda apoyada en la pared de la chimenea.
Miraba hacia la puerta: no podía ver a través de la ventana a causa
de los reflejos. Santana sabía que había oído el ruido del coche.
—Tal y como lo dijiste, pensé que volverías bastante más
tarde —dijo Rachel en cuanto la vio entrar por la puerta.
—Decidí que prefería estar aquí —dijo, y miró a Brittany. El
azul de sus ojos resaltaba en comparación con el azul de su
suéter. Parecía como si los tuviera morados.
—¿Sigues ganando? —preguntó Sugar.
—Sí. Y así será hasta que me vaya, si no hago ninguna
tontería.
—¿Cómo lo haces? —preguntó Mercedes en tono malhumorado.
—Suerte —contestó Santana.
—Bueno, me alegro de que estés aquí —dijo Rachel—. ¿Qué tal
si tú y yo jugamos una contra la otra al Scrabble?
—Ya estáis jugando una partida —objetó Santana. Rachel, Mercedes
y Sugar estaban sentadas alrededor de la mesita de café. Dani
rasgueaba su guitarra—. Además, quiero darme una ducha —se
le había empezado a poner la piel de gallina, a causa de los
recuerdos desagradables que avanzaban sigilosamente por su
mente.
—Ya hemos terminado —dijo Mercedes, bostezando—. Sugar y
yo nos vamos a la cama. Estamos hechas polvo.
— Brittany y Sugar se acaban de duchar —dijo Rachel—. El agua
tardará una media hora en volver a calentarse. ¿Te parece bien?
Empezó a preocuparse. Brittany no había hablado ni se había
movido. Santana se encogió de hombros.
—Vale —le dijo a Rachel.
—¿Te apetece una copa de vino? —dijo Brittany, poniéndose en pie.
—¿Aún queda? —dijo, aliviada, pensando agradecida que un
trago o dos resultarían medicinales para su estómago vacío.
—Sí, aún queda.
Al aceptar el vaso de vino que le ofrecía Brittany, sus miradas
se encontraron. Rozó los dedos de Brittany con los suyos. Brittany
soltó el vaso muy despacio.
Rachel preparó el Scrabble. Brittany regresó junto al hogar y volvió
a sentarse con la espalda apoyada en la pared: dobló una pierna
y dejó que una mano colgara sobre la rodilla.
—Creo que yo también me voy a dormir -—dijo Dani.
Ciuardó la guitarra en la funda.
—Me sentaré a este lado de la mesa —le dijo Santana a Rachel—.
Así puedo mirar el fuego.
Miró a Brittany. Los labios de Brittany se curvaron en una débil
sonrisa.
Santana formó palabras con sus letras; de vez en cuando alzaba
la vista, sabiendo que se encontraría con los ojos de Brittany, cuyo
azul parecía más intenso en contraste con el azul oscuro de su
suéter. Cada vez que apartaba la mirada, sentía que aquel color
azul la envolvía, hacía hervir su piel, su cuerpo, su sangre...
Cuando Santana subió la escalera, Brittany estaba en pie junto
a la ventana. Se quedó allá mientras Santana recogía la escalera y
bajaba la trampilla.
—No me he fijado en quién ha ganado la partida —dijo.
—Ni yo —-dijo Santana, acercándose a ella.
Brittany le tomó las manos.
—Santana —dijo con suavidad—, me alegro tanto de que
hayas vuelto. No sabía... Jamás te habría hecho daño.
—Lo sé.
—Pensé... Por tu reacción de anoche... Eres una mujer muy
receptiva. Creí que lo que estaba ocurriendo entre nosotras era
también lo que tú deseabas.
—Y lo era —añadió Santana con una breve sonrisa—. Las
mujeres podemos ser muy complicadas.
—Sí — Brittany sonrió. Sus dientes eran muy blancos. Acarició
los dedos de Santana con los suyos—. Esta noche no pasará nada
que tú no quieras que pase.
Santana la miró directamente a los ojos.
—De todo lo que pueda pasar esta noche —dijo, con mucha
prudencia— no hay nada que yo no desee.
Brittany la rodeaba con sus brazos: Santana relajó el cuerpo, se
abandonó, buscó la seguridad de sus brazos. Brittany la abrazó con
tuerza y dijo, con voz apenas audible:
—No hay duda de que estoy abrazando a una mujer.
Casi con desesperación, Santana susurró:
—Por favor, abrázame —un cálido sentimiento de paz
invadía su cuerpo.
La ventana vibró tras una fuerte ráfaga de viento, que sacudió
los pinos y les arrancó un gemido. Santana se estremeció y notó
cómo Brittany la estrechaba aún más.
—Ven a la cama —murmuró Brittany —. Te abrazaré durante
toda la noche.
La ventana vibró de nuevo. La cabaña crujió tras otra ráfaga
repentina. Sentada al borde de la cama, Brittany dijo:
—El viento... hace mucho viento... He puesto la calefacción
para que no tengamos frío —su voz sonaba alterada. Estaba
desabrochando el pijama de Santana con las manos—. Quiero
verte —susurró.
Santana, desnuda, notó su cuerpo cálido y débil bajo la mirada
de Brittany. En voz baja, Brittany dijo:
—Había imaginado que serías así de hermosa.
Santana dejó de ser consciente de su desnudez al desnudar a
Brittany. Brittany esperó pacientemente, sentada. Santana la desnudó
muy despacio: le quitó la parte de arriba del pijama y la
contempló durante largo tiempo. Se aprendió de memoria las
esbeltas curvas de su cuerpo, los tonos cálidos de su piel, la
redondez y la caída perfectas de sus pechos pequeños, los
pezones que se endurecían ante la mirada de Santana. Con timidez,
vacilante, deslizó el pijama por las caderas de Brittany: contempló
el pequeño montículo de pelo fino y rubio y las líneas firmes,
atléticas, de sus muslos y pantorrillas. Santana se tumbó de
espaldas en la cama, en silencio, y le cogió las manos a Brittany.
—¿Quieres que apague la luz? —preguntó Brittany, inclinándose
sobre ella.
—No.
—Yo tampoco. No me canso de mirarte.
—Eres tan hermosa —susurró Santana y la abrazó.
Vagamente, creyó oír un sonido inarticulado procedente de
Brittany. Unos labios rozaron su oreja y notó un aliento cálido, un
suspiro.
—Seda... tan suave y cálida…
En cada rincón de su cuerpo que entraba en contacto con la
mujer que estaba entre sus brazos, Santana notó una exquisita
suavidad: en la parte interior de sus brazos, en las piernas...
Aquella suavidad invadió y aturdió sus sentidos. Extrañamente
desorientada y sólo para escuchar su propia voz, dijo:
— Brittany.
Brittany le sostuvo la cabeza a Santana con las manos y la miró a
los ojos.
—¿Estás bien? —preguntó dulcemente.
Santana rozó y acarició Con las manos sus hombros desnudos.
Contempló aquellos ojos que, en las sombras de la habitación,
bajo la débil luz de la lámpara, eran de un gris azulado intenso.
Pensó: «Estoy sintiendo tu cuerpo». El descubrimiento la traspasó
y el deseo se volvió más poderoso.
—Sí —susurró. El pelo rubio era como seda en sus manos:
ílotaba y se colaba entre sus dedos cuando acercó la boca de Brittany
a la suya.
Se besaron largamente, muy despacio, una y otra vez, sin
dejar de acariciarse. Santana, maravillada, exploró la suavidad de
la piel de Brittany. Aspiró $u fragancia y besó su garganta y sus
hombros, pero Brittany buscó sus labios una vez más. Las caricias
de Brittany eran cálidas y lentas; besaba su cuerpo interminablemente,
sin seguir patrón alguno. Allí donde se detenía, su boca
se deshacía. Santana oyó un susurro apagado:
—Oh, Dios... Esto es maravilloso...
Brittany acarició sus pechos con delicadeza, mientras los besaba:
Santana sucumbió al placer que le provocaban aquellos besos
largos y delicados; suspiró, murmuró y se estremeció de placer
cuando Brittany besó sus pezones.
Las manos de Brittany recorrieron de nuevo su piel y se abandonó.
Su cuerpo ardía entre las manos de Brittany: se movió, se
giró, arqueó su cuerpo bajo el tacto de aquellas manos que la
exploraban, la acariciaban, la excitaban. Escuchó los jadeos de
excitación en la respiración rápida de Brittany. Brittany abrazó a Santana con fuerza, apretó su cuerpo contra el de ella, la besó con
urgente deseo. Santana cogió aire, tembló de placer y jadeó
cuando la mano de Brittany se abrió camino entre sus muslos.
—Santana... oh, Dios —murmuró Brittany junto a sus labios.
Movía la mano y acariciaba con los dedos el interior húmedo de
Santana. Electrizada por el placer, Santana arqueó el cuerpo, se
estremeció, contuvo la respiración. Brittany interrumpió el movimiento
de sus dedos y, un segundo después, su pelo cayó en
cascada sobre las piernas de Santana, que jadeó y arqueó de nuevo
el cuerpo al notar entre los muslos los labios de Brittany. Brittany dejó
escapar un ardiente gemido y entonces su boca destiló una
suavidad y un placer que paralizaron a Santana e hicieron que se
abandonara al éxtasis; su cuerpo, rígido y palpitante, se abrió
lentamente, completamente a aquel éxtasis, como si fuera una
flor; se llenó de éxtasis, se volvió éxtasis hasta la médula. Un
éxtasis que culminó en una intensidad tal que Santana inmovilizó
el cuerpo durante un instante y luego lo relanzó poderosamente.
Sus caderas se estremecieron en una única sacudida y el
orgasmo la volvió incandescente.
Permaneció en los brazos de Brittany, tratando de recuperar la
respiración, notando el martilleo de su corazón.
Con la cara oculta en el pelo de Santana, Brittany murmuró:
—Santana —y susurró el nombre una y otra vez.
Al acordarse de las otras mujeres, Santana tragó saliva y recuperó
la voz. Respirando con dificultad, preguntó:
—¿He hecho mucho... ¿Me habrá oído... alguien?
—No —respondió Brittany, con la voz ronca—. Sólo yo.

Buenisimo capitulo!!!!!
Gracias

me encanto!!!

me encanto,...
quiero el otro capitulo!!!!

Excelente :3

Vuelve pronto :)

magnifico, excelente, de lo mejor, que mas se podia esperar!

que actualice, que actualice!!!!!!!

La invadió una deliciosa lasitud. Su cuerpo estaba en calma.
Se sentó junto a Brittany, con los ojos cerrados, y contempló con
la mente la belleza de aquel cuerpo, la cálida escultura que sus
manos acariciaban. Durante largos minutos, se recreó en la
extraordinaria suavidad de aquellos pechos, que entre sus dedos parecían maleables pero que recuperaban fácilmente su sensual
simetría. Se recreó también en su pelo sedoso y lo acarició, no
para excitarla, sino para absorber su textura. Lentamente,
deslizó las manos por sus piernas, se entretuvo unos instantes
en sus pantorrillas y, después, en sus tobillos y en sus pies.
Ahora, pensó, poseo tu belleza para siempre.
Dejó reposar su cuerpo junto al de Brittany y observó aquellos
ojos de un gris-azulado, en los que había una expresión que se
le antojó interrogante. Dijo:
—Sabes que eres muy hermosa, ¿verdad?
—Sólo si tú me lo dices. Necesito que seas tú quien me lo
diga. Sólo tú.
Santana se rindió ante lo irrebatible de aquellas palabras.
Emocionada por la ternura que había en ellas, dijo:
—Espero saber demostrártelo.
Acarició sensualmente a Brittany con ambas manos y, a medida
que la excitación y el goce se intensificaban, besó sus pechos y
los adorables huecos de su cuerpo, los rozó apenas con la lengua.
Buscó reacciones distintas a la suya: el cuerpo inmóvil de Brittany;
el placer que sentía y que se hacía evidente en su respiración;
las manos en su pelo, la boca que buscaba la suya. Santana acarició
con el pelo a Brittany, luego lo dejó caer sobre sus pechos: los
apretó y los moldeó, mientras escuchaba el placer que sus caricias
producían.
—Eres hermosa. Eres tan hermosa —susurró—. Cada rincón
de tu cuerpo es hermoso.
Una a una, besó sus suaves curvas hasta llegar a sus muslos;
tímidamente, rozó con los dedos el delicado pelo rubio, junto a
su mejilla. Oyó el débil susurro de Brittany:
—Quiero abrazarte.
Santana se inclinó sobre ella y la rodeó con los brazos. Brittany
guió la mano de Santana y cerró las piernas. Jadeó apenas audiblemente
y, luego, envolvió a Santana con sus brazos, se aferró a
sus hombros, apoyó la cara en su garganta. Santana, invadida por un sentimiento de ternura, exploró aquella suavidad invitadora,
la exquisitez de su cuerpo, la cálida humedad que cubría sus
dedos.
Apenas pudo escuchar el susurro de Brittany:
—Me gustaría que... me penetraras.
—Lo que quieras —susurró Santana—. Suave como el raso
—murmuró. Sus dedos quedaron encerrados entre aquellas
paredes suaves. Notó cómo temblaba el cuerpo de Brittany. Movió
los dedos, la acarició delicadamente con la mano.
—Sí. Oh...
Poco a poco, las manos de Brittany se afianzaron en sus
hombros; su cuerpo estaba tenso y temblaba; sus caderas se
movían siguiendo un ritmo errático primero, urgente después;
su respiración se aceleró hasta convertirse en una sucesión de
irregulares jadeos. Y entonces se quedó inmóvil, rígida: emitió
un breve sonido junto a la garganta de Santana; clavó los dedos
convulsivamente en los hombros de Santana; y Santana percibió un
estremecimiento, notó cómo el hermoso cuerpo de la mujer que
se aferraba a ella empezaba a temblar, igual que una hoja agitada
por el viento.
El corazón de Santana latió con fuerza cuando abrazó a Brittany,
que ahora respiraba pausadamente. Brittany se acomodó lánguidamente,
con satisfacción, junto a ella: su pelo rubio cayó en
desorden sobre los pechos de Santana. Antes, al estremecerse por
las caricias de aquellos dedos, había pegado su cuerpo al de
Santana y luego había apretado las piernas para que Santana se
quedara en su interior; había transcurrido algún tiempo hasta
que había permitido que Santana retirara los dedos.
Santana, que deseaba volver a tocarla, a acariciarla, dijo:
—Quiero besarte la espalda. ¿Te gustaría?
—Mmmh —murmuró Brittany. Sonrió y besó los pechos de
Santana antes de girarse.
Santana exploró la superficie de su espalda, sus curvas suaves
y elegantes. Las recorrió una y otra vez con las manos y se recreó en el goce sensual de aquella curva profunda entre la
espalda y la turgencia de sus caderas. Besó con delicadeza aquel
rincón, lo inundó con su aliento cálido, lo acarició con la lengua
Sonrió ante los exagerados murmullos de placer de Brittany.
Deslizó sus manos bajo su cuerpo, envolvió y acarició la
suavidad de los pechos de Brittany, suspiró, extasiada de placer, y
presionó con sus pechos el cuerpo de Brittany. Su boca se movió
despacio: los pezones de Brittany se hincharon y endurecieron entre
sus dedos cuando Santana acarició con la lengua el delicado vello
en la base de su espina dorsal.
Cada vez más excitada, deseando que Brittany no se diera la
vuelta y la obligara a parar, Santana siguió bajando y notó en sus
mejillas cálidas la consistencia afelpada, fresca, de aquellas
nalgas. Lentamente, su lengua trazó círculos en la delicada
grieta que separaba las nalgas. La respiración de Brittany cambió,
se volvió más profunda, sus caderas oscilaron de placer. Santana,
cuyo corazón latía a toda prisa, deslizó una mano hacia el delicado
vello: sus dedos exploraron con delicadeza. Una vez más,
la respiración de Brittany se volvió un brusco jadeo; el movimiento
de sus caderas cambió, para responder a los dedos de Santana.
—Date la vuelta —dijo Santana.
Empujada por el placer y la excitación, absorta en sus
propias sensaciones, Santana rozó con los labios el delicado vello,
saboreando así aquella esencia que sus dedos ya conocían.
—Madre de Dios... Santana….
Lentamente, embelesada por aquel cambio sutil y aquel sabor
único, exploró a Brittany con la boca. Su excitación aumentó al
mismo tiempo que el movimiento de Brittany se volvía más y más
apasionado. Las manos de Brittany, en su pelo, la guiaban, pero se
quedaron inmóviles al fin. En mitad de su propio éxtasis,
creciente y poderoso, Santana percibió el violento temblor de
Brittany
Los muslos que momentos antes se estremecían en las manos
de Santana, parecían ahora fláccidos; temblaban y palpitaban,como si de repente fueran terriblemente vulnerables. Brittany
movió las manos, débiles, que todavía reposaban sobre el pelo
de Santana. Su respiración era profunda, trabajosa. Santana sólo
deseaba abrazarla: suavemente, apartó la boca de ella, de su
sabor y de su esencia, que eran como el mar.

Permanecieron tumbadas una junto a la otra: Brittany sostenía
una de las manos de Santana y la observaba; pensativa, trazó
dibujos en la palma, con un dedo. Había permanecido durante
largo rato en los brazos de Santana, inmóvil, tranquila. La miró
de reojo y, con voz dulce y cálida, dijo:
—¿Has planeaado alguna otra emboscada?
—Puede que sí y puede que no —dijo Santana, sonriendo.
—Recuerdo la última vez que dijiste eso. Te pregunté si
estabas segura de que podrías agarrarme durante los juegos de
encuentro.
—Fue la primera vez que te abracé.
—Y te gustó tanto que me dejaste caer —se burló Brittany.
—Te lo merecías. No confiabas en mí.
—Es fácil confiar en ti —dijo Brittany, muy seria—. Eres una
persona muy valiente y honesta.
—No tan valiente —murmuró Santana—. No sé por qué lo
dices. Tú sí que eres honesta.
—Contigo, sí.
—¿Acaso con otras mujeres no has sido honesta?
Brittany la miró y sonrió con lentitud, profundamente divertida.
—¿Cuántas mujeres más crees que ha habido?
—Miles.
Brittany se echó a reír.
—¿Por qué piensas eso?
—Porque sabes cómo tocarme.
Brittany se tumbó sobre el estómago y se apoyó en los codos
para sonreírle a Santana.
—¿Ya se te ha olvidado lo que me acabas de hacer?
—Eso... ha ocurrido, sencillamente —dijo Santana, con dificultad.
—Sí. Pero... ¿cómo sabías de qué forma tenías que tocarme?
—Yo... lo sabía. Tú hiciste que me resultarla muy fácil
saberlo. Por la forma en que me tocaste y... por mí misma, y las
cosas que yo creía que te gustarían... y las cosas que yo quería
hacer.
—También había cosas que yo quería hacer. Quería que
disfrutaras y quería... hacer todo lo que he hecho. Y por eso
sabía cómo tocarte.
Brittany volvió a tumbarse de espaldas y cruzó las manos bajo
la nuca. Miró por la ventana.
—Cuando tenía diecisiete años, Santana, hubo alguien. Iba un
curso por delante de mí en el instituto, estaba en el último año.
Nos hicimos amigas. Amigas —repitió con ironía—. Yo creía
que mi amistad con ella era una especie de regalo de los dioses.
Jamás me había sentido tan unida a nadie, excepto a mi padre.
Nos tocábamos, a menudo, y nos cogíamos de la mano cuando
estábamos solas. Era fácil encontrar una justificación. Ya sabes...
éramos amigas muy íntimas y nadie podía entender lo especial
que era nuestra amistad. Qué tonta, qué idiota fui. Una noche
que me quedé a dormir en su casa estábamos en su habitación,
sentadas en la cama, viendo la tele cogidas de la mano. Sus
padres habían salido. Ya lo habíamos hecho antes, muchas veces,
pero aquella vez ella me pasó un brazo por los hombros y, de
repente, estábamos abrazadas. Y cuando nos besamos, supe lo
mucho que lo había deseado durante todo aquel tiempo. Nos
desnudamos. Se llamaba Ellen. Yo estaba aturdida por la atracción
sexual que sentía, absolutamente pasmada por las sensaciones
que me despertaba su cuerpo. Ninguno de los chicos con
lo que había estado, y por entonces yo ya no era virgen, ninguno
de aquellos chicos había conseguido hacerme sentir así. Ni remotamente.
No pasó nada entre nosotras... Yo estaba aterrorizada.Me vestí y salí huyendo. No quise volver a verla y ella, finalmente,
dejó de intentarlo. Sabía que le estaba haciendo mucho
daño, pero también sabía que si volvía a verla, volvería a ocurrir.
Y que si volvía a ocurrir, yo ya no podría pararlo.
—¿Y esa fue la única vez?
—Sí. Me tranquilizó tanto enamorarme de Mark, desear a
Mark. Y, desde luego, ha habido otros hombres después de él,
muchos... No tengo ni idea de cuántos.
— Brittany, parece que esa experiencia tuya forma parte de la
adolescencia. ¿No lo demuestra el hecho de haberte enamorado
de Mark?
—Diecisiete ya es un poco tarde para esa clase de experiencias.
Hablas igual que la mejor de mis racionalizaciones —dijo,
con una breve sonrisa—. Recurrí a toda clase de racionalizaciones
para explicar mis sentimientos por Ellen. Pero no pude
hacer nada contra esa mujer cuyo rostro no veo... durante años,
se me ha aparecido en sueños una y otra vez.
—Creo que esa es una fantasía bastante común entre las
mujeres.
—Y esa es otra de mis racionalizaciones. Jamás me he atrevido
a tener una amistad como la que tú tienes con Quinn. Con
las mujeres, sólo tengo amistades superficiales, ocasionales,
como con Mercedes. Después de Ellen, jamás quise arriesgarme a
que ese sentimiento o esa amistad con una mujer acabara convirtiéndose
en atracción física. Por ti, sin embargo, me sentí atraída
desde el principio. Si no fui al casino contigo cuando me lo
pediste, fue porque ya me resultabas demasiado atractiva.
—Aún así, has permitido que esto suceda.
—Es como si estuviera indefensa ante ti.
—He sido la primera —murmuró Santana, lentamente.
—Sí. Y ha sido infinitamente mejor que el mejor de mis
sueños.
Santana guardó silencio: recordó todo lo ocurrido a la luz de
lo que acaba de descubrir. Al fin, dijo: — Brittany, ¿por qué no me lo has contado antes? Anoche, o esta
mañana.
—No tenía ningún derecho a hacer nada. Yo he tenido el
mismo miedo que tuviste tú, he huido de esto durante años.
Tenías que tomar tu propia decisión y por un momento, pensé
que la vida me pasaba factura: tú huías de mí como yo huí de
Elen.
—¿Qué fue de ella?
—Vive en San Francisco. Con otra mujer, por lo que sé.
—Has estado muy sola.
—Trabajo mucho. Y ha habido muchos hombres —hizo una
pausa—. No me iba tan mal cuando papá vivía: estábamos tan
unidos... Me ayudó a superar la muerte de Mark, pero yo casi
no pude superar la suya. Durante una época larga y horrible, ni
siquiera tenía ganas de vivir. Mi trabajo me ayudó más que cualquier
otra cosa.
—Ojalá te hubiera conocido entonces.
—Creo que no podría habérmelo permitido, Santana. No sé si
esto podría haber sucedido en otras circunstancias. La primera
noche, pensé —prosiguió, pensativa— que tú ya habías estado
con otras mujeres. Tuve la sensación de que tú habías dado el
primer paso, que querías que nos besáramos. Estabas tan dolida
tras los juegos de encuentro... Lo único que yo quería era abrazarte,
tratar de consolarte...
—Sí. Fuiste tan dulce conmigo... que me pareció natural
besarte. Y luego, durante todo el día, no dejaba de preguntarme
qué estarías pensando tú. Y la otra noche, cuando te acercaste a
mí de aquella forma, pensé que eras tú la que tenía experiencia.
—Qué extraño es lo que nos ha ocurrido. Después de nuestra
primera noche, estaba demasiado aturdida y no podía hacer nada
excepto tratar de poner en orden mis sentimientos. Pero
entonces me di cuenta de que estabas inquieta, seguramente
muy preocupada. Intenté decírtelo cuando nos tomamos la copa.
Después de aquello, ya no tuve ninguna otra oportunidad.—Yo pensé que me estabas diciendo que no significaba nada
para ti, que no le dabas ninguna importancia.
—Oh. Eso lo explica todo. Te esperé junto a la ventana y
quise aprovechar para hablar. Pero tú te fuiste directamente a la
cama. No conseguía entenderte —sonrió—. Decidí que mi
mensaje no había quedado claro y por eso me acerqué a ti.
—Me quedé absolutamente sorprendida. Era lo último que
me esperaba.
—Tendría que haberme dado cuenta. Pero no lo entendí
hasta que... — Brittany prosiguió, en voz muy baja—. No sabía qué
hacer ni qué decir. Es una sensación horrible. Lo único que
podía hacer era desear que no regresaras a Los Angeles, porque
eso significaría que todo había acabado. ¿Encontraste mi tarjeta?
—Sí. Me alegró mucho encontrarla.
—No debería haberlo hecho. Pero tenía que hacerlo.
—Durante todo el camino de vuelta, no dejaba de pensar que
tal vez habías decidido no complicarte la vida y buscarte a una
de esas solícitas mujeres de San Francisco.
Brittany sonrió.
—Ya lo he pasado bastante mal contigo. Me convertí en una
amenaza con esquís. No paraba de caerme, casi me estrello
contra los árboles... No podía dejar de pensar en ti, en lo que
sentía al abrazarte y besarte... Y tú... ¿nunca te has sentido
atraída por otra mujer?
—Yo... —no sabía cómo describir lo que sentía hacia Elaine
y dijo—: Una relación física... no, eso nunca —miró a Brittany y
dijo, con total sinceridad—. No puedo mirarte sin desearte.
Brittany se acercó a ella.
—Yo también te deseo. Muchísimo.
Brittany apartó su boca de la de Santana para bajar lentamente por
su cuerpo. La besó durante largo rato entre los muslos y la
acarició suavemente con los dedos. Temblorosa, Santana gimió
por fin y entonces las caricias se volvieron mucho más placenteras

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perdón estaba sin internet y no pude actualizar..

Todos estos caps me han gustado muchisimo :)

Espero y todo siga bien con las chicas *-*

Saludos :D

Que buenos capitulos, que bueno que hablen y sean sinceras con ellas mismas!!! Saludos

Algo más tarde, Brittany descansaba con la cabeza en el estómago
de Santana. Sostenía con fuerza una de sus manos.
—Dulce —susurró—. El sabor de tu cuerpo es tan dulce...
Santana respiraba aceleradamente. El orgasmo había sido tan
intenso que aún estaba aturdida por su fuerza. Brittany había
apoyado los pechos entre las piernas de Santana y presionó con
fuerza: sus pezones, duros, se mojaron en aquella humedad y
Brittany suspiró, murmuró de placer, mientras Santana experimentaba
nuevas sensaciones. Cuando las piernas de Santana empezaron
a temblar, Brittany volvió a besarla, esta vez más despacio
y más experimentadamente. El orgasmo fue aún más intenso:
tanto, que el cuerpo de Santana se quedó completamente rígido,
traspasado por un resplandor.
Brittany se incorporó y se tendió sobre ella: sus cuerpos se
acoplaron a la perfección. Gimió cuando Santana la envolvió con
los brazos y las piernas. Brittany se movió sobre ella con los ojos
cerrados, en una prolongada y sensual caricia. Santana notaba sus
sentidos embotados, aturdidos. Brittany sostuvo el rostro de Santana
con fuerza entre sus manos y, con voz entrecortada, dijo:
—Voy a hacerte disfrutar —el deseo le daba a su rostro una
expresión seria, austera. La besó en la boca, empujó y acarició
con la lengua, contuvo con inesperada fuerza la agitación del
cuerpo de Santana, bajo ella. Una vez más, enterró la boca entre
las piernas de Santana; Santana sacudió las piernas, se estremeció de
forma incontrolable y acalló los gritos de su garganta, hasta que
un nuevo orgasmo la paraRacheló y derritió su cuerpo. Tuvo la
sensación de que hasta sus huesos se habían derretido.
Temblorosa y llorosa, se refugió en los brazos de Brittany.
—No estoy llorando —dijo, sin demasiado convencimiento.
—Lo sé —Brittany borraba con los labios sus lágrimas, a medida
que se formaban en sus ojos.
—Cada vez... es más...
—Lo sé.
—Me moriré por tu culpa.
—No, no te morirás —dijo Brittany, en tono serio, realista—.
¿Quieres dormir un poco? —preguntó.
Santana acarició sus hombros con las manos y luego las dejó
resbalar por su espalda hasta sujetar con firmeza la piel suave
de sus caderas.
—No —se giró y se colocó encima de Brittany—. Dios mío, no
—dijo. Buscó con la boca los pechos de Brittany.
En el exterior de la cabaña, el viento aullaba y soplaba con
fuerza, golpeaba la ventana con sus violentas ráfagas. El radiador
eléctrico de su habitación, al calentarse, tembló y produjo un
zumbido.
La cama se convirtió en un verdadero caos: la manta fue a
parar al suelo, había almohadas por todas partes, algunas incluso
en el suelo y Brittany, en pleno orgasmo, arrancó las sábanas del
colchón. El placer que Santana le proporcionaba permaneció en su
cuerpo con una energía inmutable; de forma intermitente, Santana
obtuvo también su propio éxtasis, luminoso y arrollador.
Mientras se besaban, abrazadas, oyeron las voces de las otras
mujeres, que les llegaban débilmente desde la parte de abajo.
Santana volvió la cara hacia otro lado.
—No te vayas hoy —se soltó de su abrazo y se sentó—. No
te vayas.
—No me iré. Llamaré desde la ciudad.
Aunque en realidad no le importaba demasiado, Santana —eufórica—
preguntó:
—¿Es mucho problema?
—Tengo que pensar en la forma de solucionar algunas cosas.
Pero el verdadero problema son ellas — Brittany señaló hacia
abajo—. Tendré que explicar por qué me quedo otro día.
—Para ir al casino conmigo. Diles que yo te he convencido.
—A lo mejor funciona. Mercedes pensará que es muy poco
habitual en mí, lo cual es cierto. Soy muy disciplinada en lo que
se refiere al trabajo. Y a Rachel no se le escapa nada. Me alegro do
que anoche estuviera de espaldas, porque así no vio cómo nos
mirábamos.
Santana se levantó y buscó su pijama.
—¿Y qué van a sospechar? A ninguna de las dos se le conocen
historias como ésta.
Brittany sonrió.
—Eso es verdad. En principio, hoy teníamos que ir a esquiar
por la mañana y yo me iba por la tarde. Si me voy mañana por la
mañana, llegaré a San Francisco... —no terminó la frase, pensativa.
Al escuchar las palabras San Francisco, Santana experimentó
una sensación de tristeza.
—Me parece que quedará más discreto si voy a esquiar un
par de horas —reflexionó Brittany—. Volveré aquí a cambiarme y
me reuniré contigo en la ciudad.
—Te esperaré aquí —dijo Santana con firmeza.
—Esquiar. Tengo que ir a esquiar. Oh, qué castigo tan
extraño y cruel. Es lo último que necesita mi cuerpo. ¡Oh, Dios
mío! —se dejó caer sobre la cama.
Santana se echó a reír al verla despatarrada, y tan abatida,
sobre la cama revuelta.
—Eres la persona con menos aspecto de abogada que
conozco.
Brittany se echó la sábana por encima y se cubrió la cara. La
sábana amortiguó su voz.
—Es muy difícil mantener la dignidad cuando estás desnuda
—apartó la sábana a un lado y se frotó los ojos—. Tengo que
pensar en todo lo que tenía previsto para mañana y solucionarlo.
¿Por qué no bajas tú primero? Pondré un poco de orden en esta
habitación y en mi cabeza, también. Dios mío, ¿has visto esto?
—dijo, sentándose e inspeccionando la cama.
—Estábamos bastante... animadas —dijo Santana con picardía.
Brittany se echó a reír.
—¿Por qué no vienes aquí un minuto, antes de vestirte?
Varios minutos más tarde, liberó a Santana.
—Buenos días —dijo, con una gran sonrisa—. ¿Te sientes
igual de bien que yo?
—Buenos días —susurró Santana, sonriendo—. Sí.
Bajó la escalera, saludó con la mano al grupo de mujeres
junto al fuego y se dirigió al cuarto de baño. Empezó a lavarse
la cara con agua, pero se detuvo en seco al percibir en los dedos
la esencia de Brittany. Se miró en el espejo y contempló su expresión
radiante, reflejo de un cuerpo completamente satisfecho. Se
preguntó si ella le había proporcionado una dicha similar a Brittany.
Al recordar que apenas habían dormido unas pocas horas en las
tres últimas noches — Brittany probablemente menos— decidió que
aquella noche dejaría dormir a Brittany, que abrazaría su cuerpo
suave y exquisito mientras dormía.
Sonrió ante la idea y empezó a cepillarse el pelo. Sobresaltada,
se acercó al espejo y descubrió en sus hombros la pálida sombra
azul de unos moretones. Increíble, pensó. Resistes el ataque de
All-American Atila el Huno... y la persona más delicada del
mundo, en cambio, te deja el cuerpo lleno de moretones.
Se vistió y se unió al resto del grupo mientras Brittany estaba
en el cuarto de baño.
—He convencido a Brittany para que se quede un día más —dijo—.
¿Te parece bien, Rachel?
—¿Que has hecho qué? —dijo Mercedes.
—Claro, perfecto —-dijo Rachel—. Fue ella la que decidió que
quería volver antes.
—No me lo creo —dijo Mercedes—. Una vez, teníamos
entradas para una obra de teatro que ella quería ver desde hacía
mucho y lo canceló a última hora porque tuvo un problema en
el trabajo. Y no era la primera vez. Es una adicta al trabajo.
—He usado mi poder de persuasión —dijo Santana, sonriente—.
He conseguido que se salte el guión.
Las mujeres se echaron a reír, pero Mercedes dijo:
—Sé que últimamente tiene problemas en la oficina, por eso
terminaba antes las vacaciones. ¿Qué le has dicho?
—Pregúntale a Brittany —dijo Santana, irritada, justo cuando
Brittany se unía a ellas. Brittany era abogada... que utiRachelara el don de
la palabra para eludir a aquella pesada.
—Brittany, ¿cómo se las ha arreglado Santana para vencer tu
dedicación al trabajo? —dijo Mercedes, mordazmente.
—Me ha convencido de que ser un poco imprevisible resultará
beneficioso para mi imagen profesional.
—Daño no te hará —dijo Rachel, con indiferencia.
Mercedes arqueó las cejas y bebió café, sin dejar de observar a
Brittany.
Sugar dijo:
—Brittany dijo la otra noche que, hasta que nos volvemos
seniles, somos capaces de tomar decisiones importantes respecto
a nuestras vidas. ¿Era así, Brittany?
—Exacto, Sugar.
Mercedes asintió, claramente satisfecha.
—Ya era hora de que te mostraras un poco humana.
—También tengo mis debilidades —dijo Brittany. Sus ojos chispearon
al mirar a Santana.
—¿Ah, sí? Dinos una —la retó Rachel, sonriente.
—Tu comida, Rachel.
Rachel sonrió encantada.
—Pues a desayunar.
—Me alegro mucho de que te quedes —dijo Sugar—. Estas
vacaciones te irán muy bien, ya verás. Tú y Santana estáis
radiantes.
Santana y Brittany dieron buena cuenta de una enorme cantidad
de huevos, jamón y crepes.
—Es el aire puro de la montaña. Y tu excelente comida, Rachel
murmuró Santana, mirando a Brittany. A Brittany le brillaron los ojos.
—¿Vendréis a cenar? —les preguntó Rachel.
—No —respondió Santana de inmediato. Acto seguido, miró a
Brittany.
Brittany asintió y le sonrió a Rachel.
—Tengo pensado convertirme en una jugadora empedernida.
Santana observó a Brittany mientras ésta bajaba el camino a toda
prisa, hacia su coche. Su aliento formaba nubes al entrar en contacto
con el frío. Calentó un poco el coche, un pequeño Mercedes plateado,
en aquel aire gélido de las alturas: pisó el acelerador durante varios
minutos y luego se alejó en dirección a la ciudad.
Todas las mujeres excepto Sugar, que a última hora había
decidido no ir a esquiar, se marcharon. Santana, decepcionada
porque quería estar a solas para disfrutar de sus propios pensamientos,
se sentó junto al fuego con un libro. Charló ocasionalmente
con Sugar, embriagada por sus placenteros recuerdos y
feRachel porque esperaba a Brittany.
Brittany volvió poco después de las once. El tono de su piel era
más intenso y llevaba los pantalones mojados.
—¿Cómo es que te has mojado tanto? —preguntó Sugar. La
miró con preocupación.
—No soy precisamente Margot Fonteyn" —refunfuñó Brittany,
mirándola fijamente—. Bajo en unos minutos —le dijo a Santana.
—Yo también tengo que subir —dijo Santana.
Cuando entraron en la habitación, Brittany dijo:
—¿Qué hace ella aquí? —su tono de voz era bajo, vehemente—.
He vuelto lo antes posible... Ni siquiera puedo abrazarte,
porque estoy empapada y muerta de frío.
Santana suspiró.
—No pasa nada. Brittany, ¿te importaría ponerte esa blusa
blanca de seda, la que se ata en el cuello?
—Lo que tú quieras. Y ya que estamos de peticiones, ¿te
importaría cambiarte y ponerte aquel jersey blanco con el cuello
de pico?
Santana se quitó su jersey dorado y cogió del cajón el jersey
blanco de cachemira. Adivinó que Brittany la estaba mirando y se
volvió hacia ella. Brittany se había quitado su traje de esquiar y
estaba junto al armario, con la mirada fija en los pechos de
Santana. Santana la miró insistentemente y luego bajó los ojos hacia
el delicado encaje blanco que adornaba sus caderas.
—Ahora ya tengo las manos calientes.
—Brittany, que igual se le ocurre subir la escalera —dijo Santana
con dificultad. Notó mucho calor; se le endurecieron los pezones.
—La odio.
—Y yo.

jajaja las chicas se soltaron!!!!
Saludos

Las chicas no pierden tiempo & me encantan esos momentos WANKYS! *-*

Saludos :)

HOLA!

Estos capítulos estuvieron increíbles, pero cómo lo dejas ahí, quiero ver cómo termina la noche!

Mi rubia tiene que regresar, cómo harán entonces con lo que acaban de comenzar, sé que es mucho pedir, pero no tengo problema en que subas hoy otro capítulo.

Hola!! Nueva lectora!! Me gusta mucho tu historia, esperaré ansiosa la siguiente Actu!!

wanky
genial !! que se dejen llevar x lo que sienten

saludos!!

DEFINITIVAMENTE WANKY,....
no pierden el tiempo,... mejor dicho recuperaron la noche que perdieron,....
se nota que no pueden dejar de estar juntas,....!!!!