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Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
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Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Holaa aqui me tienen de nuevo gracias x comentar siempre leo todos los comentarios antes de publicar. En este nuevo capitulo hay un nuevo personaje muy importante en la historia.
URGENTE ===>> cuando acabe la adaptacion del primer libro tendra un final, la cuestion es que no se si abrir un nuevo tema con la adaptacion del segundo libro o segui el mismo tema pero cambiar el nombre del fic por el nombre del segundo libro el cual es 50 sombras mas oscuras.... que me dicen respecto a esto necesito su opinion debido a que esta historia es para ustedes por fa opinen
P.D: les dejo la lista de canciones que ya aparecieron en los capitulos y las que apareceran en futuros capitulos
Sólo cierra tus ojos y escucha las canciones de este listado. No te podrás resistir. “Cincuenta Sombras” te tocará.
Música 50 sombras de López*
1.- Snow Patrol “What if the storm ends”.
2.- Snow Patrol “Chasing Cars”.
3.- Cold Play “Scientist”.
4.- Britney Spears “Toxic”.
5.- Beyonce “Crazy in Love”.
6.- Frank Sinatra “Witchcraft”.
7.- Bruce Springsteen “Im on fire”.
8.- King of Leon “Sex on fire”.
9.- Damien Rice “The blower`s daughter”.
10.- Amy Stud “Misfit”.
11.- Enigma “Principles of lust”.
12.- Verdi La Traviata, Prelude.
13.- Bach Concerto en D menor.
14.- The Flower duet.
Hay luz por todas partes. Una luz intensa, cálida, penetrante, y me esfuerzo por mantenerla a raya unos cuantos minutos más. Quiero esconderme, solo unos minutos más, pero el resplandor es demasiado fuerte y, al final, sucumbo al despertar. Una gloriosa mañana de Seattle me saluda: el sol entra por el ventanal e inunda la habitación de una luz demasiado intensa. ¿Por qué no bajamos las persianas anoche? Estoy en la enorme cama de Santana López, pero ella no está.
Me quedo tumbada un rato, contemplando por el ventanal desde mi encumbrada y privilegiada posición el perfil urbano de Seattle. La vida en las nubes produce desde luego una sensación de irrealidad. Una fantasía —un castillo en el aire, alejado del suelo, a salvo de la cruda realidad— lejos del abandono, del hambre, de madres que se prostituyen por crack. Me estremezco al pensar lo que debió de pasar de niña, y entiendo por qué vive aquí, aislada, rodeado de belleza, de valiosas obras de arte, tan alejada de sus comienzos… toda una declaración de intenciones. Frunzo el ceño, porque eso sigue sin explicar por qué no puedo tocarla.
Curiosamente, yo me siento igual aquí arriba, en su torre de marfil. Lejos de la realidad. Estoy en este piso de fantasía, teniendo un sexo de fantasía con mi novia de fantasía, cuando la cruda realidad es que ella quiere un contrato especial, aunque diga que intentará darme más. ¿Qué significa eso? Eso es lo que tengo que aclarar entre nosotras, para ver si aún estamos en extremos opuestos del balancín o nos vamos acercando.
Salgo de la cama sintiéndome agarrotada y, a falta de una expresión mejor, bien machacada. Sí, debe de ser de tanto sexo. Mi subconsciente frunce los labios en señal de desaprobación. Yo le pongo los ojos en blanco, alegrándome de que cierta obsesa del control de mano muy suelta no esté en la habitación, y decido preguntarle por el entrenador personal. Eso, si firmo. La diosa que llevo dentro me mira desesperada. Pues claro que vas a firmar. Las ignoro a las dos y, tras una visita rápida al baño, salgo en busca de Santana.
No está en la galería de arte, pero una mujer elegante de mediana edad está limpiando en la zona de la cocina. Al verla, me paró en seco. Es rubia, lleva el pelo corto y tiene los ojos azules; viste una impecable blusa blanca y lisa y una falda de tubo azul marino. Esboza una amplia sonrisa al verme.
—Buenos días, señorita Pierce. ¿Le apetece desayunar? —me pregunta en un tono agradable pero profesional, y yo alucino.
¿Qué hace esta atractiva rubia en la cocina de Santana? No llevo puesta más que la camiseta que me dejó. Me siento cohibida por mi desnudez.
—Me temo que juega usted con ventaja —digo en voz baja, incapaz de ocultar la angustia que me produce.
—Ah, lo siento muchísimo… Soy la señora Jones, el ama de llaves de la señora López. Ah.
— ¿Qué tal? —consigo decir.
— ¿Le apetece desayunar, señora?
¡Señora!
—Me gustaría tomar un poco de té, gracias. ¿Sabe dónde está la señora López?
—En su estudio.
—Gracias.
Salgo disparada hacia el estudio, muerta de vergüenza. ¿Por qué Santana solo contrata a rubias atractivas? Y una idea desagradable me viene a la cabeza: ¿serán todas ex sumisas? Me niego a acariciar una idea tan espantosa. Asomo la cabeza tímidamente por la puerta. Está al teléfono, de cara al ventanal, vestida con pantalones negros y camisa blanca. Aún tiene el pelo mojado de la ducha y eso me distrae por completo de mis pensamientos negativos.
—Salvo que mejore el balance de pérdidas y ganancias de la compañía, no me interesa, Ros. No vamos a cargar con un peso muerto. No me pongas más excusas tontas. Que me llame Marco, es todo o nada. Sí, dile a Barney que el prototipo pinta bien, aunque la interfaz no me convence. No, le falta algo. Quiero verlo esta tarde para discutirlo. A él y a su equipo; podemos hacer una tormenta de ideas. Vale. Pásame con Andrea otra vez. —Espera, mirando por el ventanal, ama y señora del universo contemplando a la pobre gente bajo su castillo en el cielo—. Andrea…
Al levantar la vista, me ve en la puerta. Una sensual sonrisa se extiende lentamente por su hermoso rostro, y me quedo sin habla al tiempo que se me derriten las entrañas. Es sin lugar a dudas la mujer más hermosa del planeta, demasiado hermosa para los seres vulgares de allá abajo, demasiado hermosa para mí. No, la diosa que llevo dentro me mira ceñuda, demasiado hermosa para mí, no. En cierto modo, es mía… de momento. La idea me produce un escalofrío y disipa mi irracional inseguridad.
Sigue hablando, sin dejar de mirarme.
—Cancela toda mi agenda de esta mañana, pero que me llame Bill. Estaré allí a las dos. Tengo que hablar con Marco esta tarde, eso me llevará al menos media hora. Ponme a Barney y a su equipo después de Marco, o quizá mañana, y búscame un hueco para quedar con Claude todos los días de esta semana. Dile que espere. Ah. No, no quiero publicidad para Darfur. Dile a Zack que se encargue él de eso. No. ¿Qué evento? ¿El sábado que viene? Espera.
¿Cuándo vuelves de Georgia? —me pregunta.
—El viernes. Retoma la conversación telefónica.
—Necesitaré una entrada más, porque voy acompañada. Sí, Andrea, eso es lo que he dicho, acompañada, la señorita Brittany Pierce vendrá conmigo. Eso es todo.
—Cuelga—. Buenos días, señorita Pierce.
—Señora López —sonrío tímidamente.
Rodea el escritorio con su habitual elegancia y se sitúa delante de mí. Me acaricia suavemente la mejilla con el dorso de los dedos.
—No quería despertarte, se te veía tan serena. ¿Has dormido bien?
—He descansado, gracias. Solo he venido a saludar antes de darme una ducha.
La miro, me embebo de ella. Se inclina y me besa con suavidad, y no puedo controlarme. Me cuelgo de su cuello y mis dedos se enredan en su pelo aún húmedo.
Con el cuerpo pegado al suyo, le devuelvo el beso. La deseo. Mi ataque la toma por sorpresa, pero, tras un instante, responde con un grave gruñido gutural. Desliza las manos por mi pelo y desciende por la espalda para agarrarme el trasero desnudo, explorándome la boca con la lengua. Se aparta, con los ojos entrecerrados.
—Vaya, parece que el descanso te ha sentado bien —murmura—. Te sugiero que vayas a ducharte, ¿o te echo un polvo ahora mismo encima de mi escritorio?
—Prefiero lo del escritorio —le susurro temeraria mientras el deseo invade mi organismo como la adrenalina, despertándolo todo a su paso.
Me mira perpleja un milisegundo.
—Esto le gusta de verdad, ¿no, señorita Pierce? Te estás volviendo insaciable —masculla.
—La que me gusta eres tú —le digo.
Sus ojos se agrandan y se oscurecen mientras me masajea el trasero desnudo.
—Desde luego, solo yo —gruñe, y de pronto, con un movimiento rápido, aparta todos los planos y documentos del escritorio, que se esparcen por el suelo, y luego me coge en brazos y me tumba en el lado corto de la mesa, de forma que la cabeza casi me cuelga por el borde—. Tú lo has querido, bella —masculla,
Se quita los pantalones y las sexys bragas rojas, se sube a al escritorio y se acomoda entre mis piernas y siento su exquisita y tibia humedad rozando mi clítoris.
—Espero que estés lista —dice con una sonrisa lasciva.
Y en un instante está moviéndose con fuerza sobre mí y, sujetándome con fuerza las muñecas a los costados con una mano y con la otra libre me penetra tres dedos hasta el fondo.
Gimo… oh, sí.
—Dios, Britt. Sí que estás lista —susurra con veneración.
Enroscándole las piernas en la cintura, la abrazo de la única forma que puedo mientras ella, me mira, con un brillo intenso en esos ojos marrones que me cautivan. Se ve apasionada y posesiva. Empieza a moverse, a moverse de verdad. Esto no es hacer el amor, esto es follar, y me encanta. Gimo. Es tan crudo, tan carnal, me excita tanto. Gozo de su penetración, su pasión sacia la mía. Se mueve con facilidad, gozándome, disfrutando de mí, con la boca algo abierta a medida que se le acelera la respiración.
Gira las caderas de un lado a otro y me produce una sensación deliciosa.
Cierro los ojos, notando que se aproxima el clímax, esa deliciosa avalancha lenta y creciente, que me eleva más y más hasta el castillo en el aire. Oh, sí… su empuje aumenta un poco. Gimo fuerte. Soy toda sensación, toda suya; disfruto de cada embate, de cada vez que me llega hasta el fondo con sus dedos. Coge ritmo, empuja más rápido, más fuerte, y todo mi cuerpo se mueve a su compás, y noto que se me agarrotan las piernas, y mis entrañas se estremecen y se aceleran.
—Vamos, bella, dámelo todo —me incita entre dientes, y el deseo ardiente de su voz, la tensión, me abocan al precipicio.
Lanzo una súplica silenciosa y apasionada cuando toco el sol y me quemo, y me desplomo a su alrededor, caigo, de vuelta a una cima intensa y luminosa en la Tierra. Saca los dedos después de llegar a la cima y se los chupa eso me encanta, me excita, se acomoda de nuevo y embiste mas rápido y para en seco al llegar al clímax y, tirándome de las muñecas, se desploma con elegancia, calladamente, sobre mí. Uau… esto no me lo esperaba. Poco a poco, vuelvo a materializarme en la Tierra.
— ¿Qué diablos me estás haciendo? — Dice ella besuqueándome el cuello—. Me tienes completamente hechizada, Britt. Ejerces alguna magia poderosa.
Me suelta las muñecas y le paso los dedos por el pelo, descendiendo de las alturas. Aprieto las piernas alrededor de su cintura.
—Soy yo la hechizada —susurro.
Me mira, me contempla, con expresión desconcertada, alarmada incluso. Poniéndome las manos a ambos lados de la cara, me sujeta la cabeza.
—Tú… eres… mía —dice, marcando bien cada palabra—. ¿Entendido?
Lo dice tan seria, tan exaltada… con tal fanatismo. La fuerza de su súplica me resulta tan inesperada, tan apabullante. Me pregunto por qué se siente así.
—Sí, tuya —le susurro, completamente desconcertada por su fervor.
— ¿Seguro que tienes que irte a Georgia?
Asiento despacio. Y, en ese breve instante, veo alterarse su expresión y noto cómo cambia su actitud. Se levanta golpeando bruscamente mi sexo con su cadera y yo hago una mueca de dolor.
— ¿Te duele? —pregunta inclinándose sobre mí.
—Un poco —confieso.
—Me gusta que te duela. —Sus ojos abrasan—. Te recordará que he estado ahí, solo yo.
Me coge por la barbilla y me besa con violencia, luego se endereza y me tiende la mano para ayudarme a levantarme.
—Siempre estas excitada—
Me mira confundida mientras se sube la braga y el pantalón. — Siempre soy muy caliente, Brittany, incluso sueño, y a veces los sueños se hacen realidad.
Suena tan rara, con esa mirada encendida. No la entiendo. Mi dicha poscoital se esfuma rápidamente. ¿Qué problema tiene?
—Así que hacerlo en tu escritorio… ¿era un sueño? —le pregunto con sequedad, probando a bromear para aliviar la tensión que hay entre nosotras.
Me dedica una sonrisa enigmática que no le llega a los ojos y sé inmediatamente que no es la primera vez que lo ha hecho en su escritorio. La idea me desagrada.
Me retuerzo incómoda al tiempo que mi dicha poscoital se esfuma del todo.
—Más vale que vaya a darme una ducha.
Me levanto y me dispongo a marcharme.
Frunce el ceño y se pasa una mano por el pelo.
—Tengo un par de llamadas más que hacer. Desayunaré contigo cuando salgas de la ducha. Creo que la señora Jones te ha lavado la ropa de ayer. Está en el armario.
¿Qué? ¿Cuándo lo ha hecho? Por Dios, ¿nos habrá oído? Me ruborizo.
—Gracias —murmuro.
—No se merecen —dice automáticamente, pero noto cierto tonillo en su voz.
No te estoy dando las gracias por follarme. Aunque ha sido muy…
— ¿Qué? —me suelta, y entonces me doy cuenta de que estoy frunciendo el ceño.
— ¿Qué pasa? —le pregunto en voz baja.
— ¿A qué te refieres?
—Pues a que estás siendo aún más rara de lo habitual.
— ¿Te parezco rara?
Trata de reprimir una sonrisa.
—A veces.
Me estudia un instante, pensativa.
—Como de costumbre, me sorprende, señorita Pierce.
— ¿En qué le sorprendo?
—Digamos que esto ha sido un regalito inesperado.
—La idea es complacernos, señora López —
Ladeo la cabeza como hace ella a menudo, devolviéndole sus palabras.
—Y me complaces, desde luego —dice, pero lo noto inquieto—. Pensaba que ibas a darte una ducha.
Vaya, me está echando.
—Sí… eh… luego te veo.
Salgo de su despacho completamente anonadada.
Santana parecía confundida. ¿Por qué? Debo decir que, como experiencia física, ha sido muy satisfactoria. En cambio, emocionalmente… bueno, me desconcierta su reacción, y eso es tan enriquecedor emocionalmente como nutritivo el algodón de azúcar.
La señora Jones sigue en la cocina.
— ¿Le apetece el té ahora, señorita Pierce?
—Me voy a duchar primero, gracias —murmuro, y me apresuro a salir de allí con el rostro aún encendido.
En la ducha, trato de averiguar qué le pasa a Santana. Es la persona más complicada que conozco y no alcanzo a comprender sus estados de ánimo cambiantes.
Parecía estar bien cuando he entrado en su estudio. Lo hemos hecho… y luego ella ya no estaba bien. No, no la entiendo. Recurro a mi subconsciente. Me la encuentro silbando con las manos a la espalda, mirando a cualquier parte menos a mí. No tiene ni idea, y la diosa que llevo dentro sigue disfrutando de los restos de la dicha poscoital. No… ninguna de nosotras tiene ni idea.
Me seco el pelo con la toalla, me lo cepillo con el cepillo de Santana y me lo recojo en un moño. El vestido ciruela de Quinn está colgado, lavado y planchado, en el armario, junto con mi sujetador y mis bragas también limpios. La señora Jones es una maravilla. Me calzo los zapatos de Quinn, me arreglo un poco el vestido, respiro hondo y vuelvo a salir del enorme dormitorio.
Santana sigue sin aparecer, y la señora Jones está revisando lo que hay en la despensa.
— ¿Quiere ya el té, señorita Pierce? —pregunta.
—Por favor.
Le sonrío. Me siento algo más a gusto ahora que voy vestida.
— ¿Le apetece comer algo?
—No, gracias.
—Pues claro que vas a comer algo —espeta Santana, resplandeciente—. Le gustan las tortitas con huevos y beicon, señora Jones.
—Sí, señora López. ¿Qué va a tomar usted, señora?
—Tortilla, por favor, y algo de fruta. —No me quita los ojos de encima, su expresión es indescifrable—. Siéntate —me ordena, señalando uno de los taburetes de la barra.
Obedezco, y ella se sienta a mi lado mientras la señora Jones prepara el desayuno. Uf, me pone nerviosa que alguien más oiga lo que hablamos.
— ¿Ya has comprado el billete de avión?
—No, lo compraré cuando llegue a casa, por internet.
Se apoya en mi hombro y se frota la barbilla en él.
— ¿Tienes dinero?
Oh, no.
—Sí —digo poniendo un tono de resignada paciencia, como si hablara con una niña pequeña.
Me arquea una ceja reprobatoria. Mierda.
—Sí tengo, gracias —rectifico enseguida.
—Tengo un jet. No se va a usar hasta dentro de tres días; está a tu disposición.
La miro boquiabierta. Pues claro que tiene un jet, y yo tengo que resistir la inclinación natural de mi cuerpo a poner los ojos en blanco. Me entran ganas de reír.
Pero no lo hago, porque no sé de qué humor está.
—Ya hemos abusado bastante de la flota aérea de tu empresa. No me gustaría volver a hacerlo.
—La empresa es mía, el jet también.
Parece ofendida. ¡Ah, Santana y sus juguetitos!
—Gracias por el ofrecimiento, pero prefiero coger un vuelo regular.
Me da la impresión de que quiere seguir discutiéndolo, pero al final no lo hace.
—Como quieras. —Suspira—. ¿Tienes que prepararte mucho para las entrevistas?
—No.
—Bien. No vas a decirme de qué editoriales se trata, ¿verdad?
—No.
Se dibuja en sus labios una sonrisa reticente.
—Soy una mujer de recursos, señorita Pierce.
—Soy perfectamente consciente de eso, señora López. ¿Me vas a rastrear el móvil? —pregunto inocentemente.
—La verdad es que esta tarde voy a estar muy liada, así que tendré que pedirle a alguien que lo haga por mí.
Sonríe con picardía.
Lo dirá en broma, ¿no?
—Si puedes poner a alguien a hacer eso, es que te sobra personal, desde luego.
—Le mandaré un correo a la jefa de recursos humanos y le pediré que revise el recuento de personal.
Tuerce la boca para ocultar la sonrisa.
Ay, menos mal que ha recobrado el sentido del humor.
La señora Jones nos sirve el desayuno y comemos en silencio durante unos minutos. Tras recoger los cacharros, la mujer se retira discretamente de la zona del salón. La miro.
— ¿Qué pasa, Brittany?
— ¿Sabes?, al final no me has dicho por qué no te gusta que te toquen.
Palidece y su reacción me hace sentirme culpable por preguntar.
—Te he contado más de lo que le he contado nunca a nadie —dice en voz baja mientras ella me mira.
Y tengo claro que nunca le ha hecho confidencias a nadie. ¿No tiene amigos íntimos? Quizá se lo contara a la señora Robinson. Quiero preguntarle, pero no puedo… no puedo meterme así en su vida. Niego con la cabeza al darme cuenta. Está sola, pero de verdad.
— ¿Pensarás en nuestro contrato mientras estás fuera? —pregunta.
—Sí.
— ¿Me vas a echar de menos?
La miro, sorprendida por la pregunta.
—Sí —respondo con sinceridad.
¿Cómo puede haber llegado a significar tanto para mí en tan poco tiempo? Se me ha metido bajo la piel, literalmente. Sonríe y se le ilumina la mirada.
—Yo también te voy a echar de menos. Más de lo que imaginas —me dice.
Se me alegra el corazón al oír sus palabras. Ella lo está intentando, de verdad. Me acaricia suavemente la mejilla, se inclina y me besa con ternura.
A última hora de la tarde espero sentada y nerviosa a la señorita Marley Rose en el vestíbulo de Seattle Independent Publishing. Es mi segunda entrevista de hoy y la que más me interesa. La primera ha ido bien, pero era para un grupo mayor, con oficinas en todo el país, y yo no sería más que una de las muchas ayudantes editoriales.
Imagino que semejante máquina corporativa me engulliría y me escupiría bastante rápido. En SIP es donde quiero estar. Es pequeña y poco convencional, aboga por los autores locales y tiene una interesante y peculiar lista de clientes.
El lugar resulta un tanto austero, pero creo que es una declaración de intenciones más que un indicio de frugalidad. Estoy sentada en uno de los dos sillones
Chesterfield de piel verde oscuro, muy similar al sofá que tiene Santana en su cuarto de juegos. Acaricio la piel, apreciativa, y me pregunto distraída qué hará
Santana en ese sofá. Divago pensando en las posibilidades… no, más vale que no piense en eso ahora. Me sonrojan mis pensamientos descarriados e inoportunos.
La recepcionista es una joven afroamericana con grandes pendientes de plata y el pelo largo y liso. Tiene cierto aire bohemio; es de esa clase de mujeres con las que podría llevarme bien. La idea me reconforta. De vez en cuando me mira, apartando la vista del ordenador, y me sonríe tranquilizadora. Yo le devuelvo la sonrisa tímidamente.
Ya tengo el vuelo reservado, mi madre está encantada de que vaya a verla, he hecho la maleta y Quinn ha accedido a acompañarme al aeropuerto. Santana me ha ordenado que me lleve la BlackBerry y el Mac. Pongo los ojos en blanco al recordar su despotismo, pero ahora me doy cuenta de que ella es así. Le gusta controlar todo, incluida yo. Sin embargo, también puede ser tan impredecible y desconcertantemente agradable… Puede ser tierna, alegre, e incluso dulce. Y, cuando lo es, resulta tan imprevisible e inesperado… Ha insistido en acompañarme hasta el coche, que estaba aparcado en el garaje. Por Dios, que solo me voy unos días; se comporta como si me marchara durante varias semanas. Me tiene siempre desconcertada.
— ¿Brittany Pierce?
Una mujer de melena negra prerrafaelita, de pie junto al mostrador de recepción, me saca de mi ensimismamiento. Tiene el mismo aire bohemio y etéreo que la recepcionista. Tendrá unos treinta y muchos, quizá cuarenta y pocos; resulta muy difícil de saber con mujeres de cierta edad.
—Sí —respondo, y me levanto desmañadamente.
Me dedica una sonrisa educada, sus fríos ojos castaños me escudriñan. Visto uno de los conjuntos de Quinn, un pichi negro con una blusa blanca y mis zapatos negros de tacón. Muy de entrevista, creo yo. Llevo el pelo recogido en un moño prieto y, por una vez, los mechones se están comportando. Me tiende la mano.
—Hola, Britt, me llamo Elizabeth Morgan. Soy la jefa de recursos humanos de SIP.
— ¿Cómo está?
Le estrecho la mano. La veo muy informal para ser jefa de recursos humanos.
—Sígueme, por favor.
Pasamos la puerta de doble hoja que hay detrás de la zona de recepción y entramos en una oficina grande y diáfana de decoración luminosa, y de ahí a una pequeña sala de reuniones. Las paredes son de color verde claro y están llenas de fotos de cubiertas de libros. A la cabecera de la mesa de conferencias de madera de arce está sentada una mujer joven, castaña, con la melena recogida en una coleta. En ambas orejas le brillan unos pequeños aros de plata. Viste camisa azul claro, y pantalones de algodón gris oscuro ceñidos. Cuando me acerco a ella, se levanta y me mira con unos ojos azul oscuro insondables.
—Brittany Pierce, soy Marley Rose, directora de adquisiciones de SIP. Encantada de conocerte.
Nos damos la mano. Su mirada oscura me resulta impenetrable, aunque suficientemente afable, creo.
— ¿Vienes de muy lejos? —me pregunta amablemente.
—No, acabo de mudarme a la zona de Pike Street Market.
—Ah, entonces vives muy cerca. Siéntate, por favor.
Me siento, y Elizabeth toma asiento a mi lado.
—Dinos, ¿por qué quieres trabajar como becaria en SIP, Britt? —pregunta.
Pronuncia mi nombre con suavidad y ladea la cabeza, como alguien que yo me sé; resulta inquietante. Esforzándome por ignorar el recelo irracional que me inspira, me lanzo a soltarle mi discurso cuidadosamente preparado, consciente de que un rubor sonrosado se extiende por mis mejillas. Las miro a las dos, recordando la charla de Quinn Fabray sobre cómo salir airoso de una entrevista: «¡Mantén el contacto visual, Ana!». Dios, qué mandona puede ser ella también, a veces. Marley y Elizabeth me escuchan con atención.
—Tienes una nota media impresionante. ¿De qué actividades extracurriculares has disfrutado en tu universidad?
¿Disfrutar? La miro extrañada. Qué extraña elección léxica. Entro en detalles sobre mi puesto de bibliotecaria en la biblioteca central del campus y mi experiencia entrevistando a una déspota indecentemente rica para la revista de la universidad. Paso por alto el hecho de que, en realidad, no fui yo quien escribió el artículo.
Menciono las dos sociedades literarias a las que pertenecía y concluyo con mi trabajo en Clayton’s y todos los conocimientos inútiles que ahora poseo sobre ferretería y bricolaje. Las dos se ríen, que es lo que esperaba. Poco a poco, me relajo y empiezo a sentirme a gusto.
Marley Rose me hace preguntas agudas e inteligentes, pero no me amilano; me mantengo y, cuando hablamos de mis preferencias literarias y mis libros favoritos, creo que me defiendo bastante bien. A Marley, en cambio, solo parece gustarle la literatura estadounidense posterior a 1950. Nada más. Ningún clásico, ni siquiera
Henry James, ni Upton Sinclair, ni F. Scott Fitzgerald. Elizabeth no dice nada, solo asiente de vez en cuando y toma notas. Marley, pese a su afán por la controversia, es agradable a su manera, y mi recelo inicial se disipa a medida que hablamos.
— ¿Y dónde te ves dentro de cinco años? —pregunta.
Con Santana López, me viene sin querer la idea a la cabeza. La divagación me hace fruncir el ceño.
—De editora, quizá. Tal vez de agente literario, no estoy segura. Estoy abierta a todas las posibilidades.
Marley sonríe.
—Muy bien, Britt. No tengo más preguntas. ¿Y tú? —me plantea directamente.
— ¿Cuándo habría que empezar? —inquiero.
—Lo antes posible —interviene Elizabeth—. ¿Cuándo podrías tú?
—Estoy disponible a partir de la semana que viene.
—Está bien saberlo —dice Marley.
—Si nadie tiene nada más que decir —Elizabeth nos mira a las dos—, creo que damos por terminada la entrevista.
Sonríe amablemente.
—Ha sido un placer conocerte, Britt —dice Marley en voz baja cogiéndome la mano.
Me la aprieta con suavidad, así que la miro con cierta extrañeza cuando me despido.
Camino del coche, me noto intranquila, pero no sé por qué. Creo que la entrevista ha ido bien, pero es difícil saberlo. Las entrevistas me parecen algo tan artificial; todo el mundo comportándose de la mejor forma posible e intentando desesperadamente esconderse tras una fachada profesional. ¿Encajo en el perfil?
Habrá que esperar para saberlo.
Me subo a mi Audi A3 y me dirijo a casa, pero con tranquilidad. He reservado un vuelo nocturno con escala en Atlanta, pero no sale hasta las 22.25 h, así que tengo tiempo de sobra.
Cuando llego, Quinn está desempaquetando cajas en la cocina.
— ¿Qué tal te ha ido? —me pregunta emocionada.
Solo Quinn puede estar guapísima con una camiseta gigante, unos vaqueros gastados y un pañuelo azul marino en la cabeza.
—Bien, gracias, Quinn. No sé si este conjunto era lo bastante apropiado para la segunda entrevista.
— ¿Y eso?
—Me habría venido mejor algo bohemio y elegante.
Quinn arquea una ceja.
—Tú y tus bohemios elegantes. —Ladea la cabeza, ¡agh! ¿Por qué todo el mundo me recuerda a mi Cincuenta favorita?—. En realidad, Britt, tú eres una de las pocas personas que puede conseguir ese look.
Sonrío.
—Me ha gustado mucho el segundo sitio. Creo que podría encajar allí. Eso sí, la tipa que me ha entrevistado era un tanto inquietante.
Me interrumpo. Mierda, que estás hablando con Parabólica Fabray. ¡Cállate, Britt!
— ¿Y eso?
El radar de Quinn Fabray, detector de datos interesantes, entra en acción de inmediato en busca de ese dato que solo resurgirá en algún momento inoportuno y comprometedor, lo cual me recuerda algo.
—Por cierto, ¿podrías dejar de provocar a Santana? Tu comentario sobre Noah en la cena de anoche no venía a cuento. Es una tipa celosa. Lo que haces no está bien, ¿sabes?
—Mira, si no fuera la hermana de Sam, le habría dicho cosas peores. Es una controladora obsesiva. No entiendo cómo la aguantas. Pretendía ponerla celosa, ayudarla un poco a decidirse. —Levanta las manos con aire defensivo—. Pero si no quieres que me meta, no lo haré —añade enseguida al verme fruncir el ceño.
—Muy bien. La vida con Santana ya es bastante complicada de por sí, créeme.
Dios, sueno como ella.
—Britt. —Hace una pausa, mirándome fijamente—. Estás bien, ¿no? ¿No irás a casa de tu madre para escapar?
Me ruborizo.
—No, Quinn. Fuiste tú la que dijo que necesitaba un descanso.
Se acerca y me coge de las manos, un gesto impropio de Quinn. Oh, no… Me voy a echar a llorar.
—Te veo… no sé… distinta. Espero que estés bien y que, sean cuales sean los problemas que tengas con la señora Millonetis, puedas hablarlo conmigo. Y que sepas que yo no pretendo provocarla, aunque, la verdad, con ella es como pescar en una pecera. Mira, Britt, si algo va mal, cuéntamelo. No te voy a juzgar.
Procuraré entenderlo.
Contengo las lágrimas.
—Ay, Quinn… —La abrazo—. Creo que me he enamorado de ella de verdad.
—Britt, eso lo ve cualquiera. Y ella se ha enamorado de ti. Está loca por ti. No te quita los ojos de encima.
Río tímidamente.
— ¿Tú crees?
— ¿No te lo ha dicho?
—No con tantas palabras.
— ¿Se lo has dicho tú?
—No con tantas palabras.
Me encojo de hombros, como disculpándome.
— ¡Britt! Uno de las dos tiene que dar el primer paso, si no nunca llegaréis a ninguna parte.
¿Qué, que le diga lo que siento?
—Me da miedo espantarla.
— ¿Y cómo sabes que ella no siente lo mismo?
— ¿Santana, miedo? No me la imagino asustada de nada.
Pero, mientras lo digo, me la imagino de niña. Quizá el miedo fuera lo único que conocía entonces. Solo de pensarlo, se me encoge el corazón de pena.
Quinn me observa con los labios y los ojos fruncidos, como mi subconsciente… solo le faltan las gafas de media luna.
—Les hace falta sentarse a charlar.
—No hemos hablado mucho últimamente.
Me sonrojo. Otras cosas sí. Comunicación no verbal, y no ha estado nada mal. Bueno, ha estado más que bien.
Sonríe.
— ¡Por el sexo! Si eso va bien, tienes media batalla ganada, Britt. Voy a buscar algo de comida china. ¿Lo tienes ya todo listo para el viaje?
—Casi. Aún nos quedan un par de horas o así.
—No… vuelvo dentro de veinte minutos.
Coge la cazadora y se va; se olvida de cerrar la puerta. La cierro y me voy a mi cuarto, rumiando sus palabras.
¿Tiene miedo Santana de lo que siente por mí? ¿Siente algo por mí? Parece muy entusiasmada, dice que soy suya… pero eso forma parte de su yo dominante y obsesivo que debe tenerlo y poseerlo todo, seguro. Me doy cuenta de que, mientras esté fuera, tendré que repasar todas nuestras conversaciones y ver si puedo detectar algún indicio claro.
«Yo también te voy a echar de menos. Más de lo que imaginas.» «Me tienes completamente hechizada.»
Niego con la cabeza. No quiero pensar en eso ahora. La BlackBerry se está cargando, así que no la he mirado en toda la tarde. Me acerco con cautela y me desilusiona ver que no hay mensajes. Enciendo el cacharro infernal y tampoco hay mensajes. Es la misma dirección de e-mail, Britt, me dice mi subconsciente poniéndome los ojos en blanco y, por primera vez, entiendo por qué Santana quiere darme unos azotes cada vez que lo hago.
Vale. Bueno, pues le escribo un correo yo.
De: Brittany Pierce
Fecha: 30 de mayo de 2011 18:49
Para: Santana López
Asunto: Entrevistas
Querida señora:
Las entrevistas de hoy han ido bien.
He pensado que igual te interesaba.
¿Qué tal tu día?
Britt
Me siento y miro furiosa la pantalla. Las respuestas de Santana suelen ser instantáneas. Espero y espero, y por fin oigo el tono de mensaje entrante.
De: Santana López
Fecha: 30 de mayo de 2011 19:03
Para: Brittany Pierce
Asunto: Mi día
Querida señorita Pierce:
Todo lo que hace me interesa. Es la mujer más fascinante que conozco.
Me alegro de que sus entrevistas hayan ido bien.
Mi mañana ha superado todas mis expectativas.
Mi tarde, en comparación, ha sido de lo más aburrida.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
De: Brittany Pierce
Fecha: 30 de mayo de 2011 19:05
Para: Santana López
Asunto: Mañana maravillosa
Querida señora:
También la mañana ha sido extraordinaria para mí, aunque te hayas mostrado rara después del impecable polvo sobre el escritorio. No creas que no me he dado cuenta.
Gracias por el desayuno. O gracias a la señora Jones.
Me gustaría hacerte algunas preguntas sobre ella (sin que vuelvas a ponerte rara conmigo).
Britt
Titubeo antes de pulsar la tecla de envío y me tranquiliza pensar que mañana a estas horas estaré en la otra punta del continente.
De: Santana López
Fecha: 30 de mayo de 2011 19:10
Para: Brittany Pierce
Asunto: ¿Tú en una editorial?
Brittany:
«Ponerse rara» no es una forma verbal aceptable y no debería usarla alguien que quiere entrar en el mundo editorial.
¿Impecable? ¿Comparado con qué, dime, por favor? ¿Y qué es lo que quieres preguntarme de la señora Jones? Me tienes intrigada.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
De: Brittany Pierce
Fecha: 30 de mayo de 2011 19:17
Para: Santana López
Asunto: Tú y la señora Jones
Querida señora:
La lengua evoluciona y avanza. Es algo vivo. No está encerrada en una torre de marfil, rodeada de carísimas obras de arte, con vistas a casi todo Seattle y con un helipuerto en la azotea.
Impecable en comparación con las otras veces que hemos… ¿cómo lo llamas tú…? ah, sí, follado. De hecho, los polvos han sido todos impecables, punto, en mi modesta opinión,… pero, claro, como bien sabes, tengo una experiencia muy limitada.
¿La señora Jones es una ex sumisa tuya?
Britt
Titubeo una vez más antes de darle a la tecla de envío, pero al final le doy.
De: Santana López
Fecha: 30 de mayo de 2011 19:22
Para: Brittany Pierce
Asunto: Lenguaje. ¡Esa boquita…!
Brittany:
La señora Jones es una empleada muy valiosa. Nunca he mantenido con ella más relación que la profesional. No contrato a nadie con quien haya mantenido relaciones sexuales. Me sorprende que se te haya ocurrido algo así. La única persona con la que haría una excepción a esta norma eres tú, porque eres una joven brillante con notables aptitudes para la negociación. No obstante, como sigas utilizando semejante lenguaje, voy a tener que reconsiderar la posibilidad de incorporarte a mi plantilla. Me alegra que tengas una experiencia limitada. Tu experiencia seguirá estando limitada… solo a mí. Tomaré «impecable» como un cumplido… aunque contigo nunca sé si es eso lo que quieres decir o si el sarcasmo está hablando por ti, como de costumbre.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc., desde su torre de marfil
De: Brittany Pierce
Fecha: 30 de mayo de 2011 19:27
Para: Santana López
Asunto: Ni por todo el té de China
Querida señora López:
Creo que ya le he manifestado mis reservas respecto a trabajar en su empresa. Mi opinión no ha cambiado, ni va a cambiar, ni cambiará, jamás. Ahora te tengo que dejar porque Quinn ya ha vuelto con la cena. Mi sarcasmo y yo te deseamos buenas noches.
Me pondré en contacto contigo cuando esté en Georgia.
Britt
De: Santana López
Fecha: 30 de mayo de 2011 19:29
Para: Brittany Pierce
Asunto: ¿Ni por el té Twinings English Breakfast?
Buenas noches, Brittany.
Espero que tu sarcasmo y tú tengáis un buen vuelo.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
Quinn y yo paramos en la zona de estacionamiento frente a la terminal de salidas del Sea-Tac. Se inclina desde su asiento para abrazarme.
—Pásatelo bien en Barbados, Quinn. Que tengas unas vacaciones maravillosas.
—Te veo a la vuelta. No dejes que Millonetis te amargue la existencia.
—No lo haré.
Nos abrazamos una vez más, y me quedo sola. Me dirijo a facturación y me pongo en la cola, esperando con mi equipaje de cabina. No me he molestado en coger una maleta, solo una elegante mochila que Ray me regaló por mi último cumpleaños.
—Billete, por favor.
El joven aburrido del otro lado del mostrador me tiende la mano sin mirarme siquiera.
Con idéntica desgana le entrego mi billete y el carnet de conducir como documento de identidad. Espero que me toque ventanilla, si es posible.
—Muy bien, señorita Pierce. La han pasado a primera clase.
— ¿Qué?
—Señora, si es tan amable, pase a la sala VIP y espere allí a que salga su vuelo.
Parece haber despertado y me sonríe como si yo fuera Santa Claus y el conejo de Pascua todo en uno.
—Tiene que haber algún error.
—No, no. —Vuelve a mirar la pantalla del ordenador—. Brittany Pierce: a primera clase —lee, y me dirige una sonrisa afectada.
Aghhh… Entorno los ojos. Me da mi tarjeta de embarque y me dirijo a la sala VIP, rezongando por lo bajo. Maldita Santana López, controladora.
¿Es que no me puede dejar en paz?
URGENTE ===>> cuando acabe la adaptacion del primer libro tendra un final, la cuestion es que no se si abrir un nuevo tema con la adaptacion del segundo libro o segui el mismo tema pero cambiar el nombre del fic por el nombre del segundo libro el cual es 50 sombras mas oscuras.... que me dicen respecto a esto necesito su opinion debido a que esta historia es para ustedes por fa opinen
P.D: les dejo la lista de canciones que ya aparecieron en los capitulos y las que apareceran en futuros capitulos
Sólo cierra tus ojos y escucha las canciones de este listado. No te podrás resistir. “Cincuenta Sombras” te tocará.
Música 50 sombras de López*
1.- Snow Patrol “What if the storm ends”.
2.- Snow Patrol “Chasing Cars”.
3.- Cold Play “Scientist”.
4.- Britney Spears “Toxic”.
5.- Beyonce “Crazy in Love”.
6.- Frank Sinatra “Witchcraft”.
7.- Bruce Springsteen “Im on fire”.
8.- King of Leon “Sex on fire”.
9.- Damien Rice “The blower`s daughter”.
10.- Amy Stud “Misfit”.
11.- Enigma “Principles of lust”.
12.- Verdi La Traviata, Prelude.
13.- Bach Concerto en D menor.
14.- The Flower duet.
Parte I - Capítulo 21
Hay luz por todas partes. Una luz intensa, cálida, penetrante, y me esfuerzo por mantenerla a raya unos cuantos minutos más. Quiero esconderme, solo unos minutos más, pero el resplandor es demasiado fuerte y, al final, sucumbo al despertar. Una gloriosa mañana de Seattle me saluda: el sol entra por el ventanal e inunda la habitación de una luz demasiado intensa. ¿Por qué no bajamos las persianas anoche? Estoy en la enorme cama de Santana López, pero ella no está.
Me quedo tumbada un rato, contemplando por el ventanal desde mi encumbrada y privilegiada posición el perfil urbano de Seattle. La vida en las nubes produce desde luego una sensación de irrealidad. Una fantasía —un castillo en el aire, alejado del suelo, a salvo de la cruda realidad— lejos del abandono, del hambre, de madres que se prostituyen por crack. Me estremezco al pensar lo que debió de pasar de niña, y entiendo por qué vive aquí, aislada, rodeado de belleza, de valiosas obras de arte, tan alejada de sus comienzos… toda una declaración de intenciones. Frunzo el ceño, porque eso sigue sin explicar por qué no puedo tocarla.
Curiosamente, yo me siento igual aquí arriba, en su torre de marfil. Lejos de la realidad. Estoy en este piso de fantasía, teniendo un sexo de fantasía con mi novia de fantasía, cuando la cruda realidad es que ella quiere un contrato especial, aunque diga que intentará darme más. ¿Qué significa eso? Eso es lo que tengo que aclarar entre nosotras, para ver si aún estamos en extremos opuestos del balancín o nos vamos acercando.
Salgo de la cama sintiéndome agarrotada y, a falta de una expresión mejor, bien machacada. Sí, debe de ser de tanto sexo. Mi subconsciente frunce los labios en señal de desaprobación. Yo le pongo los ojos en blanco, alegrándome de que cierta obsesa del control de mano muy suelta no esté en la habitación, y decido preguntarle por el entrenador personal. Eso, si firmo. La diosa que llevo dentro me mira desesperada. Pues claro que vas a firmar. Las ignoro a las dos y, tras una visita rápida al baño, salgo en busca de Santana.
No está en la galería de arte, pero una mujer elegante de mediana edad está limpiando en la zona de la cocina. Al verla, me paró en seco. Es rubia, lleva el pelo corto y tiene los ojos azules; viste una impecable blusa blanca y lisa y una falda de tubo azul marino. Esboza una amplia sonrisa al verme.
—Buenos días, señorita Pierce. ¿Le apetece desayunar? —me pregunta en un tono agradable pero profesional, y yo alucino.
¿Qué hace esta atractiva rubia en la cocina de Santana? No llevo puesta más que la camiseta que me dejó. Me siento cohibida por mi desnudez.
—Me temo que juega usted con ventaja —digo en voz baja, incapaz de ocultar la angustia que me produce.
—Ah, lo siento muchísimo… Soy la señora Jones, el ama de llaves de la señora López. Ah.
— ¿Qué tal? —consigo decir.
— ¿Le apetece desayunar, señora?
¡Señora!
—Me gustaría tomar un poco de té, gracias. ¿Sabe dónde está la señora López?
—En su estudio.
—Gracias.
Salgo disparada hacia el estudio, muerta de vergüenza. ¿Por qué Santana solo contrata a rubias atractivas? Y una idea desagradable me viene a la cabeza: ¿serán todas ex sumisas? Me niego a acariciar una idea tan espantosa. Asomo la cabeza tímidamente por la puerta. Está al teléfono, de cara al ventanal, vestida con pantalones negros y camisa blanca. Aún tiene el pelo mojado de la ducha y eso me distrae por completo de mis pensamientos negativos.
—Salvo que mejore el balance de pérdidas y ganancias de la compañía, no me interesa, Ros. No vamos a cargar con un peso muerto. No me pongas más excusas tontas. Que me llame Marco, es todo o nada. Sí, dile a Barney que el prototipo pinta bien, aunque la interfaz no me convence. No, le falta algo. Quiero verlo esta tarde para discutirlo. A él y a su equipo; podemos hacer una tormenta de ideas. Vale. Pásame con Andrea otra vez. —Espera, mirando por el ventanal, ama y señora del universo contemplando a la pobre gente bajo su castillo en el cielo—. Andrea…
Al levantar la vista, me ve en la puerta. Una sensual sonrisa se extiende lentamente por su hermoso rostro, y me quedo sin habla al tiempo que se me derriten las entrañas. Es sin lugar a dudas la mujer más hermosa del planeta, demasiado hermosa para los seres vulgares de allá abajo, demasiado hermosa para mí. No, la diosa que llevo dentro me mira ceñuda, demasiado hermosa para mí, no. En cierto modo, es mía… de momento. La idea me produce un escalofrío y disipa mi irracional inseguridad.
Sigue hablando, sin dejar de mirarme.
—Cancela toda mi agenda de esta mañana, pero que me llame Bill. Estaré allí a las dos. Tengo que hablar con Marco esta tarde, eso me llevará al menos media hora. Ponme a Barney y a su equipo después de Marco, o quizá mañana, y búscame un hueco para quedar con Claude todos los días de esta semana. Dile que espere. Ah. No, no quiero publicidad para Darfur. Dile a Zack que se encargue él de eso. No. ¿Qué evento? ¿El sábado que viene? Espera.
¿Cuándo vuelves de Georgia? —me pregunta.
—El viernes. Retoma la conversación telefónica.
—Necesitaré una entrada más, porque voy acompañada. Sí, Andrea, eso es lo que he dicho, acompañada, la señorita Brittany Pierce vendrá conmigo. Eso es todo.
—Cuelga—. Buenos días, señorita Pierce.
—Señora López —sonrío tímidamente.
Rodea el escritorio con su habitual elegancia y se sitúa delante de mí. Me acaricia suavemente la mejilla con el dorso de los dedos.
—No quería despertarte, se te veía tan serena. ¿Has dormido bien?
—He descansado, gracias. Solo he venido a saludar antes de darme una ducha.
La miro, me embebo de ella. Se inclina y me besa con suavidad, y no puedo controlarme. Me cuelgo de su cuello y mis dedos se enredan en su pelo aún húmedo.
Con el cuerpo pegado al suyo, le devuelvo el beso. La deseo. Mi ataque la toma por sorpresa, pero, tras un instante, responde con un grave gruñido gutural. Desliza las manos por mi pelo y desciende por la espalda para agarrarme el trasero desnudo, explorándome la boca con la lengua. Se aparta, con los ojos entrecerrados.
—Vaya, parece que el descanso te ha sentado bien —murmura—. Te sugiero que vayas a ducharte, ¿o te echo un polvo ahora mismo encima de mi escritorio?
—Prefiero lo del escritorio —le susurro temeraria mientras el deseo invade mi organismo como la adrenalina, despertándolo todo a su paso.
Me mira perpleja un milisegundo.
—Esto le gusta de verdad, ¿no, señorita Pierce? Te estás volviendo insaciable —masculla.
—La que me gusta eres tú —le digo.
Sus ojos se agrandan y se oscurecen mientras me masajea el trasero desnudo.
—Desde luego, solo yo —gruñe, y de pronto, con un movimiento rápido, aparta todos los planos y documentos del escritorio, que se esparcen por el suelo, y luego me coge en brazos y me tumba en el lado corto de la mesa, de forma que la cabeza casi me cuelga por el borde—. Tú lo has querido, bella —masculla,
Se quita los pantalones y las sexys bragas rojas, se sube a al escritorio y se acomoda entre mis piernas y siento su exquisita y tibia humedad rozando mi clítoris.
—Espero que estés lista —dice con una sonrisa lasciva.
Y en un instante está moviéndose con fuerza sobre mí y, sujetándome con fuerza las muñecas a los costados con una mano y con la otra libre me penetra tres dedos hasta el fondo.
Gimo… oh, sí.
—Dios, Britt. Sí que estás lista —susurra con veneración.
Enroscándole las piernas en la cintura, la abrazo de la única forma que puedo mientras ella, me mira, con un brillo intenso en esos ojos marrones que me cautivan. Se ve apasionada y posesiva. Empieza a moverse, a moverse de verdad. Esto no es hacer el amor, esto es follar, y me encanta. Gimo. Es tan crudo, tan carnal, me excita tanto. Gozo de su penetración, su pasión sacia la mía. Se mueve con facilidad, gozándome, disfrutando de mí, con la boca algo abierta a medida que se le acelera la respiración.
Gira las caderas de un lado a otro y me produce una sensación deliciosa.
Cierro los ojos, notando que se aproxima el clímax, esa deliciosa avalancha lenta y creciente, que me eleva más y más hasta el castillo en el aire. Oh, sí… su empuje aumenta un poco. Gimo fuerte. Soy toda sensación, toda suya; disfruto de cada embate, de cada vez que me llega hasta el fondo con sus dedos. Coge ritmo, empuja más rápido, más fuerte, y todo mi cuerpo se mueve a su compás, y noto que se me agarrotan las piernas, y mis entrañas se estremecen y se aceleran.
—Vamos, bella, dámelo todo —me incita entre dientes, y el deseo ardiente de su voz, la tensión, me abocan al precipicio.
Lanzo una súplica silenciosa y apasionada cuando toco el sol y me quemo, y me desplomo a su alrededor, caigo, de vuelta a una cima intensa y luminosa en la Tierra. Saca los dedos después de llegar a la cima y se los chupa eso me encanta, me excita, se acomoda de nuevo y embiste mas rápido y para en seco al llegar al clímax y, tirándome de las muñecas, se desploma con elegancia, calladamente, sobre mí. Uau… esto no me lo esperaba. Poco a poco, vuelvo a materializarme en la Tierra.
— ¿Qué diablos me estás haciendo? — Dice ella besuqueándome el cuello—. Me tienes completamente hechizada, Britt. Ejerces alguna magia poderosa.
Me suelta las muñecas y le paso los dedos por el pelo, descendiendo de las alturas. Aprieto las piernas alrededor de su cintura.
—Soy yo la hechizada —susurro.
Me mira, me contempla, con expresión desconcertada, alarmada incluso. Poniéndome las manos a ambos lados de la cara, me sujeta la cabeza.
—Tú… eres… mía —dice, marcando bien cada palabra—. ¿Entendido?
Lo dice tan seria, tan exaltada… con tal fanatismo. La fuerza de su súplica me resulta tan inesperada, tan apabullante. Me pregunto por qué se siente así.
—Sí, tuya —le susurro, completamente desconcertada por su fervor.
— ¿Seguro que tienes que irte a Georgia?
Asiento despacio. Y, en ese breve instante, veo alterarse su expresión y noto cómo cambia su actitud. Se levanta golpeando bruscamente mi sexo con su cadera y yo hago una mueca de dolor.
— ¿Te duele? —pregunta inclinándose sobre mí.
—Un poco —confieso.
—Me gusta que te duela. —Sus ojos abrasan—. Te recordará que he estado ahí, solo yo.
Me coge por la barbilla y me besa con violencia, luego se endereza y me tiende la mano para ayudarme a levantarme.
—Siempre estas excitada—
Me mira confundida mientras se sube la braga y el pantalón. — Siempre soy muy caliente, Brittany, incluso sueño, y a veces los sueños se hacen realidad.
Suena tan rara, con esa mirada encendida. No la entiendo. Mi dicha poscoital se esfuma rápidamente. ¿Qué problema tiene?
—Así que hacerlo en tu escritorio… ¿era un sueño? —le pregunto con sequedad, probando a bromear para aliviar la tensión que hay entre nosotras.
Me dedica una sonrisa enigmática que no le llega a los ojos y sé inmediatamente que no es la primera vez que lo ha hecho en su escritorio. La idea me desagrada.
Me retuerzo incómoda al tiempo que mi dicha poscoital se esfuma del todo.
—Más vale que vaya a darme una ducha.
Me levanto y me dispongo a marcharme.
Frunce el ceño y se pasa una mano por el pelo.
—Tengo un par de llamadas más que hacer. Desayunaré contigo cuando salgas de la ducha. Creo que la señora Jones te ha lavado la ropa de ayer. Está en el armario.
¿Qué? ¿Cuándo lo ha hecho? Por Dios, ¿nos habrá oído? Me ruborizo.
—Gracias —murmuro.
—No se merecen —dice automáticamente, pero noto cierto tonillo en su voz.
No te estoy dando las gracias por follarme. Aunque ha sido muy…
— ¿Qué? —me suelta, y entonces me doy cuenta de que estoy frunciendo el ceño.
— ¿Qué pasa? —le pregunto en voz baja.
— ¿A qué te refieres?
—Pues a que estás siendo aún más rara de lo habitual.
— ¿Te parezco rara?
Trata de reprimir una sonrisa.
—A veces.
Me estudia un instante, pensativa.
—Como de costumbre, me sorprende, señorita Pierce.
— ¿En qué le sorprendo?
—Digamos que esto ha sido un regalito inesperado.
—La idea es complacernos, señora López —
Ladeo la cabeza como hace ella a menudo, devolviéndole sus palabras.
—Y me complaces, desde luego —dice, pero lo noto inquieto—. Pensaba que ibas a darte una ducha.
Vaya, me está echando.
—Sí… eh… luego te veo.
Salgo de su despacho completamente anonadada.
Santana parecía confundida. ¿Por qué? Debo decir que, como experiencia física, ha sido muy satisfactoria. En cambio, emocionalmente… bueno, me desconcierta su reacción, y eso es tan enriquecedor emocionalmente como nutritivo el algodón de azúcar.
La señora Jones sigue en la cocina.
— ¿Le apetece el té ahora, señorita Pierce?
—Me voy a duchar primero, gracias —murmuro, y me apresuro a salir de allí con el rostro aún encendido.
En la ducha, trato de averiguar qué le pasa a Santana. Es la persona más complicada que conozco y no alcanzo a comprender sus estados de ánimo cambiantes.
Parecía estar bien cuando he entrado en su estudio. Lo hemos hecho… y luego ella ya no estaba bien. No, no la entiendo. Recurro a mi subconsciente. Me la encuentro silbando con las manos a la espalda, mirando a cualquier parte menos a mí. No tiene ni idea, y la diosa que llevo dentro sigue disfrutando de los restos de la dicha poscoital. No… ninguna de nosotras tiene ni idea.
Me seco el pelo con la toalla, me lo cepillo con el cepillo de Santana y me lo recojo en un moño. El vestido ciruela de Quinn está colgado, lavado y planchado, en el armario, junto con mi sujetador y mis bragas también limpios. La señora Jones es una maravilla. Me calzo los zapatos de Quinn, me arreglo un poco el vestido, respiro hondo y vuelvo a salir del enorme dormitorio.
Santana sigue sin aparecer, y la señora Jones está revisando lo que hay en la despensa.
— ¿Quiere ya el té, señorita Pierce? —pregunta.
—Por favor.
Le sonrío. Me siento algo más a gusto ahora que voy vestida.
— ¿Le apetece comer algo?
—No, gracias.
—Pues claro que vas a comer algo —espeta Santana, resplandeciente—. Le gustan las tortitas con huevos y beicon, señora Jones.
—Sí, señora López. ¿Qué va a tomar usted, señora?
—Tortilla, por favor, y algo de fruta. —No me quita los ojos de encima, su expresión es indescifrable—. Siéntate —me ordena, señalando uno de los taburetes de la barra.
Obedezco, y ella se sienta a mi lado mientras la señora Jones prepara el desayuno. Uf, me pone nerviosa que alguien más oiga lo que hablamos.
— ¿Ya has comprado el billete de avión?
—No, lo compraré cuando llegue a casa, por internet.
Se apoya en mi hombro y se frota la barbilla en él.
— ¿Tienes dinero?
Oh, no.
—Sí —digo poniendo un tono de resignada paciencia, como si hablara con una niña pequeña.
Me arquea una ceja reprobatoria. Mierda.
—Sí tengo, gracias —rectifico enseguida.
—Tengo un jet. No se va a usar hasta dentro de tres días; está a tu disposición.
La miro boquiabierta. Pues claro que tiene un jet, y yo tengo que resistir la inclinación natural de mi cuerpo a poner los ojos en blanco. Me entran ganas de reír.
Pero no lo hago, porque no sé de qué humor está.
—Ya hemos abusado bastante de la flota aérea de tu empresa. No me gustaría volver a hacerlo.
—La empresa es mía, el jet también.
Parece ofendida. ¡Ah, Santana y sus juguetitos!
—Gracias por el ofrecimiento, pero prefiero coger un vuelo regular.
Me da la impresión de que quiere seguir discutiéndolo, pero al final no lo hace.
—Como quieras. —Suspira—. ¿Tienes que prepararte mucho para las entrevistas?
—No.
—Bien. No vas a decirme de qué editoriales se trata, ¿verdad?
—No.
Se dibuja en sus labios una sonrisa reticente.
—Soy una mujer de recursos, señorita Pierce.
—Soy perfectamente consciente de eso, señora López. ¿Me vas a rastrear el móvil? —pregunto inocentemente.
—La verdad es que esta tarde voy a estar muy liada, así que tendré que pedirle a alguien que lo haga por mí.
Sonríe con picardía.
Lo dirá en broma, ¿no?
—Si puedes poner a alguien a hacer eso, es que te sobra personal, desde luego.
—Le mandaré un correo a la jefa de recursos humanos y le pediré que revise el recuento de personal.
Tuerce la boca para ocultar la sonrisa.
Ay, menos mal que ha recobrado el sentido del humor.
La señora Jones nos sirve el desayuno y comemos en silencio durante unos minutos. Tras recoger los cacharros, la mujer se retira discretamente de la zona del salón. La miro.
— ¿Qué pasa, Brittany?
— ¿Sabes?, al final no me has dicho por qué no te gusta que te toquen.
Palidece y su reacción me hace sentirme culpable por preguntar.
—Te he contado más de lo que le he contado nunca a nadie —dice en voz baja mientras ella me mira.
Y tengo claro que nunca le ha hecho confidencias a nadie. ¿No tiene amigos íntimos? Quizá se lo contara a la señora Robinson. Quiero preguntarle, pero no puedo… no puedo meterme así en su vida. Niego con la cabeza al darme cuenta. Está sola, pero de verdad.
— ¿Pensarás en nuestro contrato mientras estás fuera? —pregunta.
—Sí.
— ¿Me vas a echar de menos?
La miro, sorprendida por la pregunta.
—Sí —respondo con sinceridad.
¿Cómo puede haber llegado a significar tanto para mí en tan poco tiempo? Se me ha metido bajo la piel, literalmente. Sonríe y se le ilumina la mirada.
—Yo también te voy a echar de menos. Más de lo que imaginas —me dice.
Se me alegra el corazón al oír sus palabras. Ella lo está intentando, de verdad. Me acaricia suavemente la mejilla, se inclina y me besa con ternura.
A última hora de la tarde espero sentada y nerviosa a la señorita Marley Rose en el vestíbulo de Seattle Independent Publishing. Es mi segunda entrevista de hoy y la que más me interesa. La primera ha ido bien, pero era para un grupo mayor, con oficinas en todo el país, y yo no sería más que una de las muchas ayudantes editoriales.
Imagino que semejante máquina corporativa me engulliría y me escupiría bastante rápido. En SIP es donde quiero estar. Es pequeña y poco convencional, aboga por los autores locales y tiene una interesante y peculiar lista de clientes.
El lugar resulta un tanto austero, pero creo que es una declaración de intenciones más que un indicio de frugalidad. Estoy sentada en uno de los dos sillones
Chesterfield de piel verde oscuro, muy similar al sofá que tiene Santana en su cuarto de juegos. Acaricio la piel, apreciativa, y me pregunto distraída qué hará
Santana en ese sofá. Divago pensando en las posibilidades… no, más vale que no piense en eso ahora. Me sonrojan mis pensamientos descarriados e inoportunos.
La recepcionista es una joven afroamericana con grandes pendientes de plata y el pelo largo y liso. Tiene cierto aire bohemio; es de esa clase de mujeres con las que podría llevarme bien. La idea me reconforta. De vez en cuando me mira, apartando la vista del ordenador, y me sonríe tranquilizadora. Yo le devuelvo la sonrisa tímidamente.
Ya tengo el vuelo reservado, mi madre está encantada de que vaya a verla, he hecho la maleta y Quinn ha accedido a acompañarme al aeropuerto. Santana me ha ordenado que me lleve la BlackBerry y el Mac. Pongo los ojos en blanco al recordar su despotismo, pero ahora me doy cuenta de que ella es así. Le gusta controlar todo, incluida yo. Sin embargo, también puede ser tan impredecible y desconcertantemente agradable… Puede ser tierna, alegre, e incluso dulce. Y, cuando lo es, resulta tan imprevisible e inesperado… Ha insistido en acompañarme hasta el coche, que estaba aparcado en el garaje. Por Dios, que solo me voy unos días; se comporta como si me marchara durante varias semanas. Me tiene siempre desconcertada.
— ¿Brittany Pierce?
Una mujer de melena negra prerrafaelita, de pie junto al mostrador de recepción, me saca de mi ensimismamiento. Tiene el mismo aire bohemio y etéreo que la recepcionista. Tendrá unos treinta y muchos, quizá cuarenta y pocos; resulta muy difícil de saber con mujeres de cierta edad.
—Sí —respondo, y me levanto desmañadamente.
Me dedica una sonrisa educada, sus fríos ojos castaños me escudriñan. Visto uno de los conjuntos de Quinn, un pichi negro con una blusa blanca y mis zapatos negros de tacón. Muy de entrevista, creo yo. Llevo el pelo recogido en un moño prieto y, por una vez, los mechones se están comportando. Me tiende la mano.
—Hola, Britt, me llamo Elizabeth Morgan. Soy la jefa de recursos humanos de SIP.
— ¿Cómo está?
Le estrecho la mano. La veo muy informal para ser jefa de recursos humanos.
—Sígueme, por favor.
Pasamos la puerta de doble hoja que hay detrás de la zona de recepción y entramos en una oficina grande y diáfana de decoración luminosa, y de ahí a una pequeña sala de reuniones. Las paredes son de color verde claro y están llenas de fotos de cubiertas de libros. A la cabecera de la mesa de conferencias de madera de arce está sentada una mujer joven, castaña, con la melena recogida en una coleta. En ambas orejas le brillan unos pequeños aros de plata. Viste camisa azul claro, y pantalones de algodón gris oscuro ceñidos. Cuando me acerco a ella, se levanta y me mira con unos ojos azul oscuro insondables.
—Brittany Pierce, soy Marley Rose, directora de adquisiciones de SIP. Encantada de conocerte.
Nos damos la mano. Su mirada oscura me resulta impenetrable, aunque suficientemente afable, creo.
— ¿Vienes de muy lejos? —me pregunta amablemente.
—No, acabo de mudarme a la zona de Pike Street Market.
—Ah, entonces vives muy cerca. Siéntate, por favor.
Me siento, y Elizabeth toma asiento a mi lado.
—Dinos, ¿por qué quieres trabajar como becaria en SIP, Britt? —pregunta.
Pronuncia mi nombre con suavidad y ladea la cabeza, como alguien que yo me sé; resulta inquietante. Esforzándome por ignorar el recelo irracional que me inspira, me lanzo a soltarle mi discurso cuidadosamente preparado, consciente de que un rubor sonrosado se extiende por mis mejillas. Las miro a las dos, recordando la charla de Quinn Fabray sobre cómo salir airoso de una entrevista: «¡Mantén el contacto visual, Ana!». Dios, qué mandona puede ser ella también, a veces. Marley y Elizabeth me escuchan con atención.
—Tienes una nota media impresionante. ¿De qué actividades extracurriculares has disfrutado en tu universidad?
¿Disfrutar? La miro extrañada. Qué extraña elección léxica. Entro en detalles sobre mi puesto de bibliotecaria en la biblioteca central del campus y mi experiencia entrevistando a una déspota indecentemente rica para la revista de la universidad. Paso por alto el hecho de que, en realidad, no fui yo quien escribió el artículo.
Menciono las dos sociedades literarias a las que pertenecía y concluyo con mi trabajo en Clayton’s y todos los conocimientos inútiles que ahora poseo sobre ferretería y bricolaje. Las dos se ríen, que es lo que esperaba. Poco a poco, me relajo y empiezo a sentirme a gusto.
Marley Rose me hace preguntas agudas e inteligentes, pero no me amilano; me mantengo y, cuando hablamos de mis preferencias literarias y mis libros favoritos, creo que me defiendo bastante bien. A Marley, en cambio, solo parece gustarle la literatura estadounidense posterior a 1950. Nada más. Ningún clásico, ni siquiera
Henry James, ni Upton Sinclair, ni F. Scott Fitzgerald. Elizabeth no dice nada, solo asiente de vez en cuando y toma notas. Marley, pese a su afán por la controversia, es agradable a su manera, y mi recelo inicial se disipa a medida que hablamos.
— ¿Y dónde te ves dentro de cinco años? —pregunta.
Con Santana López, me viene sin querer la idea a la cabeza. La divagación me hace fruncir el ceño.
—De editora, quizá. Tal vez de agente literario, no estoy segura. Estoy abierta a todas las posibilidades.
Marley sonríe.
—Muy bien, Britt. No tengo más preguntas. ¿Y tú? —me plantea directamente.
— ¿Cuándo habría que empezar? —inquiero.
—Lo antes posible —interviene Elizabeth—. ¿Cuándo podrías tú?
—Estoy disponible a partir de la semana que viene.
—Está bien saberlo —dice Marley.
—Si nadie tiene nada más que decir —Elizabeth nos mira a las dos—, creo que damos por terminada la entrevista.
Sonríe amablemente.
—Ha sido un placer conocerte, Britt —dice Marley en voz baja cogiéndome la mano.
Me la aprieta con suavidad, así que la miro con cierta extrañeza cuando me despido.
Camino del coche, me noto intranquila, pero no sé por qué. Creo que la entrevista ha ido bien, pero es difícil saberlo. Las entrevistas me parecen algo tan artificial; todo el mundo comportándose de la mejor forma posible e intentando desesperadamente esconderse tras una fachada profesional. ¿Encajo en el perfil?
Habrá que esperar para saberlo.
Me subo a mi Audi A3 y me dirijo a casa, pero con tranquilidad. He reservado un vuelo nocturno con escala en Atlanta, pero no sale hasta las 22.25 h, así que tengo tiempo de sobra.
Cuando llego, Quinn está desempaquetando cajas en la cocina.
— ¿Qué tal te ha ido? —me pregunta emocionada.
Solo Quinn puede estar guapísima con una camiseta gigante, unos vaqueros gastados y un pañuelo azul marino en la cabeza.
—Bien, gracias, Quinn. No sé si este conjunto era lo bastante apropiado para la segunda entrevista.
— ¿Y eso?
—Me habría venido mejor algo bohemio y elegante.
Quinn arquea una ceja.
—Tú y tus bohemios elegantes. —Ladea la cabeza, ¡agh! ¿Por qué todo el mundo me recuerda a mi Cincuenta favorita?—. En realidad, Britt, tú eres una de las pocas personas que puede conseguir ese look.
Sonrío.
—Me ha gustado mucho el segundo sitio. Creo que podría encajar allí. Eso sí, la tipa que me ha entrevistado era un tanto inquietante.
Me interrumpo. Mierda, que estás hablando con Parabólica Fabray. ¡Cállate, Britt!
— ¿Y eso?
El radar de Quinn Fabray, detector de datos interesantes, entra en acción de inmediato en busca de ese dato que solo resurgirá en algún momento inoportuno y comprometedor, lo cual me recuerda algo.
—Por cierto, ¿podrías dejar de provocar a Santana? Tu comentario sobre Noah en la cena de anoche no venía a cuento. Es una tipa celosa. Lo que haces no está bien, ¿sabes?
—Mira, si no fuera la hermana de Sam, le habría dicho cosas peores. Es una controladora obsesiva. No entiendo cómo la aguantas. Pretendía ponerla celosa, ayudarla un poco a decidirse. —Levanta las manos con aire defensivo—. Pero si no quieres que me meta, no lo haré —añade enseguida al verme fruncir el ceño.
—Muy bien. La vida con Santana ya es bastante complicada de por sí, créeme.
Dios, sueno como ella.
—Britt. —Hace una pausa, mirándome fijamente—. Estás bien, ¿no? ¿No irás a casa de tu madre para escapar?
Me ruborizo.
—No, Quinn. Fuiste tú la que dijo que necesitaba un descanso.
Se acerca y me coge de las manos, un gesto impropio de Quinn. Oh, no… Me voy a echar a llorar.
—Te veo… no sé… distinta. Espero que estés bien y que, sean cuales sean los problemas que tengas con la señora Millonetis, puedas hablarlo conmigo. Y que sepas que yo no pretendo provocarla, aunque, la verdad, con ella es como pescar en una pecera. Mira, Britt, si algo va mal, cuéntamelo. No te voy a juzgar.
Procuraré entenderlo.
Contengo las lágrimas.
—Ay, Quinn… —La abrazo—. Creo que me he enamorado de ella de verdad.
—Britt, eso lo ve cualquiera. Y ella se ha enamorado de ti. Está loca por ti. No te quita los ojos de encima.
Río tímidamente.
— ¿Tú crees?
— ¿No te lo ha dicho?
—No con tantas palabras.
— ¿Se lo has dicho tú?
—No con tantas palabras.
Me encojo de hombros, como disculpándome.
— ¡Britt! Uno de las dos tiene que dar el primer paso, si no nunca llegaréis a ninguna parte.
¿Qué, que le diga lo que siento?
—Me da miedo espantarla.
— ¿Y cómo sabes que ella no siente lo mismo?
— ¿Santana, miedo? No me la imagino asustada de nada.
Pero, mientras lo digo, me la imagino de niña. Quizá el miedo fuera lo único que conocía entonces. Solo de pensarlo, se me encoge el corazón de pena.
Quinn me observa con los labios y los ojos fruncidos, como mi subconsciente… solo le faltan las gafas de media luna.
—Les hace falta sentarse a charlar.
—No hemos hablado mucho últimamente.
Me sonrojo. Otras cosas sí. Comunicación no verbal, y no ha estado nada mal. Bueno, ha estado más que bien.
Sonríe.
— ¡Por el sexo! Si eso va bien, tienes media batalla ganada, Britt. Voy a buscar algo de comida china. ¿Lo tienes ya todo listo para el viaje?
—Casi. Aún nos quedan un par de horas o así.
—No… vuelvo dentro de veinte minutos.
Coge la cazadora y se va; se olvida de cerrar la puerta. La cierro y me voy a mi cuarto, rumiando sus palabras.
¿Tiene miedo Santana de lo que siente por mí? ¿Siente algo por mí? Parece muy entusiasmada, dice que soy suya… pero eso forma parte de su yo dominante y obsesivo que debe tenerlo y poseerlo todo, seguro. Me doy cuenta de que, mientras esté fuera, tendré que repasar todas nuestras conversaciones y ver si puedo detectar algún indicio claro.
«Yo también te voy a echar de menos. Más de lo que imaginas.» «Me tienes completamente hechizada.»
Niego con la cabeza. No quiero pensar en eso ahora. La BlackBerry se está cargando, así que no la he mirado en toda la tarde. Me acerco con cautela y me desilusiona ver que no hay mensajes. Enciendo el cacharro infernal y tampoco hay mensajes. Es la misma dirección de e-mail, Britt, me dice mi subconsciente poniéndome los ojos en blanco y, por primera vez, entiendo por qué Santana quiere darme unos azotes cada vez que lo hago.
Vale. Bueno, pues le escribo un correo yo.
De: Brittany Pierce
Fecha: 30 de mayo de 2011 18:49
Para: Santana López
Asunto: Entrevistas
Querida señora:
Las entrevistas de hoy han ido bien.
He pensado que igual te interesaba.
¿Qué tal tu día?
Britt
Me siento y miro furiosa la pantalla. Las respuestas de Santana suelen ser instantáneas. Espero y espero, y por fin oigo el tono de mensaje entrante.
De: Santana López
Fecha: 30 de mayo de 2011 19:03
Para: Brittany Pierce
Asunto: Mi día
Querida señorita Pierce:
Todo lo que hace me interesa. Es la mujer más fascinante que conozco.
Me alegro de que sus entrevistas hayan ido bien.
Mi mañana ha superado todas mis expectativas.
Mi tarde, en comparación, ha sido de lo más aburrida.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
De: Brittany Pierce
Fecha: 30 de mayo de 2011 19:05
Para: Santana López
Asunto: Mañana maravillosa
Querida señora:
También la mañana ha sido extraordinaria para mí, aunque te hayas mostrado rara después del impecable polvo sobre el escritorio. No creas que no me he dado cuenta.
Gracias por el desayuno. O gracias a la señora Jones.
Me gustaría hacerte algunas preguntas sobre ella (sin que vuelvas a ponerte rara conmigo).
Britt
Titubeo antes de pulsar la tecla de envío y me tranquiliza pensar que mañana a estas horas estaré en la otra punta del continente.
De: Santana López
Fecha: 30 de mayo de 2011 19:10
Para: Brittany Pierce
Asunto: ¿Tú en una editorial?
Brittany:
«Ponerse rara» no es una forma verbal aceptable y no debería usarla alguien que quiere entrar en el mundo editorial.
¿Impecable? ¿Comparado con qué, dime, por favor? ¿Y qué es lo que quieres preguntarme de la señora Jones? Me tienes intrigada.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
De: Brittany Pierce
Fecha: 30 de mayo de 2011 19:17
Para: Santana López
Asunto: Tú y la señora Jones
Querida señora:
La lengua evoluciona y avanza. Es algo vivo. No está encerrada en una torre de marfil, rodeada de carísimas obras de arte, con vistas a casi todo Seattle y con un helipuerto en la azotea.
Impecable en comparación con las otras veces que hemos… ¿cómo lo llamas tú…? ah, sí, follado. De hecho, los polvos han sido todos impecables, punto, en mi modesta opinión,… pero, claro, como bien sabes, tengo una experiencia muy limitada.
¿La señora Jones es una ex sumisa tuya?
Britt
Titubeo una vez más antes de darle a la tecla de envío, pero al final le doy.
De: Santana López
Fecha: 30 de mayo de 2011 19:22
Para: Brittany Pierce
Asunto: Lenguaje. ¡Esa boquita…!
Brittany:
La señora Jones es una empleada muy valiosa. Nunca he mantenido con ella más relación que la profesional. No contrato a nadie con quien haya mantenido relaciones sexuales. Me sorprende que se te haya ocurrido algo así. La única persona con la que haría una excepción a esta norma eres tú, porque eres una joven brillante con notables aptitudes para la negociación. No obstante, como sigas utilizando semejante lenguaje, voy a tener que reconsiderar la posibilidad de incorporarte a mi plantilla. Me alegra que tengas una experiencia limitada. Tu experiencia seguirá estando limitada… solo a mí. Tomaré «impecable» como un cumplido… aunque contigo nunca sé si es eso lo que quieres decir o si el sarcasmo está hablando por ti, como de costumbre.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc., desde su torre de marfil
De: Brittany Pierce
Fecha: 30 de mayo de 2011 19:27
Para: Santana López
Asunto: Ni por todo el té de China
Querida señora López:
Creo que ya le he manifestado mis reservas respecto a trabajar en su empresa. Mi opinión no ha cambiado, ni va a cambiar, ni cambiará, jamás. Ahora te tengo que dejar porque Quinn ya ha vuelto con la cena. Mi sarcasmo y yo te deseamos buenas noches.
Me pondré en contacto contigo cuando esté en Georgia.
Britt
De: Santana López
Fecha: 30 de mayo de 2011 19:29
Para: Brittany Pierce
Asunto: ¿Ni por el té Twinings English Breakfast?
Buenas noches, Brittany.
Espero que tu sarcasmo y tú tengáis un buen vuelo.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
Quinn y yo paramos en la zona de estacionamiento frente a la terminal de salidas del Sea-Tac. Se inclina desde su asiento para abrazarme.
—Pásatelo bien en Barbados, Quinn. Que tengas unas vacaciones maravillosas.
—Te veo a la vuelta. No dejes que Millonetis te amargue la existencia.
—No lo haré.
Nos abrazamos una vez más, y me quedo sola. Me dirijo a facturación y me pongo en la cola, esperando con mi equipaje de cabina. No me he molestado en coger una maleta, solo una elegante mochila que Ray me regaló por mi último cumpleaños.
—Billete, por favor.
El joven aburrido del otro lado del mostrador me tiende la mano sin mirarme siquiera.
Con idéntica desgana le entrego mi billete y el carnet de conducir como documento de identidad. Espero que me toque ventanilla, si es posible.
—Muy bien, señorita Pierce. La han pasado a primera clase.
— ¿Qué?
—Señora, si es tan amable, pase a la sala VIP y espere allí a que salga su vuelo.
Parece haber despertado y me sonríe como si yo fuera Santa Claus y el conejo de Pascua todo en uno.
—Tiene que haber algún error.
—No, no. —Vuelve a mirar la pantalla del ordenador—. Brittany Pierce: a primera clase —lee, y me dirige una sonrisa afectada.
Aghhh… Entorno los ojos. Me da mi tarjeta de embarque y me dirijo a la sala VIP, rezongando por lo bajo. Maldita Santana López, controladora.
¿Es que no me puede dejar en paz?
Última edición por O_o el Mar Jun 04, 2013 10:38 pm, editado 1 vez
O_o***** - Mensajes : 250
Fecha de inscripción : 05/05/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Paaaabre Britt!!!
La super entiendo, debe ser muy frustrante su situacion, pero al igual que ella, haria de todo por la gran López... e.e
Me encanta este fic!! Lo amoo!!
Y con respecto a la pregunta.. Yo diria que seria mejor seguir con este tema, solo cambiar el titulo.. mas q nada para que no se confundan por cual es el libro 1, el 2 o el 3... bah, no se.. a mi me parece mejor todo en 1...
Muchas gracias por actualizar y espero ansiosa el sig cap!!
Saludoss!!
-Dai
La super entiendo, debe ser muy frustrante su situacion, pero al igual que ella, haria de todo por la gran López... e.e
Me encanta este fic!! Lo amoo!!
Y con respecto a la pregunta.. Yo diria que seria mejor seguir con este tema, solo cambiar el titulo.. mas q nada para que no se confundan por cual es el libro 1, el 2 o el 3... bah, no se.. a mi me parece mejor todo en 1...
Muchas gracias por actualizar y espero ansiosa el sig cap!!
Saludoss!!
-Dai
Dai15***** - Mensajes : 242
Fecha de inscripción : 20/12/2012
Edad : 33
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Me desvele para subirles un capitulo extra con esto las recompenso por no subir los 4 capitulos seguidos a partir de ahora subiré solo un capitulo por día xq yo estudio y no me da chance de actualizar mas de uno.
Parte I - Capítulo 22
Me han hecho la manicura, me han dado un masaje y me he tomado dos copas de champán. La sala VIP tiene muchas ventajas. Con cada sorbo de Moët, me siento un poco más inclinada a perdonar a Santana por su intervención. Abro el MacBook con la confianza de poner a prueba la teoría de que funciona en cualquier parte del planeta.
De: Brittany Pierce
Fecha: 30 de mayo de 2011 21:53
Para: Santana López
Asunto: Detalles súper extravagantes
Querida señora López:
Lo que verdaderamente me alarma es cómo has sabido qué vuelo iba a coger.
Tu tendencia al acoso no conoce límites. Espero que el doctor Flynn haya vuelto de vacaciones.
Me han hecho la manicura, me han dado un masaje en la espalda y me he tomado dos copas de champán, una forma agradabilísima de empezar mis vacaciones.
Gracias.
Britt
De: Santana López
Fecha: 30 de mayo de 2011 21:59
Para: Brittany Pierce
Asunto: No se merecen
Querida señorita Pierce:
El doctor Flynn ha vuelto y tengo cita con él esta semana.
¿Quién le ha dado un masaje en la espalda?
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc., con amigos en los sitios adecuados
¡Ajá! Hora de vengarse. Ya han llamado a nuestro vuelo, así que ahora podré contestarle desde el avión. Será más seguro. Estoy a punto de abrazarme de perversa alegría.
Hay muchísimo sitio en primera. Con un cóctel de champán en la mano, me instalo en el suntuoso asiento de cuero junto a la ventanilla mientras la cabina empieza a llenarse poco a poco. Llamo a Ray para decirle dónde estoy; una llamada compasivamente breve, porque es muy tarde para él.
—Te quiero, papá —susurro.
—Y yo a ti, Britty. Saluda a tu madre. Buenas noches.
—Buenas noches.
Cuelgo.
Ray está en buena forma. Miro mi Mac y, con el mismo regocijo infantil creciente, lo abro y entro en el programa de correo.
De: Brittany Pierce
Fecha: 30 de mayo de 2011 22:22
Para: Santana López
Asunto: Manos fuertes y capaces
Querida señora:
Me ha dado un masaje en la espalda un joven muy agradable. Verdaderamente agradable. No me habría topado con Jean-Paul en la sala de embarque normal, así que te agradezco de nuevo el detalle.
No sé si me van a dejar mandar correos cuando hayamos despegado; además, necesito dormir para estar guapa, porque últimamente no he dormido mucho.
Dulces sueños, señora López… pienso en ti.
Britt
Uf, cómo se va a enfadar… y estaré en el aire, lejos de su alcance. Si hubiera estado en la sala de embarque normal, Jean-Paul no me habría puesto las manos encima. Era un joven muy agradable, de esos rubios y permanentemente bronceados; en serio, ¿quién puede estar bronceado en Seattle?
Qué absurdo. Creo que era gay, pero eso me lo guardo para mí. Me quedo mirando el correo. Quinn tiene razón. Con ella, es como pescar en una pecera. Mi subconsciente me mira con la boca espantosamente torcida: ¿en serio quieres provocarla? ¡Lo que ha hecho es un detallazo, lo sabes! Le importas y quiere que viajes por todo lo alto. Sí, pero me lo podía haber preguntado, o habérmelo dicho, y no hacerme quedar como una auténtica lela en el mostrador de facturación.
Pulso la tecla de envío y espero, sintiéndome una niña muy mala.
—Señorita Pierce, tiene que apagar el portátil durante el despegue —me dice amablemente una azafata súper maquillada.
Me da un susto de muerte. Mi conciencia culpable me castiga.
—Ah, lo siento.
Mierda. Ahora me va a tocar esperar para saber si me ha contestado. La azafata me da una manta suave y una almohada, mostrándome su dentadura perfecta.
Me echo la manta por las rodillas. Es agradable que te mimen de vez en cuando.
La primera clase se ha llenado, salvo el asiento de al lado del mío, que sigue sin ocupar. Ay, no. Se me pasa una idea perturbadora por la cabeza. Igual ese sitio es el de Santana. Mierda, no, no será capaz. ¿O sí? Le dije que no quería que viniera conmigo. Miro impaciente el reloj y entonces la voz mecánica del personal de pista anuncia: «Tripulación: armar rampas y cross check».
¿Qué significa eso? ¿Van a cerrar las puertas? Siento que se me eriza el vello mientras espero sentada con palpitante inquietud. El asiento de al lado del mío es el único desocupado de los dieciséis de la cabina de primera. El avión arranca con una sacudida y yo suspiro de alivio, pero también siento una leve punzada de desilusión: no habrá Santana en cuatro días. Miro de reojo la BlackBerry.
De: Santana López
Fecha: 30 de mayo de 2011 22:25
Para: Brittany Pierce
Asunto: Disfruta mientras puedas
Querida señorita Pierce:
Sé lo que se propone y, créame, lo ha conseguido. La próxima vez irá en la bodega de carga, atada y amordazada y metida en un cajón. Le aseguro que encargarme de que viaje en esas condiciones me producirá muchísimo más placer que cambiarle el billete por uno de primera clase.
Espero ansiosa su regreso.
Santana López
Presidenta de mano suelta de López Enterprises Holdings, Inc.
Dios mío. Ese es el problema del humor de Santana, que nunca estoy segura de si bromea o si está enfadadísima. Sospecho que, en esta ocasión, está enfadadísima. Subrepticiamente, para que no me vea la azafata, tecleo una respuesta bajo la manta.
De: Brittany Pierce
Fecha: 30 de mayo de 2011 22:30
Para: Santana López
Asunto: ¿Bromeas?
¿Ves?, no tengo ni idea de si estás bromeando o no. Si no bromeas, mejor me quedo en Georgia. Los cajones están en mi lista de límites infranqueables. Siento haberte enfadado. Dime que me perdonas.
B
De: Santana López
Fecha: 30 de mayo de 2011 22:31
Para: Brittany Pierce
Asunto: Bromeo
¿Cómo es que estás mandando correos? ¿Estás poniendo en peligro la vida de todos los pasajeros, incluida la tuya, usando la BlackBerry? Creo que eso contraviene una de las normas.
Santana López
Presidenta de manos sueltas (ambas) de López Enterprises Holdings, Inc.
¡Ambas! Guardo la BlackBerry, me recuesto en el asiento mientras el avión entra en pista y saco mi ejemplar de Tess… una lectura ligera para el viaje. Una vez en el aire, echo mi asiento para atrás y no tardo en quedarme dormida.
La azafata me despierta cuando iniciamos el descenso en Atlanta. Son las 5.45 h, hora local, pero solo he dormido unas cuatro horas o así. Estoy grogui, pero agradezco el zumo de naranja que me ofrece la azafata. Miro nerviosa la BlackBerry. No hay más correos de Santana. Bueno, son casi las tres de la mañana en
Seattle, y seguramente quiere evitar que me cargue los sistemas de navegación o lo que sea que impide que vuelen los aviones cuando hay móviles encendidos.
La espera en Atlanta es de solo una hora. Y de nuevo disfruto del refugio de la sala VIP. Me siento tentada de dormirme acurrucada en uno de esos sofás tan blanditos que se hunden suavemente bajo mi peso, pero no voy a estar aquí tanto rato. Para mantenerme despierta, inicio en el portátil un interminable monólogo interior dirigido a Santana.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 06:52 EST
Para: Santana López
Asunto: ¿Te gusta asustarme?
Sabes cuánto me desagrada que te gastes dinero en mí. Sí, eres muy rica, pero aun así me incomoda; es como si me pagaras por el sexo. No obstante, me gusta viajar en primera —mucho más civilizado que el autocar—, así que gracias. Lo digo en serio, y he disfrutado del masaje de Jean-Paul, que era gay. He omitido ese detalle en mi correo anterior para provocarte, porque estaba molesta contigo, y lo siento.
Pero, como de costumbre, tu reacción es desmedida. No me puedes decir esas cosas (atada y amordazada en un cajón; ¿lo decías en serio o era una broma?), porque me asustan, me asustas. Me tienes completamente cautivada, considerando la posibilidad de llevar contigo un estilo de vida que no sabía ni que existía hasta la semana pasada, y vas y me escribes algo así, y me dan ganas de salir corriendo espantada. No lo haré, desde luego, porque te echaría de menos. Te echaría mucho de menos. Quiero que lo nuestro funcione, pero me aterra la intensidad de lo que siento por ti y el camino tan oscuro por el que me llevas. Lo que me ofreces es erótico y sensual, y siento curiosidad, pero también tengo miedo de que me hagas daño, física y emocionalmente. A los tres meses, podrías pasar de mí y ¿cómo me quedaría yo? Claro que supongo que ese es un riesgo que se corre en cualquier relación. Esta no es precisamente la clase de relación que yo imaginaba que tendría, menos aún siendo la primera. Me supone un acto de fe inmenso.
Tenías razón cuando dijiste que no hay una pizca de sumisión en mí, y ahora coincido contigo. Dicho esto, quiero estar contigo, y si eso es lo que tengo que hacer para conseguirlo, me gustaría intentarlo, aunque me parece que lo haré de pena y terminaré llena de moratones… y la idea no me atrae en absoluto.
Estoy muy contenta de que hayas accedido a intentar darme más. Solo me falta decidir lo que entiendo por «más», y esa es una de las razones por las que quería distanciarme un poco. Me deslumbras de tal modo que me cuesta pensar con claridad cuando estamos juntas.
Nos llaman para embarcar. Tengo que irme.
Luego más.
Tu Britt
Le doy a la tecla de envío y me dirijo medio adormilada a la puerta de embarque para subirme a otro avión. Este solo tiene seis asientos en primera y, en cuanto despegamos, me acurruco bajo mi suave manta y me quedo dormida.
Tras un sueño demasiado corto me despierta la azafata con más zumo de naranja, ya que iniciamos la aproximación al Savannah International. Sorbo despacio, exhausta, y me permito sentir un poco de emoción. Voy a ver a mi madre después de seis meses. Mirando de reojo la BlackBerry, recuerdo que le he enviado un largo y farragoso correo a Santana, pero no hay respuesta. Son las cinco de la madrugada en Seattle; con un poco de suerte, aún estará dormida y no interpretando alguna pieza lúgubre al piano.
Lo bueno de las mochilas de cabina es que una puede salir volando del aeropuerto sin tener que esperar una eternidad junto a las cintas de equipaje. Lo bueno de viajar en primera es que te dejan bajar del avión antes que a nadie.
Mi madre me espera con Bob, y estoy encantada de verlos. No sé si es por el agotamiento, por el largo viaje o por toda la situación con Santana, pero en cuanto estoy en los brazos de mi madre me echo a llorar.
—Ay, Britt, cielo. Debes de estar muy cansada.
Mira inquieta a Bob.
—No, mamá, es que… me alegro mucho de verte.
La abrazo con fuerza.
Me hace sentir tan bien, tan protegida, como en casa. La suelto a regañadientes y Bob me da un incómodo abrazo con un solo brazo. No parece tenerse bien en pie, y entonces recuerdo que se ha hecho daño en una pierna.
—Bienvenida a casa, Britt. ¿Por qué lloras? —pregunta.
—Oh, Bob, también me alegro de verte a ti.
Contemplo su apuesto rostro de mandíbula cuadrada y sus chispeantes ojos azules que me miran con cariño. Me gusta este marido, mamá. Te lo puedes quedar.
Me coge la mochila.
—Por Dios, Britt, ¿qué llevas aquí?
Será el Mac. Los dos me agarran por la cintura mientras nos dirigimos al aparcamiento.
Siempre olvido el calor insoportable que hace en Savannah. Al salir de los confines refrigerados de la terminal de llegadas, nos cae encima la manta de calor de
Georgia. Buf… Es agotador. Tengo que zafarme de los brazos de mamá y de Bob para quitarme la sudadera con capucha. Menos mal que me he traído pantalones cortos. A veces echo de menos el calor seco de Las Vegas, donde viví con mamá y Bob cuando tenía diecisiete años, pero a este calor húmedo, incluso a las ocho y media de la mañana, cuesta acostumbrarse. Cuando me encuentro al fin en el asiento de atrás del Tahoe de Bob, maravillosamente refrigerado, me quedo sin fuerzas, y el pelo se me empieza a encrespar a causa del calor. Desde el monovolumen, les envío un mensaje rápido a Ray, a Quinn y a Santana:
*He llegado sana y salva a Savannah. B :)*
De pronto pienso en Noah mientras pulso la tecla de envío y, en medio de la neblina de mi fatiga, recuerdo que su exposición es la semana que viene. ¿Debería invitar a Santana, sabiendo que no le cae bien Noah? ¿Aún querrá verme Santana después del e-mail que le he mandado? Me estremezco de pensarlo, y me la quito de la cabeza. Ya me ocuparé de eso luego. Ahora voy a disfrutar de la compañía de mi madre.
—Cielo, debes de estar cansada. ¿Quieres dormir un rato cuando lleguemos a casa?
—No, mamá. Me apetece ir a la playa.
Llevo mi bikini azul de top atado al cuello, mientras sorbo una Coca-Cola light tumbada en una hamaca mirando el océano Atlántico. Y pensar que ayer, sin ir más lejos, contemplaba el Sound abriéndose al Pacífico. Mi madre gandulea a mi lado, protegiéndose del sol con un sombrero flexible desmesuradamente grande y unas gafas de sol enormes, tipo Jackie O, sorbiendo su propia Coca-Cola. Estamos en la playa de Tybee Island, a tres manzanas de casa. Me tiene cogida de la mano.
Mi fatiga ha disminuido y, mientras me empapo de sol, me siento a gusto, segura y animada. Por primera vez en una eternidad, empiezo a relajarme.
—Bueno, Britt… háblame de esa mujer que te tiene tan loca.
¡Loca! ¿Cómo lo sabe? ¿Qué le digo? No puedo hablar de Santana con mucho detalle por el acuerdo de confidencialidad, pero, en cualquier caso, ¿le hablaría a mi madre de ella? Palidezco de pensarlo.
— ¿Y bien? —insiste, y me aprieta la mano.
—Se llama Santana. Es guapísima. Es rica… demasiado rica. Es muy complicada y temperamental.
Sí, me siento tremendamente orgullosa de mi definición escueta y precisa. Me vuelvo de lado para mirarla, justo cuando ella hace lo mismo. Me mira con sus ojos de un azul transparente.
—Centrémonos en lo de complicada y temperamental.
Oh, no…
—Sus cambios de humor me confunden, mamá. Tuvo una infancia difícil y es muy cerrada, es muy difícil entenderle.
— ¿Te gusta?
—Más que eso.
— ¿En serio? —me dice, mirándome boquiabierta.
—Sí, mamá.
—En realidad, cielo, las mujeres somos complicadas. Pero por lo general decimos lo que queremos decir. Y siempre nos pasamos horas intentando analizar lo que nos han dicho, cuando lo cierto es que resulta obvio. Yo, en tu lugar, me lo tomaría al pie de la letra. Igual te ayuda.
La miro alucinada. Parece un buen consejo. Tomarme a Santana al pie de la letra. Enseguida me vienen a la cabeza algunas de las cosas que me ha dicho.
«No quiero perderte…»
«Me tienes embrujada…»
«Me tienes completamente hechizada…»
«Yo también te voy a echar de menos, más de lo que te imaginas…»
Miro a mi madre. Ella se ha casado cuatro veces. A lo mejor sí sabe algo de las relaciones, después de todo.
—Casi todas los mujeres somos volubles, cariño, algunas más que otras — Tu padre era muy complicado.
Se le ablanda y entristece la mirada siempre que piensa en mi padre. En mi verdadero padre, ese hombre mítico al que no llegué a conocer y al que nos arrebataron de forma tan cruel, siendo marine, en unas maniobras de combate. En parte, creo que mamá ha estado buscando a alguien como él todo este tiempo; puede que ya haya encontrado en Bob lo que buscaba. Lástima que no lo encontrara en Ray.
—Yo solía pensar que tu padre era voluble, pero ahora, cuando vuelvo la vista atrás, pienso que solamente estaba demasiado agobiado con su trabajo e intentando ganarse la vida para mantenernos. —Suspira—. Era tan joven… los dos lo éramos. Igual ese fue el problema.
Mmm… Santana no es precisamente vieja. Sonrío cariñosa a mi madre. Se pone muy sentimental cuando habla de mi padre, pero estoy segura de que los cambios de humor del marine no tenían nada que ver con los de Santana.
—Bob quiere llevarnos a cenar esta noche. A su club de golf.
— ¡No me digas! ¿Bob ha empezado a jugar al golf? —pregunto en tono burlón e incrédulo.
—Dímelo a mí —gruñe mi madre, poniendo los ojos en blanco.
Tras un almuerzo ligero de vuelta en casa, empiezo a deshacer la mochila. Me voy a obsequiar con una siesta. Mamá se ha ido a moldear velas o lo que sea que haga con ellas, y Bob está en el trabajo, así que tengo un rato para recuperar horas de sueño. Abro el Mac y lo enciendo. Son las dos de la tarde en Georgia, las once de la mañana en Seattle. Me pregunto si Santana me habrá contestado. Nerviosa, abro el correo.
De: Santana López
Fecha: 31 de mayo de 2011 07:30
Para: Brittany Pierce
Asunto: ¡Por fin!
Brittany:
Me fastidia que, en cuanto pones distancia entre nosotras, te comuniques abierta y sinceramente conmigo. ¿Por qué no lo haces cuando estamos juntas? Sí, soy rica. Acostúmbrate. ¿Por qué no voy a gastar dinero en ti? Le hemos dicho a tu padre que soy tu novia. ¿No es eso lo que hacen las novias? Como ama tuya, espero que aceptes lo que me gaste en ti sin rechistar. Por cierto, díselo también a tu madre.
No sé cómo responder a lo que me dices que te sientes como una puta. Ya sé que no me lo has dicho con esas palabras, pero es lo mismo. Ignoro qué puedo decir o hacer para que dejes de sentirte así. Me gustaría que tuvieras lo mejor en todo. Trabajo muchísimo, y me gusta gastarme el dinero en lo que me apetezca. Podría comprarte la ilusión de tu vida, Brittany, y quiero hacerlo. Llámalo redistribución de la riqueza, si lo prefieres. O simplemente ten presente que jamás pensaría en ti de la forma que dices y me fastidia que te veas así. Para ser una joven tan guapa, ingeniosa e inteligente, tienes verdaderos problemas de autoestima y me estoy pensando muy seriamente concertarte una cita con el doctor Flynn.
Siento haberte asustado. La idea de haberte inspirado miedo me resulta horrenda. ¿De verdad crees que te dejaría viajar como una presa? Te he ofrecido mi jet privado, por el amor de Dios. Sí, era una broma, y muy mala, por lo visto. No obstante, la verdad es que imaginarte atada y amordazada me pone (esto no es broma: es cierto). Puedo prescindir del cajón; los cajones no me atraen. Sé que no te agrada la idea de que te amordace; ya lo hemos hablado: cuando lo haga —si lo hago—, ya lo hablaremos. Lo que parece que no te queda claro es que, en una relación amo/sumiso, es el sumiso el que tiene todo el poder. Tú, en este caso. Te lo voy a repetir: eres tú la que tiene todo el poder. No yo. En la casita del embarcadero te negaste. Yo no puedo tocarte si tú te niegas; por eso debemos tener un contrato, para que decidas qué quieres hacer y qué no. Si probamos algo y no te gusta, podemos revisar el contrato. Depende de ti, no de mí. Y si no quieres que te ate, te amordace y te meta en un cajón, jamás sucederá.
Yo quiero compartir mi estilo de vida contigo. Nunca he deseado nada tanto. Francamente, me admira que una joven tan inocente como tú esté dispuesta a probar. Eso me dice más de ti de lo que te puedas imaginar. No acabas de entender, pese a que te lo he dicho en innumerables ocasiones, que tú también me tienes hechizada. No quiero perderte. Me angustia que hayas cogido un avión y vayas a estar a casi cinco mil kilómetros de mí varios días porque no puedes pensar con claridad cuando me tienes cerca. A mí me pasa lo mismo, Brittany. Pierdo la razón cuando estamos juntas; así de intenso es lo que siento por ti.
Entiendo tu inquietud. He intentado mantenerme alejada de ti; sabía que no tenías experiencia —aunque jamás te habría perseguido de haber sabido lo inocente que eras—, y aun así me desarmas por completo como nadie lo ha hecho antes. Tú correo, por ejemplo: lo he leído y releído un montón de veces, intentando comprender tu punto de vista.
Tres meses me parece una cantidad arbitraria de tiempo. ¿Qué te parece seis meses, un año? ¿Cuánto tiempo quieres? ¿Cuánto necesitas para sentirte cómoda? Dime.
Comprendo que esto es un acto de fe inmenso para ti. Debo ganarme tu confianza, pero, por la misma razón, tú debes comunicarte conmigo si no lo hago. Pareces fuerte e independiente, pero luego leo lo que has escrito y veo otro lado tuyo. Debemos orientarnos una a la otra, Brittany, y solo tú puedes darme pistas. Tienes que ser sincera conmigo y las dos debemos encontrar un modo de que nuestro acuerdo funcione.
Te preocupa no ser dócil. Bueno, quizá sea cierto. Dicho esto, debo reconocer que solo adoptas la conducta propia de una sumisa en el cuarto de juegos. Parece que ese es el único sitio en el que me dejas ejercer verdadero control sobre ti y el único en el que haces lo que te digo. «Ejemplar» es el calificativo que se me ocurre. Y yo jamás te llenaría de moratones. Me va más el rosa. Fuera del cuarto de juegos, me gusta que me desafíes. Es una experiencia nueva y refrescante, y no me gustaría que eso cambiara. Así que sí, dime a qué te refieres cuando me pides más. Me esforzaré por ser abierta y procuraré darte el espacio que necesitas y mantenerme alejada de ti mientras estés en Georgia.
Espero con ilusión tu próximo correo.
Entretanto, diviértete. Pero no demasiado.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
Madre mía. Ha escrito una redacción como las del colegio, y casi todo lo que dice es bueno. Con el corazón en la boca, releo su epístola y me acurruco en la cama del cuarto de invitados prácticamente abrazada a mi Mac. ¿Qué prorroguemos nuestro contrato a un año? ¡Que soy yo la que tiene el poder! Voy a tener que meditar sobre eso. Que me lo tome al pie de la letra, eso es lo que me ha dicho mamá. No quiere perderme. ¡Ya me lo ha dicho dos veces! También, que quiere que esto funcione. ¡Ay, Santana, y yo! ¡Qué va a procurar mantenerse alejada! ¿Significa eso que a lo mejor no lo consigue? De pronto, deseo que así sea. Quiero verla. No llevamos separadas ni veinticuatro horas, y al pensar que voy a estar cuatro días sin ella me doy cuenta de lo mucho que la hecho de menos. De lo mucho que la quiero.
—Britt, cielo —me dice una voz suave y cálida, llena de amor y de dulces recuerdos de tiempos pasados.
Una mano suave me acaricia la cara. Mi madre me despierta y yo estoy abrazada al portátil, cogida a él como una lapa.
—Britt, cariño —sigue con su voz suave y cantarina mientras resurjo del sueño, parpadeando a la pálida luz rosada del atardecer.
—Hola, mamá.
Me desperezo y sonrío.
—Nos vamos a cenar en media hora. ¿Aún quieres venir? —pregunta amable.
—Sí, claro, desde luego.
Me esfuerzo en vano por contener un bostezo.
—Vaya, un artilugio impresionante —dice, señalando el portátil.
Mierda.
—Ah, ¿esto? —digo haciéndome un poco la tonta.
¿Se lo olerá mamá? Parece que se ha vuelto más perspicaz desde que tengo «novia».
—Me lo ha prestado Santana. Pensé que podría pilotar una nave espacial con él, pero solo lo uso para enviar correos y navegar por internet.
En serio, no es nada. Mirándome con recelo, se sienta en la cama y me coloca un mechón de pelo suelto detrás de la oreja.
— ¿Te ha escrito?
Mierda, mierda.
—Sí.
Esta vez no sé hacerme la tonta, y me sonrojo.
—A lo mejor te echa de menos, ¿no?
—Eso espero, mamá.
— ¿Qué te dice?
Mierda, mierda, mierda. Busco desesperadamente algo de ese correo que pueda contarle a mi madre. No creo que le apetezca oír hablar de amos, ni de bondage y mordazas, claro que el acuerdo de confidencialidad tampoco me permite contárselo.
—Me ha dicho que me divierta, pero no demasiado.
—Parece razonable. Te dejo para que te arregles, cielo. —Se inclina y me besa en la frente—. Me alegro mucho de que hayas venido, Britt. Me encanta tenerte aquí.
Y, después de tan afectuosa declaración, se va.
Uf, Santana y razonable… dos conceptos que siempre había creído incompatibles; aunque, después del último correo, igual todo es posible. Meneo la cabeza.
Necesito tiempo para digerir sus palabras. Hasta después de la cena… tal vez entonces le pueda responder. Salgo de la cama, me quito rápidamente la camiseta y los pantalones cortos y me dirijo a la ducha.
Me he traído el vestido gris de Quinn con la espalda descubierta que llevé en la graduación. Es la única prenda de vestir que metí en la mochila. Lo bueno de la humedad es que las arrugas han desaparecido, así que creo que me lo pondré para ir al club de golf. Mientras me visto, abro el portátil. No hay nada nuevo de
Santana y siento una punzada de desilusión. Muy rápido, le escribo un correo.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 19:08 EST
Para: Santana López
Asunto: ¿Elocuente?
Señora, eres una escritora elocuente. Tengo que ir a cenar al club de golf de Bob y, para que lo sepas, estoy poniendo los ojos en blanco solo de pensarlo. Pero, de momento, tú y tu mano suelta está muy lejos de mí. Me ha encantado tu correo. Te contesto en cuanto pueda. Ya te echo de menos.
Disfruta de tu tarde.
Tu Britt
De: Santana López
Fecha: 31 de mayo de 2011 16:10
Para: Brittany Pierce
Asunto: Su trasero
Querida señorita Pierce:
Me tiene distraída el asunto de este correo. Huelga decir que, de momento, está a salvo.
Disfrute de la cena. Yo también la echo de menos, sobre todo su trasero y esa lengua viperina suya.
Mi tarde será aburrida y solo me la alegrará pensar en usted y en sus ojos en blanco. Creo que fue usted quien juiciosamente me hizo ver que también yo tengo esa horrenda costumbre.
Santana López
Presidenta que acostumbra a poner los ojos en blanco, de López Enterprises Holdings, Inc.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 19:14 EST
Para: Santana López
Asunto: Ojos en blanco
Querida señora López:
Deja de mandarme correos. Intento arreglarme para la cena. Me distraes mucho, hasta cuando estás en la otra punta del país. Y sí, ¿quién te da unos azotes a ti cuando eres tú la que pone los ojos en blanco?
Tu Britt
Le doy a la tecla de envío e inmediatamente me viene a la cabeza la imagen de esa bruja malvada de la señora Robinson. No quiero ni imaginarlo. A Santana golpeada por alguien de la edad de mi madre; qué barbaridad. Una vez más me pregunto cuánto daño le habrá hecho esa mujer. Aprieto los labios de rabia.
Necesito un muñeco al que clavarle alfileres; igual así logro descargar parte de la ira que siento por esa desconocida.
De: Santana López
Fecha: 31 de mayo de 2011 16:18
Para: Brittany Pierce
Asunto: Su trasero
Querida señorita Pierce:
Me gusta más mi asunto que el tuyo, en muchos sentidos. Por suerte, soy la dueña de mi propio destino y nadie me castiga. Salvo mi madre, de vez en cuando, y el doctor Flynn, claro. Y tú.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 19:22 EST
Para: Santana López
Asunto: ¿Castigarte yo?
Querida señora:
¿Cuándo he tenido yo valor de castigarle, señora López? Me parece que me confunde con otra, lo cual resulta preocupante.
En serio, tengo que arreglarme.
Tu Britt
De: Santana López
Fecha: 31 de mayo de 2011 16:25
Para: Brittany Pierce
Asunto: Tu trasero
Querida señorita Pierce:
Lo hace constantemente por escrito. ¿Me deja que le suba la cremallera del vestido?
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
Por alguna extraña razón, sus palabras saltan de la pantalla y me hacen jadear. Oh… está juguetona.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 19:28 EST
Para: Santana López
Asunto: Para mayores de 18 años
Preferiría que me la bajaras.
De: Santana López
Fecha: 31 de mayo de 2011 16:31
Para: Brittany Pierce
Asunto: Cuidado con lo que deseas…
YO TAMBIÉN.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 19:33 EST
Para: Santana López
Asunto: Jadeando
Muy despacio…
De: Santana López
Fecha: 31 de mayo de 2011 16:35
Para: Brittany Pierce
Asunto: Gruñendo
Ojalá estuviera allí.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 19:37 EST
Para: Santana López
Asunto: Gimiendo
OJALÁ.
— ¡Britt!
Mi madre me llama y doy un respingo. Mierda. ¿Por qué me siento tan culpable?
—Ya voy, mamá.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 19:39 EST
Para: Santana López
Asunto: Gimiendo
Tengo que irme.
Hasta luego, nena.
Salgo corriendo al pasillo, donde me esperan Bob y mi madre. Esta frunce el ceño.
—Cariño… ¿te encuentras bien? Te veo un poco acalorada.
—Estoy bien, mamá.
—Estás preciosa, cariño.
—Ah, este vestido es de Quinn. ¿Te gusta?
Frunce el ceño aún más.
— ¿Por qué llevas un vestido de Quinn?
Oh… no.
—Pues porque a ella este no le gusta y a mí sí —improviso.
Me escudriña mientras Bob rezuma impaciencia con su mirada de perrillo faldero hambriento.
—Mañana te llevo de compras —dice.
—Ay, mamá, no hace falta. Tengo mucha ropa.
— ¿Es que no puedo hacer algo por mi hija? Venga, que Bob está muerto de hambre.
—Cierto —gimotea Bob, frotándose el estómago y poniendo carita de pena.
Río como una boba cuando él pone los ojos en blanco, y luego salimos por la puerta.
Más tarde, mientras estoy en la ducha refrescándome bajo el agua tibia, pienso en lo mucho que ha cambiado mi madre. En la cena ha estado en su elemento: divertida y coqueta, rodeada de montones de amigos del club de golf. Bob se ha mostrado cariñoso y atento. Parece que se llevan bien. Me alegro mucho por mi madre. Significa que puedo dejar de preocuparme por ella y de cuestionar sus decisiones, y olvidar los días oscuros del marido número tres. Bob le va a durar.
Además, ahora me da buenos consejos. ¿Cuándo ha empezado a suceder eso? Desde que conocí a Santana. ¿Y eso por qué?
Cuando termino, me seco rápidamente, ansiosa por volver con Santana. Hay un correo esperándome, enviado justo después de que me fuera a cenar, hace un par de horas.
De: Santana López
Fecha: 31 de mayo de 2011 16:41
Para: Brittany Pierce
Asunto: Plagio
Me has robado la frase.
Y me has dejado colgada.
Disfruta de la cena.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 22:18 EST
Para: Santana López
Asunto: Mira quién habla
Señora, si no recuerdo mal, la frase era de Sam.
¿Sigues colgada?
Tu Britt
De: Santana López
Fecha: 31 de mayo de 2011 19:22
Para: Brittany Pierce
Asunto: Pendiente
Señorita Pierce:
Ha vuelto. Se ha ido tan de repente… justo cuando la cosa empezaba a ponerse interesante.
Sam no es muy original. Le habrá robado esa frase a alguien.
¿Qué tal la cena?
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 22:26 EST
Para: Santana López
Asunto: ¿Pendiente?
La cena me ha llenado; te gustará saber que he comido hasta hartarme.
¿Se estaba poniendo interesante? ¿En serio?
De: Santana López
Fecha: 31 de mayo de 2011 19:30
Para: Brittany Pierce
Asunto: Pendiente, sin duda
¿Te estás haciendo la tonta? Me parece que acababas de pedirme que te bajara la cremallera del vestido.
Y yo estaba deseando hacerlo. Me alegra saber que estás comiendo bien.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 22:36 EST
Para: Santana López
Asunto: Bueno, siempre nos queda el fin de semana
Pues claro que como… Solo la incertidumbre que siento cuando estoy contigo me quita el apetito.
Y yo jamás me haría la tonta, señora López.
Seguramente ya te habrás dado cuenta. ;)
De: Santana López
Fecha: 31 de mayo de 2011 19:40
Para: Brittany Pierce
Asunto: Estoy impaciente
Lo tendré presente, señorita Pierce, y, por supuesto, utilizaré esa información en mi beneficio.
Lamento saber que le quito el apetito. Pensaba que tenía un efecto más concupiscente en usted. Eso me ha pasado a mí también, y bien placentero que ha sido.
Espero impaciente la próxima ocasión.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 22:36 EST
Para: Santana López
Asunto: Flexibilidad léxica
¿Has estado echando mano otra vez al diccionario de sinónimos?
De: Santana López
Fecha: 31 de mayo de 2011 19:40
Para: Brittany Pierce
Asunto: Me ha pillado
Qué bien me conoce, señorita Pierce.
Voy a cenar con una vieja amistad, así que estaré conduciendo.
Hasta luego, nena.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
¿Qué vieja amistad? No sabía que Santana tuviera viejas amistades, salvo… ella. Miro ceñuda la pantalla. ¿Por qué tiene que seguir viéndola? Sufro un repentino y agudo ataque de celos. Quiero atizarle a algo, preferiblemente a la señora Robinson. Furiosa, apago el portátil y me meto en la cama.
Debería contestar su largo correo de esta mañana, pero de pronto estoy demasiado enfadada. ¿Por qué no la ve como lo que es: una pederasta? Apago la luz, furibunda, y me quedo mirando a la oscuridad. ¿Cómo se atrevió esa mujer? ¿Cómo osó aprovecharse de una adolescente vulnerable? ¿Seguirá haciéndolo? ¿Por qué lo dejaron? Se me pasan por la cabeza varios escenarios posibles: si fue ella quien se hartó de la señora entonces ¿por qué continúan siendo amigas?; o bien ¿fue ella la qué la dejo? ¿Estará casada? ¿Divorciada? Dios. ¿Tendrá hijos? ¿Sabrá de ella el doctor Flynn? Me obligo a salir de la cama y vuelvo a encender el cacharro infernal. Tengo una misión que cumplir. Tamborileo los dedos impaciente mientras espero a que aparezca la pantalla azul. Entro en la sección de imágenes de Google y tecleo «Santana López» en el recuadro de búsqueda. La pantalla se llena de pronto de imágenes de Santana: con un vestido corto muy sexy, Dios… las fotos que tomó Noah en el Heathman, con su camisa blanca y sus pantalones ceñidos. ¿Cómo han llegado esas imágenes a internet? Vaya, está fenomenal.
Voy bajando deprisa: algunas con socios comerciales, y una foto tras otra de la mujer más fotogénica que conozco íntimamente. ¿Íntimamente? ¿Conozco a Santana íntimamente? Lo conozco sexualmente, y deduzco que aún me queda mucho por descubrir en ese aspecto. Sé que es voluble, difícil, divertida, fría o, cariñosa… la pobre es un amasijo ambulante de contradicciones. Paso a la siguiente página y recuerdo que Quinn mencionó que no había podido encontrar ninguna foto suya con acompañante, de ahí que planteara la pregunta de si era gay. Entonces, en la tercera página, veo una foto mía, con ella, en mi graduación. Su única foto junto a una mujer, y soy yo.
¡Madre mía! ¡Estoy en Google! Parezco sorprendida por la cámara, nerviosa, descolocada. Eso fue justo antes de que accediera a probar. Santana, en cambio, está guapísima, serena, y lleva esa corbata… La contemplo, ese rostro hermoso, un rostro hermoso que podría estar mirando ahora mismo a la maldita señora Robinson. Guardo la foto en mi carpeta de descargas y sigo repasando las dieciocho páginas… nada. No voy a encontrar a la señora Robinson en Google.
Pero necesito saber si está con ella. Le escribo un correo rápido a Santana.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 23:58 EST
Para: Santana López
Asunto: Compañeras de cena apropiadas
Espero que esa amistad tuya y tú hayan pasado una velada agradable.
Britt
P.D.: ¿Era la señora Robinson?
Le doy a la tecla de envío y vuelvo a la cama desanimada, decidida a preguntarle a Santana por su relación con esa mujer. Por un lado, estoy desesperada por saber más; por otro, quiero olvidar que me lo ha contado. Y encima me ha venido la regla.
Me tumbo y, por fin, término sumiéndome en un sueño inquieto, deseando que estuviéramos en la misma ciudad, no a casi cinco mil kilómetros de distancia.
Después de una mañana de compras y otra tarde de playa, mi madre ha decidido que deberíamos salir de copas esta noche. Así que dejamos a Bob delante del televisor, y al rato ya estamos en el lujoso bar del hotel más exclusivo de Savannah. Yo voy por el segundo Cosmopolitan; mi madre, por el tercero. Continúa desvelándome su percepción del frágil ego masculino. Resulta desconcertante.
—Verás, Britt, los hombres piensan que todo lo que sale de la boca de una mujer es un problema que hay que resolver. No se enteran de que lo que nos gusta es darles vueltas a las cosas, hablar un poco y luego olvidar. A ellos les va más la acción.
—Mamá, ¿por qué me cuentas todo eso? —pregunto sin poder ocultar mi exasperación.
Lleva así todo el día.
—Cariño, te veo tan perdida. Nunca has traído a un chico o chica a casa a pesar que acepte el hecho de que te atraían ambos sexos. Ni siquiera tuviste novio cuando vivíamos en Las Vegas. Pensé que habría algo con ese chico que conociste en la universidad, Noah.
—Mamá, Noah no es más que un amigo.
—Ya lo sé, cielo, pero pasa algo, y tengo la impresión de que no me lo estás contando todo y sé que santana no es un hombre pero veo que ella no se complica como una mujer.
Me mira, con el rostro fruncido de preocupación maternal.
—Necesitaba distanciarme un poco de Santana para aclararme, nada más. A veces me agobia un poco.
— ¿Te agobia?
—Sí. Pero la echo de menos.
Frunzo el ceño. No he sabido nada de Santana en todo el día. Ni un correo, nada. Estoy tentada de llamarla para ver si está bien. Mi mayor temor es que haya tenido un accidente; el segundo mayor temor es que la señora Robinson haya vuelto a clavarle sus garras. Sé que no es racional, pero, en lo que a ella respecta, parece que he perdido la perspectiva.
—Cariño, tengo que ir al lavabo.
La breve ausencia de mi madre me proporciona otra ocasión para echar un vistazo a la BlackBerry. Llevo todo el día mirando a escondidas el correo. Por fin…
¡Santana me ha contestado!
De: Santana López
Fecha: 1 de junio de 2011 21:40 EST
Para: Brittany Pierce
Asunto: Compañeras de cena
Sí, he cenado con la señora Robinson. No es más que una vieja amiga, Brittany.
Estoy deseando volver a verte. Te echo de menos.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
En efecto, estaba cenando con ella. Confirmados mis peores temores, noto que la adrenalina y la rabia se apoderan de mi cuerpo y se me eriza el vello. ¿Será posible? Estoy fuera dos días y ya se larga con esa zorra malvada.
De: Brittany Pierce
Fecha: 1 de junio de 2011 21:42 EST
Para: Santana López
Asunto: VIEJAS compañeras de cena
Esa no es solo una vieja amiga.
¿Ha encontrado ya otra adolescente a la cual hincarle el diente?
¿Te has hecho muy adulta para ella?
¿Por eso terminó vuestra relación?
Pulso la tecla de envío justo cuando vuelve mi madre.
—Britt, qué pálida estás. ¿Qué ha pasado?
Niego con la cabeza.
—Nada. Vamos a tomarnos otra copa —mascullo malhumorada.
Frunce el ceño, pero alza la vista, llama a uno de los camareros y le señala nuestras copas. Él asiente con la cabeza. Entiende la seña universal de «otra ronda de lo mismo, por favor». Mientras ella hace esto, vuelvo a mirar rápidamente la BlackBerry.
De: Santana López
Fecha: 1 de junio de 2011 21:45 EST
Para: Brittany Pierce
Asunto: Cuidado…
No me apetece hablar de esto por e-mail.
¿Cuántos Cosmopolitan te vas a beber?
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
Dios mío, está aquí.
Parte I - Capítulo 22
Me han hecho la manicura, me han dado un masaje y me he tomado dos copas de champán. La sala VIP tiene muchas ventajas. Con cada sorbo de Moët, me siento un poco más inclinada a perdonar a Santana por su intervención. Abro el MacBook con la confianza de poner a prueba la teoría de que funciona en cualquier parte del planeta.
De: Brittany Pierce
Fecha: 30 de mayo de 2011 21:53
Para: Santana López
Asunto: Detalles súper extravagantes
Querida señora López:
Lo que verdaderamente me alarma es cómo has sabido qué vuelo iba a coger.
Tu tendencia al acoso no conoce límites. Espero que el doctor Flynn haya vuelto de vacaciones.
Me han hecho la manicura, me han dado un masaje en la espalda y me he tomado dos copas de champán, una forma agradabilísima de empezar mis vacaciones.
Gracias.
Britt
De: Santana López
Fecha: 30 de mayo de 2011 21:59
Para: Brittany Pierce
Asunto: No se merecen
Querida señorita Pierce:
El doctor Flynn ha vuelto y tengo cita con él esta semana.
¿Quién le ha dado un masaje en la espalda?
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc., con amigos en los sitios adecuados
¡Ajá! Hora de vengarse. Ya han llamado a nuestro vuelo, así que ahora podré contestarle desde el avión. Será más seguro. Estoy a punto de abrazarme de perversa alegría.
Hay muchísimo sitio en primera. Con un cóctel de champán en la mano, me instalo en el suntuoso asiento de cuero junto a la ventanilla mientras la cabina empieza a llenarse poco a poco. Llamo a Ray para decirle dónde estoy; una llamada compasivamente breve, porque es muy tarde para él.
—Te quiero, papá —susurro.
—Y yo a ti, Britty. Saluda a tu madre. Buenas noches.
—Buenas noches.
Cuelgo.
Ray está en buena forma. Miro mi Mac y, con el mismo regocijo infantil creciente, lo abro y entro en el programa de correo.
De: Brittany Pierce
Fecha: 30 de mayo de 2011 22:22
Para: Santana López
Asunto: Manos fuertes y capaces
Querida señora:
Me ha dado un masaje en la espalda un joven muy agradable. Verdaderamente agradable. No me habría topado con Jean-Paul en la sala de embarque normal, así que te agradezco de nuevo el detalle.
No sé si me van a dejar mandar correos cuando hayamos despegado; además, necesito dormir para estar guapa, porque últimamente no he dormido mucho.
Dulces sueños, señora López… pienso en ti.
Britt
Uf, cómo se va a enfadar… y estaré en el aire, lejos de su alcance. Si hubiera estado en la sala de embarque normal, Jean-Paul no me habría puesto las manos encima. Era un joven muy agradable, de esos rubios y permanentemente bronceados; en serio, ¿quién puede estar bronceado en Seattle?
Qué absurdo. Creo que era gay, pero eso me lo guardo para mí. Me quedo mirando el correo. Quinn tiene razón. Con ella, es como pescar en una pecera. Mi subconsciente me mira con la boca espantosamente torcida: ¿en serio quieres provocarla? ¡Lo que ha hecho es un detallazo, lo sabes! Le importas y quiere que viajes por todo lo alto. Sí, pero me lo podía haber preguntado, o habérmelo dicho, y no hacerme quedar como una auténtica lela en el mostrador de facturación.
Pulso la tecla de envío y espero, sintiéndome una niña muy mala.
—Señorita Pierce, tiene que apagar el portátil durante el despegue —me dice amablemente una azafata súper maquillada.
Me da un susto de muerte. Mi conciencia culpable me castiga.
—Ah, lo siento.
Mierda. Ahora me va a tocar esperar para saber si me ha contestado. La azafata me da una manta suave y una almohada, mostrándome su dentadura perfecta.
Me echo la manta por las rodillas. Es agradable que te mimen de vez en cuando.
La primera clase se ha llenado, salvo el asiento de al lado del mío, que sigue sin ocupar. Ay, no. Se me pasa una idea perturbadora por la cabeza. Igual ese sitio es el de Santana. Mierda, no, no será capaz. ¿O sí? Le dije que no quería que viniera conmigo. Miro impaciente el reloj y entonces la voz mecánica del personal de pista anuncia: «Tripulación: armar rampas y cross check».
¿Qué significa eso? ¿Van a cerrar las puertas? Siento que se me eriza el vello mientras espero sentada con palpitante inquietud. El asiento de al lado del mío es el único desocupado de los dieciséis de la cabina de primera. El avión arranca con una sacudida y yo suspiro de alivio, pero también siento una leve punzada de desilusión: no habrá Santana en cuatro días. Miro de reojo la BlackBerry.
De: Santana López
Fecha: 30 de mayo de 2011 22:25
Para: Brittany Pierce
Asunto: Disfruta mientras puedas
Querida señorita Pierce:
Sé lo que se propone y, créame, lo ha conseguido. La próxima vez irá en la bodega de carga, atada y amordazada y metida en un cajón. Le aseguro que encargarme de que viaje en esas condiciones me producirá muchísimo más placer que cambiarle el billete por uno de primera clase.
Espero ansiosa su regreso.
Santana López
Presidenta de mano suelta de López Enterprises Holdings, Inc.
Dios mío. Ese es el problema del humor de Santana, que nunca estoy segura de si bromea o si está enfadadísima. Sospecho que, en esta ocasión, está enfadadísima. Subrepticiamente, para que no me vea la azafata, tecleo una respuesta bajo la manta.
De: Brittany Pierce
Fecha: 30 de mayo de 2011 22:30
Para: Santana López
Asunto: ¿Bromeas?
¿Ves?, no tengo ni idea de si estás bromeando o no. Si no bromeas, mejor me quedo en Georgia. Los cajones están en mi lista de límites infranqueables. Siento haberte enfadado. Dime que me perdonas.
B
De: Santana López
Fecha: 30 de mayo de 2011 22:31
Para: Brittany Pierce
Asunto: Bromeo
¿Cómo es que estás mandando correos? ¿Estás poniendo en peligro la vida de todos los pasajeros, incluida la tuya, usando la BlackBerry? Creo que eso contraviene una de las normas.
Santana López
Presidenta de manos sueltas (ambas) de López Enterprises Holdings, Inc.
¡Ambas! Guardo la BlackBerry, me recuesto en el asiento mientras el avión entra en pista y saco mi ejemplar de Tess… una lectura ligera para el viaje. Una vez en el aire, echo mi asiento para atrás y no tardo en quedarme dormida.
La azafata me despierta cuando iniciamos el descenso en Atlanta. Son las 5.45 h, hora local, pero solo he dormido unas cuatro horas o así. Estoy grogui, pero agradezco el zumo de naranja que me ofrece la azafata. Miro nerviosa la BlackBerry. No hay más correos de Santana. Bueno, son casi las tres de la mañana en
Seattle, y seguramente quiere evitar que me cargue los sistemas de navegación o lo que sea que impide que vuelen los aviones cuando hay móviles encendidos.
La espera en Atlanta es de solo una hora. Y de nuevo disfruto del refugio de la sala VIP. Me siento tentada de dormirme acurrucada en uno de esos sofás tan blanditos que se hunden suavemente bajo mi peso, pero no voy a estar aquí tanto rato. Para mantenerme despierta, inicio en el portátil un interminable monólogo interior dirigido a Santana.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 06:52 EST
Para: Santana López
Asunto: ¿Te gusta asustarme?
Sabes cuánto me desagrada que te gastes dinero en mí. Sí, eres muy rica, pero aun así me incomoda; es como si me pagaras por el sexo. No obstante, me gusta viajar en primera —mucho más civilizado que el autocar—, así que gracias. Lo digo en serio, y he disfrutado del masaje de Jean-Paul, que era gay. He omitido ese detalle en mi correo anterior para provocarte, porque estaba molesta contigo, y lo siento.
Pero, como de costumbre, tu reacción es desmedida. No me puedes decir esas cosas (atada y amordazada en un cajón; ¿lo decías en serio o era una broma?), porque me asustan, me asustas. Me tienes completamente cautivada, considerando la posibilidad de llevar contigo un estilo de vida que no sabía ni que existía hasta la semana pasada, y vas y me escribes algo así, y me dan ganas de salir corriendo espantada. No lo haré, desde luego, porque te echaría de menos. Te echaría mucho de menos. Quiero que lo nuestro funcione, pero me aterra la intensidad de lo que siento por ti y el camino tan oscuro por el que me llevas. Lo que me ofreces es erótico y sensual, y siento curiosidad, pero también tengo miedo de que me hagas daño, física y emocionalmente. A los tres meses, podrías pasar de mí y ¿cómo me quedaría yo? Claro que supongo que ese es un riesgo que se corre en cualquier relación. Esta no es precisamente la clase de relación que yo imaginaba que tendría, menos aún siendo la primera. Me supone un acto de fe inmenso.
Tenías razón cuando dijiste que no hay una pizca de sumisión en mí, y ahora coincido contigo. Dicho esto, quiero estar contigo, y si eso es lo que tengo que hacer para conseguirlo, me gustaría intentarlo, aunque me parece que lo haré de pena y terminaré llena de moratones… y la idea no me atrae en absoluto.
Estoy muy contenta de que hayas accedido a intentar darme más. Solo me falta decidir lo que entiendo por «más», y esa es una de las razones por las que quería distanciarme un poco. Me deslumbras de tal modo que me cuesta pensar con claridad cuando estamos juntas.
Nos llaman para embarcar. Tengo que irme.
Luego más.
Tu Britt
Le doy a la tecla de envío y me dirijo medio adormilada a la puerta de embarque para subirme a otro avión. Este solo tiene seis asientos en primera y, en cuanto despegamos, me acurruco bajo mi suave manta y me quedo dormida.
Tras un sueño demasiado corto me despierta la azafata con más zumo de naranja, ya que iniciamos la aproximación al Savannah International. Sorbo despacio, exhausta, y me permito sentir un poco de emoción. Voy a ver a mi madre después de seis meses. Mirando de reojo la BlackBerry, recuerdo que le he enviado un largo y farragoso correo a Santana, pero no hay respuesta. Son las cinco de la madrugada en Seattle; con un poco de suerte, aún estará dormida y no interpretando alguna pieza lúgubre al piano.
Lo bueno de las mochilas de cabina es que una puede salir volando del aeropuerto sin tener que esperar una eternidad junto a las cintas de equipaje. Lo bueno de viajar en primera es que te dejan bajar del avión antes que a nadie.
Mi madre me espera con Bob, y estoy encantada de verlos. No sé si es por el agotamiento, por el largo viaje o por toda la situación con Santana, pero en cuanto estoy en los brazos de mi madre me echo a llorar.
—Ay, Britt, cielo. Debes de estar muy cansada.
Mira inquieta a Bob.
—No, mamá, es que… me alegro mucho de verte.
La abrazo con fuerza.
Me hace sentir tan bien, tan protegida, como en casa. La suelto a regañadientes y Bob me da un incómodo abrazo con un solo brazo. No parece tenerse bien en pie, y entonces recuerdo que se ha hecho daño en una pierna.
—Bienvenida a casa, Britt. ¿Por qué lloras? —pregunta.
—Oh, Bob, también me alegro de verte a ti.
Contemplo su apuesto rostro de mandíbula cuadrada y sus chispeantes ojos azules que me miran con cariño. Me gusta este marido, mamá. Te lo puedes quedar.
Me coge la mochila.
—Por Dios, Britt, ¿qué llevas aquí?
Será el Mac. Los dos me agarran por la cintura mientras nos dirigimos al aparcamiento.
Siempre olvido el calor insoportable que hace en Savannah. Al salir de los confines refrigerados de la terminal de llegadas, nos cae encima la manta de calor de
Georgia. Buf… Es agotador. Tengo que zafarme de los brazos de mamá y de Bob para quitarme la sudadera con capucha. Menos mal que me he traído pantalones cortos. A veces echo de menos el calor seco de Las Vegas, donde viví con mamá y Bob cuando tenía diecisiete años, pero a este calor húmedo, incluso a las ocho y media de la mañana, cuesta acostumbrarse. Cuando me encuentro al fin en el asiento de atrás del Tahoe de Bob, maravillosamente refrigerado, me quedo sin fuerzas, y el pelo se me empieza a encrespar a causa del calor. Desde el monovolumen, les envío un mensaje rápido a Ray, a Quinn y a Santana:
*He llegado sana y salva a Savannah. B :)*
De pronto pienso en Noah mientras pulso la tecla de envío y, en medio de la neblina de mi fatiga, recuerdo que su exposición es la semana que viene. ¿Debería invitar a Santana, sabiendo que no le cae bien Noah? ¿Aún querrá verme Santana después del e-mail que le he mandado? Me estremezco de pensarlo, y me la quito de la cabeza. Ya me ocuparé de eso luego. Ahora voy a disfrutar de la compañía de mi madre.
—Cielo, debes de estar cansada. ¿Quieres dormir un rato cuando lleguemos a casa?
—No, mamá. Me apetece ir a la playa.
Llevo mi bikini azul de top atado al cuello, mientras sorbo una Coca-Cola light tumbada en una hamaca mirando el océano Atlántico. Y pensar que ayer, sin ir más lejos, contemplaba el Sound abriéndose al Pacífico. Mi madre gandulea a mi lado, protegiéndose del sol con un sombrero flexible desmesuradamente grande y unas gafas de sol enormes, tipo Jackie O, sorbiendo su propia Coca-Cola. Estamos en la playa de Tybee Island, a tres manzanas de casa. Me tiene cogida de la mano.
Mi fatiga ha disminuido y, mientras me empapo de sol, me siento a gusto, segura y animada. Por primera vez en una eternidad, empiezo a relajarme.
—Bueno, Britt… háblame de esa mujer que te tiene tan loca.
¡Loca! ¿Cómo lo sabe? ¿Qué le digo? No puedo hablar de Santana con mucho detalle por el acuerdo de confidencialidad, pero, en cualquier caso, ¿le hablaría a mi madre de ella? Palidezco de pensarlo.
— ¿Y bien? —insiste, y me aprieta la mano.
—Se llama Santana. Es guapísima. Es rica… demasiado rica. Es muy complicada y temperamental.
Sí, me siento tremendamente orgullosa de mi definición escueta y precisa. Me vuelvo de lado para mirarla, justo cuando ella hace lo mismo. Me mira con sus ojos de un azul transparente.
—Centrémonos en lo de complicada y temperamental.
Oh, no…
—Sus cambios de humor me confunden, mamá. Tuvo una infancia difícil y es muy cerrada, es muy difícil entenderle.
— ¿Te gusta?
—Más que eso.
— ¿En serio? —me dice, mirándome boquiabierta.
—Sí, mamá.
—En realidad, cielo, las mujeres somos complicadas. Pero por lo general decimos lo que queremos decir. Y siempre nos pasamos horas intentando analizar lo que nos han dicho, cuando lo cierto es que resulta obvio. Yo, en tu lugar, me lo tomaría al pie de la letra. Igual te ayuda.
La miro alucinada. Parece un buen consejo. Tomarme a Santana al pie de la letra. Enseguida me vienen a la cabeza algunas de las cosas que me ha dicho.
«No quiero perderte…»
«Me tienes embrujada…»
«Me tienes completamente hechizada…»
«Yo también te voy a echar de menos, más de lo que te imaginas…»
Miro a mi madre. Ella se ha casado cuatro veces. A lo mejor sí sabe algo de las relaciones, después de todo.
—Casi todas los mujeres somos volubles, cariño, algunas más que otras — Tu padre era muy complicado.
Se le ablanda y entristece la mirada siempre que piensa en mi padre. En mi verdadero padre, ese hombre mítico al que no llegué a conocer y al que nos arrebataron de forma tan cruel, siendo marine, en unas maniobras de combate. En parte, creo que mamá ha estado buscando a alguien como él todo este tiempo; puede que ya haya encontrado en Bob lo que buscaba. Lástima que no lo encontrara en Ray.
—Yo solía pensar que tu padre era voluble, pero ahora, cuando vuelvo la vista atrás, pienso que solamente estaba demasiado agobiado con su trabajo e intentando ganarse la vida para mantenernos. —Suspira—. Era tan joven… los dos lo éramos. Igual ese fue el problema.
Mmm… Santana no es precisamente vieja. Sonrío cariñosa a mi madre. Se pone muy sentimental cuando habla de mi padre, pero estoy segura de que los cambios de humor del marine no tenían nada que ver con los de Santana.
—Bob quiere llevarnos a cenar esta noche. A su club de golf.
— ¡No me digas! ¿Bob ha empezado a jugar al golf? —pregunto en tono burlón e incrédulo.
—Dímelo a mí —gruñe mi madre, poniendo los ojos en blanco.
Tras un almuerzo ligero de vuelta en casa, empiezo a deshacer la mochila. Me voy a obsequiar con una siesta. Mamá se ha ido a moldear velas o lo que sea que haga con ellas, y Bob está en el trabajo, así que tengo un rato para recuperar horas de sueño. Abro el Mac y lo enciendo. Son las dos de la tarde en Georgia, las once de la mañana en Seattle. Me pregunto si Santana me habrá contestado. Nerviosa, abro el correo.
De: Santana López
Fecha: 31 de mayo de 2011 07:30
Para: Brittany Pierce
Asunto: ¡Por fin!
Brittany:
Me fastidia que, en cuanto pones distancia entre nosotras, te comuniques abierta y sinceramente conmigo. ¿Por qué no lo haces cuando estamos juntas? Sí, soy rica. Acostúmbrate. ¿Por qué no voy a gastar dinero en ti? Le hemos dicho a tu padre que soy tu novia. ¿No es eso lo que hacen las novias? Como ama tuya, espero que aceptes lo que me gaste en ti sin rechistar. Por cierto, díselo también a tu madre.
No sé cómo responder a lo que me dices que te sientes como una puta. Ya sé que no me lo has dicho con esas palabras, pero es lo mismo. Ignoro qué puedo decir o hacer para que dejes de sentirte así. Me gustaría que tuvieras lo mejor en todo. Trabajo muchísimo, y me gusta gastarme el dinero en lo que me apetezca. Podría comprarte la ilusión de tu vida, Brittany, y quiero hacerlo. Llámalo redistribución de la riqueza, si lo prefieres. O simplemente ten presente que jamás pensaría en ti de la forma que dices y me fastidia que te veas así. Para ser una joven tan guapa, ingeniosa e inteligente, tienes verdaderos problemas de autoestima y me estoy pensando muy seriamente concertarte una cita con el doctor Flynn.
Siento haberte asustado. La idea de haberte inspirado miedo me resulta horrenda. ¿De verdad crees que te dejaría viajar como una presa? Te he ofrecido mi jet privado, por el amor de Dios. Sí, era una broma, y muy mala, por lo visto. No obstante, la verdad es que imaginarte atada y amordazada me pone (esto no es broma: es cierto). Puedo prescindir del cajón; los cajones no me atraen. Sé que no te agrada la idea de que te amordace; ya lo hemos hablado: cuando lo haga —si lo hago—, ya lo hablaremos. Lo que parece que no te queda claro es que, en una relación amo/sumiso, es el sumiso el que tiene todo el poder. Tú, en este caso. Te lo voy a repetir: eres tú la que tiene todo el poder. No yo. En la casita del embarcadero te negaste. Yo no puedo tocarte si tú te niegas; por eso debemos tener un contrato, para que decidas qué quieres hacer y qué no. Si probamos algo y no te gusta, podemos revisar el contrato. Depende de ti, no de mí. Y si no quieres que te ate, te amordace y te meta en un cajón, jamás sucederá.
Yo quiero compartir mi estilo de vida contigo. Nunca he deseado nada tanto. Francamente, me admira que una joven tan inocente como tú esté dispuesta a probar. Eso me dice más de ti de lo que te puedas imaginar. No acabas de entender, pese a que te lo he dicho en innumerables ocasiones, que tú también me tienes hechizada. No quiero perderte. Me angustia que hayas cogido un avión y vayas a estar a casi cinco mil kilómetros de mí varios días porque no puedes pensar con claridad cuando me tienes cerca. A mí me pasa lo mismo, Brittany. Pierdo la razón cuando estamos juntas; así de intenso es lo que siento por ti.
Entiendo tu inquietud. He intentado mantenerme alejada de ti; sabía que no tenías experiencia —aunque jamás te habría perseguido de haber sabido lo inocente que eras—, y aun así me desarmas por completo como nadie lo ha hecho antes. Tú correo, por ejemplo: lo he leído y releído un montón de veces, intentando comprender tu punto de vista.
Tres meses me parece una cantidad arbitraria de tiempo. ¿Qué te parece seis meses, un año? ¿Cuánto tiempo quieres? ¿Cuánto necesitas para sentirte cómoda? Dime.
Comprendo que esto es un acto de fe inmenso para ti. Debo ganarme tu confianza, pero, por la misma razón, tú debes comunicarte conmigo si no lo hago. Pareces fuerte e independiente, pero luego leo lo que has escrito y veo otro lado tuyo. Debemos orientarnos una a la otra, Brittany, y solo tú puedes darme pistas. Tienes que ser sincera conmigo y las dos debemos encontrar un modo de que nuestro acuerdo funcione.
Te preocupa no ser dócil. Bueno, quizá sea cierto. Dicho esto, debo reconocer que solo adoptas la conducta propia de una sumisa en el cuarto de juegos. Parece que ese es el único sitio en el que me dejas ejercer verdadero control sobre ti y el único en el que haces lo que te digo. «Ejemplar» es el calificativo que se me ocurre. Y yo jamás te llenaría de moratones. Me va más el rosa. Fuera del cuarto de juegos, me gusta que me desafíes. Es una experiencia nueva y refrescante, y no me gustaría que eso cambiara. Así que sí, dime a qué te refieres cuando me pides más. Me esforzaré por ser abierta y procuraré darte el espacio que necesitas y mantenerme alejada de ti mientras estés en Georgia.
Espero con ilusión tu próximo correo.
Entretanto, diviértete. Pero no demasiado.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
Madre mía. Ha escrito una redacción como las del colegio, y casi todo lo que dice es bueno. Con el corazón en la boca, releo su epístola y me acurruco en la cama del cuarto de invitados prácticamente abrazada a mi Mac. ¿Qué prorroguemos nuestro contrato a un año? ¡Que soy yo la que tiene el poder! Voy a tener que meditar sobre eso. Que me lo tome al pie de la letra, eso es lo que me ha dicho mamá. No quiere perderme. ¡Ya me lo ha dicho dos veces! También, que quiere que esto funcione. ¡Ay, Santana, y yo! ¡Qué va a procurar mantenerse alejada! ¿Significa eso que a lo mejor no lo consigue? De pronto, deseo que así sea. Quiero verla. No llevamos separadas ni veinticuatro horas, y al pensar que voy a estar cuatro días sin ella me doy cuenta de lo mucho que la hecho de menos. De lo mucho que la quiero.
—Britt, cielo —me dice una voz suave y cálida, llena de amor y de dulces recuerdos de tiempos pasados.
Una mano suave me acaricia la cara. Mi madre me despierta y yo estoy abrazada al portátil, cogida a él como una lapa.
—Britt, cariño —sigue con su voz suave y cantarina mientras resurjo del sueño, parpadeando a la pálida luz rosada del atardecer.
—Hola, mamá.
Me desperezo y sonrío.
—Nos vamos a cenar en media hora. ¿Aún quieres venir? —pregunta amable.
—Sí, claro, desde luego.
Me esfuerzo en vano por contener un bostezo.
—Vaya, un artilugio impresionante —dice, señalando el portátil.
Mierda.
—Ah, ¿esto? —digo haciéndome un poco la tonta.
¿Se lo olerá mamá? Parece que se ha vuelto más perspicaz desde que tengo «novia».
—Me lo ha prestado Santana. Pensé que podría pilotar una nave espacial con él, pero solo lo uso para enviar correos y navegar por internet.
En serio, no es nada. Mirándome con recelo, se sienta en la cama y me coloca un mechón de pelo suelto detrás de la oreja.
— ¿Te ha escrito?
Mierda, mierda.
—Sí.
Esta vez no sé hacerme la tonta, y me sonrojo.
—A lo mejor te echa de menos, ¿no?
—Eso espero, mamá.
— ¿Qué te dice?
Mierda, mierda, mierda. Busco desesperadamente algo de ese correo que pueda contarle a mi madre. No creo que le apetezca oír hablar de amos, ni de bondage y mordazas, claro que el acuerdo de confidencialidad tampoco me permite contárselo.
—Me ha dicho que me divierta, pero no demasiado.
—Parece razonable. Te dejo para que te arregles, cielo. —Se inclina y me besa en la frente—. Me alegro mucho de que hayas venido, Britt. Me encanta tenerte aquí.
Y, después de tan afectuosa declaración, se va.
Uf, Santana y razonable… dos conceptos que siempre había creído incompatibles; aunque, después del último correo, igual todo es posible. Meneo la cabeza.
Necesito tiempo para digerir sus palabras. Hasta después de la cena… tal vez entonces le pueda responder. Salgo de la cama, me quito rápidamente la camiseta y los pantalones cortos y me dirijo a la ducha.
Me he traído el vestido gris de Quinn con la espalda descubierta que llevé en la graduación. Es la única prenda de vestir que metí en la mochila. Lo bueno de la humedad es que las arrugas han desaparecido, así que creo que me lo pondré para ir al club de golf. Mientras me visto, abro el portátil. No hay nada nuevo de
Santana y siento una punzada de desilusión. Muy rápido, le escribo un correo.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 19:08 EST
Para: Santana López
Asunto: ¿Elocuente?
Señora, eres una escritora elocuente. Tengo que ir a cenar al club de golf de Bob y, para que lo sepas, estoy poniendo los ojos en blanco solo de pensarlo. Pero, de momento, tú y tu mano suelta está muy lejos de mí. Me ha encantado tu correo. Te contesto en cuanto pueda. Ya te echo de menos.
Disfruta de tu tarde.
Tu Britt
De: Santana López
Fecha: 31 de mayo de 2011 16:10
Para: Brittany Pierce
Asunto: Su trasero
Querida señorita Pierce:
Me tiene distraída el asunto de este correo. Huelga decir que, de momento, está a salvo.
Disfrute de la cena. Yo también la echo de menos, sobre todo su trasero y esa lengua viperina suya.
Mi tarde será aburrida y solo me la alegrará pensar en usted y en sus ojos en blanco. Creo que fue usted quien juiciosamente me hizo ver que también yo tengo esa horrenda costumbre.
Santana López
Presidenta que acostumbra a poner los ojos en blanco, de López Enterprises Holdings, Inc.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 19:14 EST
Para: Santana López
Asunto: Ojos en blanco
Querida señora López:
Deja de mandarme correos. Intento arreglarme para la cena. Me distraes mucho, hasta cuando estás en la otra punta del país. Y sí, ¿quién te da unos azotes a ti cuando eres tú la que pone los ojos en blanco?
Tu Britt
Le doy a la tecla de envío e inmediatamente me viene a la cabeza la imagen de esa bruja malvada de la señora Robinson. No quiero ni imaginarlo. A Santana golpeada por alguien de la edad de mi madre; qué barbaridad. Una vez más me pregunto cuánto daño le habrá hecho esa mujer. Aprieto los labios de rabia.
Necesito un muñeco al que clavarle alfileres; igual así logro descargar parte de la ira que siento por esa desconocida.
De: Santana López
Fecha: 31 de mayo de 2011 16:18
Para: Brittany Pierce
Asunto: Su trasero
Querida señorita Pierce:
Me gusta más mi asunto que el tuyo, en muchos sentidos. Por suerte, soy la dueña de mi propio destino y nadie me castiga. Salvo mi madre, de vez en cuando, y el doctor Flynn, claro. Y tú.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 19:22 EST
Para: Santana López
Asunto: ¿Castigarte yo?
Querida señora:
¿Cuándo he tenido yo valor de castigarle, señora López? Me parece que me confunde con otra, lo cual resulta preocupante.
En serio, tengo que arreglarme.
Tu Britt
De: Santana López
Fecha: 31 de mayo de 2011 16:25
Para: Brittany Pierce
Asunto: Tu trasero
Querida señorita Pierce:
Lo hace constantemente por escrito. ¿Me deja que le suba la cremallera del vestido?
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
Por alguna extraña razón, sus palabras saltan de la pantalla y me hacen jadear. Oh… está juguetona.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 19:28 EST
Para: Santana López
Asunto: Para mayores de 18 años
Preferiría que me la bajaras.
De: Santana López
Fecha: 31 de mayo de 2011 16:31
Para: Brittany Pierce
Asunto: Cuidado con lo que deseas…
YO TAMBIÉN.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 19:33 EST
Para: Santana López
Asunto: Jadeando
Muy despacio…
De: Santana López
Fecha: 31 de mayo de 2011 16:35
Para: Brittany Pierce
Asunto: Gruñendo
Ojalá estuviera allí.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 19:37 EST
Para: Santana López
Asunto: Gimiendo
OJALÁ.
— ¡Britt!
Mi madre me llama y doy un respingo. Mierda. ¿Por qué me siento tan culpable?
—Ya voy, mamá.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 19:39 EST
Para: Santana López
Asunto: Gimiendo
Tengo que irme.
Hasta luego, nena.
Salgo corriendo al pasillo, donde me esperan Bob y mi madre. Esta frunce el ceño.
—Cariño… ¿te encuentras bien? Te veo un poco acalorada.
—Estoy bien, mamá.
—Estás preciosa, cariño.
—Ah, este vestido es de Quinn. ¿Te gusta?
Frunce el ceño aún más.
— ¿Por qué llevas un vestido de Quinn?
Oh… no.
—Pues porque a ella este no le gusta y a mí sí —improviso.
Me escudriña mientras Bob rezuma impaciencia con su mirada de perrillo faldero hambriento.
—Mañana te llevo de compras —dice.
—Ay, mamá, no hace falta. Tengo mucha ropa.
— ¿Es que no puedo hacer algo por mi hija? Venga, que Bob está muerto de hambre.
—Cierto —gimotea Bob, frotándose el estómago y poniendo carita de pena.
Río como una boba cuando él pone los ojos en blanco, y luego salimos por la puerta.
Más tarde, mientras estoy en la ducha refrescándome bajo el agua tibia, pienso en lo mucho que ha cambiado mi madre. En la cena ha estado en su elemento: divertida y coqueta, rodeada de montones de amigos del club de golf. Bob se ha mostrado cariñoso y atento. Parece que se llevan bien. Me alegro mucho por mi madre. Significa que puedo dejar de preocuparme por ella y de cuestionar sus decisiones, y olvidar los días oscuros del marido número tres. Bob le va a durar.
Además, ahora me da buenos consejos. ¿Cuándo ha empezado a suceder eso? Desde que conocí a Santana. ¿Y eso por qué?
Cuando termino, me seco rápidamente, ansiosa por volver con Santana. Hay un correo esperándome, enviado justo después de que me fuera a cenar, hace un par de horas.
De: Santana López
Fecha: 31 de mayo de 2011 16:41
Para: Brittany Pierce
Asunto: Plagio
Me has robado la frase.
Y me has dejado colgada.
Disfruta de la cena.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 22:18 EST
Para: Santana López
Asunto: Mira quién habla
Señora, si no recuerdo mal, la frase era de Sam.
¿Sigues colgada?
Tu Britt
De: Santana López
Fecha: 31 de mayo de 2011 19:22
Para: Brittany Pierce
Asunto: Pendiente
Señorita Pierce:
Ha vuelto. Se ha ido tan de repente… justo cuando la cosa empezaba a ponerse interesante.
Sam no es muy original. Le habrá robado esa frase a alguien.
¿Qué tal la cena?
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 22:26 EST
Para: Santana López
Asunto: ¿Pendiente?
La cena me ha llenado; te gustará saber que he comido hasta hartarme.
¿Se estaba poniendo interesante? ¿En serio?
De: Santana López
Fecha: 31 de mayo de 2011 19:30
Para: Brittany Pierce
Asunto: Pendiente, sin duda
¿Te estás haciendo la tonta? Me parece que acababas de pedirme que te bajara la cremallera del vestido.
Y yo estaba deseando hacerlo. Me alegra saber que estás comiendo bien.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 22:36 EST
Para: Santana López
Asunto: Bueno, siempre nos queda el fin de semana
Pues claro que como… Solo la incertidumbre que siento cuando estoy contigo me quita el apetito.
Y yo jamás me haría la tonta, señora López.
Seguramente ya te habrás dado cuenta. ;)
De: Santana López
Fecha: 31 de mayo de 2011 19:40
Para: Brittany Pierce
Asunto: Estoy impaciente
Lo tendré presente, señorita Pierce, y, por supuesto, utilizaré esa información en mi beneficio.
Lamento saber que le quito el apetito. Pensaba que tenía un efecto más concupiscente en usted. Eso me ha pasado a mí también, y bien placentero que ha sido.
Espero impaciente la próxima ocasión.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 22:36 EST
Para: Santana López
Asunto: Flexibilidad léxica
¿Has estado echando mano otra vez al diccionario de sinónimos?
De: Santana López
Fecha: 31 de mayo de 2011 19:40
Para: Brittany Pierce
Asunto: Me ha pillado
Qué bien me conoce, señorita Pierce.
Voy a cenar con una vieja amistad, así que estaré conduciendo.
Hasta luego, nena.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
¿Qué vieja amistad? No sabía que Santana tuviera viejas amistades, salvo… ella. Miro ceñuda la pantalla. ¿Por qué tiene que seguir viéndola? Sufro un repentino y agudo ataque de celos. Quiero atizarle a algo, preferiblemente a la señora Robinson. Furiosa, apago el portátil y me meto en la cama.
Debería contestar su largo correo de esta mañana, pero de pronto estoy demasiado enfadada. ¿Por qué no la ve como lo que es: una pederasta? Apago la luz, furibunda, y me quedo mirando a la oscuridad. ¿Cómo se atrevió esa mujer? ¿Cómo osó aprovecharse de una adolescente vulnerable? ¿Seguirá haciéndolo? ¿Por qué lo dejaron? Se me pasan por la cabeza varios escenarios posibles: si fue ella quien se hartó de la señora entonces ¿por qué continúan siendo amigas?; o bien ¿fue ella la qué la dejo? ¿Estará casada? ¿Divorciada? Dios. ¿Tendrá hijos? ¿Sabrá de ella el doctor Flynn? Me obligo a salir de la cama y vuelvo a encender el cacharro infernal. Tengo una misión que cumplir. Tamborileo los dedos impaciente mientras espero a que aparezca la pantalla azul. Entro en la sección de imágenes de Google y tecleo «Santana López» en el recuadro de búsqueda. La pantalla se llena de pronto de imágenes de Santana: con un vestido corto muy sexy, Dios… las fotos que tomó Noah en el Heathman, con su camisa blanca y sus pantalones ceñidos. ¿Cómo han llegado esas imágenes a internet? Vaya, está fenomenal.
Voy bajando deprisa: algunas con socios comerciales, y una foto tras otra de la mujer más fotogénica que conozco íntimamente. ¿Íntimamente? ¿Conozco a Santana íntimamente? Lo conozco sexualmente, y deduzco que aún me queda mucho por descubrir en ese aspecto. Sé que es voluble, difícil, divertida, fría o, cariñosa… la pobre es un amasijo ambulante de contradicciones. Paso a la siguiente página y recuerdo que Quinn mencionó que no había podido encontrar ninguna foto suya con acompañante, de ahí que planteara la pregunta de si era gay. Entonces, en la tercera página, veo una foto mía, con ella, en mi graduación. Su única foto junto a una mujer, y soy yo.
¡Madre mía! ¡Estoy en Google! Parezco sorprendida por la cámara, nerviosa, descolocada. Eso fue justo antes de que accediera a probar. Santana, en cambio, está guapísima, serena, y lleva esa corbata… La contemplo, ese rostro hermoso, un rostro hermoso que podría estar mirando ahora mismo a la maldita señora Robinson. Guardo la foto en mi carpeta de descargas y sigo repasando las dieciocho páginas… nada. No voy a encontrar a la señora Robinson en Google.
Pero necesito saber si está con ella. Le escribo un correo rápido a Santana.
De: Brittany Pierce
Fecha: 31 de mayo de 2011 23:58 EST
Para: Santana López
Asunto: Compañeras de cena apropiadas
Espero que esa amistad tuya y tú hayan pasado una velada agradable.
Britt
P.D.: ¿Era la señora Robinson?
Le doy a la tecla de envío y vuelvo a la cama desanimada, decidida a preguntarle a Santana por su relación con esa mujer. Por un lado, estoy desesperada por saber más; por otro, quiero olvidar que me lo ha contado. Y encima me ha venido la regla.
Me tumbo y, por fin, término sumiéndome en un sueño inquieto, deseando que estuviéramos en la misma ciudad, no a casi cinco mil kilómetros de distancia.
Después de una mañana de compras y otra tarde de playa, mi madre ha decidido que deberíamos salir de copas esta noche. Así que dejamos a Bob delante del televisor, y al rato ya estamos en el lujoso bar del hotel más exclusivo de Savannah. Yo voy por el segundo Cosmopolitan; mi madre, por el tercero. Continúa desvelándome su percepción del frágil ego masculino. Resulta desconcertante.
—Verás, Britt, los hombres piensan que todo lo que sale de la boca de una mujer es un problema que hay que resolver. No se enteran de que lo que nos gusta es darles vueltas a las cosas, hablar un poco y luego olvidar. A ellos les va más la acción.
—Mamá, ¿por qué me cuentas todo eso? —pregunto sin poder ocultar mi exasperación.
Lleva así todo el día.
—Cariño, te veo tan perdida. Nunca has traído a un chico o chica a casa a pesar que acepte el hecho de que te atraían ambos sexos. Ni siquiera tuviste novio cuando vivíamos en Las Vegas. Pensé que habría algo con ese chico que conociste en la universidad, Noah.
—Mamá, Noah no es más que un amigo.
—Ya lo sé, cielo, pero pasa algo, y tengo la impresión de que no me lo estás contando todo y sé que santana no es un hombre pero veo que ella no se complica como una mujer.
Me mira, con el rostro fruncido de preocupación maternal.
—Necesitaba distanciarme un poco de Santana para aclararme, nada más. A veces me agobia un poco.
— ¿Te agobia?
—Sí. Pero la echo de menos.
Frunzo el ceño. No he sabido nada de Santana en todo el día. Ni un correo, nada. Estoy tentada de llamarla para ver si está bien. Mi mayor temor es que haya tenido un accidente; el segundo mayor temor es que la señora Robinson haya vuelto a clavarle sus garras. Sé que no es racional, pero, en lo que a ella respecta, parece que he perdido la perspectiva.
—Cariño, tengo que ir al lavabo.
La breve ausencia de mi madre me proporciona otra ocasión para echar un vistazo a la BlackBerry. Llevo todo el día mirando a escondidas el correo. Por fin…
¡Santana me ha contestado!
De: Santana López
Fecha: 1 de junio de 2011 21:40 EST
Para: Brittany Pierce
Asunto: Compañeras de cena
Sí, he cenado con la señora Robinson. No es más que una vieja amiga, Brittany.
Estoy deseando volver a verte. Te echo de menos.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
En efecto, estaba cenando con ella. Confirmados mis peores temores, noto que la adrenalina y la rabia se apoderan de mi cuerpo y se me eriza el vello. ¿Será posible? Estoy fuera dos días y ya se larga con esa zorra malvada.
De: Brittany Pierce
Fecha: 1 de junio de 2011 21:42 EST
Para: Santana López
Asunto: VIEJAS compañeras de cena
Esa no es solo una vieja amiga.
¿Ha encontrado ya otra adolescente a la cual hincarle el diente?
¿Te has hecho muy adulta para ella?
¿Por eso terminó vuestra relación?
Pulso la tecla de envío justo cuando vuelve mi madre.
—Britt, qué pálida estás. ¿Qué ha pasado?
Niego con la cabeza.
—Nada. Vamos a tomarnos otra copa —mascullo malhumorada.
Frunce el ceño, pero alza la vista, llama a uno de los camareros y le señala nuestras copas. Él asiente con la cabeza. Entiende la seña universal de «otra ronda de lo mismo, por favor». Mientras ella hace esto, vuelvo a mirar rápidamente la BlackBerry.
De: Santana López
Fecha: 1 de junio de 2011 21:45 EST
Para: Brittany Pierce
Asunto: Cuidado…
No me apetece hablar de esto por e-mail.
¿Cuántos Cosmopolitan te vas a beber?
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
Dios mío, está aquí.
Última edición por O_o el Mar Jun 04, 2013 10:48 pm, editado 1 vez
O_o***** - Mensajes : 250
Fecha de inscripción : 05/05/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Un capitulo genial como siempre y con cada vez más intriga.
Respecto lo de los demas libros, yo lo seguiria escriendo aqui en este mismo tema para tener todo junto y sería más comodo, simplemente cambia el titulo a un nombre general cuando los acabes todos de escribir, como Triología de las Sombras de López o algo así. Pero es tu decisión
Cuidate mucho! Y espero pronto la proxima actualización
Respecto lo de los demas libros, yo lo seguiria escriendo aqui en este mismo tema para tener todo junto y sería más comodo, simplemente cambia el titulo a un nombre general cuando los acabes todos de escribir, como Triología de las Sombras de López o algo así. Pero es tu decisión
Cuidate mucho! Y espero pronto la proxima actualización
Elisika-sama**** - Mensajes : 194
Fecha de inscripción : 01/12/2012
Edad : 30
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
y ya hemos llegado a este cap n.n...
luego viene Georgia *-*, quiero leer esa adaptacion :D...
espero tu prox actu
XOXO
luego viene Georgia *-*, quiero leer esa adaptacion :D...
espero tu prox actu
XOXO
Invitado- Invitado
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Haaaa esta adaptacion cada ves me gusta mas!!!
Opino que deberias sguir con este mismo tema unir los libros en uno!1
Saludos
Opino que deberias sguir con este mismo tema unir los libros en uno!1
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
WTF???????? necesito el otro , esta demasiado buenoooo, con respecto a la pregunta que hiciste, deberias dejar el mismo nombre para la segunda parte...
Invitado- Invitado
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
no no no yo con cada capitulo que tu subes quedo siempre asi asi o asi
gracias por tomarte el tiempo de hacer esta adaptacion de los libros.
y con respecto a la pregunta yo creo que deberias dejar uno solo.
y que ya se va a acabar el primero no...me parecen demasiado cortos...para una historia tan genial...pero bueno jejejej
y como siempre ansiosa esperando tu actualizacion.
que tengas un bonita dia
gracias por tomarte el tiempo de hacer esta adaptacion de los libros.
y con respecto a la pregunta yo creo que deberias dejar uno solo.
y que ya se va a acabar el primero no...me parecen demasiado cortos...para una historia tan genial...pero bueno jejejej
y como siempre ansiosa esperando tu actualizacion.
que tengas un bonita dia
jas2602** - Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 05/02/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
noooo ... lo has cortado en l mejor parte ... buu me quede con las ganas dd ssguir leyendo..... pero bueno me ha gustado mucho.... espero tu actualizacion con ansias ... besos :)
Alisseth***** - Mensajes : 254
Fecha de inscripción : 18/05/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Wooow dos caps !! Que genial....
Lopez celosa?? vaya eso es interesante, jajaja me ha encantado los correos tan ''particulares'' que se enviaron ufff el ultimo hasta a mi me dejo en shok...
SANTANA ESTA EN GEORGIA???? JA! ya se habia tardado....
Respecto a tu pregunta, puedes dejar el nombre asi y ponerlo de esta manera: ''50 sombras de Lopez 2.0'' asi sabremos que ya es el segundo libro
Lopez celosa?? vaya eso es interesante, jajaja me ha encantado los correos tan ''particulares'' que se enviaron ufff el ultimo hasta a mi me dejo en shok...
SANTANA ESTA EN GEORGIA???? JA! ya se habia tardado....
Respecto a tu pregunta, puedes dejar el nombre asi y ponerlo de esta manera: ''50 sombras de Lopez 2.0'' asi sabremos que ya es el segundo libro
Última edición por aria el Jue Mayo 30, 2013 7:48 pm, editado 1 vez
aria- - Mensajes : 1105
Fecha de inscripción : 03/12/2012
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
que tal? opino igual que deberias continuar con este mismo libro y unir las 3 historias, me encanta la Britt celosa!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Como me dejas ahí :( gracias por los dos capítulos, ntp con ese uno que subas diariamente no me matas de abstinencia. Ya dije que amo esta adaptación?
Sobre la pregunta....yo opino que aquí estaría bien que colgaras todos
Sobre la pregunta....yo opino que aquí estaría bien que colgaras todos
Gudu* - Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 25/05/2013
Edad : 32
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Jajaja me encanto!!!! Awww ame la pasión en el escritorio , jajaja hay san se me hace q no aguantará tanto sin Britt jajaja me encanto lo último
Y quinn es tan sabía y perfecta q me caso con ella
Respecto a lo del fic me encanta que lo sigas y la adptacion del 2do esta también genial , yo creo que también puedes poner algo de ti sería algo muy bueno me refiero a que no sepas el desarrollo del segundo puedes agregarle Mas cosas digo aún que aún falta esta historia tiene para largo ,
Me encanta es lo mejor
Saldos
Besos
Espero tu actualización y en espera aún del maratón de los 4 CAP que nos prometisteis hace 1 o 2 semana :( complacernos anda
Y quinn es tan sabía y perfecta q me caso con ella
Respecto a lo del fic me encanta que lo sigas y la adptacion del 2do esta también genial , yo creo que también puedes poner algo de ti sería algo muy bueno me refiero a que no sepas el desarrollo del segundo puedes agregarle Mas cosas digo aún que aún falta esta historia tiene para largo ,
Me encanta es lo mejor
Saldos
Besos
Espero tu actualización y en espera aún del maratón de los 4 CAP que nos prometisteis hace 1 o 2 semana :( complacernos anda
Kristen Rivera****** - Mensajes : 382
Fecha de inscripción : 20/03/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Wow, dos capítulos muy intensos ¿Será que Santana está en el mismo lugar que Britt? Espero que no porque la ha echo enojar.
Sobre tu pregunta, creo que seria más cómodo hacerlo aquí mismo.
Bueno, un saludo...hasta el próximo!
Sobre tu pregunta, creo que seria más cómodo hacerlo aquí mismo.
Bueno, un saludo...hasta el próximo!
Ali_Pearce- - Mensajes : 1107
Fecha de inscripción : 07/06/2012
Edad : 31
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Omg no me había percatado que habías subido otro awww te amo en vdd <3 gracias hahaha ya recompensaste lo de las 4 prometidos
Lo ame en vdd simplemente majestuoso
Genial
En espera del siguiente
Te mando un besote :$
Lo ame en vdd simplemente majestuoso
Genial
En espera del siguiente
Te mando un besote :$
Kristen Rivera****** - Mensajes : 382
Fecha de inscripción : 20/03/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
lo dejaste en la mejor parte, estoy intrigada!! no tengo idea de como son los libros, no los eh leído y en realidad no quiero leerlos ahora que tu haces una adaptacion ajjaja así que lo que elijas tu de seguro sera lo mejor, gracias por ecribir
Camila18**** - Mensajes : 151
Fecha de inscripción : 28/05/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
HERMOSO HERMOSO HERMOSO HERMOSO HERMOSO HERMOSO HERMOSO HERMOSO HERMOSO HERMOSO HERMOSO HERMOSO HERMOSO HERMOSO HERMOSO HERMOSO HERMOSO HERMOSO HERMOSO HERMOSO HERMOSO
ENCANTADA CON ESTE FIC <3
SANTANA FUE A BUSCAR A BRITT?????????????? POR QUE DIJO QUE SI CUANTOS COSMOPOLITAN SE TOMARA??
TIENES QUE ACTUALIZAR
EN ESPERA.........................<3
DE NUEVO GRACIAS POR ESTA INCREIBLE REDACCION
PD: AMO A SANTANA <3
ENCANTADA CON ESTE FIC <3
SANTANA FUE A BUSCAR A BRITT?????????????? POR QUE DIJO QUE SI CUANTOS COSMOPOLITAN SE TOMARA??
TIENES QUE ACTUALIZAR
EN ESPERA.........................<3
DE NUEVO GRACIAS POR ESTA INCREIBLE REDACCION
PD: AMO A SANTANA <3
Brianna lopez* - Mensajes : 25
Fecha de inscripción : 25/05/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
valla q intensidad la de san por eso la amo ya deuda saldada jaja
pues pienso igual q las demas q sigas con el mismo tema
AMO A SANTANA y britt solo deberia hablar por correo y pues como ya te dije me eh leido los libros bueno solo dos el de 50 sobras liberadas me lo estaba empezando a leer cuando subiste el fic asi decidi dejar de leer y esperar hasta llegues al 3er libro
bueno eso es todo cuidate besos y espero tu actu de hoy
pues pienso igual q las demas q sigas con el mismo tema
AMO A SANTANA y britt solo deberia hablar por correo y pues como ya te dije me eh leido los libros bueno solo dos el de 50 sobras liberadas me lo estaba empezando a leer cuando subiste el fic asi decidi dejar de leer y esperar hasta llegues al 3er libro
bueno eso es todo cuidate besos y espero tu actu de hoy
airin-SyB***** - Mensajes : 216
Fecha de inscripción : 28/01/2013
Edad : 30
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Genial las dos capítulo nos recompensaste muy bien y por cierto deberías continuar con el siguiente libro y completar la trilogia es una historia genial e interesante y la adaptación la haces muy bien así que espero que la continúes
lexis17******* - Mensajes : 424
Fecha de inscripción : 23/03/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Me encantaron los 2 capitulo de verdad esta historia me tiene enganchada sencillamente cada capitulo es genial y lo hace a uno querer más y más de esta historia es un orgullo que compartamos bandera de verdad espero tu próxima actualización con ansias saludos y por cierto el hecho que a veces no comente tan seguido no quiere decir que no lea los capítulos si los leos pero a veces me distraigo o algo y me olvido comentar jajaja saludos y besos
Keiri Lopierce-* - Mensajes : 1570
Fecha de inscripción : 09/04/2012
Edad : 33
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
aiiiiii joderr que miedoooo, esta ahi??? y a la vez que emocion jajaja dios insisto porque tiene que convertirse en un ogro y quere golpear ,,, todo estaria bien si omitieran esa parte ( aunque tal vez esa parte es lo que hace adictivo el fic)
repitoo que miedoooo!!! espero que el ultimo correo de britt, no haya sacado a santana de sus casillas jajajaja
saludos y espero tu actu, con un capi por dia me doy , pero no dejes de actualizarrr pliis,
sobre tu pregunta de que si abres otro fic, yo diria que no, puedes poner , primera parte ( y el numer ode capitulos que la engloba) y cuando llegues al segundo , libro, segunda parte etc etc, porque en realidad es el mismo fic, la misma historia y con la misma continuidad jajaja pero como tu decidas esta bien , esa es mi humilde opinion :P
chao
repitoo que miedoooo!!! espero que el ultimo correo de britt, no haya sacado a santana de sus casillas jajajaja
saludos y espero tu actu, con un capi por dia me doy , pero no dejes de actualizarrr pliis,
sobre tu pregunta de que si abres otro fic, yo diria que no, puedes poner , primera parte ( y el numer ode capitulos que la engloba) y cuando llegues al segundo , libro, segunda parte etc etc, porque en realidad es el mismo fic, la misma historia y con la misma continuidad jajaja pero como tu decidas esta bien , esa es mi humilde opinion :P
chao
victoria555****** - Mensajes : 399
Fecha de inscripción : 28/10/2012
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Excelentes los dos capítulos ya quiero otro mas
Referente a la pregunta deberías de hacerlo de aquí mismo
Quiero masssss :-)
Saludos ;)
Referente a la pregunta deberías de hacerlo de aquí mismo
Quiero masssss :-)
Saludos ;)
khandyy** - Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 08/03/2012
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Hola. sobre la pregunta: creo que es mas sencillo y menos confuso, que cuelgues aquí mismo las otras partes de la historia. Con que pongas un epígrafe o en su defecto un subtitulo que de cuenta que es la parte dos , tres, ect. Saludos
yo_mera* - Mensajes : 16
Fecha de inscripción : 27/02/2012
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
abstinencia.eso es lo que me viene a la mente cuando vas a actualizar por dia ,pero esta bien a soportar no mas jajajaja
me encanta los celos de britt ,pero los de santana son mejores ,irresistible.
sobre la pregunta lo que sea mas comodo para ti ,igual te seguiremos leyendo, no te me vas a escapar jajaja
hasta que continues bye
me encanta los celos de britt ,pero los de santana son mejores ,irresistible.
sobre la pregunta lo que sea mas comodo para ti ,igual te seguiremos leyendo, no te me vas a escapar jajaja
hasta que continues bye
scarlet17* - Mensajes : 31
Fecha de inscripción : 17/12/2012
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
holaa de nuevooo jejeje lei sus comentarios y dejare el fic en este mismo sitio ya le falta poco para terminar la primera parte, este capitulo lo acabo de terminar de escribir espero que les guste y me dejen sus opiniones mañana actualizo otro gracias x hacer de este fic una completa ADICCIÓN
Miro nerviosa por todo el bar, pero no la veo.
—Britt, ¿qué pasa? Parece que has visto un fantasma.
—Es Santana; está aquí.
— ¿Qué? ¿En serio?
Mira también por todo el bar.
No le he hablado a mi madre de la tendencia al acoso de Santana.
La veo. El corazón me da un brinco y empieza a agitarse violentamente en mi pecho cuando se acerca a nosotras. Ha venido… por mí. La diosa que llevo dentro se levanta como loca de su chaise longue. Santana se desliza entre la multitud; los halógenos empotrados reflejan en su pelo destellos brillantes.
En sus luminosos ojos marrones veo brillar… ¿rabia? ¿Tensión? Aprieta la boca, la mandíbula tensa. Oh, mierda… no. Ahora mismo estoy tan furiosa con ella, y encima está aquí. ¿Cómo me voy a enfadar con ella delante de mi madre?
Llega a nuestra mesa, mirándome con recelo. Viste, como de costumbre, camisa de seda blanca y vaqueros ceñidos.
—Hola —chillo, incapaz de ocultar mi asombro por verla aquí en carne y hueso.
—Hola —responde, e inclinándose me besa en la mejilla, pillándome por sorpresa.
—Santana, esta es mi madre, Carla.
Mis arraigados modales toman el mando.
Se gira para saludar a mi madre.
—Encantada de conocerla, señora Adams.
¿Cómo sabe el apellido de mi madre? Le dedica esa sonrisa de infarto, cosecha Santana López, destinada a la rendición total sin rehenes. Mi madre no tiene escapatoria. La mandíbula se le descuelga hasta la mesa. Por Dios, controla un poco, mamá. Ella acepta la mano que le tiende y se la estrecha. No le contesta.
Vaya, lo de quedarse mudo de asombro es genético; no tenía ni idea.
—Santana —consigue decir por fin, sin aliento.
Ella le dedica una sonrisa de complicidad, sus ojos marrones marrones centelleantes. Los miro con el gesto fruncido.
— ¿Qué haces aquí?
La pregunta suena más frágil de lo que pretendía, y su sonrisa desaparece, y su expresión se vuelve cautelosa. Estoy emocionada de verla, pero completamente descolocada, y la rabia por lo de la señora Robinson aún me hierve en las venas. No sé si quiero ponerme a gritarle o arrojarme a sus brazos (aunque no creo que le gustara ninguna de las dos opciones), y quiero saber cuánto tiempo lleva vigilándonos. Además, estoy algo nerviosa por el e-mail que acabo de enviarle.
—He venido a verte, claro. —Me mira impasible. Huy, ¿qué estará pensando?—. Me alojo en este hotel.
— ¿Te alojas aquí?
Sueno como una universitaria de segundo año colocada de anfetas, demasiado estridente hasta para mis oídos.
—Bueno, ayer me dijiste que ojalá estuviera aquí. —Hace una pausa para evaluar mi reacción—. Nos proponemos complacer, señorita Pierce —dice en voz baja sin rastro alguno de humor.
Mierda, ¿está furiosa? ¿Será por los comentarios sobre la señora Robinson? ¿O tal vez porque estoy a punto de tomarme el cuarto Cosmo? Mi madre nos mira nerviosa.
— ¿Por qué no te tomas una copa con nosotras, Santana?
Le hace una seña al camarero, que se planta a nuestro lado en un nanosegundo.
—Tomaré un gin-tonic —dice Santana—. Hendricks si tienen, o Bombay Sapphire. Pepino con el Hendricks, lima con el Bombay.
Madre mía… Solo Santana podría pedir una copa como si fuera un plato elaborado.
—Y otros dos Cosmos, por favor —añado, mirando nerviosa a Santana.
He salido de copas con mi madre; no se puede enfadar por eso.
—Acércate una silla, Santana.
—Gracias, señora Adams.
Santana coge una silla y se sienta con elegancia a mi lado.
— ¿Así que casualmente te alojas en el hotel donde estamos tomando unas copas? —digo, esforzándome por sonar desenfadada.
—O casualmente estáis tomando unas copas en el hotel donde yo me alojo —me contesta ella—. Acabo de cenar, he venido aquí y te he visto. Andaba distraída pensando en tu último correo, levanto la vista y ahí estabas. Menuda coincidencia, ¿verdad?
Ladea la cabeza y detecto un amago de sonrisa. Gracias a Dios… puede que al final hasta salvemos la noche.
—Mi madre y yo hemos ido de compras esta mañana y a la playa por la tarde. Luego hemos decidido salir de copas esta noche —murmuro, porque tengo la sensación de que le debo una explicación.
— ¿Ese top es nuevo? —Señala mi blusón de seda verde recién estrenado—. Te sienta bien ese color. Y te ha dado un poco el sol. Estás preciosa.
Me ruborizo. El cumplido me deja sin habla.
—Bueno, pensaba hacerte una visita mañana, pero mira por dónde…
Alarga el brazo y me coge la mano, me la aprieta con suavidad, me acaricia los nudillos con el pulgar… y siento de nuevo el tirón. Esa descarga eléctrica que corre bajo mi piel bajo la suave presión de su pulgar se dispara a mi torrente sanguíneo y me recorre el cuerpo entero, calentándolo todo a su paso. Hacía más de dos días que no la veía. Madre mía… cómo la deseo. Se me entrecorta la respiración. La miro pestañeando, sonrío tímidamente, y veo dibujarse una sonrisa en sus labios.
—Quería darte una sorpresa. Pero, como siempre, me la has dado tú a mí, Brittany, cuando te he visto aquí.
Miro de reojo a mi madre, que tiene los ojos clavados en Santana… ¡sí, clavados! Vale ya, mamá. Ni que fuera una criatura exótica nunca vista. A ver, ya séque hasta ahora no había tenido novio o novia y que a Santana solo la llamo así por llamarla de alguna manera, pero ¿tan increíble es que yo haya podido atraer a una mujer? ¿A esta mujer? Pues sí, francamente… tú mírala bien, me suelta mi subconsciente. ¡Oh, cállate! ¿Quién te ha dado vela en este entierro? Miro ceñuda a mi madre, pero ella no parece darse por enterada.
—No quiero robarte tiempo con tu madre. Me tomaré una copa y me retiraré. Tengo trabajo pendiente —declara muy seria.
—Santana, me alegro mucho de conocerte —interviene mi madre, recuperando al fin el habla—. Britt me ha hablado muy bien de ti.
Ella le sonríe.
— ¿En serio?
Santana arquea una ceja, con una expresión risueña en el rostro, y yo vuelvo a ruborizarme.
Llega el camarero con nuestras copas.
—Hendricks, señora —declara con una floritura triunfante.
—Gracias —murmura Santana en reconocimiento.
Sorbo nerviosa mi nuevo Cosmo.
— ¿Cuánto tiempo vas a estar en Georgia, Santana? —pregunta mamá.
—Hasta el viernes, señora Adams.
— ¿Cenarás con nosotros mañana? Y, por favor, llámame Carla.
—Me encantaría, Carla.
—Estupendo. Si me disculpáis un momento, tengo que ir al lavabo.
Pero si acabas de ir, mamá. La miro desesperada cuando se levanta y se marcha, dejándonos solas.
—Así que te has enfadado conmigo por cenar con una vieja amiga.
Santana vuelve su mirada ardiente y recelosa hacia mí y, llevándose mi mano a los labios, me besa suavemente los nudillos uno por uno.
Dios… ¿tiene que hacer esto ahora?
—Sí —mascullo mientras la sangre me recorre ardiente el cuerpo entero.
—Nuestra relación sexual terminó hace tiempo, Brittany —me susurra—. Yo solo te deseo a ti. ¿Aún no te has dado cuenta?
La miro extrañada.
—Para mí es una pederasta, Santana.
Contengo el aliento a la espera de su reacción.
Santana palidece.
—Eso es muy crítico por tu parte. No fue así —susurra conmocionada, soltándome la mano.
¿Crítico?
—Ah, ¿cómo fue entonces? —pregunto.
Los Cosmos me envalentonan.
Me mira ceñuda, desconcertada. Prosigo:
—Se aprovechó de una chica vulnerable de quince años. Si hubieras sido una chiquilla de quince años y la señora Robinson un señor Robinson que la hubiera arrastrado al sadomasoquismo, ¿te parecería bien? ¿Si hubiera sido Rachel, por ejemplo?
Da un respingo y me mira ceñuda.
—Britt, no fue así.
Le lanzo una mirada feroz.
—Vale, yo no lo sentí así —prosigue en voz baja—. Ella fue una fuerza positiva. Lo que necesitaba.
—No lo entiendo.
Ahora me toca a mí mostrarme desconcertada.
—Brittany, tu madre no tardará en volver. No me apetece hablar de esto ahora. Más adelante, quizá. Si no quieres que esté aquí, tengo un avión esperándome en Hilton Head. Me puedo ir.
Se ha enfadado conmigo… no.
—No, no te vayas. Por favor. Me encanta que hayas venido. Solo quiero que entiendas que me enfurece que, en cuanto me voy, quedes con ella para cenar.
Piensa en cómo te pones tú cuando me acerco a Noah. Noah es un buen amigo. Nunca he tenido una relación sexual con ella. Mientras que tú y ella…
Me interrumpo, no queriendo concederle más espacio a ese pensamiento.
— ¿Estás celosa?
Me mira atónita, y sus ojos se ablandan un poco, se enternecen.
—Sí, y furiosa por lo que te hizo.
—Brittany, ella me ayudó. Y eso es todo lo que voy a decir al respecto. En cuanto a tus celos, ponte en mi lugar. No he tenido que justificar mis actos delante de nadie en los últimos siete años. De nadie en absoluto. Hago lo que me place, Brittany. Me gusta mi independencia. No he ido a ver a la señora Robinson para fastidiarte. He ido porque, de vez en cuando, salimos a cenar. Es amiga y socia.
¿Socia? Dios mío. Esto es nuevo.
Me mira y analiza mi expresión.
—Sí, somos socias. Ya no hay sexo entre nosotras. Desde hace años.
— ¿Por qué terminó vuestra relación?
Frunce la boca y le brillan los ojos.
—Su marido se enteró.
¡Madre mía!
— ¿Te importa que hablemos de esto en otro momento, en un sitio más discreto? —gruñe.
—Dudo que consigas convencerme de que no es una especie de pedófila.
—Yo no la veo así. Nunca lo he hecho. ¡Y basta ya! —espeta.
— ¿La querías?
— ¿Cómo van?
Mi madre reaparece sin que ninguno de las dos nos hayamos percatado.
Me planto una falsa sonrisa en los labios mientras Santana y yo nos enderezamos precipitadamente en el asiento, como si estuviéramos haciendo algo malo. Mi madre me mira.
—Bien, mamá.
Santana sorbe su copa, observándome detenidamente con expresión cautelosa. ¿Qué estará pensando? ¿La quiso? Me parece que, como diga que sí, me voy a enfadar, y mucho.
—Bueno, señoras, os dejo disfrutar de vuestra velada.
No, no, no me puede dejar así, con la duda.
—Por favor, que carguen estas copas en mi cuenta, habitación 612. Te llamo por la mañana, Brittany. Hasta mañana, Carla.
—Oh, me encanta que alguien te llame por tu nombre completo, hija.
—Un nombre precioso para una chica preciosa —murmura Santana, estrechando la mano que mi madre le tiende, y ella sonríe con afectación.
Ay, mamá… ¿tú también, traidora? Me levanto y la miro, implorándole que responda a mi pregunta, y ella me da un casto beso en la mejilla.
—Hasta luego, nena —me susurra al oído.
Y se va.
Maldita gilipolla controladora. La rabia retorna con plena fuerza. Me dejo caer en la silla y me vuelvo hacia mi madre.
—Vaya, me has dejado anonadada, Britt. Menuda mujer. Eso sí, no sé qué os traéis entre manos. Me parece que tenéis que hablar. Uf, la tensión subyacente… es insoportable.
Se abanica exageradamente.
— ¡MAMÁ!
—Ve a hablar con ella.
—No puedo. He venido aquí a verte a ti.
—Britt, has venido aquí porque estás hecha un lío con esa chica. Es evidente que están locas la una por la otra. Tienes que hablar con ella. Ha volado cinco mil kilómetros para verte, por el amor de Dios. Y ya sabes lo horroroso que es volar.
Me ruborizo. No le he dicho que tiene un avión privado.
— ¿Qué? —me suelta.
—Tiene su propio avión —mascullo, avergonzada—, y son menos de cinco mil kilómetros, mamá.
¿Por qué me avergüenzo? Mi madre arquea ambas cejas.
—Uau —exclama—. Britt, te pasa algo. Llevo intentando averiguar lo que es desde que llegaste. Pero el único modo de solucionar el problema, sea cual sea, es hablarlo con ella. Piensa todo lo que quieras, pero hasta que no hables con ella no vas a conseguir nada.
La miro ceñuda.
—Britt, cielo, siempre le has dado muchas vueltas a todo. Fíate de tu instinto. ¿Qué te dice, cariño?
Me miro los dedos.
—Creo que estoy enamorada de ella —murmuro.
—Lo sé, cariño. Y ella de ti.
— ¡No!
—Sí, Britt. Dios… ¿qué más necesitas? ¿Un rótulo luminoso en su frente?
La miro aturdida y se me llenan los ojos de lágrimas.
—No llores, cielo.
—Yo no creo que me quiera.
—Independientemente de lo rica que sea, uno no lo deja todo, se sube en su avión privado y cruza el país para tomar el té de la tarde. ¡Ve con ella! Este sitio es muy bonito, muy romántico. Además, es territorio neutral.
Me revuelvo incómoda bajo su mirada. Quiero y no quiero ir.
—Cariño, no te preocupes por tener que volver conmigo. Quiero que seas feliz, y ahora mismo creo que la clave de tu felicidad está arriba, en la habitación 612.
Si quieres venir a casa luego, la llave está debajo de la yuca del porche principal. Si te quedas… bueno, ya eres mayorcita.
Me pongo roja como un tomate. Por Dios, mamá.
—Vamos a terminarnos los Cosmos primero.
—Esa es mi chica.
Y sonríe.
Llamo tímidamente a la puerta de la habitación 612 y espero. Santana abre la puerta. Está hablando por el móvil. Me mira extrañada, completamente sorprendida, sostiene la puerta abierta y me invita a entrar en su habitación.
— ¿Están listas todas las indemnizaciones? ¿Y el coste? —Silba entre dientes—. Uf, nos ha salido caro el error. ¿Y Lucas?
Echo un vistazo a la habitación. Es una suite, como la del Heathman. La decoración de esta es ultramoderna, muy actual. Todo púrpura y dorado mate con motivos en bronce en las paredes. Santana se acerca a un mueble de madera noble, tira y abre una puerta tras la que se oculta el minibar. Me hace una señal para que me sirva, luego entra en el dormitorio. Supongo que para que no pueda oír la conversación. Me encojo de hombros. No dejó de hablar cuando entré en su estudio el otro día. Oigo correr el agua; está llenando la bañera. Me sirvo un zumo de naranja. Vuelve al salón.
—Que Andrea me mande las gráficas. Barney me dijo que había resuelto el problema. —Santana ríe—. No, el viernes. Estoy interesada en un terreno de por aquí. Sí, que me llame Bill. No, mañana. Quiero ver lo que podría ofrecernos Georgia si nos instalamos aquí.
Santana no me quita los ojos de encima. Me da un vaso y me indica dónde hay una cubitera.
—Si los incentivos son lo bastante atractivos, creo que deberíamos considerarlo, aunque aquí hace un calor de mil demonios. Detroit tiene sus ventajas, sí, y es más fresco. —Su rostro se oscurece un instante—. ¿Por qué? Que me llame Bill. Mañana. No demasiado temprano.
Cuelga y se me queda mirando con una expresión indescifrable, y se hace el silencio entre nosotras.
Muy bien… me toca hablar.
—No has respondido a mi pregunta —murmuro.
—No —dice en voz baja, y me mira con una mezcla de asombro y recelo.
— ¿No has respondido a mi pregunta o no, no la querías?
Se cruza de brazos y se apoya en la pared; una leve sonrisa se dibuja en sus labios.
— ¿A qué has venido, Brittany?
—Ya te lo he dicho.
Suspira hondo.
—No, no la quería.
Me mira ceñuda, divertida pero perpleja.
Acabo de darme cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Al soltar el aire, me desinflo como un saco viejo. Uf, gracias a Dios… ¿Cómo me habría sentido si me hubiera dicho que quería a esa bruja?
—Tú eres mi diosa de ojos azules, Brittany. ¿Quién lo habría dicho?
— ¿Se burla de mí, señora López?
—No me atrevería.
Niega con la cabeza, solemne, pero veo un destello de picardía en sus ojos.
—Huy, claro que sí, y de hecho lo haces, a menudo.
Sonríe satisfecha al ver que le devuelvo las palabras que me ha dicho ella antes. Su mirada se oscurece.
—Por favor, deja de morderte el labio. Estás en mi habitación, hace casi tres días que no te veo y he hecho un largo viaje en avión para verte.
Su tono pasa de suave a sensual.
Le suena la BlackBerry, distrayéndonos a las dos, y la apaga sin mirar siquiera quién es. Se me entrecorta la respiración. Sé cómo va a terminar esto… pero se supone que íbamos a hablar. Se acerca a mí con su mirada sexy de depredadora.
—Quiero hacerlo, Brittany. Ahora. Y tú también. Por eso has venido.
—Quería saber la respuesta, de verdad —alego en mi defensa.
—Bueno, ahora que lo sabes, ¿te quedas o te vas?
Me ruborizo cuando se planta delante de mí.
—Me quedo —murmuro, mirándola nerviosa.
—Me alegro. —Me mira fijamente—. Con lo enfadada que estabas conmigo… —dice.
—Sí.
—No recuerdo que nadie se haya enfadado nunca conmigo, salvo mi familia. Me gusta.
Me acaricia la mejilla con las yemas de los dedos. Madre mía, esa proximidad, ese aroma a Santana. Se supone que íbamos a hablar, pero tengo el corazón desbocado y la sangre me corre como loca por todo el cuerpo; el deseo crece, se expande… por todo mi ser. Santana se inclina y me pasea la nariz por el hombro hasta la base de la oreja, hundiendo despacio los dedos en mi pelo.
—Deberíamos hablar —susurro.
—Luego.
—Quiero decirte tantas cosas.
—Yo también.
Me planta un suave beso debajo del lóbulo de la oreja mientras aprieta el puño enredado en mi pelo. Me echa la cabeza hacia atrás para tener acceso a mi cuello.
Me araña la barbilla con los dientes y me besa el cuello.
—Te deseo —dice.
Gimo, subo las manos y me aferro a sus brazos.
— ¿Estás con la regla?
Sigue besándome.
Maldita sea. ¿No se le escapa nada?
—Sí —susurro, cortada.
— ¿Tienes dolor menstrual?
—No.
Me sonrojo. Dios…
Para y me mira.
Qué vergüenza, por favor.
—Vamos a darnos un baño.
¿Eh?
Me coge de la mano y me lleva al dormitorio. Domina la estancia la cama inmensa y unas cortinas de lo más recargado. Pero no nos detenemos ahí. Me lleva al baño que tiene dos zonas, todo de color verde mar y crudo. Es enorme. En la segunda zona, una bañera encastrada lo bastante grande para cuatro personas, con escalones de piedra al interior, se está llenando de agua. El vapor se eleva suavemente por encima de la espuma y veo que hay un asiento de piedra por todo su perímetro. En los bordes titilan unas velas. Uau… ha hecho todo esto mientras hablaba por teléfono.
— ¿Llevas una goma para el pelo?
La miro extrañada, me busco en el bolsillo de los vaqueros y saco una.
—Recógetelo —me ordena con delicadeza.
Hago lo que me pide.
Hace un calor sofocante junto a la bañera y el blusón se me empieza a pegar. Se agacha y cierra el grifo. Me lleva a la primera zona del baño, se coloca detrás de mí y las dos nos miramos en el espejo mural que hay sobre los dos lavabos de vidrio.
—Quítate las sandalias —murmura, y yo la complazco enseguida y las dejo en el suelo de arenisca—. Levanta los brazos —me dice.
Obedezco y me saca el blusón por la cabeza de forma que me quedo desnuda de cintura para arriba ante ella. Sin quitarme los ojos de encima, alarga la mano por delante, me desabrocha el botón de los vaqueros y me baja la cremallera.
—Te lo voy a hacer en el baño, Brittany.
Se inclina y me besa el cuello. Ladeo la cabeza y le facilito el acceso. Engancha los pulgares en mis vaqueros y me los baja poco a poco, agachándose detrás de mí al tiempo que me los baja, junto con las bragas, hasta el suelo.
—Saca los pies de los vaqueros.
Agarrándome al borde del lavabo, hago lo que me dice. Ahora estoy desnuda, mirándome, y ella está arrodillada a mi espalda. Me besa y luego me mordisquea el trasero, haciéndome gemir. Se levanta y vuelve a mirarme fijamente en el espejo. Procuro estarme quieta, ignorando mi natural inclinación a taparme. Me planta las manos en el vientre.
—Mírate. Eres preciosa —murmura—. Siéntete. —Me coge ambas manos con las suyas, las palmas pegadas al dorso de las mías, los dedos trenzados con los míos para mantenerlos estirados. Me las posa en el vientre—. Siente lo suave que es tu piel —me dice en voz baja y grave. Me mueve las manos lentamente, en círculos, luego asciende hasta mis pechos—. Siente lo turgentes que son tus pechos.
Me pone las manos de forma que me coja los pechos. Me acaricia suavemente los pezones con los pulgares, una y otra vez.
Gimo con la boca entreabierta y arqueo la espalda de forma que los pechos me llenan las manos. Me pellizca los pezones con sus pulgares y los míos, tirando con delicadeza, para que se alarguen más. Observo fascinada a la criatura lasciva que se retuerce delante de mí. Oh, qué sensación tan deliciosa… Gruño y cierro los ojos, porque no quiero seguir viendo cómo se excita esa mujer libidinosa del espejo con sus propias manos, con las manos de ella, acariciándome como lo haría ella, sintiendo lo excitante que es. Solo siento sus manos y sus órdenes suaves y serenas.
—Muy bien, bella —murmura.
Me lleva las manos por los costados, desde la cintura hasta las caderas, por el vello púbico. Desliza una pierna entre las mías, separándome los pies, abriéndome, y me pasa mis manos por mi sexo, primero una mano y luego la otra, marcando un ritmo. Es tan erótico… Soy una auténtica marioneta y ella es la maestra titiritera.
—Mira cómo resplandeces, Brittany —me susurra mientras me riega de besos y mordisquitos el hombro.
Gimo. De pronto me suelta.
—Sigue tú —me ordena, y se aparta para observarme.
Me acaricio. No… Quiero que lo haga ella. No es lo mismo. Estoy perdida sin ella. Se saca la camisa por la cabeza, el sujetador y se quita rápidamente los vaqueros con las bragas, esta desnuda y noto un cordón blanco que sale de su sexo ella también tiene la regla.
— ¿Prefieres que lo haga yo?
Sus ojos marrones abrasan los míos en el espejo.
—Sí, por favor —digo.
Vuelve a rodearme con los brazos, me coge las manos otra vez y continúa acariciándome el sexo, el clítoris. Los pezones erectos presiona contra mi espalda. Hazlo ya, por favor. Me mordisquea la nuca y cierro los ojos, disfrutando de las múltiples sensaciones: el cuello, la entrepierna, su cuerpo pegado a mí.
Para de pronto y me da la vuelta, me apresa con una mano ambas muñecas a la espalda y me tira de la coleta con la otra. Me acaloro al contacto con su cuerpo; ella me besa apasionadamente, devorando mi boca con la suya, inmovilizándome.
Su respiración es entrecortada, como la mía.
— ¿Cuándo te ha venido la regla, Brittany? —me pregunta de repente, mirándome.
—Eh… ayer —mascullo, excitadísima.
—Bien, a mi también.
Me suelta y me da la vuelta.
—Agárrate al lavabo —me ordena y vuelve a echarme hacia atrás las caderas, como hizo en el cuarto de juegos, de forma que estoy doblada.
Me pasa la mano entre las piernas y tira del cordón azul. ¿Qué? Me quita el tampón con cuidado y lo tira al váter, que tiene cerca. Dios mío. La madre del… Y de golpe me penetra con dos dedos… ¡ah! moviéndose despacio al principio, suavemente, probándome, empujando… madre mía. Me agarro con fuerza al lavabo, jadeando, pegándome a ella, sintiéndola dentro de mí. Oh, esa dulce agonía… su clítoris roza en mi trasero noto lo excitada que esta. Imprime un ritmo castigador, dentro, fuera, luego me pasa la otra mano por delante, al clítoris, y me lo masajea… oh, Dios. Noto que me acelero.
—Muy bien, bella —dice con voz ronca mientras empuja sus dedos con vehemencia, y eso basta para catapultarme a lo más alto.
Uau… y me corro escandalosamente, aferrada al lavabo mientras me dejo arrastrar por el orgasmo, y todo se revuelve y se tensa a la vez. Ella me sigue, agarrándome con fuerza, pegándose a mi cuerpo cuando llega al clímax, pronunciando mi nombre como si fuera un ensalmo o una invocación.
— ¡Oh, Britt! —me jadea al oído, su respiración entrecortada en perfecta sinergia con la mía—. Oh, bella, ¿alguna vez me saciaré de ti? —susurra.
Saca sus dedos de mi sexo, se lava las manos con una sonrisa de satisfacción y y tira del cordón blanco que sale de su sexo se quita el tampón con cuidado y lo tira al váter, donde lanzo el mío.
Nos dejamos caer despacio al suelo y ella me envuelve con sus brazos, apresándome. ¿Será siempre así? Tan incontenible, devoradora, desconcertante, seductora.
Yo quería hablar, pero hacer el amor con ella me agota y me aturde, y también yo me pregunto si algún día llegaré a saciarme de ella.
Me acurruco en su regazo, con la cabeza pegada a sus pechos, mientras nos serenamos. Con disimulo, inhalo su aroma a Santana, dulce y embriagadora. No debo acariciarla. No debo acariciarla. Repito mentalmente el mantra, aunque me siento tentada de hacerlo. Quiero alzar la mano y trazar figuras en sus pezones con las yemas de los dedos, chuparlos, morderlos, pellizcarlos, pero me contengo, porque sé que le fastidiaría que lo hiciera. Guardamos silencio las dos, absortas en nuestros pensamientos. Yo estoy absorta en ella, entregada a ella.
De repente, me acuerdo de que tengo la regla.
—Estoy manchando —murmuro.
— Yo también estoy manchando pero a mí no me molesta—me dice.
—Ya lo he notado —digo sin poder controlar el tono seco de mi voz.
Se tensa.
— ¿Te molesta a ti? —me pregunta en voz baja.
¿Que si me molesta? Quizá debería… ¿o no? No, no me molesta. Me echo hacia atrás y levanto la vista, y ella me mira desde arriba, con esos ojos marrones algo nebulosos.
—No, en absoluto.
Sonríe satisfecha.
—Bien. Vamos a darnos un baño.
Me libera y me deja en el suelo a fin de ponerse de pie. Mientras se mueve a mi lado, vuelvo a reparar en esas pequeñas cicatrices redondas y blancas de sus pechos. No son de varicela, me digo distraída. Grace dijo que a ella casi no le había afectado. Por Dios… tienen que ser quemaduras. ¿Quemaduras de qué?
Palidezco al caer en la cuenta, presa de la conmoción y la repugnancia que me produce. A lo mejor existe una explicación razonable y yo estoy exagerando. Brota feroz en mi pecho una esperanza: la esperanza de estar equivocada.
— ¿Qué pasa? —me pregunta Santana alarmada.
—Tus cicatrices —le susurro—. No son de varicela.
La veo cerrarse como una ostra en milésimas de segundo; su actitud, antes relajada, serena y tranquila, se vuelve defensiva, furiosa incluso. Frunce el ceño, su rostro se oscurece y su boca se convierte en una fina línea prieta.
—No, no lo son —espeta, pero no me da más explicaciones.
Se pone en pie, me tiende la mano y me ayuda a levantarme.
—No me mires así —me dice con frialdad, como reprendiéndome, y me suelta la mano.
Me sonrojo, arrepentida, y me miro los dedos, y entonces sé, tengo claro, que alguien le apagaba cigarrillos sobre la piel. Siento náuseas.
— ¿Te lo hizo ella? —susurro sin apenas darme cuenta.
No dice nada, así que me obligo a mirarla. Ella me clava los ojos, furibunda.
— ¿Ella? ¿La señora Robinson? No es una salvaje, Brittany. Claro que no fue ella. No entiendo por qué te empeñas en demonizarla.
Ahí la tengo, desnudo, espléndidamente desnuda, manchado de mi sangre y de la suya… y por fin vamos a tener esa conversación. Yo también estoy desnuda, ninguno de las dos tiene donde esconderse, salvo quizá en la bañera. Respiro hondo, paso por delante de ella y me meto en el agua. La encuentro deliciosamente templada, relajante y profunda. Me disuelvo en la espuma fragante y la miro, oculta entre las pompas.
—Solo me pregunto cómo serías si no la hubieras conocido, si ella no te hubiera introducido en ese… estilo de vida.
Suspira y se mete en la bañera, enfrente de mí, con la mandíbula apretada por la tensión, los ojos vidriosos. Cuando sumerge con elegancia su cuerpo en el agua, procura no rozarme siquiera. Dios… ¿tanto la he enojado?
Me mira impasible, con expresión insondable, sin decir nada. De nuevo se hace el silencio entre nosotras, pero yo no voy a romperlo. Te toca ti, López… esta vez no voy a ceder. Mi subconsciente está nerviosa, se muerde las uñas con desesperación. A ver quién puede más. Santana y yo nos miramos; no pienso claudicar. Al final, tras lo que parece una eternidad, mueve la cabeza y sonríe.
—De no haber sido por la señora Robinson, probablemente habría seguido los pasos de mi madre biológica.
¡Uf…! La miro extrañada. ¿En la adicción al crack o en la prostitución? ¿En ambas, quizá?
—Ella me quería de una forma que yo encontraba… aceptable —añade encogiéndose de hombros.
¿Qué coño significa eso?
— ¿Aceptable? —susurro.
—Sí. —Me mira fijamente—. Me apartó del camino de autodestrucción que yo había empezado a seguir sin darme cuenta. Resulta muy difícil crecer en una familia perfecta cuando tú no eres perfecta.
Oh, no. Se me seca la boca mientras digiero esas palabras. Me mira con una expresión indescifrable. No me va a contar más. Qué frustrante. Mi mente no para de dar vueltas… laveo tan llena de desprecio por sí misma. Y la señora Robinson la quería. Maldita sea… ¿la seguirá queriendo? Me siento como si me hubieran dado una patada en el estómago.
— ¿Aún te quiere?
—No lo creo, no de ese modo. —Frunce el ceño como si nunca se le hubiera ocurrido—. Ya te digo que fue hace mucho. Es algo del pasado. No podría cambiarlo aunque quisiera, que no quiero. Ella me salvó de mí misma. —Está exasperada y se pasa una mano mojada por el pelo largo—. Nunca he hablado de esto con nadie. —Hace una pausa—. Salvo con el doctor Flynn, claro. Y la única razón por la que te lo cuento a ti ahora es que quiero que confíes en mí.
—Yo ya confío en ti, pero quiero conocerte mejor, y siempre que intento hablar contigo, me distraes. Hay muchísimas cosas que quiero saber.
—Oh, por el amor de Dios, Brittany. ¿Qué quieres saber? ¿Qué tengo que hacer?
Le arden los ojos y, aunque no alza la voz, sé que está haciendo un esfuerzo por controlar su genio.
Me miro las manos, perfectamente visibles debajo del agua ahora que la espuma ha empezado a dispersarse.
—Solo pretendo entenderlo; eres todo un enigma. No te pareces a nadie que haya conocido. Me alegro de que me cuentes lo que quiero saber.
Uf… quizá sean los Cosmopolitan que me envalentonan, pero de repente no soporto la distancia que nos separa. Me muevo por el agua hasta su lado y me pego a ella, de forma que estamos piel con piel. Se tensa y me mira con recelo, como si fuera a morderle. Vaya, qué cambio tan inesperado… La diosa que llevo dentro la escudriña en silencio, asombrada.
—No te enfades conmigo, anda —le susurro.
—No estoy enfadada contigo, Brittany. Es que no estoy acostumbrada a este tipo de conversación, a este interrogatorio. Esto solo lo hago con el doctor Flynn y con…
Se calla y frunce el ceño.
—Con ella. Con la señora Robinson. ¿Hablas con ella? —inquiero, procurando controlar mi genio yo también.
—Sí, hablo con ella.
— ¿De qué?
Se recoloca para poder mirarme, haciendo que el agua se derrame por los bordes hasta el suelo. Me pasa el brazo por los hombros y lo apoya en el borde de la bañera.
—Eres insistente, ¿eh? —murmura algo irritada—. De la vida, del universo… de negocios. La señora Robinson y yo hace tiempo que nos conocemos, Brittany.
Hablamos de todo.
— ¿De mí? —susurro.
—Sí.
Sus ojos marrones me observan con atención.
Me muerdo el labio inferior en un intento de contener el súbito ataque de rabia que se apodera de mí.
— ¿Por qué habláis de mí?
Me esfuerzo por no sonar consternada ni malhumorada, pero no lo consigo. Sé que debería parar. La estoy presionando demasiado. Mi subconsciente está poniendo otra vez la cara de El grito de Munch.
—Nunca he conocido a nadie como tú, Brittany.
— ¿Qué quieres decir? ¿Te refieres a que nunca has conocido a nadie que no firmara automáticamente todo tu papeleo sin preguntar primero?
Menea la cabeza.
—Necesito consejo.
— ¿Y te lo da doña Pedófila? —espeto.
El control de mi genio es menos fuerte de lo que pensaba.
—Brittany… basta ya —me suelta muy seria, frunciendo los ojos.
Piso terreno cenagoso; me estoy metiendo en la boca del lobo.
—O te voy a tener que tumbar en mis rodillas. No tengo ningún interés romántico o sexual en ella. Ninguno. Es una amiga querida y apreciada, y socia mía. Nada más. Tenemos un pasado en común, hubo algo entre nosotras que a mí me benefició muchísimo, aunque a ella le destrozara el matrimonio, pero esa parte de nuestra relación ya terminó.
Dios, otra cosa que no entiendo. Ella encima estaba casada. ¿Cómo pudieron mantener lo suyo tanto tiempo?
— ¿Y tus padres nunca se enteraron?
—No —gruñe—. Ya te lo he dicho.
Y sé que he llegado al límite. No puedo preguntarle nada más de ella porque va a perder los nervios conmigo.
— ¿Has terminado? —espeta.
—De momento.
Respira hondo y se relaja visiblemente delante de mí, como si se hubiera quitado un gran peso de encima.
—Vale, ahora me toca a mí —murmura, y su mirada feroz se vuelve gélida, especulativa—. No has contestado a mi e-mail.
Me ruborizo. Ay, odio cuando el foco se dirige contra mí, y tengo la sensación de que se va a enfadar cada vez que hablemos de algo. Meneo la cabeza. Igual es así como la hacen sentirse mis preguntas; no está acostumbrada a que la desafíen. La idea resulta reveladora, perturbadora e inquietante.
—Iba a contestar. Pero has venido.
— ¿Habrías preferido que no viniera? —dice, de nuevo impasible.
—No, me encanta que hayas venido —murmuro.
—Bien. —Me dedica una sincera sonrisa de alivio—. A mí me encanta haber venido, a pesar de tu interrogatorio. Aunque acepte que me acribilles a preguntas, no creas que disfrutas de algún tipo de inmunidad diplomática solo porque haya venido hasta aquí para verte. Para nada, señorita Pierce. Quiero saber lo que sientes.
Oh, no…
—Ya te lo he dicho. Me gusta que estés conmigo. Gracias por venir hasta aquí —digo, poco convincente.
—Ha sido un placer.
Le brillan los ojos cuando se inclina y me besa suavemente. Noto que reacciono enseguida. El agua aún está tibia y en el baño sigue habiendo vapor. Para, se aparta y me mira.
—No. Me parece que necesito algunas respuestas antes de que hagamos más.
¿Más? Ya estamos otra vez con la palabrita. Y quiere respuestas… ¿a qué? Yo no tengo un pasado plagado de secretos, ni una infancia terrible. ¿Qué podría querer saber de mí que no sepa ya?
Suspiro, resignada.
— ¿Qué quieres saber?
—Bueno, para empezar, qué piensas de nuestro contrato.
La miro extrañada. Hora de decir verdades. Mi subconsciente y la diosa que llevo dentro se miran nerviosas. Venga, vamos a decir la verdad.
—No creo que pueda firmar por un periodo mayor de tiempo. Un fin de semana entero siendo alguien que no soy.
Me ruborizo y me miro las manos.
Me levanta la barbilla y veo que me sonríe, divertida.
—No, yo tampoco creo que pudieras.
En cierta medida, me siento ofendida y desafiada.
— ¿Te estás riendo de mí?
—Sí, pero sin mala intención —dice, sonriendo apenas.
Se inclina y me besa suave, brevemente.
—No eres muy buena sumisa —susurra sosteniéndome la barbilla, con un brillo jocoso en los ojos.
Me le quedo mirando, asombrada, y empiezo a reír… y ella ríe también.
—A lo mejor no tengo una buena maestra.
Suelta un bufido.
—A lo mejor. Igual debería ser más estricta contigo.
Ladea la cabeza y me sonríe.
Trago saliva. Dios, no. Pero, al mismo tiempo, los músculos del vientre se me contraen de forma deliciosa. Esa es su forma de demostrarme que le importo.
Quizá, comprendo de pronto, su única forma de demostrar que le importo. Ella me mira fijamente, estudiando mi reacción.
— ¿Tan mal lo pasaste cuando te di los primeros azotes?
La miro extrañada. ¿Lo pasé mal? Recuerdo que mi reacción me confundió. Me dolió, pero, pensándolo bien, no fue para tanto. Ella no paraba de decirme que estaba todo en mi cabeza. Y la segunda vez… Uf, esa estuvo bien… fue muy excitante.
—No, la verdad es que no —susurro.
— ¿Es más por lo que implica? —inquiere.
—Supongo. Lo de sentir placer cuando uno no debería.
—Recuerdo que a mí me pasaba lo mismo. Lleva un tiempo procesarlo.
Dios mío. Eso fue cuando ella era un adolecente.
—Siempre puedes usar las palabras de seguridad, Brittany. No lo olvides. Y si sigues las normas, que satisfacen mi íntima necesidad de controlarte y protegerte, quizá logremos avanzar.
— ¿Por qué necesitas controlarme?
—Porque satisface una necesidad íntima mía que no fue satisfecha en mis años de formación.
—Entonces, ¿es una especie de terapia?
—No me lo había planteado así, pero sí, supongo que sí.
Eso sí puedo entenderlo. Me será de ayuda.
—Pero el caso es que en un momento me dices «No me desafíes», y al siguiente me dices que te gusta que te desafíe. Resulta difícil traspasar con éxito esa línea tan fina.
Me mira un instante, luego frunce el ceño.
—Lo entiendo. Pero, hasta la fecha, lo has hecho estupendamente.
—Pero ¿a qué coste personal? Estoy hecha un auténtico lío, me veo atada de pies y manos.
—Me gusta eso de atarte de pies y manos.
Sonríe maliciosamente.
— ¡No lo decía en sentido literal!
Y le salpico agua, exasperada.
Me mira, arqueando una ceja.
— ¿Me has salpicado?
—Sí.
Oh, no… esa mirada.
—Ay, señorita Pierce. —Me agarra y me sube a su regazo, derramando agua por todo el suelo—. Creo que ya hemos hablado bastante por hoy.
Me planta una mano a cada lado de la cabeza y me besa. Apasionadamente. Se apodera de mi boca. Girándome la cabeza, controlándome. Gimo en sus labios.
Esto es lo que le gusta. Lo que se le da bien. Me enciendo por dentro y hundo los dedos en su pelo, amarrándola a mí, y le devuelvo el beso y le digo que yo también la deseo de la única forma que sé. Gruñe, me coge y me sube a horcajadas, arrodillada sobre ella. Se echa hacia atrás y me mira, con los ojos entrecerrados, brillantes y lascivos. Bajo las manos para agarrarme al borde de la bañera, pero ella me coge por las muñecas y me las sujeta a la espalda con una sola mano.
—Te los voy a meter —me susurra mostrando su dedo índice y medio—. ¿Lista?
—Sí —le susurro y me penetra con sus dos dedos, despacio, deliciosamente despacio… entrando hasta el fondo… observándome mientras me toma.
Gruño, cerrando los ojos, y saboreo la sensación, la absoluta penetración. Ella mueve las caderas y yo gimo, inclinándome hacia delante y descansando la frente en
la suya.
—Suéltame las manos, por favor —le susurro.
—No me toques —me suplica y, soltándome las manos, me agarra con la mano derecha las caderas, mientras la izquierda me destroza por dentro.
Me aferro al borde de la bañera, con la mano derecha introduzco dos de mis dedos dentro de ella despacio, y voy abriendo los ojos para verla. Me observa, con la boca entreabierta, la respiración entrecortada, contenida, la lengua entre los dientes. Resulta tan… excitante. Estamos mojadas y resbaladizas, frotándonos la una contra la otra. Me inclino y la beso. Ella cierra los ojos. Tímidamente, subo la mano derecha a su cabeza y le acaricio el pelo, sin apartar mi boca de la suya, mientras la sigo penetrando con mis dedos. Eso sí está permitido. Le gusta. Y a mí también. Nos movemos al unísono. Tirándola del pelo, le echo la cabeza hacia atrás y la beso más apasionadamente, fallándola, cada vez más rápido, siguiendo su ritmo. Gimo en su boca. Ella empieza a penetrarme más y más deprisa, agarrándome por las caderas con su mano libre. Me devuelve el beso. Somos todo bocas y lenguas húmedas, pelos revueltos y balanceo de caderas. Toda sensación… devorando todo una vez más. Estoy a punto… Empiezo a reconocer esa deliciosa contracción… acelerándose. Y el agua gira a nuestro alrededor, formando nuestro propio remolino, un torbellino de emoción, a medida que nuestros movimientos se vuelven más frenéticos… salpicando agua por todas partes, reflejando lo que sucede en mi interior… pero me da igual.
Amo a esta mujer. Amo su pasión, el efecto que tengo en ella. Adoro que haya volado hasta aquí para verme. Adoro que se preocupe por mí… que le importe.
Es algo tan inesperado, tan satisfactorio. Ella es mía y yo soy suya.
—Eso es, bella —jadea.
Y me corro; el orgasmo me arrasa, un clímax turbulento y apasionado que me devora entera, pero sigo penetrándola duro y rápido. De pronto, me estrecha contra su cuerpo, enrosca los brazos a mi cintura y se corre ella también.
— ¡Britt, bella! —grita, y la suya es una invocación feroz, que me llega a lo más hondo del alma.
Estamos tumbadas, mirándonos, de ojos marrones a azules, cara a cara, en la inmensa cama, las dos abrazados a nuestras almohadas. Desnudas. Sin tocarnos. Solo mirándonos y admirándonos, tapadas con la sábana.
— ¿Quieres dormir? —pregunta Santana con voz tierna y llena de preocupación.
—No. No estoy cansada.
Me siento extrañamente revigorizada. Me ha venido tan bien hablar que no quiero parar.
— ¿Qué quieres hacer? —pregunta.
—Hablar.
Sonríe.
— ¿De qué?
—De cosas.
— ¿De qué cosas?
—De ti.
—De mí ¿qué?
— ¿Cuál es tu película favorita?
Sonríe.
—Actualmente, El piano.
Su sonrisa es contagiosa.
—Por supuesto. Qué boba soy. ¿Por esa banda sonora triste y emotiva que sin duda sabes interpretar? Cuántos logros, señora López.
—Y el mayor eres tú, señorita Pierce.
—Entonces soy la número diecisiete.
Me mira ceñuda, sin comprender.
— ¿Diecisiete?
—El número de mujeres con las que… has tenido sexo.
Esboza una sonrisa y los ojos le brillan de incredulidad.
—No exactamente.
—Tú me dijiste que habían sido quince.
Mi confusión es obvia.
—Me refería al número de mujeres que habían estado en mi cuarto de juegos. Pensé que era eso lo que querías saber. No me preguntaste con cuántas mujeres había tenido sexo.
—Ah. —Madre mía. Hay más… ¿Cuántas? La miro intrigada—. ¿Vainilla?
—No. Tú eres mi única relación vainilla —dice negando con la cabeza y sin dejar de sonreírme.
¿Por qué lo encuentra tan divertido? ¿Y por qué le sonrío yo también como una idiota?
—No puedo darte una cifra. No he ido haciendo muescas en el poste de la cama ni nada parecido.
— ¿De cuántas hablamos: decenas, cientos… miles?
Voy abriendo los ojos a medida que la cifra aumenta.
—Decenas. Nos quedamos en las decenas, por desgracia.
— ¿Todas sumisas?
—Sí.
—Deja de sonreírme —finjo reprenderla, tratando en vano de mantenerme seria.
—No puedo. Eres divertida.
— ¿Divertida por peculiar o por graciosa?
—Un poco de ambas, creo —contesta, como le contesté yo a ella.
—Eso es bastante insolente, viniendo de ti.
Se acerca y me besa la punta de la nariz.
—Esto te va a sorprender, Brittany. ¿Preparada?
Asiento, con los ojos como platos y sin poder quitarme la sonrisa bobalicona de la cara.
—Todas eran sumisas en prácticas, cuando yo estaba haciendo mis prácticas. Hay sitios en Seattle y alrededores a los que se puede ir a practicar. A aprender a hacer lo que yo hago —dice.
¿Qué?
—Ah.
La miro extrañada.
—Pues sí, yo he pagado por sexo, Brittany.
—Eso no es algo de lo que estar orgullosa —murmuro con cierta arrogancia—. Y tienes razón, me has dejado pasmada. Y enfadada por no poder dejarte pasmada yo.
—Te pusiste mis bragas.
— ¿Eso te sorprendió?
—Sí.
La diosa que llevo dentro hace un salto con pértiga de cinco metros.
—Y fuiste sin bragas a conocer a mis padres.
— ¿Eso te sorprendió?
—Sí.
Uf, acaba de batir la marca de los cinco metros.
—Parece que solo puedo sorprenderte en el ámbito de la ropa interior.
—Me dijiste que eras virgen. Esa es la mayor sorpresa que me han dado nunca.
—Sí, tu cara era un poema. De foto —digo riendo como una boba.
—Me dejaste que te excitara con una fusta y te penetrara con un arnés.
— ¿Eso te sorprendió?
—Pues sí.
—Bueno, igual te dejo que lo vuelvas a hacer.
—Huy, eso espero, señorita Pierce. ¿Este fin de semana?
—Vale —accedo tímidamente.
— ¿Vale?
—Sí. Volveré al cuarto rojo del dolor.
—Me llamas por mi nombre.
— ¿Eso te sorprende?
—Me sorprende lo mucho que me gusta.
—Santana.
Sonríe.
—Mañana quiero hacer una cosa —dice con los ojos brillantes de emoción.
— ¿El qué?
—Una sorpresa. Para ti —añade en voz baja y suave.
Arqueo una ceja y contengo un bostezo, todo a la vez.
— ¿La aburro, señorita Pierce? —me pregunta.
—Nunca.
Se acerca y me besa suavemente los labios.
—Duerme —me ordena, y luego apaga la luz.
Y en ese momento tranquilo en que cierro los ojos, agotada y satisfecha, pienso que estoy en el ojo del huracán. Y, pese a todo lo que me ha dicho, y lo que no me ha dicho, dudo que alguna vez haya sido tan feliz.
Parte I - Capítulo 23
Miro nerviosa por todo el bar, pero no la veo.
—Britt, ¿qué pasa? Parece que has visto un fantasma.
—Es Santana; está aquí.
— ¿Qué? ¿En serio?
Mira también por todo el bar.
No le he hablado a mi madre de la tendencia al acoso de Santana.
La veo. El corazón me da un brinco y empieza a agitarse violentamente en mi pecho cuando se acerca a nosotras. Ha venido… por mí. La diosa que llevo dentro se levanta como loca de su chaise longue. Santana se desliza entre la multitud; los halógenos empotrados reflejan en su pelo destellos brillantes.
En sus luminosos ojos marrones veo brillar… ¿rabia? ¿Tensión? Aprieta la boca, la mandíbula tensa. Oh, mierda… no. Ahora mismo estoy tan furiosa con ella, y encima está aquí. ¿Cómo me voy a enfadar con ella delante de mi madre?
Llega a nuestra mesa, mirándome con recelo. Viste, como de costumbre, camisa de seda blanca y vaqueros ceñidos.
—Hola —chillo, incapaz de ocultar mi asombro por verla aquí en carne y hueso.
—Hola —responde, e inclinándose me besa en la mejilla, pillándome por sorpresa.
—Santana, esta es mi madre, Carla.
Mis arraigados modales toman el mando.
Se gira para saludar a mi madre.
—Encantada de conocerla, señora Adams.
¿Cómo sabe el apellido de mi madre? Le dedica esa sonrisa de infarto, cosecha Santana López, destinada a la rendición total sin rehenes. Mi madre no tiene escapatoria. La mandíbula se le descuelga hasta la mesa. Por Dios, controla un poco, mamá. Ella acepta la mano que le tiende y se la estrecha. No le contesta.
Vaya, lo de quedarse mudo de asombro es genético; no tenía ni idea.
—Santana —consigue decir por fin, sin aliento.
Ella le dedica una sonrisa de complicidad, sus ojos marrones marrones centelleantes. Los miro con el gesto fruncido.
— ¿Qué haces aquí?
La pregunta suena más frágil de lo que pretendía, y su sonrisa desaparece, y su expresión se vuelve cautelosa. Estoy emocionada de verla, pero completamente descolocada, y la rabia por lo de la señora Robinson aún me hierve en las venas. No sé si quiero ponerme a gritarle o arrojarme a sus brazos (aunque no creo que le gustara ninguna de las dos opciones), y quiero saber cuánto tiempo lleva vigilándonos. Además, estoy algo nerviosa por el e-mail que acabo de enviarle.
—He venido a verte, claro. —Me mira impasible. Huy, ¿qué estará pensando?—. Me alojo en este hotel.
— ¿Te alojas aquí?
Sueno como una universitaria de segundo año colocada de anfetas, demasiado estridente hasta para mis oídos.
—Bueno, ayer me dijiste que ojalá estuviera aquí. —Hace una pausa para evaluar mi reacción—. Nos proponemos complacer, señorita Pierce —dice en voz baja sin rastro alguno de humor.
Mierda, ¿está furiosa? ¿Será por los comentarios sobre la señora Robinson? ¿O tal vez porque estoy a punto de tomarme el cuarto Cosmo? Mi madre nos mira nerviosa.
— ¿Por qué no te tomas una copa con nosotras, Santana?
Le hace una seña al camarero, que se planta a nuestro lado en un nanosegundo.
—Tomaré un gin-tonic —dice Santana—. Hendricks si tienen, o Bombay Sapphire. Pepino con el Hendricks, lima con el Bombay.
Madre mía… Solo Santana podría pedir una copa como si fuera un plato elaborado.
—Y otros dos Cosmos, por favor —añado, mirando nerviosa a Santana.
He salido de copas con mi madre; no se puede enfadar por eso.
—Acércate una silla, Santana.
—Gracias, señora Adams.
Santana coge una silla y se sienta con elegancia a mi lado.
— ¿Así que casualmente te alojas en el hotel donde estamos tomando unas copas? —digo, esforzándome por sonar desenfadada.
—O casualmente estáis tomando unas copas en el hotel donde yo me alojo —me contesta ella—. Acabo de cenar, he venido aquí y te he visto. Andaba distraída pensando en tu último correo, levanto la vista y ahí estabas. Menuda coincidencia, ¿verdad?
Ladea la cabeza y detecto un amago de sonrisa. Gracias a Dios… puede que al final hasta salvemos la noche.
—Mi madre y yo hemos ido de compras esta mañana y a la playa por la tarde. Luego hemos decidido salir de copas esta noche —murmuro, porque tengo la sensación de que le debo una explicación.
— ¿Ese top es nuevo? —Señala mi blusón de seda verde recién estrenado—. Te sienta bien ese color. Y te ha dado un poco el sol. Estás preciosa.
Me ruborizo. El cumplido me deja sin habla.
—Bueno, pensaba hacerte una visita mañana, pero mira por dónde…
Alarga el brazo y me coge la mano, me la aprieta con suavidad, me acaricia los nudillos con el pulgar… y siento de nuevo el tirón. Esa descarga eléctrica que corre bajo mi piel bajo la suave presión de su pulgar se dispara a mi torrente sanguíneo y me recorre el cuerpo entero, calentándolo todo a su paso. Hacía más de dos días que no la veía. Madre mía… cómo la deseo. Se me entrecorta la respiración. La miro pestañeando, sonrío tímidamente, y veo dibujarse una sonrisa en sus labios.
—Quería darte una sorpresa. Pero, como siempre, me la has dado tú a mí, Brittany, cuando te he visto aquí.
Miro de reojo a mi madre, que tiene los ojos clavados en Santana… ¡sí, clavados! Vale ya, mamá. Ni que fuera una criatura exótica nunca vista. A ver, ya séque hasta ahora no había tenido novio o novia y que a Santana solo la llamo así por llamarla de alguna manera, pero ¿tan increíble es que yo haya podido atraer a una mujer? ¿A esta mujer? Pues sí, francamente… tú mírala bien, me suelta mi subconsciente. ¡Oh, cállate! ¿Quién te ha dado vela en este entierro? Miro ceñuda a mi madre, pero ella no parece darse por enterada.
—No quiero robarte tiempo con tu madre. Me tomaré una copa y me retiraré. Tengo trabajo pendiente —declara muy seria.
—Santana, me alegro mucho de conocerte —interviene mi madre, recuperando al fin el habla—. Britt me ha hablado muy bien de ti.
Ella le sonríe.
— ¿En serio?
Santana arquea una ceja, con una expresión risueña en el rostro, y yo vuelvo a ruborizarme.
Llega el camarero con nuestras copas.
—Hendricks, señora —declara con una floritura triunfante.
—Gracias —murmura Santana en reconocimiento.
Sorbo nerviosa mi nuevo Cosmo.
— ¿Cuánto tiempo vas a estar en Georgia, Santana? —pregunta mamá.
—Hasta el viernes, señora Adams.
— ¿Cenarás con nosotros mañana? Y, por favor, llámame Carla.
—Me encantaría, Carla.
—Estupendo. Si me disculpáis un momento, tengo que ir al lavabo.
Pero si acabas de ir, mamá. La miro desesperada cuando se levanta y se marcha, dejándonos solas.
—Así que te has enfadado conmigo por cenar con una vieja amiga.
Santana vuelve su mirada ardiente y recelosa hacia mí y, llevándose mi mano a los labios, me besa suavemente los nudillos uno por uno.
Dios… ¿tiene que hacer esto ahora?
—Sí —mascullo mientras la sangre me recorre ardiente el cuerpo entero.
—Nuestra relación sexual terminó hace tiempo, Brittany —me susurra—. Yo solo te deseo a ti. ¿Aún no te has dado cuenta?
La miro extrañada.
—Para mí es una pederasta, Santana.
Contengo el aliento a la espera de su reacción.
Santana palidece.
—Eso es muy crítico por tu parte. No fue así —susurra conmocionada, soltándome la mano.
¿Crítico?
—Ah, ¿cómo fue entonces? —pregunto.
Los Cosmos me envalentonan.
Me mira ceñuda, desconcertada. Prosigo:
—Se aprovechó de una chica vulnerable de quince años. Si hubieras sido una chiquilla de quince años y la señora Robinson un señor Robinson que la hubiera arrastrado al sadomasoquismo, ¿te parecería bien? ¿Si hubiera sido Rachel, por ejemplo?
Da un respingo y me mira ceñuda.
—Britt, no fue así.
Le lanzo una mirada feroz.
—Vale, yo no lo sentí así —prosigue en voz baja—. Ella fue una fuerza positiva. Lo que necesitaba.
—No lo entiendo.
Ahora me toca a mí mostrarme desconcertada.
—Brittany, tu madre no tardará en volver. No me apetece hablar de esto ahora. Más adelante, quizá. Si no quieres que esté aquí, tengo un avión esperándome en Hilton Head. Me puedo ir.
Se ha enfadado conmigo… no.
—No, no te vayas. Por favor. Me encanta que hayas venido. Solo quiero que entiendas que me enfurece que, en cuanto me voy, quedes con ella para cenar.
Piensa en cómo te pones tú cuando me acerco a Noah. Noah es un buen amigo. Nunca he tenido una relación sexual con ella. Mientras que tú y ella…
Me interrumpo, no queriendo concederle más espacio a ese pensamiento.
— ¿Estás celosa?
Me mira atónita, y sus ojos se ablandan un poco, se enternecen.
—Sí, y furiosa por lo que te hizo.
—Brittany, ella me ayudó. Y eso es todo lo que voy a decir al respecto. En cuanto a tus celos, ponte en mi lugar. No he tenido que justificar mis actos delante de nadie en los últimos siete años. De nadie en absoluto. Hago lo que me place, Brittany. Me gusta mi independencia. No he ido a ver a la señora Robinson para fastidiarte. He ido porque, de vez en cuando, salimos a cenar. Es amiga y socia.
¿Socia? Dios mío. Esto es nuevo.
Me mira y analiza mi expresión.
—Sí, somos socias. Ya no hay sexo entre nosotras. Desde hace años.
— ¿Por qué terminó vuestra relación?
Frunce la boca y le brillan los ojos.
—Su marido se enteró.
¡Madre mía!
— ¿Te importa que hablemos de esto en otro momento, en un sitio más discreto? —gruñe.
—Dudo que consigas convencerme de que no es una especie de pedófila.
—Yo no la veo así. Nunca lo he hecho. ¡Y basta ya! —espeta.
— ¿La querías?
— ¿Cómo van?
Mi madre reaparece sin que ninguno de las dos nos hayamos percatado.
Me planto una falsa sonrisa en los labios mientras Santana y yo nos enderezamos precipitadamente en el asiento, como si estuviéramos haciendo algo malo. Mi madre me mira.
—Bien, mamá.
Santana sorbe su copa, observándome detenidamente con expresión cautelosa. ¿Qué estará pensando? ¿La quiso? Me parece que, como diga que sí, me voy a enfadar, y mucho.
—Bueno, señoras, os dejo disfrutar de vuestra velada.
No, no, no me puede dejar así, con la duda.
—Por favor, que carguen estas copas en mi cuenta, habitación 612. Te llamo por la mañana, Brittany. Hasta mañana, Carla.
—Oh, me encanta que alguien te llame por tu nombre completo, hija.
—Un nombre precioso para una chica preciosa —murmura Santana, estrechando la mano que mi madre le tiende, y ella sonríe con afectación.
Ay, mamá… ¿tú también, traidora? Me levanto y la miro, implorándole que responda a mi pregunta, y ella me da un casto beso en la mejilla.
—Hasta luego, nena —me susurra al oído.
Y se va.
Maldita gilipolla controladora. La rabia retorna con plena fuerza. Me dejo caer en la silla y me vuelvo hacia mi madre.
—Vaya, me has dejado anonadada, Britt. Menuda mujer. Eso sí, no sé qué os traéis entre manos. Me parece que tenéis que hablar. Uf, la tensión subyacente… es insoportable.
Se abanica exageradamente.
— ¡MAMÁ!
—Ve a hablar con ella.
—No puedo. He venido aquí a verte a ti.
—Britt, has venido aquí porque estás hecha un lío con esa chica. Es evidente que están locas la una por la otra. Tienes que hablar con ella. Ha volado cinco mil kilómetros para verte, por el amor de Dios. Y ya sabes lo horroroso que es volar.
Me ruborizo. No le he dicho que tiene un avión privado.
— ¿Qué? —me suelta.
—Tiene su propio avión —mascullo, avergonzada—, y son menos de cinco mil kilómetros, mamá.
¿Por qué me avergüenzo? Mi madre arquea ambas cejas.
—Uau —exclama—. Britt, te pasa algo. Llevo intentando averiguar lo que es desde que llegaste. Pero el único modo de solucionar el problema, sea cual sea, es hablarlo con ella. Piensa todo lo que quieras, pero hasta que no hables con ella no vas a conseguir nada.
La miro ceñuda.
—Britt, cielo, siempre le has dado muchas vueltas a todo. Fíate de tu instinto. ¿Qué te dice, cariño?
Me miro los dedos.
—Creo que estoy enamorada de ella —murmuro.
—Lo sé, cariño. Y ella de ti.
— ¡No!
—Sí, Britt. Dios… ¿qué más necesitas? ¿Un rótulo luminoso en su frente?
La miro aturdida y se me llenan los ojos de lágrimas.
—No llores, cielo.
—Yo no creo que me quiera.
—Independientemente de lo rica que sea, uno no lo deja todo, se sube en su avión privado y cruza el país para tomar el té de la tarde. ¡Ve con ella! Este sitio es muy bonito, muy romántico. Además, es territorio neutral.
Me revuelvo incómoda bajo su mirada. Quiero y no quiero ir.
—Cariño, no te preocupes por tener que volver conmigo. Quiero que seas feliz, y ahora mismo creo que la clave de tu felicidad está arriba, en la habitación 612.
Si quieres venir a casa luego, la llave está debajo de la yuca del porche principal. Si te quedas… bueno, ya eres mayorcita.
Me pongo roja como un tomate. Por Dios, mamá.
—Vamos a terminarnos los Cosmos primero.
—Esa es mi chica.
Y sonríe.
Llamo tímidamente a la puerta de la habitación 612 y espero. Santana abre la puerta. Está hablando por el móvil. Me mira extrañada, completamente sorprendida, sostiene la puerta abierta y me invita a entrar en su habitación.
— ¿Están listas todas las indemnizaciones? ¿Y el coste? —Silba entre dientes—. Uf, nos ha salido caro el error. ¿Y Lucas?
Echo un vistazo a la habitación. Es una suite, como la del Heathman. La decoración de esta es ultramoderna, muy actual. Todo púrpura y dorado mate con motivos en bronce en las paredes. Santana se acerca a un mueble de madera noble, tira y abre una puerta tras la que se oculta el minibar. Me hace una señal para que me sirva, luego entra en el dormitorio. Supongo que para que no pueda oír la conversación. Me encojo de hombros. No dejó de hablar cuando entré en su estudio el otro día. Oigo correr el agua; está llenando la bañera. Me sirvo un zumo de naranja. Vuelve al salón.
—Que Andrea me mande las gráficas. Barney me dijo que había resuelto el problema. —Santana ríe—. No, el viernes. Estoy interesada en un terreno de por aquí. Sí, que me llame Bill. No, mañana. Quiero ver lo que podría ofrecernos Georgia si nos instalamos aquí.
Santana no me quita los ojos de encima. Me da un vaso y me indica dónde hay una cubitera.
—Si los incentivos son lo bastante atractivos, creo que deberíamos considerarlo, aunque aquí hace un calor de mil demonios. Detroit tiene sus ventajas, sí, y es más fresco. —Su rostro se oscurece un instante—. ¿Por qué? Que me llame Bill. Mañana. No demasiado temprano.
Cuelga y se me queda mirando con una expresión indescifrable, y se hace el silencio entre nosotras.
Muy bien… me toca hablar.
—No has respondido a mi pregunta —murmuro.
—No —dice en voz baja, y me mira con una mezcla de asombro y recelo.
— ¿No has respondido a mi pregunta o no, no la querías?
Se cruza de brazos y se apoya en la pared; una leve sonrisa se dibuja en sus labios.
— ¿A qué has venido, Brittany?
—Ya te lo he dicho.
Suspira hondo.
—No, no la quería.
Me mira ceñuda, divertida pero perpleja.
Acabo de darme cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Al soltar el aire, me desinflo como un saco viejo. Uf, gracias a Dios… ¿Cómo me habría sentido si me hubiera dicho que quería a esa bruja?
—Tú eres mi diosa de ojos azules, Brittany. ¿Quién lo habría dicho?
— ¿Se burla de mí, señora López?
—No me atrevería.
Niega con la cabeza, solemne, pero veo un destello de picardía en sus ojos.
—Huy, claro que sí, y de hecho lo haces, a menudo.
Sonríe satisfecha al ver que le devuelvo las palabras que me ha dicho ella antes. Su mirada se oscurece.
—Por favor, deja de morderte el labio. Estás en mi habitación, hace casi tres días que no te veo y he hecho un largo viaje en avión para verte.
Su tono pasa de suave a sensual.
Le suena la BlackBerry, distrayéndonos a las dos, y la apaga sin mirar siquiera quién es. Se me entrecorta la respiración. Sé cómo va a terminar esto… pero se supone que íbamos a hablar. Se acerca a mí con su mirada sexy de depredadora.
—Quiero hacerlo, Brittany. Ahora. Y tú también. Por eso has venido.
—Quería saber la respuesta, de verdad —alego en mi defensa.
—Bueno, ahora que lo sabes, ¿te quedas o te vas?
Me ruborizo cuando se planta delante de mí.
—Me quedo —murmuro, mirándola nerviosa.
—Me alegro. —Me mira fijamente—. Con lo enfadada que estabas conmigo… —dice.
—Sí.
—No recuerdo que nadie se haya enfadado nunca conmigo, salvo mi familia. Me gusta.
Me acaricia la mejilla con las yemas de los dedos. Madre mía, esa proximidad, ese aroma a Santana. Se supone que íbamos a hablar, pero tengo el corazón desbocado y la sangre me corre como loca por todo el cuerpo; el deseo crece, se expande… por todo mi ser. Santana se inclina y me pasea la nariz por el hombro hasta la base de la oreja, hundiendo despacio los dedos en mi pelo.
—Deberíamos hablar —susurro.
—Luego.
—Quiero decirte tantas cosas.
—Yo también.
Me planta un suave beso debajo del lóbulo de la oreja mientras aprieta el puño enredado en mi pelo. Me echa la cabeza hacia atrás para tener acceso a mi cuello.
Me araña la barbilla con los dientes y me besa el cuello.
—Te deseo —dice.
Gimo, subo las manos y me aferro a sus brazos.
— ¿Estás con la regla?
Sigue besándome.
Maldita sea. ¿No se le escapa nada?
—Sí —susurro, cortada.
— ¿Tienes dolor menstrual?
—No.
Me sonrojo. Dios…
Para y me mira.
Qué vergüenza, por favor.
—Vamos a darnos un baño.
¿Eh?
Me coge de la mano y me lleva al dormitorio. Domina la estancia la cama inmensa y unas cortinas de lo más recargado. Pero no nos detenemos ahí. Me lleva al baño que tiene dos zonas, todo de color verde mar y crudo. Es enorme. En la segunda zona, una bañera encastrada lo bastante grande para cuatro personas, con escalones de piedra al interior, se está llenando de agua. El vapor se eleva suavemente por encima de la espuma y veo que hay un asiento de piedra por todo su perímetro. En los bordes titilan unas velas. Uau… ha hecho todo esto mientras hablaba por teléfono.
— ¿Llevas una goma para el pelo?
La miro extrañada, me busco en el bolsillo de los vaqueros y saco una.
—Recógetelo —me ordena con delicadeza.
Hago lo que me pide.
Hace un calor sofocante junto a la bañera y el blusón se me empieza a pegar. Se agacha y cierra el grifo. Me lleva a la primera zona del baño, se coloca detrás de mí y las dos nos miramos en el espejo mural que hay sobre los dos lavabos de vidrio.
—Quítate las sandalias —murmura, y yo la complazco enseguida y las dejo en el suelo de arenisca—. Levanta los brazos —me dice.
Obedezco y me saca el blusón por la cabeza de forma que me quedo desnuda de cintura para arriba ante ella. Sin quitarme los ojos de encima, alarga la mano por delante, me desabrocha el botón de los vaqueros y me baja la cremallera.
—Te lo voy a hacer en el baño, Brittany.
Se inclina y me besa el cuello. Ladeo la cabeza y le facilito el acceso. Engancha los pulgares en mis vaqueros y me los baja poco a poco, agachándose detrás de mí al tiempo que me los baja, junto con las bragas, hasta el suelo.
—Saca los pies de los vaqueros.
Agarrándome al borde del lavabo, hago lo que me dice. Ahora estoy desnuda, mirándome, y ella está arrodillada a mi espalda. Me besa y luego me mordisquea el trasero, haciéndome gemir. Se levanta y vuelve a mirarme fijamente en el espejo. Procuro estarme quieta, ignorando mi natural inclinación a taparme. Me planta las manos en el vientre.
—Mírate. Eres preciosa —murmura—. Siéntete. —Me coge ambas manos con las suyas, las palmas pegadas al dorso de las mías, los dedos trenzados con los míos para mantenerlos estirados. Me las posa en el vientre—. Siente lo suave que es tu piel —me dice en voz baja y grave. Me mueve las manos lentamente, en círculos, luego asciende hasta mis pechos—. Siente lo turgentes que son tus pechos.
Me pone las manos de forma que me coja los pechos. Me acaricia suavemente los pezones con los pulgares, una y otra vez.
Gimo con la boca entreabierta y arqueo la espalda de forma que los pechos me llenan las manos. Me pellizca los pezones con sus pulgares y los míos, tirando con delicadeza, para que se alarguen más. Observo fascinada a la criatura lasciva que se retuerce delante de mí. Oh, qué sensación tan deliciosa… Gruño y cierro los ojos, porque no quiero seguir viendo cómo se excita esa mujer libidinosa del espejo con sus propias manos, con las manos de ella, acariciándome como lo haría ella, sintiendo lo excitante que es. Solo siento sus manos y sus órdenes suaves y serenas.
—Muy bien, bella —murmura.
Me lleva las manos por los costados, desde la cintura hasta las caderas, por el vello púbico. Desliza una pierna entre las mías, separándome los pies, abriéndome, y me pasa mis manos por mi sexo, primero una mano y luego la otra, marcando un ritmo. Es tan erótico… Soy una auténtica marioneta y ella es la maestra titiritera.
—Mira cómo resplandeces, Brittany —me susurra mientras me riega de besos y mordisquitos el hombro.
Gimo. De pronto me suelta.
—Sigue tú —me ordena, y se aparta para observarme.
Me acaricio. No… Quiero que lo haga ella. No es lo mismo. Estoy perdida sin ella. Se saca la camisa por la cabeza, el sujetador y se quita rápidamente los vaqueros con las bragas, esta desnuda y noto un cordón blanco que sale de su sexo ella también tiene la regla.
— ¿Prefieres que lo haga yo?
Sus ojos marrones abrasan los míos en el espejo.
—Sí, por favor —digo.
Vuelve a rodearme con los brazos, me coge las manos otra vez y continúa acariciándome el sexo, el clítoris. Los pezones erectos presiona contra mi espalda. Hazlo ya, por favor. Me mordisquea la nuca y cierro los ojos, disfrutando de las múltiples sensaciones: el cuello, la entrepierna, su cuerpo pegado a mí.
Para de pronto y me da la vuelta, me apresa con una mano ambas muñecas a la espalda y me tira de la coleta con la otra. Me acaloro al contacto con su cuerpo; ella me besa apasionadamente, devorando mi boca con la suya, inmovilizándome.
Su respiración es entrecortada, como la mía.
— ¿Cuándo te ha venido la regla, Brittany? —me pregunta de repente, mirándome.
—Eh… ayer —mascullo, excitadísima.
—Bien, a mi también.
Me suelta y me da la vuelta.
—Agárrate al lavabo —me ordena y vuelve a echarme hacia atrás las caderas, como hizo en el cuarto de juegos, de forma que estoy doblada.
Me pasa la mano entre las piernas y tira del cordón azul. ¿Qué? Me quita el tampón con cuidado y lo tira al váter, que tiene cerca. Dios mío. La madre del… Y de golpe me penetra con dos dedos… ¡ah! moviéndose despacio al principio, suavemente, probándome, empujando… madre mía. Me agarro con fuerza al lavabo, jadeando, pegándome a ella, sintiéndola dentro de mí. Oh, esa dulce agonía… su clítoris roza en mi trasero noto lo excitada que esta. Imprime un ritmo castigador, dentro, fuera, luego me pasa la otra mano por delante, al clítoris, y me lo masajea… oh, Dios. Noto que me acelero.
—Muy bien, bella —dice con voz ronca mientras empuja sus dedos con vehemencia, y eso basta para catapultarme a lo más alto.
Uau… y me corro escandalosamente, aferrada al lavabo mientras me dejo arrastrar por el orgasmo, y todo se revuelve y se tensa a la vez. Ella me sigue, agarrándome con fuerza, pegándose a mi cuerpo cuando llega al clímax, pronunciando mi nombre como si fuera un ensalmo o una invocación.
— ¡Oh, Britt! —me jadea al oído, su respiración entrecortada en perfecta sinergia con la mía—. Oh, bella, ¿alguna vez me saciaré de ti? —susurra.
Saca sus dedos de mi sexo, se lava las manos con una sonrisa de satisfacción y y tira del cordón blanco que sale de su sexo se quita el tampón con cuidado y lo tira al váter, donde lanzo el mío.
Nos dejamos caer despacio al suelo y ella me envuelve con sus brazos, apresándome. ¿Será siempre así? Tan incontenible, devoradora, desconcertante, seductora.
Yo quería hablar, pero hacer el amor con ella me agota y me aturde, y también yo me pregunto si algún día llegaré a saciarme de ella.
Me acurruco en su regazo, con la cabeza pegada a sus pechos, mientras nos serenamos. Con disimulo, inhalo su aroma a Santana, dulce y embriagadora. No debo acariciarla. No debo acariciarla. Repito mentalmente el mantra, aunque me siento tentada de hacerlo. Quiero alzar la mano y trazar figuras en sus pezones con las yemas de los dedos, chuparlos, morderlos, pellizcarlos, pero me contengo, porque sé que le fastidiaría que lo hiciera. Guardamos silencio las dos, absortas en nuestros pensamientos. Yo estoy absorta en ella, entregada a ella.
De repente, me acuerdo de que tengo la regla.
—Estoy manchando —murmuro.
— Yo también estoy manchando pero a mí no me molesta—me dice.
—Ya lo he notado —digo sin poder controlar el tono seco de mi voz.
Se tensa.
— ¿Te molesta a ti? —me pregunta en voz baja.
¿Que si me molesta? Quizá debería… ¿o no? No, no me molesta. Me echo hacia atrás y levanto la vista, y ella me mira desde arriba, con esos ojos marrones algo nebulosos.
—No, en absoluto.
Sonríe satisfecha.
—Bien. Vamos a darnos un baño.
Me libera y me deja en el suelo a fin de ponerse de pie. Mientras se mueve a mi lado, vuelvo a reparar en esas pequeñas cicatrices redondas y blancas de sus pechos. No son de varicela, me digo distraída. Grace dijo que a ella casi no le había afectado. Por Dios… tienen que ser quemaduras. ¿Quemaduras de qué?
Palidezco al caer en la cuenta, presa de la conmoción y la repugnancia que me produce. A lo mejor existe una explicación razonable y yo estoy exagerando. Brota feroz en mi pecho una esperanza: la esperanza de estar equivocada.
— ¿Qué pasa? —me pregunta Santana alarmada.
—Tus cicatrices —le susurro—. No son de varicela.
La veo cerrarse como una ostra en milésimas de segundo; su actitud, antes relajada, serena y tranquila, se vuelve defensiva, furiosa incluso. Frunce el ceño, su rostro se oscurece y su boca se convierte en una fina línea prieta.
—No, no lo son —espeta, pero no me da más explicaciones.
Se pone en pie, me tiende la mano y me ayuda a levantarme.
—No me mires así —me dice con frialdad, como reprendiéndome, y me suelta la mano.
Me sonrojo, arrepentida, y me miro los dedos, y entonces sé, tengo claro, que alguien le apagaba cigarrillos sobre la piel. Siento náuseas.
— ¿Te lo hizo ella? —susurro sin apenas darme cuenta.
No dice nada, así que me obligo a mirarla. Ella me clava los ojos, furibunda.
— ¿Ella? ¿La señora Robinson? No es una salvaje, Brittany. Claro que no fue ella. No entiendo por qué te empeñas en demonizarla.
Ahí la tengo, desnudo, espléndidamente desnuda, manchado de mi sangre y de la suya… y por fin vamos a tener esa conversación. Yo también estoy desnuda, ninguno de las dos tiene donde esconderse, salvo quizá en la bañera. Respiro hondo, paso por delante de ella y me meto en el agua. La encuentro deliciosamente templada, relajante y profunda. Me disuelvo en la espuma fragante y la miro, oculta entre las pompas.
—Solo me pregunto cómo serías si no la hubieras conocido, si ella no te hubiera introducido en ese… estilo de vida.
Suspira y se mete en la bañera, enfrente de mí, con la mandíbula apretada por la tensión, los ojos vidriosos. Cuando sumerge con elegancia su cuerpo en el agua, procura no rozarme siquiera. Dios… ¿tanto la he enojado?
Me mira impasible, con expresión insondable, sin decir nada. De nuevo se hace el silencio entre nosotras, pero yo no voy a romperlo. Te toca ti, López… esta vez no voy a ceder. Mi subconsciente está nerviosa, se muerde las uñas con desesperación. A ver quién puede más. Santana y yo nos miramos; no pienso claudicar. Al final, tras lo que parece una eternidad, mueve la cabeza y sonríe.
—De no haber sido por la señora Robinson, probablemente habría seguido los pasos de mi madre biológica.
¡Uf…! La miro extrañada. ¿En la adicción al crack o en la prostitución? ¿En ambas, quizá?
—Ella me quería de una forma que yo encontraba… aceptable —añade encogiéndose de hombros.
¿Qué coño significa eso?
— ¿Aceptable? —susurro.
—Sí. —Me mira fijamente—. Me apartó del camino de autodestrucción que yo había empezado a seguir sin darme cuenta. Resulta muy difícil crecer en una familia perfecta cuando tú no eres perfecta.
Oh, no. Se me seca la boca mientras digiero esas palabras. Me mira con una expresión indescifrable. No me va a contar más. Qué frustrante. Mi mente no para de dar vueltas… laveo tan llena de desprecio por sí misma. Y la señora Robinson la quería. Maldita sea… ¿la seguirá queriendo? Me siento como si me hubieran dado una patada en el estómago.
— ¿Aún te quiere?
—No lo creo, no de ese modo. —Frunce el ceño como si nunca se le hubiera ocurrido—. Ya te digo que fue hace mucho. Es algo del pasado. No podría cambiarlo aunque quisiera, que no quiero. Ella me salvó de mí misma. —Está exasperada y se pasa una mano mojada por el pelo largo—. Nunca he hablado de esto con nadie. —Hace una pausa—. Salvo con el doctor Flynn, claro. Y la única razón por la que te lo cuento a ti ahora es que quiero que confíes en mí.
—Yo ya confío en ti, pero quiero conocerte mejor, y siempre que intento hablar contigo, me distraes. Hay muchísimas cosas que quiero saber.
—Oh, por el amor de Dios, Brittany. ¿Qué quieres saber? ¿Qué tengo que hacer?
Le arden los ojos y, aunque no alza la voz, sé que está haciendo un esfuerzo por controlar su genio.
Me miro las manos, perfectamente visibles debajo del agua ahora que la espuma ha empezado a dispersarse.
—Solo pretendo entenderlo; eres todo un enigma. No te pareces a nadie que haya conocido. Me alegro de que me cuentes lo que quiero saber.
Uf… quizá sean los Cosmopolitan que me envalentonan, pero de repente no soporto la distancia que nos separa. Me muevo por el agua hasta su lado y me pego a ella, de forma que estamos piel con piel. Se tensa y me mira con recelo, como si fuera a morderle. Vaya, qué cambio tan inesperado… La diosa que llevo dentro la escudriña en silencio, asombrada.
—No te enfades conmigo, anda —le susurro.
—No estoy enfadada contigo, Brittany. Es que no estoy acostumbrada a este tipo de conversación, a este interrogatorio. Esto solo lo hago con el doctor Flynn y con…
Se calla y frunce el ceño.
—Con ella. Con la señora Robinson. ¿Hablas con ella? —inquiero, procurando controlar mi genio yo también.
—Sí, hablo con ella.
— ¿De qué?
Se recoloca para poder mirarme, haciendo que el agua se derrame por los bordes hasta el suelo. Me pasa el brazo por los hombros y lo apoya en el borde de la bañera.
—Eres insistente, ¿eh? —murmura algo irritada—. De la vida, del universo… de negocios. La señora Robinson y yo hace tiempo que nos conocemos, Brittany.
Hablamos de todo.
— ¿De mí? —susurro.
—Sí.
Sus ojos marrones me observan con atención.
Me muerdo el labio inferior en un intento de contener el súbito ataque de rabia que se apodera de mí.
— ¿Por qué habláis de mí?
Me esfuerzo por no sonar consternada ni malhumorada, pero no lo consigo. Sé que debería parar. La estoy presionando demasiado. Mi subconsciente está poniendo otra vez la cara de El grito de Munch.
—Nunca he conocido a nadie como tú, Brittany.
— ¿Qué quieres decir? ¿Te refieres a que nunca has conocido a nadie que no firmara automáticamente todo tu papeleo sin preguntar primero?
Menea la cabeza.
—Necesito consejo.
— ¿Y te lo da doña Pedófila? —espeto.
El control de mi genio es menos fuerte de lo que pensaba.
—Brittany… basta ya —me suelta muy seria, frunciendo los ojos.
Piso terreno cenagoso; me estoy metiendo en la boca del lobo.
—O te voy a tener que tumbar en mis rodillas. No tengo ningún interés romántico o sexual en ella. Ninguno. Es una amiga querida y apreciada, y socia mía. Nada más. Tenemos un pasado en común, hubo algo entre nosotras que a mí me benefició muchísimo, aunque a ella le destrozara el matrimonio, pero esa parte de nuestra relación ya terminó.
Dios, otra cosa que no entiendo. Ella encima estaba casada. ¿Cómo pudieron mantener lo suyo tanto tiempo?
— ¿Y tus padres nunca se enteraron?
—No —gruñe—. Ya te lo he dicho.
Y sé que he llegado al límite. No puedo preguntarle nada más de ella porque va a perder los nervios conmigo.
— ¿Has terminado? —espeta.
—De momento.
Respira hondo y se relaja visiblemente delante de mí, como si se hubiera quitado un gran peso de encima.
—Vale, ahora me toca a mí —murmura, y su mirada feroz se vuelve gélida, especulativa—. No has contestado a mi e-mail.
Me ruborizo. Ay, odio cuando el foco se dirige contra mí, y tengo la sensación de que se va a enfadar cada vez que hablemos de algo. Meneo la cabeza. Igual es así como la hacen sentirse mis preguntas; no está acostumbrada a que la desafíen. La idea resulta reveladora, perturbadora e inquietante.
—Iba a contestar. Pero has venido.
— ¿Habrías preferido que no viniera? —dice, de nuevo impasible.
—No, me encanta que hayas venido —murmuro.
—Bien. —Me dedica una sincera sonrisa de alivio—. A mí me encanta haber venido, a pesar de tu interrogatorio. Aunque acepte que me acribilles a preguntas, no creas que disfrutas de algún tipo de inmunidad diplomática solo porque haya venido hasta aquí para verte. Para nada, señorita Pierce. Quiero saber lo que sientes.
Oh, no…
—Ya te lo he dicho. Me gusta que estés conmigo. Gracias por venir hasta aquí —digo, poco convincente.
—Ha sido un placer.
Le brillan los ojos cuando se inclina y me besa suavemente. Noto que reacciono enseguida. El agua aún está tibia y en el baño sigue habiendo vapor. Para, se aparta y me mira.
—No. Me parece que necesito algunas respuestas antes de que hagamos más.
¿Más? Ya estamos otra vez con la palabrita. Y quiere respuestas… ¿a qué? Yo no tengo un pasado plagado de secretos, ni una infancia terrible. ¿Qué podría querer saber de mí que no sepa ya?
Suspiro, resignada.
— ¿Qué quieres saber?
—Bueno, para empezar, qué piensas de nuestro contrato.
La miro extrañada. Hora de decir verdades. Mi subconsciente y la diosa que llevo dentro se miran nerviosas. Venga, vamos a decir la verdad.
—No creo que pueda firmar por un periodo mayor de tiempo. Un fin de semana entero siendo alguien que no soy.
Me ruborizo y me miro las manos.
Me levanta la barbilla y veo que me sonríe, divertida.
—No, yo tampoco creo que pudieras.
En cierta medida, me siento ofendida y desafiada.
— ¿Te estás riendo de mí?
—Sí, pero sin mala intención —dice, sonriendo apenas.
Se inclina y me besa suave, brevemente.
—No eres muy buena sumisa —susurra sosteniéndome la barbilla, con un brillo jocoso en los ojos.
Me le quedo mirando, asombrada, y empiezo a reír… y ella ríe también.
—A lo mejor no tengo una buena maestra.
Suelta un bufido.
—A lo mejor. Igual debería ser más estricta contigo.
Ladea la cabeza y me sonríe.
Trago saliva. Dios, no. Pero, al mismo tiempo, los músculos del vientre se me contraen de forma deliciosa. Esa es su forma de demostrarme que le importo.
Quizá, comprendo de pronto, su única forma de demostrar que le importo. Ella me mira fijamente, estudiando mi reacción.
— ¿Tan mal lo pasaste cuando te di los primeros azotes?
La miro extrañada. ¿Lo pasé mal? Recuerdo que mi reacción me confundió. Me dolió, pero, pensándolo bien, no fue para tanto. Ella no paraba de decirme que estaba todo en mi cabeza. Y la segunda vez… Uf, esa estuvo bien… fue muy excitante.
—No, la verdad es que no —susurro.
— ¿Es más por lo que implica? —inquiere.
—Supongo. Lo de sentir placer cuando uno no debería.
—Recuerdo que a mí me pasaba lo mismo. Lleva un tiempo procesarlo.
Dios mío. Eso fue cuando ella era un adolecente.
—Siempre puedes usar las palabras de seguridad, Brittany. No lo olvides. Y si sigues las normas, que satisfacen mi íntima necesidad de controlarte y protegerte, quizá logremos avanzar.
— ¿Por qué necesitas controlarme?
—Porque satisface una necesidad íntima mía que no fue satisfecha en mis años de formación.
—Entonces, ¿es una especie de terapia?
—No me lo había planteado así, pero sí, supongo que sí.
Eso sí puedo entenderlo. Me será de ayuda.
—Pero el caso es que en un momento me dices «No me desafíes», y al siguiente me dices que te gusta que te desafíe. Resulta difícil traspasar con éxito esa línea tan fina.
Me mira un instante, luego frunce el ceño.
—Lo entiendo. Pero, hasta la fecha, lo has hecho estupendamente.
—Pero ¿a qué coste personal? Estoy hecha un auténtico lío, me veo atada de pies y manos.
—Me gusta eso de atarte de pies y manos.
Sonríe maliciosamente.
— ¡No lo decía en sentido literal!
Y le salpico agua, exasperada.
Me mira, arqueando una ceja.
— ¿Me has salpicado?
—Sí.
Oh, no… esa mirada.
—Ay, señorita Pierce. —Me agarra y me sube a su regazo, derramando agua por todo el suelo—. Creo que ya hemos hablado bastante por hoy.
Me planta una mano a cada lado de la cabeza y me besa. Apasionadamente. Se apodera de mi boca. Girándome la cabeza, controlándome. Gimo en sus labios.
Esto es lo que le gusta. Lo que se le da bien. Me enciendo por dentro y hundo los dedos en su pelo, amarrándola a mí, y le devuelvo el beso y le digo que yo también la deseo de la única forma que sé. Gruñe, me coge y me sube a horcajadas, arrodillada sobre ella. Se echa hacia atrás y me mira, con los ojos entrecerrados, brillantes y lascivos. Bajo las manos para agarrarme al borde de la bañera, pero ella me coge por las muñecas y me las sujeta a la espalda con una sola mano.
—Te los voy a meter —me susurra mostrando su dedo índice y medio—. ¿Lista?
—Sí —le susurro y me penetra con sus dos dedos, despacio, deliciosamente despacio… entrando hasta el fondo… observándome mientras me toma.
Gruño, cerrando los ojos, y saboreo la sensación, la absoluta penetración. Ella mueve las caderas y yo gimo, inclinándome hacia delante y descansando la frente en
la suya.
—Suéltame las manos, por favor —le susurro.
—No me toques —me suplica y, soltándome las manos, me agarra con la mano derecha las caderas, mientras la izquierda me destroza por dentro.
Me aferro al borde de la bañera, con la mano derecha introduzco dos de mis dedos dentro de ella despacio, y voy abriendo los ojos para verla. Me observa, con la boca entreabierta, la respiración entrecortada, contenida, la lengua entre los dientes. Resulta tan… excitante. Estamos mojadas y resbaladizas, frotándonos la una contra la otra. Me inclino y la beso. Ella cierra los ojos. Tímidamente, subo la mano derecha a su cabeza y le acaricio el pelo, sin apartar mi boca de la suya, mientras la sigo penetrando con mis dedos. Eso sí está permitido. Le gusta. Y a mí también. Nos movemos al unísono. Tirándola del pelo, le echo la cabeza hacia atrás y la beso más apasionadamente, fallándola, cada vez más rápido, siguiendo su ritmo. Gimo en su boca. Ella empieza a penetrarme más y más deprisa, agarrándome por las caderas con su mano libre. Me devuelve el beso. Somos todo bocas y lenguas húmedas, pelos revueltos y balanceo de caderas. Toda sensación… devorando todo una vez más. Estoy a punto… Empiezo a reconocer esa deliciosa contracción… acelerándose. Y el agua gira a nuestro alrededor, formando nuestro propio remolino, un torbellino de emoción, a medida que nuestros movimientos se vuelven más frenéticos… salpicando agua por todas partes, reflejando lo que sucede en mi interior… pero me da igual.
Amo a esta mujer. Amo su pasión, el efecto que tengo en ella. Adoro que haya volado hasta aquí para verme. Adoro que se preocupe por mí… que le importe.
Es algo tan inesperado, tan satisfactorio. Ella es mía y yo soy suya.
—Eso es, bella —jadea.
Y me corro; el orgasmo me arrasa, un clímax turbulento y apasionado que me devora entera, pero sigo penetrándola duro y rápido. De pronto, me estrecha contra su cuerpo, enrosca los brazos a mi cintura y se corre ella también.
— ¡Britt, bella! —grita, y la suya es una invocación feroz, que me llega a lo más hondo del alma.
Estamos tumbadas, mirándonos, de ojos marrones a azules, cara a cara, en la inmensa cama, las dos abrazados a nuestras almohadas. Desnudas. Sin tocarnos. Solo mirándonos y admirándonos, tapadas con la sábana.
— ¿Quieres dormir? —pregunta Santana con voz tierna y llena de preocupación.
—No. No estoy cansada.
Me siento extrañamente revigorizada. Me ha venido tan bien hablar que no quiero parar.
— ¿Qué quieres hacer? —pregunta.
—Hablar.
Sonríe.
— ¿De qué?
—De cosas.
— ¿De qué cosas?
—De ti.
—De mí ¿qué?
— ¿Cuál es tu película favorita?
Sonríe.
—Actualmente, El piano.
Su sonrisa es contagiosa.
—Por supuesto. Qué boba soy. ¿Por esa banda sonora triste y emotiva que sin duda sabes interpretar? Cuántos logros, señora López.
—Y el mayor eres tú, señorita Pierce.
—Entonces soy la número diecisiete.
Me mira ceñuda, sin comprender.
— ¿Diecisiete?
—El número de mujeres con las que… has tenido sexo.
Esboza una sonrisa y los ojos le brillan de incredulidad.
—No exactamente.
—Tú me dijiste que habían sido quince.
Mi confusión es obvia.
—Me refería al número de mujeres que habían estado en mi cuarto de juegos. Pensé que era eso lo que querías saber. No me preguntaste con cuántas mujeres había tenido sexo.
—Ah. —Madre mía. Hay más… ¿Cuántas? La miro intrigada—. ¿Vainilla?
—No. Tú eres mi única relación vainilla —dice negando con la cabeza y sin dejar de sonreírme.
¿Por qué lo encuentra tan divertido? ¿Y por qué le sonrío yo también como una idiota?
—No puedo darte una cifra. No he ido haciendo muescas en el poste de la cama ni nada parecido.
— ¿De cuántas hablamos: decenas, cientos… miles?
Voy abriendo los ojos a medida que la cifra aumenta.
—Decenas. Nos quedamos en las decenas, por desgracia.
— ¿Todas sumisas?
—Sí.
—Deja de sonreírme —finjo reprenderla, tratando en vano de mantenerme seria.
—No puedo. Eres divertida.
— ¿Divertida por peculiar o por graciosa?
—Un poco de ambas, creo —contesta, como le contesté yo a ella.
—Eso es bastante insolente, viniendo de ti.
Se acerca y me besa la punta de la nariz.
—Esto te va a sorprender, Brittany. ¿Preparada?
Asiento, con los ojos como platos y sin poder quitarme la sonrisa bobalicona de la cara.
—Todas eran sumisas en prácticas, cuando yo estaba haciendo mis prácticas. Hay sitios en Seattle y alrededores a los que se puede ir a practicar. A aprender a hacer lo que yo hago —dice.
¿Qué?
—Ah.
La miro extrañada.
—Pues sí, yo he pagado por sexo, Brittany.
—Eso no es algo de lo que estar orgullosa —murmuro con cierta arrogancia—. Y tienes razón, me has dejado pasmada. Y enfadada por no poder dejarte pasmada yo.
—Te pusiste mis bragas.
— ¿Eso te sorprendió?
—Sí.
La diosa que llevo dentro hace un salto con pértiga de cinco metros.
—Y fuiste sin bragas a conocer a mis padres.
— ¿Eso te sorprendió?
—Sí.
Uf, acaba de batir la marca de los cinco metros.
—Parece que solo puedo sorprenderte en el ámbito de la ropa interior.
—Me dijiste que eras virgen. Esa es la mayor sorpresa que me han dado nunca.
—Sí, tu cara era un poema. De foto —digo riendo como una boba.
—Me dejaste que te excitara con una fusta y te penetrara con un arnés.
— ¿Eso te sorprendió?
—Pues sí.
—Bueno, igual te dejo que lo vuelvas a hacer.
—Huy, eso espero, señorita Pierce. ¿Este fin de semana?
—Vale —accedo tímidamente.
— ¿Vale?
—Sí. Volveré al cuarto rojo del dolor.
—Me llamas por mi nombre.
— ¿Eso te sorprende?
—Me sorprende lo mucho que me gusta.
—Santana.
Sonríe.
—Mañana quiero hacer una cosa —dice con los ojos brillantes de emoción.
— ¿El qué?
—Una sorpresa. Para ti —añade en voz baja y suave.
Arqueo una ceja y contengo un bostezo, todo a la vez.
— ¿La aburro, señorita Pierce? —me pregunta.
—Nunca.
Se acerca y me besa suavemente los labios.
—Duerme —me ordena, y luego apaga la luz.
Y en ese momento tranquilo en que cierro los ojos, agotada y satisfecha, pienso que estoy en el ojo del huracán. Y, pese a todo lo que me ha dicho, y lo que no me ha dicho, dudo que alguna vez haya sido tan feliz.
Última edición por O_o el Mar Jun 04, 2013 10:50 pm, editado 1 vez
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