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[Resuelto]BRITTANA: CARCEL DE AMOR. GP- SANTANA . CAP. 13 FINALIZADO - Página 2 Primer15
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Oct 22, 2016 11:04 pm

JVM escribió:Pfff!
El tiempo voló, y San al irse de esa forma.... Yo creó que Tina le dijo del problema y prefirió sacar de todo eso a Britt...
Y ahora con sus abogados y peticiones... No bueno jajajaja. Dormir con ella no creo que sea un sacrificio mas bien lo sera lo que sentirá al hacerlo sobretodo porque no la supero nunca....
En fin veremos que decide Britt y si sus padres ya se enteran que lleva casada 11 meses jajaja

yo creo que si sera un sacrificio para ambas, el quererse y no haberse visto en 11 meses, los sentimientos volver a tomar fuerza,,, y el dolor de Brittany a ver a Santana tras las rejas. ya veremos...
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Finalizado Re: [Resuelto]BRITTANA: CARCEL DE AMOR. GP- SANTANA . CAP. 13 FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Oct 22, 2016 11:06 pm

micky morales escribió:Bueno tampoco es que sea muy facil aceptar las exigencias de una mujer que ni conoces y te habla de dinero y un monton de suposiciones asi que hay que entender a britt, ahora solo queda que viaje a Brasil, es su oportunidad de hacer lo que quiere y huir de sus controladores padres, a ver ahora que decide britt!!!!!

Entiendo compleetamente a Britt, Quinn la trato como una mujezuela depositandole dinero para acostarse con Britt y dandole todas las instrucciones irrumpiendo un dia cualquiera para decirle si viaja a Brazil y haz esto y aquello.. aunque tienes razon en cuanto a que es la mejor y genial forma de huir o alejarse de sus padres, quiero una experiencia asi mismo...
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Finalizado Re: [Resuelto]BRITTANA: CARCEL DE AMOR. GP- SANTANA . CAP. 13 FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Oct 22, 2016 11:08 pm

Capítulo 7


Cuando se fueron, Brittany hizo lo que llevaba un año evitando hacer. Buscó información sobre la mujer con quien se había casado y descubrió lo poderosa que era, o había sido antes de que la denunciaran. Entendió que la Santana dos Santos sobre la que estaba leyendo se molestara por tener que viajar en clase business. Y después leyó sobre la conmoción que había causado su arresto. Aunque Santana tenía reputación de ser despiadada en los negocios, también la tenía de ser honesta, y aparentemente por eso le había resultado tan fácil convencer a muchos ricachones de desprenderse de millones. Habían creído las mentiras que les contaban. La confianza de sus socios de negocios los habían convertido en ingenuos y, a pesar de las alegaciones de inocencia de Quinn y sus colegas, los artículos para Brittany daban lugar a la duda. Al fin y al cabo, ella sabía lo poco que le había costado entenderla y jugar con ella.

Brittany había visto otro lado de Santana, uno que no le gustaba. Sin embargo, tal y como había dicho Quinn, era su esposa y, por lo visto, ella era su única esperanza de que tuviera un juicio justo. Después, Brittany pinchó en imágenes que deseó no haber visto. La primera era de Santana esposada cuando la metían dentro de un coche de policía. Había muchas más fotos de Santana, pero no eran de la mujer que conocía. Llevaba traje y la corbata bien anudada, y el cabello tal y como la recordaba, pero en ninguna sonreía. Ni una sola imagen capturaba a la Santana que había conocido.

Después encontró otra imagen, la que resultó más dolorosa de ver. Su rostro arrogante estaba ceñudo, tenía tres arañazos en la mejilla, hechos por sus uñas, y un cardenal en el cuello, debido a su boca. Brittany leyó el titular López vira outra mulher! Pinchó en el texto para obtener la traducción. Quería saber si había regresado esa mañana y sido arrestada de inmediato, saber si esa había sido la razón de su crueldad con ella. ¿Había sabido que iban a arrestarla y la había dejado para protegerla?

Esperó la traducción conteniendo la respiración: López hiere a otra mujer! E incluso sabiéndola en prisión, a un mundo de distancia, eso volvió a romperle el corazón.
Llamaron a la puerta. Su madre no esperó respuesta, abrió y entró.
–Helen me ha dicho que has tenido visitas.
–Así es.
–¿Quiénes eran?
–Amigos.

Vio que su madre fruncía los labios y supo que no se marcharía hasta averiguar quiénes eran esos amigos y qué querían. Incluso antes de la llegada de las visitas, Brittany había sabido que la esperaba una conversación difícil con sus padres, así que decidió que era un buen momento para tenerla.

–¿Puedes ir a buscar a papá? –dijo con una débil sonrisa–. Necesito hablar con los dos.

No fue nada bien. «Después de todo lo que hemos hecho por ti» fue la frase dominante, que Brittany había esperado oír, cuando les dijo que había decidido no seguir trabajando en la empresa familiar. No mencionó a Santana. Ya tenían bastante que digerir sin añadir la noticia de que tenían una nuera. En prisión, para más inri. Tendría que haber sido una conversación mucho más difícil, sin embargo, tenía la sensación de que había reservado sus emociones y miedos para lo que estaba por llegar. Así que Brittany soportó la conversación pálida e incómoda, pero distante.

–¿Por qué ibas a querer ser chef? –su madre simplemente no entendía que su hija pudiera querer algo que no habían elegido para ella–. Eres abogada, por Dios santo, ¿y quieres trabajar en una cocina?.

–No sé lo que quiero hacer exactamente –intervino Brittany–. Ni siquiera sé si me aceptarán.

–Entonces, ¿por qué renunciar a todo?

Ella no sabía cómo contestar, no sabía cómo decirles que no tenía la sensación de estar renunciando a nada, sino más bien de estar recuperando su vida. Les dijo que iba a tomarse unas vacaciones, aunque no estaba segura de ir a hacerlo, pero incluso sin las noticias sobre Santana, parecía sensato tomarse unas semanas mientras sus padres se calmaban.

–Luego volveré y trabajaré un par de meses –explicó–. No es que vaya a irme sin más.

Pero en opinión de sus padres ya lo había hecho.

Más tarde, sentada en el balcón de su pequeño piso, admirando la fantástica vista, Brittany pensó en su día. Lo que tendría que haber sido una difícil conversación con sus padres y que la habría llevado a sentirse culpable y preguntarse si había manejado bien la situación, apenas ocupaba espacio en su mente. En vez de eso, estaba centrada en el otro gran problema que tenía por delante. Pausadamente, analizó las tres cosas que tenía y probaban que su relación con Santana había existido.

Sacó el anillo de la cadena que colgaba de su cuello y recordó la certeza que había sentido cuando Santana se lo puso, a pesar de que le había dicho que no sería para siempre, se había sentido bien. Después, sacó el certificado de matrimonio de la mesilla y miró su firma: Santana López. Vio el punto tras el nombre y recordó el sonido de su pluma cuando lo hizo. Después examinó la tercera cosa, la más dolorosa de todas: un corazón que once meses después seguía exquisitamente sensible.

No había habido nadie desde entonces, no había pensado en otra persona. Se sintió mareada al examinar sus sentimientos, temiendo lo que encontraría. La verdad estaba allí y no había querido verla. Dolía demasiado admitirla. La amaba. O, más bien, la había amado. Si no fuera así, no se habría casado con ella. Brittany lo sabía en el fondo de su corazón. Y, la quisiera ella o no, ese amor había existido. Su breve matrimonio con ella había sido real para Brittany. Y, como Quinn había dicho, seguían casadas. Empezaba a refrescar, así que Brittany entró en casa y leyó el itinerario que le había dado Quinn.

Después miró el nombre de la cárcel en la que estaba y le costó creer que estuviera allí, y más aún que tal vez ella también lo estaría el jueves. Estaría. Brittany se puso el anillo en el dedo. Era una decisión difícil, pero no le costó tomarla. Quinn tenía razón. Legalmente, seguía siendo su esposa.
Pero no fueron los términos legales lo que la decidieron. Fue una parte de sí misma, que necesitaba superar, pero hasta que lo hiciera, en todos los sentidos, Santana aún era su esposa. Aunque el hotel y los vuelos estaban reservados, Quinn le había dicho que tendría que solucionar cualquier problema a través de la agencia de viajes. En ninguna circunstancia podía ponerse en contacto con ellos. Nadie podía saber que los conocía, no solo por protegerlos a ellos, o incluso a Santana, sino por su propia seguridad.
Había captado el peligro pero evitado pensar en Santana; intentaba enfrentarse a una vida que acababa de cambiar por completo otra vez. Tuvo otra discusión con sus padres, enorme esa vez. No entendían por qué su hija, normalmente sensata, podía querer irse a Brasil de repente.
–¡Brasil! –había gritado su madre, anonadada–. ¿Por qué diablos quieres ir a Brasil?
No fueron al aeropuerto a despedirse. Sin embargo, el resultado tuvo algo de positivo: Brittany apenas se dio cuenta del despegue del avión. Su mente estaba demasiado absorta en la idea de que iba a ver a Santana.
Santana López….. Y tampoco lo notó cuando cambió de avión para volar a Santiago, consciente de que era la última parte del viaje antes de verla.
Poco después del despegue, la azafata le ofreció una bebida.
–Una tónica –dijo Brittany, pero cambió de opinión y añadió ginebra.
–¿Va de vacaciones? –le preguntó su compañera de asiento, una mujer mayor que, según dijo, tenía primos en São Paulo.

–Sí –dijo Brittany–. Más o menos.
–¿Va a visitar a la familia?
–A mi esposa –le resultó extraño decirlo, pero al fin y al cabo llevaba puesto su anillo y llevaba el certificado en el bolso. Tendría que decir eso mismo en la aduana, así que era mejor practicar.
–. Primero a Brasil y después tres semanas a Hawái.
–Fantástico –la anciana sonrió y Brittany le devolvió la sonrisa. Igual que había deseado Santana el día que la conoció deseó que su compañera de asiento guardara silencio. No podía decirle el motivo de su visita. Pidió otro gin-tonic, pero no la ayudó. Lloró mientras descendían hacia São Paulo; nunca había visto nada igual. Bajo ella se extendía un mar de ciudad, kilómetros y kilómetros de edificios y rascacielos. La población de la ciudad era casi equivalente a la población total de Australia, y Brittany nunca se había sentido más pequeña y perdida.

El aterrizaje fue terrorífico, más aún porque Santana lo había mencionado, más aún al ver la cercana coexistencia entre coches, aviones y ciudad, más aún porque por fin estaba allí. Sorprendentemente, sus ojos la buscaron tras salir de la aduana, un estúpido destello de esperanza de que todo fuera una broma de mal gusto y que Santana estaría allí esperando con un ramo de flores y un beso. Pero no era una broma. No era un juego. No había nadie esperando para recibirla.

Brittany salió del aeropuerto e intentó conseguir un taxi, pero nunca había visto una cola tan larga para pedir uno. Estaba agotada y abrumada; una vez más, Santana la había sacado de su terreno. El chófer tenía la música muy alta y las ventanillas bajas. La llevó por calles oscuras hasta Jardins. Allí todo era ruidoso también. La ciudad vibraba de vida. Había puestos de comida en las calles y captaba aromas desconocidos cada vez que paraban en un semáforo.

Era demasiada ciudad para ella. Brittany pensó que tenía sentido: era la ciudad de la que provenía Santana. Lo único que deseaba era llegar a su habitación. Desaliñada, confusa y cansada, Brittany pagó al taxista cuando se detuvo ante un hotel de varios pisos. En cuanto entró, supo que estaba de vuelta en el mundo de Santana.

Un entorno moderno, cosmopolita y con personal exquisito y deslumbrante. Fue un alivio entrar en su habitación y contemplar las ajetreadas calles por la ventana, sabiendo que al día siguiente tomaría otro taxi para visitar a Santana en la prisión.

Brittany escrutó el horizonte, preguntándose en qué dirección estaría Santana y si tenía la más mínima idea de que ella estaba allí. Pasó un largo rato preguntándose cómo se enfrentaría a ella al día siguiente.

–Hola, mamá –llamó no porque le hubieran dicho que lo hiciera, ni siquiera la hablaban, sino porque, a pesar de sus diferencias, Brittany quería a sus padres y necesitaba sentirse bien con ellos.

–¿Qué tal Brasil? –la voz de su madre sonó tensa, pero al menos le habló.

–Impresionante. Pero no he visto mucho.

–¿Has reservado alguna excursión?

–Aún no –dijo Brittany.

Se quedó callada un momento. No le gustaba mentir, y menos a sus padres, pero se descubría haciéndolo cada dos por tres. Al día siguiente volvería a llamarlos para decirles que había cambiado de opinión y pasaría el resto de sus vacaciones en Hawái. Se preguntó cómo reaccionarían a eso. Más que nada, Brittany quería que el día siguiente pasara, para poder tumbarse en la playa y, a ser posible, sanar de una vez por todas. No se había atrevido a meter la solicitud de divorcio en la maleta, por si daba lugar a preguntas en la aduana, pero en cuanto volviera a casa la enviaría.

Su corazón no podía aguantar más de Santana.

–¿Cómo está papá?

–Preocupado –respondió su madre.
A Brittany se le encogió el corazón, odiaba que se preocuparan por ella,
–. Va a costar un dineral contratar a un nuevo abogado.

Brittany sabía que su madre no pretendía herirla, pero lo había hecho. La empresa siempre estaba por encima de todo para ellos.

–Ya os dije que trabajaré un par de meses cuando vuelva. No tenéis que precipitaros. Y no necesitáis un abogado a tiempo completo; podéis contratarlo por horas. Lo estudiaremos cuando vuelva.

–¿Entonces, vas a volver?

Brittany sonrió para sí. Quizás no todo se centrara en la empresa. Aunque podían ser muy difíciles a veces, era cierto que querían lo mejor para ella y la querían, Brittany era muy consciente de eso.

–Claro que sí. Solo me he tomado unas semanas para aclararme la cabeza. Estaré allí antes de que os dé tiempo a echarme de menos.

Le resultó imposible dormir. Odiaba la idea del día siguiente, de volver a verla, el impacto que supondría verla cara a cara. Solo pensar en ella era emocionalmente agotador pensar en Santana. Por no hablar de vera. Por no hablar de hacer el amor con ella.
Si Brittany durmió, no fue mucho, y estuvo en pie mucho antes de que sonara el despertador. Pidió el desayuno, pero tenía el estómago como una montaña rusa y fue un esfuerzo tragar un poco de pan con queso a la plancha. Sin embargo, agradeció el café. Si no lo hubiera querido, no podría hacer lo que iba hacer. Pero si no lo hubiera querido no se habría casado con Santana y no estaría metida en ese lío. Recordó sus crueles palabras de aquella mañana, tantos meses atrás, y supo que el amor no tenía lugar en esa situación. Después del amago de desayuno se tumbó en la bañera, intentando prepararse para lo que estaba por llegar, sin saber cómo. Mientras se afeitaba las piernas se preguntó si lo hacía por el placer de Santana o por su propio orgullo. Le ocurrió lo mismo mientras se daba aceite perfumado en todo el cuerpo. Se puso ropa interior sencilla, color carne, un vestido recto verde oliva y sandalias de cuero sin tacón. Le temblaba la mano demasiado para maquillarse, así que no lo hizo.

Quinn le había dado el nombre de una buena empresa de conductores, preferible a un taxi, y la recepción del hotel llamó para decirle que su chófer la esperaba. Cuando salía de la habitación miró a su alrededor, preguntándose cómo se sentiría cuando volviera. A esa hora del día siguiente, estaría en un avión rumbo a Hawái. Y para entonces todo habría acabado porque, dijera lo que dijera Quinn, no volvería a verla. Una vez era suficiente. Dos veces podrían acabar con ella. Así que miró la habitación e intentó no pensar en lo que tenía que ocurrir antes de que volviera. Condujeron por la ciudad más diversa del mundo, pasaron ante el palacio de Justicia, donde estaría Santana al cabo de dos semanas, y Brittany admiró la impresionante ciudad. Había belleza, lujo y también mucha pobreza. Pensó en Santana creciendo en las calles, en lo lejos que había llegado antes de caer. No la conocía lo bastante como para creer en su inocencia. Podía ser una tonta en el amor, pero no era tonta a ciegas. Sin embargo, Santana se merecía un juicio justo. Brittany nunca había sentido tanto miedo como cuando llegaron a la cárcel. Ver la torre de vigilancia, los sonidos al entrar, la vergüenza del interrogatorio...

Examinaron sus documentos, le sacaron una foto y le leyeron sus derechos, o más bien los de su esposa. Podía regresar tres semanas después; podía llamarla una vez a la semana a la hora estipulada y hablar con ella diez minutos. Aunque Brittany aceptó el papel con el número de teléfono, sabía que no lo utilizaría nunca. Después, una agente de prisiones la examinó para comprobar que no llevaba nada oculto y Brittany cerró los ojos, pensando que escupiría a Quinn a la cara si volvía a verla, hasta que le permitieron volverse a vestir.

Quizás fuera cierto que se creía demasiado importante, pero mientras la conducían por un pasillo oyó a dos guardas mencionar el apellido López un par de veces, y aunque no entendió lo que decían, captó el tono lujurioso del comentario. Mientras esperaba la llegada de Santana, Brittany supo que, aunque tuviera que dejar de darse importancia, en ese momento quien había dejado de tener importancia para siempre era Santana.
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Finalizado Re: [Resuelto]BRITTANA: CARCEL DE AMOR. GP- SANTANA . CAP. 13 FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Oct 22, 2016 11:09 pm

Capítulo 8


La ranura de la puerta se abrió y pasaron la comida, templada e insulsa. Santana tenía hambre y vació el plato de judías y arroz en silencio. Su compañera de celda hizo lo mismo. Era como ambas sobrevivían. Se negaba a permitir que el ruido constante y los gritos de las demás presas la irritaran.
No se quejaba de la comida ni de la suciedad. Desde el primer día de su llegada, exceptuando alguna palabra imprescindible, había guardado silencio, se había adaptado al sistema aunque algunos guardias habían intentado provocarla. Cuando llegó a prisión le hablaron de su compañera de celda y de las palizas que podía esperar.

Mientras se quitaba el traje, los zapatos, el reloj y las joyas, habían advertido a la chica rica lo mal que le irían las cosas. Después la habían examinado y duchado con una manguera. Santana no había dicho nada. La habían empapado con una manguera muchas veces antes. No había espejo donde mirarse, así que desde que la habían querido rapar, se pasaba la mano por la cabeza. Llevaba el uniforme de tela vaquera y áspera sin pensarlo. Había llevado ropa peor y había estado más sucia y hambrienta en muchas otras ocasiones. Santana conocía la calle. Había crecido en el peor entorno y había sobrevivido. Había salido de la nada y había vuelto a ella, como siempre había temido. Pertenecía a ese mundo anónimo y brutal, y era el que merecía. Santana había llegado a pensar que tal vez su auténtico hogar estuviera allí, no bebiendo champán y degustando caviar; ni planteándose comprar una casa en la montaña y formar una familia.

Había sido una idiota al permitirse pensarlo, una idiota al bajar la guardia, porque esas cosas no eran para ella. Habían congelado sus cuentas y sus amigos y colegas dudaban de ella. Sentir las esposas cerrarse en sus muñecas había supuesto un alivio temporal mientras Santana volvía al duro mundo que siempre había sabido que la reclamaría. Pero ese alivio se había diluido y dado paso a un intenso sentimiento de injusticia. A veces tenía la sensación de que iba a estallarle la cabeza, y estaba tan tensa que se creía capaz de arrancar los barrotes de la ventana de la celda con las manos, o atrapar balas con los dientes; pero procuraba no pensar en eso.
Nunca mostraba su ira y apenas hablaba. Su compañero de celda era una de las mujeres más temidas de la prisión. Dirigía el lugar y tenía contactos dentro y fuera. Los guardias habían pensado que ponerlas juntas sería como poner dos toros en el mismo prado. El lema de São Paulo era «No me dirigen. Dirijo». Así que habían puesto a la chica rica que dirigía el mundo de los negocios con la mujer que dirigía a las presas, y habían esperado oír a López llorar. Pero cuando la metieron en la celda, Santana había sostenido la mirada de Fernanda y asentido con la cabeza.
Había dado las buenas tardes y no había obtenido respuesta; Santana no había vuelto a hablarle. Ignoraba a su compañera, eso convenía a las dos, y con el paso de los meses la tensión se había disipado. El silencio entre ellas era amigable; ambas respetaban la intimidad de la otra en una amistad sin palabras. Santana terminó su comida. No tardaría en hacer su tabla de ejercicios. Hacía una semana que no les dejaban salir al patio, así que se ejercitaba en la celda. Se imponía un ritmo y seguía sus rutinas para mantener la cordura. Aunque se había adaptado al sistema y seguía las normas de la prisión, empezaba a rechazarlas cada vez más. En su interior había ido creciendo la ira y no podía dejarla explotar, porque quería estar allí cuando fijaran la fecha de su juicio, no en una celda de aislamiento. Se tumbó en su litera e intentó no esperanzarse demasiado con la idea de salir bajo fianza quince días después, tras la vista preliminar. Kitty le había dicho que no confiara en la fianza, había involucrada demasiada gente de alto nivel que no quería verlo libre.

–No hay nadie involucrado –había protestado Santana en su última reunión–. Porque yo no hice nada. Eso es lo que tenéis que demostrar.

–Y lo haremos –había dicho Kitty.

–¿Dónde está Quinn? –Santana había pedido que fuera Quinn en esa visita. Le gustaba su forma directa de hablar y quería oír su opinión, pero una vez más había sido Kitty quien apareció.

–Ella... –Kitty parecía incómoda–. Quiere verte. Le pedí que viniera, pero...
–¿Pero qué? Finn –replicó Kitty–. No quiere que esté aquí contigo. Y Santana entendía eso. El marido de Quinn, Finn, se había quejado de que Quinn trabajara para ella.

Santana y Quinn habían salido juntas antes de que ella conociera a Finn. Aunque ya no hubiera nada entre ellas, el que trabajara para Santana seguía causando problemas. Mientras rememoraba conversaciones, a falta de algo mejor que hacer, Santana comprendió que Finn no quisiera que Quinn la visitara. No habría ocurrido nada entre ellas, pero ella no solo necesitaba la agudeza mental de Quinn.

Ese lugar apestaba, y Quinn era lo bastante abierta para saber que ella necesitaría regalarse la vista. Le dejaría hacerlo y se vestiría bien para ella. Intentaba no pensar en Brittany, ni siquiera quería imaginársela allí, pero le resultaba imposible. Como su mente se empeñaba en divagar, puso coto a esos pensamientos y se centró en la vista preliminar. Su frustración por la falta de progresos no dejaba de crecer. Su frustración en general estaba llegando al punto de fractura. Bajó de la litera y empezó a hacer abdominales, contando mentalmente. Luego pasó a las flexiones, sin molestarse en contar. Decidió seguir hasta que le doliera el cuerpo. Pero su ira seguía creciendo. Quería estar fuera, no solo por la libertad, sino porque podría controlar las cosas, y dentro solo podía controlar sus rutinas.

Así que, cuando una guarda llegó a la puerta, ignoró sus burlas y siguió haciendo flexiones.

–Eres una puta con suerte, López. Ella siguió con sus ejercicios.

–¿A quién has pagado? Santana no contestó. –Tienes una esposa muy guapa.

Entonces sí hizo una pausa de un segundo antes de continuar. La guarda no sabía de lo que hablaba. Nadie sabía nada de Brittany, solo intentaban provocarla, liar su cabeza.

–Está aquí, esperando para verte.

Entonces se abrió la ranura de la puerta y le dijeron que se levantara. No tuvo otra opción que obedecer. Santana se puso en pie y su mirada se cruzó con la de Fernanda, algo poco habitual. El cambio de rutina era notable para ambas. Santana sacó las manos por la abertura y le pusieron las esposas. Después se abrió la puerta y salió. Caminó por el pasillo y bajó por los escalones de metal, oyendo los comentarios soeces y burlas de otras prisioneras. La guarda le dio un par de empujones, pero Santana no reaccionó. Se preguntaba qué había ocurrido. Supuso que Kitty había tirado de algunos hilos y contratado a una prostituta. Dio gracias a Dios.

Tal vez a sí su mente aguantaría hasta el día del juicio. Pero no demostró la más mínima emoción. Las muestras de debilidad tenían malas consecuencias; era algo que había aprendido con ocho años. Se recordó en el nuevo orfanato al que la habían enviado, el tercero de su vida y el peor con diferencia. Le habían dado una buena noticia, una nueva familia la esperaba. El encargado le había dicho que era una familia fantástica. Ricos, bien alimentados y bien vestidos, tenían cuanto querían en el mundo excepto hijos. Más que nada deseaban una hija y habían elegido a Santana. Su corazón había saltado de alegría. Odiaba el orfanato, un duro hogar para chicos, con empleados a menudo crueles. Había estado sonriente y emocionada cuando abrieron la puerta, preparándose para conocer a su nueva familia. Los empleados que la esperaban se habían reído de ella hasta hacerle llorar, habían comentado la broma toda la noche. ¿Cómo se había atrevido a pensar que una familia podía quererla?

Esa había sido la última vez que Santana había llorado. Su última muestra de emoción verdadera. Desde entonces lo guardaba todo dentro. No daría a las guardas de la prisión el mismo placer. Fuera cual fuera su plan, no les daría la satisfacción de leer su expresión. Pero entonces la vio.

No se había permitido pensar que podía ser Brittany. Ella no encajaba allí. Eso fue lo primero que pensó al verla con un vestido suelto de lino. Su pelo brillaba como oro bruñido y cobre, del color del sol que veía por la ventana de la celda al anochecer. Vio como la ansiedad de sus ojos se transformaba en horror al ver su cabeza y su tosca ropa. Su vergüenza porque la viera así fue como una puñalada, y perdió el control de su expresión un instante. Mantuvo la vista al frente mientras le quitaban las esposas y, aunque en silencio, su mente se desató. A la izquierda estaba Andrea, la guarda de la que menos se fiaba, y volvió a pensar que Brittany no debía de estar allí. Quería saber quién diablos había organizado el encuentro y quién había aprobado la visita, porque aún estando encerrada, le había dicho a Kitty que no hiciera nada sin antes pedir su aprobación. Notó cómo Andrea observaba cuando ella se acercó, y captó el miedo y la ansiedad de su voz cuando le habló.

–Te he echado mucho de menos.

Estaba representando un papel. Santana era consciente de eso. Pero cuando sus labios rozaron su mejilla, eso le dio igual. El contacto fue el primer regalo para sus sentidos en meses. La asombró la suavidad de su piel. Quería saber el porqué y el cómo de su visita, quería saber qué estaba ocurriendo, pero su primer instinto no fue besarla, sino protegerla, y eso implicaba representar un papel, porque Andrea observaba. Era un beso para otros e intentó que su mente lo viera así; sin embargo, su aliento sabía a aire libre y tuvo que beberlo. Sentirla en sus brazos le ofrecía un escape temporal.

Fue Brittany quien finalmente se apartó. Tenía las mejillas ardiendo y los ojos húmedos de lágrimas de vergüenza, dolor e ira. Apretó los labios cuando una guarda dijo algo que hizo reír a otro. Se abrió una puerta y entraron en una habitación pequeña, sencillamente amueblada. El guarda les gritó algo, obviamente soez, y la puerta se cerró tras ellos. Brittany, consciente de que las piernas no la sostenían, se sentó en una silla. Estaba conmocionada no solo por el impacto de verla: Santana con el pelo tan corto como la sombra bajo sus ojos, vestida con el tosco uniforme de presa. Aun así era la mujer más guapa que había visto nunca. No solo por el impacto de haber probado de nuevo su boca, sentido su piel y revivido los recuerdos de su única noche juntas. Era por todo: el viaje hasta allí, la pobreza que había visto en las calles, la imagen de la prisión cuando llegó, la torre de vigilancia y los guardas armados, y la vergüenza del cacheo. Todo eso tendría que haber puesto fin a cualquier sentimiento que tuviera por ella. Pero no. Había tenido que enfrentarse al impacto de verla de nuevo, de saborearla.

Se quedó sentada preguntándose cómo, después de cuanto había tenido que pasar, su corazón tronaba por estar de nuevo a su lado. Quería superar cualquier sentimiento por ella para salvaguardar su cordura, así que intentó no mirarla. Santana le ofreció un vaso de agua y ella bebió. Santana había visto su shock, el daño que le había hecho el poco tiempo que llevaba en ese lugar, y volvió a pensar que no encajaba allí.

–¿Por qué? –preguntó con un susurro ronco, arrodillándose junto a ella–. ¿Por qué has venido?

Ella no contestó. Brittany no podía abrir la boca.

–¿Por qué? –exigió Santana.

Entonces, ella la miró y Santana recordó la última vez que la había visto. Porque aunque no apretaba los dientes, percibía su cólera, veía la ira que destellaba en sus ojos azules. Cuando por fin le contestó, fue como si escupiera las palabras.

–Por lo visto, tienes derecho a tenerme.

Santana recordó la primera vez que la había visto. Estaba nerviosa pero feliz, y supo que era ella quien la había reducido al estado en el que se encontraba. Veía el dolor y el asco en sus ojos al contemplar a la mujer con quien se había casado, una mujer que no era nada. No quería su caridad.

–Gracias, pero no, gracias.

Fue hacia la puerta para llamar a las guardias. Tal vez se arrepintiera después, pero no quería pasar ni un minuto más en esa habitación.

–Santana –llamó ella.

Se dijo que no podía pensar en lo que había ocurrido entre ellas, no se trataba de igualar el tanteo, estaba allí por una única razón.

–. Tu gente me ha dicho... –empezó.

Santana giró para mirarla.

–. Tengo que decirte...

Santana la silenció llevándose un dedo a los labios y señalando la puerta con la cabeza. No se fiaba de nadie, no lo había hecho nunca y no iba a empezar a hacerlo allí. Cerró los ojos un segundo y rectificó mentalmente. Durante un tiempo había confiado en ella, y seguía haciéndolo. Se acercó de nuevo, volvió a arrodillarse y aproximó la cabeza a su boca, para que le susurrara lo que sabía.

–Kitty trabaja en contra tuya. Tienes que pedir un cambio de abogado para el juicio...

Santana echó la cabeza hacia atrás y Brittany la vio absorber la noticia. Con voz queda, le dijo lo poco que sabía. El rostro de Santana adquirió un tono grisáceo y sus ojos destellaron como carbón. Tragó como si sintiera bilis en la boca e inspiró con ira. Su susurro de contestación sonó áspero.

–No.

Tenía que ser una mentira, porque si su propia abogada estaba trabajando en su contra, pasaría entre rejas el resto de su vida. Ella tenía que estar mintiendo.

–¿Cómo? –exigió–. ¿Por qué?.

–No sé más que lo que te he dicho –repuso Brittany–. Es cuanto me han contado.

–¿Cuándo? –insistió ella, enfadada–. ¿Cuándo te lo han contado?.

Ella le habló de la visita. De cómo el lunes por la mañana Quinn y sus colegas habían aparecido en su oficina de Sídney.

–No tendrían que haberte enviado –estaba lívida de ira–. Es demasiado peligroso...

–Está bien...

No estaba nada bien. Ella lo sabía.

–Santana... –le contó todo lo que le habían dicho: era necesario que hubiera sexo, porque comprobarían la cama y la papelera. Las guardas no podían sospechar que estaba allí por otra razón. Santana vio cómo su rostro ardía de vergüenza, y ella vio cuánto la asqueaba el mal trago que la había hecho pasar.

–Está bien, Santana –susurró.

–. Sé lo que estoy haciendo –percibía su furia; era como otra presencia en la habitación.

–No deberías de estar aquí.

–Es mi decisión.

–Entonces es la decisión errónea.

–Se me da muy bien tomar ese tipo de decisiones cuando estoy contigo, por lo visto. Además –musitó con voz ronca–, no tienes por qué preocuparte, me pagas el favor muy bien.

–¿Cuánto?

Ella se lo dijo.

Y entonces Santana comprendió la gravedad de la situación, porque no tenía dinero. Todo su capital estaba congelado. Su equipo legal la había pagado con su propio dinero y eso templó la amargura que a veces la consumía. Miró a la mujer a la que podría haber amado y volvió a sentir amargura; odiaba lo que el mundo le había hecho.

–Entonces, ¿no estás aquí por la bondad de tu corazón?

–Esa ya la tuviste –dijo Brittany, mirando la cama–. ¿Podemos acabar con esto de una vez?

Santana vio que tragaba saliva y supo que estaba atenazada por el miedo. Miró la puerta, consciente de que afuera había una guarda en la que no confiaba, y que no debía sospechar siquiera la verdadera razón de que ella estuviera allí. Pagada para estar allí, se recordó Santana. Había vuelto a no confiar en nadie. Santana López se levantó y arrancó la sábana de la cama. Ella se quedó sentada mientras la retorcía con las manos antes de tirarla. Oyó su ira cuando agarró el cabecero con las manos e hizo chocar la cama contra la pared. La ira de Santana aumentó mientras movía la cama con más y más fuerza. Nunca en su vida había pagado por el sexo.

Era cierto que habría agradecido una prostituta, pero nunca había tomado a Brittany por una y su cabeza estuvo a punto de estallar mientras seguía golpeando la cama contra la pared. Ya no sabía a quién creer, y gritó mientras golpeaba la cama. Brittany sollozó, pero eso no disipó la furia que seguía creciendo en ella. Agarró los preservativos de la mesilla y fue al pequeño aseo a ocuparse de que hubiera evidencia de un acto sexual. Brittany se quedó sentada, escuchando y llorando. Entendía su furia, pero no se entendía a sí misma; incluso allí, entre suciedad y vergüenza, la deseaba. Anhelaba estar con la mujer a quien tanto había echado de menos. No solo por el sexo, sino por el consuelo que, de alguna manera, ella le hacía sentir.

–Santana... –entró en el aseo y la ignoró cuando ella le ordenó, de malos modos, que se fuera. Estaba de espaldas a ella. Se situó a su lado y vio su mano moviéndose con rapidez. Santana le ordenó de nuevo que se fuera y, como no obedeció, se lo dijo en francés y en español.

–¿De cuántas maneras necesitas oírlo?

La vergüenza de que la viera así, de verse reducido a eso, era inconmensurable. Había estado de espaldas a Brittany porque no podía soportar verla, pero ella había conseguido interponerse entre ella y la pared y besaba su boca. Una de sus manos se había unido a la suya.
–Déjame.

–No –la acarició.

–Déjame –ordenó, mientras ella se bajaba las bragas con la otra mano.

–No. Entonces ella rodeó su cuello con los brazos y se apretó contra Santana, intentando besarla. Ella la apartó.

–No sabes el fuego con el que estás jugando.

–Quiero hacerlo. Deseaba cada parte de ella, quería un poco más de lo que nunca llegaría a tener por completo. Una mujer como Santana solo podía ser suya de prestado. Había volado hacia ella porque tenía que hacerlo, no por el dinero ni por hacer lo ético por su esposa. Puramente por ella misma. Su ira no la había asustado ni un instante. Ni siquiera cuando le levantó el vestido con manos ásperas, tuvo miedo. Santana la alzó, la situó sobre ella y la hizo bajar sobre su miembro.

El sexo más básico era su única liberación y ella rodeó su cintura con las piernas y se abrazó a su cuello. Santana la besó con violencia y sus dientes chocaron y atacó su lengua con furia. El áspero tacto de la tela vaquera Santana López en sus muslos no era nada comparado con la aspereza que sentía en su interior y en la espalda, apretada contra la pared. Brittany sentía su cólera estallar dentro de ella y eso le permitió airarse también por muchas cosas: por estar allí, por seguir deseándola, porque esa mujer siguiera afectándola tan profundamente. Sus propios gemidos y gritos, que ella apagó con su boca, consternaron a Brittany aún más, casi la asustaron, pero no tuvo miedo de Santana mientras clavaba los dedos en sus caderas y la hacía bajar y subir. Notó lo rápidamente que crecía la tensión que iba a llevarla al orgasmo, como si llevara once meses esperando para estar con Santana, como si su cuerpo hubiera estado esperando a que la hiciera libre.

Santana también sintió un destello de confusión, porque sus gritos y las contracciones de sus músculos internos, la tensión de su espalda y los espasmos de sus muslos no podían ser fingidos. Había creído que era un acto de caridad, sexo pagado en el mejor de los casos, sexo por lástima en el peor, pero lo cierto era que ella la deseaba de nuevo, como había hecho en el pasado.

Cuando se vertió en su interior recordó lo bien que habían estado juntas. Nunca lloraba, pero estuvo más cerca de hacerlo que nunca. Ambas estaban empapadas de alivio y liberación y sus besos se tornaron más suaves y tiernos.

Entonces oyó el goteo del grifo y abrió los ojos al entorno, a la realidad que las rodeaba. Ya no había lugar para más besos y se la quitó de encima. La dejó en el suelo. Ella se negó a permitir que la dejara por orgullo y siguió besándola. Abrió su camisa y apoyó las manos en su pecho. Santana tuvo la sensación de que la abrasaba, porque no había sentido el contacto de otra piel en la suya durante muchos meses. Odió sentirse expuesta a la curiosidad de sus dedos. Solo quería sexo, no a ella, pero Brittany seguía explorándola y sus dedos eran un placer.

Santana no quería que estuviera allí; sin embargo, deseaba tenerla cada segundo del tiempo concedido. Después habría muchas horas para pensar y decidir qué hacer respecto a Kitty. En ese momento, quería aprovechar cada minuto con ella. La llevó a la cama y la desnudó antes de desnudarse Santana. Ella observó los cambios de su cuerpo. Estaba más delgada, pero más musculosa, y su rostro no era el que había visto en el avión, era más serio y colérico. Sin embargo, un momento antes había sentido su dolor y su afecto; durante un instante había visto un atisbo de la mujer a quien había conocido.

–¿Por eso pusiste fin a todo de repente? –le preguntó cuando se tumbó a su lado, mirando al techo–. ¿Descubriste los problemas que tenías?..

–Entonces no lo sabía –Santana pensó que sería más fácil para ella si mentía.

–¿Entonces, qué ocurrió esa mañana para que todo cambiara?

–Hablé con mi equipo de trabajo, me di cuenta de cuánto tenía entre manos...

–No te creo.

–Pues cree tu cuento de hadas, si lo prefieres

Santana encogió los hombros.

–¿Vas a volver a decirme que madure? –preguntó ella–. Porque maduré hace tiempo, mucho antes de que tú me conocieras. He comprendido que no seguía en mi trabajo por debilidad, sino porque no me gusta pisotear a la gente que me importa. Y no creo que tú lo hagas –hizo una pausa–. Creo que yo te importaba.

–Cree lo que quieras.

–Lo haré –dijo Brittany–. Y tú me importas.

–Eso me da igual.

La habían pagado muy bien para que estuviera allí con ella. Ya le había dicho lo que había ido a decirle y el reloj corría. Tendría que aprovechar cada minuto, no perder el tiempo hablando, había cosas más básicas que hacer. Pero estaba con Brittany, y ella no sabía separar una cosa de la otra.

–¿Cómo estás soportando estar aquí? ¿Cómo...? –empezó ella, pero Santana la interrumpió.

–Tenía razón la primera vez –se volvió para mirar ese rostro que había visto por primera vez en un avión–. Hablas demasiado. Y no quiero hablar de mí –antes de empezar a besarla, se permitió el lujo de una pregunta–. ¿Sigues trabajando para tus padres?

–He dimitido. Ahora estoy intentando elegir un curso –contestó Brittany.

–Bien –dijo Santana.

Pensó en bajar la mano de ella hacia su nueva erección, pero antes quería saber otra cosa.

–. ¿Estás bien?

–Claro que sí.

–¿Eres feliz?

–Estoy intentando serlo.

–¿Saben tus padres que estás aquí?

–Saben que estoy en Brasil –sus ojos se llenaron de lágrimas–. No saben que tengo una esposa a la que estoy visitando en prisión.

–Tienes que irte de aquí –dijo Santana.

–. En cuando acabe esta visita. –Vuelo a Hawái mañana.

–Bien –se dijo que eso bastaría, pero no estaba segura.

–. Tal vez podrías cambiarlo a esta noche... –Salgo a las seis de la mañana.
Santana vio su mueca y recordó la conversación que habían tenido el día que se conocieron.

–¿Cómo fue tu aterrizaje? –por primera vez, sonrió. Le daba igual cuánto le hubieran pagado; que hubiera volado a Congonhas le bastaba para saber que no estaba allí por dinero.

–No fue tan terrible... –empezó, pero luego dijo la verdad–. Me quedé petrificada. Creí que iba a vomitar. Aunque –hizo una pausa–, tal vez eso fuera culpa de la ginebra. Santana rio y ella también. Hacía casi un año que Santana no reía, pero esa mañana lo hizo. Ella le dio una patada y pelearon un poco, una pelea agradable y amistosa, y Santana volvió a llevarla al tiempo en que habían sido amantes con demasiada facilidad.

Pero, como iba a ser la última vez que estaría allí, Brittany se lo permitió. Nadie besaba como Santana. Era sencillamente perfecta, y sentir su erección entre las manos también lo era. Santana, preocupada por haber sido demasiado brusca, decidió que iría con mucha suavidad. No solo besó su boca, la besó por todas partes: su pelo, sus orejas y su cuello, inhalando su aroma. La besó hasta la cintura y más abajo, en el lugar donde quería estar. Había sido brusca, sin duda, porque la encontró caliente e hinchada, pero Brittany sintió la suavidad de su beso y se perdió en él. Cuando Santana supo que no podía aguantar más, agarró uno de los preservativos. Ella se lo quitó y Santana permitió que se lo pusiera.
Antes de hacerlo la besó y ella disfrutó del contacto con los ojos cerrados. Dos horas nunca serían suficientes para todo lo que querían hacer. Santana pensó en colocarse sobre ella, pero permitió que se situara sobre ella porque si alzaba la vista hacia su rostro y su pelo podría olvidar por un rato dónde estaba. Cuando Brittany la miró mientras se movía sobre ella, comprendió por qué estaba allí. La amaba. Aún. Su miedo a ir no había tenido nada que ver con el vuelo, la cárcel o el peligro. Era miedo a Santana, porque había sabido que solo podría olvidarla si estaba con ella otra vez. Brittany tendría que estar interrogándola sobre su implicación en los cargos, insistiendo en descubrir la verdad, o tumbada de espaldas como una mártir mientras Santana la tomaba, anhelando salir de allí en cuanto acabara. Pero en vez de eso, le había dicho que ella le importaba. En vez de eso estaba montándola mientras Santana la acariciaba a placer.

Santana la observaba y cuando empezó a gemir la hizo callar, porque no quería dar a las guardias la satisfacción de excitarse con sus gemidos. Le puso la mano sobre la boca y ella la lamió y mordisqueó hasta que le metió los dedos dentro. Ambas llegaron al clímax a la vez; cuando llegó el momento se echó sobre ella y su cabello cayó sobre su rostro, mientras Santana sentía el grito silencioso de sus músculos internos contrayéndose alrededor de su miembro. Entonces fue cuando ella le dijo que la amaba.

–No me conoces –repuso Santana.

–Pero quiero conocerte.

–Divórciate de mí –dijo Santana, aún en su interior–. Envía los papeles a Quinn y los firmaré.

–No quiero hacerlo.

–Sí quieres.

Ella sabía que no era así.

–Puedo verte otra vez dentro de tres semanas –estaba borracha de Santana –. Puedo asistir al juicio.

–¡Tienes que irte! –Puedo llamarte los miércoles, cada semana.

A Santana le dio miedo lo que había despertado. No su pasión, sino que se quedara en Brasil.

–No.

–Sí puedo. Permiten una llamada a la semana.

Santana la miró y supo que ella no podía volver allí. Con su propia abogada trabajando en su contra, probablemente estaba acabada. Pasaría el resto de su vida allí y no iba a hacerle eso a Brittany. Incluso con nuevos abogados, los juicios se eternizaban en Brasil. Pasaría años encerrada. La levantó de encima y blasfemó en tres idiomas al ver que el preservativo estaba rasgado.

–Toma la píldora del día después. Cuando hable con mis nuevos abogados les pediré que inicien la demanda de divorcio.
–No.
–Debes irte a Hawái.
–Santana...

Las guardas estaban llamando a la puerta. Su tiempo había acabado. Santana se levantó y le tiró la ropa, pidiéndole que se vistiera rápidamente, porque no quería que la vieran. Ella siguió discutiendo mientras se ponía el sujetador, las bragas y el vestido. Incluso cuando ella le subió la cremallera, seguía protestando.

–Hemos terminado –le dijo Santana.

Malgastó el tiempo diciéndole que tenían que terminar cuando tendría que haberle dicho lo peligroso que era la situación, que no sabía qué estaba ocurriendo y que temía por su vida. Pero las guardas entraron y ya no pudo decirlo.

–Que tengas un buen vuelo –la urgió con los ojos, antes de darle un breve beso.
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Finalizado Re: [Resuelto]BRITTANA: CARCEL DE AMOR. GP- SANTANA . CAP. 13 FINALIZADO

Mensaje por JVM Dom Oct 23, 2016 1:09 am

Pues se entiende que San quiera alejar en estos momentos a Britt de su vida, porque como bien dice no sabe cuanto tiempo estará ahí, y no serio justo que se quede esperándola por siempre. Sin embargo la rubia ya le confeso que la ama, ojalá se aferre a eso y luche por salir.
Obviamente no creo que Britt se rinda tan fácil y le haga caso a San, mucho menos ahora que la vio y que volvieron a estar juntas!
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Mensaje por micky morales Dom Oct 23, 2016 9:46 am

La verdad todo esto es muy complicado pero creo que precisamente eso es lo que lo hace mas interesante, espero britt se quede en brasil y de alguna manera ayude al equipo de santana a evitar una condena, total, ella tambien es abogada!!!!
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Mensaje por 3:) Dom Oct 23, 2016 2:53 pm

Bueno britt ya cumplio... y literal que cumplio!!!
Ahora a ver si le hace caso y se va de vacaciones!!
A ver que hace san y el cambio de abogados... y hasta donde llega kitty para undirla??
Se va a poner interesante!!!
3:)
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Finalizado Re: [Resuelto]BRITTANA: CARCEL DE AMOR. GP- SANTANA . CAP. 13 FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Oct 24, 2016 11:19 am

JVM escribió:Pues se entiende que San quiera alejar en estos momentos a Britt de su vida, porque como bien dice no sabe cuanto tiempo estará ahí, y no serio justo que se quede esperándola por siempre. Sin embargo la rubia ya le confeso que la ama, ojalá se aferre a eso y luche por salir.
Obviamente no creo que Britt se rinda tan fácil y le haga caso a San, mucho menos ahora que la vio y que volvieron a estar juntas!


Asi es, la quiere lo mas lejos posible,, Yo tampoco creo que Brittany se rinda o que se vaya, es capaz de esperarla toda una vida..
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Finalizado Re: [Resuelto]BRITTANA: CARCEL DE AMOR. GP- SANTANA . CAP. 13 FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Oct 24, 2016 11:20 am

micky morales escribió:La verdad todo esto es muy complicado pero creo que precisamente eso es lo que lo hace mas interesante, espero britt se quede en brasil y de alguna manera ayude al equipo de santana a evitar una condena, total, ella tambien es abogada!!!!

dentro de poco todo se aclarara,, tambien espero que se quede y no deje sola a Santana... sip ellla tambien es abogada pero Santana no la quiere involucrada en sus cosas... ya veras...
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Finalizado Re: [Resuelto]BRITTANA: CARCEL DE AMOR. GP- SANTANA . CAP. 13 FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Oct 24, 2016 11:22 am

3:) escribió:Bueno britt ya cumplio... y literal que cumplio!!!
Ahora a ver si le hace caso y se va de vacaciones!!
A ver que hace san y el cambio de abogados... y hasta donde llega kitty para undirla??
Se va a poner interesante!!!

ajajajajajaj. vamos a ver que es mas interesante para Britt Hawai o Santana, donde se divertira mas....
Claro que sip..... lo unico malo de esta historia es que es muy corta...
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Finalizado Re: [Resuelto]BRITTANA: CARCEL DE AMOR. GP- SANTANA . CAP. 13 FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Oct 24, 2016 11:23 am

Capítulo 9


Ella no quería tumbarse en una playa de Hawái. Era imposible curarse de Santana. Quería estar cerca de Santana, quería estar allí para la vista preliminar. Anhelaba un milagro.

Santana no querría que estuviera allí. Brittany lo sabía. Pero era su esposa y lo menos que podía hacer era estar en la ciudad. Podría verla en las noticias, estaría cerca aunque ella no lo supiera. Y luego podría visitarla otra vez antes de irse. No quería divorciarse, y necesitaba al menos una visita más para argumentar su decisión.

Brittany, mientras cancelaba el viaje a Hawái para quedarse en Brasil, se dio cuenta de que era probable que se estuviera volviendo loca, pero así era como Santana hacía que se sintiera. Se aventuró a salir a las ajetreadas calles y visitar la impresionante ciudad. Las vistas, los olores, la comida, el ruido, había de todo para sus distintos estados de ánimo. Si no fuera por Santana tal vez no habría visto nada de eso; no habría visitado la Pinacoteca, un fantástico museo de arte, ni el jardín con esculturas que había al lado.

Al principio Brittany hizo vistas guiadas con otro montón de turistas, pero poco a poco fue sintonizando con la energía del lugar, las sonrisas y los pulgares en alto de los lugareños, y empezó a moverse sola. Se alegraba de estar allí, contenta con lo que veía, oía y sentía. Cada pequeña cosa. Podría haber dejado pasar su vida sin probar las pamonhas que los vendedores ambulantes vendían en la calle o en carritos, anunciando su presencia golpeando triángulos de metal. La primera vez que Brittany había comprado una y mordido la pasta de maíz cocido había sido incapaz de terminarla. Pero al día siguiente había vuelto, atraída por el extraño sabor dulzón. Sin darse cuenta, había comprado una salada y descubierto que le gustaba más. Había infinidad de cosas que aprender. Anhelaba visitar la montaña, y hacer un viaje a las selvas de las que Santana le había hablado, pero le resultaba demasiado doloroso hacerlo sin ella.

No se atrevió a llamarla esa primera semana. En vez de eso, a las seis de la tarde del miércoles fue a un restaurante que le recomendó el conserje del hotel y pidió feijoada. Tal vez no fuera el mismo restaurante del que le había hablado Santana, pero se sintió como si los ángeles estuvieran alimentando su alma y supo que estaba donde tenía que estar.

Según pasaron los días se enamoró más y más de la ciudad, de sus contrastes, de las sensaciones que provocaba y de sus sonidos. La gente era la más bella y elegante que había visto nunca, pero la pobreza resultaba agresiva. Era un mundo que cambiaba en cada esquina; le encantaba el anonimato de estar en un lugar tan enorme y perderse en él, y lo hizo durante dos semanas. Siguiendo sus instrucciones, no se puso en contacto con Quinn. Solo habló con sus padres, y no le dio a Santana ninguna indicación de que seguía allí hasta la noche antes de la vista.

Su rostro apareció en televisión y un reportero dio una noticia a la puerta del tribunal. Brittany dilucidó que amanhã significaba «mañana». Pero no podía esperar hasta el día siguiente. Tenía que oír su voz. Se había enamorado de una mujer que estaba en prisión y ella tendría que estar en Australia, felizmente divorciada, dando gracias al cielo por la oportunidad de volver a su vida, pero en vez de eso estaba sentada en una habitación de hotel mirando el teléfono. Sin Santana se sentía confusa. La pasión y el amor que sentía solo parecían reales cuando estaba a su lado y la abrumaba el deseo de hablar con ella.

Contó los minutos hasta que llegó la hora de llamar. Santana sabía que llamaría. Lo intuía. Andrea fue a sacarla de la celda y estaba sentada junto al teléfono a la hora concertada. La necesidad de que ella estuviera a salvo superaba cualquier deseo de oír su voz. Apretó los dientes cuando sonó el teléfono y se preguntó si sería mejor no contestar. Pero necesitaba hacerle entender el mensaje: que saliera de su vida y la dejara sola y en paz.

Cuando oyó su voz se dio cuenta de hasta qué punto la anhelaba y cerró los ojos con un inesperado alivio.

–Te dije que no llamaras.

–Quería desearte buena suerte para mañana.

–Solo es una vista para fijar la fecha del juicio –Santana no se fiaba de los teléfonos. No se fiaba de sí misma. Porque quería que la visitara de nuevo. Quería que viviera en una casa en la montaña, a espaldas de la prisión, y que la llamara cada miércoles y fuera a verla cada tres semanas. Lo que más la asustaba era que Brittany sería capaz de hacerlo.

–. No tenías que llamar por eso. Todo acabará en diez minutos.

–Aun así, espero que te den fecha pronto –dijo ella, consciente de que debía ser cuidadosa.

–¿Qué estás haciendo ahora?

–Hablar contigo.

–¿Va todo bien? Ella sabía a qué se refería, había visto su expresión cuando se quitó el preservativo roto.

–Todo bien.

–¿Fuiste a una farmacia? Cerró los ojos cuando ella no contestó. Volvió a imaginársela en una casa en la montaña, pero esa vez la vio con un bebé al lado y sintió un destello de esperanza egoísta.

–¿Qué tal Hawái? –la oyó tragar aire y notó que su voz sonaba muy aguda cuando contestó.

–Ya sabes –aventuró ella–. Agradable.

–No lo sé –dijo Santana. Dejó de tratarse de lo que Santana quería, solo importaba que ella estuviera a salvo. Le habló con dureza–. Nunca he estado y quiero una postal. Quiero que hoy, esta noche, me escribas una postal desde Hawái. Le estaba ordenando qué hacer y ella lo sabía.

–Santana, aún me quedan vacaciones. He pensado que tal vez la semana que viene...

–¿Quieres que te paguen otra vez?

–Santana, por favor... –odió que hubiera mencionado el dinero–. Solo quiero verte.

–Ya te has ganado tu paga, ve a gastar tu dinero en unas vacaciones.

–Santana, sé que no dices eso en serio.

–¿Qué sabes tú? –su voz sonó oscura–. Estuvimos casados un día y lo dedicamos al sexo. No sabes nada de mí.

–Sé que te importo. Sé que cuando me viste...

–¿Importarme? –rezongó ella–. La única forma de conseguir sexo aquí es que me traigan a mi esposa, eso es todo. Estoy harta de conversaciones, y tú pareces querer tantas de esas como lo que das de lo otro.

–Santana, por favor... Pero ella no la dejó hablar.

Tenía que conseguir que se alejara. ¿Acaso no entendía que podía estar en peligro? Santana no tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo en el exterior y la quería lejos y a salvo, tenía que asegurarse de eso. Así que volvió a ahogarla con palabras.

–Brittany, si quieres venir por sexo, ven. Pero ten muy claro que no significas nada para mí.

Colgó el teléfono de golpe, no con ira, sino con miedo. Tenía la mente desbocada. Desde que sabía que Kitty estaba en su contra no dejaba de intentar dilucidar qué diablos estaba ocurriendo. Pero su cabeza se había llenado de ella y no quería preocuparse de que siguiera en Brasil. Tenía que hablar con Quinn y descubrir qué ocurría. Volvió a su celda con rostro inexpresivo, pero la cabeza le martilleaba. Maldijo entre dientes cuando Andrea hizo una referencia a su preciosa esposa y le preguntó cómo una basura de la calle como ella la había encontrado. Andrea la empujó escalera a arriba y Santana volvió a maldecir, esa vez en francés.

–Cuidado, López... –advirtió Andrea, captando la ira creciente de su prisionero. Santana comprendió que pretendía provocarla, porque López era un apellido de huérfano. Santana iba a maldecir de nuevo, esa vez en español, pero su cerebro funcionaba muy rápido, más que su boca. En ese momento comprendió lo que estaba ocurriendo. El apellido López significaba «de los Santos» en portugués, pero otra cosa en español. Y se lo había puesto una monja española. Dos Santos. Tenía una gemela.

Fue como si una bomba explotara en su cerebro, y lo dedujo todo. Supo que su doble estaba por ahí fuera y había estado trabajando con Kitty en contra suya. Y la atenazó el miedo al comprender que Brittany corría un grave peligro. Santana no dijo nada cuando Andrea volvió a provocarla diciendo palabras soeces sobre su mujer. Se quedó inmóvil, sin reaccionar.

Se acercó otra guarda, una decente, como muchas otras.

–¿Problemas? –preguntó la guarda.

–Ningún problema –respondió Santana, porque no quería que la llevaran a aislamiento esa noche.

Necesitaba volver a su celda. Esperó a que le quitaran las esposas y entró en la celda. Allí buscó los ojos de Fernanda y, por primera vez desde su llegada, le habló.

–Necesito tu ayuda –dijo, porque sabiendo lo que ocurría, era urgente actuar–. Necesito que te pongas en contacto con el exterior.
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Finalizado Re: [Resuelto]BRITTANA: CARCEL DE AMOR. GP- SANTANA . CAP. 13 FINALIZADO

Mensaje por 3:) Lun Oct 24, 2016 6:34 pm

Aunque san la quiera mandar a australia.... con britt no va a poder!!! Jajaja
Quiero ver como va el jucio???.. y con kitty sobre todo!!!
Que fabor quiere san de afuera???
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Finalizado Re: [Resuelto]BRITTANA: CARCEL DE AMOR. GP- SANTANA . CAP. 13 FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Oct 24, 2016 10:07 pm

3:) escribió:Aunque san la quiera mandar a australia.... con britt no va a poder!!! Jajaja
Quiero ver como va el jucio???.. y con kitty sobre todo!!!
Que fabor quiere san de afuera???

todo va a pasar en un parpadeo, y vamos a ver si en este capitulo tu deseo de una libertad sera posible... saludos

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Finalizado Re: [Resuelto]BRITTANA: CARCEL DE AMOR. GP- SANTANA . CAP. 13 FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Oct 24, 2016 10:08 pm

Capítulo 10


Había pasado otra noche llorando por Santana López, pero Brittany se juró que sería la última. Una parte de ella casi podía convencerse de que solo intentaba hacerla marchar, que esa era la razón de sus crueles palabras, pero la parte sensata de Brittany decía que no era así.

Su lado sensato le recordó que no sabía nada de esa mujer, que solo le había causado dolor de corazón y problemas desde el día que la conoció. En ese momento, Hawái sonaba muy atractivo. Una semana en la playa concentrándose solo en la mejor manera de olvidarla. Era bastante después de mediodía y Brittany seguía esperando que el agente de viajes le devolviera la llamada. Cuando lo hiciera, Brittany iba a pedir que le reservara el primer vuelo y estaba haciendo el equipaje en previsión. No encendió la televisión para ver cómo iba la vista preliminar porque no quería captar ni un atisbo de su rostro; sabía que si veía a Santana estaría perdida. Quería el divorcio ya, quería estar lejísimos de allí y no desperdiciar ni un minuto más en ella.

Pero cuando guardaba sus productos de aseo y metió los tampones en el neceser, Brittany se dio cuenta de que todo podía ser más complicado. Miró la caja sin abrir, de marca australiana, porque no había comprado más desde su llegada, e intentó recordar la fecha de su último periodo. Pensó en los días de antes de la llegada de los abogados de Santana, y estuvo segura de que llevaba varios días de retraso.

Habían utilizado preservativos, pero el último se había roto. Se preguntó si podría estar embarazada. Y si se lo diría en caso de estarlo. Brittany se miró en el espejo y decidió que no podía ocultarle esa información. Incluso si pasaba el resto de su vida encerrada tenía que saber la verdad, y no era el tipo de noticia que se daba por carta. Quizás tendría que volver a visitarla. O tal vez no. Seguramente una carta era más de lo que se merecía. En cualquier caso, tenía que asegurarse antes. Mientras salía de la habitación e iba hacia los ascensores, Brittany se dijo que estaba reaccionando de forma exagerada. Preocupándose en exceso. Salió a la calle intentando convencerse de que con todo lo que había pasado esas últimas semanas, era muy lógico que su periodo se retrasara.

Las calles estaban ajetreadas, como siempre: coches parados, cláxones sonando y sirenas destellando mientras la policía intentaba hacerse paso a través de la locura que era el centro de São Paulo. Encontró una pharmacia y comprobó que por dentro era igual que cualquier farmacia del mundo, con pruebas de embarazo expuestas en los estantes. Brittany no necesitaba hablar idiomas para saber que estaba comprando lo que necesitaba. Lo que sí era diferente de Australia era que, en vez de ser asaltada por un dependiente en cuanto entró, allí la estaban ignorando. El farmacéutico y los dependientes estaban tomándose un descanso y viendo la televisión. Brittany empezó a impacientarse. Necesitaba saber si estaba embarazada. Tenía que tomar la decisión de decírselo o no a Santana antes de irse de Brasil.

Por fin alguien se acercó a atenderla, aún charlando con sus colegas, y Brittany se quedó helada cuando oyó a alguien gritar el apellido López. El sudor perló su frente mientras pagaba porque, a pesar suyo, a pesar de todo, quería encender la televisión para saber cómo estaba ella. Casi corrió al hotel, aterrorizada por la intensidad de sus sentimientos, ya que solo oírlo nombrar conseguía petrificarla.

Su habitación estaba deliciosamente fresca y silenciosa en contraste con el caos exterior. Luchó para no encender la televisión, agarró el mando y lo lanzó por el aire, sin mirar dónde caía. La luz del teléfono indicaba que tenía un mensaje nuevo. Con la esperanza de que fuera la agente de viajes, pulsó el botón, pero oyó la voz de su madre. Brittany no sabía cómo empezar a contarles a sus padres todo lo ocurrido. Siempre había creído que no sería necesario hacerlo, pero si la prueba de embarazo era positiva...

Notó que las lágrimas volvían a fluir, pero se negó a rendirse a ellas. Se las tragó y fue al cuarto de baño para hacerse la prueba. Llamaron a la puerta y Brittany supuso que sería la camarera de habitación. No quería que entrara en ese momento. Necesitaba intimidad. Así que fue a decírselo.

Ni siquiera miró por la mirilla, abrió la puerta y la poca sensatez que quedaba en su mente la obligo a esforzarse por mantener la calma. Era Santana.

Se quedó paralizada, incapaz de reaccionar. Quería llorar, gritarle, preguntarle cómo diablos había llegado allí, pero se quedó quieta y muda.

–Esta bien... –entró en la habitación–. Sé que debe de ser un shock verme aquí.

–No entiendo...

–El juez lo entendió todo –dijo ella–. ¿No lo has visto en las noticias?

–No las he visto.

–Eso está muy bien –le sonrió–. Así puedo darte yo misma la buena nueva.

–No quiero oírla –estaba enfadadísima con ella y por fin podía decírselo.

–. No he visto las noticias porque estoy harta de esto, Santana. Harta de cómo me haces sentir a veces. No puedo seguir así.

–Estás disgustada.

–¿Te sorprende? –la miró fijamente. Olía su colonia, la misma que había llevado el día que se conocieron. Vestía un traje impecable, estaba tan guapa como el día que se conocieron, era tan cruel como el día que puso fin a su relación.

Pero Brittany necesitaba saber.

–. ¿Te han dejado libre?

–He salido bajo fianza mientras se toman un tiempo para analizar la nueva evidencia.

–Después de cómo me hablaste anoche, yo también necesito tiempo para analizar –dijo Brittany.

Se negaba a volver a amarla sin más. Le había hecho demasiado daño. Y no podía enterarse de si estaba embarazada con ella cerca. Necesitaba hacer eso sola.


–Ven aquí –dio un paso para abrazarla.

–Márchate –con esfuerzo, movió la cabeza.

–. Vete Santana. Voy a hacer lo que me dijiste. Me voy a Hawái.

–Estás disgustada.

–¿Por qué insistes en decir eso? ¡Claro que estoy disgustada! – gritó ella–. ¿Creías que no lo estaría? ¿Cómo demonios puedes justificar hablarme como me hablaste?

–Brittany... Fue hacia ella, que no quería que la abrazara, no quería que la derritiera de nuevo.

–A veces digo cosas estúpidas. Lo sabes.

–¿Cosas estúpidas? –había muchas otras formas de describir sus palabras–. Fueron más que estúpidas, fueron deleznables... –tomó aire–. ¿Por qué? –exigió–. ¿Por qué me hablaste así?

–Te he dicho que lo siento.

–No, no lo has hecho, y es obvio que no lo sientes tanto como yo sentí oírlo –fue a abrir la puerta para exigirle que saliera, pero ella la detuvo y rodeó sus hombros con los brazos.

Brittany se quedó parada, sintiendo la quemazón de las lágrimas, recordando cómo habían hecho el amor y cuánto le había hecho sentir. Pero no podía volver a eso.

–. ¡Fuera! –la empujó–. Lo digo en serio, Santana...

–Brittany... –posó la boca en su mejilla y ella movió la cabeza. Le tocó el pelo, pero ella apartó sus manos.

–Por favor, ¿no puedes dejarme ahora?

Te llamaré después. Te... En ese momento sonó el teléfono de ella y la molestó que contestara. Sí, por supuesto que estaba ocupada, y tal vez debería de sentirse halagada porque hubiera ido directamente a verla, pero la irritó que pudiera parar en mitad de una discusión para contestar a una llamada. Colérica, decidió que estaba harta de excusarla. Quería que se fuera y se lo dijo en cuanto ella colgó.

–Estás enfadada –sonrió–. Estás bellísima cuando te enfadas – apuntó el teléfono en su dirección y ella parpadeó por el destello del flash.

–¿Qué demonios estás haciendo?

–He echado de menos este tipo de cosas. Quiero capturarlo todo.

–Yo solo quiero que te vayas. Ella se negó a escucharla.

–Vamos a dar un paseo.

–¿Un paseo?

Lo último que ella quería era dar un paseo. Quería que se marchara. Miró sus labios y ni siquiera su bonita boca acalló sus dudas. Quería que se fuera de una maldita vez.

–Un paseo aclarará el ambiente –dijo Santana.

–No –negó con la cabeza.

–. Espero la llamada de la agencia de viajes.

–Volverán a llamar si no estás –encogió los hombros–. Ven. Quiero saborear el aire fresco. Sentir la lluvia.

Ella miró por la ventana. Sí estaba lloviendo y comprendió que Santana no habría sentido la lluvia en mucho tiempo. La alivió que no intentara seducirla, confundirla a base de besos, como hacía a menudo. Tenía la sensación de no conocerla en absoluto.

–Brittany, después de todo lo que hemos pasado, ¿no darás un paseo conmigo?

–Anoche me hiciste daño.

–Te pido disculpas –clavó los ojos negros en los suyos–. Brittany, lo siento de verdad. Podemos volver a empezar, ahora que ya no tenemos todo esto sobre nuestras cabezas.

Pero ella era más fuerte de lo que había creído. La miró a los ojos y, sencillamente, ya no la deseaba, no quería volver a la montaña rusa que suponía estar con Santana. Fue entonces cuando tomó una decisión que le resultó muy fácil; miró a la mujer que le había roto el corazón y supo que volvería a rompérselo. Y se negaba a permitirlo. Se había terminado. Fuera cual fuera el resultado de la prueba de embarazo, Brittany sabía que era mejor averiguarlo lejos de ella. Volaría a Hawái ese mismo día y buscaría la claridad que Santana nublaba tan fácilmente.

–Vamos –dijo Santana–. Quiero saborear mi libertad.

Brittany pensó que tal vez fuera más fácil decirle que habían terminado en la calle. Porque sabía que sus besos la debilitaban. Así que asintió y fue por su chaqueta y a peinarse.

–No te preocupes por eso, tu pelo está bien así. Santana tenía razón, su pelo no importaba, de lo que Brittany debía preocuparse era de su corazón. Bajaron en el ascensor y ella escrutó su rostro. Odiaba tener los ojos hinchados, y odiaba aún más que ella fuera la causa. Salieron a la calle y ella sintió la cálida lluvia tan habitual allí. Santana intentó agarrar su mano, pero ella la apartó, negándose a darle más oportunidades. Ya había utilizado la última con sus asquerosas palabras la noche anterior, y hacía un momento con su patético amago de disculpa.

–Hemos terminado, Santana –dijo.

Santana siguió andando.


–. Voy a pedir el divorcio.

–Vamos a un bar y hablaremos.

–No hay nada de qué hablar –Brittany se detuvo, algo poco sensato en una calle tan ajetreada. Se oyeron quejas de algunos peatones y ella agarró su mano y la obligó a seguir.

Brittany estaba segura de haber tomado la decisión correcta, porque no la conocía, ni Santana a ella. Y un paseo no serviría de nada. Solo sus besos le habrían dado una oportunidad porque lo único que funcionaba entre ellas era el sexo. Tal vez estuviera loca por pensarlo, pero creía que una persona querría celebrar así su libertad. Si la amaba, si la deseaba, habría querido llevarla a la cama, no de paseo.

–Aquí cerca hay un bar que conozco –dijo Santana–. A un par de manzanas.

–No quiero ir a un bar.

–La calle es demasiado ruidosa. Allí podremos hablar.

–No quiero hablar.

Brittany empezaba a sentir pánico y no sabía por qué. Su mano le apretaba la muñeca y la obligaba a andar más deprisa, con urgencia. Tuvo la corazonada de que no había salido bajo fianza. La miró y, al ver que tenía la cabeza gacha, comprendió que quizás había escapado de la cárcel.

Se oían sirenas de policía. También recordó al personal de la farmacia junto al televisor, diciendo su nombre. Tal vez decían que Santana López había huido.

–Santana...

Oyó música cuando giraron por una calle lateral, se oía el sonido de los triángulos y olía a pamonha. Había tanta gente que sin duda estaba a salvo. Liberó su mano y dejó de andar, pero ella se dio la vuelta y tocó su mejilla.

Brittany se estremeció, pero no de placer. Había algo oscuro y amenazador en sus ojos. Había sido una tonta por relacionarse con esa mujer, por haberse dejado llevar por su corazón: había acabado en una callejuela de Brasil con una mujer a la que temía.


–Vamos. Después hablaremos de hacia dónde va nuestra relación. Ahora quiero celebrar mi libertad contigo –apretó su brazo–. ¿No irás a negarme eso?


–Sí. Y quiero que me sueltes.

–No me estropees este día, Brittany, ha sido un año muy largo para ambas. Ahora beberemos cachaça, nos relajaremos, bailaremos. Después podemos hablar, pero antes...

Bajó la cabeza para besarla, pero era demasiado tarde para eso y ella se apartó, confusa. Porque Santana no bailaba. Era una de las pocas cosas que sabía de ella. A no ser que fuera otra de sus mentiras. De repente tuvo miedo de verdad. Giró para irse, pero Santana tiró de ella con brusquedad y la empujó contra la pared. Se abrió la chaqueta y le mostró una pistola.

–Intenta correr y será lo último que hagas.

–Santana... –su voz sonó como si estuviera suplicando por su vida. Intentó demostrarle que no sentía pánico, razonar con una mujer a la que no conocía, para huir.

–. ¿Por qué me necesitas? –preguntó–. Si te has escapado...

La gente se volvía para mirarlas, tal vez alertadas por el pánico de su voz, aunque no gritaba. O tal vez porque si acababa de escapar su foto estaría en todos sitios, inundando las noticias. Quizás por eso ella había bajado el rostro.

–¿Por qué me necesitas contigo?

–Porque eres mi última oportunidad. Atrapó su boca con la suya.

Brittany oyó un coche parar junto a ellos y supo que esa era su última oportunidad de escapar. Supo instintivamente que cuando se abrieran las puertas del coche la empujaría dentro y que por eso había contestado a la llamada, para organizarlo. Aterrada, Brittany hizo lo único que se le ocurrió para sobrevivir. Le mordió el labio con todas sus fuerzas. En el segundo en el que se apartó, maldiciéndola en portugués y llevando la mano a la pistola, Brittany echó a correr como nunca había corrido, más y más rápido al oír disparos.

Siguió corriendo hasta que unos brazos la atraparon y tiraron de ella, aplastándola contra el suelo. Notó que su mejilla golpeaba el pavimento y se raspó la pierna cuando intentó incorporarse para volver a correr. Oyó más disparos y miró hacia atrás. Vio coches de policía acercarse chirriando.

Quienquiera que la hubiese protegido de Santana se había marchado. Entonces miró el cuerpo que había en el suelo y ya no vio más.

–¡Santana! –gritó.

Intentó correr hacia ella porque, aunque la odiaba, era una pura agonía verla muerta y agujereada por las balas. No podía dejar de gritar. Ni siquiera cuando otros brazos la rodearon y enterraron su rostro en la tosca tela vaquera de la prisión y olió, no el aroma de su colonia sino el de Santana, su droga, un olor que había faltado hasta ese momento. La oyó decir una y otra vez que estaba a salvo, que ella estaba allí y que todo iría bien, pero no lo creyó hasta que Santana alzó su barbilla y vio sus ojos, vio que su bella boca no estaba mordida y supo que, de alguna manera, era ella.

Ella estaba a salvo. Era su corazón el que volvía a estar en peligro.

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Finalizado Re: [Resuelto]BRITTANA: CARCEL DE AMOR. GP- SANTANA . CAP. 13 FINALIZADO

Mensaje por 3:) Lun Oct 24, 2016 11:13 pm

Jodeme qur san se escapo de la carcel???
Y ahora??...
Esta poniendose bueno!!!... y mas con bebe a bordo!!
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Mensaje por JVM Mar Oct 25, 2016 1:00 am

Pfff! Que cosas!!!
Pues cuando Britt ya había tomado la decisión de alejarse de San, apareció la doble y por poco logra hacerle daño y separarla realmente de su morena y en este momento hubiera sido horrible porque puede que haya un bebe en camino!
Lo bueno es que San llego a salvar a su rubia, ahora falta ver como es que esta afuera, se escapo o salio legalmente???
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Oct 25, 2016 1:59 am

3:) escribió:Jodeme  qur san se escapo de la carcel???
Y ahora??...
Esta poniendose bueno!!!... y mas con bebe a bordo!!

jajjajaja tendras que esperar para descubrirlo, y quien hablo de bebe, a duras penas Brittany llego a comprar una prueba de embarazo que no llego a verificar...... jajajajaja aca otro cap.. tres un dia, parece que vamos a terminar la historia antes de lo previsto...
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Oct 25, 2016 2:01 am

JVM escribió:Pfff! Que cosas!!!
Pues cuando Britt ya había tomado la decisión de alejarse de San, apareció la doble y por poco logra hacerle daño y separarla realmente de su morena y en este momento hubiera sido horrible porque puede que haya un bebe en camino!
Lo bueno es que San llego a salvar a su rubia, ahora falta ver como es que esta afuera, se escapo o salio legalmente???

o si que cosas !!!!!!!!... esperen esperen no sabemos aun lo del bebe....
bueno en el siguiente cap. sabran si es libre, o condicional, o es profuga de la justicia, que emoción..!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
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Finalizado Re: [Resuelto]BRITTANA: CARCEL DE AMOR. GP- SANTANA . CAP. 13 FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Oct 25, 2016 2:02 am

Capítulo 11


Brittany no volvió a verla. En vez de eso, la llevaron a una comisaría. La prensa clamaba en la puerta y la condujeron a hacer una declaración. Mientras esperaba a un intérprete, llegó Quinn. Hizo su declaración lo mejor que pudo. No dejaban de hablar de gemelas y, aunque ya había dilucidado eso cuando Santana la tuvo en sus brazos, su mente estaba tan desconcertada y confusa que, aun con interprete, le costaba entender las preguntas, por no hablar de contestarlas. Cada vez que cerraba los ojos veía a Santana, o más bien a la mujer que había creído era Santana, muerta en el suelo.

El dolor y el pánico que sintió al saber que no volvería a verla, que la mujer de la que se había enamorado estaba muerta, sería un recuerdo que la acompañaría toda la vida.

Afortunadamente, Quinn le dijo a la policía que volvería con Brittany al día siguiente, pero que en ese momento necesitaba paz, y lo aceptaron.

–Volveremos mañana a las diez –le dijo Quinn.

Salieron al vestíbulo y la vio allí de pie, aún con la ropa de la prisión. La tomó en sus brazos y ella supo que debía tener cuidado; se había dado cuenta de que a su lado no era fuerte, solo había sido capaz de romper con Santana cuando no era ella.

–Sigo enfadada contigo.

–Supuse que lo estarías –besó su mejilla amoratada sin soltarla.

–. Discutiremos en la cama.

Eso sonaba mucho más como la Santana que ella conocía. La apretó contra sí y hundió el rostro en su cabello, respirando agitadamente. Durante un instante pensó que estaba llorando, pero Santana solo la sujetó un momento más y habló contra su pelo.

–La prensa está afuera, así que saldremos por detrás. Voy a llevarte lejos de aquí. Yo tengo que quedarme en la ciudad, pero...

–Não –dijo Quinn.

Brittany volvió a oír la palabra amanhã y comprendió que Quinn le decía que Brittany tenía que volver a la comisaría al día siguiente.

–Entonces llamaré a Tina. Aún con el brazo alrededor de Brittany, agarró el teléfono de Quinn y empezó a marcar el número. Mientras estaba ocupada, Brittany se liberó de su abrazo y después, cuando subieron al coche que las esperaba, se sentó en el asiento trasero, lejos de Santana, porque necesitaba algo de tiempo a solas. Aunque salieron por detrás, la prensa consiguió algunas fotografías y fue horrible. Se lanzaron sobre el coche para bloquear su salida, pero el chófer se libró de ellos.

Santana le dijo que eso tal vez durara un tiempo y que la llevaría al hotel. Vio la sorpresa en sus ojos.

–No volvemos a ese. Le he pedido a Tina que nos reserve habitación en otro. «Nos». Como si eso fuera cosa hecha. Entraron al nuevo hotel también por la entrada trasera y las condujeron directamente a un ascensor ya en espera. Santana pulsó una planta alta. Fue Brittany quien rompió el silencio.

–¿Te han liberado?

–Me han soltado bajo fianza.

–Entonces, ¿por qué sigues llevando ropa de...? –Brittany movió la cabeza, estaba demasiado cansada para explicaciones en ese momento.

Cuando salieron del ascensor los guardas de seguridad del hotel estaban en el pasillo.

–Es por la prensa –dijo Santana, pero a ella le parecía una prisión. Sin duda a Santana también, pero no dijo nada, se limitó a abrir la puerta y conducirla a una lujosa suite. Brittany se quedó parada un momento. Lo único que sabía con certeza era la ciudad en la que estaba y que Santana estaba viva. Recordó lo que había sentido al creerla muerta y el miedo que la había atenazado antes, y empezó a temblar.

–Quería sacarte de la ciudad esta noche, pero como hay que ir a la comisaria mañana, es mejor que nos quedemos aquí. He pedido que hicieran tu equipaje, pero está en el otro hotel y tendrás que conformarte por ahora.

No se trataba de conformarse. Había comida y pronto podría darse un baño. Se sentó a tomar un café fuerte. Santana le ofreció cachaça, la misma bebida que le habían ofrecido un rato antes, y se estremeció al recordarlo. Santana abrió la nevera y, en vez de eso, abrió una botella de champán. Era algo que ella no había bebido desde hacía casi un año. Desde el día de su boda. Era la bebida que habían compartido el día que se conocieron.

Santana le sirvió una copa, la besó en la frente y brindaron por estar las dos allí. Fue una celebración muda, aún había mucho que decir pero Santana se centró lo esencial para empezar.

–Tienes que llamar a tus padres.

–No sé qué decirles –admitió Brittany.

Le daban ganas de llorar solo con pensar en la conversación que iban a mantener, y lo mucho peor que sería por no haberles dicho nada antes.

–Diles la verdad –dijo Santana–. Algo diluida –le dio un empujoncito–. Tienes que llamarlos ahora, por si oyen algo en las noticias o el consulado se pone en contacto con ellos. ¿Han intentado llamarte?

–Ni siquiera he traído el teléfono –dijo Brittany.

–Estará en el otro hotel –dijo Santana–. De momento, bastará con que sepan que estás a salvo. Yo hablaré con ellos si la cosa se pone difícil.

–No –negó con la cabeza. No quería que hablara con ellos. Sabía lo mal que iban a ir las cosas.

–. Yo lo haré.

–Ahora.

–Todavía no sé lo que ocurrió –dijo ella, pero levantó el teléfono porque Santana tenía razón. Tenían que saber que estaba bien.

–. Déjame –dijo.
La alegró que Santana no protestara. Santana fue al dormitorio mientras ella marcaba. Contuvo el aliento al oír la voz de su madre.

–¿Qué tal Brasil? –preguntó su madre. –. ¿O esta semana es Hawái?

–Sigo en Brasil –dijo Brittany.

Su madre captó por el tono de su voz que pasaba algo.

–¿Qué ocurre?

Fue una conversación muy difícil. Primero tuvo que contarles lo de Las Vegas y cómo se había casado con una mujer a la que acababa de conocer. Suavizó la historia bastante, pero tuvo que admitir que la mañana después de la boda Santana la había disgustado y que había estado haciendo acopio de valor para divorciarse de ella. Su madre no dejaba de interrumpirla con las preguntas que gritaba su padre, preguntas irrelevantes, porque aún no sabían la mitad de la historia. Así que les dijo que había ido a Brasil a visitarla porque la habían arrestado, pero era inocente de todos los cargos.

A esas alturas su madre gritaba y sollozaba y su padre exigía que le diera el teléfono. No estaban llegando a ningún sitio, así que cuando Santana volvió la alegró darle el teléfono. Entonces comprobó lo brillante que era y lo bien que manejaba a la gente, porque consiguió calmar a su padre.

–Mi intención cuando me casé con su hija era cuidar de ella. Pretendía decírselo a ustedes cuando descubrí que me estaban investigando. Dijo unas cuantas cosas más y ella oyó como se calmaban los gritos con su explicación. –Fui desagradable con ella a propósito, con la esperanza de que se divorciara de mí. Ella estaba confusa y avergonzada y por eso no se lo dijo. Yo quería mantenerla alejada de los problemas que se avecinaban, en eso fracasé y les pido disculpas. No les contó todos los detalles, pero sí lo más pertinente, porque sabía que en cuanto colgaran correrían a buscar datos por sí mismos. Así que les habló del tiroteo con calma y reiterando que Brittany estaba bien. Les dijo que podían llamar a cualquier hora del día o de la noche si tenían más preguntas.

Después le devolvió el teléfono a Brittany.

–Estás a salvo –dijo su madre.

–Lo estoy.

–Tenemos que hablar...

–Hablaremos.

–Podrías haberme dicho la verdad aquel día –dijo ella cuando colgó, muy enfadada.

–¿Cómo? ¿Querías que te dijera que me estaban investigando por fraude y malversación? ¿Que la mujer a la que habías conocido hacía veinticuatro horas se enfrentaba a treinta y cinco años de cárcel? –la miró.

–. ¿Qué habrías dicho?

–Quizás te habría sugerido que no volvieras hasta que descubriera qué tenían en contra tuya –le espetó ella–. Puede que no sea la mejor del mundo, pero soy abogada.

–Mi propia abogada me decía que volviera de inmediato –se habría dado de patadas, porque si hubiera confiado en ella tal vez no habría vuelto de inmediato, habría buscado más información antes de tomar un vuelo directo al infierno.

–Tenía que volver a enfrentarme a la situación –dijo Santana–. ¿Me habrías apoyado?

–Nunca me diste esa oportunidad.

–Porque era lo que más miedo me daba –se arrodilló junto a ella–. Nunca me preguntaste si era culpable.

–No.

–Ni en tu visita, ni cuando me llamaste. ¿Creías que era inocente?

–Tenía la esperanza de que lo fuera.

–Había demasiado amor para dejarse llevar por el sentido común – dijo Santana.

Ella se alegró cuando la dejó sola y fue al cuarto de baño. Oyó su suspiro de alivio cuando se sumergió en la bañera. Pensó en sus palabras; aunque había esperado que fuera inocente, eso no había cambiado sus sentimientos por ella y eso le había dado miedo. Pasado un rato fue a verla.

–Lo siento mucho – Santana la miró–. Siento lo que os he hecho pasar a ti y a tu familia.

–No ha sido culpa tuya.

–No. Pero te he asustado y esto podría haberte costado la vida... – la miró y le hizo la misma pregunta que la policía–. ¿Te hizo algo? –Aparte de apuntarme con una pistola –sabía bien a qué se refería ella..,
- No.
Ella la vio cerrar los ojos con alivio y supo con certeza que antes había llorado.

–Quería pasear –dijo Brittany–. Entonces fue cuando empecé a preocuparme –le ofreció una leve sonrisa–. No acababa de ser la Santana que conozco –su sonrisa se borró–. Sigo enfadada por lo que dijiste por teléfono.

–Quería que te fueras. Quería que estuvieras tan enfadada, tan disgustada, como para subir al siguiente avión.

–Iba a hacerlo. –¿Quieres que te cuente lo que ocurrió? Ella sí quería y Santana le ofreció la mano, suponiendo que se metería en la bañera con ella. Estaba sucia y desaliñada, y quería sentirse limpia y escuchar su historia. Así que se desnudó y se metió en el agua. Apoyó la espalda en su pecho y Santana lavó sus cardenales mientras hablaba.

–Se montó un gran alboroto en el juzgado –empezó Santana–. Todo estalló cuando pedí un nuevo abogado y Quinn presentó la evidencia que implicaba a Kitty. La arrestaron de inmediato, pero yo tuve que volver a la cárcel. Sabía que no podían soltarme sin más. Les dije que corrías peligro, pero no me escucharon. Cuando me llevaban de vuelta, ella se puso en contacto con Tina y le pidió dinero. Dijo que tenía a mi mujer y envió una foto por el móvil. Entonces, por fin, la policía creyó que tenía una hermana gemela.

–¿Sabías que tenías una hermana gemela? –ella la miró con el entrecejo fruncido.

–Lo adiviné ayer, después de hablar contigo.

–¿Cómo?

–Tenía sentido. Sabía que era inocente.

–¿Pero cómo lo descubriste?

–Maldigo en varios idiomas –dijo.

Ella sonrió porque era verdad.

–. Estaba enfadada después de hablar contigo, me preocupaba que no te fueras y maldije en portugués. La guarda me advirtió que tuviera cuidado, me llamó Dos Santos y oí la burla en el tono de su voz. Pensé que se refería a que yo provenía de un orfanato y volví a jurar. Después dijo algo sobre ti y blasfemé de nuevo, en español. Seguía enjabonándole los brazos y tenía la boca en su cuello, sin besarla, solo respirando.

–La primera monja que me cuidó, hasta que cumplí los tres años, me enseñó español Brittany seguía teniendo la frente arrugada.

–En portugués López significa «de los santos» –explicó Santana–, nunca había pensado que mi apellido pudiera ser español. –Dos –ella se volvió hacia Santana –, «dos santos». –Éramos dos, y por eso la monja nos puso ese apellido. Tenía sentido. Por lo visto, el mes antes de que me arrestaran estuve comiendo y celebrando reuniones con gente muy poderosa, convenciéndolos para que invirtieran.

–¡Dios mío! –Kitty y ella estaban utilizando a mis contactos. Hace un par de meses creí que había perdido el teléfono, pero ellas lo tenían y estaban desviando todos los números. Ambas sabían que no tenían mucho tiempo antes de que yo lo descubriera, o los bancos o la policía, así que fueron rápidas obteniendo dinero gracias a mi reputación. Mi abogada tenía todas las razones del mundo para querer que me sentenciaran a cadena perpetua, todas las razones para ocultarme la evidencia que me convertía en culpable. Porque en cuanto la viera, yo sabría la verdad.

Que no había hecho esas cosas. Inspiró profundamente.

–Entiendo que engañara a la gente. Cuando la vi allí tumbada me pareció estar viéndome a mí misma –no ahondó más en sus sentimientos–. Se llamaba Emilia Dos Santos. La policía me dijo que había vivido en la calle toda su vida, pero no tenía antecedentes, solo advertencias por mendigar. Supongo que estaba cansada de no tener nada. Cuando descubrió que Kitty había sido arrestada, debió de pensar que eras su última oportunidad para sacarme dinero.

–¿Cómo supo que estaba aquí? ¿Cómo supo en qué hotel...?

–Los guardas de la prisión, tal vez –encogió los hombros–. Quizás Kitty pagaba a alguien para que me vigilara. Y te obligarían a dar una dirección que estaría en la lista de visitantes.

Entonces ella comprendió lo peligroso que había sido no marcharse cuando Santana se lo pidió.

–Tendría que haberme ido a Hawái.

–Sí. Así es
Santana lo pensó un momento. Si Brittany se hubiera ido, si no hubiera temido por ella, tal vez no habría descubierto la verdad.

–En cualquier caso, da igual –dijo Brittany–. Ya se acabó. Santana no contestó y cuando giró la cabeza para mirarla, vio la agonía y el agotamiento en su rostro. Se recriminó en silencio. Al fin y al cabo, había perdido a su gemela y, a pesar de lo ocurrido, eso tenía que dolerle.

–Tal vez quiso hablar contigo cuando descubrió que tenía una gemela y Kitty la disuadió al ver la oportunidad de ganar mucho dinero fácil. Puede que no le diera otra opción.

–No quiero hablar de eso.


Como siempre, volvía a cerrarse a ella. En ese momento sonó el teléfono, había uno en el cuarto de baño, y Santana contestó.

–Es tu padre –le pasó el aparato a Brittany.

Esa vez no hubo gritos, sus padres hicieron más preguntas, le dijeron cuánto la querían y cuánto deseaban que volviera a casa lo antes posible. Mientras hablaba, ella se alegró de estar apoyada en Santana, pero sin ver su rostro. Después, su padre solicitó hablar con Santana y ella aceptó el teléfono y lo escuchó.

–Tenemos que hacer más declaraciones en comisaría, así que Brittany tiene que quedarse unos días más –dijo Santana–, pero la llevaré a un lugar tranquilo –escuchó un momento antes de volver a hablar–. Ahora está cansada, pero veré qué quiere hacer por la mañana, después de que haya hablado con la policía.

Se despidió y ella frunció el ceño, porque su tono de voz sonó bastante amistoso.

–Creo que empiezo a caerle bien.

Brittany sabía demasiado bien lo fácil que era que eso ocurriera.

–Te quieren en casa, Brittany.

–Lo sé, pero quiero estar aquí contigo.

–Pues necesitan verte –dijo Santana–. Necesitan comprobar por sí mismos que no estás herida.

–Eso lo sé... –quería oírlo decir que iría con ella, o que nunca la dejaría marchar, pero Santana no lo dijo. Quería más de Santana, quería ser parte integral de su vida, pero Santana seguía sin abrirle la puerta.

–Esto no cambia las cosas, ¿verdad? –volvió la cabeza y miró a la mujer que le había dicho desde el principio que no durarían juntos. Ella no contestó.

A Brittany la sorprendió no llorar.

–Nunca encontrarás otro amor como este –lo decía en serio, sin arrogancia, porque aunque ella no lo aceptara, incluso si se negaba a creerlo, lo quisiera o no, lo que había entre ellas era amor.

–Te dije el primer día que no sería para siempre.

–Entonces no nos queríamos tanto.

–Nunca he dicho que te quiera.

–Lo hiciste antes.

–Dije que había demasiado amor para tener sentido común –aclaró Santana–. Demasiado amor para que tú pensaras a derechas.

–No te creo.

–Puedes creer en cuentos de hadas si quieres –lo dijo de una forma mucho más agradable que la última vez, pero el mensaje era el mismo–. Brittany, te dije que nunca podría asentarme en un sitio, que no podía comprometerme con una persona para siempre. Te lo dije. Sí se lo había dicho. –Y te dije que no me va lo del amor. Sí se lo había dicho.

–Dijiste que querías esto todo el tiempo que durara. A ella su voz le sonó más amable y cariñosa que nunca.

–Dentro de unos días, cuando acaben los interrogatorios, tendrás que volver a casa con tu familia. Aunque ella se había prometido no llorar, sí lloró un poco. Santana capturó una de sus lágrimas con el pulgar antes de agachar la cabeza para lamerla. Ella oía el tictac del reloj, sabía que cada beso que compartieran a partir de ese momento podía ser el último, que pronto sería un beso de despedida.

–Podría durar... –ella movió la cabeza y abrió la boca para discutir, pero Santana se adelantó.

–No quiero esperar a que lleguen las peleas y el desencanto. No quiero que nos hagamos eso, porque lo que tenemos ahora es muy bueno. Pero, no, no puede durar..

Por esa razón, ella aceptaría sus besos, esa noche olvidaría el hecho de que era una relación temporal. Porque esa noche quizás necesitaba escapar, y era posible que Santana también. Y aunque Santana no iba a admitirlo y prefería no compartir sus sentimientos, se sentía como si acabara de pasar del infierno al cielo cuando buscó y encontró su boca. Ella tenía la boca magullada, pero Santana la besó con mucha suavidad. Le dolía la mejilla y tenía rozaduras en las piernas. Sabía que no conseguiría retenerla, que por el momento ella la besaría, guiada por la culpabilidad y el miedo, y que después, esa mujer a la que en realidad no conocía volvería a una vida que ella no había compartido.

No era el amor lo que hacían. Era el ahora. Brittany se lo repitió una y otra vez. Creyó que le haría el amor en el agua, pero la llevó mojada a la cama y la secó con una toalla. Después besó cada uno de sus cardenales y subió por sus piernas hasta besar la parte más íntima de su ser y hacerla gemir de frustración. Santana le tapó la boca porque seguía habiendo guardas afuera, pero ella la deseaba, quería todo su cuerpo. Entonces se deslizó en su interior con una lentitud increíble, saboreando cada embestida, pero ella siguió sin oír las palabras que necesitaba. Se mordió los labios cuando alcanzó el clímax, entregándole su cuerpo mientras intentaba recuperar un corazón que esa mujer no quería pero ya tenía.

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Finalizado Re: [Resuelto]BRITTANA: CARCEL DE AMOR. GP- SANTANA . CAP. 13 FINALIZADO

Mensaje por JVM Mar Oct 25, 2016 2:23 am

:/
Pues la vidae esta dando una segunda oportunidad a San y sin embargo sigue de necia pensando que lo quería en su vida antes de conocer a Britt sigue siendo lo mismo, y que el amor no es para ella, sin embargo aunque se niegue a aceptarlo es lo que siente por la rubia., lástima que por decisión propia la perderá o alejara de su vida. Solo espero que reaccione antes de que sea demasiado tarde.
Mientras pues Britt aceptando las migajas que le da San y las acepta porque sabe que es todo lo que podrá recibir de ella aunque le duela. Tristemente creo que ya aceptó que lo suyo no tiene futuro y no porque ella no quiera, al final se merece una persona que la deje entrar en su vida y que luche por lo que tienen :(
P.d. siempre me dejas con ganas de más jajajaja quiero saber que sigue
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Mensaje por 3:) Mar Oct 25, 2016 11:53 am

Bueno... paso a mejor vida la gemela de san..
Los padres de britt ya saben que tienen una nuera jajaj
A ver cuanto dura... su re encuentro!!!!
3:)
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Oct 25, 2016 9:38 pm

JVM escribió::/
Pues la vidae esta dando una segunda oportunidad a San y sin embargo sigue de necia pensando que lo quería en su vida antes de conocer a Britt sigue siendo lo mismo, y que el amor no es para ella, sin embargo aunque se niegue a aceptarlo es lo que siente por la rubia., lástima que por decisión propia la perderá o alejara de su vida. Solo espero que reaccione antes de que sea demasiado tarde.
Mientras pues Britt aceptando las migajas que le da San y las acepta porque sabe que es todo lo que podrá recibir de ella aunque le duela. Tristemente creo que ya aceptó que lo suyo no tiene futuro y no porque ella no quiera, al final se merece una persona que la deje entrar en su vida y que luche por lo que tienen :(
P.d.  siempre me dejas con ganas de más jajajaja quiero saber que sigue

Santana y Brittany pronto se daran cuenta el tesoro que tiene, al terminar de pasar por tantas amarguras...

P.D. jajaj mira te prometo que voy a subir una adpatacion de un solo tiron a ver si la lees de igual manera, eso esta pronto a suceder......
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Oct 25, 2016 9:40 pm

3:) escribió:Bueno... paso a mejor vida la gemela de san..
Los padres de britt ya saben que tienen una nuera jajaj
A ver cuanto dura... su re encuentro!!!!

En este mundo solo puede haber una Santana López......
Los padres de Britt seran de lo mas fastidiosos.
aca el sig cap...
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Oct 25, 2016 9:42 pm

Capítulo 12

Brittany se despertó por la noche, llorando y asustada, y Santana la abrazó con fuerza antes de hacerle el amor otra vez. Se lo habría hecho de nuevo por la mañana, estaba tirando de ella por encima del colchón cuando sonó el teléfono para decirles que Quinn estaba subiendo.
–¡Después! –le dijo, y le dio un beso–. ¿O quieres algo muy, muy rápido ahora?

Ella miró los ojos negros que le sonreían y no pudo leerlos, no podía seguir siendo su juguete sexual.

–Después –dijo Brittany, bajando de la cama.

Le abrió la puerta a Quinn. Llevaba ropa limpia para las dos. Sorprendentemente, le dio un abrazo a Brittany y le dijo que iría con ellas a la comisaría.

–Siento mucho cómo te hablé –dijo Quinn.

–¿Cómo? –preguntó Santana.

–Con dureza –le dijo Quinn a Santana.

–No has sido la única –dijo Brittany, y enrojeció cuando Quinn se echó a reír.

Por lo visto la gente en Brasil solo pensaba en una cosa.
–. Lo que quería decir –aclaró con voz ofendida–, es que entiendo por qué dijiste lo que dijiste.

–Te lo agradezco –le dijo Santana a Quinn.

–. A los tres, pero sobre todo a ti. Os pagaré en cuanto recupere mi capital.

–Con suerte eso no tardará mucho –dijo Quinn, después sonrió y la regañó–. ¿Pero era necesario que bebieras el champán más caro del minibar? Acabo de pagar la factura de la habitación.

–¿Pagaste tú?

–Brittany parpadeó. No se refería al champán.

–. ¿Era tu dinero?

–Brittany había supuesto que provenía de los fondos de Santana, pero acababa de darse cuenta de que habrían congelado sus cuentas mientras la investigaban.

–Hipotequé mi casa –dijo Quinn–. Creía en ella.

–Eres la más rica de la habitación –le dijo Santana a Brittany, e incluso Quinn se rio.

–Os pagaré un café de camino a la comisaría

–Brittany sonrió, pero con esfuerzo. Fue al cuarto de baño a cambiarse y pensó en la fe de Quinn en Santana. Era obvio para ella que Quinn y Santana se habían acostado en el pasado, pero no era eso lo que la molestaba. Era su amistad lo que la corroía, una amistad que no fallaba, una que duraría para siempre. Era esa longevidad lo que la irritaba.

Brittany abrió la bolsa de ropa y vio que Quinn había elegido bien. Había una falda suave y larga que cubriría los raspones de sus piernas, una blusa fina y una lencería fantástica, pero casi transparente. Brittany inspeccionó la ropa interior y vio que era bien escasa. Cuando se puso las bragas, la mortificó darse cuenta de que eran mínimas. Era lo más atrevido que se había puesto en su vida, pero no podía quejarse a Quinn.

También había unas sandalias, porque las suyas se habían roto el día anterior. Se vistió y se lavó los dientes. Después se cepilló el pelo y examinó su rostro solemne en el espejo. Tendría que estar feliz y celebrándolo, pero no se sentía así. Los recuerdos del día anterior seguían siendo demasiado crudos y no entendía que Santana y Quinn estuvieran sonriendo y charlando. No entendía que Santana pudiera poner fin a su dolor sin más. Pero tenía que aprender a hacerlo, porque pronto tendría que volver a casa. Tenía que hacerlo. No podía quedarse y contemplar como la culpabilidad que había sentido por lo que le había hecho pasar y su atracción hacia ella disminuían hasta desaparecer. No podía soportar la idea de que el aburrimiento se asentara en Santana mientras ella esperaba la noticia de que iba a echarla de su vida.

Si Santana no quería una relación para siempre, no podía seguir con ella solo por el momento presente.

–¿Preparada? –preguntó Santana, mirándola cuando salió del cuarto de baño.

–Supongo –respondió. Allí no tenía maquillaje.

–¿Quieres que lleve tu ropa a la tintorería? –ofreció Quinn.

–La tiraré a la basura –dijo Brittany, volviendo al cuarto de baño a hacerlo.–. No quiero volver a verla nunca.

–De acuerdo –Quinn agarró su bolso y fue a la puerta–. Iré a comprobar que el coche está listo.

Cuando se fue, Brittany recogió su ropa del suelo del cuarto de baño y la llevó a la papelera del salón. Santana la detuvo cuando iba a tirarla.

–Esa no –dijo, recuperando las prendas de tela vaquera con una sonrisa–. Tal vez quieras que vuelva a afeitarme la cabeza algún día...

Brittany no le devolvió la sonrisa.

–Para ti todo es un juego, ¿verdad?

–No, Brittany –negó con la cabeza y su expresión se volvió seria–. No lo es.

Pero cuando bajaban en el ascensor, ella se fijó en que llevaba una bolsa. No había tirado la ropa que había utilizado en prisión. Santana la atrajo contra sí y la escudó de la prensa cuando salieron del hotel; volvió a hacerlo cuando llegaron a la comisaría, pero ella intentaba apartarse de Santana. La besó con pasión antes de que entrara a hacer su declaración, pero ella solo sintió ganas de llorar, quería algo más que sexo de Santana.

–Estarás bien –le limpió una lágrima con el pulgar–. Diles lo que ocurrió. Quinn estará allí...

–Lo sé.

–No tienes por qué tener miedo. Y luego te sacaré de aquí, nos iremos solas las dos –sonrió al decirlo y le dio otro beso para tranquilizarla.

Ella no respondió a ninguno de los dos. La declaración fue larga y detallada y ella se sintió como si estuviera repitiendo lo mismo una y otra vez. «No, nunca había visto a Kitty, ni Emilia lo había mencionado. No sabía quién había telefoneado a Emilia, pero ella había sugerido el paseo después de la llamada».

–Quieren saber cuándo te diste cuenta de que no era Santana – tradujo Quinn.

–No me di cuenta –repitió ella.


–¿Pero empezaste a sentir pánico mucho antes de ver la pistola? Ella asintió, pero Quinn le dijo que tenía que contestar oralmente.

–Sí –afirmó.

Le hicieron repetir la historia una y otra vez. A ella le costaba explicar las cosas, porque ni siquiera se entendía ella. No quería decir en la comisaría que la había sorprendido que no la llevara a la cama de inmediato, que quizás esa había sido la mejor pista de que no era Santana. Para Brittany eso solo confirmaba lo vacía que era su relación.

–¿Qué te hizo sentir pánico? –insistió Quinn.

–Comprendí el error que había cometido al casarme con ella –dijo Brittany con voz plana–. Que no había ninguna base para la relación y que Santana siempre había dicho que no duraría. Solo quería alejarme de ella.

–¿De Emilia?
Ella negó con la cabeza. Recordó sus ojos hinchados y cómo había hecho la maleta, el placer y el dolor del último año, sobre todo el dolor, que Santana había provocado.

–De Santana –cuando lo dijo vio que Quinn fruncía el ceño.

Entonces le hicieron ir más atrás, hasta su primer encuentro con Santana en el avión y su conversación durante la noche.

–Le pregunté cómo se había quedado huérfana y dijo que no estaba segura.

–¿Le preguntó si había intentado buscar a su familia?

–Sí.
–¿Y cuál fue su respuesta?

–Dijo que había pedido a Kitty, su abogada, que investigara, y que no había descubierto nada.

–¿Dijo eso? –el oficial de policía miró a Quinn para cerciorarse.

–. ¿De verdad dijo eso?

–Sí.

El oficial le dirigió una mirada larga y dura. Quinn le preguntó a Brittany si estaba segura, dado que la conversación había sido hacía ya un año.

–Quiere saber si está segura de que esa no es la conversación que mantuvo con Santana anoche.

–Se lo conté a la policía –Brittany parpadeó.

–¿Recuerda esa conversación con exactitud? –insistió el oficial.

Ella dijo que sí, porque llevaba un año rememorando cada segundo del tiempo que habían pasado juntas.

–Con toda exactitud –aseveró–.

Y después le pregunté cómo había sido crecer en un orfanato, pero no me contestó. Dijo que no quería hablar de esas cosas. Pero a la policía no le interesaba esa parte. Solo a Brittany. Declaró que no había sido consciente de que la seguían y miró a Quinn para que lo explicara, pero ella negó con la cabeza. Después le leyeron su declaración. Escuchó y oyó que básicamente habían tenido sexo y unas cuantas conversaciones, pero que Santana había mencionado haberle pedido a Kitty que buscara a su familia. La firmó.

–Eso está bien –dijo Quinn cuando salían–. Tienes buena memoria. Saltarán sobre eso en el juicio si Kitty niega que Santana le encargó buscar a su familia –la advirtió–. Recuérdalo.

–¿Estoy libre para volver a casa? –preguntó Brittany.

Vio que Quinn fruncía los labios.

–. Mi familia está preocupada por mí.

–Podría ser mejor para el caso de Santana que estuvieras aquí.

–¿Qué caso? –inquirió Brittany–. Es obvio que es inocente. –Para ti –dijo Quinn–. Y también para mí. Pero los muertos no hablan –esbozó una leve sonrisa–. Tengo que rectificar lo que dije de que Santana nunca comete errores. Cometió uno: contrató a Kitty, una abogada brillante. Ella podría decir que timaban a la gente entre las dos. Podría insistir en que era Santana quien le daba las instrucciones, o que recibía instrucciones de ambas.

–¡No!

–Sí –dijo Quinn–. Lucharé contra eso, pero a Santana podría beneficiarla que su esposa estuviera aquí, a su lado, no de vuelta en casa contando el dinero que su equipo de abogados ha ingresado en su cuenta.

–Sabes que no se trata de eso.

–Díselo al juez –Quinn volvió a ser desagradable–. Entiendo que tu familia esté preocupada por ti, pero podrías simular que Santana es parte de tu familia un poco más de tiempo.

–Santana no quiera que lo haga –replicó Brittany–. Santana no quiere una familia.

–¡Ni siquiera sabe lo que es una! –gritó Quinn–. Sin embargo, se ha portado muy bien contigo.

–¿Se ha portado bien? –le tocó a Brittany gritar–. ¿Estamos hablando de la misma mujer?

–¿Acaso mi madre tuvo trillizas? –bromeó Santana desde el umbral. Quizás, dadas las circunstancias, Brittany había elegido mal sus palabras, pero la respuesta de Santana era de mal gusto. No entendía que Santana López se lo tomara con tanta calma. Ni que pudiera rodearla con un brazo y salir de la comisaría como si la pesadilla del año anterior no hubiera tenido lugar. Se encontraron con el mismo circo de cámaras que antes y dejaron a Quinn haciendo una declaración para la prensa. Un coche los esperaba. El chófer entregó las llaves a Santana, que se sentó al volante y pidió a Brittany que ocupara el asiento del pasajero. En cuanto se sentó, Santana pisó el acelerador. Después redujo la velocidad y condujeron largo rato, saliendo de la ciudad y atravesando las colinas. Apenas hubo conversación, solo silencio airado de Brittany, pero Santana parecía más relajada con cada kilómetro que recorrían.

–Estás muy callada –comentó.

–¿No es así como quieres que esté?

Pero las rabietas no funcionaban con Santana. Siguió conduciendo sin inmutarse, con una mano en el volante y la otra en la ventanilla. Ella supuso que no tardaría en ponerse a silbar para irritarla aún más. Seguía molesta por las palabras de Quinn. Lo primero que haría cuando llegara a Sídney sería devolver el dinero que le habían pagado.

–Llegaremos pronto –dijo ella. Brittany no le contestó. Nada tenía sentido: las preguntas de los policías la habían confundido, Quinn la había enfadado y, en cuanto a Santana... Giró la cabeza para mirarla. Era asombroso que estuviera tan tranquila tras todo lo ocurrido. Estaba cambiando de canal y ajustando el volumen de la radio. Ella no necesitaba música de fondo, así que la apagó.

–En comisaría dijeron que me estaban siguiendo. Que no fue la policía quien le disparó.

–Fue un guardaespaldas.

–¿Guardaespaldas?

–Déjalo.
–No –le espetó Brittany–. No lo dejaré.

–No pasará tiempo en prisión. Mis abogados están trabajando en su causa. Hice que un par de personas te siguieran cuando comprendí que seguías aquí, cuando adiviné que tenía una gemela. No sabía qué estaba ocurriendo, pero sí que no estarías segura, así que organicé tu protección.

–¿Cómo?

–Le debo un favor a una mujer muy poderosa –dijo Santana–. Envió un mensaje al exterior después de que me llamaras.

Dejó de hablar del tema y ella sintió su mano en la pierna. No entendía la facilidad con que quitaba importancia al hecho de que era el guardaespaldas contratado por él quien había disparado a su gemela. Parecía que nada la afectaba. Santana apretó su muslo con suavidad, lo que ella supuso indicaba que estaban cerca de su destino y pronto estarían en otro dormitorio.

–Hemos llegado.

Era la casa más impresionante que había visto nunca, con madera oscura, mobiliario blanco y mosquiteras en las ventanas, que permitían entrar el sol y los sonidos de las montañas. Era una maravilla y, según dijo Santana, el lugar con el que había soñado mientras estaba encerrada.

–¿Te gusta?

–Es increíble.

–Mira... La tomó de la mano y la condujo al dormitorio. Después abrió las enormes puertas de cristal y reveló la tupida hierba que se extendía hacia la montaña. Solo se oía el piar de los pájaros. Brittany pensó que en un lugar como ese se podía empezar a sanar.

–Hay sirvientes, pero les he dicho que no vuelvan hasta que los llame. Nos han dejado montones de comida. La ropa de ella estaba allí, colgada en el armario, y Santana la rodeaba con sus brazos. Brittany empezó a llorar y a ella no pareció sorprenderla.


–Estás agotada.

Era cierto. Agotada de casi un año de amarla.

–¿Estás a punto de sugerir que nos vayamos a la cama?

–Brittany
–notaba su ira y no la culpaba por ello–, me da igual lo enfadada que estés. Tienes derecho a estarlo. Si quieres gritarme, hazlo. Te he hecho pasar un infierno y solo intento hacer que te sientas mejor. Tal vez lo esté haciendo mal, pero de momento estás aquí, y a salvo.

Era el «de momento» lo que la mataba, pero no iba a volver a discutir.

–No sé qué me ocurre. ¡Estoy muy enfadada! Tan confusa...

–Es el shock –dijo–. Casi te secuestraron. Viste como mataban a una mujer.

–¡Vi cómo mataban a tu gemela! –gritó ella–. Creí que eras tú. Santana no reaccionó, se limitó a abrazarla. –¿No tendría que ser al revés? –se apartó de ella, airada.

–. ¿No tendrías que ser tú la que llorara? Era tu hermana.

–Eso es asunto mío –dijo Santana.

–¿No puedes hablar de ello conmigo?

–Prefiero hacer ese tipo de cosas sola –era ante todo sincera.–. No quiero hablar sobre mí. Ahora mismo solo quiero estar contigo.

Decía todas las cosas correctas, pero también eran incorrectas. Tomaba todo de ella, pero no se daba a cambio, y tal vez tuviera que aceptarlo. Santana no sentía nada por nadie. Miró hacia la montaña con la esperanza de encontrar un poco de paz antes de dejarla.

–Espero que la prensa no nos encuentre aquí.

–Es imposible. Ya te lo dije.

–Si saben que esto es tuyo, no tardarán en encontrarnos –estaba demasiado cansada, se sentía incapaz de trasladarse de nuevo si llegaba la prensa–. Estarán revisando tus propiedades...

–No es mío –dijo Santana–. No está incluido entre mis bienes. Está a tu nombre –alzó su rostro y besó su frente–. Lo compré para ti antes de que me arrestaran. Quería el divorcio, sabía que podía estar encerrada mucho tiempo y esto era parte de tu compensación. La compra se finalizó el día antes de que congelaran mis cuentas –le sonrió–. No pudieron quitarme esto porque es tuyo.

–¿Compraste esto para mí?

–Es lo bastante grande para poner un hostal... –encogió los hombros–. Si eso es lo que quieres hacer. Sabía que probablemente lo venderías.

Sabiendo que iban a arrestarla y que iría a prisión, había pensado en ella. Había ido allí y elegido una propiedad. Eso la superó.

–¿Por qué lloras? –Por esto.

–Te dije que cuidaría de ti.

–Y lo has hecho.

Santana había cumplido las promesas que le había hecho, había escuchado todos sus sueños. Recorrieron la casa habitación por habitación y después Santana la llevó a la cocina, con hornos enormes, encimeras de trabajo y grandes puertas de cristal abiertas para dejar entrar el sonido y la brisa de la montaña. Había elegido la casa perfecta, pero sin pensar que ella viviría en ella.

–Puede que tenga que quedarme aquí un tiempo –dijo Santana–. Puedes ser mi casera. Se inclinó para darle un beso. –Te enviaré el alquiler que te deba cuando me devuelvan mi dinero.

–¿Me lo enviarás?

–Tienes que volver a casa.

Brittany supo en ese momento que ella le importaba, supo por qué la enviaba de vuelta a casa.

–Y tú no puedes venir conmigo –no fue una pregunta, le estaba diciendo que sabía por qué.

Santana intentó silenciarla con un beso.

–No puedes venir a Sídney ni siquiera unos días porque estás en libertad bajo fianza.

–Brittany...

–Y no dejas que me quede contigo porque sospechas que podrías volver a la cárcel.

–Es más que una sospecha –dijo Santana.

–. Kitty es la mejor abogada que conozco –sonrió–. Sin ánimo de ofender.

Siempre conseguía que sonriera y, Brittany lo supo en ese momento, Santana López siempre la había querido, aunque ella no lo supiera, incluso si se negaba a verlo. Quinn tenía razón. Siempre había cuidado de ella y seguía intentando hacerlo.

–Estoy en libertad condicional y dudo que retiren los cargos. Kitty no admitirá su culpabilidad. Habrá un juicio, podría haber años de dudas, y después podrían volver a encerrarme. Tienes que volver con tu familia.

–Tú eres mi familia.

–No – Santana se negaba a aceptarlo–. Porque por mucho que quiera que estés aquí, por mucho que haya pensado en ti en esta casa mientras estaba encerrada, por mucho que una visita cada tres semanas podría ayudarme a mantener la cordura, no te haré eso.

–Sí.
–No –dijo Santana–. Pasaremos aquí un par de noches y después, como le prometí a tu padre, me aseguraré de que vuelvas a casa. Para cuando llegues allí, estaremos divorciadas.

Santana sería inflexible. Brittany amaba y odiaba esa palabra. Quería besar a la mujer que, sin duda alguna la amaba, pero también quería conocer a la mujer a la que amaba. La besaba como si nunca fuera a dejarla marchar, pero le había dicho que tenía que irse.

–Eres una maldita egoísta –la habría abofeteado.

Echó la cabeza hacia atrás, no estaba dispuesta a que la acallara con sexo.

–. ¿Por qué no cuenta mi opinión? –gritaba con furia–. Eres igual que mis padres, diciéndome lo que quiero y cómo debería vivir mi vida.
–¿Qué? –exigió ella–. ¿Acaso querrías estar aquí, viviendo en la montaña, bajando a la prisión para tener sexo cada tres semanas?

–Puedes ser de lo más desagradable.

–Tu vida podría serlo –replicó Santana–. Descalza y embarazada, con tu esposa en...

Brittany no oyó el resto. Entonces recordó lo que había estado a punto de hacer antes de que Emilia la interrumpiera. Santana vio como su ira se transformaba en pánico; ella, por su parte, vio el destello de miedo en sus ojos cuando le dijo que era posible que ya lo estuviera. Era inapropiado e inconveniente. Brittany lo sabía. Santana se quedó allí parada y ella fue al dormitorio a revisar sus cosas. Allí estaba su neceser y, sí, Quinn había recogido también la prueba de embarazo.

Se quitó los zapatos antes de volver a la cocina, descalza y embarazada, sí.

–Necesitas volver a casa con tu familia.

–¿Eso es todo lo que tienes que decir?

–Es todo.

Ella no podía creer en su indiferencia.

–¿Dejarías que nos fuéramos los dos?

–Así tendrás una vida mejor.

–Probablemente –concedió Brittany–. Porque estoy harta de estar casada con una mujer que ni siquiera puede hablar conmigo, que lo arregla todo con sexo. Que, aunque no lo admita, me ama. Estoy cansada de intentar que lo digas.

–Vete, entonces.

–¿Es lo que quieres? –persistió Brittany–. ¿O estas diciéndome otra vez lo que yo debería querer?

–¡Podría salir de esto pobre como una rata!

Si Brittany creía haber visto un atisbo de miedo antes, no había visto nada, porque la bonita boca se tensó. Los ojos negros destellaron con terror cuando se imaginó rebuscando en contenedores para encontrar comida, no solo para ella, sino también para la familia que Brittany le estaba pidiendo que mantuviera. Brittany supo entonces que ella no había conocido el miedo real, que nunca conocería la intensidad de su terror. Ella no moriría de hambre. No dejaría la tierra sin dejar huella. La echarían de menos.

–Tal vez no podría darte nada. Ella captó la magnitud de sus palabras. –Tal vez no tendríamos nada.

–Sí tendríamos algo –le dijo Brittany a esa mujer que no sabía lo que era la familia–. Nos tendríamos la una a la otra.

–No sabes lo que es no tener nada.

–Pues dímelo.

–No quiero discutirlo.

–Entonces me iré, Santana, me divorciaré de ti. Y no se te ocurra venir a buscarme cuando retiren los cargos. No te atrevas a intentar volver a mi vida cuando creas que todo irá bien.

Santana siguió allí parada.

–Y no te molestes en escribir para saber qué he tenido, porque si me voy ahora haré todo lo posible para que no lo descubras. Escribiré «madre desconocida» en la partida de nacimiento y no serás nada para tu hijo.

Estaba luchando por el bebé cuya existencia acababa de descubrir y por la familia que sabía que podían llegar a ser. Cuando se dio la vuelta para irse, Santana también luchó por ellos.

–Quédate.

–¿Para qué? –preguntó Brittany–. ¿Quieres que vayamos a la cama? – exigió–. ¿O quieres que lo hagamos aquí? O... –la miró como si hubiera tenido una súbita idea– o podríamos hablar.

–Hablas demasiado. La atrajo hacia ella y besó su boca, deslizó las manos por su cuerpo, de la cintura a su vientre. Lo presionó con las manos un segundo y después, como si le doliera todo ahí, bajó las manos hacia sus muslos y le levantó la falda. Intentó desesperadamente que le devolviera el beso, pero ella desvió la cabeza.

–Y tú no hablas lo suficiente.

Santana supo que no iba a permitirle evadirse y que no la recuperaría a base de besos. Se iría, estaba segura. Era mil veces más fuerte de lo que creía y ella también tenía que serlo, porque sin ella y sin el bebé, Santana volvería a la nada.

–No pierdas el tiempo teniendo miedo, Santana –dijo Brittany–. Tú me dijiste eso.

Así que ella, pausadamente y con voz queda, le contó lo que había sido estar sola, ser trasladada a otro hogar para niños cuando causaba demasiados problemas, a un hogar que hacía que vivir en la calle fuera preferible a estar allí. Era cierto que Brittany era más fuerte de lo que creía, porque no lloró ni hizo comentarios, siguió de pie, entre sus brazos, escuchando. En las partes más duras, tuvo que recordarse que había sido ella quien le había pedido que hablara.

–Haces un amigo y te trasladan. O el amigo te roba y decides que es mejor estar sola. Después haces otro amigo y la historia se repite, o te despiertas y está muerto a tu lado. Pero sigues viviendo, encuentras un trabajo y descubres que eres lista, más que la mayoría. Empiezas a hacer dinero y a olvidar. Pero nunca se olvida. Te creas una buena vida, haces nuevos amigos y, aunque llevas una buena vida, sigues sintiendo el sabor de la amargura del pasado. Ganas más dinero del que puedes gastar porque te da miedo volver a quedarte sin nada y, sí, eres feliz, pero te sigue sabiendo amargo. No sabía cómo explicarlo, pero lo intentó. La miraba sin entender por qué quería entrar en su caótica mente.

–Nunca olvidas, ni un minuto. Recuerdas la comida sacada de la basura, las palizas, las huidas, y el olor de dormir en la calle, y no confías en nadie. Recuerdas cómo la gente te roba en cuanto vuelves la espalda, gente capaz de robar a un mendigo que duerme en la calle. Así que disfrutas de cada bocado y juras que no volverás a ser nada. Pero siempre temes que te ocurra.

Entonces calló.
–¿Quieres oír el resto?

–Sí.

–Conoces a una mujer en un avión, y esa mujer está preocupada porque si vive su vida y persigue sus sueños podría hacer daño a su familia, y entonces entiendes que hay gente que se preocupa por los demás, que ama. Y esa mujer cambia tu vida.

–Yo no hice eso.

–Más que eso. Salvaste mi vida. Porque cuando volví a quedarme sin nada, sobreviví. Pensaba en ti más de lo que debía. Cada crepúsculo veía el sol y era del color de tu cabello. Y anoche, cuanto te tuve entre mis brazos, miré atrás y comprendí que el mundo es bueno. Hay gente en la que no se puede confiar, pero hay gente en la que sí, gente que te ayuda aunque tú no lo sepas. Ella la miró sin entender. –Que una mujer con la que solo saliste unos días hipoteque su casa... –titubeó–. Quinn y yo...

–Eso ya lo había supuesto.

–Fue antes de que ella se casara, y no ha vuelto a haber nada entre nosotras, pero a su marido no le gusta que trabaje para mí. Que ella le pidiera ayuda, que Finn confiara lo bastante en nosotras, eso es amistad verdadera –dijo Santana –. Eso borra el sabor de la amargura. Ella entendió esa parte. –Luego miras atrás y te das cuenta de que la monja que te enseñó español, la mujer que te puso nombre, lo único bueno que recuerdas de tu infancia, será lo que salve la vida de la mujer a la que amas. ¿Cómo no estar agradecida por eso?

–Es imposible no estarlo. –Y la mujer que conociste en el avión, que tu instinto te dijo era la correcta, con quien te casaste para luego herirla, se presta a volar al aeropuerto de Congonhas para mantener sexo pagado contigo.

Ella recordó su ira en la prisión y la rudeza del sexo, y la ternura que la siguió. Se alegró de haberle hecho saber que alguien la amaba.

–Lo hubiera hecho gratis.

–Lo sé –dijo ella, sincera–. Me amaste cuando no tenía nada y nunca sabrás cuánto significa eso para mí. Podría volver a no tener nada, creía que esa era mi peor pesadilla, pero no tener nada que darte a ti y a mi hijo...

–Tenemos la casa que elegiste para nosotros –dijo Brittany–. Y yo puedo trabajar y tengo padres que me ayudarán. Tu hijo, nuestro hijo, no vivirá sin nada, y tú tampoco, mientras nos tengamos la una a la otra. Para su sorpresa, Santana empezó a tener esperanza.

–Puede que no acabe en prisión, podrían retirar los cargos –dijo–. Quinn opina que tienen suficiente evidencia para demostrar que no estuve involucrada. Están revisándola ahora.

–Y, a diferencia de tu esposa, ¡Quinn es una buena abogada! – rezongó Brittany.

Santana no sonrió, pero hizo una mueca.

–Quinn cree que fue Kitty quien sugirió el plan a mi hermana. Por eso quiero que tenga un buen funeral. Quiero descubrir más sobre ella y sobre su vida. ¿Entiendes eso?

–Sí.

–Puede que no hable de ello contigo. Seguía diciendo las cosas erróneas, pero todo iba mejor entre ellas.

–Está bien, si así te sientes mejor –empezaba a entenderla.

No necesitaba saberlo todo, ni tenerla entera, bastaba con la parte que Santana quisiera dar. Era más que suficiente. Y si quería compartir algo, estaría allí para escucharla.


–¿Puedes aceptar que, aunque no te lo cuente todo, no hay secretos que puedan hacerte daño?

–Sí.

Entonces, Santana hizo lo que solía hacer: apagó el dolor de su pasado. Sonrió, la abrazó y la besó larga y profundamente, abrasándola. Pero, sorprendentemente, Santana se detuvo.

–Para demostrarte cuánto te quiero –dijo–, no habrá sexo durante un tiempo, para que hablemos.

–Yo no quería decir eso.

–No –insistió Santana –. Sé lo que querías decir. Podemos dar un paseo por la montaña –sonrió maliciosa–. Tomar aire fresco y hablar.

–Déjalo –su beso la había dejado anhelando más. Intentó besarla, volver a donde lo habían dejado, pero ella la rechazó. Fue a buscar una cesta y empezó a llenarla con cosas de la nevera.

–Vamos de picnic. ¿No te parece romántico?

Brittany se dio cuenta de que era la mujer más sexy que había conocido en su vida, y ella se había estado quejando de un exceso de sexo.

–Santana, por favor –no quería un picnic en la montaña ni una huelga de sexo de su amante brasileña, y se lo dijo claramente.

–Soy tu esposa –corrigió Santana–. ¿Lo recuerdas?

–Sí.

–¿Cómo pudiste pensar que todo se limitaba al sexo? Fui una dama aquel día. Podría haberte tomado en el avión, ¡pero me casé contigo antes!

–Nada de dama. Pero sí, te casaste conmigo, y ahora lo entiendo. Así que, ¿puedes dejar esa cesta y...?

–¿Y qué? –preguntó Santana. Parecía superficial pero era profundo, guapísima e insaciable, y era suya para siempre.

La huelga de sexo duró unos dos minutos, porque Santana Santana la alzó sobre la encimera de la cocina mientras la besaba. Sus manos y su boca recorrieron todo su cuerpo; ella intentó participar pero Santana le apartó las manos.

–Esto es cosa mía. Era dominante y muy sexy. Soltó un silbido cuando le levantó la falda.

–¿Qué llevas puesto?

–Son nuevas –dijo ella, avergonzada.

–Pero no las compraste tú –sonrió porque no se imaginaba a su modesta mujer comprando bragas que ni siquiera había que quitarle.

–Podría haberlo hecho.

–Brittany –con expresión seria, se bajó la cremallera del pantalón.

–. Llevabas bragas discretas el día que te conocí. E incluso el día que fuiste a visitarme a la cárcel –la situó cuidadosamente–. Observa.

Cuando la penetró, ella pensó que las descaradas bragas eran una buena elección.

–No pienses nunca que no te quiero –estaba dispuesta a decírselo cien veces al día si hacía falta–. No pienses nunca que esto no es amor. Ella supo que sí la amaba y que lo que compartían era mucho más que sexo.

Fue lenta y deliberada, era Brittany la que no podía parar. Santana siguió mientras la tensión crecía en su interior, y esperó que le tapara la boca con las manos, que la silenciara, pero Santana le dijo que estaban en casa, mientras embestía con más fuerza.

–Estamos en casa –repitió Santana, moviéndose más rápido. Por primera vez, ella pudo gritar y sollozar cuanto quería, estar con quien quería. Y ella también. Santana le dijo cuánto la amaba cuando llegó al orgasmo y le juró una y otra vez que encontraría una solución, que arreglaría las cosas.
Santana Mirando la montaña por encima de su hombro supo lo afortunada que era, lo fácil que habría sido ser ella la muerta tirada en la acera. Ella en vez de esa hermana gemela que había tenido tanta amargura en su vida y que, a diferencia de Santana, no había conseguido escapar.

Con ella aún en brazos, enterró el rostro en su cabello. Después sonrió.

–¿Sabes qué día es hoy? –preguntó.

–El día que descubrimos que... –Brittany hizo una pausa y parpadeó al darse cuenta de la fecha.

–Feliz aniversario –dijo su esposa, besándola.
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Finalizado Re: [Resuelto]BRITTANA: CARCEL DE AMOR. GP- SANTANA . CAP. 13 FINALIZADO

Mensaje por micky morales Mar Oct 25, 2016 10:27 pm

Bueno parece que la terca de santana al fin entendio que si pde darse una oportunidad con su esposa, a ver como siguen las cosas, espero de verdad que retiren los cargos y san pda viajar con britt a terminar de aclarar las cosas con sus padres!!!!!
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