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Mensaje por Patri_glee Mar Ene 14, 2014 10:35 pm

no aguantando a rachel en 3,2,1 que insoportable la tipa y mas borracha jeje
que triste la historia de britt
nos vemos en la proxima
Patri_glee
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Mensaje por raxel_vale Miér Ene 15, 2014 12:14 am

woo la historia de britt!!!
rachel I-N-S-O-P-O-R-T-A-B-L-E!!!!!
saludos!!!
raxel_vale
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Finalizado Re: Fanfic Brittana : "Curious Wine"-FINAL

Mensaje por Elita Miér Ene 15, 2014 12:51 am

Rachel ea detestable! Se entiende que haya sufrido y demas...pero nones razon para atacar a las demas..

Y bueno..al menos entre las chicaa se defendieron..me gusta cm va la relacion entre ellas 2 ;)

Saludos :*
Elita
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Mensaje por floor.br Miér Ene 15, 2014 11:02 pm

CAPITULO 9
—No te levantes, ya me encargo yo — Brittany retiró la escalera
y dejó caer la trampilla. Santana estaba tumbada en la cama,
mirando sin ver a través de la ventana, con los sentidos entumecidos.
—Elefante es una buena descripción de Rachel —dijo Brittany
lentamente, mientras colgaba sus ropas en el armario—. Un elefante
herido. Es increíblemente fuerte, pero a la vez sufre mucho. Va por
ahí dando traspiés, perpleja, pisoteándolo todo, arremetiendo contra
todo, tratando de saber qué debe hacer. La ciega el dolor.
Santana se dio cuenta de que Brittany estaba en pie junto a la
cama y la estaba mirando. A punto de echarse a llorar, Santana n<>
apartó los ojos de la ventana.
Brittany apagó la lámpara de un soplo y se metió en la cama Se
inclinó sobre ella y le preguntó, con dulzura:

—Santana, ¿estás bien?
—Sí —dijo Santana, secamente.
—¿Seguro?
—Sí.
—A mí no me lo parece.
—Estoy bien. Buenas noches.
Santana tenía el cuerpo rígido: los sentimientos la invadían en
cálidas oleadas y cada oleada la debilitaba más y más. Trató de
evitar las lágrimas y, al fracasar, trató de detenerlas. Brittany yacía
inmóvil. Santana ni siquiera oía su respiración.
Cuando las lágrimas ardientes resbalaron por sus mejillas, a
Santana se le escapó un involuntario jadeo.
—Sabía que pasaría esto. Tenía que pasar —dijo Brittany.
Para vergüenza suya, Santana empezó a sollozar y Brittany se
acercó a ella.
—Ven, te abrazaré —dijo, y la rodeó con sus brazos.
—Lo siento —Santana lloró en su hombro.
—Llora, no pasa nada. Es lo mejor que puedes hacer.
Se aferró a Brittany, llorando, dominada por la congoja. Cada
intento de controlar sus sentimientos parecía llevarla a un nuevo
paroxismo.
—No suelo hacer esto —lloriqueó, mientras los sollozos la
hacían estremecerse en los brazos de Brittany.
—No pasa nada, Santana, no pasa nada — Brittany la abrazaba con
ternura y apoyaba la cara en su pelo.
Al cabo de un rato, los sollozos disminuyeron y, con una voz
más o menos normal, consiguió decir:
—Te he mojado toda la chaqueta del pijama.
—Ya se secará — Brittany le sostuvo la cara entre las manos y
le secó las lágrimas con los dedos. Acercó la mejilla a la cara de
Santana y su piel cálida absorbió la humedad.
—Ni siquiera soy yo la que tendría que estar llorando —dijo
Santana, con la voz embargada por el llanto—. Lamento tanto lo
de Mark.

—Por favor, no llores por mí — Brittany seguía sosteniéndole la
cara con las manos. Tenía los ojos cerrados.
—No soporto pensar en lo mucho que has sufrido.
—Eso fue hace mucho tiempo y ahora estoy mucho mejor.
—Y después perdiste a tu padre. A veces parece como si ni
siquiera todo el amor del mundo tuviera poder suficiente para
cambiar las cosas. Había tanto dolor allí abajo esta noche... ¿Es
que todo el mundo tiene que sufrir?
—En un momento u otro.
Santana cerró los ojos: le escocían, le ardían.
—Creo... que ya he llorado bastante. Necesito un kleenex
—añadió, de mala gana.
Brittany apartó las manos de su cara y Santana se sentó en la cama
para llegar a la mesita de noche. Se secó los ojos y se sonó la
nariz enérgicamente, observando a la luz de las estrellas las
manchas oscuras que sus lágrimas habían dejado en el pijama de
Brittany. Se sintió más y más ridicula.
—Lo siento —dijo.
—No lo sientas. Por favor, no te preocupes.
Santana se tumbó de nuevo en la cama.
—Supongo que soy como una niña grande —-dijo, volviéndose
hacia Brittany y tratando de sonreír.
Unos dedos fríos acariciaron el rostro de Santana y apartaron
el pelo hacia atrás. Brittany dijo:
—Creo que no teníamos ni idea de lo que estábamos
haciendo ahí abajo. Las mujeres no sabemos enfrentarnos a otras
mujeres, no se nos da bien. No sabemos hacerlo, no tenemos
práctica —los dedos de Brittany acariciaron su frente y se deslizaron
hacia sus pómulos—. Y tú eres una mujer demasiado
sensible y emotiva para participar en juegos de esa clase.
Santana la observó, consciente súbitamente de su belleza, realzada
por las sombras y la luz de las estrellas. En la luz plateada
de la habitación, sus ojos eran de un gris oscuro, sus labios
formaban una curva sensual y su cara parecía una escultura,

luminosa y sobria, de curvas y sombras. Su melena rubia, alborotada,
caía en desorden sobre la almohada. Brittany le estaba acariciando
el pelo a Santana pero se detuvo: enroscó varios mechones
con los dedos y observó a Santana, que seguía mirándola. Cuando
Brittany acercó la cara, Santana cerró los ojos.
—¿Estás mejor? —preguntó Brittany en voz baja.
—Estoy mejor —susurró Santana, aún con los ojos cerrados.
Le pareció que sus labios se habían tocado, con un roce tan
suave como el de una pluma.
—Te abrazaré hasta que te duermas, ¿de acuerdo?
—Sí —dijo Santana, que deseaba de nuevo sus caricias.
En sus brazos, el cuerpo de Brittany le pareció casi increíblemente
delgado. Apoyó la cara en su garganta y notó en la
mejilla algunos mechones de pelo: respiró la fragancia delicada
y misteriosa que se desprendía de su pelo y de su piel. Santana
permaneció en silencio, consciente de aquellos pechos tersos que
presionaban su cuerpo cada vez que Brittany respiraba. Unos labios
suaves rozaron brevemente su frente. Santana apretó los brazos y
volvió la cara hacia Brittany: recorrió su cuello con los labios,
descubrió su consistencia sedosa, depositó un beso en la base de
su garganta y notó el latido de su corazón.
Y entonces, con toda la sencillez y naturalidad del mundo,
Santana levantó la cabeza y notó en los labios la suavidad de los
labios de Brittany. Una luz de alarma se encendió en su mente y se
apartó, pero Brittany volvió a acercar la boca. Sus labios se unieron,
una y otra vez, en besos dulces y breves, besos que poco a poco
se volvían más largos y más dulces aún. Brittany apretó suavemente
a Santana entre sus brazos y ella, envuelta en aquella calidez,
permitió que su cuerpo se relajara y, como en un sueño, se
entregó, separó los labios y descubrió que la boca de Brittany
estaba hecha del más delicado terciopelo. Se besaron despacio,
largamente, sin fin, sin prisas.

Santana estaba tumbada sobre Brittany y examinaba una y otra vez
con los dedos su pelo sedoso. Brittany la rodeaba con sus brazos y
le acariciaba muy despacio los hombros. Se besaban lentamente.
Un sonido débil e intermitente las importunó con insistencia
y, poco a poco, cobró significado: voces de mujeres y ruido de
pasos. De mala gana, Santana separó su boca de la de Brittany y
apartó la manta que las protegía a ambas del frío de la habitación.
Abrió los ojos, sorprendida ante la luz matinal. Brittany la
sujetó con los brazos y Santana, en voz baja, dijo:
—Es hora de que te pongas tu traje de esquiar.
Con los ojos cerrados para protegerse de la luz, Brittany
murmuró algo ininteligible, cogió la manta y la echó de nuevo
por encima de ambas. Sus labios consiguieron alejar los pensamientos
de Santana.
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Mensaje por raxel_vale Miér Ene 15, 2014 11:30 pm

wooooo acercamiento brittana woooi!!! ...

santana que dulce y sensible al sentirse así por lo que le sucedió a britt...
genial capitulo ..
saludos!!!
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Finalizado Re: Fanfic Brittana : "Curious Wine"-FINAL

Mensaje por Elita Miér Ene 15, 2014 11:48 pm

Un excelente cap!

Brittana *-* super tierno :3
Es bueno que haya sucedido eso :)

Saludos :*
Elita
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Mensaje por monica.santander Jue Ene 16, 2014 12:08 am

Al fin el primer beso, me encanto!!!
Saludos
monica.santander
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-*-*-
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Finalizado Re: Fanfic Brittana : "Curious Wine"-FINAL

Mensaje por 3:) Jue Ene 16, 2014 7:28 pm

hola,...

me gusto la adaptación que hiciste,.. te quedo genial!!!!
demasiado intenso la reunión de las chicas,....
me encanto el beso de britt y san,.... sobre todo como cuida britt a san!!!!

nos vemos!!!

LU!!!
3:)
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-*-*-*
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Mensaje por floor.br Vie Ene 17, 2014 3:07 pm

Algo más tarde, oyeron a Rachel gritar desde abajo:
—¡Eh, las de arriba!
Brittany liberó a Santana, pero sostuvo su rostro entre las manos
durante algunos segundos más, mientras sus bocas se separaban
muy lentamente. Con un dedo, recorrió la mejilla de Santana.
—Será mejor que bajemos —dijo en voz baja, y se sentó en
la cama. Pero se quedó inmóvil, contemplando el lago a través
de la ventana.
Santana se frotó los ojos y, tras elegir con cierta vacilación sus
palabras, dijo:
—Gracias... por estar a mi lado... cuando... cuando te necesitaba.
Brittany dijo:
—Me alegro de que hayamos podido estar juntas —dejó caer
la cabeza hacia atrás, sacudiendo la melena, y entonces se
levantó, recogió su ropa y sus zapatillas, abrió la trampilla y
colocó la escalera—. Dame siete minutos en el baño —dijo, al
mismo tiempo que le dirigía a Santana la más breve de las miradas
e iniciaba el descenso.
Distraídamente, Santana eligió unos pantalones y un jersey y
se acercó a la ventana. Estaba cansada pero notaba el cuerpo
relajado, casi lánguido. Pensó que le había ido muy bien llorar:
le hacía falta. Contempló la blancura cegadora de la nieve y, a
lo lejos, el azul brillante del lago Tahoe. Tenía la mente en
blanco, totalmente vacía.
Algunos minutos más tarde, saludó con un gesto y dio los
buenos días al grupo que bebía café alrededor del fuego. Se
dirigió al baño, cerró la puerta y se apoyó en ella con los ojos
cerrados, aspirando la persistente fragancia del perfume de Brittany.
Se cepilló el pelo con movimientos lentos y automáticos,
arreglándose la melena ondulada con la ayuda de los dedos,
como hacía siempre. Observó atentamente el espejo y se estudió
a sí misma de la misma forma que estudiaría a una desconocida,
a alguien peculiar pero fascinante. Se lavó la cara con agua fría.

Cuando salió del cuarto de baño, observó a Brittany bajar la
escalera con elegancia, vestida con su traje de esquiar azul
marino; su melena rubia se balanceaba al compás de sus movimientos
y cambiaba de forma. Santana apartó la mirada, se dirigió
a la cocina, se sirvió café y se unió al grupo de mujeres, junto a
la chimenea.
Todas llevaban trajes de esquiar. Su conversación era
ocasional, forzada, apagada. Santana se dio cuenta de que había
olvidado por completo los acontecimientos de la noche anterior
y el desastroso final de sus juegos de encuentro. Las mujeres se
mostraban solemnes, pensativas, evitaban mirarse unas a otras.
—¿Alguna de vosotras tiene tanta resaca como yo? —preguntó
Rachel con una mueca, al tiempo que se daba un masaje en la nuca.
—Me muero, Egipto, me muero5 —canturreó Mercedes,
sujetándose con fuerza la cabeza.
—Yo estoy bien —dijo Dani.
—Ya soy demasiado vieja para esto —suspiró Rachel—. Finn
y yo solíamos pasarnos la noche de juerga en los bares y luego
nos íbamos a esquiar sin haber dormido. En aquella época, aún
podíamos hacerlo, pero ahora mismo me parece un castigo.
—Espero que lo digas sólo por la resaca, Rachel —dijo Brittany—.
En lo que a mí respecta, no se produjo ningún otro daño.
Las dos mujeres se contemplaron mutuamente, con una
mirada prolongada y persistente.
—Bien —asintió Rachel.
—Hace años que somos amigas —dijo Mercedes—. Y para
cambiar eso, se necesita bastante más que una noche en la que
todas íbamos cargaditas de porros y alcohol.
Dani dijo:
—Nos conocemos demasiado bien. Y es difícil encontrar amigas.
—También hubo cosas buenas, anoche —dijo Sugar.
—Sí —dijo Santana, que sabía que las demás esperaban algún
comentario suyo, por breve que fuera.
Santana picoteó sus huevos revueltos, incómoda por la presencia
de Brittany. Brittany terminó su desayuno rápidamente y se sentó a
beber café, mientras miraba por la ventana y parecía no advertir
la presencia de Santana.
Las mujeres se fueron a las pistas de esquí y Santana se dirigió
en coche al Harrah’s.
Lo que había ocurrido entre ellas no tenía explicación. Con
sorprendente facilidad, sin embargo, construyó una imagen de la
hermosura de Brittany adornada por la sencillez de unos vaqueros
y una camisa blanca. La belleza de dicha imagen la traspasó e,
inquieta, la apartó a la fuerza de su mente, recordándose a sí
misma que jamás, en toda su vida, se había sentido físicamente
atraída por ninguna otra mujer. Evocó, con gran facilidad y una
actitud desafiante, su fantasía favorita: la de una hombre atractivo,
vestido con una camisa blanca de seda, que la besaba y la
acariciaba con dulzura...
Al bajar del coche y no sin cierta autocompasión, se recordó
a sí misma que llevaba mucho tiempo sin tener relaciones
sexuales: casi dos meses.
Esperó hasta casi haber salido del aparcamiento para admitir
lo grata que le había resultado la noche anterior. Hubiera
deseado que aquella noche no terminara jamás: era maravilloso
que Brittany la tocara, pero buena parte de aquel placer consistía
en saber que Brittany también había disfrutado de sus besos, de sus
caricias, de su cuerpo...
Era muy distinto. Y eso fue todo, se dijo. Había bebido más
vino que de costumbre, pero se alegró al darse cuenta de que ni
ella ni Brittany habían recurrido a la excusa fácil y falsa de que el vino
era el causante de lo ocurrido aquella noche entre ellas. Los juegos
de encuentro habían hecho aflorar los sentimientos más profundos
de ambas. Brittany la había protegido de aquella mujer cruel, patética
y borracha y a ella le gustaba Brittany: le gustaba mucho.

Entró en el Harrah's inquieta por aquel pensamiento: sabía
que la palabra gustar no era la más adecuada para expresar lo
que ella sentía por Brittany
.
Encontró a Quinn en el Harvey’s, al otro lado de la calle, con
los ojos aún hinchados por el sueño: accionaba sin mucho entusiasmo
la palanca de una máquina tragaperras.
—¿Qué tal, Quinny? —el humor de Santana mejoró al verla. De
repente, el mundo le pareció más normal.
—Fatal. Sam me ha dado otros cien y prácticamente me ha
ordenado conseguir que me duren. Hasta que Quinn consiga
arrastrarlo otra vez a la cama —añadió, con una sonrisa picara.
Santana se echó a reír.
—Las tragaperras de a dólar la partida no son muy recomendables
para hacer que te dure el dinero, ¿sabes? —contempló
a Quinn con cariño.
—Lo sé, lo sé. Pero a lo mejor me da algún premio. Y si no,
me iré a mi habitación a dormir. No me iría mal, no —echó otro
dólar en la máquina—. Santana, cariño, Quinn necesita un favor.
Me lo harás, ¿verdad?
—Claro. ¿De qué se trata?
—Llama a Fred al despacho y dile que necesitas otro día
libre. Sabes que no será ningún problema. Prefieren que nos
cojamos las vacaciones ahora, en esta época del año, y no en
verano cuando las coge todo el mundo. Quiero quedarme un día
más. Di que sí, Santana.
Lo consideró brevemente. Eso significaba que se marcharían
el jueves. De todas formas, Brittany tenía previsto marcharse el
miércoles.
Quinn dijo:
—Sé que a Rachel no le importará que te quedes una noche más.
Pero si no quieres quedarte allí, te pagaré el motel. O eso espero
—le lanzó una mirada amenazadora a la máquina:

—Me encanta la cabaña —dijo Santana—. Y yo también estoy
segura de que a Rachel no le importará —sabía que Rachel se alegraría
de tener la oportunidad de compensarla por su comportamiento.
—¿Te quedarás?
—Claro. ¿Para qué están las amigas?
—Eres un encanto. Te invito a desayunar.
—Ya he desayunado.
—Qué tonta soy. Me había olvidado de esos increíbles desayunos
para currantes que prepara Rachel. Ojalá Finn no lo
hubiera estropeado todo. Era maravilloso cuando estaban los
dos juntos.
—Eso suponía —dijo Santana con sequedad.
Tres símbolos se alinearon en el centro de la pantalla de la
máquina tragaperras de Quinn. Santana dio un salto cuando
Quinn gritó. La máquina se iluminó y empezaron a sonar
campanas.
—¡Trescientos dólares! —exclamó Quinn, señalando con
mano temblorosa. Los jugadores más próximos la observaron
con expresiones de lo más distintas, desde sonrisas divertidas
hasta caras de pocos amigos, marcadas por el rencor. Quinn
sujetó a Santana y la abrazó—. ¡Eres mi amuleto de la buena
suerte! ¡Oh, va a ser un día increíble!
Santana se echó a reír, y Quinn la abrazó de nuevo, entusiasmada.
Ayudó a Quinn a recoger sus ganancias, que tintineaban
en la bandeja metálica, mientras las campanas de la máquina
sonaban sin parar. Cogidas del brazo y cargadas con vasos de
papel llenos de dólares de plata, se dirigieron al mostrador a
cambiar las monedas.
En una cabina del Harrah’s, Santana colgó el teléfono tras
llamar a Los Ángeles. Tal y como había pronosticado Quinn,
Fred MacPherson le había comunicado con su voz cansada y
brusca:

—Claro, Santana, ningún problema. Hasta el viernes.
Una chica de melena oscura y brillante pasó junto a la cabina
y Santana se la quedó mirando. Se apoyó de espaldas, cerró los
ojos y recordó la cara de Brittany junto a la suya, y las caricias en
su pelo de unos dedos que no parecían cansarse nunca de aquel
tacto suave. Brittany había hundido la cara en el pelo de Santana,
pero luego Santana había cambiado de postura y se había apoyado
en los codos para permitir que su pelo resbalara por la cara y la
garganta de Brittany. «Sí», había susurrado Brittany, la única palabra
pronunciada en toda la noche. Durante largo rato, habían
permanecido abrazadas y Santana había acariciado a Brittany con el
pelo. Y luego, cuando los brazos de Brittany la liberaron, Santana
había notado una vez más, en el cuello, la cara y las pestañas,
la seda perfumada del pelo de Brittany. Fue entonces cuando los
labios de ambas se encontraron...
Santana abrió bruscamente la puerta de la cabina y entró en el
casino. Recorrió el Harrah’s varias veces: necesitaba hacer ejercicio,
mover el cuerpo. Eligió una mesa de blackjack.
—¿Qué tal andamos de suerte? —le preguntó a la crupier.
Había descubierto que la mayoría de crupieres siempre estaban
dispuestos a responder a aquella pregunta.
—Bastante bien. Póngase usted cómoda -—la crupier era
joven y guapa, una morena bastante interesante que llevaba
gafas de montura de pasta y una placa en la que se leía Marley.
—¿Qué tal el invierno? —preguntó Santana, afablemente,
mientras apostaba dos dólares.
—Depende. ¿Cuántos metros de nieve quiere?
Santana se echó a reír. Charlaron cordialmente, aunque con interrupciones.
Santana concentró su mente en el juego. Las cartas le
llegaban siguiendo siempre los mismo patrones: o bien mediocres
o bien a rachas realmente buenas de entre ocho y diez manos.
Jugaba con mucha atención, muy concentrada, y apostaba a sus
mejores cartas con más agresividad que de costumbre. Se tropezó
con una serie de cartas malas y perdió seis manos seguidas.
—Descansaré una ronda —le dijo a la crupier.
Estiró los músculos tensos de sus hombros, echó un vistazo
a su alrededor y vio a un hombre joven con una rubia muy
atractiva: pasaron muy despacio junto a ella, cogidos de la mano
y con las cabezas muy juntas. La noche anterior, recordó, había
sujetado la cara de Brittany entre las manos y la había besado;
después, Brittany le había cogido las manos y le había besado los
dedos, las palmas, la parte interior de las muñecas... Y por
último, con los dedos de las manos aún entrelazados, Brittany había
unido su boca a la de Santana, en una dulce y lenta caricia...
—¿Vuelve a entrar? —le preguntó la crupier.
—Supongo —dijo Santana y empujó dos dólares de plata hacia
la casilla de las apuestas.
—Parecía como si estuviera usted a miles de kilómetros de
aquí.
—Muchas gracias por hacerme volver —dijo irónicamente
Santana—. Me acaba de dar otro quince.
—Lo siento. Estuviera donde estuviera, parecía un sitio agradable.
—Hum —dijo Santana. Le hizo una seña para que le diera otra
carta.
—Ahí la tiene —dijo la crupier. Le entregó un cuatro—.
¿Esa tampoco le va bien?
—¿Es lo bastante alta? —la carta descubierta de la banca era
una reina.
La crupier se encogió de hombros, sin implicarse, y se volvió
hacia el jugador que estaba junto a Santana: un anciano que
fumaba en puro y bebía un brebaje verde de aspecto repugnante.
—Yo también estoy a miles de kilómetros de aquí, a veces
—dijo la crupier—. A los clientes les daría algo si supieran las
cosas que llego a pensar.
Santana se echó a reír y también hubo risas en el resto de la
mesa. La banca destapó un seis y luego pidió otra carta: un
cuatro.

—Bueno, bueno —dijo.
Santana recogió su dinero.
—Está usted entrando en calor, ¿eh? A lo mejor nos vemos
más tarde.
Mientras comía con Quinn, se le ocurrió que Brittany tal vez
también se estuviera esforzando por entender lo ocurrido la
noche anterior. Santana recordó, con creciente desesperación, que
ella le había pasado un brazo por los hombros a Brittany en dos
ocasiones mientras contemplaban las estrellas; Brittany, sin
embargo, no la había tocado a ella. A la mañana siguiente, le
había dicho a Brittany que era muy guapa. Horrorizada, se dio
cuenta de que Brittany podía haber pensado que ella era... casi se
atragantó con la palabra... lesbiana. O bisexual, para ser más
exacta. De repente, agradeció a Rachel que hubiera revelado su relación
con Noah.
—¿Me estás escuchando? —preguntó Quinn.
—Pues claro. Me estabas hablando de lo lista que has sido al
conseguir el premio más alto.
—Serás cínica —Quinn se echó a reír—. Estás de lo más
callada, incluso para tratarse de ti.
Santana sonrió.
—Tú hablas por las dos.
Mientras Quinn empezaba a hablar de nuevo, Santana decidió
que era inútil atormentarse con especulaciones. Lo que había
ocurrido entre ella y Brittany pertenecía a la categoría de ‘cosas que
pasan’ y Brittany se daría cuenta aquella misma noche.
—¿Por qué no te quedas en la ciudad a celebrarlo con Sam
y Quinn?
—Rachel me espera.
—Oh, pero no le importará. Ella sabe lo fácil que es entretenerse
cuando estás en un casino.
—Esta noche no puedo —dijo Santana con firmeza. Sabía que
Rachel malinterpretaría su ausencia. Y, además, había otro motivo
mucho más convincente para regresar a la cabaña. Tras un día
entero con la cabeza llena de ideas, Santana quería hacer frente a
sus sentimientos en presencia de Brittany y reducirlos poco a poco,
hasta que no tuvieran importancia alguna.
—¿Y mañana? Sam y yo queremos llevarte a un sitio muy
especial.
—Mañana me parece bien.
Al terminar el día, Santana iba ganando algo más de ciento
cincuenta dólares. Volvió a la cabaña poco antes de las siete.
Rachel dijo:
—Quiero invitaros a cenar. Las chicas están de acuerdo y
espero que tú también, Santana. Iremos a la ciudad y nos libraremos
de esta fiebre de cabaña que nos ha dado a todas.
—Claro, Rachel, me encantará —dijo Santana, mientras buscaba a
Brittany con la mirada.
Las mujeres se habían arreglado para cenar: vestían pantalones,
blusas y jerséis. Brittany se había sentado sobre las piernas
en el sofá: llevaba unos pantalones negros y un cinturón con
pequeños adornos dorados; una blusa blanca de seda que se
abrochaba en la garganta con un fino cordón de seda; y unos
minúsculos pendientes de oro.
Sus ojos se encontraron. Santana le devolvió una sonrisa y
desvió la mirada, aturdida por la belleza de Brittany. Nerviosa, se dirigió a la cocina: se le había acelerado el pulso, tenía la sensación
de que se hundía y se sentía débil.
Rachel la siguió.
—¿Un poco de vino? ¿O te apetece un poco de vodka?
—No, sólo quiero un vaso de agua —murmuró. Bebió muy
despacio el agua helada y se tranquiRacheló al contar la historia del
premio que había conseguido Quinn. Mencionó también la petición
de Quinn de que se quedara un día más. Tal y como esperaba,
Rachel insistió en que se quedara en la cabaña.
Se unió al grupo del salón, habló de nuevo sobre el premio
de Quinn y la buena suerte que ella misma había tenido en las
mesas de juego.
—Déjame que os invite a todas con lo que he ganado —le
dijo a Rachel.
—Ni hablar —declaró Rachel.
—Puedes volver a perderlo con la misma facilidad —dijo
Sugar.
—Lo peor que me puede pasar es que me quede como estaba
—dijo Santana.
—A lo mejor yo también tendría que empezar a jugar —dijo
Brittany.
—¿Tú? —se burló Mercedes.
—Sí, yo. ¿Por qué no?
—Porque el juego no encaja con esa autodisciplina de hierro
que tienes tú.
—Dicho así, parezco una persona completamente aburrida
—observó Brittany, sin rastro de emoción en la voz.
—Yo puedo enseñarte a jugar al blackjack. Es el único juego
que conozco —dijo Santana. Con una sensación cercana a la
alegría, pensó que a partir de aquel momento tendría que vestir
a su fantasía masculina favorita con algo que no fuera una
camisa blanca de seda. Se disculpó para cambiarse de ropa.
Eligió unos pantalones verdes y un jersey blanco de cachemira.
La suavidad del jersey le pareció desacostumbradamente
sensual sobre la piel, especialmente al tocar sus pechos por
encima del sujetador. Vio el pijama de Brittany, colgado de una percha
en el armario: los hombros estaban ligeramente descoloridos.
Se llevaron el coche familiar de Rachel. Santana fue la primera en
subir, pues quería que Brittany decidiera por sí misma dónde
sentarse. Pero Rachel dijo:
— Brittany, siéntate delante conmigo.
Mientras el coche familiar descendía por la carretera de
montaña, Rachel dijo en voz muy baja:
—Los veranos aquí también son maravillosos: hay muchos
riachuelos y animales salvajes. Lo mejor es comprar provisiones
y quedarse en las montañas, lejos del alboroto de los turistas.
Mercedes dijo:
—Hace años que se habla de proteger esta zona. Si queréis
saber lo que pienso, a mí me parece que hay demasiadas cuestiones
políticas de por medio. Nevada necesita dinero desesperadamente.
—Yo trabajo con los grupos que tratan de proteger la zona
—dijo Rachel—. Finn y yo vinimos aquí cuando no había nada
y hemos visto crecer todas esas monstruosidades —Rachel se
inclinó sobre el volante para echarle un vistazo al cielo—. Puede
que nieve esta noche. El cielo no tiene muy buen aspecto.
—«El cielo es infame — Las nubes son malignas» —murmuró
Santana.
Sugar dijo algo pero Santana no la oyó. Brittany se había girado
y, con la barbilla apoyada en el brazo, contemplaba a Santana con
una sonrisa que poco a poco se fue haciendo más amplia: la
belleza y la complicidad de aquella sonrisa traspasaron a Santana.
Cenaron en el Salón Salvia del Harvey’s.
—Hace nueve años que vengo aquí y la comida es sistemáticamente
la mejor del lago. No hay muchas cosas en esta vida
que sean sistemáticas durante veinte años —dijo Rachel.
—Cierto —dijo Brittany—. Y ni siquiera se oye todo el jaleo del
casino, aunque esté aquí al lado.

Brittany estaba sentada junto a Rachel y Santana estaba frente a ella.
Brittany parecía relajada, despreocupada. De vez en cuando, bebía
un sorbo de su vodka con tónica.
Rachel le dijo a Brittany:
—Mercedes me ha dicho que tu padre era abogado. ¿Fue él
quien te contagió la afición por la abogacía?
—Sí. Al principio. Pero hay aspectos de la abogacía que me
fascinan por completo —como las mujeres la observaban con
expectación, Brittany prosiguió—. El mundo de las leyes es tan
enrevesado, tan fluido, tan flexible... Es lo contrario de las
matemáticas. Es lógico, pero no tiene nada de preciso ni de
exacto. Es como el agua que llena un recipiente y se adapta a la
forma de dicho recipiente.
—No estoy muy segura de entender todo eso, pero qué más
da —dijo Rachel—. Eres tan inteligente y atractiva que estoy
segura de que te impones a los hombres. ¿Evitas deliberadamente
el matrimonio?
—Rachel —protestó Mercedes—, esa es una pregunta muy personal.
—No pasa nada — Brittany se encogió de hombros—. No, no
evito el matrimonio.
—¿Y qué demonios buscas?
—Busco a Don Perfecto —dijo Brittany burlonamente.
—¿Y cómo es Don Perfecto? —insistió Rachel.
Santana esperaba otra respuesta burlona, pero Brittany respondió
en serio.
—Alguien a quien yo no domine. En mis relaciones con
hombres, siempre acabo siendo yo la que domina.
Rachel la observó sin emocionarse, con sincero aprecio.
—Realmente, te admiro. Eres una dama de acero. Pero si yo
fuera un hombre, estoy segura de que me lo pensaría dos veces
antes de liarme contigo, por muy guapa que seas. Me juego lo
que quieras a que hay unos cuantos despojos masculinos, más
tristes que antes pero también más prudentes, arrastrándose por
San Francisco.
Brittany sonrió débilmente.
—Me parece que sí.
Rachel se volvió hacia Santana con una sonrisa.
—¿Y todavía piensas que es amable y sensible?
Santana, asaltada por un fogonazo de recuerdos, pensó en la
boca de Brittany apartándose de la suya para rozar delicadamente
sus ojos y sus pómulos; en la calidez de su lengua al bajar lentamente
por sus mejillas y eliminar de su cara el rastro de lágrimas;
en la boca de Brittany al unirse de nuevo a la suya, en el sabor
i de la sal en sus labios y, al separar Brittany los labios, en el sabor de la
sal en su lengua...
—Sí —dijo Santana.
—Eres una mujer muy complicada —le dijo Rachel a Brittany.
—Yo creo que no —contestó Brittany.
El camarero les trajo las ensaladas.
—Es una monada —dijo Dani con una risa tonta, mientras
observaba al camarero alejarse—. Me encantan los hombres con
el trasero pequeñito. ¿Alguien cree en el amor a primera vista?
—Yo creo en la posibilidad del amor a primera vista.
—Por el amor de Dios, lo he dicho en broma —dijo Dani,
ofendida.
—No tengo sentido del humor —dijo Brittany.
Santana se echó a reír y la miró, justo en el momento en que
Brittany dejaba de mirarla a ella. Santana creyó que Brittany le había
estado mirando los pechos, pero decidió finalmente que se equivocaba.
Brittany ni siquiera se los había tocado la noche anterior:
la había abrazado y le había acariciado la cara y las manos.
Incómoda y ruborizada, Santana recordó sus propias manos bajo
el pijama de Brittany, acariciándola y disfrutando de la suavidad y la
calidez de su piel. Ella, sin embargo, tampoco le había tocado los
pechos a Brittany. Los miró en aquel momento y, al pensar que seguramente
encajaban a la perfección en las palmas de sus manos,
sipo que se arrepentía de no haberlos tocado. En realidad, no
había ocurrido nada entre ellas... ni ocurriría.
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Finalizado Re: Fanfic Brittana : "Curious Wine"-FINAL

Mensaje por monica.santander Vie Ene 17, 2014 5:23 pm

Por que siempre me queda sabor a poco??? jajaja
Saludos
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Finalizado Re: Fanfic Brittana : "Curious Wine"-FINAL

Mensaje por Elita Vie Ene 17, 2014 6:47 pm

Aaaww me dejas siempre con ganas de mas :/

Mas ahora que han pasado cosas con las chicas & esta super emocionante *-*
Ademas, Rachel por primea vez me ha caido bien jeje xD

Actualiza pronto si?
Saludos :*
Pam!
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Finalizado Re: Fanfic Brittana : "Curious Wine"-FINAL

Mensaje por 3:) Vie Ene 17, 2014 10:09 pm

es la primera veces que rachel,.. me cae "bien" de todos los capítulos que pasaron,...
quiero mas,.. quiero ver como va la relación de britt y san,....!!!!
3:)
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Finalizado Re: Fanfic Brittana : "Curious Wine"-FINAL

Mensaje por ToLeedithaa.16 Sáb Ene 18, 2014 12:45 am

Actualiza quisiera saber mas sobre se iran relacionando las brittana y me empieza a agradar rachel ,, tienes nueva lectora
ToLeedithaa.16
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**
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Finalizado Re: Fanfic Brittana : "Curious Wine"-FINAL

Mensaje por floor.br Dom Ene 19, 2014 9:17 pm

CHICAS GRACIAS X LOS COMENTARIOS, SIEMPRE LOS LEO TODOS..
PERDON X TARDAR EN ACTUALIZAR..LES DEJO UN NUEVO CAP Y ESPERO SUS COMENTARIOS BSS
--------------------------------------------------------------------------------------
Observó a Brittany inclinarse, sonreír, escuchar algo que
Mercedes le decía en voz baja y pensó en una estatua que había
visto una vez en el Museo de Arte del Condado de Los
Ángeles: era la estatua de una mujer, esculpida en un alabastro
tan cálido y brillante y con unas curvas tan sensuales, que
había deseado tocar y acariciar aquellas maravillosas formas
femeninas. Se fijó en los dedos de Brittany, largos y delgados, y
la vio secar con ellos el vaho de su vaso. Vio cómo los dedos
se movían en círculos y disolvían el vaho y recordó entonces
la caricia lenta y suave de aquellos mismos dedos en su cara,
en sus orejas, en su garganta... como si fueran besos... como
si fueran besos...
En mitad de aquella oleada de erotismo que experimentaba,
Santana se recordó a sí misma, con calma, que aquel sentimiento
incomprensible desaparecería en un par de días, en cuanto
aquella mujer abandonara su vida.
Tras la cena, cada una se fue por su lado y acordaron encontrarse
en el Harvey’s a medianoche. Santana y Rachel cruzaron la
calle para ir al Harrah’s en busca de Quinn y la encontraron en
una mesa de crap con Sam. El hombre miró a Santana con lascivia,
como siempre, y la abrazó con demasiada fuerza, también como
siempre.
Santana resistió la tentación de regresar al Harvey’s a reunirse
con Brittany, eligió una mesa de blackjack y se sentó a jugar,
concentrándose con dificultad en el juego. Había ganado cinco
manos seguidas y estaba apostando diez dólares cuando oyó la
voz de Dani:
—¡Mira eso! —con gran placer, descubrió a Brittany y a Dani
justo detrás de ella.
La silla que había a su lado estaba vacía.
—¿Quieres jugar? —le preguntó a Brittany —. Te puedo enseñar
mientras jugamos. No es muy difícil.
—Primero prefiero mirar —dijo Brittany.
—Te sale bastante caro —dijo Dani.
—La mayoría de las veces, no tanto como el keno6 o las
máquinas tragaperras. Te sorprenderías —ganó su mano y
aumentó la apuesta.
—¡Estás apostando quince dólares! —exclamó Dani.
—Voy ganando. Lo que apuesto es el dinero de los demás
»—explicó Santana—. Es así como se gana. Cuando vas ganando,
apuestas más; cuando vas perdiendo, apuestas lo mínimo.
Ganó otra vez cuando la banca se pasó.
—¿Puedes apostar diez dólares por mí en tu mano?
—Claro —Santana aumentó su propia apuesta a veinte dólares
y añadió dos fichas de cinco dólares por Brittany. Sus cartas eran un
nueve y un cinco. La carta descubierta de la banca era un nueve.
—Lo siento —le dijo a Brittany —. Puede que la banca tenga
diecinueve. Bonito momento para sacar catorce.
—¿Perdemos?
—Todavía no. A ver si podemos mejorarlo —pidió una carta
y se alegró al ver que era un siete.
—¿Eso es tan bueno como creo?
—Lo peor que puede pasar es que empatemos. ¿Cuánto
quieres apostar ahora?
—¿Cogemos diez y dejamos otros diez?
—Bien.
La banca tenía diecinueve. Santana apostó veinticinco dólares
de su dinero y otros diez por Brittany. La carta descubierta de la
banca era un diez y Santana tenía diecinueve. Esperó en tensión:
la crupier se acercó a los otros jugadores de la mesa y, por
último, descubrió su carta tapada: un siete,
—Genial —dijo Brittany—. Apuesta los veinte. Sé reconocer a
una ganadora cuando la veo.
—¡Dios mío! —jadeó Dani—. ¡Hay cincuenta dólares ahí
encima!
—Imagina que es dinero del Monopoly —dijo Santana—. ES
lo que hago yo.
Brittany se echó a reír. Santana recogió sus dos cartas. Sumaban
dieciocho y la carta descubierta de la banca era un tres.
—No está mal —le dijo a Brittany. La banca se pasó. Santana
volvió a mirar a Brittany —. No me importa lo que digas, pero no
voy a apostar más de veinte dólares por ti. Soy famosa por
perder alguna que otra mano.
—Como prefieras.
—Esta vez no —dijo Santana, casi a modo de disculpa. Tenía
un as y un diez—. Me parece que tendríamos que haberlo apostado
todo. ¿Volvemos a apostar veinte?
—De acuerdo —dijo Brittany entre risas—. Esto es increíble.
Santana sumó diecisiete. La carta descubierta de la banca era
un cinco, pero acabó sumando veinte.
—Vaya. ¿Hay algún verso de Emily Dickinson apropiado
para este momento?
Brittany se echó a reír.
—No creo que jugara nunca al blackjack. ¿Cuánto voy
ganando?
—Cincuenta. Descansa la siguiente mano, ¿vale? Normalmente,
cuando se acaba, se acaba —apostó dos dólares.
—Qué degradante, después de aquellos setenta dólares —dijo
Dani.
Santana perdió cuando la banca sacó veintiuno.
—Ahora entiendo lo que quieres decir —dijo Brittany —. ¿Qué
es lo máximo que has llegado a apostar?
—Unos cincuenta dólares, cuando tenía alguna racha buena
de verdad —Santana perdió las dos manos siguientes y Dani se
alejó, tras decir que quería jugar al keno.
Santana notó la calidez de la mano de Brittany por encima de su
jersey de cachemira y aspiró su perfume.
—La mujer que hay al final de la mesa —dijo Brittany junto a
su oreja, en voz baja—, ¿cuánto está apostando?
Santana le echó un vistazo a una mujer de facciones angulosas,
ilr unos treinta años, que llevaba un sencillo vestido de lana de color beige. Estaba sentada en un taburete y había colocado
i nutro fichas negras en la casilla de las apuestas.
—Cuatrocientos dólares —le susurró a Brittany, que se había
inclinado hacia ella—. Mira al hombre que está a su lado —lo
había visto añadir cuatro fichas de cinco dólares a su primera
apuesta de diez dólares.
Después de que se jugaran varias manos, volvió a susurrar:
—Ella siempre apuesta cuatrocientos dólares, y él va siempre
tras su dinero. ¿Lo ves?
—¿Qué quieres decir? —preguntó Brittany en voz baja, acercándose
a ella.
—Está perdiendo y cada vez apuesta más.
Santana jugaba distraída, haciendo apuestas mínimas mientras
observaba al hombre y a la mujer. Le hacía comentarios a Brittany
y aspiraba su perfume, consciente de lo cerca que estaba.
I1'malmente, el hombre se puso en pie.
—Demasiada buena suerte para mí —le dijo a la mujer.
—Sí —dijo ella con indiferencia—. Ya nos veremos. A ver si
tiene más suerte —empujó otras cuatro fichas negras hacia la
casilla de las apuestas.
El hombre se alejó, con una última mirada atrás. La mujer
perdió aquella mano y recogió su monedero, una sencilla bolsa
de piel.
—En realidad, lo que se me da bien es el bacará —dijo, sin
dirigirse a nadie en particular—. Gracias, bonita, me lo he
pasado muy bien —le dijo a la crupier, al tiempo que le entregaba
dos fichas verdes. Se movió con rapidez y muy pronto
desapareció entre la multitud del casino.
—¡Cincuenta pavos! —la crupier contempló fascinada las
ln luis verdes sobre la palma de su mano—. ¡Y le acabo de hacer
perder tres mil!
Santana recogió su dinero.
—He jugado más de lo que debía por estar mirándola a ella.
Si esa mujer hubiera ganado, ¿cuánto le habría dado?
La crupier sonrió con tristeza.
—Prefiero no saberlo.
Santana le entregó a Brittany sus ganancias: una pila de fichas de
cinco dólares.
—Dinero fácil —dijo Brittany, sopesando las fichas—. Es un poco
raro. ¿Puedo invitarte a una copa? ¿O prefieres seguir jugando?
—Una copa me parece bien.
Se detuvieron en la zona del cabaret: entre actuación y actuación,
el telón del escenario estaba bajado.
-—Me parece que la consumición es obligatoria para sentarse
aquí —dijo Santana.
—Parece agradable —dijo Brittany con decisión.
—Tienes madera de jugadora —le dijo Santana a Brittany cuando
les trajeron sus bebidas. A modo de saludo, tocó con su vaso el
de ella.
—¿De verdad? —dijo Brittany, sonriente, mientras jugaba con
sus fichas y las amontonaba en dos pilas, al lado de su vodka
con tónica—. Parece que a ti se te da muy bien. Eres muy
valiente —añadió.
—Me vi más o menos obligada a aprender. Pero la verdad es
que me aburro bastante al cabo de un par de días. Esta noche
ha sido divertida: me entretiene mirar a la gente, como aquella
mujer de nuestra mesa. ¿Cómo puedes mostrarte tan indiferente
ante el dinero?
—No llevaba ni una sola joya, ni siquiera un anillo.
—¿No te parece raro? He visto a muchos hombres apostar
cifras como las que ha apostado ella, pero no a muchas mujeres.
Hace algunos años, vi a una mujer apostar quinientos dólares
por mano: jugó tres manos. Era a altas horas de la madrugada
y ella estaba sola en una mesa, mientras un grupo bastante
numeroso de curiosos la miraba. Parecía una vieja maestra de
escuela. Tenía unos cuarenta mil dólares allí mismo, pero se mostraba tan fría como un pepino... excepto porque movía un
pie como si siguiera el ritmo de un tambor. Al día siguiente, la
vi hacer apuestas de dos dólares. Resulta fascinante, ¿no crees?
Brittany, con los brazos cruzados sobre la mesa, se había inclinado
hacia ella y sonreía, la escuchaba con vivo interés.
—Qué mundo tan raro y distinto.
—Sí —a Santana le encantaba que le prestara atención—. La
gente me fascina. ¿La mujer de esta noche no despierta tu curiosidad?
¿De dónde sacará el dinero? ¿Por qué apostaba de esa
forma? ¿Era un montaje, teatro? ¿O sus apuestas de cuatrocientos
dólares eran para ella como las de dos dólares para nosotras?
—No creo que fuera teatro.
—En cierta manera, yo tampoco. Una mujer que apuesta de
esa forma y que le da una propina de cincuenta dólares a la
crupier... Me ha alegrado. Me he sentido orgullosa de ella.
Brittany sonrió.
—Te entiendo perfectamente. El hombre que estaba junto a
ella, ha perdido un montón de dinero... él solito.
—Desde luego. Ya hacía apuestas de diez dólares antes de
que ella se sentara. Siempre me fijo en lo que apuesta la gente.
Supongo que ha perdido una buena parte de su dinero tratando
de impresionar a una mujer a la cual no le importaba en absoluto.
—Tengo la sensación de que en los casinos hay una clase
muy particular de locos.
—Puede que sí. Depende de...
La camarera llegó con otras dos copas.
—De parte de aquellos dos caballeros, los de la mesa del
rincón.
—No las queremos, ¿verdad? —preguntó Brittany, sin mirar
siquiera hacia el lugar que indicaba la camarera.
—Desde luego que no.
Brittany cogió dos fichas de cinco dólares de su pila y las dejó
sobre la bandeja de la camarera.
—Por favor, lléveselas. ¿Podría encargarse de que no nos
molesten?
—Déjelo en mis manos —dijo la camarera.
—¿Siempre eres tan derrochadora o estás aprendiendo? —se
burló Santana.
—Talento natural —dijo Brittany, con una sonrisa.
Se produjo un silencio incómodo. Santana observó la mesa y
luego apartó la mirada cuando vio que Brittany empezaba a secar
con los dedos el vaho de su vaso.
—¿Estás bien, Santana? —la voz de Brittany era serena.
Santana asintió y, haciendo un esfuerzo, la miró.
—¿Y tú?
—Sí, muy bien. Estoy bien.
—Fue una... una noche muy bonita.
—Sí, estaba un poco preocupada por ti. Parecías inquieta
durante la cena. Quiero asegurarme de que no te sientes incómoda...
por nada.
—Te lo agradezco. Eres una persona muy poco común —dijo
Santana con sinceridad.
—Y tú. Eres muy especial... —empezó a decir Brittany, mientras
el telón del escenario subía en mitad de un gran estruendo—.
Así no se puede... —dijo—. A no ser que quieras quedarte...
—No.
—Bien — Brittany sonrió—. Tengo una cabeza muy delicada y
me duele cuando hay mucho ruido.
—Pues entonces mejor que nos demos prisa —dijo Santana,
por encima del redoble de cien tambores.
Mientras se abrían paso entre las mesas, Santana oyó que un
hombre le decía a su amigo:
—Pues te aseguro que a mí esas dos no me parecen precisamente
monjas Carmelitas.
Santana y Brittany consiguieron llegar al casino antes de estallar
en carcajadas.
Rachel se acercó a ellas.
—Os he buscado por todas partes. Sugar no se encuentra
muy bien. Creo que lo único que le pasa es que está muy cansada,
pero prefiero llevarla a la cabaña. Si me decís una hora, puedo
volver a recogeros más tarde.
—¿Quieres seguir jugando? —le preguntó Brittany a Santana.
—Creo que todas estamos cansadas —dijo Santana—. ¿Por qué
no volvemos?
El aire estaba en calma pero hacía un frío glacial y Santana se
estremeció mientras caminaban hacia el coche familiar: hundió
las manos en los bolsillos de su chaqueta.
—Una de nosotras tendría que haber traído el coche —dijo
Brittany, mirándola.
—Estoy bien -—dijo Santana, molesta consigo misma—, pero
mi sangre del sur de California no se acostumbra a este frío.
—Mi coche se caldea en seguida —dijo Rachel.
—Dani me ha contado que tú y Santana sois dos jugadoras
empedernidas —dijo Rachel. Ella y Brittany charlaron mientras Rachel
conducía velozmente por la Autopista 50: el brazo de Rachel descansaba
en el respaldo del asiento de Brittany. Sugar, junto a Brittany,
tenía la cabeza inclinada hacia atrás y los ojos cerrados: estaba
pálida.
Mientras Brittany le hablaba a Rachel de la mujer a la que habían
visto apostar, Santana la observó. Sólo veía su perfil, la sencillez
de su belleza angulosa, su pelo teñido de reflejos dorados por las
luces de neón y los faros de los coches.
Pensó en su conversación. Brittany le había dicho muy claramente
que no le concedía ningún significado especial ni al
comportamiento de Santana ni a la noche que habían pasado juntas.
Santana recordó algunas de las declaraciones de Brittany durante los
juegos de encuentro, en las que había descrito algunas relaciones
como entretenimientos pasajeros. Se dio cuenta, con una extraña
mezcla de alivio y tristeza, que Brittany —obviamente— consideraba
la noche que habían pasado juntas como algo menos importante
incluso que un entretenimiento pasajero.
------------------------------------------------------------------------------------------------
Lo de la tormenta sólo ha sido una falsa alarma —dijo Rachel.
Se inclinó sobre el volante para echarle un vistazo al cielo, mientras
serpenteaban carretera arriba.
—Sí —dijo Brittany —. Han salido las estrellas.
Sugar se acostó inmediatamente. Rachel atizó el fuego para reavivarlo
y muy pronto la cabaña se convirtió en un lugar
confortable. Las mujeres empezaron a prepararse para irse a
dormir.
Brittany estaba en pie junto a la ventana cuando Santana entró en
la habitación. Mientras tomaba la firme decisión de no acercarse
a ella, Santana retiró la escalera y cerró la trampilla.
Se metió en la cama y se quedó tumbada con un brazo sobre
los ojos: no quería hablar ni pensar, ni sentir. No quería seguir
con la conversación que antes habían interrumpido, ni quería
que Brittany le restara aún más importancia a aquella noche de
ternura y placer que habían pasado juntas. Lo único que quería
era que Brittany se metiera en la cama, le diera las buenas noches
y que ambas se quedaran dormidas.
Brittany se apartó al fin de la ventana y apagó la lámpara. Se
metió en la cama: el silencio entre ellas se prolongaba, como si
alguien tirara de los dos extremos de un hilo de alambre.
Flotaba en el aire la fragancia de un perfume. Santana abrió los
ojos cuando Brittany se inclinó hacia ella.
—Santana —susurró Brittany.
—Sí —respondió Santana. La buscó, buscó sus manos y, muy
pronto, a través de la fría seda del pijama, sintió la calidez del
cuerpo de Brittany entre sus brazos.
—Santana —susurró de nuevo Brittany. Su boca era mucho más
suave y dulce de lo que Santana recordaba, mucho más de lo que
había estado recordando a lo largo del día.
Santana sostuvo el rostro de Brittany entre sus manos y la besó en
la frente y en el pelo; acarició con los labios las líneas curvas de sus
cejas, recorrió lentamente sus delicados párpados y saboreó con la
lengua las gruesas pestañas. Exploró con sus labios la geometría
del rostro de Brittany, mientras seguía con los dedos el intricado trazo
de sus orejas y la forma de su nariz. Notó en los dedos la calidez
del aliento de Brittany. Saboreó aquellos labios: rozó apenas las comisuras,
para luego volver a saborearlos y cubrirlos de besos. Los
labios de Brittany eran dulces y suaves, pero no respondían a las caricias
de Santana, tal vez porque el fin de dichas caricias no era otro
que descubrir su forma y su textura. Momentos más tarde, Santana
apoyó la cara en la garganta de Brittany y, mientras le acariciaba la
cara con los dedos, dijo en un susurro apagado:
—¿Por qué tienes que ser tan hermosa?
Un segundo después, Brittany dijo:
—Por ti —y besó los dedos de Santana.
A ciegas, Santana levantó la cabeza y buscó de nuevo los labios
de Brittany, quien esta vez sí respondió a las caricias. Santana se
acomodó entre sus brazos y buscó sus labios entreabiertos: el
abrazo se volvió más estrecho, los besos más apasionados.
Apoyándose en los codos, Brittany le desabrochó la chaqueta del
pijama a Santana y la abrió. Le acarició con las manos los hombros desnudos. El pelo le caía sobre la cara, que quedaba en la
sombra; contempló los pechos de Santana durante largos instantes
y luego apoyó la cara en ellos. Santana puso una mano sobre su
cabeza y le acarició el pelo.
Brittany besó los huecos de sus hombros y, unos instantes
después, recorrió con los dedos los pechos de Santana. Los acarició
con el pelo y, una vez más, permitió que su cara reposara sobre
ellos, sin dejar de tocarlos y explorarlos, de acariciarlos con los
dedos, cuyo contacto era delicado y sensual. Las manos de Santana
acariciaban el pelo de Brittany cuando ésta se inclinó para besarle
los pechos: sus besos eran cálidos y se movieron en círculos
hasta que Brittany, con un murmullo de placer que se mezcló con
el apenas audible ‘Oh’ de Santana, le besó un pezón. Santana tensó
los músculos del cuello: la suavidad de los labios de Brittany le
resultaba casi dolorosa. Brittany apartó al fin los labios, se desabrochó
el pijama y apoyó sus pechos en los de Santana, en un
abrazo tan suave como la seda.
Santana acarició los pechos de Brittany con las manos y luego
apoyó la cara sobre ellos, entre ellos; buscó su suavidad, recorrió
aquella delicada textura con los labios... La asaltó una idea
inesperada: no me sorprende que a los hombres les gusten tanto
las mujeres, pensó. Rozó un pezón con la lengua, lo saboreó
lentamente, notó cómo se hinchaba y endurecía con cada caricia
de su lengua, mientras Brittany —que le acariciaba el pelo con las
manos— murmuraba de placer y tensaba el cuerpo.
Brittany volvió a besarle los pechos a Santana. En una ocasión,
susurró:
—¿Quieres que pare?
Y Santana, impulsada por el placer, dijo:
—No, es maravilloso.
Brittany le besó la cara, la garganta, los hombros. Sus manos se
movieron con delicadeza por el cuerpo de Santana. Le acarició las
caderas, le tocó los muslos: aquellas manos cálidas la excitaban
y despertaban su deseo. Una y otra vez, Brittany le besó los pechos y, a cada caricia de aquellos labios, Santana experimentó una
nueva oleada de placer: descargas eléctricas en sus pezones al
entrar en contacto con la lengua de Brittany y una corriente de
placer que recorría su cuerpo, como si fuera miel que se desplazaba
lentamente por su piel.
Jadeó al notar el roce de unos dedos entre sus muslos: el
placer y el deseo la invadieron al mismo tiempo y se convirtieron
en el centro de todo. Pegó su cuerpo al de Brittany, respiró
con dificultad y se estremeció cuando Brittany empezó a bajarle el
pijama.
—No —dijo Santana, con un nudo en la garganta. A pesar de
que temblaba de deseo y su cuerpo ardía como una llama, luchó
para alejarse de Brittany. Se tumbó de espaldas y respiró con dificultad:
el corazón le latía muy deprisa—. No puedo... No... Yo
no... —dijo entrecortadamente.
—No te justifiques, Santana.
— Brittany...
—No te justifiques.
Brittany se alejó de la cama y, segundos después, Santana oyó la
puerta corredera de la otra habitación. Permaneció allí tumbada
en silencio, respirando con dificultad. Gradualmente, el deseo se
convirtió en un dolor impreciso que nunca desaparecía del todo
pero al fin, agotada, se quedó dormida.






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Finalizado Re: Fanfic Brittana : "Curious Wine"-FINAL

Mensaje por monica.santander Dom Ene 19, 2014 9:55 pm

Quien golpea primera San??
Saludos
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Finalizado Re: Fanfic Brittana : "Curious Wine"-FINAL

Mensaje por Elita Dom Ene 19, 2014 10:39 pm

En serio? En serio dijo que NO?

Oh! No puedo creerlo todo tan emocionante & tan genial con ellas qie Santana con un solo NO lo caga todo.

Saludos! :)
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Finalizado Re: Fanfic Brittana : "Curious Wine"-FINAL

Mensaje por raxel_vale Dom Ene 19, 2014 10:48 pm

santana joder !!!
como dice NOOO!!!
ash......
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Finalizado Re: Fanfic Brittana : "Curious Wine"-FINAL

Mensaje por neniirivera Dom Ene 19, 2014 10:50 pm

ooooh dios no puedo creer que me dejaras asiiii , justo justo cuando pense que tendria accion brittana justo cuando todo era maravilloso ocurre esto , actualiza prontoooooooooooooo
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Finalizado Re: Fanfic Brittana : "Curious Wine"-FINAL

Mensaje por Linda23 Lun Ene 20, 2014 7:50 am

Hola!

Nueva Lectora, Me encanto está muy bueno el fic, Las Brittanas necesitan tener una conversación, por un lado no sé sabe que piensa Britt respecto a lo que paso entre ellas y San piensa cualquier cosa de que a mi Rubia no le importó y que es pasajero, Me imagino que San dijo que NO por eso mismo además viene de una relación con un hombre super complicada y no tiene experiencia en relaciones con mujeres, OJO es mi opinión, pero debió explicarse y mi Rubia haber escuchado, veremos cómo siguen estás dos.

Nos vemos en la próxima actualización y sí es HOY mucho mejor.
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Finalizado Re: Fanfic Brittana : "Curious Wine"-FINAL

Mensaje por 3:) Lun Ene 20, 2014 11:33 am

wooooooo!!! difícil de asimilar lo que siente san por britt y lo que es capas y puede llegar a ser cuando están juntas las dos!!!!!
3:)
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Mensaje por monica.santander Mar Ene 21, 2014 12:00 am

Actualizacion!!!!
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Mensaje por raxel_vale Miér Ene 22, 2014 7:54 pm

vuelve!! :( :/
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Finalizado Re: Fanfic Brittana : "Curious Wine"-FINAL

Mensaje por micky morales Miér Ene 22, 2014 9:19 pm

Ha sido por demas excelente la lectura de estos capitulos, pq santana rechazo a brittany y esta que quiso decir con no te justifiques, se molesto o que? espero tu pronta actualizacion!
micky morales
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Finalizado Re: Fanfic Brittana : "Curious Wine"-FINAL

Mensaje por floor.br Jue Ene 23, 2014 1:55 pm

KE ONDA PERRIS??
oka bueno.. se q me quieren matar,pero no lo hagan xq hoy actualizo!!*aplausos*
posta perdon x no actualizar y x dejarlo justo en esa parte pero boe..el cap ya lo tenia adaptado,pero me daba una suuper fiaca prender la compu..
les dejo dos caps y me envicio cn la compu tratando de adaptar un poco mas..asi mañana actualizo.
pd: gracias x leer y comentar
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Santana se despertó cuando oyó a Brittany pronunciar su nombre.
Brittany estaba sentada en el borde de la cama, muy tensa,
vestida con su traje de esquiar.
—Te he dejado dormir lo máximo posible —dijo, en voz
baja—. El desayuno está casi listo. Rachel se sentirá ofendida si no
muestras el grado adecuado de entusiasmo por su comida —sonrió,
pero su gesto era de fatiga.
Santana se sintió invadida por el deseo de abrazarla, acariciarla,
calmarla; el deseo era tan urgente que cerró los puños con
fuerza.
—Esta noche no volveré.
—No lo hagas —dijo Brittany, cerrando los ojos.
—Tengo que hacerlo. No puedo ni... estar a tu lado. No
puedo...
—No digas nada más — Brittany se puso en pie, se dirigió a la
escalera y bajó sin girarse a mirarla siquiera.
Santana picoteó su desayuno y se obligó a sí misma a comer.
Tanto ella como Brittany guardaban silencio; las otras mujeres, que
charlaban entre ellas, no parecieron advertirlo.
—Por cierto, Rachel —dijo Santana, con una voz que le sonó rara
incluso a ella—, esta noche me quedo en la ciudad. Voy a cenar
con Quinn y Sam y...
Rachel alzó una mano.
—Vale, muy bien. Te daré una llave. Si llegas muy tarde,
puedes dormir en el sofá. Porque —añadió con una sonrisa—,
estoy segura de que Brittany, por muy amable y sensible que sea,
cerrará la trampilla.
Haciendo un doloroso esfuerzo, Santana también sonrió. Sabía
que Brittany la estaba mirando.
Santana se quedó juntó a la ventana, invadida por vividos
recuerdos y con el cuerpo aún débil y ardiente, y miró cómo
Brittany colocaba su equipo de esquí en el coche. Su pelo dorado
flotaba al viento. Brittany se volvió hacia la cabaña, vio a Santana y
se quedó mirándola, con una mano a modo de visera. Dio media
vuelta y se metió en el coche.
Minutos más tarde, Santana permanecía sentada en el interior
de su coche, en el aparcamiento del Harrah's. Sonrió amargamente
al recordar las respuestas fáciles que había encontrado el
día antes. Al salir del coche, se dijo que ahora era incluso más
sencillo que antes: no volvería a ver a Brittany Pierce nunca
más. Aquella locura se le pasaría.
Mientras entraba en el casino, lo repitió una y otra vez: no
soy lesbiana. No soy lesbiana. No lo soy.
Encontró a Quinn en el Harvey’s. Quinn la miró, preocupada.
—¡Santana! ¡Cariño! ¿Qué te pasa?
—Nada —dijo Santana, inquieta.
—Sí, te pasa algo. Te conozco. Dime qué te pasa, Santana.
Contestó mentalmente: hay una mujer que me hace temblar
cada vez que la miro y me hace enloquecer cada vez que me
toca. Casi sonrió, al imaginar la reacción de Quinn.
—¿Rachel se ha vuelto a meter contigo? Ayer me contó el lío
que había armado y lo desagradable que había sido con vosotras.
—Rachel es estupenda.
—Se siente fatal, no tienes ni idea. Es por Noah, ¿no? Has
pasado otra mala noche por culpa de ese inútil, de ese indeseable
de...
—Qué perspicaz eres —dijo Santana, aliviada.
—Pensé que sería una buena idea que vinieras aquí y te olvidaras
de él.
—Ha sido una buena idea —dijo Santana, con ironía.
Intentó jugar al blackjack, pero no podía concentrarse. En
lugar de eso, paseó por el casino y se dedicó a observar a las
mujeres: se entretuvo junto a mujeres atractivas, las contempló,
imaginó que las tocaba y las besaba. No experimentó ni la más
mínima reacción: una victoria seca. No esperaba otra cosa.
Repasó las relaciones estrechas que había mantenido con
mujeres a lo largo de su vida. Durante la infancia, se había
quedado a dormir en casa de algunas amigas y, a los catorce,
había mantenido aquella amistad tan intensa con Tina
. Lo más parecido a una relación lésbica fue, seguramente,
Kitty Wilde. Durante el año y medio que habían
pasado juntas, había visto a Kitty desnuda en muchas
ocasiones... y jamás había sentido emoción alguna, excepto
remordimientos por la satisfacción que le producía saber que su
propio cuerpo era más bonito. Seguro que en alguna ocasión se
habían tocado, reflexionó Santana, pero no recordaba ninguna
ocasión concreta, como tampoco recordaba ningún sentimiento
fuera de lo común.
Con incomodidad, recordó lo a gusto que se había sentido
con Kitty. Aquellas noches en la agradable compañía de una
mujer que conocía sus estados de ánimo y sus necesidades, que prestaba atención a sus momentos de inseguridad y de crisis.
Pero luego ella había conocido a Noah, Kitty se había casado
y se había ido a vivir a Phoenix. Se había sentido a gusto con
ella: había sido una época de paz. Se había repuesto de sus
destructivos y turbulentos años de matrimonio. Kitty la había
cuidado.
Se dirigió hacia la zona de keno mientras pensaba en una
breve historia que había leído recientemente, La muerte en
Venecia: pensó en aquel hombre, Aschenbach, que, tras una vida
larga y convencional, se había obsesionado con aquel hermoso
jovencito. Debía marcharse del lago Tahoe, se dijo, y aquella
aberración desaparecería.
Distraída, empezó a marcar un cartón de keno. La rabia creció
y se agudizó cuando reflexionó y se dio cuenta de que no había
hecho nada para merecer aquello, ni siquiera lo había buscado.
Le había gustado la ternura que desprendía Brittany, pero ya está.
Y a la noche siguiente había deseado otra vez aquella ternura.
Pero ella lo había convertido en otra cosa, ella había hecho
crecer más y más su deseo.
Se quedó completamente inmóvil, paralizada por una idea:
Brittany había estado antes con otras mujeres. Analizó las pruebas,
mientras llenaba su cartón de keno de dibujos sin significado
alguno: Brittany no había rechazado su acercamiento de la primera
noche. Y luego estaba la sexualidad, el increíble placer que había
sentido la noche anterior... Brittany sabía cómo tocar a una mujer,
sabía cómo complacerla. Y vivía en San Francisco, una ciudad
en la que había muchas mujeres que deseaban a otras mujeres.
¿Cómo podía haber sido tan tonta? Recordó que Brittany se
mostraba de acuerdo con los entretenimientos pasajeros, recordó
también la frialdad con la que había admitido ante Rachel que San
Francisco estaba lleno de despojos abandonados por ella. Y no
había estado casada. Muy útil... si los despojos eran tanto
masculinos como femeninos. Pensó con amargura en lo cerca
que había estado ella de convertirse en otro de esos despojos...el mismo tiempo que habría tardado Brittany en bajarle el pantalón
del pijama. Arrugó su cartón de keno, en pleno ataque de rabia.
Salió indignada del casino y se encontró con el radiante sol
de principios de primavera: recorrió varias manzanas, con las
manos pegadas a los costados y la vista fija en el suelo. Cruzó
la calle y, en el breve periodo de tiempo que tardó en regresar
al Harrah’s, la rabia se había transformado en un sentimiento de
culpa. Ella era la causante de todo aquello. Era ella quien había
provocado la relación física. Brittany ni siquiera se le había acercado.
Las mujeres como Brittany nunca se acercaban. No, era ella
quien lo había cambiado todo... ella había buscado a Brittany. Y
había arruinado cualquier posibilidad de mantener una amistad
con aquella admirable y excepcional mujer, una mujer por la
cual sentía una afinidad y una proximidad muy especiales.
Se sentó a una mesa de blackjack y diez minutos más tarde
había perdido cincuenta dólares. Al darse cuenta de que lo único
que hacía era flagelarse inútilmente, abandonó la mesa y vagó
sin rumbo, invadida por sombríos pensamientos, culpándose por
animar a una mujer a que la tocara. Brittany había sido honrada: no
la había tocado. Era ella quien había deseado a Brittany: se ruborizó,
al recordar lo explícitamente que había manifestado aquel
deseo. Se llamó a sí misma calientabraguetas, una actitud que
despreciaba en otras mujeres. Se había comportado fatal con una
mujer que la había consolado, que le había proporcionado placer
emocional y físico. He hecho daño a una mujer tierna y sensible,
pensó angustiada... Jamás volveré a verla.
Se dirigió hacia la zona de keno, se sentó en una de las sillas
y recordó a Brittany, mientras su cuerpo se deshacía de pura debilidad.
—Eh, soñadora —dijo Quinn—, ¿por qué no vamos al
Sahara y cambiamos un poco de aires?
—Buena idea —dijo Santana.
Con Quinn a su lado parloteando sin cesar, los pensamientos
de Santana se volvieron crueles de nuevo. Brittany sabía perfectamente cómo debía comportarse con ella. La ternura sólo había sido una
actuación, un fraude... igual que los cinco años que ella había
pasado con Noah Puckerman, durante los cuales había creído ser la
única mujer de su vida.
—Ya me he cansado de las tragaperras —dijo Quinn—. ¿Y
si probamos algo diferente? ¿Qué te parece la ruleta?
—Claro —dijo Santana, con indiferencia.
Quinn perdió con rapidez y sus fichas amarillas acabaron
esparcidas sobre la mesa de ruleta.
—¿De quién ha sido esta horrible idea? —gruñó, mientras se
ponía en pie para irse.
—Voy a perder las que me quedan —dijo Santana.
El joven que se sentó en la silla de Quinn era alto y de
cuerpo atlético. Bajo la chaqueta de tweed, sus hombros se adivinaban
anchos. Tenía el pelo de color negro, y era de
rasgos bien definidos y atractivos. Pensó que podría ser el
hermano de Noah... una versión más joven y más atractiva de
Noah.
El sonrió.
—¿Qué tal?
Le gustó su voz, una voz suave y agradable, de barítono. Una
voz masculina, se recordó mordazmente.
—No muy bien —dijo, contemplando aquellos ojos—. Me parece que
la ruleta no es lo mío.
—Es cuestión de suerte. A veces, los números se ponen de
nuestra parte, ¿no cree? Como cuando uno empieza a ganar un
premio tras otro sin motivo —al ver que Santana asentía, prosiguió—.
Pero algunas veces he ganado dinero —sonrió otra
ve/.—. Lo digo en serio. Ya sé que todo el mundo siempre dice
que gana cuando juega.
Santana sonrió. Con la intención de poner a prueba los conocimientos
que él tenía del juego, le preguntó:
—¿Qué apuestas tienen el mayor porcentaje de acierto?
—Todas tienen más o menos el mismo porcentaje —replicó
él. Era la respuesta correcta. Le explicó el funcionamiento del
tablero de la ruleta, que ella conocía de sobra. Cada vez que la
ruleta se detenía, le indicaba las apuestas y los pagos; ella le
escuchaba, aunque más bien deseaba dejar de prestar atención.
Tras algunos minutos más de juego, había perdido veinte
dólares. Se puso en pie.
—Ya he tenido suficiente, pero gracias por la lección.
—Espere un minuto —dijo él—, siéntese un momento, por
favor. Me llamo Dam salvatore —la miró durante un instante,
con expectación—. Mi verdadero nombre es Damon , pero todo
el mundo me llama Dam. Y así me llamaba también la prensa.
Una vez conocí a una chica a la que le sonaba mi nombre. Fútbol.
Santana se sentó y observó al hombre atentamente, mientras
pensaba.
—Dam Salvatore —repitió—. No, me parece que no.
—Estuve en el All-American9 hace nueve años. Por Kentucky.
—¿De verdad? ¿En qué puesto jugaba? —preguntó,
pensando que tenia el  físico adecuado, de la envergadura de
los jugadores de fútbol.
—Defensa lateral.
—Oh. Un puesto de lujo. No me extraña que no se parezca
a Bubba Smith.
Su satisfacción era evidente.
—O sea, entiende algo de fútbol.
—De fútbol profesional, pero no universitario.
—La mayoría de las chicas no saben nada de fútbol. Por eso
me sorprendió aquella chica.
—Lo único que sé respecto al fútbol universitario es que los
jugadores All-American son los mejores del país. Supongo que
está muy orgulloso.
—Gracias. Sí, eso es algo que jamás podrán quitarme. La
chica que me reconoció recordaba haber leído mi nombre en los
periódicos. ¿Cómo se llama usted?
Santana vaciló.
—Rosario Cruz—dijo, pensando en la última novela
que había leído. El hombre  que estaba sentado al otro
lado se echó a reír.
—¿Usa los dos nombres?
—Puede llamarme Rosario —dijo Santana. El hombre  se
echó a reír de nuevo.
—¿Le apetece tomar una copa? Me gustaría invitarla a una
copa.
Estudió al hombre brevemente. Era cierto que se parecía
mucho a Noah. Y, por lo menos durante los últimos quince
minutos, no había pensando en Brittany Pierce.
—De acuerdo —dijo.
Se sentó frente a él en una zona fresca y tranquila, justo al
lado del casino. Al salir del recinto con Dam Salvatore, su mirada
y la de Quinn se habían cruzado: la había visto asentir y sonreír
con un gesto de aprobación. Santana había reprimido una risa al
pensar en lo poco que impresionaría a Quinn un defensa lateral
All-American por Kentucky. En primer lugar, Santana tendría que
explicarle qué era un All-American y, después, qué era un
defensa lateral. Y entonces Quinn resoplaría y diría: «Otro
deportista. Otro niño que juega a un juego tonto». El primer
marido de Quinn había sido un fanático de los deportes, hasta
el punto de que descuidaba todo lo demás... y, lo más grave,
incluso a la propia Quinn.
Mientras bebían y contemplaban a la gente entrar y salir del
casino, ella dijo:
—¿Por qué no te hiciste profesional?
—Oh, sí que me hice profesional —dijo él, en tono lastimero.
Acto seguido, pasó a relatar la larga historia de cómo había sido
elegido por los Philadelphia Eagles en la segunda ronda del ilraft'°, de cómo se rompió los ligamentos durante un entrena miento. Le contó una larga historia de listas de lesionados, reconocimientos
médicos en varios equipos, listas de descartados,
pruebas con varios equipos más y, con creciente amargura, le
habló de promesas no cumplidas, de los ineptos de la NFL y de
cómo se había esfumado la oportunidad que se merecía tras ser
All-American.
El suyo era un sueño destrozado para siempre y ella le escuchó
con solidaridad, le hizo preguntas, le invitó a contar su historia,
conmovida por el dolor que había en su voz y en su expresión.
Al cabo de un rato, pasaron a otros temas, a una conversación
más ligera. Le pareció un hombre agradable, interesante...
ciertamente, no era ninguna lumbrera, pero resultaba atractivo.
Con creciente euforia, se dio cuenta de que le encontraba atractivo
y decidió que le importaba muy poco si tenía el cerebro de un
mosquito. Le gustaba su cuerpo, sus bruscos gestos y movimientos
masculinos, su cara, su voz. Le gustaban los hombres. Los
hombres le resultaban atractivos. Tal vez ya se estaba reponiendo
de aquella otra aberración, como quien supera una gripe.
Sólo había sido una obsesión temporal... una Santana Lopez
esquizofrénica e irreal, debilitada por el deseo en presencia de
Brittany Pierce.
—¿Cuándo vuelves a LA? —preguntó Dam Salvatore. Él
también era de Los Ángeles, un representante de aceros que
vivía en Marina del Rey.
—El jueves. ¿Y tú?
—Mañana —dijo él con pesar—. Me lo he pasado tan bien
estos días. Esquiar es increíble. Tendrías que probarlo.
—Eso me han dicho.
—¿Por qué no subimos a mi habitación y nos tomamos otra
copa?



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Finalizado Re: Fanfic Brittana : "Curious Wine"-FINAL

Mensaje por floor.br Jue Ene 23, 2014 2:09 pm

—Vamos a jugar un rato al blackjack —replicó ella.
Se toparon con una crupier agradable y que repartía buenas
cartas, así que jugaron al blackjack durante horas, bromeando y
riendo. Santana ganó sesenta dólares; Dam Salvatore, más cauto a
la hora de apostar, ganó veinte.
—¿Qué me dices ahora de esa copa?
Ella le echó un vistazo a su reloj.
—He quedado con unos amigos para cenar dentro de unos
minutos. ¿Vas a estar por aquí? Podría llamarte. Digamos... ¿a
las ocho?
—Habitación catorce cuarenta y nueve. ¿Estás segura, Rosario?
—Tan segura como que me llamo Rosario Cruz.
Cenó con Quinn y Sam en el Summit, el restaurante que
había en la última planta del Harrah’s. Desde el lujoso reservado
con tapicería blanca de piel y ambiente romántico, tenuemente
iluminado, contempló el lago Tahoe y las Sierras. Disfrutó de
una puesta de sol que hizo enmudecer hasta a la mismísima
Quinn. Cuando se dio cuenta de que estaba pensando en Brittany y
en la reacción de ella ante aquel espectáculo majestuoso, alejó
aquellos pensamientos y se concentró en mantener una conver
sación con Quinn y Sam. Sam rodeaba a Quinn con un brazo
y pensó que tal vez Quinn lamentara la presencia de Santana allí.
Sospechaba, sin embargo, que Sam sólo se estaba pavoneando,
que estaba interpretando el papel de gallito con una hembra feliz
y satisfecha junto a él, presumiendo de sus proezas sexuales ante
una hembra soltera. Santana se censuró a sí misma por aquellos
pensamientos tan crueles: Sam la estaba invitando a cenar en un
restaurante carísimo. A veces creía que Sam tenía la habilidad
de sacar a flote su parte más cínica y mezquina. ¿Acaso estaba
celosa —de forma inconsciente— del hecho de que él tuviera
relaciones sexuales con Quinn? Bebió un poco de vino y sonrió,
divertida. No, Sam no era más que un gilipollas.
Tal vez debería haber llevado a Dam a la cena, para no tenei
aquella sensación de estar de más. Dam, sin embargo, no resultaba especialmente interesante y, sin duda alguna, él y Sam se habrían
puesto a hablar de deportes... para desesperación y aburrimiento
de Quinn.
Santana siguió bebiendo vino y mirando por la ventana, mientras
parte de su mente escuchaba la charla de Quinn.
Reflexionó sobre si debía o no reunirse con Dam Salvatore.
Desde luego, no pensaba ir a su habitación, pero podían tomar
una copa, jugar... No estaba muy segura de lo que quería, o
necesitaba, hacer.
El cielo se oscureció. Mientras terminaban de cenar, los alrededores
del lago se llenaron de luces. El restaurante se volvió
íntimo, misteriosamente romántico. La figura de una mujer
vestida de negro que entraba en el comedor captó su atención,
una mujer alta y esbelta, rubia, de movimientos elegantes. La
invadió el recuerdo del rostro de Brittany entre sus manos: el
recuerdo de las manos y la boca de Brittany le provocó tal deseo
que su cuerpo se estremeció y empezó a arder.
Cogió su vaso de vino blanco. Si lo que necesitaba era sexo,
eso se podía arreglar.
Llamó a Dam Salvatore desde el vestíbulo del Sahara.
—¿Rosario? ¿Eres tú?
—Te dije que te llamaría —dijo ella.
—Yo estaba seguro de que no.
—¿Por qué?
—Pensaba que no llamarías. ¿Quieres subir?
Él bebía vodka con Seven-Up.
—¿Te va bien o prefieres que llame al servicio de habitaciones?
—No, ya me va bien.
Él le preparó una copa y se la dio. Luego la rodeó con los
brazos y le dio un beso breve.
—Para que veas que soy un buen chico —dijo, soltándola.
Ella bebió un trago y se estremeció por el sabor dulce y por
lo cargado de vodka que estaba. A través de la ventana,
contempló los pinos oscuros, realzados por el blanco resplandeciente
de las montañas.
—Que eres un buen chico ya lo pensaba antes.
—Bien —él volvió a besarla y le introdujo la lengua en la
boca. Ella se apartó, enfadada.
—¿Un poco de música? —él apagó el televisor y, tras manipular
los botones, encendió la radio que había junto a la cama—.
Así está mejor. ¿Eres feminista?
A ella le sorprendió la pregunta.
—¿Por qué lo preguntas?
—Tengo curiosidad. Me gusta saber qué piensan de ese tema
las mujeres.
—Bueno, supongo que sí. Estoy a favor de los derechos de
la mujer. ¿Por qué? —preguntó, desconcertada aún por su
pregunta—. ¿Y tú?
—Claro —dijo. Resuelto, se acercó a ella y volvió a abrazarla.
Ella se aferró a sus brazos y siguió con las manos las costuras de
los hombros de su camisa.
La besó: exploró el interior de su boca con la lengua, la sujetó
bruscamente por las caderas y la atrajo hacia él. Asqueada, ella se
soltó y decidió marcharse.
Él volvió a abrazarla.
—Eres una mujer muy guapa y agradable —le dijo—, y no
pareces una de esas feministas, pero nunca se sabe. Vienen a mi
habitación y se creen que saben mejor que yo cómo tengo que
usar las pelotas. A mí me parece que sólo son una pandilla de
bolleras.
La desnudó lentamente, con ternura. Las manos de ella recorrieron
sus hombros, su pecho; intentó obtener placer de sus
caricias y sus besos. Él la llevó a la cama y se desnudó.
Exploró su cuerpo con las manos.
—Tienes un cuerpo increíble, un cuerpo precioso.
Santana se movió, incómoda, al recibir sus besos. Aparentemente,
él interpretó como placer la incomodidad y se abrió paso entre sus
piernas. Se restregó contra ella, sin penetrarla.
—No —jadeó ella, aterrorizada, luchando, golpeándole en los
hombros con las manos.
—Quieres decir sí —él le sujetó las manos y la penetró,
besándola para obligarla a callar.
Ella apartó la boca y permaneció inmóvil, gimoteando, mientras
él empujaba cada vez con más fuerza. Apoyó la cara en el
cuello de Santana y ella notó su aliento abrasador. De repente,
aceleró el ritmo de sus sacudidas y Santana, mareada por las
náuseas, dijo con desesperación:
—No tomo nada.
—¿Que no qué? —jadeó—. Mierda, mierda, serás estúpida...
—su cuerpo se estremeció una vez más y se retiró. Un instante
después, caliente y jadeante, se desplomó sobre Santana.
Finalmente, se apartó a un lado.
—Mierda —dijo—. Podrías habérmelo dicho, Rosario, antes.
¿Por qué no...? ¿Qué eres? ¿Católica?
—Católica —susurró ella, con los ojos cerrados, y el estómago
empapado de semen.
—Si me lo hubieras dicho, podríamos haber hecho algo. Bueno,
qué más da, ahora ya está. Ya les puedes contar a tus amigas que
te lo has hecho con un jugador de fútbol All-American.
Cuando Santana abrió los ojos, vio que él sonreía.
—Me parece que nos conviene una ducha, Rosario. Especialmente
a ti. A no ser que quieras llevarte de recuerdo lo que he dejado
sobre tu estómago. ¿Nos duchamos juntos?
—No —dijo ella—. Eh... ¿por qué no vas tú primero?
Necesito unos minutos para... recobrar la calma. Ya sabes cómo
somos las mujeres.
—Oh, claro.
Cogió la funda de una almohada y se restregó con fuerza el
estómago; se vistió a toda prisa, frenéticamente, mientras oía la ducha. Pero él volvió: llevaba una toalla anudada a la cintura y
goteaba agua.
—He pensado que igual se te ocurría marcharte. Quiero
hacerte disfrutar. Mira, ¿qué te parece si bajamos un rato al
casino? Compraré condones. Quédate a pasar la noche conmigo.
Te haré disfrutar mucho, Rosario —dijo, acercándose a ella, que
se dirigía a la puerta—. Ya verás lo bien que te lo pasas.
Quédate conmigo —suplicó.
Ella abrió la puerta antes de responder.
—Prefiero ser una bollera feminista.
Algo se estrelló contra la puerta, con un golpe seco, justo
cuando ella cerraba de un portazo. Bajó al vestíbulo corriendo:
de repente, tuvo miedo de que él la persiguiera envuelto en la
toalla. Qué habrá tirado contra la puerta, se preguntó.
Buscó urgentemente a Quinn y la encontró con Sam: estaban
en una mesa de crap, en el Harrah’s.
—Tengo que hablar contigo -—le dijo a Quinn en voz baja—
Es urgente.
Quinn la miró y, sin pronunciar una palabra, la cogió del brazo
y la llevó junto a unas máquinas tragaperras que estaban libres.
—Necesito desesperadamente que me hagas un favor, Quinn.
Por favor, préstame tu habitación para darme un baño.
Quinn la miró fijamente.
—Tienes mal aspecto, Santana. ¿Te encuentras mal?
Consiguió sonreír débilmente.
—¿Existe la violación consentida?
—Sí, se llama matrimonio. ¿De qué estás hablando, Santana?
—y entonces la observó fijamente, angustiada—. Oh, por Dios,
no habrás...
—Por favor, Quinn...
—¿Lo has hecho por lo que yo te dije? No me lo perdonaré
nunca.
—No. No. En absoluto. Pero me voy a morir si no me doy
un baño.
—¿No será mejor que te lleve a la cabaña?
—No, Quinn. Tengo que hacerlo enseguida. Ahora. Por favor.
—De acuerdo. Claro. Le diré a Sam que estás mareada por
la altitud o algo así.
Quinn la acompañó a su habitación y Santana dijo:
—Tú vuelve abajo, por favor. Necesito estar sola. ¿Me
puedes conceder una hora?
—Claro. Claro, preciosa —Quinn la abrazó cariñosamente.
En cuanto Quinn cerró la puerta, Santana se dirigió al cuarto
de baño y se permitió pensar en Dam Salvatore mientras se inclinaba
sobre el lavabo y vomitaba. Abrió los grifos al máximo y
tuvo arcadas durante varios minutos: su estómago siguió
sufriendo convulsiones incluso después de haber vomitado toda
la cena. Se enjuagó la boca con elixir bucal y después hurgó en
el neceser de Quinn y en su maleta. Encontró un cepillo de
dientes desechable, que usó y luego tiró; con serenidad, sin
pensar en lo que hacía, montó y utilizó la ducha vaginal de
Quinn. Después abrió los grifos, llenó la bañera hasta la mitad,
K metió dentro y dejó correr el agua caliente hasta que la
bañera estuvo prácticamente llena y le hirvió el cuerpo. Se frotó
lu piel hasta que le escoció.
Vació la bañera y volvió a llenarla de agua tibia hasta la
mitad. Se sumergió y sólo entonces se permitió pensar en Brittany
y en el abrazo de Brittany, hasta que poco a poco desaparecieron
las nauseas y los escalofríos.
Tras vestirse, se sentó a oscuras en un sillón y contempló las
luces del tráfico en la Autopista 50. Pensaba con calma, con
frialdad.
Santana Lopez, lo has estropeado todo. Permites que ese
animal, ese bruto, te haga lo que te ha hecho, pero no permites
que una mujer tierna y sensible —alguien que te importa de
verdad— haga lo que ambas deseáis. ¿Acaso crees que, si no lo
liares, desaparece el deseo de hacerlo? Si anoche hubieras hecho
el amor con ella, ¿serías hoy menos persona? ¿Menos mujer? Es una mujer extraordinaria y muy hermosa. No sólo podría ser
peor, sino que ya ha sido peor. Cuando permitiste que un
borracho te manoseara durante cuatro años en el marco sagrado
del matrimonio. O cuando permitiste que un hombre te defraudara
durante cinco años, por ejemplo. O esta noche, por ejemplo.
¿Qué es lo que te da miedo, Santana Lopez? ¿Tus sentimientos?
¿Lo que piensen los demás? ¿Dónde está tu valor? ¿Y
tu integridad? ¿Y tu autoestima? Es más, Santana Lopez, ¿qué
te importa a ti con cuántos hombres o mujeres se haya acostado
ella? ¿Le importa a ella con cuántos hombres has estado tú? Te
deseaba a ti. Reza para que aún sea así.
Encontró a Quinn, atrajo su atención y le lanzó un beso.
Mientras atravesaba el aparcamiento en dirección a su coche,
hundió las manos en los bolsillos de su chaqueta y encontró un
pedazo de cartón. Sacó una tarjeta pequeña y se detuvo bajo una
farola para echarle un vistazo. Era la tarjeta de Brittany. Le dio la
vuelta: en la parte de atrás, escritos con una bonita caligrafía,
había una dirección de San Francisco y un número de teléfono.
Se quedó inmóvil, examinando la tarjeta, la caligrafía, dándole
vueltas y más vueltas entre los dedos. Había una mancha de
tinta debajo del número de teléfono: Brittany había empezado a
escribir algo y había cambiado de idea. No había nada que
escribir, reflexionó Santana. Al darle la tarjeta, ya lo había dicho
todo.
Le pareció sentir de nuevo en la piel el roce delicado de los
dedos de Brittany. Volvió a guardar la tarjeta en el bolsillo y se
dirigió a su coche.
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NOS VEMOS PRONTO PERRIS! n.n
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