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FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo - Página 7 Primer15
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por Lizz_sanny Mar Dic 15, 2015 6:51 am

Holis,
Sin duda Flyn y San son familia.
Britt si que ama a esos dos por aguantarles tanto.
SALUDOS!!
Lizz_sanny
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Mar Dic 15, 2015 7:10 pm

marthagr81@yahoo.es escribió:DIOS POR FAVOR QUE HAYA ALGO BUENO MAS ADELANTE, esto no puede seguir pasando la humillacion es demasiado, ya britt tiene la puerta abierta  cuando santana le dijo que le diera espacion. creo que la feria de jerez es buena excusa para que britt se marche con sus hijo.  HAZ ALGO POR FAVOR

marthagr81@yahoo.es escribió: podrias decir por caridad que hay una leccion muy buena, lenta y efectiva para santana y Flynn. la esperare con toda la paciencia que tengo pero dame ese gusto que pasara. QUIERO SABER ESTO, ES JUSTO Y NECESARIO


Hola, jajajajajajaaj insisto viene algo, pero nose si sera de tu agrado XD jajajajaajajja. Jajajajaj de que viene, viene, y que britt tiene que hacer algo, debe! pero nose si sera suficiente xD jajajaja. Saludos =D


monica.santander escribió:Me gustaria que Britt tome a sus pequeños, a los perros y se fura por un tiempo!!! y ver que hace San!!
Saludos


Hola, es lo que debe hacer, SI! esperemos y haga algo... pero bueno, bueno! jajajajaja. Saludos =D




Lizz_sanny escribió:Holis,
Sin duda Flyn y San son familia.
Britt si que ama a esos dos por aguantarles tanto.
SALUDOS!!



Hola, jajajajaj tienen los mismos genes, no¿? XD jajajajajaja. Ufff esa rubia tiene mucho, mucho amorrr!!!! Saludos =D


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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 50

Mensaje por 23l1 Mar Dic 15, 2015 7:12 pm

Capitulo 50

Dos días después, cuando Brittany salió de trabajar, fue a ver a su amiga Rachel.

Necesitaba hablar con ella o se iba a volver literalmente loca.

La situación en casa era insoportable.

Santana estaba taciturna.

Flyn se escondía por las esquinas y nadie hablaba con ella.

—Tranquila, Britt. Todo pasará.

—Lo sé. Sé que todo pasará. Pero la extraña sensación de soledad que siento en la boca del estómago cuando estamos en casa no me deja vivir.

—Te entiendo —murmuró Rachel.

Ella y Quinn habían estado sin hablarse sólo un día tras lo ocurrido la última noche, pero Quinn no tenía la cabezonería de Santana, y en cuanto pudo lo solucionó.

No soportaba sentir la indiferencia de Rachel.

Sin querer hablar de ello, Rachel miró a su amiga y susurró:

—Todo se arreglará, ya conoces a Santana. Además ya hicimos algo de lo que no podemos dar marcha atrás… si todo funciona será la mejor noticia que podrán recibir Santana y Quinn.

Brittany recordó “la locura de amor” que habían hecho ellas a escondidas de sus parejas y solo sonrío.

—Por cierto, enhorabuena por haber recuperado el anillo.

Brittany se miró el dedo.

A Rachel tampoco le había contado lo que sabía y, encogiéndose de hombros, murmuró:

—Gracias.

En ese instante se abrió la puerta y Leya, la perra, se levantó y corrió. Instantes después entró Quinn con Sami sobre los hombros, y tanto Rachel como Brittany se deshicieron en besos con ella.

Al ver a Brittany, Quinn la saludó encantado, pero la conocía muy bien, y la tristeza que veía en su mirada le hacía presuponer que algo pasaba.

—¿Va todo bien? —preguntó.

Brittany sonrió al oírla y, guiñándole un ojo, musitó:

—Sí, tranquila. Simples discusiones entre tu amiguita y yo.

Quinn suspiró.

Santana, Brittany y sus discusiones...

Luego, mirando a su alrededor, preguntó:

—¿No ha llegado Peter del colegio?

Rachel miró el reloj.

—Cariño, todavía queda un rato para que llegue.

La abogada asintió pero, cuando iba a decir algo, su teléfono sonó y, separándose de ellas, lo atendió. Habló con alguien y, al despedirse, dijo:

—De acuerdo, Gilbert, intentaré pasarme a verte mañana.

Las dos amigas se miraron y, en cuanto Quinn se marchó hacia su despacho, Brittany preguntó:

—¿Le has contado ya lo que tenías que contarle de ese impresentable?

—No.

—¿Y a qué esperas?

Rachel sonrió y replicó:

—¿Te pregunto yo a ti por qué no le contaste a Santana la discusión que tuviste con Elke o por qué permites que el niño diga que no eres su mamá cuando ella no está?

Brittany parpadeó.

—Tocada y hundida.

Rachel rio.

—Mira, lo he decidido—añadió—No voy a decir nada, y que sea lo que Dios quiera. Quinn ya sabe lo que yo pienso de esa gentuza y con eso me vale.

De pronto, Sami preguntó:

—Tía Britt, ¿quieres ver el poni rosa que me ha comprado mami Quinn?

Ella asintió encantada y respondió:

—Claro que quiero verlo. Enséñame ese poni rosa, mi amor.



Peter llegó del colegio un rato después.

Como siempre que veía a Brittany, la abrazaba con cariño. Era un niño afectuoso, y Brittany se emocionaba.

¿Por qué Flyn no la abraza ya así?


Tras estar un rato con ellas, el chico se retiró a su habitación para hacer los deberes.



Una hora después, cuando Rachel y Brittany estaban compartiendo una coca-cola en la cocina, Quinn abrió la puerta y anunció:

—Miren quién ha venido.

Brittany y su esposa se miraron y se saludaron sin mucha efusividad por parte de ella.

—Quinn quería hablar conmigo de ciertos temas legales—explicó Santana.

Sin moverse del sitio y con su bebida en la mano, Brittany asintió:

—¡Genial!

Cuando las amigas se marcharon al despacho, Rachel cuchicheó boquiabierta:

—Guauuu..., ni en el Polo Norte son tan fríos.

Al oírla, Brittany se encogió de hombros y, como no quería seguir hablando del monotema, que no se quitaba de la cabeza, dijo:

—Vamos, enséñame los canales que Peter les ha pirateado en el televisor. Quiero ver si los tengo o no.




Una hora después, Santana y Quinn salieron del despacho, donde no sólo habían hablado de temas legales, y se sentaron con las otras dos chicas para tomarse algo.

El buen humor reinaba en el ambiente, pero a nadie le pasó por alto que Brittany estaba más callada de lo normal. Conscientes de la tirantez que había entre sus amigas, Quinn y Rachel se miraban sin saber qué hacer, hasta que Rachel, levantándose, dijo:

—Se quedan a cenar, ¡decidido! Llamaré para que nos traigan unas pizzas.


Durante la cena, la presencia de Peter y de Sami hizo que todo fuera más ameno, pero Santana se sentía mal. Ver a Brittany tan desganada por lo que estaba ocurriendo en casa con Flyn y con ella misma le partía el corazón.

El tema del chaval ya pasaba de castaño oscuro.

Enterarse de que había sido capaz de robar el anillo que tanto adoraba Brittany hizo que Santana abriera los ojos como platos y se diera cuenta de lo equivocada que estaba. Sin duda, ella era la gran culpable en cuanto al muchacho. Si toda la dureza que en ocasiones vertía contra Brittany la hubiera vertido contra aquél, ahora no estarían así.

Pensó en contarle la fechoría de Flyn en relación con lo del robo a la mujer que adoraba, pero fue incapaz. La avergonzaba que Brittany supiera la verdad de todo y, aun siendo consciente de que estaba mal lo que hacía, decidió callar.

Eso sí, tras hablar con el chaval como no había hablado en su vida, decidió que todo tenía que acabar y, a la siguiente fechoría que hiciera, se iba derecho al colegio militar.




Cuando terminaron de cenar, llegó la hora de marcharse y, en silencio, Santana y Brittany entraron en su coche. Santana arrancó el vehículo y, mirándola, preguntó:

—¿Quieres escuchar música?

—Me da igual.

Deseosa de que aquello acabara, la morena buscó entre los CD que llevaba en el coche y puso uno.

Cuando comenzó a sonar la voz de Ricardo Montaner cantando Convénceme, preguntó:

—Esta canción te gusta, ¿verdad?

Brittany resopló.

Bien sabía Santana cuánto le gustaba.

—Sí.

No la miraba.

Santana necesitaba que lo hiciera para conectar con sus ojos, por lo que murmuró:

—Escucha, Britt...

—No quiero escucharte.

Enfadada por haber sido ella quien había creado aquel malestar, sin poder aguantar un segundo más, insistió:

—¿Hasta cuándo va a durar esto?

Pero Brittany, sin mirarla, replicó:

—Simplemente te estoy dando el espacio que me pediste.

Santana asintió.

Arrancó el vehículo y condujo en silencio hasta su casa.

Era una bocazas, una gran bocazas con su rubia, y se merecía que le hablara así.



Al llegar al garaje, Santana apagó el motor y, cuando Brittany iba a salir del coche, la agarró de la muñeca y, atrayéndola hacia sí, la abrazó y le prometió que a partir de ese instante todo iba a cambiar.

Esta vez, Brittany no se alejó.

Sin duda, la necesitaba tanto como Santana a ella, y la escuchó.


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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por micky morales Mar Dic 15, 2015 7:59 pm

no no y mil veces no, no pdo estar de acuerdo con que Brittany sea tan idiota, pq no se mantiene de malas, pq cede con unas cuantas frasesitas estupidas de santana y soporta humillaciones, desplantes y hasta mentiras, idiota y mil veces idiota!!!!!! FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo - Página 7 2602412967 FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo - Página 7 2602412967
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 3:) Mar Dic 15, 2015 10:28 pm

hola morra,...

mmm britt se juega el todo o nada con san y flyn,...
a ver cuanto le dura el espacio que le da a san,..
san ahora cubriendo a flyn,.. y en escuincle que no ayuda en nada,..

nos vemos!!!
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por monica.santander Mar Dic 15, 2015 10:52 pm

No quiero que Britt sea tan blanda!!!!
Saludos
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Mar Dic 15, 2015 11:36 pm

micky morales escribió:no no y mil veces no, no pdo estar de acuerdo con que Brittany sea tan idiota, pq no se mantiene de malas, pq cede con unas cuantas frasesitas estupidas de santana y soporta humillaciones, desplantes y hasta mentiras, idiota y mil veces idiota!!!!!! FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo - Página 7 2602412967 FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo - Página 7 2602412967


Hola, aaaa si, yo igual encuentro que es muy blanda ¬¬ pero así es el amor, no¿? jajajajaaj, solo esperar y de vrdd no la saquen de sus casillas y termine todo mal. Saludos =D




3:) escribió:hola morra,...

mmm britt se juega el todo o nada con san y flyn,...
a ver cuanto le dura el espacio que le da a san,..
san ahora cubriendo a flyn,.. y en escuincle que no ayuda en nada,..

nos vemos!!!


Hola lu, como siempre le da otra oportunidades jajajajaj. Espero que la busque ¬¬ No, nada de nada ¬¬ esperemos y no se le de vuelta las cosas :@ Saludos =D




monica.santander escribió:No quiero que Britt sea tan blanda!!!!
Saludos
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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 51

Mensaje por 23l1 Mar Dic 15, 2015 11:40 pm

Capitulo 51

El viernes, tras dejar a nuestros niños y a Sami y a Peter con Emma, Will, Bea y Jane, sin mirar atrás o no nos iremos, nos disponemos a pasar un gran fin de semana plagado de sexo y morbo.

Al llegar al hotel donde nos vamos a alojar los próximos dos días, tras pasar por recepción y dar nuestros nombres, Quinn y Rachel, Santana y yo nos dirigimos hacia nuestras respectivas habitaciones.

El hotel es bonito y, cuando Santana y yo cerramos la puerta de la nuestra, nos miramos, nos comunicamos con los ojos como siempre hemos hecho, y sabemos que todo está bien.

Tengo ganas de divertirme con ella.

Entonces veo una botellita con pegatinas rosa metida en hielo junto a dos copas y sonrío, segura de lo que quiero, y sé que Santana también quiere.

—Desnúdate—me pide.

Esa noche, alejadas de los niños y de los problemas, mi esposa y yo nos hacemos mutuamente el amor sin reservas.

Nos necesitamos...

Nos queremos...

Nos amamos...

Y cuando, de madrugada, caemos agotadas en la cama, Santana murmura:

—Creo que tú y yo necesitamos más fines de semana como éste.

Encantada, sonrío.

No me cabe la menor duda y, poniéndome a horcajadas sobre ella, afirmo:

—Tendremos todos los que tú quieras.




A la mañana siguiente, tras llamar a casa y saber que todo está bajo control por ahí, las cuatro nos dirigimos hacia la casa de Alfred y Maggie.

Al ver que Quinn y Santana conversan, Rachel se acerca a mí y cuchichea:

—Tengo que hablar contigo.

—¿Qué pasa?

Mi amiga me hace señas para que calle y murmura:

—Luego hablamos.

Asiento.

Rachel sonríe y, mirando el enorme casoplón que se cierne ante nosotras, pregunta:

—¿Tanto dinero tienen los anfitriones?

Santana y yo intercambiamos una mirada y mi amor responde:

—Son dueños de medio Múnich, y tienen acciones en distintas productoras de cine estadounidense.

Rachel se sorprende al oír eso, pero más sorprendida se queda cuando se los presentamos y ellos la reciben en su casa con aire campechano.

La gran fiesta es por la noche.

Maggie nos enseña por encima los preparativos y, mientras caminamos por las distintas salas ambientadas, Rachel murmura:

—Madre mía. El dineral que deben de haberse gastado en todo esto.

Sonrío.

Sin lugar a dudas, los anfitriones pueden gastarse eso y más. Sólo hay que mirar alrededor para darse cuenta del coste de todo. No quiero ni imaginarme lo bonito que va a ser aquello iluminado por la noche.

Alfred ha ordenado traer columnas labradas y pedestales para ambientar las impresionantes habitaciones, junto a bustos y estatuas de hombres y mujeres, y la mesa principal del comedor es enorme.

Tras salir del gigantesco salón, entramos en otro espacio lleno de mesitas bajas rodeadas por grandes y mullidos almohadones de colores. Con picardía, Maggie se ríe y nos dice que es para quienes quieran seguir comiendo en público tras la cena.

De ahí pasamos a otro enorme salón, en el que unos trabajadores ultiman detalles. Los hombres nos observan curiosos, pero siguen con su trabajo. Nosotras paseamos entre columpios de cuero sujetos al techo y, al ver varios jacuzzis cubiertos por enredaderas para dar efecto, nos miramos y Maggie murmura que era un capricho de su marido. Las tres nos reímos cuando pasamos a otra sala donde vemos varias cruces acolchadas, cepos de madera con grilletes, jaulas y otros artefactos.

Rachel clava sus ojos en mí, y yo, sabiendo lo que piensa, me río y murmuro:

—Aquí no entro yo ni loca.

Una vez salimos de esa estancia, Maggie nos muestra varias habitaciones pequeñas sin puerta en las que hay una cama en su interior, y una de ellas con cortinas a modo de puerta, un columpio de cuero en el centro y un gran espejo.

Se trata de la sala negra.

Nos habla de que hay gente a la que no le gusta estar rodeada a la hora de hacer el intercambio, y finalmente vamos a otra sala grande llena de camas con sábanas doradas y plateadas.

Acabada la visita, salimos al exterior de la enorme casona y vamos hasta un jardín al aire libre, donde nos esperan nuestras parejas junto a otros invitados.


Pasamos gran parte de la mañana ahí y, tras una improvisada comida en uno de los restaurantes del pueblo, nos despedimos y regresamos al hotel.

Debemos prepararnos para la fiesta de la noche.



Entre risas, me arreglo con Rachel y, cuando me miro al espejo, me acuerdo de Hanna y de Emily. Con añoranza, recuerdo mi primera fiesta con ellas vestidas de los años veinte.

Por desgracia, esas buenas amigas no han podido desplazarse para esta fiesta a causa del trabajo de Emily y, aunque las añoro, sonrío.

Sé que están bien y felices.

Eso es lo único que importa.


Una vez Rachel ha acabado de recoger mi pelo en un moño, se da aire con la mano y le pregunto:

—¿Qué te pasa?

Acalorada, ella murmura rápidamente:

—Tengo mucho calor. ¿No tienes calor?

Asiento.

La verdad es que en ese hotel hace muchísimo calor. Me miro al espejo y me gusta el aspecto juvenil y lozano que ese peinado me otorga cuando oigo a Rachel decir tras terminar de ponerme en la cabeza una corona de laureles:

—Estás monísima.

Encantada al oír eso, me fijo en su pelo oscuro y afirmo:

—Tú sí que estás guapa, con esos laureles alrededor de la cabeza y los coloretes que tienes por el calor.

Las dos reímos, y a continuación nos ponemos nuestras sandalias romanas de tacón blanco.

Cuando nos miramos al espejo, ambas silbamos. Estamos sexis y tentadoras vestidas con esos cortos vestidos de romanas en blanco y oro.

Sin duda, fueron una buena elección.

—Mira que no me pones nada, pero reconozco que así vestida estás impresionante.

Mi amiga suelta una carcajada y, dándome un beso en la mejilla, cuchichea:

—Me encanta no ponerte nada—y, mirándome, añade—Escucha, yo quiero cont...

En ese instante llaman a la puerta de la habitación.

Las dos sabemos quiénes son y, con una pícara sonrisa, nos colocamos en plan diosas del Olimpo y decimos:

—Adelante.

La puerta se abre y aparecen nuestras guapas romanas. Quinn está impresionante, pero yo no puedo apartar la mirada de mi morena alemana. Vestida de diosa romana con ese vestido corto y las sandalias romanas...,

Uf..., uf..., por el amor de Dios, ¡qué sexi está!

Al ver nuestros disfraces, ellas sonríen, les gustan tanto como a nosotras los suyos.

Entonces, con picardía, me levanto la corta falda de mi vestido y, enseñándole a Santana mi recién depilado monte de Venus para la ocasión, murmuro:

—Sin nada debajo, como a ti te gusta.

Mi amor asiente, y veo cómo su garganta se mueve cuando traga.

Estoy ensimismada en sus ojos cuando oigo que Rachel dice ante la mirada de Quinn:

—Bueno yo sí llevo. No sé ir sin bragas.

Mi amiga suelta una carcajada, Santana sonríe, y yo, dispuesta a demostrarle que me siento como una diosa vestida así, me muevo con premeditación, nocturnidad y alevosía y pregunto:

—¿Te gusta mi vestidito de romana, Icewoman?

La garganta de mi amor vuelve a moverse mientras la veo asentir, y entonces sé lo que va a pasar cuando mi morena camina hacia mí y, subiéndose el vestido y dice:

—Britt-Britt..., quítate el vestido si no quieres que te lo arrugue.

—¿Ahora?

Mi amor asiente, y yo sonrío satisfecha por lo que he provocado, pero entonces veo que Quinn murmura mirando a Rachel:

—Estás tardando en desnudarte, preciosa.

Sin un ápice de vergüenza, y excitadas por lo que aquellas dos diosas nos ordenan, nos miramos y, con una pícara sonrisa, desabrochamos los pasadores que llevamos al hombro y nuestros vestidos caen al suelo en décimas de segundo.

Santana me come con la mirada.

¡Uf..., qué juguetona se está poniendo!

Sus ojos me hacen saber lo mucho que me desea y, acercándose a mí, susurra antes de besarme con delirio:

—Seré la primero y la último en hacerte mía esta noche.

Acto seguido, me tumba en la cama, observo cómo se quita las brags, me cubre con su cuerpo y, separándome las piernas con las suyas y sin mimo, me hace suya. Me aprieta contra sí y yo me dejo llevar disfrutando al máximo de la fogosidad de mi amor.

Con Santana sobre mí y con mi voluntad anulada por nuestra locura, no sé cuánto tiempo pasa cuando soy consciente de que Rachel está tumbada a mi lado mientras Quinn la besa y se mueven al unísono entre jadeos y susurros.

Como digo, nuestra amistad es especial, diferente.

Compartimos intimidades y momentos pasionales que otros amigos no comparten, pero a nosotras nos gusta, nos encanta poder hacerlo, y las cuatro disfrutamos sobre la cama haciendo el amor con delirio.


Una vez acabado ese loco primer ataque que nosotras hemos provocado, las otras diosas se levantan de la cama y nos levantan a nosotras. Entre risas, pasamos al baño para asearnos y, en el momento en que me miro al espejo, gruño:

—Joder..., mi pelo está hecho un desastre.

Santana, que adora mi rubia melena, se pone detrás de mí, la besa y responde:

—Déjatelo suelto.

Feliz por aquello, le hago caso y, cuando salimos del baño, mientras esperamos a que Quinn y Rachel regresen, Santana dice mientras se acomoda el vestido:

—No te separes de mí en la fiesta, ¿de acuerdo, cariño?

Asiento.

Ni loca me separo de ella.

¡Anda que no habrá lagartas!



Arropadas con unas capas gruesas que nos hemos comprado para la ocasión, nos montamos las cuatro en el coche de Quinn. Hace frío, y ésta se apresura a poner la calefacción. Divertidas, nos dirigimos a la fiesta, pero al coger la carretera que nos llevará hasta la mansión, unos hombres a caballo vestidos de romanos nos paran y nos indican que debemos dejar el coche ahí.

Cuando nos bajamos, nos fijamos en que a los lados hay varias cuadrigas tiradas por caballos, y vamos en ellas hasta la casa.

Eso nos encanta.

Ambientación desde el minuto uno.

Sin duda, Alfred y Maggie saben dar fiestas.


Una vez las cuadrigas nos dejan en la entrada, nos apresuramos a acceder a la enorme mansión y de inmediato nos quedamos boquiabiertas. Realmente aquello parece la antigua Roma. Por todas partes hay hombres y mujeres vestidos de aquella época, y la caracterización del lugar es fantástica.


Más tarde, me entero de que ha ayudado en la decoración uno de los equipos que trabajó en la película Gladiator. Sin duda, todo aquello es increíble.

De la mano de mi amor, camino por la casona convertida en la antigua Roma y me fijo en los cuencos rústicos llenos de uvas, las jarras finas para el vino y las hermosas copas.

En aquella fiesta no hay cerveza, no hay coca-cola, no hay champán.

Las paredes están decoradas con finas cenefas, antorchas y lámparas de aceite.

—Increíble. Maggie y Alfred cada día se superan más —afirma Quinn echando un vistazo a su alrededor.

Las tres asentimos asombradas mientras aceptamos unas copas de vino, que más tarde sabemos que es aromático, y bebemos mientras saludamos a muchos conocidos.

Todos los presentes lo queremos pasar bien.

La gran mayoría nos conocemos de otras fiestas o de encontrarnos en ciertos locales swingers.

Nadie está ahí por equivocación.

—Pero ¡qué alegría volver a veros aquí! —oigo de pronto.

Rápidamente me doy la vuelta y me encuentro con Ginebra y su marido.

¿Qué están haciendo ellos ahí?

Santana se apresura a agarrarme de la mano, y entonces Alfred se acerca a nosotras y dice:

—Santana, no sé si conoces a mi buen amigo Félix.

Vaya..., vaya...

¿Alfred es amigo de Félix?

Sinceramente, no me extraña.

El tipo de sexo que he visto que les gusta a aquéllos y a los anfitriones es muy parecido.

Entonces, Santana sonríe y afirma:

—Sí. Lo conozco a él y también a su mujer, Ginebra.

La aludida sonríe y yo le devuelvo la sonrisa.

Mientras todos hablamos, me percato de que Ginebra no se acerca a Santana ni lo mira de manera que yo me pueda molestar. La verdad es que siempre guarda muy bien las distancias pero, cuando se alejan de nosotras, me alegro.

De pronto suenan unas trompetas y un cañón de luz enfoca hacia lo alto de la escalera. Ahí están Alfred y Maggie con sus caros disfraces. Como anfitriones, dan la bienvenida a sus invitados. Nos hacen saber que somos ciento treinta personas escogidas selectivamente para la fiesta, y a continuación unos guapos sirvientes romanos nos entregan unos papeles. En ellos viene un plano de la casa explicando las salas y sus temáticas.

Una vez acaban la explicación, con una grata sonrisa, Alfred nos invita a todos los asistentes a pasar al comedor y, encantados, todos nos dirigimos hacia ahí. Cada uno de nosotros tiene asignado un lugar en la mesa, y me alegra ver que Maggie nos ha puesto junto a Quinn y Rachel.

Cuando nos acomodamos, unos criados nos sirven más vino y después comenzamos a degustar manjares que supuestamente se comían en la antigua Roma.

De entrada nos sirven un exquisito puré de lentejas con castañas. Al principio pienso que no me lo voy a comer, pero ¡está buenísimo!

A Rachel, en cambio, le horroriza el olor.

Llenan mi copa con algo que no conozco y, al preguntar, el camarero me dice que es mulsum.

Yo vuelvo a mirarlo.

No sé qué es eso, y éste con corrección dice:

—El mulsum es un vino típico de la época del Imperio romano. Está hecho de una mezcla de vino o mosto con miel. Después se remueve hasta que la miel se disuelve y se sirve templado con los entrantes.

Doy un traguito y Rachel, mirándome, afirma:

—Me muero por una birra, ¿no hay?

—Y yo por una coca-cola.

Las cuatro llegamos al convencimiento de que aquello no es lo que más nos apetece, y entonces nos traen vino de rosas y vino de dátiles.

¡Repito varias veces!

Están increíbles.

Santana sonríe.

—No bebas mucho que, cuando regresemos al hotel, tengo encargada para ti una botellita con pegatinas rosa.

Yo me río con complicidad al oírla.

Sabe que por su culpa me encanta el champán Moët & Chandon Rosé Impérial. Me lo hizo beber en nuestra primera cita en el Moroccio y se ha convertido en un compañero habitual en nuestros momentos.

—Tranquila, amor—susurro—, Que para mi botellita de pegatinas rosa siempre tengo hueco.

Los camareros traen paté de olivas, moretum, distintos quesos frescos de hierbas, sésamo y piñones y, como plato fuerte, un increíble lechón asado y relleno con hojaldre y miel.

Rachel y yo nos chupamos los dedos, todo está buenísimo y, cuando traen las manzanas asadas con frutos secos, creo que voy a reventar.

¿Por qué mi papá me habrá enseñado que hay que terminarse siempre todo lo que hay en el plato?


Acabada la cena, mientras todas charlamos tranquilamente y estoy tomando algo que llaman hidromiel, veo que Alfred se levanta, llevan hasta él cuatro carritos de servicio con ruedas vacíos y él, tras coger un micrófono para que todo el mundo pueda oír, dice:

—Amigos, en la antigua Roma, después de comer en banquetes concurridos como éste, siempre se organizaba algún tipo de espectáculo. Había varios y todos eran sangrientos, como, por ejemplo, atar a un pobre hombre a una estaca para que una fiera hambrienta lo despedazara mientras los comensales observaban.

Todos los presentes arrugamos el entrecejo; ¡qué asco!

¿De verdad hacían eso los romanos y no echaban luego la pota?

Al ver nuestro gesto, Alfred sonríe y continúa:

—En nuestro caso, he pensado crear un espectáculo llamado «el postre común». Consistirá en que tres mujeres y tres hombres, los que se ofrezcan, serán atados a estos carritos y serán ofrecidos como postre a todo el mundo durante una hora. Después, serán liberados, todos saldremos del comedor y podremos dirigirnos a las distintas salas para continuar con la fiesta.

Las risas de muchos de los asistentes se oyen junto a algunos aplausos.

Rachel me mira y, acercándose a mí, murmura:

—Ni loca me presto a eso.

Yo sonrío y afirmo:

—Ya somos dos.

Nuestras chicarronas, que están a nuestro lado y nos han oído, asienten.

Piensan como nosotras.

Encantada al comprobar que estamos de acuerdo, beso a mi morena y, cuando oigo las risas de los asistentes, no me sorprendo al ver a Ginebra levantarse. Félix, su marido, le da un beso y, tras un azote en el trasero que hace reír a los hombres que están a su alrededor, Ginebra se aleja de ellos con una gran sonrisa.

Detrás de ella salen dos mujeres y tres hombres e, instantes después, se marchan con los criados, que se llevan los carritos, y los demás seguimos sentados a la mesa.

Un momento más tarde, las trompetas suenan, las puertas se abren y entran de nuevo los criados con aquéllos desnudos y maniatados sobre los carritos de servicio.

Boquiabierta, observo la escena.

Mira que ya he visto cosas raras en mi vida, pero ver eso me parece surrealista.

Los voluntarios están atados, unos boca arriba y otros boca abajo.

Me fijo en Ginebra, que está boca abajo. Su pecho está pegado a la bandeja, tiene las muñecas y los tobillos atados al carrito de servicio y está por completo expuesta para todos. Los camareros dejan cada carrito en distintos puntos de la mesa y, a partir de entonces, los invitados comienzan a mover los carritos a su antojo.

Los ofrecidos ríen ante lo que aquellos hombres y mujeres hacen, pero yo sólo puedo fijarme en Ginebra. Le dan cachetitos en el trasero, hasta que un hombre, que está junto a Félix, se pone en pie y, levantándose la faldita de romano que lleva, se echa hidromiel alrededor del pene y se lo introduce a Ginebra en la vagina. Félix lo anima y, finalmente, levantándose también, mete su verga en la boca de su mujer. La gente aplaude ante lo que ve, mientras yo observo ojiplática.

Ginebra grita, jadea, mientras Félix, con los ojos cerrados, continúa su propio baile particular en la boca de su mujer.

Rachel me mira.

Yo me encojo de hombros y, acercándome a Santana, murmuro:

—Si Ginebra está tan enferma, ¿por qué hace esto?

Santana, que ha dejado de observar el espectáculo, clava los ojos en mí y responde:

—Porque es lo que le gusta, cariño, y Félix no le dice que no a nada.

La gente se levanta y se arremolina alrededor de Ginebra y las otras personas que están en los carritos de servicio para jalear, tocar y hacer todo lo que se les venga en gana, pero nosotras, al igual que otras personas, no nos levantamos.

No nos interesa ese tipo de juego.

Olvidándonos de lo que ocurre a escasos metros de nosotras, comenzamos a hablar entonces con otros invitados, hasta que suenan las trompetas. En ese instante todo el mundo se sienta y, cuando los camareros entran a por los voluntarios para llevárselos, yo me quedo sin habla: van sucios, cubiertos de comida y de lo que no es comida pero, por extraño que me parezca, se les ve felices.

Sin duda, han disfrutado con algo que a mí particularmente me horroriza.

Los invitados continuamos sentados a la mesa cuando, diez minutos después, las puertas vuelven a abrirse y los seis voluntarios entran de nuevo duchados y con sus impolutos trajes de romanos. La gente aplaude y los vitorea, y ellos sonríen.

Poco después es Maggie la que se levanta, coge el micrófono y dice:

—Amigos, la cena ha acabado. Ahora los invito a que vayáis a los distintos salones acondicionados que hay en la casa para que gocen de su morbo, de su sexualidad y de esta gran fiesta. Recuerden las normas y ¡a disfrutar!

Todos nos levantamos y salimos del comedor.

La primera sala que nos encontramos es la que está plagada de mesitas bajas y almohadones.

Ahí nos sentamos.

Hablamos durante un buen rato con conocidos, hasta que mi morena murmura en mi oído:

—¿Qué te parece si tú y yo nos vamos a uno de esos columpios de cuero? Creo que las últimas veces que lo probamos nos gustó.

—Y mucho —afirmo.

De la mano, caminamos hacia las salas donde sé que están los columpios, mientras Rachel y Quinn se quedan hablando con otros sobre los cojines.

Al llegar, vemos que no hay ningún columpio libre y, al recordar uno en la habitación negra del espejo, como la llamó Maggie, me dirijo hacia ahí.

Por suerte, está vacía.

Nos besamos y, cuando el beso acaba, veo que una mujer que no conozco está mirándonos. Santana me pregunta con la mirada y yo sonrío, y entonces mi amor dice:

—Cariño, te presento a Casey.

Encantada, sonrío a la tal Casey y ésta hace lo mismo. Santana, que está detrás de mí, le ordena a Casey que cierre las cortinas para que nadie nos moleste y, tras ello, murmura en mi oído:

—Te voy a quitar el vestido, ¿puedo?

La miro con una sonrisa guasona y con un pestañeo sabe que le digo que sí. Acto seguido, mi amor abre el pasador que sujeta mi vestido, éste cae hasta mis pies y yo quedo desnuda excepto por las sandalias romanas de tacón que llevo.

Casey sonríe.

No me toca.

Nos observa, y Santana, cogiéndome entre sus brazos, me sube al columpio, pasa las correas por mis tobillos y mis muslos y, una vez que nota que estoy sujeta, me suelta y susurra balanceándome, mientras mis pechos se mueven:

—¿Qué le apetece a mi preciosa rubia?

Excitada por aquello, sonrío.

Quiero disfrutar de mi morena de mil maneras, de mil posiciones, de mil jadeos.

Observo que Casey nos mira, espera instrucciones y, finalmente, sin quitarle la vista de encima a mi buenorra esposa, respondo:

—Quiero disfrutar de todo.

Mi amor asiente.

Sonríe, se saca el disfraz, que cae al suelo junto al mío, se acerca a mí y, aproximándose a mi boca, murmura:

—Entonces, disfrutemos.

Con su boca, busca la mía y, con una sensualidad que me deja sin palabras, me chupa el labio superior, después el inferior, yo abro los ojos y ella finaliza su increíble ritual dándome un mordisquito e introduciendo su increíble lengua en mi boca.

Nos besamos...

Nos devoramos...

Nos excitamos...

Y, cuando nuestros labios apenas se separan unos milímetros, Santana musita:

—Abre los ojos y mírame, cariño..., mírame.

Gustosa, hago lo que me pide.

Nada me gusta más que mirarla mientras, colgada del columpio del placer, apenas puedo moverme y, casi sin separar nuestras bocas, mi amor se acomoda de forma que nuestros sexos se rocen y siento cómo poco a poco se va moviendo.

Un jadeo sale de mi boca al tiempo que sale otro de la de ella cuando Santana se agarra a las cintas de cuero que hay sobre mi cabeza y, sin permitir que se muevan, susurra a mi oído mientras siento su poder en mi:

—Eso es, Britt-Britt..., sujétate a las cintas y ábrete para mí.

Acto seguido, las caderas de mi alemana comienzan a rotar.

¡Oh, Dios, qué placer!

Sus movimientos son asombrosos, inesperados, chocantes, perturbadores. Santana me hace el amor y, como siempre, me sorprende, me vuelve loca, me hace querer más y más.

Sus movimientos son certeros, sagaces e inteligentes. Para mí no hay nadie como ella en el sexo.

Nadie es como mi Santana López.

Mis jadeos suben de decibelios mientras me dejo manejar por la mujer que amo como una muñeca y sigo suspendida en el aire sobre aquel increíble columpio.

Casey continúa mirándonos, pero a diferencia de hace unos minutos, me doy cuenta de que ya no lleva su disfraz.

Mi amor me abraza mientras sigue con sus perturbadores y pasionales movimientos. Enloquecida, le muerdo los pezones, y al mismo tiempo me complace comprobar cómo Casey nos observa. Sus ojos y los míos se encuentran y me habla con la mirada. Me hace saber cuánto desea estar entre mis piernas y lo mucho que le apetece follarme.

Ya no me asusta decir la palabra «follar» como me asustaba al principio.

Cuando jugamos, nos excita que Santana me la diga o yo se la diga a ella, nos calienta. El lenguaje que en ocasiones utilizamos en esos ardientes momentos es fogoso, acalorado y tórrido.

Muy... muy tórrido.

Al sentir cómo le clavo los dientes en los pezones y las uñas en la espalda, Santana jadea, acelera las acometidas y, tras acercar su boca a mi oído, la oigo murmurar:

—Toda mía. Mía y solo mía, incluso cuando Casey te folle para mí.

Su voz y lo que dice me enloquece.

Santana lo sabe, me conoce, y prosigue arrebatada por la pasión:

—Me voy a correr, Britt-Britt. Voy a echar mi esencia en ti y después me saldré y te ofreceré a Casey. Te abriré para ella y te encajaré en su cuerpo como ahora te tengo encajada en el mío.

—Sí..., sí... —consigo balbucear.

Aquello nos excita...

Aquello nos vuelve locas y, cuando siento que mi amor se contrae y yo grito de placer, tras un último movimiento y, una vez acaban sus convulsiones, sale de mi.

Con las respiraciones sofocadas, ambas nos miramos y, a continuación, ella dice:

—Casey...

La aludida ya tiene en la mano una botellita de agua y una toalla limpia. Sin perder tiempo, me lava, me toca, me provoca, cuando Santana, poniéndose detrás de mí, mueve el columpio para que nos veamos reflejados en el gran espejo, me agarra por los muslos y, separándomelos más aún, dice:

—Está húmeda y preparada.

Observo en el espejo mi descaro y mi desvergüenza y sonrío cuando Casey deja la botella y la toalla a un lado y pregunta señalando mi tatuaje, que está en español:

—¿Qué pone?

Santana y yo intercambiamos una mirada y sonreímos.

—Pone: «Pídeme lo que quieras» —dice mi amor.

Casey asiente.

Sin duda, le hace gracia mi tatuaje y, arrodillándose ante mí, dice:

—Pido que separes los muslos para mí y te metas en mi boca.

Su petición es excitante y, abriéndome más para ella, la provoco mientras le enseño el néctar que desea degustar.

Santana, que tiene los ojos conectados con los míos a través del espejo, empuja el columpio hasta posar mi vagina sobre la boca de aquella. Le da lo que pide y lo que ella y yo gustosas estamos dispuestas a compartir.


Durante varios minutos, aquella extraño me chupa, me lame, me mordisquea el centro de mi deseo, y yo simplemente me muevo sobre su boca y disfruto de aquello sin apartar los ojos del espejo donde estoy enganchada a los ojos de mi amor.

Santana sonríe.

Le gusta lo que ve.

Le excita mi acaloramiento y, con las manos en mis nalgas, me mueve sobre la boca de aquella.

Adoro que haga eso.

Me vuelve loca que dirija nuestro juego.

Me excita sentir que ella tiene poder sobre mí, como en otros momentos me gusta sentir que yo tengo poder sobre ella.

Mis jadeos suben de decibelios mientras Santana me besa para tragarse cada gemido mío. Sus ojos y los míos están totalmente conectados y, cada vez que me susurra aquello de «bien abierta, mi amor, permite que disfrute de lo que sólo es mío», me encojo de placer.

Pierdo la noción del tiempo.

No sé cuánto rato disfrutamos así.

Sólo sé que me entrego a mi amor y ésta a su vez me entrega a otra persona llena de placer. Tras un último orgasmo que me hace convulsionar, Casey se levanta, se coloca entre mis muslos abiertos, guía su sexo hasta mi tremenda humedad y con sus dedos me penetra. Yo jadeo y cierro los ojos. Santana, que está detrás de mí, murmura entonces en mi oído:

—Así, Britt-Britt, no te retraigas y disfruta de nuestro placer.

Echo la cabeza hacia atrás y mi amor me besa mientras la sensación de ingravidez por estar sobre el columpio me vuelve loca.

Santana me hace el amor con la lengua mientras siento que Casey agarra con la mano la cuerda que pasa por mi trasero para rozarse más y más en mí.

Estoy tremendamente excitada por el momento; entonces Santana abandona mi boca y murmura buscando mi mirada a través del espejo:

—Dime lo que sientes.

Los golpes secos que Casey me da, unidos al modo en que Santana me abre para ella y a sus palabras, me hacen sentir mil cosas y, cuando puedo, respondo:

—Calor..., placer..., morbo..., entrega...

No puedo continuar.

Casey ha cogido la postura correcta y ahora me penetra con tres dedos comenzando a bombear en mi interior con una tremenda intensidad.

Jadeo..., grito..., intento moverme, pero Santana no me deja.

Observo la escena a través del espejo y enloquezco.

Yo suspendida en el aire, desnuda y entregada, con mi amor tras de mí abriéndome los muslos y Casey delante follándome. Me gusta ver en el espejo cómo su trasero se contrae cada vez que entra en mí, me gusta tanto como a Santana.

Casey se vuelve una máquina entrando y saliendo de mi sexo, y yo apenas puedo respirar pero no quiero que pare.

No quiero que se acabe.

No quiero que Santana deje de abrirme las piernas.

No quiero que mi amor deje de besarme, pero de pronto Casey tiembla, da un lastimero quejido y, tras unas últimas y potentes embestidas, se deja ir y yo la acompaño.

Una vez Casey sale de mí, Santana acerca la botellita de agua y la toalla, me lava y después me seca.

—Ahora quiero que te sientes tú en el columpio —digo.

—¿Yo?

Asiento.

Sé muy bien lo que quiero hacer y, una vez mi morena me ayuda a quitarme las cintas, soy yo quien la invita a sentarse.

Santana sonríe.

Le resulta cómico estar ahí.

Una vez se sienta y va a decir algo, apoyo los pies sobre sus muslos, me subo y, mirándola desde mi sitio más arriba, flexiono las piernas para ofrecerme a ella.

Encantada, comienza a regalarme miles de besos, un bonito reguero de besos que van desde mis rodillas hasta mis muslos.

Eso me vuelve loca.

Después mordisquea mi monte de Venus, y eso me vuelve tarumba. Finalmente introduce la nariz entre mis piernas y, sujetándome con fuerza por la cintura para que no me mate ni caiga hacia atrás, su caliente, inquietante y juguetona boca llega hasta el centro de mi placer, y yo, al sentirla, tiemblo y me abro para ella.

Me muerde...

Me chupa...

Me succiona...

Y, cuando creo que voy a explotar de calor, la agarro del pelo, hago que me mire y, como una diosa del porno, me dejo resbalar por su cuerpo hasta quedar sentada sobre ella. Mis talones cuelgan tras su trasero y, hechizada por cómo me hace sentir, me acomodo para que nuestros sexos tenga al mejor fricción. Santana jadea y murmura al sentir mi entrega:

—Te quiero, señorita Pierce.

Lo sé.

Sé que me quiere aunque nuestras discusiones últimamente sean un día sí y tres también.

Nos besamos mientras el columpio se mueve. Adoro sus sabrosos besos cargados de amor, erotismo, complicidad. Adoro esa boca que es exclusivamente mía.

Sin embargo, cuando abro los ojos y miro al espejo que hay frente al columpio, me encuentro con la mirada de Ginebra, que nos observa desde la parte derecha de la cortina.

¿Cuánto tiempo llevará ahí?

Sin querer pensar en ella y romper mi momento con mi amor, decido olvidarme de esa mujer, saco mi parte malota, hago rotar las caderas para encajarme más en mi esposa y, cuando la siento temblar por el movimiento, susurro con sensualidad:

—Te quiero, señora Pierce-López.

Al oír eso, Santana echa la cabeza hacia atrás.

En esta ocasión soy yo la que tiene el poder, y sé cuánto la excita que la llame así.

Ambas lo sabemos, pero más me gusta saber que ella lo sabe.

Sus manos están en mi cintura, pero se las cojo y la hago agarrarse al columpio.

La respiración de Santana se acelera.

La vuelve loca que saque esa parte mía tan de malota, y murmuro:

—Ahora mando yo y temblarás de placer.

Ella sonríe.

Me encanta verla sonreír de esa manera y, dispuesta a cumplir lo que he dicho, hago un rápido movimiento con la pelvis y mi amor tiembla.

Tiembla por mí.

Orgullosa de haber sacado la Brittany malota que llevo en mi interior, prosigo con mis movimientos, primero dulces y acompasados para luego convertirse en duros y arrítmicos.

Santana disfruta dejándose llevar mientras yo miro de nuevo al espejo y veo que Ginebra ya no está.

Consciente del poder que tengo sobre mi sexy morena espsoa, ondeo las caderas en busca de sus gemidos. Éstos no tardan en llegar, y aumentan cuando paso la lengua lentamente por sus pechos, su cuello y al final, mirándola a los ojos, le exijo:

—Córrete para mí.

Mi voz.

Mi mirada.

Lo que le pido.

Todo ello unido hace que Santana tiemble y se estremezca, y yo de nuevo vuelvo a chupar sus pechos y su cuello.

Adoro su sabor.

Adoro su olor.

Pero realmente ¿qué no adoro de ella?

La observo con los ojos cerrados.

La mujer que me enamoró hace casi cinco años sigue siendo una mujer sexi, guapa, femenina y complaciente en la intimidad.

Nadie es como Santana.

Nadie es como López.

Su boca, sus carnosos y dulces labios me llaman, me gritan que la bese, que la devore, pero en lugar de eso, me acerco a su barbilla y la chupo con delicadeza al tiempo que oprimo la pelvis contra la suya. Su respiración me indica que disfruta con aquello y vuelvo a apretar la pelvis. Santana vibra, jadea, y mientras la repito mil veces más, la que comienza a vibrar y a jadear soy yo.

Todo el mundo sabe que en nuestro cuerpo hay un punto llamado G, pero con mi morena alemana, además de ése, siento que también tengo el punto H, el K, el M...

¡Dios, creo que tengo todo el abecedario!

Un gemido bronco sale entonces de la garganta de mi esposa y sé que es de goce total y, sin que pueda remediarlo, me agarra de la cintura y, tras un seco movimiento, ambas chillamos al unísono.

¡Uf..., qué placer!

Mis pies no tocan el suelo; me gustaría repetir ese seco movimiento pero no tengo fuerza, por lo que busco ayuda. Rápidamente la encuentro cuando observo que Casey sigue a nuestro lado mirándonos.

Sin dudarlo, me comunico con él a través de la mirada. Sin necesidad de hablar, sabe lo que quiero, lo que le pido, lo que le exijo y, poniéndose detrás de mí, posa una de sus manos en mi trasero y otra en mi cintura y me mueve con fuerza.

Santana abre los ojos al sentir la rotundidad de ese movimiento y, tras un nuevo gemido de las dos, pregunto a mi amor:

—¿Te gusta así?

Mi cariño asiente mientras las manos de Casey, que son las que me mueven para encajarme de mil maneras en ella, nos llevan al séptimo cielo.

Entre gemido y gemido, Casey introduce un dedo en mi ano.

Eso potencia mi placer.

Ya no sólo quiero que me apriete sobre Santana, sino que ahora quiero que me apriete también sobre su dedo.

El juego continúa y Santana busca mi boca, aunque no me besa. Sólo la coloca sobre la mía para que ambas nos ahoguemos en los gemidos de la otra, hasta que de pronto un gemido sale de su garganta, me agarra por la cintura posesivamente y me junta por completo en ella haciéndome gritar.

El clímax nos llega y caigo derrotada encima del cuerpo de mi amor cuando siento que Santana, que está recostada sobre el columpio, separa las piernas, abre las nalgas de mi trasero con sus manos y, segundos después, Casey unta lubricante en mi ano y termina con dos dedos lo que ha comenzado con uno.

Sus movimientos hacen que yo también me mueva encima de Santana mientras ella me abre las nalgas para la mujer que está detrás de mí.

Mis gemidos vuelven a llenar la estancia, y al mismo tiempo Santana murmura sin soltar mis nalgas:

—Disfrútalo..., así..., así..., grita para mí.

Calor..., el calor que me sube por los pies y me llega a la cabeza es inmenso y, cuando Casey al final se corre y sale de mí, caigo sobre Santana agotada.

Muy agotada.

Instantes después, Casey me ayuda a bajar del columpio y, tras de mí, lo hace Santana, que rápidamente me abraza y pregunta:

—¿Todo bien?

Yo sonrío y asiento.

Todo mejor que bien.

Acaloradas, las tres nos dirigimos a las duchas, donde el frescor del agua al recorrer nuestros cuerpos hace que el sudor nos abandone.

Una vez nos hemos secado, nos ponemos de nuevo nuestros disfraces, nos despedimos de Casey y decidimos buscar algo de beber.

Estamos sedientas.

Cogidas de la mano, caminamos por los salones donde los invitados practican sexo con total libertad.

Admiro el juego de la gente y sonrío al sentir que lo disfrutan a su manera.

¡Olé por ellos!

Al pasar por la sala donde están las cruces y las jaulas, nos detenemos. Vale, entiendo y respeto que es otra forma de sexo, pero a mí no, no, no, no me llama la atención.

Observo que en una de las jaulas hay un hombre encerrado y que otro practica sexo anal con él. Ambos parecen disfrutar de su experiencia y, oye, si les gusta, ¿dónde está el problema?

Luego me fijo en una de las cruces.

En ella tienen a una mujer atada de pies y manos, pero a un mismo palo. Con curiosidad, contemplo cómo una pareja le ponen unas pinzas de la ropa en los pezones y en la vagina y las mueven. La mujer de la cruz grita.

¡Uf, qué dolor!

Para mí eso es una tortura, pero Santana me hace saber que para ella es un placer tan respetable como el que nosotras acabamos de experimentar sobre el columpio con Casey.

Los acompañantes de aquélla sonríen, le ponen más pinzas, pero pasados unos pocos minutos se las quitan. Instantes después, ante mis ojos la desatan y la vuelven a atar, pero esta vez le sujetan las manos y las piernas a palos diferentes. Luego pasan una cuerda alrededor del cuerpo de la mujer e introducen una parte de esa cuerda entre sus piernas, la tensan, vuelven a tensarla, y la cuerda queda encajada entre sus labios vaginales.

—Pero ¿eso no le hace daño? —cuchicheo a Santana.

Mi amor, que no me ha soltado de la mano, sonríe y murmura acercándome a ella:

—Cuando está ahí es porque eso le gusta y le proporciona placer, cariño. Aquí nadie hace nada que no quiera o no le guste.

Asiento, sé que Santana tiene razón.

Entonces, unas risas hacen que mire hacia atrás y veo a Félix junto a un grupo de gente. Con curiosidad, tiro de mi esposa para ir a mirar y, cuando llego hasta el lugar en el que están, me encuentro con Ginebra totalmente desnuda y atada a una silla de ginecólogo.

Sus pechos, que se ven rojos y amoratados, están rodeados por una cuerda, pero ella parece pasarlo bien a pesar de sus gritos mientras es penetrada por uno de los hombres.

Alrededor de Ginebra hay tres personas además del que la penetra: una mujer que la coge del cuello y la besa, un hombre que le da toquecitos con una vara en los pechos y otro que se masturba esperando su momento.

Félix, que está junto a ellos, anima a otros a que se acerquen y la toquen. Varios de los presentes se aproximan, y entonces dejo de ver a Ginebra. Miro a Santana y observo que a ella le incomoda esa escena tanto como a mí, pero entonces Félix, que nos ha visto, se acerca a nosotras y nos dice:

—¿Les apetece jugar con mi complaciente mujer?

Tanto Santana como yo negamos con la cabeza y él insiste:

—Santana, ya sabes que Ginebra lo permite todo, y más tratándose de ti.

Boquiabierta, voy a protestar cuando mi amor responde por mí:

—Félix, creo que eso último ha sobrado.

Oh, sí.

Yo también creo que ha sobrado.

Al entender que nos ha incomodado, Félix rápidamente coge de una mesita auxiliar una jarra de vino y unas copas limpias y, tras llenarlas, nos las ofrece.

—Discúlpenme—dice—Mi comentario ha estado fuera de lugar.

Con seriedad, Santana coge una copa, lo mira con un gesto que haría temblar al más valiente del universo, me la entrega y, tras coger ella otra, replica con voz neutra:

—Tranquilo, no pasa nada.

Félix me mira, busca mi perdón, y yo finalmente digo:

—Disculpas aceptadas.

—Gracias por su comprensión—murmura y, mirando hacia el grupo que ríe mientras se oyen los gritos placenteros de Ginebra, añade—Sé que pensaran que mi mujer no debería estar aquí, pero... ella quiere disfrutar de todo mientras pueda.

Oír eso me apena, y entonces Santana dice:

—Aun así, creo que tú podrías hacerla disfrutar de otra manera.

Félix se mueve.

Sin lugar a dudas, la dura mirada de Santana lo incomoda, y responde:

—Santana, yo...

—Déjalo, Félix. Ustedes sabrán las normas de su pareja. Pero te aseguro que, si fuera mi mujer quien estuviera enferma, no estaría aquí. Eso te lo puedo asegurar.

—Por Ginebra soy capaz de cualquier cosa, Santana. Y si ella quiere esto o quiere la luna, lo tendrá.

Mi amor, que no me ha soltado en todo ese rato, clava la mirada en él y finalmente responde:

—Para todo hay límites en esta vida, pero en una cosa estoy de acuerdo contigo: si mi mujer quiere la luna, también la tendrá.

Se miran.

Mi sexto sentido como mujer me grita que se están comunicando con la mirada, y tomo nota de que, en cuanto tenga oportunidad, le pediré a mi amor explicaciones.

En ese instante veo a Quinn y a Rachel salir de las duchas, caminan hacia nosotros. Al llegar a nuestro lado, Félix regresa con el grupo y Santana dice:

—Vayamos a beber algo que no sea vino de dátiles y cosas así.

—¡Nos apuntamos!—exclama Quinn riendo.

Cuando comenzamos a andar las cuatro hacia un lado de la casa donde sabemos que podemos tomar algo que no tenga que ver con el Imperio romano, Rachel pregunta:

—¿La fiestecita bien?

Encantada por lo ocurrido, asiento y ella cuchichea:

—A mí me ha sentado algo mal.

Al oírla, me paro.

La miro y ella, bajando la voz, murmura:

—Pero, tranquila, ya comienzo a sentirme mejor.

Eso me preocupa.

Quinn, que sabe cómo se encuentra Rachel, pregunta:

—Cariño, ¿quieres que nos vayamos al hotel?

—No, cielo, estoy bien. Pero me sabe mal por ti. No estás disfrutando la noche que esperabas.

Quinn me mira.

Yo sonrío y la oigo decir:

—Con estar contigo, me vale.

Ambas reímos.

Batichica es muy galante.

Continuamos caminando por la casa y pienso en mi hermana. Si ella estuviera aquí viendo lo que yo veo, pensaría muchas cosas, además de que nos faltan más de trescientos tornillos.




Dos horas después, estamos tiradas en unos almohadones que hay en una gran sala. Divertidas, charlamos con más gente y Rachel susurra:

—Tengo que ir al baño; ¿vienes?

Asiento.

Yo también tengo que ir y, tras darle un beso a mi guapa esposa, me alejo con ella. Al pasar por varias salas, algunos hombres nos piropean y nos invitan a sus juegos, pero nosotras sonreímos y negamos con la cabeza: tenemos claro que, sin Santana y Quinn, no jugamos con nadie.

Al llegar al baño, como siempre, hay cola.

¿Por qué el baño de mujeres siempre está a tope?

Acostumbradas a esperar, nos apoyamos en la pared y Rachel cuchichea:

—Britt..., cuando lleguemos al hotel, tengo que...

—¿Qué tal la noche, chicas?

La voz de Ginebra nos interrumpe.

Está a nuestro lado, recuerdo lo que he visto de ella y lo que ella ha visto de mí, y respondo:

—Sin duda alguna, muy bien. La tuya también, ¿verdad?

Ginebra sonríe, saluda con la mano a una mujer que pasa por nuestro lado y susurra:

—De momento, estupenda, aunque la noche es joven.

Rachel sonríe y yo hago lo mismo.

Durante más de diez minutos, esperamos pacientemente nuestra cola y, cuando Rachel entra en el baño, Ginebra dice mirándome:

—Las vi en el cuarto negro del espejo.

—Lo sé —afirmo sabiendo de lo que habla.

Ginebra asiente y murmura:

—Me vas a odiar, pero necesito decirte que, cuando las vi sobre el columpio, mi mente recordó muchas cosas del pasado y quise ser yo la que estuviera sobre ella y besara su cálida boca. Ver aquella escena tan dulce y erótica me excitó como llevaba tiempo sin hacerlo..., y he pensado pedirte que me ofrezcas a tu esposa.

Sorprendida, la miro.

¿De qué va, la colega?

Pero, como no quiero enfadarme, respondo:

—Ginebra, ya sabes que ella no quiere nada contigo.

—Oblígala.

¡¿Qué?!

¿Ha dicho que la obligue?

Y, atónita, declaro:

—No.

—¿Y si la obligo yo?

Ojú..., ojú..., lo que me entra por el cuerpo cuando la oigo decir eso... Y, sin contener la mala leche que en segundos ha crecido en mi interior, le dirijo la peor de mis miraditas y siseo tajantemente:

—Te mato.

Ginebra sonríe y, con un gesto que no me gusta nada, responde:

—Tengo poco que perder y un gran placer que ganar, ¿no crees?

Bueno..., bueno..., bueno..., ¡salió el gordo de la lotería!

Mi parte racional de mamá, mujer casada y adulta me dice: «Brittany..., respira..., respira», pero mi parte irracional de española, jerezana y catalana me grita: «Brittany..., arrástrala de los pelos».

Me toco la cara —o me la toco yo o se la toco a ella con el puño— y, cuando consigo digerir lo que acaba de decirme, la miro y replico llena de maldad:

—Para estar a punto de morirte, eres muy zorra, ¿no?

—¡Qué desagradable es eso que has dicho! —me corta.

Sí, tiene razón.

Lo que acabo de decir no es algo de lo que deba sentirme orgullosa, y respondo sacando mi parte macarra:

—Siento mucho lo de tu enfermedad, pero aléjate de Santana si no quieres tener un grave problema conmigo. Y, cuando digo grave, es gravísimo porque yo, cuando me enfado, pierdo los papeles y me da igual quién seas, lo que te pase o lo que te pueda pasar, ¿entendido?

Al ver mi reacción, Ginebra abre la boca y, por primera vez, veo en ella una cara que no conozco.

Por fin ha salido la Ginebra de la que Hanna me habló.

—Santana fue mía antes que tuya—sisea ella furiosa.

Con la rapidez del rayo, me muevo. La agarro del cuello y, ante la mirada de sorpresa de algunas mujeres, aclaro:

—Ten cuidadito con lo que dices y no te acerques a Santana o te aseguro que lo vas a lamentar.


En ese instante, se abre la puerta del baño de Rachel y, al vernos en esa tesitura, mi amiga grita:

—¡Eh... Eh... ¿Qué ocurre aquí?!

Rápidamente suelto a Ginebra, y ésta, reponiéndose en décimas de segundo, se cuela en el baño, cierra la puerta, y yo, boquiabierta, murmuro en español para que no me entienda:

—Y la muy cerda encima se cuela; ¡será desgraciada!

Rachel, que es la única que me ha entendido, sonríe e insiste:

—¿Qué ha pasado?

Sin pelos en la lengua, le cuento lo ocurrido. La sonrisa se le borra de la cara y por su boca salen gusarapos peores que los míos. Está claro que Rachel y yo estábamos predestinadas a conocernos y a hacernos amigas. Somos las dos igual de brutas, malhabladas e impulsivas.

Cuando Ginebra sale del baño, Rachel le pone cara de pocos amigos y, al ver que ella me mira, siseo con desagrado:

—Aléjate de mi esposa.



Diez minutos después, regresamos junto a nuestras chicas y al grupo con el que estábamos y no cuento nada de lo ocurrido. Cuanto menos sepa Santana de mi encontronazo con aquella tonta del culo, mejor.

Con curiosidad, veo que Félix aparece un par de veces y se toma algo con nosotros. Lo observo para ver si Ginebra le ha explicado lo ocurrido en el baño, pero él parece tranquilo y sosegado, es más, me mira y me sonríe con complicidad.

Eso me tranquiliza.

Significa que su mujer no ha hablado de nuestro desafortunado encuentro y sus menos afortunados comentarios.

Alfred y Maggie, convencidos por varios de los invitados, al final han claudicado y han puesto algo de música que no sean arpas, y todos se lo agradecemos.

¡Estamos hasta el moño de las arpitas!

La gente también quiere bailar y pasarlo bien.

Entre risas, bailamos. Bueno, mejor dicho, bailo, porque Santana es de las que sujeta el vaso junto a la barra, aunque lo pasa bien; ¡menos mal!

El grupo crece y crece y nos divertimos mucho.

Yo hablo con Linda, la mujer de un amigo de Santana, y estamos charlando cuando oigo que la música cambia y comienzan a sonar los primeros acordes de Thinking Out Loud, de Ed Sheeran.

Sonrío.

A Santana y a mí nos encanta esa canción.

De pronto siento que una mano se posa en mi cintura y, al volverme, mi guapa y morena esposa me dice:

—¿Bailamos?

Acepto encantada.

Esos tontos detalles, cuando sé que ella odia bailar en público, son los que me demuestran lo mucho que me quiere mi amor.

Agarrada a su mano, camino hacia la improvisada pista y me dejo abrazar por ella. Con mi cabeza cerca de su hombro, cierro los ojos mientras aspiro su perfume, el perfume personal de Santana López.

Bailamos en silencio escuchando cada maravillosa frase, cuando señala:

—Como dice la canción, te seguiré amando hasta los setenta. ¿Y sabes por qué, Britt-Britt?

Emocionada, niego con la cabeza y ella añade:

—Porque, a pesar de nuestras broncas y nuestros desencuentros, me enamoro de ti todos los días.

Ay, ¡que me da!

Ay, ¡que me da un jamacuco!

Oír decir eso tan increíblemente romántico a la fría y dura Santana López me hace sonreír como una tonta, como una imbécil, como una ñoña y, enamorada hasta el infinito y más allá de él, murmuro:

—Te quiero..., gilipollas.

Santana sonríe, me aprieta contra su cuerpo y, en silencio, continuamos bailando aquella bonita canción, hasta que acabamos y regresamos con el grupo.


Minutos después, veo a Félix hablar con Quinn, Santana y otras personas. Con disimulo, los observo y parecen pasarlo bien mientras beben junto a la barra.

Por suerte, no aparece Ginebra.

Si veo a esa zorrasca, yo creo que me tiraré a su yugular.

De nuevo, la música vuelve a cambiar, oigo la canción Uptown Funk de Mark Ronson y salgo a la pista a bailar con Rachel, que ya está mejor, y otras mujeres.

Me encanta la marchita funky que tiene el colega y, disfrutando, bailo al ritmo de su voz cuando me agarran por la cintura y, al volverme, veo que se trata de Santana.

La miro y, al observar que mueve las caderas al compás de la música, me río y, sorprendida como nunca en mi vida, bailo con ella mientras le digo:

—Cariño, te juro que la fecha de hoy me la tatúo en la piel.

—¿Por qué? —pregunta divertida.

A cada instante más alucinada de ver que baila, respondo:

—Porque estás bailando en la pista.

Santana se ríe, me coge entre sus brazos a lo Oficial y Educada y me besa.

Sin duda, mi amor quiere pasarlo bien.

Cuando termina la canción, Santana se marcha y yo continúo bailando con Rachel y Linda, hasta que la sed nos puede y regresamos con el grupo. Al llegar, me doy cuenta de que Santana no está y, acercándome a Quinn, le pregunto:

—¿Y San?

—No lo sé. Habrá ido baño—dice mi buen amiga.

Asiento y vuelvo junto a Linda para seguir charlando. Comenzamos a hablar de niños y, cuando quiero darme cuenta, ha pasado un buen rato y mi esposa aún no ha regresado.

Eso me extraña.

En una fiesta, Santana nunca me deja sola más de dos minutos; entonces busco con la mirada a Quinn y Rachel y veo que están bailando en la pista divertidas.

Con curiosidad, observo a mi alrededor por si está hablando con alguien y no me he dado cuenta, pero nada, no lo veo, y al final decido ir a buscarla.

Me acerco a la barra por si está ahí, pero tampoco está. Paso por la sala de los almohadones, lo busco durante un buen rato, y eso hace que me intranquilice más y más a cada segundo que pasa. Pero, entonces, me detengo de pronto y el corazón comienza a latirme con fuerza.

Algo pasa.

Lo intuyo.

Santana nunca me dejaría sola ahí.

Siento que el corazón se me va a salir del pecho y me dirijo hacia las otras salas, donde la gente sigue jugando y disfrutando.

Pero no.

No quiero creer que pueda ser verdad lo que pienso.

Santana no me haría algo así.

Al entrar en una de las salas veo a distintos grupos. Unos observan cómo a un hombre que está atado a una mesa se lo beneficia todo el que quiere. Otro grupo aplaude y jalea alrededor de una jaula donde una chica y un chico son poseídos por varios hombres, y el tercer grupo se concentra ante una mujer atada a una silla de una manera que, sólo con verla, sé que yo no podría hacerlo.

Esos juegos duros no me gustan.

Sus gestos y sus modos mientras lo hacen tampoco, pero los respeto, como sé que ellos respetan lo que a mí me gusta en cuanto al sexo se refiere.

Pienso en Ginebra, pero rápidamente me sacudo la idea de la cabeza.

Santana no la tocaría ni con un palo.

Prosigo mi camino y entro en la segunda sala.

Ahí, varias parejas hacen el amor sobre unas camas y otras sobre los columpios de cuero. Me tranquiliza no encontrarme a Santana ahí, y sonrío.

Pero, qué tonta soy, ¿cómo puedo desconfiar de ella?

Sin lugar a dudas estará hablando con alguien, pienso, cuando de pronto, al pasar ante la sala negra del espejo, observo que está corrida la cortina, y un gemido hace que me detenga.

Miro la cortina negra.

Que esté echada significa que no quieren que nadie entre. Mi corazón se desboca de nuevo cuando oigo un nuevo gemido, y cierro los ojos.

No.

No.

No.

No puede ser.

Sin embargo, incapaz de marcharme de ahí sin ver lo que está ocurriendo al otro lado de esa maldita cortina, la descorro con cuidado y me quedo sin respiración al ver y encontrarme lo que nunca... nunca... nunca en mi vida habría querido ver.

En el interior de la habitación, sobre el columpio, está Santana, mi Santana, sentada con Ginebra encima de ella.

Me llevo la mano al cuello.

La impresión me ahoga.

¡Me va a dar un infarto!

La mujer en la que yo confío y por el que habría puesto las manos en el fuego clava entonces los dedos en la espalda de aquélla mientras jadean y buscan su placer.

Voy a vomitar, ¡tengo ganas de vomitar!

Boquiabierta, no puedo apartar la vista, y veo que esa acerca la boca a la de mi amor y la besa. Se devoran con avidez, con urgencia, con pasión, mientras yo, como una gilipollas, observo cómo esa ondula las caderas sobre Santana y ella tiembla enloquecida.

Cierro los puños y mi respiración se acelera.

Creo que no voy a vomitar.

¡Las voy a matar!

Instintos asesinos afloran de mi interior mientras mis ojos se torturan viendo aquello.

Quiero moverme para ir hacia ellas, pero mis piernas están clavadas al suelo y sólo soy capaz de mirar, mirar y mirar, y de pronto siento que mis ojos se llenan de lágrimas por la gran decepción que estoy sufriendo.

¿Cómo puede hacerme eso mi amor?

Santana no me ve.

Ginebra tampoco.

Están tan centradas en darse placer que el alma se me cae a los pies.

Las ganas de matarla, de montarle un pollo, de arrancarle la cabeza a Santana se multiplican y, de pronto, la odio. La odio con todas mis fuerzas por haberse saltado nuestra primera norma de siempre juntas en el sexo y por estar con Ginebra.

Soy consciente de que las lágrimas corren por mi rostro y de que no puedo matarla.

La quiero demasiado.

Toda mi fuerza, mi carácter, mi bravura se han disipado para dejarme hecha un trapo.

Me siento mal, terriblemente mal y, cuando mis piernas por fin se desbloquean, suelto la cortina y, al darme la vuelta para marcharme, me encuentro a Félix detrás de mí.

—Perdóname, Brittany—murmura—Perdóname, pero ella...

—Ella, ¿qué? —consigo sisear furiosa.

—Ella la deseaba.

Ni quiero ni puedo escucharlo.

Lo empujo, me alejo de ahí antes de que mis instintos asesinos regresen a mí y organice la matanza de Texas en Múnich.

Dios... Dios... Dios...

¡Necesito salir de aquí!

Mientras camino en busca de una salida, no puedo creer lo que ha pasado.

No puedo creer lo que he visto.

No puedo creer que mi amor me haya traicionado.

¿Cómo ha podido pasar?

¿Por qué Santana me hace algo así?

Bloqueada por mis sentimientos y por la frustración, observo cómo la gente ríe a mi alrededor, lo pasa bien, hasta que Rachel y Quinn, al ver mi gesto, preguntan:

—¿Qué te ocurre?

Sin poder responder, me doy la vuelta y comienzo a caminar hacia la puerta.

Necesito salir de ahí.

Entonces, de pronto, siento una mano que me detiene.

Es Quinn.

—¿Qué ocurre, Britt?—pregunta.

Enfadada con el mundo, me deshago de su mano y grito:

—¡Tú lo sabías!

Quinn y Rachel intercambian una mirada. No entienden qué me pasa, y la pobre rubia me pregunta:

—¿El qué? ¿Qué es lo que sé?

Un gemido sale de mi boca y, acto seguido, me la tapo con las manos.

No quiero llorar.

No puedo llorar.

Santana no se merece que llore por ella. Pero, con la mayor pena de mi vida, murmuro:

—Dile que no le voy a perdonar lo que me ha hecho. ¡Nunca!

De nuevo, veo que se miran.

En un primer momento, ninguna entiende de qué hablo y, como una olla a presión, exploto:

—Esa... esa gilipollas está con Ginebra.

—¡¿Qué?!—exclaman las dos al unísono.

Desesperada, me retiro el pelo de la cara y grito sin importarme quién pueda oírme:

—Las he visto en el reservado negro del espejo y... y... ¡Oh, Dios! Quiero irme de aquí. Quiero desaparecer. No... no quiero volver a verla en mi vida.

Veo que Quinn frunce el ceño alucinada y, dirigiéndose a Rachel, sentencia:

—Quédate con ella.

Sin más, se da la vuelta y se marcha con paso acelerado.

Rachel intenta consolarme, me lleva hasta un lateral del salón, y yo, hecha un mar de lágrimas, consigo decir:

—Santana y Ginebra..., las he visto, Rach..., las he visto.

Mi amiga me abraza.

Necesito ese abrazo, y dejo que lo haga.

Me acuna.

Me da aliento, intenta consolarme cuando, pasados unos minutos, veo que Quinn aparece con gesto furioso y, acercándose a nosotras, dice:

—Vámonos.

En sus ojos veo la decepción por lo que ha visto, como lo he visto yo y, abrazándome, murmura:

—Esto tiene que tener una explicación, Britt, ya lo verás.

No hablo.

No puedo.

¿Qué explicación va a tener lo que he visto?

¿Qué explicación va a tener que la mujer a la que amo locamente esté con esa perra?



Una vez hemos recogido las capas del guardarropa, nos las ponemos y salimos de la fiesta.

El aire gélido de la noche me da en la cara y consigo respirar.

Ya no hay cuadrigas.

Menos mal.

Sin hablar, las tres nos montamos en el coche.

Rachel sube atrás conmigo.

—Quiero irme a mi casa —consigo decir.

Quinn, que está tan sorprendida como yo, me mira y dice:

—Escucha, cariño, vayamos al hotel.

—¡No!—grito fuera de mí—No quiero ir al hotel.

Rachel y Quinn se miran y mi buena amiga me vuelve a abrazar.

—Britt, es tarde, y creo que lo mejor es hacer lo que dice Quinn.

Me siento como si estuviera en una nube y, como soy incapaz de reaccionar, finalmente asiento y me callo.

No puedo olvidar lo que he visto.

Todavía no me lo creo.

Santana, mi Santana, la mujer por la que yo doy mi vida, me ha engañado en mi cara. En mi puta cara, con aquella asquerosa, y yo no he podido hacer nada salvo huir.




Al llegar al hotel, pido otra habitación, me niego a compartir habitación con Santana, pero para mi desgracia el hotel está completo. Entonces, consulto el reloj y le digo al recepcionista:

—Pídame un taxi. Regreso a Múnich.

Al oírme, Quinn protesta.

Y a continuación nos enzarzamos en una discusión en la que yo grito descontrolada y ella intenta tranquilizarme. Al final, Rachel toma cartas en el asunto y dice mirándome:

—Ahora no vas a ir a ninguna parte. Dormirás con nosotras y mañana regresaremos a Múnich, ¿entendido, Britt?

—No quiero ver a Santana —suplico.

—No lo verás, ¿verdad, Quinn?—afirma Rachel.

La pobre asiente y, tan confundida como yo, murmura:

—Te lo prometo.

Creo que me voy a desmayar por la tensión que siento, y me dejo guiar por ellas.

Una vez en la habitación, sin pudor ante mis amigas, me quito el corto disfraz de diosa romana y, tras ponerme una camiseta y unas bragas que Rachel me presta, me meto en la cama.

Con la cabeza bajo la almohada, vuelvo a llorar.

Mis ojos son como las cataratas del Niágara y mi corazón está totalmente partido.

Mis buenas amigas intentan consolarme, me hacen sacar la cabeza de debajo de la almohada y dicen de todo. Yo las escucho y, cuando no puedo más, replico:

—No quiero verla. Quinn, cuando venga, no quiero verla o juro que la mato.

Ella asiente y, mirando a Rachel, murmura antes de salir del cuarto:

—Acuéstate con Britt. En cuanto se dé cuenta de que Britt no está en la fiesta, Santana me llamará. Y, conociéndola, lo raro es que no se haya dado cuenta ya. No creo que tarde mucho en llamar o venir al hotel.

Recostada en la cama, observo a Rachel a mi lado. En la oscuridad de la habitación, nos miramos y murmuro:

—Cuánta razón tenía mi hermana.

—¿A qué te refieres?

Secándome las descontroladas lágrimas que no paran de manar de mis ojos, susurro:

—Ali dijo que quien juega con fuego tarde o temprano se quema, y yo... yo me he quemado.

—No, Britt..., no. Eso no es así.

Suspiro, resoplo y apunto:

—Y, si no es así, ¿por qué lo ha hecho?

Rachel no responde.

Está tan desconcertada como yo, y finalmente dice:

—No lo sé, pero Santana te quiere y...

—No me quiere—la corto con rotundidad—Si me quisiera, nunca habría hecho eso, y menos con ella. Su... su boca ya no es sólo mía, como tampoco lo es su cuerpo y su corazón.

—¿Qué va a pasar ahora con la sorpresa si resulta?

La miro pero no digo nada… no sé qué pasara si resulta.

Nos callamos.

Es mejor que lo hagamos y, sin darme cuenta, me quedo dormida.



No sé cuánto tiempo ha pasado, pero me despierto sobresaltada.

Rachel está dormida a mi lado.

Con cuidado, me incorporo de la cama, cojo mi móvil y veo que son casi las cinco de la madrugada.

¿Las cinco y Santana no me ha llamado?

Sin lugar a dudas, lo está pasando tan bien con aquella asquerosa que le da igual dónde esté y cómo esté.

He dejado de importarle y, furiosa, apago el teléfono.

Tengo sed.

Me levanto a por agua y, al salir al salón contiguo a la suite, me encuentro a Quinn sentada en el sillón con gesto hosco. Ya no lleva el disfraz.

¡Se acabó la fiesta!

Ahora va vestida con normalidad. Camisa y vaqueros.

Nos miramos y, sin poder evitarlo, pregunto:

—¿Santana ha llegado?

Ella niega con la cabeza y eso me sorprende más aún.

¿De verdad que lo está pasando tan bien con esa zorra que no se ha dado cuenta aún de que yo no estoy en la fiesta?

Voy al minibar, cojo una botella de agua y, tras darle un trago, me siento junto a mi buena amiga y pregunto:

—¿Por qué, Quinn? ¿Por qué?

Ella no responde, y añado:

—Creía que me quería, que era especial para ella. Yo creía que...

—Te quiere y eres especial, eso nunca lo dudes. No sé qué...

—Quinn—la corto retirándome el enmarañado pelo de la cara—, Deja de defenderla porque no se lo merece. Yo creí que le daba todo lo que necesitaba tanto a nivel afectivo como sexual, pero está visto que no era así. Está visto que Santana López, la poderosa y folladora Santana López, nunca cambiará.

Quinn se pasa la mano por su rubio pelo. No sabe qué decirme. Está tan desconcertada como yo y, cuando lo va a hacer, de pronto su móvil suena.

Las dos miramos la pantalla y leemos: ¡«Santana»!

Mi corazón se acelera y entonces Quinn lo coge y, tras escuchar unos instantes, dice:

—Está... Sí..., está aquí. Y..., no..., no..., escúchame, Santana. Es mejor que esta..., ¡joder, escúchame! Ella está con nosotras, y es mejor que esta noche no la molestes.

De nuevo vuelve a escuchar, su gesto se crispa y, levantando la voz, dice:

—¿Cómo que por qué está conmigo?

Angustiada por oír su voz, le quito el teléfono a Quinn y susurro:

—Confié en ti, maldita hija de puta. Confié en lo que teníamos, pero está visto que tú no eres la persona que yo creí que eras.

—Britt..., cariño..., escúchame...


Su voz parece desesperada a pesar de estar gangosa por haber bebido más de la cuenta.

Atormentada por lo que soy incapaz de quitarme de la cabeza, siseo:

—No. No voy a escucharte porque no te lo mereces. Te odio.

Y, sin más, le paso el teléfono a Quinn y regreso junto a Rachel a la cama.

Tengo que descansar.


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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por monica.santander Miér Dic 16, 2015 1:43 am

Santana ya tiene lo que queria!!! Que Britt se vaya con su padre!!!
Britt y Rachel estaran embarazadas???
Saludos
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Dic 16, 2015 6:34 am

pense que se merecia una castigo pero desppues de esta bajeza necesita algo mas. esto es imperdonable imperdonable quiero que santana sufra y se arrastre y que de paso le pasen factura al chino cochino. Chica haz hecho un excelente trabajo con este fic (adaptacion) pero en estos momentos necesitamos material para no quedarnos cardiacas por favor ya que esto esta que arde
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Miér Dic 16, 2015 7:10 pm

monica.santander escribió:Santana ya tiene lo que queria!!! Que Britt se vaya con su padre!!!
Britt y Rachel estaran embarazadas???
Saludos


Hola, xq las cosas siguen empeorando para ellas? XD jjajajajajajjaja. =O xq lo dices¿? Saludos =D




marthagr81@yahoo.es escribió:pense que se merecia una castigo pero desppues  de esta bajeza necesita algo mas. esto es imperdonable imperdonable quiero que santana sufra y se arrastre y  que de paso le pasen factura al chino cochino. Chica haz hecho un excelente trabajo con este fic (adaptacion)  pero en estos momentos  necesitamos material para no quedarnos cardiacas por favor ya que esto esta que arde


Hola, jajajajajaajajaj esos dos se merecen algo mas que malo de parte de britt, no¿? uno ama, pero todo tiene su limite ¬¬ Jajajajaj gracias, jajajajajaaj aquí el siguiente a ver que pasa jajajaja. Saludos =D


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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 52

Mensaje por 23l1 Miér Dic 16, 2015 7:12 pm

Capitulo 52

Quinn, consciente del dolor que veía en los ojos de su amiga, cuando ella desapareció tras la puerta, se levantó y preguntó:

—¿Qué coño has hecho, gilipollas?

Al otro lado del teléfono, Santana gritó desesperada mirando a su alrededor.

—No lo sé, Quinn. ¡¿Quieres hacer el favor de contarme qué ha ocurrido?! ¿Y por qué Britt no está aquí conmigo, sino contigo?

Convencida del amor incondicional que su amiga sentía por su mujer y de que todo aquello tenía una explicación, Quinn preguntó:

—¿Dónde estás, Santana?

—En la fiesta. ¿Dónde voy a estar?


La abogada asintió y, consciente de que la voz de aquella no era de no haber bebido, dijo antes de colgar:

—No te muevas de ahí. Voy a buscarte.

A continuación, entró donde las chicas dormían y, al ver a Brittany con los ojos cerrados, cogió las llaves del coche y se marchó.

Con toda la serenidad que pudo, condujo de vuelta hasta la fiesta. Al llegar ahí, se encontró en la escalinata de entrada a una ajada diosa romana llamada Santana López.

Su gesto lo decía todo y, tras aparcar, salió del coche y, acercándose a ella, antes de que pudiera decir nada, le soltó una bofetada que hizo que Santana cayera contra la pared.

La morena alemana la miró furiosa y Quinn siseó:

—¿Cómo has podido hacerlo? ¿Cómo has podido hacerle eso a Britt?

Santana, consciente de que había metido la pata hasta el fondo, aunque no lo recordara, sin dar importancia al labio que le sangraba, clavó la mirada en su amiga y voceó:

—¡No sé qué le he hecho a Britt, pero está claro que algo ha pasado, y muy grave! —Y, mirando fijamente a Quinn, afirmó—Me creas o no, me he despertado hace un rato sentada en el columpio de la habitación negra.

—¡¿Cómo?!

—Alguien debió de echarme algo en la bebida—afirmó Santana—No recuerdo nada—y, desesperada, insistió tocándose la frente—¿Tú sabes qué ha ocurrido?

Quinn se sacó entonces un pañuelo del bolsillo, se lo entregó para que se limpiara la sangre de la boca y respondió:

—Britt te ha visto con Ginebra en la sala en la que te has despertado. Y no sólo te ha visto ella, sino que yo también y, si no te he dicho nada ha sido porque estabas muy animada y no quería montar un escándalo en la fiesta.

Al oír eso, Santana se quedó paralizada y, tras soltar un bramido de frustración, tiró el pañuelo con furia al suelo, dio media vuelta y entró de nuevo en la mansión.

Quinn fue tras su amiga y, cuando Santana la sintió a su lado, siseó:

—Ginebra y Félix..., ¡los mataré! ¡Los mataré!

—Santana...

—Me la han jugado, ¡joder! Y yo he caído como una imbécil.

Sin llegar a entender lo que su amiga decía, como pudo Quinn la paró y preguntó:

—¿A qué te refieres?

Con la mirada vidriosa por la rabia que bullía en su interior, Santana miró a su alrededor buscándolos y murmuró:

—Ginebra se muere...

—¡¿Qué?!

—Se muere y me pidió tener una última vez conmigo. Le dije que no, pero entonces Félix comenzó a acosarme suplicándome que no podía negarle aquello a su mujer. Intenté hablar con ellos montones de veces para hacerles entender que no podía ser pero, por lo que veo, ese viejo zorro y la zorra de su mujer han jugado sucio para conseguir su propósito. Hanna tenía razón, ¡joder!—y, tocándose la cabeza, añadió—La copa de whisky a la que me invitó Félix..., debió de echarme algo en la bebida.

—¡¿Qué?!

Horrorizada, aunque no por lo que le hubieran dado, Santana se lamentó:

—Dios, no me perdonaré en la vida el daño que esto le está haciendo a Britt.

—Deberías hacerte unos análisis—dijo entonces Quinn—Necesitamos saber con qué te han drogado para...

—Me importa una mierda lo que me hayan dado.

—Si queremos demandarlos es necesario que...

—Sólo me importa Britt, Quinn..., sólo ella—replicó Santana.

Y, tras darle un puñetazo a la pared que hizo que le sangraran los nudillos, se disponía a decir algo más cuando Alfred y Maggie pasaron por su lado.

—¿Todo bien por aquí?

Santana los miró y preguntó:

—¿Dónde están Ginebra y Félix?

—Se han ido hace un rato—respondió Maggie.

—¡Joder!—maldijo Santana desesperado.

Asustados, los anfitriones de la fiesta insistieron:

—¿Ocurre algo?

—Ocurre que esos dos se han saltado la principal regla de la fiesta: el respeto, y te aseguro que me las van a pagar.

Y, sin decir nada más porque en su mente sólo veía la palabra «venganza», dio media vuelta y caminó en dirección a la salida.

Tras despedirse de la pareja, Quinn corrió hacia su amiga y se apresuró a decir:

—Britt no quiere verte.

—Me da igual lo que quiera.

Aunque era consciente de que iba a ser imposible parar a Santana, Quinn insistió:

—Necesitaríamos hacerte esos análisis antes de que los efectos de lo que te hayan echado desaparezcan de tu organismo. Piensa que...

—Quinn, llévame al hotel. Sólo quiero ver a Britt. Es lo único que me interesa.

Una vez llegaron al coche, Quinn insistió:

—Santana...

Disgustada, furiosa y alterada, aquella miró a su amiga.

Lo ocurrido había sido un terrible error.

Había sido engañada, pero conocía a Brittany y sabía que se lo haría pagar.

—Necesito verla, Quinn—siseó—Britt tiene que escucharme.

Las dos montaron en el coche y Quinn arrancó.

—Está muy enfadada—insistió éste—, Y le he prometido que no te permitiría acercarte a ella.

Al oír eso, Santana afirmó:

—Quiero a mi mujer por encima de todas las cosas y, si tengo que pasar por encima de ti para que me escuche lo haré, ¿entendido?

La abogada esbozó una sonrisa y pisó el acelerador.

—Es lo mínimo que esperaba de ti —murmuró.



Cuando, veinte minutos después, llegaron al hotel y dejaron el coche, subieron a la habitación en silencio.

Al entrar en el salón se encontraron a Rachel sentada. Ella vio a Santana, luego miró a Quinn con gesto hosco y siseó:

—Sabes que Britt no la quiere aquí.

—Es mi mujer—insistió Santana.

Rachel iba a detenerla cuando Quinn, cogiéndola del brazo, se lo impidió.

—Tienen que hablar.

—Pero ¿tú estás tonta?...—le reprochó Rachel al ver a Santana entrar en la habitación—¿Qué tienen que hablar? ¿Acaso tiene que explicarle lo placenteros que han sido los polvos que ha echado con esa guarra?

Quinn negó con la cabeza.

—Santana afirma que Ginebra y Félix la drogaron.

—¡¿Qué?!

La abogada asintió.

—Debieron de echarle algo en la bebida y no recuerda nada de lo ocurrido. Sólo recuerda haberse despertado sentada en el columpio y poco más.

Rachel se tapó la boca horrorizada. Por desgracia, ese tipo de cosas ocurrían hoy en día. Sin embargo, la miró e insistió:

—Sí es así, lo siento. Pero tú le prometiste a Britt que no permitirías que...

—Sé lo que le prometí—la cortó Quinn—Pero también sé que Santana dice la verdad. Y lo sé porque ella la quiere demasiado como para hacer lo que ha hecho. Si de alguien me fío al cien por cien, además de ti, es de Santana, y más en lo tocante a Britt.

Rachel resopló.

Ahí se iba a armar una buena.


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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 53

Mensaje por 23l1 Miér Dic 16, 2015 7:14 pm

Capitulo 53

Siento que alguien me toca el pelo.

¡Oh, Dios, qué gustito!

El placer que me proporciona ese suave masaje me hace suspirar, y me coloco mejor sobre la almohada para facilitar la tarea. No obstante, de pronto abro los ojos, vuelvo la cabeza y, al ver quién me está tocando, mi mente se reactiva, doy un salto en la cama y murmuro mirándolo fijamente:

—Eres una desgraciada.

Santana me mira.

Sigue vestida de diosa romana y veo su labio partido.

¡Espero que le duela!

Durante unos segundos, nuestras miradas chocan y ella, levantándose de la cama, susurra:

—Cariño...

—Ah, no, gilipollas...—la corto con toda la chulería de que soy capaz—Yo ya no soy tu cariño.

Su gesto es conciliador, aunque le duele lo que acabo de decirle.

—Cariño..., no digas tonterías. Tienes que escucharme.

Oír eso me revuelve las tripas.

¿Escucharla yo?

¿Que yo tengo que escucharla?

Ah, no..., la que me va a escuchar es ella a mí.

Pero ¿esta imbécil qué se ha creído?

Y, bloqueando los sentimientos que pugnan dentro de mí, siseo:

—Me has decepcionado, humillado, avergonzado, ofendido, insultado, despreciado y pisoteado; ¿crees que te voy a escuchar?

—Britt...

—Te odio..., te odio con todo mi ser.

—No me digas eso, amor—susurra temblorosa.

¿Amor?

¿Ahora vuelve a recordar que soy su amor?

Y, con el poder que siento sobre la situación, afirmo:

—Te diré todo lo que me venga en gana, gilipollas..., ¡todo!

Santana se mueve, se acerca a mí, pero yo soy rápida y me coloco detrás del sillón donde está tirado mi vestido de romana.

—Escúchame—insiste Santana—Lo ocurrido tiene una explicación.

Niego con la cabeza.

No quiero escuchar.

No quiero que me humille más, por lo que susurro cogiendo un zapato de tacón:

—Claro que tiene una explicación. Ginebra te buscó y tú, como buena amiga, no te negaste, ¿verdad?—su gesto se contrae, y siseo—Eres una desgraciada. ¿Cómo has podido? ¿Cómo has podido engañarme? ¿Cómo has podido hacerlo donde horas antes lo habíamos hecho tú y yo? ¿Acaso eso te provoca morbo? ¿Les provoca morbo a las dos?

—No, cariño..., no...

—Entonces ¿por qué? ¿Por qué has tenido que hacerlo?

Santana me mira..., me mira..., me mira.

La conozco e intenta darme una explicación lógica a lo que pregunto. Pero, entonces, cuando no puedo más, grito sin dejarla hablar:

—¡En este instante te odio, Santana! ¡Te odio como creo que nunca te he odiado! ¡Te juro que te retorcería el pescuezo sin piedad! ¡Pero creo que ni eso me quitaría la rabia y la frustración que siento ahora mismo!

Me toco la sien.

Me duele la cabeza.

—Sal de esta habitación y desaparece de mi vista antes de que mis instintos asesinos quieran abrirte la cabeza.

—Britt-Britt...

—¡No me llames Britt-Britt!—chillo sin importarme que nos oigan.

Santana levanta las manos. Me enseña las palmas para que me relaje y repite:

—Britt, cariño, por favor, escúchame. Déjame explicarte lo ocurrido.

Incapaz de tener un segundo más el zapato en la mano, se lo lanzo furiosa y se lo estampo en toda la cara. Le da en la frente, pero Santana no se preocupa por el golpe recibido e insiste:

—Lo que viste no lo hice por gusto...

Rabiosa por recordar lo que vi, cojo el otro zapato y se lo tiro también. Éste le pasa rozando la oreja pero no le da.

—Britt, debieron de echarme algo en la bebida. No recuerdo nada, cariño. Te juro que no recuerdo nada, excepto despertarme sola sobre el columpio en la habitación negra del espejo. Yo nunca haría algo que pudiera hacerte daño, y lo sabes. ¡Sé que lo sabes!

Eso me detiene.

Recuerdo la conversación que mantuve con Ginebra anoche y a la Santana bailona. Luego, las palabras de Hanna cruzan mi mente advirtiéndome sobre aquella zorra y grito de frustración.

Enajenada y sin ganas de escucharla, cojo de una mesita el mando del televisor y se lo lanzo. Después, le arrojo todo lo que pillo sobre la mesita que hay a mi lado y ella se mueve para esquivar los objetos mientras me grita que pare.

Pero yo no paro.

No puedo y, cuando sólo queda una lámpara de cerámica sobre la mesa, la agarro también y la oigo decir:

—No serás capaz.

Oír eso en cierto modo me hace gracia y, tras arrancar el cable de la pared como una posesa, le lanzo la lámpara, que cae al suelo y se hace pedazos cuando ella la esquiva.

El ruido es atroz.

Entonces se abre la puerta de la habitación y aparecen Rachel y Quinn. Las miro y, antes de que yo diga nada, Rachel grita en dirección a su novia:

—Te dije que ella no quería verla, ¡te lo dije!

Mi mirada y la de Quinn se encuentran y siseo furiosa:

—Prometiste que no la dejarías entrar. Tampoco puedo fiarme ya de ti.

Sé que mis palabras le duelen y, cuando veo que va a responder, insisto:

—¿Qué hace ella aquí?

Convencida de que tengo razón, Quinn sólo susurra:

—Lo siento, Britt, pero...

—Pero ¡¿qué?!—grito como una posesa mientras Santana sigue mirándome.

—Conozco a Santana—prosigue—Somos amigas desde hace mucho y creo en lo que dice. Te dije que todo esto tenía que tener una explicación y no dudo de su palabra. Santana te adora, Britt, y sé que nunca te traicionaría haciendo algo así.

Como una gacela, me acerco a la mesilla y arranco el teléfono de la pared mientras grito:

—¡¿Y porque tú le creas he de creerlo yo también?!

Rachel camina hacia mí.

No me toca.

Sé que se pone cerca de mí para hacerme entender que está de mi parte cuando Quinn pregunta:

—¿Pretendes destrozar la habitación?

Enrabietada, le lanzo el teléfono. Éste choca contra la pared cuando lo esquiva, y Santana asegura:

—Está visto que sí.

Miro a mi alrededor.

Me importa una mierda esa habitación. Mi querida esposa tiene dinero para pagar los desperfectos de todo el hotel si hace falta. Y, a cada instante más furiosa, siseo mirándola:

—Destrozo la habitación por no destrozarte a ti, ¡gilipollas!

Mi amor, la mujer que acaba de romperme el corazón, da un paso al frente y yo exijo extendiendo las manos:

—Vete. Ahora mismo lo último que quiero es verte o hablar contigo.

Pero Santana, mi Santana, no se da por vencida y, agarrando el teléfono móvil con la mano, insisto:

—Juro que te romperé la nariz como no desaparezcas de mi vista.

Mi alemana se para.

Me mira..., me mira y me mira.

Me conoce y sabe que, cuando me pongo así, es imposible razonar conmigo, por lo que finalmente dice:

—Saldré de la habitación para que te tranquilices, pero tenemos que hablar.

No respondo.

Sé que tenemos que hablar.

Lo sé.

Santana va a darse la vuelta pero antes, mirándome, dice:

—Te quiero más que a mi vida, Britt, y antes que hacerte daño a ti, cariño, me mataría o me arrancaría el corazón.

Dicho esto, da media vuelta y se marcha.

Santana y sus frasecitas lapidarias.

Con el teléfono en la mano, estoy tentada de lanzárselo a la coronilla, pero me contengo. Si lo hago, puedo hacerle mucho daño y, además, atacar por la espalda es de cobardes, yo voy de frente.

Una vez Santana ha salido de la habitación, Quinn me mira. La conozco y sé que va a decir algo, pero ella también me conoce y, al ver mi cara de mala leche, finalmente se da la vuelta y se va.

Cuando las dos alemanas salen de la suite, las piernas me tiemblan. Pierdo toda la fuerza, la chulería y el poderío que segundos antes tenía, y Rachel rápidamente me abraza y me sienta en la cama.

De nuevo, las lágrimas me desbordan.

La rabia me consume y la pena por todo lo ocurrido me desespera. Lloro, me aprieto contra Rachel y cuando, pasado un rato, mi llanto cesa, ésta murmura retirándome el pelo de la cara:

—Sé lo dolida que debes de estar.

—Mucho —afirmo.

—Si yo viera a Quinn en la actitud en la que tú has visto a Santana, estoy segura de que estaría tan enfadada como tú, pero creo que, cuando estés más tranquila, deberías hablar con Santana. Si realmente es cierto lo que dice, creo que...

—Hablaré con ella. Lo haré—aseguro—Pero no sé si voy a ser capaz de olvidar lo que he visto.

—¿Qué pasara si funciona?

Se a lo se refería Rachel.
—Por ahora solo quiero pensar en una cosa a la vez, Rach.

Rachel asiente.

Entiende de lo que hablo y me abraza.

Sabe que necesito cariño, y me lo da.


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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por micky morales Miér Dic 16, 2015 7:17 pm

disculpenme pero maldita sea!!!!!! como pudo santana hacerle eso a brittany!!! espero no la perdone en 100 años, que llegue a munich tome a sus crios y se largue con su padre, es que si no lo hace!!!!!
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Mensaje por monica.santander Miér Dic 16, 2015 8:17 pm

—Hablaré con ella. Lo haré—aseguro—Pero no sé si voy a ser capaz de olvidar lo que he visto.

—¿Qué pasara si funciona?

Se a lo se refería Rachel.

Por esto digo que estan embarazadas!!
Muy bien Britt que se la haga dificil!!
Saludos
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Dic 16, 2015 9:30 pm

Dios necesito saber que hara britt???????????????????'' que la mate que la cuelgue de donde mas le duela. mas que nunca actualizacion urgente o maraton. FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo - Página 7 3287304868 FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo - Página 7 3287304868 FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo - Página 7 3287304868 FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo - Página 7 3287304868 FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo - Página 7 3287304868
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 3:) Miér Dic 16, 2015 11:21 pm

hola morra,...

llego el culmine de britt,.. y de la peor manera,..
un López mas en la nueva generación?????.--
a ver cuanto tarda san en arreglar las cosas,.. y demostrar que no hizo nada!!!!
se va a adelantar la muerte de la zorra???

nos vemos!!!
3:)
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Miér Dic 16, 2015 11:57 pm

micky morales escribió:disculpenme pero maldita sea!!!!!! como pudo santana hacerle eso a brittany!!! espero no la perdone en 100 años, que llegue a munich tome a sus crios y se largue con su padre, es que si no lo hace!!!!!


Hola, jajajajaj XD jajaaj mmm con el tema nuevo de san mmm si estaba drogada se perdona, nose a mi parecer, pero en todo lo demás no! Y si eso debería hacer britt! Saludos =D




monica.santander escribió:—Hablaré con ella. Lo haré—aseguro—Pero no sé si voy a ser capaz de olvidar lo que he visto.

—¿Qué pasara si funciona?

Se a lo se refería Rachel.

Por esto digo que estan embarazadas!!
Muy bien Britt que se la haga dificil!!
Saludos


Hola, jajajajajajaja puede, no¿? jajajajajajaj. Muy difícil! no¿? jajajajajaj. Saludos =D




marthagr81@yahoo.es escribió:Dios necesito saber que hara  britt???????????????????'' que la mate que la cuelgue  de donde mas le duela. mas que  nunca actualizacion urgente o maraton. FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo - Página 7 3287304868 FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo - Página 7 3287304868 FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo - Página 7 3287304868 FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo - Página 7 3287304868 FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo - Página 7 3287304868


Hola, jajaj aquí el siguiente cap para eso jajajaja. Jajajajajaj que la haga sufrir jajajaja. Aquí viene, y maratón el viernes jajajaj. Saludos =D




3:) escribió:hola morra,...

llego el culmine de britt,.. y de la peor manera,..
un López mas en la nueva generación?????.--
a ver cuanto tarda san en arreglar las cosas,.. y demostrar que no hizo nada!!!!
se va a adelantar la muerte de la zorra???

nos vemos!!!


Hola lu, uuu si =/ pobre britt. =O también lo piensas¿? Nada, osea nada, de nada, si de vrdd quiere su britt, no¿? =O jajajajajaja puede! jajajajaj. Saludos =D


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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 54

Mensaje por 23l1 Jue Dic 17, 2015 12:00 am

Capitulo 54

La vuelta a Múnich en el coche de Quinn la hacemos en silencio.

Tras pagar los desperfectos del hotel, cuando Santana me ve intenta sentarse a mi lado, pero la rechazo. No quiero su contacto, y finalmente se sienta delante junto a Quinn.

Parapetada tras mis gafas de sol, el viaje se me hace eterno mientras soy consciente de cómo Santana mira hacia atrás para conectar conmigo.

Quiere hablarme, lo sé.

Pero yo no quiero saber nada de ella.




Al llegar a nuestra casa, mi perro Susto acude a saludarnos. Por suerte, ya está totalmente recuperado de lo que le pasó, a pesar de que cojea.

El cariño que me tiene ese animal no es normal y, como si tuviera un radar para saber mi estado de ánimo, se centra en darme lametones sin parar para demostrarme que está a mi lado al cien por cien. Emocionada, me siento en el suelo y permito que Susto me entregue todo su cariño.

Lo necesito.

Santana nos observa y no dice nada. En otras circunstancias, me habría dicho que no me siente en el suelo ni me deje chuperretear por la lengua del perro, pero en esta ocasión calla y observa.

Es lo más inteligente que puede hacer, la muy gilipollas.

Calamar no tarda en llegar también y saluda a todas con cariño, mientras Susto sigue conmigo. En un momento dado, el animal se para, me mira y nos comunicamos con la mirada.

Con Susto no me hace falta hablar.

Es el perro más inteligente e intuitivo del mundo. Me gusta mi conexión con él.

Instantes después, la puerta de la casa se abre y aparecen Emma y Jane con Santiago, Susan y Sami. Esta última, al ver a sus mamis, corre hacia ellas, mientras mis niños vienen a toda prisa hacia nosotras.

Sentada en el suelo, siento sus cuerpecitos sobre el mío, y sonrío. Sin lugar a dudas, mis pequeños me llenan el alma, aunque su otra mamá me ha destrozado el corazón.

Una vez me levanto del suelo con Susan entre mis brazos, Santana se acerca a mí con el niño entre los suyos y murmura:

—Cariño..., tenemos que hablar.

Y, como no tengo ganas de montarle un numerito delante de todas y consciente de que tiene razón, susurro:

—Esta noche, cuando los niños estén dormidos.

Santana asiente y sonríe.

Yo no lo hago.

No quiero sonreír, y sé que eso a mi amor le parte el corazón. Pero me da igual su corazón. Bastante tengo yo con hacer que el mío siga latiendo a pesar de la pena tan inmensa que siento.

Con la felicidad que los pequeños nos dan a todos, entramos en la casa. Instantes después, aparecen Flyn y Peter. Peter viene hasta mí y me da un abrazo. Yo lo acepto encantada y, cuando dirijo mi mirada a Flyn, éste me mira a su vez y baja la vista al suelo.

Vale..., no me quiere abrazar.

Segundos después, los chicos suben de nuevo a la habitación para seguir jugando con sus ordenadores.

Maribel, mi suegra, que se ha quedado al mando de todo el fin de semana, me observa y pregunta:

—Britt, ¿estás bien?

Prefabricando una bonita sonrisa para ella, asiento.

No quiero que los niños ni nadie más se percaten del gran problema que tenemos Santana y yo. Así que, la abrazo y aseguro:

—Cansada, pero perfectamente—y, sonriendo, pregunto—¿Cómo se ha portado la pandilla el fin de semana?

Maribel y Emma sonríen y, mirando a los niños, la segunda responde:

—Todos han sido muy buenos, incluidos los más mayores.

Me gusta saber eso.

Entonces, oigo a Maribel decir:

—Tana, hija, qué mala cara tienes. ¿Te encuentras bien? Parece que tienes el labio un poco inflamado.

Me apresuro a mirarla: efectivamente, no tiene buena cara. Pero me importa bien poco, hasta que Rachel cuchichea acercándose a mí:

—Quinn acaba de decirme que Santana se ha tomado dos pastillas. Al parecer, le duele la cabeza a rabiar.

Vale.

Lo siento por ella, pero no estoy dispuesta a compadecerme.

Santana se acerca a nosotras tras hablar con su mamá y, de pronto, noto su mano rodeando mi cintura. La miro con desagrado y ella, bajando la voz, dice:

—Discúlpame, pero si no te abrazo mi mamá sospechará, y bastante tengo con lo que tengo como para escucharla a ella también.

—De acuerdo.

Siento que mi docilidad le gusta y me aprieta más contra ella. Su olor, ese olor que me vuelve loca, inunda rápidamente mis fosas nasales y, dirigiéndome a ella, le advierto:

—No te pases, gilipollas.

Santana me mira y, antes de que la pueda parar, me planta un beso en los labios.

Su tacto, su contacto, su sabor me da la vida.

Sin embargo, furiosa por lo que han besado esos labios horas antes, cuando veo que nadie nos observa siseo:

—Vuelve a hacerlo y te pateo entre las piernas aunque esté tu mamá delante.

Vale.

Me acabo de pasar tropecientos mil pueblos, pero es lo que me ha salido.

Santana clava sus ojos en mí, yo levanto las cejas y, aflojando su abrazo, hace que todos pasemos al salón a tomar algo cuando Maribel se marcha.

Al entrar, me deshago con brusquedad del abrazo de Santana y me alejo de ella. Minutos después entra Emma con unos refrescos y unas cervezas. Rápidamente, todos cogemos una y ella, antes de irse, se vuelve hacia mí y dice:

—Estaré en la cocina por si necesitan algo.

Asiento y, cuando se marcha, me siento junto a Rachel y los críos y durante un rato intento centrarme en mis pequeñines. Ellos son los únicos que se merecen ser tratados como reyes.

Mientras tanto, observo con disimilo a Quinn y a Santana, que hablan junto a la ventana. Al ver cómo las miro, Rachel se acerca a mí y murmura:

—¿Hablarás con Santana?

—Sí. Esta noche, cuando los niños duerman.

—Britt...

—Estoy bien, Rach. Jodida pero bien—digo y, cogiéndole las manos, añado—Sabes que te quiero, pero ¿por qué no se van ya a casa?

Rachel me mira, se muerde el labio inferior y murmura:

—Ay, Britt, estoy tan agobiada por dejarte aquí...

—Tranquila—afirmo con seguridad—No voy a matar a nadie.

—Lo sé, pero dame otra media hora y después te prometo que nos iremos.

—Vale—respondo sin mucha convicción.

Y de repente recuerdo que Rachel quería contarme algo que con todo este lío había olvidado.

—Rach, ¿qué querías contarme? Acaso sabes algo del…

Mi buena amiga niega con la cabeza.

Está preocupada por mí, se lo veo en la cara.

—Nada que no pueda esperar, tranquila.

De pronto, ambas vemos que Quinn sujeta a Santana. Rápidamente, sin que nadie me lo diga, sé lo que quiere hacer. Quiere ir en busca de Félix y Ginebra, y la rabia me invade de nuevo cuando digo:

—Voy al baño.

Es mentira.

No voy al baño, pero necesito desaparecer o mi parte malvada va a explotar de tal manera que ahí no se va a salvar ¡ni Dios!

Siento que mi destrozado corazón late a demasiada velocidad. Mi mente no puede dejar de pensar en la zorra de Ginebra y su marido y, cuando entro en mi habitación, llamo al hotel donde sé que están hospedados.

Quiero matarlos antes de que Santana los localice.

Esto no puede quedar así.

Sin embargo, justo cuando llamo, el recepcionista me dice que acaban de marcharse hacia el aeropuerto.

De nuevo, mi corazón se desboca.

¿Aquellas ratas impresentables se van a ir así, sin más?

Pienso.

Pienso..., pienso.

No sé en qué vuelo saldrán y, de pronto, ¡se me enciende la bombilla!

Corro al salón y, tras hacerle una seña a Rachel para que se acerque a mí, murmuro:

—Necesito ayuda.

Ella me mira.

—Lo que quieras.

Consciente de que lo que voy a pedirle no está bien, digo:

—Necesito que Peter entre en los ordenadores del aeropuerto de Múnich y me diga qué vuelo van a coger Ginebra y Félix.

Rachel me contempla boquiabierta.

Sin duda, estará pensando que he perdido el norte y el sur y, cuando creo que me va a decir que me tienen que ingresar, susurra:

—Si se entera Quinn de que le pedimos eso al chico, ¡nos asesina! Se lo tiene más que prohibido. Pero ¿sabes? ¡Que le den a Quinn!

Con disimulo, Rachel y yo salimos entonces del salón y subimos a la habitación de los chicos. Rápidamente, ella saca a Peter y, cuando le estoy explicando lo que necesito, Flyn sale también y nos mira. Como no me apetece compartir nada con él, lo miro y digo:

—Por favor, ¿podrías dejarnos a solas?

El desconcierto en su gesto es total, y de inmediato desaparece dentro de su habitación. Luego, Peter se vuelve hacia mí y, sin preguntar, dice:

—En cinco minutos lo sabrás.

Su eficiencia me supera.

Rachel regresa al salón mientras yo meto a Peter en mi dormitorio, le entrego mi portátil y el muchacho, de una manera que yo nunca sabré, hace su magia ante el ordenador y, tras darle los nombres de aquellos desgraciados, me dice apuntando en un papel:

—Su vuelo a Chicago sale dentro de dos horas.

Miro el reloj.

Si me doy prisa, los pillo.

A continuación, le entrego mi tarjeta de crédito y digo:

—Sácame un billete para ese vuelo.

De nuevo, el chico hace lo que le pido y, cuando me llega la tarjeta de embarque a mi móvil, le doy un beso y añado:

—Gracias, Peter. Ahora regresa con Flyn e invéntate lo que sea cuando te pregunte, ¿de acuerdo?

Él también me da un beso y, sin preguntar nada, desaparece de mi habitación.

Como una loca, salgo de la casa y, para que no oigan el motor del coche, decido coger un taxi. Por suerte para mí, no tardo en encontrar uno, y me dirijo hacia el aeropuerto cuando recibo una llamada.

Es Rachel.

—¿Estás chalada? ¿Cómo te vas a ir a Chicago?

—Tranquila..., tranquila. No cogeré ese avión. Sólo he comprado un billete para poder pasar y encontrarlos.

—Britt..., Santana ya se ha dado cuenta de que no estás y está como una loca buscándote...


De pronto oigo jaleo y, segundos después, la voz de Santana dice:

—Britt, maldita sea, ¿dónde estás?

Sin ganas de hablar con ella, corto la comunicación y apago el teléfono.

No me apetece dar explicaciones.

El tráfico en Múnich ese día es garrafal. El tiempo pasa rápidamente y miro el reloj nerviosa.

¡Tengo que llegar!

Cuando el taxi me deja en el aeropuerto, corro como una loca.

¡No llego..., no llego!

Y, en cuanto dejo atrás el arco de seguridad, busco en los paneles el vuelo en el que van aquellos dos y vuelvo a correr por el aeropuerto.

Es tarde.

No voy a llegar.

Aprieto el paso.

Maldito atasco el que he pillado.

El corazón se me cae a los pies cuando llego a la puerta de embarque y veo que está cerrada.

El vuelo está cerrado.

Furiosa, a escasos metros de mí veo que el avión donde van aquéllos da marcha atrás. La cólera me puede, y doy un puñetazo al cristal blindado. La gente me mira y soy consciente de que, por mucha rabia que tenga, por muy frustrada que me encuentre, no voy a montar un numerito, por lo que finalmente me limito a sentarme para ver cómo el avión se encamina hacia la pista, despega y se aleja.



Durante una hora me quedo ahí sentada sumida en mis pensamientos y me convenzo a mí misma de que, si las cosas han salido así, es porque Ginebra ya tiene su verdadero castigo.

Cuando me despierto de mis pensamientos, decido regresar a casa. Salgo del aeropuerto, cojo un taxi y enciendo el móvil. Como es de esperar, tengo mil llamadas desde el teléfono de Santana, pero llamo a Rachel.

—¿Estás bien? ¿Dónde estás?—pregunta ella.

Su voz suena angustiada y, para tranquilizarla, murmuro:

—Estoy bien y voy para casa.

—¿Qué ha pasado?

—Nada
—reconozco con rabia—Cuando llegué, ya habían embarcado.

Oigo el suspiro de Rachel y, convencida de que sabe que estoy bien, dice:

—Quieres que no esté aquí cuando regreses, ¿verdad?

—Sí, por favor
—respondo sin ganas de mentir.

—De acuerdo—afirma ella—Quinn, los niños y yo nos marchamos ahora mismo para casa, y Santana...

—No quiero saber nada de Santana. Ahora no.

—Britt...

—Vete tranquila
—le aseguro con una triste sonrisa—Mañana te llamo y nos vemos.

Una vez cuelgo, me recuesto en el asiento del taxi y me limito a mirar por la ventanilla.

Necesito recobrar fuerzas para enfrentarme a Santana López.



Cuando el taxi llega a casa, pago y me bajo. Saco las llaves del bolso y, al abrir la cancela, oigo el trotar de Susto y Calamar. Los saludo con cariño y, lentamente, llego hasta la puerta de entrada de mi casa.

De mi preciosa casa.

Es tarde y, al entrar, se nota que los pequeños están durmiendo. Lo agradezco. Los adoro, pero estoy tan mal que lo último que quiero es ver a mis niños.

Camino hacia la cocina, me abro una coca-cola y, en el momento en que le estoy dando un trago, oigo a mi espalda:

—Britt, ¿qué has hecho?

Sin volverme, termino de beber y, cuando acabo, me vuelvo y, mirando a la mujer que consigue que yo sea la mujer más feliz o infeliz del planeta, respondo:

—Nada de lo que pensaba hacer.

Santana asiente y, moviéndome con rapidez, digo:

—Voy a ducharme.

Al pasar junto a ella, veo la tristeza que siente por lo ocurrido. Pienso en preguntarle si se encuentra mejor de su dolor de cabeza, pero no, no lo voy a hacer. Así que, sin querer claudicar por lo dolorida que estoy, me encamino a la planta superior.

Ahí, paso al cuarto de mis niños, que ya están dormiditos, y les doy un beso.

A Flyn no voy a verlo.

A él, que vaya a verlo su mamaíta.

Tras salir de la habitación, me dirijo a la mía y miro mi maleta cerrada. Sin pararme a pensar, la abro y lo primero que veo es mi disfraz de romana. Me siento en la cama y, con la maleta abierta sobre ella, resoplo e inconscientemente recuerdo a Santana y a Ginebra besándose y tocándose mientras se daban placer.

No puedo olvidarlo.

Enfadada conmigo misma por pensar en ello, me levanto, entro en mi precioso cuarto de baño y decido darme una ducha.

La necesito.

Una vez desnuda, cojo mi iPad y pongo música. Miro las carpetas que hay y, aunque mi mente dice que ponga música marchosa, mi corazón pide algo romántico.

Dudo.

Me debato sobre qué hacer y, al final, gana mi parte morbosa. Necesito fustigarme, flagelarme, azotarme y maltratarme escuchando esa música.

Y digo yo: ¿por qué lo hago?

¿Por qué en momentos así necesito escuchar lo que me va a hacer sufrir?

Me miro en el espejo.

La mujer que observo reflejada soy yo, y murmuro:

—Brittany, eres tonta..., muy muy tonta.

Cuando comienzan a sonar los primeros acordes de nuestra canción, tengo que apoyarme en la encimera. El dolor, la pena y el tormento me doblan en dos mientras la bonita voz de Malú canta Blanco y negro. Incapaz de contener las lágrimas, me siento sobre la taza del inodoro y lloro. Lloro de impotencia en soledad como no he podido hacerlo antes y, mientras escucho la letra de esa preciosa canción, siento que no voy a poder parar nunca de llorar.

Le he regalado mi vida a Santana y ella siempre me ha dicho que me regalaba la suya.

¿Cómo voy a poder superar eso?

Cuando la canción acaba y la voz de Luis Miguel comienza a cantar Si nos dejan, me levanto y, hecha un mar de lágrimas, recuerdo nuestra luna de miel en México.

—Qué pena, Santana..., qué pena—murmuro mirándome de nuevo al espejo.

Acongojada, entro en la cabina de la ducha. Abro el grifo y dejo que el agua comience a chorrear por mi cuerpo. Agotada, agobiada y abatida, me apoyo en la pared y cierro los ojos mientras, inconscientemente tarareo la música que suena. Y, tan pronto como comienza a sonar Ed Sheeran interpretando Thinking Out Loud, me siento en el suelo de la ducha, me encojo y recuerdo que ésa fue la última canción que bailé con mi amor anoche mientras me decía mirándome a los ojos aquello de «te seguiré amando hasta los setenta porque me enamoro de ti todos los días».

¡Mentirosa!

Mi cabeza da vueltas y vueltas.

Santana no ha parado de decirme que la han engañado. Que debieron de echarle algo en la bebida, pero estoy tan enfadada con ella que soy incapaz de razonar y ponerme en su lugar.

No puedo.

Sólo puedo pensar una y otra vez en Ginebra sobre ella en el columpio y en los dedos de Santana clavándose en su espalda mientras la besaba, mientras le devoraba la boca como hace conmigo.

Esa imagen me tiene totalmente cegada.


Cuando por fin consigo volver a ser yo, tras regodearme en mi desesperación, me levanto y me doy cuenta de que estoy temblando de frío. No sé cuánto tiempo he estado sentada en el plato de la ducha llorando e intentando recomponerme.


Al salir, comienza a sonar Ribbon in the Sky, del maravilloso Stevie Wonder.

Qué canción tan bonita.

Sin poder evitar pensar en las veces que Santana y yo la hemos bailado en la oscuridad de nuestra habitación, me pongo mi albornoz y me siento de nuevo en el inodoro.

Pienso en cómo aquéllas se besaban.

Pienso que la boca de mi amor ya no es sólo mía, y maldigo cuando la puerta del baño se abre y Santana me pregunta con gesto preocupado:

—¿Estás bien?

La miro con odio, y respondo:

—No.

Ella cierra los ojos.

Sabe de lo que hablo y, tras levantarme como una furia, apago la música y siseo:

—Fuera de mi vista.

Mi estado de ánimo es una veleta.

Tan pronto lloro con desconsuelo como siento unas horribles ganas de asesinarla, y Santana lo sabe, me conoce muy bien. Finalmente, dice:

—Cuando quieras, podemos hablar en mi despacho.

Asiento.

No digo nada.

Al ver que no voy a dirigirle la palabra, cierra de nuevo y se va. Yo me quedo mirando al frente. Luego me seco con brío, me doy aceite en el cuerpo y me peino.

Ataviada con un vestido de algodón rosa palo y mis botas de andar por casa, bajo lentamente sin secarme el pelo. Cuando estoy frente al despacho de Santana, me paro.

Quiero huir de lo que va a ocurrir ahí, pero sé que debo enfrentarme a ello. Así que, cogiendo fuerzas, saco a la Brittany chulita que saca de quicio a aquella alemana y, sin dudarlo, entro.

Santana está junto a la chimenea contemplando el fuego. Esa estampa suya siempre me ha encantado, pero hoy la detesto.

Mi furia me hace detestarla todo, hasta el aire que respiro.

Cuando ella me ve, me mira y, tras unos instantes en los que ambas estamos en silencio, murmura:

—Lo siento, Britt. Lo siento, cariño, pero te juro que...

—No me jures. Sé lo que vi.

Santana asiente.

Sabe que lo que vi me ha destrozado y, caminando hacia mí, susurra:

—Si me conoces, comprenderás que yo nunca haría nada así.

—Lo sé—la corto con la voz rota por el dolor—Pero te vi. Vi cómo la besabas, cómo... cómo...

Desesperado, va a agarrarme y le doy un manotazo.

Ella me mira.

—No era consciente de lo que hacía. No recuerdo nada, pero sé que...

—Tú no sabes nada—digo alzando la voz—Tú ni por asomo puedes imaginarte lo que yo he sentido con lo que he visto. Ni por un instante te lo puedes imaginar.

Su gesto atormentado me hace saber que puedo pisotearla, matarla, maltratarla. Está dispuesta a todo por mí, pero insisto:

—Apenas unas horas antes, tú y yo estábamos en esa sala negra del espejo disfrutando y... y...

—Britt-Britt, escúchame.

Enfadada la miro, luego sonrío con malicia y siseo:

—No quiero escucharte. Ahora no.

—Britt, no digas eso.

Mi aclaración la enfada, la envenena, me lo dicen sus ojos. Pero, sin dejarse llevar por la rabia, suplica:

—Perdóname, Britt, no sabía lo que hacía.

¿Perdonar?

¿Voy a ser capaz de perdonar y olvidar lo que vi?

Y, mirándola con furia, vuelvo a sisear:

—¿Qué tal si hacemos uso de lo que habitualmente se llama ojo por ojo y ahora soy yo la que...?

—¡Ni se te ocurra!—brama perdiendo los nervios.

Vuelvo a reír con malicia.

En lo último que pienso ahora es en estar con una persona, pero como tengo ganas de hacerle daño, insisto:

—Lo justo sería eso. Que yo buscara a una persona que más rabia te dé y tú lo veas, ¿no?

—No...—murmura apretando los dientes.

Quiero herirla.

Quiero que se martirice como yo me estoy martirizando por ella, y grito:

—¡Gilipollas! ¿Cómo no te diste cuenta? ¿Cómo, con lo lista que eres para otras cosas, fuiste incapaz de percatarte de lo que iba a ocurrir con esa gentuza?

Santana me mira.

No sabe qué decir.

Se da cuenta de que tengo razón en todo lo que digo y no logra darme una explicación.

El silencio invade la estancia.

Santana no se mueve.

Nos miramos a los ojos y murmuro:

—Estoy enfadada, muy enfadada, y quiero que te vayas.

—¿Que me vaya adónde?

—¡Que te vayas de esta casa!—chillo fuera de mí.

El gesto de Santana se acalora y, sin moverse, cuchichea despacio:

—Estoy en mi casa.

Su aclaración con mala baba me hacer ver que comienza a perder los nervios.

—Bueno me voy yo—replico entonces.

Sin más, me doy la vuelta, pero antes de llegar a la puerta, Santana ya me ha agarrado entre sus brazos, me da la vuelta y, apretándome contra sí, protesta:

—Britt, no vas a ir a ningún lado.

—¡Suéltame! —grito.

—No. Hasta que entres en razón.

La rabia me consume y, sin pensar en lo que hago, levanto la rodilla y la golpeo con fuerza en esa parte tan noble que me encanta y que en otros momentos me da placer.

Santana, que no esperaba ese ataque tan brutal, cae de rodillas al suelo. Se encoge de dolor ante mí y yo, fuera de mis casillas, siseo:

—Nunca más en tu puta vida vuelvas a tocarme si yo no te lo permito.

Ella no contesta.

Sigue retorciéndose en el suelo de dolor mientras yo la observo impasible.

¡Joder..., joder, qué bestia soy!

Pasan unos minutos y, cuando veo que su respiración se normaliza, abro la puerta y salgo del despacho. Me encamino hacia la escalera, pero entonces me levanta en volandas y, roja de furia, me suelta en mi cara:

—En tu puta vida vuelvas a hacer lo que has hecho.

Grito.

Intento soltarme, la llamo de todo y volvemos a entrar en el despacho, donde, una vez cierra la puerta con el pie, me suelta y yo bramo:

—¡Te odio! ¡Te odio con todas mis fuerzas!

—Ódiame cuanto quieras—replica furiosa—Pero tenemos que hablar.

A partir de ese momento, no hablamos, sino que ¡chillamos!

Le echo en cara todo lo que quiero y más, y ella hace lo mismo. Sin escucharnos, ambas levantamos la voz, ambas gritamos, ambas chillamos. La desesperación es tal que ninguno de las dos está dispuesta a escuchar a la otra cuando, de pronto, la puerta del despacho se abre y aparece Flyn.

Debemos de haberlo despertado con nuestros gritos.

El crío mira a Santana y pregunta:

—Mamá, ¿qué ocurre?

Al verlo, Santana dice:

—Flyn, regresa a tu cuarto.

Pero yo, que ya estoy como las locas, sonrío y murmuro:

—No, hombre, no, deja que se quede aquí. También tengo reproches para él y, así, aprovecho y se los hago. Al fin y al cabo, es tu niñito y sólo se preocupa por ti.

—Britt..., cariño.

En mi interior se ha formado un tsunami y siento que no voy a ser capaz de frenarlo, especialmente porque no quiero. Tengo ante mí a mis dos grandes fuentes de problemas y conflictos y necesito gritar y protestar. Necesito que esos dos imbéciles me escuchen y, sin importarme las formas ni nada, digo:

—¿Se han puesto de acuerdo los dos para sacar lo peor de mí? Porque, si es así, lo han conseguido.

Y, como ya todo me importa tres pepinos, prosigo:

—Me he dejado la piel por ustedes dos y tengo que decirles que son unos jodidos desagradecidos. Tú como esposa y tú como hijo. Y ¿sabes, Santana?, ¡claudico! He tomado la decisión de que, si Flyn no me quiere como mamá, yo no lo quiero como hijo. Basta ya de desplantes, malas caras y malos modos. Estoy harta, ¡harta!, de tener que andar siempre con pies de plomo con ustedes. Estoy tan enfadada con los dos que no quiero ser racional, simplemente quiero que me dejen en paz para poder vivir. Sin lugar a dudas, ésta es tu casa, Santana López, pero los niños que están durmiendo en la planta de arriba son ¡mis hijos!, no sólo los tuyos, y no voy a permitir que...

—Britt—me corta Santana—¿Qué estás diciendo?

Como un remolino imparable, la miro y sentencio:

—Digo que quiero el divorcio. Digo que quiero irme de aquí. Digo que mis hijos se vendrán conmigo, y digo que...

—Britt..., ¡para!

Su corte me hace dar cuenta de que Flyn está llorando. Y, aunque sus lágrimas deberían atormentarme, estoy tan dolida que no siento nada. A continuación, cuando me dispongo a añadir algo, oigo que Santana dice mirando al niño:

—Flyn, vete a la cama.

—No...

—Flyn —insiste Santana.

El crío se seca las lágrimas y pregunta:

—¿Se van a separar?

—No —responde Santana.

—Sí. ¿No es lo que querías?—respondo yo.

Santana me mira.

Su mirada de Icewoman echa chispas, pero no me importa, ya que la mía es puro fuego; entonces Flyn, llorando, dice:

—No... no pueden hacerlo. No pueden estar así por mi culpa. Yo... yo...

Reconozco que verlo tan desesperado me pellizca un poco el corazón y, mirándolo, respondo:

—¿Sabes, guapito?, tu actitud ha ayudado bastante. ¡Gracias, Flyn!

—¡Britt! —grita Santana.

—¿Britt, qué? ¿Acaso es mentira?—replico desafiante.

Fuera de sus casillas por lo que estoy soltando por mi boquita, Santana me mira con furia. Yo lo miro con rabia y chulería cuando ella coge al niño del brazo y murmura para intentar calmarlo:

—Flyn, no te preocupes por nada. Las mamás están discutiendo por algo que...

—¡¿Mamá?! ¡¿Yo?!—me mofo dolida—Disculpa, pero él mismo me ha dejado muy claro infinidad de veces que no soy su mamá, que sólo soy la mujer de su verdadera mamá o, en todo caso, su madrastra, ¿verdad, Flyn?

El crío no responde, y yo prosigo:

—Vamos, sé valiente y dile a tu mamaíta lo que me has dicho mil veces cuando ella no estaba.

—¡¿Qué?!—pregunta Santana sorprendida.

—Ah, y ahora que no hay nada que ocultar...—prosigo abriendo mi propia caja de Pandora—¿Qué tal si le dices a tu mamá lo divertido que te resultó provocarme diarreas con las gotitas que tus amiguitos te recomendaron?

—¡¿Cómo?!—insiste Santana desencajada y, echándole un vistazo al crío, pregunta—¿De qué habla Britt?

Pero, sin dejarlo contestar, respondo yo por él:

—Secretos..., secretos. Entre nosotros hay demasiado secretos.

Y, quitándome el anillo que tanto adoro, lo dejo de malos modos sobre la mesa del despacho y grito:

—¡Y, hablando de secretos..., me pareció muy mal que me ocultaras que fue tu niño quien se llevó el anillo para venderlo en una casa de empeños y luego me mintieras diciendo que lo habías encontrado en el maletero de tu coche! Pero ¿acaso te crees que yo soy tonta? ¿Acaso crees que no iba a enterarme de la verdad? Bueno sí, me enteré y me callé para ser buena con él y contigo. Son tal para cual. ¡Los putos López!

Santana palidece.

Sé que no lo hace por mis palabrotas, sino porque nunca imaginó que yo me enteraría de aquello.

—Britt..., cariño..., yo...—murmura.

—Ahora no quiero explicaciones. Ya no me valen.

El niño sigue llorando cuando Santana, consciente de que las cosas se están yendo de madre, insiste:

—Por favor, Flyn. Vete a tu habitación.

El crío me mira con el rostro desencajado. Nunca me ha visto perder el control de esa manera. A continuación, acercándose a mí, susurra:

—Mamá..., lo siento..., perdóname.

¡¿Mamá?!

Con gesto agrio, lo miro y replico fuera de mí:

—Déjame en paz. Yo no soy tu mamá.

Santana lo saca del despacho, me quedo sola y siento ganas de gritar.

Estoy furiosa.

Tremendamente furiosa.

Luego, Santana vuelve a entrar en el despacho y, tras cerrar la puerta, camina hacia mí y dice:

—Estás pagando con Flyn nuestro problema y...

—Santana—la corto—Lo siento, pero estoy desbordada. Desbordada por todos lados. Y... y lo que ha ocurrido, nos guste o no, ha hecho que haya un antes y un después en nuestra relación. Intento asumir que esos hijos de su madre te drogaron para conseguir su propósito, pero no puedo obviar lo que vi. ¿Acaso tú lo obviarías si la situación hubiera sido al revés? ¿De verdad me estás diciendo que si Santana López me viera sobre un columpio desnuda, entregándole mi boca y mi cuerpo a otra persona, no se enfadaría conmigo? ¿No me chillaría? ¿No se volvería loca de rabia?

Ella no contesta, y añado:

—La Santana López que yo conozco estaría tan enfadada como yo, y la Santana López que yo conozco necesitaría su tiempo para digerir lo ocurrido por mucho que me quisiera.

Por fin parece que mis palabras le calan hondo.

En lugar de acercarse a mí, asiente, se apoya en su mesa y, tras unos segundos en silencio, murmura:

—Si yo hubiera visto lo que tú, sin duda me estaría comportando peor.

—Lo sé, Santana—afirmo—Lo sé.

Mi alemana asiente.

Sabe que lo que digo es cierto.

La situación en caso contrario habría sido devastadora.

Clavando sus ojazos cansados en mí, a continuación musita:

—Britt, no me dejes. Yo no he propiciado lo que ha ocurrido.

Sus palabras me paralizan.

Por mi cabeza ha pasado de todo, pero ¿realmente soy capaz de dejarla?

¿Realmente soy capaz de vivir sin ella?

Al ver que no digo nada y que no me muevo, Santana camina hacia mí y, derrotada por mi indiferencia, aquella morena a la que todos temen cae a mis pies y repite con desesperación:

—No me dejes, mi amor. Por favor, Britt-Britt, escúchame, yo no era dueña de mis actos. No sabía lo que hacía en ese momento.

Su súplica...

Su mirada...

Su miedo...

Todo puede conmigo, y entonces insiste:

—Castígame, enfádate conmigo, fustígame con tu desprecio, pero no hables de divorcio. No hables de separarte de mí porque mi vida sin ti no tendrá sentido. Sin ti y sin los niños, yo...

Al mirarme y ver sus ojos cargados de lágrimas, como soy una blandengue, me muerdo el labio inferior y murmuro:

—Levántate, por favor, levántate. No quiero verte así.

Mi alemana se levanta con pesar y, cuando doy un paso atrás para que no me toque, se encamina hundido hacia su silla y, mirándome, susurra:

—Estoy dispuesta a lo que tú quieras, Britt. A todo.

Asiento.

Sé que ahora yo tengo el poder.

Estoy convencida de que, si le pidiera que se cortara un brazo en ese momento, lo haría.

—Dentro de unos días me iré a la Feria de Jerez—digo—Iré sin ti, pero me llevaré a Santy y a Susan.

—¿Sin mí?

Al oírla decir eso, siento unas irrefrenables ganas de asesinarla.

Pero ¿no decía que no tenía tiempo para esas tonterías?

Sin embargo, conteniéndome, contesto:

—Me iré a Jerez con los niños, y ni tú ni Flyn vendrán.

—Cariño..., por favor...

Sonrío con chulería y replico:

—No hay cariño que valga. No te quiero conmigo. Quiero ir sola con mis hijos y disfrutar de la alegría de mi tierra y, contigo a mi lado, no lo voy a disfrutar.

Sus ojos...

Su voz...

Su mirada...

Conozco a Santana López y sé que lo que está ocurriendo será algo que la atormentará el resto de su vida.

Se acerca a mí, me coge entre sus brazos y, espachurrándome contra la librería, sisea:

—Britt, no juegues con fuego o te quemarás.

Nos separan apenas unos milímetros.

Mis ojos miran su boca.

Quiero besarla.

Necesito besarla como sé que ella necesita besarme a mí. Pero la imagen de Ginebra tomando lo que yo consideraba mío pasa entonces por mi cabeza y, tras empujarla con todas mis fuerzas para separarla de mí, respondo mientras me encamino hacia la puerta:

—Querida Santana, ya me he quemado; ahora ten cuidado, no te quemes tú.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por monica.santander Jue Dic 17, 2015 12:35 am

Exploto la olla Britt muy bien!!!!
Veremos que hace San ahora!!
Saludos
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por micky morales Jue Dic 17, 2015 1:28 am

al fin! britt fue muy dura pero a la vez certera, que se vaya a jerez con sus hijos, no digo que se divorcie pero si que castigue a santana y por supuesto la zorra y el cabroncete del marido tambien tienen que pagar!!!!!!
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Dic 17, 2015 10:04 am

britt se quedo corta, hubiese deseado que alcanzara a Ginebra y le diera una arrastron de los buenos. lo que hizo britt se ha quedado corto.
espero que soporte un poco mas y se cierre en banda para darles la leccion de sus vidas a esos lopez mocosos de m...
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por Lizz_sanny Jue Dic 17, 2015 12:49 pm

Me voy dos dias y pasa todo esto.!!!!
Nunca más me pierdo un cap.
Aún no puedo creer lo que paso con San.
Creo que una posible separacion entre San y Britt va a hacer que Flyn recapacite (o eso espero)
Saludos!
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Jue Dic 17, 2015 7:19 pm

monica.santander escribió:Exploto la olla Britt muy bien!!!!
Veremos que hace San ahora!!
Saludos


Hola, jajajaajj bn! tiene que hacerse respetar xfin, si mucho amor, pero no lo merecian! De todo, de todo. Saludos =D




micky morales escribió:al fin! britt fue muy dura pero a la vez certera, que se vaya a jerez con sus hijos, no digo que se divorcie pero si que castigue a santana y por supuesto la zorra y el cabroncete del marido tambien tienen que pagar!!!!!!


Hola, después de todo lo que la han hecho sufrir se merecen ese escarmiento de su parte. Ellos pagaran, ella al morir y el al sufrir su perdida. Saludos =D




marthagr81@yahoo.es escribió:britt se quedo corta, hubiese deseado que alcanzara a Ginebra y  le diera una arrastron de los buenos. lo que hizo britt  se ha quedado corto.
espero que soporte un poco mas y se cierre en banda para darles la leccion de sus vidas a esos lopez mocosos  de m...


Hola, jajajajaja esperemos que todo esto haga sufrir a flyn y san. En cuanto a esos... con su muerte llegara su tiempo. Saludos =D




Lizz_sanny escribió:Me voy dos dias y pasa todo esto.!!!!
Nunca más me pierdo un cap.
Aún no puedo creer lo que paso con San.
Creo que una posible separacion entre San y Britt va a hacer que Flyn recapacite (o eso espero)
Saludos!


Hola, jajajaja xD suele pasar XD jajajajajajaja. Jajajaajaja, pero si mientras los puedas leer todo bn ajajajaja. Nop, osea una cosa era creer que ella tenia la razón, x cabezota, pero otra muy distinta que la drogaran =/ Shi si eso no lo hace, nose que lo va hacer ¬¬ Saludos =D


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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 55

Mensaje por 23l1 Jue Dic 17, 2015 7:20 pm

Capitulo 55

Al día siguiente, Brittany llamó a Rachel y le pidió tiempo.

Necesitaba unos días para ella sola para pensar, recapacitar y saber que estaba haciendo bien quedándose junto a la mujer que amaba pero que le había roto el corazón en miles de pedacitos.

Consciente de todo lo que estaba pasando, su amiga le concedió esos días.


Una semana después, Brittany se apagaba por momentos. Físicamente estaba bien, pero psicológicamente estaba tocada y hundida, algo que Santana no podía evitar ver y sufría cada segundo del día.

Brittany habló con su papá.

No le contó nada de lo ocurrido, pero le confirmó que el 9 de mayo llegaría a Jerez con los niños. Como es lógico, Manuel le preguntó por Santana y por Flyn, y ella se apresuró a explicarle que Santana tenía mucho trabajo y que Flyn estaba castigado por lo mal que iba en los estudios.

El hombre no preguntó más y se alegró por la visita de su Britty.



Durante esos días, Santana hacía todo lo posible por acercarse a su mujer. Llegaba pronto del trabajo, pasaba las tardes enteras con ella y con los niños, pero Brittany no reaccionaba. Se limitaba a sonreír delante de los pequeñines pero, cuando éstos se marchaban a la cama, se sumergía en su propia burbuja y todo lo que pasaba a su alrededor dejaba de existir.

Santana convocó una reunión en López Inc. y, sin dudarlo, reorganizó su trabajo. Necesitaba tiempo para reconquistar como fuera a su mujer, y delegó, como antaño, en varios de sus directivos, algo que Brittany siempre le había pedido, pero ella no había hecho.

Recordar aquello la martirizaba.

Debería haber hecho más caso a lo que ella le pedía y, en especial, a la problemática que tenían con Flyn en casa.

¿Por qué había sido tan gilipollas y tan cabezota?

Por su parte, Flyn, asustado por el color que habían tomado los acontecimientos, intentaba acercarse a Brittany. La llamaba «mamá», le pedía perdón, le proponía salir con la moto, se sentaba con ella a ver la televisión, pero ella parecía no darse cuenta de los esfuerzos que el muchacho hacía para que lo escuchara.

Sin embargo, Brittany lo oía, lo oía perfectamente en su silencio, pero estaba tan dolida por todo lo ocurrido que había decidido ignorarlo, como él la había ignorado a ella en los últimos meses.

Ese castigo era la única manera de hacerle ver a Flyn que ya no era un niño, y que, como siempre le había dicho, todo acto tenía una consecuencia.

La suya era la indiferencia.

Emma y Will, conscientes de la situación en la casa, intentaban ayudar en todo lo que podían, pero Brittany seguía sin reaccionar y castigaba a los dos López con su desapego.



Pasados unos días, Brittany decidió ir a casa de su amiga Rachel.

Nada más verla, ella la abrazó y, cuando la soltó, susurró:

—Vaya mala cara que tienes, amiga.

Brittany asintió.

Era consciente de que estaba hecha un desastre, y hasta había adelgazado esos kilos que no conseguía quitarse antes.

—Bueno, por dentro, te aseguro que estoy peor—replicó con una sonrisa.

Rachel puso los ojos en blanco y, cogiéndola de la mano, le dijo:

—Ven. Tenemos que hablar.

Juntas pasaron al comedor.

Ahí, durante más de dos horas, Brittany habló, se desahogó, dijo todo lo que necesitaba decir y, cuando por fin se calló, Rachel murmuró:

—Entiendo lo que dices, pero lo que ocurrió fue algo que Santana no provocó.

—Lo sé—admitió Brittany—Pero si ella sabía que aquellos dos le estaban pidiendo ese encuentro sexual porque Ginebra así lo quería, ¿por qué no se alejó de ellos? ¿Por qué permitió que estuvieran tan cerca de nosotras? ¿Por qué no cortó por lo sano?

Rachel asintió.

Sin duda, Brittany tenía su parte de razón.

Sin embargo, como antes había hablado con Quinn, respondió:

—Porque Santana no es una mala persona y nunca pensó que ellos se servirían de algo tan sucio para conseguir su propósito. A pesar de no querer saber nada de ellos, se sintió apenada por esa mujer. Britt, Ginebra se muere, y eso fue lo que a Santana le hizo bajar la guardia.

Su amiga resopló.

Conocía a Santana mejor que nadie y, si una enfermedad la descuadraba, una muerte la descolocaba totalmente.

Así, siguieron hablando durante varias horas hasta que al final Rachel dijo:

—Ahora que estás más tranquila, tengo que contarte algo.

—¿Qué ocurre?

Rachel se levantó, cogió a Brittany de la mano y la llevó hasta su habitación. Una vez ahí, abrió un cajón y, enseñándole unos test de embarazo, cuchicheó:

—Hace tres semanas que estoy esperando para hacérmelos, y no me atrevo.

La sorpresa despertó a Brittany de su letargo, y Rachel, haciéndole un puchero, añadió:

—He rechazado el puesto de escolta y creo... creo que dio resultado… creo que estoy embarazada.

Rápidamente, Brittany se puso a su lado, le agarró la barbilla con la mano y dijo:

—Rach, pero ¿cómo no me lo habías contado antes?

Su amiga se derrumbó como un castillo de naipes y, sentándose en la cama, replicó:

—Pero ¿cuándo te lo iba a decir? Últimamente no hacían más que pasar cosas y... y... Pero si me llevé los puñeteros test el fin de semana que... que..., bueno, que pasó lo de Santana, pero luego todo se lio y yo no quería preocuparte con más cosas de las que tienes. Pero... el caso es que me estoy volviendo tarumba. Llevo más de un mes de retraso y estoy tan acojonada que soy incapaz de hacerme la puñetera pruebecita. Y luego... luego está que ya he estado embarazada y siento que tengo todos los síntomas, y...

—¿Quinn sabe algo?

—Noooooooooo—susurró Rachel—Si estoy embarazada es por su puñetera culpa, por insistir en tener un bebé y esas cosas que me convencieron de someterme al tratamiento y darle una sorpresa… y por eso la voy a matar.

—Dios mío, Rach—dijo Brittany sonriendo—¡Se va a volver loca cuando se entere!

—¡Cierra el pico!

—¿Está en casa?—añadió emocionada.
—No. Está en el despacho pero, joder, Britt, ¿cómo fue que resulto tan rápido?

Con una candorosa sonrisa, su amiga la miró y gesticuló:

—Bueno porque una abejita plantó una semillita y...

—Briiiiiiitt...

Divertida, ella le retiró el flequillo del rostro a la teniente más valiente que había conocido en toda su vida.

—¡Otra vez! ¿Otra vez me tiene que volver a pasar?—protestó Rach alejándose—Con Sami fui mamá soltera; en esta ocasión querría haberlo hecho todo correctamente para no tener que oír los reproches de mi papá o de mi abuela. Me habría gustado casarme antes de tener otro hijo, pero...

—Pero apareció un niño llamado Peter y decidiste posponer tu boda, para integrarlo en la familia antes de casarte con su mamá, y eso te hace muy grande, Rach. Decidiste darle una gran sorpresa a tu rubia. Eso no lo hace cualquiera y...

—Dios mío... Tendremos tres..., ¡tres hijos!

—Obvio.

—¿Y… a ti no dio resultado?

Brittany bajo la mirada.

—No, y ahora creo que es lo mejor, Rach. Pero a ti si, y por algo paso.

Al ver el gesto de su amiga, Brittany sonrió y, dispuesta a ayudarla en todo lo que pudiera, insistió:

—Mira, cariño, si tienes a tu lado a la persona que te quiere, que te hace feliz y a la que tú quieres, un bebé en común es algo precioso. Simplemente es el resultado de un bonito amor. Piénsalo así y sé positiva.

—Ay, Dios..., si quiero ser positiva, ¡pero no puedo!

A Brittany le entró la risa.

No lo podía remediar, y Rachel al verla gruñó:

—Si no quitas esa sonrisita tan de tu amiguita de la cara, te juro que a la primera que mato es a ti.

Brittany borró la sonrisa, cogió el arsenal de test de embarazo que su amiga tenía en las manos y dijo:

—Vamos. Tenemos algo que hacer.

Una vez entraron en el baño, Rachel cerró la puerta con pestillo y, señalando los cinco test que había dejado sobre la encimera, explicó:

—Los he comprado digitales. De esos que anuncian de las semanas que estás.

—¡Genial!—respondió Brittany, pero al ver que su amiga no se movía, la animó—Vamos, venga, hazte un test.

Rachel la miró, a continuación miró las pruebas de embarazo y susurró:

—No puedo, Britt..., no puedo.

Su histerismo le recordó a Brittany el suyo propio la primera vez que se quedó embarazada. Aún recordaba el mogollón de test que compró y se veía encerrada en su baño, sola y con los pies en alto de lo mareada que estaba.

Por ello, y consciente de que tenía que hacer lo que fuera para que su amiga se tranquilizara, cogió un test, lo destapó, se bajó el pantalón, las bragas y, tras hacer pis encima, lo cerró y lo dejó sobre la encimera.

—Sólo tienes que hacer esto—dijo—Vamos, no es tan difícil.

Acto seguido, se sentó en el suelo y apoyó la espalda en la puerta a la espera de que su amiga se animara a hacer lo que irremediablemente tenía que hacer.

Remolona, Rachel cogió un test y se desabrochó el vaquero.

Brittany la miró y, finalmente, cuando aquélla se bajó las bragas, hizo pis sobre el test, lo cerró y lo dejó sobre la encimera, murmuró:

—Muy bien. Lo has hecho muy bien.

La exteniente sonrió, abrió el grifo del agua, dio un trago y, tras secarse los labios, afirmó:

—Mataré a Quinn por tener esos ojazos y ser tan convincente, si estoy embarazada.

—A besos, ¿verdad?

Rachel sonrió.

En esta ocasión, fue ella la que no pudo remediarlo y, sentándose en el suelo junto a su amiga, apoyó la espalda en la puerta y musitó:

—Se volverá loca si lo estoy.

—Muy loca—añadió Brittany con una triste sonrisa al recordar cuando Santana se había enterado.

—Pero ya no podremos llamarlo Peter. Ya tenemos un Peter en la familia y...

—Tranquila, hay millones de nombres. Te aseguro que, sin nombre, el bebé no se va a quedar. Seguro que a Sami se le ocurre alguno.

Rachel resopló, luego permanecieron en silencio unos instantes hasta que Brittany dijo:

—Creo que ha llegado el momento de la verdad, ¿no te parece?

La exteniente cerró los ojos y, levantando la mano, cogió los test de embarazo que habían utilizado. Los miró y, al ver que eran idénticos, preguntó:

—¿Cuál es el que me he hecho yo?

Divertida, Brittany se encogió de hombros y, quitándole uno, respondió:

—Sin lugar a dudas, el que dé positivo.

Las dos amigas retiraron el capuchón a los test de embarazo al mismo tiempo, y Rachel musitó:

—La mato.

Brittany sonrió y, mirando el test que ella tenía en la mano, afirmó:

—Tremendamente positivo.

Sonriendo estaba por aquello cuando Rachel puso el Predictor que ella sostenía ante la cara de su amiga y dijo:

—Britt...

Al ver lo que Rachel le enseñaba, de pronto Brittany tiró el test que tenía entre las manos como si le quemara y dijo:

—¡Joder!—y, levantándose, repitió—¡Joder!

Rachel se levantó a su vez y, tras coger el test que Brittany había tirado, lo miró y cuchicheó:

—Joder, Britt..., ¿estás embarazada?

—Noooooooooooo. Si yo ya me hice un test y dio negativo.

Tan bloqueada como ella, Rachel le enseñó el test y afirmó:

—Yo he hecho pis en uno y tú en el otro, y los dos dan positivo.

Brittany se dio aire con la mano.

Pero ¿qué ocurría ahí?

Y, horrorizada, siseó:

—No puede ser. ¿Cómo voy a estar embarazada? Pero si dio negativo el test que me realice hace unas semanas.

Sin saber si reír o llorar, Rachel miró a su amiga y respondió:

—Una abejita plantó una semillita y...

—Es imposible. Yo... yo no puedo... Santana y yo no estamos en momento para... Que no, hombre, que no...

Con ambos test en las manos, Rachel los miró de nuevo y afirmó:

—Bueno no es por meter el dedito en la herida, pero en los dos pone de 4 a 6 semanas. Justo la vez que fuimos al hospital de Kitty, para darle una gran sorpresa a nuestras alemanas.

Brittany los miraba boquiabierta cuando Rachel, entregándole un nuevo test, indicó:

—Repítelo. Si realmente la prueba ha salido mal, éste lo confirmará. El tercero es el vencido.

Brittany no respiraba.

No pestañeaba.

Pero ¿cómo iba a ser que ahora si hubiera resultado el tratamiento?

Al ver lo bloqueada que estaba, Rachel le agarró la barbilla con la mano y murmuró divertida:

—Cariño, piensa que si un bebé está creciendo en tu interior es el resultado de un bonito amor. Sé que Santana y tú no están pasando por el mejor momento, pero... piénsalo y sé positiva.

—Cierra la bocaza—resopló Brittany, que cogió el test, se bajó de nuevo el pantalón, las bragas, volvió a hacer pis sobre el aparatito, lo cerró y aseguró al dejarlo—Esto lo resolverá todo. Yo no estoy embarazada. El tratamiento no funciono.

Rachel se hizo rápidamente también otro test, pero esta vez, en lugar de dejarlo junto al de su amiga, se lo quedó en las manos y, mirándola, dijo:

—Britt..., hace poco Quinn me dijo que las cosas que merecen la pena en la vida nunca son sencillas, y...

—No digas nada más. Ahora no, por favor—la cortó ella mientras se tocaba la frente con preocupación.

En silencio y en tensión, esperaron a que pasaran los minutos que indicaba el prospecto y, a continuación, Brittany abrió el capuchón del aparato y murmuró:

—Esto debe de ser un falso positivo. Ahora no, ahora no puede ocurrir esto.

Tras abrazar a su amiga, cuando ésta dejó de temblar, Rachel cogió fuerzas para abrir su test y, al leer la pantalla, afirmó:

—Estoy de 4 a 6 semanas... Mataré a Lucy Quinn Fabray.

Al decir eso, ambas se miraron sin saber si llorar o reír y, de pronto, oyeron la voz de la abogada, que decía mientras golpeaba la puerta:

—Rach, ¿con quién te has encerrado en el baño?

Rápidamente, las dos amigas recogieron los envases de los test. Brittany se guardó el suyo en el bolso, mientras que Rachel lo hizo en el bolsillo delantero del vaquero.

Una vez comprobaron que ya no quedaba ninguna prueba del delito a la vista, Brittany murmuró:

—Ni una palabra sobre lo mío a Santana ni a Quinn, ¡ni una palabra!

—Pero, Britt..., un embarazo no se puede ocultar.

—¡Prométemelo!

Al ver el gesto de su amiga, Rachel finalmente asintió.

—Te lo prometo, siempre y cuando tú prometas lo mismo.

Brittany suspiró, su caso no era el de ella, pero asintió.

Cuando, segundos después, Rachel abrió la puerta del baño, Quinn las observó sorprendida y protestó:

—Vaya, pero si está aquí la mujer que incitó a mi hijo, menor de edad; por cierto, pirateé la lista de pasajeros del aeropuerto de Múnich. Pero ¿cómo pudiste pedirle eso a Peter? ¿Acaso te volviste loca?

Brittany resopló.

Sin duda, Quinn estaba deseosa de verla para echarle aquello en cara.


Durante un par de minutos, Rachel y Brittany escucharon en silencio todo lo que aquella quiso decirles en relación con lo mal que se sentía porque hubieran utilizado al chico para hacer lo del aeropuerto, hasta que Rachel, sin ganas de que continuara machacando a Brittany, se plantó ante ella y dijo:

—Tengo algo que decirte.

Al ser consciente de la mala cara de Brittany, Quinn se arrepintió de todo lo que había dicho en décimas de segundo y, mirando a la morena que ante ella llamaba su atención, resopló y dijo:

—Sorpréndeme.

Rachel cogió aire, miró a Brittany y, sin que la voz le temblara, dijo alto y claro:

—¡Estoy embarazada y no voy a trabajar como escolta!

Su amiga la miró.

Pero ¿no había dicho que le guardara el secreto?

Al oír eso, la abogada parpadeó y, torciendo el cuello, murmuró:

—¿Qué has dicho?

Tras sacarse del pantalón el test que se había hecho minutos antes, se lo enseñó y afirmó con cara de circunstancias:

—Me sometí a un tratamiento de inseminación con tus óvulos… y funciono ¡Sorpresa!

Quinn clavó la mirada en la prueba de embarazo.

Requeteparpadeó.

Miró a Brittany y ella asintió.

Luego miró a Rachel y, cuando ésta asintió también con cara de apuro, se llevó la mano a la cabeza y susurró:

—Creo... creo que me estoy mareando.

Con diligencia, Rachel y Brittany cogieron entre risas a Quinn cada una de un brazo y, sentándola en la cama, Brittany dijo arrodillándose ante Quinn, mientras Rachel le daba aire con la mano:

—Vamos a ver, Batichica, respira... respira, que te estás poniendo verde.

Durante unos segundos, Quinn hizo lo que se le pedía hasta que consiguió reaccionar y, mirando a Rachel, preguntó sorprendida:

—¿Cuándo… cuando fuiste y no dijite? Te podía haber acompaño, Rach.

—Sí, pero quería darte una sorpresa, rubia sexy.

—Ósea… ¿Vamos a tener un bebé?

Rachel asintió, sonrió y, encogiéndose de hombros, replicó:

—Te voy a matar por tener esos ojazos verdes y convencerme. Un bebé nos va a descabalar la vida a las dos, pero sí, vamos a tener un bebé.

Temblorosa, Quinn la abrazó, la besó, la acunó, mientras Brittany observaba emocionada aquella maravillosa demostración de amor y sentía que el corazón se le iba a salir del pecho.

Quinn amaba sin ningún tipo de reserva a Rachel, adoraba a Sami, quería a Peter y, orgullosa de ser su amiga, Brittany sólo pudo decir:

—Felicidades, mamaíta. A la tercera va la vencida.

Su amiga, al entender lo que aquello quería decir, sonrió como una tonta y, levantándose de la cama, cogió a Rachel entre sus brazos y comenzó a dar saltos de alegría.

¡Iba a ser mamá!

Brittany disfrutó de su loca alegría y cuando, minutos después, Quinn se empeñó en celebrarlo, decidió escabullirse de la casa para dejarlas brindar por la buena noticia. Sin embargo, antes miró a Rachel y murmuró:

—Ni una palabra de lo mío.

Con la mitad del corazón apenado por su amiga, ella asintió.

Sus labios estaban sellados.


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