[Resuelto]FanFic Brittana: Sorpréndeme (Adaptada) Epilogo

Capitulo 31

Cuando Brittany abrió los ojos, eran las cinco y media de la mañana. A su lado, desnudo, el comandante dormía plácidamente y, tras despertarlo, ambos se marcharon de la habitación.

Brittany cogió un taxi hasta el aeropuerto, donde se encaminó hacia el helicóptero que la esperaba. Una vez comprobó que todo estaba bien, despegó en dirección a Múnich.

Cuando llegó, dejó el helicóptero en el hangar de siempre y tras tomar otro taxi, a las nueve y media de la mañana entraba en su casa.

Estaba agotada.

Llamó a Asturias, habló con su mamá y le dijo que ya estaba en casa para que se quedara tranquila. Más tarde, cuando hubiera dormido todo lo que necesitaba, la volvería llamar de nuevo. Una vez colgó el teléfono, se tiró en su cama sin desvestirse y se durmió.


Un ruido estridente la despertó.

Brittany se restregó los ojos y cuando identificó que era el timbre de su casa, se puso la almohada sobre la cabeza y decidió seguir durmiendo. Pero cuando sonó el móvil, saltó de la cama y al ver que se trataba de Rachel, lo cogió.

—¿Dónde estás, Britt?

—En casa, en la cama.

—Bueno abre. Estoy en tu puerta, llamando.

Como una zombi se levantó y fue a abrir. La sonrisa de su amiga la llenó de alegría. Tras darle dos besos, ésta preguntó:

—¿Duermes vestida?

Brittany sonrió al ver que ni siquiera se había quitado la ropa y Rachel volvió a preguntar:

—¿Cuándo has llegado?

Brittany miró su reloj. Vio que eran las tres de la tarde y respondió:

—Hará unas cinco horas.

Horrorizada, Rachel se llevó las manos a la cara y murmuró:

—Aisss, cariño... creía que llevabas más tiempo durmiendo. Me voy. Descansa.

Pero Brittany, una vez despierta, dijo:

—Ni se te ocurra irte. Dame diez minutos para que me duche, ¿vale?

Rachel asintió y, enseñándole unas bolsas con comida, convino:

—De acuerdo. He traído algo de comida.

Diez minutos después, cuando Brittany salió ya vestida del baño, se encontró la mesa puesta y cuando se sentó junto a su amiga, exclamó:

—Dios..., estoy muerta de hambre.

—¿Dónde está Sami?

—En Asturias, con mi familia. Mañana iré a recogerla.

Rachel asintió y preguntó:

—¿Te quedarás ahí unos días?

—Seguramente, aunque el jueves quiero estar ya de vuelta.

Durante la comida, hablaron de todo, hasta que Rachel, fijándose en el cuello de Brittany, dijo:

—¿Eso es un chupetón?

Brittany se tocó donde le indicaba, se levantó y, al mirarse en el espejo y verse aquello, murmuró:

—Maldito comandante.

—¿Comandante?—repitió Rachel tras ella.

Al sentirse descubierta, Brittany explicó:

—Un amigo.

—Pero ¿un amigo... amigo... o un amigo para temas de sexo?

Sin ganas de mentir, Brittany contestó:

—Un amigo con el que tengo sexo cuando a ambos nos apetece. Vale, entiendo que pienses que es una locura y seguramente creerás que soy una degenerada, pero quiero que sepas que...

Poniéndole la mano en la boca para callarla, Rachel aseveró:

—Ni estás loca ni eres una degenerada. Yo también tenía amigos así antes de casarme con Quinny, por lo tanto, no tienes que justificarte—ambas se miraron y Rachel, deseosa de comentar una cosa con ella, preguntó—¿Crees que yo soy una degenerada por lo que me viste haciendo en el Sensations?—la cara de Brittany se contrajo y su amiga añadió—Sé que vas al Sensations. Sé que me viste ahí y quiero que hablemos de ello.

Bloqueada por lo directa que era, Brittany respondió:

—Ya se ha ido de la lengua la tonta de tu amiga.

Rachel sonrió.

—Creo que para ti es algo más que una amiga, ¿verdad? Y no... no es tonta.

Poniéndose rápidamente a la defensiva, Brittany replicó:

—No sé qué te ha contado la bocazas de Batichica, pero...

—San me ha contado lo que tú ya sabes. Si hay alguien juicioso en este mundo esa es ella y más tarde hablaremos sobre ese asunto. Pero ahora quiero saber por qué no me has dicho que me viste en el local.

Incómoda con la conversación, finalmente Brittany respondió:

—Me dio vergüenza.

—¿Por qué?

—Porque hablamos de sexo, Rach, y reconozco que me sorprendió encontrarlas ahí. Quinn y tú parecen una pareja muy consolidada y...

—Somos una pareja muy consolidada—remarcó Rachel—Y nada en lo referente al sexo ocurre sin que la otra esté perfectamente convencida—y al ver su expresión, aclaró—Cuando yo conocí a mi Quinny, no practicaba este tipo de relaciones. Recuerdo que la primera vez que fui a un sitio así, me escandalicé. Pensé que las personas que hacían eso eran unas degeneradas y un sinfín más de tonterías, pero ahora, pasado el tiempo, te aseguro que no me escandalizo ni pienso así. He aprendido a diferenciar lo que es el morbo, el sexo y mi esposa. El sexo fuera de mi cama es sólo sexo. Para mí es un juego entre Quinn y yo, y lo afrontamos con nuestras propias normas y limitaciones—Brittany la escuchaba y Rachel añadió—Sé que nos han criado para no hablar abiertamente de sexo. Estoy convencida de que a ti te han criado como a mí. El sexo es tabú y tocarse es malo, ¿verdad?—Brittany asintió y ella prosiguió—Yo no hablo de sexo con cualquiera, y es una pena que mi amiga Frida esté viviendo en Suiza, porque con ella me lo he pasado bomba hablando de estos temas y si tú quieres, tú y yo podemos pasarlo bomba también.

—¿Me estás pidiendo que tú y yo...?

—Noooooooooo, sólo me refiero a poder hablar de ello con normalidad—rio Rachel—Yo solo estoy con mi Quinny. Pero sí me gusta tener una amiga cercana con la que comentar cómo lo he pasado haciendo tal o pascual.

—Pero yo vi cómo unas mujeres jugaban contigo y tú parecías pasarlo bien.

—Y lo pasaba bien—Brittany se sonrojó y Rachel agregó—Emily y su novia Hanna, son tremendamente morbosas y he descubierto que más me encanta ser su juguete. Me vuelve loca dejar que sus bocas, sus dedos o cualquier juguetito que incluyan en nuestro juego entre en mí, te aseguro que a Quinn le encanta también. Ver su cara cuando yo lo paso bien me provoca un morbo increíble y te garantizo que nuestras relaciones sexuales ¡son la bomba!

Colorada como un tomate, Brittany susurró:

—Te vi también con Quinn y Santana.

—¿Y?

—¿No les incomoda que una amiga tan amiga como Santana juegue con ustedes?

—Ese comandante que te ha dejado el chupetón, ¿no es tu amigo?

Brittany asintió e, intentando explicarle lo que quería decir, respondió:

—Lodwud es mi amigo. Pero me refiero a que Santana, Quinn y tú son amigas en el día a día. ¿Entiendes lo que quiero decir?

Rachel asintió.

—La primera vez que accedí a hacer algo así fue con San. En ese momento yo no la conocía, pero Quinny sí y tenía la máxima confianza con ella. Con el tiempo, San se ha convertido en una buena amiga y no me da ningún apuro practicar sexo con ella, porque ella, Quinny y yo tenemos muy claro todo en nuestras vidas. Por cierto, me parece fatal que fueras sola al Sensations.

—¡Además de bocazas, portera!

Rachel soltó una carcajada y sin querer abandonar el tema, dijo:

—Britt, espero que a partir de ahora no te dé vergüenza hablar conmigo de sexo. Es bueno compartir las experiencias y te aseguro que es como todo en esta vida: ¡el saber no ocupa lugar!

—Intentaré que esos tabús desaparezcan.

Rachel asintió.

—Esos tabús, al menos entre nosotras, han de acabar. A las dos nos gusta el sexo de una manera que no todo el mundo práctica, y me encantaría poder hablar de ello con normalidad contigo. Y, ojito, que si bien me gustan las mujeres no hay problema, por lo que si me caliento mucho hablando contigo, como mucho, cuando llegue a casa, Quinny tendrá una excelente sesión sexual—Brittany sonrió y Rachel añadió—Entre cuatro paredes y con mi esposa me entrego al placer. Adoro que ella me posea con otras personas y me vuelve loca ver a Quinn disfrutar cuando una persona está entre nuestras piernas. El sexo que comparto con Quinny y con San es fantástico y cuando vamos a alguna fiestecita privada, disfrutamos de todo lo que se nos pueda antojar en el momento. Te aseguro que a mí que tú estés en un reservado no me importa. Sé lo que me gusta y ya te he dicho que las mujeres también, ¿lo tuyo sí?

—A mí también, como también juego con ellas—contestó Brittany—, y me gusta que jueguen conmigo.

Rachel asintió y, divertida, preguntó:

—¿Te incomoda que hablemos del tema?—sorprendida, Brittany negó con la cabeza y su amiga propuso—Ahora que parece que nos hemos lanzado a contarnos intimidades, háblame de qué tipo de sexo has practicado.

—Sexo en grupo—respondió Brittany con tranquilidad—Me gusta que me posean y poseerlos. Cuando tomo yo las riendas, disfruto una barbaridad.

Rachel soltó una carcajada e inquirió:

—¿Sexo anal?

—Sí, y cuando vi a tu esposa y a Santana hacerlo contigo, reconozco que me puse como una moto. Son dos mujeres impresionantes.

Rachel soltó una carcajada y comentó:

—Espero que no influya en nuestra amistad que San comparta con nosotras algo más que amistad.

—No..., no por favor. Lo suyo es algo en lo que yo no me voy a meter. No se me ocurriría.

—Britt, lo que las tres compartimos es morbo, sexo y fantasías. Y mi única manera de explicarlo es diciéndote que yo de Quinn quiero todo. Quiero verla disfrutar, quiero que disfrute de mí, quiero besarla, que me bese, que me comparta, que yo la comparta, que me abra las piernas, que me folle y disfrute cuando otros u otras lo hacen, y de Santana sólo quiero su juego morboso. Ella no es mi pareja, ni mi amor. Ella busca por su cuenta su propio disfrute, pero yo de eso no me preocupo. Yo sólo me preocupo de Quinn y de mí. Quinn es mía y yo soy suya. Eso es lo que marca la diferencia—al ver cómo la joven la escuchaba, añadió—Creo que algo de lo que he dicho lo entiendes, ¿verdad? Es más, si su relación hubiera continuado, estoy segura de que habríamos coincidido alguna vez en un reservado, ¿no crees?—Brittany se excitó con tan sólo imaginarlo. Rachel prosiguió—Parece frío lo que digo, pero así lo siento, Britt. Yo amo locamente a mi esposa y he aprendido a diferenciar el juego del sexo entre cuatro paredes de la vida real. Ahora bien, si no me caes bien en la vida real, te aseguro que tampoco te quiero en mi juego. Eso me pasa por ejemplo con Foski. ¡No la soporto!

Sonrieron. El sentimiento que ambas tenían por Dani era mutuo y Brittany dijo:

—Foski es insoportable. Yo tampoco podría coincidir con ella en un reservado.

Ambas se miraron. Permanecieron en silencio unos segundos y Rachel, deseosa de seguir hablando sobre lo que le rondaba por la cabeza, prosiguió:

—Sé que Santana y tú se han estado viendo y también sé que ella ha descubierto que no eres azafata, sino militar. Y antes de que digas nada, recuerda que yo te dije que notaba que se atraían, lo que no sabía era que ya se veían y, tranquila, no te voy a reprochar que no me lo dijeras, pero sí quiero saber qué es Batichica para ti y por qué ese chupetón no te lo hizo ella sino otra persona.

Retirándose el pelo de la cara, Brittany respondió:

—Santana vino a verme a la base. Discutimos y me despreció quedando delante de mí con Dani, tras regodearse de haberlo pasado bien con ella días antes. Yo estaba furiosa, necesitaba sexo y Lodwud siempre me lo da. Y en cuanto a Santana, reconozco que me gustó mientras duró.

—¿Sólo te gustó?

Brittany, cerrando los ojos, decidió no seguir mintiendo y, angustiada, musitó:

—Estoy jodida, Rach. Totalmente jodida. Lo he hecho tan mal con ella, que me avergüenzo hasta de pensarlo. Santana es la mujer más maravilloso que he conocido en toda mi vida y...

—Guau, chica..., verdaderamente estás jodida—ambas sonrieron y Rachel agregó—Ella también está jodida. Como te dije, es una persona excelente, pero creo que tu engaño le ha hecho mucho daño.

—Lo sé.

—¿Qué tienes pensado hacer?

A Brittany le vino a la mente la conversación que había mantenido con su amigo Robert Smith. Él tenía razón: debía enseñarle a Santana que además de militar era mujer y, encogiéndose de hombros, respondió:

—No lo sé—y encendiéndose un cigarrillo, añadió—Me gustaría hablar con ella, pero no creo que me dé la oportunidad.

—Si no lo intentas, no lo sabrás. A mí me tienes para ayudarte en todo lo que necesites y creo que Santana merece que lo intentes, ¿no crees?

Por primera vez en varios días, Brittany sonrió y, mirando a su amiga, asintió.

—Ella lo intentó con anterioridad conmigo y yo la rechacé; lo mínimo que puedo hacer ahora es intentarlo. Intentar enmendar mi horrible error. Ella se lo merece.

Capitulo 32

A partir de ese instante, Brittany lo intentó todo.

La llamó por teléfono, pero Santana no se lo cogió.

Le envió mensajes al móvil y a su mail, pero Santana no respondió.

Cansada de no recibir contestación, pidió una cita en el bufete de abogados.

Ahí no podría rehuirla.

Vestida con un traje oscuro y tacones, fue a la casa de Santana, con la diferencia de que en esta ocasión entró por la puerta del despacho y no por la de la vivienda. Mientras esperaba en la sala, le temblaban las rodillas y cuando una puerta se abrió y la vio aparecer con su impoluto traje gris marengo ceñido, junto a otras personas, creyó morir.

Santana la miró sorprendida, ¿qué hacía Brittany ahí?

Con diplomacia y saber estar, se despidió de las personas a las que había atendido y cuando éstas se fueron, su secretaria se levantó y anunció:

—Señorita López, la señorita Pierce tiene cita con usted.

Una ofuscada Santana miró a la joven sentada en una de las sillas y con voz controlada dijo, señalando hacia una puerta:

—Señorita Pierce, por favor, pase a mi despacho.

Brittany se levantó e, intentando no caerse por los nervios, caminó en la dirección que Santana señalaba. Una vez entró en el despacho, aquel lugar donde en alguna ocasión habían hecho el amor, vio que Santana se sentaba al otro lado de la mesa; ella también tomó asiento.

Durante unos minutos, Santana miró su agenda; no se había percatado de que esa cita era la de Brittany y, tras tacharla, cerró el libro y, mirándola, habló:

—Dígame, señorita Pierce, ¿para qué requiere mis servicios?

Con la boca seca, Brittany la miró.

—Santana, quiero hablar contigo.

Santana levantó su mirada y, clavándola con furia en Brittany, siseó:

—Usted dirá, señorita Pierce.

Retorciéndose las manos, Brittany se sentó al borde de la silla y dijo:

—No suelo contarle a nadie cuál es mi trabajo. Cuando comencé contigo, no creí oportuno decirte que era militar y después, cuando...

—Señorita Pierce—la cortó Santana—Esto es un despacho de abogados. Si su problema no tiene nada que ver con lo que aquí se trata, le ruego por favor que se levante y se marche.

—Santana..., por favor—suplicó.

Se miraron a los ojos durante unos segundos, hasta que Santana, levantándose, masculló:

—Haga el favor de salir de mi despacho.

Desesperada por aquella frialdad, Brittany se levantó también y, apoyando las manos en la cara mesa, insistió:

—Soy una idiota, una imbécil, una descerebrada, pero, por favor, ¡escúchame! Santana, te echo de menos, cariño.

Sus palabras le dolían y replicó:

—No me llames cariño, porque ni soy ni quiero ser nada tuyo.

Consciente de que iba a tener que emplearse al mil por mil, se tragó la furia que sentía por su desprecio y replicó:

—Una vez dijiste que luchabas por mí porque sabías que yo estaba receptiva. Bueno bien, ahora la que va a luchar por ti soy yo, para que me perdones y me entiendas, hasta que me quede sin fuerzas y...

—Muy yanquis y peliculeras tus palabras. Pero déjalo, no luches por algo que desde ya te digo que tienes perdido.

—Santana.

Dando un manotazo a la mesa y fulminándola con la mirada, masculló, intentando no gritar ni montar un escándalo en el bufete:

—Señorita Pierce, haga el favor de salir de mi despacho inmediatamente. Usted y yo nada tenemos que hablar.

Mordiéndose el labio inferior ante la impotencia que sentía, Brittany se levantó y, como pudo, se marchó de ahí. Cuando llegó a la calle, respiró y, acalorada, se dirigió a una cafetería que había enfrente del despacho.

No pensaba desistir tan fácilmente.

Durante dos horas, permaneció en aquella cafetería sin quitarle la vista de encima al edificio y cuando vio que salían las personas que había visto trabajando ahí, se tomó una nueva copa para infundirse valor para lo que quería hacer.


Al entrar en su casa, Santana se quitó la americana y la tiró sobre el sofá. Puso música y se sirvió un whisky. La visita de Brittany la había descentrado y todavía era incapaz de controlar la furia que sentía. Cogió su móvil y tecleó:


Te espero en mi casa.


Dos segundos después, cuando Dani respondió encantada, ella sonrió y se dirigió a la ducha.

Veinte minutos más tarde, cuando llevaba el sujetador y un pantalón negro, el timbre de su puerta sonó. Sorprendida, miró el reloj. Dani se había adelantado e, intentando sonreír, abrió, pero la sonrisa se le congeló cuando vio a Brittany delante de ella. Su insistencia la estaba comenzando a agobiar y le preguntó, apoyándose en la puerta:

—¿Qué narices haces aquí?

Entrando en su casa sin ser invitada, Brittany respondió:

—Tenemos que hablar.

Santana, todavía apoyada en la puerta, la miró y preguntó:

—¿Te he invitado a entrar en mi casa?

—No, pero tras ver cómo me has tratado hoy en tu despacho, imagino que tampoco me vas a invitar a entrar en tu casa, por lo tanto, ¡me acabo de invitar sola!

Santana alucinada como habitualmente por las contestaciones de Brittany, levantó las cejas y murmuró:

—En tu línea... como siempre.

Después de un silencio más que significativo, Brittany, sin quitarle ojo, musitó:

—Santana, yo...

Dando un portazo que hizo temblar los cimientos del edificio, Santana le espetó con furia:

—Joder, ¿cuándo me lo pensabas decir? Eres una jodida militar, ¿a qué esperabas para decírmelo?

—Tienes razón... tienes razón.

—Claro que tengo razón—replicó malhumorada.

Tener a Brittany ante ella le hacía plantearse mil cosas.

La deseaba.

La necesitaba.

La quería, pero Brittany la había defraudado.

Fue a hablar, pero Brittany, plantándose ante Santana, dijo:

—Soy la teniente Brittany Pierce Muñiz, hija del mayor Pierce.

—Lo sé..., nena..., pero no gracias a ti.

—Trabajo para el ejército de Estados Unidos y desde hace años piloto un Air Force C-17 Globemaster. Me gusta mi trabajo, me gusta el ejército y no creo que todos los americanos seamos lo que tú piensas. Creo que debes entender que gente buena y mala la hay en todos lados y si no te dije antes nada fue porque no quería que pensaras de mí que soy...

—¿Que pensara qué de ti? ¿Y ahora qué crees que pienso?

—Escucha, Santana..., además de militar soy una mujer que...

—No me cuentes gilipolleces... bonita—explotó Santana—Me he vuelto loca por primera vez en mi vida por una mujer, ¡por ti!, y loca estaría si volviera a confiar en ti. Pero ¿qué quieres ahora? Me engañas, te ríes de mí, me echas de tu vida diciéndome que yo no soy especial para ti y ahora vuelves. ¿Qué quieres, Britt?

—Te quiero a ti—respondió con un hilo de voz—Te quiero, Santana, maldita sea. Te quiero como nunca he querido a nadie y necesito que me perdones para poder estar contigo. Eres importante para mí. Eres especial. Sin ti muchas cosas han perdido sentido. Cuando te conocí, era una mujer negada para muchas cosas, pero tú me enseñaste a creer que la felicidad en pareja existe, me besaste, me animaste a bailar, me regalaste flores, enamoraste a mi hija, a mi abuela y yo... yo no me porté bien contigo, pero quiero que sepas que estoy dispuesta a pedirte disculpas todos los días hasta que me perdones. Te quiero y necesito que me quieras.

Escuchar ese «Te quiero y necesito que me quieras» era lo máximo que Santana podía escuchar. Ella nunca se había atrevido a decirle esas palabras, pero ahí estaba Brittany, diciéndoselas, mientras con ojos suplicantes le pedía una nueva oportunidad.

Tras un silencio incómodo entre las dos, la miró con una frialdad que a Brittany le llegó al corazón y dijo:

—Lo siento, señorita Pierce, pero ya no existe nada de lo que existió. Fuiste especial para mí, pero eso se acabó. No te necesito, no te quiero y mucho menos quiero que me quieras, ¿entendido?

Brittany, dolida, asintió. Se lo merecía, pero el rechazo era doloroso.

Lo intentó de nuevo.

—Santana, eres muy especial para mí, créeme.

Santana terriblemente enfadada porque la situación se le estaba yendo de las manos, gritó:

—Bueno tienes una manera muy curiosa de demostrarlo—Brittany se encogió—Me contaste que el papá de tu hija murió en Afganistán. Me dijiste que era un jodido militar americano. ¿Por qué no me dijiste que tú también lo eras y que tu papá también lo es y me dejaste creer que eras una azafata de Air Europa, cuyo inglés era muy americano por haber trabajado en American Airlines?

—Porque...

—Ya no me interesan tus explicaciones—la cortó.

Desesperada al ver que era incapaz de llegar a Santana, Brittany insistió:

—¿Qué importa la nacionalidad o la profesión que yo tenga, Santana? Yo soy yo... soy Britt, el resto no debería importarte.

—Bueno me importa. ¡¿No ves que me importa?! Y tus mentiras me han hecho daño, ¿no lo ves?—Brittany se calló. Veía el dolor en sus ojos. Durante unos minutos, ninguna habló, hasta que Santana dijo—¿Cómo crees que me quedé cuando, preocupándome por ti, me enteré de quién eras y a qué te dedicabas? Te aseguro que leí al menos cinco veces las cosas porque no me lo podía creer. No podía creer que la mujer que me había robado el corazón, la mujer por la que me estaba volviendo loca fuera una jodida militar, además de una mentirosa.

Brittany asintió.

No había jugado limpio.

Bloqueada por los sentimientos contradictorios que experimentaba en ese momento, fue a responder, cuando Santana dijo con dureza:

—La diferencia entre tu trabajo y el mío es que yo dialogo y hago tratos con personas en los juzgados y tú vas a las guerras. Ahí no se dialoga, Britt, ahí las personas disparan armas y se matan por infinidad de desacuerdos. ¿Ves algo por lo que me tenga que preocupar? ¿Ves el peligro en lo que haces? ¿Ves por qué no quiero saber nada de ti?

Brittany cerró los ojos, negó con la cabeza y se explicó:

—Intento desvincularme cuando no estoy de misión, y llevar una vida relativamente normal por Sami y por mí. Por eso vivo en Múnich y no en la base de Ramstein—al ver que Santana no contestaba, sólo la miraba con gesto duro, prosiguió—Te acabo de decir que lo siento, que lo hice mal, que te quiero, que no puedo vivir sin ti, ¿qué más quieres?

—No quiero nada de ti, Brittany, ¿todavía no te has dado cuenta?

Su rotundidad le hizo ver la realidad: Santana no la quería y no pensaba darle otra oportunidad. Pero no quería perderla y, sorprendiéndola, preguntó:

—¿Tampoco podemos ser amigas?

Santana enfadada, la miró. Quería gritarle, echarla de su casa, pero su mente, su cuerpo y su corazón no lo dejaban; finalmente respondió:

—No.

—¿Por qué?

—Porque yo decido a quién quiero como amigo—aclaró con gesto duro.

Con un conflicto interno terrible, Santana echó a andar hacia la puerta, pero desesperada por hacerle entrar en razón, Brittany se le adelantó y, metiéndose entre la puerta y Santana, la agarró y, tirando para acercarla, la besó.

Fue un beso duro, un beso anhelado, un beso deseado.

Ambas lo disfrutaron hasta que, de pronto, sonó el timbre de la puerta y Santana, soltándola, dio un paso atrás y le advirtió:

—No vuelvas a besarme.

—¿Por qué? Me deseas, lo acabo de notar.

Con una sonrisa que a Brittany no le gustó, Santana le cogió la barbilla y, mirándole el cuello, siseó:

—Bonito chupetón—la soltó con desprecio y añadió—Márchate. Tengo una cita.

Sin moverse de la puerta, miró a la mujer que adoraba y suplicó, intentando quemar su último cartucho:

—Si no quieres continuar con lo que teníamos porque te he defraudado como pareja, al menos intenta ser mi amiga. No te quiero perder, Santana.

Ser amigas no entraba en sus pensamientos. Necesitaba olvidarla y lo que Brittany pedía era una locura. Por ello, forzando una sonrisa que sabía que le dolería, respondió:

—Mira, guapa, si lo que quieres es sexo, no me apetece tenerlo contigo, y tú solita sabes muy bien cómo conseguirlo.

Sus palabras cargadas de rabia le dolieron y más cuando abrió la puerta sin importarle que Brittany estuviera apoyada en ésta y la viera decir con una espectacular sonrisa:

—Hola, Dani. Pasa, te estaba esperando.

Brittany vio entrar a la siempre sensual presentadora de la CNN, que se quedó parada mirándola. Dani y Brittanys se contemplaron y Dani, agarrando a Santana por la cintura, preguntó:

—¿Qué hace ella aquí?

Santana, con gesto impasible, la besó en el cuello.

—Tranquila. Ha sido una visita inesperada. Adiós, Brittany.

Su frialdad, cómo la miraba aquella mujer y el besito íntimo que Santana le había dado en el cuello la hicieron temblar de frustración. La rabia por lo que le estaba haciendo se apoderó de su cuerpo y, saliendo por la puerta, gritó:

—Eres una capullo, ¡una grandísima capullo!

Una vez Brittany salió, Santana dio un portazo, miró a Dani y dándole un azote en el trasero, dijo:

—Prepárame un whisky. Voy a terminar de vestirme y en dos minutos nos vamos.

Cuando su amiga se fue al salón, Santana apoyó una mano en la puerta, mientras con la otra se retiraba el pelo de la cara e intentaba calmarse, quitarse de la cabeza a Brittany y su maravilloso olor a fresas.

Capitulo 33

Brittany se fue a Asturias a buscar a su hija. Al llegar ahí, su abuela le preguntó rápidamente por Sabantita y ella consiguió sonreír e explicarle que tenía que trabajar.

Durante un par de días, eludió hablar del tema con su mamá, hasta que una tarde en la que Brittany estaba en la playa con la niña, Whitney bajó con su esterilla, se sentó al lado y dijo:

—Muy bien, hija. Visto que no me lo cuentas, ¿qué ha ocurrido con Santana?

—Aiss, mamááááá. No quiero hablar de eso.

—Te ha descubierto, ¿verdad?

—Sí.

—Cuéntame qué ha ocurrido.

Desesperada, Brittany se sinceró con ella. Le contó cómo Santana se había enterado y lo mal que se lo había tomado. Una vez acabó, concluyó:

—Y eso es lo que ha ocurrido, mamá. Ya lo sabes todo.

Whitney asintió y tras acariciar el cabello de su hija, comentó:

—Es una pena que piense así. Esa mujer, además de ser guapa, era un buen partido para ti. Sólo había que ver cómo te miraba y miraba a Sami para darse uno cuenta de que eras especial para ella.

—Era mamá. Lo has definido maravillosamente bien. Porque lo que había entre ella y yo ha desaparecido—puntualizó, tocándose el colgante en forma de fresa que Santana le regaló.



Dos días después, regresó a Múnich algo más tranquila y una mañana, tras dejar a Sami en la guardería, al pasar por una floristería sonrió al ver unas preciosas rosas rojas de tallo largo. Eran como las que Santana le había enviado durante mucho tiempo y no lo pensó. Entró en el establecimiento y encargó que le llevasen una rosa en una caja.



Cuando el mensajero dejó en el bufete de la señorita López la caja, su secretaria se la llevó. Santana, al ver la rosa, frunció el entrecejo y blasfemó al leer:


Una vez te dije que yo te regalaría flores. Espero que te guste.
Britt.


Durante unos segundos, Santana miró la flor y, ofuscada, le ordenó a su secretaria que la devolviera a su destino. Cuando la flor llegó a la casa de Brittany, sin ninguna nota, ella se quedó sin habla.

¡Qué grosera!

Pero dispuesta a quedarse por encima, bajó de nuevo a la floristería.


Esa misma mañana, cuando la secretaria de Santana entró con una nueva caja, en esta ocasión más ancha, ésta la miró incrédula. A diferencia de la otra vez, sonrió al ver un cactus de púas afiladas. Cogió la tarjeta y leyó:


Esto te va más, capullo.
Y ahora, si no quieres que te llame «capullo»... ¡dímelo!
Britt.


Sin poder evitarlo, cogió aquel cactus de púas afiladas y lo colocó en un lateral de su despacho. Después se sentó a la mesa y no pudo dejar de mirarlo durante horas.


Sin dejarse vencer por lo que sentía, Brittany lo siguió intentando.

Se hacía la encontradiza con Santana en la puerta de su casa, pero Santana ni la miraba. Se encontraban en el quiosco de prensa los domingos, pero Santana sólo saludaba a Sami. Hizo todo, todo lo que pudo para que Santana hablara con ella, pero ésta le daba a entender con su desprecio que parara.

No quería saber nada de ella y finalmente Brittany lo aceptó.



Una tarde, mientras merendaba con Rachel en una cafetería, exclamó:

—¡Se acabó! No puedo más.

Su amiga, desolada por lo que Brittany le había contado, suspiró y dijo:

—La verdad, creía que San reaccionaría.

—Te juro que si sigo arrastrándome así, me hago yo misma el harakiri. Vale, asumo que le oculté que soy militar, pero joderrrrrrrr..., ¡ya no puedo arrastrarme más! Por lo tanto, doy el tema Santana por finiquitado por mucho que me duela el corazón. Si superé lo de Sam, podré superar lo de Santana.

—Me joroba decirlo, pero creo que tienes razón—afirmó Rachel—Yo en tu lugar ya le habría cogido del pescuezo y seguramente matado. Y mira que a Quinny a cabezona no lo gana nadie. Pero ahora, tras ver a San, comienzo a dudarlo.

Con un movimiento mecánico, Brittany se quitó el colgante en forma de fresa que llevaba colgado del cuello y, mirándolo, susurró:

—Se acabó. Ahora sí que se acabó. Le haré llegar este maldito colgante y después normalizaré mi vida y continuaré viviendo, ¡que no es poco!

En ese instante, sonó el teléfono de Rachel.

—Hola, Kitty—y tras un silencio, añadió—¡Genial! ¿El sábado? Bien...bien... Me apunto y se apunta una amiga mía. Nos vemos ahí sobre las diez, ¿te parece?—cuando colgó, miró a Brittany y preguntó—¿El sábado tienes algo que hacer?

—Nada. Estaré con Sami.

Rachel, sonriendo, le guiñó un ojo y le expuso:

—El sábado, Sami se quedará con tu vecina o en mi casa. Acabo de quedar con mi cuñada Kitty y unos amigos para ir a bailar y tomar unas copas a un bar cubano llamado Guantanamera, ¿lo conoces?

—No.

Rachel sonrió e intentó animarla:

—Ponte guapa y sexy, que este sábado vas a gritar «¡Azúcar!».

Capitulo 34

Esa noche, cuando Quinn supo los planes de su esposa, de entrada se molestó. No le gustaba que fuera a aquel antro cubano.

—He dicho que no Rach, no vas a ir—insistió, sentada a la mesa de su despacho—Estás embarazada, por el amor de Dios. ¿Qué pretendes, beber mojitos y gritar «¡Azúcar!» con mi hermana como haces siempre?

—La verdad es que lo de los mojitos me tienta y gritar «¡Azúcar!» ni te cuento—se mofó.

Quinn, ofuscada, miró a la loca de su esposa y cuando fue a protestar, Rachel, en tono dulzón, le soltó:

—¡Ya tú sabes, mi amol!

Incrédula por su poca vergüenza fue de nuevo a protestar cuando Rachel, sentándose sobre ella, dijo:

—Cariño, simplemente quiero salir a divertirme con mis amigas. No pretendo ser la reina de la pista, ni beber un solo mojito. Sólo quiero pasar un rato agradable y diferente antes de que nazca Conguito.

—He dicho que no, Rach. Y no es no.

Pero Rachel lo tenía claro, iría le gustara a Quinn o no y, llevándolo por donde sabía que tenía que llevarlo para conseguir lo que deseaba, le dijo, acercándose:

—Vamos a ver, cariño...

—No. No vamos a ver nada. Y no te pongas zalamera que te conozco, morenita. Sabes que no me gusta que vayas ahí y...

Pero no pudo continuar. Rachel, acercando su boca a la de Quinn, murmuró:

—Escúchame, cariño.

—No. No piens...

Rachel besándola con pasión, la hizo callar y cuando se separó de su boca, añadió:

—Vayamos juntas.

—¿A ese antro? Ni loca.

Rachel soltó una carcajada y, paseando su lengua por la boca de Quinn, cuchicheó mientras se apretaba contra su cuerpo:

—Ese lugar te excita, piensa en cómo a nuestro regreso haremos el amor. Echaremos el pestillo de la habitación y tú y yo jugaremos y lo pasaremos bien y...

—Rach...

Escuchar aquello la tentaba.

Siempre que regresaban del Guantanamera lo pasaban bien reconciliándose.

Era un clásico.

—Vamos, Icewoman, dame ese capricho. Prometiste que cada cierto tiempo me acompañarías a mi local preferido. Venga..., dime que sí. Estoy embarazada y no me puedes decir que no. Mira que si el niño por un antojo sale con acento cubano, ¡será culpa tuya!—esas palabras la hicieron sonreír y Rachel, que la conocía mejor que nadie, insistió—Venga, cariño. Sabes que me gusta bailar. Es más, si quieres invita a San para que venga también, así estarás más acompañada. Seguro que lo pasamos genial.

Quinn incapaz de negárselo, se dio por vencida y, sonriendo, preguntó:

—¿Irá Britt?—Rachel asintió y Quinn, divertida, la acusó—Pequeña, eres una lianta ¿Qué pretendes que ocurra?

—De entrada, que se encuentren. Si nosotras no hacemos algo, esas dos nunca se reconciliarán.

—Rach... no.

—Quinny, piensa. San nos ayudó mucho a nosotras, ¿por qué no ayudarle ahora a ella?

—Porque no sé si Britt es la chica que necesita. ¿Te parece buena contestación?

Rachel soltó una carcajada y, besando a su esposa, preguntó:

—¿Y por qué sabía San que yo era la persona que tú necesitabas?—Quinn no contestó y ella insistió—¿Quizá porque te vio descolocada? ¿Quizá porque se percató de que yo era especial para ti? Vamos a ver, cariño, desde que conoces a San ¿alguna vez te ha hablado de alguna mujer como te habló de Britt? ¿Alguna vez la has visto tan afectada por alguna como lo está ahora? ¿De verdad no ves que Britt le gusta y mucho?

Quinn no respondió. Simplemente se acercó a la boca de su esposa, le chupó el labio superior, después el inferior y, tras darle un mordisquito, murmuró:

—Morenita..., eres una bruja.

Divertida, Rachel asintió.

—Y a ti te gusta que lo sea, ¿verdad?

—Me encanta...

Quinn la besó con el morbo que siempre había entre ellas y cuando sus labios se separaron, preguntó:

—¿Y si San no reacciona bien al verla?

Rachel, deseosa de seguir saboreando sus labios, la reprendió:

—Icewoman, ahora olvídate de todo y céntrate en mí.