[Resuelto]FanFic Brittana: Palabras Para Ti (Adaptada) Epílogo

Capitulo 3 - Parte I

Brittany notó que palidecía.

En aquella fracción de segundo, había retrocedido dieciocho años y volvía a ser una niña de diez, tímida, debilucha y tremendamente solitaria. Parpadeó, volvió al presente y el mundo se enderezó otra vez cuando comprendió que aquella niña no era, no podía ser Santana López.

El pelo, peinado con trenzas tal como lo llevaba a veces Santana, era exactamente del mismo color negro, al igual que los vivarachos ojos oscuros. Pero la forma de la boca y la forma de sus ojos eran muy distintas. Estaba claro que aquella niña sólo podía ser la hija de Santana, reconoció Brittany comprendiendo que debería de haberse dado cuenta nada más verla.

La niña había trepado ya a la plataforma, junto a Brittany, y se había sentado espontáneamente en el cajón de madera, como solía hacer Santana.

—Tú debes de ser Brittany Pierce—dijo con una sonrisa.

Brittany abrió la boca para hablar pero no pudo articular palabra. Estaba fascinada viendo cómo a la niña se le achinaban los ojos cuando sonreía, exactamente igual que le ocurría a su mamá.

Sintió que la invadía una incontenible sensación de pánico y deseó volver corriendo a casa y cerrar la puerta tras ella.

—Mi mamá me lo ha contado todo de ti—continuó la niña, ajena al caos que estaba viviendo Brittany interiormente.

—¿Te lo ha contado?

Brittany tragó saliva, intentando aclararse la garganta. La niña asintió con un gesto y su sonrisa se amplió aún más.

—Me ha contado todas sus aventuras, las cosas tan emocionantes que hacían y los líos en los que se metían.

¿Todo?

Brittany volvió a tragar saliva.

No, Santana no podía habérselo contado todo a su hija. Sintió un acceso de vergüenza por pensar lo que estaba pensando y se frotó los ojos con la mano.

Tenía que calmarse.

La niña era la hija de Santana, se dijo Brittany.

Era parte de Santana.

La observó disimuladamente. Sí, se parecía a ella, pero su boca y su sonrisa, decidió Brittany con un fugaz ramalazo de antipatía, eran de su papá. Pero se dijo que estaba siendo injusta con ella. La niña no tenía la culpa de parecerse a su papá.

Y tampoco tenía nada que ver con lo que le estaba ocurriendo a ella.

Brittany pensó que debería ser más comprensiva, porque ¿acaso no lo había pasado mal de pequeña cuando se metían con ella por formar parte de la malhadada estirpe de los Pierce?

—Me llamo Emily Evans.

La niña le tendió la mano con gesto de persona mayor y Brittany se la estrechó maquinalmente. Su calidez la envolvió por entero y le llegó al corazón.

—Mi mamá era tu amiga del alma. Te he reconocido enseguida porque me ha enseñado tu foto—continuó Emily inocentemente.

—¿Te ha enseñado mi foto?

Repitió Brittany, enarcando las cejas, sorprendida, mientras muy en su fuero interno aleteaba una débil llamita de placer ante el hecho de que Santana hubiera guardado una foto suya.

¿Sería la que les habían sacado en la boda de la hermana de Santana y que habían colocado en marcos idénticos?

Brittany guardaba una copia de aquella foto de las dos en el cajón inferior de la cómoda de su habitación. Pocas veces se permitía mirarla, pero sabía que estaba ahí. A menudo se contentaba con tocar el marco de madera.

—Sí. Y no has cambiado nada.

Brittany esbozó una sonrisa al oírla. Le parecía que había transcurrido toda una vida desde aquella época.

—¿Cuánto tiempo llevan aquí?—preguntó, disimulando la emoción—Quiero decir, ¿cuándo han llegado a Lima, Ohio?

—Ayer. Queríamos venir el lunes, pero mi mamá tenía que hacer unos recados—un gesto de preocupación pasó fugazmente por la cara de la niña—Fuimos en avión. Fue fantástico. No había subido a un avión desde la última vez que estuvimos en el pueblo.

—¿Cuándo fue eso?—no pudo evitar preguntar Brittany.

¿Santana había estado antes en el pueblo y ella no se había enterado?

—Cuando yo tenía seis años. Hace cuatro. Queríamos quedarnos aquí, pero vino mi papá y nos llevó a casa otra vez—Emily se mordió el labio.


Por un momento los ojos de la niña perdieron el resplandor y Brittany se preguntó qué sería lo que le causaba aquella tristeza. Era evidente que algo iba mal y ese algo forzosamente tenía que ver con el papá.

—¿A mi papá también lo conoces, como a mi mamá?—preguntó Emily y Brittany asintió.

—Sí, un poco—contestó con cautela—Nos conocimos hace años, antes de que tú nacieras.

Emily asintió con un gesto.

—Sí. Mi papá trabajaba en el hospital del pueblo. Ahí conoció a mi mamá. Es médico, ¿sabes?

—Sí, ya lo sé—Brittany estuvo considerando cómo podía encaminar la conversación, que de pronto había tomado un cariz algo serio—Tu papá jugaba al fútbol con tus tíos—dijo para llenar el silencio que pareció cernirse sobre ellas.

—Ahora ya no juega al fútbol. Siempre está trabajando.

Brittany hizo un gesto de asentimiento.

—Es que los médicos trabajan mucho, ¿verdad?

Emily apoyó el codo en la rodilla y la barbilla en la mano, y Brittany sintió una punzada de tristeza.

Santana se sentaba exactamente del mismo modo.

Volvió a hacerse el silencio entre ellas y Brittany se removió incómoda en la silla. La lona crujió y Emily se volvió a mirarla.

—Mi papá les pone corazones nuevos a la gente. Es un médico muy importante—dijo con expresión seria.

Brittany se preguntó por qué se sorprendía. El Sam Evans que ella había conocido era un joven médico en prácticas. Era guapo y tenía un atractivo misterioso, pero Brittany siempre supo que era un hombre egocéntrico y agresivo. Y se murió de celos cuando Santana le contó que Sam la había invitado a ir al cine.

—Por eso tiene que trabajar tantas horas, ¿no?

—Supongo que sí.

—¿Tienes hermanos?—preguntó Brittany para cambiar de tema.

Comprobó que, a esas alturas, seguía siendo incapaz de hablar del marido de Santana sin sentirse incómoda.

—No, soy hija única. Mi papá quería más niños, pero mi mamá ya no pudo tener más después de nacer yo.

Brittany contempló sorprendida a la niña.

¿Qué le había ocurrido a Santana?

—Hubo complicaciones—explicó Emily muy seria—Mi mamá y yo estuvimos a punto de morir.

—¡Vaya!

Brittany tragó saliva, atormentada con la idea de que Santana podía haber muerto sin que nadie se lo dijera. Le dio un vuelco el corazón al pensarlo.

Creyó que no iba a poder resistir más revelaciones por esa tarde.

—¿Les has dicho a tus padres que venías aquí?

Emily hizo un gesto en señal de negación.

—En realidad, no. En casa estamos sólo mi abuela y yo, y ahora mi abuela está echando la siesta. Pero seguro que a mi mamá no le importa. Me ha hablado tanto de la cabaña que quería verla—echó una ojeada alrededor y suspiró—Es justo como me la imaginaba. ¿Puedo venir alguna vez?

—Bueno...—Brittany vaciló—Creo que antes tendrías que pedir permiso a tus padres.

—Es que hoy llegan mis primos—Emily arrugó la nariz—Y quizá necesite alejarme de ellos algún rato.

—¿No te gustan tus primos?

Emily se encogió de hombros.

—No nos hemos tratado mucho. Hace un montón de tiempo que no los veo. Cuando la tía Bree y el tío Noah vinieron a visitarnos a New York el año pasado, los chicos no vinieron.

Bree López, la hermana mayor de Santana, se casó joven y su marido murió trágicamente antes de que naciera su primer hijo. Ella se instaló otra vez con sus padres y Brittany y Santana se encargaban a menudo de cuidar al pequeño Spencer. Unos años después, Bree se casó con Noah Puckerman y se fueron a vivir a la finca que tenía la familia de él. Brittany no se acordaba de los detalles de la boda, pero sí recordaba con nitidez lo que ocurrió después.

Se esforzó por apartar de su mente aquel recuerdo.

—¿Los chicos?—preguntó, y Emily hizo una mueca de disgusto.

—La tía Bree tiene tres hijos, todos chicos. ¿Qué te parece? Spencer tiene quince años; Mason, unos doce, y Finn es un poco mayor que yo. ¿Qué pretenden, que me pase el día hablando con ellos?—Emily abrió los brazos, extendiendo las palmas de las manos delante de ella—Es que, ¿y si no me gustan?

Brittany sonrió.

—¿Y si resulta que sí?

Emily soltó una risita.

—La mayoría de los chicos no me gustan. Siempre se están metiendo con una. ¿A ti te gustan los chicos?

Brittany se puso colorada.

¿Qué podía contestarle?

—Algunos son simpáticos y otros no, igual que las chicas: algunas son simpáticas y otras no.

—Quizás.

Emily se levantó, tiró de una rama y atisbo a través de la copa del árbol, mirando hacia la casa de sus abuelos.

—¡Vaya! Ahí está el coche. Mi mamá ya ha vuelto de recoger a la tía Bree y a sus hijos. El tío Puck vendrá más adelante. No he acompañado a mi mamá porque, entre ellos y el equipaje, no quedaba sitio en el coche de la abuela. Además, no quería ir apretada entre tanto chico—arrugó la nariz—Bueno, me voy—saltó fuera de la plataforma, hasta la rama que había más abajo—¿Quieres venir a vernos más tarde?

—Bueno, no creo que... Es que voy a salir—concluyó torpemente Brittany.

—¡Ah, vas a salir! Bueno, seguramente mi mamá pasará un rato por tu casa. Mañana tal vez. Tiene muchas ganas de volver a verte.

Dicho esto, la niña desapareció y Brittany se quedó mirando el lugar en el que había estado sentada.

Santana tenía muchas ganas de volver a verla.

Brittany se levantó y sintió que se le aceleraba el corazón.

¿Qué haría si aparecía Santana por su casa?

¿Cómo reaccionarían al volver a verse?

¿Santana se comportaría como si no hubiera habido nada entre las dos?

¡Madre mía!

Brittany sabía que, de ser así, no sería capaz de soportarlo.

Entonces oyó voces y el sonido de las portezuelas de un coche al cerrarse. Atisbo a través de las hojas, tal como había hecho Emily. Ahora las ramas dificultaban un poco la visión de la casa, de manera que Brittany apartó una de las más finas para ver mejor.

Un grupo de personas bordeaba la casa de los López en dirección a la puerta trasera, donde estaba aguardando Emily. Nadie sabía que la niña acababa de pasar entre las estacas sueltas de la valla que separaba las dos parcelas.

Brittany distinguió a Bree. Se la veía algo mayor, pero Brittany la reconoció fácilmente. Ahora andaría por los treinta y cuatro años. Detrás de ella, acarreando un par de maletas, había un adolescente, que debía de ser Spencer. El segundo chico era piel blanca y pelo negro y el más pequeño era de piel blanca y pelo castaño.

Cuando doblaron la esquina, Brittany vio la silueta que el grupito había ocultado parcialmente hasta ese momento. Brittany la reconoció enseguida. Al percibir la cadencia de su caminar, sintió una punzada de dolor. Ahora llevaba la melena negra más corta, pero su pelo seguía centelleando a la luz del sol, como siempre. La mujer levantó la mano para apartarse un mechón de la cara, en un gesto que Brittany conocía tan bien que no pudo por más que ahogar un gemido.

«Ay, Santana», dijo una voz ronca, y Brittany comprendió que había sido la suya.

En ese momento Santana volvió la cabeza, miró hacia la valla y hacia la copa del tamarindo, y Brittany se apartó alarmada, soltando la rama.

¿Habría advertido el movimiento?

¿La habría pillado espiándolos?

Brittany atravesó la plataforma y bajó rápidamente a la rama inferior, buscó los asideros, se precipitó escalerilla abajo y corrió hacia su casa.

Cuando entró en su habitación, estaba sin aliento. Se derrumbó al borde de la cama e intentó tranquilizarse. Sin poder evitarlo, abrió el cajón de la cómoda y sacó la fotografía. Era un primer plano de las dos, en el que Santana dirigía una sonriente mirada a la cámara, junto a la expresión mucho más seria de su amiga.

Brittany dio media vuelta y se sentó otra vez en el borde de la cama. La imagen la había sacado el fotógrafo contratado en la boda de Bree. Santana le pidió que les hiciera una foto, a Brittany y a ella, y se las arregló para posar las dos agarradas del brazo, muy juntas. Brittany pensaba que ella precisamente no había salido muy bien en la foto, pero al menos estaba con Santana.

«Santana, Santana», susurró de nuevo y se recostó contra la almohada.

Al fin y al cabo, todo empezó en la boda de B

Capitulo 3 - Parte II

Santana había acompañado a Brittany a casa después del convite, que se celebró en una gran carpa instalada en la parcela de la familia López. Las dos llevaban puesta todavía la ropa de la boda: Santana, su traje de dama de honor en gasa de color malva, y Brittany, un sencillo vestido azul que se había comprado para la ocasión.

La tía estaba en la habitación del fondo, adormilada delante del televisor. Después de describirle brevemente la boda, las dos muchachas fueron al dormitorio de Brittany.

—Espero que nuestra foto salga bien. Buscaré dos marcos iguales y podremos colocar una en cada tocador—dijo Santana, quitándose los zapatos con un gesto rápido y echándose sobre la cama de Brittany.

—Tú seguro que quedas bien, pero en las fotos yo siempre salgo con cara de panfila.

Brittany apartó las piernas de Santana para poder sentarse a su lado.

—No es verdad—Santana le sonrió—Sales muy bien. Se te ve inteligente. Y guapa.

Brittany rió con incredulidad.

—¡Qué mentirosa eres, San!

Santana soltó una carcajada y acto seguido se puso seria otra vez.

—No sé por qué siempre te estás quitando mérito. Yo te veo guapa.

Brittany, por su parte, sólo se sentía guapa en los momentos en que estaba con Santana.

—Siento no haber pasado a verte la otra noche—dijo Santana, poniendo los ojos en blanco—El entrenamiento acabó muy tarde y luego mi mamá nos tuvo de un lado para otro comprobando que todo estaba a punto para la boda de Bree.

—Me imagino que habría muchas cosas que organizar.

—Después del jaleo de estas últimas semanas, creo que yo preferiría fugarme con mi novio—Santana miró a Brittany a los ojos—Bueno, si es que algún día me caso.

Brittany notó que el corazón le daba un vuelco y apartó la mirada.

—Claro que te casarás—dijo, en el tono más inexpresivo que pudo.

—Bueno no sé si quiero casarme—declaró Santana con espontaneidad.

—¿Por qué no?—preguntó Brittany, secretamente contenta de lo que había dicho su amiga.

Santana se encogió de hombros.

—T. J. intentó besarme—repuso, sin más y Brittany la miró con asombro.

—¿Cuándo?

—Ayer por la tarde, durante el entrenamiento del equipo de béisbol, detrás de las gradas.

—Pero si no nos dejan ir detrás de las gradas...—empezó a decir Brittany y Santana le lanzó una mirada de suficiencia.

—Todo el mundo se mete detrás de las gradas, Britt—repuso secamente.

Ella nunca había estado detrás de las gradas, pero no hizo ningún comentario.

—Y tú... ¿qué hiciste? Quiero decir, cuando te besó...

—Le di un empujón y lo tiré contra la valla.

Brittany soltó una carcajada y Santana rió alegremente.

—Se lo merecía. No quiero que me bese nadie si no se lo pido yo. Es que eso de los besos es muy personal, ¿no te parece, Britt?

Brittany se ruborizó. Nunca se le había ocurrido besar a un chico y ni siquiera se imaginaba cómo eran los besos, por no hablar del resto. De hecho, ni tan siquiera se atrevía a imaginar lo que harían esa noche Bree y su flamante esposo, aunque los hermanos de Santana habían dedicado un montón de burlas a la feliz pareja, con profusión de codazos e insinuaciones malévolas.

—Aparte de eso—continuó Santana—, T. J. es un baboso—se limpió la boca—¡Puaj! Me sentía como si quisiera devorarme.

Brittany se estremeció y arrugó la nariz.

—A mí me da asco.

—¿Qué te da asco? ¿T. J. o dar besos?

—Dar besos.

—Bueno en algún momento vamos a tener que besarnos con alguien, ¿sabes?

—No tenemos por qué besar a nadie si no queremos. Acabas de decirlo.

—No, yo quiero decir cuando te enamoras.

Brittany frunció el entrecejo.

—Tenemos quince años. Somos muy jóvenes para enamorarnos.

Brittany se sintió turbada por un momento, pero, súbitamente inquieta, trató de pasar por alto aquella sensación.

—Tenemos casi dieciséis—dijo Santana, riendo—Y un montón de chicas de nuestra clase llevan años morreándose con chicos—hizo una pausa enfática—Morreándose y yo juraría que haciendo más cosas.

—¿Más cosas —repitió Brittany, con la boca repentinamente seca.

—Ya sabes...—contestó Santana con una mueca.

Brittany se ruborizó.

—Quieres decir que... ¿se han acostado con alguien? ¿Qué chicas? ¿Cómo lo sabes?

—Me lo han dicho, por eso lo sé—contestó Santana—La verdad, Britt, a veces me parece que vas por la vida con los ojos cerrados.

Brittany suspiró.

—Yo no soy como tú, San. A ti la gente te cuenta cosas. A mí no.

—Yo sí te cuento cosas.

Brittany sonrió.

—Tú siempre me estás contando cosas, hasta las que no quiero saber.

—¿No quieres saber nada de besos?—bromeó Santana.

—No, me parece que no.

—Bueno, entonces yo creo que tendrías que saberlo todo sobre el tema. La verdad, creo que deberías empezar a practicar ahora mismo y así estarás preparada para cuando te apetezca de verdad besar a alguien.

Brittany torció el gesto.

—No se me ocurre nadie a quien me apetezca besar.

Volvió a sentir una punzada de turbación en el estómago y, de pronto, los labios de Santana atrajeron su mirada, pero apartó la vista rápidamente.

—O nadie que quiera besarme a mí—añadió enseguida.

—¿Y Ryder?

—¿Tu hermano?—dijo Brittany, escandalizada.

—Me parece que le gustas.

—Tiene casi diecinueve años—repuso, totalmente abrumada.

—Mmm... Tal vez sea un poco mayor para ti. Pero le gustas, estoy segura.

Brittany pensó que ya nunca podría volver a mirar a Ryder López a la cara.

—¿Y qué te parece Rory Flanagan?

Santana empezó a soltar un nombre tras otro, mientras Brittany hacía rotundos gestos de negación con la cabeza.

—No sigas—miró a Santana—¿A ti te apetece besar a algún chico?

Santana consideró la pregunta durante un momento.

—No. De hecho, no. Eso creo—miró a Brittany y se mordió el labio inferior—Pero podríamos practicar nosotras dos.

Todas las terminaciones nerviosas de Brittany entraron en tensión.

—¿Qué...?—tragó saliva—¿Qué quieres decir?

—Bueno, ya sabes... Podemos probar a besarnos las dos. Así aprendemos la mejor manera de hacerlo sin que haga falta morrearnos con chicos que no nos gustan.

—¡Ah!—Brittany no lograba articular una respuesta.

—A mí me parece una idea genial—dijo Santana, moviéndose para sentarse más cerca de ella—¿Quieres que probemos?

—¿Ahora mismo?

—¿Por qué no?

Brittany miró a su alrededor.

—Es que...

—No nos ve nadie y seguro que tu tía se ha quedado dormida delante de la tele. Además, si se despierta la oiremos venir por el pasillo—Brittany tragó saliva—La idea es perfecta—continuó Santana—¿No prefieres besarme a mí, en lugar de a cualquiera de los chicos de clase?


Brittany se notó toda acalorada. En su interior se agitaban un montón de sensaciones distintas.

—¿Lo probamos?

Apremió Santana, pero Brittany aún no sabía qué hacer. Entonces Santana se incorporó, acercó la cara a la de su amiga, apoyó la mano en su hombro y rozó su boca con la suya.

Santana tenía unos labios suaves y dulces, y el corazón de Brittany empezó a latir salvajemente. Santana se apartó y Brittany tuvo que contenerse para no abalanzarse sobre ella: ansiaba desesperadamente que aquel beso no tuviera fin.

—¿Lo probamos?—volvió a decir Santana, esta vez en voz baja, y Brittany asintió.

Entonces Santana volvió a besarla. Esta vez abrió un poco la boca y recorrió con la punta de la lengua el contorno de los labios de Brittany. Esta emitió un gemido ahogado, mientras sentía que el estómago se le deshacía. Se acercó más a su amiga y notó un cosquilleo cuando sus pechos adolescentes rozaron los de Santana. De repente, estaban abrazadas. Santana tenía la lengua dentro de la boca de Brittany y Brittany había perdido toda contención, toda racionalidad.

Cuando Santana se apartó, ambas estaban sin aliento. Sus miradas se cruzaron y Brittany tuvo la impresión de que la Tierra giraba locamente sobre su eje.

—Ha sido...—empezó a decir Santana, aclarándose la voz—Completamente distinto a besar a T. J.—añadió, con la voz quebrada.

A Brittany le dio un vuelco el corazón.

¿Acaso a Santana no le había gustado el beso?

¿Ya no iba a querer repetirlo?

Brittany deseaba pasarse la vida besando a Santana.

—¿Podemos besarnos otra vez?—preguntó Santana en voz baja y Brittany inclinó el rostro hacia ella.

Esta vez fue ella la que besó a Santana. La rodeó con sus brazos y la estrechó contra su pecho.

Pasó mucho rato antes de que volvieran a estar sentadas una junto a la otra. Santana toco la mano de Brittany y la sostuvo delicadamente.

—¿Sabes? Llevaba muchísimo tiempo queriendo hacer esto.

—¿Ah, sí? ¿Y por qué no lo has hecho? Hasta ahora, quiero decir.

—Es que... ¿Sabes? Pensaba que te parecería una guarrada.

—No. Ha sido genial.


Fin Flashback


Sí que lo había sido. El recuerdo de aquel beso todavía lograba inflamar el corazón de Brittany.

Contempló la cara de Santana en la fotografía y una lágrima se deslizó por su mejilla.

«Santana, Santana...», murmuró, y hundió la cara contra la almohada.

Brittany pasó una noche agitada y se despertó cansada y ojerosa. En lo primero que pensó fue en Santana. Se quedó acostada en la cama, suspirando, y luego se incorporó de golpe.

¿Y si venía a verla, tal como Emily había dicho que pensaba hacer?


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Era domingo y Santana sabía que Brittany no estaría en el trabajo. Sumida en el nerviosismo, Brittany se puso unos pantalones cortos y una camiseta ancha y subió al coche. Al cabo de un momento ya estaba saliendo del pueblo, en dirección al río.

Si hubiera aceptado la invitación de Quinn de pasar el fin de semana con ella, no habría ocurrido nada de aquello. No habría conocido a Emily y tampoco habría visto a Santana. Y no habría tenido todos aquellos sueños extraños e inquietantes en los que aparecía Santana.

Brittany agarró con resolución el cambio de marchas y aceleró. Buscaría un sitio tranquilo junto al río y se quedaría ahí, descansando.


Brittany regresó a Lima, Ohio al final de la tarde y, aunque se sentía físicamente cansada, también estaba algo más calmada. Había ido en coche hasta el puente, había aparcado junto a los coches de otros excursionistas y se había sentado a comer un poco de fruta a la sombra de un árbol. La atmósfera era densa y calurosa, cargada del bullicio de las personas que disfrutaban de aquella tarde de domingo.

Después de merendar, Brittany se sentó bajo un árbol y se dedicó a observar a una familia que disputaba una movida partida de criquet. Después sacó el libro que estaba leyendo y lo terminó. Luego abrió la novela de Leigh Mossman: La Fiebre del Oro. Leyó el primer capítulo y entendió por qué aquella novela se había convertido en un éxito de ventas.


Había que reconocer que la historia lograba atrapar el interés. De hecho, Brittany lamentó tener que interrumpir la lectura para regresar a casa. Decidió que seguiría leyendo el libro después de cenar.


Entró en su parcela mucho más calmada y con una actitud más positiva, pero frenó en seco al distinguir la silueta sentada en los escalones de la entrada. Brittany, con el coche en parado, se quedó paralizada viendo cómo la mujer se levantaba, con su melena negra resplandeciendo bajo la luz del crepúsculo.

Capitulo 4 - Parte I

Santana bajó los viejos escalones de madera y recorrió la corta distancia que la separaba del coche.

—Hola, Britt—dijo, esbozando una sonrisa.

Tenía los ojos entrecerrados porque la deslumbraba el sol, de manera que Brittany no logró interpretar su expresión. Se quedó quieta dentro del coche, con los ojos fijos en la vacilante y tensa sonrisa que dibujaba la boca de Santana.

Brittany tragó saliva para aclararse la voz.

—Voy a aparcar el coche.

Sonó el crujido del cambio de marchas y Brittany condujo hasta el garaje. Luego inspiró hondo, agarró la mochila y salió del coche; cerró la portezuela con cuidado.

Tenía la impresión de que cada uno de sus actos se producía con retraso, una fracción de segundo por detrás de su pensamiento.

Se detuvo un momento para recuperar la compostura, antes de volver donde la estaba esperando Santana.

—¿Cuánto tiempo llevas ahí?—le preguntó en un tono afectado, secretamente avergonzada por comportarse de una forma tan tonta—Bueno, quiero decir que si llevas mucho rato esperando.

El breve temblor de una indescifrable emoción atravesó el rostro de Santana.

—¿Que si llevo mucho rato? Horas y horas...—respondió, mirando a Brittany directamente a los ojos, y acto seguido esbozó una sonrisa forzada—No, la verdad es que no llevo mucho rato. Ya pensaba que habías salido a cenar fuera y estaba a punto de irme.

—¡Ah!

Brittany se pasó la mochila a la otra mano y comprobó que tenía las palmas sudadas. Dirigió una mirada de soslayo a Santana y la apartó rápidamente, por sí la otra mujer se daba cuenta de que la estaba observando. No osó recrearse contemplando su rostro ni su cuerpo, que conocía tan bien. Si lo hacía, perdería la poca compostura que le quedaba. En realidad, no sabía cómo podía reaccionar si dejaba de controlarse. Prefería creer que le preguntaría fríamente a Santana que qué se había creído, si pensaba que podía aparecer de pronto y esperar que ella aceptara su regreso sin rencores.

Brittany casi se rió.

¿Fría y controlada?

Estaba muy lejos de sentirse así y sospechaba que no tendría el aplomo necesario para salir airosa de aquella situación. Sin embargo, al parecer, la breve ojeada que Brittany dedicó a Santana logró captar con extrema precisión todo su atractivo.

Brittany sabía que, aun con los ojos cerrados, habría sido capaz de imaginarse a Santana hasta en los más mínimos detalles. Físicamente, Santana medía metro sesenta y algo, unos centímetros menos que Brittany, y, ahí donde Brittany era delgada y casi andrógina, el cuerpo de Santana tenía formas rotundas y claramente femeninas. Sus ojos seguían siendo de un llamativo oscuro y sus hoyuelos que tanto le gustaban a Brittany. El pelo, que ahora llevaba más corto, le caía a ambos lados de la cara hasta los hombros y un flequillo le cubría la frente con naturalidad. Santana llevaba unos pantalones cortos de color azul marino y una camiseta blanca que acentuaban la redondez de sus pechos y la forma de sus caderas.

Tenía un aspecto pulcro y fresco, y Brittany, ataviada con una camiseta y unos pantalones viejísimos y arrugados después de pasar el día junto al río, se sintió desmañada y vulgar.

—¿Puedo pasar?

Santana hizo un gesto en dirección a la casa y Brittany vaciló. En su fuero interno, todos los instintos le exigían a gritos que no aceptara, que no permitiera que aquella mujer, aquella mujer tan hermosa y tan dolorosamente familiar, se le acercara. Pero, muy en el fondo, entre las advertencias, se alzó una débil vocecita.

—Claro.

Brittany se dio cuenta de que era ella misma la que había respondido y subió con paso ágil la escalera de la entrada. Mientras buscaba torpemente la llave, Brittany consideró mentalmente el aspecto de su amiga: de Santana tal como era en ese momento.

Lo cierto era que no había cambiado mucho.

Siempre había tenido una figura adornada por las curvas adecuadas, con unas caderas anchas y una cintura estrecha. Y Brittany recordaba bien el placer que había sentido, en el pasado, cuando recorría con sus labios los grandes pechos de Santana.

Brittany se notó la boca seca, mientras una punzada de deseo le atravesaba el cuerpo y descendía hasta su entrepierna. Y aunque Santana estaba detrás de ella y no podía verle la cara, no se quedó del todo tranquila.

Atravesó a toda prisa el pórtico adornado con celosías y la amplia galería de la entrada para abrir la pesada puerta principal. Pasó la primera a la sala y se dio la vuelta mientras entraba Santana.

—¿Quieres un café o un té?—le preguntó educadamente, pero su amiga hizo un ademán de negación con la cabeza.


Santana se apartó el pelo de la frente con un gesto que Brittany recordaba muy bien. Siempre lo hacía cuando estaba nerviosa o se sentía incómoda. Y Brittany podía entender perfectamente cómo se sentía. Ella también estaba bastante desconcertada.

Tenía los nervios a flor de piel.

¿Recordaría Santana la última vez que se habían visto?

A Brittany le parecía que aquella penosa escena flotaba pesadamente entre las dos mientras se sentaban en la sala, separadas por toda la extensión de la alfombra.

De pronto, Brittany retrocedió hasta el principio de aquellos diez largos años y volvieron a encontrarse las dos juntas en el dormitorio de Santana, en la enorme casa que había al otro lado de la valla.



Flashback


El dormitorio era pequeño y estaba pintado en un tono rosado, y la estrecha cama estaba todavía cubierta con un dosel de encaje, que Santana consideraba infantil pero que no se decidía a quitar. Brittany y Santana habían pasado muchas horas juntas en aquel cuarto cuando eran niñas, jugando, charlando o haciendo los deberes. Y desde aquel electrizante momento posterior a la boda de Bree, siempre que podían tener la casa para ellas solas se pasaban el tiempo haciendo el amor en la estrecha cama de Santana.

Tenían que ir con cuidado, por supuesto, y eso hacían.

Aquel día, el papá y los hermanos de Santana no habían llegado aún del trabajo, y su mamá había asistido con la tía de Brittany a un servicio religioso que solía terminar bastante tarde.

Brittany suspiró y rozó los pechos de Santana con la punta del dedo, percibiendo la fina película de sudor que le cubría aún la piel después de haber hecho el amor.

—Ha sido fantástico. ¿Te das cuenta de que llevábamos toda una semana sin poder estar juntas? Esta tarde, en la clase de historia, tenía tantas ganas de besar cada trocito de tu cuerpo que pensaba que me moría.

Brittany inclinó el rostro y mordisqueó delicadamente el pezón de Santana, quien emitió un gemido gutural.

—Habría estado mejor que leer todos esos libros que nos han mandado sobre las invasiones, ¿verdad?—Santana rió—Ojalá tuviéramos tiempo de hacer el amor otra vez.


Se cambió de sitio y se colocó lo más cerca posible de Brittany. Sus cuerpos se amoldaron entre sí como solían y las dos jóvenes se besaron durante un largo rato.

—Te quiero—dijo Santana en voz baja.

Brittany recorrió a mordisquitos la barbilla de Santana y hundió la cara en el hueco de su cuello.

—¿Britt?

—Mmmm...

Brittany cerró los ojos y dejó que la invadiera el penetrante aroma del pelo de Santana.

—¿Britt? Tenemos que hablar de...—Santana interrumpió la frase—Quiero que hablemos de lo de Sam y el baile del equipo de fútbol—empezó a decir, y Brittany alzó la cara y la miró atentamente.

—Eso fue hace mucho. Siento... En fin, siento haberme enfadado tanto con esa historia. La verdad es que me molestó mucho que fueras con él y lo pasé fatal al verlos juntos, pero me parece que ya entiendo por qué lo hiciste. Es decir, entiendo que tienes que fingir que... Bueno, ya sabes. Y de todas maneras, ya no has vuelto a salir con él—Brittany observó la expresión preocupada de Santana—¿O sí?

—No—dijo Santana al cabo de un momento—No, claro que no. Desde lo del baile, no. Te... te lo habría contado.

Cuando Santana le dijo a Brittany que acompañaría a Sam al baile que organizaba el equipo de fútbol, mantuvieron una agria discusión, que se prolongó durante la fiesta. Y todo acabó con Santana dando media vuelta y marchándose, dejando a Brittany dolida y confusa.

Durante la semana siguiente estuvieron evitándose en el instituto y Brittany pasó la noche del sábado terriblemente sola, imaginándose a Sam Evans bailando con Santana y estrechándola contra su ancho torso, con el resplandor del triunfo en los ojos.

El domingo por la tarde, Santana llamó por teléfono a Brittany para decirle que estaba sola y que si podían verse. Brittany corrió a su casa, donde la estaba esperando una pálida y cansada Santana. Ésta la abrazó con furia, sollozando, y musitó una disculpa con la cara hundida en el cuello de Brittany.

Acabaron en el dormitorio de Santana, estrechamente abrazadas. Brittany pensó que Santana no parecía resignarse a dejarla marchar y le pareció bien. Cuando empezó a acariciarla, Santana la detuvo, diciéndole que sólo quería que la abrazara. Y a Brittany también le pareció bien. Se limitó a estrecharla entre sus brazos, aspirando su dulce aroma.

Y ahora, semanas después, era la primera vez que Santana nombraba a Sam Evans.

—Bueno, entonces si no has salido con él, no pasa nada—dijo Brittany con fingida seriedad—Yo tampoco he salido con Artie—emitió una exclamación de disgusto—La última vez que salí con él al cine fue horrible. Cuando quiso darme un beso de buenas noches y me metió la lengua en la boca, me dieron ganas de vomitar.

—Britt, tengo que decirte una cosa—Brittany se quedó helada al percibir el tono de la voz de Santana—No puedo contárselo a mamá y estoy asustada.

—-¿Asustada? ¿Qué pasa, San? Si te preocupa que alguien nos descubra...

—No, no es eso. ¡Ojalá lo fuera!—Santana se frotó los ojos—Lo que me da miedo es que me odies cuando te lo cuente.

—Yo nunca te odiaría, San—dijo Brittany con franqueza—Te quiero, ya lo sabes.

—Ay, Britt...—Santana la estrechó contra su pecho—Fuguémonos juntas. Ahora mismo.

Brittany rió quedamente.

—Ojalá pudiéramos. Pero sólo faltan dos meses. Después de Navidades podremos instalarnos en Brisbane y matricularnos en la universidad. Compartiremos piso y pasaremos todo el tiempo juntas, tal como tenemos pensado.

—Britt, ¿qué pasaría si...?—Santana se interrumpió y se mordió el labio.

—¿Si qué? ¿Si no nos dan la beca para la universidad? Nos la darán. Y si no, nos vamos más al sur y buscamos trabajo. Todo irá bien. Ya lo verás.

Santana abrazó a su amiga con tanta fuerza que Brittany tuvo que dejar un poco de espacio entre las dos para tomar aliento.

—Necesito aire, Sanny—Brittany inspiró ostensiblemente—¿Por eso dices que me quieres hasta la muerte?—preguntó en broma.

Santana suspiró.

—Te quiero más de lo que te imaginas, Britt-Britt.

—Yo también te quiero, Sanny—dijo Brittany, y besó la boca suave y anhelante de Santana, antes de apartarse con expresión resignada—Tendríamos que ir vistiéndonos. ¿Qué hora es?

Santana atisbo por encima de la cabeza de Brittany, hacia el despertador de la mesilla de noche.

—Nos queda un ratito.

—Fantástico—murmuró Brittany, contenta—Tienes una piel divina.

Deslizó la mano por la rabadilla de Santana, hasta la curva de sus nalgas, y volvió a estrechar a su amiga contra su pecho. La pierna de Santana se deslizó entre las suyas y en el centro de Brittany se encendió un chispazo de deseo. Arqueó el cuerpo para amoldarlo al de Santana, su boca buscó la de su amiga y las dos se besaron con renovada pasión.

—¿Qué...? ¡Dios mío!

Ninguna de las dos jóvenes había oído los pasos que se acercaban por el pasillo enmoquetado ni cómo la mamá de Santana abría la puerta del dormitorio. Se volvieron las dos a la vez, atónitas, mirando en la dirección de donde procedía la voz.

Maribel López aferraba la manecilla de la puerta con una mano, mientras se llevaba la otra a la garganta en un gesto de horror.

—¡Dios mío!—repitió—¿Qué están...? ¿Qué...?

Brittany estaba hecha un flan y era incapaz de moverse. Continuó abrazando a Santana, mientras ambas mantenían la vista clavada en Maribel López. Santana fue la primera en incorporarse. Tiró rápidamente de la sábana para tapar sus cuerpos desnudos.

—Mamá, te lo puedo explicar—empezó a decir, y su mamá soltó un áspero suspiro.

—Vístanse las dos y vengan a la cocina.

La puerta se cerró con un débil chasquido, que en el pequeño cuarto sonó como una explosión. Brittany se volvió hacia Santana.

—¿Qué hacemos?—susurró, a punto de darle un ataque de risa histérica.

—¡No lo sé!—dijo Santana con la voz ronca—No lo sé... ¡Dios mío, Britt! ¿Qué vamos a hacer ahora?

Brittany se esforzó por calmar los alocados latidos de su corazón y respiró hondo.

—Creo que tendríamos que decirle la verdad. Decirle que nos queremos. ¿Qué otra cosa vamos a hacer?

—Mi mamá no lo entenderá. No lo entenderá nadie—Santana estaba llorando—¿Y si se lo cuenta a mi papá? ¿O a tu tía?

A Brittany se le secó la boca. Era imposible que aquello estuviera pasando.

Por fin, Santana pareció tranquilizarse.

—Más vale que nos vistamos—dijo lacónicamente, y empujó a Brittany hacia el borde de la cama.

Brittany se incorporó y apoyó las piernas temblorosas en el suelo. Tropezó mientras buscaba torpemente la ropa dispersa por la habitación y Santana la agarró del brazo para tranquilizarla.

—Tendrán que entenderlo, Britt. ¿No?—preguntó desesperadamente, buscando su ropa ella también.

A Santana le temblaban las manos y no conseguía abrocharse el sujetador. Brittany la ayudó y luego le hizo dar la vuelta para que la mirara.

—¡Vaya lío, Britt!

La voz de Santana se quebró en un sollozo.

—Chsss...—Brittany la besó con ternura—Recuerda que, pase lo que pase, te quiero, Sanny—dijo con franqueza.

Santana asintió con un gesto.

Acabaron de vestirse y Brittany tomo la mano de Santana y se la estrechó con fuerza, antes de salir de la habitación y recorrer el corto trecho que las separaba de la cocina.

Maribel López no las miró cuando entraron. Se había preparado un té y estaba sentada a la mesa, sujetando firmemente con las dos manos la taza de porcelana floreada.

Brittany vio que temblaba y oyó el tamborileo de la taza sobre el platillo. Brittany empezó a hablar, pero Santana la interrumpió, tocándole el brazo con suavidad.

—Mira, mamá, no es lo que tú crees—empezó a decir, y su mamá se volvió a mirarla con expresión torva.

—¿Ah, no? Bueno entonces no sé qué es.

Brittany miró a Santana, advirtió la absoluta palidez de su rostro y entonces se irguió y alzó la barbilla.

—Señora López..., Santana y yo... nos queremos—dijo con franqueza.

Maribel López se incorporó de golpe, derramando el té y volcando la silla. Brittany vio que Santana se colocaba tras ella de un salto al oír el ruido y ella misma tuvo que esforzarse para quedarse quieta y no salir corriendo.

—¿Que se quieren?—vociferó la mamá de Santana—No sabes lo que dices. Eso no es quererse. No como las personas normales. Ninguna hija mía es...—movió la cabeza descartando la idea—No me atrevo ni a pronunciar la palabra—se volvió hacia Santana, que pareció encogerse—¿Cómo has podido hacerlo, Santana?

—Señora López...—empezó otra vez Brittany y Maribel se volvió hacia ella con una mirada de rabia y desprecio.

—No digas nada, Brittany Pierce. Sabía que no tenía que permitir que te hicieras tan amiga de mi hija. Sabía que tu familia no era trigo limpio. Todo el mundo sabe que los Pierce son unos embusteros y unos ladrones. Tendría que haber hecho caso de mi intuición. Pero me daba lástima verte, huérfana y sola en aquella casa tan fría, con Sue Pierce. Y no. Te recibí en mi casa, te traté como a una hija y mira cómo me lo agradeces...

—Mamá, por favor—imploró Santana—No ha sido decisión nuestra enamorarnos. Ha ocurrido así, nada más.

—¡Enamorarse!—Maribel casi escupió—Dejen de decir eso—cruzó los brazos y empezó a recorrer la cocina a grandes zancadas—Una chica no se enamora de otra chica. Lo que hace una chica es buscar un buen chico, como hice yo, y como ha hecho tu hermana. Eso es lo que hay que hacer— Maribel respiró hondo, intentando calmarse, y se dio la vuelta para recoger la silla caída—Y si tú no eres capaz de encontrar a un buen chico por ti misma, entonces te lo buscaré yo. Buscaré uno para cada una.

—Yo no quiero ningún buen chico, mamá—dijo serenamente Santana—Y Britt tampoco.

—No quiero hablar más de eso, Santana. Tengo que ponerme a hacer la cena. Y tú, Britt, será mejor que te vayas a tu casa. Ya hablaré yo con tu tía.

Brittany se quedó parada, mirando fijamente la lámpara del techo, sin saber qué hacer.

—Y por lo que respecta a Artie Abrams, ese que anda detrás de ti siempre...—continuó Maribel—, Ya es hora de que le hagas un poco de caso.

—Es que a mí no me gusta Artie Abrams—contestó Brittany con la voz queda.

—Creo que, ahora mismo, eso es lo de menos.

Maribel López agarró un trapo de cocina y limpió el charquito de té.

—Señora López—empezó a decir Brittany, con las cuerdas vocales en tensión—Ya sé que todo esto la ha dejado muy impresionada, pero prefiero que no hable con mi tía. Ya hablaré yo con ella.

La mamá de Santana la fulminó con la mirada.

—No creo que lo que tú prefieras tenga la menor importancia. Lo que sé es que Santana es responsabilidad mía. De ti se encarga Sue Pierce y será ella la que decidirá qué hace contigo. Pero lo que está claro es que ustedes dos van a pasarse una temporada sin verse.

—Mamá, por favor—suplicó Santana.

—Cállate, Santana—respondió bruscamente su mamá—No quiero oír hablar más del tema.

—Eso no cambiará lo que sentimos Santana y yo—explicó serenamente Brittany, y Maribel López apretó los labios con rabia.

—Ustedes dos han estado muy juntas durante demasiado tiempo. Ya es hora de que empiecen a salir con chicos jóvenes.

—No nos gustan los chicos—soltó Santana, y su mamá volvió la cabeza consternada, contemplando a su hija como si no la hubiera visto nunca antes de entonces.

—No lo entiendo, Santana—dijo desesperada—Nunca... Cuando salías con Sam Evans decías que te lo pasabas bien...

Brittany miró a Santana y advirtió el gesto de desolación que pasó fugazmente por su rostro.

—¡Mamá! Te decía lo que tú querías oír. Yo...

Para la consternación de Brittany, Santana rompió a llorar. Brittany quiso abrazarla, pero la mirada de Maribel se lo impidió.

—No entiendes nada, mamá. ¡Dios mío! ¡Qué desastre!—concluyó, desolada.

—Un desastre que has provocado tú sólita. ¿Cómo has podido hacernos esto a tu papá y a mí? No...—Maribel meneó la cabeza en señal de negación—¡No es normal!

—¿Normal?—repitió secamente Santana—¿Y te parece normal que una mujer se prostituya aceptando acostarse con un hombre aunque no lo desee?

—San...—murmuró Brittany, pero Santana mantuvo la mirada clavada en su mamá.

—No sabes de qué estás hablando, Santana—dijo, quitando importancia a las palabras de su hija.

—¿Ah, no? Ya he estado con un hombre, mamá, y créeme: me gustan más las mujeres.

La mirada sobresaltada de Brittany se cruzó con la de Santana, que apartó rápidamente la vista.

—Por favor, mamá, intenta entenderlo. Quiero a Britt.

—Deja de decir eso.

—¿Sabes? Creo que te molestaría menos que te dijera que estoy embarazada—gritó rabiosamente Santana a su mamá—¿Verdad que sí? ¿Te molestaría menos que te dijera que estoy embarazada?

Maribel López se cubrió los ojos con la mano.

—Santana, vete a tu cuarto. Ya tengo bastante por esta noche. Y tú, Britt, será mejor que te marches.

Brittany se quedó quieta, indecisa, y entonces Santana suspiró, mientras su cuerpo en tensión se derrumbaba sobre una silla. Luego volvió la cara hacia Brittany.

—Vete, Britt—alargó la mano y acarició suavemente el brazo desnudo de su amiga—Hablaré contigo más tarde.

Sus miradas se encontraron por un momento y, finalmente Brittany asintió. Dio media vuelta, salió y caminó lentamente hacia su casa.

Santana la llamó por teléfono unos días después y le hizo vagas promesas sobre el traslado a Brisbane. Y luego hubo otra llamada que dejó destrozado el joven corazón de Brittany. Santana la llamó para decirle que se iba a casar con Sam Evans y para preguntarle si quería ir a la boda. Brittany rechazó la invitación con vehemencia.

Cuando pensó en ello más tarde, comprendió, por el tono que había empleado Santana, que la invitación había sido una pura fórmula.

Una semana después, Brittany decidió que tenía que intentar hablar con Santana una vez más, pero fue la mamá de su amiga la que contestó al teléfono. Maribel López le confirmó que la boda se iba a celebrar la semana siguiente y también dijo que preferiría que Brittany no asistiera, para no poner a Santana en una situación aún más tensa.


Fin Flashback

Capitulo 4 - Parte II

Al principio Brittany había creído que las palabras de Santana al confesar, desafiante, a su mamá que se había acostado con un hombre no habían sido más que una bravata, pero cuando en el pueblo se empezó a rumorear que Santana se casaba embarazada empezó a dudar de la sinceridad de su amiga.

Todo lo que sabía era que Santana permanecía en un irrecusable silencio.

Y ahora Santana estaba junto a ella y era la primera vez que Brittany la veía desde hacía diez años.

—Has pintado la casa—la voz de Santana la devolvió al presente—Está preciosa.

—Gracias. La tía Sue siempre decía que había que pintarla, pero nunca encontraba tiempo para hacerlo.

—Me gustan los colores. Son más claros y más bonitos—dijo Santana—Las habitaciones parecen más grandes.

Se quedaron quietas y en silencio, incómodas. Brittany sintió una mezcla de deseo y de rabia en su interior.

¿Cómo podía estar Santana tan tranquila, hablando de banalidades, después de lo que había hecho?

¿Cómo podía tener tanto descaro?

—¿Me invitas a una taza de té?

Brittany parpadeó, intentando procesar aquellas palabras.

—¿Un té?—se aclaró la voz—De acuerdo.

Dejó el bolso sobre una butaca y volvió al pasillo, con los músculos en tensión al comprobar que Santana la seguía hasta la cocina

—¿No prefieres un zumo de tamarindo?

-—¿Tienes?—preguntó Santana, sorprendida—Me encantaría. No bebo zumo de tamarindo desde...—se interrumpió—, Desde hace un montón de tiempo.

«Desde que te fuiste.»

Quiso concluir la frase Brittany, pero se limitó a asentir y sacó de la nevera una jarra llena de zumo de color marrón. Vertió el líquido en dos vasos altos y añadió una generosa cantidad de hielo.

Al darse la vuelta, vio que Santana la estaba mirando. Brittany, turbada, le tendió un vaso, procurando cuidadosamente que sus manos no se rozaran.

—Mmm...—murmuró Santana, al acercarse el vaso a la boca—Hasta el olor me trae recuerdos—tomó un sorbito—Está buenísimo. ¿Te acuerdas de lo bien que se estaba cuando nos sentábamos a beber zumo en la cabaña del árbol, en los días de calor?

¿Que si me acuerdo? No me hables de recuerdos. No tienes derecho, después de lo que hiciste.

Quiso gritar Brittany

—Sí—dijo, finalmente, y Santana le dirigió una mirada fugaz.

Brittany intentó tranquilizarse.

—¿Volvemos a la sala de estar?

—Bueno.

Santana se dio la vuelta y esta vez fue Brittany quien la siguió por el pasillo. Brittany se encontró de pronto observando con atención la cabeza de Santana, la forma en que le cubrían la nuca los cabellos, el porte erguido de la espalda cubierta por la camiseta blanca, el balanceo de sus caderas al caminar, sus piernas torneadas...

Y ansió extender el brazo para detenerla, atraer su cuerpo suave y cálido hacia sí, pasarle los brazos por la cintura, dejar que sus manos subieran por el torso de Santana y cubrieran sus magníficos pechos.

Volvieron a instalarse en el salón y Brittany le indicó con un tembloroso ademán que se sentara en el sofá. Luego se dio un momento la vuelta para apartar el bolso y sentarse frente a ella en la butaca. Al retirar el bolso, cayó al suelo el ejemplar de La Fiebre del Oro. Entonces Brittany se agachó a recogerlo para guardarlo otra vez. Al ir a sentarse, vio que Santana miraba el libro.

—La historia transcurre en Lima, Ohio. ¿Lo has leído?—preguntó Brittany.

Un tenue rubor cubrió la cara de Santana.

—Sí, lo he leído. ¿Qué te ha parecido?

—La verdad es que lo he empezado esta tarde, pero de momento me parece muy bueno. No podía interrumpir la lectura.

—¿Por dónde vas?

—La protagonista, Clare, acaba de llegar a Lima, Ohio después de enterarse de que tiene familia aquí—el tema de conversación era inofensivo y Brittany se aferró a su banalidad—La historia se apoya en una buena investigación. El recorrido desde Brisbane es real y la descripción del pueblo en plena fiebre del oro es muy vivida. Me daba la sensación de encontrarme en plena calle mayor, cuando estaba atestada de rudos mineros que encendían cigarros puros con billetes de diez libras.

Brittany guardó silencio y miró a Santana, sentada frente a ella. Era como si no hubieran transcurrido aquellos diez años.

Ahí estaban, sentadas y hablando de libros, como antes. Brittany notó la boca seca y tragó saliva.

—¿Siguen gustándote las novelas policíacas?—preguntó Santana en voz baja y Brittany pensó que tal vez sentía la misma nostalgia que ella.

—Sí, bastante—asintió.

Se hizo un silencio denso y Brittany percibió con toda claridad el machacón tictac del viejo reloj que adornaba la repisa de la chimenea.

Sonó un crujido cuando Santana se levantó de la butaca. Brittany se puso tensa, pero Santana se limitó a acercarse a la estantería para mirar las fotografías expuestas, de espaldas a su amiga.

La imagen en sepia del abuelo y la abuela Pierce, vestidos con trajes oscuros y abotonados hasta el cuello, tan poco adecuados para el clima cálido y tropical del norte de Queensland. La foto de la boda de los padres de Brittany. Un primer plano de su tía Sue cuando era joven, severa incluso entonces. Y otra fotografía de una Brittany de diez años, seria y vacilante, tomada poco antes de que empezara a vivir con Sue Pierce.

—Lamenté mucho la muerte de tu tía. Mi mamá no se acordó de decírmelo en su momento—Santana se volvió a mirar a Brittany—Quise escribirte pero es que, en esa época...

El final de la frase quedó en suspenso entre las dos.

—Se cayó y se rompió la cadera—dijo rápidamente Brittany para llenar aquel silencio incendiario—Nunca llegó a recuperarse del todo, aunque salió del hospital y regresó a casa. Se fue volviendo cada vez más frágil, como si se fuera apagando.

—¿Y tú...?—Santana bajó los ojos, mirando el vaso—¿Cuándo volviste a Lima, Ohio?

—Cuando el percance de la tía Sue. Necesitaba una persona que la cuidara, así que me vine al pueblo.

—¿Y buscaste trabajo en la biblioteca municipal?

Brittany asintió.

—Poco antes de que muriera la tía Sue. Antes trabajaba para el Servicio de Bibliotecas del Ayuntamiento de Brisbane.

Santana esbozó una sonrisa.

—No me sorprende que seas bibliotecaria. Siempre te han gustado mucho los libros.

—Y a ti también.

Las palabras sonaron antes de que Brittany lograra contenerse. Había decidido ceñirse a una conversación superficial.

—¿Y tú? ¿A qué te dedicas?

—¿A qué me dedico?

Santana hizo una mueca, sin apartar la vista del fondo del vaso y agitando maquinalmente el hielo.

—A nada. No tengo ningún tipo de cualificación laboral—dijo con amargura.

Brittany la miró, advirtiendo el espectáculo de emociones que atravesaba el rostro de su amiga, y en algún lugar de su corazón se produjo un cambio sutil. En aquellos breves segundos, supo que Santana no era feliz.

Santana levantó la vista y miró a Brittany a los ojos.

—Qué desperdicio, ¿no?—dijo ásperamente—Me convertí en una abnegada esposa y mamá. Por este orden. Siempre por este orden. Y no era demasiado buena ni como una cosa ni como la otra.

Brittany no sabía qué decir.

—Ayer conocí a Emily.

—Ya me lo ha contado.

—Parece... parece una niña muy especial.

La expresión de Santana se suavizó.

—Lo es, aunque no está bien que lo diga yo. Em es lo único que vale la pena de los últimos diez años.

—Se parece mucho a ti.

Las palabras de Brittany tuvieron que abrirse camino penosamente a través de un nudo de dolor que se le aferraba a la garganta.

—Mi mamá también lo dice—Santana hizo un mohín—Pero lo que quería Sam era un varón para que no se perdiera su apellido, así que también le fallé en eso. Y después ya no he tenido más hijos.

—Ya me lo ha contado Emily.

Brittany guardó silencio, incómoda al comprender que ahora Santana sabría que había estado hablando de ella con su hija.

—Parece que tuvieron una conversación bastante íntima.

—Tampoco tanto. Sólo...

Brittany buscó las palabras adecuadas.

—No pasa nada, Britt. Ya sé cómo es mi hija. Es muy abierta y bastante madura, considerando las circunstancias—Santana meneó la cabeza en señal de negación—A veces me pregunto cómo pudo ocurrir, cómo dos personas tan conflictivas como Sam y yo pudimos tener una hija como ella. En fin...—continuó—Basta con decir que sí no me he vuelto loca ha sido gracias a Em—Santana cambió de postura y dejó de apoyar el codo en la estantería—Pero ya hemos hablado bastante de mí. Ahora cuéntame tú.

Brittany se encogió de hombros.

—No hay mucho que contar.

—¿Estás...?—Santana hizo una pausa casi imperceptible—¿Estás saliendo con alguien?

Brittany notó que las mejillas le ardían. Por un momento se le apareció la imagen de Quinn, pero parpadeó para alejarla de su mente. Después de todo, no había ningún compromiso.

Dile a Santana que sales con Quinn.

Dile que estás feliz y contenta con la relación.

Dile que conseguiste olvidarla y que la vida siguió su curso.

Le exigía el sentido de la autoprotección.

—¿Si salgo con alguien? No exactamente—contestó con cautela, aunque era consciente de que Santana no tenía derecho a recibir ninguna respuesta.

—¿No exactamente?

Repitió Santana, enarcando una de sus finas cejas morenas. Atravesó la sala y se sentó en la butaca que había frente a la de Brittany.

—Es una respuesta bastante ambigua—continuo Santana.

Brittany no apartó la mirada.

—No me he casado. Y no estoy comprometida con nadie—dijo lacónicamente—Pero salgo con una persona de vez en cuando.

Volvió a hacerse un denso silencio y fue Santana quien lo rompió.

—¿Hombre o mujer?—preguntó, y la cara de Brittany enrojeció intensamente.

Capitulo 5 - Parte I

Permanecieron un momento inmóviles, mirándose, mientras Brittany intentaba articular una respuesta adecuada para aquella pregunta tan directa.

—¿Hace falta especificar?—preguntó sin imprimir expresión a su voz.

—Si te lo pregunta una persona que no conoces mucho, me imagino que no. Pero nosotras éramos amigas.

—¿Amigas?—Brittany soltó una risita mordaz—Sí, claro. Éramos amigas. La palabra clave es éramos.

—Me gustaría que...—Santana suspiró y luego hizo un gesto de negación con la cabeza—En fin, como decía tu tía: «Si los deseos bastaran...».

Se hizo otra vez el silencio y Brittany se removió incómoda en la butaca.

—No será Artie Abrams, ¿verdad?—continuo Santana.

Tras estas palabras, Brittany le dirigió una mirada sorprendida.

—¿Artie?

—Me refiero a esa persona con la que sales de vez en cuando—especificó Santana.

—¡Claro que no! ¿Cómo se te ha ocurrido?

—Mi mamá me ha dicho que la semana pasada te vio comiendo con él.

—¡Ah, ya!

Brittany se preguntó si no habría sido algo paranoica al pensar que Maribel López no quería que su hija hablara con ella.

—Artie es, más o menos, mi jefe y hasta ese día nunca había comido con él. No sé de dónde ha sacado tu mamá que salimos juntos. De hecho, Artie está en trámites de divorcio—continuo Santana.

—¿Ah, sí? Últimamente se divorcia mucha gente—añadió irónicamente Santana—¿Así que no llegaste a salir con Artie Abrams después de...—hubo otra pausa imperceptible—...Después de que yo me marchara?

—No, nunca salimos juntos. Yo me matriculé en la Universidad de Queensland, en Brisbane, y él en la James Cook, en Townsville. Se casó con una chica de ahí, de la familia Motta.

Los ojos oscuros de Santana permanecieron clavados en los azules de Brittany durante un largo instante.

—Me alegro de que no..., bueno, de que no sea Artie.

Dijo en voz baja y el corazón de Brittany empezó a latir aceleradamente ante la mera idea de que a Santana pudiera importarle aún con quién salía ella. Pero enseguida se regañó mentalmente por ser tan tonta.

—Artie era un tío aburridísimo—continuó Santana, sin advertir la creciente incomodidad que parecía irradiar de Brittany—Y no creo que haya cambiado con los años. ¿Sigue siendo tan plasta?

Brittany trató de tranquilizarse. Hablar de Artie Abrams le ayudaría a enviar a la trastienda de la mente la idea de que Santana pudiera estar aún interesada en ella.

—¿Si sigue siendo tan plasta? La verdad es que sí. Más que antes, si cabe. Se le dan bien las cuentas, así que es un buen secretario municipal, pero...

Se encogió de hombros con un gesto irónico.

—Bueno, si no es Artie, ¿entonces quién es?—insistió Santana.

—Nadie que tú conozcas.

—¡Ah!—Santana seguía mirando a Brittany a los ojos—Prefieres mantenerlo en secreto.

—¡Por Dios!

Brittany tenía los nervios tan a flor de piel que no tuvo más remedio que cambiar de postura. Se levantó y miró directamente a la otra mujer.

—¿Tan importante es? Si lo que quieres saber es si soy lesbiana, bueno sí: lo soy. ¿Estás contenta? Me gustan las mujeres, siempre me han gustado.

—Me alegro.

Dijo Santana con voz queda y Brittany tragó saliva, convencida de que Santana oía perfectamente el desbocado latir de su corazón.

—Bueno no sé por qué—replicó, súbitamente cansada de aquella conversación tan cargada de emociones—Hace diez años te daba igual, ¿así que por qué va a tener tanta importancia ahora? A no ser que seas de las que opinan que el lesbianismo se debe a la imposibilidad de madurar emocionalmente después de la adolescencia. En ese caso, seguramente me dirás que vaya al psiquiatra.

—Serías la última persona de quien pensaría que necesita tratamiento psicológico—dijo serenamente Santana.

—Bueno hay quien no está de acuerdo en eso—repuso Brittany con un suspiro.

Brittany desplazó el peso de un pie al otro, intentando descargar la tensión que la dominaba, y se preguntó si lograría aguantar aquella situación mucho tiempo más.

Tal vez debería decirle a Santana que se marchara.

—Tu mamá y tu marido se preguntarán dónde estás...—dijo, dirigiendo una ostensible mirada al reloj que había en la pared.

—Le he dicho a mi mamá que salía a dar un paseo, y así ha sido. Bree se ha llevado a Em y a los niños de excursión a la encañizada. Y en cuanto a Sam..., no ha venido.

—¿Cuándo viene?

—No va a venir.

Brittany sopesó la importancia de aquella información. Algo en el tono de voz de Santana la hizo sentirse repentinamente excitada y tuvo que tragar saliva, tratando de refrenar su desbocada imaginación.

—Emily me ha contado que es cardiólogo y que trabaja mucho.

—Sí, trabaja mucho. Como cirujano, Sam es bastante bueno—hizo una mueca—Pero, como papá y marido, era otro cantar.

Había hablado en pasado. Brittany se aferró a aquella evidencia, pero, aunque lo intentó con todas sus fuerzas, no se le ocurrió nada que decir.

—A finales de mes estaremos divorciados.

—¿Divorciados?—Brittany tragó saliva, repentinamente aturdida—Lo siento—añadió sin mucha imaginación.

—¿De verdad?—Santana miraba fijamente el hielo, ya casi derretido, que quedaba en el fondo del vaso—Yo no. Estos diez años han sido un infierno.

—Yo...—dijo Brittany con la boca seca.

Pero se interrumpió.

¿Qué podía decir?

—¿Te sorprende?—Santana enarcó inquisitivamente las cejas—Bueno no te sorprendas. Cuando te dije que me iba a casar con Sam, tú misma te encargaste de recordarme que él y yo apenas nos conocíamos.

Brittany revivió el viejo dolor del rechazo y sintió un acceso de rabia.

—Tu mamá me dijo que no era asunto mío. Y tal vez tenía razón. Quiero decir que, de hecho, yo apenas sabía nada de tu relación con Sam, así que poco podía opinar sobre la cuestión. Pero en esa época llegué a pensar que tal vez no te conocía tan bien como creía.

Santana se pasó la mano por los ojos.

—Estaba hecha un lío—empezó a decir, pero se interrumpió al oír unos pasos en los escalones de la entrada.

Cuando sonó el timbre, Brittany esperó un momento antes de salir a ver quién llamaba.

Capitulo 5 - Parte II

Se sorprendió al encontrar en la puerta a Quinn Fabray, esbozando una sonrisa.

—Hola, Quinn.

Brittany apartó otra vez de su mente una irracional sensación de culpa al ver cómo se ampliaba la sonrisa de su amiga.

—Pareces sorprendida. ¿Puedo pasar?

Brittany siguió mirándola, mientras el cerebro parecía funcionarle a cámara lenta, y la sonrisa de Quinn se ensombreció levemente.

—Bueno, si no estás ocupada...—añadió dubitativamente.

—No, no. No estoy ocupada—replicó Brittany—Es que...

Se volvieron las dos a la vez cuando apareció Santana en el recibidor.

—¡Vaya! Lo siento, Britt—dijo rápidamente Quinn—Pasaba por aquí y se me ocurrió entrar un momento. No pensé que podías tener visita. No he visto ningún coche.

Cuando Quinn ya iba a dar media vuelta, Brittany avanzó un paso.

—Da igual, Quinn. Pasa. Es una vieja amiga.

¿Una vieja amiga?

Brittany estuvo a punto de soltar una risa histérica.

¿Y por qué le había dicho a Quinn que entrara con ellas?

—¿Paso?—una vez en el porche, Quinn le dirigió una sonrisa a Santana—¡Hola! Espero no molestar.

—Claro que no—dijo Santana, negando con la cabeza.

Volvieron a la sala y estuvieron un momento decidiendo cómo se sentaban, antes de que Brittany hiciera las presentaciones.

—¿Trabajas con Britt?—preguntó cortésmente Santana.

Brittany tuvo la sensación de que no le había gustado mucho la interrupción.

—En realidad, no—Quinn sonrió. Estaba tranquilísima, como a Brittany le habría gustado estar—Soy la secretaria del alcalde, pero coincido de vez en cuando con Britt.

Santana dirigió una breve mirada de soslayo a Brittany, y ésta, para su consternación, notó que se ruborizaba.

—Creo que no nos conocemos, ¿verdad?—preguntó Quinn—, ¿Vives en Lima, Ohio?

—Me crie aquí, pero me marché del pueblo hace unos diez años.

—¡Ah! ¿Y estás de vacaciones o vas a instalarte aquí otra vez?

Brittany también deseaba saberlo.

—Todavía no lo tengo decidido. Oficialmente he venido al pueblo por la fiesta de cumpleaños de mi mamá, y además me quedaré a cuidar la casa mientras mis padres se marchan de crucero para celebrar su aniversario de bodas. Pero tal vez decida quedarme.

El corazón de Brittany dio un vuelco y, antes de que pudiera contenerla, la esperanza se manifestó en forma de dolorosa punzada. Así que no era una visita fugaz, pensó, y una vez más se reprochó a sí misma el hecho de albergar este pensamiento.

¿Qué le importaba lo que hiciera o dejara de hacer Santana?

Sin embargo, si decidía quedarse, ¿cómo podría soportar tener que verla continuamente?

—Es duro vivir lejos de donde uno ha nacido, ¿no?—comentó relajadamente Quinn.

Brittany no pudo evitar comparar a las dos mujeres. Ambas eran algo menos altas que ella, pero Santana tenía un cuerpo más redondeado. Quinn, por su parte, era delgada y de huesos finos, y lucía muy pulcra con su fresco vestido de algodón. AI verlas juntas, trató de analizar lo que sentía, pero bastante tenía con intentar seguir la conversación.

—De hecho, Britt y yo íbamos juntas al colegio y éramos íntimas amigas—dijo Santana.

Los ojos de Quinn, cargados de interrogantes, se encontraron con los de Brittany. Pero ella apartó la mirada, deseosa de que Quinn no sospechara la verdad que ocultaban aquellas palabras.

—Hacía diez años que no nos veíamos—continuó Santana.

—Seguro que tienen mucho de qué hablar. Y yo aquí, molestando—comentó Quinn con voz lastimera.

—No pasa nada—Brittany había recuperado la voz—Santana no se va mañana, ¿verdad?

—No—Santana esbozó una sonrisita burlona—No me voy. Tendremos mucho tiempo para recuperar el contacto.

¿Era imaginación suya aquel tono cargado de significación que había advertido Brittany en la voz de Santana?

Miró otra vez a Quinn, volvió a percibir su gesto de suspicacia y decidió que no se lo había imaginado. Al parecer, Santana estaba advirtiendo sutilmente a la otra mujer que debía mantenerse al margen.

Si realmente era así, reflexionó Brittany, eso significaba... Tragó saliva.

¿Acaso Santana quería retomar la relación en el punto en que la habían dejado?

Brittany sintió una súbita alegría que le costó bastante reprimir.

—¿Has encontrado el pueblo muy cambiado?—preguntó cortésmente Quinn y Santana negó con la cabeza.

—No mucho. Pero se me ha hecho raro ver el monumento a la música country cuando entraba en el pueblo con el coche. No sabía que el country se había puesto tan de moda. Aunque a nosotras, en nuestros tiempos, ya nos gustaban los bailes tradicionales, ¿verdad, Britt?

—Parece ser que el country se ha convertido en un gran atractivo turístico.

Brittany intentó tranquilizarse, pero se sentía cada vez más tensa.

—Además de la música country, se han puesto de moda la arquitectura local y los vestigios históricos de la época del oro—añadió Quinn—La verdad es que el turismo está prosperando mucho.

—¿Y tú, llevas mucho tiempo viviendo en el pueblo?—preguntó Santana, y Quinn soltó una risita ahogada.

—Soy una recién llegada. Llevo aquí un par de años solamente. Estaba harta de la ciudad y decidí volver a vivir en una zona rural. Solicité el puesto de secretaria del alcalde y aquí estoy. En realidad soy una chica de pueblo.

—Como yo. Bueno...—Santana se levantó—Tendría que irme a casa...

Brittany hizo un esfuerzo por incorporarse, intentando decidir si se sentía alegre o triste.

—Ya está muy oscuro. Te acompañaré a casa en coche—oyó decir a su propia voz.

—No, no. Tienes visita. Saldré por la parte de atrás y pasaré por el hueco de la valla. Si es que aún quepo—añadió Santana riendo.

Brittany, automáticamente, repasó su cuerpo con la mirada. Si había habido algún cambio, había sido para bien, pensó con ironía, y al levantar la vista comprobó que Quinn estaba haciendo lo mismo que ella.


—Voy a buscar la linterna, para que al menos Santana vea por dónde anda—le dijo a Quinn. Esta asintió y se repantigó en el sillón—Vuelvo enseguida. Ponte la tele, si quieres.

—Bueno

Quinn sonrió y Brittany volvió a sentir cómo la roía el sentimiento de culpa.

—No hace falta, seguro que veo por dónde voy—dijo Santana cuando atravesaban la cocina en dirección a la puerta trasera.

—La lámpara exterior no funciona—Brittany agarró la linterna que tenía en la alacena—Tengo que cambiar la bombilla.

Caminó delante de Santana, iluminando los escalones con la linterna. Recorrieron el camino de grava que conducía al tendedero y bajaron con cuidado la pendiente que daba a la valla de la parte posterior de la parcela, mientras el cono de luz bailoteaba en el suelo, ante ellas.

Brittany pensó que casi podía percibir la calidez del cuerpo de Santana, que caminaba delante de ella. Tragó saliva nerviosamente, reconociendo, muy a su pesar, que Santana seguía siendo tan atractiva como antes.

«Antes», recalcó Brittany para sí misma.

En el pasado.

Cuando estuvieron bajo la copa del tamarindo, Santana se detuvo y apoyó una mano cálida en el brazo de Brittany. La joven hizo lo que pudo para no desmayarse ahí mismo. Sus terminaciones nerviosas le enviaron un apremiante mensaje de aviso a la boca del estómago y Brittany contuvo un hondo gemido, ansiando envolverse en la suavidad del cuerpo de Santana.

Brittany se asustó de la intensidad de sus sentimientos.

—¿Puedo subir un momento a ver cómo está la cabaña?—empezó a decir Santana y Brittany intentó serenarse.

—Está muy oscuro y no verás nada.

Dirigió el cono de luz de la linterna hacia la escalerilla y Santana soltó una carcajada.

—Sería capaz de subir con los ojos vendados—dicho lo cual, Santana agarró la escalerilla y empezó a trepar.

Brittany alumbró el árbol con la linterna e intentó no mirar las lisas piernas de Santana mientras subían a la cabaña.

—Sube tú también un momento, Britt—le dijo, pasando de un salto a la plataforma.

Brittany se quedó quieta, vacilando. Con un suspiro, se colgó la linterna del cuello y subió como pudo a la copa del árbol. Trepó hasta la plataforma y colocó la lámpara sobre el viejo cajón de madera.

Las dos quedaron bañadas en un círculo de luz artificial. Santana agarró la linterna e iluminó todo el recinto, mientras comprobaba la solidez del suelo con la punta del zapato.

—Has hecho reparaciones—dijo alegremente y volvió a colocar la linterna sobre la caja.

—Sí—Brittany se aclaró la garganta—Un día subí y uno de los tablones por poco se vino abajo con mi peso, así que hice arreglar la cabaña.

—Parece que aguanta muy bien.

A la luz mortecina de la linterna, Brittany captó una rápida sonrisa de su amiga, que la hizo retroceder en el tiempo y le asestó una punzada en pleno corazón.

—Se ve que se nos daban bien las chapuzas—continuó Santana.

—A ti, en todo caso.

Santana se encogió de hombros, sin darle importancia.

—Tú me ayudaste a ampliarla. Y trajiste el otro asiento.

—No cuesta mucho acarrear un cajón de fruta.

—¿Así que sueles subir a menudo...?

—No—Brittany meneó la cabeza en señal de negación—A menudo, no. A veces subo a leer. O a...—se interrumpió.

—¿O...?—Santana enarcó las cejas.

—Básicamente a leer.

Brittany se acercó cautelosamente a la barandilla, en busca de apoyo.

¿Qué diría Santana si le contara que solía subir a la cabaña a recordar?

¡Y qué dolorosos le resultaban aquellos recuerdos!

Santana se sentó en la silla nueva, después de comprobar que resistía su peso. Pero se levantó otra vez para terminar sentándose directamente en el suelo, con las piernas cruzadas.

—Así estoy más cómoda. ¿Te acuerdas de la primera vez que te encontré aquí?—preguntó en voz baja.

Brittany sintió una dolorosa tensión y retortijones en el estómago. Empezaba a dolerle la cabeza.

—Pensé que ibas a tirarme escalerilla abajo—continuó Santana, riendo—Y luego me ordenaste que no entrara, que esto era propiedad privada.

—Me pillaste por sorpresa—dijo Brittany haciendo una mueca.

—La verdad es que yo tampoco esperaba encontrar a nadie en mi cabaña, la que había construido yo misma, con mis propias manos.

Santana suspiró y Brittany observó su perfil envuelto en sombras, y volvió a notar el consabido vértigo en la boca del estómago y una punzada que se deslizaba hacia abajo por su cuerpo, hasta las ingles. Brittany pensó que Santana, en apariencia, apenas había cambiado. Sus ojos eran aún de aquel oscuro tan increíble, su pelo seguía brillando con reflejos de la noche y sus hoyuelos se marcaban al reír. Sin embargo, bajo la superficie, se advertía un cambio sutil, cierta tensión en la forma en que Santana se comportaba, y el buen humor que antes le iluminaba los ojos en parte se había ensombrecido.

—¿Es posible que haga ya dieciocho años, Britt? Qué rápido pasa el tiempo, ¿no?

¿Rápido?

Quiso gritar amargamente Brittany. Cada uno de los últimos diez años había supuesto una tortura por no tener a Santana junto a ella.

—Supongo que sí—dijo lacónicamente.

—Nos metimos en unos cuantos líos, ¿verdad? Y pasaron años antes de que alguien descubriera nuestro escondite.

Brittany apretó los dedos contra la barandilla.

¿Líos?

¿Así es como lo llamaba Santana?

¿Se acordaba de algo, acaso?

¿De los besos?

¿De...?

—Le conté algunas historias a Emy. Nos moríamos de risa—Santana sonrió y miró a Brittany— ¿Te acuerdas de cuando le desinflamos las ruedas del coche a Jake? ¿Y de que luego le echó la culpa a Ryder?

Brittany sonrió, a su pesar.

—Seguro que fue idea tuya.

Santana soltó una carcajada.

—Es lo más probable. Tú siempre eras muy formalita.

—La verdad es que me metiste en unos cuantos problemas a lo largo de los años. Especialmente la última vez.

Una expresión indefinida recorrió fugazmente el rostro de Santana, que apartó la mirada.

—Tu tía siempre decía: «Si Santana López decide tirarse de un puente, no hace falta que la imites, Brittany Pierce ».

Brittany rió jovialmente al oír cómo Santana imitaba el tono reprobatorio de su tía.

—Creo que tu tía me caló desde el principio—comentó lacónicamente Santana.

Brittany se ruborizó al considerar el significado de aquel comentario. Ella habría seguido a Santana hasta donde su amiga hubiera querido.

—Bueno, tendríamos que irnos.

Santana se incorporó y se sacudió con unas palmadas los pantalones cortos.

—Sí, vamos—Brittany iluminó el borde de la plataforma con la linterna—Yo iré delante y te iré alumbrando el camino.

Empezó a bajar, desplazando el cono de luz a medida que Santana la iba siguiendo. En el último peldaño Brittany tropezó, pero recuperó rápidamente el equilibrio, aliviada porque no había hecho falta que Santana extendiera la mano para sujetarla. Le daba miedo pensar en cómo reaccionaría si Santana la tocaba, por inocente que fuera el contacto.

Empezó a caminar en dirección a la valla, pero cuando enfocó hacia atrás con la linterna Santana seguía inmóvil al pie de la escalerilla, con la mano apoyada en el tronco del tamarindo.

Brittany se detuvo y la esperó.

—Quinn es esa persona con la que sales de vez en cuando, ¿no?—preguntó Santana en voz baja.

Brittany se quedó sin aliento.

—Pero... ¿Qué te hace pensar eso?—dijo para eludir la respuesta, y a la luz mortecina de la linterna vio que Santana sonreía aviesamente.

—Bueno si no es ella, se muere de ganas de serlo—replicó como quien no quiere la cosa.

—Te equivocas—protestó Brittany.

Santana emitió una risa gutural y avanzó un paso en dirección a ella.

—Además, no eres capaz de mentir, Britt-Britt—dijo, con una voz repentinamente más grave, que se derramó sobre Brittany como la miel caliente.

Brittany notó que la expectación le ponía la carne de gallina.

—Hace mucho tiempo de eso—se esforzó por aparentar que controlaba la conversación—He cambiado.

—¿Ah, sí?

Aquellas dos palabras empezaron a zumbar en la cabeza de Brittany, abriendo puertas que creía cerradas para siempre. Su cuerpo reaccionó instantáneamente a la voz de Santana y se le marcaron los pezones bajo la fina camiseta.

Santana se le acercó todavía más, extendió lentamente la mano y pasó los dedos por el brazo de Brittany con experta naturalidad. Brittany se inclinó hacia ella, eufórica y aterrorizada a la vez por la excitación que sentía.

—¿Britt?

El nombre susurrado con voz ronca flotó en la electrizante atmósfera que se había creado entre las dos.

—¡Ay, Britt!

En ese momento, Santana elimino la distancia que todavía las separaba y su boca, tan dulce y familiar, se encontró con la de Brittany.