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BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
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Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Y aqui seguimos esperando la actualizacion
Saludosa,
Saludosa,
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Hello.. me hice una cuenta sólo para comentar tu fic.. me leí la trílogia completa y debo decir, que estoy bastante intrigada en saber como adaptarás lo que queda de este libro.. así que actualiza please!! no nos puedes parar el fic así :c
Ams y se me olvidaba, tu adaptación de los libros esta muy genial, y se nota que hay un trabajo para desarrollar los capitulos.. La creatividad abunda en este fic.. :D
Eso... Actualiza porfis porfis porfis porfis porfis porfis porfis.. insisto no puedes parar el fic ahí :C
Saludos.. :D
Ams y se me olvidaba, tu adaptación de los libros esta muy genial, y se nota que hay un trabajo para desarrollar los capitulos.. La creatividad abunda en este fic.. :D
Eso... Actualiza porfis porfis porfis porfis porfis porfis porfis.. insisto no puedes parar el fic ahí :C
Saludos.. :D
AudraMcDonaldIwish* - Mensajes : 1
Fecha de inscripción : 15/09/2013
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Ahora si ha pasado más tiempo de lo "normal" diría yo, por fi, actualiza :(
se tus motivos pero pues ahh soy 0 paciente D:
se tus motivos pero pues ahh soy 0 paciente D:
Anddy Rivera Morris******* - Mensajes : 407
Fecha de inscripción : 16/05/2013
Edad : 27
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Actualiza por favor!!
Ansiosa por leer tu hermoso fic! Lo he leído todo
Aww la vdd ya espero que redactes algo tuyo sería interesante claro si te agrada! Un bebe para las brittanas sería lo más dulce y hermoso que le hace falta a Santana que no quiere compartirla jaja :p
Hermoso tu fic en espera
Lo amo <3
Saludos
Besos :*
Ansiosa por leer tu hermoso fic! Lo he leído todo
Aww la vdd ya espero que redactes algo tuyo sería interesante claro si te agrada! Un bebe para las brittanas sería lo más dulce y hermoso que le hace falta a Santana que no quiere compartirla jaja :p
Hermoso tu fic en espera
Lo amo <3
Saludos
Besos :*
Kristen Rivera****** - Mensajes : 382
Fecha de inscripción : 20/03/2013
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Y así es como murió el Fic de las 50 sombras de López, obvio no, supongo que no has podido actualizar. ;(
Me gusto mucho el capítulo el echo de que pelearan en la cama porque era una fantasía de Santana, amo la trilogía y espero tu actualización.
¡¡¡Saludos!!! :)
Me gusto mucho el capítulo el echo de que pelearan en la cama porque era una fantasía de Santana, amo la trilogía y espero tu actualización.
¡¡¡Saludos!!! :)
Invitado- Invitado
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Cuando vas a actualizar :o
ya te has perdido mucho tiempo
por dios ya no puedo vivir sin tu fic
actualiza pronto :(
ya te has perdido mucho tiempo
por dios ya no puedo vivir sin tu fic
actualiza pronto :(
Avrilita_LopezPierce*** - Mensajes : 102
Fecha de inscripción : 21/09/2012
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
me estas matando lentamente...
Beverly_87*** - Mensajes : 136
Fecha de inscripción : 28/07/2013
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Actualiza :( please
Avrilita_LopezPierce*** - Mensajes : 102
Fecha de inscripción : 21/09/2012
Anddy Rivera Morris******* - Mensajes : 407
Fecha de inscripción : 16/05/2013
Edad : 27
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Hola! Se que casi nunca comento, de hecho creo que sólo comenté un par de veces (2, 3 o 4). Pero quería decirte que amo tu adaptación, es muy intrigante (ya que no leí los libros), y sobre todo atrapante. Espero que pronto puedas actualizar, estoy esperando muy ansiosa el siguiente capítulo xD
Saludos! :D
Saludos! :D
Maitehd***** - Mensajes : 255
Fecha de inscripción : 28/04/2013
Edad : 34
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
CUANDO VAS A ACTUALIZAR !!! :(
Avrilita_LopezPierce*** - Mensajes : 102
Fecha de inscripción : 21/09/2012
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
regresa... si? :c
javavera** - Mensajes : 55
Fecha de inscripción : 13/05/2012
Edad : 34
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Hoooooolaaaa querida escritora!! que ha pasado contigo que ya nos has olvidado?? Ahora en lo mejor de la historia, asi de cruel sos?? Por favor actaualiza prontoooooooo!!!!!!!!!!1
Saludos y espero que estes muy bien!!
Saludos y espero que estes muy bien!!
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Volviiiii después de un par de semanas desaparecida se que me extrañaron y créanme me siento mal por no actualizar tan seguido.
El motivo es que termine mi carrera y estoy haciendo un proyecto final o tesis ademas de trabajar seguido y no me da tiempo pero les prometo que los fines de semana actualizare les recuerdo que quedan poco capítulos de este fic.
Espero que sigan leyendo la historia y que comenten...
P.D: gracias por sus comentarios
Parte III – Capítulo16
— ¿Quieres que le diga que se vaya? —me pregunta Hannah, alarmada por la cara que he puesto.
— Eh, no. ¿Dónde está?
— En recepción. Y no ha venido sola. La acompaña otra mujer joven.
¡Oh!
— Y la señorita Prescott quiere hablar contigo —añade Hannah.
— Dile que pase.
Hannah se aparta y Prescott entra en el despacho. Se nota que viene con una misión, porque destila eficiencia profesional.
— Dame un momento, Hannah. Prescott, siéntate por favor.
Hannah cierra la puerta y nos deja solas a Prescott y a mí.
— Señora López, Leila Williams está en la lista de visitas potencialmente peligrosas.
— ¿Qué? — ¿Tengo una lista de visitas potencialmente peligrosas?
— Es una lista de vigilancia, señora. Taylor y Welch fueron muy categóricos sobre que ella no debe tener ningún contacto con usted.
Frunzo el ceño sin comprender.
— ¿Es peligrosa?
— No sabría decirle, señora.
— ¿Y cómo sabes que está aquí?
Prescott traga saliva y durante un momento se la ve incómoda.
— Estaba haciendo una pausa para ir al baño cuando ella entró y habló directamente con Claire, luego Claire llamó a Hannah.
— Oh, ya veo. —Me doy cuenta de que incluso Prescott necesita ir a hacer pis y me río un poco.
— Qué mala pata.
— Sí, señora. —Prescott me dedica una sonrisa avergonzada y es la primera vez que la veo bajar un poco la guardia. Tiene una sonrisa muy bonita.
— Tengo que volver a hablar con Claire sobre el protocolo —dice con tono cansado.
— Claro. ¿Taylor sabe que ella está aquí? —Cruzo los dedos inconscientemente, deseando que no se lo haya dicho a Santana.
— Le he dejado un mensaje de voz.
Oh.
— Entonces tengo poco tiempo. Me gustaría saber qué quiere.
Prescott se me queda mirando un momento.
— Debo recomendarle que lo no haga, señora.
— Habrá venido hasta aquí a verme por algo.
— Se supone que debo evitarlo, señora —dice en voz baja pero resignada.
— Quiero saber lo que sea que tenga que decirme.
Mi tono es más contundente de lo que pretendía. Prescott contiene un suspiro.
— Entonces tendré que registrarlas a las dos antes de que usted se encuentre con ellas.
— Está bien. ¿Y puedes hacerlo?
— Estoy aquí para protegerla, señora López, de modo que sí, puedo. También creo que sería aconsejable que me quedara con usted mientras hablan.
— Bien. —Le permito esa concesión. Además, la última vez que vi a Leila iba armada.
— Vamos.
Prescott se levanta.
— Hannah —llamo.
Hannah abre la puerta demasiado deprisa. Debía de estar esperando fuera justo al lado.
— ¿Puedes ir a ver si la sala de reuniones está libre, por favor?
— Ya lo he comprobado y sí que lo está. Puedes utilizarla.
— Prescott, ¿puedes registrarlas ahí? ¿Tiene la privacidad suficiente?
— Sí, señora.
— Yo iré dentro de cinco minutos. Hannah, lleva a Leila Williams y a la persona que está con ella a la sala de reuniones.
— Ahora mismo. —Hannah mira ansiosa a Prescott y después a mí.
— ¿Quieres que cancele tu siguiente reunión? Es a las cuatro, pero es en la otra punta de la ciudad.
— Sí —murmuro distraída. Hannah asiente y se va.
¿Qué demonios puede querer Leila? No creo que haya venido aquí para hacerme daño. No lo hizo en el pasado cuando tuvo la oportunidad. Santana se va a poner como una fiera.
Mi subconsciente frunce los labios, cruza remilgadamente las piernas y asiente. Tengo que decirle lo que voy a hacer. Le escribo un correo rápido, me quedo parada y miro la hora. Siento una punzada de dolor momentánea. Iba todo tan bien desde que estuvimos en Aspen… Pulso «Enviar».
De: Brittany López
Fecha: 6 de septiembre de 2011 15:27
Para: Santana López
Asunto: Visitas
Santana:
Leila está aquí. Ha venido a visitarme. Voy a verla acompañada por Prescott.
Si es necesario utilizaré mis recién adquiridas habilidades para dar bofetadas con la mano que ya tengo curada.
Intenta (pero hazlo de verdad) no preocuparte.
Ya soy una niña grande.
Te llamo después de la conversación.
B x
Brittany López Editora de SIP
Rápidamente escondo la BlackBerry en el cajón de mi escritorio. Me pongo de pie, me estiro la falda lápiz gris, me doy un pellizco en las mejillas para darles un poco de color y me desabrocho otro botón de la blusa de seda gris. Vale, estoy preparada. Inspiro hondo y salgo de la oficina para ver a la tristemente famosa Leila, ignorando la música de «Your Love is King» y el zumbido amortiguado que sale del cajón de mi mesa.
A Leila se la ve mucho mejor. Algo más que mejor… Está muy atractiva. Tiene un rubor rosa en las mejillas, sus ojos marrones brillan y lleva el pelo limpio y brillante. Va vestida con una blusa rosa pálido y pantalones blancos. Se pone de pie en cuanto entro en la sala de reuniones y su amiga también, una mujer joven con el pelo rubio oscuro y ojos marrones del color del brandy. Prescott permanece en un rincón sin apartar los ojos de Leila.
— Señora López, muchas gracias por acceder a verme. —Leila habla en voz baja pero clara.
— Mmm… Disculpen las medidas de seguridad —murmuro mientras señalo distraídamente a Prescott porque no se me ocurre nada más que decir.
— Esta es mi amiga Susi.
— Hola —saludo con la cabeza a Susi. Se parece a Leila. Y a mí. Oh, no. Otra más.
— Sí —dice Leila, como si acabara de leerme el pensamiento.
— Susi también conoce a la señora López.
¿Y qué demonios se supone que puedo decir ante eso? Le sonrío educadamente.
— Siéntense, por favor —les pido.
Llaman a la puerta. Es Hannah. Le hago una seña para que entre porque sé perfectamente por qué viene a molestarnos.
— Perdón por la interrupción, Britt. Es que tengo a la señora López al teléfono.
— Dile que estoy ocupada.
— Ha insistido mucho, Britt —me dice un poco asustada.
— No lo dudo. Pídele disculpas de mi parte y dile que la llamo en cuanto pueda.
Hannah duda.
— Hannah, por favor.
Asiente y sale apresuradamente de la sala. Me vuelvo hacia las dos mujeres que tengo sentadas delante de mí. Las dos me miran asombradas. Es incómodo.
— ¿Qué puedo hacer por ustedes? —les pregunto.
Susi es la que habla.
— Sé que esto es muy raro, pero yo quería conocerte también. La mujer que ha atrapado a San…
Levanto la mano, haciendo que deje la frase a medias. No quiero oír eso.
— Mmm… Ya veo lo que quieres decir —digo entre dientes.
— Nosotras nos llamamos el «club de las sumisas». —Me sonríe y sus ojos brillan divertidos.
Oh, Dios mío.
Leila da un respingo y mira a Susi, perpleja y divertida a la vez. Susi hace una mueca de dolor.
Sospecho que Leila le ha dado una patada por debajo de la mesa.
¿Y qué se supone que debo decirles ante eso? Miro nerviosamente a Prescott, que sigue impasible.
Sus ojos no se apartan de Leila.
De repente Susi parece recordar por qué está allí. Se ruboriza, asiente y se levanta.
— Esperaré en recepción. Esto es solo cosa de Lulu. —Es evidente que está avergonzada.
¿Lulu?
— ¿Estarás bien? —le pregunta a Leila, que le responde con una sonrisa.
Susi me dedica una sonrisa amplia, abierta y genuina y sale de la habitación.
Susi y Santana… No es algo en lo que quiera pensar. Prescott se saca el teléfono del bolsillo y contesta. No lo he oído sonar.
— ¿Sí, señora López? —dice.
Leila y yo nos volvemos para mirarla. Prescott cierra los ojos mortificada.
— Sí, señora —responde. Se acerca y me pasa el teléfono.
Pongo los ojos en blanco.
— ¿Sí, Santana? —respondo tranquilamente intentando contener mi exasperación. Me levanto y salgo apresuradamente de la sala.
— ¿A qué demonios estás jugando? —me grita a punto de explotar.
— No me grites.
— ¿Cómo que no te grite? —Me grita aún más alto.
— Te he dado instrucciones específicas que tú acabas de ignorar… otra vez. Joder, Britt, estoy muy furiosa.
— Pues cuando te calmes, hablaremos de esto.
— Ni se te ocurra colgarme —me amenaza entre dientes.
— Adiós, Santana. —Le cuelgo y apago el teléfono de Prescott.
Maldita sea… Sé que no dispongo de mucho tiempo con Leila. Inspiro hondo y regreso a la sala de reuniones. Leila y Prescott me miran expectantes y yo le devuelvo a Prescott el teléfono.
— ¿Dónde estábamos? —le pregunto a Leila mientras me siento frente a ella. Sus ojos se abren un poco, extrañados.
Sí, aparentemente sé manejar a Santana. Pero no creo que ella quiera oír eso.
Leila juguetea nerviosamente con las puntas de su pelo.
— Primero, quiero disculparme —me dice en voz baja.
Oh…
Levanta la vista para mirarme y ve mi sorpresa.
— Sí —prosigue apresuradamente.
— Y agradecerle que no haya presentado cargos. Ya sabe… por lo del coche y el apartamento.
— Sabía que no estabas… Mmm… Bien en ese momento —respondo un poco a trompicones. No me esperaba una disculpa.
— No, no estaba bien.
— ¿Estás mejor ahora? —le pregunto amablemente.
— Mucho mejor. Gracias.
— ¿Sabe tu médico que estás aquí?
Niega con la cabeza.
Oh.
Parece adecuadamente culpable.
— Sé que tendré que enfrentarme a las consecuencias de esto más tarde. Pero necesitaba algunas cosas y también quería ver a Susi, a usted y… a la señora López.
— ¿Quieres ver a Santana? —Noto que mi estómago se precipita al vacío en caída libre. Por eso está aquí.
— Sí. Y quería preguntarle si le parece bien.
Oh, Dios mío… Me la quedo mirando con la boca abierta. Tengo ganas de decirle que no me parece bien, que no la quiero cerca de mi esposa. Pero ¿por qué ha venido? ¿Para evaluar a la competencia? ¿Para alterarme? ¿O es que necesita algún tipo de cierre?
— Leila —digo con dificultad, irritada.
— Eso no es asunto mío, sino de Santana. Tendrás que preguntárselo a ella. Ella no necesita mi permiso. Es una mujer adulta… la mayor parte del tiempo.
Me mira durante un segundo como si estuviera sorprendida por mi reacción y después se ríe bajito, todavía jugando nerviosamente con las puntas de su pelo.
— Ella se ha negado repetidamente a verme todas las veces que se lo he pedido —me dice casi en un susurro.
Oh, mierda. Tengo más problemas de los que creía.
— ¿Y por qué es tan importante para ti verla? —le pregunto con suavidad.
— Para darle las gracias. Me estaría pudriendo en esa inmunda institución psiquiátrica que no era más que una prisión si no fuera por ella. —Se queda mirando uno de sus dedos, que está pasando por el borde de la mesa.
— Tuve un episodio psicótico grave, y sin la señora López y sin John… el doctor Flynn, quiero decir…
Se encoge de hombros y me mira de nuevo con una expresión llena de gratitud.
Estoy otra vez sin habla. ¿Qué espera que diga? Tendría que estar diciéndole estas cosas a Santana, no a mí.
— Y por el curso de arte. Nunca podré agradecerle suficiente eso.
¡Lo sabía! Santana está pagando sus clases. Mi rostro sigue sin revelar nada mientras analizo vacilante mis sentimientos por esa mujer que acaba de confirmar mis sospechas sobre la generosidad de Santana. Para mi sorpresa, no le guardo ningún rencor a ella. Es una revelación y me alegro de que esté mejor. Con suerte, así podrá seguir adelante con su vida y nosotras con la nuestra.
— ¿No estás perdiendo clases por venir aquí? —le pregunto con genuino interés.
— Solo voy a perder dos. Mañana vuelvo a casa.
Ah, bien.
— ¿Y cuáles son tus planes?
— Quiero recoger mis cosas de casa de Susi, volver a Hamden y seguir pintando y aprendiendo. La señora López ya ha adquirido un par de mis cuadros.
¡Maldita sea! El estómago se me vuelve a caer a los pies. ¿No estarán colgados en mi salón? Se me ponen los pelos de punta solo de pensarlo.
— ¿Qué tipo de pintura practicas?
— Sobre todo abstracta.
— Ya veo.
Reviso mentalmente los cuadros del salón, que ahora ya conozco bien. Dos de ellos pueden haber sido pintados por una de las ex sumisas de mi esposa… Sí, es posible.
— ¿Puedo hablarle con franqueza? —me pregunta totalmente ajena a mis emociones encontradas.
— Por supuesto —le respondo mirando a Prescott, que parece haberse relajado un poco.
Leila se inclina un poco hacia delante como si fuera a revelarme un secreto que lleva guardando mucho tiempo.
— Amaba a Geoff, mi novio que murió hace unos meses. —Su voz va bajando hasta convertirse en un susurro triste.
Oh, madre mía. Esto se está poniendo personal.
— Lo siento mucho —le digo automáticamente, pero ella continúa como si no me hubiera oído.
— Si lo ame… y solo he amado a otra persona —murmura.
— A mi esposa. —Las palabras salen de mi boca antes de que pueda detenerlas.
— Sí —dice en un murmullo apenas audible.
Eso no es nuevo para mí. Cuando levanta la vista para mirarme, sus ojos marrones están llenos de emociones contradictorias, pero la que destaca sobre todas es la aprensión. ¿Por mi reacción tal vez?
Pero mi abrumadora respuesta ante esta pobre mujer es la compasión. Repaso toda la literatura clásica que se me ocurre en busca de formas de tratar con el amor no correspondido. Trago saliva con dificultad y me agarro a la superioridad moral.
— Lo sé. Es fácil quererla —susurro.
Abre todavía más los ojos por la sorpresa y sonríe.
— Sí, lo es… Lo era —se corrige rápidamente y se sonroja.
Después suelta una risita tan dulce que no puedo evitarlo y río también. Sí, Santana López tiene ese efecto en nosotras. Mi subconsciente me pone los ojos en blanco porque la saco de quicio y vuelve a la lectura del desgastado ejemplar de Jane Eyre. Miro el reloj. En el fondo sé que Santana no tardará en llegar.
— Creo que vas a tener la oportunidad de ver a Santana.
— Eso creía. Sé lo protectora que puede llegar a ser. —Me sonríe.
Así que tenía todo esto planeado. Qué astuta. O manipuladora, me susurra mi subconsciente.
— ¿Por eso has venido a verme?
— Sí.
— Ya veo.
Y Santana está haciendo justo lo que ella esperaba. A regañadientes admito que la conoce bien.
— Parecía muy feliz. Con usted —me dice.
¿Qué?
— ¿Cómo lo sabes?
— La vi cuando estuve en el ático —explica con cautela.
Oh, ¿cómo he podido olvidar eso?
— ¿Ibas allí con frecuencia?
— No. Pero ella era muy diferente con usted.
¿Quiero oír esto? Un escalofrío me recorre la espalda. Se me eriza el vello al recordar el miedo que sentí cuando ella apareció en nuestro apartamento en forma de sombra que no llegué a ver del todo.
— Sabes que va contra la ley. Allanar una casa.
Ella asiente y mira fijamente la mesa, recorriendo el borde con una uña.
— Solo lo hice unas pocas veces y tuve suerte de que no me cogieran. También tengo que darle las gracias a la señora López por eso. Podría haberme mandado a la cárcel.
— No creo que quisiera hacer eso —le respondo.
De repente se oye una repentina actividad fuera de la sala de reuniones y sé instintivamente que Santana está en el edificio. Un momento después entra como una fiera por la puerta y la cierra tras de sí. Antes de que se cierre del todo mi mirada se cruza con la de Taylor, que está fuera, esperando pacientemente; su boca es una fina línea y no me devuelve la sonrisa tensa que le dedico. Oh, maldita sea, el también está enfadado conmigo.
La mirada marrón y rabiosa de Santana me atraviesa primero a mí y después a Leila y nos deja a las dos petrificadas en las sillas. Tiene una expresión de determinación silenciosa, pero yo sé que no se siente así, y creo que Leila también lo sabe. El frío amenazador de sus ojos es el que revela la verdad emana rabia, aunque sabe esconderla bien. Lleva un traje gris con un el botón superior de la camisa desabrochado mostrando los montículos de sus pechos, falda ceñida y tacones blancos. Parece muy profesional y al mismo tiempo informal… y sexy. Tiene el pelo alborotado, seguro que porque se ha estado pasando las manos por él, exasperada.
Leila vuelve a bajar la vista nerviosamente al borde de la mesa mientras lo recorre con el dedo índice. Santana me mira a mí, después a ella y por fin a Prescott.
— Tú —dice dirigiéndose a Prescott sin alterarse.
— Estás despedida. Sal de aquí ahora mismo.
Palidezco. Oh, no… Eso no es justo.
— Santana… —Intento ponerme de pie.
Levanta el dedo índice en forma de advertencia en mi dirección.
— No —me dice en voz tan alarmantemente baja que me callo al instante y me quedo clavada en la silla. Prescott agacha la cabeza y sale caminando enérgicamente de la sala para reunirse con Taylor.
Santana cierra la puerta tras ella y se acerca hasta el borde de la mesa. ¡No, no, no! Ha sido culpa mía. Santana se queda de pie delante de Leila. Coloca las dos manos sobre la superficie de madera y se inclina hacia delante.
— ¿Qué coño estás haciendo tú aquí? —le pregunta en un gruñido.
— ¡Santana! —la reprendo, pero ella me ignora.
— ¿Y bien? —insiste.
Leila la mira con los ojos muy abiertos y la cara cenicienta; su anterior rubor ha desaparecido totalmente.
— Quería verte y no me lo permitías —susurra.
— ¿Así que has venido hasta aquí para acosar a mi mujer?
Sigue hablando muy bajo. Demasiado bajo.
Leila vuelve a mirar la mesa.
Ella se yergue pero continúa con la vista fija en ella.
— Leila, si vuelves a acercarte a mi mujer te quitaré todo mi apoyo económico. Ni médicos, ni escuela de arte, ni seguro médico… Todo, te lo quitaré todo. ¿Me comprendes?
— Santana… —vuelvo a intentarlo, pero me silencia con una mirada gélida. ¿Por qué está siendo tan poco razonable? Mi compasión por esa mujer crece.
— Sí —responde con una voz apenas audible.
— ¿Qué está haciendo Susannah en recepción?
— Ha venido conmigo.
Se pasa una mano por el pelo sin dejar de mirarla.
— Santana, por favor —le suplico.
— Leila solo quería darte las gracias. Eso es todo.
Ella me ignora y centra toda su ira en Leila.
— ¿Te quedaste en casa de Susannah cuando estuviste enferma?
— Sí.
— ¿Sabía ella lo que estabas haciendo mientras estabas en su casa?
— No. Estaba fuera, de vacaciones.
Santana se acaricia el labio inferior con el dedo índice.
— ¿Por qué necesitabas verme? Ya sabes que debes enviarme cualquier petición a través de Flynn ¿Necesitas algo? —Su tono se ha suavizado un poco.
Leila vuelve a pasar el dedo por el borde de la mesa.
¡Deja de intimidarla, Santana!
— Tenía que saberlo. —Y entonces la mira directamente por primera vez.
— ¿Tenías que saber qué? —le pregunta.
— Que estabas bien.
Ella la mira con la boca abierta.
— ¿Que yo estoy bien? —La observa con el ceño fruncido, incrédula.
— Sí.
— Estoy bien. Ya está, pregunta contestada. Ahora te van a llevar al aeropuerto para que vuelvas a la costa Este. Si das un paso más allá del Mississippi te lo quitaré todo, ¿entendido?.
¡Por el amor de Dios, Santana! Me quedo pasmada. Pero ¿qué demonios le está pasando? No puede obligarla a quedarse a un lado del país.
— Sí. Lo entiendo —dice Leila en voz baja.
— Bien. —El tono de Santana ahora es más conciliador.
— Puede que a Leila no le venga bien irse ahora. Tenía planes —protesto, furiosa por ella.
Santana me mira fijamente.
— Brittany… —me advierte con la voz gélida.
— Esto no es asunto tuyo.
La miro con el ceño fruncido. Claro que es asunto mío, está en mi oficina después de todo. Tiene que haber algo más que yo no sé. No está siendo racional.
Cincuenta Sombras…, me susurra mi subconsciente.
— Leila ha venido a verme a mí, no a ti —le respondo en un susurro altanero.
Leila se gira hacia mí con los ojos abiertos hasta un punto imposible.
— Tenía instrucciones, señora López. Y las he desobedecido. —Mira nerviosamente a mi esposa y después a mí.
— Esta es la Santana López que yo conozco —dice en un tono triste y nostálgico. Santana la observa con el ceño fruncido y yo me quedo sin aire en los pulmones. No puedo respirar. ¿Santana era así con ella todo el tiempo? ¿Era así conmigo al principio? Me cuesta recordarlo. Con una sonrisa triste, Leila se levanta.
— Me gustaría quedarme hasta mañana. Tengo el vuelo de vuelta a mediodía —le dice en voz baja a Santana.
— Haré que alguien vaya a recogerte a las diez para llevarte al aeropuerto.
— Gracias.
— ¿Te quedas en casa de Susannah?
— Sí.
— Bien.
Miro fijamente a Santana. No puede organizarle la vida así… ¿Y cómo sabe dónde vive Susannah?
— Adiós, señora López. Gracias por atenderme.
Me levanto y le tiendo la mano. Ella me la estrecha agradecida.
— Mmm… Adiós. Y buena suerte —murmuro, porque no estoy segura de cuál es el protocolo para despedirme de una antigua sumisa de mi esposa.
Asiente y se gira hacia ella.
— Adiós, Santana.
Los ojos de Santana se suavizan un poco.
— Adiós, Leila. —Su voz es muy baja.
— Todo a través del doctor Flynn, no lo olvides.
— Sí, señora.
Santana abre la puerta para que salga, pero ella se queda parada delante de ella y la mira. Ella se queda quieta y la observa con cautela.
— Me alegro de que seas feliz. Te lo mereces —le dice, y se va antes de que ella pueda responder.
Ella frunce el ceño mientras la ve marcharse y le hace un gesto con la cabeza a Taylor, que sigue a Leila hacia la zona de recepción. Cierra la puerta y me mira insegura.
— Ni se te ocurra enfadarte conmigo —le digo entre dientes.
— Llama a Claude Bastille y grítale a él o vete a ver al doctor Flynn.
Se queda con la boca abierta; está sorprendida por mi reacción. Arruga la frente otra vez.
— Me prometiste que no ibas a hacer esto. —Ahora su tono es acusatorio.
— ¿Hacer qué?
— Desafiarme.
— No prometí eso. Te dije que tendría más en cuenta tu necesidad de protección. Te he avisado de que Leila estaba aquí. Hice que Prescott la registrara a ella y a tu otra amiguita. Prescott estuvo aquí todo el tiempo. Ahora has despedido a esa pobre mujer, que solo estaba haciendo lo que yo le dije. Te pedí que no te preocuparas y mira dónde y cómo estás. No recuerdo haber recibido ninguna excepción pontificada de tu parte que decretara que no podía ver a Leila. Ni siquiera sabía que tenía una lista de visitas potencialmente peligrosas.
Mi voz va subiendo por la indignación mientras defiendo mi causa. Santana me observa con una expresión impenetrable. Un momento después sus labios se curvan.
— ¿excepción pontificada? —dice divertida y se relaja visiblemente.
No tenía intención de hacer una broma para quitarle hierro a la conversación, pero ahí está, sonriendo, y eso solo me pone más furiosa. El intercambio entre ella y su ex ha sido algo desagradable de presenciar. ¿Cómo ha podido ser tan fría con ella?
— ¿Qué? —me pregunta, irritada porque mi cara sigue estando decididamente seria.
— Tú. ¿Por qué has sido tan cruel con ella?
Suspira y se revuelve un poco, apoyándose en la mesa y acercándose a mí.
— Brittany —me dice como si fuera una niña pequeña.
— No lo entiendes. Leila, Susannah… Todas ellas… Fueron un pasatiempo agradable y divertido. Pero eso es todo. Tú eres el centro de mi universo.
Y la última vez que las dos estuvieron en la misma habitación, ella te apuntaba con una pistola. No la quiero cerca de ti.
— Pero, Santana, entonces estaba enferma.
— Lo sé, y sé que está mejor ahora, pero no voy a volver a darle el beneficio de la duda. Lo que hizo es imperdonable.
— Pero tú has entrado en su juego y has hecho exactamente lo que ella quería. Deseaba volver a verte y sabía que si venía a verme, tú acudirías corriendo.
Santana se encoge de hombros como si no le importara.
— No quiero que tengas nada que ver con mi vida anterior.
¿Qué?
— Santana… Eres quien eres por tu vida anterior, por tu nueva vida, por todo. Lo que tiene que ver contigo, tiene que ver conmigo. Acepté eso cuando me casé contigo porque te quiero.
Se queda petrificada. Sé que le cuesta oír estas cosas.
— No me ha hecho daño. Y ella también te quiere.
— Me importa una mierda.
La miro con la boca abierta, asombrada. Y me sorprende que todavía tenga la capacidad de asombrarme. «Esta es la Santana López que yo conozco.» Las palabras de Leila resuenan en mi cabeza.
Su reacción ante ella ha sido tan fría… Es algo que no tiene nada que ver con la mujer que he llegado a conocer y que amo. Frunzo el ceño al recordar el remordimiento que sintió cuando ella tuvo la crisis, cuando creyó que ella podía ser el responsable de su dolor. Trago saliva al recordar también que incluso la bañó. El estómago se me retuerce dolorosamente y me sube la bilis hasta la garganta. ¿Cómo puede decir ahora que le importa una mierda? Entonces sí le importaba. ¿Qué ha cambiado? Hay veces, como ahora mismo, en que no la entiendo. Ella funciona a un nivel que está muy lejos del mío.
— ¿Y por qué de repente te has convertido en una defensora de su causa? —me pregunta, perpleja e irritada.
— Mira, Santana, no creo que Leila y yo nos pongamos a intercambiar recetas y patrones de costura.
Pero tampoco creo que haga falta mostrar tan poco corazón con ella.
Sus ojos se congelan.
— Ya te lo dije una vez: yo no tengo corazón —susurra.
Pongo los ojos en blanco. Oh, ahora se está comportando como una adolescente.
— Eso no es cierto, Santana. No seas ridícula. Sí que te importa. No le estarías pagando las clases de arte y todo lo demás si te diera igual.
De repente hacer que se dé cuenta de eso se convierte en el objetivo de mi vida. Es obvio que le importa. ¿Por qué lo niega? Es lo mismo que con sus sentimientos por su madre biológica. Oh, mierda… claro. Sus sentimientos por Leila y por las otras sumisas están mezclados con los sentimientos por su madre. «Me gusta azotar a rubias como tú porque todas se parecen a la puta adicta al crack.» Que alguien llame al doctor Flynn, por favor. ¿Cómo puede no verlo ella?
De repente el corazón se me llena de compasión por ella. Mi niña perdida… ¿Por qué es tan difícil para ella volver a ponerse en contacto con la humanidad, con la compasión que mostró por Leila cuando tuvo la crisis?
Se me queda mirando fijamente con los ojos brillando por la ira.
— Se acabó la discusión. Vámonos a casa.
Echo un vistazo al reloj. Solo son las cuatro y veintitrés. Tengo trabajo que hacer.
— Es pronto —le digo.
— A casa —insiste.
— Santana —le digo con voz cansada.
— Estoy harta de tener siempre la misma discusión contigo.
Frunce el ceño como si no comprendiera.
— Ya sabes —le recuerdo.
— Yo hago algo que no te gusta y tú piensas en una forma de castigarme por ello, que normalmente incluye un polvo pervertido que puede ser alucinante o cruel.
Me encojo de hombros, resignada. Esto es agotador y muy confuso.
— ¿Alucinante? —me pregunta.
¿Qué?
— Normalmente sí.
— ¿Qué ha sido alucinante? —me pregunta, y ahora sus ojos brillan con una curiosidad divertida y sensual. Veo que está intentando distraerme.
Oh, Dios mío… No quiero hablar de eso en la sala de reuniones de SIP. Mi subconsciente se examina con indiferencia las uñas perfectamente arregladas: Entonces no deberías haber sacado el tema…
— Ya lo sabes. —Me ruborizo, irritada con ella y conmigo misma.
— Puedo adivinarlo —susurra.
Madre mía. Estoy intentando reprenderla y ella me está confundiendo.
— Santana, yo…
— Me gusta complacerte. —Sigue la línea de mi labio inferior delicadamente con el pulgar.
— Y lo haces —reconozco en un susurro.
— Lo sé —me dice suavemente. Después se agacha y me susurra al oído.
— Es lo único que sé con seguridad.
Oh, qué bien huele. Se aparta y me mira con una sonrisa arrogante que dice: «Por eso eres mía».
Frunzo los labios y me esfuerzo por que parezca que no me ha afectado su contacto. Se le da muy bien lo de distraerme de algo doloroso o que no quiere tratar. Y tú se lo permites, dice mi subconsciente mirando por encima del libro de Jane Eyre. Su comentario no me ayuda.
— ¿Qué fue alucinante, Brittany? —vuelve a preguntar con un brillo malicioso en los ojos.
— ¿Quieres una lista? —pregunto a mi vez.
— ¿Hay una lista? —Está encantada.
Oh, qué agotadora es esta mujer.
— Bueno, las esposas —murmuro, y mi mente viaja hasta la luna de miel.
Ella arruga la frente y me coge la mano, rozándome allí donde normalmente se toma el pulso en la muñeca con su pulgar.
— No quiero dejarte marcas.
Oh… Curva los labios en una lenta sonrisa carnal.
— Vamos a casa. —Ahora su tono es seductor.
— Tengo trabajo que hacer.
— A casa —vuelve a insistir.
Nos miramos, el marrón líquido se enfrenta al azul perplejo, poniéndonos a prueba, desafiando nuestros límites y nuestras voluntades. La observo intentando comprenderla, intentando entender cómo esa mujer puede pasar de ser una obsesa del control rabiosa a una amante seductora en un abrir y cerrar de ojos. Sus ojos se agrandan y se oscurecen, dejando claras cuáles son sus intenciones. Me acaricia suavemente la mejilla.
— Podemos quedarnos aquí —dice en voz baja y ronca.
Oh, no. No. No. No. En la oficina no.
— Santana, no quiero tener sexo aquí. Tu amante acaba de estar en esta habitación.
— Ella nunca fue mi amante —gruñe, y su boca se convierte en una fina línea.
— Es una forma de hablar, Santana.
Frunce el ceño, confundida. La amante seductora ha desaparecido.
— No le des demasiadas vueltas a eso, Britt. Ella ya es historia —dice sin darle importancia.
Suspiro. Tal vez tenga razón. Solo quiero que admita ante sí misma que ella le importa. De repente se me hiela el corazón. Oh, no… Por eso es tan importante para mí. ¿Y si yo hiciera algo imperdonable?
Por ejemplo si no me conformo. ¿Yo también pasaría a ser historia? Si puede comportarse así ahora, después de lo preocupada que estuvo por Leila cuando ella enfermó, ¿podría en algún momento volverse contra mí? Doy un respingo al recordar fragmentos de un sueño: espejos dorados y el sonido de sus pisadas sobre el suelo de mármol mientras se aleja, dejándome sola rodeada de un esplendor opulento.
— No… —La palabra sale de mi boca en un susurro horrorizado antes de que pueda detenerla.
— Sí —dice ella, y me sujeta la barbilla para después inclinarse y darme un beso tierno en los labios.
— Oh, Santana, a veces me das miedo. —Le cojo la cabeza con las manos, enredo los dedos en su pelo y acerco sus labios a los míos. Se queda tensa un momento mientras me abraza.
— ¿Por qué?
— Le has dado la espalda con una facilidad asombrosa…
Frunce el ceño.
— ¿Y crees que podría hacer lo mismo contigo, Britt? ¿Y por qué demonios piensas eso? ¿Qué te ha hecho llegar a esta conclusión?
— Nada. Bésame. Llévame a casa —le suplico.
Sus labios tocan los míos y estoy perdida.
— Oh, por favor —suplico cuando Santana me sopla con suavidad en el sexo.
— Todo a su tiempo —murmura.
Tiro de las esposas y gruño alto en protesta por este ataque carnal. Estoy atada con unas suaves esposas de cuero, cada codo sujeto a una rodilla, y la cabeza de Santana se mueve entre mis piernas y su lengua experta me excita sin tregua. Abro los ojos y miro el techo del dormitorio, que está bañado por la suave luz de última hora de la tarde, sin verlo realmente. Su lengua gira una y otra vez, haciendo espirales y rodeando el centro de mi universo. Quiero estirar las piernas. Lucho en vano por intentar controlar el placer. Pero no puedo. Cierro los dedos en su pelo y tiro con fuerza para que detenga esta tortura sublime.
— No te corras —me advierte con el aliento suave sobre mi carne cálida y húmeda mientras ignora mis dedos.
— Te voy a azotar si te corres.
Gimo.
— Control, Britt. Es todo cuestión de control. —Su lengua retoma la incursión erótica.
Oh, sabe muy bien lo que está haciendo… Estoy indefensa, no puedo resistirme ni detener mi reacción ciega. Lo intento, lo intento con todas mis fuerzas, pero mi cuerpo explota bajo sus incesantes atenciones. Aun así su lengua no para hasta arrancar hasta el último gramo de placer que hay en mí.
— Oh, Britt —me regaña.
— Te has corrido. —Su voz es suave al echarme esa reprimenda triunfante. Me gira para que quede boca abajo y yo me apoyo en los antebrazos, aún temblorosa. Me da un azote fuerte en el culo.
— ¡Ah! —grito.
— Control —repite. Y me coge las caderas hunde tres dedos en mi interior.
Vuelvo a gritar; mi carne todavía se convulsiona por las consecuencias del orgasmo. Se queda muy quieta dentro de mí y se inclina para soltarme primero una esposa y después la otra. Me rodea con el brazo libre y tira de mí hasta sentarme en su regazo. Tiene sus pechos pegados a mi espalda y la mano apoyada bajo mi barbilla y sobre la garganta. Me siento llena y eso me encanta.
Saca sus dedos, me voltea toma uno de mis muslos y se acomoda de forma que fundimos nuestros sexos.
— Muévete —me ordena.
Gimo y arremeto contra su sexo.
— Más rápido —me susurra.
Y me muevo más rápido y después más. Ella gime y me echa atrás la cabeza con la mano para mordisquearme el cuello. Su otra mano va bajando por mi cuerpo lentamente, desde la cadera hasta el sexo y después se desliza hasta mi clítoris, que todavía está muy sensible por sus generosas atenciones de antes. Suelto un gemido largo cuando sus dedos se cierran sobre él y empieza a excitarlo de nuevo.
— Sí, Britt —me dice.
— Eres mía. Solo tú.
— Sí —jadeo cuando mi cuerpo empieza a tensarse de nuevo, apretándola y abrazándola de la forma más íntima.
— Córrete para mí —me pide.
Yo me dejo llevar y mi cuerpo obedece su petición. Me agarra mientras el orgasmo me recorre el cuerpo a la vez que grito su nombre.
— Oh, Britt, te quiero.
Santana gime y sigue el camino que yo acabo de abrir y llega también a la liberación.
Me da un beso y le aparto el pelo de la cara.
— ¿Esto también va a formar parte de esa lista, señora López? —me susurra. Yo estoy tumbada boca abajo sobre la cama, apenas consciente. Santana me acaricia el culo suavemente. Está tumbada de lado junto a mí, apoyada en un codo.
— Mmm.
— ¿Eso es un sí?
— Mmm. —Le sonrío.
Ella sonríe y me da otro beso. Yo de mala gana me giro para poder mirarla.
— ¿Y bien? —insiste.
— Sí. Esto se incluye en la lista. Pero es una lista larga.
Su cara casi queda partida en dos por su enorme sonrisa y se inclina para darme un beso suave.
— Perfecto. ¿Y si cenamos algo? —Le brillan los ojos por el amor y la diversión.
Asiento. Estoy hambrienta. Estiro la mano para tirarle cariñosamente del pezón derecho.
— Quiero decirte algo —le susurro.
— ¿Qué?
— No te enfades.
— ¿Qué pasa, Britt?
— Te importa.
Abre mucho los ojos y desaparece el destello de buen humor.
— Quiero que admitas que te importa. Porque a la Santana que yo conozco y a la que quiero le importaría.
Se pone tensa y sus ojos no abandonan los míos. Yo puedo ver la lucha interna que se está produciendo, como si estuviera a punto de emitir el juicio de Salomón. Ella abre la boca para decir algo y después la vuelve a cerrar. Una emoción fugaz cruza su cara… Dolor quizá. Dilo, la animo mentalmente.
— Sí. Sí me importa. ¿Contenta? —dice y su voz es apenas un susurro.
Oh, menos mal. Es un alivio.
— Sí. Mucho.
Frunce el ceño.
— No me puedo creer que esté hablando contigo de esto ahora, aquí, en nuestra cama…
Le pongo el dedo sobre los labios.
— No estamos hablando de eso. Vamos a comer. Tengo hambre.
Suspira y niega con la cabeza.
— Me cautiva y me desconcierta a la vez, señora López.
— Eso está bien. —Me incorporo y le doy un beso.
De: Brittany López
Fecha: 9 de septiembre de 2011 09:33
Para: Santana López
Asunto: La lista
Lo de ayer tiene que encabezar la lista definitivamente.
:D
Britt x
Brittany López Editora de SIP
De: Santana López
Fecha: 9 de septiembre de 2011 09:42
Para: Brittany López
Asunto: Dime algo que no sepa
Llevas diciéndome eso los tres últimos días.
A ver si te decides.
O… podemos probar algo más.
;)
Santana López Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc., disfrutando del juego.
Sonrío al ver lo que hay escrito en la pantalla. Las últimas noches han sido… entretenidas. Hemos vuelto a relajarnos y la interrupción provocada por la aparición de Leila ya ha quedado olvidada.
Todavía no he reunido el coraje para preguntarle si alguno de los cuadros del salón es suyo… Y la verdad es que no me importa. Mi BlackBerry vibra y respondo pensando que debe de ser Santana.
— ¿Britt?
— Sí.
— Britt, cariño. Soy el padre Noah.
— ¡Señor Puckerman! ¡Hola! —Se me eriza el vello. ¿Qué querrá de mí el padre de Noah?
— Perdona que te llame al trabajo. Es por Ray. —Le tiembla la voz.
— ¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido? —El corazón se me queda atravesado en la garganta.
— Ray ha tenido un accidente.
Oh, no, papá… Dejo de respirar.
— Está en el hospital. Será mejor que vengas rápido.
El motivo es que termine mi carrera y estoy haciendo un proyecto final o tesis ademas de trabajar seguido y no me da tiempo pero les prometo que los fines de semana actualizare les recuerdo que quedan poco capítulos de este fic.
Espero que sigan leyendo la historia y que comenten...
P.D: gracias por sus comentarios
Parte III – Capítulo16
— ¿Quieres que le diga que se vaya? —me pregunta Hannah, alarmada por la cara que he puesto.
— Eh, no. ¿Dónde está?
— En recepción. Y no ha venido sola. La acompaña otra mujer joven.
¡Oh!
— Y la señorita Prescott quiere hablar contigo —añade Hannah.
— Dile que pase.
Hannah se aparta y Prescott entra en el despacho. Se nota que viene con una misión, porque destila eficiencia profesional.
— Dame un momento, Hannah. Prescott, siéntate por favor.
Hannah cierra la puerta y nos deja solas a Prescott y a mí.
— Señora López, Leila Williams está en la lista de visitas potencialmente peligrosas.
— ¿Qué? — ¿Tengo una lista de visitas potencialmente peligrosas?
— Es una lista de vigilancia, señora. Taylor y Welch fueron muy categóricos sobre que ella no debe tener ningún contacto con usted.
Frunzo el ceño sin comprender.
— ¿Es peligrosa?
— No sabría decirle, señora.
— ¿Y cómo sabes que está aquí?
Prescott traga saliva y durante un momento se la ve incómoda.
— Estaba haciendo una pausa para ir al baño cuando ella entró y habló directamente con Claire, luego Claire llamó a Hannah.
— Oh, ya veo. —Me doy cuenta de que incluso Prescott necesita ir a hacer pis y me río un poco.
— Qué mala pata.
— Sí, señora. —Prescott me dedica una sonrisa avergonzada y es la primera vez que la veo bajar un poco la guardia. Tiene una sonrisa muy bonita.
— Tengo que volver a hablar con Claire sobre el protocolo —dice con tono cansado.
— Claro. ¿Taylor sabe que ella está aquí? —Cruzo los dedos inconscientemente, deseando que no se lo haya dicho a Santana.
— Le he dejado un mensaje de voz.
Oh.
— Entonces tengo poco tiempo. Me gustaría saber qué quiere.
Prescott se me queda mirando un momento.
— Debo recomendarle que lo no haga, señora.
— Habrá venido hasta aquí a verme por algo.
— Se supone que debo evitarlo, señora —dice en voz baja pero resignada.
— Quiero saber lo que sea que tenga que decirme.
Mi tono es más contundente de lo que pretendía. Prescott contiene un suspiro.
— Entonces tendré que registrarlas a las dos antes de que usted se encuentre con ellas.
— Está bien. ¿Y puedes hacerlo?
— Estoy aquí para protegerla, señora López, de modo que sí, puedo. También creo que sería aconsejable que me quedara con usted mientras hablan.
— Bien. —Le permito esa concesión. Además, la última vez que vi a Leila iba armada.
— Vamos.
Prescott se levanta.
— Hannah —llamo.
Hannah abre la puerta demasiado deprisa. Debía de estar esperando fuera justo al lado.
— ¿Puedes ir a ver si la sala de reuniones está libre, por favor?
— Ya lo he comprobado y sí que lo está. Puedes utilizarla.
— Prescott, ¿puedes registrarlas ahí? ¿Tiene la privacidad suficiente?
— Sí, señora.
— Yo iré dentro de cinco minutos. Hannah, lleva a Leila Williams y a la persona que está con ella a la sala de reuniones.
— Ahora mismo. —Hannah mira ansiosa a Prescott y después a mí.
— ¿Quieres que cancele tu siguiente reunión? Es a las cuatro, pero es en la otra punta de la ciudad.
— Sí —murmuro distraída. Hannah asiente y se va.
¿Qué demonios puede querer Leila? No creo que haya venido aquí para hacerme daño. No lo hizo en el pasado cuando tuvo la oportunidad. Santana se va a poner como una fiera.
Mi subconsciente frunce los labios, cruza remilgadamente las piernas y asiente. Tengo que decirle lo que voy a hacer. Le escribo un correo rápido, me quedo parada y miro la hora. Siento una punzada de dolor momentánea. Iba todo tan bien desde que estuvimos en Aspen… Pulso «Enviar».
De: Brittany López
Fecha: 6 de septiembre de 2011 15:27
Para: Santana López
Asunto: Visitas
Santana:
Leila está aquí. Ha venido a visitarme. Voy a verla acompañada por Prescott.
Si es necesario utilizaré mis recién adquiridas habilidades para dar bofetadas con la mano que ya tengo curada.
Intenta (pero hazlo de verdad) no preocuparte.
Ya soy una niña grande.
Te llamo después de la conversación.
B x
Brittany López Editora de SIP
Rápidamente escondo la BlackBerry en el cajón de mi escritorio. Me pongo de pie, me estiro la falda lápiz gris, me doy un pellizco en las mejillas para darles un poco de color y me desabrocho otro botón de la blusa de seda gris. Vale, estoy preparada. Inspiro hondo y salgo de la oficina para ver a la tristemente famosa Leila, ignorando la música de «Your Love is King» y el zumbido amortiguado que sale del cajón de mi mesa.
A Leila se la ve mucho mejor. Algo más que mejor… Está muy atractiva. Tiene un rubor rosa en las mejillas, sus ojos marrones brillan y lleva el pelo limpio y brillante. Va vestida con una blusa rosa pálido y pantalones blancos. Se pone de pie en cuanto entro en la sala de reuniones y su amiga también, una mujer joven con el pelo rubio oscuro y ojos marrones del color del brandy. Prescott permanece en un rincón sin apartar los ojos de Leila.
— Señora López, muchas gracias por acceder a verme. —Leila habla en voz baja pero clara.
— Mmm… Disculpen las medidas de seguridad —murmuro mientras señalo distraídamente a Prescott porque no se me ocurre nada más que decir.
— Esta es mi amiga Susi.
— Hola —saludo con la cabeza a Susi. Se parece a Leila. Y a mí. Oh, no. Otra más.
— Sí —dice Leila, como si acabara de leerme el pensamiento.
— Susi también conoce a la señora López.
¿Y qué demonios se supone que puedo decir ante eso? Le sonrío educadamente.
— Siéntense, por favor —les pido.
Llaman a la puerta. Es Hannah. Le hago una seña para que entre porque sé perfectamente por qué viene a molestarnos.
— Perdón por la interrupción, Britt. Es que tengo a la señora López al teléfono.
— Dile que estoy ocupada.
— Ha insistido mucho, Britt —me dice un poco asustada.
— No lo dudo. Pídele disculpas de mi parte y dile que la llamo en cuanto pueda.
Hannah duda.
— Hannah, por favor.
Asiente y sale apresuradamente de la sala. Me vuelvo hacia las dos mujeres que tengo sentadas delante de mí. Las dos me miran asombradas. Es incómodo.
— ¿Qué puedo hacer por ustedes? —les pregunto.
Susi es la que habla.
— Sé que esto es muy raro, pero yo quería conocerte también. La mujer que ha atrapado a San…
Levanto la mano, haciendo que deje la frase a medias. No quiero oír eso.
— Mmm… Ya veo lo que quieres decir —digo entre dientes.
— Nosotras nos llamamos el «club de las sumisas». —Me sonríe y sus ojos brillan divertidos.
Oh, Dios mío.
Leila da un respingo y mira a Susi, perpleja y divertida a la vez. Susi hace una mueca de dolor.
Sospecho que Leila le ha dado una patada por debajo de la mesa.
¿Y qué se supone que debo decirles ante eso? Miro nerviosamente a Prescott, que sigue impasible.
Sus ojos no se apartan de Leila.
De repente Susi parece recordar por qué está allí. Se ruboriza, asiente y se levanta.
— Esperaré en recepción. Esto es solo cosa de Lulu. —Es evidente que está avergonzada.
¿Lulu?
— ¿Estarás bien? —le pregunta a Leila, que le responde con una sonrisa.
Susi me dedica una sonrisa amplia, abierta y genuina y sale de la habitación.
Susi y Santana… No es algo en lo que quiera pensar. Prescott se saca el teléfono del bolsillo y contesta. No lo he oído sonar.
— ¿Sí, señora López? —dice.
Leila y yo nos volvemos para mirarla. Prescott cierra los ojos mortificada.
— Sí, señora —responde. Se acerca y me pasa el teléfono.
Pongo los ojos en blanco.
— ¿Sí, Santana? —respondo tranquilamente intentando contener mi exasperación. Me levanto y salgo apresuradamente de la sala.
— ¿A qué demonios estás jugando? —me grita a punto de explotar.
— No me grites.
— ¿Cómo que no te grite? —Me grita aún más alto.
— Te he dado instrucciones específicas que tú acabas de ignorar… otra vez. Joder, Britt, estoy muy furiosa.
— Pues cuando te calmes, hablaremos de esto.
— Ni se te ocurra colgarme —me amenaza entre dientes.
— Adiós, Santana. —Le cuelgo y apago el teléfono de Prescott.
Maldita sea… Sé que no dispongo de mucho tiempo con Leila. Inspiro hondo y regreso a la sala de reuniones. Leila y Prescott me miran expectantes y yo le devuelvo a Prescott el teléfono.
— ¿Dónde estábamos? —le pregunto a Leila mientras me siento frente a ella. Sus ojos se abren un poco, extrañados.
Sí, aparentemente sé manejar a Santana. Pero no creo que ella quiera oír eso.
Leila juguetea nerviosamente con las puntas de su pelo.
— Primero, quiero disculparme —me dice en voz baja.
Oh…
Levanta la vista para mirarme y ve mi sorpresa.
— Sí —prosigue apresuradamente.
— Y agradecerle que no haya presentado cargos. Ya sabe… por lo del coche y el apartamento.
— Sabía que no estabas… Mmm… Bien en ese momento —respondo un poco a trompicones. No me esperaba una disculpa.
— No, no estaba bien.
— ¿Estás mejor ahora? —le pregunto amablemente.
— Mucho mejor. Gracias.
— ¿Sabe tu médico que estás aquí?
Niega con la cabeza.
Oh.
Parece adecuadamente culpable.
— Sé que tendré que enfrentarme a las consecuencias de esto más tarde. Pero necesitaba algunas cosas y también quería ver a Susi, a usted y… a la señora López.
— ¿Quieres ver a Santana? —Noto que mi estómago se precipita al vacío en caída libre. Por eso está aquí.
— Sí. Y quería preguntarle si le parece bien.
Oh, Dios mío… Me la quedo mirando con la boca abierta. Tengo ganas de decirle que no me parece bien, que no la quiero cerca de mi esposa. Pero ¿por qué ha venido? ¿Para evaluar a la competencia? ¿Para alterarme? ¿O es que necesita algún tipo de cierre?
— Leila —digo con dificultad, irritada.
— Eso no es asunto mío, sino de Santana. Tendrás que preguntárselo a ella. Ella no necesita mi permiso. Es una mujer adulta… la mayor parte del tiempo.
Me mira durante un segundo como si estuviera sorprendida por mi reacción y después se ríe bajito, todavía jugando nerviosamente con las puntas de su pelo.
— Ella se ha negado repetidamente a verme todas las veces que se lo he pedido —me dice casi en un susurro.
Oh, mierda. Tengo más problemas de los que creía.
— ¿Y por qué es tan importante para ti verla? —le pregunto con suavidad.
— Para darle las gracias. Me estaría pudriendo en esa inmunda institución psiquiátrica que no era más que una prisión si no fuera por ella. —Se queda mirando uno de sus dedos, que está pasando por el borde de la mesa.
— Tuve un episodio psicótico grave, y sin la señora López y sin John… el doctor Flynn, quiero decir…
Se encoge de hombros y me mira de nuevo con una expresión llena de gratitud.
Estoy otra vez sin habla. ¿Qué espera que diga? Tendría que estar diciéndole estas cosas a Santana, no a mí.
— Y por el curso de arte. Nunca podré agradecerle suficiente eso.
¡Lo sabía! Santana está pagando sus clases. Mi rostro sigue sin revelar nada mientras analizo vacilante mis sentimientos por esa mujer que acaba de confirmar mis sospechas sobre la generosidad de Santana. Para mi sorpresa, no le guardo ningún rencor a ella. Es una revelación y me alegro de que esté mejor. Con suerte, así podrá seguir adelante con su vida y nosotras con la nuestra.
— ¿No estás perdiendo clases por venir aquí? —le pregunto con genuino interés.
— Solo voy a perder dos. Mañana vuelvo a casa.
Ah, bien.
— ¿Y cuáles son tus planes?
— Quiero recoger mis cosas de casa de Susi, volver a Hamden y seguir pintando y aprendiendo. La señora López ya ha adquirido un par de mis cuadros.
¡Maldita sea! El estómago se me vuelve a caer a los pies. ¿No estarán colgados en mi salón? Se me ponen los pelos de punta solo de pensarlo.
— ¿Qué tipo de pintura practicas?
— Sobre todo abstracta.
— Ya veo.
Reviso mentalmente los cuadros del salón, que ahora ya conozco bien. Dos de ellos pueden haber sido pintados por una de las ex sumisas de mi esposa… Sí, es posible.
— ¿Puedo hablarle con franqueza? —me pregunta totalmente ajena a mis emociones encontradas.
— Por supuesto —le respondo mirando a Prescott, que parece haberse relajado un poco.
Leila se inclina un poco hacia delante como si fuera a revelarme un secreto que lleva guardando mucho tiempo.
— Amaba a Geoff, mi novio que murió hace unos meses. —Su voz va bajando hasta convertirse en un susurro triste.
Oh, madre mía. Esto se está poniendo personal.
— Lo siento mucho —le digo automáticamente, pero ella continúa como si no me hubiera oído.
— Si lo ame… y solo he amado a otra persona —murmura.
— A mi esposa. —Las palabras salen de mi boca antes de que pueda detenerlas.
— Sí —dice en un murmullo apenas audible.
Eso no es nuevo para mí. Cuando levanta la vista para mirarme, sus ojos marrones están llenos de emociones contradictorias, pero la que destaca sobre todas es la aprensión. ¿Por mi reacción tal vez?
Pero mi abrumadora respuesta ante esta pobre mujer es la compasión. Repaso toda la literatura clásica que se me ocurre en busca de formas de tratar con el amor no correspondido. Trago saliva con dificultad y me agarro a la superioridad moral.
— Lo sé. Es fácil quererla —susurro.
Abre todavía más los ojos por la sorpresa y sonríe.
— Sí, lo es… Lo era —se corrige rápidamente y se sonroja.
Después suelta una risita tan dulce que no puedo evitarlo y río también. Sí, Santana López tiene ese efecto en nosotras. Mi subconsciente me pone los ojos en blanco porque la saco de quicio y vuelve a la lectura del desgastado ejemplar de Jane Eyre. Miro el reloj. En el fondo sé que Santana no tardará en llegar.
— Creo que vas a tener la oportunidad de ver a Santana.
— Eso creía. Sé lo protectora que puede llegar a ser. —Me sonríe.
Así que tenía todo esto planeado. Qué astuta. O manipuladora, me susurra mi subconsciente.
— ¿Por eso has venido a verme?
— Sí.
— Ya veo.
Y Santana está haciendo justo lo que ella esperaba. A regañadientes admito que la conoce bien.
— Parecía muy feliz. Con usted —me dice.
¿Qué?
— ¿Cómo lo sabes?
— La vi cuando estuve en el ático —explica con cautela.
Oh, ¿cómo he podido olvidar eso?
— ¿Ibas allí con frecuencia?
— No. Pero ella era muy diferente con usted.
¿Quiero oír esto? Un escalofrío me recorre la espalda. Se me eriza el vello al recordar el miedo que sentí cuando ella apareció en nuestro apartamento en forma de sombra que no llegué a ver del todo.
— Sabes que va contra la ley. Allanar una casa.
Ella asiente y mira fijamente la mesa, recorriendo el borde con una uña.
— Solo lo hice unas pocas veces y tuve suerte de que no me cogieran. También tengo que darle las gracias a la señora López por eso. Podría haberme mandado a la cárcel.
— No creo que quisiera hacer eso —le respondo.
De repente se oye una repentina actividad fuera de la sala de reuniones y sé instintivamente que Santana está en el edificio. Un momento después entra como una fiera por la puerta y la cierra tras de sí. Antes de que se cierre del todo mi mirada se cruza con la de Taylor, que está fuera, esperando pacientemente; su boca es una fina línea y no me devuelve la sonrisa tensa que le dedico. Oh, maldita sea, el también está enfadado conmigo.
La mirada marrón y rabiosa de Santana me atraviesa primero a mí y después a Leila y nos deja a las dos petrificadas en las sillas. Tiene una expresión de determinación silenciosa, pero yo sé que no se siente así, y creo que Leila también lo sabe. El frío amenazador de sus ojos es el que revela la verdad emana rabia, aunque sabe esconderla bien. Lleva un traje gris con un el botón superior de la camisa desabrochado mostrando los montículos de sus pechos, falda ceñida y tacones blancos. Parece muy profesional y al mismo tiempo informal… y sexy. Tiene el pelo alborotado, seguro que porque se ha estado pasando las manos por él, exasperada.
Leila vuelve a bajar la vista nerviosamente al borde de la mesa mientras lo recorre con el dedo índice. Santana me mira a mí, después a ella y por fin a Prescott.
— Tú —dice dirigiéndose a Prescott sin alterarse.
— Estás despedida. Sal de aquí ahora mismo.
Palidezco. Oh, no… Eso no es justo.
— Santana… —Intento ponerme de pie.
Levanta el dedo índice en forma de advertencia en mi dirección.
— No —me dice en voz tan alarmantemente baja que me callo al instante y me quedo clavada en la silla. Prescott agacha la cabeza y sale caminando enérgicamente de la sala para reunirse con Taylor.
Santana cierra la puerta tras ella y se acerca hasta el borde de la mesa. ¡No, no, no! Ha sido culpa mía. Santana se queda de pie delante de Leila. Coloca las dos manos sobre la superficie de madera y se inclina hacia delante.
— ¿Qué coño estás haciendo tú aquí? —le pregunta en un gruñido.
— ¡Santana! —la reprendo, pero ella me ignora.
— ¿Y bien? —insiste.
Leila la mira con los ojos muy abiertos y la cara cenicienta; su anterior rubor ha desaparecido totalmente.
— Quería verte y no me lo permitías —susurra.
— ¿Así que has venido hasta aquí para acosar a mi mujer?
Sigue hablando muy bajo. Demasiado bajo.
Leila vuelve a mirar la mesa.
Ella se yergue pero continúa con la vista fija en ella.
— Leila, si vuelves a acercarte a mi mujer te quitaré todo mi apoyo económico. Ni médicos, ni escuela de arte, ni seguro médico… Todo, te lo quitaré todo. ¿Me comprendes?
— Santana… —vuelvo a intentarlo, pero me silencia con una mirada gélida. ¿Por qué está siendo tan poco razonable? Mi compasión por esa mujer crece.
— Sí —responde con una voz apenas audible.
— ¿Qué está haciendo Susannah en recepción?
— Ha venido conmigo.
Se pasa una mano por el pelo sin dejar de mirarla.
— Santana, por favor —le suplico.
— Leila solo quería darte las gracias. Eso es todo.
Ella me ignora y centra toda su ira en Leila.
— ¿Te quedaste en casa de Susannah cuando estuviste enferma?
— Sí.
— ¿Sabía ella lo que estabas haciendo mientras estabas en su casa?
— No. Estaba fuera, de vacaciones.
Santana se acaricia el labio inferior con el dedo índice.
— ¿Por qué necesitabas verme? Ya sabes que debes enviarme cualquier petición a través de Flynn ¿Necesitas algo? —Su tono se ha suavizado un poco.
Leila vuelve a pasar el dedo por el borde de la mesa.
¡Deja de intimidarla, Santana!
— Tenía que saberlo. —Y entonces la mira directamente por primera vez.
— ¿Tenías que saber qué? —le pregunta.
— Que estabas bien.
Ella la mira con la boca abierta.
— ¿Que yo estoy bien? —La observa con el ceño fruncido, incrédula.
— Sí.
— Estoy bien. Ya está, pregunta contestada. Ahora te van a llevar al aeropuerto para que vuelvas a la costa Este. Si das un paso más allá del Mississippi te lo quitaré todo, ¿entendido?.
¡Por el amor de Dios, Santana! Me quedo pasmada. Pero ¿qué demonios le está pasando? No puede obligarla a quedarse a un lado del país.
— Sí. Lo entiendo —dice Leila en voz baja.
— Bien. —El tono de Santana ahora es más conciliador.
— Puede que a Leila no le venga bien irse ahora. Tenía planes —protesto, furiosa por ella.
Santana me mira fijamente.
— Brittany… —me advierte con la voz gélida.
— Esto no es asunto tuyo.
La miro con el ceño fruncido. Claro que es asunto mío, está en mi oficina después de todo. Tiene que haber algo más que yo no sé. No está siendo racional.
Cincuenta Sombras…, me susurra mi subconsciente.
— Leila ha venido a verme a mí, no a ti —le respondo en un susurro altanero.
Leila se gira hacia mí con los ojos abiertos hasta un punto imposible.
— Tenía instrucciones, señora López. Y las he desobedecido. —Mira nerviosamente a mi esposa y después a mí.
— Esta es la Santana López que yo conozco —dice en un tono triste y nostálgico. Santana la observa con el ceño fruncido y yo me quedo sin aire en los pulmones. No puedo respirar. ¿Santana era así con ella todo el tiempo? ¿Era así conmigo al principio? Me cuesta recordarlo. Con una sonrisa triste, Leila se levanta.
— Me gustaría quedarme hasta mañana. Tengo el vuelo de vuelta a mediodía —le dice en voz baja a Santana.
— Haré que alguien vaya a recogerte a las diez para llevarte al aeropuerto.
— Gracias.
— ¿Te quedas en casa de Susannah?
— Sí.
— Bien.
Miro fijamente a Santana. No puede organizarle la vida así… ¿Y cómo sabe dónde vive Susannah?
— Adiós, señora López. Gracias por atenderme.
Me levanto y le tiendo la mano. Ella me la estrecha agradecida.
— Mmm… Adiós. Y buena suerte —murmuro, porque no estoy segura de cuál es el protocolo para despedirme de una antigua sumisa de mi esposa.
Asiente y se gira hacia ella.
— Adiós, Santana.
Los ojos de Santana se suavizan un poco.
— Adiós, Leila. —Su voz es muy baja.
— Todo a través del doctor Flynn, no lo olvides.
— Sí, señora.
Santana abre la puerta para que salga, pero ella se queda parada delante de ella y la mira. Ella se queda quieta y la observa con cautela.
— Me alegro de que seas feliz. Te lo mereces —le dice, y se va antes de que ella pueda responder.
Ella frunce el ceño mientras la ve marcharse y le hace un gesto con la cabeza a Taylor, que sigue a Leila hacia la zona de recepción. Cierra la puerta y me mira insegura.
— Ni se te ocurra enfadarte conmigo —le digo entre dientes.
— Llama a Claude Bastille y grítale a él o vete a ver al doctor Flynn.
Se queda con la boca abierta; está sorprendida por mi reacción. Arruga la frente otra vez.
— Me prometiste que no ibas a hacer esto. —Ahora su tono es acusatorio.
— ¿Hacer qué?
— Desafiarme.
— No prometí eso. Te dije que tendría más en cuenta tu necesidad de protección. Te he avisado de que Leila estaba aquí. Hice que Prescott la registrara a ella y a tu otra amiguita. Prescott estuvo aquí todo el tiempo. Ahora has despedido a esa pobre mujer, que solo estaba haciendo lo que yo le dije. Te pedí que no te preocuparas y mira dónde y cómo estás. No recuerdo haber recibido ninguna excepción pontificada de tu parte que decretara que no podía ver a Leila. Ni siquiera sabía que tenía una lista de visitas potencialmente peligrosas.
Mi voz va subiendo por la indignación mientras defiendo mi causa. Santana me observa con una expresión impenetrable. Un momento después sus labios se curvan.
— ¿excepción pontificada? —dice divertida y se relaja visiblemente.
No tenía intención de hacer una broma para quitarle hierro a la conversación, pero ahí está, sonriendo, y eso solo me pone más furiosa. El intercambio entre ella y su ex ha sido algo desagradable de presenciar. ¿Cómo ha podido ser tan fría con ella?
— ¿Qué? —me pregunta, irritada porque mi cara sigue estando decididamente seria.
— Tú. ¿Por qué has sido tan cruel con ella?
Suspira y se revuelve un poco, apoyándose en la mesa y acercándose a mí.
— Brittany —me dice como si fuera una niña pequeña.
— No lo entiendes. Leila, Susannah… Todas ellas… Fueron un pasatiempo agradable y divertido. Pero eso es todo. Tú eres el centro de mi universo.
Y la última vez que las dos estuvieron en la misma habitación, ella te apuntaba con una pistola. No la quiero cerca de ti.
— Pero, Santana, entonces estaba enferma.
— Lo sé, y sé que está mejor ahora, pero no voy a volver a darle el beneficio de la duda. Lo que hizo es imperdonable.
— Pero tú has entrado en su juego y has hecho exactamente lo que ella quería. Deseaba volver a verte y sabía que si venía a verme, tú acudirías corriendo.
Santana se encoge de hombros como si no le importara.
— No quiero que tengas nada que ver con mi vida anterior.
¿Qué?
— Santana… Eres quien eres por tu vida anterior, por tu nueva vida, por todo. Lo que tiene que ver contigo, tiene que ver conmigo. Acepté eso cuando me casé contigo porque te quiero.
Se queda petrificada. Sé que le cuesta oír estas cosas.
— No me ha hecho daño. Y ella también te quiere.
— Me importa una mierda.
La miro con la boca abierta, asombrada. Y me sorprende que todavía tenga la capacidad de asombrarme. «Esta es la Santana López que yo conozco.» Las palabras de Leila resuenan en mi cabeza.
Su reacción ante ella ha sido tan fría… Es algo que no tiene nada que ver con la mujer que he llegado a conocer y que amo. Frunzo el ceño al recordar el remordimiento que sintió cuando ella tuvo la crisis, cuando creyó que ella podía ser el responsable de su dolor. Trago saliva al recordar también que incluso la bañó. El estómago se me retuerce dolorosamente y me sube la bilis hasta la garganta. ¿Cómo puede decir ahora que le importa una mierda? Entonces sí le importaba. ¿Qué ha cambiado? Hay veces, como ahora mismo, en que no la entiendo. Ella funciona a un nivel que está muy lejos del mío.
— ¿Y por qué de repente te has convertido en una defensora de su causa? —me pregunta, perpleja e irritada.
— Mira, Santana, no creo que Leila y yo nos pongamos a intercambiar recetas y patrones de costura.
Pero tampoco creo que haga falta mostrar tan poco corazón con ella.
Sus ojos se congelan.
— Ya te lo dije una vez: yo no tengo corazón —susurra.
Pongo los ojos en blanco. Oh, ahora se está comportando como una adolescente.
— Eso no es cierto, Santana. No seas ridícula. Sí que te importa. No le estarías pagando las clases de arte y todo lo demás si te diera igual.
De repente hacer que se dé cuenta de eso se convierte en el objetivo de mi vida. Es obvio que le importa. ¿Por qué lo niega? Es lo mismo que con sus sentimientos por su madre biológica. Oh, mierda… claro. Sus sentimientos por Leila y por las otras sumisas están mezclados con los sentimientos por su madre. «Me gusta azotar a rubias como tú porque todas se parecen a la puta adicta al crack.» Que alguien llame al doctor Flynn, por favor. ¿Cómo puede no verlo ella?
De repente el corazón se me llena de compasión por ella. Mi niña perdida… ¿Por qué es tan difícil para ella volver a ponerse en contacto con la humanidad, con la compasión que mostró por Leila cuando tuvo la crisis?
Se me queda mirando fijamente con los ojos brillando por la ira.
— Se acabó la discusión. Vámonos a casa.
Echo un vistazo al reloj. Solo son las cuatro y veintitrés. Tengo trabajo que hacer.
— Es pronto —le digo.
— A casa —insiste.
— Santana —le digo con voz cansada.
— Estoy harta de tener siempre la misma discusión contigo.
Frunce el ceño como si no comprendiera.
— Ya sabes —le recuerdo.
— Yo hago algo que no te gusta y tú piensas en una forma de castigarme por ello, que normalmente incluye un polvo pervertido que puede ser alucinante o cruel.
Me encojo de hombros, resignada. Esto es agotador y muy confuso.
— ¿Alucinante? —me pregunta.
¿Qué?
— Normalmente sí.
— ¿Qué ha sido alucinante? —me pregunta, y ahora sus ojos brillan con una curiosidad divertida y sensual. Veo que está intentando distraerme.
Oh, Dios mío… No quiero hablar de eso en la sala de reuniones de SIP. Mi subconsciente se examina con indiferencia las uñas perfectamente arregladas: Entonces no deberías haber sacado el tema…
— Ya lo sabes. —Me ruborizo, irritada con ella y conmigo misma.
— Puedo adivinarlo —susurra.
Madre mía. Estoy intentando reprenderla y ella me está confundiendo.
— Santana, yo…
— Me gusta complacerte. —Sigue la línea de mi labio inferior delicadamente con el pulgar.
— Y lo haces —reconozco en un susurro.
— Lo sé —me dice suavemente. Después se agacha y me susurra al oído.
— Es lo único que sé con seguridad.
Oh, qué bien huele. Se aparta y me mira con una sonrisa arrogante que dice: «Por eso eres mía».
Frunzo los labios y me esfuerzo por que parezca que no me ha afectado su contacto. Se le da muy bien lo de distraerme de algo doloroso o que no quiere tratar. Y tú se lo permites, dice mi subconsciente mirando por encima del libro de Jane Eyre. Su comentario no me ayuda.
— ¿Qué fue alucinante, Brittany? —vuelve a preguntar con un brillo malicioso en los ojos.
— ¿Quieres una lista? —pregunto a mi vez.
— ¿Hay una lista? —Está encantada.
Oh, qué agotadora es esta mujer.
— Bueno, las esposas —murmuro, y mi mente viaja hasta la luna de miel.
Ella arruga la frente y me coge la mano, rozándome allí donde normalmente se toma el pulso en la muñeca con su pulgar.
— No quiero dejarte marcas.
Oh… Curva los labios en una lenta sonrisa carnal.
— Vamos a casa. —Ahora su tono es seductor.
— Tengo trabajo que hacer.
— A casa —vuelve a insistir.
Nos miramos, el marrón líquido se enfrenta al azul perplejo, poniéndonos a prueba, desafiando nuestros límites y nuestras voluntades. La observo intentando comprenderla, intentando entender cómo esa mujer puede pasar de ser una obsesa del control rabiosa a una amante seductora en un abrir y cerrar de ojos. Sus ojos se agrandan y se oscurecen, dejando claras cuáles son sus intenciones. Me acaricia suavemente la mejilla.
— Podemos quedarnos aquí —dice en voz baja y ronca.
Oh, no. No. No. No. En la oficina no.
— Santana, no quiero tener sexo aquí. Tu amante acaba de estar en esta habitación.
— Ella nunca fue mi amante —gruñe, y su boca se convierte en una fina línea.
— Es una forma de hablar, Santana.
Frunce el ceño, confundida. La amante seductora ha desaparecido.
— No le des demasiadas vueltas a eso, Britt. Ella ya es historia —dice sin darle importancia.
Suspiro. Tal vez tenga razón. Solo quiero que admita ante sí misma que ella le importa. De repente se me hiela el corazón. Oh, no… Por eso es tan importante para mí. ¿Y si yo hiciera algo imperdonable?
Por ejemplo si no me conformo. ¿Yo también pasaría a ser historia? Si puede comportarse así ahora, después de lo preocupada que estuvo por Leila cuando ella enfermó, ¿podría en algún momento volverse contra mí? Doy un respingo al recordar fragmentos de un sueño: espejos dorados y el sonido de sus pisadas sobre el suelo de mármol mientras se aleja, dejándome sola rodeada de un esplendor opulento.
— No… —La palabra sale de mi boca en un susurro horrorizado antes de que pueda detenerla.
— Sí —dice ella, y me sujeta la barbilla para después inclinarse y darme un beso tierno en los labios.
— Oh, Santana, a veces me das miedo. —Le cojo la cabeza con las manos, enredo los dedos en su pelo y acerco sus labios a los míos. Se queda tensa un momento mientras me abraza.
— ¿Por qué?
— Le has dado la espalda con una facilidad asombrosa…
Frunce el ceño.
— ¿Y crees que podría hacer lo mismo contigo, Britt? ¿Y por qué demonios piensas eso? ¿Qué te ha hecho llegar a esta conclusión?
— Nada. Bésame. Llévame a casa —le suplico.
Sus labios tocan los míos y estoy perdida.
— Oh, por favor —suplico cuando Santana me sopla con suavidad en el sexo.
— Todo a su tiempo —murmura.
Tiro de las esposas y gruño alto en protesta por este ataque carnal. Estoy atada con unas suaves esposas de cuero, cada codo sujeto a una rodilla, y la cabeza de Santana se mueve entre mis piernas y su lengua experta me excita sin tregua. Abro los ojos y miro el techo del dormitorio, que está bañado por la suave luz de última hora de la tarde, sin verlo realmente. Su lengua gira una y otra vez, haciendo espirales y rodeando el centro de mi universo. Quiero estirar las piernas. Lucho en vano por intentar controlar el placer. Pero no puedo. Cierro los dedos en su pelo y tiro con fuerza para que detenga esta tortura sublime.
— No te corras —me advierte con el aliento suave sobre mi carne cálida y húmeda mientras ignora mis dedos.
— Te voy a azotar si te corres.
Gimo.
— Control, Britt. Es todo cuestión de control. —Su lengua retoma la incursión erótica.
Oh, sabe muy bien lo que está haciendo… Estoy indefensa, no puedo resistirme ni detener mi reacción ciega. Lo intento, lo intento con todas mis fuerzas, pero mi cuerpo explota bajo sus incesantes atenciones. Aun así su lengua no para hasta arrancar hasta el último gramo de placer que hay en mí.
— Oh, Britt —me regaña.
— Te has corrido. —Su voz es suave al echarme esa reprimenda triunfante. Me gira para que quede boca abajo y yo me apoyo en los antebrazos, aún temblorosa. Me da un azote fuerte en el culo.
— ¡Ah! —grito.
— Control —repite. Y me coge las caderas hunde tres dedos en mi interior.
Vuelvo a gritar; mi carne todavía se convulsiona por las consecuencias del orgasmo. Se queda muy quieta dentro de mí y se inclina para soltarme primero una esposa y después la otra. Me rodea con el brazo libre y tira de mí hasta sentarme en su regazo. Tiene sus pechos pegados a mi espalda y la mano apoyada bajo mi barbilla y sobre la garganta. Me siento llena y eso me encanta.
Saca sus dedos, me voltea toma uno de mis muslos y se acomoda de forma que fundimos nuestros sexos.
— Muévete —me ordena.
Gimo y arremeto contra su sexo.
— Más rápido —me susurra.
Y me muevo más rápido y después más. Ella gime y me echa atrás la cabeza con la mano para mordisquearme el cuello. Su otra mano va bajando por mi cuerpo lentamente, desde la cadera hasta el sexo y después se desliza hasta mi clítoris, que todavía está muy sensible por sus generosas atenciones de antes. Suelto un gemido largo cuando sus dedos se cierran sobre él y empieza a excitarlo de nuevo.
— Sí, Britt —me dice.
— Eres mía. Solo tú.
— Sí —jadeo cuando mi cuerpo empieza a tensarse de nuevo, apretándola y abrazándola de la forma más íntima.
— Córrete para mí —me pide.
Yo me dejo llevar y mi cuerpo obedece su petición. Me agarra mientras el orgasmo me recorre el cuerpo a la vez que grito su nombre.
— Oh, Britt, te quiero.
Santana gime y sigue el camino que yo acabo de abrir y llega también a la liberación.
Me da un beso y le aparto el pelo de la cara.
— ¿Esto también va a formar parte de esa lista, señora López? —me susurra. Yo estoy tumbada boca abajo sobre la cama, apenas consciente. Santana me acaricia el culo suavemente. Está tumbada de lado junto a mí, apoyada en un codo.
— Mmm.
— ¿Eso es un sí?
— Mmm. —Le sonrío.
Ella sonríe y me da otro beso. Yo de mala gana me giro para poder mirarla.
— ¿Y bien? —insiste.
— Sí. Esto se incluye en la lista. Pero es una lista larga.
Su cara casi queda partida en dos por su enorme sonrisa y se inclina para darme un beso suave.
— Perfecto. ¿Y si cenamos algo? —Le brillan los ojos por el amor y la diversión.
Asiento. Estoy hambrienta. Estiro la mano para tirarle cariñosamente del pezón derecho.
— Quiero decirte algo —le susurro.
— ¿Qué?
— No te enfades.
— ¿Qué pasa, Britt?
— Te importa.
Abre mucho los ojos y desaparece el destello de buen humor.
— Quiero que admitas que te importa. Porque a la Santana que yo conozco y a la que quiero le importaría.
Se pone tensa y sus ojos no abandonan los míos. Yo puedo ver la lucha interna que se está produciendo, como si estuviera a punto de emitir el juicio de Salomón. Ella abre la boca para decir algo y después la vuelve a cerrar. Una emoción fugaz cruza su cara… Dolor quizá. Dilo, la animo mentalmente.
— Sí. Sí me importa. ¿Contenta? —dice y su voz es apenas un susurro.
Oh, menos mal. Es un alivio.
— Sí. Mucho.
Frunce el ceño.
— No me puedo creer que esté hablando contigo de esto ahora, aquí, en nuestra cama…
Le pongo el dedo sobre los labios.
— No estamos hablando de eso. Vamos a comer. Tengo hambre.
Suspira y niega con la cabeza.
— Me cautiva y me desconcierta a la vez, señora López.
— Eso está bien. —Me incorporo y le doy un beso.
De: Brittany López
Fecha: 9 de septiembre de 2011 09:33
Para: Santana López
Asunto: La lista
Lo de ayer tiene que encabezar la lista definitivamente.
:D
Britt x
Brittany López Editora de SIP
De: Santana López
Fecha: 9 de septiembre de 2011 09:42
Para: Brittany López
Asunto: Dime algo que no sepa
Llevas diciéndome eso los tres últimos días.
A ver si te decides.
O… podemos probar algo más.
;)
Santana López Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc., disfrutando del juego.
Sonrío al ver lo que hay escrito en la pantalla. Las últimas noches han sido… entretenidas. Hemos vuelto a relajarnos y la interrupción provocada por la aparición de Leila ya ha quedado olvidada.
Todavía no he reunido el coraje para preguntarle si alguno de los cuadros del salón es suyo… Y la verdad es que no me importa. Mi BlackBerry vibra y respondo pensando que debe de ser Santana.
— ¿Britt?
— Sí.
— Britt, cariño. Soy el padre Noah.
— ¡Señor Puckerman! ¡Hola! —Se me eriza el vello. ¿Qué querrá de mí el padre de Noah?
— Perdona que te llame al trabajo. Es por Ray. —Le tiembla la voz.
— ¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido? —El corazón se me queda atravesado en la garganta.
— Ray ha tenido un accidente.
Oh, no, papá… Dejo de respirar.
— Está en el hospital. Será mejor que vengas rápido.
O_o***** - Mensajes : 250
Fecha de inscripción : 05/05/2013
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Hola escritora desaparecida!!
Que bueno que has vuelto!!
Me encanto el capitulo, que le sucedera la padre de Britt??
Saludos
Que bueno que has vuelto!!
Me encanto el capitulo, que le sucedera la padre de Britt??
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
hola crei que no lo terminarias, gracias has vuelto felicidades por graduarte, por un momento crei que leila solo iba a complicar mucho las cosas pero quizas fue para bien, en cuanto al papa' de britt espero y no le pase nada grave adios espero la proxima actu
pd no nos abandones please por que me pongo:\'(:
xoxo:(k):
pd no nos abandones please por que me pongo:\'(:
xoxo:(k):
adi-santybritt- ---
- Mensajes : 553
Fecha de inscripción : 27/07/2013
Edad : 30
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Me ah encantado! Me cayo mal Santana cuando fue corriendo por Britt cuando le avisó que estaba con Leila, y ahora que fue lo que le paso a Ray.
Espero tu actualización. :)
Espero tu actualización. :)
Invitado- Invitado
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Oh pobre ray!
Y que intensa santana!
Y si un poco triste de que ya son los ultimos capitulos!!
Hasta la siguiente actualizacion!
Saludos!
Y que intensa santana!
Y si un poco triste de que ya son los ultimos capitulos!!
Hasta la siguiente actualizacion!
Saludos!
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
como siempre, muy bueno! que mas puedo decir?
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Muy buen capitulo... Espero con desespero la próxima actualización :)
Cami Rivera** - Mensajes : 66
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Edad : 31
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Excelente Capítulo... *-*
Anddy Rivera Morris******* - Mensajes : 407
Fecha de inscripción : 16/05/2013
Edad : 27
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Holaaa ando de pasada para dejarles un nuevo cap gracias por leer mi fic.
Señor Puckerman, ¿qué ha pasado? —Tengo la voz ronca y un poco pastosa por las lágrimas no derramadas. Ray, mí querido Ray. Mi padre.
— Ha tenido un accidente de coche.
— Vale, voy… Voy para allá ahora mismo. —La adrenalina me corre por todo el cuerpo y me llena de pánico a su paso. Me cuesta respirar.
— Le han trasladado a Portland.
¿A Portland? ¿Por qué demonios le han llevado a Portland?
— Le han llevado en helicóptero, Britt. Yo ya estoy de camino. Hospital OHSU. Oh, Britt, no he visto el coche. Es que no lo vi… —Se le quiebra la voz.
El señor Puckerman… ¡no!
— Te veré allí —dice el señor Puckerman con voz ahogada y cuelga.
Un pánico oscuro me atenaza la garganta y me abruma. Ray… No. No. Inspiro hondo para calmarme, cojo el teléfono y llamo a Roach. Responde al segundo tono.
— ¿Sí, Britt?
— Jerry, tengo un problema con mi padre.
— ¿Qué ha ocurrido, Britt?
Se lo explico apresuradamente, sin apenas detenerme para respirar.
— Vete. Debes irte. Espero que tu padre se ponga bien.
— Gracias. Te mantendré informado. —Cuelgo de golpe sin darme cuenta, pero ahora mismo eso es lo que menos me importa.
— ¡Hannah! —grito, consciente de la ansiedad que hay en mi voz. Un segundo después ella asoma la cabeza por la puerta mientras voy metiendo las cosas en mi bolso y guardando papeles en mi maletín.
— ¿Sí, Britt? —pregunta frunciendo el ceño.
— Mi padre ha sufrido un accidente. Tengo que irme.
— Oh, Dios mío…
— Cancela todas mis citas para hoy. Y para el lunes. Tendrás que acabar tú de preparar la presentación del libro electrónico. Las notas están en el archivo compartido. Dile a Courtney que te ayude si te hace falta.
— Muy bien —susurra Hannah.
— Espero que tu padre esté bien. No te preocupes por los asuntos de la oficina. Nos las arreglaremos.
— Llevo la BlackBerry, por si acaso.
La preocupación que veo en su cara pálida me emociona.
Papá…
Cojo la chaqueta, el bolso y el maletín.
— Te llamaré si necesito algo.
— Claro. Buena suerte, Britt. Espero que esté bien.
Le dedico una breve sonrisa tensa, esforzándome por mantener la compostura y salgo de la oficina.
Hago todo lo que puedo por no ir corriendo hasta la recepción. Sawyer se levanta de un salto al verme llegar.
— ¿Señora López? —pregunta, confundido por mi repentina aparición.
— Nos vamos a Portland. Ahora.
— Sí, señora —dice frunciendo el ceño, pero abre la puerta.
Nos estamos moviendo, eso es bueno.
— Señora López —me dice Sawyer mientras nos apresuramos hacia del aparcamiento.
— ¿Puedo preguntarle por qué estamos haciendo este viaje imprevisto?
— Es por mi padre. Ha tenido un accidente.
— Entiendo. ¿Y lo sabe la señora López?— Le llamaré desde el coche.
Sawyer asiente y me abre la puerta de atrás del Audi todoterreno para que suba. Con los dedos temblorosos cojo la BlackBerry y marco el número de Santana.
— ¿Sí, señora López? —La voz de Andrea es eficiente y profesional.
— ¿Está Santana? —le pregunto.
— Mmm… Está en alguna parte del edificio, señora. Ha dejado la BlackBerry aquí cargando a mi cuidado.
Gruño para mis adentros por la frustración.
— ¿Puedes decirle que la he llamado y que necesito hablar con ella? Es urgente.
— Puedo tratar de localizarla. Tiene la costumbre de desaparecer por aquí a veces.
— Solo procura que me llame, por favor —le suplico intentando contener las lágrimas.
— Claro, señora López. —Duda un momento—. ¿Va todo bien?
— No —susurro porque no me fío de mi voz—. Por favor, que me llame.
— Sí, señora.
Cuelgo. Ya no puedo reprimir más mi angustia. Aprieto las rodillas contra el pecho y me hago un ovillo en el asiento de atrás. Las lágrimas aparecen inoportunamente y corren por mis mejillas.
— ¿Adónde en Portland exactamente, señora López? —me pregunta Sawyer.
— Al OHSU —digo con voz ahogada.
— Al hospital grande.
Sawyer sale a la calle y se dirige a la interestatal 5. Yo me quedo sentada en el asiento de atrás repitiendo en mi mente una única plegaria: por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…
Suena mi teléfono. «Your Love Is King» me sobresalta e interrumpe mi mantra.
— Santana —respondo con voz ahogada.
— Dios, Britt. ¿Qué ocurre?
— Es Ray… Ha tenido un accidente.
— ¡Mierda!
— Sí, lo sé. Voy de camino a Portland.
— ¿Portland? Por favor dime que Sawyer está contigo.
— Sí, va conduciendo.
— ¿Dónde está Ray?
— En el OHSU.
Oigo una voz amortiguada por detrás.
— Sí, Ros. ¡Lo sé! —grita Santana enfadada.
— Perdona, bella… Estaré allí dentro de unas tres horas.
Tengo aquí algo entre manos que necesito terminar. Iré en el helicóptero.
Oh, mierda. Charlie Tango vuelve a estar en funcionamiento y la última vez que Santana lo cogió…
— Tengo una reunión con unos ejecutivos de Taiwan. No puedo dejar de asistir. Es un trato que llevamos meses preparando.
¿Y por qué yo no sabía nada de eso?
— Iré en cuanto pueda.
— De acuerdo —le susurro. Y quiero decir que no pasa nada, que se quede en Seattle y se ocupe de sus negocios, pero la verdad es que quiero que esté conmigo.
— Lo siento, bella —me susurra.
— Estaré bien, Santana. Tómate todo el tiempo que necesites. No tengas prisa. No quiero tener que preocuparme por ti también. Ten cuidado en el vuelo.
— Lo tendré.
— Te amo.
— Yo también te amo, bella. Estaré ahí en cuanto pueda. Mantente cerca de Luke.
— Sí, no te preocupes.
— Luego te veo.
— Adiós.
Tras colgar vuelvo a abrazarme las rodillas. No sé nada de los negocios de Santana. ¿Qué demonios estará haciendo con unos taiwaneses? Miro por la ventanilla cuando pasamos junto al aeropuerto internacional King County/Boeing Field. Santana debe tener cuidado cuando vuele. Se me vuelve a hacer un nudo el estómago y siento náuseas. Ray y Santana. No creo que mi corazón pudiera soportar eso. Me acomodo en el asiento y empiezo de nuevo con mi mantra: por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…
— Señora López —la voz de Sawyer me sobresalta.
— Ya hemos llegado al hospital. Estoy buscando la zona de urgencias.
— Yo sé dónde está. —Mi mente vuelve a mi última visita al hospital OHSU, cuando, en mi segundo día de trabajo en Clayton’s, me caí de una escalera y me torcí el tobillo. Recuerdo a Paul Clayton cerniéndose sobre mí y me estremezco ante esa imagen.
Sawyer se detiene en el espacio reservado al estacionamiento y salta del coche para abrirme la puerta.
— Voy a aparcar, señora, y luego vendré a buscarla. Deje aquí su maletín, yo se lo llevaré.
— Gracias, Luke.
Asiente y yo camino decidida hacia la recepción de urgencias, que está llena de gente. La recepcionista me dedica una sonrisa educada y en unos minutos localiza a Ray y me manda a la zona de quirófanos de la tercera planta.
¿Quirófanos? ¡Joder!
— Gracias —murmuro intentando centrar mi atención en sus indicaciones para encontrar los ascensores. Mi estómago se retuerce otra vez y casi echo a correr hacia ellos.
Por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…
El ascensor es agónicamente lento porque para en todas las plantas. ¡Vamos, vamos! Deseo que vaya más rápido y miro con el ceño fruncido a la gente que entra y sale y que está evitando que llegue al lado de mi padre.
Por fin las puertas se abren en el tercer piso y salgo disparada para encontrarme otro mostrador de recepción, este lleno de enfermeras con uniformes azul marino.
— ¿Puedo ayudarla? —me pregunta una enfermera con mirada miope.
— Estoy buscando a mi padre, Raymond Pierce. Acaban de ingresarle. Creo que está en el quirófano 4. —Incluso mientras digo las palabras desearía que no fueran ciertas.
— Deje que lo compruebe, señorita Pierce.
Asiento sin molestarme en corregirla mientras ella comprueba con eficiencia en la pantalla del ordenador.
— Sí. Lleva un par de horas en el quirófano. Si quiere esperar, les diré que está usted aquí. La sala de espera está ahí. —Señala una gran puerta blanca identificada claramente con un letrero de gruesas letras azules que pone: SALA DE ESPERA.
— ¿Está bien? —le pregunto intentando controlar mi voz.
— Tendrá que esperar a que uno de los médicos que le atiende salga a decirle algo, señora.
— Gracias —digo en voz baja, pero en mi interior estoy gritando: «¡Quiero saberlo ahora!».
Abro la puerta y aparece una sala de espera funcional y austera en la que están sentados el señor Puckerman y Noah.
— ¡Britt! —exclama el señor Puckerman. Tiene el brazo enyesado y una mejilla con un cardenal en un lado. Está en una silla de ruedas y veo que también tiene una escayola en la pierna. Lo abrazo con cuidado.
— Oh, señor Puckerman… —sollozo.
— Britt, cariño… —dice dándome palmaditas en la espalda con la mano sana.
— Lo siento mucho — farfulla y se le quiebra la voz ya de por sí ronca.
Oh, no…
— No, papá —le dice Noah en voz baja, regañándole mientras se acerca a mí. Cuando me giro, el me atrae hacia él y me abraza.
— Noah… —digo. Ya estoy perdida: empiezan a caerme lágrimas por la cara cuando toda la tensión y la preocupación de las últimas tres horas salen a la superficie.
— Vamos, Britt, no llores. —Noah me acaricia el pelo suavemente. Yo le rodeo el cuello con los brazos y sollozo. Nos quedamos así durante un buen rato. Estoy tan agradecida de que mi amigo esté aquí… Nos separamos cuando Sawyer llega para unirse a nosotros en la sala de espera. El señor Puckerman me pasa un pañuelo de papel de una caja muy convenientemente colocada allí cerca y yo me seco las lágrimas.
— Este es el señor Sawyer, miembro del equipo de seguridad —le presento.
Sawyer saluda con la cabeza a Noah y al señor Puckerman y después se retira para tomar asiento en un rincón.
— Siéntate, Britt. —Noah me señala una de los sillones tapizados en vinilo.
— ¿Qué ha pasado? ¿Saben cómo está? ¿Qué le están haciendo?
Noah levanta las manos para detener mi avalancha de preguntas y se sienta a mi lado.
— No sabemos nada. Ray, papá y yo íbamos a pescar a Astoria. Nos arrolló un jodido imbécil borracho…
El señor Puckerman intenta interrumpir para volver a disculparse.
— ¡Cálmate, papá! —le dice Noah.
— Yo no tengo nada, solo un par de costillas maltratadas y un golpe en la cabeza. Papá… bueno, se ha roto la muñeca y el tobillo. Pero el coche impactó contra el lado del acompañante, donde estaba Ray.
Oh, no. No… El pánico me inunda el sistema límbico. No, no, no… Me estremezco al pensar lo que estará pasando en el quirófano.
— Lo están operando. A nosotros nos llevaron al hospital comunitario de Astoria, pero a Ray lo trajeron en helicóptero hasta aquí. No sabemos lo que le están haciendo. Estamos esperando que nos digan algo.
Empiezo a temblar.
— Britt, ¿tienes frío?
Asiento. Llevo una camisa blanca sin mangas y una chaqueta negra de verano, y ninguna de las dos prendas abriga demasiado. Con mucho cuidado, Noah se quita la chaqueta de cuero y me envuelve los hombros con ella.
— ¿Quiere que le traiga un té, señora? —Sawyer aparece a mi lado. Asiento agradecida y el sale de la habitación.
— ¿Por qué iban a pescar a Astoria? —les pregunto.
Noah se encoge de hombros.
— Se supone que allí hay buena pesca. Íbamos a pasar un fin de semana de hombres. Quería disfrutar un poco de tiempo con mi viejo padre antes de volver a la academia para cursar el último año.
Los ojos de Noah están muy abiertos y llenos de miedo y arrepentimiento.
— Tú también podrías haber salido herido. Y el señor Puckerman… podría haber sido peor.
Trago saliva ante esa idea. Mi temperatura corporal baja todavía más y vuelvo a estremecerme. Noah me coge la mano.
— Dios, Britt, estás helada.
El señor Puckerman se inclina hacia delante y con su mano sana me coge la otra.
— Britt, lo siento mucho.
— Señor Puckerman, por favor… Ha sido un accidente —Mi voz se convierte en un susurro.
— Llámame Jon —me dice. Le miro con una sonrisa débil, porque es todo lo que puedo conseguir.
Vuelvo a estremecerme.
— La policía se ha llevado a ese gilipollas a la cárcel. Las siete de la mañana y el tipo ya estaba totalmente borracho —dice Noah entre dientes con repugnancia.
Sawyer vuelve a entrar con una taza de papel con agua caliente y una bolsita de té. ¡Sabe cómo tomo el té! Me sorprendo y me alegra la distracción. El señor Puckerman y Noah me sueltan las manos y yo cojo la taza agradecida de manos de Sawyer.
— ¿Alguno de ustedes quiere algo? —les pregunta Sawyer al señor Puckerman y a Noah. Ambos niegan con la cabeza y Sawyer vuelve a sentarse en el rincón. Sumerjo la bolsita de té en el agua y después la saco, todavía temblorosa, para tirarla en una pequeña papelera.
— ¿Por qué tardan tanto? —digo para nadie en particular y doy un sorbo.
Papá… Por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…
— Sabremos algo pronto, Britt —me dice Noah para tranquilizarme.
Asiento y doy otro sorbo. Vuelvo a sentarme a su lado. Esperamos… y esperamos. El señor Puckerman tiene los ojos cerrados porque está rezando, creo, y Noah me coge de la mano y le da un apretón de vez en cuando. Voy bebiendo mi té poco a poco. No es Twinings, sino una marca barata y mala, y está asqueroso.
Recuerdo la última vez que me senté a esperar noticias. La última vez que pensé que todo estaba perdido, cuando Charlie Tango desapareció. Cierro los ojos y rezo una oración internamente para que mi esposa tenga un viaje seguro. Miro el reloj: las 2.15 de la tarde. Debería llegar pronto. El té está frío, ¡puaj!
Me levanto y paseo un poco. Después me siento otra vez. ¿Por qué no han venido los médicos a verme? Le cojo la mano a Noah y el vuelve a apretármela tranquilizador. Por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…
El tiempo pasa muy despacio.
De repente se abre la puerta y todos miramos expectantes. A mí se me hace un nudo en el estómago otra vez. ¿Ya está?
Santana entra en la sala. Su cara se oscurece momentáneamente cuando ve que Noah me está cogiendo la mano.
— ¡Santana! —exclamo y me levanto de un salto a la vez que le doy gracias a Dios por que haya llegado sana y salva. Le rodeo con los brazos, entierro la nariz en su pelo e inhalo su olor, su calidez, su amor. Una pequeña parte de mí se siente más tranquila, más fuerte, más capaz de resistir porque ella está aquí. Oh, su presencia me ayuda a recuperar la paz mental.
— ¿Alguna noticia?
Niego con la cabeza. No puedo hablar.
— Noah —le saluda con la cabeza.
— Santana, este es mi padre, Jon.
— Señor Puckerman… Nos conocimos en la boda. Por lo que veo usted también estaba ahí cuando ocurrió el accidente.
Noah vuelve a resumir la historia.
— ¿Y se encuentran lo bastante bien para estar aquí? —pregunta Santana.
— No queremos estar en ninguna otra parte —dice el señor Puckerman con la voz baja y llena de dolor.
Santana asiente. Me coge la mano, me obliga a sentarme y se sienta a mi lado.
— ¿Has comido? —me pregunta.
Niego con la cabeza.
— ¿Tienes hambre?
Niego otra vez.
— Pero tienes frío —dice al verme con la chaqueta de Noah.
Asiento. Se revuelve en la silla pero no dice nada.
La puerta se abre de nuevo y un médico joven con un uniforme azul claro entra en la sala. Parece cansado.
Me pongo de pie. Toda la sangre ha abandonado mi cara.
— ¿Ray Pierce? —susurro. Santana se pone de pie a mi lado y me rodea la cintura con el brazo.
— ¿Son parientes? —pregunta el médico. Sus ojos azules son casi del mismo color que su uniforme y en otras circunstancias incluso me parecería atractivo.
— Soy su hija, Britt.
— Señorita Pierce…
— Señora López —lo corrige Santana.
— Disculpe —balbucea el doctor, y durante un segundo tengo ganas de darle una patada a Santana.
— Soy el doctor Crowe. Su padre está estable, pero en estado crítico.
¿Qué significa eso? Me fallan las rodillas y el brazo de Santana, que me está sujetando, es lo único que evita que me caiga redonda al suelo.
— Ha sufrido lesiones internas graves —me dice el doctor Crowe—, sobre todo en el diafragma, pero hemos podido repararlas y también hemos logrado salvarle el bazo. Por desgracia, sufrió una parada cardiaca durante la operación por la pérdida de sangre. Hemos conseguido que su corazón vuelva a funcionar, pero todavía hay que controlarlo. Sin embargo, lo que más nos preocupa es que ha sufrido graves contusiones en la cabeza, y la resonancia muestra que hay inflamación en el cerebro. Le hemos inducido un coma para que permanezca inmóvil y tranquilo mientras mantenemos en observación esa
inflamación cerebral.
¿Daño cerebral? No…
— Es el procedimiento estándar en estos casos. Por ahora solo podemos esperar y ver la evolución.
— ¿Y cuál es el pronóstico? —pregunta Santana fríamente.
— Señora por ahora es difícil establecer un pronóstico. Es posible que se recupere completamente, pero eso ahora mismo solo está en manos de Dios.
— ¿Cuánto tiempo van a mantener el coma?
— Depende de la respuesta cerebral. Lo normal es que esté así entre setenta y dos y noventa y seis horas.
¡Oh, tanto…!
— ¿Puedo verlo? —pregunto en un susurro.
— Sí, podrá verlo dentro de una media hora. Le han llevado a la UCI de la sexta planta.
— Gracias, doctor.
El doctor Crowe asiente, se gira y se va.
— Bueno, al menos está vivo —le digo a Santana, y las lágrimas empiezan a rodar de nuevo por mis mejillas.
— Siéntate —me dice Santana.
— Papá, creo que deberíamos irnos. Necesitas descansar y no va a haber noticias hasta dentro de unas horas —le dice Noah al señor Puckerman, que mira a su hijo con ojos vacíos.
— Podemos volver esta noche, cuando hayas descansado. Si no te importa, Britt, claro —dice Noah volviéndose hacia mí con tono de súplica.
— Claro que no.
— ¿Se alojan en Portland? —pregunta Santana.
Noah asiente.
— ¿Necesitan que alguien los lleve a casa?
Noah frunce el ceño.
— Iba a pedir un taxi.
— Luke puede llevarlos.
Sawyer se levanta y Noah parece confuso.
— Luke Sawyer —explico.
— Oh, claro. Sí, eso es muy amable por tu parte. Gracias, Santana.
Me pongo de pie y les doy un abrazo al señor Puckerman y a Noah en rápida sucesión.
— Sé fuerte, Britt —me susurra Noah al oído.
— Es un hombre sano y en buena forma. Las probabilidades están a su favor.
— Eso espero. —Le abrazo con fuerza, después le suelto y me quito su chaqueta para devolvérsela.
— Quédatela si tienes frío.
— No, ya estoy bien. Gracias. —Miro nerviosamente a Santana de reojo y veo que nos observa con cara impasible, pero me coge la mano.
— Si hay algún cambio, se los diré inmediatamente —le digo a Noah mientras empuja la silla de su padre hacia la puerta que Sawyer mantiene abierta.
El señor Puckerman levanta la mano para despedirse y los dos se paran en el umbral.
— Lo tendré presente en mis oraciones, Britt —dice el señor Puckerman con voz temblorosa.
— Me ha alegrado mucho recuperar la conexión con el después de todos estos años y ahora se ha convertido en un buen amigo.
— Lo sé.
Y tras decir eso se van. Santana y yo nos quedamos solas. Me acaricia la mejilla.
— Estás pálida. Ven aquí.
Se sienta en una silla y me atrae hacia su regazo, donde me rodea con los brazos. Yo la dejo hacer.
Me acurruco contra su cuerpo sintiendo una opresión por la mala suerte de mi padre, pero agradecida de que mi esposa está aquí para consolarme. Me acaricia el pelo y me coge la mano.
— ¿Qué tal Charlie Tango? —le pregunto.
Sonríe.
— Oh, muy brioso —dice con cierto orgullo en su voz.
Eso me hace sonreír de verdad por primera vez en varias horas y la miro perpleja.
— ¿Brioso?
— Es de un diálogo de Historias de Filadelfia. Es la película favorita de Grace.
— No me suena.
— Creo que la tengo en casa en BluRay. Un día podemos verla y meternos mano en el sofá.
Me da un beso en el pelo y yo sonrío de nuevo.
— ¿Puedo convencerte de que comas algo? —me pregunta.
Mi sonrisa desaparece.
— Ahora no. Quiero ver a Ray primero.
Ella deja caer los hombros, pero no me presiona.
— ¿Qué tal con los taiwaneses?
— Productivo —dice.
— ¿Productivo en qué sentido?
— Me han dejado comprar su astillero por un precio menor del que yo estaba dispuesto a pagar.
¿Acaba de comprar un astillero?
— ¿Y eso es bueno?
— Sí, es bueno.
— Pero creía que ya tenías un astillero aquí.
— Así es. Vamos a usar este para hacer el equipamiento exterior, pero construiremos los cascos en Extremo Oriente. Es más barato.
Oh.
— ¿Y los empleados del astillero de aquí?
— Los vamos a reubicar. Tenemos que limitar las duplicidades al mínimo. —Me da un beso en el pelo.
— ¿Vamos a ver a Ray? —me pregunta con voz suave.
La UCI de la sexta planta es una sala sencilla, estéril y funcional, con voces en susurros y máquinas que pitan. Hay cuatro pacientes, cada uno encerrado en una zona de alta tecnología independiente. Ray está en un extremo.
Papá…
Se le ve tan pequeño en esa cama tan grande, rodeado de todas esas máquinas… Me quedo impresionada. Mi padre nunca ha estado tan consumido. Tiene un tubo en la boca y varias vías pasan por goteros hasta las agujas, una en cada brazo. Le han puesto una pinza en el dedo y me pregunto vagamente para qué servirá. Una de sus piernas descansa encima de las sábanas; lleva una escayola azul. Un monitor muestra el ritmo cardiaco: bip, bip, bip. El latido es fuerte y constante. Al menos eso lo sé. Me acerco lentamente a él. Tiene el pecho cubierto por un gran vendaje inmaculado que desaparece bajo la fina sábana que le cubre de la cintura para abajo.
Me doy cuenta de que el tubo que le sale de la boca va a un respirador. El sonido que emite se entremezcla con el pitido del monitor del corazón, creando una percusión rítmica. Extraer, bombear, extraer, bombear, extraer, bombear… siguiendo el compás de los pitidos. Las cuatro líneas de la pantalla del monitor del corazón se van moviendo de forma continua, lo que demuestra claramente que Ray sigue con nosotros.
Oh, papá…
Aunque tiene la boca torcida por el respirador, parece en paz ahí tumbado y casi dormido.
Una enfermera menuda está de pie en un lado de la sala, comprobando los monitores.
— ¿Puedo tocarle? —le pregunto acercando la mano.
— Sí. —Me sonríe amablemente. En su placa de identificación pone KELLIE RN y debe de tener unos veintipocos. Es rubia con los ojos muy, muy oscuros.
Santana se queda a los pies de la cama, observando mientras cojo la mano de Ray. Está
sorprendentemente caliente y eso es demasiado para mí. Me dejo caer en la silla que hay junto a la cama, coloco la cabeza sobre el brazo de Ray y empiezo a llorar.
— Oh, papá. Recupérate, por favor —le susurro—. Por favor.
Santana me pone la mano en el hombro y me da un suave apretón.
— Las constantes vitales del señor Pierce están bien —me dice en voz baja la enfermera Kellie.
— Gracias —le dice Santana. Levanto la vista justo en el momento en que ella se queda con la boca abierta. Acaba de ver bien por primera vez a mi esposa. No me importa. Puede mirar a Santana con la boca abierta todo el tiempo que quiera si hace que mi padre vuelva a ponerse bien.
— ¿Puede oírme? —le pregunto.
— Está en un estado de sueño profundo, pero ¿quién sabe?
— ¿Puedo quedarme aquí sentada un rato?
— Claro. —Me sonríe con las mejillas sonrosadas por culpa de un rubor revelador.
Incomprensiblemente me encuentro pensando que el rubio no es su color natural de pelo.
Santana me mira ignorándola.
— Tengo que hacer una llamada. Estaré fuera. Te dejo unos minutos a solas con tu padre.
Asiento. Me da un beso en el pelo y sale de la habitación. Yo sigo cogiendo la mano de Ray, sorprendida de la ironía de que ahora, cuando está inconsciente, es cuando más ganas tengo de decirle cuánto le quiero. Ese hombre ha sido la única constante en mi vida. Mi roca. Y no me había dado cuenta de ello hasta ahora. No es carne de mi carne, pero es mi padre y le quiero mucho. Las lágrimas vuelven a rodar por mis mejillas. Por favor, por favor, ponte bien.
En voz muy baja, como para no molestar a nadie, le cuento cómo fue nuestro fin de semana en Aspen y el fin de semana pasado volando y navegando a bordo del Grace. Le cuento cosas sobre la nueva casa, los planos, nuestra esperanza de poder hacerla ecológicamente sostenible. Prometo llevarle a Aspen para que pueda ir a pescar con Santana y le digo que el señor Puckerman y Noah también serán bienvenidos allí. Por favor, sigue en este mundo para poder hacer eso, papá, por favor.
Ray permanece inmóvil; su única respuesta es el ruido del respirador bombeando y el monótono pero tranquilizador pi, pi, pi de la máquina que vigila su corazón.
Cuando levanto la vista encuentro a Santana sentada a los pies de la cama. No sé cuánto tiempo lleva ahí.
— Hola —me dice. Sus ojos brillan de compasión y preocupación.
— Hola.
— ¿Así que voy a ir de pesca con tu padre, el señor Puckerman y Noah? —me pregunta.
Asiento.
— Vale. Vamos a comer algo y le dejamos dormir.
Frunzo el ceño. No quiero dejarle.
— Britt, está en coma. Les he dado los números de nuestros móviles a las enfermeras. Si hay algún cambio, nos llamarán. Vamos a comer, después nos registramos en un hotel, descansamos y volvemos esta noche.
La suite del Heathman está exactamente igual que como yo la recuerdo. Cuántas veces he pensado en aquella primera noche y la mañana siguiente que pasé con Santana López… Me quedo de pie en la entrada de la suite, paralizada. Madre mía, todo empezó aquí.
— Un hogar fuera de nuestro hogar —dice Santana con voz suave dejando su maletín junto a uno de los mullidos sofás.
— ¿Quieres darte una ducha? ¿Un baño? ¿Qué necesitas, Britt? —Santana me mira y sé que no sabe qué hacer. Mi niña perdida teniendo que lidiar con cosas que están fuera de su control…
Lleva retraída y contemplativa toda la tarde. Se encuentra ante una situación que no puede manipular ni predecir. Esto es la vida real sin paliativos, y ha pasado tanto tiempo manteniéndose al margen de esas cosas que ahora se encuentra expuesta e indefensa. Mi dulce y demasiado protegida Cincuenta Sombras…
— Un baño. Me apetece un baño —murmuro sabiendo que mantenerla ocupada la hará sentirse mejor, útil incluso. Oh, Santana… Estoy entumecida, helada y asustada, pero me alegro tanto de que estés aquí conmigo…
— Un baño. Bien. Sí. —Entra en el dormitorio y desaparece de mi vista al entrar en el enorme baño.
Unos momentos después el ruido del agua al salir por los grifos para llenar la bañera resuena en la habitación.
Por fin consigo obligarme a seguirla al interior del dormitorio. Miro alucinada varias bolsas del centro comercial Nordstrom que hay sobre la cama. Santana sale del baño con las mangas de la camisa remangadas y sin chaqueta.
— He enviado a Taylor a por unas cuantas cosas. Ropa de dormir y todo eso —me dice mirándome con cautela.
Claro. Asiento para hacerla sentir mejor. ¿Dónde está Taylor?
— Oh, Britt —susurra Santana.
— Nunca te he visto así. Normalmente eres tan fuerte y tan valiente…
No sé qué decir. Solo puedo mirarla con los ojos muy abiertos. Ahora mismo no tengo nada que ofrecer. Creo que estoy en estado de shock. Me abrazo intentando mantener a raya al frío, aunque sé que es un esfuerzo inútil porque el frío sale de dentro. Santana me atrae hacia ella y me abraza.
— Bella, está vivo. Sus constantes vitales son buenas. Solo tenemos que ser pacientes —me dice en un susurro.
— Ven. —Me coge la mano y me lleva al baño. Con mucha delicadeza me quita la chaqueta y la coloca en la silla del baño. Después empieza a desabrocharme los botones de la blusa.
El agua está deliciosamente caliente y huele muy bien; el aroma de la flor de loto llena el aire húmedo y caldeado del baño. Estoy tumbada entre las piernas de Santana, con la espalda apoyada en sus pechos y los pies descansando sobre los suyos. Las dos estamos calladas e introspectivas y por fin entro en calor. Santana me va besando el pelo intermitentemente mientras yo jugueteo con las pompas de
jabón. Me rodea los hombros con un brazo.
— No te metiste en la bañera con Leila, ¿verdad? La vez que la bañaste, quiero decir —le pregunto.
Se queda muy quieta, ríe entre dientes y me da un suave apretón con la mano que descansa sobre mi hombro.
— Mmm… no. —Suena atónita.
— Eso me parecía. Bien.
Me tira un poco del pelo, que tengo recogido en un moño improvisado, haciéndome girar la cabeza para que pueda verme la cara.
— ¿Por qué lo preguntas?
Me encojo de hombros.
— Curiosidad. No sé… Porque la hemos visto esta semana.
Su expresión se endurece.
— Ya veo. Pues preferiría que fueras menos curiosa. —Su tono es de reproche.
— ¿Cuánto tiempo vas a seguir apoyándola?
— Hasta que pueda valerse por sí misma de nuevo. No lo sé. —Se encoge de hombros.
— ¿Por qué?
— ¿Hay otras?
— ¿Otras?
— Otras ex a las que hayas ayudado.
— Hubo una. Pero ya no.
— ¿Oh?
— Estudiaba para ser médico. Ahora ya está graduada y además tiene a alguien en su vida.
— ¿Otra dominante?
— Sí.
— Leila me dijo que adquiriste dos de sus cuadros.
— Es cierto, aunque no me gustaban mucho. Estaban técnicamente bien, pero tenían demasiado color para mí. Creo que se los quedó Sam. Como las dos sabemos bien, Sam carece de buen gusto.
Suelto una risita y Santana me rodea con el otro brazo, lo que hace que se derrame agua por un lado de la bañera.
— Eso está mejor —me susurra y me da un beso en la sien.
— Se va a casar con mi mejor amiga.
— Entonces será mejor que cierre la boca —dice.
Me siento más relajada después del baño. Envuelta en el suave albornoz del Heathman me fijo en las bolsas que hay sobre la cama. Vaya, aquí debe de haber algo más que ropa para dormir… Le echo un vistazo a una. Unos vaqueros y una sudadera con capucha azul claro de mi talla. Madre mía… Taylor ha comprado ropa para todo el fin de semana. ¡Y además sabe la que me gusta! Sonrío y recuerdo que no es la primera vez que compra ropa para mí cuando hemos estado en el Heathman.
— Aparte del día que viniste a acosarme a Clayton’s, ¿has ido alguna vez a una tienda a comprarte tus cosas?
— ¿Acosarte?
— Sí, acosarme.
— Tú te pusiste nerviosa, si no recuerdo mal. Y esa chica no te dejaba en paz. ¿Cómo se llamaba?
— Sugar.
— Una de tus muchos admiradores.
Pongo los ojos en blanco y ella me dedica una sonrisa aliviada y genuina y me da un beso.
— Esa es mi chica —me susurra.
— Vístete. No quiero que vuelvas a coger frío.
— Lista —digo. Santana está trabajando en el Mac en la zona de estudio de la suite. Lleva vaqueros negros y un jersey de ochos gris y yo me he puesto los vaqueros, una camiseta blanca y la sudadera con capucha.
— Pareces muy joven —me dice Santana cuando levanta la vista de la pantalla con los ojos brillantes.
— Y pensar que mañana vas a ser un año más mayor… —Su voz es nostálgica. Le dedico una sonrisa triste.
— No me siento con muchas ganas de celebrarlo. ¿Podemos ir ya a ver a Ray?
— Claro. Me gustaría que hubieras comido algo. Apenas has tocado la comida.
— Santana, por favor. No tengo hambre. Tal vez después de ver a Ray. Quiero darle las buenas noches.
Cuando llegamos a la UCI nos encontramos con Noah que se va. Está solo.
— Hola, Britt. Hola, Santana.
— ¿Dónde está tu padre?
— Se encontraba demasiado cansado para volver. Ha tenido un accidente de coche esta mañana. — Noah sonríe preocupado.
— Y los analgésicos le han dejado KO. No podía levantarse. He tenido que pelearme con las enfermeras para poder ver a Ray porque no soy pariente.
— ¿Y? —le pregunto ansiosa.
— Está bien, Britt. Igual… pero todo bien.
El alivio inunda mi sistema. Que no haya noticias significa buenas noticias.
— ¿Te veo mañana, cumpleañera?
— Claro. Estaremos aquí.
Noah le lanza una mirada a Santana y después me da un abrazo breve.
— Mañana.
— Buenas noches, Noah.
— Adiós, Noah —dice Santana. Noah se despide con un gesto de la cabeza y se va por el pasillo.
— Sigue loco por ti —me dice Santana en voz baja.
— No, claro que no. Y aunque lo estuviera… —Me encojo de hombros porque ahora mismo no me importa.
Santana me dedica una sonrisa tensa y se me derrite el corazón.
— Bien hecho —le digo.
Frunce el ceño.
— Por no echar espuma por la boca.
Me mira con la boca abierta, herida pero también divertida.
— Yo no echo espuma por la boca… Vamos a ver a tu padre. Tengo una sorpresa para ti.
— ¿Una sorpresa? —Abro mucho los ojos, alarmada.
— Ven. —Santana me coge la mano y empujamos para abrir las puertas de la UCI.
De pie junto a la cama de Ray está Grace, enfrascada en una conversación con Crowe y otra doctora, una mujer que no había visto antes. Al vernos Grace sonríe.
Oh, gracias a Dios.
— Santana —le saluda y le da un beso en la mejilla. Después se vuelve hacia mí y me da un abrazo cariñoso.
— Britt, ¿cómo lo llevas?
— Yo estoy bien. Es mi padre el que me preocupa.
— Está en buenas manos. La doctora Sluder es una experta en su campo. Nos formamos juntas en Yale.
Oh…
— Señora López —me saluda formalmente la doctora Sluder. Tiene el pelo corto y es menuda y delicada, con una sonrisa tímida y un suave acento sureño.
— Como médico principal de su padre me alegra decirle que todo va sobre ruedas. Sus constantes vitales son estables y fuertes. Tenemos fe en que pueda conseguir una recuperación total. La inflamación cerebral se ha detenido y muestra signos de disminución. Es algo muy alentador teniendo en cuenta que ha pasado tan poco tiempo.
— Eso son buenas noticias —murmuro.
Ella me sonríe con calidez.
— Lo son, señora López. Le estamos cuidando mucho. Y me alegro de verte de nuevo, Grace.
Grace le sonríe.
— Igualmente, Lorraina.
— Doctor Crowe, dejemos a estas personas para que pasen un tiempo con el señor Pierce. —Crowe sigue a la doctora Sluder hacia la salida.
Miro a Ray y, por primera vez desde el accidente, me siento esperanzada. Las palabras de la doctora Sluder y de Grace han avivado esa esperanza.
Grace me coge la mano y me da un suave apretón.
— Britt, cariño, siéntate con él. Háblale. Todo está bien. Yo me quedaré con Santana en la sala de espera.
Asiento. Santana me sonríe para darme seguridad y ella y su madre se van, dejándome con mi querido padre dormido plácidamente con el ruido del respirador y del monitor del corazón como nada.
Me pongo la camiseta blanca de Santana y me meto en la cama.
— Pareces más contenta —me dice Santana cautelosamente mientras se pone el pijama.
— Sí. Creo que hablar con tu madre y con la doctora Sluder ha cambiado las cosas. ¿Le has pedido tú a Grace que venga?
Santana se mete en la cama, me atrae hacia sus brazos y me gira para que quede de espaldas a ella.
— No. Ella quiso venir a ver cómo estaba tu padre.
— ¿Cómo lo ha sabido?
— La he llamado yo esta mañana.
Oh.
— Bella, estás agotada. Deberías dormir.
— Mmm… —murmuro totalmente de acuerdo. Tiene razón. Estoy muerta de cansancio. Ha sido un día lleno de emociones. Giro la cabeza y la miro un segundo. ¿No vamos a hacer el amor? Me siento aliviada. De hecho lleva todo el día tratándome con cierta distancia. Me pregunto si debería sentirme alarmada por esa circunstancia, pero como la diosa que llevo dentro ha abandonado el edificio y se ha llevado mi libido con ella, creo que mejor lo pienso por la mañana. Me vuelvo a girar y me acurruco contra Santana, entrelazando una pierna con las suyas.
— Prométeme algo —me dice en voz baja.
— ¿Mmm? —Estoy demasiado cansada para articular una pregunta.
— Prométeme que vas a comer algo mañana. Puedo tolerar con dificultad que te pongas la chaqueta de otro hombre sin echar espuma por la boca, pero Britt… tienes que comer. Por favor.
— Mmm —concedo. Me da un beso en el pelo.
— Gracias por estar aquí —murmuro y le beso el cuello adormilada.
— ¿Y dónde iba a estar si no? Quiero estar donde tú estés, Britt, sea donde sea. Estar aquí me hace pensar en lo lejos que hemos llegado. Y en la primera noche que pasé contigo. Menuda noche… Me quedé mirándote durante horas. Estabas… hermosa —dice sin aliento. Sonrío contra su cuello.
— Duerme — murmura, y ahora es una orden. Cierro los ojos y me dejo llevar por el sueño.
Parte III - Capítulo 17
Señor Puckerman, ¿qué ha pasado? —Tengo la voz ronca y un poco pastosa por las lágrimas no derramadas. Ray, mí querido Ray. Mi padre.
— Ha tenido un accidente de coche.
— Vale, voy… Voy para allá ahora mismo. —La adrenalina me corre por todo el cuerpo y me llena de pánico a su paso. Me cuesta respirar.
— Le han trasladado a Portland.
¿A Portland? ¿Por qué demonios le han llevado a Portland?
— Le han llevado en helicóptero, Britt. Yo ya estoy de camino. Hospital OHSU. Oh, Britt, no he visto el coche. Es que no lo vi… —Se le quiebra la voz.
El señor Puckerman… ¡no!
— Te veré allí —dice el señor Puckerman con voz ahogada y cuelga.
Un pánico oscuro me atenaza la garganta y me abruma. Ray… No. No. Inspiro hondo para calmarme, cojo el teléfono y llamo a Roach. Responde al segundo tono.
— ¿Sí, Britt?
— Jerry, tengo un problema con mi padre.
— ¿Qué ha ocurrido, Britt?
Se lo explico apresuradamente, sin apenas detenerme para respirar.
— Vete. Debes irte. Espero que tu padre se ponga bien.
— Gracias. Te mantendré informado. —Cuelgo de golpe sin darme cuenta, pero ahora mismo eso es lo que menos me importa.
— ¡Hannah! —grito, consciente de la ansiedad que hay en mi voz. Un segundo después ella asoma la cabeza por la puerta mientras voy metiendo las cosas en mi bolso y guardando papeles en mi maletín.
— ¿Sí, Britt? —pregunta frunciendo el ceño.
— Mi padre ha sufrido un accidente. Tengo que irme.
— Oh, Dios mío…
— Cancela todas mis citas para hoy. Y para el lunes. Tendrás que acabar tú de preparar la presentación del libro electrónico. Las notas están en el archivo compartido. Dile a Courtney que te ayude si te hace falta.
— Muy bien —susurra Hannah.
— Espero que tu padre esté bien. No te preocupes por los asuntos de la oficina. Nos las arreglaremos.
— Llevo la BlackBerry, por si acaso.
La preocupación que veo en su cara pálida me emociona.
Papá…
Cojo la chaqueta, el bolso y el maletín.
— Te llamaré si necesito algo.
— Claro. Buena suerte, Britt. Espero que esté bien.
Le dedico una breve sonrisa tensa, esforzándome por mantener la compostura y salgo de la oficina.
Hago todo lo que puedo por no ir corriendo hasta la recepción. Sawyer se levanta de un salto al verme llegar.
— ¿Señora López? —pregunta, confundido por mi repentina aparición.
— Nos vamos a Portland. Ahora.
— Sí, señora —dice frunciendo el ceño, pero abre la puerta.
Nos estamos moviendo, eso es bueno.
— Señora López —me dice Sawyer mientras nos apresuramos hacia del aparcamiento.
— ¿Puedo preguntarle por qué estamos haciendo este viaje imprevisto?
— Es por mi padre. Ha tenido un accidente.
— Entiendo. ¿Y lo sabe la señora López?— Le llamaré desde el coche.
Sawyer asiente y me abre la puerta de atrás del Audi todoterreno para que suba. Con los dedos temblorosos cojo la BlackBerry y marco el número de Santana.
— ¿Sí, señora López? —La voz de Andrea es eficiente y profesional.
— ¿Está Santana? —le pregunto.
— Mmm… Está en alguna parte del edificio, señora. Ha dejado la BlackBerry aquí cargando a mi cuidado.
Gruño para mis adentros por la frustración.
— ¿Puedes decirle que la he llamado y que necesito hablar con ella? Es urgente.
— Puedo tratar de localizarla. Tiene la costumbre de desaparecer por aquí a veces.
— Solo procura que me llame, por favor —le suplico intentando contener las lágrimas.
— Claro, señora López. —Duda un momento—. ¿Va todo bien?
— No —susurro porque no me fío de mi voz—. Por favor, que me llame.
— Sí, señora.
Cuelgo. Ya no puedo reprimir más mi angustia. Aprieto las rodillas contra el pecho y me hago un ovillo en el asiento de atrás. Las lágrimas aparecen inoportunamente y corren por mis mejillas.
— ¿Adónde en Portland exactamente, señora López? —me pregunta Sawyer.
— Al OHSU —digo con voz ahogada.
— Al hospital grande.
Sawyer sale a la calle y se dirige a la interestatal 5. Yo me quedo sentada en el asiento de atrás repitiendo en mi mente una única plegaria: por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…
Suena mi teléfono. «Your Love Is King» me sobresalta e interrumpe mi mantra.
— Santana —respondo con voz ahogada.
— Dios, Britt. ¿Qué ocurre?
— Es Ray… Ha tenido un accidente.
— ¡Mierda!
— Sí, lo sé. Voy de camino a Portland.
— ¿Portland? Por favor dime que Sawyer está contigo.
— Sí, va conduciendo.
— ¿Dónde está Ray?
— En el OHSU.
Oigo una voz amortiguada por detrás.
— Sí, Ros. ¡Lo sé! —grita Santana enfadada.
— Perdona, bella… Estaré allí dentro de unas tres horas.
Tengo aquí algo entre manos que necesito terminar. Iré en el helicóptero.
Oh, mierda. Charlie Tango vuelve a estar en funcionamiento y la última vez que Santana lo cogió…
— Tengo una reunión con unos ejecutivos de Taiwan. No puedo dejar de asistir. Es un trato que llevamos meses preparando.
¿Y por qué yo no sabía nada de eso?
— Iré en cuanto pueda.
— De acuerdo —le susurro. Y quiero decir que no pasa nada, que se quede en Seattle y se ocupe de sus negocios, pero la verdad es que quiero que esté conmigo.
— Lo siento, bella —me susurra.
— Estaré bien, Santana. Tómate todo el tiempo que necesites. No tengas prisa. No quiero tener que preocuparme por ti también. Ten cuidado en el vuelo.
— Lo tendré.
— Te amo.
— Yo también te amo, bella. Estaré ahí en cuanto pueda. Mantente cerca de Luke.
— Sí, no te preocupes.
— Luego te veo.
— Adiós.
Tras colgar vuelvo a abrazarme las rodillas. No sé nada de los negocios de Santana. ¿Qué demonios estará haciendo con unos taiwaneses? Miro por la ventanilla cuando pasamos junto al aeropuerto internacional King County/Boeing Field. Santana debe tener cuidado cuando vuele. Se me vuelve a hacer un nudo el estómago y siento náuseas. Ray y Santana. No creo que mi corazón pudiera soportar eso. Me acomodo en el asiento y empiezo de nuevo con mi mantra: por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…
— Señora López —la voz de Sawyer me sobresalta.
— Ya hemos llegado al hospital. Estoy buscando la zona de urgencias.
— Yo sé dónde está. —Mi mente vuelve a mi última visita al hospital OHSU, cuando, en mi segundo día de trabajo en Clayton’s, me caí de una escalera y me torcí el tobillo. Recuerdo a Paul Clayton cerniéndose sobre mí y me estremezco ante esa imagen.
Sawyer se detiene en el espacio reservado al estacionamiento y salta del coche para abrirme la puerta.
— Voy a aparcar, señora, y luego vendré a buscarla. Deje aquí su maletín, yo se lo llevaré.
— Gracias, Luke.
Asiente y yo camino decidida hacia la recepción de urgencias, que está llena de gente. La recepcionista me dedica una sonrisa educada y en unos minutos localiza a Ray y me manda a la zona de quirófanos de la tercera planta.
¿Quirófanos? ¡Joder!
— Gracias —murmuro intentando centrar mi atención en sus indicaciones para encontrar los ascensores. Mi estómago se retuerce otra vez y casi echo a correr hacia ellos.
Por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…
El ascensor es agónicamente lento porque para en todas las plantas. ¡Vamos, vamos! Deseo que vaya más rápido y miro con el ceño fruncido a la gente que entra y sale y que está evitando que llegue al lado de mi padre.
Por fin las puertas se abren en el tercer piso y salgo disparada para encontrarme otro mostrador de recepción, este lleno de enfermeras con uniformes azul marino.
— ¿Puedo ayudarla? —me pregunta una enfermera con mirada miope.
— Estoy buscando a mi padre, Raymond Pierce. Acaban de ingresarle. Creo que está en el quirófano 4. —Incluso mientras digo las palabras desearía que no fueran ciertas.
— Deje que lo compruebe, señorita Pierce.
Asiento sin molestarme en corregirla mientras ella comprueba con eficiencia en la pantalla del ordenador.
— Sí. Lleva un par de horas en el quirófano. Si quiere esperar, les diré que está usted aquí. La sala de espera está ahí. —Señala una gran puerta blanca identificada claramente con un letrero de gruesas letras azules que pone: SALA DE ESPERA.
— ¿Está bien? —le pregunto intentando controlar mi voz.
— Tendrá que esperar a que uno de los médicos que le atiende salga a decirle algo, señora.
— Gracias —digo en voz baja, pero en mi interior estoy gritando: «¡Quiero saberlo ahora!».
Abro la puerta y aparece una sala de espera funcional y austera en la que están sentados el señor Puckerman y Noah.
— ¡Britt! —exclama el señor Puckerman. Tiene el brazo enyesado y una mejilla con un cardenal en un lado. Está en una silla de ruedas y veo que también tiene una escayola en la pierna. Lo abrazo con cuidado.
— Oh, señor Puckerman… —sollozo.
— Britt, cariño… —dice dándome palmaditas en la espalda con la mano sana.
— Lo siento mucho — farfulla y se le quiebra la voz ya de por sí ronca.
Oh, no…
— No, papá —le dice Noah en voz baja, regañándole mientras se acerca a mí. Cuando me giro, el me atrae hacia él y me abraza.
— Noah… —digo. Ya estoy perdida: empiezan a caerme lágrimas por la cara cuando toda la tensión y la preocupación de las últimas tres horas salen a la superficie.
— Vamos, Britt, no llores. —Noah me acaricia el pelo suavemente. Yo le rodeo el cuello con los brazos y sollozo. Nos quedamos así durante un buen rato. Estoy tan agradecida de que mi amigo esté aquí… Nos separamos cuando Sawyer llega para unirse a nosotros en la sala de espera. El señor Puckerman me pasa un pañuelo de papel de una caja muy convenientemente colocada allí cerca y yo me seco las lágrimas.
— Este es el señor Sawyer, miembro del equipo de seguridad —le presento.
Sawyer saluda con la cabeza a Noah y al señor Puckerman y después se retira para tomar asiento en un rincón.
— Siéntate, Britt. —Noah me señala una de los sillones tapizados en vinilo.
— ¿Qué ha pasado? ¿Saben cómo está? ¿Qué le están haciendo?
Noah levanta las manos para detener mi avalancha de preguntas y se sienta a mi lado.
— No sabemos nada. Ray, papá y yo íbamos a pescar a Astoria. Nos arrolló un jodido imbécil borracho…
El señor Puckerman intenta interrumpir para volver a disculparse.
— ¡Cálmate, papá! —le dice Noah.
— Yo no tengo nada, solo un par de costillas maltratadas y un golpe en la cabeza. Papá… bueno, se ha roto la muñeca y el tobillo. Pero el coche impactó contra el lado del acompañante, donde estaba Ray.
Oh, no. No… El pánico me inunda el sistema límbico. No, no, no… Me estremezco al pensar lo que estará pasando en el quirófano.
— Lo están operando. A nosotros nos llevaron al hospital comunitario de Astoria, pero a Ray lo trajeron en helicóptero hasta aquí. No sabemos lo que le están haciendo. Estamos esperando que nos digan algo.
Empiezo a temblar.
— Britt, ¿tienes frío?
Asiento. Llevo una camisa blanca sin mangas y una chaqueta negra de verano, y ninguna de las dos prendas abriga demasiado. Con mucho cuidado, Noah se quita la chaqueta de cuero y me envuelve los hombros con ella.
— ¿Quiere que le traiga un té, señora? —Sawyer aparece a mi lado. Asiento agradecida y el sale de la habitación.
— ¿Por qué iban a pescar a Astoria? —les pregunto.
Noah se encoge de hombros.
— Se supone que allí hay buena pesca. Íbamos a pasar un fin de semana de hombres. Quería disfrutar un poco de tiempo con mi viejo padre antes de volver a la academia para cursar el último año.
Los ojos de Noah están muy abiertos y llenos de miedo y arrepentimiento.
— Tú también podrías haber salido herido. Y el señor Puckerman… podría haber sido peor.
Trago saliva ante esa idea. Mi temperatura corporal baja todavía más y vuelvo a estremecerme. Noah me coge la mano.
— Dios, Britt, estás helada.
El señor Puckerman se inclina hacia delante y con su mano sana me coge la otra.
— Britt, lo siento mucho.
— Señor Puckerman, por favor… Ha sido un accidente —Mi voz se convierte en un susurro.
— Llámame Jon —me dice. Le miro con una sonrisa débil, porque es todo lo que puedo conseguir.
Vuelvo a estremecerme.
— La policía se ha llevado a ese gilipollas a la cárcel. Las siete de la mañana y el tipo ya estaba totalmente borracho —dice Noah entre dientes con repugnancia.
Sawyer vuelve a entrar con una taza de papel con agua caliente y una bolsita de té. ¡Sabe cómo tomo el té! Me sorprendo y me alegra la distracción. El señor Puckerman y Noah me sueltan las manos y yo cojo la taza agradecida de manos de Sawyer.
— ¿Alguno de ustedes quiere algo? —les pregunta Sawyer al señor Puckerman y a Noah. Ambos niegan con la cabeza y Sawyer vuelve a sentarse en el rincón. Sumerjo la bolsita de té en el agua y después la saco, todavía temblorosa, para tirarla en una pequeña papelera.
— ¿Por qué tardan tanto? —digo para nadie en particular y doy un sorbo.
Papá… Por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…
— Sabremos algo pronto, Britt —me dice Noah para tranquilizarme.
Asiento y doy otro sorbo. Vuelvo a sentarme a su lado. Esperamos… y esperamos. El señor Puckerman tiene los ojos cerrados porque está rezando, creo, y Noah me coge de la mano y le da un apretón de vez en cuando. Voy bebiendo mi té poco a poco. No es Twinings, sino una marca barata y mala, y está asqueroso.
Recuerdo la última vez que me senté a esperar noticias. La última vez que pensé que todo estaba perdido, cuando Charlie Tango desapareció. Cierro los ojos y rezo una oración internamente para que mi esposa tenga un viaje seguro. Miro el reloj: las 2.15 de la tarde. Debería llegar pronto. El té está frío, ¡puaj!
Me levanto y paseo un poco. Después me siento otra vez. ¿Por qué no han venido los médicos a verme? Le cojo la mano a Noah y el vuelve a apretármela tranquilizador. Por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…
El tiempo pasa muy despacio.
De repente se abre la puerta y todos miramos expectantes. A mí se me hace un nudo en el estómago otra vez. ¿Ya está?
Santana entra en la sala. Su cara se oscurece momentáneamente cuando ve que Noah me está cogiendo la mano.
— ¡Santana! —exclamo y me levanto de un salto a la vez que le doy gracias a Dios por que haya llegado sana y salva. Le rodeo con los brazos, entierro la nariz en su pelo e inhalo su olor, su calidez, su amor. Una pequeña parte de mí se siente más tranquila, más fuerte, más capaz de resistir porque ella está aquí. Oh, su presencia me ayuda a recuperar la paz mental.
— ¿Alguna noticia?
Niego con la cabeza. No puedo hablar.
— Noah —le saluda con la cabeza.
— Santana, este es mi padre, Jon.
— Señor Puckerman… Nos conocimos en la boda. Por lo que veo usted también estaba ahí cuando ocurrió el accidente.
Noah vuelve a resumir la historia.
— ¿Y se encuentran lo bastante bien para estar aquí? —pregunta Santana.
— No queremos estar en ninguna otra parte —dice el señor Puckerman con la voz baja y llena de dolor.
Santana asiente. Me coge la mano, me obliga a sentarme y se sienta a mi lado.
— ¿Has comido? —me pregunta.
Niego con la cabeza.
— ¿Tienes hambre?
Niego otra vez.
— Pero tienes frío —dice al verme con la chaqueta de Noah.
Asiento. Se revuelve en la silla pero no dice nada.
La puerta se abre de nuevo y un médico joven con un uniforme azul claro entra en la sala. Parece cansado.
Me pongo de pie. Toda la sangre ha abandonado mi cara.
— ¿Ray Pierce? —susurro. Santana se pone de pie a mi lado y me rodea la cintura con el brazo.
— ¿Son parientes? —pregunta el médico. Sus ojos azules son casi del mismo color que su uniforme y en otras circunstancias incluso me parecería atractivo.
— Soy su hija, Britt.
— Señorita Pierce…
— Señora López —lo corrige Santana.
— Disculpe —balbucea el doctor, y durante un segundo tengo ganas de darle una patada a Santana.
— Soy el doctor Crowe. Su padre está estable, pero en estado crítico.
¿Qué significa eso? Me fallan las rodillas y el brazo de Santana, que me está sujetando, es lo único que evita que me caiga redonda al suelo.
— Ha sufrido lesiones internas graves —me dice el doctor Crowe—, sobre todo en el diafragma, pero hemos podido repararlas y también hemos logrado salvarle el bazo. Por desgracia, sufrió una parada cardiaca durante la operación por la pérdida de sangre. Hemos conseguido que su corazón vuelva a funcionar, pero todavía hay que controlarlo. Sin embargo, lo que más nos preocupa es que ha sufrido graves contusiones en la cabeza, y la resonancia muestra que hay inflamación en el cerebro. Le hemos inducido un coma para que permanezca inmóvil y tranquilo mientras mantenemos en observación esa
inflamación cerebral.
¿Daño cerebral? No…
— Es el procedimiento estándar en estos casos. Por ahora solo podemos esperar y ver la evolución.
— ¿Y cuál es el pronóstico? —pregunta Santana fríamente.
— Señora por ahora es difícil establecer un pronóstico. Es posible que se recupere completamente, pero eso ahora mismo solo está en manos de Dios.
— ¿Cuánto tiempo van a mantener el coma?
— Depende de la respuesta cerebral. Lo normal es que esté así entre setenta y dos y noventa y seis horas.
¡Oh, tanto…!
— ¿Puedo verlo? —pregunto en un susurro.
— Sí, podrá verlo dentro de una media hora. Le han llevado a la UCI de la sexta planta.
— Gracias, doctor.
El doctor Crowe asiente, se gira y se va.
— Bueno, al menos está vivo —le digo a Santana, y las lágrimas empiezan a rodar de nuevo por mis mejillas.
— Siéntate —me dice Santana.
— Papá, creo que deberíamos irnos. Necesitas descansar y no va a haber noticias hasta dentro de unas horas —le dice Noah al señor Puckerman, que mira a su hijo con ojos vacíos.
— Podemos volver esta noche, cuando hayas descansado. Si no te importa, Britt, claro —dice Noah volviéndose hacia mí con tono de súplica.
— Claro que no.
— ¿Se alojan en Portland? —pregunta Santana.
Noah asiente.
— ¿Necesitan que alguien los lleve a casa?
Noah frunce el ceño.
— Iba a pedir un taxi.
— Luke puede llevarlos.
Sawyer se levanta y Noah parece confuso.
— Luke Sawyer —explico.
— Oh, claro. Sí, eso es muy amable por tu parte. Gracias, Santana.
Me pongo de pie y les doy un abrazo al señor Puckerman y a Noah en rápida sucesión.
— Sé fuerte, Britt —me susurra Noah al oído.
— Es un hombre sano y en buena forma. Las probabilidades están a su favor.
— Eso espero. —Le abrazo con fuerza, después le suelto y me quito su chaqueta para devolvérsela.
— Quédatela si tienes frío.
— No, ya estoy bien. Gracias. —Miro nerviosamente a Santana de reojo y veo que nos observa con cara impasible, pero me coge la mano.
— Si hay algún cambio, se los diré inmediatamente —le digo a Noah mientras empuja la silla de su padre hacia la puerta que Sawyer mantiene abierta.
El señor Puckerman levanta la mano para despedirse y los dos se paran en el umbral.
— Lo tendré presente en mis oraciones, Britt —dice el señor Puckerman con voz temblorosa.
— Me ha alegrado mucho recuperar la conexión con el después de todos estos años y ahora se ha convertido en un buen amigo.
— Lo sé.
Y tras decir eso se van. Santana y yo nos quedamos solas. Me acaricia la mejilla.
— Estás pálida. Ven aquí.
Se sienta en una silla y me atrae hacia su regazo, donde me rodea con los brazos. Yo la dejo hacer.
Me acurruco contra su cuerpo sintiendo una opresión por la mala suerte de mi padre, pero agradecida de que mi esposa está aquí para consolarme. Me acaricia el pelo y me coge la mano.
— ¿Qué tal Charlie Tango? —le pregunto.
Sonríe.
— Oh, muy brioso —dice con cierto orgullo en su voz.
Eso me hace sonreír de verdad por primera vez en varias horas y la miro perpleja.
— ¿Brioso?
— Es de un diálogo de Historias de Filadelfia. Es la película favorita de Grace.
— No me suena.
— Creo que la tengo en casa en BluRay. Un día podemos verla y meternos mano en el sofá.
Me da un beso en el pelo y yo sonrío de nuevo.
— ¿Puedo convencerte de que comas algo? —me pregunta.
Mi sonrisa desaparece.
— Ahora no. Quiero ver a Ray primero.
Ella deja caer los hombros, pero no me presiona.
— ¿Qué tal con los taiwaneses?
— Productivo —dice.
— ¿Productivo en qué sentido?
— Me han dejado comprar su astillero por un precio menor del que yo estaba dispuesto a pagar.
¿Acaba de comprar un astillero?
— ¿Y eso es bueno?
— Sí, es bueno.
— Pero creía que ya tenías un astillero aquí.
— Así es. Vamos a usar este para hacer el equipamiento exterior, pero construiremos los cascos en Extremo Oriente. Es más barato.
Oh.
— ¿Y los empleados del astillero de aquí?
— Los vamos a reubicar. Tenemos que limitar las duplicidades al mínimo. —Me da un beso en el pelo.
— ¿Vamos a ver a Ray? —me pregunta con voz suave.
La UCI de la sexta planta es una sala sencilla, estéril y funcional, con voces en susurros y máquinas que pitan. Hay cuatro pacientes, cada uno encerrado en una zona de alta tecnología independiente. Ray está en un extremo.
Papá…
Se le ve tan pequeño en esa cama tan grande, rodeado de todas esas máquinas… Me quedo impresionada. Mi padre nunca ha estado tan consumido. Tiene un tubo en la boca y varias vías pasan por goteros hasta las agujas, una en cada brazo. Le han puesto una pinza en el dedo y me pregunto vagamente para qué servirá. Una de sus piernas descansa encima de las sábanas; lleva una escayola azul. Un monitor muestra el ritmo cardiaco: bip, bip, bip. El latido es fuerte y constante. Al menos eso lo sé. Me acerco lentamente a él. Tiene el pecho cubierto por un gran vendaje inmaculado que desaparece bajo la fina sábana que le cubre de la cintura para abajo.
Me doy cuenta de que el tubo que le sale de la boca va a un respirador. El sonido que emite se entremezcla con el pitido del monitor del corazón, creando una percusión rítmica. Extraer, bombear, extraer, bombear, extraer, bombear… siguiendo el compás de los pitidos. Las cuatro líneas de la pantalla del monitor del corazón se van moviendo de forma continua, lo que demuestra claramente que Ray sigue con nosotros.
Oh, papá…
Aunque tiene la boca torcida por el respirador, parece en paz ahí tumbado y casi dormido.
Una enfermera menuda está de pie en un lado de la sala, comprobando los monitores.
— ¿Puedo tocarle? —le pregunto acercando la mano.
— Sí. —Me sonríe amablemente. En su placa de identificación pone KELLIE RN y debe de tener unos veintipocos. Es rubia con los ojos muy, muy oscuros.
Santana se queda a los pies de la cama, observando mientras cojo la mano de Ray. Está
sorprendentemente caliente y eso es demasiado para mí. Me dejo caer en la silla que hay junto a la cama, coloco la cabeza sobre el brazo de Ray y empiezo a llorar.
— Oh, papá. Recupérate, por favor —le susurro—. Por favor.
Santana me pone la mano en el hombro y me da un suave apretón.
— Las constantes vitales del señor Pierce están bien —me dice en voz baja la enfermera Kellie.
— Gracias —le dice Santana. Levanto la vista justo en el momento en que ella se queda con la boca abierta. Acaba de ver bien por primera vez a mi esposa. No me importa. Puede mirar a Santana con la boca abierta todo el tiempo que quiera si hace que mi padre vuelva a ponerse bien.
— ¿Puede oírme? —le pregunto.
— Está en un estado de sueño profundo, pero ¿quién sabe?
— ¿Puedo quedarme aquí sentada un rato?
— Claro. —Me sonríe con las mejillas sonrosadas por culpa de un rubor revelador.
Incomprensiblemente me encuentro pensando que el rubio no es su color natural de pelo.
Santana me mira ignorándola.
— Tengo que hacer una llamada. Estaré fuera. Te dejo unos minutos a solas con tu padre.
Asiento. Me da un beso en el pelo y sale de la habitación. Yo sigo cogiendo la mano de Ray, sorprendida de la ironía de que ahora, cuando está inconsciente, es cuando más ganas tengo de decirle cuánto le quiero. Ese hombre ha sido la única constante en mi vida. Mi roca. Y no me había dado cuenta de ello hasta ahora. No es carne de mi carne, pero es mi padre y le quiero mucho. Las lágrimas vuelven a rodar por mis mejillas. Por favor, por favor, ponte bien.
En voz muy baja, como para no molestar a nadie, le cuento cómo fue nuestro fin de semana en Aspen y el fin de semana pasado volando y navegando a bordo del Grace. Le cuento cosas sobre la nueva casa, los planos, nuestra esperanza de poder hacerla ecológicamente sostenible. Prometo llevarle a Aspen para que pueda ir a pescar con Santana y le digo que el señor Puckerman y Noah también serán bienvenidos allí. Por favor, sigue en este mundo para poder hacer eso, papá, por favor.
Ray permanece inmóvil; su única respuesta es el ruido del respirador bombeando y el monótono pero tranquilizador pi, pi, pi de la máquina que vigila su corazón.
Cuando levanto la vista encuentro a Santana sentada a los pies de la cama. No sé cuánto tiempo lleva ahí.
— Hola —me dice. Sus ojos brillan de compasión y preocupación.
— Hola.
— ¿Así que voy a ir de pesca con tu padre, el señor Puckerman y Noah? —me pregunta.
Asiento.
— Vale. Vamos a comer algo y le dejamos dormir.
Frunzo el ceño. No quiero dejarle.
— Britt, está en coma. Les he dado los números de nuestros móviles a las enfermeras. Si hay algún cambio, nos llamarán. Vamos a comer, después nos registramos en un hotel, descansamos y volvemos esta noche.
La suite del Heathman está exactamente igual que como yo la recuerdo. Cuántas veces he pensado en aquella primera noche y la mañana siguiente que pasé con Santana López… Me quedo de pie en la entrada de la suite, paralizada. Madre mía, todo empezó aquí.
— Un hogar fuera de nuestro hogar —dice Santana con voz suave dejando su maletín junto a uno de los mullidos sofás.
— ¿Quieres darte una ducha? ¿Un baño? ¿Qué necesitas, Britt? —Santana me mira y sé que no sabe qué hacer. Mi niña perdida teniendo que lidiar con cosas que están fuera de su control…
Lleva retraída y contemplativa toda la tarde. Se encuentra ante una situación que no puede manipular ni predecir. Esto es la vida real sin paliativos, y ha pasado tanto tiempo manteniéndose al margen de esas cosas que ahora se encuentra expuesta e indefensa. Mi dulce y demasiado protegida Cincuenta Sombras…
— Un baño. Me apetece un baño —murmuro sabiendo que mantenerla ocupada la hará sentirse mejor, útil incluso. Oh, Santana… Estoy entumecida, helada y asustada, pero me alegro tanto de que estés aquí conmigo…
— Un baño. Bien. Sí. —Entra en el dormitorio y desaparece de mi vista al entrar en el enorme baño.
Unos momentos después el ruido del agua al salir por los grifos para llenar la bañera resuena en la habitación.
Por fin consigo obligarme a seguirla al interior del dormitorio. Miro alucinada varias bolsas del centro comercial Nordstrom que hay sobre la cama. Santana sale del baño con las mangas de la camisa remangadas y sin chaqueta.
— He enviado a Taylor a por unas cuantas cosas. Ropa de dormir y todo eso —me dice mirándome con cautela.
Claro. Asiento para hacerla sentir mejor. ¿Dónde está Taylor?
— Oh, Britt —susurra Santana.
— Nunca te he visto así. Normalmente eres tan fuerte y tan valiente…
No sé qué decir. Solo puedo mirarla con los ojos muy abiertos. Ahora mismo no tengo nada que ofrecer. Creo que estoy en estado de shock. Me abrazo intentando mantener a raya al frío, aunque sé que es un esfuerzo inútil porque el frío sale de dentro. Santana me atrae hacia ella y me abraza.
— Bella, está vivo. Sus constantes vitales son buenas. Solo tenemos que ser pacientes —me dice en un susurro.
— Ven. —Me coge la mano y me lleva al baño. Con mucha delicadeza me quita la chaqueta y la coloca en la silla del baño. Después empieza a desabrocharme los botones de la blusa.
El agua está deliciosamente caliente y huele muy bien; el aroma de la flor de loto llena el aire húmedo y caldeado del baño. Estoy tumbada entre las piernas de Santana, con la espalda apoyada en sus pechos y los pies descansando sobre los suyos. Las dos estamos calladas e introspectivas y por fin entro en calor. Santana me va besando el pelo intermitentemente mientras yo jugueteo con las pompas de
jabón. Me rodea los hombros con un brazo.
— No te metiste en la bañera con Leila, ¿verdad? La vez que la bañaste, quiero decir —le pregunto.
Se queda muy quieta, ríe entre dientes y me da un suave apretón con la mano que descansa sobre mi hombro.
— Mmm… no. —Suena atónita.
— Eso me parecía. Bien.
Me tira un poco del pelo, que tengo recogido en un moño improvisado, haciéndome girar la cabeza para que pueda verme la cara.
— ¿Por qué lo preguntas?
Me encojo de hombros.
— Curiosidad. No sé… Porque la hemos visto esta semana.
Su expresión se endurece.
— Ya veo. Pues preferiría que fueras menos curiosa. —Su tono es de reproche.
— ¿Cuánto tiempo vas a seguir apoyándola?
— Hasta que pueda valerse por sí misma de nuevo. No lo sé. —Se encoge de hombros.
— ¿Por qué?
— ¿Hay otras?
— ¿Otras?
— Otras ex a las que hayas ayudado.
— Hubo una. Pero ya no.
— ¿Oh?
— Estudiaba para ser médico. Ahora ya está graduada y además tiene a alguien en su vida.
— ¿Otra dominante?
— Sí.
— Leila me dijo que adquiriste dos de sus cuadros.
— Es cierto, aunque no me gustaban mucho. Estaban técnicamente bien, pero tenían demasiado color para mí. Creo que se los quedó Sam. Como las dos sabemos bien, Sam carece de buen gusto.
Suelto una risita y Santana me rodea con el otro brazo, lo que hace que se derrame agua por un lado de la bañera.
— Eso está mejor —me susurra y me da un beso en la sien.
— Se va a casar con mi mejor amiga.
— Entonces será mejor que cierre la boca —dice.
Me siento más relajada después del baño. Envuelta en el suave albornoz del Heathman me fijo en las bolsas que hay sobre la cama. Vaya, aquí debe de haber algo más que ropa para dormir… Le echo un vistazo a una. Unos vaqueros y una sudadera con capucha azul claro de mi talla. Madre mía… Taylor ha comprado ropa para todo el fin de semana. ¡Y además sabe la que me gusta! Sonrío y recuerdo que no es la primera vez que compra ropa para mí cuando hemos estado en el Heathman.
— Aparte del día que viniste a acosarme a Clayton’s, ¿has ido alguna vez a una tienda a comprarte tus cosas?
— ¿Acosarte?
— Sí, acosarme.
— Tú te pusiste nerviosa, si no recuerdo mal. Y esa chica no te dejaba en paz. ¿Cómo se llamaba?
— Sugar.
— Una de tus muchos admiradores.
Pongo los ojos en blanco y ella me dedica una sonrisa aliviada y genuina y me da un beso.
— Esa es mi chica —me susurra.
— Vístete. No quiero que vuelvas a coger frío.
— Lista —digo. Santana está trabajando en el Mac en la zona de estudio de la suite. Lleva vaqueros negros y un jersey de ochos gris y yo me he puesto los vaqueros, una camiseta blanca y la sudadera con capucha.
— Pareces muy joven —me dice Santana cuando levanta la vista de la pantalla con los ojos brillantes.
— Y pensar que mañana vas a ser un año más mayor… —Su voz es nostálgica. Le dedico una sonrisa triste.
— No me siento con muchas ganas de celebrarlo. ¿Podemos ir ya a ver a Ray?
— Claro. Me gustaría que hubieras comido algo. Apenas has tocado la comida.
— Santana, por favor. No tengo hambre. Tal vez después de ver a Ray. Quiero darle las buenas noches.
Cuando llegamos a la UCI nos encontramos con Noah que se va. Está solo.
— Hola, Britt. Hola, Santana.
— ¿Dónde está tu padre?
— Se encontraba demasiado cansado para volver. Ha tenido un accidente de coche esta mañana. — Noah sonríe preocupado.
— Y los analgésicos le han dejado KO. No podía levantarse. He tenido que pelearme con las enfermeras para poder ver a Ray porque no soy pariente.
— ¿Y? —le pregunto ansiosa.
— Está bien, Britt. Igual… pero todo bien.
El alivio inunda mi sistema. Que no haya noticias significa buenas noticias.
— ¿Te veo mañana, cumpleañera?
— Claro. Estaremos aquí.
Noah le lanza una mirada a Santana y después me da un abrazo breve.
— Mañana.
— Buenas noches, Noah.
— Adiós, Noah —dice Santana. Noah se despide con un gesto de la cabeza y se va por el pasillo.
— Sigue loco por ti —me dice Santana en voz baja.
— No, claro que no. Y aunque lo estuviera… —Me encojo de hombros porque ahora mismo no me importa.
Santana me dedica una sonrisa tensa y se me derrite el corazón.
— Bien hecho —le digo.
Frunce el ceño.
— Por no echar espuma por la boca.
Me mira con la boca abierta, herida pero también divertida.
— Yo no echo espuma por la boca… Vamos a ver a tu padre. Tengo una sorpresa para ti.
— ¿Una sorpresa? —Abro mucho los ojos, alarmada.
— Ven. —Santana me coge la mano y empujamos para abrir las puertas de la UCI.
De pie junto a la cama de Ray está Grace, enfrascada en una conversación con Crowe y otra doctora, una mujer que no había visto antes. Al vernos Grace sonríe.
Oh, gracias a Dios.
— Santana —le saluda y le da un beso en la mejilla. Después se vuelve hacia mí y me da un abrazo cariñoso.
— Britt, ¿cómo lo llevas?
— Yo estoy bien. Es mi padre el que me preocupa.
— Está en buenas manos. La doctora Sluder es una experta en su campo. Nos formamos juntas en Yale.
Oh…
— Señora López —me saluda formalmente la doctora Sluder. Tiene el pelo corto y es menuda y delicada, con una sonrisa tímida y un suave acento sureño.
— Como médico principal de su padre me alegra decirle que todo va sobre ruedas. Sus constantes vitales son estables y fuertes. Tenemos fe en que pueda conseguir una recuperación total. La inflamación cerebral se ha detenido y muestra signos de disminución. Es algo muy alentador teniendo en cuenta que ha pasado tan poco tiempo.
— Eso son buenas noticias —murmuro.
Ella me sonríe con calidez.
— Lo son, señora López. Le estamos cuidando mucho. Y me alegro de verte de nuevo, Grace.
Grace le sonríe.
— Igualmente, Lorraina.
— Doctor Crowe, dejemos a estas personas para que pasen un tiempo con el señor Pierce. —Crowe sigue a la doctora Sluder hacia la salida.
Miro a Ray y, por primera vez desde el accidente, me siento esperanzada. Las palabras de la doctora Sluder y de Grace han avivado esa esperanza.
Grace me coge la mano y me da un suave apretón.
— Britt, cariño, siéntate con él. Háblale. Todo está bien. Yo me quedaré con Santana en la sala de espera.
Asiento. Santana me sonríe para darme seguridad y ella y su madre se van, dejándome con mi querido padre dormido plácidamente con el ruido del respirador y del monitor del corazón como nada.
Me pongo la camiseta blanca de Santana y me meto en la cama.
— Pareces más contenta —me dice Santana cautelosamente mientras se pone el pijama.
— Sí. Creo que hablar con tu madre y con la doctora Sluder ha cambiado las cosas. ¿Le has pedido tú a Grace que venga?
Santana se mete en la cama, me atrae hacia sus brazos y me gira para que quede de espaldas a ella.
— No. Ella quiso venir a ver cómo estaba tu padre.
— ¿Cómo lo ha sabido?
— La he llamado yo esta mañana.
Oh.
— Bella, estás agotada. Deberías dormir.
— Mmm… —murmuro totalmente de acuerdo. Tiene razón. Estoy muerta de cansancio. Ha sido un día lleno de emociones. Giro la cabeza y la miro un segundo. ¿No vamos a hacer el amor? Me siento aliviada. De hecho lleva todo el día tratándome con cierta distancia. Me pregunto si debería sentirme alarmada por esa circunstancia, pero como la diosa que llevo dentro ha abandonado el edificio y se ha llevado mi libido con ella, creo que mejor lo pienso por la mañana. Me vuelvo a girar y me acurruco contra Santana, entrelazando una pierna con las suyas.
— Prométeme algo —me dice en voz baja.
— ¿Mmm? —Estoy demasiado cansada para articular una pregunta.
— Prométeme que vas a comer algo mañana. Puedo tolerar con dificultad que te pongas la chaqueta de otro hombre sin echar espuma por la boca, pero Britt… tienes que comer. Por favor.
— Mmm —concedo. Me da un beso en el pelo.
— Gracias por estar aquí —murmuro y le beso el cuello adormilada.
— ¿Y dónde iba a estar si no? Quiero estar donde tú estés, Britt, sea donde sea. Estar aquí me hace pensar en lo lejos que hemos llegado. Y en la primera noche que pasé contigo. Menuda noche… Me quedé mirándote durante horas. Estabas… hermosa —dice sin aliento. Sonrío contra su cuello.
— Duerme — murmura, y ahora es una orden. Cierro los ojos y me dejo llevar por el sueño.
O_o***** - Mensajes : 250
Fecha de inscripción : 05/05/2013
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Hola que tal!!!!
Que capitulo pobre Ray!!
Me encanto San aun en las peores situaciones no cambia cuando se trata de Britt jajaja!!
Saludos espero que actualices pronto!1 Por favor
Que capitulo pobre Ray!!
Me encanto San aun en las peores situaciones no cambia cuando se trata de Britt jajaja!!
Saludos espero que actualices pronto!1 Por favor
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Me encanto la parte donde regaña al doctor santana
Diciendole que es Señora Lopez
Me a gustado mucho Santana en este capitulo
Tierna, dulce y cariñosa!
Grace ufff la mejor suegra de todas?
Yo creo que si!
Bueno hasta elsiguiente
Capitulo y saludos!
Diciendole que es Señora Lopez
Me a gustado mucho Santana en este capitulo
Tierna, dulce y cariñosa!
Grace ufff la mejor suegra de todas?
Yo creo que si!
Bueno hasta elsiguiente
Capitulo y saludos!
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
santana estuvo de lo mejor protectora pero tierna!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
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