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FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
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Lizz_sanny
micky morales
23l1
Lucy LP
Daniela Gutierrez
Susii
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Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
micky morales escribió:decir que quedan 4 capitulos ha sido un disparo directo al corazon, lo que ha hecho brittany me ha dolido como si estuviera ahi, yo queria que castigara a santana pero esta estaba drogada mientras que brittany lo ha hecho con premeditacion y alevosia, se que santana no lo tomara nada bn!!!! !
Hola, jajajajajaja xD bueno ya dos mas epílogo xD jjajajajaj. Mmmm es lo que hacen los celos y el enojo, no¿? Lo bueno también esk se dio cuenta de su error. Ufff no yo tampoco jajajaja xD Saludos.
Lucy LP escribió:Opa!!! Concuerdo con la amiga del comentario anterior yo también quería que la castigará pero de esa manera nop que feo... Saludos chica del EFECTO
Hola, jajajaja lo mismo que arriba, los celos y el enojo no son buenos amigos XD jajajajajajaja. Saludos =D
3:) escribió:hola morra,...
san se juegas sus cartas para salvar el matrimonio,..
es bueno que britt no la haya cagado con meter se con otro,..
nos vemos!!!
Hola lu, tiene que, no le queda de otra si no kiere perder. Exacto, se dio cuenta y paro, eso es bueno jajajaja. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 63
Capitulo 63
Sigo sin náuseas matutinas, aunque por las noches el estómago se me revuelve.
Pero, claro, con el jupe que me meto todos los días a bailar en la feria, ¡como para que no se me revuelva!
Para mi desgracia, el olor del jamón, y cuanto más bueno es, peor, me pone mal cuerpo.
¿Por qué tengo que tener tan mala suerte?
¿No me podría haber dado asco la lechuga?
Con mi sobrina Becky, a las seis de la tarde llevo a los niños a los cacharritos, y mis peques se divierten de lo lindo.
Me gusta mirarlos.
Verlos sonreír me hace ver que son felices, y eso para mí es un gran motivo de dicha.
Santana no me llama.
Sólo me envía mensajes para preguntarme si todo va bien, y yo, escuetamente, le contesto sí o no.
Me muero por oír su voz, como estoy segura de que ella se muere por oír la mía, pero estoy tan avergonzada por tener que contarle lo de Gonzalo que no muevo un dedo para llamarlo. No quiero mentirle y, si la llamo y omito mi gran error, me voy a sentir fatal. Por ello, decido posponer esa charla para cuando regrese a Múnich.
Sin duda, en esta ocasión voy a ser yo quien tenga que ser perdonada.
Mientras estamos en los cacharritos, observo también a mi sobrina Becky. Mi pequeñina ya es una jovencita preciosa, y me quedo boquiabierta cuando veo cómo se maneja ante los jovencitos de su edad y éstos la miran embobados.
Pero ¿dónde se ha metido la niña que jugaba al fútbol y decía palabrotas como un machote?
Sonriendo estoy al ser consciente de lo que va a tener que padecer mi hermana con Becky cuando ésta se acerca a mí con su precioso vestido de flamenca azul cielo y blanco y le dice a un muchacho que la mira alucinado:
—Desde luego, Pepe, tienes menos arte que un boquerón.
Yo me río al oírlo, pero no pregunto a qué viene. Mejor no saber.
—Pero marichochooooooooooooooooooo, ¿qué haces aquí, miarma?
Al oír el grito, me doy la vuelta y me encuentro con mi amigo Sebas. Como siempre, el tío va como un pincel vestido y peinado, y nos abrazamos.
Cuando nos separamos, me pregunta mirando a los lados:
—¿Dónde está tu cuadrada morena sexy?
Suelto una risotada.
—En Múnich. No ha podido venir.
Sebas suspira y, guiñándome un ojo, cuchichea:
—Qué pena. Con lo que me alegra la vista, otra vez que mis ojos verdes se privan de esa diosa y seductora.
Durante un rato hablamos de mil cosas mientras Sebas, cada vez que ve pasar a un tipo guapo, me guiña un ojo y grita:
—¡Tesoro, ven aquí, que te desentierro!
Divertida, observo cómo los otros lo miran.
Sebas es un caso.
Ahora que vuelve a estar soltero, va a lo suyo, y lo que piensen los demás, como siempre dice, ¡se la bufa!
Mis hijos siguen dando vueltas en los cacharritos cuando, de pronto, pasa un guapo hombre andaluz tan maqueado como Sebas y, en cuanto nos mira, mi amigo dice:
—Te dejo, miarma. El deber me llama.
Consciente de lo que él llama «deber», agarro a Sebas del brazo y cuchicheo divertida:
—Pedazo de caballo de Peralta que te has echado, ¿no?
—Uno, que tiene clase y sabe lo que es bueno, niña—afirma él guiñándome un ojo.
Ambos sonreímos y, segundos después, Sebas se va tras su caballo de Peralta.
Sin duda, lo va a pasar mejor que yo.
Cuando terminamos en los cacharritos, al entrar en la caseta donde sé que nos esperan mi hermana y mi papá, veo que Alison camina hacia mí y, cogiéndome de la mano, dice:
—Confirmado. Papá y la Pachuca, ¡juntos!
Miro hacia el lugar donde señalan sus ojos y sonrío al ver a mi papá con aquella buena amiga de toda la vida marcándose una sevillana y más acaramelados de lo normal.
Vaya..., vaya con mi papá.
¡Qué arte tiene!
Me gusta ver que nuestra conversación le sirvió para algo y entonces, mirando a mi hermana, pregunto:
—Vamos a ver, Ali, papá lleva viudo muchos años y se merece tener a alguien a su lado que le alegre los días como tú o yo lo tenemos. ¿Dónde ves el problema, reina?
A mi exagerada hermana le tiembla el morrillo.
Sé que es difícil ver a mi papá con otra mujer que no es mi mamá. Vale..., la entiendo, pero pensando en mi papá y sin darle opción a la llorona a contestar, prosigo:
—Escucha, Ali, tú te enamoraste de Jesús, te casaste y el amor se acabó. Cuando te separaste y te quedaste sola, decías que tu vida era sosa y patética hasta que, de pronto, un día apareció tu rollito feroz. ¿De verdad me estás diciendo que no ha merecido la pena darte esa oportunidad con Noah?
—Ay, Britty..., claro que ha merecido la pena.
—Bueno papá se merece también una nueva oportunidad en el amor, Ali. Ambas sabemos que amará a mamá el resto de su vida, que la recordará a través de nosotras y de mil cosas más, pero él necesita a alguien a su lado, como lo necesitamos tú o yo y media humanidad. Y si, encima, esa mujer es la Pachuca, una señora que siempre nos ha querido y ambas sabemos que es buena gente y que cuidará a papá, ¿no crees que deberíamos estar contentas?
Alison los mira.
Su morrillo sigue temblando, hasta que finalmente asiente y dice:
—Tienes razón. Tienes razón..., ¡claro que sí! ¿Y quién mejor que la Pachuca?
Sonrío.
Adoro a mi hermana y, abrazándola, afirmo:
—Exacto, tontorrona, no hay nadie mejor para él que la Pachuca.
Abrazadas estamos cuando mi papá, que ha dejado de bailar, se acerca a nosotras con la tan mencionada Pachuca. Alison, en cuanto la ve, pasa de mis brazos a los suyos y murmura haciéndonos reír a todos:
—Bienvenida a la familia, Pachuca.
La mujer, encantada, me mira y yo le guiño un ojo. Luego, mientras abraza a mi hermana, murmura:
—Ojú, miarma, gracias.
A continuación, mi papá me abraza, me da un beso en la frente y, mirándome, dice:
—He dejado de perder instantes, ahora te toca a ti dejar de hacerlo.
Asiento.
Tiene razón.
Lo que pasa es que yo tengo que regresar a Múnich para resolver cierto temita que, sin duda, me va a dar más de un quebradero de cabeza.
Esa noche de jueves, la feria está a rebosar, y bailo como una loca. Han llegado más amigos que llevo tiempo sin ver, y los reencuentros son divertidos y están llenos de felicidad.
Desde mi posición, observo a mi papá con la Pachuca ocuparse de Santiago y de Susan, están con ellos que no mean, y yo feliz de verlo.
Una hora después, tras mucho bailecito con mis amigos, pedimos algo de comer y, rápidamente, delante de nosotros ponen unos tomatitos, queso curado, papas aliñás, gazpacho, chocos fritos y jamón.
Todo me parece estupendo, aunque, cuando miro el jamón, el estómago me da un vuelco y yo maldigo.
Pero ¿por qué me tiene que dar asco el jamón?
Mi hermana se acerca a mí y, al ver que tengo un vaso en la mano, me mira y yo cuchicheo entonces sin que nadie me oiga:
—Es coca-cola monda y lironda.
Alison asiente, me quita el vaso de las manos, da un trago y, tras comprobar que es cierto lo que digo, cuando voy a protestar replica:
—Mira, Britty. Un fetito está dentro de tu tripa y, como me entere de que le cae algo de alcohol, te juro que te tragas el vaso.
—Shhhh—gruño mirándola—¿Te quieres callar y ser discreta? Y, antes de que sigas flipando, si tengo un vaso en las manos es para no levantar sospechas. Si no bebo, la gente preguntará, y no quiero contestar preguntas indiscretas.
Mi hermana asiente y, tras mirarme con su cara de demonio, repite:
—Quedas advertida.
Cuando se aleja con su marido, entre risas brindo con mis amigos y, mientras rulan botellas de
Canasta, Solera y Pedro Ximénez, animados comenzamos a dar palmas y a cantar «Vámonos, vámonos, pa Jerez, pa Jerez, de la Frontera, que la feria del caballo llega en mayo como flor de primavera».
Ojú, qué bien me lo paso con mis divertidos amigos.
Eso es lo que necesito para coger fuerzas.
Cantando estoy cuando de pronto oigo gritar:
—¡Abuelo!
Esa voz...
Y, al volverme para mirar, me quedo bloqueada al ver a Flyn, que corre hacia mi papá.
Parpadeo..., parpadeo y, apretando el vaso que tengo en las manos, vuelvo a parpadear y confirmo que lo que veo es una realidad y no una alucinación, y entonces oigo a mi sobrina Becky decir a mi lado:
—Hombre, Jackie Chan López en persona.
Y, antes de que yo pueda reaccionar, suelta:
—Le voy a decir a ese pedazo de mojón que, si se cree que por haberme bloqueado en Facebook me ha jorobado, está muy equivocado porque... ¡Tita San!
Oír eso de «Tita San» ya sí que me deja sin respiración.
¡Ay, que me da..., pero que me da de verdad!
¿En serio Santana está aquí?
Y, mirando al lugar hacia donde ha salido corriendo mi sobrina, me encuentro al amor de mi vida junto a mi papá y la Pachuca, cogiendo a Santiago y a Susan, mientras Flyn besa a mi hermana y a mi cuñado.
Mi respiración se acelera y dejo de oír todo lo que suena a mi alrededor. Ya no oigo cómo mis amigos cantan, ni las palmas, ni las guitarras, ni nada.
Sólo oigo el sonido enloquecido de mi corazón.
Santana.
Mi Santana, mi caballo de Peralta, está en Jerez.
La idea me gusta, me gusta mucho, pero rápidamente me acojona.
¿Qué hace aquí?
No he pensado cómo voy a decirle lo que hice, y no estoy preparada.
Mientras observo cómo mi cuñado y mi hermana la saludan con afecto, mis hormonas se revolucionan y me acaloro. Noto un terrible sudor por todo el cuerpo cuando soy consciente de que ella ya me ha localizado y no aparta la mirada de mí.
Ofú, ¡qué fatiguita!
Mi hermana viene hacia mí y murmura con todo el disimulo del que es capaz:
—Ay, Britty..., que ha venido.
Asiento..., asiento..., comienza a picarme el cuello y, al rascarme, mi hermana me para la mano y, entregándome una copita de fino La Ina, dice:
—Bebe. Ésta el fetito nos la perdona.
Asiento.
Vuelvo a asentir y, tras coger la copita que me entrega mi hermana, me la bebo de un tirón.
¡Dios, qué rico está!
—A ver, mi niña. Ahora respira. Santana, tu esposa, está aquí y...
—Dios mío, Ali...—la corto—Santana ha venido y yo no estoy preparada.
Y, al ver cómo lo miran unas personas del fondo de la caseta, añado siseando:
—Ni siquiera estoy preparada para ver cómo la miran, y como sigan mirándolo así, a ésas les arranco el moño.
—Britty., relájate, que te conozco y en cinco minutos los farolillos vuelan.
Tiene razón.
Sin duda, el embarazo revoluciona mis hormonas, y la presencia de Santana me revoluciona a mí.
Pienso.
Pienso rápidamente qué hacer y, cuando creo tener una buena idea para salir del paso, digo:
—Santana no puede sospechar de mi embarazo, no me acerques el jamón y procura que tenga todo el rato un vaso de lo que sea en la mano.
—Pero, Britt..., ¡tú no puedes beber más!
—Y no lo voy a hacer—siseo viendo cómo Santana no me quita ojo—Pero al menos no sospechará, ni se preguntará por qué no bebo en plena feria..., que Santana es alemana pero es muy lista, Ali.
—Vale..., vale..., seré tu suministradora de bebidas.
—Tengo... tengo que hacerle creer que estoy algo contentilla y, así, no querrá hablar conmigo de... de nuestros problemas.
—Ay, madre... Ay, madre...—suspira mi hermana al oírme.
Al mirar hacia el grupo, veo que Flyn también me ha visto, hace ademán de aproximarse a mí, pero entonces me doy cuenta de cómo mi papá lo detiene mientras Santana se acerca.
—Lo siento, Britty..., pero esto tienes que torearla tú sola—murmura mi hermana alejándose rápidamente de mí como alma que lleva el diablo.
Quiero hablar, quiero respirar, pero estoy tan bloqueada por su presencia aquí después de una semana sin verla que debo de parecer un pececillo boqueando.
Santana, que es pura sensualidad vestida con una camisa blanca y unos vaqueros, se acerca..., se acerca..., se acerca y, cuando ya está justo enfrente, a mí sólo se me ocurre decir:
—Hola, gilipollas.
Ostras, ¿yo he dicho eso?
Madre mía..., madre mía...
¡Si es que es para matarme!
Debo de parecer una borrachilla, no una maleducada.
¡Malditas hormonas!
Pero ¿por qué la habré saludado así?
Por suerte, el gesto de Santana no cambia, sin duda viene preparada para eso y para más y, cuando veo que su mano va derecha a mi cintura, murmuro:
—Ni se te ocurra.
Ella sonríe y, sin mirar atrás, la muy canalla cuchichea mientras escanea a mis amigos:
—Cariño..., nos está observando media feria. ¿Quieres cotilleos que le pongan a tu papá la cabeza como un bombo?
No.
No quiero eso, por lo que, dejando que me acerque a ella, nos besamos.
¡Oh, Dios, qué momento!
Uno mis labios a los suyos y, de pronto, una embriaguez ponzoñosa entra en mi cuerpo y sé que ella es mi hogar.
Mi casa.
Cierro los ojos y disfruto del apasionado beso que el amor de mi vida me da ante cientos de ojos que nos miran curiosos.
Cuando se separa de mí, mis amigos aplauden y silban, y yo, como una tonta, sólo puedo murmurar:
—Vale..., vale...
En ese instante, Sam, Mercedes y los amigos que lo conocen se acercan a saludarla, mientras mis ojos y los de Gonzalo se encuentran y ésta ni se inmuta. Da por hecho que aquella sexy morena es mi esposa y no quiere problemas.
Yo se lo agradezco.
Durante varios minutos, Santana saluda a mis amigos y, cuando acaba de hacerlo, me mira, luego mira el vaso que tengo en las manos y pregunta:
—¿Qué bebes?
—Ahora mismo, un Solera.
Santana asiente y, cuando va a pedir un whisky, mis amigos la animan a que se tome un Tío Pepe.
¡La ocasión lo merece!
La juerga continúa.
Intento seguir con mi bullicioso grupo, pero ya nada es igual. Santana está aquí intentando integrarse en algo que sé que a ella no le gusta.
Durante media hora se queda con nosotros hasta que le veo en la cara que no puede más y se aleja para sentarse con mi papa y los niños. ´
¡Pobre!
Mi hermana, que se ha unido a la juerga, cada quince minutos me trae una bebida tal como hemos quedado. Yo la sostengo en la mano consciente de cómo Santana me mira y, en cuanto dirige la vista hacia otro lado, vacío el vaso en una planta de plástico que tengo a mi lado.
La noche avanza, mil vasitos pasan por mis manos y, riendo estoy por lo que cuenta uno de mis amigos, cuando oigo en mi oído:
—¿No crees que estás bebiendo demasiado?
Su cercanía, su voz rápidamente me enloquecen y, mirándola con una de mis espectaculares sonrisas, respondo mientras me hago la achispada:
—Tranquila, yo controlo, colega.
Santana asiente, con la mirada me hace saber que no le gusta que beba tanto y, tras darse la vuelta, regresa con mi papá.
¡Bien!
La estoy engañando.
Mis amigos vuelven a pedir otra ronda de comida, hay que comer si queremos beber tanto. Pero, con toda la mala suerte del mundo, dejan el jamón justo delante de mí. El olor que despide aquel manjar que adoro y que ahora no puedo ni ver inunda mis fosas nasales y mi estómago da un salto.
Bueno..., bueno..., bueno…
¡La que voy a echar!
Rápidamente, me llevo la mano a la boca y, antes de que nadie pueda hacer nada, cojo una botellita de agua y salgo de la caseta a toda prisa. A continuación, en un lateral donde no hay nadie, echo una buena vomitona.
No pasan ni dos segundos y ya tengo a mi alemana detrás, sujetándome y preocupándose por mí.
Cuando por fin mi cuerpo para y cojo la servilleta que Santana me tiende, me limpio la boca y, tras abrir la botellita de agua que tengo en las manos, doy un trago para enjuagarme la boca.
—Ofú, qué pena de jamón —murmuro.
Santana me retira el pelo de la cara, me sujeta ante mi debilidad y, mirándome, dice:
—Creo que por hoy ya has bebido bastante.
Sin poder remediarlo, sonrío.
Si ella supiera que no he bebido más que agua y coca-cola —y un vasito de fino por los nervios—, fliparía pero, dispuesta a utilizar aquella baza esa noche con ella, me hago la borrachilla.
—Pero ¿qué dices? ¡La noche es joven!
Santana asiente.
Sin duda, ella no piensa como yo y, cuando va a decir algo, mi hermana Alison llega hasta nosotras con cara de circunstancias y Santana le pide cogiéndome entre sus brazos:
—Alison, ¿puedes quedarte con Santiago y Susan?
Mi hermana asiente y Santana añade:
—Gracias, cuñada, y ahora dile a tu papá que Britt se viene conmigo a Villa Rubiecita.
—No..., no..., no..., ¡ni de coña! —replico.
Mi hermana me mira.
Yo la miro.
No puedo quedarme con Santana a solas o al final tendré que contarle lo que todavía no he preparado. Asustada, intento zafarme de sus brazos cuando Alison murmura acercándose a mí:
—Aisss, Britty..., pero ¿qué has bebido?
—De todo —gruñe Santana.
Al oírlo, mi hermana sonríe y dice:
—Lo mejor es que la lleves a casa, la acuestes y que duerma la mona.
—Sí, será lo mejor —afirma Santana.
La loca de mi hermana me guiña un ojo.
¡Pero qué bruja es!
Cuando llegamos hasta un coche que no conozco, la miro y, al ver el precioso BMW gris claro, me mofo:
—Qué arte tienes, Icewoman, ¡anda que te alquilas algo discretito!
Santana no responde.
Le da al mando del vehículo, éste se abre y me sienta en el asiento del acompañante. Al hacerlo, la flor que llevo en la cabeza se afloja y la siento en la frente. Rápidamente me pone el cinturón de seguridad y, cuando lo ajusta, cierra la puerta. En silencio, veo cómo rodea el vehículo, se sienta a mi lado y, en cuanto lo hace y se pone el cinturón, la miro y digo:
—Me acabas de cortar el rollo, coleguita. Estamos en feria y quiero pasarlo bien.
Santana no responde.
Arranca el motor y yo me apresuro a poner la radio. Necesito música, y me concentro en taladrarle los oídos con mis gritos.
Por suerte para ella, Villa Rubiecita no está muy alejada de la feria y, cuando las puertas de nuestra bonita mansión se abren con el mando a distancia que Santana lleva en el bolsillo, silbo y pregunto:
—No habrás traído a Susto y a Calamar, ¿verdad?
—No—responde Santana con una media sonrisa.
Refunfuño.
Eso se me da de lujo.
Aparca, me desabrocho el cinturón y, en el momento en que voy a salir del coche, Santana me detiene y, con gesto hosco, dice:
—No te muevas. Yo te sacaré.
Aisss, pobre.
¿De verdad cree que estoy borracha?
Joder..., bueno sí que soy buena actriz.
Sin moverme, espero a que me saque del vehículo y, agarrada a ella, caminamos hasta la casa. Su olor, su cercanía, el sentir sus manos en mi cintura me excitan y, una vez Santana abre la puerta y entramos, deseosa de su contacto, la abrazo, la arrincono contra la puerta de entrada y murmuro:
—Vale. Estoy algo achispaílla con tanto finito va, finito viene.
—¿Sólo algo?
Oír eso me hace reír y, con una maquiavélica sonrisa, pregunto mientras siento cómo mi vagina se lubrica ante su cercanía:
—¿Vas a aprovecharte de mí? ¿Me vas a quitar la ropa, me vas a arrancar las bragas y me vas a hacer eso que tantas ganas tienes de hacerme? Porque, si es así..., mal..., mal..., ¡harás muy mal!
Sus ojos calibran lo que digo.
Sin duda, lo que más le apetece es eso, pero responde:
—No, cariño. Sólo te voy a llevar hasta la cama.
Sonrío.
Eso no se lo cree ella ni loca y, acercando mi boca a su boca, paseo mis labios por los suyos con desesperación y susurro para ponerlo tan cardíaca como lo estoy yo:
—¿No quieres follarme?...
—Britt...
—¿No quieres abrirme los muslos y unirte a mi una y otra y otra vez para hacerme gritar de placer?
Ella no contesta, no puede, y, hechizada por lo que me hace sentir, yo añado:
—Serías una chica muy mala si te aprovecharas de mí, ¿no crees?
Santana no se mueve.
No me quita de encima de ella, y yo, gustosa por esa cercanía que tanto necesito, con todo el descaro del mundo llevo la mano hasta su entrepierna y, tocándola, murmuro:
—Me deseas..., te conozco, gilipollas..., me deseas.
La respiración de Santana se vuelve irregular, cierra los ojos hasta que, de pronto, me agarra la mano, la quita de su sexo y, cogiéndome en brazos, dice:
—A la cama. No quiero cargar mañana con más culpas.
Río.
Me echo hacia atrás y Santana tiene que hacer equilibrios para que no terminemos las dos estampadas contra el suelo.
Sin encender las luces, llegamos hasta nuestra habitación, esa habitación tan preciosa en la que tanto hemos disfrutado haciendo el amor. A continuación, sentándome en la cama, dice tras quitarme las botas que llevo:
—Túmbate, cariño.
Mi cuerpo encendido se niega a hacerle caso y, mirándola con la flor por encima de mi ojo, murmuro mientras me muevo como una cosaca:
—Tengo que quitarme el vestido—y, arrugando la nariz, añado—Huele a potaza; ¿no lo hueles?
Santana mira el manchurrón de vómito que tengo sobre el pecho derecho y, suspirando, se da por vencida. Me levanta, me da la vuelta y comienza a bajarme la cremallera del vestido. Como en otras ocasiones, sé que sus ojos están clavados en la piel de mi espalda y, cuando la cremallera llega abajo, rápidamente dejo que el vestido se escurra por mi cuerpo. A continuación, me doy la vuelta y la miro vestida sólo con bragas y sujetador.
—Bésame...—susurro.
De nuevo, Santana lo piensa..., lo piensa y lo piensa, lo que le he pedido debe de ser una urgencia para ella y, tras acercar sus labios a los míos, me besa.
Mi cuerpo semidesnudo se pega al suyo.
Dios..., Dios..., ¡qué placer!
Rápidamente me amoldo a ella y, cuando su lengua devora todos los recovecos de mi boca y sus manos rodean mi cintura, doy un salto, enredo las piernas en su cintura y, tan pronto como siento que me sujeta, me la como.
La devoro como una tigresa.
Calor..., el calor inunda mi cuerpo en cero coma tres segundos y la beso posesivamente, con devoción y necesidad, mientras ella me sujeta con sus manos y siento cómo su respiración se acelera más y más a cada segundo.
Me desea.
Lo sé.
Me desea tanto como yo a ella.
Pasados unos minutos, cuando nuestras bocas se separan para tomar aire, en la oscuridad de la habitación murmuro quitándome la jodida flor del pelo que amenaza con dejarnos tuertas a ella o a mí:
—Santana..., ¡hazlo!
Ella lo piensa.
Piensa mi proposición.
No sabe qué hacer, pero finalmente, soltándome, dice:
—No, Britt. Es mejor que te acuestes y te duermas.
Intento volver a abrazarla, pero ella me para y repite:
—Mañana, cuando hablemos, si estás de acuerdo te haré el amor, pero ahora no. No quiero que mañana puedas echarme en cara que te forcé al estar bebida. No quiero jorobar más las cosas, cariño.
Oír eso hace que mis ojos se llenen de lágrimas.
Si alguien ha estropeado algo entre nosotras y sigue estropeándolo con ese absurdo engaño soy yo y, avergonzada por todo, me tumbo en la cama y no digo más.
Una vez me he tumbada, Santana se sienta en el butacón que hay frente a la cama. En silencio, durante mucho tiempo, la observo a través de mis pestañas. Santana me mira, me mira y me mira, y sé que está pensando qué decirme al día siguiente.
Así estamos hasta que irremediablemente caigo en los brazos de Morfeo.
Cuando la luz entra por la ventana, de pronto abro los ojos y, al mirar a mi alrededor, soy consciente de dónde estoy. Miro a los lados y Santana no está. Me miro y veo que sigo en bragas y sujetador.
Maldigo, maldigo y maldigo; pero ¿qué he hecho?
Estoy sumida en mis dudas cuando la puerta se abre y la mujer que me hace hervir la sangre en todos los sentidos aparece tan guapa como siempre con una bandeja de desayuno.
—Buenos días, Britt-Britt—dice con una sonrisa.
Su alegría me hace daño.
Soy una mala persona.
¿Cómo puedo estar engañándola así?
Y, tapándome con la sábana, pregunto para disimular:
—¿Puedes decirme qué hago aquí?
Santana rápidamente deja la bandeja de desayuno sobre una mesita y, tras dedicarme una mirada, responde con tranquilidad:
—Escucha, cariño, ayer te encontraste mal en la feria, vomitaste y te traje a casa, pero te juro por lo que tú quieras que no te hice nada.
La miro..., la miro y la miro.
Ya sé que no me hizo nada pero, interpretando mi papel, pregunto:
—¿Estás segura?
—Segurísima—afirma rápidamente.
—¿Y por qué estoy medio desnuda? ¿Por qué me has quitado el vestido?
Enseguida Santana coge mi vestido de flamenca, que está hecho un asco, y dice enseñándome el manchurrón:
—Porque olía a vómito.
De pronto me fijo en la camiseta que lleva puesta. Es la que yo le compré cuando nos conocimos en el Rastro de Madrid, ésa en la que pone «Lo mejor de Madrid eres tú», y pregunto mientras intento no emocionarme:
—¿Cuánto tiempo llevabas sin ponerte esa camiseta?
Ella sonríe.
Se sienta en la cama y, retirándome el pelo de la cara, responde:
—Demasiado.
Su voz y su manera de mirarme me muestran que puedo hacer con ella lo que quiera y, cuando ve que no digo nada, declara:
—Escúchame, cariño, estoy aquí porque no puedo estar sin ti, y te aseguro que voy a hacer todo lo posible porque nuestros recuerdos inunden tu mente para que olvides eso que nunca debería haber pasado—y, sin darme tiempo a responder, añade—He hablado con tu papá y tu hermana y se ocuparán de los niños hasta mañana, que regresemos.
—¡¿Qué?! ¿Cómo que hasta mañana, que regresemos?
Mi amor sonríe y, señalando una bolsa que hay sobre el butacón, indica mientras coge la bandeja de desayuno para dejarla ante mí:
—Desayuna. Después vístete con la ropa que Noah me ha traído tuya y si, de verdad, aún me quieres y crees que lo nuestro merece la pena, me gustaría que me acompañases a un sitio.
Mi respiración se acelera.
Claro que la quiero, y creo que lo nuestro merece la pena, pero mi culpabilidad y lo que tengo que contarle me joroba ese momento tan lindo.
—Santana...—digo—, Tenemos que hablar y...
Ella pone una mano sobre mi boca.
No me deja continuar.
—Hablaremos—asegura—Por supuesto que lo haremos, pero hoy déjame hacerte recordar.
Asiento.
Con eso ya me ha ganado, y decido dejarme llevar mientras ella sale de la habitación.
Una vez termino el desayuno que ha dejado delante de mí y que, por cierto, me sabe divinamente, bajo de la cama, me doy una duchita rápida y me visto. Mi hermana me ha mandado unos vaqueros, una camiseta, zapatillas de deporte y una cazadora.
¿Adónde voy a ir?
Cuando salgo al comedor, Santana me está esperando. Viste informal como yo y, cogiéndome de la mano, me guiña un ojo y murmura:
—¿Preparada?
Atocinada, así me deja al ver sus ganas de agradarme y, sonriendo, afirmo:
—Sí.
De la mano salimos al exterior, nos montamos en el coche y, cuando arranca, suena la voz de mi Alejandro Sanz y, sonriendo, Santana dice:
—Una vez, una preciosa jovencita me dijo que la música amansaba a las fieras.
Al oírlo decir eso, sonrío.
Sin duda, Santana sabe hacerme sonreír.
Cuando, veinte minutos después, salimos a la carretera y veo un cartel, la miro y pregunto sorprendida:
—No me digas que vamos a Zahara de los Atunes...
Ella asiente, sonríe y murmura:
—Acertaste.
Encantada, me repanchingo en el asiento del vehículo y río por volver a ir a ese precioso lugar.
Una hora después, en cuanto llegamos, dejamos el coche en un parking de la playa. El mismo sitio donde dejé yo el coche la noche que salí con Hanna hace años y tuve que darles una tunda a unos borrachines. Al recordarlo, Santana y yo reímos y, de la mano, nos dirigimos hacia un restaurante de la zona.
Cuando caminamos por la calle pasamos al lado de una floristería y me quedo mirando unas flores. Son hibiscos, una flor que mi papá tiene en el jardín y que a mí me encanta.
—¿Qué miras?
Al oír la voz de Santana, señalo las flores de colores y digo:
—Esas flores..., mi mamá las plantó en el jardín hace muchos años y, a día de hoy, siguen saliendo.
—Son muy bonitas —afirma Santana.
Ambas sonreímos.
Entonces, mi morena se acerca al florista, que nos mira, y dice:
—Desearía un precioso ramo de hibiscos para mi mujer.
El florista, un hombre mayor, me mira con una sonrisa y pregunta:
—¿De algún color especial?
Encantada por el bonito detalle, sonrío y afirmo:
—Rojo.
El hombre se afana en hacerme un bonito ramo con hibiscos rojos, y yo, feliz por aquello, miro a Santana y murmuro con el corazón latiéndome a mil:
—Gracias.
Mi amor me mira..., me mira..., me mira.
Sé que desea besarme tanto como yo deseo besarlo a ella, pero no se atreve. Sólo espera a que yo dé el primer paso, pero de momento no lo doy.
Es mejor que hablemos antes.
Diez minutos después, con un precioso ramo de hibiscos rojos en las manos, nos dirigimos hacia un restaurante. Ahí comemos un riquísimo cazón en adobo y una espectacular ensaladilla rusa cuando Santana propone pedir una racioncita de jamón del bueno. Sólo oír la palabra «jamón» ya se me revuelve el estómago y, como puedo, le quito la idea de la cabeza. Ella me mira sorprendida pero no insiste.
Está claro que no quiere llevarme la contraria en nada.
Cuando terminamos de comer, nos quitamos los zapatos y caminamos por la playa. Santana se ha propuesto hacerme rememorar todos nuestros bonitos recuerdos y, en el momento en que me habla del Moroccio y de cuando me hice pasar por su mujer y me di una comilona con mi amigo Jake dejándole la cuenta a ella, las dos nos reímos.
¡Qué momento!
Recordamos instantes irrepetibles, como cuando mi hermana entró en mi casa de Madrid con mi sobrina y nos pilló en el pasillo liados y mi pequeñita Becky le cantó las cuarenta, o cuando la engañé en el circuito de Jerez haciéndole creer que no sabía llevar una moto.
Recuerdos...
Recuerdos preciosos nos inundan y no podemos dejar de hablar de ellos; entonces suelto el ramo de hibiscos en la arena y nos sentamos en la playa.
Recordamos de nuevo entre risas el complicado embarazo que tuve de Santiago y la primera vez que le vimos la carita a él o a Susan, o cuando Flyn dio su primer salto en moto.
¡Qué bonitos recuerdos!
También nos tronchamos al pensar en Quinn y Rachel en sus facetas de Batichica y la novia de Catwoman.
¡Qué graciosas eran!
Todo lo que recordamos son momentos únicos e irrepetibles que nos hacen felices, y mi buen humor crece y crece y crece, hasta que no puedo más y, sin previo aviso, me siento sobre ella a horcajadas en la playa y, acercando su boca a la mía, la beso.
La beso con deseo y amor.
Necesito su cercanía...
Necesito su boca...
Necesito a mi amor...
A diferencia de la noche anterior, Santana no rechaza nada de lo que le pido o le ofrezco y, encantada, lo disfruto mientras siento que aquellos irrepetibles recuerdos nos han hecho reencontrarnos.
Besos..., besos..., cientos de besos se apoderan de nosotras y, cuando paramos, Santana me mira con sus preciosos ojos oscuros y murmura:
—Nunca te engañaría con nadie, mi amor. Te quiero tanto que para mí es imposible estar con otra que no seas tú, y te aseguro que lo que pasó con Ginebra es lo último que habría deseado que pasara.
—Lo sé..., lo sé, corazón—susurro mientras enredo los dedos en su pelo negro y me pierdo en su mirada.
¡Oh, Dios, cuánto he echado de menos eso!
—Fui una idiota al no darme cuenta de su plan. Hanna tenía razón. Yo creí que Ginebra había cambiado, pero no es así. Sigue jugando sucio. Excesivamente sucio. Me utilizó sin mi permiso, te hizo daño a ti y, ante eso, sólo puedo pedirte perdón el resto de mi vida por lo que viste y nunca debería haber ocurrido—Santana coge una de mis manos y prosigue—Esta semana fui a Chicago y los vi.
—¿Fuiste a Chicago?
Santana asiente y yo pregunto:
—¿Por qué?
Mi amor menea la cabeza y, tras pensar su respuesta, dice:
—Porque quería hacerles el mismo daño que ellos nos hicieron a nosotras. Por eso fui. Al llegar me encontré a Ginebra ingresada en mal estado, pero me dio igual, le dije a Félix lo que había ido a decir sin importarme sus sentimientos, como a él no le importaron los míos.
Oír eso me subleva.
Estoy con Santana: si yo los hubiera visto, habría procedido igual.
Esa asquerosa, nauseabunda y zorra mujer y su marido utilizaron a su antojo a mi amor sin su permiso, ni el mío, para un fin que nunca... nunca les perdonaré.
Sus circunstancias personales me dan igual, como a ellos les dieron igual las mías.
Es duro decirlo, pero lo pienso así.
Estar en la posición de Santana no debe de ser fácil.
A mí no me gustaría que ninguna persona me drogara por el simple hecho de darse un caprichito conmigo obviando mis sentimientos y mis deseos.
Odio a Ginebra y a Félix, y los odiaré el resto de mi vida.
Pero, deseosa de dejar de lado aquello que tanto sufrimiento nos ha ocasionado a mi esposa y a mí, sonrío y murmuro:
—Escucha, corazón, no tengo nada que perdonarte. Como me dijo hace poco una buena amiga, las cosas que merecen la pena en la vida nunca son sencillas. Olvidémonos de esas malas personas. Lo que nos queremos y nuestros recuerdos y momentos juntas son mucho más fuertes y verdaderos que nada de lo que haya podido pasar.
—Te quiero...
—Yo también te quiero, San, pero me obcequé en lo que vi sin ponerme en tu lugar ni un solo instante. Me volvió loca. Ver cómo la besabas, cómo...
—Lo siento, mi amor..., lo siento—murmura pegando su frente a la mía para hacerme callar.
Sentadas sobre la arena, nos abrazamos.
Nuestros cuerpos juntos son capaces de recomponerse.
Nuestras almas juntas son capaces de amarse.
Y nuestros corazones juntos son capaces de conseguir lo inimaginable.
Sólo necesitábamos abrazarnos, entendernos y hablar.
Sólo eso.
Apasionada, la beso.
Ella me besa.
Nos devoramos hambrientas de cariño, amor, dulzura, mientras soy consciente de que ahora soy yo la que tiene que confesar algo; dispuesta a hacerlo, murmuro mientras Santana sigue con la nariz hundida en mi pelo:
—San, yo tengo que...
Mi amor pone la mano en mi boca y, mirándome, dice:
—Me muero por hacerte el amor y, aunque sabes que no me importa que nos miren, estamos a plena luz del día y podemos terminar en el calabozo detenidos por escándalo público.
Yo sonrío ante aquello y ella añade:
—Detrás de nosotras hay un hotel y...
—Sí—afirmo con rotundidad.
Rápidamente nos levantamos.
Ambas sabemos lo que queremos y, tras agarrar mi precioso ramo de hibiscos, mi amor me coge entre sus brazos y, haciéndome reír, corre hacia el hotel.
Sin duda, está tan deseosa como yo.
En recepción, mi morena pide una suite para esa noche. El recepcionista mira en el ordenador y ambas sonreímos cuando nos entrega unos papeles para firmar. Tras darle nuestras identificaciones, nos da una tarjeta en la que se lee «326» y nos encaminamos hacia el ascensor. Una vez dentro, comenzamos a besarnos y no paramos hasta llegar a la habitación.
La urgencia nos puede.
Al cerrar la puerta, tiro el ramo de flores sobre la cama y empezamos a desnudarnos mientras nuestras hambrientas bocas no se separan.
Nos besamos, nos devoramos hasta que, de pronto, Santana se para y, enseñándome algo, dice:
—Es tuyo. Póntelo.
Al ver mi precioso anillo, sonrío. Lo cojo y, sin dudarlo, me lo pongo. Entonces, Santana me arranca las bragas de un tirón y murmura:
—Ahora sí, Britt-Britt. Ahora volvemos a ser tú y yo.
Entre risas, caemos sobre la cama y siento cómo las manos de mi amor recorren mi cuerpo, se detienen en mis pechos y acaban en mi entrepierna.
Nos miramos.
Nos tentamos.
Nos provocamos y, cuando Santana arranca un hibisco del ramo y comienza a pasar su suave flor por mi cuerpo, yo jadeo..., jadeo y disfruto del momento.
Sin pararse, pasea la flor por todo mi ser y, cuando noto que el rabito del hibisco roza mi sexo, abro la boca para coger aire y, en cuanto nuestras miradas chocan, mi amor murmura:
—Pídeme lo que quieras y yo te lo daré. Pero sólo yo, mi amor. Sólo yo.
Sus palabras me llenan de locura, de fuego y de esperanza.
Sin duda, mi morena alemana ha venido a reconquistarme, a hacerme recordar lo mucho que me quiere y a hacerme olvidar lo que nunca debería haber ocurrido, y lo ha conseguido.
Sé que ella me dará lo que yo le pida.
Me ama, me ama tanto como yo la amo a ella y, deseosa de tenerla, le pido:
—Fóllame.
Santana sonríe.
¡Dios, qué sonrisa de malota!
Sin duda, lo va a hacer, cuando la cojo del pelo y susurro con voz trémula por la pasión:
—Fóllame como un animal porque así te lo pido.
Mi amor me besa.
Mis palabras eran lo que definitivamente necesitaba oír para saber que todo está bien y, olvidándose del hibisco, asola mi boca y mi cuerpo, mientras yo me entrego a ella en cuerpo y alma, deseosa de que haga conmigo lo que quiera.
Nuestra extraña exclusividad es algo que sólo nosotras entendemos.
Nuestra loca exclusividad es algo que sólo nosotras disfrutamos.
Me abro de piernas con descaro mientras me agarro a los barrotes de la cama y me arqueo para ella. Sin tiempo que perder y gozoso por mi invitación, mi amor introduce sus dedos en mi húmeda vagina de una sola estocada que nos hace jadear a las dos.
Un, dos, tres..., siete...
Santana entra y sale sin perder el ritmo y yo grito de placer. La echaba de menos, mucho..., mucho..., muchísimo, y disfruto de cómo me toma, de cómo me folla, de cómo me hace suya.
Extasiada, cierro los ojos cuando la oigo decir:
—Mírame, Britt-Britt..., mírame.
Hago lo que me pide.
La miro y, mientras acerca sus labios a los míos, la oigo murmurar:
—Tu boca es sólo mía y la mía es sólo tuya, y así será siempre.
—Sí..., sí...—consigo decir mientras todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo disfrutan con lo que está ocurriendo.
Mi tsunami particular llamada Santana toma mi boca posesivamente, pero de pronto el sentimiento de culpa por lo que hice con Gonzalo cruza mi mente.
Dios..., Dios..., no le he contado lo ocurrido y debería haberlo hecho.
¿Por qué soy tan mala persona?
Pero, gozosa, de un plumazo me olvido de aquello.
En la habitación sólo estamos mi amor y yo, mi esposa y yo, mi mujer y yo, y nada ni nadie nos va a romper el momento.
Suelto una mano que esta agarrada a los barrotes de la cama y penetro a Santana con tres dedos. Nos entierramos en la otra con su fuerza animal y gritamos de gusto por nuestra fortaleza mientras y nos sumergimos en una cadena de intensos orgasmos que me hacen perder la noción del tiempo y de la realidad.
Disfruto...
Disfruta...
Disfrutamos de todo lo que acontece mientras un calor intenso nos empapa de nuestro elixir.
No paramos de hundirnos en la otra, una y otra vez.
Calor..., el calor es intenso hasta que el clímax no puede retrasarse un segundo más y nos llega a las dos a la vez, provocándonos unos gritos majestuosos sin importarnos que nos oigan hasta en la China.
Tras ese primer ataque, vienen otros más, en la ducha, sobre la mesa, contra la pared. De nuevo y como siempre, volvemos a ser las insaciables Santana y Brittany, que necesitan hacerse el amor más que respirar, y las dos sonreímos.
Sonreímos de felicidad.
Tras una noche en la que nos comportamos como los animales sexuales que somos, cuando estamos abrazadas en la cama sudando tras un último asalto, Santana pregunta:
—¿Todo bien, Britt-Britt?
Su preguntita me hace sonreír.
No hay una sola vez que no tengamos sexo y no lo pregunte.
—Mejor imposible —respondo.
Estoy abrazada a ella cuando mi estómago ruge. Siento a Santana reír a mi lado e, incorporándose, me mira y dice:
—Creo que tengo que dar de comer a la leona que hay en ti o a la próxima me devorarás.
Sonrío.
Me encanta cuando la veo tan feliz, y asiento:
—Sí. La verdad es que tengo hambrecilla.
Desnuda, mi morena se levanta.
Madre del amor hermoso, qué culo más duro y prieto que tiene.
La miro con descaro.
La miro con lascivia y sonrío.
Santana López es mío. Sólo mío.
Sin percatarse de mis más que lujuriosos y libidinosos pensamientos, mi morena coge un papel que hay sobre una mesita y, tras regresar a la cama, donde estoy desnuda, se sienta a mi lado, pasa el brazo por mi cintura para acercarme a ella y pregunta:
—¿Qué te apetece?
Mmm..., apetecerme, apetecerme, tengo muy claro lo que me apetece.
Mis hormonas están descontroladas y, sonriendo, decido mirar la carta para dejar que mi esposa se reponga o me la cargaré tras nuestra increíble reconciliación.
—Salmorejo, pechugas Villaroy con patatas fritas y, de postre, un helado de vainilla con nata montada y sirope de chocolate—respondo.
Santana asiente.
Sonríe.
Sin duda, se percata de mi gran apetito, pero sorprendido pregunta:
—¿No quieres jamoncito del rico?
Ay, Dios, ¡jamón!
Rápidamente, mis jugos gástricos me juegan una mala pasada al pensar en aquel manjar que ahora mi embarazo me niega y, sin querer retrasarlo un segundo más, me siento en la cama y, mirándola, digo:
—San, tengo que contarte una cosa.
Mi amor me mira.
Al ver mi gesto, se alarma.
Me conoce muy bien y, olvidándose de la carta de comida, musita:
—¿Qué pasa, cariño?
Resoplo, el cuello comienza a arderme y, con cara de circunstancias, murmuro:
—El jamón me da asco. Pero un asco que ni te imaginas.
Santana parpadea.
No entiende a qué viene eso cuando, finalmente, confirmo:
—Estoy embarazada.
Santana se paraliza.
Ya no parpadea.
Siento que deja de respirar.
¡Ay, pobre!
Me mira..., me mira..., me mira y, cuando ya no puedo más, digo de carrerilla:
—Junto con Rach nos sometimos a un tratamiento para quedar embarazadas y darles una sorpresa a ti y a Quinn… Funciono… Lo siento..., lo siento..., lo siento..., no sabía cuándo decírtelo. Sé que es algo que no esperábamos, que no programamos y que es una locura tener otro hijo. Dios mío, San, que ya serán cuatro hijos, ¡cuatro!
Desesperada, me rasco el cuello y, cuando ella me quita la mano para que no lo haga, murmuro mirándola:
—Me enteré del embarazo después de que pasara todo, y yo te queira dar una sorpresa… una… me... me...
No puedo decir más.
Mi Icewoman me levanta de la cama, me abraza y, con todo el mimo del mundo, murmura:
—Cariño..., cariño..., ¿estás bien?
Yo asiento, y mi amor, sin soltarme, pregunta:
—Pero ¿cómo no me lo habías dicho antes?
—No podía, Sanny. Yo... yo estaba tan enfadada y confundida por todo lo que estaba pasando que no supe razonar.
—¿Otro bebé?
Al ver la felicidad en su rostro, me doy cuenta de lo dichosa que la hace la noticia y, sonriendo, afirmo:
—Sí, cariño, otro bebé, y desde ya te digo que...
—Litros y litros de epidural..., lo sé—termina ella mi frase.
Ambas soltamos una carcajada por aquello y, luego, feliz y sin dejar de abrazarme, Santana murmura:
—Te voy a matar a besos, señorita Pierce—no digo nada, y añade—Te he estado follando como una bruta, como un animal. ¿Cómo me lo has permitido?
Ahora la que sonríe soy yo, y respondo:
—El bebé es muy pequeño y yo te necesito. Además, tú misma me dijiste eso de «Pídeme lo que quieras y yo te lo daré», y yo simplemente te he pedido lo que quería.
Santana me besa.
Está nerviosa.
¡Vamos, ni que fuera su primer hijo!
De pronto pienso de nuevo en que tengo que contarle mi gran metedura de pata con Gonzalo, pero la veo tan feliz y yo estoy tan dichosa, que no puedo.
Mientras me abraza y asume que va a ser mamá de nuevo, Santana no puede parar de sonreír, y pienso en lo que mi hermana me dijo: quizá sea mejor no decir nada.
Al fin y al cabo, sólo fue un beso.
Nada más.
El sábado, tras pasar una noche increíble en la que todos nuestros problemas se resuelven y Santana sabe que va a ser mamá otra vez, regresamos a Jerez.
Mi amor se quedará conmigo hasta el lunes, el día que yo pensaba regresar con los niños a Múnich.
Saber aquello me encanta.
Adoro que quiera estar conmigo.
Al vernos aparecer tan radiantes, mi papá y mi hermana sonríen y siento que respiran aliviados.
Pobres, ¡qué mal se lo hago pasar a veces!
Sin duda, estaban preocupados por nosotras, y todos, excepto Alison, se quedan con la boca abierta cuando les damos la noticia del bebé.
Flyn, mi niño, mi tesoro, me abraza y me aprieta contra sí, mientras mi sobrina me mira y dice:
—Tita, eres peor que una coneja.
Esa misma noche, tras pasar el día con los niños en la feria y dejarlos con Jane para que se acuesten en casa de mi papá, Santana y yo nos vamos a Villa Rubiecita.
Ahí me pongo mi traje de flamenca blanco y rojo y, cuando salgo al comedor, donde está mi maravillosa esposa esperándome, me acerco a ella y murmuro:
—Señorita López, ¿sería tan amable de subirme la cremallera?
Santana suspira, deja un vaso de agua sobre la mesa, me mira con deseo y, cuando me doy la vuelta, pasea la mano por mi espalda y dice:
—Señorita Pierce, ¿está segura de que no prefiere que se lo quite?
Ambas sonreímos.
Nos encanta ese juego que nos traemos con esos nombrecitos que tan buenos recuerdos nos traen y, tras sentir que me besa en el hombro desnudo, insisto:
—Prometo que, cuando regresemos, así será.
Siento que Santana sonríe.
Me besa en el hombro de nuevo y, subiéndome la cremallera, afirma:
—Te tomo la palabra.
Satisfecha por cómo se ha solucionado todo, doy un sorbo al vaso de agua que ha dejado sobre la mesa cuando ella, enseñándome algo, dice:
—Corazón, con ese traje de flamenca no te puede faltar tu flor en el pelo.
Al mirar su mano veo un hibisco rojo fuego.
¡Dios mío, si es que me la voy a comer a besos!
Y ella, al ver mi sorpresa, dice:
—Lo cogí del jardín de tu papá.
Sonrío, no lo puedo remediar; agarro la flor, le hago un apaño y, tras sacar de mi bolso unas horquillas, la prendo en el lateral de mi cabellera suelta y pregunto, muy andaluza yo:
—¿Qué tal, miarma?
Mi morena me mira..., me mira y me mira, y finalmente dice:
—Serás la más bonita de la feria.
Encantada, la beso.
Aisss, lo que me gusta que me regale los oídos.
Felices y dichosas, nos dirigimos hacia la feria.
Hemos quedado con mi hermana y mi cuñado en el Templete.
Cuando llegamos, Alison y mi cuñado ya están ahí, y juntos vamos hasta la caseta donde sé que se hallan nuestros amigos.
Durante horas, doy palmas, bailo rumbitas y me divierto con mi morena al lado. Como siempre, ella no baila, pero da igual, con tenerla a mi lado sé que todo está bien.
En un momento dado, aparece Sebas junto a su caballo de Peralta y, tras dar un grito del que se entera toda la feria, se lanza sobre su morena sexy y por la que se haría hetero, para besuquearla.
Santana, como siempre que lo ve, es amable y atento con él, y Sebas, también como siempre, la ensalza, la piropea y le hace sonreír.
Luego, e van a por algo de comer y yo aprovecho para ir con mi hermana a uno de los baños de la caseta pero, al llegar, el baño de las chicas como siempre está a rebosar.
¡Menuda cola que hay!
—Vayamos a los de fuera—dice mi hermana dando saltitos—Quizá haya alguno libre.
Sin dudarlo, le hago caso.
Alison es una meona y, cuando se mea, ¡se mea!
Llegamos hasta los aseos portátiles. Hay varios y, por suerte, un par están libres. Alison se mete en uno, pero a los dos segundos sale y dice:
—Britty, entra y ayúdame a aflojarme la faja.
Suelto una risotada, entro en el baño y las dos, vestidas de flamencas, la liamos parda en aquel cubículo tan pequeño para aflojarle la puñetera faja.
Cuando termino de hacerlo, abro la puerta acalorada y ella, aún riéndose como una tonta, dice:
—Sujeta la puerta, que no cierra bien y no me apetece que me vean el potorro.
—Vale —respondo riendo al oír a mi loca hermana.
Con paciencia, espero mientras canto una sevillana que suena a voz en grito y doy palmas.
¡Qué arte tengo cuando quiero!
Cuando mi hermana sale, con su faja bien puesta y el vestido colocado, entro yo y, tras hacer malabares para no tocar el váter y para que mi vestido no se manche, en el momento en que salgo, mi Alison dice:
—Vaya, vaya..., veo que va todo bien con tu alemana, ¿verdad?
Encantada, afirmo pensando en ella:
—Todo genial.
Alison sonríe y, sin moverse de donde está, pregunta:
—Lo del embarazo ya veo que se lo ha tomado bien, pero ¿cómo se ha tomado que te liaras con ese tío la otra noche? Ya sé que fue un beso y poco más, pero con lo celosa y posesiva que es tu esposa, ¿qué te dijo?
Oír eso me destroza.
Me hace sentir fatal por haber obviado ese detalle con Santana y, deseosa de olvidarlo, respondo:
—No se lo he dicho. Estábamos las dos tan contentos por nuestra reconciliación y lo del bebé que fui incapaz de contárselo.
—Ay, Britty...
—Me martirizo por ello, Ali—resoplo—Me siento fatal. Se me fue la cabeza. Quise vengarme de San por todo lo que estaba pasando y, bueno..., pasó lo del beso y poco más. Y luego ella... ella ha venido a reconquistarme y he pensado que quizá...
De pronto se abre la puerta del aseo que está junto a nosotras y, al mirar, me quedo sin respiración.
Santana, mi Santana, mi morena enfurecida, me mira con su cara de perdonavidas y sisea a la espera de que diga algo:
—Brittany...
El corazón me aletea horrorizado.
¡Vaya marrón!
La miro, me mira y me pongo tan nerviosa que sólo puedo decir:
—Fue una tontería, cariño, yo...
—¡Cállate!—grita Santana.
Y, sin darme tiempo a decir nada más, sale del aseo y comienza a caminar hacia el parking donde hemos dejado el coche.
Asustada, miro a mi hermana.
La pobre está blanca como la cera, y musita:
—Con razón papá siempre dice que calladita estoy más guapa.
—Joder..., joder...—murmuro a punto de llorar.
—Lo siento—dice Alison—No sabía que estaba ahí.
Resoplo.
Me pica el cuello y, sin dudarlo, me recojo el vestido de flamenca con las manos y comienzo a correr detrás de mi amor.
Tengo que explicarle lo que ocurrió.
Tiene que escucharme.
La alcanzo cuando ya casi está llegando al coche y, poniéndome delante de ella, digo sin aliento:
—Escucha, cariño, fue... fue una tontería. Si no te lo he contado ha... ha sido porque...
—Una tontería... ¡Una tontería!—grita fuera de sí—Te enfadaste conmigo y casi rompiste nuestro matrimonio cuando pasó algo que sabes muy bien que yo no busqué y que hice inconscientemente. Y tú, a cambio, como venganza, haces algo siendo consciente de ello y encima me lo ocultas. Pero ¿qué clase de persona eres?
Madre mía, madre mía..., madre mía, ¡la que he liado!
Santana tiene más razón que un santo.
Es normal que se enfade conmigo y me grite. He hecho algo que no está bien y encima lo he ocultado.
—San, cariño.
—Me voy. Regreso a Múnich.
—Por favor..., por favor..., escúchame.
Pero no, no quiere escucharme y, quitándome de su lado con fuerza, sisea:
—Déjame en paz, Brittany. Ahora no.
Y, sin más, se sube al coche y arranca dejándome en el parking sin saber qué hacer.
Así estoy durante varios minutos hasta que reacciono y sé que tengo que ir en su busca.
Santana no puede marcharse sin hablar conmigo.
Al ver a uno de mis amigos, que va hasta su coche, le pido que me acerque hasta Villa Rubiecita.
Ahí la localizaré.
Mi amigo, encantado y sin saber lo que pasa, lo hace.
Una vez llegamos a mi casa, me despido de aquél y, al ir a entrar, veo que no tengo la llave.
Maldigo.
Me cago en diez, en veinte, ¡en treinta!
Pero como a mí no hay quien me pare ni estando embarazada, me recojo el vestido y decido saltar la valla.
No es la primera vez que salto una.
Sin embargo, cuando estoy en todo lo alto, me doy cuenta de que el coche no está ahí.
Vuelvo a maldecir y me bajo de la valla.
Santana habrá ido a casa de mi papá.
La calle está oscura, no se ve ningún coche, y decido correr. De nuevo me agarro la falda de volantes y, como puedo, corro sin matarme. Por suerte, para la feria siempre me pongo bajo el vestido unas botas camperas para poder bailar, y eso me permite correr con mayor facilidad.
En un par de ocasiones, tengo que parar. Me falta el aire, momento en el que marco el teléfono de Santana desde mi móvil, pero ella directamente no me lo coge.
¡Maldita sea!
La angustia crece más y más en mi interior a cada segundo que pasa, pero sigo corriendo.
Tengo que llegar a donde esté.
En el momento en que rodeo la esquina de la calle de mi papá y veo el coche ahí aparcado, respiro. Me paro, me doblo en dos para tomar aliento y, en cuanto siento que puedo continuar, continúo. Rápidamente abro la puerta de la calle y, al entrar, mi papá me mira y me pregunta con gesto extrañado:
—¿Qué le pasa a Santana?
Voy a responder cuando mi esposa aparece en el comedor con Flyn y Becky. Mi sobrina rápidamente se coloca junto a mi papá, no dice nada, y Santana, tras entregarle una bolsa a Flyn, le indica:
—Ve al coche. Yo salgo enseguida.
El niño me mira.
Busca una explicación a aquello y pregunta mientras Santana habla por el móvil:
—Mamá, ¿qué pasa?
Sin saber qué responderle, lo miro, lo beso en la cabeza y digo consciente de que a Santana ya no lo para ni Dios:
—Haz lo que mamá San dice. Tranquilo, no pasa nada.
—Pero, mamá...
Sin dejarlo acabar, lo cojo de la barbilla e, intentando que me lea la mirada, insisto:
—Cariño, no te preocupes. Nos vemos en Múnich.
Mi papá, que está tan desconcertado como Flyn y Becky, va a decir algo cuando añado:
—Papá, ¿puedes acompañar a Flyn al coche? Becky, ve con ellos.
Mi papá lo piensa, pero al final, tras sacudir la cabeza, coge a mi sobrina de la mano, que está boquiabierta, y desaparece del salón con los dos críos.
Santana me da la espalda mientras la oigo hablar por el móvil. Bueno, más que hablar, ¡ladra!
Sabe que estoy tras ella, pero no quiere ni mirarme.
Me siento fatal.
De pronto, termina su conversación, cuelga la llamada con fuerza y, dándose la vuelta, me mira con ojos acusadores.
Cuando voy a decir algo, sisea en su peor versión de Icewoman mientras tira las llaves de Villa Rubiecita sobre la mesa del comedor:
—Me llevaría a Santiago y a Susan conmigo, pero no quiero asustarlos levantándolos ahora.
—San...
—Me has decepcionado como nunca pensé que pudieras llegar a hacerlo.
Mi pecho sube y baja. El cuello me arde y estoy segura de que lo tengo lleno de ronchones pero, olvidándome de él, como puedo murmuro intentando tocarla:
—San, no te vayas. Hablemos de ello. He cometido un error, pero...
—¡Error!—sisea retirándose de mí—Tu gran error ha sido hacerlo consciente de lo que hacías y después no contármelo.
Asiento.
Sé que tiene razón e, intentando llegarle al corazón, insisto interponiéndome en su camino:
—Lo ocurrido fue una tontería, cariño. Sólo te pido que lo medites y entiendas que, si yo he sabido olvidar lo que pasó, tú debes saber olvidar esto también.
La rabia en el rostro de Santana me hace saber que ahora no quiere escucharme.
Entiendo su desconcierto.
No hace mucho yo estaba tan desconcertada como ella.
Se siente traicionada por mí y, sin un ápice de piedad, acerca su rostro al mío y, clavando sus impactantes ojazos, ahora negros, en mí, gruñe:
—Dijiste que te habías quemado y, sin duda, ahora me he quemado yo también. Y sí, Brittany, estoy terriblemente cabreada. Tan cabreada que es mejor que me vaya antes de que montemos un buen numerito delante de nuestros hijos y de tu familia. Y ahora, si te quitas de en medio, me iré, porque la que no quiere verte ahora soy yo.
No me muevo, no puedo.
Al final, el amor de mi vida me quita de malos modos de su camino, sale de la casa de mi papá y yo siento que me falta la respiración.
Santana está muy... muy enfadada, y yo la he cagado pero bien.
Pocos minutos después, mi papá y Becky entran, me miran, y mi sobrina murmura:
—Tita, como se dice por Facebook, ¡la que has liado, pollito!
Esa apreciación me hace resoplar.
Sin duda, la he liado bien liada.
Mi papá, que, por su gesto, no está para risas, envía a Becky a su habitación y, cuando nos quedamos los dos solos, me mira y dice:
—No sé qué ha pasado, pero intuyo que esta vez la culpable has sido tú.
Mis ojos se llenan de lágrimas en décimas de segundo y me derrumbo sobre una silla.
Mi papá me abraza y no me permite llorar.
Pero, claro, con el jupe que me meto todos los días a bailar en la feria, ¡como para que no se me revuelva!
Para mi desgracia, el olor del jamón, y cuanto más bueno es, peor, me pone mal cuerpo.
¿Por qué tengo que tener tan mala suerte?
¿No me podría haber dado asco la lechuga?
Con mi sobrina Becky, a las seis de la tarde llevo a los niños a los cacharritos, y mis peques se divierten de lo lindo.
Me gusta mirarlos.
Verlos sonreír me hace ver que son felices, y eso para mí es un gran motivo de dicha.
Santana no me llama.
Sólo me envía mensajes para preguntarme si todo va bien, y yo, escuetamente, le contesto sí o no.
Me muero por oír su voz, como estoy segura de que ella se muere por oír la mía, pero estoy tan avergonzada por tener que contarle lo de Gonzalo que no muevo un dedo para llamarlo. No quiero mentirle y, si la llamo y omito mi gran error, me voy a sentir fatal. Por ello, decido posponer esa charla para cuando regrese a Múnich.
Sin duda, en esta ocasión voy a ser yo quien tenga que ser perdonada.
Mientras estamos en los cacharritos, observo también a mi sobrina Becky. Mi pequeñina ya es una jovencita preciosa, y me quedo boquiabierta cuando veo cómo se maneja ante los jovencitos de su edad y éstos la miran embobados.
Pero ¿dónde se ha metido la niña que jugaba al fútbol y decía palabrotas como un machote?
Sonriendo estoy al ser consciente de lo que va a tener que padecer mi hermana con Becky cuando ésta se acerca a mí con su precioso vestido de flamenca azul cielo y blanco y le dice a un muchacho que la mira alucinado:
—Desde luego, Pepe, tienes menos arte que un boquerón.
Yo me río al oírlo, pero no pregunto a qué viene. Mejor no saber.
—Pero marichochooooooooooooooooooo, ¿qué haces aquí, miarma?
Al oír el grito, me doy la vuelta y me encuentro con mi amigo Sebas. Como siempre, el tío va como un pincel vestido y peinado, y nos abrazamos.
Cuando nos separamos, me pregunta mirando a los lados:
—¿Dónde está tu cuadrada morena sexy?
Suelto una risotada.
—En Múnich. No ha podido venir.
Sebas suspira y, guiñándome un ojo, cuchichea:
—Qué pena. Con lo que me alegra la vista, otra vez que mis ojos verdes se privan de esa diosa y seductora.
Durante un rato hablamos de mil cosas mientras Sebas, cada vez que ve pasar a un tipo guapo, me guiña un ojo y grita:
—¡Tesoro, ven aquí, que te desentierro!
Divertida, observo cómo los otros lo miran.
Sebas es un caso.
Ahora que vuelve a estar soltero, va a lo suyo, y lo que piensen los demás, como siempre dice, ¡se la bufa!
Mis hijos siguen dando vueltas en los cacharritos cuando, de pronto, pasa un guapo hombre andaluz tan maqueado como Sebas y, en cuanto nos mira, mi amigo dice:
—Te dejo, miarma. El deber me llama.
Consciente de lo que él llama «deber», agarro a Sebas del brazo y cuchicheo divertida:
—Pedazo de caballo de Peralta que te has echado, ¿no?
—Uno, que tiene clase y sabe lo que es bueno, niña—afirma él guiñándome un ojo.
Ambos sonreímos y, segundos después, Sebas se va tras su caballo de Peralta.
Sin duda, lo va a pasar mejor que yo.
Cuando terminamos en los cacharritos, al entrar en la caseta donde sé que nos esperan mi hermana y mi papá, veo que Alison camina hacia mí y, cogiéndome de la mano, dice:
—Confirmado. Papá y la Pachuca, ¡juntos!
Miro hacia el lugar donde señalan sus ojos y sonrío al ver a mi papá con aquella buena amiga de toda la vida marcándose una sevillana y más acaramelados de lo normal.
Vaya..., vaya con mi papá.
¡Qué arte tiene!
Me gusta ver que nuestra conversación le sirvió para algo y entonces, mirando a mi hermana, pregunto:
—Vamos a ver, Ali, papá lleva viudo muchos años y se merece tener a alguien a su lado que le alegre los días como tú o yo lo tenemos. ¿Dónde ves el problema, reina?
A mi exagerada hermana le tiembla el morrillo.
Sé que es difícil ver a mi papá con otra mujer que no es mi mamá. Vale..., la entiendo, pero pensando en mi papá y sin darle opción a la llorona a contestar, prosigo:
—Escucha, Ali, tú te enamoraste de Jesús, te casaste y el amor se acabó. Cuando te separaste y te quedaste sola, decías que tu vida era sosa y patética hasta que, de pronto, un día apareció tu rollito feroz. ¿De verdad me estás diciendo que no ha merecido la pena darte esa oportunidad con Noah?
—Ay, Britty..., claro que ha merecido la pena.
—Bueno papá se merece también una nueva oportunidad en el amor, Ali. Ambas sabemos que amará a mamá el resto de su vida, que la recordará a través de nosotras y de mil cosas más, pero él necesita a alguien a su lado, como lo necesitamos tú o yo y media humanidad. Y si, encima, esa mujer es la Pachuca, una señora que siempre nos ha querido y ambas sabemos que es buena gente y que cuidará a papá, ¿no crees que deberíamos estar contentas?
Alison los mira.
Su morrillo sigue temblando, hasta que finalmente asiente y dice:
—Tienes razón. Tienes razón..., ¡claro que sí! ¿Y quién mejor que la Pachuca?
Sonrío.
Adoro a mi hermana y, abrazándola, afirmo:
—Exacto, tontorrona, no hay nadie mejor para él que la Pachuca.
Abrazadas estamos cuando mi papá, que ha dejado de bailar, se acerca a nosotras con la tan mencionada Pachuca. Alison, en cuanto la ve, pasa de mis brazos a los suyos y murmura haciéndonos reír a todos:
—Bienvenida a la familia, Pachuca.
La mujer, encantada, me mira y yo le guiño un ojo. Luego, mientras abraza a mi hermana, murmura:
—Ojú, miarma, gracias.
A continuación, mi papá me abraza, me da un beso en la frente y, mirándome, dice:
—He dejado de perder instantes, ahora te toca a ti dejar de hacerlo.
Asiento.
Tiene razón.
Lo que pasa es que yo tengo que regresar a Múnich para resolver cierto temita que, sin duda, me va a dar más de un quebradero de cabeza.
Esa noche de jueves, la feria está a rebosar, y bailo como una loca. Han llegado más amigos que llevo tiempo sin ver, y los reencuentros son divertidos y están llenos de felicidad.
Desde mi posición, observo a mi papá con la Pachuca ocuparse de Santiago y de Susan, están con ellos que no mean, y yo feliz de verlo.
Una hora después, tras mucho bailecito con mis amigos, pedimos algo de comer y, rápidamente, delante de nosotros ponen unos tomatitos, queso curado, papas aliñás, gazpacho, chocos fritos y jamón.
Todo me parece estupendo, aunque, cuando miro el jamón, el estómago me da un vuelco y yo maldigo.
Pero ¿por qué me tiene que dar asco el jamón?
Mi hermana se acerca a mí y, al ver que tengo un vaso en la mano, me mira y yo cuchicheo entonces sin que nadie me oiga:
—Es coca-cola monda y lironda.
Alison asiente, me quita el vaso de las manos, da un trago y, tras comprobar que es cierto lo que digo, cuando voy a protestar replica:
—Mira, Britty. Un fetito está dentro de tu tripa y, como me entere de que le cae algo de alcohol, te juro que te tragas el vaso.
—Shhhh—gruño mirándola—¿Te quieres callar y ser discreta? Y, antes de que sigas flipando, si tengo un vaso en las manos es para no levantar sospechas. Si no bebo, la gente preguntará, y no quiero contestar preguntas indiscretas.
Mi hermana asiente y, tras mirarme con su cara de demonio, repite:
—Quedas advertida.
Cuando se aleja con su marido, entre risas brindo con mis amigos y, mientras rulan botellas de
Canasta, Solera y Pedro Ximénez, animados comenzamos a dar palmas y a cantar «Vámonos, vámonos, pa Jerez, pa Jerez, de la Frontera, que la feria del caballo llega en mayo como flor de primavera».
Ojú, qué bien me lo paso con mis divertidos amigos.
Eso es lo que necesito para coger fuerzas.
Cantando estoy cuando de pronto oigo gritar:
—¡Abuelo!
Esa voz...
Y, al volverme para mirar, me quedo bloqueada al ver a Flyn, que corre hacia mi papá.
Parpadeo..., parpadeo y, apretando el vaso que tengo en las manos, vuelvo a parpadear y confirmo que lo que veo es una realidad y no una alucinación, y entonces oigo a mi sobrina Becky decir a mi lado:
—Hombre, Jackie Chan López en persona.
Y, antes de que yo pueda reaccionar, suelta:
—Le voy a decir a ese pedazo de mojón que, si se cree que por haberme bloqueado en Facebook me ha jorobado, está muy equivocado porque... ¡Tita San!
Oír eso de «Tita San» ya sí que me deja sin respiración.
¡Ay, que me da..., pero que me da de verdad!
¿En serio Santana está aquí?
Y, mirando al lugar hacia donde ha salido corriendo mi sobrina, me encuentro al amor de mi vida junto a mi papá y la Pachuca, cogiendo a Santiago y a Susan, mientras Flyn besa a mi hermana y a mi cuñado.
Mi respiración se acelera y dejo de oír todo lo que suena a mi alrededor. Ya no oigo cómo mis amigos cantan, ni las palmas, ni las guitarras, ni nada.
Sólo oigo el sonido enloquecido de mi corazón.
Santana.
Mi Santana, mi caballo de Peralta, está en Jerez.
La idea me gusta, me gusta mucho, pero rápidamente me acojona.
¿Qué hace aquí?
No he pensado cómo voy a decirle lo que hice, y no estoy preparada.
Mientras observo cómo mi cuñado y mi hermana la saludan con afecto, mis hormonas se revolucionan y me acaloro. Noto un terrible sudor por todo el cuerpo cuando soy consciente de que ella ya me ha localizado y no aparta la mirada de mí.
Ofú, ¡qué fatiguita!
Mi hermana viene hacia mí y murmura con todo el disimulo del que es capaz:
—Ay, Britty..., que ha venido.
Asiento..., asiento..., comienza a picarme el cuello y, al rascarme, mi hermana me para la mano y, entregándome una copita de fino La Ina, dice:
—Bebe. Ésta el fetito nos la perdona.
Asiento.
Vuelvo a asentir y, tras coger la copita que me entrega mi hermana, me la bebo de un tirón.
¡Dios, qué rico está!
—A ver, mi niña. Ahora respira. Santana, tu esposa, está aquí y...
—Dios mío, Ali...—la corto—Santana ha venido y yo no estoy preparada.
Y, al ver cómo lo miran unas personas del fondo de la caseta, añado siseando:
—Ni siquiera estoy preparada para ver cómo la miran, y como sigan mirándolo así, a ésas les arranco el moño.
—Britty., relájate, que te conozco y en cinco minutos los farolillos vuelan.
Tiene razón.
Sin duda, el embarazo revoluciona mis hormonas, y la presencia de Santana me revoluciona a mí.
Pienso.
Pienso rápidamente qué hacer y, cuando creo tener una buena idea para salir del paso, digo:
—Santana no puede sospechar de mi embarazo, no me acerques el jamón y procura que tenga todo el rato un vaso de lo que sea en la mano.
—Pero, Britt..., ¡tú no puedes beber más!
—Y no lo voy a hacer—siseo viendo cómo Santana no me quita ojo—Pero al menos no sospechará, ni se preguntará por qué no bebo en plena feria..., que Santana es alemana pero es muy lista, Ali.
—Vale..., vale..., seré tu suministradora de bebidas.
—Tengo... tengo que hacerle creer que estoy algo contentilla y, así, no querrá hablar conmigo de... de nuestros problemas.
—Ay, madre... Ay, madre...—suspira mi hermana al oírme.
Al mirar hacia el grupo, veo que Flyn también me ha visto, hace ademán de aproximarse a mí, pero entonces me doy cuenta de cómo mi papá lo detiene mientras Santana se acerca.
—Lo siento, Britty..., pero esto tienes que torearla tú sola—murmura mi hermana alejándose rápidamente de mí como alma que lleva el diablo.
Quiero hablar, quiero respirar, pero estoy tan bloqueada por su presencia aquí después de una semana sin verla que debo de parecer un pececillo boqueando.
Santana, que es pura sensualidad vestida con una camisa blanca y unos vaqueros, se acerca..., se acerca..., se acerca y, cuando ya está justo enfrente, a mí sólo se me ocurre decir:
—Hola, gilipollas.
Ostras, ¿yo he dicho eso?
Madre mía..., madre mía...
¡Si es que es para matarme!
Debo de parecer una borrachilla, no una maleducada.
¡Malditas hormonas!
Pero ¿por qué la habré saludado así?
Por suerte, el gesto de Santana no cambia, sin duda viene preparada para eso y para más y, cuando veo que su mano va derecha a mi cintura, murmuro:
—Ni se te ocurra.
Ella sonríe y, sin mirar atrás, la muy canalla cuchichea mientras escanea a mis amigos:
—Cariño..., nos está observando media feria. ¿Quieres cotilleos que le pongan a tu papá la cabeza como un bombo?
No.
No quiero eso, por lo que, dejando que me acerque a ella, nos besamos.
¡Oh, Dios, qué momento!
Uno mis labios a los suyos y, de pronto, una embriaguez ponzoñosa entra en mi cuerpo y sé que ella es mi hogar.
Mi casa.
Cierro los ojos y disfruto del apasionado beso que el amor de mi vida me da ante cientos de ojos que nos miran curiosos.
Cuando se separa de mí, mis amigos aplauden y silban, y yo, como una tonta, sólo puedo murmurar:
—Vale..., vale...
En ese instante, Sam, Mercedes y los amigos que lo conocen se acercan a saludarla, mientras mis ojos y los de Gonzalo se encuentran y ésta ni se inmuta. Da por hecho que aquella sexy morena es mi esposa y no quiere problemas.
Yo se lo agradezco.
Durante varios minutos, Santana saluda a mis amigos y, cuando acaba de hacerlo, me mira, luego mira el vaso que tengo en las manos y pregunta:
—¿Qué bebes?
—Ahora mismo, un Solera.
Santana asiente y, cuando va a pedir un whisky, mis amigos la animan a que se tome un Tío Pepe.
¡La ocasión lo merece!
La juerga continúa.
Intento seguir con mi bullicioso grupo, pero ya nada es igual. Santana está aquí intentando integrarse en algo que sé que a ella no le gusta.
Durante media hora se queda con nosotros hasta que le veo en la cara que no puede más y se aleja para sentarse con mi papa y los niños. ´
¡Pobre!
Mi hermana, que se ha unido a la juerga, cada quince minutos me trae una bebida tal como hemos quedado. Yo la sostengo en la mano consciente de cómo Santana me mira y, en cuanto dirige la vista hacia otro lado, vacío el vaso en una planta de plástico que tengo a mi lado.
La noche avanza, mil vasitos pasan por mis manos y, riendo estoy por lo que cuenta uno de mis amigos, cuando oigo en mi oído:
—¿No crees que estás bebiendo demasiado?
Su cercanía, su voz rápidamente me enloquecen y, mirándola con una de mis espectaculares sonrisas, respondo mientras me hago la achispada:
—Tranquila, yo controlo, colega.
Santana asiente, con la mirada me hace saber que no le gusta que beba tanto y, tras darse la vuelta, regresa con mi papá.
¡Bien!
La estoy engañando.
Mis amigos vuelven a pedir otra ronda de comida, hay que comer si queremos beber tanto. Pero, con toda la mala suerte del mundo, dejan el jamón justo delante de mí. El olor que despide aquel manjar que adoro y que ahora no puedo ni ver inunda mis fosas nasales y mi estómago da un salto.
Bueno..., bueno..., bueno…
¡La que voy a echar!
Rápidamente, me llevo la mano a la boca y, antes de que nadie pueda hacer nada, cojo una botellita de agua y salgo de la caseta a toda prisa. A continuación, en un lateral donde no hay nadie, echo una buena vomitona.
No pasan ni dos segundos y ya tengo a mi alemana detrás, sujetándome y preocupándose por mí.
Cuando por fin mi cuerpo para y cojo la servilleta que Santana me tiende, me limpio la boca y, tras abrir la botellita de agua que tengo en las manos, doy un trago para enjuagarme la boca.
—Ofú, qué pena de jamón —murmuro.
Santana me retira el pelo de la cara, me sujeta ante mi debilidad y, mirándome, dice:
—Creo que por hoy ya has bebido bastante.
Sin poder remediarlo, sonrío.
Si ella supiera que no he bebido más que agua y coca-cola —y un vasito de fino por los nervios—, fliparía pero, dispuesta a utilizar aquella baza esa noche con ella, me hago la borrachilla.
—Pero ¿qué dices? ¡La noche es joven!
Santana asiente.
Sin duda, ella no piensa como yo y, cuando va a decir algo, mi hermana Alison llega hasta nosotras con cara de circunstancias y Santana le pide cogiéndome entre sus brazos:
—Alison, ¿puedes quedarte con Santiago y Susan?
Mi hermana asiente y Santana añade:
—Gracias, cuñada, y ahora dile a tu papá que Britt se viene conmigo a Villa Rubiecita.
—No..., no..., no..., ¡ni de coña! —replico.
Mi hermana me mira.
Yo la miro.
No puedo quedarme con Santana a solas o al final tendré que contarle lo que todavía no he preparado. Asustada, intento zafarme de sus brazos cuando Alison murmura acercándose a mí:
—Aisss, Britty..., pero ¿qué has bebido?
—De todo —gruñe Santana.
Al oírlo, mi hermana sonríe y dice:
—Lo mejor es que la lleves a casa, la acuestes y que duerma la mona.
—Sí, será lo mejor —afirma Santana.
La loca de mi hermana me guiña un ojo.
¡Pero qué bruja es!
Cuando llegamos hasta un coche que no conozco, la miro y, al ver el precioso BMW gris claro, me mofo:
—Qué arte tienes, Icewoman, ¡anda que te alquilas algo discretito!
Santana no responde.
Le da al mando del vehículo, éste se abre y me sienta en el asiento del acompañante. Al hacerlo, la flor que llevo en la cabeza se afloja y la siento en la frente. Rápidamente me pone el cinturón de seguridad y, cuando lo ajusta, cierra la puerta. En silencio, veo cómo rodea el vehículo, se sienta a mi lado y, en cuanto lo hace y se pone el cinturón, la miro y digo:
—Me acabas de cortar el rollo, coleguita. Estamos en feria y quiero pasarlo bien.
Santana no responde.
Arranca el motor y yo me apresuro a poner la radio. Necesito música, y me concentro en taladrarle los oídos con mis gritos.
Por suerte para ella, Villa Rubiecita no está muy alejada de la feria y, cuando las puertas de nuestra bonita mansión se abren con el mando a distancia que Santana lleva en el bolsillo, silbo y pregunto:
—No habrás traído a Susto y a Calamar, ¿verdad?
—No—responde Santana con una media sonrisa.
Refunfuño.
Eso se me da de lujo.
Aparca, me desabrocho el cinturón y, en el momento en que voy a salir del coche, Santana me detiene y, con gesto hosco, dice:
—No te muevas. Yo te sacaré.
Aisss, pobre.
¿De verdad cree que estoy borracha?
Joder..., bueno sí que soy buena actriz.
Sin moverme, espero a que me saque del vehículo y, agarrada a ella, caminamos hasta la casa. Su olor, su cercanía, el sentir sus manos en mi cintura me excitan y, una vez Santana abre la puerta y entramos, deseosa de su contacto, la abrazo, la arrincono contra la puerta de entrada y murmuro:
—Vale. Estoy algo achispaílla con tanto finito va, finito viene.
—¿Sólo algo?
Oír eso me hace reír y, con una maquiavélica sonrisa, pregunto mientras siento cómo mi vagina se lubrica ante su cercanía:
—¿Vas a aprovecharte de mí? ¿Me vas a quitar la ropa, me vas a arrancar las bragas y me vas a hacer eso que tantas ganas tienes de hacerme? Porque, si es así..., mal..., mal..., ¡harás muy mal!
Sus ojos calibran lo que digo.
Sin duda, lo que más le apetece es eso, pero responde:
—No, cariño. Sólo te voy a llevar hasta la cama.
Sonrío.
Eso no se lo cree ella ni loca y, acercando mi boca a su boca, paseo mis labios por los suyos con desesperación y susurro para ponerlo tan cardíaca como lo estoy yo:
—¿No quieres follarme?...
—Britt...
—¿No quieres abrirme los muslos y unirte a mi una y otra y otra vez para hacerme gritar de placer?
Ella no contesta, no puede, y, hechizada por lo que me hace sentir, yo añado:
—Serías una chica muy mala si te aprovecharas de mí, ¿no crees?
Santana no se mueve.
No me quita de encima de ella, y yo, gustosa por esa cercanía que tanto necesito, con todo el descaro del mundo llevo la mano hasta su entrepierna y, tocándola, murmuro:
—Me deseas..., te conozco, gilipollas..., me deseas.
La respiración de Santana se vuelve irregular, cierra los ojos hasta que, de pronto, me agarra la mano, la quita de su sexo y, cogiéndome en brazos, dice:
—A la cama. No quiero cargar mañana con más culpas.
Río.
Me echo hacia atrás y Santana tiene que hacer equilibrios para que no terminemos las dos estampadas contra el suelo.
Sin encender las luces, llegamos hasta nuestra habitación, esa habitación tan preciosa en la que tanto hemos disfrutado haciendo el amor. A continuación, sentándome en la cama, dice tras quitarme las botas que llevo:
—Túmbate, cariño.
Mi cuerpo encendido se niega a hacerle caso y, mirándola con la flor por encima de mi ojo, murmuro mientras me muevo como una cosaca:
—Tengo que quitarme el vestido—y, arrugando la nariz, añado—Huele a potaza; ¿no lo hueles?
Santana mira el manchurrón de vómito que tengo sobre el pecho derecho y, suspirando, se da por vencida. Me levanta, me da la vuelta y comienza a bajarme la cremallera del vestido. Como en otras ocasiones, sé que sus ojos están clavados en la piel de mi espalda y, cuando la cremallera llega abajo, rápidamente dejo que el vestido se escurra por mi cuerpo. A continuación, me doy la vuelta y la miro vestida sólo con bragas y sujetador.
—Bésame...—susurro.
De nuevo, Santana lo piensa..., lo piensa y lo piensa, lo que le he pedido debe de ser una urgencia para ella y, tras acercar sus labios a los míos, me besa.
Mi cuerpo semidesnudo se pega al suyo.
Dios..., Dios..., ¡qué placer!
Rápidamente me amoldo a ella y, cuando su lengua devora todos los recovecos de mi boca y sus manos rodean mi cintura, doy un salto, enredo las piernas en su cintura y, tan pronto como siento que me sujeta, me la como.
La devoro como una tigresa.
Calor..., el calor inunda mi cuerpo en cero coma tres segundos y la beso posesivamente, con devoción y necesidad, mientras ella me sujeta con sus manos y siento cómo su respiración se acelera más y más a cada segundo.
Me desea.
Lo sé.
Me desea tanto como yo a ella.
Pasados unos minutos, cuando nuestras bocas se separan para tomar aire, en la oscuridad de la habitación murmuro quitándome la jodida flor del pelo que amenaza con dejarnos tuertas a ella o a mí:
—Santana..., ¡hazlo!
Ella lo piensa.
Piensa mi proposición.
No sabe qué hacer, pero finalmente, soltándome, dice:
—No, Britt. Es mejor que te acuestes y te duermas.
Intento volver a abrazarla, pero ella me para y repite:
—Mañana, cuando hablemos, si estás de acuerdo te haré el amor, pero ahora no. No quiero que mañana puedas echarme en cara que te forcé al estar bebida. No quiero jorobar más las cosas, cariño.
Oír eso hace que mis ojos se llenen de lágrimas.
Si alguien ha estropeado algo entre nosotras y sigue estropeándolo con ese absurdo engaño soy yo y, avergonzada por todo, me tumbo en la cama y no digo más.
Una vez me he tumbada, Santana se sienta en el butacón que hay frente a la cama. En silencio, durante mucho tiempo, la observo a través de mis pestañas. Santana me mira, me mira y me mira, y sé que está pensando qué decirme al día siguiente.
Así estamos hasta que irremediablemente caigo en los brazos de Morfeo.
Cuando la luz entra por la ventana, de pronto abro los ojos y, al mirar a mi alrededor, soy consciente de dónde estoy. Miro a los lados y Santana no está. Me miro y veo que sigo en bragas y sujetador.
Maldigo, maldigo y maldigo; pero ¿qué he hecho?
Estoy sumida en mis dudas cuando la puerta se abre y la mujer que me hace hervir la sangre en todos los sentidos aparece tan guapa como siempre con una bandeja de desayuno.
—Buenos días, Britt-Britt—dice con una sonrisa.
Su alegría me hace daño.
Soy una mala persona.
¿Cómo puedo estar engañándola así?
Y, tapándome con la sábana, pregunto para disimular:
—¿Puedes decirme qué hago aquí?
Santana rápidamente deja la bandeja de desayuno sobre una mesita y, tras dedicarme una mirada, responde con tranquilidad:
—Escucha, cariño, ayer te encontraste mal en la feria, vomitaste y te traje a casa, pero te juro por lo que tú quieras que no te hice nada.
La miro..., la miro y la miro.
Ya sé que no me hizo nada pero, interpretando mi papel, pregunto:
—¿Estás segura?
—Segurísima—afirma rápidamente.
—¿Y por qué estoy medio desnuda? ¿Por qué me has quitado el vestido?
Enseguida Santana coge mi vestido de flamenca, que está hecho un asco, y dice enseñándome el manchurrón:
—Porque olía a vómito.
De pronto me fijo en la camiseta que lleva puesta. Es la que yo le compré cuando nos conocimos en el Rastro de Madrid, ésa en la que pone «Lo mejor de Madrid eres tú», y pregunto mientras intento no emocionarme:
—¿Cuánto tiempo llevabas sin ponerte esa camiseta?
Ella sonríe.
Se sienta en la cama y, retirándome el pelo de la cara, responde:
—Demasiado.
Su voz y su manera de mirarme me muestran que puedo hacer con ella lo que quiera y, cuando ve que no digo nada, declara:
—Escúchame, cariño, estoy aquí porque no puedo estar sin ti, y te aseguro que voy a hacer todo lo posible porque nuestros recuerdos inunden tu mente para que olvides eso que nunca debería haber pasado—y, sin darme tiempo a responder, añade—He hablado con tu papá y tu hermana y se ocuparán de los niños hasta mañana, que regresemos.
—¡¿Qué?! ¿Cómo que hasta mañana, que regresemos?
Mi amor sonríe y, señalando una bolsa que hay sobre el butacón, indica mientras coge la bandeja de desayuno para dejarla ante mí:
—Desayuna. Después vístete con la ropa que Noah me ha traído tuya y si, de verdad, aún me quieres y crees que lo nuestro merece la pena, me gustaría que me acompañases a un sitio.
Mi respiración se acelera.
Claro que la quiero, y creo que lo nuestro merece la pena, pero mi culpabilidad y lo que tengo que contarle me joroba ese momento tan lindo.
—Santana...—digo—, Tenemos que hablar y...
Ella pone una mano sobre mi boca.
No me deja continuar.
—Hablaremos—asegura—Por supuesto que lo haremos, pero hoy déjame hacerte recordar.
Asiento.
Con eso ya me ha ganado, y decido dejarme llevar mientras ella sale de la habitación.
Una vez termino el desayuno que ha dejado delante de mí y que, por cierto, me sabe divinamente, bajo de la cama, me doy una duchita rápida y me visto. Mi hermana me ha mandado unos vaqueros, una camiseta, zapatillas de deporte y una cazadora.
¿Adónde voy a ir?
Cuando salgo al comedor, Santana me está esperando. Viste informal como yo y, cogiéndome de la mano, me guiña un ojo y murmura:
—¿Preparada?
Atocinada, así me deja al ver sus ganas de agradarme y, sonriendo, afirmo:
—Sí.
De la mano salimos al exterior, nos montamos en el coche y, cuando arranca, suena la voz de mi Alejandro Sanz y, sonriendo, Santana dice:
—Una vez, una preciosa jovencita me dijo que la música amansaba a las fieras.
Al oírlo decir eso, sonrío.
Sin duda, Santana sabe hacerme sonreír.
Cuando, veinte minutos después, salimos a la carretera y veo un cartel, la miro y pregunto sorprendida:
—No me digas que vamos a Zahara de los Atunes...
Ella asiente, sonríe y murmura:
—Acertaste.
Encantada, me repanchingo en el asiento del vehículo y río por volver a ir a ese precioso lugar.
Una hora después, en cuanto llegamos, dejamos el coche en un parking de la playa. El mismo sitio donde dejé yo el coche la noche que salí con Hanna hace años y tuve que darles una tunda a unos borrachines. Al recordarlo, Santana y yo reímos y, de la mano, nos dirigimos hacia un restaurante de la zona.
Cuando caminamos por la calle pasamos al lado de una floristería y me quedo mirando unas flores. Son hibiscos, una flor que mi papá tiene en el jardín y que a mí me encanta.
—¿Qué miras?
Al oír la voz de Santana, señalo las flores de colores y digo:
—Esas flores..., mi mamá las plantó en el jardín hace muchos años y, a día de hoy, siguen saliendo.
—Son muy bonitas —afirma Santana.
Ambas sonreímos.
Entonces, mi morena se acerca al florista, que nos mira, y dice:
—Desearía un precioso ramo de hibiscos para mi mujer.
El florista, un hombre mayor, me mira con una sonrisa y pregunta:
—¿De algún color especial?
Encantada por el bonito detalle, sonrío y afirmo:
—Rojo.
El hombre se afana en hacerme un bonito ramo con hibiscos rojos, y yo, feliz por aquello, miro a Santana y murmuro con el corazón latiéndome a mil:
—Gracias.
Mi amor me mira..., me mira..., me mira.
Sé que desea besarme tanto como yo deseo besarlo a ella, pero no se atreve. Sólo espera a que yo dé el primer paso, pero de momento no lo doy.
Es mejor que hablemos antes.
Diez minutos después, con un precioso ramo de hibiscos rojos en las manos, nos dirigimos hacia un restaurante. Ahí comemos un riquísimo cazón en adobo y una espectacular ensaladilla rusa cuando Santana propone pedir una racioncita de jamón del bueno. Sólo oír la palabra «jamón» ya se me revuelve el estómago y, como puedo, le quito la idea de la cabeza. Ella me mira sorprendida pero no insiste.
Está claro que no quiere llevarme la contraria en nada.
Cuando terminamos de comer, nos quitamos los zapatos y caminamos por la playa. Santana se ha propuesto hacerme rememorar todos nuestros bonitos recuerdos y, en el momento en que me habla del Moroccio y de cuando me hice pasar por su mujer y me di una comilona con mi amigo Jake dejándole la cuenta a ella, las dos nos reímos.
¡Qué momento!
Recordamos instantes irrepetibles, como cuando mi hermana entró en mi casa de Madrid con mi sobrina y nos pilló en el pasillo liados y mi pequeñita Becky le cantó las cuarenta, o cuando la engañé en el circuito de Jerez haciéndole creer que no sabía llevar una moto.
Recuerdos...
Recuerdos preciosos nos inundan y no podemos dejar de hablar de ellos; entonces suelto el ramo de hibiscos en la arena y nos sentamos en la playa.
Recordamos de nuevo entre risas el complicado embarazo que tuve de Santiago y la primera vez que le vimos la carita a él o a Susan, o cuando Flyn dio su primer salto en moto.
¡Qué bonitos recuerdos!
También nos tronchamos al pensar en Quinn y Rachel en sus facetas de Batichica y la novia de Catwoman.
¡Qué graciosas eran!
Todo lo que recordamos son momentos únicos e irrepetibles que nos hacen felices, y mi buen humor crece y crece y crece, hasta que no puedo más y, sin previo aviso, me siento sobre ella a horcajadas en la playa y, acercando su boca a la mía, la beso.
La beso con deseo y amor.
Necesito su cercanía...
Necesito su boca...
Necesito a mi amor...
A diferencia de la noche anterior, Santana no rechaza nada de lo que le pido o le ofrezco y, encantada, lo disfruto mientras siento que aquellos irrepetibles recuerdos nos han hecho reencontrarnos.
Besos..., besos..., cientos de besos se apoderan de nosotras y, cuando paramos, Santana me mira con sus preciosos ojos oscuros y murmura:
—Nunca te engañaría con nadie, mi amor. Te quiero tanto que para mí es imposible estar con otra que no seas tú, y te aseguro que lo que pasó con Ginebra es lo último que habría deseado que pasara.
—Lo sé..., lo sé, corazón—susurro mientras enredo los dedos en su pelo negro y me pierdo en su mirada.
¡Oh, Dios, cuánto he echado de menos eso!
—Fui una idiota al no darme cuenta de su plan. Hanna tenía razón. Yo creí que Ginebra había cambiado, pero no es así. Sigue jugando sucio. Excesivamente sucio. Me utilizó sin mi permiso, te hizo daño a ti y, ante eso, sólo puedo pedirte perdón el resto de mi vida por lo que viste y nunca debería haber ocurrido—Santana coge una de mis manos y prosigue—Esta semana fui a Chicago y los vi.
—¿Fuiste a Chicago?
Santana asiente y yo pregunto:
—¿Por qué?
Mi amor menea la cabeza y, tras pensar su respuesta, dice:
—Porque quería hacerles el mismo daño que ellos nos hicieron a nosotras. Por eso fui. Al llegar me encontré a Ginebra ingresada en mal estado, pero me dio igual, le dije a Félix lo que había ido a decir sin importarme sus sentimientos, como a él no le importaron los míos.
Oír eso me subleva.
Estoy con Santana: si yo los hubiera visto, habría procedido igual.
Esa asquerosa, nauseabunda y zorra mujer y su marido utilizaron a su antojo a mi amor sin su permiso, ni el mío, para un fin que nunca... nunca les perdonaré.
Sus circunstancias personales me dan igual, como a ellos les dieron igual las mías.
Es duro decirlo, pero lo pienso así.
Estar en la posición de Santana no debe de ser fácil.
A mí no me gustaría que ninguna persona me drogara por el simple hecho de darse un caprichito conmigo obviando mis sentimientos y mis deseos.
Odio a Ginebra y a Félix, y los odiaré el resto de mi vida.
Pero, deseosa de dejar de lado aquello que tanto sufrimiento nos ha ocasionado a mi esposa y a mí, sonrío y murmuro:
—Escucha, corazón, no tengo nada que perdonarte. Como me dijo hace poco una buena amiga, las cosas que merecen la pena en la vida nunca son sencillas. Olvidémonos de esas malas personas. Lo que nos queremos y nuestros recuerdos y momentos juntas son mucho más fuertes y verdaderos que nada de lo que haya podido pasar.
—Te quiero...
—Yo también te quiero, San, pero me obcequé en lo que vi sin ponerme en tu lugar ni un solo instante. Me volvió loca. Ver cómo la besabas, cómo...
—Lo siento, mi amor..., lo siento—murmura pegando su frente a la mía para hacerme callar.
Sentadas sobre la arena, nos abrazamos.
Nuestros cuerpos juntos son capaces de recomponerse.
Nuestras almas juntas son capaces de amarse.
Y nuestros corazones juntos son capaces de conseguir lo inimaginable.
Sólo necesitábamos abrazarnos, entendernos y hablar.
Sólo eso.
Apasionada, la beso.
Ella me besa.
Nos devoramos hambrientas de cariño, amor, dulzura, mientras soy consciente de que ahora soy yo la que tiene que confesar algo; dispuesta a hacerlo, murmuro mientras Santana sigue con la nariz hundida en mi pelo:
—San, yo tengo que...
Mi amor pone la mano en mi boca y, mirándome, dice:
—Me muero por hacerte el amor y, aunque sabes que no me importa que nos miren, estamos a plena luz del día y podemos terminar en el calabozo detenidos por escándalo público.
Yo sonrío ante aquello y ella añade:
—Detrás de nosotras hay un hotel y...
—Sí—afirmo con rotundidad.
Rápidamente nos levantamos.
Ambas sabemos lo que queremos y, tras agarrar mi precioso ramo de hibiscos, mi amor me coge entre sus brazos y, haciéndome reír, corre hacia el hotel.
Sin duda, está tan deseosa como yo.
En recepción, mi morena pide una suite para esa noche. El recepcionista mira en el ordenador y ambas sonreímos cuando nos entrega unos papeles para firmar. Tras darle nuestras identificaciones, nos da una tarjeta en la que se lee «326» y nos encaminamos hacia el ascensor. Una vez dentro, comenzamos a besarnos y no paramos hasta llegar a la habitación.
La urgencia nos puede.
Al cerrar la puerta, tiro el ramo de flores sobre la cama y empezamos a desnudarnos mientras nuestras hambrientas bocas no se separan.
Nos besamos, nos devoramos hasta que, de pronto, Santana se para y, enseñándome algo, dice:
—Es tuyo. Póntelo.
Al ver mi precioso anillo, sonrío. Lo cojo y, sin dudarlo, me lo pongo. Entonces, Santana me arranca las bragas de un tirón y murmura:
—Ahora sí, Britt-Britt. Ahora volvemos a ser tú y yo.
Entre risas, caemos sobre la cama y siento cómo las manos de mi amor recorren mi cuerpo, se detienen en mis pechos y acaban en mi entrepierna.
Nos miramos.
Nos tentamos.
Nos provocamos y, cuando Santana arranca un hibisco del ramo y comienza a pasar su suave flor por mi cuerpo, yo jadeo..., jadeo y disfruto del momento.
Sin pararse, pasea la flor por todo mi ser y, cuando noto que el rabito del hibisco roza mi sexo, abro la boca para coger aire y, en cuanto nuestras miradas chocan, mi amor murmura:
—Pídeme lo que quieras y yo te lo daré. Pero sólo yo, mi amor. Sólo yo.
Sus palabras me llenan de locura, de fuego y de esperanza.
Sin duda, mi morena alemana ha venido a reconquistarme, a hacerme recordar lo mucho que me quiere y a hacerme olvidar lo que nunca debería haber ocurrido, y lo ha conseguido.
Sé que ella me dará lo que yo le pida.
Me ama, me ama tanto como yo la amo a ella y, deseosa de tenerla, le pido:
—Fóllame.
Santana sonríe.
¡Dios, qué sonrisa de malota!
Sin duda, lo va a hacer, cuando la cojo del pelo y susurro con voz trémula por la pasión:
—Fóllame como un animal porque así te lo pido.
Mi amor me besa.
Mis palabras eran lo que definitivamente necesitaba oír para saber que todo está bien y, olvidándose del hibisco, asola mi boca y mi cuerpo, mientras yo me entrego a ella en cuerpo y alma, deseosa de que haga conmigo lo que quiera.
Nuestra extraña exclusividad es algo que sólo nosotras entendemos.
Nuestra loca exclusividad es algo que sólo nosotras disfrutamos.
Me abro de piernas con descaro mientras me agarro a los barrotes de la cama y me arqueo para ella. Sin tiempo que perder y gozoso por mi invitación, mi amor introduce sus dedos en mi húmeda vagina de una sola estocada que nos hace jadear a las dos.
Un, dos, tres..., siete...
Santana entra y sale sin perder el ritmo y yo grito de placer. La echaba de menos, mucho..., mucho..., muchísimo, y disfruto de cómo me toma, de cómo me folla, de cómo me hace suya.
Extasiada, cierro los ojos cuando la oigo decir:
—Mírame, Britt-Britt..., mírame.
Hago lo que me pide.
La miro y, mientras acerca sus labios a los míos, la oigo murmurar:
—Tu boca es sólo mía y la mía es sólo tuya, y así será siempre.
—Sí..., sí...—consigo decir mientras todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo disfrutan con lo que está ocurriendo.
Mi tsunami particular llamada Santana toma mi boca posesivamente, pero de pronto el sentimiento de culpa por lo que hice con Gonzalo cruza mi mente.
Dios..., Dios..., no le he contado lo ocurrido y debería haberlo hecho.
¿Por qué soy tan mala persona?
Pero, gozosa, de un plumazo me olvido de aquello.
En la habitación sólo estamos mi amor y yo, mi esposa y yo, mi mujer y yo, y nada ni nadie nos va a romper el momento.
Suelto una mano que esta agarrada a los barrotes de la cama y penetro a Santana con tres dedos. Nos entierramos en la otra con su fuerza animal y gritamos de gusto por nuestra fortaleza mientras y nos sumergimos en una cadena de intensos orgasmos que me hacen perder la noción del tiempo y de la realidad.
Disfruto...
Disfruta...
Disfrutamos de todo lo que acontece mientras un calor intenso nos empapa de nuestro elixir.
No paramos de hundirnos en la otra, una y otra vez.
Calor..., el calor es intenso hasta que el clímax no puede retrasarse un segundo más y nos llega a las dos a la vez, provocándonos unos gritos majestuosos sin importarnos que nos oigan hasta en la China.
Tras ese primer ataque, vienen otros más, en la ducha, sobre la mesa, contra la pared. De nuevo y como siempre, volvemos a ser las insaciables Santana y Brittany, que necesitan hacerse el amor más que respirar, y las dos sonreímos.
Sonreímos de felicidad.
Tras una noche en la que nos comportamos como los animales sexuales que somos, cuando estamos abrazadas en la cama sudando tras un último asalto, Santana pregunta:
—¿Todo bien, Britt-Britt?
Su preguntita me hace sonreír.
No hay una sola vez que no tengamos sexo y no lo pregunte.
—Mejor imposible —respondo.
Estoy abrazada a ella cuando mi estómago ruge. Siento a Santana reír a mi lado e, incorporándose, me mira y dice:
—Creo que tengo que dar de comer a la leona que hay en ti o a la próxima me devorarás.
Sonrío.
Me encanta cuando la veo tan feliz, y asiento:
—Sí. La verdad es que tengo hambrecilla.
Desnuda, mi morena se levanta.
Madre del amor hermoso, qué culo más duro y prieto que tiene.
La miro con descaro.
La miro con lascivia y sonrío.
Santana López es mío. Sólo mío.
Sin percatarse de mis más que lujuriosos y libidinosos pensamientos, mi morena coge un papel que hay sobre una mesita y, tras regresar a la cama, donde estoy desnuda, se sienta a mi lado, pasa el brazo por mi cintura para acercarme a ella y pregunta:
—¿Qué te apetece?
Mmm..., apetecerme, apetecerme, tengo muy claro lo que me apetece.
Mis hormonas están descontroladas y, sonriendo, decido mirar la carta para dejar que mi esposa se reponga o me la cargaré tras nuestra increíble reconciliación.
—Salmorejo, pechugas Villaroy con patatas fritas y, de postre, un helado de vainilla con nata montada y sirope de chocolate—respondo.
Santana asiente.
Sonríe.
Sin duda, se percata de mi gran apetito, pero sorprendido pregunta:
—¿No quieres jamoncito del rico?
Ay, Dios, ¡jamón!
Rápidamente, mis jugos gástricos me juegan una mala pasada al pensar en aquel manjar que ahora mi embarazo me niega y, sin querer retrasarlo un segundo más, me siento en la cama y, mirándola, digo:
—San, tengo que contarte una cosa.
Mi amor me mira.
Al ver mi gesto, se alarma.
Me conoce muy bien y, olvidándose de la carta de comida, musita:
—¿Qué pasa, cariño?
Resoplo, el cuello comienza a arderme y, con cara de circunstancias, murmuro:
—El jamón me da asco. Pero un asco que ni te imaginas.
Santana parpadea.
No entiende a qué viene eso cuando, finalmente, confirmo:
—Estoy embarazada.
Santana se paraliza.
Ya no parpadea.
Siento que deja de respirar.
¡Ay, pobre!
Me mira..., me mira..., me mira y, cuando ya no puedo más, digo de carrerilla:
—Junto con Rach nos sometimos a un tratamiento para quedar embarazadas y darles una sorpresa a ti y a Quinn… Funciono… Lo siento..., lo siento..., lo siento..., no sabía cuándo decírtelo. Sé que es algo que no esperábamos, que no programamos y que es una locura tener otro hijo. Dios mío, San, que ya serán cuatro hijos, ¡cuatro!
Desesperada, me rasco el cuello y, cuando ella me quita la mano para que no lo haga, murmuro mirándola:
—Me enteré del embarazo después de que pasara todo, y yo te queira dar una sorpresa… una… me... me...
No puedo decir más.
Mi Icewoman me levanta de la cama, me abraza y, con todo el mimo del mundo, murmura:
—Cariño..., cariño..., ¿estás bien?
Yo asiento, y mi amor, sin soltarme, pregunta:
—Pero ¿cómo no me lo habías dicho antes?
—No podía, Sanny. Yo... yo estaba tan enfadada y confundida por todo lo que estaba pasando que no supe razonar.
—¿Otro bebé?
Al ver la felicidad en su rostro, me doy cuenta de lo dichosa que la hace la noticia y, sonriendo, afirmo:
—Sí, cariño, otro bebé, y desde ya te digo que...
—Litros y litros de epidural..., lo sé—termina ella mi frase.
Ambas soltamos una carcajada por aquello y, luego, feliz y sin dejar de abrazarme, Santana murmura:
—Te voy a matar a besos, señorita Pierce—no digo nada, y añade—Te he estado follando como una bruta, como un animal. ¿Cómo me lo has permitido?
Ahora la que sonríe soy yo, y respondo:
—El bebé es muy pequeño y yo te necesito. Además, tú misma me dijiste eso de «Pídeme lo que quieras y yo te lo daré», y yo simplemente te he pedido lo que quería.
Santana me besa.
Está nerviosa.
¡Vamos, ni que fuera su primer hijo!
De pronto pienso de nuevo en que tengo que contarle mi gran metedura de pata con Gonzalo, pero la veo tan feliz y yo estoy tan dichosa, que no puedo.
Mientras me abraza y asume que va a ser mamá de nuevo, Santana no puede parar de sonreír, y pienso en lo que mi hermana me dijo: quizá sea mejor no decir nada.
Al fin y al cabo, sólo fue un beso.
Nada más.
El sábado, tras pasar una noche increíble en la que todos nuestros problemas se resuelven y Santana sabe que va a ser mamá otra vez, regresamos a Jerez.
Mi amor se quedará conmigo hasta el lunes, el día que yo pensaba regresar con los niños a Múnich.
Saber aquello me encanta.
Adoro que quiera estar conmigo.
Al vernos aparecer tan radiantes, mi papá y mi hermana sonríen y siento que respiran aliviados.
Pobres, ¡qué mal se lo hago pasar a veces!
Sin duda, estaban preocupados por nosotras, y todos, excepto Alison, se quedan con la boca abierta cuando les damos la noticia del bebé.
Flyn, mi niño, mi tesoro, me abraza y me aprieta contra sí, mientras mi sobrina me mira y dice:
—Tita, eres peor que una coneja.
Esa misma noche, tras pasar el día con los niños en la feria y dejarlos con Jane para que se acuesten en casa de mi papá, Santana y yo nos vamos a Villa Rubiecita.
Ahí me pongo mi traje de flamenca blanco y rojo y, cuando salgo al comedor, donde está mi maravillosa esposa esperándome, me acerco a ella y murmuro:
—Señorita López, ¿sería tan amable de subirme la cremallera?
Santana suspira, deja un vaso de agua sobre la mesa, me mira con deseo y, cuando me doy la vuelta, pasea la mano por mi espalda y dice:
—Señorita Pierce, ¿está segura de que no prefiere que se lo quite?
Ambas sonreímos.
Nos encanta ese juego que nos traemos con esos nombrecitos que tan buenos recuerdos nos traen y, tras sentir que me besa en el hombro desnudo, insisto:
—Prometo que, cuando regresemos, así será.
Siento que Santana sonríe.
Me besa en el hombro de nuevo y, subiéndome la cremallera, afirma:
—Te tomo la palabra.
Satisfecha por cómo se ha solucionado todo, doy un sorbo al vaso de agua que ha dejado sobre la mesa cuando ella, enseñándome algo, dice:
—Corazón, con ese traje de flamenca no te puede faltar tu flor en el pelo.
Al mirar su mano veo un hibisco rojo fuego.
¡Dios mío, si es que me la voy a comer a besos!
Y ella, al ver mi sorpresa, dice:
—Lo cogí del jardín de tu papá.
Sonrío, no lo puedo remediar; agarro la flor, le hago un apaño y, tras sacar de mi bolso unas horquillas, la prendo en el lateral de mi cabellera suelta y pregunto, muy andaluza yo:
—¿Qué tal, miarma?
Mi morena me mira..., me mira y me mira, y finalmente dice:
—Serás la más bonita de la feria.
Encantada, la beso.
Aisss, lo que me gusta que me regale los oídos.
Felices y dichosas, nos dirigimos hacia la feria.
Hemos quedado con mi hermana y mi cuñado en el Templete.
Cuando llegamos, Alison y mi cuñado ya están ahí, y juntos vamos hasta la caseta donde sé que se hallan nuestros amigos.
Durante horas, doy palmas, bailo rumbitas y me divierto con mi morena al lado. Como siempre, ella no baila, pero da igual, con tenerla a mi lado sé que todo está bien.
En un momento dado, aparece Sebas junto a su caballo de Peralta y, tras dar un grito del que se entera toda la feria, se lanza sobre su morena sexy y por la que se haría hetero, para besuquearla.
Santana, como siempre que lo ve, es amable y atento con él, y Sebas, también como siempre, la ensalza, la piropea y le hace sonreír.
Luego, e van a por algo de comer y yo aprovecho para ir con mi hermana a uno de los baños de la caseta pero, al llegar, el baño de las chicas como siempre está a rebosar.
¡Menuda cola que hay!
—Vayamos a los de fuera—dice mi hermana dando saltitos—Quizá haya alguno libre.
Sin dudarlo, le hago caso.
Alison es una meona y, cuando se mea, ¡se mea!
Llegamos hasta los aseos portátiles. Hay varios y, por suerte, un par están libres. Alison se mete en uno, pero a los dos segundos sale y dice:
—Britty, entra y ayúdame a aflojarme la faja.
Suelto una risotada, entro en el baño y las dos, vestidas de flamencas, la liamos parda en aquel cubículo tan pequeño para aflojarle la puñetera faja.
Cuando termino de hacerlo, abro la puerta acalorada y ella, aún riéndose como una tonta, dice:
—Sujeta la puerta, que no cierra bien y no me apetece que me vean el potorro.
—Vale —respondo riendo al oír a mi loca hermana.
Con paciencia, espero mientras canto una sevillana que suena a voz en grito y doy palmas.
¡Qué arte tengo cuando quiero!
Cuando mi hermana sale, con su faja bien puesta y el vestido colocado, entro yo y, tras hacer malabares para no tocar el váter y para que mi vestido no se manche, en el momento en que salgo, mi Alison dice:
—Vaya, vaya..., veo que va todo bien con tu alemana, ¿verdad?
Encantada, afirmo pensando en ella:
—Todo genial.
Alison sonríe y, sin moverse de donde está, pregunta:
—Lo del embarazo ya veo que se lo ha tomado bien, pero ¿cómo se ha tomado que te liaras con ese tío la otra noche? Ya sé que fue un beso y poco más, pero con lo celosa y posesiva que es tu esposa, ¿qué te dijo?
Oír eso me destroza.
Me hace sentir fatal por haber obviado ese detalle con Santana y, deseosa de olvidarlo, respondo:
—No se lo he dicho. Estábamos las dos tan contentos por nuestra reconciliación y lo del bebé que fui incapaz de contárselo.
—Ay, Britty...
—Me martirizo por ello, Ali—resoplo—Me siento fatal. Se me fue la cabeza. Quise vengarme de San por todo lo que estaba pasando y, bueno..., pasó lo del beso y poco más. Y luego ella... ella ha venido a reconquistarme y he pensado que quizá...
De pronto se abre la puerta del aseo que está junto a nosotras y, al mirar, me quedo sin respiración.
Santana, mi Santana, mi morena enfurecida, me mira con su cara de perdonavidas y sisea a la espera de que diga algo:
—Brittany...
El corazón me aletea horrorizado.
¡Vaya marrón!
La miro, me mira y me pongo tan nerviosa que sólo puedo decir:
—Fue una tontería, cariño, yo...
—¡Cállate!—grita Santana.
Y, sin darme tiempo a decir nada más, sale del aseo y comienza a caminar hacia el parking donde hemos dejado el coche.
Asustada, miro a mi hermana.
La pobre está blanca como la cera, y musita:
—Con razón papá siempre dice que calladita estoy más guapa.
—Joder..., joder...—murmuro a punto de llorar.
—Lo siento—dice Alison—No sabía que estaba ahí.
Resoplo.
Me pica el cuello y, sin dudarlo, me recojo el vestido de flamenca con las manos y comienzo a correr detrás de mi amor.
Tengo que explicarle lo que ocurrió.
Tiene que escucharme.
La alcanzo cuando ya casi está llegando al coche y, poniéndome delante de ella, digo sin aliento:
—Escucha, cariño, fue... fue una tontería. Si no te lo he contado ha... ha sido porque...
—Una tontería... ¡Una tontería!—grita fuera de sí—Te enfadaste conmigo y casi rompiste nuestro matrimonio cuando pasó algo que sabes muy bien que yo no busqué y que hice inconscientemente. Y tú, a cambio, como venganza, haces algo siendo consciente de ello y encima me lo ocultas. Pero ¿qué clase de persona eres?
Madre mía, madre mía..., madre mía, ¡la que he liado!
Santana tiene más razón que un santo.
Es normal que se enfade conmigo y me grite. He hecho algo que no está bien y encima lo he ocultado.
—San, cariño.
—Me voy. Regreso a Múnich.
—Por favor..., por favor..., escúchame.
Pero no, no quiere escucharme y, quitándome de su lado con fuerza, sisea:
—Déjame en paz, Brittany. Ahora no.
Y, sin más, se sube al coche y arranca dejándome en el parking sin saber qué hacer.
Así estoy durante varios minutos hasta que reacciono y sé que tengo que ir en su busca.
Santana no puede marcharse sin hablar conmigo.
Al ver a uno de mis amigos, que va hasta su coche, le pido que me acerque hasta Villa Rubiecita.
Ahí la localizaré.
Mi amigo, encantado y sin saber lo que pasa, lo hace.
Una vez llegamos a mi casa, me despido de aquél y, al ir a entrar, veo que no tengo la llave.
Maldigo.
Me cago en diez, en veinte, ¡en treinta!
Pero como a mí no hay quien me pare ni estando embarazada, me recojo el vestido y decido saltar la valla.
No es la primera vez que salto una.
Sin embargo, cuando estoy en todo lo alto, me doy cuenta de que el coche no está ahí.
Vuelvo a maldecir y me bajo de la valla.
Santana habrá ido a casa de mi papá.
La calle está oscura, no se ve ningún coche, y decido correr. De nuevo me agarro la falda de volantes y, como puedo, corro sin matarme. Por suerte, para la feria siempre me pongo bajo el vestido unas botas camperas para poder bailar, y eso me permite correr con mayor facilidad.
En un par de ocasiones, tengo que parar. Me falta el aire, momento en el que marco el teléfono de Santana desde mi móvil, pero ella directamente no me lo coge.
¡Maldita sea!
La angustia crece más y más en mi interior a cada segundo que pasa, pero sigo corriendo.
Tengo que llegar a donde esté.
En el momento en que rodeo la esquina de la calle de mi papá y veo el coche ahí aparcado, respiro. Me paro, me doblo en dos para tomar aliento y, en cuanto siento que puedo continuar, continúo. Rápidamente abro la puerta de la calle y, al entrar, mi papá me mira y me pregunta con gesto extrañado:
—¿Qué le pasa a Santana?
Voy a responder cuando mi esposa aparece en el comedor con Flyn y Becky. Mi sobrina rápidamente se coloca junto a mi papá, no dice nada, y Santana, tras entregarle una bolsa a Flyn, le indica:
—Ve al coche. Yo salgo enseguida.
El niño me mira.
Busca una explicación a aquello y pregunta mientras Santana habla por el móvil:
—Mamá, ¿qué pasa?
Sin saber qué responderle, lo miro, lo beso en la cabeza y digo consciente de que a Santana ya no lo para ni Dios:
—Haz lo que mamá San dice. Tranquilo, no pasa nada.
—Pero, mamá...
Sin dejarlo acabar, lo cojo de la barbilla e, intentando que me lea la mirada, insisto:
—Cariño, no te preocupes. Nos vemos en Múnich.
Mi papá, que está tan desconcertado como Flyn y Becky, va a decir algo cuando añado:
—Papá, ¿puedes acompañar a Flyn al coche? Becky, ve con ellos.
Mi papá lo piensa, pero al final, tras sacudir la cabeza, coge a mi sobrina de la mano, que está boquiabierta, y desaparece del salón con los dos críos.
Santana me da la espalda mientras la oigo hablar por el móvil. Bueno, más que hablar, ¡ladra!
Sabe que estoy tras ella, pero no quiere ni mirarme.
Me siento fatal.
De pronto, termina su conversación, cuelga la llamada con fuerza y, dándose la vuelta, me mira con ojos acusadores.
Cuando voy a decir algo, sisea en su peor versión de Icewoman mientras tira las llaves de Villa Rubiecita sobre la mesa del comedor:
—Me llevaría a Santiago y a Susan conmigo, pero no quiero asustarlos levantándolos ahora.
—San...
—Me has decepcionado como nunca pensé que pudieras llegar a hacerlo.
Mi pecho sube y baja. El cuello me arde y estoy segura de que lo tengo lleno de ronchones pero, olvidándome de él, como puedo murmuro intentando tocarla:
—San, no te vayas. Hablemos de ello. He cometido un error, pero...
—¡Error!—sisea retirándose de mí—Tu gran error ha sido hacerlo consciente de lo que hacías y después no contármelo.
Asiento.
Sé que tiene razón e, intentando llegarle al corazón, insisto interponiéndome en su camino:
—Lo ocurrido fue una tontería, cariño. Sólo te pido que lo medites y entiendas que, si yo he sabido olvidar lo que pasó, tú debes saber olvidar esto también.
La rabia en el rostro de Santana me hace saber que ahora no quiere escucharme.
Entiendo su desconcierto.
No hace mucho yo estaba tan desconcertada como ella.
Se siente traicionada por mí y, sin un ápice de piedad, acerca su rostro al mío y, clavando sus impactantes ojazos, ahora negros, en mí, gruñe:
—Dijiste que te habías quemado y, sin duda, ahora me he quemado yo también. Y sí, Brittany, estoy terriblemente cabreada. Tan cabreada que es mejor que me vaya antes de que montemos un buen numerito delante de nuestros hijos y de tu familia. Y ahora, si te quitas de en medio, me iré, porque la que no quiere verte ahora soy yo.
No me muevo, no puedo.
Al final, el amor de mi vida me quita de malos modos de su camino, sale de la casa de mi papá y yo siento que me falta la respiración.
Santana está muy... muy enfadada, y yo la he cagado pero bien.
Pocos minutos después, mi papá y Becky entran, me miran, y mi sobrina murmura:
—Tita, como se dice por Facebook, ¡la que has liado, pollito!
Esa apreciación me hace resoplar.
Sin duda, la he liado bien liada.
Mi papá, que, por su gesto, no está para risas, envía a Becky a su habitación y, cuando nos quedamos los dos solos, me mira y dice:
—No sé qué ha pasado, pero intuyo que esta vez la culpable has sido tú.
Mis ojos se llenan de lágrimas en décimas de segundo y me derrumbo sobre una silla.
Mi papá me abraza y no me permite llorar.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
lo sabia, sabia que santana no se lo tomaria nada bien, es que de verdad eso no debio pasar, brittany la cago en forma, y ahora que va a pasar, le dira a su padre lo que hizo?
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
micky morales escribió:lo sabia, sabia que santana no se lo tomaria nada bien, es que de verdad eso no debio pasar, brittany la cago en forma, y ahora que va a pasar, le dira a su padre lo que hizo?
Hola, uff no estaba claro que no, vrdd¿? era mucho el milagro xD. Mmm todos cometemos errores, no¿? Yo creo que si. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 64
Capitulo 64
De madrugada, cuando me despierto en mi cama, Alison está tumbada conmigo. Tan pronto como ve que abro los ojos, el morrillo le comienza a temblar.
—Lo siento..., lo siento. Todo ha sido culpa mía por ser tan cotilla. Lo siento.
Me estiro y la abrazo.
Si alguien tiene ahí la culpa soy yo.
Sólo yo.
Yo soy la que besé a Gonzalo y también la que no se lo contó a Santana.
Soy una mala persona y voy a tener que cargar con ese tonto error el resto de mi vida.
Abrazadas estamos hasta que siento que se queda dormida y lentamente me levanto. Al hacerlo, se me cae la flor del pelo que horas antes Santana me ha regalado y, cogiéndola, la beso con amor y la dejo sobre la mesilla.
Cuando salgo al comedor no hay nadie.
Son las seis y media de la mañana y pienso que Santana y Flyn ya habrán llegado a Múnich.
Miro mi móvil.
No tengo ningún mensaje de Santana, y me quiero morir. Estoy por llamarla por teléfono, pero no sé qué decirle.
Todavía con mi traje de flamenca, camino por la cocina de mi papá como una leona enjaulada y, cuando veo las llaves de Villa Morenita sobre la mesa, las cojo, junto a las llaves del coche de mi papá, salgo de la casa a hurtadillas para que nadie me oiga y me dirijo hacia ahí.
Al entrar en la parcela y aparcar el coche, suspiro.
No hace ni doce horas yo estaba aquí más feliz que una perdiz con la mujer de mi vida. Con pesar, abro la puerta de la casa y entro. El silencio del lugar me destroza, pero entro en el precioso y gran salón y lo primero que veo es el vaso de agua que Santana dejó sobre la mesa cuando le pedí que me abrochara el vestido de flamenca.
Atraída como un imán, camino hasta él, lo cojo y, sin dudarlo, paso el borde por mis labios y bebo. Saber que sus labios han rozado el borde de ese vaso y sus manos han tocado el cristal me reconforta.
Una vez acabo el agua, dejo el vaso sobre la mesa y camino hacia nuestra cama. Está sin hacer, con las sábanas revueltas como la dejamos, y me siento en ella.
¿Cómo puedo ser tan mala persona para haberle hecho eso a Santana?
¡¿Cómo?!
El olor de su perfume llega entonces hasta mí y, al agacharme, me doy cuenta de que proviene de las sábanas. Echándome sobre ellas, aspiro su perfume mientras cierro los ojos y me permito llorar.
Necesito llorar sin que nadie me pare mientras poso las manos sobre mi tripa y le pido a mi bebé perdón por el mal momento que le estoy haciendo pasar.
No sé cuánto tiempo llevo ahí cuando, al abrir los ojos, me encuentro con mi hermana sentada en el butacón que hay frente a la cama. Nos miramos durante unos segundos hasta que ella dice:
—Hola, cielo.
—Hola—murmuro incorporándome y, al ser consciente de todo lo que ha pasado, vuelvo a tumbarme y pregunto—¿Qué hora es?
—Las tres y veinte de la tarde—dice y, con un hilo de voz, añade—Lo siento..., siento haber sido tan bocazas y...
—Lo sé, Ali—la corto—Deja de disculparte porque ya estás disculpada. Como diría mamá, las mentiras tienen las patitas muy cortas y al final todo se sabe.
—Pero si yo no hubiera hablado de ese tema no habría pasado nada.
Suspiro.
Tiene razón, pero respondo:
—Y si yo no hubiera propiciado lo de Gonzalo tampoco habría pasado nada. Pero las cosas se hicieron, salieron como salieron, y mi gran error fue no contarle la verdad. Si lo hubiera hecho el otro día, sé que se habría enfadado pero me lo habría perdonado. El problema es que ahora no sé si me lo va a perdonar.
Alison se levanta, camina hacia mí y, mirándome, afirma:
—Te va a perdonar. Santana te quiere.
Que me quiere, lo sé.
Claro que lo sé, nunca lo he dudado.
Sin embargo, como no me apetece seguir hablando de eso, murmuro:
—Creo que me voy a quedar el resto del día en la cama.
—De eso nada, Britty. Te vas a levantar y vas a comer algo. Por si lo has olvidado, dentro de ti crece una vida y necesita alimentarse.
Olvidarlo...
¿Cómo olvidar eso?
Y, sin apetito, miro a mi hermana y pregunto:
—¿Qué hago, Ali? Estoy tan confundida que ahora no sé qué hacer. Tengo tanto miedo de que no quiera verme que...
—No digas tonterías. ¿Cómo no va a querer verte?
Recordar el gesto duro con el que me miró Santana antes de irse me hace suspirar.
—Tú no la conoces. Cuando se enfada, es muy cabezona.
—¿Cabezona? ¿Y tú no eres cabezona?
Miro a mi hermana y sonrío, y a continuación ella dice con carita de pena:
—Debes regresar a tu casa y hablar con ella y, si no quiere escuchar, te juro que voy yo y le monto la de Dios. No sé qué pasó para que Santana tuviera que venir aquí para que la perdonaras, pero si tú la has perdonado, ¿por qué no puede perdonarte ella a ti?
No digo ni mu, mi hermana no entendería lo que pasó.
De pronto, suena mi móvil y, al ver el nombre de Rachel en la pantalla, respondo:
—Hola, Rach.
—Pero, vamos a ver: ¿Santana y tú se han propuesto volvernos locas?
Oír eso me hace sonreír.
No sé por qué lo hago, pero el caso es que lo hago y, tras pedirle a mi hermana un poco de intimidad, ésta sale de la habitación.
—Rach, hice algo terrible—respondo.
—Lo sé.
—Estaba furiosa con San y en Jerez, una madrugada, besé a otro hombre. Pero sólo fue un beso, y te juro por mis hijos que, al besarlo, me di cuenta del error que estaba cometiendo y paré.
Oigo a mi amiga suspirar al otro lado del teléfono y finalmente pregunta:
—¿Regresas mañana?
—Sí, mañana. Aunque quizá cuando llegue no tenga casa.
—No digas tonterías, mujer. Santana es cabezona, pero no es un ser irracional.
Asiento, sé que tiene razón.
Santana nunca me dejaría en la calle, aunque no quisiera verme.
—¿Qué tal tu viaje?—pregunto por cortesía.
—Bien. Ya te contaré.
Rachel no quiere hablar de ella, sólo quiere saber cómo estoy, y pregunta:
—¿Tú estás bien?
La respuesta es no.
Estoy fatal, y respondo:
—No. ¿La has visto?—pregunto a continuación.
—No, cielo. Yo no la he visto, pero Quinn sí. Sonó el teléfono a las seis de la madrugada. Era Flyn asustado. Al parecer, cuando llegaron de viaje, Santana decidió redecorar su despacho.
Enterarme de eso me hace cerrar los ojos.
Pobre Santana y pobre Flyn.
Lo asustado que debía de estar mi niño. Sin duda, la furia pudo con Santana y, horrorizada, voy a decir algo cuando Rachel se me adelanta:
—Pero, no te preocupes, porque Quinn se fue para allá y, tras hablar con ella, Santana se tranquilizó. Hace unas horas se marchó a trabajar a López Inc., y Flyn está conmigo y con Peter en casa. Quinn ha regresado hace un rato con él y por eso sé lo que ha pasado.
La angustia crece y crece en mí.
¿Cómo he podido ser una tonta vengativa?
Tras hablar un par de minutos más con Rachel, quedo en verla al día siguiente.
Después llamo al teléfono del piloto de nuestro jet privado, quedo con él en que al día siguiente me recoja en el aeropuerto de Jerez a las ocho de la mañana y, cuando cuelgo y salgo al salón, miro a mi hermana Alison y, sentándome en una silla, afirmo:
—Mañana a primera hora regresaré a Múnich e intentaré solucionarlo.
A la mañana siguiente, a las siete y veinte, ya estoy con mi papá, mi hermana, Jane y los niños en el aeropuerto.
Mi papá se deshace con Santiago, mientras que Susan está dormida en su cochecito.
Cuando por fin nos dejan entrar en el hangar privado, mi papá besa a los chiquillos. En su cara veo la pena que le da separarse de ellos y, en el momento en que Jane y Alison los suben al jet, mi papá me mira y dice:
—Escucha, mi vida. Estoy seguro de que lo arreglaran pero, si por un casual, ves que la cosa no se soluciona, no olvides que aquí sigues teniendo tu casa, ¿entendido?
—Vale, papá.
Mi papá me mira con sus ojos bonachones y, abriendo los brazos, murmura:
—Te quiero, Britty.
Yo asiento, lo abrazo y no digo nada o lloraré como un mono.
Mi hermana baja del jet, se acerca a nosotros y decido dar por finalizada la despedida. Nunca me han gustado y, tras darles un beso a ambos, camino hacia el jet en el que leo en grande el apellido «López». Una vez subo la escalerilla, me vuelvo, sonrío a esas dos personas que tanto me quieren y quiero, y desaparezco en el interior del avión.
He de regresar a Múnich.
—Lo siento..., lo siento. Todo ha sido culpa mía por ser tan cotilla. Lo siento.
Me estiro y la abrazo.
Si alguien tiene ahí la culpa soy yo.
Sólo yo.
Yo soy la que besé a Gonzalo y también la que no se lo contó a Santana.
Soy una mala persona y voy a tener que cargar con ese tonto error el resto de mi vida.
Abrazadas estamos hasta que siento que se queda dormida y lentamente me levanto. Al hacerlo, se me cae la flor del pelo que horas antes Santana me ha regalado y, cogiéndola, la beso con amor y la dejo sobre la mesilla.
Cuando salgo al comedor no hay nadie.
Son las seis y media de la mañana y pienso que Santana y Flyn ya habrán llegado a Múnich.
Miro mi móvil.
No tengo ningún mensaje de Santana, y me quiero morir. Estoy por llamarla por teléfono, pero no sé qué decirle.
Todavía con mi traje de flamenca, camino por la cocina de mi papá como una leona enjaulada y, cuando veo las llaves de Villa Morenita sobre la mesa, las cojo, junto a las llaves del coche de mi papá, salgo de la casa a hurtadillas para que nadie me oiga y me dirijo hacia ahí.
Al entrar en la parcela y aparcar el coche, suspiro.
No hace ni doce horas yo estaba aquí más feliz que una perdiz con la mujer de mi vida. Con pesar, abro la puerta de la casa y entro. El silencio del lugar me destroza, pero entro en el precioso y gran salón y lo primero que veo es el vaso de agua que Santana dejó sobre la mesa cuando le pedí que me abrochara el vestido de flamenca.
Atraída como un imán, camino hasta él, lo cojo y, sin dudarlo, paso el borde por mis labios y bebo. Saber que sus labios han rozado el borde de ese vaso y sus manos han tocado el cristal me reconforta.
Una vez acabo el agua, dejo el vaso sobre la mesa y camino hacia nuestra cama. Está sin hacer, con las sábanas revueltas como la dejamos, y me siento en ella.
¿Cómo puedo ser tan mala persona para haberle hecho eso a Santana?
¡¿Cómo?!
El olor de su perfume llega entonces hasta mí y, al agacharme, me doy cuenta de que proviene de las sábanas. Echándome sobre ellas, aspiro su perfume mientras cierro los ojos y me permito llorar.
Necesito llorar sin que nadie me pare mientras poso las manos sobre mi tripa y le pido a mi bebé perdón por el mal momento que le estoy haciendo pasar.
No sé cuánto tiempo llevo ahí cuando, al abrir los ojos, me encuentro con mi hermana sentada en el butacón que hay frente a la cama. Nos miramos durante unos segundos hasta que ella dice:
—Hola, cielo.
—Hola—murmuro incorporándome y, al ser consciente de todo lo que ha pasado, vuelvo a tumbarme y pregunto—¿Qué hora es?
—Las tres y veinte de la tarde—dice y, con un hilo de voz, añade—Lo siento..., siento haber sido tan bocazas y...
—Lo sé, Ali—la corto—Deja de disculparte porque ya estás disculpada. Como diría mamá, las mentiras tienen las patitas muy cortas y al final todo se sabe.
—Pero si yo no hubiera hablado de ese tema no habría pasado nada.
Suspiro.
Tiene razón, pero respondo:
—Y si yo no hubiera propiciado lo de Gonzalo tampoco habría pasado nada. Pero las cosas se hicieron, salieron como salieron, y mi gran error fue no contarle la verdad. Si lo hubiera hecho el otro día, sé que se habría enfadado pero me lo habría perdonado. El problema es que ahora no sé si me lo va a perdonar.
Alison se levanta, camina hacia mí y, mirándome, afirma:
—Te va a perdonar. Santana te quiere.
Que me quiere, lo sé.
Claro que lo sé, nunca lo he dudado.
Sin embargo, como no me apetece seguir hablando de eso, murmuro:
—Creo que me voy a quedar el resto del día en la cama.
—De eso nada, Britty. Te vas a levantar y vas a comer algo. Por si lo has olvidado, dentro de ti crece una vida y necesita alimentarse.
Olvidarlo...
¿Cómo olvidar eso?
Y, sin apetito, miro a mi hermana y pregunto:
—¿Qué hago, Ali? Estoy tan confundida que ahora no sé qué hacer. Tengo tanto miedo de que no quiera verme que...
—No digas tonterías. ¿Cómo no va a querer verte?
Recordar el gesto duro con el que me miró Santana antes de irse me hace suspirar.
—Tú no la conoces. Cuando se enfada, es muy cabezona.
—¿Cabezona? ¿Y tú no eres cabezona?
Miro a mi hermana y sonrío, y a continuación ella dice con carita de pena:
—Debes regresar a tu casa y hablar con ella y, si no quiere escuchar, te juro que voy yo y le monto la de Dios. No sé qué pasó para que Santana tuviera que venir aquí para que la perdonaras, pero si tú la has perdonado, ¿por qué no puede perdonarte ella a ti?
No digo ni mu, mi hermana no entendería lo que pasó.
De pronto, suena mi móvil y, al ver el nombre de Rachel en la pantalla, respondo:
—Hola, Rach.
—Pero, vamos a ver: ¿Santana y tú se han propuesto volvernos locas?
Oír eso me hace sonreír.
No sé por qué lo hago, pero el caso es que lo hago y, tras pedirle a mi hermana un poco de intimidad, ésta sale de la habitación.
—Rach, hice algo terrible—respondo.
—Lo sé.
—Estaba furiosa con San y en Jerez, una madrugada, besé a otro hombre. Pero sólo fue un beso, y te juro por mis hijos que, al besarlo, me di cuenta del error que estaba cometiendo y paré.
Oigo a mi amiga suspirar al otro lado del teléfono y finalmente pregunta:
—¿Regresas mañana?
—Sí, mañana. Aunque quizá cuando llegue no tenga casa.
—No digas tonterías, mujer. Santana es cabezona, pero no es un ser irracional.
Asiento, sé que tiene razón.
Santana nunca me dejaría en la calle, aunque no quisiera verme.
—¿Qué tal tu viaje?—pregunto por cortesía.
—Bien. Ya te contaré.
Rachel no quiere hablar de ella, sólo quiere saber cómo estoy, y pregunta:
—¿Tú estás bien?
La respuesta es no.
Estoy fatal, y respondo:
—No. ¿La has visto?—pregunto a continuación.
—No, cielo. Yo no la he visto, pero Quinn sí. Sonó el teléfono a las seis de la madrugada. Era Flyn asustado. Al parecer, cuando llegaron de viaje, Santana decidió redecorar su despacho.
Enterarme de eso me hace cerrar los ojos.
Pobre Santana y pobre Flyn.
Lo asustado que debía de estar mi niño. Sin duda, la furia pudo con Santana y, horrorizada, voy a decir algo cuando Rachel se me adelanta:
—Pero, no te preocupes, porque Quinn se fue para allá y, tras hablar con ella, Santana se tranquilizó. Hace unas horas se marchó a trabajar a López Inc., y Flyn está conmigo y con Peter en casa. Quinn ha regresado hace un rato con él y por eso sé lo que ha pasado.
La angustia crece y crece en mí.
¿Cómo he podido ser una tonta vengativa?
Tras hablar un par de minutos más con Rachel, quedo en verla al día siguiente.
Después llamo al teléfono del piloto de nuestro jet privado, quedo con él en que al día siguiente me recoja en el aeropuerto de Jerez a las ocho de la mañana y, cuando cuelgo y salgo al salón, miro a mi hermana Alison y, sentándome en una silla, afirmo:
—Mañana a primera hora regresaré a Múnich e intentaré solucionarlo.
A la mañana siguiente, a las siete y veinte, ya estoy con mi papá, mi hermana, Jane y los niños en el aeropuerto.
Mi papá se deshace con Santiago, mientras que Susan está dormida en su cochecito.
Cuando por fin nos dejan entrar en el hangar privado, mi papá besa a los chiquillos. En su cara veo la pena que le da separarse de ellos y, en el momento en que Jane y Alison los suben al jet, mi papá me mira y dice:
—Escucha, mi vida. Estoy seguro de que lo arreglaran pero, si por un casual, ves que la cosa no se soluciona, no olvides que aquí sigues teniendo tu casa, ¿entendido?
—Vale, papá.
Mi papá me mira con sus ojos bonachones y, abriendo los brazos, murmura:
—Te quiero, Britty.
Yo asiento, lo abrazo y no digo nada o lloraré como un mono.
Mi hermana baja del jet, se acerca a nosotros y decido dar por finalizada la despedida. Nunca me han gustado y, tras darles un beso a ambos, camino hacia el jet en el que leo en grande el apellido «López». Una vez subo la escalerilla, me vuelvo, sonrío a esas dos personas que tanto me quieren y quiero, y desaparezco en el interior del avión.
He de regresar a Múnich.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
hola morra,..
britt ahora si la cago,..y no la justifico britt lo hizo en sus cinco sentidos y san no,..
es justificado el cabreo de san,.. ahora a ver que hace britt para que la perdone,.
se dieron vueltas las cosas,..
nos vemos!!!
britt ahora si la cago,..y no la justifico britt lo hizo en sus cinco sentidos y san no,..
es justificado el cabreo de san,.. ahora a ver que hace britt para que la perdone,.
se dieron vueltas las cosas,..
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
no hay justificacion posible y Brittany asi lo tiene que aceptar, si hasta su hermana le advirtio cuando decidio quedarse en la dichosa celebracion, ahora a ver que hace!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
No! por qué tiene que pasar algo que haga peor las cosas.
Duraron solo horas reconciliadas, y tenia que pasar algo.
Espero que lo solucionen pronto.
Saludos!!
Duraron solo horas reconciliadas, y tenia que pasar algo.
Espero que lo solucionen pronto.
Saludos!!
Lizz_sanny* - Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 06/12/2015
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
3:) escribió:hola morra,..
britt ahora si la cago,..y no la justifico britt lo hizo en sus cinco sentidos y san no,..
es justificado el cabreo de san,.. ahora a ver que hace britt para que la perdone,.
se dieron vueltas las cosas,..
nos vemos!!!
Hola lu, mmm un poco, no¿? jajajajaajaj, pero tenia muchas cosas por la cual estar enojada, no¿? Si eso, si osea hasta cierto punto XD jajajajaja. sip xD jsjjjaja. Saludos =D
micky morales escribió:no hay justificacion posible y Brittany asi lo tiene que aceptar, si hasta su hermana le advirtio cuando decidio quedarse en la dichosa celebracion, ahora a ver que hace!!!!
Hola, jajajaajaj esk cuando se actúa por enojo no salen bn las cosas, no¿? jajajajaaj. Jajajajaj todo en su contra XD Recuperar su familia jajajaja. Saludos =D
Lizz_sanny escribió:No! por qué tiene que pasar algo que haga peor las cosas.
Duraron solo horas reconciliadas, y tenia que pasar algo.
Espero que lo solucionen pronto.
Saludos!!
Hola, jajajajaajaj esk si no son las personas, es el destino ajajajajjaaj. Jajajaj iban tan bn otra vez jajajajajaja. Tiene que! ajjaajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 65-Fin
Capitulo 65 - Fin
Mi llegada a Múnich me provoca cierta alegría a pesar de la tormenta que hay. Rayos, lluvia y truenos asolan la ciudad, y suspiro mientras pienso que el cielo se ha confabulado con el estado de ánimo de Santana.
Cuando bajo del jet privado en el hangar donde Santana suele tener siempre el avión, sonrío al ver a Rachel apoyada en el coche junto a Will.
Su tripita ya comienza a notarse.
Camina hacia los niños y los abraza, mientras yo abrazo a Will, que, como siempre, se queda parado, aunque luego reacciona y también me abraza con cariño mientras dice:
—Bienvenida a casa, Brittany.
Una vez me separo de Will, mientras Jane y él meten a los niños en el coche, Rachel me mira y murmura sonriendo:
—Anda, dame un abrazo, tontorrona.
Sin dudarlo, me tiro a los brazos de mi gran y buena amiga y, sin querer hablar delante de Will y de Jane, Rachel me mira y dice:
—Venga, vayamos a tu casa.
Asiento.
No puedo ni hablar.
Cuando llegamos, al entrar en la parcela sonrío al ver a Susto y a Calamar correr hacia el vehículo y, cuando Will estaciona en el garaje y abro la puerta, acepto encantada los besos babosos de Susto, mientras Calamar da vueltas como un loco de lo contento que está por vernos a todos.
Feliz por mi regreso miro a mi bichito y, cuando sus ojos y los míos conectan, murmuro:
—Hola, Susto, te he echado mucho de menos.
Como era de esperar, un lengüetazo me cruza la cara, y yo sonrío feliz por mi cuchufleto.
Cuando entramos en casa truena, y Emma viene hacia nosotras con los brazos abiertos, mientras mis niños corren hacia ella y ésta los abraza y los besa. Una vez acaba con ellos, me mira y me abraza también a mí. Feliz, acepto su cariño y la mujer murmura mirándome:
—Otro bebé. Eso es maravilloso, ¡enhorabuena!
Sorprendida porque sepa la noticia, la miro y ella dice guiñándome un ojo:
—Flyn nos lo dijo. Está muy contento con la llegada de su nuevo hermano.
Sonrío y me toco la barriga.
Como siempre decimos, un bebé es motivo de felicidad, pero a este pobre no hago más que darle disgustos desde que lo engendré.
Pobrecito mío.
Tras pasar por la cocina para beber algo, cuando Jane se lleva a los niños, Emma se acerca a mí y dice:
—Ay, hija, el despacho de Santana está como si hubiera habido un terremoto, pero me ha prohibido entrar y recoger nada. Anoche, cuando llegó, tras hablar con Flyn de lo ocurrido y el chico se fue a dormir, se pasó horas sentada en la puerta de entrada con los animales.
—Emma, no seas chismosa—la reprende Will.
Al oír eso, miro al hombre que tanto quiero y respondo:
—No es chismosa, Will. Simplemente me está informando de cómo está la situación.
Él refunfuña algo y, cuando sale de la cocina, Emma murmura mirándolo:
—Hombres, ¡quién los entiende!
Ese comentario me hace sonreír y cuando, segundos después, ella desaparece, me levanto y, cogiendo a Rachel de la mano, digo:
—Vamos.
Mi amiga y yo caminamos hacia el despacho de Santana y, en cuanto abro la puerta y veo el caos, voy a decir algo pero Rachel silba y se me adelanta:
—Sin duda, la morena como decoradora de desastres no tiene precio.
El despacho de Santana es un descalabro: papeles por el suelo, ordenador hecho añicos, vasos de cristal rotos y sillas patas arriba.
Imaginarme a Santana furiosa haciendo eso me parte el corazón; agachándome para comenzar a recoger el estropicio, digo:
—¿Qué hago, Rach? No sé qué hacer. Tengo tanto miedo de que no quiera perdonar que soy incapaz de llamarla o enviarle un simple mensaje al móvil.
Mi amiga, que, sin dudarlo, me ayuda a limpiar el desastre, murmura:
—Creo que tienes que darle un tiempo y hablar con ella dentro de unos días.
—¿Y si no quiere hablar?
—Tendrá que querer.
Asiento.
Tiene razón.
Santana tiene que querer hablar conmigo.
En silencio, durante varios minutos recogemos y limpiamos aquel desastre y, cuando por fin el despacho vuelve a estar al menos sin cristales y papeles en el suelo, apunto:
—Rach, por primera vez en mi vida estoy acobardada.
Al decir eso, Rachel me mira y, poniéndose las manos en las caderas, dice:
—No te creo, Britt. ¿Y sabes por qué no te creo?
Yo niego con la cabeza y ella prosigue:
—Porque si algo te caracteriza y te hace especial es que eres una valiente guerrera que no se rinde nunca ante nada. Y, si quieres a esa mujer como sé que la quieres, tienes que luchar por ella, como ella en otros momentos ha luchado por ti. Vale. Tú has cometido un error, besaste a ese tipo y no se lo dijiste a Santana, pero una vez ella tenga unos días para meditarlo, debes plantarte ante ella y saber qué piensa, qué quiere y qué puedes esperar de ella. ¿O acaso pretendes volver a vivir como vivías sin apenas hablarse ni mirarse?
—No. Claro que no quiero eso.
Imaginarme de nuevo viviendo así me encoge el corazón. Eso no sería bueno, ni para los niños ni para nosotros.
Eso no es vida, y menos para dos personas tan temperamentales como nosotras.
Durante unos segundos pienso..., pienso..., pienso.
Rumio mis penas, me las como, las digiero.
Calibro los pros y los contras de todo lo ocurrido y tomo una decisión. Hay que coger el toro por los cuernos para salir del atolladero. Si Santana me quiere como sé que me quiere, hablará conmigo y, si no lo hace, al menos sabré a qué atenerme.
Por ello, mirando a mi amiga, asiento y digo:
—Me voy a López Inc., a hablar con ella.
—¡¿Ahora?!
—Sí, ahora —asiento decidida.
—Pero si está diluviando...
—No importa.
Rachel me mira y, perdiendo parte de la fuerza que tenía segundos antes, dice:
—¿No crees que sería mejor dejar pasar un par de días para que...?
—No. No lo creo.
Mi amiga asiente, se encoge de hombros y, abrazándome, murmura:
—De acuerdo, comamos algo y, después, vayamos a López Inc.
Media hora después, estamos cruzando Múnich.
Hay un atasco considerable.
La tormenta lo ralentiza todo, excepto mi ansiedad por llegar ahí. Miro mi reloj y veo que son las dos de la tarde. A esa hora, Santana ya habrá comido y estará en el despacho.
Sin duda, le voy a dar la digestión.
Nerviosa, me retuerzo los dedos y le doy vueltas al anillo que tanto significa para nosotras y que ella me llevó a Jerez, mientras Rachel conduce y yo pienso qué decir para no cagarla una vez más.
Cuando llegamos a López Inc., pasamos de largo y metemos el coche en un parking público. Si dejo mi coche en el parking de la oficina, rápidamente sabrá que estoy ahí porque le avisarán.
Mientras caminamos por la calle, parapetadas bajo nuestro paraguas, Rachel, que está tan nerviosa como yo, habla y habla. Me da ánimos y me repite mil veces que estoy embarazada y debo canalizar las emociones para que el bebé no sufra.
Asiento.
No se me olvida que esperando un hijo, pero en este momento mi prioridad es otra.
Cuando llegamos al hall de López Inc., Rachel se para y, mirándome, dice:
—Creo que es mejor que yo no suba. Me quedaré en recepción. A Santana no le gustará hablar de sus problemas conmigo delante.
Sonrío.
Tiene razón.
—Deséame suerte.
Mi amiga me abraza, me aprieta contra su cuerpo.
—La tendrás. Santana te quiere tanto como tú a ella.
Convencida de que es verdad, sonrío, me doy la vuelta y Gunnar, el vigilante jurado, sonríe al verme y dice abriendo una puerta:
—Pase por aquí, señora López-Pierce.
Rápidamente paso por donde él me indica y, mirándolo con una de mis más encantadoras sonrisas, cuchicheo:
—Gunnar, no avises a la secretaria de mi esposa. Quiero darle una sorpresita.
El vigilante asiente y, tras guiñarle el ojo, me dirijo hacia los ascensores.
Hecha un mar de nervios, me meto en el ascensor con otras personas. Pulso el botón de la planta presidencial y los demás aprietan los suyos. Mientras el ascensor se mueve, oigo la músiquita ambiental y sonrío al identificar la canción La chica de Ipanema, y mentalmente la tarareo.
Cuando por fin el ascensor llega a la planta donde mi amor tiene que estar, tomo aire y, levantando el mentón, me encamino hacia su despacho. Por suerte, su secretaria está escribiendo algo y, en cuanto me ve, sin darle tiempo a reaccionar, paso por su lado y digo:
—No hace falta que le avises, Gerta. Ya entro yo.
Y, sin más, agarro los pomos del despacho presidencial y abro la puerta. Santana levanta la cabeza para mirar y veo su ceño fruncido.
Malo... Malo...
Ve que soy yo y su ceño se endurece más. Me entran las fatiguitas de la muerte pero, levantando el mentón, cierro la puerta del despacho y camino hasta ella.
—¿Qué haces aquí?
Las piernas me tiemblan, toda yo tiemblo.
Cuando Santana quiere intimidar, es para echarte a temblar, pero sacando esa fuerza interior que sé que tengo, me acerco hasta su mesa y, parándome frente a ella, digo mientras observo cómo llueve por los grandes ventanales:
—Lo sé. No lo digas. Sé que no debería haberme presentado aquí, pero...
—Bueno si lo sabes—me corta—, ¿Por qué has venido?
Nos miramos durante unos segundos y veo el sufrimiento en sus ojos.
—San, tenemos que hablar.
El amor de mi vida cierra los ojos y se levanta de su sillón como un león enfurecido. Sin embargo, antes de que abra la boca, endurezco el tono y siseo señalándola con el dedo índice:
—Como se te ocurra echarme del despacho, te juro que lo vas a lamentar. A mí me está costando tanto como a ti estar aquí, y más sabiendo que no quieres verme, pero no estoy dispuesta a volver a pasar por la tortura de vivir en la misma casa sin mirarnos, ni hablarnos. Así que, sólo vas a conseguir echarme de aquí por la fuerza, y no creo que sea bonito que tus empleados vean cómo echas a tu mujer del despacho. ¿O sí?
La muy seria perdonavidas morenaza que hay delante de mí encaja la mandíbula y, tras sentarse de nuevo, se recuesta en su imponente sillón de cuero negro.
Su humor está tan oscuro como el día que hace y, mirándome, dice:
—Muy bien. Habla.
Durante unos segundos me quedo congelada ante ella.
¿Qué digo?
¿Qué puedo decir para que deje de mirarme así?
Y, tras meditarlo, apunto:
—San, tienes toda la razón del mundo para estar enfadada conmigo por lo que hice y te oculté. Pero créeme que lo que hice fue fruto del despecho y que, en cuanto besé a Gonzalo, me di cuenta de mi gran error y lo aparté de mi lado. Te juro por nuestros hijos que no hubo más. Sólo necesité un maldito beso para darme cuenta de todo.
Santana no contesta.
Me mira..., me mira y me mira con su cara de perdonavidas y yo, con los nervios a mil, prosigo:
—Me dijiste aquello de «Pídeme lo que quieras y yo te lo daré». Bueno lo que quiero es que me perdones. Viniste a Jerez dispuesto a reconquistarme y hacerme olvidar y para ello, conseguiste que recordara todo lo bueno que hemos vivido, y eso es lo que yo ahora pretendo también. He venido dispuesta a que me perdones y a hacerte recordar nuestros bonitos momentos para que olvides algo que nunca debería haber sucedido.
Mi amor sigue sin decir nada.
Sin duda, sabe cómo martirizarme, pero yo, como una locomotora, prosigo:
—Sanny, te quiero. Te quiero como nunca volveré a querer a otra persona en mi vida y, como creo que lo nuestro merece la pena, por eso estoy aquí. Cuando estaba en Jerez, una noche, charlando con mi papá, hablamos acerca de que la vida muchas veces es injusta y no hay nada peor que perder a alguien y luego lamentarte de lo que podrías haber hecho y no hiciste por absurdos enfados y orgullos. Sé que soy cabezota, testaruda, obstinada, terca, burra, persistente, incorregible, pero también sé que soy tolerante, transigente, tierna y cariñosa.
Tengo la boca seca.
Santana, con su impoluto traje oscuro, no dice nada y, mirando un vaso que ella tiene a su lado, pregunto:
—¿Es agua?
Ella asiente y yo insisto:
—¿Puedo beber?
Santana por fin se mueve, coge el vaso y me lo tiende. Lo cojo, nuestros dedos se rozan y, exaltada por el mal momento que estoy pasando, bebo, bebo y bebo y me acabo el vaso entero.
Una vez dejo el vaso vacío sobre la mesa, sin apartar la mirada de la mujer que se ha propuesto no decir ni una sola palabra, mientras siento que la mala leche comienza a crecer en mí, digo cuando suena un trueno:
—¿Sabes? Creo que la vida nos lo puso difícil para encontrarnos. Tú naciste en Alemania, yo en España, pero el destino quiso que nos encontráramos a pesar de ser dos personas tan diferentes. Desde que estamos juntas, nos ha pasado de todo, hemos aprendido una al lado de la otra muchas cosas, y nuestra vida en pareja ha estado siempre llena de amor y de pasión, a pesar de que, como dice nuestra canción, cuando tú dices blanco, yo respondo negro.
De nuevo, tomo aire y, dispuesta a terminar con mi monólogo, murmuro:
—San, ahora soy yo la que te dice eso de «Pídeme lo que quieras y yo te lo daré». Piensa en todos esos bonitos momentos que hemos vivido juntas, cierra los ojos y pregúntate si te merecerá la pena perdonarme para seguir recopilando momentos increíbles conmigo junto a Flyn, Santiago, Susan y el bebé que crece en mi interior.
Me callo.
Espero que diga algo, pero mi dura alemana no habla.
Joder, de qué mala leche me pone que haga eso.
Simplemente me mira con su gesto de Icewoman cabreada, y de pronto digo:
—Te doy una hora.
—¿Que me das una hora?—veo que por fin pregunta sorprendida.
Asiento.
No sé por qué habré dicho la tontería de la hora.
Como siempre, hablo sin pensar pero, como no quiero dar marcha atrás a la puñetera hora que le he dado, afirmo con la mayor seguridad que puedo mientras miro el reloj:
—Cuando salga de tu despacho, me iré a la cafetería a esperar y tú sabrás si merezco la pena o no—su cara es un poema—Son las dos y media de la tarde; si a las tres y media no has ido a buscarme, significará que no quieres que lo nuestro se solucione y entonces bajaré hasta la recepción, donde Rach me está esperando, y me iré de López Inc., y de tu vida para siempre.
Su gesto se endurece.
Madre mía..., madre mía..., cómo me la estoy jugando.
Pero, sin bajarme de la burra a la que ya me he subido con todos mis trastos, insisto caminando hacia la puerta:
—Tienes una hora.
—Brittany.
Me llama por mi nombre completo.
Mal asunto.
No me vuelvo.
Si quiere, que se levante y vaya en mi busca.
Cierro la puerta y, durante unos segundos, espero a que la maldita puerta se abra y ella aparezca, pero cuando veo que eso no ocurre, con el corazón desbordado por la locura que acabo de proponer, me despido de Gerta con una sonrisa y me encamino hacia el ascensor.
Lo cojo y bajo a la cafetería.
Una vez llego ahí, saludo con afecto a algunos empleados que conozco; espero que no noten lo mal que me siento. Acabo de jugarme en una hora el resto de mi vida; pero ¿qué he hecho?
Con la poca seguridad que me queda, me acerco hasta la barra y pido una coca-cola con hielo.
Estoy sedienta.
Cuando me sirven, me siento a una de las mesas junto al ventanal, saco mi móvil, lo dejo sobre la mesa y lo miro mientras pienso si Santana llamará o vendrá.
Angustiada, observo cómo los minutos pasan y Santana no aparece.
Miro al exterior. El cielo tiene una tonalidad gris, tan gris como mi puñetero día.
A las tres de la tarde estoy que echo fuego por las orejas.
¿De verdad no va a venir?
A las tres y cuarto, tengo el cuello hecho un Cristo de ronchones.
¡Maldita cabezona!
A las tres y veinticinco, miro la puerta, tiene que aparecer de un momento a otro.
¡Tiene que aparecer!
Mi mala leche crece, crece y crece, y me siento idiota, imbécil por lo que he hecho, mientras unas irrefrenables ganas de llorar me toman, pero me aguanto.
No he de llorar.
A las tres y media, sin esperar un segundo más, me levanto y, con la dignidad que me queda, me encamino hacia el ascensor mientras me cago en Santana López y en toda su casta.
Al llegar, veo que uno de los dos ascensores está fuera de servicio.
Joder.
Tendré que esperar más.
Mientras espero a que llegue el único ascensor que funciona en la empresa, soy incapaz de razonar. El amor de mi vida acaba de meterme un fatídico golazo de los terribles y asoladores por toda la escuadra. Le he abierto mi corazón y a la muy gilipollas le ha dado igual.
El ascensor llega.
Está petado de gente, y pulso el botón que me llevará a la planta baja, que ya está accionado.
Las ganas de llorar regresan a mí y vuelvo a tragarme las lágrimas mientras mi cabeza es un barullo de preguntas sin respuesta y siento que mi corazón se ralentiza dolorido por la cruda realidad.
De pronto, el ascensor se para entre dos pisos, las luces se apagan y se encienden y unas mujeres que hay a mi alrededor se asustan.
Joder...
¿Y ahora esto?
Durante unos segundos todos los que estamos en el ascensor esperamos a que vuelva a funcionar, pero pasados unos treinta segundos, una de las mujeres comienza a apretar todos los botones con urgencia. Al ver que a aquélla le va a dar un ataque de un momento a otro, la miro y, llamando su atención, digo:
—A ver..., tranquila. ¿Cómo te llamas?
—Lisa.
Su cara no me suena y, mirándola, pregunto:
—¿Trabajas en López Inc.?
—No. He venido... he venido a una entrevista.
Varias de las personas que hay ahí comienzan a comentar que han venido a esa entrevista y, al ver que ya han entablado una conversación, digo:
—Escuchen. El ascensor se ha parado porque se habrá ido la luz con la tormenta, pero sin duda los conserjes que están en la primera planta ya se habrán dado cuenta y pronto lo solucionarán.
A la mujer le tiemblan hasta las pestañas.
Pobrecita.
Sin embargo, parece que poco a poco se tranquiliza.
Pasan los minutos y, cuando soy consciente de dónde estoy, cómo estoy y encima encerrada, siento que voy a explotar de un momento a otro. Estar encerrada en un ascensor nunca me ha gustado, y comienzo a sudar.
Por suerte, llevo el mismo bolso que he traído de Jerez, y dentro está el abanico de flores que Tiaré, una amiga, me regaló. Rápidamente lo saco y comienzo a darme aire.
Madre mía..., madre mía, qué calorazo que me está entrando, y qué angustia de estar encerrada.
Joder..., joder...
¿A qué me mareo?
—¿Te encuentras bien?
Al oír esa voz, ralentizo los abanicazos que me estoy dando y, dándome la vuelta para mirar, me quedo sin habla cuando me encuentro a la mujer que ya no sé si me ha roto el corazón, el alma o qué.
Durante unos segundos la miro con gesto oscuro.
Quiero que note lo decepcionada que estoy con ella y, al ver que no dice nada más, me vuelvo de nuevo y sigo abanicándome. Pero, de pronto, me rasco el cuello y oigo en mi oído:
—No, Britt-Britt..., eso sólo lo empeorará.
Y siento cómo retira mi mano y sopla sobre mi cuello.
Eso... El aire que sale de su boca y da en mi piel eriza todo el vello de mi cuerpo, cuando lo oigo decir:
—¿Sabes? Hace años, el destino hizo que te conociera en un ascensor que se paró justamente como éste en España. En poco menos de cinco minutos me enamoré locamente de ti mientras me contabas que, si te entraba el nervio, eras capaz de echar espumarajos por la boca y convertirte en la niña de El exorcista.
Oír eso me da la vida.
Santana, mi Santana, vuelve a tirar de nuestros recuerdos.
Aun así, no digo nada.
No puedo.
Siento que mi alemana se acerca un poco más a mí y, tras soplarme de nuevo en mi enrojecido cuello, prosigue:
—Tú me has dado unos hijos preciosos y me vas a dar otro igual de bonito, pero sin lugar a dudas lo mejor de mi vida eres tú. Mi Britt-Britt. Mi preciosa rubia a la que le encanta retarme todos los días y a la que adoro ver sonreír—noto que toma aire y continúa—Me dijiste que las cosas que merecen la pena en la vida nunca son sencillas. Y tienes razón. Ni tú ni yo somos sencillas, pero nos queremos y nos queremos tanto que ya no podemos estar la una sin la otra.
Ay, que me da...
Entre el calor que hace aquí y el ataque de romanticismo que le ha entrado, creo que definitivamente me voy a desmayar, cuando de pronto siento que una de sus manos me coge del brazo, me da la vuelta para que la mire y, enseñándome un paquete de chicles de fresa, dice:
—¿Quieres uno?
Como una tonta, y sin importarme cómo nos miran, asiento.
Con una encantadora sonrisa, Santana saca un chicle, le quita el papel y directamente lo mete en mi boca. Acto seguido, yo cojo otro, lo abro y se lo meto a ella en la boca.
Qué bonito recuerdo aquél.
Luego, ambas sonreímos y ella afirma:
—Ahí está. Ésa es la sonrisa en la que pienso a cada momento del día.
Vale, ya me tiene.
Ya vuelve a tenerme donde ella quería, y entonces pregunto:
—¿Qué haces aquí?
Apoyando el hombro en la pared del ascensor para estar más cerca de mi cara, murmura:
—Quería darte un golpe de efecto tras lo que me has dicho y llevo más de media hora metida en el ascensor subiendo y bajando. Tenía miedo de que te fueras antes de la hora y por eso inutilicé uno de los ascensores para que no te escaparas de mí—y, acercándose a mí, afirma—Por cierto, que sepas que, cuando salga de aquí, Quinn me va a degollar.
—¿Por qué? —pregunto curiosa.
Mi alemana sonríe y hace gala de esos preciosos hoyuelos que tiene y, acercándose aún más, cuchichea con cuidado de no ser oída:
—Como me dijiste que Rachel estaba esperándote en recepción, la llamé y le pedí que trajera a Peter para que pirateara el software de los ascensores para poder quedarme aquí encerrada contigo.
Eso me provoca risa.
Pero ¿qué ha hecho ese loco?
Y yo pensando que había sido la tormenta.
De pronto comienza a sonar por el altavoz del ascensor nuestra canción. Malú canta Blanco y negro, y Santana me mira con una ponzoñosa sonrisa, me guiña el ojo y murmura:
—Si fallaba el golpe de efecto al verme, sin duda nuestra canción me daría otra oportunidad.
Vuelvo a sonreír.
Santana, mi amor, la mujer de mi vida y dueña de mi corazón, está haciendo lo que necesito.
Hace lo que cualquier mujer necesita ver para sentir que la persona a la que ama está tan enamorada como ella.
—No me ha hecho falta una hora para saber que no quiero vivir sin ti—susurra entonces con voz ronca—, Pero sí para preparar todo esto. Por nada del mundo voy a dejar que te vayas de mi vida porque te quiero y porque los recuerdos que tú y yo tenemos juntas y los que vamos a atesorar en nuestro camino son mucho más importantes que las tontas piedras que tenemos que saltar para continuar con nuestro amor.
—Vaya...—murmuro boquiabierta por sus palabras mientras Malú relata nuestra increíble historia de amor.
Desde luego, cuando mi Icewoman quiere, tiene un don de la palabra y de la improvisación impresionante.
—Por cierto—continúa sin importarle las personas que nos miran y cuchichean—Ya lo había hecho antes de ir a Jerez, pero quiero que sepas que he delegado en varios de mis directivos muchas cosas y, en adelante, tú y yo vamos a disfrutar de nuestras vidas porque, como bien dijiste hace poco, ¿de qué sirve el dinero si no lo disfrutamos? Y, por último, pero no menos importante, quiero decirte que antes, en mi despacho, has olvidado decir que, además de todas esas cosas que has mencionado, eres mi amor, eres apasionada, besucona, maternal, hogareña, malhablada, loca, interesante, apetecible, dura, divertida, sexi, guerrera, pasional, y podría seguir y seguir y seguir diciéndote los millones de cosas buenas y positivas que tienes, pero ahora necesito besarte. ¿Puedo?
Enamorada, la miro.
Sin duda, somos tal para cual y, negando con la cabeza, murmuro:
—No.
Su gesto de sorpresa me hace gracia.
—¿Por qué? —pregunta.
Sonrío divertida.
Mi corazón va a estallar de felicidad y, acoplándome más a ella, susurro acercando mi boca a la suya:
—Gilipollas, porque te voy a besar yo.
Nuestras bocas se encuentran.
Nuestros cuerpos se recuperan.
Nuestros corazones vuelven a latir al unísono y, cuando nuestras lenguas chocan y se devoran con auténtica pasión, de pronto me atraganto y, separándome de ella, cuchicheo:
—Joder, cariño, acabo de tragarme el chicle.
Santana suelta una risotada, nos abrazamos ante la cara de todos los que nos miran y luego murmura con disimulo:
—Creo que es mejor que avise a Peter para que haga que el ascensor se mueva.
Atontada por la locura que mi amor ha hecho por mí en la empresa, afirmo olvidándome del chicle:
—Sí. Saquemos a estas personas del ascensor.
Santana pulsa un botón de su móvil y, pasados unos segundos, el ascensor se mueve y las personas que hay a nuestro alrededor se miran sorprendidas y aplauden.
Cuando el ascensor llega a la planta baja y todos salen, Santana me da la mano, yo se la agarro con fuerza y seguridad y, encantadas y felices, salimos del ascensor, sabiendo que a partir de ahora, unidas, somos indestructibles y que nada ni nadie podrá con nuestro auténtico, loco y apasionado amor.
Cuando bajo del jet privado en el hangar donde Santana suele tener siempre el avión, sonrío al ver a Rachel apoyada en el coche junto a Will.
Su tripita ya comienza a notarse.
Camina hacia los niños y los abraza, mientras yo abrazo a Will, que, como siempre, se queda parado, aunque luego reacciona y también me abraza con cariño mientras dice:
—Bienvenida a casa, Brittany.
Una vez me separo de Will, mientras Jane y él meten a los niños en el coche, Rachel me mira y murmura sonriendo:
—Anda, dame un abrazo, tontorrona.
Sin dudarlo, me tiro a los brazos de mi gran y buena amiga y, sin querer hablar delante de Will y de Jane, Rachel me mira y dice:
—Venga, vayamos a tu casa.
Asiento.
No puedo ni hablar.
Cuando llegamos, al entrar en la parcela sonrío al ver a Susto y a Calamar correr hacia el vehículo y, cuando Will estaciona en el garaje y abro la puerta, acepto encantada los besos babosos de Susto, mientras Calamar da vueltas como un loco de lo contento que está por vernos a todos.
Feliz por mi regreso miro a mi bichito y, cuando sus ojos y los míos conectan, murmuro:
—Hola, Susto, te he echado mucho de menos.
Como era de esperar, un lengüetazo me cruza la cara, y yo sonrío feliz por mi cuchufleto.
Cuando entramos en casa truena, y Emma viene hacia nosotras con los brazos abiertos, mientras mis niños corren hacia ella y ésta los abraza y los besa. Una vez acaba con ellos, me mira y me abraza también a mí. Feliz, acepto su cariño y la mujer murmura mirándome:
—Otro bebé. Eso es maravilloso, ¡enhorabuena!
Sorprendida porque sepa la noticia, la miro y ella dice guiñándome un ojo:
—Flyn nos lo dijo. Está muy contento con la llegada de su nuevo hermano.
Sonrío y me toco la barriga.
Como siempre decimos, un bebé es motivo de felicidad, pero a este pobre no hago más que darle disgustos desde que lo engendré.
Pobrecito mío.
Tras pasar por la cocina para beber algo, cuando Jane se lleva a los niños, Emma se acerca a mí y dice:
—Ay, hija, el despacho de Santana está como si hubiera habido un terremoto, pero me ha prohibido entrar y recoger nada. Anoche, cuando llegó, tras hablar con Flyn de lo ocurrido y el chico se fue a dormir, se pasó horas sentada en la puerta de entrada con los animales.
—Emma, no seas chismosa—la reprende Will.
Al oír eso, miro al hombre que tanto quiero y respondo:
—No es chismosa, Will. Simplemente me está informando de cómo está la situación.
Él refunfuña algo y, cuando sale de la cocina, Emma murmura mirándolo:
—Hombres, ¡quién los entiende!
Ese comentario me hace sonreír y cuando, segundos después, ella desaparece, me levanto y, cogiendo a Rachel de la mano, digo:
—Vamos.
Mi amiga y yo caminamos hacia el despacho de Santana y, en cuanto abro la puerta y veo el caos, voy a decir algo pero Rachel silba y se me adelanta:
—Sin duda, la morena como decoradora de desastres no tiene precio.
El despacho de Santana es un descalabro: papeles por el suelo, ordenador hecho añicos, vasos de cristal rotos y sillas patas arriba.
Imaginarme a Santana furiosa haciendo eso me parte el corazón; agachándome para comenzar a recoger el estropicio, digo:
—¿Qué hago, Rach? No sé qué hacer. Tengo tanto miedo de que no quiera perdonar que soy incapaz de llamarla o enviarle un simple mensaje al móvil.
Mi amiga, que, sin dudarlo, me ayuda a limpiar el desastre, murmura:
—Creo que tienes que darle un tiempo y hablar con ella dentro de unos días.
—¿Y si no quiere hablar?
—Tendrá que querer.
Asiento.
Tiene razón.
Santana tiene que querer hablar conmigo.
En silencio, durante varios minutos recogemos y limpiamos aquel desastre y, cuando por fin el despacho vuelve a estar al menos sin cristales y papeles en el suelo, apunto:
—Rach, por primera vez en mi vida estoy acobardada.
Al decir eso, Rachel me mira y, poniéndose las manos en las caderas, dice:
—No te creo, Britt. ¿Y sabes por qué no te creo?
Yo niego con la cabeza y ella prosigue:
—Porque si algo te caracteriza y te hace especial es que eres una valiente guerrera que no se rinde nunca ante nada. Y, si quieres a esa mujer como sé que la quieres, tienes que luchar por ella, como ella en otros momentos ha luchado por ti. Vale. Tú has cometido un error, besaste a ese tipo y no se lo dijiste a Santana, pero una vez ella tenga unos días para meditarlo, debes plantarte ante ella y saber qué piensa, qué quiere y qué puedes esperar de ella. ¿O acaso pretendes volver a vivir como vivías sin apenas hablarse ni mirarse?
—No. Claro que no quiero eso.
Imaginarme de nuevo viviendo así me encoge el corazón. Eso no sería bueno, ni para los niños ni para nosotros.
Eso no es vida, y menos para dos personas tan temperamentales como nosotras.
Durante unos segundos pienso..., pienso..., pienso.
Rumio mis penas, me las como, las digiero.
Calibro los pros y los contras de todo lo ocurrido y tomo una decisión. Hay que coger el toro por los cuernos para salir del atolladero. Si Santana me quiere como sé que me quiere, hablará conmigo y, si no lo hace, al menos sabré a qué atenerme.
Por ello, mirando a mi amiga, asiento y digo:
—Me voy a López Inc., a hablar con ella.
—¡¿Ahora?!
—Sí, ahora —asiento decidida.
—Pero si está diluviando...
—No importa.
Rachel me mira y, perdiendo parte de la fuerza que tenía segundos antes, dice:
—¿No crees que sería mejor dejar pasar un par de días para que...?
—No. No lo creo.
Mi amiga asiente, se encoge de hombros y, abrazándome, murmura:
—De acuerdo, comamos algo y, después, vayamos a López Inc.
Media hora después, estamos cruzando Múnich.
Hay un atasco considerable.
La tormenta lo ralentiza todo, excepto mi ansiedad por llegar ahí. Miro mi reloj y veo que son las dos de la tarde. A esa hora, Santana ya habrá comido y estará en el despacho.
Sin duda, le voy a dar la digestión.
Nerviosa, me retuerzo los dedos y le doy vueltas al anillo que tanto significa para nosotras y que ella me llevó a Jerez, mientras Rachel conduce y yo pienso qué decir para no cagarla una vez más.
Cuando llegamos a López Inc., pasamos de largo y metemos el coche en un parking público. Si dejo mi coche en el parking de la oficina, rápidamente sabrá que estoy ahí porque le avisarán.
Mientras caminamos por la calle, parapetadas bajo nuestro paraguas, Rachel, que está tan nerviosa como yo, habla y habla. Me da ánimos y me repite mil veces que estoy embarazada y debo canalizar las emociones para que el bebé no sufra.
Asiento.
No se me olvida que esperando un hijo, pero en este momento mi prioridad es otra.
Cuando llegamos al hall de López Inc., Rachel se para y, mirándome, dice:
—Creo que es mejor que yo no suba. Me quedaré en recepción. A Santana no le gustará hablar de sus problemas conmigo delante.
Sonrío.
Tiene razón.
—Deséame suerte.
Mi amiga me abraza, me aprieta contra su cuerpo.
—La tendrás. Santana te quiere tanto como tú a ella.
Convencida de que es verdad, sonrío, me doy la vuelta y Gunnar, el vigilante jurado, sonríe al verme y dice abriendo una puerta:
—Pase por aquí, señora López-Pierce.
Rápidamente paso por donde él me indica y, mirándolo con una de mis más encantadoras sonrisas, cuchicheo:
—Gunnar, no avises a la secretaria de mi esposa. Quiero darle una sorpresita.
El vigilante asiente y, tras guiñarle el ojo, me dirijo hacia los ascensores.
Hecha un mar de nervios, me meto en el ascensor con otras personas. Pulso el botón de la planta presidencial y los demás aprietan los suyos. Mientras el ascensor se mueve, oigo la músiquita ambiental y sonrío al identificar la canción La chica de Ipanema, y mentalmente la tarareo.
Cuando por fin el ascensor llega a la planta donde mi amor tiene que estar, tomo aire y, levantando el mentón, me encamino hacia su despacho. Por suerte, su secretaria está escribiendo algo y, en cuanto me ve, sin darle tiempo a reaccionar, paso por su lado y digo:
—No hace falta que le avises, Gerta. Ya entro yo.
Y, sin más, agarro los pomos del despacho presidencial y abro la puerta. Santana levanta la cabeza para mirar y veo su ceño fruncido.
Malo... Malo...
Ve que soy yo y su ceño se endurece más. Me entran las fatiguitas de la muerte pero, levantando el mentón, cierro la puerta del despacho y camino hasta ella.
—¿Qué haces aquí?
Las piernas me tiemblan, toda yo tiemblo.
Cuando Santana quiere intimidar, es para echarte a temblar, pero sacando esa fuerza interior que sé que tengo, me acerco hasta su mesa y, parándome frente a ella, digo mientras observo cómo llueve por los grandes ventanales:
—Lo sé. No lo digas. Sé que no debería haberme presentado aquí, pero...
—Bueno si lo sabes—me corta—, ¿Por qué has venido?
Nos miramos durante unos segundos y veo el sufrimiento en sus ojos.
—San, tenemos que hablar.
El amor de mi vida cierra los ojos y se levanta de su sillón como un león enfurecido. Sin embargo, antes de que abra la boca, endurezco el tono y siseo señalándola con el dedo índice:
—Como se te ocurra echarme del despacho, te juro que lo vas a lamentar. A mí me está costando tanto como a ti estar aquí, y más sabiendo que no quieres verme, pero no estoy dispuesta a volver a pasar por la tortura de vivir en la misma casa sin mirarnos, ni hablarnos. Así que, sólo vas a conseguir echarme de aquí por la fuerza, y no creo que sea bonito que tus empleados vean cómo echas a tu mujer del despacho. ¿O sí?
La muy seria perdonavidas morenaza que hay delante de mí encaja la mandíbula y, tras sentarse de nuevo, se recuesta en su imponente sillón de cuero negro.
Su humor está tan oscuro como el día que hace y, mirándome, dice:
—Muy bien. Habla.
Durante unos segundos me quedo congelada ante ella.
¿Qué digo?
¿Qué puedo decir para que deje de mirarme así?
Y, tras meditarlo, apunto:
—San, tienes toda la razón del mundo para estar enfadada conmigo por lo que hice y te oculté. Pero créeme que lo que hice fue fruto del despecho y que, en cuanto besé a Gonzalo, me di cuenta de mi gran error y lo aparté de mi lado. Te juro por nuestros hijos que no hubo más. Sólo necesité un maldito beso para darme cuenta de todo.
Santana no contesta.
Me mira..., me mira y me mira con su cara de perdonavidas y yo, con los nervios a mil, prosigo:
—Me dijiste aquello de «Pídeme lo que quieras y yo te lo daré». Bueno lo que quiero es que me perdones. Viniste a Jerez dispuesto a reconquistarme y hacerme olvidar y para ello, conseguiste que recordara todo lo bueno que hemos vivido, y eso es lo que yo ahora pretendo también. He venido dispuesta a que me perdones y a hacerte recordar nuestros bonitos momentos para que olvides algo que nunca debería haber sucedido.
Mi amor sigue sin decir nada.
Sin duda, sabe cómo martirizarme, pero yo, como una locomotora, prosigo:
—Sanny, te quiero. Te quiero como nunca volveré a querer a otra persona en mi vida y, como creo que lo nuestro merece la pena, por eso estoy aquí. Cuando estaba en Jerez, una noche, charlando con mi papá, hablamos acerca de que la vida muchas veces es injusta y no hay nada peor que perder a alguien y luego lamentarte de lo que podrías haber hecho y no hiciste por absurdos enfados y orgullos. Sé que soy cabezota, testaruda, obstinada, terca, burra, persistente, incorregible, pero también sé que soy tolerante, transigente, tierna y cariñosa.
Tengo la boca seca.
Santana, con su impoluto traje oscuro, no dice nada y, mirando un vaso que ella tiene a su lado, pregunto:
—¿Es agua?
Ella asiente y yo insisto:
—¿Puedo beber?
Santana por fin se mueve, coge el vaso y me lo tiende. Lo cojo, nuestros dedos se rozan y, exaltada por el mal momento que estoy pasando, bebo, bebo y bebo y me acabo el vaso entero.
Una vez dejo el vaso vacío sobre la mesa, sin apartar la mirada de la mujer que se ha propuesto no decir ni una sola palabra, mientras siento que la mala leche comienza a crecer en mí, digo cuando suena un trueno:
—¿Sabes? Creo que la vida nos lo puso difícil para encontrarnos. Tú naciste en Alemania, yo en España, pero el destino quiso que nos encontráramos a pesar de ser dos personas tan diferentes. Desde que estamos juntas, nos ha pasado de todo, hemos aprendido una al lado de la otra muchas cosas, y nuestra vida en pareja ha estado siempre llena de amor y de pasión, a pesar de que, como dice nuestra canción, cuando tú dices blanco, yo respondo negro.
De nuevo, tomo aire y, dispuesta a terminar con mi monólogo, murmuro:
—San, ahora soy yo la que te dice eso de «Pídeme lo que quieras y yo te lo daré». Piensa en todos esos bonitos momentos que hemos vivido juntas, cierra los ojos y pregúntate si te merecerá la pena perdonarme para seguir recopilando momentos increíbles conmigo junto a Flyn, Santiago, Susan y el bebé que crece en mi interior.
Me callo.
Espero que diga algo, pero mi dura alemana no habla.
Joder, de qué mala leche me pone que haga eso.
Simplemente me mira con su gesto de Icewoman cabreada, y de pronto digo:
—Te doy una hora.
—¿Que me das una hora?—veo que por fin pregunta sorprendida.
Asiento.
No sé por qué habré dicho la tontería de la hora.
Como siempre, hablo sin pensar pero, como no quiero dar marcha atrás a la puñetera hora que le he dado, afirmo con la mayor seguridad que puedo mientras miro el reloj:
—Cuando salga de tu despacho, me iré a la cafetería a esperar y tú sabrás si merezco la pena o no—su cara es un poema—Son las dos y media de la tarde; si a las tres y media no has ido a buscarme, significará que no quieres que lo nuestro se solucione y entonces bajaré hasta la recepción, donde Rach me está esperando, y me iré de López Inc., y de tu vida para siempre.
Su gesto se endurece.
Madre mía..., madre mía..., cómo me la estoy jugando.
Pero, sin bajarme de la burra a la que ya me he subido con todos mis trastos, insisto caminando hacia la puerta:
—Tienes una hora.
—Brittany.
Me llama por mi nombre completo.
Mal asunto.
No me vuelvo.
Si quiere, que se levante y vaya en mi busca.
Cierro la puerta y, durante unos segundos, espero a que la maldita puerta se abra y ella aparezca, pero cuando veo que eso no ocurre, con el corazón desbordado por la locura que acabo de proponer, me despido de Gerta con una sonrisa y me encamino hacia el ascensor.
Lo cojo y bajo a la cafetería.
Una vez llego ahí, saludo con afecto a algunos empleados que conozco; espero que no noten lo mal que me siento. Acabo de jugarme en una hora el resto de mi vida; pero ¿qué he hecho?
Con la poca seguridad que me queda, me acerco hasta la barra y pido una coca-cola con hielo.
Estoy sedienta.
Cuando me sirven, me siento a una de las mesas junto al ventanal, saco mi móvil, lo dejo sobre la mesa y lo miro mientras pienso si Santana llamará o vendrá.
Angustiada, observo cómo los minutos pasan y Santana no aparece.
Miro al exterior. El cielo tiene una tonalidad gris, tan gris como mi puñetero día.
A las tres de la tarde estoy que echo fuego por las orejas.
¿De verdad no va a venir?
A las tres y cuarto, tengo el cuello hecho un Cristo de ronchones.
¡Maldita cabezona!
A las tres y veinticinco, miro la puerta, tiene que aparecer de un momento a otro.
¡Tiene que aparecer!
Mi mala leche crece, crece y crece, y me siento idiota, imbécil por lo que he hecho, mientras unas irrefrenables ganas de llorar me toman, pero me aguanto.
No he de llorar.
A las tres y media, sin esperar un segundo más, me levanto y, con la dignidad que me queda, me encamino hacia el ascensor mientras me cago en Santana López y en toda su casta.
Al llegar, veo que uno de los dos ascensores está fuera de servicio.
Joder.
Tendré que esperar más.
Mientras espero a que llegue el único ascensor que funciona en la empresa, soy incapaz de razonar. El amor de mi vida acaba de meterme un fatídico golazo de los terribles y asoladores por toda la escuadra. Le he abierto mi corazón y a la muy gilipollas le ha dado igual.
El ascensor llega.
Está petado de gente, y pulso el botón que me llevará a la planta baja, que ya está accionado.
Las ganas de llorar regresan a mí y vuelvo a tragarme las lágrimas mientras mi cabeza es un barullo de preguntas sin respuesta y siento que mi corazón se ralentiza dolorido por la cruda realidad.
De pronto, el ascensor se para entre dos pisos, las luces se apagan y se encienden y unas mujeres que hay a mi alrededor se asustan.
Joder...
¿Y ahora esto?
Durante unos segundos todos los que estamos en el ascensor esperamos a que vuelva a funcionar, pero pasados unos treinta segundos, una de las mujeres comienza a apretar todos los botones con urgencia. Al ver que a aquélla le va a dar un ataque de un momento a otro, la miro y, llamando su atención, digo:
—A ver..., tranquila. ¿Cómo te llamas?
—Lisa.
Su cara no me suena y, mirándola, pregunto:
—¿Trabajas en López Inc.?
—No. He venido... he venido a una entrevista.
Varias de las personas que hay ahí comienzan a comentar que han venido a esa entrevista y, al ver que ya han entablado una conversación, digo:
—Escuchen. El ascensor se ha parado porque se habrá ido la luz con la tormenta, pero sin duda los conserjes que están en la primera planta ya se habrán dado cuenta y pronto lo solucionarán.
A la mujer le tiemblan hasta las pestañas.
Pobrecita.
Sin embargo, parece que poco a poco se tranquiliza.
Pasan los minutos y, cuando soy consciente de dónde estoy, cómo estoy y encima encerrada, siento que voy a explotar de un momento a otro. Estar encerrada en un ascensor nunca me ha gustado, y comienzo a sudar.
Por suerte, llevo el mismo bolso que he traído de Jerez, y dentro está el abanico de flores que Tiaré, una amiga, me regaló. Rápidamente lo saco y comienzo a darme aire.
Madre mía..., madre mía, qué calorazo que me está entrando, y qué angustia de estar encerrada.
Joder..., joder...
¿A qué me mareo?
—¿Te encuentras bien?
Al oír esa voz, ralentizo los abanicazos que me estoy dando y, dándome la vuelta para mirar, me quedo sin habla cuando me encuentro a la mujer que ya no sé si me ha roto el corazón, el alma o qué.
Durante unos segundos la miro con gesto oscuro.
Quiero que note lo decepcionada que estoy con ella y, al ver que no dice nada más, me vuelvo de nuevo y sigo abanicándome. Pero, de pronto, me rasco el cuello y oigo en mi oído:
—No, Britt-Britt..., eso sólo lo empeorará.
Y siento cómo retira mi mano y sopla sobre mi cuello.
Eso... El aire que sale de su boca y da en mi piel eriza todo el vello de mi cuerpo, cuando lo oigo decir:
—¿Sabes? Hace años, el destino hizo que te conociera en un ascensor que se paró justamente como éste en España. En poco menos de cinco minutos me enamoré locamente de ti mientras me contabas que, si te entraba el nervio, eras capaz de echar espumarajos por la boca y convertirte en la niña de El exorcista.
Oír eso me da la vida.
Santana, mi Santana, vuelve a tirar de nuestros recuerdos.
Aun así, no digo nada.
No puedo.
Siento que mi alemana se acerca un poco más a mí y, tras soplarme de nuevo en mi enrojecido cuello, prosigue:
—Tú me has dado unos hijos preciosos y me vas a dar otro igual de bonito, pero sin lugar a dudas lo mejor de mi vida eres tú. Mi Britt-Britt. Mi preciosa rubia a la que le encanta retarme todos los días y a la que adoro ver sonreír—noto que toma aire y continúa—Me dijiste que las cosas que merecen la pena en la vida nunca son sencillas. Y tienes razón. Ni tú ni yo somos sencillas, pero nos queremos y nos queremos tanto que ya no podemos estar la una sin la otra.
Ay, que me da...
Entre el calor que hace aquí y el ataque de romanticismo que le ha entrado, creo que definitivamente me voy a desmayar, cuando de pronto siento que una de sus manos me coge del brazo, me da la vuelta para que la mire y, enseñándome un paquete de chicles de fresa, dice:
—¿Quieres uno?
Como una tonta, y sin importarme cómo nos miran, asiento.
Con una encantadora sonrisa, Santana saca un chicle, le quita el papel y directamente lo mete en mi boca. Acto seguido, yo cojo otro, lo abro y se lo meto a ella en la boca.
Qué bonito recuerdo aquél.
Luego, ambas sonreímos y ella afirma:
—Ahí está. Ésa es la sonrisa en la que pienso a cada momento del día.
Vale, ya me tiene.
Ya vuelve a tenerme donde ella quería, y entonces pregunto:
—¿Qué haces aquí?
Apoyando el hombro en la pared del ascensor para estar más cerca de mi cara, murmura:
—Quería darte un golpe de efecto tras lo que me has dicho y llevo más de media hora metida en el ascensor subiendo y bajando. Tenía miedo de que te fueras antes de la hora y por eso inutilicé uno de los ascensores para que no te escaparas de mí—y, acercándose a mí, afirma—Por cierto, que sepas que, cuando salga de aquí, Quinn me va a degollar.
—¿Por qué? —pregunto curiosa.
Mi alemana sonríe y hace gala de esos preciosos hoyuelos que tiene y, acercándose aún más, cuchichea con cuidado de no ser oída:
—Como me dijiste que Rachel estaba esperándote en recepción, la llamé y le pedí que trajera a Peter para que pirateara el software de los ascensores para poder quedarme aquí encerrada contigo.
Eso me provoca risa.
Pero ¿qué ha hecho ese loco?
Y yo pensando que había sido la tormenta.
De pronto comienza a sonar por el altavoz del ascensor nuestra canción. Malú canta Blanco y negro, y Santana me mira con una ponzoñosa sonrisa, me guiña el ojo y murmura:
—Si fallaba el golpe de efecto al verme, sin duda nuestra canción me daría otra oportunidad.
Vuelvo a sonreír.
Santana, mi amor, la mujer de mi vida y dueña de mi corazón, está haciendo lo que necesito.
Hace lo que cualquier mujer necesita ver para sentir que la persona a la que ama está tan enamorada como ella.
—No me ha hecho falta una hora para saber que no quiero vivir sin ti—susurra entonces con voz ronca—, Pero sí para preparar todo esto. Por nada del mundo voy a dejar que te vayas de mi vida porque te quiero y porque los recuerdos que tú y yo tenemos juntas y los que vamos a atesorar en nuestro camino son mucho más importantes que las tontas piedras que tenemos que saltar para continuar con nuestro amor.
—Vaya...—murmuro boquiabierta por sus palabras mientras Malú relata nuestra increíble historia de amor.
Desde luego, cuando mi Icewoman quiere, tiene un don de la palabra y de la improvisación impresionante.
—Por cierto—continúa sin importarle las personas que nos miran y cuchichean—Ya lo había hecho antes de ir a Jerez, pero quiero que sepas que he delegado en varios de mis directivos muchas cosas y, en adelante, tú y yo vamos a disfrutar de nuestras vidas porque, como bien dijiste hace poco, ¿de qué sirve el dinero si no lo disfrutamos? Y, por último, pero no menos importante, quiero decirte que antes, en mi despacho, has olvidado decir que, además de todas esas cosas que has mencionado, eres mi amor, eres apasionada, besucona, maternal, hogareña, malhablada, loca, interesante, apetecible, dura, divertida, sexi, guerrera, pasional, y podría seguir y seguir y seguir diciéndote los millones de cosas buenas y positivas que tienes, pero ahora necesito besarte. ¿Puedo?
Enamorada, la miro.
Sin duda, somos tal para cual y, negando con la cabeza, murmuro:
—No.
Su gesto de sorpresa me hace gracia.
—¿Por qué? —pregunta.
Sonrío divertida.
Mi corazón va a estallar de felicidad y, acoplándome más a ella, susurro acercando mi boca a la suya:
—Gilipollas, porque te voy a besar yo.
Nuestras bocas se encuentran.
Nuestros cuerpos se recuperan.
Nuestros corazones vuelven a latir al unísono y, cuando nuestras lenguas chocan y se devoran con auténtica pasión, de pronto me atraganto y, separándome de ella, cuchicheo:
—Joder, cariño, acabo de tragarme el chicle.
Santana suelta una risotada, nos abrazamos ante la cara de todos los que nos miran y luego murmura con disimulo:
—Creo que es mejor que avise a Peter para que haga que el ascensor se mueva.
Atontada por la locura que mi amor ha hecho por mí en la empresa, afirmo olvidándome del chicle:
—Sí. Saquemos a estas personas del ascensor.
Santana pulsa un botón de su móvil y, pasados unos segundos, el ascensor se mueve y las personas que hay a nuestro alrededor se miran sorprendidas y aplauden.
Cuando el ascensor llega a la planta baja y todos salen, Santana me da la mano, yo se la agarro con fuerza y seguridad y, encantadas y felices, salimos del ascensor, sabiendo que a partir de ahora, unidas, somos indestructibles y que nada ni nadie podrá con nuestro auténtico, loco y apasionado amor.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
hola chica gracias muchas gracias por tan esplendida adaptacion y por tu ardua labor, ahora sin querer presionar que nos brindaras a continuacion uhmmm????????? saludos
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
marthagr81@yahoo.es escribió:hola chica gracias muchas gracias por tan esplendida adaptacion y por tu ardua labor, ahora sin querer presionar que nos brindaras a continuacion uhmmm????????? saludos
Hola, jajajaj de nada, pero gracias a ti por leer y comentar! Jjajajajajajajajaajajaja el epílogo¿? jajajaja, no ya subo otra adaptación! jajajaaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
Epílogo
Múnich, Un Año Después…
Lo que me gustan las fiestas...
Si hay algo que me encanta es tener mi casa repleta de gente celebrando lo que sea. La primavera, la Navidad, o incluso que me ha salido un grano en la oreja.
¡Cualquier fiesta es siempre bien recibida!
Pero, en este caso en concreto, celebramos el bautizo de Ezra, mi pequeñín, y de Madison, la hija de Quinn y Rachel.
Desde un lateral del salón, observo emocionada a todas las personas que ahí están y que son tan importantes para mí.
Flyn, Peter y Becky ríen cerca de la chimenea. Como jóvenes que son, no se separan, confabulan, cuchichean, y ya los hemos bautizado como «el trío calavera».
Santiago, Susan, Sami, Glen, Lucía y Mason corretean por el salón persiguiendo a Susto, a Calamar y a Leya, que disfrutan de la agobiante atención.
Son niños, son traviesos, son inocentes, y pienso que sus caras de alegría son una de las cosas más bonitas que he visto en mi vida, mientras los preciosos Cooper y Spencer, los mellizos de Artie duermen en el cochecito.
Mi papá y la Pachuca brindan con mi suegra, el papá y el hermano de Quinn. La felicidad que veo en sus ojos mientras lo hacen y los niños los rodean es tan gratificante que consigue que me emocione.
Sentados en el sofá, mi hermana y Noah ríen con Artie y Sugar. Los dos mexicanos juntos son dos guasones, mientras Quinn y Rachel cuchichean con Hanna y Emily y, por sus risas, ya imagino lo que planean.
Emma y Will hablan con mis cuñados Marley y Kitty, mientras Marley tiene en brazos a mi divina sobrinita, Aria.
Este día les he prohibido a Emma y a Will que trabajen. Son unos invitados más de la fiesta y, aunque al principio a Santana y a mí nos costó convencerlos, al final se han dado cuenta de que ellos son tan familia nuestra como los demás.
—¿Qué piensas?
La voz de Santana me hace regresar a la realidad y, dejándome abrazar por ella, respondo:
—Pienso en la gran familia que tenemos.
Santana, mi amor, mi gran amor, mira a nuestro alrededor.
Tras lo ocurrido aquel día en el ascensor de López Inc., nuestra vida ha ido a mejor. Tanto ella como yo sabemos lo que queremos, y lo que queremos es estar juntas a pesar de nuestras peleas.
¿Qué sería de nosotras sin pelear y reconciliarnos?
Encantada estoy de tenerla a mi lado cuando mi chicarrona morena me besa en el cuello y afirma:
—Y todo esto es gracias a ti, Britt-Britt. Si tú no hubieras entrado en mi vida, nada de esto sería hoy en día realidad.
Enamorada, me doy la vuelta, la miro, la beso y, en cuanto nuestro beso acaba, afirmo:
—Esto es gracias a las dos. A ti y a mí.
Santana sonríe, va a decir algo, pero entonces Quinn la llama y, tras guiñarme un ojo, se aleja prometiendo regresar.
En ese instante, mi sobrina Becky se acerca a mí y, mirándome, dice:
—Madre mía, tita, ¡me encanta Peter!
Alison, que se acerca también, gruñe al oírla:
—Becky, por el amor de Dios, baja la voz y no seas descarada.
Mi hermana y mi sobrina.
Mi sobrina y mi hermana.
Sin duda, ellas son una historia para contar aparte y, cuando voy a decir algo para que haya paz, la sinvergüenza de Becky, que no se corta ni con una cuchilla, cuchichea:
—Mamá, pero si es que es igualito a Harry Styles de los One Direction—y, dando un suspiro de lo más teatral, añade—¡Está buenísimo!
Suelto una risotada, no puedo remediarlo, mientras aquellas dos se enzarzan en una conversación mamá e hija y yo decido quitarme de en medio o me salpicará.
Sedienta, me acerco hasta la mesita principal, donde he preparado una gran comilona, y donde el jamoncito del rico vuelve a ser el protagonista, y me pongo morada.
¡Viva el jamón!
Cojo un vaso, lo lleno hasta arriba de hielo y me sirvo una coca-cola.
Feliz, le doy un trago.
¡Mmm, qué rica está!
Desde luego, si me preguntan por los dos grandes placeres de mi vida, tengo muy claro que la primero es Santana López y el segundo la coca-cola.
Disfrutando estoy de mi segundo placer cuando la primera regresa de nuevo a mi lado, pasa la mano por mi cintura y acabo pegada a su cuerpo. Feliz, voy a besarla pero en ese momento Quinn y Rachel llegan hasta nosotras y la ojiverde se mofa:
—Chicas..., chicas..., ¿qué tal si dejan algo para esta noche?
Santana y yo sonreímos, y Rachel, guiñándome el ojo, cuchichea:
—Esta noche, fin de fiesta en el Sensations. ¿Qué les parece?
Miro a Santana, ella me mira y pregunta:
—¿Te apetece, rubia?
Encantada, asiento y digo:
—Por supuesto, morena.
La puerta del salón se abre en ese instante y aparecen Jane con el pequeño Ezra y Bea con Madison, y en cero coma tres segundos las orgullosas mamás alemanas de las criaturitas, Santana y Quinn, ya se los han quitado de los brazos y les están hablando en balleno mientras los críos se parten de risa.
Seguro que piensan que les falta más de un tornillo.
Al ver a aquellas dos preciosidades, todos los asistentes se arremolinan alrededor de ellos mientras Rachel y yo sonreímos orgullosas.
Nuestros hijos son preciosos y unas perfectas mezcla de sus guapas mamás.
Ezra tiene el pelo negro como Santana y los ojos azules como los míos y Madison tiene el pelo castaño como Rachel y los mismos ojos verdes de Quinn.
Alison, que es muy niñera, al ver aquello se acerca a Rachel y a mí y murmura:
—Qué madrazas..., qué madrazas son esas dos alemanas.
Nosotras asentimos.
¡No lo sabe ella bien!
Cuando de pronto el guasón de mi cuñado se nos acerca, le entrega a mi hermana una copita de champán y dice sin cortarse un pelo:
—Mi reina, esta noche, cuando la fiesta acabe, quiero que me esperes con todo bien caliente en la cama, excepto el champán.
Al oírlo, Alison lo mira boquiabierta, pestañea y murmura:
—Noah, por el amor de Dios, pero ¿qué te pasa?
Mi cuñado, que ya debe de haberse enterado de que esta noche nosotras vamos al Sensations, agarra a mi hermana por la cintura y susurra como buen macho mexicano:
—Que me muero por tus huesitos, mi reina.
Dicho esto, la suelta y se va dejándonos a Rachel y a mí sin saber qué decir y, cuando creo que mi hermana va a gruñir por su descaro, de pronto, la muy diva me mira y, tras dar un traguito a su copita de champán, murmura alejándose de nosotras:
—Ojú, qué arte y qué poderío tiene mi rollito feroz.
Rachel y yo nos carcajeamos al oírla, y veo que mi hermana ríe también.
¡La madre que la parió!
Durante un buen rato, mi amiga y yo hablamos.
Me cuenta que Louise, tras su divorcio, ha encontrado un buen trabajo en una compañía de seguridad, y que Quinn, con un amigo de Santana del Tribunal Superior, están machacando a aquel bufete.
De pronto, se interrumpe y cuchichea:
—Britt..., Britt..., mira a la princesa en acción y no te lo pierdas.
Rápidamente busco a la pequeña por el salón y la encuentro parada mirando cómo Quinn le dice cosas a la pequeña Madison.
Quinn, otra madraza.
Sami se separa del grupo de los niños, que continúan correteando y, acercándose hasta ella, la llama:
—Mami Quinn..., mami Quinn.
Veo que Quinn enseguida deja de mirar al bebé que tiene en brazos y pregunta:
—¿Qué pasa, princesa?
La cría pone morritos, ojitos de pena y, cuando Quinn se agacha para estar a su altura, dice señalándose la rodilla:
—Me duele aquí, mami.
Rachel y yo sonreímos al oír eso.
A Sami le está costando compartir su trono con la pequeña Madison; sus mamis eran sólo suyas y aún no lleva bien tener que compartirlas, aunque estamos seguras de que lo superará.
Tras intercambiar una mirada divertida con Rachel y conmigo, la abogada le entrega el bebé a la Pachuca, que se apresura a cogerlo, y levanta en brazos a la rubita que la mira con gesto de triunfo. Luego, la sienta en una silla, se saca una tirita de princesas del bolsillo del pantalón y, poniéndosela con mimo en la rodilla, murmura:
—Recuerda, Sami: la Bella Durmiente te curará mágicamente y el dolor se irá, tachán..., chan... chan..., ¡para no volver más!
El gesto de la cría cambia de inmediato.
Tener la atención de su mami es lo que buscaba, y ya la tiene.
Después de darle un abrazo y Quinn deshacerse en besos con ella, se va de nuevo a jugar con los niños.
¡Es lo que toca!
Rachel y yo nos miramos.
Sonreímos ante aquello, y Quinn, acercándose a nosotras, cuchichea abrazando a Rachel:
—Qué le vamos a hacer. Todas quieren estar conmigo.
—Eh, Batichica, ¡no seas tan creída!—responde Rachel riendo.
De pronto comienza a sonar por los altavoces del salón a toda leche September, de Earth, Wind & Fire, una canción llena de positividad, buen rollo y encanto.
¡Madre mía, cómo me gusta!
Miro a mi suegra; ella ha sido quien la ha puesto y ha subido el volumen, sé cuánto le gusta esa canción. Me guiña un ojo y, al ver que comienza a bailar, no lo dudo y, como he hecho en otras ocasiones, bailo con ella sin ningún sentido de la vergüenza.
Al vernos, Kitty da un grito de felicidad, se nos acerca bailando y, pocos segundos después, se nos unen Rachel, Alison, Sugar, Becky, la Pachuca y ¡hasta Emma! Jane y Bea desaparecen despavoridas con los bebés.
Todas rodeadas de los niños, bailamos aquella alegre canción, hasta que mi suegra, que es un terremoto, mira a las personas que no están bailando y exige a gritos:
—Esto es una fiesta, venga, ¡todos a bailar!
Y, dejándome flipada como siempre cuando se lo propone, la primera en acercarse a mí moviendo las caderas es mi esposa.
Mi guapa, atractiva y sensual Santana López hace que todos aplaudan, y yo sonrío a más no poder.
¡Dios mío, cuánto la quiero!
Tras ella, todos los demás comienzan a moverse, y cuando todos, absolutamente todos los que estamos en el salón bailamos, incluido Artie con su Sugar, sentada sobre él, me agarro al cuello de mi amor y murmuro encantada:
—Te quiero, gilipollas.
Decir que la quiero se queda corto..., muy corto, y lo mejor es que sé cuánto me quiere ella a mí.
Está claro que las cosas importantes en la vida nunca son sencillas. Pero nosotras nos queremos y deseamos seguir sumando preciosos recuerdos a nuestra vida en común y, sin duda, el que estamos viviendo rodeados por la familia será uno más que sumar, y más cuando mi amor me mira y, con una de sus increíbles sonrisas, dice antes de besarme:
—Britt-Britt, pídeme lo que quieras y yo te lo daré.
Si hay algo que me encanta es tener mi casa repleta de gente celebrando lo que sea. La primavera, la Navidad, o incluso que me ha salido un grano en la oreja.
¡Cualquier fiesta es siempre bien recibida!
Pero, en este caso en concreto, celebramos el bautizo de Ezra, mi pequeñín, y de Madison, la hija de Quinn y Rachel.
Desde un lateral del salón, observo emocionada a todas las personas que ahí están y que son tan importantes para mí.
Flyn, Peter y Becky ríen cerca de la chimenea. Como jóvenes que son, no se separan, confabulan, cuchichean, y ya los hemos bautizado como «el trío calavera».
Santiago, Susan, Sami, Glen, Lucía y Mason corretean por el salón persiguiendo a Susto, a Calamar y a Leya, que disfrutan de la agobiante atención.
Son niños, son traviesos, son inocentes, y pienso que sus caras de alegría son una de las cosas más bonitas que he visto en mi vida, mientras los preciosos Cooper y Spencer, los mellizos de Artie duermen en el cochecito.
Mi papá y la Pachuca brindan con mi suegra, el papá y el hermano de Quinn. La felicidad que veo en sus ojos mientras lo hacen y los niños los rodean es tan gratificante que consigue que me emocione.
Sentados en el sofá, mi hermana y Noah ríen con Artie y Sugar. Los dos mexicanos juntos son dos guasones, mientras Quinn y Rachel cuchichean con Hanna y Emily y, por sus risas, ya imagino lo que planean.
Emma y Will hablan con mis cuñados Marley y Kitty, mientras Marley tiene en brazos a mi divina sobrinita, Aria.
Este día les he prohibido a Emma y a Will que trabajen. Son unos invitados más de la fiesta y, aunque al principio a Santana y a mí nos costó convencerlos, al final se han dado cuenta de que ellos son tan familia nuestra como los demás.
—¿Qué piensas?
La voz de Santana me hace regresar a la realidad y, dejándome abrazar por ella, respondo:
—Pienso en la gran familia que tenemos.
Santana, mi amor, mi gran amor, mira a nuestro alrededor.
Tras lo ocurrido aquel día en el ascensor de López Inc., nuestra vida ha ido a mejor. Tanto ella como yo sabemos lo que queremos, y lo que queremos es estar juntas a pesar de nuestras peleas.
¿Qué sería de nosotras sin pelear y reconciliarnos?
Encantada estoy de tenerla a mi lado cuando mi chicarrona morena me besa en el cuello y afirma:
—Y todo esto es gracias a ti, Britt-Britt. Si tú no hubieras entrado en mi vida, nada de esto sería hoy en día realidad.
Enamorada, me doy la vuelta, la miro, la beso y, en cuanto nuestro beso acaba, afirmo:
—Esto es gracias a las dos. A ti y a mí.
Santana sonríe, va a decir algo, pero entonces Quinn la llama y, tras guiñarme un ojo, se aleja prometiendo regresar.
En ese instante, mi sobrina Becky se acerca a mí y, mirándome, dice:
—Madre mía, tita, ¡me encanta Peter!
Alison, que se acerca también, gruñe al oírla:
—Becky, por el amor de Dios, baja la voz y no seas descarada.
Mi hermana y mi sobrina.
Mi sobrina y mi hermana.
Sin duda, ellas son una historia para contar aparte y, cuando voy a decir algo para que haya paz, la sinvergüenza de Becky, que no se corta ni con una cuchilla, cuchichea:
—Mamá, pero si es que es igualito a Harry Styles de los One Direction—y, dando un suspiro de lo más teatral, añade—¡Está buenísimo!
Suelto una risotada, no puedo remediarlo, mientras aquellas dos se enzarzan en una conversación mamá e hija y yo decido quitarme de en medio o me salpicará.
Sedienta, me acerco hasta la mesita principal, donde he preparado una gran comilona, y donde el jamoncito del rico vuelve a ser el protagonista, y me pongo morada.
¡Viva el jamón!
Cojo un vaso, lo lleno hasta arriba de hielo y me sirvo una coca-cola.
Feliz, le doy un trago.
¡Mmm, qué rica está!
Desde luego, si me preguntan por los dos grandes placeres de mi vida, tengo muy claro que la primero es Santana López y el segundo la coca-cola.
Disfrutando estoy de mi segundo placer cuando la primera regresa de nuevo a mi lado, pasa la mano por mi cintura y acabo pegada a su cuerpo. Feliz, voy a besarla pero en ese momento Quinn y Rachel llegan hasta nosotras y la ojiverde se mofa:
—Chicas..., chicas..., ¿qué tal si dejan algo para esta noche?
Santana y yo sonreímos, y Rachel, guiñándome el ojo, cuchichea:
—Esta noche, fin de fiesta en el Sensations. ¿Qué les parece?
Miro a Santana, ella me mira y pregunta:
—¿Te apetece, rubia?
Encantada, asiento y digo:
—Por supuesto, morena.
La puerta del salón se abre en ese instante y aparecen Jane con el pequeño Ezra y Bea con Madison, y en cero coma tres segundos las orgullosas mamás alemanas de las criaturitas, Santana y Quinn, ya se los han quitado de los brazos y les están hablando en balleno mientras los críos se parten de risa.
Seguro que piensan que les falta más de un tornillo.
Al ver a aquellas dos preciosidades, todos los asistentes se arremolinan alrededor de ellos mientras Rachel y yo sonreímos orgullosas.
Nuestros hijos son preciosos y unas perfectas mezcla de sus guapas mamás.
Ezra tiene el pelo negro como Santana y los ojos azules como los míos y Madison tiene el pelo castaño como Rachel y los mismos ojos verdes de Quinn.
Alison, que es muy niñera, al ver aquello se acerca a Rachel y a mí y murmura:
—Qué madrazas..., qué madrazas son esas dos alemanas.
Nosotras asentimos.
¡No lo sabe ella bien!
Cuando de pronto el guasón de mi cuñado se nos acerca, le entrega a mi hermana una copita de champán y dice sin cortarse un pelo:
—Mi reina, esta noche, cuando la fiesta acabe, quiero que me esperes con todo bien caliente en la cama, excepto el champán.
Al oírlo, Alison lo mira boquiabierta, pestañea y murmura:
—Noah, por el amor de Dios, pero ¿qué te pasa?
Mi cuñado, que ya debe de haberse enterado de que esta noche nosotras vamos al Sensations, agarra a mi hermana por la cintura y susurra como buen macho mexicano:
—Que me muero por tus huesitos, mi reina.
Dicho esto, la suelta y se va dejándonos a Rachel y a mí sin saber qué decir y, cuando creo que mi hermana va a gruñir por su descaro, de pronto, la muy diva me mira y, tras dar un traguito a su copita de champán, murmura alejándose de nosotras:
—Ojú, qué arte y qué poderío tiene mi rollito feroz.
Rachel y yo nos carcajeamos al oírla, y veo que mi hermana ríe también.
¡La madre que la parió!
Durante un buen rato, mi amiga y yo hablamos.
Me cuenta que Louise, tras su divorcio, ha encontrado un buen trabajo en una compañía de seguridad, y que Quinn, con un amigo de Santana del Tribunal Superior, están machacando a aquel bufete.
De pronto, se interrumpe y cuchichea:
—Britt..., Britt..., mira a la princesa en acción y no te lo pierdas.
Rápidamente busco a la pequeña por el salón y la encuentro parada mirando cómo Quinn le dice cosas a la pequeña Madison.
Quinn, otra madraza.
Sami se separa del grupo de los niños, que continúan correteando y, acercándose hasta ella, la llama:
—Mami Quinn..., mami Quinn.
Veo que Quinn enseguida deja de mirar al bebé que tiene en brazos y pregunta:
—¿Qué pasa, princesa?
La cría pone morritos, ojitos de pena y, cuando Quinn se agacha para estar a su altura, dice señalándose la rodilla:
—Me duele aquí, mami.
Rachel y yo sonreímos al oír eso.
A Sami le está costando compartir su trono con la pequeña Madison; sus mamis eran sólo suyas y aún no lleva bien tener que compartirlas, aunque estamos seguras de que lo superará.
Tras intercambiar una mirada divertida con Rachel y conmigo, la abogada le entrega el bebé a la Pachuca, que se apresura a cogerlo, y levanta en brazos a la rubita que la mira con gesto de triunfo. Luego, la sienta en una silla, se saca una tirita de princesas del bolsillo del pantalón y, poniéndosela con mimo en la rodilla, murmura:
—Recuerda, Sami: la Bella Durmiente te curará mágicamente y el dolor se irá, tachán..., chan... chan..., ¡para no volver más!
El gesto de la cría cambia de inmediato.
Tener la atención de su mami es lo que buscaba, y ya la tiene.
Después de darle un abrazo y Quinn deshacerse en besos con ella, se va de nuevo a jugar con los niños.
¡Es lo que toca!
Rachel y yo nos miramos.
Sonreímos ante aquello, y Quinn, acercándose a nosotras, cuchichea abrazando a Rachel:
—Qué le vamos a hacer. Todas quieren estar conmigo.
—Eh, Batichica, ¡no seas tan creída!—responde Rachel riendo.
De pronto comienza a sonar por los altavoces del salón a toda leche September, de Earth, Wind & Fire, una canción llena de positividad, buen rollo y encanto.
¡Madre mía, cómo me gusta!
Miro a mi suegra; ella ha sido quien la ha puesto y ha subido el volumen, sé cuánto le gusta esa canción. Me guiña un ojo y, al ver que comienza a bailar, no lo dudo y, como he hecho en otras ocasiones, bailo con ella sin ningún sentido de la vergüenza.
Al vernos, Kitty da un grito de felicidad, se nos acerca bailando y, pocos segundos después, se nos unen Rachel, Alison, Sugar, Becky, la Pachuca y ¡hasta Emma! Jane y Bea desaparecen despavoridas con los bebés.
Todas rodeadas de los niños, bailamos aquella alegre canción, hasta que mi suegra, que es un terremoto, mira a las personas que no están bailando y exige a gritos:
—Esto es una fiesta, venga, ¡todos a bailar!
Y, dejándome flipada como siempre cuando se lo propone, la primera en acercarse a mí moviendo las caderas es mi esposa.
Mi guapa, atractiva y sensual Santana López hace que todos aplaudan, y yo sonrío a más no poder.
¡Dios mío, cuánto la quiero!
Tras ella, todos los demás comienzan a moverse, y cuando todos, absolutamente todos los que estamos en el salón bailamos, incluido Artie con su Sugar, sentada sobre él, me agarro al cuello de mi amor y murmuro encantada:
—Te quiero, gilipollas.
Decir que la quiero se queda corto..., muy corto, y lo mejor es que sé cuánto me quiere ella a mí.
Está claro que las cosas importantes en la vida nunca son sencillas. Pero nosotras nos queremos y deseamos seguir sumando preciosos recuerdos a nuestra vida en común y, sin duda, el que estamos viviendo rodeados por la familia será uno más que sumar, y más cuando mi amor me mira y, con una de sus increíbles sonrisas, dice antes de besarme:
—Britt-Britt, pídeme lo que quieras y yo te lo daré.
FIN
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Hola, bueno aquí el final de otra historia. MUCHAS GRACIAS! a tod@s por leer y más aun por comentar! Ya subo el prólogo de la siguiente adaptación. Gracias! Saludos =D
Pd: como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo!
Hola, bueno aquí el final de otra historia. MUCHAS GRACIAS! a tod@s por leer y más aun por comentar! Ya subo el prólogo de la siguiente adaptación. Gracias! Saludos =D
Pd: como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo!
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
Y como siempre gracias a vos por tu tiempo!!!!
Amo esta historia!!!! Gracias por adaptarla!!!
No seguimos leyendo!!
Saludos
Amo esta historia!!!! Gracias por adaptarla!!!
No seguimos leyendo!!
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
monica.santander escribió:Y como siempre gracias a vos por tu tiempo!!!!
Amo esta historia!!!! Gracias por adaptarla!!!
No seguimos leyendo!!
Saludos
Hola, jajajaj de nada, pero como siempre gracias a ti por darte el tiempo de leer y mas aun para comentar! Jajjaaj de nada, y que bueno que te gustara! Eso es bueno ajajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
si yo fuese cursi, ridicula, tonta estaria llorando!!!! esteeeee
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
que esplendido final, puse enviar antes de tiempo, gracias, y mil veces gracias por tan magnifica adaptacion, y hasta la proxima!!!! FELIZ NAVIDAD!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
hola morra,..
me encanta la historia,...
amo sus finales cursis,...
si que creció el clan de todos!!!
nos vemos!!!!
me encanta la historia,...
amo sus finales cursis,...
si que creció el clan de todos!!!
nos vemos!!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
micky morales escribió:si yo fuese cursi, ridicula, tonta estaria llorando!!!! esteeeee
micky morales escribió: que esplendido final, puse enviar antes de tiempo, gracias, y mil veces gracias por tan magnifica adaptacion, y hasta la proxima!!!! FELIZ NAVIDAD!!!!!!
Hola, jajajaj suele pasar jajajajajaja. Jajajajjaajaj eso también suele pasar jajajajajaj. Que mejor para las brittana y su familia¿? ajaajajaj. Jajajaja de nada, pero gracias y mil veces a ti por darte el tiempo de leer y comentar! Hasta ahora entonces jajaaj. Feliz Navidad! Saludos =D
3:) escribió:hola morra,..
me encanta la historia,...
amo sus finales cursis,...
si que creció el clan de todos!!!
nos vemos!!!!
Hola lu, jajajaj eso es bueno! Jajajaja que menos para las brittana y su familia¿? Jajajajaja si, jajajajaja es vrdd jaajjaajja. Gracias por leer y comentar! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
Hola chica de las adaptaciones más bonitas...
La perdida encontró una vez mas *Gracias al cielo* el camino de vuelta a casa y a las vacaciones...
Bueno que no voy a decir de esta bellisima historia.
Creo que en su momento Santana se comportaba de una manera irracional, no le importaba los sentimientos de Britt en el momento, pero despues se arrepentía pero que mas da, el daño ya estaba hecho. Y Britt con su carácter español era mas que obvio que no lo dejaría pasar y se lo regresaría.
Y por fin Rachel acepto y se caso con su amor, aunque tambien se lo ponía difícil con su tan aclamado "sueño" que solo las hacia discutir, y al igual que Brittany, Rachel no se quedaría callada y le diría sus verdades. Aun que no le gustara nada a Quinn.
Y en este libro hubo muchísimos más personajes para odiar pero la principal y que causo mas daño fue Ginebra, esta bien la tipa se esta muriendo pero eso no le da derecho a ser una perra total y ademas afectar a terceras personas y su esposo no se queda atrás. Y perdón por la palabra pero: QUE HIJOS DE PUTA. Los odio, los odio y los re contra odio.Y algún que otro abogado con su esposa también están acá. Pero ellos no me interesan, al final recibieron lo que merecían.
Y acerca de las bebés brittana otra vez, creo que Britt se comporta bien con esos dos alemanes que casi la vuelven loca y cuando por fin exploto claro que lo tenia que hacer de la manera en la que lo hizo, guardarse todo lo que tuvo que aguantar por meses no es nada fácil. Pero tambien no actuó bien cuando beso al tipo en la feria de jerez, por mas enojada que este con Santana no tenia por que haberlo hecho, lo único positivo que resulto de ahí es que por fin abrió los ojos y se dio cuanta de que no podría estar sin su alemana y que por mas que la intentara odiar no podría hacerlo. Y me encanto la manera en la cual la conquisto de nuevo. De que recordara apara poder olvidar. Y la española se la volvió a jugar ahora solo dándole una hora, pero al igual que antes la hizo recordar que no podían vivir la una sin la otra
P.D: Miles de gracias por adaptar estar bella historia.
P.D.2: Se que extrañabas mis comentarios
P.D.3: Por *perdí la cuenta* vez las "P.D" regresan, o al menos por 3 semanas...
P.D.4: Rachel y Britt embarazadas *-*
P.D.5: Peter, amo a ese chico.
P.D.6: Odiaba a Flyn en momentos
P.D.7: Lo de Kitty y Marley que se casaran y tuvieron un hijo fue genial...
P.D.8: Vaya con el padre de Britt y la Pachuca eso si que no me lo esperaba.
P.D.9: Creo que este es el comentario mas largo que he hecho :v
P.D.10: Te mando besos y abrazos.
P.D.11: Saludos
P.D.12: Te pinches amo
P.D.13: Cuídate muchísimo.
P.D.14: Feliz navidad, espero que te la estés pasando o te la hayas pasado super genial.
P.D.15: Y tengo nuevo whats mi numero es +524775208541 por si gustas hablar a ese numero.
P.D.16: Chau...
La perdida encontró una vez mas *Gracias al cielo* el camino de vuelta a casa y a las vacaciones...
Bueno que no voy a decir de esta bellisima historia.
Creo que en su momento Santana se comportaba de una manera irracional, no le importaba los sentimientos de Britt en el momento, pero despues se arrepentía pero que mas da, el daño ya estaba hecho. Y Britt con su carácter español era mas que obvio que no lo dejaría pasar y se lo regresaría.
Y por fin Rachel acepto y se caso con su amor, aunque tambien se lo ponía difícil con su tan aclamado "sueño" que solo las hacia discutir, y al igual que Brittany, Rachel no se quedaría callada y le diría sus verdades. Aun que no le gustara nada a Quinn.
Y en este libro hubo muchísimos más personajes para odiar pero la principal y que causo mas daño fue Ginebra, esta bien la tipa se esta muriendo pero eso no le da derecho a ser una perra total y ademas afectar a terceras personas y su esposo no se queda atrás. Y perdón por la palabra pero: QUE HIJOS DE PUTA. Los odio, los odio y los re contra odio.Y algún que otro abogado con su esposa también están acá. Pero ellos no me interesan, al final recibieron lo que merecían.
Y acerca de las bebés brittana otra vez, creo que Britt se comporta bien con esos dos alemanes que casi la vuelven loca y cuando por fin exploto claro que lo tenia que hacer de la manera en la que lo hizo, guardarse todo lo que tuvo que aguantar por meses no es nada fácil. Pero tambien no actuó bien cuando beso al tipo en la feria de jerez, por mas enojada que este con Santana no tenia por que haberlo hecho, lo único positivo que resulto de ahí es que por fin abrió los ojos y se dio cuanta de que no podría estar sin su alemana y que por mas que la intentara odiar no podría hacerlo. Y me encanto la manera en la cual la conquisto de nuevo. De que recordara apara poder olvidar. Y la española se la volvió a jugar ahora solo dándole una hora, pero al igual que antes la hizo recordar que no podían vivir la una sin la otra
P.D: Miles de gracias por adaptar estar bella historia.
P.D.2: Se que extrañabas mis comentarios
P.D.3: Por *perdí la cuenta* vez las "P.D" regresan, o al menos por 3 semanas...
P.D.4: Rachel y Britt embarazadas *-*
P.D.5: Peter, amo a ese chico.
P.D.6: Odiaba a Flyn en momentos
P.D.7: Lo de Kitty y Marley que se casaran y tuvieron un hijo fue genial...
P.D.8: Vaya con el padre de Britt y la Pachuca eso si que no me lo esperaba.
P.D.9: Creo que este es el comentario mas largo que he hecho :v
P.D.10: Te mando besos y abrazos.
P.D.11: Saludos
P.D.12: Te pinches amo
P.D.13: Cuídate muchísimo.
P.D.14: Feliz navidad, espero que te la estés pasando o te la hayas pasado super genial.
P.D.15: Y tengo nuevo whats mi numero es +524775208541 por si gustas hablar a ese numero.
P.D.16: Chau...
Daniela Gutierrez***** - Mensajes : 281
Fecha de inscripción : 03/07/2014
Edad : 27
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
Daniela Gutierrez escribió:Hola chica de las adaptaciones más bonitas...
La perdida encontró una vez mas *Gracias al cielo* el camino de vuelta a casa y a las vacaciones...
Bueno que no voy a decir de esta bellisima historia.
Creo que en su momento Santana se comportaba de una manera irracional, no le importaba los sentimientos de Britt en el momento, pero despues se arrepentía pero que mas da, el daño ya estaba hecho. Y Britt con su carácter español era mas que obvio que no lo dejaría pasar y se lo regresaría.
Y por fin Rachel acepto y se caso con su amor, aunque tambien se lo ponía difícil con su tan aclamado "sueño" que solo las hacia discutir, y al igual que Brittany, Rachel no se quedaría callada y le diría sus verdades. Aun que no le gustara nada a Quinn.
Y en este libro hubo muchísimos más personajes para odiar pero la principal y que causo mas daño fue Ginebra, esta bien la tipa se esta muriendo pero eso no le da derecho a ser una perra total y ademas afectar a terceras personas y su esposo no se queda atrás. Y perdón por la palabra pero: QUE HIJOS DE PUTA. Los odio, los odio y los re contra odio.Y algún que otro abogado con su esposa también están acá. Pero ellos no me interesan, al final recibieron lo que merecían.
Y acerca de las bebés brittana otra vez, creo que Britt se comporta bien con esos dos alemanes que casi la vuelven loca y cuando por fin exploto claro que lo tenia que hacer de la manera en la que lo hizo, guardarse todo lo que tuvo que aguantar por meses no es nada fácil. Pero tambien no actuó bien cuando beso al tipo en la feria de jerez, por mas enojada que este con Santana no tenia por que haberlo hecho, lo único positivo que resulto de ahí es que por fin abrió los ojos y se dio cuanta de que no podría estar sin su alemana y que por mas que la intentara odiar no podría hacerlo. Y me encanto la manera en la cual la conquisto de nuevo. De que recordara apara poder olvidar. Y la española se la volvió a jugar ahora solo dándole una hora, pero al igual que antes la hizo recordar que no podían vivir la una sin la otra
P.D: Miles de gracias por adaptar estar bella historia.
P.D.2: Se que extrañabas mis comentarios
P.D.3: Por *perdí la cuenta* vez las "P.D" regresan, o al menos por 3 semanas...
P.D.4: Rachel y Britt embarazadas *-*
P.D.5: Peter, amo a ese chico.
P.D.6: Odiaba a Flyn en momentos
P.D.7: Lo de Kitty y Marley que se casaran y tuvieron un hijo fue genial...
P.D.8: Vaya con el padre de Britt y la Pachuca eso si que no me lo esperaba.
P.D.9: Creo que este es el comentario mas largo que he hecho :v
P.D.10: Te mando besos y abrazos.
P.D.11: Saludos
P.D.12: Te pinches amo
P.D.13: Cuídate muchísimo.
P.D.14: Feliz navidad, espero que te la estés pasando o te la hayas pasado super genial.
P.D.15: Y tengo nuevo whats mi numero es +524775208541 por si gustas hablar a ese numero.
P.D.16: Chau...
Hola dani "perdia en acción", jajajajajaaj bn eso es bueno jajaajajaj. Mmm si san sacaba de quicio mas de una vez con ella tiene la razón... obviamente el amor de britt aguantaba!, pero todo tiene un límite jajajaja.
Jajajaj esa quinn también un poco cabeza dura la vrdd ¬¬ y obvio otra vez el amor de rachel aguanto hasta lo que mas pudo, no¿? ajajaajaja.
Toda la razón aquí si había a quien odiar la vrdd, y si las brittana tenían a ese matrimonio que no ayudo en nada y solo ocultaban sus verdaderas intenciones con sus "buenos" actos, las apuñalaron por la espalda. Al igual que las faberry tenían ese matrimonio, lo único diferente que estos si iban de frente con una de las dos, mientras que con la otra se hacían las buenas ¬¬ Toda la razón en odiarlos!
Los bbs! son lo mejor! jaajjajaajajaj una alegría para las brittana y las faberry. Y si, San hizo mal las cosas y eso llevo a que britt hiciera mal las cosas también, pero de los errores se aprende, no¿? además que vio que no podía vivir sin su san jajajajjaajaj. Gracias por leer y comentar. Saludos =D
Pd: jajaja de nada, gracias a ti por seguirla
Pd2: jajajaja me pillaste!
Pd3: jajajajaja espero y sea así
Pd4: Si! que mas pueden pedir esas alemanas¿?
Pd5: jaja si, es el mejor!
Pd6: Ufff si, la vrdd es que si ¬¬
Pd7: Jajjaaj como separarlas, no¿? ademas un bb!
Pd8: jajaja todos merecemos rehacer nuestras vidas, no¿?
Pd9: mmm sip, creo que si jajaajaj.
Pd10: igual!
Pd 11: saludos
Pd12: jajajaaj y como no¿?
Pd13: igual!
Pd14: Feliz Navidad, gracias, espero que tu también
Pd15: oki doki
Pd16: chao
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
Hola eres muy buena ! Quisiera hacerte una consulta puesdes terminar esta historia https://gleelatino.forosactivos.net/t16451p225-fanfic-brittana-s-w-a-t-23 que quedo tirada y quedo en la mejor parte por favor ???
kamilittaz***** - Mensajes : 257
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Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
kamilittaz escribió:Hola eres muy buena ! Quisiera hacerte una consulta puesdes terminar esta historia https://gleelatino.forosactivos.net/t16451p225-fanfic-brittana-s-w-a-t-23 que quedo tirada y quedo en la mejor parte por favor ???
Hola bienvenida! Eso es bueno! Es un libro¿? si es así me puedes dar el nombre del libro y/o el autor¿? así es más fácil encontrarlo y poder adaptarlo.
Pero si no lo es... ya es imposible que lo pueda seguir, ya que sería una historia propia =/.
Cualquier cosa me avisas! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
Creo que es propia :/
kamilittaz***** - Mensajes : 257
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Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
kamilittaz escribió:Creo que es propia :/
Hola, si ya las busque son propias y las subieron en otro lado, pero tampoco estan terminadas :S y ai yo no me puedo meter =/ Pero si tienes alguna sugerencia para adaptar algun libro, solo dime! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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