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[Resuelto]FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 17 Epílogo
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micky morales
Daniela Gutierrez
Lucy LP
3:)
maraj
mystic
Elita
monica.santander
iFannyGleek
23l1
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Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 17 Epílogo
micky morales escribió:quiesiera saber que carajos paso? en verdad santana detesta a brittany por ser gay? actualizacion ya por piedad!
Hola, jajaja esa san XD pero no creo osea... no xD ajajajaja. Aquí el siguiente cap! Saludos =D
3:) escribió:hola morra,...
falta mucho para saber que cuerno le paso a san para actuar asi???
a ver cuanto dura la tregua,... o como les afecta el viaje??
nos vemos!!!
Hola lu, mmm nop¿? jajajaajajajaj. Ai se perdona todo!... vrdd¿? ajajajajaj. Saludos =D
maraj escribió:Oh por Dios necesito saber que va a pasar, actualiza prontooo
Hola, jajaajajaj aquí el siguiente cap! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 5
Capitulo 5
Llegamos a Atlanta el martes siguiente al día del Trabajo, después que nuestra difícil tregua hubiera dado pruebas de su eficacia durante los preparativos del viaje.
Hasta entonces, Santana y yo habíamos sido capaces de trabajar juntas de forma estrictamente profesional y las dos nos esforzábamos por disimular con sumo cuidado cualquier sentimiento personal que pudiéramos tener.
Santana ya me había dicho que el alojamiento en Atlanta me iba a encantar, pero no estaba preparada para el lujo y la exuberancia de nuestro hotel.
El grupo Anderson estaba ubicado en Buckhead, a las afueras de Atlanta, y el hotel Ritz-Carlton se hallaba a pocos metros de distancia de sus oficinas centrales. La compañía solía tener reservadas de forma permanente varias habitaciones para los clientes que les visitasen y Blaine había insistido en que las utilizásemos todo el tiempo que estuviésemos en la ciudad.
Era un hotel fabuloso.
Nuestras habitaciones se hallaban cerca de la planta superior, en el ala este y daban a la zona de la piscina.
Me reí para mis adentros cuando descubrí que había una puerta que comunicaba mi habitación con la de Santana. Desde luego, Quinn se moriría de risa cuando se lo contara, me dije, pensando que, en otras circunstancias, la existencia de esa puerta habría sido algo bastante gracioso.
Las primeras dos semanas las pasamos de reunión en reunión con varios individuos a fin de elaborar una estrategia para modificar los sistemas.
Como si nuestros días no fueran lo suficientemente largos, los miembros del grupo Anderson se empeñaron en colmar también nuestra agenda con actividades sociales.
Casi cada noche se celebraba un cóctel en nuestro honor, por lo que nuestra presencia no sólo era recomendable sino también ineludible y al cabo de un par o tres de fiestas, éstas ya me provocaban más estrés que las agotadoras jornadas laborales.
Santana, en cambio, estaba en su elemento, sonriendo y mostrando su amabilidad innata con todas y cada una de las personas que le iban presentando, mientras que a mí los saludos interminables, el parloteo y las preguntas me ponían enferma.
Cada vez que nos presentaban a alguien, tenía lugar la liturgia de rigor consistente en darnos la bienvenida y hacernos preguntas personales. Odiaba aquellas preguntas, pero odiaba aún más el hecho de que todo el mundo se dedicara a presentarnos a hombres solteros con quienes hablar.
En favor de Santana tengo que decir que acudió en mi auxilio siempre que le fue posible. Se inventó una frase comodín en la que aseguraba que yo estaba casada con mi trabajo y que utilizaba con cualquiera que se mostraba demasiado entrometido. Nunca llegué a darle las gracias por aquello, aunque quizá debería haberlo hecho. Probablemente habría obtenido algún tipo de placer sádico de ver cómo me retorcía ante las preguntas de todo el mundo.
En el primer cóctel, Blaine se me había acercado con aire misterioso y me había rodeado los hombros con el brazo, atrayéndome hacia sí.
—Apuesto a que odias las preguntas sobre tu vida privada tanto como yo—me susurró al oído.
Lo miré directamente a sus enormes ojos verdes y arrugué la nariz.
—Desde luego, ganarías cualquier apuesta como ésta—me reí.
Después de aquello, apenas se despegó de mi lado, se solidarizó conmigo y se echó a reír.
—Querida, dejaron de preguntarme cuándo iba a casarme hace ya muchos años—me confesó que casi todo el mundo sabía que era gay—Britt, gusta fingir que no lo saben—y se encogió de hombros.
Al cabo de casi tres semanas, un jueves por la noche, incluso Blaine había comenzado a perder su buen humor. Estábamos sentados en los salones del hotel, solos los tres, mirando desde lejos cómo unos compañeros de trabajo se reían y bromeaban entre ellos.
—En fin, chicas, las buenas noticias son que ya han conocido a casi todo el mundo de la oficina al completo—dijo Blaine arrastrando las palabras mientras removía con el dedo los cubitos de hielo de su copa.
—¿Y ésas son las buenas noticias?—pregunté.
—Eso significa que se les están acabando las excusas para continuar ofreciendo cualquiera de estas fiestas infernales, con un poco de suerte, ésta será la última—se detuvo un instante, parecía cansado—¿Van a Boston este fin de semana?
Santana asintió con la cabeza.
—Mañana por la tarde, a eso de las seis.
Hasta entonces, Santana lo había hecho cada fin de semana.
—¿Y tú, Brittany?
—Eso espero, ya veremos. Depende de cómo vaya mañana.
Por desgracia, sólo había vuelto a Boston en una ocasión, había sido una visita muy breve para recoger más ropa.
Santana chasqueó la lengua y se volvió hacia Blaine.
—¿Qué vamos a hacer con ella, Blaine? Sólo piensa en trabajar, trabajar y trabajar... nada de diversión,
—Sí—asintió—, He oído por ahí que está casada con su trabajo.
Santana lanzó una carcajada.
—¿Ah, sí? ¿Y a quién se lo has oído decir?
—¿Aparte de a ti? A casi todo el mundo.
—Vaya, hombre—intervine—Me alegro mucho de que se haya corrido la voz.
Nos quedamos en silencio hasta que Santana comenzó a tamborilear con los dedos en la mesa y se inclinó hacia delante con un brillo malévolo en los ojos.
—¡Ya está!
Nos miró primero a uno y luego al otro.
—¡Trabajar y trabajar, y nada de diversión!
Blaine y yo intercambiamos una mirada interrogante.
—¡Blaine! Sácanos de aquí, seguro que conoces algún sitio donde podemos pasárnoslo bien.
Estaba repiqueteando con los dedos en la rodilla.
Blaine esbozó una sonrisa traviesa.
—Cariño, claro que sé de algún sitio. Vámonos.
—Son las diez—señalé, lo último que me apetecía en aquellos momentos era meterme en un coche e irme a un bar.
Al menos, en el hotel estaba a escasos minutos de mi cama.
—No seas aguafiestas—me regañó Santana y se terminó de un trago su copa de vino.
—Pero nos van a echar en falta, ¿no?
Sabía que estaba haciéndome la remolona.
Miramos a nuestro alrededor y nos percatamos de que ahí no quedaba casi nadie. Apenas reconocí un par de rostros.
—Nadie que importe realmente—masculló Blaine, levantándose de la silla.
Sonrió y le guiñó un ojo a Santana antes de ofrecerme su mano.
—, Vamos, Santana quiere salir y divertirse un rato.
Mascullé algo entre dientes, mientras le daba mi mano.
Al cabo de unos minutos de haber aparcado el coche, descubrí que Blaine nos había llevado a un bar de ambiente. Miré a mi alrededor y vi unas cuantas parejas del mismo sexo andando por el aparcamiento en dirección a lo que parecía ser la puerta trasera de una discoteca.
Aguanté la respiración y me preparé para la reacción de Santana, pero ella parecía que no se daba cuenta de nada, es decir, creo que se daba cuenta, pero que había optado por no hacer ningún comentario. Tenía un aire distraído y se dedicaba a bromear y a reírse con Blaine, de cuyo brazo iba cogida, mientras caminaban unos cuantos pasos por delante de mí.
Una vez dentro, era imposible que Santana no se percatara de dónde estábamos. En la primera sala había una barra muy larga con taburetes. Había un montón de drag queens apiñadas en un extremo de la barra y sus voces eclipsaban el sonido de la música, que provenía de otra sala.
Blaine nos condujo a través de varias salas, saludando a hombres y a mujeres por igual.
—Un chico muy popular—comentó Santana, arqueando las cejas.
Asentí con la cabeza, aunque apenas la oía, a medida que nos íbamos acercando a lo que suponía que era la pista de baile. Al final cruzamos un pasillo y llegamos a una habitación vagamente iluminada, repleta de mesas y sillas que rodeaban una pista de baile. En ella había cuatro drag queens que hacían playback de un viejo éxito de Diana Ross y las Supremes.
Se me escapó una sonrisa sincera, había pasado demasiado tiempo desde la última vez que había ido a un lugar como aquél. La pista de baile estaba tres escalones por debajo de la zona de las mesas y encima de nosotros había una especie de anfiteatro con más personas sentadas, contemplando el espectáculo de las drag queens.
Blaine nos colocó en una mesa apartada, relativamente lejos de los infernales altavoces.
—¿Les gusta el sitio?—nos preguntó Blaine, moviendo las cejas en mi honor.
En mi cara se dibujaba una amplia sonrisa, mientras asentía con la cabeza.
—A mí sí, desde luego.
Santana también respondió, pero no oí lo que dijo.
Blaine nos preguntó qué queríamos tomar y se volvió hacia el camarero, que se había materializado a su lado. Evidentemente, Blaine también lo conocía.
Intenté no mirar a Santana mientras me sentaba, nerviosa por saber cuál sería su reacción.
—Oye, supongo que ésos de ahí son hombres, ¿no?—dijo, acercándose a mí para que pudiera oírla.
Seguí la dirección de sus ojos y vi cómo terminaba la canción y comenzaba otra, sin que las drag queens se perdiesen una nota. Miré a Santana y asentí.
Se volvió para continuar contemplando el espectáculo, completamente absorta.
—Son muy buenos—dijo, alzando la voz para que pudiese oírla.
Sus ojos fueron de la pista de baile a la multitud que nos rodeaba. Yo también comencé a fijarme en la gente, tratando de imaginarme cómo los veía ella. Desde luego, ya había visto a las parejas gays juntas, riendo, flirteando y... besándose. Parecía que estaba tomándoselo bien, por tanto, decidí tranquilizarme un poco y divertirme.
Llegaron las bebidas y la actuación de las drag queens se terminó. Me fijé en que los aplausos de Santana eran tan entusiastas como los míos.
Los altavoces comenzaron a emitir música country y unas cuantas parejas se acercaron hasta la pista de baile.
Muy pronto, empezaron a pasar por nuestra mesa varios amigos de Blaine. Nos los presentó a todos y Santana se puso a charlar animadamente con ellos, mientras yo echaba un vistazo a mí alrededor.
Ya llevábamos sentados algún tiempo cuando mis ojos dieron con una mujer más baja que yo y castaña que estaba sentada en los escalones, justo enfrente de nosotros. Se estaba riendo y hablando con una pareja que bailaba.
La gente entraba y salía de mi campo de visión, y cada vez que lo hacían, estiraba el cuello para ver a aquella mujer. La contemplé maravillada durante una canción entera, hasta que ésta se acabó y las parejas comenzaron a taparme la vista. La estaba buscando con autentico frenesí cuando mis ojos la encontraron de nuevo: la sensación de alivio dio paso a un pánico profundo al darme cuenta de que estaba mirando directamente hacia mí, con la mirada fija, mientras sonreía.
No podía creerlo.
Despierta, Britt, seguramente está mirando a Santana.
El corazón comenzó a latirme con fuerza al ver su sonrisa.
—Brittany, ¡eh, Brittany!
Mis ojos se volvieron para mirar a Blaine, que estaba intentando presentarme a otro de sus amigos. Nos dimos un apretón de manos y traté de disimular un poco al darme la vuelta para buscar a la mujer castaña de nuevo. Miré hacia los escalones, hacia la pista de baile y en las mesas.
Demasiado tarde.
Maldita sea, pensé.
La había perdido.
Mis ojos comenzaron a vagar por todo mí alrededor, yendo de mesa en mesa, tratando de encontrarla.
—Brittany. ¡Brittany!—noté cómo Blaine me estiraba de la manga de la camisa, tratando de atraer mi atención.
¿Dónde está?
Abandoné mi búsqueda momentáneamente y me volví hacia Blaine.
Se me pusieron los ojos como platos al verla, estaba agachada con la cara apenas a unos centímetros de la de Blaine. Las cejas de Blaine eran un baile constante en el momento de hacer las presentaciones.
—Brittany, Santana, ésta es Marley—dijo, pronunciando su nombre muy despacio.
—Hola—sonrió, tenía unos dientes.
Hizo un movimiento con la cabeza para saludar a Santana y luego extendió su mano hacia mí.
—¿Tú eres Brittany?—volvió a mirar a Santana—Y tú debes de ser Santana.
Ambas asentimos con la cabeza, aunque a Santana apenas la veía por el rabillo del ojo.
—Mucho gusto—murmuré, mientras le estrechaba la mano.
—No son de por aquí—sentenció antes de soltar mi mano, unos segundos después de lo normal.
Miré hacia otro lado y luego volví a encontrarme con sus ojos celestes.
—Son del Norte—intervino Blaine—De Boston. Van a quedarse en la ciudad un par de meses trabajando en algo de consultoría con mi empresa—se acercó más a ella, con el ademán de hablarle al oído—Será mejor que te des prisa. No van a estar aquí mucho tiempo.
Una vez más, Blaine comenzó a menear las cejas, esta vez a Marley. La risa de ella era ronca y le devolvió la mueca a Blaine.
—Tendréis que perdonar las bromitas de mi amigo. Blaine siempre está pensando en lo mismo—se inclinó para susurrarme algo al oído con aire conspirador—No te preocupes, no todos somos como él aquí abajo.
Me reí, sonrojándome en cuanto advertí su aliento, rozándome el cuello, se me estaba poniendo la carne de gallina. Cuando levantó la cabeza, vi su cabellera iluminada, tenía el pelo castaño como pensé desde un principio y largo, y unos ojos celestes y profundos que me sonreían al mirarme. Por un momento, olvidé que Santana también estaba en aquella discoteca.
—Siéntate con nosotros—insistió Blaine, mientras cogía una silla de la mesa de al lado y la colocaba con decisión entre él y yo.
Marley sólo dudó un momento antes de deslizarse en la silla. De pronto sentí claustrofobia al verme atrapada entre las dos mujeres. Era imposible levantarme de aquella mesa sin rozarme con alguna de las dos. Era muy consciente de la presencia de ambas y no sabía cuál de ellas me ponía más nerviosa.
Marley era una belleza, de eso no cabía duda. Me descubrí a mí misma admirando absorta su perfil, mientras ella hablaba con Blaine. Su pelo era castaño yo creía, casi brillante. Era un cabello grueso y lo llevaba largo, con unas ondas suaves y elegantes a la vez. Tenía la voz muy profunda y cuando sonreía, se le hacía un pequeño pliegue en la mejilla izquierda, demasiado arriba para considerarlo un hoyuelo. Calculé que debía de ser unos años más joven que yo.
—Ni siquiera pestañeas—la voz de Santana había llegado como en una nube hasta mi oreja izquierda.
Di un salto y me volví para ver unos ojos oscuros que me estaban interrogando. Estaba arqueando las cejas. No sabía qué quería decir la expresión de su cara realmente.
¿Curiosidad?
¿Sarcasmo?
Sentía cómo poco a poco me iba ruborizando.
—Ni tampoco respiras—por el tono de su voz, definitivamente estaba siendo sarcástica—Por Dios, Britt, respira antes que te desmayes—cogió mi copa de vino y me la puso en la mano—Toma, bebe algo—echó un trago y ella se acercó para asegurarse de que nadie más iba a oírla—Bueno, bueno, bueno... —murmuró—Dime, ¿es tu tipo?
—Sólo en mis sueños—dije entre dientes.
No estaba segura de sí Santana me había oído o no. Eché otro trago y por poco me atraganto cuando Santana me dio un codazo. Sonriendo Con dulzura, ladeó la cabeza en dirección a Marley, cuando le dirigí una mirada reprobadora. Me volví y vi que Marley se había dado la vuelta, centrando su atención en nosotras dos.
—¿Cómo sabías que no éramos de aquí?—Santana se acercó aún más a la mesa, inclinando su torso hacia mí para que Marley pudiera oírla con claridad.
—No tienen acento—respondió Marley.
Después comenzó a hablar con un deje sureño. A la mayoría de la gente de por aquí se le nota que es de Atlanta cuando habla.
—¿Y tú? Tú tampoco tienes acento.
—En realidad soy de Phoenix. Vine a estudiar aquí y todavía no he encontrado una buena razón para marcharme.
Las dos se pusieron a charlar y a reír durante un rato. Yo estaba ausente, apenas las escuchaba, mientras las miraba alternativamente, primero a una y luego a la otra. Me estaba fijando en el perfume de cada una, en su risa, en sus ojos... Me bebí la copa con calma, sintiéndome aliviada por disponer de un momento para recuperar la compostura.
Entonces me atraganté literalmente al oír la pregunta de Marley.
—¿Ustedes dos no son pareja?
Comencé a toser haciendo mucho ruido y negué enérgicamente con la cabeza, mirando a Santana con desesperación, que se estaba tomando la pregunta con mucha calma.
—No, sólo somos amigas—empezó a darme palmaditas en la espalda y me miró con expresión burlona—¿Estás bien?
—Sí, estoy bien—respondí, esforzándome al máximo por aparentar tranquilidad.
—¿Han dejado a alguien especial en casa antes de venir a Atlanta?
Santana carraspeó y negó con la cabeza. Yo sólo dije que no.
—Bien—fue su respuesta.
La miré despacio para asegurarme.
Sí, definitivamente aquello iba por mí.
Algunos amigos de Blaine escogieron aquel momento para irrumpir en la mesa y nos distrajeron de nuestra conversación. La música cambió del country a una canción disco muy popular y todo el mundo abandonó las mesas para lanzarse a la pista de baile.
Marley se acercó más a mí, escudriñándome con los ojos.
—¡Por fin! Odio la música country—dijo sonriendo.
Cuando asentí con la cabeza, me cogió de la mano.
—, Ven a bailar conmigo.
De pronto se apoderó de mí una sensación de pánico.
¿Bailar?
Vacilé un poco antes de contestar:
—Bueno, no sé... No creo que haya bebido lo suficiente como para empezar a hacer el ridículo—bromeé, sabiendo que aquella excusa no iba a servir.
Sonrió de todas formas y luego chasqueó los dedos como si se le acabara de ocurrir una gran idea.
—No te vayas, por suerte, esta canción es muy larga—se levantó de un salto y se encaminó hacia la barra.
—¿Adónde ha ido?—Santana interrumpió su otra conversación para hacerme la pregunta.
—A buscar una bebida,
—¿Va a volver?
—No lo sé.
Alcé la vista y vi a Marley alejarse de la barra con una copa de vino en la mano. Levantó la copa y me sonrió cuando vio que la estaba mirando.
—Creo que sí.
—Vaya, vaya... ¡Qué rápida eres!—bromeó Santana justo cuando Marley depositaba la copa en mi mano extendida.
Marley se quedó de pie junto a la mesa, mirándome.
—Muy bien, bébetela. Yo ya he hecho mi parte.
Suspiré y eché un trago largo.
—Venga, la canción está a punto de acabarse—luego miró a Santana un instante—No te importa, Santana, ¿verdad que no?
—Por supuesto que no—respondió con su amable voz de mujer de negocios.
¡Bueno, claro que no le importa!
¿Por qué habría de importarle?
La miré un momento y me encogí de hombros antes de seguir a Marley hasta la pista de baile.
Aquella situación me daba muchísima vergüenza.
Tardé unos minutos en adaptarme, moviéndome en un vaivén muy simple, mientras observaba a la mujer que tenía ante mí. Me sorprendió descubrir que sí, era unos centímetros más baja que yo.
No podía contenerme, así que tuve que preguntárselo.
—¿Por qué me has pedido a mí que baile contigo y no a Santana?
Ladeó la cabeza ligeramente.
—Por dos razones. La primera, no me lío con heterosexuales.
Me quedé perpleja.
—¿Y cómo sabes que es heterosexual?
Se encogió de hombros.
—Tengo un sexto sentido para esto. No me digas que tú no lo tienes...
—Tienes razón, normalmente lo tengo.
Nos movimos un poco por la pista antes que me echase a reír y me acercase más a ella.
—Pensé que tal vez habías venido a la mesa para conocerla.
—¿Ah, sí? ¿Y entonces por qué estoy bailando contigo?
Me encogí de hombros.
—¿Porque eres demasiado tímida para hablar con ella directamente?
—Me parece que te equivocas...—sacudió la cabeza y se rió—Te aseguro que si quiero hablar con una mujer, no suelo irme a bailar con otra para reunir el valor suficiente.
Le dirigí una mirada suspicaz, como tanteándola.
—No, me imagino que no—dije riendo—¿Cuál es la segunda razón?—pregunté.
Me respondió algo, pero no la oí.
—¿Cómo dices?—comencé a gesticular para indicarle que no la oía.
Marley levantó las manos para sujetar las mías y me atrajo hacia sí.
-—Porque me pareces una mujer muy atractiva.
Nerviosa, miré en otra dirección y descubrí por casualidad la mirada atenta y vigilante de Santana.
Ya no volví a mirar a la mesa.
Continuamos bailando. Al principio, me sentía insegura, tratando de seguir el ritmo. Caí en un suave movimiento de lado a lado. Sintiéndome rígida y extraña, me concentré en el cuerpo de Marley. La música era ligera y sensual, y los movimientos de ella la acompañaban a la perfección.
Se estaba riendo y disfrutando del momento, bailaba muy bien. El simple hecho de mirarla era algo inspirador y seductor a la vez. Esbocé una sonrisa de felicidad que fue correspondida por otra amplía y sincera, y por un movimiento especialmente cautivador.
Como por arte de magia, el resto de la gente de la sala desapareció.
Por un instante me detuve y di un paso atrás, colocando ambas manos en las caderas. Ella se reía, mientras yo observaba sus movimientos. Continué mirándola, sintiendo la música y me acerqué a ella. Entonces se inició el auténtico baile. Seguí sus movimientos, deleitándome en mi capacidad de seguirla.
Aquello era increíblemente estimulante.
Me reí cuando arqueó las cejas y sonrió abiertamente.
—¡Sabes bailar!—exclamó, sorprendida.
Su comentario no me ofendió lo más mínimo.
No nos perdimos ni una sola nota cuando cambió la canción, siguiendo otro ritmo igual de popular que el anterior, pero más rápido. La canción expresaba seducción, pasión y una pizca de obscenidad.
Nuestros movimientos reflejaron el cambio.
Ahora era Marley quien había dado un paso atrás para observarme. Sonrió, se mordió el labio inferior y se acercó a mí de nuevo para seguir mi ritmo. Primero se puso delante de mí, luego detrás, casi rozándome con su cuerpo.
Estaba jugando y provocándome.
A veces seguía mis movimientos y otras hacía todo lo contrario. Continuamos jugando, sonriendo, riendo... casi envolviéndonos la una a la otra, siempre a punto de rozarnos, pero sin acabar de tocarnos. Nuestros cuerpos reaccionaban y seguían el juego, con suavidad, con sutileza, con descaro y con avidez.
La canción terminó, fundiéndose con otra nueva, como de costumbre. El disc-jockey saltó a la pista para anunciar un nuevo espectáculo de drag queens.
Marley lo abucheó con fuerza y se volvió hacia mí, haciéndome una especie de reverencia.
—¡Podría haber bailado contigo toda la noche...!—exclamó antes de darme un rápido abrazo en señal de agradecimiento.
—Me lo he pasado muy bien. Ya nunca bailo de esta manera.
Estaba siendo completamente sincera, deseando que la música no hubiera terminado. Siguiendo un impulso muy poco habitual en mí, le planté un beso rápido en la mejilla.
Estaba agotada, pero era feliz.
—Entonces, ¿volverás otra noche?
La multitud estaba abandonando la pista, dejando sitio para el espectáculo.
—Claro que sí, me encantaría.
Blaine nos llamaba desde la mesa. Se había puesto a silbarnos, señalándonos, chillando y dando pitidos. Luego, él y Marley comenzaron a gastarse pequeñas bromas, mientras yo me iba sonrojando y la realidad se hacía presente.
No me atrevía a mirar a Santana a los ojos cuando me senté en la silla que había a su lado.
¿Qué debe de estar pensando?
—Vaya, desde luego no bailaste así en la fiesta de Navidad del año pasado—ña voz de Santana tenía un ligero aire socarrón.
Emití un gruñido en mi interior y la miré a los ojos, preparada para aguantar una nueva avalancha de sarcasmo.
Me estaba sonriendo por encima del borde de la copa de vino, arqueando una ceja.
—Hacía años que no bailaba así.
Estaba a la defensiva, me sentía vulnerable y terriblemente incómoda.
—Entonces deberías hacerlo más a menudo.
¿Era eso un cumplido?
Sacudió la cabeza con lentitud y chasqueó la lengua.
—No tenía ni idea—dijo pensativamente.
¿Qué había querido decir con aquello?
Noté el contacto de una mano cálida sobre el codo, me volví y me encontré con los ojos celestes de Marley a escasos centímetros de los míos.
—Se está haciendo muy tarde. Mañana tengo que trabajar, así que me voy.
—Mmm...—dije mirando mi reloj.
Era casi la una.
—Sí, seguramente nosotros también nos iremos.
Ahora había dejado la mano en mi antebrazo.
—¿Me dices en qué hotel te hospedas? Tenemos una cita, ¿verdad?—lanzó una sonrisa esperanzada.
—Por supuesto. En el hotel Ritz de Buckhead.
—¡Oh! Muy bonito...—exclamó en tono burlón—¿Y tú número de habitación?
Me reí un poco incómoda.
—No suelo dar mi número de habitación...
¡Cómo si tuviera tantísimas ocasiones de darlo!
—Lo entiendo. Entonces te llamaré, ¿vale?
—Perfecto, Gracias de nuevo por el baile y la copa.
—Ha sido un placer—me apretó la mano y me dedicó una sonrisa de despedida antes de decir adiós a Santana y a Blaine, y de echarse a andar hacia la puerta principal, saludando a todos mientras se marchaba.
El camino de vuelta a Buckhead fue relativamente tranquilo.
Blaine monopolizó casi toda la conversación. Traté de no sentirme demasiado violenta, mientras contestaba con evasivas sus preguntas sobre Marley. Santana permaneció en silencio, algo muy poco habitual en ella.
Santana también estuvo literalmente ausente al día siguiente. Acerque mi oreja a la puerta de su habitación, esperando que el silencio del otro lado no significarae nada, pero no apareció después del desayuno.
Hasta pasado el mediodía, no me tropecé con Blaine y éste mencionó que había cogido el vuelo de la mañana hacia Boston para pasar el fin de semana. No creo que Blaine advirtiera mi ansiedad o mi confusión.
Dios santo.
La noche anterior debió de haber sido demasiado para ella.
Esta vez sí que la has jodido, Britt, me regañé a mí misma.
¿Joder el qué?
¡Cómo si hubiera algo que joder...!
—Pero he visto a Marley—me dijo Blaine—Quería llamar a tu hotel, pero no sabía tu apellido. He hecho bien en dárselo, ¿no?
—Sí, claro.
Mis pensamientos se concentraron ahora en Marley y decidí que si había algún mensaje para mí en el hotel, no me molestaría en regresar a Boston ese fin de semana.
Hasta entonces, Santana y yo habíamos sido capaces de trabajar juntas de forma estrictamente profesional y las dos nos esforzábamos por disimular con sumo cuidado cualquier sentimiento personal que pudiéramos tener.
Santana ya me había dicho que el alojamiento en Atlanta me iba a encantar, pero no estaba preparada para el lujo y la exuberancia de nuestro hotel.
El grupo Anderson estaba ubicado en Buckhead, a las afueras de Atlanta, y el hotel Ritz-Carlton se hallaba a pocos metros de distancia de sus oficinas centrales. La compañía solía tener reservadas de forma permanente varias habitaciones para los clientes que les visitasen y Blaine había insistido en que las utilizásemos todo el tiempo que estuviésemos en la ciudad.
Era un hotel fabuloso.
Nuestras habitaciones se hallaban cerca de la planta superior, en el ala este y daban a la zona de la piscina.
Me reí para mis adentros cuando descubrí que había una puerta que comunicaba mi habitación con la de Santana. Desde luego, Quinn se moriría de risa cuando se lo contara, me dije, pensando que, en otras circunstancias, la existencia de esa puerta habría sido algo bastante gracioso.
Las primeras dos semanas las pasamos de reunión en reunión con varios individuos a fin de elaborar una estrategia para modificar los sistemas.
Como si nuestros días no fueran lo suficientemente largos, los miembros del grupo Anderson se empeñaron en colmar también nuestra agenda con actividades sociales.
Casi cada noche se celebraba un cóctel en nuestro honor, por lo que nuestra presencia no sólo era recomendable sino también ineludible y al cabo de un par o tres de fiestas, éstas ya me provocaban más estrés que las agotadoras jornadas laborales.
Santana, en cambio, estaba en su elemento, sonriendo y mostrando su amabilidad innata con todas y cada una de las personas que le iban presentando, mientras que a mí los saludos interminables, el parloteo y las preguntas me ponían enferma.
Cada vez que nos presentaban a alguien, tenía lugar la liturgia de rigor consistente en darnos la bienvenida y hacernos preguntas personales. Odiaba aquellas preguntas, pero odiaba aún más el hecho de que todo el mundo se dedicara a presentarnos a hombres solteros con quienes hablar.
En favor de Santana tengo que decir que acudió en mi auxilio siempre que le fue posible. Se inventó una frase comodín en la que aseguraba que yo estaba casada con mi trabajo y que utilizaba con cualquiera que se mostraba demasiado entrometido. Nunca llegué a darle las gracias por aquello, aunque quizá debería haberlo hecho. Probablemente habría obtenido algún tipo de placer sádico de ver cómo me retorcía ante las preguntas de todo el mundo.
En el primer cóctel, Blaine se me había acercado con aire misterioso y me había rodeado los hombros con el brazo, atrayéndome hacia sí.
—Apuesto a que odias las preguntas sobre tu vida privada tanto como yo—me susurró al oído.
Lo miré directamente a sus enormes ojos verdes y arrugué la nariz.
—Desde luego, ganarías cualquier apuesta como ésta—me reí.
Después de aquello, apenas se despegó de mi lado, se solidarizó conmigo y se echó a reír.
—Querida, dejaron de preguntarme cuándo iba a casarme hace ya muchos años—me confesó que casi todo el mundo sabía que era gay—Britt, gusta fingir que no lo saben—y se encogió de hombros.
Al cabo de casi tres semanas, un jueves por la noche, incluso Blaine había comenzado a perder su buen humor. Estábamos sentados en los salones del hotel, solos los tres, mirando desde lejos cómo unos compañeros de trabajo se reían y bromeaban entre ellos.
—En fin, chicas, las buenas noticias son que ya han conocido a casi todo el mundo de la oficina al completo—dijo Blaine arrastrando las palabras mientras removía con el dedo los cubitos de hielo de su copa.
—¿Y ésas son las buenas noticias?—pregunté.
—Eso significa que se les están acabando las excusas para continuar ofreciendo cualquiera de estas fiestas infernales, con un poco de suerte, ésta será la última—se detuvo un instante, parecía cansado—¿Van a Boston este fin de semana?
Santana asintió con la cabeza.
—Mañana por la tarde, a eso de las seis.
Hasta entonces, Santana lo había hecho cada fin de semana.
—¿Y tú, Brittany?
—Eso espero, ya veremos. Depende de cómo vaya mañana.
Por desgracia, sólo había vuelto a Boston en una ocasión, había sido una visita muy breve para recoger más ropa.
Santana chasqueó la lengua y se volvió hacia Blaine.
—¿Qué vamos a hacer con ella, Blaine? Sólo piensa en trabajar, trabajar y trabajar... nada de diversión,
—Sí—asintió—, He oído por ahí que está casada con su trabajo.
Santana lanzó una carcajada.
—¿Ah, sí? ¿Y a quién se lo has oído decir?
—¿Aparte de a ti? A casi todo el mundo.
—Vaya, hombre—intervine—Me alegro mucho de que se haya corrido la voz.
Nos quedamos en silencio hasta que Santana comenzó a tamborilear con los dedos en la mesa y se inclinó hacia delante con un brillo malévolo en los ojos.
—¡Ya está!
Nos miró primero a uno y luego al otro.
—¡Trabajar y trabajar, y nada de diversión!
Blaine y yo intercambiamos una mirada interrogante.
—¡Blaine! Sácanos de aquí, seguro que conoces algún sitio donde podemos pasárnoslo bien.
Estaba repiqueteando con los dedos en la rodilla.
Blaine esbozó una sonrisa traviesa.
—Cariño, claro que sé de algún sitio. Vámonos.
—Son las diez—señalé, lo último que me apetecía en aquellos momentos era meterme en un coche e irme a un bar.
Al menos, en el hotel estaba a escasos minutos de mi cama.
—No seas aguafiestas—me regañó Santana y se terminó de un trago su copa de vino.
—Pero nos van a echar en falta, ¿no?
Sabía que estaba haciéndome la remolona.
Miramos a nuestro alrededor y nos percatamos de que ahí no quedaba casi nadie. Apenas reconocí un par de rostros.
—Nadie que importe realmente—masculló Blaine, levantándose de la silla.
Sonrió y le guiñó un ojo a Santana antes de ofrecerme su mano.
—, Vamos, Santana quiere salir y divertirse un rato.
Mascullé algo entre dientes, mientras le daba mi mano.
Al cabo de unos minutos de haber aparcado el coche, descubrí que Blaine nos había llevado a un bar de ambiente. Miré a mi alrededor y vi unas cuantas parejas del mismo sexo andando por el aparcamiento en dirección a lo que parecía ser la puerta trasera de una discoteca.
Aguanté la respiración y me preparé para la reacción de Santana, pero ella parecía que no se daba cuenta de nada, es decir, creo que se daba cuenta, pero que había optado por no hacer ningún comentario. Tenía un aire distraído y se dedicaba a bromear y a reírse con Blaine, de cuyo brazo iba cogida, mientras caminaban unos cuantos pasos por delante de mí.
Una vez dentro, era imposible que Santana no se percatara de dónde estábamos. En la primera sala había una barra muy larga con taburetes. Había un montón de drag queens apiñadas en un extremo de la barra y sus voces eclipsaban el sonido de la música, que provenía de otra sala.
Blaine nos condujo a través de varias salas, saludando a hombres y a mujeres por igual.
—Un chico muy popular—comentó Santana, arqueando las cejas.
Asentí con la cabeza, aunque apenas la oía, a medida que nos íbamos acercando a lo que suponía que era la pista de baile. Al final cruzamos un pasillo y llegamos a una habitación vagamente iluminada, repleta de mesas y sillas que rodeaban una pista de baile. En ella había cuatro drag queens que hacían playback de un viejo éxito de Diana Ross y las Supremes.
Se me escapó una sonrisa sincera, había pasado demasiado tiempo desde la última vez que había ido a un lugar como aquél. La pista de baile estaba tres escalones por debajo de la zona de las mesas y encima de nosotros había una especie de anfiteatro con más personas sentadas, contemplando el espectáculo de las drag queens.
Blaine nos colocó en una mesa apartada, relativamente lejos de los infernales altavoces.
—¿Les gusta el sitio?—nos preguntó Blaine, moviendo las cejas en mi honor.
En mi cara se dibujaba una amplia sonrisa, mientras asentía con la cabeza.
—A mí sí, desde luego.
Santana también respondió, pero no oí lo que dijo.
Blaine nos preguntó qué queríamos tomar y se volvió hacia el camarero, que se había materializado a su lado. Evidentemente, Blaine también lo conocía.
Intenté no mirar a Santana mientras me sentaba, nerviosa por saber cuál sería su reacción.
—Oye, supongo que ésos de ahí son hombres, ¿no?—dijo, acercándose a mí para que pudiera oírla.
Seguí la dirección de sus ojos y vi cómo terminaba la canción y comenzaba otra, sin que las drag queens se perdiesen una nota. Miré a Santana y asentí.
Se volvió para continuar contemplando el espectáculo, completamente absorta.
—Son muy buenos—dijo, alzando la voz para que pudiese oírla.
Sus ojos fueron de la pista de baile a la multitud que nos rodeaba. Yo también comencé a fijarme en la gente, tratando de imaginarme cómo los veía ella. Desde luego, ya había visto a las parejas gays juntas, riendo, flirteando y... besándose. Parecía que estaba tomándoselo bien, por tanto, decidí tranquilizarme un poco y divertirme.
Llegaron las bebidas y la actuación de las drag queens se terminó. Me fijé en que los aplausos de Santana eran tan entusiastas como los míos.
Los altavoces comenzaron a emitir música country y unas cuantas parejas se acercaron hasta la pista de baile.
Muy pronto, empezaron a pasar por nuestra mesa varios amigos de Blaine. Nos los presentó a todos y Santana se puso a charlar animadamente con ellos, mientras yo echaba un vistazo a mí alrededor.
Ya llevábamos sentados algún tiempo cuando mis ojos dieron con una mujer más baja que yo y castaña que estaba sentada en los escalones, justo enfrente de nosotros. Se estaba riendo y hablando con una pareja que bailaba.
La gente entraba y salía de mi campo de visión, y cada vez que lo hacían, estiraba el cuello para ver a aquella mujer. La contemplé maravillada durante una canción entera, hasta que ésta se acabó y las parejas comenzaron a taparme la vista. La estaba buscando con autentico frenesí cuando mis ojos la encontraron de nuevo: la sensación de alivio dio paso a un pánico profundo al darme cuenta de que estaba mirando directamente hacia mí, con la mirada fija, mientras sonreía.
No podía creerlo.
Despierta, Britt, seguramente está mirando a Santana.
El corazón comenzó a latirme con fuerza al ver su sonrisa.
—Brittany, ¡eh, Brittany!
Mis ojos se volvieron para mirar a Blaine, que estaba intentando presentarme a otro de sus amigos. Nos dimos un apretón de manos y traté de disimular un poco al darme la vuelta para buscar a la mujer castaña de nuevo. Miré hacia los escalones, hacia la pista de baile y en las mesas.
Demasiado tarde.
Maldita sea, pensé.
La había perdido.
Mis ojos comenzaron a vagar por todo mí alrededor, yendo de mesa en mesa, tratando de encontrarla.
—Brittany. ¡Brittany!—noté cómo Blaine me estiraba de la manga de la camisa, tratando de atraer mi atención.
¿Dónde está?
Abandoné mi búsqueda momentáneamente y me volví hacia Blaine.
Se me pusieron los ojos como platos al verla, estaba agachada con la cara apenas a unos centímetros de la de Blaine. Las cejas de Blaine eran un baile constante en el momento de hacer las presentaciones.
—Brittany, Santana, ésta es Marley—dijo, pronunciando su nombre muy despacio.
—Hola—sonrió, tenía unos dientes.
Hizo un movimiento con la cabeza para saludar a Santana y luego extendió su mano hacia mí.
—¿Tú eres Brittany?—volvió a mirar a Santana—Y tú debes de ser Santana.
Ambas asentimos con la cabeza, aunque a Santana apenas la veía por el rabillo del ojo.
—Mucho gusto—murmuré, mientras le estrechaba la mano.
—No son de por aquí—sentenció antes de soltar mi mano, unos segundos después de lo normal.
Miré hacia otro lado y luego volví a encontrarme con sus ojos celestes.
—Son del Norte—intervino Blaine—De Boston. Van a quedarse en la ciudad un par de meses trabajando en algo de consultoría con mi empresa—se acercó más a ella, con el ademán de hablarle al oído—Será mejor que te des prisa. No van a estar aquí mucho tiempo.
Una vez más, Blaine comenzó a menear las cejas, esta vez a Marley. La risa de ella era ronca y le devolvió la mueca a Blaine.
—Tendréis que perdonar las bromitas de mi amigo. Blaine siempre está pensando en lo mismo—se inclinó para susurrarme algo al oído con aire conspirador—No te preocupes, no todos somos como él aquí abajo.
Me reí, sonrojándome en cuanto advertí su aliento, rozándome el cuello, se me estaba poniendo la carne de gallina. Cuando levantó la cabeza, vi su cabellera iluminada, tenía el pelo castaño como pensé desde un principio y largo, y unos ojos celestes y profundos que me sonreían al mirarme. Por un momento, olvidé que Santana también estaba en aquella discoteca.
—Siéntate con nosotros—insistió Blaine, mientras cogía una silla de la mesa de al lado y la colocaba con decisión entre él y yo.
Marley sólo dudó un momento antes de deslizarse en la silla. De pronto sentí claustrofobia al verme atrapada entre las dos mujeres. Era imposible levantarme de aquella mesa sin rozarme con alguna de las dos. Era muy consciente de la presencia de ambas y no sabía cuál de ellas me ponía más nerviosa.
Marley era una belleza, de eso no cabía duda. Me descubrí a mí misma admirando absorta su perfil, mientras ella hablaba con Blaine. Su pelo era castaño yo creía, casi brillante. Era un cabello grueso y lo llevaba largo, con unas ondas suaves y elegantes a la vez. Tenía la voz muy profunda y cuando sonreía, se le hacía un pequeño pliegue en la mejilla izquierda, demasiado arriba para considerarlo un hoyuelo. Calculé que debía de ser unos años más joven que yo.
—Ni siquiera pestañeas—la voz de Santana había llegado como en una nube hasta mi oreja izquierda.
Di un salto y me volví para ver unos ojos oscuros que me estaban interrogando. Estaba arqueando las cejas. No sabía qué quería decir la expresión de su cara realmente.
¿Curiosidad?
¿Sarcasmo?
Sentía cómo poco a poco me iba ruborizando.
—Ni tampoco respiras—por el tono de su voz, definitivamente estaba siendo sarcástica—Por Dios, Britt, respira antes que te desmayes—cogió mi copa de vino y me la puso en la mano—Toma, bebe algo—echó un trago y ella se acercó para asegurarse de que nadie más iba a oírla—Bueno, bueno, bueno... —murmuró—Dime, ¿es tu tipo?
—Sólo en mis sueños—dije entre dientes.
No estaba segura de sí Santana me había oído o no. Eché otro trago y por poco me atraganto cuando Santana me dio un codazo. Sonriendo Con dulzura, ladeó la cabeza en dirección a Marley, cuando le dirigí una mirada reprobadora. Me volví y vi que Marley se había dado la vuelta, centrando su atención en nosotras dos.
—¿Cómo sabías que no éramos de aquí?—Santana se acercó aún más a la mesa, inclinando su torso hacia mí para que Marley pudiera oírla con claridad.
—No tienen acento—respondió Marley.
Después comenzó a hablar con un deje sureño. A la mayoría de la gente de por aquí se le nota que es de Atlanta cuando habla.
—¿Y tú? Tú tampoco tienes acento.
—En realidad soy de Phoenix. Vine a estudiar aquí y todavía no he encontrado una buena razón para marcharme.
Las dos se pusieron a charlar y a reír durante un rato. Yo estaba ausente, apenas las escuchaba, mientras las miraba alternativamente, primero a una y luego a la otra. Me estaba fijando en el perfume de cada una, en su risa, en sus ojos... Me bebí la copa con calma, sintiéndome aliviada por disponer de un momento para recuperar la compostura.
Entonces me atraganté literalmente al oír la pregunta de Marley.
—¿Ustedes dos no son pareja?
Comencé a toser haciendo mucho ruido y negué enérgicamente con la cabeza, mirando a Santana con desesperación, que se estaba tomando la pregunta con mucha calma.
—No, sólo somos amigas—empezó a darme palmaditas en la espalda y me miró con expresión burlona—¿Estás bien?
—Sí, estoy bien—respondí, esforzándome al máximo por aparentar tranquilidad.
—¿Han dejado a alguien especial en casa antes de venir a Atlanta?
Santana carraspeó y negó con la cabeza. Yo sólo dije que no.
—Bien—fue su respuesta.
La miré despacio para asegurarme.
Sí, definitivamente aquello iba por mí.
Algunos amigos de Blaine escogieron aquel momento para irrumpir en la mesa y nos distrajeron de nuestra conversación. La música cambió del country a una canción disco muy popular y todo el mundo abandonó las mesas para lanzarse a la pista de baile.
Marley se acercó más a mí, escudriñándome con los ojos.
—¡Por fin! Odio la música country—dijo sonriendo.
Cuando asentí con la cabeza, me cogió de la mano.
—, Ven a bailar conmigo.
De pronto se apoderó de mí una sensación de pánico.
¿Bailar?
Vacilé un poco antes de contestar:
—Bueno, no sé... No creo que haya bebido lo suficiente como para empezar a hacer el ridículo—bromeé, sabiendo que aquella excusa no iba a servir.
Sonrió de todas formas y luego chasqueó los dedos como si se le acabara de ocurrir una gran idea.
—No te vayas, por suerte, esta canción es muy larga—se levantó de un salto y se encaminó hacia la barra.
—¿Adónde ha ido?—Santana interrumpió su otra conversación para hacerme la pregunta.
—A buscar una bebida,
—¿Va a volver?
—No lo sé.
Alcé la vista y vi a Marley alejarse de la barra con una copa de vino en la mano. Levantó la copa y me sonrió cuando vio que la estaba mirando.
—Creo que sí.
—Vaya, vaya... ¡Qué rápida eres!—bromeó Santana justo cuando Marley depositaba la copa en mi mano extendida.
Marley se quedó de pie junto a la mesa, mirándome.
—Muy bien, bébetela. Yo ya he hecho mi parte.
Suspiré y eché un trago largo.
—Venga, la canción está a punto de acabarse—luego miró a Santana un instante—No te importa, Santana, ¿verdad que no?
—Por supuesto que no—respondió con su amable voz de mujer de negocios.
¡Bueno, claro que no le importa!
¿Por qué habría de importarle?
La miré un momento y me encogí de hombros antes de seguir a Marley hasta la pista de baile.
Aquella situación me daba muchísima vergüenza.
Tardé unos minutos en adaptarme, moviéndome en un vaivén muy simple, mientras observaba a la mujer que tenía ante mí. Me sorprendió descubrir que sí, era unos centímetros más baja que yo.
No podía contenerme, así que tuve que preguntárselo.
—¿Por qué me has pedido a mí que baile contigo y no a Santana?
Ladeó la cabeza ligeramente.
—Por dos razones. La primera, no me lío con heterosexuales.
Me quedé perpleja.
—¿Y cómo sabes que es heterosexual?
Se encogió de hombros.
—Tengo un sexto sentido para esto. No me digas que tú no lo tienes...
—Tienes razón, normalmente lo tengo.
Nos movimos un poco por la pista antes que me echase a reír y me acercase más a ella.
—Pensé que tal vez habías venido a la mesa para conocerla.
—¿Ah, sí? ¿Y entonces por qué estoy bailando contigo?
Me encogí de hombros.
—¿Porque eres demasiado tímida para hablar con ella directamente?
—Me parece que te equivocas...—sacudió la cabeza y se rió—Te aseguro que si quiero hablar con una mujer, no suelo irme a bailar con otra para reunir el valor suficiente.
Le dirigí una mirada suspicaz, como tanteándola.
—No, me imagino que no—dije riendo—¿Cuál es la segunda razón?—pregunté.
Me respondió algo, pero no la oí.
—¿Cómo dices?—comencé a gesticular para indicarle que no la oía.
Marley levantó las manos para sujetar las mías y me atrajo hacia sí.
-—Porque me pareces una mujer muy atractiva.
Nerviosa, miré en otra dirección y descubrí por casualidad la mirada atenta y vigilante de Santana.
Ya no volví a mirar a la mesa.
Continuamos bailando. Al principio, me sentía insegura, tratando de seguir el ritmo. Caí en un suave movimiento de lado a lado. Sintiéndome rígida y extraña, me concentré en el cuerpo de Marley. La música era ligera y sensual, y los movimientos de ella la acompañaban a la perfección.
Se estaba riendo y disfrutando del momento, bailaba muy bien. El simple hecho de mirarla era algo inspirador y seductor a la vez. Esbocé una sonrisa de felicidad que fue correspondida por otra amplía y sincera, y por un movimiento especialmente cautivador.
Como por arte de magia, el resto de la gente de la sala desapareció.
Por un instante me detuve y di un paso atrás, colocando ambas manos en las caderas. Ella se reía, mientras yo observaba sus movimientos. Continué mirándola, sintiendo la música y me acerqué a ella. Entonces se inició el auténtico baile. Seguí sus movimientos, deleitándome en mi capacidad de seguirla.
Aquello era increíblemente estimulante.
Me reí cuando arqueó las cejas y sonrió abiertamente.
—¡Sabes bailar!—exclamó, sorprendida.
Su comentario no me ofendió lo más mínimo.
No nos perdimos ni una sola nota cuando cambió la canción, siguiendo otro ritmo igual de popular que el anterior, pero más rápido. La canción expresaba seducción, pasión y una pizca de obscenidad.
Nuestros movimientos reflejaron el cambio.
Ahora era Marley quien había dado un paso atrás para observarme. Sonrió, se mordió el labio inferior y se acercó a mí de nuevo para seguir mi ritmo. Primero se puso delante de mí, luego detrás, casi rozándome con su cuerpo.
Estaba jugando y provocándome.
A veces seguía mis movimientos y otras hacía todo lo contrario. Continuamos jugando, sonriendo, riendo... casi envolviéndonos la una a la otra, siempre a punto de rozarnos, pero sin acabar de tocarnos. Nuestros cuerpos reaccionaban y seguían el juego, con suavidad, con sutileza, con descaro y con avidez.
La canción terminó, fundiéndose con otra nueva, como de costumbre. El disc-jockey saltó a la pista para anunciar un nuevo espectáculo de drag queens.
Marley lo abucheó con fuerza y se volvió hacia mí, haciéndome una especie de reverencia.
—¡Podría haber bailado contigo toda la noche...!—exclamó antes de darme un rápido abrazo en señal de agradecimiento.
—Me lo he pasado muy bien. Ya nunca bailo de esta manera.
Estaba siendo completamente sincera, deseando que la música no hubiera terminado. Siguiendo un impulso muy poco habitual en mí, le planté un beso rápido en la mejilla.
Estaba agotada, pero era feliz.
—Entonces, ¿volverás otra noche?
La multitud estaba abandonando la pista, dejando sitio para el espectáculo.
—Claro que sí, me encantaría.
Blaine nos llamaba desde la mesa. Se había puesto a silbarnos, señalándonos, chillando y dando pitidos. Luego, él y Marley comenzaron a gastarse pequeñas bromas, mientras yo me iba sonrojando y la realidad se hacía presente.
No me atrevía a mirar a Santana a los ojos cuando me senté en la silla que había a su lado.
¿Qué debe de estar pensando?
—Vaya, desde luego no bailaste así en la fiesta de Navidad del año pasado—ña voz de Santana tenía un ligero aire socarrón.
Emití un gruñido en mi interior y la miré a los ojos, preparada para aguantar una nueva avalancha de sarcasmo.
Me estaba sonriendo por encima del borde de la copa de vino, arqueando una ceja.
—Hacía años que no bailaba así.
Estaba a la defensiva, me sentía vulnerable y terriblemente incómoda.
—Entonces deberías hacerlo más a menudo.
¿Era eso un cumplido?
Sacudió la cabeza con lentitud y chasqueó la lengua.
—No tenía ni idea—dijo pensativamente.
¿Qué había querido decir con aquello?
Noté el contacto de una mano cálida sobre el codo, me volví y me encontré con los ojos celestes de Marley a escasos centímetros de los míos.
—Se está haciendo muy tarde. Mañana tengo que trabajar, así que me voy.
—Mmm...—dije mirando mi reloj.
Era casi la una.
—Sí, seguramente nosotros también nos iremos.
Ahora había dejado la mano en mi antebrazo.
—¿Me dices en qué hotel te hospedas? Tenemos una cita, ¿verdad?—lanzó una sonrisa esperanzada.
—Por supuesto. En el hotel Ritz de Buckhead.
—¡Oh! Muy bonito...—exclamó en tono burlón—¿Y tú número de habitación?
Me reí un poco incómoda.
—No suelo dar mi número de habitación...
¡Cómo si tuviera tantísimas ocasiones de darlo!
—Lo entiendo. Entonces te llamaré, ¿vale?
—Perfecto, Gracias de nuevo por el baile y la copa.
—Ha sido un placer—me apretó la mano y me dedicó una sonrisa de despedida antes de decir adiós a Santana y a Blaine, y de echarse a andar hacia la puerta principal, saludando a todos mientras se marchaba.
El camino de vuelta a Buckhead fue relativamente tranquilo.
Blaine monopolizó casi toda la conversación. Traté de no sentirme demasiado violenta, mientras contestaba con evasivas sus preguntas sobre Marley. Santana permaneció en silencio, algo muy poco habitual en ella.
Santana también estuvo literalmente ausente al día siguiente. Acerque mi oreja a la puerta de su habitación, esperando que el silencio del otro lado no significarae nada, pero no apareció después del desayuno.
Hasta pasado el mediodía, no me tropecé con Blaine y éste mencionó que había cogido el vuelo de la mañana hacia Boston para pasar el fin de semana. No creo que Blaine advirtiera mi ansiedad o mi confusión.
Dios santo.
La noche anterior debió de haber sido demasiado para ella.
Esta vez sí que la has jodido, Britt, me regañé a mí misma.
¿Joder el qué?
¡Cómo si hubiera algo que joder...!
—Pero he visto a Marley—me dijo Blaine—Quería llamar a tu hotel, pero no sabía tu apellido. He hecho bien en dárselo, ¿no?
—Sí, claro.
Mis pensamientos se concentraron ahora en Marley y decidí que si había algún mensaje para mí en el hotel, no me molestaría en regresar a Boston ese fin de semana.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 17 Epílogo
holap morra,...
me encanta britt como se pone,...
britt tiene que hace su vida,... y san por ahora se jode jajaj!
a ver si llega el mje de marley,..???
nos vemos!!!
me encanta britt como se pone,...
britt tiene que hace su vida,... y san por ahora se jode jajaj!
a ver si llega el mje de marley,..???
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 17 Epílogo
maraton maraton maraton
jaja me encantan tus historias :D
jaja me encantan tus historias :D
itzel7** - Mensajes : 70
Fecha de inscripción : 10/03/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 17 Epílogo
porque tenia que aparecer marley, brittany es muy debil en sus sentimientos, no y que se moria por santana? parece muy feliz con la tal marley, bien que se case con ella pronto!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 17 Epílogo
Que se joda San!!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 17 Epílogo
3:) escribió:holap morra,...
me encanta britt como se pone,...
britt tiene que hace su vida,... y san por ahora se jode jajaj!
a ver si llega el mje de marley,..???
nos vemos!!!
Hola lu, jajajaaj o no¿? Jajjaajaja claro, toda la razón... hasta que entre en razón no¿? ajajajaj. Mmmmm veremos! ajjajaja. Saludos =D
itzel7 escribió:maraton maraton maraton
jaja me encantan tus historias :D
Hola, jajajaajaj bueno aquí tengo unos caps adepantados jajajaajaj. Eso es bueno! Espero y siga así. Saludos =D
micky morales escribió:porque tenia que aparecer marley, brittany es muy debil en sus sentimientos, no y que se moria por santana? parece muy feliz con la tal marley, bien que se case con ella pronto!!!!!!
Hola, jajajjaajaj para salvar la situación¿? Jjajajaajaj mmm, pero no la puede esperar toda la vida... bueno si puede jajajajaaj. Jajajajajajajajajajja xD jajajaajjaajaj. Saludos =D
monica.santander escribió:Que se joda San!!!!
Saludos
Hola, jajajaaj por lenteja¿? jaajajajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 6
Capitulo 6
No me llevé ninguna decepción.
Marley había dejado un mensaje justo después de las tres y le devolví la llamada casi inmediatamente. Quedamos en que pasaría a recogerme para ir a cenar a las siete y media, y comencé a tararear una canción en cuanto colgué el auricular.
Visto que todavía faltaban dos horas para la cita, comencé a pasearme, hecha un manojo de nervios, arriba y abajo por la habitación, preguntándome qué haría mientras esperaba.
Decidí llamar a Quinn.
A pesar de que se quedó un tanto decepcionada al saber que no iba a ir a Boston aquel fin de semana, se alegró mucho cuando le conté lo de Marley.
—Estás hecha una golfa—bromeó.
—Es una maravilla, Quinn.
—¿Es mi tipo?
—Es tu tipo y es mi tipo.
Continuamos charlando un rato y, antes de colgar, le prometí que le contaría todos los detalles.
Esperé hasta las siete y media en punto para salir de la habitación y dirigirme hacia los ascensores. Marley estaba sentada en una silla en un rincón del vestíbulo y comenzó a sonreír cuando vio que me acercaba.
Respiré hondo, preguntándome cómo lo hacía para estar aún más guapa de lo que la recordaba. Llevaba puestos unos pantalones negros y una camisa de algodón blanca de manga corta. Su pelo largo y grueso parecía salvaje, como si sólo se hubiera peinado con los dedos. Una fina, cadena de oro brillaba en su escote.
—Hola—sonrió mientras levantaba su cuerpo de la silla.
—Hola—tragué saliva, rezando para que mi nerviosismo pasara inadvertido ante sus ojos.
Me condujo hasta el exterior del hotel y hacia la brisa vespertina, hablando tranquilamente mientras caminábamos. Acabamos en un pequeño restaurante italiano en el centro de Atlanta, donde el aroma de las especias y el ajo era casi tan embriagador como la botella de vino tinto que compartimos.
No tenía por qué estar nerviosa.
Marley era encantadora y muy divertida, y estaba haciendo todo lo posible para que no me sintiera incómoda ni violenta. Se pasó la primera hora contándome historias divertidísimas sobre sus primeros años de facultad en el Estado de Georgia.
Me di cuenta, cuando la estaba escuchando, de que había habido una época en mi vida en que la habría considerado demasiado animada y demasiado sociable para mi gusto. Sin embargo, ahora me parecía una criatura increíblemente atractiva.
—¿Qué has hecho desde entonces?—le pregunté—Desde la facultad, me refiero.
Arrugó la nariz y se le formaron unos hoyuelos en la mejilla.
—Todavía no he decidido lo que quiero hacer. Tengo un título de Educación Física—sonrió y bajó el tono de voz—No hagas ningún chiste sobre entrenadoras, ¿vale?
Me eché a reír.
—Durante un tiempo pensé en la enseñanza, pero me molesta pensar en tener que volver a meterme dentro del armario, ¿sabes lo que quiero decir?
—Sí, claro que lo sé.
—De momento me estoy divirtiendo y esperando el momento oportuno mientras pueda permitírmelo, pero tendré que decidirme tarde o temprano—dio un sorbo a su copa y prosiguió—Ahora mismo estoy trabajando media jornada para ir tirando. Sirvo en la barra de la discoteca donde nos conocimos la otra noche y también doy clases de golf en un club local.
—¿Das clases de golf?—pregunté con entusiasmo.
Me encantaba el golf.
—Seis días a la semana—asintió—¿Tú juegas?
—No muy bien y sólo de vez en cuando, pero me encanta el golf.
—¡Bien! Entonces, a lo mejor querrás jugar conmigo mientras estés aquí.
—Me encantaría.
Miré las manos que rodeaban con soltura la copa de vino. Mis ojos se desplazaron por su antebrazo y se detuvieron en los músculos suavemente perfilados. Me pregunté cómo no me había dado cuenta de ello antes.
—Cuéntame cómo conociste a Blaine—le dije.
—Solía ir al gimnasio de mi facultad cuando yo era ayudante de departamento.
—Entonces, ya hace mucho tiempo que lo conoces.
Se encogió de hombros.
—Sólo un año y medio. . .
Hice unos rápidos cálculos mentales y me quedé algo confundida.
¿Hacía sólo un año y medio que había dejado la Facultad?
De pronto caí en la cuenta.
Entrecerré los ojos y me incliné hacia delante.
—¿Cuántos años tienes? Si no te importa que te lo pregunte...
Sonrió algo tímidamente.
—Veintitrés. El mes que viene.
—¡Ajá!—solté—¡Eres una cría!
—Venga ya, veintidós años no es ser tan joven. ¿Cuántos años tienes tú?
Hice una mueca y sacudí la cabeza, envidiando a Marley aún más. Con razón parecía tan despreocupada...
—Cumpliré treinta antes que acabe el año.
—¡Ooh! ¡Una mujer mayor!—se echó a reír y movió las cejas con gesto divertido.
Me quedé horrorizada.
—No soy una mujer mayor...
—Bueno, yo tampoco soy ninguna cría.
Me eché hacia atrás un momento y sonreí, completamente hechizada por aquella mujer.
—Touché—repliqué y me vi recompensada por su risa ronca.
Nos quedamos hablando mientras tomábamos el café y el tiempo se nos pasó volando.
Eran las diez y media pasadas cuando Marley hizo un gesto de sorpresa.
—No puedo creer que sea tan tarde.
—Nos hemos pasado horas y horas hablando.
Sonrió, apoyando la barbilla en los nudillos de su mano izquierda y sus ojos celestes me miraron directamente.
—Contigo se puede hablar.
—Y contigo también—sentí el nerviosismo de los primeros minutos apoderarse de mí otra vez.
Dio un profundo suspiro, parecía cansada.
—Odio tener que decir esto, pero mañana tengo una clase de golf a las seis y necesito dormir un poco.
—Entonces deberíamos irnos.
Asintió con la cabeza y pagó la cuenta antes de acompañarme hasta la puerta.
Permanecimos casi todo el tiempo en silencio en el camino de vuelta a Buckhead. Cuando llegamos a mí hotel, paró el coche al final del camino circular y detuvo el motor, volviéndose hacia mí mientras apagaba las luces.
El estómago comenzaba a darme vueltas.
Sin mirarme a los ojos, extendió el brazo para coger mi mano izquierda y ponerla entre las suyas. Empezó a trazar las líneas de la palma de mi mano durante unos momentos antes de alzar la mirada. Me fijé en sus ojos, más oscuros que apenas minutos antes.
-—No quiero darte las buenas noches.
Tranquilízate, Pierce.
—Me lo he pasado muy bien, gracias.
Me miró en silencio y luego arrugó la nariz.
—¿No me vas a invitar a que suba a tu habitación?—preguntó esperanzada, casi tímidamente.
—Tienes una clase de golf a las seis—le recordé, sorprendida por el tono tranquilo de mi voz.
Parecía que estaba un poco decepcionada, pero se recuperó enseguida.
—Oye, podríamos jugar golf mañana por la tarde, ¿qué te parece? ¿Y tal vez ir a bailar mañana por la noche? ¿Qué dices?
—Sí—respondí sin dudarlo.
Parecía aliviada.
—Vale, ¿qué tal si quedamos a las dos? Trabajo hasta el mediodía.
—Me parece perfecto.
—Bien.
Con cierta torpeza, dudó un momento antes de acercarse y apretar sus labios contra mi mejilla. Luego se echó un poco hacia atrás, lo justo para mirarme a través de sus pestañas. La miré mientras cerraba los ojos y se acercaba de nuevo, esta vez apretando sus labios contra los míos. Fue un beso lento y suave, con sabor a especias y a vino.
Se apartó de mala gana, con los ojos todavía entornados.
—Nos vemos mañana—se despidió, suspirando de nuevo.
—De acuerdo.
Salí del coche, cerré la puerta con fuerza y me incliné para asomarme por la ventanilla bajada.
—Gracias otra vez. Buenas noches.
—Buenas noches—sonrió mientras ponía en marcha el motor y metía la primera, saludando un momento con la mano antes de desaparecer en la carretera.
Marley llegó puntual como un reloj a nuestra cita del día siguiente y estaba preciosa con la ropa de jugar golf. Tardamos más de media hora en llegar al club donde daba clases y, al llegar, me equipó con los palos y los zapatos adecuados.
—¿Cuánto tiempo crees que van a estar trabajando aquí en Atlanta?—me preguntó.
—Al principio calculé que unos tres meses, pero ahora creo que van a ser cuatro.
Nos atamos los cordones de los zapatos y nos dirigimos hacia el punto de salida. Marley se ofreció para ir a por un coche, pero le dije que prefería ir andando. Me divertía el sonido de los clavos de los zapatos al chocar contra el pavimento y sonreía mientras oía aquel curioso ruido al cruzar el puente que iba de la recepción al campo.
Eran más de las tres y ahí no había casi nadie. Los primeros minutos sentí cierta vergüenza, ya que hacía años que no cogía un palo de golf, pero Marley se mostró muy paciente conmigo, animándome y dándome consejos continuamente.
Tenía mucho estilo y enseguida sentí profunda admiración por su talento.
— ¡Caramba! ¿Dónde has aprendido a golpear la pelota de esta manera?—exclamé después de un golpe particularmente espectacular.
Esperó hasta que la pelota aterrizó en el fairway, a más de ciento ochenta metros de distancia, antes de contestarme.
—Cuando era pequeña, mi papá solía llevarme al campo de golf a practicar casi todos los días.
Guardó el palo de madera y se echó la bolsa al hombro mientras nos dirigíamos adonde estaban las pelotas.
—Solía decir que no había nada mejor que el sonido de un golpe magistral.
Chasqueé la lengua.
—¿Están muy unidos, tú y tu papá?
Llegamos hasta mi pelota y dejé la bolsa en el suelo.
—¿Qué palo tengo que usar ahora?
Miró hacia el hoyo y sacudió la cabeza.
—Vas a necesitar el de hierro número tres.
Seguramente no iba a alcanzar el green ni con el tres.
Dio un paso atrás y esperó en silencio a que yo le diera a la pelota. Fue toda una sorpresa para mí cuando ésta cayó a menos de un metro del agujero.
Me volví hacia Marley y sonreí.
—No ha sido un golpe magistral exactamente—dije—, Pero no ha estado mal del todo.
Se rió y echó a andar de nuevo.
—Bueno, dime: ¿tú y tu papá están muy unidos?—le pregunté de nuevo, para reanudar la conversación.
Dejó pasar unos segundos antes de contestar.
—Ya no—su voz era rotunda y triste a la vez—Es político, de ámbito local, concejal del ayuntamiento y ese rollo—explicó—, No le entusiasmaba que su hija fuera, bollera y todo eso. Me envió aquí a estudiar y no he vuelto desde entonces. Tenemos una especie de acuerdo, él me envía un cheque bien abultado cada mes y yo no aparezco por ahí—se encogió de hombros—Supongo que no volveré a ver a mi familia de nuevo hasta que se retire.
Se me encogió un poco el corazón.
—Lo siento—le dije.
—No, no lo sientas—respondió mientras sostenía el palo de hierro junto a la pelota, que estaba en el rough.
La pelota se elevó en el aire, salió disparada en dirección al objetivo y aterrizó a escasos centímetros del hoyo. Marley hizo una mueca y me miró.
—¡Casi!—exclamó.
Después se acercó a la pelota y la metió en el agujero. La observé mientras se agachaba para recoger la pelota y se detuvo cuando vio que la estaba mirando. Se incorporó y me miró fijamente.
—Ya no me importa, de verdad. Además, si no fuera por él, no podría llevar este tipo de vida—levantó los brazos y señaló el campo de golf que nos rodeaba.
Cambié de tema mientras me concentraba en mi siguiente golpe. La pelota se deslizó por el suelo y dio un bote, pasó de largo por el hoyo y se desvió de su trayectoria inicial hacia la derecha.
Me sentía frustrada.
Después de dos golpes, logré meterla en el hoyo.
Al terminar los dieciocho hoyos, estaba un poco decepcionada por mi score. Era casi el doble de los golpes que había lanzado Marley.
—Tal vez deberías pensar en que te dieran unas cuantas clases particulares—dijo sonriendo mientras yo me desataba los cordones de los zapatos en el club vacío.
Me reí.
—Sí, tal vez debería hacerlo.
—Yo doy clases muy particulares, ¿sabes?—dijo en tono risueño, como en un susurro.
Dejé lo que estaba haciendo y la miré, su repentina insinuación me había cogido por sorpresa. Abrí un poco la boca al mirarla, ella sonrió de nuevo y se inclinó para cubrir mi boca con la suya en un beso breve e intenso. Miré a mi alrededor con precipitación para asegúrame de que nadie había oído aquel sonoro beso, lo que provocó su risa ahogada de nuevo.
—No te preocupes, aquí, todo el mundo me conoce muy bien.
Continué desatándome los cordones y pensé con detenimiento en lo que me acababa de decir. Haciendo uso de mi mejor acento sureño, le pregunté:
—Sueles traer a un montón de chicas aquí, ¿verdad?
—¡Por Dios!, eres la primera. Lo juro—y comenzó a mover las pestañas, imitando a las bellezas sureñas de las películas.
Le lancé una mirada suspicaz y recuperé mi tono de voz
—Sí, claro, y yo me lo creo.
Después de una breve cena en un restaurante local, cogimos el coche para ir a la discoteca gay. Intenté convencer a Marley de que debía regresar al hotel para cambiarme de ropa, pero insistió en que no hacía falta.
—Además, si vamos a tu habitación, es posible que no quiera salir de ella—me dijo con dulzura antes de acercarse a mí y cogerme de la mano suavemente.
Sus insinuaciones seguían cogiéndome desprevenida, a pesar de que cada vez eran más frecuentes.
Todavía era temprano cuando llegamos al local.
Sólo eran las nueve y estaba muy tranquilo. No sonaba ninguna canción y lo único que se oía era el parloteo, las risas y el tintinear de las copas. Nos sentamos en una mesa que había junto a la pista de baile, las luces estaban apagadas y pronto descubrí que, al parecer, casi todo el mundo conocía a Marley. Era aún más popular que Blaine la otra noche y de pronto me vi rodeada de un grupo de hombres y mujeres. Marley me presentó a todos, mientras las bromas, las risas y el alcohol continuaban fluyendo.
En las dos horas siguientes, el local fue llenándose de gente hasta estar repleto, incluso más que el jueves anterior.
A las once en punto se encendieron las luces de la pista de baile, los altavoces cobraron vida y las drag queens dieron comienzo a su espectáculo.
Me divertí muchísimo.
A las doce, el espectáculo terminó y comenzó el baile. Marley y yo bailamos sin parar durante una hora entera antes de regresar a nuestros asientos, cansadas y sudorosas.
Marley pidió otra ronda para nuestra mesa y yo me terminé la copa muy rápido.
—Estoy agotada—dije a voz en grito para que pudiera oírme.
Me puso la mano en la cadera y acercó la cabeza a la mía para oírme.
—-Yo también—dijo sonriendo mientras daba un sorbo a su copa, pero no apartó su mano de mi cadera.
—¿Trabajas aquí a menudo?
Asintió con la cabeza.
—Normalmente, tres o cuatro veces por semana. Mañana por la noche me toca trabajar.
De pronto apareció ante mí una nueva copa de vino, por cortesía de uno de sus amigos. Di un sorbo, consciente de que ya había bebido bastante y de que estaba cometiendo una imprudencia y así se lo dije a Marley.
—¿Y eso es bueno o malo?
—Creo que malo. No soy una buena bebedora.
—¿Dices esto porque te sienta mal o porque pierdes el control?
Su espontaneidad me había dejado atónita y me eché a reír.
—¿Tú qué crees?
Ladeó la cabeza y me dedicó una sonrisa. Sus ojos volvían a estar más oscuros. Bajé la mirada hasta sus labios y observé como bebía de su copa con lentitud mientras me estudiaba. Se mojó los labios con la lengua un instante y entonces decidí que quería esa boca para mí.
Había pasado demasiado tiempo desde la última vez...
Se acercó aún más hasta estar apenas a unos centímetros de mi cara, con sus ojos mirando directamente a los míos.
—Creo—comenzó a decir—Que es porque temes perder el control y no confías en ti misma cuando eso ocurre.
La miré fijamente a los ojos, embelesada. Notaba cómo los efectos del alcohol se iban apoderando de mi cuerpo.
Tenía razón, por supuesto, pero no le contesté.
No podía contestarle, estaba totalmente ensimismada en sus ojos, en su boca y en sus ojos de nuevo... En su boca...
—¿Pierdes el control alguna vez, Brittany?—apenas oía su voz, pero sabía perfectamente lo que acababa de preguntarme.
Mis ojos se detuvieron en los suyos, buceando en ellos. Sabía que estaba absorbiéndome, provocándome... pero no me importaba.
Sin darme cuenta de lo que hacía, la cogí de la nuca y la atraje hacia mí hasta que mis labios cubrieron los suyos. Esta vez no fue un beso suave, sino que nuestras bocas se unieron apasionadamente, y nuestras lenguas se entrelazaron en un fuego voraz. Deslicé mis dedos por su pelo y los enrosqué mientras la acercaba a mí más y más...
Nuestro beso terminó tan bruscamente como había empezado y nos quedamos mirando la una a la otra antes que me lanzara una sonrisa cargada de ironía.
—Bueno, supongo que lo pierdes—se limitó a decir.
De vuelta a la realidad, me ruboricé y comencé a mirar a mi alrededor frenéticamente, a sabiendas de que al menos una docena de sus amigos había visto aquel beso.
Nos fuimos pocos minutos después y salí con paso vacilante hacia el aparcamiento, sintiéndome un poco borracha y sabiendo que me iba a regañar a mí misma por la mañana.
Me rodeó con el brazo mientras echábamos a andar y me apoyé un poco en su hombro. Llegamos a su Volkswagen y me dio la vuelta con cuidado hasta estar cara a cara, agarrándome las manos y colocándolas en sus caderas. Me cogió y me empujó hacia atrás con, delicadeza hasta que estuve completamente apoyada en la puerta del coche.
Sentí una especie de huracán vertiginoso cuando comenzó a besarme, oprimiendo todo su cuerpo contra el mío, pegadas la una a la otra. Nuestras bocas estaban abiertas, succionándose y explorándose mutuamente hasta que yo no pude concentrarme en nada más.
Entonces, su mano se deslizó hasta mi pecho y jugueteó con mi camisa. Todo mi cuerpo cobró vida de repente mientras unas sacudidas eléctricas lo recorrían y lo convulsionaban.
¡Dios mío!
Me flaqueaban las rodillas, pero Marley me sujetó y me levantó con un brazo, colocando su pierna entre las mías y haciendo más presión. Mi respiración era cada vez más agitada mientras Marley seguía provocándome. Ahora había puesto la boca en mi nuca... me mordía, me chupaba y hacía que un cosquilleo salvaje me recorriera de arriba abajo la espina dorsal.
¡Dios mío!
¡Dios mío...!
—¿Marley?
Oí una voz masculina que me resultaba familiar y me puse rígida instintivamente. Me agaché un poco de modo que Marley se quedó de pie ante mí, rodeándome todavía con el brazo mientras se volvía hacia aquella voz.
—Me había parecido que eras tú...
Reconocí la voz.
Era Blaine.
—¡Vaya! Lo siento, no me había dado cuenta...
—Desde luego, tienes el don de la oportunidad—le respondió Marley sarcásticamente y con la voz ronca.
Me asomé por encima del hombro de Marley y me encogí un poco al ver cómo Blaine abría la boca, estupefacto.
—¿Brittany?
—Hola, Blaine—lo saludé tímidamente.
—¡Oh! Lo siento—unió las dos manos en señal de disculpa—No era mi intención interrumpirlas—dio un paso atrás—Hagan como que no estoy aquí—sonrió incómodo y se dio la vuelta.
Lo vimos alejarse antes que Marley se volviera hacia mí.
—Tendríamos que irnos—sugerí, y asintió con la cabeza.
—Siento lo de Blaine—me dijo una vez de vuelta al hotel, cuando habíamos aparcado el coche en el camino circular,
—No ha sido culpa tuya, no lo sientas.
Ya había recobrado el sentido y había perdido la sensación de vértigo. Sabía que Marley estaba decepcionada, pero no podía evitarlo.
No me pidió que la invitara a subir, sino que me dijo que le gustaría verme al día siguiente, pero que tenía que trabajar.
—¿Qué me dices del lunes?
Negué con la cabeza con gesto pesaroso.
-—Trabajo hasta tarde, no sé a qué hora acabaré.
—¿Y el viernes?
—Si no me voy a casa a pasar el fin de semana...—dije riendo—Desde luego, eres muy persistente.
—Sólo cuando merece la pena serlo—replicó.
La besé suavemente y le di las gracias antes de despedirnos.
Me pasé casi todo el domingo nadando y haciendo él vago en la piscina. Me desperecé bajo el sol y comencé a meditar.
La noche anterior me había dejado con una frustración sexual importante. Casi había olvidado lo que se sentía, pero aquella sensación me acompañó durante todo el día, aquel dolor fastidioso que no desaparecía. Me di el lujo de repetir en mi mente los sucesos de la noche anterior, paladeando el recuerdo de la boca de Marley y la sensación de sus manos expertas.
Podía decirse que Marley sabía lo que hacía, me decía a mí misma con regocijo, suponiendo que los escarceos sexuales no eran nada raro en su vida.
Me imaginé que seguramente había tenido un promedio muy elevado de amantes en su joven vida, mientras que yo, en cambio, nunca había sido capaz de soltarme y disfrutar del sexo con alguien, a menos que estuviera enamorada de ese alguien.
Si bien una parte de mí estaba orgullosa de aquel hecho, había otra voz en mi interior que a veces gritaba y luchaba por aflorar a la superficie y descubrir qué era lo que se sentía siendo irresponsable y despreocupada. Imaginé cómo sería acostarse con Marley, estremeciéndome un poco mientras estaba ahí estirada en la tumbona.
Me incorporé y hundí la cabeza en los brazos.
Sabía perfectamente hacia dónde conducía aquella nueva relación. Sabía con certeza que no íbamos a enamorarnos con locura y vivir el resto de nuestras vidas juntas. Estaba segura de que Marley no iba en busca de aquel tipo de relación, igual que sabía que, para mí, era más pura atracción física que otra cosa.
De momento.
Era maravilloso sentirse deseada, simple y llanamente. Sobre todo, deseada por una mujer tan joven y atractiva como Marley. La cuestión era si podía mantener una relación sexual con Marley sin involucrarme a nivel emocional.
Al fin y al cabo, regresaría a Boston al cabo de un par de meses. Lo último que quería era echar de menos a alguien en la distancia.
Continué dándole vueltas a aquello durante varios minutos hasta llegar a la conclusión de que mi corazón estaba bastante a salvo con aquella chica, pero también sabía que sólo había un modo de averiguarlo. Me prometí a mí misma que me dejaría llevar un poco, me divertiría y disfrutaría de Marley tanto como pudiera.
Hacia las cuatro decidí que ya había tomado el sol lo suficiente y me dirigí a mi habitación. Comencé a pensar en la cena y decidí que quizá pasaría algún tiempo escribiendo cartas esa noche.
Entré en la habitación y me dio la bienvenida la fragancia de unas flores recién cortadas. Encima de la mesa había un enorme ramo de rosas, claveles y gypsophilae. Sonreí y me acerqué a ellas para inclinarme y oler su aroma. Había un sobre con una pequeña tarjeta metida en el ramo, la saqué y me dispuse a leerla.
Tan sólo había un nombre escrito: Marley.
Se me iluminó la cara y me complació saber que ella también estaba pensando en mí. Decidí llamarla por teléfono para darle las gracias, esperando encontrarla antes que saliera de casa para ir a trabajar.
Estaba de suerte.
—Son preciosas. Muchas gracias—le dije cuando se puso al auricular.
—De nada—oí la sonrisa en su tono de voz.
—¿Cuándo tienes que irte a trabajar?
—La verdad es que estaba a punto de salir ahora mismo.
—Oh, entonces te dejo. Sólo llamaba para darte las gracias.
—Muy bien—se quedó pensativa un instante—Escucha, si no haces nada más tarde, ¿por qué no te pasas por aquí? La cosa suele estar bastante tranquila los domingos por la noche y podrías hacerme compañía.
—Mañana tengo que trabajar—le respondí.
—Bueno, en ese caso... pero que conste que lo he intentado. ¿Puedo llamarte antes del viernes?
—Claro que sí.
—Entonces lo haré. Hasta pronto.
Nos despedimos y colgué el teléfono, sintiéndome un poco deprimida.
¿Y qué esperabas?
¿Que se tomara la noche libre?
Me duché y llamé al servicio de habitaciones.
Mientras veía la televisión y escribía cartas, el aroma de las flores me llegaba de vez en cuando flotando en el aire.
A las nueve decidí que ya había tenido bastante. Me cambié deprisa y llamé a un taxi.
Eran casi las diez cuando llegué al bar. Uno de los camareros estaba anunciando que era la última oportunidad de tomar una copa y fui de sala en sala, sin saber adónde me dirigía ni si la encontraría.
Al final, la vi en la sala grande que daba a la pista de baile. Me detuve en seco al verla, maravillada de nuevo por su belleza impactante. Estaba detrás de la barra, apoyada sobre el mostrador y limpiando distraídamente el interior de un vaso con un trapo.
Llevaba arremangados los puños de su camisa blanca de manga larga, de forma que dejaban al descubierto sus brazos. Una pajarita negra abrazaba su cuello y hacía juego con un chaleco corto del mismo color, Estaba mirando indolente a dos parejas de la pista de baile que se movían al son de una lenta canción de amor.
Me deslicé por la barra hasta llegar donde estaba ella. No se había percatado de mi presencia, así que sonreí y me asomé todo lo que pude por encima de la barra.
—¿Todavía tengo tiempo de pedir una copa?—pregunté.
Se volvió sobresaltada, su sonrisa sorprendida era lo único que necesitaba, cualquier pensamiento que hubiera cruzado mi mente con anterioridad acababa de desvanecerse por completo.
—No puedo creerlo—se adelantó para cogerme de la mano—Me alegro mucho de que hayas venido.
—Yo también me alegro.
Llenó una copa de vino y la hizo resbalar por la barra hacia mí. Luego puso mala cara mientras yo bebía un sorbo.
—Es tarde. El local está casi vacío y cerramos dentro de diez minutos.
Asentí con la cabeza.
—Lo sé.
—Tal vez podamos ir a tomar un café—sugirió—Ya sé que tienes que trabajar mañana, no te retendré hasta tarde—arqueó las cejas esperanzada.
Mis ojos recorrieron la tez blanca de su cara. Llevaba el pelo enmarañado otra vez y le brillaban los ojos. Su boca... me estaba llamando.
—Un café no estaría mal—le dije.
—Bien—cogió un trapo y lo pasó por la superficie de la barra, después se agachó para pasar por debajo de ella y ponerse a mi lado.
—¿Sabes una cosa?—me susurró al oído mientras deslizaba los brazos alrededor de mi cintura—Me han dicho que el café de tu hotel es fabuloso.
Me reí en voz baja y levanté los brazos para abrazarla por la cintura. Enterré la cara en su pelo e inspiré hondo.
—Tienes toda la razón, es un café estupendo—me eché hacia atrás para mirarla a los ojos—Pero, la verdad es que...—comencé a decir, tragándome mi nerviosismo—El café que sirven en la cafetería no es ni la mitad de bueno que el que sirven en las habitaciones.
Abrió los ojos con gesto sorprendido. Su sonrisa era casi tan radiante como la mía.
—¿El café del servicio de habitaciones, dices? Mmm... ¿Es igual de bueno por las mañanas?
—Mejor todavía—le aseguré.
—Me muero de ganas de probarlo.
Con una mueca de satisfacción arrojó el trapo sobre la barra, me cogió de la mano y me condujo entre la gente hacia el aparcamiento.
Marley había dejado un mensaje justo después de las tres y le devolví la llamada casi inmediatamente. Quedamos en que pasaría a recogerme para ir a cenar a las siete y media, y comencé a tararear una canción en cuanto colgué el auricular.
Visto que todavía faltaban dos horas para la cita, comencé a pasearme, hecha un manojo de nervios, arriba y abajo por la habitación, preguntándome qué haría mientras esperaba.
Decidí llamar a Quinn.
A pesar de que se quedó un tanto decepcionada al saber que no iba a ir a Boston aquel fin de semana, se alegró mucho cuando le conté lo de Marley.
—Estás hecha una golfa—bromeó.
—Es una maravilla, Quinn.
—¿Es mi tipo?
—Es tu tipo y es mi tipo.
Continuamos charlando un rato y, antes de colgar, le prometí que le contaría todos los detalles.
Esperé hasta las siete y media en punto para salir de la habitación y dirigirme hacia los ascensores. Marley estaba sentada en una silla en un rincón del vestíbulo y comenzó a sonreír cuando vio que me acercaba.
Respiré hondo, preguntándome cómo lo hacía para estar aún más guapa de lo que la recordaba. Llevaba puestos unos pantalones negros y una camisa de algodón blanca de manga corta. Su pelo largo y grueso parecía salvaje, como si sólo se hubiera peinado con los dedos. Una fina, cadena de oro brillaba en su escote.
—Hola—sonrió mientras levantaba su cuerpo de la silla.
—Hola—tragué saliva, rezando para que mi nerviosismo pasara inadvertido ante sus ojos.
Me condujo hasta el exterior del hotel y hacia la brisa vespertina, hablando tranquilamente mientras caminábamos. Acabamos en un pequeño restaurante italiano en el centro de Atlanta, donde el aroma de las especias y el ajo era casi tan embriagador como la botella de vino tinto que compartimos.
No tenía por qué estar nerviosa.
Marley era encantadora y muy divertida, y estaba haciendo todo lo posible para que no me sintiera incómoda ni violenta. Se pasó la primera hora contándome historias divertidísimas sobre sus primeros años de facultad en el Estado de Georgia.
Me di cuenta, cuando la estaba escuchando, de que había habido una época en mi vida en que la habría considerado demasiado animada y demasiado sociable para mi gusto. Sin embargo, ahora me parecía una criatura increíblemente atractiva.
—¿Qué has hecho desde entonces?—le pregunté—Desde la facultad, me refiero.
Arrugó la nariz y se le formaron unos hoyuelos en la mejilla.
—Todavía no he decidido lo que quiero hacer. Tengo un título de Educación Física—sonrió y bajó el tono de voz—No hagas ningún chiste sobre entrenadoras, ¿vale?
Me eché a reír.
—Durante un tiempo pensé en la enseñanza, pero me molesta pensar en tener que volver a meterme dentro del armario, ¿sabes lo que quiero decir?
—Sí, claro que lo sé.
—De momento me estoy divirtiendo y esperando el momento oportuno mientras pueda permitírmelo, pero tendré que decidirme tarde o temprano—dio un sorbo a su copa y prosiguió—Ahora mismo estoy trabajando media jornada para ir tirando. Sirvo en la barra de la discoteca donde nos conocimos la otra noche y también doy clases de golf en un club local.
—¿Das clases de golf?—pregunté con entusiasmo.
Me encantaba el golf.
—Seis días a la semana—asintió—¿Tú juegas?
—No muy bien y sólo de vez en cuando, pero me encanta el golf.
—¡Bien! Entonces, a lo mejor querrás jugar conmigo mientras estés aquí.
—Me encantaría.
Miré las manos que rodeaban con soltura la copa de vino. Mis ojos se desplazaron por su antebrazo y se detuvieron en los músculos suavemente perfilados. Me pregunté cómo no me había dado cuenta de ello antes.
—Cuéntame cómo conociste a Blaine—le dije.
—Solía ir al gimnasio de mi facultad cuando yo era ayudante de departamento.
—Entonces, ya hace mucho tiempo que lo conoces.
Se encogió de hombros.
—Sólo un año y medio. . .
Hice unos rápidos cálculos mentales y me quedé algo confundida.
¿Hacía sólo un año y medio que había dejado la Facultad?
De pronto caí en la cuenta.
Entrecerré los ojos y me incliné hacia delante.
—¿Cuántos años tienes? Si no te importa que te lo pregunte...
Sonrió algo tímidamente.
—Veintitrés. El mes que viene.
—¡Ajá!—solté—¡Eres una cría!
—Venga ya, veintidós años no es ser tan joven. ¿Cuántos años tienes tú?
Hice una mueca y sacudí la cabeza, envidiando a Marley aún más. Con razón parecía tan despreocupada...
—Cumpliré treinta antes que acabe el año.
—¡Ooh! ¡Una mujer mayor!—se echó a reír y movió las cejas con gesto divertido.
Me quedé horrorizada.
—No soy una mujer mayor...
—Bueno, yo tampoco soy ninguna cría.
Me eché hacia atrás un momento y sonreí, completamente hechizada por aquella mujer.
—Touché—repliqué y me vi recompensada por su risa ronca.
Nos quedamos hablando mientras tomábamos el café y el tiempo se nos pasó volando.
Eran las diez y media pasadas cuando Marley hizo un gesto de sorpresa.
—No puedo creer que sea tan tarde.
—Nos hemos pasado horas y horas hablando.
Sonrió, apoyando la barbilla en los nudillos de su mano izquierda y sus ojos celestes me miraron directamente.
—Contigo se puede hablar.
—Y contigo también—sentí el nerviosismo de los primeros minutos apoderarse de mí otra vez.
Dio un profundo suspiro, parecía cansada.
—Odio tener que decir esto, pero mañana tengo una clase de golf a las seis y necesito dormir un poco.
—Entonces deberíamos irnos.
Asintió con la cabeza y pagó la cuenta antes de acompañarme hasta la puerta.
Permanecimos casi todo el tiempo en silencio en el camino de vuelta a Buckhead. Cuando llegamos a mí hotel, paró el coche al final del camino circular y detuvo el motor, volviéndose hacia mí mientras apagaba las luces.
El estómago comenzaba a darme vueltas.
Sin mirarme a los ojos, extendió el brazo para coger mi mano izquierda y ponerla entre las suyas. Empezó a trazar las líneas de la palma de mi mano durante unos momentos antes de alzar la mirada. Me fijé en sus ojos, más oscuros que apenas minutos antes.
-—No quiero darte las buenas noches.
Tranquilízate, Pierce.
—Me lo he pasado muy bien, gracias.
Me miró en silencio y luego arrugó la nariz.
—¿No me vas a invitar a que suba a tu habitación?—preguntó esperanzada, casi tímidamente.
—Tienes una clase de golf a las seis—le recordé, sorprendida por el tono tranquilo de mi voz.
Parecía que estaba un poco decepcionada, pero se recuperó enseguida.
—Oye, podríamos jugar golf mañana por la tarde, ¿qué te parece? ¿Y tal vez ir a bailar mañana por la noche? ¿Qué dices?
—Sí—respondí sin dudarlo.
Parecía aliviada.
—Vale, ¿qué tal si quedamos a las dos? Trabajo hasta el mediodía.
—Me parece perfecto.
—Bien.
Con cierta torpeza, dudó un momento antes de acercarse y apretar sus labios contra mi mejilla. Luego se echó un poco hacia atrás, lo justo para mirarme a través de sus pestañas. La miré mientras cerraba los ojos y se acercaba de nuevo, esta vez apretando sus labios contra los míos. Fue un beso lento y suave, con sabor a especias y a vino.
Se apartó de mala gana, con los ojos todavía entornados.
—Nos vemos mañana—se despidió, suspirando de nuevo.
—De acuerdo.
Salí del coche, cerré la puerta con fuerza y me incliné para asomarme por la ventanilla bajada.
—Gracias otra vez. Buenas noches.
—Buenas noches—sonrió mientras ponía en marcha el motor y metía la primera, saludando un momento con la mano antes de desaparecer en la carretera.
Marley llegó puntual como un reloj a nuestra cita del día siguiente y estaba preciosa con la ropa de jugar golf. Tardamos más de media hora en llegar al club donde daba clases y, al llegar, me equipó con los palos y los zapatos adecuados.
—¿Cuánto tiempo crees que van a estar trabajando aquí en Atlanta?—me preguntó.
—Al principio calculé que unos tres meses, pero ahora creo que van a ser cuatro.
Nos atamos los cordones de los zapatos y nos dirigimos hacia el punto de salida. Marley se ofreció para ir a por un coche, pero le dije que prefería ir andando. Me divertía el sonido de los clavos de los zapatos al chocar contra el pavimento y sonreía mientras oía aquel curioso ruido al cruzar el puente que iba de la recepción al campo.
Eran más de las tres y ahí no había casi nadie. Los primeros minutos sentí cierta vergüenza, ya que hacía años que no cogía un palo de golf, pero Marley se mostró muy paciente conmigo, animándome y dándome consejos continuamente.
Tenía mucho estilo y enseguida sentí profunda admiración por su talento.
— ¡Caramba! ¿Dónde has aprendido a golpear la pelota de esta manera?—exclamé después de un golpe particularmente espectacular.
Esperó hasta que la pelota aterrizó en el fairway, a más de ciento ochenta metros de distancia, antes de contestarme.
—Cuando era pequeña, mi papá solía llevarme al campo de golf a practicar casi todos los días.
Guardó el palo de madera y se echó la bolsa al hombro mientras nos dirigíamos adonde estaban las pelotas.
—Solía decir que no había nada mejor que el sonido de un golpe magistral.
Chasqueé la lengua.
—¿Están muy unidos, tú y tu papá?
Llegamos hasta mi pelota y dejé la bolsa en el suelo.
—¿Qué palo tengo que usar ahora?
Miró hacia el hoyo y sacudió la cabeza.
—Vas a necesitar el de hierro número tres.
Seguramente no iba a alcanzar el green ni con el tres.
Dio un paso atrás y esperó en silencio a que yo le diera a la pelota. Fue toda una sorpresa para mí cuando ésta cayó a menos de un metro del agujero.
Me volví hacia Marley y sonreí.
—No ha sido un golpe magistral exactamente—dije—, Pero no ha estado mal del todo.
Se rió y echó a andar de nuevo.
—Bueno, dime: ¿tú y tu papá están muy unidos?—le pregunté de nuevo, para reanudar la conversación.
Dejó pasar unos segundos antes de contestar.
—Ya no—su voz era rotunda y triste a la vez—Es político, de ámbito local, concejal del ayuntamiento y ese rollo—explicó—, No le entusiasmaba que su hija fuera, bollera y todo eso. Me envió aquí a estudiar y no he vuelto desde entonces. Tenemos una especie de acuerdo, él me envía un cheque bien abultado cada mes y yo no aparezco por ahí—se encogió de hombros—Supongo que no volveré a ver a mi familia de nuevo hasta que se retire.
Se me encogió un poco el corazón.
—Lo siento—le dije.
—No, no lo sientas—respondió mientras sostenía el palo de hierro junto a la pelota, que estaba en el rough.
La pelota se elevó en el aire, salió disparada en dirección al objetivo y aterrizó a escasos centímetros del hoyo. Marley hizo una mueca y me miró.
—¡Casi!—exclamó.
Después se acercó a la pelota y la metió en el agujero. La observé mientras se agachaba para recoger la pelota y se detuvo cuando vio que la estaba mirando. Se incorporó y me miró fijamente.
—Ya no me importa, de verdad. Además, si no fuera por él, no podría llevar este tipo de vida—levantó los brazos y señaló el campo de golf que nos rodeaba.
Cambié de tema mientras me concentraba en mi siguiente golpe. La pelota se deslizó por el suelo y dio un bote, pasó de largo por el hoyo y se desvió de su trayectoria inicial hacia la derecha.
Me sentía frustrada.
Después de dos golpes, logré meterla en el hoyo.
Al terminar los dieciocho hoyos, estaba un poco decepcionada por mi score. Era casi el doble de los golpes que había lanzado Marley.
—Tal vez deberías pensar en que te dieran unas cuantas clases particulares—dijo sonriendo mientras yo me desataba los cordones de los zapatos en el club vacío.
Me reí.
—Sí, tal vez debería hacerlo.
—Yo doy clases muy particulares, ¿sabes?—dijo en tono risueño, como en un susurro.
Dejé lo que estaba haciendo y la miré, su repentina insinuación me había cogido por sorpresa. Abrí un poco la boca al mirarla, ella sonrió de nuevo y se inclinó para cubrir mi boca con la suya en un beso breve e intenso. Miré a mi alrededor con precipitación para asegúrame de que nadie había oído aquel sonoro beso, lo que provocó su risa ahogada de nuevo.
—No te preocupes, aquí, todo el mundo me conoce muy bien.
Continué desatándome los cordones y pensé con detenimiento en lo que me acababa de decir. Haciendo uso de mi mejor acento sureño, le pregunté:
—Sueles traer a un montón de chicas aquí, ¿verdad?
—¡Por Dios!, eres la primera. Lo juro—y comenzó a mover las pestañas, imitando a las bellezas sureñas de las películas.
Le lancé una mirada suspicaz y recuperé mi tono de voz
—Sí, claro, y yo me lo creo.
Después de una breve cena en un restaurante local, cogimos el coche para ir a la discoteca gay. Intenté convencer a Marley de que debía regresar al hotel para cambiarme de ropa, pero insistió en que no hacía falta.
—Además, si vamos a tu habitación, es posible que no quiera salir de ella—me dijo con dulzura antes de acercarse a mí y cogerme de la mano suavemente.
Sus insinuaciones seguían cogiéndome desprevenida, a pesar de que cada vez eran más frecuentes.
Todavía era temprano cuando llegamos al local.
Sólo eran las nueve y estaba muy tranquilo. No sonaba ninguna canción y lo único que se oía era el parloteo, las risas y el tintinear de las copas. Nos sentamos en una mesa que había junto a la pista de baile, las luces estaban apagadas y pronto descubrí que, al parecer, casi todo el mundo conocía a Marley. Era aún más popular que Blaine la otra noche y de pronto me vi rodeada de un grupo de hombres y mujeres. Marley me presentó a todos, mientras las bromas, las risas y el alcohol continuaban fluyendo.
En las dos horas siguientes, el local fue llenándose de gente hasta estar repleto, incluso más que el jueves anterior.
A las once en punto se encendieron las luces de la pista de baile, los altavoces cobraron vida y las drag queens dieron comienzo a su espectáculo.
Me divertí muchísimo.
A las doce, el espectáculo terminó y comenzó el baile. Marley y yo bailamos sin parar durante una hora entera antes de regresar a nuestros asientos, cansadas y sudorosas.
Marley pidió otra ronda para nuestra mesa y yo me terminé la copa muy rápido.
—Estoy agotada—dije a voz en grito para que pudiera oírme.
Me puso la mano en la cadera y acercó la cabeza a la mía para oírme.
—-Yo también—dijo sonriendo mientras daba un sorbo a su copa, pero no apartó su mano de mi cadera.
—¿Trabajas aquí a menudo?
Asintió con la cabeza.
—Normalmente, tres o cuatro veces por semana. Mañana por la noche me toca trabajar.
De pronto apareció ante mí una nueva copa de vino, por cortesía de uno de sus amigos. Di un sorbo, consciente de que ya había bebido bastante y de que estaba cometiendo una imprudencia y así se lo dije a Marley.
—¿Y eso es bueno o malo?
—Creo que malo. No soy una buena bebedora.
—¿Dices esto porque te sienta mal o porque pierdes el control?
Su espontaneidad me había dejado atónita y me eché a reír.
—¿Tú qué crees?
Ladeó la cabeza y me dedicó una sonrisa. Sus ojos volvían a estar más oscuros. Bajé la mirada hasta sus labios y observé como bebía de su copa con lentitud mientras me estudiaba. Se mojó los labios con la lengua un instante y entonces decidí que quería esa boca para mí.
Había pasado demasiado tiempo desde la última vez...
Se acercó aún más hasta estar apenas a unos centímetros de mi cara, con sus ojos mirando directamente a los míos.
—Creo—comenzó a decir—Que es porque temes perder el control y no confías en ti misma cuando eso ocurre.
La miré fijamente a los ojos, embelesada. Notaba cómo los efectos del alcohol se iban apoderando de mi cuerpo.
Tenía razón, por supuesto, pero no le contesté.
No podía contestarle, estaba totalmente ensimismada en sus ojos, en su boca y en sus ojos de nuevo... En su boca...
—¿Pierdes el control alguna vez, Brittany?—apenas oía su voz, pero sabía perfectamente lo que acababa de preguntarme.
Mis ojos se detuvieron en los suyos, buceando en ellos. Sabía que estaba absorbiéndome, provocándome... pero no me importaba.
Sin darme cuenta de lo que hacía, la cogí de la nuca y la atraje hacia mí hasta que mis labios cubrieron los suyos. Esta vez no fue un beso suave, sino que nuestras bocas se unieron apasionadamente, y nuestras lenguas se entrelazaron en un fuego voraz. Deslicé mis dedos por su pelo y los enrosqué mientras la acercaba a mí más y más...
Nuestro beso terminó tan bruscamente como había empezado y nos quedamos mirando la una a la otra antes que me lanzara una sonrisa cargada de ironía.
—Bueno, supongo que lo pierdes—se limitó a decir.
De vuelta a la realidad, me ruboricé y comencé a mirar a mi alrededor frenéticamente, a sabiendas de que al menos una docena de sus amigos había visto aquel beso.
Nos fuimos pocos minutos después y salí con paso vacilante hacia el aparcamiento, sintiéndome un poco borracha y sabiendo que me iba a regañar a mí misma por la mañana.
Me rodeó con el brazo mientras echábamos a andar y me apoyé un poco en su hombro. Llegamos a su Volkswagen y me dio la vuelta con cuidado hasta estar cara a cara, agarrándome las manos y colocándolas en sus caderas. Me cogió y me empujó hacia atrás con, delicadeza hasta que estuve completamente apoyada en la puerta del coche.
Sentí una especie de huracán vertiginoso cuando comenzó a besarme, oprimiendo todo su cuerpo contra el mío, pegadas la una a la otra. Nuestras bocas estaban abiertas, succionándose y explorándose mutuamente hasta que yo no pude concentrarme en nada más.
Entonces, su mano se deslizó hasta mi pecho y jugueteó con mi camisa. Todo mi cuerpo cobró vida de repente mientras unas sacudidas eléctricas lo recorrían y lo convulsionaban.
¡Dios mío!
Me flaqueaban las rodillas, pero Marley me sujetó y me levantó con un brazo, colocando su pierna entre las mías y haciendo más presión. Mi respiración era cada vez más agitada mientras Marley seguía provocándome. Ahora había puesto la boca en mi nuca... me mordía, me chupaba y hacía que un cosquilleo salvaje me recorriera de arriba abajo la espina dorsal.
¡Dios mío!
¡Dios mío...!
—¿Marley?
Oí una voz masculina que me resultaba familiar y me puse rígida instintivamente. Me agaché un poco de modo que Marley se quedó de pie ante mí, rodeándome todavía con el brazo mientras se volvía hacia aquella voz.
—Me había parecido que eras tú...
Reconocí la voz.
Era Blaine.
—¡Vaya! Lo siento, no me había dado cuenta...
—Desde luego, tienes el don de la oportunidad—le respondió Marley sarcásticamente y con la voz ronca.
Me asomé por encima del hombro de Marley y me encogí un poco al ver cómo Blaine abría la boca, estupefacto.
—¿Brittany?
—Hola, Blaine—lo saludé tímidamente.
—¡Oh! Lo siento—unió las dos manos en señal de disculpa—No era mi intención interrumpirlas—dio un paso atrás—Hagan como que no estoy aquí—sonrió incómodo y se dio la vuelta.
Lo vimos alejarse antes que Marley se volviera hacia mí.
—Tendríamos que irnos—sugerí, y asintió con la cabeza.
—Siento lo de Blaine—me dijo una vez de vuelta al hotel, cuando habíamos aparcado el coche en el camino circular,
—No ha sido culpa tuya, no lo sientas.
Ya había recobrado el sentido y había perdido la sensación de vértigo. Sabía que Marley estaba decepcionada, pero no podía evitarlo.
No me pidió que la invitara a subir, sino que me dijo que le gustaría verme al día siguiente, pero que tenía que trabajar.
—¿Qué me dices del lunes?
Negué con la cabeza con gesto pesaroso.
-—Trabajo hasta tarde, no sé a qué hora acabaré.
—¿Y el viernes?
—Si no me voy a casa a pasar el fin de semana...—dije riendo—Desde luego, eres muy persistente.
—Sólo cuando merece la pena serlo—replicó.
La besé suavemente y le di las gracias antes de despedirnos.
Me pasé casi todo el domingo nadando y haciendo él vago en la piscina. Me desperecé bajo el sol y comencé a meditar.
La noche anterior me había dejado con una frustración sexual importante. Casi había olvidado lo que se sentía, pero aquella sensación me acompañó durante todo el día, aquel dolor fastidioso que no desaparecía. Me di el lujo de repetir en mi mente los sucesos de la noche anterior, paladeando el recuerdo de la boca de Marley y la sensación de sus manos expertas.
Podía decirse que Marley sabía lo que hacía, me decía a mí misma con regocijo, suponiendo que los escarceos sexuales no eran nada raro en su vida.
Me imaginé que seguramente había tenido un promedio muy elevado de amantes en su joven vida, mientras que yo, en cambio, nunca había sido capaz de soltarme y disfrutar del sexo con alguien, a menos que estuviera enamorada de ese alguien.
Si bien una parte de mí estaba orgullosa de aquel hecho, había otra voz en mi interior que a veces gritaba y luchaba por aflorar a la superficie y descubrir qué era lo que se sentía siendo irresponsable y despreocupada. Imaginé cómo sería acostarse con Marley, estremeciéndome un poco mientras estaba ahí estirada en la tumbona.
Me incorporé y hundí la cabeza en los brazos.
Sabía perfectamente hacia dónde conducía aquella nueva relación. Sabía con certeza que no íbamos a enamorarnos con locura y vivir el resto de nuestras vidas juntas. Estaba segura de que Marley no iba en busca de aquel tipo de relación, igual que sabía que, para mí, era más pura atracción física que otra cosa.
De momento.
Era maravilloso sentirse deseada, simple y llanamente. Sobre todo, deseada por una mujer tan joven y atractiva como Marley. La cuestión era si podía mantener una relación sexual con Marley sin involucrarme a nivel emocional.
Al fin y al cabo, regresaría a Boston al cabo de un par de meses. Lo último que quería era echar de menos a alguien en la distancia.
Continué dándole vueltas a aquello durante varios minutos hasta llegar a la conclusión de que mi corazón estaba bastante a salvo con aquella chica, pero también sabía que sólo había un modo de averiguarlo. Me prometí a mí misma que me dejaría llevar un poco, me divertiría y disfrutaría de Marley tanto como pudiera.
Hacia las cuatro decidí que ya había tomado el sol lo suficiente y me dirigí a mi habitación. Comencé a pensar en la cena y decidí que quizá pasaría algún tiempo escribiendo cartas esa noche.
Entré en la habitación y me dio la bienvenida la fragancia de unas flores recién cortadas. Encima de la mesa había un enorme ramo de rosas, claveles y gypsophilae. Sonreí y me acerqué a ellas para inclinarme y oler su aroma. Había un sobre con una pequeña tarjeta metida en el ramo, la saqué y me dispuse a leerla.
Tan sólo había un nombre escrito: Marley.
Se me iluminó la cara y me complació saber que ella también estaba pensando en mí. Decidí llamarla por teléfono para darle las gracias, esperando encontrarla antes que saliera de casa para ir a trabajar.
Estaba de suerte.
—Son preciosas. Muchas gracias—le dije cuando se puso al auricular.
—De nada—oí la sonrisa en su tono de voz.
—¿Cuándo tienes que irte a trabajar?
—La verdad es que estaba a punto de salir ahora mismo.
—Oh, entonces te dejo. Sólo llamaba para darte las gracias.
—Muy bien—se quedó pensativa un instante—Escucha, si no haces nada más tarde, ¿por qué no te pasas por aquí? La cosa suele estar bastante tranquila los domingos por la noche y podrías hacerme compañía.
—Mañana tengo que trabajar—le respondí.
—Bueno, en ese caso... pero que conste que lo he intentado. ¿Puedo llamarte antes del viernes?
—Claro que sí.
—Entonces lo haré. Hasta pronto.
Nos despedimos y colgué el teléfono, sintiéndome un poco deprimida.
¿Y qué esperabas?
¿Que se tomara la noche libre?
Me duché y llamé al servicio de habitaciones.
Mientras veía la televisión y escribía cartas, el aroma de las flores me llegaba de vez en cuando flotando en el aire.
A las nueve decidí que ya había tenido bastante. Me cambié deprisa y llamé a un taxi.
Eran casi las diez cuando llegué al bar. Uno de los camareros estaba anunciando que era la última oportunidad de tomar una copa y fui de sala en sala, sin saber adónde me dirigía ni si la encontraría.
Al final, la vi en la sala grande que daba a la pista de baile. Me detuve en seco al verla, maravillada de nuevo por su belleza impactante. Estaba detrás de la barra, apoyada sobre el mostrador y limpiando distraídamente el interior de un vaso con un trapo.
Llevaba arremangados los puños de su camisa blanca de manga larga, de forma que dejaban al descubierto sus brazos. Una pajarita negra abrazaba su cuello y hacía juego con un chaleco corto del mismo color, Estaba mirando indolente a dos parejas de la pista de baile que se movían al son de una lenta canción de amor.
Me deslicé por la barra hasta llegar donde estaba ella. No se había percatado de mi presencia, así que sonreí y me asomé todo lo que pude por encima de la barra.
—¿Todavía tengo tiempo de pedir una copa?—pregunté.
Se volvió sobresaltada, su sonrisa sorprendida era lo único que necesitaba, cualquier pensamiento que hubiera cruzado mi mente con anterioridad acababa de desvanecerse por completo.
—No puedo creerlo—se adelantó para cogerme de la mano—Me alegro mucho de que hayas venido.
—Yo también me alegro.
Llenó una copa de vino y la hizo resbalar por la barra hacia mí. Luego puso mala cara mientras yo bebía un sorbo.
—Es tarde. El local está casi vacío y cerramos dentro de diez minutos.
Asentí con la cabeza.
—Lo sé.
—Tal vez podamos ir a tomar un café—sugirió—Ya sé que tienes que trabajar mañana, no te retendré hasta tarde—arqueó las cejas esperanzada.
Mis ojos recorrieron la tez blanca de su cara. Llevaba el pelo enmarañado otra vez y le brillaban los ojos. Su boca... me estaba llamando.
—Un café no estaría mal—le dije.
—Bien—cogió un trapo y lo pasó por la superficie de la barra, después se agachó para pasar por debajo de ella y ponerse a mi lado.
—¿Sabes una cosa?—me susurró al oído mientras deslizaba los brazos alrededor de mi cintura—Me han dicho que el café de tu hotel es fabuloso.
Me reí en voz baja y levanté los brazos para abrazarla por la cintura. Enterré la cara en su pelo e inspiré hondo.
—Tienes toda la razón, es un café estupendo—me eché hacia atrás para mirarla a los ojos—Pero, la verdad es que...—comencé a decir, tragándome mi nerviosismo—El café que sirven en la cafetería no es ni la mitad de bueno que el que sirven en las habitaciones.
Abrió los ojos con gesto sorprendido. Su sonrisa era casi tan radiante como la mía.
—¿El café del servicio de habitaciones, dices? Mmm... ¿Es igual de bueno por las mañanas?
—Mejor todavía—le aseguré.
—Me muero de ganas de probarlo.
Con una mueca de satisfacción arrojó el trapo sobre la barra, me cogió de la mano y me condujo entre la gente hacia el aparcamiento.
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FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 7
Capitulo 7
Marley era una amante increíble.
A ratos, ardiente e insaciable, y otros, divertida e imaginativa. Apenas dormimos en toda la noche y estaba agotada antes incluso de ir a trabajar a la mañana siguiente.
No me había dado tiempo siquiera a sentarme en la silla del despacho cuando Blaine asomó la cabeza por la puerta y me dio unos sonoros y risueños buenos días.
—Buenos días—le respondí tímidamente al recordar la última vez que lo había visto.
—Apuesto a que uno de los dos ha tenido un fin de semana muy agradable—sonrió con aire picarón al entrar en el despacho y sentarse luego en una silla.
Me ruboricé mientras me esforzaba por buscar una respuesta coherente.
—Oye, de verdad que siento lo de la otra noche—prosiguió Blaine—Espero no haber estropeado nada entre ustdes dos.
Al final logré recuperar la voz.
—Bueno, lo cierto es que conseguimos salvar el fin de semana—le aseguré, manteniendo el tono de mi voz bajo, pero divertido.
—¡Ooh! Me encantaría conocer todos los detalles, pero me temo que traigo malas noticias. Los programadores se han tropezado con algunos problemas este fin de semana. Ha llegado a oídos del abuelo y viene para acá, quiere verte.
—Vaya, hombre, genial—puse los ojos en blanco.
Lo único que me faltaba.
—Lo siento.
Sacó una pila de informes impresos y los colocó encima de mi mesa.
—He pensado que tal vez quieras echarle un vistazo a esto antes que aparezca por aquí.
—Gracias—les eché una rápida ojeada—¿Son de ayer?—pregunté.
—Sí. Llámame cuando te hayas puesto al corriente, entonces hablaremos.
—Gracias, Blaine.
—De nada—se puso en pie y echó a andar en dirección a la puerta.
Estaba a punto de salir de la habitación cuando lo llamé, haciéndole volver.
—¿Sabes algo de Santana?—le pregunté.
Negó con la cabeza.
—¿No volvió anoche?
¿Anoche?
¡Dios mío!
¿Era posible que Santana hubiera estado en la habitación de al lado la noche anterior?
¿Y esta mañana?
—Espero que no—mascullé en voz alta.
—¿Cómo dices?
—Oh—hice un movimiento con la mano—Creo que no. Al menos, yo no la he oído.
—¿Estás preocupada por ella o algo así?
—Más o menos. Sí—lo miré fijamente—Santana no se lo tomó demasiado bien cuando le dije que era lesbiana. Me preocupa que se escandalizara la otra noche, cuando fuimos a aquel bar el jueves.
—Oh, no creo que tengas por qué preocuparte. Estará bien—miró su reloj—Llegará en cualquier momento—titubeó un poco y luego se dirigió a la puerta de nuevo—Me tengo que ir. Buena suerte con John.
De mala gana, lo vi marcharse antes de volver a la pila de papeles que tenía ante mí.
Me pasé la hora siguiente asegurándole a John Anderson que todo iba bien, que era normal que la conversión diera algunos fallos, que estábamos cumpliendo con las fechas previstas, que no había motivos para preocuparse y todo eso.
No salió de mi despacho hasta que le aseguré que el problema no se solucionaría nunca si me pasaba el día hablando con él en lugar de ponerme a trabajar.
Cuando se hubo marchado, miré mi reloj. Eran las diez y media.
¿Dónde estaba Santana?
Tenía el presentimiento de que tal vez hubiera decidido abandonar el proyecto y dimitir. Mi ansiedad se fue haciendo cada vez más evidente a medida que me iba convenciendo de que Santana no iba a volver de Boston.
Deslicé la silla por el suelo y miré por la ventana hacia el aparcamiento.
Hacía un día magnífico.
Precioso.
Un día perfecto para hacer novillos.
Vino a mi mente la risa de Marley. Era tan dulce... Lo había pasado muy bien con ella aquel fin de semana.
Realmente bien.
Pensé de nuevo en la posibilidad de que Santana hubiera estado en la habitación contigua la noche anterior. Me concentré tratando de recordar si había oído algún ruido.
«Tampoco te habrías dado cuenta», pensé.
Me froté los ojos y pestañeé, tratando de quitarme la confusión de encima. No, el silencio de la habitación contigua había sido abrumador durante todo el fin de semana. Tenía la certeza casi absoluta de que Santana no había estado ahí.
—Parece que te haya pasado una apisonadora por encima.
Santana estaba ahí a mi lado, apoyando las manos en el alféizar de la ventana y mirándome. Sonreía como siempre.
—¿Un fin de semana duro?—arqueó las cejas y se sentó en una silla enfrente de mí, cruzando sus piernas a la altura de la rodilla y estirando el dobladillo de la falda que apenas si le cubría los muslos.
El tono insinuante de su voz no dejaba lugar a dudas.
Vaya, es posible que estuviera en su habitación anoche.
Rápidamente, mi nerviosismo dio paso a una mezcla de enfado, alivio y frustración.
No estaba de humor para sus comentarios sarcásticos.
No respondí de inmediato, sino que esperé hasta contener mi enfado, repasándola de arriba abajo con una mirada desafiante.
—No—sabía que mi voz tenía un tono mordaz.
Mis ojos perforaban los suyos.
—De hecho, no ha tenido nada de duro.
Le acababa de marcar un tanto. Sus ojos parpadearon un instante.
—No has ido a casa—señaló.
—No.
Sabía lo que estaba pensando, lo que estaba insinuando, pero se iba a quedar con las ganas de saberlo.
—¿Por qué iba a querer ir a casa cuando aquí me lo puedo pasar tan bien?—me puse a reír y cogí uno de los informes, le eché un vistazo y lo arrojé distraídamente al suelo.
Lo cierto es que Santana parecía aliviada.
—Hemos tenido un pequeño desastre esta mañana y John Anderson se ha pasado la última hora aquí, interrogándome sobre los plazos.
—¡Huy! En ese caso, no me extraña que estés de tan mal humor está mañana.
—¿Quién está de mal humor?—bizqueé con los ojos y emití un gruñido—Muy bien, ya vale. Esto es todo lo que puedo soportar a estas horas de la mañana un lunes—me puse en pie y le señalé la puerta—¿Por qué no te vas a ver a Blaine y a su gente, y nos volvemos a reunir aquí a las once para ver qué hacemos?
—Vale, vale…—me respondió.
Estaba a punto de salir por la puerta cuando se volvió.
—Yo... en fin, siento haberme marchado el viernes así, sin avisar. Debería haberte dicho que me iba.
Asentí con la cabeza y me encogí de hombros, como quitándole importancia al asunto.
—No es que me preocupara por ti ni nada parecido, ni que te echara de menos tampoco.
—¿Ni siquiera un poquito?—inquirió en tono jocoso.
—Bueno—admití—, La verdad es que quizás un poquito, sí.
Parecía satisfecha y se rió.
—¿Qué te parece si nos vamos a cenar esta noche? ¿Tienes planes?
—No, no tengo ningún plan. Lo de la cena no estaría mal—dije.
Santana sonrió e hizo una mueca de satisfacción. Se disponía a salir del despacho cuando la llamé de nuevo.
—Oye, Santana.
—¿Sí?
—¿Acabas... acabas de llegar? De Boston, me refiero.
Respondió afirmativamente con la cabeza.
—He venido directamente del aeropuerto. ¿Por qué lo preguntas?
Experimenté una fuerte sensación de alivio.
—No, por nada, simple curiosidad...
Por su forma de mirarme supe que mi respuesta no la había convencido demasiado.
—Sí, claro. Luego nos vemos—hizo un movimiento con la cabeza y salió de la habitación.
De pronto desapareció la tensión.
Desde luego, Santana tenía el don de convertir mi vida en una especie de montaña rusa, pero tenía que admitir que me alegraba de que hubiera vuelto.
Fue un día muy largo.
Estuvimos reunidos durante horas, repasando mecánicamente una por una todas las secuencias hasta dar por fin con el fallo y hasta que decidimos una solución. De aquel despacho salió un grupo extenuado, pero satisfecho, cuando ya eran las nueve de la noche pasadas.
Hacía horas que no veía a Santana, había asomado la cabeza por mi oficina justo después de las seis para decirme que se iba al hotel y para desearnos suerte.
Mientras atravesaba exhausta el vestíbulo del hotel en dirección a los ascensores, pensaba que lo último que quería en el mundo era salir a cenar aquella noche, lo que de verdad me apetecía era un baño de agua caliente y meterme en la cama enseguida.
Cuando estaba intentando abrir la puerta de mi habitación, Santana apareció por la esquina del extremo del pasillo, vestida con una simple camiseta y unos shorts, llevando una cubitera bajo el brazo.
—¡Eh! ¡Has sobrevivido!—exclamó, abriendo mucho los ojos mientras sonreía.
—Eso sólo es un decir...—mascullé, tratando de esbozar una sonrisa a medida que se acercaba.
Al llegar a mi lado, frunció el ceño.
—Pareces agotada.
—Lo estoy—admití—, Pero creo que hemos localizado todos los errores: lo sabremos mañana por la mañana.
—¡Qué bien!—exclamó—No has comido, ¿verdad que no?
—No, pero me temo que no voy a poder ir a esa cena, estoy muerta.
—Pero también debes de estar muerta de hambre. ¿Por qué no hacemos que nos la suban? Tú ve a cambiarte y yo llamaré al servicio de habitaciones y cenaremos juntas, ¿te parece bien?
—Sí, claro, muy bien.
¿Cómo iba a decir que no?
Me metí en la habitación, quité el pestillo que impedía el acceso desde la habitación contigua y llamé a recepción para que me dieran los mensajes telefónicos.
Marley había llamado y los de la oficina central también. Los de la oficina central podían esperar. Llamé a Marley y me llevé una decepción al oír el contestador automático. Le dejé un breve mensaje, agradeciéndole de nuevo el maravilloso fin de semana que habíamos pasado juntas.
A continuación, revolví un poco en los cajones y encontré unos pantalones de chándal muy cómodos y una camiseta. Después me estiré en la cama y cerré los ojos.
Debí de quedarme dormida porque lo siguiente que oí fueron unos golpes en la puerta seguidos de una voz que anunciaba que era el servicio de habitaciones.
Santana se levantó de un salto de una de las sillas que había junto a la mesa e interceptó al camarero antes que me diera tiempo siquiera a incorporarme en la cama.
Sacudí la cabeza con un movimiento brusco para volver en mí, preguntándome cuánto rato hacía que Santana estaba ahí.
Hizo entrar al camarero y se apartó a un lado, mientras éste colocaba dos servicios para la cena. Se quedó ahí hasta que Santana firmó la cuenta y salió con unos pocos billetes de dólar en la mano.
—Lo siento, debo de haberme quedado dormida—murmuré una vez que estuvimos a solas.
—No, no importa. Siento que estés tan cansada—hizo un ademán con la mano para que fuera a sentarme con ella a la mesa—He pedido sopa y bocadillos, espero que te apetezca.
Asentí, un poco aturdida todavía, y me senté con ella.
No hablamos demasiado durante la cena, se respiraba un ambiente tranquilo, de camaradería. De repente me di cuenta, con un leve estremecimiento, de que quizás era la primera vez que estaba a solas con Santana y que no sentía aquella especie de taquicardia nerviosa en el estómago.
Tal vez se me estaba pasando o tal vez estaba demasiado soñolienta y desorientada para sentir nada, o tal vez tuviera algo que ver con Marley...
Charlamos un poco sobre el proyecto. Respondí a sus preguntas y le expliqué algunos de los problemas que habíamos detectado.
Me acababa de meter la última cucharada de sopa de pollo en la boca cuando hizo un ademán muy significativo con la cabeza señalando el jarrón con flores que nos separaba.
—¿Son de Marley?
Se encendieron las lucecitas de alerta en mi cabeza y advertí de nuevo aquella barrera entre Santana y yo mientras pestañeaba, tratando de conservar la calma. Después me acordé de que no tenía que inventarme ninguna historia: Santana sabía que yo era lesbiana.
—Sí, son bonitas, ¿verdad?—acerté a decir débilmente, tratando de aparentar indiferencia.
Santana cogió su servilleta y se la acercó a los labios.
—Escucha, si no es asunto mío, dímelo y ya está...
—No, no—la interrumpí—No es eso. Es sólo que...
Intenté una vez más ordenar mis pensamientos en medio de aquella nebulosa.
Estaba tan cansada...
—¿Puedo serte franca?
—Por favor.
—De acuerdo.
Me tomé unos segundos antes de responder, vertiendo un poco de café en mí taza, primero, y en la suya después. Mezclé un poco de leche y me quedé mirando muy atenta él líquido humeante en lugar de enfrentarme a los ojos de Santana.
—No logro entender el cambio que se ha producido en ti. No habíamos pasado tanto tiempo juntas desde hace... ¿cuánto tiempo hace? ¿Seis meses? Han pasado un montón de cosas entre tú y yo en todo este tiempo y no puedo olvidarlo así como así y contarte mi vida como si nada sólo porque tú hayas decidido que ahora ya no te importa o que puedes enfrentarte a ello.
Di un sorbo a la taza de café, no porque tuviera sed, sino para evitar decir algo que pudiera llegar a lamentar más adelante. Estaba sorprendida por la energía de mí voz, sorprendida de que pudiera decir todas aquellas palabras, sorprendida de que su rechazo aún pudiera dolerme tanto.
—Bueno, entonces hablemos de ello—dijo en tono suave y tranquilo.
No hacía falta animase a continuar, las palabras brotaban de mis labios a borbotones.
—Me pasé mucho tiempo evitando preguntas incómodas. Durante meses intenté salirme por la tangente cada vez que hacías alguna referencia a mi vida personal.
Hice una pausa tras comprobar que las cicatrices se abrían de nuevo y la miré.
—Después, cuando por fin decidí contarte la verdad, te cerraste en banda. Ya no hubo más comentarios ni más preguntas. Apenas, un triste «hola».
Me levanté, caminé los pocos pasos que me separaban de la cama y me senté, ansiosa por poner espacio entre nosotras.
—Tengo un poco de miedo a confiar en ti de nuevo—moví la cabeza, sin saber qué más decir.
El silencio no duró demasiado.
—Muy bien, tienes razón—comenzó a decir, respirando hondo antes de proseguir con un tono de voz un tanto dubitativo—Te debo una explicación e, incluso, una disculpa.
Ahora era ella quien estaba nerviosa, sin parar de agitar el café y apenas mirándome a los ojos.
—Cuando me dijiste que eras lesbiana.
Vaciló un poco al pronunciar la palabra, como si se sintiera incómoda diciéndola.
—, Me lo tomé como algo personal—levantó la mano cuando mis labios emitieron algo parecido a un gruñido—Me dejaste realmente perpleja y no supe cómo reaccionar. Ahora sé que mi reacción no fue nada justa.
Luchaba por encontrar las palabras y yo me quedé en silencio, a la expectativa.
Con un profundo suspiro, continuó.
—Al principio, en lo único en que pensaba era en que me habías mentido desde el primer día. No podía ver más allá ni dejar de pensar en ello. Aquellos primeros días estaba en un completo estado de skock. Lo único que sabía era que había encontrado una gran amiga que me importaba muchísimo y sentí que te había perdido. Había intentado infinidad de veces que te involucraras más en mi vida, como las veces en que te dije que por qué no salíamos con Noah y su amigo.
Lanzó una risa cínica mientras ponía los ojos en blanco.
—No, dejaba de pensar en aquellas estúpidas citas y en el modo en que solías evitar las preguntas personales y me sentí como una idiota. Me habías mentido y yo había sido una ingenua. Me sentí tan humillada...
—Lo siento mucho, de verdad—le dije—Soy consciente de lo difícil que debe de ser para ti comprenderlo. Lo único que puedo decirte es que me levantaba cada día con la intención de decírtelo, pero debes entender que he perdido a varios amigos que me importaban mucho y no quería arriesgarme a perderte a ti también. Me repetía a mí misma que ibas a estar entrando y saliendo de mi vida en poco tiempo y que no valía la pena complicar las cosas.
—No puedo imaginarme lo que se debe sentir, pero debe de ser algo horrible, supongo.
—-Lo es, pero me pasa tan a menudo que casi me he acostumbrado. Igual que me he acostumbrado a las mentiras—me encogí de hombros—Con todo, al final llego a un punto en que las mentiras son tan gordas que ya no puedo continuar mintiendo. Sé entonces que tengo que tomar una decisión: o me arriesgo y me lanzo, y entonces la amistad se fortalece o muere, o continúo mintiendo, estoy en guardia a todas horas y la amistad se debilita y muere de todas formas porque tiene que ser superficial para que estas mentiras se sostengan.
Nos quedamos calladas durante unos minutos, bebiéndonos el café.
—Supongo que te defraudé al reaccionar de aquella manera.
Esbocé una sonrisa llena de ironía, esforzándome para que no afloraran viejos rencores en mi interior.
—¿Que me defraudaste? No, en realidad me dejaste hecha polvo.
Hizo una mueca de dolor ante mi arrebato de sinceridad.
—Lo siento. Fui muy cruel. Sabía que me estaba portando mal contigo, pero no podía evitarlo.
Hizo un gesto de resignación y nos volvimos a quedar en silencio. La observé mientras inclinaba la cabeza, mirando sin ver cómo apretaba los puños. Continuó hablando con voz queda.
—Mi mejor amiga del instituto resultó ser gay.
Traté de disimular mi sorpresa.
—La situación en que me lo dijo era muy diferente de lo que pasó contigo, pero durante un tiempo después que me lo dijeras, no podía evitar preguntarme por qué dos mujeres de las que me sentía tan cercana habían resultado ser lesbianas.
Se rió o intentó reírse.
Parecía perdida y yo estaba dividida entre el deseo de consolarla y la necesidad de conocer las circunstancias de lo que había ocurrido entre ella y su mejor amiga.
—En fin—suspiró—, Creo que ya he superado todo esto. Te he echado mucho de menos, ésa es la verdad. Me lo pasaba muy bien contigo antes y lo echo de menos. Quiero que seamos amigas y sé que eso significa saber y aceptar quién eres. Te pido perdón. Espero que no sea demasiado tarde.
Una parte de mí estaba dando saltos de alegría.
¿Aquella mujer me había hecho daño alguna vez?
¿Me había pasado meses atormentándome por culpa suya?
Si podía aprender a confiar en ella, perdonarla sería la parte fácil.
—¡Bueno claro que no es demasiado tarde!—le lancé una sonrisa vacilante.
Aquello no iba a ser fácil para mí y era consciente de ello.
—Me alegro mucho—rió con ganas y se tomó un último sorbo de café—Entonces, dime, te gusta Marley, ¿no es así?
Arrugué la nariz.
—Sí, me gusta—mi voz no sonaba demasiado entusiasta, incluso a mis propios oídos;
Santana dio un gruñido y me arrojó la servilleta. La intercepté en el aire y se la devolví.
—En serio, me gusta, pero aparte de eso, no estoy muy segura de lo que siento por ella—traté de describir mis sentimientos—Es dulce, divertida... Una gran bailarina. Persistente... muy simpática.
—Muy simpática—me imitó.
—Sueno poco convincente, ¿no?
—Me temo que sí—ladeó la cabeza—¿Vas a volver a verla?
—Sí.
Se echó a reír.
—¡No se te pueden sacar las palabras ni con pinzas! —se lamentó.
—Lo siento, esto no se me da muy bien.
—¿No debo tomármelo como algo personal?
—No—dije en tono pensativo—Soy así con casi todo el mundo. La confianza necesita tiempo.
—Bueno, entonces supongo que tendré que ganármela. ¿Cuándo vas a volver a verla?
—El viernes.
Los ojos le brillaban al sonreír.
—Vale, cuéntamelo, me muero de ganas de saberlo. ¿Has pasado el fin de semana con ella?
Un rubor cálido asomó a mis mejillas. No iba a hablar de aquello con Santana.
—Más o menos.
—¡Aagh! ¡Me desesperas!
Comenzó a pasearse arriba y abajo enfrente de la cama.
—Se te da muy bien lo de no responder a las preguntas.
Me encogí de hombros.
—Llevo muchos años practicándolo.
En cierto sentido me sentía contenta y frustrada a la vez. No estaba tratando de ir de listilla.
—Lo siento—me excusé—, Dame tiempo para acostumbrarme a esto de la sinceridad, ¿de acuerdo?
Saltaba, a la vista que Santana todavía se sentía desencantada pero estaba dispuesta a ceder.
—Muy bien, no más preguntas por esta noche, pero es porque tarde o temprano confíes lo suficiente en mí como para contármelo.
—Eso seguro. Ahora voy a echarte de aquí a ver si puedo dormir un poco. Me haces pensar demasiado.
—Está bien, está bien. Sé captar una indirecta—levantó las manos y se dirigió a la puerta.
Antes de desaparecer del todo, asomó la cabeza.
—Gracias por cenar conmigo. Sé que lo que de verdad te apetecía era dormir.
—Ha sido un placer.
—¿Qué me dices del desayuno?
—¿En tu casa o en la mía?
Las palabras habían brotado antes que pudiera detenerlas. Me ruboricé de inmediato.
Si se había dado cuenta, fingió no haberlo hecho.
Chasqueó la lengua, haciéndose la remilgada.
—Sorpréndeme—respondió y desapareció.
—¡Que la sorprenda!—exclamé para mí misma con un quejido cuando se hubo marchado.
Me acerqué a la mesa para recoger la bandeja de la cena y dejarla en el corredor. Cerré la puerta sin hacer ruido, sonriendo y moviendo la cabeza todo el rato antes de apagar la luz y meterme en la cama.
En los minutos siguientes me quedé quieta en la oscuridad, repitiendo la conversación que acabábamos de tener. Traté de no hacer demasiado hincapié en el pasado.
No quería analizar paso por paso las razones que había esgrimido.
Por lo que me había dicho, ella también había sufrido lo suyo y era bueno que por lo menos hubiéramos hablado de ello. Quizás era bueno incluso que hubiera pasado tanto tiempo desde que había ocurrido todo. El tiempo me había proporcionado la perspectiva y la oportunidad de poner mi enamoramiento en el lugar que le correspondía.
No sabía si podía confiar en ella todavía, pero quería hacerlo.
Mientras un optimismo sigiloso se iba apoderando de mí, me acurruqué entre las sábanas y me dejé vencer por el cansancio.
A ratos, ardiente e insaciable, y otros, divertida e imaginativa. Apenas dormimos en toda la noche y estaba agotada antes incluso de ir a trabajar a la mañana siguiente.
No me había dado tiempo siquiera a sentarme en la silla del despacho cuando Blaine asomó la cabeza por la puerta y me dio unos sonoros y risueños buenos días.
—Buenos días—le respondí tímidamente al recordar la última vez que lo había visto.
—Apuesto a que uno de los dos ha tenido un fin de semana muy agradable—sonrió con aire picarón al entrar en el despacho y sentarse luego en una silla.
Me ruboricé mientras me esforzaba por buscar una respuesta coherente.
—Oye, de verdad que siento lo de la otra noche—prosiguió Blaine—Espero no haber estropeado nada entre ustdes dos.
Al final logré recuperar la voz.
—Bueno, lo cierto es que conseguimos salvar el fin de semana—le aseguré, manteniendo el tono de mi voz bajo, pero divertido.
—¡Ooh! Me encantaría conocer todos los detalles, pero me temo que traigo malas noticias. Los programadores se han tropezado con algunos problemas este fin de semana. Ha llegado a oídos del abuelo y viene para acá, quiere verte.
—Vaya, hombre, genial—puse los ojos en blanco.
Lo único que me faltaba.
—Lo siento.
Sacó una pila de informes impresos y los colocó encima de mi mesa.
—He pensado que tal vez quieras echarle un vistazo a esto antes que aparezca por aquí.
—Gracias—les eché una rápida ojeada—¿Son de ayer?—pregunté.
—Sí. Llámame cuando te hayas puesto al corriente, entonces hablaremos.
—Gracias, Blaine.
—De nada—se puso en pie y echó a andar en dirección a la puerta.
Estaba a punto de salir de la habitación cuando lo llamé, haciéndole volver.
—¿Sabes algo de Santana?—le pregunté.
Negó con la cabeza.
—¿No volvió anoche?
¿Anoche?
¡Dios mío!
¿Era posible que Santana hubiera estado en la habitación de al lado la noche anterior?
¿Y esta mañana?
—Espero que no—mascullé en voz alta.
—¿Cómo dices?
—Oh—hice un movimiento con la mano—Creo que no. Al menos, yo no la he oído.
—¿Estás preocupada por ella o algo así?
—Más o menos. Sí—lo miré fijamente—Santana no se lo tomó demasiado bien cuando le dije que era lesbiana. Me preocupa que se escandalizara la otra noche, cuando fuimos a aquel bar el jueves.
—Oh, no creo que tengas por qué preocuparte. Estará bien—miró su reloj—Llegará en cualquier momento—titubeó un poco y luego se dirigió a la puerta de nuevo—Me tengo que ir. Buena suerte con John.
De mala gana, lo vi marcharse antes de volver a la pila de papeles que tenía ante mí.
Me pasé la hora siguiente asegurándole a John Anderson que todo iba bien, que era normal que la conversión diera algunos fallos, que estábamos cumpliendo con las fechas previstas, que no había motivos para preocuparse y todo eso.
No salió de mi despacho hasta que le aseguré que el problema no se solucionaría nunca si me pasaba el día hablando con él en lugar de ponerme a trabajar.
Cuando se hubo marchado, miré mi reloj. Eran las diez y media.
¿Dónde estaba Santana?
Tenía el presentimiento de que tal vez hubiera decidido abandonar el proyecto y dimitir. Mi ansiedad se fue haciendo cada vez más evidente a medida que me iba convenciendo de que Santana no iba a volver de Boston.
Deslicé la silla por el suelo y miré por la ventana hacia el aparcamiento.
Hacía un día magnífico.
Precioso.
Un día perfecto para hacer novillos.
Vino a mi mente la risa de Marley. Era tan dulce... Lo había pasado muy bien con ella aquel fin de semana.
Realmente bien.
Pensé de nuevo en la posibilidad de que Santana hubiera estado en la habitación contigua la noche anterior. Me concentré tratando de recordar si había oído algún ruido.
«Tampoco te habrías dado cuenta», pensé.
Me froté los ojos y pestañeé, tratando de quitarme la confusión de encima. No, el silencio de la habitación contigua había sido abrumador durante todo el fin de semana. Tenía la certeza casi absoluta de que Santana no había estado ahí.
—Parece que te haya pasado una apisonadora por encima.
Santana estaba ahí a mi lado, apoyando las manos en el alféizar de la ventana y mirándome. Sonreía como siempre.
—¿Un fin de semana duro?—arqueó las cejas y se sentó en una silla enfrente de mí, cruzando sus piernas a la altura de la rodilla y estirando el dobladillo de la falda que apenas si le cubría los muslos.
El tono insinuante de su voz no dejaba lugar a dudas.
Vaya, es posible que estuviera en su habitación anoche.
Rápidamente, mi nerviosismo dio paso a una mezcla de enfado, alivio y frustración.
No estaba de humor para sus comentarios sarcásticos.
No respondí de inmediato, sino que esperé hasta contener mi enfado, repasándola de arriba abajo con una mirada desafiante.
—No—sabía que mi voz tenía un tono mordaz.
Mis ojos perforaban los suyos.
—De hecho, no ha tenido nada de duro.
Le acababa de marcar un tanto. Sus ojos parpadearon un instante.
—No has ido a casa—señaló.
—No.
Sabía lo que estaba pensando, lo que estaba insinuando, pero se iba a quedar con las ganas de saberlo.
—¿Por qué iba a querer ir a casa cuando aquí me lo puedo pasar tan bien?—me puse a reír y cogí uno de los informes, le eché un vistazo y lo arrojé distraídamente al suelo.
Lo cierto es que Santana parecía aliviada.
—Hemos tenido un pequeño desastre esta mañana y John Anderson se ha pasado la última hora aquí, interrogándome sobre los plazos.
—¡Huy! En ese caso, no me extraña que estés de tan mal humor está mañana.
—¿Quién está de mal humor?—bizqueé con los ojos y emití un gruñido—Muy bien, ya vale. Esto es todo lo que puedo soportar a estas horas de la mañana un lunes—me puse en pie y le señalé la puerta—¿Por qué no te vas a ver a Blaine y a su gente, y nos volvemos a reunir aquí a las once para ver qué hacemos?
—Vale, vale…—me respondió.
Estaba a punto de salir por la puerta cuando se volvió.
—Yo... en fin, siento haberme marchado el viernes así, sin avisar. Debería haberte dicho que me iba.
Asentí con la cabeza y me encogí de hombros, como quitándole importancia al asunto.
—No es que me preocupara por ti ni nada parecido, ni que te echara de menos tampoco.
—¿Ni siquiera un poquito?—inquirió en tono jocoso.
—Bueno—admití—, La verdad es que quizás un poquito, sí.
Parecía satisfecha y se rió.
—¿Qué te parece si nos vamos a cenar esta noche? ¿Tienes planes?
—No, no tengo ningún plan. Lo de la cena no estaría mal—dije.
Santana sonrió e hizo una mueca de satisfacción. Se disponía a salir del despacho cuando la llamé de nuevo.
—Oye, Santana.
—¿Sí?
—¿Acabas... acabas de llegar? De Boston, me refiero.
Respondió afirmativamente con la cabeza.
—He venido directamente del aeropuerto. ¿Por qué lo preguntas?
Experimenté una fuerte sensación de alivio.
—No, por nada, simple curiosidad...
Por su forma de mirarme supe que mi respuesta no la había convencido demasiado.
—Sí, claro. Luego nos vemos—hizo un movimiento con la cabeza y salió de la habitación.
De pronto desapareció la tensión.
Desde luego, Santana tenía el don de convertir mi vida en una especie de montaña rusa, pero tenía que admitir que me alegraba de que hubiera vuelto.
Fue un día muy largo.
Estuvimos reunidos durante horas, repasando mecánicamente una por una todas las secuencias hasta dar por fin con el fallo y hasta que decidimos una solución. De aquel despacho salió un grupo extenuado, pero satisfecho, cuando ya eran las nueve de la noche pasadas.
Hacía horas que no veía a Santana, había asomado la cabeza por mi oficina justo después de las seis para decirme que se iba al hotel y para desearnos suerte.
Mientras atravesaba exhausta el vestíbulo del hotel en dirección a los ascensores, pensaba que lo último que quería en el mundo era salir a cenar aquella noche, lo que de verdad me apetecía era un baño de agua caliente y meterme en la cama enseguida.
Cuando estaba intentando abrir la puerta de mi habitación, Santana apareció por la esquina del extremo del pasillo, vestida con una simple camiseta y unos shorts, llevando una cubitera bajo el brazo.
—¡Eh! ¡Has sobrevivido!—exclamó, abriendo mucho los ojos mientras sonreía.
—Eso sólo es un decir...—mascullé, tratando de esbozar una sonrisa a medida que se acercaba.
Al llegar a mi lado, frunció el ceño.
—Pareces agotada.
—Lo estoy—admití—, Pero creo que hemos localizado todos los errores: lo sabremos mañana por la mañana.
—¡Qué bien!—exclamó—No has comido, ¿verdad que no?
—No, pero me temo que no voy a poder ir a esa cena, estoy muerta.
—Pero también debes de estar muerta de hambre. ¿Por qué no hacemos que nos la suban? Tú ve a cambiarte y yo llamaré al servicio de habitaciones y cenaremos juntas, ¿te parece bien?
—Sí, claro, muy bien.
¿Cómo iba a decir que no?
Me metí en la habitación, quité el pestillo que impedía el acceso desde la habitación contigua y llamé a recepción para que me dieran los mensajes telefónicos.
Marley había llamado y los de la oficina central también. Los de la oficina central podían esperar. Llamé a Marley y me llevé una decepción al oír el contestador automático. Le dejé un breve mensaje, agradeciéndole de nuevo el maravilloso fin de semana que habíamos pasado juntas.
A continuación, revolví un poco en los cajones y encontré unos pantalones de chándal muy cómodos y una camiseta. Después me estiré en la cama y cerré los ojos.
Debí de quedarme dormida porque lo siguiente que oí fueron unos golpes en la puerta seguidos de una voz que anunciaba que era el servicio de habitaciones.
Santana se levantó de un salto de una de las sillas que había junto a la mesa e interceptó al camarero antes que me diera tiempo siquiera a incorporarme en la cama.
Sacudí la cabeza con un movimiento brusco para volver en mí, preguntándome cuánto rato hacía que Santana estaba ahí.
Hizo entrar al camarero y se apartó a un lado, mientras éste colocaba dos servicios para la cena. Se quedó ahí hasta que Santana firmó la cuenta y salió con unos pocos billetes de dólar en la mano.
—Lo siento, debo de haberme quedado dormida—murmuré una vez que estuvimos a solas.
—No, no importa. Siento que estés tan cansada—hizo un ademán con la mano para que fuera a sentarme con ella a la mesa—He pedido sopa y bocadillos, espero que te apetezca.
Asentí, un poco aturdida todavía, y me senté con ella.
No hablamos demasiado durante la cena, se respiraba un ambiente tranquilo, de camaradería. De repente me di cuenta, con un leve estremecimiento, de que quizás era la primera vez que estaba a solas con Santana y que no sentía aquella especie de taquicardia nerviosa en el estómago.
Tal vez se me estaba pasando o tal vez estaba demasiado soñolienta y desorientada para sentir nada, o tal vez tuviera algo que ver con Marley...
Charlamos un poco sobre el proyecto. Respondí a sus preguntas y le expliqué algunos de los problemas que habíamos detectado.
Me acababa de meter la última cucharada de sopa de pollo en la boca cuando hizo un ademán muy significativo con la cabeza señalando el jarrón con flores que nos separaba.
—¿Son de Marley?
Se encendieron las lucecitas de alerta en mi cabeza y advertí de nuevo aquella barrera entre Santana y yo mientras pestañeaba, tratando de conservar la calma. Después me acordé de que no tenía que inventarme ninguna historia: Santana sabía que yo era lesbiana.
—Sí, son bonitas, ¿verdad?—acerté a decir débilmente, tratando de aparentar indiferencia.
Santana cogió su servilleta y se la acercó a los labios.
—Escucha, si no es asunto mío, dímelo y ya está...
—No, no—la interrumpí—No es eso. Es sólo que...
Intenté una vez más ordenar mis pensamientos en medio de aquella nebulosa.
Estaba tan cansada...
—¿Puedo serte franca?
—Por favor.
—De acuerdo.
Me tomé unos segundos antes de responder, vertiendo un poco de café en mí taza, primero, y en la suya después. Mezclé un poco de leche y me quedé mirando muy atenta él líquido humeante en lugar de enfrentarme a los ojos de Santana.
—No logro entender el cambio que se ha producido en ti. No habíamos pasado tanto tiempo juntas desde hace... ¿cuánto tiempo hace? ¿Seis meses? Han pasado un montón de cosas entre tú y yo en todo este tiempo y no puedo olvidarlo así como así y contarte mi vida como si nada sólo porque tú hayas decidido que ahora ya no te importa o que puedes enfrentarte a ello.
Di un sorbo a la taza de café, no porque tuviera sed, sino para evitar decir algo que pudiera llegar a lamentar más adelante. Estaba sorprendida por la energía de mí voz, sorprendida de que pudiera decir todas aquellas palabras, sorprendida de que su rechazo aún pudiera dolerme tanto.
—Bueno, entonces hablemos de ello—dijo en tono suave y tranquilo.
No hacía falta animase a continuar, las palabras brotaban de mis labios a borbotones.
—Me pasé mucho tiempo evitando preguntas incómodas. Durante meses intenté salirme por la tangente cada vez que hacías alguna referencia a mi vida personal.
Hice una pausa tras comprobar que las cicatrices se abrían de nuevo y la miré.
—Después, cuando por fin decidí contarte la verdad, te cerraste en banda. Ya no hubo más comentarios ni más preguntas. Apenas, un triste «hola».
Me levanté, caminé los pocos pasos que me separaban de la cama y me senté, ansiosa por poner espacio entre nosotras.
—Tengo un poco de miedo a confiar en ti de nuevo—moví la cabeza, sin saber qué más decir.
El silencio no duró demasiado.
—Muy bien, tienes razón—comenzó a decir, respirando hondo antes de proseguir con un tono de voz un tanto dubitativo—Te debo una explicación e, incluso, una disculpa.
Ahora era ella quien estaba nerviosa, sin parar de agitar el café y apenas mirándome a los ojos.
—Cuando me dijiste que eras lesbiana.
Vaciló un poco al pronunciar la palabra, como si se sintiera incómoda diciéndola.
—, Me lo tomé como algo personal—levantó la mano cuando mis labios emitieron algo parecido a un gruñido—Me dejaste realmente perpleja y no supe cómo reaccionar. Ahora sé que mi reacción no fue nada justa.
Luchaba por encontrar las palabras y yo me quedé en silencio, a la expectativa.
Con un profundo suspiro, continuó.
—Al principio, en lo único en que pensaba era en que me habías mentido desde el primer día. No podía ver más allá ni dejar de pensar en ello. Aquellos primeros días estaba en un completo estado de skock. Lo único que sabía era que había encontrado una gran amiga que me importaba muchísimo y sentí que te había perdido. Había intentado infinidad de veces que te involucraras más en mi vida, como las veces en que te dije que por qué no salíamos con Noah y su amigo.
Lanzó una risa cínica mientras ponía los ojos en blanco.
—No, dejaba de pensar en aquellas estúpidas citas y en el modo en que solías evitar las preguntas personales y me sentí como una idiota. Me habías mentido y yo había sido una ingenua. Me sentí tan humillada...
—Lo siento mucho, de verdad—le dije—Soy consciente de lo difícil que debe de ser para ti comprenderlo. Lo único que puedo decirte es que me levantaba cada día con la intención de decírtelo, pero debes entender que he perdido a varios amigos que me importaban mucho y no quería arriesgarme a perderte a ti también. Me repetía a mí misma que ibas a estar entrando y saliendo de mi vida en poco tiempo y que no valía la pena complicar las cosas.
—No puedo imaginarme lo que se debe sentir, pero debe de ser algo horrible, supongo.
—-Lo es, pero me pasa tan a menudo que casi me he acostumbrado. Igual que me he acostumbrado a las mentiras—me encogí de hombros—Con todo, al final llego a un punto en que las mentiras son tan gordas que ya no puedo continuar mintiendo. Sé entonces que tengo que tomar una decisión: o me arriesgo y me lanzo, y entonces la amistad se fortalece o muere, o continúo mintiendo, estoy en guardia a todas horas y la amistad se debilita y muere de todas formas porque tiene que ser superficial para que estas mentiras se sostengan.
Nos quedamos calladas durante unos minutos, bebiéndonos el café.
—Supongo que te defraudé al reaccionar de aquella manera.
Esbocé una sonrisa llena de ironía, esforzándome para que no afloraran viejos rencores en mi interior.
—¿Que me defraudaste? No, en realidad me dejaste hecha polvo.
Hizo una mueca de dolor ante mi arrebato de sinceridad.
—Lo siento. Fui muy cruel. Sabía que me estaba portando mal contigo, pero no podía evitarlo.
Hizo un gesto de resignación y nos volvimos a quedar en silencio. La observé mientras inclinaba la cabeza, mirando sin ver cómo apretaba los puños. Continuó hablando con voz queda.
—Mi mejor amiga del instituto resultó ser gay.
Traté de disimular mi sorpresa.
—La situación en que me lo dijo era muy diferente de lo que pasó contigo, pero durante un tiempo después que me lo dijeras, no podía evitar preguntarme por qué dos mujeres de las que me sentía tan cercana habían resultado ser lesbianas.
Se rió o intentó reírse.
Parecía perdida y yo estaba dividida entre el deseo de consolarla y la necesidad de conocer las circunstancias de lo que había ocurrido entre ella y su mejor amiga.
—En fin—suspiró—, Creo que ya he superado todo esto. Te he echado mucho de menos, ésa es la verdad. Me lo pasaba muy bien contigo antes y lo echo de menos. Quiero que seamos amigas y sé que eso significa saber y aceptar quién eres. Te pido perdón. Espero que no sea demasiado tarde.
Una parte de mí estaba dando saltos de alegría.
¿Aquella mujer me había hecho daño alguna vez?
¿Me había pasado meses atormentándome por culpa suya?
Si podía aprender a confiar en ella, perdonarla sería la parte fácil.
—¡Bueno claro que no es demasiado tarde!—le lancé una sonrisa vacilante.
Aquello no iba a ser fácil para mí y era consciente de ello.
—Me alegro mucho—rió con ganas y se tomó un último sorbo de café—Entonces, dime, te gusta Marley, ¿no es así?
Arrugué la nariz.
—Sí, me gusta—mi voz no sonaba demasiado entusiasta, incluso a mis propios oídos;
Santana dio un gruñido y me arrojó la servilleta. La intercepté en el aire y se la devolví.
—En serio, me gusta, pero aparte de eso, no estoy muy segura de lo que siento por ella—traté de describir mis sentimientos—Es dulce, divertida... Una gran bailarina. Persistente... muy simpática.
—Muy simpática—me imitó.
—Sueno poco convincente, ¿no?
—Me temo que sí—ladeó la cabeza—¿Vas a volver a verla?
—Sí.
Se echó a reír.
—¡No se te pueden sacar las palabras ni con pinzas! —se lamentó.
—Lo siento, esto no se me da muy bien.
—¿No debo tomármelo como algo personal?
—No—dije en tono pensativo—Soy así con casi todo el mundo. La confianza necesita tiempo.
—Bueno, entonces supongo que tendré que ganármela. ¿Cuándo vas a volver a verla?
—El viernes.
Los ojos le brillaban al sonreír.
—Vale, cuéntamelo, me muero de ganas de saberlo. ¿Has pasado el fin de semana con ella?
Un rubor cálido asomó a mis mejillas. No iba a hablar de aquello con Santana.
—Más o menos.
—¡Aagh! ¡Me desesperas!
Comenzó a pasearse arriba y abajo enfrente de la cama.
—Se te da muy bien lo de no responder a las preguntas.
Me encogí de hombros.
—Llevo muchos años practicándolo.
En cierto sentido me sentía contenta y frustrada a la vez. No estaba tratando de ir de listilla.
—Lo siento—me excusé—, Dame tiempo para acostumbrarme a esto de la sinceridad, ¿de acuerdo?
Saltaba, a la vista que Santana todavía se sentía desencantada pero estaba dispuesta a ceder.
—Muy bien, no más preguntas por esta noche, pero es porque tarde o temprano confíes lo suficiente en mí como para contármelo.
—Eso seguro. Ahora voy a echarte de aquí a ver si puedo dormir un poco. Me haces pensar demasiado.
—Está bien, está bien. Sé captar una indirecta—levantó las manos y se dirigió a la puerta.
Antes de desaparecer del todo, asomó la cabeza.
—Gracias por cenar conmigo. Sé que lo que de verdad te apetecía era dormir.
—Ha sido un placer.
—¿Qué me dices del desayuno?
—¿En tu casa o en la mía?
Las palabras habían brotado antes que pudiera detenerlas. Me ruboricé de inmediato.
Si se había dado cuenta, fingió no haberlo hecho.
Chasqueó la lengua, haciéndose la remilgada.
—Sorpréndeme—respondió y desapareció.
—¡Que la sorprenda!—exclamé para mí misma con un quejido cuando se hubo marchado.
Me acerqué a la mesa para recoger la bandeja de la cena y dejarla en el corredor. Cerré la puerta sin hacer ruido, sonriendo y moviendo la cabeza todo el rato antes de apagar la luz y meterme en la cama.
En los minutos siguientes me quedé quieta en la oscuridad, repitiendo la conversación que acabábamos de tener. Traté de no hacer demasiado hincapié en el pasado.
No quería analizar paso por paso las razones que había esgrimido.
Por lo que me había dicho, ella también había sufrido lo suyo y era bueno que por lo menos hubiéramos hablado de ello. Quizás era bueno incluso que hubiera pasado tanto tiempo desde que había ocurrido todo. El tiempo me había proporcionado la perspectiva y la oportunidad de poner mi enamoramiento en el lugar que le correspondía.
No sabía si podía confiar en ella todavía, pero quería hacerlo.
Mientras un optimismo sigiloso se iba apoderando de mí, me acurruqué entre las sábanas y me dejé vencer por el cansancio.
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Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 8
Capitulo 8
Quinn, mi confidente, no estaba ni mucho menos tan dispuesta a olvidar como yo.
—Ten cuidado, Britt. No me fío de ella.
Era el siguiente jueves por la noche y me había llamado justo cuando acababa de llegar de la oficina.
Apenas había tenido tiempo de ponerme los pantalones de chándal y un suéter cuando sonó el teléfono. Quería saber todos los detalles de mi fin de semana con Marley.
Sus preguntas me estaban poniendo un poquitín nerviosa, por lo que decidí cambiar de tema y le hablé de mi conversación con Santana.
—Yo tampoco estoy muy segura de poder confiar en ella, pero quiero hacerlo.
—Con todo, ten cuidado. No dejes que te haga daño de nuevo.
Por alguna razón, sentí la necesidad de salir en defensa de Santana.
—No va a hacerme daño, de verdad, todo vuelve a ser como antes.
—¿Todavía estás colada por ella?
La sangre comenzó a hervirme muy lentamente.
—No estoy colada por ella—insistí.
—Ya, ya. Y nunca lo has estado.
—Si lo he estado o no, ahora no viene al caso. Ya no lo estoy.
Quería matar el tema enseguida.
—¿Cómo está Rach?
—Está bien, pero no cambies de tema.
—Quinn—dije, lanzando un profundo suspiro—Por favor, ya basta.
Oí unos golpecitos en la puerta que comunicaba mi habitación con la de Santana, por lo que bajé el tono de voz.
—Está llamando a la puerta, tengo que dejarte.
—¡Ooh! ¿Está en la habitación contigua?
—Sí, está en la habitación contigua.
Me estaba sacando de quicio, pero en realidad no me molestaban sus comentarios sarcásticos.
—Ahora voy a abrirle la puerta.
Apoyé el receptor en el hombro sosteniéndolo con la barbilla y eché a andar en dirección a la puerta. Santana estaba al otro lado, vestida con una sudadera de talla extra-grande y unas mallas elásticas de color negro. Llevaba en la mano una bolsa de plástico de nuestro restaurante chino favorito y la levantó para que la viera.
Olía deliciosamente bien.
Le hice una señal para que entrara y levanté un dedo para indicarle que sólo tardaría un minuto.
—Siento que no podamos hablar más—le estaba diciendo a Quinn.
—-¡Oye, oye! ¡Espera! ¿Qué pasa con Marley?
—Ya te lo contaré luego.
Observé a Santana mientras extraía de la bolsa varias cajas de cartón y las colocaba con cuidado encima de la mesa.
—¿Me lo prometes?—preguntó Quinn.
—Te lo prometo. Intentaré llamarte esta noche, ¿de acuerdo?
Parecía satisfecha.
—Vale. Oye, Britt...
Adoraba a aquella mujer, aunque a veces fuera tan mortificante.
—Te apuesto lo que quieras a que tenía razón—dijo con voz calmada.
—¿Respecto a qué?
¿De qué narices estaba hablando ahora?
—Respecto a Santana. Estoy segura de que le gustas.
Me puse a reír con alegría nerviosa, esperando que Santana no se diera cuenta.
—Muy graciosa. Ya hablaremos.
—Hasta luego, Britt.
—Adiós.—colgué el teléfono y me acerqué a la mesa para sentarme con Santana—Mmm..., huele muy bien.
—Espero no haberte interrumpido—dijo, mientras me pasaba un par de palillos.
¿Por qué estaba yo tan paranoica?
—No, en absoluto. Era mi amiga Quinn, de Boston. Ya la llamaré más tarde. ¿Has traído wonton frito?
—Por supuesto—dio unos golpecitos en una de las cajas y la cogí rápidamente, y la abrí para sacar uno.
Estaba asombrada por el modo en que Santana y yo habíamos conseguido volver a nuestra antigua amistad. Se habían producido unos cambios muy sutiles desde nuestra conversación unas cuantas noches atrás, ésta era la cuarta cena consecutiva que compartíamos e incluso había desayunado conmigo de nuevo aquella misma mañana después de confesarme que odiaba tener que comer sola abajo en el comedor.
«Los hombres están todos listos para atacar, incluso a esas horas de la mañana», me había comentado.
Habíamos vuelto a aquella compenetración abierta y amigable de antes, y sin embargo, había algunas diferencias.
Eran unas diferencias intangibles.
Me daba la sensación de que Santana había tomado la decisión de invertir gran cantidad de energía para conseguir que me abriera y confiara en ella de nuevo. Se mostraba muy paciente y tolerante, parecía que estudiaba todas mis respuestas, asimilándolas y clasificándolas.
El asunto de la homosexualidad también parecía que estaba revoloteando a nuestro alrededor y yo era muy consciente de esta nueva faceta de nuestra relación. Siempre parecía que estaba ahí, apareciendo bajo infinidad de pequeñas formas distintas. Era casi como si me estuviera viendo de otra forma, observándome para ver si podía identificar de algún modo lo que me hacía diferente. Todavía no había comenzado a hacerme preguntas al respecto, pero intuía que las iba a hacer en cualquier momento.
Cuando acabamos de cenar, nos colocamos en las que se habían convertido en nuestras posturas favoritas de sobremesa. Me encaramé a la cama y me acomodé en los almohadones, levantando las piernas y recogiéndolas para sentarme sobre las rodillas, cruzándolas.
Santana se quedó en el sillón que había junto a la mesa y lo giró un poco para estar la una frente a la otra.
—¿Cómo supiste que eras gay?—me preguntó a bocajarro, dejándome desconcertada.
Luego estalló en una especie de risa nerviosa, con gesto arrepentido.
—Lo siento. No tenía que habértelo dicho así, ya hace días que quiero hacerte esta pregunta, pero no sabía muy bien cómo.
—No pasa nada—le aseguré.
Tardé unos momentos en recuperar la serenidad y ordenar mis pensamientos. Una parte de mí quería evitar la pregunta y el tema en sí a toda costa, pero sabía que no podía hacerlo. Sabía que tenía que abrir la puerta un poco más.
—La verdad es que no estoy segura exactamente.
Entornó los ojos y me di cuenta de que creía que estaba tratando de eludir la pregunta.
—No es que quiera salirme por la tangente—dije riendo—, Pero es que no ocurrió de la noche a la mañana, ¿sabes? Lo creas o no, cuando era una adolescente, estaba loca por los chicos: era una auténtica devoradora de hombres.
—¿De verdad?—abrió los ojos con incredulidad—¿Sabes una cosa? Cuanto más te conozco, más difícil se me hace imaginarte con un hombre.
—Oh, fue todo muy sencillo—le aseguré mientras daba un nuevo sorbo a mi copa de vino—La gran diferencia entre mis relaciones con los chicos y con las chicas era que lo de los chicos era algo social y también algo físico: siempre fui una chica muy curiosa, ya desde bien pequeña.
Hice unos movimientos significativos con las cejas para poner más énfasis a mis palabras mientras colocaba una almohada contra el cabezal de la cama y me apoyaba en ella.
—Pero lo de las chicas era distinto.
Dejé que mi mente retrocediera en el tiempo y recordara cosas en las que no había pensado desde hacía siglos.
—Siempre estaba mucho más unida emocionalmente a las chicas. Mis mejores amigas siempre eran demasiado importantes para mí y me rompían el corazón de una forma en que ningún novio mío lo había hecho jamás.
—¿Y eso?
—Porque no sentían lo mismo que yo, Por ejemplo, cuando mi mejor amiga del instituto decidió salir con un chico una noche, en lugar de ir al cine conmigo, tal y como habíamos planeado, me dejó completamente destrozada—moví la cabeza de lado a lado al recordar aquello.
Santana asintió con un gesto, aceptando mi explicación.
—¿Cuándo lo supiste?—acercó el sillón y apoyó las piernas en el extremo de la cama.
—Salí con chicos durante toda la época del instituto. Después fui a la universidad y me enamoré como una tonta de mi compañera de piso—me reí con ironía, sonriendo al recordarlo—... No me percaté de lo que estaba ocurriendo. Sencillamente, establecí el mismo tipo de vínculo afectivo que había tenido con mis mejores amigas anteriores.
—Espera un momento—levantó la mano—¿Qué quieres decir con eso de que no sabías lo que estaba ocurriendo?
—Es difícil de explicar. No puse una etiqueta a mis sentimientos por ella. Lo único que sabía con certeza era que me encantaba estar con ella y que nos lo pasábamos en grande. Hacíamos cosas la una por la otra, ya sabes, tonterías sentimentaloides sin importancia, pero tardé mucho tiempo en descubrir que estaba loca por ella.
Di otro sorbo a mi copa y la vacié. No puse ningún impedimento cuando Santana se ofreció para llenármela de nuevo. Esperé a que se sentara otra vez antes de continuar hablando.
—Ella era tan...
—¿Ella?
—Julie.
—Julie —asintió—Continúa.
—Julie no se parecía a nadie que hubiera conocido anteriormente. Era de la costa oeste y no tenía complejos. Era una auténtica devoradora de hombres.
—¿Te acostaste con ella?
—Estás estropeando la historia.
—Vaya, lo siento—chasqueó la lengua—Continua.
—En fin, Julie no le hacía ascos a nada. Era la persona más sexual que he conocido en mi vida. Le encantaba el sexo y le encantaba hablar de él. Fue la primera mujer que conocí que admitió abiertamente que se masturbaba.
Comencé a reírme a carcajadas recordando el modo en que había intentado aparentar indiferencia cuando Julie me pronunciaba aquellos discursos y desvariaba sobre las maravillas del onanismo.
—A Julie le encantaba hablarme de sus fantasías sexuales y una de ellas era irse a la cama con una mujer.
—¿Te dijo esto?—su rostro expresaba pura y simple estupefacción.
Asentí enérgicamente.
—Oh, sí. Nada era lo bastante exótico para ella. Siempre se había preguntado qué se sentía experimentando varias cosas con el sexo y estar con una mujer despertaba su curiosidad.
—¿Te lo contó ella misma?—la voz de Santana reflejaba su asombro.
—Sí, me lo contó y también sus otras fantasías sexuales. Además, ten en cuenta que yo, por aquel entonces, era bastante tímida y relativamente ingenua.
Santana carraspeó al oír mis palabras.
—Bueno—puntualicé—, No es que fuera muy ingenua—admití—, Pero era vergonzosa. Me pasé muchos meses tratando de disimular lo chocantes que me resultaban sus comentarios. No sabía cómo reaccionar, ¿me entiendes?
—¿Quieres decir que eras muy reservada con ella?
—Exactamente.
—Lo continúas siendo.
—¿Lo ves? Te dije que no te lo tomaras como algo personal.
Lanzó una sonrisa forzada y, como no reanudé mi relato inmediatamente, me animó a seguir:
—¿Y?
—Y, en fin...—continué—Éramos compañeras de piso de primer curso. Por Navidades, ya estaba perdidamente enamorada de ella. Cuanto más hablaba de su curiosidad por el tema, más pensaba yo en ello, y cuanto más pensaba en ello, más consciente era de que yo también me estaba muriendo de ganas. Entonces, una noche de febrero, estábamos en el departamento y sacó el tema de nuevo, pero esta vez me preguntó si yo también había pensado en ello alguna vez y si también sentía curiosidad.
No había ningún asomo de sonrisa en el rostro de Santana, ahora me escuchaba atentamente, sin perder detalle de lo que estaba diciendo.
—Creí que el corazón se me iba a salir por la boca. Me puse a temblar como una hoja porque lo último que quería en este mundo era que supiera que estaba enamorada de ella, por tanto, como quien no quiere la cosa, hice un comentario espontáneo diciendo algo así como que no había pensado en ello, pero que era posible que sintiese cierta curiosidad—me había ido animando a medida que me iba metiendo en la historia.
Ahora Santana se reía.
—¡Eso es tan propio de ti!
Arqueé las cejas. Tal vez me conociera mejor de lo que yo creía.
—No recuerdo exactamente cómo fue, pero comenzó a insinuar que si ambas sentíamos curiosidad, quizá fuera una buena idea intentarlo juntas... experimentar un poco.
—No puedo creerlo, te utilizó.
—Créeme, quería que me utilizase.
—Bueno, y luego...—Santana me animó a continuar.
—Después, nada. Durante los dos meses siguientes, estuvo torturándome a diario y quiero decir a todas horas. Hablábamos sobre ello, llegábamos al momento en que yo creía que iba a ocurrir y luego soltaba un discurso filosófico sobre los pros y los contras. Me daba razones por las que no debíamos hacerlo. Un día afirmaba que tenía miedo de poner en peligro nuestra amistad, al día siguiente cambiaba de opinión y coqueteaba conmigo descaradamente... Y luego volvía a negarse en redondo de nuevo—cerré los ojos y exhalé un profundo suspiro—Fue horrible. Era como una montaña rusa: un día arriba y luego abajo, y así todos los días. Y durante todo aquel tiempo, yo la deseaba tanto que me dolía, pero no quería decírselo.
—¿Por qué no?
—Porque tenía miedo de que si metía mis sentimientos de por medio, se asustaría del todo y renunciaría definitivamente. No iba a darle una razón más para no hacerlo.
Fruncía el ceño al recordar todos aquellos sentimientos torturados.
—¿Y eso es todo? ¿Ahí acabó la historia?
—No. Justo antes de las vacaciones de verano, me dejó muy claro que ya se había decidido. No iba a haber forma humana de que se fuera a la cama conmigo. Se fue a casa a Los Ángeles y yo volví a Detroit. Pasé todo el verano sintiéndome triste y desgraciada. Estuve tres meses enteros llorando, aunque la parte positiva es que comencé a atar cabos sobre mi pasado y mis sentimientos hacia mis mejores amigas. Me lo imaginé. No podía expresarlo con palabras exactamente, pero en mi interior sabía lo que me estaba sucediendo.
—¿Y qué hiciste?
—Al principio, nada. No se me ocurrió que podía conocer a mujeres que fueran como yo. No estaba tan pendiente del hecho de ser lesbiana como del hecho de estar enamorada de Julie. Ella era la única persona a quien quería, así que esperé y esperé hasta que estuvimos juntas de nuevo en otoño.
—¿Fueron compañeras de piso otra vez?
Respondí afirmativamente.
—Al principio, todo fue muy raro. Se comportaba como si nunca hubiéramos hablado de aquello. Salía con un chico distinto cada semana y yo me guardé mis sentimientos para mí misma. Me sentía bastante desdichada por aquel entonces.
—Me lo imagino—Santana se había terminado el vino y dejó la copa en la mesa, detrás de ella—¿Alguna vez volvió a salir el tema?
—Oh, sí. Al final acabamos por hacernos muy amigas de nuevo y justo cuando comenzaba a albergar esperanzas otra vez, me soltó una bomba.
—¿Qué?
Miré a Santana fijamente a los ojos, el dolor del pasado estaba a punto de asfixiarme.
—Me dijo que se había ido a la cama con una vieja amiga el verano anterior.
—¡No!—Santana parecía consternada—¿Cómo pudo hacerte eso?
—Eso mismo pensé, yo. Me contó que le seguía picando la curiosidad y que le había resultado más fácil acostarse con aquella mujer porque no le importaba tanto como yo, así que imagínate.
—Oh, Brittany, debió de ser horrible.
—Lo fue, no sé cómo logré sacarme el curso, pero lo hice. Y... bueno, aquel mismo año, más adelante, al final nos fuimos a la cama.
—¿Cómo sucedió?
—No lo sé—respondí, encogiéndome de hombros—Le estaba dando un masaje en la espalda o algo así y, de repente, comenzó a besarme—hice una pausa y me quedé pensativa unos instantes—Pero bueno, ya no era lo mismo a aquellas alturas. Fue un chasco, ya que todo había cambiado.
—Bueno, espera un segundo. ¿Qué ocurrió después de que se fueran a la cama?
—Al día siguiente me levanté y me fui a clase. Me sentía como si estuviera en la cima del mundo. Incluso me detuve en una floristería de camino a casa para comprarle una rosa.
—¡Qué detalle!
—No apareció después de clase, que es lo que hacía siempre. Con todo, estuve esperándola un buen rato hasta que llegó, a eso de la medianoche. Me contestaba con evasivas, así que le di la rosa—hice un chasquido seco con la lengua—Me dio las gracias y luego me dijo que había sido un error, que le gustaban los hombres y que no volvería a ocurrir. Punto. Y nunca más volvió a ocurrir—me terminé el vino que quedaba en la copa—Y eso, querida, es el final de la historia. Mi primera y única experiencia relacionada con romper la regla número uno.
—¿La regla número uno?
—Regla número uno—entoné—«Nunca te compliques la vida con una mujer heterosexual».
Vi que Santana había fruncido el ceño y entonces caí en la cuenta de lo que acababa de decir.
—Lo siento. No es nada personal. Es sólo un viejo dicho gay.
Reflexionó unos segundos sobre mis palabras y a continuación preguntó:
—¿Le llegaste a decir alguna vez lo que sentías?
—No, han pasado tantas cosas desde entonces... Todavía hablo con ella de vez en cuando, pero no creo que se lo haya imaginado nunca o que se lo haya querido imaginar—me detuve y luego añadí a modo de ocurrencia tardía—Ahora está casada.
Se me quedó mirando unos momentos, con el semblante serio.
—Lo siento, Brittany. Debiste de pasarlo muy mal.
Admití que así había sido.
—Pero de eso ya hace mucho tiempo.
Levanté las muñecas para enseñárselas, tratando de darle un cariz más alegre a nuestra conversación.
—¿Lo ves? No tengo ninguna cicatriz.
—No, no las tienes visibles.
—Ooh—me quejé, notando cómo me iba poniendo a la defensiva de nuevo—Ya estás analizándome otra vez. Ya he superado casi todas estas viejas pesadillas del pasado. Estoy segura de que tú también tienes alguna que otra por ahí.
—Es posible que unas cuantas—me sonrió por primera vez desde ya hacía un buen rato—Pero ya estás cambiando de tema y hablando de mí, y no voy a caer en la trampa—bostezó y se levantó para desperezarse—Oye, tienes una cita mañana por la noche.
—Sí, es cierto—dije, devolviéndole la sonrisa—¿Y ahora quién está cambiando de tema?
—Resulta que me estaba acostumbrando a esto de cenar contigo cada noche.
Ladeó la cabeza y su boca dibujó una mueca divertida, como si estuviera haciendo pucheros.
—¿Qué voy a hacer sin ti?
El corazón me dio un vuelco.
—Estoy segura de que te las arreglarás.
Dio un par de vueltas por la habitación sin mirarme. Al final, agarró el pomo de la puerta que daba a su habitación.
—Creo, Brittany Pierce, que en el futuro deberías intentar concertar tus citas de forma que fueran un poco más cómodas para mí.
Se me escapó una sonora carcajada.
¡Qué cara más dura la de aquella mujer!
—Tienes toda la razón, Santana—me burlé, siguiéndole el juego—Creo que debo modificar mi lista de prioridades.
—Me alegro de que te hayas dado cuenta—expresó con sorna, a la vez que esbozaba una sonrisa burlona—¿Nos vemos para desayunar?—señaló hacia su habitación con la cabeza—En mi casa, sólo para cambiar un poco de decorado.
—Como quieras—me eché a reír y le di las buenas noches.
—Ten cuidado, Britt. No me fío de ella.
Era el siguiente jueves por la noche y me había llamado justo cuando acababa de llegar de la oficina.
Apenas había tenido tiempo de ponerme los pantalones de chándal y un suéter cuando sonó el teléfono. Quería saber todos los detalles de mi fin de semana con Marley.
Sus preguntas me estaban poniendo un poquitín nerviosa, por lo que decidí cambiar de tema y le hablé de mi conversación con Santana.
—Yo tampoco estoy muy segura de poder confiar en ella, pero quiero hacerlo.
—Con todo, ten cuidado. No dejes que te haga daño de nuevo.
Por alguna razón, sentí la necesidad de salir en defensa de Santana.
—No va a hacerme daño, de verdad, todo vuelve a ser como antes.
—¿Todavía estás colada por ella?
La sangre comenzó a hervirme muy lentamente.
—No estoy colada por ella—insistí.
—Ya, ya. Y nunca lo has estado.
—Si lo he estado o no, ahora no viene al caso. Ya no lo estoy.
Quería matar el tema enseguida.
—¿Cómo está Rach?
—Está bien, pero no cambies de tema.
—Quinn—dije, lanzando un profundo suspiro—Por favor, ya basta.
Oí unos golpecitos en la puerta que comunicaba mi habitación con la de Santana, por lo que bajé el tono de voz.
—Está llamando a la puerta, tengo que dejarte.
—¡Ooh! ¿Está en la habitación contigua?
—Sí, está en la habitación contigua.
Me estaba sacando de quicio, pero en realidad no me molestaban sus comentarios sarcásticos.
—Ahora voy a abrirle la puerta.
Apoyé el receptor en el hombro sosteniéndolo con la barbilla y eché a andar en dirección a la puerta. Santana estaba al otro lado, vestida con una sudadera de talla extra-grande y unas mallas elásticas de color negro. Llevaba en la mano una bolsa de plástico de nuestro restaurante chino favorito y la levantó para que la viera.
Olía deliciosamente bien.
Le hice una señal para que entrara y levanté un dedo para indicarle que sólo tardaría un minuto.
—Siento que no podamos hablar más—le estaba diciendo a Quinn.
—-¡Oye, oye! ¡Espera! ¿Qué pasa con Marley?
—Ya te lo contaré luego.
Observé a Santana mientras extraía de la bolsa varias cajas de cartón y las colocaba con cuidado encima de la mesa.
—¿Me lo prometes?—preguntó Quinn.
—Te lo prometo. Intentaré llamarte esta noche, ¿de acuerdo?
Parecía satisfecha.
—Vale. Oye, Britt...
Adoraba a aquella mujer, aunque a veces fuera tan mortificante.
—Te apuesto lo que quieras a que tenía razón—dijo con voz calmada.
—¿Respecto a qué?
¿De qué narices estaba hablando ahora?
—Respecto a Santana. Estoy segura de que le gustas.
Me puse a reír con alegría nerviosa, esperando que Santana no se diera cuenta.
—Muy graciosa. Ya hablaremos.
—Hasta luego, Britt.
—Adiós.—colgué el teléfono y me acerqué a la mesa para sentarme con Santana—Mmm..., huele muy bien.
—Espero no haberte interrumpido—dijo, mientras me pasaba un par de palillos.
¿Por qué estaba yo tan paranoica?
—No, en absoluto. Era mi amiga Quinn, de Boston. Ya la llamaré más tarde. ¿Has traído wonton frito?
—Por supuesto—dio unos golpecitos en una de las cajas y la cogí rápidamente, y la abrí para sacar uno.
Estaba asombrada por el modo en que Santana y yo habíamos conseguido volver a nuestra antigua amistad. Se habían producido unos cambios muy sutiles desde nuestra conversación unas cuantas noches atrás, ésta era la cuarta cena consecutiva que compartíamos e incluso había desayunado conmigo de nuevo aquella misma mañana después de confesarme que odiaba tener que comer sola abajo en el comedor.
«Los hombres están todos listos para atacar, incluso a esas horas de la mañana», me había comentado.
Habíamos vuelto a aquella compenetración abierta y amigable de antes, y sin embargo, había algunas diferencias.
Eran unas diferencias intangibles.
Me daba la sensación de que Santana había tomado la decisión de invertir gran cantidad de energía para conseguir que me abriera y confiara en ella de nuevo. Se mostraba muy paciente y tolerante, parecía que estudiaba todas mis respuestas, asimilándolas y clasificándolas.
El asunto de la homosexualidad también parecía que estaba revoloteando a nuestro alrededor y yo era muy consciente de esta nueva faceta de nuestra relación. Siempre parecía que estaba ahí, apareciendo bajo infinidad de pequeñas formas distintas. Era casi como si me estuviera viendo de otra forma, observándome para ver si podía identificar de algún modo lo que me hacía diferente. Todavía no había comenzado a hacerme preguntas al respecto, pero intuía que las iba a hacer en cualquier momento.
Cuando acabamos de cenar, nos colocamos en las que se habían convertido en nuestras posturas favoritas de sobremesa. Me encaramé a la cama y me acomodé en los almohadones, levantando las piernas y recogiéndolas para sentarme sobre las rodillas, cruzándolas.
Santana se quedó en el sillón que había junto a la mesa y lo giró un poco para estar la una frente a la otra.
—¿Cómo supiste que eras gay?—me preguntó a bocajarro, dejándome desconcertada.
Luego estalló en una especie de risa nerviosa, con gesto arrepentido.
—Lo siento. No tenía que habértelo dicho así, ya hace días que quiero hacerte esta pregunta, pero no sabía muy bien cómo.
—No pasa nada—le aseguré.
Tardé unos momentos en recuperar la serenidad y ordenar mis pensamientos. Una parte de mí quería evitar la pregunta y el tema en sí a toda costa, pero sabía que no podía hacerlo. Sabía que tenía que abrir la puerta un poco más.
—La verdad es que no estoy segura exactamente.
Entornó los ojos y me di cuenta de que creía que estaba tratando de eludir la pregunta.
—No es que quiera salirme por la tangente—dije riendo—, Pero es que no ocurrió de la noche a la mañana, ¿sabes? Lo creas o no, cuando era una adolescente, estaba loca por los chicos: era una auténtica devoradora de hombres.
—¿De verdad?—abrió los ojos con incredulidad—¿Sabes una cosa? Cuanto más te conozco, más difícil se me hace imaginarte con un hombre.
—Oh, fue todo muy sencillo—le aseguré mientras daba un nuevo sorbo a mi copa de vino—La gran diferencia entre mis relaciones con los chicos y con las chicas era que lo de los chicos era algo social y también algo físico: siempre fui una chica muy curiosa, ya desde bien pequeña.
Hice unos movimientos significativos con las cejas para poner más énfasis a mis palabras mientras colocaba una almohada contra el cabezal de la cama y me apoyaba en ella.
—Pero lo de las chicas era distinto.
Dejé que mi mente retrocediera en el tiempo y recordara cosas en las que no había pensado desde hacía siglos.
—Siempre estaba mucho más unida emocionalmente a las chicas. Mis mejores amigas siempre eran demasiado importantes para mí y me rompían el corazón de una forma en que ningún novio mío lo había hecho jamás.
—¿Y eso?
—Porque no sentían lo mismo que yo, Por ejemplo, cuando mi mejor amiga del instituto decidió salir con un chico una noche, en lugar de ir al cine conmigo, tal y como habíamos planeado, me dejó completamente destrozada—moví la cabeza de lado a lado al recordar aquello.
Santana asintió con un gesto, aceptando mi explicación.
—¿Cuándo lo supiste?—acercó el sillón y apoyó las piernas en el extremo de la cama.
—Salí con chicos durante toda la época del instituto. Después fui a la universidad y me enamoré como una tonta de mi compañera de piso—me reí con ironía, sonriendo al recordarlo—... No me percaté de lo que estaba ocurriendo. Sencillamente, establecí el mismo tipo de vínculo afectivo que había tenido con mis mejores amigas anteriores.
—Espera un momento—levantó la mano—¿Qué quieres decir con eso de que no sabías lo que estaba ocurriendo?
—Es difícil de explicar. No puse una etiqueta a mis sentimientos por ella. Lo único que sabía con certeza era que me encantaba estar con ella y que nos lo pasábamos en grande. Hacíamos cosas la una por la otra, ya sabes, tonterías sentimentaloides sin importancia, pero tardé mucho tiempo en descubrir que estaba loca por ella.
Di otro sorbo a mi copa y la vacié. No puse ningún impedimento cuando Santana se ofreció para llenármela de nuevo. Esperé a que se sentara otra vez antes de continuar hablando.
—Ella era tan...
—¿Ella?
—Julie.
—Julie —asintió—Continúa.
—Julie no se parecía a nadie que hubiera conocido anteriormente. Era de la costa oeste y no tenía complejos. Era una auténtica devoradora de hombres.
—¿Te acostaste con ella?
—Estás estropeando la historia.
—Vaya, lo siento—chasqueó la lengua—Continua.
—En fin, Julie no le hacía ascos a nada. Era la persona más sexual que he conocido en mi vida. Le encantaba el sexo y le encantaba hablar de él. Fue la primera mujer que conocí que admitió abiertamente que se masturbaba.
Comencé a reírme a carcajadas recordando el modo en que había intentado aparentar indiferencia cuando Julie me pronunciaba aquellos discursos y desvariaba sobre las maravillas del onanismo.
—A Julie le encantaba hablarme de sus fantasías sexuales y una de ellas era irse a la cama con una mujer.
—¿Te dijo esto?—su rostro expresaba pura y simple estupefacción.
Asentí enérgicamente.
—Oh, sí. Nada era lo bastante exótico para ella. Siempre se había preguntado qué se sentía experimentando varias cosas con el sexo y estar con una mujer despertaba su curiosidad.
—¿Te lo contó ella misma?—la voz de Santana reflejaba su asombro.
—Sí, me lo contó y también sus otras fantasías sexuales. Además, ten en cuenta que yo, por aquel entonces, era bastante tímida y relativamente ingenua.
Santana carraspeó al oír mis palabras.
—Bueno—puntualicé—, No es que fuera muy ingenua—admití—, Pero era vergonzosa. Me pasé muchos meses tratando de disimular lo chocantes que me resultaban sus comentarios. No sabía cómo reaccionar, ¿me entiendes?
—¿Quieres decir que eras muy reservada con ella?
—Exactamente.
—Lo continúas siendo.
—¿Lo ves? Te dije que no te lo tomaras como algo personal.
Lanzó una sonrisa forzada y, como no reanudé mi relato inmediatamente, me animó a seguir:
—¿Y?
—Y, en fin...—continué—Éramos compañeras de piso de primer curso. Por Navidades, ya estaba perdidamente enamorada de ella. Cuanto más hablaba de su curiosidad por el tema, más pensaba yo en ello, y cuanto más pensaba en ello, más consciente era de que yo también me estaba muriendo de ganas. Entonces, una noche de febrero, estábamos en el departamento y sacó el tema de nuevo, pero esta vez me preguntó si yo también había pensado en ello alguna vez y si también sentía curiosidad.
No había ningún asomo de sonrisa en el rostro de Santana, ahora me escuchaba atentamente, sin perder detalle de lo que estaba diciendo.
—Creí que el corazón se me iba a salir por la boca. Me puse a temblar como una hoja porque lo último que quería en este mundo era que supiera que estaba enamorada de ella, por tanto, como quien no quiere la cosa, hice un comentario espontáneo diciendo algo así como que no había pensado en ello, pero que era posible que sintiese cierta curiosidad—me había ido animando a medida que me iba metiendo en la historia.
Ahora Santana se reía.
—¡Eso es tan propio de ti!
Arqueé las cejas. Tal vez me conociera mejor de lo que yo creía.
—No recuerdo exactamente cómo fue, pero comenzó a insinuar que si ambas sentíamos curiosidad, quizá fuera una buena idea intentarlo juntas... experimentar un poco.
—No puedo creerlo, te utilizó.
—Créeme, quería que me utilizase.
—Bueno, y luego...—Santana me animó a continuar.
—Después, nada. Durante los dos meses siguientes, estuvo torturándome a diario y quiero decir a todas horas. Hablábamos sobre ello, llegábamos al momento en que yo creía que iba a ocurrir y luego soltaba un discurso filosófico sobre los pros y los contras. Me daba razones por las que no debíamos hacerlo. Un día afirmaba que tenía miedo de poner en peligro nuestra amistad, al día siguiente cambiaba de opinión y coqueteaba conmigo descaradamente... Y luego volvía a negarse en redondo de nuevo—cerré los ojos y exhalé un profundo suspiro—Fue horrible. Era como una montaña rusa: un día arriba y luego abajo, y así todos los días. Y durante todo aquel tiempo, yo la deseaba tanto que me dolía, pero no quería decírselo.
—¿Por qué no?
—Porque tenía miedo de que si metía mis sentimientos de por medio, se asustaría del todo y renunciaría definitivamente. No iba a darle una razón más para no hacerlo.
Fruncía el ceño al recordar todos aquellos sentimientos torturados.
—¿Y eso es todo? ¿Ahí acabó la historia?
—No. Justo antes de las vacaciones de verano, me dejó muy claro que ya se había decidido. No iba a haber forma humana de que se fuera a la cama conmigo. Se fue a casa a Los Ángeles y yo volví a Detroit. Pasé todo el verano sintiéndome triste y desgraciada. Estuve tres meses enteros llorando, aunque la parte positiva es que comencé a atar cabos sobre mi pasado y mis sentimientos hacia mis mejores amigas. Me lo imaginé. No podía expresarlo con palabras exactamente, pero en mi interior sabía lo que me estaba sucediendo.
—¿Y qué hiciste?
—Al principio, nada. No se me ocurrió que podía conocer a mujeres que fueran como yo. No estaba tan pendiente del hecho de ser lesbiana como del hecho de estar enamorada de Julie. Ella era la única persona a quien quería, así que esperé y esperé hasta que estuvimos juntas de nuevo en otoño.
—¿Fueron compañeras de piso otra vez?
Respondí afirmativamente.
—Al principio, todo fue muy raro. Se comportaba como si nunca hubiéramos hablado de aquello. Salía con un chico distinto cada semana y yo me guardé mis sentimientos para mí misma. Me sentía bastante desdichada por aquel entonces.
—Me lo imagino—Santana se había terminado el vino y dejó la copa en la mesa, detrás de ella—¿Alguna vez volvió a salir el tema?
—Oh, sí. Al final acabamos por hacernos muy amigas de nuevo y justo cuando comenzaba a albergar esperanzas otra vez, me soltó una bomba.
—¿Qué?
Miré a Santana fijamente a los ojos, el dolor del pasado estaba a punto de asfixiarme.
—Me dijo que se había ido a la cama con una vieja amiga el verano anterior.
—¡No!—Santana parecía consternada—¿Cómo pudo hacerte eso?
—Eso mismo pensé, yo. Me contó que le seguía picando la curiosidad y que le había resultado más fácil acostarse con aquella mujer porque no le importaba tanto como yo, así que imagínate.
—Oh, Brittany, debió de ser horrible.
—Lo fue, no sé cómo logré sacarme el curso, pero lo hice. Y... bueno, aquel mismo año, más adelante, al final nos fuimos a la cama.
—¿Cómo sucedió?
—No lo sé—respondí, encogiéndome de hombros—Le estaba dando un masaje en la espalda o algo así y, de repente, comenzó a besarme—hice una pausa y me quedé pensativa unos instantes—Pero bueno, ya no era lo mismo a aquellas alturas. Fue un chasco, ya que todo había cambiado.
—Bueno, espera un segundo. ¿Qué ocurrió después de que se fueran a la cama?
—Al día siguiente me levanté y me fui a clase. Me sentía como si estuviera en la cima del mundo. Incluso me detuve en una floristería de camino a casa para comprarle una rosa.
—¡Qué detalle!
—No apareció después de clase, que es lo que hacía siempre. Con todo, estuve esperándola un buen rato hasta que llegó, a eso de la medianoche. Me contestaba con evasivas, así que le di la rosa—hice un chasquido seco con la lengua—Me dio las gracias y luego me dijo que había sido un error, que le gustaban los hombres y que no volvería a ocurrir. Punto. Y nunca más volvió a ocurrir—me terminé el vino que quedaba en la copa—Y eso, querida, es el final de la historia. Mi primera y única experiencia relacionada con romper la regla número uno.
—¿La regla número uno?
—Regla número uno—entoné—«Nunca te compliques la vida con una mujer heterosexual».
Vi que Santana había fruncido el ceño y entonces caí en la cuenta de lo que acababa de decir.
—Lo siento. No es nada personal. Es sólo un viejo dicho gay.
Reflexionó unos segundos sobre mis palabras y a continuación preguntó:
—¿Le llegaste a decir alguna vez lo que sentías?
—No, han pasado tantas cosas desde entonces... Todavía hablo con ella de vez en cuando, pero no creo que se lo haya imaginado nunca o que se lo haya querido imaginar—me detuve y luego añadí a modo de ocurrencia tardía—Ahora está casada.
Se me quedó mirando unos momentos, con el semblante serio.
—Lo siento, Brittany. Debiste de pasarlo muy mal.
Admití que así había sido.
—Pero de eso ya hace mucho tiempo.
Levanté las muñecas para enseñárselas, tratando de darle un cariz más alegre a nuestra conversación.
—¿Lo ves? No tengo ninguna cicatriz.
—No, no las tienes visibles.
—Ooh—me quejé, notando cómo me iba poniendo a la defensiva de nuevo—Ya estás analizándome otra vez. Ya he superado casi todas estas viejas pesadillas del pasado. Estoy segura de que tú también tienes alguna que otra por ahí.
—Es posible que unas cuantas—me sonrió por primera vez desde ya hacía un buen rato—Pero ya estás cambiando de tema y hablando de mí, y no voy a caer en la trampa—bostezó y se levantó para desperezarse—Oye, tienes una cita mañana por la noche.
—Sí, es cierto—dije, devolviéndole la sonrisa—¿Y ahora quién está cambiando de tema?
—Resulta que me estaba acostumbrando a esto de cenar contigo cada noche.
Ladeó la cabeza y su boca dibujó una mueca divertida, como si estuviera haciendo pucheros.
—¿Qué voy a hacer sin ti?
El corazón me dio un vuelco.
—Estoy segura de que te las arreglarás.
Dio un par de vueltas por la habitación sin mirarme. Al final, agarró el pomo de la puerta que daba a su habitación.
—Creo, Brittany Pierce, que en el futuro deberías intentar concertar tus citas de forma que fueran un poco más cómodas para mí.
Se me escapó una sonora carcajada.
¡Qué cara más dura la de aquella mujer!
—Tienes toda la razón, Santana—me burlé, siguiéndole el juego—Creo que debo modificar mi lista de prioridades.
—Me alegro de que te hayas dado cuenta—expresó con sorna, a la vez que esbozaba una sonrisa burlona—¿Nos vemos para desayunar?—señaló hacia su habitación con la cabeza—En mi casa, sólo para cambiar un poco de decorado.
—Como quieras—me eché a reír y le di las buenas noches.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 17 Epílogo
no estoy muy contenta, se le paso el gusto a britt por santana y ahora esta con marley, asi que mi interes parece haberse ido tambien, asi que hasta luego!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 17 Epílogo
bueno, ahora que Santana parece estar interesada en Britt espero que no nos hagas esperar mucho a que pase algo con ella!!! :/
mystic*** - Mensajes : 114
Fecha de inscripción : 07/08/2015
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 17 Epílogo
Tal parece que a algun@s no le van bien los cambios en la historia........ xD ya sabes, comentario & eso xD
Seguro me pega, una vez se puso como Hulk! O_o
Jaja por que las mujeres son tan complicadas? XD
En realidad me gusta l de Marley & Britt, aunque igual parece ser algo pasajero.. & con todas esas cenas & desayunos seguro se van enamorando & así *----*
Seguro me pega, una vez se puso como Hulk! O_o
Jaja por que las mujeres son tan complicadas? XD
En realidad me gusta l de Marley & Britt, aunque igual parece ser algo pasajero.. & con todas esas cenas & desayunos seguro se van enamorando & así *----*
Elita- - Mensajes : 1247
Fecha de inscripción : 17/06/2012
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 17 Epílogo
jajaja como me gustan tus maratones!!!!
Creo que entre San y Britt es todo volver a empezar hay que darle tiempo de eso estoy muy segura!!!
Saludos
Creo que entre San y Britt es todo volver a empezar hay que darle tiempo de eso estoy muy segura!!!
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 17 Epílogo
Esta genial, quiero ver como vas a hacer que britt y san esten juntas jajaja.
maraj* - Mensajes : 46
Fecha de inscripción : 14/08/2015
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 17 Epílogo
micky morales escribió:no estoy muy contenta, se le paso el gusto a britt por santana y ahora esta con marley, asi que mi interes parece haberse ido tambien, asi que hasta luego!!!!
Hola, mmmm nop ni yo. Esk igual, si te gusta alguien imposible =/ JAjajajaajaj, bueno suele pasar no¿? ajajaajajjaj. Saludos =D
mystic escribió:bueno, ahora que Santana parece estar interesada en Britt espero que no nos hagas esperar mucho a que pase algo con ella!!! :/
Hola, jajajaajaj esk esa san, quiere y no quiere al igual que britt no¿? ninguna habla! ajajajaj. Saludos =D
Elita escribió:Tal parece que a algun@s no le van bien los cambios en la historia........ xD ya sabes, comentario & eso xD
Seguro me pega, una vez se puso como Hulk! O_o
Jaja por que las mujeres son tan complicadas? XD
En realidad me gusta l de Marley & Britt, aunque igual parece ser algo pasajero.. & con todas esas cenas & desayunos seguro se van enamorando & así *----*
Hola, jajajajaj suele pasar, no¿? jajajaajajaj, jajajajaaj repito suele pasar jajajaajajaj. Algo es algo, y mientras se hable con la verdad todo bn no¿? jajaajajaj. Saludos =D
monica.santander escribió:jajaja como me gustan tus maratones!!!!
Creo que entre San y Britt es todo volver a empezar hay que darle tiempo de eso estoy muy segura!!!
Saludos
Hola, jajajaajaj son bueno! ajjajaajajaja. Obvio, yo pienso igual! osea son Brittana!!!! como no¿? jajajaja. Saludos =D
maraj escribió:Esta genial, quiero ver como vas a hacer que britt y san esten juntas jajaja.
Hola, jajajaaj que bueno que te guste! ajajajajajaj. Tienen que estarlo! jajajaajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 9
Capitulo 9
Salimos de la oficina un poco antes de lo habitual el viernes por la tarde para ir de compras.
Santana tenía que buscar algo para regalar a su hermana por su cumpleaños, que era aquel mismo fin de semana, por lo que decidí acompañarla para ver si encontraba algún conjunto nuevo que ponerme para mi cita con Marley aquella noche. No le dije a Santana por qué quería comprarme ropa nueva, pero no le costó demasiado imaginárselo.
En poco tiempo se puso manos a la obra, tratando de buscarme el traje perfecto.
—¿Qué tipo de ropa estás buscando?—me preguntó cuando entramos en su tienda favorita.
—Algo que no me haga parecer gorda.
Lanzó una especie de gruñido y puso los ojos en blanco.
—No, tonta, me refiero a qué estilo quieres llevar. ¿Informal? ¿Seductor?
Me estaba lanzando una sonrisa maliciosa, a la vez que sostenía en la mano una blusa corta, delgada y con muchos adornos que no me habría tapado ninguno de los pechos.
—Muy graciosa.
Soltó una carcajada al oír mi respuesta, su propia broma le había hecho mucha gracia y devolvió la blusa a su sitio.
—Sólo quiero unos pantalones nuevos y una camisa—le aseguré.
—¿Y no podrías ser un poquitín más específica?
Comencé a desear no haberme ido de compras con ella.
—Vale. Quiero unos pantalones bonitos, informales y no de vestir. Y una camisa de manga larga, creo. Nada estrambótico ni llamativo, una camisa sencilla, algo suave.
—¿Suave?—pronunció la palabra de un modo muy sugerente.
Puse los ojos en blanco y la observé mientras sus dedos acariciaban una camisa tras otra.
—Toca esto—tenía en la mano la manga de una camisa de color rojo brillante.
Para complacerla, me acerqué y deslicé los dedos por el tejido.
—Ooh, es suave. Muy bonita.
—Es de ramio—dijo, y la sacó del perchero.
—Pero el color no me entusiasma.
—No, a mí tampoco—movió la cabeza y la puso con las demás camisas, rastreando la tienda con los ojos.
Como el cazador en busca de su presa, fijó la mirada en su objetivo.
—¡Esta!—con gesto triunfante, sacó una versión en azul cobalto de la camisa roja que me acababa de enseñar y la sostuvo para que la examinara.
—Mucho mejor.
Le dio la vuelta y la apoyó contra mi pecho.
—Aguántala así para que vea cómo te queda.
Sintiéndome un poco incómoda, hice lo que me ordenaba, tratando de no sonrojarme ante su inspección. Sus ojos fueron de arriba abajo, de mi cara a la camisa.
—Perfecta—anunció con una sonrisa satisfecha—Este color te sienta muy bien, resalta el color de tus ojos.
—¿El color de mis ojos?
—Sí, son azules—me arrebató la camisa y se acercó hasta quedarse apenas a quince centímetros de mi cara.
Entornó los ojos y esbozó una sonrisa perezosa ante mi evidente incomodidad.
—Supongo que creías que no me había dado cuenta.
Si no fuera por todo lo que sabía, habría dicho que estaba coqueteando conmigo.
—, ¿Quieres que te diga en qué más me he fijado de ti?—sus ojos no abandonaron los míos mientras una sonrisa lenta y seductora asomaba a sus labios.
Tenía los ojos oscuros brillantes y ladeó la cabeza, desafiándome a que la obligara a poner sus cartas boca arriba. Al menos, eso era lo que yo creía que estaba haciendo.
—Estás jugando conmigo.
Las palabras me salieron a bocajarro, con el mismo deje de incredulidad que estaba sintiendo. Noté cómo se me subían los colores.
—¿Jugando contigo?—su sonrisa se hizo aún más radiante.
Santana se estaba haciendo la tonta.
—Tonteando—ofrecí, aliviada,
Bajó más el tono de su voz.
—No tendría ni la más remota idea de cómo tontear con una lesbiana—su rostro conservaba el mismo gesto de malicia y provocación.
Me la quedé mirando un instante, estudiando aquellos enormes ojos y sus preciosos dientes blancos.
—A mí me parece, Santana,—comencé a decir en su mismo tono de voz o al menos eso esperaba—Que se te daría muy bien.
Mis palabras sonaron como un reto, incluso a mis propios oídos.
Nos miramos fijamente a los ojos.
Estábamos tan cerca qué oía su respiración y olía su suave perfume. Por primera vez, me fijé en la estela de pecas diminutas que poblaban el puente de su nariz. Aquellos labios carnosos, ligeramente entreabiertos, parecían tan suaves, tan húmedos…
Si me inclino sólo un poco...
Pero de pronto su sonrisa se quebró y se retiró un poco, con gesto terminante.
El aire se volvió denso y opresivo.
El momento se había esfumado y el silencio cayó como una losa.
Un silencio incómodo.
Me esforcé por encontrar una salida airosa, para salvar la situación.
—Me la llevo—extendí la mano y le arrebaté la camisa—Vamos, todavía tengo que encontrar unos pantalones y tú tienes que coger un avión.
Me volví y me dirigí a un escaparate que había cerca de la entrada de la tienda, notando la presencia de Santana justo detrás de mí.
Me decidí por un par de pantalones de algodón de color caqui y me compré las dos prendas sin probármelas.
La reacción de Santana consistió en decirme que no era una buena compradora y no paró de regañarme durante todo el camino al aparcamiento y luego de vuelta al hotel.
Cuando llegamos a las habitaciones, insistió en que me probara el conjunto para ver cómo me quedaba.
—Deja la puerta abierta, ahora vengo—me dijo.
La semana anterior habíamos llegado al extremo de dejar siempre abiertas las puertas que comunicaban nuestras habitaciones.
Descorrí el pestillo de mi lado y dejé la bolsa con mis compras encima de la cama. Eché un rápido vistazo para ver si la luz de los mensajes estaba encendida en el teléfono, pero no lo estaba.
Mi reloj despertador anunciaba las seis y cuarto. Marley no llegaría hasta las siete.
Oí a Santana detrás de mí, me desplomé sobre la cama y me volví para mirarla.
—Casi me olvido, tengo que bajar para buscar algo de papel de regalo. ¿Me acompañas?
—-No, tengo que darme prisa y arreglarme. ¿A qué hora sale tu vuelo?
Abrió mucho los ojos un momento.
—Casi se me había olvidado. A las ocho menos cuarto, bajo y ahora vuelvo.
Asentí con un gesto y desapareció tras la puerta. Un momento después oí el sonido de la puerta del pasillo abriéndose y cerrándose.
Una vez sola, saqué mis recientes adquisiciones de la bolsa y las estiré sobre la cama examinándolas para comprobar que no estuvieran arrugadas. Para gran alivio mío, no había señales evidentes de que las acabase de comprar, sin embargo, no había tiempo para una ducha, por lo que me quité de un tirón la falda y la blusa que llevaba puestas y me metí dentro de los pantalones nuevos.
Comencé a pensar en Marley y en la noche que teníamos por delante mientras me arreglaba a toda prisa, pasándome un cepillo por el pelo y desesperándome ante los resultados.
Siempre me traicionaba cuando más lo necesitaba.
Me pasé demasiado tiempo decidiendo qué par de zapatos ponerme hasta que al final me incliné por unos mocasines. Me los estaba colocando cuando se oyeron unos golpes en la puerta. Levanté la cabeza bruscamente y miré el reloj.
Era demasiado pronto para que fuera Marley. Tal vez Santana hubiera olvidado la llave.
Genial, pensé.
La camisa azul todavía descansaba sobre la cama y lo único que llevaba en la parte de arriba era el sujetador.
—¡Un momento!—exclamé, agarrando la camisa y tratando de desabotonarla con torpeza mientras me dirigía a la puerta.
Metí los brazos por las mangas y cogí la parte delantera con una mano. Sin preocuparme por los botones, extendí la otra mano y abrí la puerta.
—Hola, ¿qué tal?
Debí de poner cara de asombro porque Marley se estaba riendo de mi expresión.
—Llegas pronto—dije con voz rotunda, dando un paso atrás para que entrara.
Cerró la puerta sin dejar de mirarme a los ojos. Había y olvidado lo claro que eran los suyos. Estaba guapísima con una blusa gris claro metida en unos pantalones de cuadros blancos y negros.
Sólo con verla se me alborotaron las hormonas.
—Yo diría que llego justo a tiempo.
Me miraba de soslayo con aire malicioso a la vez que se acercaba para tocarme, deslizando las manos bajo mi camisa y colocándolas en la cintura para descansar en la parte baja de mi espalda. Solté la parte delantera de la camisa y dejé que se abriera mientras levantaba los brazos y la rodeaba por el cuello.
—Te he echado de menos—acerté a susurrar antes que me diera un sonoro beso.
—Mmm... Ha sido una semana muy larga—murmuró con sus labios pegados a los míos mientras me guiaba despacio hacia atrás, hasta que noté los pies de la cama detrás de las rodillas.
Me hizo sentarme con cuidado, sin dejar de besarme. Luego se puso encima de mí y perdí la noción de todo, excepto del sabor de su boca y del cosquilleo de sus dedos, que empujaban la camisa por encima de mis hombros. Sus labios recorrían mi cuello, succionándolo y mordisqueándolo, y sus manos parecía que estaban en todas partes a la vez, provocándome y excitándome al instante.
La urgencia entre mis piernas se hizo inmediata e insistente, y reclamaba atención.
Le arranqué la camisa, con la avidez de entrar en contacto con la suavidad de su piel. Su boca volvía a estar en la mía y la iba abriendo cuanto más la arrastraba hacia mí.
Con más fuerza...
Más cerca...
Aprisioné su lengua entre mis labios, lamiéndola despacio, deseosa de atrapar su plenitud en mi boca. Luego su mano bajó hasta mi cintura, tratando en vano de deslizar la cremallera de los pantalones. Sonreí e interrumpí el beso para ayudarla.
De repente, me quedé inmóvil.
El rostro de Santana se dibujaba amenazador por encima del hombro de Marley. Estaba apoyada contra el marco de la puerta que comunicaba con mi habitación y nos miraba con gesto estupefacto.
El momento me pareció eterno.
Santana parecía deshecha, yo era incapaz de moverme y Marley continuaba besándome el cuello, ajena a todo.
Al final, Santana respiró hondo e hizo un movimiento brusco con la cabeza.
—Lo siento, yo...—no terminó la frase y salió a toda prisa de la habitación.
Marley levantó la cabeza, con una expresión interrogante en su cara.
—¿Santana?
Asentí.
—Mierda—murmuré—Olvidé que la puerta estaba abierta.
Marley se incorporó y yo hice lo mismo. Me puse en pie para abotonarme la camisa.
—Tengo que hablar con ella antes que se vaya, ¿vale? Sólo será un minuto.
Santana estaba metiendo ropa en una bolsa de viaje cuando la encontré. Sabía que yo estaba ahí de pie, a menos de un metro de distancia, pero no se volvió para mirarme.
—Santana—dije.
—Llego tarde. Tengo que irme ya, de verdad—sin levantar la vista, cerró la cremallera de la bolsa.
—Santana, no hagas esto—le supliqué.
Me dolía el estómago, me dolía la cabeza...
¿Por qué me hacía sufrir dé aquella manera?
Se alejó de mí y se echó la bolsa al hombro. Ahora, una sensación de enfado se unía a los remordimientos.
Le impedí el paso.
—Maldita sea, Santana. Detente.
Para mi propia sorpresa, la agarré por el brazo y le hice darse la vuelta.
Parecía herida.
—Lo siento. No pretendía espiaros.
Ahora era ella quien estaba suplicando.
Retrocediendo.
—Está bien. Ya vale, ¿de acuerdo?
Me di cuenta de que todavía la tenía cogida por el brazo y la solté.
—Ahora mismo estoy avergonzada y tengo que coger mi avión...—parecía perdida.
—Ya lo sé, ya lo sé, pero por favor, no te vayas enfadada conmigo otra vez, ¿vale?
—¿Enfadada?—soltó una carcajada—No estoy enfadada contigo, Brittany. No pienses eso, ¿de acuerdo?
El nudo de mi estómago comenzó a aflojarse.
—De acuerdo.
—Tengo que irme. Seguramente volveré el domingo—retrocedió de nuevo y esta vez la dejé marcharse.
—Vale. Ya nos veremos—contesté, deseando que no se fuera.
Abrió la puerta y se detuvo para mirarme.
—Pídele disculpas a Marley de mi parte, ¿de acuerdo?
Asentí con un gesto.
—Supongo que el traje ha sido todo un éxito—esbozó una sonrisa forzada y sin demasiada, convicción, y traté de reírme mientras ella cerraba la puerta tras de sí.
**************************************************************************************
—¿Está bien?
Marley estaba estirada en la cama cuando volví a la habitación.
—Eso creo—me senté a su lado y me cogió de la mano—No puedo creerlo. Levanté la vista y ahí estaba ella, mirándonos. Creo que nunca la había visto tan nerviosa.
—¿Hace mucho tiempo que se conocen? ¿Son buenas amigas?
No le contesté enseguida.
¿Conocía bien a Santana?
No tanto como lo que quería creer, decidí. Nos habíamos pasado tanto tiempo hablando sobre mí últimamente que no se me había ocurrido preguntarle cosas sobre su vida.
Somos amigas.
—Sí, somos amigas—intenté dar con las palabras adecuadas—Pero siento que es una amistad un tanto frágil, como si tuviera miedo de que fuera a romperse en cualquier momento—hice un movimiento negativo con la cabeza—Comenzamos a viajar juntas con esto del proyecto hace cosa de un año y la verdad es que hicimos muy buenas migas. Entonces, la primavera pasada, le conté lo mío y no se lo tomó demasiado bien. Sólo hace un par de semanas que hemos empezado a llevarnos bien otra vez.
—Así que vernos juntas en la cama seguramente ha sido una especie de shock para ella—me apretó la mano—No te preocupes. Lo superará—me colocó la mano por detrás de la nuca y me pellizcó con suavidad—¿Crees que le gustas? Ya sabes, en el sentido...
Lancé una risa nerviosa al recordar nuestra conversación en los grandes almacenes aquella misma tarde.
—No, definitivamente no. Es heterosexual.
—Tal vez sienta curiosidad.
Por primera vez, me permití a mí misma pensar en esa posibilidad. Me había estado haciendo un montón de preguntas últimamente.
—No estoy segura.
Estaba mirando al vacío y Marley alargó la mano para hacerme girar la cabeza hacia ella.
—¿Y tú?—me preguntó con calma—¿Qué sientes por ella?
Tenía ciertas reticencias para responder a aquella pregunta. En primer lugar, no estaba segura de la respuesta y, en segundo lugar, se me hacía extraño hablar con Marley de mis sentimientos por Santana.
Pareció adivinar mis vacilaciones y sonrió.
—No te preocupes. No te voy a montar una escenita de celos porque te guste otra mujer,—ahora me había cogido ambas manos y me miraba directamente a los ojos—Creo que ya sabes de dónde vengo, ¿no?
Agradecí enormemente su sinceridad.
—¿Quieres decir que no vas a pedirme que me case contigo?—dije en tono burlón mientras hacía pucheros.
Soltó una carcajada ronca, logrando que me gustase aún más.
—Tú misma lo dijiste—se encogió de hombros, sonriendo todavía—Soy una cría, demasiado joven para sentar la cabeza.
Fingí haberme quedado destrozada pero continué con mi tono festivo.
—Entonces supongo que tendré que disfrutar de ti mientras pueda.
Acaricié sus labios con los míos y me eché hacia atrás, sonriendo. Escudriñó mi rostro con gesto inseguro.
—¿Está bien así? ¿Estás segura de que no andas buscando una relación más seria?
Ahuyenté sus temores.
—No de momento, Marley. No te preocupes, pero debo decirte que esto es nuevo para mí. Normalmente no soy así—bajé el tono de voz, hundí mis dedos en su pelo y la besé con fuerza—Me gusta.
Me atrajo hacia sí, ahogándome en un beso prolongado y ardiente.
Me estaba derritiendo.
—He reservado una mesa para las siete y media—murmuró mirándome a los ojos y sin separar sus labios de los míos.
—No tengo hambre—le respondí, con todo mi cuerpo reclamando su atención.
—Yo sí—gruñó.
Se abalanzó sobre mí y me enterró sin más contemplaciones en el colchón mullido.
Santana tenía que buscar algo para regalar a su hermana por su cumpleaños, que era aquel mismo fin de semana, por lo que decidí acompañarla para ver si encontraba algún conjunto nuevo que ponerme para mi cita con Marley aquella noche. No le dije a Santana por qué quería comprarme ropa nueva, pero no le costó demasiado imaginárselo.
En poco tiempo se puso manos a la obra, tratando de buscarme el traje perfecto.
—¿Qué tipo de ropa estás buscando?—me preguntó cuando entramos en su tienda favorita.
—Algo que no me haga parecer gorda.
Lanzó una especie de gruñido y puso los ojos en blanco.
—No, tonta, me refiero a qué estilo quieres llevar. ¿Informal? ¿Seductor?
Me estaba lanzando una sonrisa maliciosa, a la vez que sostenía en la mano una blusa corta, delgada y con muchos adornos que no me habría tapado ninguno de los pechos.
—Muy graciosa.
Soltó una carcajada al oír mi respuesta, su propia broma le había hecho mucha gracia y devolvió la blusa a su sitio.
—Sólo quiero unos pantalones nuevos y una camisa—le aseguré.
—¿Y no podrías ser un poquitín más específica?
Comencé a desear no haberme ido de compras con ella.
—Vale. Quiero unos pantalones bonitos, informales y no de vestir. Y una camisa de manga larga, creo. Nada estrambótico ni llamativo, una camisa sencilla, algo suave.
—¿Suave?—pronunció la palabra de un modo muy sugerente.
Puse los ojos en blanco y la observé mientras sus dedos acariciaban una camisa tras otra.
—Toca esto—tenía en la mano la manga de una camisa de color rojo brillante.
Para complacerla, me acerqué y deslicé los dedos por el tejido.
—Ooh, es suave. Muy bonita.
—Es de ramio—dijo, y la sacó del perchero.
—Pero el color no me entusiasma.
—No, a mí tampoco—movió la cabeza y la puso con las demás camisas, rastreando la tienda con los ojos.
Como el cazador en busca de su presa, fijó la mirada en su objetivo.
—¡Esta!—con gesto triunfante, sacó una versión en azul cobalto de la camisa roja que me acababa de enseñar y la sostuvo para que la examinara.
—Mucho mejor.
Le dio la vuelta y la apoyó contra mi pecho.
—Aguántala así para que vea cómo te queda.
Sintiéndome un poco incómoda, hice lo que me ordenaba, tratando de no sonrojarme ante su inspección. Sus ojos fueron de arriba abajo, de mi cara a la camisa.
—Perfecta—anunció con una sonrisa satisfecha—Este color te sienta muy bien, resalta el color de tus ojos.
—¿El color de mis ojos?
—Sí, son azules—me arrebató la camisa y se acercó hasta quedarse apenas a quince centímetros de mi cara.
Entornó los ojos y esbozó una sonrisa perezosa ante mi evidente incomodidad.
—Supongo que creías que no me había dado cuenta.
Si no fuera por todo lo que sabía, habría dicho que estaba coqueteando conmigo.
—, ¿Quieres que te diga en qué más me he fijado de ti?—sus ojos no abandonaron los míos mientras una sonrisa lenta y seductora asomaba a sus labios.
Tenía los ojos oscuros brillantes y ladeó la cabeza, desafiándome a que la obligara a poner sus cartas boca arriba. Al menos, eso era lo que yo creía que estaba haciendo.
—Estás jugando conmigo.
Las palabras me salieron a bocajarro, con el mismo deje de incredulidad que estaba sintiendo. Noté cómo se me subían los colores.
—¿Jugando contigo?—su sonrisa se hizo aún más radiante.
Santana se estaba haciendo la tonta.
—Tonteando—ofrecí, aliviada,
Bajó más el tono de su voz.
—No tendría ni la más remota idea de cómo tontear con una lesbiana—su rostro conservaba el mismo gesto de malicia y provocación.
Me la quedé mirando un instante, estudiando aquellos enormes ojos y sus preciosos dientes blancos.
—A mí me parece, Santana,—comencé a decir en su mismo tono de voz o al menos eso esperaba—Que se te daría muy bien.
Mis palabras sonaron como un reto, incluso a mis propios oídos.
Nos miramos fijamente a los ojos.
Estábamos tan cerca qué oía su respiración y olía su suave perfume. Por primera vez, me fijé en la estela de pecas diminutas que poblaban el puente de su nariz. Aquellos labios carnosos, ligeramente entreabiertos, parecían tan suaves, tan húmedos…
Si me inclino sólo un poco...
Pero de pronto su sonrisa se quebró y se retiró un poco, con gesto terminante.
El aire se volvió denso y opresivo.
El momento se había esfumado y el silencio cayó como una losa.
Un silencio incómodo.
Me esforcé por encontrar una salida airosa, para salvar la situación.
—Me la llevo—extendí la mano y le arrebaté la camisa—Vamos, todavía tengo que encontrar unos pantalones y tú tienes que coger un avión.
Me volví y me dirigí a un escaparate que había cerca de la entrada de la tienda, notando la presencia de Santana justo detrás de mí.
Me decidí por un par de pantalones de algodón de color caqui y me compré las dos prendas sin probármelas.
La reacción de Santana consistió en decirme que no era una buena compradora y no paró de regañarme durante todo el camino al aparcamiento y luego de vuelta al hotel.
Cuando llegamos a las habitaciones, insistió en que me probara el conjunto para ver cómo me quedaba.
—Deja la puerta abierta, ahora vengo—me dijo.
La semana anterior habíamos llegado al extremo de dejar siempre abiertas las puertas que comunicaban nuestras habitaciones.
Descorrí el pestillo de mi lado y dejé la bolsa con mis compras encima de la cama. Eché un rápido vistazo para ver si la luz de los mensajes estaba encendida en el teléfono, pero no lo estaba.
Mi reloj despertador anunciaba las seis y cuarto. Marley no llegaría hasta las siete.
Oí a Santana detrás de mí, me desplomé sobre la cama y me volví para mirarla.
—Casi me olvido, tengo que bajar para buscar algo de papel de regalo. ¿Me acompañas?
—-No, tengo que darme prisa y arreglarme. ¿A qué hora sale tu vuelo?
Abrió mucho los ojos un momento.
—Casi se me había olvidado. A las ocho menos cuarto, bajo y ahora vuelvo.
Asentí con un gesto y desapareció tras la puerta. Un momento después oí el sonido de la puerta del pasillo abriéndose y cerrándose.
Una vez sola, saqué mis recientes adquisiciones de la bolsa y las estiré sobre la cama examinándolas para comprobar que no estuvieran arrugadas. Para gran alivio mío, no había señales evidentes de que las acabase de comprar, sin embargo, no había tiempo para una ducha, por lo que me quité de un tirón la falda y la blusa que llevaba puestas y me metí dentro de los pantalones nuevos.
Comencé a pensar en Marley y en la noche que teníamos por delante mientras me arreglaba a toda prisa, pasándome un cepillo por el pelo y desesperándome ante los resultados.
Siempre me traicionaba cuando más lo necesitaba.
Me pasé demasiado tiempo decidiendo qué par de zapatos ponerme hasta que al final me incliné por unos mocasines. Me los estaba colocando cuando se oyeron unos golpes en la puerta. Levanté la cabeza bruscamente y miré el reloj.
Era demasiado pronto para que fuera Marley. Tal vez Santana hubiera olvidado la llave.
Genial, pensé.
La camisa azul todavía descansaba sobre la cama y lo único que llevaba en la parte de arriba era el sujetador.
—¡Un momento!—exclamé, agarrando la camisa y tratando de desabotonarla con torpeza mientras me dirigía a la puerta.
Metí los brazos por las mangas y cogí la parte delantera con una mano. Sin preocuparme por los botones, extendí la otra mano y abrí la puerta.
—Hola, ¿qué tal?
Debí de poner cara de asombro porque Marley se estaba riendo de mi expresión.
—Llegas pronto—dije con voz rotunda, dando un paso atrás para que entrara.
Cerró la puerta sin dejar de mirarme a los ojos. Había y olvidado lo claro que eran los suyos. Estaba guapísima con una blusa gris claro metida en unos pantalones de cuadros blancos y negros.
Sólo con verla se me alborotaron las hormonas.
—Yo diría que llego justo a tiempo.
Me miraba de soslayo con aire malicioso a la vez que se acercaba para tocarme, deslizando las manos bajo mi camisa y colocándolas en la cintura para descansar en la parte baja de mi espalda. Solté la parte delantera de la camisa y dejé que se abriera mientras levantaba los brazos y la rodeaba por el cuello.
—Te he echado de menos—acerté a susurrar antes que me diera un sonoro beso.
—Mmm... Ha sido una semana muy larga—murmuró con sus labios pegados a los míos mientras me guiaba despacio hacia atrás, hasta que noté los pies de la cama detrás de las rodillas.
Me hizo sentarme con cuidado, sin dejar de besarme. Luego se puso encima de mí y perdí la noción de todo, excepto del sabor de su boca y del cosquilleo de sus dedos, que empujaban la camisa por encima de mis hombros. Sus labios recorrían mi cuello, succionándolo y mordisqueándolo, y sus manos parecía que estaban en todas partes a la vez, provocándome y excitándome al instante.
La urgencia entre mis piernas se hizo inmediata e insistente, y reclamaba atención.
Le arranqué la camisa, con la avidez de entrar en contacto con la suavidad de su piel. Su boca volvía a estar en la mía y la iba abriendo cuanto más la arrastraba hacia mí.
Con más fuerza...
Más cerca...
Aprisioné su lengua entre mis labios, lamiéndola despacio, deseosa de atrapar su plenitud en mi boca. Luego su mano bajó hasta mi cintura, tratando en vano de deslizar la cremallera de los pantalones. Sonreí e interrumpí el beso para ayudarla.
De repente, me quedé inmóvil.
El rostro de Santana se dibujaba amenazador por encima del hombro de Marley. Estaba apoyada contra el marco de la puerta que comunicaba con mi habitación y nos miraba con gesto estupefacto.
El momento me pareció eterno.
Santana parecía deshecha, yo era incapaz de moverme y Marley continuaba besándome el cuello, ajena a todo.
Al final, Santana respiró hondo e hizo un movimiento brusco con la cabeza.
—Lo siento, yo...—no terminó la frase y salió a toda prisa de la habitación.
Marley levantó la cabeza, con una expresión interrogante en su cara.
—¿Santana?
Asentí.
—Mierda—murmuré—Olvidé que la puerta estaba abierta.
Marley se incorporó y yo hice lo mismo. Me puse en pie para abotonarme la camisa.
—Tengo que hablar con ella antes que se vaya, ¿vale? Sólo será un minuto.
Santana estaba metiendo ropa en una bolsa de viaje cuando la encontré. Sabía que yo estaba ahí de pie, a menos de un metro de distancia, pero no se volvió para mirarme.
—Santana—dije.
—Llego tarde. Tengo que irme ya, de verdad—sin levantar la vista, cerró la cremallera de la bolsa.
—Santana, no hagas esto—le supliqué.
Me dolía el estómago, me dolía la cabeza...
¿Por qué me hacía sufrir dé aquella manera?
Se alejó de mí y se echó la bolsa al hombro. Ahora, una sensación de enfado se unía a los remordimientos.
Le impedí el paso.
—Maldita sea, Santana. Detente.
Para mi propia sorpresa, la agarré por el brazo y le hice darse la vuelta.
Parecía herida.
—Lo siento. No pretendía espiaros.
Ahora era ella quien estaba suplicando.
Retrocediendo.
—Está bien. Ya vale, ¿de acuerdo?
Me di cuenta de que todavía la tenía cogida por el brazo y la solté.
—Ahora mismo estoy avergonzada y tengo que coger mi avión...—parecía perdida.
—Ya lo sé, ya lo sé, pero por favor, no te vayas enfadada conmigo otra vez, ¿vale?
—¿Enfadada?—soltó una carcajada—No estoy enfadada contigo, Brittany. No pienses eso, ¿de acuerdo?
El nudo de mi estómago comenzó a aflojarse.
—De acuerdo.
—Tengo que irme. Seguramente volveré el domingo—retrocedió de nuevo y esta vez la dejé marcharse.
—Vale. Ya nos veremos—contesté, deseando que no se fuera.
Abrió la puerta y se detuvo para mirarme.
—Pídele disculpas a Marley de mi parte, ¿de acuerdo?
Asentí con un gesto.
—Supongo que el traje ha sido todo un éxito—esbozó una sonrisa forzada y sin demasiada, convicción, y traté de reírme mientras ella cerraba la puerta tras de sí.
**************************************************************************************
—¿Está bien?
Marley estaba estirada en la cama cuando volví a la habitación.
—Eso creo—me senté a su lado y me cogió de la mano—No puedo creerlo. Levanté la vista y ahí estaba ella, mirándonos. Creo que nunca la había visto tan nerviosa.
—¿Hace mucho tiempo que se conocen? ¿Son buenas amigas?
No le contesté enseguida.
¿Conocía bien a Santana?
No tanto como lo que quería creer, decidí. Nos habíamos pasado tanto tiempo hablando sobre mí últimamente que no se me había ocurrido preguntarle cosas sobre su vida.
Somos amigas.
—Sí, somos amigas—intenté dar con las palabras adecuadas—Pero siento que es una amistad un tanto frágil, como si tuviera miedo de que fuera a romperse en cualquier momento—hice un movimiento negativo con la cabeza—Comenzamos a viajar juntas con esto del proyecto hace cosa de un año y la verdad es que hicimos muy buenas migas. Entonces, la primavera pasada, le conté lo mío y no se lo tomó demasiado bien. Sólo hace un par de semanas que hemos empezado a llevarnos bien otra vez.
—Así que vernos juntas en la cama seguramente ha sido una especie de shock para ella—me apretó la mano—No te preocupes. Lo superará—me colocó la mano por detrás de la nuca y me pellizcó con suavidad—¿Crees que le gustas? Ya sabes, en el sentido...
Lancé una risa nerviosa al recordar nuestra conversación en los grandes almacenes aquella misma tarde.
—No, definitivamente no. Es heterosexual.
—Tal vez sienta curiosidad.
Por primera vez, me permití a mí misma pensar en esa posibilidad. Me había estado haciendo un montón de preguntas últimamente.
—No estoy segura.
Estaba mirando al vacío y Marley alargó la mano para hacerme girar la cabeza hacia ella.
—¿Y tú?—me preguntó con calma—¿Qué sientes por ella?
Tenía ciertas reticencias para responder a aquella pregunta. En primer lugar, no estaba segura de la respuesta y, en segundo lugar, se me hacía extraño hablar con Marley de mis sentimientos por Santana.
Pareció adivinar mis vacilaciones y sonrió.
—No te preocupes. No te voy a montar una escenita de celos porque te guste otra mujer,—ahora me había cogido ambas manos y me miraba directamente a los ojos—Creo que ya sabes de dónde vengo, ¿no?
Agradecí enormemente su sinceridad.
—¿Quieres decir que no vas a pedirme que me case contigo?—dije en tono burlón mientras hacía pucheros.
Soltó una carcajada ronca, logrando que me gustase aún más.
—Tú misma lo dijiste—se encogió de hombros, sonriendo todavía—Soy una cría, demasiado joven para sentar la cabeza.
Fingí haberme quedado destrozada pero continué con mi tono festivo.
—Entonces supongo que tendré que disfrutar de ti mientras pueda.
Acaricié sus labios con los míos y me eché hacia atrás, sonriendo. Escudriñó mi rostro con gesto inseguro.
—¿Está bien así? ¿Estás segura de que no andas buscando una relación más seria?
Ahuyenté sus temores.
—No de momento, Marley. No te preocupes, pero debo decirte que esto es nuevo para mí. Normalmente no soy así—bajé el tono de voz, hundí mis dedos en su pelo y la besé con fuerza—Me gusta.
Me atrajo hacia sí, ahogándome en un beso prolongado y ardiente.
Me estaba derritiendo.
—He reservado una mesa para las siete y media—murmuró mirándome a los ojos y sin separar sus labios de los míos.
—No tengo hambre—le respondí, con todo mi cuerpo reclamando su atención.
—Yo sí—gruñó.
Se abalanzó sobre mí y me enterró sin más contemplaciones en el colchón mullido.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 17 Epílogo
JAJAJAJAJAJA oh por Dios!! Santana si siente algo, en serio que si!! me encantaaaa este fic
maraj* - Mensajes : 46
Fecha de inscripción : 14/08/2015
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 17 Epílogo
Hayyyyy es como que se hace muy poco siempre!!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 17 Epílogo
holap morra,...
mejor que aya llegado en ese momento... antes de que las cosas lleguen a mayores jajaj
a ver como va a ser el re encuentro de san y britt??
nos vemos!
mejor que aya llegado en ese momento... antes de que las cosas lleguen a mayores jajaj
a ver como va a ser el re encuentro de san y britt??
nos vemos!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 17 Epílogo
Jajajaja pobre Santana aunque ella es como «El perro del hortelano no come ni deja comer» jajaja saludos señorita del EFECTO ...
Lucy LP**** - Mensajes : 168
Fecha de inscripción : 01/07/2015
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 17 Epílogo
maraj escribió:JAJAJAJAJAJA oh por Dios!! Santana si siente algo, en serio que si!! me encantaaaa este fic
Hola, jajajajaaj a como resistirse a britt¿? jajajajaaj. Saludos =D
monica.santander escribió:Hayyyyy es como que se hace muy poco siempre!!!!
Saludos
Hola, jajajaajajaj si, no¿? jajajaajajaj. Aquí el siguiente! Saludos =D
3:) escribió:holap morra,...
mejor que aya llegado en ese momento... antes de que las cosas lleguen a mayores jajaj
a ver como va a ser el re encuentro de san y britt??
nos vemos!
Hola lu, jajjajjajaj y darse cuenta de lo que siente... vrdd¿? jaajajajajaj. Se declararan su amor y se casaran! jaajajajajja. Saludos =D
Lucy LP escribió:Jajajaja pobre Santana aunque ella es como «El perro del hortelano no come ni deja comer» jajaja saludos señorita del EFECTO ...
Hola, jajaajaj en todo caso xD jajaajajaj no se decide nunk, pero no keire perder tampoco jajajaajajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 10
Capitulo 10
Cuando Marley sugirió que pasáramos todo el fin de semana en su departamento, acepté sin dudarlo.
Llovió hasta última hora del domingo y aprovechamos casi todo el tiempo, pasándonos lo que parecía el fin de semana entero sin salir de su dormitorio.
Marley tuvo que ir a trabajar el domingo por la noche y yo regresé al hotel justo después de Santana, que estaba dando vueltas en la habitación contigua. La imagen de sus facciones pálidas cuando nos vio a mí y a Marley el viernes anterior acudió a mi mente y supe que teníamos que hablar de ello.
No podíamos fingir que no había ocurrido.
Me cambié de ropa y deambulé un rato por la habitación, tratando de reunir el coraje suficiente para darle la bienvenida. Me acerqué a la puerta de al lado y apoyé la oreja tímidamente en el panel.
No se oía ningún ruido.
Abrí la puerta y me sorprendió encontrar la suya abierta de par en par, como si me hubiera estado esperando. Estaba hecha un ovillo en la cama, vestida con su chándal favorito. Tenía una novela en el regazo y las gafas le colgaban de la nariz.
Parecía distinta y tardé un momento en darme cuenta de que llevaba la melena morena, normalmente en un peinado impecable, revuelta y despeinada. No llevaba maquillaje, sólo la había visto sin él una vez. Tenía un aspecto de meticulosa limpieza.
Joven, inocente...
Era una visión sumamente atractiva.
Me la quedé mirando cautivada, con mi corazón templándose por momentos.
—Bienvenida—la saludé con voz queda.
Levantó sus ojos oscuros, mirándome por encima de sus gafas. No se apresuró a quitárselas, como yo había imaginado. Su sonrisa era vacilante al levantar la cabeza y se incorporó despacio para quitarse los lentes.
—Hola. No sabía que estuvieras aquí.
Entrecerró los ojos.
—¿Estás sola?
Asentí.
—Marley está trabajando. ¿Puedo entrar?
—Sí, claro.
Avancé unos pasos y me acomodé en uno de los dos sillones mientras ella colocaba un punto de libro entre dos páginas y dejaba el ejemplar encima de la mesilla de noche.
—¿Qué tal el fin de semana?—hizo la pregunta primero.
—Muy bien. Muy...—busqué la palabra adecuada—Revelador. ¿Y el tuyo?
Dio un leve chasquido con la lengua. Se la veía preocupada por algo:
—No tan bien como el tuyo, eso seguro, pero también ha sido revelador. Creo que tenemos que hablar—suspiró—Te debo una disculpa.
—Santana, no hace falta...
Levantó una mano para interrumpirme.
—No, de verdad. Lo necesito. Tengo que sacármelo de dentro y decírtelo para superarlo de una vez. Me he pasado todo el fin de semana obsesionada con ello—hizo un gesto parecido a la vergüenza.
Todavía estaba disgustada, su voz había perdido su aplomo habitual y sus palabras casi sonaban entrecortadas y secas.
—No me resulta fácil decirte esto, por tanto, te lo voy a soltar así, sin más—se humedeció los labios rápidamente con la lengua—Cuando las vi, a Marley y a ti... Supongo, que me puse...
Me miró con los ojos abiertos por la vergüenza y la incredulidad.
—Celosa—movió la cabeza tratando de comprender sus propias palabras—Es la mejor forma de describir lo que sentí.
Me aseguré de no hacer ningún movimiento ni de mostrar ninguna reacción mientras proseguía.
—Sé que suena absurdo. En realidad, es absurdo. Me he acostumbrado a tenerte para mí sola de tal forma que he olvidado que hay más gente en tu vida. Otras amigas, amantes...
Estaba divagando, recriminándose a sí misma con furia e indignación, sin mirarme.
—Es una reacción estúpida, todavía no me creo que llegara a reaccionar de aquella manera. No puedo creer que me comportara de una forma tan ridícula y que ahora te tenga que pedir disculpas otra vez. No quiero continuar haciendo cosas por las que luego tenga que pedir disculpas. Estoy tan enfadada conmigo misma...
Su diatriba se estaba habiendo dolorosa, incluso para mí.
—Santana, está bien.
—Lo siento.
—Santana.
Su nombre me salió con más severidad de lo que había pretendido.
—Ya basta. Detente ya. Estás perdonada. Está bien.
La nube borrosa desapareció de sus ojos y me miró por fin. Afortunadamente, dejó de hablar.
—Escucha—dije esbozando una sonrisa forzada—, Siento lo mismo. Es como si tuviera que estar preocupada a todas horas por si voy a hacer o decir algo que te moleste. Quiero confiar en ti, pero no sé cómo hacerlo. No sé cómo hay que tener confianza en una mujer que no es gay, ésa es la pura verdad. Es algo nuevo para mí. Me siento como si todo el día estuviera moviéndome sobre arenas movedizas. Es como si pensara que cualquier día descubrirás que en realidad no tenemos nada en común y entonces desaparecerás.
—Eso es culpa mía. No te debería haber dado la espalda de aquella manera antes.
—No—hice un movimiento con la mano para ahuyentar sus palabras—, No tiene que ver contigo solamente. También tiene que ver con otras personas y conmigo. Me preocupa demasiado lo que pensará la gente. Me preocupa demasiado perder a las personas.
Se hizo un silencio denso.
No había sido mi intención hablar tanto. Ya me estaba arrepintiendo, deseando poder retirar aquellas palabras.
—Y no quieres perderme a mí—se trataba de una afirmación.
La miré tímidamente.
—No, no quiero perderte.
Una sonrisa iluminó sus ojos.
—Yo tampoco quiero perderte—suspiró de nuevo, aliviada—¿Por qué es tan difícil?
Me encogí de hombros.
—Territorio desconocido. Tú eres heterosexual y yo soy gay, y por mucho que quiera pensar que ello no nos hace diferentes, sí lo hace. Vemos el mundo de maneras distintas.
—Haces que suene irremediable.
—No era ésa mi intención—admití—Estoy analizándolo y haciendo que suene peor de lo que es en realidad, es sólo que me siento así.
—Tal vez las dos nos estemos preocupando demasiado—sugirió.
—¿Quieres que te pida disculpas?
—Ni se te ocurra.
Ahora se estaba riendo, saltó de la cama y se agachó frente al mini-bar para ofrecerme una Coca- Cola.
—¿Hemos acabado ya?
—¿Con esta conversación? Eso creo—cogí la lata que me brindaba y tiré de la anilla para abrirla.
—Perfecto.
Volvió a acomodarse en la cama, cruzando las piernas y sentándose sobre ellas.
—Entonces, cuéntame cómo te ha ido el fin de semana.
Escudriñé su rostro atentamente sin encontrar rastro alguno de la sonrisa forzada que yo esperaba,
—Llovió casi todo el tiempo, por lo que no salimos demasiado. Nos quedamos en el departamento de Marley.
—Vaya, parece que la cosa va en serio.
Sabía que estaba tratando de sonsacarme información y le lancé una sonrisa irónica.
—Tiene gracia que digas esto.
Puso expresión de sorpresa y frunció un poco el ceño.
—Te vas a mudar aquí abajo para estar con ella, ¿no es así?
¿De dónde podía haber sacado esa idea?
—No, por supuesto que no.
Suavizó su expresión y se echó hacia atrás de nuevo, esperando que continuara.
—Marley no tiene ninguna intención de sentar la cabeza ahora mismo.
—¿Y tú?
—No con Marley—la miré fijamente e incliné la cabeza hacia atrás—No me malinterpretes—comencé a decir, sintiendo la necesidad de explicar lo que acababa de decir—Marley es una mujer muy dulce y mi relación con ella ha sido muy buena para mí. Seguramente es lo mejor que me ha podido pasar en mi vida, pero no estamos hechas la una para la otra, ¿sabes lo que quiero decir?—arrugué la nariz cuando la imagen de Marley acudió a mi mente, con la cabeza ladeada y su risa ronca saliendo de sus labios—Con todo, es un ángel.
Salí de mi ensueño y me centré de nuevo en Santana, que me observaba atentamente.
Esbocé media sonrisa.
—Sé que te mueres de ganas de preguntarlo, así que te ahorraré la molestia. Sí, es una amante increíble.
Santana no pestañeó ante mis palabras. Su sonrisa era casi maliciosa.
—No me sorprende en absoluto.
Se me quedó mirando unos segundos, consiguiendo que me dieran ganas de leerle el pensamiento.
—No le vas a destrozar el corazón ni nada parecido, ¿no?
—Oh, no—negué con la cabeza y le di un sorbo a mi refresco—De hecho, ya hemos hablado de ello—miré a Santana con atención—Este no es su primer escarceo sexual.
Se echó a reír.
—¿Y el tuyo sí?
Me ruboricé.
—Supongo que se podría decir así. Nunca me había enrollado con nadie tan rápidamente. Eso es parte de lo que he aprendido este fin de semana.
Frunció el ceño sin entenderme.
—He aprendido que puedo estar con Marley sin intentar casarme con ella. Nunca había sido capaz de hacer eso antes.
—¿Quieres decir que no te vas a la cama con cualquiera?—se echó a reír.
Me quedé horrorizada.
—¡Claro que no!
—¿Entonces no es verdad eso que dicen?—preguntó, incapaz de disimular el parpadeo repentino de sus ojos.
—¿Qué es lo que dicen?—intuí que iba a hacer un chiste.
—Que las lesbianas son ninfómanas.
Me puse a reír como una histérica.
—Me temo que eso es sólo un mito, aunque es posible que a mi amiga Quinn se la pueda catalogar en esa especie.
Lanzó unas carcajadas sonoras y luego permaneció en silencio. Entonces caí en la cuenta de que, una vez más, la conversación sólo giraba en torno a mí.
—Bueno, ya basta de hablar de mí, ¿Y a ti cómo te va? ¿Qué tal con Noah? ¿Todavía salís juntos?
Negó con la cabeza.
—No, lo dejamos hace algún tiempo.
—Lo siento—mentí.
—Yo no. No era bueno para mí.
Asimilé aquello.
—Y debe de ser difícil conocer a hombres aquí en el Sur, cuando Blaine y yo somos tus únicos amigos.
—No te preocupes, no tengo ninguna prisa por conocer a nadie—ahuyentó aquel comentario—Además, estábamos hablando de ti.
—Sí, pero bueno, ahora yo estoy hablando de ti. Has logrado que hable de mí un montón últimamente y apenas me has dicho una palabra sobre tu vida. Se supone que el asunto éste de la confianza funciona en dos sentidos.
Tenía el aspecto del gato que se comió el canario del proverbio.
—Me has pillado, ¿eh?
Desenroscó las piernas, se estiró en la cama y ahuecó los cojines.
—Muy bien, adelante, dispara. ¿Qué quieres saber?
Me estaba sirviendo la oportunidad en bandeja de plata y no la desaproveché.
—Quiero saber qué pasó entre tu mejor amiga y tú en el instituto.
Se encogió bruscamente.
—Directa a la yugular—tragó saliva y se pasó la mano por el pelo—Nunca se lo he contado a nadie antes.
Me la quedé mirando a la expectativa, dejando que se tomara todo el tiempo del mundo para contestar.
Inspiró hondo para recobrar la calma.
—Se llamaba Emily—dijo—Fuimos muy amigas durante toda la etapa del instituto e íbamos a todas partes juntas.
Sus ojos vagaron por toda la habitación hasta detenerse en la pared que había justo encima de mi cabeza.
—Siempre nos quedábamos a dormir en casa de una o de la otra. Una noche, Emily estaba en mi casa, era muy tarde y estábamos en la cama, hablando de chicos. De repente comenzó a decirme que no entendía por qué las chicas no salían con otras chicas y que yo le gustaba mucho más de lo que le había gustado ningún chico en su vida—hizo una pausa, su cara reflejaba un cansancio súbito—No recuerdo exactamente qué sucedió después, excepto que me besó—me miró de soslayo, vigilando atenta mi reacción.
En otras circunstancias, le habría soltado algún comentario gracioso, pero parecía tan afectada que no me salió. Me la quedé mirando, tratando de mantener la expresión más neutra posible, esperando que continuara.
Bajó la mirada hasta descansar los ojos en el regazo, incapaz de continuar mirándome a la cara.
—Ahora me vas a odiar por lo que voy a decirte.
Hablaba tan bajo que tuve que estirarme un poco para oírla.
—Me puse histérica, sencillamente. Comencé a llamarla de todo, diciéndole las cosas más horribles. Fui tan cruel... Les dije a todos los chicos del instituto que me había besado y todo el mundo se rio de ella.
Tenía la voz rota cuando acabó de contar la historia.
—La sometí a la peor de las humillaciones.
El corazón me dio un vuelco y me quedé sin habla.
Unos ojos torturados me estaban mirando, calibrando mi reacción, pidiendo comprensión, suplicando el perdón... Pero yo era incapaz de ocultar mi horror y mi repulsión.
La peor pesadilla de cualquier lesbiana joven.
Estaba tan perpleja y tan abrumada por la compasión hacia la chica que Santana había destrozado... Mi cabeza estaba chillando de dolor.
¿Cómo pudiste hacer algo así?
Un pesado silencio se abatió sobre nosotras y luché por mitigar mi hostilidad. Sus ojos reflejaban mi rechazo y dejó caer la cabeza. Un reguero de lágrimas le brotaba a raudales y resbalaba por sus mejillas.
Mi respuesta la estaba hiriendo y yo me debatía entre el deseo de consolarla y la vehemencia de mi cólera y mi aflicción. Traté desesperadamente de tranquilizarme, consciente de que debía dejar a un lado mi reacción personal e intentar ayudarla.
Pensé cómo debía de haberse sentido Santana durante todos aquellos años, sabiendo lo que había hecho, cómo debía de haberse sentido cuando le había contado la verdad sobre mí misma unos meses atrás. En mi corazón, sabía que la Santana que yo conocía debía de odiarse a sí misma por lo que había hecho.
A las dos, pero ¿qué podía hacer yo?
Nunca podría darle la absolución que ella necesitaba. Tendría que encontrarla por sí misma.
Había habido tantas cosas tras su reacción... No se me había ocurrido que pudiera haber algo más tras su rechazo.
Sentí compasión por ella.
Me puse en pie y recorrí la distancia que nos separaba con unos pocos pasos. Me senté en la cama junto a ella, mirándola de frente, me tragué mi orgullo y extendí ambas manos para rodearla con mis brazos, atrayéndola hacia mí y meciéndola mientras el torrente de lágrimas no dejaba, de fluir.
—No me odies—imploró con palabras ahogadas.
Se aferraba a mí con fuerza, enterrando su rostro en mi cuello mientras el sollozo convulsionaba su cuerpo.
—Shhhh... No pasa nada. No te odio. Todo está bien.
Hice lo que pude por consolarla, abrazándola con dulzura y acariciando los mechones que le caían sobre la frente, mientras le susurraba con voz queda, diciéndole que todo aquello había pasado hacía ya mucho tiempo, que había llegado la hora de que se perdonase a sí misma...
…La hora de deshacerse de aquélla carga.
Yo estaba completamente inmersa en su dolor, cerraba los ojos y sentía cómo se derrumbaban todos mis muros.
Había sufrido tanto...
Quería aliviarla y hacer que desapareciera todo su dolor. Acurrucaba la cara en su pelo a la vez que le iba dando pequeños besos reconfortantes en la cabeza.
—Shhh... No pasa nada—repetía esas mismas palabras una y otra vez, abrazándola y peinándole el pelo con los dedos.
Poco a poco fueron cesando las convulsiones y su respiración fue volviendo a la normalidad.
Continuaba aferrada a mí, inmóvil.
Dejó escapar un profundo suspiro y mis párpados se cerraron cuando yo también suspiré.
Lo habíamos conseguido.
Lo habíamos superado.
Mi ira había desaparecido cuando me asaltó otro pensamiento. De pronto caí en la cuenta de quién era la persona que tenía entre mis brazos. No pude evitar pensar en lo maravilloso que era tenerla así mientras respiraba hondo, saboreando el nítido olor del pelo que me estaba haciendo cosquillas en la nariz.
Santana continuaba abrazada a mí y se me escapó una sonrisa involuntaria.
Sabía que aquel momento sería fugaz y sólo me quedaba admitir lo importante que era aquel breve instante para mí. Deseé que se hubiera producido en otro momento y en otro lugar, cuando pudiera decirle lo que sentía sin miedo al rechazo inevitable.
Guardé mis pensamientos para mí, como un tesoro, acariciándolos antes de dejar que se evaporaran del todo, como si nunca hubieran estado ahí.
Me retiré con una leve presión, abandonándola a ella y a la fantasía. Estaba secándose las lágrimas y restregándose la cara con la manga del suéter.
—Soy una mierda—murmuró.
Emití un leve chasquido con la lengua para demostrarle que no estaba de acuerdo.
—Puede que entonces fueras una mierda, pero ya no lo eres. A esa edad, los adolescentes son muy crueles.
Tenía frío y vacío el hueco del cuello donde había enterrado su cara. Me eché un poco más hacia atrás y apoyé una mano en la cama para mantenerme erguida. Con la otra mano continuaba acariciándole el hombro muy despacio.
—Sí, claro. Fíjate en lo que te hice a ti: esto ha sido este mismo año.
Todavía no me había mirado a la cara.
—Eso es agua pasada, ¿recuerdas?
Tenía un aspecto lastimoso, con la cara enrojecida e hinchada. Pensé en Emily de nuevo.
—¿Tuviste ocasión de pedirle perdón a ella?
—No—respondió, negando con la cabeza y mirando al vacío, inexpresiva—Creo que vive en Boston o algo así, pero en el caso de que la encontrara, no sabría qué decirle, cómo explicarme.
—Es probable que sólo tuvieras que decirle «lo siento». A veces, con eso basta—fruncí el ceño cuando vi su mirada glacial—¿Tienes alguna idea de por qué reaccionaste de aquella manera? ¿Por qué se lo dijiste a los demás en el instituto?
—Oh, sí, claro que lo sé—se pasó el dorso de la mano por la cara y suspiró—Lo hice porque aquel beso me hizo sentir un cosquilleo en el estómago que no había experimentado jamás. Me gustó y aquello me asustó. Quería asegurarme de que no volvería a ocurrir nunca más.
Ahora había levantado la cabeza y me miró a los ojos, con los suyos hinchados e inyectados en sangre de tanto llorar.
—¿Quieres analizar esto, Britt?
Aquella conversación se iba volviendo más reveladora por momentos. Otra vez me había vuelto a pillar por sorpresa.
—Inexperiencia juvenil.
Arqueó las cejas.
—¿Eso crees?
No estaba segura de sí el tono de su pregunta era esperanzado o dubitativo.
—Claro que sí—me encogí de hombros con indiferencia Reaccionaste así porque sabías que aquel beso era algo tabú. Te intrigaba y te asustaba al mismo tiempo.
No creía una sola palabra de lo que yo misma estaba diciendo.
Buceé en sus ojos, tratando de leer sus pensamientos. No me estaba mirando directamente, sino que tenía la mirada fija en mi boca.
—Así bueno, si me besaras ahora, no sentiría lo mismo, ¿verdad que no?
Sus ojos revolotearon hasta encontrarse con los míos.
El corazón me dio un vuelco.
Mi mente inició una carrera vertiginosa. No podía creer lo que estaba oyendo.
Me está pidiendo que la bese, ¿no es así?
Un ruido implacable me inundaba los oídos y tuve que recordarme a mí misma que tenía que respirar. Escudriñé su rostro, apenas a unos centímetros del mío, en busca de una respuesta. Sus ojos oscuros, brillantes por la acción de las lágrimas recientes, eran nítidos y estaban concentrados en los míos. Libres del maquillaje que solía cubrirlas, sus diminutas pecas me hacían guiños.
Era tan diferente de la imagen de la meticulosa mujer de negocios que asociaba con ella...
…Tan limpia...
…Tan franca...
…Tan suave.
Mis ojos deambularon por sus pómulos hasta llegar a su pequeña barbilla, luego recorrieron su cuello esbelto y se detuvieron en el pulso que le latía en el hueco de la garganta.
De vuelta a sus ojos, que todavía me estaban mirando, esperando, sin echarse atrás...
…Atrayéndome como imanes...
…Aquellos labios...
…Ahora eran más carnosos, casi hinchados por el efecto del llanto.
Ligeramente entreabiertos...
…Las veces qué había pensado en aquellos labios.
Me imaginé a mí misma como un ladrón que se acercaba a aquellos labios y les robaba un beso.
¿Sabía Santana lo que me estaba pidiendo?
¿Cómo iba yo a volver a ese cómodo y seguro lugar que había encontrado una vez que hubiera besado aquellos labios?
Ladeó la cabeza hacia atrás tan sólo un poco. Pestañeé, conteniendo la respiración y me incliné hacia delante. Nuestros ojos se quedaron clavados.
Nos acercamos más, más y más...
Cerró un poco las pestañas y dejó los párpados al descubierto.
Mi corazón latía desbocado.
Mis labios rozaron los suyos. Fue un roce leve, muy leve... Como una pluma de inocencia.
Podía saborear la sal de sus lágrimas recientes mientras esperaba que ella se apartara, pero no lo hizo.
Más cerca.
¿Eran mis latidos o los suyos los que estaba oyendo?
Sus labios hicieron una presión lenta y ligera.
Eran tan cálidos... Tan suaves...
Ahora ya no sólo tocaban los míos, sino que estaban entreabiertos.
Tan dulcemente...
Abrió la boca, tan sólo un poco.
Era una lengua suave e indecisa. Buscando la mía... Un roce breve.
Quieto.
Tan suave... Tan húmedo... Era demasiado perfecto.
Demasiado bonito.
Fui yo quien puso fin a aquel beso. Acaricié sus labios una última vez antes de levantar la cabeza. Las pestañas me pesaban cuando las abrí. Tenía los ojos más abiertos que nunca mientras sostenía mi mirada, impávidos. Me incliné hacia atrás un poco más para mantener el equilibrio y recobrar la respiración normal. Los labios de ella todavía estaban entreabiertos, húmedos por el beso, por mi beso.
Yo tenía el corazón en el estómago y mi mente luchaba por recuperar el control.
—Lo siento—balbuceé—No debería...
—No te disculpes. Fui yo quién te pidió que me besaras.
Su tono de voz era tan firme como sus ojos, sin dar siquiera un indicio de lo que estaba pensando o sintiendo.
De pronto sentí una necesidad imperiosa de romper el hechizo bajo el cual estaba y deshacerme del pánico que se cernía sobre mí. Retiré la mano de su hombro y la apoyé en la cama junto a mí, rezando porque no se diera cuenta de que estaba temblando.
Ahora era yo la que no podía mirarla a los ojos.
—Creo—comenzó a decir—Que acabas de echar por tierra toda tu teoría—extendió el brazo y me tiró de la manga de la camisa—Hasta aquí, la hipótesis de la inocencia juvenil—su tono de voz era ahora alegre—¿Cómo llamas a ese cosquilleo en el estómago cuando tienes veintiocho años?
Si estaba jugando conmigo, no quería tener nada que ver con ese juego.
—Creo que tendrás que descubrirlo tú sólita.
No pretendía que mis palabras sonaran bruscas, pero sabía que lo habían sido.
—Eh, oye—me rodeó el antebrazo con los dedos—Espero que no estés enfadada ni nada por el estilo. No tienes de qué preocuparte. Estoy bien, no voy a hacer ninguna locura ni nada, de verdad.
Vi que creía que estaba preocupada por su reacción cuando, en realidad, lo único que me importaba era asegurarme de que no pudiera leerme el pensamiento. Estaba segura de que en aquel momento podría leer en mí como en un libro abierto.
Dejé que mis ojos se encontrasen con los suyos y me sorprendió ver que estaba sonriendo, tenía un aspecto casi exultante.
Mis sentimientos estaban a salvo.
—¿Quieres decir que no vas a reprochármelo?
—No, te lo juro. Estoy bien.
—Bien.
Genial.
Santana estaba bien.
Yo tenía que escapar, tenía que darme tiempo para poner en orden mis desbocadas emociones, pero no se me ocurría ningún modo de escabullirme fácilmente.
—No te lo tomes a mal, pero necesito volver a mi habitación, ¿de acuerdo?
Su sonrisa se desvaneció.
—Brittany, ¿qué te pasa?
—Nada, de verdad—insistí.
—¿Estás enfadada?
—No, no estoy enfadada, Santana, de verdad—mentí, ahora al borde del llanto.
Esbocé una sonrisa forzada y me encontré con su mirada suspicaz.
—Lo que ocurre es que estoy cansada, ha sido un fin de semana muy largo.
Marley parecía que estaba a años luz de ahí.
—Y esta conversación ha sido un poco agotadora. Eso es todo. No te preocupes.
Pronuncié las últimas palabras mientras me levantaba del colchón.
—¿Qué te parece si quedamos para nadar mañana por la mañana?
—Sí, claro—su respuesta fue breve—Llama a la puerta cuando estés lista.
—De acuerdo—forcé una sonrisa de nuevo—Buenas noches, Santana.
No estaba segura de sí me había respondido.
Me volví como una autómata y crucé las puertas. Cerré la de mi lado y eché el pestillo con las manos temblorosas.
Llovió hasta última hora del domingo y aprovechamos casi todo el tiempo, pasándonos lo que parecía el fin de semana entero sin salir de su dormitorio.
Marley tuvo que ir a trabajar el domingo por la noche y yo regresé al hotel justo después de Santana, que estaba dando vueltas en la habitación contigua. La imagen de sus facciones pálidas cuando nos vio a mí y a Marley el viernes anterior acudió a mi mente y supe que teníamos que hablar de ello.
No podíamos fingir que no había ocurrido.
Me cambié de ropa y deambulé un rato por la habitación, tratando de reunir el coraje suficiente para darle la bienvenida. Me acerqué a la puerta de al lado y apoyé la oreja tímidamente en el panel.
No se oía ningún ruido.
Abrí la puerta y me sorprendió encontrar la suya abierta de par en par, como si me hubiera estado esperando. Estaba hecha un ovillo en la cama, vestida con su chándal favorito. Tenía una novela en el regazo y las gafas le colgaban de la nariz.
Parecía distinta y tardé un momento en darme cuenta de que llevaba la melena morena, normalmente en un peinado impecable, revuelta y despeinada. No llevaba maquillaje, sólo la había visto sin él una vez. Tenía un aspecto de meticulosa limpieza.
Joven, inocente...
Era una visión sumamente atractiva.
Me la quedé mirando cautivada, con mi corazón templándose por momentos.
—Bienvenida—la saludé con voz queda.
Levantó sus ojos oscuros, mirándome por encima de sus gafas. No se apresuró a quitárselas, como yo había imaginado. Su sonrisa era vacilante al levantar la cabeza y se incorporó despacio para quitarse los lentes.
—Hola. No sabía que estuvieras aquí.
Entrecerró los ojos.
—¿Estás sola?
Asentí.
—Marley está trabajando. ¿Puedo entrar?
—Sí, claro.
Avancé unos pasos y me acomodé en uno de los dos sillones mientras ella colocaba un punto de libro entre dos páginas y dejaba el ejemplar encima de la mesilla de noche.
—¿Qué tal el fin de semana?—hizo la pregunta primero.
—Muy bien. Muy...—busqué la palabra adecuada—Revelador. ¿Y el tuyo?
Dio un leve chasquido con la lengua. Se la veía preocupada por algo:
—No tan bien como el tuyo, eso seguro, pero también ha sido revelador. Creo que tenemos que hablar—suspiró—Te debo una disculpa.
—Santana, no hace falta...
Levantó una mano para interrumpirme.
—No, de verdad. Lo necesito. Tengo que sacármelo de dentro y decírtelo para superarlo de una vez. Me he pasado todo el fin de semana obsesionada con ello—hizo un gesto parecido a la vergüenza.
Todavía estaba disgustada, su voz había perdido su aplomo habitual y sus palabras casi sonaban entrecortadas y secas.
—No me resulta fácil decirte esto, por tanto, te lo voy a soltar así, sin más—se humedeció los labios rápidamente con la lengua—Cuando las vi, a Marley y a ti... Supongo, que me puse...
Me miró con los ojos abiertos por la vergüenza y la incredulidad.
—Celosa—movió la cabeza tratando de comprender sus propias palabras—Es la mejor forma de describir lo que sentí.
Me aseguré de no hacer ningún movimiento ni de mostrar ninguna reacción mientras proseguía.
—Sé que suena absurdo. En realidad, es absurdo. Me he acostumbrado a tenerte para mí sola de tal forma que he olvidado que hay más gente en tu vida. Otras amigas, amantes...
Estaba divagando, recriminándose a sí misma con furia e indignación, sin mirarme.
—Es una reacción estúpida, todavía no me creo que llegara a reaccionar de aquella manera. No puedo creer que me comportara de una forma tan ridícula y que ahora te tenga que pedir disculpas otra vez. No quiero continuar haciendo cosas por las que luego tenga que pedir disculpas. Estoy tan enfadada conmigo misma...
Su diatriba se estaba habiendo dolorosa, incluso para mí.
—Santana, está bien.
—Lo siento.
—Santana.
Su nombre me salió con más severidad de lo que había pretendido.
—Ya basta. Detente ya. Estás perdonada. Está bien.
La nube borrosa desapareció de sus ojos y me miró por fin. Afortunadamente, dejó de hablar.
—Escucha—dije esbozando una sonrisa forzada—, Siento lo mismo. Es como si tuviera que estar preocupada a todas horas por si voy a hacer o decir algo que te moleste. Quiero confiar en ti, pero no sé cómo hacerlo. No sé cómo hay que tener confianza en una mujer que no es gay, ésa es la pura verdad. Es algo nuevo para mí. Me siento como si todo el día estuviera moviéndome sobre arenas movedizas. Es como si pensara que cualquier día descubrirás que en realidad no tenemos nada en común y entonces desaparecerás.
—Eso es culpa mía. No te debería haber dado la espalda de aquella manera antes.
—No—hice un movimiento con la mano para ahuyentar sus palabras—, No tiene que ver contigo solamente. También tiene que ver con otras personas y conmigo. Me preocupa demasiado lo que pensará la gente. Me preocupa demasiado perder a las personas.
Se hizo un silencio denso.
No había sido mi intención hablar tanto. Ya me estaba arrepintiendo, deseando poder retirar aquellas palabras.
—Y no quieres perderme a mí—se trataba de una afirmación.
La miré tímidamente.
—No, no quiero perderte.
Una sonrisa iluminó sus ojos.
—Yo tampoco quiero perderte—suspiró de nuevo, aliviada—¿Por qué es tan difícil?
Me encogí de hombros.
—Territorio desconocido. Tú eres heterosexual y yo soy gay, y por mucho que quiera pensar que ello no nos hace diferentes, sí lo hace. Vemos el mundo de maneras distintas.
—Haces que suene irremediable.
—No era ésa mi intención—admití—Estoy analizándolo y haciendo que suene peor de lo que es en realidad, es sólo que me siento así.
—Tal vez las dos nos estemos preocupando demasiado—sugirió.
—¿Quieres que te pida disculpas?
—Ni se te ocurra.
Ahora se estaba riendo, saltó de la cama y se agachó frente al mini-bar para ofrecerme una Coca- Cola.
—¿Hemos acabado ya?
—¿Con esta conversación? Eso creo—cogí la lata que me brindaba y tiré de la anilla para abrirla.
—Perfecto.
Volvió a acomodarse en la cama, cruzando las piernas y sentándose sobre ellas.
—Entonces, cuéntame cómo te ha ido el fin de semana.
Escudriñé su rostro atentamente sin encontrar rastro alguno de la sonrisa forzada que yo esperaba,
—Llovió casi todo el tiempo, por lo que no salimos demasiado. Nos quedamos en el departamento de Marley.
—Vaya, parece que la cosa va en serio.
Sabía que estaba tratando de sonsacarme información y le lancé una sonrisa irónica.
—Tiene gracia que digas esto.
Puso expresión de sorpresa y frunció un poco el ceño.
—Te vas a mudar aquí abajo para estar con ella, ¿no es así?
¿De dónde podía haber sacado esa idea?
—No, por supuesto que no.
Suavizó su expresión y se echó hacia atrás de nuevo, esperando que continuara.
—Marley no tiene ninguna intención de sentar la cabeza ahora mismo.
—¿Y tú?
—No con Marley—la miré fijamente e incliné la cabeza hacia atrás—No me malinterpretes—comencé a decir, sintiendo la necesidad de explicar lo que acababa de decir—Marley es una mujer muy dulce y mi relación con ella ha sido muy buena para mí. Seguramente es lo mejor que me ha podido pasar en mi vida, pero no estamos hechas la una para la otra, ¿sabes lo que quiero decir?—arrugué la nariz cuando la imagen de Marley acudió a mi mente, con la cabeza ladeada y su risa ronca saliendo de sus labios—Con todo, es un ángel.
Salí de mi ensueño y me centré de nuevo en Santana, que me observaba atentamente.
Esbocé media sonrisa.
—Sé que te mueres de ganas de preguntarlo, así que te ahorraré la molestia. Sí, es una amante increíble.
Santana no pestañeó ante mis palabras. Su sonrisa era casi maliciosa.
—No me sorprende en absoluto.
Se me quedó mirando unos segundos, consiguiendo que me dieran ganas de leerle el pensamiento.
—No le vas a destrozar el corazón ni nada parecido, ¿no?
—Oh, no—negué con la cabeza y le di un sorbo a mi refresco—De hecho, ya hemos hablado de ello—miré a Santana con atención—Este no es su primer escarceo sexual.
Se echó a reír.
—¿Y el tuyo sí?
Me ruboricé.
—Supongo que se podría decir así. Nunca me había enrollado con nadie tan rápidamente. Eso es parte de lo que he aprendido este fin de semana.
Frunció el ceño sin entenderme.
—He aprendido que puedo estar con Marley sin intentar casarme con ella. Nunca había sido capaz de hacer eso antes.
—¿Quieres decir que no te vas a la cama con cualquiera?—se echó a reír.
Me quedé horrorizada.
—¡Claro que no!
—¿Entonces no es verdad eso que dicen?—preguntó, incapaz de disimular el parpadeo repentino de sus ojos.
—¿Qué es lo que dicen?—intuí que iba a hacer un chiste.
—Que las lesbianas son ninfómanas.
Me puse a reír como una histérica.
—Me temo que eso es sólo un mito, aunque es posible que a mi amiga Quinn se la pueda catalogar en esa especie.
Lanzó unas carcajadas sonoras y luego permaneció en silencio. Entonces caí en la cuenta de que, una vez más, la conversación sólo giraba en torno a mí.
—Bueno, ya basta de hablar de mí, ¿Y a ti cómo te va? ¿Qué tal con Noah? ¿Todavía salís juntos?
Negó con la cabeza.
—No, lo dejamos hace algún tiempo.
—Lo siento—mentí.
—Yo no. No era bueno para mí.
Asimilé aquello.
—Y debe de ser difícil conocer a hombres aquí en el Sur, cuando Blaine y yo somos tus únicos amigos.
—No te preocupes, no tengo ninguna prisa por conocer a nadie—ahuyentó aquel comentario—Además, estábamos hablando de ti.
—Sí, pero bueno, ahora yo estoy hablando de ti. Has logrado que hable de mí un montón últimamente y apenas me has dicho una palabra sobre tu vida. Se supone que el asunto éste de la confianza funciona en dos sentidos.
Tenía el aspecto del gato que se comió el canario del proverbio.
—Me has pillado, ¿eh?
Desenroscó las piernas, se estiró en la cama y ahuecó los cojines.
—Muy bien, adelante, dispara. ¿Qué quieres saber?
Me estaba sirviendo la oportunidad en bandeja de plata y no la desaproveché.
—Quiero saber qué pasó entre tu mejor amiga y tú en el instituto.
Se encogió bruscamente.
—Directa a la yugular—tragó saliva y se pasó la mano por el pelo—Nunca se lo he contado a nadie antes.
Me la quedé mirando a la expectativa, dejando que se tomara todo el tiempo del mundo para contestar.
Inspiró hondo para recobrar la calma.
—Se llamaba Emily—dijo—Fuimos muy amigas durante toda la etapa del instituto e íbamos a todas partes juntas.
Sus ojos vagaron por toda la habitación hasta detenerse en la pared que había justo encima de mi cabeza.
—Siempre nos quedábamos a dormir en casa de una o de la otra. Una noche, Emily estaba en mi casa, era muy tarde y estábamos en la cama, hablando de chicos. De repente comenzó a decirme que no entendía por qué las chicas no salían con otras chicas y que yo le gustaba mucho más de lo que le había gustado ningún chico en su vida—hizo una pausa, su cara reflejaba un cansancio súbito—No recuerdo exactamente qué sucedió después, excepto que me besó—me miró de soslayo, vigilando atenta mi reacción.
En otras circunstancias, le habría soltado algún comentario gracioso, pero parecía tan afectada que no me salió. Me la quedé mirando, tratando de mantener la expresión más neutra posible, esperando que continuara.
Bajó la mirada hasta descansar los ojos en el regazo, incapaz de continuar mirándome a la cara.
—Ahora me vas a odiar por lo que voy a decirte.
Hablaba tan bajo que tuve que estirarme un poco para oírla.
—Me puse histérica, sencillamente. Comencé a llamarla de todo, diciéndole las cosas más horribles. Fui tan cruel... Les dije a todos los chicos del instituto que me había besado y todo el mundo se rio de ella.
Tenía la voz rota cuando acabó de contar la historia.
—La sometí a la peor de las humillaciones.
El corazón me dio un vuelco y me quedé sin habla.
Unos ojos torturados me estaban mirando, calibrando mi reacción, pidiendo comprensión, suplicando el perdón... Pero yo era incapaz de ocultar mi horror y mi repulsión.
La peor pesadilla de cualquier lesbiana joven.
Estaba tan perpleja y tan abrumada por la compasión hacia la chica que Santana había destrozado... Mi cabeza estaba chillando de dolor.
¿Cómo pudiste hacer algo así?
Un pesado silencio se abatió sobre nosotras y luché por mitigar mi hostilidad. Sus ojos reflejaban mi rechazo y dejó caer la cabeza. Un reguero de lágrimas le brotaba a raudales y resbalaba por sus mejillas.
Mi respuesta la estaba hiriendo y yo me debatía entre el deseo de consolarla y la vehemencia de mi cólera y mi aflicción. Traté desesperadamente de tranquilizarme, consciente de que debía dejar a un lado mi reacción personal e intentar ayudarla.
Pensé cómo debía de haberse sentido Santana durante todos aquellos años, sabiendo lo que había hecho, cómo debía de haberse sentido cuando le había contado la verdad sobre mí misma unos meses atrás. En mi corazón, sabía que la Santana que yo conocía debía de odiarse a sí misma por lo que había hecho.
A las dos, pero ¿qué podía hacer yo?
Nunca podría darle la absolución que ella necesitaba. Tendría que encontrarla por sí misma.
Había habido tantas cosas tras su reacción... No se me había ocurrido que pudiera haber algo más tras su rechazo.
Sentí compasión por ella.
Me puse en pie y recorrí la distancia que nos separaba con unos pocos pasos. Me senté en la cama junto a ella, mirándola de frente, me tragué mi orgullo y extendí ambas manos para rodearla con mis brazos, atrayéndola hacia mí y meciéndola mientras el torrente de lágrimas no dejaba, de fluir.
—No me odies—imploró con palabras ahogadas.
Se aferraba a mí con fuerza, enterrando su rostro en mi cuello mientras el sollozo convulsionaba su cuerpo.
—Shhhh... No pasa nada. No te odio. Todo está bien.
Hice lo que pude por consolarla, abrazándola con dulzura y acariciando los mechones que le caían sobre la frente, mientras le susurraba con voz queda, diciéndole que todo aquello había pasado hacía ya mucho tiempo, que había llegado la hora de que se perdonase a sí misma...
…La hora de deshacerse de aquélla carga.
Yo estaba completamente inmersa en su dolor, cerraba los ojos y sentía cómo se derrumbaban todos mis muros.
Había sufrido tanto...
Quería aliviarla y hacer que desapareciera todo su dolor. Acurrucaba la cara en su pelo a la vez que le iba dando pequeños besos reconfortantes en la cabeza.
—Shhh... No pasa nada—repetía esas mismas palabras una y otra vez, abrazándola y peinándole el pelo con los dedos.
Poco a poco fueron cesando las convulsiones y su respiración fue volviendo a la normalidad.
Continuaba aferrada a mí, inmóvil.
Dejó escapar un profundo suspiro y mis párpados se cerraron cuando yo también suspiré.
Lo habíamos conseguido.
Lo habíamos superado.
Mi ira había desaparecido cuando me asaltó otro pensamiento. De pronto caí en la cuenta de quién era la persona que tenía entre mis brazos. No pude evitar pensar en lo maravilloso que era tenerla así mientras respiraba hondo, saboreando el nítido olor del pelo que me estaba haciendo cosquillas en la nariz.
Santana continuaba abrazada a mí y se me escapó una sonrisa involuntaria.
Sabía que aquel momento sería fugaz y sólo me quedaba admitir lo importante que era aquel breve instante para mí. Deseé que se hubiera producido en otro momento y en otro lugar, cuando pudiera decirle lo que sentía sin miedo al rechazo inevitable.
Guardé mis pensamientos para mí, como un tesoro, acariciándolos antes de dejar que se evaporaran del todo, como si nunca hubieran estado ahí.
Me retiré con una leve presión, abandonándola a ella y a la fantasía. Estaba secándose las lágrimas y restregándose la cara con la manga del suéter.
—Soy una mierda—murmuró.
Emití un leve chasquido con la lengua para demostrarle que no estaba de acuerdo.
—Puede que entonces fueras una mierda, pero ya no lo eres. A esa edad, los adolescentes son muy crueles.
Tenía frío y vacío el hueco del cuello donde había enterrado su cara. Me eché un poco más hacia atrás y apoyé una mano en la cama para mantenerme erguida. Con la otra mano continuaba acariciándole el hombro muy despacio.
—Sí, claro. Fíjate en lo que te hice a ti: esto ha sido este mismo año.
Todavía no me había mirado a la cara.
—Eso es agua pasada, ¿recuerdas?
Tenía un aspecto lastimoso, con la cara enrojecida e hinchada. Pensé en Emily de nuevo.
—¿Tuviste ocasión de pedirle perdón a ella?
—No—respondió, negando con la cabeza y mirando al vacío, inexpresiva—Creo que vive en Boston o algo así, pero en el caso de que la encontrara, no sabría qué decirle, cómo explicarme.
—Es probable que sólo tuvieras que decirle «lo siento». A veces, con eso basta—fruncí el ceño cuando vi su mirada glacial—¿Tienes alguna idea de por qué reaccionaste de aquella manera? ¿Por qué se lo dijiste a los demás en el instituto?
—Oh, sí, claro que lo sé—se pasó el dorso de la mano por la cara y suspiró—Lo hice porque aquel beso me hizo sentir un cosquilleo en el estómago que no había experimentado jamás. Me gustó y aquello me asustó. Quería asegurarme de que no volvería a ocurrir nunca más.
Ahora había levantado la cabeza y me miró a los ojos, con los suyos hinchados e inyectados en sangre de tanto llorar.
—¿Quieres analizar esto, Britt?
Aquella conversación se iba volviendo más reveladora por momentos. Otra vez me había vuelto a pillar por sorpresa.
—Inexperiencia juvenil.
Arqueó las cejas.
—¿Eso crees?
No estaba segura de sí el tono de su pregunta era esperanzado o dubitativo.
—Claro que sí—me encogí de hombros con indiferencia Reaccionaste así porque sabías que aquel beso era algo tabú. Te intrigaba y te asustaba al mismo tiempo.
No creía una sola palabra de lo que yo misma estaba diciendo.
Buceé en sus ojos, tratando de leer sus pensamientos. No me estaba mirando directamente, sino que tenía la mirada fija en mi boca.
—Así bueno, si me besaras ahora, no sentiría lo mismo, ¿verdad que no?
Sus ojos revolotearon hasta encontrarse con los míos.
El corazón me dio un vuelco.
Mi mente inició una carrera vertiginosa. No podía creer lo que estaba oyendo.
Me está pidiendo que la bese, ¿no es así?
Un ruido implacable me inundaba los oídos y tuve que recordarme a mí misma que tenía que respirar. Escudriñé su rostro, apenas a unos centímetros del mío, en busca de una respuesta. Sus ojos oscuros, brillantes por la acción de las lágrimas recientes, eran nítidos y estaban concentrados en los míos. Libres del maquillaje que solía cubrirlas, sus diminutas pecas me hacían guiños.
Era tan diferente de la imagen de la meticulosa mujer de negocios que asociaba con ella...
…Tan limpia...
…Tan franca...
…Tan suave.
Mis ojos deambularon por sus pómulos hasta llegar a su pequeña barbilla, luego recorrieron su cuello esbelto y se detuvieron en el pulso que le latía en el hueco de la garganta.
De vuelta a sus ojos, que todavía me estaban mirando, esperando, sin echarse atrás...
…Atrayéndome como imanes...
…Aquellos labios...
…Ahora eran más carnosos, casi hinchados por el efecto del llanto.
Ligeramente entreabiertos...
…Las veces qué había pensado en aquellos labios.
Me imaginé a mí misma como un ladrón que se acercaba a aquellos labios y les robaba un beso.
¿Sabía Santana lo que me estaba pidiendo?
¿Cómo iba yo a volver a ese cómodo y seguro lugar que había encontrado una vez que hubiera besado aquellos labios?
Ladeó la cabeza hacia atrás tan sólo un poco. Pestañeé, conteniendo la respiración y me incliné hacia delante. Nuestros ojos se quedaron clavados.
Nos acercamos más, más y más...
Cerró un poco las pestañas y dejó los párpados al descubierto.
Mi corazón latía desbocado.
Mis labios rozaron los suyos. Fue un roce leve, muy leve... Como una pluma de inocencia.
Podía saborear la sal de sus lágrimas recientes mientras esperaba que ella se apartara, pero no lo hizo.
Más cerca.
¿Eran mis latidos o los suyos los que estaba oyendo?
Sus labios hicieron una presión lenta y ligera.
Eran tan cálidos... Tan suaves...
Ahora ya no sólo tocaban los míos, sino que estaban entreabiertos.
Tan dulcemente...
Abrió la boca, tan sólo un poco.
Era una lengua suave e indecisa. Buscando la mía... Un roce breve.
Quieto.
Tan suave... Tan húmedo... Era demasiado perfecto.
Demasiado bonito.
Fui yo quien puso fin a aquel beso. Acaricié sus labios una última vez antes de levantar la cabeza. Las pestañas me pesaban cuando las abrí. Tenía los ojos más abiertos que nunca mientras sostenía mi mirada, impávidos. Me incliné hacia atrás un poco más para mantener el equilibrio y recobrar la respiración normal. Los labios de ella todavía estaban entreabiertos, húmedos por el beso, por mi beso.
Yo tenía el corazón en el estómago y mi mente luchaba por recuperar el control.
—Lo siento—balbuceé—No debería...
—No te disculpes. Fui yo quién te pidió que me besaras.
Su tono de voz era tan firme como sus ojos, sin dar siquiera un indicio de lo que estaba pensando o sintiendo.
De pronto sentí una necesidad imperiosa de romper el hechizo bajo el cual estaba y deshacerme del pánico que se cernía sobre mí. Retiré la mano de su hombro y la apoyé en la cama junto a mí, rezando porque no se diera cuenta de que estaba temblando.
Ahora era yo la que no podía mirarla a los ojos.
—Creo—comenzó a decir—Que acabas de echar por tierra toda tu teoría—extendió el brazo y me tiró de la manga de la camisa—Hasta aquí, la hipótesis de la inocencia juvenil—su tono de voz era ahora alegre—¿Cómo llamas a ese cosquilleo en el estómago cuando tienes veintiocho años?
Si estaba jugando conmigo, no quería tener nada que ver con ese juego.
—Creo que tendrás que descubrirlo tú sólita.
No pretendía que mis palabras sonaran bruscas, pero sabía que lo habían sido.
—Eh, oye—me rodeó el antebrazo con los dedos—Espero que no estés enfadada ni nada por el estilo. No tienes de qué preocuparte. Estoy bien, no voy a hacer ninguna locura ni nada, de verdad.
Vi que creía que estaba preocupada por su reacción cuando, en realidad, lo único que me importaba era asegurarme de que no pudiera leerme el pensamiento. Estaba segura de que en aquel momento podría leer en mí como en un libro abierto.
Dejé que mis ojos se encontrasen con los suyos y me sorprendió ver que estaba sonriendo, tenía un aspecto casi exultante.
Mis sentimientos estaban a salvo.
—¿Quieres decir que no vas a reprochármelo?
—No, te lo juro. Estoy bien.
—Bien.
Genial.
Santana estaba bien.
Yo tenía que escapar, tenía que darme tiempo para poner en orden mis desbocadas emociones, pero no se me ocurría ningún modo de escabullirme fácilmente.
—No te lo tomes a mal, pero necesito volver a mi habitación, ¿de acuerdo?
Su sonrisa se desvaneció.
—Brittany, ¿qué te pasa?
—Nada, de verdad—insistí.
—¿Estás enfadada?
—No, no estoy enfadada, Santana, de verdad—mentí, ahora al borde del llanto.
Esbocé una sonrisa forzada y me encontré con su mirada suspicaz.
—Lo que ocurre es que estoy cansada, ha sido un fin de semana muy largo.
Marley parecía que estaba a años luz de ahí.
—Y esta conversación ha sido un poco agotadora. Eso es todo. No te preocupes.
Pronuncié las últimas palabras mientras me levantaba del colchón.
—¿Qué te parece si quedamos para nadar mañana por la mañana?
—Sí, claro—su respuesta fue breve—Llama a la puerta cuando estés lista.
—De acuerdo—forcé una sonrisa de nuevo—Buenas noches, Santana.
No estaba segura de sí me había respondido.
Me volví como una autómata y crucé las puertas. Cerré la de mi lado y eché el pestillo con las manos temblorosas.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 17 Epílogo
Sintió mariposas en el estomago.. eso si que es una declaración!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Nunca Digas Jamás (Adaptada) Cap 17 Epílogo
eeeeeh...entre marley y santana no hay color...espero que Britt se decida pronto por Santana! jajajaj si no que me la mande a mi, que no me importa
mystic*** - Mensajes : 114
Fecha de inscripción : 07/08/2015
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