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FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 Primer15
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Activo Re: FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17 7/6/15)

Mensaje por Dani(: Mar Dic 02, 2014 3:43 pm

monica.santander escribió:Me encantan estas chicas!!!!
Me sorprendió que San actuara de  manera tan tranquila!
Saludos

Hola Hola!
:) son perfectas no ? y ya lo sabia ? mmm!

Saludos FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 918367557

3:) escribió:holap dan,...

amo a san,..... es sexy,.. inteligente... y super cursi!!!!
ame cuando dijo "—Pero tú eres la única que lleva mi anillo. —Levantó la cabeza y con un dedo me retiró el pelo de las sienes—. Mi vida empezó el día en que te conocí."
bueno por lo menos britt ya sabe todo con el cambio de depa de san,.. y con la salida kon kitty!!!

nos vemos!!!

Hola Hola!

San es todo lo que se puede jodidamente se puede querer FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 1215408055 FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 1215408055 y Creo que es una de mis preferidas tambien FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 1215408055 <3 ! y kitty pfff!

Saludos FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 1206646864

micky morales escribió:san estuvo muy comprensiva con lo de la fastidiosa de la kitty, pero estoy segura que no se quedara tan tranquila y esa salida la tendra demasiado cerca de brittany, hasta pronto!

Hola Hola!

Exacto todoooooo es parte de San y su intriga no ? jajajajaj
Saludos FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 918367557
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Activo Re: FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17 7/6/15)

Mensaje por Dani(: Mar Dic 02, 2014 4:32 pm

Capítulo 6


Me desperté con un sudor frío que me martilleaba el corazón violentamente estaba acostada en la cama del dormitorio principal, jadeando, despertándome de las profundidades del sueño.

— ¡Quítate de encima!

Santana ¡Dios mío!

— ¡No me toques!

Retirando la ropa de la cama, me levanté como pude y corrí por el pasillo hasta la habitación de invitados. Busqué frenéticamente el interruptor de la luz y lo pulsé con la palma de la mano. La luz inundó la habitación y vi a Santana retorciéndose en la cama, con las sábanas enredadas en las piernas.

— ¡No, por favor! ¡Oh, Dios...! —Arqueaba la espalda y se agarraba con fuerza a la sábana bajera— ¡Duele!

— ¡Santana!

Le daban fuertes sacudidas. Corrí hacia la cama, con el corazón en un puño al verla colorada y empapada de sudor. Le puse una mano en el pecho.

— ¡Joder, que no me toques! —dijo entre dientes, agarrándome la muñeca y apretando tanto que grité del daño que me hizo. Tenía los ojos abiertos, pero desenfocados, atrapada aún en su pesadilla.

— ¡Santana! —Yo forcejeaba, intentando soltarme.

Se incorporó de golpe, con la respiración agitada y la mirada extraviada.

—Britt.

Soltándome como si la quemara, se apartó el pelo húmedo de la cara y saltó de la cama.

—Dios mío, Britt... ¿te he hecho daño?

Me sostuve la muñeca con la otra mano y negué con la cabeza.

—Déjame ver —dijo con voz ronca, acercándoseme con manos trémulas.

Bajé los brazos, fui hacia ella y le estreché con todas mis fuerzas, apretando la mejilla contra su pecho resbaladizo de sudor.

—Cielo. —Se aferró a mí, temblando—. Lo siento.

—Shh. No pasa nada, cariño.

—Abrázame —susurró, desplomándose en el suelo conmigo—. No me sueltes.

—Nunca —prometí con voz queda, susurrándole con los labios en la piel—. Nunca.

Le preparé un baño y luego me metí en la bañera triangular con ella Me senté detrás de ella en el peldaño más alto, le lavé el pelo y le froté los pechos y la espalda con mis manos enjabonadas, quitándole el gélido sudor de la pesadilla. Dejó de tiritar con el agua caliente, pero algo tan sencillo no podía arrancarle la sombría desolación de sus ojos.

— ¿Has hablado con alguien de tus pesadillas? —pregunté, escurriendo el agua templada de la esponja sobre su hombro.

Ella negó con la cabeza.

—Ya va siendo hora —dije con dulzura—. Y yo soy tu chica.

Tardó un buen rato en responder.

—Britt, ¿tus pesadillas son reflejo de hechos reales? ¿O tu mente los tergiversa? ¿Los cambia?

—En su mayoría son recuerdos. Realistas. ¿Las tuyas no?

—No siempre. A veces son diferentes. Como imaginaciones.

Tardé un minuto en asimilar lo que acababa de decirme, y pensé que ojalá tuviera la formación y el conocimiento para poder ayudarle de verdad. Pero lo único que podía hacer era quererla y escucharla. Confiaba en que eso fuera suficiente, porque sus pesadillas me desgarraban el alma como seguro que le sucedía a él.

— ¿Y cambian en un sentido positivo o negativo?

—Me defiendo —respondió en voz baja.

— ¿Y aun así te hace daño?

—Sí, aun así gana él, pero resisto todo lo que puedo.

Empapé de nuevo la esponja y volví a escurrirle el agua por encima, procurando llevar un ritmo relajante.

—No deberías ser tan dura contigo mismo. No eras más que una niña.

—Igual que tú.

Cerré los ojos con fuerza lamentando que Santana hubiera visto las fotos y los vídeos que Nathan había hecho de mí.

—Nathan era un sádico. Luchar contra el dolor es natural, y eso es lo que yo hice. No se trata de valentía.

—Ojalá me hubiera hecho más daño —soltó—. Odio que me hiciera disfrutar.

—No disfrutaste, sentiste placer, que no es lo mismo Santana, nuestro cuerpo reacciona a las cosas de manera instintiva, incluso cuando conscientemente no queremos que lo haga. —La abracé por atrás, apoyando la barbilla encima de su cabeza—. Se trataba del ayudante de tu terapeuta, alguien en quien se suponía que podías confiar. Tenía la formación necesaria para fastidiarte la cabeza.

—No lo entiendes.

—Pues explícamelo.

—Él... me sedujo. Y yo le dejé. No podía obligarme, pero se aseguró de que no me resistiera.

Le apoyé la mejilla en la sien y presioné.


— ¿Te preocupa ser bisexual? Si lo fueras, no me escandalizaría.

—No. —Giró la cabeza y su boca se posó en la mía, sacando las manos del agua para entrelazarnos los dedos—. Nunca me han atraído los hombres, pero saber que me aceptarías aunque así fuera... En estos momentos te quiero tanto que me hace daño.

—Amor mío. —La besé con dulzura. Abrimos la boca y nuestros labios se soldaron—. Sólo quiero que seas feliz. A ser posible conmigo. Y, de verdad, quiero que dejes de torturarte por lo que te han hecho. Te violaron. Fuiste una víctima y ahora eres una superviviente.
No hay nada de lo que avergonzarse.

Se giró y me hundió más en el agua.

Me acomodé a su lado, con una mano en su muslo.

— ¿Podemos hablar de algo... sexual?

—Claro.

—Una vez me dijiste que no te va el juego anal. —Noté que se ponía tensa—. Pero tú..., nosotras...

—Te he metido los dedos y la lengua —dijo, observándome. El cambio de tema la había alterado, la duda había dado paso a una serena autoridad—. Te gustó.

— ¿Y a ti? —pregunté, antes de que me faltara valor.

Resoplaba; las mejillas le brillaban por el agua caliente, y con el pelo mojado echado hacia atrás se le veía la cara entera.

Tras un largo silencio, temí que no fuera a contestarme.

—A mí me gustaría dártelo, Santana, si tú quieres.

Cerró los ojos.

—Cielo.

Deslicé una mano entre sus piernas estiré el dedo corazón por debajo de ella, frotándole ligeramente la fruncida abertura ella se sacudió con fuerza, cerrando las piernas de golpe, llevando el agua hasta el borde de la bañera.

Saqué la mano que tenía aprisionada y me centre en su clictoris, besándole en la boca cuando gimió.

—Haré cualquier cosa por ti. En nuestra cama no hay límites. Ni recuerdos. Sólo nosotras dos. Tú y yo. Y el amor. El amor que nos tenemos.

Me clavó la lengua en la boca, aventurándose en ella con avidez, casi con furia. Me apretó la cintura con una mano; la otra la posó sobre la mía, animándome a que la frotara más.
Las suaves olas que se producían en el agua lamían los bordes de la bañera mientras yo le frotaba su centro. Oírla gemir me endureció los pezones.

—Tu placer me pertenece —le susurré en la boca—. Si no me lo das, lo tomaré yo.

Echó la cabeza hacia atrás y bramó.

—Haz que me corra.

—De la forma que tú quieras —me comprometí.

—Ponte la camisa roja la que hace juego con tu piel—Alcanzaba a ver perfectamente el vestidor, donde Santana estaba eligiendo la camisa con la iba a terminar la semana.

Ella dirigió la mirada hacia donde yo me encontraba sentada en el borde de la cama del dormitorio principal, con una taza de café entre las manos.

—Me chiflan tu piel—le dije, encogiendo los hombros alegremente— Es preciosa.

Cogió la camisa roja y salió de nuevo al dormitorio con una falda gris grafito doblada en el antebrazo sólo tenía puestos unas bragas negras, concediéndome el privilegio de admirar su suave y curvo cuerpo y su tersa piel dorada.

—Es increíble la cantidad de veces que pensamos lo mismo —dijo—. He cogido esta falda porque recuerda a ti.

Aquello me hizo sonreír. Balanceé las piernas, tan henchida de amor y felicidad que no podía parar quieta Santana dejó la ropa encima de la cama y vino hacia mí. Eché la cabeza hacia atrás para mirarla y el corazón me latía fuerte y seguro.

Me puso las manos a ambos lados de la cabeza y me pasó los pulgares por las cejas.

—Preciosa.

—Una ventaja de lo más injusta la tuya. Para ti soy como un libro abierto, mientras que tú tienes la mejor cara de póquer que he visto en mi vida.

Se inclinó y me besó en la frente.

—Y, sin embargo, contigo, no hay vez que me salga con la mía.

—Eso lo dirás tú. —La observé mientras empezaba a vestirse—. Oye, me gustaría que hicieras algo por mí.

—Lo que quieras.

—Si tienes que salir con alguien y no puedo ser yo, llévate a Ireland.

Se detuvo en el acto de ponerse la camisa.

—Tiene diecisiete años, Britt.

— ¿Y? Tu hermana es una mujer guapísima y con estilo que te adora. Será un motivo de un orgullo para ti.

Suspirando, cogió la falda.

—No me la imagino sino aburrida en los pocos eventos que resulten apropiados para ella.

—Dijiste que se aburriría cenando en mi casa y te equivocaste.

—Porque estabas tú —argumentó, subiéndose la falda—. Se lo pasó bien contigo.

Tomé un sorbo de café.

—No me has contestado —le recordé.

—No tengo ningún problema en ir sola, Britt. Y ya te he dicho que no pienso volver a ver a Emily.

La miré por encima del borde de mi taza de café sin decir nada.

Santana se metió los faldones de la camisa entre la falda con evidente frustración.

—De acuerdo.

—Gracias.

—Al menos podrías abstenerte de sonreír como el gato Cheshire —rezongó.

—Podría.

Se quedó callada, deslizando sus ojos entrecerrados hasta donde se me había abierto la bata dejándome al descubierto las piernas desnudas.

—Ni se te ocurra, campeona. Ya he accedido esta mañana.

— ¿Tienes pasaporte? —preguntó.

Arrugué el ceño.

—Sí. ¿Por qué?

Asintiendo enérgicamente.

—Vas a necesitarlo.

Me entró un hormigueo de entusiasmo.

— ¿Para qué?

—Para viajar.

—Ya. —Me deslicé de la cama hasta levantarme—. ¿Para viajar adónde?

Con un brillo de picardía en los ojos, se ajustó la falda y hábilmente.

—A algún lugar.

— ¿Piensas embarcarme hacia territorio desconocido?

—Ya me gustaría —murmuró—. Tú y yo en una isla tropical desierta donde tú estarías siempre desnuda y yo podría colarme dentro de ti a todas horas.

Me puse una mano en la cadera y le lancé una mirada.

—Morena y patizamba. Muy sexy.

Se echó a reír y a mí se me encogieron los dedos de los pies en la alfombra.
—Quiero verte esta noche —dijo.

—Tú lo que quieres es metérmela otra vez.

—Bueno, me dijiste que no parase. Varias veces.

Resoplé, dejé el café encima de la mesilla y me quité la bata. Desnuda, crucé la habitación, esquivándola cuando intentó agarrarme estaba abriendo un cajón para elegir uno de los preciosos conjuntos de Carine Gilson de braga y sujetador de los que ella guardaba para mí, cuando se me acercó por detrás, deslizó los brazos por debajo de los míos y me abarcó los pechos con ambas manos.

—Si quieres, te lo recuerdo —ronroneó.

— ¿No tienes que ir a trabajar? Porque yo sí.

Santana se apretó contra mi espalda.

—Ven a trabajar conmigo.

— ¿Y servirte el café mientras espero a que me folles?

—Lo digo en serio.

—Yo también. —Me di la vuelta con tanta rapidez para mirarla de frente que tiré mi bolso al suelo—. Tengo un trabajo que me encanta, y lo sabes.

—Y eres muy buena. —Me agarró por los hombros—. Sé buena trabajando para mí.

—No puedo, por la misma razón que no quise que me ayudara mi padrastro. ¡Quiero conseguir las cosas por mí misma!

—Lo sé, y lo respeto. —Me acarició los brazos—. Yo también me labré mi propio camino, aunque el nombre de López fuera una losa. No te ahorraría esfuerzo, ni conseguirías nada que no te hubieras ganado.

Contuve el ramalazo de compasión que sentí por el sufrimiento de Santana a causa de su padre, un estafador a lo «esquema Ponzi» que se quitó la vida antes que cumplir condena en la cárcel.

— ¿En serio piensas que alguien se va a creer que he conseguido el trabajo por mis propios méritos y no porque sea la chica con la que andas ahora?

—Calla. —Me zarandeó—. Estás cabreada y me parece bien, pero no hables así de nosotras.

Seguí presionándola.

—Lo harán los demás.

Gruñendo, me soltó.

—Te apuntaste a un López Trainer a pesar de que tienes Equinox y el Krav Maga. Explícame por qué.

Me giré para ponerme unas bragas porque no quería estar en cueros mientras discutíamos.

—Eso es diferente.

—No lo es.

Me volví de nuevo hacia ella, pisando algunas de las cosas que se me habían caído del bolso, lo cual me enfureció aún más.

—Waters Field & Leaman no hace la competencia a López Industries ¡Tú mismo utilizas sus servicios!

— ¿Crees que nunca trabajarás en alguna campaña para algún competidor mío?

Me impedía pensar con claridad, allí plantada con unos botones sin abrochar era hermosa, vehemente y todo lo que yo siempre había deseado, lo cual me hacía casi imposible negarle nada.

—Ésa no es la cuestión. No me alegraría, Santana —dije en voz baja y con sinceridad.

—Ven aquí. —Abrió los brazos y me estrechó cuando me abandoné en ellos. Me habló con los labios pegados en mi sien—. Algún día el «López» de López Industries no se referirá sólo a mí.

Mi ira y mi frustración se aplacaron.

— ¿Podríamos dejarlo para otro momento?

—Una última cosa: puedes solicitar un empleo como cualquier otra persona, si así es como quieres hacerlo. No me entrometeré. Si lo consigues, trabajarías en una planta distinta del Lópezfire e irías ascendiendo por tus propios medios. El que progreses no dependerá de mí.

—Es importante para ti. —No era una pregunta.

—Claro que lo es. Queremos construirnos un futuro juntas. Éste sería un paso natural en esa dirección.

Asentí a regañadientes.

—Tengo que ser independiente.

Me puso una mano en la nuca y me acercó a ella.

—No olvides lo que más importa. Si trabajas duramente y demuestras capacidad y talento, eso es por lo que la gente te juzgará.

—Tengo que prepararme para ir a trabajar.

Santana me escrutó la cara y me besó con ternura.

Me soltó y yo me agaché a coger mi bolso. Entonces me di cuenta de que había pisado la polvera y se había roto. No me importó mucho, porque siempre podía comprar otra en Sephora de camino a casa. Lo que me heló la sangre fue el cable eléctrico que sobresalía del plástico resquebrajado.

Santana se inclinó a ayudarme. Levanté la mirada hacia ella.

— ¿Qué es esto?

Me cogió la polvera y rompió un poco más la caja hasta sacar un microchip con una pequeña antena.

—Un micrófono, quizá. O un dispositivo de localización.

La miré horrorizada.

— ¿La policía? —pregunté, moviendo los labios en silencio.

—Tengo inhibidores de señales en el apartamento —respondió, sorprendiéndome aún más—. Y no. Ningún juez habría autorizado que te pusieran un micrófono de escucha. No hay nada que lo justifique.

— ¡Jesús! —Me caí de culo, notando que me mareaba.

—Pediré a mi gente que lo examine. —Se puso de rodillas y me quitó el pelo de la cara—. ¿Podría haber sido tu madre?

La miré con expresión de impotencia.

—Britt...

—Dios mío, Santana. —Levanté una mano, impidiendo que se acercara, y cogí el teléfono con la otra. Llamé a Clancy, el guardaespaldas de mi padrastro, y en cuanto respondió, le pregunté:

— ¿Has sido tú el que me ha colocado un micrófono en la polvera?

Hubo un silencio.

—Es un dispositivo de localización, no un micrófono. Sí.

— ¡Joder, Clancy!

—Es mi trabajo.

— ¡Pues vaya mierda de trabajo! —solté, imaginándomelo. Clancy era puro músculo.
Llevaba su sucio pelo rubio cortado al rape y la imagen que transmitía era la de ser alguien sumamente peligroso. Pero a mí no me asustaba—. Eso es una gilipollez, y lo sabes.

—Cuando Nathan Barker apareció de nuevo, su seguridad se convirtió en un asunto muy preocupante. Él era escurridizo, así que tenía que controlaros a los dos. En cuanto se confirmó que había muerto, apagué el receptor.

Cerré los ojos con fuerza.

— ¡No se trata del puñetero localizador! Ése no es el problema. Es el hecho de que me mantengáis en la ignorancia lo que me parece fatal en muchos sentidos. Me siento como si no se respetara mi intimidad, Clancy.

—Me hago cargo, pero la señora Stanton no quería que usted se preocupara.

— ¡Soy una persona adulta! Soy yo quien decide si me preocupo o no. —Lancé una mirada a Santana cuando dije eso, porque lo que estaba diciendo también iba por ella.

Por su mirada supe que se había dado por enterado.

—No seré yo quien se lo discuta —replicó Clancy con brusquedad.

—Estás en deuda conmigo —le dije, sabiendo perfectamente cómo iba a cobrármela—. Y mucho.

—Ya sabe dónde me tiene.

Interrumpí la llamada y envié un mensaje de texto a mi madre: «Tenemos que hablar».
Decepcionada, encorvé los hombros de pura frustración.

—Cielo.

Le lancé una mirada de advertencia.

—No se te ocurra buscar excusas, ni para ti ni para ella.

Había ternura y preocupación en su mirada, pero el gesto de la mandíbula delataba firmeza.

—Yo estaba allí cuando te dijeron que Nathan se encontraba en Nueva York. Vi cómo se te demudó el rostro. ¿Quién de los que te quieren no haría cualquier cosa para protegerte de algo así?

Me resultaba difícil asumirlo, porque no podía negar que me alegraba de no haber sabido nada de Nathan hasta después de su muerte. Pero tampoco quería que me protegieran de todo lo malo. Era parte de la vida también.

Le busqué la mano y se la agarré con fuerza.

—Yo siento lo mismo respecto de ti.

—Yo me he ocupado de mis demonios.

—Y de los míos. —Pero seguíamos durmiendo separadas—. Quiero que vuelvas a ver al doctor Petersen —dije en voz baja.

—Fui el martes.

— ¿Ah, sí? —No pude ocultar mi sorpresa al saber que había seguido realizando sus actividades regulares.

—Sí, y sólo me he perdido una cita.

Cuando mató a Nathan...

Me pasó el pulgar por el dorso de la mano.

—Ahora sólo estamos tú y yo —dijo, como si me hubiera adivinado el pensamiento.

Quería creerlo.

Llegué a rastras al trabajo, lo que no era un buen augurio para el resto del día. Al menos era viernes y podría dedicar el fin de semana a no hacer nada, lo que, sin duda, el domingo por la mañana sería totalmente necesario si la juerga se alargaba mucho el sábado por la noche. Hacía siglos que no me iba de farra con un grupo de amigas y me apetecía tomarme unas cuantas copas.

En las últimas cuarenta y ocho horas me había enterado de que mi novia había matado a mi violador, de que una ex novia confiaba en llevarme a la cama, de que una ex amiga de mi novia quería desprestigiarle en la prensa y de que mi madre me había puesto un microchip como si fuera un puñetero perro.

Francamente, ¿hasta dónde podía aguantar una chica?

— ¿Preparada para mañana? —inquirió Megumi, después de abrirme las puertas de cristal.

—Por supuesto. Mi amiga Shawna me mandó un mensaje esta mañana diciéndome que también se apunta. —Conseguí esbozar una genuina sonrisa—. He pedido una limusina para todas nosotras. Ya sabes..., una de esas que te llevan a todos los sitios VIP, seguridad incluida.

— ¿Qué? —No podía disimular su entusiasmo, pero aun así tenía que preguntar—: ¿Y eso cuánto cuesta?

—Nada. Es un favor de una amiga.

—Menudo favor. —Su sonrisa me alegró a mí también—. ¡Va a ser alucinante! Ya me lo contarás todo a la hora de la comida.

—De acuerdo. Espero que tú me cuentes cómo te fue ayer el almuerzo.

—Hablamos de señales contradictorias, ¿verdad? ¿Sólo nos estamos divirtiendo y viene a buscarme al trabajo? Jamás se me ocurriría presentarme en la oficina de una tía para un almuerzo espontáneo si sólo estuviéramos teniendo un rollete.

— ¡Locas! —exclamé, solidarizándome con ella, aunque reconociera que me sentía muy agradecida por la que yo consideraba mía.

Me dirigí a mi mesa y me dispuse a empezar la jornada. Cuando vi las fotos enmarcadas de Santana y yo en el cajón, me sorprendió la necesidad que sentí de comunicarme con ella Diez minutos después, ya le había pedido a Angus que enviara a la oficina de Santana un ramo de rosas negras mágicas con la nota:

«Me tienes hechizada.

No he dejado de pensar en ti».

Kurt vino a mi cubículo justo cuando estaba cerrando la ventana del buscador. En cuanto le vi la cara supe que no estaba muy entusiasmado, precisamente.

— ¿Café? —le pregunté.

Él asintió y yo me levanté. Nos dirigimos juntos a la sala de descanso.

—Shawna estuvo en casa anoche —empezó—. Dice que vais a salir mañana por la noche.

—Sí. ¿Te parece bien?

— ¿Que si me parece bien qué?

—Que tu cuñada y yo salgamos por ahí —le recordé.

—Ah... sí, claro, ¿cómo no? —Se pasó una mano nerviosa por sus cortos y oscuros rizos—. Me parece fenomenal.

—Estupendo. —Sabía que le preocupaba algo más, pero no quería forzar las cosas—. Será divertido. Estoy deseando que llegue mañana.

—También ella. —Cogió dos cápsulas de café, mientras yo alcanzaba dos tazas del estante—. También está deseando que vuelva Doug. Y le proponga matrimonio.

— ¡Vaya! ¡Eso es genial! Dos bodas en la familia en un año. A menos que tengas en mente un noviazgo largo...

Me dio a mí la primera taza de café y fui al frigorífico a por la leche.

—No va a suceder, Britt.

A Kurt se le notaba el abatimiento en la voz y, cuando me di la vuelta para mirarle, tenía la cabeza gacha.

Le di unas palmadas en el hombro.

— ¿Se lo has propuesto?

—No. ¿Para qué? Le preguntó a Shawna si Doug y ella querían tener hijos enseguida, dado que ella aún está estudiando, y cuando le respondió que no, empezó a soltarle una perorata sobre que el matrimonio es para las parejas que buscan formar una familia, que, si no, es mejor no complicarse la vida. Es la misma mierda que le solté yo en su momento.

Le rodeé y fui a echarme leche en el café.

—Kurt, si no se lo preguntas, nunca sabrás la respuesta de Blaine.

—Tengo miedo —reconoció, con la mirada fija en su taza humeante—. Quiero más de lo que ya tenemos, pero no quiero estropear lo que tenemos. Si la respuesta es no y cree que esperamos cosas diferentes de nuestra relación...

—Eso, jefe, es vender la leche antes de ordeñar la vaca.

— ¿Y si no puedo vivir con él no?

Ah... Yo podía responder a eso.


— ¿Y podrías vivir con la incertidumbre?
Negó con la cabeza.

—Entonces tienes que decirle todo lo que me has dicho a mí —dije muy seria.
Hizo una mueca.

—Perdona que siga mareándote con todo esto, pero me haces ver las cosas con más perspectiva.

—Tú sabes lo que tienes que hacer. Lo que te hace falta es que te den un empujoncito. Y yo siempre estoy lista para esa tarea.

Sonrió de oreja a oreja.

—Hoy mejor no trabajamos en la campaña del abogado matrimonialista.

— ¿Qué te parece si lo hacemos en la de la compañía aérea? —sugerí—. Tengo algunas ideas.

—De acuerdo. Vamos allá.

Nos pusimos las pilas durante toda la mañana, y me sentí revitalizada por los progresos que habíamos hecho. Quería mantener a Kurt tan ocupado que no tuviera tiempo de preocuparse. Para mí el trabajo era una panacea, y enseguida me di cuenta de que también lo era para él.

Habíamos recogido para irnos a almorzar y me había pasado por mi cubículo a dejar la tableta cuando vi un sobre de correo interno encima de mi mesa. El pulso se me aceleró con la emoción y las manos me temblaban ligeramente cuando desaté el fino bramante y saqué la tarjeta.

«TÚ ERES LA MAGIA.
TÚ HACES QUE LOS SUEÑOS
SE CONVIERTAN EN REALIDAD».

Me apreté la tarjeta contra el pecho, deseando que ojalá estuviera abrazando a la que había escrito aquella nota. Estaba pensando en esparcir pétalos de rosa por la cama cuando sonó el teléfono de mi mesa. No me sorprendió del todo oír la voz entrecortada del bombón de mi madre al otro extremo.

—Britt. Clancy me ha llamado. Por favor, no te enfades. Tienes que comprender...
—Lo comprendo. —Abrí el cajón y me guardé la preciosa nota de Santana en el bolso—. La cuestión es ésta, que ya no puedes venirme con el pretexto de Nathan. Si vuelves a meter más micrófonos, dispositivos de localización o lo que sea entre mis cosas, que Dios te pille confesada. Porque te prometo que como encuentre alguna cosa más, nuestra relación se resentirá definitivamente.

Ella suspiró.

— ¿Podemos hablar en persona, por favor? Voy a almorzar con Rachel por ahí, pero te esperaré hasta que llegues a casa.

—De acuerdo. —La irritación que me reconcomía se disipó con la misma rapidez que había empezado. Me encantaba que mi madre tratara a Rachel como la hermana que era para mí. Ella le daba el cariño maternal que nunca había tenido. Y las dos eran tan frívolas y amigas de la moda que juntas se lo pasaban siempre de miedo.

—Te quiero, Britt. Más que a nada en el mundo.

Suspiré.

—Lo sé, mamá. Yo también a ti.

Vi que tenía una llamada de recepción por la otra línea, así que me despedí de mi madre y respondí.

—Hola. —Megumi hablaba susurrando en voz baja—. La moza que hace tiempo vino a buscarte, esa a la que no querías ver, está aquí otra vez preguntando por ti.
Fruncí el ceño, tratando de comprender de qué me estaba halando.

— ¿Magdalene Perez?

—Exacto. La misma. ¿Qué hago?

—Nada. —Me levanté. A diferencia de la última vez en que la amiga-que-quería-ser-algo-más de Santana había venido a verme, me sentía preparada para tratar con ella—. Voy para allá.

— ¿Puedo espiar?

— ¡Ja! Bajaré en un minuto. No tardaremos, luego nos iremos a almorzar.

Me pinté los labios por pura vanidad, me colgué el bolso en el hombro y me dirigí a la entrada. Pensar en la nota de Santana me puso una sonrisa en la cara con la que saludé a Magdalene cuando me la encontré en la zona de espera. Se puso de pie en cuanto me vio, con un aspecto tan increíble que no pude por menos de admirarla.

Cuando la conocí, tenía el pelo largo y liso, como Emily Fields Ahora llevaba un clásico corte a lo chico que hacía resaltar la exótica belleza de su rostro. Vestía unos pantalones color crema y una blusa sin mangas con un enorme lazo en la cintura. Unos pendientes y un collar de perlas venían a completar su elegante atuendo.

—Magdalene. —Le indiqué con un gesto que volviera a sentarse y me dirigí al sillón que había al otro lado de la pequeña mesa de entrevistas—. ¿Qué te trae por aquí?

—Perdona que te interrumpa en el trabajo, Britt, pero he venido a ver a Santana y he pensado hacer un alto aquí también. Quiero preguntarte algo.

—Oh. —Dejé el bolso a un lado, crucé las piernas y me estiré mi falda color burdeos. Me sentaba mal que ella pudiera pasar tiempo con mi novia abiertamente cuando yo no podía hacerlo. Tenía que ser así.

—Una periodista se ha pasado hoy por mi oficina y me ha hecho preguntas personales sobre Santana.

Apreté las puntas de los dedos en el acolchado del brazo del sillón.

— ¿Deanna Johnson? No le habrás dicho nada, ¿verdad?

—Claro que no. —Magdalene se inclinó hacia delante y apoyó los codos en las rodillas. Había inquietud en aquellos ojos oscuros—. Contigo ya ha hablado.

—Lo ha intentado.

—Es su tipo —señaló, observándome.

—Ya me había dado cuenta —respondí.

—El tipo con el que no dura mucho tiempo. —Torció sus carnosos labios rojos como arrepintiéndose—.Santana le ha dicho a Emily que es mejor que sean amigas a distancia, más que sociales. Pero creo que eso ya lo sabes.

Me invadió una ola de placer al oír aquello.

— ¿Cómo iba a saberlo?

—Seguro que tienes tus medios —respondió con un brillo de divertida complicidad en los ojos.

Curiosamente, me sentía cómoda con ella. Quizá porque se la veía muy tranquila, lo que no había sucedido en las anteriores ocasiones en que nos habíamos cruzado.

—Parece que te va bien.

—Lo intento en mi vida hubo una persona a quien consideraba un amigo pero resultó ser venenoso. Sin él a mí alrededor, soy capaz de pensar otra vez. —Se enderezó—. He empezado a salir con alguien.

—Me alegro por ti. —Por lo que a eso se refería, no podía sino desearle todo lo mejor. Christopher, el hermano de Santana, la había utilizado de mala manera. Ella no sabía que yo lo sabía—. Espero que salga bien.

—Yo también Ann es muy distinta a Santana en muchos sentidos. Es una de esas artistas introvertidas.

—Almas profundas.

—Sí, mucho. Creo. Espero llegar a saberlo con certeza. —Se levantó—. Bueno, no quiero entretenerte más. Me preocupaba lo de la periodista y quería hablarlo contigo.

Le corregí al tiempo que me levantaba yo también.

—Te preocupaba que yo hablara de Santana con la periodista.

Ella no lo negó.

—Adiós, Brittany.

—Adiós. —Me quedé mirándola mientras salía por las puertas de cristal.

—No ha estado tan mal —dijo Megumi, acercándoseme—. Nada de arañazos ni amenazas.
—Veremos a ver lo que dura.

— ¿Lista para almorzar?

—Me muero de hambre. Vamos.

Cuando entré por la puerta de mi casa cinco horas y media más tarde, Rachel, mi madre y un deslumbrante vestido de gala de Nina Ricci extendido en el sofá me dieron la bienvenida.

— ¿No es fantástico? —se deshizo en elogios mi madre, fantástica ella también con un entallado vestido estilo años cincuenta de manga ranglán y estampado de cerezas. El pelo rubio le enmarcaba su preciosa cara con unos rizos gruesos y brillantes. Había que reconocerlo: con ella cualquier época resultaría glamurosa.

Siempre me han dicho que somos iguales, pero tengo los ojos azules de mi padre y no los de ella, y las abundantes curvas me venían de la familia Pierce. Tenía un culo del que no me libraría por mucho ejercicio que hiciese y unos pechos que me impedían ponerme cualquier cosa sin bastante sostén. No dejaba de sorprenderme que Santana encontrara mi cuerpo tan irresistible cuando siempre le habían atraído las morenas altas y delgadas.
Dejé el bolso y lo demás en el taburete del mostrador de desayuno.

— ¿Qué se celebra? —pregunté.

—Un evento para recaudar fondos, del jueves en una semana.

Miré a Rachel para que me confirmara que ella sería mi acompañante. Su gesto de aquiescencia me permitió encogerme de hombros y decir:

—Vale.

Mi madre, radiante, sonrió satisfecha. En mi honor, daba su apoyo a organizaciones benéficas para mujeres y niños maltratados. Cuando los eventos eran formales, siempre adquiría entradas para Rachel y para mí.

— ¿Vino? —preguntó Rachel, percibiendo claramente mi impaciencia.

Le lancé una mirada agradecida.

—Sí, por favor.

Cuando se dirigía a la cocina, mi madre se me acercó con sus zapatos sin talón de suela roja y tiró de mí para abrazarme.

— ¿Has tenido un buen día?

—Más bien raro —respondí, abrazándola a mi vez—. Me alegro de que se haya acabado.

— ¿Tienes planes para el fin de semana? —Se apartó, mirándome con recelo.

Eso me mosqueó.

—Puede.

—Rach me ha contado que estás saliendo con alguien. ¿Quién es? ¿A qué se dedica?

—Mamá. —Fui derecha al grano—. ¿Todo bien? ¿Borrón y cuenta nueva? ¿O hay algo que quieras decirme?

Se movía inquieta, casi retorciéndose las manos.

—Britt. No lo entenderás hasta que no tengas hijos. Es aterrador. Y saber que están en peligro...

—Mamá.

—Y hay otros peligros que se derivan de ser una mujer guapa —se apresuró a continuar—. Te relacionas con hombres importantes. Eso no siempre te da más seguridad...

— ¿Y dónde están, mamá?

Se enfurruñó.

—No tienes por qué adoptar ese tono conmigo. Sólo intentaba...

—Será mejor que te vayas —la corté con voz gélida, con una frialdad que me salió de dentro.

—El Rolex —me pidió, y fue como una bofetada en la cara.

Retrocedí tambaleándome, tapándome instintivamente con la mano derecha el reloj que llevaba en la izquierda, un preciado regalo de graduación de Stanton y mi madre. Abrigaba la tonta y sentimental idea de regalárselo a mi hija, en el afortunado caso de que llegara a tener una.

—Así que quieres joderme. —Aflojé el broche, y el reloj cayó en la alfombra con un ruido seco—. Te has pasado de la raya.

Se puso colorada.

—Britt, estás exagerando. No...

— ¿Exagerando? ¡Ja! Dios mío, eso sí que tiene gracia. De verdad. —Le puse dos dedos apretados delante de la cara—. Estoy por llamar a la policía. Y me dan ganas de denunciarte por invasión de la intimidad.

— ¡Soy tu madre! —Su voz se fue apagando, con un tono de súplica—. Mi deber es cuidar de ti.

—Tengo veinticuatro años —dije fríamente—. Según la ley, sé cuidar de mí misma.

—Brittany Susan...

—No. —Levanté las manos y volví a bajarlas—. No sigas. Me marcho, porque estoy tan cabreada que no puedo ni mirarte. Y no quiero saber nada de ti a menos que te disculpes sinceramente. Hasta que no reconozcas que te has equivocado, no puedo confiar en que no vayas a volver a hacerlo.

Fui a la cocina y cogí el bolso, cruzando la mirada con Rachel justo cuando salía con una bandeja de copas de vino.

—Hasta luego.

— ¡No puedes irte así! —gritó mi madre, claramente al borde de uno de sus arrebatos emocionales. No estaba yo para eso. Y menos en aquel momento.

—Mira cómo lo hago —dije entre dientes.

Mi condenado Rolex. Me dolía sólo de pensarlo, porque ese regalo había significado mucho para mí. Ahora ya no significaba nada.

—Deja que se vaya, Mónica —intervino Rachel, en voz baja y tranquilizadora. Nadie manejaba la histeria mejor que ella Era una putada dejarle con mi madre, pero tenía que marcharme. Si me iba a mi habitación, ella se pondría a llorar y a suplicar en la puerta hasta que me diera algo. No soportaba verla de aquella manera, no soportaba hacerle sentir de aquella manera.

Salí de mi apartamento y me dirigí al de Santana de al lado, apresurándome a entrar antes de que me anegara en lágrimas o mi madre saliera detrás de mí. No podía ir a ninguna otra parte. No podía dejarme ver neurótica y hecha un mar de lágrimas. Mi madre no era la única que me tenía bajo vigilancia. Puede que también la policía, Deanna Jonhson e incluso algún paparazzi.

Llegué hasta el sofá de Santana, me tumbé boca abajo cuan larga era y dejé que fluyeran las lágrimas.

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Hola Hola FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 1206646864

Bueeeeeeeeeeeenoooooooooooooooooo aqui vine a dejar otro capitulo espero que les guste mucho FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 1206646864

Saludos Y besos FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 918367557




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Mensaje por monica.santander Mar Dic 02, 2014 6:18 pm

Hola es un poquito entendible la acción de de la mama de Britt!!
Saludos
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Mensaje por 3:) Mar Dic 02, 2014 8:49 pm

holap dan,..

todavía siguen con su "amor clandestino" jjajajaja,.. pero no tanto para los que conocen a san y britt como Magdalene jajajaj
la madre de britt,... para mi ya se paso!!!! esta bien que sea la madre y el mero royo pero todo tiene un limite!!!

nos vemos!!!
3:)
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Mensaje por micky morales Mar Dic 02, 2014 9:14 pm

la mama de britt es algo intensa, en cuanto a britt bien por ella debe defender su autonomia, claro con todos menos con santana, hasta luego!!!!!
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Mensaje por Dani(: Lun Dic 08, 2014 5:58 pm

monica.santander escribió:Hola es un poquito entendible la acción de de la mama de Britt!!
Saludos

Hola Hola!

SI pero a la vez no :/

Saludos FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 918367557

3:) escribió:holap dan,..

todavía siguen con su "amor clandestino" jjajajaja,.. pero no tanto para los que conocen a san y britt como Magdalene jajajaj
la madre de britt,... para mi ya se paso!!!! esta bien que sea la madre y el mero royo pero todo tiene un limite!!!

nos vemos!!!

Hola Hola!

Exacto jajajaj es algo excitante jajajaja y exacto es algo que debe de entender

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Mensaje por Dani(: Lun Dic 08, 2014 6:11 pm

Capítulo 7


–Cielo.

La voz de Santana y el tacto de sus manos me sacaron del sueño mascullé una queja cuando me colocó de lado, y noté que el calor de su cuerpo me templaba la espalda me rodeó la cintura con uno de sus brazos y me acercó a ella.
Pegada a ella al estilo cuchara, con los bíceps de su otro brazo bajo mi mejilla, volví a caer en la inconsciencia.

Cuando me desperté, era como si hubieran pasado varios días me quedé un buen rato tumbada en el sofá con los ojos cerrados, empapándome de la calidez del cuerpo de Santana y respirando aquel aire que olía a ella después de unos largos minutos, pensé que si seguía durmiendo solo conseguiría alterar mi reloj biológico aún más desde que volvíamos a estar juntas, nos habíamos acostado tarde y levantado pronto muchos días, y estaban pasándome factura.

—Has estado llorando —murmuró, hundiendo la cara en mi pelo— ¿Qué te pasa?

Enredé mis brazos con los suyos, arrimándome más a ella Le conté lo del reloj.

—Creo que me he pasado —concluí—. Estaba cansada, y eso me pone de mal humor.
Pero... me ha dolido me ha fastidiado un regalo que significaba mucho para mí, ¿me entiendes?

—Me lo imagino—Trazaba con los dedos suaves círculos en mi estómago, acariciándome a través de la blusa de seda—Lo siento.

Levanté la vista hacia las ventanas y vi que había anochecido.

— ¿Qué hora es?

—Las ocho pasadas.

— ¿A qué hora has llegado?

—A las seis y media.

Me volví para mirarla.

—Pronto para ti.

—En cuanto supe que estabas aquí, no pude dejar de venir desde que llegaron tus flores no he deseado otra cosa que estar contigo.

— ¿Te han gustado?

Sonrió.

—He de decir que leer tus palabras escritas por Angus resultó... interesante.

—No quería correr riesgos.

Me besó la punta de la nariz.

—Pero sí malacostumbrarme.

—Quiero hacerlo quiero echarte a perder para otras mujeres.

Me rozó el labio inferior con la yema del pulgar.

—Lo conseguiste desde el momento en que te vi.

—Zalamera. —Estar con Santana y saber que yo era lo único que le importaba en aquel momento me levantó el ánimo—. ¿Estás intentado colarte en mis bragas otra vez?

—No llevas bragas.

— ¿Eso es un no?

—Eso es un sí, quiero meterme bajo tu falda—Se le encapotaron los ojos cuando le mordisqueé el pulgar—. Y dentro de ese pequeño, caliente, húmedo y prieto coño tuyo llevo queriéndolo todo el día lo quiero ahora mismo, pero esperaremos hasta que te encuentres mejor.

—Podrías besarlo y aliviarlo.

— ¿Besar qué, exactamente?

—Todo, Por todas partes.

Sabía que podía acostumbrarme a tenerla de aquella forma, sólo para mí, que era eso lo que quería lo cual resultaba imposible, claro está.

Miles de pequeños trocitos de ella se dedicaban a miles de personas, proyectos y compromisos si algo había aprendido de los múltiples matrimonios de mi madre con empresarios triunfadores, era que las esposas a menudo acababan siendo amantes, y casi siempre ocupaban un lugar secundario porque los maridos se habían casado también con el trabajo cuando un hombre se convierte en líder del campo de trabajo que ha elegido es porque se entrega a él por entero. A la mujer con la que comparte la vida le tocan sólo las sobras aunque santana era mujer así que.

Santana me remetió el pelo detrás de la oreja.

—Esto es lo que quiero. Venir a casa y encontrarte a ti.

Siempre me sorprendía que de alguna manera me leyera el pensamiento.

— ¿Te habría gustado más encontrarme descalza en la cocina?

—No me opondría, pero desnuda en la cama me parece mejor.

—Soy una cocinera excelente, pero sólo me quieres por mi cuerpo.

Ella sonrió.


—Es el delicioso paquete que contiene todo demás lo que yo quiero.

—Yo te enseño el mío si tú me enseñas el tuyo.

—Me encantaría. —Lentamente me deslizó los dedos por la mejilla—. Pero primero quiero asegurarme de que tienes el estado de ánimo adecuado, después de la pelea con tu madre.

—Lo superaré.

—Britt —Su tono de voz fue una advertencia de que nada le haría desistir.

Dejé escapar un suspiro.

—La perdonaré, siempre lo hago lo cierto es que no tengo elección, porque la quiero y sé que lo hace con buena intención, por muy equivocada que esté. Pero lo del reloj...

—Continúa.

Me froté el dolor que tenía en el pecho.

—Algo se ha roto en nuestra relación. Y pase lo que pase, siempre va a haber una brecha que antes no existía eso es lo que me duele.

Santana se quedó callada durante un buen rato me deslizó una mano por el pelo, mientras que con la otra se me aferraba posesivamente a la cadera esperé a que dijera lo que estaba pensando.

—Yo también he roto algo en nuestra relación —afirmó finalmente en tono sombrío—. Me temo que siempre estará entre nosotras.

La tristeza que había en sus ojos me traspasó, hiriéndome.

—Deja que me levante.

Lo hizo, a regañadientes, mirándome con recelo mientras estaba de pie vacilé antes de bajarme la cremallera de la falda.

—Ahora sé lo que se siente al perderte, Santana Lo mucho que duele. Si me excluyes, probablemente hará que me asuste un poco. Tendrás que tener cuidado con eso, y yo tendré que confiar en que tu amor va a perdurar.

Ella hizo un gesto de entendimiento y aceptación con la cabeza, pero me di cuenta de que le estaba reconcomiendo.

—Magdalene ha venido a verme hoy —dije, para distraerle del permanente precipicio que había entre nosotras.

Se puso tensa.

—Le dije que no lo hiciera.

—No pasa nada. Probablemente le preocupaba que yo albergara algún rencor, pero creo que se dio cuenta de que te quiero demasiado para hacerte daño.

Se incorporó al dejar caer yo la falda. Ésta se desplomó en el suelo, y medias y ligas quedaron al descubierto, lo cual hizo que me ganara un lento silbido que ella emitió entre dientes. Volví al sofá y me puse a horcajadas sobre sus muslos, rodeándole el cuello con mis brazos. Noté el calor de su aliento a través de la seda de mi blusa, alterándome la sangre.

—Oye. —Le pasé ambas manos por el pelo largo, acariciándole con la mejilla—. Deja de preocuparte por nosotras. Creo que tendríamos que estar preocupadas por Deanna Johnson. ¿Qué es lo peor que podría sacar de ti a la luz?

Echó la cabeza hacia atrás y entrecerró los ojos.

—Es mi problema. Yo me encargo de ella.

—Creo que está detrás de algo escandaloso. Creo que mostrarte como una cruel niñata no le parecerá suficiente.

—No te preocupes. La única razón por la que me importa es porque no quiero que te arrojen mi pasado a la cara.

—Te veo muy confiada. —Empecé a desabrocharle los botones de la camisa — ¿Vas a hablar con ella?

—Intento pasar de ella.

— ¿Tú crees que ésa es la mejor forma de manejar este asunto? —Me puse manos a la obra con su camisa otra vez.

—Trata de llamar mi atención, pero no va a conseguirlo.

—Buscará otra manera, entonces.

Se arrellanó en el asiento, ladeando el cuello hacia arriba para mirarme.

—La única forma de que una mujer capte mi atención es siendo tú.

La besé, tirando del faldón de su camisa. Se movió para que me fuera más fácil sacárselo de entre los pantalones.

—Tienes que explicarme qué ocurre con Deanna —murmuré—. ¿Qué la ha llevado a ponerse así?

Ella suspiró.

—Fue un error en todos los sentidos. Se me puso a tiro en una ocasión, y yo tenía como norma evitar que hubiera una segunda vez con mujeres demasiado entusiastas.

—Y eso no te hace parecer una perfecta gilipollas.

—No puedo cambiar lo que ha pasado —dijo fríamente.

Era evidente que se sentía avergonzada. Podía ser una idiota como cualquier otra tía, pero nunca se enorgullecía de ello.

—Casualmente Deanna cubría un evento donde Anne Lucas estaba creándome problemas —continuó—. Me serví de Deanna para evitar que Anne se me acercara. Después no me sentí bien y tampoco supe manejar la situación.

—Me hago una idea. —Le abrí la camisa, exponiendo sus pechos suaves y grandes.

Recordando cómo reaccionó la primera vez que nos acostamos, podía imaginarme cómo se había portado con Deanna. Conmigo, enseguida se cerró y me excluyó, lo cual hizo que me sintiera utilizada y despreciable. Después luchó por recuperarme, pero la periodista no fue tan afortunada.

—Y no quieres tener ningún contacto con ella para que no se haga ilusiones —resumí—. Seguramente sigue colada por ti.

—Lo dudo. No creo que haya cruzado más de una docena de palabras con ella.
—Te portaste como una imbécil conmigo también, pero me enamoré de ti de todos modos.
Deslicé las manos amorosamente por aquellos pechos sus abdominales se estremecieron con mi tacto, y cambió el tempo de su respiración.

Me hundí en su regazo y contemplé su cuerpo con adoración. Tracé círculos con los pulgares alrededor de las puntas de sus pezones y observé cómo reaccionaba, esperando que sucumbiera al sutil placer de mis caricias. Bajé la cabeza y la besé en el cuello, notando cómo se le alteraba el pulso bajo mis labios e inhalando el aroma de su piel. Nunca gozaba lo suficiente de ella, porque siempre le daba la vuelta a la situación y terminaba gozando ella de mí.

Santana gimió y me agarró del pelo.

—Britt.

—Me encanta cómo me respondes —susurré, seducida por el hecho de tener a aquella mujer descaradamente sexual a mi merced—. Como si no pudieras evitarlo.

—Y no puedo. —Deslizó los dedos entre mi pelo desaliñado tras el sueño—. Me tocas como si me adoraras.

—Es que te adoro.

—Lo noto en tus manos, en tu boca..., en cómo me miras. —Tragó saliva y seguí el movimiento con los ojos.

—Nunca he querido nada más. —Le acaricié el torso, siguiendo la línea de cada costilla. Como un entendido que admira la perfección de una inestimable obra de arte—. Vamos a jugar a un juego.

Se pasó la lengua rápidamente por la curva del labio, haciendo que el sexo se me contrajera de envidia ella lo sabía. Lo vi en cómo le brillaron los ojos, peligrosamente.

—Depende de las reglas.

—Esta noche eres mía, campeona.

—Siempre lo soy.

Me desabroché la blusa y me desprendí de ella, dejando al descubierto mi sujetador blanco de media copa y el tanga a juego.

—Cielo —musitó. Noté cómo su ardiente mirada se deslizaba por mi carne desnuda. Hizo ademán de tocarme, pero yo la agarré las muñecas, deteniéndola.

—Regla número uno: voy a chuparte, acariciarte y provocarte toda la noche. Tú te vas a correr hasta que se te nuble la vista. —Le abarqué el sexo a través de los pantalones y le masajeé el clictoris—. Regla número dos: tú te vas a quedar ahí tumbada y vas a gozar, sin más.

— ¿Sin devolver el favor?

—Exacto.

—De eso nada.

Hice un mohín.

—Anda, porfa...

—Cielo, el que tú te corras constituye para mí el noventa por cierto de la diversión.

— ¡Pero entonces estoy tan ocupada corriéndome que no gozo de ti! —me quejé—. Sólo por una vez, una noche, quiero que seas egoísta. Quiero que te dejes llevar, que seas animal, que te corras porque te gusta y estés a punto.

Apretó los labios.

—No puedo hacerlo. Te necesito conmigo.

—Sabía que dirías eso. —Porque en una ocasión le había dicho que me excitaba que una mujer me utilizara para su placer. Necesitaba sentirme amada y deseada también, no como un cuerpo femenino intercambiable, sino como Brittany, como mujer individual necesitada de verdadero afecto acompañado de sexo—. Pero éste es mi juego y se juega según mis reglas.

—Aún no he accedido a jugar.

—Déjame terminar.

Santana espiró despacio.

—No puedo hacerlo, Britt.

—Has podido con otras mujeres —argumenté.

— ¡No estaba enamorada de ellas!

Me derretí. No pude evitarlo.

—Cariño... deseo hacerlo —susurré—. Muchísimo.

Ella emitió un sonido de exasperación.

—Ayúdame a entenderlo.

—Cuando me falta la respiración, no oigo el latido de tu corazón. No te siento temblar cuando yo también estoy temblando. No puedo saborearte cuando tengo la boca seca de tanto suplicarte que acabes conmigo.

Su hermoso rostro se suavizó.

—Pierdo la cabeza cada vez que me corro en tus muslos Basta con eso.


Negué con la cabeza.

—Tú has dicho que soy como tu sueño húmedo preferido hecho realidad. Esos sueños no pueden haber consistido siempre en que una chica se corra. ¿Qué me dices de las mamadas? ¿De la masturbación con la mano? Te encantan mis tetas. ¿No te gustaría follártelas hasta correrte?

— ¡Joder, Brittany!

Rozándole los labios con los míos, le abrí los pantalones ajustados con pericia.

—Quiero ser tu fantasía más sucia —susurré—. Quiero ser sucia para ti.

—Ya eres lo que quiero que seas —replicó con aire sombrío.

— ¿De veras? —Le deslicé las uñas por los costados suavemente, mordiéndome el labio inferior cuando ella siseó—. Entonces hazlo por mí. Me chiflan esos momentos en que, después de haberte ocupado de mí, buscas tu propio orgasmo. Cuando te cambia el ritmo y la atención, y te vuelves salvaje. Sé que en lo único que piensas es en esa increíble sensación y en lo caliente que estás y en la fuerza con la que te vas a correr. Me hace sentir muy bien ponerte de esa forma. Quiero pasar una noche entera sintiéndome así.

Me apretó los muslos con las manos.

—Con una condición.

— ¿Cuál?

—Para ti esta noche. El fin de semana que viene, el juego es mío.

Me quedé boquiabierta.

— ¿Para mí una noche y para ti un fin de semana entero?

—Humm... todo un fin de semana ocupándome de ti.

— ¡Caray! —Musité—, ¡qué bien se te da negociar!

Afiló la sonrisa.

—Ése es el plan.

—Mamá dice que papá es una máquina sexual.

Santana me echó una mirada, sonriendo, desde donde estaba sentada a mi lado en el suelo.

—Tienes un extraño catálogo de películas en esa bonita cabeza tuya, cielo.

Tomé un sorbo de mi agua embotellada y tragué justo a tiempo para recitar la siguiente frase de Poli de guardería.

—Mi papá es ginecólogo y se pasa todo el día mirando vaginas.

Su risa me hizo tan feliz que me sentí como en el séptimo cielo estaba alegre y relajada como hacía mucho tiempo que no la veía. En parte tenía que ver con la mamada que le había hecho en el sofá, seguida de una larga, lenta y resbaladiza masturbación manual en la ducha. Pero en buena medida era por mí, estaba segura.

Cuando yo estaba de buen humor, también lo estaba ella No dejaba de sorprenderme que ejerciera tanta influencia sobre semejante mujer Santana era una fuerza de la naturaleza; su magnético autodominio, tan imponente que hacía sombra a todos los que la rodeaban.

La veía a diario y me sobrecogía, pero ni de lejos tanto como la encantadora y divertidísima amante que tenía para mí sola en nuestros momentos más íntimos.

—Oye —dije—, no te hará tanta gracia cuando tus hijos vayan contando a sus profesores las mismas cosas de ti.

—Dado que tendrán que oírtelo a ti, ya sé yo quién debería llevarse la azotaina.

Volvió la cabeza para seguir viendo la película, como si no acabara de dejarme sin respiración Santana era una mujer que había llevado una vida muy solitaria y, sin embargo, me había incluido en ella de tal manera que hasta preveía un futuro que a mí me daba miedo imaginar. Me asustaba la idea de exponerme a un desengaño del que no saldría indemne.

Percibiendo mi silencio, puso una mano en mi rodilla desnuda y volvió a mirarme.
— ¿Aún tienes hambre?

Seguí con la mirada puesta en las cajas de comida china que teníamos delante, en la mesita de centro, y las rosas negras, que Santana se había traído a casa para que pudiéramos disfrutar de ellas todo el fin de semana.

No queriendo dar más importancia a sus palabras de la que ella había pretendido darles, respondí:

—Sólo de ti.

Llevé una mano a su regazo y le tanteé su clictoris dentro de las bragas que yo le había permitido ponerse para cenar.

—Eres peligrosa —murmuró, acercándose más.

Con un rápido movimiento, le alcancé la boca con la mía, succionándole el labio inferior.

—No me queda otra —respondí entre dientes—, si quiero mantenerme a tu altura, Oscura y Peligrosa.

Ella sonrió.

—Tengo que llamar a Rachel —dije con un suspiro—. Y ver si se ha marchado mi madre.

— ¿Estás bien?

—Sí. —Apoyé la cabeza en su hombro—. No hay nada como un poco de terapia Santana para que las cosas se vean de otra manera.

— ¿He mencionado que también hago visitas a domicilio, las veinticuatro horas del día?

Le hinqué los dientes en los bíceps.

—Voy a ver cómo están las cosas y, cuando vuelva, haré que te corras otra vez.

—No hace falta, gracias —replicó, claramente divertida.

—Pero si aún no hemos jugado con las chicas.

Se inclinó y hundió la cara en mi escote.

—Hola, chicas.

Riendo, le di en los hombros y ella me empujó hacia atrás hasta que caí al suelo entre el sofá y la mesita de centro. Me miró desde arriba, con los brazos en tensión de sujetar su peso. Dejó vagar la mirada, acariciándome el sujetador, mi tripa desnuda, las ligas y el tanga. El conjunto pos ducha que me había puesto era rojo chillón, y lo había elegido para mantener a Santana revolucionada.

—Eres mi amuleto de la suerte —dijo.

Le apreté los suaves bíceps.

— ¿De veras?

—Sí. —Me lamió la parte superior de mis turgentes pechos —. Eres una delicia mágica.

— ¡Oh, Dios mío! —exclamé, riendo—. Zalamera.

Me miró con ojos risueños.

—Ya te dije lo que pienso del romanticismo.

—Menuda trola. Eres la tía más romántica que he conocido. Me parece increíble que hayas colgado en el baño las toallas que te regalé.

— ¿Cómo no iba a hacerlo? No bromeaba cuando dije que me traes suerte. —Me besó—. Quería transferir la participación que tenía en un casino de Milán, y las rosas negras llegaron justo cuando un postor sacó a la venta una pequeña bodega en Burdeos a la que yo había echado el ojo. Adivina cómo se llama... Le Rose Noir.

—Así que una bodega por un casino, ¿eh? Ahora ya eres la reina del sexo, el vicio y el juego.

—Son empresas que me ayudan a satisfacer a mi diosa del deseo, el placer y las agudezas sensibleras.

Deslicé las manos por sus costados y metí los dedos por la cinturilla del pantalón ajustado.

— ¿Y cuándo voy a probar el vino?

— ¿Cuándo vas a ayudarme a idear la campaña publicitaria para él?

—No te das por vencida, ¿verdad? —respondí con un suspiro.

—No, cuando quiero algo, no. —Se arrodilló y me ayudó a sentarme—. Y te quiero a ti. Mucho, muchísimo.

—Ya me tienes —repliqué, usando sus palabras.

—Tengo tu corazón y tu cuerpo enloquecedoramente sexy. Ahora quiero tu cerebro. Lo quiero todo.

—Necesito reservarme algo para mí.

—No. Tómame a mí a cambio. —Santana alargó las manos para abarcar los cachetes desnudos de mi trasero—. Un trato poco equitativo, siento decir.

—Llevas todo el día negociando.

—Fields quedó contento con el trato. A ti te ocurrirá otro tanto, te lo prometo.

— ¿Fields? —El corazón se me aceleró—. ¿Alguna relación con Emily?

—Es su marido. Aunque están distanciados y planteándose el divorcio, como ya sabes.

— ¡No fastidies! ¿Haces negocios con su marido?

Torció el gesto.

—Es la primera vez. Y probablemente la última, aunque sí le dije que mantenía una relación con una mujer muy especial... y que no es su mujer.

—El problema es que ella está enamorada de ti.

—No me conoce. —Me puso una mano en la nuca y frotó su nariz contra la mía—. Date prisa y llama a Rachel. Yo recojo la cena. Luego nos morreamos.

—Desalmada.

—Tía buena.

Me levanté y fui a por mí bolso para coger el teléfono Santana me agarró una liga y la soltó de repente, produciéndome una sacudida por toda la piel. Para mi sorpresa, la punzada de dolor que sentí me excitó. Le aparté la mano de una palmada y corrí fuera de su alcance.

Rachel contestó al segundo tono de llamada.

—Hola, nena. ¿Sigues bien?

—Sí. Y tú sigues siendo la mejor amiga del mundo. ¿Mi madre anda aún por ahí?

—Salió en libertad bajo fianza hará poco más de una hora. ¿Te vas a quedar en casa de tu amante?

—Sí, a menos que me necesites.

—No, estoy bien Finn viene de camino.

Eso hizo que no me sintiera mal por pasar una segunda noche fuera de casa.
—Salúdale de mi parte.

—Claro. Y le besaré también.

—Bueno, si es de mi parte, que no sea demasiado fogoso y húmedo.

—Aguafiestas. Oye, ¿recuerdas que pediste que hiciera algunas averiguaciones sobre el Buen Doctor Lucas? De momento, lo único que he encontrado es un montón de nada. No parece que haga gran cosa aparte de su trabajo. No tiene hijos, y su mujer es médico también. Psiquiatra.

Eché una cautelosa mirada a Santana, para asegurarme de que no oía nada.

— ¿En serio?

— ¿Por qué? ¿Es importante?

—No, supongo que no. Sólo que... creía que los psicólogos tenían más ojo para la gente.

— ¿La conoces?

—No.

— ¿Qué pasa, Britt? Últimamente todo son intrigas y misterio contigo, y está empezando a encabronarme.

Me senté en un taburete de la cocina y le expliqué todo lo que pude.

—Conocí al doctor Lucas en una cena benéfica, luego volví a verle cuando tú estabas en el hospital. En las dos ocasiones habló mal de Santana y simplemente trato de averiguar de qué va.

—Vamos, Britt. ¿Qué otra cosa puede ser aparte de que Santana se haya tirado a su mujer?

Como no podía revelar un pasado que no era el mío, no respondí.

—Volveré a casa mañana por la tarde. ¿Seguro que no quieres venir a la juerga de chicas?

—Vale, muy bien, cambia de tema —refunfuñó Rachel—. Sí, seguro que no quiero ir.
Todavía no estoy preparada para la noche. Se me pone la carne de gallina sólo de pensarlo.

Nathan había atacado a Rachel en la puerta de un club, y Rachel aún estaba recuperándose. Por alguna razón, se me había olvidado que la mente tarda más tiempo en curarse ella aparentaba llevarlo bien, pero yo debería haberme dado cuenta de que las cosas no son tan sencillas.

— ¿Dentro de dos fines de semana quieres ir a San Diego? ¿A ver a mi padre, a nuestros amigos... quizá incluso al doctor Travis, si nos apetece?

—Muy sutil, Britt —respondió secamente—. Pero sí, suena bien. A lo mejor necesito que me prestes dinero, dado que ahora no estoy trabajando.

—Sin problema. Yo me encargo de los preparativos y ya haremos cuentas.

—Ah, antes de que cuelgues. Ha llamado una amiga tuya... una tal Deanna. Se me olvidó decírtelo cuando hablamos antes. Dice que tiene noticias y que le gustaría que la llamaras.

Eché un vistazo a Santana Nuestras miradas se cruzaron, y algo en mi expresión debió de delatarme, porque sus ojos adoptaron aquella conocida dureza. Vino hacia mí con su larga y ágil zancada, con las sobras de la cena metidas en la bolsa original en la que había venido.

— ¿Le has dicho algo? —pregunté a Rachel en voz baja.

— ¿Que si le dicho algo? ¿Cómo qué?

—Como algo que no le dirías a un periodista, porque eso es lo que es ella.

Santana adoptó una expresión pétrea. Pasó junto a mí para tirar la basura en el compactador, luego volvió a mi lado.

— ¿Eres amiga de una periodista? ¿Se te han cruzado los cables?

—No, no es amiga mía. Ignoro cómo habrá averiguado el número de casa, a menos que haya llamado desde recepción.

— ¿Qué demonios quiere?

—Desacreditar a Santana Está empezando a cabrearme. No se despega de ella.

—Si vuelve a llamar, la mandaré a hacer puñetas.

—No, no lo hagas. —Sostuve la mirada de Santana—. Simplemente no le des ninguna información de ningún tipo. ¿Dónde le has dicho que estaba?

—Fuera.

—Perfecto. Gracias, Rachel. Llámame si me necesitas para algo.

—Que te la folles bien.

— ¡Por Dios, Rach! —Meneé la cabeza y colgué.

— ¿Te ha llamado Deanna Johnson? —preguntó Santana con los brazos cruzados.

—Eso es. Y estoy por devolverle la llamada.

—Ni se te ocurra.

—Calla, cavernícola. No me vengas con la mierda esa de «yo López, tú pequeña mujer López» —le espeté—. Por si ya lo has olvidado, hemos hecho un trato. Te pertenezco y me perteneces. Protejo lo que es mío.

—Britt, no libres mis batallas por mí. Sé cuidar de mí misma.

—Me consta. Llevas toda la vida haciéndolo. Ahora me tienes a mí. Yo me encargo de esto.

Algo cambió en su expresión tan rápidamente que no supe ver si estaba mosqueándose.
—No quiero que tengas que ocuparte de mí pasado.

—Tú te ocupaste del mío.

—Eso era diferente.

—Una amenaza es una amenaza, campeona. Estamos en esto juntas. Se ha puesto en contacto conmigo, lo que me convierte en tu mejor baza para averiguar lo que está tramando.

Alzó una mano en un gesto de frustración, y a continuación se la pasó por el pelo largo tuve que esforzarme en no distraerme al ver cómo se le flexionaba el torso con la agitación, cómo se le contraían los abdominales y sus pechos se veían mas grandes.

—Me importa una mierda lo que esté tramando. Tú sabes la verdad, y eres la única persona que me importa.

—Si crees que voy a quedarme aquí sentada mientras ella te crucifica en la prensa, más vale que revises tus planteamientos.

—A mí no puede hacerme daño a menos que te lo haga a ti, y puede que sea eso lo que realmente quiere.

—Si no hablo con ella, no lo sabremos nunca. —Saqué de mi bolso la tarjeta de Deanna y marqué su número de teléfono, evitando que el mío apareciera en el identificador de llamadas de su aparato.

—Brittany, ¡maldita sea!

Activé el altavoz y dejé el teléfono en la encimera.

—Deanna Johnson —contestó rápidamente.

—Deanna, soy Brittany Pierce.

—Hola, Brittany. —Su tono de voz cambió, dando por descontada una cordialidad que aún no habíamos establecido—. ¿Cómo estás?

—Bien, ¿y tú? —Observé a Santana, pues quería ver qué efecto le producía oír la voz de Deanna ella me devolvió la mirada, con cara de estar deliciosamente cabreada. Me había resignado al hecho de que estuviera del humor que estuviese siempre la encontraba irresistible.

—Hay mucha agitación, y en mi trabajo eso es bueno.

—También lo es que compruebes tus datos.

—Que es una de las razones por las que te he llamado. Tengo una fuente que afirma que Santana interrumpió un lío amoroso entre tu compañera de piso, otro tipo y tú, y se puso hecho una furia. El tipo terminó en el hospital y ahora va a presentar cargos por agresión. ¿Es verdad?

Me quedé helada; me zumbaba tanto la sangre en los oídos que casi no oía. La noche en que conocí a Emily, al llegar a casa me había encontrado a Rachel en una orgía de varios en la que también había un tipo llamado Ian. Cuando éste, desnudo, me propuso unirme a ellos, Santana declinó la invitación con los puños.

Miré a Santana y se me puso un nudo en el estómago era verdad. Iban a demandarla.

Podía verlo en su cara, carente de toda emoción, ocultos sus pensamientos tras una máscara perfecta.

—No, no es verdad.

— ¿Qué parte?

—No tengo nada más que decirte.

—También tengo un testimonio de primera mano sobre un altercado entre Santana y Kitty Wilde, supuestamente porque te pillaron dándote un buen achuchón con Wilde ¿Es verdad?
Apretaba con tanta fuerza el borde de la encimera que se me pusieron blancos los nudillos.

—A tu compañera de piso le han atacado recientemente —siguió—. ¿Tuvo Santana algo que ver con eso?

Oh, Dios mío...

—Te has vuelto loca —dije fríamente.

—En las imágenes de Santana y de ti discutiendo en Bryant Park se la ve muy agresiva y brusca físicamente contigo. ¿Sufres maltrato en tu relación con Santana López? ¿Es violenta y tiene un temperamento incontrolable? ¿Le tienes miedo, Brittany?

Santana se dio media vuelta y se fue, dirigiéndose por el pasillo hasta el despacho que tenía en la casa.

—Que te den, Deanna —proferí—. ¿Vas a destrozar la reputación de una inocente porque no sabes cómo manejar las relaciones sexuales esporádicas? Bonita manera de representar a la mujer moderna y sofisticada.

—Contestó al teléfono —siseó— antes de terminar. Contestó al puto teléfono y se puso a hablar sobre una inspección de una de sus propiedades. Y en mitad de la conversación vio que estaba esperándole allí tendida y me dijo: «Puedes marcharte». Así, sin más. Me trató como a una puta, sólo que no cobré. Ni siquiera me ofreció una bebida.

Cerré los ojos. Dios.

—Lo siento, Deanna. Sinceramente. Yo también he conocido a unas cuantas gilipollas y todo indica que ella lo fue contigo pero lo que estás haciendo es un error.

—No es un error si es verdad.

—Pero no lo es.

Suspiró.

—Siento mucho que estés en el medio, Brittany.

—No, no lo sientes. —Pulsé la tecla de finalizar y me levanté con la cabeza agachada, agarrándome a la encimera mientras todo me daba vueltas.

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Hola Hola!

Bueeeeeeeeno chicas vine a dejar otro capitulo espero que les guste :)

Saludos FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 918367557

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Mensaje por 3:) Lun Dic 08, 2014 10:59 pm

holap dan,...

mas pesada Deanna a ver si consigue lo que quiere con san???
son jodida mente cursis cuando están juntas,... me encanto el regalo de britt,.. (amo las rosas negras)

nos vemos!!!
3:)
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Mensaje por micky morales Mar Dic 09, 2014 10:41 pm

deanna no pde ser mas idiota, en fin..... hasta pronto, espero.
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Mensaje por monica.santander Miér Dic 10, 2014 2:14 am

Hola!!! Que pesada que es esa periodista!!!
Saludos
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Mensaje por Dani(: Jue Dic 18, 2014 2:52 pm

3:) escribió:holap dan,...

mas pesada Deanna a ver si consigue lo que quiere con san???
son jodida mente cursis cuando están juntas,... me encanto el regalo de britt,.. (amo las rosas negras)

nos vemos!!!

Hola Hola FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 1206646864

Esa deanna va a ser un grano en el culo jajajaja ! y son jodidamente wanky y tiernas :3 ! jajajaja yo nunca habia oido que existieran D:

Saludos FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 918367557

micky morales escribió:deanna no pde ser mas idiota, en fin..... hasta pronto, espero.

Hola Hola!
Ella sera peeeeor !

Saludos FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 918367557

monica.santander escribió:Hola!!! Que pesada que es esa periodista!!!
Saludos

Hola Hola! FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 1206646864

Sera peor ya lo veran !

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Mensaje por Dani(: Jue Dic 18, 2014 3:03 pm

Capítulo 8


Encontré a Santana caminando de un lado a otro, como una pantera enjaulada, detrás de su escritorio. Tenía un auricular en la oreja y, o estaba escuchando, o en espera, ya que no hablaba. Captó mi mirada, dura e inflexible su expresión. Incluso en Bragas y top parecía invulnerable. Nadie sería tan tonto como para equivocarse con ella Físicamente, su fuerza era evidente en cada uno de sus músculos. Aparte de eso, era tal la implacable amenaza que irradiaba que me recorrió un escalofrío por la espalda.

Había desaparecido la mujer indolente y satisfecha con la que había cenado, sustituida por la depredadora urbana que dominaba a la competencia.

La dejé sola.

Lo que yo quería era la tableta de Santana, y la encontré en su maletín. Estaba protegida por contraseña y me quedé mirando la pantalla durante un buen rato, sobrecogida cuando me di cuenta de que no paraba de temblar. Todo lo que me temía estaba sucediendo.

—Cielo.

Levanté la vista y, cuando apareció por el pasillo, nuestras miradas se cruzaron.

—La contraseña —explicó—Es cielo.

Oh. Toda la trepidante energía que me inundaba se esfumó, dejándome una sensación de vacío y cansancio.

—Tendrías que haberme contado lo de la demanda, Santana.

—En estos momentos no hay ninguna demanda, sólo la amenaza de ella —respondió sin ninguna inflexión de voz— Ian Hager quiere dinero, y yo, confidencialidad. Llegaremos a un acuerdo privado y todo quedará en nada.

Me eché hacia atrás en el sofá y me apoyé la tableta los muslos. La miré mientras se acercaba, empapándose de mí. Era tan fácil dejarse deslumbrar por su belleza que una podría no darse cuenta de lo sola que estaba en el fondo. Pero ya iba siendo hora de que aprendiera a contar conmigo cuando afrontaba dificultades.

—Me da igual que sea sólo un amago —argumenté—. Tendrías que habérmelo dicho.

Cruzó los brazos sobre sus pechos.

—Pensaba hacerlo.

— ¿Pensabas hacerlo? —Me levanté como impulsada por un resorte—. ¿Te cuento que he discutido con mi madre porque me oculta algo y tú no me dices ni una palabra de tus propios secretos?

Durante unos momentos, se mantuvo con aquella expresión dura e inflexible. Luego imprecó en voz baja y se explicó.

—He venido a casa pronto con la intención de contártelo, pero cuando me hablaste de lo que te había sucedido con tu madre pensé que ya habías aguantado bastante por hoy.

Desinflada, volví a sentarme en el sofá.

—No es así como funciona una relación, Santana.

—Te estoy recuperando, Brittany. No quiero que el tiempo que pasamos juntas gire alrededor de todo lo malo y jodido que hay en nuestras vidas.

Di unas palmaditas en el cojín que tenía al lado.

—Ven aquí.

Pero se sentó frente a mí en la mesita de centro, con las piernas a cada lado de las mías.

Me cogió las manos entre las suyas y se las llevó a los labios para besarme los nudillos.

—Lo siento.

—No te culpo, pero si hay algo más que tengas que decirme, ahora es el momento.

Se echó hacia delante, animándome a que me tumbara en el sofá. Luego se me puso encima.

—Estoy enamorada de ti —susurró.

De entre todas las cosas, ésa era la única que iba bien. Y era suficiente.

Nos quedamos dormidas en el sofá, envueltas la una en la otra Yo rondaba el entresueño, llena de desazón y con el ritmo vital confundido por la larga siesta anterior. Estaba lo bastante despierta como para percibir el cambio en Santana, oír su respiración acelerada y notar que me agarraba con más fuerza. Su cuerpo se convulsionó violentamente, sacudiéndome a mí también. Sus gemidos me traspasaron el corazón.

—Santana. —Me di la vuelta para mirarla de frente, despertándola con mis agitados movimientos. Nos habíamos dormido con las luces encendidas y me alegré de que abriera los ojos a la claridad.

El corazón le martilleaba bajo la palma de mi mano, y una fina película de sudor le cubría la piel.

— ¿Qué? —preguntó, jadeando—. ¿Qué pasa?

—Creo que empezabas a sumergirte en una pesadilla. —Imprimí suaves besos por su ardiente rostro, deseando que mi amor bastara para desvanecer los recuerdos.

Hizo ademán de sentarse y yo me aferré a ella para sujetarla.

— ¿Estás bien? —Me pasó una mano por el cuerpo, examinándome—. ¿Te he hecho daño?

—Estoy bien.

— ¡Dios! —Se echó hacia atrás y se cubrió los ojos con el antebrazo—. Tengo que dejar de quedarme dormida contigo. Y olvidé tomar la medicación. ¡Joder!, debería ser más cuidadosa.

—Oye. —Me apoyé en un codo y le acaricié los pechos con la otra mano—. No ha pasado nada.

—No te lo tomes a la ligera, Brittany. —Giró la cabeza y me miró con intensidad—. Esto no.

—No se me ocurriría. —Parecía muy cansada, con oscuras ojeras y unas profundas estrías que le enmarcaban aquella boca tan escandalosamente sensual.

—He matado a un hombre —dijo en tono grave—. Siempre ha sido peligroso que estés conmigo mientras duermo, y ahora lo es más que nunca.

—Santana... —De repente comprendí por qué en los últimos tiempos sus pesadillas eran más frecuentes. Podía racionalizar lo que había hecho, pero eso no aliviaba el peso que tenía en la conciencia.

Le retiré el pelo de la frente.

—Si algo te apesadumbra, tienes que hablar conmigo.

—Lo único que quiero es que no corras peligro —musitó.

—Nunca me siento tan segura como cuando estoy contigo. Me gustaría que dejaras de castigarte por todo.

—Es culpa mía.

— ¿Acaso no llevabas una vida sin complicaciones hasta que aparecí yo? —argüí.
Me lanzó una mirada sardónica.

—Da la impresión que me gustan las complicaciones.

—Entonces deja de quejarte. Y no te muevas, vuelvo enseguida.

Fui al dormitorio principal, me quité las ligas, las medias y el sujetador y me puse una camiseta de López Industries extra grande. Agarré la manta de chenilla, que estaba a los pies de la cama, y a continuación me dirigí a la habitación de Santana a coger su medicación.

Ella me seguía con la mirada mientras dejaba la manta y la medicina y me iba a la cocina a por una botella de agua. Le instalé rápidamente, y a continuación nos acurrucamos las dos bajo la manta con casi todas las luces apagadas.

Me pegué más a ella, echando una pierna por encima de las suyas. La medicación que le había sido prescrita a Santana para la parasomnia no curaba, pero ella la tomaba religiosamente. La quería aún más por esa dedicación, porque lo hacía por mí.

— ¿Recuerdas con que estabas soñando? —pregunté.

—No. Fuera lo que fuese, ojalá hubiera sido contigo.

—Ojalá. —Apoyé la cabeza en su pecho, escuchando cómo se le ralentizaba el latido del corazón—. Si hubieras soñado conmigo, ¿cómo habría sido el sueño?

Noté que se relajaba, hundiéndose en el sofá y en mí.

—Un día despejado en una playa caribeña —murmuró—. Una playa privada, con una carpa de lona en la arena blanca, cerrada por tres lados y con la vista delante de nosotras. A ti te tendría tumbada en una chaise longue. Desnuda.

—Por supuesto.

—Estarías bañada de sol, perezosa, con el pelo alborotado por la brisa. Tendrías esa sonrisa que esbozas cuando hago que te corras. No tendríamos que ir a ningún sitio, nadie nos esperaría. Solas tú y yo, con todo el tiempo del mundo.

—Suena paradisíaco —susurré, notando que el cuerpo se le hacía cada vez más pesado—. Supongo que nos bañaríamos desnudas.

—Humm... —Bostezó—. Necesito irme a la cama.

—También quiero un cubo de cerveza fría —añadí, con la esperanza de entretenerla el tiempo suficiente para que se me quedara dormida en los brazos—. Con limones.
Exprimiría el zumo sobre tus pezones y te lamería.

—Adoro esa boca tuya.

—Entonces deberías soñar con todo lo que puedo hacerte con ella.

—Dame algún ejemplo.

Le di muchos, hablando en voz baja y tranquilizadora, acariciándole la piel. Espirando profundamente, se sumergió en el sueño.

La tuve así abrazada hasta bastante después de que saliera el sol.

Santana durmió hasta las once. Yo llevaba ya horas diseñando estrategias cuando ella me encontró en su oficina, con la mesa llena de notas y bosquejos.

—Hola —le saludé, levantando los labios para que me besara mientras ella rodeaba la mesa. Tenía el pelo alborotado y estaba muy sexy con aquellas bragas—. Buenos días.

Miró mi trabajo por encima.

— ¿Qué estás haciendo?

—Te quiero con un poco de cafeína en el cuerpo antes de explicártelo. —Me froté las manos, entusiasmada—. ¿Quieres darte una ducha rápida mientras te preparo una taza de café? Luego nos pondremos manos a la obra.

Me miró fijamente y esbozó una sonrisa de desconcierto.

—Vale. Pero yo sugiero que nos duchemos juntas. Después tomaremos el café y nos pondremos manos a la obra.

—Guárdate la idea, y la libido, para esta noche.

— ¿Eh?

—Yo voy a salir, ¿recuerdas? —apunté—. Y voy a beber mucho, y eso me pone cachonda. No olvides tomar las vitaminas, campeona.

Torció los labios.

— ¡Eso ya se verá!

—Ah, sí, y tendrás suerte si mañana puedes levantarte de la cama —avisé.

—Me aseguraré de hidratarme bien, entonces.

—Buena idea. —Centré de nuevo la atención en su tableta, pero tuve que mirar cuando salió de la habitación con aquel precioso trasero.

Cuando volví a verla, tenía el pelo mojado y vestía una camisa deportiva que le quedaba tan apretada que supe que no llevaba nada debajo. Obligándome a concentrarme en mis planes, la dejé a ella la silla de la mesa y yo permanecí de pie a su lado.

—Bueno —empecé—, siguiendo la máxima de que la mejor defensa es un buen ataque, he estado echando una ojeada a tu imagen pública.

Tomó un sorbo de café.

—No me mires así —la reprendí—. No me he fijado en tu vida personal, puesto que yo soy tu vida personal.

—Buena chica. —Me dio una palmadita aprobatoria en el trasero.

Le saqué la lengua.

—Estoy pensando sobre todo en cómo combatir una campaña de difamación centrada en tu temperamento.

—Resulta fácil cuando antes no se me conocía por tenerlo —dijo secamente.

Hasta que me conociste a mí.

—Soy una mala influencia para ti.

—Eres lo mejor que me ha pasado.

Eso hizo que se ganara un rápido y ruidoso beso en la sien.

—Me llevó tiempo enterarme de la existencia de la Fundación Lópezroads.

—No sabías dónde buscar.

—Tu optimización de búsquedas mola cantidad —repliqué, acercando el sitio web—. Y sólo hay una página de inicio, que es bonita, pero apenas tiene entradas. ¿Dónde están los enlaces y la información sobre las organizaciones benéficas a las que has favorecido?
¿Dónde está la página «Acerca de» sobre la fundación y lo que esperas conseguir?

—Dos veces al año se envía un paquete con toda esa información detallada a organizaciones benéficas, hospitales y universidades.

—Fenomenal. Ahora permíteme que te introduzca en internet. ¿Por qué la fundación no está ligada a ti?

—Lópezroads no tiene que ver conmigo, Britt.

— ¡Y una porra que no! —La miré con las cejas tan enarcadas como las tenía ella y le puse delante una lista de cosas que había que hacer—. Vamos a desactivar la bomba Deanna antes de que estalle. Esta web tiene que estar actualizada para el lunes por la mañana, con la adición de estas páginas y la información que he resumido aquí.

Santana echó una rápida ojeada al papel, luego cogió su taza de café y se reclinó en la silla. Yo centré aplicadamente la atención en la taza y no en su increíble torso.

—La web de López Industries debería vincularse con la fundación desde la página de tu Bio —continué—, que también necesita una buena actualización.

Le puse delante otra hoja de papel.

Ella la cogió y empezó a leer la biografía que había redactado.

—Esto, claramente, lo ha escrito una persona que está enamorada de mí.

—No puedes ser tímida, Santana A veces hay que ser directa y decir: «Aquí estoy yo».
Eres mucho más que una cara bonita, un cuerpo atractivo y un vigor sexual enloquecedor.
Pero centrémonos en las cosas que no me importa compartir con los demás.

— ¿Cuánta cafeína has tomado esta mañana? —preguntó, esbozando una sonrisa.

—Suficiente como para pelearme contigo, así que ándate con ojo. —Le di con la cadera en el brazo—. También creo que deberías plantearte hacer un comunicado de prensa anunciando la adquisición de La Rose Noir, de manera que se relacione tu nombre con el de Fields. Y, de paso, se recuerde a todo el mundo que Emily, con quien se te ha visto mucho últimamente, tiene marido; así, Deanna no podrá pintarte como el malo de la película por pararle los pies a Emily. Si decide ir por ese camino.

Me pilló desprevenida y me sentó en su regazo.

—Me matas, cielo. Haré todo lo que quieras, pero tienes que entender que Deanna no tiene nada. Ian Hager no va a arriesgar una bonita compensación a cambio de publicitar su historia. Firmará lo que haga falta, cogerá el dinero y desaparecerá.

—Pero qué me dices de...

—Los Six-Ninths no van a querer que se relacione a su chica «Rubia» con otra tía Estropearía la historia de amor de la canción. Hablaré con Wilde y nos pondremos de acuerdo.

— ¿Que vas a hablar con Kitty?

—Tenemos negocios en común —señaló, con un mohín de labios—, así que, sí. Y Deanna se está marcando un farol con el ataque a Rachel Tú y yo sabemos que ahí no hay nada.
Me quedé pensando en todo lo que acababa de decirme.

— ¿Crees que me estará tomando el pelo? ¿Por qué?

—Porque te pertenezco, y si tuvo pase de prensa para cualquiera de los eventos a los que hemos acudido juntas, lo sabe. —Apoyó la frente contra la mía—. No puedo disimular mis sentimientos por ti, razón por la que te has convertido en un blanco.

—Los disimulaste muy bien conmigo.

—Tu inseguridad te cegó.

No podía discutírselo.

—Así que me pone de los nervios con la amenaza de un reportaje. ¿Qué saca ella?
Se echó hacia atrás.

—Piénsalo. La tapadera es amenazar con hacer saltar un escándalo relacionado con nosotras dos. ¿Cuál es la manera más rápida de desactivarlo?

—No acercándote a mí. Eso es lo que te habrían aconsejado que hicieras. Distanciarse de la fuente del escándalo es la regla número uno de cómo gestionar una crisis.

—O hacer lo contrario y casarme contigo —dijo con dulzura.

Me quedé helada.

— ¿Es eso...? ¿Estás...? —Tragué saliva—. Ahora no. Así no —susurré.

—No, así no —coincidió Santana, rozando sus labios con los míos—. Cuando te proponga matrimonio, créeme, lo sabrás.

Se me puso un nudo en la garganta. Sólo pude asentir con la cabeza.

—Respira —ordenó delicadamente—. Otra vez. Ahora confírmame que no es pánico.

—No. En realidad, no.

—Dime algo, Britt.

—Es que... me gustaría que me lo pidieras cuando pueda decirte que sí —solté de un tirón.
La tensión se apoderó de su cuerpo. Se echó hacia atrás, con los ojos dolidos bajo aquel ceño fruncido.

— ¿No podrías decir que sí ahora?

Negué con la cabeza.

Apretó los labios con determinación.

—Dime qué quieres que haga para que eso suceda.

Le rodeé el cuello con los brazos, para que sintiera la conexión que había entre nosotras.

—Hay tanto que desconozco... Y no se trata de que necesite saber más para decidirme, porque nada podría hacer que dejara de quererte. Nada. Es tu reticencia a compartir cosas conmigo la que me hace pensar que tú no estás preparada.

—Creo que lo entiendo —musitó.

—No puedo arriesgarme a que no quieras estar conmigo para siempre. No lo soportaría,Santana.

— ¿Qué quieres saber?

—Todo.

Emitió un sonido de frustración.

—Sé más concreta. Empieza por algo.

Lo primero que se me vino a la cabeza fue lo que salió de mi boca, porque me había pasado la mañana enfrascada en sus negocios.

—Vidal Records. ¿Por qué tienes tú el control de la compañía de tu padrastro?

—Porque se iba a pique. —Tensó la mandíbula—. Mi madre ya había sufrido bastante con un desastre financiero; no iba a permitir que le sucediera otra vez.

— ¿Qué hiciste?

—Logré convencerla de que hablara con ellos, con Chris y Christopher, para que hicieran una sociedad anónima con cotización en bolsa, luego me vendió las acciones de Ireland, que sumadas a las que yo había adquirido me daban la mayoría.

— ¡Vaya! —Le apreté la mano. Los conocía a los dos, a Christopher Vidal sénior (Chris) y a Christopher Vidal junior. Como padre e hijo que eran, se parecían físicamente, con el pelo castaño oscuro y los ojos verdes grisáceos, pero yo tenía la impresión de que eran dos personas muy diferentes. No me cabía duda de que Christopher era un capullo, pero no creía que su padre lo fuera también. Al menos eso esperaba—. ¿Cómo fue la cosa?

La maliciosa expresión de Santana era la respuesta que necesitaba.

—Chris me pedía consejo, pero Christopher siempre se negó a escucharme y mi padrastro no quería tomar partido.

Así que hiciste lo que había que hacer. —Le besé en la mejilla—. Gracias por contármelo.
— ¿Ya está?

Sonreí.

—No.

Estaba a punto de preguntarle más cosas cuando oí que me sonaba el teléfono con tono de llamada de mi madre. Me sorprendía que hubiera tardado tanto en llamarme; había vuelto a poner mi smartphone en modo Normal alrededor de las diez.

—Tengo que contestar —dije con un gruñido.

Dejó que me levantara y, al marcharme, me pasó la mano por el trasero. Al llegar a la puerta, me volví a mirar; estaba estudiando minuciosamente mis notas y sugerencias. Sonreí.

Para cuando llegué a la cocina y cogí el teléfono, éste había dejado de sonar, pero volvió a hacerlo inmediatamente.

—Mamá —contesté, interviniendo antes de que mi madre empezara a desbarrar—, esta tarde me paso por casa y hablamos, ¿vale?

—Britt No tienes ni idea de lo preocupada que estaba. ¡No puedes hacerme esto!

—Llegaré dentro de una hora —la corté—. Sólo tengo que vestirme.

—Anoche no pude dormir, de lo disgustada que estaba.

—Ya, bueno, yo tampoco dormí mucho —repliqué—. No todo gira a tu alrededor, mamá. Es a mí a quien han violado la intimidad. Tú sólo eres la persona a la que han pillado haciéndolo.

Silencio.

Como mi madre parecía siempre tan frágil, era raro que me mostrara tan firme y enérgica con ella, pero había llegado el momento de aclarar nuestra relación o terminaríamos por no tener ninguna. Me miré la muñeca para ver la hora, recordé que ya no tenía reloj y eché una mirada al decodificador que había junto al televisor.

—Llegaré a eso de la una.

—Pediré que pasen a recogerte en coche —dijo en voz baja.

—Gracias. Hasta luego. —Colgué.

Iba a guardar el teléfono en el bolso cuando me llegó un mensaje de Shawna: « ¿Qué vas a ponerte esta noche?».

Se me ocurrieron varias ideas, desde algo informal a algo estrafalario. Aunque me inclinaba más por lo estrafalario, me frenó acordarme de Deanna. Tenía que considerar cómo saldría en la prensa. «EVN —contesté, pensando que por algo el vestidito negro era un clásico—. Tacones de vértigo. Muchas alhajas».

« ¡Vale! T veo a las 7», me escribió ella.

Camino del dormitorio, me detuve en el despacho de Santana y, apoyándome en la jamba, me quedé mirándola Podía pasarme horas contemplándola; era un verdadero placer hacerlo. Y la encontraba muy sexy cuando estaba concentrada.

Levantó la vista hacia mí con una ligera curva en los labios, y supe que se había dado cuenta de que había estado observándola.

—Todo esto está muy bien —elogió—. Sobre todo teniendo en cuenta que lo has hecho en cuestión de unas horas.

Me sentí un poco orgullosa y contentísima de haber impresionado a una empresaria cuya visión para los negocios la había convertido en una de las individuas más triunfadoras del mundo.

—Te quiero en López Industries, Brittany.

Mi cuerpo reaccionó a la férrea determinación de su voz, que me recordó a cuando me dijo: «Quiero follar contigo, Brittany», la primera vez que me tiró los tejos.

—Yo también te quiero ahí —dije—En tu mesa.

Le brillaron los ojos.

—Podríamos celebrarlo así.

—Me gusta mi trabajo. Me gustan mis compañeros. Me gusta saber que me he ganado cada hito que alcanzo.

—Yo puedo darte eso y más. —Tamborileó con los dedos a un lado de la taza de café—. Imagino que te inclinaste por publicidad porque te gusta persuadir. ¿Y por qué no relaciones públicas?

—Se parece demasiado a la propaganda. Al menos en publicidad, conoces el sesgo inmediatamente.

—Hablabas antes de gestión de crisis. Y claramente —señaló su mesa— tienes aptitudes para ese trabajo. Deja que las explote.

Crucé los brazos.

—Sabes perfectamente que gestión de crisis es relaciones públicas.

—Lo tuyo es la resolución de problemas. Yo puedo darte problemas que requieren solución inmediata. Puedo ofrecerte desafíos y mantenerte activa.

— ¿En serio? —Me puse a dar golpecitos con el pie—. ¿Cuántas crisis puedes tener en una semana?

—Varias —respondió alegremente—. ¿A qué te intriga? Se te ve en la cara.

—Ya tienes a gente encargada de esas cosas —observé, enderezándome.

Santana se reclinó en la silla y sonrió.

—Quiero más. Y tú también. Unámonos.

—Eres el mismísimo demonio, ¿lo sabías? Eres de lo más obstinada que hay. Te lo advierto, trabajar juntas no sería una buena idea.

—Ahora mismo estamos haciéndolo de maravilla.

Meneé la cabeza.

—Porque has estado de acuerdo con mi análisis y mis sugerencias, y además me tienes sentada en tu regazo y me has sobado el culo. No será lo mismo cuando discrepemos y discutamos en tu despacho delante de otras personas. Entonces tendremos que volvernos a casa y lidiar con el problema ahí también.

—Podemos proponernos dejar el trabajo a la puerta. —Me recorrió de arriba abajo con la mirada, demorándose en las piernas, que mi bata de seda dejaba en su mayor parte al descubierto—. No me costará nada pensar en cosas más placenteras.

Hice un gesto de impaciencia y me fui hacia la puerta.

—Eres una maníaca sexual.

—Me encanta hacer el amor contigo.

—Eso no es justo —protesté, pues a eso no podía oponerme. A ella no podía oponerme.
Santana sonrió.

—Nunca dije que jugara limpio.

Cuando, quince minutos después, entraba en mi apartamento, me parecía raro. La distribución era idéntica a la del piso de Santana de al lado, pero a la inversa. La combinación de sus muebles y los míos había contribuido a que sintiéramos ese espacio como nuestro, pero había tenido el efecto colateral de que mi casa me pareciera... ajena.

—Hola, Britt.

Me giré y vi a Finn en la cocina, echando leche en dos vasos.

—Hola —respondí al saludo—. ¿Qué tal estás?

—Mejor.

Lo parecía. Se le veía muy bien peinado (una de las habilidades de Rachel), y eso que tenía un pelo, castaño, muy rebelde. Le brillaban aquellos ojos y lucía una sonrisa.

—Me alegra verte por aquí —le dije.

—He reorganizado un poco mi horario. —Sostuvo la leche en alto y yo hice un gesto negativo con la cabeza—. ¿Qué tal tú?

—Esquivando periodistas, esperando a que mi jefe se comprometa, pensando en aclarar algunas cosas con un progenitor, tratando de encontrar el momento para llamar al otro y deseando irme de juerga esta noche con unas amigas.

—Eres increíble.

— ¿Qué puedo decir? —Sonreí—. ¿Cómo van los estudios? ¿Y el trabajo?

Sabía que Finn estudiaba veterinaria a la vez que simultaneaba empleos para pagarse la carrera. Uno de esos trabajos temporales era de ayudante de fotografía, que fue como había conocido a Rachel.

Hizo un gesto de dolor.

—Brutales, pero algún día merecerá la pena.

—Deberíamos organizar otra noche de pizza y película en cuanto tengas oportunidad. —No podía evitar ponerme del lado de Finn en el tira y afloja entre Quinn y él. A lo mejor era yo, pero siempre me había parecido que ella no me veía con buenos ojos. Y no me gustó nada cómo se había hecho notar cuando conoció a Santana.

—Claro. Ya veré cuándo le viene mejor a Rach.

Me arrepentí de habérselo propuesto a él antes que a Rachel, porque la mirada se le entristeció un poco. Sabía que estaba pensando en que Rachel tenía que repartir el tiempo entre Quinn y él.

—Bueno, si ella no puede, siempre podemos quedar nosotros dos.

Esbozo una media sonrisa.

—Me parece fantástico.

A la una menos diez, cuando salí del vestíbulo, Clancy estaba ya esperándome. Hizo señas al portero para que se echara a un lado y me abrió la puerta del coche, pero nadie que se fijara en él creería que era un simple chófer. Se comportaba como el arma que era, y aunque hacía muchos años que le conocía, no recordaba haberle visto sonreír nunca.

Una vez que volvió a ocupar su lugar al volante, apagó el receptor de frecuencias de la policía que escuchaba habitualmente y se bajó las gafas de sol para mirarme por el espejo retrovisor.

— ¿Cómo está?

—Mejor que mi madre, supongo.

Era demasiado profesional como para delatar nada en su expresión. En lugar de eso, volvió a colocarse las gafas y sincronizó mi teléfono con el Bluetooth del coche para que diera comienzo mi lista discográfica. Luego se puso en marcha.

Eso me recordó lo considerado que era.

—Oye. Siento mucho que pagaras tú el pato. Estabas haciendo tu trabajo y no merecías que te cayera la que te cayó.

—Usted no es sólo un trabajo, señorita Pierce.

Me quedé callada un momento, asimilando lo que acababa de decirme. Clancy y yo teníamos una relación distante y cortés. Nos veíamos bastante porque era responsable de llevarme a la clase de Krav Maga en Brooklyn y de recogerme. Pero nunca se me había ocurrido que tuviera ningún interés personal en mi seguridad, aunque era comprensible.

Clancy se tomaba su trabajo muy en serio.

—Eso no ha sido lo único —aclaré—. Hubo muchas otras cosas antes de que Stanton y tú entrarais en escena.

—Disculpas aceptadas.

Aquella brusca respuesta era tan propia de él que me hizo sonreír.

Me senté con comodidad en el asiento y contemplé por la ventanilla la ciudad que me había adoptado y a la que amaba con vehemencia. En la acera de mi lado, había varias personas, desconocidas entre sí, codo con codo delante de un mostrador diminuto, comiendo pedazos individuales de pizza. Juntas y a la vez distantes, cada una de ellas hacía gala de la capacidad de los neoyorquinos para ser una isla en medio de una marea de gente. Los peatones pasaban corriendo junto a ellas en ambas direcciones, esquivando a un hombre que ofrecía panfletos religiosos y al perrillo que tenía a los pies.

La vitalidad de la ciudad tenía un ritmo frenético que hacía que el tiempo pareciera avanzar con más rapidez que en ninguna otra parte. El contraste con la indolente sensualidad del sur de California, donde vivía mi padre y yo había estudiado, era muy marcado. Nueva York era una dominatriz al acecho, restallando un soberbio látigo y tentando con todos los vicios.

El bolso me vibró en la cadera y metí la mano para coger el teléfono. Un rápido vistazo a la pantalla me confirmó que era mi padre. Los sábados solíamos ponernos al día, y a mí esas charlas me hacían siempre mucha ilusión, pero casi me sentí inclinada a dejar que saltara el buzón de voz hasta que tuviera mejor ánimo. Aún estaba muy irritada con mi madre, y mi padre ya se había quedado bastante preocupado la última vez que vino a verme a Nueva York.

Estaba conmigo cuando los detectives vinieron a casa a decirme que Nathan se encontraba en Nueva York. Soltaron esa bomba antes de revelar que Nathan había sido asesinado, y no fui capaz de ocultar el miedo que me produjo saber que le tenía tan cerca. Desde entonces, y debido a mi violenta reacción, mi padre no ha dejado de estar pendiente de mí.

—Hola —contesté, más que nada porque no quería problemas con mis dos progenitores al mismo tiempo—. ¿Qué tal estás?

—Te echo de menos —respondió con aquella voz profunda y segura que tanto me gustaba.

Mi padre era el hombre más perfecto que conocía: guapo y blanco, seguro de sí mismo, inteligente y firme como una roca—. ¿Y tú?

—No me puedo quejar mucho.

—Vale, pero quéjate un poquito. Soy todo oídos.

Me reí en silencio.

—Mamá me está rayando un poco.

— ¿Qué ha hecho ahora? —preguntó, con un tono de cariñosa indulgencia en la voz.
—No deja de meterse en mis asuntos.

—Ah. A veces los padres hacemos eso cuando estamos preocupados por nuestros pequeños.

—Tú nunca lo has hecho —señalé.

—No lo he hecho todavía —puntualizó—. Eso no quiere decir que no vaya a hacerlo si algo me preocupara lo suficiente. Pero confío en que pudiera convencerte de que me perdonaras.

—Bueno, ahora mismo voy a ver a mamá. Ya veremos lo convincente que es capaz de ser. Todo sería más fácil si reconociera que se equivoca.

—Buena suerte con eso.

— ¡Ja! ¿Lo ves? —Suspiré—. ¿Puedo llamarte mañana?

—Claro. ¿Va todo bien, cariño?

Cerré los ojos. La intuición policial unida a la intuición de padre suponía que rara vez se le pasaba nada por alto a Victor Pierce.

—Sí, lo que pasa es que casi he llegado ya a casa de mamá. Ya te diré cómo va la cosa.
Ah, y es posible que mi jefe se comprometa. Bueno, que tengo cosas que contarte.

—A lo mejor tengo que ir a comisaría por la mañana, pero puedes llamarme al teléfono móvil en cualquier momento. Te quiero.

De repente me invadió la nostalgia. Aunque me encantaba Nueva York y mi nueva vida, echaba mucho de menos a mi padre.

—Yo también te quiero, papá. Hablamos mañana.

Colgué y, al mirarme la muñeca para ver qué hora era, la ausencia del reloj me recordó el enfrentamiento que me esperaba. Estaba disgustada con mi madre por el pasado, pero me inquietaba aún más el futuro. Me había vigilado durante tanto tiempo a causa de Nathan que no me cabía duda de que no conocía otro modo de comportarse.

—Oye —Me incliné hacia delante; quería aclarar algo a lo que no dejaba de dar vueltas—. Aquel día, cuando Mamá, Megumi y yo volvíamos al Lópezfire y mamá se quedó helada..., visteis a Nathan, ¿verdad?

—Sí.

—Ya había estado allí antes y se las había visto con Santana ¿Por qué volvería?

Clancy me miró por el espejo retrovisor.

— ¿Mi opinión? Para que se le viera. Una vez que se supo que andaba cerca, la presión estaba garantizada. El confiaba en asustarte a ti, pero consiguió alarmar a la señora Stanton. Muy efectivo en los dos casos.

—Y nadie me contó nada —dije en voz baja—. No puedo entenderlo.

—Él quería que usted se asustara, pero nadie quería darle esa satisfacción.

—No se me había ocurrido verlo de esa manera.

—Lo que más lamento —continuó— es no haber estado pendiente de Rachel Me equivoqué, y lo pagó ella.

Santana tampoco vio venir el ataque de Nathan a Rachel Y bien sabe Dios que yo también me sentía culpable; fue nuestra amistad lo que puso a Rachel en peligro.

Pero me conmovió que él se preocupara. Se le notaba en su voz ronca. Tenía razón; yo era algo más que un trabajo para él era un hombre bueno que se entregaba por entero en todo lo que hacía. Lo cual hizo que me preguntara si tendría tiempo para las demás cosas de su vida.

— ¿Tienes novia, Clancy?

—Estoy casado.

Me sentí como una imbécil por no saberlo. ¿Cómo sería la mujer casada con aquel hombre tan duro y sombrío? ¿Un hombre que llevaba chaqueta todo el año para esconder en el costado el arma de la que nunca se separaba? ¿Se ablandaría con ella y le mostraría ternura? ¿La protegería con uñas y dientes? ¿Mataría por ella?

— ¿Hasta dónde serías capaz de llegar para cuidar de ella? —le pregunté.

Redujo la velocidad ante un semáforo y se volvió a mirarme.

—Hasta dónde no sería capaz de llegar.

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Hola Hola FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 1206646864

Bueeeeeno chicaaas aqui un nuevo capítulo espero que sea de su agrado y que me dejen sus comentarios FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 2145353087

Saludos Y besos
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Mensaje por 3:) Jue Dic 18, 2014 9:44 pm

holap dan!!!

me gusto!!!
santana con sutileza pidiéndole matrimonio a britt jajajaj
a ver como va britt y su mama!!!

nos vemos!!!
3:)
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Mensaje por micky morales Vie Dic 19, 2014 4:04 pm

muy hecha la loca santana para soltar lo del matrimonio, hasta pronto!
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Mensaje por Monze30 Mar Dic 23, 2014 2:30 am

hola soy nueva aqui en el foro pero sigo muy de cerca tu historia y quiero decirte que me encanta es una de mis favoritas y me encanto el capitulo, por favor sube pronto lo esperare con ansias FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 2145353087
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Mensaje por Dani(: Lun Dic 29, 2014 11:49 pm

3:) escribió:holap dan!!!

me gusto!!!
santana con sutileza pidiéndole matrimonio a britt jajajaj
a ver como va britt y su mama!!!

nos vemos!!!

Hola Hola!

Me alegro que te gustara :) y jajajajajja san es san jajajaja

Saludos FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 918367557

micky morales escribió:muy hecha la loca santana para soltar lo del matrimonio, hasta pronto!

Hola Hola!

jajajajajajjaja san esta sola no ? XD jajaja

Saludos FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 918367557

Monze30 escribió:hola soy nueva aqui en el foro pero sigo muy de cerca tu historia y quiero decirte que me encanta es una de mis favoritas y me encanto el capitulo, por favor sube pronto lo esperare con ansias FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 2145353087

Hola Hola!

Me alegra que te guste y que comentes mas ! y aqui esta ! Gracias por leer

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Mensaje por Dani(: Lun Dic 29, 2014 11:55 pm

Capítulo 9


– ¿Pero qué le pasaba a esa chico? —Preguntó Megumi, viendo alejarse al chico en cuestión—. ¡Si tenía hoyuelos!

Puse los ojos en blanco y despaché mi vodka con zumo de arándanos. «Primal», la cuarta parada en nuestro recorrido de clubes, estaba a tope. La cola para entrar daba la vuelta a la manzana y la música heavy de guitarras eléctricas le iba de maravilla al nombre del club, pues resonaba en el espacio oscuro con un ritmo primitivo y seductor. La decoración era una mezcla electrizante de metales relucientes y maderas oscuras, con luces de colores que creaban estampados de animales.

Podría haber sido demasiado, pero como ocurría con las demás cosas de Santana, estaba al borde del exceso decadente sin caer en ella La atmósfera era de abandono hedonista y estaba haciendo locuras con mi libido, estimulada ya por el alcohol. No podía parar quieta, y no dejaba de dar golpecitos con los pies en los travesaños de la silla.

Lacey, la compañera de piso de Megumi, gruñó, levantando la mirada al techo, con un peinado que le recogía hacia arriba su pelo rubio oscuro y que a mí me encantaba.

— ¿Pero por qué no ligas con él?

—Podría hacerlo yo —dijo Megumi, con la cara sonrojada, los ojos brillantes y muy sexy con aquel ajustado vestido de tirantes de color dorado—. A lo mejor él no tiene miedo al compromiso.

— ¿Tú qué esperas del compromiso? —Preguntó Shawna, con una copa entre las manos de un rojo tan chillón como su pelo—. ¿Monogamia?

—La monogamia está sobrevalorada. —Lacey se bajó del taburete de la mesa alta en la que estábamos y meneó el trasero, con los brillantes de los vaqueros reluciendo en la semioscuridad del club.

—No, no es cierto —protestó Megumi—. Da la casualidad de que a mí me gusta la monogamia.

— ¿Se acuesta tu chica con otras mujeres? —pregunté, inclinándome hacia delante para no tener que gritar.

Tuve que echarme hacia atrás enseguida para dejar sitio a la camarera, que nos trajo otra ronda y se llevó las copas vacías de la anterior. El uniforme del club, botas negras de tacón alto y minivestidos rosa neón sin tirantes, facilitaba saber a quién había que hacer señales. Además era muy sexy, como el personal que lo llevaba. ¿Le habían ayudado a Santana a elegir el atuendo? Y en el caso de que así fuera, ¿le había hecho alguien de modelo?

—No lo sé. —Megumi cogió su copa y sorbió la paja con cara triste—. No me atrevo a preguntar.

Yo agarré uno de los cuatro chupitos que había en la mesa y un pedazo de lima.

— ¡Venga, de un trago y salgamos a bailar! —grité

— ¡Joder, venga! —Shawna se tomó su chupito de Patrón sin esperarnos a las demás, y, a continuación, se metió el trozo de lima en la boca. Dejó la cáscara sin zumo en el vaso vacío y nos lanzó una mirada—. ¡Deprisa, tardonas!

Yo fui la siguiente, estremeciéndome cuando el tequila se llevó el sabor del arándano. Lacey y Megumi se lo tomaron a la vez, brindando entre ellas con un «Kanpai!» a voz en grito antes de trincárselo.

Llegamos en grupo a la pista de baile, Shawna en cabeza, con su vestido azul eléctrico, que era casi tan brillante bajo las luces oscuras como el uniforme del club. Nos engulló una masa de contorsionados danzantes, y enseguida nos vimos apretadas entre voluptuosos cuerpos masculinos y curvas femeninas.

Me desaté, me dejé llevar por el ritmo estridente de la música y el tórrido ambiente de la discoteca. Levanté las manos y empecé a menearme, liberándome de la tensión acumulada durante la larga e inútil tarde con mi madre. En un momento determinado, creí que había perdido la confianza en ella. Por mucho que me prometiera que las cosas serían diferentes ahora que Nathan no estaba, me costaba creerla. Se había pasado de la raya demasiadas veces.

—Eres guapísima —me gritó alguien al oído.

Miré por encima del hombro y me encontré con un tipo de pelo oscuro encorvado sobre mí.

—Gracias.

Era mentira, por supuesto. El pelo me caía sobre las sienes y el cuello sudorosos en una pegajosa maraña. Me daba igual. La música seguía atronando, encadenándose una canción con otra.

Me deleitaba en la absoluta sensualidad del lugar y en la descarada pulsión hacia el sexo esporádico que el mundo parecía rezumar. Me encontraba entre una pareja —una chica a mi espalda y su novio delante de mí— cuando vislumbré a alguien conocido. Debió de verme ella a mí primero, porque se dirigía hacia mí.

— ¡Aria! —grité, escapando de aquel sándwich de choques y frotamientos. Anteriormente sólo me había encontrado con la sobrina de Stanton durante las vacaciones. Sólo nos habíamos visto una vez desde que me trasladé a Nueva York, pero entonces me figure que con el tiempo nos veríamos más.

—Hola, Britt. —Me estrechó en un fuerte abrazo, y a continuación se echó hacia atrás para mirarme.

—Estás fantástica. ¿Qué tal te va?

— ¡Vamos a tomar algo! —grité, notándome la boca demasiado reseca como para mantener una conversación con el nivel de decibelios que se necesitaba entre la multitud.

Agarrándome de la mano, me sacó de la aglomeración y yo señalé hacia mi mesa. En cuanto nos sentamos, apareció la camarera con otro vodka con zumo de arándanos.

Y así toda la noche, aunque me había fijado en que la bebida era más oscura a medida que pasaban las horas, señal inequívoca de que la proporción vodka-zumo iba convirtiéndose en zumo más que otra cosa. Sabía que era algo deliberado y, como era de esperar, Santana se las había ingeniado para hacer llegar sus instrucciones a todos los clubes.

Como nadie me impedía complementarla con chupitos, no me importaba mucho.

—Bueno —empecé a hablar, tomando un agradable sorbo antes de pasarme el vaso helado por la frente—. ¿Cómo te ha ido?

—Fenomenal. —Sonrió, muy apuesta, vestida con un vestido beis de cuello de pico el pelo, oscuro, no lo llevaba tan largo como Santana, pero le caía en la frente de manera atractiva, enmarcándole unos ojos pero que nadie habría sido capaz de distinguir con la iluminación que había en el club—. ¿Qué tal te trata el mundo de la publicidad?

— ¡Me encanta mi trabajo!

Rio ante mi entusiasmo.

—Ojalá todos pudiéramos decir lo mismo.

—Creía que te gustaba trabajar con Stanton.

—Me gusta. Y el dinero también. Pero no puedo decir que me guste el trabajo.

La camarera le trajo su whisky con hielo y entrechocamos los vasos.

— ¿Estás con alguien?

—Con unos amigos —miró a su alrededor— que se han perdido en la jungla. ¿Y tú?

—También. —Crucé la mirada con Lacey, que seguía en la pista de baile, y me dio el visto bueno levantando los dos pulgares—. ¿Sales con alguien, Aria?

Esbozó una amplia sonrisa.

—No.

— ¿Te gustan las rubias?

— ¿Me estás tirando los tejos?

—No exactamente. —Enarqué las cejas en dirección a la Lacey y señalé a Aria con la cabeza. Por un momento pareció sorprenderse, luego sonrió y se acercó corriendo.

Las presenté y me gustó mucho ver que hacían buenas migas Aria siempre era divertido y encantador, y Lacey era vivaz y atractiva de una manera muy especial, más que guapa, carismática.

Megumi volvió a la mesa y nos pedimos otra ronda de chupitos antes de que Aria le preguntara a Lacey si quería bailar.

— ¿Tienes más tías o tíos buenos en el bolsillo? —preguntó Megumi, cuando la pareja se escabulló.

Me habría gustado tener el smartphone en el bolsillo.

—Estás fatal, chica.

Se me quedó mirando durante un minuto largo. Luego torció los labios.

—Estoy borracha.

—Eso también. ¿Quieres otro?

— ¿Por qué no?

Nos pedimos otro chupito cada una, que despachamos justo cuando Shawna volvía con Lacey, Aria y dos amigos de éste, Pablo y Andrea Pablo era guapísimo, con el pelo rubio arenoso, mandíbula cuadrada y una sonrisa petulante. Andrea era mona, con un brillo travieso en sus ojos oscuros y unas rastas que le llegaban a los hombros. Se fijó en Megumi, lo cual le levantó el ánimo.

Poco después nuestro grupo ampliado estaba partiéndose de risa.

—Y cuando Pablo volvió del baño —terminó Aria la anécdota— se embolsó a todo el restaurante.

Andrea y Aria empezaron a carcajearse Pablo les tiraba trozos de lima.

— ¿Y eso qué quiere decir? —pregunté, sonriendo pese a que no había entendido la gracia del final.

—Es cuando te dejas la «bolsa» colgando fuera de la bragueta —explicó Andrea—. Al principio la gente no acaba de entender lo que está viendo, luego se figuran que de alguna manera no te has dado cuenta de que llevas las bolas al aire. Y nadie dice ni una palabra.
— ¡No jodas! —Shawna casi se cae de la silla.

Alborotábamos tanto que la camarera nos pidió que bajáramos un poco la voz... con una sonrisa. La cogí del codo antes de que se marchara.

— ¿Hay algún teléfono que pueda utilizar?

—Pregunta en la barra —dijo—. Diles que Dennis, el encargado, ha dado permiso y ellos te comunicarán.

—Gracias. —Me levanté de mi asiento cuando ella se fue. No tenía ni idea de quién era Dennis, pero me había dejado llevar toda la noche a sabiendas de que Santana habría dispuesto todo de manera impecable—. ¿Alguien quiere agua? —pregunté a los demás.

Todos me abuchearon y me lanzaron servilletas de papel arrugadas. Riendo, fui a la barra y esperé a que se abriera un hueco para preguntar por Pellegrino y pedir el teléfono.

Marqué el número del teléfono móvil de Santana, dado que era el que me sabía de memoria. Imaginé que sería seguro, ya que llamaba desde un lugar público de su propiedad.

—López —contestó, enérgicamente.

—Hola, campeona. —Me apoyé en la barra y me tapé el otro oído con la mano—. Te llamo con unas cuantas copas encima.

—Se nota. —Enseguida empezó a hablar más despacio, con una voz más cálida. Era cautivadora incluso por encima de la música—. ¿Lo estás pasando bien?

—Sí, pero te echo de menos. ¿Te has tomado las vitaminas?

Se le notaba una sonrisa en la voz cuando preguntó:

— ¿Estás cachonda, cielo?

— ¡Por tu culpa! Este club es como la Viagra. Estoy sofocada, sudorosa y chorreando feromonas. Y he sido una chica mala, ¿sabes? He bailado como si no tuviera pareja.

—A las chicas malas se las castiga.

—Entonces quizá debería ser mala verdad, para que el castigo valga la pena.

Gruñó.

—Vuelve a casa y sé mala conmigo.

Imaginarla en casa, preparada para mí, me hizo desearla aún más.

—Estoy atrapada hasta que las chicas estén listas, y parece que aún van a tardar un buen rato.

—Puedo ir yo. En veinte minutos podrías tener mis dedos dentro de ti. ¿Quieres?

Paseé la mirada por el club, vibrando mi cuerpo entero con la energizante música que sonaba. Imaginarla allí, follando con ella en aquel lugar sin restricciones, hacía que me retorciera de gusto sólo de pensarlo.

—Sí que quiero.

— ¿Ves la pasarela elevada?

Dándome la vuelta, levanté la vista y vi una pasarela suspendida entre las paredes. Varias parejas se frotaban al ritmo de la música seis metros por encima de la pista de baile.

—Sí.

—Hay una parte que gira en una esquina con espejos. Nos vemos allí. Prepárate, Brittany —exigió—. Cuando te encuentre, tienes que estar ya con el coño desnudo y húmedo.

Me estremecí al oír aquella orden tan familiar, consciente de que eso suponía que sería brusca e impaciente. Justo lo que yo quería.

—Llevo puesto un...

—Cielo, ni una multitud de millones de personas bastaría para esconderte de mí. Te encontré una vez, y siempre lo haré.

El deseo me abrasaba las venas.

—Date prisa.

Estiré el brazo para dejar el auricular en su sitio, junto a la caja, y cogí la botella de agua mineral, que me bebí entera. Luego me dirigí al baño, donde hice cola durante una eternidad con el fin de prepararme para Santana Estaba mareada por el alcohol y toda aquella animación, e ilusionadísima porque mi novia —posiblemente una de las mujeres más ocupadas del mundo— lo dejara todo para... ocuparse de mí.

Me lamí los labios, cambiando el peso de mi cuerpo de un pie a otro. Entré corriendo en una cabina del servicio de señoras y me deshice de las bragas antes de plantarme delante de un lavabo y un espejo para refrescarme con una toallita húmeda. Del maquillaje casi no quedaba ni rastro, salvo por el rímel corrido, y tenía las mejillas encendidas por el calor y el esfuerzo. Del pelo era mejor no hablar, todo alborotado y pegado a la cara.

Curiosamente, no estaba nada mal. Se me veía sexy y dispuesta.

Lacey se encontraba en la cola y me paré un momento a hablar con ella cuando me dirigía hacia la salida del abarrotado baño.

— ¿Te lo estás pasando bien? —le pregunté.

— ¡Ya lo creo! —Sonrió—. Gracias por presentarme a tu prima.

No me molesté en sacarle del error.

—De nada. ¿Puedo preguntarte algo? Es sobre la novia de megu.

Se encogió de hombros.

—Adelante —dijo.

—Tú saliste con ella primero. ¿Qué era lo que no te gustaba?

—No había química. Una tipa guapa y triunfadora. Pero, por desgracia, no me apetecía follar con ella.

—Devuélvela —terció la siguiente chica que estaba en la cola.

—Eso hice.

—Entiendo. —Respetaba totalmente que no se siguiera adelante con una relación carente de ardor sexual, pero seguía preocupándome aquella situación. No me gustaba ver a Megumi tan abatida—. Voy a ver si me tiro a un buenorro.

—A por ello, chica —dijo Lacey con un movimiento de cabeza.

Salí en busca de las escaleras que conducían a la pasarela elevada. Las encontré vigiladas por un gorila que controlaba el número de cuerpos a los que se permitía subir. Había cola y la miré con consternación.

Mientras consideraba el retraso al que me enfrentaba, el gorila descruzó los brazos del pecho y se apretó el auricular que llevaba en el oído, a todas luces concentrándose en lo que le estuvieran diciendo por el receptor. Parecía samoano o maorí, con aquella piel color caramelo, la cabeza afeitada y el pecho y los bíceps enormes y macizos. Tenía cara de niño, aún más adorable cuando su temible expresión se vio sustituida por una amplia sonrisa.

Bajó la mano de la oreja y me señaló con un dedo.

— ¿Tú eres Brittany?

Hice un gesto afirmativo.

Echó un brazo atrás y descolgó el cordón de terciopelo que bloqueaba la escalera.

—Sube.

Hubo un clamor de protesta entre los que estaban esperando. Me disculpé con una sonrisa y subí corriendo las escaleras todo lo deprisa que me permitían los tacones. Cuando llegué arriba, un gorila me dejó pasar y me señaló a la izquierda. Vi el rincón que había mencionado Santana, donde se unían dos paredes espejo y la pasarela hacía un giro en forma de ele.

Me abrí camino entre cuerpos que se retorcían, acelerándoseme el pulso a cada paso que daba. Allí arriba la música estaba menos alta y el aire más húmedo. El sudor brillaba en la piel expuesta y la altura daba sensación de peligro, pese a que la barandilla de cristal que rodeaba la pasarela llegaba hasta el hombro. Ya casi había alcanzado la zona de espejos cuando un hombre me agarró por la cintura y, tirando de mí hacia atrás, se me pegó a la espalda meneando las caderas sin parar.

Mirando por encima del hombro, vi al tipo con el que había bailando antes, el que me había llamado guapa. Sonreí y empecé a bailar, cerrando los ojos, dejándome llevar por la música. Cuando comenzó a deslizarme las manos por encima de la cintura, se las cogí y volví a bajárselas hasta las caderas, junto con las mías. Él se rio y bajó las rodillas para alinear su cuerpo con el mío.

Estuvimos así tres canciones, hasta que tuve la íntima convicción de que Santana andaba cerca. Aquella descarga eléctrica me recorrió la piel, acentuando todas las sensaciones. De repente, la música era más alta, la temperatura también, la sensualidad del club más excitante.

Sonreí y abrí los ojos, y la vi que venía hacia mí como una flecha. Me enardecí al instante, y se me hacía la boca agua mientras me comía con los ojos a aquella mujer vestida con un vestido negro muy muy corto y el pelo retirado de aquella cara que quitaba el hipo. Nadie que la viera reconocería en ella a Santana López, la magnate de fama internacional.

Aquella tipa parecía más joven y más ruda, inconfundible sólo porque rezumaba sexualidad por todos los poros de su piel. Me lamí los labios ante la perspectiva, arrimándome al tipo que tenía a mis espaldas, restregando voluptuosamente el culo contra él mientras él seguía meneando las caderas.

Santana iba con las manos apretadas a los lados, en una actitud agresiva y depredadora.

No aminoró el paso cuando se acercó a mí, su cuerpo en rumbo de colisión con el mío.

Salí a su encuentro en el último paso y me arroje a ella. Nuestros cuerpos chocaron; le eché los brazos al cuello y le bajé la cabeza para atraparle la boca en un húmedo y ardiente beso.

Con un gruñido, Santana me abarcó el trasero y me apretó contra ella, despegándome del suelo. Me magullaba los labios con la furia de su pasión, inundándome la boca con unas duras y penetrantes zambullidas de lengua, que me advertían de las violentas sombras de su lujuria.

El tipo con el que había estado bailando surgió detrás de mí, poniéndome las manos en el pelo y los labios en los omóplatos.

Santana se echó para atrás, con una preciosa expresión furibunda en la cara.

— ¡Piérdete!

Miré al chico y me encogí de hombros.

—Gracias por el baile.

—Cuando quieras, hermosa. —Agarró de la cintura a una chica que pasaba por allí y se marchó.

—Cielo. —Con un gruñido, Santana me apretó contra el espejo, clavándome el muslo entre las piernas—. Eres una chica mala.

Con ansia y sin asomo de pudor, cabalgué sobre ella, sofocando un grito al tacto contra mi delicado sexo.

—Sólo para ti.

Me agarró las nalgas desnudas por debajo del vestido, espoleándome. Me mordía la oreja, me rozaban en el cuello mis pendientes chandelier de plata ella respiraba con dificultad, y en su pecho resonaba un murmullo. Olía muy bien, y mi cuerpo respondía, acostumbrado a asociar su aroma con el más desenfrenado y tórrido de los placeres.

Bailamos, apretadísimas, moviendo el cuerpo como si no hubiera ropa entre nosotras. La música retumbaba a nuestro alrededor, dentro de nosotras, y ella movía su increíble cuerpo siguiendo el ritmo, embelesándome. Ya habíamos bailado antes, pero nunca de aquella forma, no con aquellos movimientos sensuales y lascivos. Estaba sorprendida, excitada, más enamorada, si cabía.

Santana me miraba con los párpados caídos, seduciéndome con su avidez y su inhibición.

Estaba perdida en ella, envuelta en ella, arañando por acercarme más.

Me amasaba el pecho a través del fino corpiño negro de mi vestido de tirantes. La tira incorporada que hacía las veces de sujetador no le suponía ningún obstáculo. Acariciaba y luego tiraba de la punta endurecida de mi pezón.

Con un gemido, apoyé la cabeza contra el espejo. Había decenas de personas a nuestro alrededor, pero no me importaba. Sólo quería tener sus manos encima, su cuerpo contra el mío, su aliento en mi piel.

— ¿Quieres? —Preguntó con voz ronca—. ¿Aquí mismo?

Me estremecí ante la idea.

— ¿Lo harías?

—Quieres que lo vean. Quieres que vean cómo follo con mis dedos ese coñito voraz Quieres que demuestre que eres mía. —Me clavó los dientes en el hombro—. Que te lo haga sentir.

—Quiero que demuestres que tú eres mía —le solté, palpando su culo macizo—. Quiero que lo sepa todo el mundo.

Santana encajó un brazo debajo de mi trasero y me levantó, plantando la otra mano contra una especie de almohadilla que había en la pared junto al espejo. Oí un tenue pitido, luego se abrió una puerta en el espejo que tenía a mis espaldas y entramos en una oscuridad casi absoluta. La entrada oculta se cerró detrás de nosotras, amortiguando la música. Estábamos en un despacho, con una mesa, una zona de descanso y una vista de ciento ochenta grados del club a través de un espejo de cristal polarizado.

Me dejó en el suelo y me giró, sujetándome de cara en el lado transparente del cristal. El club se extendía ante mí, y la gente que bailaba en la pasarela estaba a escasos centímetros de distancia. Las manos de Santana ascendieron por la falda hasta el canesú de mi vestido, deslizando los dedos por el escote y retorciéndome un pezón.

Estaba atrapada. Su cuerpazo cubría el mío, me rodeaba con sus brazos, su torso contra mis caderas, con los dientes en mi hombro, inmovilizándome. Le pertenecía.

—Tú dime cuándo es demasiado —susurró, desplazando los dientes hacia el cuello—. Di la contraseña antes de que te asuste.

Me invadía la emoción, una sensación de agradecimiento por aquella mujer que siempre —siempre— pensaba en mí primero.

—Yo te he provocado, así que quiero que me tomes, como una salvaje.

—Estás más que preparada... —ronroneó, metiéndome dos dedos rápidamente y con fuerza—. Estás hecha para follar.

—Hecha para ti —dije con la respiración entrecortada, empañando el cristal con el aliento. Estaba enardecida por ella, el deseo se me derramaba desde dentro, desde un pozo de amor que no podía contener.

— ¿Lo has olvidado esta noche? —Quitó la mano que tenía en mi sexo e, introduciéndola entre las dos—. ¿Cuándo te tocaban otras personas, frotándose contra ti? ¿Te olvidaste de que me perteneces?

—Nunca. Nunca me olvido de ello. —Cerré los ojos ella también estaba preparada. Para mí—. Yo te he llamado. Te deseaba.

Me recorrió la piel con los labios, dejando una estela abrasadora hasta mi boca.

—Entonces, tómame, cielo —dijo, persuasiva, su lengua tocando la mía con juguetonas lameduras—. Méteme dentro de ti.

Hice una pausa, girando la cabeza para apretar mi mejilla contra la suya. Me encantaba que pudiera experimentar aquello con ella, que pudiera estar de aquella manera con ella. Moviendo su mano en círculo, me froté el clítoris, dejándolo resbaladizo con mi excitación.
Santana me apretaba mis pechos hinchados, mulléndolos.

—Vente hacia mí, Britt. Apártate del cristal.

Puse las palmas en el espejo polarizado, y me eché hacia atrás, descansando la cabeza en su hombro.me penetró con tanta fuerza que me levantó en el aire. Me mantuvo así, suspendida en sus brazos inundándome los sentidos con los sonidos de placer que emitía.

Al otro lado del espejo, el club seguía atronando. Me abandoné al perverso e intensísimo placer del sexo aparentemente exhibicionista, una fantasía ilícita que siempre nos volvía locas.

Me retorcí, incapaz de aguantar aquel placer excesivo. Alargué un poco más la mano que tenía entre las piernas y le toque su clictoris y su humedad...

— ¡Oh, Dios! Estás tan mojada ...

—Estoy hecha para follar contigo —susurró, provocándome temblores de placer por todo el cuerpo.

—Hazlo. —Puse las dos manos en el cristal, a punto de estallar—. ¡Ya!

Santana me inclinó hasta los pies, sujetándome mientras me doblaba por la cintura, abriéndome para ella, para que pudiera deslizar sus dedos hasta el fondo. Dejé escapar un tenue y agudo grito.

Me temblaba la vagina, se contraía desesperadamente en torno a sus dedos ella emitió un bronco sonido de placer, saliéndose un poco antes de deslizarse de nuevo lentamente. Una y otra vez sus dedos.

Gemía, clavando los dedos con frenesí, dejando rastros de vapor en el cristal. Era dolorosamente consciente del latido distante de la música y de la multitud de personas que yo veía con la misma claridad que si estuvieran en la habitación con nosotros.

—¡Oh, Dios! —Me retorcí entre sus manos—. Estás tan adentro...

—Britt.

Me folló con fuerza, Temblando, me agarré y abrí las piernas completamente para acoger las implacables acometidas se había abandonado al instinto, al apremiante deseo de aparearse. Dejaba escapar unos gemidos salvajes que me excitaban y lubrificaban de tal manera que mi cuerpo no ofrecía resistencia y daba la bienvenida a su desesperada necesidad.

Fue ruda, lasciva y sexy a más no poder. Arqueó el cuello y musitó mi nombre.
—Córrete para mí —exigí, contrayendo los músculos de la vagina, apretando sus dedos y frotándole el clictoris.

Su cuerpo entero se sacudió con fuerza, se estremeció. Torció la boca en una mueca de agónica dicha, con la mirada perdida ante el clímax inminente.

Santana se corrió con un rugido animal.

Yo la besaba por doquier, mis piernas y brazos aguantando con fuerza.

Se derrumbó sobre mí, pugnando por respirar.

Corriéndose aún.

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Hola Hola FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 1206646864

Aqui un nuevo capitulo TARDE PERO SEGURO jajajajjaja

PD: JODER JAJAJA ME gustaria portarme mal si tuviera una santana que me castigue FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 2414267551 FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 2414267551 ajajajajjaa

Saludos
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Mensaje por lovebrittana95 Sáb Ene 10, 2015 6:38 pm

Hola creo que es la primera vez que comento, pero me he leído todas tus historias y esta la vengo siguiendo desde que la empezaste, me gusta mucho como se va desarrollando la historia, y sobra decir que este cap esto muuuy bueno jaja , espero que sigas actualizando esta historia en verdad.Saludos
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Mensaje por 3:) Sáb Ene 10, 2015 8:44 pm

holap dan,....

estoy con tigo QUIERO QUE SAN ME CASTIGUEEEEEE!!!
son tan Wanky`s cuando están juntas,..

nos vemos!!!
3:)
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Mensaje por Dani(: Mar Ene 13, 2015 8:10 pm

lovebrittana95 escribió:Hola creo que es la primera vez que comento, pero me he leído todas tus historias y esta la vengo siguiendo desde que la empezaste, me gusta mucho como se va desarrollando la historia, y sobra decir que este cap esto muuuy bueno jaja , espero que sigas actualizando esta historia en verdad.Saludos

3:) escribió:holap dan,....

estoy con tigo QUIERO QUE SAN ME CASTIGUEEEEEE!!!
son tan Wanky`s cuando están juntas,..

nos vemos!!!

GRACIAS POR TODAS LAS QUE LEEN
Dani(:
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Mensaje por Dani(: Mar Ene 13, 2015 8:26 pm

Capítulo 10


Lo primero que vi cuando me desperté el domingo por la mañana fue un frasco con una etiqueta como las de antes en la que se leía REMEDIO PARA LA RESACA. Un lazo de rafia adornaba el cuello de dicho frasco y un tapón de corcho mantenía el nauseabundo contenido a buen recaudo. El «remedio» funcionaba, como había comprobado la vez anterior que Santana me había dado aquel mejunje, pero verlo me recordó el mucho alcohol que había consumido la noche anterior.

Apretando los ojos, solté un gruñido y hundí la cabeza en la almohada, deseando volver a dormirme.

La cama se movía. Noté unos labios, cálidos y firmes, recorriéndome la espalda desnuda.
—Buenos días, cielo mío.

—Pareces muy contenta y satisfecha de ti misma—musité.

—Satisfecha de ti, en realidad.
—Maníaca.
—Me refería a tus sugerencias sobre gestión de crisis, pero ni que decir tiene que el sexo fue fenomenal, como siempre. —Deslizó una mano bajo la sabana que tenía enredada en la cintura y me pellizcó el culo.
Levanté la cabeza y me la encontré a mi lado, apoyada contra la cabecera de la cama, con el portátil en el regazo. Estaba para comérsela, como era habitual, con unos pantalones holgados y un top, y se la veía muy tranquila. Seguro que yo no estaba ni de lejos tan atractiva. Había vuelto a casa en la limusina con las chicas y después me reuní con Santana en su apartamento. Casi había amanecido cuando terminé con ella, y estaba tan cansada que caí rendida en la cama con el pelo todavía mojado tras una ducha rápida.
Me produjo una agradable sensación de placer verla allí a mi lado ella había dormido en la habitación de invitados y tenía un despacho donde trabajar. El hecho de que eligiera hacerlo en la cama donde yo había dormido significaba que, sencillamente, quería estar cerca de mí, aun cuando estuviera inconsciente.
Volví la cabeza para mirar el reloj de la mesilla, pero la mirada se me quedó enganchada en la muñeca.
—Santana... —El reloj que me había colocado en el brazo mientras dormía me fascinaba. En aquella pieza de inspiración art déco brillaban cientos de diminutos diamantes. La correa era de un satén crema y la esfera de madreperla llevaba las marcas de Patek Philippe y Tiffany & Co. —. Es precioso.
—Sólo hay veinticinco como ése en el mundo, así que en absoluto es tan único como tú, pero, claro, ¿qué lo es? —Bajó hacia mí la cabeza y sonrió.
—Me encanta. —Me puse de rodillas—. Te quiero.
Dejó el portátil a un lado justo cuando que me puse a horcajadas sobre ella para abrazarla con todas mis fuerzas.
—Gracias —susurré, emocionada por el detalle. Debió de salir a comprarlo mientras yo estaba en casa de mi madre o justo después de marcharme con las chicas.
—Humm. Dime cómo ganarme uno de esos abrazos desnudos todos los días.
—Siendo tú, campeona. —Acerqué mi mejilla a la suya—. Tú eres lo único que necesito.
Me levanté de la cama y me dirigí al baño con la pequeña botella ámbar en la mano. Tragué el contenido con un escalofrío, me cepillé los dientes y el pelo, y me lavé la cara. Me puse una bata y regresé al dormitorio, donde me encontré con que Santana se había ido y dejado el portátil abierto en mitad de la cama.
Pasé por delante de su despacho y vi que estaba de pie, con las piernas separadas y los brazos cruzados, de cara a la ventana. La ciudad se extendía ante ella. No era la vista que tenía desde su despacho en el Lópezfire o en el ático, sino a más corta distancia. Más cercana e inmediata.
—No comparto tu preocupación —dijo enérgicamente dirigiéndose al micrófono del auricular—. Soy consciente del riesgo... No digas más. No hay nada que discutir. Redacta el acuerdo como se especifica.
Reconocí al instante ese acerado tono de voz que adoptaba cuando hablaba de negocios, y no me detuve. Seguía sin saber exactamente qué contenía el frasco, pero imaginaba que eran vitaminas con alguna clase de licor. Una copa más para que se pasara la resaca. Estaba entonándome el estómago, y amodorrándome también, así que fui a la cocina a prepararme un café.
Provista de cafeína, me dejé caer en el sofá y miré a ver si tenía mensajes en el smartphone. Fruncí el ceño cuando vi que tenía tres llamadas perdidas de mi padre, todas ellas antes de las ocho de la mañana en California. Vi que también tenía una docena de llamadas de mi madre, pero no tenía intención de hablar con ella otra vez hasta el lunes, como muy pronto. Y había un mensaje de texto de Rachel en el que gritaba: « ¡LLÁMAME!».
Llamé a mi padre primero, procurando tomar un trago de café antes de que respondiera.
—Britt.
La angustia con la que mi padre pronunció mi nombre me dijo que algo iba mal. Me senté más derecha.
—Papá... ¿va todo bien?
— ¿Por qué no me contaste lo de Nathan Barker? —Su voz era áspera y llena de aflicción. Se me puso la piel de gallina.
¡Joder! Se había enterado. Me temblaba tanto la mano que se me derramó el café caliente en la mano y el muslo. Me había asustado tanto la angustia de mi padre que ni siquiera lo noté.
—Papá, yo...
—No puedo creer que no me lo dijeras. Ni Monica. Dios mío... Ella tendría que haberme dicho algo. Tú deberías habérmelo dicho. —Su respiración era trémula—. ¡Tenía derecho a saberlo!
La pena me caló hasta lo más hondo. Parecía que mi padre —un hombre cuyo autodominio era comparable al de Santana— estaba llorando.
Dejé la taza encima de la mesa de centro, respirando de manera acelerada y superficial. Los antecedentes juveniles de Nathan habían salido a la luz a raíz de su muerte, exponiendo el horror de mi pasado a cualquiera que tuviera el conocimiento y los medios para buscarlo. Mi padre, que era policía, contaba con esos medios.
—No podrías haber hecho nada —le dije, anonadada, pero procurando mantener la compostura por su bien. Oí en mi smartphone el pitido de una llamada, pero hice caso omiso—. Ni antes ni después.
—Podría haber estado contigo. Podría haber cuidado de ti.
—Y lo hiciste, papá. Conocer al doctor Travis me cambió la vida. Realmente no empecé a enfrentarme a nada hasta ese momento. No te imaginas lo mucho que me ayudó.
Gruñó, y fue un tenue sonido de pesadumbre.
—Debería haber luchado contra tu madre por ti. Tendrías que haber estado conmigo.
—Oh, Dios. —Sentí una punzada en el estómago—. No puedes culpar a mamá. Durante mucho tiempo ella no supo lo que sucedía. Y cuando se enteró, hizo todo...
— ¡A mí no me lo dijo! —Gritó, haciéndome dar un respingo—. ¡Tendría que habérmelo dicho, joder! ¿Y cómo podía ella no saberlo? Tuvo que haber señales... ¿Cómo pudo no verlas? ¡Jesús! Las vi yo cuando viniste a California.
Sollozaba, incapaz de contener la angustia.
—Le supliqué que no te lo dijera. Se lo hice prometer.
—No eras tú quien debía tomar esa decisión, Britt Eras una niña. Ella tendría que haberse dado cuenta.
— ¡Lo siento! —Lloré. El insistente e incesante pitido de una llamada en espera me estaba poniendo nerviosa—. Lo siento mucho. No quería que Nathan hiciera daño a ninguna persona más de las que yo amaba.
—Voy a ir a verte —dijo, con repentina tranquilidad—. Voy a coger el primer vuelo que haya. Te llamaré cuando llegue.
—Papá...
—Te quiero, cariño. Lo eres todo para mí.
Colgó. Hecha polvo, me quedé allí sentada completamente aturdida. Sabía que el conocimiento de lo que me habían hecho sería un tormento para mi padre, pero no sabía cómo luchar contra esa oscuridad.
Mi teléfono empezó a vibrarme en la mano y me quedé mirando la pantalla, viendo el nombre de mi madre e incapaz de decidir qué hacer.
Vacilante, me levanté y lo dejé en la mesita como si me quemara. No podía hablar con ella. No quería hablar con nadie. Sólo quería a Santana.
Fui a trompicones por el pasillo, rozando la pared con el hombro. Oí la voz de Santana al acercarme a su despacho, aceleré el paso, las lágrimas se me agolpaban en los ojos.
—Te agradezco que pienses en mí, pero no —dijo con una voz tenue y firme que era diferente de la que le había oído poco antes. Era amable, más íntima—. Claro que somos amigas. Tú sabes por qué... no puedo darte lo que quieres de mí.
Llegué a su despacho y le vi a su mesa, con la cabeza baja mientras escuchaba.
—Vale ya —dijo, gélidamente—. Por ahí, no, Emily.
—Santana —susurré, aferrándome a la jamba de la puerta con todas mis fuerzas.
Ella levantó la vista, se irguió bruscamente y se levantó como movido por un resorte. Su expresión ceñuda desapareció.
—Tengo que dejarte —dijo, quitándose el auricular de la oreja y dejándolo en la mesa al rodearla—. ¿Qué pasa? ¿Estás enferma?
Me cogió cuando me precipité en sus brazos. La necesitaba, y me inundó una sensación de alivio cuando me acercó a ella y me abrazó estrechamente.
—Mi padre se ha enterado. —Apreté la cara contra sus pechos, con ecos del dolor de mi padre en la cabeza—. Lo sabe.
Santana me mecía en sus brazos. Su teléfono empezó a sonar. Farfullando exabruptos, salió de la habitación.
En el pasillo, oí el traqueteo de mi teléfono encima de la mesa de centro. El irritante sonido de dos teléfonos sonando a la vez incrementó mi angustia.
—Dime si tienes que atender esa llamada —dijo Santana.
—Es mi madre. Seguro que mi padre ya la ha llamado, y está tan enfadado... Dios mío, Santana. Está desolado.
—Entiendo cómo se siente.
Me llevó a la habitación de invitados y cerró la puerta tras ella de una patada. Acostándome en la cama, cogió el mando a distancia de encima de la mesilla y encendió el televisor, bajando el volumen a un nivel que impedía que se oyera cualquier otro sonido excepto mis sollozos. Luego se tumbó a mi lado y me abrazó, pasándome las manos por la espalda una y otra vez. Lloré hasta que me dolieron los ojos y no me quedó nada.
—Dime qué puedo hacer —dijo cuándo me serené—Va a venir. A Nueva York. —Se me hizo un nudo en el estómago ante la idea—. Creo que va a intentar coger un avión hoy mismo.
—Cuando lo sepas, iré contigo a buscarle.
—No puedes.
— ¡Y una mierda no puedo! —exclamó sin vehemencia.
Le ofrecí la boca y suspiré cuando me besó.
—Debo ir sola. Está herido. No querrá que nadie más le vea en ese estado.
Santana asintió.
—Llévate mi coche.
— ¿Cuál de ellos?
—El DB9 de tu nueva vecina.
— ¿Eh?
Se encogió de hombros.
—Lo reconocerás cuando lo veas.
No lo dudaba. Fuera el que fuese, el coche sería elegante, rápido y peligroso... como su dueña.
—Tengo miedo —murmuré, entrelazando aún más mis piernas con las suyas. Era tan fuerte y Suave... Quería aferrarme a ella y no soltarme nunca.
Me pasó los dedos por el pelo.
— ¿De qué?
—Las cosas ya están bastante jodidas entre mi madre y yo. Si mis padres se pelean, no quiero que me pillen en el medio. Sé que no lo llevarían bien, en especial mi madre. Están locamente enamorados el uno del otro.
—No me había dado cuenta.
—No los has visto juntos. Saltan chispas —expliqué, recordando que Santana y yo nos habíamos separado cuando me enteré de que la química entre mis padres seguía al rojo vivo—. Y mi padre me confesó que aún estaba enamorado de ella. Me entristece pensarlo.
— ¿Porque no están juntos?
—Sí, pero no porque yo quiera tener una gran familia feliz —aclaré—. Simplemente me disgusta la idea de pasar la vida sin la persona de la que estás enamorado. Cuando te perdí...
—Nunca me perdiste.
—Fue como si una parte de mí hubiera muerto. Vivir toda una vida así...
—Sería un infierno. —Santana me pasó las yemas de los dedos por la mejilla y vi la desolación en sus ojos, el persistente espectro de Nathan obsesionándole—. Deja que yo me encargue de Monica.
La miré con perplejidad.
— ¿Cómo vas a hacerlo?
Frunció los labios a un lado.
—La llamaré y le preguntaré cómo lo estás llevando todo y qué tal te va. Empezaré el proceso de acercamiento a ti, públicamente.
—Sabe que te lo he contado todo. Puede que se venga abajo contigo.
—Mejor conmigo que contigo.
Eso fue casi suficiente para hacerme sonreír.
—Gracias.
—La distraeré y le haré pensar en otra cosa. —Me alcanzó la mano y tocó el anillo.
Campanas de boda. No lo dijo, pero entendí el mensaje. Y, efectivamente, eso es lo que mi madre pensaría. Una persona de la posición de Santana no volvía con una mujer valiéndose de la madre —en particular de una como Monica Stanton— a menos que sus «intenciones» fueran serias.
Ése era un asunto que abordaríamos otro día.
Durante la hora siguiente, Santana fingió estar a otra cosa; pero, en realidad, no se apartaba de mí y me seguía de una habitación a otra con cualquier pretexto. Cuando me sonó el estómago, me llevó a la cocina inmediatamente y preparó un plato de sándwiches, patatas fritas y una ensalada de macarrones.
Comimos en la isla de cocina, y dejé que el consuelo de la atención que me prodigaba me calmara los nervios. Por muy complicadas que estuvieran las cosas, podía apoyarme en ella. Eso hacía que muchos de los problemas a los que nos enfrentábamos parecieran superables.
¿Qué no podríamos conseguir estando juntas?
— ¿Qué quería Emily? —pregunté—. Además de a ti.
Se le endureció la expresión.
—No quiero hablar de Emily.
Lo dijo con un tono que me inquietó.
— ¿Va todo bien?
— ¿Qué acabo de decir?
—Algo poco convincente que prefiero pasar por alto.
Emitió un sonido de exasperación, pero se aplacó.
—Está disgustada.
— ¿Gritando de disgusto o llorando de disgusto?
— ¿Acaso importa?
—Sí. Hay una diferencia entre estar cabreada con una tía y estar hecha un mar de lágrimas por ella. Por ejemplo: Deanna está cabreada y puede planear tu destrucción; yo no paraba de llorar y apenas podía levantarme de la cama todos los días.
— ¡Dios, Brittany! —Puso una mano encima de la mía—. Lo siento.
—Déjate de disculpas. Ya harás las paces conmigo cuando tengas que vértelas con mi madre. Entonces, ¿Emily está enfadada o llorosa?
—Estaba llorando. —Santana hizo una mueca de dolor—. ¡Dios!, ha perdido los papeles.
—Siento mucho que te tengas que pasar por eso, pero no dejes que te haga sentir culpable.
—La utilicé —dijo en un susurro—, para protegerte a ti.
Dejé mi sándwich en el plato y la miré aguzando los ojos.
— ¿Le dijiste que lo único que podías ofrecerle era tu amistad o no?
—Sabes que sí. Pero también alenté la impresión de que podía haber algo más, por la prensa y la policía. No fui muy clara. De eso es de lo que me siento culpable.
—Bueno, vamos a ver. Esa bruja quiso hacerme creer que te la habías tirado —levanté dos dedos— dos veces. Y la primera vez que lo hizo, me dolió tanto que aún no me he recuperado. Además, está casada, ¡por el amor de Dios! No tiene por qué andar seduciendo a mi mujer cuando ella tiene esposo.
—Volviendo a lo de que me la tiraba. ¿De qué hablas?
Le expliqué los incidentes: el desastre del carmín en el puño y mi visita de improviso al apartamento de Emily, cuando actuó como si acabara de follar con ella.
—Bueno, eso cambia mucho las cosas —dijo—. Ya no tenemos nada más que decirnos.
—Gracias.
Alargó una mano para remeterme el pelo detrás de la oreja.
—Al final saldremos de todo esto.
— ¿Qué haremos entonces? —musité.
—Seguro que se me ocurre algo.
—Sexo, ¿verdad? —Meneé la cabeza—. He creado un monstruo.
—No te olvides del trabajo... juntas.
—Oh, Dios mío. Nunca te das por vencida.
Masticó una patata frita y tragó.
—Me gustaría que echaras un vistazo a las webs renovadas de Lópezroad y López Industries cuando terminemos de almorzar.
Me limpié los labios con una servilleta.
— ¿En serio? Eso sí que ha sido rápido. Estoy impresionada.
—Tú espera a verlas antes de formarte una opinión.
Santana me conocía bien. El trabajo era para mí una válvula de escape y ella me puso a ello. Me colocó con su portátil en el salón, se encargó de que mi teléfono dejara de sonar y se fue a su despacho para llamar a mi madre.
Durante los primeros minutos después de que me dejara sola, oí el tenue murmullo de su voz y traté de concentrarme en las páginas web que me había puesto delante, pero era inútil. Me resultaba muy difícil concentrarme, y terminé llamando a Rachel.
— ¿Dónde coños estás? —ladró a modo de saludo.
—Ya sé que es una locura —me apresuré a decir, convencida de que tanto mi madre como mi padre me habrían llamado al apartamento que compartía con Rachel al no contestar al smartphone—. Lo siento.
Por el sonido de fondo imaginé que Rachel se encontraba en la calle.
— ¿Te importaría decirme qué está ocurriendo? Me está llamando todo el mundo: tus padres, Stanton, Clancy... Todos te están buscando y tú no respondes al móvil. Me estoy poniendo histérica pensando qué te habrá pasado.
Mierda. Cerré los ojos.
—Mi padre se ha enterado de lo de Nathan.
Se quedó callada, el ruido distante del tráfico y los cláxones era la única indicación de que ella seguía al teléfono.
— ¡La hostia! Nena, ¡qué putada!
Se me puso tal nudo en la garganta al oír la compasión que se reflejaba en su voz que no podía hablar. No quería llorar más.
De repente el ruido de fondo se amortiguó, como si hubiera entrado en algún lugar tranquilo.
— ¿Cómo está? —preguntó Rachel.
—Destrozado. Rach, fue horrible. Creo que lloraba, y estaba furioso con mamá. Probablemente por eso ha estado llamando tanto.
— ¿Qué va a hacer?
—Va a venir a Nueva York. No sé cuándo, pero me ha dicho que me llamaría en cuanto llegara.
— ¿Está de camino ya? ¿Hoy?
—Eso creo —respondí apenada—. No sé cómo se las está arreglando para conseguir días libres en el trabajo otra vez tan pronto.
—Prepararé la habitación de los invitados en cuanto llegue a casa, si no lo has hecho tú ya.
—Yo me encargo. ¿Dónde estás?
—He quedado con Quinn para comer e ir al cine. Tengo que salir un poco.
—Siento mucho que te haya tocado atender mis llamadas.
—Da igual —respondió, restando importancia al asunto, como era habitual en Rachel—. Estaba más preocupada que otra cosa. No has parado mucho en casa últimamente. No sé a qué te dedicas o a quién te dedicas. Estás muy rara.
El tono de acusación que delataba su voz aumentó mi remordimiento, pero no podía decirle nada.
—Lo siento.
Se quedó como esperando una explicación, luego dijo en voz baja.
—Estaré en casa dentro de un par de horas.
—De acuerdo. Hasta luego.
Colgué, y entonces llamó mi padrastro.
—Brittany.
—Hola, Richard. —Fui derecha al grano—. ¿Ha llamado mi padre a mi madre?
—Un momento. —Hubo un momento de silencio al teléfono, luego oí que se cerraba una puerta—. Sí, ha llamado. Fue... muy desagradable para tu madre. Este fin de semana ha sido muy difícil para ella. No está bien, y me preocupa.
—Esto es duro para todos —dije—. Quería que supieras que mi padre viene a Nueva York y querré pasar unos días tranquila con él.
—Tienes que decirle a Victor que sea un poco más comprensivo con lo que ha pasado tu madre. Estaba sola, con una criatura traumatizada.
—Y tú has de comprender que tenemos que darle un tiempo para que lo asimile —repliqué, en un tono más áspero de lo que pretendía, pero que reflejaba mis sentimientos. Iban a obligarme a que tomara partido entre mis padres—. Y me gustaría que te encargaras de que mi madre dejara de llamarnos a mí y a Rachel constantemente. Habla con el doctor Petersen si es necesario —sugerí, refiriéndome al terapeuta de mi madre.
—Monica está al teléfono ahora. Cuando esté libre, se lo comentaré.
—No se lo comentes sin más. Haz algo al respecto. Esconde los teléfonos en alguna parte si hace falta.
—Eso es exagerado e innecesario.
—No si no deja de hacerlo. —Tamborileaba sobre la mesa de centro—. Tú y yo somos culpables de andar siempre arropando a mamá (¡Oh, no, no vamos a disgustar a Monica!), porque preferimos darnos por vencidos antes que lidiar con sus crisis nerviosas. Pero eso se llama chantaje emocional, Richard, y ya estoy harta de pagar.

Se quedó callado.

—Ahora estás sometida a mucha tensión. Y...

— ¿Tú crees? —Por dentro estaba pegando gritos—. Dile a mamá que la quiero y que la llamaré cuando pueda, que no será hoy.

—Puedes llamarnos a Clancy y a mí si necesitas algo —dijo con frialdad.

—Gracias, Richard. Te lo agradezco.

Colgué y tuve que contenerme para no lanzar el teléfono contra la pared.
Había conseguido calmarme un poco y revisar la web de Lópezroads antes de que Santana saliera de su despacho. Parecía hecha polvo y un poco aturdida, lo cual no era de extrañar, dadas las circunstancias. Tratar con mi madre cuando estaba disgustada era un reto para cualquiera, y Santana no podía recurrir a la experiencia.

—Ya te lo advertí —dije.

Levantó los brazos por encima de la cabeza y se estiró.

—Se recuperará. Creo que es más fuerte de lo que aparenta.

—Se pondría loca de contenta al oírte, ¿verdad?

Santana sonrió.

Yo puse los ojos en blanco.

—Cree que me hace falta una mujer rica que cuide de mí y me proteja.

—Ya la tienes.

—Voy a dar por hecho que no lo has dicho en plan troglodita. —Me levanté—. Tengo que irme y prepararlo todo para la visita de mi padre. Tendré que quedarme en casa por la noche mientras esté él aquí, y quizá no sea buena idea que te cueles a hurtadillas en mi apartamento. Como te tome por una ladrona, vas apañada.

—Y una falta de respeto, también. Aprovecharé para dejarme ver por el ático.

—Entonces quedamos en eso. —Me froté la cara antes de contemplar mi nuevo reloj—. Al menos tendré una forma bonita de contar los minutos hasta que volvamos a estar juntas.
Se acercó a mí y me cogió por la nuca. Con el pulgar empezó a trazar incitantes círculos.
—Necesito saber que estás bien.

Asentí.

—Estoy cansada de que Nathan me dirija la vida. Me he propuesto empezar de nuevo.
Imaginé un futuro en el que mi madre no me acosara, a mi padre volvieran a irle bien las cosas, Rachel fuera feliz, Emily estuviera en un país lejano y Santana y yo pudiéramos olvidarnos de nuestros pasados.

Y por fin estaba lista para luchar por ese futuro.
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Activo Re: FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17 7/6/15)

Mensaje por 3:) Mar Ene 13, 2015 9:27 pm

holap dani,...

amo como es san con britt,...
a britt de cierta manera se la complica que el pasado se quede donde esta,...
a ver como va la visita del papa de britt y todo el royo!!!!

nos vemos!!!
3:)
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Activo Re: FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17 7/6/15)

Mensaje por monica.santander Sáb Ene 17, 2015 5:06 pm

Hola se me habia escapado este capitulo!!!
Espero que puedas volver pronto!!
Saludos
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Activo Re: FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17 7/6/15)

Mensaje por Dani(: Lun Feb 02, 2015 11:43 pm

3:) escribió:holap dani,...

amo como es san con britt,...
a britt de cierta manera se la complica que el pasado se quede donde esta,...
a ver como va la visita del papa de britt y todo el royo!!!!

nos vemos!!!

Hola Hola!

san es toda! y asi es ! ya aqui esta FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 1206646864

monica.santander escribió:Hola se me habia escapado este capitulo!!!
Espero que puedas volver pronto!!
Saludos

Hola Hola!

aqui estoy :)

Saludos FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 1206646864
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Activo Re: FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17 7/6/15)

Mensaje por Dani(: Lun Feb 02, 2015 11:50 pm

Capítulo 11


Lunes por la mañana. Hora de ir al trabajo. No sabía nada de mi padre, así que me preparé para salir. Estaba revolviendo en el vestidor cuando llamaron a la puerta del dormitorio.

—Adelante —grité.

Un minuto después oí a Rachel, gritando a su vez:

— ¿Dónde demonios estás?

—Aquí dentro.

Su sombra oscureció la entrada.

— ¿Sabes algo de tu padre?

Dirigí la vista hacia ella.

—Todavía no. Le he mandado un mensaje pero no me ha respondido.

—O sea, que aún está en el avión.

—O ha perdido algún enlace, ¿quién sabe?

Yo miraba la ropa con el ceño fruncido.

—Toma —entró, me rodeó y sacó del estante de abajo unos pantalones palazzo de lino y una blusa negra de encaje con manga japonesa.

—Gracias. —Y, como estaba muy cerca, le di un abrazo.

Ella me lo devolvió tan fuerte que me dejó sin aire. Sorprendida por tanta efusión, permanecí un buen rato abarcándola con los brazos y la mejilla apoyada en su pecho, a la altura del corazón.

Era la primera vez en varios días que se ponía vaqueros y camiseta y, como siempre, conseguía que pareciera un atuendo caro y llamaba la atención.

— ¿Va todo bien? —le pregunté.

—Te echo de menos, nena —susurró con la boca en mi pelo.

—Es que no quería que te cansaras de mí. —Intenté que sonara a broma, pero su tono me había inquietado; le faltaba la jovialidad a la que me tenía acostumbrada—. Voy a coger un taxi para ir al trabajo, así que me queda un poco de tiempo. ¿Tomamos un café?

—Sí. —Se echó hacia atrás y sonrió. Se le veía guapísima y juvenil. Me tomó de la mano para salir del vestidor. Tiré las prendas sobre un sillón de camino a la cocina.

— ¿Vas a salir? —le pregunté.

—Hoy tengo una sesión de fotos.

— ¡Vaya!, ¡qué buena noticia! —Me acerqué a la cafetera mientras ella sacaba del frigorífico una mezcla de nata y leche—. Parece que tenemos otra razón para buscar una botella de vino Cristal.

—De ningún modo —bufó—. No, con todo lo que está pasando con tu padre.

— ¿Y qué vamos a hacer? ¿Sentarnos y mirarnos el uno al otro? No hay otra cosa. Nathan está muerto y, aunque no lo estuviera, lo que me hizo pasó hace mucho tiempo. —Empujé hacia ella una taza humeante y llené otra—. Estoy lista para echar su recuerdo a un hoyo oscuro y frío y olvidarme de él.

—Pasó para ti. —Puso crema en mi café y volvió a su sitio—. Pero todavía es una novedad para tu padre. Seguro que quiere hablar de ello contigo.

—No voy a hablar de ello con mi padre. No voy a hablar de ello nunca.

—Puede que él no esté de acuerdo con eso.

Me giré para mirarla, apoyada en la encimera con la taza entre las manos.

—Lo único que necesita es ver que todo marcha perfectamente. No se trata de él, sino de mí, y estoy sobreviviendo. Bastante bien, creo yo.

Rachel removió el café, pensativa.

—Pues sí —dijo un poco después—. ¿Vas a contarle lo de tu novia misteriosa?

—No es misteriosa. Simplemente, no puedo hablar de ella, y eso no tiene nada que ver con nuestra amistad. Confío en ti y te quiero igual que siempre.

Por encima del borde de la taza, sus ojos mostraban recelo.

—Pues no lo parece.

—Eres mi mejor amiga. Cuando sea viejecita y tenga el pelo gris, tú seguirás siendo mi mejor amiga. Y ni que decir tiene que la mujer con la que estoy saliendo no va a cambiar eso.

— ¿Y esperas que no me dé la sensación de que te falta confianza en mí? ¿Qué pasa con esa tipa para que no puedas decirme ni siquiera su nombre o alguna otra cosa?
Suspiré y le dije una verdad a medias.

—No sé cómo se llama.

Rachel se quedó quieta y me miró fijamente.

—Me tomas el pelo.

—Nunca se lo he preguntado. —Respuesta evasiva donde las hubiera, era como para cuestionarla. Rachel me dirigió una larga mirada.

— ¿Y se supone que no tengo que preocuparme?

—Pues no. Yo me siento a gusto con la situación tal como está. Ambas tenemos lo que necesitamos y ella me cuida.

Se quedó observándome.

— ¿Qué le dices mientras te corres? Algo tienes que gritar si es buena en la cama, y supongo que lo será ya que resulta evidente que no os conocéis por hablar mucho, precisamente.

—Bueno... —aquello me pilló de sorpresa—, creo que sólo digo: « ¡Ay, Dios mío!».

Se echó a reír, con la cabeza hacia atrás.

—Y tú, ¿cómo te las arreglas para compatibilizar dos relaciones? —le pregunté.

—Lo hago bien. —Se metió una mano en bolsillo y empezó a balancearse sobre los talones—. Me parece que Q y Finn están tan cerca de la monogamia como yo. En lo que a mí respecta, funciona.

Yo encontraba fascinante aquella componenda.

— ¿No te preocupa equivocarte de nombre cuando te corres?

Le brillaron los ojos.

—No. Siempre los llamo baby.

Sacudí la cabeza Rachel era incorregible.

— ¿Vas a hacer que se conozcan?

Se encogió de hombros.

—No me parece la mejor idea.

— ¿No?

—Quinn es un bicho en el mejor de los casos y Finn un buen tipo. En mi opinión, no resulta una combinación apropiada.

—Una vez me dijiste que Quinn no te gustaba mucho. ¿Has cambiado en ese sentido?

—Ella es como es —se limitó a decir— y yo la acepto así.

Yo la miraba sin pestañear.

—Britt, Quinn me necesita —dijo suavemente— Finn me desea y creo que también me quiere, pero no me necesita.

Eso sí que lo comprendía bien. A veces es muy agradable que te necesiten.

—Entiendo.

— ¿Quién dice que sólo hay una persona en el mundo que pueda dárnoslo todo? —gruñó—. No me trago yo eso. Fíjate en ti y tu novia sin nombre.

—Puede que un revoltijo resulte bien con gente que no sea celosa. Conmigo no funcionaría.

—Ya. —Rachel levantó su taza y yo le di un golpecito con la mía.

—Entonces ¿vino Cristal y...?

—Mmm... —Frunció la boca—..., ¿tapas?

Parpadeé por la sorpresa.

— ¿Quieres llevar a mi padre por ahí?

— ¿Te parece mala idea?

—Es una idea estupenda, si conseguimos que él esté de acuerdo. —Le sonreí—. Eres genial, Rachel.

Ella me hizo un guiño y yo me sentí un poco más tranquila.

Todo en mi vida parecía estar alterado, especialmente mi relación con las personas a las que más quería. Me resultaba difícil resolverlo porque yo contaba con ellas para mantener la estabilidad. Pero quizás cuando todo se calmara, me sentiría más fuerte, capaz de sostenerme por mí misma. Si el efecto era ése, valdrían la pena la confusión y el dolor.
— ¿Quieres que te arregle el pelo?

—Sí, gracias.

Cuando llegué al trabajo me disgustó encontrarme a Megumi tan triste. Me saludó con un gesto indolente con la mano a la vez que presionaba el botón para abrirme la puerta y luego se dejó caer contra el respaldo de la silla.

—Chica, tienes que librarte de ella —le dije—; las cosas no funcionan bien.

—Ya lo sé —se echó hacia atrás el largo flequillo de su melena asimétrica—. Voy a romper con ella la próxima vez que la vea. No tengo noticias suyas desde el viernes y me estoy volviendo loca pensando si ligaría con alguien mientras andaba de bar en bar en plan soltera.

— ¡Agg!

—Lo sé, ¿vale? No es muy sensato andar preocupándose de si la mujer con quien te acuestas está tirándose a alguien más por ahí.

No pude evitar acordarme de la conversación que había tenido con Rachel un poco antes.

—Ben y Jerry’s y yo estamos sólo a un telefonazo de ti. Grita si nos necesitas.

— ¿Es ése tu secreto? —se rio brevemente—. ¿Qué te ha hecho olvidar a Santana López?

—No la he olvidado —reconocí.

Ella asintió con solemnidad.

—Lo sabía. Pero tú te lo pasaste muy bien el sábado, ¿no? Y ella es idiota, por cierto. Un día va a darse cuenta y volverá arrastrándose.

—Llamó a mi madre el fin de semana —le dije, inclinándome sobre la mesa y bajando la voz— preguntando por mí.

— ¡Vaya! —Megumi se inclinó hacia delante también—. ¿Y qué le dijo?

—No sé los detalles.

— ¿Volverías con ella?

Me encogí de hombros.

—No sé. Depende de lo bien que se arrastre.

—Desde luego. —Chocamos las palmas en alto—. A propósito, tienes muy bien el pelo.

Le di las gracias y me dirigí a mi cubículo, preparando mentalmente la solicitud de permiso para salir si mi padre llamaba. Apenas había doblado la esquina del extremo del corredor cuando salió Kurt de su despacho con una sonrisa de oreja a oreja.

— ¡Ay, Dios! —Me paré a medio camino—. Pareces locamente feliz. A ver si lo adivino: te has comprometido.

— ¡Efectivamente!

— ¡Guay! —Dejé en el suelo el bolso de mano y la bolsa de plástico y me puse a aplaudir—. ¡Me hace tanta ilusión por ti! Felicidades.

Se agachó y recogió mis cosas.

—Ven a mi despacho.

Me hizo un gesto para que pasara antes que él y después cerró la puerta de cristal.

— ¿Fue difícil? —le pregunté y tomé asiento delante de su mesa.

—Lo más difícil que he hecho en mi vida. —Kurt me entregó mis cosas, se hundió en la silla y empezó a balancearse de adelante atrás—. Y Blaine me dejó sufrir un buen rato, ¿puedes creerlo? Sabía de antemano que iba a pedirle que se casara conmigo. Dijo que se adivinaba por lo nervioso que estaba yo.

Sonreí.

—Te conoce muy bien.

—Y tardó un minuto o dos en contestarme, pero créeme si te digo que me parecieron horas.

—Apuesto a que sí. Entonces, ¿toda su retórica anti matrimonio era sólo una fachada?
Asintió con la cabeza, aún sonriente.

—Le había herido en su orgullo que yo se lo quitara de la cabeza anteriormente y quería vengarse un poquito. Me dijo que siempre había sabido que al final yo entraría en razón. Y, cuando por fin me decidí, él hizo que me costara lo mío.

Me daba la impresión de estar oyendo a Blaine, tan festivo y sociable.

— ¿Y dónde te declaraste?

Se echó a reír.

—No pude hacerlo en ningún sitio con el ambiente adecuado, como un restaurante iluminado con velas o un local acogedor, con poca luz, después de un espectáculo. No, tuve que esperar hasta que la limusina nos dejó en casa de noche y estábamos parados en la puerta y yo iba a perder la oportunidad, así que se lo solté allí mismo, en la calle.
—Me parece muy romántico.

—Y a mí me parece que la romántica eres tú —me respondió.

— ¿A quién le importan el vino y las rosas? Cualquiera puede hacerlo así. Expresarle a alguien que no puedes vivir sin él, eso sí que es romanticismo.

—Como de costumbre, tienes razón.

Me soplé las uñas y las froté contra la blusa.

— ¿Qué puedo yo decir?

—Voy a dejar que Blaine te cuente todos los detalles durante la comida del miércoles. Lo ha descrito tantas veces ya que te lo recitará de memoria.

—Tengo muchas ganas de verle. —Por muy entusiasmado que estuviera Kurt, estaba segura de que Blaine daría saltos de alegría. —. Estoy contentísima por los dos.

—Steven va a engancharte para que ayudes a Shawna con los preparativos, ya sabes. —Se sentó y apoyó los codos en la mesa—. Además, su hermana está reclutando a todas las mujeres que conocemos. Estoy seguro de que todo esto a va ser una locura desmesurada.
— ¡Qué divertido!

—Eso dices ahora —me advirtió, con ojos risueños—. Vamos a coger un café y empezamos el trabajo de esta semana, ¿te parece?

Me levanté.

—Mmm... Me fastidia pedirte esto, pero mi padre tiene que venir aquí esta semana en un viaje urgente. No estoy segura de cuándo va a llegar; podría ser hoy mismo. Tendré que recogerle y dejarle acomodado.

— ¿Necesitas algún tiempo de permiso?

—Sólo para instalarle en el apartamento. Unas horas, como mucho.

Kurt movió la cabeza en sentido afirmativo.

—Has dicho «viaje urgente». ¿Va todo bien?

—Irá bien.

—Vale, no hay ningún problema por mi parte para que te tomes el tiempo que necesites.

—Gracias.

Mientras dejaba mis cosas en la mesa, pensé por enésima vez en lo mucho que me gustaban mi trabajo y mis jefes. Comprendía que Santana quisiera tenerme más cerca y valoraba la idea de construir algo en común, pero mi empleo me enriquecía como persona. No quería dejar aquello ni terminar guardándole rencor a ella si seguía presionándome para que renunciara. Tendría que ocurrírseme algún argumento que Santana pudiera aceptar.

Empecé a pensar en ello mientras Kurt y yo nos dirigíamos a la sala de descanso.

Aunque Megumi no había roto con su novia todavía, me la llevé a comer a un deli donde tenían unos wraps exquisitos y había un surtido bastante bueno de postres Ben & Jerry. Yo elegí un Chunky Monkey y ella un Cherry Garcia. Ambas disfrutamos de aquel fresco placer en medio de un día caluroso.

Estábamos sentadas al fondo, en una mesita metálica, con la bandeja de la comida —los restos— entre las dos. El deli no estaba tan abarrotado a mediodía como los otros restaurantes convencionales de la zona, lo cual era conveniente para nosotras. Podíamos charlar sin tener que levantar la voz.

—Kurt está en el séptimo cielo —dijo Megumi, lamiendo la cuchara. Llevaba puesto un vestido verde lima que le iba muy bien con el pelo oscuro y el tono pálido de la piel.
Siempre se vestía con colores y estilos atrevidos. Yo envidiaba su habilidad para hacerlo tan bien.

—Ya —sonreí—. Es estupendo ver a alguien tan feliz.

—Felicidad libre de culpa. No como este helado.

— ¿Y qué supone un poquito de culpa de vez en cuando?

— ¿Un culo gordo?

Yo refunfuñé.

—Gracias por recordarme que tengo que ir al gimnasio hoy. Llevo varios días sin hacer ejercicio.

A menos que se tenga en cuenta la gimnasia de cama...

— ¿Cómo consigues estar motivada? —me peguntó—. Yo sé que debería ir, pero siempre encuentro algún pretexto para no hacerlo.

— ¿Y, aun así, tienes esa increíble figura? —Moví la cabeza de lado a lado—. ¡Qué rabia me da!

Ella hizo una mueca con los labios.

— ¿Adónde vas a entrenarte?

—Alterno un gimnasio normal con uno de Krav Maga que hay en Brooklyn.

— ¿Vas antes o después del trabajo?

—Después. No soy madrugadora. Me encanta dormir.

— ¿Te importaría que te acompañase alguna vez? No sé si al de Krav ese o como se llame, pero sí al gimnasio.

Tragué un poco de chocolate, y estaba a punto de contestar cuando oí que sonaba un teléfono.

— ¿Vas a contestar? —preguntó Megumi, y me hizo caer en la cuenta de que era el mío.
Se trataba del móvil de prepago, por eso no lo había reconocido.

Lo saqué a toda prisa y respondí casi sin aliento.

— ¿Sí?

—Cielo.

Durante unos segundos saboreé la voz ronca de Santana.

— ¡Hola!, ¿qué hay?

—Mis abogados acaban de notificarme que quizás la policía tenga un sospechoso.

— ¿Qué? —Se me paró el corazón y la comida se me revolvió toda en el estómago— ¡Oh, Dios mío!

—No soy yo.

No me acuerdo de mi vuelta a la oficina. Cuando Megumi quiso saber el nombre del gimnasio tuvo que preguntármelo dos veces. El miedo que sentía no tenía nada que ver con ningún otro sufrimiento anterior. Era mucho peor cuando lo sentías por alguien a quien amabas.

¿Cómo podía la policía sospechar de otra persona?

Tenía la horrible sensación de que sólo estaban intentando alterar a Santana. Alterarme a mí.

Si ése era su objetivo, estaban consiguiéndolo, por lo menos conmigo. A Santana se le oía tranquila y serena durante nuestra breve conversación. Me había dicho que no me inquietara, que ella sólo quería advertirme de que tal vez vinieran a hacerme más preguntas. O tal vez no.

¡Dios! Me dirigí lentamente hacia mi mesa, con los nervios deshechos. Era como si me hubiera tomado de un trago todo el café de una cafetera. Me temblaban las manos y el corazón me latía demasiado deprisa.

Me senté y traté de trabajar, pero no podía concentrarme. Miraba fijamente la pantalla y no veía nada.

Y si la policía tenía un sospechoso que no era Santana, ¿qué íbamos a hacer nosotras? No podíamos permitir que fuera a la cárcel una persona inocente.

Y, sin embargo, había en mi interior una vocecita susurrándome que Santana quedaría libre de acusaciones si declararan culpable del delito a otro. En el mismo momento en que esa idea se formó en mi mente, me sentí fatal. Se me fueron los ojos a la foto de mi padre, vestido de uniforme y muy apuesto, de pie junto a su coche patrulla.

Yo estaba confundida y asustada.

Cuando mi smartphone comenzó a vibrar sobre la mesa, me sobresalté. En la pantalla aparecieron el nombre y el número de papá. Contesté rápidamente.

— ¡Hola! ¿Dónde estás?

—En Cincinnati, cambiando de avión.

—Espera, que voy a tomar nota de los datos del vuelo. —Cogí un bolígrafo y anoté a toda prisa los detalles que me dio—. Estaré esperándote en el aeropuerto. Estoy deseando verte.

—Bueno... Britt, cariño —suspiró profundamente—. Hasta luego.

Colgó, y el silencio subsiguiente fue ensordecedor. Comprendí entonces que el sentimiento más fuerte que tenía era el de culpabilidad. A él le empañaba la voz y a mí me ponía un nudo en el estómago.

Me levanté y fui al despacho de Kurt.

—Acabo de hablar con mi padre. Su vuelo llega a la La Guardia dentro de un par de horas.
Levantó la vista hacia mí, con el ceño fruncido y la mirada escrutadora.

—Vete a casa, prepárate y recoge a tu padre.

—Gracias. —Esa única palabra tendría que bastarle. Kurt parecía comprender que yo no quería pararme a dar explicaciones.

Usé el móvil de prepago para enviar un mensaje mientras me dirigía a casa en un taxi:
«Voy al apartº. En 1 h. recojo papá. ¿Puedes hablar?».

Necesitaba saber qué pensaba Santana..., cómo se sentía. Yo estaba hundida y no se me ocurría qué hacer al respecto.

Cuando llegué a casa, me puse un vestido de verano ligero y sencillo y unas sandalias. Contesté un mensaje de Aria coincidiendo con ella en lo bien que lo habíamos pasado el sábado y en que deberíamos repetirlo. Revisé minuciosamente la cocina, asegurándome de que todas las cosas de comer favoritas de papá que había ido comprando estaban exactamente donde yo las había colocado. Repasé la habitación de invitados, aunque ya lo había hecho el día anterior. Me conecté a internet y comprobé el vuelo de mi padre.

Todo hecho. Me quedaba tiempo suficiente para volverme loca.

Hice una búsqueda en Google, concretamente en Imágenes, sobre «Emily Fields y esposo».
Lo que averigüé fue que Jean-François Fields era realmente guapo. Un tío bueno de verdad pero Jean-François era de los que no pasaban desapercibidos, con el pelo oscuro y ondulado y unos ojos de color jade claro. Estaba bronceado y llevaba perilla, que le quedaba estupendamente. Él y Emily formaban una pareja espectacular.

Sonó mi móvil de prepago y me levanté de un salto para llegar hasta él, tropezándome de paso con la mesa de centro. Lo saqué del bolso a toda prisa y contesté:

— ¿Sí?

—Estoy al lado —dijo Santana—, y no tengo mucho tiempo.

—Ya voy.

Agarré mi bolso y salí. Una vecina estaba en ese momento abriendo la puerta de su casa y yo le dirigí una sonrisa cortés y distante mientras fingía esperar el ascensor. En cuanto la oí entrar en el apartamento, me fui como una flecha hasta la puerta de Santana, que se abrió antes de que yo usara mi llave.

Santana me recibió en vaqueros y camiseta, con una gorra de futbol americano en la cabeza. Me tomó de la mano para llevarme dentro y se quitó la gorra antes de acercar su boca a la mía. El beso que me dio fue asombrosamente dulce; y sus labios, firmes pero suaves y cálidos.

Dejé caer el bolso y le rodeé con los brazos, arrimándome a ella La sensación de fuerza que me transmitió mitigó mi ansiedad lo suficiente como para poder respirar hondo.

—Hola —susurró.

—No tenías que venir a casa. —Me imaginaba lo que eso le habría trastornado la jornada:
cambiarse de ropa, el desplazamiento de ida y vuelta...

—Sí que tenía que venir. Tú me necesitas —deslizó las manos por mi espalda y se apartó lo justo para mirarme a la cara—. No te angusties, Britt, que ya me ocuparé yo.
— ¿Cómo?

Había serenidad en sus ojos y seguridad en su expresión.

—Ahora mismo estoy esperando que me llegue más información: a quién están
investigando y por qué. Hay muchas posibilidades de que no les salga bien, ya lo sabes.
Yo le escruté el semblante.

— ¿Y si les sale bien?

— ¿Que si voy a dejar que otro pague por mi delito? —Apretó las mandíbulas—. ¿Es eso lo que estás preguntando?

—No. —Le alisé la frente con las yemas de los dedos—. Me consta que tú no permitirías semejante cosa. Sólo quería saber cómo vas a evitarlo.

Su ceño fruncido se acentuó.

—Estás pidiéndome que prediga el futuro, Brittany, y no puedo hacerlo. Tú sólo tienes que confiar en mí.

—Y confío —afirmé con vehemencia—, pero aún estoy asustada; no puedo evitar ponerme nerviosa.

—Lo sé. Yo también estoy preocupada. —Me pasó un dedo por el labio inferior—. La detective Graves es una mujer muy inteligente.
En eso estábamos de acuerdo.

—Tienes razón. Eso me hace sentir mejor.

Yo no conocía bien a Shelley Graves en realidad, pero en los pocos contactos que habíamos tenido siempre me dio la impresión de que era lista y muy espabilada. Yo no la había tenido en cuenta, pero debería haberlo hecho. Resultaba curioso encontrarse en una situación en la que al mismo tiempo la temía y la valoraba.

— ¿Has organizado ya la estancia de tu padre?

La pregunta me trajo los nervios de vuelta.

—Todo está preparado, excepto yo.

Su mirada se suavizó.

—¿Alguna idea de qué vas a hacer con él?

—Rachel ha vuelto a trabajar hoy, así que lo celebraremos con champán y luego saldremos a cenar por ahí.

— ¿Crees que él estará dispuesto?

—No sé si estoy dispuesta yo—admití—. Es disparatado hacer planes para beber Cristal y celebrar cosas con todo lo que está pasando, pero ¿qué puedo hacer? Si mi padre no ve que estoy bien, tampoco pasará de hacer averiguaciones acerca de Nathan. Tengo que demostrarle que toda aquella sordidez pertenece al pasado.

—Y me dejarás que yo me encargue del resto —me advirtió—. Yo cuidaré de ti, de nosotras. Céntrate en tu familia durante un tiempo.

Retrocedí un poco, la cogí de la mano y la conduje al sofá. Era una sensación extraña estar en casa tan temprano después de haberme presentado en el trabajo. Ver por la ventana el sol esplendoroso cayendo sobre la ciudad me hacía sentir con el paso cambiado y reforzaba la idea de que habíamos perdido tiempo de estar juntos.

Me senté con las piernas dobladas, frente a ella, viendo cómo se acomodaba a mi lado.

Nos parecíamos mucho en algunas cosas, incluido nuestro pasado. ¿Era preciso que también Santana se lo revelara todo a su familia? ¿Sería eso lo que le hacía falta para curarse completamente?

—Ya sé que tienes que volver al trabajo —le dije—, pero me alegro de que hayas venido a casa por mí. Tienes razón: necesitaba verte.

Se llevó mi mano a los labios.

— ¿Sabes cuándo volverá tu padre a California?


—No.

—De todos modos, mañana saldré tarde de la cita con el doctor Petersen. —Me miró con una leve sonrisa—. Ya encontraremos una manera de estar juntas.

Tenerla cerca..., tocarla..., verla sonreír..., oírla decir aquellas palabras... Yo podría superar cualquier cosa siempre que la tuviera a mi lado después de un largo día.
— ¿Me concedes cinco minutos? —le pedí.

—Lo que tú quieras, cielo —contestó con ternura.

—Sólo esto. —Me aproximé más a ella y me acurruqué en su costado.

Santana me pasó un brazo por los hombros. Enlazamos las manos de ambas en el regazo. Formamos un círculo perfecto. No tan brillante como los anillos que llevábamos puestos, pero de un valor inestimable igualmente.

Después de un ratito, se inclinó hacia mí y suspiró.

—Yo necesitaba esto también.

La abracé con más fuerza.

—Está muy bien que me necesites, campeona.

—Me gustaría necesitarte un poco menos, lo justo para que fuera soportable.

— ¿Y qué tendría eso de divertido?

Su risa suave me hizo quererla todavía más.

Santana había estado acertada respecto al DB9. Mientras observaba al encargado del aparcamiento trayendo el magnífico Aston Martin de color gris metalizado hasta donde yo me encontraba, pensé que era algo así como Santana con neumáticos. Era sexo con acelerador. Tenía una especie de elegancia animal que me hacía encoger los dedos de los pies.

Me horrorizaba ponerme al volante.

Conducir en Nueva York no se parecía en nada a conducir por el sur de California. Vacilé antes de aceptar las llaves de manos del empleado, con pajarita, razonando que tal vez fuera más sensato pedir una limusina.

El teléfono empezó a sonar y rápidamente lo busqué.

— ¿Sí?

—Decídete —me susurró Santana—. Deja de preocuparte y condúcelo.

Empecé a dar vueltas buscando con los ojos las cámaras de seguridad. Un escalofrío me recorrió la espalda. Notaba la mirada de Santana sobre mí.

— ¿Qué estás haciendo?

—Pensando que ojalá estuviera contigo. Me encantaría tumbarte sobre el capó y follarte bien despacio. Meterte mi dedo corazón muy adentro. Darles trabajo a los amortiguadores. Uy, Dios mío, ya estoy mojada.

Y a mí me estaba poniendo húmeda. Podía pasar una eternidad escuchándola. ¡Cuánto me gustaba su voz!

—Tengo miedo de estropearte este coche tan bonito.

—No me importa el coche, sino tu seguridad. Así que rózalo todo lo que quieras, pero no te hagas daño.

—Si esperabas que eso iba a tranquilizarme, no ha funcionado.

—Podemos practicar sexo telefónico hasta que te corras. Eso sí funcionaría.

Les hice una mueca a los empleados del párking que hacían como si no estuvieran observándome.

— ¿Qué te ha puesto tan caliente en el rato tan corto que ha pasado desde que te dejé? No sé si preocuparme.

—Me excita pensar en ti conduciendo el DB9.

— ¿No me digas? —Intenté reprimir una sonrisa—. Recuérdame quién de las dos es la fetichista del transporte.

—Ponte al volante —me dijo, persuasiva—. Imagina que voy en el asiento de al lado, con una mano entre tus piernas y metiendo los dedos en tu coño suave y resbaladizo.

Me acerqué al coche con las piernas temblorosas y le dije entre dientes:

—Debes de tener un deseo de muerte.

—Me metería una mano en mis bragas mientras te tocaría a ti con la otra, excitándonos las dos a la vez.

—Tu falta de respeto a la tapicería de este vehículo es horrorosa. —Me acomodé en el asiento del conductor y tardé un minuto en saber cómo ponerlo en marcha.

La voz profunda de Santana llegaba a través del equipo de sonido del coche.

— ¿Qué te parece?

Estaba segura de que había sincronizado mi teléfono prepago con el Bluetooth del automóvil. Santana siempre pensaba en todo.

—Muy caro —respondí—. Estás loca por dejarme conducir esto.

—Estoy loca por ti —respondió, provocándome descargas de placer por todo el cuerpo—. LaGuardia está programada en el GPS.

Me hacía bien notar que estaba de mejor humor por haber venido a verme a casa. Ahora sabía cómo se sentía ella. Significaba mucho para mí que nos sintiéramos del mismo modo.

Levanté el GPS y apreté el botón para poner la transmisión en marcha.

— ¿Sabes una cosa, campeona? Que quiero chuparte mientras conduces esta cosa. Poner una almohada entre los dos asientos y chuparte durante kilómetros.

—Te tomo la palabra. Dime qué te parece el coche.

—Suave. Potente. —Me despedí de los empleados agitando la mano al salir del aparcamiento subterráneo—. Responde muy bien.

—Igual que tú —murmuró—. Por supuesto, tú eres mi automóvil favorito.

— ¡Qué bonito! Y tú la mía—Entonces me incorporé al tráfico.

Se echó a reír.

—Espero ser tu única.

—Pero yo no soy tu único coche —repliqué, sintiendo cuánto le quería en aquel momento porque sabía que ella estaba cuidándome y asegurándose de que yo me encontraba cómoda. En California, conducir había sido para mí como respirar, pero, desde que me trasladé a Nueva York, no me había puesto al volante de un solo coche.

—Eres el único que me gusta desnudo —dijo ella.

—Menos mal, porque soy muy posesiva.

—Ya lo sé. —Su voz sonaba plena de satisfacción.

— ¿Dónde estás?

—En el trabajo.

—Haciendo de todo un poco, estoy segura. —Pisé el acelerador y recé cuando cambié de carril—. ¿Y qué es un poco de relajante distracción para tu novia en medio de la dominación del mundo del entretenimiento?

—Por ti yo haría que el mundo dejara de dar vueltas.

Curiosamente, aquella tonta frase me enterneció.

—Te quiero.

—Te ha gustado, ¿eh?

Yo sonreí, asombrada y complacida a la vez por su absurdo sentido del humor.
Era más que consciente del entorno en el que me movía. Había señales en todas las direcciones prohibiéndolo todo. Conducir en Manhattan era un veloz viaje a ninguna parte.

—Oye, que no puedo girar ni a derecha ni a izquierda. Creo que voy a ir hacia Midtown Tunnel. Puede que te pierda.

—Tú no me perderás nunca, cielo —me aseguró—. Dondequiera que vayas, por lejos que sea, allí estaré yo contigo.

Cuando divisé a mi padre fuera de la zona de recogida de equipajes, desapareció toda la seguridad que me había infundido Santana desde que salí del trabajo. Papá estaba demacrado y ojeroso, tenía los ojos enrojecidos y barba de varios días.

Noté el escozor de las lágrimas cuando me dirigía hacia él, pero las contuve, decidida a tranquilizarle. Con los brazos abiertos, le observé mientras dejaba la maleta en el suelo, y luego me quedé sin aire en los pulmones cuando me abrazó con fuerza.

—Hola, papá —le dije, con un temblor en la voz que no quería que él notase.

—Britt. —Me besó con fuerza en la sien.

—Pareces cansado. ¿Cuándo ha sido la última vez que has dormido?

—Al salir de San Diego. —Se echó hacia atrás y me miró a la cara escrutadoramente con sus ojos, que eran iguales que los míos.

— ¿Tienes más equipaje?

Dijo que no con la cabeza, sin dejar de contemplarme.

— ¿Tienes hambre? —le pregunté.

—Comí algo en Cincinnati. —Finalmente, se volvió y recogió su equipaje—. Pero si tienes hambre tú...

—No, yo no, pero estaba pensado que podíamos sacar a Rachel a cenar una poco más tarde, si estás de acuerdo. Ha vuelto hoy a trabajar.

—Pues claro. —Se detuvo con la maleta en la mano; daba la impresión de estar un poco perdido e inseguro.

—Papá, yo estoy bien.

—Yo no. Tengo ganas de pegarle a algo y no encuentro nada donde dar.

Eso me dio una idea.

Le cogí de la mano y nos encaminamos a la salida del aeropuerto.

—No te olvides de lo que has dicho.

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Hola Hola! FanFic Brittana: No te escondo nada #3 ( Capítulo 17  7/6/15) - Página 11 1206646864

Bueno bueno aqui un nuevo cap :) espero que les guste :)

Dejen sus comentarios ! Saludos
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Dani(:
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