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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 16

Mensaje por 23l1 Vie Dic 04, 2015 7:10 pm

Capitulo 16


El viernes, Will aparece puntual en la casa a las cinco de la tarde.

Va a llevar a Flyn al cumpleaños de Elke.

En ese instante, suena mi teléfono y veo el nombre de ¡Sebas! Me apresuro a cogerlo y oigo:

—¡Marichochooooooooooooo!

Mi carcajada llama la atención de Santana, que me mira y, cuando le digo por señas quién es, ¡huye despavorida!

—Sebas, qué alegría hablar contigo. Justo el otro día me dijo mi papá que quizá nos podríamos ver porque estás de viaje por Alemania. ¿Qué haces aquí?

Oigo jaleo de fondo y voces que cantan, y Sebas responde:

—Estoy en un tour divertidísimo con treinta y seis locas en busca de geypermanes.

Me río.

—Mañana por la tarde pasamos por Múnich—añade mi amigo—¿Podríamos vernos un par de horitas? Di que sí..., di que sí, chiquilla, que tengo ganas de verte y contarte mil cosas.

Pienso.

Sé que al día siguiente vamos a casa de Rachel y de Quinn pero, dispuesta a ver a Sebas, afirmo:

—Por supuesto que sí, envíame un mensaje y nos vemos.

Dos minutos después, cuelgo feliz.

Ver a Sebas siempre es motivo de felicidad.

Con mi teléfono en la mano, camino hasta el salón, donde Santana está leyendo. Me siento a su lado, le cuento lo de Sebas, y entonces ella me mira y pregunta:

—¿Treinta y seis?

—Con él, treinta y siete—contesto riéndome.

Santana asiente y pregunta divertida:

—¿Y quieres que Quinn y yo estemos ahí…por qué ?

Ahora la que calibra eso soy yo.

Conozco a Sebas pero no conozco a los otros treinta y seis y, como sean tan escandalosos como mi amigo, sin duda Santana y Quinn no salen de ahí vivas. Así que, digo:

—Casi mejor que se quédense en casa esperándonos hasta que volvamos.

Estamos riéndonos cuando un guapo adolescente vestido con unos vaqueros caídos, una camiseta gris de su grupo favorito, los Imagine Dragons, y unas Converse negras aparece ante nosotras y nos mira.

En los años que hace que lo conozco, Flyn ha cambiado en todos los sentidos. Lo conocí siendo un niño bajito y regordete, y ahora es un adolescente delgado, guapetón, estiloso y espigado.

—¿Con esas pintas vas a ir al cumpleaños? —protesta Santana.

—Mamá, ¿pretendes que me ponga traje y corbata?

Me entra la risa.

Sin lugar a dudas, los tiempos han cambiado.

—Cariño, Flyn va a la moda —murmuro mirando a mi amor.

Santana asiente.

Sabe que llevo razón y, sacándose un teléfono del bolsillo, se lo tiende y le dice:

—Toma tu móvil. Quiero tenerte localizado.

El crío sonríe: ha recuperado su bien más preciado.

Le guiño un ojo y omito pedirle un beso. Flyn sigue rarito conmigo, pero en ese instante sonríe y yo me siento bien.

Muy... muy bien.


Cinco minutos después, una vez se ha puesto su chupa azul, se va con Will, y yo lo miro alejarse como una mamá orgullosa.

—Qué guapo y mayor está mi niño—siseo—Todavía recuerdo cuando lo conocí. Era tan retaco, y ahora, míralo, es más alto que yo.

A Santana la hace gracia mi comentario y susurra abrazándome:

—Vamos, mamá pollo. Tenemos cosas que hacer.


Dedicamos el resto de la tarde a los pequeñines y, cuando a las ocho y media los dos se quedan dormidos, Santana y yo respiramos aliviadas. Nos duchamos y estreno un vestidito de algodón de color verde botella y unas botas calentitas de andar por casa. Al verme, mi amor sonríe, me da un azote en el trasero y murmura:

—Estás preciosa.

Yo sonrío.

Siempre le ha gustado mi modo desenfadado de vestir y, entre risas, vamos a la cocina y cenamos algo.


A las nueve y media, Santana recibe en su móvil un mensaje. Es Flyn, para pedir que lo dejemos hasta las doce.

Mi esposa se niega.

—Cariño, no seas aguafiestas.

—No, Britt. Te recuerdo que está castigado.

—Lo sé. Pero está en una fiesta —insisto.

Pero mi cabezona morena gruñe:

—Demasiado es que lo he dejado ir a la fiesta de su novia.

Vale..., tiene razón. Aun así, intentando ponerme en el pellejo de Flyn, vuelvo al ataque.

—A ver, cariño, piensa. Nuestro niño lo está pasando bien en el cumpleaños y sólo quiere un poquito más de tiempo.

—¿Te recuerdo cómo es su amiguita Elke?

La imagen de la rubia guapa de pechos grandes me viene a la mente. Evito pensar lo que mi niño puede estar haciendo con ella en ese instante porque no deseo alarmarme, e insisto:

—Cariño, no me calientes o mi perversa mente comenzará a pensar cosas que no quiero de esa Elke y mi niño—y, tomando aire, prosigo calmándome a mí misma—Debemos fiarnos de nuestro hijo. Aunque quiera hacerse el mayor, Flyn es un crío todavía, y ambas lo sabemos. Venga..., dile que sí y recuerda lo que hablamos. Hemos de darle un voto de confianza.

Santana resopla.

Lo piensa..., lo piensa y lo piensa, y al final le escribe diciéndole que Will irá a buscarlo a las doce.

Feliz, la abrazo y seguimos tiradas en el sofá. Me encanta esa sensación de estar junto a ella viendo la tele.



Las horas pasan mientras estamos enfrascadas viendo una película de desastres nucleares, cuando de pronto el teléfono de Santana suena.

—Dime, Will.

Mis ojos miran el reloj: las doce y veinte.

Rápidamente, Santana me suelta. Se levanta del sofá y, mientras yo me levanto también, oigo que dice:

—Ahora mismo voy.

Cuelga la llamada y, mirándome, dice con gesto oscuro:

—Tengo que ir a por Flyn.

—¿Qué pasa? —pregunto sorprendida.

El gesto de Santana me dice que nada bueno.

—Tu niño ni sale de la fiesta ni le coge el teléfono a Will —sisea.

Uiss..., uiss...

Eso de «Tu niño» ha sonado fatal, pero sin darle opción me pego a ella.

—Voy contigo.

—Estás en pijama y no tengo tiempo de que te cambies —protesta.

Me miro.

Lo que llevo es ropa de andar por casa; no me importa, así que insisto:

—He dicho que voy. Me pondré un abrigo largo y...

—¿Vas a salir en pijama?

Su insistencia me enfada y, sin ganas de sonreír, afirmo:

—Por mi hijo, voy hasta desnuda.

Santana no habla, no responde, simplemente asiente.


Tras avisar a Emma antes de salir, me pongo un abrigo largo sobre mi vestidito de algodón y no me cambio de zapatos. Luego montamos en el coche y vamos en silencio hasta la casa de Elke, donde celebra su cumpleaños.

Al llegar, vemos a Will. El hombre nos mira y dice:

—Siento haber tenido que llamarlas, pero no sé qué hacer.

El gesto de Santana empeora a cada segundo que pasa.

Madre mía..., madre mía..., la que se va a liar.

—Llamémoslo una vez más al teléfono—insisto—Quizá se ha despistado y no se ha dado cuenta de...

Pero Santana ya no razona y murmura separándose de nosotros:

—Venga, Brittany..., ¡deja de cubrirlo!

Con una mala leche que ni te cuento, llega hasta la verja de la casa, llama, espera, pero nadie contesta.

Eso lo crispa aún más, y vocea:

—¡¿Acaso los padres de la muchacha no están en casa?!

Otro papá que está ahí esperando junto a nosotros de pronto grita con el teléfono en la oreja:

—Bradley, sal ahora mismo de la fiesta, ¡ya!

Ofuscado, el papá y Santana se miran, y el desconocido dice:

—Le he dicho mil veces a mi hijo que no quiero verlo con esta gentuza, pero no puedo separarlo de ellos.

Santana no dice nada, y yo, incapaz de callarme, pregunto:

—¿Por qué dice lo de gentuza?

El hombre se retira el pelo de la cara y sisea:

—Pensarán que soy un clasista, pero a mi hijo no le conviene rodearse de esa pandilla. Desde que anda con ellos, ya ha sido detenido dos veces y, por mucho que hablo con él, no me escucha.

Ay, madre...

¡Ay, madre!

Pero ¿dónde se ha metido Flyn?

Me asusto y, mirando a Santana, le pido:

—Cariño, vuelve a llamar a Flyn. Si Bradley ha cogido el teléfono, ¿por qué no lo va a hacer él?

Un tono, dos, cuatro, siete...

¡Nada!

No coge el teléfono pero, para nuestra suerte, pocos minutos después la puerta de la verja se abre, sale un muchacho al que rápidamente identifico como Bradley y, tras llevarse una colleja de su papá, se mete en el coche a toda prisa.

Cuando miro a Santana, ésta ya ha entrado en la parcela y, sin dudarlo, corro tras ella. He de aplacarla o el huracán López puede liarla bien gorda.

Se oye música.

Está sonando Pitbull, concretamente, Hotel Room Service,una canción que a Flyn le encanta y que a mí, cuando la pone en casa a toda leche, me pone la cabeza como un bombo.

Veo a varios jóvenes algo más mayores que mi niño por los alrededores del jardín fumando, besándose y metiéndose mano.

Bueno..., bueno..., menuda bacanal tienen montada aquí.

Santana y yo miramos a nuestro alrededor, pero ninguno de ellos es Flyn.

¡Menudo fiestorro ha organizado la niña!

¿Dónde están sus padres?

Al entrar en la casa, aparte de la música a todo trapo, noto que huele a marihuana y, mirando a mi alrededor, veo a varios de aquellos descerebrados fumando.

No me suenan sus caras.

Nunca he visto a aquellos amigos de Flyn.

El gesto de Santana se contrae.

—Lo voy a matar.

—Tranquilízate, cariño..., tranquilízate.

La versión malota de Icewoman clava sus ojos oscuros en mí y sisea:

—¿Cómo quieres que me tranquilice con lo que estoy viendo?

Cojo a Santana de la mano para hacerle saber que debe calmarse, pero ella me suelta y, a grandes pasos, se dirige hacia una esquina.

De pronto, lo veo.

Flyn está riendo con su novia sentada sobre sus piernas y una litrona en las manos.

Pero bueno, ¿desde cuándo bebe cerveza el mocoso?

Corro tras Santana y, cuando llegamos delante del crío, él nos mira y, en lugar de quedarse cortado o sorprendido, suelta una carcajada que nos deja sin palabras. Rápidamente me doy cuenta de que, además de fumado, está bebido.

¡Lo mato!

Santana resopla, yo le quito la cerveza de las manos.

Ojú, qué cabrea que tiene mi amor, cuando la oigo decir a gritos:

—¡Flyn, levántate!

Elke nos mira, Flyn ni se mueve, y entonces ella pregunta sonriendo con un porro de maría entre los dedos:

—Amarillo, ¿estas dinosaurios quiénes son?

Bueno..., bueno..., bueno...

A ésta le voy a dar tal guantazo que la voy a mandar directamente a la semana que viene.

¡¿Por qué lo llama «Amarillo»?!

¡Será niñata la mocosa!

Sin remilgos, ni contestar, Santana aparta a Elke de las piernas de nuestro hijo y, de un tirón, levanta a Flyn. La chica nos mira, y yo, sin dudarlo, le quito el porro de las manos y lo meto en un jarrón con flores que veo ahí al lado.

—Muy mal, guapita, muy mal—siseo—Y como mamá dinosaurio te digo: ¡aléjate de mi hijo!

La joven sonríe.

Otra que va fina... filipina.

Flyn intenta soltarse, pero lo único que consigue es que Santana lo agarre con más fuerza y lo saque de la casa a empujones.

Una vez hemos salido del bullicio de la fiesta y la peste a marihuana, ya en el jardín, Santana lo suelta y grita:

—¡¿Me puedes explicar qué estás haciendo?!

Flyn, que por sus movimientos nos demuestra que lleva un pedo considerable, suelta una risotada y murmura con chulería:

—Pero qué cortarrollos eres..., joder.

—¿Qué has dicho? —brama Santana, fuera de sí.

Yo miro a Flyn y, de pronto, lo veo como a un desconocido. Su respuesta, en ese momento, me parece un gran despropósito y una gran provocación y, cogiéndolo de la mano, tiro de él y pregunto mientras lo miro a los ojos:

—Pero ¿qué te pasa? ¿Qué haces comportándote así?

—¡Ehhh..., Amarillo, ¿adónde vas?! —gritan dos chavales que pasan por nuestro lado.

Flyn sonríe con malicia. Santana maldice, y yo estoy por soltarle un guantazo al mocoso, pero en lugar de ello contengo mis impulsos e insisto:

—¿Qué has tomado aparte de fumar maría y beber alcohol?

Él sacude la cabeza y, con un gesto que no es suyo, murmura:

—Ni que te importara.

—¡Flyn! —sisea Santana.

Lo miro.

Me aprieto la mano contra el muslo o, como salga disparada, el bofetón que le voy a dar va a ser sonado. Santana, por su parte, se mueve dispuesta a todo, y yo, intentando que no ocurra nada de lo que luego nos podamos arrepentir, me meto de nuevo entre ellos y empujo al crío.

—Cierra el pico y no la cagues más—le digo—Vayámonos a casa.

—Jackie Chan, ¿te piras ya?—pregunta un chico que pasa por nuestro lado.

Flyn sonríe y Santana susurra, a cada instante más molesta:

—Jackie Chan..., Amarillo... ¿Qué son esas absurdeces?

Yo no digo nada.

Si digo que lo sabía, me come a mí.

—Vámonos de aquí —gruñe Santana finalmente.

Cuando salimos, es evidente que Will se sorprende al ver el aspecto de Flyn.

—Will—digo—, No te preocupes y vete para casa. Ya vamos nosotros.


Una vez los tres nos metemos en el coche, Santana cierra de un tremendo portazo.

Menudo cabreo que lleva el colega.

Entonces, me mira y grita:

—¡¿Crees que todavía debo seguir fiándome de tu niño?!

—Nuestro niño —corrijo.

—Tu niño —insiste Santana.

Vale.

Ya estamos como siempre.

Cuando hace algo malo es mi niño, y cuando hace algo bueno es nuestro niño.

Pero no voy a contestar ni a entrar en provocaciones. Santana está muy nerviosa, y está visto que, diga lo que diga, me voy a llevar palos por todas partes, así que decido cerrar la boca.

Segundos después, Santana arranca el coche con rabia y conduce hasta casa.

Nadie habla, y a mí no se me ocurre poner música.

Ya sé que mi mamá siempre decía que la música amansa a las fieras, pero creo que, en un momento así, es mejor que ni las fieras escuchen música.


Cuando llegamos a casa, Susto y Calamar salen a recibirnos y, como puedo, los sujeto para que no se acerquen ni a Santana ni a Flyn. No está el horno para bollos y, al final, saldrían ellos perjudicados.

Una vez ellos entran en casa, suelto a los animales y entro yo también. Emma, que nos espera junto a Will, al ver el aspecto del niño cuando entramos en la cocina, se lleva la mano a la boca y murmura:

—Ay, Flyn, ¿qué te ha pasado?

Nunca ha visto al chico de ese modo, y yo, para intentar calmarla, digo mientras me quito el abrigo largo:

—Tranquila, está bien. Vayan a acostarse, por favor.

Tras intercambiar una mirada conmigo, Will agarra a Emma del brazo y ambos desaparecen.

Pobre mujer, ¡el disgusto que lleva!

Sin lugar a dudas, la infancia de Flyn se ha desvanecido de un plumazo, dejando ante todos nosotros a un adolescente conflictivo.

El silencio en la cocina es incómodo.

Como diría mi papá, se corta el aire con un cuchillo. Lo que ha hecho Flyn está mal, muy mal.

Santana abre el armario donde están sus medicinas y rápidamente destapa un bote y se toma una pastilla con un poco de agua.

Eso me alerta.

No es bueno para el problema de sus ojos. Sin duda, la tensión del momento le ha provocado dolor de cabeza pero, cuando voy a decir algo, ella mira al crío y pregunta:

—¿Para esto querías ir al cumpleaños de esa chica, Jackie Chan?

Flyn no responde, y Santana, furiosa, grita y grita y grita. Suelta por la boca todo lo que le viene en gana y más.

Ni se me ocurre decirle que baje el tono para que no despierte a Jane o a los niños, ni tampoco que cambie su actitud. Sin duda, lo ocurrido es para estar así y, cuando ya ha dicho todo lo que tenía que decir, sentencia:

—Estoy decepcionada contigo. Mucho.

Dicho esto, se marcha y me deja con el crío a solas en la cocina.

La chulería inicial de Flyn se ha disipado.

Sin duda, el pedal que llevaba se le ha bajado a los pies con la bronca de Santana.

Lo miro seriamente y él no me mira pero, cuando veo que palidece de repente, me apresuro a coger un frutero azul que hay vacío sobre la encimera y se lo doy. Acto seguido, mi hijo vomita.

¡Joder, qué asco!

Sin embargo, como mamá suya que soy, me levanto y le sujeto la frente. No puedo separarme de él a pesar del cabreo que llevo.

¡Es mi niño!

Cuando termina, le quito el frutero, con asquito lo llevo al baño más cercano, lo vacío y, cuando regreso, tiro el frutero con rabia a la basura. Luego pongo agua a hervir y busco en el armario una bolsita de manzanilla. Con el rabillo del ojo observo que Flyn me mira.

Está arrepentido.

Lo conozco, y esa mirada y sus ojos caídos me lo hacen saber, pero no le hablo.

No se lo merece.

Una vez el agua hierve, la echo en un vasito, introduzco el sobrecito de manzanilla y, dejándolo sobre la mesa, me siento frente a él y murmuro:

—¿Hace falta que te diga que lo que has hecho está mal?

El crío niega con la cabeza mientras mira el suelo. De tonto no tiene un pelo.

—¿Qué es eso de Jackie Chan? —pregunto a continuación.

No contesta.

Yo no digo que lo sé porque Becky me lo dijo, y pasa de mí, pero insisto:

—Olvídate de ir al concierto de los Imagine Dragons. Lo que has hecho no tiene nombre, y lo sabes. Lo sabes perfectamente.

Mi parte de mamá pollo quiere abrazarlo y acunarlo, pero mi otra parte de mamá dolida me dice que no, que no debo hacerlo. Lo que ha hecho está mal y Flyn debe entenderlo, como yo lo entendí cuando a los quince años tomé demasiado tequila en el cumple de mi amiga Rocío.

¡Madre mía, qué pedal pillé por querer llamar la atención de un chico!

Recuerdo la reacción de mis padres.

Mi mamá gritaba, me castigaba, me regañaba, pero lo que realmente me impresionó fue la mirada y el silencio de decepción de mi papá. Eso me dejó tan marcada que nunca más volví a beber sin conciencia como aquel día.

Y ahora, aquí estoy yo, haciendo lo mismo con Flyn para intentar que comprenda que esto no puede hacerle ningún bien.

Durante un buen rato, ambos permanecemos en silencio y casi a oscuras en la cocina mientras él se toma la manzanilla. Pero, cuando veo que el color vuelve a sus mejillas, me levanto y digo extendiendo la mano:

—Dame tu móvil.

—No.

—Dame tu móvil —insisto.

Finalmente, me lo entrega. A continuación, sin quitarle el ojo de encima, digo:

—No sé quién es Elke ni por qué ahora te dejas llamar Amarillo o Jackie Chan cuando tú...

—Eso no es problema tuyo—me corta el mocoso—Mis amistades son mías, y tú no tienes que decidir quién puede ser mi amigo o mi chica, ¡joder!

—Flyn, ten cuidado con lo que dices y olvídate de esos amigos y de esa chica. No te convienen.

—Porque tú lo digas.

Su tono de voz, el modo en que me contempla y la agresividad que veo en su mirada me paralizan. Entonces, tras coger mi bolso, que está sobre una silla, abro mi cartera, saco las entradas para el concierto de los Imagine Dragons y siseo rompiéndolas ante él:

—¡Se acabó!

Flyn se queda boquiabierto.

Luego tiro los papeles a la basura y añado:

—Ahora ve a lavarte los dientes y a la cama.

Sin más, salimos por la puerta de la cocina.

Entonces, veo luz bajo la puerta del despacho de Santana y digo:

—Vamos, sube a hacer lo que te he dicho. Mañana hablaremos.

Una vez veo que Flyn sube y desaparece, me vuelvo y entro con decisión en el despacho de mi amor.

Lo ocurrido esta noche no le beneficia ni a ella ni a sus ojos. Cuando se pone nerviosa, le repercute en la vista, e irremediablemente me preocupo.

Al entrar la veo sentada ante su mesa. Su gesto no es muy conciliador.

Con decisión, camino hacia la mesa y pregunto:

—¿Te encuentras bien?

—Sí.

Tiene en la mano un vaso de whisky y al recordar que un rato antes se ha tomado una pastilla, empiezo a decir:

—San, creo que...

—Britt—me corta—No es el mejor momento para nada.

—Pero creo que...

—He dicho «para nada» —repite implacable.

Vale.

Es mejor que me calle.

Sin lugar a dudas, yo tengo parte de culpa en lo ocurrido. La animé a que dejara a Flyn un rato más, pero Santana también es culpable, ya que fue ella quien dijo que podía ir a aquella fiesta. Ambas somos responsables de lo que ha sucedido, pero ella ha de rumiarlo y darse cuenta de ello. Así que, asiento, doy media vuelta y me acerco al minibar. Saco un vaso, un hielo y me sirvo un dedito de whisky. Con el rabillo del ojo observo que Santana me mira.

Me observa.

Me conoce tanto como yo la conozco a ella y sabe que tengo mil cosas que decir, pero aun así me aguanto y me callo.

Me cuesta un horror, pero lo hago.

Acto seguido, camino hasta el sofá que hay frente a la chimenea encendida y me siento de espaldas a ella.

Si ella no quiere hablar ni verme, no hablaremos ni la miraré.

Así estamos un buen rato. Cada una sumida en sus propios pensamientos y, al mirar hacia abajo, me horrorizo al ver la morcillita que se me marca con el vestido. Rápidamente encojo la tripa y el michelín desaparece.

Tengo que perder esos cinco kilos ¡ya!

De pronto oigo que Santana se levanta y, aunque no la veo, sé que se acerca a mí. Miro el reloj que hay sobre la chimenea. Son las dos menos veinte de la madrugada y todos en la casa duermen.

Los pasos de Santana se detienen detrás de mí. Imagino que me está observando e, inconscientemente, vuelvo a meter tripa. La conozco, sé que necesita un rato para pensar las cosas y ya está calibrando su error. Al final se acerca al sofá y se sienta al otro lado.

Con todo lo cabezona y gruñona que es, en el fondo Santana es una mujer básica. Sé manejarla muy bien, aunque en ocasiones, y aun sabiendo que vamos a discutir, no me da la gana de manejarla.

Su mirada y la mía chocan.

Sus ojos intentan provocarme para que diga algo, pero no... No, Icewoman, he aprendido que callándome gano más que gritando. Le sostengo la mirada y finalmente ella dice:

—Perdóname. He pagado contigo lo que no mereces.

—Como siempre, soy tu saco de boxeo —siseo molesta.

Santana asiente, sabe que llevo razón.

—¿Me perdonas? —insiste.

No hablo.

¡Me niego!

Ella deja su vaso sobre la mesita y me quita el mío de las manos.

Me mira..., me mira..., me mira..., se acerca para besarme y, ¡zas!, mis fuerzas flaquean, y más cuando susurra:

—Claro que me perdonas, ¿verdad?

Interiormente sonrío.

Sin que ella se haya dado cuenta, esa batalla la he ganado yo consiguiendo que ya esté besándome y pendiente de mí.

Mi amor hace que toda yo vibre y, con ganas de que me siga, me levanto y doy un paso atrás. Eso la anima, así que se levanta y vuelve a acercarse a mí.

Dejo que lo haga.

Permito que se incline hacia delante y junte su frente con la mía. Accedo a que rodee mi cintura con el brazo y me acerque a ella. Consiento que sus carnosos labios rocen mi rostro y me deshago cuando la oigo susurrar:

—Britt-Britt...

¡Oh, Dios!

¡Oh, Dios!

Puedo defenderme de Santana López mientras exista un palmo de distancia entre ambas.

Gobierno mi cuerpo si no me roza, pero me deshago como un helado cuando me toca y me llama eso de «Britt-Britt».

Sin hablar, mi amor me iza entre sus brazos, y yo rodeo su cintura con las piernas y su cuello con las manos y la beso.

La beso..., la beso y la beso y, cuando por fin paro, la miro a los ojos y pregunto:

—¿Te sigue doliendo la cabeza?

—No, cielo..., ya no.

Una de sus manos se mete por debajo de mi liviano vestidito de algodón y yo me estremezco. Sin lugar a dudas, tratándose de sexo, Santana es mucho más fuerte que yo, y cuando agarra mis bragas y de un tirón las rasga, mi loca excitación se redobla dispuesta a todo.

—Así me gusta más—afirma mi Icewoman antes de morderme el labio inferior.

Mi respiración se acelera cuando me deposita sobre la mesa de su despacho. Como siempre, está recogida, no hay nada fuera de lugar. Nuestro beso prosigue mientras disfrutamos de esa loca seducción y sólo se oye el crepitar del fuego en la chimenea.

Nuestros cuerpos se calientan, se derriten ante nuestro contacto, y rápidamente le quito a Santana la camiseta gris que lleva junta con el sujetador. Beso su cuello, sus hombros, sus pechos, sus bíceps, mientras ella me toca y me besa a mí.

Con deleite, nos miramos.

Nos comemos con los ojos, nuestras miradas nos excitan, y yo sonrío cuando ella da un paso atrás, desabrocha el cordón de los pantalones negros que lleva y éstos caen al suelo, seguidos segundos después sus bragas calzoncillos.

Mi boca se seca.

Dios mío, ¡qué buena está mi esposa!

Ver la el magnífico cuerpo de mi amor me trastoca, me quita el sentido, y Santana murmura tocándose:

—Toda tuya, cariño.

Sonrío y trago el nudo de emociones que está a punto de ahogarme.

Somos dos especímenes dignos de estudio.

Siempre resolvemos nuestros problemas igual: ¡con el sexo! Quizá no sea la mejor forma, pero es nuestra forma.

La de las dos.

Santana es mía.

Toda ella es mía y de nadie más, y lo sé.

Por supuesto que lo sé.

Deseosa de mostrarle lo que es suyo, me quito el vestidito corto por la cabeza y, una vez éste cae al suelo y meto tripa, soy yo la que susurra:

—Toda tuya, corazón.

La respiración de mi morena se acelera.

La locura que sentimos la una por la otra no ha disminuido ni un ápice desde que nos conocemos. Al revés, ha aumentado por la confianza que tenemos la una en la otra para provocarnos.

Santana sonríe, mira mis duros pezones y, agachándose, da un lametazo primero a uno y luego al otro y, de un tirón, termina de romper las bragas para que quede del todo desnuda como ella.

Sé lo que quiere y ella sabe lo que quiero...

Sé lo que me pide en silencio y ella sabe lo que le pido...

Y lo mejor de todo es que sé que nos lo vamos a conceder gustosas una y mil veces...

Hechizada por el momento, apoyo los codos en la mesa y, con descaro y complicidad, abro las piernas lentamente para ella, dejando el centro de mi húmedo deseo a la vista. Santana la mira y, con voz ronca, tentadora y sagaz, murmura mientras pasa el dedo por encima de mi tatuaje:

—Pídeme lo que quieras...—y mirándome finaliza—, Y yo te lo daré.

—¿Lo que quiera?

Uf..., uf..., lo que se me ocurre.

Las comisuras de mis labios se curvan, las suyas también. El principio de esa frase y mi tatuaje definen nuestra maravillosa historia de amor.

—Lo mismo digo, Icewoman—murmuro—Lo mismo digo.

Mi amor sonríe.

Retira lentamente los dedos de mi humedad y pide:

—Ofrécete a mí.

Excitada con la que oigo, me tumbo de nuevo sobre la mesa, me acomodo, deslizo mis propias manos por mis muslos y, tras tocarlos y ver que mi morena no me quita ojo, llevo mis dedos hacia los pliegues de mi vagina, me toco y siento lo húmeda que estoy.

Mi amor, con su mirada, con su voz y con su petición, me pone a mil.

Abro los pliegues de mi sexo y noto que estoy resbaladiza. Como puedo, dejo al descubierto mi botón del placer y al final susurro deseosa:

—Tuyo.

Mi loca amor asiente y, agachándose, saca la lengua y rodea mi clítoris con ella. Mi cuerpo reacciona rápidamente y me encojo. Santana sonríe y, privándome de cerrar las piernas, pone las manos en la cara interna de mis muslos, saca la lengua y me vuelve loca mientras la posa de nuevo en mi clítoris. A continuación, siento cómo su boca se cierra alrededor de él y me succiona.

Mi cuerpo tiembla.

Me encanta que mi amor juegue de esa manera conmigo, y me abandono al placer mientras miro hacia la puerta, que no hemos cerrado con llave, y pido a todos los santos que nadie ose abrirla.

Durante varios segundos, la increíble boca de Santana permanece sobre mi sexo y, cuando por último la separa, suplico:

—Sigue, por favor..., sigue.

Con una cautivadora sonrisa, veo que vuelve a hundir la cabeza entre mis temblorosas piernas y comienza de nuevo a lamer. Cierro los ojos extasiada, llevo los brazos hacia atrás, me agarro al borde de la mesa y separo más los muslos para ella.

El ritmo de Santana mientras me chupa me vuelve loca, y comienzo a temblar con violencia.

Me gusta..., me gusta..., y mi cuerpo se contrae de placer.

—Oh, sí..., sí..., no pares —consigo balbucear.

El placer aumenta, la locura se acrecienta, el espasmo se amplía mientras siento gustosas descargas eléctricas que me hacen jadear y gemir sin contención y un increíble orgasmo comienza a recorrer mi cuerpo desde la nuca hasta la punta de mis pies.

Oh, Dios...

¡Qué gustazo!

¡Qué subidón!

Pero mi amor quiere más, desea más, y yo también. Y, cogiéndome en volandas, me levanta de la mesa, me lleva hasta la librería y, al tiempo que me apoya en ella, me besa con pasión. Acto seguido, con un movimiento de cadera, une nuestros sexos para que se rocen.

De nuevo, me arqueo de placer.

Santana está muy húmeda, toda en ella esta húmeda y, cuando mi vagina se roza con la de ella, me vuelvo loca al oírla gemir y ver cómo ella misma se muerde el labio.

La miro extasiada.

Es tan sexi...

La quiero tanto...

Segundos después, comienza a moverse, primero lentamente y, cuando nuestros clítoris se rozan, su ritmo se acelera. Como puedo, murmuro:

—Mírame..., mírame...

Mi amor me mira, hace lo que le pido, y siento que nuestros ojos arden de pasión por lo que hacemos y disfrutamos.

No puedo moverme, Santana me tiene arrinconada contra la librería y sólo puedo recibir sus movimientos, jadear y disfrutar. Mis gemidos y los suyos llenan el silencio del despacho mientras una y otra y otra vez se mueve con fuerza en mí y yo lo animo a que continúe haciéndolo.

Soy tan suya como ella es mía.

Nuestros momentos de sexo, solas o en compañía, son increíbles.

Los disfrutamos.

Los vivimos.

Los deseamos.

Nos implicamos al cien por cien sin vergüenzas.

Nada existe en ese mágico instante excepto nosotras dos.

Cuando al fin la lujuria nos hace temblar al unísono, Santana se roza en mí una última vez en mí jadeando con voz ronca y luego caemos la una en brazos de la otra agotadas.

La respiración agitada de las dos resuena en el despacho y, pasado medio minuto, susurro:

—Cariño..., me estoy clavando el canto de un libro en la espalda.

Rápidamente Santana reacciona, me aparta de la librería, me mira y pregunta:

—¿Todo bien?

Asiento y sonrío.

Mi esposa y yo lo arreglamos todo con sexo.

Como nos gusta.

Adoro que me pregunte eso siempre que mantenemos relaciones sexuales. Eso significa que sigue preocupándose por mí como el primer día, y no quiero que deje de hacerlo.

Cuando, instantes después me deja en el suelo, camino desnuda hacia el minibar. Ahí tenemos agua, abro una botellita, doy un trago y después se la entrego a él para que beba.

Pobrecita mía, cómo suda; cualquier día se me deshidrata con el esfuerzo.

Entre risas, nos vestimos y le enseño mis bragas. No gano para ropa interior con ella. Es parte de nuestro juego, y quiero que siga siéndolo.

Cómo me pone su gesto cuando me las arranca.


Diez minutos después, entramos en nuestra habitación y, abrazadas y sin hablar en ningún momento de Flyn, nos dormimos.

Necesitamos descansar.




Cuando me despierto, como casi siempre, estoy sola en la cama. Miro el reloj digital que hay sobre mi mesilla.

Las 9.43.

Me desperezo y hago la croqueta sobre el colchón. Cómo me gusta revolcarme en nuestra enorme cama. Sonriendo estoy cuando de pronto recuerdo lo ocurrido la noche anterior con Flyn y doy un salto.

No quiero ni imaginarme lo que puede estar ocurriendo entre él y Santana.

Ay, mi niño..., ay, mi niño, que me lo come.

Me lavo los dientes, la cara y, sin ducharme, por las prisas, me pongo el vestidito de algodón que llevaba ayer, me calzo mis botas de andar por casa, cojo mi móvil y salgo a toda leche de la habitación.

Antes de bajar, paso por la habitación de Flyn para ver si está y, al abrir, me quedo boquiabierta al verlo a él y a Santana sentados en la cama hablando.

—¿Qué ocurre?—pregunta mi amor, levantándose alarmada al ver mis prisas.

Con el corazón a punto de salírseme por la boca, entro en el cuarto y murmuro cerrando la puerta:

—Nada.

Santana vuelve a sentarse en la cama y, tras observarme con detenimiento, dice:

—¿Acaso crees que lo voy a matar?

Joder..., joder...

¿Cómo puede conocerme tan bien?

Sin embargo, sonrío disimulando y, mientras miro a Flyn, que tiene una pinta desastrosa, pregunto:

—¿Cómo te encuentras?

El crío me mira y veo en sus ojos que Santana ya le ha cantado las cuarenta.

—Bien —dice.

Mi morena sexy coge mi mano, me sienta sobre sus piernas y, cuando voy a decir algo, Flyn sisea:

—Britt, mamá ya me ha dicho todo lo que tenía que decirme.

¡Ay, madre!

Se me encoge el alma.

Flyn lleva sin llamarme Britt desde que nació Santiago y, cuando voy a decir algo, mi amor se levanta y, cogiéndome con fuerza de la mano, dice:

—Flyn, vístete y luego baja. Hoy vas a bañar a Susto y a Calamar.

Al oír eso, el niño se dispone a replicar, pero Santana lo corta:

—Y, como ya te he dicho, no quiero ni una sola protesta, ¿entendido?

Todavía sorprendida por lo que Flyn ha dicho, salgo al pasillo con Santana y ella; al ver mi desconcierto, dice sin soltarme:

—Cariño, respira tranquila. ¿Qué te ocurre?

Hago lo que me pide y, cuando expulso el aire, murmuro:

—Me ha llamado Britt, San... No me ha llamado «mamá».

Veo que asiente y sacude la cabeza.

—Tranquila. Mañana te volverá a llamar «mamá».

Como puedo, digo que sí, pero igual que me ocurrió años antes, el corazón se me acaba de descuajeringar al sentir que mi coreano alemán está dejando de quererme.



Decido ir a dar saltos con la moto, pero Flyn no quiere venirse conmigo.

Cuando regreso, estoy hambrienta, abro la nevera, veo uno de los paquetes de jamón del rico que mi papá me envía y me pongo morada.

¡Dios, qué bueno está!


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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 17

Mensaje por 23l1 Sáb Dic 05, 2015 12:09 am

Capitulo 17


Cuando Brittany y Santana llegaron a la casa de sus amigas, Sami se echó a los brazos de sus tías. Durante varios minutos, éstos le prestaron toda su atención a la pequeña, que, como siempre, era un torbellino de vida y luminosidad.

En el momento en que por fin Quinn, Santana y Sami se alejaron, Brittany y Rachel entraron en la cocina y Brittany preguntó:

—¿Todo bien con Quinn?

Al comprender lo que su amiga le preguntaba, Rachel se apoyó en la nevera y sonrió.

—Todo perfecto. Creo que ya le ha quedado clarito a la ojiverde que, si vuelve a jugármela con esa pandilla de urracas, no voy a ser tan amable como lo fui con ellas la última vez. No me gustan, como tampoco yo les gusto a ellas, y esa tal Heidi es una gran zorra.

—Heidi es una zorra—repitió canturreando Sami al pasar por su lado.

Al oír a la niña, se miraron y rápidamente Rachel preguntó:

—Sami, ¿por qué dices eso?

—Mami, lo has dicho tú.

—Sí, cariño, esa Heidi es muy zorra y muy perra—afirmó Brittany agachándose para quedar frente a la pequeña—Pero, Sami, esas palabras son muy feas y no se dicen, ¿de acuerdo?

Agachándose a su vez, Rachel le colocó a su hija la coronita que tanto le gustaba llevar en la cabeza.

—Valeeeeeeeeee—dijo finalmente Sami—¿Me dan una galleta de chocolate?

Sin ganas de darle más vueltas al tema, Brittany cogió una galleta de un tarro y, en cuanto se la dio a la pequeña, ésta salió corriendo de la cocina.

En ese instante aparecieron Quinn y Santana, y la abogada, mientras sacaba unas cervezas fresquitas de la nevera, se mofó:

—Vaya..., pero si están aquí las dos macarras motorizadas de las birras bien fresquitas... ¿Irán  hoy también a quemar rueda?

Santana sonrió.

Brittany le había contado el episodio, y soltó una carcajada cuando Rachel respondió:

—Si me lo vuelves a recordar, quemaremos rueda y Múnich entero, guapita.


Después de un rato en el que las cuatro charlaron y rieron por lo ocurrido, sonó el teléfono de Brittany.

Era un mensaje:


Estoy en una más que divina cervecería en la plaza Marienplatz. ¿Tienes un rato para tu loca?


Brittany sonrió.

¡Sebas!

Y, levántandose, y guiñándole el ojo a Santana dijo:

—Rach, ha venido un amigo mío de España; ¿te vienes conmigo a verlo un par de horas?

—¿Qué amigo? —preguntó Quinn.

Repanchingándose en una silla, Santana miró a su casi hermana y, con gesto cómplice, murmuró:

—Tranquila, Q. Sebas y las treinta y seis las cuidarán mejor que tú y yo.

Divertida, Brittany le guiñó de nuevo el ojo a su esposa y, cuando salió con Rachel por la puerta, oyó que Quinn preguntaba:

—¿Las treinta y seis?


Una vez en la calle, Rachel miró a su amiga y le soltó:

—Muy bien. Desembucha. ¿Quién es ese amigo?

Brittany sonrió pero, como quería que se llevara una sorpresa al conocerlo, simplemente abrió la puerta de su coche y contestó:

—Monta y calla.

Mientras conducía, Brittany iba hablando de mil cosas. Al llegar al parking público de Marienplatz, dejaron el coche y caminaron encantadas hasta la preciosa cervecería Hofbräuhaus. Sin lugar a dudas Sebas estaba ahí y, nada más abrir la puerta y entrar, de pronto se oyó:

—¡Marichochooooooooooo!

Brittany sonrió.

Sebas, su loco Sebas, tan guapo como siempre, corría hacia ella para abrazarla y besuquearla. Cuando el abrazo y el besuqueo acabaron, Brittany le presentó a una alucinada Rachel, y él, como si la conociera de toda la vida, la besó con cariño. A continuación, tras mirar a sus escandalosos compañeros de viaje, dijo:

—Creo que es mejor que nos sentemos a aquella mesa. Si nos ponemos con ellos, no podremos cotillear a nuestras anchas.


Durante más de una hora, Rachel observó ojiplática cómo aquél y su amiga hablaban a la velocidad de la luz poniéndose al día de todo, hasta que él murmuró para terminar lo que estaba contando:

—Y ahí terminó mi novelesca historia de amor, lujuria y sexo con el potro sueco que me nubló la razón. Por tanto, he decidido que a partir de ahora zorrearé con muchos, pero sólo me enamoraré de los caballos de Peralta de mi tierra.

Brittany se apenó.

La última vez que había visto a Sebas, éste estaba locamente enamorado de aquel surfero sueco.

—Lo siento, Sebas—murmuró—Sé lo mucho que querías a Matías.

—Tranquila, chochete—afirmó él—Ahora me tomo la vida sin dramatismos, y he llegado a la conclusión de que, cuando todo sube, lo único que baja es la ropa interior—y, mirando a un alemán que pasaba junto a ellos, dijo—Geyperman de miarma, con lo difícil que es encontrarme y tú perdiéndome...

Rachel soltó una carcajada. Aquel tipo era increíble.

—¡Sebas! —gruñó Brittany divertida.

Él le guiñó un ojo con cara de pillo y cuchicheó:

—Si no se ha enterado de lo que he dicho, mujerrrrrrrrrrrrr, ¡déjame zorrear!

Los tres rieron y luego siguieron charlando. Rachel se inmiscuyó esta vez en la conversación, y Sebas y ella terminaron entendiéndose a la perfección.

Al cabo de un rato, él vio que Brittany miraba el reloj y preguntó:

—Y tu morena sexy y buenorro por la que me hago hetero, ¿por qué no ha venido? Mira..., mira que me moría por presentarlo a las treinta y seis locas que me acompañan. Que se quedaran celosas por el cuerpazo de la morena.

Rachel y Brittany se miraron, y esta última respondió:

—Te manda muchos besos, pero...

—¿Con lengua?

—¡Sebas! —dijo Brittany riendo justo en el momento en que los treinta y seis se levantaban de la mesa y, escandalosamente y con ganas de cachondeo, se sentaban con ellos.



Lo que en un principio iban a ser sólo un par de horas se convirtieron en cuatro y, cuando por fin se despidieron de Sebas y los treinta y seis y subieron al coche, Rachel miró a su amiga.

—Prométeme que la próxima vez Santana y Quinn vendrán con nosotras—le dijo muerta de la risa.

Estaban comentando lo bien que lo habían pasado cuando a Rachel le sonó el móvil.

Un mensaje.

Quinn.


Amor, compra cervezas. Con su larga ausencia, San y yo nos hemos dado a la bebida.



Después de leerle el mensaje a Brittany, pararon en un supermercado. Pero, como siempre ocurre cuando una mujer entra a comprar, salieron con el carro cargado hasta arriba y, en el momento en que estaban metiendo las bolsas en el maletero del vehículo, un adolescente de pelo oscuro y largo se plantó ante ellas.

—¿Quieren que me encargue yo del carrito, señoras? —dijo.

Brittany asintió con una sonrisa, y Rachel, mirando al chico, preguntó mientras él las ayudaba con las bolsas:

—Eh..., ¿dónde te he visto yo antes?

Al oír eso, el crío la miró y se apresuró a responder sonriendo:

—Seguro que aquí mismo.

Rachel parpadeó.

¿Dónde lo había visto antes?

Y, soltando el carrito, añadió:

—Todo tuyo, chavalote.

El muchacho sonrió y, sin decir nada más, se alejó con el carro. El euro que iba dentro le proporcionaría esa noche un bocadillo para la cena.


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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 18

Mensaje por 23l1 Sáb Dic 05, 2015 12:13 am

Capitulo 18


Tras una semanita que no se la deseo ni a mi peor enemigo, estoy agotada.

Flyn nos lo pone muy difícil.

Han llamado del colegio para decir que no ha ido a clase, y soy consciente de que mi niño está perdiendo los papeles. Le he pedido en varias ocasiones que solicite una entrevista con su tutor, pero hasta ahora le ha resultado «imposible». Insistiré de nuevo o al final acabaré pidiéndola yo misma.

Cuando Santana llega de trabajar, no me queda otra que contarle lo ocurrido y, tan pronto como ésta se marcha a su despacho enfurecida, Flyn se encara conmigo y me dice cosas como que ya no soy alguien de fiar por habérselo contado a su mamá. Intento hacerlo razonar y, en especial, hacerle ver que su comportamiento está dejando mucho que desear, pero le da igual, sigue rebatiendo todo lo que le digo hasta que Santana regresa y el crío se calla y no habla más.

¿Qué está ocurriendo con Flyn?



Esa noche, en la intimidad de nuestra habitación, Santana intenta quitarle hierro al asunto.

Está molesta por el comportamiento del muchacho, pero su visión del tema no es como la mía. Flyn no se comporta de la misma forma delante de Santana que delante de mí, y nosotras tampoco reaccionamos igual.

Conmigo se encara, se pone chulo, dice cosas terribles que en ocasiones no le cuento a Santana para no liarla más, pero con ella se calla.

Flyn ha pasado de ser un niño caprichoso a un adolescente provocador e indisciplinado.




El martes, Santana se va de viaje.

Flyn se trae a uno de sus amigotes a casa y, cuando los pillo fumándose un porro en su habitación, echo al amigo y tengo una buena con mi hijo. Él, ofendido por lo que he hecho, me acusa de estar amargándole la vida y yo tengo que respirar.

O respiro o le estampo una silla en la cabeza.




El miércoles, cuando Santana regresa, decido callar y no contarle nada de lo ocurrido. Sé que hago mal, pero Santana llega cansada, y lo último que quiero es agobiarla con más problemas.





El jueves, nada más levantarse, veo que mi esposa tiene mala cara. Eso me angustia pero, tras tomarse su medicación, sonríe y me tranquiliza. Sé que nuestra vida siempre será así. Tendré mil sustos con los dolores de cabeza de Santana a causa de su vista, pero verla sonreír poco después me hace saber que el dolor ha remitido; si no fuera así, lo sabría por el humor negro que lo suele preceder.


Esa mañana, sobre las doce, cuando estoy trabajando en López Inc., recibo una llamada de mi hermana Alison. Mi papá ha hablado con ella en referencia a Flyn, y la pobre, que ya está en México, me llama para apoyarme moralmente.

—¿Que ahora te llama Britt, el puñetero niño?

—Sí
—asiento apenada omitiendo otras cosas.

—La madre que parió al chino.

—¡Ali!


Ambas reímos y finalmente ella dice:

—Vale..., vale..., ya sé que es coreano alemán, pero si él te joroba, yo lo jorobo y lo llamo ¡«chino»!

—Mira que eres
—digo riéndome.

Entonces, oigo a Alison resoplar a través del teléfono y decir:

—Ese niño te quiere y te quiere mucho, pero el pavazo le ha venido de golpe. De pronto se ha visto mayor, guapete y resultón y se cree el rey del mambo. Pero, tranquila, como dice papá, regresará al redil. Eso sí, mientras no regresa, átate los machos, ¡que vienen curvas!

Vuelvo a sonreír cuando mi hermana añade:

—Mira, Britty, estás en la misma situación que yo con tu querida sobrina. Ni te imaginas lo rebelde y contestona que está Becky. Eso sí, en los estudios, la tía es una lumbreras, y sobre eso no me puedo quejar, pero en cuanto a los chicos, ¡ofú!, qué tontería tiene encima. Ha pasado de jugar al fútbol a querer comprarse sujetadores con relleno de gel.

—¿Con relleno de gel?
—pregunto sorprendida.

—Sí, hija, sí. El otro día, la mocosa va y me dice que quiere un sujetador Wonderbra push-up para que su pecho aumente y tener un escote perfecto. ¿Qué te parece?

—¿Te dijo eso?

—Sí, hija, sí. ¡Que las niñas de ahora son muy espabiladas!


Me río, no puedo remediarlo.

No me imagino a Becky, mi chicarrona, diciendo eso y, de repente, recordando algo, digo tras contarle que he visto a Sebas en Múnich:

—Hablando de Becky, haz el favor de no ponerle horquillas de Dora la Exploradora y calcetines con puntillitas, que ya es mayor.

—Pero si está monísima con ello.


Ambas reímos, y me doy cuenta de lo cabronceta que es mi hermana cuando añade:

—Lo hago para que proteste, tonta. Ya sé que no tiene edad para ponérselo.

—No sé quién es peor, si ella o tú.


Alison ríe.

Me encanta su risa.

Oírla reír es como oír a mi mamá.

—Según tu sobrinita—prosigue—, Ahora está locamente enamorada de ese tal Héctor, pero hasta el mes pasado lo estaba de un tal Quique y, claro, yo he de mirar por su reputación, ya sabes lo larga que es la gente y lo mucho que le gusta darle a la lengua.

Asiento.

Sé perfectamente cómo es la gente de cotilla y metomentodo. Bajo la voz y murmuro:

—Acuérdate de cuando tú y yo teníamos su edad, ¿o acaso has olvidado el veranito que te dio por Roberto, el de los juegos recreativos, o por Manuel, el de la tiend...?

—Ais, Roberto, qué guapo era. ¡Ay, madre, Britty!
—grita de pronto—¿Te acuerdas de Damián, el de la Montesa azul que tanto te gustaba y por el que saltabas la verja de casa todas las noches para verte con él?

—Sí. Claro que lo recuerdo.


Pensar en aquello me hace reír a carcajadas.

Sin duda, en nuestra adolescencia todos hacemos más tonterías de las que luego queremos reconocer, aunque recordarlas nos haga sonreír.

—Por cierto, papá está tristón porque dice que no vendrán a la Feria de Jerez.

—No lo sé. Aún queda mucho.

—Pero, Britty..., ya te la perdiste el año pasado, ¿te la vas a perder también este año?


Me joroba pensar en ello.

Desde que nací, sólo me he perdido esa feria una vez en mi vida, por lo que, dispuesta a dejarme las uñas para llevar a Santana este año, afirmo:

—No. Claro que no. Haré todo lo posible para ir.

Al final, cuando cuelgo, mi humor ha mejorado considerablemente. Las locuras de mi hermana y de mi sobrina me hacen reír. Entonces, oigo unos golpecitos en la puerta de mi despacho y, al mirar, veo a Ginebra.

¿Qué está haciendo ella aquí?

—Hola, guapísima—me saluda dicharachera—Tengo una comida con Santana y, como sé que trabajas aquí, he pensado en pasar a saludarte mientras ella termina unos asuntillos.

Me quedo boquiabierta.

¿Santana tiene una comida con ella y no me lo ha dicho?

Ginebra entra en mi despacho como Pedro por su casa, se sienta frente a mí y murmura:

—Qué bien lo pasamos el otro día...

—¿Cuándo?

Ella me mira y sonríe.

—En el Sensations—explica bajando la voz—, Aunque tu esposa, la muy malote, me rechazó.

No digo nada.

No puedo, y ella prosigue:

—Por cierto, te vi mirando tras las cortinas cuando yo estaba en el reservado con los amigos de Félix. ¿Te excitó lo que viste?

Lo recuerdo al instante y, con la misma sinceridad con la que ella me pregunta, yo le respondo a la vez que me maldigo por ser tan curiosa:

—Si te soy sincera, ni me excitó mi me gustó.

Ginebra sonríe.

—¿Por qué?

—¿Por qué, qué?

Ella me observa. No aparta la mirada de mí y responde:

—¿Que por qué no te excitó? Al fin y al cabo, es sexo.

—Porque esa clase de sexo no me atrae —replico.

Ginebra suelta una risotada y, bajando de nuevo la voz, cuchichea:

—Brittany, precisamente lo que a mí me excita es que me traten así y que mi marido lo permita y me use a su antojo. Pero, claro, tú prefieres...

—Prefiero lo que tú misma viste después—la corto segura de mí misma—Nunca disfrutaría con lo que a ti te gusta, eso no va conmigo.

Su sonrisa se ensancha y asiente.

—¿Santana y tú no se ofrecen a otras personas?

—Sí.

—Bueno eso es lo que hace Félix conmigo, cielo.

Vale.

Sé que puede parecer lo mismo, pero no lo es, y añado:

—No. No es lo mismo. Y que conste que no critico lo que vi; si a ti y a tu marido les gusta esa clase de sexo, ¡adelante! Sólo digo que yo no me prestaría a eso. Pero repito: si a ti te gusta, te excita y están de acuerdo, ¡adelante y disfrutadlo!

Ginebra entiende muy bien lo que le digo, y a continuación murmura:

—A mí me encanta que Félix me obligue y me entregue a sus amigos para que me usen a su antojo. Creo que es la parte más excitante de nuestro caliente juego.

—Sobre gustos no hay nada escrito —afirmo sonriendo.

—¡Tú lo has dicho! —conviene ella con un gracioso gesto.

Con Ginebra me pasa algo muy raro. Tan pronto me cae bien como me cae mal. No llego a cogerle bien el punto, pero reconozco que ella siempre trata de ser amable y encantadora conmigo.

Mirándola estoy cuando se levanta, se acerca a la pared y comenta:

—No me digas que éstos son sus niños...

—Sí—digo al ver que señala las fotos de mis hijos.

—Oh, Dios mío, son preciosos, Brittany. Qué monadaaaaa. Qué ricurasssssssssss.

—Lo son —afirmo orgullosa de ellos.

—¿Han adoptado un niño chinito?

Me dispongo a responder cuando de pronto Santana entra y lo hace por mí:

—Flyn no es chino, es coreano alemán. Era el hijo de mi hermana Bree, y ahora es nuestro.

—¿Era? —pregunta Ginebra.

Santana asiente penosamente y en ese instante confirmo que llevan sin hablarse varios años.

—Bree murió —explica Santana entonces.

—Oh, Dios mío, Santana..., lo siento. No sabía nada.

Mi amor asiente.

Hablar de ello le duele, y sé que le dolerá toda su vida cuando responde:

—Flyn se quedó conmigo y, desde que Britt llegó a nuestras vidas, somos una familia.

Ginebra se lleva las manos a la boca. Veo que siente lo ocurrido a Bree y, emocionada, le coge las manos.

—Sé cuánto la querías y lo unida que estabas a ella.

Santana asiente de nuevo.

Yo paso la mano por su espalda y Ginebra la suelta y dice reponiéndose:

—Sin duda, Brittany y tú han creado una preciosa familia.

—Sí—afirma Santana con seguridad mientras me guiña un ojo.

Ginebra vuelve a mirar la pared donde están las fotos de los niños y pregunta:

—¿Cómo se llaman los otros dos?

—Santiago y Susan —respondo.

Entonces, Ginebra enternece el gesto y murmura:

—Son preciosos..., preciosos—y, mirando a Santana, añade—Aún recuerdo que tú no querías tener hijos y yo sí.

Santana sonríe y ella finaliza:

—Qué curiosa que es la vida..., al final, tú los has tenido y yo no. ¿Piensan tener más?

—No—afirma Santana antes de que yo responda.

Vaya.

Eso me sorprende.

Siempre he sido yo la que decía rotundamente que no, y oír a Santana decir eso en cierto modo me subleva.

Pero tiene razón: ¡con tres vamos sobrados!

Al ver mi gesto, Santana se acerca a mí, me coge por la cintura y, mirándome directamente a los ojos, pregunta:

—Vamos a comer, ¿te vienes?

—¿Te encuentras mejor que esta mañana?—pregunto interesada por ella.

—Sólo era un pequeño dolor de cabeza, cariño—replica sonriendo—Venga, vente a comer.

La miro..., no sé qué hacer.

Yo misma estoy llena de contradicciones: ¿debería ir o no?

Pero, siendo consecuente con la confianza que tengo en ella, respondo:

—Mejor vayan ustedes.

—¿Segura?—pregunta mi amor intentando leer mi rostro.

Con una sonrisa que la tranquiliza, asiento.

—Sí, cariño. Segura. Vayan ustedes, tienen muchas cosas de las que hablar.

Dos segundos después, Ginebra y Santana salen de mi despacho y yo me siento de nuevo en mi silla.

Confío en Santana y, abriendo una carpeta, murmuro:

—Brittany Pierce, deja de pensar tonterías.


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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 19

Mensaje por 23l1 Sáb Dic 05, 2015 12:15 am

Capitulo 19


Aquella mañana, Rachel estaba en el centro comercial con sus excompañeros de batallón Caleb y Toby.

El día anterior, Quinn, que se había enterado de que habían llegado de Afganistán, los llamó para organizar la quedada. Era su modo de pedirle perdón por la encerrona de días antes con las mujeres de los abogados.

En el tiempo que llevaba retirada del ejército, la vida de Rachel había dado un giro de ciento ochenta grados. Ahora disfrutaba de una existencia demasiado tranquila con su hija y con una mujer que la adoraba.

—Estoy pensando en aceptar el puesto de escolta en el consulado. ¿Qué les parece?

Caleb y Toby se miraron, y este último sonrió y contestó:

—A mí no me parece mal; es más, soy consciente de que lo harás maravillosamente bien, pero ¿qué dice tu linda abogada?

—Por decir, dice muchas cosas y ninguna positiva—afirmó Rachel resoplando.

Caleb asintió.

Estaba con Quinn y, para echarle una mano, se quejó:

—¡¿Escolta?! ¿Te has vuelto loca?

—¿Por qué?

Entonces Caleb miró a Rachel a los ojos y dijo:

—Vamos a ver: dejaste tu trabajo en el ejército para pasar más tiempo con Sami y Quinn, ¿y ahora estás pensando en ser escolta? ¿Tanto necesitas el dinero?

—No —respondió ella.

Quinn precisamente no andaba corta de dinero, y el militar, que estaba al corriente de su boyante situación financiera, la miró e insistió:

—Sabes que suelo estar de acuerdo contigo en muchas cosas pero, en esto, siento decirte que estoy con Quinn. A mí tampoco me haría mucha gracia que mi mujer fuera escolta de nadie.

—Pero, Caleb...

—No, Rach—la cortó él—Una cosa era cuando trabajabas para sacar tú sola adelante a tu hija, y otra muy diferente es que tengas una buena vida y quieras complicarla con ese trabajo. Piénsalo. Quizá no te merezca la pena.



Durante un buen rato, los tres hablaron de los pros y los contras de aquel empleo, hasta que Toby, tocándose el estómago, dijo:

—Comienzo a tener hambre. ¿Qué les apetece comer?

—Tenemos que esperar a Quinn, que ha ido a por la niña al colegio para que los vea—advirtió Rachel—Por tanto, dile a tu estómago que espere.

Toby sonrió, pero entonces Caleb señaló al otro lado de la calle.

—Tu estómago está de suerte, colega—exclamó—Mira quiénes llegan por ahí.

Rachel y Toby miraron y sonrieron al ver a la pequeña Sami en brazos de Quinn, riendo de felicidad con sus coletas medio deshechas mientras esperaban a que el semáforo se pusiera en verde para poder cruzar la calle.

A Rachel se la veía enamorada.

—Sin duda, esa abogada es un gran persona—se mofó Toby—Sólo hay que ver tu cara de tonta al mirarla y la felicidad de Sami por estar con ella.

—¡Serás idiota!—dijo ella riendo.

—Quinn es una gran mujer y no se merece el disgusto que quieres darle con lo del trabajo de escolta—cuchicheó Caleb.

Rachel suspiró.

Quinn lo era todo para ella. Verla llegar con su pequeña en brazos, sin importarle que le manchara su carísimo traje, y con la mochila rosa de las princesas colgada del brazo la hizo darse cuenta de cuánto la quería. A continuación, miró a sus amigos y, bajando la voz, preguntó:

—Si ustedes encontraran a alguien que les hace tremendamente felices, que les da todo su amor y que hace que todos los días la vida sea maravillosa, ¿le darían fecha de boda?

—Sin dudarlo—afirmó Caleb.

Rachel sonrió al oír eso, y Caleb añadió:

—Cuando conocí a Romina, me enamoré de ella en décimas de segundo. Su manera de hablarme, de tratarme, de hacerme la vida fácil me volvió loco de amor, y supe que debía dar el gran paso antes de que otra persona más lista que yo pudiera enamorarla y se olvidara de mí. Y te aseguro que es lo mejor que he hecho en mi vida—de pronto, su teléfono sonó—Hablando de mi amor..., aquí lo tengo.

Toby rio y Caleb, tras cruzar unas palabras con su adorada mujer, cerró el teléfono y explicó:

—Romina ha dicho que nos espera a todos en casa para prepararnos una estupenda comida, y no acepta un no por respuesta.

Rachel asintió: irían a comer.

Sin embargo, no podía apartar la mirada de Quinn y de su hija. Ellas no la veían, pero ella a ellas sí, y ver cómo Quinn gesticulaba y la niña reía a carcajadas le encantó.

Muchas eran las veces en que ellas jugaban en casa y Rachel las contemplaba con disimulo y se emocionaba ante su bonita comunicación.

Quinn y Sami eran madre e hija.

Ambas la habían querido así desde un principio, y ella lo aceptó complacida.

Sin apartar los ojos de ellas, que ahora ya cruzaban la calle, de pronto Rachel tuvo claro que debía hacer lo que su corazón le dictaba y, mirando a sus compañeros, que la observaban fijamente, dijo:

—Voy a darle a Quinn una fecha para la boda.

Caleb y Toby comenzaron a aplaudir, pero ella los hizo callar enseguida:

—No digan nada, bocazas, quiero que sea una sorpresa para ella.

—Sami y tú han encontrado a alguien que merece mucho la pena—apuntó Caleb chocando los puños con los de ella tal y como habían hecho cientos de veces—No lo jorobes.

Sin apartar la mirada de Quinn, Rachel asintió.

—Sin duda, ella lo merece.

—Joder, teniente—se mofó Toby—¿Qué ha pasado para que se obre el milagro?

Con ojos de enamorada, Rachel miró a Quinn, que en ese momento se subía a Sami a los hombros, y respondió:

—Simplemente, que me acabo de dar cuenta de que ya no puedo vivir sin ella.

—¿Y esa fecha para cuándo? —preguntó Caleb curioso.

Divertida y asombrada por su propia decisión, Rachel se encogió de hombros.

—No lo sé—dijo—Y ahora, cierren esas bocazas, que no quiero que Quinn se entere de nada.

Cuando Quinn y Sami llegaron hasta ellos, Caleb y Toby se deshicieron en halagos con la niña mientras Quinn besaba a su chica y preguntaba:

—¿Cómo está mi heroína preferida?

—Bien—respondió ella encantada—Y gracias.

—¿Por qué?

—Por llamar a Caleb y a Toby.

Sorprendida porque ella lo supiera, Quinn miró a Toby y éste confesó:

—Lo siento, rubia, pero al final nos ha sacado que ayer hablamos. La teniente, cuando sospecha algo, no para con su tercer grado hasta que da con la verdad.

Todos sonrieron por el comentario, y Rachel, sin soltarse de Quinn, dijo:

—Te estábamos esperando. Romina nos invita a comer en su casa.

—¿Y eso, preciosa?

—Porque Romina no acepta un no por respuesta—contestó Caleb—Además, creo que tendremos algo que celebrar.

Al oír eso, Rachel lo miró.

¡Lo iba a matar!

—¿Qué tenemos que celebrar? —quiso saber Quinn.

Toby y Caleb se miraron con complicidad, y este último, mofándose de Rachel, que los acuchillaba con la mirada, soltó:

—Teniente, ¿tenemos algo que celebrar?

Ella sonrió y, como si los viejos tiempos hubieran vuelto, respondió:

—Celebraremos que dos capullos, muy capullos, han regresado de su última misión en Afganistán.

Caleb y Toby soltaron una risotada, y Quinn, que no entendía nada, cuando vio que aquéllos volvían a centrar toda su atención en la pequeña Sami, murmuró al oído de la mujer a la que adoraba:

—Teniente..., cómo me pone que te llamen así.

Rachel sonrió divertida.

Su rubia ojos verdes se había integrado totalmente en su grupo.

Había dejado de ser una mujer que se mantenía al margen de aquellos estadounidenses para convertirse en una que disfrutaba cada vez que todos se reunían y eran conscientes de su respeto y su cariño.



Tras tomarse una cerveza y hablar sobre banalidades, al final todos se encaminaron hacia la casa de Caleb y Romina, donde no faltaron el bullicio y la algarabía, mientras Rachel, enamorada, observaba embobada a su novia y se convencía de que tenía que casarse con ella.

Quinn era su amor.


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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 20

Mensaje por 23l1 Sáb Dic 05, 2015 12:16 am

Capitulo 20


—Brittany, me voy a comer—oigo que dice Mika justamente cuando estoy cerrando la carpeta para hacer lo mismo.

En cuanto salgo del despacho, los trabajadores con los que me cruzo en mi camino me miran y me saludan con una sonrisa.

Eso me alegra.

Me gusta que vean en mí a una persona, además de a la señora López-Pierce.

Una vez en la calle, me dispongo a coger un taxi para regresar a casa cuando oigo que alguien grita mi nombre. Al mirar, sonrío al ver que se trata de Kitty, la hermana de Santana, que con la mano me dice que la espere y de una carrera llega hasta mí.

—¿Qué haces por aquí? —pregunto tras besarnos.

Kitty me mira y sonríe.

—Venía a hablar con Tana—dice.

—No está. Ha salido a comer con una antigua amiga.

Mis últimas palabras deben de salirme con cierto tonillo, porque ella pregunta al instante:

—¿Qué amiga?

Sin querer poner caritas, tras el tonito que le ha dado a lo que he dicho, respondo:

—Una tal Ginebra..., ¿la conoces?

—¿Ginebra está aquí?—pregunta sorprendida.

Yo asiento, y añade:

—Ostras, me encantaría verla. La recuerdo con cariño, aunque yo fuera una niña. Era majísima..., ¡majísima!

Saber que Kitty también la recuerda con cariño no sé si me gusta o me desagrada. Mi cuñada debe de vérmelo de nuevo en la cara, porque dice:

—Pero tú para mí eres la única..., ¡la mejor para la borde de mi hermana!

Su apreciación y el cariño que me tiene finalmente me hacen sonreír.

—¿Comemos juntas? —pregunta entonces.

Asiento.

Llamo a Emma, me dice que los peques están bien y le indico que llegaré más tarde.

Del brazo, caminamos por las calles de Múnich y entonces de pronto la loca de mi cuñada se para, levanta una mano y gritando dice:

—¡Me caso!

Rápidamente veo el anillo en su dedo.

¿Cómo que se casa, si ella no es de casarse?

¿Con quién se casa?

La veo saltar, sonreír y emocionarse en el momento en que dice:

—Estoy loca..., ¡lo sé! Pero... pero he dicho que sí, ¡y me caso!

La miro.

Me mira.

Las dos nos reímos.

¿De qué me río?

Kitty rompió con su alocada novia Marley hace meses cuando se tuvo que ir de la ciudad por trabajo y, que yo supiera, no estaba saliendo con nadie. Por eso, cuando no puedo más, con cara de circunstancias pregunto:

—¿Y con quién te vas a casar?

La chiflada de mi cuñada suelta una carcajada, aplaude como una niña chica, se retira el pelo rubio de la cara y, tras aspirar, murmura:

—Con Marley.

Vale..., Marley no está…

¿Se volvió loca?

—Marley volvió y ahora es la anestesista que trabaja en el hospital—explica ella emocionada.

—¡¿Volvió?! ¡¿Cuándo?!

Kitty asiente y, feliz de la vida, añade:

—Sí, dijo que ya no podía estar lejos de mí, y cuando supo que estaba disponible el puesto de anestesista ella misma lo pidió, y reconozco que la noticia no me cayó bien. Incluso la evite los primeros días y le dije cosas horribles. Pero, una noche, cuando salía del hospital, nos encontramos en el parking... ¡Oh, Diossssssssssssss, lo recuerdo y se me ponen los pelos de punta!

—¿Por qué? —pregunto curiosa.

—Porque es tan... tan... raro todo. La conocí como camarera mientras estudiaba medicina, le ofrecen un trabajo y se va, según ella para un mejor para nosotras. Ahora vuelve, que por nosotras. Desde que volvió no deja de buscarme y hacer cosas para que estemos juntas, con decirte que en ocasiones me recuerda al tonto de mi hermana...

Eso me hace reír al imaginar a Marley hacer algunas de las cosas que hizo Santana.

—Pero, ¿cuándo volvió?

Kitty me mira con un poco de vergüenza, pero responde:

—La verdad… hace unos meses.

—¿ Y en todo este tiempo no has querido volver con ella?

—Cuando la vi, también me impresione y la ignore, pero como te dije ella me buscaba todos los días, hasta que volvimos. Pero yo no quería decir nada por todo lo que paso… y la verdad para hacerla sufrir un poco. Ella más de alguna vez ha querido ir hablar con mi mamá o a Tana, pero yo se lo prohíbo.

—Así que volvieron hace tiempo entonces, ¿no?

—Sí, pero como te digo... fue alucinante—prosigue—Fuimos a tomar una copa. Ella me dijo que mientras estuvo lejos no tuvo pareja, yo le confesé que tampoco y, bueno..., una cosa llevó a la otra, comenzamos a vernos cada día más seguido y sólo puedo decirte que estoy feliz y... y... ¡embarazada!

—¡¿Qué?!

¡Toma ya bombazo!

Boda y embarazo.

—¡SÍ! Me sometí al tratamiento poco después que volvimos y ¡Estoy de cuatro meses!—insiste Kitty, tocándose su casi inexistente tripa.

A cada segundo más alucinada por todo lo que me está contando en medio de la calle, no sé ni qué decir. Hasta hace apenas quince minutos no sabía Marley había vuelto y que Kitty le dio otra oportunidad, y ahora, de pronto, se va a casar y está embarazada.

Kitty habla..., habla y habla.

Está nerviosa.

—¿Lo sabe Maribel?

Ella niega con la cabeza.

—Pensaba decírselo luego a mamá. Primero quería contárselo a la troglodita de mi hermana y, como sabía que tú estabas en López Inc., pensé que serías mi gran apoyo cuando ella me llamara loca, desequilibrada y descerebrada.

—No, mujer... ¿Cómo te va a decir eso?

Ambas nos reímos y ella prosigue:

—Por cierto, ¿recuerdas el día que vinieron con Flyn al hospital?

Yo asiento:

—Bueno mi mala cara era porque, segundos antes de llevar a Flyn hasta ustedes, acababa de vomitar..., ¿no es emocionante?

La miro boquiabierta y asiento al pensar en el asco que me daba cuando yo estaba embarazada.

—Emocionantísimo.

Mi cuñada, que está sobreexcitada, no para de hablar. Yo la escucho y así llegamos hasta un restaurante español que nos encanta. Ahí nos ponemos moradas a jamoncito del rico, tortilla de patata con cebollita y carne en salsa y, cuando voy a explotar, digo:

—Kitty, a riesgo de parecer una idiota, quiero que sepas que el matrimonio no es un juego de hoy te quiero y mañana no.

—Lo sé—responde ella sonriendo feliz—Pero estoy tan enamorada que sé que todo va a salir bien.

Asiento.

Me rindo.

No pienso volver a ser la nota discordante, y entonces ella dice:

—Marley y yo queremos casarnos antes de que nazca el bebé. Lo llevamos pensando unos meses y, bueno..., hemos decidido hacerlo dentro de un par de semanas. ¿Qué te parece?

—¿Dentro de un par de semanas?

Kitty asiente.

—¡Y, por supuesto—añade—, Quiero mi despedida de soltera en el Guantanamera! Tengo que avisar a Rach y a todos los amigos, ¡verás qué fiestón!

En ese instante, me entra la risa.

La risa floja.

¡Cuando se entere Santana, va a flipar!

Kitty se ríe, creo que sabe lo que pienso. Las dos nos descojonamos y, en el momento en que consigo parar de reír, murmuro:

—Verás cuando se entere tu hermana que ha vuelto Marley y que estas con ella y que lo tenían escondido… y de la boda...

—Peor va a ser cuando sepa que te voy a llevar de nuevo al Guantanamera.

Eso nos hace volver a reír otra vez.

No lo podemos remediar.



Tras una comida en la que no paro de desternillarme con la loquita de mi cuñada, ella me convence para que la acompañe a darle la noticia a su mamá.

Acepto encantada: adoro a mi suegra y por nada del mundo me perdería su cara cuando se entere.



Cuando llegamos al barrio de Bogenhausen, donde vive Maribel, nos paramos ante la verja oscura del precioso chalet.

—¿Te puedes creer que estoy nerviosa?

—Tranquila. Ya sabes cómo es tu mamá. Seguro que se alegra.

Una vez llamamos al timbre, la verja se abre y entramos. Sea la época que sea, el jardín de Maribel es siempre una maravilla. Admirándolo estoy cuando Amina, la mujer que trabaja para ella, nos abre la puerta de entrada y saluda:

—Buenas tardes, la señora está en el salón.

Kitty y yo sonreímos pero, en cuanto entro en el salón, la sonrisa se me corta de sopetón.

¿Qué hacen Santana y Ginebra aquí?

Boquiabierta, miro a mi esaposa, que, al verme, se levanta rápidamente y dice:

—Hola, cariño.

La observo y, cuando veo que Kitty abraza a Ginebra con demasiada efusividad, murmuro:

—¿Qué haces aquí con ella?

Pero no puede responderme. Maribel, que ya está a mi lado, me abraza, me besuquea como siempre y, cogiéndome de la mano, me sienta a su lado y dice:

—Qué alegría tenerte aquí, Britt.

Y, mirando a la mujer que considero una extraña y que no sé por qué está aquí, añade:

—Ya me ha dicho mi hija que conoces a Ginebra, ¿verdad?

—Sí—afirmo.

Ginebra y yo nos miramos y entonces ella dice:

—Nos hemos visto un par de veces. Cuando la conoció, Félix dijo que Brittany era una mujer con clase y saber estar, a la par que divertida y guapa. Qué suerte ha tenido Santana.

Maribel sonríe y, sin soltar mi mano, declara:

—Estoy totalmente de acuerdo con Félix; todo lo que yo pueda decir de Britt es poco. Es la mejor nuera que una suegra querría para su hija.

Estoy encantada con su halago cuando Maribel suelta mi mano, coge la de Ginebra e indica:

—Pero tú me has dado hoy la sorpresa del día, Ginebra. Tengo tan buenos y bonitos recuerdos de ti que, cuando has aparecido con mi hija, he tenido la impresión de regresar al pasado.

—Mamá, por favor, no exageres—murmura Santana sentándose a mi lado.

Bueno..., bueno..., bueno...

No sé qué pensar.

Aquí estoy, con mi suegra, mi cuñada, mi esposa y la ex de ella.

¡Todo esto es muy surrealista!

Aun así, intento prefabricar una sonrisa convincente, asiento y respondo:

—Tu marido también me pareció un buen hombre, Ginebra. Díselo de mi parte.

Ella sonríe y, con su desparpajo habitual, comienza a recordar cosas que veo que hacen reír a Kitty, a Maribel y a Santana. Yo también sonrío, hasta que no puedo más y, levantándome, digo:

—Si me disculpan, voy un momento al baño.

Sin mirar atrás, salgo del salón. Me encamino hacia el cuarto de baño y, una vez dentro, echo el pestillo. Me pongo la mano en el corazón. Me va a mil y, mirándome en el espejo, observo que mi cuello comienza a enrojecerse. Rápidamente me echo agua. No quiero que ninguna se percate de que estoy nerviosa y, cuando noto que la rojez desaparece, siento alivio.

Tan pronto como salgo del baño, regreso al salón y, al entrar, me encuentro a las cuatro riendo.

Siguen con sus recuerdos y, oye..., ¡lo entiendo!

Pero me toca los ovarios.

Ya me gustaría a mí ver a Santana con mi papá, mi hermana y un ex mío recordando tiempos pasados.

Mi esposa me mira.

Busca mi complicidad y, dispuesta a dársela, le guiño un ojo, me acerco a ella y la beso.

Mi suegra, que lleva ya años haciendo paracaidismo, habla de sus últimos saltos, y Santana, como siempre, no quiere ni escuchar. Riéndome estoy por ello cuando oigo que Kitty dice:

—Bueno, mamá. Yo venía a contarte un par de cosillas importantes y, ya que está Tana aquí, bueno se los digo a las dos a la vez y, así, como vulgarmente se dice, mato dos pájaros de un tiro.

Al oír eso, Ginebra hace ademán de levantarse para irse, pero Kitty la sujeta y dice:

—Tranquila, no hace falta que te vayas.

Eso me toca la moral.

Pero lo entiendo: mi cuñada es muy correcta.

Maribel y Santana clavan las miradas en Kitty cuando ésta, tras mirarme en busca de apoyo, levanta la mano y suelta:

—¡Me caso!

Cricri..., cricri..., se oyen los grillos del jardín, hasta que Maribel murmura incrédula:

—Bendito sea Dios.

El silencio se apodera de nuevo del salón. Se puede decir que podría oírse hasta una hormiga caminar por el jardín de puntillas, hasta que Santana pregunta:

—¿Que te casas?

—Sí.

Con una expresión indescifrable, mi amor mira a su hermana e insiste:

—¿Y con quién te casas?

Kitty, a la que le importan tres narices el gesto serio de mi Icewoman, sonríe y responde:

—Con Marley.

Maribel, que sigue boquiabierta, pregunta entonces:

—¿Marley? ¿Ha vuelto?

No puedo..., no puedo..., no puedo.

Me río, ¡me río! Y al final se me escapa la risotada.

¡Es todo tan surrealista...!

Kitty me secunda, y entonces Santana, mirándonos a las dos, gruñe con gesto serio:

—No sé dónde le ven la gracia.

Vale.

Dejamos de reír antes de que nos coma.

—A ver, hija—dice Maribel echándose hacia delante—Sabes que soy una mamá abierta a tus locuras, pero una boda... que Marley acaba de volver…

—No mamá… Marley volvió poco después que se fue y me busco, conversamos y volvimos, pero no quería decir nada porque sabría lo que pasaría y quería castigar un poco a Marley… y el tiempo paso. Y lo sé, mamá—dice Kitty—Sé que me vas a decir lo mismo que Britt me ha dicho de que el matrimonio no es un juego de hoy te quiero y mañana no. Pero debes saber que estoy segura de lo que hago y con quién lo voy a hacer porque no es alguien que conocí ayer, sino alguien que conozco desde hace años y...

—¡¿Has vuelto con ella?! ¡¿Y hace meses?! —ruge mi alemán.

—¡San!—protesto yo.

Al oír eso, Kitty la mira y responde:

—Sí, hermanita. Ya explique que Marley volvió al poco tiempo y me conversamos lo que teníamos que conversar. Y a Marley la conozco desde hace tiempo, además ahora trabaja en el hospital.

Ginebra nos mira. Se levanta de donde está y sale del salón.

Yo la miro.

¿Adónde va?

Dos segundos después, vuelve a entrar y, sentándose junto a Maribel, dice:

—Le he dicho a Amina que te prepare una tila.

Anda, mi madre, ¿ahora va de salvadora y señora de la casa, la colega?

Santana sigue aún boquiabierta por la noticia cuando Kitty abre su bolso y, sacando la prueba del delito, que no es otra que la del embarazo, la enseña y añade:

—También... también quiero decirles que estoy embarazada de cuatro meses y estoy muy... muy feliz.

¿Cómo quieren que no me ría?

Ay, Dios, que me parto otra vez.

Las caras de Santana y su mamá son lo más gracioso que he visto últimamente. Pero entonces la pobre Maribel musita con un hilo de voz:

—Embarazada... Tú, embarazada.

—Sí, mamá. Yo, embarazada. ¡Voy a tener un bebecito!—veo que sonríe—¿A que mola?

—Joder, qué locura —suspira Santana.

Mi suegra se da aire con la mano.

Ofú, qué fatiguita que le ha entrado; pero entonces consigue decir:

—Pero, hija, si a ti se te mueren hasta las plantas de plástico.

—¡Mamá! —protesta Kitty.

—Que la tila sea doble —dice Maribel tocándose el rostro.

Santana mira a su mamá, parpadea y se le hincha la vena del cuello.

Oh..., oh..., ¡peligro!

Y, antes de que suelte alguna de las suyas, me levanto y, abrazando a Kitty para que sienta mi total apoyo, exclamo:

—¡¿No les parece bonito otro bebé más en la familia?!

Con el rabillo del ojo observo que la vena de Santana se deshincha.

¡Menos mal!

Entonces, Ginebra se levanta, se coloca a mi lado y dice:

—Enhorabuena, Kitty. Por la boda y por el bebé.

Mi cuñada acepta gustosa su abrazo, y a continuación Maribel se pone también en pie y murmura emocionada:

—Ay, hija... Ay, hija..., nunca pensé que llegaría este momento.

Sonriendo, Kitty la abraza.

¡A esta mujer no hay quien la entienda!

Santana, que aún no se ha movido, nos mira entonces y suelta:

—Pero ¿se han vuelto todas locas?

—San...—murmuro.

—No, Britt..., ¡cállate!—protesta mi gruñona—Esta descerebrada se va a casar con alguien que la dejo y la hizo sufrir, ¿y encima va a tener un bebé?

Kitty se sienta con tranquilidad en el sillón y, mirándome, cuchichea:

—Te lo dije. Te dije que la controladora y sabelotodo de mi hermanita me llamaría descerebrada.

—Kitty, no piques a tu hermana—replica Maribel.

—No, mamá, déjala que me pique—gruñe mi amor—Ya vendrá luego llorando cuando su mundo, como dice ella, se le vuelva del revés otra vez.

Kitty, a la que no se le mueve ni un pelo, me mira y se mofa:

—De verdad, chica, que no sé cómo soportas a esta troglodita.

Su comentario me hace sonreír, pero entonces Santana prosigue:

—¿Qué tal si evitas comentarios absurdos?, y tú—sisea mirándome—¿Dejas de sonreír?

—Tana, hija...—la regaña Maribel.

Pero mi morena, que cuando se enfada es una apisonadora, responde:

—No te entiendo, mamá. Esta imprudente te está diciendo que volvió con la ojos triste que la hizo sufrir, que vuelve hace tiempo y no nos dice nada. Y no solo eso está embarazada y que se casa, ¡y tú no dices nada!

Bueno..., bueno..., aquí se va a armar la marimorena, y efectivamente.

¡Se arma!

Al final, Kitty se levanta, comienza a discutir con Santana y mi morena no se calla.

Amina entra y deja una bandeja con varias tazas y una tetera con tila y huye despavorida.

Durante varios minutos, Santana y Kitty se echan en cara todo lo que quieren y más, al tiempo que Ginebra las observa y Maribel las reprende por sus comentarios mientras bebe tila.

Cuando creo que he de decir algo para intentar mediar, Ginebra se acerca a Santana y señala:

—Escucha, cielo, Kitty ya es mayorcita para saber lo que quiere hacer con su vida igual que tú lo fuiste cuando te casaste, como me has contado, sin conocer apenas a Brittany.

¡Tócate los bolondrios!

Pero ¿de qué habla ésa y, sobre todo, qué le ha contado la troglodita, por no decir gilipollas, de mi esposa?

Su comentario no me gusta, y mi mirada le dice absolutamente todo lo que pienso a mi gilipollas particular cuando Ginebra prosigue:

—Santana, tú has encontrado al amor de tu vida en Brittany. ¿Por qué Kitty no ha podido reconciliarse con el suyo?

Vale..., eso ya me gusta más.

¿Santana le ha dicho que soy el amor de su vida?

Mi mirada se suaviza.

La de Santana también y, finalmente, Kitty rompe a llorar sentándose en el sofá.

Maribel, Ginebra y yo miramos a Santana. Esperamos que haga algo, que lo arregle, y ella, tras ponerse las manos en las caderas, sacudir la cabeza y resoplar, se sienta junto a su hermana y dice:

—Lo siento.

—¿Por qué lo sientes? —gimotea Kitty.

—Porque soy una bocazas además de una troglodita y una gilipollas como piensa mi mujer.

Eso me hace sonreír.

Sé cuánto quiere a Kitty, y entonces la oigo decir:

—Ya me conoces, todo me lo tomo a la tremenda, pero es porque me preocupo por ti. Sé por todo lo que pasaste y sufriste cuando Marley se fue, y que volvieras con ella hace tiempo me desconcierta. Pero si tú eres feliz, sabes que yo lo voy a ser también, y más ahora que tendremos a otro pequeñín correteando por nuestras casas.

Kitty deja de lloriquear, levanta la mirada y, sonriéndole a mi amor, explica:

—Marley volvió cuando supo que había un puesto de anestesista en el hospital, e hizo de todo Tana, de todo para que la perdonara y volviéramos, es la persona más cariñosa y educada que he conocido en mi vida, además de ti. Y, aunque no lo creas, sus intentos de que volviéramos fue tan parecida a la tuya fue lo que llamó mi atención. Ella siempre me calma, me hace ver la vida de otra manera, y te aseguro que cuando la veas otra vez, te volverá a gustar.

Santana sonríe y abraza a su hermana.

¡Ay, qué mono que es mi chicarrona!

Una vez veo que todo se calma, Maribel suspira y, sentándose junto a su hija en el sofá, pregunta:

—Bueno, y ahora que todas estamos más tranquilas, ¿la boda para cuándo es?

Kitty me mira.

Yo miro al techo y finalmente ella suelta:

—Para dentro de dos semanas.

—Tráiganme un Martini doble—murmura Maribel mientras Santana resopla y yo me río sin poder remediarlo.


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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Dic 05, 2015 5:34 am

hoooola gracias por el maraton hay tanto material que no se ni por donde comenzar a comentar, primero que p---- hace santana llevando a ginebra a ver a maribel. Parece que hay historias entre esas dos, santana esta haciendo algo mal y ocultando cosas a britt y eso que la caye me parte. bueno con Flynn si que tienen suficiente para volverse locas. Pobre britt todo lo que tiene que soportar. santana es muy acida.
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Sáb Dic 05, 2015 7:10 pm

marthagr81@yahoo.es escribió:hoooola gracias por el maraton  hay tanto material que no se ni por donde comenzar a comentar, primero  que p---- hace santana llevando a ginebra a ver a maribel. Parece que hay historias  entre esas dos,  santana esta haciendo algo mal y ocultando  cosas a britt y eso que la caye me parte.  bueno con Flynn  si que tienen suficiente para volverse locas.  Pobre britt todo lo que tiene que soportar. santana es muy acida.



Hola, de nada, gracias a ti por leer y comentar! Jajajaja lo ai jajajaja. Ai esa san cree es esta bn lo que hace, pero no si es al revés ¬¬ Ese adolescente se esta pasando un poco xD jajajajajaja. Sip, que aguante tiene la pobre =/ Si un poco la vrdd jajajaajajja. Saludos =D


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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 21

Mensaje por 23l1 Sáb Dic 05, 2015 7:12 pm

Capitulo 21

Tras pasar la tarde en casa de Caleb y Romina, cuando Quinn y Rachel regresaron a la suya estaban agotadas, pero felices.

Estar con aquellos amigos era siempre divertido.


Ese día le tocaba a Quinn bañar a Sami mientras Rachel preparaba la cena.

Cuando terminó, la exteniente sonrió al oírlas cantar en el baño: «Y ya tú vas a estar limpia, bella y todo lo demás, con mis toques vas a entusiasmar, nombre y honra nos darás».

A su hija siempre le había gustado aquella canción de la película Mulán, y Quinn, que era consciente de ello, se la había aprendido después de verla tantísimas veces con la niña. Siempre que la bañaba ella le pedía que se la cantara, a lo que Quinn accedía gozosa.


Una vez terminaron del baño, cenaron las tres y, luego, de nuevo a Quinn le tocó contarle un cuento a la pequeña, momento que Rachel aprovechó para preparar su sorpresita.

Como siempre que le tocaba a Quinn contar los cuentos, la niña se aprovechaba y le hacía leer dos capítulos en vez de uno, y la ojiverde accedía.

Era incapaz de decirle que no a su pequeña.


Cuando acabó, Rachel oyó desde el pasillo que Quinn aún leía.

Sonrió.

Sami no podría tener otra mejor mamá.

Entonces, la niña preguntó:

—Mami, ¿por qué la bruja le da una manzana roja a Blanca Nieves?

—Porque era tan guapa... tan guapa... que la bruja, celosa de su belleza, quería envenenarla.

—¿Y por qué la manzana era roja y no verde o amarilla?

Quinn sonrió.

Sami y sus preguntas...

—Porque las manzanas rojas son mágicas y muy... muy dulces y en ocasiones conceden deseos, y a la bruja le concedió el deseo de envenenar a Blanca Nieves.

Su respuesta pareció convencer a la niña, y Quinn continuó hasta que Sami la interrumpió de nuevo:

—Mami ¿y por qué Mudito no habla? ¿No sabe hablar?

Al oír eso, Rachel se asomó para ver la cara de Quinn. Ella, suspirando, pensó un momento la respuesta y finalmente dijo:

—Tú sabes que hay niños que están malitos de los ojos y no pueden ver, ¿verdad?

La cría asintió y Quinn añadió:

—Bueno Mudito nació malito de la voz y no podía hablar, pero por lo demás él...

—Pero ¿no le enseñaron a hablar?

Quinn sonrió.

Explicarle ciertas cosas a una niña de la edad de Sami no era fácil.

—Lo intentaron todos los enanitos, incluida Blanca Nieves, pero la voz nunca quiso salir.

—Pobrecito, ¿verdad?

Quinn asintió, y Sami añadió a continuación:

—Y si mi voz mañana no quiere salir y no puedo hablar más, ¿cómo te voy a pedir que me cuentes un cuento por las noches?

Al oír eso, Rachel se emocionó, y Quinn, enternecida por los sentimientos que aquella pequeña rubia le despertaba, contestó cerrando el cuento:

—Te aseguro, princesa, que si mañana no te saliera la voz, yo con mirarte a los ojos sabría lo que me pides.

—¿De verdad?

Quinn la besó en la frente y asintió.

—Cariño, las mamás muchas veces sabemos lo que quieren nuestros niños sólo con mirarlos a los ojos. ¿O acaso no te has dado cuenta de cómo en ocasiones, sin que tú digas nada, mamá o yo sabemos que quieres un helado o una chocolatina?

La niña asintió y, abriendo mucho los ojos, cuchicheó:

—Son mágicas, como las manzanas rojas.

La abogada sonrió.

—Exacto—convino—Somos mágicas, y ahora, ¿continuamos con el cuento?

Sami asintió y Quinn siguió leyendo hasta que, pasados diez minutos, cerró el libro y dijo:

—Ahora, a dormir, señorita.

—Jo, mami...

—A dormir—insistió Quinn con cariño.

Sami no tardó en claudicar y Quinn la arropó.

Adoraba a su pequeña tanto como adoraba a su mamá y, dándole un beso en la punta de la nariz, le acomodó su muñeca preferida y susurró:

—Buenas noches, princesa.

—Buenas noches, mami.

Feliz, Quinn encendió el intercomunicador por si la niña las necesitaba durante la noche y salió de la habitación.

Al encontrarse con Rachel en el pasillo vestida con su bata de satén negra excesivamente abrochada, sonrió.

Rachel le echó los brazos al cuello y la besó en la boca.

—Hola, mi amor —susurró.

Embrujada por aquella demostración de amor, Quinn cuchicheó:

—¿Quieres que te cuente un cuento a ti también?

Rachel sonrió, clavó los ojos en aquéllos tan verdes y, hundiendo los dedos en la cabellera rubia de su chica, musitó:

—Llévame a la habitación.

—¿Así? ¿Del tirón? —dijo Quinn riendo.

—Llévame a la habitación —insistió ella.

Con cara de pilluelo, Quinn hizo lo que ella le pedía. Pensó que, sin duda, a Rachel le había ido bien quedar con Caleb y Toby para olvidarse un poco de lo ocurrido últimamente.

Al entrar en la habitación, se encontró con que la estancia estaba por completo alumbrada con velas.

—Cierra la puerta —pidió Rachel.

De nuevo, Quinn hizo lo que ella le decía. Luego la miró y murmuró:

—Esto se pone muy... pero que muy interesante.

Encantada por cómo Quinn la miraba, Rachel cogió un sobre y se lo tendió.

—Léelo.

Quinn, que a cada instante sentía más curiosidad, abrió el sobre y leyó:


Sami duerme y no quiero despertarla. Coge el intercomunicador para poder oírla si se despierta y, después, dame la mano y vamos a tu despacho.


Los ojos de Quinn buscaron los de Rachel, y ésta dijo con una sonrisa:

—Lo siento, amor. Debes abrir la puerta y...

—No...—murmuró Quinn decepcionada como una crío, mirando la cama.

Rachel asintió, se encogió de hombros e insistió:

—Vamos. Tu sorpresa te espera en el despacho.

Saber que ahí también tendría sorpresa la hizo sonreír y, tras coger el intercomunicador, Quinn abrió la puerta y caminaron hacia su despacho, un lugar bastante alejado de la habitación de Sami y del resto de la casa, ya que se encontraba en el piso de al lado.

Una vez ahí, al encender la luz, ésta se tornó roja y, divertida al ver los cientos de bombillas de colores de la decoración de Navidad, Quinn cuchicheó mirándola:

—Recuerda que luego debemos recogerlo, o mañana toda la oficina se preguntará qué ha ocurrido aquí.

Rachel sonrió.

A continuación, la guio hasta su gran mesa, la hizo sentarse en su silla de cuero negro y, tras darle un beso en los labios caliente y pasional, se separó de Quinn y preguntó:

—Batichica, ¿estás preparada?

Quinn asintió como una tonta cuando Rachel, cogiendo el mando a distancia del equipo de música, accionó un botón y, de pronto, comenzaron a sonar los primeros acordes de la canción Bad to the Bone, y aplaudió encantada.

Rachel se abrió la bata negra y, para su sorpresa, Quinn vio que iba vestida con sus pantalones de camuflaje y su camiseta caqui. Luego, poniéndose la gorra militar, sonrió y comenzó a contonearse al compás de la música.

A Quinn la chiflaba aquella canción, y verla bailar de aquel modo..., uf...

La excitaba.

La ponía cardíaca.

No era la primera vez que Rachel lo hacía, y Quinn esperaba que no fuera la última.

Cuando la bata cayó al suelo, Quinn aplaudió, mientras Rachel, encantada, se dejaba llevar por el momento y bailaba única y exclusivamente para su rubia.

Con sensualidad, se subió a la mesa y se quitó las botas militares. A continuación, comenzó a desabrocharse el pantalón mientras contoneaba las caderas y observaba cómo Quinn seguía hipnotizada todos y cada uno de sus movimientos.

Cuando los pantalones terminaron en una esquina del despacho, lo siguiente en volar fue su camiseta caqui, por lo que quedó vestida únicamente con un conjunto verde de camuflaje de braga y sujetador.

Quinn la observaba encantada.

Aquella mujercita descarada la había enamorado y, cuando Rachel se volvió para enseñarle el tatuaje del atrapasueños de su costado, Quinn sintió que enloquecía.

Adoraba cada centímetro del cuerpo de aquella mujer.

Entonces Rachel empezó a mover los hombros y se metió sus chapas identificativas en la boca, y a Quinn se le resecó hasta la razón.

Rachel era sexi...

Rachel era tentadora...

Rachel era provocativa...

Convencida de lo que su baile estaba ocasionando en Quinn, bajó de la mesa, se sentó encima de sus piernas y, hechizada por su mirada, se quitó el sujetador mientras movía las caderas sobre las suyas y se pasaba una mano por los duros pezones para hacerle ver lo excitada que estaba por su mirada.

—Guau, Rach—consiguió balbucear Quinn.

Luego, tras levantarse, Rachel se subió de nuevo a lo alto de la mesa y, con sensualidad, placer y erotismo, comenzó a quitarse las bragas lenta, muy lentamente, frente a Quinn.

Frente a su amor.

Quinn apenas si podía reaccionar. Le sudaban hasta las manos al ver el festín que Quinn colocaba ante sus ojos.

Cuando estuvo totalmente desnuda y la canción acabó, Rachel se sentó sobre la mesa y, casi sin resuello, murmuró:

—Estoy segura de que lo que acabo de hacer escandalizaría a las mujeres de esos frikis de abogados que tienes como amiguitos. Pero en este instante yo soy tu regalo, Batichica. Haz conmigo lo que quieras.

No hizo falta decir nada más.

Excitada como estaba, Quinn la hizo tumbar a lo largo de la mesa y, abriéndole las piernas, la chupó, la degustó y le hizo el amor con la lengua con total frenesí, hasta que sus instintos más salvajes la hicieron desabrocharse los pantalones y bajárselos junto con sus bragas y, tras buscar la mejor posición unió sus sexos y ambas se arquearon de placer.

Al ver que a Rachel le temblaban las piernas a causa de la excitación, Quinn se sentó en su silla y, arrastrándola hacia sí, la sentó a horcajadas y la besó.

No hablaron.

No hacía falta hablar.

Sus sentimientos, unidos al morbo del momento y la necesidad imperiosa que tenían la una de la otra, lo hicieron todo.

Con urgencia se amaron.

Con premura se tocaron.

Con exigencia se poseyeron y, cuando el clímax les llegó y quedaron tendidas una en brazos de la otra, Rachel murmuró:

—Como preliminar, no ha estado mal.

—Nada mal, Berry—afirmó Quinn sin resuello.


Instantes después, Quinn volvió a unir sus sexos e hicieron el amor sobre la mesa con auténtica locura.


—Dicen que no hay dos sin tres—cuchicheó Rachel tras ese segundo asalto.

Agotada y sudorosa, Quinn la miró y sonrió.

—¿Estás dispuesta a matarme, cariño?

Rachel asintió y la besó.

—Sin duda alguna—afirmó—Hoy estoy dispuesta a todo por ti.

Encantada por la entrega que estaba demostrando aquella noche, la abogada la besó sin resuello hasta que Rachel propuso:

—¿Qué tal si vamos a la cocina a por algo de beber antes de que nos deshidratemos?

Divertida y a medio vestir, Quinn aceptó. Rachel recogió rápidamente su ropa y, tras desenchufar las luces rojas de Navidad, se puso su bata negra.

—Vamos, cariño..., sígueme —dijo.

Quinn fue tras ella sin dudarlo. Abrieron la puerta que comunicaba el despacho con la casa y, después de cruzar el pasillo, llegaron a la cocina, donde soltaron la ropa y las luces.

Sedienta, Rachel abrió la nevera y sacó dos cervezas. Las abrió y le ofreció una a Quinn, que se apresuró a cogerla y, tras chocarla con la de ella, dijo:

—Por ti y porque me sigas sorprendiendo.

Rachel sonrió.

Eso esperaba.

Apoyadas contra la encimera de la cocina, Rachel reía ante los comentarios provocadores que Quinn hacía en referencia a cómo lo ponía que Rachel bailara para ella.

Cuando se terminaron las cervezas, Rachel se sacó otro sobre del bolsillo de la bata de seda negra y se lo entregó diciendo:

—Ábrelo y lee lo que pone.

Complacida, Quinn hizo lo que le pedía y leyó:


Para esta noche tan especial habría querido tener fresas, pero no tuve tiempo de ir a comprarlas.
Aun así, tengo chocolate y una fruta mágica; ¿adivinas cuál es?



Quinn la miró sorprendida y susurró:

—Fresas y chocolate, ¡qué buenos recuerdos! Esto cada vez promete más.

Rachel sonrió satisfecha por su comentario y, tras abrir la nevera, sacó una reluciente manzana roja y un bote de Nutella.

—No hay fresas, mi amor—dijo—, Pero he oído en algún lado que las manzanas rojas son mágicas y en ocasiones conceden deseos.

—¿Ah, sí?

—Sí—y, entregándole la manzana, añadió—Para ti.

Quinn la cogió y, sin mirar la fruta, murmuró:

—Eres mi Eva y pretendes que muerda la manzana como Adán.

—Sí. Sería un placer ver cómo la muerdes.

Más y más sorprendida cada vez, Quinn miró la manzana y, al ver que de ella sobresalía un fino papel enrollado, levantó la vista hacia Rachel.

—¿El juego continúa? —preguntó.

—Sí, cariño. El juego continúa. Lee lo que pone.

Disfrutando del momento, Quinn desenrolló el papelito y leyó:


Porque no quiero vivir sin ti, porque Sami te adora y porque nos quieres a las dos como nunca he visto querer a nadie, ¿quieres casarte conmigo en Las Vegas el 18 de abril y más adelante lo celebramos para la familia en Múnich?


La cara de Quinn al leer aquello era algo que Rachel sabía que no podría olvidar en la vida.

La miró con sus impactantes ojos verdes y, tras parpadear y asumir que lo leído era verdad, asintió emocionada.

—Por supuesto que quiero casarme contigo ese día, mi amor.

Rachel se lanzó a sus brazos y Quinn la aceptó.

Amaba con locura a aquella mujer y, por fin, Rachel se había decidido a dar el paso. Se abrazaron y se besaron hasta que, de pronto, Quinn la apartó de ella y murmuró:

—Entonces ¿esto hace que olvides la idea de ser escolta?

A Rachel no le gustó oír eso pero, como no deseaba romper aquel mágico momento, respondió:

—Cariño, eso ya lo hablaremos.

Convencida de que era mejor callar y disfrutar de su triunfo, Quinn asintió y volvió a besarla.

—Siento no tener un precioso diamante para darte—dijo—, Pero te prometo que mañana mismo te compro el que tú quieras.

La exteniente sonrió divertida; el anillo era lo que menos le importaba. Luego, tras abrir el bote de Nutella, metió la mano y, cogiendo el dedo de Quinn, lo untó de chocolate a la altura donde se ponen los anillos y señaló divertida:

—Ya tienes tu anillo. ¿Me pones uno a mí?

Asombrada por la originalidad que Rachel le demostraba siempre en todo, Quinn metió el dedo en el tarro y, cogiéndole el dedo a ella, le dibujó otro anillo con chocolate.

Segundos después, enamoradas y felices, se retiraron juntas a la habitación con el bote de Nutella.

Sin duda, recordarían aquel momento el resto de sus vidas, aunque no hubiera ni fresas ni diamantes.


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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por Lucy LP Sáb Dic 05, 2015 10:28 pm

Hasta que al fin Rachel le puso fecha a la boda xque será que la mayoría de personas le tiene miedo al compromiso ... XD y se casaran en las vegas que bien ;) saludos chica del EFECTO
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Sáb Dic 05, 2015 10:52 pm

Lucy LP escribió:Hasta que al fin Rachel le puso fecha a la boda xque será que la mayoría de personas le tiene miedo al compromiso ... XD y se casaran en las vegas que bien ;) saludos chica del EFECTO


Hola, jajajaa esk como resistirse a quinn¿? =O ... jajajjajajaja. Cada uno tiene sus gustos, no¿? jajajajaj. Saludos =D


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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 22

Mensaje por 23l1 Sáb Dic 05, 2015 10:54 pm

Capitulo 22


Cuando salimos de casa de Maribel, Kitty y Ginebra llaman a un taxi para ir a sus destinos y nosotras nos dirigimos al garaje para sacar nuestro coche.

En silencio, Santana maniobra mientras yo me pongo el cinturón de seguridad.

Una vez hemos salido de la parcela y le he dicho adiós a Maribel con la mano, me apoyo en el reposacabezas y cierro los ojos.

—¿Cansada? —pregunta Santana con voz neutra.

Por su tono, veo que espera que discutamos. Sabe que haberlo encontrado en casa de su mamá con Ginebra no me ha hecho gracia, pero respondo:

—Sí.

—Britt-Britt, creo que...

—No me llames Britt-Britt, ¡ahora no!—siseo a punto de saltarle a la yugular.

Santana me mira.

—Britt...

Y ya, incapaz de mantener a raya mi incontinencia verbal, respondo:

—Pero ¿tú eres tonta o directamente me tomas a mí por idiota?

Mi respuesta la sorprende. Veo que acerca el coche a la acera y para. Echa el freno de mano y, mirándome, pregunta:

—¿Me puedes decir qué te pasa?

Mi cuerpo se rebela. Me entra el calor español y, mirándola, siseo:

—¿Qué hacías con Ginebra en casa de tu mamá?

—Tenía que hablar con mi mamá. Cuando terminamos de comer, lo comenté y Ginebra me preguntó si me importaba que pasara a saludarla. No pude decirle que no.

—No me habías dicho que tenías que verla, ¡mientes!

Santana cierra los ojos, suspira y finalmente murmura:

—Britt. Ella y mamá se llevaban muy bien, y no he podido decirle que no.

Asiento.

O asiento o la pateo.

Y, con más calor que segundos antes, me quito el cinturón de seguridad, abro la puerta y salgo al exterior.

Necesito aire antes de que me dé algo.

Santana sale del coche como yo. Lo rodea y, poniéndose a mi lado, pregunta:

—Cariño, ¿en serio estás así porque Ginebra haya visitado a mi mamá?

Resoplo.

Me pica el cuello. Me lo rasco y, cuando ella me va a quitar la mano, la miro y gruño:

—No me toques.

—¡Britt!

Su voz de ordeno y mando me saca de mis casillas y, sin importarme la gente que pasa por nuestro lado y nos mira, grito:

—¡¿Tan difícil era decirme que ibas a llevar a Ginebra a casa de tu mamá?!

Santana no responde, y yo añado:

—Intento confiar en ti. Lo hago. Intento no pensar tonterías, pero...

—¿Quieres bajar la voz?—protesta al ver cómo nos miran.

Oír eso me subleva.

Me importa una mierda quién nos mire, por lo que respondo:

—No. No puedo bajar la voz, como tú no has podido decirle que no a Ginebra. ¿Te vale mi contestación?

Santana levanta las manos. Se toca la nuca, blasfema y, mirándome, dice:

—A veces eres insufrible.

—Anda, mi madre, ¡más vale que me calle lo que a veces eres tú!

Mi contestación, llena de chulería, la incomoda y sisea con gesto tosco:

—Sube al coche.

—No.

Mi morena achina los ojos y repite:

—Sube al maldito coche y vayamos a casa. Éste no es sitio para discutir.

En ese instante oigo las risitas de unas mujeres que nos observan y, sin ganas de liársela a ellas también, me monto en el coche y doy un tremendo portazo.

Santana monta a su vez y da otro portazo.

Pobre coche, el maltrato que le estamos dando...

En un silencio extraño llegamos a casa, pero me da igual. Si se le hace incómodo, que se jorobe.

No me importa.

Estoy molesta.

Muy enfadada.

Una vez he saludado a Susto y a Calamar, ya que los pobres no tienen la culpa de nada, entro por la puerta que comunica el garaje con la casa y rápidamente Santiago viene corriendo a mi encuentro.

Me alegra ver que Jane los ha mantenido despiertos hasta nuestra llegada.

Lo cojo, lo beso y lo achucho cuando el niño me mira y dice:

—Mami, he comido galletas.

Satisfecha porque ha dicho una frase entera, miro a Santana, ésta sonríe y, quitándomelo de los brazos, le da un cariñoso beso en el moflete.

—Muy bien, Superman—dice—¡Muy bien!

Esa pequeña cosa me acaba de alegrar el momento, y sonrío.

No lo puedo evitar.

Una vez entramos en la cocina, veo que Susan está muerta de sueño. Es demasiado tarde para ellos, pero la saco de su trona, la besuqueo como antes he hecho con mi pequeño y la niña sonríe feliz por estar con su mamá.

Durante un rato reina la felicidad en la cocina, los niños se merecen que nosotras disimulemos nuestro malestar, hasta que Flyn abre la puerta, se para y, al vernos reír a todos, nos mira y pregunta:

—¿Molesto?

Santana y yo lo miramos. Sin duda, el crío ya viene con la escopeta cargada.

Mal día.

Mal día.

Y, antes de que mi morena diga algo, respondo:

—No, cariño, claro que no.

Flyn entra y, sin mirarnos, coge una lata de coca-cola del frigorífico, la abre, se la bebe de dos tragos y la deja sobre la encimera. Acto seguido, se da la vuelta y se dispone a salir de la cocina cuando Emma lo llama:

—Flyn.

Él continúa andando.

—Flyn—insiste la buena mujer.

Él no hace caso, eso hace que Santana y yo miremos y, cuando por tercera vez Emma lo llama y él ni se inmuta, no puedo callarme ante su falta de respeto y grito:

—¡Flyn!

Ahora, sí.

Ahora sí se para.

Se da la vuelta y Santana, tan molesta como yo, le recrimina:

—¿No oyes a Emma?

Con gesto contrariado, él resopla y mira a Emma.

—¿Qué quieres? —pregunta.

La mujer, ya nerviosa por nuestra atención, murmura:

—Cielo, la lata no se deja ahí.

Todos miramos a Flyn, y entonces el muy sinvergüenza responde:

—Bueno tírala a la basura.

¡¿Cómo?!

Bueno..., bueno..., bueno..., eso sí que no.

¡Chulerías, las mínimas!

Vuelvo a dejar a Susan en su trona y, acercándome a mi adolescente crecidito de humos, pongo mi rostro frente al suyo y siseo:

—Flyn López-Pierce, haz el favor de coger esa maldita lata de coca-cola ahora mismo y tirarla a la basura, antes de que pierda la poca paciencia que me queda y te dé tal tortazo que no lo vas a olvidar en la vida.

El crío me mira..., me mira..., me mira.
Me reta.

Le sostengo la mirada y, finalmente, con una sonrisita que es para darle dos collejas, coge la lata y la tira a la basura.

Una vez lo ha hecho, vuelve a mirarme y, con una provocación que me pone los pelos de punta, pregunta:

—¿Contenta?

En ese instante me acuerdo de lo que hablé con Rachel y, como si mi mano tuviera vida propia, le doy una bofetada que suena hasta con eco y, sin poder evitarlo, pregunto:

—¿Contento?

Sorprendido, Flyn se lleva la mano a la cara.

Joder..., joder..., joder..., pero ¿qué acabo de hacer?

Nunca le he pegado.

Nunca me he comportado así con él.

Sin decir nada, Flyn se da la vuelta y sale de la cocina.

Lo acabo de ofender.

Susan se pone a llorar y, al mirar en su dirección, veo el rostro de Santana. Está blanca, sorprendida y, sin decirme nada y de malos modos, sale de la cocina.

Observo a Emma y, agarrándome a la encimera de la cocina por la temblequera que me ha entrado, murmuro:

—No... no sé qué me ha pasado.

La mujer, tan nerviosa como yo, me hace sentar en una silla. Al ver el percal, Jane se apresura a llevarse a los pequeños a la cama. Emma se sienta entonces a mi lado.

—Tranquila, Brittany—dice—Tranquila.

Pero yo no puedo estar tranquila. Le he dado un bofetón a Flyn por el enfado que traía con Santana.

La miro y musito:

—He hecho mal..., ¿cómo he podido hacer eso?


Un rato después, me veo cenando sola en la mesa del salón. Ni Flyn ni Santana tienen hambre.

Mientras me meto un trozo de tomate en la boca, maldigo.

¿Por qué no pierdo el apetito con los disgustos como el resto de la humanidad?

Es que hay que jorobarse, a mí los disgustos ¡me dan hambre!


Una vez he acabado de cenar, no sé qué hacer.

Estoy extraña.

Me siento mal por lo ocurrido y decido ir a hablar con Santana. Me dirijo a su despacho y veo que no está.

Voy a la piscina cubierta y tampoco está.

Entro en nuestra habitación y tampoco se encuentra ahí.

Decaída, paso a ver a mis pequeños. Los dos duermen como angelitos y, después de besarlos con cariño en la cabeza, al salir oigo la voz de Santana.

Proviene de la habitación de Flyn.

¿Entro o no?

Tras contar hasta veinte para coger fuerzas, decido abrir la puerta. Los dos me miran con ojos acusadores.

¡Serán cabritos!

Sus miradas me hacen sentir como la madrastra del cuento de Blanca Nieves. Durante unos segundos ambos permanecen callados, hasta que Santana prosigue:

—Como decía, he hablado con la abuela Maribel y ella se quedará contigo durante los días que estemos en México. Le he dado instrucciones en referencia a tus limitaciones por tu castigo.

—Pero yo quería ir a ver a Artie—se queja el crío—Le prometí que iría la siguiente vez que fueran y...

—En la vida, toda causa tiene un efecto—lo corta Santana—Y tú solito, con tu comportamiento, te lo has buscado.

Flyn refunfuña.

Ni me mira.

Yo lo observo y pregunto:

—¿Le has pedido ya la tutoría a tu profesor?

El chaval responde sin mirarme.

—Sí.

Asiento.

Quiero disculparme con él por mi bofetón, y digo:

—Flyn, con respecto a lo que ha ocurrido hoy, yo...

—Me has pegado—me corta él sin mirarme—No hay nada que aclarar.

—Claro que hay que aclarar —afirmo dispuesta a hablar.

El crío, que no está por la labor, mira a Santana en busca de apoyo, y ella dice:

—Britt, mejor déjalo estar. No lo jorobes más.

Alucinada por su respuesta, oigo entonces que Flyn dice:

—Ahora, si no les importa, quiero dormir.

Me importa.

¡Claro que me importa!

Quiero aclarar lo ocurrido. Quiero que sepa que estoy arrepentida por ello, pero su frialdad y las palabras de Santana me tocan el corazón, y no sé ni qué decir.

Mi esposa me mira, me hace una seña con la cabeza para que me retire y yo salgo abatida. Ella sale tras de mí y, mirándome, dice:

—Britt, acompáñame al despacho.

Sin cogerme de la mano como habría hecho en otras ocasiones, comienza a bajar la escalera. Sé que no vamos a nuestra habitación para que Flyn no nos oiga discutir, y me preparo para la artillería pesada que me va a soltar Icewoman.

Una vez en su despacho, Santana cierra la puerta y, mirándome, sisea:

—¿Cómo has podido pegarle?

—No sé..., yo...

—¿Cómo que no lo sabes? —sube la voz mi morena.

Tengo dos opciones: hacerle frente o callarme.

Con lo nerviosa que estoy, casi sería mejor callarme, pero Santana es especialista en sacarme de mis casillas, y respondo:

—Es la segunda vez que le falta al respeto a Emma delante de mí, y no se lo voy a consentir. Siento en el alma haberle dado ese bofetón, no sé qué me ha pasado, pero... pero...

—No deberías haberlo hecho.

—Lo sé. Sé que no debería haberlo hecho, pero Flyn no puede comportarse así. De acuerdo que tú y yo lo tenemos bastante mimado y le damos todo lo que en ocasiones no se merece, pero si no cortamos esa manera de hablarle a Emma, con el paso del tiempo irá a peor y...

—No vuelvas a ponerle la mano encima.

Su mirada me enfada más que sus palabras, y siseo:

—Y tú no vuelvas a hablarme delante del niño como lo has hecho. ¿Te parece bonito decirme que me calle y no la líe más?

—¿Te ha parecido mal mi comportamiento?

Asiento, claro que me ha parecido mal. Y entonces ella añade:

—Buenos eso es lo que tú haces continuamente con él; ¿a que molesta?

Vale..., acaba de meterme un golazo por toda la escuadra.

Tiene razón.

Pero, como no estoy dispuesta a callar, siseo de nuevo:

—Me parece que ese «déjalo estar y no lo jorobes más» ha sobrado, ¿no crees?

—No lo creo—responde ella furibunda.

Su voz, tensa y tajante, hace que mi corazón se desboque.

¿Acaso no me está escuchando?

Insisto:

—Te aseguro que a mí me duele más que a ti el hecho de haberle dado ese bofetón, pero no podía consentir su falta de respeto. Es un niño y...

—No vuelvas a pegarle nunca más —repite.

Vale..., hasta aquí ha llegado mi paciencia.

Cambio el peso de mi cuerpo de un pie a otro y pregunto:

—¿O qué? ¿Qué pasará si vuelvo a ponerle la mano encima?

Santana me mira..., me mira..., me mira y finalmente, cuando sabe que estoy a punto de tirarme a su yugular por su chulería, responde:

—No voy a responder a tu ridícula pregunta, y ahora, vamos a dormir, es tarde.

Y, sin más, abre la puerta del despacho y se va dejándome con cara de tonta.

Pero ¿no íbamos a discutir?

Sola en el despacho, miro a mi alrededor. Con la mala leche que llevo encima, lo destrozaría pero, como la persona civilizada que soy, tomo aire y salgo de ahí. Al llegar a la escalera, veo que no está esperándome y, como no tengo ganas de sentirlo a mi lado, me voy hacia la piscina cubierta.

Una vez ahí, me desnudo y, sin pensarlo, me tiro al agua.

Nado..., nado..., nado y me desahogo y, cuando estoy agotada y sin aire, salgo del agua y me envuelvo en una toalla.

Molesta por lo ocurrido, me encamino hacia la habitación. Al acercarme veo luz por debajo de la puerta y cuando entro Santana no está, pero entonces oigo correr el agua de la ducha. Tengo que ducharme, pero esperaré a que ella salga.

No me apetece hacerlo con ella.

Primero hemos discutido por Ginebra, y ahora por lo de Flyn. Desde luego, el día no ha podido ser más redondo.

La puerta del baño se abre y aparece mi buenorra morena, mojada y con una toalla alrededor de los pechos. Siempre que la veo así, se me reseca hasta el alma.

¡Dios, qué buena está!

Pero, como no quiero hacerle ver lo que en otras ocasiones le digo con la mirada, entro en el baño y cierro la puerta. Ahí, me quito la toalla y me meto bajo la ducha.

Cuando acabo me seco el pelo con el secador y, al salir, observo que Santana está tumbada en la cama y me mira.

En circunstancias normales me habría abalanzado sobre ella entre risas, pero no, esta noche la circunstancia no es normal y, dirigiéndome hacia mi armario, cojo unas bragas y una camiseta y me las pongo para dormir.

Santana me sigue por la habitación con su oscura mirada y, cuando intuye que no voy a abrir la boca, dice:

—Deja de pensar cosas raras con respecto a Ginebra, que te conozco.

No respondo.

Me niego.

Me meto en la cama, pero las palabras me queman en la garganta y finalmente siseo:

—Sólo te diré que, si fuera al revés, si tú te hubieras encontrado con mi papá, mi hermana y un ex conmigo en la casa de él sin que yo te hubiera avisado, no te habría gustado. ¡Que yo también te conozco!

Mi morena frunce el ceño, ¡yo también!, y continúo:

—Estoy confiando en ti. Maldita sea—digo levantando la voz—Estoy confiando en ti.

—Britt...

—Te alenté a jugar con ella la otra noche en el Sensations, te animé a que hoy se fueran las dos solas a comer, pero... pero tú haces que comience a dudar.

—Escucha, cariño. Ginebra es sólo una amiga. Nada de lo que te tengas que preocuparte.

Maldigo.

Me cago en todo lo que se menea.

—Y en cuanto a Flyn—prosigo—, No me toques las narices, Santana López: él es tan hijo mío como tuyo, por lo que no vuelvas nunca más a reprenderme de la manera en que lo has hecho hoy o te juro que lo vas a llevar muy mal, ¿entendido?

Su gesto se contrae.

Sé que le duele lo que digo.

¡Que se jorobe!

Que se jorobe tanto como yo.

—Britt, escucha...

—No, no quiero escucharte—finalizo tumbándome y dándole la espalda—Como tú mismo has dicho antes, ¡a dormir, que es tarde!

—Cariño...

—No—siseo quitándome su mano del hombro—Hoy no quiero ser tu cariño. Déjame en paz.

No vuelve a tocarme.

Siento que se mueve en la cama. Está incómoda, mis palabras le han hecho tanta pupa como a mí las suyas y, finalmente, acercándose por detrás, murmura:

—Ginebra se muere.

El corazón se me para.

Lentamente me doy la vuelta y, cuando sus ojos y los míos se encuentran, explica:

—Tiene un tumor cerebral inoperable. Le han dado de cuatro a seis meses de vida y ha regresado a Alemania a despedirse de la gente que ha sido importante en su vida.

No digo nada, ahora sí que no puedo.

—Conocí a Ginebra cuando tenía la edad de Flyn—continúa ella—Sus padres eran unos ricos empresarios alemanes dueños de varias fábricas de calzado, pero por lo último que se preocupaban era por la única hija que tenían. Al ver aquello, lo que hizo mi mamá fue quererla, y mis hermanas adorarla como a una hermana más. Durante años, ella fue sólo alguien de la familia, hasta que, en la universidad, sus padres murieron en un accidente aéreo y ocurrió algo entre nosotras que lo cambió todo.

Santana se levanta de la cama, yo me siento para observarlo, y prosigue:

—Me enamoré de ella como una tonta. Ginebra era decidida, impetuosa y divertida, y juntas descubrimos muchas cosas, entre ellas, la sexualidad. Una sexualidad que nos distanció cuando ella comenzó a exigir ciertas cosas que no me agradaban. Cuando conoció a Félix y me dejó por él, me enfadé muchísimo. Le prohibí acercarse a mi mamá y a mis hermanas, que eran la única familia que tenía. Me sentía traicionada, y entonces ella se marchó a Chicago. No había vuelto a verla hasta el día que nos la encontramos en el restaurante, y hoy, mientras comíamos, cuando me ha dicho el motivo de su viaje y me ha pedido ver a mi mamá, no he podido decirle que no, Britt.

Asiento.

Sin duda, yo tampoco podría haberle dicho que no.

Me levanto dispuesta a abrazarla, pero entonces ella me detiene con los ojos llenos de lágrimas.

—Tú eres mi vida, eres mi amor—dice—, Eres la mamá de mis hijos y la única mujer a la que yo quiero a mi lado. Pero cuando me he enterado de que Ginebra se moría y me ha pedido ver a mi mamá..., yo... yo...

—Lo siento, cariño..., lo siento.


Permanecemos un rato abrazadas de pie en medio de nuestra habitación. Santana me pega a su cuerpo y yo me pego al suyo y, cuando nos calmamos, nos metemos en la cama.

Siento lástima por Ginebra, y se me resquebraja el corazón.


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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 3:) Dom Dic 06, 2015 12:17 am

holap morra,..

se esta volviendo traji cómico jajaj
rachel no es la única que se une al clan de las cadas!!!
que noticia doble les dio kitty jajajajaj
de cierta forma de mal en peor va britt con flyn y el dichoso cachetaso,.. pero ya se pasa,... y bueno ya se sabe el porque de la vuelta de Ginebra
todo tiene un limite y con rachel y britt que no lo encuentren!!!

nos vemos!!!
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Dic 06, 2015 12:59 am

no me creo ese cuento de que ginebra se muera asi tendra en la palma de la mano a santana, y bien por britt por poner a ese idiota de flynn mocoso de m.... en su lugar, yo no solo le hubiera dado un cachetazo sino que hacerlo entrar en razon a golpes. aunque me declaro contra la violencia pero ese mocoso ya se paso, santana va a tener sexo con ginebra por lo moribunda y por decirse adios lo presiento
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por Lizz_sanny Dom Dic 06, 2015 6:08 pm

Hola, soy nueva lectora
Solo queria decir que cada vez me encanta más el fic.
Actualiza!!
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Dom Dic 06, 2015 7:15 pm

3:) escribió:holap morra,..

se esta volviendo traji cómico jajaj
rachel no es la única que se une al clan de las cadas!!!
que noticia doble les dio kitty jajajajaj
de cierta forma de mal en peor va britt con flyn y el dichoso cachetaso,.. pero ya se pasa,...  y bueno ya se sabe el porque de la vuelta de Ginebra
todo tiene un limite y con rachel y britt que no lo encuentren!!!

nos vemos!!!



Hola lu, jajajaa si vrdd¿? jajajajajajaaj. Oooo nop! jajajajajajaaj. Kitty siempre fue una loquilla jjajajajaajaj. Xq todos tenemos que pasar por esa etapa¿? lo que no quita que flynn no me simpatice jajajajaaj xD Mmmm pero sus comentarios y/o acciones no simpatizan ¬¬ Uyyyy jajaaj quiero ese momento! ajajajjaaj. Saludos =D




marthagr81@yahoo.es escribió:no me creo ese cuento de que ginebra se muera  asi tendra en la palma de la mano a santana, y bien por britt por poner a ese idiota de flynn mocoso de m....  en su lugar, yo no solo le hubiera dado un cachetazo sino que hacerlo entrar en razon a golpes.  aunque me declaro contra la violencia pero  ese mocoso ya se paso, santana  va a tener sexo con ginebra  por lo moribunda y por decirse adios  lo presiento



Hola, =O dices que miente! pero como, eso es grabe =O Jajajajajajajajaajajajajajajaaj xD jajajajajajajajajajajajaj insisto todos pasamos por esa etapa, pero flynn cae mas que mal ¬¬ =o nonononnono que dices... osea con sus juegos puede, no¿? no, tampco ajajajja. Saludos =D




Lizz_sanny escribió:Hola, soy nueva lectora
Solo queria decir que cada vez me encanta más el fic.
Actualiza!!


Hola, bienvenida entonces! Que bueno que te vaya gustando, y espero que siga así. Ya leíste los tres primeros¿? Jajajaj si, aquí el siguiente cap! Saludos =D



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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 23

Mensaje por 23l1 Dom Dic 06, 2015 7:17 pm

Capitulo 23


Aquella mañana, Rachel se levantó, y tras enviar varios whatsaps a Brittany, que no respondió, vistió a Sami y la llevó al colegio como todos los días.


Estaba hablando con las demás mamás cuando vio que Johan llegaba con Pablo. El abogado se acercó hasta la puerta donde estaba el grupo de madres con una candorosa sonrisa y, tras darle un beso al crío, éste corrió con sus compañeros.

Rachel lo observó con curiosidad.

Era la primera vez que veía a Johan llevar al niño al colegio pero, como no quería meterse donde no la llamaban, continuó hablando con las demás. Entonces, de pronto, notó que alguien la asía por el codo, y al volverse se encontró con la encantadora sonrisa de Johan.

—Rachel, ¿tienes un segundo?—preguntó él.

Sorprendida porque aquél se hubiera acercado a ella, se despidió del resto de las mamás y, cuando caminaban hacia el aparcamiento, él dijo:

—Louise me ha contado que sabes de nuestro problema y algo más y, aunque imagino que ella ya te lo ha dicho, te pido discreción.

Rachel lo miró.

No entendía a qué venía aquello, cuando ella no había vuelto a hablar con Louise.

—Su vida en pareja es algo que deben solucionar ustedes—replicó ella—, Pero creo que...

—Tú no tienes que creer nada—la cortó Johan—Tú sólo tienes que permanecer alejada de Louise y mantener tu preciosa boquita bien cerrada.

—¡¿Qué?!

Sin la encantadora sonrisa de segundos antes, él siseó:

—No me gustas, como me consta que no les gustas a muchos del bufete por tu chulería. Sin duda, eres una nefasta influencia para mi mujer, y me atrevo a decir que para tu novia también.

Al oír eso, Rachel se echó hacia atrás.

—Y a mí me consta que tú eres idiota profundo, por no decir algo peor—replicó—Pero ¿de qué vas? ¿Quién te crees que eres para hablarme así?

Con una maquiavélica sonrisa, Johan la cogió entonces del brazo con fuerza. Rachel sacó su temperamento de teniente Berry y siseó:

—Suéltame si no quieres que te dé una patada en los huevos.

Él no la soltó, pero de pronto ambos oyeron que alguien decía:

—Eh..., oiga... ¿Qué le está haciendo a la señora?

Al mirar, se encontraron a un muchacho subido a un monopatín que se acercaba a ellos con gesto de enfado. Johan la soltó, pero antes de darse la vuelta para subirse a su coche, murmuró:

—De ti depende que Quinn consiga o no lo que quiere.

Agitada por lo ocurrido, Rachel no se movió siquiera del sitio. Entonces, el muchacho se acercó a ella con el monopatín en la mano.

—¿Se encuentra bien, señora? —le preguntó.

Todavía sorprendida, ella asintió mientras el coche de Johan se alejaba y, mirando al chico, intentó sonreír.

—Sí, gracias.

Al oír eso, el muchacho montó de nuevo en su monopatín y se despidió alejándose de ella a toda prisa.

—Adiós, señora. Tengo que marcharme.

Como una tonta, Rachel dijo adiós y luego resopló.

Pero ¿de qué iba el idiota de Johan?

Durante varios minutos dudó qué hacer, hasta que finalmente se metió en su vehículo y se dirigió a casa de Louise.

A ella nadie le decía qué podía o no hacer.



Al llamar al timbre, una chica rubia que Rachel no conocía abrió con un teléfono móvil en la mano y saludó:

—Hola.

Rachel miró el número de la casa y dijo:

—Hola. Soy una amiga de Louise, ¿está ella?

La joven sonrió y, echándose a un lado para dejarla entrar, gritó mientras proseguía hablando por teléfono:

—¡Louise, ha venido una amiga tuya!

Rachel entró en la bonita casa, y estaba sentada mirando las fotos sonrientes expuestas en la chimenea cuando oyó la voz de Louise:

—Hola, Verónica, ¿qué haces aquí?

Rachel se volvió y la miró.

¿Verónica?

Pero al ver que aquélla llevaba un brazo en cabestrillo, exclamó:

—¡Por Dios, Louise, ¿qué te ha ocurrido?!

La chica rubia, que en ese momento colgó el teléfono, sonrió y explicó:

—Perdió el equilibrio y se cayó por la escalera. Si es que mi hermana va como una loca.

Las tres mujeres sonrieron.

Sin embargo, algo le decía a Rachel que aquello no era cierto. Entonces, la chica rubia añadió:

—Aprovecho que Verónica está aquí para ir al súper a comprar unas cosas, ¿de acuerdo?

—De acuerdo, Ulche —dijo Louise sonriendo.

Una vez quedaron las dos a solas, ella se sentó junto a Rachel y ésta la miró.

—¿Verónica? ¿Ahora me llamo Verónica?

—Rachel...

—Pero ¿de qué va esto?

Louise respondió con una sonrisa triste:

—Es mejor que Johan no sepa que has estado aquí.

Rachel la miró incrédula.

Pero ¿qué estaba ocurriendo ahí?

Y, sin andarse con rodeos, insistió:

—De acuerdo, seré Verónica. Pero dime, ¿qué ha pasado?

—Te lo acaba de decir mi hermana: me caí por la escalera.

—Y una chorra—replicó Rachel al tiempo que se levantaba sin apartar la mirada de ella—¿Pretendes que me crea eso? Ahora mismo vamos a ir a la comisaría y lo vas a denunciar. Tú no te has caído.

—No.

—Pero, Louise...

—Mira, Rachel, no te lo tomes a mal, pero es mejor que me dejes llevar mi vida.

El silencio se apoderó del salón.

A Rachel no le gustaba nada lo que se cocía en aquella impoluta y bonita casa.

—¿Por qué lo soportas? —preguntó.

Louise no respondió, y Rachel, sentándose de nuevo al lado de ella, insistió:

—No tienes por qué aguantarlo. Por muy abogado que sea Johan, no puede hacerte esto, ni puede retenerte. Mira, yo no entiendo de leyes, pero sé que lo que él pretende es algo que no puede ser. Tú eres una persona y, como tal, debes tener tu propia voz y tomar tus propias decisiones.

—¿Y qué quieres que haga?—replicó Louise con los ojos llenos de lágrimas—Él tiene el poder de todo y me puede quitar a Pablo.

—Eso está por ver. ¿Acaso has consultado tu situación con un abogado?

—No.

—Bueno ven a mi casa y consúltale a Quinn. Estoy convencida de que ella sabrá asesorarte y, así, podrás tomar tu propia decisión sin miedo.

—No puedo.

—¿Por qué no puedes?

A Louise le corrían las lágrimas por las mejillas cuando respondió:

—Porque Quinn es una de ellos.

Noqueada, Rachel la corrigió:

—No, Louise, no. En eso te equivocas. Quinn quiere trabajar en ese bufete, pero no es una de ellos. Y, cuando se entere de esto, te aseguro que...

—No se puede enterar.

—Louise, Quinn es una abogada íntegra que...

—¡Rachel, convéncete!—gritó ella—Todo el que entra en ese bufete se corrompe. Johan también era un abogado íntegro hasta que dejó de serlo, ni te imaginas los documentos fraudulentos que he visto en su ordenador. Si yo pudiera, si yo supiera, te juro que...—hizo una pausa y terminó—Pero no puedo. No puedo...

—Louise, no te dejes..., no permitas que...

Entonces ella, levantándose sin mirarla, agregó:

—Sé que no hago bien, pero por mi hijo haré lo que sea. Y, si para Pablo es bueno que yo continúe con su papá y acepte este tipo de vida, lo haré. No quiero separarme de mi hijo y, si lo hago del padre, sé que éste, respaldado por el bufete, me lo va a quitar. Y ahora, por favor, vete y no vuelvas. Si Johan se entera de que has estado aquí, tendré problemas.

—Pero, Louise...

—No, Rachel, ¡vete!


Cuando salió de la casa, la exteniente estaba completamente desmoralizada.

¿Cómo era posible que Louise se dejara vencer así por aquel imbécil?

Miró su móvil.

Brittany seguía sin responderle a los whatsaps que le había enviado.

Ofuscada, se montó en su coche y murmuró:

—Pero ¿dónde te estás metiendo, Quinn?...

Luego, tras arrancar el motor, se dirigió a López Inc.

Tenía que hablar con Brittany.


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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 24

Mensaje por 23l1 Dom Dic 06, 2015 7:19 pm

Capitulo 24


Cuando Brittany se despertó tras pasar una noche horrible, Santana ya se había marchado a la oficina.

¿Por qué no la había esperado?

Con paciencia, se duchó y, sin ánimos de hacer nada, salió de casa tras ver a los niños. Flyn ni siquiera la miró, y ella decidió dejarlo estar.

No tenía el cuerpo para nuevas discusiones.



En cuanto llegó al parking de la oficina, se encontró a Rachel junto a la verja de entrada. Sorprendida por verla ahí, abrió la puerta del coche y su amiga subió.

—Pero ¿tú no miras los mensajes? —le soltó.

Con la cabeza como un bombo, Brittany se disponía a contestar, cuando ella añadió:

—¿Qué te ocurre?

Los ojos se le llenaron de lágrimas y, al verla, Rachel murmuró:

—Vaya mañanita que llevo hoy—y, sin dejar de mirarla, añadió—Ni se te ocurra entrar en el parking. Tú te vienes conmigo a tomarte un café.

Brittany negó con la cabeza.

—No puedo. Tengo mucho trabajo.

—Que le den morcilla al trabajo. Eres la mujer de la jefa y, si llegas tarde, ¡que tengan huevos de despedirte!

Por primera vez en lo que iba de mañana, Brittany sonrió y, tras dar marcha atrás, se encaminó hacia una cafetería que estuviera algo alejada de López Inc.

No quería que nadie la viera.


Diez minutos después, cuando estacionó y salió del coche, Rachel y ella caminaron hasta una terraza cerrada de una cafetería y, tras pedirle al camarero un par de cafés y una jarra de agua, Rachel miró a su amiga y preguntó:

—Vamos a ver: ¿qué te ocurre?

Al oír eso, Brittany se derrumbó. Le contó a Rachel lo que ocurría con Flyn, lo que ocurría con Santana y lo que ocurría con Ginebra, y le hizo saber lo mucho que necesitaba ver a su papá.

Rachel la escuchó con paciencia, la consoló, la animó y, cuando vio que su amiga dejaba de llorar, señaló:

—En lo referente a Flyn, siento que le dieras esa torta que un día yo te propuse pero, sin duda, lo quiera ver Santana o no, se la merecía. Si le permiten ese comportamiento, se convertirá en un monstruo y, por supuesto, no tengo que decirte que, si te habla mal a ti y Santana no pone freno, el guantazo se lo merecen los dos.

—San no sabe muchas cosas. Me las callo para...

—Muy mal, Britt, muy mal. Debes contarle todo lo que ocurre.

Brittany suspiró, sabía que su amiga tenía razón.

—Te juro, Rach, que a veces los López pueden conmigo, y ayer fue una de esas veces. Los quiero. Los adoro, pero en ocasiones los mandaría a paseo con sumo gusto por imbéciles, por engreídos y por pretenciosos. Sé que no obré bien dándole un bofetón a Flyn, pero ellos tampoco obraron bien, y lo saben. Sin embargo, son tan orgullosos que son incapaces de reconocerlo y pedir disculpas.

Rachel asintió.

Sin lugar a dudas, ella también los conocía y sabía muy bien sus defectos y sus virtudes.

—En cuanto a Ginebra—prosiguió—, Siento en el alma lo que me dices. Debe de ser horrible tener la sensación de que el tiempo se agota; yo no querría nunca verme en su lugar.

—Si te soy sincera, Rach, y por muy feo que quede decirlo, ella es lo que menos me importa ahora mismo. Estoy tan enfadada con San y con Flyn, que no sé ni para adónde tirar.

—Y en referencia a tu papá y la Feria de Jerez, si yo fuera tú, me iba. ¿Qué Santana no quiere ir?, ¡que no vaya! Pero no dejes de hacer lo que tú quieres para hacer lo que ella quiere. Al fin y al cabo, ella...

—Pero si ella me dice que me vaya. En este caso soy yo la que quiere que ella venga por el simple hecho de que deseo que mi papá disfrute de la feria con todos nosotros, como mi suegra disfruta de la Oktoberfest. Ambos se merecen que los acompañemos, y me enfada mucho que San no se dé cuenta de ello.

—Pero, Britt, escucha..., si tiene mucho trabajo es normal que...

—¡Me importa una mierda su trabajo!—saltó Brittany como un resorte—Entiendo que deba estar pendiente de la puñetera empresa, pero yo sólo le pido una semana al año para ir a mi tierra, sólo le pido eso, y si no me da el gusto es porque no le da la gana. Joder..., ¡es la jefa! Y, como jefa, puede hacer cosas que el resto de los currantes no se pueden permitir. Y si te digo esto es porque lo sé. Porque lo hizo cuando me conquistó, y porque no sé por qué narices esta vez está tan cerrado a ir a Jerez. Pero, claro..., si ya no cena conmigo muchas noches porque se queda en el trabajo, ¿cómo se va a venir conmigo de viaje unos días?—y, dando un golpe en la mesa, prosiguió—Hay tiempo para lo que ella quiere. Mira cómo para ir a México al bautizo de los hijos de Artie ha hecho un hueco. Pero ¿es que se cree que soy gilipollas y no me doy cuenta? Está más que claro que ella no se divierte mucho en la feria. No le gusta vestirse de andaluz, odia ponerse el sombrero, y enferma como alguien diga que se anime a bailar sevillanas. Pero, joder, en ocasiones yo también voy a cenas de empresa que no me gustan y en las que me aburro como una ostra y me callo porque sé que son importantes para ella.

—Britt..., Santana te quiere.

—Eso lo sé. Sé que me quiere, como ella sabe que yo la adoro, pero no sé si es porque ya sabe que me tiene segura o porque me ve muy enamorada de ella, que se está confiando y está dejando de hacer las cosas que antes hacía. Y, vale, entiendo que dirigir una empresa es complicado, pero yo quiero vivir y ser feliz, y quiero que ella también lo sea. Si algo odiaba de su papá era que lo dejó todo por la empresa, y no quiero que le pase a ella lo mismo.

En ese instante, a Brittany le sonó el teléfono. Al ver que se trataba de Santana, se lo enseñó a su amiga y ésta dijo:

—Cógelo, estará preocupada.

Brittany suspiró.

Conocía a su esposa y, sin ganas, contestó:

—Dime, Santana.

—¿Dónde estás? Te he llamado y me han dicho que no habías llegado. He llamado a casa y Emma me ha dicho que habías salido ya; ¿se puede saber dónde te has metido?


Su voz, la exigencia en su tono cuando necesitaba sentir su cariño, hizo que Brittany cogiera el móvil y lo sumergiera dentro de la jarra con agua para no estamparlo contra el suelo.

Al ver aquello, su amiga pestañeó y, sorprendida al tiempo que divertida, preguntó:

—Pero, marichocho, ¿qué has hecho?

Brittany sonrió y, tras recogerse la melena en una coleta alta, replicó:

—Ahogar el teléfono para no ahogar a Santana.

—Joder, Britt, que es un iPhone 6.

Según dijo eso, las dos comenzaron a reír a carcajadas. Quien las viera pensaría que estaban locas de remate: tan pronto lloraban como reían.

Cuando se tranquilizaron, Rachel dijo:

—Ahora la tendrás desesperada. No tiene cómo localizarte.

—¡Que se joda! No tengo ganas de hablar con ella.

E, intentando dejar de pensar en Santana y en ella y en todos los problemas que la rodeaban, Brittany miró a su amiga y preguntó:

—¿Y tú qué hacías esperándome en López Inc.? ¿Ha ocurrido algo?

Como un resorte, y omitiendo el verdadero motivo, Rachel le contó lo sucedido aquella mañana en la puerta del colegio de Sami y su posterior visita a casa de Louise.

Brittany parpadeaba, alucinada por lo que estaba oyendo. Una vez su amiga terminó, Brittany la miró y murmuró:

—Y a ese Johan ¿no le has dado una patada donde más duele?

—No —dijo Rachel sonriendo.

—Pero ¿dónde se está metiendo Quinn? —insistió Brittany.

Rachel resopló.

Su amiga acababa de hacerle la misma pregunta que ella se hacía a sí misma.

—Supuestamente, en el bufete de abogados más famoso y reputado de Múnich—dijo—Pero, cada vez que hablo con Louise, tengo la sensación de que en realidad se está metiendo en una secta.

—Debes hablar con Quinn.

—Lo haré. Claro que lo haré.

Y, queriendo ver un rayo de sol en una mañana tan plagada de problemas, Rachel añadió:

—Ahora escúchame. Obviando tus problemas y los míos, el verdadero motivo de mis mensajes y el hecho de que haya ido a buscarte al trabajo era para preguntarte si Santana y tú nos acompañarían el dieciocho de abril a Quinn y a mí a Las Vegas para hacer la locura del siglo...

Por fin, Rachel había accedido a las peticiones de su buena amiga Quinn, y Brittany, olvidándose de todos los problemas, la abrazó emocionada y murmuró:

—Por supuesto. Eso ni lo dudes; ¡enhorabuena!

Las lágrimas acudieron de nuevo a sus ojos y las dos sonrieron emocionadas.

Rachel, que estaba en una nube, le contó lo sucedido la noche anterior. Sin lugar a dudas, había sido una preciosa petición de matrimonio.


Una hora después, desde el teléfono de Rachel, Brittany llamó a la oficina para hablar con Mika y, al ver que su ausencia no descabalaba nada, decidió olvidarse de López Inc., y se marchó con Rachel a pasar el día, sin imaginar que su esposa estaba removiendo cielo y tierra para encontrarla. Sin embargo, a media mañana sonó el teléfono de Rachel.

—Oh..., oh...—dijo ésta al ver que era Santana quien llamaba—Houston, tenemos un problema.

Al ver en la pantalla el nombre de su esposa, Brittany lo cogió.

—¿Qué quieres?—dijo.

Santana, que estaba en la oficina, se llevó las manos a los ojos al oír su voz e, intentando contener la furia que sentía, preguntó:

—Brittany, ¿dónde estás?

Envalentonada por la distancia, Brittany respondió:

—Como ves, estoy con Rach.

En la línea se hizo entonces un silencio incómodo y, cuando Brittany no pudo soportarlo más, preguntó:

—¿Quieres algo o pretendes que sólo escuche tu respiración?

Furiosa como desde hacía tiempo que no lo estaba, Santana dio un puñetazo sobre la mesa y gritó:

—¡Llevo toda la mañana buscándote como una loca y...!

—Mira, Santana. Yo también sé gritar y, si sigues hablándome así, te juro que lo haré, ¿entendido?


Santana, que había perdido completamente los papeles, continuó chillando. Entonces Brittany, retirándose el teléfono de la oreja, miró la jarra de agua donde todavía estaba sumergido su móvil y dijo:

—Rach, o me quitas tu teléfono ahora mismo de las manos o creo que va a seguir el mismo camino que el mío.

—Ni se te ocurra—respondió ella arrebatándoselo.

Brittany sonrió por su respuesta, y Rachel se puso el teléfono a la oreja y murmuró:

—San..., Santana..., soy Rach. Brittany está conmigo... No..., no..., escucha..., no quiere hablar contigo. Creo... creo que... Eh... eh... eh..., ¡joder, Santana, ¿te quieres tranquilizar?!

Brittany, que estaba acostumbrada a discutir con su esposa, miró a su amiga y, finalmente, sonriendo, le quitó el teléfono de las manos.

—Vamos a ver, Santana—dijo—, Tienes mucho trabajo. ¿Qué tal si sigues trabajando y me dejas pasar la mañana en paz?

—Brittany, te estás pasando...
—siseó Santana.

Brittany soltó entonces una risotada que la caldeó aún más.

—Soy consciente de ello—replicó Brittany—, Pero permíteme decirte que tú lo llevas haciendo desde hace tiempo. Y ahora, por favor, no vuelvas a llamar, porque no quiero hablar contigo. Ya nos veremos esta noche en casa cuando regrese. Adiósssss, guapita.

Y, dicho esto, colgó.

—Madre mía, la que te espera esta noche cuando vuelvas—susurró Rachel mirando a su amiga fijamente.

Consciente de ello, Brittany asintió y se encogió de hombros.

—Tranquila—dijo—Sobreviviré.


Diez minutos después, Quinn llamó a su futura mujer e intentó sonsacarle dónde estaban, pero al final terminó diciendo:

—Vale..., vale..., Berry, yo recojo a Sami del cole. ¿Vas a llegar muy tarde?

Rachel miró entonces a su amiga y respondió:

—Cariño..., me voy a ir con Britt a celebrar nuestro compromiso. Entiéndelo, es la única amiga... amiga que tengo aquí.

Quinn suspiró.

Se fiaba totalmente de su chica, pero saber que Brittany no estaba bien y que iban a celebrar el compromiso la hizo insistir:

—Cariño..., entiéndeme, me ha llamado Santana, está preocupada por Britt.

—La entiendo, Quinn, pero es que Britt no quiere hablar con ella ahora, entiéndeme tú a mí. Y, lo siento, te quiero con toda mi alma, pero no voy a decirte ni dónde estamos ni adónde nos vamos a ir a celebrarlo.

—Rach, no seas cabezona.

—Quinn, no seas pesadita.


Al ver que el tono de la conversación comenzaba a variar, Brittany le quitó el teléfono a su amiga.

—Quinn—le dijo—, Como se te ocurra discutir con Rach por la gilipollas de tu amiga, te juro que no te lo voy a perdonar. Y, antes de que digas nada más, déjame decirte: ¡enhorabuena! Rach ya me ha contado lo de la boda y estoy muy feliz por ustedes.

La alemana sonrió.

Todavía no se creía que su novia hubiera hecho lo que hizo la noche anterior y, mirándose el dedo, que ya no tenía chocolate, respondió:

—Gracias, Britt, te aseguro que lo celebraremos otro día todas juntas. Pero ahora, por favor, ¿por qué no me dices dónde estás, para que, así, Santana y tú puedan encontrarse para hablar...?

—Es que no quiero hablar con ella.

—Britt..., no seas cabezota.

—Quinn..., te voy a mandar a la mierda.


De pronto, Rachel le quitó el teléfono de las manos y, metiéndolo en la jarra de agua donde estaba aún sumergido el de Brittany, sentenció:

—Se acabó.

—¡Rach! ¡Tu móvil! Y tus contactos...

Al darse cuenta de ello, Rachel resopló, pero como no quería darle más importancia, replicó:

—Mira..., así aprovecho y le saco un iPhone 6 a Batichica.

Ambas soltaron una risotada, y luego Rachel añadió:

—Hoy es nuestro día de chicas. Hoy no somos madres, ni esposas, ni novias de nadie, y no vamos a permitir que nadie nos lo amargue.

De nuevo, las risas tomaron el lugar, y los camareros, que las observaban, se miraron entre sí.

Sin lugar a dudas, las mujeres estaban cada día más locas.


Cuando dejaron la cafetería, decidieron irse de compras. Comprar siempre era una buena terapia.



Una vez salieron del centro comercial, fueron a comer y luego se acercaron a un spa que ninguna de las dos conocía. Sorprendidas, vieron que era más grande de lo que pensaban, y se sumergieron en todos los tipos de piscinas que ahí había mientras reían y hacían carreras en los chorros a contracorriente.

Finalmente, agotadas, se decidieron por un increíble masaje polinesio.

Se lo merecían.



Cuando salieron del spa, tras dejar las bolsas con las cosas que habían comprado en el coche, se fueron a cenar a un restaurante al que no habían ido nunca. Si iban a alguno conocido, seguramente Santana o Quinn las localizarían.

Nada más entrar en la pequeña pizzería italiana, unos hombres comenzaron a tirarles los tejos. Ellas sonrieron pero no les hicieron ni caso: lo que las esperaba en casa era infinitamente mejor que aquello.



Una vez salieron del restaurante eran las diez de la noche, y paseaban del brazo por el Múnich antiguo cuando Brittany dijo:

—Yo iría al Guantanamera, pero temo que San me busque ahí.

De pronto, al cruzar una calle, una música con ritmo llamó su atención. Entraron en el local de donde provenía la pegadiza canción y enseguida se dieron cuenta de que era un bar brasileño, donde sin dudarlo pidieron unas caipiriñas.

—¡Madre mía, Rach! Hay que controlarse con esta bebida, que con dos llegamos a rastras a casa cantando Asturias, patria querida.

Al oír a su amiga, Rachel soltó una risotada y, mirándola, exclamó:

—¡Viva Asturias!

Segundos después, dos hombres, tan anchos como dos armarios empotrados, se pusieron a su lado y las invitaron a bailar. Sin embargo, ellas se negaron y se los quitaron de encima.

Lo último que querían era tener problemas con aquellos grandullones.

Mientras bebían sus ricas caipiriñas, observaron cómo bailaba la gente. Tenían un ritmo alucinante. Entre risas, ellas intentaron mover el trasero como lo hacían las brasileñas que había en el local, pero les resultaba materialmente imposible.

Aquéllas tenían un arte ¡que no se podía aguantar!

De pronto, la música se interrumpió, la gente se retiró de la pista y una pareja formada por un hombre y una mujer quedaron solos en el centro. Todos los presentes empezaron a aplaudir, y Rachel y Brittany también. Instantes después, la pareja comenzó a bailar de una manera increíble. La mujer tenía un ritmazo alucinante, pero el hombre...,

¡Oh, Dios, cómo se movía!

La gente daba palmas cada vez que hacían algún movimiento asombroso, cuando de pronto la luz le dio al hombre en la cara y Brittany, estirándose, murmuró:

—Rach. No te lo vas a creer.

—¿El qué?

Parpadeando para ver con más claridad, Brittany asintió.

—El morenazo que baila en la pista es Jake.

—¿Jake? ¿Qué Jake?

—Jake, el amigo de Olaf, del Sensations. Ese morenazo brasileño que...

—¡No jorobes! ¿Es él?

Brittany asintió.

—A menos que la caipiriña me haga ver lo que no es, ese tío que baila que quita el sentido es él.

Las chicas lo observaron boquiabiertas mientras él bailaba con una sensualidad impresionante y, cuando la canción acabó, todo el mundo aplaudió a rabiar.

Una vez finalizada la demostración, se enteraron de que la pareja eran profesores de baile, y de que darían una clase ahí mismo. Ni cortas ni perezosas, Rachel y Brittany fueron para allá a aprender junto con otros que había en la sala.


Durante media hora, la clase continuó y, cuando de pronto Jake se paró frente a la joven rubia, preguntó:

—Brittany, ¿eres tú?

Acalorada por seguir el ritmo que aquéllos marcaban, la aludida lo miró y, al verse reconocida, murmuró con cara de tonta:

—Síiii.

—¡Y yo soy Rach!

Entonces él las cogió de la mano y, alejándolas del grupo, preguntó:

—¿Han venido solas?

—Sí—dijeron las dos riendo.

Jake las miró con incredulidad.

Aquel barrio no era uno de los mejores de Múnich; al revés, era bastante conflictivo. No conocía bien a aquellas mujeres, a pesar de haber disfrutado de momentos morbosos con una de ellas, pero sí había oído hablar a su amigo Olaf acerca de cómo Santana y Quinn las protegían, y él mismo lo había presenciado en el Sensations.

—¿Qué están haciendo aquí?—preguntó.

—Estamos celebrando la despedida de soltera de Rachel—respondió Brittany acalorada y, todavía sorprendida, preguntó a su vez—¿Y tú qué haces aquí?

Al ver que estaban algo contentas, aunque sin llegar a estar borrachas, Jake explicó:

—Soy profesor de forró y...

—¿Forró? ¿Qué es eso?

Entendiendo que las chicas no conocieran aquello, se sentó con ellas a tomar algo mientras la música brasileña comenzaba de nuevo a sonar.

—Un estilo de baile de Brasil como el que acaban de ver—explicó.

—Ahhh, es verdad, que tú eras brasileño —se mofó Rachel.

—Oh, sí..., ya sabes, bossa nova, samba, capoeira, caipiriña — se mofó él mirando a Brittany.

—¿Trabajas en esto? —preguntó ella sonriendo.

El morenazo sonrió a su vez.

—Los jueves por la noche suelo venir a esta sala a dar clases de forró, pero también tengo otro trabajo por las mañanas que no tiene nada que ver con esto.

—No había oído eso del forró hasta hoy; ¿y tú, Rach?

Su amiga negó con la cabeza y Brittany añadió:

—¿Nos enseñas a perfeccionarlo?

Jake sonrió.

Estaba claro que aquéllas querían divertirse y, mirándolas, asintió.

—Por supuesto. Sólo hay que tener sentido del ritmo.

A partir de ese momento, Jake les presentó a varios amigos y compañeros, y la noche de las chicas se volvió loca y divertida.

Nadie se propasó con ellas y, tres horas después, Brittany bailaba con Jake con gracia y soltura.

—Tienes mucho ritmo, Brittany —le dijo él entonces.

Ella, acalorada y sedienta, sonrió, miró a Rachel, que se arrancaba con otro bailecito con otro tipo, y dijo:

—Me muero de sed, ¿vamos a la barra?

Una vez ahí, Jake pidió dos coca-colas con hielo.

—¿A Santana no le importa que estés aquí sin él? —dijo entregándole la suya a Brittany.

Ella sonrió y, mirándolo, preguntó:

—¿Qué hora es?

—La una y diez de la madrugada.

Brittany habló de nuevo.

—A estas horas, San debe de estar que echa humo por no saber dónde estoy—contestó.

—Ya me parecía a mí... —dijo riendo Jake.

—Ya te parecía, ¿qué? —preguntó Brittany.

Jake dio un trago a su bebida y señaló:

—No conozco a tu esposa y apenas te conozco a ti, pero Santana me pareció una mujer posesiva, como lo soy yo, en todo lo referente a su mujer, a pesar de sus juegos en el Sensations.

Cuando mencionó el local, ella suspiró.

Lo que daría ella por estar en aquel instante jugando con su morena en el Sensations. Pero, sin querer darle más importancia al tema, replicó:

—Tienes razón. San es tremendamente posesiva, pero hoy estoy cabreada con ella y sólo quiero pasarlo bien con mi amiga.

Al oír su respuesta, Jake decidió dar por finalizada la conversación y, cogiéndola de la mano, dijo:

—Bueno entonces, preciosa, ¡vamos a pasarlo bien!



Esa noche, tras pasar horas y horas bailando diferentes tipos de música brasileña, las dos jóvenes decidieron dar la fiesta por concluida a las cuatro de la madrugada. Jake se empeñó en acompañarlas hasta el coche, pero ellas no se lo permitieron.

No necesitaban un guardaespaldas.

Cinco minutos después, caminaban por una oscura calle de Múnich cuando un vehículo se detuvo a su lado y oyeron una voz que decía:

—Perdonen, señoritas.

Las dos se pararon y, al agacharse para ver quién hablaba, se encontraron con un desconocido que les preguntó:

—¿Cuánto?

Las chicas se miraron y Rachel preguntó a su vez divertida:

—¿Cuánto, el qué?

El hombre, con una encantadora sonrisa, se sacó la cartera y, enseñándosela, insistió:

—Cien para cada una si me acompañan durante una hora.

Las dos amigas intercambiaron una mirada.

—Lo siento, guapo—replicó Brittany divertida—, Pero tengo que comprarme un iPhone 6 y con cien no tengo ni para empezar.

—Ciento cincuenta —insistió él.

—¡Venga ya! Que no..., que nosotras valemos mucho más. Pero ¿tú has visto qué pibones? ¡Sube la oferta, hombre!—dijo Rachel riendo.

—Trescientos cincuenta por las dos —insistió aquél.

Ese comentario las hizo reír, y Brittany cuchicheó:

—Qué oferta tan tentadora; ¿aceptamos?

De pronto aparecieron dos vehículos de policía con las luces azules encendidas y el tipo del coche, bajándose del mismo, les enseñó una placa.

—Muy bien, guapitas —dijo—Quedan detenidas por prostitución.

Ellas se miraron boquiabiertas pero, antes de que pudieran moverse, unos polis las esposaron y las metieron en los coches sin atender a sus protestas.


Al llegar a la comisaría, seguían discutiendo con los policías cuando oyeron una voz conocida que preguntaba:

—Pero ¿qué estáis haciendo ustedes aquí?

Al mirar al agente que los observaba desde el otro lado del mostrador de la comisaría, vieron que se trataba de Olaf, el amigo del Sensations.

Las dos chicas se apresuraron entonces a contarle lo ocurrido y éste, enfadado, comenzó a discutir con sus compañeros por el error. Pero el policía que las había detenido no quiso entrar en razón, y las llevó hasta uno de los calabozos.

Rachel le pidió a Olaf que llamara a Quinn.

Brittany no abrió la boca.

Sin duda, cuando Santana se enterara de dónde estaba, liaría una muy gorda.

Cuando estaban en el calabozo rodeadas por otras mujeres, un tipo se acercó hasta los barrotes.

—Pero ¿qué ven mis ojos?—exclamó—La novia de Quinn Fabray...—y, riendo, cuchicheó—¿Sabe tu novia a qué te dedicas por las noches?

Al ver a Johan, el marido de Louise y socio de Gilbert Heine, Rachel siseó, incapaz de callarse:

—Vete a la mierda.

Él le guiñó entonces un ojo con superioridad y, sin moverse, afirmó:

—Ten cuidado con lo que dices o, además de estar detenida por prostitución, podría añadir alguna cosita más—y, bajando la voz, cuchicheó—Te dije que te alejaras de Louise, ¿lo recuerdas?

Brittany agarró a Rachel de la mano para que callara y, cuando aquél se marchó, preguntó:

—Pero ¿quién es ése?

—El marido de Louise—respondió Rachel enfadada.


Una hora después, tras haber confraternizado con otras detenidas, un policía llegó y dijo abriendo la celda:

—Rachel Berry y Brittany Pierce, vamos, han pagado sus fianzas.

Las chicas se miraron: había llegado la caballería.

—Ni una palabra del marido de Louise—dijo Rachel.

—Pero, Rach, Quinn debería saber que...

—Ni una palabra, Britt.

—Vale..., vale—replicó su amiga, que no tenía ganas de discutir.

Bastante le esperaba.


Cuando salieron y vieron a Santana y a Quinn mirándolas con gesto oscuro junto a Olaf, Brittany murmuró:

—Joderrr...

—Eso digo yo: ¡joder! —afirmó Rachel.

Una vez Olaf les entregó sus pertenencias, Rachel miró a Quinn y, con gesto serio y profesional, ésta dijo firmando en un papel:

—La denuncia está anulada, ¿verdad, Olaf?

—Sí. No te preocupes por eso, Quinn—replicó de pronto Johan, apareciendo en escena.

Rachel y Brittany lo miraron, y Quinn dijo mientras le tendía la mano con una sonrisa:

—Gracias por tu ayuda, Johan.

Santana le dio la mano forzando una sonrisa.

—Por casualidad estaba en comisaría por otra causa—explicó el abogado—No sé cómo han podido confundir a sus mujeres con algo que no son.

Rachel lo miró alucinada.

Sin duda, todo aquello lo había montado aquel desgraciado para darle un toque de atención.

Sumida en su mundo, Santana apretaba la mandíbula y, cuando no pudo más, exigió:

—¡Vámonos!

Una vez las cuatro llegaron hasta donde estaban los coches, Quinn miró a Rachel y gruñó:

—¿Se puede saber qué hacías por ese barrio a esas horas?

—Salíamos de tomar algo—respondió Rachel con aparente tranquilidad.

Brittany miró a Santana.

Esperaba que explotara de un momento a otro, pero no lo hacía. Ni siquiera la miraba.

—Pero, vamos a ver...—insistió Quinn—¿Ustedes no saben que en ese barrio es donde trabajan la mayoría de las prostitutas de Múnich?

Las jóvenes se miraron y, esforzándose por no sonreír, negaron con la cabeza. Quinn y Santana resoplaron, y esta última, que tenía un terrible dolor de cabeza, dijo:

—Vamos. Es tarde y estamos todas cansadas.

Rachel y Brittany se besaron y se pidieron precaución con la mirada, y entonces Brittany observó cómo Quinn miraba con complicidad a su chica y sonreía.

Sin duda, la rubia iba a tomarse todo aquello con humor.

Santana, por su parte, no habló.

Se metió en su coche y, cuando Brittany cerró la puerta y se puso el cinturón, la miró y dijo:

—Vale. Estoy preparada. Puedes echarme la bronca.

Sin inmutarse por su comentario, la morena arrancó el motor y condujo en silencio.

No obstante, cansada de su mutismo, Brittany insistió:

—Vamos, Santana, di algo o vas a explotar.

Pero la morena ni la miró ni habló, y Brittany suspiró y calló.


Una vez en casa, cuando la cancela se abrió, oyó los pasos rápidos de Susto y Calamar, que se acercaban. Santana detuvo el vehículo, bajó y, de malos modos, se metió directamente en casa mientras Brittany se quedaba en el interior del coche.

Ya habituada a sus enfados, salió del coche y saludó a los animales. Calamar se fue enseguida, pero Susto no se separó de ella.

—Madre mía, Susto, el cabreo que lleva la cabezona—murmuró Brittany besando su largo hocico.

El animal pareció entenderla y, restregando el hocico contra el pómulo de ella, la hizo sonreír. A continuación, Brittany le dio un beso para despedirse de él y entró en la casa. Dejó su bolso en la entrada y se dirigió a la cocina.

Estaba sedienta.

Estaba bebiendo agua en la oscuridad cuando, de pronto, Santana entró en la cocina, abrió el armarito donde estaban las medicinas, sacó una pastilla y se la tomó con un poco de agua. Una vez aquella hubo dejado el vaso en el fregadero, la miró y dijo:

—No voy a discutir contigo porque estoy tan furiosa que seguramente luego me arrepentiría de lo que pudiera decir. Lo mejor es que nos vayamos a descansar.

Y, sin decir más, dio media vuelta y se marchó dejando a Brittany preocupada por haber visto que se tomaba aquella pastilla.


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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D

Pd: 2 caps xq el otro era muy corto xD jajajaaj.
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 3:) Dom Dic 06, 2015 10:04 pm

hola morra,...

britt esta a un tris que de mandar todo a la mierda,...
y rachel se carga con un nuevo problema,...
buuuueeennnooo no era tan malo que se vallan a divertir y se les baje el estrés jajaja,..
ellas y su enojos ipone se vuelven mas millonarios de lo que se haces si siguen ahogando los cel jajajaja

nos vemos!!!
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Dic 06, 2015 10:21 pm

jjajajaja que rumba las de estas dos, a santana le va a dar una embolia o algo asi jajajajajajjaja
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Dom Dic 06, 2015 11:46 pm

3:) escribió:hola morra,...

britt esta a un tris que de mandar todo a la mierda,...
y rachel se carga con un nuevo problema,...
buuuueeennnooo no era tan malo que se vallan a divertir y se les baje el estrés jajaja,..
ellas y su enojos ipone se vuelven mas millonarios de lo que se haces si siguen ahogando los cel jajajaja

nos vemos!!!



Hola lu, jajajajaaj casi casiii jaajajajaj..., pero quien no¿? jajajaajajajaj. Uff rach sale de una y cae en otra, no¿? jajajajajajaja. Jajjaajaj no yo tampoco... solo que no las ententieron jajajajajaajaj. Jajajajajajjaajajajaj esk para no hacer algo peor ajjaajaj esta bn... digo yo, no¿? jajajajajaja. Saludos =D




marthagr81@yahoo.es escribió:jjajajaja que rumba las de estas dos,  a santana le va a dar una embolia o algo asi jajajajajajjaja



Hola, jajajaaj esk la pasaron de lo mas bn, solo que después no las entendieron jajajajaajajaj. Jajajajaja tiene que relajarse un poquito, no¿? jajaajajaj. Saludos =D



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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 25

Mensaje por 23l1 Dom Dic 06, 2015 11:49 pm

Capitulo 25


La llegada a México D. F. tres días después es un soplo de aire fresco para las dos.

Santana y yo no hemos hablado sobre ninguno de nuestros problemas, pero ambas sabemos que están ahí y que tarde o temprano volverán a salir.

Lo único que me dijo nada más montarnos en el avión fue: «Te quiero y vamos a pasarlo bien en México».

Yo lógicamente asentí.

Nada me importa más que estar bien con ella y disfrutar.


Al llegar al aeropuerto, una limusina negra nos espera. Sin duda, Artie quiere lo mejor para nosotras.

Cuarenta minutos después, estamos en su casa y todos reímos cuando el orgulloso papá aparece sentado en su silla de ruedas con sus dos pequeños en brazos y Sugar a su lado.

Sami y a Santiago corretean por la estancia con la pobre Jane detrás, mientras Susan nos observa en brazos de su papá.

¡Milagro, mi niña no llora!

¿Estará madurando?

Tras muchos besos, abrazos y felicitaciones, todos comenzamos a hablarles en balleno a los bebés.

Rachel tiene a la niña y yo al niño y, complacida, me acerco su cabecita a la nariz. Me encanta cómo huelen los bebés, y sonrío cuando Artie dice:

—Anímense y tengan más bebecitos, aunque no creo que les salgan tan relindos como los míos.

Todos reímos y, cuando Rachel devuelve a la bebita a los brazos de su mamá, Quinn la agarra por la cintura y le pregunta:

—¿Te animas?

Veo que mi amiga parpadea, la mira y, después, buscando a su hija con la mirada, dice al verla:

—Sami, ven, que mami Quinn tiene ganas de que le des besitos.

Dos segundos después, la pequeña está en brazos de su mamá rubia haciéndole monerías, y Quinn babeando.

Artie me mira y, al ver mi gesto divertido, sonríe y pregunta:

—Diosa, ¿tú no te animas?

¡Ja!

Ni loca tengo yo otro bebé.

No..., no..., no.

Y, cuando voy a responder, Santana dice con una sonrisa:

—Cerramos la fábrica. Con un adolescente problemático y dos pequeñines, ¡nos damos por satisfechas!

Santana sonríe, realmente parece que la haya abducido el buen humor, y yo, encantada con su contestación, la agarro por la cintura y afirmo:

—Si mi esposa dice que la fábrica se cerró, ¡no se hable más!

Entre risas, Sugar le indica a Jane adónde puede llevarse a Susan, a Sami y a Santiago.

Sin duda, el cuarto de juegos adonde van les divertirá mucho más.

Artie, Quinn y Santana pasan a un salón, y Rachel y yo acompañamos a Sugar hasta una estancia pintada en amarillo. Al entrar, dos mujeres se levantan y nos quitan a los bebés de los brazos.

Sugar nos las presenta: son Cecilia y Javiera, las cuidadoras de los bebés y las que echarán una mano a Jane con los nuestros. Una vez dejamos a los niños a cargo de ellas, acompañamos a Sugar a la cocina a por algo de beber.

—Bueno. ¿Qué tal la experiencia de ser mamá? —pregunta Rachel.

—Increíble pero agotadora. Nunca pensé que pudiera existir un amor tan puro como el que siento por mis hijos. Puedo asegurarte que estos tres meses han sido los más bonitos de mi vida.

—¿Y el papá qué tal? —pregunto curiosa.

Sugar suelta una risotada.

—Loco de amor por ellos, y por mí. Nos mima, nos cuida,... todo lo que te pueda decir en referencia a él ¡es poco!—luego baja la voz y murmura—Y, desde que puedo volver a tener relaciones sexuales, me pone el trasero rojo todas las noches.

Las tres soltamos una risotada.

Conocemos a Artie y sabemos lo mucho que le gusta vernos con el trasero rojo cuando jugamos. Estamos hablando del tema cuando Sugar dice:

—Que sepan que nos ha comprado tres batas de seda roja y unos collares muy particulares y no para de hablar de las ganas que tiene de vernos con ello puesto.

Me río.

Artie es un loco que disfruta de la sexualidad a pesar de sus limitaciones físicas, y me gusta que sea así. Aún recuerdo cuando lo conocí en Múnich, cómo me impresionó jugar con él y con Santana en aquella habitación de hotel.


Cuando llegamos al salón, no me sorprendo al ver a mi hermana y a su marido ahí, y Alison, al verme, se levanta y corre hacia mí gritando:

—¡Britty de mis amores!

Me apresuro a abrazarla.

Pero qué linda es mi loca hermana.

—¿Y los niños? —me pregunta.

—En el cuarto de juegos con Jane y unas cuidadoras. Ya sé que Becky se ha quedado en Jerez con papá, pero ¿dónde están Lucía y Mason?

—Con los padres de Artie. Se adoran mutuamente.

Tras saludar a todo el mundo, Alison corre al cuarto de juegos a ver a mis hijos.


Diez minutos después, regresa encantada con una sonrisa, y yo, que la estoy mirando, digo:

—Estás más delgada.

—Y tú más gordita.

Lamadrequelaparióooooooooo..., ¿le doy un capón o no se lo doy?

Desde luego, mi hermana es la leche. Todavía no se ha dado cuenta de que decirle eso a otra mujer es sinónimo de enfado.

¡No piensa lo que dice!

Entonces, al ver mi cara de póquer, añade:

—Aunque esos kilitos de más te sientan muy bien. Te luce más la cara.

¿Me luce la cara?

¡Eso..., tú arréglalo, so perraka!

Intento sonreír, mejor eso que decir lo que realmente pienso. Aunque, desde luego, no hay nada más incómodo y que te deje peor cuerpo que el hecho de que te digan que ¡estás más gordita!


Una vez Noah me ha besado y ha saludado a todo el mundo, Artie nos presenta a unos amigos suyos, César y Martín, y nos sentamos a tomar algo.

Mi hermana, que se ha instalado a mi lado, se acerca a mí y cuchichea:

—Esta casa es preciosa y enorme, ¿verdad?—asiento, y ella continúa—Artie se empeñó en que nos quedáramos aquí con ellos estos días y, así, mientras él y mi cucuruchillo trabajaban, yo he estado con Sugar y los niños. Por cierto, la habitación que nos han dejado es todo un lujo. Vamos, ni en la revista ¡Hola! he visto una así. El baño tiene un jacuzzi impresionante.

—Lo habrás estrenado con tu cucuruchillo, ¿no?—pregunto con picardía.

Alison se pone como un tomate.

Es hablar de sexo y la pobre se pone nerviosita perdida. Pero entonces, acercándose a mí, cuchichea:

—Por supuesto que sí. Ofú, Britty..., ¡qué frenesí nos entró! Yo creo que se enteró todo el edificio.

Me río, no lo puedo remediar, y Alison me da un manotazo para que me calle.

Eso me hace reír aún más.

Durante varios minutos me mofo de mi hermana, y ésta finalmente termina a carcajada limpia. Entonces, se pone seria de pronto.

—¿Te ha contado papá algo de la Pachuca? —pregunta.

Niego con la cabeza.

La Pachuca es una buena amiga de toda la vida de Jerez a la que le tengo mucho cariño y, siempre que vamos ahí, pasamos por su restaurante para comer salmorejo.

—Bueno que sepas que creo que entre ella y papá hay algo...—añade mi hermana.

La miro boquiabierta y murmuro:

—¿La Pachuca y papá?

—Sí, Britty, sí. El otro día oí a Burt diciéndole a papá: «Tu hija te ha jodido el plan con la Pachuca al dejarte a la niña».

—¿En serio? —pregunto sorprendida.

—Palabrita del Niño Jesús —afirma Alison muy convencida.

Su comentario me deja loca.

¿Mi papá y la Pachuca?

Pero, rápidamente, al ver que mi hermana me mira a la espera de mi reacción, le pregunto:

—¿Qué?

Alison suspira, mira alrededor al resto del grupo y cuchichea:

—¿Es que no vas a decir nada? Ay, Dios, Britty, que papá y la Pachuca ya tienen una edad y...

—Y si se hacen compañía y están bien juntos...—la corto—, ¿Dónde ves el problema?

Alison vuelve a suspirar.

Se le tuerce el morrillo como siempre y, tras unos segundos en silencio, murmura:

—Yo no veo ningún problema, pero me molesta que papá no nos lo haya contado. ¿Por qué nos lo oculta?

—Bueno porque a lo mejor le da apuro contárnoslo porque piensa que lo vamos a ver mal.

No sé si mi contestación la convence o no, pero Alison asiente y no dice más.


Durante un buen rato todos hablamos, hasta que suena el teléfono de Artie y éste, tras hablar y colgar, dice:

—Era mi mamá. Nos espera a todos para cenar en su casa.

Encantados, nos levantamos.

Los padres de Artie viven en el mismo edificio, cuatro plantas más abajo. Según me contó su mamá, se compraron la casa ahí para estar cerca de Artie cuando él tuvo el accidente y, por lo que veo, ahora con los chiquillos ya no se van a mudar.

Antes de bajar, Rachel y yo pasamos a ver a nuestros niños. Les están dando de cenar, y Jane y una de las cuidadoras nos indican que no nos preocupemos. Ellas se encargarán de ponerles los pijamas y acostarlos. Rachel y yo asentimos encantadas.

Nos vendrá bien un poco de libertad en este viaje.

Cuando entramos en el piso de los padres de Artie, éstos nos acogen como siempre, con cariño.

Una vez veo a mis sobrinos, que están cenando en la cocina, regresamos al comedor, donde el grupo entero cenamos entre risas y algarabía.



Un par de horas después, volvemos al departamento de Artie. Pasamos a ver a los pequeños, que duermen como angelitos, y vamos a acostarnos.

Estamos agotados.




Al día siguiente, resulta divertido reunirse con todos en la cocina. Hay tantos niños como adultos, y aquello es la locura.


Por la tarde, tras un bonito paseo por un precioso parque con los críos, tras atenderlos y dejarlos con el pijama puesto con las cuidadoras, los adultos nos ponemos guapos y nos vamos a cenar a un sitio espectacular.

La mamá de Artie se queda con mis sobrinos encantada, y Alison más aún.

Acabada la cena, Artie nos invita al teatro; ¡qué planazo!


Luego, todos, incluidos César y Martín, los amigos de Artie, que han estado con nosotros toda la noche, se vienen a la casa del anfitrión a tomar unas copas. Una vez hemos comprobado que los niños duermen, regresamos al salón, donde continuamos bebiendo y bromeando.

Santana, que no ha parado de piropearme en toda la noche, me coge de las manos cuando paso por su lado y me sienta sobre sus piernas.

Adoro nuestra cercanía.

La echaba de menos.

Así estoy durante un buen rato, hasta que Artie acercándose a nosotras cuchichea:

—Tengo un par de cositas para ti, para Rach y para Sugar en la habitación del placer que estoy deseando que se pongan. Por cierto, tenemos que celebrar el próximo enlace de Quinn y de Rach.

Según oigo eso, con la mirada le ordeno que se calle. Mi hermana y su marido están ahí, y Artie murmura entonces divertido:

—Espero que Alison se vaya pronto a dormir.

—Yo también lo espero—afirma Santana tocándome la rodilla.

Oír eso me hace sonreír y, como siempre, mi vagina tiembla de excitación.


Durante una hora más, todos continuamos charlando amigablemente en el salón, hasta que Noah se levanta y dice mirando a mi hermana:

—Cariño, estoy agotado. Vámonos a dormir.

A toda prisa, mi hermana se levanta y Artie dice:

—Eh, güey, ¡disfrutad del jacuzzi de nuevo!

El gesto de mi hermana me hace reír, y más cuando veo que se pone roja como un tomate. Noah, que la conoce muy bien, nos guiña un ojo.

—Ahorita mismo y a su salud—dice.

Todos reímos por el comentario, y Alison, escandalizada, le da un manotazo en el hombro a su marido. Instantes después, ambos salen del salón.

Entonces, veo que César, Martín, Artie, Quinn y Santana se miran y rápidamente sé lo que piensan.

Sus miradas y sus sonrisas los delatan.

Luego, Artie pregunta:

—¿Qué les parece si entramos a jugar un rato en la habitación del placer?

Yo sonrío y veo que Rachel y Sugar también lo hacen y, sin necesidad de decir nada más, las tres nos levantamos.

Santana se posiciona a mi lado y, besándome en el cuello, murmura:

—Ansiosa.

—De ti y para ti, ¡siempre!—respondo caminando a su lado.

Las tres parejas, acompañados por los dos amigos de Artie, que son de nuestro rollito y por lo que Sugar me ha contado juegan con ellos muy a menudo, nos dirigimos hacia el despacho de él.

Al entrar, Rachel, que nunca ha estado ahí, me mira y murmura:

—Creí que íbamos a un sitio más íntimo.

Sin contestarle, le guiño el ojo y, cuando ve que Sugar pulsa un botón que hay en la librería y ésta se desplaza hacia la derecha, añade:

—Vaya..., vaya..., esto se pone interesante.

Pero en ese instante a Quinn le suena el teléfono y ella se apresura a cogerlo.

—Entren ustedes—dice—Es mi papá y tengo que hablar con él.

—Me quedo contigo —afirma Rachel.

Quinn asiente.

Entre ellos existen las mismas reglas que entre Santana y yo, y la número uno es sexo siempre juntas en la misma habitación y en el mismo grupo.

Una vez Artie, Sugar, Santana, César, Martín y yo pasamos a la oscura habitación, la librería se cierra y una luz tenue y amarillenta toma el lugar. Acto seguido, Santana me agarra, me chupa el labio superior, después el inferior y, tras un dulce mordisquito, introduce la lengua en mi boca y me besa posesivamente.

Cuando el tórrido beso acaba, y deja claro a todos que ella y sólo ella es mi dueña, me pregunta con mimo:

—¿A qué desea jugar hoy mi Britt-Britt?

Me gusta que se comporte así en estos momentos.

Me excita.

Nunca hacemos nada sin consultarnos y, tras ver cómo Martín y César nos observan, murmuro deseosa de sexo:

—Juega conmigo a lo que quieras.

—¿A lo que quiera?

Cuando observo la cruz de sado que Artie tiene en la habitación, sonrío y añado mirando a Santana:

—Ni se te ocurra.

Mi amor sonríe, y entonces Artie se acerca a nosotras y, entregándome un collar de cuero negro, dice:

—Ponte esto, diosa.

Lo miro.

Es suave y en el centro hay una argolla.

—Ya sabes que no me va el sado —replico mirándolo.

El guapo mexicano sonríe, me guiña el ojo y susurra:

—Lo sé, pero ni te imaginas la ilusión que me hace atarlas como a unas perrillas.

Santana sonríe.

Pone su mirada de malota que me enloquece y, tras colocarme el collar, me lleva hasta la mesa que hay en un lateral de la habitación, me desabrocha el vestido, me quita el sujetador y las bragas y murmura:

—Échate boca abajo sobre la mesa y estira los brazos.

Hago lo que me pide sin rechistar.

Todos me miran.

Me comen con la mirada.

Me tiemblan las piernas de la excitación, y Santana se aleja dejándome ahí completamente expuesta.

Es increíble lo morbosa que puede llegar a ser en la intimidad y lo celosa que es en la vida real cuando una persona me desea. Sé que es complicado que la gente entienda eso, pero no me importa; nosotras lo tenemos claro y es lo que me vale.

Lo que nos va en el sexo es el morbo, el placer, el juego y el disfrute para las dos.

De nuevo, durante unos segundos todos permanecemos en silencio hasta que Artie le pide lo mismo a Sugar. Ésta se quita el vestido y me sorprendo al ver que no lleva ni sujetador ni bragas.

Vaya..., vaya con Sugar, quién diría que es la tímida joven que conocí.

El silencio inunda de nuevo la habitación del placer, mientras nosotras, excitadas y expuestas a ellos, esperamos desnudas. Entonces veo que Santana se acerca al equipo de música y ojea varios CD, me mira y finalmente pone uno.

Comienza a sonar AC/DC, y sonrío al reconocer Highway to Hell. La cañera canción suena a toda mecha en la habitación del placer, un lugar totalmente insonorizado donde nadie nos va a oír ni gritar, ni gemir, ni gozar.

Con curiosidad, miro a mi alrededor cuando veo que Artie, que lleva un mando en la mano, aprieta un botón y la luz cambia de amarillenta a roja. En ese instante, César y Martín comienzan a desnudarse.

Miro a Santana, ella también se desnuda, pero a diferencia de los otros dos, una vez desnuda se sienta en la cama a observar.

¡Qué morbosa es, la puñetera!

Martín y César se colocan unos preservativos, y de pronto noto que algo me golpea el trasero. Me vuelvo para mirar y veo que es una fusta de cuero rojo.

Sonrío cuando oigo gritar a Artie:

—Eso es, niñas, antes de ser folladas, quiero ver esas nalguitas rojas..., muy rojas.

Sugar y yo nos miramos y sonreímos mientras Santana, que continúa sentada en la cama, nos observa con seriedad.

En momentos así, me encantaría saber qué es lo que piensa. Se lo he preguntado otras veces y siempre me responde lo mismo: dice que no piensa, que sólo disfruta de lo que ve y se excita.

Una vez siento que el trasero me arde por los suaves latigazos, Santana baja la música y, sorprendentemente, se oyen las respiraciones aceleradas de Sugar y la mía. Ambas disfrutamos con aquello; entonces mi esposa se acerca a nosotras y dice:

—Suban las rodillas a la mesa, sepárenlas y sigan tumbadas.

Instintivamente, nosotras lo hacemos, y entonces veo que Artie se coloca al lado de su mujer, le acaricia el sexo y murmura:

—Eso es, mi vida..., quiero tu panochita bien abiertita.

Acto seguido, Sugar da un grito cuando Artie le separa las nalgas y le introduce un anillo anal.

En ese instante siento las manos de mi amor en mi ano, lo toca, lo tienta y entonces soy yo la que grita de placer al notar cómo me introduce otro anillo a mí.

Las respiraciones de Sugar y la mía vuelven a acelerarse cuando Artie se acerca y engancha unas correas a las argollas que llevamos al cuello. Después se coloca junto a Santana, que está frente a nosotras, y le entrega mi correa.

—Adoro a mi morboso marido—murmura Sugar en el momento en que Artie tira de la suya.

En ese instante siento que alguien se mueve detrás de mí. De reojo observo que es Martín y, cuando Santana asiente, toca el anillo anal y lo menea mientras me da palmaditas suaves en la vagina.

¡Oh, Dios, qué placer!

Esos toquecitos secos hacen que me mueva, que no pare, y eso les gusta, les gusta mucho.

Pasados unos minutos en los que siento mis nalgas rojas y mi vagina caliente, Martín introduce dos dedos en mi sexo y, tras ahondar en mí, comienza a masturbarme.

Boca abajo sobre la mesa como me tiene, estoy por completo a su merced, mientras aquel desconocido me masturba y maneja mi cuerpo a su antojo. Excitada, me muerdo el labio inferior y me arqueo, cuando siento que él me saca el anillo del trasero, me agarra por la cintura, tira de mí hacia atrás y, poniéndome los pies en el suelo, me da la vuelta y murmura cerca de mi rostro:

—Si fueras comida, serías un chile por lo picante de tu mirada.

Y, acto seguido y con celeridad, me sienta en la mesa, me abre de piernas y, al ver mi tatuaje, murmura excitado:

—Güey..., curioso tatuaje... «Pídeme lo que quieras»...

Yo sonrío.

No veo a Santana, pero seguro que sonríe también.

Nos gusta ver la sorpresa en los rostros de la gente cuando lo leen o cuando preguntan qué pone y Santana o yo se lo traducimos. Los excita ese mensaje. Se sienten poderosos al pedir, y yo encantada de ofrecer placer.

Tras pasar la mano por mi tatuaje, Martín coloca la cabeza de su pene en mi húmeda entrada y se introduce en mí al tiempo que veo que César penetra a Sugar, que aún sigue tumbada sobre la mesa.

La música vuelve a sonar alta y fuerte mientras Martín entra en mí lentamente. Clava las manos en mi cintura para que no pueda moverme, pero sus empellones, cada vez más vigorosos, me sacuden.

Entonces siento unas manos que me sujetan el trasero por detrás y sé que es Santana.

Lo sé.

Echo la cabeza hacia atrás y veo que se ha subido a la mesa. Me gusta su mirada felina y excitada.

Luego, da un tirón a la correa y, apretándome el trasero, murmura en mi oído:

—Eso es, mi amor, deja que entre en ti. Deja que te folle...

Acto seguido, me coge las manos, las une a mi espalda y, después, enreda la correa alrededor de ellas.

Eso es nuevo, nunca me ha atado así.

—¿Te gusta? —oigo que pregunta entonces excitada.

—Sí—afirmo mientras un nuevo jadeo sale de mi boca.

—¿Te gusta cómo te folla?

—Sí... —vuelvo a asentir.

Para mí no hay nada más morboso que escuchar lo que dice mi amor en un momento caliente. El morbo no es sólo lo que hacemos, sino también su ronca voz, sus palabras, su mirada y el modo en que me sujeta.

Acalorada, miro a Martín, que continúa asolando mi cuerpo y, cuando veo que va a abalanzarse sobre mi boca, digo bien alto para que me oiga:

—Mi boca sólo tiene una dueña.

Martín asiente.

No somos la única pareja que se reserva los besos.

Entonces Santana tira de la correa, hace que la mire y me besa. Introduce la lengua en mi boca con tal posesividad que creo que me voy a ahogar de placer mientras Martín sigue hundiéndose en mí una y otra vez.

En ese instante, oigo que Sugar jadea tanto o más que yo. Sin duda, lo que ocurre la vuelve loca como a mí.

El calor recorre mi cuerpo como una culebrilla, cuando Santana se aparta y, tras ponerse de pie en la mesa, coloca su sexo ante mí y no me aguanto ye le paso la lengua. No puedo tocarla, mis manos siguen amordazadas, y eso en cierto modo me excita.

Suave.

La vagina de mi amor es suave, dulce y excitante.

Me encanta.

No sé cuánto dura aquello, sólo sé que me abandono al placer que doy y me dan. Mi cuerpo tiembla, mi sexo succiona, mi boca chupa, y yo disfruto de aquella sensación mientras llego al clímax varias veces sin pensar en nada más, hasta que Martín acelera sus acometidas y, tras un fuerte empellón, sé que el placer también le ha llegado a él.

En cuanto Martín se retira, veo que coge una botellita de agua y me la echa sobre la vagina para lavarme.

¡Oh, qué frescor!

Santana se baja de la mesa. Sin desatarme las manos de la espalda, me tumba con exigencia y premura, coloca mis piernas sobre sus hombros y une nuestros sexos y hace que yo vuelva a gritar.

—Sí..., así..., grita para mí —oigo cómo exige.

Nada me gusta más que ser poseída por mi amor. No poder mover las manos me está matando, aunque, al mismo tiempo, me está gustando.

Ni yo misma me entiendo.

Nuestra posesión no es sólo física, sino también mental, porque sé que, cuando otro hombre o mujer está en mi interior, sólo con ver la mirada de Santana es como si fuera ella.

Ella y solamente ella me folla de mil modos, de mil maneras, como sé que soy yo la que la folla a ella.

Sin descanso, mi amor se mueve, una y otra y otra vez. Somos insaciables en lo que al sexo se refiere. Entonces, mirando a Martín, que nos observa, murmuro:

—Sujétame para ella.

Al oír eso, Santana sonríe.

Nuestro instinto animal, ese que nos posee en momentos como éste, ya ha aflorado y, abriéndome todo lo que puedo para mi amor, dejo que nuestros sexos se rocen más aún mientras Martín me sostiene por los hombros para que no me mueva ni un milímetro sobre la mesa.

Fuerte..., fuerte..., fuerte y duro.

Así me hace suya mi amor, y sé que yo la hago mía mientras en sus ojos observo la rabia por todo lo ocurrido entre nosotros últimamente.

Veo que se muerde el labio inferior, lo que significa que su llegada al séptimo cielo está cercana.

La música se para y pueden oírse mis gritos en la habitación. Pero mis gritos no son los únicos.

Cerca de nosotros, Sugar está sentada sobre Artie, que lleva puesto un arnés con un pene a la cintura y grita como yo.

—Dime que te gusta así..., dímelo—exige Santana con voz ronca.

Asiento..., no puedo hablar.

Toda yo tiemblo mientras oigo los azotes que Artie le da a su mujer en el trasero, y Santana se mueve más rápido.

Mis gritos de placer y los de Sugar resuenan en la insonorizada habitación, y eso a los demás los pone a mil.

Entonces, la puerta se abre y veo entrar a Quinn y a Rachel. Nos miran, en sus ojos veo las ganas que tienen de unirse al juego, de participar, pero yo en ese instante sólo quiero jugar con mi amor, con mi Santana, con mi López.

Por suerte para mí, Santana tiene un aguante increíble. Sabe dosificarse para que el placentero instante dure cuanto deseemos y, tras correrme una vez y cuando siente que voy a correrme de nuevo, se agacha sobre mí y murmura:

—Juntas, Britt-Britt..., juntas.

Mordiéndome el labio inferior, me proporciona un último y seco movimiento que hace que el placer nos llegue simultáneamente y tengamos convulsiones como locas sobre la mesa.

Con los hombros doloridos por estar tanto rato con los brazos hacia atrás, nuestras respiraciones se acompasan, y entonces veo que César se acerca a Rachel y Quinn comienza a desnudar a Rachel mientras ella se coloca el collar de cuero.

Sin moverme ni separarme de mi amor, observo cómo comienza el juego entre ellos.

Santana me besa entonces en el cuello, me sienta en la mesa y, tras soltarme las manos, murmura en mi oído:

—¿Todo bien, mi amor?

Dirijo mis ojos azules hacia ella.

Me duelen un poco los brazos pero, con una ponzoñosa sonrisa, asiento y mi amor sonríe.

Varios minutos después me entran unas irremediables ganas de ir al baño para hacer pis y, mirando a Santana, digo poniéndome una de las batas rojas que hay sobre la cama:

—Tengo que ir al lavabo.

—¿Te acompaño?

—No, cariño, no hace falta. Enseguida vuelvo.

Cuando voy a moverme, Santana me sujeta y, mirándome a los ojos, murmura:

—Te echaba de menos, corazón.

Yo sonrío.

Sé a lo que se refiere.

—Yo también a ti, mi amor—digo sonriendo de felicidad.

La beso y, tras abrir la puerta de la librería, salgo y corro al baño.


Dos minutos después, y con la vejiga vacía, me miro al espejo y sonrío al ver el collar de cuero de Artie en mi cuello.

Artie y sus rarezas.

Tras atusarme un poco el pelo, me cierro la bata roja sobre la cintura y salgo del baño. Camino de regreso hacia el despacho y, cuando me dispongo a entrar, me doy de bruces con alguien que sale a toda prisa.

¡Mi hermana!

Al verme, Alison me agarra de la mano y, con el gesto desencajado, murmura:

—Ay..., Britty..., ay, Britty..., ¡vámonos de aquí!

—¿Qué pasa? —pregunto preocupada.

—Tenemos que coger a los niños y marcharnos de aquí.

—¿Por qué? ¿Qué ocurre?

Voy a moverme cuando mi hermana se lleva la mano a la boca y murmura:

—No..., no entres en el despacho. ¡Ay, virgencita, qué depravación!

Según dice eso, sé lo que pasa, y se me pone la carne de gallina.

Joder..., joder..., joder...

Pongo un pie en el despacho y, con disimulo, miro y veo que me he dejado la puerta de la librería abierta al salir.

¡Maldita sea!

Alison tira de mí.

¡Está histérica!

Como puedo, la llevo hasta la cocina para darle un vaso de agua. Pobrecita, mi hermana, con lo impresionable que es para estas cosas.

Tiembla.

Yo me agobio y, cuando se ha terminado de beber el vaso de agua, lo deja sobre la encimera y cuchichea:

—Ay, Dios mío..., ay, Dios mío..., ¡qué fatiguita!

—Tranquila, Alison. Tranquila.

Mi hermana se da aire con la mano, está blanca como la cera y, como temo que se desmaye, la siento en una silla.

—Tenía sed—empieza a explicar entonces con voz temblona—Vine a la cocina a por agua y, al salir, oí ruido. Fui hasta el despacho y, al entrar, yo... yo vi esa puerta abierta, me asomé y... y... Ay, Britty, ¡vámonos de aquí!

—Alison, respira.

Pero Alison está, como decía la canción de Shakira, bruta, ciega y sordomuda, y tiembla... tiembla como una hoja del susto que tiene.

Ay, pobrecita, mi chicarrona, ¡qué mal ratito está pasando!

Voy por otro vaso de agua, esta vez para mí.

Lo necesito.

Saber que mi hermana ha visto lo que ha visto, me reseca hasta el alma.

Bebo..., bebo y bebo mientras intento pensar rápidamente en una explicación que darle cuando ella se acerca a mí y murmura:

—Santana... Santana estaba con esos depravados.

—Escúchame, Alison...

—No, escúchame tú a mí—insiste con la respiración entrecortada—He... he visto algo horroroso, impúdico y guarro. Santana estaba desnuda y mirando, mientras Rach y Sugar estaban a cuatro patas como unas perrillas... Ay, Dios... Ay, qué fatiguita, ¡no puedo ni decirlo!

—Respira, Alison..., respira.

Pero mi sorprendida hermana no atiende a razones y, levantándose, prosigue:

—Ellas llevaban unos collares de cuero negros como si fueran perros, Artie tiraba de una correa, mientras Quinn y creo que... que... César las... las... ¡Ay, Dios, qué asco!—y, tomando aire, suelta—Estaban follando, ¡follando como conejos! ¡Todos revueltos! ¿Cómo... cómo puedes tener amigos así?

Joder..., joder..., joder, qué mal rato me está haciendo pasar a mí también.

No sé qué responderle.

Nunca me imaginé viviendo una escena así con Alison. Entonces, mi hermana se agacha en el suelo y se pone a llorar.

Pero ¿por qué tiene que ser tan dramática?

Me agacho con ella con la intención de levantarla y la pobre, hecha un mar de lágrimas, murmura:

—Cuánto siento lo de Santana, Britty..., con lo que tú lo quieres, y... y ella...—y, cogiendo fuerzas, sisea—Esa desgraciada es una depravada, una cochina, una cerdupedo..., una... una...—entonces grita levantándose del suelo—¡Ay, virgencita de la Merced!

—¿Y ahora qué pasa, Alison?

Mi hermana levanta un brazo y, señalándome con un dedo acusador, dice con voz temblorosa:

—Tú... tú llevas otro collar de perrilla como los que llevan ellas...

Ostras, ¡el collar!

Inconscientemente, me lo toco y murmuro mientras comienzo a sentir un picor en el cuello:

—Alison, escúchame.

El gesto de mi hermana ha pasado del horror a la incredulidad y, ya sin llorar, dice:

—¿Qué... qué has hecho, Brittany?

—Alison...

—¡Ay, virgencita! ¿Qué te ha obligado a hacer Santana?, porque juro que cojo un cuchillo y le rebano el pescuezo de lado a lado.

He de explicarme.

Necesito decir algo antes de que saque conclusiones erróneas.

—Ali—respondo—, San no me ha obligado a nada.

—¡Mientes!

Tratando de no perder los nervios, insisto:

—No, Ali, no miento. San y yo disfrutamos así del sexo. Y, aunque sé que es complicado entenderlo, ni ella me obliga, ni nadie de los que están ahí dentro está obligado.

Veo que pestañea.

Lo que acabo de decir la deja loca.

—¿Te va esa perversión?—murmura.

Asiento acojonada y entonces ella grita:

—¡Pero ¿es que estás mal de la cabeza?!

—Alison, no chilles.

Se separa de mí.

Yo intento cogerla, pero me da un manotazo. Se sienta en una silla. Sé que no entiende nada y, acomodándome junto a ella, prosigo:

—San, yo y todos los que están en esa habitación no estamos mal de la cabeza, Alison, es sólo que, a la hora de disfrutar del sexo, nos gusta hacerlo con más gente y...

—¡Guarra! Eso es lo que eres, ¡una guarrindonga y una cochina! ¡Qué vergüenza! Tus niños durmiendo a pocos metros de aquí y tú zorreando como una perdida.

—Ali...—murmuro intentando entenderla.

—¿Cómo puede gustarte eso?

Entiendo su indignación.

Entiendo lo que piensa.

Entiendo que piense mil cosas de mí.

Yo también pensé todo eso la primera vez que Santana me mostró ese mundo. Así que, tratando de ponerme en su lugar y también de hacerle comprender, prosigo:

—Yo no lo veo como una cochinada, sino simplemente como otro modo de ver, entender y disfrutar del sexo—y, antes de que pueda hablar, añado—San y yo somos una pareja normal, como tú, como Quinn y Rach o Artie y Sugar pero, a la hora del sexo, nos gusta algo más.

—¿Pareja normal?

—Sí.

—Mira, guarrindonga..., eso de normal no tiene nada. Eso lo hacen los depravados y los que no están bien de la cabeza. Y tú... y tú... ¡Ofú, qué calor!

—A ver, Alison—insisto rascándome el cuello—Tú misma me has confesado que Noah y tú disfrutan en su cama jugando con vibradores y consoladores y...

—Eso no es lo mismo, Brittany...

—Lo es. Escúchame y déjame explicarme.

—No digas tonterías.

—Alison, tú y tu marido juegan como jugamos San y yo. La única diferencia es que nosotras jugamos con gente de verdad y ustedes con aparatos de silicona y con su imaginación.

—Pero ¡¿qué tontería estás diciendo?! —chilla.

—No digo ninguna tontería, Ali—a continuación, clavo la mirada en ella y pregunto—¿Por qué juegas con vibradores con Noah?

Mi hermana se pone roja, pero al ver que espero contestación responde:

—Porque me da la gana y me sale del potorro; ¿y a ti qué te importa?

Su contestación me hace sonreír, e insisto:

—Lo haces porque te causa morbo. Que yo recuerde, me dijiste hace tiempo que tenías un consolador llamado Al Pacino y otro Kevin Costner. ¿Por qué les pusiste esos nombres?

Alison se da aire con la mano mientras yo me rasco el cuello.

—He dicho que no es lo mismo—sisea—No intentes convencerme, ¡cochina!

Vale..., no voy a enfadarme porque me llame cochina.

Alison es Alison.

—Les pusiste esos nombres a los juguetitos porque en el fondo te gustaría que fueran Al Pacino y Kevin Costner quienes estuvieran ahí—insisto—, Y...

—Por favor, ¡cuánta tontería tengo que oír!—grita mi hermana—¿Quieres dejar de decir porquerías desagradables? Que tú seas una guarrindongui no significa que yo tenga que serlo también. Ay, Brittany, qué decepción, ¡qué decepción!

—¿Me consideras una guarrindongui?

Alison ni siquiera pestañea, y añado:

—Buenos siento mucho que pienses eso de mí.

—Cuando papá se entere...

—¡¿Qué?!

Ah, no..., eso sí que no.

En este instante, saco toda mi artillería pesada y, mirando a mi hermana, replico:

—Alison, si se te ocurre decirle algo a papá de mi vida sexual, ten por seguro dos cosas: la primera, que no volveré a hablarte en la vida, y la segunda, que él también se va a enterar de lo bien que te lo montas con Al Pacino y Kevin Costner.

Nos miramos.

Ella está enfadada.

Yo también.

En ese instante, Noah entra en la cocina en calzoncillos y, mirando a mi hermana, dice:

—Mi chiquita, estaba preocupado por tu tardanza. ¿Qué ocurre?

Mi hermana se levanta y huye de mi lado para refugiarse en brazos de su marido, cuando en ese momento aparece Santana con una bata de baño y me mira.

—Cariño, ¿qué pasa? —dice.

Al ver a Santana de esa guisa, Alison la mira y, como una verdulera, grita:

—¡Guarra, degenerada, indecente, viciosa, corrupta, inmoral...! ¡Eso es lo que pasa!

Su marido y mí esposa se miran sorprendidos mientras yo resoplo. Me rasco el cuello y le pido a Santana con la mirada que no diga nada. Sin duda, Alison no lo va a poner fácil y, caminando hacia ella, siseo:

—Si vuelves a insultar a mi esposa, te aseguro que...

—Pero ¿qué les pasa?—insiste Noah.

Alison se calla, no dice nada. A sabiendas de que luego se lo va a contar, me planto ante mi cuñado y explico:

—Alison acaba de descubrir que a San, a mí y a algunos más de esta casa nos gusta un tipo de sexo diferente del que ustedes practican. Eso es lo que ocurre.

Santana me mira sorprendida por lo que he dicho, y yo añado:

—Y yo le he dicho que, mientras ustedes juegan con consoladores y vaginas de silicona, nosotras jugamos con penes y vaginas de carne y hueso. ¿Dónde está el problema?

Noah abre la boca.

El pobre está tan sorprendido como Santana y, mirando a mi hermana, dice:

—Escucha, relinda...

—Vámonos de aquí. No quiero estar en esta casa corrupta llena de... de ¡inmorales!

—Ali...—susurro para pedirle calma.

—¡Vámonos! —vuelve a gritar ella.

—¿Ahora? —pregunta mi pobre cuñado.

—No, el mes que viene, ¡no te jode!—insiste Alison malhumorada.

Tras intercambiar una mirada cómplice con Santana, que de pronto me hace presuponer más de una cosa, el mexicano murmura:

—Cariño, los niños están dormiditos en casa de mis tíos. ¿Cómo los vamos a despertar?

—Me da igual—insiste la cabezota de mi hermana—No quiero permanecer ni un segundo más bajo el mismo techo que estos perdidos y sucios cochinos.

—Ali, como vuelvas a insultarnos, te juro que me voy a enfadar—siseo.

Santana me coge de la mano y me sujeta. Me conoce y está viendo que al final le voy a cruzar la cara a mi hermana como siga por ese camino.

—Escucha, mi reina—dice Noah—, Quizá no sea el mejor momento para decirte esto, pero antes de estar contigo yo también practiqué lo que ellos hacen.

—¡¿Qué?! —grita mi pobre Alison.

¡Toma yaaaaaaa, lo que acaba de confesar mi pobre cuñado!

—Participé en orgías—prosigue él—, Y en su defensa tengo que decir que no me considero ningún corrupto ni ningún degenerado. Es sólo una clase más de sexo, tan respetable como la que tú y yo practicamos.

La boca de mi hermana se abre..., se abre y se abre y, cuando no se puede abrir más, y está claro que van a salir de ella sapos y culebras, Santana dice:

—Noah, llévate a tu mujer a la habitación y tranquilízala.

Inmóvil, veo cómo mi cuñado agarra la mano de mi hermana y, sin decir ni una palabra más, tira de ella con gesto tosco y ambos se marchan.

El corazón se me va a salir del pecho mientras me rasco el cuello. Santana me sujeta entonces la mano, lo mira y, quitándome el collar de cuero negro, musita:

—Cariño, te estás destrozando el cuello.

Agobiada por lo ocurrido, me refugio en sus brazos.

—Llévame a la cama—le pido—Necesito cerrar los ojos y desconectar.


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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Dic 07, 2015 1:17 am

pobre brittany ahora va a ser humillada de puerca, degenerada y que se yo miles de cosa mas por su propia hermana, la cual no esta para nada equivocada que quien inicio todo esto fue santana. espero que no mate al padre diciendole cosas por que lo manda derechito a otro mundo
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por Lizz_sanny Lun Dic 07, 2015 6:43 am

Hola, como siempre excelente cap.
Solo espero que Alison no le diga al papá de Britt
Saludos! :)
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por micky morales Lun Dic 07, 2015 12:44 pm

hola espero que todo este bn por aca, me perdi un par de dias y ya un momton de capitulos!!!! bueno, primero, no me gusta ginebra para nada, no confio en ella, segundo el niño coreano me tiene harta y perfecto que britt le haya dado su buen bofeton y tercero, por favor ni que la hermana de britt hubiese salido de un convento!!!!! hasta pronto!!!!
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Mensaje por 23l1 Lun Dic 07, 2015 7:11 pm

marthagr81@yahoo.es escribió:pobre brittany ahora va a ser humillada de puerca, degenerada   y que se yo miles de cosa mas por su propia hermana, la cual no esta para nada equivocada que quien inicio todo esto fue santana.  espero que no mate al padre diciendole cosas por que  lo manda derechito a otro mundo



Hola, jajajajaja bn se descubrió el "secreto" de algunos..., pero no quita que este mal o bn cada uno hace lo que quiere con su vida, y mas si tu pareja esta de acuerdo jajajajajajaja. Esperar y que alison no se le vaya de mas su enojo jajajajaja. Saludos =D




Lizz_sanny escribió:Hola, como siempre excelente cap.
Solo espero que Alison no le diga al papá de Britt
Saludos!  :)


Hola, jajaj que bueno que te gusto! =o no esperemos y pueda mmm "entender" todo jajajajaja. Saludos =D




micky morales escribió:hola espero que todo este bn por aca, me perdi un par de dias y ya un momton de capitulos!!!! bueno, primero, no me gusta ginebra para nada, no confio en ella, segundo el niño coreano me tiene harta y perfecto que britt le haya dado su buen bofeton y tercero, por favor ni que la hermana de britt hubiese salido de un convento!!!!! hasta pronto!!!!


Hola, jajajajaja eso es bueno o malo¿? jajajajajajaj. Esk intenta ser simpatica, pero algo tiene ¬¬ Jjaajajajaj si, como digo todos pasamos por esa etapa, pero igual cae mal... muy mal jajajajaja. Jajajajajajaja cada uno con lo suyo, no¿? jajajajaj. Saludos =D


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