[Resuelto]FanFic Brittana: Palabras Para Ti (Adaptada) Epílogo

Capitulo 9 - Parte I

—Al principio pensaba en ti casi constantemente—continuó lacónica, mientras los recuerdos del pasado volvían a su mente y hacían revivir una tristeza que nunca había llegado a desaparecer.

—Poco a poco me fui viniendo abajo, dejé de comer, me encerré en mi cuarto y empecé a faltar a clase. Al cabo de un tiempo, una amiga me convenció de que no podía seguir así. De manera que llegué a un pacto conmigo misma. Al principio, me permitía pensar en ti sólo seis veces al día. Después, lo reduje a cuatro. Al final, algunas veces me pasaba una semana entera sin pensar en ti. Se me daba muy bien—Brittany se rió quedamente de sí misma—, Pero de repente veía a una persona por la calle, una chica cualquiera con una melena negra, larga y suelta, igual que tú cuando llevabas el pelo más largo.

Brittany dirigió la mirada a los suaves y ahora más cortos cabellos de Santana, extendió la mano para atrapar un mechón de pelo y lo deslizó entre sus dedos.

—O notaba una estela del perfume que usabas tú en esa época. Y entonces...—se encogió de hombros—, Empezaba todo de nuevo.

—Britt-Britt...—una lágrima surcó la mejilla de Santana—Lo siento.

—Eso era al principio, San. Ya está superado. Pero fue una ruptura muy dolorosa y por eso no quiero volver a pasar por lo mismo.

—Te...

—¡Mamá!

Al pie del árbol sonó la vocecita infantil de Emily. Santana se apresuró a limpiarse la cara con la manga de la blusa.

Brittany se puso de pie y notó los brazos y las piernas rígidos por la tensión que la embargaba.

—Tendríamos que bajar—dijo con voz serena.

Santana se la quedó mirando durante un largo instante y después asintió con gesto triste.

—Ya bajamos, cariño—comunicó a su hija.

Brittany la siguió mientras bajaban de rama en rama.

—Mamá, la abuela dice que le preguntes a Britt si quiere venir a la fiesta de mañana por la noche—dijo muy seria Emily—Vendrás, ¿verdad, Britt?

¿Maribel López la invitaba a su fiesta de cumpleaños?

Brittany no se lo podía creer.

Y lo que era más importante: ella, por su parte, ¿quería ir?

—Bueno no sé, Em. Es que...

—¡Vamos, Britt! Ven, por favor—suplicó Emily—Habrá un montón de comida buenísima y estará todo el mundo. ¡Ah!, y la abuela ha dicho que si quieres puedes traer a tu novio—miró a Brittany a los ojos—¿Tienes novio, Britt? ¿Es guapo?

Santana dirigió otra mirada de soslayo a Brittany, que hizo un gesto de negación.

—No, Em. No tengo novio—dijo en tono inexpresivo, y la niña frunció el entrecejo.

—La abuela ha dicho que sí tenías. Dice que trabaja en el ayuntamiento.

—Sí, ya sé a quién se refiere tu abuela, pero no es mi novio.

De manera que Maribel López creía que estaba saliendo con Artie Abrams y, por lo tanto, resultaba inofensiva.

¿O sólo deseaba que fuera así?

¿Por eso la había invitado?

—¿Por qué no vienes, Britt?—insistió Santana, apartando un mechón rebelde de la cara de su hija—Estoy segura de que Jake y Ryder se alegrarán mucho de volver a verte.

—Y a veremos—respondió Brittany sin convicción, sabiendo que no iría.

—Mamá siempre dice «Ya veremos» cuando quiere decir que no—dijo Emily, con la clarividencia de los niños.

Brittany no pudo por menos que sonreír.

—Te prometo que me lo pensaré. ¿Qué te parece?

—No suena tan bien como «sí, voy a ir»—replicó Emily y estrechó la mano de Brittany—Te lo pasarás bien, Britt. Ya lo verás.

Brittany lanzó una rápida mirada a Santana.

—Claro que sí—dijo, un tanto desconcertada.




Brittany se había pasado las últimas veinticuatro horas dudando entre ir o no ir a la fiesta. Y ahora, ya avanzada la tarde del día siguiente, había empezado a vestirse para acudir al cumpleaños de Maribel López, dedicando mucho más cuidado de lo habitual a la tarea. Sin embargo, continuaba preguntándose por qué había terminado por decidirse a asistir.

Porque estará Santana.

Se burló la voz de su conciencia, pero Brittany decidió alejar de la mente aquel inquietante pensamiento, sin querer reconocer la verdad que implicaba.

«No se exige etiqueta», le había dicho Santana por teléfono hacía un par de horas, pero su llamada no había contribuido a resolver la indecisión de Brittany.

Santana había tenido que correr a última hora al supermercado a comprar provisiones que faltaban para la fiesta y la había llamado desde un teléfono público. A salvo de oídos indiscretos, explicó.

—Te llamo para ver si vienes esta noche—dijo.

Brittany tomo con fuerza el auricular.

—Creo que no es lo más conveniente, ¿no te parece?

—Ha sido idea de mi mamá—le recordó Santana.

Brittany dirigió una mirada burlona a su imagen reflejada en el espejo de la cómoda.

—Pero sólo me invita si voy con Artie Abrams—especificó Brittany.

Se hizo un momento de silencio, durante el cual sólo se oyó el sonido apagado de la respiración de Santana.

—A mí me gustaría que vinieras, Britt—dijo con voz queda.

—¿Para qué me pase la noche evitando hablar contigo por si aparece tu mamá?

—¿Eso quiere decir que te apetece hablar conmigo?—preguntó Santana en tono animado, antes de exhalar un fuerte suspiro—Mamá es la única que sabe lo que pasó entre nosotras, Britt. Y, aparte de eso, ¿qué más da lo que piense nadie? Ya no somos unas crías.

—Al parecer, has cambiado de opinión—dijo ásperamente Brittany—Me parece recordar que, antes, lo que pensaba la gente era una de tus principales preocupaciones.

—De eso hace años, Britt. Por favor, no me obligues a pedirte disculpas. Reconozco que estaba equivocada, pero es fácil decirlo al cabo del tiempo.

Brittany suspiró. Sabía que Santana tenía razón.

¿Pero acaso no tenía motivos para insistir?

¿O tal vez se estaba volviendo una antipática?

—Me gustaría mucho que vinieras—dijo Santana—Sin condiciones. Ni siquiera intentaré hablar contigo si tú no quieres.

—Quedaría un poco raro, ¿no crees?

—Bueno. Entonces es que me das permiso para que hable contigo—repuso Santana, contenta—Te prometo que tendré las manos quietas.

A Brittany se le aceleró el pulso al imaginarse las manos de Santana sobre su cuerpo desnudo.

—No digas eso, San.

—¿Qué es lo que no quieres oír, Britt? ¿Qué voy a tener las manos quietas o que no voy a tenerlas quietas?

—Ya sabes lo que quiero decir. Esto no es ningún juego, Santana.

Una parte de Brittany se preguntó dónde había ido a parar al cabo de los años su sentido del humor. Antes Santana siempre la hacía reír.

—Ya sé que no es un juego, Britt—dijo serenamente Santana—Es algo muchísimo más importante. Pero, en fin, cambiemos de tema. ¿Qué? ¿Vendrás esta noche? No se exige etiqueta...

Brittany suspiró.

—Ya veremos, según cómo vayan las cosas. Tal vez me pase una horita. Pero no te prometo nada—añadió, arrepintiéndose de la decisión a medio tomar.

—¿Qué decía Em de los «ya veremos»?—preguntó irónicamente Santana y Brittany volvió a oírla suspirar—Como quieras, Britt. Yo tengo que volver a casa con la compra, antes de que envíen a la brigada de fiestas en mi busca—se interrumpió—Pero espero que nos veamos esta noche. Hasta luego, Britt-Britt

El zumbido del teléfono resonó en el oído de Brittany durante un largo rato, antes de que se decidiera a devolver el auricular a su sitio. Por eso, ahora, Brittany estaba intentando decidir qué ponerse para asistir a la fiesta de cumpleaños de la mamá de Santana y, al mismo tiempo, se preguntaba por qué iba.

Al final perdió la paciencia y optó por lo primero que había elegido, unos pantalones cortos de pinzas de color verde oscuro y una camiseta en un verde más claro. La camiseta era escotada y sin mangas: bastante fresca, como requería el clima caluroso de la región.

En aquella época del año, el calor apenas disminuía durante la noche.
Brittany se puso la camiseta y se ajustó el pantalón con un elegante cinturón de cuero. Se calzó unos sencillos zapatos planos y se miró al espejo que tenía detrás de la puerta del dormitorio. Hizo una mueca.

¿Cuál era la palabra que usaba su tía para referirse a una persona guapa?

¿Un pimpollo?

Desde luego, nadie diría nunca eso de ella. Brittany recordó que una vez oyó de pasada cómo una de sus profesoras hablaba de ella y la llamaba feúcha. Y ese adjetivo, le pareció, la describía bastante bien. No pudo evitar sonreír con amargura cuando se preguntó por qué se molestaba siquiera en mirarse al espejo.

Fuera como fuera, siempre se veía demasiado alta, demasiado flaca y bastante vulgar.

Todas estas cualidades debían de ser maravillosas para la autoestima, pensó mientras empezaba a pasarse el peine por su pelo rubio.

Una vez en la cocina, sacó una botella de vino blanco del refrigerador y la guardó en una neverita portátil. En la encimera estaba el regalo vistosamente envuelto que había comprado para la mamá de Santana: una bonita taza de porcelana inglesa para su colección.

En fin, ya estaba lista.

El corazón le latía alocadamente y Brittany respiró hondo. Sin darse tiempo a cambiar de idea, cerró resueltamente la puerta de la cocina, se dirigió hacia la valla de la parte trasera e intentó tranquilizarse, pensando que solamente iba a hacer una pequeña visita a los vecinos y que podía volver fácilmente a casa si la situación le resultaba insoportable. Cosa extraña: el jardín trasero de los López estaba vacío, aunque Brittany oyó voces procedentes de la casa. Pero, cuando llegó al otro lado de la piscina, vio a un señor alto y moreno atareado ante la barbacoa de obra instalada junto a la otra valla. El hombre la miró sorprendido mientras Brittany se le acercaba.

—¡Mira quién está aquí! ¿No eres Britty Pierce?

El papá de Santana, la única persona del mundo que la llamaba Britty, la estrechó con un fuerte abrazo que la levantó del suelo. El papá de Santana retrocedió un paso para mirarla bien, sin apartar las manos de sus hombros. Alfonso López era alto y corpulento, y los ojos de Brittany le quedaban más abajo.

—¿Siempre has sido así de alta o es que yo me he encogido?—preguntó, con un brillo de picardía en los ojos, del mismo color oscuro que había heredado su hija.

—Creo que he crecido—Brittany se rió, tranquila. Siempre se había llevado bien con el papá de Santana—Pensaba que no me iba a reconocer.

—¿Que no te iba a reconocer? Te reconocería aunque hubieran hecho sopa contigo. A ver, deja que te mire. Estás tan guapa como siempre—Brittany soltó una risita escéptica y frunció el entrecejo—¡Claro que sí! Y estoy seguro de que no soy el único que te lo ha dicho.

Alfonso López echó otro pedazo de leña al fuego que ardía bajo la parrilla y volvió junto a Brittany, frotándose las manos.

—¿Cómo es que llevábamos tanto tiempo sin verte?

Brittany tragó saliva, nerviosa.

—Es que estuve unos años trabajando en Brisbane y no volví al pueblo hasta que tía Sue se puso enferma.

Alfonso López la miró con expresión comprensiva.

—Sí, ya me enteré de que se había caído. Sue Pierce era muy tozuda. No quería que nadie la ayudara—meneó la cabeza—Mal asunto hacerse viejo, Britty. Ya cuesta bastante aceptar que uno ha dejado de ser quien era, así que imagínate reconocerlo ante los demás—se rió entre dientes—En fin, es un tema de conversación ideal para una fiesta de cumpleaños, ¿no? Si no me contengo acabaremos todos llorando delante de un vaso de cerveza.

—¿Y si lloramos delante de una copa de vino?—dijo Brittany, señalando la neverita portátil, y ambos se echaron a reír.

—Justo lo que me apetecía. Bueno, vamos a presentarte otra vez a la familia—Alfonso rodeó los hombros de Brittany con un brazo y la acompañó hacia la puerta corredera de cristal—Esta vez han venido todos los chicos. Tenemos camas suplementarias por toda la casa—continuó—Parece un bur...—se interrumpió, censurando la comparación—Está todo abarrotado, pero Maribel está la mar de feliz. La vuelven loca los nietos. Tenemos cuatro, ya sabes, y otro que está en camino. Este será el primero de Ryder. Bree tiene tres hijos y Santana tiene una niña. Jake y su mujer se lo están tomando con más calma. Dicen que trabajan mucho y de momento no pueden tener familia—se volvió hacia Brittany—¿Y tú, Britt, tienes críos?

—¡Qué va!—dijo rápidamente Brittany, y le enseñó la mano izquierda, desprovista de anillo.

—¿Aún no te has casado? ¿Qué les pasa últimamente a los chicos de este pueblo?

Brittany no pudo evitar que se le escapara una risita.

—A lo mejor es que corro más que ellos y no me dejo atrapar.

Alfonso López soltó una carcajada y aún se reía cuando entraron en la casa.
La puerta de cristal daba a una gran sala que ocupaba toda la parte posterior de la casa. Aquella noche estaba decorada con guirnaldas y globos, y con una vistosa pancarta que rezaba: «Feliz cumpleaños». La habitación estaba llena de gente y Brittany volvió a notar una punzada de angustia. Enseguida se topó con la mirada vigilante de Maribel López, que caminaba hacia ellos.

—Hola, Britt—la saludó Maribel, con bastante cordialidad.

—Felicidades en su sesenta cumpleaños—dijo rápidamente Brittany y le entregó el regalo.

—Muchas gracias. La verdad es que no me veo como una sexagenaria—Maribel López colocó cuidadosamente el regalo de Brittany sobre la mesa, junto a un montón de regalos más—Los abriré todos después de la cena, aunque está tan bonito así que da pena tocarlo.

—Es verdad—dijo Brittany, sin pensarlo, con el repentino deseo de correr a refugiarse a su casa.

—Así que has venido a celebrar la ocasión con nosotros...—Maribel se volvió hacia su marido, le rodeó la cintura con el brazo y le dio un cariñoso achuchón—Britt y tú se reían mucho cuando entraban.

—Britty me estaba contando que no se ha casado y yo le decía que los chicos de por aquí no se dan mucha prisa últimamente. Yo no perdí el tiempo cuando te conocí, ¿verdad, cariño? En un santiamén te tuve ante al altar—Alfonso López estampó un ruidoso beso en la mejilla de su mujer y Maribel le atusó cariñosamente el pelo.

—Todos sabemos cuál de los dos corrió a llevar al otro al altar antes de que cambiara de parecer—rió—Siempre me decías que el mejor trabajo que había hecho había sido casarme contigo.

—¿Yo decía eso?—preguntó Alfonso, exagerando el tono de incredulidad.

—Sí, papá, eso decías. Y no pocas veces. Soy testigo—Bree Puckerman se había unido a la conversación. Se volvió hacia Brittany—Hola, Britt. Me alegro de volver a verte. ¿Te acuerdas de Noah? Viniste a nuestra boda, hace muchísimo tiempo...

Brittany se rió.

—Claro que me acuerdo. Hola, Noah.

Estrechó la mano del marido de Bree. Noah Puckerman seguía siendo un hombre de aspecto agradable, cuyo pelo castaño empezaba a encanecer. De pronto, su rostro se abrió en una amplia sonrisa.

—¡Ah, claro, Britt! Ahora me acuerdo. Eres la amiga de Santana.

Brittany, por el rabillo del ojo, observó que Maribel López se ponía un poco tensa y que su marido le dirigía una mirada de desconcierto.

—Santana y yo fuimos juntas al colegio—explicó Brittany en el tono más inexpresivo que pudo—Pero ahora llevábamos años sin vernos.

—¿Ah, sí? Bueno San está por aquí...—Noah echó una ojeada a la habitación—Voy a ver si la encuentro.

Ojalá no.

Quiso gritar Brittany, pero se quedó de pie, impotente, mientras Noah desaparecía entre la multitud.

—Yo tendría que salir un momento a ver cómo va la barbacoa—dijo Alfonso López—Ya estará a punto para empezar a hacer la carne. ¿Me ayudas a controlarla con tu vista de lince, Maribel?

Maribel López se disculpó y salió con su marido.

—¿Te traigo una copa, Britt?—preguntó Bree.

Brittany le enseñó la neverita.

—He traído un poco de vino blanco.

—No hacía falta que trajeras nada. Tenemos mucha bebida. Pero dame, dame—agarró la nevera que llevaba Brittany—La dejaré en la cocina y te la podrás llevar luego. No vale la pena abrir la botella porque hemos preparado tanto ponche que nos va a salir por las orejas. Creo que mi papá estaba convencido de que iba a venir todo el pueblo. Bueno, marchando una botellita de vino blanco. Enseguida vuelvo.

Brittany echó una ojeada a la sala y vio que la mamá de Santana volvía a entrar justo en ese momento, con lo que quedaron las dos frente a frente.

Capitulo 9 - Parte II

Se hizo un incómodo silencio y Maribel acarició nerviosamente el collar de perlas que le cubría el escote.

—Gracias por invitarme a la fiesta—dijo Brittany, recurriendo a la consabida fórmula—La...—tragó saliva—La decoración es preciosa.

—Sí, ¿verdad? Los niños se lo han pasado muy bien esta tarde colocando las guirnaldas—Maribel López parecía tan nerviosa como Brittany—¿Has venido sola? Pensaba que tal vez traerías a Artie Abrams.

—No. He venido sola.

Brittany guardó silencio durante unos instantes, pensando cómo podía encaminar la conversación con la mamá de Santana. Al final respiró hondo y decidió ser sincera.

—Artie Abrams y yo no somos especialmente amigos. Trabajamos juntos, nada más.

—Ah, ya entiendo. Creía que alguien me había dicho que salían juntos.

—Bueno no, no salimos.

—Ya entiendo—repitió Maribel y volvió a hacerse un silencio.

La mirada de Maribel se cruzó con la de Brittany y ambas apartaron la vista apresuradamente. El pasado regresó vívidamente a la memoria de Brittany, que se ruborizó al recordar aquella ocasión en que yacía desnuda junto a Santana y descubrió a Maribel López, con la cara blanca por el espanto, en el umbral de la habitación de su amiga.

Brittany tomó aire intentando tranquilizarse. Tenía que decir algo. Y no quería que la mamá de Santana pensara que era...

¿Que era qué?

¿Heterosexual?

Pensó, a punto de echarse a reír.

—Artie está en trámites de divorcio, pero aparte de eso...—Brittany se esforzó por sonreír—Ya era pesadísimo cuando éramos pequeños y me temo que no ha mejorado con los años.

Maribel suspiró.

—Sí, es verdad. Conocí a su difunta mamá y era igual que él—de pronto, las dos estaban sonriendo—Debe de ser genético—añadió Maribel y ambas se echaron a reír.

Brittany volvió un poco la cara para echar una ojeada a su alrededor y la primera persona a la que vio fue Santana.

—¡La encontré!—dijo Noah afablemente—No puedo creerlo: en mi boda eran unas crías.

Santana le dio un codazo de broma.

—No tan crías Noah. Debíamos de tener unos quince años. Seguro que nos sentíamos muy mayores. Recuerdo que yo me veía muy elegante con mi vestido malva de dama de honor. ¿Te acuerdas, Britt?

Brittany asintió.

Santana estaba preciosa el día de la boda. Y después de la ceremonia hubo aquel momento increíble y sublime, cuando Santana la besó por primera vez.

Brittany dirigió una fugaz mirada a la mamá de Santana. Aparte de juguetear nerviosamente con el collar de perlas, Maribel López no parecía especialmente incómoda.

—Una copita para ti, Britt—Bree apareció con una copa de vino blanco y se la ofreció—Vamos a saludar a los suegros de Jake, Noah—añadió, arrastrando a su marido hacia el otro lado de la sala.

Santana hizo una mueca.

—Noah es la única persona capaz de soportar a la suegra de Jake.

—Santana...—la riñó su mamá.

Santana sonrió.

—Vamos, mamá. Ya sabes que esa mujer logra poner nervioso hasta a papá.

Brittany, asombrada por la serenidad de Santana, tuvo que esforzarse para no engullir el vino de un solo trago.

Maribel López suspiró.

—Hablando de tu papá, será mejor que vaya a llevarle carne para la barbacoa. Si no, la parrilla se pondrá al rojo vivo y tendremos que servir otra vez chuletas carbonizadas.

Maribel se encaminó hacia la cocina y Brittany se volvió nerviosamente hacia Santana.

Aquella noche, Santana se había puesto unos pantalones vaqueros cortos y con peto, y una fina camiseta de punto de color rosa. Parecía llena de vida y estaba increíblemente guapa. Brittany tragó saliva mientras la atravesaba una punzada de deseo. Quería abrazarla, sentir sus suaves formas presionando su cuerpo.

¿Sentiría su amiga esa misma necesidad acuciante?

Brittany se moría por saber qué estaba pensando Santana. En ese momento, Santana inclinó el rostro hacia Brittany.

—Estás preciosa, Britt-Britt—dijo con la voz ronca.

Brittany se notó excitada, presa de un deseo casi incontenible. Bajó la mirada hacia el vino, aferrando el pie de la copa con dedos temblorosos.

—No hables, San. Ahora no. No creo que pueda soportarlo.

Santana contuvo el aliento y le dirigió una mirada tan cargada de deseo como la de su amiga.

—Britt, me gustaría...

Santana respiró hondo otra vez y sus pechos se inflaron bajo el peto de los vaqueros, mientras las rodillas de Brittany casi se venían abajo. Era imposible que la gente que las rodeaba no notara la abrasadora tensión que parecía fluir entre las dos y chisporrotear en el espacio que las separaba.

—Puede que tengas razón. Será mejor que no salgamos de los temas de conversación banales...—Santana miró alrededor—Vamos, sentémonos ahí.

Señaló el viejo sofá que había a un extremo de la habitación y que acababa de quedar milagrosamente libre, después de que unos invitados decidieran salir a charlar con el papá de Santana mientras preparaba las chuletas y las salchichas.

Brittany siguió de mala gana a Santana y se derrumbó sobre el sofá, dejando espacio para otra persona entre ambas. Tomó un rápido sorbito de vino y sintió la aspereza del líquido al deslizarse por la garganta.

—Bueno, ¿ya podemos hablar?—preguntó Santana y Brittany se encogió de hombros—Es un sitio bastante público y nos hemos sentado muy formales, dejando una buena separación. Nadie puede malinterpretarnos.

—¡San!

—Lo siento—extendió la mano para tocar a Brittany, pero la retiró enseguida—Este gesto está fuera de lugar, ¿no? ¿Empezamos otra vez?

Brittany asintió.

—Será mejor.

—Dime: ¿qué has hecho en los últimos diez años?—preguntó Santana y Brittany le dirigió una mirada suspicaz—Hablo en serio, Britt. Me interesa, quiero que me lo cuentes.

—La verdad es que no he hecho muchas cosas—empezó a decir Brittany—Me trasladé a Brisbane para estudiar en la universidad, terminé la carrera y después busqué trabajo.

—Como habíamos planeado—dijo Santana en voz baja.

Brittany se acorazó para que la tristeza de su tono no la afectara.

—Sí, como habíamos planeado—repuso inexpresivamente.

—Cuando volví al pueblo, antes de que naciera Em, intenté localizarte a través de la universidad, pero no quisieron darme tus datos. Luego busqué tu nombre en el listín de Brisbane. ¿No tenías teléfono?

—Estaba compartiendo piso con tres estudiantes más. La casa era de uno de los chicos y el teléfono estaba a su nombre.

—¿Uno de los chicos?—inquirió Santana—, ¿Compartías piso con un chico?

—Con un chico y una pareja, y cuando la pareja se marchó vinieron otras dos chicas, también estudiantes.

Santana retorció un pedacito de tela suelto de la tapicería del sofá.

—Siento celos de todos ellos—Brittany quiso replicar, pero Santana alzó la vista y la miró—Ya lo sé. No tengo ningún derecho—suspiró—Tenía tantas ganas de estar contigo...

—Yo también—reconoció Brittany y tragó saliva para aclarar la bola que notaba en la garganta.

—¿Lo pasaste bien? Quiero decir estudiando en la universidad, viviendo fuera de casa, compartiendo piso...

—Sí, con las tres cosas—replicó Brittany—Encontré interesantes las clases de la universidad y, en cuanto a lo de compartir piso, la verdad es que nos llevábamos muy bien. Blaine y yo. Blaine era el hijo de los dueños de la casa... Blaine y yo nos vemos un par de veces al año y seguimos tratándonos como si fuéramos una pareja.

—¿Tuviste una relación con él?

Brittany se frotó el entrecejo. Notaba un principio de dolor de cabeza.

—Me imagino que te refieres a si nos acostábamos. ¿Por qué quieres saberlo? ¿Cambiaría algo eso?

—Otra cosa que no tengo derecho a preguntar, ¿no?—Santana volvió a retorcer la tela de la desgastada tapicería.

—Eso parece.

Las envolvió un incómodo silencio.

—Me imagino que sólo quiero saber si... En fin, si te has acostado con algún tío—dijo finalmente Santana.

Brittany, ruborizada, meneó la cabeza en señal de negación.

—¡San!—exclamó.

—¿Lo has hecho, Britt?—insistió Santana.

Brittany suspiró.

—Bueno no, no lo he hecho. Pero todo el mundo creía que Blaine y yo éramos pareja. Y en esa época nos venía bien a los dos. Blaine también era, y es, gay.

—¡Ah!

—¿Satisfecha tu curiosidad?—preguntó lacónicamente Brittany.

—Sí, supongo que he sido algo curiosa—concedió Santana, soltando una breve risa—Pero sin mala intención. Es que me estaba preguntando si..., bueno, si te había gustado.

—Supongo que mi respuesta debería ser: no lo sé. Nunca lo he probado.

¿Y a ti?

La pregunta revoloteó en la mente de Brittany, que se negó a formularla en voz alta.

—No creo que sirva de nada hablar de esto—dijo Brittany, no del todo convencida.

Santana hizo un mohín.

—Supongo que no. Tampoco soy experta en el tema—volvió a reír con aquella risa amarga—La verdad es que me deja bastante fría. O sea que las acusaciones de Sam sobre mis supuestas infidelidades resultaban bastante absurdas.

—¿Te acusaba de tener aventuras?—no pudo evitar preguntar Brittany.

Santana asintió.

—Sobre todo al principio de casarnos. Pero yo debería ser la primera en reconocer que, en lo que respecta a este aspecto de nuestro matrimonio, Sam tenía motivos para estar descontento.

Por un momento, Brittany sintió una parcial alegría ante la revelación, pero se reprendió a sí misma por alegrarse. Lo cierto era que tenía tan poco derecho a alegrarse como Santana a plantearle preguntas sobre su vida sexual.

—No podía... Es decir, no conseguía relajarme. Al final Sam me envió a un terapeuta. No me sirvió de nada. Al cabo de unas cuantas visitas, tuvimos que aceptar la derrota. Y hace unos cuatro años dejamos de acostarnos.

—Santana, no deberías...

—¿Contártelo? ¿Y a quién quieres que se lo cuente, Britt? A mamá no puedo. Se sentiría incómoda. Le expliqué parte de la historia a Bree, pero no me entendió. Ella adora a Noah, son absolutamente felices—Santana suspiró—Estoy casi segura de que cuando Sam y yo dejamos de mantener relaciones sexuales fue cuando él se lió con una de sus enfermeras, que, según creo, es la chica que vive ahora con él. No puedo echarle la culpa a Sam, la verdad. Yo era un desastre, tanto en la cama como fuera de ella.

—Hacen falta dos personas para que una relación funcione—dijo Brittany, algo incómoda con las confidencias de Santana.

Además, en cuestión de relaciones, pocos consejos podía dar ella. No había triunfado demasiado en este aspecto de la vida. Y tenía que reconocer que había tratado fatal a Quinn.

—Seguramente no tengo madera de vampiresa—dijo Santana con una risa amarga—Aunque nosotras dos sí que lo pasamos bien unas cuantas veces.

El tono de su voz se suavizó y se hizo más penetrante, y amenazó con atrapar a Brittany en sus redes mientras brotaban un millón de recuerdos de su pasado común.

—¿Verdad que sí, Britt?

Brittany no habría sido capaz de hablar ni aunque le hubiera ido en ello la vida. El deseo la envolvió y la inundó en oleadas, y ansió atraer otra vez a Santana hacia su pecho, percibir una vez más la suavidad y la tersura de su piel, los seductores contornos de su cuerpo.

—Tardo en aprender las cosas—continuó Santana—Supongo que lo que me pasa es que... ¿Cómo se dice...? Que me he quedado encallada psicológicamente en la adolescencia.

Brittany tomó otro sorbo de vino e intentó calmarse.

—No estoy de acuerdo con esa opinión.

—Yo tampoco, te lo digo de todo corazón.

Santana se revolvió en el asiento. Los viejos muelles emitieron un crujido de protesta y Brittany la miró.

—Todo lo que sé es que te quiero—dijo Santana, sosteniendo la mirada de Brittany.

Transcurrieron varios segundos en un silencio denso y embriagador. Y, entre tanto, todo un abanico de emociones se agitó en el interior de Brittany.

Amor y adoración.

Humillación y rabia.

Traición y deslealtad.

Miedo y desazón.

Y una acuciante necesidad de enterrar el pasado, de dispersar sus reservas a los cuatro vientos, de tomar a Santana en sus brazos, sin que importara lo que pasara, mientras pudieran estar juntas para siempre.

Brittany habría sido incapaz de decir cuánto tiempo estuvieron así, mirándose a los ojos. Pero alguien pronunció en voz alta el nombre de Santana y las devolvió al presente.

—¡Santana! ¿Cómo estás?

Santana alzó la vista y parpadeó, sorprendida.

—¡Madre mía! ¿Ésa no es Rach?

—¿Tu prima?

Brittany siguió su mirada y descubrió a la compañera de juegos de su infancia. Pero enseguida se puso tensa y de su mente desapareció cualquier pensamiento sobre la prima de Santana.

Al otro lado de la habitación estaba Quinn Fabray.

Capitulo 10 - Parte I

Brittany tragó saliva.

¿Qué estaba haciendo ahí Quinn?

Brittany ni siquiera sabía que su amiga conocía a los López.

—¿Te acuerdas de Rachel?—estaba diciendo Santana, sonriente—Tiene un par de años menos que nosotras.

—¡Ah, sí! ¡Rach!

Brittany apartó los ojos de la estilizada silueta de Quinn y vio a una chica que caminaba hacia ellas.

Tenía la tez y las formas de Santana, y vestía unos modernos vaqueros, desgastados y rotos en las rodillas, y un chaleco de cuero que resaltaba sus pechos. Llevaba el borde de los vaqueros metido por dentro de unas altas botas de piel y, cuando alzó la cabeza, Brittany vio que tenía un diamante prendido en la nariz.

Brittany enarcó las cejas.

No había visto a Rachel desde que la chica tenía más o menos la edad de Emily.

—¡San!—volvió a exclamar Rachel.

Se abalanzó sobre Santana y la abrazó con brusquedad. La gente se volvió a mirarlas con una sonrisa y la mamá de Santana, que en ese momento pasaba por ahí, meneó la cabeza emocionada y dio una afectuosa palmada en la espalda de Rachel.

—No me rompas el sofá, Rachel Bárbara—dijo.

Rachel enderezó la espalda y se echó a reír antes de envolver a su tía en otro abrazo igual de brusco que el anterior.

—Te acuerdas de tu prima Rachel, ¿verdad, Santana?—dijo Maribel, riendo aún—Ha venido al pueblo a ver a sus padres.

—Claro que se acuerda—replicó Rachel, mostrando un generoso escote al inclinarse para estampar un sonoro beso en la mejilla de Santana.

—¡Caray! ¡Estás impresionante!—Santana rió—Guapísima de verdad. ¿Esta es la misma niña que llevaba aquellos vestiditos de puntillas?

Rachel se llevó la mano al corazón.

—¡Nunca se lo perdonaré a mi querida mamá!

Santana se volvió hacia Brittany.

—¿Te acuerdas de Britt, Rach?

—Claro.

Rachel se volvió, sonrió cordialmente a Brittany y, para la consternación de ésta, se levantó de puntitas y le estampó también un beso en la mejilla. A Brittany se le fue la mirada al canalillo que asomaba bajo el chaleco de cuero y se ruborizó cuando Rachel la vio y le guiñó ostensiblemente un ojo.

—No sé cómo te dignas a hablar con Britt y conmigo, Rach—dijo Santana—Hacíamos lo que fuera para evitar que jugaras con nosotras.

—Así es. No te creas que lo he olvidado. Me decían que íbamos a jugar al escondite y, cuando yo me escondía, ustedes pasaban de buscarme. Y yo que me creía tan lista... Eran muy crueles—se quejó, simulando una expresión de enfado.

—¡Estoy tan avergonzada!—exclamó Santana, con cara de arrepentimiento—¿Nos perdonas?

—Estamos siendo desconsideradas con tu amiga, Rachel—dijo Maribel López—La hemos dejado sola.

—Es verdad.

Rachel se volvió e hizo una seña a la mujer que estaba a su espalda. Para consternación de Brittany, Quinn Fabray se les acercó.

Rachel tomo posesivamente la mano de Quinn durante un momento, en un gesto que, como captó Brittany, no pasó inadvertido a la mamá de Santana.

¿Rachel era lesbiana?

No podía ser.

Brittany estaba atónita.

—Quinny—dijo tranquilamente Rachel—, Te presento a mi tía Maribel, la homenajeada.

Quinn estrechó la mano de la mamá de Santana y le deseó un feliz cumpleaños. Acto seguido, Maribel se disculpó y se marchó porque Bree acababa de llamarla desde el patio.

—Y éstas son mi prima Santana y su amiga Brittany—continuó presentando Rachel.

Quinn sonrió.

—La verdad es que ya nos conocemos, Rach.

—¿Ah, sí?—Rachel estaba sorprendida.

—Nos conocimos el fin de semana pasado, en casa de Britt. Britt y yo trabajamos más o menos en el mismo sitio.

—¿Cuándo has venido?—preguntó rápidamente Santana a Rachel, mientras su prima paseaba una mirada perpleja de Quinn a Brittany.

—Hace una semana, más o menos. Trabajo en Los Ángeles y ahora acabo de cambiar de empleo. Tengo unas cinco semanas libres antes de empezar en el nuevo y se me ocurrió venir por aquí y saludar a los amigos.

—¿No te has casado ni nada?—preguntó Santana.

Rachel echó la cabeza para atrás y soltó una carcajada.

—¿Si me he casado? ¡Qué va! Por ahora, disfruto de la vida de soltera.

Lanzó una mirada de complicidad a Quinn y Brittany se puso rígida.

Era imposible malinterpretar aquella mirada, pensó Brittany.

Rachel era lesbiana, seguro. Todo apuntaba a que había una relación entre ella y Quinn.

¿Pero no era demasiado exuberante, demasiado llamativa para los gustos de Quinn?

—Además...—Rachel le guiñó un ojo a Santana—No estoy en su equipo. Digamos que juego en el campo contrario—Santana enarcó las cejas y Rachel bajó la voz—Me gustan las mujeres. No es que pretenda llevarlo en secreto, pero mis padres prefieren que no lo vaya soltando a gritos por la calle y que no cuelgue pancartas en las reuniones familiares.

—Ya te entiendo.

Santana miró a Quinn y Rachel sonrió más abiertamente aún.

—Ayer tuve la suerte de tropezarme con Quinn. Somos viejas amigas. Nos conocimos en Los Ángeles hace un par de años, antes de que ella se trasladara a Lima, Ohio. Cuando la vi en la cafetería no me lo podía creer.

—Una casualidad increíble—comentó Quinn y miró a Brittany y se encogió de hombros, en un gesto fugaz que mezclaba la disculpa y el reto.

—En fin... ¿Dónde está tu hija, San?—Rachel echó una ojeada a la sala—Mi mamá dice que es igualita a ti. ¿No me la vas a presentar?—Santana miró a Quinn y vaciló, indecisa—Quinn puede quedarse aquí hablando con Britt—sugirió Rachel, que entendió justo al revés la reticencia de Santana.

—Emy debe de estar junto a la piscina, ayudando a mi papá y a los chicos—dijo finalmente Santana, levantándose del sofá. Paseó la mirada de Brittany a Quinn—No tardaremos.

Quinn se sentó enseguida junto a Brittany, en el sitio que había dejado libre Santana.

—Creo que está un poco celosa—susurró Quinn al oído de Brittany.

Brittany intentó tranquilizarse, dispuesta a pasar por alto aquel comentario.

—Ha sido una sorpresa verte por aquí, Quinn—dijo en el tono más inexpresivo que pudo.

Quinn rió con voz queda.

—¿Te sorprende que haya venido o que haya venido con Rach?

—Bueno, las dos cosas.

Quinn se puso seria.

—A lo mejor resulta que por exhibirme aquí con ella estoy reconociendo públicamente que soy lesbiana. Rach no anda ocultándolo, precisamente—Quinn sonrió a Brittany con la boca torcida—Pareces algo perpleja.

—Seguramente lo estoy. Aparte de encontrarte aquí, estoy intentando relacionar a la Rachel de diez años con la Rachel actual.

—Es todo un personaje—reconoció Quinn—Pero es muy inteligente y muy divertida. Se parece un poco a Santana, ¿verdad?—miró a Brittany con indiferencia—Bueno, ¿qué tal te va con ella?—Brittany notó que se ponía a la defensiva y Quinn suspiró, moviendo la cabeza—Britt, no dejes que la felicidad se te escurra entre los dedos por culpa de los errores y las rencillas del pasado—la joven intentó hablar, pero Quinn le agarró la mano—Óyeme bien lo que te digo, Britt. Párate un momento a pensarlo. Y olvídate de las convenciones sociales. Yo dejé que me influyeran y sé que acaba resultando más doloroso que cualquier otra opción. Después del escándalo inicial, ¿qué puede pasar? Habrá personas que te seguirán tratando igual que ahora y otras que tal vez dejen de hablar contigo. Pero estas últimas no valen la pena.

—Ojalá fuera así de sencillo, Quinn—dijo Brittany con un suspiro.

Quinn le dio una palmadita en el muslo.

—Es así de sencillo. O puede serlo. Puedes procurar que lo sea—se interrumpió—Todavía la quieres, ¿verdad?

Brittany volvió a suspirar.

—No lo sé, Quinn.

—Como observadora desinteresada, bueno, quizá no tanto, te digo que se desean desesperadamente.

—Qué tontería.

Incluso sin haber terminado de pronunciar estas palabras, a Brittany le dio un brinco el corazón.

—He visto cómo se miran, Britt—dijo Quinn, riendo—Y yo sé lo que quiero para mí. En mi opinión, tienes dos opciones. La primera—indicó el número con un gesto—Intentar mantener una relación duradera con ella. Y la segunda: vivir una aventura apasionada y después apartarla de tu vida—sin saber por qué, Brittany notó que le venían lágrimas a los ojos y apartó la mirada—No. Quizás esta segunda opción no funcionaría. La llevas en el corazón, Britt. Y eso sólo pasa una vez en la vida. Sería una locura no aprovechar la oportunidad.

—Es que lo pasé muy mal, Quinn—dijo sencillamente Brittany—Me da pánico intentarlo de nuevo.

—Ya lo sé. Pero ten en cuenta la alternativa—Brittany miró a Quinn y ésta sonrió—Si quieres, puedes optar por una vida solitaria, Britt.

—Vaya. Parece que están teniendo una conversación muy seria. ¿Ya han arreglado el mundo?

Brittany y Quinn alzaron la vista y vieron a Ryder López de pie delante de ellas. El hombre se agachó y se sentó en el suelo.

—Me alegro de verte, Britt—dijo con una gran sonrisa. Brittany trató de calmarse y procedió a las presentaciones—Menuda fiesta, ¿no? Es bonito ver a toda la familia reunida—comentó Ryder después de estrechar la mano de Quinn.

Brittany pensó que Ryder López apenas había cambiado, aparte de unas pocas canas en las sienes.

Ryder empezó a contar anécdotas de cuando eran pequeños y Brittany rió con gusto con sus comentarios humorísticos. Al final, cuando Ryder empezó a hablar sobre algunos de sus amigos de la infancia, Quinn se excusó y fue en busca de Rachel.

Ryder ocupó su sitio en el sofá. Como parecía que Santana no volvía, Brittany trató de concentrarse en la conversación. Ryder era hablador y estaba encantado de poder contarle cómo le iba en su nueva vida. Después se explayó sobre su próxima paternidad y sobre la impresión que le causaba la idea de tener familia al fin.

Capitulo 10 - Parte II

Cuando aparecieron Jake y su esposa, Brittany ya sabía todo lo que hay que saber sobre ecografías, ejercicios de respiración y demás asuntos relacionados con los bebés.

En ese momento sirvieron la cena. Todo estaba buenísimo, como en todas las barbacoas a las que había asistido Brittany en casa de los López.

Santana estaba muy atareada dando de comer a los numerosos niños presentes, pero de vez en cuando alzaba sus ojos oscuros en busca de Brittany. Sonreía, y a Brittany le daba un vuelco el estómago y se le acaloraba todo el cuerpo.

Trajeron la tarta de cumpleaños y Maribel López apagó todas las velas antes de abrir los regalos y pronunciar unas palabras de agradecimiento. Poco después, empezaron a marcharse algunos de los invitados que habían venido acompañados de niños pequeños.

Emily fue a sentarse con Brittany y ésta vio que la niña casi no podía mantener los ojos abiertos. En ese momento apareció Santana y le dio una palmadita en el hombro a su hija.

—Es hora de irse a la cama, Em—dijo y la niña frunció el entrecejo.

—¿Ya tengo que acostarme, mamá?

—Me parece que sí. Acuérdate de que mañana por la mañana tenemos que ir a despedir a los abuelos a la estación.

Emily intentó ponerse de pie.

—Britt, ¿sabes que el abuelo y la abuela se van de segunda luna de miel?

Brittany contuvo una sonrisa.

—No lo sabía.

—Se van a Brisbane, igual que cuando se casaron. Después estarán una semana en la playa. Y luego viajarán al sur en avión y se irán de crucero en un barco. Por eso mi mamá y yo, y Finn también, nos quedamos a cuidarles la casa.

Santana se encogió de hombros y miró a Brittany.

—Em y yo nos encargaremos de vigilar la casa. Bree y Puck y sus hijos mayores se marchan mañana por la mañana. Finn se queda con nosotras durante las vacaciones escolares.

—El tío Ryder ha dicho que vendrá un día y nos llevará a buscar oro al río—dijo Emily, emocionada—¿Dónde está Finn, mamá? Tengo que contárselo.

—Hace media hora que se ha ido a dormir. Y ahora te toca a ti, señorita. Dile buenas noches a Britt.

—Buenas noches, Britt—para la sorpresa de Brittany, Emily le echó los brazos al cuello y la abrazó—Hasta mañana.

—Buenas noches, Em.

Su mirada se cruzó con la de Santana. De repente, su único deseo era formar parte de la vida de aquella niña. Y de la de su mamá.

Esta revelación impactó a Brittany en lo más profundo de su ser.

Nunca le habían interesado los niños, aunque lo pasaba bien en las sesiones de lectura de cuentos de la biblioteca. Pero sentir aquel arrobamiento con la hija de Santana le produjo una total consternación y se quedó sentada sin decir nada, intentando aceptar la enormidad de la idea.

Santana se fue a acostar a su hija y el resto de los invitados empezaron a marcharse. Brittany decidió que también tenía que irse y se levantó del sofá, dispuesta a despedirse de Maribel y de Alfonso en cuanto se hubieran marchado los últimos coches.

—Ha sido una fiesta magnífica—le dijo a Bree y ésta refunfuñó.

—¡Pero mira qué tarde es! Noah se retiró hace una hora, el muy cobarde. ¡Y yo hace rato que tendría que haberme ido a la cama!

—Te estás haciendo vieja, hermana—bromeó Santana, que volvía a entrar en la sala, detrás de sus padres.

—Como todos—repuso ásperamente Bree.

Maribel se echó a reír.

—Bueno, me parece que el más viejo de los presentes es este hombre que tengo al lado, así que me lo llevo enseguida para la cama—dijo Maribel López, y su marido puso cara de ofendido.

—Ya es bastante feo referirte a mí como «este hombre que tengo al lado», pero lo de «viejo» sí que no te lo perdono, cariño.

Todos se echaron a reír, mientras Alfonso y Maribel se despedían y se iban a acostar.

—Bueno, yo también me voy—dijo Brittany.

—No te olvides de la neverita.

Bree corrió a la cocina para traérsela y la dejó un momento sola con Santana. De pronto, Brittany se puso muy caliente. Santana se la estaba comiendo con los ojos y sintió como si la estuviera tocando. Las terminaciones nerviosas de Brittany se excitaron con ansia y la entrepierna se le humedeció.

Se sentía en total sintonía con Santana y si no hubiera sido por Bree...

Cuando apareció Bree con la neverita, Santana abrió una alacena y sacó una linterna.

—Bree, cuando te vayas a acostar, ¿podrías echarle un vistazo a Em? Voy a acompañar a Britt a su casa—Santana le enseñó la linterna—No le funciona la luz de la parte de atrás.

—Muy bien—Bree se les acercó otra vez—Llévate la llave, San. Así mamá no sufrirá por si la puerta se queda abierta.

Puso cara de resignación, como si aquella fuera la cantinela familiar. Santana le enseñó las llaves y Bree se echó a reír.

—No hace falta que me acompañe nadie—repuso Brittany—Hay mucha luna.

—Claro, pero no queremos que tropieces y te rompas una pierna ni nada de eso—dijo Santana con firmeza.

—¿Tanto has bebido, Britt?—bromeó Bree—Ahora no empieces a gritarles obscenidades a los pobres vecinos, como hacía Jake—Soltó una carcajada—Bueno, ya nos veremos. Buenas noches, San. Seguro que cuando vuelvas ya estoy durmiendo.

Se dirigió al fondo del pasillo.

—No hace falta que me acompañes—repitió Brittany cuando se quedaron solas.

—Ya lo sé. Pero me apetece—Santana salió y aguardó a que Brittany la siguiera—La otra noche hiciste lo mismo por mí.

Y Brittany recordó con viveza lo que había ocurrido aquella noche, bajo la copa del tamarindo. Y con el recuerdo, regresó la antigua y seductora tentación.

Santana se volvió, cerró la puerta y se guardó las llaves en el bolsillo.

—Además, me vendrá bien tomar un poco el aire. Si bebo más de dos copas, ya empiezo a notar la cabeza embotada. Y creo que me he tomado más de dos. Al menos, noto el mismo efecto.

Rodearon la piscina y Santana pasó a través del hueco de la valla, mientras le alumbraba el camino a Brittany con la linterna.

—¿Te acuerdas de aquella vez que fuimos a una fiesta, no recuerdo de quién, y me puse como una cuba? Es la única vez en la vida en que me he emborrachado.

—Era en casa de Sebastián Smythe—dijo Brittany, que se acordaba muy bien.

Había estado muy preocupada por Santana. Sam trabajaba aquel fin de semana y era justo después de que Santana asistiera con él al baile del equipo de fútbol. Santana se había mostrado muy desconsiderada, lo que no era habitual en ella.

—Sebastián Smythe. Es verdad—Santana rió quedamente—¡Madre mía, qué mal me encontraba! Pero me fue bien. Después de eso nunca he vuelto a beber tanto. Por suerte, tú también estabas en la fiesta y me acompañaste a casa.

—Y le pedí a Bree que me ayudara a entrarte sin que se enterara tu mamá.

—Bree siempre me lo estaba recordando. En esa época era muy pesada. Es curioso lo que mejoran las hermanas con los años. Y los hermanos también, supongo. Ahora Jake y Ryder se han vuelto bastante soportables. ¿Y quién habría dicho que Ryder se emocionaría tanto con el crío que están esperando?

—Ryder me ha contado que llevaban mucho tiempo intentándolo.

—Bueno sí. Les dijeron que seguramente no podrían tener hijos, así que debe de parecerles un milagro—Santana rió—Seguramente el crío será tan tranquilito como Kitty, pero a mí me gustaría que fuera muy tremendo, para que Ryder se entere de lo que significaba vivir con él. Era un agobio. ¡Cómo se metía conmigo! Cuando yo tenía diez años, Ryder era mi cruz.

A pesar del cansancio, Brittany sonrió mientras se disponían a subir los escalones de la entrada.

—Es verdad que tenían sus discusiones.

—¿Discusiones? Era una guerra abierta. No sé cómo nos aguantaba mi mamá. Seguro que le habría gustado que sus cuatro hijos fueran como tú.

—Bueno no sé qué decirte—contestó secamente Brittany.

Santana se detuvo, un escalón por encima del de Brittany.

—Mi mamá no te echa a ti la culpa, Britt—dijo Santana en voz baja—Cuando te fuiste, las dos mantuvimos una larga y agotadora conversación sobre los enamoramientos adolescentes, las fases por las que se pasa al crecer y lo que se considera normal—Santana suspiró y siguió subiendo los escalones—Pero hace mucho de eso.

—Yo no pretendía causar ningún problema entre tú y tu mamá—dijo Brittany, con tristeza.

—Ya lo sé. Y lo raro es que nadie nos pillara antes. Ocasiones hubo, la verdad.

Santana enfocó la puerta con la linterna para que su amiga pudiera introducir la llave.

Brittany se adelantó, dejó la puerta abierta, tanteó en busca del interruptor y encendió la luz. Cuando se volvió hacia la puerta, vio que Santana había entrado detrás de ella. Volvió a percibir la tensión que emanaba de ellas cuando estaban juntas.

—Gracias por acompañarme a casa—dijo rápidamente Brittany.

Santana se encogió de hombros.

—La verdad es que quería estar un ratito a solas contigo.

Brittany se notó la boca seca y tragó saliva.

—Es muy tarde—miró al anticuado reloj de cocina que emitía un audible tictac en la tensa atmósfera—Es más de la una de la madrugada.

Santana hizo una mueca.

—Si fuéramos Cenicienta, ya nos habríamos quedado sin carroza.

Ambas rieron nerviosamente. Y después se miraron, y Brittany notó una punzada de tristeza en el corazón.

Se oyó un gemido, tan suave y quedo que logró apartar todas las reticencias del pensamiento racional de Brittany, dejando solamente a Santana, su belleza y la fuerte e intacta atracción que Brittany seguía sintiendo por ella.

Capitulo 11 - Parte I

Enseguida estuvieron una en brazos de la otra.

Brittany no habría sabido decir quién hizo el primer gesto, pero en el momento en que los labios de Santana reclamaron los suyos dejó de importarle. La punta de la lengua de Santana jugueteó con su boca y acto seguido se deslizó en su interior, excitando al máximo a Brittany.

Brittany atrajo a Santana lo más cerca que pudo y notó el punzante tacto de su cuerpo. Los grandes pechos de su amiga la rozaban justo por debajo de los suyos. El hueso de la cadera insinuó su dureza contra el de Brittany. Tenían los muslos pegados y el cuerpo de Brittany ardía con el deseo de sentir la cálida desnudez de Santana contra la suya.

—Britt, Britt...—murmuró Santana con la voz ronca.

Su respiración rozó seductoramente la boca de Brittany, que se puso a temblar con una indecible ansia.

Santana recorrió con los labios las mejillas de Brittany y le mordisqueó el lóbulo de la oreja.

Brittany pensó que las rodillas se le derretían. Apoyó la cadera contra el mostrador de la cocina y cerró los ojos, deleitándose con el sensual roce de los suavísimos labios de Santana sobre su piel hipersensible.

Santana volvió a recorrer lentamente las mejillas de Brittany en dirección contraria y se detuvo un momento para besar su boca temblorosa y ansiosa. Luego se deslizó por la curva de su cuello y se detuvo en el punto en el que latía el pulso acelerado de Brittany, con un ritmo errático que era la prueba de su progresiva excitación.

Después, la mano de Santana acarició el abdomen de Brittany y subió hasta posarse sobre uno de sus pequeños senos. El pulgar le acarició delicadamente el turgente pezón, por encima de la blusa. Brittany se apartó un poco e intentó torpemente desabrocharse la camisa.

—Quiero... Necesito que me toques.

Brittany oyó una voz ronca, irreconocible, y comprendió que era la suya.

—Chsss...—susurró Santana—Déjame a mí.

Le desabrochó la blusa, le soltó el cinturón y le sacó la camisa fuera de los pantalones. Brittany la oyó contener el aliento.

Brittany no llevaba sujetador.

Santana le bajó la blusa abierta hasta más abajo de los hombros y clavó los ojos en sus pechos, que asomaron desnudos. Y, solamente por saber que Santana la estaba mirando con ojos lánguidamente sensuales, todo el vello de su cuerpo se erizó.

Santana soltó por fin el aire y se inclinó hacia Brittany para rozar con la lengua uno de sus pezones erectos. Un volcán entró en erupción en el interior de Brittany y descargó oleadas de deseo que recorrieron su cuerpo como flechas y le dejaron un ansia palpitante entre las piernas.

—Por favor, San...

Se oyó suplicar a sí misma, y la boca de Santana se pegó de nuevo a su boca, mientras sus manos le cubrían los pechos y el índice y el pulgar excitaban sus pezones.

El muslo de Santana se insinuó entre los de Brittany, lo que intensificó la pulsación que amenazaba con obligarla a gritar, a repetir el nombre de Santana como una letanía.

Brittany bajó los tirantes del peto que llevaba Santana y tiró de la camiseta para sacarla de los pantalones. Deslizó la mano bajo la tela y colmó sus manos trémulas con la abundancia de aquellos pechos, cubiertos por un sujetador de encaje.

Santana emitió un hondo gemido y Brittany la soltó. Santana protestó, pero Brittany sólo quería desabrocharle el sujetador. El cierre cedió por fin y Brittany volvió a acariciarle los pechos, que seguían marcándose firmemente bajo el fino algodón de la camiseta.

Con las manos temblorosas, Santana se quitó la camiseta y retiró el sujetador, y dejó sus pechos libres para recibir las ávidas caricias de Brittany.

Durante un largo rato, Brittany dejó que su mirada se deleitara con la cálida visión de aquellos pechos, antes de tender las manos y dejarlas disfrutar de su tersura y su plenitud. Entonces inclinó el rostro y empezó a lamer un pezón sonrosado, y después el otro. Brittany recorrió con la lengua las voluminosas formas de su amiga y Santana volvió a gemir, se inclinó y esta vez fue ella la que tuvo que aferrarse a Brittany para no caerse.

—¡Por Dios, Britt!—se quejó—No voy a poder aguantarme mucho más. Necesito... Tenemos que...

Brittany respiró hondo para calmar sus agitados pulmones y asintió. Tomo la mano de Santana y la acompañó por el pasillo, hasta el dormitorio. Encendió la lamparilla y apartó la colcha. Un resplandor difuso envolvió la cama en una aureola de luz.

Brittany se volvió hacia Santana y le preguntó con la mirada qué quería que hiciera con la lámpara.

—Por favor, deja la luz encendida—susurró Santana—Necesito verte. Quiero mirarte, Britt-Britt.

La camiseta se había quedado en el suelo de la cocina y Brittany estaba desnuda de cintura para arriba. Santana avanzó un paso y exploró delicadamente con las manos los pechos de su amiga, hasta que la respiración de Brittany volvió a acelerarse.

Entonces le bajó la cremallera de los pantalones y se agachó para quitarle los shorts y las bragas. Se quedó quieta, todavía arrodillada delante de Brittany, y acarició con su suave mejilla el húmedo y rubio vello de su amiga.

A Brittany empezaron a temblarle las piernas y tuvo que sentarse en el borde de la cama. Santana levantó la vista hacia su rostro, con los ojos resplandeciendo bajo la mortecina luz de la habitación. Sostuvo durante un largo instante la mirada de Brittany y luego se puso de pie, se quitó el sujetador del todo y lo dejó caer al suelo.

Los pechos de Santana parecían emitir una luz opalescente bajo el resplandor amarillento de la lamparilla y el color de sus pezones erectos destacaba sobre su piel.

Brittany se abstrajo contemplando la maleable sensualidad de la otra mujer y volvió a notarse la entrepierna mojada, lo que acrecentó su ansia. Mientras Brittany la miraba, Santana se quitó el peto y se quedó quieta y desnuda delante de ella.

Brittany extendió el brazo lentamente y atrajo a su amiga hacia sí, hundió la cara entre sus pechos e inhaló el aroma de su cuerpo, embebiéndose de aquella fragancia tan absolutamente característica de Santana.

Santana la apartó delicadamente y se inclinó sobre ella para colocarle un almohadón bajo la cabeza, mientras sus pechos quedaban a una desesperante proximidad de los temblorosos senos de Brittany. A continuación se sentó a horcajadas sobre el cuerpo de su amiga y fue inclinándose sobre ella sin llegar a tocarla, hasta que Brittany se quedó sin aliento, presa de una intensa expectación.

Cuando pensaba que ya no podría resistir por más tiempo la tensa espera, Santana inclinó el cuerpo hasta que sus pechos rozaron los de Brittany. Aquel roce tan sutil hizo que los excitados sentidos de Brittany gritaran ansiosamente que querían más, muchísimo más.

Brittany tomo con delicadeza los pechos de Santana y guió sus pezones erectos para que coincidieran con los suyos. Avanzó la cabeza y lamió los pezones de su amiga con la punta de la lengua, hasta que Santana se estremeció y su respiración agitó el pelo de Brittany.

—Me vuelves loca—dijo Santana con la voz ronca.

Brittany le rodeó las caderas con una mano, la deslizó hasta más debajo de la curva del abdomen y hundió los dedos en el sexo húmedo de Santana. El perfume almizclado del sexo de su amiga le aceleró la sangre. Dejó que fuera ella la que marcara el ritmo moviéndose contra sus dedos, hasta que todo su cuerpo se puso en tensión.

Entonces Santana gritó el nombre de Brittany y su cuerpo se derrumbó sobre el de su amiga, mientras se relajaba la tirantez de sus músculos. Inspiró aire con urgencia y luego su boca besó la de Brittany.

—Madre mía, Britt-Britt. Ha sido fantástico.

Santana volvió a besarla y luego se tendió a su lado, posó la boca sobre sus pechos y recorrió su liso abdomen con los dedos. Empezó a dibujar círculos y a hacerle seductoras cosquillas en la hendidura del ombligo.

Brittany arqueó el cuerpo mientras todas sus terminaciones nerviosas se ponían alerta y los músculos se tensaban, sumida en una extrema excitación, esperando que la caricia de los dedos de Santana calmara el ansia que le palpitaba entre las piernas.

—Por favor, San, tócame—suplicó.

Entonces los mágicos dedos de Santana se adentraron en ella, su boca le acarició los pechos y Brittany estalló en las oleadas sucesivas del orgasmo.



Brittany emergió poco a poco de su duermevela.

Parecía flotar, eufórica, y se estiró lánguidamente, sintiéndose como una gata que se despereza al sol. Sus músculos protestaron un poco, recordándole los momentos vividos la noche anterior, y el recuerdo llegó acompañado de una ráfaga de emociones contradictorias.

¿Qué he hecho?

Y también:

Ha sido increíble.

Se llevó la mano al estómago para detener una súbita palpitación y se dio cuenta de que había dormido completamente desnuda.

Recordó que Santana la había arropado cariñosamente con la sábana de algodón antes de marcharse.


Flashback


Después de hacer el amor, se habían quedado adormiladas una en brazos de la otra, con las piernas todavía entrelazadas y la piel cubierta de sudor tras el trajín amoroso. Al final, Santana se incorporó para besar a Brittany en el hombro.

—Me tengo que ir, Britt-Britt—dijo en voz baja.

Brittany volvió la cara hacia ella para rozar sus labios con los suyos. Se besaron intensamente, mientras la pasión renacía, y Santana gimió, despegando su boca de la de Brittany.

—¡Por Dios, Britt! Si seguimos así... Si me quedo más tiempo, ya no tendré fuerzas para irme.

—Bueno quédate—rogó Brittany, sin separarse de ella.

—Ojalá pudiera. Pero es que si se despierta Em y pregunta dónde estoy... En fin, es mejor que me vaya.

Era evidente que Santana no podía quedarse. Brittany era consciente de ello, incluso mientras le pedía que se quedara.

—Y... ¿te veré mañana?—preguntó Santana.

Brittany asintió con un gesto. Santana la miró a los ojos.

—Ha sido...—dijo con un leve movimiento de la cabeza—¿Qué voy a decir? Te quiero, Britt. Me parte el corazón tener que irme cuando me muero de ganas de quedarme aquí contigo.

—Ya lo sé.

Santana le dio un beso y saltó fuera de la cama. Se puso la ropa, que estaba dispersa por el suelo, y se volvió para besar los pechos de Brittany antes de arroparla con la sábana.

Le dio un largo beso en la boca y se marchó.


Fin Flashback

Capitulo 11 - Parte II

Brittany, temblorosa por los recuerdos, miró perezosamente el despertador y se incorporó de golpe al ver que eran más de las diez y media. Era la primera vez que dormía tantas horas seguidas en los últimos meses.

Entró en el cuarto de baño y se dio una ducha templada, dejando que sus manos se perdieran por los lugares donde se habían perdido las manos de Santana la noche anterior.

Habían hecho el amor como lo hacían antes.

Brittany vaciló un instante.

No, no había sido como antes. Había sido más, mucho más intenso que antes.

Brittany cerró la ducha y empezó a secarse con la toalla. Levantó la vista y atisbo su reflejo en el espejo del baño. Estaba cambiada, era como si sus rasgos se hubieran suavizado. Apartó la vista apresuradamente, sin querer admitir todo lo que había significado para ella la noche anterior. Admitirlo suponía tener que afrontar la verdad y tomar alguna decisión.

En un estado de semi-estupor, Brittany se preparó unas tostadas e intentó concentrarse en la lectura del periódico del domingo.

Una hora después, aún no se había comido las tostadas y no tenía ni idea de qué decía el periódico. Retiró nerviosamente los platos del desayuno y optó por dedicarse a la tarea doméstica que menos le gustaba.

Con la mente en otro sitio, se pasó un par de horas planchando y eligiendo la ropa con la que iría a trabajar al día siguiente.

Brittany estaba parada en medio de la cocina, sumida en una febril indecisión. Deseaba desesperadamente ver a Santana, pero al mismo tiempo tenía miedo.

Sin embargo, sabía que tenían que hablar.

Miró el reloj de la cocina. Seguro que a esa hora Santana estaría en casa. Estaba a punto de avanzar hacia la puerta, cuando oyó el crujido de unos pasos en los escalones de la parte de atrás. Ya estaba llegando a la puerta cuando alguien empezó a llamar.

Santana irrumpió en la cocina y Brittany dejó la puerta abierta.

—Santana...—empezó a decir Brittany.

Los recuerdos de la noche anterior le erizaban la piel y cubrían sus mejillas de un cálido rubor. Entonces se dio cuenta de que Santana estaba blanca de miedo.

Santana le tomo el brazo imperiosamente.

—Britt, ¿has visto a los niños?—preguntó con el aliento entrecortado.

Brittany hizo un gesto de negación.

—No. No los he visto desde...—tragó saliva—Hoy no los he visto. ¿Por qué? ¿Qué pasa?

—Se han ido y no los encuentro por ninguna parte. ¡Dios mío! ¿Dónde pueden estar?—Santana pronunciaba las palabras atropelladamente.

Brittany le agarró la mano.

—Cálmate, San. Cálmate—dijo Brittany con voz tranquilizadora—¿Cuánto hace que no los ves?

—No lo sé—Santana se enredó un mechón de pelo en los dedos con aire ausente—Desde hace un par de horas, me parece.

—¿Has mirado si están en la cabaña del árbol?

—Sí, mientras venía para acá. Hasta he subido por la escalerilla, por si estaban arriba pero no querían contestar.

Santana se pegó a Brittany, que la abrazó con calma, acariciándole delicadamente la espalda rígida por la tensión.

—Estaba muy cansada, después de lo de anoche y tras acompañar a mis padres a la estación y despedirme de todos. Ha sido un jaleo. Cuando ya se ha ido todo el mundo, he decidido descansar una horita antes de venir a verte. Pero me he quedado dormida. Los niños estaban mirando la tele. Me he echado en el sofá y he estado hojeando una revista. Seguramente me he quedado adormilada. Cuando me he despertado, dos horas después, los niños se habían ido. ¿Dónde estarán, Britt? Em no haría una cosa así sin avisarme y tampoco creía que Finn fuera capaz.

—¿No han dejado ninguna nota?

Santana negó con la cabeza.

—No—miró el reloj de pulsera—Podría hacer dos horas que andan perdidos, Britt. ¿Qué voy a hacer? Emy nunca había hecho nada parecido antes.

—Seguro que les ha pasado el tiempo sin darse cuenta—la tranquilizó Brittany.

Santana se frotó los ojos.

—Ya son las cinco y Em sabe que a esta hora tiene que estar en casa, sin excepciones. Le ha pasado algo, Britt. Estoy segura.

Brittany volvió a estrecharla entre sus brazos.

—¡Qué dices! Eso no lo sabes. ¿Has pensado en llamar por teléfono a sus amigos?

—Es que aún no tiene amigos en el pueblo. Sólo Finn. Britt, Britt...—Santana hundió el rostro en el hombro de su amiga.

—¿Has mirado si están las bicicletas?—preguntó Brittany.

Santana levantó enseguida la vista.

—No. ¡Vamos! ¿Por qué no se me habrá ocurrido? Si hasta he mirado en el garaje.

Se dirigió otra vez hacia la escalera y Brittany la siguió. Santana corrió hacia la valla y atravesó el hueco entre los travesarlos.

—Se han ido. No están las bicis—dijo, con voz estridente—Voy a buscar el coche a ver si los encuentro—se volvió hacia Brittany—¿Me acompañas?

—Claro que sí. Pero antes miremos otra vez en la casa.

Santana entró con Brittany y estuvieron las dos llamando a los niños, pero no hubo respuesta. La casa sólo les devolvió un silencio hueco y resonante. Cerraron la puerta y se dirigieron hacia el coche de la mamá de Santana.

—¡Dios mío!—exclamó Santana con desesperación—¿Dónde pueden estar?

Brittany intentó contener el miedo que también la acechaba.

—Probemos en la tienda de la esquina. Entremos a preguntarle a Emma si los ha visto. Tal vez han ido a comprar un helado o cualquier cosa. ¿Quieres que conduzca yo?

Santana asintió y le pasó las llaves a Brittany, que salió con el coche a la carretera, condujo hasta la esquina y aparcó al lado de la modesta tienda que abría todos los días. Santana entró, pero volvió a salir convencida de que los dos niños no habían pasado por ahí.

Durante la media hora siguiente recorrieron con el coche todo el pueblo, desde la calle principal hasta el parque, pero no vieron ni rastro de los críos. Luego volvieron otra vez a la casa a ver si estaban, en vano.

Santana estaba pálida y permanecía callada, y Brittany no sabía qué más podía hacer.

—Me parece que deberíamos ir a la policía, Britt—dijo Santana lacónicamente, envolviéndose con sus brazos.

Brittany asintió y se dirigió otra vez hacia el coche.

—Si se han ido con las bicis es porque tenían previsto recorrer cierta distancia—razonó Brittany—¿No será que han decidido ir hasta la encañizada? ¿O tal vez al río?

—No lo sé—replicó Santana, con la voz entrecortada, y unas lágrimas surcaron sus mejillas—No entiendo cómo Em ha podido ir a ningún sitio sin pedirme permiso. Seguro que alguien se los ha llevado, Britt—añadió, con la cara tremendamente pálida.

Brittany volvió a abrazarla y la estrechó con fuerza, acariciando con un gesto consolador el suave pelo de Santana.

—Eso no lo sabemos.

Brittany intentó recordar las pocas conversaciones que había mantenido con Emily. Cuando la niña asistió a la sesión de lectura de cuentos en la biblioteca, estuvieron hablando de la época minera del pueblo.

¿Habrían ido a explorar las minas?

—San, ¿no crees que pueden...?

Santana dejó de sollozar y enderezó la espalda, intentando tranquilizarse.

—¿Si pueden qué?—preguntó.

Brittany se mordió el labio.

—Cuando Em vino a la biblioteca la semana pasada, estuvimos hablando de los tiempos del oro. Me hizo preguntas sobre las minas: entre otras cosas, quería saber cuáles seguían aún abiertas. Y luego me dijo que tú le habías estado hablando de la antigua mina Eureka, donde íbamos a jugar de pequeñas. Le expliqué que no era un lugar seguro, ni entonces ni ahora. ¿No crees que pueden haber ido hasta ahí?

Brittany observó la expresión tensa de Santana y le vino a la mente el mismo temor inconfesable.

—Podemos probar—dijo Santana.

Brittany arrancó bruscamente y salió otra vez a la carretera, dejando las ruedas marcadas en el pavimento. Mientras Brittany conducía hacia la antigua mina de oro, el asfalto dejó paso a la grava y la carretera se convirtió en una pista de tierra con dos roderas hundidas e irregulares.

Al final salieron del coche y echaron a correr hacia el alambre de espino en el que, como ya sabían, varios carteles recordaban que aquello era una propiedad privada y que había excavaciones peligrosas.

Santana tropezó y, cuando Brittany la agarró del brazo para sujetarla, vieron las dos bicicletas apoyadas contra un arbusto.

—¡Dios mío! Son sus bicis, Britt—dijo Santana muy turbada, mientras echaba a correr de nuevo hacia la valla.

Brittany sujetó una de las hileras de alambre con una mano y apoyó el pie sobre la otra, separándolas para que pudiera pasar Santana. Luego ésta se dio la vuelta y ayudó también a Brittany.

—Britt..., no se habrán atrevido a entrar en la mina, ¿verdad? ¿Y si...?

En ese momento oyeron un ruido y ambas se volvieron y se encontraron con un Finn totalmente alterado, que se precipitaba hacia ellas por la cuesta que bajaba desde la boca de la mina.

—¡Tía San! ¡Tía San!—chilló y se lanzó a los brazos de Santana.