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FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Veintidos-
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¡Fer Brittana4ever!
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Re: FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Veintidos-
hahahaha odio a elainee o como se llame jajaj
espero que se pueda salvar algo con brit actualiza xfaaaaaaaaaa
espero que se pueda salvar algo con brit actualiza xfaaaaaaaaaa
itzel7** - Mensajes : 70
Fecha de inscripción : 10/03/2013
Re: FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Veintidos-
Hola he vuelto de esas minis vacaciones, fue muy relajante la verdad.
sobre el capitulo, necesitaba saber que pasaba, no quería pasarme los días pensando en porque santana había hecho algo así (notece mi obsesión por el fic) por eso hice trampa, y fue justo un pedasito de este capitulo lo que lei y juro que después borre el libro. ahora NECESITO otro capitulo, necesito saber que pasara con mis Brittana, habrá un momento feliz después de esto? algo así como pronto? Saludos.
sobre el capitulo, necesitaba saber que pasaba, no quería pasarme los días pensando en porque santana había hecho algo así (notece mi obsesión por el fic) por eso hice trampa, y fue justo un pedasito de este capitulo lo que lei y juro que después borre el libro. ahora NECESITO otro capitulo, necesito saber que pasara con mis Brittana, habrá un momento feliz después de esto? algo así como pronto? Saludos.
Nathy_Gleek*** - Mensajes : 108
Fecha de inscripción : 15/12/2012
Edad : 30
Re: FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Veintidos-
Hola que tal!!
Apoyo a San obvio que no iba a ser facil ese paso pero debia hacerlo.
Elaine bueno ya se le pasara y espero que San no meta mas la pata con Britt. Saludos y por favor actualiza pronto
Apoyo a San obvio que no iba a ser facil ese paso pero debia hacerlo.
Elaine bueno ya se le pasara y espero que San no meta mas la pata con Britt. Saludos y por favor actualiza pronto
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Doce-
Hola! Iba a subir el capítulo anoche pero me quedé dormida u.u Ahora no respondo uno a uno los comentarios porque se me hace tarde para el trabajo xD Así que sólo voy a subir el capítulo siguiente, en cuanto el capítulo llegue a 4 comentarios subiré el siguiente, creo que haré así, de esa manera no tardaré en subir demasiado.
Espero leer sus comentarios, y que aún me den su opinión sobre si quieren o no otra actualización.
Besos! :D
CAPÍTULO 12
—Voy a inspeccionar los pasillos —informó Brittany a Rory.
Rory se había instalado en su silla para empezar con la rutina de informes y papeleo del domingo por la noche. Pero, esa semana, Brittany no quería mirar el vídeo, porque seguramente Rory comentaría el hecho de que la mujer de Baltimore no se había registrado. Brittany había repasado las reservas de la semana y ya se había fijado en que Santana López no estaba en la lista de huéspedes.
Santana no le había contestado el correo ni le había devuelto la llamada. De hecho, Brittany no sabía nada de ella desde la mañana en que se habían despedido en la cama con un beso. Aunque se resistía a reconocerlo, sabía que había descubierto el pequeño secreto de Santana si querer: Santana no estaba disponible.
Brittany no podía menos que reírse de sí misma por el tiempo que había malgastado preocupada por lo difícil que sería sobrellevar la distancia. Y pensar que hasta había estudiado concienzudamente las ofertas de trabajo en el área de Washington D.C., a pocos kilómetros de Baltimore.
Odiaba admitirlo, pero había sido engañada como una tonta. Quería sentir rabia, pero en esos momentos lo único que sentía era pena, dolor y vergüenza. ¿Cómo había podido confundir de esa manera su conexión con Santana, con lo fuerte que la había sentido?
Al llegar a la planta Concierge, inspeccionó el surtido de postres y continuó hacia el pequeño despacho que comunicaba el comedor con el ascensor de personal, la camarera estaba fuera, sirviendo bebidas, así que aprovechó los breves momentos de intimidad y revolvió el último cajón del escritorio en busca de una guía de teléfonos.
Santana se estiró en la cama y se puso un almohadón bajo la rodilla dolorida. Había vuelto al Hyatt, porque le daba demasiada vergüenza volver al Weller Regent y enfrentarse a Brittany. Se puso cómoda y se dispuso a revisar las notas para la reunión de la mañana siguiente, pero el timbre del teléfono la sobresaltó.
—¿Sí?
—Así que... ¿en el Hyatt encontraste una oferta mejor?
Solo tardó un segundo en reconocer la voz del teléfono.
—Brittany... quería llamarte, pero es que no sabía qué decir.
—Bueno, para empezar, ¿por qué no me cuentas cómo es posible que en sólo doce días nos hayamos distanciado tanto?
—No... no he sido del todo sincera contigo. Yo...
—Sí, hasta ahí ya llegué cuando aquella mujer me cogió el teléfono.
—Brittany, yo no quería que te enterases de esa manera.
—Más bien me parece que no querías que me enterase de ninguna manera. Pero no importa, Santana. Sólo llamaba para decirte que lo siento si te empujé a algo que no querías que pasara.
Acto seguido, Brittany le colgó y lo único que Santana pudo hacer fue quedarse mirando el teléfono.
La agente inmobiliaria condujo por una calle arbolada que no tenía salida y detuvo el vehículo frente a la primera casa. Emma le había cancelado todas las reuniones de la tarde y le había arreglado una cita con aquélla para que le enseñara varias propiedades en algunos de los mejores barrios de Orlando.
—De las que veremos hoy, ésta es mi casa favorita —comentó la agente. —Tiene cuatro habitaciones, tres baños y un aseo, una sala de estar y comedor muy elegantes, una cocina amplia donde se puede comer y un jardín cubierto.
La casa, un antiguo bungalow de estilo mediterráneo, era amarilla con tejas blancas y sin duda tenía encanto a primera vista. A Santana le agradaba sobre todo que fuera de una sola planta.
—Es muy bonita, pero es más de lo que necesito —dijo al acabar la visita. Amueblar un lugar tan grande a su gusto le costaría treinta o cuarenta mil dólares. Elaine le había tomado la palabra y se había apropiado de los muebles de la sala de estar, la televisión y el juego de dormitorio de la habitación de invitados, donde había estado durmiendo la última semana.
—Eso se lo parece ahora, pero las cosas pueden cambiar. Es una casa fantástica para los niños, y en este distrito hay muy buenas escuelas.
Santana sonrió con ironía, recordando cómo la agente inmobiliaria que había vendido su adosado de Baltimore había usado prácticamente las mismas palabras. Imaginó que debía de ser una frase estándar que aprendían en la academia. Para ella, el argumento de los niños no significaba nada, pero una de las habitaciones podía servirle de despacho y sería práctico tener otras dos libres por si su madre y su hermana venían a visitarla.
Habían arreglado el papeleo antes de salir de la agencia, así que las dos sabían que Santana podía permitirse aquella casa si la quería. Contaba con un aval de Eldon-Markoff que garantizaba la compra de su casa de Baltimore, así que por esa parte no habría problema.
Esa casa era la más cara que había visto, pero estaba muy por encima del resto. Además, estaba lista para entrar a vivir y se encontraba en un barrio bien establecido. Eso y que, según se fijó, no quedaba lejos de la agradable urbanización donde vivía Brittany.
—Muy bien. Me la quedo.
—Has llegado pronto —observó Sue.
Sue Sylvester era la directora del Weller Regent, el pez gordo del hotel del Orlando. Era una mujer vibrante de cincuenta y siete años y una gran administradora. En los más de treinta años que llevaba en el Weller Regent, Sue había formado a montones de empleados, y muchos de ellos habían llegado a dirigir sus propios hoteles o trabajaban en la sede central de la empresa en Nueva York. Brittany siempre había sido una de sus favoritas.
—Sí, bueno...
—¿Mirando las ofertas?
Brittany se quedó de piedra ante la perspicacia de su jefa.
—¿Cómo lo has sabido?
—En realidad sólo era una suposición, pero gracias por confirmarla. —Le dedicó una sonrisa irónica y tomó asiento frente al ordenador junto a Brittany. —¿Has visto el trabajo de Denver?
Brittany asintió. Era el hotel más nuevo de la cadena y estaban buscando a un supervisor en jefe, el equivalente al puesto de Rory. Era un verdadero chollo en la cadena y probablemente se lo darían a alguien con más experiencia que ella.
—A mí me parece que sería perfecto para ti. Piensa que no me haría ninguna gracia perder a una de las mejores encargadas que ha trabajado conmigo, pero me gustaría verte volar del nido. De momento, yo seguiré en mi puesto unos años más, pero cuando lo deje, estaría bien que hubieras ganado experiencia en un puesto de mayor responsabilidad.
La alabanza dejó a Brittany patidifusa. Básicamente, Sue había venido a decirle que dentro de unos años tenía posibilidades de sucedería al frente de ese hotel, pero sólo si aprovechaba la oportunidad de acumular experiencia en un cargo elevado.
—¿De verdad te parece que tengo posibilidades de conseguir el puesto de Denver?
—No me cabe la menor duda.
—Creo que quiere ponerlo ahí —dijo Santana señalando el espacio vacío que había debajo de la ventana.
Era el día en que Elaine se mudaba y, aunque Santana había regresado de Nueva York la noche anterior pasadas las doce, había dedicado el día a ayudar en todo lo que pudiera.
El traslado a Orlando estaba yendo muy deprisa. Santana ya había vendido el adosado y, dado que Elaine se mudaría al fin a su nuevo apartamento, ella podría enviar el resto de sus cosas a Florida a continuación.
El paso más importante que iba a dar hacia su nueva vida estaba programado para el jueves: una última operación para reparar la lesión de la pierna. Había planeado recuperarse en casa de su madre durante tres semanas antes de volar a Orlando y empezar a trabajar en Eldon-Markoff.
Elaine atravesó la puerta principal cargada de ropa.
—¿Te ayudo con algo?
—No, esto es lo último.
Desapareció en el dormitorio para dejar su carga. Los últimos días habían sido tranquilos, a medida que Elaine empezó a aceptar que la decisión de Santana era irrevocable. Santana se sentía culpable de saber que, para ella, todo el asunto quedaría cerrado en cuando saliera del apartamento ese día. Elaine tardaría años en dejar de sentirse dolida y furiosa. Santana sabía que se habría sentido menos culpable si al menos hubieran seguido siendo amigas, pero Elaine le había dicho que no necesitaba amigas como Santana y que no tenía el menor interés en seguir en contacto.
Santana se tragó la amargura. Todo aquello también la estaba afectando a ella, pero lo veía como parte de su penitencia por haberle causado tanto dolor a Elaine con sus estúpidas decisiones egoístas.
—¿Quién me firma esto? —preguntó el encargado de la mudanza, agitando el sujetapapeles.
—Ella —soltó Elaine en tono monocorde, de regreso a la sala de estar.
Santana cogió el sujetapapeles y firmó al final del documento.
—Tienen mi número de tarjeta, ¿verdad?
—Sí, señora —respondió el hombre, que recogió el resto de las mantas protectoras antes de salir.
Elaine se limpió el polvo de las manos con la mirada puesta en el personal de mudanzas, que cargaba el camión para irse.
—Ya está, Santana. Lo único que necesito es el cheque.
Santana sacó del bolsillo un talón nominal por valor de varios miles de dólares. Era el dinero que le había ofrecido a Elaine para que pudiera comprar cosas nuevas para la cocina y el baño y pagara la fianza de la luz, el gas y el agua. Santana ya le había pagado los seis primeros meses de alquiler. Era dinero manchado de culpa, pero le daba igual. Quería que esa parte de su vida quedara bien cerrada.
Las dos permanecieron en silencio, de pie entre las cajas que llenaban la estancia, reprimiendo las lágrimas.
—Cuídate mucho, Elaine. —Santana extendió los brazos indecisa, con la esperanza de que pudieran abrazarse por última vez.
—Tú también.
Elaine estaba intentando dominar sus emociones, pero al final cedió y las dos se abrazaron, con fuerza, durante más de un minuto, llorando a lágrima viva.
—Escríbeme cuando te hayas instalado en Florida. No te prometo que conteste, pero querré saber que estás bien.
Santana asintió, reacia a prometer más. Había llegado el momento de mirar hacia delante.
—¿Sería muy mala amiga si te deseo mala suerte? —preguntó Rachel, que llevaba a Brittany al aeropuerto para que tomara un avión a Denver.
—Será lo que tenga que ser. Sue cree que tengo muchas posibilidades, pero todo depende de cómo sean los demás candidatos.
—¿Estás nerviosa?
—Un poco. Hace mucho de la última vez que fui una entrevista de trabajo, pero Sue me estuvo preparando ayer durante dos horas. No voy a estar más preparada de lo que estoy ahora.
Rachel señaló la salida de la autopista Beeline.
—¿Estás segura de que esto es lo que quieres?
—Creo que ha llegado el momento de dar un giro a mi vida.
Mientras siguiera rascándose el ombligo en Orlando los ascensos no le iban a caer del cielo. El trabajo de Denver sería bueno para su carrera, y en ese momento necesitaba centrarse en eso.
—¿Y todo esto tiene algo que ver con la mujer de Baltimore?
Brittany exhaló pesadamente.
—Supongo que en parte sí. Ya que al parecer nunca voy a tener vida fuera del trabajo, a ver si al menos consigo el mejor trabajo posible.
—No puedes dejar que una mala experiencia con una bruja mentirosa te convierta en una cínica, Brittany.
—No, pero cuando te llevas un chasco así lo mejor es tomarte un tiempo para cicatrizar. Creo que es un buen momento para concentrarme en mi carrera.
Rachel siguió las indicaciones hasta la Terminal de salidas y Brittany se agachó para coger su bolsa de viaje.
—Mucha mierda, ¿vale?
Frenaron en la curva. Brittany le dio a su amiga un cálido abrazo.
—Gracias. Si me dan el trabajo, ¿querrás venir a llevar mi restaurante?
—No creo. El frío no es lo mío.
—Ah, pero ¿hace frío? —preguntó Brittany con un guiño.
—Seguro que sólo son habladurías.
El dolor había disminuido desde la operación, pero Santana aún se cansaba con facilidad. Tenía muchas ganas de llegar a Orlando y pasar la primera noche en su nueva casa.
—No sé cómo vamos a llevar todas estas maletas —dijo Maribel, sentada junto a Santana en la sección de primera clase del avión.
—Eldon-Markoff enviará un coche, mamá. Encontraremos a un mozo que nos ayude con las maletas en el aeropuerto, y el conductor nos las puede entrar cuando lleguemos a la casa.
—Tendré que ir a comprar en cuanto lleguemos.
—No es necesario, mamá. Estarás cansada, podemos pedir algo.
—¿Y para desayunar qué? No tendremos nada, y así no se puede empezar el día.
Santana miró por la ventana, sonriendo para sí. El cambio que había dado su madre parecía un milagro. Justo como había predicho Emily, la matriarca López había estado a la altura de las circunstancias cuando había necesitado su ayuda.
La semana anterior, Maribel había dejado a Santana al cuidado de su hermana y había volado a Orlando sola. Se reunió con los de la compañía de mudanzas y desempaquetó las cajas de la cocina y los baños. Después compró un juego de dormitorio para la habitación de invitados que sustituyera al que se había llevado Elaine. Santana y ella irían a comprar los muebles de la sala de estar y el comedor juntas, pero para eso tendrían que esperar a que Santana pudiera moverse.
—Agradezco mucho todo lo que estás haciendo, mamá.
Maribel le dio un apretón en el brazo.
—Ya era hora de que te pagara por todo lo que tú has hecho por mí. Estoy muy orgullosa de ti, Santana. Ojalá tu padre estuviera aquí para ver la mujer en que te has convertido. Siempre decía que llegarías muy lejos.
—A mí también me gustaría que estuviera aquí. Pero me alegro de tenerte a mi lado.
Jesse St. James no podía creer la suerte que tenía. Tenía sentada enfrente a la cuarta candidata para el puesto de supervisor en jefe, una protegida de Sue Sylvester que, entre otras habilidades, hablaba holandés como él.
—¿Hay alguna parte de su trabajo actual que no le guste, señorita Pierce? Por ejemplo, el papeleo, el trabajo de supervisión, el trato con el público...
Brittany reflexionó sobre la mejor manera de responder la pregunta del director del hotel.
—Supongo que, como a todo el mundo, no me gusta tener que disciplinar a un empleado, pero los aspectos positivos de relacionarme con el personal superan a los negativos con creces. Lo mismo que sucede con los clientes problemáticos.
Había sido una buena respuesta, consideró Brittany. Pero al parecer St. James esperaba más.
—De acuerdo, el papeleo es un coñazo —admitió con una carcajada.
St. James rió. Le gustaba la idea de contar con una supervisora con sentido del humor, considerando que era un puesto de mucho estrés. Le constaba que, si había trabajado con Sue, es porque era competente a la hora de solucionar problemas sin dejar que las cosas se salieran de madre. También sabía que Sue no habría tenido a nadie trabajando para ella durante nueve años si no fuera capaz de arreglárselas con el papeleo.
—Ya sabe que aquí el clima es un poco diferente —la advirtió.
—Lo que busco es un cambio —contestó ella con sencillez.
—Gracias, mamá. En serio, te lo agradezco mucho. —Santana sacó las muletas del asiento trasero y las apoyó contra la puerta del coche.
—¿Seguro que no quieres que suba contigo?
—No, ya me apaño yo. Puedo colgarme el asa del hombro...
—¡Santana!
Una entusiasta Emma Schuester salió a recibirla.
—Me alegro mucho de verte por fin aquí.
—Hola, Emma. Te presento a mi madre, Maribel López.
Maribel le dijo hola desde el asiento del Volvo de Santana, y Emma extendió la mano para saludarla.
—Encantada de conocerla. Tiene una hija que es un tesoro.
Santana se ruborizó como una colegiala en su primera cita. Con cuidado, se irguió y se colocó las muletas bajo los brazos.
—Yo te lo llevo —dijo Emma cogiéndole el pesado maletín. —Muchas gracias por traerla, yo me ocupo desde aquí. —Se despidió de Maribel con la mano y guió a Santana hasta la entrada.
—Gracias por la ayuda.
—De nada. ¿Seguro que te encuentras con fuerza para empezar?
—De lo que estoy segura es de que, si no empiezo me voy a volver loca. Por favor, déjame quedarme hoy, aunque después cambies de opinión y me despidas —bromeó.
Santana adoraba a su madre, pero habían pasado la una pegada a la otra prácticamente cada hora de las últimas tres semanas.
—Muy bien, pero hemos decidido no pagarte.
—Me parece bien.
—... Y que tu nuevo despacho estará al lado de la fotocopiadora.
—Perfecto.
—... Y que tu secretaria será Denise.
—Eres cruel, Emma Schuester.
—Ya lo sé, pero dos de esas cosas son mentira.
—Denise —suspiró Santana.
—De momento te bastará con ella. Más adelante puedes escogerle un par de seminarios para que haga en horas de trabajo si te parece. Si la cosa no marcha, ven a verme.
Santana sabía que lograría que funcionara. Denise tenía muchas carencias, pero le ponía mucha dedicación y siempre estaba dispuesta a aprender.
El ascensor las dejó en el último piso, y Santana siguió a su jefa al ala oeste del edificio. El tercer despacho desde el fondo del pasillo era una pequeña oficina, cuya pared exterior era acristalada. Había una mesa de despacho con sitio para el ordenador enfrente de la puerta. Una estantería, una mesa de trabajo y tres sillas completaban el mobiliario de la habitación.
—Ya sé que no es el Taj Mahal, pero es tuyo. Si quieres cambiar algo de sitio, dale un toque a Denise y ella se encargará de encontrar unos cuantos brazos fuertes.
—Es fantástico, me va a encantar.
—Cuando lleves un tiempo aquí iras subiendo en la jerarquía. Dentro de un año o dos podrás trasladarte a un lado donde no pegue el sol de la tarde. Entonces sabrás que has llegado a lo más alto.
—Olvidas que soy de Baltimore. Tardaré en ponerle pegas al sol.
—Eso ya me lo dirás.
Dicho eso, Emma volvió a su despacho y Santana se las arregló para llegar a su silla. Ya tenía una pila de carpetas acumuladas en su bandeja. Se instaló y cogió la primera. Estaba emocionadísima de estar allí.
—¡Guau, Brittany! Estás loca si crees que voy a decir no a eso.
Ryder Lynn estaba entusiasmado con la oferta de su nueva jefa. Ella se tomaría los martes y los miércoles libres, y él podría cogerse los viernes y los sábados. El fin de semana libre era casi media vida.
—Ten en cuenta que no es permanente. Pero me gustaría estar aquí en los días de más lío hasta que me haga con el hotel y con el personal.
—Yo no te lo voy a discutir —afirmó el joven alegremente. —Tómate todo el tiempo que necesites.
A Brittany le caía muy bien su nuevo adjunto. Había pasado los últimos dos años en el centro de servicios para la empresa y también había trabajado en catering. Sólo llevaba en el puesto de supervisor adjunto dos meses, desde que su predecesor aceptó un trabajo para Ritz-Carlton, así que no estaba preparado para ascender.
Por eso Jesse St. James había buscado a un nuevo supervisor en jefe procedente de otros hoteles de la cadena Weller Regent.
—Bueno, ¿y por dónde sale uno en Denver para divertirse? —preguntó Brittany.
—No lo sé. Estoy casado, ya no me divierto nunca.
Los dos rieron al unísono.
—¿Así que te doy los fines de semana libres y los vas a desaprovechar?
—¡No! ¿Estás de broma? Significa que por fin Marley y yo podremos salir de la ciudad de vez en cuando, ir a esquiar, de acampada, o de escalada al parque Estes. Claro que también quiere decir que no podré librarme de ir a ver a mi suegra a Pueblo.
—Siempre puedes decirle que tienes guardia.
—Me gusta cómo piensas, Brittany.
—Hoy me encargaré yo de la inspección de las habitaciones. Quiero hacerme una idea de cómo trabajan todos.
—Todo para ti. ¿Quieres que empiece con el inventario? —Ryder estaba ansioso por asumir más obligaciones en la gerencia.
—No, ya lo haré yo cuando acabe. ¿Qué tal si vigilas la recepción y te pasas a echarle un vistazo a los aparcacoches de aquí a un rato?
—Lo que tú digas.
Brittany comenzó la inspección en la tercera planta, un piso por encima de las salas de reuniones. Para cuando llegó a la planta Concierge, estaba muy satisfecha con el trabajo de mantenimiento, y la alegraba saber que su homóloga del primer turno gobernaba el barco con mano firme. Eso siempre hacía que el turno de noche fuera más fácil.
Los camareros del comedor Concierge estaban preparándolo todo para la happy hour, más o menos igual que en Orlando y que en el resto de hoteles de la cadena Weller Regent. Cada hotel tenía una decoración única, pero los servicios principales estaban diseñados para ser una constante de hotel en hotel. En el WR de Denver, la decoración tenía un toque del suroeste y los muebles eran rústicos, pero cómodos. Las ventanas del comedor ofrecían una vista espectacular de las Rocosas nevadas. Era todo un cambio respecto a la planicie de cipreses de Orlando.
La acogedora disposición de las sillas en el rincón le recordó amargamente a Santana López. A decir verdad, últimamente Santana López se había convertido en una presencia constante en su pensamiento, cosa que resultaba de lo más irritante, sobre todo durante el largo viaje en coche con Lord T de camino a su nuevo hogar, a más de tres mil kilómetros de distancia.
No tenía sentido negar lo mucho que le había dolido descubrir que para Santana no había sido más que una cana al aire.
«No sabía qué decirte». Las palabras de Santana le volvieron amargamente a la cabeza. No había nada que decir, a no ser que fuera para ofrecer una explicación que no fuera la obvia. Y estaba claro que no era el caso, o Santana se lo habría contado. En cambio, Santana había jugado sus cartas tan bien que Brittany se había quedado helada al oír la voz de la mujer que descolgó el teléfono. Lo peor era que Brittany había estado segura de que Santana sentía lo mismo que ella. Ahora tenía la desagradable sensación de que, en el futuro, no sería capaz de verlas venir cuando alguien intentara aprovecharse de ella.
A no ser que no dejara que nadie se le acercara.
Eso era lo que pretendía al mudarse a Denver. No se trataba de empezar de cero. Ni siquiera era por el trabajo, aunque eso le sirviera de excusa. Para Brittany, trasladarse a Denver significaba mudarse a un lugar en donde no conocía a nadie, en donde no quería conocer a nadie. Si se concentraba en hacer bien su trabajo, pronto podría ascender a un puesto en Dirección; si no allí, en algún otro lugar.
—Si quieres, te puedo dejar dormir en el sofá de mi despacho. Puedes dejar el pijama en el último cajón del escritorio.
Santana levantó la vista. Era un martes por la noche y Emma estaba en el umbral de su despacho, con su maletín en la mano.
—En serio, Santana, a esta hora nos vamos todos a casa, a veces incluso un poco antes. ¿Te hemos dado demasiado trabajo o es que eres lenta? —La última parte era en broma, pero la ejecutiva se dio cuenta enseguida de que Santana no se lo había tomado a chiste.
—No, yo... ¿estás de broma, no?
—Por supuesto —le aseguró Emma. Dejó el maletín y se sentó frente a su vicepresidenta adjunta. —Voy a tener que hablarle de ti a mi marido. No se creerá que haya alguien que llega a la oficina antes y se va después que yo.
—Me he liado preparando esta campaña de refuerzo de marca. ¿Crees que podemos contar con unos cuantos miles de dólares de presupuesto para crear un par de grupos de enfoque?
—Claro, podemos sacarlo de la partida de publicidad si crees que lo necesitamos.
—Sí. Me sentiría mejor si tuviéramos algún modo de evaluar el impacto antes de lanzarla.
—Buena idea. Y ahora vete a casa.
—Sólo quiero terminar esto...
—Te espero. Vamos a salir de aquí juntas, y así me aseguraré de que te vas. —Su jefa hablaba en serio.
—Muy bien —suspiró Santana cerrando su carpeta.
—Y no te vas a llevar trabajo a casa —la regañó la ejecutiva, al ver que su protegida iba a meter la carpeta en su maletín. —Si no, no serviría de nada que te echara de aquí.
—Sí, señora.
Siguió a Emma hasta el vestíbulo y esperaron al ascensor.
—¿Qué tal la pierna?
Ya no cojeaba tanto como antes de la operación, pero aún lo hacía un poco.
—Mucho mejor. Aún sigo con la rehabilitación, pero ya empiezan a pensar que esto es todo lo que voy a mejorar.
—¿Te duele mucho?
—No tanto como antes, pero creo que nunca dejará de dolerme del todo.
—Siento oír eso.
Santana le había hablado a Emma de su terrible accidente.
—Ya me he acostumbrado. —Salieron del edificio y se dirigieron al aparcamiento como dos amigas. —Oye, ya he dicho que me iba a casa, no tienes por qué escoltarme, ¿sabes?
Emma soltó una risita.
—Santana, en serio, no quiero que te quemes. Sé que hay mucho trabajo que hacer, pero nadie espera que lo hagas todo el primer año que estás a bordo. Si tienes intención de seguir aquí a largo plazo, necesitas salir y tener una vida plena en Orlando, no sólo una vida de trabajo.
—Ya lo sé, Emma. Lo haré.
La verdad es que la idea de aventurarse en el ambiente de Orlando siempre le recordaba a Brittany Pierce, y eso le despertaba sentimientos de tristeza y culpabilidad. Últimamente había pensado mucho en lo mal que se había portado, y no le atraía especialmente la idea de conocer a alguien nuevo.
—Lo creas o no, ahora mismo disfruto mucho con trabajo.
—Ya lo veo, y te agradezco mucho todo lo que estás haciendo. Pero acepta un consejo de una vieja profesional. Reserva lo mejor de ti misma para tu vida personal, no para el trabajo.
Santana asintió, comprendiendo sus palabras.
—Sabes, Santana, en Eldon-Markoff somos como una gran familia. No quiero parecer entrometida pero, si no estás saliendo con nadie en especial en este momento, estaríamos encantados de organizar un par de cenas informales para que tuvieras la oportunidad de conocer hombres solteros, ya sabes, ejecutivos.
Santana forzó una sonrisa y desvió la mirada. Se había estado preguntando si Ken Markoff habría contado que la había visto con Brittany, cogidas de la mano en un restaurante. Al parecer no lo había hecho, o ella no estaría ahora en una situación tan comprometida.
—Emma, gracias, pero... la verdad es que no estoy muy interesada en conocer... hombres.
—Pero tú... oh. ¿Mujeres?
Santana asintió con nerviosismo.
—Pero, si quieres que te diga la verdad, ahora mismo no estoy interesada en conocer a nadie. Acabo de salir de una relación que, digamos, no ha acabado demasiado bien. Necesito un poco de tiempo.
—Lo entiendo. Pero, si tropiezo con alguna mujer interesante, no sé muy bien dónde, pero nunca se sabe, seguramente lo mencionaré, estés preparada o no.
—Me parece bien. —Santana se mostró de acuerdo y abrió la puerta de su coche.
—Bueno, te dejo aquí. Espero que te marches a casa, no que des una vuelta al edificio hasta perderme de vista y entonces te cueles dentro otra vez.
—Palabra de honor. Hasta mañana. —Santana puso en marcha el Volvo y colocó la marcha atrás para salir de su aparcamiento.
En lugar de girar hacia su casa, siguió adelante unos cuatrocientos metros hasta la urbanización de Brittany. Desde que estaba en Orlando, había cedido a la tentación de conducir por el vecindario tres veces. Era martes, el día libre de Brittany, y la idea de tratar de verla desde lejos era muy tentadora. No es que la estuviera acosando exactamente, era más bien como si... la observara de una manera no agresiva, para ver cómo le iba.
Rodeó el pequeño lago con el Volvo poco a poco y giró a la derecha hacia los edificios que daban al campo de golf. Contuvo la respiración cuando vio que la puerta del garaje del edificio de Brittany estaba abierta. Sin embargo, el coche que había dentro no era el Miata verde oscuro, sino un sedán de color rojo. Siguió hasta el final de la carretera, examinando el aparcamiento con vistazos rápidos en busca del deportivo que tan bien conocía.
Santana giró y recorrió el mismo camino en sentido contrario, aminorando la marcha de manera drástica frente a la casa de Brittany. Confusa, vio salir el coche, cuyos pasajeros eran una pareja joven con una sillita infantil en el asiento de atrás.
Frenó para orientarse, repasando mentalmente todos los detalles de su visita a la casa de Brittany. Ése era el lugar que recordaba y sabía que era el número que le había dicho al taxista.
Santana regresó a la urbanización al día siguiente, y al otro también, tanto de camino al trabajo como a la vuelta. Volvió por última vez el fin de semana y la familia del sedán seguía ahí.
Al parecer, Brittany ya no vivía allí.
Espero leer sus comentarios, y que aún me den su opinión sobre si quieren o no otra actualización.
Besos! :D
CAPÍTULO 12
—Voy a inspeccionar los pasillos —informó Brittany a Rory.
Rory se había instalado en su silla para empezar con la rutina de informes y papeleo del domingo por la noche. Pero, esa semana, Brittany no quería mirar el vídeo, porque seguramente Rory comentaría el hecho de que la mujer de Baltimore no se había registrado. Brittany había repasado las reservas de la semana y ya se había fijado en que Santana López no estaba en la lista de huéspedes.
Santana no le había contestado el correo ni le había devuelto la llamada. De hecho, Brittany no sabía nada de ella desde la mañana en que se habían despedido en la cama con un beso. Aunque se resistía a reconocerlo, sabía que había descubierto el pequeño secreto de Santana si querer: Santana no estaba disponible.
Brittany no podía menos que reírse de sí misma por el tiempo que había malgastado preocupada por lo difícil que sería sobrellevar la distancia. Y pensar que hasta había estudiado concienzudamente las ofertas de trabajo en el área de Washington D.C., a pocos kilómetros de Baltimore.
Odiaba admitirlo, pero había sido engañada como una tonta. Quería sentir rabia, pero en esos momentos lo único que sentía era pena, dolor y vergüenza. ¿Cómo había podido confundir de esa manera su conexión con Santana, con lo fuerte que la había sentido?
Al llegar a la planta Concierge, inspeccionó el surtido de postres y continuó hacia el pequeño despacho que comunicaba el comedor con el ascensor de personal, la camarera estaba fuera, sirviendo bebidas, así que aprovechó los breves momentos de intimidad y revolvió el último cajón del escritorio en busca de una guía de teléfonos.
Santana se estiró en la cama y se puso un almohadón bajo la rodilla dolorida. Había vuelto al Hyatt, porque le daba demasiada vergüenza volver al Weller Regent y enfrentarse a Brittany. Se puso cómoda y se dispuso a revisar las notas para la reunión de la mañana siguiente, pero el timbre del teléfono la sobresaltó.
—¿Sí?
—Así que... ¿en el Hyatt encontraste una oferta mejor?
Solo tardó un segundo en reconocer la voz del teléfono.
—Brittany... quería llamarte, pero es que no sabía qué decir.
—Bueno, para empezar, ¿por qué no me cuentas cómo es posible que en sólo doce días nos hayamos distanciado tanto?
—No... no he sido del todo sincera contigo. Yo...
—Sí, hasta ahí ya llegué cuando aquella mujer me cogió el teléfono.
—Brittany, yo no quería que te enterases de esa manera.
—Más bien me parece que no querías que me enterase de ninguna manera. Pero no importa, Santana. Sólo llamaba para decirte que lo siento si te empujé a algo que no querías que pasara.
Acto seguido, Brittany le colgó y lo único que Santana pudo hacer fue quedarse mirando el teléfono.
La agente inmobiliaria condujo por una calle arbolada que no tenía salida y detuvo el vehículo frente a la primera casa. Emma le había cancelado todas las reuniones de la tarde y le había arreglado una cita con aquélla para que le enseñara varias propiedades en algunos de los mejores barrios de Orlando.
—De las que veremos hoy, ésta es mi casa favorita —comentó la agente. —Tiene cuatro habitaciones, tres baños y un aseo, una sala de estar y comedor muy elegantes, una cocina amplia donde se puede comer y un jardín cubierto.
La casa, un antiguo bungalow de estilo mediterráneo, era amarilla con tejas blancas y sin duda tenía encanto a primera vista. A Santana le agradaba sobre todo que fuera de una sola planta.
—Es muy bonita, pero es más de lo que necesito —dijo al acabar la visita. Amueblar un lugar tan grande a su gusto le costaría treinta o cuarenta mil dólares. Elaine le había tomado la palabra y se había apropiado de los muebles de la sala de estar, la televisión y el juego de dormitorio de la habitación de invitados, donde había estado durmiendo la última semana.
—Eso se lo parece ahora, pero las cosas pueden cambiar. Es una casa fantástica para los niños, y en este distrito hay muy buenas escuelas.
Santana sonrió con ironía, recordando cómo la agente inmobiliaria que había vendido su adosado de Baltimore había usado prácticamente las mismas palabras. Imaginó que debía de ser una frase estándar que aprendían en la academia. Para ella, el argumento de los niños no significaba nada, pero una de las habitaciones podía servirle de despacho y sería práctico tener otras dos libres por si su madre y su hermana venían a visitarla.
Habían arreglado el papeleo antes de salir de la agencia, así que las dos sabían que Santana podía permitirse aquella casa si la quería. Contaba con un aval de Eldon-Markoff que garantizaba la compra de su casa de Baltimore, así que por esa parte no habría problema.
Esa casa era la más cara que había visto, pero estaba muy por encima del resto. Además, estaba lista para entrar a vivir y se encontraba en un barrio bien establecido. Eso y que, según se fijó, no quedaba lejos de la agradable urbanización donde vivía Brittany.
—Muy bien. Me la quedo.
—Has llegado pronto —observó Sue.
Sue Sylvester era la directora del Weller Regent, el pez gordo del hotel del Orlando. Era una mujer vibrante de cincuenta y siete años y una gran administradora. En los más de treinta años que llevaba en el Weller Regent, Sue había formado a montones de empleados, y muchos de ellos habían llegado a dirigir sus propios hoteles o trabajaban en la sede central de la empresa en Nueva York. Brittany siempre había sido una de sus favoritas.
—Sí, bueno...
—¿Mirando las ofertas?
Brittany se quedó de piedra ante la perspicacia de su jefa.
—¿Cómo lo has sabido?
—En realidad sólo era una suposición, pero gracias por confirmarla. —Le dedicó una sonrisa irónica y tomó asiento frente al ordenador junto a Brittany. —¿Has visto el trabajo de Denver?
Brittany asintió. Era el hotel más nuevo de la cadena y estaban buscando a un supervisor en jefe, el equivalente al puesto de Rory. Era un verdadero chollo en la cadena y probablemente se lo darían a alguien con más experiencia que ella.
—A mí me parece que sería perfecto para ti. Piensa que no me haría ninguna gracia perder a una de las mejores encargadas que ha trabajado conmigo, pero me gustaría verte volar del nido. De momento, yo seguiré en mi puesto unos años más, pero cuando lo deje, estaría bien que hubieras ganado experiencia en un puesto de mayor responsabilidad.
La alabanza dejó a Brittany patidifusa. Básicamente, Sue había venido a decirle que dentro de unos años tenía posibilidades de sucedería al frente de ese hotel, pero sólo si aprovechaba la oportunidad de acumular experiencia en un cargo elevado.
—¿De verdad te parece que tengo posibilidades de conseguir el puesto de Denver?
—No me cabe la menor duda.
—Creo que quiere ponerlo ahí —dijo Santana señalando el espacio vacío que había debajo de la ventana.
Era el día en que Elaine se mudaba y, aunque Santana había regresado de Nueva York la noche anterior pasadas las doce, había dedicado el día a ayudar en todo lo que pudiera.
El traslado a Orlando estaba yendo muy deprisa. Santana ya había vendido el adosado y, dado que Elaine se mudaría al fin a su nuevo apartamento, ella podría enviar el resto de sus cosas a Florida a continuación.
El paso más importante que iba a dar hacia su nueva vida estaba programado para el jueves: una última operación para reparar la lesión de la pierna. Había planeado recuperarse en casa de su madre durante tres semanas antes de volar a Orlando y empezar a trabajar en Eldon-Markoff.
Elaine atravesó la puerta principal cargada de ropa.
—¿Te ayudo con algo?
—No, esto es lo último.
Desapareció en el dormitorio para dejar su carga. Los últimos días habían sido tranquilos, a medida que Elaine empezó a aceptar que la decisión de Santana era irrevocable. Santana se sentía culpable de saber que, para ella, todo el asunto quedaría cerrado en cuando saliera del apartamento ese día. Elaine tardaría años en dejar de sentirse dolida y furiosa. Santana sabía que se habría sentido menos culpable si al menos hubieran seguido siendo amigas, pero Elaine le había dicho que no necesitaba amigas como Santana y que no tenía el menor interés en seguir en contacto.
Santana se tragó la amargura. Todo aquello también la estaba afectando a ella, pero lo veía como parte de su penitencia por haberle causado tanto dolor a Elaine con sus estúpidas decisiones egoístas.
—¿Quién me firma esto? —preguntó el encargado de la mudanza, agitando el sujetapapeles.
—Ella —soltó Elaine en tono monocorde, de regreso a la sala de estar.
Santana cogió el sujetapapeles y firmó al final del documento.
—Tienen mi número de tarjeta, ¿verdad?
—Sí, señora —respondió el hombre, que recogió el resto de las mantas protectoras antes de salir.
Elaine se limpió el polvo de las manos con la mirada puesta en el personal de mudanzas, que cargaba el camión para irse.
—Ya está, Santana. Lo único que necesito es el cheque.
Santana sacó del bolsillo un talón nominal por valor de varios miles de dólares. Era el dinero que le había ofrecido a Elaine para que pudiera comprar cosas nuevas para la cocina y el baño y pagara la fianza de la luz, el gas y el agua. Santana ya le había pagado los seis primeros meses de alquiler. Era dinero manchado de culpa, pero le daba igual. Quería que esa parte de su vida quedara bien cerrada.
Las dos permanecieron en silencio, de pie entre las cajas que llenaban la estancia, reprimiendo las lágrimas.
—Cuídate mucho, Elaine. —Santana extendió los brazos indecisa, con la esperanza de que pudieran abrazarse por última vez.
—Tú también.
Elaine estaba intentando dominar sus emociones, pero al final cedió y las dos se abrazaron, con fuerza, durante más de un minuto, llorando a lágrima viva.
—Escríbeme cuando te hayas instalado en Florida. No te prometo que conteste, pero querré saber que estás bien.
Santana asintió, reacia a prometer más. Había llegado el momento de mirar hacia delante.
—¿Sería muy mala amiga si te deseo mala suerte? —preguntó Rachel, que llevaba a Brittany al aeropuerto para que tomara un avión a Denver.
—Será lo que tenga que ser. Sue cree que tengo muchas posibilidades, pero todo depende de cómo sean los demás candidatos.
—¿Estás nerviosa?
—Un poco. Hace mucho de la última vez que fui una entrevista de trabajo, pero Sue me estuvo preparando ayer durante dos horas. No voy a estar más preparada de lo que estoy ahora.
Rachel señaló la salida de la autopista Beeline.
—¿Estás segura de que esto es lo que quieres?
—Creo que ha llegado el momento de dar un giro a mi vida.
Mientras siguiera rascándose el ombligo en Orlando los ascensos no le iban a caer del cielo. El trabajo de Denver sería bueno para su carrera, y en ese momento necesitaba centrarse en eso.
—¿Y todo esto tiene algo que ver con la mujer de Baltimore?
Brittany exhaló pesadamente.
—Supongo que en parte sí. Ya que al parecer nunca voy a tener vida fuera del trabajo, a ver si al menos consigo el mejor trabajo posible.
—No puedes dejar que una mala experiencia con una bruja mentirosa te convierta en una cínica, Brittany.
—No, pero cuando te llevas un chasco así lo mejor es tomarte un tiempo para cicatrizar. Creo que es un buen momento para concentrarme en mi carrera.
Rachel siguió las indicaciones hasta la Terminal de salidas y Brittany se agachó para coger su bolsa de viaje.
—Mucha mierda, ¿vale?
Frenaron en la curva. Brittany le dio a su amiga un cálido abrazo.
—Gracias. Si me dan el trabajo, ¿querrás venir a llevar mi restaurante?
—No creo. El frío no es lo mío.
—Ah, pero ¿hace frío? —preguntó Brittany con un guiño.
—Seguro que sólo son habladurías.
El dolor había disminuido desde la operación, pero Santana aún se cansaba con facilidad. Tenía muchas ganas de llegar a Orlando y pasar la primera noche en su nueva casa.
—No sé cómo vamos a llevar todas estas maletas —dijo Maribel, sentada junto a Santana en la sección de primera clase del avión.
—Eldon-Markoff enviará un coche, mamá. Encontraremos a un mozo que nos ayude con las maletas en el aeropuerto, y el conductor nos las puede entrar cuando lleguemos a la casa.
—Tendré que ir a comprar en cuanto lleguemos.
—No es necesario, mamá. Estarás cansada, podemos pedir algo.
—¿Y para desayunar qué? No tendremos nada, y así no se puede empezar el día.
Santana miró por la ventana, sonriendo para sí. El cambio que había dado su madre parecía un milagro. Justo como había predicho Emily, la matriarca López había estado a la altura de las circunstancias cuando había necesitado su ayuda.
La semana anterior, Maribel había dejado a Santana al cuidado de su hermana y había volado a Orlando sola. Se reunió con los de la compañía de mudanzas y desempaquetó las cajas de la cocina y los baños. Después compró un juego de dormitorio para la habitación de invitados que sustituyera al que se había llevado Elaine. Santana y ella irían a comprar los muebles de la sala de estar y el comedor juntas, pero para eso tendrían que esperar a que Santana pudiera moverse.
—Agradezco mucho todo lo que estás haciendo, mamá.
Maribel le dio un apretón en el brazo.
—Ya era hora de que te pagara por todo lo que tú has hecho por mí. Estoy muy orgullosa de ti, Santana. Ojalá tu padre estuviera aquí para ver la mujer en que te has convertido. Siempre decía que llegarías muy lejos.
—A mí también me gustaría que estuviera aquí. Pero me alegro de tenerte a mi lado.
Jesse St. James no podía creer la suerte que tenía. Tenía sentada enfrente a la cuarta candidata para el puesto de supervisor en jefe, una protegida de Sue Sylvester que, entre otras habilidades, hablaba holandés como él.
—¿Hay alguna parte de su trabajo actual que no le guste, señorita Pierce? Por ejemplo, el papeleo, el trabajo de supervisión, el trato con el público...
Brittany reflexionó sobre la mejor manera de responder la pregunta del director del hotel.
—Supongo que, como a todo el mundo, no me gusta tener que disciplinar a un empleado, pero los aspectos positivos de relacionarme con el personal superan a los negativos con creces. Lo mismo que sucede con los clientes problemáticos.
Había sido una buena respuesta, consideró Brittany. Pero al parecer St. James esperaba más.
—De acuerdo, el papeleo es un coñazo —admitió con una carcajada.
St. James rió. Le gustaba la idea de contar con una supervisora con sentido del humor, considerando que era un puesto de mucho estrés. Le constaba que, si había trabajado con Sue, es porque era competente a la hora de solucionar problemas sin dejar que las cosas se salieran de madre. También sabía que Sue no habría tenido a nadie trabajando para ella durante nueve años si no fuera capaz de arreglárselas con el papeleo.
—Ya sabe que aquí el clima es un poco diferente —la advirtió.
—Lo que busco es un cambio —contestó ella con sencillez.
—Gracias, mamá. En serio, te lo agradezco mucho. —Santana sacó las muletas del asiento trasero y las apoyó contra la puerta del coche.
—¿Seguro que no quieres que suba contigo?
—No, ya me apaño yo. Puedo colgarme el asa del hombro...
—¡Santana!
Una entusiasta Emma Schuester salió a recibirla.
—Me alegro mucho de verte por fin aquí.
—Hola, Emma. Te presento a mi madre, Maribel López.
Maribel le dijo hola desde el asiento del Volvo de Santana, y Emma extendió la mano para saludarla.
—Encantada de conocerla. Tiene una hija que es un tesoro.
Santana se ruborizó como una colegiala en su primera cita. Con cuidado, se irguió y se colocó las muletas bajo los brazos.
—Yo te lo llevo —dijo Emma cogiéndole el pesado maletín. —Muchas gracias por traerla, yo me ocupo desde aquí. —Se despidió de Maribel con la mano y guió a Santana hasta la entrada.
—Gracias por la ayuda.
—De nada. ¿Seguro que te encuentras con fuerza para empezar?
—De lo que estoy segura es de que, si no empiezo me voy a volver loca. Por favor, déjame quedarme hoy, aunque después cambies de opinión y me despidas —bromeó.
Santana adoraba a su madre, pero habían pasado la una pegada a la otra prácticamente cada hora de las últimas tres semanas.
—Muy bien, pero hemos decidido no pagarte.
—Me parece bien.
—... Y que tu nuevo despacho estará al lado de la fotocopiadora.
—Perfecto.
—... Y que tu secretaria será Denise.
—Eres cruel, Emma Schuester.
—Ya lo sé, pero dos de esas cosas son mentira.
—Denise —suspiró Santana.
—De momento te bastará con ella. Más adelante puedes escogerle un par de seminarios para que haga en horas de trabajo si te parece. Si la cosa no marcha, ven a verme.
Santana sabía que lograría que funcionara. Denise tenía muchas carencias, pero le ponía mucha dedicación y siempre estaba dispuesta a aprender.
El ascensor las dejó en el último piso, y Santana siguió a su jefa al ala oeste del edificio. El tercer despacho desde el fondo del pasillo era una pequeña oficina, cuya pared exterior era acristalada. Había una mesa de despacho con sitio para el ordenador enfrente de la puerta. Una estantería, una mesa de trabajo y tres sillas completaban el mobiliario de la habitación.
—Ya sé que no es el Taj Mahal, pero es tuyo. Si quieres cambiar algo de sitio, dale un toque a Denise y ella se encargará de encontrar unos cuantos brazos fuertes.
—Es fantástico, me va a encantar.
—Cuando lleves un tiempo aquí iras subiendo en la jerarquía. Dentro de un año o dos podrás trasladarte a un lado donde no pegue el sol de la tarde. Entonces sabrás que has llegado a lo más alto.
—Olvidas que soy de Baltimore. Tardaré en ponerle pegas al sol.
—Eso ya me lo dirás.
Dicho eso, Emma volvió a su despacho y Santana se las arregló para llegar a su silla. Ya tenía una pila de carpetas acumuladas en su bandeja. Se instaló y cogió la primera. Estaba emocionadísima de estar allí.
—¡Guau, Brittany! Estás loca si crees que voy a decir no a eso.
Ryder Lynn estaba entusiasmado con la oferta de su nueva jefa. Ella se tomaría los martes y los miércoles libres, y él podría cogerse los viernes y los sábados. El fin de semana libre era casi media vida.
—Ten en cuenta que no es permanente. Pero me gustaría estar aquí en los días de más lío hasta que me haga con el hotel y con el personal.
—Yo no te lo voy a discutir —afirmó el joven alegremente. —Tómate todo el tiempo que necesites.
A Brittany le caía muy bien su nuevo adjunto. Había pasado los últimos dos años en el centro de servicios para la empresa y también había trabajado en catering. Sólo llevaba en el puesto de supervisor adjunto dos meses, desde que su predecesor aceptó un trabajo para Ritz-Carlton, así que no estaba preparado para ascender.
Por eso Jesse St. James había buscado a un nuevo supervisor en jefe procedente de otros hoteles de la cadena Weller Regent.
—Bueno, ¿y por dónde sale uno en Denver para divertirse? —preguntó Brittany.
—No lo sé. Estoy casado, ya no me divierto nunca.
Los dos rieron al unísono.
—¿Así que te doy los fines de semana libres y los vas a desaprovechar?
—¡No! ¿Estás de broma? Significa que por fin Marley y yo podremos salir de la ciudad de vez en cuando, ir a esquiar, de acampada, o de escalada al parque Estes. Claro que también quiere decir que no podré librarme de ir a ver a mi suegra a Pueblo.
—Siempre puedes decirle que tienes guardia.
—Me gusta cómo piensas, Brittany.
—Hoy me encargaré yo de la inspección de las habitaciones. Quiero hacerme una idea de cómo trabajan todos.
—Todo para ti. ¿Quieres que empiece con el inventario? —Ryder estaba ansioso por asumir más obligaciones en la gerencia.
—No, ya lo haré yo cuando acabe. ¿Qué tal si vigilas la recepción y te pasas a echarle un vistazo a los aparcacoches de aquí a un rato?
—Lo que tú digas.
Brittany comenzó la inspección en la tercera planta, un piso por encima de las salas de reuniones. Para cuando llegó a la planta Concierge, estaba muy satisfecha con el trabajo de mantenimiento, y la alegraba saber que su homóloga del primer turno gobernaba el barco con mano firme. Eso siempre hacía que el turno de noche fuera más fácil.
Los camareros del comedor Concierge estaban preparándolo todo para la happy hour, más o menos igual que en Orlando y que en el resto de hoteles de la cadena Weller Regent. Cada hotel tenía una decoración única, pero los servicios principales estaban diseñados para ser una constante de hotel en hotel. En el WR de Denver, la decoración tenía un toque del suroeste y los muebles eran rústicos, pero cómodos. Las ventanas del comedor ofrecían una vista espectacular de las Rocosas nevadas. Era todo un cambio respecto a la planicie de cipreses de Orlando.
La acogedora disposición de las sillas en el rincón le recordó amargamente a Santana López. A decir verdad, últimamente Santana López se había convertido en una presencia constante en su pensamiento, cosa que resultaba de lo más irritante, sobre todo durante el largo viaje en coche con Lord T de camino a su nuevo hogar, a más de tres mil kilómetros de distancia.
No tenía sentido negar lo mucho que le había dolido descubrir que para Santana no había sido más que una cana al aire.
«No sabía qué decirte». Las palabras de Santana le volvieron amargamente a la cabeza. No había nada que decir, a no ser que fuera para ofrecer una explicación que no fuera la obvia. Y estaba claro que no era el caso, o Santana se lo habría contado. En cambio, Santana había jugado sus cartas tan bien que Brittany se había quedado helada al oír la voz de la mujer que descolgó el teléfono. Lo peor era que Brittany había estado segura de que Santana sentía lo mismo que ella. Ahora tenía la desagradable sensación de que, en el futuro, no sería capaz de verlas venir cuando alguien intentara aprovecharse de ella.
A no ser que no dejara que nadie se le acercara.
Eso era lo que pretendía al mudarse a Denver. No se trataba de empezar de cero. Ni siquiera era por el trabajo, aunque eso le sirviera de excusa. Para Brittany, trasladarse a Denver significaba mudarse a un lugar en donde no conocía a nadie, en donde no quería conocer a nadie. Si se concentraba en hacer bien su trabajo, pronto podría ascender a un puesto en Dirección; si no allí, en algún otro lugar.
—Si quieres, te puedo dejar dormir en el sofá de mi despacho. Puedes dejar el pijama en el último cajón del escritorio.
Santana levantó la vista. Era un martes por la noche y Emma estaba en el umbral de su despacho, con su maletín en la mano.
—En serio, Santana, a esta hora nos vamos todos a casa, a veces incluso un poco antes. ¿Te hemos dado demasiado trabajo o es que eres lenta? —La última parte era en broma, pero la ejecutiva se dio cuenta enseguida de que Santana no se lo había tomado a chiste.
—No, yo... ¿estás de broma, no?
—Por supuesto —le aseguró Emma. Dejó el maletín y se sentó frente a su vicepresidenta adjunta. —Voy a tener que hablarle de ti a mi marido. No se creerá que haya alguien que llega a la oficina antes y se va después que yo.
—Me he liado preparando esta campaña de refuerzo de marca. ¿Crees que podemos contar con unos cuantos miles de dólares de presupuesto para crear un par de grupos de enfoque?
—Claro, podemos sacarlo de la partida de publicidad si crees que lo necesitamos.
—Sí. Me sentiría mejor si tuviéramos algún modo de evaluar el impacto antes de lanzarla.
—Buena idea. Y ahora vete a casa.
—Sólo quiero terminar esto...
—Te espero. Vamos a salir de aquí juntas, y así me aseguraré de que te vas. —Su jefa hablaba en serio.
—Muy bien —suspiró Santana cerrando su carpeta.
—Y no te vas a llevar trabajo a casa —la regañó la ejecutiva, al ver que su protegida iba a meter la carpeta en su maletín. —Si no, no serviría de nada que te echara de aquí.
—Sí, señora.
Siguió a Emma hasta el vestíbulo y esperaron al ascensor.
—¿Qué tal la pierna?
Ya no cojeaba tanto como antes de la operación, pero aún lo hacía un poco.
—Mucho mejor. Aún sigo con la rehabilitación, pero ya empiezan a pensar que esto es todo lo que voy a mejorar.
—¿Te duele mucho?
—No tanto como antes, pero creo que nunca dejará de dolerme del todo.
—Siento oír eso.
Santana le había hablado a Emma de su terrible accidente.
—Ya me he acostumbrado. —Salieron del edificio y se dirigieron al aparcamiento como dos amigas. —Oye, ya he dicho que me iba a casa, no tienes por qué escoltarme, ¿sabes?
Emma soltó una risita.
—Santana, en serio, no quiero que te quemes. Sé que hay mucho trabajo que hacer, pero nadie espera que lo hagas todo el primer año que estás a bordo. Si tienes intención de seguir aquí a largo plazo, necesitas salir y tener una vida plena en Orlando, no sólo una vida de trabajo.
—Ya lo sé, Emma. Lo haré.
La verdad es que la idea de aventurarse en el ambiente de Orlando siempre le recordaba a Brittany Pierce, y eso le despertaba sentimientos de tristeza y culpabilidad. Últimamente había pensado mucho en lo mal que se había portado, y no le atraía especialmente la idea de conocer a alguien nuevo.
—Lo creas o no, ahora mismo disfruto mucho con trabajo.
—Ya lo veo, y te agradezco mucho todo lo que estás haciendo. Pero acepta un consejo de una vieja profesional. Reserva lo mejor de ti misma para tu vida personal, no para el trabajo.
Santana asintió, comprendiendo sus palabras.
—Sabes, Santana, en Eldon-Markoff somos como una gran familia. No quiero parecer entrometida pero, si no estás saliendo con nadie en especial en este momento, estaríamos encantados de organizar un par de cenas informales para que tuvieras la oportunidad de conocer hombres solteros, ya sabes, ejecutivos.
Santana forzó una sonrisa y desvió la mirada. Se había estado preguntando si Ken Markoff habría contado que la había visto con Brittany, cogidas de la mano en un restaurante. Al parecer no lo había hecho, o ella no estaría ahora en una situación tan comprometida.
—Emma, gracias, pero... la verdad es que no estoy muy interesada en conocer... hombres.
—Pero tú... oh. ¿Mujeres?
Santana asintió con nerviosismo.
—Pero, si quieres que te diga la verdad, ahora mismo no estoy interesada en conocer a nadie. Acabo de salir de una relación que, digamos, no ha acabado demasiado bien. Necesito un poco de tiempo.
—Lo entiendo. Pero, si tropiezo con alguna mujer interesante, no sé muy bien dónde, pero nunca se sabe, seguramente lo mencionaré, estés preparada o no.
—Me parece bien. —Santana se mostró de acuerdo y abrió la puerta de su coche.
—Bueno, te dejo aquí. Espero que te marches a casa, no que des una vuelta al edificio hasta perderme de vista y entonces te cueles dentro otra vez.
—Palabra de honor. Hasta mañana. —Santana puso en marcha el Volvo y colocó la marcha atrás para salir de su aparcamiento.
En lugar de girar hacia su casa, siguió adelante unos cuatrocientos metros hasta la urbanización de Brittany. Desde que estaba en Orlando, había cedido a la tentación de conducir por el vecindario tres veces. Era martes, el día libre de Brittany, y la idea de tratar de verla desde lejos era muy tentadora. No es que la estuviera acosando exactamente, era más bien como si... la observara de una manera no agresiva, para ver cómo le iba.
Rodeó el pequeño lago con el Volvo poco a poco y giró a la derecha hacia los edificios que daban al campo de golf. Contuvo la respiración cuando vio que la puerta del garaje del edificio de Brittany estaba abierta. Sin embargo, el coche que había dentro no era el Miata verde oscuro, sino un sedán de color rojo. Siguió hasta el final de la carretera, examinando el aparcamiento con vistazos rápidos en busca del deportivo que tan bien conocía.
Santana giró y recorrió el mismo camino en sentido contrario, aminorando la marcha de manera drástica frente a la casa de Brittany. Confusa, vio salir el coche, cuyos pasajeros eran una pareja joven con una sillita infantil en el asiento de atrás.
Frenó para orientarse, repasando mentalmente todos los detalles de su visita a la casa de Brittany. Ése era el lugar que recordaba y sabía que era el número que le había dicho al taxista.
Santana regresó a la urbanización al día siguiente, y al otro también, tanto de camino al trabajo como a la vuelta. Volvió por última vez el fin de semana y la familia del sedán seguía ahí.
Al parecer, Brittany ya no vivía allí.
Maitehd***** - Mensajes : 255
Fecha de inscripción : 28/04/2013
Edad : 34
Re: FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Veintidos-
holaaa!!
sigo como una fiel lectoraa
la universidad no me deja comentar siempre pero de leer lo seguiré haciendo!!
aaw san porque no le dijo antes que habia alguien con ella y en la forma que estaba
porque no le explico ashh !! no me gusta que hagan sufrir a britt britt ..
tan cabezadura santana por Dios ... enhorabuena tenia que enterarse por terceros en fin...
igual se pone emocionante ojala santana busque a britt
en finn uff .. saludos!!!
sigo como una fiel lectoraa
la universidad no me deja comentar siempre pero de leer lo seguiré haciendo!!
aaw san porque no le dijo antes que habia alguien con ella y en la forma que estaba
porque no le explico ashh !! no me gusta que hagan sufrir a britt britt ..
tan cabezadura santana por Dios ... enhorabuena tenia que enterarse por terceros en fin...
igual se pone emocionante ojala santana busque a britt
en finn uff .. saludos!!!
raxel_vale****** - Mensajes : 377
Fecha de inscripción : 24/08/2013
Edad : 34
Re: FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Veintidos-
Holaa!
OMG no he podido comentar antes porque he estado todos los días fuera y solo llegaba a mi casa para comer y dormir, pero si me leí los capítulos entre los descansos de clase y que puedo decir madre mía *-*
Primero el esperado capítulo wanky que me encantó :3
Y después de ese por fin se sabe el porque de Santana de mantenerse alejada de Brittany, cuando lo estaba leyendo no lo podía creer. No me lo esperaba para nada y menos que estuviese con Elaine por compromiso.
Y luego este último donde Brittany también se entera y pff necesito saber que pasa.
Estaré esperando el siguiente capítulo.
Besos :D
OMG no he podido comentar antes porque he estado todos los días fuera y solo llegaba a mi casa para comer y dormir, pero si me leí los capítulos entre los descansos de clase y que puedo decir madre mía *-*
Primero el esperado capítulo wanky que me encantó :3
Y después de ese por fin se sabe el porque de Santana de mantenerse alejada de Brittany, cuando lo estaba leyendo no lo podía creer. No me lo esperaba para nada y menos que estuviese con Elaine por compromiso.
Y luego este último donde Brittany también se entera y pff necesito saber que pasa.
Estaré esperando el siguiente capítulo.
Besos :D
Silfide**** - Mensajes : 176
Fecha de inscripción : 04/06/2013
Edad : 30
Re: FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Veintidos-
O por dios no puedo creerlo !
Me calmare y experare la siguiente actualizacion
Saludos
Me calmare y experare la siguiente actualizacion
Saludos
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Re: FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Veintidos-
pero esto es peor de lo que imagine, santana la traidora se muda a orlando y brittany se fue a denver y ahora como c..... van a aclarar las cosas?
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Veintidos-
Noooooo ahora estan a tres mil km no entiendo como vas a ser para que ese junten!
saludos
saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Veintidos-
Hola! Me alegro que continúes leyendo la historia, y no te preocupes que entiendo perfectamente que hay veces que no se puede comentar.raxel_vale escribió:holaaa!!
sigo como una fiel lectoraa
la universidad no me deja comentar siempre pero de leer lo seguiré haciendo!!
aaw san porque no le dijo antes que habia alguien con ella y en la forma que estaba
porque no le explico ashh !! no me gusta que hagan sufrir a britt britt ..
tan cabezadura santana por Dios ... enhorabuena tenia que enterarse por terceros en fin...
igual se pone emocionante ojala santana busque a britt
en finn uff .. saludos!!!
Sí, debió explicárselo antes, pero Santana no imaginaba que se quedaría con el trabajo. A mi tampoco me gusta ver sufrir a Brittany u.u Tenía que enterarse, pero debía enterarse por Santana, aunque bueno :/
En minutos subo el siguiente capítulo.
Besos! :D
Hola! No te preocupes, sé que los lees. Me alegra que te haya gustado ese capítulo wanky :3 Cuando leí el libro la primera vez, me sucedió igual, no lo podía creer, que tuviera a alguien mientras intentaba estar con Brittany (en mi caso cuando lo leí eran otros personajes xD) Ya verás que sucederá, en minutos subo el siguiente capítulo.Silfide escribió:Holaa!
OMG no he podido comentar antes porque he estado todos los días fuera y solo llegaba a mi casa para comer y dormir, pero si me leí los capítulos entre los descansos de clase y que puedo decir madre mía *-*
Primero el esperado capítulo wanky que me encantó :3
Y después de ese por fin se sabe el porque de Santana de mantenerse alejada de Brittany, cuando lo estaba leyendo no lo podía creer. No me lo esperaba para nada y menos que estuviese con Elaine por compromiso.
Y luego este último donde Brittany también se entera y pff necesito saber que pasa.
Estaré esperando el siguiente capítulo.
Besos :D
Gracias por comentar.
Besos! :D
Jajajaja Mejor hay que esperar, aunque no pasa tan pronto que vuelvan a estar juntas.Jane0_o escribió:O por dios no puedo creerlo !
Me calmare y experare la siguiente actualizacion
Saludos
Gracias por comentar.
Saludos!
Ya verás cómo aclararan las cosas, sólo dale tiempo porque no pasa tan pronto esa aclaración.micky morales escribió:pero esto es peor de lo que imagine, santana la traidora se muda a orlando y brittany se fue a denver y ahora como c..... van a aclarar las cosas?
Gracias por comentar. Saludos!
Jajajajaa ya vas a ver, en todo fic todo es posible xDmonica.santander escribió:Noooooo ahora estan a tres mil km no entiendo como vas a ser para que ese junten!
saludos
En unos minutos subo el siguiente capítulo, y espero que te guste.
Gracias por comentar. Saludos!
Maitehd***** - Mensajes : 255
Fecha de inscripción : 28/04/2013
Edad : 34
FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Trece-
Hola!!! Cómo andan? Tenía pensado subir un capítulo ayer, pero por el trabajo no pude. Así que pensé que si este capítulo llega a 3 o 4 comentarios (en más o menos 2 horas), subo el siguiente esta noche, y mañana subo otro.
Espero les guste el siguiente capítulo.
Saludos! :D
CAPÍTULO 13
—Anda que el primer invierno que paso aquí tenga que ser el más frío de la historia... —refunfuñó Brittany mientras se cambiaba las botas de caña hasta la rodilla por los zapatos de tacón negros del uniforme.
Las ocho manzanas que separaban su apartamento del centro del hotel eran una tortura con el frío que hacía, soportables sólo si no azotaba el viento.
—Te lo dedicamos especialmente a ti. —Ryder soltó una carcajada, pero a Brittany no le hacía nada de gracia.
—Vale, Ryder. Enero y febrero lo entiendo, pero estamos en abril. Que se acabe ya, por Dios.
—Y lo mejor es que puede que dure todavía más.
—Ah, claro. Eso es lo mejor, muy bien.
El teléfono de Brittany sonó sobre su escritorio. Era la línea directa de seguridad.
—Brittany Pierce —respondió con sequedad. —Genial... planta doce... Muy bien, uno de nosotros subirá ahora mismo.
—¿Qué pasa?
—Un tipo está fumándose un puro al lado del ascensor en la planta doce. Dice que su mujer no le deja fumar en la habitación.
Ryder se levantó y sacó un cuarto de dólar del bolsillo.
—¿El que gane elige? —preguntó esperanzado, a sabiendas de que su jefa podía ordenarle que se ocupara sin más.
—Cara.
Lanzó la moneda al aire y la dejó girar antes de atraparla contra el dorso de la mano.
—Cara.
—Yo me ocuparé del puro. Ocúpate tú de la recepción. Están a punto de verse desbordados. —Brittany señaló con la cabeza la pantalla en donde se veía un nutrido grupo de huéspedes haciendo cola para registrarse.
—Eso ha sido juego sucio.
—No, es que soy clarividente.
—No puedo creer que nunca hayas ido a una convención de turismo. Tienes que salir y conocer gente, pero no hables mucho con ellos, ¿de acuerdo? Tengo miedo de que te contraten y entonces tendría que matar alguien —dijo Emma, medio en broma medio en serio.
—No te preocupes, no creo que pudiera ser más feliz de lo que soy trabajando aquí. Pero está bien saber que me valoras.
Santana llevaba casi un año trabajando en Orlando no había dejado de impresionar a su jefa y a su directiva en general. Cada vez se sentía más a gusto en la empresa y, a medida que demostraba su valía, le habían ido dando más responsabilidades. En esos momentos ocupaba ya un despacho en el ala sur del edificio.
—Créeme, te valoro mucho más de lo que piensas. —Emma se inclinó para preguntarle al taxista. —¿Siempre nieva así en abril?
—Me parece que este invierno no acabará nunca. Ha habido una tormenta después de otra desde la primera semana de octubre... Nunca habíamos tenido tanta nieve. Por lo menos hoy no estamos bajo cero.
—Gracias a Dios por los pequeños favores —se quejó. —Mírate tú, Santana. Toda abrigadita. Supongo que en Baltimore estabas acostumbrada a este tiempo.
—Sí; como te dije, no es tan terrible cuando la temperatura está por encima de cero. A menos que haga viento.
—¿Echas de menos Baltimore?
—¿Baltimore? No. Al principio me daba un poco de morriña, pero se me pasó cuando mi madre se mudó a la ciudad. Ya no volví a pensar en ello.
Santana había ido a pasar unos días a Maryland por navidad. Mientras estaba en casa de su madre, se reventó una tubería y la caldera murió. Fue la gota que colmó el vaso para Maribel, que decidió vender la casa y trasladarse al sur. La agente inmobiliaria de Santana le encontró una primera planta de dos habitaciones con garaje en la urbanización donde vivía Brittany. Santana estaba muy contenta de volver a tener a su madre cerca, lo cual fue una agradable sorpresa para ella. Emily y ella tendrían que haber convencido a su madre de que se mudara a un apartamento hacía años.
El taxi voló por el laberinto de calles de un solo sentido del centro de Denver, y finalmente se detuvo frente al Weller Regent. Enseguida salió un portero con una chaqueta de plumón, guantes y un gorro de lana calado hasta las orejas.
—Bienvenidas al Weller Regent, señoras. Me disculpo por el tiempo, aunque haremos todo lo que esté en nuestra mano para que su estancia resulte placentera. —El joven sonrió con sinceridad y sacó sus equipajes del maletero del taxi para cargarlos en un carro. Después lo empujó al interior, seguido de las dos abrigadas mujeres.
—¡Oh... calor! —exclamó Emma. —¿Cómo puede vivir la gente en este clima?
—Dicen lo mismo de nosotros en agosto, ¿no? —apuntó Santana, siguiendo a su jefa al mostrador de recepción.
En sus frecuentes viajes solía alojarse en el Weller Regent, y cada vez que entraba en el vestíbulo pensaba en Brittany Pierce. Finalmente había reunido el valor de llamar al hotel de Orlando el otoño anterior y se había enterado de que Brittany ya no trabajaba en el WR, aunque el empleado con el que habló no podía darle más información.
—En teoría voy a cenar con un par de viejos amigos. Si quieres cenar con nosotros, eres más que bienvenida.
Santana conocía a Emma y sabía que su invitación era sincera, pero si iba estaría de más.
—No, me parece que cenaré algo en el comedor dentro de un rato y me acostaré temprano. Pero gracias por la invitación.
—Sí, tú sí que sabes. Con la diferencia de dos horas, mañana estarás bien descansada y yo deambularé por el mundo como un zombi. No dejes que se me escapen nuestros secretos comerciales, ¿vale?
Emma avanzó hacia el mostrador y echó un vistazo a su vicepresidenta adjunta, que aguardaba pacientemente a que algún recepcionista quedara libre. Eldon-Markoff había estado de suerte el día que enroló a Santana López en las oficinas centrales. Era una máquina de trabajar, además de inteligente e innovadora. Y lo mejor de todo era su seguridad en sí misma. Tenía un aplomo que llamaba la atención. En sólo un año, Santana había desempeñado su cargo a un nivel mucho más alto del que Ken Markoff y ella habían imaginado, y sus ideas e iniciativas ya estaban reportando beneficios en las ventas. De ninguna manera iba a permitir que se la quedara la competencia.
Cuando Santana llegó al ajetreado mostrador para hacer el registro, no pudo evitar fijarse en que el recepcionista llevaba una etiqueta que lo identificaba como supervisor adjunto. Un vistazo al reloj le confirmó que estaban en el segundo turno... el turno de Brittany. Así pues, aquel hombre tenía el mismo cargo en Denver que Brittany había tenido en Orlando.
—Santana López —anunció entregándole su tarjeta de crédito.
—Sí, Srta. López. Su reserva era de dos noches en nuestra planta Concierge, cama de matrimonio, no fumadores.
—Correcto.
Ryder completó el registro con eficiencia. No le gustaba nada tener que cubrir la recepción, pero durante el último año su jefa le había enseñado a apreciar la oportunidad de relacionarse con los empleados y los clientes. La mayoría de los problemas y las quejas iban a parar a la recepción principal, y había aprendido a ocuparse de ellos y a ejercer su nueva autoridad. Lo mejor de todo, según Brittany, era que así daría ejemplo a los recepcionistas más jóvenes, y éstos también aprenderían a solucionar los temas peliagudos por sí mismos.
—Aquí tiene, Srta. López. —Ryder le pasó la llave y la dirigió a los ascensores, informándola de las ventajas de su habitación. —Le deseo una feliz estancia y, en algún momento tuviera cualquier problema, por favor no dude en comunicárnoslo y haremos todo lo posible para solucionarlo.
Santana sonrió y asintió, recordando la noche que Brittany le había dado su tarjeta de visita, señalando su extensión directa. Coqueteando.
Brittany odiaba aquel tipo de situaciones. El hecho de que seguridad la hubiera llamado quería decir que su mera presencia no había bastado para solucionar el problema.
Salió del ascensor y la recibió uno de los guardias.
—¿El caballero ya os ha dicho cómo se llama?
—No, y ese tipo no es exactamente un caballero, si sabes a qué me refiero. Diría que le da demasiado a la botella.
—Por Dios santo, ¡si son las cuatro de la tarde!
Brittany se volvió para cogerle la medida al huésped poco colaborador, que estaba sentado en un sillón junto a una planta y usaba la maceta como cenicero, según observó. Tenía una bebida en una mano y un puro en la otra. Era un hombre corpulento, de pecho ancho y redondo, y llevaba la corbata floja alrededor del cuello. Tenía la bulbosa cara enrojecida, y los ojos vidriosos, con una mirada que decía claramente: «He cogido una buena mierda».
—Hola, soy Brittany Pierce, la encargada. Me informan de que su esposa no le deja fumar ese puro en su habitación, ¿es correcto?
—¡Correctísimo! —ladró.
—Es una pena, señor... —esperó un momento, pero el hombre no mordió el anzuelo, —pero me temo que las ordenanzas de la ciudad de Denver prohíben fumar en las zonas comunes de los edificios públicos, así que sólo le dejan dos opciones: o se queda en su habitación o baja a la zona de fumadores de la segunda planta. Aunque por desgracia se trata de una galería descubierta.
—O puedo quedarme aquí sentado —replicó beligerante.
—No, eso no es una opción, a no ser que apague el puro. Creo que lo mejor sería que volviera a su habitación. Estaré encantada de explicarle las normas a su esposa, y quizá ella cambie de opinión —dijo Brittany con voz calma y firme, insinuando una sonrisa esperanzadora.
—¿Puedo fumar en el bar?
—Me temo que no.
—Entonces me quedaré aquí hasta que termine.
Sacó su mechero y volvió a encender el apestoso puro. Brittany suspiró.
—Mire, como encargada tengo la obligación de hacer respetar las reglas sobre el tabaco o tendré problemas con el director del hotel. Si eso sucede, podría perder mi empleo. Y si pierdo el empleo, me quitarán a mis hijos. Trabajo muy duro para mantener a mi familia unida, por favor ayúdeme. Lo único que tiene que hacer es apagar el puro y volver a su habitación.
El hombre miró la bebida y después el puro.
—¿Quiere decir que la despedirán si no lo apago?
Brittany asintió con expresión de súplica.
—¿Cuántos hijos tiene?
—Dos —mintió, pensando de inmediato en sus sobrinos. —Josh y Jordán.
—Bueno, no me gustaría que le quitaran a sus hijos por mi culpa —cedió al fin.
Fue a apagar el puro en la maceta, pero Brittany se le adelantó y le cogió el humeante objeto de las manos.
—¿Qué tal si ya me ocupo yo? —dijo apagándolo en el vaso medio vacío. —Le agradezco mucho que me haya echado un cable. Pásese por el mostrador mañana cuando esté trabajando y veré si puedo conseguirle un vale por una consumición en el bar.
—Muy bien, gracias.
Brittany se volvió hacia los dos guardias de seguridad que aguardaban a su espalda, listos para intervenir si la situación lo hubiera requerido.
—Acompañad a este caballero a su habitación, ¿de acuerdo?
—Sí, señora.
Brittany vio por el rabillo del ojo que las puertas del ascensor se abrían y salía un ejecutivo. La flecha iluminada indicaba que el ascensor iba hacia arriba y vislumbró a dos mujeres dentro. Justo cuando las puertas se cerraban, su mirada se encontró con la de Santana López. Y el mundo se detuvo.
En cuanto reconoció a Brittany Pierce, el corazón le dio un vuelco a Santana. Una oleada de sensaciones la abrumó: el estómago se le encogió, las manos empezaron a temblarle y se le aceleró la respiración.
—¿Te encuentras bien? —Emma se percató de que su compañera se había apoyado contra la pared del ascensor y estaba aferrada al riel como si no se tuviera en pie.
—Sí, estoy bien. Sólo me he... mareado un momento.
—Espero que no te estés poniendo enferma. Estar enferma en un hotel es una de las peores experiencias del mundo.
—No, de verdad, estoy bien —aseguró, aunque la voz aún le temblaba por los efectos del subidón de adrenalina. Brittany se había mudado a Denver.
El ascensor se detuvo en la última planta y ambas mujeres salieron y siguieron los letreros en busca de sus habitaciones.
—Estoy en la 2116. Llámame si ves que no te encuentras bien. Si no estoy, llámame al móvil. —Emma era consciente de que estaba demasiado encima de su protegida, pero había criado a tres hijos y preocuparse por los demás formaba parte de su naturaleza.
—Estoy bien, de verdad. No ha sido nada.
—Muy bien, pero llama si necesitas algo.
—Lo haré. Sal y pásatelo bien con tus amigos. No te preocupes, ¿vale?
—Si tú lo dices...
—Lo digo. Nos vemos por la mañana. Ojo con los margaritas.
—Aguafiestas.
Santana introdujo la llave magnética en la ranura de la habitación de enfrente de la de su jefa y se metió dentro. Enseguida, apoyó la espalda contra la puerta mientras se cerraba. Encontrarse cara a cara con Brittany la había trastornado por completo, y un cúmulo de emociones la invadían a la vez: sorpresa, culpabilidad, aprensión.
Y deseo.
Brittany volvió a su mesa a toda prisa y se retorció los dedos con nerviosismo mientras consultaba el registro de la recepción desde su terminal. Los detalles confirmaron que no había sido cosa de su imaginación.
Santana López, dos noches, habitación 2117, facturado a nombre de Eldon-Markoff.
Así que al final no la habían despedido, se dijo.
—Y de entre todos los hoteles de Denver, tenía que venir al mío —murmuró. De repente comprendió lo que Rick Blaine había sentido al ver a Lisa entrar en su club de Casablanca.
En los últimos tiempos, Brittany había logrado apartar a Santana de su mente durante días enteros, pero en cuanto bajaba la guardia volvía a pensar en ella. Bastaba con ver a una mujer elegante viajando sola para que se acordara de ella. Y, si alguna de esas mujeres era amistosa con ella, Brittany le aplicaba automáticamente su trato más profesional, como si levantara una muralla. Había pasado un año, pero seguía sin confiar en nadie, y eso la hacía sentirse más sola que nunca. Había esperado poder empezar de cero en Denver, pero no le había salido como había planeado. Por suerte, le encantaba su trabajo.
Y esa noche, Santana López se alojaba en su hotel.
Sintió la necesidad de verla, como la polilla a la que atrae el fuego. Necesitaba hablar con ella una vez más, aunque sólo fuera para demostrarle que era mejor persona que ella: la gente no debería tratar a los demás de esa manera e irse de rositas. Quería que Santana supiera que lo había superado, aunque, a juzgar por cómo le temblaban las manos, cualquiera diría lo contrario.
Santana volvió a concentrarse en las notas para la sesión del día siguiente sobre sinergias profesionales y, aunque leyó el mismo párrafo por cuarta o quinta vez, seguía sin entender lo que ponía. Se había sentado en un rincón del comedor Concierge y levantaba la vista de tanto en tanto para admirar la puesta de sol sobre las Rocosas. Llevaba dos horas allí, con la esperanza, y también la duda, de que Brittany pasara a saludarla.
Cuando acabó la segunda copa de vino, eran casi las nueve. Brittany sabía dónde encontrarla. Eso si quería hablar con ella. La última vez que hubieron hablado, por teléfono, en el Hyatt, Brittany no había sonado enfadada, pero sí tajante.
Había tanto que Santana quería decirle sobre lo ocurrido... Quería disculparse, no sólo por lo que había hecho, sino también por cómo había huido después. Y, sobre todo, quería decirle a Brittany que sus sentimientos por ella habían sido sinceros.
De repente, percibió la cercanía de Brittany, incluso antes de verla. Su expresión era impenetrable y no dejaba al descubierto emoción alguna. Igual que le había pasado en el ascensor, el corazón se le disparó y se le revolvió el estómago, sólo por la expectación.
—Hola, Santana —la saludó Brittany con frialdad.
—Brittany... me alegro de verte.
Estaba fabulosa.
—Me alegra ver que las cosas salieron bien con Eldon-Markoff. —Eran palabras amables, pero el tono no era precisamente amistoso.
—Gracias —respondió Santana sumisa.
Era difícil no sentirse como si la estuvieran juzgando. Se fijó en la etiqueta que Brittany llevaba prendida de la americana negra y le devolvió la felicitación.
—Veo que ahora eres supervisora en jefe del primer turno. Felicidades.
—Sí, me pareció que era el momento de cambiar de ciudad.
—Debió de ser una decisión difícil de tomar: dejar a tu familia y un hotel que te gustaba tanto.
—Este hotel me gusta, y mi nuevo trabajo también. ¿Qué tal tú?
—Las cosas van bien. Yo... —En el último momento decidió no contarle a Brittany que ella también había cambiado de ciudad. Ahora que Brittany ya no vivía en Orlando carecía de importancia, y Santana no quería subrayar aún más la ironía. —Me gusta mucho lo que hago ahora. Me tienen muy ocupada.
—Bueno, espero que todo te siga yendo igual de bien.
—Cena conmigo —soltó Santana de repente.
—Tienes que estar de broma. —Brittany echó un vistazo incómodo a su alrededor para asegurarse de que no había nadie escuchando.
—No, va en serio. Por favor, tengo que decirte muchas cosas.
—No —se negó Brittany con vehemencia. —No es necesario, Santana. No fue para tanto. Nos dejamos llevar e hicimos algo que no deberíamos haber hecho. Fin de la historia.
Por mucho que tratara de negarlo, Santana notaba que Brittany aún estaba enfadada y muy dolida. Apartó la mirada y cabeceó con tristeza. Después volvió a mirarla a los ojos.
—¿Serviría de algo decirte que lo siento?
—No hay nada que sentir. No esperaba otra cosa. Cuando la gente deja que las cosas vayan demasiado deprisa es fácil cometer errores.
A Santana esas palabras le sonaron frías y calculadas, pero ¿quién era ella para discutirle que había sido algo más que eso? La vocecita de su cabeza le había advertido sobre ello desde el instante en que conoció a Brittany, pero ella había decidido no prestarle atención y, como Brittany acababa de decir, había cometido un error. Puede que la mujer que tenía delante hubiera sido el precio por su error, y Santana necesitaba que Brittany lo supiera.
—Brittany, el error fue mío, no tuyo —le hizo saber, —y lo que más lamento es haberla jodido contigo.
—Exacto. —El tono de Brittany era frívolo, pero Santana creyó ver una sombra de tristeza y pesar abatirse sobre el rostro de Brittany. —Oye, tengo que irme. Me alegro de haberte visto.
—Gracias por pasar a saludar.
Cuando Brittany se marchó, Santana se refugió en su habitación. Seguía alterada y le entristecía sobremanera que las cosas fueran a acabar así. Pese a todo lo que había pasado entre ellas, Santana tenía la certeza de que, si Brittany siguiera en Orlando, habría intentado volver con ella. Nunca había sentido nada parecido por nadie.
En su despacho de la segunda planta, Brittany se pasó las manos por el pelo. El encuentro la había dejado extenuada. Aún sentía algo por Santana, y después de todo aquel tiempo la herida seguía abierta. Había visto la tristeza de Santana reflejada en sus brillantes ojos marinos, pero no iba a dejar que la afectara. La cosa ya no tenía remedio y no tenía la menor intención de demostrar lo ingenua que había sido.
Espero les guste el siguiente capítulo.
Saludos! :D
CAPÍTULO 13
—Anda que el primer invierno que paso aquí tenga que ser el más frío de la historia... —refunfuñó Brittany mientras se cambiaba las botas de caña hasta la rodilla por los zapatos de tacón negros del uniforme.
Las ocho manzanas que separaban su apartamento del centro del hotel eran una tortura con el frío que hacía, soportables sólo si no azotaba el viento.
—Te lo dedicamos especialmente a ti. —Ryder soltó una carcajada, pero a Brittany no le hacía nada de gracia.
—Vale, Ryder. Enero y febrero lo entiendo, pero estamos en abril. Que se acabe ya, por Dios.
—Y lo mejor es que puede que dure todavía más.
—Ah, claro. Eso es lo mejor, muy bien.
El teléfono de Brittany sonó sobre su escritorio. Era la línea directa de seguridad.
—Brittany Pierce —respondió con sequedad. —Genial... planta doce... Muy bien, uno de nosotros subirá ahora mismo.
—¿Qué pasa?
—Un tipo está fumándose un puro al lado del ascensor en la planta doce. Dice que su mujer no le deja fumar en la habitación.
Ryder se levantó y sacó un cuarto de dólar del bolsillo.
—¿El que gane elige? —preguntó esperanzado, a sabiendas de que su jefa podía ordenarle que se ocupara sin más.
—Cara.
Lanzó la moneda al aire y la dejó girar antes de atraparla contra el dorso de la mano.
—Cara.
—Yo me ocuparé del puro. Ocúpate tú de la recepción. Están a punto de verse desbordados. —Brittany señaló con la cabeza la pantalla en donde se veía un nutrido grupo de huéspedes haciendo cola para registrarse.
—Eso ha sido juego sucio.
—No, es que soy clarividente.
—No puedo creer que nunca hayas ido a una convención de turismo. Tienes que salir y conocer gente, pero no hables mucho con ellos, ¿de acuerdo? Tengo miedo de que te contraten y entonces tendría que matar alguien —dijo Emma, medio en broma medio en serio.
—No te preocupes, no creo que pudiera ser más feliz de lo que soy trabajando aquí. Pero está bien saber que me valoras.
Santana llevaba casi un año trabajando en Orlando no había dejado de impresionar a su jefa y a su directiva en general. Cada vez se sentía más a gusto en la empresa y, a medida que demostraba su valía, le habían ido dando más responsabilidades. En esos momentos ocupaba ya un despacho en el ala sur del edificio.
—Créeme, te valoro mucho más de lo que piensas. —Emma se inclinó para preguntarle al taxista. —¿Siempre nieva así en abril?
—Me parece que este invierno no acabará nunca. Ha habido una tormenta después de otra desde la primera semana de octubre... Nunca habíamos tenido tanta nieve. Por lo menos hoy no estamos bajo cero.
—Gracias a Dios por los pequeños favores —se quejó. —Mírate tú, Santana. Toda abrigadita. Supongo que en Baltimore estabas acostumbrada a este tiempo.
—Sí; como te dije, no es tan terrible cuando la temperatura está por encima de cero. A menos que haga viento.
—¿Echas de menos Baltimore?
—¿Baltimore? No. Al principio me daba un poco de morriña, pero se me pasó cuando mi madre se mudó a la ciudad. Ya no volví a pensar en ello.
Santana había ido a pasar unos días a Maryland por navidad. Mientras estaba en casa de su madre, se reventó una tubería y la caldera murió. Fue la gota que colmó el vaso para Maribel, que decidió vender la casa y trasladarse al sur. La agente inmobiliaria de Santana le encontró una primera planta de dos habitaciones con garaje en la urbanización donde vivía Brittany. Santana estaba muy contenta de volver a tener a su madre cerca, lo cual fue una agradable sorpresa para ella. Emily y ella tendrían que haber convencido a su madre de que se mudara a un apartamento hacía años.
El taxi voló por el laberinto de calles de un solo sentido del centro de Denver, y finalmente se detuvo frente al Weller Regent. Enseguida salió un portero con una chaqueta de plumón, guantes y un gorro de lana calado hasta las orejas.
—Bienvenidas al Weller Regent, señoras. Me disculpo por el tiempo, aunque haremos todo lo que esté en nuestra mano para que su estancia resulte placentera. —El joven sonrió con sinceridad y sacó sus equipajes del maletero del taxi para cargarlos en un carro. Después lo empujó al interior, seguido de las dos abrigadas mujeres.
—¡Oh... calor! —exclamó Emma. —¿Cómo puede vivir la gente en este clima?
—Dicen lo mismo de nosotros en agosto, ¿no? —apuntó Santana, siguiendo a su jefa al mostrador de recepción.
En sus frecuentes viajes solía alojarse en el Weller Regent, y cada vez que entraba en el vestíbulo pensaba en Brittany Pierce. Finalmente había reunido el valor de llamar al hotel de Orlando el otoño anterior y se había enterado de que Brittany ya no trabajaba en el WR, aunque el empleado con el que habló no podía darle más información.
—En teoría voy a cenar con un par de viejos amigos. Si quieres cenar con nosotros, eres más que bienvenida.
Santana conocía a Emma y sabía que su invitación era sincera, pero si iba estaría de más.
—No, me parece que cenaré algo en el comedor dentro de un rato y me acostaré temprano. Pero gracias por la invitación.
—Sí, tú sí que sabes. Con la diferencia de dos horas, mañana estarás bien descansada y yo deambularé por el mundo como un zombi. No dejes que se me escapen nuestros secretos comerciales, ¿vale?
Emma avanzó hacia el mostrador y echó un vistazo a su vicepresidenta adjunta, que aguardaba pacientemente a que algún recepcionista quedara libre. Eldon-Markoff había estado de suerte el día que enroló a Santana López en las oficinas centrales. Era una máquina de trabajar, además de inteligente e innovadora. Y lo mejor de todo era su seguridad en sí misma. Tenía un aplomo que llamaba la atención. En sólo un año, Santana había desempeñado su cargo a un nivel mucho más alto del que Ken Markoff y ella habían imaginado, y sus ideas e iniciativas ya estaban reportando beneficios en las ventas. De ninguna manera iba a permitir que se la quedara la competencia.
Cuando Santana llegó al ajetreado mostrador para hacer el registro, no pudo evitar fijarse en que el recepcionista llevaba una etiqueta que lo identificaba como supervisor adjunto. Un vistazo al reloj le confirmó que estaban en el segundo turno... el turno de Brittany. Así pues, aquel hombre tenía el mismo cargo en Denver que Brittany había tenido en Orlando.
—Santana López —anunció entregándole su tarjeta de crédito.
—Sí, Srta. López. Su reserva era de dos noches en nuestra planta Concierge, cama de matrimonio, no fumadores.
—Correcto.
Ryder completó el registro con eficiencia. No le gustaba nada tener que cubrir la recepción, pero durante el último año su jefa le había enseñado a apreciar la oportunidad de relacionarse con los empleados y los clientes. La mayoría de los problemas y las quejas iban a parar a la recepción principal, y había aprendido a ocuparse de ellos y a ejercer su nueva autoridad. Lo mejor de todo, según Brittany, era que así daría ejemplo a los recepcionistas más jóvenes, y éstos también aprenderían a solucionar los temas peliagudos por sí mismos.
—Aquí tiene, Srta. López. —Ryder le pasó la llave y la dirigió a los ascensores, informándola de las ventajas de su habitación. —Le deseo una feliz estancia y, en algún momento tuviera cualquier problema, por favor no dude en comunicárnoslo y haremos todo lo posible para solucionarlo.
Santana sonrió y asintió, recordando la noche que Brittany le había dado su tarjeta de visita, señalando su extensión directa. Coqueteando.
Brittany odiaba aquel tipo de situaciones. El hecho de que seguridad la hubiera llamado quería decir que su mera presencia no había bastado para solucionar el problema.
Salió del ascensor y la recibió uno de los guardias.
—¿El caballero ya os ha dicho cómo se llama?
—No, y ese tipo no es exactamente un caballero, si sabes a qué me refiero. Diría que le da demasiado a la botella.
—Por Dios santo, ¡si son las cuatro de la tarde!
Brittany se volvió para cogerle la medida al huésped poco colaborador, que estaba sentado en un sillón junto a una planta y usaba la maceta como cenicero, según observó. Tenía una bebida en una mano y un puro en la otra. Era un hombre corpulento, de pecho ancho y redondo, y llevaba la corbata floja alrededor del cuello. Tenía la bulbosa cara enrojecida, y los ojos vidriosos, con una mirada que decía claramente: «He cogido una buena mierda».
—Hola, soy Brittany Pierce, la encargada. Me informan de que su esposa no le deja fumar ese puro en su habitación, ¿es correcto?
—¡Correctísimo! —ladró.
—Es una pena, señor... —esperó un momento, pero el hombre no mordió el anzuelo, —pero me temo que las ordenanzas de la ciudad de Denver prohíben fumar en las zonas comunes de los edificios públicos, así que sólo le dejan dos opciones: o se queda en su habitación o baja a la zona de fumadores de la segunda planta. Aunque por desgracia se trata de una galería descubierta.
—O puedo quedarme aquí sentado —replicó beligerante.
—No, eso no es una opción, a no ser que apague el puro. Creo que lo mejor sería que volviera a su habitación. Estaré encantada de explicarle las normas a su esposa, y quizá ella cambie de opinión —dijo Brittany con voz calma y firme, insinuando una sonrisa esperanzadora.
—¿Puedo fumar en el bar?
—Me temo que no.
—Entonces me quedaré aquí hasta que termine.
Sacó su mechero y volvió a encender el apestoso puro. Brittany suspiró.
—Mire, como encargada tengo la obligación de hacer respetar las reglas sobre el tabaco o tendré problemas con el director del hotel. Si eso sucede, podría perder mi empleo. Y si pierdo el empleo, me quitarán a mis hijos. Trabajo muy duro para mantener a mi familia unida, por favor ayúdeme. Lo único que tiene que hacer es apagar el puro y volver a su habitación.
El hombre miró la bebida y después el puro.
—¿Quiere decir que la despedirán si no lo apago?
Brittany asintió con expresión de súplica.
—¿Cuántos hijos tiene?
—Dos —mintió, pensando de inmediato en sus sobrinos. —Josh y Jordán.
—Bueno, no me gustaría que le quitaran a sus hijos por mi culpa —cedió al fin.
Fue a apagar el puro en la maceta, pero Brittany se le adelantó y le cogió el humeante objeto de las manos.
—¿Qué tal si ya me ocupo yo? —dijo apagándolo en el vaso medio vacío. —Le agradezco mucho que me haya echado un cable. Pásese por el mostrador mañana cuando esté trabajando y veré si puedo conseguirle un vale por una consumición en el bar.
—Muy bien, gracias.
Brittany se volvió hacia los dos guardias de seguridad que aguardaban a su espalda, listos para intervenir si la situación lo hubiera requerido.
—Acompañad a este caballero a su habitación, ¿de acuerdo?
—Sí, señora.
Brittany vio por el rabillo del ojo que las puertas del ascensor se abrían y salía un ejecutivo. La flecha iluminada indicaba que el ascensor iba hacia arriba y vislumbró a dos mujeres dentro. Justo cuando las puertas se cerraban, su mirada se encontró con la de Santana López. Y el mundo se detuvo.
En cuanto reconoció a Brittany Pierce, el corazón le dio un vuelco a Santana. Una oleada de sensaciones la abrumó: el estómago se le encogió, las manos empezaron a temblarle y se le aceleró la respiración.
—¿Te encuentras bien? —Emma se percató de que su compañera se había apoyado contra la pared del ascensor y estaba aferrada al riel como si no se tuviera en pie.
—Sí, estoy bien. Sólo me he... mareado un momento.
—Espero que no te estés poniendo enferma. Estar enferma en un hotel es una de las peores experiencias del mundo.
—No, de verdad, estoy bien —aseguró, aunque la voz aún le temblaba por los efectos del subidón de adrenalina. Brittany se había mudado a Denver.
El ascensor se detuvo en la última planta y ambas mujeres salieron y siguieron los letreros en busca de sus habitaciones.
—Estoy en la 2116. Llámame si ves que no te encuentras bien. Si no estoy, llámame al móvil. —Emma era consciente de que estaba demasiado encima de su protegida, pero había criado a tres hijos y preocuparse por los demás formaba parte de su naturaleza.
—Estoy bien, de verdad. No ha sido nada.
—Muy bien, pero llama si necesitas algo.
—Lo haré. Sal y pásatelo bien con tus amigos. No te preocupes, ¿vale?
—Si tú lo dices...
—Lo digo. Nos vemos por la mañana. Ojo con los margaritas.
—Aguafiestas.
Santana introdujo la llave magnética en la ranura de la habitación de enfrente de la de su jefa y se metió dentro. Enseguida, apoyó la espalda contra la puerta mientras se cerraba. Encontrarse cara a cara con Brittany la había trastornado por completo, y un cúmulo de emociones la invadían a la vez: sorpresa, culpabilidad, aprensión.
Y deseo.
Brittany volvió a su mesa a toda prisa y se retorció los dedos con nerviosismo mientras consultaba el registro de la recepción desde su terminal. Los detalles confirmaron que no había sido cosa de su imaginación.
Santana López, dos noches, habitación 2117, facturado a nombre de Eldon-Markoff.
Así que al final no la habían despedido, se dijo.
—Y de entre todos los hoteles de Denver, tenía que venir al mío —murmuró. De repente comprendió lo que Rick Blaine había sentido al ver a Lisa entrar en su club de Casablanca.
En los últimos tiempos, Brittany había logrado apartar a Santana de su mente durante días enteros, pero en cuanto bajaba la guardia volvía a pensar en ella. Bastaba con ver a una mujer elegante viajando sola para que se acordara de ella. Y, si alguna de esas mujeres era amistosa con ella, Brittany le aplicaba automáticamente su trato más profesional, como si levantara una muralla. Había pasado un año, pero seguía sin confiar en nadie, y eso la hacía sentirse más sola que nunca. Había esperado poder empezar de cero en Denver, pero no le había salido como había planeado. Por suerte, le encantaba su trabajo.
Y esa noche, Santana López se alojaba en su hotel.
Sintió la necesidad de verla, como la polilla a la que atrae el fuego. Necesitaba hablar con ella una vez más, aunque sólo fuera para demostrarle que era mejor persona que ella: la gente no debería tratar a los demás de esa manera e irse de rositas. Quería que Santana supiera que lo había superado, aunque, a juzgar por cómo le temblaban las manos, cualquiera diría lo contrario.
Santana volvió a concentrarse en las notas para la sesión del día siguiente sobre sinergias profesionales y, aunque leyó el mismo párrafo por cuarta o quinta vez, seguía sin entender lo que ponía. Se había sentado en un rincón del comedor Concierge y levantaba la vista de tanto en tanto para admirar la puesta de sol sobre las Rocosas. Llevaba dos horas allí, con la esperanza, y también la duda, de que Brittany pasara a saludarla.
Cuando acabó la segunda copa de vino, eran casi las nueve. Brittany sabía dónde encontrarla. Eso si quería hablar con ella. La última vez que hubieron hablado, por teléfono, en el Hyatt, Brittany no había sonado enfadada, pero sí tajante.
Había tanto que Santana quería decirle sobre lo ocurrido... Quería disculparse, no sólo por lo que había hecho, sino también por cómo había huido después. Y, sobre todo, quería decirle a Brittany que sus sentimientos por ella habían sido sinceros.
De repente, percibió la cercanía de Brittany, incluso antes de verla. Su expresión era impenetrable y no dejaba al descubierto emoción alguna. Igual que le había pasado en el ascensor, el corazón se le disparó y se le revolvió el estómago, sólo por la expectación.
—Hola, Santana —la saludó Brittany con frialdad.
—Brittany... me alegro de verte.
Estaba fabulosa.
—Me alegra ver que las cosas salieron bien con Eldon-Markoff. —Eran palabras amables, pero el tono no era precisamente amistoso.
—Gracias —respondió Santana sumisa.
Era difícil no sentirse como si la estuvieran juzgando. Se fijó en la etiqueta que Brittany llevaba prendida de la americana negra y le devolvió la felicitación.
—Veo que ahora eres supervisora en jefe del primer turno. Felicidades.
—Sí, me pareció que era el momento de cambiar de ciudad.
—Debió de ser una decisión difícil de tomar: dejar a tu familia y un hotel que te gustaba tanto.
—Este hotel me gusta, y mi nuevo trabajo también. ¿Qué tal tú?
—Las cosas van bien. Yo... —En el último momento decidió no contarle a Brittany que ella también había cambiado de ciudad. Ahora que Brittany ya no vivía en Orlando carecía de importancia, y Santana no quería subrayar aún más la ironía. —Me gusta mucho lo que hago ahora. Me tienen muy ocupada.
—Bueno, espero que todo te siga yendo igual de bien.
—Cena conmigo —soltó Santana de repente.
—Tienes que estar de broma. —Brittany echó un vistazo incómodo a su alrededor para asegurarse de que no había nadie escuchando.
—No, va en serio. Por favor, tengo que decirte muchas cosas.
—No —se negó Brittany con vehemencia. —No es necesario, Santana. No fue para tanto. Nos dejamos llevar e hicimos algo que no deberíamos haber hecho. Fin de la historia.
Por mucho que tratara de negarlo, Santana notaba que Brittany aún estaba enfadada y muy dolida. Apartó la mirada y cabeceó con tristeza. Después volvió a mirarla a los ojos.
—¿Serviría de algo decirte que lo siento?
—No hay nada que sentir. No esperaba otra cosa. Cuando la gente deja que las cosas vayan demasiado deprisa es fácil cometer errores.
A Santana esas palabras le sonaron frías y calculadas, pero ¿quién era ella para discutirle que había sido algo más que eso? La vocecita de su cabeza le había advertido sobre ello desde el instante en que conoció a Brittany, pero ella había decidido no prestarle atención y, como Brittany acababa de decir, había cometido un error. Puede que la mujer que tenía delante hubiera sido el precio por su error, y Santana necesitaba que Brittany lo supiera.
—Brittany, el error fue mío, no tuyo —le hizo saber, —y lo que más lamento es haberla jodido contigo.
—Exacto. —El tono de Brittany era frívolo, pero Santana creyó ver una sombra de tristeza y pesar abatirse sobre el rostro de Brittany. —Oye, tengo que irme. Me alegro de haberte visto.
—Gracias por pasar a saludar.
Cuando Brittany se marchó, Santana se refugió en su habitación. Seguía alterada y le entristecía sobremanera que las cosas fueran a acabar así. Pese a todo lo que había pasado entre ellas, Santana tenía la certeza de que, si Brittany siguiera en Orlando, habría intentado volver con ella. Nunca había sentido nada parecido por nadie.
En su despacho de la segunda planta, Brittany se pasó las manos por el pelo. El encuentro la había dejado extenuada. Aún sentía algo por Santana, y después de todo aquel tiempo la herida seguía abierta. Había visto la tristeza de Santana reflejada en sus brillantes ojos marinos, pero no iba a dejar que la afectara. La cosa ya no tenía remedio y no tenía la menor intención de demostrar lo ingenua que había sido.
Maitehd***** - Mensajes : 255
Fecha de inscripción : 28/04/2013
Edad : 34
Re: FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Veintidos-
Ok si que se pudieron encontrar!!
El primer coentario espero que hayan 3 mas por favor!!
Saludos
El primer coentario espero que hayan 3 mas por favor!!
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Veintidos-
Segundo comentario!!!!
Por favor actualiza un capitulo masssssssssssss!!!!!
Ansiedad,ansiedad,ansiedad!!!
Por favor actualiza un capitulo masssssssssssss!!!!!
Ansiedad,ansiedad,ansiedad!!!
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Veintidos-
Auch! Ni una ni otra!
Espero que hablen o hagan algo rapido :D no me gusta que esten solas! Ademas... UN AÑO?? O_o
En fin, espero que actualices!
Besos :*
Espero que hablen o hagan algo rapido :D no me gusta que esten solas! Ademas... UN AÑO?? O_o
En fin, espero que actualices!
Besos :*
Elita- - Mensajes : 1247
Fecha de inscripción : 17/06/2012
Re: FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Veintidos-
ooooo que se reconcilen :)
espero actualises me encnta tu fic
espero actualises me encnta tu fic
itzel7** - Mensajes : 70
Fecha de inscripción : 10/03/2013
Re: FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Veintidos-
siiiiiiii 4 comentarios jajaja!! te tome la palabra, aqui a la espera del capitulo 14!!!
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Veintidos-
diosss mio un año es muchoooooooooooooooooooooooooooooooooooooo yo quierooooo que uego actualizes quieo verlas juntas otra ves :( sufrooo sabiendo que san esta solita
neniirivera** - Mensajes : 61
Fecha de inscripción : 15/05/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Veintidos-
Ya quiero que esten juntas
Pero no me desespero y
Espero el proximo
Capitulo!
Saludos
Pero no me desespero y
Espero el proximo
Capitulo!
Saludos
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Re: FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Veintidos-
porque siempre las cosas no pden ser faciles? es verdad que santana la c.... pero podria brittany dejarla hablar aunque sea una vez, yo apoyo a britt pero soy tan brittana que lo perdono todo!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Veintidos-
Ya tienes más de 4 comentarios ... Please, please sube otro cap, esto está más que interesante .. ah si eres una GENIA!
Vn-Hide** - Mensajes : 65
Fecha de inscripción : 16/12/2012
Re: FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Veintidos-
Hola.
Lo leí entre ayer y hoy, déjame decirte que es genial trama, los enredos, enamoramientos etc.
Sube el otro capitulo :)
Adiós cuídate.
Lo leí entre ayer y hoy, déjame decirte que es genial trama, los enredos, enamoramientos etc.
Sube el otro capitulo :)
Adiós cuídate.
Fran_ci* - Mensajes : 32
Fecha de inscripción : 31/08/2013
FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Catorce-
Hola! Primero pido disculpas porque se que dije que iba a subir uno ayer en la noche pero no pude (me quedé dormida x.x). Como dije en un momento me gusta responder comentario por comentario, pero no puedo, el problema es que en donde vivo hoy son las elecciones, me demoré mucho porque el presidente de la mesa era muy lento y estuve como una hora y algo ahí, y por último hoy me toca trabajar (entro en un par de horas), por lo que no voy a responder comentario por comentario y a cambio subiré este capítulo y trataré de subir otro más. O sea, subo este y si aún veo que tengo tiempo subo uno más, ya que anoche no subí el que dije que subiría.
Dejo de hablar y acá les dejo el capítulo.
Espero que les guste el capítulo y que comenten.
Gracias por los comentarios, y vi que había algunos nuevo, agradezco que comentaran.
Besos! :D
CAPÍTULO 14
—¡Brittany, aquí! —gritó Susan Pierce al localizar a su hija entre los pasajeros que salían de la Terminal.
—¡Mamá!
Brittany recorrió los últimos metros a la carrera, se quitó la bolsa del hombro y abrazó a su madre con fuerza.
—Os he echado tanto de menos...
—Nosotros también a ti. Josh y Jordán han estado preguntando por ti durante todo el desayuno.
—¿Están aquí?
—No, los he hecho esperar a todos en casa. He sido un poco egoísta, pero quería tenerte un rato para mí sola.
—Me parece bien.
Las dos mujeres se entretuvieron en la recogida de equipajes, a la espera de que la cinta sacara sus maletas.
—¿Te lo estás pasando bien en Denver, cariño?
—No creo haber dicho que «me lo pase bien» en Denver, pero la verdad es que me encanta mi hotel.
—¿No te gusta vivir allí?
—No está mal, supongo. En invierno hizo un frío horroroso. Y encima tuvimos dos ventiscas en abril. Pero ahora se está bastante bien.
—¿Tienes tiempo de salir por ahí?
Susan estaba preocupada por su hija otra vez, porque sabía que ésta le dedicaba demasiado tiempo al Weller Regent, a expensas de su felicidad.
—Un poco. Las Rocosas son preciosas y a veces cojo el coche y me doy una vuelta.
—Tú sola, supongo.
Brittany se encogió de hombros.
—Sí, no es fácil encontrar a gente que tenga libre un martes o un miércoles. —Su maleta roja con ruedas emergió sobre la cinta transportadora. —Ahí está mi maleta.
Momentos después, madre e hija entraban en el Accord blanco de Susan y ponían rumbo a Cocoa Beach. Brittany aspiró con fruición la cálida humedad del mes de junio en Orlando.
—¿Puedo hacerte una pregunta, cariño?
—Claro —respondió Brittany, tras un segundo de vacilación.
Su madre y ella no solían hablar de temas personales, pero su tono indicaba que la pregunta iba a ir en esa dirección.
—Esto... ¿sales con alguien? No quiero ser cotilla y si quieres te dejo que me digas que no es asunto mío, pero cielo, a veces no soporto pensar que te pasas todo el tiempo sola.
—La verdad es que hubo alguien, no hace mucho, pero las cosas no funcionaron.
—¿Ah? ¿Alguien de Denver?
—No, fue aquí, en Orlando, justo antes de marcharme. La conocí en el hotel, era una cliente.
La revelación sorprendió a Susan, no sólo porque Brittany nunca lo había mencionado, sino porque al parecer había sido lo bastante importante para ella como para sacarlo a colación en ese momento, cuando había pasado más de un año.
—¿Fue serio?
—Podría haberlo sido, al menos por mi parte —respondió con sinceridad.
—¿Qué pasó?
—Resultó que no estaba libre. Tenía novia en casa, en Baltimore... y se olvidó de mencionarlo. —Brittany se sorprendió de que los ojos se le llenaran de lágrimas al recordarlo.
—Oh, Brittany, lo siento mucho. ¿Por qué no nos lo contaste?
Susan ya sabía la respuesta. Desde que Brittany se marchó a Europa, su vida amorosa era un tema del que en casa no se hablaba. Cuando llevó a casa a aquella novia suya —Paula algo, —Brittany estuvo muy callada todo el rato y Susan y Matt llegaron a la conclusión de que su hija no se sentía cómoda hablando de su vida privada.
—Supongo que tenía que hacerme a la idea yo sola.
—¿Por eso aceptaste el trabajo de Denver?
—En parte, quizá. Me pareció un buen momento para poner un poco de distancia. Pero la razón principal fue el empleo. Claro que, si hubiera sabido que quedándome aquí habría podido optar a la plaza de...
Susan cambió de tema al incorporarse a la autopista Beeline.
—¿Quieres pasar a echarle un vistazo a tu casa?
Brittany había puesto su apartamento en manos de un administrador para que lo alquilara, con la esperanza de regresar a Orlando algún día. El contrato de alquiler con sus inquilinos había expirado en mayo, y en la agencia dudaban que pudiera volver a alquilarlo antes del otoño
—Claro, vamos. Ahora no vive nadie, así que siquiera creo que tenga la luz dada. —Brittany sacó bolso y empezó a buscar la llave.
Susan tomó rumbo noroeste, hacia la urbanizado de su hija.
—¿Quieres que hablemos sobre esa mujer?
Fuera quien fuese esa mujer de Baltimore, todavía significaba mucho para su hija, o de lo contrario su r cuerdo no bastaría para que los ojos se le llenaran d lágrimas.
—No, la verdad.
Lo último que Brittany quería era amargarse el fin d semana en Florida con pensamientos tristes.
—Cuéntame cosas de Josh y de Jordán. ¿Y qué hay de papá?
—Bueno, ¿qué te parece? ¿La gente se tapará los ojos cuando lo vea?
Maribel López se dio una vuelta para mirarse en espejo con su bañador azul marino. A los sesenta dos años, tenía el cuerpo regordete de quien ha teñido dos hijas y vivido de manera sedentaria toda la vida.
—Seguro que nadie sale huyendo despavorido, pero lo mejor sí que tienen que ponerse las gafas de sol.
Las piernas de alabastro de Maribel llevaban treinta años sin ver el sol.
—Muy graciosa —bufó la mujer. —Estaré al sol media hora. Después pienso quedarme debajo de sombrilla.
—Buena idea.
Por su parte, Santana estaba impaciente por ponerse morena, ya que así se disimulaban mejor las cicatrices que tenía en las piernas y en el abdomen. Había tomado el sol unas cuantas veces en su jardín trasero, y lucía ya un bronceado dorado. Sus ojos parecían más luminosos en contraste con la piel morena, y su pelo adquiría una brillante tonalidad caoba. Además, adoraba la sensación del sol sobre la piel.
Las dos mujeres López se dirigieron a la piscina privada de la urbanización, que ya estaba abarrotada de gente que había tenido la misma idea que ellas para escapar del calor veraniego. Santana encontró dos tumbonas en una esquina, junto a una sombrilla, extendió las toallas y su madre y ella se instalaron allí. Le gustaba pasar tiempo con su madre: era agradable poder divertirse y relajarse juntas. Al final, resulta que trasladarse a Orlando había sido bueno para las dos, y Emily ya hablaba de venirse a Florida el día menos pensado.
—¿Te dije que esta noche voy a cenar con los Shumachers y un amigo suyo de Nueva York? Son una gente muy agradable. Ella trabajaba de...
Santana estaba tendida boca abajo, con la parte de arriba del bikini desabrochada, y totalmente concentrada en su libro, pero levantó la cabeza para escuchar a su madre cuando se dio cuenta de que le hablaba. Entonces, a lo lejos, vio un sedán blanco que se detenía delante del apartamento que había pertenecido a Brittany Pierce. Estupefacta, vio salir del coche a dos mujeres, que seguidamente entraron en el apartamento de la planta superior. Aunque estaban a casi cincuenta metros, estaba casi segura de que una de las mujeres era Brittany.
—Eo, cariño... ¿hola? —Maribel la llamó con nerviosismo. Santana no se había dado ni cuenta de que se había incorporado con los pechos al aire.
—¡Ay! —Santana volvió a tumbarse y se abrochó el bikini.
A continuación se sentó y se quedó mirando el apartamento, para confirmar lo que acababa de ver. Pocos minutos después, las dos mujeres salieron y volvieron coche. La rubia parecía Brittany, sin duda, pero a esa distancia Santana no distinguía el rostro de la otra mujer. Fuera quien fuera, Brittany y ella parecían muy unidas, juzgar por cómo se cogían del brazo.
La incomodidad de ver a Brittany Pierce del brazo de otra mujer dio paso a la curiosidad. ¿Qué hacía Brittany en Orlando? ¿Y por qué estaba allí, en su antigua casa? ¿Aún era suya? Y lo más importante: ¿iba a regresar Florida?
—... y eso, después de cenar jugaremos unas partidas de bridge, a ver si lo pasamos bien. Podríamos repetir de vez en cuando.
—Suena bien, mamá.
—Brittany, estás fantástica —saludó Tina efusivamente en cuanto vio aparecer a su antigua jefa, vestida con un vestido de cóctel sin mangas azul celeste y zapatos color marfil.
—Guau, tú también. —Le dedicó una sonrisa radiante su protegida, encantada de encontrar a un rostro familiar.
—Te echamos mucho de menos. Quiero decir. Quinn está bien, pero es un poco... no sé... estirada, y sabes. Sue tuvo que ponerse dura para que nos diera el día libre a todos.
—Es un trabajo duro, Tina. Seguro que sólo intenta hacer lo mejor para el hotel —la aplacó Brittany —Hablando de Sue, ¿está aquí?
—No la he visto, pero seguro que vendrá.
Nadie que conociera a Rory Flanagan se perdería ese día: el día en que Kitty iba a convertirse en su esposa. Tras la luna de miel, la pareja haría las maletas para mudarse a Filadelfia, en donde Rory ocuparía un puesto de dirección en turno de día, lo cual era un cargo excelente dentro de la cadena del Weller Regent. En opinión de Brittany, Rory se lo merecía.
Se había enterado del ascenso de su amigo en el boletín electrónico del WR, y no pudo evitar lamentarse por haberse mudado a Denver, especialmente porque el puesto de Rory de supervisor en jefe del turno de noche, que era el mismo que ella ocupaba en Denver, había quedado vacante temporalmente. Aunque se sintió tentada de preguntarle a Sue acerca del puesto, un movimiento paralelo dentro de la compañía en tan poco tiempo afectaría negativamente a sus expectativas de futuro. Se alegraba por Rory, pero envidiaba al que ocupara su puesto.
—Vaya vaya, pero si es la hija pródiga. —Brittany se volvió del inmediato al reconocer la voz de Sue y le dio un abrazo a su mentora.
—¡Sue!
—¿Cómo estás, cariño? He oído maravillas de ti en Denver. ¿Te he contado que Jesse St. James me envió flores un mes después de que empezaras a trabajar allí?
—¡Te estás quedando conmigo! —rió Brittany. Aunque tenía la impresión de que Jesse estaba contento con su trabajo, saberlo seguro le daría ventaja la próxima vez que necesitara algo de su director.
—No, está loco por ti.
—Bueno, estoy muy contenta con mi trabajo. El hotel es genial y la gente es maravillosa.
—¿Más contenta que aquí?
«Ni de lejos», pensó Brittany, pero eso no era lo que Sue quería oír.
—Es diferente. Ya sabes cuánto quiero al WR de aquí y a su gente... y lo mucho que respetaba a mi jefa —añadió con una risita.
—Me lo imagino. Cuando Rory me dijo que le habían dado el trabajo de Filadelfia, casi cojo el teléfono para pedirte que volvieras, pero sacarte de Denver tan pronto no habría sido bueno para tu carrera.
Brittany asintió. Era exactamente lo que había pensado ella.
—Pero, si el cambio fuera por un puesto diferente, un ascenso a dirección, entonces puede que...
Brittany se quedó helada cuando las palabras de Sue se abrieron paso en su cerebro. ¿Qué estaba diciendo?
—Será mejor que vayamos a nuestros asientos. ¿Por qué no nos vemos luego en el banquete y seguimos hablando? —sugirió Sue con un guiño de complicidad.
Brittany se pasó la hora siguiente tratando de concentrase con todas sus fuerzas en su amigo, cuya boda tenía lugar frente al altar de la pequeña iglesia. Sin embargo, no dejaba de darle vueltas a lo que había insinuado Sue. Si había alguna posibilidad de regresar a Orlando sin poner en peligro su futuro en Weller Regent, estaba dispuesta a hacerlo.
Habían pasado dos semanas desde la misteriosa aparición de Brittany en su urbanización y Santana seguía sin poder quitársela de la cabeza. Siguiendo una corazonada, telefoneó al Weller Regent de Denver, pero allí la informaron de que Brittany tenía libres los miércoles, pero que estaría de vuelta la tarde siguiente. Así pues, no es que fuera a regresar a Orlando, sino que había ido sólo de visita. Seguramente para ver a su familia y echarle un vistazo a su propiedad, ya que al parecer aún le pertenecía.
Cada vez que Santana iba a ver a su madre, sentía el impulso de vigilar el apartamento de Brittany. El sedán rojo ya no estaba, y no parecía que viviera nadie allí. Eso le hizo pensar que a lo mejor Brittany sí que volvería a Orlando, y que lo de Denver habría sido sólo temporal.
La respuesta le llegó a finales de agosto, cuando leyó por casualidad la columna de «Traslados» de la revista de actualidad económica Orlando Business Review. No era más que una pequeña reseña, y se le habría pasado por alto si los ojos no se le hubieran ido al nombre destacado en negrita.
El Weller Regent de Orlando se complace en anunciar que Brittany Pierce ha sido ascendida al puesto de Gerente de Operaciones del Hotel. Toda una veterana, con once años de experiencia en la corporación Weller Regent, la Srta. Pierce regresa a su Florida natal desde Denver, en donde ejercía de supervisora en jefe en el hotel más nuevo de la cadena Weller Regent.
—Muy bien, me ha llevado un tiempo, pero al fin he encontrado a una persona encantadora que sería perfecta para ti. ¿Te interesa? —le preguntó Emma desde la puerta, con una mirada de expectación.
—¿Eh...? —se sobresaltó Santana, que tenía la mente en otra parte. ¿De qué diablos estaba hablando?
—Había pensado en montar una cenita el sábado que viene. Así las dos podríais conoceros y charlar en un ambiente informal. Si os lleváis bien, genial. Si no... oye, no habrás perdido nada.
—Ah... ¿te refieres a una mujer?
—Mmm, sí. ¿No era lo que querías?
Santana no pudo evitar soltar una carcajada al imaginarse a su jefa buscándole pareja. No obstante, la idea de pasar una velada charlando de tonterías con una desconocida bajo la atenta mirada de Emma no la atraía en absoluto.
—La verdad es que... eh... estoy saliendo con alguien —mintió, con los ojos puestos en el Business Review.
—¿Ah, sí? —La revelación intrigó a Emma sobremanera. —¿Alguien que conozca?
—No creo. Hacía mucho que no nos veíamos.
—Bueno, me alegro mucho, Santana. Mantenme informada, ¿vale?
—Claro.
Esperaba salir con alguien muy pronto... ahora que Brittany estaba de vuelta en la ciudad.
Durante su primer año en Orlando, Santana se había matado a trabajar y había obtenido los mejores resultados de toda su carrera. No había sido un gran sacrifico, puesto que le encantaba su trabajo. En el terreno social, lo máximo que había hecho había sido enviarle a Elaine un mensaje después de instalarse y luego una postal de navidad. No obtuvo respuesta en ninguno de los dos casos. Una amiga de Baltimore le había contado que Elaine estaba saliendo con alguien y que se la veía feliz. Si alguien merecía ser feliz, ésa era Elaine.
Y entonces, hubo algo que se desató en su interior al ver a Brittany en Denver cinco meses atrás, y desde entonces no pudo dejar de pensar en la corta historia que habían tenido el año anterior. Nunca había anhelado tanto no sólo que Brittany la quisiera, sino también que la perdonara, aunque sabía que no se lo merecía.
—No sabes lo contenta que estoy de que hayas vuelto. Así que, ¿cuando me pasas al turno de día? —preguntó Tina a su mentora.
—Eso es fácil... De tres a cinco años como recepcionista de noche, después a catering o al centro de servicios a la empresa. Luego, dos años más, y ya eres recepcionista de día.
Tina gimió.
—No creo que pueda aguantar a Quinn de tres a cinco años más.
Brittany rió con suavidad y miró a su alrededor para asegurarse de que la mujer que había asumido su puesto el año anterior no andaba cerca.
—Lo que pasa es que estabas muy mal acostumbrada, porque yo era muy blanda. Ya sabes que cuesta mucho entenderse con la gente nueva. A lo mejor ella lo está pasando igual de mal que tú.
—No lo creo, Brittany. No parece que ponga mucho interés en llevarse bien con la gente.
—Voy a darte un consejo, ¿vale? Las cosas en el WR funcionan así: si tu superior rompe las reglas, puedes presentar una queja. En el manual está todo muy claro. Pero, si se trata simplemente de un conflicto de personalidades, tú eres quien tiene las de perder. Ya sé que suena injusto, Tina, pero así son las cosas. En el Weller Regent se intenta que todo el mundo se lleve bien, pero también son realistas y saben que eso no siempre es posible. Si Quinn hace su trabajo, el WR la apoyará en todo lo que necesite.
—Sé que tienes razón. Y sé que siempre puedo contar con que me dirás las cosas tal y como son.
Brittany sonrió y le dio un pellizco cariñoso en el brazo.
—Ya te he dicho que estabas mal acostumbrada. Y ya se que probablemente te haga sentir mejor hablar de ello, pero te recomendaría que intentaras no hacerlo en el trabajo ni el bar del final de la calle con el resto de los empleados. Al final todo se sabe y no haría más que empeorar las cosas.
Tina asintió, claramente avergonzada.
—Pero no significa que no debas decirlo si te parece que el trato que recibes va en contra de tus derechos como trabajadora. Y, si no estás segura, siempre puedes venir a verme. Simplemente, trata de ser discreta, ¿de acuerdo?
Brittany estaba a punto de acabar su primer día de vuelta al trabajo en Orlando. Lo que Tina no sabía es que Sue ya le había hablado de lo que en su opinión era un número alarmante de quejas informales con respecto a la supervisora adjunta del turno de noche, y ahora que el puesto de Rory estaba vacante, iban a tener que hacer un seguimiento del caso, ya que la persona que contrataran sería la jefa directa de Quinn. Sin pensarlo dos veces, Brittany se ofreció para cubrir el puesto unas cuantas noches para facilitar la transición, y Sue le tomó la palabra de inmediato.
Sin embargo, a las cuatro y media de la mañana (media hora más tarde de que acabara su turno), Brittany se moría de ganas por marcharse a casa. Durante los días siguientes, «casa» sería la casa de sus padres en Cocoa Beach. Sus muebles estaban de camino y, aunque el WR se ofrecía a darle una habitación gratis, tenía que pensar en Lord T. El viaje en coche de treinta y cuatro horas en el pequeño descapotable lo había traumatizado, y no le parecía bien dejarlo solo en casa de sus padres.
Brittany tenía que admitir que era fantástico llegar a casa al final del día, que la cena estuviera hecha y tener a alguien con quien hablar. Durante el año anterior en Denver, se había sentido muy sola y aislada, y al fin había tenido que admitir que su reacción tras el fracaso de su corta relación con Santana había sido exagerada. Tenia que prestarle más atención a su vida social y ahora que trabajaba en el turno de día, quizá podría salir un poco y conocer a gente.
Dejo de hablar y acá les dejo el capítulo.
Espero que les guste el capítulo y que comenten.
Gracias por los comentarios, y vi que había algunos nuevo, agradezco que comentaran.
Besos! :D
CAPÍTULO 14
—¡Brittany, aquí! —gritó Susan Pierce al localizar a su hija entre los pasajeros que salían de la Terminal.
—¡Mamá!
Brittany recorrió los últimos metros a la carrera, se quitó la bolsa del hombro y abrazó a su madre con fuerza.
—Os he echado tanto de menos...
—Nosotros también a ti. Josh y Jordán han estado preguntando por ti durante todo el desayuno.
—¿Están aquí?
—No, los he hecho esperar a todos en casa. He sido un poco egoísta, pero quería tenerte un rato para mí sola.
—Me parece bien.
Las dos mujeres se entretuvieron en la recogida de equipajes, a la espera de que la cinta sacara sus maletas.
—¿Te lo estás pasando bien en Denver, cariño?
—No creo haber dicho que «me lo pase bien» en Denver, pero la verdad es que me encanta mi hotel.
—¿No te gusta vivir allí?
—No está mal, supongo. En invierno hizo un frío horroroso. Y encima tuvimos dos ventiscas en abril. Pero ahora se está bastante bien.
—¿Tienes tiempo de salir por ahí?
Susan estaba preocupada por su hija otra vez, porque sabía que ésta le dedicaba demasiado tiempo al Weller Regent, a expensas de su felicidad.
—Un poco. Las Rocosas son preciosas y a veces cojo el coche y me doy una vuelta.
—Tú sola, supongo.
Brittany se encogió de hombros.
—Sí, no es fácil encontrar a gente que tenga libre un martes o un miércoles. —Su maleta roja con ruedas emergió sobre la cinta transportadora. —Ahí está mi maleta.
Momentos después, madre e hija entraban en el Accord blanco de Susan y ponían rumbo a Cocoa Beach. Brittany aspiró con fruición la cálida humedad del mes de junio en Orlando.
—¿Puedo hacerte una pregunta, cariño?
—Claro —respondió Brittany, tras un segundo de vacilación.
Su madre y ella no solían hablar de temas personales, pero su tono indicaba que la pregunta iba a ir en esa dirección.
—Esto... ¿sales con alguien? No quiero ser cotilla y si quieres te dejo que me digas que no es asunto mío, pero cielo, a veces no soporto pensar que te pasas todo el tiempo sola.
—La verdad es que hubo alguien, no hace mucho, pero las cosas no funcionaron.
—¿Ah? ¿Alguien de Denver?
—No, fue aquí, en Orlando, justo antes de marcharme. La conocí en el hotel, era una cliente.
La revelación sorprendió a Susan, no sólo porque Brittany nunca lo había mencionado, sino porque al parecer había sido lo bastante importante para ella como para sacarlo a colación en ese momento, cuando había pasado más de un año.
—¿Fue serio?
—Podría haberlo sido, al menos por mi parte —respondió con sinceridad.
—¿Qué pasó?
—Resultó que no estaba libre. Tenía novia en casa, en Baltimore... y se olvidó de mencionarlo. —Brittany se sorprendió de que los ojos se le llenaran de lágrimas al recordarlo.
—Oh, Brittany, lo siento mucho. ¿Por qué no nos lo contaste?
Susan ya sabía la respuesta. Desde que Brittany se marchó a Europa, su vida amorosa era un tema del que en casa no se hablaba. Cuando llevó a casa a aquella novia suya —Paula algo, —Brittany estuvo muy callada todo el rato y Susan y Matt llegaron a la conclusión de que su hija no se sentía cómoda hablando de su vida privada.
—Supongo que tenía que hacerme a la idea yo sola.
—¿Por eso aceptaste el trabajo de Denver?
—En parte, quizá. Me pareció un buen momento para poner un poco de distancia. Pero la razón principal fue el empleo. Claro que, si hubiera sabido que quedándome aquí habría podido optar a la plaza de...
Susan cambió de tema al incorporarse a la autopista Beeline.
—¿Quieres pasar a echarle un vistazo a tu casa?
Brittany había puesto su apartamento en manos de un administrador para que lo alquilara, con la esperanza de regresar a Orlando algún día. El contrato de alquiler con sus inquilinos había expirado en mayo, y en la agencia dudaban que pudiera volver a alquilarlo antes del otoño
—Claro, vamos. Ahora no vive nadie, así que siquiera creo que tenga la luz dada. —Brittany sacó bolso y empezó a buscar la llave.
Susan tomó rumbo noroeste, hacia la urbanizado de su hija.
—¿Quieres que hablemos sobre esa mujer?
Fuera quien fuese esa mujer de Baltimore, todavía significaba mucho para su hija, o de lo contrario su r cuerdo no bastaría para que los ojos se le llenaran d lágrimas.
—No, la verdad.
Lo último que Brittany quería era amargarse el fin d semana en Florida con pensamientos tristes.
—Cuéntame cosas de Josh y de Jordán. ¿Y qué hay de papá?
—Bueno, ¿qué te parece? ¿La gente se tapará los ojos cuando lo vea?
Maribel López se dio una vuelta para mirarse en espejo con su bañador azul marino. A los sesenta dos años, tenía el cuerpo regordete de quien ha teñido dos hijas y vivido de manera sedentaria toda la vida.
—Seguro que nadie sale huyendo despavorido, pero lo mejor sí que tienen que ponerse las gafas de sol.
Las piernas de alabastro de Maribel llevaban treinta años sin ver el sol.
—Muy graciosa —bufó la mujer. —Estaré al sol media hora. Después pienso quedarme debajo de sombrilla.
—Buena idea.
Por su parte, Santana estaba impaciente por ponerse morena, ya que así se disimulaban mejor las cicatrices que tenía en las piernas y en el abdomen. Había tomado el sol unas cuantas veces en su jardín trasero, y lucía ya un bronceado dorado. Sus ojos parecían más luminosos en contraste con la piel morena, y su pelo adquiría una brillante tonalidad caoba. Además, adoraba la sensación del sol sobre la piel.
Las dos mujeres López se dirigieron a la piscina privada de la urbanización, que ya estaba abarrotada de gente que había tenido la misma idea que ellas para escapar del calor veraniego. Santana encontró dos tumbonas en una esquina, junto a una sombrilla, extendió las toallas y su madre y ella se instalaron allí. Le gustaba pasar tiempo con su madre: era agradable poder divertirse y relajarse juntas. Al final, resulta que trasladarse a Orlando había sido bueno para las dos, y Emily ya hablaba de venirse a Florida el día menos pensado.
—¿Te dije que esta noche voy a cenar con los Shumachers y un amigo suyo de Nueva York? Son una gente muy agradable. Ella trabajaba de...
Santana estaba tendida boca abajo, con la parte de arriba del bikini desabrochada, y totalmente concentrada en su libro, pero levantó la cabeza para escuchar a su madre cuando se dio cuenta de que le hablaba. Entonces, a lo lejos, vio un sedán blanco que se detenía delante del apartamento que había pertenecido a Brittany Pierce. Estupefacta, vio salir del coche a dos mujeres, que seguidamente entraron en el apartamento de la planta superior. Aunque estaban a casi cincuenta metros, estaba casi segura de que una de las mujeres era Brittany.
—Eo, cariño... ¿hola? —Maribel la llamó con nerviosismo. Santana no se había dado ni cuenta de que se había incorporado con los pechos al aire.
—¡Ay! —Santana volvió a tumbarse y se abrochó el bikini.
A continuación se sentó y se quedó mirando el apartamento, para confirmar lo que acababa de ver. Pocos minutos después, las dos mujeres salieron y volvieron coche. La rubia parecía Brittany, sin duda, pero a esa distancia Santana no distinguía el rostro de la otra mujer. Fuera quien fuera, Brittany y ella parecían muy unidas, juzgar por cómo se cogían del brazo.
La incomodidad de ver a Brittany Pierce del brazo de otra mujer dio paso a la curiosidad. ¿Qué hacía Brittany en Orlando? ¿Y por qué estaba allí, en su antigua casa? ¿Aún era suya? Y lo más importante: ¿iba a regresar Florida?
—... y eso, después de cenar jugaremos unas partidas de bridge, a ver si lo pasamos bien. Podríamos repetir de vez en cuando.
—Suena bien, mamá.
—Brittany, estás fantástica —saludó Tina efusivamente en cuanto vio aparecer a su antigua jefa, vestida con un vestido de cóctel sin mangas azul celeste y zapatos color marfil.
—Guau, tú también. —Le dedicó una sonrisa radiante su protegida, encantada de encontrar a un rostro familiar.
—Te echamos mucho de menos. Quiero decir. Quinn está bien, pero es un poco... no sé... estirada, y sabes. Sue tuvo que ponerse dura para que nos diera el día libre a todos.
—Es un trabajo duro, Tina. Seguro que sólo intenta hacer lo mejor para el hotel —la aplacó Brittany —Hablando de Sue, ¿está aquí?
—No la he visto, pero seguro que vendrá.
Nadie que conociera a Rory Flanagan se perdería ese día: el día en que Kitty iba a convertirse en su esposa. Tras la luna de miel, la pareja haría las maletas para mudarse a Filadelfia, en donde Rory ocuparía un puesto de dirección en turno de día, lo cual era un cargo excelente dentro de la cadena del Weller Regent. En opinión de Brittany, Rory se lo merecía.
Se había enterado del ascenso de su amigo en el boletín electrónico del WR, y no pudo evitar lamentarse por haberse mudado a Denver, especialmente porque el puesto de Rory de supervisor en jefe del turno de noche, que era el mismo que ella ocupaba en Denver, había quedado vacante temporalmente. Aunque se sintió tentada de preguntarle a Sue acerca del puesto, un movimiento paralelo dentro de la compañía en tan poco tiempo afectaría negativamente a sus expectativas de futuro. Se alegraba por Rory, pero envidiaba al que ocupara su puesto.
—Vaya vaya, pero si es la hija pródiga. —Brittany se volvió del inmediato al reconocer la voz de Sue y le dio un abrazo a su mentora.
—¡Sue!
—¿Cómo estás, cariño? He oído maravillas de ti en Denver. ¿Te he contado que Jesse St. James me envió flores un mes después de que empezaras a trabajar allí?
—¡Te estás quedando conmigo! —rió Brittany. Aunque tenía la impresión de que Jesse estaba contento con su trabajo, saberlo seguro le daría ventaja la próxima vez que necesitara algo de su director.
—No, está loco por ti.
—Bueno, estoy muy contenta con mi trabajo. El hotel es genial y la gente es maravillosa.
—¿Más contenta que aquí?
«Ni de lejos», pensó Brittany, pero eso no era lo que Sue quería oír.
—Es diferente. Ya sabes cuánto quiero al WR de aquí y a su gente... y lo mucho que respetaba a mi jefa —añadió con una risita.
—Me lo imagino. Cuando Rory me dijo que le habían dado el trabajo de Filadelfia, casi cojo el teléfono para pedirte que volvieras, pero sacarte de Denver tan pronto no habría sido bueno para tu carrera.
Brittany asintió. Era exactamente lo que había pensado ella.
—Pero, si el cambio fuera por un puesto diferente, un ascenso a dirección, entonces puede que...
Brittany se quedó helada cuando las palabras de Sue se abrieron paso en su cerebro. ¿Qué estaba diciendo?
—Será mejor que vayamos a nuestros asientos. ¿Por qué no nos vemos luego en el banquete y seguimos hablando? —sugirió Sue con un guiño de complicidad.
Brittany se pasó la hora siguiente tratando de concentrase con todas sus fuerzas en su amigo, cuya boda tenía lugar frente al altar de la pequeña iglesia. Sin embargo, no dejaba de darle vueltas a lo que había insinuado Sue. Si había alguna posibilidad de regresar a Orlando sin poner en peligro su futuro en Weller Regent, estaba dispuesta a hacerlo.
Habían pasado dos semanas desde la misteriosa aparición de Brittany en su urbanización y Santana seguía sin poder quitársela de la cabeza. Siguiendo una corazonada, telefoneó al Weller Regent de Denver, pero allí la informaron de que Brittany tenía libres los miércoles, pero que estaría de vuelta la tarde siguiente. Así pues, no es que fuera a regresar a Orlando, sino que había ido sólo de visita. Seguramente para ver a su familia y echarle un vistazo a su propiedad, ya que al parecer aún le pertenecía.
Cada vez que Santana iba a ver a su madre, sentía el impulso de vigilar el apartamento de Brittany. El sedán rojo ya no estaba, y no parecía que viviera nadie allí. Eso le hizo pensar que a lo mejor Brittany sí que volvería a Orlando, y que lo de Denver habría sido sólo temporal.
La respuesta le llegó a finales de agosto, cuando leyó por casualidad la columna de «Traslados» de la revista de actualidad económica Orlando Business Review. No era más que una pequeña reseña, y se le habría pasado por alto si los ojos no se le hubieran ido al nombre destacado en negrita.
El Weller Regent de Orlando se complace en anunciar que Brittany Pierce ha sido ascendida al puesto de Gerente de Operaciones del Hotel. Toda una veterana, con once años de experiencia en la corporación Weller Regent, la Srta. Pierce regresa a su Florida natal desde Denver, en donde ejercía de supervisora en jefe en el hotel más nuevo de la cadena Weller Regent.
—Muy bien, me ha llevado un tiempo, pero al fin he encontrado a una persona encantadora que sería perfecta para ti. ¿Te interesa? —le preguntó Emma desde la puerta, con una mirada de expectación.
—¿Eh...? —se sobresaltó Santana, que tenía la mente en otra parte. ¿De qué diablos estaba hablando?
—Había pensado en montar una cenita el sábado que viene. Así las dos podríais conoceros y charlar en un ambiente informal. Si os lleváis bien, genial. Si no... oye, no habrás perdido nada.
—Ah... ¿te refieres a una mujer?
—Mmm, sí. ¿No era lo que querías?
Santana no pudo evitar soltar una carcajada al imaginarse a su jefa buscándole pareja. No obstante, la idea de pasar una velada charlando de tonterías con una desconocida bajo la atenta mirada de Emma no la atraía en absoluto.
—La verdad es que... eh... estoy saliendo con alguien —mintió, con los ojos puestos en el Business Review.
—¿Ah, sí? —La revelación intrigó a Emma sobremanera. —¿Alguien que conozca?
—No creo. Hacía mucho que no nos veíamos.
—Bueno, me alegro mucho, Santana. Mantenme informada, ¿vale?
—Claro.
Esperaba salir con alguien muy pronto... ahora que Brittany estaba de vuelta en la ciudad.
Durante su primer año en Orlando, Santana se había matado a trabajar y había obtenido los mejores resultados de toda su carrera. No había sido un gran sacrifico, puesto que le encantaba su trabajo. En el terreno social, lo máximo que había hecho había sido enviarle a Elaine un mensaje después de instalarse y luego una postal de navidad. No obtuvo respuesta en ninguno de los dos casos. Una amiga de Baltimore le había contado que Elaine estaba saliendo con alguien y que se la veía feliz. Si alguien merecía ser feliz, ésa era Elaine.
Y entonces, hubo algo que se desató en su interior al ver a Brittany en Denver cinco meses atrás, y desde entonces no pudo dejar de pensar en la corta historia que habían tenido el año anterior. Nunca había anhelado tanto no sólo que Brittany la quisiera, sino también que la perdonara, aunque sabía que no se lo merecía.
—No sabes lo contenta que estoy de que hayas vuelto. Así que, ¿cuando me pasas al turno de día? —preguntó Tina a su mentora.
—Eso es fácil... De tres a cinco años como recepcionista de noche, después a catering o al centro de servicios a la empresa. Luego, dos años más, y ya eres recepcionista de día.
Tina gimió.
—No creo que pueda aguantar a Quinn de tres a cinco años más.
Brittany rió con suavidad y miró a su alrededor para asegurarse de que la mujer que había asumido su puesto el año anterior no andaba cerca.
—Lo que pasa es que estabas muy mal acostumbrada, porque yo era muy blanda. Ya sabes que cuesta mucho entenderse con la gente nueva. A lo mejor ella lo está pasando igual de mal que tú.
—No lo creo, Brittany. No parece que ponga mucho interés en llevarse bien con la gente.
—Voy a darte un consejo, ¿vale? Las cosas en el WR funcionan así: si tu superior rompe las reglas, puedes presentar una queja. En el manual está todo muy claro. Pero, si se trata simplemente de un conflicto de personalidades, tú eres quien tiene las de perder. Ya sé que suena injusto, Tina, pero así son las cosas. En el Weller Regent se intenta que todo el mundo se lleve bien, pero también son realistas y saben que eso no siempre es posible. Si Quinn hace su trabajo, el WR la apoyará en todo lo que necesite.
—Sé que tienes razón. Y sé que siempre puedo contar con que me dirás las cosas tal y como son.
Brittany sonrió y le dio un pellizco cariñoso en el brazo.
—Ya te he dicho que estabas mal acostumbrada. Y ya se que probablemente te haga sentir mejor hablar de ello, pero te recomendaría que intentaras no hacerlo en el trabajo ni el bar del final de la calle con el resto de los empleados. Al final todo se sabe y no haría más que empeorar las cosas.
Tina asintió, claramente avergonzada.
—Pero no significa que no debas decirlo si te parece que el trato que recibes va en contra de tus derechos como trabajadora. Y, si no estás segura, siempre puedes venir a verme. Simplemente, trata de ser discreta, ¿de acuerdo?
Brittany estaba a punto de acabar su primer día de vuelta al trabajo en Orlando. Lo que Tina no sabía es que Sue ya le había hablado de lo que en su opinión era un número alarmante de quejas informales con respecto a la supervisora adjunta del turno de noche, y ahora que el puesto de Rory estaba vacante, iban a tener que hacer un seguimiento del caso, ya que la persona que contrataran sería la jefa directa de Quinn. Sin pensarlo dos veces, Brittany se ofreció para cubrir el puesto unas cuantas noches para facilitar la transición, y Sue le tomó la palabra de inmediato.
Sin embargo, a las cuatro y media de la mañana (media hora más tarde de que acabara su turno), Brittany se moría de ganas por marcharse a casa. Durante los días siguientes, «casa» sería la casa de sus padres en Cocoa Beach. Sus muebles estaban de camino y, aunque el WR se ofrecía a darle una habitación gratis, tenía que pensar en Lord T. El viaje en coche de treinta y cuatro horas en el pequeño descapotable lo había traumatizado, y no le parecía bien dejarlo solo en casa de sus padres.
Brittany tenía que admitir que era fantástico llegar a casa al final del día, que la cena estuviera hecha y tener a alguien con quien hablar. Durante el año anterior en Denver, se había sentido muy sola y aislada, y al fin había tenido que admitir que su reacción tras el fracaso de su corta relación con Santana había sido exagerada. Tenia que prestarle más atención a su vida social y ahora que trabajaba en el turno de día, quizá podría salir un poco y conocer a gente.
Maitehd***** - Mensajes : 255
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FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Catorce- y -Capítulo Quince-
Tuve tiempo, por lo que acá también les dejo el capítulo 15, espero que les guste y comenten.
Saludos! :D
CAPÍTULO 15
—Pasas más tiempo aquí que los muebles, Santana. ¿Qué pasa? ¿Se te olvidó pagar el recibo de la luz? —preguntó Maribel en tono burlón.
—Muy graciosa —replicó Santana. —¿Se te ha ocurrido pensar que a lo mejor disfruto de tu compañía?
—Si no me quejo. Me gusta verte tan a menudo.
Desde que Maribel se encargó de cuidar de Santana tras su última operación, había logrado ser cada vez más independiente, sobre todo desde su mudanza a Orlando. No era sólo que la asociación de vecinos de la urbanización se ocupara de muchas de las cosas que tantos dolores de cabeza le daban en Baltimore. También era que había dejado atrás los recuerdos del dolor y la tristeza de perder a su amado esposo. En Orlando había hecho nuevos amigos, gente que no sólo la había conocido como la mujer del doctor López.
Las preguntas de su madre la hacían sentir un poco culpable, y se prometió que algún día le hablaría de su interés por Brittany. No obstante, de momento guardaba para sí el propósito de sus frecuentes visitas. Al ver un camión de mudanzas aparcado delante al llegar, se había hecho ilusiones, pero en el garaje volvía a estar el sedán blanco en lugar del Miata verde, y eso la tenía preocupada. Era de la mujer con la que había venido Brittany el día que Santana y su madre estaban en la piscina. Santana no le había visto bien la cara, pero era evidente que Brittany y ella estaban muy unidas. ¿Acaso iban a vivir juntas? Era de lo más desconcertante.
—¡Pero mira todo lo que has hecho! —Brittany se puso loca de contenta al llegar a la casa y encontrarse los muebles colocados, la cocina y los baños listos y las dos camas hechas con sábanas limpias y almidonadas. En el armario de la entrada había una pila de cajas de cartón desmontadas para meterlas en el contenedor de papel.
—No sabía qué es lo que querías hacer con los libros y las fotografías, así que los he dejado en las cajas ahí en la galería. Ah, y siento decirte esto, pero vas a tener que plancharte toda la ropa. —Susan estaba tumbada en el sofá con un plato de papel manchado de tomate como única evidencia de la pizza que acababa de comerse.
—Mamá, no puedo creer que hayas hecho todo esto tú sola. Tienes que haberte pasado todo el día trabajando.
—No todo el día. El camión no ha llegado hasta las dos.
—¿Y qué has hecho toda la mañana?
—He fregado los baños y la cocina... he barrido el garaje. Ah, y he limpiado los cristales de las ventanas.
—¿En serio? Y yo que creía que había tenido un día duro. —Brittany había hecho doble turno para cubrir la vacante de supervisora tal como había prometido, hasta que encontraran a alguien. —Puedes pedirme lo que quieras.
—¿De verdad?
—Lo que sea. ¿Quieres un masaje profesional? ¿Una manicura y una pedicura? Pide por esa boquita.
—Muy bien, lo que quiero es que empieces a pasar más tiempo fuera de ese hotel.
Brittany miró a su madre con perplejidad.
—¿Quieres decir que trabaje menos?
—Sí, pero no sólo eso. Ahora que trabajas en el turno de día, o al menos lo harás cuando termines la sustitución que estás haciendo, me gustaría verte divertirte más, salir con amigos, puede que incluso conocer a alguien.
—Que Dios te oiga, mamá —dijo Brittany con total sinceridad.
Susan se sentó, sorprendida de lo fácil que había cedido su hija.
—¿De verdad?
—Sí, de verdad. Llevo un tiempo dándole vueltas a lo mismo, desde Denver.
Se quitó los zapatos y se sentó en su butaca favorita, con las piernas dobladas debajo de ella. Era casi medianoche y las dos estaban hechas polvo, pero desde que estuvieron hablando el día de la boda de Rory, Brittany se había dado cuenta de que quería hablar más de su vida privada con su familia. Le gustaba conectar con su madre de esa manera y, sobre todo, saber que cuando conociera a alguien especial se alegrarían por ella.
—Pienso hacer un esfuerzo para salir y conocer a gente.
—¿Tienes muchas... amigas?
—¿Te refieres a amigas lesbianas?
Susan asintió.
—Algunas, pero no muchas que conozca bien. Creo que lo más importante es hacer amigos, todo tipo de amigos. Al final acabas por conocer a gente con la que tienes cosas en común, y entonces te presentan a amigos y a amigos de sus amigos y tal. Pero hablo en serio, mamá. Ahora que tengo las noches y los fines de semana libres, no voy a vivir cada minuto de mi vida por y para el Weller Regent. En este último año he aprendido lo que pasa por no tener vida fuera del trabajo.
Su madre sonrió.
—No te imaginas lo feliz que me hace oír eso, cielo. Supongo que todos los padres quieren que sus hijos sean felices, pero yo he sido un poco más ambiciosa en eso: quería que fueras feliz con alguien, no sólo en el trabajo. Tu padre y yo estamos muy orgullosos de todo lo que has conseguido en el Weller Regent, pero verte enamorada de alguien lo superaría con creces.
Por alguna razón, la idea de enamorarse de alguien la hizo sonrojarse. Era obvio que aún no se sentía del todo cómoda hablando de esas cosas con su madre, pero en cierta manera era liberador. Dicho lo cual, esperaba que su madre nunca le preguntara sobre su vida sexual.
—Deberíamos irnos a la cama. ¿No entras a trabajar pronto?
—Mi turno empieza a las siete —respondió Brittany, que se levantó con un gesto de cansancio. —Te agradezco mucho todo lo que has hecho hoy, de verdad. Mañana quédate durmiendo, ¿vale? Pasaré a recoger a Lord T después del trabajo.
—A lo mejor te tomo la palabra en lo de dormir, pero por Lord T no te preocupes, se puede quedar con nosotros todo el tiempo que necesites.
—Pero lo hecho de menos. Y además, le gustará volver a sus cacerías. Seguro que las lagartijas hacen cola para verlo. Estarán todas gordas, después de un año entero sin hacer nada de ejercicio.
El coche blanco había desaparecido el día anterior. Ese día era el Miata verde, con pegatinas de Colorado, el que ocupaba el garaje abierto. Santana vislumbró a Brittany desde lejos, llevando cartones al contenedor de papel. Hizo dos viajes y después salió del garaje y desapareció.
—¿Qué miras tanto ahí? —quiso saber Maribel, mirando por encima del hombro de Santana.
—Nada... alguien que se está mudando.
—¿Alguien en particular?
Santana sabía que era una tontería fingir que sus frecuentes visitas se debían sólo a querer pasar tiempo con su madre. Mentirle a Brittany, al igual que mentir sobre ella, ya le había causado bastantes problemas. Si quería lograr que Brittany volviera a formar parte de su vida, tendría que dejarse de mentiras.
—Sí, es alguien que conozco —confesó. —¿Te acuerdas de que, cuando vinimos a ver esto por primera vez, te dije que conocía a alguien que antes vivía aquí?
Maribel asintió.
—Ésa es. Se mudó a Denver justo después de que me dieran el trabajo aquí, pero supongo que no vendió la casa. Hace poco leí que la habían ascendido y que iba a volver.
—¿Es amiga tuya? —le preguntó su madre.
Santana suspiró.
—Lo era. Pero lo estropeé.
Maribel no dio muestras de sorpresa.
—¿Por qué no me lo cuentas?
Maribel acercó una silla a la ventana y se sentó a la espera de los detalles.
Santana y su madre estaban mucho más unidas que hacía un año y medio, sobre todo desde que Maribel se había mudado a Orlando. Durante el tiempo que pasó recuperándose de la operación, hablaron mucho de temas personales, algo que nunca habían hecho. Hablaron incluso de cómo Santana había acabado viviendo dos años con Elaine McKenzie. A Santana no sólo le gustaba tener a su familia cerca. Le gustaba la propia Maribel, que era una mujer muy interesante y cariñosa cuando no se desesperaba por no saber cómo manejarse en la vida.
—Muy bien. Se llama Brittany Pierce y trabaja en un hotel del centro, el Weller Regent. Es donde me alojaba cuando iba y venía desde Baltimore. Nos hicimos amigas y... salimos un par de veces. —Tenía la esperanza de que su madre no quisiera saber más.
—¿Y qué pasó?
—Pues... lo que pasó es que no me esperaba sentir por ella lo que sentí, ni que ella sintiera lo mismo por mí. Empezó como algo fortuito y después se volvió más serio.
—¿Y no es eso lo que querías que pasara? —preguntó Maribel, que aún no estaba segura de entender el problema.
—Bueno, estaba Elaine —añadió Santana en voz baja, a modo de explicación.
—Oh —dijo Maribel, entendiendo por fin. —Así que todo eso pasó mientras Elaine y tú aún estabais... juntas —añadió en tono comprensivo, sin juzgarla.
—Sí —confesó Santana. —Pero luego, cuando me hablaron del puesto de vicepresidenta, me di cuenta de que la había cagado por no ser sincera desde el principio. Si hubiéramos sido sólo amigas, no habría importado, pero no lo éramos.
—¿Y qué problema había? Rompiste con Elaine antes de mudarte aquí.
Santana se agitó en su asiento, incómoda.
—Eso es verdad, pero la cosa con Brittany empezó cuando aún vivía con Elaine. Ninguna de las dos sabía de la existencia de la otra. Antes de que me hicieran la oferta en Eldon-Markoff, no creía que hubiera posibilidades de que lo mío con Brittany funcionara, así que no valía la pena. Pero una noche me llamó a casa y contestó Elaine...
—Y entonces todo se fastidió —concluyó Maribel.
—Bueno, fue la gota que colmó el vaso. Yo ya había decidido contárselo todo, con la esperanza de que pudiéramos empezar de nuevo. Pero, cuando lo averiguó ella por su cuenta, todo se echó a perder. Antes de darme cuenta ya se había mudado a Denver.
Las dos mujeres se quedaron calladas en la salita, cada una disfrutando a su manera de la agradable e inesperada sensación de complicidad madre-hija. La última vez que habían tenido una conversación sincera como aquella había sido cuando Maribel le preguntó si había hecho algo para caerle tan mal a Elaine. Santana trató de explicarle que la grosería de su amante se debía a cómo la habían tratado sus padres, aunque al final tuvo que admitir que Elaine no tenía excusa alguna para tratar así a su familia. De todas maneras, le aseguró a su madre que Elaine nunca se interpondría entre ellas.
—Entonces, ¿que te pases el día mirándola quiere decir que aún te interesa?
Santana asintió con solemnidad.
— Ha pasado un año y no he sido capaz de quitármela de la cabeza... ni de dejar de darme cabezazos contra la pared por haberla perdido.
—No puedo creer lo poco en forma que estoy —jadeó Rachel al tomar la última curva hacia el apartamento de Brittany.
—Tú y yo, las dos. El aire aquí es muy pesado —se quejó Brittany, desacostumbrada a correr con calor y humedad. Se había habituado al clima de Denver, aunque eso comportara tener que correr en una cinta a cubierto durante gran parte del invierno.
—¿Seguro que no quieres volver al turno de noche? Sería mucho mejor para mi salud y mi figura.
—Ni de coña. Esto es por lo que he estado trabajando los últimos once años.
—Sí, te envidio. Pero supongo que, mientras esté en el negocio de los bares de ambiente deportivo, nunca tendré una vida normal.
—Pues cambia de trabajo —le recomendó Brittany, resoplando por el esfuerzo de seguir corriendo.
—Eso es fácil de decir, pero ¿qué iba a hacer entonces?
—¿Lo preguntas en serio? Podrías llevar un restaurante en cualquier parte de la ciudad. Puede que al principio no ganaras tanto como en el Flanagan's, pero podrías tener amigos, salir por la noche. ¿De qué sirve ganar tanto dinero si nunca puedes hacer las cosas que te gustan?
—El Flanagan's me gusta mucho.
—Sí, ya lo sé. Y a mí me gusta el Weller Regent. Pero no pienso dejar que siga siendo el centro de mi existencia. En la vida hay más cosas aparte de tener un buen trabajo.
—Sí, supongo que tienes razón. Cumplir los treinta me ha hecho pensar en ello más que antes.
—Siempre puedes esperar a los treinta y cinco, como hice yo, pero lo único que habrías hecho sería desperdiciar otros cinco años de tu vida.
Las mujeres llegaron al final de la pista y por fin se detuvieron, con las manos apoyadas en las rodillas.
—¿Quieres subir a tomar algo?
—No, tengo que irme. Algunas de nosotras aún trabajamos los sábados —refunfuñó Rachel.
—En serio, deberías pensar en buscarte otra cosa. ¿Te había dicho que me he apuntado a la liga femenina de voleibol? —De hecho, había sido el primer paso de Brittany para construirse una vida social.
—Sí, suena genial. —Rachel dejó la puerta del coche abierta un rato para que entrara el aire fresco del exterior. —¿Cuándo lo repetimos?
—Tengo libres todos los fines de semana. Va a ser complicado hacer coincidir nuestros horarios para hacer ejercicio juntas, a no ser que puedas venir las noches que libras.
—Ya veremos. He echado de menos verte esa cara colorada casi cada día.
—Yo también te he echado de menos, Rachel. Te daría un abrazo melodramático, pero estás toda sudada —dijo con una mueca.
—Llámame.
—Lo haré. A lo mejor me paso por el Flanagan's una noche de éstas.
—Hazlo, invita la casa.
Brittany subió las escaleras con cansancio y entró en su apartamento. Una ducha le sentaría de maravilla, pero antes quería beber algo frío. Si no se hubiera entretenido en la cocina, no habría oído que llamaban débilmente a la puerta.
—¿Te has dejado algo? —preguntó, de vuelta en el recibidor.
Casi se quedó sin respiración al encontrarse a Santana López en el rellano.
—Hola.
—Santana —fue todo lo que fue capaz de decir, todavía conmocionada. Estaba segura de que no volvería a ver el rostro sereno y bronceado de Santana López.
—Yo... eh, me mudé a Orlando mientras estabas en Denver —aclaró Santana tímidamente. —Y la semana pasada leí en el periódico que habías vuelto al Weller Regent.
—¿Te has mudado aquí?
No daba crédito a sus oídos.
—Sí, más o menos cuando tú te marchaste. En Eldon-Markoff me hicieron vicepresidenta adjunta.
Si se hubiera tratado de cualquier otra persona, Brittany la habría invitado a entrar. Pero a Santana López no.
—Esto es... no sé lo que es esto.
—Me alegro de volver a verte, Brittany. Te lo digo de verdad.
—Santana, no puedo creer que seas tú.
—En carne y hueso —repuso Santana con una sonrisa cauta. —De todos modos, he venido para asegurarme de que estabas al corriente de esto.
Se sacó un folleto azul doblado del bolsillo de los pantalones cortos. Era de un picnic que se organizaba para los vecinos de la urbanización, con motivo del Día del Trabajo, el fin de semana siguiente.
—¿Vives aquí?
Aquella conversación se volvía más surrealista cada segundo que pasaba. Brittany empezaba a pensar que se había echado a dormir la siesta y lo estaba soñando todo
—No, vivo al otro lado de la autopista, en una casa después de atravesar Terrell Drive. Pero mi madre vive aquí... justo allí, en el edificio número cuatro —explicó Santana señalando el bloque más cercano a la piscina comunitaria.
Brittany recordó que estaba empapada de sudor y que seguramente tenía la cara toda colorada. No era precisamente su mejor imagen. Pero no tenía por qué dar una buena imagen a Santana López.
—Se instaló aquí en marzo. Imaginé que esto le gustaría —prosiguió Santana. —Y le gusta. Le gusta mucho. Así que esperaba que tuvieras pensado venir al picnic y así podría presentártela, ya que ahora sois vecinas.
Brittany cogió el folleto y lo estudió. Le habían dejado uno en el buzón y había tomado nota mental de hacer acto de presencia, aunque fuera sólo unos minutos. Solía pasar el Día del Trabajo con su familia en Cocoa Beach.
—Yo... creo que tengo otros planes.
—Bueno, lo entiendo. Quizá en otra ocasión. Me gustaría mucho que mi madre pudiera conocerte.
Dicho eso, Santana sonrió y se volvió hacia las escaleras. Mientras descendía lentamente, añadió:
—De nuevo, me alegro mucho de volver a verte.
Al fin convencida de que no estaba alucinando, Brittany observó a Santana mientras regresaba al bloque donde vivía su madre. Estaba mucho mejor de la cojera. Y estaba preciosa.
Saludos! :D
CAPÍTULO 15
—Pasas más tiempo aquí que los muebles, Santana. ¿Qué pasa? ¿Se te olvidó pagar el recibo de la luz? —preguntó Maribel en tono burlón.
—Muy graciosa —replicó Santana. —¿Se te ha ocurrido pensar que a lo mejor disfruto de tu compañía?
—Si no me quejo. Me gusta verte tan a menudo.
Desde que Maribel se encargó de cuidar de Santana tras su última operación, había logrado ser cada vez más independiente, sobre todo desde su mudanza a Orlando. No era sólo que la asociación de vecinos de la urbanización se ocupara de muchas de las cosas que tantos dolores de cabeza le daban en Baltimore. También era que había dejado atrás los recuerdos del dolor y la tristeza de perder a su amado esposo. En Orlando había hecho nuevos amigos, gente que no sólo la había conocido como la mujer del doctor López.
Las preguntas de su madre la hacían sentir un poco culpable, y se prometió que algún día le hablaría de su interés por Brittany. No obstante, de momento guardaba para sí el propósito de sus frecuentes visitas. Al ver un camión de mudanzas aparcado delante al llegar, se había hecho ilusiones, pero en el garaje volvía a estar el sedán blanco en lugar del Miata verde, y eso la tenía preocupada. Era de la mujer con la que había venido Brittany el día que Santana y su madre estaban en la piscina. Santana no le había visto bien la cara, pero era evidente que Brittany y ella estaban muy unidas. ¿Acaso iban a vivir juntas? Era de lo más desconcertante.
—¡Pero mira todo lo que has hecho! —Brittany se puso loca de contenta al llegar a la casa y encontrarse los muebles colocados, la cocina y los baños listos y las dos camas hechas con sábanas limpias y almidonadas. En el armario de la entrada había una pila de cajas de cartón desmontadas para meterlas en el contenedor de papel.
—No sabía qué es lo que querías hacer con los libros y las fotografías, así que los he dejado en las cajas ahí en la galería. Ah, y siento decirte esto, pero vas a tener que plancharte toda la ropa. —Susan estaba tumbada en el sofá con un plato de papel manchado de tomate como única evidencia de la pizza que acababa de comerse.
—Mamá, no puedo creer que hayas hecho todo esto tú sola. Tienes que haberte pasado todo el día trabajando.
—No todo el día. El camión no ha llegado hasta las dos.
—¿Y qué has hecho toda la mañana?
—He fregado los baños y la cocina... he barrido el garaje. Ah, y he limpiado los cristales de las ventanas.
—¿En serio? Y yo que creía que había tenido un día duro. —Brittany había hecho doble turno para cubrir la vacante de supervisora tal como había prometido, hasta que encontraran a alguien. —Puedes pedirme lo que quieras.
—¿De verdad?
—Lo que sea. ¿Quieres un masaje profesional? ¿Una manicura y una pedicura? Pide por esa boquita.
—Muy bien, lo que quiero es que empieces a pasar más tiempo fuera de ese hotel.
Brittany miró a su madre con perplejidad.
—¿Quieres decir que trabaje menos?
—Sí, pero no sólo eso. Ahora que trabajas en el turno de día, o al menos lo harás cuando termines la sustitución que estás haciendo, me gustaría verte divertirte más, salir con amigos, puede que incluso conocer a alguien.
—Que Dios te oiga, mamá —dijo Brittany con total sinceridad.
Susan se sentó, sorprendida de lo fácil que había cedido su hija.
—¿De verdad?
—Sí, de verdad. Llevo un tiempo dándole vueltas a lo mismo, desde Denver.
Se quitó los zapatos y se sentó en su butaca favorita, con las piernas dobladas debajo de ella. Era casi medianoche y las dos estaban hechas polvo, pero desde que estuvieron hablando el día de la boda de Rory, Brittany se había dado cuenta de que quería hablar más de su vida privada con su familia. Le gustaba conectar con su madre de esa manera y, sobre todo, saber que cuando conociera a alguien especial se alegrarían por ella.
—Pienso hacer un esfuerzo para salir y conocer a gente.
—¿Tienes muchas... amigas?
—¿Te refieres a amigas lesbianas?
Susan asintió.
—Algunas, pero no muchas que conozca bien. Creo que lo más importante es hacer amigos, todo tipo de amigos. Al final acabas por conocer a gente con la que tienes cosas en común, y entonces te presentan a amigos y a amigos de sus amigos y tal. Pero hablo en serio, mamá. Ahora que tengo las noches y los fines de semana libres, no voy a vivir cada minuto de mi vida por y para el Weller Regent. En este último año he aprendido lo que pasa por no tener vida fuera del trabajo.
Su madre sonrió.
—No te imaginas lo feliz que me hace oír eso, cielo. Supongo que todos los padres quieren que sus hijos sean felices, pero yo he sido un poco más ambiciosa en eso: quería que fueras feliz con alguien, no sólo en el trabajo. Tu padre y yo estamos muy orgullosos de todo lo que has conseguido en el Weller Regent, pero verte enamorada de alguien lo superaría con creces.
Por alguna razón, la idea de enamorarse de alguien la hizo sonrojarse. Era obvio que aún no se sentía del todo cómoda hablando de esas cosas con su madre, pero en cierta manera era liberador. Dicho lo cual, esperaba que su madre nunca le preguntara sobre su vida sexual.
—Deberíamos irnos a la cama. ¿No entras a trabajar pronto?
—Mi turno empieza a las siete —respondió Brittany, que se levantó con un gesto de cansancio. —Te agradezco mucho todo lo que has hecho hoy, de verdad. Mañana quédate durmiendo, ¿vale? Pasaré a recoger a Lord T después del trabajo.
—A lo mejor te tomo la palabra en lo de dormir, pero por Lord T no te preocupes, se puede quedar con nosotros todo el tiempo que necesites.
—Pero lo hecho de menos. Y además, le gustará volver a sus cacerías. Seguro que las lagartijas hacen cola para verlo. Estarán todas gordas, después de un año entero sin hacer nada de ejercicio.
El coche blanco había desaparecido el día anterior. Ese día era el Miata verde, con pegatinas de Colorado, el que ocupaba el garaje abierto. Santana vislumbró a Brittany desde lejos, llevando cartones al contenedor de papel. Hizo dos viajes y después salió del garaje y desapareció.
—¿Qué miras tanto ahí? —quiso saber Maribel, mirando por encima del hombro de Santana.
—Nada... alguien que se está mudando.
—¿Alguien en particular?
Santana sabía que era una tontería fingir que sus frecuentes visitas se debían sólo a querer pasar tiempo con su madre. Mentirle a Brittany, al igual que mentir sobre ella, ya le había causado bastantes problemas. Si quería lograr que Brittany volviera a formar parte de su vida, tendría que dejarse de mentiras.
—Sí, es alguien que conozco —confesó. —¿Te acuerdas de que, cuando vinimos a ver esto por primera vez, te dije que conocía a alguien que antes vivía aquí?
Maribel asintió.
—Ésa es. Se mudó a Denver justo después de que me dieran el trabajo aquí, pero supongo que no vendió la casa. Hace poco leí que la habían ascendido y que iba a volver.
—¿Es amiga tuya? —le preguntó su madre.
Santana suspiró.
—Lo era. Pero lo estropeé.
Maribel no dio muestras de sorpresa.
—¿Por qué no me lo cuentas?
Maribel acercó una silla a la ventana y se sentó a la espera de los detalles.
Santana y su madre estaban mucho más unidas que hacía un año y medio, sobre todo desde que Maribel se había mudado a Orlando. Durante el tiempo que pasó recuperándose de la operación, hablaron mucho de temas personales, algo que nunca habían hecho. Hablaron incluso de cómo Santana había acabado viviendo dos años con Elaine McKenzie. A Santana no sólo le gustaba tener a su familia cerca. Le gustaba la propia Maribel, que era una mujer muy interesante y cariñosa cuando no se desesperaba por no saber cómo manejarse en la vida.
—Muy bien. Se llama Brittany Pierce y trabaja en un hotel del centro, el Weller Regent. Es donde me alojaba cuando iba y venía desde Baltimore. Nos hicimos amigas y... salimos un par de veces. —Tenía la esperanza de que su madre no quisiera saber más.
—¿Y qué pasó?
—Pues... lo que pasó es que no me esperaba sentir por ella lo que sentí, ni que ella sintiera lo mismo por mí. Empezó como algo fortuito y después se volvió más serio.
—¿Y no es eso lo que querías que pasara? —preguntó Maribel, que aún no estaba segura de entender el problema.
—Bueno, estaba Elaine —añadió Santana en voz baja, a modo de explicación.
—Oh —dijo Maribel, entendiendo por fin. —Así que todo eso pasó mientras Elaine y tú aún estabais... juntas —añadió en tono comprensivo, sin juzgarla.
—Sí —confesó Santana. —Pero luego, cuando me hablaron del puesto de vicepresidenta, me di cuenta de que la había cagado por no ser sincera desde el principio. Si hubiéramos sido sólo amigas, no habría importado, pero no lo éramos.
—¿Y qué problema había? Rompiste con Elaine antes de mudarte aquí.
Santana se agitó en su asiento, incómoda.
—Eso es verdad, pero la cosa con Brittany empezó cuando aún vivía con Elaine. Ninguna de las dos sabía de la existencia de la otra. Antes de que me hicieran la oferta en Eldon-Markoff, no creía que hubiera posibilidades de que lo mío con Brittany funcionara, así que no valía la pena. Pero una noche me llamó a casa y contestó Elaine...
—Y entonces todo se fastidió —concluyó Maribel.
—Bueno, fue la gota que colmó el vaso. Yo ya había decidido contárselo todo, con la esperanza de que pudiéramos empezar de nuevo. Pero, cuando lo averiguó ella por su cuenta, todo se echó a perder. Antes de darme cuenta ya se había mudado a Denver.
Las dos mujeres se quedaron calladas en la salita, cada una disfrutando a su manera de la agradable e inesperada sensación de complicidad madre-hija. La última vez que habían tenido una conversación sincera como aquella había sido cuando Maribel le preguntó si había hecho algo para caerle tan mal a Elaine. Santana trató de explicarle que la grosería de su amante se debía a cómo la habían tratado sus padres, aunque al final tuvo que admitir que Elaine no tenía excusa alguna para tratar así a su familia. De todas maneras, le aseguró a su madre que Elaine nunca se interpondría entre ellas.
—Entonces, ¿que te pases el día mirándola quiere decir que aún te interesa?
Santana asintió con solemnidad.
— Ha pasado un año y no he sido capaz de quitármela de la cabeza... ni de dejar de darme cabezazos contra la pared por haberla perdido.
—No puedo creer lo poco en forma que estoy —jadeó Rachel al tomar la última curva hacia el apartamento de Brittany.
—Tú y yo, las dos. El aire aquí es muy pesado —se quejó Brittany, desacostumbrada a correr con calor y humedad. Se había habituado al clima de Denver, aunque eso comportara tener que correr en una cinta a cubierto durante gran parte del invierno.
—¿Seguro que no quieres volver al turno de noche? Sería mucho mejor para mi salud y mi figura.
—Ni de coña. Esto es por lo que he estado trabajando los últimos once años.
—Sí, te envidio. Pero supongo que, mientras esté en el negocio de los bares de ambiente deportivo, nunca tendré una vida normal.
—Pues cambia de trabajo —le recomendó Brittany, resoplando por el esfuerzo de seguir corriendo.
—Eso es fácil de decir, pero ¿qué iba a hacer entonces?
—¿Lo preguntas en serio? Podrías llevar un restaurante en cualquier parte de la ciudad. Puede que al principio no ganaras tanto como en el Flanagan's, pero podrías tener amigos, salir por la noche. ¿De qué sirve ganar tanto dinero si nunca puedes hacer las cosas que te gustan?
—El Flanagan's me gusta mucho.
—Sí, ya lo sé. Y a mí me gusta el Weller Regent. Pero no pienso dejar que siga siendo el centro de mi existencia. En la vida hay más cosas aparte de tener un buen trabajo.
—Sí, supongo que tienes razón. Cumplir los treinta me ha hecho pensar en ello más que antes.
—Siempre puedes esperar a los treinta y cinco, como hice yo, pero lo único que habrías hecho sería desperdiciar otros cinco años de tu vida.
Las mujeres llegaron al final de la pista y por fin se detuvieron, con las manos apoyadas en las rodillas.
—¿Quieres subir a tomar algo?
—No, tengo que irme. Algunas de nosotras aún trabajamos los sábados —refunfuñó Rachel.
—En serio, deberías pensar en buscarte otra cosa. ¿Te había dicho que me he apuntado a la liga femenina de voleibol? —De hecho, había sido el primer paso de Brittany para construirse una vida social.
—Sí, suena genial. —Rachel dejó la puerta del coche abierta un rato para que entrara el aire fresco del exterior. —¿Cuándo lo repetimos?
—Tengo libres todos los fines de semana. Va a ser complicado hacer coincidir nuestros horarios para hacer ejercicio juntas, a no ser que puedas venir las noches que libras.
—Ya veremos. He echado de menos verte esa cara colorada casi cada día.
—Yo también te he echado de menos, Rachel. Te daría un abrazo melodramático, pero estás toda sudada —dijo con una mueca.
—Llámame.
—Lo haré. A lo mejor me paso por el Flanagan's una noche de éstas.
—Hazlo, invita la casa.
Brittany subió las escaleras con cansancio y entró en su apartamento. Una ducha le sentaría de maravilla, pero antes quería beber algo frío. Si no se hubiera entretenido en la cocina, no habría oído que llamaban débilmente a la puerta.
—¿Te has dejado algo? —preguntó, de vuelta en el recibidor.
Casi se quedó sin respiración al encontrarse a Santana López en el rellano.
—Hola.
—Santana —fue todo lo que fue capaz de decir, todavía conmocionada. Estaba segura de que no volvería a ver el rostro sereno y bronceado de Santana López.
—Yo... eh, me mudé a Orlando mientras estabas en Denver —aclaró Santana tímidamente. —Y la semana pasada leí en el periódico que habías vuelto al Weller Regent.
—¿Te has mudado aquí?
No daba crédito a sus oídos.
—Sí, más o menos cuando tú te marchaste. En Eldon-Markoff me hicieron vicepresidenta adjunta.
Si se hubiera tratado de cualquier otra persona, Brittany la habría invitado a entrar. Pero a Santana López no.
—Esto es... no sé lo que es esto.
—Me alegro de volver a verte, Brittany. Te lo digo de verdad.
—Santana, no puedo creer que seas tú.
—En carne y hueso —repuso Santana con una sonrisa cauta. —De todos modos, he venido para asegurarme de que estabas al corriente de esto.
Se sacó un folleto azul doblado del bolsillo de los pantalones cortos. Era de un picnic que se organizaba para los vecinos de la urbanización, con motivo del Día del Trabajo, el fin de semana siguiente.
—¿Vives aquí?
Aquella conversación se volvía más surrealista cada segundo que pasaba. Brittany empezaba a pensar que se había echado a dormir la siesta y lo estaba soñando todo
—No, vivo al otro lado de la autopista, en una casa después de atravesar Terrell Drive. Pero mi madre vive aquí... justo allí, en el edificio número cuatro —explicó Santana señalando el bloque más cercano a la piscina comunitaria.
Brittany recordó que estaba empapada de sudor y que seguramente tenía la cara toda colorada. No era precisamente su mejor imagen. Pero no tenía por qué dar una buena imagen a Santana López.
—Se instaló aquí en marzo. Imaginé que esto le gustaría —prosiguió Santana. —Y le gusta. Le gusta mucho. Así que esperaba que tuvieras pensado venir al picnic y así podría presentártela, ya que ahora sois vecinas.
Brittany cogió el folleto y lo estudió. Le habían dejado uno en el buzón y había tomado nota mental de hacer acto de presencia, aunque fuera sólo unos minutos. Solía pasar el Día del Trabajo con su familia en Cocoa Beach.
—Yo... creo que tengo otros planes.
—Bueno, lo entiendo. Quizá en otra ocasión. Me gustaría mucho que mi madre pudiera conocerte.
Dicho eso, Santana sonrió y se volvió hacia las escaleras. Mientras descendía lentamente, añadió:
—De nuevo, me alegro mucho de volver a verte.
Al fin convencida de que no estaba alucinando, Brittany observó a Santana mientras regresaba al bloque donde vivía su madre. Estaba mucho mejor de la cojera. Y estaba preciosa.
Maitehd***** - Mensajes : 255
Fecha de inscripción : 28/04/2013
Edad : 34
Re: FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Veintidos-
Por fin! Espero que ahora todo salga bien :)
Cuidate :D
Cuidate :D
Elita- - Mensajes : 1247
Fecha de inscripción : 17/06/2012
Re: FanFic Brittana: Sólo por esta vez -Capítulo Veintidos-
Gracias por los dos capitulos
Por fin se vieron otra vez!
Ahora aver como avansaran
Sentimentalmente!
Saludos
Por fin se vieron otra vez!
Ahora aver como avansaran
Sentimentalmente!
Saludos
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
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