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EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
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JVM
marthagr81@yahoo.es
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Capítulo 12
Brittany
—Pero mira a quién tenemos aquí —dice Kitty, y pone los ojos en blanco cuando Jace y yo entramos en el apartamento de Dani. —¿Ya estás borracha y embarazada? —le contesto. —¿Y? Son las cinco pasadas —dice con una sonrisa maliciosa. Meneo la cabeza cuando añade—: Tómate un chupito conmigo, Britt —y coge una botella de licor marrón y dos vasos de chupito de la encimera. —Está bien. Uno —digo, y sonríe antes de llenar los pequeños vasos. Diez minutos después, estoy mirando la galería de imágenes de mi móvil. Ojalá le hubiera dejado a Santana hacernos más fotos juntas. Ahora tendría más que mirar. Joder, me ha dado fuerte de verdad, como ha dicho Jace. Creo que me estoy volviendo loca y lo peor es que me da igual con tal de que eso me ayude a volver a estar con ella. «Yo seré feliz», dijo. Sé que yo no la he hecho feliz, pero podría hacerlo. Aunque tampoco es justo que continúe persiguiéndola. Le he arreglado el coche porque no quería que se preocupara de hacerlo ella. Me alegro de haberlo hecho porque no me habría enterado de que se iba a Seattle si no hubiera llamado a Vance para asegurarme de que tenía quien la llevara a trabajar. ¿Por qué no me lo dijo? Ahora ese capullo de Trevor está con Santana, cuando la que debería estar allí soy yo. Sé que le gusta y ella podría enamorarse de él. Él es justo lo que necesita y los dos son muy parecidos. No como ella y yo. Trevor podría hacerla feliz. La idea me cabrea hasta tal punto que quiero tirarlo de cabeza por la ventana... Pero tal vez tenga que darle tiempo a Santana y la oportunidad de ser feliz. Ayer me dejó claro que no puede perdonarme. —¡Kitty! —grito desde el sofá. —¿Qué? —Tráeme otro chupito. No me hace falta mirarla, noto cómo su sonrisa victoriosa llena la habitación.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Capítulo 13
Santana
—¡Ha sido increíble! Muchísimas gracias por haberme traído, señor Vance —le suelto de un tirón a mi jefe cuando nos metemos todos en el ascensor. —Ha sido un placer, de verdad. Eres una de mis mejores empleadas, muy brillante a pesar de ser una becaria. Y, por el amor de Dios, llámame Christian, como ya te dije —repone con falsa indignación. —Sí, sí, de acuerdo. Pero es que no tengo palabras, señor... Christian. Ha sido genial poder oír a todo el mundo dar su opinión sobre la edición digital, y más porque no va a parar de crecer y es tan cómodo y tan fácil para los lectores. Es tremendo, y el mercado va a seguir en expansión... — continúo con mi perorata. —Cierto, cierto. Y esta noche hemos ayudado a que Vance crezca un poco más. Imagina la de clientes nuevos que vamos a conseguir cuando hayamos terminado de optimizar nuestras operaciones. —Vosotros dos, ¿habéis acabado ya? —protesta Kimberly cogiéndose del brazo de Christian—. ¡Vamos a cambiarnos y a comernos la ciudad! Es el primer fin de semana en meses que tenemos niñera —añade con un mohín juguetón. Él le sonríe. —A sus órdenes, señora. Me alegro de que el señor Vance, quiero decir, Christian, haya vuelto a encontrar la felicidad tras la muerte de su esposa. Miro a Trevor, que me regala una pequeña sonrisa. —Necesito un trago —dice Kimberly. —Yo también —asiente Christian—. Nos vemos en el vestíbulo dentro de media hora. El chófer nos recogerá en la puerta. ¡Yo invito a cenar! Vuelvo a mi habitación y enchufo las tenacillas para retocarme el peinado. Me aplico una sombra de ojos oscura en los párpados y me miro al espejo. Se nota pero no es excesiva. Me pongo delineador de ojos negro y un poco de colorete en las mejillas. Luego me arreglo el pelo. El vestido azul marino de esta mañana ahora me queda mucho mejor, con el maquillaje de noche y el pelo algo cardado. Cómo me gustaría que Britt... «No, no me gustaría. No, no y no», me repito a mí misma mientras me pongo los zapatos negros de tacón. Cojo el móvil y el bolso antes de salir de la habitación para reunirme con mis amigos... ¿Son mis amigos? No lo sé. Siento que Kimberly es mi amiga y Trevor es muy amable. Christian es mi jefe, así que es otra cosa. En el ascensor le envío un mensaje a Ryder diciéndole que me lo estoy pasando muy bien en Seattle. Lo echo de menos y espero que podamos seguir siendo buenos amigos, aunque yo ya no esté con Britt. Al salir del ascensor veo el pelo negro de Trevor cerca de la entrada. Lleva pantalones negros de vestir y un jersey de color crema. Me recuerda un poco a Sam. Admiro durante un segundo lo apuesto que es antes de hacerle saber que ya estoy aquí. Cuando me ve, abre mucho los ojos y emite un sonido entre una tos y un gritito. No puedo evitar echarme a reír un poco al ver cómo se ruboriza. —Estás... estás preciosa —dice. Sonrío y le contesto: —Gracias. Tú tampoco estás mal. Se ruboriza un poco más. —Gracias —musita. Es muy extraño verlo así de tímido. Normalmente es siempre muy tranquilo, muy sereno. —¡Ahí están! —oigo que exclama Kimberly. —¡Vaaaya, Kim! —le digo llevándome la mano a la boca como si tuviera que contener las palabras. Está espectacular con un vestido rojo de los que se atan al cuello que sólo le llega a la mitad del muslo. Lleva el pelo corto y rubio recogido con horquillas. Le da un aspecto sexi pero elegante a la vez. —Me parece que nos vamos a pasar la noche espantando moscones — le dice Christian a Trevor, y ambos se ríen mientras nos acompañan a la salida del hotel. Con una orden de Christian, el coche nos lleva a una marisquería muy bonita en la que tomamos el salmón y las croquetas de cangrejo más suculentos del mundo. Christian nos cuenta unas anécdotas divertidísimas de cuando trabajaba en Nueva York. Lo pasamos muy bien, y Trevor y Kimberly bromean con él. Es un hombre con sentido del humor y se ríe de todo. Después de cenar, el coche nos lleva a un edificio de tres plantas que es todo de cristal. Por las ventanas se ven cientos de luces brillantes que iluminan cuerpos en movimiento y crean una fascinante combinación de luces y sombras en cuerpos, piernas y brazos. No dista mucho de cómo me imaginaba que era un club, sólo que es mucho más grande y hay mucha más gente. Al salir del coche Kimberly me coge del brazo. —Mañana iremos a un lugar más tranquilo. Unas cuantas personas del congreso querían venir aquí. ¡Y aquí estamos! —dice con una carcajada. El gigantesco hombre que vigila la puerta sostiene una carpeta en la mano, y es evidente que controla el acceso al interior. La cola da la vuelta a la esquina. —¿Vamos a tener que esperar mucho? —le pregunto a Trevor. —No —dice con una sonrisa—. El señor Vance nunca tiene que esperar. No tardo en averiguar a qué se refiere. Christian le susurra algo al Evanso y, al instante, el gigantón retira el cordón para dejarnos pasar. Me mareo un poco al entrar, la música está muy alta y las luces bailan en el interior, enorme y lleno de humo. Estoy segura de que jamás entenderé por qué a la gente le gusta pagar por tener dolor de cabeza y respirar humo artificial mientras se restriegan contra extraños. Una mujer con un vestido muy corto nos conduce escaleras arriba, a una pequeña sala con finas cortinas en lugar de paredes. En él hay dos sofás y una mesa. —Es la zona vip, Santana —me dice Kimberly, y miro alrededor con curiosidad. —Ah —contesto. Sigo su ejemplo y me siento en uno de los sofás. —¿Qué sueles beber? —me pregunta Trevor. —No suelo beber —digo. —Yo tampoco. Bueno, me gusta el vino, pero no soy un gran bebedor. —Ah, no. Esta noche vas a beber, Santana. Te hace falta —interviene Kimberly. —Yo... No... —empiezo a decir. —Un sexo en la playa para ella y otro para mí —le dice a la mujer que nos ha acompañado. Ella asiente, y Christian le pide una bebida que no conozco y Trevor una copa de vino tinto. Nadie me ha preguntado si tengo edad de beber. A lo mejor es que parezco mayor de lo que soy, o Christian es tan famoso que no quieren contrariarlo ni molestar a sus acompañantes. No tengo la menor idea de qué es eso de «sexo en la playa», pero prefiero no mostrar mi ignorancia. Cuando regresa, la mujer me trae un vaso de tubo con una rodaja de piña y una sombrilla rosa. Le doy las gracias y pruebo un sorbo con la pajita. Está delicioso, dulce pero con un punto amargo al tragar. —¿Te gusta? —pregunta Kimberly. Asiento y le doy un trago más largo.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
vaya presiento que estos capitulos sin ellas juntas me van a aburrir un monton pero bueno, cuando decia lo de un clavo saca otro clavo, por suerte no lo decia por mi pq nunca he creido en esa idiotes, lo decia pq en casi todos los fics pasa, sin embargo espero que muy pronto las cosas mejoren entre ellas y britt se aparte de esas malas influencias!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
hola mar,...
mmm se separaron??? o pequeños inpaz,..??
pero para mi gusto tiene que hacerlos solas,.. no creo que sea bueno que metan mas gente en medio,..
nos leemos!
mmm se separaron??? o pequeños inpaz,..??
pero para mi gusto tiene que hacerlos solas,.. no creo que sea bueno que metan mas gente en medio,..
nos leemos!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Esperó que Britt no la cague de nuevo, que si le de su espacio a San pero que no se rinda con ella.....
Y con San esperemos que no se ponga mal con ese sexo en la playa y que no haga nada de lo que se arrepienta....
Haber como le va a cada una
Y con San esperemos que no se ponga mal con ese sexo en la playa y que no haga nada de lo que se arrepienta....
Haber como le va a cada una
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Muchas gracias por comentar la historia, aqui la actualizacion del dia
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Capítulo 14
—Joder, venga, Britt. Una más —me susurra Kitty al oído. Aún no he decidido si quiero emborracharme o no. Ya me he tomado tres chupitos y sé que, si me tomo el cuarto, estaré borracha. Por otro lado, pillar un buen pedo y olvidarme de todo suena genial. Pero quiero poder pensar con claridad. —¿Y si nos vamos? —me pregunta entonces arrastrando las palabras. Kitty huele a whisky y a marihuana. Una parte de mí quiere llevarla al baño y follársela, sólo porque puedo. Sólo porque Santana está en Seattle con el puto Trevor y yo estoy a tres horas de allí, sentada en un sofá y medio borracha. —Vamos, Britt. Sabes que puedo hacer que la olvides —dice sentándose en mi regazo. —¿Qué? —le pregunto cuando me echa las manos al cuello. —Santana. Haré que te olvides de ella. Puedes follarme hasta que no te acuerdes ni de su nombre. Su aliento tibio me roza el cuello, y la aparto. —Levanta —le digo. —¿Qué coño te pasa, Britt? —salta. He herido su orgullo. —Contigo no quiero nada —le espeto con brusquedad. —¿Desde cuándo? No te he oído quejarte nunca, y mira que hemos follado la tira de veces. —No desde... —empiezo a decir. —¿No desde qué? —Salta del sofá y empieza a manotear en el aire—. ¿Desde que conociste a esa zorra estirada? Tengo que hacer un esfuerzo por recordar que Kitty es una chica, no el demonio que parece ser, antes de hacer una estupidez. —No hables así de ella —replico poniéndome en pie. —Es la verdad, y ahora mírate. ¡Eres como el perrito faldero de una Virgen María convertida en puta que no quiere ni verte! —grita, no sé si riendo o llorando; en ella es habitual confundir ambas cosas. Aprieto los puños y en ese momento Jace y Dani aparecen detrás de ella. Kitty se apoya en el hombro de Jace. —Decídselo, chicos. Decidle que no hay quien la aguante desde que la desenmascaramos ante ella. —Nosotros, no. Fuiste tú —la corrige Dani. Kitty le lanza una mirada asesina. —Es lo mismo —dice poniendo los ojos en blanco. —¿Qué os pasa? —pregunta Jace. —Nada —respondo por ella—. Le ha sentado mal que no quiera follarme su culo lastimero. —No, estoy cabreada porque eres gilipollas. Que sepas que nadie te soporta. Por eso Jace me dijo que se lo contara todo. Me hierve la sangre. —¿Qué? —exclamo entre dientes. Sabía que Jace era un capullo, pero estaba convencido de que Kitty se lo contó todo a Santana porque se moría de celos. —Sí. Él me dijo que se lo contara. Lo tenía todo planeado: yo debía contárselo delante de ti cuando ella llevara unas copas encima y luego él iría a consolarla mientras tú llorabas como una bebé. —Se ríe—. ¿No fue eso lo que dijiste, Jace? ¿Que ibas a follártela hasta dejarla sin sentido? — dice Kitty usando las garras para entrecomillar las frases. Doy un paso hacia Jace. —Tía, era una broma —empieza a decir él. Si no me equivoco, los labios de Dani se curvan en una sonrisa cuando le cruzo la cara a Jace. Le pego tantos puñetazos a Jace que no siento los nudillos. La rabia lo puede todo. Me siento encima de él y sigo repartiendo hostias. Me lo imagino tocando a Santana, besándola, desnudándola, y le pego con más fuerza. La sangre que le cubre la cara es un incentivo más, quiero hacerle todo el daño que pueda. Las gafas de pasta negra de Jace están rotas y tiradas en el suelo, junto a su cara ensangrentada, mientras unas fuertes manos me separan de él. —¡Para ya! ¡Vas a matarlo! —me grita Blaine para sacarme de mi trance. —¡Si tenéis algo que decir, me lo decís a la cara! —le grito al grupo, a esos a los que creía mis amigos, o algo parecido. Todo el mundo guarda silencio, incluso Kitty. —Va en serio. ¡Si alguien más se atreve a mencionarla, le partiré la cara! Le lanzo una última mirada a Jace, que está intentando levantarse del suelo. Salgo del apartamento de Dani y me adentro en la fría noche.
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Capítulo 14
Brittany
—Joder, venga, Britt. Una más —me susurra Kitty al oído. Aún no he decidido si quiero emborracharme o no. Ya me he tomado tres chupitos y sé que, si me tomo el cuarto, estaré borracha. Por otro lado, pillar un buen pedo y olvidarme de todo suena genial. Pero quiero poder pensar con claridad. —¿Y si nos vamos? —me pregunta entonces arrastrando las palabras. Kitty huele a whisky y a marihuana. Una parte de mí quiere llevarla al baño y follársela, sólo porque puedo. Sólo porque Santana está en Seattle con el puto Trevor y yo estoy a tres horas de allí, sentada en un sofá y medio borracha. —Vamos, Britt. Sabes que puedo hacer que la olvides —dice sentándose en mi regazo. —¿Qué? —le pregunto cuando me echa las manos al cuello. —Santana. Haré que te olvides de ella. Puedes follarme hasta que no te acuerdes ni de su nombre. Su aliento tibio me roza el cuello, y la aparto. —Levanta —le digo. —¿Qué coño te pasa, Britt? —salta. He herido su orgullo. —Contigo no quiero nada —le espeto con brusquedad. —¿Desde cuándo? No te he oído quejarte nunca, y mira que hemos follado la tira de veces. —No desde... —empiezo a decir. —¿No desde qué? —Salta del sofá y empieza a manotear en el aire—. ¿Desde que conociste a esa zorra estirada? Tengo que hacer un esfuerzo por recordar que Kitty es una chica, no el demonio que parece ser, antes de hacer una estupidez. —No hables así de ella —replico poniéndome en pie. —Es la verdad, y ahora mírate. ¡Eres como el perrito faldero de una Virgen María convertida en puta que no quiere ni verte! —grita, no sé si riendo o llorando; en ella es habitual confundir ambas cosas. Aprieto los puños y en ese momento Jace y Dani aparecen detrás de ella. Kitty se apoya en el hombro de Jace. —Decídselo, chicos. Decidle que no hay quien la aguante desde que la desenmascaramos ante ella. —Nosotros, no. Fuiste tú —la corrige Dani. Kitty le lanza una mirada asesina. —Es lo mismo —dice poniendo los ojos en blanco. —¿Qué os pasa? —pregunta Jace. —Nada —respondo por ella—. Le ha sentado mal que no quiera follarme su culo lastimero. —No, estoy cabreada porque eres gilipollas. Que sepas que nadie te soporta. Por eso Jace me dijo que se lo contara todo. Me hierve la sangre. —¿Qué? —exclamo entre dientes. Sabía que Jace era un capullo, pero estaba convencido de que Kitty se lo contó todo a Santana porque se moría de celos. —Sí. Él me dijo que se lo contara. Lo tenía todo planeado: yo debía contárselo delante de ti cuando ella llevara unas copas encima y luego él iría a consolarla mientras tú llorabas como una bebé. —Se ríe—. ¿No fue eso lo que dijiste, Jace? ¿Que ibas a follártela hasta dejarla sin sentido? — dice Kitty usando las garras para entrecomillar las frases. Doy un paso hacia Jace. —Tía, era una broma —empieza a decir él. Si no me equivoco, los labios de Dani se curvan en una sonrisa cuando le cruzo la cara a Jace. Le pego tantos puñetazos a Jace que no siento los nudillos. La rabia lo puede todo. Me siento encima de él y sigo repartiendo hostias. Me lo imagino tocando a Santana, besándola, desnudándola, y le pego con más fuerza. La sangre que le cubre la cara es un incentivo más, quiero hacerle todo el daño que pueda. Las gafas de pasta negra de Jace están rotas y tiradas en el suelo, junto a su cara ensangrentada, mientras unas fuertes manos me separan de él. —¡Para ya! ¡Vas a matarlo! —me grita Blaine para sacarme de mi trance. —¡Si tenéis algo que decir, me lo decís a la cara! —le grito al grupo, a esos a los que creía mis amigos, o algo parecido. Todo el mundo guarda silencio, incluso Kitty. —Va en serio. ¡Si alguien más se atreve a mencionarla, le partiré la cara! Le lanzo una última mirada a Jace, que está intentando levantarse del suelo. Salgo del apartamento de Dani y me adentro en la fría noche.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Capítulo 15
Santana
—¡Esto está de vicio! —le grito a Kimberly bebiéndome lo poco que quedaba en mi vaso. Rebusco con la pajita entre los cubitos de hielo las últimas gotas del líquido afrutado. Sonríe de oreja a oreja. —¿Otra? —Tiene los ojos un poco rojos pero sigue la mar de compuesta, mientras que yo tengo la risa floja y la cabeza en las nubes. Estoy borracha. Eso es lo que estoy. Asiento con entusiasmo y, con los dedos en las rodillas, tamborileo al ritmo de la música. —¿Te encuentras bien? —Trevor lo ve y se echa a reír. —¡Sí! ¡Me encuentro de maravilla! —grito por encima de la música. —¡Deberíamos bailar! —dice Kimberly. —¡Yo no bailo! Quiero decir, que no sé bailar, y menos con esta música —contesto. Nunca he bailado como baila la gente del club y me aterra unirme a ellos. Pero el alcohol que fluye por mis venas me infunde valor—. A la porra. ¡Vamos a bailar! —exclamo. Kimberly sonríe, se vuelve hacia Christian y le da un pico que dura más de lo normal. Luego se levanta del sofá en un abrir y cerrar de ojos y me conduce a la pista de baile. Cuando pasamos junto a la barandilla, miro abajo, donde hay dos plantas llenas de gente bailando. Están tan absortos que me asusta y me atrae a la vez. Cómo no, Kimberly se mueve como una experta, así que cierro los ojos e intento dejar que la música controle mi cuerpo. Me siento incómoda pero quiero caerle bien a Kim, es lo único que tengo. Después de bailar no sé cuántas canciones y dos copas más, todo empieza a darme vueltas. Me excuso para ir al baño, sujetándome el bolso mientras me abro paso entre cuerpos sudorosos. Noto que mi móvil empieza a vibrar. Lo saco del bolso. Es mi madre; paso de contestar. Estoy demasiado borracha para poder hablar con ella. Cuando llego a la cola del baño, reviso el buzón y frunzo el ceño al ver que no hay ningún mensaje de Britt. «¿Y si la llamo, a ver qué hace?» No. No puedo hacer eso. Sería irresponsable y mañana lo lamentaría. Las luces que rebotan en las paredes empiezan a marearme mientras espero. Intento concentrarme en la pantalla del móvil, esperando a que se me pase. Cuando la puerta de uno de los baños se abre al fin, entro de un salto y me inclino sobre la taza del váter, esperando a que mi cuerpo decida si va a vomitar o no. Detesto sentirme así. Si Britt estuviera aquí, me traería agua y se ofrecería a sujetarme el pelo. «No, no lo haría.» Debería llamarla. Cuando parece que finalmente no voy a devolver, salgo del cubículo en dirección a los lavabos. Toco un par de botones del móvil, lo sujeto con el hombro y la mejilla y cojo una toalla de papel del dispensador. La pongo debajo del grifo para humedecerla pero no sale agua hasta que la paso por el sensor. Odio los grifos automáticos. Se me ha corrido un poco el maquillaje y parezco otra persona. Llevo el pelo alborotado y tengo los ojos inyectados en sangre. Cuelgo al tercer timbre y dejo el móvil en el borde del lavabo. «¿Por qué demonios no lo coge?», me pregunto. Entonces el teléfono empieza a vibrar y casi se cae dentro del agua, cosa que hace que me eche a reír a carcajadas. No sé por qué me hace tanta gracia. El nombre de Britt aparece en la pantalla y la toco con los dedos húmedos. —¿Harold? —pregunto. «¿Harold?» Ay, madre, he bebido demasiado. La voz de Britt suena rara y como sin aliento al otro lado. —¿Santana? ¿Va todo bien? ¿Me has llamado? En serio, tiene una voz celestial. —No sé, ¿te sale mi nombre en la pantalla? De ser así, es probable que haya sido yo —digo sin parar de reír. —¿Has bebido? —pregunta en tono serio. —Tal vez —digo con voz aguda, y lanzo la toalla de papel al cubo de la basura. Entonces entran dos chicas borrachas, una de ellas trastabilla sola y todo el mundo se parte de risa. Se meten tambaleantes en el cubículo más grande y yo vuelvo a concentrarme en la llamada. —¿Dónde estás? —pregunta Britt de malas maneras. —Oye, cálmate. —Ella siempre me está diciendo que me calme. Ahora me toca a mí. Suspira. —Santana... —Sé que está enfadada, pero estoy demasiado atontada para que me importe—. ¿Cuántas te has tomado? —No sé... Puede que cinco. O seis. Creo —respondo apoyada en la pared. El frío de los azulejos atraviesa la fina tela de mi vestido, son una gozada contra mi piel sudada. —¿Cinco o seis qué? —Sexos en la playa... Nunca lo hemos probado... Habría sido divertido —digo con una sonrisa pícara. Ojalá pudiera verle la cara de tonta. No de tonta..., de Diosa. Pero ahora mismo lo de «cara de tonta» me suena mejor. —Madre mía, estás como una cuba —dice, y adivino que se está pasando las manos por el pelo—. ¿Dónde estás? Sé que es infantil, pero respondo: —Lejos de ti. —Eso ya lo sé. Ahora dime dónde estás. ¿Estás en un club? —ladra. —Uy... Pareces el enanito gruñón —replico echándome a reír. Sé que puede oír la música, por eso lo creo cuando me dice: —No me será difícil encontrarte. Me la suda. Las palabras salen de mi boca antes de que pueda cerrarla: —¿Por qué no me has llamado hoy? —¿Qué? —inquiere. Está claro que no se esperaba la pregunta. —Hoy no has intentado llamarme. —Soy patética. —Creía que no querías que te llamara. —Y no quiero. Pero aun así... —Vale, pues te llamo mañana —dice con calma. —No cuelgues. —No voy a colgar... Sólo quería decir que mañana te llamaré, aunque no me lo cojas —me explica, y mi corazón da un salto mortal. Intento fingir desinterés. —Vale. «Pero ¿qué estoy haciendo?» —¿Vas a decirme dónde estás? —No. —¿Trevor está contigo? —pregunta muy seria. —Sí, pero también están Kim y... Christian. —No sé por qué me estoy justificando. —¿Ése era su plan? ¿Llevarte al congreso y emborracharte en un puto club? —inquiere levantando la voz—. Lo que tienes que hacer es volver al hotel. No estás acostumbrada a beber, y encima estás por ahí con Trevor... Le cuelgo sin dejarlo acabar. Pero ¿quién se cree que es? Tiene suerte de que la haya llamado, aunque sea borracha. Menuda aguafiestas. Necesito otra copa. Me vibra el móvil varias veces pero ignoro todas las llamadas. «Chúpate ésa, Britt.» Encuentro el camino de vuelta a la zona vip y le pido otra copa a la camarera. —¿Te encuentras bien? —me pregunta Kimberly—. Pareces enfadada. —¡Estoy bien! Me bebo la copa en cuanto me la sirven. Britt es una imbécil. Es culpa suya que no estemos juntas. ¡Y encima tiene el morro de gritarme cuando la llamo! Podría estar aquí conmigo si no hubiera hecho lo que hizo. Pero tengo a Trevor, que es muy dulce y muy guapo. —¿Qué? —pregunta él con una sonrisa cuando me pilla mirándolo. Me río y desvío la mirada. —Nada. Me termino otra copa y hablamos de lo interesante que será mañana. Me levanto y anuncio: —¡Me voy a bailar! Da la impresión de que Trevor quiere decir algo, tal vez quiera ofrecerse a acompañarme, pero se ruboriza y no abre la boca. Kimberly parece que ha tenido suficiente y me dice que me vaya con un gesto de la mano. Puedo ir yo sola, no me importa. Me abro paso hasta el centro de la pista de baile y empiezo a moverme. Seguro que estoy ridícula, pero sienta tan bien disfrutar de la música y olvidar todo lo demás, como el haber llamado a Britt estando borracha... A media canción noto que hay alguien alto detrás de mí, cerca de mí. Me vuelvo. Es un chico muy mono, con vaqueros oscuros y camiseta blanca. Lleva el pelo muy corto y tiene una bonita sonrisa. No es Britt, pero es que nadie es como Britt. «Deja de pensar en ella», me recuerdo mientras el chico me coge por las caderas y me pregunta al oído: —¿Puedo bailar contigo? —Sí..., claro —contesto. Pero en realidad es el alcohol el que habla. —Eres muy guapa —me dice, me da la vuelta y pone fin a los centímetros que nos separaban. Se pega a mi espalda y cierro los ojos, intentando imaginarme que soy otra persona. Una mujer que baila con desconocidos en un club. El ritmo de la segunda canción es más lento, más sensual, y mis caderas se mueven más despacio. Nos volvemos, estamos cara a cara. Se lleva mi mano a la boca y me acaricia la piel con los labios. Sus ojos encuentran los míos y de repente tengo su lengua en mi boca. Mi corazón grita para que lo aparte y el sabor desconocido casi me produce arcadas. Pero mi cerebro... mi cerebro me dice todo lo contrario: «Bésalo y olvídate de Britt. Bésalo». Así que ignoro el malestar que siento en el estómago. Cierro los ojos y entrelazo la lengua con la suya. He besado a más tíos en tres meses de universidad que en toda mi vida. Las manos del desconocido se deslizan a mi espalda y comienzan a descender. —¿Y si nos vamos a mi casa? —dice cuando nuestras bocas se separan. —¿Qué? —Lo he oído, pero espero que lo que acabo de decir borre su pregunta. —Vayamos a mi casa —repite arrastrando las palabras. —No creo que sea buena idea. —Es una gran idea —repone echándose a reír. Las luces multicolores son como un caleidoscopio en su cara, y hacen que parezca extraño y mucho más amenazador que antes. —¿Qué te hace pensar que voy a ir a tu casa contigo? ¡No te conozco de nada! —grito. —Porque te pongo y te encanta, guarrilla —dice como si fuera evidente y nada ofensivo. Me preparo para cantarle las cuarenta o pegarle un rodillazo en la entrepierna, pero intento calmarme y pararme a pensar. Le he estado restregando el culo y lo he besado. Normal que quiera más. Pero ¿qué demonios me ocurre? Acabo de enrollarme con un desconocido en un club. No es propio de mí. —Lo siento, pero no —digo echando a andar. Cuando regreso junto al grupo, parece que Trevor está a punto de quedarse dormido en el sofá. No puedo evitar sonreír ante su adorabilidad. ¿Esa palabra existe? Oh, creo que he bebido demasiado. Me siento y saco una botella de agua de la cubitera que hay encima de la mesa. —¿Lo has pasado bien? —me pregunta Kimberly. Asiento. —Sí, me lo he pasado genial —digo a pesar de lo ocurrido hace unos minutos. —¿Nos vamos, cielo? Mañana tenemos que madrugar —le dice Christian a Kim. —Sí. Cuando tú quieras —responde ella acariciándole el muslo. Aparto la mirada y noto que me sonrojo. Pincho a Trevor con el dedo. —¿Vienes o prefieres quedarte aquí a dormir? —bromeo. Se echa a reír y se endereza. —Aún no lo he decidido. El sofá es muy cómodo y la música es muy relajante. Christian llama al chófer, que dice que estará en la puerta dentro de cinco minutos. Nos levantamos y bajamos por la escalera de caracol que hay en uno de los laterales del club. En la barra del primer piso, Kimberly pide la última copa y yo me planteo tomarme otra mientras esperamos, pero finalmente decido que ya he bebido bastante. Una más y perderé el conocimiento. O vomitaré. No me apetece ni lo uno ni lo otro. Christian recibe un mensaje de texto y vamos a la salida. Se agradece el aire fresco, aunque no es más que una suave brisa cuando subimos al coche. Son casi las tres de la madrugada cuando regresamos al hotel. Estoy borracha y me muero de hambre. No dejo nada comestible en el minibar, tropiezo con la cama y me quedo tumbada. Ni siquiera me molesto en quitarme los zapatos.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Capítulo 16
Santana
—Caaaallaaa —gruño cuando un molesto ruido me despierta de la mona. Tardo unos segundos en darme cuenta de que no son los gritos de mi madre, sino que están llamando a la puerta a golpes. —¡Ya va, ya va! —grito, y trastabillo mientras voy a abrir. Entonces me paro y miro el reloj: son casi las cuatro de la madrugada. «¿Quién diablos será?» Incluso borracha, empieza a entrarme miedo. ¿Y si es Britt? Han pasado más de tres horas desde que la llamé con un pedo tremendo. Es imposible que me haya localizado. Y ¿qué le digo? No estoy preparada para esto. Cuando vuelven a aporrear la puerta, aparto mis pensamientos y la abro, lista para lo peor. Pero sólo es Trevor. Es una decepción tan grande que hasta me duele el pecho. Me froto los ojos. Estoy tan borracha como antes de acostarme. —Perdona que te haya despertado, pero ¿no tendrás tú mi móvil por casualidad? —pregunta. —¿Eh? —digo, y doy un par de pasos atrás para que pueda entrar. Cierra la puerta y nos rodea la oscuridad salvo por las luces de la ciudad que entran por la ventana. Estoy demasiado borracha para ponerme a buscar el interruptor. —Creo que hemos intercambiado los móviles. Yo tengo el tuyo, y creo que tú has cogido el mío por error. —Abre la mano y me enseña mi teléfono—. Iba a esperar a que se hiciera de día, pero tu móvil no ha parado de sonar. —Ah —me limito a decir. Encuentro mi bolso y lo abro. Lo primero que aparece es el móvil de Trevor. —Perdona... Debo de haberlo cogido sin querer cuando íbamos en el coche —me disculpo y se lo devuelvo. —No pasa nada. Perdona que te haya despertado. Eres la única chica que conozco que está igual de guapa al despertar que... Un golpe tremendo en la puerta le impide acabar la frase, y el estruendo me pone de muy mal humor. —Pero ¡¿qué pasa? ¿Hay una fiesta en mi habitación o qué?! —grito empezando a andar hacia la puerta, lista para echarle la bronca de su vida al empleado del hotel que seguramente ha venido a pedirnos a Trevor y a mí que no hagamos tanto ruido y que, irónicamente, ha hecho mucho más ruido que nosotros. Alargo la mano para abrir cuando los porrazos se intensifican y me quedo petrificada del susto. A continuación, se oye: —¡Santana! ¡Abre la maldita puerta! La voz de Britt retumba en el aire como si nada se interpusiera entre nosotras. Se enciende la luz detrás de mí. Trevor está lívido de terror. Si Britt lo encuentra en mi habitación, esto va a acabar en llanto y crujir de dientes, aunque no haya pasado nada. —Escóndete en el baño —le digo, y él abre unos ojos como platos. —¿Qué? ¡No puedo esconderme en el baño! —exclama. Tiene razón, es una idea absurda. —¡Abre la puta puerta! —vuelve a gritar Britt. Entonces empieza a darle patadas. Sin parar. Miro a Trevor una última vez para intentar memorizar sus hermosos rasgos antes de que Britt le haga una cara nueva. —¡Ya va! —grito, y abro la puerta hasta la mitad. Britt está que echa humo y va todo de negro. Lo recorro de arriba abajo con ojos de borracha. No lleva las botas de siempre, sino unas Converse negras. Nunca lo había visto sin sus botas. Me gustan esos zapatos... Pero me estoy dispersando. Entonces Britt abre la puerta de un empujón, entra a la carga y va derecho a por Trevor. Por fortuna, lo cojo de la camiseta y consigo detenerla. —¡¿Crees que puedes emborracharla y meterte en su habitación?! — le grita mientras intenta soltarse. Sé que no lo está intentando con todas sus fuerzas porque, si así fuera, yo ya tendría el culo en tierra—. He visto cómo encendías la luz por el ojo de la cerradura. ¿Qué estabais haciendo a oscuras? —No estábamos... —empieza a decir Trevor. —¡Britt, para ya! ¡No puedes ir por ahí pegándole a todo el mundo! —grito tirándole de la camiseta. —¡Sí que puedo! —brama. —Trevor, vuelve a tu habitación para que intente hacerla entrar en razón —intervengo—. Perdona que se esté comportando como una cabra loca. Trevor casi se echa a reír por mi elección de palabras, pero se corta con una mirada de Britt. Britt se vuelve hacia mí y Trevor se marcha de mi habitación. —¿Una cabra loca? —¡Sí, porque estás chiflada! ¡No puedes aparecer hecha una energúmeno en mi habitación e intentar darle una paliza a mi amigo! —No debería estar aquí. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué sigues vestida? ¿De dónde coño ha salido ese vestido? —dice recorriéndome de arriba abajo con la mirada. Paso de la oleada de calor que me revuelve el vientre y me concentro en estar indignada. —Ha venido a coger su móvil porque yo se lo había quitado sin querer. Y... ya no me acuerdo de qué más me has preguntado —confieso. —Ya, pues tal vez no deberías haber bebido tanto. —Bebo lo que quiero, cuando quiero, donde quiero y siempre que quiero. Gracias. Pone los ojos en blanco. —Eres como un grano en el culo hasta cuando estás pedo —me espeta, y se deja caer en el sillón. —Y tú eres un grano en el culo... siempre. ¿Quién te ha dicho que puedes sentarte? —resoplo cruzándome de brazos. Ella me mira con sus ojos azules y brillantes. Joder, está tan buena... —No me puedo creer que lo haya pillado en tu habitación. —No me puedo creer que te haya dejado entrar en mi habitación — replico. —¿Te lo has follado? —¿Qué? ¡¿Cómo te atreves a preguntarme eso?! —grito. —Responde a mi pregunta. —No, gilipollas. Por supuesto que no. —¿Ibas a follártelo? ¿Te apetece follártelo? —¡Para el carro, Britt! ¡Estás loca! —exclamo al tiempo que sacudo la cabeza y camino de la cama a la ventana. —Entonces ¿por qué sigues vestida? —¡Eso no tiene sentido! —Pongo los ojos en blanco—. Además, no es asunto tuyo con quién me acuesto o dejo de acostarme. Puede que me haya acostado con él, puede que me haya acostado con otro. —Las comisuras de mis labios amenazan con dibujar una sonrisa, pero me obligo a permanecer muy seria cuando digo lentamente—: Nunca lo sabrás. Mis palabras producen el efecto deseado y a Britt le cambia la cara hasta que parece la de una bestia. —¡¿Qué acabas de decir?! —brama. Ja. Esto es mucho más divertido de lo que creía. Me encanta estar borracha con Britt porque digo las cosas sin pensar, cosas que van en serio, y todo me hace mucha gracia. —Ya me has oído... —replico, y me acerco para plantarme delante de ella—. A lo mejor he dejado que el tipo de la discoteca me llevara al baño. A lo mejor Trevor me lo ha hecho aquí mismo —digo mirando la cama por encima del hombro. —Cállate. Cállate, Santana —me advierte Britt. Pero me echo a reír. Me siento fuerte, segura, y quiero arrancarle la camiseta. —¿Qué te pasa, Britt? ¿No te gusta imaginarme en brazos de Trevor? —No sé si es la ira de Britt, el alcohol, o lo mucho que la echo de menos, pero sin pensarlo dos veces me encaramo en su regazo. Apoyo las rodillas junto a sus muslos. La he pillado por sorpresa y, si no me equivoco, está temblando. —¿Qué... qué estás haciendo..., Santana? —Dime, Britt, ¿te gustaría que Trevor...? —Calla. ¡Deja de decir eso! —me suplica, y lo dejo estar. —Anímate, Britt. Sabes que no lo haría. Le rodeo el cuello con las manos. La nostalgia de estar entre sus brazos me tiene casi sin aliento. —Estás borracha, Santana —dice intentando soltarse. —¿Y?... Te deseo. —Ni yo misma me esperaba decir eso. Decido dejar de pensar, al menos con lógica, y la cojo del pelo. Cómo echaba de menos sentir sus rizos entre mis dedos. —Santana... No sabes lo que haces. Vas muy pedo —me dice. Pero lo dice sin convicción. —Britt..., no le des tantas vueltas. ¿Es que no me echas de menos? —digo contra su cuello, chupándoselo un poco. Mis hormonas han tomado el control, y no sé si alguna vez la he deseado más. —Sí... —sisea, y succiono con más fuerza para asegurarme de que le hago un chupetón—. Santana, no puedo..., por favor. Me niego a parar. Muevo las caderas sobre su entrepierna y gime. —No... —susurra, y sus grandes manos se aferran a mis caderas y las obligan a detenerse. Contrariada, le lanzo una mirada asesina. —Tienes dos opciones: o me follas o te largas. Tú decides. «¿Qué diablos acabo de decir?» —Mañana me odiarás si te toco un solo pelo estando... como estás — dice mirándome a los ojos. —Ya te odio ahora —espeto, y Britt hace una mueca al oírlo—. Más o menos —añado con más dulzura de la que debería. Me suelta las caderas hasta que puedo volver a moverlas. —¿No podemos hablar primero? —No, y deja de ser tan plomo —gruño restregándome contra su pierna. —No podemos hacerlo... Así, no. ¿Desde cuándo tiene sentido de la moralidad? —Sé que quieres hacerlo, Britt. Noto como te has puesto — le susurro al oído. No me puedo creer las guarradas que brotan de mi boca de borracha, pero la de Britt es rosa y tiene las pupilas tan dilatadas que sus ojos parecen casi negros. —Ven —le susurro mordisqueándole el lóbulo de la oreja—, ¿no te apetece follarme encima del escritorio? ¿O mejor en la cama? Las posibilidades son infinitas... —Joder... Está bien. A la mierda todo —dice, y me coge del pelo y atrae mi boca hacia la suya. En cuanto nuestros labios se tocan, mi cuerpo entra en ignición. Gimo y ella me recompensa con un gemido similar. Enrosco los dedos en su pelo y tiro con fuerza, incapaz de controlarme, incapaz de controlar las ganas que le tengo. Sé que se está conteniendo y eso me vuelve loca. Le suelto el pelo y cojo el bajo de su camiseta negra, tiro de la tela y se la quito por la cabeza. Nuestros labios se separan un segundo y Britt echa la cabeza atrás. —Santana... —suplica. —Britt —respondo recorriendo sus tatuajes con los dedos. Echaba de menos cómo sus músculos se tensan bajo la piel, cómo los intrincados remolinos de tinta negra le decoran el cuerpo perfecto. —No puedo aprovecharme de ti —dice, pero entonces gime y le lamo el labio inferior con la lengua. Tengo que reírme. —Será mejor que te calles. Mi mano desciende hasta su entrepierna. Sé que no puede resistirse a mí, cosa que me complace más de lo que debería. Nunca pensé que alguna vez sería yo la que tendría todo el control estando con ella. Es curioso cómo se vuelven las tornas. Está tan tan excitada... Me bajo de su regazo y busco la cremallera.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
santana me saca de mis casillas, espero que al dia siguiente no se ponga en plan de doncella mancillada o atravesare esta pantalla y la ahorcare con mis propias manos!!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
le alcohol a veces hace maravillaras o cagadones padres,...es mas que obvio que ninguna en sus 5 sentidos o no puede estar alejada de la ora!!
a ver como reacciona san cuando se despierte! tienen que hablar eso es seguro,...
a ver como reacciona san cuando se despierte! tienen que hablar eso es seguro,...
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
hola, nueva lectora y no puedo esperar a la proxima actualizacion XD
keeyras* - Mensajes : 5
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Pues igual espero que San no se arrepienta, porque tampoco estaría padre para Britt .....
Y bueno me encanto que Britt llegó por San jajajaja todo por celosa y protectora :3 ... El pobre de Trevor de salvo de que le Desfigurarán su rostro jajajaja
Haber que pasa cuando se entere Britt de que Ssn beso a otro, se va a volver loca....
Espero que lo que va a pasar entre ellas sea un paso para arreglar las cosas, porque es obvio que se quieren y que no pueden estar separadas !!
Y bueno me encanto que Britt llegó por San jajajaja todo por celosa y protectora :3 ... El pobre de Trevor de salvo de que le Desfigurarán su rostro jajajaja
Haber que pasa cuando se entere Britt de que Ssn beso a otro, se va a volver loca....
Espero que lo que va a pasar entre ellas sea un paso para arreglar las cosas, porque es obvio que se quieren y que no pueden estar separadas !!
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Capítulo 17
Brittany
La cabeza me da vueltas y sé que está mal, pero no puedo evitarlo. La deseo, la necesito. Me muero por ella. Tiene que ser mía y me ha dado un ultimátum: o me la follo, o me largo. Si ésas son mis opciones, no pienso largarme. Lo que está saliendo por esa boca suena tan raro..., tan impropio de ella. Pero me pone muchísimo. Sus pequeñas manos intentan bajarme la cremallera de los vaqueros. Meneo la cabeza cuando el cinturón me cae por los tobillos. No puedo pensar con claridad. No puedo razonar. Estoy borracha y loca por esta mujer dulce y, en este momento salvaje, a la que quiero más de lo que puedo soportar. —Espera... —repito. No deseo que pare, pero mi lado bueno quiere oponer un mínimo de resistencia para no sentirse tan culpable. —No..., no espero. Ya he esperado bastante —dice con voz suave y seductora mientras me baja las bragas y me coge con la mano. —Joder, Santana... —Ése es el plan: joder, Santana. No puedo detenerla. Ni aunque quisiera. Lo necesita, me necesita. Y, borracha o no, soy lo bastante egoísta para aceptar si éste es el único modo en que puedo conseguir que me quiera. Se arrodilla y me lo esta haciendo con su sexy boca. Cuando bajo la vista, me mira y pestañea. Joder, parece un ángel y un demonio a la vez, tan dulce y tan guarra mientras me vuelve loca con la boca, arriba y abajo y trazando círculos. Hace una pausa, se detiene da veces a mi coño y me pregunta con una sonrisa: —¿Te gusto así? Casi me corro sólo de oírla. Asiento, incapaz de hablar, y me chupa de nuevo con mas fuerza todo con su preciosa boca. No quiero que pare pero necesito tocarla. Sentirla. —Para —le suplico, y le pongo la mano en el hombro para echarla atrás. Niega con la cabeza y me tortura usando su lengua a velocidad de vértigo—. Santana..., por favor —jadeo, pero la noto reír, una vibración profunda que me atraviesa hasta que, por fortuna, para justo cuando estoy a punto de correrme en su boca. Sonríe y se limpia los labios hinchados con el dorso de la mano. —Es que sabes muy bien —dice. —Joder, ¿desde cuándo tienes una boca tan sucia? —le pregunto cuando se levanta del suelo. —No lo sé... Siempre pienso estas cosas, sólo es que nunca tengo los cojones de decirlas —responde acercándose a la cama. Casi me echo a reír a carcajadas al oírla decir «cojones». No es propio de Santana, pero esta noche manda ella y lo sabe. Sé que está disfrutando de tenerme a su merced. Ese vestido basta para hacer perder la razón a cualquiera. La tela abraza todas sus curvas, cada movimiento de su piel perfecta. Nunca he visto nada más sexi. Hasta que se lo quita por la cabeza y me lo tira juguetona. Creo que se me van a salir los ojos de las órbitas; tiene un cuerpo perfecto. El encaje blanco del sujetador apenas puede contener sus senos plenos, y lleva enrollado uno de los laterales de la braguita de encaje, dejando expuesta la suave piel entre la cadera y el pubis. Le encanta que la bese ahí, aunque sé que se avergüenza de las finas líneas blancas, casi transparentes de su piel. No sé por qué; para mí es perfecta. Con o sin marcas. —Te toca. —Sonríe, y se deja caer en la cama. He soñado con esto desde el día en que me dejó. No creía que fuera a llegar y aquí estamos. Sé que necesito prestar atención a cada detalle porque es probable que no vuelva a suceder. Al parecer, lo pienso demasiado porque levanta la cabeza y me mira con una ceja enarcada. —¿Voy a tener que empezar yo sola? —me pincha. «Joder, es insaciable.» En vez de contestarle, me acerco a la cama, me siento junto a sus piernas y ella comienza a dar tirones con impaciencia a las bragas. Le aparto las manos y se las bajo. —Te he echado mucho de menos —digo, pero ella sólo me coge del pelo y me hunde la cabeza ahí abajo, donde me quiere. Me resisto un poco pero al final cedo y la acaricio con los labios. Gime y se arquea cuando le dedico todas las atenciones de mi lengua a su punto más sensible. Sé lo mucho que le gusta. Recuerdo que la primera vez que se lo toqué me preguntó qué era eso. Su inocencia me excitaba mucho. Me sigue excitando muchísimo. —Así, Britt... —gime. Lo echaba de menos. Normalmente haría algún comentario sobre lo mojada que está, pero no encuentro las palabras. Me consumen sus gemidos y el modo en que se agarra a la sábana por el placer que le estoy dando. Le meto un dedo, lo deslizo dentro y fuera y ella arquea la espalda. —Más, Britt. Más, por favor —me suplica, y le doy lo que quiere. Curvo dos dedos dentro de ella antes de sacarlos y regalarle mi lengua. Se le tensan las piernas, como pasa siempre que está a punto. Me aparto para observar las caricias de mis dedos, que se mueven cada vez más veloces de un lado a otro. Grita. Grita mi nombre mientras se corre en mis dedos. La miro memorizando cada detalle, los ojos cerrados, sus labios entreabiertos, su pecho que sube y baja y el rubor sonrosado que cubre sus mejillas durante el orgasmo. La quiero. Joder, cuánto la quiero. No puedo evitar meterme los dedos en la boca cuando ha terminado. Sabe a gloria, y espero poder recordarlo cuando me deje otra vez. El subir y bajar de su pecho me distrae hasta que abre los ojos. Tiene una sonrisa de oreja a oreja en su preciosa cara y no puedo evitar sonreír cuando me indica con el dedo que me acerque. —¿sigues encendida? —me pregunta mientras me tumbo encima de ella. —Sí... —digo. La sonrisa desaparece y frunce el ceño. Espero que no saque conclusiones equivocadas—. Es la costumbre —admito con sinceridad. —Me da igual —masculla mirando mis vaqueros tirados en el suelo.—¿Estás segura? —le pregunto por enésima vez. —Sí. Y si vuelves a preguntármelo me iré a la habitación de Trevor —ladra. Bajo la vista. Esta noche no tiene ningún pudor, pero no me la puedo imaginar con nadie más, sólo conmigo. Tal vez porque creo que eso me mataría. Se me acelera el pulso cuando me la imagino con el falso ese de Sam. La sangre me hierve en las venas y me pongo de mal humor. —Como quieras. Estoy segura de que le encantará... —empieza a decir, pero le tapo la boca con la mano para hacerla callar. —No te atrevas a acabar la frase —amenazo, y noto cómo sus labios dibujan una sonrisa bajo mis dedos. Sé que esto es muy mal rollo, y que me provoque así, y tirármela estando borracha, pero no parece que ninguno de las dos podamos evitarlo. No puedo negarme cuando sé que soy lo que quiere y que cabe la posibilidad..., la remota posibilidad de que recuerde lo que tenemos juntas y me dé otra oportunidad. Le quito la mano de la boca. Se encarama a mi regazo. —Quiero hacerlo así primero —insiste cogiéndome. Dejo escapar un suspiro de placer y de derrota y ella empieza a mover las caderas contra las mías. Traza círculos lentos; es el ritmo más delicioso del mundo. Su cuerpo, su boca carnosa y perfecta..., esto es hipnótico y tremendamente sexi. Sé que no voy a durar mucho, llevo demasiado sin hacerlo. Últimamente lo único que he hecho ha sido cascármela yo sola imaginándome que estaba con ella. —Háblame, Britt, háblame como antes —gimotea rodeándome el cuello con los brazos y atrayéndome hacia sí. Odio el modo en que dice «como antes», como si fuera hace cien años. Me incorporo un poco sobre la cama para seguir sus movimientos y pegarle la boca al oído. —Te gusta que te diga guarradas, ¿verdad? —susurro, y Santana gime —. Contéstame —digo, y asiente con la cabeza—. Lo sabía. Intentas parecer una ingenua pero yo te conozco bien. —Le muerdo el cuello. Mi autocontrol ha desaparecido y chupo con fuerza para dejarle marca. Para que el puto Trevor la vea. Para que todos la vean. —Sabes que soy la única que puede hacerte sentir así... Sabes que nadie más puede hacerte gritar como yo... Nadie más sabe exactamente cómo tocarte —digo bajando la mano y frotando con los dedos el punto en el que se unen nuestros cuerpos. Está empapada y mis dedos se deslizan con facilidad gracias a la humedad. —¡Sí, sí! —ronronea. —Dilo, Santana. Di que soy la única. Le acaricio el clítoris en pequeños círculos y la embisto con las caderas sin que ella deje de moverse. —Lo eres. —Los ojos le van a llegar a la coronilla. Está perdida en la pasión que siente por mí y yo estoy a punto de unirme a ella. —¿Qué soy? Necesito que lo diga, aunque sea mentira. La quiero con tal desesperación que me da miedo. La cojo de las caderas y con un movimiento rápido la tumbo de espaldas sobre la cama y me pongo encima de ella. Grita cuando entro y salgo de su cuerpo con más fuerza que nunca. Le meto los otros dedos en la boca. Quiero que me sienta. Que me sienta del todo y que me quiera tanto como yo a ella. Es mía y yo soy suya. El sudor brilla en su piel suave y está para comérsela. Sus senos suben y bajan con cada embestida y echa la cabeza atrás. —Eres la única..., Britt..., la única... —dice, y se muerde el labio. Se lleva las manos a la cara y luego me coge la mía. Observo cómo se corre debajo de mí... y es muy hermoso. Tiene una forma de olvidarse de todo que es más que perfecta. Sus palabras son todo cuanto necesito para acabar, y entonces ella me clava las uñas en la espalda. Se agradece el dolor, me encanta la pasión que hay entre nosotras. Me incorporo y la levanto conmigo. La siento en mi regazo para que pueda montarme otra vez. La abrazo y su cabeza cae sobre mis hombros mientras levanto las caderas fuera de la cama. Mis dedos entran y salen de su interior a buen ritmo mientras me corro rugiendo su nombre. Me tumbo sin soltarla y suspira cuando le acaricio la frente con los dedos y le aparto el pelo empapado de la cara. Su pecho sube y baja, sube y baja, y me reconforta. —Te quiero —le digo, e intento mirarla pero vuelve la cabeza y me tapa la boca con un dedo. —Calla... —No, no me callo... —Ruedo hacia un lado y añado en voz baja—: Tenemos que hablar. —A dormir... Tengo que levantarme dentro de tres horas... A dormir... —musita rodeándome la cintura con el brazo. Que me abrace me hace sentir mejor que el polvo que acabamos de echar, y la idea de dormir en la misma cama que ella es una gozada, ha pasado demasiado tiempo. —Vale —digo, y le doy un beso en la frente. Hace una mueca pero sé que está demasiado cansada para resistirse. —Te quiero —le repito, pero cuando no dice nada más me tranquilizo pensando que ya debe de haberse dormido. Nuestra relación, o lo que sea esto, ha cambiado por completo en una sola noche. De repente me he convertido en lo que más miedo me daba ser, y ella me controla a su antojo. Podría hacerme la mujer más feliz sobre la faz de la Tierra o podría hundirme en la miseria con una sola palabra.
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Capítulo 18
Santana
La alarma de mi móvil irrumpe en mi sueño como un pingüino bailarín. Literalmente, porque mi subconsciente traduce el sonido en la imagen de un pingüino que baila. Sin embargo, la placentera fantasía no dura mucho. Me despierto y de inmediato empieza a dolerme la cabeza. Cuando intento sentarme, algo me lo impide... O alguien. «Ay, no.» Recuerdo a un tío que daba grima. Me entra el pánico y abro los ojos de sopetón... Pero lo que veo es la piel tatuada de Britt encima de mí. Tiene la cabeza sobre mi estómago y me rodea con un brazo. «Mierda.» Intento hacerla a un lado sin despertarla, pero ella gime y abre los ojos muy despacio. Los cierra otra vez, se levanta y desenreda nuestras piernas. Salto de la cama y, cuando vuelve a abrirlos, no dice nada, sólo me observa como si estuviera viendo a un depredador. La imagen de Britt penetrándome sin cesar y gritando mi nombre se repite en mi mente una y otra vez. «Pero ¿en qué demonios estaba pensando?» Quiero decir algo, pero la verdad es que no se me ocurre nada. Por dentro me estoy poniendo mala, me va a dar un ataque. Como si supiera lo que pasa por mi mente, salta de la cama, sábana en mano, y se cubre el cuerpo desnudo. Ay, por favor. Se sienta en una silla y me mira y me doy cuenta de que sólo llevo puesto el sujetador. Cierro las piernas y vuelvo a sentarme en la cama. —Di algo —me pide. —Yo... No sé qué decir —confieso. No me puedo creer que haya pasado. No puedo creer que Britt esté aquí, en mi cama, desnuda. —Lo siento —dice, y deja caer la cabeza entre las manos. Me va a explotar el cerebro por las cantidades ingentes de alcohol que tomé ayer y por haberme acostado con Britt. —Más te vale —mascullo. Se tira del pelo. —Fuiste tú quien me llamó. —Pero no te dije que vinieras —replico. No sé qué voy a hacer. No he decidido aún si quiero pelearme con ella, echarla a patadas o intentar resolverlo como una adulta. Me levanto y me voy al baño. Su voz me acompaña. —Estabas borracha y pensé que te encontrabas en apuros o algo así y Trevor estaba aquí. Abro el grifo de la ducha y me miro al espejo. Llevo un chupetón encarnado en el cuello. Me toco la marca y recuerdo la lengua de Britt sobre mi piel. Debo de estar un poco ebria todavía porque no consigo pensar con claridad. Creía que lo estaba superando y resulta que tengo a la cabrona que me rompió el corazón en mi habitación y un chupetón enorme en el cuello, igual que una adolescente indomable. —¿Santana? —dice entrando en el baño. Me meto en la ducha. Permanezco en silencio mientras el agua caliente limpia mis pecados. —¿Estás...? —Se le quiebra la voz—. ¿Estás bien después de lo que pasó anoche? ¿Por qué está tan raro? Me esperaba una sonrisa de superioridad y como mínimo cinco «de nada» en cuanto abriera los ojos. —No... No lo sé. No, no estoy bien —le digo. —¿Me odias... más que antes? Parece tan vulnerable que me da un vuelco el corazón pero necesito plantarme. Esto es un desastre: empezaba a olvidarlo. «No te lo crees ni tú», se mofa mi subconsciente, pero paso de él. —No, más o menos igual que antes —contesto. —Ah. Me aclaro el pelo una última vez y rezo para que el agua de la ducha me rehidrate y me libre de la resaca. —No era mi intención aprovecharme de ti, te lo juro —dice cuando cierro el grifo. Cojo una toalla del pequeño estante y me envuelvo con ella. Está apoyada en el marco de la puerta y lo único que lleva puesto son las bragas. Tiene el pecho y el cuello cubiertos de marcas rojas. No pienso volver a beber. —Santana, sé que debes de estar enfadada, pero tenemos mucho de que hablar. —No, no hay nada que hablar. Estaba borracha y te llamé. Viniste y nos acostamos. ¿Qué hay que hablar? —Intento mantener la calma, no quiero que sepa lo mucho que me afecta. Lo mucho que me afectó lo de anoche. Entonces veo que tiene los nudillos en carne viva. —¿Qué te ha pasado en las manos? ¡Joder, Britt! ¡¿No me digas que le has partido la cara a Trevor?! —grito, y hago una mueca por el terrible dolor de cabeza que tengo. —¿Qué? ¡No! —exclama levantando las manos para defenderse. —Entonces ¿a quién? Menea la cabeza. —Lo mismo da. Tenemos cosas más importantes de las que hablar. —No, no tenemos nada que hablar. No ha cambiado nada. Abro el estuche de maquillaje y saco el corrector. Me lo aplico generosamente en el cuello mientras Britt sigue de pie detrás de mí, en silencio. —Ha sido un error. No debería haberte llamado —digo al cabo de un rato, enfadada porque ni con tres capas de corrector consigo disimular el chupetón. —No ha sido un error. Está claro que me echas de menos. Por eso me llamaste. —¿Qué? No. Te llamé por... por accidente. No era mi intención. —Mentira. Me conoce demasiado bien. —¿Sabes qué? No importa por qué te llamé —salto—. No deberías haber venido. Cojo el delineador de ojos y empiezo a pintarme una raya bastante gruesa. —Pues yo digo que tenía que venir. Estabas borracha y cualquiera sabe lo que podría haber pasado. —¿Como, por ejemplo, que me acostara con quien no debía? Se le encienden las mejillas. Sé que estoy siendo un poco borde, pero debería haber sabido que no tenía que acostarse conmigo estando tan borracha. Me paso el cepillo por el pelo húmedo. —No me dejaste otra opción, haz memoria —replica tan borde como yo. Me acuerdo. Recuerdo que salté encima de ella y empecé a restregarme contra su entrepierna. Recuerdo que le dije que o se acostaba conmigo o se iba. Recuerdo que me dijo que no y me pidió que parase. Me siento muy humillada y horrorizada por mi comportamiento pero, lo peor de todo, es que me recuerda a la primera vez que la besé, cuando me acusó de haberme lanzado a sus brazos. La rabia bulle en mi interior y tiro el cepillo contra el mueble del baño. —¡No te atrevas a culparme a mí! ¡Podrías haber dicho que no! —le grito. —¡Te dije que no! ¡Varias veces! —me contesta a gritos. —¡No era consciente de lo que hacía y lo sabes! No es del todo cierto. Sabía lo que quería, sólo que no estoy dispuesta a admitirlo. Sin embargo, empieza a repetirme las guarradas que le dije anoche: —«¡Es que sabes muy bien!» «¡Háblame como antes!» «¡Eres la única, Britt!»... Me está sacando de mis casillas. —¡Fuera de aquí! ¡Largo! —le grito, y cojo el móvil para ver la hora. —Anoche no querías que me marchara —replica con toda la crueldad del mundo. Me vuelvo para mirarla. —Me iba muy bien antes de que llegaras. Tenía aquí a Trevor —digo porque sé lo mal que le va a sentar. Pero entonces me sorprende echándose a reír. —Por favor... Las dos sabemos que con Trevor no tienes ni para empezar. Me deseabas a mí y sólo a mí. Y todavía me deseas —se mofa. —¡Estaba borracha, Britt! ¿Para qué te quiero a ti teniéndolo a él? —le suelto, pero me arrepiento al instante de haberlo dicho. Le brillan los ojos, no sé si porque le he hecho daño o porque se ha puesto celosa, y doy un paso hacia ella. —No —dice extendiendo los brazos para que no me acerque—. ¿Sabes qué? Me parece perfecto. ¡Eres toda suya! No sé por qué coño he venido. ¡Debería haber sabido que ibas a portarte así! Intento bajar la voz antes de que alguien llame para quejarse, pero no sé si lo consigo: —¿Me tomas el pelo? Te plantas aquí, te aprovechas de mí y ¿encima tienes el valor de insultarme? —¿Que me aproveché de ti? ¡Tú te aprovechaste de mí, Santana! Sabes que no sé decirte que no, ¡y no parabas de insistir! Sé que tiene razón, pero estoy cabreada y me siento humillada por mi comportamiento agresivo de anoche. —Da igual quién se aprovechara de quién. Lo único que importa es que te vayas y no vuelvas a acercarte a mí —sentencio, luego enciendo el secador para no oír su respuesta. A los pocos segundos arranca el cable del enchufe de un tirón; un poco más y se lleva hasta el marco. —Pero ¡¿a ti qué coño te pasa?! —le grito enchufando el secador de nuevo—. ¡Podrías haberlo roto! Britt es capaz de hacerle perder la paciencia a un santo. «¿Cómo se me ocurrió llamarla?» —No voy a marcharme hasta que hayamos hablado —resopla. Ignoro el dolor que siento en el pecho. —Ya te lo he dicho: no tenemos nada de que hablar. Me has hecho daño y no puedo perdonártelo. Fin de la cuestión. Por mucho que intente luchar contra mis sentimientos, en el fondo sé que me encanta que haya venido. Aunque estemos gritándonos y peleándonos, la he echado mucho de menos. —Ni siquiera has intentado perdonarme —dice en un tono mucho más dulce. —Lo he intentado. He intentado superarlo, pero no puedo. No sé si todo esto es parte de tu juego. No sé si volverás a hacerme daño. Enchufo las tenacillas y suspiro. —Tengo que terminar de arreglarme. Desaparece cuando vuelvo a poner en marcha el secador. Una pequeña parte de mí espera encontrarla sentada en la cama cuando salga del baño, la muy idiota. No es mi parte racional. Es la chica ingenua y tonta que se enamoró de una chica que es todo lo contrario de lo que ella necesita. Una relación entre Britt y yo nunca funcionará, lo sé. Me gustaría que ella también lo supiera. Me rizo el pelo y termino de peinarme de tal modo que éste me tapa el chupetón que me ha hecho en el cuello. Cuando salgo del baño a preparar lo que voy a ponerme, Britt está sentada en la cama y la chica tonta se alegra un poco. Saco un sujetador rojo y unas bragas de la maleta y me las pongo sin quitarme la toalla. Cuando la dejo caer, Britt ahoga un grito e intenta disimularlo tosiendo. Saco el vestido blanco del armario y noto que un hilo invisible nos une, pero me resisto y me meto el vestido por la cabeza. Me siento muy cómoda con ella aquí, teniendo en cuenta la situación. ¿Por qué tiene que ser todo tan confuso y agotador? ¿Por qué tiene que ser tan complicado? Y, lo más importante, ¿por qué no puedo olvidarla y seguir con mi vida? —Deberías irte —digo en voz baja. —¿Necesitas ayuda? —pregunta cuando ve que me cuesta subirme la cremallera del vestido. —No... Puedo sola. —Espera. Se levanta y se acerca a mí. Caminamos sobre la fina línea que separa el amor del odio, la tempestad de la calma. Me resulta extraño y embriagador. Me levanto el pelo y Britt se toma su tiempo para subirme la cremallera del vestido. Se me acelera el pulso y me echo una bronca mental por haber permitido que me ayude. —¿Cómo conseguiste encontrarme? —inquiero en cuanto la pregunta se me pasa por la cabeza. Se encoge de hombros como si no me hubiera seguido desde la otra punta del estado. —Llamé a Vance. —¿Te dio mi número de habitación? —No me gusta nada la idea. —No, me la dio el recepcionista. —Sonríe orgullosa de sí misma—. Puedo ser muy persuasiva. El hecho de que haya sido cosa del hotel no hace que me sienta mejor. —No podemos seguir así..., ya sabes, contigo bromeando y actuando como si fuéramos amigas —digo subiéndome a los zapatos negros de tacón. Ella coge sus vaqueros y empieza a ponérselos. —¿Por qué no? —Porque no nos hace ningún bien estar en la misma habitación. Sonríe y aparecen sus pecas malvadas. —Sabes que eso no es verdad —dice poniéndose la camiseta con absoluta tranquilidad. —Lo es. —No. —¿Quieres dejarlo estar? —le suplico. —No lo dices en serio, y lo sé. Sabías muy bien lo que te hacías cuando dejaste que me quedara anoche. —No, no lo sabía —protesto—. Estaba borracha. Anoche no sabía lo que me hacía, ni cuando besé a aquel tío ni cuando te abrí la puerta. Cierro la boca al instante. Espero no haberlo dicho en voz alta. No obstante, por el modo en que Britt abre los ojos y aprieta los dientes, sé que me ha oído. Mi dolor de cabeza se multiplica por diez y me entran ganas de darme de bofetadas. —¡¿Qué... qué acabas de decir?! —brama. —Nada..., yo... —¿Besaste a un tío? ¿A quién? —pregunta con la voz rota como si acabara de correr un maratón. —A un tío en el club —confieso. —¿Va en serio? —jadea. Asiento y explota—: Pero ¿qué...? Pero ¿qué coño te pasa, Santana? ¿Besaste a un tío en un puñetero club y a continuación te acostaste conmigo? Pero ¿tú quién eres? Se pasa las manos por la cara. Si lo conozco tan bien como creo, está a punto de romper algo. —Sucedió y ya está, y te recuerdo que tú y yo no estamos juntas. — Intento defenderme, pero sé que lo único que consigo es empeorarlo. —Joder... Eres increíble. ¡Mi Santana jamás habría besado a un puto desconocido en un club! —ladra. —No soy tu Santana —le informo. Menea la cabeza una y otra vez. Al final me mira a los ojos y escupe: —¿Sabes una cosa? Tienes razón. Y, sólo para que lo sepas, mientras tú te estabas besuqueando con ese pavo, yo me estaba follando a Kitty.
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Capítulo 19
Santana
«Me estaba follando a Kitty.» «Me estaba follando a Kitty.» «Me estaba follando a Kitty.» «Me estaba follando a Kitty.» «Me estaba follando a Kitty.» «Me estaba follando a Kitty.» «Me estaba follando a Kitty.» «Me estaba follando a Kitty.» «Me estaba follando a Kitty.» «Me estaba follando a Kitty.» «Me estaba follando a Kitty.» «Me estaba follando a Kitty.» Las palabras de Britt resuenan en mi cabeza mucho después de que haya salido para siempre de mi vida con un portazo. Intento tranquilizarme antes de bajar a reunirme con los demás. Debería haber sabido que estaba jugando conmigo, que seguía liándose con ese putón. Seguro que ha estado acostándose con ella todo el tiempo que hemos estado «saliendo» juntas. ¿Cómo puedo ser tan tonta? Anoche estuve a punto de creerlo cuando me dijo que me quería. Pensaba: «¿Por qué, si no, ha venido en coche hasta Seattle?». Pero la verdadera razón es ésta: porque es Britt y hace ese tipo de cosas para marearme. Siempre las ha hecho y siempre las hará. Me confunde lo culpable que me siento por haberle soltado que besé a un tipo y por haberla culpado a ella de lo sucedido anoche, cuando sé perfectamente que yo quería que pasara tanto como ella. Sólo es que no quiero admitirlo, ni ante ella, ni a mí misma. Se me revuelve el estómago al imaginármela con Kitty. Si no como pronto, voy a devolver. No sólo por la resaca, sino también por la confesión de Britt. Tenía que ser con Kitty... La detesto. La estoy viendo, con su sonrisa de superioridad, disfrutando al saber el daño que me hace que vuelva a acostarse con ella. Esos pensamientos funestos me acosan como buitres hasta que detengo el ataque de nervios justo al borde del abismo, me limpio los lagrimales con un pañuelo de papel y cojo el bolso. En el ascensor estoy a punto de derrumbarme de nuevo, pero para cuando llego a la planta baja ya he recuperado el control. —¡Santana! —me llama Trevor desde la otra punta del vestíbulo—. Buenos días —dice acercándome una taza de café. —Gracias, Trevor. Te pido disculpas por el comportamiento de Britt anoche —empiezo a decir. —No pasa nada, de verdad. Esa chica es un poco... ¿intensa? Casi me echo a reír, pero la sola idea me da náuseas. —Sí... Eso..., intensa —mascullo, y le doy un sorbo al café. Mira el móvil y se lo guarda otra vez en el bolsillo. —Kimberly y Christian bajarán dentro de unos minutos. —Sonríe—. ¿Britt sigue aquí? —No, y tampoco va a volver —replico tratando de fingir que no me importa—. ¿Has dormido bien? —pregunto para cambiar de tema. —Sí, pero estaba preocupado por ti. Su mirada se posa en mi cuello y me recoloco el pelo por si se me ve el chupetón. —¿Y eso? —digo. —¿Puedo preguntarte algo? No quiero que te siente mal ni nada... — lo dice con tono cauto y eso me pone un poco nerviosa. —Sí..., adelante. —¿Alguna vez... alguna vez te ha hecho daño Britt? —me suelta entonces mirando al suelo. —¿Qué? Discutimos constantemente, así que, sí, me hace daño a todas horas —le contesto. Luego le doy otro sorbo a la deliciosa taza de café. Trevor me mira con ojos de cordero. —Me refiero a físicamente —musita. Ladeo la cabeza para poder verlo bien. ¿Me está preguntando si Britt me ha pegado alguna vez? Me quiero morir. —¡No! —exclamo—. Por supuesto que no. Ella nunca haría algo así. Por su mirada, sé que no era su intención ofenderme. —Perdona... Es sólo que parece muy violenta y siempre está enfadada. —Britt está enfadada con el mundo y a veces se pone violenta, pero nunca, jamás, me pondría la mano encima. Resulta raro, pero Trevor me está cabreando por acusar a Britt de una cosa así. Él no la conoce... Aunque, por lo visto, yo tampoco. Permanecemos de pie varios minutos en silencio y le doy vueltas al asunto hasta que veo el pelo rubio de Kimberly acercándose a nosotros. —Perdóname, de verdad. Sólo es que creo que te mereces que te traten mucho mejor —añade Trevor en voz baja antes de que los demás se unan a nosotros. —Me encuentro fatal. Peor que fatal —gruñe Kimberly. —Yo también. La cabeza me va a explotar —comparto con ella mientras recorremos el largo pasillo que conduce a la sala de congresos. —Sí, pero tú tienes un aspecto magnífico y yo todavía llevo pegadas las legañas —añade. —Estás preciosa —le dice Christian, y la besa en la frente. —Gracias, cariño, pero tú no eres objetivo. —Kimberly se ríe y a continuación se masajea las sienes. —Parece que esta noche no vamos a salir —interviene Trevor con una sonrisa. Todo el mundo está de acuerdo con él. Llegamos al congreso y voy directa a la mesa del desayuno a coger un cuenco de cereales. Como más deprisa de lo que debería y no puedo dejar de pensar en lo que dijo Britt. Me habría gustado poder besarla una vez más... No, no, mal. Se ve que todavía estoy borracha. Los seminarios se suceden con rapidez, y aunque Kimberly gruñe porque el volumen del micrófono del orador principal está demasiado alto, a mediodía mi dolor de cabeza ya casi ha desaparecido. Mediodía. Britt ya debe de haber llegado a casa. Seguro que está con Kitty. Seguro que se ha ido directamente a buscarla sólo para fastidiarme. ¿Se habrán acostado ya en nuestro antiguo dormitorio? ¿En la cama que era para nosotras? Recuerdo sus caricias y cómo gemía mi nombre anoche, y de repente el cuerpo de Kitty sustituye al mío. Lo único que veo es a Britt con Kitty. A Kitty con Britt. —¿Me has oído? —pregunta Trevor sentándose a mi lado. Sonrío para disculparme. —Perdona, tenía la cabeza en otra parte. —Como esta noche nadie quiere salir, me preguntaba si te gustaría cenar conmigo. —Miro sus relucientes ojos azules y, como tardo en responder, tartamudea—: Si no te apetece..., no pasa nada. —La verdad es que me encantaría —le digo. —¿De verdad? —Por fin respira. Se nota que pensaba que lo iba a rechazar, y más después del modo en que Britt se comportó con él anoche. Durante las siguientes cuatro horas de charlas y conferencias, dejo que mi corazón disfrute sabiendo que Trevor aún quiere salir conmigo después de que la energúmena de mi ex lo haya amenazado. —Qué bien que por fin ha terminado. Necesito dormir —gruñe Kimberly mientras subimos al ascensor. —Parece que te estás haciendo mayor —se burla Christian, y ella pone los ojos en blanco y apoya la cabeza en su hombro. —Santana, mañana por la mañana, mientras ellos están reunidos, nosotras nos iremos de compras —dice antes de cerrar los ojos. Por mí, perfecto. Igual que una cena tranquila en Seattle con Trevor. De hecho, suena de maravilla después de mi noche salvaje con Britt. No me está gustando mi comportamiento este fin de semana: he besado a un desconocido y prácticamente obligué a Britt a que se acostara conmigo. Y ahora me voy a cenar con otro tío. No obstante, este último es el menos malo de todos, y sé que no habrá sexo con él. «Puede que tú no tengas sexo, pero seguro que Britt y Kitty...», empieza a decir mi subconsciente. Qué pesado, ya me está tocando las narices. Al llegar a la puerta de mi habitación, Trevor se detiene y dice: —Pasaré a recogerte a las seis y media, si te parece bien. Le sonrío, asiento y entro en la escena del crimen. Iba a intentar echarme una siesta antes de salir a cenar con él, pero termino dándome otra ducha. Me siento sucia después de todo lo que ocurrió anoche y necesito quitarme el olor de Britt de la piel. Hace dos semanas estaba segura de que el día de hoy iba a ser muy distinto. Britt y yo estaríamos haciendo las maletas para ir a visitar a su madre a Londres por Navidad. Ahora ni siquiera tengo dónde vivir, lo que me recuerda que debo devolverle las llamadas a mi madre. Anoche me telefoneó mil veces. Salgo de la ducha, empiezo a maquillarme y marco su número. —Hola, Santana —responde cortante. —Perdona que no pudiera llamarte anoche. Estoy en Seattle, en el congreso de edición, y ayer estuvimos cenando hasta tarde con unos clientes. —Anda, mira qué bien. ¿Está Britt ahí? —pregunta. Ésa no me la esperaba. —No... ¿Por qué lo dices? —contesto haciéndome la loca. —Porque me llamó anoche intentando averiguar dónde estabas. No me gusta que le hayas dado mi número. Sabes lo que opino de ella, Santana. —Yo no le he dado el número... —Creía que habíais roto —me corta. —Hemos roto. Yo rompí con ella. Será que necesita preguntarme algo sobre el apartamento o algo parecido —miento. Debía de estar muy desesperada para llamar a casa de mi madre. Me alegro, pero también me duele. —Ya que lo mencionas, no vamos a poder encontrarte habitación en una residencia hasta pasadas las vacaciones de Navidad. Como no tienes que ir a trabajar y tampoco habrá clases, puedes quedarte aquí hasta entonces. —Ah... Vale. No quiero pasar las vacaciones de Navidad con mi madre, pero ¿acaso tengo elección? —Te veo el lunes. Y, Santana, si sabes lo que te conviene, procura no acercarte a esa chica —dice antes de colgar. Una semana en casa de mi madre. El infierno. No sé cómo he podido vivir allí durante dieciocho años. La verdad es que no me había dado cuenta de lo horrible que era hasta que disfruté de un poco de libertad. A lo mejor, como Britt se va a Inglaterra el martes, podría pasar dos noches más en el motel y luego quedarme en el apartamento hasta que ella regrese. No me apetece nada volver allí, pero firmé el contrato de alquiler y Britt no tiene por qué enterarse. Miro el móvil y veo que ni me ha llamado ni me ha enviado ningún mensaje. Lo sabía. No me puedo creer que se acostara con Kitty y me lo restregara luego por la cara. Lo peor es que, si no le hubiera soltado que besé a un tipo, no me lo habría contado. Igual que lo de la apuesta con la que empezó nuestra «relación». Y eso significa que no puedo confiar en ella. Termino de arreglarme y decido ponerme un vestido negro, sin adornos. Mis días de faldas plisadas de lana son cosa del pasado. Me aplico otra capa de corrector en el cuello y espero a que llegue Trevor. Como era de esperar, llama a la puerta a las seis y media en punto.
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Capítulo 20
Brittany
Contemplo la enorme casa de mi padre sin decidirme a entrar. Karen ha adornado el jardín con demasiadas luces, pequeños árboles de Navidad y lo que parece ser un reno bailarín. Un Santa Claus hinchable se retuerce con el viento, es como si se estuviera burlando de mí. Salgo del coche y pedazos de billetes de avión rotos revolotean por el asiento hasta que cierro la puerta. Voy a tener que llamar para que me reembolsen los billetes o me los cambien por otros; de lo contrario, habré tirado dos mil pavos a la basura. Debería irme yo sola y escapar de este país de mierda una temporada pero, no sé por qué, volver a casa, a Londres, no me apetece nada sin Santana. Menos mal que a mi madre no le ha parecido mala idea lo de venir a verme. De hecho, me da la impresión de que le hace ilusión venir a Estados Unidos. Toco el timbre e intento buscar una excusa que explique qué hago aquí. Pero Ryder aparece antes de que se me ocurra nada. —Hola —lo saludo cuando abre la puerta. —¿Hola? —pregunta. Me meto las manos en los bolsillos, sin saber qué decir ni qué hacer. —Santana no está aquí —dice yendo a la sala de estar, indiferente a mi presencia. —Sí... Ya lo sé. Está en Seattle —digo pisándole los talones. —¿Entonces? —Pues... He venido a... a hablar contigo... o con mi padre. Quiero decir, Ken —divago. —¿Hablar? ¿De qué? Saca el punto del libro que lleva en la mano y empieza a leer. Quiero arrancárselo de las manos y tirarlo al fuego de la chimenea, pero eso no va a llevarme a ninguna parte. —De Santana —respondo en voz baja. Le doy vueltas al piercing del labio con los dedos, esperando que Ryder se eche a reír. Él me mira y cierra el libro. —A ver si lo entiendo... Santana no quiere saber nada de ti y por eso has venido... ¿a hablar conmigo? ¿O con tu padre? ¿Incluso con mi madre? —Sí... Supongo... —Joder, qué pesado es. Como si esto no fuera ya bastante humillante. —Vale... Y ¿qué te hace pensar que me importas un pimiento? Personalmente, creo que Santana no debería volver a dirigirte la palabra y, a estas alturas, creía que ya habrías pasado a la siguiente. —No seas capullo. Ya sé que la he cagado..., pero la quiero, Ryder. Y sé que ella me quiere a mí. Lo que ocurre es que está muy dolida. Él respira hondo y se rasca la barbilla con los dedos. —No sé, Britt. Lo que le has hecho no tiene perdón. Confiaba en ti y la humillaste delante de todo el mundo. —Lo sé..., lo sé. Joder, ¿te crees que no lo sé? Suspira. —Bueno, si has venido aquí a pedir ayuda, imagino que comprendes lo mal que está la situación. —Y ¿qué crees que debería hacer? No como su amigo, sino como mi..., ya sabes, como el hijastro de mi padre. —¿Quieres decir como tu hermanastro? Tu hermanastro. —Ryder sonríe. Pongo los ojos en blanco y él se ríe—. ¿Has podido hablar con ella? —Sí... De hecho, anoche fui a Seattle y dejó que me quedara con ella —le digo. —¿Qué? —inquiere muy sorprendido. —Sí. Estaba borracha. Muy borracha, y prácticamente me obligó a que me la follara. —Por su expresión, entiendo que no he elegido bien las palabras—. Perdona... Me obligó a que me acostara con ella. Bueno, no tuvo que obligarme, porque yo quería hacerlo, ¿cómo iba a decirle que no?... Es... es... «¿Por qué le cuento todo esto?» Ryder agita la mano en el aire. —¡Vale, vale! Ya lo pillo. —En fin, que esta mañana le he dicho una gilipollez que no debería haberle dicho sólo porque me ha contado que ha besado a otro. —¿Santana ha besado a otro? —pregunta con incredulidad. —Sí..., a un pavo en un puto club —gruño. No quiero ni pensarlo. —Madre mía, sí que debe de estar cabreada contigo. —Lo sé. —Y ¿qué es eso que le has dicho esta mañana? —Le he dicho que ayer me follé a Kitty —confieso. —¿En serio? Quiero decir..., ¿de verdad te acostaste ayer con Kitty? —No, joder, no. —Niego con la cabeza. «¿Qué demonios está pasando? ¿Cómo es que estoy teniendo una charla rarísima a corazón abierto ni más ni menos que con Ryder?» —Y ¿por qué se lo has dicho entonces? —Porque estaba cabreada. —Me encojo de hombros—. Porque había besado a otro. —Vale... O sea, que le has dicho que te has acostado con Kitty sabiendo que Santana la odia sólo para hacerle daño. —Sí... —Gran idea —replica, y pone los ojos en blanco. Entonces le borro el sarcasmo de la cara soltando una bomba: —¿Tú crees que me quiere? —Tengo que saberlo. Ryder levanta la cabeza, se ha puesto muy serio de repente. —No lo sé... —Miente de pena. —Dímelo. La conoces mejor que nadie, aunque no tanto como yo. —Te quiere, pero por el modo en que la traicionaste, está convencida de que tú no la has querido nunca. Se me vuelve a partir el corazón. Y no me puedo creer que le esté pidiendo ayuda, pero la necesito. —¿Qué puedo hacer? ¿Vas a echarme una mano? —No lo sé... —Me mira sin saber qué decir, pero seguro que nota lo desesperada que estoy—. Supongo que puedo intentar hablar con ella. El lunes es su cumpleaños. Eso lo sabes, ¿no? —Sí, claro que lo sé. ¿Has hecho planes con ella? —le pregunto. Más le vale responder que no. —No, me ha dicho que iba a ir a casa de su madre. —¿A casa de su madre? ¿Por qué? ¿Cuándo has hablado con ella? —Me ha enviado un mensaje hace un par de horas. Y ¿qué otra cosa va a hacer? ¿Pasar su cumpleaños sola en un motel? Decido ignorar ese último comentario. Si no hubiera perdido los nervios esta mañana, es posible que me hubiera dejado quedarme esta noche también con ella. Y ahora está en Seattle con el dichoso Trevor. Se oyen pasos que bajan la escalera y mi padre aparece en la puerta instantes después. —Me ha parecido oír tu voz... —Sí... He venido a hablar con Ryder —miento. Bueno, es una verdad a medias. He venido a hablar con el primero que pillase. Soy patética. Mi padre parece sorprendido. —¿Ah, sí? —Sí. Otra cosa, mamá llega el martes por la mañana —le digo—. Para pasar las Navidades. —Me alegra saberlo. Te echa muchísimo de menos. Me gustaría contestarle, soltarle algún comentario sobre la mierda de padre que es, pero no tengo fuerzas. —Bueno, os dejo que habléis —añade, y se vuelve para subir por la escalera—. Oye, Britt... —dice a mitad de camino. —¿Sí? —Me alegra verte aquí. —Vale —contesto. No sé qué otra cosa decir. Mi padre me sonríe y sigue subiendo. Vaya día de mierda. Me duele la cabeza. —Bueno... Pues ya me voy... —le digo a Ryder. Asiente. —Haré lo que pueda —me promete mientras me acompaña a la salida. —Gracias —digo. Y, cuando los nos quedamos de pie incómodos en el umbral, mascullo—: Sabes que no voy a darte un abrazo ni a hacer ninguna otra gilipollez parecida, ¿no? Salgo y lo oigo reírse y cerrar la puerta.
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
en serio van a jugar a quien lastima a quien, y de eso britt sabe mucho,..
a ver como va ala ayuda de hermanastros jajaj,...
a ver como va ala ayuda de hermanastros jajaj,...
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
ojala santana no haga una estupidez!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
3:) escribió:en serio van a jugar a quien lastima a quien, y de eso britt sabe mucho,..
a ver como va ala ayuda de hermanastros jajaj,...
Si la mas entendida en dañar o causar daño es Brittany, pero Santana tambien tiene lo suyo
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
micky morales escribió:ojala santana no haga una estupidez!!!!!
Esperemos que no. sino las dos estan mas que j.....
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Capítulo 21
Santana
—¿Tienes planes para Navidad? —me pregunta Trevor. Levanto un dedo para indicarle que espere un momento mientras saboreo este bocado de ravioli. La comida es excelente; no soy una experta, pero este restaurante por lo menos debe de ser de cinco tenedores. —La verdad es que nada del otro mundo —contesto al cabo—. Voy a pasar la semana en casa de mi madre. ¿Y tú? —Voy a trabajar como voluntario en un comedor social. La verdad es que no me gusta mucho volver a Ohio. Tengo allí tías y primos, pero desde que mi madre murió... Allí no hay nada para mí —me explica. —Siento mucho lo de tu madre, Trevor. Aunque es todo un detalle que trabajes de voluntario. Sonrío para mostrarle mi simpatía y me llevo a la boca el último trozo de ravioli. Me sabe tan bien como el primero, pero después de lo que me ha contado Trevor, disfruto menos con la comida a pesar de que aprecio la cena aún más. ¿No es raro? Seguimos charlando y me pongo las botas con una tarta de chocolate sin harina bañada de caramelo. Más tarde, cuando la camarera trae la cuenta, él saca la cartera. —No serás una de esas mujeres que insisten en pagar a medias, ¿verdad? —Ja. —Me río—. Puede, si estuviéramos en un McDonald’s... Trevor se ríe pero no dice nada. Britt habría hecho algún comentario estúpido sobre cómo acabo de hacer retroceder el feminismo medio siglo. Vuelve a caer una especie de aguanieve y Trevor me dice que espere en el restaurante mientras él busca un taxi. Es muy considerado. Al cabo de pocos minutos, me hace gestos al otro lado del cristal y salgo corriendo del restaurante para subir al coche. —¿Cómo es que quieres trabajar en el mundo editorial? —me pregunta de camino al hotel. —Me encanta leer, no hago otra cosa. Es lo único que me interesa, así que es la carrera perfecta. Algún día me encantaría ser escritora, pero por ahora disfruto mucho con lo que me permiten hacer en Vance —le digo. Sonríe. —A mí me pasa igual con la contabilidad. Tampoco me interesa nada más. Desde pequeño supe que acabaría trabajando con números. Aborrezco las matemáticas, pero sonrío mientras él sigue hablando del tema. —¿Te gusta leer? —pregunto cuando por fin se calla y el taxi se detiene delante del hotel. —Sí, más o menos. Pero no leo ficción. —Anda..., y ¿por qué no? —No puedo evitar preguntárselo. Se encoge de hombros. —No me va la ficción. —Sale del taxi y me ofrece la mano. —¿Cómo es posible? —pregunto aceptándola y saliendo a mi vez—. La lectura es la mejor manera de escapar de las preocupaciones del día a día, de poder vivir cientos, incluso miles de vidas distintas. Lo que no es ficción no tiene ese poder, no te cambia del mismo modo que la ficción. —¿La ficción te cambia? —Sí, te cambia. Si no te afecta, aunque sólo sea un poco, es que no estás leyendo el libro adecuado. —Mientras atravesamos el vestíbulo contemplo los maravillosos cuadros que adornan las paredes—. Me gusta pensar que todas las novelas que he leído hasta ahora ya forman parte de mí, que me han hecho como soy, en cierto sentido. —¡Eres muy apasionada! —dice riéndose. —Sí... Supongo que sí —convengo. Britt estaría de acuerdo conmigo y podríamos seguir charlando de lo mismo durante horas, incluso días. En el ascensor ninguno de los dos dice gran cosa y, cuando bajamos, Trevor camina un paso detrás de mí todo el pasillo. Estoy cansada y lista para irme a dormir, y eso que sólo son las nueve. Él sonríe cuando llegamos a la puerta de mi habitación. —Lo he pasado de maravilla esta noche. Gracias por cenar conmigo. —Gracias a ti por haberme invitado. —Le devuelvo la sonrisa. —De verdad que he disfrutado mucho con tu compañía. Tenemos mucho en común. Me encantaría volver a verte. —Espera mi respuesta y luego puntualiza—: Fuera del trabajo. —Claro, a mí también me gustaría —digo. Da un paso hacia mí y me quedo helada. Me pone la mano en la cadera y se acerca. —Creo... que no es el mejor momento —añado con voz aguda. Se pone colorado como un tomate de la vergüenza y me siento muy culpable por haberlo rechazado. —Lo comprendo. Será mejor que me vaya —dice—. Buenas noches, Santana —y se va. En cuanto entro en mi habitación, dejo escapar un enorme suspiro. No me había percatado de que he estado reprimiéndolo toda la noche. Me quito los zapatos y me pregunto si debo desvestirme o tumbarme un rato. Estoy cansada, muy cansada. Decido tumbarme un rato y me quedo dormida en cuestión de minutos. El día con Kimberly se me pasa volando y, más que comprar, compartimos cotilleos. —¿Qué tal anoche? —pregunta. La mujer que me está pintando las uñas levanta la cabeza para oírnos mejor, y le sonrío. —Estuvo bien. Britt y yo salimos a cenar —digo, y Kimberly pone cara de perplejidad. —¿Britt? —Trevor. Quería decir Trevor. —Si no me estuvieran pintando las uñas, me daría de bofetadas. Terminan de hacernos la manicura y buscamos unos grandes almacenes. Miramos un montón de zapatos y encuentro muchas cosas que me gustan, pero nada que me apetezca comprarme. Kimberly compra varias blusas y camisetas con tal entusiasmo que no hace falta que me diga que le encanta ir de compras. Pasamos junto a la sección de caballeros y escoge una camisa azul marino. —Creo que también le voy a comprar una camisa a Christian. Es divertido, porque odia que me gaste dinero en él. —Pero ¿a él... no... no le sobra? —pregunto. Espero no parecer una entrometida. —Ya te digo. Le sale por las orejas. Pero me gusta pagar mi parte cuando salimos. No estoy con él por su dinero —dice con orgullo. Me alegro de haber conocido a Kimberly. Ella y Ryder son mis únicos amigos ahora mismo. Y nunca he tenido muchas amigas, así que esto es nuevo para mí. A pesar de eso, me alegro cuando Christian envía su coche a recogernos. Me lo he pasado genial en Seattle, pero también ha sido un fin de semana horrible. Duermo todo el trayecto de vuelta a casa y pido que me dejen en el motel. Para mi sorpresa, mi coche me está esperando. Aparcado donde lo dejé. Pago dos noches más y le escribo a mi madre para decirle que no me encuentro bien y que creo que es una intoxicación alimentaria. No me contesta. Enciendo el televisor y me pongo el pijama. No dan nada, nada que valga la pena, y la verdad es que prefiero leer. Cojo las llaves del coche y salgo a buscar mi maleta. Cuando abro la puerta del coche veo una cosa negra. ¿Un lector de libros electrónicos? Lo cojo y leo el pequeño pósit que lleva pegado en la parte superior: «Feliz cumpleaños, Britt», dice. El corazón parece que me va a explotar y luego me da un vuelco. Nunca me han gustado estos aparatos, prefiero un libro de verdad, palpar el papel. Pero, tras el congreso, he cambiado ligeramente de opinión. Además, así me será más fácil llevar conmigo los manuscritos del trabajo sin tener que malgastar papel imprimiéndolos. Aun así, cojo el ejemplar de Cumbres borrascosas de Britt de la guantera y vuelvo a mi habitación. Cuando enciendo el aparato primero sonrío y luego me echo a llorar. En la pantalla de inicio hay una pestaña en la que pone «Santana». La toco con el dedo y aparece una larga lista que contiene todas las novelas de las que Britt y yo hemos hablado, discutido e incluso aquellas de las que nos hemos reído.
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Capítulo 22
Santana
Cuando por fin me despierto son las dos de la tarde. No recuerdo cuándo fue la última vez que dormí hasta después de las once, y creo que nunca había dormido hasta la tarde, pero me perdono porque anoche estuve leyendo y jugando con el maravilloso regalo de Britt hasta altas horas. Es tan tan considerada... Es el mejor regalo que me han hecho nunca. Cojo el móvil de la mesilla de noche y reviso las llamadas perdidas. Hay dos de mi madre, una de Ryder. Tengo unas pocas felicitaciones de cumpleaños en el buzón, entre ellas, una de Sam. Nunca me ha importado mucho mi cumpleaños, la verdad, pero tampoco me apasiona la idea de pasarlo sola. Bueno, no estaré sola. Catherine Earnshaw y Elizabeth Bennet son mejor compañía que mi madre. Pido un montón de comida china y me paso el día en pijama en la habitación. Mi madre se pone hecha una furia cuando la llamo para decirle que no me encuentro bien. Sé que no me cree pero el caso es que me importa un bledo. Es mi cumpleaños y puedo hacer lo que me dé la gana, y si lo que me apetece es tumbarme en la cama con comida china y mi juguete nuevo, pues eso es lo que voy a hacer. Mis dedos intentan marcar el número de Britt unas cuantas veces, pero se lo impido. Por muy maravilloso que sea su regalo, se acostó con Kitty. Cada vez que creo que no puede hacerme más daño, va y se supera. Empiezo a pensar en mi cena del sábado con Trevor, que es tan amable y encantador. Dice lo que siente y me regala cumplidos. No me grita ni me hace rabiar. Nunca me ha mentido. Nunca tengo que adivinar lo que piensa o lo que siente. Es inteligente, educado y tiene éxito, y trabaja como voluntario en un comedor social durante las vacaciones. Comparado con Britt, es perfecto. El problema es que no debería compararlo con Britt. Trevor es un poco aburrido y no comparte conmigo la misma pasión por las novelas que sentimos Britt y yo. Pero tampoco compartimos un pasado de mierda. Lo que más me cabrea de Britt es que en realidad me encanta su personalidad, incluso su mala educación. Es divertida, ingeniosa y muy dulce cuando quiere. Este regalo me está mareando. Que no se me olvide lo que me ha hecho. Todas las mentiras, los secretos y la de veces que se ha tirado a Kitty. Le mando un mensaje a Ryder para darle las gracias y me contesta a los pocos segundos para pedirme la dirección del motel. Quiero decirle que no hace falta que conduzca hasta aquí, pero tampoco me apetece pasar lo que queda de mi cumpleaños completamente sola. No me visto pero me pongo el sujetador y espero a Ryder leyendo. Llama a la puerta una hora después y, cuando abro, su amable sonrisa me hace sonreír. Me da un abrazo. —Feliz cumpleaños, Santana. —Gracias —le contesto, y lo estrecho con fuerza. Me suelta y se sienta en la silla del escritorio. —¿Te sientes más mayor? —No... Bueno, sí. Siento como si la semana pasada hubiera envejecido diez años. Sonríe tímidamente pero no hace comentarios. —He pedido comida china... Ha sobrado mucha, si tienes hambre... — le ofrezco. Se da la vuelta, coge uno de los recipientes de poliestireno y un tenedor de plástico del escritorio. —Gracias. ¿Esto es lo que has estado haciendo todo el día? —se burla. —Ya ves. —Me río y me siento con las piernas cruzadas sobre la cama. Mientras mastica, mira detrás de mí y enarca una ceja. —¿Tienes un libro electrónico? Creía que odiabas esos trastos. —Bueno... Así era, pero ahora creo que me encantan. —Cojo el aparato y lo contemplo con admiración—. ¡Miles de libros en la punta de los dedos! ¿Acaso hay algo mejor? —Sonrío y ladeo la cabeza. —No hay nada mejor que hacerse un regalo el día en que cumples años —dice con la boca llena. —En realidad, es un regalo de Britt. Me lo ha dejado en el coche. —Vaya. Es todo un detalle —repone con un tono de voz muy peculiar. —Sí, desde luego. Incluso ha cargado un montón de novelas maravillosas y... —Me contengo. —Y ¿qué te parece? —pregunta. —Pues me confunde aún más. A veces tiene este tipo de detalles super bonitos, pero al mismo tiempo es capaz de hacerme las cosas más hirientes. Ryder sonríe y dice blandiendo el tenedor: —Pero te quiere. Por desgracia, el amor y el sentido común no siempre van de la mano. Suspiro. —No sabe lo que es el amor. Leo la lista de novelas románticas y caigo en la cuenta de que el sentido común no suele aparecer en ninguna de las tramas. —Ayer vino a hablar conmigo —dice, y el regalo se me cae sobre el colchón. —¿Cómo dices? —Sí, ya lo sé. Para mí también fue toda una sorpresa. Vino a buscarme a mí, a su padre, o a mi madre —explica, y meneo la cabeza. —¿Para qué? —Para pedir ayuda. Empiezo a preocuparme. —¿Ayuda? ¿Con qué? ¿Está bien? —Sí... Bueno, no. Me pidió que le echara una mano contigo. Está hecha polvo, Santana. Imagínate cómo debía de estar para ir a casa de su padre. —Y ¿qué dijo? No me imagino a Britt llamando a la puerta de casa de su padre para pedirle consejos sobre relaciones. —Que te quiere. Que quiere que la ayude a convencerte de que le des otra oportunidad. Deseaba que lo supieras porque no quiero ocultarte nada. —No sé... no sé qué decir. Es increíble que acudiera a ti. Que pidiera ayuda. —Por mucho que odie admitirlo, no es la mismo Brittany Pierce que conocí. Incluso bromeó acerca de darme un abrazo. Se echa a reír. No puedo evitar que a mí también me dé la risa. —¡No me lo creo! —No sé qué pensar de todo esto, pero lo de abrazar a Ryder tiene gracia. Cuando dejo de reír, lo miro y me atrevo a preguntar —: ¿Tú crees que me quiere de verdad? —Sí. No sé si deberías perdonarla, pero si de algo estoy seguro es de que te quiere. —Pero me mintió, me convirtió en el hazmerreír del campus; a pesar de haberme dicho que me quería, fue y les contó lo que había pasado entre nosotras. Y luego, en cuanto empiezo a pensar que podría olvidar el asunto, va y se acuesta con Kitty. Las lágrimas me escuecen en los ojos, cojo la botella de agua de la mesilla de noche y bebo para intentar distraerme. —No se acostó con ella —repone Ryder. Me lo quedo mirando. —Lo hizo —contesto—. Me lo dijo. El deja de comer y niega con la cabeza. —Sólo lo dijo para hacerte daño. Sé que no mejora mucho las cosas, pero ambas tenéis tendencia a combatir el fuego con fuego. Miro a Ryder y lo primero que se me pasa por la cabeza es que Britt es un hacha. Ha conseguido que su hermanastro se crea sus mentiras. Pero luego pienso: «¿Y si de verdad no se acostó con Kitty?». Sin eso, ¿sería capaz de perdonarla? Estaba decidida a no hacerlo, pero no consigo librarme de ella. Y, como si el universo se burlara de mí, en ese momento la pantalla del móvil se ilumina con un mensaje de Trevor: Feliz cumpleaños, preciosa. Le escribo un agradecimiento rápido y luego le digo a Ryder: —Necesito más tiempo. No sé qué pensar. Asiente. —Me parece bien. ¿Qué vas a hacer en Navidad? —Esto —digo señalando los recipientes vacíos de comida para llevar y el libro electrónico. Coge el mando a distancia. —¿No vas a irte a casa? —Aquí me siento más en casa que con mi madre —digo intentando no pensar en lo patética que soy. —No puedes pasar la Navidad sola en un motel, Santana. Deberías venir a casa. Creo que mi madre te compró unas cuantas cosas antes de que... ya sabes. —¿Antes de que mi vida se fuera a la mierda? —digo medio riéndome, y él asiente—. En realidad, estaba pensando que, como Britt se va mañana, podría quedarme en el apartamento... hasta que me den habitación en la residencia, que con suerte será antes de que ella vuelva a su humilde morada. Mi situación es tan absurda que no puedo evitar reírme de ella. —Sí... Eso deberías hacer —dice Ryder con la mirada fija en la pantalla del televisor. —¿Tú crees? ¿Y si Britt aparece o algo así? Sin dejar de mirar el televisor, responde: —Pero ¿no va a estar en Londres? —Sí, tienes razón. Además, mi firma está en el contrato. Vemos la televisión y hablamos de Marley, que en breve se irá a Nueva York. Si ella decide quedarse allí, él está pensando en trasladarse a la NYU el año que viene. Me alegro por él, pero no quiero que se vaya de Washington, aunque tampoco voy a decirle eso, claro está. Se queda hasta las nueve. Luego me meto en la cama y me quedo dormida leyendo. A la mañana siguiente me preparo para regresar al apartamento. No estoy convencida de volver allí, pero no tengo alternativa. No quiero aprovecharme de Ryder, y de ninguna manera voy a ir a casa de mi madre, pero si sigo en el motel me quedaré sin dinero. Me siento culpable por no ir a casa de mi madre, aunque lo cierto es que no me apetece nada tener que oír sus comentarios insidiosos durante toda la semana. Puede que vaya a verla en Navidad, pero hoy no. Tengo cinco días para decidirlo. Una vez he terminado de maquillarme y de rizarme el pelo, me pongo una blusa blanca de manga larga y unos vaqueros oscuros. Me gustaría quedarme en pijama, pero tengo que ir a la tienda a comprar comida para los próximos días. Si me como lo que Britt haya dejado en el apartamento, sabrá que he estado allí. Meto mis escasas pertenencias en mis maletas y corro al coche. Para mi sorpresa, le han pasado el aspirador y huele un poco a menta. Britt. Empieza a nevar de camino a la tienda. Compro suficiente comida como para que me dure hasta que haya decidido qué voy a hacer los próximos días. Espero en la cola pensando en qué me habría comprado Britt para Navidad. El regalo de cumpleaños ha sido tan acertado que a saber qué se le habría ocurrido. Espero que fuera una cosa sencilla, nada caro. —¿Vas a pasar? —oigo que gruñe una mujer detrás de mí. Cuando levanto la vista, la cajera está esperando impaciente y con cara de pocos amigos. No me había dado cuenta de que ya no quedaba nadie delante. —Lo siento —musito colocando la compra en la cinta transportadora. El pulso se me acelera cuando llego al parking del apartamento. ¿Y si aún no se ha ido? Sólo es mediodía. Busco su coche con la mirada. No está. Es probable que lo haya dejado en el aeropuerto. «O puede que la haya llevado Kitty.» Mi subconsciente no sabe cuándo cerrar la boca. Decido que no está en casa, aparco y cojo la compra. Nieva con fuerza y una fina capa de nieve cubre los coches a mi alrededor. Al menos dentro de poco estaré calentita en el apartamento. Cuando estoy delante de la puerta, respiro hondo antes de meter la llave en la cerradura y entrar. Me encanta esta casa. Es perfecta para nosotras..., para ella... o para mí, por separado. Abro los armarios de la cocina y la nevera y me sorprende ver que están llenos de comida. Al parecer, Britt ha hecho la compra hace poco. Meto mi comida donde puedo y vuelvo al coche a por mis cosas. No puedo dejar de pensar en lo que dijo Ryder. Es alucinante que Britt fuera a pedirle consejo a alguien y que Ryder esté tan seguro de que me quiere, cosa que sé que he guardado en las profundidades y luego he tirado la llave por miedo a que me diera esperanzas. Si me permito admitir que Britt me quiere, lo único que estaría haciendo sería empeorar las cosas. En cuanto vuelvo al apartamento cierro la puerta y llevo las maletas al dormitorio. Saco casi toda mi ropa y la cuelgo en el armario para que no se arrugue. Lo malo es que usar el armario que iba a compartir con Britt no hace más que retorcer de nuevo la daga que llevo clavada en el corazón. Sólo ha colgado unos pocos pantalones negros en el lado izquierdo. Tengo que contenerme para no colgarle las camisetas que siempre lleva un poco arrugadas, y aun así se las apaña para estar perfecta. Miro el vestido que cuelga de mala manera al fondo, el que se puso para la boda. Acabo a toda prisa de colgar la ropa y me alejo del armario. Me preparo unos macarrones y enciendo la tele. Subo el volumen para poder oír un antiguo episodio de «Friends» que he visto por lo menos veinte veces y me meto en la cocina. Repito los diálogos mientras cargo el lavavajillas; espero que Britt no lo note, pero es que odio que haya platos sucios en el fregadero. Enciendo una vela y limpio la encimera. Antes de darme cuenta estoy barriendo el suelo, pasando la aspiradora por el sofá y haciendo la cama. Cuando termino de limpiar el apartamento, pongo la lavadora y doblo la ropa que Britt se ha dejado en la secadora. Es el día más tranquilo y sereno que he tenido en toda la semana. Hasta que oigo voces y veo a cámara lenta cómo se abre la puerta. «Mierda.» Ya está aquí, otra vez. Y ¿cómo es que siempre aparece cuando yo estoy en el apartamento? Espero que no le haya dado las llaves a uno de sus amigos... ¿Y si es Dani con una chica? «Me da igual quién sea, pero que no sea Britt, por favor.» Una mujer a la que no he visto nunca entra por la puerta pero, de alguna manera, sé quién es al instante. El parecido es innegable, y es preciosa. —Britt, es un piso muy bonito —dice con un acento tan marcado como el de su hija. «Esto... no... puede... estar... pasando.» Voy a quedar como una psicópata ante la madre de Britt, con mi comida en los armarios, la ropa en la lavadora y el apartamento como los chorros del oro. Me quedo de pie, petrificada, y me entra el pánico. —¡Qué alegría! ¡Tú debes de ser Santana! —me sonríe ella, y corre hacia mí. Britt entra por la puerta, ladea la cabeza y deja las maletas con estampado floral de su madre en el suelo. Su cara de sorpresa es todo un poema. Dejo de mirarla y me centro en la mujer que se me acerca con los brazos abiertos. —Me llevé una decepción cuando Britt me dijo que esta semana estarías fuera de la ciudad —dice estrechándome contra sí—. La muy pícara me tenía bien engañada. ¡Menuda sorpresa! «¿Qué?» Me coge por los hombros y me aparta para poder verme bien. —¡Eres preciosa! —exclama emocionada, y me da otro abrazo. Le devuelvo el abrazo en silencio. Britt parece aterrorizada y atónita. Bienvenida al club.
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Capítulo 23
Santana
La madre de Britt me abraza por cuarta vez y ella por fin masculla: —Mamá, no la atosigues. Es un poco tímida. —Tienes toda la razón. Perdona, Santana. Es que estoy muy contenta, por fin te conozco. Britt me ha hablado mucho de ti —dice con afecto. Noto que se me encienden las mejillas y ella da un paso atrás y asiente con comprensión. Me sorprende que sepa que existo. Imaginaba que, como siempre, me mantenía en secreto. —Tranquila —consigo decir a pesar de que estoy horrorizada. La señora Pierce sonríe feliz y mira a su hija, que está diciendo: —Mamá, ¿por qué no vas a la cocina a por un vaso de agua? Se marcha y Britt se me acerca despacio. —¿Podemos hablar... un momento... en el dormitorio? —tartamudea. Asiento y echo un vistazo a la cocina antes de seguirla al dormitorio que solíamos compartir. —Pero ¿qué demonios es esto? —pregunto en voz baja cerrando la puerta. Ella hace una mueca y se sienta en la cama. —Lo sé... Lo siento. No he sido capaz de contarle lo que ha pasado. No podía contarle lo que he hecho. Y ¿has venido... para quedarte? —Lo dice con más ilusión de la que puedo soportar. —No. —Ah. Suspiro y me paso las manos por el pelo. Ese gesto me lo ha pegado ella, creo. —Y ¿ahora qué hago? —le pregunto. —No lo sé... —dice con un largo suspiro—. No espero que me sigas la corriente ni nada... Sólo necesitaba un poco más de tiempo antes de contárselo. —No sabía que ibas a estar aquí. Pensaba que te ibas a Londres. —Cambié de parecer. No quería irme sin ti... —repone sin aliento y con los ojos llenos de dolor. —¿Hay alguna razón por la que no le hayas contado que ya no estamos juntas? —No sé si quiero oír la respuesta. —Estaba muy contenta porque había encontrado a alguien... No quería entristecerla. Recuerdo que Ken me dijo que nunca pensó que Britt fuera capaz de tener una relación, y estaba en lo cierto. Sin embargo, no quiero fastidiarle la estancia a su madre, y desde luego no voy a decir lo que estoy a punto de decir por hacerle un favor a ella. —Vale. Cuéntaselo cuando creas oportuno. Pero no le digas nada de la apuesta. Agacho la cabeza pensando que seguro que su madre sufriría al enterarse de lo que ha hecho su hija para perder a su primer y único amor. —¿De veras? ¿Te parece bien que crea que seguimos juntas? —Parece más sorprendida de lo que debería. Cuando asiento, respira aliviada—. Gracias. Estaba convencida de que ibas a descubrirme delante de ella. —Yo nunca haría eso. —Y lo digo en serio. Por muy enfadada que esté con Britt, sería incapaz de arruinar la relación con su madre—. Me iré en cuanto acabe de hacer la colada. Pensaba que no estarías en casa. Iba a quedarme aquí en vez de en el motel. Me revuelvo incómoda. Llevamos demasiado rato en el dormitorio. —¿No tienes adónde ir? —pregunta. —Puedo ir a casa de mi madre, sólo que no me apetece —confieso—. El motel no está mal, pero es un poco caro. Es la conversación más civilizada que hemos mantenido en toda la semana. —Sé que no aceptarás quedarte aquí, pero ¿me permites que te dé algo de dinero? Sé que teme mi reacción. —No necesito tu dinero —repongo. —Lo sé, sólo era un ofrecimiento. —Agacha la cabeza. —Será mejor que salgamos —suspiro, y abro la puerta. —Ahora voy —dice en voz baja. No me gusta la idea de estar a solas con su madre, pero no puedo quedarme en el pequeño dormitorio con Britt. Respiro hondo y salgo por la puerta. Cuando entro en la cocina, la señora Pierce me mira desde el fregadero. —No está enfadada conmigo, ¿verdad? No quería importunarte. — Tiene una voz muy dulce, nada que ver con la de su hija. —No, claro que no. Sólo estaba... repasando algunas cosas para la semana —miento. Se me da fatal mentir, y suelo evitarlo a toda costa. —Me alegro. Sé que es muy temperamental. —Tiene una sonrisa tan afectuosa que no puedo evitar devolvérsela. Me sirvo un vaso de agua para tranquilizarme y la señora Pierce empieza a hablar. —Me cuesta acostumbrarme a lo guapa que eres. Me dijo que eras la chica más bonita que había conocido, pero creía que era una exageración de mi hija. Con menos elegancia que la chica más bonita que una chica haya conocido, escupo el trago de agua de vuelta al vaso. «¿Britt ha dicho qué?» Quiero pedirle que me lo repita, pero bebo otro trago para intentar disimular mi horrenda reacción. Se echa a reír. —La verdad es que te imaginaba cubierta de tatuajes y con el pelo verde. —No, nada de tatuajes. No son para mí. Ni tampoco el pelo verde. — Me río y siento que se me relajan un poco los hombros. —Vas a graduarte en Filología Inglesa, como Britt, ¿verdad? —Sí, señora Pierce —¿Señora Pierce? Llámame Trish. —En realidad estoy haciendo prácticas en la editorial Vance, así que mi horario de clases es un poco raro, y ahora mismo estamos de vacaciones. —¿Vance? ¿Christian Vance? —pregunta. Asiento—. Hace por lo menos... diez años que no lo veo. —Baja la vista al vaso que tengo en las manos—. Britt y yo estuvimos viviendo con él durante un año después de que Ken... Bueno, eso no importa. A Britt no le gusta que me vaya de la lengua —añade con una risita nerviosa. No sabía que Britt y su madre se hubieran quedado en casa del señor Vance, pero sí que estaban muy unidos, mucho más que si Christian fuera sólo el mejor amigo de su padre. —Sé lo de Ken —digo intentando que no se sienta tan incómoda. Sin embargo, de inmediato me preocupa que crea que sé lo que le ocurrió a ella, y espero que no se haya molestado. —¿Ah, sí? —contesta. Intento subsanar el error y respondo: —Sí, Britt me ha contado... Dejo de hablar en cuanto ella entra en la cocina, y he de confesar que agradezco la interrupción. Enarca una ceja. —¿Qué te ha contado Britt? —inquiere. Se me dispara la tensión pero, para mi sorpresa, su madre me cubre. —Nada, hija, cosas de mujeres. Se acerca a ella y le rodea la cintura con el brazo. Britt se aparta un poco, como por instinto. Ella frunce el ceño pero me da la sensación de que para ellos es lo normal. La secadora pita. Me lo tomo como una señal para salir de la habitación y acabar de hacer la colada. Cuanto antes me vaya, mejor. Saco la ropa caliente de la máquina y me siento en el suelo del pequeño lavadero para doblarla. La madre de Britt es un encanto y me habría gustado conocerla en circunstancias normales. No estoy enfadada con Britt. He pasado demasiado tiempo enfadada. Estoy triste y extraño lo que podríamos haber tenido. Cuando termino con la colada, me dirijo al dormitorio a hacer las maletas. Ojalá no hubiera colgado la ropa en el armario ni hubiera guardado la comida en la cocina. —¿Necesitas ayuda, cariño? —me pregunta Trish. —No, sólo estoy haciendo la maleta para irme a casa de mi madre — contesto. El motel es demasiado caro, así que no me queda otra. —¿Vas a marcharte hoy? ¿Ahora mismo? —Frunce el ceño. —Sí... Le dije que iba a ir a casa por Navidad —explico. Por una vez quiero que Britt aparezca y me saque de ésta. —Qué pena. Esperaba que te quedaras al menos una noche. Quién sabe cuándo volveré a verte... Me encantaría conocer a la chica de la que se ha enamorado mi hija. De repente algo en mí quiere hacer feliz a esta mujer. No sé si es por haber metido la pata al decirle que sabía lo de ella y Ken, o si es por cómo me ha protegido delante de Britt. Pero sé que no quiero pensarlo dos veces, así que hago callar a mi vocecita interior, asiento y digo: —Está bien. —¿De verdad? ¿Vas a quedarte? Sólo será una noche. Luego podrás irte a casa de tu madre. Además, no te conviene conducir bajo la nieve. Me da el quinto abrazo del día. Bueno, ella estará aquí para suavizar las cosas entre Britt y yo. Mientras esté presente no podemos pelearnos. Al menos, yo no pienso pelearme. Sé que es... la peor idea que he tenido en mi vida, pero es difícil decirle que no a Trish. Igual que a su hija. —Voy a darme una ducha rápida. ¡El vuelo ha sido muy largo! — Sonríe de oreja a oreja y se va. Me desplomo sobre la cama y cierro los ojos. Van a ser las veinticuatro horas más largas y dolorosas de mi vida. Haga lo que haga, siempre acabo en el mismo sitio: con Britt. Abro los ojos unos minutos después. Britt está delante del armario, de espaldas a mí. —Perdona, no quería molestarte —dice dándose la vuelta. Me incorporo. Está muy rara, no para de disculparse—. He visto que has limpiado el apartamento —comenta en voz baja. —Sí... No he podido evitarlo. —Sonrío y ella me sonríe también—. Britt, le he dicho a tu madre que pasaría la noche aquí. Sólo esta noche pero, si no te parece bien, me iré. Me sabía mal porque es muy amable y no he podido decirle que no, pero si vas a estar incómoda... —Santana, me parece bien —dice a toda prisa, aunque le tiembla la voz cuando añade—: Quiero que te quedes. No sé qué decir y no entiendo este extraño giro de los acontecimientos. Deseo darle las gracias por su regalo, pero ahora mismo no me cabe nada más en la cabeza. —¿Lo pasaste bien ayer en tu cumpleaños? —me pregunta. —Sí. Ryder vino a verme. —Ah... Pero entonces oímos a su madre en el salón y Britt se dispone a salir. Se detiene antes de abrir la puerta y me mira. —No sé cómo tengo que comportarme. Suspiro. —Yo tampoco. Y, con eso, asiente y las dos nos levantamos para reunirnos con su madre en la otra habitación.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
bueno se que brittany actuo mas que mal pero es obvio que ellas se aman asi que porque santana no deja de pensar tanto y considera la posibilidad de darle a britt otra oportunidad??????? quedarse a vivir en el apto no es mala idea y seria un buen comienzo, espero de verdad que pase algo que la haga quedarse!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
bueno san ya sabe que britt no se acosto con kitty,...
chan,.. llego la suegra jajajaj a ver como lo llevan??
chan,.. llego la suegra jajajaj a ver como lo llevan??
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
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