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FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
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Lizz_sanny
micky morales
23l1
Lucy LP
Daniela Gutierrez
Susii
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FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 34
Capitulo 34
Una de las mañanas en las que Santana y yo vamos en el coche hacia López Inc., le suelto:
—Digas lo que digas, creo que deberíamos concertar esa entrevista con el psicólogo.
—No.
—Su tutor lo recomendó, cariño. Flyn necesita un tipo de ayuda que quizá nosotras no somos capaces de darle.
—He dicho que no. Flyn ya fue a demasiados psicólogos cuando era pequeño y no quiero que tenga que volver a ir.
—Pero, San, ¿no ves que el problema que tenemos con él se nos escapa de las manos?
Mi amor no contesta.
Sé que sabe que tengo razón, pero su cabezonería no lo deja reaccionar.
Finalmente sisea:
—He dicho que no. Yo me ocuparé de él.
Me callo.
Mejor me callo lo que pienso en relación con eso. No sé cómo se va a ocupar de ella trabajando todo lo que trabaja pero, como no tengo ganas de zanjar el tema como ella pretende, insisto:
—San, no eres consciente de muchas cosas. Ayer, cuando llegué a casa...
—¿Qué pasa ahora?
Como siempre, soy portadora de malas noticias.
El que ella no esté últimamente mucho en casa le hace perderse el modo en que Flyn se está comportando con todos.
—Ayer por la tarde—digo—, Cuando llegué a casa, Flyn estaba discutiendo con Will y no me gustó el tono que utilizó.
—Es un crío, Britt..., no te tomes todo lo suyo a mal.
Su contestación me sorprende.
—¡Claro que es un crío! Pero ¿acaso tú y yo no le estamos enseñando educación?
Mi respuesta la hace resoplar y, tras un tenso silencio, pregunta:
—Vamos a ver, Britt, si tan mal le habló a Will, ¿por qué no me lo dijiste cuando llegué?
La miro.
Calibro mi respuesta y, con sinceridad, contesto:
—Porque quería tener la noche en paz.
Sé que mi respuesta le hace pensar y, tras volver a suspirar, mi amor asiente.
—¿Qué tal si hablamos con él esta tarde cuando regrese?
—¿Vendrás pronto?
Santana sonríe.
Pone la mano sobre mi rodilla y afirma:
—Te lo prometo.
Saber que va a llegar pronto a casa me hace sonreír.
—Perfecto.
Durante un rato, las dos nos callamos, hasta que digo:
—¿No te apetecería algún día hacer una locura como hacíamos antes y, por ejemplo, coger el avión y marcharnos a Venecia, a Berlín, a Polonia, a Dublín o a cualquier lado tú y yo solas?
Santana sonríe, luego veo cómo niega con la cabeza y responde:
—No estoy para locuras. Tengo mucho trabajo.
Su contestación no es la que esperaba, y volvemos a quedarnos en silencio. Algo pasa entre nosotras que nos hace tener estos silencios. Pero, deseosa de que eso desaparezca cuanto antes, pregunto:
—¿No te sorprendió lo que te conté del tutor de Flyn?
Santana no parpadea. Me mira... Después mira la carretera..., vuelve a mirarme y finalmente dice:
—No. ¿Por?
Ahora la que parpadea y la mira soy yo.
—Bueno porque el tutor de Flyn...—respondo—, Tú y yo..., bueno eso.
Santana sonríe.
Dios..., cómo me gusta verla sonreír.
—Britt-Britt, imagino que su discreción será tan grande como la nuestra—y, guiñándome un ojo, añade—Todos los que vamos al Sensations nos hemos encontrado en un momento dado con alguien de ahí y, como te digo, la discreción es lo que prima. Por algo somos adultos.
Asiento.
La verdad es que tiene razón.
¿Por qué comerme el coco?
Una vez llegamos a López Inc., en cuanto subimos en el ascensor quiero besar a la mujer que adoro, pero ella ya está centrada mirando unos papeles con el ceño fruncido.
Cuando el ascensor se detiene en mi planta, la observo con la esperanza de que ella desee besarme, pero sólo me mira, me guiña un ojo y dice:
—Que tengas un buen día, cariño.
Sonrío, salgo y las puertas del ascensor se cierran.
Ni beso, ni abrazo, ¡ni ná!
Pero ¿qué nos está pasando?
Mientras camino hacia el despacho, soy consciente de que añoro a la Santana que estaba pendiente de mí al cien por cien. Añoro sus besos y sus continuas ganas de estar conmigo. Sé que me quiere, eso no lo puedo dudar, pero creo que la pasión que sentía por mí se está enfriando.
¿Por qué?
¿Por qué yo sigo queriendo tener nuestros tontos momentos y ella parece poder vivir sin ellos?
Cuando llego al despacho, Mika me da unas carpetas para que las revise. La noto agobiada, pero no tengo ganas de preguntar y, cogiendo lo que me entrega, me meto en mi despacho dispuesta a trabajar.
Liada estoy con ello cuando suena el teléfono.
—¡Hola, Brittyyyyyyy!
Oír la voz de mi hermana es como un soplo de aire fresco y, sonriendo, saludo:
—Hola, petardilla.
Durante varios minutos hablamos de cosas sin importancia, hasta que dice:
—Mi cucuruchillo me ha comprado una maripaz y no sé cómo funciona, y como sé que tú tienes una, buenos...
—¿Que te ha comprado qué?—pregunto sorprendida.
—Una maripaz o quizpaz, o como se diga eso.
Me entra la risa.
Me parto y, cuando entiendo de lo que habla, murmuro:
—Un iPad, Ali, un iPad.
Mi hermana suspira, sonríe y murmura con gracia:
—Ofú, Britty..., ya sabes que los idiomas nunca fueron lo mío.
Sin dejar de reír, le explico como puedo algunas cosas. La verdad es que, mientras lo hago, me imagino a mi hermana con su maripaz delante de ella, tocándolo todo y bloqueándola.
Alison es un caso y, cuando finalmente bloquea el iPad y yo ya estoy que me voy a tirar por la ventana de López Inc., de pronto me pregunta:
—¿Qué te pasa?
—Nada.
—Britty..., soy tu hermana mayor. Te conozco, y ese tonito de voz lo noto excesivamente apagado. Vamos, desembucha. ¿Qué te ocurre?
Sonrío.
Sin lugar a dudas, como bruja mi hermana no habría tenido precio.
—Si obviamos que me estás sacando de mis casillas por la puñetera maripaz—respondo—, Lo que me ocurre es que en ocasiones querría que las cosas fueran diferentes.
—Matiza y resume: ¿cosas? ¿Qué cosas?
Resoplo.
¿En qué jardín me he metido?
Pero, bajando la voz, cuchicheo:
—Se trata de San. De pronto es como si no necesitara estar conmigo, y echo de menos a la San que conocí hace años, que era capaz de hacer locuras por amor. Es sólo eso.
Mi hermana ríe.
Eso me hace suspirar, y entonces la oigo decir:
—Vamos a ver, cariño, en eso creo que te puedo responder, bueno he estado casada dos veces. Y que conste que no voy de experta, pero la locura pasional de un «aquí te pillo, aquí te mato» que se siente al principio de una relación comienza a evaporarse a partir del cuarto año, o al menos eso dicen.
—Vaya—murmuro pensando que hace más de cuatro años que conozco a Santana.
—Mira, Britty, justamente el otro día leí una revista en la que se decía que el declive de la pasión comienza dependiendo de las parejas al cuarto o quinto año de relación. Según esa revista, la locura de esa primera época se transforma con el paso del tiempo en una pasión más tranquila con un fuerte componente de cariño y complicidad.
—¡No jodas!
—¡No digas palabrotas, malhablada!—me regaña mi hermana.
Eso me hace reír, y entonces prosigue:
—Con el empanao de Jesús se cumplió esa estadística. A los cuatro años comenzó nuestro declive como pareja y, a los ocho, literalmente no nos soportábamos, especialmente porque yo iba arañando los techos de medio Madrid con la cornamenta que llevaba.
—Ali...—murmuro sin poder evitar sonreír.
—Aisss, tontusa, no te apures, eso ya lo tengo yo más que superado. Pero precisamente de los errores se aprende y, ahora, con mi cucuruchillo, estoy tratando de que todo sea diferente, e intento que los ratos que estemos juntos sean lo mejor de lo mejor.
Al pensar en mi cuñado Noah, sonrío. Sin lugar a dudas, el rollito feroz de mi hermana está mucho más enamorado de lo que lo estuvo nunca mi excuñado Jesús.
—Tranquila—respondo—Creo que Noah te va a hacer feliz toda tu vida.
—Y a ti Santana. Pero ¿no ves cómo te protege?
Oír eso me hace reír.
Claro que siento cómo me protege, pero yo necesito algo más, y contesto:
—Sí..., si sé que en eso tienes razón. Sé que me quiere, no lo dudo, pero también soy consciente de que la empresa la abduce demasiado, y eso es porque no delega en nadie. Si delegara en alguien parte de su trabajo...
—Cariño..., bueno entonces no es que no quiera estar contigo. Simplemente es que tiene un exceso de trabajo.
—¿Y por qué no delega como hacía antes?
—Eso no lo sé, Britty..., quizá tengas que preguntárselo a ella.
Mi hermana tiene razón, pero hablar con Santana de su trabajo siempre es complicado. Desde que hemos tenido a los niños, siento que se esfuerza el doble sin darse cuenta de lo mucho que se está perdiendo de ellos y de mí.
—Y otra cosa—me saca mi hermana de mis pensamientos—Sé que quizá no venga a cuento lo que voy a decir porque ya sabes que soy un poco antigua en algunas cosas, pero esos jueguecitos sexuales que se traen, ¿no crees que también pueden empeorar la relación?
—Anda ya, no digas tonterías—respondo molesta—Eso no tiene nada que ver.
—Vale..., vale..., pero por si acaso fíjate si le gusta estar contigo o con otras en esos momentos. Porque, si le gusta estar más tiempo con otras, directamente, hermanita, creo que tendrás que darle una patada en su moreno culo y...
—¡Alison!—gruño.
—Vale..., vale..., cierro el pico.
Joder con mi hermana.
¡Está empeorando la situación!
—Bueno..., ¿cuál era el motivo de tu llamada?—pregunto.
—Es papá. Está muy pesadito con lo de la feria. ¿Van a venir al final o no?
No he vuelto a hablar de eso con Santana, bastante tenemos ya con discutir con Flyn, pero como no estoy dispuesta a darle el disgusto a mi papá, afirmo:
—Sí. Iremos.
Nada más decir eso, cierro los ojos.
Joder..., joder..., ¿por qué miento si Santana no quiere ir?
—Ay, Brittyyyyy, ¡qué bien! Bueno entonces voy a llevar al tinte sus vestidos, ¿vale?
Al pensar en mis bonitos vestidos de flamenca, asiento y afirmo sonriendo:
—De acuerdo, Ali. Llévalos.
—Por cierto, en cuanto a la Pachuca...
—Ah, no..., no quiero saber nada al respecto—la corto—Si papá tiene que contarnos algo en relación con ella, ya nos lo contará. Me niego a cotillear. Por tanto, no quiero oír ni una sola palabra de ellos, ¿entendido?
Oigo a mi hermana resoplar, y finalmente dice:
—Vale.
Uy..., uy..., ese «vale» tan escueto me mosquea y, cayendo como una tonta en su juego, pregunto:
—¿«Vale»? ¿Por qué dices «vale» de esa manera?
—¿Sabes, bonita?..., ahora soy yo la que no tiene nada que contar. Y te dejo, que está pitando la lavadora y quiero tenderla antes de ir a recoger a Mason y a Lucía al cole. Adiós, Britt. Te quiero.
Y, sin más, la muy sinvergüenza me cuelga el teléfono.
Ya sé a quién se parece mi sobrina Becky.
Sin querer pensar en nada más, decido ponerme a trabajar.
Es lo mejor.
Eso me hará olvidar problemas familiares y sentimentales.
A la hora de salir, paso por la cafetería para coger una coca-cola y me encuentro ahí a Santana tomando algo en la barra con su secretaria y un par de hombres más. Ella no me ve, y yo la observo con disimulo desde la distancia.
¡Dios, qué esposa tengo!
Como siempre, está impresionante con su ceñido traje gris y su camisa blanca pero, por cómo mueve las manos, parece molesta por algo y, aunque parezca increíble, su gesto de enfado me encanta.
¿Qué sería de Santana López sin su gesto hosco y de perdonavidas?
Ofú, me encanta..., me encanta...
No lo puedo remediar.
Pero, tras la charla con mi hermana, me fijo en su secretaria. La tal Gerta lleva un vestido azulón, la mar de simple, pero es joven y su cuerpo lozano y sin un ápice de grasa me hace resoplar.
¿Por qué no tendré yo ese cuerpo?
Sin apartar los ojos de ella, observo cómo mira a Santana. Sin duda, la observa con un tipo de admiración que no me hace ninguna gracia.
Soy mujer y, como tal, sé de lo que hablo, pero finalmente y sin decir nada, cojo mi coca-cola y me voy.
Es lo mejor.
Santana está en el trabajo y yo he de dejar de pensar en tonterías.
Por la tarde, cuando estoy en casa, Flyn llega del colegio y me mira. Sabe que tengo que decirle algo por los gritos que le dio el día anterior a Will. Estoy convencida de que espera mi ataque, pero como no quiero hablar con él hasta que Santana llegue, me limito a sonreírle y a guiñarle el ojo.
Eso lo desconcierta, lo veo en su cara, y él va y sube directo a su habitación.
—Digas lo que digas, creo que deberíamos concertar esa entrevista con el psicólogo.
—No.
—Su tutor lo recomendó, cariño. Flyn necesita un tipo de ayuda que quizá nosotras no somos capaces de darle.
—He dicho que no. Flyn ya fue a demasiados psicólogos cuando era pequeño y no quiero que tenga que volver a ir.
—Pero, San, ¿no ves que el problema que tenemos con él se nos escapa de las manos?
Mi amor no contesta.
Sé que sabe que tengo razón, pero su cabezonería no lo deja reaccionar.
Finalmente sisea:
—He dicho que no. Yo me ocuparé de él.
Me callo.
Mejor me callo lo que pienso en relación con eso. No sé cómo se va a ocupar de ella trabajando todo lo que trabaja pero, como no tengo ganas de zanjar el tema como ella pretende, insisto:
—San, no eres consciente de muchas cosas. Ayer, cuando llegué a casa...
—¿Qué pasa ahora?
Como siempre, soy portadora de malas noticias.
El que ella no esté últimamente mucho en casa le hace perderse el modo en que Flyn se está comportando con todos.
—Ayer por la tarde—digo—, Cuando llegué a casa, Flyn estaba discutiendo con Will y no me gustó el tono que utilizó.
—Es un crío, Britt..., no te tomes todo lo suyo a mal.
Su contestación me sorprende.
—¡Claro que es un crío! Pero ¿acaso tú y yo no le estamos enseñando educación?
Mi respuesta la hace resoplar y, tras un tenso silencio, pregunta:
—Vamos a ver, Britt, si tan mal le habló a Will, ¿por qué no me lo dijiste cuando llegué?
La miro.
Calibro mi respuesta y, con sinceridad, contesto:
—Porque quería tener la noche en paz.
Sé que mi respuesta le hace pensar y, tras volver a suspirar, mi amor asiente.
—¿Qué tal si hablamos con él esta tarde cuando regrese?
—¿Vendrás pronto?
Santana sonríe.
Pone la mano sobre mi rodilla y afirma:
—Te lo prometo.
Saber que va a llegar pronto a casa me hace sonreír.
—Perfecto.
Durante un rato, las dos nos callamos, hasta que digo:
—¿No te apetecería algún día hacer una locura como hacíamos antes y, por ejemplo, coger el avión y marcharnos a Venecia, a Berlín, a Polonia, a Dublín o a cualquier lado tú y yo solas?
Santana sonríe, luego veo cómo niega con la cabeza y responde:
—No estoy para locuras. Tengo mucho trabajo.
Su contestación no es la que esperaba, y volvemos a quedarnos en silencio. Algo pasa entre nosotras que nos hace tener estos silencios. Pero, deseosa de que eso desaparezca cuanto antes, pregunto:
—¿No te sorprendió lo que te conté del tutor de Flyn?
Santana no parpadea. Me mira... Después mira la carretera..., vuelve a mirarme y finalmente dice:
—No. ¿Por?
Ahora la que parpadea y la mira soy yo.
—Bueno porque el tutor de Flyn...—respondo—, Tú y yo..., bueno eso.
Santana sonríe.
Dios..., cómo me gusta verla sonreír.
—Britt-Britt, imagino que su discreción será tan grande como la nuestra—y, guiñándome un ojo, añade—Todos los que vamos al Sensations nos hemos encontrado en un momento dado con alguien de ahí y, como te digo, la discreción es lo que prima. Por algo somos adultos.
Asiento.
La verdad es que tiene razón.
¿Por qué comerme el coco?
Una vez llegamos a López Inc., en cuanto subimos en el ascensor quiero besar a la mujer que adoro, pero ella ya está centrada mirando unos papeles con el ceño fruncido.
Cuando el ascensor se detiene en mi planta, la observo con la esperanza de que ella desee besarme, pero sólo me mira, me guiña un ojo y dice:
—Que tengas un buen día, cariño.
Sonrío, salgo y las puertas del ascensor se cierran.
Ni beso, ni abrazo, ¡ni ná!
Pero ¿qué nos está pasando?
Mientras camino hacia el despacho, soy consciente de que añoro a la Santana que estaba pendiente de mí al cien por cien. Añoro sus besos y sus continuas ganas de estar conmigo. Sé que me quiere, eso no lo puedo dudar, pero creo que la pasión que sentía por mí se está enfriando.
¿Por qué?
¿Por qué yo sigo queriendo tener nuestros tontos momentos y ella parece poder vivir sin ellos?
Cuando llego al despacho, Mika me da unas carpetas para que las revise. La noto agobiada, pero no tengo ganas de preguntar y, cogiendo lo que me entrega, me meto en mi despacho dispuesta a trabajar.
Liada estoy con ello cuando suena el teléfono.
—¡Hola, Brittyyyyyyy!
Oír la voz de mi hermana es como un soplo de aire fresco y, sonriendo, saludo:
—Hola, petardilla.
Durante varios minutos hablamos de cosas sin importancia, hasta que dice:
—Mi cucuruchillo me ha comprado una maripaz y no sé cómo funciona, y como sé que tú tienes una, buenos...
—¿Que te ha comprado qué?—pregunto sorprendida.
—Una maripaz o quizpaz, o como se diga eso.
Me entra la risa.
Me parto y, cuando entiendo de lo que habla, murmuro:
—Un iPad, Ali, un iPad.
Mi hermana suspira, sonríe y murmura con gracia:
—Ofú, Britty..., ya sabes que los idiomas nunca fueron lo mío.
Sin dejar de reír, le explico como puedo algunas cosas. La verdad es que, mientras lo hago, me imagino a mi hermana con su maripaz delante de ella, tocándolo todo y bloqueándola.
Alison es un caso y, cuando finalmente bloquea el iPad y yo ya estoy que me voy a tirar por la ventana de López Inc., de pronto me pregunta:
—¿Qué te pasa?
—Nada.
—Britty..., soy tu hermana mayor. Te conozco, y ese tonito de voz lo noto excesivamente apagado. Vamos, desembucha. ¿Qué te ocurre?
Sonrío.
Sin lugar a dudas, como bruja mi hermana no habría tenido precio.
—Si obviamos que me estás sacando de mis casillas por la puñetera maripaz—respondo—, Lo que me ocurre es que en ocasiones querría que las cosas fueran diferentes.
—Matiza y resume: ¿cosas? ¿Qué cosas?
Resoplo.
¿En qué jardín me he metido?
Pero, bajando la voz, cuchicheo:
—Se trata de San. De pronto es como si no necesitara estar conmigo, y echo de menos a la San que conocí hace años, que era capaz de hacer locuras por amor. Es sólo eso.
Mi hermana ríe.
Eso me hace suspirar, y entonces la oigo decir:
—Vamos a ver, cariño, en eso creo que te puedo responder, bueno he estado casada dos veces. Y que conste que no voy de experta, pero la locura pasional de un «aquí te pillo, aquí te mato» que se siente al principio de una relación comienza a evaporarse a partir del cuarto año, o al menos eso dicen.
—Vaya—murmuro pensando que hace más de cuatro años que conozco a Santana.
—Mira, Britty, justamente el otro día leí una revista en la que se decía que el declive de la pasión comienza dependiendo de las parejas al cuarto o quinto año de relación. Según esa revista, la locura de esa primera época se transforma con el paso del tiempo en una pasión más tranquila con un fuerte componente de cariño y complicidad.
—¡No jodas!
—¡No digas palabrotas, malhablada!—me regaña mi hermana.
Eso me hace reír, y entonces prosigue:
—Con el empanao de Jesús se cumplió esa estadística. A los cuatro años comenzó nuestro declive como pareja y, a los ocho, literalmente no nos soportábamos, especialmente porque yo iba arañando los techos de medio Madrid con la cornamenta que llevaba.
—Ali...—murmuro sin poder evitar sonreír.
—Aisss, tontusa, no te apures, eso ya lo tengo yo más que superado. Pero precisamente de los errores se aprende y, ahora, con mi cucuruchillo, estoy tratando de que todo sea diferente, e intento que los ratos que estemos juntos sean lo mejor de lo mejor.
Al pensar en mi cuñado Noah, sonrío. Sin lugar a dudas, el rollito feroz de mi hermana está mucho más enamorado de lo que lo estuvo nunca mi excuñado Jesús.
—Tranquila—respondo—Creo que Noah te va a hacer feliz toda tu vida.
—Y a ti Santana. Pero ¿no ves cómo te protege?
Oír eso me hace reír.
Claro que siento cómo me protege, pero yo necesito algo más, y contesto:
—Sí..., si sé que en eso tienes razón. Sé que me quiere, no lo dudo, pero también soy consciente de que la empresa la abduce demasiado, y eso es porque no delega en nadie. Si delegara en alguien parte de su trabajo...
—Cariño..., bueno entonces no es que no quiera estar contigo. Simplemente es que tiene un exceso de trabajo.
—¿Y por qué no delega como hacía antes?
—Eso no lo sé, Britty..., quizá tengas que preguntárselo a ella.
Mi hermana tiene razón, pero hablar con Santana de su trabajo siempre es complicado. Desde que hemos tenido a los niños, siento que se esfuerza el doble sin darse cuenta de lo mucho que se está perdiendo de ellos y de mí.
—Y otra cosa—me saca mi hermana de mis pensamientos—Sé que quizá no venga a cuento lo que voy a decir porque ya sabes que soy un poco antigua en algunas cosas, pero esos jueguecitos sexuales que se traen, ¿no crees que también pueden empeorar la relación?
—Anda ya, no digas tonterías—respondo molesta—Eso no tiene nada que ver.
—Vale..., vale..., pero por si acaso fíjate si le gusta estar contigo o con otras en esos momentos. Porque, si le gusta estar más tiempo con otras, directamente, hermanita, creo que tendrás que darle una patada en su moreno culo y...
—¡Alison!—gruño.
—Vale..., vale..., cierro el pico.
Joder con mi hermana.
¡Está empeorando la situación!
—Bueno..., ¿cuál era el motivo de tu llamada?—pregunto.
—Es papá. Está muy pesadito con lo de la feria. ¿Van a venir al final o no?
No he vuelto a hablar de eso con Santana, bastante tenemos ya con discutir con Flyn, pero como no estoy dispuesta a darle el disgusto a mi papá, afirmo:
—Sí. Iremos.
Nada más decir eso, cierro los ojos.
Joder..., joder..., ¿por qué miento si Santana no quiere ir?
—Ay, Brittyyyyy, ¡qué bien! Bueno entonces voy a llevar al tinte sus vestidos, ¿vale?
Al pensar en mis bonitos vestidos de flamenca, asiento y afirmo sonriendo:
—De acuerdo, Ali. Llévalos.
—Por cierto, en cuanto a la Pachuca...
—Ah, no..., no quiero saber nada al respecto—la corto—Si papá tiene que contarnos algo en relación con ella, ya nos lo contará. Me niego a cotillear. Por tanto, no quiero oír ni una sola palabra de ellos, ¿entendido?
Oigo a mi hermana resoplar, y finalmente dice:
—Vale.
Uy..., uy..., ese «vale» tan escueto me mosquea y, cayendo como una tonta en su juego, pregunto:
—¿«Vale»? ¿Por qué dices «vale» de esa manera?
—¿Sabes, bonita?..., ahora soy yo la que no tiene nada que contar. Y te dejo, que está pitando la lavadora y quiero tenderla antes de ir a recoger a Mason y a Lucía al cole. Adiós, Britt. Te quiero.
Y, sin más, la muy sinvergüenza me cuelga el teléfono.
Ya sé a quién se parece mi sobrina Becky.
Sin querer pensar en nada más, decido ponerme a trabajar.
Es lo mejor.
Eso me hará olvidar problemas familiares y sentimentales.
A la hora de salir, paso por la cafetería para coger una coca-cola y me encuentro ahí a Santana tomando algo en la barra con su secretaria y un par de hombres más. Ella no me ve, y yo la observo con disimulo desde la distancia.
¡Dios, qué esposa tengo!
Como siempre, está impresionante con su ceñido traje gris y su camisa blanca pero, por cómo mueve las manos, parece molesta por algo y, aunque parezca increíble, su gesto de enfado me encanta.
¿Qué sería de Santana López sin su gesto hosco y de perdonavidas?
Ofú, me encanta..., me encanta...
No lo puedo remediar.
Pero, tras la charla con mi hermana, me fijo en su secretaria. La tal Gerta lleva un vestido azulón, la mar de simple, pero es joven y su cuerpo lozano y sin un ápice de grasa me hace resoplar.
¿Por qué no tendré yo ese cuerpo?
Sin apartar los ojos de ella, observo cómo mira a Santana. Sin duda, la observa con un tipo de admiración que no me hace ninguna gracia.
Soy mujer y, como tal, sé de lo que hablo, pero finalmente y sin decir nada, cojo mi coca-cola y me voy.
Es lo mejor.
Santana está en el trabajo y yo he de dejar de pensar en tonterías.
Por la tarde, cuando estoy en casa, Flyn llega del colegio y me mira. Sabe que tengo que decirle algo por los gritos que le dio el día anterior a Will. Estoy convencida de que espera mi ataque, pero como no quiero hablar con él hasta que Santana llegue, me limito a sonreírle y a guiñarle el ojo.
Eso lo desconcierta, lo veo en su cara, y él va y sube directo a su habitación.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
ok aqui me voy a explayar, ese condenado coreano deberia estar agradecido de tener una madre como brittany que tanto lo quiere a pesar de no ser suyo, a la zorra de elke podrian enviarla a un reformatorio y sobre todo ya basta de que brittany le este escondiendo las cosas a santana del malagradecido del flyn, que lo diga todo a ver si santana lo pone en su puesto, en cuanto a quinn, pues..... a ser una buena madre que tal parece que este chico, a pesar de criarse con humildad es mejor que el coreano mil veces!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
sera que su relacion se esta enfriando?
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
micky morales escribió:ok aqui me voy a explayar, ese condenado coreano deberia estar agradecido de tener una madre como brittany que tanto lo quiere a pesar de no ser suyo, a la zorra de elke podrian enviarla a un reformatorio y sobre todo ya basta de que brittany le este escondiendo las cosas a santana del malagradecido del flyn, que lo diga todo a ver si santana lo pone en su puesto, en cuanto a quinn, pues..... a ser una buena madre que tal parece que este chico, a pesar de criarse con humildad es mejor que el coreano mil veces!!!!
micky morales escribió:sera que su relacion se esta enfriando?
Hola, jajaja esta bn para eso se puede comentar jajajajja. Jjajajaja toda la razón, como digo todos pasamos por esa etapa, pero el si esta mal! Jajajajajaaj esa niña ¬¬ Britt por intentar hacer las cosas mejor para san, le salen peor a ella =/ Jajajjaja quinn ya lo es con sami xq no con peter¿? ajajajjaaj. Flyn podría aprender algo, no¿? ¬¬ =O puede ser, no¿? aunk si es así sabemos el xq, no¿? Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 35
Capitulo 35
En los servicios sociales, Quinn rellenaba varios papeles mientras Rachel, a su lado, le pasaba con cariño la mano por la espalda y murmuraba:
—Tranquila, cariño. Estás haciendo lo correcto.
Quinn asintió.
Sabía que lo estaba haciendo pero, mirando a Rachel, musitó:
—Como el chucho ese se mee en el coche por haberlo dejado solo, te juro Rach que...
—Que no, cariño, que Leya es muy buena. No pienses eso.
El inspector que había llevado todo el caso, una vez Quinn le hubo dado los papeles firmados para entregárselos a la mujer de los servicios sociales, las miró y dijo:
—El chico estará aquí dentro de cinco minutos. Una patrulla puede acompañarlas a casa del muchacho para recoger lo que el crío necesite. La casa es de alquiler, y el propietario ya ha reclamado las llaves, que le serán entregadas dentro de dos días. Todo lo que dejen ahí irá a la basura, díganselo al niño.
—De acuerdo—afirmó Rachel tomando nota al ver aparecer a Peter al fondo, sonrió y, sin saber por qué, fue hacia él.
El inspector y Quinn se quedaron mirando el abrazo que aquellos dos se daban, y el policía cuchicheó:
—Si ese muchacho les roba o les da el más mínimo problema, no dude en ponerse en contacto conmigo. No sería ni el primero ni el último que causa estragos una vez entra en su nueva casa.
Quinn asintió y, consciente de que aquel muchacho era ahora su responsabilidad, indicó:
—Espero no tener que llamarlo.
Quinn los observó mientras se acercaban. Ella era una persona afectuosa con los demás y, finalmente, tendiéndole la mano, el muchacho se la estrechó y, tras estrechársela también al inspector, este último dijo:
—Pórtate bien, Peter, y no te metas en líos, ¿entendido?
El crío asintió con la vista fija en el suelo.
La mirada de Quinn lo acobardaba.
Una vez el inspector se marchó, la abogada miró bloqueada a Rachel, que la observaba, y finalmente fue ella la que dijo:
—Venga. Vayámonos de aquí.
Un par de minutos después, cuando salían de la comisaría y Rachel le explicaba al crío que tenían que ir a su casa a sacar lo que él quisiera, éste replicó:
—Pero yo tengo una casa, no necesito ir a la suya.
Quinn se disponía a contestar, pero Rachel se le adelantó:
—Escucha, Peter, eres menor de edad y los menores no pueden vivir solos.
—Pero yo sé cuidarme. Mi abuelo me enseñó. No necesito a nadie.
Conmovida, Rachel miró a Quinn a la espera de que dijera algo pero, al ver que no lo hacía, añadió:
—Estoy convencida de que tu abuelo te enseñó muy bien, Peter, pero sólo tienes dos opciones: o ir a un centro de menores o venir con nosotras, y te aseguro—dijo guiñándole un ojo—Que con nosotras estarás muy bien. Tenemos una habitación preciosa para ti y para Leya, y la podrás decorar como tú quieras.
El crío miró a Quinn en busca de una señal de que estaba de acuerdo, y entonces ella, para echarle una mano a Rachel, dijo:
—Peter, el propietario de la casa donde vivías con tu abuelo ya la ha reclamado y hay que devolvérsela. Si, cuando estés con nosotras, no te encuentras cómodo por las circunstancias que sean, podrás hablar con servicios sociales e irte. Te lo aseguro.
—¿Me lo promete?
—Te lo prometo —le aseguró Quinn.
Al llegar frente al coche, Quinn le dio al mando y Rachel exclamó abriendo la puerta:
—¡Sorpresa!
Leya salió enloquecida del interior del vehículo y se tiró sobre el muchacho. Al verla, Peter la abrazó mientras Rachel y Quinn eran testigos de cómo aquellos dos se adoraban.
Cinco minutos después, cuando la perra se tranquilizó, subieron al coche. Quinn miró el asiento trasero, donde el animal había esperado, y, tras comprobar que todo estaba en orden, dijo:
—Muy bien, Leya. Te has portado muy bien.
Al oír eso, el muchacho replicó:
—Señora, yo mismo he educado a Leya, y le aseguro que sabe comportarse.
La abogada asintió y, observando al animal, de pelos descolocados y estatura media, preguntó:
—¿De qué raza es?
—No lo sé. El abuelo la encontró una noche cuando era una cachorrita y la trajo a casa.
—¿Y cuántos años tiene Leya? —preguntó Rachel interesada.
—Tres.
Poco después, mientras circulaban por Múnich, Rachel dijo para romper el silencio:
—¿Sabes, Peter? Sami tenía una mascota. Era un hámster llamado Peggy Sue, pero se murió hace unos meses, y ni te imaginas el cariño que se tienen ya Leya y ella.
Peter asintió mirando por la ventanilla. No tenía la menor duda de ello.
Cuando llegaron al barrio del chaval, Quinn miró a su alrededor, levantó la cabeza y observó la ventana del segundo piso que había a su derecha. Ahí había vivido su infancia y su adolescencia. No había regresado a aquella zona tras marcharse con su papá y su hermano.
Consciente de lo que pensaba, Rachel le preguntó:
—¿Estás bien, cariño?
La abogada asintió y, siguiendo a los policías que ya los esperaban ahí y al muchacho, caminó hasta entrar en el portal. Una vez el niño hubo sacado unas llaves de su bolsillo, abrió la puerta y, mirándolos, dijo:
—Pueden pasar.
Los agentes entraron y después lo hicieron Rachel y Quinn.
La casa era pequeña, apenas tendría cuarenta metros cuadrados, pero se la veía limpia.
La perra corrió a beber agua a un cazo que había en la cocina y Rachel, mirando al niño, le indicó:
—Mete en una mochila o en una maleta todo lo que necesites.
El crío no se movió.
—¿Y qué pasará con lo que deje aquí? —preguntó.
Al oírlo, Quinn respondió:
—Como te he dicho, el propietario de la casa la ha reclamado, y todo lo que te dejes aquí, una vez le entreguemos las llaves al dueño, será suyo.
El niño negó con la cabeza, miró a su alrededor y murmuró:
—El abuelo y yo no teníamos muchas cosas, pero hay algunas que me gustaría conservar.
A Rachel le tocó el corazón oír eso. Aquel muchacho necesitaba sus recuerdos; entonces Quinn dijo:
—Guarda ahora en una mochila lo que necesites. Mañana contrataremos a alguien que venga a recoger todo lo que quieras y veremos dónde podemos colocarlo, ¿de acuerdo?
Rápidamente el crío se movió y, tendiéndole la mano, como aquél había hecho en la comisaría, murmuró:
—Gracias, señora..., gracias.
Rachel miró a Quinn emocionada, y ésta, tras suspirar, cogió la mano del chico y, después, tocándole con la otra la cabeza, musitó:
—De nada, Peter.
Recuperados de aquel contacto, el muchacho se separó de ella y entró en un cuarto que había a la derecha mientras Rachel observaba a su alrededor.
Siguiendo al crío, Quinn se apoyó en el quicio de la puerta y miró con pesar aquella triste habitación y su minúsculo ventanuco. El lugar era pequeño y, sobre una vieja mesa que ocupaba más de la mitad de la estancia, había un monitor y varias torres de ordenador tuneadas.
Desde la puerta, y mientras Peter metía algo de ropa en una mochila, preguntó:
—¿Desde aquí pirateabas mi página web?
El chico paró de hacer lo que hacía y, mirándola, afirmó:
—Sí.
Quinn asintió.
De pronto vio una foto sobre la mesilla. En ella reconoció a Katharina sonriendo con un Peter más pequeño y, sin quitarle ojo, preguntó:
—¿Y por qué lo hacías?
El niño torció el gesto, se encogió de hombros y respondió:
—Porque estaba enfadado con usted. Sé que mi mamá nunca le habló de mí y usted no sabía de mi existencia, pero yo estaba enfadado.
—¿Y ya no lo estás?
—No. Ya no.
—¿Por qué ya no?
El crío volvió a mirar a Quinn durante unos segundos y finalmente respondió:
—Porque, a pesar de que no le gusto, ni le gusta mi perra, me está ayudando y no me está dejando tirado en la calle como pensé que iba a hacer cuando supiera usted de mí.
Su respuesta tocó directamente el corazón de la abogada, y se sintió tan mal que no supo responder. Si alguien había luchado porque aquello no ocurriera había sido Rachel. Si ella no se hubiera empecinado en llevarse a la perra a casa y obligarla a hacerse las pruebas de maternidad, Quinn no sabía qué podría haber ocurrido.
Estaba abstraída en sus pensamientos cuando el crío preguntó:
—Señora, me gustaría llevarme mis ordenadores.
La abogada miró lo que le señalaba y, todavía bloqueada, asintió.
—Por favor, Peter, llámame Quinn—dijo, e intentando ser amable, añadió—Si no lo haces, tendré que llamarte yo a ti señor y será muy incómodo, ¿no crees?
El muchacho sonrió.
A Quinn le gustó ver los hoyuelos que se le formaban en las mejillas cuando sonreía, tan parecidos a los suyos y a los de su hermano.
—Mañana regresaremos y nos los llevaremos, ¿vale?—contestó.
Veinte minutos después, abandonaron la casa, se despidieron de los policías que los habían acompañado y se dirigieron hacia su hogar.
Una vez aparcaron el vehículo en el interior del garaje, al bajarse, Peter sujetó con la correa a su mascota y ordenó:
—Leya, siéntate.
La perra obedeció inmediatamente y Rachel, cogiendo la mochila con ropa del chaval, dijo:
—Vamos, Peter, subamos a casa.
Al entrar en la espaciosa casa, el niño, que no soltaba al animal, se sintió intimidado. Ahí todo era nuevo y moderno, nada que ver con su hogar, donde todo era viejo y de épocas pasadas.
Para que se familiarizara con el lugar, Rachel le enseñó la casa mientras Quinn se dirigía a la cocina.
Estaba sedienta.
Cuando Rachel llegó junto a Peter y Leya al cuarto de invitados, dijo al entrar:
—Y ésta será tu habitación. ¿Qué te parece?
Peter la miró sorprendido.
Era enorme.
Tenía un ventanal por el que entraba el sol, una cama grande y un armario inmenso.
Al ver que el muchacho no se movía ni decía nada, Rachel le aclaró:
—Por supuesto, podrás decorarla a tu gusto. Compraremos una mesa de ordenador, cambiaremos las cortinas y...
—¿Por qué eres tan amable conmigo y con Leya?
Esa pregunta la pilló por sorpresa, pero Rachel respondió:
—Porque me gustas, como me gusta Leya.
—Quinn no está contenta, ¿verdad?
Ella miró al muchacho.
Se apenó por ese comentario pero, segura de lo que decía, afirmó:
—Te equivocas, Peter. Quinn está muy contenta pero no sabe cómo demostrarlo. Yo la conozco muy bien, y te aseguro que está deseosa de conocerte. Sólo le hace falta tiempo. Dáselo y verás como todo sale bien.
—Gracias —dijo él mirándola.
Rachel sonrió.
—No me des las gracias y haz que todo esto merezca la pena. No te conozco, pero algo en tu mirada me dice que eres buen chaval, a pesar de tus pelos en la cara, tu ropa tres tallas más grande y, por supuesto, los quebraderos de cabeza que le has ocasionado a Quinn con lo de su página web.
Peter sonrió y Rachel añadió:
—Coloca tu ropa en el armario. Cuando termines, estaré en la cocina con Quinn.
Una vez ella se hubo marchado, Peter se sentó en la cama.
Aquel lugar era el paraíso.
El hogar con el que siempre había soñado y que nada tenía que ver con lo que había vivido. Su abuelo, a pesar de haberle dado un techo, nunca había podido ofrecerle esas comodidades.
Tocó la colcha con mimo.
Era suave, extremadamente suave y, mirando a Leya, preguntó:
—¿Qué te parece?
La perra se tumbó en el suelo de madera oscura y Peter sonrió.
—A mí también me parece un lugar increíble —dijo.
Cuando Rachel llegó a la cocina, Quinn, que estaba apoyada en la encimera, la miró y preguntó:
—¿Qué vamos a hacer con él?
Rachel se le acercó, le quitó la cerveza que tenía en las manos y dio un trago.
—De momento, darle de comer—respondió—Estoy convencida de que el muchacho tiene hambre.
—Rach...—protestó Quinn bajando la voz—No estoy de cachondeo. Te estoy hablando en serio. Ese chico es mi hijo, y no sé qué voy a hacer con él.
Devolviéndole la cerveza, Rachel le dio un beso en los labios y añadió:
—Yo también estoy hablando en serio, y creo que lo primero que tenemos que hacer es conseguir que confíe en nosotras...
—Rach, ¡¿quieres centrarte y ver la realidad?! Joder..., no sabemos quién es ese muchacho, ni qué le gusta, ni si tiene algún tipo de adicción...
—Tranquilízate..., hazme caso.
—Joder, si tenía poco con lo de no estar casada contigo, encima ahora esto.
Al oírla decir eso, Rachel la miró y preguntó arrugando el entrecejo:
—¿Estás hablando del puñetero bufete?
Quinn no respondió, pero Rachel, consciente de que era así, añadió:
—Pero, vamos a ver, ¿desde cuándo otros dirigen tu vida?
Quinn, al entender lo que Rachel quería decir, replicó:
—Odio que lo llames «puñetero bufete», y mi vida la dirijo yo, pero me jode que surjan problemas.
—¿Peter, Sami y yo somos un problema?
Al oír eso, la abogada la miró y, suavizando el gesto, matizó:
—No, cielo. Pero entiende que...
—Entiendo más de lo que quieres hablar conmigo y me permites decir a mí. Pero sabes lo que pienso de ese bufete y de sus absurdos requerimientos para pertenecer a él, y si el hecho de que Peter esté en nuestras vidas les molesta, ¡que se la machaquen con dos piedras!
—Berry... Podrías ser menos desagradable.
La exteniente puso los ojos en blanco.
En ocasiones olvidaba que su novia era una fina y afamada abogada de Múnich.
—Vale, Batichica, mi comentario ha estado fuera de lugar para tus delicados oídos—replicó—, Pero que conste en acta que los sé decir aún peores.
—¡Rach!
Rachel sonrió al ver su gesto.
Al final, Quinn se vio obligada a sonreír también y preguntó:
—¿No piensas que quizá la llegada de ese chico sea una mala influencia para Sami?
Rachel suspiró.
Sabía que tenía parte de razón, pero recordando el modo en que Peter había tratado siempre a Sami, respondió:
—¿Por qué eres tan negativa y no intentas ver lo bueno? ¿Por qué no te relajas y tratas de averiguar a qué colegio va, quiénes son sus amigos, qué cosas le gustan y...?
—Porque mi profesión me hace ser cauto en temas así.
La exteniente sonrió.
—Mira, Quinn—dijo—, Por mi trabajo, cuando iba a Afganistán, siempre tenía que estar alerta en relación con quién pudiera acercarse a mí con una granada de mano, pero lo que nunca perdí fue la humanidad. Eso es lo único que tienes que utilizar ahora con Peter, tu humanidad, para que él vea que le estás dando una oportunidad. El mayor, el adulto eres tú, y eso nunca... nunca debes olvidarlo.
Sorprendida por su positividad, la abogada asintió.
—Me tienes entre maravillada y asustada.
—¿Por?
Y, cogiéndola por la cintura para acercarla a ella, murmuró:
—Porque me estás demostrando una faceta tuya que no conocía frente al adolescente melenudo con pinta de rapero del Bronx. Vale, está claro que ese muchacho es mi hijo, pero no puedes obviar que no lo conocemos y que nos puede robar, atacar por la noche o incluso...
—Pero ¿qué estás diciendo? —dijo Rachel riendo.
—Yo no me río, cariño. Te lo estoy diciendo muy en serio. Tiene la misma edad de Flyn, y mira los quebraderos de cabeza que éste les está dando a San y a Britt.
Rachel asintió.
Sabía que en el fondo Quinn llevaba razón, pero se negaba a creerlo.
De pronto oyeron un ruido, miraron a su derecha y vieron a Peter cruzar sigilosamente el pasillo con la perra. Quinn se apresuró a soltar a Rachel y, mirándola, murmuró:
—Como se le ocurra robarnos algo, sale de casa inmediatamente, por muy hijo mío que sea.
—Quinn...—protestó Rachel.
—Pero ¿adónde va?—cuchicheó aquella.
—No lo sé, pero deja de ser mal pensada—replicó Rachel.
En silencio, lo siguieron y, al llegar al salón, vieron que Peter estaba parado mirando unos cómics de la librería. Al percatarse de su presencia, el crío se volvió y dijo:
—Quinn, me gusta tu colección de Spiderman, ¡qué pasada! Mamá siempre me decía que te gustaban mucho esos cómics. Yo tengo varios en mi casa. Ya te los enseñaré.
La abogada se acercó hasta el chico y, sin saber por qué, sacó un ejemplar y explicó orgullosa:
—Comencé mi colección en los años ochenta. Mi papá me los compraba, y este ejemplar precisamente es el número uno del Asombroso Hombre Araña.
—Guauuu, ¡qué flipe! —exclamó el muchacho.
Rachel y Quinn se miraron y, sonriendo, esta última dijo poniendo el cómic en las manos del crío:
—Puedes leerlos si quieres.
Peter retiró rápidamente las manos y Quinn insistió:
—Cógelo.
—No.
La rotundidad de su tono hizo que Quinn clavara la mirada en él y preguntara:
—¿Por qué no quieres cogerlo?
El muchacho lo pensó.
—Porque no quiero que se rompa y cargar luego con las culpas. Si algo así ocurriera, no tengo dinero para pagártelo.
Al oír eso, a Quinn se le descongeló un poquito el corazón.
—Escucha, Peter—dijo—, Coge los cómics siempre que quieras. La única condición que te pongo es que los cuides y después los guardes en su sitio y por su orden.
El muchacho miró aquello maravillado como si de un tesoro se tratara y, cogiendo el cómic que la abogada le tendía, cuchicheó:
—Gracias.
Al ver su gesto de satisfacción, Quinn sonrió, y Rachel pensó en su amigo Robert.
Sin duda estaría sonriendo desde el cielo y diciéndole: «Rach, no te arrepentirás».
—Tranquila, cariño. Estás haciendo lo correcto.
Quinn asintió.
Sabía que lo estaba haciendo pero, mirando a Rachel, musitó:
—Como el chucho ese se mee en el coche por haberlo dejado solo, te juro Rach que...
—Que no, cariño, que Leya es muy buena. No pienses eso.
El inspector que había llevado todo el caso, una vez Quinn le hubo dado los papeles firmados para entregárselos a la mujer de los servicios sociales, las miró y dijo:
—El chico estará aquí dentro de cinco minutos. Una patrulla puede acompañarlas a casa del muchacho para recoger lo que el crío necesite. La casa es de alquiler, y el propietario ya ha reclamado las llaves, que le serán entregadas dentro de dos días. Todo lo que dejen ahí irá a la basura, díganselo al niño.
—De acuerdo—afirmó Rachel tomando nota al ver aparecer a Peter al fondo, sonrió y, sin saber por qué, fue hacia él.
El inspector y Quinn se quedaron mirando el abrazo que aquellos dos se daban, y el policía cuchicheó:
—Si ese muchacho les roba o les da el más mínimo problema, no dude en ponerse en contacto conmigo. No sería ni el primero ni el último que causa estragos una vez entra en su nueva casa.
Quinn asintió y, consciente de que aquel muchacho era ahora su responsabilidad, indicó:
—Espero no tener que llamarlo.
Quinn los observó mientras se acercaban. Ella era una persona afectuosa con los demás y, finalmente, tendiéndole la mano, el muchacho se la estrechó y, tras estrechársela también al inspector, este último dijo:
—Pórtate bien, Peter, y no te metas en líos, ¿entendido?
El crío asintió con la vista fija en el suelo.
La mirada de Quinn lo acobardaba.
Una vez el inspector se marchó, la abogada miró bloqueada a Rachel, que la observaba, y finalmente fue ella la que dijo:
—Venga. Vayámonos de aquí.
Un par de minutos después, cuando salían de la comisaría y Rachel le explicaba al crío que tenían que ir a su casa a sacar lo que él quisiera, éste replicó:
—Pero yo tengo una casa, no necesito ir a la suya.
Quinn se disponía a contestar, pero Rachel se le adelantó:
—Escucha, Peter, eres menor de edad y los menores no pueden vivir solos.
—Pero yo sé cuidarme. Mi abuelo me enseñó. No necesito a nadie.
Conmovida, Rachel miró a Quinn a la espera de que dijera algo pero, al ver que no lo hacía, añadió:
—Estoy convencida de que tu abuelo te enseñó muy bien, Peter, pero sólo tienes dos opciones: o ir a un centro de menores o venir con nosotras, y te aseguro—dijo guiñándole un ojo—Que con nosotras estarás muy bien. Tenemos una habitación preciosa para ti y para Leya, y la podrás decorar como tú quieras.
El crío miró a Quinn en busca de una señal de que estaba de acuerdo, y entonces ella, para echarle una mano a Rachel, dijo:
—Peter, el propietario de la casa donde vivías con tu abuelo ya la ha reclamado y hay que devolvérsela. Si, cuando estés con nosotras, no te encuentras cómodo por las circunstancias que sean, podrás hablar con servicios sociales e irte. Te lo aseguro.
—¿Me lo promete?
—Te lo prometo —le aseguró Quinn.
Al llegar frente al coche, Quinn le dio al mando y Rachel exclamó abriendo la puerta:
—¡Sorpresa!
Leya salió enloquecida del interior del vehículo y se tiró sobre el muchacho. Al verla, Peter la abrazó mientras Rachel y Quinn eran testigos de cómo aquellos dos se adoraban.
Cinco minutos después, cuando la perra se tranquilizó, subieron al coche. Quinn miró el asiento trasero, donde el animal había esperado, y, tras comprobar que todo estaba en orden, dijo:
—Muy bien, Leya. Te has portado muy bien.
Al oír eso, el muchacho replicó:
—Señora, yo mismo he educado a Leya, y le aseguro que sabe comportarse.
La abogada asintió y, observando al animal, de pelos descolocados y estatura media, preguntó:
—¿De qué raza es?
—No lo sé. El abuelo la encontró una noche cuando era una cachorrita y la trajo a casa.
—¿Y cuántos años tiene Leya? —preguntó Rachel interesada.
—Tres.
Poco después, mientras circulaban por Múnich, Rachel dijo para romper el silencio:
—¿Sabes, Peter? Sami tenía una mascota. Era un hámster llamado Peggy Sue, pero se murió hace unos meses, y ni te imaginas el cariño que se tienen ya Leya y ella.
Peter asintió mirando por la ventanilla. No tenía la menor duda de ello.
Cuando llegaron al barrio del chaval, Quinn miró a su alrededor, levantó la cabeza y observó la ventana del segundo piso que había a su derecha. Ahí había vivido su infancia y su adolescencia. No había regresado a aquella zona tras marcharse con su papá y su hermano.
Consciente de lo que pensaba, Rachel le preguntó:
—¿Estás bien, cariño?
La abogada asintió y, siguiendo a los policías que ya los esperaban ahí y al muchacho, caminó hasta entrar en el portal. Una vez el niño hubo sacado unas llaves de su bolsillo, abrió la puerta y, mirándolos, dijo:
—Pueden pasar.
Los agentes entraron y después lo hicieron Rachel y Quinn.
La casa era pequeña, apenas tendría cuarenta metros cuadrados, pero se la veía limpia.
La perra corrió a beber agua a un cazo que había en la cocina y Rachel, mirando al niño, le indicó:
—Mete en una mochila o en una maleta todo lo que necesites.
El crío no se movió.
—¿Y qué pasará con lo que deje aquí? —preguntó.
Al oírlo, Quinn respondió:
—Como te he dicho, el propietario de la casa la ha reclamado, y todo lo que te dejes aquí, una vez le entreguemos las llaves al dueño, será suyo.
El niño negó con la cabeza, miró a su alrededor y murmuró:
—El abuelo y yo no teníamos muchas cosas, pero hay algunas que me gustaría conservar.
A Rachel le tocó el corazón oír eso. Aquel muchacho necesitaba sus recuerdos; entonces Quinn dijo:
—Guarda ahora en una mochila lo que necesites. Mañana contrataremos a alguien que venga a recoger todo lo que quieras y veremos dónde podemos colocarlo, ¿de acuerdo?
Rápidamente el crío se movió y, tendiéndole la mano, como aquél había hecho en la comisaría, murmuró:
—Gracias, señora..., gracias.
Rachel miró a Quinn emocionada, y ésta, tras suspirar, cogió la mano del chico y, después, tocándole con la otra la cabeza, musitó:
—De nada, Peter.
Recuperados de aquel contacto, el muchacho se separó de ella y entró en un cuarto que había a la derecha mientras Rachel observaba a su alrededor.
Siguiendo al crío, Quinn se apoyó en el quicio de la puerta y miró con pesar aquella triste habitación y su minúsculo ventanuco. El lugar era pequeño y, sobre una vieja mesa que ocupaba más de la mitad de la estancia, había un monitor y varias torres de ordenador tuneadas.
Desde la puerta, y mientras Peter metía algo de ropa en una mochila, preguntó:
—¿Desde aquí pirateabas mi página web?
El chico paró de hacer lo que hacía y, mirándola, afirmó:
—Sí.
Quinn asintió.
De pronto vio una foto sobre la mesilla. En ella reconoció a Katharina sonriendo con un Peter más pequeño y, sin quitarle ojo, preguntó:
—¿Y por qué lo hacías?
El niño torció el gesto, se encogió de hombros y respondió:
—Porque estaba enfadado con usted. Sé que mi mamá nunca le habló de mí y usted no sabía de mi existencia, pero yo estaba enfadado.
—¿Y ya no lo estás?
—No. Ya no.
—¿Por qué ya no?
El crío volvió a mirar a Quinn durante unos segundos y finalmente respondió:
—Porque, a pesar de que no le gusto, ni le gusta mi perra, me está ayudando y no me está dejando tirado en la calle como pensé que iba a hacer cuando supiera usted de mí.
Su respuesta tocó directamente el corazón de la abogada, y se sintió tan mal que no supo responder. Si alguien había luchado porque aquello no ocurriera había sido Rachel. Si ella no se hubiera empecinado en llevarse a la perra a casa y obligarla a hacerse las pruebas de maternidad, Quinn no sabía qué podría haber ocurrido.
Estaba abstraída en sus pensamientos cuando el crío preguntó:
—Señora, me gustaría llevarme mis ordenadores.
La abogada miró lo que le señalaba y, todavía bloqueada, asintió.
—Por favor, Peter, llámame Quinn—dijo, e intentando ser amable, añadió—Si no lo haces, tendré que llamarte yo a ti señor y será muy incómodo, ¿no crees?
El muchacho sonrió.
A Quinn le gustó ver los hoyuelos que se le formaban en las mejillas cuando sonreía, tan parecidos a los suyos y a los de su hermano.
—Mañana regresaremos y nos los llevaremos, ¿vale?—contestó.
Veinte minutos después, abandonaron la casa, se despidieron de los policías que los habían acompañado y se dirigieron hacia su hogar.
Una vez aparcaron el vehículo en el interior del garaje, al bajarse, Peter sujetó con la correa a su mascota y ordenó:
—Leya, siéntate.
La perra obedeció inmediatamente y Rachel, cogiendo la mochila con ropa del chaval, dijo:
—Vamos, Peter, subamos a casa.
Al entrar en la espaciosa casa, el niño, que no soltaba al animal, se sintió intimidado. Ahí todo era nuevo y moderno, nada que ver con su hogar, donde todo era viejo y de épocas pasadas.
Para que se familiarizara con el lugar, Rachel le enseñó la casa mientras Quinn se dirigía a la cocina.
Estaba sedienta.
Cuando Rachel llegó junto a Peter y Leya al cuarto de invitados, dijo al entrar:
—Y ésta será tu habitación. ¿Qué te parece?
Peter la miró sorprendido.
Era enorme.
Tenía un ventanal por el que entraba el sol, una cama grande y un armario inmenso.
Al ver que el muchacho no se movía ni decía nada, Rachel le aclaró:
—Por supuesto, podrás decorarla a tu gusto. Compraremos una mesa de ordenador, cambiaremos las cortinas y...
—¿Por qué eres tan amable conmigo y con Leya?
Esa pregunta la pilló por sorpresa, pero Rachel respondió:
—Porque me gustas, como me gusta Leya.
—Quinn no está contenta, ¿verdad?
Ella miró al muchacho.
Se apenó por ese comentario pero, segura de lo que decía, afirmó:
—Te equivocas, Peter. Quinn está muy contenta pero no sabe cómo demostrarlo. Yo la conozco muy bien, y te aseguro que está deseosa de conocerte. Sólo le hace falta tiempo. Dáselo y verás como todo sale bien.
—Gracias —dijo él mirándola.
Rachel sonrió.
—No me des las gracias y haz que todo esto merezca la pena. No te conozco, pero algo en tu mirada me dice que eres buen chaval, a pesar de tus pelos en la cara, tu ropa tres tallas más grande y, por supuesto, los quebraderos de cabeza que le has ocasionado a Quinn con lo de su página web.
Peter sonrió y Rachel añadió:
—Coloca tu ropa en el armario. Cuando termines, estaré en la cocina con Quinn.
Una vez ella se hubo marchado, Peter se sentó en la cama.
Aquel lugar era el paraíso.
El hogar con el que siempre había soñado y que nada tenía que ver con lo que había vivido. Su abuelo, a pesar de haberle dado un techo, nunca había podido ofrecerle esas comodidades.
Tocó la colcha con mimo.
Era suave, extremadamente suave y, mirando a Leya, preguntó:
—¿Qué te parece?
La perra se tumbó en el suelo de madera oscura y Peter sonrió.
—A mí también me parece un lugar increíble —dijo.
Cuando Rachel llegó a la cocina, Quinn, que estaba apoyada en la encimera, la miró y preguntó:
—¿Qué vamos a hacer con él?
Rachel se le acercó, le quitó la cerveza que tenía en las manos y dio un trago.
—De momento, darle de comer—respondió—Estoy convencida de que el muchacho tiene hambre.
—Rach...—protestó Quinn bajando la voz—No estoy de cachondeo. Te estoy hablando en serio. Ese chico es mi hijo, y no sé qué voy a hacer con él.
Devolviéndole la cerveza, Rachel le dio un beso en los labios y añadió:
—Yo también estoy hablando en serio, y creo que lo primero que tenemos que hacer es conseguir que confíe en nosotras...
—Rach, ¡¿quieres centrarte y ver la realidad?! Joder..., no sabemos quién es ese muchacho, ni qué le gusta, ni si tiene algún tipo de adicción...
—Tranquilízate..., hazme caso.
—Joder, si tenía poco con lo de no estar casada contigo, encima ahora esto.
Al oírla decir eso, Rachel la miró y preguntó arrugando el entrecejo:
—¿Estás hablando del puñetero bufete?
Quinn no respondió, pero Rachel, consciente de que era así, añadió:
—Pero, vamos a ver, ¿desde cuándo otros dirigen tu vida?
Quinn, al entender lo que Rachel quería decir, replicó:
—Odio que lo llames «puñetero bufete», y mi vida la dirijo yo, pero me jode que surjan problemas.
—¿Peter, Sami y yo somos un problema?
Al oír eso, la abogada la miró y, suavizando el gesto, matizó:
—No, cielo. Pero entiende que...
—Entiendo más de lo que quieres hablar conmigo y me permites decir a mí. Pero sabes lo que pienso de ese bufete y de sus absurdos requerimientos para pertenecer a él, y si el hecho de que Peter esté en nuestras vidas les molesta, ¡que se la machaquen con dos piedras!
—Berry... Podrías ser menos desagradable.
La exteniente puso los ojos en blanco.
En ocasiones olvidaba que su novia era una fina y afamada abogada de Múnich.
—Vale, Batichica, mi comentario ha estado fuera de lugar para tus delicados oídos—replicó—, Pero que conste en acta que los sé decir aún peores.
—¡Rach!
Rachel sonrió al ver su gesto.
Al final, Quinn se vio obligada a sonreír también y preguntó:
—¿No piensas que quizá la llegada de ese chico sea una mala influencia para Sami?
Rachel suspiró.
Sabía que tenía parte de razón, pero recordando el modo en que Peter había tratado siempre a Sami, respondió:
—¿Por qué eres tan negativa y no intentas ver lo bueno? ¿Por qué no te relajas y tratas de averiguar a qué colegio va, quiénes son sus amigos, qué cosas le gustan y...?
—Porque mi profesión me hace ser cauto en temas así.
La exteniente sonrió.
—Mira, Quinn—dijo—, Por mi trabajo, cuando iba a Afganistán, siempre tenía que estar alerta en relación con quién pudiera acercarse a mí con una granada de mano, pero lo que nunca perdí fue la humanidad. Eso es lo único que tienes que utilizar ahora con Peter, tu humanidad, para que él vea que le estás dando una oportunidad. El mayor, el adulto eres tú, y eso nunca... nunca debes olvidarlo.
Sorprendida por su positividad, la abogada asintió.
—Me tienes entre maravillada y asustada.
—¿Por?
Y, cogiéndola por la cintura para acercarla a ella, murmuró:
—Porque me estás demostrando una faceta tuya que no conocía frente al adolescente melenudo con pinta de rapero del Bronx. Vale, está claro que ese muchacho es mi hijo, pero no puedes obviar que no lo conocemos y que nos puede robar, atacar por la noche o incluso...
—Pero ¿qué estás diciendo? —dijo Rachel riendo.
—Yo no me río, cariño. Te lo estoy diciendo muy en serio. Tiene la misma edad de Flyn, y mira los quebraderos de cabeza que éste les está dando a San y a Britt.
Rachel asintió.
Sabía que en el fondo Quinn llevaba razón, pero se negaba a creerlo.
De pronto oyeron un ruido, miraron a su derecha y vieron a Peter cruzar sigilosamente el pasillo con la perra. Quinn se apresuró a soltar a Rachel y, mirándola, murmuró:
—Como se le ocurra robarnos algo, sale de casa inmediatamente, por muy hijo mío que sea.
—Quinn...—protestó Rachel.
—Pero ¿adónde va?—cuchicheó aquella.
—No lo sé, pero deja de ser mal pensada—replicó Rachel.
En silencio, lo siguieron y, al llegar al salón, vieron que Peter estaba parado mirando unos cómics de la librería. Al percatarse de su presencia, el crío se volvió y dijo:
—Quinn, me gusta tu colección de Spiderman, ¡qué pasada! Mamá siempre me decía que te gustaban mucho esos cómics. Yo tengo varios en mi casa. Ya te los enseñaré.
La abogada se acercó hasta el chico y, sin saber por qué, sacó un ejemplar y explicó orgullosa:
—Comencé mi colección en los años ochenta. Mi papá me los compraba, y este ejemplar precisamente es el número uno del Asombroso Hombre Araña.
—Guauuu, ¡qué flipe! —exclamó el muchacho.
Rachel y Quinn se miraron y, sonriendo, esta última dijo poniendo el cómic en las manos del crío:
—Puedes leerlos si quieres.
Peter retiró rápidamente las manos y Quinn insistió:
—Cógelo.
—No.
La rotundidad de su tono hizo que Quinn clavara la mirada en él y preguntara:
—¿Por qué no quieres cogerlo?
El muchacho lo pensó.
—Porque no quiero que se rompa y cargar luego con las culpas. Si algo así ocurriera, no tengo dinero para pagártelo.
Al oír eso, a Quinn se le descongeló un poquito el corazón.
—Escucha, Peter—dijo—, Coge los cómics siempre que quieras. La única condición que te pongo es que los cuides y después los guardes en su sitio y por su orden.
El muchacho miró aquello maravillado como si de un tesoro se tratara y, cogiendo el cómic que la abogada le tendía, cuchicheó:
—Gracias.
Al ver su gesto de satisfacción, Quinn sonrió, y Rachel pensó en su amigo Robert.
Sin duda estaría sonriendo desde el cielo y diciéndole: «Rach, no te arrepentirás».
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
que tierna la historia de peter. me gusta mucho esa relacion que rachel quiere con el y que se haga extensivo a quinn. bueno un punto mas que probas las latinas son mas de humanas que esas alemanas jajajjajaja. Flynn necesita ir a un reformatorio. Santana me preocupa por que abandona a britt de esa forma tan fea. por que
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
Hola
Me he perdido varios capitulos :(
Pero lo bueno es que tengo mas para leer
Como siempre excelentes caps.
Saludos!! (>^ω^<)
Me he perdido varios capitulos :(
Pero lo bueno es que tengo mas para leer
Como siempre excelentes caps.
Saludos!! (>^ω^<)
Lizz_sanny* - Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 06/12/2015
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
que linda familia podrian ser si quinn se sacara el palo del c.....
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
marthagr81@yahoo.es escribió:que tierna la historia de peter. me gusta mucho esa relacion que rachel quiere con el y que se haga extensivo a quinn. bueno un punto mas que probas las latinas son mas de humanas que esas alemanas jajajjajaja. Flynn necesita ir a un reformatorio. Santana me preocupa por que abandona a britt de esa forma tan fea. por que
Hola, si es como triste y tierna jajajajaaj. Bn ai por rachel jajajajaja. Jajajajajajaajaj sip, es lo que pienso jajajajajaja. Mmmm esta llegando a eso la vrdd jajajajajajaja. Xq es una cabeza dura y todo lo que ella hace (para ella) esa bn ¬¬ Saludos =D
Lizz_sanny escribió:Hola
Me he perdido varios capitulos :(
Pero lo bueno es que tengo mas para leer
Como siempre excelentes caps.
Saludos!! (>^ω^<)
Hola, =O jajajaja todo tiene algo bueno jajajajaajaj. Que bueno que te vayan gustando! Saludos =D
micky morales escribió:que linda familia podrian ser si quinn se sacara el palo del c.....
Hola, jajajajajajajaja xD jajajaajajajajajajajajajajajaja xD puede jajajajajajaja XD jajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 36
Capitulo 36
Aburrida estoy viendo la televisión junto a Susto y Calamar cuando Rachel me llama para decirme que Peter ya está en casa y que él y Quinn llevan horas sentados en el salón hablando de cómics.
Estoy encantada.
Saber que aquello comienza con buen pie es genial.
Antes de colgar, mi amiga me pide que les guarde el secreto y no vaya a decirle nada a Russel. Quieren esperar unos días antes de darle la noticia. Yo se lo prometo y, finalmente, Rachel me pide que los acompañe cuando vayan a hacerlo.
Acepto gustosamente.
No me lo perdería por nada del mundo.
Una vez cuelgo, decido llamar a mi papá. Tengo ganas de hablar con él, y no me sorprende cuando oigo la voz de mi sobrina Becky, que me saluda:
—Hola, titaaaaaaaaaaaaa.
Sonrío.
Ella me hace sonreír.
—Hola, mi niña. ¿Cómo va todo?
—Bueno mira..., jodida pero contenta. ¡He roto con el atontado de mi novio!
No esperaba esa contestación y, sin saber realmente qué decir, respondo:
—Vaya, lo siento, Becky...
—No lo sientas, tita. Colorín, colorado, de otro ya me he enamorado.
Durante un buen rato, mi sobrina me cuenta sus cosas con total tranquilidad mientras yo, ojiplática, asiento, asiento y asiento. Está claro que, si le digo algo que no quiere oír, dejará de comentarme todas esas cosas, por lo que me limito a escuchar y a asentir.
—Y ¿sabes?
—¿Qué?
—La semana que viene, Noah nos va a llevar a Madrid a mí y a mis amigas Chari y la Torrija a ver a los ¡One Direction! ¿Cómo te quedas?
Sé cuánto le gusta a mi sobrina ese grupo que causa furor entre todas las adolescentes, y no tan adolescentes, y sonriendo afirmo:
—¡Genial! Me parece genial.
—Oye, tita. ¿Puedo preguntarte una cosa?
—Claro, cielo, dime.
—¿Es cierto que Quinn y Rach han metido a un indigente en su casa?
—¡¿Qué?!—pregunto sorprendida.
Vamos a ver.
Mi sobrina está en España y nosotros estamos en Múnich.
¿Cómo ha podido volar tan rápida la noticia hasta ahí?
Y, sobre todo, ¿cómo ha podido llegar esa mentira?
Pero, intentando ser lo más discreta posible, pregunto:
—¿Quién te ha dicho eso?
—Jackie Chan López.
¡¿Jackie Chan López?!
¿Qué paso con el Pierce?
—¡¿Flyn?!
—Sí, tita. Hace un rato me lo ha cotilleado por un privado en Facebook.
Sin respiración, escucho lo que mi sobrina me cuenta. Nunca he dicho nada de ese perfil de Facebook que Flyn se abrió. He mantenido el secreto para no desvelar que Becky, en cierto modo, me informa de muchas cosas.
—¿Él te ha dicho eso?—pregunto entonces.
—Sí. Y, oye, ¿cómo es ese indigente?
Molesta y enfadada porque el atontado de mi hijo diga cosas así, replico:
—Lo primero de todo, Becky, es que Peter no es un indigente. Es un niño de casi quince años que vivía con su abuelo y que, al morir éste, se quedó solo. Por tanto, eso de...
—Sí, ya sabía yo que Flyn se pasaba—oigo que suspira ella—Desde que se echó esa novia y esos amigos, no es el mismo.
Al oír que mi sobrina dice eso, me pongo en alerta y, olvidándome de Peter, pregunto:
—¿Qué sabes de esa novia y de sus amigos?
—La verdad es que poco, tita, empezando porque no entiendo bien el alemán y ellos escriben en ese idioma en Facebook... Pero con ver las fotos que publican y ciertos comentarios que traduzco con el traductor de Google, sé que no son nada buenos.
Durante un rato hablo con mi sobrina, hasta que mi papá le reclama el teléfono.
Vaya dos.
Finalmente, gana mi papá la partida y murmura:
—Hay que ver la guasa y el arte que tiene la jodía de la niña.
Sonrío.
Mi papá y mi sobrina juntos son la bomba.
—Venga, papá—replico—, Si te mueres porque los tenga.
Él suelta una carcajada.
—Me encanta que todas mis niñas tengan arte y guasa.
La positividad y el buen humor de mi papá rápidamente me recargan las pilas.
Hablo con él de Flyn y, como siempre, me da buenos consejos. Sobre Santana y lo mucho que discutimos últimamente no digo nada. Sé que eso lo va a preocupar, y no quiero. Así que, me habla de Flyn y yo escucho todo lo que él tiene que decirme.
Cuando, media hora después, cuelgo el teléfono, siento la necesidad imperativa de hablar con Flyn. Tras asegurarme de que está en su habitación, subo, llamo a la puerta y entro pasando frente a su cara de perdonavidas.
—¿Qué quieres? —me pregunta.
Mal..., mal..., comenzamos muy mal.
Pero, sin dejarme llevar por su desidia, me siento en la cama y digo mirándolo:
—Creo que tenemos que hablar, ¿no te parece?
El crío me mira, no sabe de qué hablo, y entonces añado:
—¿Qué es eso de que Quinn ha metido a un indigente en su casa?
Flyn arruga el entrecejo y farfulla:
—Maldita chivata tu sobrinita.
¡¿«Tu sobrinita»?!
Hasta hace cuatro días, Becky era una de sus mejores amigas.
Sin decir que yo también ojeo de vez en cuando ese perfil, me dispongo a protestar cuando él añade:
—Me parece fatal que la niñata tenga que...
—No es una niñata, es tu prima. Alguien a quien tú querías mucho.
El crío me mira.
En un primer momento no dice nada, pero luego prosigue:
—Decía que me parece fatal que te vaya con el cuento de lo que le digo, además de que...
—Peter no es un indigente—aclaro—Es un niño al que se le murió la mamá, se fue a vivir con el abuelo y, al morir también éste, se quedó solo, pero no es un indigente.
Flyn sonríe.
Su expresión no me gusta cuando dice:
—Según me ha dicho mi mamá, ese chaval vivía en un mal barrio que...
—No sé qué te ha dicho tu mamá—lo corto furiosa—Pero ese muchacho vivía en un barrio de Múnich, como yo viví en un barrio de Jerez—y, enfadada, añado—No todos hemos tenido la suerte de nacer en una familia con dinero como tú.
El descarado del niño sigue mirándome con un gesto que no me hace ni pizca de gracia y, antes de salir de la habitación, lo miro y digo:
—¿Sabes? Por lo que me han contado, Peter tiene cosas que tú no tienes, a pesar de haberte criado entre algodones y de haber estudiado en los mejores colegios. Y esas cosas se llaman educación y sensatez. Ese muchacho, al que seguramente le ha faltado todo lo que a ti te ha sobrado en esta vida, es...
—Corta el rollo y no me marees.
Oírlo decir eso me subleva y, furiosa, siseo:
—Me da igual lo que diga tu mamá. Pienso llevarte al psicólogo o a donde haga falta para que...
—No. No iré al psicólogo —me reta.
Me muerdo la lengua, mejor me la muerdo. Luego, añado:
—Cuando venga tu mamá hablaremos del tema.
Y, así, sin darle la oportunidad de decir nada más, salgo de la habitación o, como esté ahí más rato, le voy a soltar un sopapo al colega que lo va a flipar.
Pero ¿de qué va?
Una hora después, Santana llama para decir que llegará tarde. Me enfurezco pero, como no tengo ganas de discutir también con ella, asiento, me callo y, una vez termino de cenar sola en el comedor, puesto que Flyn se ha negado a cenar conmigo, subo a mi habitación y recibo un wasap de Becky:
Que sepas que Flyn me acaba de bloquear en Facebook. ¡Un mojón para él!
Boquiabierta, miro el mensaje.
Estoy por ir a su habitación, pero desisto. Si lo hago tendremos movida, y no quiero tenerla a estas horas. Finalmente me tumbo en la cama y me duermo antes de que Santana llegue.
Casi que es lo mejor.
Al día siguiente, cuando salgo del trabajo, voy a casa de Rachel y Quinn. Quiero conocer a Peter. Al llegar, me impacta, pero más me impacta comprobar la educación y el saber estar que tiene el chaval.
Rachel no ha exagerado.
Tenía razón.
Efectivamente, lleva el pelo demasiado largo para mi gusto, la ropa que usa es enorme, pero sus modales son impecables. Vamos, que una vez más la vida me demuestra que el dinero no lo da todo, y menos la educación.
Después de trabajar Santana viene también, y terminamos cenando las cuatro con el muchacho y con Sami, que nos demuestra a todos que ella, sin lugar a dudas, es la reina de la casa y está encantada con Peter y con Leya.
Cuando Santana y yo regresamos a casa en el coche, saco el tema de Flyn y lo que éste le comentó a mi sobrina, y ella se apresura a quitarle importancia. Según Santana, son cosas de chavales. Según yo, es algo con muy mala leche. Hablo del psicólogo y es mencionarlo y comenzar a discutir. Como siempre, si yo digo blanco, ella dice negro, y al final tengo que tomar la determinación de callarme.
Santana se niega tanto como Flyn a que éste vaya a un psicólogo.
¡Malditos López!
Una semana después, tras una mañana en la que apenas he visto a Santana y cuando me he cruzado con ella en la oficina apenas me ha mirado, le mando un mensaje para saber si la espero para ir a casa de Rachel y Quinn.
Esa tarde le van a dar la noticia a Russel.
Mi teléfono suena. Es un mensaje suyo:
Ve tú. Tengo trabajo. Yo iré después.
Trabajo..., trabajo, ¡siempre el trabajo!
Sin ganas de polemizar, voy a casa de mis amigas y me dedico a tranquilizar a Quinn. Está nerviosa por la noticia que tiene que darle a su papá, aunque la veo feliz con Peter. Sin duda, el muchacho sabe cómo metérsela en el bolsillo, y viceversa.
Con curiosidad, observo cómo se hablan y rápidamente me doy cuenta de la complicidad que se ha creado entre ellos. Me siento encantada cuando Rachel se acerca a mí y cuchicheo:
—Por lo que veo, todo genial entre ellos, ¿verdad?
Rachel mira a aquellos dos, que hablan con tranquilidad sentados a la mesa, y responde:
—Ni en el mejor de mis sueños me imaginé que Quinn lo pondría todo de su parte, ni que ese chaval fuera tan sensato.
Las dos sonreímos y omito contarle lo que el tonto de mi hijo piensa de Peter.
—Toma una coca-cola—dice Rachel—Beberemos algo mientras viene Santana.
Con satisfacción, la cojo y, mientras la bebo, me fijo en cómo Quinn y el chiquillo se comunican. Está más que claro que tanto la una como el otro están poniendo todo lo que pueden de su parte, y eso me gusta tanto como sé que les gusta a ellos.
A pesar del disgusto inicial de Quinn al enterarse de su existencia, noto la admiración que siente hacia el chico. Me lo dice su mirada, y cómo lo habla y lo cuida. Es una pena que Quinn no hubiera conocido a Peter de pequeño, pero me alegra saber que va a ser una gran mamá el resto de su vida.
Mientras las cuatro hablamos en el salón, llega Bea, la chica que cuida de Sami y, tras escuchar las indicaciones que Rachel tiene que darle, se va al colegio a por ella.
Miro mi reloj.
Santana se está retrasand0 pero, de pronto, suena el móvil de Quinn y ésta se separa unos metros de nosotros para responder. Cuando regresa, dice:
—Era Santana. Se le ha presentado un problema en la oficina y dice que irá derecho al restaurante de mi papá.
Asiento.
No digo nada.
Santana y sus problemas en la oficina. Y, olvidándome de ello, cojo a Peter del brazo como antaño hacía con Flyn y los cuatro salimos de la casa.
Tenemos que ver a Russel.
Al llegar al bar restaurante, a pesar de que intenta hacernos ver que está tranquila, veo que Quinn está realmente nerviosa. Por ello, mientras Rachel y Peter hablan junto al coche, me acerco y le digo:
—¿Qué tal si entras tú sola y lo hablas con tu papá?
Mi amiga lo piensa y yo insisto:
—Quinn, la noticia puede afectarle. Creo que deberías hablar primero tú con él para darle tiempo a que reaccione a su manera y, una vez sepa de la existencia de Peter, si ves que se lo toma de buen grado, hacer entrar al chaval.
Quinn se toca la cabeza, piensa en lo que le he dicho y asiente.
—Tienes razón. Es mejor hacerlo así.
Rachel y Peter se acercan a nosotras y, al ver que Quinn está como bloqueada, explico:
—Quinn va a entrar primero para hablar con su papá y después nos enviará un mensaje para que entremos nosotros, ¿les parece bien?
Rachel nos mira.
Eso supone un cambio de planes, pero entonces el muchacho dice, demostrándonos una vez más su madurez:
—Es una buena idea. Creo que es mejor que se lo cuentes a solas y, si me quiere conocer, yo estaré encantado de entrar.
Quinn pone entonces la mano en el hombro del chico y dice:
—Tardaré pocos minutos. Te lo prometo.
Peter está conforme, y Rachel, cogiendo la mano de Quinn, murmura:
—Te acompañaré.
Yo asiento, cojo a Peter y, mirando un bar que hay enfrente, indico:
—Vamos. Te invito a una coca-cola.
Cuando Quinn y Rachel se marchan, el chaval las mira y, sin decir nada, nos dirigimos hacia aquel bar. Ahí, con tranquilidad, hablamos de música y me sorprendo al ver que su gusto musical es el mismo que el de Flyn. Estamos ensimismados en la conversación cuando, a los pocos minutos, mi móvil suena y, mirándolo, digo:
—Muy bien, chavalote, ¡tenemos que entrar!
Peter se levanta y, sin dudarlo, coge mi mano.
Eso me gusta.
Siento que soy importante para él y, tras guiñarle el ojo, salimos del local y entramos en el del papá de Quinn.
Rachel nos espera en la puerta y, con una sonrisa, dice:
—Están en el despacho.
El gesto de Rachel me hace saber que todo ha salido como esperaban. Russel es un hombre que siempre se toma la vida como le viene y, al abrir la puerta del despacho, siento cómo éste clava los ojos en Peter y, abriendo los brazos, dice:
—Muchacho, ven con tu abuelo.
Me emociono.
Soy así de blandita y de tonta y, entre risas y lloros, Rachel y yo nos secamos las lágrimas.
¡Qué momento tan bonito acabamos de vivir, y el memo de Santana se lo ha perdido!
Miro de nuevo el reloj.
De pronto suena mi teléfono y, al ver que es ella, como estoy feliz por los acontecimientos, murmuro encantada:
—Vaya..., vaya, mi morena preferida. ¿Me has leído el pensamiento?
—¿Por qué?
Sonrío como una tonta mientras observo a Russel hablar con su nieto y a Rachel y a Quinn besándose y respondo:
—Estoy con Russel, ya ha conocido a Peter y ha sido precioso, porque...
—Cariño—me interrumpe—No puedo entretenerme. Estoy en el aeropuerto y salgo para Edimburgo ahora mismo.
—¡¿Qué?!
¿Cómo que se va a Edimburgo?
Pero, antes de que yo pueda decir nada más, Santana prosigue:
—Hay un problema en la delegación de Edimburgo y he de viajar ahí. Imagino que regresaré dentro de un par de días.
Al ver que no digo nada, Santana, que me conoce muy bien, insiste:
—Cariño, me apetece este viaje tan poco como a ti, pero he de ir.
La sonrisa ha abandonado mi cara.
No tengo ganas de reír.
—¿Has pasado por casa?—digo.
—No. No he tenido tiempo. Gerta me ha hecho una pequeña maleta con ropa que tengo en la oficina. Un traje y un par de camisas. No necesito más.[/i]
Vale.
Que Gerta le haga la maleta a mi esposa me toca la moral, por lo que le pregunto a bocajarro:
—¿Ella te acompaña?
El resoplido de frustración que oigo a través del teléfono me hace saber lo mucho que la joroba que le pregunte eso.
—Britt..., por el amor de Dios—dice—, Es trabajo. Ha surgido un imprevisto y tengo que ir.
Cierro los ojos y asiento.
Tiene razón.
No debo ser tan pesadita con el temita de los celos, e intentando razonar, murmuro:
—Lo sé, San. Mándame un mensaje cuando aterrices en Edimburgo, ¿de acuerdo?
—Britt..., te quiero—dice en un tono bajo para que nadie la oiga.
—Yo también te quiero.
Y, sin más, corto la comunicación.
Al ver mi gesto, Quinn y Rachel rápidamente vienen hacia mí.
—San se va en este instante a Edimburgo—explico.
Mis amigas saben lo que pienso y, abrazándome, dicen:
—Bueno entonces, llama a Emma y dile que vas a cenar con nosotros.
Asiento y sonrío. Es lo mejor que puedo hacer.
Esa noche, cuando llego a casa, tras saludar a Susto y a Calamar, subo a ver a los niños.
Todos duermen, incluido Flyn.
Entro en mi habitación y de repente me parece enorme. Cuando Santana no está, todo es enorme en esta casa. Pero, como no quiero pensar en nada, me desnudo y me pongo una camiseta.
Odio los pijamas.
Sin sueño, cojo el libro que tengo en la mesilla y comienzo a leer cuando suena mi móvil.
Un mensaje. Santana.
¿Estás despierta?
Rápidamente respondo:
Sí.
Un par de segundos después, mi móvil suena. Lo cojo y escucho:
—Hola, mi amor.
Con una sonrisita tonta, dejo el libro.
—Hola.
—¿Sigues enfadada conmigo?
Oír su voz es el bálsamo que necesito, y respondo:
—No estoy enfadada. Es sólo que me molesta que te vayas de viaje así, de pronto.
Oigo su risa.
Será maligna...
—Era esto o salir de madrugada, y muchas veces tú misma me dices que prefieres que me vaya y duerma en el hotel a que mal duerma en casa y de madrugada me vaya de viaje.
Tiene razón.
Le he dicho eso en otras ocasiones. Me acomodo en los almohadones sonriendo y digo:
—Te echo de menos. La cama es enorme sin ti.
—¿Sabes? Yo también te echo de menos. Pero tenía que hacer este viaje, cariño. Venga, cuéntame cómo se lo tomó Russel al descubrir que tiene un nieto.
Durante un buen rato, le explico con todo lujo de detalles lo ocurrido esa tarde, y me encanta oírlo sonreír. Así estamos hasta que bostezo y Santana dice:
—Debes dormir o mañana estarás muerta de sueño.
—Joooo..., es que no quiero dejar de hablar contigo. Cuando no estás, me cuesta dormir una barbaridad. Necesito abrazarme a mi jefa preferida para conciliar el sueño.
Mi propia tontería me hace sonreír al oírlo reír y, consciente de que estoy haciendo el canelo, afirmo:
—Pero tienes razón. Tengo que dormir.
—Intentaré acelerar todo lo que tengo que hacer aquí para estar mañana por la noche contigo en la cama; ¿de acuerdo, cariño?
—Vale—asiento con cara de tonta.
—Un beso, Britt-Britt, y duerme. Te quiero.
—Te quiero—respondo encantada antes de colgar.
Una vez dejo el teléfono sobre la mesilla, me echo sobre el lado en el que duerme Santana y aspiro su olor. No sé cómo explicar la tranquilidad que me proporciona hacer esto, mientras siento que poco a poco me duermo.
Al día siguiente, tras una loca jornada de trabajo en la que recibo varios mensajes de mi amor para hacerme saber que está bien y se acuerda de mí, por la noche, cuando estoy dando de cenar a los niños, tengo esperanzas de que Santana regrese a casa.
Mi inquietud es tal que vuelvo a sentirme como la Brittany de antes de tener a los niños y sólo espero que la Santana que va a regresar sea la Santana loca que me empotraba contra las paredes mientras me hacía el amor posesivamente.
En cuanto acabo de darles de cenar a los pequeñuelos, tan pronto como Flyn se marcha a su cuarto sin hablarme, corro a ducharme para quitarme la papilla que Susan me ha tirado en el pelo.
Quiero estar preciosa para cuando mi amor llegue.
A las diez, mientras estoy viendo la tele sola en el salón y los peques están dormidos, recibo un mensaje que dice:
Lo siento, mi amor. Problemas con el avión.
Nooooooooooooooooooo.
Leer eso es como recibir un jarro de agua fría. La esperaba esta noche.
La Santana de la que yo me enamoré habría volado para estar junto a mí sí o sí.
Durante varios minutos miro el puñetero mensaje, mientras me convenzo de que, si no viene, es porque no puede, no porque no quiera, y finalmente respondo:
Ok. No pasa nada.
Pero pasa, ¡claro que pasa!
Durante todo el día me he sentido como una chiquilla de quince años esperando para ver a su amor y la decepción es tan grande que, de los nervios, un rato después ¡me baja hasta la regla!
Hay que joderse con el disgusto que tengo, y ahora, encima, muertita de dolores.
A las once, tras esperar una llamada de teléfono de Santana y no recibirla, paso del cabreo a la melancolía.
¿Y si verdaderamente el amor que Santana sentía por mí se ha apagado?
El dolor de ovarios puede conmigo, por lo que voy a la cocina y me tomo un par de calmantes.
Sin duda, es lo que necesito, además de dejar de pensar tonterías.
Pero la tristeza me puede y, entre lo apenada que me siento y las puñeteras hormonas, se me saltan las lágrimas.
¿Acaso Santana ya no me quiere?
Sin ganas de llorar, camino por la casa a oscuras como un fantasma hasta llegar a mi habitación y me tumbo en la enorme cama.
Por suerte, con la ayuda de los calmantes, el dolor se va una hora después, pero no tengo sueño.
Miro el reloj: las doce y veinte.
Durante un par de horas doy vueltas en la cama. De un lado, de otro. Boca arriba, boca abajo, y al final, cansada, a las dos y cinco de la madrugada me levanto y bajo a oscuras hasta el despacho de Santana. Ese lugar es su sitio, su refugio, y ahí es donde me siento mejor.
De pronto siento unas irrefrenables ganas de llorar a moco tendido.
Como diría mi hermana Alison, llorar, además de despejar el lagrimal y darte un dolor de cabeza considerable, en ocasiones es bueno. Pero, sin duda, ésta no es una buena ocasión para llorar, así que, por echarle la culpa a alguien de mi desazón, se la echo a la regla.
¡Odio tener la regla!
Por norma, cuando la tengo, una mala leche sobrenatural toma mi cuerpo, pero en esta ocasión lo que ha tomado mi cuerpo es una moñez absoluta.
¡Estoy moñas!
Como la mujer dramática y moñas oficial que me he proclamado, busco el CD que más me llegue al corazón y encuentro el que le grabé hace años a Santana con canciones que nos gustaban a las dos.
Lo pongo y, cuando suena nuestra canción, Blanco y negro, ¡me quiero morir!
Por Dios, pero si mis ojos parecen una fuente.
Me siento en el sillón de Santana y me desahogo mientras Malú interpreta esa preciosa canción.
Qué tiempos aquellos en los que ella me buscaba para estar siempre a mi lado. Qué tiempos, en los que me perseguía, me acosaba y sólo estaba pendiente de mí.
Qué tiempos... Qué tiempos...
Una vez acaba la canción, mientras me seco las lágrimas y noto la nariz roja como un tomate, me acerco a la chimenea y la enciendo. Me encanta la estancia de Santana, tan personal y tan suya, y con tristeza sonrío.
En cuanto el fuego se aviva, miro las fotos que tiene de todos nosotras y sonrío al ver una nuestra en Zahara de los Atunes.
¡Qué tiempos más bonitos!
Desesperada por lo que mi corazón siente, y como necesito fustigarme más, cojo un álbum de fotos de la librería y comienzo a ojearlo. Como un chimpancé, lloro mientras veo fotos nuestras.
Yo embarazada, Santana y yo abrazados con el pequeño Flyn. Fotos de nuestra boda. Fotos pescando en un lago. Otras de risas en una Feria de Jerez.
Fotos..., fotos... y fotos...
Recuerdos... Recuerdos... Recuerdos...
Hasta que no puedo más, y con hipo por lo emocionada que estoy, cierro el álbum.
¿De verdad el amor caduca como los yogures?
Agotada y con la cabeza como un bombo por la irritación que me estoy dando yo solita, miro el reloj que hay encima de la chimenea. Las tres menos diez de la madrugada.
Me siento en el suelo sobre la bonita alfombra que hay frente a la chimenea. Por suerte, al día siguiente es sábado y no tengo que madrugar.
Menos mal, porque si no, iría fina.
Mirando estoy el fuego cuando comienza una canción que me encanta..., bueno, que nos encanta. Se llama You and I y es de Michael Bublé. Miguelito Burbuja, como en ocasiones digo yo para hacer reír a Santana.
Sé cuánto le gusta a mi amor ese cantante y esa canción, y cierro los ojos mientras la escucho. Su letra es preciosa, romántica y tierna; siento que las lágrimas desbordan de nuevo mis ojos y las dejo correr descontroladamente por mi rostro mientras miro el fuego.
La canción dice cosas maravillosas, fantásticas, novelescas, y yo, arrebatada por todo lo que siento al escucharla, cierro los ojos mientras comienzo a darme aire con la mano.
¡Uff..., qué fatiguita!
Entre el disgusto que llevo, la regla, la cancioncita y la ausencia de Santana, me va a dar un patatús.
La bonita canción acaba. Me encojo, apoyo la cabeza sobre mis rodillas y, entonces, la canción comienza de nuevo y oigo:
—¿Bailas conmigo, Britt-Britt?
Al oír esa voz, la voz que tanto deseaba oír, me vuelvo y mi sorpresa es mayúscula cuando veo a Santana, a mi guapa Santana, mirándome con esos preciosos ojazos oscuros.
¿Estoy despierta o es un sueño?
Mi cara, mi gesto, mis ojos deben de ser tan desastrosos como las pintas que llevo, porque mi amor frunce el ceño y pregunta acercándose rápidamente a mí:
—Pero ¿qué te ocurre, cariño?
Ayudada por ella, me levanto y, abrazándola, murmuro al tiempo que hundo la cara en su pecho:
—Has venido..., has venido...
Durante unos segundos permanecemos callados mientras Michael canta eso de «Tú y yo..., tú y yo», y cuando desentierro mi cara de su pecho y susurro:
—Estás aquí.
Santana me observa como el que mira algo que no entiende.
—Cariño, hubo un problema con el jet y, cuando recibí tu escueto «¡Ok!», decidí coger un vuelo comercial para llegar a casa aunque fuera de madrugada. Pero ¿qué te pasa?
Sonriendo como una tonta al saber que ha cogido un vuelo comercial para estar conmigo, la abrazo y pregunto:
—Sanny, ¿tú me quieres todavía?
Su gesto ahora sí que es de no entender nada. Frunce el ceño y dice:
—Pero ¿qué tontería de pregunta es ésa?
Un sollozo sale de mi boca.
La moñas oficial ha vuelto, y Santana, mirándome boquiabierta, susurra:
—¿Cómo no voy a quererte si eres lo más precioso que tengo en mi vida?
Ea..., a llorar todavía con más pena.
Intento parar ante la angustia de mi pobre morena, pero es imposible. Mi cuerpo, mis lagrimales, toda yo estoy descontrolada.
Y Santana murmura entonces con gesto confuso:
—Me estás asustando, cariño. ¿Qué te ocurre?
No respondo.
¡No puedo!
Diez minutos después, cuando consigo dejar de llorar como un chimpancé, la beso, la devoro y, en cuanto mi Santana me coge entre sus brazos y me empotra contra la pared dispuesta a darme lo que le pido sin hablar, musito apenada mientras las lágrimas amenazan de nuevo:
—No podemos, ¡me ha venido la regla!
Santana sonríe.
No me suelta y, besándome la punta de la nariz, susurra con todo su cariño:
—Britt-Britt, con tenerte conmigo me vale.
Al ver que mis ojos se desbordan de nuevo, sin soltarme, me coge con más seguridad entre sus brazos y me sube a nuestra habitación, donde, sin desnudarse, se tumba en la cama conmigo y nos quedamos dormidas la una en brazos de la otra.
Estoy encantada.
Saber que aquello comienza con buen pie es genial.
Antes de colgar, mi amiga me pide que les guarde el secreto y no vaya a decirle nada a Russel. Quieren esperar unos días antes de darle la noticia. Yo se lo prometo y, finalmente, Rachel me pide que los acompañe cuando vayan a hacerlo.
Acepto gustosamente.
No me lo perdería por nada del mundo.
Una vez cuelgo, decido llamar a mi papá. Tengo ganas de hablar con él, y no me sorprende cuando oigo la voz de mi sobrina Becky, que me saluda:
—Hola, titaaaaaaaaaaaaa.
Sonrío.
Ella me hace sonreír.
—Hola, mi niña. ¿Cómo va todo?
—Bueno mira..., jodida pero contenta. ¡He roto con el atontado de mi novio!
No esperaba esa contestación y, sin saber realmente qué decir, respondo:
—Vaya, lo siento, Becky...
—No lo sientas, tita. Colorín, colorado, de otro ya me he enamorado.
Durante un buen rato, mi sobrina me cuenta sus cosas con total tranquilidad mientras yo, ojiplática, asiento, asiento y asiento. Está claro que, si le digo algo que no quiere oír, dejará de comentarme todas esas cosas, por lo que me limito a escuchar y a asentir.
—Y ¿sabes?
—¿Qué?
—La semana que viene, Noah nos va a llevar a Madrid a mí y a mis amigas Chari y la Torrija a ver a los ¡One Direction! ¿Cómo te quedas?
Sé cuánto le gusta a mi sobrina ese grupo que causa furor entre todas las adolescentes, y no tan adolescentes, y sonriendo afirmo:
—¡Genial! Me parece genial.
—Oye, tita. ¿Puedo preguntarte una cosa?
—Claro, cielo, dime.
—¿Es cierto que Quinn y Rach han metido a un indigente en su casa?
—¡¿Qué?!—pregunto sorprendida.
Vamos a ver.
Mi sobrina está en España y nosotros estamos en Múnich.
¿Cómo ha podido volar tan rápida la noticia hasta ahí?
Y, sobre todo, ¿cómo ha podido llegar esa mentira?
Pero, intentando ser lo más discreta posible, pregunto:
—¿Quién te ha dicho eso?
—Jackie Chan López.
¡¿Jackie Chan López?!
¿Qué paso con el Pierce?
—¡¿Flyn?!
—Sí, tita. Hace un rato me lo ha cotilleado por un privado en Facebook.
Sin respiración, escucho lo que mi sobrina me cuenta. Nunca he dicho nada de ese perfil de Facebook que Flyn se abrió. He mantenido el secreto para no desvelar que Becky, en cierto modo, me informa de muchas cosas.
—¿Él te ha dicho eso?—pregunto entonces.
—Sí. Y, oye, ¿cómo es ese indigente?
Molesta y enfadada porque el atontado de mi hijo diga cosas así, replico:
—Lo primero de todo, Becky, es que Peter no es un indigente. Es un niño de casi quince años que vivía con su abuelo y que, al morir éste, se quedó solo. Por tanto, eso de...
—Sí, ya sabía yo que Flyn se pasaba—oigo que suspira ella—Desde que se echó esa novia y esos amigos, no es el mismo.
Al oír que mi sobrina dice eso, me pongo en alerta y, olvidándome de Peter, pregunto:
—¿Qué sabes de esa novia y de sus amigos?
—La verdad es que poco, tita, empezando porque no entiendo bien el alemán y ellos escriben en ese idioma en Facebook... Pero con ver las fotos que publican y ciertos comentarios que traduzco con el traductor de Google, sé que no son nada buenos.
Durante un rato hablo con mi sobrina, hasta que mi papá le reclama el teléfono.
Vaya dos.
Finalmente, gana mi papá la partida y murmura:
—Hay que ver la guasa y el arte que tiene la jodía de la niña.
Sonrío.
Mi papá y mi sobrina juntos son la bomba.
—Venga, papá—replico—, Si te mueres porque los tenga.
Él suelta una carcajada.
—Me encanta que todas mis niñas tengan arte y guasa.
La positividad y el buen humor de mi papá rápidamente me recargan las pilas.
Hablo con él de Flyn y, como siempre, me da buenos consejos. Sobre Santana y lo mucho que discutimos últimamente no digo nada. Sé que eso lo va a preocupar, y no quiero. Así que, me habla de Flyn y yo escucho todo lo que él tiene que decirme.
Cuando, media hora después, cuelgo el teléfono, siento la necesidad imperativa de hablar con Flyn. Tras asegurarme de que está en su habitación, subo, llamo a la puerta y entro pasando frente a su cara de perdonavidas.
—¿Qué quieres? —me pregunta.
Mal..., mal..., comenzamos muy mal.
Pero, sin dejarme llevar por su desidia, me siento en la cama y digo mirándolo:
—Creo que tenemos que hablar, ¿no te parece?
El crío me mira, no sabe de qué hablo, y entonces añado:
—¿Qué es eso de que Quinn ha metido a un indigente en su casa?
Flyn arruga el entrecejo y farfulla:
—Maldita chivata tu sobrinita.
¡¿«Tu sobrinita»?!
Hasta hace cuatro días, Becky era una de sus mejores amigas.
Sin decir que yo también ojeo de vez en cuando ese perfil, me dispongo a protestar cuando él añade:
—Me parece fatal que la niñata tenga que...
—No es una niñata, es tu prima. Alguien a quien tú querías mucho.
El crío me mira.
En un primer momento no dice nada, pero luego prosigue:
—Decía que me parece fatal que te vaya con el cuento de lo que le digo, además de que...
—Peter no es un indigente—aclaro—Es un niño al que se le murió la mamá, se fue a vivir con el abuelo y, al morir también éste, se quedó solo, pero no es un indigente.
Flyn sonríe.
Su expresión no me gusta cuando dice:
—Según me ha dicho mi mamá, ese chaval vivía en un mal barrio que...
—No sé qué te ha dicho tu mamá—lo corto furiosa—Pero ese muchacho vivía en un barrio de Múnich, como yo viví en un barrio de Jerez—y, enfadada, añado—No todos hemos tenido la suerte de nacer en una familia con dinero como tú.
El descarado del niño sigue mirándome con un gesto que no me hace ni pizca de gracia y, antes de salir de la habitación, lo miro y digo:
—¿Sabes? Por lo que me han contado, Peter tiene cosas que tú no tienes, a pesar de haberte criado entre algodones y de haber estudiado en los mejores colegios. Y esas cosas se llaman educación y sensatez. Ese muchacho, al que seguramente le ha faltado todo lo que a ti te ha sobrado en esta vida, es...
—Corta el rollo y no me marees.
Oírlo decir eso me subleva y, furiosa, siseo:
—Me da igual lo que diga tu mamá. Pienso llevarte al psicólogo o a donde haga falta para que...
—No. No iré al psicólogo —me reta.
Me muerdo la lengua, mejor me la muerdo. Luego, añado:
—Cuando venga tu mamá hablaremos del tema.
Y, así, sin darle la oportunidad de decir nada más, salgo de la habitación o, como esté ahí más rato, le voy a soltar un sopapo al colega que lo va a flipar.
Pero ¿de qué va?
Una hora después, Santana llama para decir que llegará tarde. Me enfurezco pero, como no tengo ganas de discutir también con ella, asiento, me callo y, una vez termino de cenar sola en el comedor, puesto que Flyn se ha negado a cenar conmigo, subo a mi habitación y recibo un wasap de Becky:
Que sepas que Flyn me acaba de bloquear en Facebook. ¡Un mojón para él!
Boquiabierta, miro el mensaje.
Estoy por ir a su habitación, pero desisto. Si lo hago tendremos movida, y no quiero tenerla a estas horas. Finalmente me tumbo en la cama y me duermo antes de que Santana llegue.
Casi que es lo mejor.
Al día siguiente, cuando salgo del trabajo, voy a casa de Rachel y Quinn. Quiero conocer a Peter. Al llegar, me impacta, pero más me impacta comprobar la educación y el saber estar que tiene el chaval.
Rachel no ha exagerado.
Tenía razón.
Efectivamente, lleva el pelo demasiado largo para mi gusto, la ropa que usa es enorme, pero sus modales son impecables. Vamos, que una vez más la vida me demuestra que el dinero no lo da todo, y menos la educación.
Después de trabajar Santana viene también, y terminamos cenando las cuatro con el muchacho y con Sami, que nos demuestra a todos que ella, sin lugar a dudas, es la reina de la casa y está encantada con Peter y con Leya.
Cuando Santana y yo regresamos a casa en el coche, saco el tema de Flyn y lo que éste le comentó a mi sobrina, y ella se apresura a quitarle importancia. Según Santana, son cosas de chavales. Según yo, es algo con muy mala leche. Hablo del psicólogo y es mencionarlo y comenzar a discutir. Como siempre, si yo digo blanco, ella dice negro, y al final tengo que tomar la determinación de callarme.
Santana se niega tanto como Flyn a que éste vaya a un psicólogo.
¡Malditos López!
Una semana después, tras una mañana en la que apenas he visto a Santana y cuando me he cruzado con ella en la oficina apenas me ha mirado, le mando un mensaje para saber si la espero para ir a casa de Rachel y Quinn.
Esa tarde le van a dar la noticia a Russel.
Mi teléfono suena. Es un mensaje suyo:
Ve tú. Tengo trabajo. Yo iré después.
Trabajo..., trabajo, ¡siempre el trabajo!
Sin ganas de polemizar, voy a casa de mis amigas y me dedico a tranquilizar a Quinn. Está nerviosa por la noticia que tiene que darle a su papá, aunque la veo feliz con Peter. Sin duda, el muchacho sabe cómo metérsela en el bolsillo, y viceversa.
Con curiosidad, observo cómo se hablan y rápidamente me doy cuenta de la complicidad que se ha creado entre ellos. Me siento encantada cuando Rachel se acerca a mí y cuchicheo:
—Por lo que veo, todo genial entre ellos, ¿verdad?
Rachel mira a aquellos dos, que hablan con tranquilidad sentados a la mesa, y responde:
—Ni en el mejor de mis sueños me imaginé que Quinn lo pondría todo de su parte, ni que ese chaval fuera tan sensato.
Las dos sonreímos y omito contarle lo que el tonto de mi hijo piensa de Peter.
—Toma una coca-cola—dice Rachel—Beberemos algo mientras viene Santana.
Con satisfacción, la cojo y, mientras la bebo, me fijo en cómo Quinn y el chiquillo se comunican. Está más que claro que tanto la una como el otro están poniendo todo lo que pueden de su parte, y eso me gusta tanto como sé que les gusta a ellos.
A pesar del disgusto inicial de Quinn al enterarse de su existencia, noto la admiración que siente hacia el chico. Me lo dice su mirada, y cómo lo habla y lo cuida. Es una pena que Quinn no hubiera conocido a Peter de pequeño, pero me alegra saber que va a ser una gran mamá el resto de su vida.
Mientras las cuatro hablamos en el salón, llega Bea, la chica que cuida de Sami y, tras escuchar las indicaciones que Rachel tiene que darle, se va al colegio a por ella.
Miro mi reloj.
Santana se está retrasand0 pero, de pronto, suena el móvil de Quinn y ésta se separa unos metros de nosotros para responder. Cuando regresa, dice:
—Era Santana. Se le ha presentado un problema en la oficina y dice que irá derecho al restaurante de mi papá.
Asiento.
No digo nada.
Santana y sus problemas en la oficina. Y, olvidándome de ello, cojo a Peter del brazo como antaño hacía con Flyn y los cuatro salimos de la casa.
Tenemos que ver a Russel.
Al llegar al bar restaurante, a pesar de que intenta hacernos ver que está tranquila, veo que Quinn está realmente nerviosa. Por ello, mientras Rachel y Peter hablan junto al coche, me acerco y le digo:
—¿Qué tal si entras tú sola y lo hablas con tu papá?
Mi amiga lo piensa y yo insisto:
—Quinn, la noticia puede afectarle. Creo que deberías hablar primero tú con él para darle tiempo a que reaccione a su manera y, una vez sepa de la existencia de Peter, si ves que se lo toma de buen grado, hacer entrar al chaval.
Quinn se toca la cabeza, piensa en lo que le he dicho y asiente.
—Tienes razón. Es mejor hacerlo así.
Rachel y Peter se acercan a nosotras y, al ver que Quinn está como bloqueada, explico:
—Quinn va a entrar primero para hablar con su papá y después nos enviará un mensaje para que entremos nosotros, ¿les parece bien?
Rachel nos mira.
Eso supone un cambio de planes, pero entonces el muchacho dice, demostrándonos una vez más su madurez:
—Es una buena idea. Creo que es mejor que se lo cuentes a solas y, si me quiere conocer, yo estaré encantado de entrar.
Quinn pone entonces la mano en el hombro del chico y dice:
—Tardaré pocos minutos. Te lo prometo.
Peter está conforme, y Rachel, cogiendo la mano de Quinn, murmura:
—Te acompañaré.
Yo asiento, cojo a Peter y, mirando un bar que hay enfrente, indico:
—Vamos. Te invito a una coca-cola.
Cuando Quinn y Rachel se marchan, el chaval las mira y, sin decir nada, nos dirigimos hacia aquel bar. Ahí, con tranquilidad, hablamos de música y me sorprendo al ver que su gusto musical es el mismo que el de Flyn. Estamos ensimismados en la conversación cuando, a los pocos minutos, mi móvil suena y, mirándolo, digo:
—Muy bien, chavalote, ¡tenemos que entrar!
Peter se levanta y, sin dudarlo, coge mi mano.
Eso me gusta.
Siento que soy importante para él y, tras guiñarle el ojo, salimos del local y entramos en el del papá de Quinn.
Rachel nos espera en la puerta y, con una sonrisa, dice:
—Están en el despacho.
El gesto de Rachel me hace saber que todo ha salido como esperaban. Russel es un hombre que siempre se toma la vida como le viene y, al abrir la puerta del despacho, siento cómo éste clava los ojos en Peter y, abriendo los brazos, dice:
—Muchacho, ven con tu abuelo.
Me emociono.
Soy así de blandita y de tonta y, entre risas y lloros, Rachel y yo nos secamos las lágrimas.
¡Qué momento tan bonito acabamos de vivir, y el memo de Santana se lo ha perdido!
Miro de nuevo el reloj.
De pronto suena mi teléfono y, al ver que es ella, como estoy feliz por los acontecimientos, murmuro encantada:
—Vaya..., vaya, mi morena preferida. ¿Me has leído el pensamiento?
—¿Por qué?
Sonrío como una tonta mientras observo a Russel hablar con su nieto y a Rachel y a Quinn besándose y respondo:
—Estoy con Russel, ya ha conocido a Peter y ha sido precioso, porque...
—Cariño—me interrumpe—No puedo entretenerme. Estoy en el aeropuerto y salgo para Edimburgo ahora mismo.
—¡¿Qué?!
¿Cómo que se va a Edimburgo?
Pero, antes de que yo pueda decir nada más, Santana prosigue:
—Hay un problema en la delegación de Edimburgo y he de viajar ahí. Imagino que regresaré dentro de un par de días.
Al ver que no digo nada, Santana, que me conoce muy bien, insiste:
—Cariño, me apetece este viaje tan poco como a ti, pero he de ir.
La sonrisa ha abandonado mi cara.
No tengo ganas de reír.
—¿Has pasado por casa?—digo.
—No. No he tenido tiempo. Gerta me ha hecho una pequeña maleta con ropa que tengo en la oficina. Un traje y un par de camisas. No necesito más.[/i]
Vale.
Que Gerta le haga la maleta a mi esposa me toca la moral, por lo que le pregunto a bocajarro:
—¿Ella te acompaña?
El resoplido de frustración que oigo a través del teléfono me hace saber lo mucho que la joroba que le pregunte eso.
—Britt..., por el amor de Dios—dice—, Es trabajo. Ha surgido un imprevisto y tengo que ir.
Cierro los ojos y asiento.
Tiene razón.
No debo ser tan pesadita con el temita de los celos, e intentando razonar, murmuro:
—Lo sé, San. Mándame un mensaje cuando aterrices en Edimburgo, ¿de acuerdo?
—Britt..., te quiero—dice en un tono bajo para que nadie la oiga.
—Yo también te quiero.
Y, sin más, corto la comunicación.
Al ver mi gesto, Quinn y Rachel rápidamente vienen hacia mí.
—San se va en este instante a Edimburgo—explico.
Mis amigas saben lo que pienso y, abrazándome, dicen:
—Bueno entonces, llama a Emma y dile que vas a cenar con nosotros.
Asiento y sonrío. Es lo mejor que puedo hacer.
Esa noche, cuando llego a casa, tras saludar a Susto y a Calamar, subo a ver a los niños.
Todos duermen, incluido Flyn.
Entro en mi habitación y de repente me parece enorme. Cuando Santana no está, todo es enorme en esta casa. Pero, como no quiero pensar en nada, me desnudo y me pongo una camiseta.
Odio los pijamas.
Sin sueño, cojo el libro que tengo en la mesilla y comienzo a leer cuando suena mi móvil.
Un mensaje. Santana.
¿Estás despierta?
Rápidamente respondo:
Sí.
Un par de segundos después, mi móvil suena. Lo cojo y escucho:
—Hola, mi amor.
Con una sonrisita tonta, dejo el libro.
—Hola.
—¿Sigues enfadada conmigo?
Oír su voz es el bálsamo que necesito, y respondo:
—No estoy enfadada. Es sólo que me molesta que te vayas de viaje así, de pronto.
Oigo su risa.
Será maligna...
—Era esto o salir de madrugada, y muchas veces tú misma me dices que prefieres que me vaya y duerma en el hotel a que mal duerma en casa y de madrugada me vaya de viaje.
Tiene razón.
Le he dicho eso en otras ocasiones. Me acomodo en los almohadones sonriendo y digo:
—Te echo de menos. La cama es enorme sin ti.
—¿Sabes? Yo también te echo de menos. Pero tenía que hacer este viaje, cariño. Venga, cuéntame cómo se lo tomó Russel al descubrir que tiene un nieto.
Durante un buen rato, le explico con todo lujo de detalles lo ocurrido esa tarde, y me encanta oírlo sonreír. Así estamos hasta que bostezo y Santana dice:
—Debes dormir o mañana estarás muerta de sueño.
—Joooo..., es que no quiero dejar de hablar contigo. Cuando no estás, me cuesta dormir una barbaridad. Necesito abrazarme a mi jefa preferida para conciliar el sueño.
Mi propia tontería me hace sonreír al oírlo reír y, consciente de que estoy haciendo el canelo, afirmo:
—Pero tienes razón. Tengo que dormir.
—Intentaré acelerar todo lo que tengo que hacer aquí para estar mañana por la noche contigo en la cama; ¿de acuerdo, cariño?
—Vale—asiento con cara de tonta.
—Un beso, Britt-Britt, y duerme. Te quiero.
—Te quiero—respondo encantada antes de colgar.
Una vez dejo el teléfono sobre la mesilla, me echo sobre el lado en el que duerme Santana y aspiro su olor. No sé cómo explicar la tranquilidad que me proporciona hacer esto, mientras siento que poco a poco me duermo.
Al día siguiente, tras una loca jornada de trabajo en la que recibo varios mensajes de mi amor para hacerme saber que está bien y se acuerda de mí, por la noche, cuando estoy dando de cenar a los niños, tengo esperanzas de que Santana regrese a casa.
Mi inquietud es tal que vuelvo a sentirme como la Brittany de antes de tener a los niños y sólo espero que la Santana que va a regresar sea la Santana loca que me empotraba contra las paredes mientras me hacía el amor posesivamente.
En cuanto acabo de darles de cenar a los pequeñuelos, tan pronto como Flyn se marcha a su cuarto sin hablarme, corro a ducharme para quitarme la papilla que Susan me ha tirado en el pelo.
Quiero estar preciosa para cuando mi amor llegue.
A las diez, mientras estoy viendo la tele sola en el salón y los peques están dormidos, recibo un mensaje que dice:
Lo siento, mi amor. Problemas con el avión.
Nooooooooooooooooooo.
Leer eso es como recibir un jarro de agua fría. La esperaba esta noche.
La Santana de la que yo me enamoré habría volado para estar junto a mí sí o sí.
Durante varios minutos miro el puñetero mensaje, mientras me convenzo de que, si no viene, es porque no puede, no porque no quiera, y finalmente respondo:
Ok. No pasa nada.
Pero pasa, ¡claro que pasa!
Durante todo el día me he sentido como una chiquilla de quince años esperando para ver a su amor y la decepción es tan grande que, de los nervios, un rato después ¡me baja hasta la regla!
Hay que joderse con el disgusto que tengo, y ahora, encima, muertita de dolores.
A las once, tras esperar una llamada de teléfono de Santana y no recibirla, paso del cabreo a la melancolía.
¿Y si verdaderamente el amor que Santana sentía por mí se ha apagado?
El dolor de ovarios puede conmigo, por lo que voy a la cocina y me tomo un par de calmantes.
Sin duda, es lo que necesito, además de dejar de pensar tonterías.
Pero la tristeza me puede y, entre lo apenada que me siento y las puñeteras hormonas, se me saltan las lágrimas.
¿Acaso Santana ya no me quiere?
Sin ganas de llorar, camino por la casa a oscuras como un fantasma hasta llegar a mi habitación y me tumbo en la enorme cama.
Por suerte, con la ayuda de los calmantes, el dolor se va una hora después, pero no tengo sueño.
Miro el reloj: las doce y veinte.
Durante un par de horas doy vueltas en la cama. De un lado, de otro. Boca arriba, boca abajo, y al final, cansada, a las dos y cinco de la madrugada me levanto y bajo a oscuras hasta el despacho de Santana. Ese lugar es su sitio, su refugio, y ahí es donde me siento mejor.
De pronto siento unas irrefrenables ganas de llorar a moco tendido.
Como diría mi hermana Alison, llorar, además de despejar el lagrimal y darte un dolor de cabeza considerable, en ocasiones es bueno. Pero, sin duda, ésta no es una buena ocasión para llorar, así que, por echarle la culpa a alguien de mi desazón, se la echo a la regla.
¡Odio tener la regla!
Por norma, cuando la tengo, una mala leche sobrenatural toma mi cuerpo, pero en esta ocasión lo que ha tomado mi cuerpo es una moñez absoluta.
¡Estoy moñas!
Como la mujer dramática y moñas oficial que me he proclamado, busco el CD que más me llegue al corazón y encuentro el que le grabé hace años a Santana con canciones que nos gustaban a las dos.
Lo pongo y, cuando suena nuestra canción, Blanco y negro, ¡me quiero morir!
Por Dios, pero si mis ojos parecen una fuente.
Me siento en el sillón de Santana y me desahogo mientras Malú interpreta esa preciosa canción.
Qué tiempos aquellos en los que ella me buscaba para estar siempre a mi lado. Qué tiempos, en los que me perseguía, me acosaba y sólo estaba pendiente de mí.
Qué tiempos... Qué tiempos...
Una vez acaba la canción, mientras me seco las lágrimas y noto la nariz roja como un tomate, me acerco a la chimenea y la enciendo. Me encanta la estancia de Santana, tan personal y tan suya, y con tristeza sonrío.
En cuanto el fuego se aviva, miro las fotos que tiene de todos nosotras y sonrío al ver una nuestra en Zahara de los Atunes.
¡Qué tiempos más bonitos!
Desesperada por lo que mi corazón siente, y como necesito fustigarme más, cojo un álbum de fotos de la librería y comienzo a ojearlo. Como un chimpancé, lloro mientras veo fotos nuestras.
Yo embarazada, Santana y yo abrazados con el pequeño Flyn. Fotos de nuestra boda. Fotos pescando en un lago. Otras de risas en una Feria de Jerez.
Fotos..., fotos... y fotos...
Recuerdos... Recuerdos... Recuerdos...
Hasta que no puedo más, y con hipo por lo emocionada que estoy, cierro el álbum.
¿De verdad el amor caduca como los yogures?
Agotada y con la cabeza como un bombo por la irritación que me estoy dando yo solita, miro el reloj que hay encima de la chimenea. Las tres menos diez de la madrugada.
Me siento en el suelo sobre la bonita alfombra que hay frente a la chimenea. Por suerte, al día siguiente es sábado y no tengo que madrugar.
Menos mal, porque si no, iría fina.
Mirando estoy el fuego cuando comienza una canción que me encanta..., bueno, que nos encanta. Se llama You and I y es de Michael Bublé. Miguelito Burbuja, como en ocasiones digo yo para hacer reír a Santana.
Sé cuánto le gusta a mi amor ese cantante y esa canción, y cierro los ojos mientras la escucho. Su letra es preciosa, romántica y tierna; siento que las lágrimas desbordan de nuevo mis ojos y las dejo correr descontroladamente por mi rostro mientras miro el fuego.
La canción dice cosas maravillosas, fantásticas, novelescas, y yo, arrebatada por todo lo que siento al escucharla, cierro los ojos mientras comienzo a darme aire con la mano.
¡Uff..., qué fatiguita!
Entre el disgusto que llevo, la regla, la cancioncita y la ausencia de Santana, me va a dar un patatús.
La bonita canción acaba. Me encojo, apoyo la cabeza sobre mis rodillas y, entonces, la canción comienza de nuevo y oigo:
—¿Bailas conmigo, Britt-Britt?
Al oír esa voz, la voz que tanto deseaba oír, me vuelvo y mi sorpresa es mayúscula cuando veo a Santana, a mi guapa Santana, mirándome con esos preciosos ojazos oscuros.
¿Estoy despierta o es un sueño?
Mi cara, mi gesto, mis ojos deben de ser tan desastrosos como las pintas que llevo, porque mi amor frunce el ceño y pregunta acercándose rápidamente a mí:
—Pero ¿qué te ocurre, cariño?
Ayudada por ella, me levanto y, abrazándola, murmuro al tiempo que hundo la cara en su pecho:
—Has venido..., has venido...
Durante unos segundos permanecemos callados mientras Michael canta eso de «Tú y yo..., tú y yo», y cuando desentierro mi cara de su pecho y susurro:
—Estás aquí.
Santana me observa como el que mira algo que no entiende.
—Cariño, hubo un problema con el jet y, cuando recibí tu escueto «¡Ok!», decidí coger un vuelo comercial para llegar a casa aunque fuera de madrugada. Pero ¿qué te pasa?
Sonriendo como una tonta al saber que ha cogido un vuelo comercial para estar conmigo, la abrazo y pregunto:
—Sanny, ¿tú me quieres todavía?
Su gesto ahora sí que es de no entender nada. Frunce el ceño y dice:
—Pero ¿qué tontería de pregunta es ésa?
Un sollozo sale de mi boca.
La moñas oficial ha vuelto, y Santana, mirándome boquiabierta, susurra:
—¿Cómo no voy a quererte si eres lo más precioso que tengo en mi vida?
Ea..., a llorar todavía con más pena.
Intento parar ante la angustia de mi pobre morena, pero es imposible. Mi cuerpo, mis lagrimales, toda yo estoy descontrolada.
Y Santana murmura entonces con gesto confuso:
—Me estás asustando, cariño. ¿Qué te ocurre?
No respondo.
¡No puedo!
Diez minutos después, cuando consigo dejar de llorar como un chimpancé, la beso, la devoro y, en cuanto mi Santana me coge entre sus brazos y me empotra contra la pared dispuesta a darme lo que le pido sin hablar, musito apenada mientras las lágrimas amenazan de nuevo:
—No podemos, ¡me ha venido la regla!
Santana sonríe.
No me suelta y, besándome la punta de la nariz, susurra con todo su cariño:
—Britt-Britt, con tenerte conmigo me vale.
Al ver que mis ojos se desbordan de nuevo, sin soltarme, me coge con más seguridad entre sus brazos y me sube a nuestra habitación, donde, sin desnudarse, se tumba en la cama conmigo y nos quedamos dormidas la una en brazos de la otra.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
Holis,
Me enferma Flyn,╰_╯
Estuve a punto de llorar al final (*^﹏^*)
Saludos!
Me enferma Flyn,╰_╯
Estuve a punto de llorar al final (*^﹏^*)
Saludos!
Lizz_sanny* - Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 06/12/2015
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
sera que santana no se da cuenta de como se siente brittany con su desapego por el trabajo?, si es que es por el trabajo insisto lleven a ese coreano al reformatorio con su elke de los mil demonios!!! ahora no es pierce el condenado muchacho, mil veces malagradecido!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
Lizz_sanny escribió:Holis,
Me enferma Flyn,╰_╯
Estuve a punto de llorar al final (*^﹏^*)
Saludos!
Hola, uii siii!!! ¬¬ =O si son las mejores, después de todo, no¿? jajajajaja. Saludos =D
micky morales escribió:sera que santana no se da cuenta de como se siente brittany con su desapego por el trabajo?, si es que es por el trabajo insisto lleven a ese coreano al reformatorio con su elke de los mil demonios!!! ahora no es pierce el condenado muchacho, mil veces malagradecido!!!!
Hola, mmm nop, creo que no =/ Jajjajajaj deberían ya la vrdd XD jajajajajaj. Esk nose que se cree la vrdd :@ Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 37
Capitulo 37
El sábado a las siete de la mañana sonó el timbre de casa de Quinn.
Ding-dong... Ding-dong.
Rachel y ella, alarmadas al oírlo, se levantaron corriendo y fueron a abrir. En la puerta se encontraron a Santana con los dos pequeños, que, mirándolas, dijo:
—Necesito que se queden con estas dos fieras hasta mañana, que yo regrese. Hoy es el día libre de Jane y quiero llevarme a Britt. ¿Puede ser?
Aún dormidas, ambas la observaron y Rachel preguntó:
—¿Ocurre algo?
Santana sonrió, negó con la cabeza y, tras ver que Quinn asentía ante lo que había pedido, respondió:
—Nada grave que no se solucione con un par de días sólo para nosotras.
—Excelente idea —afirmó Rachel.
—¿Y Flyn? —preguntó Quinn.
—Se queda con Emma y con Will. Él ya es mayor, pero estas pequeñas fieras, sin Jane, les darían mucho trabajo.
Quinn cogió en brazos a Susan, que estaba dormida, y entonces Santana cuchicheó:
—Siento no haber estado el otro día cuando...
—No importa—dijo Quinn sonriendo—Todo salió bien.
Las dos amigas se miraron con cariño. Entre ellas sobraban las palabras.
Finalmente Santana se dirigió a su hijo, que estaba cogido de su mano, se agachó y le dijo:
—Pórtate bien con las tías, ¿vale?
El crío asintió, y Santana, guiñándoles el ojo a sus amigas, murmuró:
—Gracias, ¡les debo una!
Una vez aquella se hubo marchado a toda prisa, Rachel cogió a Santiago y le preguntó:
—¿Quieres desayunar, Superman?
—Sí. Galletas de choco.
Quinn sonrió y, a continuación, susurró:
—Voy a llevar al monstruito a nuestra cama. Con un poco de suerte, dormirá un rato más.
Sobre las doce de la mañana, la casa de Quinn y de Rachel era una auténtica locura.
Sami, Santiago y Susan, junto a la perra Leya, no paraban de corretear de un lado para otro. La algarabía era tal que al final decidieron sacarlos a todos al parque.
Por suerte, Peter se ofreció a ayudarlas con los niños.
Una vez en el parque, Rachel vio a Louise con Pablo, pero ésta, al verlos, cogió a su hijo y se marchó. Al seguir la mirada de su novia, Quinn preguntó:
—Ésa es Louise, ¿verdad?
Rachel asintió, pero no tenía ganas de hablar de ella o terminarían discutiendo, así que miró a Sami y gritó:
—¡Sami, no cojas a Susan en brazos o se te caerá!
Segundos después, y con los críos controlados, Rachel y Quinn se sentaron en un banco a descansar mientras Peter animaba a entrar a los pequeños en un pequeño castillo de colores y parecían pasarlo bien.
Los críos estaban rendidos a los pies del muchacho y hacían todo lo que aquél proponía. Hasta Susan había dejado de llorar para ir tras él con la esperanza de que la cogiera en brazos.
En ese instante pasaron dos jovencitas de la edad de Peter cerca de donde él estaba con los niños y lo miraron mientras se acercaban a él haciéndose las interesantes. Rachel y Quinn lo observaban, y la exteniente, al ver a la abogada sonreír con picardía, murmuró divertida:
—Ni se te ocurra decir una palabra de lo que piensas.
Quinn sonrió y, cuando aquéllas llegaron hasta Peter y los niños y comenzaron a sonreír como tontuelas mientras se tocaban el pelo, replicó:
—El tío es un guaperas. Sin duda, es un Fabray.
Sin poder evitarlo, Rachel soltó una risotada y Quinn añadió:
—Es un chico increíble, ¿verdad?
Rachel asintió.
—Tan increíble como la guaperas de su mamá.
Quinn sonrió a su vez.
Apenas podía creer que aquel muchacho tan bien educado, a pesar de sus circunstancias, fuera su hijo. Las dudas del primer momento quedaron disipadas. Día a día, Peter le demostraba quién era y, cuanto más lo conocía, más le gustaba.
Peter era un buen chico que no daba problemas ni pedía nada. Disfrutaba pasando las tardes sentado en el salón leyendo cómics de Spiderman o jugando ante su ordenador. No era un muchacho de salir con amigos, y de momento tampoco con chicas. Era más bien solitario pero cariñoso con los que tenía a su alrededor.
Ensimismada estaba la abogada pensando en eso cuando Rachel dijo:
—Quinny, tenemos que hablar.
Al oír eso, Quinn clavó los ojos en Rachel y murmuró:
—Si es sobre Gilbert Heine y su bufete, no es el momento.
Rachel negó.
—Tranquila. No quiero hablar de eso.
—Buenos si es sobre lo del trabajo de escolta, tampoco es momento.
—No. Tampoco es eso.
Sorprendida, Quinn la miró y cuchicheó divertida:
—Cariño, si no quieres hablar de nada de eso, me acabas de acojonar. ¿Qué pasa?
Rachel sonrió y, posando las manos sobre la de Quinn, dijo:
—Quizá no te guste lo que te voy a decir, pero he pensado que tal vez ahora, con la llegada de Peter a casa, no sea el mejor momento para viajar a Las Vegas y casarnos.
—¡¿Qué?! Pero si ya hemos arreglado todos los papeles.
Al ver su gesto, Rachel levantó las manos y aclaró:
—Nos vamos a casar, por supuesto que sí, cariño, eso te lo prometo. Pero faltan apenas dos semanas y no creo que debamos irnos ahora de viaje. He pensado que quizá podríamos retrasar la boda para después del verano, para septiembre.
—No.
—Escúchame, amor—insistió Rachel—Sólo serán unos meses, el tiempo suficiente como para poner todo en orden con Peter.
Quinn resopló.
Lo último que quería era retrasar su boda con Rachel, pero sabía que tenía razón.
Necesitaban tiempo con el chico.
—Nos casaremos y lo sabes—añadió Rachel—Pero creo que debemos ser juiciosas e integrar primero a Peter en la familia.
La abogada asintió.
Le gustara o no, Rachel tenía razón, y finalmente afirmó:
—De acuerdo.
—¿De acuerdo? ¡¿Así, sin más?! ¡¿Sin discutir?!
Al oírla y ver su gesto incrédulo, Quinn sonrió.
—Sí, de acuerdo.
Satisfecha por lo bien que se lo había tomado, Rachel preguntó entonces con sorna:
—¿Se enfadará mucho tu amiguito Gilbert Heine?
Al oír eso y ver su gesto pícaro, Quinn murmuró:
—Mira que eres retorcida, Berry—y, sonriendo, afirmó—Cariño, nos casaremos cuando tú y yo queramos, no cuando quiera Gilbert Heine. Retrasaremos la boda para septiembre, pero entonces ya no habrá más excusas para posponerla ni un mes más, ¿de acuerdo?
Rachel la besó enamorada.
—Te lo prometo, mi amor..., no habrá más retrasos.
Durante varios minutos, a pesar de estar en un parque, se prodigaron muestras de cariño, hasta que decidieron darlas por finalizadas y Quinn, para enfriarse, dijo al ver que las muchachas que estaban minutos antes con Peter se alejaban:
—Estoy pensando cambiar a Peter de colegio.
—¿Por qué? —preguntó Rachel.
—Me gustaría poder darle todo lo que no he podido en todos estos años y, conociéndolo, veo que es un muchacho que valora los estudios.
Rachel asintió.
Sin duda, Peter les había roto los esquemas.
—Me ocuparé de los niños mientras tú hablas con él y se lo preguntas, ¿te parece?—dijo levantándose del banco.
Quinn asintió y, tras coger su mano, empezó a decir:
—Oye...
—¿Qué?
—Septiembre, ¿entendido?
Rachel sonrió.
—Entendido, Batichica..., entendido.
Con complicidad se miraron hasta que Quinn, sin soltarla, dijo:
—¿Sabes, morena?
—¿Qué?
Enamorada como una tonta de aquella descarada, la abogada clavó sus ojos verdes en los de marrones de Rachel y murmuró:
—A tu lado soy capaz de cualquier cosa.
—¿Ah, sí? ¿Y eso a qué viene?
Quinn miró entonces al adolescente que reía con los pequeños y, sin dudarlo, respondió:
—Porque, desde que estoy contigo, he aprendido que las cosas que merecen la pena nunca son sencillas, y gracias a ti estoy siendo capaz de darle esta oportunidad a Peter.
Rachel sonrió y, rozando su nariz con la de Quinn, afirmó:
—Y eso nos hace felices a todos. Quédate con eso.
—Lo hago, amor. Lo hago.
La exteniente la besó en los labios y, cuando se separó de Quinn, replicó:
—¡Lo de septiembre queda pendiente!
Ambas sonrieron y Rachel añadió:
—Ahora habla con Peter y pregúntale lo del colegio. No es un bebé, y creo que no debemos hacer nada que a él no le parezca bien.
Quinn asintió y vio cómo la mujer a la que adoraba se alejaba en dirección a los niños. Cuando llegó hasta ellos, tocó con cariño el pelo de Peter, cruzó unas palabras con él, y éste, tras mirar a Quinn, sonrió y se acercó a ella.
La abogada lo recibió también con una sonrisa y, cuando el muchacho se sentó a su lado, preguntó:
—¿Quiénes eran esas chicas que te han saludado?
Peter respondió encogiéndose de hombros:
—Unas amigas del instituto.
Quinn lo miró con picardía y Peter también al ver su expresión. De nuevo se entendían sin hablar.
A continuación, la abogada preguntó:
—Peter, ¿te gustaría cambiar de colegio?
—No lo sé. ¿Por qué habría de hacerlo?—respondió el muchacho sorprendido por la pregunta.
Al oír eso, Quinn asintió.
Poco a poco iba conociendo al muchacho y sus inquietudes y, mirándolo, contestó:
—Puedo darte una mejor educación que la que has recibido hasta el momento, y creo que el tema de los estudios y sus oportunidades es algo que tú valoras, ¿verdad?
—Sí.
Deseosa de conocerlo todo de él, Quinn le hizo mil preguntas que el muchacho respondió y viceversa, y una vez su curiosidad casi se sació, clavó sus ojos en él y dijo:
—Tienes que prometerme una cosa.
—¿El qué?
Quinn se acercó entonces a él y cuchicheó:
—No volverás a piratear absolutamente nada. Entiendo que eres un cerebrito para la informática, pero no quiero líos, ¿entendido?
Peter sonrió y, chocando la mano con la de Quinn, como Rachel hacía, asintió:
—De acuerdo.
Encantada por aquella estupenda relación que se estaba fraguando entre los dos, la abogada preguntó:
—¿Has pensado qué te gustaría estudiar? O, mejor dicho, ¿sabes ya qué te gustaría ser en un futuro?
Peter asintió.
Siempre había tenido claro lo que quería ser y, mirándola, respondió:
—Quiero estudiar bioquímica clínica.
Quinn parpadeó.
Esperaba que le dijera algo que tuviera que ver con la informática y, sorprendida, se disponía a hablar cuando su hijo explicó:
—La bioquímica clínica es la rama de la química que se dedica a la investigación de los seres vivos. Sé que aquí, en Alemania, para acceder a esa especialidad tengo que tener la licenciatura de Medicina, y siempre he estado dispuesto a conseguirla.
Boquiabierta por la seguridad con la que hablaba el muchacho, Quinn afirmó:
—Cuenta conmigo para ello, chaval.
Peter asintió feliz.
—Gracias —dijo y sonrió.
Emocionada por los sentimientos y el orgullo que aquel muchacho provocaba en ella, la abogada le echó el brazo por encima del hombro y, acercándolo a ella, declaró:
—Quiero que sepas que estoy muy feliz de haberte encontrado, y sólo espero que podamos recuperar todo el tiempo perdido.
Peter asintió, tenía las mismas ganas que ella de hacerlo posible. Y, echando el brazo por la cintura de su mamá, sonrió y dijo, haciéndolo reír:
—Será genial poder hacerlo, Batichica.
Ding-dong... Ding-dong.
Rachel y ella, alarmadas al oírlo, se levantaron corriendo y fueron a abrir. En la puerta se encontraron a Santana con los dos pequeños, que, mirándolas, dijo:
—Necesito que se queden con estas dos fieras hasta mañana, que yo regrese. Hoy es el día libre de Jane y quiero llevarme a Britt. ¿Puede ser?
Aún dormidas, ambas la observaron y Rachel preguntó:
—¿Ocurre algo?
Santana sonrió, negó con la cabeza y, tras ver que Quinn asentía ante lo que había pedido, respondió:
—Nada grave que no se solucione con un par de días sólo para nosotras.
—Excelente idea —afirmó Rachel.
—¿Y Flyn? —preguntó Quinn.
—Se queda con Emma y con Will. Él ya es mayor, pero estas pequeñas fieras, sin Jane, les darían mucho trabajo.
Quinn cogió en brazos a Susan, que estaba dormida, y entonces Santana cuchicheó:
—Siento no haber estado el otro día cuando...
—No importa—dijo Quinn sonriendo—Todo salió bien.
Las dos amigas se miraron con cariño. Entre ellas sobraban las palabras.
Finalmente Santana se dirigió a su hijo, que estaba cogido de su mano, se agachó y le dijo:
—Pórtate bien con las tías, ¿vale?
El crío asintió, y Santana, guiñándoles el ojo a sus amigas, murmuró:
—Gracias, ¡les debo una!
Una vez aquella se hubo marchado a toda prisa, Rachel cogió a Santiago y le preguntó:
—¿Quieres desayunar, Superman?
—Sí. Galletas de choco.
Quinn sonrió y, a continuación, susurró:
—Voy a llevar al monstruito a nuestra cama. Con un poco de suerte, dormirá un rato más.
Sobre las doce de la mañana, la casa de Quinn y de Rachel era una auténtica locura.
Sami, Santiago y Susan, junto a la perra Leya, no paraban de corretear de un lado para otro. La algarabía era tal que al final decidieron sacarlos a todos al parque.
Por suerte, Peter se ofreció a ayudarlas con los niños.
Una vez en el parque, Rachel vio a Louise con Pablo, pero ésta, al verlos, cogió a su hijo y se marchó. Al seguir la mirada de su novia, Quinn preguntó:
—Ésa es Louise, ¿verdad?
Rachel asintió, pero no tenía ganas de hablar de ella o terminarían discutiendo, así que miró a Sami y gritó:
—¡Sami, no cojas a Susan en brazos o se te caerá!
Segundos después, y con los críos controlados, Rachel y Quinn se sentaron en un banco a descansar mientras Peter animaba a entrar a los pequeños en un pequeño castillo de colores y parecían pasarlo bien.
Los críos estaban rendidos a los pies del muchacho y hacían todo lo que aquél proponía. Hasta Susan había dejado de llorar para ir tras él con la esperanza de que la cogiera en brazos.
En ese instante pasaron dos jovencitas de la edad de Peter cerca de donde él estaba con los niños y lo miraron mientras se acercaban a él haciéndose las interesantes. Rachel y Quinn lo observaban, y la exteniente, al ver a la abogada sonreír con picardía, murmuró divertida:
—Ni se te ocurra decir una palabra de lo que piensas.
Quinn sonrió y, cuando aquéllas llegaron hasta Peter y los niños y comenzaron a sonreír como tontuelas mientras se tocaban el pelo, replicó:
—El tío es un guaperas. Sin duda, es un Fabray.
Sin poder evitarlo, Rachel soltó una risotada y Quinn añadió:
—Es un chico increíble, ¿verdad?
Rachel asintió.
—Tan increíble como la guaperas de su mamá.
Quinn sonrió a su vez.
Apenas podía creer que aquel muchacho tan bien educado, a pesar de sus circunstancias, fuera su hijo. Las dudas del primer momento quedaron disipadas. Día a día, Peter le demostraba quién era y, cuanto más lo conocía, más le gustaba.
Peter era un buen chico que no daba problemas ni pedía nada. Disfrutaba pasando las tardes sentado en el salón leyendo cómics de Spiderman o jugando ante su ordenador. No era un muchacho de salir con amigos, y de momento tampoco con chicas. Era más bien solitario pero cariñoso con los que tenía a su alrededor.
Ensimismada estaba la abogada pensando en eso cuando Rachel dijo:
—Quinny, tenemos que hablar.
Al oír eso, Quinn clavó los ojos en Rachel y murmuró:
—Si es sobre Gilbert Heine y su bufete, no es el momento.
Rachel negó.
—Tranquila. No quiero hablar de eso.
—Buenos si es sobre lo del trabajo de escolta, tampoco es momento.
—No. Tampoco es eso.
Sorprendida, Quinn la miró y cuchicheó divertida:
—Cariño, si no quieres hablar de nada de eso, me acabas de acojonar. ¿Qué pasa?
Rachel sonrió y, posando las manos sobre la de Quinn, dijo:
—Quizá no te guste lo que te voy a decir, pero he pensado que tal vez ahora, con la llegada de Peter a casa, no sea el mejor momento para viajar a Las Vegas y casarnos.
—¡¿Qué?! Pero si ya hemos arreglado todos los papeles.
Al ver su gesto, Rachel levantó las manos y aclaró:
—Nos vamos a casar, por supuesto que sí, cariño, eso te lo prometo. Pero faltan apenas dos semanas y no creo que debamos irnos ahora de viaje. He pensado que quizá podríamos retrasar la boda para después del verano, para septiembre.
—No.
—Escúchame, amor—insistió Rachel—Sólo serán unos meses, el tiempo suficiente como para poner todo en orden con Peter.
Quinn resopló.
Lo último que quería era retrasar su boda con Rachel, pero sabía que tenía razón.
Necesitaban tiempo con el chico.
—Nos casaremos y lo sabes—añadió Rachel—Pero creo que debemos ser juiciosas e integrar primero a Peter en la familia.
La abogada asintió.
Le gustara o no, Rachel tenía razón, y finalmente afirmó:
—De acuerdo.
—¿De acuerdo? ¡¿Así, sin más?! ¡¿Sin discutir?!
Al oírla y ver su gesto incrédulo, Quinn sonrió.
—Sí, de acuerdo.
Satisfecha por lo bien que se lo había tomado, Rachel preguntó entonces con sorna:
—¿Se enfadará mucho tu amiguito Gilbert Heine?
Al oír eso y ver su gesto pícaro, Quinn murmuró:
—Mira que eres retorcida, Berry—y, sonriendo, afirmó—Cariño, nos casaremos cuando tú y yo queramos, no cuando quiera Gilbert Heine. Retrasaremos la boda para septiembre, pero entonces ya no habrá más excusas para posponerla ni un mes más, ¿de acuerdo?
Rachel la besó enamorada.
—Te lo prometo, mi amor..., no habrá más retrasos.
Durante varios minutos, a pesar de estar en un parque, se prodigaron muestras de cariño, hasta que decidieron darlas por finalizadas y Quinn, para enfriarse, dijo al ver que las muchachas que estaban minutos antes con Peter se alejaban:
—Estoy pensando cambiar a Peter de colegio.
—¿Por qué? —preguntó Rachel.
—Me gustaría poder darle todo lo que no he podido en todos estos años y, conociéndolo, veo que es un muchacho que valora los estudios.
Rachel asintió.
Sin duda, Peter les había roto los esquemas.
—Me ocuparé de los niños mientras tú hablas con él y se lo preguntas, ¿te parece?—dijo levantándose del banco.
Quinn asintió y, tras coger su mano, empezó a decir:
—Oye...
—¿Qué?
—Septiembre, ¿entendido?
Rachel sonrió.
—Entendido, Batichica..., entendido.
Con complicidad se miraron hasta que Quinn, sin soltarla, dijo:
—¿Sabes, morena?
—¿Qué?
Enamorada como una tonta de aquella descarada, la abogada clavó sus ojos verdes en los de marrones de Rachel y murmuró:
—A tu lado soy capaz de cualquier cosa.
—¿Ah, sí? ¿Y eso a qué viene?
Quinn miró entonces al adolescente que reía con los pequeños y, sin dudarlo, respondió:
—Porque, desde que estoy contigo, he aprendido que las cosas que merecen la pena nunca son sencillas, y gracias a ti estoy siendo capaz de darle esta oportunidad a Peter.
Rachel sonrió y, rozando su nariz con la de Quinn, afirmó:
—Y eso nos hace felices a todos. Quédate con eso.
—Lo hago, amor. Lo hago.
La exteniente la besó en los labios y, cuando se separó de Quinn, replicó:
—¡Lo de septiembre queda pendiente!
Ambas sonrieron y Rachel añadió:
—Ahora habla con Peter y pregúntale lo del colegio. No es un bebé, y creo que no debemos hacer nada que a él no le parezca bien.
Quinn asintió y vio cómo la mujer a la que adoraba se alejaba en dirección a los niños. Cuando llegó hasta ellos, tocó con cariño el pelo de Peter, cruzó unas palabras con él, y éste, tras mirar a Quinn, sonrió y se acercó a ella.
La abogada lo recibió también con una sonrisa y, cuando el muchacho se sentó a su lado, preguntó:
—¿Quiénes eran esas chicas que te han saludado?
Peter respondió encogiéndose de hombros:
—Unas amigas del instituto.
Quinn lo miró con picardía y Peter también al ver su expresión. De nuevo se entendían sin hablar.
A continuación, la abogada preguntó:
—Peter, ¿te gustaría cambiar de colegio?
—No lo sé. ¿Por qué habría de hacerlo?—respondió el muchacho sorprendido por la pregunta.
Al oír eso, Quinn asintió.
Poco a poco iba conociendo al muchacho y sus inquietudes y, mirándolo, contestó:
—Puedo darte una mejor educación que la que has recibido hasta el momento, y creo que el tema de los estudios y sus oportunidades es algo que tú valoras, ¿verdad?
—Sí.
Deseosa de conocerlo todo de él, Quinn le hizo mil preguntas que el muchacho respondió y viceversa, y una vez su curiosidad casi se sació, clavó sus ojos en él y dijo:
—Tienes que prometerme una cosa.
—¿El qué?
Quinn se acercó entonces a él y cuchicheó:
—No volverás a piratear absolutamente nada. Entiendo que eres un cerebrito para la informática, pero no quiero líos, ¿entendido?
Peter sonrió y, chocando la mano con la de Quinn, como Rachel hacía, asintió:
—De acuerdo.
Encantada por aquella estupenda relación que se estaba fraguando entre los dos, la abogada preguntó:
—¿Has pensado qué te gustaría estudiar? O, mejor dicho, ¿sabes ya qué te gustaría ser en un futuro?
Peter asintió.
Siempre había tenido claro lo que quería ser y, mirándola, respondió:
—Quiero estudiar bioquímica clínica.
Quinn parpadeó.
Esperaba que le dijera algo que tuviera que ver con la informática y, sorprendida, se disponía a hablar cuando su hijo explicó:
—La bioquímica clínica es la rama de la química que se dedica a la investigación de los seres vivos. Sé que aquí, en Alemania, para acceder a esa especialidad tengo que tener la licenciatura de Medicina, y siempre he estado dispuesto a conseguirla.
Boquiabierta por la seguridad con la que hablaba el muchacho, Quinn afirmó:
—Cuenta conmigo para ello, chaval.
Peter asintió feliz.
—Gracias —dijo y sonrió.
Emocionada por los sentimientos y el orgullo que aquel muchacho provocaba en ella, la abogada le echó el brazo por encima del hombro y, acercándolo a ella, declaró:
—Quiero que sepas que estoy muy feliz de haberte encontrado, y sólo espero que podamos recuperar todo el tiempo perdido.
Peter asintió, tenía las mismas ganas que ella de hacerlo posible. Y, echando el brazo por la cintura de su mamá, sonrió y dijo, haciéndolo reír:
—Será genial poder hacerlo, Batichica.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 38
Capitulo 38
El lunes, tras un fin de semana de ensueño en el que Santana hace una de nuestras locuras de amor y me programa un viaje sorpresa a Venecia para demostrarme lo mucho que me quiere y lo tonta que soy al hacerme esas pajas mentales, cuando llegamos a López Inc., y nos metemos en el ascensor, le pongo ojitos y digo:
—Nos vemos esta noche en casa.
Ella asiente, sonríe como una malota y, acercándome a ella, me besa. Devora mi boca con absoluta devoción olvidándose de dónde estamos y cuando nos separamos, dice:
—No lo dudes, Britt-Britt.
Enamorada como me siento, murmuro recordando nuestro fin de semana en Venecia:
—Arrivederci, amore.
—Addio, mia vita.
Esa mirada de malota, esas románticas palabras y ese beso deseado son lo que añoraba, y estoy sonriendo cuando se abren las puertas del ascensor, le guiño el ojo y salgo de él.
Sin mirar atrás, sé que mi amor me observa hasta que se cierran las puertas y yo camino feliz y segura de todo hasta mi despacho.
Estoy de buen humor, el mundo es maravilloso, pero entonces Mika entra acelerada y dice:
—Tengo un problemón.
Oh..., oh..., mi burbujita rosa de felicidad se desvanece y le presto mi total atención.
Es el primer problemón con el que voy a lidiar desde que comencé a trabajar en López Inc., e, intentando tranquilizarla, hago que se siente y pregunto:
—¿Qué ocurre?
La pobre rápidamente me habla sobre la feria de farmacias que estamos gestionando y murmura:
—Mis padres han decidido celebrar sus bodas de oro el próximo sábado y tengo que ir a la Feria de Bilbao en España. Y ahora debo elegir entre el trabajo y la familia.
Oír eso me sorprende, y enseguida respondo:
—Por supuesto, elegirás la familia. Tus padres se casan, ¿cómo no vas a asistir?
Mika suspira, pone los ojos en blanco y explica:
—El año pasado hubo un problema en la Feria de Bilbao con uno de nuestros comerciales. Al muy idiota no se le ocurrió otra cosa que tirarse a la hija del organizador en los baños de la feria. El caso es que alguien avisó al papá y los pillaron, y las quejas llegaron a Santana.
Asiento.
Recuerdo que Santana me lo comentó en su día. Mika prosigue:
—Al final, tras mucho batallar con la organización para que no echaran a López Inc., de la feria, Santana y yo quedamos con ese hombre en que este año estaría yo en el stand controlando a los comerciales. Pero, claro, ahora mis padres han decidido anunciar su boda sorpresa y, cuando les diga que no puedo ir, se lo van a tomar muy mal.
Su agobio se hace extensible a mí. Quiero ayudar Mika, y no sólo porque sea parte de mi trabajo, sino también porque la mujer que tengo desesperada ante mí no se ha quejado de que yo sólo trabaje por las mañanas y encima no viaje. Eso conlleva más faena y viajes para ella, y en ningún momento lo ha mencionado.
Por eso, y aunque soy consciente de que Santana se va a enfadar, propongo:
—¿Qué te parece si hablamos con ese hombre? ¿Cómo se llama?
—Imanol. Imanol Odriozola.
Asiento.
Pienso con rapidez y digo:
—Lo llamaremos y le expondremos que tú no puedes ir y que en tu lugar iré yo. Al fin y al cabo, soy la mujer de l jefaza y eso le puede agradar.
Según digo eso, Mika me mira.
—Tú no puedes viajar. Ésa fue la primera condición que Santana me impuso cuando comenzaste a trabajar. ¡Nada de viajes!
—¡¿Que te lo impuso?!
De pronto veo que se da cuenta de la bomba que ha soltado y, al ver mi cara, rápidamente se dispone a aclarar:
—Bueno, no. Realmente no fue así. Ella me...
—Mika—la corto—No mientas, que conozco a Santana.
Saber eso me subleva.
¿Cómo que Santana se lo impuso?
Ea, ¡se acabó el buen rollito con mi esposa!
¡Adiós viaje a Venecia!
Una cosa es lo que ella y yo hablemos y pactemos en casa y otra muy diferente que la muy atontada imponga condiciones a las personas que trabajan conmigo.
Observo a Mika y compruebo que la pobre está asustada. Sabe que se le ha escapado e, intentando tranquilizarla, digo:
—Sé que me aprecias tanto como yo a ti, pero también sé que mi trabajo de mañanas no es suficiente para ayudarte. No soy tonta, Mika, y sé que, si yo viajara como tú, el trabajo sería más llevadero para ti y...
—Britt, por favor, no te preocupes. Estoy acostumbrada a viajar y...
—Ya sé que estás acostumbrada, porque forma parte de tu empleo, pero lo que me joroba es que mi esposa te impusiera ciertas cosas para que yo trabajara aquí. No, no me hace ni pizca de gracia que lo hiciera.
La cara de Mika es un poema, cuando sentencio:
—Vas a ir a la boda de tus padres porque yo voy a ir a Bilbao como me llamo Brittany Pierce.
Ella me mira con desconcierto y yo sonrío, aunque lo que realmente tengo ganas es de asesinar a una tipa morena llamado Santana López.
Cuando termina mi jornada laboral, llamo por teléfono a Santana a su despacho, pero su secretaria me dice que está en una comida. Una vez cuelgo, recojo los papeles que hay sobre mi mesa y me despido de Mika, que me vuelve a suplicar que cambie de opinión. Yo la tranquilizo, ha de hacerlo.
Salgo a la calle y, tras parar un taxi, regreso a casa.
Cuando llego y abro la verja para entrar, mi loco particular, Susto, intenta salir corriendo.
Pero ¿éste no aprende?
Una vez cierro la verja, Susto y Calamar me dan su gran recibimiento.
¡Festival de aullidos y lametazos como si lleváramos meses sin vernos!
Mientras los besuqueo y me besuquean, agradecida por el cariño que me demuestran, pienso en esos desalmados que son capaces de abandonar o maltratar a los animales. Sin duda, no sólo no tienen cabeza, sino que tampoco tienen corazón ni sentimientos.
Acompañada por ellos dos, llego hasta la puerta de casa y Emma, cuando abre, me dice que los pequeños están aún en casa de mi suegra. Feliz por saber que Maribel los estará malcriando, me siento en la cocina a comer un poquito de jamón con pan y tomate y entonces oigo que Emma dice:
—¿A que no sabes qué soñé anoche?
La miro a la espera de que continúe y ella suelta:
—¡Con la telenovela «Locura esmeralda»! ¿La recuerdas?
Ambas soltamos entonces una carcajada. Recordar la época en que estábamos enganchadas al culebrón de Esmeralda y Luis Alfredo nos hace reír, y terminamos rememorando las escenas que más nos impactaron, como aquel final, en el que los protas y su hijo montados a caballo se difuminan en el horizonte.
Riéndonos estamos por ello cuando suena el teléfono. Emma lo coge y dice:
—Es del instituto de Flyn.
La risa se me corta de cuajo.
¡¿Otro problema?!
Levantándome, cojo el auricular, escucho sin parpadear lo que una mujer me cuenta y, cuando cuelgo, miro a Emma y digo poniéndome la chaqueta:
—Voy al instituto a recoger a Flyn.
—¿Qué ha pasado?
—Se ha peleado con un muchacho.
Emma sacude la cabeza, yo me cago en todos los antepasados de Flyn y, tras dirigirme hacia el garaje, me meto en mi coche y voy a por él.
Veinte minutos después, entro en el instituto y voy derecha a Dirección. Nada más entrar, veo a Flyn y a otro chico. Flyn tiene la ceja y el labio hinchados. El otro muchacho, el labio y el pómulo.
Mi niño me mira, rápidamente voy hacia él, me agacho y, preocupada, susurro tocándole la cara:
—Cariño..., ¿estás bien?
Mi demostración de afecto no le gusta y me aparta las manos con rudeza.
—Flyn... —murmuro.
—Joder... —sisea él.
Entristecida por sus palabras, digo a continuación:
—Flyn, esto tiene que acabar.
Pero el mocoso, a quien está claro que no le importan mis sentimientos, insiste:
—Déjame en paz.
Su desplante me duele, y el hecho de que no me llame «mamá» me parte el alma. Sin poder evitarlo, los ojos se me llenan de lágrimas.
¿Por qué toda su crueldad la lanza contra mí?
De pronto, una voz de hombre que me es conocida dice a mi espalda:
—Flyn López-Pierce, a una mamá ni se le habla ni se la trata de esa manera.
El crío no dice nada.
Miro a Jake, que me observa y, al ver mi expresión y mis ojos llorosos, dice:
—¿Tiene un segundo, señora López-Pierce?
Asiento y, dejándome guiar, entro donde él me indica. Una vez cierra la puerta del pequeño despacho, abre los brazos y yo acepto su abrazo mientras murmura:
—Tranquila... Tranquila...
—No sé por qué me habla así—balbuceo—No sé qué le he hecho.
—Tranquila—insiste él—Los adolescentes en ocasiones son así con las personas a las que quieren. Si lo consultaras con el psicólogo del colegio, te diría eso mismo.
—Pero yo no le he hecho nada, Jake. No sé por qué toda esa agresividad contra mí.
—Brittany, deben llevar a Flyn al psicólogo. Él podría ayudarlo.
Me trago las lágrimas y asiento. Lo último que quiero es montar un numerito de mamá llorona e histérica.
Justo entonces se abre la puerta, nos separamos rápidamente y Jake coge unos papeles que una mujer le entrega mientras me dice:
—Siéntate.
Como una autómata, lo hago y en ese momento la puerta vuelve a abrirse y entra otro hombre con el director del colegio. El hombre es el papá del otro muchacho, y Jake nos explica que se han peleado por una chica. Sin decir el nombre, sé que se trata de Elke.
El otro papá y yo nos miramos. No sabemos qué decir.
¡Malditos niños!
Al menos, no me ha tocado un papá de esos que se creen que su hijo lo hace todo bien. Segundos después, hacen entrar a los muchachos, y tanto su tutor como el director del colegio les echan una buena bronca.
Finalmente, el papá y el chico se marchan junto con el director y, cuando yo hago lo mismo, Jake nos acompaña hasta la puerta.
Los tres caminamos en silencio, pero siento el apoyo moral de Jake, y se lo agradezco. Necesito saber que alguien está a mi lado y entender que no estoy haciendo nada mal.
Cuando llegamos a la puerta del instituto, sin pararse, Flyn sigue hasta mi coche, y Jake, al verlo, murmura:
—Siento lo de la expulsión. Ya te dije en la tutoría que, si volvía a tener otro parte, el instituto lo expulsaría. De todas formas, piensen en lo del psicólogo. Creo que podría hacerle más bien que mal.
Suspiro.
Sé que tiene razón, sólo hay que convencer a la cabezota de mi esposa. Por ello, intentando sonreír, respondo:
—Gracias, Jake.
Una vez digo eso, me despido con una última mirada y voy hacia el coche, donde un larguirucho adolescente de apellido López me espera apoyado con cara de perdonavidas.
¿A quién se parecerá?
Doy al mando del coche y los faros se iluminan. Flyn abre la puerta delantera y se sienta. Dos segundos después, me siento yo y, cuando lo veo saludando con guasa a unos chavales mayores que él, que están sentados en un banco del parque, lo miro y murmuro:
—Pensé que eras más listo. ¿Qué haces peleándote por Elke?
Flyn clava sus ojos en mí, se retira el flequillo de la cara y comienza a toquetear la radio.
Enfadada con su actitud chulesca, siseo:
—Ahora sí que no vas a salir ni a la puerta de la calle. Flyn, ¡te han expulsado!
—Venga ya..., ¡corta el rollo!
Lo mato, es que lo mato.
Y, conteniendo las ganas que tengo de cruzarle la cara, voy a añadir algo más cuando él dice:
—Llévame a mi casa.
Mi sensatez me hace callar, a pesar de las ganas que me entran de preguntarle que si su casa no es la mía.
En silencio conduzco por Múnich y, cuando llegamos a casa y aparco en el garaje, veo cómo Flyn de un manotazo se quita a Calamar de encima.
—¡No vuelvas a tratarlo así! —le chillo.
Él no me hace ni caso. Sigue su camino y desaparece, mientras yo saludo a Susto, que cada día está más repuesto del accidente, y Calamar viene a mí en busca de cariño.
Una vez dejo a mis preciosos perros, entro en la casa y veo que Emma viene caminando hacia mí preocupada.
—Ay, Dios mío, Brittany—dice—¿Has visto lo magullado que viene? Cuando lo vea la señora, se va a alarmar.
Asiento.
Imagino a Santana cuando lo vea pero, quitándole importancia al tema, replico:
—Tranquila. Está bien. Ya sabes que los chiquillos son de hierro.
Acto seguido, oigo unos pasitos corriendo y, al darme la vuelta, veo a mi Santiago que viene hacia mí. Feliz, lo cojo entre mis brazos y, besándolo, murmuro:
—¿Cómo está mi Superman?
El resto de la tarde no veo a Flyn. Se encierra en su habitación y no sale. Consigo mantener a raya mis ganas de llamar a Santana y contarle lo ocurrido. Si lo hago, la disgustaré, y es mejor que hable con él una vez esté en casa.
Sin duda, la noche promete; entre el viaje que pienso hacer a Bilbao para que Mika pueda estar en la boda de sus padres y lo ocurrido con Flyn, cuando llegue Santana, ¡menudo festival!
Hablo con Rachel, le cuento lo ocurrido con el crío y ésta intenta consolarme y, cuando le comento lo de Bilbao, se apresura a decir:
—¿A Santana le parece bien que viajes?
Sin ganas de polemizar, miento:
—Sí. No hay problema.
—Ostras, Britt, que me voy contigo y así aprovecho y voy a ver a mi abuela, que está apenas a doscientos cincuenta kilómetros.
—¿En serio?
—Ya te digo.
—¿Y Quinn?
Al oír eso, Rachel sonríe y añade:
—Un poco de psicología, Britt: le entro a mi rubia diciéndole que le voy a dar la noticia de la boda a mi abuela, ¡y ella tan feliz!
—¿Y Sami y Peter?—insisto.
—Se quedan con su mami Quinn, cielo. Peter es mayor, y Sami se encargará de volverlos locos a los dos.
Encantada, ambas reímos por aquello.
Con lo pequeña que es, sin duda Sami se hará la reina de la casa y tendrá a Quinn y a Peter a sus pies, de eso no me cabe duda. Y, feliz por su compañía, sonrío y afirmo:
—Yo tendría que estar en la feria el jueves por la tarde, todo el viernes y el sábado sólo por la mañana; después lo tengo libre hasta el domingo, que regresaremos.
—Buenos no se hable más: si te vas para Bilbao, ¡me voy contigo, que yo también necesito un poco de relax de chicas! Y el domingo alquilamos un coche y nos vamos a Asturias a ver a mi abuela, ¿te parece?
—Genial.
Tras pasar el resto de la tarde Santiago y Susan en la piscina, cuando Jane se los acaba de llevar para bañarlos, Santana entra en casa. Me da un beso rápido.
¡Joder, ya volvemos a lo de siempre!
Y corre escaleras arriba para ver a los pequeños. Se muere por verlos y, cuando veinte minutos después baja, me mira y pregunta con gesto hosco:
—¿Por qué no me has avisado por lo de Flyn?
Vaya..., ya veo que ha pasado por su habitación a verlo.
Como puedo, le cuento lo ocurrido en el instituto. El gesto de Santana se endurece por segundos.
¿Dónde está la Santana de nuestro maravilloso fin de semana?
Y, cuando acabo de relatarle todo lo del instituto, murmura descolocándome por completo:
—¿Me puedes explicar por qué el tutor de Flyn te ha abrazado?
Eso me pilla por sorpresa.
No me había percatado de que Flyn nos había visto, ni él me había dicho nada. Sin duda, el niño quiere guerra conmigo.
—San...—empiezo a decir—, Flyn me habló mal cuando llegué al instituto, y Jake...
—¡¿Jake?!—gruñe furiosa—¿Tanta confianza tienes con él? ¡Creo que deberías llamarlo señor Alves, ¿no?!
Resoplo y con tranquilidad murmuro:
—Cariño, él...
—Me importa una mierda—me corta—¿Por qué tiene que abrazarte ese tío?
Molesta por su tonto reproche, grito:
—¡Porque necesitaba un abrazo o me iba a derrumbar por el trato de Flyn! ¡Y, aunque te joda, volvería a abrazarlo en un momento así, porque ese tío, como tú lo llamas, no se ha propasado lo más mínimo, sino que sólo intentaba que yo me calmase!
A partir de ese instante se abre la caja de Pandora y, como siempre, no sólo reñimos por lo que nos ha llevado a ello, sino que también salen a relucir otros temas.
Durante más de una hora, Santana y yo discutimos.
Ella me reprocha, yo le reprocho y, cuando ya no puedo más, chillo:
—¡Flyn irá al psicólogo lo quieras o no!—y, sin dejarle responder, prosigo—Y odio que le impusieras a Mika que yo no viajaría. Pero ¿quién te crees que eres?
Santana me mira..., me mira..., me mira.
Su mirada de Icewoman enfurecida me traspasa, y entonces sisea:
—Tu esposa y la dueña de la empresa, ¿te parece poco?
Esa contestación me subleva.
¡Será chula la jodía alemana!
Y, dispuesta a ser tan chula como ella, replico:
—Buenos, al igual que a ti te surgen imprevistos, en esta ocasión me han surgido a mí, y el jueves me iré a la Feria de Bilbao.
—¡¿Qué?! —brama comiéndome con la mirada.
—Lo que has oído. Mika no puede y yo iré en su lugar.
—El trato era que no viajarías.
Sonrío con maldad, con esa maldad que sé que la saca de sus casillas, y luego afirmo:
—Lo sé, pero al igual que en ocasiones tú me prometes regresar pronto a casa y después tienes que irte de viaje a Edimburgo, yo también puedo tener imprevistos, ¿o no?
Santana comienza a soltar por su boca sapos y culebras.
¡Qué mal hablado es cuando se enfada, y luego dice que soy yo!
Se niega a aceptar que yo viaje, pero yo, sin bajarme de la burra, reitero una otra vez:
—Voy a ir, y nada de lo que digas me hará cambiar de parecer.
Mi alemana, furiosa, usa entonces su táctica más sucia y decide sacarme totalmente de mis casillas.
Al final, la puñetera lo consigue y, cuando me recuerda la detención de la policía el día que salí con Rachel, incapaz de entender que sea tan bicho, la miro y grito:
—Pero ¡¿a qué viene ahora que me saques a relucir eso?!
—Porque todavía no hemos hablado de ese día. De cómo desapareciste sin permitirme saber dónde estabas y de cómo terminaron detenidas por la policía.
—Mira, Santana—la corto, cansada de oírlo—¡Vete a la mierda!
Mi rabia, mi gesto y mi voz le hacen saber que ya ha conseguido lo que buscaba.
No le hablo.
Sólo la observo mientras ella se limita a mirarme con su cara de perdonavidas. Y, cuando he respirado y contado hasta doscientos porque hasta cien era poco, siseo:
—¿Sabes, Santana? Lo peor de todo es que tú y yo deberíamos estar hablando sobre Flyn—y, antes de que ella diga nada, añado—Pero, claro, como siempre, el mocoso ya se ha encargado de cambiar la dirección de la discusión, ¿verdad?
Santana no responde.
Sabe que en cierto modo tengo razón y, tras salir del despacho, oigo que llama a Emma y le pide que avise a Flyn para que baje.
Cuando Santana entra en la estancia y se sienta en su silla, no nos hablamos.
Siempre pasa igual.
El niño la pifia, el niño le da la vuelta a la tortilla y, al final, Santana se enfada conmigo.
¿Cuándo va a cambiar eso?
Cinco minutos después, Flyn entra en el despacho, Santana se levanta de su sillón de supermegajefaza y, acercándose a él, le pregunta examinándole el ojo y la boca:
—¿Te duele?
El crío niega con la cabeza y mi esposa se dirige a mí y dice:
—¿Por qué no lo has llevado al hospital?
Incrédula por su pregunta, replico:
—Porque no es grave. Sólo son magulladuras.
—¿Ahora también eres doctora?
Su provocación delante del crío me subleva, me irrita otro poco más, y respondo:
—¿Sabes, Santana? Creo que deberías enfadarte con tu hijo, no conmigo. No soy yo quien se ha pegado con alguien en el instituto, ni tampoco a la que han expulsado.
Mis palabras parecen despertarla y, volviendo la vista hacia el muchacho, que nos observa en silencio, por fin comienza a echarle un buen rapapolvo. Se lo merece, y yo, impasible, me siento, observo y escucho sin moverme.
No tengo nada que decir.
En un momento en que Santana hace un silencio, Flyn me mira y me suelta:
—¿Disfrutas con esto?
Bueno..., bueno..., bueno...
Pero ¿de qué va el mocoso?
Clavo mis ojos en Santana en busca de alguna palabra de apoyo y, al ver que ni se molesta, me levanto, me acerco al niñato y, con toda mi chulería, respondo:
—Ni te lo puedes imaginar.
—Brittany, Flyn, ¡basta ya!—gruñe Santana.
El crío me lanza la fría sonrisa de los López, y yo, que ya más calentita no puedo estar, murmuro:
—¿Sabes, Flyn? El que ríe el último ríe dos veces.
—¡Brittany!—protesta Santana.
Mi nivel de aguante y tolerancia vuelve a estar bajo cero y, como no quiero arrancarles la cabeza a ninguno de aquellos dos, me doy la vuelta, salgo del despacho y me encamino a mi habitación.
Necesito una ducha que me despeje y me enfríe o al final ahí va a arder Troya, aunque estemos en Alemania.
Cuando salgo de la ducha, me encuentro a Santana sentada en la cama. Como siempre, su gesto ya no es el de minutos antes, pero como no me apetece hacer migas con el enemigo, no la miro y ella dice:
—Britt..., ven aquí.
Me hago la sorda, ¡la sueca!, ¡la china!
Y ella, al ver que no pienso hacerle caso, se levanta, camina hacia mí y, cuando va a tocarme, siseo con frialdad:
—Ni se te ocurra tocarme porque es lo último que me apetece. No sé qué narices te pasa o nos pasa últimamente a las dos, pero está visto que algo no va bien, y ya estoy harta de que tú digas «¡ven!» y yo, como una idiota, te obedezca.
—Britt...
—Estoy enfadada, ¡muy enfadada contigo!—siseo rabiosa—Creía que, tras el bonito fin de semana que habíamos pasado en Venecia, nuestro a veces complicado mundo podría ser un poco mejor, pero no, ¡todo sigue igual! Continúas comportándote como una energúmeno conmigo ante cualquier cosa que tenga que ver con Flyn, ¡joder, que lo han expulsado! Y, por supuesto, no respetas que yo, como mujer trabajadora, tome una decisión como la que he tomado de ir a la Feria de Bilbao. Así que ¡no me toques! Y déjame en paz, porque lo último que necesito ahora mismo es a ti.
Al oírme decir eso con tanta dureza, Santana da un paso atrás. Le agradezco el detalle y, una vez me pongo mi vestidito azulón y unos calcetines de andar descalza, ante su atenta, desconcertada y fría mirada, salgo de la habitación con paso raudo y sin mirar atrás.
Cierro la puerta y respiro y, a grandes zancadas, bajo hasta la cocina.
Está oscura.
No hay nadie.
Emma y Will ya están en su casita, y me siento en una silla para compadecerme de mí misma sin encender la luz.
¿Cómo veinticuatro horas antes podíamos estar besándonos apasionadamente y ahora podemos estar así?
¿Por qué el fin de semana parecía entender todo lo que le dije en cuanto al niño y a mi trabajo y, ahora, todo vuelve a ser igual que antes de nuestra charla?
Durante un buen rato miro, observo mi jardín desde la ventana y recuerdo lo bonito que se pone en primavera. Pienso en mi papá. Intento imaginar qué me diría que hiciera en una situación así y resoplo.
Resoplo de frustración.
El resto de la semana, ambas estamos fríos como el hielo.
La pobre Emma nos observa, no dice nada, pero se da cuenta de todo y, con sus ojillos plagados de experiencia, me pide calma..., mucha calma.
Así estamos hasta el jueves por la mañana, que salgo del baño y Santana me está esperando.
Cruzamos una rápida mirada, hasta que ella se vuelve y, al ver mi maleta sobre la cama, dice:
—He llamado a Rach y le he dicho que se pase por casa.
La miro sorprendida.
—¿Por qué?
Con gesto serio, Santana me mira y, tras calibrar sus palabras, indica:
—He cancelado sus vuelos comerciales. Irán directamente a Bilbao en nuestro jet privado. Will las llevará al aeropuerto.
Voy a replicar cuando añade:
—Es una tontería que vayan de aquí a Barcelona para que luego ahí tengan que tomar otro vuelo para Bilbao. Pero, por supuesto puedes protestar—dice clavando la mirada en la mía—Vamos, es lo mínimo que espero de ti.
Durante varios segundos, ambas nos observamos.
Nos retamos.
Llevamos unos diítas malos, muy malos, y decido morderme la lengua aun a riesgo de que me envenene.
En cierto modo me gusta ir en el jet directamente a Bilbao, algo que yo no le he pedido pero que ella ha pensado por mí.
Segundos después, cuando ve que no voy a decir nada, añade:
—Llámame o envíame un mensaje cuando hayan aterrizado en Bilbao.
—Vale —afirmo.
Y, sin más, se da la vuelta y sale de la habitación con paso rápido y decidido dejándome con la boca abierta como una tonta.
Durante varios segundos, no me muevo.
¿Se ha marchado sin darme un simple beso?
La indiferencia de Santana cada día me mata más, pero como no estoy dispuesta a hundirme, termino de vestirme.
Cuando oigo a Rachel, bajo con mi maleta y, tras dar un beso a mis pequeños, nos vamos.
Me marcho sin mirar atrás
.—Nos vemos esta noche en casa.
Ella asiente, sonríe como una malota y, acercándome a ella, me besa. Devora mi boca con absoluta devoción olvidándose de dónde estamos y cuando nos separamos, dice:
—No lo dudes, Britt-Britt.
Enamorada como me siento, murmuro recordando nuestro fin de semana en Venecia:
—Arrivederci, amore.
—Addio, mia vita.
Esa mirada de malota, esas románticas palabras y ese beso deseado son lo que añoraba, y estoy sonriendo cuando se abren las puertas del ascensor, le guiño el ojo y salgo de él.
Sin mirar atrás, sé que mi amor me observa hasta que se cierran las puertas y yo camino feliz y segura de todo hasta mi despacho.
Estoy de buen humor, el mundo es maravilloso, pero entonces Mika entra acelerada y dice:
—Tengo un problemón.
Oh..., oh..., mi burbujita rosa de felicidad se desvanece y le presto mi total atención.
Es el primer problemón con el que voy a lidiar desde que comencé a trabajar en López Inc., e, intentando tranquilizarla, hago que se siente y pregunto:
—¿Qué ocurre?
La pobre rápidamente me habla sobre la feria de farmacias que estamos gestionando y murmura:
—Mis padres han decidido celebrar sus bodas de oro el próximo sábado y tengo que ir a la Feria de Bilbao en España. Y ahora debo elegir entre el trabajo y la familia.
Oír eso me sorprende, y enseguida respondo:
—Por supuesto, elegirás la familia. Tus padres se casan, ¿cómo no vas a asistir?
Mika suspira, pone los ojos en blanco y explica:
—El año pasado hubo un problema en la Feria de Bilbao con uno de nuestros comerciales. Al muy idiota no se le ocurrió otra cosa que tirarse a la hija del organizador en los baños de la feria. El caso es que alguien avisó al papá y los pillaron, y las quejas llegaron a Santana.
Asiento.
Recuerdo que Santana me lo comentó en su día. Mika prosigue:
—Al final, tras mucho batallar con la organización para que no echaran a López Inc., de la feria, Santana y yo quedamos con ese hombre en que este año estaría yo en el stand controlando a los comerciales. Pero, claro, ahora mis padres han decidido anunciar su boda sorpresa y, cuando les diga que no puedo ir, se lo van a tomar muy mal.
Su agobio se hace extensible a mí. Quiero ayudar Mika, y no sólo porque sea parte de mi trabajo, sino también porque la mujer que tengo desesperada ante mí no se ha quejado de que yo sólo trabaje por las mañanas y encima no viaje. Eso conlleva más faena y viajes para ella, y en ningún momento lo ha mencionado.
Por eso, y aunque soy consciente de que Santana se va a enfadar, propongo:
—¿Qué te parece si hablamos con ese hombre? ¿Cómo se llama?
—Imanol. Imanol Odriozola.
Asiento.
Pienso con rapidez y digo:
—Lo llamaremos y le expondremos que tú no puedes ir y que en tu lugar iré yo. Al fin y al cabo, soy la mujer de l jefaza y eso le puede agradar.
Según digo eso, Mika me mira.
—Tú no puedes viajar. Ésa fue la primera condición que Santana me impuso cuando comenzaste a trabajar. ¡Nada de viajes!
—¡¿Que te lo impuso?!
De pronto veo que se da cuenta de la bomba que ha soltado y, al ver mi cara, rápidamente se dispone a aclarar:
—Bueno, no. Realmente no fue así. Ella me...
—Mika—la corto—No mientas, que conozco a Santana.
Saber eso me subleva.
¿Cómo que Santana se lo impuso?
Ea, ¡se acabó el buen rollito con mi esposa!
¡Adiós viaje a Venecia!
Una cosa es lo que ella y yo hablemos y pactemos en casa y otra muy diferente que la muy atontada imponga condiciones a las personas que trabajan conmigo.
Observo a Mika y compruebo que la pobre está asustada. Sabe que se le ha escapado e, intentando tranquilizarla, digo:
—Sé que me aprecias tanto como yo a ti, pero también sé que mi trabajo de mañanas no es suficiente para ayudarte. No soy tonta, Mika, y sé que, si yo viajara como tú, el trabajo sería más llevadero para ti y...
—Britt, por favor, no te preocupes. Estoy acostumbrada a viajar y...
—Ya sé que estás acostumbrada, porque forma parte de tu empleo, pero lo que me joroba es que mi esposa te impusiera ciertas cosas para que yo trabajara aquí. No, no me hace ni pizca de gracia que lo hiciera.
La cara de Mika es un poema, cuando sentencio:
—Vas a ir a la boda de tus padres porque yo voy a ir a Bilbao como me llamo Brittany Pierce.
Ella me mira con desconcierto y yo sonrío, aunque lo que realmente tengo ganas es de asesinar a una tipa morena llamado Santana López.
Cuando termina mi jornada laboral, llamo por teléfono a Santana a su despacho, pero su secretaria me dice que está en una comida. Una vez cuelgo, recojo los papeles que hay sobre mi mesa y me despido de Mika, que me vuelve a suplicar que cambie de opinión. Yo la tranquilizo, ha de hacerlo.
Salgo a la calle y, tras parar un taxi, regreso a casa.
Cuando llego y abro la verja para entrar, mi loco particular, Susto, intenta salir corriendo.
Pero ¿éste no aprende?
Una vez cierro la verja, Susto y Calamar me dan su gran recibimiento.
¡Festival de aullidos y lametazos como si lleváramos meses sin vernos!
Mientras los besuqueo y me besuquean, agradecida por el cariño que me demuestran, pienso en esos desalmados que son capaces de abandonar o maltratar a los animales. Sin duda, no sólo no tienen cabeza, sino que tampoco tienen corazón ni sentimientos.
Acompañada por ellos dos, llego hasta la puerta de casa y Emma, cuando abre, me dice que los pequeños están aún en casa de mi suegra. Feliz por saber que Maribel los estará malcriando, me siento en la cocina a comer un poquito de jamón con pan y tomate y entonces oigo que Emma dice:
—¿A que no sabes qué soñé anoche?
La miro a la espera de que continúe y ella suelta:
—¡Con la telenovela «Locura esmeralda»! ¿La recuerdas?
Ambas soltamos entonces una carcajada. Recordar la época en que estábamos enganchadas al culebrón de Esmeralda y Luis Alfredo nos hace reír, y terminamos rememorando las escenas que más nos impactaron, como aquel final, en el que los protas y su hijo montados a caballo se difuminan en el horizonte.
Riéndonos estamos por ello cuando suena el teléfono. Emma lo coge y dice:
—Es del instituto de Flyn.
La risa se me corta de cuajo.
¡¿Otro problema?!
Levantándome, cojo el auricular, escucho sin parpadear lo que una mujer me cuenta y, cuando cuelgo, miro a Emma y digo poniéndome la chaqueta:
—Voy al instituto a recoger a Flyn.
—¿Qué ha pasado?
—Se ha peleado con un muchacho.
Emma sacude la cabeza, yo me cago en todos los antepasados de Flyn y, tras dirigirme hacia el garaje, me meto en mi coche y voy a por él.
Veinte minutos después, entro en el instituto y voy derecha a Dirección. Nada más entrar, veo a Flyn y a otro chico. Flyn tiene la ceja y el labio hinchados. El otro muchacho, el labio y el pómulo.
Mi niño me mira, rápidamente voy hacia él, me agacho y, preocupada, susurro tocándole la cara:
—Cariño..., ¿estás bien?
Mi demostración de afecto no le gusta y me aparta las manos con rudeza.
—Flyn... —murmuro.
—Joder... —sisea él.
Entristecida por sus palabras, digo a continuación:
—Flyn, esto tiene que acabar.
Pero el mocoso, a quien está claro que no le importan mis sentimientos, insiste:
—Déjame en paz.
Su desplante me duele, y el hecho de que no me llame «mamá» me parte el alma. Sin poder evitarlo, los ojos se me llenan de lágrimas.
¿Por qué toda su crueldad la lanza contra mí?
De pronto, una voz de hombre que me es conocida dice a mi espalda:
—Flyn López-Pierce, a una mamá ni se le habla ni se la trata de esa manera.
El crío no dice nada.
Miro a Jake, que me observa y, al ver mi expresión y mis ojos llorosos, dice:
—¿Tiene un segundo, señora López-Pierce?
Asiento y, dejándome guiar, entro donde él me indica. Una vez cierra la puerta del pequeño despacho, abre los brazos y yo acepto su abrazo mientras murmura:
—Tranquila... Tranquila...
—No sé por qué me habla así—balbuceo—No sé qué le he hecho.
—Tranquila—insiste él—Los adolescentes en ocasiones son así con las personas a las que quieren. Si lo consultaras con el psicólogo del colegio, te diría eso mismo.
—Pero yo no le he hecho nada, Jake. No sé por qué toda esa agresividad contra mí.
—Brittany, deben llevar a Flyn al psicólogo. Él podría ayudarlo.
Me trago las lágrimas y asiento. Lo último que quiero es montar un numerito de mamá llorona e histérica.
Justo entonces se abre la puerta, nos separamos rápidamente y Jake coge unos papeles que una mujer le entrega mientras me dice:
—Siéntate.
Como una autómata, lo hago y en ese momento la puerta vuelve a abrirse y entra otro hombre con el director del colegio. El hombre es el papá del otro muchacho, y Jake nos explica que se han peleado por una chica. Sin decir el nombre, sé que se trata de Elke.
El otro papá y yo nos miramos. No sabemos qué decir.
¡Malditos niños!
Al menos, no me ha tocado un papá de esos que se creen que su hijo lo hace todo bien. Segundos después, hacen entrar a los muchachos, y tanto su tutor como el director del colegio les echan una buena bronca.
Finalmente, el papá y el chico se marchan junto con el director y, cuando yo hago lo mismo, Jake nos acompaña hasta la puerta.
Los tres caminamos en silencio, pero siento el apoyo moral de Jake, y se lo agradezco. Necesito saber que alguien está a mi lado y entender que no estoy haciendo nada mal.
Cuando llegamos a la puerta del instituto, sin pararse, Flyn sigue hasta mi coche, y Jake, al verlo, murmura:
—Siento lo de la expulsión. Ya te dije en la tutoría que, si volvía a tener otro parte, el instituto lo expulsaría. De todas formas, piensen en lo del psicólogo. Creo que podría hacerle más bien que mal.
Suspiro.
Sé que tiene razón, sólo hay que convencer a la cabezota de mi esposa. Por ello, intentando sonreír, respondo:
—Gracias, Jake.
Una vez digo eso, me despido con una última mirada y voy hacia el coche, donde un larguirucho adolescente de apellido López me espera apoyado con cara de perdonavidas.
¿A quién se parecerá?
Doy al mando del coche y los faros se iluminan. Flyn abre la puerta delantera y se sienta. Dos segundos después, me siento yo y, cuando lo veo saludando con guasa a unos chavales mayores que él, que están sentados en un banco del parque, lo miro y murmuro:
—Pensé que eras más listo. ¿Qué haces peleándote por Elke?
Flyn clava sus ojos en mí, se retira el flequillo de la cara y comienza a toquetear la radio.
Enfadada con su actitud chulesca, siseo:
—Ahora sí que no vas a salir ni a la puerta de la calle. Flyn, ¡te han expulsado!
—Venga ya..., ¡corta el rollo!
Lo mato, es que lo mato.
Y, conteniendo las ganas que tengo de cruzarle la cara, voy a añadir algo más cuando él dice:
—Llévame a mi casa.
Mi sensatez me hace callar, a pesar de las ganas que me entran de preguntarle que si su casa no es la mía.
En silencio conduzco por Múnich y, cuando llegamos a casa y aparco en el garaje, veo cómo Flyn de un manotazo se quita a Calamar de encima.
—¡No vuelvas a tratarlo así! —le chillo.
Él no me hace ni caso. Sigue su camino y desaparece, mientras yo saludo a Susto, que cada día está más repuesto del accidente, y Calamar viene a mí en busca de cariño.
Una vez dejo a mis preciosos perros, entro en la casa y veo que Emma viene caminando hacia mí preocupada.
—Ay, Dios mío, Brittany—dice—¿Has visto lo magullado que viene? Cuando lo vea la señora, se va a alarmar.
Asiento.
Imagino a Santana cuando lo vea pero, quitándole importancia al tema, replico:
—Tranquila. Está bien. Ya sabes que los chiquillos son de hierro.
Acto seguido, oigo unos pasitos corriendo y, al darme la vuelta, veo a mi Santiago que viene hacia mí. Feliz, lo cojo entre mis brazos y, besándolo, murmuro:
—¿Cómo está mi Superman?
El resto de la tarde no veo a Flyn. Se encierra en su habitación y no sale. Consigo mantener a raya mis ganas de llamar a Santana y contarle lo ocurrido. Si lo hago, la disgustaré, y es mejor que hable con él una vez esté en casa.
Sin duda, la noche promete; entre el viaje que pienso hacer a Bilbao para que Mika pueda estar en la boda de sus padres y lo ocurrido con Flyn, cuando llegue Santana, ¡menudo festival!
Hablo con Rachel, le cuento lo ocurrido con el crío y ésta intenta consolarme y, cuando le comento lo de Bilbao, se apresura a decir:
—¿A Santana le parece bien que viajes?
Sin ganas de polemizar, miento:
—Sí. No hay problema.
—Ostras, Britt, que me voy contigo y así aprovecho y voy a ver a mi abuela, que está apenas a doscientos cincuenta kilómetros.
—¿En serio?
—Ya te digo.
—¿Y Quinn?
Al oír eso, Rachel sonríe y añade:
—Un poco de psicología, Britt: le entro a mi rubia diciéndole que le voy a dar la noticia de la boda a mi abuela, ¡y ella tan feliz!
—¿Y Sami y Peter?—insisto.
—Se quedan con su mami Quinn, cielo. Peter es mayor, y Sami se encargará de volverlos locos a los dos.
Encantada, ambas reímos por aquello.
Con lo pequeña que es, sin duda Sami se hará la reina de la casa y tendrá a Quinn y a Peter a sus pies, de eso no me cabe duda. Y, feliz por su compañía, sonrío y afirmo:
—Yo tendría que estar en la feria el jueves por la tarde, todo el viernes y el sábado sólo por la mañana; después lo tengo libre hasta el domingo, que regresaremos.
—Buenos no se hable más: si te vas para Bilbao, ¡me voy contigo, que yo también necesito un poco de relax de chicas! Y el domingo alquilamos un coche y nos vamos a Asturias a ver a mi abuela, ¿te parece?
—Genial.
Tras pasar el resto de la tarde Santiago y Susan en la piscina, cuando Jane se los acaba de llevar para bañarlos, Santana entra en casa. Me da un beso rápido.
¡Joder, ya volvemos a lo de siempre!
Y corre escaleras arriba para ver a los pequeños. Se muere por verlos y, cuando veinte minutos después baja, me mira y pregunta con gesto hosco:
—¿Por qué no me has avisado por lo de Flyn?
Vaya..., ya veo que ha pasado por su habitación a verlo.
Como puedo, le cuento lo ocurrido en el instituto. El gesto de Santana se endurece por segundos.
¿Dónde está la Santana de nuestro maravilloso fin de semana?
Y, cuando acabo de relatarle todo lo del instituto, murmura descolocándome por completo:
—¿Me puedes explicar por qué el tutor de Flyn te ha abrazado?
Eso me pilla por sorpresa.
No me había percatado de que Flyn nos había visto, ni él me había dicho nada. Sin duda, el niño quiere guerra conmigo.
—San...—empiezo a decir—, Flyn me habló mal cuando llegué al instituto, y Jake...
—¡¿Jake?!—gruñe furiosa—¿Tanta confianza tienes con él? ¡Creo que deberías llamarlo señor Alves, ¿no?!
Resoplo y con tranquilidad murmuro:
—Cariño, él...
—Me importa una mierda—me corta—¿Por qué tiene que abrazarte ese tío?
Molesta por su tonto reproche, grito:
—¡Porque necesitaba un abrazo o me iba a derrumbar por el trato de Flyn! ¡Y, aunque te joda, volvería a abrazarlo en un momento así, porque ese tío, como tú lo llamas, no se ha propasado lo más mínimo, sino que sólo intentaba que yo me calmase!
A partir de ese instante se abre la caja de Pandora y, como siempre, no sólo reñimos por lo que nos ha llevado a ello, sino que también salen a relucir otros temas.
Durante más de una hora, Santana y yo discutimos.
Ella me reprocha, yo le reprocho y, cuando ya no puedo más, chillo:
—¡Flyn irá al psicólogo lo quieras o no!—y, sin dejarle responder, prosigo—Y odio que le impusieras a Mika que yo no viajaría. Pero ¿quién te crees que eres?
Santana me mira..., me mira..., me mira.
Su mirada de Icewoman enfurecida me traspasa, y entonces sisea:
—Tu esposa y la dueña de la empresa, ¿te parece poco?
Esa contestación me subleva.
¡Será chula la jodía alemana!
Y, dispuesta a ser tan chula como ella, replico:
—Buenos, al igual que a ti te surgen imprevistos, en esta ocasión me han surgido a mí, y el jueves me iré a la Feria de Bilbao.
—¡¿Qué?! —brama comiéndome con la mirada.
—Lo que has oído. Mika no puede y yo iré en su lugar.
—El trato era que no viajarías.
Sonrío con maldad, con esa maldad que sé que la saca de sus casillas, y luego afirmo:
—Lo sé, pero al igual que en ocasiones tú me prometes regresar pronto a casa y después tienes que irte de viaje a Edimburgo, yo también puedo tener imprevistos, ¿o no?
Santana comienza a soltar por su boca sapos y culebras.
¡Qué mal hablado es cuando se enfada, y luego dice que soy yo!
Se niega a aceptar que yo viaje, pero yo, sin bajarme de la burra, reitero una otra vez:
—Voy a ir, y nada de lo que digas me hará cambiar de parecer.
Mi alemana, furiosa, usa entonces su táctica más sucia y decide sacarme totalmente de mis casillas.
Al final, la puñetera lo consigue y, cuando me recuerda la detención de la policía el día que salí con Rachel, incapaz de entender que sea tan bicho, la miro y grito:
—Pero ¡¿a qué viene ahora que me saques a relucir eso?!
—Porque todavía no hemos hablado de ese día. De cómo desapareciste sin permitirme saber dónde estabas y de cómo terminaron detenidas por la policía.
—Mira, Santana—la corto, cansada de oírlo—¡Vete a la mierda!
Mi rabia, mi gesto y mi voz le hacen saber que ya ha conseguido lo que buscaba.
No le hablo.
Sólo la observo mientras ella se limita a mirarme con su cara de perdonavidas. Y, cuando he respirado y contado hasta doscientos porque hasta cien era poco, siseo:
—¿Sabes, Santana? Lo peor de todo es que tú y yo deberíamos estar hablando sobre Flyn—y, antes de que ella diga nada, añado—Pero, claro, como siempre, el mocoso ya se ha encargado de cambiar la dirección de la discusión, ¿verdad?
Santana no responde.
Sabe que en cierto modo tengo razón y, tras salir del despacho, oigo que llama a Emma y le pide que avise a Flyn para que baje.
Cuando Santana entra en la estancia y se sienta en su silla, no nos hablamos.
Siempre pasa igual.
El niño la pifia, el niño le da la vuelta a la tortilla y, al final, Santana se enfada conmigo.
¿Cuándo va a cambiar eso?
Cinco minutos después, Flyn entra en el despacho, Santana se levanta de su sillón de supermegajefaza y, acercándose a él, le pregunta examinándole el ojo y la boca:
—¿Te duele?
El crío niega con la cabeza y mi esposa se dirige a mí y dice:
—¿Por qué no lo has llevado al hospital?
Incrédula por su pregunta, replico:
—Porque no es grave. Sólo son magulladuras.
—¿Ahora también eres doctora?
Su provocación delante del crío me subleva, me irrita otro poco más, y respondo:
—¿Sabes, Santana? Creo que deberías enfadarte con tu hijo, no conmigo. No soy yo quien se ha pegado con alguien en el instituto, ni tampoco a la que han expulsado.
Mis palabras parecen despertarla y, volviendo la vista hacia el muchacho, que nos observa en silencio, por fin comienza a echarle un buen rapapolvo. Se lo merece, y yo, impasible, me siento, observo y escucho sin moverme.
No tengo nada que decir.
En un momento en que Santana hace un silencio, Flyn me mira y me suelta:
—¿Disfrutas con esto?
Bueno..., bueno..., bueno...
Pero ¿de qué va el mocoso?
Clavo mis ojos en Santana en busca de alguna palabra de apoyo y, al ver que ni se molesta, me levanto, me acerco al niñato y, con toda mi chulería, respondo:
—Ni te lo puedes imaginar.
—Brittany, Flyn, ¡basta ya!—gruñe Santana.
El crío me lanza la fría sonrisa de los López, y yo, que ya más calentita no puedo estar, murmuro:
—¿Sabes, Flyn? El que ríe el último ríe dos veces.
—¡Brittany!—protesta Santana.
Mi nivel de aguante y tolerancia vuelve a estar bajo cero y, como no quiero arrancarles la cabeza a ninguno de aquellos dos, me doy la vuelta, salgo del despacho y me encamino a mi habitación.
Necesito una ducha que me despeje y me enfríe o al final ahí va a arder Troya, aunque estemos en Alemania.
Cuando salgo de la ducha, me encuentro a Santana sentada en la cama. Como siempre, su gesto ya no es el de minutos antes, pero como no me apetece hacer migas con el enemigo, no la miro y ella dice:
—Britt..., ven aquí.
Me hago la sorda, ¡la sueca!, ¡la china!
Y ella, al ver que no pienso hacerle caso, se levanta, camina hacia mí y, cuando va a tocarme, siseo con frialdad:
—Ni se te ocurra tocarme porque es lo último que me apetece. No sé qué narices te pasa o nos pasa últimamente a las dos, pero está visto que algo no va bien, y ya estoy harta de que tú digas «¡ven!» y yo, como una idiota, te obedezca.
—Britt...
—Estoy enfadada, ¡muy enfadada contigo!—siseo rabiosa—Creía que, tras el bonito fin de semana que habíamos pasado en Venecia, nuestro a veces complicado mundo podría ser un poco mejor, pero no, ¡todo sigue igual! Continúas comportándote como una energúmeno conmigo ante cualquier cosa que tenga que ver con Flyn, ¡joder, que lo han expulsado! Y, por supuesto, no respetas que yo, como mujer trabajadora, tome una decisión como la que he tomado de ir a la Feria de Bilbao. Así que ¡no me toques! Y déjame en paz, porque lo último que necesito ahora mismo es a ti.
Al oírme decir eso con tanta dureza, Santana da un paso atrás. Le agradezco el detalle y, una vez me pongo mi vestidito azulón y unos calcetines de andar descalza, ante su atenta, desconcertada y fría mirada, salgo de la habitación con paso raudo y sin mirar atrás.
Cierro la puerta y respiro y, a grandes zancadas, bajo hasta la cocina.
Está oscura.
No hay nadie.
Emma y Will ya están en su casita, y me siento en una silla para compadecerme de mí misma sin encender la luz.
¿Cómo veinticuatro horas antes podíamos estar besándonos apasionadamente y ahora podemos estar así?
¿Por qué el fin de semana parecía entender todo lo que le dije en cuanto al niño y a mi trabajo y, ahora, todo vuelve a ser igual que antes de nuestra charla?
Durante un buen rato miro, observo mi jardín desde la ventana y recuerdo lo bonito que se pone en primavera. Pienso en mi papá. Intento imaginar qué me diría que hiciera en una situación así y resoplo.
Resoplo de frustración.
El resto de la semana, ambas estamos fríos como el hielo.
La pobre Emma nos observa, no dice nada, pero se da cuenta de todo y, con sus ojillos plagados de experiencia, me pide calma..., mucha calma.
Así estamos hasta el jueves por la mañana, que salgo del baño y Santana me está esperando.
Cruzamos una rápida mirada, hasta que ella se vuelve y, al ver mi maleta sobre la cama, dice:
—He llamado a Rach y le he dicho que se pase por casa.
La miro sorprendida.
—¿Por qué?
Con gesto serio, Santana me mira y, tras calibrar sus palabras, indica:
—He cancelado sus vuelos comerciales. Irán directamente a Bilbao en nuestro jet privado. Will las llevará al aeropuerto.
Voy a replicar cuando añade:
—Es una tontería que vayan de aquí a Barcelona para que luego ahí tengan que tomar otro vuelo para Bilbao. Pero, por supuesto puedes protestar—dice clavando la mirada en la mía—Vamos, es lo mínimo que espero de ti.
Durante varios segundos, ambas nos observamos.
Nos retamos.
Llevamos unos diítas malos, muy malos, y decido morderme la lengua aun a riesgo de que me envenene.
En cierto modo me gusta ir en el jet directamente a Bilbao, algo que yo no le he pedido pero que ella ha pensado por mí.
Segundos después, cuando ve que no voy a decir nada, añade:
—Llámame o envíame un mensaje cuando hayan aterrizado en Bilbao.
—Vale —afirmo.
Y, sin más, se da la vuelta y sale de la habitación con paso rápido y decidido dejándome con la boca abierta como una tonta.
Durante varios segundos, no me muevo.
¿Se ha marchado sin darme un simple beso?
La indiferencia de Santana cada día me mata más, pero como no estoy dispuesta a hundirme, termino de vestirme.
Cuando oigo a Rachel, bajo con mi maleta y, tras dar un beso a mis pequeños, nos vamos.
Me marcho sin mirar atrás
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
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FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 39
Capitulo 39
Tras aterrizar en el aeropuerto de Bilbao, Rachel y Brittany no se sorprendieron cuando, al salir por la puerta, un hombre de mediana edad y gesto amable las miró y, dirigiéndose a Brittany, preguntó:
—¿Señora López-Pierce?
Ella asintió, y el hombre le indicó con una encantadora sonrisa al tiempo que le tendía la mano:
—Soy Antxo Sostoa. Su esposa, la señora López-Pierce, llamó a las oficinas para indicar que venían ustedes a la feria y necesitaban un coche que las recogiera y las llevara al hotel Carlton.
Las chicas intercambiaron una mirada.
Como siempre, Santana estaba en todo y, sin dudarlo, se montaron en el vehículo para ir hasta el gran y majestuoso hotel.
En el camino, Rachel llamó por teléfono a Quinn y, mientras hablaba y reía con ella, Brittany simplemente escribió en su teléfono:
Ya estoy en Bilbao.
Poco después, recibió un frío:
Ok
Brittany suspiró y miró por la ventanilla. Odiaba estar a malas con Santana, pero estaba visto que no podía hacer nada. Sólo necesitaba despejarse un poco y disfrutar con Rachel de un fin de semana de chicas.
No pedía más.
Una vez llegaron al precioso hotel y después de que Antxo les indicara que las esperaría en la puerta para llevarlas a la feria, subieron rápidamente a la habitación, dejaron las maletas y bajaron al coche.
No querían perderse nada.
En la feria, Brittany pudo ver que López Inc., tenía un estupendo stand con sus productos. Ahí saludó a varias personas que conocía de cuando trabajaba en Madrid, y éstos se sorprendieron al verla ahí en representación de su esposa.
Poco después, y tras saludar a todos los empleados de López Inc., Rachel se fue a dar una vuelta por la feria y Brittany se preocupó de buscar al director, ya que quería saludarlo.
Mientras daba un paseo por la feria, Rachel de pronto vio una cara conocida y, acercándose, dijo:
—¡¿Amaia?!
La aludida se volvió al oír su nombre y, parpadeando, exclamó:
—Ahí va, la hostia, Rach. Pero, tía, ¿qué haces aquí?
Rápidamente las dos mujeres se abrazaron con gusto y comenzaron a hablar.
Mientras tanto, Brittany había encontrado al director de la feria, el señor Imanol Odriozola, al que se presentó como la mujer de la señora López, la dueña de López Inc.
Tras hablar con él omitiendo el incidente del año anterior, Brittany se encargó de dejarle muy claro lo importante que era para su empresa estar en aquel evento. Aquello le gustó al hombre, y ella enseguida supo que se lo había metido en el bolsillo.
A mediodía, Brittany comió un simple sándwich como el resto de los empleados; había ido ahí a trabajar.
Por la noche, cuando cerraron la feria, el director pasó por el stand de López Inc., y amablemente invitó a Brittany y a Rachel a cenar a un precioso restaurante del Casco Viejo, donde degustaron unos increíbles platos.
Una vez acabada la cena, el hombre, que estaba encantado con el hecho de que la propia esposa de la superjefaza hubiera ido a la feria en representación de su empresa, las acompañó al hotel.
Cuando él se marchó, Brittany le dijo a su amiga:
—Creo que los problemas de López Inc., con el director de la feria se han solucionado de por vida.
Rachel sonrió y, agarrada de su brazo, afirmó:
—Eres una excelente relaciones públicas ¿lo sabías?
Brittany rio, y Rachel añadió:
—Santana te va a comer a besos cuando regreses.
Brittany dibujó una forzada sonrisa en su rostro. No le había contado nada de lo ocurrido a su amiga y, guiñándole el ojo, replicó:
—Seguro que sí. No te quepa la menor duda.
Durante un rato, ambas hablaron sobre la feria, hasta que Rachel dijo:
—¿Sabes? Me he encontrado con una antigua amiga.
—¿Aquí, en Bilbao?
Rachel asintió encantada.
—Fue novieta de un primo mío de Asturias, hasta que lo dejó por atontado. Al parecer, trabaja para no sé qué laboratorio y está en la feria también. Mañana te la presento, ¿vale?
—Vale —dijo su amiga sonriendo.
Al día siguiente, Brittany madrugó para ir a la feria, mientras Rachel se quedaba un rato más en la cama.
Ella iría más tarde.
Durante todo el día, como mujer de la jefaza, Brittany atendió a todo aquel que se acercaba al stand de López Inc. y, cuando Rachel llegó, se encargó de repartir publicidad a los asistentes.
A las ocho, cuando la feria ya cerraba, una joven rubia se acercó a ellas.
—Brittany—dijo Rachel—, Te presento a Amaia.
—Eeepa, ¿qué tal?—soltó la rubia, y tras darle un par de besos a Brittany, añadió—Vaya..., vaya..., conque tu esposa es la todopoderosa dueña de López Inc...
Ella asintió y Amaia, cogiéndolas a las dos del brazo, dijo:
—Vamos..., las llevo de pinchos por Bilbao.
Durante horas rieron, comieron y bebieron. Si algo se hacía bien en Bilbao era comer.
Todo estaba exquisito.
La cocina vasca era una maravilla, y tanto Brittany como Rachel lo disfrutaron de lo lindo.
Esa noche, cuando llegaron a su hotel, Amaia comentó antes de marcharse al suyo:
—Oye, ¿por qué no se vienen conmigo mañana a mi pueblo?
Las chicas la miraron y ella insistió:
—He quedado con mi cuadrilla y unos amigos para ir al pueblo de al lado, Elciego, a disfrutar de un maridaje estelar.
—¿Maridaje estelar?—dijo Rachel riendo—Pero ¿eso qué es?
Amaia soltó una risotada y, con gesto de intriga, cuchicheó:
—Ah, no..., eso no se los digo, así les picará la curiosidad y vendrán.
Rachel y Brittany intercambiaron una mirada, y Amaia insistió:
—Venga, vengan. Se pueden quedar en mi casa de Elvillar a dormir. Ahí hay sitio de sobra.
Brittany sonrió.
Parecía buena idea, y Rachel, al ver el gesto de su amiga, afirmó:
—De acuerdo, ¡nos apuntamos!
Las tres rieron por aquello y Brittany, animada, dijo:
—Vale. Entonces lo mejor será que mañana alquiles un coche y, desde ahí, el domingo por la mañana nos podemos ir a Asturias para ver a tu abuela, ¿te parece?
—¡Perfecto! —asintió Rachel feliz.
Esa noche, cuando Rachel se estaba duchando en el hotel, Brittany llamó a su casa. Emma rápidamente cogió el teléfono y, tras saludarla con cariño, le indicó que los niños estaban bien y durmiendo. Cuando le preguntó si quería hablar con Santana, que estaba en el despacho, en un principio Brittany dudó.
¿Debería hablar con ella?
Sin embargo, la necesidad que sentía de oír su voz era tan grande que al final asintió.
Pasados unos segundos, oyó la ronca voz de Santana:
—Dime, Brittany.
Volvía a llamarla por su nombre completo. Su tono era frío e impersonal e, intentando darle esa calidez que ella necesitaba y Santana le negaba, Brittany la saludó:
—Hola, cariño. ¿Qué tal todo por ahí?
—Bien, ¿y tú?
Brittany suspiró.
Santana no se lo iba a poner fácil, y respondió:
—La feria va estupendamente, el señor Odriozola te manda saludos.
Santana asintió.
Ella misma había hablado aquella tarde con Imanol Odriozola y éste no había parado de decirle una y otra vez lo encantadora que era su mujer y el buen trabajo que estaba haciendo en la feria. Pero Santana no se lo comentó a Brittany.
No quería que se sintiera vigilada y se lo pudiera reprochar.
El silencio se apoderó entonces de la línea telefónica. Estaba claro que la brecha entre ellas era cada vez mayor, por lo que Brittany dijo:
—Mañana, cuando acabe en la feria, Rach y yo iremos con una amiga suya a un pueblo que...
—¿A qué pueblo?
Brittany lo pensó. No recordaba el nombre, y respondió:
—La verdad es que ahora mismo no me acuerdo del nombre...
—¿Cómo puedes ir a un sitio del que no recuerdas el nombre?—gruñó Santana.
Brittany cerró los ojos.
Hablar con Santana no había sido buena idea y, perdiendo parte de su fuerza, murmuró:
—Bueno, lo cierto es que...
—Mira, mejor no continúes—la cortó Santana sin dejarla terminar.
Cansada de su frialdad, Brittany se sentó en la cama.
—San, no me gusta estar contigo así.
—Tú lo has provocado.
Brittany suspiró.
La alemana no se lo ponía fácil.
—San, cuando tú viajas y llamas a casa, por muy molesta que yo esté, procuro ser amable contigo y...
—Si has llamado para discutir, no me apetece. ¿Quieres algo más?
Su insensibilidad le rompió el corazón a Brittany.
¿De verdad no iba a ser ni una pizquita amable?
¿En serio que no la añoraba tanto como ella la añoraba?
Y, sin ganas de prolongar aquello, sacudió la cabeza y murmuró:
—Sólo llamaba para saber cómo estaban. Sólo para eso. Adiós.
Y, sin decir nada más, cortó la comunicación y tiró el teléfono sobre la cama.
Lo que no sabía Brittany era que, a muchos kilómetros de distancia, una mujer llamada Santana López maldecía y se arrepentía por su falta de tacto, pero su maldito orgullo le impedía volver a llamar a la mujer que amaba.
Al salir de la ducha y ver a su amiga con gesto preocupado, Rachel fue hasta ella y le preguntó:
—¿Qué te ocurre?
Brittany, necesitada de hablar, le explicó la verdad.
—Pero ¿por qué no me has contado antes lo que pasaba?—preguntó Rachel mirándola fijamente.
Brittany se retiró el pelo de la cara y suspiró.
—No lo sé. Quizá pensé que, si evitaba hablar de ello, lo olvidaría y las cosas se suavizarían hasta regresar a casa. Pero, después de hablar con Santana, siento que todo va de mal en peor. Ya no es sólo por Flyn, no le puedo echar las culpas sólo a él, sino...
—Britt, mírame—la cortó Rachel cogiéndole las manos—Si hay una relación entre dos personas que yo siempre he considerado buena y verdadera, es la tuya y la de Santana. Sin duda, están pasando por una mala racha. Todas las parejas en un momento dado pasan por ello, pero estoy convencida de que lo superaran. Ya verás como sí.
Brittany sonrió y, meneando la cabeza, respondió:
—Quiero a Santana y sé que ella me quiere a mí, pero últimamente somos incapaces de comunicarnos.
—Y si encima hay un cabroncete de niño a su lado dando infinidad de problemas que les sobrepasan, sin duda la cosa no puede ir a mejor.
Brittany suspiró, y Rachel, tratando de animar a su amiga, añadió:
—Vamos..., ve a darte una ducha. Ya verás como luego te sientes mejor.
Con una triste sonrisa, Brittany se levantó, cogió una toalla limpia y, guiñándole un ojo, desapareció tras la puerta del baño.
Rachel esperó unos segundos y, cuando oyó correr el agua, cogió su teléfono y, tras marcar, dijo, consciente de que la teniente Berry nunca la abandonaría:
—Hola, Santana, soy Rachel. ¿Cómo eres tan rematadamente gilipollas?
—¿Señora López-Pierce?
Ella asintió, y el hombre le indicó con una encantadora sonrisa al tiempo que le tendía la mano:
—Soy Antxo Sostoa. Su esposa, la señora López-Pierce, llamó a las oficinas para indicar que venían ustedes a la feria y necesitaban un coche que las recogiera y las llevara al hotel Carlton.
Las chicas intercambiaron una mirada.
Como siempre, Santana estaba en todo y, sin dudarlo, se montaron en el vehículo para ir hasta el gran y majestuoso hotel.
En el camino, Rachel llamó por teléfono a Quinn y, mientras hablaba y reía con ella, Brittany simplemente escribió en su teléfono:
Ya estoy en Bilbao.
Poco después, recibió un frío:
Ok
Brittany suspiró y miró por la ventanilla. Odiaba estar a malas con Santana, pero estaba visto que no podía hacer nada. Sólo necesitaba despejarse un poco y disfrutar con Rachel de un fin de semana de chicas.
No pedía más.
Una vez llegaron al precioso hotel y después de que Antxo les indicara que las esperaría en la puerta para llevarlas a la feria, subieron rápidamente a la habitación, dejaron las maletas y bajaron al coche.
No querían perderse nada.
En la feria, Brittany pudo ver que López Inc., tenía un estupendo stand con sus productos. Ahí saludó a varias personas que conocía de cuando trabajaba en Madrid, y éstos se sorprendieron al verla ahí en representación de su esposa.
Poco después, y tras saludar a todos los empleados de López Inc., Rachel se fue a dar una vuelta por la feria y Brittany se preocupó de buscar al director, ya que quería saludarlo.
Mientras daba un paseo por la feria, Rachel de pronto vio una cara conocida y, acercándose, dijo:
—¡¿Amaia?!
La aludida se volvió al oír su nombre y, parpadeando, exclamó:
—Ahí va, la hostia, Rach. Pero, tía, ¿qué haces aquí?
Rápidamente las dos mujeres se abrazaron con gusto y comenzaron a hablar.
Mientras tanto, Brittany había encontrado al director de la feria, el señor Imanol Odriozola, al que se presentó como la mujer de la señora López, la dueña de López Inc.
Tras hablar con él omitiendo el incidente del año anterior, Brittany se encargó de dejarle muy claro lo importante que era para su empresa estar en aquel evento. Aquello le gustó al hombre, y ella enseguida supo que se lo había metido en el bolsillo.
A mediodía, Brittany comió un simple sándwich como el resto de los empleados; había ido ahí a trabajar.
Por la noche, cuando cerraron la feria, el director pasó por el stand de López Inc., y amablemente invitó a Brittany y a Rachel a cenar a un precioso restaurante del Casco Viejo, donde degustaron unos increíbles platos.
Una vez acabada la cena, el hombre, que estaba encantado con el hecho de que la propia esposa de la superjefaza hubiera ido a la feria en representación de su empresa, las acompañó al hotel.
Cuando él se marchó, Brittany le dijo a su amiga:
—Creo que los problemas de López Inc., con el director de la feria se han solucionado de por vida.
Rachel sonrió y, agarrada de su brazo, afirmó:
—Eres una excelente relaciones públicas ¿lo sabías?
Brittany rio, y Rachel añadió:
—Santana te va a comer a besos cuando regreses.
Brittany dibujó una forzada sonrisa en su rostro. No le había contado nada de lo ocurrido a su amiga y, guiñándole el ojo, replicó:
—Seguro que sí. No te quepa la menor duda.
Durante un rato, ambas hablaron sobre la feria, hasta que Rachel dijo:
—¿Sabes? Me he encontrado con una antigua amiga.
—¿Aquí, en Bilbao?
Rachel asintió encantada.
—Fue novieta de un primo mío de Asturias, hasta que lo dejó por atontado. Al parecer, trabaja para no sé qué laboratorio y está en la feria también. Mañana te la presento, ¿vale?
—Vale —dijo su amiga sonriendo.
Al día siguiente, Brittany madrugó para ir a la feria, mientras Rachel se quedaba un rato más en la cama.
Ella iría más tarde.
Durante todo el día, como mujer de la jefaza, Brittany atendió a todo aquel que se acercaba al stand de López Inc. y, cuando Rachel llegó, se encargó de repartir publicidad a los asistentes.
A las ocho, cuando la feria ya cerraba, una joven rubia se acercó a ellas.
—Brittany—dijo Rachel—, Te presento a Amaia.
—Eeepa, ¿qué tal?—soltó la rubia, y tras darle un par de besos a Brittany, añadió—Vaya..., vaya..., conque tu esposa es la todopoderosa dueña de López Inc...
Ella asintió y Amaia, cogiéndolas a las dos del brazo, dijo:
—Vamos..., las llevo de pinchos por Bilbao.
Durante horas rieron, comieron y bebieron. Si algo se hacía bien en Bilbao era comer.
Todo estaba exquisito.
La cocina vasca era una maravilla, y tanto Brittany como Rachel lo disfrutaron de lo lindo.
Esa noche, cuando llegaron a su hotel, Amaia comentó antes de marcharse al suyo:
—Oye, ¿por qué no se vienen conmigo mañana a mi pueblo?
Las chicas la miraron y ella insistió:
—He quedado con mi cuadrilla y unos amigos para ir al pueblo de al lado, Elciego, a disfrutar de un maridaje estelar.
—¿Maridaje estelar?—dijo Rachel riendo—Pero ¿eso qué es?
Amaia soltó una risotada y, con gesto de intriga, cuchicheó:
—Ah, no..., eso no se los digo, así les picará la curiosidad y vendrán.
Rachel y Brittany intercambiaron una mirada, y Amaia insistió:
—Venga, vengan. Se pueden quedar en mi casa de Elvillar a dormir. Ahí hay sitio de sobra.
Brittany sonrió.
Parecía buena idea, y Rachel, al ver el gesto de su amiga, afirmó:
—De acuerdo, ¡nos apuntamos!
Las tres rieron por aquello y Brittany, animada, dijo:
—Vale. Entonces lo mejor será que mañana alquiles un coche y, desde ahí, el domingo por la mañana nos podemos ir a Asturias para ver a tu abuela, ¿te parece?
—¡Perfecto! —asintió Rachel feliz.
Esa noche, cuando Rachel se estaba duchando en el hotel, Brittany llamó a su casa. Emma rápidamente cogió el teléfono y, tras saludarla con cariño, le indicó que los niños estaban bien y durmiendo. Cuando le preguntó si quería hablar con Santana, que estaba en el despacho, en un principio Brittany dudó.
¿Debería hablar con ella?
Sin embargo, la necesidad que sentía de oír su voz era tan grande que al final asintió.
Pasados unos segundos, oyó la ronca voz de Santana:
—Dime, Brittany.
Volvía a llamarla por su nombre completo. Su tono era frío e impersonal e, intentando darle esa calidez que ella necesitaba y Santana le negaba, Brittany la saludó:
—Hola, cariño. ¿Qué tal todo por ahí?
—Bien, ¿y tú?
Brittany suspiró.
Santana no se lo iba a poner fácil, y respondió:
—La feria va estupendamente, el señor Odriozola te manda saludos.
Santana asintió.
Ella misma había hablado aquella tarde con Imanol Odriozola y éste no había parado de decirle una y otra vez lo encantadora que era su mujer y el buen trabajo que estaba haciendo en la feria. Pero Santana no se lo comentó a Brittany.
No quería que se sintiera vigilada y se lo pudiera reprochar.
El silencio se apoderó entonces de la línea telefónica. Estaba claro que la brecha entre ellas era cada vez mayor, por lo que Brittany dijo:
—Mañana, cuando acabe en la feria, Rach y yo iremos con una amiga suya a un pueblo que...
—¿A qué pueblo?
Brittany lo pensó. No recordaba el nombre, y respondió:
—La verdad es que ahora mismo no me acuerdo del nombre...
—¿Cómo puedes ir a un sitio del que no recuerdas el nombre?—gruñó Santana.
Brittany cerró los ojos.
Hablar con Santana no había sido buena idea y, perdiendo parte de su fuerza, murmuró:
—Bueno, lo cierto es que...
—Mira, mejor no continúes—la cortó Santana sin dejarla terminar.
Cansada de su frialdad, Brittany se sentó en la cama.
—San, no me gusta estar contigo así.
—Tú lo has provocado.
Brittany suspiró.
La alemana no se lo ponía fácil.
—San, cuando tú viajas y llamas a casa, por muy molesta que yo esté, procuro ser amable contigo y...
—Si has llamado para discutir, no me apetece. ¿Quieres algo más?
Su insensibilidad le rompió el corazón a Brittany.
¿De verdad no iba a ser ni una pizquita amable?
¿En serio que no la añoraba tanto como ella la añoraba?
Y, sin ganas de prolongar aquello, sacudió la cabeza y murmuró:
—Sólo llamaba para saber cómo estaban. Sólo para eso. Adiós.
Y, sin decir nada más, cortó la comunicación y tiró el teléfono sobre la cama.
Lo que no sabía Brittany era que, a muchos kilómetros de distancia, una mujer llamada Santana López maldecía y se arrepentía por su falta de tacto, pero su maldito orgullo le impedía volver a llamar a la mujer que amaba.
Al salir de la ducha y ver a su amiga con gesto preocupado, Rachel fue hasta ella y le preguntó:
—¿Qué te ocurre?
Brittany, necesitada de hablar, le explicó la verdad.
—Pero ¿por qué no me has contado antes lo que pasaba?—preguntó Rachel mirándola fijamente.
Brittany se retiró el pelo de la cara y suspiró.
—No lo sé. Quizá pensé que, si evitaba hablar de ello, lo olvidaría y las cosas se suavizarían hasta regresar a casa. Pero, después de hablar con Santana, siento que todo va de mal en peor. Ya no es sólo por Flyn, no le puedo echar las culpas sólo a él, sino...
—Britt, mírame—la cortó Rachel cogiéndole las manos—Si hay una relación entre dos personas que yo siempre he considerado buena y verdadera, es la tuya y la de Santana. Sin duda, están pasando por una mala racha. Todas las parejas en un momento dado pasan por ello, pero estoy convencida de que lo superaran. Ya verás como sí.
Brittany sonrió y, meneando la cabeza, respondió:
—Quiero a Santana y sé que ella me quiere a mí, pero últimamente somos incapaces de comunicarnos.
—Y si encima hay un cabroncete de niño a su lado dando infinidad de problemas que les sobrepasan, sin duda la cosa no puede ir a mejor.
Brittany suspiró, y Rachel, tratando de animar a su amiga, añadió:
—Vamos..., ve a darte una ducha. Ya verás como luego te sientes mejor.
Con una triste sonrisa, Brittany se levantó, cogió una toalla limpia y, guiñándole un ojo, desapareció tras la puerta del baño.
Rachel esperó unos segundos y, cuando oyó correr el agua, cogió su teléfono y, tras marcar, dijo, consciente de que la teniente Berry nunca la abandonaría:
—Hola, Santana, soy Rachel. ¿Cómo eres tan rematadamente gilipollas?
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
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Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 40
Capitulo 40
Al día siguiente, tras pasar Brittany la mañana trabajando en la feria, Amaia y Rachel la esperaban a la salida con las maletas en un coche de alquiler.
Entre risas y bromas, las tres se dirigieron hacia el pueblo de Amaia, Elvillar de Álava, mientras la joven reía contándoles que ahí había un dicho que decía «Con el vino de Elvillar, beber y callar».
Riéndose estaban por aquello cuando ésta, antes de llegar, tomó un desvío y dijo:
—Las voy a enseñar una cosa que me fascina de mi pueblo.
Rachel y Brittany sonrieron.
Estaban charlando cuando de pronto Amaia paró el coche. Bajaron, y Brittany y Rachel, con unos ojos como platos, señalaron al frente.
—Ostras, qué pasada —murmuró Brittany.
—Pero ¿esto qué es? —preguntó Rachel.
Amaia sonrió.
Era una de las curiosidades del pueblo y, observándolas, dijo con orgullo:
—Es un dolmen o, como dirían los expertos en la materia, un monumento megalítico funerario, aunque aquí se ha llamado de toda la vida la «Chabola de la hechicera».
Boquiabiertas al ver aquello tan antiguo y fuera de lo común, las chicas se acercaron a él, y Brittany preguntó:
—¿Y por qué se le llama así?
Amaia se encogió de hombros y, tocando una de las legendarias piedras, respondió:
—Según me contaba mi abuela, su nombre evoca una leyenda que lo relacionaba con el hogar de una hechicera a la que en la mañana de San Juan se la oía cantar y pregonar.
—Uf..., se me han puesto los pelos como escarpias—se mofó Rachel, enseñándoles el brazo.
Brittany suspiró e, inconscientemente, pensó en Santana. A ella le habría encantado ver y tocar aquello. Le gustaba mucho leer libros sobre esa clase de monumentos megalíticos, y se entristeció al sentir que no podía compartir lo descubierto con ella.
—La Chabola de la Hechicera—prosiguió Amaia—Fue descubierta, si no me equivoco, en 1935 a pesar de ser algo prehistórico, y posteriormente fue restaurada—luego, bajando la voz, cuchicheó—También tengo que decirles que muchos de los que vivimos por los alrededores hemos venido aquí a echar algún polvete que otro sobre las piedras del dolmen.
Las chicas rieron y entonces Amaia añadió:
—Aunque, poniéndonos serias, les diré que es uno de los dólmenes más importantes de Euskadi y el mejor conservado de la zona. Pero si hasta se estudia sobre él en algunas universidades norteamericanas.
—Qué pasada —murmuró Brittany tocando las piedras.
—Venga, tienen que venir para las fiestas en agosto—afirmó Amaia—Se celebra un aquelarre, con una representación con un macho cabrío, cabalgata de brujas, títeres, hacemos una gran queimada, y todo eso se acompaña con la música de la txalaparta y otros instrumentos.
—Qué chulada. Creo que a Quinn le gustaría—afirmó Rachel, tocando las pintorescas piedras.
Al oírla, Amaia se mofó:
—Vaya nombrecito tiene tu churri...
Rachel sonrió divertida y respondió:
—Bueno llámala Quinny, que es como la llama mi abuela.
La carcajada de Amaia y Brittany no se hizo esperar, y la vasca replicó:
—Si es que tu abuela ¡es la hostia! ¡Cuidado con el mokordo!
Rachel y Brittany se miraron.
¿Mokordo?
¿Qué era eso?
Al ver cómo la miraban, Amaia señaló una gran caca de vaca.
—En mi tierra a eso lo llamamos ¡mojón! —contestó Brittany.
—Vaya conversacioncita más chula, ¡¿eh?! —dijo Rachel riendo divertida.
Durante varios minutos, las tres chicas hablaron junto al dolmen de un sinfín de diferencias entre las distintas comunidades autónomas, hasta que la vasca, mirándose el reloj, dijo:
—Creo que es mejor que nos vayamos o al final llegaremos tarde.
Apenada, Brittany miró por última vez aquellas piedras y, tras sacar su móvil, les hizo una foto. Algún día le gustaría tener la oportunidad de enseñársela a Santana.
Sin duda, le gustaría ver aquel lugar.
Veinte minutos después, descargaron las maletas en casa de Amaia. Mientras sacaba su ropa, Brittany vio que Rachel hablaba con Quinn por teléfono. Le encantó oírla reír y bromear con ella. Al menos, a alguien le iba bien en el amor.
Mirándose al espejo, se quitó el vaquero que llevaba y la camisa y se puso una falda hippy negra hasta los pies y una camiseta rosa fuerte. Como no tenía ganas de peinarse, se recogió el pelo en una coleta alta y, probándose la cazadora vaquera para ver cómo quedaba, se miró al espejo, sonrió y murmuró al ver a la Brittany de antaño:
—¡Sí, señor, ésta soy yo!
Una vez las tres muchachas terminaron de vestirse, montaron en el coche de alquiler y se dirigieron a Elciego, un precioso pueblecito que estaba a escasos kilómetros de Elvillar. Ahí se encontraron con la cuadrilla de Amaia y unos amigos de éstos y, tras ser presentadas, todos se encaminaron hacia las Bodegas Valdelana.
Al entrar en aquel increíble sitio, Brittany lo miró con curiosidad. Como diría su papá, el lugar tenía solera e historia.
¡Qué maravilla!
Minutos después, un hombre que reunió al grupo les habló sobre la historia de las bodegas y les hizo una visita guiada.
Cuando acabó la visita, todos montaron en sus vehículos particulares y fueron a la dirección que el guía les había dado. Ahí los aguardaban para continuar con la particular experiencia.
Al llegar al punto indicado los esperaba un amable enólogo, y con él fueron hasta un impresionante lugar llamado el «Balcón de las Variedades», donde continuaron con la visita.
Durante un rato, todos disfrutaron paseando por los viñedos, hasta llegar a un sitio donde había preparadas varias mesas con manteles inmaculadamente blancos y sillas.
—Qué lugar más bonito —murmuró Rachel al verlo, y Brittany asintió.
Los asistentes se sentaron entonces para ver el atardecer.
La puesta de sol ahí era preciosa y, cuando oscureció y aparecieron poco a poco las estrellas, comenzó aquello de lo que Amaia les había hablado. El enólogo les explicó entonces que el maridaje estelar consistía en conjugar cinco copas luminosas, cinco vinos y cinco leyendas de constelaciones.
Escucharon a aquél hablarles de cómo las cinco estrellas llamadas Arturo, Vega, Altair, Polaris y las que configuran la Corona Boreal, además de tener sus increíbles leyendas, habían marcado el mundo de la vid.
A continuación, cuando pusieron ante ellos unas copas de luz, todos sonrieron al oírlo decir:
—Señoras, señores, a partir de este instante, relájense y déjense mimar por el vino, la noche y las estrellas.
Al oír eso, Brittany miró con picardía a su amiga Rachel y cuchicheó:
—Si ves que me paso con el vino, párame, que no es lo mío; ¿de acuerdo?
Rachel asintió y, en confianza, murmuró guiñándole el ojo:
—Lo mismo digo.
Con la ayuda de un programa informático, el enólogo capturó la imagen de aquellas estrellas y las proyectó en una gran pantalla estratégicamente colocada.
Con cada estrella, aquél narraba su leyenda, y Brittany, al terminar de escuchar la historia de Vega y Altair, miró emocionada a su amiga y susurró:
—Qué historia tan bonita y triste a la vez.
Rachel asintió.
—Pobre Vega y pobre Altair. ¡Ofú, qué penita!
Al ver aquello, Rachel le quitó de la mano la copa de vino a su amiga y, mirándola divertida, preguntó:
—Britt, ¿estás bien?
Ella asintió y, recuperando su copa de vino, murmuró para que nadie la oyera:
—Tranquila. Es sólo que añoro a mi cabezona.
Rachel sonrió.
Sin duda, a ella también le había llegado al corazón la triste historia de Altair y Vega y, chocando su copa de luz con la de su amiga, dijo:
—Despeja la mente y, como ha dicho el enólogo, déjate mimar por el vino, la noche y las estrellas y olvídate del resto, incluido la cabezona.
La joven señora López-Pierce asintió. Su amiga tenía razón. Debía disfrutar de aquella increíble experiencia y olvidarse del resto del mundo. Por lo que, prestando atención a la nueva leyenda, se centró en lo que se contaba en referencia a la estrella Arturo. Sin duda, ninguna de aquellas estrellas había tenido una buena vida.
¡Pobrecillas!
Entre risas y bromas, las tres se dirigieron hacia el pueblo de Amaia, Elvillar de Álava, mientras la joven reía contándoles que ahí había un dicho que decía «Con el vino de Elvillar, beber y callar».
Riéndose estaban por aquello cuando ésta, antes de llegar, tomó un desvío y dijo:
—Las voy a enseñar una cosa que me fascina de mi pueblo.
Rachel y Brittany sonrieron.
Estaban charlando cuando de pronto Amaia paró el coche. Bajaron, y Brittany y Rachel, con unos ojos como platos, señalaron al frente.
—Ostras, qué pasada —murmuró Brittany.
—Pero ¿esto qué es? —preguntó Rachel.
Amaia sonrió.
Era una de las curiosidades del pueblo y, observándolas, dijo con orgullo:
—Es un dolmen o, como dirían los expertos en la materia, un monumento megalítico funerario, aunque aquí se ha llamado de toda la vida la «Chabola de la hechicera».
Boquiabiertas al ver aquello tan antiguo y fuera de lo común, las chicas se acercaron a él, y Brittany preguntó:
—¿Y por qué se le llama así?
Amaia se encogió de hombros y, tocando una de las legendarias piedras, respondió:
—Según me contaba mi abuela, su nombre evoca una leyenda que lo relacionaba con el hogar de una hechicera a la que en la mañana de San Juan se la oía cantar y pregonar.
—Uf..., se me han puesto los pelos como escarpias—se mofó Rachel, enseñándoles el brazo.
Brittany suspiró e, inconscientemente, pensó en Santana. A ella le habría encantado ver y tocar aquello. Le gustaba mucho leer libros sobre esa clase de monumentos megalíticos, y se entristeció al sentir que no podía compartir lo descubierto con ella.
—La Chabola de la Hechicera—prosiguió Amaia—Fue descubierta, si no me equivoco, en 1935 a pesar de ser algo prehistórico, y posteriormente fue restaurada—luego, bajando la voz, cuchicheó—También tengo que decirles que muchos de los que vivimos por los alrededores hemos venido aquí a echar algún polvete que otro sobre las piedras del dolmen.
Las chicas rieron y entonces Amaia añadió:
—Aunque, poniéndonos serias, les diré que es uno de los dólmenes más importantes de Euskadi y el mejor conservado de la zona. Pero si hasta se estudia sobre él en algunas universidades norteamericanas.
—Qué pasada —murmuró Brittany tocando las piedras.
—Venga, tienen que venir para las fiestas en agosto—afirmó Amaia—Se celebra un aquelarre, con una representación con un macho cabrío, cabalgata de brujas, títeres, hacemos una gran queimada, y todo eso se acompaña con la música de la txalaparta y otros instrumentos.
—Qué chulada. Creo que a Quinn le gustaría—afirmó Rachel, tocando las pintorescas piedras.
Al oírla, Amaia se mofó:
—Vaya nombrecito tiene tu churri...
Rachel sonrió divertida y respondió:
—Bueno llámala Quinny, que es como la llama mi abuela.
La carcajada de Amaia y Brittany no se hizo esperar, y la vasca replicó:
—Si es que tu abuela ¡es la hostia! ¡Cuidado con el mokordo!
Rachel y Brittany se miraron.
¿Mokordo?
¿Qué era eso?
Al ver cómo la miraban, Amaia señaló una gran caca de vaca.
—En mi tierra a eso lo llamamos ¡mojón! —contestó Brittany.
—Vaya conversacioncita más chula, ¡¿eh?! —dijo Rachel riendo divertida.
Durante varios minutos, las tres chicas hablaron junto al dolmen de un sinfín de diferencias entre las distintas comunidades autónomas, hasta que la vasca, mirándose el reloj, dijo:
—Creo que es mejor que nos vayamos o al final llegaremos tarde.
Apenada, Brittany miró por última vez aquellas piedras y, tras sacar su móvil, les hizo una foto. Algún día le gustaría tener la oportunidad de enseñársela a Santana.
Sin duda, le gustaría ver aquel lugar.
Veinte minutos después, descargaron las maletas en casa de Amaia. Mientras sacaba su ropa, Brittany vio que Rachel hablaba con Quinn por teléfono. Le encantó oírla reír y bromear con ella. Al menos, a alguien le iba bien en el amor.
Mirándose al espejo, se quitó el vaquero que llevaba y la camisa y se puso una falda hippy negra hasta los pies y una camiseta rosa fuerte. Como no tenía ganas de peinarse, se recogió el pelo en una coleta alta y, probándose la cazadora vaquera para ver cómo quedaba, se miró al espejo, sonrió y murmuró al ver a la Brittany de antaño:
—¡Sí, señor, ésta soy yo!
Una vez las tres muchachas terminaron de vestirse, montaron en el coche de alquiler y se dirigieron a Elciego, un precioso pueblecito que estaba a escasos kilómetros de Elvillar. Ahí se encontraron con la cuadrilla de Amaia y unos amigos de éstos y, tras ser presentadas, todos se encaminaron hacia las Bodegas Valdelana.
Al entrar en aquel increíble sitio, Brittany lo miró con curiosidad. Como diría su papá, el lugar tenía solera e historia.
¡Qué maravilla!
Minutos después, un hombre que reunió al grupo les habló sobre la historia de las bodegas y les hizo una visita guiada.
Cuando acabó la visita, todos montaron en sus vehículos particulares y fueron a la dirección que el guía les había dado. Ahí los aguardaban para continuar con la particular experiencia.
Al llegar al punto indicado los esperaba un amable enólogo, y con él fueron hasta un impresionante lugar llamado el «Balcón de las Variedades», donde continuaron con la visita.
Durante un rato, todos disfrutaron paseando por los viñedos, hasta llegar a un sitio donde había preparadas varias mesas con manteles inmaculadamente blancos y sillas.
—Qué lugar más bonito —murmuró Rachel al verlo, y Brittany asintió.
Los asistentes se sentaron entonces para ver el atardecer.
La puesta de sol ahí era preciosa y, cuando oscureció y aparecieron poco a poco las estrellas, comenzó aquello de lo que Amaia les había hablado. El enólogo les explicó entonces que el maridaje estelar consistía en conjugar cinco copas luminosas, cinco vinos y cinco leyendas de constelaciones.
Escucharon a aquél hablarles de cómo las cinco estrellas llamadas Arturo, Vega, Altair, Polaris y las que configuran la Corona Boreal, además de tener sus increíbles leyendas, habían marcado el mundo de la vid.
A continuación, cuando pusieron ante ellos unas copas de luz, todos sonrieron al oírlo decir:
—Señoras, señores, a partir de este instante, relájense y déjense mimar por el vino, la noche y las estrellas.
Al oír eso, Brittany miró con picardía a su amiga Rachel y cuchicheó:
—Si ves que me paso con el vino, párame, que no es lo mío; ¿de acuerdo?
Rachel asintió y, en confianza, murmuró guiñándole el ojo:
—Lo mismo digo.
Con la ayuda de un programa informático, el enólogo capturó la imagen de aquellas estrellas y las proyectó en una gran pantalla estratégicamente colocada.
Con cada estrella, aquél narraba su leyenda, y Brittany, al terminar de escuchar la historia de Vega y Altair, miró emocionada a su amiga y susurró:
—Qué historia tan bonita y triste a la vez.
Rachel asintió.
—Pobre Vega y pobre Altair. ¡Ofú, qué penita!
Al ver aquello, Rachel le quitó de la mano la copa de vino a su amiga y, mirándola divertida, preguntó:
—Britt, ¿estás bien?
Ella asintió y, recuperando su copa de vino, murmuró para que nadie la oyera:
—Tranquila. Es sólo que añoro a mi cabezona.
Rachel sonrió.
Sin duda, a ella también le había llegado al corazón la triste historia de Altair y Vega y, chocando su copa de luz con la de su amiga, dijo:
—Despeja la mente y, como ha dicho el enólogo, déjate mimar por el vino, la noche y las estrellas y olvídate del resto, incluido la cabezona.
La joven señora López-Pierce asintió. Su amiga tenía razón. Debía disfrutar de aquella increíble experiencia y olvidarse del resto del mundo. Por lo que, prestando atención a la nueva leyenda, se centró en lo que se contaba en referencia a la estrella Arturo. Sin duda, ninguna de aquellas estrellas había tenido una buena vida.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
hola gracias por los capitulos que has subido. es muy triste que santana se porte asi, creo que esto llevara a una separacion temporal pero necesaria, santana esta bien desubicada, todo lo contrario a rachel y quinn con Peter. ya lo he mencionado flynn necesita una buena leccion. un reformatorio, creo que britt se ira y se llevara con ella a sus hijos, es que el maltrato de santana ya raya y britt esta mas que cansada. como siempre un gusto leer tu fic. saludos.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
bueno, gracias por el maraton, creo que es tiempo de que brittany agarre a sus crios y se vaya un tiempo donde su papa, total, sera un alivio para el coreano y para santana, no la valoran y debe darse un respiro!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
GRACIAS por el maratón!!
Espero que pase algo que haga recapacitar a Santana, pero por sobre todo a Flyn.
Saludos!
Espero que pase algo que haga recapacitar a Santana, pero por sobre todo a Flyn.
Saludos!
Lizz_sanny* - Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 06/12/2015
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
marthagr81@yahoo.es escribió:hola gracias por los capitulos que has subido. es muy triste que santana se porte asi, creo que esto llevara a una separacion temporal pero necesaria, santana esta bien desubicada, todo lo contrario a rachel y quinn con Peter. ya lo he mencionado flynn necesita una buena leccion. un reformatorio, creo que britt se ira y se llevara con ella a sus hijos, es que el maltrato de santana ya raya y britt esta mas que cansada. como siempre un gusto leer tu fic. saludos.
Hola, de nada, gracias a ti por leer y comentar! Mmm san no esta haciendo bn las cosas... y espera que britt aguante... puro amor! Rachel es lo mejor aquí! ajjaajajajaajj. Flyn es un caso perdido la vrdd ¬¬ Creo que britt debería hacer algo así haber si esos lópez se asustan :@ Eso es bueno jajajajajaaj, espero y siga así jajajja. Saludos =D
micky morales escribió:bueno, gracias por el maraton, creo que es tiempo de que brittany agarre a sus crios y se vaya un tiempo donde su papa, total, sera un alivio para el coreano y para santana, no la valoran y debe darse un respiro!!!!
Hola, de nada, gracias a ti por leer y comentar! si tienes razón, como dije antes quizás así les da un susto a esos lópez y nose britt necesita un respiro de ellos ¬¬ Saludos =D
Lizz_sanny escribió: GRACIAS por el maratón!!
Espero que pase algo que haga recapacitar a Santana, pero por sobre todo a Flyn.
Saludos!
Hola, de nada, gracias a ti por leer y comentar! Y yo la vrdd, esk nose que se creen ¬¬ Mucho amor tiene britt para aguantar tanto. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 41
Capitulo 41
Con una copa de vino en las manos, miro el cielo.
Ha finalizado la increíble experiencia del maridaje estelar y estoy relajada. Hace fresquito, pero la temperatura es tan agradable que da gusto estar sentada al aire libre disfrutando de la tranquilidad en una noche de luna llena en este sitio tan especial.
Nunca me ha gustado el vino, quien me conoce sabe que prefiero una coca-cola con hielo, pero el caldo de esas bodegas me ha enamorado y hasta le he pillado su puntito rico.
Creo que me llevaré varias botellas para Santana. Seguro que ella lo aprecia mucho más que yo y, si me permite, le contaré la experiencia tan increíble que he vivido en el maridaje.
Pienso en mis hijos y sonrío.
Pensar en ellos hace que me sienta feliz, aunque, cuando me acuerdo de Flyn, mi sonrisa se desdibuja. Echo de menos pasar horas con él hablando sobre música o cualquier otra cosa. Pero, bueno, la situación es la que es y, ante eso, poco puedo hacer yo hasta que el niño decida incluirme de nuevo en su vida, si es que lo hace.
También pienso en Santana.
En mi morena y sexy alemana.
¿Qué estará haciendo ahora?
¿Se acordará de mí?
Unas carcajadas me devuelven a la realidad y tengo que reír cuando veo a mi amiga Rachel muerta de risa a dos metros de mí escuchando lo que una chica de la cuadrilla de Amaia cuenta.
—Verdaderamente, el lugar y el vino son maravillosos, pero sé que te mueres por una coca-cola con mucho hielo.
En cuanto oigo eso, mi respiración se corta.
No, no puede ser...
Y, dándome la vuelta, recibo una de las mayores sorpresas de mi vida cuando veo a escasos centímetros de mí, de pie, vestida con un jersey azulón y unos vaqueros, a la mujer que me da o me quita la vida.
Santana está a mi lado y, bloqueda por la sorpresa, consigo murmurar:
—Pero... pero ¿qué haces aquí?
Mi alemana, ampliando su sonrisa y aparecen sus perfectos hoyuelos, al ver mi buena predisposición, se sienta junto a mí en la silla libre que hay a mi derecha y, sin responder a mi pregunta, acerca sus carnosos y cálidos labios a los míos y me chupa primero el superior, después el inferior, y me da un mordisquito. A continuación, la oigo susurrar:
—He venido a ver a mi Britt-Britt y a pedirle disculpas por ser tan gilipollas.
Ay, que me la como.
¡Ay, que me la comoooooooooooooooooo!
Desde luego, cuando quiere sorprenderme, mi gilipollas particular sabe hacerlo muy bien y, cuando me veo capaz de abrir la boca para articular dos palabras seguidas, dice:
—Cariño, hay cosas que me siguen enfadando de todo lo que ha ocurrido y que tendremos que hablar una vez regreses a casa, pero tenías razón en cuanto al hecho de que, siempre que yo estoy de viaje y te llamo por teléfono, tú eres mil veces más agradable que yo, por lo que he venido a solucionarlo.
Encantada con lo que he oído, sonrío.
Esos tontos detalles son los que siempre me han enamorado de Santana.
—¿Y los niños? —pregunto entonces.
—En casa—y, tras echar un vistazo al reloj, afirma—E imagino que durmiendo a estas horas.
Olvidándome de las personas que están a nuestro alrededor, con deseo agarro el cuello de mi morena y la beso. La degusto, la disfruto y, cuando por fin siento que tengo que separarme de ella o la desnudaré ahí mismo, pregunto:
—¿Cómo sabías dónde localizarme?
Con una ponzoñosa sonrisa, mi amor mira en dirección a Rachel, y ella, al ver que la miramos, nos guiña un ojo.
—Tenemos una teniente con muy mala leche que anoche me hizo ver lo burra e idiota que estaba siendo con mi preciosa mujer—explica Santana—, Y una vez colgué, decidí resolverlo. Por eso, esta mañana he hablado con el piloto de nuestro jet y, tras quedar con él, me ha llevado hasta Bilbao. Ahí, tirando de contactos, un amigo que tiene una empresa de helicópteros me ha conseguido un piloto privado que me ha traído hasta aquí y que me llevará de vuelta a Bilbao dentro de tres horas para que regrese a casa antes de que los niños se despierten y sepan que su mamá San ha hecho esta locura por su mami Britt.
Sonrío..., no lo puedo remediar, y entonces murmura:
—Por cierto, ¿sabías que cerca de aquí hay un helipuerto?
Estoy más feliz que una perdiz y, encantada con lo que cuenta, susurro:
—No. Pero con que lo supieras tú, me vale.
Nos comunicamos con la mirada como siempre hemos hecho y, enamorada, paso la mano con delicadeza por ese rostro que tanto amo.
—Te echaba de menos —digo.
Mi morena, porque es mi morena, aunque a veces quiera arrancarle la cabeza, sonríe, se acerca de nuevo a mis labios y replica mimoso:
—Seguro que tanto como yo a ti, mi corazón.
Como dos imanes, nuestros labios se sellan de nuevo.
Oh Dios..., qué placerrrrrrrrrrrrrrr...
Entonces, una tosecita a nuestro lado hace que nos separemos, y Rachel, con gesto divertido, dice:
—Estoy feliz por ustedes, pero la envidia me corroe.
Ambas reímos al oírla, y Santana murmura mirándola:
—Gracias por la llamada y por tus palabras. Me las merecía. En cuanto a Quinn, habría venido, ya lo sabes, pero esta tarde tenía planes con Peter y Russel.
—Lo sé, morena..., y por eso se lo perdono—ríe Rachel.
Feliz por sus palabras, dirijo mi mirada a mi buena amiga y, guiñándole un ojo, digo:
—Gracias.
Rachel ríe meneando la cabeza y replica:
—Que sepas que me ha costado sudor y lágrimas ocultarte que sabía que venía para acá.
De nuevo, ambas sonreímos, y entonces ella, tras sacarse las llaves del coche del bolsillo delantero del pantalón, dice:
—A ver, tortolitas. Son las doce y diez de la noche. Amaia y yo nos quedaremos tomando algo en este pueblo con su cuadrilla. ¿Hasta qué hora estarás, Santana?
Mi alemana, que no suelta mi mano, dice:
—He quedado sobre las tres y media de la madrugada con el piloto. ¿Nos vemos en el helipuerto?
—¡Perfecto!—afirma Rachel.
Santana coge las llaves que ella tiene en la mano, y mi amiga, sin soltarlas, nos mira y añade:
—Disfruten del tiempo que estén juntas y no discutan.
Mi amor y yo sonreímos.
Lo último que queremos es discutir.
—A sus órdenes, teniente—dice Santana levantándose—, No perdamos más tiempo.
—¡Agur!—grita Amaia con una sonrisa.
De la mano y con prisa, mi morena y yo nos disponemos a salir de las increíbles bodegas y, cuando llegamos a la puerta, Santana se para, me observa y pregunta:
—¿Adónde vamos?
Me entra la risa.
Ninguna de las dos sabe adónde ir en ese lugar, pero de pronto se me ocurre algo y, quitándole las llaves de las manos, le guiño un ojo y digo:
—Monta en el coche. Te voy a llevar a un sitio que te va a encantar.
Media hora después, tras perderme por la carretera que va a Elvillar, cuando paro ante la Chabola de la Hechicera, el monumento megalítico, Santana lo contempla sorprendida y susurra al verlo iluminado por la luz de la luna y los faros:
—Qué maravilla.
Fascinada, echo el freno de mano, apago las luces del coche y salimos de él. Al hacerlo, observo que al fondo hay otro vehículo aparcado con las luces apagadas.
Sonrío.
Sin duda, lo que hacen es lo mismo que estoy deseando yo: ¡sexo!
De nuevo vuelvo a mirar a mi alemana, que está flipado ante aquellas piedras.
—Sabía que te iba a gustar —comento satisfecha.
Con felicidad en la mirada, mi morena agarra mi mano, nos acercamos hasta el dolmen y lo tocamos. En silencio, nuestras manos se pasean por aquellas mágicas piedras mientras le explico las curiosidades que Amaia nos ha contado horas antes y Santana me escucha, hasta que su deseo no puede más, me acerca ella y me besa.
Una vez nuestros labios se separan, Santana me mira y dice:
—No sé qué nos está sucediendo últimamente, pero no quiero que siga pasando. Te quiero. Me quieres. ¿Qué nos ocurre?
No respondo.
Me niego a hacerlo, y entonces oigo que dice:
—A partir de este instante, seré yo quien se ocupe de Flyn; irá al psicólogo y...
Resoplo.
Lo que menos me apetece en este momento es hablar de Flyn.
—Creo que es mejor que dejemos ese tema para cuando estemos en casa—replico—, No sea que digamos algo que no nos guste y jorobemos el momento. Tú y yo somos especialistas en ello.
Mi amor asiente.
Hunde los dedos en mi melena oscura, que tanto le gusta, y añade:
—Tienes razón, pero te prometo que...
No la dejo continuar.
Le tapo la boca con la mano y digo:
—No, San. No prometas cosas que luego en el día a día no puedas cumplir. Si lo haces, si me prometes ahora algo y luego lo incumples, te lo echaré en cara, y en este momento no quiero pensar en ello. Ahora no quiero pensar en otra cosa que no seamos tú y yo. No quiero hablar. Sólo quiero que me mimes, que me beses y que hagamos el amor como necesitamos y como nos gusta.
Mi morena asiente, pasea los labios por mi frente, por mi cuello, por mis mejillas y, cuando ya me tiene cardíaca perdida, murmura soltándome la coleta:
—Deseo concedido, Britt-Britt.
A partir de ese instante, sé que tanto ella como yo perderemos la razón. No nos importa quién nos pueda ver en la oscuridad de la noche.
Deseosa de mi esposa, apoyo la espalda en el dolmen y nos besamos hasta que siento cómo sus manos se meten por debajo de mi camiseta y, una vez me saca los pechos del sujetador, los comienza a tocar.
Mi ansiedad crece tan rápidamente como la de ella, mientras disfruto de cómo me pellizca los pezones al tiempo que su lengua explora mi boca en busca de mi propio deseo.
Acabado el beso, con un gesto que me vuelve loca, se pone de rodillas ante mí, me sube la camiseta y, sin dudarlo, yo llevo mis pezones hasta su boca abierta, que los espera.
Jadeo..., el placer es inmenso mientras siento cómo me los aprieta con los labios para después succionarlos y lamerlos. Extasiada, enredo los dedos entre su negro cabello y gimo. Gimo de tal manera que mis propios gemidos me excitan más y más a cada segundo.
Así estamos un buen rato hasta que el aire fresco de la noche hace que tiemble, y mi amor, al darse cuenta, se levanta del suelo y murmura mirándome:
—Te desnudaría para comerte entera, pero hace frío y no quiero que enfermes.
Sonrío ante su preocupación, no lo puedo remediar. Entonces, metiéndome la mano por debajo de la falda, comienza a tocarme los muslos y dice:
—Pero te voy a hacer el amor y...
—Hazlo...—exijo descontrolada desabrochándole los vaqueros.
Divertida por mi urgencia, me mira y sonríe mientras siento que sus manos llegan hasta mis bragas, las toca, me enloquece, y yo, deseosa de enloquecerla también a ella, meto la mano en el interior de sus bragas.
—Oh, Dios...—susurro al sentir su humedad preparada para mí.
—¿Lo quieres, Britt-Britt?
—Sí..., claro que sí...
Santana se mueve y mi mano se mueve con ella cuando, de un tirón, me arranca las bragas.
¡Sí!
Al ver que sonrío dichosa, murmura:
—Rubia..., agárrate a mi cuello y ábrete para recibirme.
Como si fuera una pluma, Santana me carga entre sus brazos. La verdad, en momentos así, es un gustazo tener una esposa así.
¡Me encanta!
Mi loco amor puede hacer eso y me lo hace a mí, sólo a mí.
Estoy mordiéndome el labio inferior cuando le bajo las bragas y acerco sus caderas hasta mi húmeda vagina y, mirándonos con intensidad, Santana se acomoda hasta que nuestros húmedos sexos se tocan lenta y pausadamente mientras dice con voz ronca:
—Cuánto te necesito.
Ambas jadeamos al sentir que nuestros cuerpos están del todo anclados el uno en el otro y, cuando veo que ella tiembla y echa la cabeza hacia atrás, exija:
—Mírame, San..., mírame.
Obedientemente hace lo que le pido y, al ver la locura instalada en sus pupilas, susurro su húmedo sexo rozarse con el mío:
—Te quiero.
Con las manos alrededor de mi cuerpo, Santana me maneja, se mueve lo que puede en mí para que las dos temblemos. Sus caderas se mueven de adelante hacia atrás en busca del placer mutuo, y yo jadeo sabiendo que mis gemidos la excitan más y más.
De pronto, un ruido hace que mi amor se pare. No se aljae de mí, pero observo cómo mira a nuestro alrededor en busca del motivo y, pasados unos segundos, dice sonriendo:
—Hay una pareja escondida observándonos tras el tercer árbol de la derecha. Deben de ser los dueños del coche que hay aparcado más allá.
Con disimulo, miro hacia donde ella dice, veo a aquellos observándonos con morbo y, sonriendo, murmuro mientras echo mis caderas hacia delante:
—Bueno démosles lo que desean ver.
Santana ríe.
A diferencia de otras parejas, a nosotras las miradas indiscretas no nos importan, al revés, nos excitan, y proseguimos con ello.
Con una mano bajo mi trasero, Santana me sujeta, mientras con la otra me protege la espalda para que no me la arañe con la piedra del dolmen. Beso su boca, sus dientes se clavan suavemente en mi labio inferior, y entonces ella comienza a moverse con más fuerza y rapidez, al tiempo que yo jadeo cada vez más alto y pido más y más.
Nuestros ojos, nuestras bocas y todo nuestro ser conectan como siempre. Aquello no es sólo sexo, aquello que nosotras disfrutamos es placer, cariño, respeto, amor, complicidad.
Nuestros cuerpos chocan una y otra vez, mientras Santana me sujeta con fuerza entre sus brazos y el dolmen y, cuando el clímax nos llega de una manera brutal, ambas gritamos y liberamos toda la tensión acumulada en nuestro interior.
Apoyadas en la piedra, respiramos aceleradamente. Lo que acabamos de hacer es vida para nosotras y, mirándonos, comenzamos a reír.
Necesitábamos reír.
Pasados unos segundos, Santana me deja en el suelo y dice divertida:
—Siento haberte roto las bragas.
No puedo remediar soltar una carcajada, y a continuación cuchicheo:
—No lo sientas. No esperaba menos de ti.
Estamos sin poder dejar de sonreír como dos tontas, y entonces abro mi bolso y saco un paquete de Kleenex. Nos limpiamos y, después, guardo los pañuelos hechos un gurruño en el bolsillo de la cazadora.
Más tarde los tiraré a la basura: hay que ser limpia y respetuosa con el medio ambiente.
Estoy acalorada, y me estoy dando aire con la mano cuando me doy cuenta de que la pareja que ha estado observando se mete rápidamente en el coche, arranca y se va. Eso me provoca risa, y cuchicheo al ver que Santana observa cómo el coche se aleja:
—Menos mal que no vivimos aquí, si no, mañana seríamos la comidilla del pueblo.
Ambas reímos y, en cuanto comienzo a recoger mi despeinado pelo en una coleta alta, Santana me para y mirándome dice:
—Me encanta tu melena.
—Lo sé.
—Te quiero, ¿eso lo sabes también?—murmura volviéndome loca—Por mucho que discutamos, nunca lo olvides.
Con una ponzoñosa sonrisa, asiento y respondo guiñándole un ojo:
—Yo te adoro, mi amor.
A las tres y diez nos encaminamos hacia el helipuerto. Santana debe regresar a Bilbao, donde su jet lo llevará de regreso a Múnich.
Una vez llegamos ahí, veo que Amaia y Rachel nos esperan hablando con el piloto del helicóptero. Santana detiene el vehículo, se vuelve hacia mí y dice:
—Tengan cuidado mañana con el coche. Cuando llegues a Asturias, envíame un mensaje para saber que han llegado bien, ¿de acuerdo?
Al oír eso, sonrío.
El instinto protector de Santana aflora de nuevo y, deseosa de que se marche tranquila, afirmo:
—Te lo prometo, cariño..., tendremos cuidado y te enviaré ese mensaje.
Santana me besa.
Me devora la boca y, en el momento en que se separa de mí, cuchichea divertida:
—No te creas que me hace gracia dejarte aquí, y menos aún sin bragas.
Su comentario me arranca una sonrisa mientras bajamos del coche y nos encaminamos cogidas de la mano hacia aquellos tres, que nos miran.
Cinco minutos después, tras varios besos y abrazos cargados de amor, observo cómo el helicóptero se aleja con el amor de mi vida en su interior, y entonces Amaia murmura:
—Niña, qué buen gusto tienes. ¡Menuda tia!
Yo sonrío, y Amaia, que es una cachonda, me mira divertida y pregunta:
—¿Estás segura de que esa pedazo de tía no de vasco? Porque, que yo sepa, sólo en estas tierras hay personas tan impresionantes.
Las tres nos echamos a reír y luego nos vamos a casa de Amaia.
Tenemos que descansar.
Ha finalizado la increíble experiencia del maridaje estelar y estoy relajada. Hace fresquito, pero la temperatura es tan agradable que da gusto estar sentada al aire libre disfrutando de la tranquilidad en una noche de luna llena en este sitio tan especial.
Nunca me ha gustado el vino, quien me conoce sabe que prefiero una coca-cola con hielo, pero el caldo de esas bodegas me ha enamorado y hasta le he pillado su puntito rico.
Creo que me llevaré varias botellas para Santana. Seguro que ella lo aprecia mucho más que yo y, si me permite, le contaré la experiencia tan increíble que he vivido en el maridaje.
Pienso en mis hijos y sonrío.
Pensar en ellos hace que me sienta feliz, aunque, cuando me acuerdo de Flyn, mi sonrisa se desdibuja. Echo de menos pasar horas con él hablando sobre música o cualquier otra cosa. Pero, bueno, la situación es la que es y, ante eso, poco puedo hacer yo hasta que el niño decida incluirme de nuevo en su vida, si es que lo hace.
También pienso en Santana.
En mi morena y sexy alemana.
¿Qué estará haciendo ahora?
¿Se acordará de mí?
Unas carcajadas me devuelven a la realidad y tengo que reír cuando veo a mi amiga Rachel muerta de risa a dos metros de mí escuchando lo que una chica de la cuadrilla de Amaia cuenta.
—Verdaderamente, el lugar y el vino son maravillosos, pero sé que te mueres por una coca-cola con mucho hielo.
En cuanto oigo eso, mi respiración se corta.
No, no puede ser...
Y, dándome la vuelta, recibo una de las mayores sorpresas de mi vida cuando veo a escasos centímetros de mí, de pie, vestida con un jersey azulón y unos vaqueros, a la mujer que me da o me quita la vida.
Santana está a mi lado y, bloqueda por la sorpresa, consigo murmurar:
—Pero... pero ¿qué haces aquí?
Mi alemana, ampliando su sonrisa y aparecen sus perfectos hoyuelos, al ver mi buena predisposición, se sienta junto a mí en la silla libre que hay a mi derecha y, sin responder a mi pregunta, acerca sus carnosos y cálidos labios a los míos y me chupa primero el superior, después el inferior, y me da un mordisquito. A continuación, la oigo susurrar:
—He venido a ver a mi Britt-Britt y a pedirle disculpas por ser tan gilipollas.
Ay, que me la como.
¡Ay, que me la comoooooooooooooooooo!
Desde luego, cuando quiere sorprenderme, mi gilipollas particular sabe hacerlo muy bien y, cuando me veo capaz de abrir la boca para articular dos palabras seguidas, dice:
—Cariño, hay cosas que me siguen enfadando de todo lo que ha ocurrido y que tendremos que hablar una vez regreses a casa, pero tenías razón en cuanto al hecho de que, siempre que yo estoy de viaje y te llamo por teléfono, tú eres mil veces más agradable que yo, por lo que he venido a solucionarlo.
Encantada con lo que he oído, sonrío.
Esos tontos detalles son los que siempre me han enamorado de Santana.
—¿Y los niños? —pregunto entonces.
—En casa—y, tras echar un vistazo al reloj, afirma—E imagino que durmiendo a estas horas.
Olvidándome de las personas que están a nuestro alrededor, con deseo agarro el cuello de mi morena y la beso. La degusto, la disfruto y, cuando por fin siento que tengo que separarme de ella o la desnudaré ahí mismo, pregunto:
—¿Cómo sabías dónde localizarme?
Con una ponzoñosa sonrisa, mi amor mira en dirección a Rachel, y ella, al ver que la miramos, nos guiña un ojo.
—Tenemos una teniente con muy mala leche que anoche me hizo ver lo burra e idiota que estaba siendo con mi preciosa mujer—explica Santana—, Y una vez colgué, decidí resolverlo. Por eso, esta mañana he hablado con el piloto de nuestro jet y, tras quedar con él, me ha llevado hasta Bilbao. Ahí, tirando de contactos, un amigo que tiene una empresa de helicópteros me ha conseguido un piloto privado que me ha traído hasta aquí y que me llevará de vuelta a Bilbao dentro de tres horas para que regrese a casa antes de que los niños se despierten y sepan que su mamá San ha hecho esta locura por su mami Britt.
Sonrío..., no lo puedo remediar, y entonces murmura:
—Por cierto, ¿sabías que cerca de aquí hay un helipuerto?
Estoy más feliz que una perdiz y, encantada con lo que cuenta, susurro:
—No. Pero con que lo supieras tú, me vale.
Nos comunicamos con la mirada como siempre hemos hecho y, enamorada, paso la mano con delicadeza por ese rostro que tanto amo.
—Te echaba de menos —digo.
Mi morena, porque es mi morena, aunque a veces quiera arrancarle la cabeza, sonríe, se acerca de nuevo a mis labios y replica mimoso:
—Seguro que tanto como yo a ti, mi corazón.
Como dos imanes, nuestros labios se sellan de nuevo.
Oh Dios..., qué placerrrrrrrrrrrrrrr...
Entonces, una tosecita a nuestro lado hace que nos separemos, y Rachel, con gesto divertido, dice:
—Estoy feliz por ustedes, pero la envidia me corroe.
Ambas reímos al oírla, y Santana murmura mirándola:
—Gracias por la llamada y por tus palabras. Me las merecía. En cuanto a Quinn, habría venido, ya lo sabes, pero esta tarde tenía planes con Peter y Russel.
—Lo sé, morena..., y por eso se lo perdono—ríe Rachel.
Feliz por sus palabras, dirijo mi mirada a mi buena amiga y, guiñándole un ojo, digo:
—Gracias.
Rachel ríe meneando la cabeza y replica:
—Que sepas que me ha costado sudor y lágrimas ocultarte que sabía que venía para acá.
De nuevo, ambas sonreímos, y entonces ella, tras sacarse las llaves del coche del bolsillo delantero del pantalón, dice:
—A ver, tortolitas. Son las doce y diez de la noche. Amaia y yo nos quedaremos tomando algo en este pueblo con su cuadrilla. ¿Hasta qué hora estarás, Santana?
Mi alemana, que no suelta mi mano, dice:
—He quedado sobre las tres y media de la madrugada con el piloto. ¿Nos vemos en el helipuerto?
—¡Perfecto!—afirma Rachel.
Santana coge las llaves que ella tiene en la mano, y mi amiga, sin soltarlas, nos mira y añade:
—Disfruten del tiempo que estén juntas y no discutan.
Mi amor y yo sonreímos.
Lo último que queremos es discutir.
—A sus órdenes, teniente—dice Santana levantándose—, No perdamos más tiempo.
—¡Agur!—grita Amaia con una sonrisa.
De la mano y con prisa, mi morena y yo nos disponemos a salir de las increíbles bodegas y, cuando llegamos a la puerta, Santana se para, me observa y pregunta:
—¿Adónde vamos?
Me entra la risa.
Ninguna de las dos sabe adónde ir en ese lugar, pero de pronto se me ocurre algo y, quitándole las llaves de las manos, le guiño un ojo y digo:
—Monta en el coche. Te voy a llevar a un sitio que te va a encantar.
Media hora después, tras perderme por la carretera que va a Elvillar, cuando paro ante la Chabola de la Hechicera, el monumento megalítico, Santana lo contempla sorprendida y susurra al verlo iluminado por la luz de la luna y los faros:
—Qué maravilla.
Fascinada, echo el freno de mano, apago las luces del coche y salimos de él. Al hacerlo, observo que al fondo hay otro vehículo aparcado con las luces apagadas.
Sonrío.
Sin duda, lo que hacen es lo mismo que estoy deseando yo: ¡sexo!
De nuevo vuelvo a mirar a mi alemana, que está flipado ante aquellas piedras.
—Sabía que te iba a gustar —comento satisfecha.
Con felicidad en la mirada, mi morena agarra mi mano, nos acercamos hasta el dolmen y lo tocamos. En silencio, nuestras manos se pasean por aquellas mágicas piedras mientras le explico las curiosidades que Amaia nos ha contado horas antes y Santana me escucha, hasta que su deseo no puede más, me acerca ella y me besa.
Una vez nuestros labios se separan, Santana me mira y dice:
—No sé qué nos está sucediendo últimamente, pero no quiero que siga pasando. Te quiero. Me quieres. ¿Qué nos ocurre?
No respondo.
Me niego a hacerlo, y entonces oigo que dice:
—A partir de este instante, seré yo quien se ocupe de Flyn; irá al psicólogo y...
Resoplo.
Lo que menos me apetece en este momento es hablar de Flyn.
—Creo que es mejor que dejemos ese tema para cuando estemos en casa—replico—, No sea que digamos algo que no nos guste y jorobemos el momento. Tú y yo somos especialistas en ello.
Mi amor asiente.
Hunde los dedos en mi melena oscura, que tanto le gusta, y añade:
—Tienes razón, pero te prometo que...
No la dejo continuar.
Le tapo la boca con la mano y digo:
—No, San. No prometas cosas que luego en el día a día no puedas cumplir. Si lo haces, si me prometes ahora algo y luego lo incumples, te lo echaré en cara, y en este momento no quiero pensar en ello. Ahora no quiero pensar en otra cosa que no seamos tú y yo. No quiero hablar. Sólo quiero que me mimes, que me beses y que hagamos el amor como necesitamos y como nos gusta.
Mi morena asiente, pasea los labios por mi frente, por mi cuello, por mis mejillas y, cuando ya me tiene cardíaca perdida, murmura soltándome la coleta:
—Deseo concedido, Britt-Britt.
A partir de ese instante, sé que tanto ella como yo perderemos la razón. No nos importa quién nos pueda ver en la oscuridad de la noche.
Deseosa de mi esposa, apoyo la espalda en el dolmen y nos besamos hasta que siento cómo sus manos se meten por debajo de mi camiseta y, una vez me saca los pechos del sujetador, los comienza a tocar.
Mi ansiedad crece tan rápidamente como la de ella, mientras disfruto de cómo me pellizca los pezones al tiempo que su lengua explora mi boca en busca de mi propio deseo.
Acabado el beso, con un gesto que me vuelve loca, se pone de rodillas ante mí, me sube la camiseta y, sin dudarlo, yo llevo mis pezones hasta su boca abierta, que los espera.
Jadeo..., el placer es inmenso mientras siento cómo me los aprieta con los labios para después succionarlos y lamerlos. Extasiada, enredo los dedos entre su negro cabello y gimo. Gimo de tal manera que mis propios gemidos me excitan más y más a cada segundo.
Así estamos un buen rato hasta que el aire fresco de la noche hace que tiemble, y mi amor, al darse cuenta, se levanta del suelo y murmura mirándome:
—Te desnudaría para comerte entera, pero hace frío y no quiero que enfermes.
Sonrío ante su preocupación, no lo puedo remediar. Entonces, metiéndome la mano por debajo de la falda, comienza a tocarme los muslos y dice:
—Pero te voy a hacer el amor y...
—Hazlo...—exijo descontrolada desabrochándole los vaqueros.
Divertida por mi urgencia, me mira y sonríe mientras siento que sus manos llegan hasta mis bragas, las toca, me enloquece, y yo, deseosa de enloquecerla también a ella, meto la mano en el interior de sus bragas.
—Oh, Dios...—susurro al sentir su humedad preparada para mí.
—¿Lo quieres, Britt-Britt?
—Sí..., claro que sí...
Santana se mueve y mi mano se mueve con ella cuando, de un tirón, me arranca las bragas.
¡Sí!
Al ver que sonrío dichosa, murmura:
—Rubia..., agárrate a mi cuello y ábrete para recibirme.
Como si fuera una pluma, Santana me carga entre sus brazos. La verdad, en momentos así, es un gustazo tener una esposa así.
¡Me encanta!
Mi loco amor puede hacer eso y me lo hace a mí, sólo a mí.
Estoy mordiéndome el labio inferior cuando le bajo las bragas y acerco sus caderas hasta mi húmeda vagina y, mirándonos con intensidad, Santana se acomoda hasta que nuestros húmedos sexos se tocan lenta y pausadamente mientras dice con voz ronca:
—Cuánto te necesito.
Ambas jadeamos al sentir que nuestros cuerpos están del todo anclados el uno en el otro y, cuando veo que ella tiembla y echa la cabeza hacia atrás, exija:
—Mírame, San..., mírame.
Obedientemente hace lo que le pido y, al ver la locura instalada en sus pupilas, susurro su húmedo sexo rozarse con el mío:
—Te quiero.
Con las manos alrededor de mi cuerpo, Santana me maneja, se mueve lo que puede en mí para que las dos temblemos. Sus caderas se mueven de adelante hacia atrás en busca del placer mutuo, y yo jadeo sabiendo que mis gemidos la excitan más y más.
De pronto, un ruido hace que mi amor se pare. No se aljae de mí, pero observo cómo mira a nuestro alrededor en busca del motivo y, pasados unos segundos, dice sonriendo:
—Hay una pareja escondida observándonos tras el tercer árbol de la derecha. Deben de ser los dueños del coche que hay aparcado más allá.
Con disimulo, miro hacia donde ella dice, veo a aquellos observándonos con morbo y, sonriendo, murmuro mientras echo mis caderas hacia delante:
—Bueno démosles lo que desean ver.
Santana ríe.
A diferencia de otras parejas, a nosotras las miradas indiscretas no nos importan, al revés, nos excitan, y proseguimos con ello.
Con una mano bajo mi trasero, Santana me sujeta, mientras con la otra me protege la espalda para que no me la arañe con la piedra del dolmen. Beso su boca, sus dientes se clavan suavemente en mi labio inferior, y entonces ella comienza a moverse con más fuerza y rapidez, al tiempo que yo jadeo cada vez más alto y pido más y más.
Nuestros ojos, nuestras bocas y todo nuestro ser conectan como siempre. Aquello no es sólo sexo, aquello que nosotras disfrutamos es placer, cariño, respeto, amor, complicidad.
Nuestros cuerpos chocan una y otra vez, mientras Santana me sujeta con fuerza entre sus brazos y el dolmen y, cuando el clímax nos llega de una manera brutal, ambas gritamos y liberamos toda la tensión acumulada en nuestro interior.
Apoyadas en la piedra, respiramos aceleradamente. Lo que acabamos de hacer es vida para nosotras y, mirándonos, comenzamos a reír.
Necesitábamos reír.
Pasados unos segundos, Santana me deja en el suelo y dice divertida:
—Siento haberte roto las bragas.
No puedo remediar soltar una carcajada, y a continuación cuchicheo:
—No lo sientas. No esperaba menos de ti.
Estamos sin poder dejar de sonreír como dos tontas, y entonces abro mi bolso y saco un paquete de Kleenex. Nos limpiamos y, después, guardo los pañuelos hechos un gurruño en el bolsillo de la cazadora.
Más tarde los tiraré a la basura: hay que ser limpia y respetuosa con el medio ambiente.
Estoy acalorada, y me estoy dando aire con la mano cuando me doy cuenta de que la pareja que ha estado observando se mete rápidamente en el coche, arranca y se va. Eso me provoca risa, y cuchicheo al ver que Santana observa cómo el coche se aleja:
—Menos mal que no vivimos aquí, si no, mañana seríamos la comidilla del pueblo.
Ambas reímos y, en cuanto comienzo a recoger mi despeinado pelo en una coleta alta, Santana me para y mirándome dice:
—Me encanta tu melena.
—Lo sé.
—Te quiero, ¿eso lo sabes también?—murmura volviéndome loca—Por mucho que discutamos, nunca lo olvides.
Con una ponzoñosa sonrisa, asiento y respondo guiñándole un ojo:
—Yo te adoro, mi amor.
A las tres y diez nos encaminamos hacia el helipuerto. Santana debe regresar a Bilbao, donde su jet lo llevará de regreso a Múnich.
Una vez llegamos ahí, veo que Amaia y Rachel nos esperan hablando con el piloto del helicóptero. Santana detiene el vehículo, se vuelve hacia mí y dice:
—Tengan cuidado mañana con el coche. Cuando llegues a Asturias, envíame un mensaje para saber que han llegado bien, ¿de acuerdo?
Al oír eso, sonrío.
El instinto protector de Santana aflora de nuevo y, deseosa de que se marche tranquila, afirmo:
—Te lo prometo, cariño..., tendremos cuidado y te enviaré ese mensaje.
Santana me besa.
Me devora la boca y, en el momento en que se separa de mí, cuchichea divertida:
—No te creas que me hace gracia dejarte aquí, y menos aún sin bragas.
Su comentario me arranca una sonrisa mientras bajamos del coche y nos encaminamos cogidas de la mano hacia aquellos tres, que nos miran.
Cinco minutos después, tras varios besos y abrazos cargados de amor, observo cómo el helicóptero se aleja con el amor de mi vida en su interior, y entonces Amaia murmura:
—Niña, qué buen gusto tienes. ¡Menuda tia!
Yo sonrío, y Amaia, que es una cachonda, me mira divertida y pregunta:
—¿Estás segura de que esa pedazo de tía no de vasco? Porque, que yo sepa, sólo en estas tierras hay personas tan impresionantes.
Las tres nos echamos a reír y luego nos vamos a casa de Amaia.
Tenemos que descansar.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
bueno en estos momentos con la visita de santana me siento super mas tranquila pues parece que si sigue amando a su britt britt con igual intensidad pero su terquedad la domina, es tiempo de que se arregle todo entre ellas, ahora a ver como van las cosas con el coreano!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
Por lo menos un gesto decente de santana. es lo minimo que podia hacer. vamos a ver como sera cuando tengan su charla en casa.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
micky morales escribió:bueno en estos momentos con la visita de santana me siento super mas tranquila pues parece que si sigue amando a su britt britt con igual intensidad pero su terquedad la domina, es tiempo de que se arregle todo entre ellas, ahora a ver como van las cosas con el coreano!!!!
Hola, jajajaajaj toda la razón, san ama locamente a su britt-britt, pero es tan cabezota, que cree que lo que ella dice esta bn XD Jajajaja un paso a la vez xD ajajajaja. Saludos =D
marthagr81@yahoo.es escribió:Por lo menos un gesto decente de santana. es lo minimo que podia hacer. vamos a ver como sera cuando tengan su charla en casa.
Hola, jajajajaja vamos bn entonces jajajajaajaj. Esperemos y las cosas sigan bn jajajaja. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
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