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EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
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JVM
marthagr81@yahoo.es
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Pues si San ya sabe lo de Kitty pero aun duda... Pense que Britt llegaría a pasar un rato con ella en su cumpleaños :/
Y bueno ahora con la mamá de Britt en casa esperó que ayude a que las cosas entre ellas mejoren y que San no se quede tan solo un día!!!
Y bueno ahora con la mamá de Britt en casa esperó que ayude a que las cosas entre ellas mejoren y que San no se quede tan solo un día!!!
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Capítulo 24
Santana
Cuando Britt y yo entramos en el salón, su madre está sentada en el sofá y se ha recogido el pelo. Parece mucho más joven de lo que es y su aspecto es imponente. —Deberíamos alquilar alguna película. ¡Prepararé la cena! —exclama —. ¿Has echado de menos la comida de mamá, garbancito? Britt pone los ojos en blanco y se encoge de hombros. —Claro. Eres la mejor cocinera del mundo. Esto no podría ser más incómodo. —¡Oye! ¡Que tampoco se me da tan mal! —Se echa a reír—. Y, gracias a ese comentario, esta noche tú eres el chef. Me revuelvo incómoda. No sé cómo comportarme con Britt ahora que no nos estamos peleando ni estamos juntas. Es un momento muy raro para ambas, aunque de repente me doy cuenta de que es propio de nuestra relación: Karen y Ken creían que estábamos saliendo mucho antes de que empezáramos a salir. —Santana, ¿sabes cocinar? —pregunta Trish sacándome de mi ensimismamiento—. ¿O de eso se encarga Britt? —Lo hacemos entre las dos. Aunque, más que cocinar, preparamos cosas —contesto. —Me alegro de que estés cuidando a mi chica, y el apartamento es muy bonito. Sospecho que la que limpia es Santana. No estoy cuidando de su chica porque eso es lo que se pierde por haberme hecho daño de esa manera. —Sí... Ella es una guarra —respondo. Britt me mira con una leve sonrisa jugando en sus labios. —No soy una guarra... Ella es demasiado limpia. Pongo los ojos en blanco. —Es una guarra —exclamamos Trish y yo al unísono. —¿Vamos a ver una película u os vais a pasar la noche metiéndoos conmigo? —inquiere Britt con un mohín. Me siento en el sofá para no tener que tomar la incómoda decisión de dónde me acomodo. Sé que Britt nos está mirando al sofá y a mí, preguntándose qué hacer. Al cabo de un momento toma asiento a mi lado y noto el calor de su cercanía. —¿Qué os apetece ver? —pregunta su madre. —Me da igual —dice ella. —Elige tú. —Intento suavizar su respuesta. Ella sonríe y elige 50 primeras citas, una película que estoy segura de que Britt debe de odiar. Al instante, ella gruñe y empieza: —¡Esa película es más vieja que la tos! —Chsss —le digo, y resopla pero deja de protestar. La pillo mirándome varias veces mientras Trish y yo reímos y suspiramos con la película. Me lo estoy pasando bien y, durante unos breves instantes, casi me olvido de todo lo que ha ocurrido entre Britt y yo. Me cuesta no recostarme sobre ella, no acariciarle la mano o apartarle el pelo que le cae en la frente. —Tengo hambre —masculla cuando acaba la película. —Mi vuelo ha sido muy largo. ¿Por qué no cocináis Santana y tú? — sonríe Trish. —Le estás sacando mucho partido a lo del vuelo, ¿sabes? —replica Britt. Trish asiente y esboza una media sonrisa que le he visto un par de veces a su hija. —Cocino yo —me ofrezco, y me levanto. Entro en la cocina y me apoyo en la encimera. Me cojo al borde del mármol con más fuerza de la necesaria, intentando recobrar el aliento. No sé cuánto tiempo más podré seguir haciendo esto, fingir que Britt no lo ha estropeado todo, fingir que la quiero. «La quiero, desgraciadamente estoy enamorada de ella.» El problema no es que no sienta nada por esta chica egoísta y temperamental. El problema es que le he dado ya muchas oportunidades, que he mirado hacia otro lado para no ver las cosas tan horribles que hace y dice. Pero esto es demasiado. —Britt, sé una dama y échale una mano —oigo decir a Trish, y corro al congelador, a fingir que no estaba teniendo un pequeño ataque de nervios. —Oye..., ¿te ayudo? —resuena su voz en la pequeña cocina. —Vale... —contesto. —¿Polos? —pregunta, y miro lo que tengo en las manos. Iba a coger el pollo, pero me he distraído. —Sí, a todo el mundo le gustan los polos, ¿no? —digo, y sonríe y aparecen esos diabólicas pecas. «Puedo hacerlo. Puedo estar en la misma habitación que Britt. Puedo ser amable con ella y podemos llevarnos bien.» —Deberías hacer la pasta esa con pollo que preparaste para mí —le sugiero. Me mira fijamente con sus ojos azules. —¿Eso es lo que te apetece comer? —Sí, si no es mucho trabajo. —No lo es. —Hoy estás muy rara —susurro para que nuestra invitada no pueda oírnos. —Qué va. —Se encoge de hombros y da un paso hacia mí. Se me acelera el pulso al ver que se agacha, y cuando empiezo a apartarme coge la puerta del congelador y la abre. «Pensaba que iba a besarme. Pero ¿a mí qué me pasa?» Preparamos la cena casi en completo silencio, ninguno de las dos sabe qué decir. No le quito los ojos de encima a Britt, el modo en que sus largos dedos sostienen la base del cuchillo para trocear el pollo y las verduras, cómo se relame las comisuras de los labios cuando prueba la salsa. Sé que mirarla así no me ayuda a ser imparcial, ni es sano, pero no puedo evitarlo. —Voy a poner la mesa mientras le dices a tu madre que la cena está lista —digo cuando termina. —¿Qué? Ahora le pego un grito. —No, eso es de mala educación. Ve y díselo. Pone los ojos en blanco pero obedece. Regresa al instante, sola. —Se ha dormido —me dice. La he oído, pero aun así pregunto: —¿Qué? —Sí. Se ha quedado frita en el sofá. ¿La despierto? —No... Ha tenido un día muy largo. Le guardaré la comida para cuando se despierte. Es tarde. —Son las ocho. —Sí... Muy tarde. —Supongo. —Pero ¿qué te pasa? Sé que esto es muy incómodo, pero de todos modos estás muy rara —señalo sirviendo dos platos sin pensar. —Gracias —dice agarrando uno antes de sentarse a la mesa. Cojo un tenedor del cajón y decido comer de pie, junto a la encimera. —¿No vas a contármelo? —insisto. —¿Qué tengo que contarte? —Carga el tenedor y empieza a comer. —Por qué estás tan... callada... y eres tan... amable. Es muy raro. Se toma un momento para masticar y tragar antes de responder: —Es que no quiero abrir el pico y meter la pata. —Ah —digo. Es todo lo que se me ocurre. Esa respuesta no era la que me esperaba. Le da la vuelta a la tortilla. —Y ¿tú por qué estás siendo tan amable y estás tan rara? —Porque tu madre está aquí y lo pasado pasado está, no puedo hacer nada para cambiarlo. No puedo estar enfadada toda la vida. —Me apoyo en la encimera con el codo. —¿Eso qué significa? —Nada. Sólo digo que quiero que nos tratemos con cortesía y dejemos de pelear. No cambia nada entre nosotras. —Me muerdo la lengua para no echarme a llorar. En vez de responder, Britt se levanta y arroja el plato a la pila del fregadero. La porcelana se parte por la mitad con un sonoro crujido y doy un salto. Ella ni siquiera pestañea. Se va al dormitorio sin echar la vista atrás. Me dirijo al salón para comprobar que su impulsividad no ha despertado a su madre. Por suerte, sigue durmiendo. Tiene la boca entreabierta de tal modo que aún se parece más a su hija. Como siempre, me toca a mí recoger los platos rotos de Britt. Cargo el lavavajillas y guardo las sobras. Limpio la encimera. Estoy cansada, mentalmente agotada, pero tengo que ducharme antes de acostarme. ¿Dónde voy a dormir? Britt está en el dormitorio y Trish en el sofá. A lo mejor debería volver al motel. Subo un poco la calefacción y apago las luces del salón. Entro en el dormitorio a coger el pijama. Britt está sentada en el borde de la cama, con los codos apoyados en las rodillas y la cara entre las manos. No levanta la vista, así que cojo unos pantalones cortos, unas bragas y una camiseta de mi maleta antes de salir de la habitación. Cuando estoy en la puerta oigo algo que parece un sollozo ahogado. «¿Britt está llorando?» No puede ser. No es posible. Pero, por si acaso, no puedo salir de la habitación. Vuelvo a la cama y me pongo delante de ella. —¿Britt? —digo en voz baja intentando apartarle las manos de la cara. Se resiste y tiro con más fuerza—. Mírame —le suplico. Me quedo sin aire en los pulmones cuando lo hace. Tiene los ojos rojos y las mejillas bañadas en lágrimas. Intento cogerle las manos pero me aparta. —Vete, Santana —dice. Esa canción ya me la sé. —No —repongo arrodillándome entre sus piernas. Se limpia los ojos con el dorso de la mano. —Esto ha sido una pésima idea. Por la mañana se lo contaré todo a mi madre. —No es necesario. —Le caen unas cuantas lágrimas más, pero ya no es el llanto estremecedor de antes. —Lo es. Tenerte tan cerca y tan lejos me está matando. Es el peor castigo imaginable. No es que no me lo merezca... Pero es demasiado — solloza—. Hasta para mí. Respira hondo. —Cuando accediste a quedarte pensé... que a lo mejor... que a lo mejor todavía te importaba igual que tú a mí. Pero lo veo, Santana, veo cómo me miras ahora. Veo el daño que te he hecho. Veo cómo has cambiado por mi culpa. Sé que me lo he buscado, pero aun así me mata ver cómo te me escurres entre los dedos. —Las lágrimas fluyen ahora mucho más rápido y caen en su camiseta negra. Quiero decirle algo, cualquier cosa, para que pare. Para que deje de sufrir. Pero ¿dónde estaba ella cuando yo me pasaba las noches llorando? —¿Quieres que me vaya? —pregunto, y asiente. Me duele su rechazo, incluso ahora. Sé que no debería estar aquí, que no deberíamos hacer esto, pero necesito más. Necesito más tiempo con ella. Incluso estos momentos peligrosos y dolorosos son mejor que nada. Ojalá no lo quisiera. Ojalá no lo hubiera conocido. Pero la conozco y la quiero. —Vale. —Trago saliva y me pongo de pie. Me coge por la muñeca para detenerme. —Perdóname. Por todo. Por haberte hecho daño, por todo —dice con tono de despedida. Por mucho que me resista, en el fondo sé que no estoy preparada para que se rinda. Por otra parte, tampoco estoy lista para perdonarla. Llevo días confusa las veinticuatro horas, pero lo de hoy no tiene nombre. —No... —empiezo a decir, pero me interrumpo. —¿Qué? —No quiero irme —digo tan bajito que no estoy segura de que me haya oído. —¿Qué? —me pregunta otra vez. —No quiero irme. Sé que debería, pero no quiero. Al menos, no esta noche. Juro que, tras decir eso, puedo ver cómo los pedazos de esta mujer destrozada se juntan uno a uno hasta que vuelve a estar de una pieza. Es preciosa, pero también aterradora. —¿Eso qué significa? —No lo sé, pero tampoco estoy preparada para averiguarlo —digo con la esperanza de poder descifrar este sentimiento hablando. Britt me mira perpleja, como si no hubiera estado llorando. Como un robot, se limpia la cara con la camiseta y dice: —Vale. Tú dormirás aquí y yo en el suelo. Coge dos almohadas y una manta de la cama y no puedo evitar pensar que puede, puede, que fueran lágrimas de cocodrilo. Pero sé que no es así. Lo sé.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Capítulo 25
Santana
Bajo el edredón, no paro de pensar en que nunca, nunca jamás pensaba que vería a Britt así. Estaba tan desvalida, tan vulnerable, temblando por el llanto... Siento que la dinámica entre ella y yo cambia constantemente, y una siempre tiene más poder que la otra. Ahora mismo, yo soy quien tiene la sartén por el mango. Pero no me gusta, y tampoco me gusta esta dinámica. El amor no debería ser una batalla tras otra. Además, no me fío de mí misma en lo que a nosotras se refiere. Hasta hace unas horas lo tenía todo clarísimo, pero ahora, después de haberla visto tan mal, no puedo pensar con claridad y tengo la cabeza embotada. Incluso en la oscuridad, sé que Britt me está mirando. Cuando suspiro con toda el alma, dice: —¿Quieres que ponga la tele? —No. Si a ti te apetece, hazlo. Yo estoy bien así —contesto. Ojalá hubiera cogido el libro electrónico para poder leer hasta quedarme dormida. A lo mejor contemplar cómo Catherine y Heathcliff se arruinan la existencia haría que la mía pareciera más fácil, menos traumática. Catherine se pasó la vida intentando luchar contra el amor que sentía por ese hombre hasta el día en que le suplica que la perdone y afirma que no puede vivir sin él... Total para morirse a las pocas horas. Yo podré vivir sin Britt, ¿no? No voy a pasarme el resto de mi existencia así. Esto es temporal, ¿verdad? No nos pasaremos la vida siendo unos infelices y haciendo desgraciados a los demás por ser unos cabezotas, ¿a que no? Empieza a preocuparme el paralelismo, y más porque implica que Trevor es Edgar. No sé qué pensar. Es muy raro. —¿Santana? —me llama mi Heathcliff. —¿Sí? —digo con la voz rota. —No me follé... No me acosté con Kitty —dice, como si corrigiendo su lenguaje soez la frase fuera a repugnarme menos. Permanezco en silencio. En parte, perpleja porque haya sacado el tema, en parte porque quiero creerlo. Sin embargo, no puedo permitirme olvidar que es una maestra de la mentira y el engaño. —Te lo juro —añade. «Bueno, ya que me lo “jura”...» —Entonces ¿por qué lo dijiste? —pregunto de mala manera. —Para herirte. Estaba muy cabreada porque acababas de soltarme que habías besado a otro, así que dije lo que más daño sabía que podía hacerte. No la veo, pero sé que está boca arriba, con los brazos cruzados debajo de la cabeza, mirando al techo. —¿De verdad besaste a otro? —pregunta sin darme tiempo a contestar. —Sí —confieso. Pero cuando la oigo respirar hondo, intento suavizar el golpe—: Bueno, sólo una vez. —¿Por qué? —Su tono de voz es calmado, pero se nota que la procesión va por dentro. Es un sonido extraño. —La verdad es que no tengo ni idea... Estaba cabreada por cómo me habías hablado por teléfono y había bebido demasiado. Me puse a bailar con aquel tipo y me besó. —¿Bailaste con él? ¿Cómo? Pongo los ojos en blanco. Tiene que saberlo todo de todo lo que hago, incluso cuando no estamos juntas. —Será mejor que no te lo cuente. —Cuéntamelo. Su respuesta hace que la tensión vuelva a poder cortarse con un cuchillo. —Britt, bailamos como baila la gente en un club. Luego me besó e intentó que me fuera a casa con él. Miro las aspas del ventilador del techo. Sé que, si seguimos hablando de esto, al final se detendrán, incapaces de cortar la tensión. Intento cambiar de tema. —Gracias por el libro electrónico. Es todo un detalle. —¿Intentó llevarte a su casa? ¿Te fuiste con él? La oigo resoplar y revolver la manta y sé que ahora está sentada. Yo sigo pegada al colchón. —¿De verdad me lo preguntas? Sabes que nunca haría algo así —le espeto. —Bueno, también creía que nunca bailarías con un extraño y te besuquearías con él en un club, y mira —me ladra. Dejo pasar dos segundos de silencio y replico: —No creo que te apetezca hablar de las cosas que no nos esperábamos de la otra. Se revuelve entre las mantas de nuevo y de repente noto que está a mi lado, con la voz en mi oído: —Por favor, dime que no te fuiste con él. Se sienta en la cama junto a mí y me aparto. —Sabes de sobra que no me fui con él. Estuve contigo esa misma noche. —Necesito oírtelo decir. —Su voz es dura pero suplicante—. Dime que sólo lo besaste una vez y que no has vuelto a hablar con él. —Sólo lo besé una vez y no he vuelto a hablar con él —repito sólo porque sé que necesita oírlo con desesperación. Mantengo la mirada fija en el remolino de tinta que asoma por el cuello de su camiseta. Me tranquiliza y me inquieta que esté en la cama. No puedo soportar por más tiempo la batalla que se libra en mi interior conmigo en medio. —¿Hay algo más que deba saber? —pregunta en voz baja. —No —miento. No voy a contarle lo de mi cita con Trevor. No pasó nada, y no es asunto de Britt. Me gusta Trevor y quiero mantenerlo a salvo de la bomba de relojería más conocida como Britt. —¿Seguro? —Britt... No creo que estés en posición de dudar de mí —le digo mirándola a los ojos. No puedo evitarlo. Para mi sorpresa, responde: —Lo sé. Se levanta de la cama e intento ignorar el enorme vacío que me engulle.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Le gusta trevor????? bueno, adios britt, santana esta mas dura que la vias de un tren!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Ay San en su confusión esta arrastrando a Britt dándole esperanza , si en verdad no la perdonará jamas que se aleje de ella porque le esta haciendo daño, o tal vez es lo que quiere....
Y Trevor llego a complicar mas las cosas, ojala que Britt los cache en una cita o algo y vea que San le mintió.
Y Trevor llego a complicar mas las cosas, ojala que Britt los cache en una cita o algo y vea que San le mintió.
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
micky morales escribió:Le gusta trevor????? bueno, adios britt, santana esta mas dura que la vias de un tren!!!!!!
Ya entenderas por que San esta siendose la dura, Britt aun no ha dicho toda la basura que hizo, asi que no le otorguemos el perdon aun.
y Trevor vamos a ver que pasa con el
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
JVM escribió:Ay San en su confusión esta arrastrando a Britt dándole esperanza , si en verdad no la perdonará jamas que se aleje de ella porque le esta haciendo daño, o tal vez es lo que quiere....
Y Trevor llego a complicar mas las cosas, ojala que Britt los cache en una cita o algo y vea que San le mintió.
Britt necesita un escarmiento, ademas no ha dicho toda la verdad ya veras por que lo digo.
Y no se pero yo no me preocupo por Trevor es cierto que lo beso, pero yo creo que ahi solo hay como consuelo o algo parecido.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Capítulo 26
Brittany
He pasado el día en el infierno, un infierno en el que he caído con mucho gusto, pero el infierno, al fin y al cabo. No esperaba encontrarme a Santana en el apartamento al volver del aeropuerto. Me había inventado una mentira sencilla: mi novia no iba a estar en casa porque se había ido a su pueblo a pasar la Navidad. Mi madre protestó un poco pero no hizo más preguntas ni cuestionó mi excusa. Estaba muy emocionada, y sorprendida, a decir verdad, de que tuviera una mujer en mi vida. Creo que mi padre y ella esperaban que me pasara toda la vida sola. Yo también lo creía. En cierto sentido, me fascina no poder estar ni un segundo sin pensar en ella, cuando hace apenas tres meses únicamente quería estar sola. No sabía lo que me estaba perdiendo y, ahora que lo he encontrado, no quiero perderlo. Es ella. Haga lo que haga, no consigo olvidarla. He intentado dejarlo estar, quitármela de la cabeza, seguir adelante... Pero ha sido un desastre. La rubia maja con la que salí el sábado no era Santana. No hay otra como Santana. De aspecto se le parecía mucho y vestía igual que ella. Se ruborizaba cuando me oía maldecir y parecía tenerme un poco de miedo durante la cena. Era agradable, pero aburridísima. Le faltaba el fuego que tiene Santana. No criticaba mi lenguaje soez y no dijo nada cuando le puse la mano en el muslo durante la cena. Sé que sólo aceptó salir conmigo para hacer realidad alguna ridícula fantasía sobre la chica mala antes de ir a misa a la mañana siguiente. Por mí perfecto, porque yo también la estaba utilizando para reemplazar a Santana, para olvidar que Santana estaba en Seattle con el baboso de Trevor. La culpabilidad que sentí cuando fui a besarla fue abrumadora. Me aparté y su cara inocente no podía mostrar más vergüenza. Hui corriendo al coche y la dejé tirada en el restaurante. Me siento y miro a la chica dormida de la que estoy locamente enamorada. Verla en nuestro apartamento, su ropa en la lavadora, la casa limpia y su cepillo de dientes en el cuarto de baño... Me había hecho ilusiones. Pero eso que dicen sobre las ilusiones es verdad. Soy consciente de que me estoy aferrando a un clavo ardiendo, a la remota posibilidad de que me perdone. Si se despierta, seguro que se pondrá a gritar al ver que estoy de pie junto a la cama. Sé que necesito relajarme un poco, darle tiempo y espacio. Lo que siento y lo que hago me dejan agotada, me consumen y no tengo ni idea de cómo sobrellevarlo. Pero lo resolveré, arreglaré todo esto. Le aparto un mechón rebelde de la cara y me obligo a alejarme de la cama, a volver al montón de mantas, al suelo de cemento, donde debo estar. A lo mejor esta noche consigo dormir.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Capítulo 27
Santana
Cuando me despierto, el techo rojo de ladrillo me confunde unos instantes. Se me hace raro despertarme aquí después de haber pasado varios días en el motel. Cuando salto de la cama, el suelo está limpio; la manta y las almohadas, amontonadas junto al armario. Cojo la bolsa de aseo y me meto en el baño. Oigo la voz de Britt procedente del salón. —No puede quedarse hoy también, mamá. Su madre la está esperando. —Y ¿no podría venir aquí? Me encantaría conocerla —contesta Trish. «Ay, no.» —No. A su madre... no le caigo bien —dice. —¿Por qué no? —Cree que no soy lo suficientemente buena para Santana. Y por mi aspecto. —¿Qué aspecto tienes, Britt? No dejes que nadie te llene de inseguridades. Creía que te encantaba tu... estilo. —Y me gusta. Me importa una mierda lo que piensen los demás, a excepción de Santana. Abro la boca de par en par. Trish se echa a reír. —¿Quién eres tú y dónde está mi hija? —bromea. Entonces, con la voz cargada de felicidad, añade—: No recuerdo cuándo fue la última vez que hablamos sin que me mandaras a paseo. Años. Esto me gusta. —Ya... Vale... —gruñe ella, y me río imaginándome a Trish intentando darle un abrazo. Me ducho y decido terminar de arreglarme antes de salir del baño. Sé que soy una cobarde, pero necesito un poco más de tiempo hasta que me plante una sonrisa falsa en la cara para la madre de Britt. No es una sonrisa falsa, no del todo... «Y ahí está el problema», me recuerda mi subconsciente. Ayer lo pasé muy bien y he dormido mejor que en toda la semana. Con el pelo rizado casi a la perfección, recojo mis cosas y las guardo en la bolsa de aseo. Entonces llaman a la puerta tímidamente. —¿Santana? —pregunta Britt. —Ya he terminado —contesto. Abro y me la encuentro vestida con unas bermudas grises de algodón y una camiseta blanca. —No quiero meterte prisa, pero tengo que mear. Me sonríe y asiento. Intento no fijarme en cómo los pantalones le cuelgan de las caderas, en cómo la tinta en cursiva del costado se transparenta a través de la camiseta blanca. —Termino de vestirme y me voy —le digo. Mira la pared. —Está bien. Entro en el dormitorio. Me siento muy culpable por engañar a su madre y por marcharme tan pronto. Sé que le hacía mucha ilusión conocerme y yo voy a desaparecer en su segundo día de visita. Decido ponerme el vestido blanco con medias negras debajo porque hace demasiado frío para ir sin nada. Tal vez debería ponerme vaqueros y camiseta, pero me encanta la sensación de seguridad en mí misma que me da ese vestido y hoy la voy a necesitar. Guardo otra vez la ropa en la maleta y meto las perchas en el armario. —¿Te ayudo? —pregunta Trish detrás de mí. Pego un brinco del susto y se me cae el vestido azul marino que me puse en Seattle. Examina con la mirada el contenido del armario medio vacío. —¿Cuánto tiempo vas a quedarte en casa de tu madre? —Pues... —Soy una pésima mentirosa. —Parece que vas a estar fuera una larga temporada. —Ya... Es que no tengo mucha ropa —digo con una vocecita aguda. —Quería preguntarte si te apetecería salir de compras conmigo. Podríamos ir juntas si regresas antes de que yo me vaya. No sé si me cree o si sospecha que no tengo intención de volver. —Sí..., claro —vuelvo a mentir. —Mamá... —dice Britt en voz baja entrando en la habitación. Frunce el ceño al ver el armario vacío. Espero que su madre no la tenga tan calada como yo. —Estoy terminando de hacer la maleta —le explico, y asiente. Cierro la cremallera de la última y la miro sin saber qué debo decir. —Ya te las llevo yo —dice cogiendo mis llaves de encima de la cómoda y desapareciendo con mis bártulos. Cuando se marcha, Trish me da un abrazo. —Me alegro mucho de haberte conocido, Santana. No tienes ni idea de cuánto significa para mí ver a mi única hija así. —¿Así? —consigo preguntar. —Feliz —responde, y empiezan a picarme los ojos. Si le parece que ahora mismo es feliz, no quiero ver al Britt a la que ella está acostumbrada. —¿Santana? —dice entonces. Me vuelvo para mirarla por última vez—. Regresarás a casa con ella, ¿verdad? Se me cae el alma a los pies. Tengo el presentimiento de que no se refiere sólo a que vuelva cuando hayan pasado las fiestas. No sé si la voz me va a delatar, así que asiento con la cabeza y me marcho a toda velocidad. En la puerta del ascensor decido bajar por la escalera para no tener que ver a Britt. Me enjugo las lágrimas y respiro hondo antes de salir a la nieve. Al llegar al coche veo que no hay nieve en el parabrisas y que el motor está en marcha. Decido no llamar a mi madre para decirle que estoy en camino. Ahora mismo no me apetece hablar con ella. Quiero aprovechar las dos horas al volante para despejarme. Necesito hacer una lista mental de los pros y los contras de volver con Britt. Sé que parezco tonta por pensarlo siquiera porque me ha hecho lo indecible. Me ha mentido, me ha traicionado y me ha humillado. Por ahora, en la columna de los contras tenemos las mentiras, las sábanas, la apuesta, su genio, sus amigos, Kitty, su ego, su actitud y el que se haya cargado la confianza que deposité en ella. En la columna de los pros tenemos... Que la quiero. Que me hace feliz, me hace sentirme más fuerte, más segura de mí misma. Que normalmente quiere lo mejor para mí, menos cuando me hace daño por ser una descerebrada... Su forma de sonreír y su risa, su manera de abrazarme, de besarme, de estrecharme entre sus brazos y que se nota que está cambiando por mí. Sé que la columna de los pros está llena de cosas insignificantes, sobre todo si las comparamos con lo negativo, pero ¿acaso no son las cosas pequeñas e insignificantes las más importantes en la vida? No sé si estoy loca por plantearme perdonarla o si estoy siguiendo los dictados del corazón. ¿Quién me guiará mejor en el amor: mi cerebro o mis sentimientos? Intento luchar contra lo que siento, alejarme de ella. Es algo que nunca he conseguido hacer. En este momento me iría bien tener un amigo con quien hablar, alguien que haya pasado por una situación similar. Me gustaría poder llamar a Rachel, pero ella también me mintió desde el principio. Hablaría con Ryder, pero él ya me ha dado su opinión y a veces la perspectiva de una mujer es más acertada, más cercana. Nieva mucho y hace un fuerte viento. Me acurruco en el coche entre las carreteras desiertas. Debería haberme quedado en el motel. No sé cómo se me ha ocurrido venir. Paso algún momento de apuro pero aun así el trayecto se me hace más corto de lo que pensaba y, antes de darme cuenta, la casa de mi madre se alza ante mí. Me meto en el sendero perfecto, sin nieve, y me abre la puerta a la tercera vez que toco el timbre. Lleva puesto un albornoz y el pelo húmedo. Puedo contar con los dedos de una mano las veces que la he visto sin peinar y sin maquillar. —¿Qué haces aquí? ¿Por qué no has llamado para avisar? —me dispara con menos simpatía que nunca. Entro en casa. —No lo sé. Estaba conduciendo bajo la nieve y no quería distraerme. —Aun así, deberías haber llamado para que pudiera arreglarme. —No hace falta que te arregles, soy yo, mamá. Bufa. —Ninguna excusa es buena para ir hecha un desastre, Santana —dice como si se estuviera refiriendo a mi aspecto. Es un comentario tan ridículo que casi me echo a reír a carcajadas, pero me contengo. —¿Y tus maletas? —inquiere. —En el coche. Luego iré a por ellas. —¿Eso que llevas puesto... es un vestido? —Me inspecciona de arriba abajo. —Es para la oficina. Me gusta mucho. —Es demasiado provocador... Pero al menos el color es bonito. —Gracias. Oye, ¿cómo están los Evans? —pregunto. Sé que hablar de la familia de Sam la distraerá. —Están muy bien. Te echan de menos. —Entra en la cocina y dice sin darse la vuelta—: Podríamos invitarlos a cenar con nosotras esta noche. Hago una mueca y corro tras ella. —No, no creo que sea una buena idea. Me mira y luego se sirve una taza de café. —¿Por? —No sé... Se me haría muy raro. —Santana, conoces a los Evans desde hace años. Me encantaría que supieran que has conseguido una beca de prácticas y que estás yendo a la universidad. —¿Lo que quieres es presumir de hija? Es una idea que no me gusta. Sólo quiere que vengan para tener otra cosa de la que alardear. —No, quiero que vean todos tus logros. Eso no es presumir —me espeta. —Preferiría que no los invitaras. —Santana, ésta es mi casa y, si me apetece invitarlos, lo haré. Voy a terminar de ponerme presentable. Enseguida vuelvo. Y con un giro teatral me deja sola en la cocina. Pongo los ojos en blanco y me voy a mi antigua habitación. Estoy agotada. Me tumbo en la cama y espero a que mi madre termine su largo y laborioso ritual de belleza. —¿Santana? La voz de mi madre me despierta. No recuerdo haberme quedado dormida. Levanto la cabeza que tenía apoyada en Buddha, mi elefante de peluche, y digo desorientada: —¡Voy! Medio grogui, me levanto y me arrastro por el pasillo. Cuando llego al salón, Sam está sentado en el sofá. No es la familia Evans al completo, como mi madre había amenazado, pero basta para despertarme del todo. —¡Mira quién ha venido mientras dormías! —dice mi madre con su sonrisa más falsa. —Hola —saludo, pero lo que de verdad pienso es: «Ya sabía yo que no debería haber venido». Sam me saluda con la mano. —Hola, Santana. Estás muy guapa. Con él no tengo problema. Lo quiero un montón, como si fuera de la familia. Pero necesito un descanso en mi vida y su presencia hace que aún me sienta más culpable y dolida. Sé que no es culpa suya y que no es justo que lo trate mal, y más aún con lo bien que se ha portado durante la ruptura. Mi madre nos deja solos. Me quito los zapatos y me siento en el sofá, lejos de Sam. —¿Qué tal las vacaciones? —pregunta. —Bien, ¿y las tuyas? —Bien también. Tu madre me ha contado que has estado en Seattle. —Sí, ha sido genial. Fui con mi jefe y unos cuantos compañeros de trabajo. Asiente, interesado. —Eso es fantástico, Santana. Me alegro mucho por ti. ¡Te estás metiendo en el mundo editorial! —¡Gracias! —Sonrío. Esto no es tan raro como pensaba. Un momento después mira el pasillo por el que ha desaparecido mi madre y se acerca a mí. —Oye, tu madre está muy tensa desde el sábado. Mucho más de lo habitual. ¿Cómo llevas tú el asunto? Frunzo el ceño. —No entiendo a qué te refieres. —A lo de tu padre —dice muy despacio, como si yo supiera de qué me está hablando. «Un momento.» —¿Mi padre? —¿No te lo ha contado? —Echa otro vistazo al pasillo vacío—. Ah... Oye, no le digas que te lo he dicho... No lo dejo acabar. Me pongo de pie y echo a andar furiosa por el pasillo, hacia su habitación. —¡Mamá! ¿Qué pasa con mi padre? No lo he visto ni sé nada de él desde hace ocho años. Por lo solemne que se ha puesto Sam... ¿Se habrá muerto? No sé cómo me sentiría si fuera eso. —¡¿Qué pasa con papá?! —grito en cuanto entro en su habitación. Ella parece sorprendida, pero se recupera rápido—. ¿Y bien? Pone los ojos en blanco. —Santana, baja la voz. No es nada, nada de lo que debas preocuparte. —Eso lo decidiré yo. ¡Dime qué está pasando! ¿Está muerto? —¿Muerto? Uy, no. Si se hubiera muerto, te lo contaría —dice gesticulando con desdén. —Entonces ¿qué ocurre? Suspira y me mira un segundo. —Ha vuelto. Está viviendo no muy lejos de donde vives tú, pero no va a intentar ponerse en contacto contigo, no te preocupes. Ya me he encargado yo. —¿Eso qué demonios significa? Ya tengo bastantes follones en la cabeza por culpa de Britt, y ahora el padre que me abandonó ha vuelto a Washington. Ahora que lo pienso, ni siquiera sabía que se hubiera marchado de Washington alguna vez. Sólo sabía que yo no tenía padre. —No significa nada. Iba a contártelo cuando te llamé el viernes, pero como estabas demasiado ocupada para devolverme las llamadas, lo solventé por mi cuenta. Esa noche estaba demasiado borracha para hablar con ella, y menos mal que no lo hice. Nunca podría haber soportado la noticia estando pedo. Apenas puedo soportarla ahora. —No va a molestarte, así que deja de poner esa cara larga y arréglate. Nos vamos de compras —dice con demasiada indiferencia. —No quiero ir de compras, mamá. Esto me ha pillado por sorpresa y es importante para mí. —No, no lo es —replica molesta y con desprecio—. Lleva años sin verte y así seguirá. No cambia nada. Desaparece en su vestidor y me doy cuenta de que no tiene sentido discutir con ella. Regreso al salón, cojo el móvil y me pongo los zapatos. —¿Adónde vas? —pregunta Sam. —¿Quién sabe? —digo, y salgo al aire gélido de la calle. He perdido un montón de tiempo para venir aquí, dos horas conduciendo bajo la nieve sólo para que se comporte como una arpía... No, como una zorra. Es una zorra. Limpio la nieve del parabrisas con el brazo. Resulta ser muy mala idea porque se hiela aún más. Me meto en el coche y, tiritando de frío, enciendo el motor y espero a que se caliente. Grito sin parar mientras conduzco y llamo a mi madre de todo hasta que me quedo sin voz. Intento pensar en lo que voy a hacer a continuación pero tengo la cabeza llena de recuerdos de mi padre y no consigo concentrarme. Las lágrimas me ruedan por las mejillas. Cojo el móvil del asiento de al lado. A los pocos segundos la voz de Britt me saluda: —¿Santana? ¿Estás bien? —Sí... —empiezo a decir, pero me traiciona la voz y me ahogo en mitad de un sollozo. —¿Qué ha pasado? ¿Qué te ha hecho? —Ha... ¿Puedo volver a casa? —pregunto, y oigo que deja escapar un profundo suspiro. —Claro que puedes volver, nena... Santana —se corrige, aunque me gustaría que no lo hubiera hecho. »¿A cuánto estás? —pregunta. —A veinte minutos —lloro. —Vale, ¿quieres que sigamos hablando? —No... Está nevando —le explico, y cuelgo. No debería haberme marchado de allí. Es irónico que vuelva corriendo con Britt a pesar de todo lo que me ha hecho. Mucho, demasiado tiempo después, entro en el parking del apartamento. Sigo llorando y me limpio la cara lo mejor que puedo, pero se me corre el maquillaje y me ensucia la piel. Cuando pongo un pie en la nieve, veo a Britt en la puerta, cubierta de blanco. Sin pensar, corro hacia ella y la abrazo. Da un paso atrás, perpleja por mi demostración de afecto, pero luego me rodea con los brazos y me deja llorar sobre su sudadera cubierta de nieve.
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Capítulo 28
Brittany
Abrazarla por primera vez en lo que se me antoja toda una vida es algo que no tengo palabras para describir. Siento un tremendo alivio físico cuando corre a mis brazos. No me lo esperaba. Ha estado tan fría y distante últimamente... No la culpo pero, joder, cómo duele. —¿Estás bien? —pregunto con la boca en su pelo. Asiente con la cabeza contra mi pecho pero no para de llorar. Sé que no está bien. Seguro que su madre le ha soltado alguna mierda que no debía. Sabía que iba a pasar y, para ser sincera, mi parte mezquina se alegra de que haya metido la pata. No me gusta que le haya hecho daño a Santana, aunque eso ha provocado que mi chica acuda a mí en busca de consuelo. —Vayamos adentro —le digo. Asiente de nuevo pero no se mueve. Me obligo a soltarla y caminamos hacia el interior. Churretes negros recorren su preciosa cara y tiene los labios hinchados. Espero que no haya venido llorando todo el trayecto. En cuanto entramos en el vestíbulo me quito la bufanda y le tapo la cabeza y las orejas hasta que sólo se le ve esa cara tan bonita que tiene. Debe de estar helada con ese vestido. Ese vestido... En condiciones normales empezaría a fantasear largo y tendido sobre quitárselo, pero hoy no, tal y como está, no. Le entra el hipo más adorable del mundo y se sube la bufanda hasta cubrirse la cabeza. El pelo oscuro sobresale por un lateral del nudo y parece mucho más joven que de costumbre. —¿Quieres contármelo? —aprovecho para preguntarle cuando bajamos del ascensor y echamos a andar hacia nuestro... hacia el apartamento. Asiente y abro la puerta. Mi madre está sentada en el sofá y pone cara de preocupación al ver el estado en que se encuentra Santana. Le lanzo una mirada de advertencia, esperando que recuerde que me ha prometido que no iba a bombardearla a preguntas nada más llegar. Mi madre deja de mirarla y finge que ve la televisión. —Estaremos en el dormitorio —anuncio, y ella asiente. Sé que la incomoda no poder hablar, pero no voy a consentir que su curiosidad provoque que Santana se sienta peor. Me detengo un momento por el camino para subir el termostato porque sé que está muerta de frío. Cuando entro en el dormitorio, ella ya está sentada en el borde de la cama. No sé cuánto se me permite acercarme, así que espero a que diga algo. —¿Britt? —me llama con un hilo de voz. La ronquera me confirma que ha estado llorando todo el camino, y me siento fatal por ella. Me coloco frente a ella y vuelve a dejarme de piedra cuando me coge de la camiseta y tira de mí hasta que me tiene entre sus piernas. Sé que ha ocurrido algo más grave de lo habitual con su madre. —Santana... ¿Qué te ha hecho? Rompe a llorar de nuevo y me mancha de maquillaje el bajo de mi camiseta blanca. No me importa, me la guardaré de recuerdo para cuando vuelva a dejarme. —Mi padre... —dice con la voz rota, y me quedo helada. —¿Tu padre? Si estaba en... Santana, ¿tu padre estaba en casa? ¿Te ha hecho algo? —le pregunto entre dientes. Niega con la cabeza y le levanto la barbilla para que me mire. Nunca deja de hablar, ni siquiera cuando está enfadada. De hecho, cuando se enfada es cuando más se expresa. —Se ha trasladado a vivir aquí y yo ni siquiera sabía que se hubiera ido —explica a continuación—. Quiero decir, me lo imaginaba, pero nunca me había parado a pensarlo. Nunca he pensado en él. Mi voz no suena tan serena como desearía cuando le pregunto: —¿Has hablado hoy con él? —No. Pero ella sí. Me ha dicho que mi padre no se me va a acercar, pero no quiero que sea ella quien lo decida. —¿Quieres verlo? Santana sólo me ha contado cosas malas de su padre. Era un hombre violento que pegaba a su madre delante de ella. ¿Por qué iba a querer verlo? —No... Bueno, no lo sé. Pero quiero decidirlo yo. —Se limpia los ojos con el dorso de la mano—. Aunque no creo que él quiera verme... Quiero encontrar a ese hombre y asegurarme de que no se acerque nunca a ella, y tengo que contenerme para no hacer una estupidez. —No puedo evitar pensar: ¿y si es igual que el tuyo? —¿Qué quieres decir? —¿Y si ha cambiado? ¿Y si ha dejado de beber? —La esperanza en su voz me parte el corazón... O lo que queda de él. —No lo sé... No es lo habitual —le digo con sinceridad. Veo cómo tuerce el gesto y añado—: Pero podría ser. A lo mejor ahora es un hombre distinto... —No me lo creo ni yo, pero ¿para qué quitarle la ilusión?—. No sabía que te interesara tanto tu padre. —No me interesa... No me interesaba. Sólo estoy enfadada porque mi madre me lo ha estado ocultando —dice, y entonces, en las pausas entre llantos y sollozos, me cuenta el resto. La madre de Santana es la única mujer del mundo capaz de revelar que su exmarido alcohólico ha vuelto y a continuación anunciar que va a irse de compras. No hago ningún comentario sobre la visita de Sam, por mucho que me fastidie. No hay manera de quitarse a ese capullo de encima. Por fin levanta la vista y me mira, algo más calmada. Se la ve un poco mejor que cuando ha venido corriendo hacia mí en el aparcamiento, y quiero pensar que es gracias a que yo estoy con ella. —¿No te molesta que me quede aquí? —pregunta. —No, claro que no. Puedes quedarte todo el tiempo que necesites. Al fin y al cabo, es tu apartamento. Intento sonreír y, para mi sorpresa, me devuelve la sonrisa antes de volver a sonarse la nariz en mi camiseta. —La semana que viene me darán habitación en la residencia. Asiento sin decir nada. Si abro la boca, le suplicaré como una patética que no vuelva a dejarme.
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Britt buscando la suplente de San..... Ya me dejaste dudando sobre lo que sigue escondiendo Britt pensé que ya habían acabado sus tonterías.....
Y San bueno con su madre sólo causándole mas problemas, haber que decide sobre su padre .... Me gusto que regresara con Britt y que se apoyara en ella... Haber como siguen las cosas!
Y San bueno con su madre sólo causándole mas problemas, haber que decide sobre su padre .... Me gusto que regresara con Britt y que se apoyara en ella... Haber como siguen las cosas!
JVM- - Mensajes : 1170
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Britt a esta altura ya es la caja de padora...
Detesto a la madre de san y la actitud de zorra que tiene... Ahora el padre de san...
Detesto a la madre de san y la actitud de zorra que tiene... Ahora el padre de san...
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
por favor hasta cuando britt seguira siendo la mala de la historia???? tanto drama me tiene pensando en la posibilidad de comprar un rosario para orar sin descanso cual beata hasta que vengan tiempos felices!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
JVM escribió:Britt buscando la suplente de San..... Ya me dejaste dudando sobre lo que sigue escondiendo Britt pensé que ya habían acabado sus tonterías.....
Y San bueno con su madre sólo causándole mas problemas, haber que decide sobre su padre .... Me gusto que regresara con Britt y que se apoyara en ella... Haber como siguen las cosas!
Gracias por comentar hoy no hare spoiler jajajajaj que disfruten los cap.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
3:) escribió:Britt a esta altura ya es la caja de padora...
Detesto a la madre de san y la actitud de zorra que tiene... Ahora el padre de san...
Holaaaa, sip Britt tuvo una niñez y adolescencia dificil y esas consecuencias estan a punto de salir a la luz.
La madre de San es un dolor en el c.. lo bueno es que Santana ahora le planta cara... ahora sobre el padre de san, seguira en misterio por unos capitulos mas.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
micky morales escribió:por favor hasta cuando britt seguira siendo la mala de la historia???? tanto drama me tiene pensando en la posibilidad de comprar un rosario para orar sin descanso cual beata hasta que vengan tiempos felices!!!!!!
Jajajajaj este ha sido un comentario genial, ya vendran tiempos mejores espero como dice la cancion.
Saludos.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Capítulo 29
Santana
Me meto en el baño para desmaquillarme y recomponerme. El agua caliente borra los rastros del día tan emocionante que he tenido, y la verdad es que estoy contenta de haber vuelto. A pesar de todo lo que hemos pasado Britt y yo, me alegra saber que todavía tengo un lugar seguro en el que refugiarme con ella. Britt es la única constante en mi vida. Recuerdo que me dijo eso una vez. Me pregunto si lo sentía. Y, aunque entonces no lo sintiera, estoy segura de que ahora sí que lo siente. Ojalá me hablara más de sus sentimientos. Ayer, cuando se vino abajo, fue la primera vez que la vi expresar sus sentimientos con tanta fuerza. Sólo quiero oír las palabras que hay detrás de las lágrimas. Vuelvo al dormitorio y la encuentro dejando mis maletas en el suelo. —He salido a por tus cosas —me informa. —Gracias. De verdad que espero no molestaros —le digo agachándome para coger unos pantalones de chándal y una camiseta. No aguanto más este vestido. —Quiero tenerte aquí; lo sabes, ¿verdad? —repone en voz baja. Me encojo de hombros y frunce el ceño—. Deberías saberlo, Santana. —Lo sé... Sólo que tu madre está aquí, y no os hace ninguna falta que aparezca yo con mis dramas... —le explico. —Mi madre se alegra de que estés aquí y yo también. Me hincho como un pavo real pero cambio de tema. —¿Tenéis planes para hoy? —Creo que quería ir al centro comercial, pero podemos dejarlo para mañana. —No, id si queréis. Yo puedo entretenerme sola. No quiero que cancele sus planes con su madre, a la que llevaba tanto tiempo sin ver. —No, de verdad que no me importa. No te conviene estar sola. —Estoy bien. —¿Es que no me has oído, Santana? —me ruge, y la miro. Parece haber olvidado que ya no puede decidir por mí. Nadie va a decidir por mí nunca más. Entonces, cambia de tono y rectifica: —Perdona... Quédate aquí y yo iré de compras con mi madre. —Mucho mejor —le digo mientras trato de no sonreír. Britt está siendo tan... amable, tan prudente estos días... Aunque no está bien que me presione, ha sido agradable saber que sigue siendo Britt. Me dispongo a cambiarme de ropa y en cuanto me quito el vestido llama a la puerta. —¿Santana? —¿Sí? Tarda un segundo en decir: —¿Seguirás aquí cuando volvamos? Me río. —Sí. No tengo otro sitio adonde ir. —Vale. Si necesitas algo, llámame —añade con voz triste. A los pocos minutos oigo cerrarse la puerta principal y salgo del dormitorio. Debería haberme ido con ellas para no quedarme aquí con mis pensamientos. Ya me siento bastante sola. Veo la tele durante una hora y me aburro mortalmente. De vez en cuando el móvil vibra y aparece el nombre de mi madre en la pantalla. Paso de ella, y desearía que Britt hubiera regresado ya. Cojo el libro electrónico y me pongo a leer para matar el rato, pero no puedo dejar de mirar el reloj. Quiero escribirle a Britt y preguntarle cuánto van a tardar en volver, pero finalmente decido que será mejor que me ponga a preparar la cena. Entro en la cocina para decidir qué voy a cocinar: algo fácil pero que requiera tiempo. Lasaña. Dan las ocho, las ocho y media, y a las nueve ya estoy pensando otra vez en escribirle. «Pero ¿qué me pasa?» ¿Una pelea con mi madre y de repente no puedo vivir sin Britt? Siendo sincera, la verdad es que nunca he podido vivir sin Britt y, aunque no me gusta admitirlo, sé que no estoy preparada para pasar el resto de mi vida sin ella. No voy a lanzarme a la piscina con ella, pero estoy harta de luchar conmigo misma. Por muy mal que se haya portado conmigo, soy mucho más desgraciada sin ella que cuando descubrí lo de la apuesta. Una parte de mí está muy enfadada por ser tan débil, pero otra parte no puede negar lo resuelta que me sentía cuando he vuelto hoy aquí. Todavía necesito tiempo para pensar, para ver cómo se nos da lo de estar cerca. Sigo estando muy confusa. Las nueve y cuarto. Sólo son las nueve y cuarto cuando termino de poner la mesa y de recoger la cocina. Voy a mandarle un mensaje, sólo uno, un simple «Hola, ¿qué tal vais?», para ver cómo están. Está nevando, es normal que me preocupe por su seguridad. En cuanto cojo el móvil se abre la puerta. Dejo el teléfono con disimulo al verlas entrar. —¿Qué tal os ha ido? —pregunto. —¿Has preparado la cena? —pregunta ella al mismo tiempo. —Tú primero —decimos a la vez. Y nos echamos a reír. Levanto una mano y les informo: —He hecho la cena, aunque si ya habéis cenado, tampoco pasa nada. —¡Huele de maravilla! —dice Trish inspeccionando la mesa llena de comida. Suelta las bolsas y se sienta—. Muchas gracias, querida Santana. El centro comercial ha sido un horror, lleno de gente comprando los regalos de Nochebuena a última hora. ¿Quién se espera a comprar los regalos dos días antes? —¿Tú? —dice Britt sirviéndose un vaso de agua. —¡Chsss! —lo regaña Trish, y se lleva a la boca un palito de pan. Britt se sienta a la mesa al lado de su madre y yo me instalo enfrente. Trish habla de lo horroroso que ha sido salir de compras y de cómo los guardias de seguridad han derribado a un hombre que estaba intentando robar un vestido en Macy’s. Britt asegura que el vestido era para el hombre, pero Trish pone los ojos en blanco y sigue con la película de terror. La cena que he preparado está especialmente rica, mucho mejor que de costumbre, y en la fuente de lasaña casi no queda nada para cuando las tres acabamos de comer. Yo he repetido. Es la última vez que no como nada en todo el día. —Hemos comprado un árbol —dice su madre de repente—. Uno pequeño, para que podáis tenerlo aquí. ¡Es vuestra primera Navidad juntas! —Aplaude y me echo a reír. Britt y yo nunca hemos hablado de comprar un árbol de Navidad, ni siquiera antes de que todo se fuera a pique. La mudanza me tenía tan ocupada, y Britt tan distraída, que casi ni me acordaba de que era Navidad. Ninguno de las dos celebró Acción de Gracias, ella por razones obvias y yo porque no quería pasar el día en la iglesia a la que va mi madre, así que pedimos pizza y pasamos el rato en mi cuarto. —Os parece bien, ¿verdad? —pregunta Trish, y entonces caigo en la cuenta de que no le he contestado. —Por supuesto que sí —le digo mirando a Britt, que tiene la vista fija en su plato vacío. Trish vuelve a monopolizar la conversación y se lo agradezco. Unos minutos después, anuncia: —Me encantaría quedarme un rato más con vosotras, pero necesito mi sueño reparador. Me da las gracias de nuevo por la cena y lleva su plato al fregadero. Nos da las buenas noches y se inclina para besar a Britt en la mejilla. Ella protesta y se aparta, así que ella apenas la roza con los labios, pero parece darse por satisfecha con el leve contacto. Luego me rodea los hombros con los brazos y me da un beso en la coronilla. Britt pone los ojos en blanco y le pego un puntapié por debajo de la mesa. Una vez se ha ido, me levanto y guardo lo poco que ha sobrado. —Gracias por preparar la cena. No tenías por qué hacerlo —dice Britt. Asiento con la cabeza y nos dirigimos al dormitorio. —Como anoche dormiste tú en el suelo, hoy me toca a mí —me ofrezco, a pesar de que sé que nunca me dejaría hacer eso. —No, no es necesario. Tampoco se duerme tan mal —repone. Me siento en la cama y Britt saca las mantas del armario y las extiende en el suelo. Le lanzo dos almohadas y me sonríe ligeramente antes de desabrocharse los vaqueros. «Debería mirar hacia otra parte.» No quiero, pero sé que debería hacerlo. Se baja los vaqueros negros y saca los pies de las perneras. El modo en que se mueven sus abdominales tatuados me hace imposible apartar la vista y me recuerda lo mucho que me sigue atrayendo a pesar de mi enfado. Las bragas negras se abraza a su piel, y Britt levanta la cabeza y me mira. Su expresión es dura, la mirada fija en mí, y eso me pone aún peor. Tiene una mandíbula tan bien dibujada, tan fascinante... Y sigue sin dejar de mirarme. —Perdona —le digo, y me obligo a volver la cabeza, roja de la humillación. —No, es culpa mía. Es la costumbre. —Se encoge de hombros y saca unos pantalones de algodón de la cómoda. Miro a la pared hasta que dice: —Buenas noches, Santana. Y apaga la luz. Prácticamente puedo ver su sonrisa de satisfacción. Me despierta un sonido agudo y me quedo mirando el techo. Apenas puedo distinguir las aspas del ventilador moviéndose en la oscuridad. Luego oigo a Britt, su voz. —¡No, por favor! —gimotea. «Mierda. Tiene otra pesadilla.» Salto de la cama y me arrodillo junto a su cuerpo tembloroso. —¡No! —repite mucho más alto. —¡Britt! ¡Britt, despierta! —le digo al oído mientras la sujeto por los hombros. Tiene la camiseta empapada de sudor y el rostro contorsionado. Abre los ojos y se incorpora. —Santana... —jadea estrechándome en sus brazos. Le paso los dedos por el pelo y luego le acaricio la espalda, apenas un roce por encima de la piel. —Todo va bien —le repito una y otra vez, y ella me abraza con más fuerza—. Ven, vayamos a la cama. Me levanto y, sin soltar mi camiseta, se mete en la cama conmigo. —¿Te encuentras bien? —le pregunto en cuanto se acuesta. Asiente y me pego a ella. —¿Te importaría traerme un vaso de agua? —dice. —Claro que no. Ahora vuelvo. Enciendo la lámpara de la mesilla de noche, me levanto de la cama e intento no hacer ruido para no despertar a Trish. Sin embargo, cuando entro en la cocina, ella ya está allí. —¿Está bien? —pregunta. —Sí, ya se le ha pasado. Voy a llevarle un vaso de agua —le digo llenando uno con agua del grifo. Cuando me doy la vuelta, tira de mí, me abraza y me da un beso en la mejilla. —¿Mañana podríamos hablar? —me pregunta. De repente estoy demasiado nerviosa para articular ni una palabra. Asiento con la cabeza y ella me sonríe aunque, cuando me voy, solloza. De vuelta en el dormitorio, Britt pone cara de alivio al verme, me da las gracias y acepta el vaso de agua. Se lo bebe de un trago mientras yo la miro y disfruto de volver a tenerla en la cama. Sé que está inquieta, creo que por la pesadilla, pero sé que en parte es por mí. —Ven aquí —le digo. Entonces veo cómo le cambia la expresión cuando acerca el cuerpo al mío, la rodeo con los brazos y apoyo la cabeza en su pecho. Me reconforta tanto como a ella. A pesar de todo lo que ha hecho, me siento en casa en brazos de esta chica con tantos defectos. —No me sueltes, Santana —me susurra, y cierra los ojos.
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Capítulo 30
Santana
Me despierto sudando. Britt se abraza a mí como un oso, con la cabeza descansando sobre mi estómago. Seguro que se le han dormido los brazos bajo mi peso. Tenemos las piernas entrelazadas y está roncando un poco. Respiro hondo y, con cuidado, muevo el brazo para apartarle el pelo de la frente. Es como si hiciera años que no se lo toco, cuando en realidad sólo llevo desde el sábado. En mi cabeza repaso el fin de semana en Seattle como si estuviera viendo una película mientras continúo acariciándole la suave maraña de pelo. Abre los ojos y escondo la mano a toda velocidad. —Perdona —digo avergonzada de que me haya pillado con las manos en la masa. —No, si era muy agradable —repone con la voz ronca por el sueño. Se despereza, me huele la piel un momento y se despega de mí demasiado pronto. Desearía no haberle tocado el pelo para que siguiera durmiendo, abrazada a mí. —Hoy tengo trabajo. Me iré un rato a la ciudad —dice. A continuación, saca unos vaqueros negros del armario, coge las botas y se las pone rápidamente. Tengo la impresión de que está deseando largarse. —Vale —asiento. «¿Cómo que “vale”?» Pensaba que estaría contenta de haber dormido conmigo y de que nos hayamos abrazado por primera vez en varios días. Pensaba que cambiaría algo, no todo, pero al menos vería que estaba mermando mi resistencia, que me tenía un poco más cerca de volver a reconciliarme con ella. —Bueno... —dice, y le da vueltas al piercing de la ceja con dos dedos antes de quitarse la camiseta blanca por la cabeza y sacar una negra del cajón. Luego sale de la habitación sin añadir nada más y me deja hecha un lío. Me esperaba muchas cosas, pero no que saliera huyendo. ¿Qué es ese trabajo tan urgente que tiene que hacer hoy? Lee manuscritos, igual que yo, sólo que ella tiene libertad para hacerlo desde casa. ¿Por qué quiere ir a trabajar precisamente hoy? El recuerdo de lo que Britt estuvo haciendo la última vez que «tenía que trabajar» me revuelve el estómago. La oigo hablar unos instantes con su madre y luego la puerta principal que se abre y se cierra. Me tumbo sobre las almohadas y pataleo en la cama como una niña enfadada. Sin embargo, entonces oigo el canto de sirena de la cafeína, me levanto de la cama y me voy a la cocina a tomarme un café. —Buenos días, cielo —me saluda alegremente Trish cuando paso junto a ella. —Buenos días. Gracias por haber hecho café —digo cogiendo la cafetera caliente. —Britt me ha contado que tenía trabajo. —Por su tono, parece que me lo está preguntando. —Sí... Eso ha dicho —contesto, no muy segura de qué decir. No obstante, ella no parece notarlo. —Me alegro de que esté bien después de lo de anoche —sigue afirmando. Parece preocupada. —Sí, yo también. —Y entonces, sin pensar, añado—: No debería haberle hecho dormir en el suelo. Frunce el ceño con expresión inquisitiva. —¿No tiene pesadillas cuando no duerme en el suelo? —pregunta con cautela. —No. No las tiene cuando... —No termino la frase. Remuevo el café e intento pensar en cómo salir de ésta. —Cuando tú estás con ella —acaba la frase por mí. —Sí... Cuando estoy con ella. Me mira con esa mirada esperanzada que sólo tienen las madres cuando hablan de sus hijos, o eso me han dicho. —¿Quieres saber por qué las tiene? Sé que me va a odiar por contártelo, pero creo que deberías saberlo. —No, por favor, Trish. —Trago saliva. No quiero que ella me explique esa historia—. Ya me lo ha contado ella..., lo de aquella noche. Trago saliva de nuevo cuando abre unos ojos como platos. —¿Te lo ha contado? —dice con un grito quedo. —Lo siento, no era mi intención soltarlo así. La otra noche pensaba que ya lo sabías... —me disculpo, y le doy otro trago al café. —No..., no... No me pidas disculpas. Es sólo que me cuesta creer que te lo haya contado. Es evidente que sabes lo de las pesadillas, pero esto... Esto es increíble. —Se seca los ojos con los dedos y sonríe de todo corazón. —Espero que no te haya molestado —repito—. Siento mucho lo ocurrido. No quiero husmear en los secretos de la familia, pero tampoco he tenido que lidiar nunca con nada parecido. —No me has molestado, Santana, querida —dice empezando a sollozar —. Me hace muy feliz que te haya encontrado... Eran unas pesadillas tan horribles que se pasaba la noche gritando. Intenté que fuera a terapia, pero ya conoces a Britt. No les contaba nada. Nada. Ni siquiera abría la boca. Sólo se sentaba en la consulta y se quedaba mirando la pared. Dejo la taza en la encimera y la abrazo. —No sé qué te hizo volver ayer, pero me alegro de que lo hicieras — añade pegada a mi hombro. —¿Qué? Se aparta y me mira con ironía. —Cariño, soy mayor pero no tonta. Sabía que pasaba algo entre vosotras. Vi la cara de sorpresa que puso Britt cuando llegamos al apartamento, y supe que algo no iba bien cuando me dijo que no ibas a poder venir a Inglaterra. Tenía la impresión de que Trish sospechaba algo, pero no sabía que podía leernos como si fuéramos un libro abierto. Le doy un buen trago a mi café, que se ha enfriado, y me paro a pensar. Entonces, me coge del brazo con ternura. —Estaba muy ilusionada... con que vinieras a Inglaterra y, de repente, hace un par de días me dijo que no ibas a poder, que tenías que irte fuera. ¿Qué os pasó? Bebo otro sorbo y la miro a los ojos. —Bueno... No sé qué decirle, porque «Tu hija me desvirgó para ganar una apuesta» no me parece lo más apropiado en este momento. —Me mintió —me limito a contestar. No quiero que se enfade con Britt ni contarle los detalles, pero tampoco quiero engañarla. —¿Una mentira muy grande? —Una mentira descomunal. Me mira como si estuviera mirando una mina antipersona. —Y ¿lo siente? Se me hace raro hablar con Trish de esto. Ni siquiera la conozco, y es su madre, así que siempre se pondrá de su parte pase lo que pase. Con delicadeza, respondo: —Sí... Creo que sí —y me bebo lo que queda de café. —¿Te ha dicho que lo siente? —Sí... Un par de veces. —Y ¿te lo ha demostrado? —Más o menos. «¿Me lo ha demostrado?» Sé que el otro día se desmoronó y que está más tranquila que de costumbre, pero la verdad es que no me ha dicho lo que quiero oír. Trish me mira y por un momento me da miedo su respuesta pero, para mi sorpresa, dice: —Verás, yo soy su madre y tengo que aguantarla, pero tú no. Si quiere que la perdones, tendrá que ganárselo. Tiene que demostrarte que no volverá a hacer nunca nada parecido a lo que sea que te ha hecho, y me imagino que la mentira tuvo que ser muy gorda para que te fueras de casa. Trata de recordar que no suele estar en contacto con sus emociones. Es una chica, una mujer ya, que le guarda mucho rencor al mundo. Sé que parece una pregunta ridícula, la gente miente a todas horas, pero las palabras se me escapan de la boca antes de que mi cerebro pueda censurarlas. —¿Perdonarías a alguien que te hubiera mentido? —digo. —Todo depende de la mentira y del arrepentimiento que esa persona me demostrara. Lo que sí te diré es que, cuando uno se permite creer demasiadas mentiras, luego le resulta muy difícil volver a encontrar la verdad. «¿Me está diciendo que no debería perdonarla?» Tamborilea con los dedos sobre la encimera. —Sin embargo, conozco a mi hija y noto lo mucho que ha cambiado desde la última vez que la vi. En los últimos meses ha cambiado muchísimo, Santana, no sabes cuánto. Se ríe y sonríe a menudo. Ayer incluso charló conmigo. —Su sonrisa es radiante, a pesar de que el tema es muy serio—. Sé que si te perdiera volvería a ser como era antes, pero no quiero que te sientas obligada a seguir con ella sólo por eso. —No, no me siento obligada. Sólo es que no sé qué pensar. Desearía poder contarle toda la historia para que pudiera darme su sincera opinión. Ojalá mi madre fuera tan comprensiva como parece serlo Trish. —Bueno, eso es lo difícil —repone—. Tienes que decidirlo tú. Tómate tu tiempo y haz que se lo gane. A mi hija todo le resulta muy fácil, desde siempre. Tal vez en parte sea ése su problema: siempre consigue lo que quiere. Me echo a reír porque no podría ser más cierto. —Ésa es una gran verdad. Suspiro y abro la alacena para coger una caja de cereales, pero Trish interrumpe mis planes. —¿Y si nos vestimos y salimos a desayunar y a hacer cosas de chicas? Me vendría bien cortarme el pelo —se ríe y agita la melena castaña adelante y atrás. Tiene un sentido del humor parecido al de su hija, aunque ella no lo demuestra a menudo. El de Britt es más obsceno, aunque veo de quién lo ha heredado. —Genial. Voy a ducharme —digo guardando los cereales. —¿A ducharte? ¡Está nevando y nos van a lavar el pelo! Yo iba a salir así. —Señala el chándal negro que lleva puesto—. ¡Ponte unos vaqueros y vámonos! Si fuera a salir con mi madre, las cosas serían muy distintas. Tendría que llevar la ropa planchada, el pelo rizado y el maquillaje perfecto... Aunque sólo fuéramos a hacer la compra a la tienda de la esquina. Sonrío. —Muy bien. En el dormitorio, saco unos vaqueros y una sudadera del armario y me recojo el pelo en la coronilla con una goma. Me pongo mis Toms, entro en el baño y me lavo la cara y los dientes. Cuando me reúno con Trish en el salón, está lista y esperando junto a la puerta. —Debería dejarle una nota a Britt —digo. Pero ella sonríe y me empuja hacia la puerta. —La chica estará bien. Después de pasar el resto de la mañana y parte de la tarde con Trish, estoy mucho más relajada. Es amable, divertida, y sabe escuchar. Mantiene la conversación alegre y me hace reír casi todo el rato. Nos arreglan el pelo a las dos y ella se corta el flequillo. Me reta a que me lo corte yo también, pero lo rechazo con una sonrisa. Sin embargo, dejo que me convenza para que me compre un vestido negro para Navidad, a pesar de que no tengo ni idea de qué voy a hacer ese día. No quiero estropeársela a Britt y a su madre, y tampoco he comprado regalos ni nada. Creo que aceptaré la invitación de Ryder y pasaré el día en su casa. Ahora que no estamos juntas, pasar el día de Navidad con Britt me parece demasiado. Nos encontramos en esta fase extraña: no estamos juntas pero, hasta esta mañana, sentía que nos estábamos acercando. Para cuando regresamos al apartamento, veo el coche de Britt en el parking y yo empiezo a ponerme nerviosa. Subimos a casa y nos la encontramos sentada en el sofá, con el regazo y la mesita auxiliar llenos de papeles. Tiene un bolígrafo entre los dientes y parece muy concentrada en su tarea. Sospecho que está trabajando, aunque sólo la he visto trabajar un par de veces desde que la conozco. —¡Hola, hija! —la saluda Trish con voz alegre. —Hola —responde ella sin entusiasmo. —¿Nos has echado de menos? —bromea Trish, y ella pone los ojos en blanco antes de recoger las hojas sueltas y meterlas en un archivador. —Estaré en el dormitorio —bufa levantándose del sofá. Miro a Trish y me encojo de hombros. Luego sigo a Britt a la habitación. —¿Adónde habéis ido? —pregunta dejando el archivador en la cómoda. Una de las hojas se cae y vuelve a embutirla dentro. Me siento en la cama con las piernas cruzadas. —A desayunar. Luego hemos ido a cortarnos el pelo y de compras. —Ah. —¿Y tú? —pregunto. Se queda mirando al suelo. —He ido a trabajar. —Mañana es Nochebuena. No me lo trago —replico en un tono que indica que estoy aprendiendo de Trish. Britt me lanza una mirada asesina. —Me importa un pimiento que te lo tragues o no —dice en tono de burla sentándose en la otra punta de la cama. —¿Qué mosca te ha picado? —le espeto. —Nada. A mí no me pasa nada. Está a la defensiva, noto los muros que ha levantado para protegerse. —Salta a la vista que te ocurre algo —insisto—. ¿Por qué te has marchado esta mañana? Se pasa las manos por el pelo. —Ya te lo he dicho. —Mentirme no te va a ayudar en nada. Precisamente por eso estamos... metidos en este follón —le recuerdo. —¡Vale! ¿Quieres saber dónde he estado? ¡En casa de mi padre! —me grita, y se levanta. —¿En casa de tu padre? ¿Para qué? —He estado hablando con Ryder. —Se sienta en la silla. Pongo los ojos en blanco. —Lo del trabajo era más creíble. —Si no me crees, llámalo. —Vale, y ¿de qué has hablado con Ryder? —De ti, por supuesto. —¿Qué pasa conmigo? —Levanto las manos para invitarla a que se explique. —Pues de todo. Para empezar, sé que no quieres estar aquí —replica mirándome fijamente. —Si no quisiera estar aquí, no estaría aquí. —No tienes otro sitio adonde ir. Si lo tuvieras, no estarías aquí. —¿Qué te hace estar tan segura? Anoche dormimos en la misma cama. —Sí, y sabes muy bien por qué. Si no hubiera tenido una pesadilla, no lo habrías hecho. Sólo lo hiciste por eso, y ésa es la única razón por la que me sigues hablando. Te doy pena. Le tiemblan las manos y sus ojos se me clavan como dagas. Veo vergüenza detrás de sus iris azules. —El porqué es lo de menos —digo negando con la cabeza. No sé por qué siempre tiene que sacar ese tipo de conclusiones. ¿Por qué le cuesta tanto aceptar que alguien la quiera? —¡Te da pena la pobre Britt que tiene pesadillas y no puede dormir sola! —exclama. Está levantando mucho la voz, y tenemos compañía. —¡Deja de gritar de una vez! ¡Tu madre está detrás de esa puerta! — le espeto. —¿Eso es lo que habéis estado haciendo todo el día?, ¿hablar de mí? No me hace falta que me tengas lástima, Santana. —¡Por Dios, Britt! ¡Eres de lo más frustrante! No hemos hablado de ti, no como tú crees. Y, para que conste, no me das pena. Te quería en la cama conmigo, con o sin pesadillas. Cruzo los brazos. —Venga ya —me ladra. —El problema no son mis sentimientos; el problema es cómo te sientes tú respecto a ti misma. Tienes que dejar de compadecerte de ti misma, para empezar —le digo con la misma dureza. —No me compadezco de mí misma. —Pues a mí me parece que sí. Acabas de provocar una pelea sin motivo. Deberíamos avanzar, no retroceder. —¿Avanzar? —Me mira a los ojos. —Sí... Quiero decir, tal vez. —Se me traba la lengua. —¿Tal vez? —Sonríe. Y de repente está más contenta que unas pascuas, sonriendo como una niña en Navidad. Hace un segundo estaba discutiendo conmigo, con las mejillas encendidas. Por raro que parezca, a mí también se me ha pasado el enfado casi del todo. El control que tiene sobre mí me aterra. —Estás loca. Loca de atar —le digo. Me regala una sonrisa de superioridad. —Me gusta cómo te han dejado el pelo. —Tienes que hacértelo mirar —la pincho, y se ríe. —No voy a discutírtelo —replica. Y no puedo evitar echarme a reír con ella... Puede que esté tan loca como ella.
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Capítulo 31
Santana
Mi móvil interrumpe nuestro momento cuando empieza a vibrar y a bailar encima de la cómoda. Britt lo coge por mí, mira la pantalla y dice: —Ryder. Le quito el teléfono y respondo. —¿Diga? —Hola, Santana —dice Ryder—. Mi madre me ha pedido que te llame para ver si vas a venir a casa el día de Navidad. Su madre es tan encantadora... Apuesto a que hace los mejores dulces navideños del mundo. —Sí, me gustaría mucho. ¿A qué hora tengo que estar ahí? —A mediodía. —Se echa a reír—. Ya ha empezado a cocinar, así que yo dejaría de comer hasta entonces. —Que empiece el ayuno —bromeo—. ¿Tengo que llevar algo? Sé que Karen cocina mucho mejor que yo, pero podría preparar algo. ¿Qué tal el postre? —Sí, trae un postre... Y otra cosa... Sé que es muy raro y, si no te sientes cómoda, no pasa nada —dice bajando la voz—. Pero quieren invitar también a Britt y a su madre. Aunque si Britt y tú seguís como el perro y el gato... —Ahora nos llevamos mejor, más o menos —lo interrumpo. Britt enarca una ceja al oírlo y yo le sonrío nerviosa. Ryder respira aliviado. —Estupendo. Si puedes, invítalos de nuestra parte. Mis padres te lo agradecen mucho. —Lo haré —le garantizo—. ¿Qué puedo comprarles? ¿Se te ocurre algún regalo? —No, no. ¡Nada! No tienes que traer regalos. Miro la pared e intento no pensar que Britt no me quita los ojos de encima. —Vale, entendido. Pero voy a llevar regalos —insisto—. ¿Se te ocurre algo? Ryder suspira. —Tan cabezota como siempre. A mi madre le gusta cocinar, y a Ken... cómprale un pisapapeles o algo así. —¿Un pisapapeles? —No salgo de mi asombro—. Es un regalo horroroso. Se echa a reír. —No le compres una corbata porque se la voy a regalar yo. —Luego protesta—: Oye, si necesitas algo, avisa. Tengo que dejarte, he de ayudar a limpiar la casa —y con eso, cuelga. Dejo el móvil en la cómoda y Britt no tarda en preguntar: —¿Vas a pasar con ellos la Navidad? —Sí... No quiero ir a casa de mi madre —digo sentándome en la cama. —No me extraña. —Se rasca la barbilla con el índice—. ¿Podrías pasarla aquí? Comienzo a arrancarme las pieles de alrededor de las uñas. —Podrías... venir conmigo —sugiero. —¿Y dejar sola a mi madre? —gruñe. —¡No! Por supuesto que no. Karen y tu padre quieren que vaya, quieren que vayáis las dos. Britt me mira como si estuviera loca. —Sí, claro, y ¿por qué crees que mi madre va a querer ir a pasar el día con mi padre y su nueva esposa? —No... no lo sé. Pero podría ser guay estar todos juntos. La verdad es que no estoy muy segura de cómo acabaría la cosa, más que nada porque no sé en qué términos se encuentran Trish y Ken ahora, si es que se hablan. Tampoco me corresponde a mí intentar que todos hagan las paces. No soy de la familia. Ni siquiera soy la novia de Britt. —Paso. —Frunce el ceño. A pesar del follón que tenemos Britt y yo, habría sido bonito pasar la Navidad con ella. Pero lo entiendo. Convencer a Britt de que fuera a casa de su padre ya era muy difícil; que lleve a su madre es misión imposible. Como a mi cerebro le gusta solucionar problemas, empiezo a pensar en que necesito comprar regalos para Ryder y sus padres y puede que también para Trish. ¿Qué les compro? Debería salir ya. Son las cinco pasadas. Sólo me queda un rato de hoy y mañana, que es Nochebuena. No tengo ni idea de si debería comprarle algo a Britt o no. De hecho, estoy casi segura de que no. Sería muy raro hacerle un regalo ahora que estamos en esta fase tan extraña. —¿Qué te pasa? —Me pregunta Britt al verme tan callada. Refunfuño. —Tengo que ir al centro comercial. Eso me pasa por no tener casa en Navidad. —No creo que la mala planificación tenga nada que ver con no tener casa —me pincha. No sonríe mucho, pero le brillan los ojos... ¿Está flirteando conmigo? Me echo a reír sólo de pensarlo. —En la vida he planificado nada mal. —Ya, ya... —se burla, y levanto la mano en su dirección. Me coge la muñeca para detener mi golpe juguetón. Un calor familiar fluye por mis venas y por todo mi cuerpo y la miro a los ojos. Me suelta rápidamente y ninguno de las dos sabe adónde mirar. El aire se carga de tensión y me levanto para volver a calzarme. —¿Ya te vas? —pregunta. —Sí... El centro comercial cierra a las nueve —le recuerdo. —¿Vas a ir sola? —Cambia el peso de una pierna a la otra, nerviosa. —¿Te apetece venir? —digo. Sé que no es buena idea, pero al menos quiero intentar que avancemos, e ir al centro comercial está bien, ¿verdad? —¿De compras contigo? —Sí..., pero si no te apetece no pasa nada —digo un tanto incómoda. —No, claro que me apetece. Sólo es que no esperaba que me lo pidieras. Asiento, cojo el bolso y el móvil y salgo al salón con Britt pisándome los talones. —Nos vamos al centro comercial —le dice Britt a su madre. —¿Las dos? —pregunta ella poniendo los ojos en blanco. Cuando estamos en la puerta, grita sin levantarse—: ¡Santana, cariño, si te apetece dejarla allí, prometo no protestar! Me echo a reír. —Lo tendré en cuenta —digo saliendo del apartamento. Britt arranca el coche y una melodía de piano que conozco muy bien resuena en el habitáculo. Se apresura a bajar el volumen pero es demasiado tarde. La miro muy satisfecha. —Les he pillado el gusto, ¿vale? —Sí, claro... —me burlo, y subo el volumen de nuevo. Si las cosas pudieran ser siempre así... Si esta relación cordial, el flirteo y el punto intermedio en el que estamos ahora pudieran durar para siempre... Pero no durarán, es imposible. Tenemos que hablar de lo ocurrido y de cómo será todo de ahora en adelante. Sé que tenemos mucho que aclarar, pero no vamos a resolver el problema de una sentada, ni siquiera aunque yo insista. Quiero encontrar el momento oportuno e ir poco a poco hasta entonces. Pasamos casi todo el trayecto en silencio. La música dice todo lo que me gustaría que pudiéramos decirnos la una a la otra. Cuando estamos cerca de la entrada de Macy’s, Britt anuncia: —Te dejo en la puerta. —Y yo asiento. La espero bajo la rejilla de ventilación mientras ella aparca el coche y camina por el frío en mi busca. Después de pasar casi una hora mirando fuentes para hornear de todas las formas y tamaños, decido regalarle a Karen un juego de moldes para tartas. Sé que debe de tener un montón, pero parece que la cocina y la jardinería son sus únicas aficiones, y no tengo tiempo para pensar en nada mejor. —¿Podemos llevar esto al coche y luego seguir con las compras? —le pregunto a Britt mientras intento que no se me caiga la caja. —Dame, ya la llevo yo. Espérame aquí —dice al tiempo que me la quita de las manos. En cuanto se va, me voy a la sección de caballero, donde cientos de corbatas en cajas largas y estrechas parecen burlarse de mí y de Ryder, que las considera un regalo infalible. Sigo buscando pero nunca he comprado un «regalo de padre» y no tengo ni idea de qué regalarle a Ken. —Hace un frío del carajo —dice Britt cuando vuelve del coche, temblando y frotándose las manos. —Una camiseta no parece lo más idóneo para la nieve. Pone los ojos en blanco. —Tengo hambre, ¿y tú? Vamos a la galería de restauración. Britt me busca sitio y compra porciones de pizza de la única franquicia aceptable. Minutos después se sienta conmigo a la mesa con dos platos llenos a rebosar. Cojo una porción y una servilleta y le doy un pequeño bocado. —Qué elegancia —se burla cuando ve que me limpio la boca al terminar de masticar. —Cállate —le digo cogiendo otro trozo. —Esto es... muy agradable, ¿no crees? —pregunta. —¿La pizza? —pregunto la mar de inocente, aunque sé que no se refiere a la comida. —Nosotras dos pasando la tarde juntas. Hacía mucho que no estábamos así. «Parece que fue hace mil años...» —Sólo hace algunos días, en realidad —le recuerdo. —Para nosotras, eso es mucho. —Ya... —Doy un bocado más grande para poder permanecer callada más tiempo. —¿Desde cuándo llevas pensando en avanzar? —pregunta. Termino de masticar lentamente y tomo un largo trago de agua. —Desde hace unos pocos días, creo. —Quiero mantener la conversación tan trivial como sea posible para evitar montar una escena, pero añado—: Todavía tenemos que hablar de muchas cosas. —Lo sé, pero estoy tan... —Abre mucho los ojos por algo que ha visto detrás de mí. Giro la cabeza y se me revuelve el estómago al divisar una mata de pelo rojo. Rachel. Y, junto a ella, su novia Quinn. —Vámonos —digo. Me levanto y dejo la bandeja de comida sobre la mesa. —Santana, aún no has comprado todos los regalos. Además, no creo que nos hayan visto. Cuando me vuelvo otra vez, los ojos de Rachel se encuentran con los míos. Es evidente que está sorprendida, no sé si de verme a mí o de verme con Britt. Puede que ambas cosas. —Me ha visto —digo. La pareja se nos acerca y siento que tengo los pies clavados al suelo. —Hola —saluda Quinn incómoda cuando llega junto a nosotras. —Hola —dice Britt frotándose la nuca. No quiero decir nada. Miro a Rachel, cojo mi bolso de encima de la mesa y echo a andar. —¡Santana, espera! —me llama ella. Sus zapatos de plataforma golpean los duros baldosines mientras intenta alcanzarme—. ¿Podemos hablar? —¿Hablar de qué, Rachel? —le espeto—. ¿De cómo mi primera y única amiga de la facultad dejó que me humillasen delante de todo el mundo? Britt y Quinn se miran la una a la otra, no saben si deben intervenir o no. Rachel extiende las manos. —Perdóname, ¿vale? Sé que debería habértelo dicho. Yo... ¡creía que te lo contaría! —Y con eso se arregla todo, ¿no? —No, ya sé que no. Pero de veras que lo siento, Santana. Sé que debería habértelo contado. —Pero no lo hiciste. —Cruzo los brazos. —Te echo de menos. Echo de menos estar contigo —añade. —Seguro que echas de menos no poder hacerme el blanco de tus bromas. —Te equivocas, Santana. Eres... eras mi amiga. Sé que la he cagado, pero de veras que lo siento. La disculpa me pilla con la guardia baja, aunque me recupero y le digo: —Ya, pues no puedo perdonarte. Frunce el ceño. Y entonces pone cara de enfado. —Pero ¿a ella sí que puedes perdonarla? Ella fue quien lo empezó todo y tú se lo perdonas. ¿No se te hace raro? Quiero ponerla en su sitio, llamarla de todo, pero sé que tiene razón. —No se lo he perdonado, sólo estoy... No sé lo que estoy haciendo — gimoteo, y me llevo las manos a la cara. Rachel suspira. —Santana, no espero que se te pase sin más, pero al menos dame una oportunidad. Podríamos quedar, sólo nosotras cuatro. El grupo se ha ido a la mierda, la verdad. Me la quedo mirando. —¿Qué quieres decir? —Jace está más insoportable que de costumbre desde que Britt le pegó la paliza de su vida. Quinn y yo nos mantenemos alejadas de todos. Miro a Britt y a Quinn, que nos están observando, y luego otra vez a Rachel. —¿Britt le ha pegado a Jace? —Sí..., el fin de semana pasado. —Frunce el ceño—. ¿No te ha dicho nada? —No... Quiero enterarme de todo lo que pueda antes de que Britt se acerque y le calle la boca. Como Rachel quiere congraciarse conmigo, empieza a hablar sin que yo tenga que decirle nada. —Sí, fue porque Kitty le dijo a Britt que Jace lo había planeado todo..., ya me entiendes —añade en voz baja—, que te lo contara delante de todos... —Pero entonces se ríe tímidamente—. La verdad es que se lo había buscado, y la cara que puso ella cuando Britt se la quitó de encima no tenía precio. En serio, ¡debería haberle hecho una foto! Me quedo pensando que Britt rechazó a Kitty y le pegó una paliza a Jace antes de viajar a Seattle. Entonces oigo decir a Quinn: —Chicas... —casi como para avisarnos de que Britt está cerca. Britt viene a mi lado y me coge de la mano. Quinn intenta quitar a Rachel de en medio. Ella me mira un instante y dice con los ojos muy abiertos: —Santana, tú sólo piénsalo, por favor. ¿Te parece bien? Te echo de menos.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
El pasado de britt es jodidamente pesado... Es la caja de pandora, y mayormente termina afectando a san aunque también es quien la levante...
No me gusta que rachel y quinn se le hacer que de nuevo a san... O en si todo el círculo de "amigos"
No me gusta que rachel y quinn se le hacer que de nuevo a san... O en si todo el círculo de "amigos"
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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Edad : 33
Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Pues si Britt es complicada en todo pero San la conoció así y bueno sabe un poco del porque es así, y que sin quererlo le ha ayudado .... Pero Britt debe sincerarse del todo con ella y dejar de huir...
Y de Rach pues si la cago pero pues no se jajajaja es que entró en el juego también y si hubiera sido su amiga le habría dicho...
Y de Rach pues si la cago pero pues no se jajajaja es que entró en el juego también y si hubiera sido su amiga le habría dicho...
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
ok es cierto que todas la c... pero tambien es cierto que todo el mundo merece otra oportunidad, por lo menos en cuanto a la amistad de rach y san pq lo que tienen san y britt es tan complicado que solo lo entienden ellas!!!!! espero el momento en que por fin britt se sincere completamente!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
La verdad es que esta todo muy complicado pero bueno en algún punto alguien tiene que ceder!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Hola chicas gracias por comentar, luego contestare por que me han tocado unos dias de locura. pero aqui estoy actualizando aunque un poco tarde .. Saludos a todas
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Capítulo 32
Santana
—¿Estás bien? —me pregunta Britt cuando por fin se van. —Sí..., estoy bien —contesto. —¿Qué te ha dicho? —Nada..., quiere que la perdone. —Me encojo de hombros y nos dirigimos a la zona de tránsito. Necesito procesar todo lo que Rachel me ha dicho antes de comentárselo a Britt. Debió de asistir a una de sus fiestas antes de ir a Seattle, y Kitty estaba allí. Casi resulta gracioso que me dijera que se acostó con ella la noche en que, en realidad, la rechazó. Casi. La culpabilidad que siento por haber besado a aquel extraño en un club mientras Britt estaba quitándose de encima a Kitty no tarda en ser mucho mayor que la ironía de la situación o el peso que me he quitado de encima. —¿Santana? —Britt deja de andar y agita una mano delante de mi cara —. ¿Qué pasa? —Nada. Estaba pensando en qué le compro a tu padre. —Se me da muy mal mentir, y mi respuesta sale más atropellada de lo que me gustaría —. ¿Le gustan los deportes? Creo que sí. Recuerdo que estuvisteis viendo juntos el partido de fútbol americano. Britt me mira un instante y luego dice: —Los Packers, le gusta el equipo de los Packers. Estoy segura de que quiere hacerme más preguntas sobre la conversación con Rachel, pero se contiene. Vamos a una tienda de deportes y las dos estamos muy calladas. Britt escoge un par de cosas para su padre. No me deja pagar, así que cojo un llavero que había cerca de la caja registradora y lo pago sólo para fastidiarla. Pone los ojos en blanco y le saco la lengua. —Eres consciente de que te has equivocado de equipo, ¿verdad? — dice cuando salimos de la tienda. —¿Qué? —Saco el pequeño obsequio de la bolsa. —Es de los Giants, no de los Packers —se burla Britt. —En fin... —digo volviendo a guardar el llavero—. Menos mal que nadie sabrá que los regalos buenos son los tuyos. —¿Hemos terminado? —lloriquea. —No, me falta Ryder. —Ah, sí. Dijo que quería probar un pintalabios nuevo. ¿Era en tono coral? Me pongo en jarras y me planto delante de Britt. —¡No te metas con él! A lo mejor debería comprarte a ti el pintalabios, ya que sabes exactamente el tono y todo —la riño. Me gusta discutir en broma con Britt, es mucho mejor que cuando vamos directos a las yugulares. Pone los ojos en blanco pero sonríe antes de hablar. —Cómprale entradas para el hockey. Eso es fácil y no muy caro. —Buena idea. —Lo sé —admite—. Qué pena que no tenga ni un amigo con el que ir. —Yo puedo ir con él. El modo en que Britt se burla de Ryder me hace gracia porque no tiene nada que ver con cómo se burlaba de él antes. Ahora ya no lo hace con malicia. —También quiero comprar un regalo para tu madre —le digo. Me lanza una mirada divertida, sexi e inofensiva. —¿Por qué? —Porque es Navidad. —Cómprale un jersey —dice, y señala una tienda de ropa para ancianas. La miro un momento y digo: —Se me da fatal esto de comprar regalos. ¿Tú qué le has comprado? Lo que me regaló por mi cumpleaños era tan perfecto que imagino que a su madre le ha comprado un detalle igual de acertado. Se encoge de hombros. —Una pulsera y una bufanda. —¿Una pulsera? —pregunto arrastrándola hacia las profundidades del centro comercial. —No, quería decir un collar. Es un collar muy sencillo en el que pone «Mamá» o alguna gilipollez parecida. —Qué bonito —digo mientras volvemos a entrar en Macy’s. Miro alrededor y me animo un poco—. Creo que aquí encontraré algo... Le gustan los chándales. —¡No, por favor! ¡Más chándales no! Es lo que lleva todos los días. Sonrío al ver su expresión de contrariedad. —Razón de más para comprarle uno nuevo. Vemos varios modelos. Britt toca la tela de uno y les echo un buen vistazo a sus nudillos y a las costras que los recubren y vuelvo a pensar en lo que me ha contado Rachel. No tardo en encontrar un chándal verde menta que creo que le gustará y vamos a la caja. Por el camino, me siento valiente, en parte porque ahora sé que es verdad que no se acostó con Kitty mientras yo estaba en Seattle. Cuando llega nuestro turno, dejo el chándal sobre el mostrador, me vuelvo hacia Britt y digo: —Tenemos que hablar, esta noche. La cajera nos mira a una y a otra confusa. Quiero decirle que es de mala educación quedarse mirando a la gente, pero Britt me contesta antes de que haya podido reunir el valor suficiente: —¿Hablar? —Sí... —digo observando cómo la cajera quita la alarma de la prenda —. Después de poner el árbol que tu madre nos compró ayer. —Y ¿de qué quieres hablar? Me vuelvo para mirarla. —De todo —digo. Parece aterrorizada, y las implicaciones de esa palabra resuenan en el aire. Cuando la cajera pasa el lector del código de barras por la etiqueta del chándal, el pitido rompe el silencio y Britt musita: —Voy a por el coche. Mientras observo a la cajera meter el chándal de Trish en una bolsa, me digo: «El año que viene me aseguraré de comprar unos regalos fabulosos para compensar lo cutres que son este año». Pero después pienso: «¿El año que viene? ¿Quién dice que el año que viene estaré con ella?». Ninguno de las dos abre la boca durante el trayecto de vuelta al apartamento. Yo estoy ocupada intentando organizar mis ideas y todo lo que quiero decir, y ella... Bueno, me da la sensación de que está haciendo lo mismo. Cuando llegamos, cojo las bolsas y corro bajo la lluvia helada hacia el vestíbulo. Prefiero la nieve, sin duda. Subimos al ascensor y oigo que me ruge el estómago. —Tengo hambre —le digo a Britt cuando me mira la tripa. —Ah. —Parece como si tuviera un comentario sarcástico en la punta de la lengua pero decide guardárselo. El hambre va a peor cuando entramos en el apartamento y el olor a ajo se apodera de mis sentidos. Se me hace la boca agua. —¡He preparado la cena! —anuncia Trish—. ¿Qué tal por el centro comercial? Britt me quita las bolsas de las manos y desaparece en el dormitorio. —No ha ido mal —respondo—. No había tanta gente como me temía. —Mejor. ¿Te apetece que pongamos el árbol? No creo que Britt nos ayude con eso. —Sonríe—. Detesta todo lo que es divertido. Pero podemos hacerlo nosotras dos, ¿quieres? Me echo a reír. —Claro que sí. —Come algo primero —ordena Britt cuando entra en la cocina dando grandes zancadas. Le lanzo una mirada enfurecida y sigo charlando con su madre. Después de poner el árbol con ella me espera la temida charla con Britt, y no tengo ninguna prisa. Además, necesito por lo menos media hora para coger fuerzas y poder decir todo lo que quiero. Tener una conversación como ésta con su madre en casa no es lo más acertado, pero no puedo esperar más. Hay que dejar las cosas claras de una vez por todas. Se me está acabando la paciencia: no podemos seguir mucho más tiempo en esta fase rara. —¿Tienes hambre, Santana? —me pregunta Trish. —La verdad es que sí —le digo sin hacer caso del plomo de su hija. Mientras Trish me sirve un plato de pollo asado con espinacas y ajo, me siento a la mesa y me concentro en lo bien que huele. Me lo pone delante y casi se me saltan las lágrimas al ver que sabe mejor de lo que huele. —Britt, ¿podrías sacar las piezas del árbol de la caja? —dice entonces ella—. Eso nos facilitaría mucho la tarea. —Claro —dice ella. Trish me sonríe. —También he comprado adornos —explica. Para cuando termino de cenar, Britt ha colocado las ramas en las ranuras correspondientes y el árbol ya está montado. —¿A que no ha sido tan terrible? —le dice su madre. Britt coge la caja de los adornos y ella se la quita de las manos—. Dame, te ayudaremos con eso. Llena a reventar, me levanto de la mesa y pienso que nunca, jamás, me habría imaginado que iba a adornar un árbol de Navidad en lo que era nuestro apartamento, con Britt y su madre. Disfruto mucho haciéndolo y, cuando terminamos, aunque los adornos parecen estar puestos al azar, Trish está muy satisfecha. —¡Vamos a hacernos todos una foto! —sugiere. —No me van las fotos —refunfuña Britt. —Vamos, Britt, es Navidad. Trish parpadea con coquetería y ella pone los ojos en blanco por enésima vez desde que llegó ella. —Hoy, no —replica. Sé que no es justo por mi parte, pero me da pena su madre, así que miro a Britt con ojitos tiernos y le digo: —¿Sólo una? —Vale, pesadas. Pero sólo una. Se coloca de pie frente al árbol con Trish. Cojo el móvil para hacerles la foto. Britt apenas sonríe, pero la felicidad de Trish lo compensa. Me alegro de que no sugiera que nos hagamos otra Britt y yo. Necesitamos decidir qué vamos a hacer antes de empezar a sacarnos fotos románticas con árboles de Navidad de fondo. Le pido a Trish su número de móvil y le envío una copia de la foto con Britt, quien vuelve a la cocina a servirse la cena. —Voy a envolver los regalos antes de que se me haga más tarde — anuncio. —Hasta mañana, cariño —dice Trish dándome un abrazo. Me meto en el dormitorio y veo que Britt ya ha preparado el papel de regalo, los lazos, la cinta adhesiva y todo lo necesario. Me concentro en la tarea para que podamos hablar cuanto antes. Quiero zanjar el asunto pero me da miedo lo que pueda pasar. Sé que ya me he decidido, pero no estoy segura de estar lista para admitirlo. Soy consciente de que es una tontería, pero no he hecho más que tonterías desde que conocí a Britt, y no siempre ha sido para mal. Estoy terminando de escribir el nombre de Ken en la etiqueta de uno de los regalos cuando ella entra. —¿Has terminado? —pregunta. —Sí... Tengo que imprimir las entradas de Ryder antes de que podamos hablar. Ladea la cabeza. —¿Por qué? —Porque necesito que me ayudes y no sueles ser muy colaboradora cuando discutimos. —¿Cómo sabes que vamos a discutir? —Porque es lo que hacemos siempre —digo medio riendo, y ella asiente en silencio. —Sacaré la impresora del armario. Enciendo el portátil. Veinte minutos después tenemos impresas y metidas en una pequeña caja de regalo dos entradas para ver a los Seattle Thunderbirds. —Vale... ¿Alguna otra cosa más antes de que podamos... hablar? — me pregunta. —No, creo que no —digo. Nos sentamos en la cama, ella apoyado en la cabecera, con sus largas piernas estiradas, y yo a los pies con las piernas cruzadas. No sé por dónde empezar ni qué decir. —Bien... —comienza Britt. Esto es muy incómodo. —Bien... —Empiezo a tirarme de las pielecitas de alrededor de las uñas—. ¿Qué te pasó con Jace? —¿Te lo ha contado Rachel? —Sí, me lo ha contado. —Ya, estaba hablando demasiado. —Britt, tienes que hablar conmigo o no vamos a ninguna parte. Abre mucho los ojos indignada. —Estoy hablando. —Britt... —Vale, vale... —Deja escapar un suspiro de enfado—. Tenía planeado intentar liarse contigo. Se me revuelve el estómago sólo de pensarlo. Aunque, por lo que me ha contado Rachel, ése no fue el motivo de la pelea. ¿Me estará mintiendo otra vez? —¿Y? —replico—. Sabes que eso no habría sucedido ni en un millón de años. —Eso no cambia nada. Sólo de imaginármelo poniéndote las manos encima... —Se estremece y continúa—: Además, él fue quien... Bueno, él y Kitty. Los dos planearon contártelo delante de todo el mundo. Jace no tenía derecho a humillarte de ese modo. Lo estropeó todo. El alivio momentáneo que siento ahora que la versión de Britt encaja con la de Rachel se torna en enfado al comprobar que sigue creyendo que si yo no me hubiera enterado de lo de la apuesta todo sería perfecto. —Britt, lo estropeaste todo tú solita —le recuerdo—. Ellos sólo me lo contaron. —Ya lo sé, Santana —dice molesta. —¿De verdad? ¿Estás segura? Porque no has dicho nada al respecto. Encoge las piernas con un movimiento brusco. —¿Cómo que no? ¡Si el otro día incluso me eché a llorar, joder! Noto que le lanzo una mirada asesina. —Para empezar, tienes que dejar de soltar tantos tacos cuando me hablas. Y, para continuar, ésa ha sido la única ocasión en la que te he visto decir algo, pero tampoco mucho. —Lo intenté en Seattle, pero no querías hablar conmigo. Y has estado pasando de mí, así que ¿cómo iba a decirte nada? —Britt, lo importante es que, si vamos a intentar superarlo, necesito que te abras a mí, necesito saber exactamente cómo te sientes. Me clava sus ojos azules. —Y ¿cuándo voy a poder oír cómo te sientes tú, Santana? Eres tan cerrada como yo. —¿Qué? No... No es verdad. —¡Lo es! No me has dicho cómo te sientes con todo esto. Lo único que repites sin cesar es que no quieres nada conmigo. —Agita los brazos en mi dirección—. Sin embargo, aquí estás. No entiendo nada. Necesito un momento para pensar en lo que ha dicho. Tengo la cabeza aturullada de tantas cosas que he olvidado decirle... —He estado hecha un lío. —No leo el pensamiento, Santana. ¿Por qué estás hecha un lío? Tengo un nudo en la garganta. —Por esto. Por nosotras. No sé qué hacer. Ni con nosotras ni con tu traición. —Acabamos de empezar a hablar y ya estoy al borde del llanto. —Y ¿qué quieres hacer? —inquiere en un tono algo borde. —No lo sé. —Sí que lo sabes. Me tiene calada. Necesito oírlo decir un montón de cosas antes de poder estar segura de lo que quiero hacer. —¿Qué quieres que haga? —digo. —Quiero que te quedes conmigo. Quiero que me perdones y me des otra oportunidad. Sé que ya me has dado muchas pero, por favor, dame otra más. No puedo vivir sin ti. Lo he intentado y sé que tú también. No vamos a encontrar a nadie más. O nos reconciliamos, o acabaremos solas, y sé que tú también lo sabes. Tiene los ojos llorosos cuando acaba de hablar, y necesito secarme las lágrimas. —Me has hecho muchísimo daño, Britt —digo. —Lo sé, nena, lo sé. Daría lo que fuera por poder cambiar eso — asegura, y se queda mirando la cama con una expresión extraña—. No es verdad. No cambiaría nada. Bueno, te lo habría contado antes, eso sí — dice. Levanto la cabeza. Ella levanta la suya y me mira a los ojos—. No lo cambiaría porque, si no hubiera hecho una cabronada como ésa, no habríamos acabado juntas. Nuestros destinos nunca se habrían cruzado de verdad, no del modo que ha hecho que estemos tan unidas. Aunque me ha destrozado la vida, sin la maldita y pérfida apuesta no habría tenido ninguna vida que destruir. Seguro que ahora aún me odias más que antes, pero querías oír la verdad. La miro a través de sus ojos azules. No sé qué decir. Porque, cuando lo pienso, cuando lo pienso seriamente, sé que yo tampoco cambiaría nada.
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Re: EN MIL PEDAZOS (AFTER 2) BRITTANA.
Capítulo 33
Brittany
Nunca había sido tan sincera con nadie, pero quiero poner todas las cartas sobre la mesa. Santana se echa a llorar y me pregunta con ternura: —¿Cómo sé que no vas a volver a hacerme daño? Sé que lleva conteniendo las lágrimas todo el tiempo, pero me alegro de que se haya rendido. Necesitaba ver alguna muestra de emoción... Ha estado muy fría últimamente, y eso no es propio de ella. Antes me bastaba con mirarla a los ojos para saber en qué estaba pensando. Ahora ha levantado un muro que me impide verla como sólo yo puedo verla. Ojalá que el tiempo que hemos pasado juntas hoy juegue a mi favor. Eso y mi sinceridad. —No hay forma de saberlo, Santana —confieso—. Te aseguro que volveré a hacerte daño, y tú me lo harás a mí. Pero también te aseguro que nunca te ocultaré nada ni volveré a traicionarte. Es posible que sueltes alguna burrada que no sientes de verdad, y ya verás como yo también diré barbaridades, pero podemos solucionar nuestros problemas porque eso es lo que hace la gente. Sólo necesito una última oportunidad para demostrarte que puedo ser la mujer que mereces. Por favor, Santana. Por favor... —le suplico. Me mira fijamente con los ojos rojos, mordiéndose los carrillos. Odio verla así y me odio a mí misma por haberla puesto así. —Me quieres, ¿no es así? —pregunto. Miedo me da la respuesta. —Sí, más que a nada —reconoce con un suspiro. No puedo ocultar la sonrisa que dibujan mis labios. Oír de su boca que aún me quiere me devuelve a la vida. Me preocupaba muchísimo que hubiera tirado la toalla, que hubiera dejado de quererme y siguiera adelante con su vida. No me la merezco y sé que lo sabe. Pero la cabeza me da vueltas y está demasiado callada. No soporto estar tan lejos de ella. —¿Qué puedo hacer? ¿Qué quieres que haga para que podamos dejar esto atrás? —pregunto desesperada, con demasiado énfasis. Lo sé por el modo en que me mira, como si la hubiera asustado o molestado o... qué sé yo—. ¿He dicho algo que no debería? —Me llevo las manos a la cara y me seco los ojos—. Sabía que iba a meter la pata. No se me dan bien las palabras. Nunca me he puesto tan sentimental en toda mi vida, y no es agradable. Nunca he tenido que expresarle mis sentimientos a nadie ni he tenido ganas de hacerlo, aunque por esta chica haría lo que fuera. Siempre lo fastidio todo, pero esto tengo que arreglarlo, o al menos intentarlo con todas mis fuerzas. —No... —solloza—. Sólo es que... No sé. Quiero estar contigo. Quiero olvidarlo todo pero no quiero arrepentirme después. No quiero ser la chica que se deja pisotear y maltratar y siempre vuelve a por más. Me inclino hacia ella y pregunto: —¿Quién crees que va a pensar así de ti? —Todo el mundo. Mi madre. Tus amigos... Tú. Sabía que era eso. Sabía que le preocupaba más lo que debe hacer que lo que quiere hacer. —No pienses en los demás —digo—. ¿Qué más da lo que piense nadie? Por una vez, piensa en lo que quieres, en lo que tú quieres. ¿Qué te hace feliz? Con unos ojazos preciosos, redondos, rojos y llorosos, dice: —Tú. Y el corazón me da un brinco. —Estoy cansada de guardármelo todo para mí. Todo cuanto quería decirte y no te he dicho me tiene agotada —añade. —Pues no te lo guardes —replico. —Me haces feliz, Britt. Pero también me haces muy desgraciada, me cabreas y, sobre todo, me vuelves loca. —Ahí está la gracia, ¿no? Por eso hacemos tan buena pareja, Santana, porque somos lo peor la una para la otra. A mí ella también me vuelve loca, y me cabrea y me hace feliz. Muy feliz. —Somos lo peor la una para la otra —dice con una leve sonrisa. —Lo somos —repito, y le devuelvo la sonrisa—. Pero te quiero más de lo que nadie te querrá nunca, y te juro que dedicaré el resto de mi vida a compensártelo. Si me dejas. Espero que haya oído la sinceridad en mi voz, lo mucho que deseo que me perdone. Lo necesito. La necesito como nunca he necesitado a nada ni a nadie, y sé que ella me quiere. No estaría aquí de no ser así, aunque no puedo creerme que acabe de decir «el resto de mi vida». Espero no haberla asustado. No dice nada y se me parte el corazón. Las lágrimas se agolpan detrás de mis párpados y susurro: —Lo siento mucho, Santana... Te quiero con locura... Me desarma cuando salta como un rayo y se sienta en mi regazo. Le cojo la cara entre las manos. Respira hondo y apoya la mejilla en la palma de mi mano. Me mira. —Necesito que sea con mis condiciones —suplica—. No podré soportar que me rompas otra vez el corazón. —Lo que haga falta. Yo sólo quiero estar contigo —le aseguro. —Tenemos que ir despacio. No debería estar haciendo esto... Si vuelves a hacerme daño, no te lo perdonaré jamás —amenaza. —No lo haré. Te lo juro. Preferiría morir a volver a hacerle daño. Todavía no me creo que vaya a darme otra oportunidad. —Te he echado mucho de menos, Britt. Cierra los ojos y quiero besarla, quiero sentir sus labios ardientes contra los míos, pero acaba de decirme que quiere ir despacio. —Yo también a ti —respondo. Apoya la frente en la mía y respiro aliviada. —Entonces ¿va en serio? —pregunto intentando que no se me note lo desesperada que estoy. Se sienta derecha y la miro a los ojos, esos ojos que se han pasado la semana atormentándome cada vez que cierro los párpados. Sonríe y asiente. —Sí... Creo que sí. Le rodeo la cintura con los brazos y se recuesta en mí. —¿Me das un beso? —le ruego. No intenta ocultar la sorpresa. Me acaricia la frente y me aparta el pelo de la cara. Joder, me encanta que haga eso. —Por favor —digo. Y me hace callar con sus labios.
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