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Mensaje por micky morales Jue Dic 17, 2015 7:49 pm

vaya esto es una bendicion pero a la vez una complicacion para britt, las cosas si que estan mal entre ellas, a esperar el viaje a jerez!!!!!
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por Lizz_sanny Jue Dic 17, 2015 8:11 pm

Ahh por qué todo se complica.
Espero que San se entere del embarazo, se arreglen y sean muy felices :3
Saludos!
Lizz_sanny
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 3:) Jue Dic 17, 2015 11:05 pm

holap morra,...

hijo si que la agarro con todo y para todos britt,..
bueno ya no ahí nada que esconder,.. a excepción no jajaj
nuevos herederos del clan López-Fabray,...

nos vemos!!!
3:)
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Vie Dic 18, 2015 12:02 am

micky morales escribió:vaya esto es una bendicion pero a la vez una complicacion para britt, las cosas si que estan mal entre ellas, a esperar el viaje a jerez!!!!!


Hola, mmm toda la razón... difícil, no¿? Esperemos y ese viaje solucione todo o al menos aclare algo jajajaj. Saludos =D




Lizz_sanny escribió:Ahh por qué todo se complica.
Espero que San se entere del embarazo,  se arreglen y sean muy felices :3
Saludos!


Hola, nose, nose xD jajajajaja. =O tiene que... vrdd¿? jajaja. Tienen que! vrdd¿? jajaajaj. Saludos =D




3:) escribió:holap morra,...

hijo si que la agarro con todo y para todos britt,..
bueno ya no ahí nada que esconder,.. a excepción no jajaj
nuevos herederos del clan López-Fabray,...

nos vemos!!!


Hola lu, jajajajaaj xD ajjaajjajaajaj. No queda de otra la vrdd xD jajajajajaj. Ai vienen en camino! jajajajaj. Saludos =D


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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 56

Mensaje por 23l1 Vie Dic 18, 2015 12:04 am

Capitulo 56

La semana es para mí una tortura.

Embarazada...

¿Cómo era que si funciono el tratamiento?

No consigo dejar de pensar en ello, pero me convenzo de que no funciono.

No puede ser.

En casa, veo a Santana pasar por delante de mí y saber lo que sé y no compartirlo con ella me duele, a pesar de que soy yo la que no lo comparte.

No sé cómo va a reaccionar y, sobre todo, si realmente estoy embarazada, ¿debo tener este bebé estando como estamos?

Pienso..., pienso..., pienso y, cuando veo a Santiago y a Susan, el corazón se me encoge.

Pensar que en mi vientre, quizá, esté creciendo una nueva vida, como esas dos que delante de mí sonríen y me hacen sonreír, me parte el corazón.



El miércoles, sin poder aguantar un segundo más, me voy a una clínica.

Necesito saber si lo estoy o no para decidir qué hacer.

Me hago un análisis de sangre y otro de orina y cuando, horas después, voy a recoger los resultados y veo ese positivo ¡tan positivo!, creo que me voy a morir.

¿Cómo me puede estar pasando esto?

Ese día, Santana llega pronto del trabajo, intenta estar cerca de mí y de los niños, pero yo, en cuanto puedo, me escabullo y me sumerjo en mi burbujita de dudas con respecto a qué hacer.

¿Debo o no decirle que me sometí a un tratamiento?

¿Debo o no seguir con ese embarazo?


En silencio, mientras paseo con Susto y Calamar por la noche en la urbanización, pienso..., pienso... pienso... Y me doy cuenta de que ya no sólo me encuentro mal por lo que ha pasado con Santana, sino que ahora también me siento mal por lo del bebé y por mi frialdad hacia ella.



Por increíble que parezca, durante la cena, Flyn intenta darnos conversación. Como es lógico, Santana le responde, pero yo me mantengo callada.

Ahora sí que soy un monosabio.

Simplemente ceno y, cuando acabo, me levanto y desaparezco de escena.


Si los López tienen mala leche, los Pierce ¡no nos quedamos cojos!




El jueves, tras un caótico día de trabajo, cuando estoy tirada por la noche en el sofá del salón totalmente apática con Susto y Calamar repanchingados a mi lado, de pronto Santana entra con una sonrisa, me enseña unas pizzas congeladas y anuncia, sin quejarse porque los animalitos estén ahí, a pesar de que no le gusta porque dice que dejan pelos:

—Esta noche hago yo la cena.

Vale..., meter unas pizzas congeladas en el horno no es hacer la cena, pero como no quiero decir algo inapropiado, asiento y respondo sin mucho entusiasmo:

—¡Qué ilusión!

Tras decir eso, continúo viendo la televisión mientras, con el rabillo del ojo, observo cómo Santana me mira parada donde está, me observa, busca una conexión, pero finalmente se da la vuelta y se marcha.


Veinte minutos después, entra de nuevo en el salón y dice al ver que estoy viendo la serie «The Walking Dead»:

—Britt, la pizza ya está lista. ¿Quieres que cenemos aquí o en la cocina?

Estoy por decirle que cenemos aquí. Sé que a ella y a Flyn les horroriza la serie que veo, y sé que cenarían sin rechistar, pero no quiero que la cena les siente mal, por lo que paro la serie y digo:

—En la cocina.

—Bueno entonces, ¡vamos! Flyn ya está ahí esperando.

Me desperezo en el sofá mientras soy consciente de cómo ella me mira a la espera de una sonrisa, pero no.

No voy a sonreír.

La voy a privar de mi sonrisa como ella me priva mil veces de la suya.

¡Que se jorobe y sufra!

Con cariño, beso la cabeza de mis animalillos y les ordeno que me esperen ahí; no tardaré mucho.

Cuando entro en la cocina veo sobre la mesita tres platos, dos coca-colas y una cerveza. Flyn ya está sentado. Me guste o no reconocerlo, en los últimos días la actitud del chaval ha cambiado, incluso Emma me dijo que vuelve a hablarse con Roderick, el vecino.

¿Le habrá visto las orejitas al lobo?

Sin muchas ganas de cenar, me acerco a la mesa y entonces el mocoso con la nariz llena de granos me pregunta:

—¿Quieres hielo para la coca-cola?

Toma yaaaaaaaa...

¿Flyn siendo amable conmigo?

Y, con recochineo, lo miro y pregunto:

—¿Cuánto te ha pagado tu mamá?

—¿Para qué?

Me mira desconcertado.

A mí me entra la risa.

Me siento como Cruella de Vil observando a un dulce cachorrito indefenso y, con chulería, respondo:

—Para que me hables.

Veo que el crío busca la mirada de su querida mamá y, sin un ápice de humanidad hacia ellos, murmuro:

—Son tal para cual.

Santana no dice nada.

Raro en ella, pero ni me reprende, por lo que cojo mi vaso, lo acerco a mi nevera americana y, cuando se llena de hielo, me siento en la silla y abro mi coca-cola.

No los necesito.

Por primera vez en mucho tiempo les estoy demostrando que yo también sé pensar por y para mí. Por primera vez les estoy enseñando que yo también puedo ser egoísta en lo que a mí se refiere y, oye, ¡me gusta!

A través de mis pestañas veo cómo Santana y Flyn se miran incómodos ante mi silencio y siento ganas de sonreír, aunque no lo hago.

¿Dónde quedaron esas cenas nuestras en las que yo hacía tonterías y ellos reían?

Después de dar un trago a mi coca-cola, cojo una porción de pizza y me la como en silencio mientras ellos intentan mantener una animada conversación sobre fútbol. Con curiosidad, los oigo hablar del equipo de mis amores, el Atlético de Madrid, pero yo no entro en el juego.

No quiero ser amable con ellos.

Tras mi segunda porción de pizza y sin mucho apetito, me levanto como una maleducada y, mirándolos, digo:

—Sigan comiendo. Me voy a ver a mis muertos vivientes. Son más interesantes que ustedes.

Y, sin más, salgo de la cocina con mi vaso de coca-cola en la mano.

Ellos no dicen nada.

No sé qué pensarán, pero decir, lo que se dice decir, no dicen nada.


Un rato después, oigo que Santana entra en el salón, se acerca a mí y pregunta:

—¿Vienes a la cama?

Me encantaría decirle que sí.

Nada me gustaría más que abrazarla, besarla y hacerle el amor pero, manteniendo mi fuerza de voluntad intacta, respondo sin mirarla:

—No tengo sueño. Ve tú.

Cuando sale del salón, me siento fatal, pero da igual.

Hago eso porque quiero.

Nadie me obliga, continúo viendo la serie, y reconozco que cada vez que sale Michonne con su katana y corta cabezas a los muertos lo disfruto.

Es lo que yo querría hacer con dos que viven en Chicago.



Esa noche, en cuanto me despierto en el sofá, son las cuatro de la madrugada y, con el cuello roto por la postura, una vez saco a los animalitos al garaje, me voy a la cama.

Necesito descansar.




El viernes, en López Inc., me encuentro con Santana varias veces por la oficina y, siempre que puedo, me hago la distraída para no saludarla, a pesar de que sé que me observa. Sentir cómo me sigue con la mirada me excita y me hace recordar aquellos momentos en López Inc. España, cuando ella me buscaba continuamente y cuando me conquistó.

¡Qué tiempos!

Es mi último día.

Hoy finaliza mi contrato y estoy apenada, aunque en cierto modo quiero alejarme tanto de López Inc., como de su dueña. Creo que me vendrá bien, y más porque me voy a Jerez.

Necesito los mimos de mi papá.


A las ocho, cuando Jane se lleva a los pequeños a la cama para dormir, estoy aburrida y me voy al garaje para mirar mi moto. Al día siguiente quiero salir con ella. Sé que, en mi estado, no es recomendable, pero estoy tan nublada por la indecisión y por todo, que me da igual.

No sé qué voy a hacer con el bebé.

Mientras escucho música en el garaje desde mi móvil, pienso en todo lo que me está ocurriendo y, cuando comienza la canción Aprendiz, de mi adorado Alejandro, los ojos se me llenan de lágrimas y pienso que, si me estoy comportando con esa dureza, es porque Santana me ha enseñado que la indiferencia duele.

Ella ha sido mi maestra en muchas cosas y, ahora, soy yo la que no quiere hablar de amor.

Tan pronto como el tema acaba, vuelvo a ponerlo otra vez más. Necesito escuchar canciones que terminen de marchitarme. Siempre he sido así de masoquista y, cuando ya la he escuchado varias veces, apago la música y rumio en silencio mis penas.

¡Qué desgraciada soy!

De pronto veo que llega el coche de Santana. Con curiosidad, miro el reloj que hay en el garaje y me sorprendo al verlo.

Cada día llega más pronto.

Susto, que es el relaciones públicas de la casa, va a saludarla en cuanto abre la puerta del coche. Durante unos segundos escucho cómo Santana le habla y eso me agrada.

—Hola, cariño—oigo que dice acercándose a mí.

—Hola—respondo.

El silencio toma el garaje de nuevo, y Santana, al ver que no voy a añadir nada más, da media vuelta y se dispone a entrar en la casa. Sin embargo, en vez de eso, se mete en el coche y de pronto comienza a sonar una canción.

No..., no..., ¡que no me haga eso!

Yo sigo agachada, fingiendo que compruebo la presión de las ruedas de la moto, cuando siento que Santana se acerca de nuevo a mí y pregunta:

—Te gusta esta canción, ¿verdad?

No es que me guste, ¡me apasiona!

Ed Sheeran y su Thinking Out Loud.

—Sabes que sí —digo.

Santana, mi morena, cogiéndome del codo, hace que me incorpore.

—¿Bailas conmigo, Britt-Britt?

Ay..., ay..., ay...

¡Que caigo en su influjo!

Y, negando con la cabeza, digo:

—No.

Pero ella, que ya ha conseguido que mis ojos y los suyos conecten, no me suelta e insiste:

—Por favor.

Ay..., madre...

Ay, madreeeeeeeeeeeeee…

¡Que me pierdo!

Y, antes de que pueda decir nada más, mi morena y sexy alemana me acerca a su cuerpo y, rodeándome con los brazos para hacerme sentir chiquitilla, murmura:

—Vamos, cariño, abrázame.

Su cercanía, su olor y el latido de su corazón hacen que cierre los ojos y, cuando siento su boca en mi frente, ya sé que estoy total y completamente perdida ante mi maestra.

En silencio bailamos la canción, mientras Susto y Calamar se sientan a contemplarnos en medio del garaje.

—Te echo de menos, Britt—susurra Santana de pronto—Te echo tanto de menos que creo que me estoy volviendo loca.

Su voz...

Su tierna voz tan cerca de mi oído hace que todas mis terminaciones nerviosas se pongan en alerta e, incapaz de no mimar a la mujer a la que adoro, subo mi sucia mano de grasa hasta su nuca y se la toco.

Al verme tan receptiva, mi amor me aprieta contra su cuerpo.

—Lo siento, Britt-Britt.

La miro..., la miro y la miro.

Cada vez me parezco más a ella en cuanto a miraditas se refiere.

—Pídeme lo que quieras—dice entonces—Y...

No puede decir más.

La puerta del garaje se abre de repente y entra Will. El pobre, al vernos en ese plan, se queda como pegado al suelo con cara de circunstancias.

Santana se apresura a soltarme y, al ver el apuro de ambos, pregunto con normalidad:

—¿Ya te vas a casa?

—Sí. Emma se ha ido hace rato—responde Will sin saber adónde mirar.

Asiento y, como si no pasara nada, paso junto a él y digo saliendo del garaje:

—Entonces, buenas noches, Will.

Cuando, cinco minutos después, Santana entra en la habitación, cruzamos una mirada.

La frialdad ha regresado de nuevo a mí.

Vuelvo a controlar mi mente y mi cuerpo.

La Brittany malota ha vuelto y, tras mirar el anillo que Santana dejó sobre mi mesilla con la esperanza de que me lo volviera a poner, siseo:

—No vuelvas a hacer lo que has hecho o me iré de esta casa.



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Mensaje por micky morales Vie Dic 18, 2015 8:11 am

me sorprende que britt se mantenga pero tiene que ser asi!!! de verdad me da cosita con santana aunque ella se lo busco, la parte realmente mala es que britt no sepa que quiere hacer con el bebe!!!!
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Mensaje por monica.santander Vie Dic 18, 2015 1:33 pm

Bien por Britt que no sea blandita. Pero como en el comentario anterior que feo que no sepa que hacer con el bebé.
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Mensaje por Lizz_sanny Vie Dic 18, 2015 4:29 pm

No puedo dejar de reir cada vez que leo "malota", no me puedo imaginar así a Britt.
Espero que todo mejore.
Saludos!!
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Mensaje por 23l1 Vie Dic 18, 2015 7:15 pm

micky morales escribió:me sorprende que britt se mantenga pero tiene que ser asi!!! de verdad me da cosita con santana aunque ella se lo busco, la parte realmente mala es que britt no sepa que quiere hacer con el bebe!!!!


Hola, jajaja es firme cuando debe, no¿? Y si, san se lo busco, ahora a aguantar noma =O con todo lo que esta pasando y difícil pensar en algo más =/ Saludos =D




monica.santander escribió:Bien por Britt que no sea blandita. Pero como en el comentario anterior que feo que no sepa que hacer con el bebé.


Hola, si! firme cuando se debe! Esperemos y todo lo que haga sea para el bn de la familia =/ Saludos =D




Lizz_sanny escribió:No puedo dejar de reir cada vez que leo "malota", no me puedo imaginar así a Britt.
Espero que todo mejore.
Saludos!!


Hola, jajajaja xq es muy tiernucha¿? jajajajajaj. Esperemos y si! Saludos =D



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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 57

Mensaje por 23l1 Vie Dic 18, 2015 7:17 pm

Capitulo 57

Esa noche, Rachel veía una película de acción tirada en el sofá vestida tan sólo con una camiseta y unas bragas.

La pequeña Sami y Peter dormían, y Leya estaba tumbada a sus pies.

Aburrida, cogió el móvil y vio la hora.

Las diez y veinte.

Quinn había salido de cena con los idiotas del bufete.

Se miró el anillo de compromiso que la rubia le había regalado y resopló. Todavía no le había contado las cosas que aquellos estúpidos le habían dicho. Cada vez que lo intentaba, terminaban discutiendo y, aunque su personalidad era fuerte y combativa, decidió callar.

Se mantendría alejada de ellos y de Louise para que Quinn pudiera cumplir su sueño y asunto concluido.


Una hora después, justo en el momento en que la película acababa, la puerta de la casa sonó e, instantes después, Quinn apareció y la saludó guiñándole un ojo.

—Hola, preciosa.

Rachel sonrió, y la abogada, arrodillándose frente a Rachel, la besó en los labios, después le besó la tripa y, divertida, murmuró:

—Hola, pequeñín. Mami Quinn ya está aquí.

Al ver aquello, Rachel volvió a sonreír.

Desde que Quinn sabía que estaba embarazada no podía estar más cariñosa. Al ver que tenía una mano tras la espalda, preguntó:

—¿Qué escondes?

Quinn se encogió de hombros y, tras sacar la mano, dijo enseñándole una cesta con fresas:

—Para ti, mi amor.

Rachel soltó una risotada al ver aquello y, cuando fue a coger las increíbles fresas, Quinn las retiró y, mirándola con guasa, murmuró:

—Berry, tenemos que hablar.

—Buenoooooooooooo —se mofó Rachel.

—Cariño, el embarazo lo ha cambiado todo—prosiguió Quinn—, Y no podemos esperar a septiembre, por lo que quiero una fecha.

Rachel suspiró y protestó:

—Ya te han dado la tabarra en la cenita...

Al oír eso, Quinn rio y respondió:

—No, amor. Estás equivocada. Esto es sólo algo entre tú y yo.

—Pero vamos a ver—protestó Rachel—, ¿Pretendes que me case contigo siendo una bola?

Dispuesta a conseguir lo que pretendía, la abogada afirmó:

—Te quiero, y simplemente pretendo que te cases conmigo.

Rachel no contestó.

Durante varios segundos se miraron en silencio, hasta que Rachel finalmente resopló y murmuró:

—No vas a parar hasta que te dé una fecha, ¿verdad?

—Verdad—asintió Quinn—Creo que esperar a septiembre ahora ya no es una buena idea. Tenemos la documentación pertinente preparada desde hace meses, un amigo en los juzgados que nos reserva el día que queramos, y yo puedo organizar una preciosa luna de miel para los dos en París. ¿Te imaginas tú y yo caminando por los Campos Elíseos cogidas de la mano?

Rachel sonrió y, a continuación, Quinn musitó:

—Ya he asumido que nunca vas a querer un bodorrio, por lo que estoy dispuesta a casarme contigo por el juzgado y en pantalones vaqueros; ¡hagámoslo!

La exteniente rio.

Sin duda, Quinn no iba a parar hasta conseguir su propósito y, dándose por vencida, y muerta de amor por la mujer que la adoraba y le hacía sus días maravillosos, claudicó:

—El 2 de mayo en el juzgado, pero sólo con la familia y los amigos más íntimos.

—De acuerdo—afirmó Quinn con un hilo de voz.

—Íntimos..., íntimos...—aclaró Rachel.

Al oír eso, la abogada la entendió a la perfección y sonrió.

Apenas faltaban diez días para la fecha; entregándole las fresas a la mujer a la que adoraba, Quinn se sacó del bolsillo de la chaqueta del traje un sobre de chocolate a la taza y declaró:

—Vale, el 2 de mayo y sólo íntimos, ¡acepto! ¿Qué tal si lo vamos celebrando tú y yo?

Divertida, Rachel se mordió el labio con sensualidad y luego, recuperando las fresas, afirmó:

—Ésta es mi Batichica.

Quinn la besó encantada.

Los besos comenzaron a calentarse más y más a cada instante, por lo que Rachel dejó las fresas sobre la mesita, se levantó y corrió hacia el baño de su habitación seguida de Quinn.

No quería despertar a Peter o a Sami, y sabía que ahí no las oirían.

Una vez hubieron cerrado la puerta del baño, Quinn, excitada por la entrega de aquella mujer, le dio la vuelta colocándola de cara a la puerta y murmuró mientras paseaba las manos por la cara interna de sus muslos:

—Voy a castigarte por traviesa.

A Rachel le entró la risa.

Adoraba sus calientes castigos.

Si por ella fuera, estaría castigada día sí, día también por su maravillosa abogada.

Quinn cogió entonces el cinturón de su albornoz y, tras pasarlo por sus muñecas, las unió para después atarlas al colgador de la puerta donde estaban las batas.

Una vez la abogada sintió que la tenía sujeta y sin posibilidad de escapar, le besó la nuca, la coronilla y la espalda mientras Rachel susurraba gozosa:

—Sí..., no pares.

—Cariño..., no le haremos daño al bebé, ¿verdad?

Al oír eso, Rachel soltó una risotada.

—Ningún daño—replicó—Vamos..., no pares.

Los besos subieron de intensidad y Quinn, acercando la boca al oído de Rachel, musitó:

—Estás embarazada. He de tener cuidado.

Acalorada y excitada, Rachel contestó:

—No pares y olvídate ahora del embarazo.

Quinn sonrió.

Con complacencia, su boca siguió bajando, hasta que Rachel la sintió sobre sus glúteos y Quinn, divertida, le dio un mordisco. La exteniente chilló, se retiró y, volviendo el rostro a la derecha, la miró a través del espejo y gruñó:

—¡Serás caníbal!

Quinn sonrió y, sacando su húmeda lengua, la paseó por la cara interna de los muslos de Rachel para hacerla vibrar mientras ella cerraba los ojos extasiada y murmuraba:

—No pares, caníbal..., sigue..., sigue.

Jadeante, la joven abandonó su cuerpo al placer. El calor ya la había tomado y, cuando vio que Quinn se sentaba en el suelo, apoyaba la espalda en la puerta del baño y se metía entre sus piernas, creyó que iba a morir de gusto, y más cuando la oyó decir:

—Veamos qué tenemos por aquí.

Extasiada por no poder mirarla a los ojos por la postura de la rubia, Rachel jadeó acalorada mientras ondulaba las caderas.

—Quinn...

Sin darle un respiro, aquella posó las dos manos en las nalgas de Rachel y exigió bajándole las bragas:

—Eso es..., sí..., sí..., qué preciosidad.

Rachel tembló.

Toda ella temblaba ante lo que escuchaba mientras Quinn le sacaba las bragas por los pies.

Las manos de Quinn le agarraron con fuerza el trasero y, cuando sintió cómo su cálido aliento llegaba a su vagina, tiritó. Su aliento, su roce, su morbosa intención la estaban volviendo loca y, en el momento en que su húmeda lengua la tocó, vibró sin control.

Sin descanso, la abogada comenzó a chuparla con deleite y sus jugos no tardaron en aparecer mientras Quinn proseguía con desesperación y lascivia.

La respiración de Rachel se aceleró como una locomotora y, hundiendo la cara entre los albornoces colgados de la puerta, jadeó, gritó y vibró mientras su amor continuaba su asolamiento y ella se entregaba totalmente a la ojiverde.

El placer que Quinn le ocasionaba era increíble, y el estar atada para ella la incentivaba.

Cuando Rachel creyó que ya no podía más y que iba a explotar, aquella experta amante salió de debajo de sus piernas y murmuró en su oído:

—Míranos en el espejo.

Rachel miró hacia la derecha y sus ojos chocaron mientras ella observaba cómo Quinn, con un morbo y una sensualidad que dejaría a cualquiera fuera de órbita, se quitaba la camisa y ésta terminaba en el suelo. A continuación se abrió lenta y pausadamente el botón del pantalón para después bajarse la cremallera y se los bajo dejando ver su húmedo sexo, se la mostró con descaro y, con gesto serio y morboso, le preguntó:

—¿Estás preparada, traviesa?

La exteniente se movió agitada.

No estaba preparada, ¡estaba preparadísima!

Tan caliente como ella, y sin apartar sus ojos verdes del espejo donde se miraban, Quinn comenzó a pasear sus dedos por las nalgas, los muslos y la vagina de Rachel.

Rachel vibró.

Lo que aquélla rubia le hacía y lo que quería la enloquecían.

Durante varios minutos, el jueguecito de la abogada continuó, hasta que, sin hablar, colocó sus dedos en la más que humedecida abertura de ella y, lentamente, para no dañarla ni a ella ni al bebé, se hundió en su interior.

El gemido de Quinn ante el electrizante contacto no tardó en llegar, mientras Rachel se acoplaba a su amor. Permanecieron inmóviles unos segundos, hasta que Quinn comenzó a mover las caderas y sus dedos muy despacio y luego sus movimientos se fueron acelerando.

Rachel apenas si podía moverse, Quinn no se lo permitía. Sólo podía abrirse para ella y dejar que se hundiera en ella una y otra vez, hasta que un grito de placer pugnó por salir de su boca y, para no ser oída en toda la casa, enterró la cara en los albornoces colgados.

Como la dueña y señora que era de la situación, Quinn sonrió al oírla y murmuró:

—Sí..., así me gusta sentirte.

Rachel, sujeta con el cinturón del albornoz al colgador de la puerta, cogió aire.

No quería que aquello acabara.

Le gustaba sentirse poseída por Quinn y, deseosa de mucho más, durante un buen rato accedió a todos y cada uno de los deseos de la alemana mientras la oía decir con la voz agitada contra su cuello:

—Sí..., córrete para mí.

Rachel sonrió.

Giró la cabeza de nuevo hacia su derecha y, rápidamente, la boca de Quinn la atrapó y sus lenguas se hicieron el amor, mientras sus cuerpos no paraban de acoplarse una y otra vez con gusto y desesperación.

Ninguna quería acabar.

Ninguna quería terminar.

Estaban seguras de que, si estuvieran solas en una isla desierta, vivirían continuamente bajo aquel influjo de placer y satisfacción. El calor inundaba sus cuerpos, ambas sabían que no podían retrasar más el momento, y entonces el clímax las tomó.

Cuando acabaron, ambas jadeaban.

Sus ruidosas respiraciones se oían con fuerza en el baño.

Luego, Quinn la besó en el cuello y murmuró:

—Me vuelves loca, traviesa.

Rachel asintió.

Como pudo, se secó el sudor de la frente en los albornoces que tenía delante y musitó:

—Eres increíble, cariño. Increíble.

Feliz por ese comentario, que subía su autoestima, Quinn terminó de desnudarse. Abrió el cesto de la ropa sucia, tiró ahí sus prendas y, cuando Rachel vio que iba a meterse en la ducha, preguntó:

—¿A qué esperas para desatarme?

Con gesto divertido, la abogada abrió el grifo de la ducha y dijo:

—Estás castigada.

—¡Quinn!

La alemana se metió bajo el chorro de agua.

—Te voy a dejar atada unas horitas por lo que has tardado en darme una fecha de boda.

Boquiabierta, Rachel la miró a través del espejo, achinó los ojos y siseó:

—Ni se te ocurra. ¡Estoy embarazada, Lucy!

Sin contestar, Quinn se dio la vuelta y comenzó a enjabonarse mientras silbaba.

Rachel miró incrédula sus manos atadas al colgador de los albornoces y gruñó:

—¡Suéltame ahora mismo!

Pero, por toda respuesta, Quinn cerró la puerta corredera de la ducha y continuó silbando.

A cada segundo más alucinada, la exteniente trató de desatarse, pero nada.

Quinn había hecho el nudo a conciencia.

La mala leche comenzó entonces a tomar su cuerpo.

¿A qué estaba jugando Quinn?

Instantes después, Rachel oyó cómo el agua de la ducha se cortaba, miró la puerta corredera y, cuando ésta se abrió y Quinn salió empapada y fresquita, y no sudorosa como estaba ella, siseó:

—Te juro por mi abuela que, cuando me sueltes, te vas a tragar las fresas con el chocolate y el 2 de mayo se va a casar contigo ¡tu papá!

—Guauuu, ¡qué interesante! —se mofó Quinn.

La exteniente dio un par de tirones al cinturón que la mantenía sujeta, con la mala suerte de que apretó aún más el nudo. Al verlo, Quinn sonrió y, poniéndose a su lado, cogió la manija de la puerta y dijo:

—Me voy a la cama. Estoy agotada.

—Lucy, ¡suéltame! —chilló Rachel.

Sin atender a razones, Quinn le dio un rápido beso en los labios y, abriendo la puerta, añadió cuando Rachel tuvo que moverse a un lado:

—Buenas noches, mi amor. Esto te pasa por ser tan combativa.

Y, sin más, salió del baño, cerró la puerta y la dejó ahí atada como a un jamón.

Gritar era inútil.

Si lo hacía, despertaría a los niños, y eso era lo último que quería. Pensando estaba en aquello cuando la puerta se abrió de nuevo y Rachel tuvo que moverse.

Quinn apareció y ella pataleó furiosa.

—Me has cabreado y me has cabreado mucho; ¡suéltame!

Quinn sonrió.

La miró con gesto guasón y, tan pronto como finalmente la soltó, al ver que ésta iba a darle un derechazo, la paró y, con voz cargada de erotismo, murmuró:

—Bien..., aquí está la fiera de mi niña.

—¡¿Qué?!

La abogada sonrió, la cogió entre sus brazos, la metió con ella en la ducha y, sin darle opción a decir nada, susurró abriendo el grifo del agua:

—Vamos, fierecilla, hazme tragar las fresas con el chocolate, pero el 2 de mayo, por favor, cásate conmigo.

Sin poder enfadarse con su rubia, Rachel la besó, la empujó, hasta que su cuerpo dio contra la pared de la ducha y le enseñó qué clase de fiera era.

¡Faltaría más!


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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por micky morales Vie Dic 18, 2015 8:06 pm

me encantan rachel y quinn pero ahora estoy mas concentrada en santana y brittany!!!!
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Mensaje por 3:) Vie Dic 18, 2015 10:20 pm

holap,...

britt la esta poniendo interesante al asunto jajajaj
si no se sufre no vale jajajaj,..
lindo método de quinn para conseguir la fecha jajaj

nos vemos!!!
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Sáb Dic 19, 2015 1:25 am

micky morales escribió:me encantan rachel y quinn pero ahora estoy mas concentrada en santana y brittany!!!!


Hola, jajajjaaja si suele pasar eso jajajajaaj. Saludos =D




3:) escribió:holap,...

britt la esta poniendo interesante  al asunto jajajaj
si no se sufre no vale jajajaj,..
lindo método de quinn para conseguir la fecha jajaj

nos vemos!!!


Hola, jajaja tiene que hacerse respetar ahora, no¿? Jajajajjaajja tienes razón ai jajajajaja. Aaa esa quinn jajajjajaja. Saludos =D


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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 58

Mensaje por 23l1 Sáb Dic 19, 2015 1:33 am

Capitulo 58

En la boda de Rachel y Quinn en los juzgados de Múnich hace un día precioso.

Ver a mis buenos amigos tan felices, junto a Sami, que está monísima con su vestidito rosa, y Peter, tan guapo con su traje gris, me hace emocionar más de lo que pensaba.

De Estados Unidos vienen los padres y la hermana de Rachel; de Asturias, su abuela Covadonga, y de Londres, el hermano de Quinn.

Como amigos íntimos estamos nosotros, Toby y Caleb con su familia.

También invitan a mi suegra Maribel y a mi embarazadísima cuñada Kitty con Marley.

Hanna, Emily, Artie y Sugar no han podido venir ante la premura de la boda, pero han prometido que la próxima vez que nos juntemos todos lo celebraremos.

Pobres.

No saben mi situación con Santana, y yo me apeno al pensar que quizá en esa celebración falte yo.

Rachel está preciosa con un bonito vestido blanco. No se ha casado por la Iglesia, eso no va con ella, pero ha querido darle la sorpresa a Quinn al aparecer con un precioso vestido blanco y largo, y el gesto de Quinn al verla me ha enternecido como a una tonta.

Quinn está muy guapa con un vestido blanco, el cual le sienta muy, pero muy bien, decir lo contrario sería mentir.

Mientras observo a esas amigas a las que tanto quiero, sólo deseo que sean terriblemente felices el resto de sus vidas.


Durante la íntima celebración, Santana está a mi lado. Como siempre está impresionante con su vestido oscuro, pero en sus ojos veo la tristeza que siente por el mal momento que estamos pasando.

No nos rozamos.

No nos tocamos, pero disimulamos ante todos.

Es el día de nuestras mejores amigas, y por nada del mundo queremos echárselo a perder.

Tras la íntima celebración en los juzgados, todos nos dirigimos al restaurante de Russel, que lo ha cerrado para la ocasión.

Ahí se celebrará el banquete.

Quinn está radiante y encantada y no para de brindar y de besar a Rachel.

Está feliz, muy feliz, y no puede ocultarlo.

Santana, por su parte, intenta hacerme agradable la celebración haciéndose cargo de los pequeñines y de Flyn para que yo no me sienta agobiada, pero eso es complicado.

Cuando Russel pone música y tenemos que bailar por petición de Maribel una romántica canción, siento que el alma se me cae a los pies.

Flyn, por su parte, me busca con la mirada y me llama «mamá» delante de todos. Siento cómo me mira a la espera de que yo le guiñe un ojo o le sonría, pero sólo me limito a ser cordial, a interpretar un papel y, cuando nadie nos ve, el papel se acabó.

Como digo, todo es difícil.

Tremendamente difícil.

Cada dos por tres toco mi dedo desnudo.

No llevar el anillo que Santana me regaló en el pasado con tanto amor me resulta doloroso, pero lo considero necesario para amoldarme a mi nueva situación.


Estoy bebiéndome una coca-cola cuando Maribel, mi suegra, y Kitty, mi embarazada cuñada, se acercan a mí y la primera cuchichea:

—Qué bien, hija. Veo que Flyn ha vuelto al redil.

Con una candorosa sonrisa, la miro.

¡Si ella supiera...!

Y, disimulando, asiento, pero vuelve a preguntar:

—¿Acabaste ya en López Inc.?

—Sí—afirmo viendo que Santana se coloca a mi lado.

Sin duda, se ha dado cuenta de que necesito refuerzos.

—Vuelvo a estar sin trabajo.

Maribel, que es un amor, sonríe y susurra:

—Tranquila. Mi hija te da todo lo que necesitas, ¿verdad?

Santana y yo nos miramos y, sin cambiar el gesto, sigo sonriendo y asiento:

—Sí. Ella me lo da todo.

—¿Cuándo te vas a Jerez? —pregunta mi cuñada Kitty.

—Dentro de siete días.

Mi suegra asiente, me mira y finalmente dice:

—Dale muchos recuerdos a tu papá de mi parte. Si no fuera porque Kitty está embarazadísima, me iba contigo a la Feria de Jerez.

—Mamá, pero vete y pásalo bien. Todavía queda un mes y medio.

—No, cariño, los bebés son impredecibles, y tú lo eres aún más—murmura Maribel.

—Mamá...—protesta Kitty con cariño.

Maribel y yo nos miramos, y afirmo:

—Le daré recuerdos a mi papá de tu parte. Le hará ilusión.

—Y tú—le reprocha mi suegra a su morena hija—Deberías irte con Britt. Unas vacaciones juntas siempre vienen muy bien a las parejas. ¿Por qué no vas?

Santana me mira.

Se mueve incómoda ante su pregunta y finalmente responde:

—Mamá, no puedo. Me quedo con Flyn. Tiene que estudiar.

—¿Y por qué no se queda conmigo como en otras ocasiones?

—Mamá—insiste Santana—, Es mejor que yo me quede. Créeme.

Mi suegra se vuelve hacia Flyn, que está riendo al fondo de la sala con Peter mientras miran sus móviles, y cuchichea:

—Flyn López-Pierce, qué mal lo estás haciendo este año, hijo de mi vida, ¡qué mal!

Sentirme rodeada por los López me pone nerviosa y, cada vez que siento la mano de Santana agarrándome la cintura, la respiración se me paraliza y me pongo nerviosa.

No, ¡lo siguiente!

En los cinco años que hace que nos conocemos es la primera vez que, estando tan cerca, estamos tan alejadas la una de la otra.

Qué momento más extraño y triste estoy viviendo.

Estoy asfixiada por todo y no veo el instante de llegar a Jerez.

Sé que ahí podré respirar.

Poner tierra entre Santana y yo lo aclarará todo.

En este tiempo, he pensado en lo que pasó, y he llegado a la conclusión de que Santana no tuvo nada que ver en lo que ocurrió; fue engañada por aquellos crápulas.

Pero, a pesar de saber eso, soy incapaz de olvidar.

Cada vez que cierro los ojos, mi mente se inunda con lo que vi y no sé si voy a ser capaz de remontar y olvidar.

De lo que no me puedo olvidar es de que estoy embarazada.

No puedo dejar de pensar en ello en todo el día.

Un nuevo López-Pierce se gesta en mi interior, y soy todavía incapaz de digerirlo y pensar con claridad lo que he de hacer.

No tengo ningún síntoma.

Ni mareos, ni vómitos.

Si mis dos embarazos anteriores no se parecieron en nada, sin duda éste tampoco se va a parecer a los otros dos.

¡Miedito me da!

Yo, por no querer, no quería ni el primero, pero ahora no podría vivir sin ellos y, sin duda, volvería a vivir todo lo que pasé segundo a segundo para que Santiago y Susan estuvieran conmigo y con su morena mamá.

Por extraño que parezca, pensar en mi nuevo bebé me hace sonreír al tiempo que me hace infeliz.

Sin duda, mis hormonas ya están comenzando a revolucionarse, y mis ojos se humedecen más de lo que yo querría.

Pero, bueno, no me voy a agobiar.

Todo lo que me está pasando es mucho para digerirlo sola, pero sé que lo haré.

Yo puedo con todo.

Mi único apoyo es Rachel.

Sin embargo, para ella no está siendo fácil ver cómo todos la felicitan por su embarazo y a mí no me dicen nada. Su mirada me hace saber que sufre por mí, pero yo, guiñándole el ojo, le muestro que estoy bien.

En una de las ocasiones en las que ambas coincidimos en el baño, mi amiga, que está sensiblona con el embarazo y la boda, se mira emocionada el anillo de su dedo y lloriquea.

Como puedo, la consuelo.

Llora de felicidad, y yo, que rápidamente me uno a cualquier lloro, lo hago con ella.

¡Lo que me gusta un drama!

Cuando finalmente las dos conseguimos que nuestros ojos dejen de desbordarse, mirándome al espejo pregunto mientras me retoco el maquillaje:

—¿Cuándo se van a París?

—El viernes. Nos vamos de viernes a viernes. El lunes 18 tenemos que estar de vuelta, ya que Quinn tiene un par de juicios.

—Lo van a pasar genial. Ya verás lo bonito que es París—digo, y sonrío con tristeza al recordar un viaje sorpresa que Santana programó.

Rachel asiente, se retira el flequillo del rostro y, dice:

—Espero que Sami y Peter se porten bien con mis padres los días que nosotras estemos fuera.

—Seguro que sí—replico y, suspirando, murmuro—Siento que justamente me pillen esos días en Jerez, pero...

—No sientas nada y disfruta de la feria, que te lo mereces—contesta ella. Luego, mirándome, pregunta—Britt, ¿no la vas a echar de menos?

Sin que diga el nombre, ambas sabemos de quién habla y afirmo:

—Muchísimo, pero ahora necesito alejarme de ella.

Mi amiga asiente.

Sabe lo dolida que estoy, y me abraza.



Diez minutos después, tras salir del baño, Russel, el papá de Quinn, que está encantado de la vida con aquella celebración, descorcha botellas de champán y, tras llenar las copas, dice orgulloso:

—Brindo por que el matrimonio de mi hija Quinn y Rachel sea muy feliz, por mi nieta Sami, por mi nieto Peter y por el nuevo Fabray-Berry que está en camino.

Todos levantamos las copas y, cuando Rachel va a beber, Quinn se la quita y murmura:

—Amor..., brinda con zumo.

Rachel me mira.

Sabe que yo tampoco debería beber aquello y, sonriendo por ver su gesto, suelto la copa y digo:

—Como buena amiga tuya, me solidarizo y brindo yo también con zumo.

—¿Por qué? —protesta Quinn.

—Tranquila, Britt, ya estoy bebiendo zumo yo también—dice mi cuñada sonriendo abrazada a su esposa Marley.

—Venga, Britt, ¡bebe champán!—insiste el hermano de Quinn, que es un guasón.

Santana me mira.

Hunde los dedos en mi cintura y, sonriendo a su vez, aclara para todos:

—A Britt no le gusta mucho el champán.

Al oír eso, yo también sonrío y, sin darme cuenta, apoyo la cabeza en su pecho. Sin embargo, al ser consciente de lo que estoy haciendo, me separo lentamente de ella y digo:

—Exacto. No me va.

Y, llenando mi copa limpia de zumo de piña, digo levantándola con humor:

—Venga..., brindemos por el bebé de Rach y Quinn.

—Y por el mío—exclama mi cuñada Kitty riendo y tocándose su prominente tripita.

De nuevo todos levantan sus copas, y Rachel, que está frente a mí, añade mientras se le llenan los ojos de lágrimas:

—Y por todos los bebés que vayan a nacer en el mundo.

—Pero, cariño, ¿qué te pasa?—pregunta Quinn al verla tan blandita.

Yo la miro.

Con la mirada vuelvo a insistirle en que estoy bien, cuando Santana, conmovida por eso, dice:

—Buenos que está embarazada y con las hormonas revolucionadas.


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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 59

Mensaje por 23l1 Sáb Dic 19, 2015 1:35 am

Capitulo 59

Dos días después de la boda, los padres de Rachel y la hermana de ésta se marcharon a Asturias para llevar a la abuela.

Covadonga quería regresar a su hogar.

Rachel los acompañó al aeropuerto y, tras recibir mil besos de su abuela, quedó con sus padres en que regresarían al cabo de unos días para que ella y Quinn se fueran de viaje de novias a París.

Aquella tarde, cuando Rachel volvió del aeropuerto, recogió a Sami del colegio y se la llevó directamente al parque para que jugara.

Ensimismada estaba mirando a su hija, mientras pensaba en su luna de miel, que comenzaría dentro de unos días, cuando de pronto Louise apareció a su lado y le dijo:

—Enhorabuena por la boda.

Rachel intentó sonreír y respondió:

—Gracias.

Louise rápidamente se sentó al lado de ella y, tras unos segundos en silencio, declaró:

—Siento todos los problemas que te he ocasionado.

Rachel la miró y se encogió de hombros.

—Tranquila—respondió—Para mi suerte, parece que ya por fin me han dejado en paz.

Desesperada, Louise se tocó la cabeza e insistió:

—Lo... lo hice sin querer. Discutí con Johan y, sin darme cuenta, le comenté lo que tú me habías sugerido y le hice creer que te había contado más cosas de las que en realidad te conté.

—Louise, de verdad, olvídalo—repitió Rachel y, mirándola, aseguró—No pasa nada.

Durante unos segundos, ambas intercambiaron una mirada a los ojos, y luego Louise afirmó llorosa:

—Lo voy a hacer.

—¿Qué vas a hacer?

—Me voy a separar de Johan.

Rachel parpadeó.

¿Lo había oído bien?

Pero, antes de que pudiera abrir la boca, aquélla insistió:

—Se acabó. No puedo seguir viviendo así. Johan ya no es el que era. Ya no me quiere y yo no lo quiero y, si tengo que luchar por Pablo con uñas y dientes, lo haré—luego, tras coger fuerzas, insistió—Y no... no voy a seguir permitiendo que Heidi me domine como hace con el resto de las mujeres. Sé que puedo perder muchas cosas, sé que esa pandilla de buitres va a ir contra mí, pero estoy decidida a presentarles batalla sea como sea. Si quieren jugar sucio, yo también lo haré. Si van a hacerme daño, que se preparen, porque yo también puedo hacerles pupa.

Y, clavando sus ojos en Rachel, que estaba boquiabierta por lo que oía, preguntó:

—¿Crees que Quinn querrá asesorarme sobre qué tengo que hacer?

La recién estrenada señora Fabray-Berry, alucinada por la fuerza que de pronto veía en Louise y convencida de que Quinn la podría asesorar sobre lo que necesitaba, afirmó:

—Por supuesto, Louise. Por supuesto.

La aludida, al sentir su apoyo, se tapó la cara con las manos y comenzó a llorar aliviada.



Esa tarde, tras dejar a los niños en casa con Bea, cuando Rachel entró en el despacho de Quinn con Louise, la abogada las miró.

¿Qué hacía aquélla ahí?

Pero, instantes después, empatizó con ella y la escuchó.




Al día siguiente, tras pasar la mañana con Brittany para intentar levantarle el ánimo, a la hora de la salida del colegio, Rachel esperaba a Sami junto a Bea. Tenían un cumpleaños en un parque de bolas, y Rachel las iba a llevar, cuando recibió un mensaje en el móvil de Quinn, que decía:



Ven a casa ¡ya!



Sorprendida por la urgencia, Rachel le indicó a Bea dónde era el cumpleaños y, tras darle un beso a su pequeña, se encaminó hacia su casa.



Al entrar en la cocina, Leya, la perra, corrió hacia ella y ésta la saludó encantada. En ese instante, Quinn entró por la puerta, la miró y dijo:

—Oficialmente he dejado de ser la candidata idónea para el bufete, y ¿sabes por qué?—cuando Rachel no respondió, Quinn prosiguió—Por la sencilla razón de que tu amiguita Louise vino ayer al despacho y, al parecer, eso ha llegado a oídos de Gilbert Heine.

Retirándose el flequillo de la cara, Rachel quiso preguntar si aquel mafioso de la abogacía las vigilaba pero, omitiéndolo, se centró en la mujer a la que amaba y murmuró:

—Lo siento. Lo siento, cariño.

Sin mucha efusividad, Quinn asintió, y Rachel, al ver que olía a alcohol, dijo:

—Cariño, ellos se lo pierden. Eres una fantástica abogada y...

—Y no lo he conseguido. Ésa es la realidad.

Rachel fue a abrazarla.

Sentía en el alma que su sueño se hubiera evaporado, y al ver que Quinn se apartaba de su lado, frunció el ceño.

—¿Qué pasa, Berry?—preguntó Quinn al ver su expresión—¿Por qué pones esa cara? ¿Acaso has ayudado para que lo consiguiera o, por el contrario, te has esforzado por echarlo todo a perder?

—Quinn..., no...

—¿No qué? ¿De verdad no sabías lo importante que era eso para mí? Pero, claro, Catwoman es incapaz de entender que unas nos esforzamos por conseguir las cosas, mientras otras con llamar a mamaíta consiguen lo que se les antoja.

Sus palabras no sólo le tocaron el corazón a Rachel, que, anclando los pies en el suelo, siseó:

—Quinn..., te estás pasando. Entiendo tu decepción y las copas que te has tomado de más, pero...

—¡Cállate!—gritó Quinn descolocándola.

—¡Cállate tú!

Pero ¿qué le ocurría?, pensó Rachel.

Y, enfadada por su terrible comportamiento, le soltó:

—Mira, pedazo de burra, antes de que sigas diciendo cosas absurdas porque has bebido de más, déjame decirte que yo no tengo la culpa de que esos frikis casposos sean unos mierdas y te rechazaran.

Y, omitiendo lo que Gilbert Heine le había dicho para no liarla más, gritó:

—¡Y que te quede muy claro que pienso que lo mejor que te ha podido pasar es que no te aceptaran! Eres una abogada increíble, la mejor que he conocido en mi vida, y no necesitas de otros para que tu bufete sea maravilloso. Tú eres mil veces mejor profesional que esos mafiosos de la abogacía, y ahora lo que tienes que hacer es enseñárselo, no emborracharte para lamentarte porque ellos te hayan rechazado.

—No me ensalces. No necesito que digas cosas buenas de mí después de la poca ayuda que he tenido por tu parte. Ahora no, maldita sea.

Rachel resopló y, a continuación, siseó de nuevo:

—Mide tus palabras o vas a tener muchos problemas conmigo.

Al oír eso y ver a Rachel con los puños cerrados, Quinn se disponía a responder cuando Peter entró en la cocina y preguntó:

—¿Qué les pasa?

La abogada miró al muchacho y gritó:

—Estoy hablando con mi mujer; ¡fuera de aquí!

—¡Quinn! —exclamó Rachel al oírla.

Peter, posicionándose junto a Rachel, siseó enfadado:

—No hablas, chillas.

Por primera vez desde que Peter había llegado a aquella casa, la tensión se palpó en el ambiente.

Rachel se acercó entonces a su esposa e, intentando entenderla, murmuró:

—Cariño, has bebido de más y es mejor que hablemos de esto en otro momento.

De pronto Leya entró en la cocina con unos papeles de colorines rotos en la boca, y Quinn, al verla, advirtió mirando al chaval:

—Por tu bien, espero que eso no sea lo que creo.

Sin mirar atrás, la abogada caminó hacia el salón, seguido por Rachel y Peter y, al entrar y ver varios de sus cómics hechos añicos a su alrededor, vociferó:

—¡No me lo puedo creer!

El muchacho, que acababa de dejar los cómics para ir a ver qué pasaba en la cocina, se quedó blanco cuando Quinn, furiosa y fuera de sí, gritó mirándolo:

—¡Te dije que los cuidaras! ¡Fue el único requisito que te puse!

Parpadeando al ver los cómics destrozados, Peter miró a la perra, después clavó sus ojos en Rachel, que lo observaba con gesto apenado, y, cuando clavó sus ojos en Quinn, sólo pudo decir:

—Lo siento... Yo... yo... lo siento...

Furiosa, la abogada siseó tocándose su cabello rubio:

—Claro que lo sientes, ¿cómo no vas a sentirlo? Maldito crío y maldita perra.

Recogiendo los cómics destrozados con voz temblorosa, Peter murmuró:

—Yo... yo... los buscaré y te los reemplazaré. Lo siento..., yo... yo...

—Oh, ¡cállate! —bufó Quinn.

—Tranquila, cielo..., tranquila—susurró Rachel al ver cómo los ojos del muchacho se llenaban de lágrimas en décimas de segundo.

Pero ¿qué estaba haciendo Quinn?

—¡Quiero que esa maldita perra se vaya ahora mismo de esta casa!—bramó la abogada.

—¡Lucy!—gritó Rachel—Pero ¿qué dices?

El muchacho rápidamente se colocó junto a su perra cuando Quinn volvió a gritar:

—¡He dicho que quiero a ese chucho fuera de mi casa!

Bloqueado, Peter miró a Rachel en busca de ayuda. Ella, con la mirada, le pidió que no se moviera mientras se volvía hacia su esposa y decía:

—El animalito no sabía lo que hacía. Haz el favor de comportarte como la adulta que eres y no como una idiota a la que se le ha roto un puñetero juguetito.

Furiosa con todo, Quinn miró a Rachel y dijo:

—¿Idiota? ¿Friki? ¿Borracha? ¿Qué más me vas a llamar hoy?

Rachel, ofuscada, se acercó a Quinn y siseó al ver que el crío salía del salón con la perra:

—Mira, Quinn, por llamarte te puedo llamar mil cosas, y te aseguro que ninguna te va a gustar.

Con el rostro ensombrecido por la frustración que sentía, Quinn maldijo:

—Me estás cabreando, Rach. Me estás cabreando mucho y no voy a consentir que...

—La que no va a consentir que te pases ni un segundo más soy yo. Pero, vamos a ver, ¿me puedes decir que esos puñeteros cómics son más importantes que el disgusto que le acabas de dar a Peter?

La alemana no respondió, y Rachel añadió:

—Mira, soy adulta y sé responderte ante un problema, pero él es un crío, por muy mayor que quiera hacerse en ocasiones.

—Bueno si es mayor, sabe que...

—¡Quinn!—gritó Rachel mientras sentía ganas de vomitar—¡Reacciona! Te acabas de casar conmigo y estoy embarazada. ¿Qué haces comportándote así? Por el amor de Dios, ¡reacciona! Nos estás decepcionando a todos.

Y, sin más, la exteniente salió del salón, fue al baño y vomitó. En cuanto Quinn apareció tras ella, la empujó con mala leche, la sacó del baño y cerró la puerta.

Necesitaba perderla de vista.



Cuando salió, al no ver a Quinn, se dirigió a la cocina. Necesitaba beber agua y relajarse, pero una vez hubo dejado el vaso en la encimera, llamó su atención la quietud que había en la casa.

No se oían las pisadas rápidas de Leya, y Rachel fue a buscar a Peter a su habitación. No lo encontró ahí y, tras echar una rápida ojeada por la casa, sacó su móvil y lo llamó. El crío no lo cogió, por lo que fue corriendo al salón, donde Quinn miraba los cómics rotos.

—A mí no me hables si no quieres—le soltó—, Pero que sepas que tu hijo se acaba de marchar.



La noche llegó y Peter no apareció.

Llamaron a Brittany y a Santana, quienes rápidamente acudieron a su lado para ayudarlas a buscarlo, pero Peter sabía muy bien dónde esconderse para que no lo encontraran.

A Quinn se le había pasado la borrachera mientras daba vueltas con Santana por Múnich y, desesperada, no paraba de preguntarse qué había hecho.




A las dos de la mañana, Santana y ella regresaron a casa para ver si el chaval había aparecido, pero no se sabía nada de él.

Poco después, al ver llegar a Olaf, Rachel se le acercó y, mirándolo a los ojos, preguntó:

—¿Se sabe algo?

Aquél negó con la cabeza, y Rachel, desesperada, se angustió.

¿Dónde estaba Peter?

Quinn fue a abrazar a Rachel, pero ella se apartó; seguía enfadada con la rubia.

Finalmente fue Brittany quien, tras intercambiar una mirada con Santana para que la frenara, consoló a su amiga.

Con cariño, la llevó a la habitación y la hizo acostarse.

—Escúchame..., necesitas descansar.

—Y tú—sollozó Rachel—Tú también necesitas descansar.

Brittany asintió.

Sin duda, aquélla llevaba razón pero, mimándola como ésta la había mimado en otras ocasiones, le tocó el pelo y dijo:

—Mira, de momento te voy a preparar otra tila y te la vas a tomar. Y, mientras la hago, me vas a esperar en la cama, ¿vale?

Agotada y con mal cuerpo, Rachel asintió y, tras darle un beso en la cabeza, Brittany salió de la habitación y se dirigió hacia el salón, donde los otros tres hablaban.

—En el momento en que en comisaría sepan que el muchacho ha desaparecido, intervendrán los servicios sociales y...

—Eso no puede pasar—cortó Brittany a Olaf—No pueden enterarse.

—Buenos para eso estoy yo aquí—explicó éste—Quinn me ha pedido ayuda para encontrar al chico antes de que tengamos que contar lo ocurrido a servicios sociales. Porque, si se enteran de que el chaval se ha escapado, habrá problemas. Por tanto, relájense y déjenme hacer mi trabajo.




Cuando Olaf se marchó, Santana le ordenó a Quinn que se sentara en uno de los sillones y Brittany, enfadada por lo ocurrido, se acercó la abogada y dijo:

—Mira, no debería ser yo quien te contara esto, pero llegados a este punto y en vista de cómo te has comportado hoy con Peter y con Rach, hay algunas cosas que tienes que saber.

Por la expresión de sus caras, Brittany entendió que tenía toda la atención tanto de Santana como de Quinn, y prosiguió:

—Ese tal Gilbert tuvo la indecencia de decirle a Rach que tú tenías mala suerte por haberte salido un hijo de debajo de las piedras y por haber conocido a una problemática mamá soltera.

—¡¿Qué?! —exclamó Quinn.

—Incluso le recomendó que desapareciera de tu vida porque te iría mejor. ¿Te parece bonito lo que ese imbécil, por no decir otra cosa, le aconsejó?

—¿Cómo dices? —bramó Quinn confusa.

—Lo que oyes, Quinn, lo que oyes.

La abogada se alteró más aún y, tras soltar por la boca sapos y culebras, preguntó:

—¿Y por qué Rach no me dijo nada?

—Lo intentó, pero no quisiste escucharla y al final optó por callar.

—Joder..., joder...—murmuró Quinn desesperada mientras Santana le pedía calma.

—Hablar de ese bufete siempre las hacía discutir—continuó Brittany—Te obcecaste en conseguir tu maldito sueño sin darte cuenta de las cosas que pasaban a tu alrededor. Ese tal Gilbert es un desgraciado, y su mujer Heidi una zorra. Pero ¿tú ves normal que el día que se llevó a Rach a desayunar con esas imbéciles se metieran con su manera de vestir, con su pelo y hasta le propusieran que debía hacerse un tratamiento láser para quitarse el tatuaje? ¡Pero bueno! ¿Es que esa bruja pretendía que Rach utilizara hasta la misma marca de támpax que ellas? Ah... y, ya que te lo cuento, te lo voy a contar todo. Peter, antes de que tú lo conocieras, salió en defensa de Rach en la puerta del colegio cuando Johan fue a amedrentarla.

—¿Que Johan hizo qué?—jadeó Quinn furiosa.

—Y ya para finalizar—prosiguió Brittany sin querer mirar a su esposa, que la observaba tan alucinada como Quinn—, La noche que nos detuvieron por prostitución, Johan tuvo algo que ver porque, curiosamente, el tipo apareció en los calabozos para decirle a Rach que no le volvería a repetir que se alejara de su mujercita.

En cuanto Brittany terminó de decir eso, Quinn explotó.

Quería ir en busca de aquellos malnacidos y arrancarles la cabeza.

¿Por qué Rachel no le había dicho nada?

Y, sobre todo, ¿cómo podía haber estado ella tan ciega?




Veinte minutos después, cuando consiguieron tranquilizar a la rubia ojos verdes, Brittany dijo nerviosa por la cercanía de Santana:

—Escucha, Quinn, ahora no es momento de arrancarle la cabeza a nadie, sino de encontrar a Peter y, después, con tranquilidad, hablar con Rach y entre las dos solucionar lo que te he contado.

—Iré a hablar con ella ahora.

—No. Ahora no—replicó Brittany—Está descansando.

Quinn hizo ademán de ir pese a la advertencia de ella, pero Santana la sujetó del brazo.

—Como ha dicho Britt, siéntate. Rach no se va a mover de donde está y tiene que descansar. Recuerda que está embarazada y necesita mimos y tranquilidad.

Al oír eso, Brittany suspiró.

¡Si ella supiera!

Pero, al sentir su apoyo en ese momento, se volvió y con una triste sonrisa dijo:

—Voy a preparar una jarra de tila. Creo que todas la necesitamos.

Luego dio media vuelta y desapareció en la cocina.

Acalorada por todo lo que había contado y por la cercanía de Santana, Brittany estaba cogiendo los sobrecitos de tila cuando oyó:

—¿Por qué no me dijiste a mí lo que pasaba? Yo podría haber hecho algo.

Brittany cerró los ojos.

Santana estaba a escasos pasos de ella, pero respondió sin mirarla:

—Rach me lo prohibió.

En silencio, continuó con lo que hacía, pero de pronto notó cómo aquella morena se acercaba a su espalda y, al sentirla a unos milímetros de ella, se puso tensa, y más cuando oyó:

—Britt, te necesito.

Cerró los ojos.

Ella también necesitaba a Santana, pero rápidamente las imágenes de Ginebra y de Santana sobre el columpio, besándose, tocándose, inundaron su mente; se dio la vuelta y sin mirarla, replicó:

—Apártate para que pueda salir.

La morena no se movió. Clavó los ojos en Brittany y murmuró:

—Britt...

—He dicho que te apartes —insistió.

Convencida de que había perdido la batalla, Santana hizo lo que Brittany le pedía y ésta, sin querer conectar con sus ojos, se marchó.

Desesperada, Santana se apoyó en la encimera de la cocina de Quinn. La necesitaba tanto como respirar pero, consciente de que su situación era la que era y de que estaba ahí para ayudar a su amiga, regresó a su lado y, sentándose junto a ella, murmuró:

—Tranquila, Quinn. Todo se solucionará.



Las horas pasaban y Peter no aparecía; ¿dónde se habría metido?

Quinn y Santana estaban en el salón, y Rachel y Brittany en la habitación.

Se hallaban divididos en dos grupos.

Las alemanas y las españolas.

Una rubia y una morena por cada lado.

A diferencia de otras ocasiones, no estaban juntas ante un gran problema, y no le pasó por alto a ninguna de ellas.

¿Qué les ocurría?

Brittany estaba tumbada en la cama junto a Rachel, tocándose su dedo desnudo, cuando ésta dijo:

—No quiero ni pensar en la luna de miel. Peter para mí es más importante que esa frivolidad. ¿Y si no aparece? ¿Y si ya no quiere vivir con nosotras?

—Tranquila—insistió Brittany—No pienses en ello y sé positiva en relación con Peter. Recuerda que la positividad llama a la positividad.

Desesperada, Rachel se limpió las lágrimas que le corrían por las mejillas.

—Tendrías que haber visto su mirada. Peter estaba horrorizado por cómo Quinn gritaba. El pobre le pidió perdón, pero Quinn estaba fuera de sí y no lo escuchaba y...

—Había bebido, Rach. No quiero justificarla, pero Quinn habitualmente no bebe y...

—Lo sé. Es la primera vez que la he visto así, y espero que sea la última o este matrimonio está abocado al fracaso.

El silencio se instaló de nuevo entre ellas, hasta que Rachel preguntó:

—¿Qué día es hoy?

—Martes—susurró Brittany.

Rachel cerró los ojos y pensó.

Recordaba haber hablado con Peter sobre lugares adonde él solía ir cuando vivía con su abuelo y, mirando a Brittany, dijo:

—He hablado mil veces con él, pero ahora no consigo recordar los sitios adonde me dijo que... Estoy totalmente bloqueada.

—Tranquila, Rach... Tranquila.

De pronto, el iPhone de Rachel vibró. Había recibido un mensaje. Brittany y ella se miraron al ver la foto de Peter en la pantalla. La exteniente se apresuró a coger el móvil y leyó:




Rach, estoy en la puerta de la calle con Leya; ¿podemos subir los dos a casa o Quinn sigue enfadada?




Ambas se miraron y los ojos se les llenaron de lágrimas.

A pesar de todo, el muchacho las quería y las necesitaba y, abrazándose, sonrieron y se levantaron presurosas de la cama.

Al verlas aparecer, Quinn y Santana las observaron, y Rachel, caminando hacia la abogada, dijo mientras le enseñaba el mensaje:

—Peter ha vuelto. Ahora todo depende de ti.

Quinn lo leyó y, emocionada, se levantó rápidamente, la abrazó y murmuró:

—Cariño, perdóname. Soy una bocazas y...

Tapándole la boca, Rachel asintió.

Sin duda, ella ya la había perdonado y, con una sonrisa, dijo:

—Vamos. Ve a buscarlo.

Sin perder un segundo, la guapa abogada Quinn Fabray corrió hacia la puerta en busca del muchacho.

Al ver a su amigo salir y a las dos emocionadas mujeres, Santana las abrazó y musitó:

—Tranquilas, Quinn lo solucionará.


La abogada cogió el ascensor a toda mecha y, cuando salió a la calle, el corazón le iba a mil. Al ver a Peter parado en la acera con la perra, una extraña paz se apoderó de ella.

Ambos se miraron, y Quinn, sin perder un segundo, caminó hacia el crío que, al verlo acercarse, dijo:

—Lo siento. Prometo que te conseguiré esos cómics y...

Pero no pudo decir más.

Tras llegar hasta él, Quinn la abrazó y, con todo su amor, murmuró:

—No me pidas más disculpas y perdóname tú a mí. Ésta es tu casa y la de Leya, y nunca más lo vuelvas a dudar, ¿entendido, hijo?

El muchacho, con una cálida sonrisa, asintió y siseó por primera vez en su vida:

—De acuerdo, mamá.

Al oír eso, el corazón de Quinn se inflamó y, tras unos minutos en los que ambos se prometieron cientos y cientos de cosas, subieron juntos a casa, donde fueron recibidos por todas con abrazos y palabras emocionadas.



Ya amanecía cuando Brittany y Santana se marcharon y Peter se metió en la cama.

Bea, que se había quedado a pasar la noche para atender a Sami, les dijo que se acostaran, que ella llevaría a la niña al colegio.

Agotadas, Rachel y Quinn asintieron y, cuando cerraron la puerta de su cuarto, Rachel caminó hacia su lado de la cama y, al levantar la mirada y encontrarse con la de Quinn, declaró:

—Siento mucho que tu sueño no...

—Cariño—la cortó Quinn—, Te aseguro que voy a hundir a esos tipos, no por no haberme aceptado a mí en su maldito bufete, sino por el mal que hayan podido hacerte a ti, a mis hijos o incluso a Louise.

Al oír eso, Rachel sonrió.

Sin duda, Brittany había dicho todo lo que ella llevaba meses guardándose para sí y, recordando algo que Louise le había contado, murmuró:

—Johan siempre creyó que yo sabía más de lo que sé. Hace tiempo Louise me dijo que Johan guarda en su ordenador documentos comprometedores para ese bufete y unas fotos de unas fiestecitas privadas en las que están Gilbert y...

—¿Estás segura de lo que dices?

Rachel se encogió de hombros y afirmó:

—Eso me dijo Louise. Yo no lo he visto. Y ayer, cuando hablaste con ella, dijo que tenía un as en la manga, ¿lo recuerdas?

Quinn asintió.

Recordaba muy bien las palabras de aquélla y, aunque habían llamado su atención, no había querido ahondar en el tema. Tras pensar durante unos segundos en aquello, afirmó:

—Por suerte para Louise y para mí, tengo al mejor hacker del mundo en casa.

—¡Quinn!—exclamó Rachel sonriendo al oírla.

—Creo que voy a tener que pedirle ayuda a mi hijo para hundir a esos bastardos.

Ambas rieron hasta que Quinn, sin poder esperar un segundo más, murmuró abatida:

—Oye, Rach..., yo...

—Eh..., eh..., eh...—la cortó Rachel y, cuando vio que la miraba, indicó—Lo de hoy no puede volver a repetirse o te aseguro que, igual que me casé contigo, me descaso pero ya, ¿entendido?

Quinn asintió y Rachel aprovechó para decir:

—En cuanto a lo del viaje a París, queda anulado. No quiero ir porque creo que no es el momento. Con lo que acaba de ocurrir, me parece que lo que menos conviene ahora es que tú y yo nos marchemos y dejemos a Peter con mis padres, que son dos extraños para él. ¿No crees?

La abogada sonrió.

Ella también lo había pensado pero, como no estaba dispuesto a renunciar a aquel viaje, propuso:

—¿Y si nos llevamos a Peter y a Sami con nosotras?

Al oír eso, Rachel la miró y Quinn añadió:

—Podríamos cambiar París por un viaje a Eurodisney. Podría ser divertido, ¿no crees?

Rachel parpadeó sonriendo, y Quinn, al sentir que todo estaba bien con la mujer que adoraba, insistió:

—Pospondremos nuestro romántico viaje de luna de miel para más adelante. ¿Qué te parece?

—Me parece una idea excelente —dijo Rachel.

Durante unos segundos ambos se miraron a los ojos, y la abogada, pesarosa por lo ocurrido, susurró:

—Lo siento, amor. Siento todo lo que dije y...

—Olvídalo. No merece la pena.

Atormentada por lo que Brittany le había contado pero dispuesta a solucionarlo, bordeó la cama, se puso a su lado y, cogiéndole el rostro entre las manos, murmuró:

—Mi sueño eres tú. Nada, absolutamente nada, es tan importante como tú y los niños, y te aseguro que mañana Gilbert Heine va a tener que escuchar cuatro cositas que no le van a gustar y después los voy a hundir. Pero, por favor, prométeme que nunca nunca nunca vas a volver a ocultarme algo como lo ocurrido.

Rachel asintió y, con una candorosa sonrisa, susurró:

—Te lo prometo, pero ahora bésame y cállate, idiota.

Quinn, al oír eso, supo que todo estaba bien y, cogiendo entre sus brazos a la mujer que amaba, hizo lo que ella le pedía, sabiendo que al día siguiente, cuando se levantara, Gilbert Heine y su maldito bufete se iban a enterar de quién era Quinn Fabray.


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El mundo de Brittany

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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 60

Mensaje por 23l1 Sáb Dic 19, 2015 1:37 am

Capitulo 60


Tras un extraño día en el que duermo a ratos, cuando me levanto Emma me dice que Santana se ha marchado muy pronto.

Tan rápido como me despejo, hablo con Rachel y, entre risas, me dice que Quinn y Santana, junto con ella, han ido al bufete Heine, Dujson y Asociados y que la que han liado ahí entre las dos ha sido como poco ¡impresionante!

Imaginar a Quinn y a Santana juntas en un momento así irremediablemente me llena de orgullo porque sé que esas dos diosas, la rubia y la morena, son indestructibles y peligrosas.

Muy peligrosas.

¡Qué rabia habérmelo perdido!

Rachel también me dice que, antes de ir al maldito bufete, tras hablar con Louise y ésta facilitarle cierta información, Peter ha pirateado sin problema alguno el ordenador de Johan y lo que han encontrado ahí, sin duda, le va a hacer mucha pupa a esa pandilla.

Eso vuelve a hacerme reír, es evidente que esos frikis de la abogacía no saben con quién se han metido, y no dudo de que Quinn los va a machacar.



Durante el resto de la mañana, disfruto de mis niños.

Son tan maravillosos que todo, absolutamente todo merece la pena por verlos sonreír, y cuando estoy con Santiago haciendo un puzle, suena mi móvil y, al ver que se trata de mi suegra, lo cojo y escucho.

—¿Qué haces, hija?

Miro a mi pequeño moreno tan parecido a Santana y, tras responderle, me dice:

—¿Por qué no te vienes a casa de Kitty? Estamos montando una dichosa cuna, y una de dos, o nosotras somos muy torpes, o a la cuna le faltan piezas.

Divertida, después de colgar le pido a Jane que se siente con el pequeño, subo a mi habitación, me pongo unos vaqueros y una camiseta y, cuando llego al garaje, me quedo mirando la bonita BMW de Santana y, sin querer pensar en mi embarazo, susurro:

—Vámonos de paseo, preciosa.

Sin dudarlo, cojo el casco gris, las llaves y, tras arrancar el motor y salir de la parcela, doy gas y me voy a toda mecha.

La sensación que tengo es maravillosa.

Mira que me gusta conducir una moto y, sonriendo, me dirijo a la casa de Kitty.

Una vez aparco, la portera del edificio de mi cuñada sale de la portería al verme, camina hacia mí y dice:

—No se asuste, Britt, pero una ambulancia se acaba de llevar a Kitty y a su mamá al hospital.

—Pero ¿qué ha pasado? —pregunto angustiada.

La mujer, con gesto confuso, murmura:

—Al parecer, Kitty ha roto aguas.

Conmocionada, me preocupo.

Kitty sólo está de siete meses y medio.

Después de darle las gracias a la mujer por la información, doy media vuelta, corro hacia la moto y me dirijo al hospital a mil por hora.

Cuando llego, entro a toda prisa y con el primero que me encuentro es con Santana. A su lado está su mamá.

Para no variar, mi alemana está descompuesta. Con lo que la asustan los hospitales... Al verme, camina hacia mí y dice:

—Kitty está teniendo el bebé. Le están practicando una cesárea de urgencia.

El agobio está latente en su rostro. Me gustaría abrazarla pero, conteniendo mis impulsos, pongo una mano sobre su brazo y murmuro:

—Tranquila. Todo va a salir bien.

—Pero sólo está de siete meses y medio —insiste.

Asiento, sé muy bien de cuánto tiempo está.

Intentando que deje de pensar en lo peor, exijo:

—Santana, mírame.

Una vez clava los ojos en mí y a mí me entran unas cagalandras de muerte, como puedo digo:

—Kitty está en el mejor sitio del mundo y todo va a salir bien, ¿entendido?

Mi alemana asiente, en el momento en el que mi suegra se aproxima como una moto y murmura:

—Ay, Dios, qué angustia..., qué angustia.

Abrazo a Maribel y, tras tranquilizarla como instantes antes he hecho con su hija, las animo a ir a la sala de espera.

Sin duda, no podemos hacer otra cosa.



Durante el rato que estamos ahí junto a otros familiares, cada vez que sale un papá o mamá con cara de orgullo por haber visto a su bebé, mi suegra murmura emocionada:

—No hay nada como la llegada de un bebé a un hogar, ¿verdad?

Yo asiento.

Santana me mira y, cuando las puertas se abren de nuevo, sale mi cuñada con cara de felicidad y, dirigiéndose hacia nosotras, dice:

—Kitty está bien y la pequeñina también, aunque sólo ha pesado dos kilos doscientos gramos.

Maribel la abraza, yo sonrío y, sin saber por qué, abrazo a Santana. Sentir su aroma, su cercanía, me sube la moral y, cuando me separo de ella, me mira hasta que yo dejo de hacerlo.

Tras felicitar a la mamá dichosa, esperamos un ratito y finalmente nos avisan de que podemos pasar por el nido para ver a la pequeñita, que está en una incubadora.

Con la felicidad en nuestros rostros, cuando nos dicen quién es la pequeña Aria, todas sonreímos como idiotas y, como si la niña nos oyera, comenzamos a hablar en balleno.

¡Vaya maniíta que tenemos los adultos de hacer eso!

A través de los cristales, con mi móvil grabo un vídeo de la pequeña para que Santiago y Susan conozcan a su prima. Es muy chiquitita, pero la tía no para de moverse y, por lo que oigo, parece tener unos buenos pulmones.

¡Otra Susan!

Santana, que está a mi lado, emocionada por conocer a su sobrina, se agacha y dice:

—Es preciosa, ¿verdad?

Asiento, sonrío y, de buen humor, murmuro:

—Es una López, corazón.

¿Corazón?

¿Por qué he dicho eso tan íntimo?

Ambas reímos por aquello, y entonces nos avisan de que Kitty ya está en la habitación.

Al entrar, mi cuñada lloriquea, quiere ver a su pequeña, pero no la dejan levantarse. Le han hecho una cesárea y está muy débil. Entonces, me acerco a ella y le enseño la grabación que he hecho de la niña.

Ella, emocionada, la mira una y otra vez.





Tras pasar varias horas en el hospital, Santana y yo decidimos irnos.

Kitty está agotada y necesita descansar, y ahí se quedan con ella mi suegra y la recién estrenada mamá Marley.

En silencio, Santana y yo salimos de la habitación y nos encaminamos hacia el ascensor.

Una vez ahí, rodeadas por más gente, nuestros cuerpos chocan y, ante la mirada de Santana, me muevo y dejo que una señora mayor se interponga entre las dos.

Su cercanía, como siempre, me desconcierta.

Sigo tremendamente bloqueada por lo ocurrido y, aunque ya logro entender que ella ni siquiera lo recuerda ni se entregó de forma voluntaria a ello, soy incapaz de olvidar.

Una vez llegamos a la planta baja, caminamos juntas hacia la salida y, en la puerta, Santana se para y dice:

—Tengo el coche aparcado ahí.

Yo asiento y, mirándola, el corazón me da un vuelco y afirmo:

—Yo tengo la moto al fondo.

—¿Has venido en moto?

Asiento de nuevo y, con picardía, me encojo de hombros y murmuro:

—He cogido tu BMW.

Santana sonríe.

Nunca le ha importado que coja esa moto y, clavando sus espectaculares ojos en mí, musita:

—Conduce con cuidado.

Asiento..., sonríe y, cuando me doy la vuelta, me llama:

—Britt...

Me vuelvo.

Nuestros ojos vuelven a conectar, y dice:

—¿Cenas conmigo?

Oír eso hace que el vello de todo mi cuerpo se erice. En el pasado, nunca habría rechazado una proposición así viniendo de ella, pero niego con la cabeza y respondo:

—No.

—Por favor...—insiste—Iremos a donde tú quieras.

—No, Santana, no. No es buena idea.

Su gesto de decepción lo dice todo, pero no insiste más y, asintiendo, se da la vuelta abatida y camina hacia su coche con las manos metidas en los bolsillos.

Acalorada, camino hacia la moto.

Sin pararme a pensar, abro el baúl trasero y saco el casco, me lo pongo y, cuando arranco el motor, salgo del parking sin mirar atrás.

Tengo la cabeza embotada.

Adoro a Santana, pero también la odio. Mi mente es incapaz de olvidar cómo se besaban, cómo se poseían, y eso me está martirizando y volviéndome loca.


Cuando paro en un semáforo, de pronto un pitido llama mi atención. Al mirar hacia la derecha, veo que Santana me observa desde el coche y me sonríe.

Yo sonrío también.

El semáforo se pone en verde y acelero la moto mientras soy consciente de que el coche que va detrás de mí es conducido por la mujer que adoro y con seguridad está observando todos y cada uno de mis movimientos.

Un nuevo semáforo me hace parar.

Miro a mi derecha para encontrarme de nuevo con la cara de Santana, pero en su lugar me encuentro con la de un muchacho que no tendrá más de veinticinco años. Al ver que soy una mujer, dice a gritos desde su coche:

—¡Hola, guapa!

—Hola —respondo yo.

El chico adelanta un poco más el coche para verme mejor. Por el retrovisor observo que Santana está parada con su coche detrás de mí y, al ver su gesto, sonrío.

Ya se está cabreando con el tipo.

—¿Sabes una cosa?—dice el chico.

Yo lo miro y, con una pícara sonrisa, él murmura:

—Quién fuera moto para estar entre tus piernas.

Me río.

¡Menudo descarado!

Menos mal que Santana no lo ha oído o le arranca la cabeza y, mirándolo, le guiño un ojo y respondo con el mismo descaro de él:

—¿Sabes? Demasiada máquina para tan poco motor.

El chico suelta una risotada.

Sin duda, tiene sentido del humor.

Cuando el semáforo se pone en verde, doy gas y, acelerando, me alejo de él. Por el retrovisor observo a Santana y, en cuanto veo que, tras hacer un quiebro con el coche adelanta al chico para ponerse a mi derecha, sonrío.

No esperaba menos de él.

De nuevo, un semáforo nos para.

Esta vez es Santana quien está a mi derecha y, por su gesto serio, ya sé lo que piensa, y más cuando el muchacho ahora está detrás de mí y pita para llamar mi atención.

Mis ojos y los de Santana se encuentran.

Nos hablamos con ellos y, sin controlar mi locura, le hago saber cuánto la echo de menos. La miro como la he mirado cientos de veces cuando le voy a hacer el amor y, al ver la respuesta en su mirada, me asusto. De pronto me asusto y, cuando el semáforo se abre, acelero regañándome a mí misma por lo que acabo de hacer.

Pero ¿por qué la provoco así?

Esa mirada y mi sonrisa le han dado esperanzas y, al ver que sigue tras de mí por la calle, sé que tengo que desaparecer.

No podemos llegar juntas a casa u ocurrirá lo que deseo con toda mi alma pero no quiero que ocurra.

Dios, ¡no hay quién me entienda!

Aminoro la marcha y me pongo en el carril de la derecha. Santana se coloca detrás de mí y, unos metros más adelante, cuando ella ya no tiene capacidad de reacción con el coche, hago una pirula bastante arriesgada con la moto, me salgo del carril por el que voy y desaparezco a toda velocidad, impidiéndole seguirme.

No le he visto la cara.

No he sido capaz de mirarlo pera, sin duda, el cabreo que debe de tener en estos momentos ha de ser colosal.

Sin saber adónde ir, salgo a la autopista y durante un buen rato me dejo llevar por mi locura y corro como llevaba tiempo sin correr, sin pensar en nada más.

No quiero pensar.

Así estoy hasta que, en una carretera, doy media vuelta haciendo un cambio de sentido. Por suerte, no me ha parado la policía, pero soy consciente de que alguna multa por exceso de velocidad llegará.

Menudos son los alemanes para eso.

Pero, mira, ¡no me preocupa!

Santana López tiene pasta para pagar multas y muchas cosas más.


Cuando de nuevo entro en Múnich, en un semáforo miro el reloj.

Es pronto.

Sólo son las seis de la tarde.

Callejeando por esa ciudad, a la que adoro, llego cerca del colegio de Flyn, paro y, sin meter el casco en el baúl, decido ir a un bar a tomarme algo.

Pido una coca-cola.

Estoy sedienta.

Entonces, de pronto, me fijo en el hombre que hay sentado a una de las mesas y sonrío. Es Jake, el profesor de Flyn, y tras acercarme a él, que no me ha visto, pregunto:

—¿Puedo sentarme contigo?

Jake, que está corrigiendo unos exámenes, sonríe al verme; quita su cartera de una silla y murmura:

—Por supuesto.

Una vez me siento, nos miramos y pregunta al ver mi casco:

—¿Motorista?

Asiento orgullosa y, señalando la impresionante BMW 1200 RT negra y gris que está aparcada en la puerta, respondo:

—Sí.

Por su gesto, Jake parece sorprendido.

—¿Y tú puedes solita con esa máquina? —pregunta.

Al oír eso, frunzo el ceño y respondo:

—Lo de los tíos es genético; ¿te puedes creer que acabas de preguntarme lo mismo que me preguntó un amigo la primera vez que le pedí dar una vuelta?

Jake sonríe y yo aclaro:

—Tengo un papá que me enseñó muy bien a montar en moto, y tengo fuerza.

Jake asiente, vuelve a sonreír y, al ver que me callo y me quedo mirando la moto, pregunta:

—¿Todo bien con Flyn en casa?

Asiento.

No quiero hablar del muchacho, pero él insiste:

—Me alegra saberlo. La verdad es que últimamente ha dado un cambio para bien y lo veo más integrado con sus compañeros y alejado de esas malas compañías. Creo que lo han logrado, Brittany. Sin duda, la unión de colegio, psicólogo y sus mamás ha conseguido que Flyn reaccione y se dé cuenta de su error.

Saber aquello de mi coreano alemán me gusta. Me encanta saber que su actitud ha cambiado en el colegio, aunque intuyo que el brusco cambio pueda estar originado por otra cosa.

—¿Qué te ocurre, Brittany? —pregunta entonces Jake.

—Nada—digo y, dando un trago a mi coca-cola para cambiar luego de tema, pregunto—¿Tienes novia?

Según digo eso, me recuerdo a mi hermana Alison.

Pero ¿cómo es que soy tan cotilla?

Entonces, veo que Jake sonríe y, guiñándome un ojo con complicidad, responde:

—Tengo amigas. De hecho, he quedado aquí con una de ellas para ir a tomar algo. Si te soy sincero, soy un tipo demasiado complicado para que una mujer se enamore de mí.

Eso me provoca risa.

¿Complicado, él?

Y, sin pararme a pensar, respondo:

—Bueno que sepas que los tipos complicados son los que nos vuelven locas a las mujeres.

—Vaya..., es bueno saberlo—se mofa.

A continuación, tras recoger los papeles que tiene sobre la mesa, dice:

—Hace tiempo que no las veo a Santana y a ti por el Sensations y...

—Vale—lo corto—No estamos pasando por el mejor momento de nuestra relación.

Jake me mira.

No esperaba lo que he dicho y, clavando sus ojazos negros en mí, no tan bonitos y oscuros como los de Santana, murmura:

—Santana y tú hacéis una fantástica pareja, y las fantásticas parejas han de hablar para entenderse.

Yo resoplo y él añade:

—Cuando encuentras a tu pareja ideal, no quieres dejarla escapar y más en el mundillo en el que nosotros nos movemos. Y...

—Hola, Jake, ¿llego tarde?

Al levantar la vista, me encuentro con una mujer rubia que nos mira. Debe de ser la amiguita con la que ha quedado. Jake se pone en pie, le da un beso en los labios y responde:

—Tranquila, Stella. Has llegado a la hora.

La mujer me mira.

No entiende qué hago yo sentada ahí, y entonces Jake dice:

—Stella, te presento a Brittany. Brittany, ella es Stella, mi amiga.

Las dos nos saludamos con cordialidad, pero veo en sus ojos lo mismo que otras deben de ver en los míos cuando se acercan a mi Santana.

Entonces, Jake coge su cartera y señala:

—He de irme, Brittany. Pero ha sido un placer haberte visto.

—Lo mismo digo—respondo mientras sonrío y lo miro.

Cuando se van, sigo tomando mi coca-cola. A través de las cristaleras, veo a aquellos que han salido del local dirigirse hacia un coche rojo. Jake lo abre, la chica sube y él, tras decirle algo, camina de vuelta hacia el bar, entra y me dice:

—He conocido a pocas personas enamoradas, pero créeme cuando te digo que Santana es una de esas pocas. Hablen y arreglen lo que les pase, porque estoy convencido de que una historia como la suya no se encuentra todos los días.

Dicho esto, me guiña el ojo y se marcha dejándome con cara de tonta.

¿Tanto me quiere Santana que la gente lo ve?

Y, de pronto, sin saber por qué llevo las manos hasta mi barriga.

Por supuesto que mi historia con el amor de mi vida es algo especial, tan especial como el bebé que crece en mi interior y al que tengo que comenzar a cuidar. Y, sin poder remediarlo, sonrío y murmuro mirándome mi inexistente tripa:

—Tranquilo, gamusino. Mamá te quiere.


Varios minutos después, en cuanto acabo mi bebida vuelvo a la moto. La miro. La admiro, pero me arrepiento de haberla cogido en mi estado.

¿En qué estaba pensando?

Sin embargo, como no estoy dispuesta a dejarla ahí, me monto con cuidado y regreso a casa sin correr ni hacer locuras.


Tras llegar y meter la moto en el garaje, estoy quitándome el casco cuando Santana sale en mi busca y, sin quitarme la vista de encima, me dice:

—Estaba preocupada por ti.

La miro, quiero abrazarla.

Ella es mi bonita historia de amor, pero algo me frena, y doy un paso atrás para alejarme de ella.

Por increíble que parezca, no me regaña por la pirula que le he hecho en la carretera con la moto para despistarla y, encogiéndome de hombros, respondo un escueto:

—Ya estoy aquí.

Santana no habla, en sus ojos veo que le duele la distancia que pongo entre las dos. Sin agobiarme, deja que entre en casa y me dirijo a la cocina. Ella continúa su camino y oigo que entra en su despacho y cierra la puerta.

Aquello no está siendo fácil para ninguna de las dos.

Emma, que en ese instante entra en la cocina, me mira; no dice lo que piensa de mi mirada ni de Santana, pero comenta:

—Los pequeñines ya están dormidos.

Sonrío encantada.

La abrazo y murmuro:

—Gracias, Emma. Gracias por estar siempre a mi lado.

La mujer me abraza emocionada. Me aprieta contra su cuerpo y yo sonrío. Todavía recuerdo cuando yo llegué a aquella casa y un abrazo era como poco tabú.

Cuando salgo de la cocina y paso por delante del despacho de Santana, me acerco a la puerta y, al oír que está escuchando a Norah Jones cantar Love Me, el corazón me da un pellizquito.

Apoyo la frente en la puerta oscura mientras escucho esa dulce canción y mi mente vuela a la última vez que la bailé con mi amor. Los ojos se me llenan de lágrimas, los recuerdos inundan mi mente y las lágrimas me desbordan.

Santana, mi Santana, está tras esa puerta sufriendo como estoy sufriendo yo, pero yo soy incapaz de abrir la puerta y olvidar.

¿Qué me pasa?

¿Por qué estoy tan bloqueada?

Estoy sumida en mi desgracia cuando, de pronto, oigo a mi espalda:

—Mamá.

Rápidamente me doy la vuelta y, al ver a Flyn mirándome, me seco las lágrimas que corren por mis mejillas y, cuando voy a decir uno de mis borderíos, el crío murmura:

—Vale. Sé que no merezco llamarte así, pero...

Separándome de la puerta del despacho, me acerco a él y, cuchicheando para que Santana no nos oiga, afirmo:

—Exacto, no lo mereces; y ahora, si no te importa, no quiero hablar contigo.

Dolida por lo que mi corazón siente por aquellos dos López, me encamino al salón y cierro la puerta.

Quiero estar sola.

Me siento en el sillón que hay junto a la chimenea, pero entonces oigo que la puerta se abre y, segundos después, Flyn, sin darme opción, se sienta a mi lado.

Como me han enseñado los López, lo miro..., lo miro y lo miro, y finalmente pregunto:

—¿Qué quieres, Flyn?

El crío se retuerce las manos nervioso.

—Perdóname. Ahora que no me quieres, me doy cuenta de lo mal que me he portado contigo, cuando tú sólo intentabas protegerme y ayudarme.

Boquiabierta lo observo.

¿Cómo que no lo quiero?

Lo quiero más que a mi vida, pero estoy enfadada con él y, cuando voy a responder, prosigue:

—Fui un tonto. Me dejé llevar por mis nuevas amistades y la cagué..., la cagué contigo, con mamá, con todo. Elke me gustaba mucho, me dejé llevar por ella y, queriendo impresionarla, me volví un chulo. Ella odia a su madrastra, nunca ha tenido buena relación con ella, y yo... yo... quise odiarte a ti para que ella viera que estábamos en la misma sintonía.

Saber la verdad de todo lo ocurrido hace que pueda respirar. Por fin entiendo el porqué de todo aquello, pero no puedo hablar cuando Flyn prosigue:

—Te robé, hice cosas horribles contra ti y te grité que no eras mi mamá cuando sí lo eres. Tú eres mi mamá porque siempre me has querido incondicionalmente a pesar de lo mal que me he portado contigo. Hablé con mamá San, le conté toda la verdad, y ella me aconsejó que te lo contara a ti. Dijo que, aunque no me perdonaras, tenía que hablar contigo y... y... Por favor, mamá, si no quieres perdonarme, no lo hagas pero, por favor, arregla las cosas con mamá San. Por mi culpa están mal, y eso me... me... Por favor—suplica—No se pueden separar, ustedes se quieren, se quieren mucho y, si lo hacen por mi culpa, Santiago y Susan nunca me lo van a perdonar.

Con las pulsaciones a dos mil por hora, escucho lo que aquel adolescente al que tanto quiero dice mientras el cuello comienza a picarme. La súplica en sus ojos me atormenta, me atormenta tanto como a él, y respondo:

—Lo que nos pasa a tu mamá y a mí no es culpa tuya.

—Lo es—afirma mientras las lágrimas comienzan a correrle por las mejillas—Todo es culpa mía. Intenté desesperarlas, llevarlas al límite, y todo porque el papá de Elke se separó de su madrastra y yo pensé que, si conseguía lo mismo, ella me...

—Dios mío, Flyn —murmuro al oírlo.

El crío llora.

Llora desconsoladamente mientras me suplica que solucione los problemas con mi amor.

Lo miro.

Ojalá fueran las cosas tan fáciles como él parece verlas.



Diez minutos después, incapaz de permitir que el siga pensando que todo es culpa suya, como en su momento le hice creer con mi furia, suspiro y murmuro:

—Flyn, escúchame...

—No, mamá, por favor, escúchame tú a mí. Yo... yo no puedo permitir que mamá y tú se vayan a separar por mi culpa y...

No lo dejo continuar.

Necesito abrazarlo.

Quiero a Flyn con toda mi alma, a pesar de lo que me ha contado. Es mi niño, soy su mamá, y todo es perdonable cuando se trata de él.

Veo que mi abrazo lo sorprende tanto como me sorprende a mí y, cuando siento que me aprieta contra sí con demasiada fuerza, murmuro:

—Flyn..., me ahogas.

El crío cede en su fuerza, pero sin soltarme susurra:

—Te quiero, mamá... Perdóname, por favor... Iré a un colegio militar si tú y mamá quieren, pero perdóname.

Sus palabras y cómo lo siento temblar pueden conmigo. Creo que la vida, con lo que nos ha pasado a Santana y a mí, le ha dado un revés al muchacho que le ha abierto los ojos.

Y, como soy una blandengue, finalmente asiento.

—Estás perdonado, cariño. Eso nunca lo dudes.

Mis palabras nos emocionan, y mis hormonas, que no están muy serenas, se revolucionan. Para relajar el momento, cuchicheo señalándome el cuello:

—Y ahora para... o me llenaré de ronchones.

Flyn me mira y veo en sus ojos la tranquilidad.

Yo me rasco el cuello, me pica una barbaridad. Entonces él, apartándome la mano de los ronchones, dice:

—No te rasques o se pondrá peor.

Eso me hace sonreír y, cogiéndole la barbilla a mi niño, murmuro:

—Flyn, ya eres mayor, y creo que has sido capaz de darte cuenta de los quebraderos de cabeza que nos has podido ocasionar.

Él asiente y yo sentencio:

—Esto no puede volver a pasar nunca más. Si mañana te enamoras, tienes que tener tu propia personalidad, porque quien te quiera tiene que quererte por ti, no por lo que vea reflejado de ella en ti. ¿Entendido?

—He aprendido la lección y te lo prometo, mamá. Nunca más.

Asiento.

Lo abrazo de nuevo y éste dice:

—Ahora tienes que hablar con mamá. Tú no estás bien, ella no está bien, y tienen que hablar. Tú siempre dices eso de que hablando se entienden las personas.

Sonrío con tristeza.

—Escucha, cariño. Danos tiempo a tu mamá y a mí y, pase lo que pase, nunca dudes de que las dos te queremos con todo nuestro corazón y deseamos lo mejor para ti. Y, recuerda, tú no has tenido nada que ver en lo que nos ocurre. Los adultos, a pesar de que nos queramos, en ocasiones tenemos problemas y...

—Pero yo no quiero que se separen.

Suspiro.

El cuello me arde.

Yo tampoco lo quiero y, cuando voy a responder, la voz de Santana dice:

—Flyn, escucha a tu mamá. Haremos todo lo posible para solucionar nuestros problemas pero, por favor, respeta que decidamos lo mejor para todos.

La voz de Santana y sus palabras me llegan directamente al corazón.

No la había visto.

Ni siquiera sé cuándo ha entrado en el salón.

Entonces, el crío asiente, vuelve a abrazarme y murmura:

—Me encanta que seas mi mamá.

Dicho esto, se levanta y, tras darle un abrazo a Santana, se va del salón dejándonos a las dos solas y descolocadas.

Mis hormonas pugnan por reventar de nuevo y llorar como una loca.

¡Necesito llorar!

Cuando Santana, sin acercarse a mí, susurra:

—Gracias por escuchar y perdonar a Flyn.

Asiento.

No puedo hacer otra cosa, e insiste:

—Ahora sólo falta que me perdones a mí.

La angustia me puede.

Si abro la boca, me voy a echar a llorar como un chimpancé, y Santana, que lo sabe, al ver que no digo nada me mira con tristeza y finalmente se da la vuelta y se va. Cuando oigo que la puerta del salón se cierra y estoy sola, cojo un cojín, me lo pongo en la boca y lloro como el más feo chimpancé por dos motivos.

El primero es de felicidad por haber recuperado a mi niño, y el segundo, de tristeza por mi amor.





Al día siguiente, por la mañana, voy con Rachel y los pequeños al parque.

Ahí, entre risas y lágrimas, le cuento a mi amiga lo hablado con Flyn y las dos lloramos.

Estamos sensiblonas.



Por la tarde, tras despedirnos porque ambas nos vamos de viaje. Ella con toda la familia a Eurodisney y yo a Jerez.


Cuando llego a casa, Santana ya está ahí.

Sale a recibirnos y los niños corren al ver a su mamá.

Flyn, que está con ella, camina hacia mí al verme y me abraza. Encantada, acepto su abrazo de oso.

Cuando los abrazos terminan, Santana me mira a la espera de que haga o diga algo, pero yo simplemente me limito a sonreír y a entrar en la casa.

Quiero bañar a los niños y acostarlos pronto.

Al día siguiente nos vamos a Jerez.



Tras darles de cenar, Jane se los lleva a la cama y yo decido entrar en el vestidor para meter la ropa en las maletas.

Quiero que mis niños estén preciosos, y río al pensar en el trajecito de flamenca que mi papá le ha comprado a Susan en rosa con lunares blancos.

Va a estar para comérsela.

Mientras separo la ropa, escucho a mi Alejandro. Sin duda, su música y sus letras son parte de mi vida, y cuando suena A que no me dejas, me dejo caer en la cama y tarareo la canción, mientras siento un pellizquito en el corazón al decir cosas como «a que te enamoro una vez más antes de que llegues a la puerta».

Oh, Dios...

Cómo me toca en este momento la letra.

Santana me quiere.

Me adora.

Ella es quien me arropa, y estoy convencida de que, a día de hoy, como dice la canción, hasta me cuenta las pestañas mientras duermo.

Ni que decir tiene que yo la quiero y la adoro, pero estoy tan enfadada, tan bloqueada por todo lo ocurrido que, sin saber por qué, necesito escapar de su lado y echarla de menos.


Santana, la duro Santana, en las últimas semanas ha vuelto a ser la Santana que me enamoró.

Por supuesto que me doy cuenta de todo, pero hay algo en mí, llamémoslo cabezonería, decepción o vete tú a saber qué, que no me permite dar un paso atrás para volver a intentarlo otra vez.

Pero ¿qué me ocurre?

—Hola.

Santana irrumpe en la estancia y, mirándola, respondo:

—Hola.

Santana, mi sexy morena, entra en el vestidor y dice:

—He hablado con el piloto del jet y he quedado con él a las nueve; ¿te parece buena hora?

—¡Perfecta!—asiento—Cuanto antes salgamos, antes llegaremos.

Santana se sienta en una de las sillas.

A través de mis pestañas, veo que mira el suelo, junta las manos y dice mientras la voz rota de mi Alejandro sigue cantando:

—Siempre nos ha gustado esta canción, ¿verdad?

—Sí.

Uf..., el cuello.

Ya comienza a arderme.

—Britt..., yo...

Me echo a temblar y, antes de que diga nada que haga resquebrajar mi tocado corazón, la miro y replico:

—No, Santana..., ahora no.

—¿Por qué no me dejas intentarlo? Sabes que te quiero.

—Ahora no, Santana—repito.

—¿Por qué no me perdonas? ¿Por qué te empeñas en no entender que yo no propicié lo que pasó?—pregunta clavando su dolida mirada en mí—¿Acaso ya no me quieres como te quiero yo a ti?

Santana preguntándome eso y mi Alejandro cantando aquello de «A que no me dejas»

¡Voy a explotar!

Si de algo estoy segura en esta vida es de que estoy total y completamente enamorada de Santana y sé que, si me abraza, si me toca, como dice la canción, todas mis murallas caerán.

Pero no, no puedo consentirlo.

Estoy dolida, muy dolida por lo ocurrido.

Aun así, mirándola, afirmo:

—Claro que te quiero.

—¿Entonces?

—Santana, cada vez que cierro los ojos, la imagen de Ginebra y tú juntas, besándose, aparece y... no... no me deja...

Santana me mira..., me mira y me mira, y finalmente, dándose por vencida, asiente.

—Yo no tengo ni un solo instante contigo que quiera olvidar. Cierro los ojos y te siento a mi lado besándome con amor y dulzura. Cierro los ojos y te veo sonreír con nuestra complicidad de siempre, y me desespero cuando los abro, te veo y siento que nada de eso ocurre ya.

Sus palabras me tocan el alma.

Santana López sabe llegarme, y sé que la cancioncita y su letra le está tocando el corazón como a mí.

Cuando voy a responder, se levanta, camina hacia mí y, parándose a escasos milímetros de mi cuerpo, sin tocarme, sin rozarme, murmura:

—Como dice la canción, voy a hacer todo lo posible para que recuerdes nuestro amor y aprendas a olvidar. Necesito que en tu cabeza estemos sólo tú y yo. Sólo tú y yo, mi amor.

Atontada, asiento.

Su olor..., su cercanía..., su voz..., su mirada..., sus palabras..., la canción, todo eso unido, para mí, que soy una romanticona empedernida, es una bomba de relojería, me dice lo que tanto necesito escuchar.

Sin embargo, clavándome las uñas en las palmas de mis manos, regreso a la realidad y musito:

—No sé si lo conseguirás.

Mi amor levanta la mano, la pasa por el óvalo de mi cara, coge mi barbilla con delicadeza entre sus dedos y, cuando creo que me va a besar, sus ojos y los míos conectan y murmura antes de marcharse:

—Eres mi Britt-Britt, te quiero y lo conseguiré.

Cuando aquella diosa morena desaparece de mi lado, me falta hasta el aire, y me lo doy con la mano.

Ofú, ¡que me da..., que me da!

Sin duda, Santana, la Santana López que me enamoró, sigue siendo aquella alemana y, sin saber por qué, sonrío.

Decidido, ¡soy una gilipollas!





A la mañana siguiente, a las ocho y media ya estamos en el hangar.

Santana habla con el piloto y observo que no sonríe.

No tiene motivos para sonreír.

Una vez ha estrechado la mano del piloto, Santiago corre hacia su morena mamá y ésta lo coge entre sus fuertes brazos, lo besa y, caminando hacia mí, la oigo que dice:

—Pórtate bien y no le des mucha guerra a mami, ¿entendido?

—Vale, mamá—oigo que responde el mico.

Acto seguido, Santana suelta al pequeñín, que sube al avión con Jane. Yo, con Susan dormida en mis brazos, voy a subir también cuando Santana me para y, clavando sus ojos en los míos, dice:

—Pásalo bien.

—Lo haré—afirmo intentando sonreír.

Siento cómo nuestros corazones chocan al mirarnos y, finalmente ella susurra:

—Te voy a echar de menos.

—Y yo a ti—asiento sin querer ocultárselo.

Nos miramos..., nos miramos..., nos miramos..., hasta que mi sexy esposa susurra:

—Me muero por besarte, pero sé que no he de hacerlo.

—No. No lo hagas.

Jane sale del avión, me quita a Susan de los brazos y, cuando se la lleva, Santana, que no se ha movido de mi lado, insiste:

—Llámame cuando llegues a Jerez.

—De acuerdo—respondo como una idiota.

Dios...

¿Por qué el erotismo de mi esposa puede conmigo?

Vale.

Estoy necesitada de sexo y el embarazo no lo está poniendo fácil y, en cuanto subo el primer escalón de la escalerilla del avión, siento las manos de Santana en mi cintura. Luego me da la vuelta y, acercando la boca a la mía, me besa.

El beso dura apenas una fracción de segundo y, tan pronto como nuestras bocas se separan, parpadeo atontada cuando ella apoya la frente en la mía y la oigo decir:

—Lo siento, cariño, lo siento, pero lo necesitaba.

Asiento..., asiento como una imbécil y, sin decir nada, me vuelvo y subo el resto de la escalerilla mientras me siento la abeja Maya cantando aquello de «En un país multicolor...».

Repito: ¡soy gilipollas!


Minutos después, y una vez estamos todos sentados en el avión, observo desde la ventanilla a mi imponente esposa apoyada en su coche con gesto serio y los brazos cruzados sobre el pecho. Y, sin saber por qué, sonrío mientras las lágrimas corren por mis mejillas.


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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por micky morales Sáb Dic 19, 2015 9:14 am

gracias por el maraton, esta historia es tan adictiva que es dificil no abrir el foro y buscarla con autentica desesperacion!!!!!
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Sáb Dic 19, 2015 7:24 pm

micky morales escribió:gracias por el maraton, esta historia es tan adictiva que es dificil no abrir el foro y buscarla con autentica desesperacion!!!!!


Hola, de nada, gracias a ti por leer y comentar! Jajajajajaja si pienso igual! jajajajajaja. Saludos =D


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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 61

Mensaje por 23l1 Sáb Dic 19, 2015 7:26 pm

Capitulo 61

¡Viva España!

¡Y viva Jerez!

He llegado a mi tierra y, en cuanto bajo del jet y veo a mi papá esperándome con mi sobrina Becky, sonrío y corro hacia ellos.

Necesito su abrazo.

Los necesito.

—Mi Britty ya llegó—murmura mi papá cuando me abraza feliz.

Su abrazo lleno de amor y seguridad me hace sentir bien. Eso es lo que preciso para coger fuerzas.

—Ofú, tita, pero qué delgada estás.

Me separo de mi papá, abrazo a la locatis de mi sobrina Becky, que ya es toda una mujercita, e intentando sonreír, cuchicheo:

—A ver si te crees que sólo tú quieres estar guapa en esta vida.

Becky me abraza hasta que ve a mis niños y, soltándome, corre hacia ellos. Santiago se coge a su cuello. Adora a Becky, mientras Susan, en los brazos de Jane, los mira.

Minutos después, cuando todos estamos en el coche de mi papá, sacó el móvil y escribo:


Ya estamos en Jerez.



No pasan dos segundos cuando Santana responde:


Te quiero y te echo de menos.



Leer eso me emociona, y mi papá, al ver que me limpio las lágrimas, me mira y pregunta:

—¿Qué te ocurre, Britty?

Tragándome las lágrimas, sonrío, me guardo el móvil y, tras ponerme las gafas de sol, respondo:

—Nada, papá. Sólo que estoy feliz por estar contigo.

Mi papá asiente, y yo comienzo a cantar la canción del ¡tallarín!

Todos la terminamos cantando.



Al llegar a casa de mi papá, ahí está mi hermana con su maravilloso marido y los pequeñines y, al verme, corre a abrazarme. Cuando me suelta, murmura:

—Pero, Britty..., qué seca te estás quedando. Pero si sólo tienes tetas.

Vale, mi hermana y sus desafortunados comentarios.

La miro.

Ella también mira y, sonriendo, dice:

—Bueno, pensándolo mejor, así los vestidos de flamenca te quedarán de lujo, porque últimamente te habías puesto un poco ceporrita.

Sonrío.

Alison y sus rápidas conclusiones.

Mi cuñado, el grandote mexicano, me mira y, abriendo sus brazos, murmura:

—Pero qué linda te ves, cuñada.

Encantada, lo abrazo y sonrío.

Necesito eso.

Mimos y positividad, a pesar de que sé que mi cara no es lo que fue en otros momentos.

Mi papá, como siempre, se afana en darnos lo mejor, y a la hora de comer la mesa parece la mesa de un convite de boda.

No falta de nada.

Sin embargo, cuando veo el jamón, ese que tanto me gusta y que mi papá compra para mí, se me contrae la boca del estómago.

No me jorobes...

No me jorobes que ahora, con el embarazo, me va a dar asco lo que más me gusta.

Miro el jamón con decisión.

No voy a permitir lo que mi estómago me dice y, tras coger un cachito, me lo como y mi papá, que pasa por mi lado, dice:

—Ya sabía yo que te ibas a lanzar al jamón.

El trozo me sabe raro..., raro, y mi hermana, que está a mi lado, al ver mi gesto pregunta:

—¿Qué te ocurre?

—¿No huele mucho, el jamón?

Alison suelta una risotada y, metiéndose un cachito en la boca, responde:

—Anda, mi mamá, ¿y a qué quieres que huela?, ¿a calamares?

Lo que acabo de decir es una auténtica tontería, y me río. Sólo espero que mi hermana no le dé vueltas a eso del olor.



Tras la comida, y el cafetito, al que se nos unen el Carol y el Burt, cuando los niños se echan la siesta, decido acercarme a Villa Rubiecita, la casita que Santana y yo tenemos en Jerez.

Mi hermana me acompaña hasta el garaje y, acercándose a una de las motos que tiene ahí mi papá, dice:

—Venga, te acompaño.

Miro la moto.

Tengo el estómago algo revuelto por el jamón y, señalando el coche, respondo:

—Pensaba ir en el coche de papá.

Alison levanta las cejas.

Creo que es la primera vez que digo que no a subirme en una moto y, dándome cuenta rápidamente, afirmo:

—Venga, va, vamos en la moto.

Cuando voy a coger los cascos rojos de la estantería, mi papá entra en el garaje.

—No cojan la moto. Se la llevó el otro día el sobrino del Burt y lo dejó tirado. Mejor llévense el coche.

¡Salvada por mi papá!

Estoy por comérmelo a besos por lo que ha dicho cuando Alison, sonriendo, coge las llaves del coche, me las lanza y dice:

—Conduces tú.

Asiento, nos despedimos de mi papá y, encantadas, nos montamos en el coche.

En el corto trayecto vamos hablando de mil cosas, pero cuando estamos delante de la puerta, el estómago se me encoge de nuevo. Estoy frente a la casa que Santana compró para mí. Leo el cartel: «Villa Rubiecita », y sonrío.

Santana y sus locos detalles.

Sin decir lo que pienso, le doy al mando a distancia. El portón de forja comienza a abrirse y Alison pregunta en su faceta de cotilla universal:

—¿Por qué no ha venido Santana?

Mientras observo el precioso y cuidado jardín que ante mí aparece, entro con el coche y respondo:

—Se ha quedado con Flyn. Tenía exámenes.

Paro el vehículo y, cuando me bajo de él, mi hermana, que se baja también, cuchichea:

—Espero que le vayan bien.

Asiento.

Yo también lo espero pero, la verdad, lo tiene difícil. Ha echado todo el curso a perder por su mal de amores, y seguro que tendrá que repetir.

Creo que Santana y yo ya contamos con eso.

Con seguridad, llego hasta la puerta de la casa y, tras sacar las llaves del bolsillo delantero de mi pantalón, abro la puerta blindada y la luz de los ventanales me inunda.

—Anoche pasamos Noah y yo para comprobar que estuviera todo bien, y esta mañana papá ha venido para airear la casa. Se imaginó que vendrías a echarle un ojo y quería que la vieras llena de luz—explica Alison.

Luego, asomándose a una de las ventanas, murmura:

—Uisss...

Ese «Uisss» llama mi atención y, asomándome a mi vez, veo sobre la hamaca de la piscina un par de vasos medio vacíos. Ver aquello me provoca risa y, mirando a mi hermana con una sonrisa, pregunto:

—Vaya..., vaya..., no me digas que tu cucuruchillo y tú han estado utilizando mi casa como polvera. ¡Serás zorrón!

Alison abre la boca, se coloca un mechón de pelo tras la oreja y, alejándose de mí, resopla:

—Desde luego, Britty..., mira que eres.

Bajamos juntas a la piscina y, tras coger los vasos, ella los huele y dice:

—Esto es coñac, y esto otro..., pacharán. ¿Quién bebe pacharán?

Divertida, me encojo de hombros y la veo que desaparece de mi vista. Sin ganas de seguir pensando en quién bebe pacharán, me meto de nuevo en la casa y miro a mi alrededor.

Ese lugar está impregnado de Santana por todas partes. Nuestra historia en cierto modo comenzó en esa bonita casa y, acercándome a la chimenea, cojo una foto en la que estamos Santana y yo sonriendo en nuestra luna de miel y murmuro:

—Qué bien lo pasamos aquí.

Emocionada, dejo la foto y observo otras que hay al lado. Sonrío al ver a Susan y a Santiago divertidos con mi esposa en la playa, otra de Flyn con mi papá u otra en la que estamos Santana y yo bailando acarameladas en una fiesta.

Recuerdos..., recuerdos..., todo ahí son bonitos recuerdos.

Alejándome de la chimenea, me dirijo hacia nuestra habitación, y al entrar, Santana vuelve a estar ahí. Cierro los ojos y soy capaz de verlo corriendo detrás de mí por la estancia o riendo cuando en nuestro primer cumplemés le llevé una tarta y ésta acabó bajo mi trasero.

Mis ojos se llenan de lágrimas, pero tan pronto como oigo que mi hermana se acerca, me las limpio y rápidamente salgo al jardín.

Es mejor que me vaya de ahí.



Por la noche, cuando terminamos de cenar, Jane se lleva a los niños y Becky se marcha con sus amigos; mi cuñado, que es un bendito y más bueno que el pan, nos mira y dice con su habitual buen humor:

—¡Tengo una sorpresa para ustedes tres!

Mi papá, mi hermana y yo lo miramos, y él, sacándose unos papeles del bolsillo, dice:

—He comprado entradas para ver a Alejandro Fernández en concierto, el 12 en Sevilla.

—¡Te como con tomate! —grita mi hermana.

A Alison le encanta ese maravilloso cantante, y yo sonrío; tiene canciones preciosas. Mi papá, que no sabe de quién hablamos, se encoge de hombros y pregunta:

—¿Yo también iré?

Mi cuñado, que está sentado junto a él, lo mira y dice con guasa:

—Por supuesto que sí. Iremos los cuatro. Ya he hablado con la Pachuca y con Becky y ellas dos, junto con Jane, se quedarán con los niños. Venga, ¡será divertido!

Todos reímos.

Sin duda, el mexicano lo tiene todo controlado.



El 10 de mayo comienza la feria de mi Jerez, y la disfruto como una niña. Reencontrarme con algunos de mis viejos amigos, ya todos con niños, es como poco divertido.

Santiago es un terremoto, y Susan está preciosa con su trajecito de flamenca.

Durante el día los niños nos acompañan, pero por la noche mi papá y Jane se los llevan y yo me divierto con mi antigua pandilla, no puedo parar de reír.

En un momento dado, nos encontramos con la Pachuca en una de las casetas y mi hermana me hace señas para que vea que aquélla está tomando pacharán.

Vale.

Lo admito.

Mi papá tiene algo con la Pachuca.

No me ha dicho nada.

Pero, oye, ¿quién soy yo para meterme en ello?

Mis amigos me presentan a otros amigos y rápidamente me doy cuenta de que hay uno llamado Gonzalo que no me quita ojo y, la verdad, está muy bien.

Vestida con mi traje negro y rojo de flamenca, bailo sevillanas como llevo tiempo sin hacer y, cuando nos cansamos de esa juerga, nos vamos a tomar algo a un bareto ajeno a la feria y saltamos como descosidos cuando le pedimos al pincha que nos ponga Satisfaction de los Rolling Stones.

Agotada, regreso a la barra y entonces siento que detrás de mí hay alguien.

El vello del cuerpo se me eriza; ¿y si es Santana?

Pero al volverme me encuentro con los ojos verdes de Gonzalo, el amigo de un amigo que, con una sonrisa, pregunta:

—¿Por qué les gusta tanto esta vieja canción?

Divertida, le cuento que ese tema de los Rolling Stones nos ha acompañado todos nuestros veranos y, cuando siento que me mira con interés, me pongo en alerta pero no me separo.

No sé qué estoy haciendo, sólo sé que sigo furiosa con Santana, y quizá hacer una maldad sea la única manera de que la furia se me pase.

Mis amigos poco a poco se van marchando, hasta que sólo quedamos Gonzalo, mi cuñado, que lleva un pedito considerable tras tanto fino, mi hermana y yo. Alison, al verme tanto tiempo hablando con Gonzalo, cuando ve que éste va al baño, se acerca a mí y cuchichea con disimulo:

—Mira, Britty, sé que no estás haciendo nada malo, pero también sé que...

—Venga, va, Ali, ¿sermones ahora?—protesto.

Como siempre he dicho, mi hermana de tonta no tiene un pelo, pero mis palabras la enfadan, y susurra:

—De acuerdo, guapita. Tú sabrás lo que haces. Me llevo a mi cucuruchillo a casa porque, tras tanto finito, ya no sabe si vuela o levita. ¿Te vienes?

Valoro la posibilidad de irme.

Tengo el cuerpo algo revuelto pero, sin ganas de aguantar el sermón que seguramente me va a dar la plasta de mi hermana en el coche por cómo estoy flirteando con aquél, respondo:

—Márchense. Me quedaré un poco más.

—Britt, si Santana se entera de...

—¿De qué se va a enterar Santana?—pregunto molesta.

Mi contestación en ese instante debe de decirle que algo no va bien. Mi hermana sabe que adoro a Santana, y finalmente replica:

—Britt..., ten cuidado con lo que haces. No seas loca.

Y, sin más, se da la vuelta, coge a mi cuñado de la mano y se van.

Gonzalo, que en ese instante regresa del baño, me mira al verlos salir y, con un gesto que enseguida entiendo, pregunta:

—¿Nos hemos quedado solos?

Asiento y, dándole un trago a mi coca-cola, sonrío cual mujer fatal:

—Sí. Solos, tú y yo.

Él asiente.

Yo sonrío otra vez y él murmura a continuación:

—¿Qué tal si nos vamos también?

—¿Y adónde quieres ir?

Gonzalo, que debe de tener más o menos la edad de mi esposa, acercándose esta vez un poco más a mí, responde:

—¿Qué tal si vienes a mi hotel y tomamos ahí la última?

Dudo.

Dudo qué hacer.

Lo que me propone es algo que no debería aceptar.

Algo inaceptable.

Amo a Santana.

Quiero a Santana, pero tengo tanta sed de venganza por lo ocurrido, que afirmo:

—Vamos. No iremos a tu hotel, pero sé adónde ir.

Nos montamos en su coche. Tiene un bonito Mazda rojo y, guiándolo, lo llevo hasta un sitio que conozco a las afueras de Jerez.

Cuando llegamos al lugar, Gonzalo para el coche, me mira y, cuando veo que comienza a acercarse a mí, abro la puerta y bajo. Él sale por la otra puerta y camina hacia mí. Sin hablar, se acerca hasta donde estoy y, en décimas de segundo, me arrincona contra el coche y me besa. Mete la lengua en mi boca, y yo, cerrando los ojos, le permito que la asole, mientras siento cómo sus manos recorren mi cuerpo por encima de mi vestido de flamenca.

El beso dura varios segundos, estoy bloqueada, hasta que de pronto Gonzalo aprieta su dura y latente virilidad contra mi cuerpo para hacerme ver su creciente deseo y soy consciente de lo que va a pasar si no lo paro.

Dios mío..., ¿qué estoy haciendo?

Ni él ni yo somos unos niños.

No nos andamos con rodeos ni chiquilladas ante el sexo, y soy consciente de lo que estoy permitiendo en mis plenas facultades.

Pienso en Santana.

Pienso en mi amor y en sus palabras el día que me dijo aquello de que, cuando ocurrió lo de Ginebra, ella no era dueña de sus actos.

De pronto soy capaz de ver con claridad que lo que ocurrió fue algo que no buscó, que no propició como lo estoy haciendo yo ahora. Yo sí soy dueña de mis actos.

¡Soy un zorrón!

Y, entonces, de un empujón me quito de encima a Gonzalo y, mirándolo, murmuro:

—Lo... lo siento, pero no puedo.

Él me mira.

Yo me pongo alerta por si tengo que soltarle dos guantazos y, sorprendiéndome, sin acercarse a mí pregunta:

—¿Y para qué me has traído aquí?

Tiene razón.

¡Soy un zorrón!

¡Soy lo peor!

Lo que acabo de hacer es el mayor error de mi vida.

Pero ¿qué narices hago ahí besando a ese hombre?

Mi cara debe de ser de total desconcierto, lo sé por su expresión cuando me mira, así que, cogiendo aire, digo:

—Gonzalo, lo siento. Es todo culpa mía. No estoy pasando un buen momento con mi esposa y...

—Y quisiste vengarte conmigo, ¿verdad?

Oírlo decir eso me hace darme cuenta de lo sumamente gilipollas que soy, y asiento murmurando:

—Lo siento de verdad.

Durante unos segundos, ambos permanecemos callados, hasta que aquél rodea el coche y dice:

—Sube, que te llevo a tu casa.

Sin dudarlo, lo hago mientras me siento fatal. En silencio regresamos a Jerez y le indico dónde vivo. Ninguno habla y, cuando para delante de la casa de mi papá, lo miro.

—De verdad, lo siento. Siento que...

—No te preocupes—me corta—Tus razones tendrás para hacer lo que has hecho, pero ten cuidado, quizá la próxima vez te topes con una persona que no sepa parar y respetarte como he hecho yo.

Asiento.

Tiene más razón que un santo.

Luego sonríe y me dice:

—Venga. Ve a descansar y olvida lo ocurrido. Mañana nos veremos en la feria.

Sin acercarme a él para besarlo en la mejilla, sonrío a mi vez. Abro la puerta del coche y me bajo.

Cuando cierro, Gonzalo acelera su coche y se va.

Desmoralizada por lo idiota que soy, cuando camino hacia la puerta de mi papá lo encuentro esperándome ahí. Veo que observa el coche que se aleja y, mirándome, dice:

—Me tenías intranquilo. Cuando he visto a tu hermana regresar con el mexicano a rastras y no te he visto a ti, me alarmé.

Entramos en casa, me siento junto a él a la mesa del comedor y, al ver su gesto preocupado, respondo:

—Tranquilo, papá, sé cuidarme.

Mi papá asiente, se rasca la coronilla y, mirándome, por fin pregunta:

—¿Qué te ocurre, Britty?

Al oír eso, sin que yo pueda evitarlo, mis ojos se llenan de lágrimas.

¡Me ocurre de todo!

Pero, tragándomelas, intento sonreír, me levanto, le doy un beso en la mejilla y respondo:

—Nada, papá. Sólo que estoy cansada.

Y, sin mirar atrás, desaparezco del salón. Paso a ver a mis niños y veo que están dormidos como angelitos.

Cuando me dirijo a mi habitación, me desvío a la de mi hermana y, entrando en la oscuridad, me acerco hasta ella, le doy unos toquecitos en el hombro y murmuro:

—Ali..., Ali.

Mi hermana rápidamente abre los ojos y, llevándose la mano al corazón, susurra:

—Ay, leches, Britty, ¡qué susto me has dado!

Acto seguido, comienzo a llorar.

Me desmorono.

¿Cómo puedo ser tan cabrona?

¿Cómo puedo haberle hecho eso a Santana?

Mi hermana se asusta y, sentándome en la cama junto a ella, me consuela, mientras oímos a mi cuñado roncar como un bendito.

En décimas de segundo le cuento a Alison que Santana y yo estamos mal, lo de mi embarazo y la tontería que acabo de hacer esa noche con Gonzalo. Omito el motivo de nuestro problema. Si Alison se entera del porqué, no sé cómo puede reaccionar. Vale que asumió en México lo que vio, pero contarle la verdad sé que la va a descuadrar.

Ella me escucha, me abraza, me da aire con la mano cuando ve que me acaloro por los lloros, me retira la mano del cuello para que no me lo rasque cuando se me llena de ronchones y, en el momento en que mi estómago me avisa de que voy a vomitar, corre conmigo al baño y sujeta mi cabeza mientras de mi cuerpo sale de todo, excepto mi pena.

—¿Qué ocurre?

La voz de mi papá nos alerta y, al volverme, lo veo en la puerta del baño mirándonos. Siento que lo estoy decepcionando también a él, y mi hermana se apresura a contestar:

—Tranquilo, papá. Tu Britty sólo ha bebido de más.

Mi papá no dice nada.

Me mira, sacude la cabeza y se va, y yo me alegro porque Alison me guarde los secretos y mi papá claudique y no pregunte más.

Pocos segundos después, de nuevo aparece mi papá en el baño y, entregándole a mi hermana una manzanilla, dice:

—Que se la tome. Esto le templará el cuerpo.

Su gesto serio me rompe el corazón.

Sé que intuye que me pasa algo con Santana, pero yo no puedo contarle qué es, y me echo a llorar de nuevo otra vez. Alison suelta la manzanilla y, sentadas en el suelo del baño de la casa que adoro, me abraza.

Cuando me tranquilizo, juntas vamos a mi habitación, donde durante horas y entre susurros hablamos. Alison rápidamente saca sus conclusiones y cree que estamos así porque Santana ha elegido el trabajo antes que a mí.

Con mimo y paciencia, mi hermana, la gran dramática de la casa, sabe relajarme y hacerme sonreír. No reír con Alison y las cosas que dice es imposible; pero entonces cuchichea:

—Britt, tienes que decirle lo del embarazo a Santana.

Asiento.

Tiene razón.

Me siento fatal por mil cosas, y afirmo:

—Lo haré. Pero también tengo que contarle la cagada que acabo de hacer con Gonzalo.

—¿Estás loca? ¿De qué va a servir contarle que te has besado con él?

Sé que tiene razón.

Contarle eso sólo va a servir para liar más las cosas, pero yo no puedo mentirle a Santana.

A Santana, no.

—Servirá para sentirme bien conmigo misma—afirmo—No puedo ocultarle algo así.

Mi hermana menea la cabeza y suspira.

—Tienes razón, Britty..., ante todo, sinceridad.

Suspiro yo también.

Si he hecho algo mal, tengo que ser adulta y asumir mi error. Un gran error que quizá pague muy... muy caro.

Tras esas últimas palabras, las dos nos recostamos en mi cama y nos quedamos dormidas cogidas de la mano.



Al día siguiente, cuando me despierto, estoy hecha unos zorros. Para dejarme descansar, mi hermana se ha llevado a todos los niños de paseo con mi cuñado.

Cuando me levanto, la casa está en silencio.

Mi papá tampoco está, y decido ducharme.

Una ducha siempre sienta bien.



Por la tarde, animada por mi hermana, vuelvo a ponerme otro de mis trajes de flamenca. En esta ocasión, el azul y amarillo, y nos vamos a la feria.

Es lo mejor que puedo hacer.

Ahí me encuentro con Gonzalo y los amigos, aunque esta vez Gonzalo se mantiene al margen. Hablamos, nos divertimos, pero no vuelve a ponerme un dedo encima ni a insinuarse.

Se lo agradezco en el alma.



El lunes por la mañana aparece Sam en mi casa. Cuando nos vemos, nos abrazamos. Sam y yo nos queremos mucho, a pesar de lo que sucedió entre nosotros en el pasado, y a pesar de lo que le costó aceptar mi relación con Santana.

Encantado, me presenta a su mujer y les doy la enhorabuena al ver el tripote tan enorme que tiene la pobre. Está de siete meses y, cuando veo aquella enorme barriga, suspiro.

Dentro de unos meses, yo estaré así también.

Sam bromea con mis pequeños y, cuando éstos se marchan corriendo tras mi papá y su mujer se aleja, me pregunta:

—¿Y Santana?

Con la mejor de mis sonrisas, rápidamente respondo:

—Se ha quedado en Múnich. Está a tope de trabajo.

Sam me mira y yo levanto las cejas cuando dice:

—Dale recuerdos de mi parte. Tu esposa es una gran mujer.

Asiento y no pierdo la sonrisa.

Sin lugar a dudas, mi esposa lo es.



Esa tarde recibo varios whatsapps desde Eurodisney y sonrío al ver a Rachel y a Quinn junto a Sami y Peter rodeados por la princesa Bella, Mickey Mouse y Pluto.

Su felicidad me hace feliz.




El martes, tras dejar a la Pachuca, a Jane y a Becky mil teléfonos por si tienen que avisarnos, mi papá, mi hermana, mi cuñado y yo nos montamos en el coche y nos vamos a Sevilla al concierto de Alejandro Fernández.

Tras aparcar el coche, los cuatro nos dirigimos al Estadio Olímpico de La Cartuja. Mi papá, que no suele acudir a ese tipo de eventos, está alucinado.

Nunca ha visto a tanta gente junta.

Cuando comienza el concierto, mi hermana y yo nos ponemos a cantar como descosidas. Reímos, gritamos, cantamos, saltamos, aplaudimos y lo pasamos bien.

Muy bien.

En mitad del concierto, Alejandro Fernández empieza a hablar de una bonita canción en la que ha colaborado y me quedo sin palabras cuando, instantes después, veo salir al escenario a mi Alejandro.

—¡Ay, Brittyyy!—grita mi hermana—¡Pero si es tu amado Alejandro Sanz!

Emocionada, aplaudo.

Eso sí que es una gran sorpresa para mí y para todos los asistentes, que aplauden enloquecidos.

Cuando comienza a sonar la canción A que no me dejas, el cuerpo se me revoluciona como una lavadora, pero la canto a pleno pulmón sumergiéndome en mi propia burbujita de sentimientos encontrados.

Sin embargo, mientras canto, mis ojos se llenan de lágrimas..., no, ¡de lagrimones!

Soy como las cataratas del Niágara desbordadas mientras la letra de ese magnífico tema me pega directa en el alma y en mi despedazado corazón.

Como dice la letra, soy consciente de que no puedo dejar a Santana. Plantearme la existencia sin ella es doloroso, inconcebible e imposible. Mi vida sin ella no sería vida y, lo mejor, sé que a ella le pasa lo mismo. Estamos irremediablemente enganchadas la una a la otra a través de un loco amor.

Ella, Santana López, es el amor de mi vida.

Quiero que sea ella quien me acaricie cada mañana, el que me cuente las pestañas, el que me arrope cuando duermo y, por supuesto, el que me bese el alma y el corazón.

Navegar contra corriente, en mi caso, es imposible.

Amo a Santana.

La adoro por encima de todo y, para volver a ser consciente de ello, he tenido que hacer la mayor tontería del mundo. He tenido que fallarle a propósito con Gonzalo.

Pero ¿cómo soy tan idiota?

¿Por qué?

¿Por qué he tenido que fallarle yo para ver la realidad?


Cuando la canción acaba y mi Alejandro abandona el escenario entre miles de aplausos, miro a mi papá con los ojos llenos de lágrimas y, al ver su cara de alucine total, sin saber por qué comienzo a reír.

Lloro y río.

Río y lloro.

No hay quien me entienda, y mi papá, abrazándome, murmura en mi oído:

—Cuando quieras, puedes contarme lo que te pasa, Britty.

Asiento.

Sin duda, mi padre necesita una explicación, y sé que tengo que dársela. Mi comportamiento es como poco para pensar que estoy como un cencerro y, aunque es cierto, no lo es del modo que mi padre podría pensar.

El concierto continúa y lo paso bien, a pesar de que mi pena no puede ser más grande.

Alejandro Fernández, tras cantar varios de sus grandes éxitos, se cambia de ropa y aparece vestido de mariachi junto a otros en el escenario. Mi cuñado, como buen mexicano, silva mientras grita:

—¡Viva México!

Mi hermana, mi papá y yo sonreímos.

Sin duda, dependiendo dónde estés, la música te llega más o menos al corazón, y a él el hecho de estar en España y escuchar música de su tierra le está calando hondo.

Durante un rato, mi cuñado se desgañita cantando rancheras y canciones mexicanas y, cuando Alejandro Fernández comienza a cantar con su vozarrón aquello de «Si Dios me quita la vida antes que a ti», mi hermana y yo nos miramos.

Oh..., oh...

Clavamos los ojos en mi papá y, al ver su gesto emocionado mientras tararea esa canción, que mi mamá adoraba y que él se sabe al dedillo, no podemos remediarlo y nos emocionamos con él.

Alison y yo agarramos a mi papá y los tres cantamos mientras sentimos a mamá a nuestro lado cantando con nosotros.

Emocionada por lo que mi papá puede estar sintiendo mientras canta con los ojos encharcados en lágrimas, sollozo. Sólo pienso que, si Dios me quitara a Santana, yo me moriría, me moriría para irme tras ella.

Mi cuñado, al vernos tan emocionados, sonríe y grita para que lo oigamos por encima de la música:

—¡Qué chingón canta ese cabrón!

Sus palabras nos hacen reír a los tres y nos sacan de nuestra pena.

Mi cuñado es mexicano..., pero mi hermana, soltando a mi papá, protesta:

—Cucuruchillo, no seas tan malhablado.

Noah le guiña un ojo a mi papá, abraza a mi hermana y prosigue cantándole aquella maravillosa canción mientras mi Alison se lo come con tomate, con ensalada, con aceitunas y con todo lo que ella quiera.

Por Dios, ¡cómo canta Alejandro Fernández, y qué maravillosa es la canción!

Ver a mi hermana y a su marido tan... tan... tan enamorados me hace reír.

Es increíble cómo nos puede llegar y manejar la letra de una canción, y tengo bien claro que, si Santana apareciera en este instante, me lanzaría a sus brazos y me la comería a besos para no separarme nunca de ella.


Tras dos horas y diez de concierto, el espectáculo termina y los cuatro salimos felices y encantados.


Esa noche, cuando llegamos a Jerez, lo primero que hago al entrar es ir a ver a mis niños. Santiago y Susan duermen dulcemente, y los beso. Los beso por mí y por su morena mamá.


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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D

Pd: decir que quedan 4 caps + epílogo
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por monica.santander Sáb Dic 19, 2015 8:24 pm

Amo esta historia!!!!
Saludos
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Sáb Dic 19, 2015 10:28 pm

monica.santander escribió:Amo esta historia!!!!
Saludos


Hola, jajaaj y yo! y tmbn me alegro que así sea jajaja. Saludos =D


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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 62

Mensaje por 23l1 Sáb Dic 19, 2015 10:29 pm

Capitulo 62

El miércoles, en Múnich, Santana estaba sentada en la silla de su despacho mirando al infinito.

Sin decir nada a nadie, había hecho un viaje relámpago a Chicago y acababa de regresar.

Ahí, se había encontrado con algo que no esperaba: Ginebra estaba hospitalizada, puesto que su dura enfermedad había dado por fin la cara.

Pero Santana, que no tuvo ni un ápice de piedad por el hundido Félix, se lo llevó aparte y le soltó con dureza todo lo que tenía que decirle. Éste no habló, sólo asintió y, cuando Santana terminó, sin esperar a que aquél abriera la boca y demostrándoles el odio que les tenía, dio media vuelta y se marchó.

Agotada, la alemana intentaba olvidarse ahora de sus problemas y centrarse en el trabajo.

Pero era imposible, sólo podía pensar en Brittany.

En la mujer a la que adoraba y que no la estaba esperando en casa.

Vestida con su imponente traje gris y una camisa blanca, giró su silla para mirar la calle a través del ventanal, mientras en su cabeza sólo había espacio para una persona: su Britt-Britt.

Antes de su viaje a Chicago, cada tarde, cuando llegaba a su hogar tras trabajar más horas de las que debía y veía a Susto, una sonrisa le iluminaba el rostro. Aquel animal era el orgullo de su Britt-Britt y, con cariño, lo mimaba todo cuanto podía ahora que ella no estaba, e incluso lo metía en la cocina para darle jamón de York, o en el salón para que le hiciera compañía.

Desde que se marchó Brittany, cuando por las noches Flyn se iba a dormir y Emma y Will se retiraban, Santana paseaba por la casa buscando algo que no estaba ahí.

Era increíble lo vacía que estaba sin ella.

Salía al garaje y, sentándose con una cerveza en la mano junto a Susto y Calamar, observaba con detenimiento la moto de Brittany e, irremediablemente, sonreía al imaginarla con la cara llena de grasa o saltando como una loca.

En cuanto entraba en casa, los recuerdos la mataban.

Cuando había llegado ahí, Brittany la había transformado por completo. Antes era una casa gris y aburrida como ella, y su rubia, sólo ella, la había llenado de risas, luz y color.

Brittany le había enseñado a confiar en las personas, a dar segundas oportunidades y a escuchar a los demás.

Brittany era todo.

Ella era su vida.


Aquella tarde, mientras observaba la calle sentada en el sillón de su despacho, Santana miró el reloj.

Eran las ocho, pero no tenía ningún aliciente para regresar a casa.

Entonces, su teléfono móvil sonó y, al ver que se trataba de Quinn, contestó con una sonrisa:

—¿Qué pasa, rubia?

Desde Eurodisney, mientras Rachel duchaba a Sami y Peter jugaba a la GameBoy en la habitación del hotel, Quinn preguntó:

—¿Cómo lo llevas?

Santana suspiró y murmuró:

—Bien..., bien...

—Bien jodida, ¿no?
—insistió Quinn.

Santana sonrió.

La preocupación de su amiga por ella era increíble y, haciéndole saber que estaba bien, bromeó:

—Tranquila, Q. De verdad que estoy bien.

—¿Qué tal en Chicago?


Necesitado de hablar con alguien, Santana se sinceró con su buena amiga y, cuando terminó, sin ganas de seguir metiendo el dedo en la herida, Quinn preguntó:

—¿Dónde estás?

Santana miró a su alrededor.

Pensó mentir, pero ¿para qué?

Y, observando unos papeles que tenía sobre la mesa, respondió:

—En la oficina.

Rápidamente, Quinn se miró el reloj y gruñó:

—¿Y qué narices haces todavía en la oficina?

Santana resopló y Quinn añadió:

—Vamos a ver, no me cabrees, que estoy de luna de miel y...

—Eh... ¡Relájate! ¡No seas pesadita!


La abogada, al oír eso, sonrió: esa frase era de Brittany, y entonces oyó que su amiga añadía:

—Ya hasta hablo como ella.

Su voz desesperada le hizo saber lo mal que estaba e, intentando hacerle olvidar sus problemas al menos durante varios minutos, Quinn comenzó a contarle cosas divertidas de Sami en Eurodisney.

Santana la escuchó.

Saber de todos ellos al menos la hacía sonreír; pero entonces dijo:

—Te dejo, Quinn. Besa a Rachel y a los niños de mi parte.

Y, sin más, colgó dejando a su amiga descolocado al otro lado del teléfono.

Una vez Santana soltó su móvil, estaba tocándose el cuello cuando de pronto el teléfono volvió a sonar y, al ver que era el papá de Brittany, contestó extrañada:

—Hola, Manuel; ¿pasa algo con Britt o los niños?

Manuel, que había esperado a que sus hijas se fueran con los niños a la feria, respondió sentado en un sillón de su comedor:

—Tranquila, Santana. Britt y los niños están bien.

Su respuesta hizo que la alemana volviera a respirar y, acomodándose en su sillón de cuero, preguntó:

—¿Lo están pasando bien en la feria?

—Sí, muchacha. Increíblemente bien, aunque creo que mi hija lo pasaría mejor si tú estuvieras aquí.


Al oír eso, Santana se incorporó en su asiento, cuando aquél prosiguió:

—No sé qué ha pasado entre ustedes, pero sé que algo atormenta a mi Britty y no me gusta verla así.

Santana, tocándose su pelo negro, cerró los ojos y murmuró:

—Manuel, escucha, yo...

—Santana, no
—lo cortó su suegro—No llamo para que me cuentes qué ha ocurrido entre ustedes.Sólo llamo para decirte que, si la quieres, debes hacérselo saber. Sé que mi Britty puede llegar a ser irritante y con seguridad te sacará de tus casillas, pero ella...

—Ella es lo mejor que tengo, Manuel. Lo mejor.


A Manuel le gustó oír eso.

—¿Y qué haces que no estás aquí, muchacha?—preguntó entonces.

Santana suspiró, sacudió la cabeza y respondió:

—Ella no quiere verme, y no se lo reprocho. Me lo merezco por..., como diría ella, por gilipollas.

Manuel sonrió y, dispuesto a que su hija fuera feliz, dijo echando un poquito de leña al fuego:

—Yo que tú, me movería antes de que otra persona más lista la haga sonreír.

Oír eso fue el revulsivo que Santana necesitaba y, cuadrándose en su silla, murmuró:

—¿Qué estás intentando decir, Manuel?

Con una sonrisa de experiencia y sabiduría, éste, tras dar un trago a su cervecita, respondió:

—Yo no digo nada. Pero mi Britty es una muchacha muy bonita y salada y, si la ven sola en la feria..., ya sabes, bailecito por aquí, rebujito por allá y...

—Mañana estaré ahí
—sentenció Santana.

Manuel asintió y, antes de colgar el teléfono, musitó:

—No esperaba menos de ti, muchacha, y, por cierto, esta llamada nunca se ha producido, ¿de acuerdo?

Santana sonrió y replicó con complicidad:

—¿Qué llamada, Manuel?

Cuando la comunicación se cortó, Santana respiraba con dificultad. Imaginar a Brittany con otra persona le resultaba inconcebible.

Miró la foto que tenía en la mesa de su rubia y murmuró:

—No puedes haberme olvidado, corazón.

Al decir eso, sonrió sin saber por qué. Esas palabras sólo podía haberlas aprendido del amor de su vida, de su Britt-Britt. Y, dispuesta a recuperarla, cogió el teléfono y, tras marcar, dijo:

—Frank, mañana después de comer volamos a Jerez.



Esa noche, cuando llegó a casa, fue a ver a Flyn a su habitación. El chico miró a su mamá y sonrió cuando la oyó decir:

—Mañana avisa en el colegio de que el viernes no vas. Nos vamos a Jerez.

—¡Guay, mamá!—aplaudió el crío.





*******************************************************************************************************



En Jerez, esa noche Brittany se divertía con sus amigos.

Sin embargo, sobre las diez, se sintió cansada y regresó con los niños y Jane a casa. Tanto baile y tanta juerga agotaban a cualquiera, y más a ella, que estaba embarazada.

Tras acostar a los niños, que llegaron reventados, Brittany se quitó su vestido de flamenca y, al mirar por la ventana, vio a su papá sentado en el balancín del jardín, junto a las preciosas flores de hibisco que había plantado su mamá muchos años atrás.

Después de ponerse ropa cómoda, pasó por la cocina, cogió una coca-cola de la nevera y, saliendo al jardín, sonrió al ver que su padre la miraba.

Al acercarse a él, cuchicheó divertida al comprobar que éste estaba escuchando música:

—Vaya, papá. No sabía yo que utilizaras el regalo que te hice para Navidad—y, al oír quién cantaba, rio—Alejandro Fernández, vaya..., vaya..., veo que te gustó el concierto de ayer.

Manuel sonrió y, haciéndole hueco a su hija en el balancín, preguntó:

—¿Qué tal en la feria?

—Bien. Como siempre, genial.

—¿Y tu hermana?

Tras dar un trago a su lata de coca-cola, Brittany respondió:

—Se ha quedado con Noah y los niños en la feria.

—Y tú, que eres la fiestera más fiestera de todas, ¿qué haces en casa tan pronto?

—Santiago y Susan estaban cansados, y prefiero guardar fuerzas para el fin de semana.

Manuel asintió y, mirando a su hija, añadió:

—¿No me vas a contar lo que te pasa con Santana?

Al oír eso, Brittany puso los ojos en blanco y, cuando se disponía a decirle de nuevo que no le ocurría nada, vio cómo la miraba él y finalmente respondió:

—No es grave, papá. Es sólo una discusión.

El hombre asintió y, tras dar un traguito de su copa de coñac, apoyó la cabeza en el balancín y murmuró:

—Estoy convencido de que a Santana no le gustaría saber que la otra noche te trajo en coche un hombre en vez de regresar con tu hermana.

—Papá, no me seas antiguo. No ocurrió nada—protestó ella al oírlo y sentirse culpable.

—¿Sabes, Britty? Tu mamá y yo discutíamos todos los días. Había momentos en que me sacaba tanto de mis casillas que... ¡Ofú, qué cabezota era!—sonrió—Y, cuando no era ella, era yo. Nuestros temperamentos chocaban continuamente. Imagínate a una catalana y a un andaluz.

Ambos sonrieron por aquello y luego él susurró:

—Pero daría lo que fuera porque ella siguiera a mi lado con su cabezonería y sus desplantes.

—Papá...

—Escucha, cariño, la vida en pareja se compone de malos y buenos momentos. Si los momentos malos son tan terribles que eres incapaz de salvarlos, lo mejor es cortar por lo sano y dejar de sufrir por mucho que te cueste; pero si nada es realmente tan terrible, mi consejo es que no desaproveches ni un solo día de tu vida porque, por desgracia, nuestro tiempo en este mundo es limitado y, el día que te falte esa persona a la que adoras, maldecirás por haber malgastado esos momentos con enfados y malas caras.

Brittany sonrió.

Sin duda, su papá siempre daba en el clavo.

—Sé que tienes razón, papá, pero en ocasiones, aun sabiendo que no puedes vivir sin esa persona, el enfado te bloquea y...

—No permitas que el enfado te bloquee—la cortó Manuel—Sé lista y disfruta cada instante de tu vida, porque cada instante perdido es un instante que nunca... nunca volverás a recuperar. Tendrás otros instantes, pero esos perdidos nunca se recuperan, mi vida. Mira, no sé qué ha pasado entre Santana y tú, ni quiero saberlo, pero sí sé que se quieren. Sólo tengo que verlas juntas para darme cuenta de la conexión tan especial que hay entre ustedes. ¿O acaso ya no la quieres?

Brittany suspiró y, sonriendo, murmuró:

—Papá, yo a Santana la quiero con locura.

Al oír eso, Manuel se tranquilizó.

Si la morena la adoraba y ella a la morena, el problema tenía solución y, sonriendo, cuchicheó:

—En ocasiones, las personas somos complicadas, hija. Dicen de las mujeres, pero nosotros también tenemos nuestras cosillas. Y ¿sabes qué? No hay nada que le guste más a una persona que la otra que presente batalla. Cuanta más batalla nos presente, más nos gusta y nos atrae. Aunque, cuidado, tampoco te pases con la batalla porque podrías perder.

—Desde luego, papá—murmuró Brittany divertida—, Como consejero matrimonial ¡no tienes precio!

Ambos rieron, y la joven, aprovechando el momento, preguntó a continuación:

—Bueno, ¿y tú qué tienes con la Pachuca?

Al oír eso, Manuel se puso rojo como un tomate. Su hija lo miró riendo y musitó:

—Escucha, papá. Sé que amabas a mamá y que la amarás el resto de tu vida, pero ya ha pasado mucho tiempo desde que ella murió y entiendo que rehagas tu vida. Por tanto, tengas lo que tengas con la Pachuca, me parece bien, y te aseguro que a Ali también. Eso sí, hazlo público o Ali, en su faceta de inspectora, se mete cualquier día en la cama con ustedes.

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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por micky morales Sáb Dic 19, 2015 10:37 pm

decir que quedan 4 capitulos ha sido un disparo directo al corazon, lo que ha hecho brittany me ha dolido como si estuviera ahi, yo queria que castigara a santana pero esta estaba drogada mientras que brittany lo ha hecho con premeditacion y alevosia, se que santana no lo tomara nada bn!!!! FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo - Página 8 597186406 FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo - Página 8 597186406 FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo - Página 8 2446003554 !
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por Lucy LP Dom Dic 20, 2015 2:06 am

Opa!!! Concuerdo con la amiga del comentario anterior yo también quería que la castigará pero de esa manera nop que feo... Saludos chica del EFECTO
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 3:) Dom Dic 20, 2015 11:53 am

hola morra,...

san se juegas sus cartas para salvar el matrimonio,..
es bueno que britt no la haya cagado con meter se con otro,..


nos vemos!!!
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

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