*FanFic* -A Punto Cero- Capitulo 77- Cuenta regresiva- Parte 2-*Nuevo*

Parte II

* *

Ya pasaba del mediodía cuando Rachel pudo estar junto a su hijo. En compañía del médico, la actriz se adentró hacia el área de terapia intensiva. Le temblaban las piernas y sentía como si se le formara un enorme agujero en el estómago. Le daba pavor tener que ver el estado en que se encontraba su niño, pero no quiso mencionar nada de esto porque... ¿y si esa era la única -y quizás, Dios no lo quiera, la última- vez en que podría estar junto a su hijito? Todo podía pasar y esto le parecía horrible.
El doctor que la acompañaba le abrió la puerta de la habitación y le indicó que pasara. Y Rachel, aunque se sentía devastada, entró sin siquiera dudarlo. Aquella situación era incomprensible: no podía ser Iker el que estaba en aquel lugar, solo en una cama, siendo incapaz de respirar.
La judía inspiró fuerte para mitigar su angustia.
—Mi pequeño travieso...—susurró luego de tomar la mano izquierda del niño de forma temblorosa —. Ay, cariño, lo siento tanto. Ayer como a esta hora estábamos juntos preparando el desayuno. Te regañé porque casi metiste un tenedor adentro de la tostadora. Todas nuestras mañanas son así, no puede ser que ahora estés aquí. No puedes —Rachel agachó la cabeza mientras las lágrimas recorrían sus mejillas. —... no puedes darte por vencido, ¿me oyes? Tienes tanto por ver, tanto que hacer, tanto, tanto… —renegaba comenzando a acariciarle el cabello al niño de forma suave —. Te necesitamos –afirmó con voz más resuelta —. Con tu madre te necesitamos como no tienes idea porque, desde que llegaste, eres nuestra razón principal de vivir.
Quería volver a ver abrirse a aquellos ojitos verdes, tal y como pasaba en las películas, pero eso no ocurrió.
—¿Saben qué nos hace falta...? Café. ¿No quieren café? Yo quiero café. Regreso en cinco minutos.
—Santana, por favor. —pidió Finn, enfadado de que su amiga empezara a excusarse y a querer huir.
La morena frenó su marcha apretando los puños y encogiéndose de hombros: honestamente, no deseaba presenciar una situación tan cruda como la que estaba viviendo su amiga judía. Resopló un poco y, al girarse para volver junto a sus amigos, cambió su cara de pesar por una que solo denotaba frustración.
—Lo siento es que —explicaba la latina mientras se cruzaba de brazos —...creo que sería bueno que la esperemos en la cafetería. Debe querer estar a solas, sin que nadie la vea así.
—¿No quedamos en que los amigos deben estar en las buenas y en las malas? —Finn se encorvó para hablarle con discreción. —Y, por ahora, somos lo único que ella tiene aquí.
Santana miró hacia otro lado, con impaciencia. No podía dejar de sentirse muy conmovida por toda aquella situación. Casi podía imaginarse a su amiga actriz en aquella habitación, presa del nerviosismo y del temor. ¿Qué harían si se derrumbaba de nuevo? ¿Y si pasaba algo peor? ¿Cómo ser fuerte en casos así?
Sin querer, empezaba a asimilar a Rachel con un muñequito de porcelana que, al más ligero roce o mal trato, podría partirse en mil pedazos. Y esto último ocurría porque, aunque Rachel y ella eran muy distintas, Santana sabía lo estresada que podía llegar a sentirse una persona que cargaba sola con la responsabilidad de que nada malo le pase a un hijo. Ella misma, al menos durante el último tiempo, en más de una ocasión se había sentido así: como si fuera el eslabón más débil en la cadena. Finn tenía razón al insistir en quedarse y apoyar a Rachel porque- en momentos así- contar con alguien que te cuide un poco la espalda era lo mejor que podía ocurrir pues todo, aunque sonase extraño, dejaba de parecer y de sentirse tan frágil.
—¿Papi...? —Kim le tanteó la pierna a su padre. — ¿Qué tiene Aik...? –preguntó con pesar.
—Bueno, Kimi, a veces las personas nos enfermamos. Aik ahora está un poco enfermo, por eso está aquí.
—Pero... —titubeó la pequeña mientras se llevaba las manos al pecho. —¿Va a estar? No se va a morir, ¿o sí?
—No, no... —Finn se alejó un poco para llevar a la niña hacia un extremo del lugar: su hija estaba preocupada por un tema que ni él mismo sabía cómo sobrellevar. —Él no va a morir.
—¿Lo prometes...? –Kimberly sonrío con ilusión y Finn no pudo resistirse ante ese tierno gesto, aunque sabía que responder cualquier cosa en esos instantes era arriesgado.
—Lo prometo –murmuró mientras se agachaba y abrazaba a su niña con todas sus fuerzas, en un intento de transmitirle calma y seguridad.
Brittany había pasado una hora siendo una silenciosa compañía. La rubia también estaba luchando con unas sensaciones muy particulares. Sentía impotencia por no poder hacer nada para que Iker mejore ni por las madres del niño. Por otra parte, notaba que Finn se aferraba a Kim como si quisiera cuidarla más que nunca para que nada malo le pase; por su lado, Santana vigilaba constantemente a Zoe, que dormía en la silla con la que viajaba en el auto. La bailarina veía esas situaciones tan similares mientras recordaba una y otra lo desesperada que se veía Quinn antes de irse.
Con lo que estaba aconteciendo, empezaba a ver la parte difícil de tener hijos, que -al parecer- se resaltaba aún más cuando estos se encontraban en peligro. Siempre consideró que la maternidad equivalía a tener momentos bellos, felices, pero pocas veces se detenía a pensar que durante tal experiencia también podrían ocurrir situaciones muy dolorosas. Le costaba entender el por qué, aunque Santana y Finn contaban con la dicha de que sus hijas estuvieran bien, parecían más preocupados que de costumbre. Ante todo esto, la bailarina dudó un poco. ¿Acaso ella podría vivir siempre preocupada de ese modo por alguien más? ¿Eso no implicaría mucho dolor y temor?
—No se supone que alguien tenga que pasar estas penas con un hijo tan pequeño –comentó Santana parándose junto a ella.
Brittany la miró con una mezcla de confusión y sorpresa. ¿Aquella mujer podía escuchar sus pensamientos? La latina se apoyó un poco contra el brazo derecho de su amiga, suspirando y negando con la cabeza.
—Ya sé que dirás que la vida tiene sus sorpresas, que es frágil y todo eso, pero -aun así- me indigna. Que la vida se meta con nosotras pero, ¿con los niños? Es una estupidez.
—Estás como cuando Finn tuvo el accidente —dijo Brittany de forma algo tímida —. Recuerda que esa vez también fue muy angustiante para todos pero ahí lo tienes ahora: vivo y alto como el bambú.
—¡Y qué bambú!— agregaba Finn mientras levantaba los brazos por sobre sus hombros como para hacer alarde de sus incipientes bíceps.
Las chicas rieron. Brittany aprovechó a mirar a Santana con amor y le frotó la espalda con suavidad.
—Esto también pasará, San. Iker estará bien y, cuando se gradúe de la universidad o se case, lo dejaremos en ridículo. Seremos de esas tías que muestran fotos de los niños cuando jugaban en la bañera, ya lo verás.
La latina no pudo hacer más que mirarla con innegable ternura. En verdad quería un futuro así, junto a ellos.
—¿Recuerdan cuando Aik hizo el funeral para su lagartija...? – preguntó Finn.
—¿Y cuando armó una piscina en su casa? —agregó Santana, aprovechando para alejarse de la rubia.
Todos volvieron a sonreír pero la realidad les hacía caer en la nostalgia antes que en la alegría.
—Iker es un gran niño —afirmó Santana en tanto los otros la escuchaban con melancolía —. Sí, es travieso, habla de bombas en los aeropuertos, pero eso no quita que su corazón es de los que ya casi no se encuentran —murmuró empezando a jugar tímidamente con sus dedos a la vez que miraba a Zoe —. Una vez, en Nueva York, teníamos planeado asistir a una fiesta muy elegante. Cuando el día llegó, encontré a Blaine jugando con Iker en el departamento. Se ofreció a cuidarlo y ninguno de los dos sabía ni cómo cambiar un pañal. Aunque no se lo dijimos a las chicas para que no enloquecieran, Iker ese día dio sus primeros pasos —explicaba con los ojos entrecerrados —. Creo que jamás vi a Blaine tan emocionado con algo. Planeó todo el resto de la tarde para que la pasáramos los tres juntos y fue genial. Aik nos dejó embobados, incluso olvidamos ir a la fiesta —suspiraba para luego esbozar una sonrisilla —Iker me hizo reconocer que los niños son algo más que llanto y vómitos. Desde pequeño ya encontraba la forma de unir a las personas...
Finn se había quedado aturdido a media historia. ¿De verdad la había oído nombrando a Blaine de una forma tan distendida? Por su parte, Brittany también se quedó sorprendida (por no decir que en su mente solo rondó el estupor). Había algo grato en escuchar a Santana hablando de su pasado: todos allí sabían que era un tema delicado de tocar. Tal vez la morena no tomó en cuenta que el relato nombraba a su ex marido. Era algo sensato puesto que ella quería hablar bien de Iker. Pensar que estaba aceptando lo ocurrido en el pasado, algo que no siempre era fácil, emocionaba a la rubia porque le indicaba que la latina podría estar avanzando por su cuenta.
Sin embargo, Brittany también experimentó otro malestar que no pudo definir con exactitud. La mayor parte del tiempo, ella se quedaba con la parte final de la historia: que Blaine y Santana de habían separado. Esa conclusión daba a entender que la relación había tenido dificultades que se volvieron insalvables; hasta ese entonces, Brittany nunca se interesó por los tiempos felices de aquella pareja, como si estos no hubieran ocurrido jamás. ¿Por qué una persona tan enfocada en la felicidad como Brittany evitaría pensar en la felicidad matrimonial de alguien a quien aseguraba amar? En verdad debieron existir instantes maravillosos, aunque los mismos ya sólo permanecieran en el silencioso recuerdo de Santana. Alguna vez, por más de alguna razón, ellos habían estado juntos. Y entonces la rubia dudó de nuevo: si alguna vez llegasen a estar juntas, ¿se sentiría siempre cómoda sabiendo que su amada fue feliz con alguien más? ¿Sería correcto intentar superar aquellos momentos felices?
Se podía aprender a recordar lo positivo, lo sabía por experiencia, sería bueno que Santana hiciera eso... pero, tras escucharla, Brittany notó que no le era tan sencillo aceptarlo de buenas a primera: no se le hacía divertido ni agradable imaginar a la persona que amaba en brazos de otro hombre, un hombre que -para colmo- terminó lastimándola como ningún otro.
—¿Cómo alguien tan enérgico puede dejar de hacer algo tan básico como respirar? — renegó Santana —Es toda una contradicción, ¿no crees?–preguntó volteándose a ver a Brittany, que tenía los rasgos serios.
La latina se cruzó de cejas: tal vez fue una percepción suya, pero le pareció que la mirada azul y brillante de la bailarina empezaba a matizarse en una tonalidad más apagada y fría. La rubia inspiró fuerte antes de responder.
—A nadie le agrada la idea de ver a alguien que quieres en problemas y menos lejos de uno.
—Sí, bueno, ahora estamos cerca y tampoco podemos hacer mucho...
—Al menos estamos aquí — cortó Finn —. También podríamos estar lloriqueando y enojándonos con el mundo entero por querer arruinarnos la vida. Sintiéndonos como las víctimas de la historia...
Santana levantó el índice para querer corregirlo pero, de inmediato, comprendió por qué Finn dijo eso: esa era su explicación al accionar de Quinn de una hora atrás.
¿Sería eso posible? Cuando su amiga tenía un problema tendía a maximizarlo, a huir de él, o terminaba estallando. Quizás esas podían ser características de una persona que, de algún modo, quería llamar la atención para que la contengan. A Quinn no le era fácil hacerse cargo de sus acciones: solo renegaba hasta que terminaba afrontando sus culpas o era empujada a ello. La abogada no era la más responsable de todos ellos.
La morena sacudió la cabeza. No le agradaba notar que esos rasgos podían residir en su mejor amiga. Mas todas esas eran suposiciones. Ninguno allí sabía lo que Quinn pensaba o sentía, aunque hicieran lo posible por comprenderla. A Santana no le nacía juzgarla porque ambas solían tener actitudes en común. No le convenía hablar de los puntos débiles de Quinn porque, probablemente, ella compartía alguno. Sumado a esto, la latina intentaba hacer algo muy difícil de poner en práctica: no señalar a nadie a menos que tuviera las manos limpias. Ella tampoco era símbolo de pureza o perfección en lo absoluto.
—¿Y qué recomienda para estos casos, senseí? —preguntó mientras veía que Zoe empezaba a despertarse y estirarse apenas en su sillita.
Pretendía continuar más a fondo con la evaluación respecto a Quinn y su forma de actuar, pero por su cuenta. Finn se frotó la barbilla y miró hacia el techo como para fingir que pensaba en un consejo.
—Necesitarás de la aceptación porque es el camino a la liberación. Fluye con la corriente de la vida y no habrá nada que te frene.
—Oh, vamos, ¿de dónde sacaste todo eso? ¿La madre Teresa te lo dijo mientras curaban a los leprosos? –se burló Santana .
—Lo leí en el periódico de hoy. No me mires así. Me pareció adecuado para el momento.
—Da igual. Ya ni sé de qué estábamos hablando antes —la latina se sentó en uno de los asientos más cercanos con su pequeña hija en brazos.
—Estabas recordando cómo Iker les despertó instintos paternales —respondió Finn de forma inocente pero, esta vez, Santana lo vio con dureza.
—No sé qué tendrás en la cabeza últimamente, Hudson —comentó intentando no demostrar incomodidad —. Solo les conté una anécdota.
Sin dudas ya había un progreso en aquella mujer; pequeño, pero progreso a fin. El vendedor negó con la cabeza. Le gustaba que su amiga confiara en ellos como para hablarles con honestidad. Aunque, conociéndola, tal vez esto último era algo condicional. Siempre era posible temer que Santana se trajera algo más entre manos.
—Gracias por esperar a ver cómo salgo luego de que me permitieran pasar unos miserables minutos junto a mi hijo —comentó Rachel saliendo desde el pasillo.
Santana estuvo tentada a decir que ella había propuesto dejarla a solas, pero se contuvo. La judía la buscó con la mirada y caminó para sentarse a su lado. Sonrío de forma leve al ver cómo Zoe se llevaba una mano a la boca. Sin poder contenerse, la pidió con sus brazos y la morena se la cedió sin dudarlo.
—Ven aquí, bebita, compárteme un poco de tu calma. —Rachel acunó a la pequeña con dulzura. —Son tan lindos, tan vitales. Nunca imaginas que algo pueda pasarles —agregaba con tristeza mientras acariciaba la manito de Zoe —¿Quieren un consejo...? —murmuró mirando a sus amigos uno a uno —. Traten de nunca irse a dormir sin darle un beso de buenas noches a la persona que tengas cerca y que quieres con todo tu corazón.
—Ánimo. Todo va a mejorar. Necesitas mantener la esperanza —dijo Brittany y los otros dos la apoyaron asintiendo.
—Ah, si...la esperanza —repetía la castaña mientras ponía los ojos en blanco, de mala gana. —¿Sabes? A veces ese tiempo en el que tienes que sostenerla también puede ser un horrible tormento. ¿Qué haces cuando la esperanza también es miedo, Britt? Dime, ¿qué haces...?

* * *

—Quinn: seré breve porque ya es el sexto mensaje que te dejo en tu maldita contestadora. No me interesa si estás ahí, en tu casa, dándote latigazos en la espalda, pero me gustaría que mandes una señal de vida.
»Te llamaría a tu móvil pero, ¿qué crees? Ya estoy llamándote desde tu móvil, que por cierto fue encontrado en un basurero. ¿Sabes lo que tuve que hacer para obtenerlo de nuevo...? ¡Tuve que coquetearle al conserje, Fabray, al apestoso conserje de esta clínica en la cual tu hijo sigue internado! Ahórrame la molestia de adivinar y cuéntame. ¿Qué diantres te pasa ahora por la cabeza? O, mejor, no contestes. Levantate y mueve tu voluptuoso trasero aquí de nuevo. ¿Quieres que fomente tu ego? Tu esposa está a punto de tener una crisis nerviosa, te necesita. Iker te necesita. ¡América te necesita! Así que solo... sé un buen soldado y regresa a la batalla. No es momento de tirar todo por la borda. No me hagas llamarte de nuevo.
Tras colgar, Santana suspiró con frustración. Dejó el teléfono sobre la mesa de la cafetería y se sentó en su silla con los brazos cruzados, parecía una niña encaprichada. Brittany se sentó frente a ella mientras abría un vaso de flan recién comprado.
—¿No contestó...? –preguntó con inocencia pero todo lo que se ganó fue una mirada indignada: Santana ya estaba bastante molesta, las preguntas distraídas de aquella hermosa rubia no ayudaban en lo más mínimo. —No contestó —se auto-respondió la rubia antes de llevarse una cucharada de flan a la boca.
—Muy bien, señoritas, la situación es ésta —decía Finn en tanto se acercaba con su bandeja del almuerzo —: Quinn desapareció y Rachel está al borde del colapso. Nada de lo que hagamos la sacará de su nube negra. No estamos trabajando ni estamos ayudando. Así que, aquí estamos, siendo tan útiles como un par de cactus—agregó soltando la bandeja sobre la mesa, con desgano.
A la rubia se le escapó un escalofrío.
—Todo esto es triste —se lamentó —. Me preocupa lo que dijo Rachel. Se supone que la esperanza es lo que nos ayuda a soñar despiertos, no una tormentosa pesadilla. Aunque, a veces, parece ser el miedo al futuro disfrazado de felicidad —agregó antes de servirse otra cucharada de flan.
Santana la oía con atención pero se distrajo al ver cómo la cara de Brittany expresaba desagrado.
—¿Por qué compraste flan? Nunca te ha gustado su textura –indagó levantando una ceja.
La bailarina se limpió los labios con una servilleta, de forma lenta, en un intento de ocultar su satisfacción. ¡Cómo le gustaba cuando Santana reconocía que no se había olvidado de esos detalles!
—La vendedora me lo ofreció porque no tenían gelatina. Dijo que lo había hecho ella misma y se veía emocionada así que no pude negarme.
—Vaya —exclamó Finn antes de beber de su lata de refresco —... si mis clientes fueran como tú, Britt, a este tiempo ya sería un hombre rico —bromeó en tanto dividía su sándwich para entregarle la porción más pequeña a Kim — ¿Ustedes no comerán nada...? Dudo que un flan y un vaso de café sean algo nutritivo.
—Esto es lo primero que como desde antes de ayer. No quedé muy bien del estómago desde que salí con Jenny.
—Ah, si. Ya me contó de la borrachera que se dieron. Debió ser bastante fuerte como para que aún sigas con resaca... —decía Finn con una media sonrisa dotada de picardía.
La coreógrafa se sonrojó mientras se fregaba el cuello.
—No quiero hablar de eso...
—¿Por qué no? –preguntó Santana mientras ladeaba la cabeza.
Por fin pudo recordar los motivos por los cuales se había enojado el día anterior. De solo volver a imaginar a la rubia yendo a un cabaret siendo guiada por Jennifer, sentía que se le sobrecalentaba la sangre...y necesitaba desquitarse. Quizás Finn no estaba enterado de esos detalles. Ella, su mejor amiga, creyó en ese instante que era su deber informarle de las cuestionables actividades nocturnas de su noviecita.
—¿Por qué no empiezas hablando de la visita al cabaret...?
Brittany abrió bastante los ojos y la morena se mordió la lengua. El remordimiento empezó a invadirla a toda velocidad: esa pregunta podría confundir a Finn y, por su tono malicioso, pudo haber lastimado a Brittany. ¿Qué había hecho? Temía que había delatado algo más que curiosidad en sus palabras, como dando a entender que vigilaba a Brittany y que sentía celos de que esta última pasara su tiempo con la zopenca de Jennifer. Cuando la rubia se cubrió la cara con las manos, Santana se sintió como la peor persona del universo.
—Oh, entonces era cierto —se emocionó Finn, cosa que su amiga no esperaba —. Pensé que Jenny bromeaba cuando me lo dijo. ¿De verdad le diste tu abrigo a un vagabundo afuera del cabaret clausurado...?
Santana dejó caer la mandíbula y rápidamente se cubrió la boca para ocultar el gesto. Su sorpresa llegó a niveles estelares cuando descubrió que Brittany, en verdad, había estado riéndose en voz baja y de buena gana.
—Dijo que no se lo contaría a nadie —sonreía negando con la cabeza —. Si, es cierto, pero ¿cómo lo supiste? –Brittany miró a Santana sin ocultar su espanto — ¿Te llamé también a ti esa noche? San, no era mi intención. Había tomado whisky y lo del cabaret clausurado fue una tontería que se nos ocurrió cuando...
La morena veía que los delicados labios de la bailarina se movían, pero ella no era capaz de escucharla. Se sentía muy ridícula y culpable por haber perdido el tiempo imaginando a Brittany en un cabaret sin saber lo que en realidad había ocurrido. Su cabeza le había jugado una mala pasada: llegó a imaginar a su socia soltándole billetes a una bailarina de pole dance. Había caído bajo a causa de los celos y nadie podía saberlo, sólo ella.
—No, no me llamaste —la interrumpió con voz gruesa —. Rachel me lo contó al pasar... —agregó como para calmarla pero le parecía que todo lo que decía solo la exhibía más y más.
Sorbió algo de café. Su mente trabajaba a toda velocidad para salir de esa situación tan incómoda y, ni bien intentó tragar, comenzó a toser. Estaba nerviosa y se le notaba.
—¡Tengo que hablar con Quinn! —Exclamó parándose de repente, los otros la miraron sorprendidos —Digo... ubicarla. Ubicar a Quinn –detalló volviendo a sujetar el teléfono de la rubia.
Les dio la espalda y se alejó unos pasos. Mientras marcaba los números hizo un esfuerzo extra por controlar su respiración: no halló otra forma de evadir la situación, tenía que intentar reubicar un poco sus ideas. Colocó el móvil en su oído sabiendo que nadie le contestaría. Hubiera dado lo que sea con tal de que su mejor amiga apareciera para así apoyarse de modo recíproco.
—Pensé que la había llamado... —murmuró Brittany con innegable alivio.
Ninguno de ellos se avispó como para suponer que, a un metro de distancia, Santana los oía con claridad.
—¿Te imaginas qué hubiera ocurrido...? –inquirió Finn antes de darle una mordida a su sándwich —Seguro te habría mandado al diablo. Tendrías que esperar otro año entero para que te perdone o te alejaría a manotazos.
La contestadora al otro lado ya había empezado a funcionar, pero Santana no dijo nada. Las palabras de Finn le llegaron como una flecha que se le incrustó en el pecho. Bajó la mirada, pues ya sabía lo que eso significaba: era el dolor de la decepción.
¿Qué podía esperar de los demás si su mejor amigo afirmaba que tenía comportamientos agresivos? Eso no era cierto... no siempre. Ahora que lo oía de otra persona, la morena reflexionó en silencio: por costumbre familiar, las llamadas nocturnas no le eran de buen augurio pero -aun así- ella casi nunca reaccionaba mal en esos casos.
Si Brittany la hubiera llamado borracha en al amanecer, Santana no la hubiera mandando al diablo. Le importaba la rubia, se preocupaba por ella, por lo que no se hubiera quedado tranquila conociendo aquella situación. Se atrevió a pensar que, si Brittany la hubiera llamado, hasta habría ido a buscarla. Quizás le hubiera dado un sermón por la hora y su estado, claro, pero al menos se hubiera asegurado de que la bailarina estaba bien y -aunque sonase despiadado- a una distancia prudente de Jennifer. Sin embargo, como nada de eso ocurrió, nadie sabría nunca cuáles pudieron haber sido sus verdaderas reacciones e intenciones. Ni siquiera ella misma podía saberlo con certeza: era fácil pensarlo cuando no se le había presentado la oportunidad.
Más allá de eso, Santana se sintió triste pues Brittany no corrigió a Finn en nada, lo que significaba que estaba de acuerdo. Le hubiera gustado decirles que se equivocaban pero ya no era momento de discusiones. Bastaría con que ella misma entendiera la diferencia entre parecer agresiva y serlo: ella no lo era.
—Jenny mencionó que empezaron a mandarse mensajes candentes. Se veía emocionada— le decía la ojos azules a su amigo en tanto levantaba las cejas de modo insinuante.
—Mensajes candentes, ¿qué tienen, quince años? ¿Acaso eso es lo más cerca que están de tener s-e-x-o? —deletreó Santana para que Kimberly no supiera de lo que hablaban.
Finn la miró con algo sorpresa, no creyó que sería capaz de volver a sacar el tema a la luz.
—Yo no le veo lo malo —sonreía Brittany —. Me parece tierno que esperen, siempre y cuando no pasen cinco años sin hacerlo.
El vendedor soltó y dejó caer lo que le quedaba de su sándwich. Se frotó y sacudió las manos con nerviosismo.
—¿Saben? Creo que debería darme una vuelta por mi oficina antes de que me corran y le den mi puesto a alguien más —murmuró girándose en su silla para tomar su abrigo pero Santana lo sujetó de inmediato del brazo.
Finn apretó los labios: ya estaba, lo iban a descubrir.
—Hudson, ¿desde hace cuánto que no estás con alguien, ya sabes, de ese modo...? –indagó la morena haciéndole un gesto hacia abajo con los ojos.
—Si, ¿cuánto? ¿Un par de meses? —Brittany se acercó con su silla, interesada, y él negó tímidamente —. ¿Un año...? —Finn volvió a negar, esta vez empezando a sonrojarse.
—¿Más de un año? —preguntó Santana, frunciendo el ceño.
El vendedor empezó a sudar como siempre le ocurría cuando le tocaba hablar de temas íntimos. ¿Acaso tenía que darles explicaciones o algo por el estilo…? Pasó casi un minuto en el que silencio cundió por completo y luego fue Santana la que le dio lugar a la exclamación más increíble de la era:
—¡Por Dios! ¡Volviste a ser virgen! –gritó la ex cantante, con asombro, logrando que quienes estaban a su alrededor en la cafetería de la clínica los miraran con curiosidad.
—Si, más de tres años, ¿por qué no llamas para que me publiquen en el libro de los récords Guinness? –dijo Finn, a regañadientes, en tanto se paraba y pateaba hacia atrás la silla en la que estaba sentado; sus amigas se sobresaltaron un poco por esa última reacción. —Lo siento, lo siento —murmuró el hombre, trayendo la silla de vuelta a su sitio, cada vez más sonrojado — Kimi, termina tu sándwich. Yo iré afuera por un minuto, necesito aire fresco... —Y se alejó sin mirar atrás.
Santana se pegó en la frente con su mano izquierda. A su alrededor, toda la gente todavía les sostenía la mirada.
—¿Les importa...? –preguntó en tono severo.
De inmediato, las personas se giraron a ver hacia otro lado y el movimiento y las conversaciones continuaron como si nada.
—No te sientas mal —le dijo la rubia mientras le daba unas palmaditas en la otra mano de forma dulce —. Adivinarlo fue una casualidad.
—Sí, pero, ¿qué podemos hacer por él? Parece que es algo que no puede superar... —A medida que hablaba, la morena fue bajando el volumen de su voz y, como vio que Kimberly estaba entretenida haciéndole caritas a Zoe, continuó con sus preguntas —. ¿No es increíble que Finn no haya estado con nadie en todo ese tiempo...? Hay millones de personas que se acuestan con otros todo el tiempo, sin siquiera conocerse...
Tras escucharla, Brittany inevitablemente recordó algo de sus últimas horas en Boston:

la imagen de Jason, semi-desnudo, contemplándola con lujuria desde el otro extremo de la cama del hotel, pidiéndole que se quede con él. Era navidad, el vuelo a Lima había sido reprogramado. Desde que se conocieron, Jason le había demostrado su interés. No parecía mal tipo. De hecho, era un bailarín formidable, atento y alegre. Sin embargo, Brittany no sentía una gran atracción por él: sabía manejar eso a voluntad si se presentaba la oportunidad. Por eso, cuando se quedó a solas, la bailarina se apuró en recoger su ropa. No había motivos para sentirse culpable. Tenía en claro que lo que pasó entre ellos solo fue sexo, un intento de satisfacer sus necesidades, algo que había hecho una y otra vez aunque de modo menos frecuente. Jason vivía en Idaho, no conocía ni su apellido, tampoco se habían dado los teléfonos, pero Brittany tenía que alejarse:que le pidan que se quede era motivo suficiente para irse y no volver. Así habían sido buena parte de sus relaciones en su adultez. No volverían a verse y ese plan le pareció perfecto... por última vez.

—Quizás deberías ir a hablar con Finn —comentó la rubia al volver en sí, algo acalorada —.Yo soy amiga de su “novia”, no creo que confíe de ese modo en mí.
—Más de tres años, es mucho tiempo —Santana se mordió una uña, indecisa —. No. Si es verdad, y le dimos en su hombría, no hablará. Olvidémoslo, ya volverá.
—Vaya, vaya... —la holandesa apoyó su mejilla sobre su puño y entrecerró los ojos con picardía —. ¿Así también te las arreglaras con Axel...?

* * *

—Finnocence, tenemos que hablar —Santana se acercó a los escalones de la entrada, en donde su amigo permanecía sentado mirando hacia la calle.
—Si vas a burlarte, prefiero que me dejes tranquilo
La muchacha se frustró y liberó una bocanada de aire que -con la baja temperatura- de inmediato se transformó en vapor. No sabía cómo iniciar la charla en un modo más sutil del que conocía.
—¿Estás enojado...? –Preguntó acomodándose junto a él. Finn no respondió — Vamos, Hudson. No puedes enojarte conmigo, no después de que te he dado una ahijada preciosísima...
—Santana, ahora no se me antoja charlar.
La latina veía que el vendedor seguía sonrojado. Su mirada baja y brillosa indicaba que, sobretodo, se sentía avergonzado. De verdad que no fue su intención exponerlo de un modo tan bruto minutos atrás pero, como hacía frío, no tenía ánimos de insistirle.
—Bien, tú te lo pierdes — le advirtió en tanto volvía a ponerse de pie.
Al llegar a la puerta, se volteó a verlo: el hombre se encorvó para tratar de abrazar sus propias rodillas, en los límites de la humillación y el desconsuelo.
—Oye, ¿por qué crees que venía a burlarme? —indagó Santana, algo mosqueada —. Sé lo que sientes. Sólo venía a recordarte que, si en algún momento quieres hablar, cuentas conmigo.
—¿Lo que siento...? —Finn se volteó a verla con incredulidad —Nadie sabe lo que pienso ni siento al respecto, menos alguien como tú.
—Bueno, ya está bien de suponer cosas de mí que no son ciertas. Además, te recuerdo que fui tu primera vez.
—Si, y hablas de eso como si no hubiera sido la gran cosa.
—Es que hablar de cosas grandes sería darte demasiado crédito sin razón.
Finn la miró con rabia. La latina se mordió los labios para que no se le escapara la risa. Comprendía que lo que estaban tratando era un tema delicado para su amigo pero verlo así de enojado le hacía pensar en el video de un gatito convertido en una bola de furia luego de que le colocaron su primera vacuna.
—Tal vez para ti no significó nada pero para mí fue importante —comentaba el castaño, bajando la cabeza con tristeza —. Para mí es importante.
Santana se quedó pensando. Había una forma de hacer que Finn hable pero intentarlo era arriesgado para su propio bienestar emocional. Si él lograba entender que tenían algo en común, quizás se sentiría menos incómodo. Se cruzó de brazos y cerró los ojos, luchando para soltar la frase.
—Escucha: cuando digo que se lo que sientes es porque... yo he pasado los últimos nueve meses sin estar con otra persona —agregó de forma fugaz.
El hombre levantó la cabeza de golpe y se fue girando hacia ella con los rasgos estoicos.
—¿De verdad? —preguntó ante lo que Santana asintió mirándolo de reojo. —Pero, entonces, ¿cuándo...? ¡Oh!

El castaño tensó la mandíbula: no era agradable sacar la cuenta y entender que Zoe, su futura ahijada, fue el resultado de la última vez en que Santana había... bueno, ¿para qué aclarar más?
El día anterior, su amiga no quiso hablar del tema. Ahora, con tal de que él dejara de estar molesto, ella se había arriesgado a confesarle un gran secreto. Finn se sintió arrepentido porque solo así pudo darle a entender que no estaba en condiciones- o posición- de juzgarlo en lo más mínimo. Ambos ahora estaban igual de sonrojados y eso inevitablemente lo hizo sonreír. Le indicó que volviera a sentarse junto a él y Santana accedió sin dudarlo.

—Antes quiero dejar algo en claro —advirtió la morena en tanto clavaba su índice en el hombro derecho de Finn —Tengo un historial y solo lo digo para que entiendas que sé del tema y no tengo problema en hablar al respecto. Si no te adaptas al ritmo, tienes que ésta será una charla entre dos amigos adultos. Habrá un círculo de confianza rodeándonos. La única condición, por nuestro bien, es que nada de lo que se diga salga del círculo, ¿de acuerdo?
—De acuerdo pero —musitó Finn mientras miraba a su alrededor —… ¿dónde está el círculo del que hablas?
Santana puso los ojos en blanco.
—Es una frase que uso para que veas que voy a cortarte la lengua en estilo Brunoise y dársela a las palomas en caso de que hables.
—Ah...ni una palabra de esto a nadie.
—¡Exacto! —La latina sonrío con satisfacción y prosiguió. — Ahora, primero que nada: ¿hay algún problema físico? ¿Necesitas de las pastillas azules o algo así?
—Wow, despacio —Finn el que la frenó con su mano, espantado —. Y...todo funciona bien—comentó cruzándose de brazos.
—¿Entonces? —La morena le habló con más suavidad, inclinándose a verlo. — ¿De verdad no has estado con nadie en tres años?
Finn suspiró.
—No. Es decir, ya no lo recuerdo bien. No creas que cuento los meses ni tacho los días en un calendario...
—¡Yo tampoco lo hago! —Santana levantó las manos como si quisiera librarse de los cargos. —Sé que suena raro pero es en lo último que puedo pensar a veces. Y no me justifico pero este año, si no estaba mudándome, estaba buscando trabajo o con la academia...
—O en los temas de Rachel y Quinn.
—O al pendiente de Axel. Eso, y los impuestos. Y luego, además, Zoe... —Santana suspiró mientras se llevaba las manos los ojos—. Zoe. Ni siquiera sé que voy a hacer con ella una vez que empiece a trabajar de nuevo.
—Ya se te ocurrirá algo...
—Si pero, aquí está la cosa. Cuando vas por tu segundo hijo es difícil no pasar desapercibida. Todos te cuidan y quieren protegerte al punto en que parece que no pueden dejarte sola. Están allí pero te sientes... como invisible.
—Bueno, San, créeme que en los últimos meses de tu embarazo no eras invisible en lo absoluto. Al contrario.
Pasaron algunos segundos hasta que la morena reaccionó ante el comentario burlón de su amigo y no pudo evitar el pegarle en el hombro con el filo de sus nudillos. Entre risas, el vendedor se retorció del dolor. Mientras, Santana aprovechó para meter las manos en los bolsillos de su abrigo. El frío comenzaba a tentarla a entrar y dejar todo a medias, pero no quería desperdiciar la oportunidad de hablar en una forma abierta con alguien más. Hacía mucho que no le ocurría algo así y -pasada la incomodidad inicial- sentía algo agradable al descargarse. Claro que su atención tendría que girar en torno a su amigo. Aunque, en el fondo, quería hacerle entrar en la cabeza a Finn que ella no era agresiva (y si lo parecía, tenía sus razones).
—Por otra parte—Finn continuó la charla sin dejar de fregarse el hombro —, ya casi lo superaste. —La latina levantó las cejas, poco convencida.
—No todo es lo que parece...
—Tienes una casa, tus hijos están bien, tu puesto en la academia espera por ti. Los impuestos son como la gripe, está siempre al acecho. Pero sobrevives.
—Si... es verdad —La morena sonrió un tanto apenada. — Lo siento, ya no vamos a hablar de mí.
—Descuida, creo que sé qué pasa por tu cabeza —murmuró el hombre de forma cándida —. Cuando tienes hijos pequeños, no tienes una guía en nada.
—No, nunca la tienes. Y déjame decirte que estar en pareja tampoco te garantiza algo.
—Bueno, yo no tuve chances de vivir eso con Mía. Yo volví a casa con una recién nacida que no paraba de llorar porque todo, absolutamente todo, le daba cólicos. Pasé meses con la aspiradora encendida por las noches porque era lo único que hacía que Kim se duerma.
—Ruido blanco, ¿huh?
—¡Si! Ahora cada vez que aspiro la alfombra me dan escalofríos.
—Todavía existen las escobas, ¿sabes?
—Bueno, a lo que voy es que siempre creía que con Mía todo pudo haber sido distinto. Todavía lo pienso, para ser honesto. Me da miedo olvidarla.
—Nadie dice que lo hagas, si no quieres. Pero, Finn, ¿no eras tú el que me decía al principio, cuando nos reencontramos, que todos tenemos razones para continuar?
—Si, y en verdad creo que es posible —explicaba Finn —. Mi mamá, por ejemplo. Ella tenía dos trabajos y nunca faltó a mis reuniones escolares ni a mis partidos. Cada noche tenía la cena lista, se enamoraba a cada rato y siempre que la miraba ella sonreía. Pensé que sería fácil ser como ella pero cuando volví al trabajo, después de que Mia murió, varios murmuraban a mis espaldas: “Pobre tipo, no podrá solo. Seguro tendrá que buscar a alguien y casarse de nuevo, de otro modo su hija será cualquier cosa...”
—No... —Santana tragó saliva y el castaño asintió rápido.
—Admiro y respeto a las mujeres que por sus hijos son capaces de hacer lo que sea. Yo tuve una madre así. Pero ni yo confiaba en poder hacer lo mismo. Por mucho tiempo, sentí esa presión. Todos creen que pueden aconsejarte. Hasta hace no mucho, Noah seguía llevándome a fiestas para presentarme mujeres: tenía que encontrar compañía.
—Entonces, poco a poco, fuiste reprimiéndote…
—Lo pospuse. Me importaba llegar al final del día y sentir que podía mantenerme en pie. Hubo chicas pero no buscaba acostarme con ellas. Quería volver a tener esa conexión que tuve con Mia. Pero Mia ya no estaba y dudo que alguien pueda reemplazarla alguna vez.
—No, posiblemente no. —Santana se rascó el cuello, impresionada por la sinceridad de Finn—. Pero quizás encuentres algo que te guste, algo diferente. Nunca lo sabrás si no lo intentas.
—¿Para ti el sexo es algo importante?
Santana pensó su respuesta con detenimiento.
—No tanto como crees. De hecho, muchos pueden vivir sin ello tranquilamente. A mi me gusta pasarlo bien. Cuando me fui a New York, estuve con varias personas y hoy no significan nada. No importaba lo que hicieran o cómo fueran: los dejaba cuando empezaba a extrañarlos o a preocuparme por ellos. A veces es así de simple.
—¿Y por qué ya no lo haces? —quiso saber Finn y la morena lo miró con confusión.
—Acabo de decirte que he tenido un año…
—…complejo, si, y es verdad. Pero, más allá de eso, ¿qué otra cosa te detiene…?  


Brittany observaba a Kim jugando en el piso de pediatría de la clínica. En tanto sus amigos estaban afuera, la bailarina pensó que lo mejor era subir allí en caso de que hubiera nuevas novedades respecto a Iker. Rachel había ido al baño y eso le dio tiempo a la bailarina para poder estar con Zoe. La bebé estaba en su silla concentrada en sus pequeñas manos, hecho que hacía que se cruzara de cejas. A Brittany le embobaba verla hacer ese gesto pues le recordaba muchísimo a Santana. ¿Sería esa niña muy parecida a su madre? Todavía era difícil saberlo, aunque a Brittany le encantaba ir descubriendo pequeños rasgos como le ocurrió con Axel.
—Hey... —Sonrió cargando a Zoe con delicadeza, como si fuera un tesoro de cristal.
Se sentó y la apoyó sobre sus piernas, siempre sosteniendo su cabecita entre sus manos.
—Hola, pequeña. ¿Cómo puedo decirte? A tu hermano le digo bodoque, pero, ¿qué hay de ti...?
Con la punta de su índice derecho, recorrió suavemente las facciones de la niña hasta llegar a sus manos. Se emocionó mucho cuando Zoe, una vez más, le sujetó el dedo con firmeza e hizo un sonido vibratorio con sus labios, muy similar a un zumbido.
—Suenas como una abeja. ¿Eres una abejita? —le preguntó con dulzura —. Mira, yo soy tu... soy —Brittany se mordió el labio inferior, reflexionando: ¿qué podía ser ella para aquella criatura?  —…Britt, solo soy Britt. Pero el que solo sea Britt no significa que no te quiera, al contrario. Podemos ser amigas, ¿verdad…? —Y dejó un pequeño beso sobre la mano con la que Zoe la sujetaba.
La pequeña López soltó un quejido lo que causó que la holandesa se incorporara creyendo que su gesto podría haber irritado a la niña. Al cabo de unos segundos, Zoe empezó a hacer otra vez un sonido extraño, como si le faltara el aire.
—¿Qué tienes? —Brittany se puso de pie sin darse cuenta en tanto la bebé continuaba emitiendo el sonido —Oh, no... —musitó sintiendo como si algo de sudor frío le recorriera por la espalda.
Empezó a caminar esperanzada en ver que Santana aparecería, aunque eso después la alarmó más porque temía que -si algo le pasaba a la niña- la latina se pondría peor. Aún así, fueron con Kim hasta el pie del ascensor.
—¿Brittany? —la nombró una voz femenina muy familiar a sus espaldas.
—¿Doctora Stuart...?
Sorprendida, la bailarina saludó a la médica con un rápido abrazo.
—Por favor, dime Elizabeth —pidió la mujer, acomodándose el bolso — ¡Oh, yo conozco a esta pequeñita!
—Disculpe pero íbamos a buscar a Santana. Zoe está haciendo ese ruido y me preocupa...
La doctora observó por un momento a la niña. Después, inevitablemente, soltó una carcajada.
—Tranquila, linda —explicaba guiando a la rubia para que cambiara de posición con la bebé —. Solo es hipo...
—¿Hipo? ¿En serio? —Brittany giró a Zoe para verla y, aunque se sintió aliviada, un tonto pensamiento pasó  por su cabeza: “Yo sería una madre terrible.” —. Vaya, qué susto —murmuró agachando la cabeza —. Estamos aquí porque el hijo de nuestras amigas tuvo un problema respiratorio. Zoe empezó a hacer eso y yo me puse algo... paranoica. — "¡Eso era lo que veía que sentían Finn y Santana al principio!"
—Oh, cuánto lo siento —Elizabeth le fregó el brazo en señal de afecto. — Yo también estoy aquí por mi hijo —agregó antes de suspirar, agotada —. De un día para el otro, ellos llegan y dicen: “Mamá, estudiaré en Londres”, “Iré a vacacionar a Florida”, “Viviré con mi novia”. Una los ve tan ilusionados que, aunque estés muriendo de miedo, no puedes dejar de notar que ya no son tus polluelos y que tienes que dejarlos volar. Así que lo haces. Y cuando por fin empiezas a disfrutar la libertad, uno se cae en pleno vuelo o -como en este caso, de su motocicleta- y se fractura el fémur y tres costillas. ¡Ah! La misión nunca termina, siempre vuelve a empezar.
Al oírla, Brittany no fue capaz de tragar saliva. Retrocedió unos pasos viendo de reojo a Zoe y pensando: “Perder la libertad ¿Para siempre...?”

* * *

—Está bien. Yo también lo pospuse— admitió Santana —. Por ahora quiero organizarme más y sentir que...
—¿Que estas sanando sola? —El castaño colocó su mano sobre la rodilla de su amiga. —Es lo que yo pretendía al principio. No pensaba en el sexo. No quería estar con una persona y no poder distinguir por qué estaba con ella. Si por agradecimiento o por miedo a la soledad. No quería que nadie se echara al hombro el trabajo de juntar...
—...las piezas que quedaron rotas en ti —Santana completó la frase en un susurro adolorido: o esa charla le ayudaba o terminaría matándola. —. No pretendo quedarme sin sexo. Estoy segura de que el año que viene será mi año y tal vez vuelva a romper corazones, pero será casual.
—¿Y si te enamoras...? —Finn le dio un empujoncito con su hombro. Santana lo miró de reojo y se ruborizó soltando una risita nerviosa.
—No vengas con tus cursiladas.
—¿Qué tiene de malo hacer el amor con alguien que quieres...?
—¡Diagh! ¡¿Cómo puedes seguir diciéndole así?! —La morena corrió la mano de su rodilla. —No hay nada romántico en decir “Hacer el amor”. Al contrario: es asqueroso y falso. El sexo no es más que química y hormonas. Cuanto más romántico y erótico, más especial parece ser, pero no. Por eso a Playboy le fue tan bien. Al igual que a 50 sombras de Grey...
—Esa novela cambió vidas, Santana.
—Quítale las velas aromáticas y todo el asunto erótico al tema del sexo. ¿Qué es lo que ves...? Dos animales ridículamente unidos. Algún día se lo aclararé a Stephanie Meyer y a todos los que usan lo erótico y amoroso para hacerse ricos.
—No quiero arruinar tus planes pero esa es la autora de la saga Crepúsculo...
Santana se cruzó de cejas.
—Da igual –gruñó con orgullo —. En ambas novelas hay una tipa frígida que termina junto a un machote raro. ¿Y tú cómo sabias lo de la autora de Crepúsculo...? —Finn levantó el índice y abrió la boca, pero Santana lo frenó —. Olvídalo, no quiero saber. Hay intimidades que es mejor guardar para uno mismo, así que mejor dejemos a J. K. Rowling y su novela erótica en paz por ahora.
—Esa es la autora de Harry Potter.
Santana se puso de pie y se fregó las manos.
—Hace frio. Y bien, ¿qué harás? ¿Hablaras con Jennifer?
—Si no tengo otra opción…
—Bueno, siempre puedes dejar de reprimirte y darle como a cajón que no cierra.
—¡Santana!
—¡Hudson, me congelo!
—¿Y qué voy a decirle? —El castaño empezaba a impacientarse también. — Jennifer es la primera chica que, en mucho tiempo, me hizo sentir especial. No niego que quiero estar con ella pero aun creo que es muy pronto para saltar a la tercera base.
—Pues dile eso. Dile que temes olvidar a Mia, que nadie pueda ser como ella. Con Jennifer no tienes por qué censurarte, porque ella no se censura ni reprime en nada, y al parecer te comprende. Si le dices esto, tal vez también lo comprenda y te espere.
—¿Y si no lo hace…? —Preguntó Finn, en serio. — Me gusta y yo también le gusto. Se lleva genial con mis padres y los conoce hace, ¿cuánto, dos días? Pero con esto del sexo se pone como… como cuando a Kim no le dejo usar la computadora. Cuanto más le digo que no, más quiere usarla. No sé si me entienda con esto.
—Kim es una niña. Tú tienes miedo, te cuesta avanzar, y si Jennifer no puede con eso pues— Santana se inclinó de hombros, como si estuviera sugiriendo devolver una licuadora rota a la tienda —… quizás no sea la persona indicada para ti en este momento.
—Estoy muy cansado de perder gente, San—murmuró Finn mientras se ponía de pie, con una desolación que Santana sintió en cada uno de sus huesos, como si fuera propia.
—Lo sé —afirmó en un susurro que ocultaba su angustia.
Hubiese querido agregar un “yo también”, pero se contuvo una vez más y se limitó a darle una palmada en la espalda a su amigo  
—A veces las cosas a las que nos aferramos no son tan importantes como las que dejamos ir..
—¡Qué profunda se puso la psicóloga de la familia!
—Oh, cierra la boca, grandulón, me debes cincuenta dólares por mis honorarios —bromeó la morena en tanto se adentraban a la clínica.
—¡¿Cincuenta dólares por quince minutos sacándome pica?! Con razón ya no tienes clientes.
—Bueno, sanar no es gratis.
—Mejor le escribo a Jenny o, a este paso, me dejarás en bancarrota.
—Has lo que quieras. Solo no le pidas que sean amigos, eso no traerá nada bueno.
—Si, seria muy incómodo. Y cuando la amistad se vuelve incomoda, no es amistad.
Ambos caminaron en dirección al ascensor casi al mismo ritmo: a pesar de todo, se sentían revitalizados.
—Una última cosa, San. —La latina le hizo un gesto con la cabeza indicándole que lo escuchaba. —No hablen de nosotros como pareja cuando Kim está presente. Aún no le he dicho que estoy saliendo con Jennifer y, con todo esto, no quiero causarle falsas ilusiones a nadie.
Santana se detuvo a verlo, indignada.
—Espero que hagas algo pronto, Hudson. Kimberly solo te tiene a ti y tu noviecita no es más que una intrusa.
—¿Una intrusa para Kim...?
Santana continúo caminando. Le era cada vez más difícil ocultar lo mal que le caía aquella chica.
— Si, por supuesto, para Kim. Por cierto, ¿por qué la trajiste? Se veía muy preocupada.
—Cuando Britt me llamó, nosotros íbamos de salida con mis padres. Esto era importante y lo entendieron, aunque ya hoy por la tarde se marchan rumbo a Brasil y querían que pasemos el día juntos.
Santana levantó una ceja: no es que quisiera cuestionarlo, pero su mejor amigo rechazó pasar la navidad con la familia de amigos con tal de estar con sus padres y ella entendió su situación a la perfección. Ahora, ellos se irían y él no estaba aprovechando esos últimos momentos porque prefería estar en la clínica intentando ser un apoyo para Rachel y su familia. Era confuso.
—¡Hey, chicos! —Brittany los alcanzó de una carrera desde la cafetería, alarmando al par de amigos. —Hay noticias... —La rubia se inclinó un momento para recuperar el aliento. —Los médicos hablaron con Rachel. Van a quitarle el tubo a Iker, parece que está mejorando.
—¡Qué bien!—Sonrío Finn con ilusión.
—Esas son buenas noticias, Britt —afirmó Santana sin ocultar su alivio.
Pasados unos segundos, miró a Finn.
—Tú y Kim deberían irse. Te avisaremos si algo más ocurre, ¿no? —preguntó dándole una mirada a Brittany, que asintió sin mucha convicción porque no entendía bien qué estaba pasando —. Tu mamá ya se va y tal vez no la veas por un tiempo. Yo daría lo que fuera por...  
Los tres guardaron silencio. 

La latina se detuvo a pensar en lo que estuvo a punto de decir y que surgió de su interior de una manera tan espontánea que la dejó ensimismada. No pudo contenerse esta vez. Iba a decir que hubiera dado lo que fuera porque su madre estuviera allí, y no mentía. En ese momento entendió por fin que, simplemente, la extrañaba. Por eso la había recordado en navidad y había esperado inútilmente una llamada o un mensaje de su parte, porque la echaba en falta, porque todavía creía necesitar de su guía. ¿Hasta cuándo seria así? ¿Por qué, a pesar del daño, aun tenia deseos de verla?
Brittany la trajo de vuelta al presente cuando la rodeó por los hombros para abrazarla. Fue como si hubiera adivinado lo que le pasaba o lo que intentó decir, y la apoyaba.
—San tiene razón, tienen que aprovechar el día juntos —comentó la ojos azules continuando la charla con naturalidad —. Kim está arriba en pediatría, con Rachel y Zoe.
—Pero —Finn se llevó una mano al cuello. —, Iker aún no está fuera de peligro.
—Hudson: miles de niños mueren aún y lamentablemente no podemos hacer nada. Seguimos viviendo a pesar de eso. Te mantendremos al tanto, en serio.
No hizo falta más. El muchacho asintió agradecido de tener amigas como ellas. Les hizo un gesto de despedida con su mano y se apuró en correr hacia el quinto piso para buscar a Kim, tan entusiasmado estaba que ni siquiera quiso esperar el ascensor. Las chicas lo vieron alejarse y se sonrieron.
—Parece que la charla tuvo buenos resultados — comentó la bailarina, sin liberar del abrazo a la latina.
—Si, podría decirse que si. Una vez que supere el miedo, le irá bien. Sabe escucharse a sí mismo.
—Me alegro por él —Brittany la fue soltando con lentitud.
Como Santana la seguía mirando a los ojos, la rubia miró hacia el suelo y se frotó la oreja izquierda porque sentía que se le calentaba
—Yo bajé a comprar algo para que Rachel coma. Ahora que sabe lo de Iker se le abrió un poco el apetito. ¿Tú quieres algo...? —preguntó, señalando la cafetería a sus espaldas.
—No, gracias —La morena raspó la garganta y se acomodó un poco el cabello —. Voy arriba con Zoe, ella si debe estar hambrienta.
—¿Estás segura? No has comido nada. —La rubia rebuscó en los bolsillos de su abrigo y sacó un pequeño objeto —. Ten. Me da miedo que se te baje el azúcar. Es de tuttí-frutti— sonrío entregándole un chicle.
Santana recibió la golosina sin olvidar lo mucho que le gustaban a Brittany. También recordó cuánto le molestaba que comprara esas cosas cuando todavía eran adolescentes. No había nada más molesto para Santana en ese tiempo. Brittany hacía un ruido frustrante, odioso, como si la provocara. En esos segundos en que peleaba con el empaque de goma de mascar mientras caminaban devuelta a casa, algo incontenible emergía de la joven latina: las ganas de gritarle a la rubia que se detenga. Pero luego, cuando se giraba juntando el aire para decírselo, Santana olvidaba todo porque veía que la lucha de la ojos azules solo era para dividir el chicle a la mitad y darle la parte más grande a ella. Aunque eso le molestaba de Brittany en ese tiempo- quizás era una de las pocas cosas de las que podría quejarse en verdad- aquella rubia encontraba la forma para hacerse apreciar aún más con algo tan ruidoso y detestable.
A Santana le frustraba cuando Brittany compraba chicle con un ruidoso envoltorio, pero le encantaba. Y eso era tal vez lo que le pasaba en la actualidad, pero con cada cosa de la holandesa. A veces la hacía enojar, le hacía ruido, la provocaba. Pero todos esos pequeños defectos y disgustos, que luego superaba, causaban que la latina la quisiera y apreciara más: Brittany le parecía cada vez más encantadora.
No se asustó tanto al llegar a esa conclusión. Haber hablado con Finn hizo que se cuestionara internamente. Por ese instante, se sintió capaz de grandes cosas:
—Britt... —dijo cuando ya la rubia marchaba rumbo a la cafetería —Quiero contigo... ¡Hablar! También quiero hablar... contigo.
La rubia titubeó en tanto observaba a la latina adoptando una postura firme.
—De acuerdo —murmuró luego de un segundo que pareció eterno –, espérame arriba. Voy en unos minutos.
La ojos azules le sonrío con cariño. Santana tragó saliva y asintió. Seguidamente, las dos tomaron caminos diferentes.
Ni bien la morena comenzó a caminar de nuevo hacia el ascensor, el nerviosismo empezó a circular por sus venas. Se mordió una uña casi sin darse cuenta mientras su mente se atiborraba de pensamientos, de todo lo que estaba pasando. Su corazón latía acelerado, con una emoción que llegaba a resultar dolorosa, y eso empezaba a hacerla sentir muy compungida.
Apretó el botón para llamar al elevador y, justo en ese momento, escuchó el eco de una risa inconfundible: Quinn caminaba hacia ella.
—Hasta que te dignaste a aparecer.
La latina se paró en el medio del corredor con las manos en jarra sobre la cintura. Quinn trastabilló sobre sus propios pasos y terminó chocando su costado contra una pared. Volvió a reír. Santana se cruzó de cejas y se acercó a su amiga.
—¿Fabray...?
—Ese es mi apellido, no lo desgastes —comentó la abogada, quitándose el cabello de la cara.
La morena se detuvo de inmediato.
—Estás ebria —afirmó, con un hilo de voz, en tanto su sorpresa se convertía en indignación —. No puede ser...
La ojos verdes se despegó de la pared y pasó a su lado con la barbilla en alto, sin mirarla e intentando ignorarla, rumbo hacia las escaleras. De a momentos, se detenía para poder conservar el equilibrio.
—¿Dónde está...? ¡Rachel! —empezó a gritar mirando hacia arriba de las escaleras pero esto hizo que se mareara de forma tal que optó por sentarse sobre los primeros escalones. Y otra vez se le escapó la risa, que se hacía cada vez más muda y más sombría.
—Rachel, mi esposa... ¡Rachel! ¡Ven! ¡Ven aquí! ¡Ahora!
—Vas a meterte en líos —Santana la tomó por el brazo izquierdo y jaló de ella para que volviera a levantarse. —Hace menos de una semana que te embriagaste e hiciste todo tu show dramático. Ya no es divertido. Al contrario: es vergonzoso y patético.
—Suelta... —Quinn soltó un hipido —Ya, suéltame — exigió moviendo el brazo de forma brusca para liberarse —Tú no tienes nada que hacer aquí. No no me trates como si fueras mi madre —comentó señalando a Santana con su índice —. Tú hiciste un escándalo porque no te dije la tontería de Brittany y su viaje, pero no tuviste el valor de decirme que Rachel había salido con otro. ¡Porque lo sabías! ¡¿Por qué lo sabias y yo no...?! ¿Sabes qué eres...? Una hipócrita.
La morena la escuchaba empezando a apretar los puños.
—Apuesto a que lo sabías desde antes de navidad. Me mandaste a que me coman los lobos, ¡sabias que esto iba a pasarme!
—¡Oh, por el amor de Dios, Quinn! ¡Es tu familia, tenías que estar con ellos!
La rubia volvió a reír echando la cabeza hacia atrás.
—Hey, hey, escúchame —la morena le tanteó la cara como para que reaccionara y también para que la mirara a los ojos —. Estás enojada y ebria. No estás pensando con claridad —detalló en tanto tomaba a su amiga por las muñecas de forma más dulce —. Sé que estás asustada pero tienes que entender que aquí no hay culpables. Ahora, necesitas salir de este estado —agregó en tanto se volteaba a ver que nadie las haya visto en una escena tan grotesca.
—Traidora— musitó Quinn, mientras se le escapaba una lágrima del ojo derecho.
La latina se giró a verla de forma lenta.
—¿Qué dijiste...? —gruñó mirándola con la mandíbula muy tensa.
—Dije que eres una traidora —repitió la abogada con mayor énfasis y veneno.
—Esto es el colmo —Santana la soltó bruscamente, sin ocultar su frustración —. No tengo por qué estar soportando tus estupideces pero tu esposa, si — e intentó irse hacia el ascensor pero Quinn no dudó en detenerla, empujándola con fuerza contra la pared.
Empezaron a forcejear. Era como ver la pelea entre dos leones. Con esfuerzo, la latina logró zafarse y causó que Quinn tropezara y cayera. No dejaban de respirar agitadas. Santana se acomodó un poco la ropa y se inclinó hacia su rival, en ademán de ayuda, pero la rubia la alejó cuando intentó patearla desde el suelo.  
—Está bien. Tú te lo buscaste. Arréglatelas sola.
—¡Eso! —Quinn aplaudió en la medida que se ponía de pie, con dificultad —¡No sabes cuánto lamento que dejarás de meterte en mi vida, pero vete! ¡Vete!
La latina se fue directo hacia las escaleras mientras la ojos verdes seguía despotricando a sus espaldas.
—Vete, aléjate, abandóname. ¡Tú sabes mucho del abandono!
Santana detuvo su marcha y, entonces, su mente se nubló a punto tal que todo a su alrededor pareció desaparecer...
Finn y Kim bajaban tranquilamente en el ascensor. Cuando las puertas del mismo se abrieron, fueron testigos de una escena más que impresionante: frente a ellos, Quinn y Santana peleaban, a los manotazos, sujetándose del cabello. El castaño atinó a poner a su hija detrás de él, para protegerla y para que no viera nada más.
—¿Qué diablos...? ¡Hey! ¡Deténganse!
La morena se distrajo solo por un instante al ver a su amigo y entonces sintió un dolor repentino en la mano izquierda que la obligó a soltar a su oponente.
—¡Ahh! —gritó en tanto sacudía la mano herida con desesperación.
Al ver la razón de la molestia, su cara tomó una instantánea tonalidad roja.
—¿¡Me mordiste, Quinn, de verdad...!?
—¡No me soltabas, perra!
Brittany volvía de la cafetería y, cuando llegó al pasillo, sintió como si sus piernas se hubieran vuelto gelatina. Sus oídos escucharon una especie de cachetada y sus ojos vieron como Quinn volaba, como en cámara lenta, de espaldas. Santana había sido quien, con el dorso de su mano herida, le dio un golpe brutal a la abogada en la cara, con tanta fuerza que logró tirarla al suelo. Solo luego de eso, Finn salió del ascensor y sostuvo a la morena por el torso para que no siguiera con la pelea.
—¿¡Qué hacen!? —Brittany empezó a correr hacia ellos: lo había visto todo, pero se negaba a entender la respuesta.
La parte trasera de la cabeza de Quinn golpeó y rebotó contra el suelo. Cuando la holandesa se detuvo en su carrera, se encontró en el medio de ambas. Vio a la abogada retorcerse de dolor, cubriéndose la cara.
—Me lastimaste, Santana —afirmó Quinn, viendo cómo en sus manos quedaba sangre que le salía tanto de la nariz como de la boca —...Britt —lloraba, viendo que su mejor amiga estaba frente a ella —, me lastimó —dijo en tono dolorido y tembloroso.
Pálida y consternada, Brittany se volteó a ver a Santana, que seguía siendo sujetada por Finn. La morena tragó saliva y, a pesar de su evidente enojo, la miró como pidiendo clemencia. Hubiera querido hallar las palabras para explicarse pero todavía estaba demasiado alterada como para hacerlo. Las miradas se posaron sobre la holandesa, que sintió una gran presión en el pecho. Pero, finalmente, sin saber todo lo que había dicho y hecho, la rubia caminó hacia Quinn porque le preocupaba que estuviera sangrando. La latina parecía estar ilesa, al menos en el exterior. Santana tuvo que ver cómo Brittany sujetaba a la ojos verdes y la ayudaba a levantarse.
Lentamente, la latina dejó caer los brazos y se liberó del agarre con el que Finn la retenía. Sin dudarlo ni mirar atrás, se alejó y empezó a caminar hacia las escaleras: ella ya no tenía nada que hacer allí, eso era lo único que le había quedado claro.

¡Por Dios!
Santana no podría ser más testaruda, me frustra D:
Espero que no afecte nada en la plática con Brittany(?)
Que entienda que Britt fue con Quinn no porque está de su lado, sino porque,
quería asegurarse de que "no muera ahí" x.x (del como estaba) >hablo de Quinn<
En fin... Siento que cada vez que damos un paso, retrocedemos dos :(
y ya sin más que comentar acerca del capítulo... espero que puedas actualizar
lo más pronto posible :)
Un beso y buenas noches mi querida Paz n.n