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[Resuelto]FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Epílogo
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monica.santander
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FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Cap 20
Capitulo 20
Puede que fuera la fabulosa mañana soleada o el hecho de que alguien me hubiera preparado el café para cuando me levantara, pero la mañana siguiente me sentía llena de energía.
Después de ducharme y de vestirme, me tosté un bagel y salí al patio para contemplar el mundo en movimiento.
Ya eran más de las diez y había bastante gente yendo de un lado para otro.
Me encantaba observar a la gente, y aquella mañana no fue diferente: había corredores que hacían footing y gente paseando a sus perros, dejando que retozaran en el agua, a los cuales a veces tiraban una pelota.
Todos parecían disfrutar del aire fresco de la mañana, y algo se me contagió y me animó para afrontar lo que quisiera que me deparara el día.
Me pregunté dónde estaría Santana y a qué hora se habría marchado.
Al recordar el momento que habíamos compartido en el sofá la noche anterior, seguía dudando sobre si había sido un sueño o no, pero lo cierto era que el café que tenía en la mano no se había hecho solo, así que alguien
si se había quedado a pasar la noche.
Miré la hora y recordé que tenía que llamar a Rachel antes de que saliera su vuelo.
A aquellas horas debía de estar en el aeropuerto.
Yo tenía la esperanza de que, pese a mi desaparición hacia el final de la velada, la boda de Rachel hubiera sido todo lo que ella había deseado.
Cogí unos zapatos y bajé a la orilla porque me apetecía dar un paseo por la playa.
—¿Diga?—contestó Rachel.
—Hola. ¿Cómo va tu vida de casada?
Ella se rio.
—No lo sé. Todavía no tengo la impresión de que estemos casadas de verdad. Supongo que estoy esperando a hacerme a la idea. Sea como sea, va muy bien. ¿Tú cómo estás? ¿Una noche dura?
—Estoy bien, de verdad. Pero quería disculparme por no despedirme de ti. Tendría que haber estado ahí—le dije al tiempo que me agachaba para evitar un frisbee que venía hacia mí.
—Ni se te ocurra pensarlo. Estuviste todo el día a mi lado. Si necesitabas estar un rato sola, lo entiendo perfectamente. Me da la impresión de que a lo mejor precipité un poco las cosas al obligarte a bailar. Seguramente no fue la mejor de las ideas. Lo siento.
—Te propongo un trato. Yo te perdono si tú me perdonas.
—Hecho, acepto. Quinny, por si no la oyes, está insistiendo en que te salude de su parte en este preciso instante.
—Oh, dale un beso de mi parte. Uno platónico, por favor, que te conozco.
—Eres muy aburrida. En fin, tengo un minuto antes de embarcar y nos morimos de ganas de saber qué pasó anoche. Le di a Santana la dirección de tu casa alquilada. Estaba muy disgustada y sabía que tú la ayudarías.
—Sí, estaba ahí cuando llegué a casa
—¿La cuidaste en su momento de necesidad?
—Mmm, eso depende de la definición. Le di una taza de té y hablamos un ratito. Fin de la historia.
—¿Eso es todo?—preguntó claramente decepcionada—Eso es todo.
—¿Se quedó a dormir?
—Sí.
—¡Lo sabía!—me gritó al oído.
—En el sofá.
—Mierda.
—Siento ser tan poco emocionante—pateé un poco de arena—No sé lo que va a pasar entre nosotras. Rach, pero al menos la quiero en mi vida.
—¿Te da miedo que no sienta por ti lo mismo que tú sientes por ella?
—Sí, creo que eso es parte del problema. Sé que existe atracción física y que es mutua, pero no sé muy bien qué piensa más allá de eso y ya me he quemado una vez.
—Prométeme que te arriesgarás y le dirás cómo te sientes.
—Yo no...
—Prométemelo.
—Estás peleona esta mañana. ¿Has tomado mucho café? Vale, de acuerdo, prometo que se lo diré... en algún momento.
—Pronto—puntualizó.
—Vale, vale. Pronto.
—Eso es lo único que pido. ¿Y dónde está Santana ahora mismo?
—¿A hora mismo? No lo sé, está... jugando a voleibol al parecer—ladeé la cabeza absolutamente anonadada ante lo que veía a unas cuantas decenas de metros a mi derecha.
Ahí estaba Santana, en pantalones cortos y sujetador deportivo, jugando a voleibol en la playa con un hombre sin camiseta.
Verdaderamente no era algo que se viera todos los días.
—¿Qué quieres decir con “jugando a voleibol"?—preguntó Rachel.
—Exacto...—dije yo alargando la palabra.
No sabía cómo explicárselo.
—¿Podemos terminar esta conversación más tarde?
—Claro, además ya vamos a embarcar. Te llamo en un par de días. Pórtate bien.
—Tú también, señora Fabray.
—Ay, suena tan racial e interesante... Me encanta. Adiós, besitos.
Guardé el teléfono y fui hacia el borde del campo de juego llena de curiosidad.
Santana, en toda su gloria de metro sesenta y cinco, corría por la pista a gran velocidad, se lanzó para llegar a la pelota y marcó un tanto impresionante que le dio la ventaja a su equipo.
Bastó un rato más para revelar que no tenía problemas en hostigar al equipo
contrario con insultos juguetones y que no dejaba de chocar los cinco con los miembros de su equipo.
Meneé la cabeza maravillada.
Aquella era una faceta de Santana que no conocía.
Dos tantos después, se dio cuenta de que estaba sentada en la arena y vino corriendo hacia mí. Yo me puse la mano a modo de visera para verla mejor cuando se acercó; Santana se detuvo delante de mí sudorosa, llena de arena y definitivamente de buen humor.
—¿Qué diantres estás haciendo?—le pregunté divertida.
—Bueno, ya que lo quieres saber, salí a correr esta mañana y estos chicos necesitaban un cuatro para su equipo, así que decidí ayudarlos—esbozó una de sus sonrisas arrebatadoras y me hizo cosquillas la boca del estómago.
Quizá también tuvo algo que ver con su vientre firme y bronceado.
—No sabía que jugabas al voleibol.
—Hago muchas cosas.
—Eso es evidente.
—Ey, S, ¿tu amiga quiere jugar?—gritó uno de los chicos desde la pista—Roderick puede salir. Ella es más mona que él.
—Creo que voy a mirar—le contesté—Pero gracias—me dirigí a Santana de nuevo—Será mejor que vuelvas a la pista, campeona. Tu equipo te necesita.
—¿Te quedas?—me preguntó mientras volvía a la carrera.
—¿Cómo no?—reí—Esta es una oportunidad única.
Y lo era.
Santana era bastante buena.
Aunque los chicos contra los que jugaba eran altos y saltaban, bloqueaban y golpeaban la pelota sin parar, ella no perdió terreno.
Me fijé en que llevaba una pequeña rodillera de color carne en la rodilla que se había lesionado y, por un momento, me preocupó que pudiera hacerse daño jugando, pero pronto se me pasó el miedo al ver con qué facilidad se movía.
Me moría si ella llegaba a saberlo, pero encontraba su espíritu luchador bastante adorable.
Ella prefería "duro" antes que "adorable", sin dudarlo un segundo.
Los jugadores se tomaron un descanso cuando empataron a un juego.
Se secaron el sudor y bebieron bebidas isotónicas mientras charlaban, más con Santana que entre ellos.
Eso sí, uno de los chicos tuvo el detalle de venir a sentarse conmigo y entablamos una conversación trivial. Se llamaba Rory y parecía dulce. Me gustó conocerlo mejor y traté de pasar por alto el hecho de que no llevara camiseta y estuviera todo sudado.
Santana, a unos metros, firmó la pelota de voleibol ya que, al parecer, su propietario había crecido viéndola en televisión.
—¿Y cómo conociste a Santana?—me preguntó Rory siguiendo mi mirada.
—Hicimos un espectáculo juntas hace unos años. Y también hemos rodado una película.
—Ya decía yo que me sonabas—exclamó y se quitó las gafas de sol para verme mejor—¿Salías en Décima Avenida?
—Sí, esa era yo.
—Me encanta esa película. Muy cruda. Acabo de comprarme el DVD.
—Eso es genial, gracias.
Los demás jugadores nos miraban desde la pista porque ya estaban listos para seguir.
—¡Eh, Rory!—le gritó Santana—¿Quieres venir a jugar o vas a seguir babeando por la chica?
—Perdona, tengo que irme—me dijo él, que se levantó y saco algo de la cartera que había dejado sobre la arena—Pero ten, llámame algún día.
Acepté la tarjeta que me ofrecía y me encogí de hombros cuando Santana frunció el ceño al contemplar nuestro intercambio.
El partido fue una dura batalla hasta el final.
Sin embargo, yo fui una animadora fabulosa tanto para Santana como para Rory, que resultaron estar en equipos diferentes. Por suerte ganó el equipo de Santana o siempre me lo habría recordado.
Aquella mañana su faceta competitiva estaba desatada y por aquel motivo pretería estar de buenas con ella.
Finalmente, los chicos recogieron sus cosas y se marcharon tras despedirse de nosotras a gritos.
Santana se tumbó a mi lado en la arena muy satisfecha consigo misma.
—Había olvidado lo competitiva que eras. Ahora mismo me das un poco de miedo.
Se rio y se incorporó sobre los codos.
—Me dejo llevar un poco, ¿verdad? Debería trabajar en ello. ¿Tienes planes para hoy?—me preguntó—¿Qué vas a hacer?
—Bueno la verdad es que no lo había pensado.
—Tendrías que venir conmigo de compras. He decidido ir a la ciudad para buscar antigüedades.
—Guau, antigüedades—lo dije en tono de asombro a propósito—No se me ocurre nada mejor que hacer en este precioso lugar de vacaciones que buscar antigüedades. A mí, cuando el sol brilla y hace un tiempo perfecto de veintitrés grados, me entran unas ganas locas de hundirme entre muebles viejos y polvorientos.
Ella me dio un golpe en el brazo.
—Para ya. Resulta que buscar antigüedades es muy divertido, que lo sepas. La búsqueda es emocionante identificar el objeto, negociar, regatear y finalmente llevarte tu hallazgo único a casa. Deberías intentarlo. De hecho, insisto. Vas a venir conmigo.
Me froté el brazo.
—Si eso significa que no me vas a volver a pegar...
—Bueno, eso ya lo iremos viendo.
Santana enarcó una cela y se me puso la piel de gallina. Entonces se levantó de un salto y se sacudió la arena de la ropa.
—Antes me tengo que duchar en el hotel. Te recojo en mi casa dentro de una hora. Estate preparada.
Le ofrecí un saludo militar a medio gas.
Me preguntaba en qué lío me había metido para aquella tarde y me dediqué a mirarla correr por la playa con bastante deleite.
Oh, iba cuesta abajo sin frenos.
El timbre de mi casa sonó exactamente una hora después.
Santana era siempre puntual, recordé, lo cual era una cosa que teníamos en común.
Al abrir la puerta me encontré con una Santana transformada: con un vestido corto de color verde y los labios pintados.
Atrás quedaba la dura y agresiva atleta de la mañana.
La Santana que estaba ante mí tenía la cara lavada y estaba tan radiante como siempre. Admiré su cambio de look durante demasiado rato y su sonrisa traviesa me hizo notar que se había percatado de ello.
—Te has puesto muy guapa—le dije—Pero me temo que yo no voy lo bastante elegante—añadí mirando mis vaqueros y me camiseta.
—¿Estás de broma? Me encanta cuando vas con vaqueros. Es tu mejor look. Venga, vamos, que el tiempo corre y tenemos muchas tiendas que visitar—se puso sus enormes gafas de sol y me guio hasta un escarabajo descapotable de color azul marino aparcado en la entrada.
Yo abrí la puerta del lado del acompañante.
— ¿Es tu coche?
—Soy neoyorquina, no tengo coche. Es de alquiler.
—Es mono. Te pega.
—Gracias. ¿Qué conducen las chicas de Los Ángeles?
—Yo tengo un BMW M3.
Emitió un silbido por lo bajo.
—Vaya, qué bonito—se levantó las gafas de sol para mirarme—Veo que alguien ha ganado algo de dinero.
—No tanto como crees. El coche es mi único lujo. Pero probablemente tendré que venderlo cuando me traslade a Nueva York.
Me miró de reojo mientras conducía.
—¿Entonces es verdad que vas a mudarte a Nueva York definitivamente? ¿Lo dices en serio?
—Ese es el plan. Ahora que tengo trabajo. Y hablando de eso, cuéntame cómo va lo de Cabaret. No he visto ninguna noticia ni anuncio de quién va a hacer de Fraulein Sally Bowles.
—Bueno, vuelve a mirarlo el lunes. Firmé el contrato hace dos días.
—¿De verdad? ¿Y me lo dices ahora? Tendría que haber sido lo primero que saliera de tu boca—le reproché incrédula—Pero ahora en serio, estoy muy orgullosa de ti por haberte lanzado. Lo harás de maravilla.
—Sencillamente seguí un consejo muy sabio.
—El más sabio—repetí—De genio, diría incluso.
Se rio y pisó el acelerador.
Recorrimos las calles y curvas de la pequeña localidad con la brisa agitándonos el cabello hasta que, finalmente, paramos enfrente de una tienda muy pintoresca con varias mecedoras en el escaparate principal.
En el letrero sobre el escaparate ponía Antigüedades Flanagan.
El rostro de Santana se iluminó con algo parecido al fervor religioso.
—¿Has visto esas mecedoras?—preguntó en voz queda.
Seguí la dirección de su mirada.
—Ajá.
—La gente conduce durante cientos de kilómetros para venir a esta tienda y hacerse con una de esas. Son mecedoras estilo plataformas victorianas y se rumorea que la mayoría están en muy buenas condiciones. Normalmente valen unos seiscientos o setecientos dólares. Nuestro objetivo es cerrar el trato por un máximo de cuatrocientos cincuenta.
— ¿Y cómo planeamos hacerlo? —le pregunté fascinada por su entusiasmo.
Se lo pensó un momento antes de contestar.
—Planeo ser encantadora.
—Encantadora—musité—Muy ladino por tu parte. ¿Y eso te suele funcionar?
—A veces.
—Ah, bueno, suena muy prometedor. Vamos a intentarlo.
Caminamos por la acera sinuosa que conducía a la tienda y, de repente, me llamó la atención algo que ponía en el escaparate.
—Espera, el cartel dice que «todos los precios son fijos».
Ella cabeceó.
—El cartel miente. Es parte del juego.
Asentí: todavía me quedaba mucho que aprender.
Puse la mano en el pomo, pero Santana me puso la suya encima para detenerme.
—Seguramente será mejor que hable yo—me susurró.
—Eso no será problema—le contesté también susurrando—Yo curiosearé por ahí mientras tú obras tu magia de las antigüedades.
Una vez dentro, mantuve mi promesa y le dejé espacio a Santana para que negociara.
Mientras ella examinaba cada mecedora al detalle, yo paseé silenciosamente por la tienda observando el ecléctico conjunto de objetos que había: armarios, vidrio prensado, lámparas de aceite, herramientas de hierro forjado y, por supuesto, muchas mecedoras más.
Me llamó la atención un expositor de joyas al fondo de la tienda y fui a verlo.
Observé cada pieza a través del cristal antes de fijarme en un bonito relicario de plata. La parte de delante estaba decorada con un ancla ligeramente izada.
—El ancla era un símbolo de estabilidad y esperanza en la época victoriana—me informó una voz.
Levanté la mirada hacia la mujer mayor que me sonreía tras el mostrador. Tenía las mejillas sonrosadas y una mirada amable.
— ¿Le gustaría verla?
Le devolví la sonrisa.
—Claro.
Sacó el relicario con cuidado y me lo puso en la mano. Era pequeño, pero digno de atención.
Acaricié el ancla con el pulgar fascinada por la textura áspera. Le di la vuelta y descubrí que, por detrás, era completamente liso, a diferencia de la parte de delante. Debajo había una pequeña inscripción: "Para mi amor. La eternidad es nuestra".
Me quedé mirando fijamente aquellas palabras preguntándome quién las habría escogido y para quién.
¿Cómo habría sido su eternidad?
¿Habrían pasado el resto de sus vidas juntos tal como habían prometido o su historia habría terminado inesperadamente con un corazón roto?
En aquel momento habría dado cualquier cosa por saberlo.
Le devolví el relicario a la mujer y le agradecí su ayuda.
—Cuando quiera.
Me reuní con Santana en la parte de delante de la tienda. Estaba sumida en una intensa conversación con un caballero de más edad, seguramente el marido de la mujer con la que había hablado yo.
Santana sonreía y se reía, supongo que para ser encantadora.
—Tiene que probar el pastel helado de chocolate de la panadería de Alberta—oí decir al hombre al acercarme y agitaba el dedo delante de Santana como para reñirla—Es lo mejor que puede ofrecer esta ciudad en postres artesanales y vale la pena desplazarse hasta ahí.
—Definitivamente me lo apunto. Soy muy aficionada a los pasteles.
Vale, aquella parte era cierta.
Podía atestiguar que Santana sentía afinidad por todos los dulces. Vendería a su abuela por un buen trozo de dulce de leche con almendras.
Al verme de pie a su lado, Santana me tiró del codo y me metió en la conversación.
—Britt, tienes que ver esta mecedora. Arthur dice que podemos arreglar el precio. Es perfecta para mi casa en Nueva York, ¿no crees?
La verdad fuera dicha, yo nunca había visto su casa de Nueva York, pero era actriz y comprendía cuando me daban el pie.
Debía de ser parte de su estrategia de regateo, así que sin perder un instante
contesté:
—Oh, guau, tienes razón. Complementaría el resto de tus... piezas muy bien.
—Esa preciosidad está por seiscientos veinticinco —dijo Arthur, que se acarició la barbilla—Pero, como es una joven tan simpática, podría dejársela por quinientos cincuenta.
Pareció que Santana se lo pensaba unos segundos y volvió a mirar la mecedora.
—¿Aceptaría cuatrocientos cincuenta, quizá?
Pestañeó para maximizar el efecto y yo tuve que contenerme para no poner los ojos en blanco ante una táctica tan evidente, aunque también me divertía un poco.
Arthur negó con la cabeza como si le retorcieran el brazo y no supiera cómo
liberarse.
—Quinientos veinticinco, en firme. No puedo bajar más, ni siquiera para una chica bonita. ¿Qué le parece?
—Me parece que hoy tenemos a unas señoritas muy atractivas en la tienda, papá.
La voz masculina que sonó a mi espalda me cogió por sorpresa y al darme la vuelta, me encontré nada más y nada menos que con un sonriente Rory, el simpático chico que estaba jugando al voleibol por la mañana.
—¿Has dicho papá?—le pregunté.
—Bueno sí. Este es mi papá, Arthur Flanagan, y esta es la tienda de mi familia—levantó las cejas en gesto interrogativo—Te di mi tarjeta, pero supongo que no has venido a verme a mí a juzgar por tu cara de sorpresa.
No tuve valor para decirle a Rory que ni siquiera había mirado la tarjeta, sino que asentí y esbocé un gesto circular con la mano para referirme a todo en conjunto.
—No, en realidad estábamos buscando antigüedades y nos hemos pasado. Creo que Santana y tu papá están regateando a ver si cierran un trato. No sé por cuál de los dos apostar.
Arthur se rio y Santana hizo lo posible por fingir sentirse adecuadamente traicionada, pero al final me sonrió.
—Bueno, a lo mejor puedo ayudar—dijo Rory—¿Qué espera pagar tu amiga por la mecedora?
Miré a Santana, que asintió para darme permiso, y respondí.
—Cuatrocientos cincuenta.
Él consideró la oferta durante unos instantes.
—¿Qué dirías si te digo que... vendida?
—Diría que soy un prodigio de la caza de antigüedades.
—La suerte del principiante—murmuró Santana a Arthur aceptando el brazo alrededor de los hombros que le puso este para felicitarla—¿Estaría dispuesto a enviármela sin coste añadido?—preguntó dirigiéndole una mirada esperanzada.
—En absoluto—contestó él.
Rory y yo nos echamos a reír porque la expresión lastimera de Santana era demasiado.
Después de ducharme y de vestirme, me tosté un bagel y salí al patio para contemplar el mundo en movimiento.
Ya eran más de las diez y había bastante gente yendo de un lado para otro.
Me encantaba observar a la gente, y aquella mañana no fue diferente: había corredores que hacían footing y gente paseando a sus perros, dejando que retozaran en el agua, a los cuales a veces tiraban una pelota.
Todos parecían disfrutar del aire fresco de la mañana, y algo se me contagió y me animó para afrontar lo que quisiera que me deparara el día.
Me pregunté dónde estaría Santana y a qué hora se habría marchado.
Al recordar el momento que habíamos compartido en el sofá la noche anterior, seguía dudando sobre si había sido un sueño o no, pero lo cierto era que el café que tenía en la mano no se había hecho solo, así que alguien
si se había quedado a pasar la noche.
Miré la hora y recordé que tenía que llamar a Rachel antes de que saliera su vuelo.
A aquellas horas debía de estar en el aeropuerto.
Yo tenía la esperanza de que, pese a mi desaparición hacia el final de la velada, la boda de Rachel hubiera sido todo lo que ella había deseado.
Cogí unos zapatos y bajé a la orilla porque me apetecía dar un paseo por la playa.
—¿Diga?—contestó Rachel.
—Hola. ¿Cómo va tu vida de casada?
Ella se rio.
—No lo sé. Todavía no tengo la impresión de que estemos casadas de verdad. Supongo que estoy esperando a hacerme a la idea. Sea como sea, va muy bien. ¿Tú cómo estás? ¿Una noche dura?
—Estoy bien, de verdad. Pero quería disculparme por no despedirme de ti. Tendría que haber estado ahí—le dije al tiempo que me agachaba para evitar un frisbee que venía hacia mí.
—Ni se te ocurra pensarlo. Estuviste todo el día a mi lado. Si necesitabas estar un rato sola, lo entiendo perfectamente. Me da la impresión de que a lo mejor precipité un poco las cosas al obligarte a bailar. Seguramente no fue la mejor de las ideas. Lo siento.
—Te propongo un trato. Yo te perdono si tú me perdonas.
—Hecho, acepto. Quinny, por si no la oyes, está insistiendo en que te salude de su parte en este preciso instante.
—Oh, dale un beso de mi parte. Uno platónico, por favor, que te conozco.
—Eres muy aburrida. En fin, tengo un minuto antes de embarcar y nos morimos de ganas de saber qué pasó anoche. Le di a Santana la dirección de tu casa alquilada. Estaba muy disgustada y sabía que tú la ayudarías.
—Sí, estaba ahí cuando llegué a casa
—¿La cuidaste en su momento de necesidad?
—Mmm, eso depende de la definición. Le di una taza de té y hablamos un ratito. Fin de la historia.
—¿Eso es todo?—preguntó claramente decepcionada—Eso es todo.
—¿Se quedó a dormir?
—Sí.
—¡Lo sabía!—me gritó al oído.
—En el sofá.
—Mierda.
—Siento ser tan poco emocionante—pateé un poco de arena—No sé lo que va a pasar entre nosotras. Rach, pero al menos la quiero en mi vida.
—¿Te da miedo que no sienta por ti lo mismo que tú sientes por ella?
—Sí, creo que eso es parte del problema. Sé que existe atracción física y que es mutua, pero no sé muy bien qué piensa más allá de eso y ya me he quemado una vez.
—Prométeme que te arriesgarás y le dirás cómo te sientes.
—Yo no...
—Prométemelo.
—Estás peleona esta mañana. ¿Has tomado mucho café? Vale, de acuerdo, prometo que se lo diré... en algún momento.
—Pronto—puntualizó.
—Vale, vale. Pronto.
—Eso es lo único que pido. ¿Y dónde está Santana ahora mismo?
—¿A hora mismo? No lo sé, está... jugando a voleibol al parecer—ladeé la cabeza absolutamente anonadada ante lo que veía a unas cuantas decenas de metros a mi derecha.
Ahí estaba Santana, en pantalones cortos y sujetador deportivo, jugando a voleibol en la playa con un hombre sin camiseta.
Verdaderamente no era algo que se viera todos los días.
—¿Qué quieres decir con “jugando a voleibol"?—preguntó Rachel.
—Exacto...—dije yo alargando la palabra.
No sabía cómo explicárselo.
—¿Podemos terminar esta conversación más tarde?
—Claro, además ya vamos a embarcar. Te llamo en un par de días. Pórtate bien.
—Tú también, señora Fabray.
—Ay, suena tan racial e interesante... Me encanta. Adiós, besitos.
Guardé el teléfono y fui hacia el borde del campo de juego llena de curiosidad.
Santana, en toda su gloria de metro sesenta y cinco, corría por la pista a gran velocidad, se lanzó para llegar a la pelota y marcó un tanto impresionante que le dio la ventaja a su equipo.
Bastó un rato más para revelar que no tenía problemas en hostigar al equipo
contrario con insultos juguetones y que no dejaba de chocar los cinco con los miembros de su equipo.
Meneé la cabeza maravillada.
Aquella era una faceta de Santana que no conocía.
Dos tantos después, se dio cuenta de que estaba sentada en la arena y vino corriendo hacia mí. Yo me puse la mano a modo de visera para verla mejor cuando se acercó; Santana se detuvo delante de mí sudorosa, llena de arena y definitivamente de buen humor.
—¿Qué diantres estás haciendo?—le pregunté divertida.
—Bueno, ya que lo quieres saber, salí a correr esta mañana y estos chicos necesitaban un cuatro para su equipo, así que decidí ayudarlos—esbozó una de sus sonrisas arrebatadoras y me hizo cosquillas la boca del estómago.
Quizá también tuvo algo que ver con su vientre firme y bronceado.
—No sabía que jugabas al voleibol.
—Hago muchas cosas.
—Eso es evidente.
—Ey, S, ¿tu amiga quiere jugar?—gritó uno de los chicos desde la pista—Roderick puede salir. Ella es más mona que él.
—Creo que voy a mirar—le contesté—Pero gracias—me dirigí a Santana de nuevo—Será mejor que vuelvas a la pista, campeona. Tu equipo te necesita.
—¿Te quedas?—me preguntó mientras volvía a la carrera.
—¿Cómo no?—reí—Esta es una oportunidad única.
Y lo era.
Santana era bastante buena.
Aunque los chicos contra los que jugaba eran altos y saltaban, bloqueaban y golpeaban la pelota sin parar, ella no perdió terreno.
Me fijé en que llevaba una pequeña rodillera de color carne en la rodilla que se había lesionado y, por un momento, me preocupó que pudiera hacerse daño jugando, pero pronto se me pasó el miedo al ver con qué facilidad se movía.
Me moría si ella llegaba a saberlo, pero encontraba su espíritu luchador bastante adorable.
Ella prefería "duro" antes que "adorable", sin dudarlo un segundo.
Los jugadores se tomaron un descanso cuando empataron a un juego.
Se secaron el sudor y bebieron bebidas isotónicas mientras charlaban, más con Santana que entre ellos.
Eso sí, uno de los chicos tuvo el detalle de venir a sentarse conmigo y entablamos una conversación trivial. Se llamaba Rory y parecía dulce. Me gustó conocerlo mejor y traté de pasar por alto el hecho de que no llevara camiseta y estuviera todo sudado.
Santana, a unos metros, firmó la pelota de voleibol ya que, al parecer, su propietario había crecido viéndola en televisión.
—¿Y cómo conociste a Santana?—me preguntó Rory siguiendo mi mirada.
—Hicimos un espectáculo juntas hace unos años. Y también hemos rodado una película.
—Ya decía yo que me sonabas—exclamó y se quitó las gafas de sol para verme mejor—¿Salías en Décima Avenida?
—Sí, esa era yo.
—Me encanta esa película. Muy cruda. Acabo de comprarme el DVD.
—Eso es genial, gracias.
Los demás jugadores nos miraban desde la pista porque ya estaban listos para seguir.
—¡Eh, Rory!—le gritó Santana—¿Quieres venir a jugar o vas a seguir babeando por la chica?
—Perdona, tengo que irme—me dijo él, que se levantó y saco algo de la cartera que había dejado sobre la arena—Pero ten, llámame algún día.
Acepté la tarjeta que me ofrecía y me encogí de hombros cuando Santana frunció el ceño al contemplar nuestro intercambio.
El partido fue una dura batalla hasta el final.
Sin embargo, yo fui una animadora fabulosa tanto para Santana como para Rory, que resultaron estar en equipos diferentes. Por suerte ganó el equipo de Santana o siempre me lo habría recordado.
Aquella mañana su faceta competitiva estaba desatada y por aquel motivo pretería estar de buenas con ella.
Finalmente, los chicos recogieron sus cosas y se marcharon tras despedirse de nosotras a gritos.
Santana se tumbó a mi lado en la arena muy satisfecha consigo misma.
—Había olvidado lo competitiva que eras. Ahora mismo me das un poco de miedo.
Se rio y se incorporó sobre los codos.
—Me dejo llevar un poco, ¿verdad? Debería trabajar en ello. ¿Tienes planes para hoy?—me preguntó—¿Qué vas a hacer?
—Bueno la verdad es que no lo había pensado.
—Tendrías que venir conmigo de compras. He decidido ir a la ciudad para buscar antigüedades.
—Guau, antigüedades—lo dije en tono de asombro a propósito—No se me ocurre nada mejor que hacer en este precioso lugar de vacaciones que buscar antigüedades. A mí, cuando el sol brilla y hace un tiempo perfecto de veintitrés grados, me entran unas ganas locas de hundirme entre muebles viejos y polvorientos.
Ella me dio un golpe en el brazo.
—Para ya. Resulta que buscar antigüedades es muy divertido, que lo sepas. La búsqueda es emocionante identificar el objeto, negociar, regatear y finalmente llevarte tu hallazgo único a casa. Deberías intentarlo. De hecho, insisto. Vas a venir conmigo.
Me froté el brazo.
—Si eso significa que no me vas a volver a pegar...
—Bueno, eso ya lo iremos viendo.
Santana enarcó una cela y se me puso la piel de gallina. Entonces se levantó de un salto y se sacudió la arena de la ropa.
—Antes me tengo que duchar en el hotel. Te recojo en mi casa dentro de una hora. Estate preparada.
Le ofrecí un saludo militar a medio gas.
Me preguntaba en qué lío me había metido para aquella tarde y me dediqué a mirarla correr por la playa con bastante deleite.
Oh, iba cuesta abajo sin frenos.
El timbre de mi casa sonó exactamente una hora después.
Santana era siempre puntual, recordé, lo cual era una cosa que teníamos en común.
Al abrir la puerta me encontré con una Santana transformada: con un vestido corto de color verde y los labios pintados.
Atrás quedaba la dura y agresiva atleta de la mañana.
La Santana que estaba ante mí tenía la cara lavada y estaba tan radiante como siempre. Admiré su cambio de look durante demasiado rato y su sonrisa traviesa me hizo notar que se había percatado de ello.
—Te has puesto muy guapa—le dije—Pero me temo que yo no voy lo bastante elegante—añadí mirando mis vaqueros y me camiseta.
—¿Estás de broma? Me encanta cuando vas con vaqueros. Es tu mejor look. Venga, vamos, que el tiempo corre y tenemos muchas tiendas que visitar—se puso sus enormes gafas de sol y me guio hasta un escarabajo descapotable de color azul marino aparcado en la entrada.
Yo abrí la puerta del lado del acompañante.
— ¿Es tu coche?
—Soy neoyorquina, no tengo coche. Es de alquiler.
—Es mono. Te pega.
—Gracias. ¿Qué conducen las chicas de Los Ángeles?
—Yo tengo un BMW M3.
Emitió un silbido por lo bajo.
—Vaya, qué bonito—se levantó las gafas de sol para mirarme—Veo que alguien ha ganado algo de dinero.
—No tanto como crees. El coche es mi único lujo. Pero probablemente tendré que venderlo cuando me traslade a Nueva York.
Me miró de reojo mientras conducía.
—¿Entonces es verdad que vas a mudarte a Nueva York definitivamente? ¿Lo dices en serio?
—Ese es el plan. Ahora que tengo trabajo. Y hablando de eso, cuéntame cómo va lo de Cabaret. No he visto ninguna noticia ni anuncio de quién va a hacer de Fraulein Sally Bowles.
—Bueno, vuelve a mirarlo el lunes. Firmé el contrato hace dos días.
—¿De verdad? ¿Y me lo dices ahora? Tendría que haber sido lo primero que saliera de tu boca—le reproché incrédula—Pero ahora en serio, estoy muy orgullosa de ti por haberte lanzado. Lo harás de maravilla.
—Sencillamente seguí un consejo muy sabio.
—El más sabio—repetí—De genio, diría incluso.
Se rio y pisó el acelerador.
Recorrimos las calles y curvas de la pequeña localidad con la brisa agitándonos el cabello hasta que, finalmente, paramos enfrente de una tienda muy pintoresca con varias mecedoras en el escaparate principal.
En el letrero sobre el escaparate ponía Antigüedades Flanagan.
El rostro de Santana se iluminó con algo parecido al fervor religioso.
—¿Has visto esas mecedoras?—preguntó en voz queda.
Seguí la dirección de su mirada.
—Ajá.
—La gente conduce durante cientos de kilómetros para venir a esta tienda y hacerse con una de esas. Son mecedoras estilo plataformas victorianas y se rumorea que la mayoría están en muy buenas condiciones. Normalmente valen unos seiscientos o setecientos dólares. Nuestro objetivo es cerrar el trato por un máximo de cuatrocientos cincuenta.
— ¿Y cómo planeamos hacerlo? —le pregunté fascinada por su entusiasmo.
Se lo pensó un momento antes de contestar.
—Planeo ser encantadora.
—Encantadora—musité—Muy ladino por tu parte. ¿Y eso te suele funcionar?
—A veces.
—Ah, bueno, suena muy prometedor. Vamos a intentarlo.
Caminamos por la acera sinuosa que conducía a la tienda y, de repente, me llamó la atención algo que ponía en el escaparate.
—Espera, el cartel dice que «todos los precios son fijos».
Ella cabeceó.
—El cartel miente. Es parte del juego.
Asentí: todavía me quedaba mucho que aprender.
Puse la mano en el pomo, pero Santana me puso la suya encima para detenerme.
—Seguramente será mejor que hable yo—me susurró.
—Eso no será problema—le contesté también susurrando—Yo curiosearé por ahí mientras tú obras tu magia de las antigüedades.
Una vez dentro, mantuve mi promesa y le dejé espacio a Santana para que negociara.
Mientras ella examinaba cada mecedora al detalle, yo paseé silenciosamente por la tienda observando el ecléctico conjunto de objetos que había: armarios, vidrio prensado, lámparas de aceite, herramientas de hierro forjado y, por supuesto, muchas mecedoras más.
Me llamó la atención un expositor de joyas al fondo de la tienda y fui a verlo.
Observé cada pieza a través del cristal antes de fijarme en un bonito relicario de plata. La parte de delante estaba decorada con un ancla ligeramente izada.
—El ancla era un símbolo de estabilidad y esperanza en la época victoriana—me informó una voz.
Levanté la mirada hacia la mujer mayor que me sonreía tras el mostrador. Tenía las mejillas sonrosadas y una mirada amable.
— ¿Le gustaría verla?
Le devolví la sonrisa.
—Claro.
Sacó el relicario con cuidado y me lo puso en la mano. Era pequeño, pero digno de atención.
Acaricié el ancla con el pulgar fascinada por la textura áspera. Le di la vuelta y descubrí que, por detrás, era completamente liso, a diferencia de la parte de delante. Debajo había una pequeña inscripción: "Para mi amor. La eternidad es nuestra".
Me quedé mirando fijamente aquellas palabras preguntándome quién las habría escogido y para quién.
¿Cómo habría sido su eternidad?
¿Habrían pasado el resto de sus vidas juntos tal como habían prometido o su historia habría terminado inesperadamente con un corazón roto?
En aquel momento habría dado cualquier cosa por saberlo.
Le devolví el relicario a la mujer y le agradecí su ayuda.
—Cuando quiera.
Me reuní con Santana en la parte de delante de la tienda. Estaba sumida en una intensa conversación con un caballero de más edad, seguramente el marido de la mujer con la que había hablado yo.
Santana sonreía y se reía, supongo que para ser encantadora.
—Tiene que probar el pastel helado de chocolate de la panadería de Alberta—oí decir al hombre al acercarme y agitaba el dedo delante de Santana como para reñirla—Es lo mejor que puede ofrecer esta ciudad en postres artesanales y vale la pena desplazarse hasta ahí.
—Definitivamente me lo apunto. Soy muy aficionada a los pasteles.
Vale, aquella parte era cierta.
Podía atestiguar que Santana sentía afinidad por todos los dulces. Vendería a su abuela por un buen trozo de dulce de leche con almendras.
Al verme de pie a su lado, Santana me tiró del codo y me metió en la conversación.
—Britt, tienes que ver esta mecedora. Arthur dice que podemos arreglar el precio. Es perfecta para mi casa en Nueva York, ¿no crees?
La verdad fuera dicha, yo nunca había visto su casa de Nueva York, pero era actriz y comprendía cuando me daban el pie.
Debía de ser parte de su estrategia de regateo, así que sin perder un instante
contesté:
—Oh, guau, tienes razón. Complementaría el resto de tus... piezas muy bien.
—Esa preciosidad está por seiscientos veinticinco —dijo Arthur, que se acarició la barbilla—Pero, como es una joven tan simpática, podría dejársela por quinientos cincuenta.
Pareció que Santana se lo pensaba unos segundos y volvió a mirar la mecedora.
—¿Aceptaría cuatrocientos cincuenta, quizá?
Pestañeó para maximizar el efecto y yo tuve que contenerme para no poner los ojos en blanco ante una táctica tan evidente, aunque también me divertía un poco.
Arthur negó con la cabeza como si le retorcieran el brazo y no supiera cómo
liberarse.
—Quinientos veinticinco, en firme. No puedo bajar más, ni siquiera para una chica bonita. ¿Qué le parece?
—Me parece que hoy tenemos a unas señoritas muy atractivas en la tienda, papá.
La voz masculina que sonó a mi espalda me cogió por sorpresa y al darme la vuelta, me encontré nada más y nada menos que con un sonriente Rory, el simpático chico que estaba jugando al voleibol por la mañana.
—¿Has dicho papá?—le pregunté.
—Bueno sí. Este es mi papá, Arthur Flanagan, y esta es la tienda de mi familia—levantó las cejas en gesto interrogativo—Te di mi tarjeta, pero supongo que no has venido a verme a mí a juzgar por tu cara de sorpresa.
No tuve valor para decirle a Rory que ni siquiera había mirado la tarjeta, sino que asentí y esbocé un gesto circular con la mano para referirme a todo en conjunto.
—No, en realidad estábamos buscando antigüedades y nos hemos pasado. Creo que Santana y tu papá están regateando a ver si cierran un trato. No sé por cuál de los dos apostar.
Arthur se rio y Santana hizo lo posible por fingir sentirse adecuadamente traicionada, pero al final me sonrió.
—Bueno, a lo mejor puedo ayudar—dijo Rory—¿Qué espera pagar tu amiga por la mecedora?
Miré a Santana, que asintió para darme permiso, y respondí.
—Cuatrocientos cincuenta.
Él consideró la oferta durante unos instantes.
—¿Qué dirías si te digo que... vendida?
—Diría que soy un prodigio de la caza de antigüedades.
—La suerte del principiante—murmuró Santana a Arthur aceptando el brazo alrededor de los hombros que le puso este para felicitarla—¿Estaría dispuesto a enviármela sin coste añadido?—preguntó dirigiéndole una mirada esperanzada.
—En absoluto—contestó él.
Rory y yo nos echamos a reír porque la expresión lastimera de Santana era demasiado.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Epílogo
Espero que ese rory no sea una nueva piedra en el zapato!!!!! cuando sera que las chicas hablen de lo que paso entre ellas?????
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Epílogo
Hola morra....
Me parece que va a ser divertida la relación fe rory y britt....
Por lo menos san lo mira feo ja ja ja
A ver como termina el viaje o fin de semana??
Nos vemos!
Me parece que va a ser divertida la relación fe rory y britt....
Por lo menos san lo mira feo ja ja ja
A ver como termina el viaje o fin de semana??
Nos vemos!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Epílogo
Estas dos estiran la agonía! !!!!!!
No me pinta Rory!!
Saludos
No me pinta Rory!!
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Epílogo
micky morales escribió:Espero que ese rory no sea una nueva piedra en el zapato!!!!! cuando sera que las chicas hablen de lo que paso entre ellas?????
Hola, esperemos y no ¬¬ sea van dos y llega otro ¬¬ Ufff lo mismo me pregunto yo ¬¬ Esperemos y sea aquí Saludos =D
3:) escribió:Hola morra....
Me parece que va a ser divertida la relación fe rory y britt....
Por lo menos san lo mira feo ja ja ja
A ver como termina el viaje o fin de semana??
Nos vemos!
Hola lu, mmm solo amistad y todo bn ¬¬ JAjajajajajaa siempre sera asó jajajajaja. Esperemos y bn para las dos =/ Saludos =D
monica.santander escribió: Estas dos estiran la agonía! !!!!!!
No me pinta Rory!!
Saludos
Hola, jajajajaajaj o no¿? ajajjaaja les gusta q suframos jajajja. Ni a mi ¬¬ q se vaya xD jajajaja. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Cap 21
Capitulo 21
Durante el resto de la tarde Santana se dedicó a arrastrarme de tienda en tienda para revolver entre pilas de fruslerías, examinar millones de muebles y charlar con los propietarios.
Tenía que admitir que aquello no era lo mío.
A partir de la segunda tienda descubrí que me interesaba más mirar a Santana que comprar nada. Me daba cuenta de lo adorable que era cuando estaba concentrada en algo.
Le quedaba bien la expresión pensativa. También tenía la costumbre de ponerse el pelo detrás de la oreja cuando le costaba decidirse.
Pero mi preferida era la sonrisa que le empezaba desde los ojos y al final le iluminaba toda la cara cuando daba con algo que consideraba un hallazgo único.
Lo cogía y me lo enseñaba con una sonrisa de orgullo, como si el artículo fuera a cambiarle la vida. Las cosas pequeñas la hacían feliz, siempre había sido así según recordaba.
Era una alegría contagiosa y estar cerca de ella me hacía verlo todo con más optimismo.
—¿Por qué sonríes?—me preguntó mientras volvíamos a mi casa de la playa en coche.
El sol se estaba poniendo y los tonos rosas y naranjas del horizonte tenían un efecto relajante que hacía que me sintiera serena y en paz.
—Solo me regodeo en la gloria de mis éxitos como cazadora de tesoros. Supongo que tendrás que admitir que me he llevado la puntuación más alta de la jornada.
Me miró, dudosa, pero sin decir nada.
—Venga ya, sin mí nunca te habrías llevado la mecedora esa por menos de quinientos dólares.
—Oh, quieres decir sin ti y tú admirador no tan secreto ¿Vas a llamarle para salir a cenar algún día o qué? Es bastante guapo, Britt.
—Vamos a preguntarle a la Bola 8 Mágica de mi cabeza—hice una pausa dramática—Dice «no pinta bien». Buenas noticias porque no acaba de ser mi tipo.
—Vaya. Lo que fácil viene, fácil se va. Pero ahora en serio, gracias por acompañarme. Espero que no haya sido demasiado doloroso.
—Me lo he pasado muy bien.
— ¿Ah, sí?
—Claro que sí. Pero me ha dejado muerta de cansancio Necesito comer algo.
Santana miró su reloj.
—Guau, sí que se ha hecho tarde. El tiempo vuela.
Aparcó en la entrada con delicadeza.
Se la veía nerviosa.
—Supongo que nos veremos pronto. ¿Cuánto tiempo ibas a quedarte?
—Hasta el martes. Tengo la casa dos noches más. ¿Y tú?
—Bueno, ya he dejado el hotel. Iba a volver esta noche ya que mis planes con Elaine han cambiado.
—¿Por qué no te quedas?—le preguntó.
Había sido muy impulsivo, lo sé, pero me había prometido a mí misma y a Rachel que me arriesgaría más y aquello era exactamente lo que estaba haciendo.
Santana se quedó mirando fijamente el volante recorriendo el cuero con el dedo. Entonces me miró con los ojos llenos de confusión.
—Sinceramente, Britt. No lo sé. No sé qué estoy haciendo.
La entendía y sentía algo parecido.
Las cosas entre nosotras no eran blancas o negras, sino que parecían sumidas en un mar de grises. Yo no tenía todas las respuestas, pero lo que sabía seguro era que no quería que se marchara a Nueva York aquella noche.
—Tengo una habitación extra, así que te puedes quedar. Si no, siempre está el sofá. Parece que te gusta.
Forzó una sonrisa.
—Es bastante cómodo. ¿Pero estás segura? Después de todo, quizá sea mejor que me vaya—musitó mirando de nuevo el volante.
—San, mírame.
Soltó e volante del todo y se obligó a levantar la barbilla.
Nos miramos a los ojos.
— Tú y yo tenemos un pasado tormentoso. Hemos de reconocerlo. Y sí, todavía quedan cosa por resolver entre nosotras, pero nos va bien, ¿no?
—Sí, creo que sí.
—Bueno pasa y vamos a pedir una pizza porque sabe Dios que estamos las dos demasiado cansadas para cocinar.
Asintió y los labios se le curvearon en una pequeña sonrisa mientras entrábamos en la casa.
Eran más de las nueve y la caja de pizza medio vacía me tentaba desde la mesa.
Ya me había comido dos trozos y había decidido que, si había la menor posibilidad de estar trabajando en un espectáculo de danza de alto rendimiento en el futuro cercano, lo mejor era dejarlo ahí.
—¿Puedo sugerirte que te comas otro trozo?—pregunté a Santana abriendo la caja.
—Tentador, pero no. Hay que admitir que estaba muy buena y mira que SOY de Nueva York, así que eso es decir mucho.
Puse los ojos en blanco.
—Vamos a dejarlo. Los neoyorquinos creen que lo tienen todo escrito sobre las pizzas—comenté mientras llevaba la caja a la nevera—Pero he de decirte que hay otras pizzerías buenas en el mundo. En Boston hay varias, por cierto.
—Creo que vamos a tener que asumir que nunca nos pondremos de acuerdo en eso porque está claro que nunca has ido a Lombardi´s y, por lo tanto, hablas sin contar con toda la información necesaria. Te perdono por lo que no sabes.
Le devolví la mirada fulgiendo agradecimiento.
—Gracias. Alteza. ¿Y una copa de vino sí la podría sugerir? Tengo una botella de tinto en el armario.
—Tomaré una copa, gracias.
Serví las dos copas y pasamos a la salita. Como la temperatura había descendido mucho fuera, me tomé la libertad de encender el fuego en la pequeña chimenea.
Cuando me giré y vi a Santana sentada en el sofá, sonreí ante una estampa tan acogedora. Estaba sentada estilo indio y aguantaba el vino con las dos manos, como si quisiera calentarlo.
Yo me senté en el otro extremo del sofá y me relajé.
Había sido un día largo y, aunque también divertido, era agradable vegetar un rato.
Estuvimos sentadas en silencio un rato, hechizadas por el fuego y perdidas en su baile.
Finalmente fue Santana la que rompió el silencio.
—Nunca te lo he dicho, pero me encantó Décima Avenida. Mostraba una faceta tuya completamente diferente, Britt. Me sentí muy orgullosa de ti por hacerla.
—Gracias—contesté—Es raro admitirlo, pero me preguntaba qué te parecería, si la habrías visto y tal. A veces hacía eso, intentar imaginar qué pensarías de las cosas. Cuando me daba cuenta de que lo hacía, me enfadaba conmigo misma. Es estúpido, lo sé—me levanté y fui a mirar el fuego avergonzada tras mi confesión.
—No es estúpido para nada—rebatió ella—Fuimos importantes la una para la otra. Creo que es normal. Me consuela pensar que yo no era la única que pensaba en nosotras. Porque yo... pensaba en nosotras.
Me giré perpleja.
—No lo habría dicho nunca. De hecho, estaba convencida de que no lo hacías.
—¿Por qué creías eso? Es absurdo.
Ahí vamos.
Los sentimientos que llevaba años encerrando bajo llave volvían burbujeantes a la superficie con renovada fuerza.
—Porque tú fuiste la que lo dejó. Cuando te pedí que me esperaras, que intentáramos hacerlo funcionar, dijiste que no—sonaba enfadada.
No quería, pero era así.
—Que hicieras eso, que fueras capaz de hacerlo, me dijo todo lo que necesitaba saber sobre tu postura. Así que no, no asumía que hubieras pasado mucho tiempo pensando en mí después de ese día.
Santana suspiró y cabeceó frustrada.
—Sigues sin pillarlo, Brittany. No tuvo nada que ver con lo que sentía por ti. Estaba loca por ti. Pero me mataba saber que no estabas dispuesta a sacrificar un trabajo por mí. Sí, me ofreciste un pequeño papel en tu vida, pero me parecía barato—miró al suelo y suavizó el tono—Me sentí poco importante, como si estuvieras intentando hacerme encajar en un hueco diminuto y estaba harta de sentirme poco importante para la gente a la que quería. ¿Sabes lo que es eso? Por una vez quería ser lo más importante. Y me dolió demasiado cuando me dejaste claro que no lo era.
Reflexioné sobre sus palabras.
Pensé en cómo habían tratado a Santana sus padres desde que era niña y me di cuenta de que mis actos podrían haber parecido similares a sus ojos.
El comprender cómo debía de haberse sentido despertó una sacudida dolorosa en mi interior que me recorrió como una ola.
Cuando volví a mirarla me dolía el pecho.
—Escúchame con mucha atención. Yo nunca habría querido que te sintieras así. No había nada que me importara más que tú. Lo siento si no supe dejar eso claro—noté que, mientras hablaba, sus ojos se estaban llenando de lágrimas—Cogí el trabajo porque era joven y estúpida y tan obsesionada con lograr mis metas que, a veces, no veía a un palmo de mi cara. Y cuando no me pediste que no fuera, me lo tomé como una señal de que no querías la relación tanto como yo. Si hubiera creído que tú...
—¿Habría cambiado algo?
—No lo sé. Quizá. No puedo hablar por la chica que era hace cuatro años y no quiero hacerlo. Lo que puedo decirte es que ahora sé quién soy y veo muchas cosas que habría hecho de manera diferente. Si te sirve de algo, San, lo siento mucho.
Ella negó con la cabeza.
—No es solo culpa tuya. Las dos cometimos muchos errores. Debería haber sido más comprensiva y ver que era una oportunidad muy grande para ti.
Asentí y las dos nos quedamos un rato sentadas en silencio pensando en todo lo que habíamos hecho mal.
De repente ella se levantó y se sacudió aquellos pensamientos de encima con una sonrisa.
—El pasado, pasado está, ¿no? Si te parece bien, creo que me voy a dormir. Esta vez en la habitación de invitados.
Se disponía a irse y yo me dije que era ahora o nunca.
Reuní todo el coraje que pude y le hablé mientras se retiraba.
—Sabes, es difícil superar a alguien tan mediático. Hice todo lo posible por evitar ver fotos tuyas en las revistas y no verte cuando salías en televisión.
Ella se volvió interrogativa.
Yo continué.
—Fue difícil, pero al final lo logré y seguí adelante con mi vida. Entonces vino la película. Trabajar contigo fue muy diferente a lo que esperaba que fuera. Volvías a ser tú. No la cara de las fotos sino la chica que sabía que adoraba las galletas y tomar helado a altas horas de la noche y que tiene que ganar a todo el mundo a los bolos. Solo que esta vez nuestra conexión se fue recuperando poco a poco y siento que ahora he llegado a conocerte de una manera completamente nueva—meneé la cabeza lista para tirarme a la piscina—Eres lo único en lo que pienso, San, y lo único en lo que quiero pensar.
Santana no dijo nada.
De hecho, la total carencia de expresión en su rostro me metió el miedo en el cuerpo por lo que acababa de revelar.
—¿Qué estoy haciendo?—susurré para mí.
Me di la vuelta hacia el fuego otra vez; me sentía expuesta y frágil y deseaba con todas mis fuerzas haber mantenido la boca cerrada.
Santana dejó su copa en la mesita auxiliar.
—Eh, no sé qué decir a eso. Lo que puedo decirte es que durante años hice muchas de las cosas que acabas de describir. Me preguntaba lo que hacías, cómo era tu vida, con quién estabas. Pero sentía que no podía seguir así—poco a poco fue cubriendo la distancia que nos separaba mientras hablaba— Me obligué a dejar de pensar en ti porque estaba enfadada y dolida por cómo había terminado todo. Pero ahora, aquí contigo, deseo con todas mis fuerzas poder creer lo que me dices porque ya no quiero seguir ignorando lo que siento por ti. Estoy cansada de hacerlo—se puso delante de mí—Si esto no es lo que quieres, dime que pare ahora.
Muy lentamente, me apartó un mechón de pelo de la frente y yo tomé aire al sentir el contacto.
Me quitó la copa de vino y la dejó sobre un tapete.
—O ahora.
Apoyó la frente en la mía y nos quedamos así unos segundos, respirando el mismo aire con nuestros cuerpos apenas a unos centímetros el uno del otro.
El corazón me latía a cien por hora en el pecho.
—Ultima oportunidad—susurró y me miró a los ojos antes de dejar caer la mirada a mis labios.
Poco a poco ladeó la cabeza y rozó mis labios con los suyos con la suavidad de una pluma. Luego se apartó y me miró nerviosa.
Santana había dado el primer paso y ahora necesitaba que yo la reafirmara.
El deseo ardiente que brillaba en sus ojos era el mismo que animaba los míos.
Si lo que necesitaba era reafirmación, se la podía dar. Le enredé las manos en el pelo y le devoré la boca. Ella me devolvió el beso con la misma intensidad; su boca era cálida y exigente en el buen sentido y yo no me cansaba de ella.
Su lengua era maravillosa y me recorría la boca y más allá con precisión y habilidad milimétricas. El cuerpo me ardía por dentro y se me encogió el estómago.
¿Cómo había vivido tanto tiempo sin aquello?
Me puso las manos en las caderas y me atrajo con firmeza hacia su cuerpo; yo alargué los brazos y le agarré las nalgas arrimándome todavía más si cabe.
Santana dejó escapar un gemido en mi boca y me metió las manos por debajo de la camiseta para acariciarme la columna. Tenía las manos muy calientes y se me escapó un jadeo cuando me tocó la piel desnuda.
Me daba vueltas la cabeza y apenas podía pensar porque el cuerpo me latía de deseo urgente y cada caricia era una maravilla y una tortura al mismo tiempo.
Balanceé las caderas contra Santana mientras ella me besaba, me chupaba y me lamía el cuello.
Ya no podía aguantar mucho más.
—Para, para, para—logré decir—Me estás matando.
Santana apoyó la frente enardecida contra mi cuello respirando con dificultad.
—¿Dónde está tu habitación?—preguntó alzando la cabeza para mirarme con ojos oscuros y lujuriosos.
Sin decir nada, la llevé hasta el dormitorio de la mano y ni siquiera me tomé la molestia de encender la luz al entrar porque la luz del pasillo nos bastaba para maniobrar.
Nos quedamos frente a frente junto a la cama y aminoramos la marcha.
Santana me rodeó el cuello con los brazos y volvimos a pegarnos la una a la otra. Con la boca cerca de mi oído, susurró en tono agónico.
—Nunca he deseado nada en la vida más de lo que te deseo a ti ahora mismo.
Reclamó mi boca con un beso tierno e incisivo y luego se apartó y retrocedió dos pasos. Sin dejar de mirarme a los ojos, se bajó la cremallera del vestido corto y lo dejó caer al suelo.
—Si sigues mirándome así no voy a poder aguantar.
—No creo que pudiera parar ni aunque quisiera. Dios, me haces sentir tantas cosas—dije con voz trémula pasándome la mano por el pelo.
Dio un paso hacia mí al tiempo que se desabrochaba el sujetador. Sus pechos parecían más grandes de lo que los recordaba y ardía en deseos de tocarla.
Lo siguiente que hizo fue meterse los pulgares en la cinturilla de las bragas
y se las bajó.
Crucé la distancia que nos separaba, la besé en el cuello y le cogí los pechos, sopesándolos con ambas manos. Le pellizqué los pezones entre el pulgar y el índice, primero con suavidad y luego más fuerte.
Santana echó la cabeza hacia atrás y gimió en voz queda mientras me clavaba las uñas en los hombros. Volví a atrapar sus labios, le mordisqueé el labio inferior mientras la besaba y fui haciéndonos retroceder hacia la cama.
Santana se sentó y me acercó las manos a los vaqueros.
—Fuera—siseó, me los desabrochó y me los bajó.
Yo me quité la camiseta de tirantes y el sujetador y los tiré al suelo. Santana me besó la piel por debajo del ombligo antes de bajarme la culotte de algodón.
Yo di un paso para terminar de quitármela y la contemplé mientras me acariciaba el estómago con las palmas. Se tumbó en la cama, llevándome con ella, y yo me apoyé en los antebrazos saboreando la expectativa. Por fin me tumbé encima de ella y nuestros cuerpos entraron en contacto por completo, sin ningún obstáculo o impedimento. Cerré los ojos cuando nuestras pieles se tocaron.
Era una sensación única.
—Oh, Dios mío—jadeó sujetándome el pelo para poder verme la cara.
Asentí ligeramente.
—Lo sé.
Santana me hizo bajar la cabeza y se dedicó a besarme la barbilla, los párpados y la trente antes de llegar a mi boca. El beso pasó de dulce a apasionado en cuestión de segundos.
Santana nos hizo rodar para ponerse encima y descendió sobre mi cuerpo para chuparme un pecho. Jadeé, sin aliento, cuando me rozó el pezón con los dientes y luego se lo metió en la boca. Chupó con delicadeza, pero cada vez más fuerte, hasta volverme completamente loca.
Era vagamente consciente de que movía las caderas contra ella buscando más y más roce. Ella reaccionó a mis sacudidas y ajustó su posición metiéndome el muslo entre las piernas y frotándome con fuerza, a horcajadas sobre mi pierna. Siguió explorando mis pechos mientras nuestros cuerpos cogían ritmo.
Cuando notó que yo aumentaba la velocidad y me estiraba, desesperada por arrimarme más a ella, sacó la pierna y metió la mano entre nuestros cuerpos recorriendo la parte interior del muslo con un dedo.
—Jesús —susurré tapándome los ojos.
—No —respondió ella—Prueba otra vez.
La tortura continuó.
Santana pasó a mi otro muslo y me acarició la piel para provocarme. A continuación, me pasó la mano por los rizos de la base de mi entrepierna y me los acarició y masajeó con delicadeza.
—San...—supliqué porque ya no podía aguantar mucho más.
No había estado tan excitada en la vida.
Como respuesta, me exploró más profundamente y por fin llevó los dedos donde más los necesitaba. Empecé a sacudir las caderas contra su mano con el cuerpo a punto de explotar.
Había estado con muchas mujeres durante los últimos años, pero no había nada que se acercara a aquello, a lo que Santana era capaz de provocarme.
Me penetró con un dedo fácilmente, lo sacó y volvió a penetrarme, esta vez con dos dedos. Con cada embestida me recorrían pequeñas sacudidas sísmicas de placer por todo el cuerpo.
Siguió metiéndome los dedos, arrancándome un cosquilleo en lo más hondo del estómago y un intenso ardor que radió hacia mi bajo vientre. Abrí los ojos y ella me sostuvo la mirada al tiempo que me apretaba el clítoris firmemente con el pulgar, precipitándome a un orgasmo que eclipsaba a todos los demás.
Mi cuerpo, mi mente y mi alma se fundieron con Santana de todas las maneras posibles y apenas logré conservar coherencia alguna. Me convulsioné y sé que grité cuando el placer más puro e incomparable me catapultó al séptimo cielo.
Respiraba agitadamente y me latía todo el cuerpo con las postreras réplicas del terremoto.
Santana gateó sobre mí y se tumbó a medias encima de mí y a medias a mi lado, con el rostro junto al mío. Me acarició la mejilla y me besó la sien con ternura, luego se echó de espaldas y contempló el techo.
—Ha sido increíble. Diferente a cómo lo recordaba. Mejor, si es que eso es posible.
—¿Qué es esto que tenemos?—me pregunté en voz alta.
Se incorporó sobre el codo y me miró.
—No lo sé. Pero después de todo este tiempo, se ha hecho más fuerte, Britt. Te miro desde el otro lado de una habitación y me derrito y, cuando tú me devuelves la mirada como haces a veces, te necesito... como si yo...
Capturé sus labios con los míos y la acallé, sencillamente porque no podía aguantar un minuto más sin tocarla como yo quería. Le puse una mano en el hombro para tumbarla de nuevo y me acomodé encima de ella.
Como sabía que ya estaría lista para mí, metí la mano entre las dos y le agarré el sexo con firmeza. A Santana se le escapó un gemido roto y hundió la mejilla en la almohada al tiempo que me clavaba las uñas en la espalda.
Se aferró a mí mientras empezaba a acariciar su humedad lentamente. Le rocé ligeramente el clítoris con los dedos dándole solo lo justo antes de separarme. Sin embargo, no me satisfacía aquel nivel de intimidad porque necesitaba más. Fui descendiendo sobre su cuerpo a besos, entretejiéndome un rato en sus pechos porque sabía lo sensibles que eran.
Ella agarró las sábanas y, mientras tanto, siguió moviendo las caderas rítmicamente contra mi mano.
Cuando pasé sobre su estómago, me detuve sorprendida de lo que veía.
No me había fijado antes porque había poca luz, pero Santana tenía un tatuaje pequeño y discreto en la cadera, con el logo de Superman. Meneé la cabeza, incrédula, al retrotraerme a nuestra primera cita en el muelle.
Qué nuevo era todo entre nosotras aquel día.
Le besé el tatuaje con reverencia y aquel descubrimiento no hizo más que echar leña al fuego de mi pasión. Seguí mi aventura bajando por su cuerpo hasta que mis labios hallaron su destino final.
Ella los recibió con un suave quejido.
La saboreé, primero suavemente y luego con más énfasis, metiéndomela casi por entero en la boca.
Sentí que Santana me hundía las manos en el pelo, me acariciaba, pero también tiraba de mí para que me pegara más a ella. Le metí los dedos, cada vez más deprisa, sin dejar de comérselo, cada vez más fuerte.
No tardó mucho en precipitarse al abismo con un grito que casi la tiró de la cama. La aguanté por las caderas firmemente mientras la recorrían las últimas oleadas de placer.
Su cuerpo relucía de sudor.
Estaba increíble.
Nos quedamos allí tumbadas en silencio, agotadas ambas. Yo apoyé la mejilla sobre su vientre y me dediqué a dibujarle circulitos en el estómago mientras ella jugaba con mi pelo.
—Eres increíble, ¿lo sabes?—susurré—No solo cumples con las expectativas, sino que las haces trizas.
—Lo mismo digo. Ven aquí, anda.
Obedecí y me eché con la cabeza sobre su hombro. Teníamos las piernas enredadas y le pasé un brazo por encima. Ella me besó en la coronilla mientras me acomodaba.
—No puedo creerme que haya pasado de verdad.
— ¿Te arrepientes? —le pregunté levantando la mirada hacia ella con preocupación.
La pregunta pareció sorprenderla.
Frunció el ceño y negó con la cabeza con expresión sincera.
—Dios, no. He deseado esto desde hace tiempo, Britt. Te deseaba. Cuando empezamos la película y tenía que verte y hablar contigo cada día, incluso tocarte de vez en cuando durante alguna escena, bueno... digamos que fue duro.
—Para mí también.
Se deslizó un poco sobre la cama para estar cara a cara conmigo, me acarició la mejilla y me tomó el rostro entre las manos.
—Creo que es normal que estemos asustadas.
Noté que se me llenaban los ojos de lágrimas e hice todo lo posible por contenerlas.
No podía hablar aunque quisiera, así que me limité a asentir.
Era verdad, estaba asustada.
No sabía hacia dónde nos íbamos a mover ahora.
Ya lo habíamos intentado y no había salido bien.
Me adentraba en territorio desconocido y me sentía desprotegida, vulnerable ante lo que pudiera pasar. Una vergonzante lágrima me rodó por la mejilla y
Santana hizo lo más tierno que habría podido imaginar. Se acercó y me la besó. Luego me rodeó con sus brazos y me estrechó con fuerza.
En su abrazo, me sumí en el sueño más maravilloso y reparador del que había disfrutado en cuatro años.
Tenía que admitir que aquello no era lo mío.
A partir de la segunda tienda descubrí que me interesaba más mirar a Santana que comprar nada. Me daba cuenta de lo adorable que era cuando estaba concentrada en algo.
Le quedaba bien la expresión pensativa. También tenía la costumbre de ponerse el pelo detrás de la oreja cuando le costaba decidirse.
Pero mi preferida era la sonrisa que le empezaba desde los ojos y al final le iluminaba toda la cara cuando daba con algo que consideraba un hallazgo único.
Lo cogía y me lo enseñaba con una sonrisa de orgullo, como si el artículo fuera a cambiarle la vida. Las cosas pequeñas la hacían feliz, siempre había sido así según recordaba.
Era una alegría contagiosa y estar cerca de ella me hacía verlo todo con más optimismo.
—¿Por qué sonríes?—me preguntó mientras volvíamos a mi casa de la playa en coche.
El sol se estaba poniendo y los tonos rosas y naranjas del horizonte tenían un efecto relajante que hacía que me sintiera serena y en paz.
—Solo me regodeo en la gloria de mis éxitos como cazadora de tesoros. Supongo que tendrás que admitir que me he llevado la puntuación más alta de la jornada.
Me miró, dudosa, pero sin decir nada.
—Venga ya, sin mí nunca te habrías llevado la mecedora esa por menos de quinientos dólares.
—Oh, quieres decir sin ti y tú admirador no tan secreto ¿Vas a llamarle para salir a cenar algún día o qué? Es bastante guapo, Britt.
—Vamos a preguntarle a la Bola 8 Mágica de mi cabeza—hice una pausa dramática—Dice «no pinta bien». Buenas noticias porque no acaba de ser mi tipo.
—Vaya. Lo que fácil viene, fácil se va. Pero ahora en serio, gracias por acompañarme. Espero que no haya sido demasiado doloroso.
—Me lo he pasado muy bien.
— ¿Ah, sí?
—Claro que sí. Pero me ha dejado muerta de cansancio Necesito comer algo.
Santana miró su reloj.
—Guau, sí que se ha hecho tarde. El tiempo vuela.
Aparcó en la entrada con delicadeza.
Se la veía nerviosa.
—Supongo que nos veremos pronto. ¿Cuánto tiempo ibas a quedarte?
—Hasta el martes. Tengo la casa dos noches más. ¿Y tú?
—Bueno, ya he dejado el hotel. Iba a volver esta noche ya que mis planes con Elaine han cambiado.
—¿Por qué no te quedas?—le preguntó.
Había sido muy impulsivo, lo sé, pero me había prometido a mí misma y a Rachel que me arriesgaría más y aquello era exactamente lo que estaba haciendo.
Santana se quedó mirando fijamente el volante recorriendo el cuero con el dedo. Entonces me miró con los ojos llenos de confusión.
—Sinceramente, Britt. No lo sé. No sé qué estoy haciendo.
La entendía y sentía algo parecido.
Las cosas entre nosotras no eran blancas o negras, sino que parecían sumidas en un mar de grises. Yo no tenía todas las respuestas, pero lo que sabía seguro era que no quería que se marchara a Nueva York aquella noche.
—Tengo una habitación extra, así que te puedes quedar. Si no, siempre está el sofá. Parece que te gusta.
Forzó una sonrisa.
—Es bastante cómodo. ¿Pero estás segura? Después de todo, quizá sea mejor que me vaya—musitó mirando de nuevo el volante.
—San, mírame.
Soltó e volante del todo y se obligó a levantar la barbilla.
Nos miramos a los ojos.
— Tú y yo tenemos un pasado tormentoso. Hemos de reconocerlo. Y sí, todavía quedan cosa por resolver entre nosotras, pero nos va bien, ¿no?
—Sí, creo que sí.
—Bueno pasa y vamos a pedir una pizza porque sabe Dios que estamos las dos demasiado cansadas para cocinar.
Asintió y los labios se le curvearon en una pequeña sonrisa mientras entrábamos en la casa.
Eran más de las nueve y la caja de pizza medio vacía me tentaba desde la mesa.
Ya me había comido dos trozos y había decidido que, si había la menor posibilidad de estar trabajando en un espectáculo de danza de alto rendimiento en el futuro cercano, lo mejor era dejarlo ahí.
—¿Puedo sugerirte que te comas otro trozo?—pregunté a Santana abriendo la caja.
—Tentador, pero no. Hay que admitir que estaba muy buena y mira que SOY de Nueva York, así que eso es decir mucho.
Puse los ojos en blanco.
—Vamos a dejarlo. Los neoyorquinos creen que lo tienen todo escrito sobre las pizzas—comenté mientras llevaba la caja a la nevera—Pero he de decirte que hay otras pizzerías buenas en el mundo. En Boston hay varias, por cierto.
—Creo que vamos a tener que asumir que nunca nos pondremos de acuerdo en eso porque está claro que nunca has ido a Lombardi´s y, por lo tanto, hablas sin contar con toda la información necesaria. Te perdono por lo que no sabes.
Le devolví la mirada fulgiendo agradecimiento.
—Gracias. Alteza. ¿Y una copa de vino sí la podría sugerir? Tengo una botella de tinto en el armario.
—Tomaré una copa, gracias.
Serví las dos copas y pasamos a la salita. Como la temperatura había descendido mucho fuera, me tomé la libertad de encender el fuego en la pequeña chimenea.
Cuando me giré y vi a Santana sentada en el sofá, sonreí ante una estampa tan acogedora. Estaba sentada estilo indio y aguantaba el vino con las dos manos, como si quisiera calentarlo.
Yo me senté en el otro extremo del sofá y me relajé.
Había sido un día largo y, aunque también divertido, era agradable vegetar un rato.
Estuvimos sentadas en silencio un rato, hechizadas por el fuego y perdidas en su baile.
Finalmente fue Santana la que rompió el silencio.
—Nunca te lo he dicho, pero me encantó Décima Avenida. Mostraba una faceta tuya completamente diferente, Britt. Me sentí muy orgullosa de ti por hacerla.
—Gracias—contesté—Es raro admitirlo, pero me preguntaba qué te parecería, si la habrías visto y tal. A veces hacía eso, intentar imaginar qué pensarías de las cosas. Cuando me daba cuenta de que lo hacía, me enfadaba conmigo misma. Es estúpido, lo sé—me levanté y fui a mirar el fuego avergonzada tras mi confesión.
—No es estúpido para nada—rebatió ella—Fuimos importantes la una para la otra. Creo que es normal. Me consuela pensar que yo no era la única que pensaba en nosotras. Porque yo... pensaba en nosotras.
Me giré perpleja.
—No lo habría dicho nunca. De hecho, estaba convencida de que no lo hacías.
—¿Por qué creías eso? Es absurdo.
Ahí vamos.
Los sentimientos que llevaba años encerrando bajo llave volvían burbujeantes a la superficie con renovada fuerza.
—Porque tú fuiste la que lo dejó. Cuando te pedí que me esperaras, que intentáramos hacerlo funcionar, dijiste que no—sonaba enfadada.
No quería, pero era así.
—Que hicieras eso, que fueras capaz de hacerlo, me dijo todo lo que necesitaba saber sobre tu postura. Así que no, no asumía que hubieras pasado mucho tiempo pensando en mí después de ese día.
Santana suspiró y cabeceó frustrada.
—Sigues sin pillarlo, Brittany. No tuvo nada que ver con lo que sentía por ti. Estaba loca por ti. Pero me mataba saber que no estabas dispuesta a sacrificar un trabajo por mí. Sí, me ofreciste un pequeño papel en tu vida, pero me parecía barato—miró al suelo y suavizó el tono—Me sentí poco importante, como si estuvieras intentando hacerme encajar en un hueco diminuto y estaba harta de sentirme poco importante para la gente a la que quería. ¿Sabes lo que es eso? Por una vez quería ser lo más importante. Y me dolió demasiado cuando me dejaste claro que no lo era.
Reflexioné sobre sus palabras.
Pensé en cómo habían tratado a Santana sus padres desde que era niña y me di cuenta de que mis actos podrían haber parecido similares a sus ojos.
El comprender cómo debía de haberse sentido despertó una sacudida dolorosa en mi interior que me recorrió como una ola.
Cuando volví a mirarla me dolía el pecho.
—Escúchame con mucha atención. Yo nunca habría querido que te sintieras así. No había nada que me importara más que tú. Lo siento si no supe dejar eso claro—noté que, mientras hablaba, sus ojos se estaban llenando de lágrimas—Cogí el trabajo porque era joven y estúpida y tan obsesionada con lograr mis metas que, a veces, no veía a un palmo de mi cara. Y cuando no me pediste que no fuera, me lo tomé como una señal de que no querías la relación tanto como yo. Si hubiera creído que tú...
—¿Habría cambiado algo?
—No lo sé. Quizá. No puedo hablar por la chica que era hace cuatro años y no quiero hacerlo. Lo que puedo decirte es que ahora sé quién soy y veo muchas cosas que habría hecho de manera diferente. Si te sirve de algo, San, lo siento mucho.
Ella negó con la cabeza.
—No es solo culpa tuya. Las dos cometimos muchos errores. Debería haber sido más comprensiva y ver que era una oportunidad muy grande para ti.
Asentí y las dos nos quedamos un rato sentadas en silencio pensando en todo lo que habíamos hecho mal.
De repente ella se levantó y se sacudió aquellos pensamientos de encima con una sonrisa.
—El pasado, pasado está, ¿no? Si te parece bien, creo que me voy a dormir. Esta vez en la habitación de invitados.
Se disponía a irse y yo me dije que era ahora o nunca.
Reuní todo el coraje que pude y le hablé mientras se retiraba.
—Sabes, es difícil superar a alguien tan mediático. Hice todo lo posible por evitar ver fotos tuyas en las revistas y no verte cuando salías en televisión.
Ella se volvió interrogativa.
Yo continué.
—Fue difícil, pero al final lo logré y seguí adelante con mi vida. Entonces vino la película. Trabajar contigo fue muy diferente a lo que esperaba que fuera. Volvías a ser tú. No la cara de las fotos sino la chica que sabía que adoraba las galletas y tomar helado a altas horas de la noche y que tiene que ganar a todo el mundo a los bolos. Solo que esta vez nuestra conexión se fue recuperando poco a poco y siento que ahora he llegado a conocerte de una manera completamente nueva—meneé la cabeza lista para tirarme a la piscina—Eres lo único en lo que pienso, San, y lo único en lo que quiero pensar.
Santana no dijo nada.
De hecho, la total carencia de expresión en su rostro me metió el miedo en el cuerpo por lo que acababa de revelar.
—¿Qué estoy haciendo?—susurré para mí.
Me di la vuelta hacia el fuego otra vez; me sentía expuesta y frágil y deseaba con todas mis fuerzas haber mantenido la boca cerrada.
Santana dejó su copa en la mesita auxiliar.
—Eh, no sé qué decir a eso. Lo que puedo decirte es que durante años hice muchas de las cosas que acabas de describir. Me preguntaba lo que hacías, cómo era tu vida, con quién estabas. Pero sentía que no podía seguir así—poco a poco fue cubriendo la distancia que nos separaba mientras hablaba— Me obligué a dejar de pensar en ti porque estaba enfadada y dolida por cómo había terminado todo. Pero ahora, aquí contigo, deseo con todas mis fuerzas poder creer lo que me dices porque ya no quiero seguir ignorando lo que siento por ti. Estoy cansada de hacerlo—se puso delante de mí—Si esto no es lo que quieres, dime que pare ahora.
Muy lentamente, me apartó un mechón de pelo de la frente y yo tomé aire al sentir el contacto.
Me quitó la copa de vino y la dejó sobre un tapete.
—O ahora.
Apoyó la frente en la mía y nos quedamos así unos segundos, respirando el mismo aire con nuestros cuerpos apenas a unos centímetros el uno del otro.
El corazón me latía a cien por hora en el pecho.
—Ultima oportunidad—susurró y me miró a los ojos antes de dejar caer la mirada a mis labios.
Poco a poco ladeó la cabeza y rozó mis labios con los suyos con la suavidad de una pluma. Luego se apartó y me miró nerviosa.
Santana había dado el primer paso y ahora necesitaba que yo la reafirmara.
El deseo ardiente que brillaba en sus ojos era el mismo que animaba los míos.
Si lo que necesitaba era reafirmación, se la podía dar. Le enredé las manos en el pelo y le devoré la boca. Ella me devolvió el beso con la misma intensidad; su boca era cálida y exigente en el buen sentido y yo no me cansaba de ella.
Su lengua era maravillosa y me recorría la boca y más allá con precisión y habilidad milimétricas. El cuerpo me ardía por dentro y se me encogió el estómago.
¿Cómo había vivido tanto tiempo sin aquello?
Me puso las manos en las caderas y me atrajo con firmeza hacia su cuerpo; yo alargué los brazos y le agarré las nalgas arrimándome todavía más si cabe.
Santana dejó escapar un gemido en mi boca y me metió las manos por debajo de la camiseta para acariciarme la columna. Tenía las manos muy calientes y se me escapó un jadeo cuando me tocó la piel desnuda.
Me daba vueltas la cabeza y apenas podía pensar porque el cuerpo me latía de deseo urgente y cada caricia era una maravilla y una tortura al mismo tiempo.
Balanceé las caderas contra Santana mientras ella me besaba, me chupaba y me lamía el cuello.
Ya no podía aguantar mucho más.
—Para, para, para—logré decir—Me estás matando.
Santana apoyó la frente enardecida contra mi cuello respirando con dificultad.
—¿Dónde está tu habitación?—preguntó alzando la cabeza para mirarme con ojos oscuros y lujuriosos.
Sin decir nada, la llevé hasta el dormitorio de la mano y ni siquiera me tomé la molestia de encender la luz al entrar porque la luz del pasillo nos bastaba para maniobrar.
Nos quedamos frente a frente junto a la cama y aminoramos la marcha.
Santana me rodeó el cuello con los brazos y volvimos a pegarnos la una a la otra. Con la boca cerca de mi oído, susurró en tono agónico.
—Nunca he deseado nada en la vida más de lo que te deseo a ti ahora mismo.
Reclamó mi boca con un beso tierno e incisivo y luego se apartó y retrocedió dos pasos. Sin dejar de mirarme a los ojos, se bajó la cremallera del vestido corto y lo dejó caer al suelo.
—Si sigues mirándome así no voy a poder aguantar.
—No creo que pudiera parar ni aunque quisiera. Dios, me haces sentir tantas cosas—dije con voz trémula pasándome la mano por el pelo.
Dio un paso hacia mí al tiempo que se desabrochaba el sujetador. Sus pechos parecían más grandes de lo que los recordaba y ardía en deseos de tocarla.
Lo siguiente que hizo fue meterse los pulgares en la cinturilla de las bragas
y se las bajó.
Crucé la distancia que nos separaba, la besé en el cuello y le cogí los pechos, sopesándolos con ambas manos. Le pellizqué los pezones entre el pulgar y el índice, primero con suavidad y luego más fuerte.
Santana echó la cabeza hacia atrás y gimió en voz queda mientras me clavaba las uñas en los hombros. Volví a atrapar sus labios, le mordisqueé el labio inferior mientras la besaba y fui haciéndonos retroceder hacia la cama.
Santana se sentó y me acercó las manos a los vaqueros.
—Fuera—siseó, me los desabrochó y me los bajó.
Yo me quité la camiseta de tirantes y el sujetador y los tiré al suelo. Santana me besó la piel por debajo del ombligo antes de bajarme la culotte de algodón.
Yo di un paso para terminar de quitármela y la contemplé mientras me acariciaba el estómago con las palmas. Se tumbó en la cama, llevándome con ella, y yo me apoyé en los antebrazos saboreando la expectativa. Por fin me tumbé encima de ella y nuestros cuerpos entraron en contacto por completo, sin ningún obstáculo o impedimento. Cerré los ojos cuando nuestras pieles se tocaron.
Era una sensación única.
—Oh, Dios mío—jadeó sujetándome el pelo para poder verme la cara.
Asentí ligeramente.
—Lo sé.
Santana me hizo bajar la cabeza y se dedicó a besarme la barbilla, los párpados y la trente antes de llegar a mi boca. El beso pasó de dulce a apasionado en cuestión de segundos.
Santana nos hizo rodar para ponerse encima y descendió sobre mi cuerpo para chuparme un pecho. Jadeé, sin aliento, cuando me rozó el pezón con los dientes y luego se lo metió en la boca. Chupó con delicadeza, pero cada vez más fuerte, hasta volverme completamente loca.
Era vagamente consciente de que movía las caderas contra ella buscando más y más roce. Ella reaccionó a mis sacudidas y ajustó su posición metiéndome el muslo entre las piernas y frotándome con fuerza, a horcajadas sobre mi pierna. Siguió explorando mis pechos mientras nuestros cuerpos cogían ritmo.
Cuando notó que yo aumentaba la velocidad y me estiraba, desesperada por arrimarme más a ella, sacó la pierna y metió la mano entre nuestros cuerpos recorriendo la parte interior del muslo con un dedo.
—Jesús —susurré tapándome los ojos.
—No —respondió ella—Prueba otra vez.
La tortura continuó.
Santana pasó a mi otro muslo y me acarició la piel para provocarme. A continuación, me pasó la mano por los rizos de la base de mi entrepierna y me los acarició y masajeó con delicadeza.
—San...—supliqué porque ya no podía aguantar mucho más.
No había estado tan excitada en la vida.
Como respuesta, me exploró más profundamente y por fin llevó los dedos donde más los necesitaba. Empecé a sacudir las caderas contra su mano con el cuerpo a punto de explotar.
Había estado con muchas mujeres durante los últimos años, pero no había nada que se acercara a aquello, a lo que Santana era capaz de provocarme.
Me penetró con un dedo fácilmente, lo sacó y volvió a penetrarme, esta vez con dos dedos. Con cada embestida me recorrían pequeñas sacudidas sísmicas de placer por todo el cuerpo.
Siguió metiéndome los dedos, arrancándome un cosquilleo en lo más hondo del estómago y un intenso ardor que radió hacia mi bajo vientre. Abrí los ojos y ella me sostuvo la mirada al tiempo que me apretaba el clítoris firmemente con el pulgar, precipitándome a un orgasmo que eclipsaba a todos los demás.
Mi cuerpo, mi mente y mi alma se fundieron con Santana de todas las maneras posibles y apenas logré conservar coherencia alguna. Me convulsioné y sé que grité cuando el placer más puro e incomparable me catapultó al séptimo cielo.
Respiraba agitadamente y me latía todo el cuerpo con las postreras réplicas del terremoto.
Santana gateó sobre mí y se tumbó a medias encima de mí y a medias a mi lado, con el rostro junto al mío. Me acarició la mejilla y me besó la sien con ternura, luego se echó de espaldas y contempló el techo.
—Ha sido increíble. Diferente a cómo lo recordaba. Mejor, si es que eso es posible.
—¿Qué es esto que tenemos?—me pregunté en voz alta.
Se incorporó sobre el codo y me miró.
—No lo sé. Pero después de todo este tiempo, se ha hecho más fuerte, Britt. Te miro desde el otro lado de una habitación y me derrito y, cuando tú me devuelves la mirada como haces a veces, te necesito... como si yo...
Capturé sus labios con los míos y la acallé, sencillamente porque no podía aguantar un minuto más sin tocarla como yo quería. Le puse una mano en el hombro para tumbarla de nuevo y me acomodé encima de ella.
Como sabía que ya estaría lista para mí, metí la mano entre las dos y le agarré el sexo con firmeza. A Santana se le escapó un gemido roto y hundió la mejilla en la almohada al tiempo que me clavaba las uñas en la espalda.
Se aferró a mí mientras empezaba a acariciar su humedad lentamente. Le rocé ligeramente el clítoris con los dedos dándole solo lo justo antes de separarme. Sin embargo, no me satisfacía aquel nivel de intimidad porque necesitaba más. Fui descendiendo sobre su cuerpo a besos, entretejiéndome un rato en sus pechos porque sabía lo sensibles que eran.
Ella agarró las sábanas y, mientras tanto, siguió moviendo las caderas rítmicamente contra mi mano.
Cuando pasé sobre su estómago, me detuve sorprendida de lo que veía.
No me había fijado antes porque había poca luz, pero Santana tenía un tatuaje pequeño y discreto en la cadera, con el logo de Superman. Meneé la cabeza, incrédula, al retrotraerme a nuestra primera cita en el muelle.
Qué nuevo era todo entre nosotras aquel día.
Le besé el tatuaje con reverencia y aquel descubrimiento no hizo más que echar leña al fuego de mi pasión. Seguí mi aventura bajando por su cuerpo hasta que mis labios hallaron su destino final.
Ella los recibió con un suave quejido.
La saboreé, primero suavemente y luego con más énfasis, metiéndomela casi por entero en la boca.
Sentí que Santana me hundía las manos en el pelo, me acariciaba, pero también tiraba de mí para que me pegara más a ella. Le metí los dedos, cada vez más deprisa, sin dejar de comérselo, cada vez más fuerte.
No tardó mucho en precipitarse al abismo con un grito que casi la tiró de la cama. La aguanté por las caderas firmemente mientras la recorrían las últimas oleadas de placer.
Su cuerpo relucía de sudor.
Estaba increíble.
Nos quedamos allí tumbadas en silencio, agotadas ambas. Yo apoyé la mejilla sobre su vientre y me dediqué a dibujarle circulitos en el estómago mientras ella jugaba con mi pelo.
—Eres increíble, ¿lo sabes?—susurré—No solo cumples con las expectativas, sino que las haces trizas.
—Lo mismo digo. Ven aquí, anda.
Obedecí y me eché con la cabeza sobre su hombro. Teníamos las piernas enredadas y le pasé un brazo por encima. Ella me besó en la coronilla mientras me acomodaba.
—No puedo creerme que haya pasado de verdad.
— ¿Te arrepientes? —le pregunté levantando la mirada hacia ella con preocupación.
La pregunta pareció sorprenderla.
Frunció el ceño y negó con la cabeza con expresión sincera.
—Dios, no. He deseado esto desde hace tiempo, Britt. Te deseaba. Cuando empezamos la película y tenía que verte y hablar contigo cada día, incluso tocarte de vez en cuando durante alguna escena, bueno... digamos que fue duro.
—Para mí también.
Se deslizó un poco sobre la cama para estar cara a cara conmigo, me acarició la mejilla y me tomó el rostro entre las manos.
—Creo que es normal que estemos asustadas.
Noté que se me llenaban los ojos de lágrimas e hice todo lo posible por contenerlas.
No podía hablar aunque quisiera, así que me limité a asentir.
Era verdad, estaba asustada.
No sabía hacia dónde nos íbamos a mover ahora.
Ya lo habíamos intentado y no había salido bien.
Me adentraba en territorio desconocido y me sentía desprotegida, vulnerable ante lo que pudiera pasar. Una vergonzante lágrima me rodó por la mejilla y
Santana hizo lo más tierno que habría podido imaginar. Se acercó y me la besó. Luego me rodeó con sus brazos y me estrechó con fuerza.
En su abrazo, me sumí en el sueño más maravilloso y reparador del que había disfrutado en cuatro años.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Epílogo
Bueno por fin juntas de nuevo....
Era necesaria esa plática para ver de donde partir desde ahí.
Y que decir el resultado, perfecto!
Era necesaria esa plática para ver de donde partir desde ahí.
Y que decir el resultado, perfecto!
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Epílogo
Menos mal que Britt le hizo caso a Rachel y se la jugó!!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Epílogo
JVM escribió:Bueno por fin juntas de nuevo....
Era necesaria esa plática para ver de donde partir desde ahí.
Y que decir el resultado, perfecto!
Hola, sii!!!! y esperemos q esta vez sea para siempre! jajajajajaja. Si, si q la es... esperemos y todo quede bn XD JAjajaajjaj pienso igual jajajajaj. Saludos =D
monica.santander escribió:Menos mal que Britt le hizo caso a Rachel y se la jugó!!!!
Saludos
Hola, jajaja si! bn ai por rachel y su consejo jajaajaj, pero mejor aun bn ai la rubia por hacerlo jajajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Cap 22
Capitulo 22
Pestañeé un par de veces y me froté los ojos protegiéndolos del ataque violento de la intensa luz del sol que se colaba en habitación a raudales.
Me desperté tumbada bocabajo y enseguida recordé los acontecimientos de la víspera.
No pude evitar sonreír perezosamente y me volví para buscar a Santana antes que nada, pero el otro lado de la cama estaba vacío. Se me ensombreció el semblante y se me encogió el estómago. Agucé el oído para ver si escuchaba algún ruido por la casa, pero solo había silencio.
Decidí levantarme a investigar.
Si se había marchado, era posible que hubiera dejado una nota.
Me puse unos vaqueros cortos y una camiseta en menos que canta un gallo y recorrí la casa, pero no hallé ni rastro de Santana o de que hubiera estado ahí.
Encontré mi móvil, pero no había ningún mensaje.
Me pasé las manos por el pelo, enfadada conmigo misma por haber esperado equivocarme y no pensar que, después de darme la mejor noche de mi vida, Santana se había marchado a la mañana siguiente sin decir una sola palabra.
Odiaba que tuviera el poder de hacerme daño y me dolía que pudiera lamentar lo que habíamos compartido.
Puse una cafetera al fuego y me quedé mirándola fijamente mientras se hacía el café, al tiempo que repasaba mentalmente la noche anterior.
Solo con pensar en las caricias de Santana se me disparaba todo.
Al final cabeceé para dejar de pensar en ello.
Me puse una taza de café y salí al patio trasero. Al abrir la puerta, me detuve en seco: Santana estaba en la barandilla, de espaldas a la puerta, y observaba cómo avanzaba la marea.
Llevaba únicamente una camiseta larga: una camiseta mía.
La observé un momento y traté de recobrarme respirando hondo.
Como si percibiera mi mirada, se volvió y apoyó los codos en la barandilla.
—Hola, dormilona—sonrió tímidamente—Buenos días.
—Buenos días—contesté, tratando de ocultar el malentendido.
Ella enarcó una ceja, y me miró de hito en hito.
—Te pasa algo.
—No, es que... pensaba que te habías marchado.
—Estoy aquí—dijo en tono quedo. Señaló su atuendo para quitarle hierro al asunto—Te he robado la camiseta. Espero que no te moleste. Mi bolsa sigue en el coche.
Salí con ella al patio.
—Puedes usar toda la ropa que quieras. ¿Quieres que metamos tu bolsa o saldrás hoy?
Sonaba patética, lo sé, pero tenía que saberlo.
Santana contempló el horizonte.
—¿De verdad creías que me había marchado? ¿Que lo habría hecho sin ni siquiera decirte adiós?
Levanté una mano, pero la dejé caer otra vez porque no sabía cómo explicarlo, así que esquivé la pregunta.
—Me alegro de que sigas aquí y me gustaría mucho que te quedaras esta noche.
No respondió enseguida y tampoco me miró.
Tenía una expresión distante, pensativa.
Triste.
—Sanny, mírame—le hice girar la barbilla con delicadeza hasta que pude mirarla a los ojos—Siento haber precipitado mis conclusiones.
Ella asintió y me cogió la mano.
—Lo sé y no te culpo. Creo que todavía tenemos un poco de miedo la una de la otra, ¿verdad?
Le levanté la melena del cuello y la dejé caer de nuevo.
—Venga, no hagamos esto, ¿vale? Vamos a empezar otra vez. Ahí voy. Buenos días, San, me alegro mucho de verte—y la besé con ternura.
Ella abrió los ojos cuando me separé.
—Me gusta esta versión—exhaló—A esta versión podría acostumbrarme.
—¿Entonces qué dices? ¿Te quedas? Solo me queda una noche más aquí y me gustaría pasarla contigo.
—¿Y pasado mañana?
Miré al suelo, pensativa, y al poco volví a levantar la vista y le sostuve la mirada.
—Lo intentamos.
Ella asintió.
—Eso lo puedo hacer. Y en respuesta a tu pregunta, sí, me gustaría quedarme.
—Bien. ¿Y qué puedo hacerte para desayunar?—pregunté rodeándole la cintura con los brazos.
Ella me besó en la nariz.
—Nada, gracias, porque no sabes cocinar.
—Eso es verdad. Pero tenemos bagels—sonreí muy orgullosa—Y soy un hacha tostando cosas. Mi tostadora y yo vamos a dejarte patidifusa.
Santana se rio.
—Suena bien.
Comimos en la cocina oyendo la radio y hablando de lo que podíamos hacer aquel día.
A mí no se me borraba la sonrisa de la cara.
Me gustaba la cotidianidad de las últimas veinticuatro horas.
—Podríamos visitar unas cuantas tiendas más—sugirió Santana—He leído sobre algunas que hay algo más apartadas.
—Vaya. Por mucho que desee pasar otra divertida tarde de búsqueda de antigüedades, creo que deberíamos intentar algo nuevo.
—¿Segura?—insistió en tono de inocencia—Ayer se te veía muy puesta. No querría dejarte sin repetir una experiencia tan maravillosa.
Yo no podía dejar de pensar en lo guapa que estaba vestida solo con mi camiseta.
—Si llevas eso todo el día, creo que iría a donde tú quisieras.
—¿Es eso cierto? —notaba que los engranajes de su cerebro se habían puesto en marcha.
Rodeó la mesa, se sentó a horcajadas sobre mi regazo y me echó las manos al cuello.
—Eso lo podemos arreglar.
Le acaricié el cuello con los labios.
—Me vuelves completamente loca, ¿lo sabías?
—No, pero es agradable oírlo—hizo un gesto de cabeza para señalar hacia el pasillo—Voy a darme una ducha. Si crees que puede apetecerte, estaré encantada de que te unas a mí.
Fui a besarla, pero ella apartó los labios en el último segundo.
—Todavía no—me dijo—Ahí.
Y, dicho eso, desapareció por el pasillo.
Maldición.
No tardé en oír correr el agua y, por supuesto, no pude resistirme a una oferta como aquella.
Tenía a una mujer la mar de sexy en el baño por la que estaba loca. Era una ecuación muy simple.
Abrí la puerta y me encontré el baño aparentemente vacío porque Santana ya estaba en la ducha.
Me desnudé, me colé apartando la cortina de la ducha y me puse detrás de ella bajo el chorro. Ella se volvió y me dio un lento repaso apreciativo con la mirada.
A continuación, me puso las manos en los hombros y fue bajando mientras acariciaba cada centímetro de mi cuerpo.
Yo permanecí inmóvil con los ojos cerrados.
Noté que me besaba el cuello y el resto se tornó borroso en un remolino de besos, jadeos y mucha exploración mutua.
Nos quedamos en la ducha, cautivadas la una por la otra, hasta que se acabó el agua caliente.
Santana salió antes y me aguantó una toalla abierta. Yo dejé que me envolviera en ella y me decidí a preguntarle algo que llevaba rondándome en la cabeza desde la noche anterior.
—¿Puedo preguntarte por el tatuaje?
Ella se miró la cadera y se pasó el pulgar por el dibujo.
—Me lo hice en Nueva York hace cuatro años. Dos semanas antes de Austin. Siempre había querido uno, creo que te lo dije. Aquel día en el muelle cuando nos pusimos los de mentira, fue uno de los días más bonitos que recuerdo haber tenido. No te dije nada del tatuaje entonces porque quería darte una sorpresa. Pero aquella última noche las cosas se precipitaron un poco...
—Oh —dije al recordar.
—Pensé en quitármelo, pero nunca llegué a hacerlo. A lo mejor fue algo inconsciente. No lo sé.
Yo sonreí.
—Bueno, a mí me gusta. También es uno de mis días favoritos.
Seguimos preparándonos en silencio.
Aun así era agradable, un silencio cómodo.
De vez en cuando miraba a Santana de reojo para recordar que seguía ahí conmigo. A menudo, ella correspondía a mi gesto con una sonrisa o un guiño
travieso.
Yo me sentía como flotando, eso no podía negarse.
De repente la vida estaba llena de un sinfín de posibilidades y yo me sentía lista para todas ellas.
Tras arreglarnos para salir, Santana y yo decidimos finalmente visitar el faro Montauk, el más antiguo del estado de Nueva York y un lugar de interés histórico.
Los faros siempre me habían parecido fascinantes, incluso misteriosos.
Ejercían en mí un efecto relajante, me transmitían una serenidad que no sabría identificar.
Preparamos algo de comida para llevar y yo esperé con ilusión nuestra última tarde en los Hamptons. Bajamos la capota del coche alquilado de Santana y la contemplé mientras conducía.
Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo y le daba un aire especialmente joven.
Sonreí.
Me recordaba a la Santana adolescente que salía en televisión.
Condujimos a toda velocidad por la costa y observé a los paseantes de la playa mientras canturreaba al son de la música que sonaba por la radio.
Ella me miró con ademán reflexivo.
—¿Sabes? Tienes una voz preciosa, Britt. Me había olvidado de lo bien que cantas.
—No, la cantante eres tú—dije yo—Yo me las apaño y poco más.
—Siempre te infravaloras. Hablando de lo cual, los ensayos para Elevation empiezan dentro de dos semanas. ¿Estás nerviosa?
Titubeé.
—Sí, es verdad que empiezan los ensayos, pero creo que para asistir antes tengo que firmar el contrato y devolvérselo.
—¿Qué? ¿A qué esperas? Es un espectáculo hecho a tu medida.
Decidí ser franca con ella.
—A lo mejor solo son nervios, pero me preocupa no ser tan buena como creen que soy.
—Error. Eres mejor y por eso te recomendé. Y, solo para que conste, no lo hice por lo nuestro. Lo hice porque en tu peor día bailas mejor que la mayor parte de la gente en su mejor momento. Llevo tiempo dedicándome a esto, Britt, y tienes un talento difícil de encontrar.
Suspiré.
—Eso lo dices tú.
Ella meneó la cabeza y puso su atención en la carretera.
—Pero qué cabezona llegas a ser.
El faro era tan bonito al natural como en las postales que había visto, incluso más.
Nos hicimos docenas de fotos con el faro detrás, juntas y por separado.
Como no era de extrañar, a Santana la reconocieron varias veces y posó para unas cuantas fotos con un grupo de adolescentes que se lo pidieron.
Más tarde, pasamos por el centro de visitantes y por la tienda de regalos, en donde nos probamos varios sombreros y gafas de sol para divertirnos.
Nos reímos mucho y fue muy agradable.
Al final compré un calendario y Santana escogió una foto enmarcada del faro por la noche. Era una imagen que esperaba poder ver en persona algún día.
Luego encontramos un rincón acogedor encima de una de las rocas más grandes que jalonaban la orilla y picoteamos los quesos y la fruta que habíamos traído desde el surtido frigorífico de la casa de la playa.
Nos tumbamos sobre las rocas, de cara al faro, y hablamos de todos los aspectos de la vida, poniéndonos al día de los detalles de la familia y los amigos de cada una, incluso sobre el tema peliagudo de las relaciones recientes.
— ¿Cuánto tiempo estuvisteis juntas?—pregunté.
Lo pensó un momento.
—Un poco más de tres meses, creo.
Santana se refería a su relación con la modelo Rene Inglata, que había sido portada en un montón de revistas.
— ¿Quién terminó?
—Yo. Lo pasamos bien, pero sencillamente no había lo que tenía que haber. Faltaba algo.
Asentí.
—Te toca—me dijo—Cuéntame cuál ha sido tu última relación.
— ¿Qué constituye exactamente una relación?—le pregunté con los ojos puestos en las nubes del cielo encapotado.
Ella me miró extrañada.
—Bueno cualquiera a la que consideres tu novia, supongo.
—En ese caso, parece que no he tenido ninguna desde ti.
—¿Cómo es posible? He visto fotos tuyas con muchas mujeres. No pasa nada por hablarlo, soy una niña mayor.
—No, no es eso. Ha habido muchas mujeres, pero nunca ha habido... una. Trabajaba mucho y no quería distracciones. Las relaciones no conviven bien con rodar fuera y pasar horas y más horas en el set—la miré significativamente.
—Y, cuando dices muchas, quieres decir...
—Muchas —enfaticé a regañadientes.
—Oh—rumió la información—Así que de ahí vienen todos esos movimientos nuevos.
Me ruboricé avergonzada y un poco triste por la observación.
—San, no me siento orgullosa de cómo he salido adelante y eso me lo ha hecho ver el estar cerca de ti estos últimos meses. Ya no quiero ser ese tipo de persona.
Como para fastidiar, en ese momento el zumbido de mi Black Berry nos interrumpió desde las profundidades de mi bolsillo. La saqué y la silencié.
Era Finn, vi, y volví a prestarle atención a Santana.
—A mí no me importa, sabes, ni tu pasado ni las otras mujeres—Santana me cogió la mano y enlazó los dedos con los míos—Eso no cambia quien eres.
—Gracias.
Volvió a vibrarme el móvil y yo bajé la mirada hacia la pantalla irritada. En esta ocasión era un mensaje de texto y ponía:
[b]
Santana me apoyó la barbilla en el hombro y frunció el ceño al ver el mensaje.
—Debería llamarle. Diría que no va a parar.
—Será solo un segundo.
Me levanté y me alejé unos metros mientras llamaba.
Fiel a sí mismo, Finn contestó en voz alta y estridente, como siempre.
—¡Aquí estás! Perdona por molestarte en vacaciones, pero tenemos que hablar.
—De acuerdo, ¿qué pasa?
Me había puesto nerviosa de golpe.
¿Había pasado algo con la oferta de Elevation?
Me maldije por no haber firmado el contrato antes.
—Hoy me ha llamado tu antiguo director de Décima Avenida, Le han dado luz verde en la Warner Brothers para rodar Greystone.
—¿El libro?
—Querrás decir el best-seller, sí.
—Creía que no tenían los derechos. Todo Dios y su madre han intentado hacerse con ese proyecto.
—Te sorprendería lo que consigue el dinero, cariño. Ahora lo tiene Warner Brothers y quieren hacerlo en dos películas y rodarlas en Roma. Dos películas, Brittany, y tu amigo director quiere que seas la protagonista. No digas nada, aún es mejor. El estudio ha visto los dailies de Fase dos y apoyan al cien por cien esa decisión. Todo lo que tienes que hacer es reunirte con ellos. ¿Ves adónde va todo esto?
La cabeza me iba a toda velocidad, pero la impresión me había dejado con la boca abierta.
—Creo que lo voy pillando.
—Bueno, te lo voy a simplificar: acaba de tocarte la puñetera lotería. Esto era lo que estábamos esperando, tu oportunidad de catapultarte a la estratosfera de Hollywood. Con un director de renombre con el que ya tienes una relación profesional excelente, esto huele a Oscar. No podríamos haber imaginado un escenario mejor ni escribiendo nosotros mismos el guion. Serás la nueva actriz de moda en el momento en que Variety se entere de tu fichaje.
No daba crédito a lo que oía.
¿Cómo había sucedido aquello?
Eran buenas noticias.
Joder, eran unas noticias excelentes, pero había muchas cosas que considerar y me daba la impresión de que me estaba perdiendo algo.
—Eh, no me lo puedo creer. Explícamelo mejor. ¿Cuáles son los inconvenientes?
—No hay inconvenientes, eso es que quiero decir. Por supuesto, eso significaría renunciar a Elevation, pero Broadway no va a irse a ninguna parte.
Tenía razón, no iba a hacerlo.
—Estarás liada en casi un año, pero qué mejor sitio para estar liada, créeme. Pasta hasta los topes.
Guau.
¿Italia?
Mandé callar a mi cerebro porque todavía no podía permitirme pensar en
aquello.
Todavía me hacía cruces de que me quisieran a mí y por lo gratificante que era la sensación.
—Eso suena genial. Solo... necesito tiempo para pensar, Finn.
—No hay tiempo. Necesito que vengas a Nueva York esta noche. El representante del estudio está en la ciudad y quiere cenar con nosotros. Hazlo como sea.
—Vale, bueno...—miré mi reloj—Supongo que puedo llegar en unas horas, solo tengo que recoger mis cosas. Envíame los detalles de la reunión.
Colgué y me quedé mirando el teléfono, contenta y anonadada a partes iguales.
—¿Vas a alguna parte?
La voz de Santana me sacó de mi ensueño enseguida.
Mierda, pensé al estrellarme de nuevo contra el suelo.
Santana estaba a mi lado y me miraba con curiosidad.
Recordé el aquí y ahora, ¿en qué estaba pensando?
No quería marcharme, no cuando por fin estaba de vuelta donde quería: con Santana.
No sabía qué hacer.
—No lo sé, ha pasado una cosa súper loca—respondí y volví a sentarme con ella en las rocas.
Ella me puso la mano en la rodilla para tranquilizarme.
—Cuéntame qué te ha dicho.
Le conté los detalles de la conversación y sentí como el entusiasmo se me notaba cada vez más en la voz a medida que hablaba. Santana permaneció callada, asintiendo cuando tocaba.
Al final me volví hacia ella.
—¿Qué te parece?
Me besó el dorso de la mano.
—Estoy muy sorprendida y orgullosísima de ti. Es maravilloso.
Pero cuando desvió la vista hacia la espuma de las olas, la distancia en su mirada decía mucho.
Yo bajé la voz una octava y agaché la cabeza para intentar que me mirara a los ojos.
—No he dicho que fuera a aceptar.
—Ya lo sé. No puedes saber lo que vas a hacer, pero parece que la posibilidad te hace ilusión—me regaló una sonrisa que no llegó a reflejarse en sus ojos.
Aquello era territorio conocido y me invadió una horrible sensación de dejà vu que rasgó el corazón de mi consciencia.
—Supongo que la idea me ha dado un poco de subidón.
Ella asintió, pero se la veía bastante alterada.
—¿Pero vas a ir a la reunión?
Suspiré.
—Pienso que al menos debería oír lo que tienen que decirme, ¿no crees?
—Por supuesto. Te lo debes a ti misma y a todo lo que has conseguido. Claro que tienes que ir.
—Tendríamos que volver a la ciudad antes de una hora. La reunión es esta noche.
—Eh, ¿te importa que yo me quede aquí la noche que queda? Puedo pagarte por la habitación.
Me dolió un poco que no quisiera volver conmigo, pero todavía me dejó más a cuadros que me ofreciera dinero.
—Si es lo que quieres, no hay problema con que te quedes. Pero no quiero tu dinero.
No me contestó, perdida en sus pensamientos, yo empecé a sentir que el mundo se desmoronaba a mí alrededor.
De repente había una distancia entre nosotras que odiaba.
—¿San?
Contestó abruptamente casi como si quisiera dejarse de rodeos.
—Necesito decir algo.
—Vale.
Se deslizó sobre la roca para poder mirarme a la cara y tomó aire.
—Si lo piensas, Brittany, no estamos en una situación increíblemente diferente a la de hace cuatro años. Tenemos bastante éxito en nuestras carreras y eso seguramente nos hará tirar en direcciones diferentes en un momento u otro. Por lo visto, ese momento puede llegar más pronto que tarde. La única oportunidad que tenemos de lograr que lo nuestro funcione es ser totalmente sinceras esta vez—inspiró hondo.
Claramente aquello no le estaba resultando fácil
—Si dependiera de mí, no irías. Te quedarías en Nueva York y harías Elevation, que también puede ser un bombazo para tu carrera si es bien recibida. Podríamos explorar cómo es estar juntas de verdad y hacer las cosas bien. Además, está el hecho de que no quiero separarme de ti. Es egoísta por mi parte, lo sé, pero es lo que quiero y necesito ponerlo todo encima de la mesa.
Sonreí.
Me gustaba oír que me quería cerca.
—Entonces, lo que dices...
Me apretó la mano.
—Es que quiero que lo nuestro funcione. Lo que he dicho lo he dicho de corazón, pero te apoyaré en lo que decidas. Este es el tipo de oportunidad para la que has trabajado toda la vida y a mí me gusta que sueñes a lo grande. Será muy duro, pero puedo hacer algunos sacrificios si eso significa que vas a ser más feliz. Yo no me iré a ninguna parte.
Abrí la boca para decir algo, pero en ese momento cayeron las primeras gotas.
Al principio la lluvia nos resultó refrescante y las dos miramos al cielo con sendas sonrisas. Pero el chaparrón no tardó en animarse y los goterones nos golpearon sin tregua mientras recogíamos las cosas a toda prisa y volvíamos corriendo al coche.
Para cuando llegamos, estábamos las dos empapadas.
Santana cogió la maneta de la puerta del conductor, pero, antes de que la abriera, la detuve, la inmovilicé contra el coche y le planté un beso abrasador. Ella se movió como cogida por sorpresa, aunque enseguida se recuperó, me agarró la nuca y se arrimó todavía más a mí.
Llovía a cántaros y estábamos mojadas de la cabeza a los pies, aun así seguimos besándonos sin parar.
Sus labios estaban húmedos de lluvia y yo tenía la ropa pegada al cuerpo, pero me daba igual. Al final tuve que parar para tomar aire y, cada vez más consciente de las condiciones a nuestro alrededor, le di un último mordisquito y corrí al asiento del acompañante.
Las dos nos metimos en el interior seco del coche en cuanto pudimos.
Cuando llegamos a la casa de la playa, solo tuvimos unos minutos juntas antes de que yo tuviera que hacer el equipaje para volver si quería llegar a tiempo.
Santana me acompañó a la puerta y me dio un termo de café para el camino.
—Conduce con cuidado. Si no deja de llover, las carreteras estarán mojadas.
—Sí, señora. ¿Seguro que no quieres venir conmigo?
Ella negó con la cabeza y volvió a poner aquella mirada distante.
Maldición.
—Creo que necesito una noche más antes de volver al mundo real.
Le rodeé la cintura con los brazos y la atraje hacia mí.
—Estoy celosa. Me gustaría mucho quedarme.
Ella me miró a los ojos con expresión grave e intensa.
—Espero que consigas lo que quieres, Britt-Britt. Sea lo que sea.
Se me puso un nuco en la garganta que no me dejó hablar.
En lugar de eso, asentí.
Lo que deseaba con más desesperación era no hacerle daño, pero al mismo tiempo no sabía cómo lograr combinarlo con la vida tal y como la conocía.
Me desperté tumbada bocabajo y enseguida recordé los acontecimientos de la víspera.
No pude evitar sonreír perezosamente y me volví para buscar a Santana antes que nada, pero el otro lado de la cama estaba vacío. Se me ensombreció el semblante y se me encogió el estómago. Agucé el oído para ver si escuchaba algún ruido por la casa, pero solo había silencio.
Decidí levantarme a investigar.
Si se había marchado, era posible que hubiera dejado una nota.
Me puse unos vaqueros cortos y una camiseta en menos que canta un gallo y recorrí la casa, pero no hallé ni rastro de Santana o de que hubiera estado ahí.
Encontré mi móvil, pero no había ningún mensaje.
Me pasé las manos por el pelo, enfadada conmigo misma por haber esperado equivocarme y no pensar que, después de darme la mejor noche de mi vida, Santana se había marchado a la mañana siguiente sin decir una sola palabra.
Odiaba que tuviera el poder de hacerme daño y me dolía que pudiera lamentar lo que habíamos compartido.
Puse una cafetera al fuego y me quedé mirándola fijamente mientras se hacía el café, al tiempo que repasaba mentalmente la noche anterior.
Solo con pensar en las caricias de Santana se me disparaba todo.
Al final cabeceé para dejar de pensar en ello.
Me puse una taza de café y salí al patio trasero. Al abrir la puerta, me detuve en seco: Santana estaba en la barandilla, de espaldas a la puerta, y observaba cómo avanzaba la marea.
Llevaba únicamente una camiseta larga: una camiseta mía.
La observé un momento y traté de recobrarme respirando hondo.
Como si percibiera mi mirada, se volvió y apoyó los codos en la barandilla.
—Hola, dormilona—sonrió tímidamente—Buenos días.
—Buenos días—contesté, tratando de ocultar el malentendido.
Ella enarcó una ceja, y me miró de hito en hito.
—Te pasa algo.
—No, es que... pensaba que te habías marchado.
—Estoy aquí—dijo en tono quedo. Señaló su atuendo para quitarle hierro al asunto—Te he robado la camiseta. Espero que no te moleste. Mi bolsa sigue en el coche.
Salí con ella al patio.
—Puedes usar toda la ropa que quieras. ¿Quieres que metamos tu bolsa o saldrás hoy?
Sonaba patética, lo sé, pero tenía que saberlo.
Santana contempló el horizonte.
—¿De verdad creías que me había marchado? ¿Que lo habría hecho sin ni siquiera decirte adiós?
Levanté una mano, pero la dejé caer otra vez porque no sabía cómo explicarlo, así que esquivé la pregunta.
—Me alegro de que sigas aquí y me gustaría mucho que te quedaras esta noche.
No respondió enseguida y tampoco me miró.
Tenía una expresión distante, pensativa.
Triste.
—Sanny, mírame—le hice girar la barbilla con delicadeza hasta que pude mirarla a los ojos—Siento haber precipitado mis conclusiones.
Ella asintió y me cogió la mano.
—Lo sé y no te culpo. Creo que todavía tenemos un poco de miedo la una de la otra, ¿verdad?
Le levanté la melena del cuello y la dejé caer de nuevo.
—Venga, no hagamos esto, ¿vale? Vamos a empezar otra vez. Ahí voy. Buenos días, San, me alegro mucho de verte—y la besé con ternura.
Ella abrió los ojos cuando me separé.
—Me gusta esta versión—exhaló—A esta versión podría acostumbrarme.
—¿Entonces qué dices? ¿Te quedas? Solo me queda una noche más aquí y me gustaría pasarla contigo.
—¿Y pasado mañana?
Miré al suelo, pensativa, y al poco volví a levantar la vista y le sostuve la mirada.
—Lo intentamos.
Ella asintió.
—Eso lo puedo hacer. Y en respuesta a tu pregunta, sí, me gustaría quedarme.
—Bien. ¿Y qué puedo hacerte para desayunar?—pregunté rodeándole la cintura con los brazos.
Ella me besó en la nariz.
—Nada, gracias, porque no sabes cocinar.
—Eso es verdad. Pero tenemos bagels—sonreí muy orgullosa—Y soy un hacha tostando cosas. Mi tostadora y yo vamos a dejarte patidifusa.
Santana se rio.
—Suena bien.
Comimos en la cocina oyendo la radio y hablando de lo que podíamos hacer aquel día.
A mí no se me borraba la sonrisa de la cara.
Me gustaba la cotidianidad de las últimas veinticuatro horas.
—Podríamos visitar unas cuantas tiendas más—sugirió Santana—He leído sobre algunas que hay algo más apartadas.
—Vaya. Por mucho que desee pasar otra divertida tarde de búsqueda de antigüedades, creo que deberíamos intentar algo nuevo.
—¿Segura?—insistió en tono de inocencia—Ayer se te veía muy puesta. No querría dejarte sin repetir una experiencia tan maravillosa.
Yo no podía dejar de pensar en lo guapa que estaba vestida solo con mi camiseta.
—Si llevas eso todo el día, creo que iría a donde tú quisieras.
—¿Es eso cierto? —notaba que los engranajes de su cerebro se habían puesto en marcha.
Rodeó la mesa, se sentó a horcajadas sobre mi regazo y me echó las manos al cuello.
—Eso lo podemos arreglar.
Le acaricié el cuello con los labios.
—Me vuelves completamente loca, ¿lo sabías?
—No, pero es agradable oírlo—hizo un gesto de cabeza para señalar hacia el pasillo—Voy a darme una ducha. Si crees que puede apetecerte, estaré encantada de que te unas a mí.
Fui a besarla, pero ella apartó los labios en el último segundo.
—Todavía no—me dijo—Ahí.
Y, dicho eso, desapareció por el pasillo.
Maldición.
No tardé en oír correr el agua y, por supuesto, no pude resistirme a una oferta como aquella.
Tenía a una mujer la mar de sexy en el baño por la que estaba loca. Era una ecuación muy simple.
Abrí la puerta y me encontré el baño aparentemente vacío porque Santana ya estaba en la ducha.
Me desnudé, me colé apartando la cortina de la ducha y me puse detrás de ella bajo el chorro. Ella se volvió y me dio un lento repaso apreciativo con la mirada.
A continuación, me puso las manos en los hombros y fue bajando mientras acariciaba cada centímetro de mi cuerpo.
Yo permanecí inmóvil con los ojos cerrados.
Noté que me besaba el cuello y el resto se tornó borroso en un remolino de besos, jadeos y mucha exploración mutua.
Nos quedamos en la ducha, cautivadas la una por la otra, hasta que se acabó el agua caliente.
Santana salió antes y me aguantó una toalla abierta. Yo dejé que me envolviera en ella y me decidí a preguntarle algo que llevaba rondándome en la cabeza desde la noche anterior.
—¿Puedo preguntarte por el tatuaje?
Ella se miró la cadera y se pasó el pulgar por el dibujo.
—Me lo hice en Nueva York hace cuatro años. Dos semanas antes de Austin. Siempre había querido uno, creo que te lo dije. Aquel día en el muelle cuando nos pusimos los de mentira, fue uno de los días más bonitos que recuerdo haber tenido. No te dije nada del tatuaje entonces porque quería darte una sorpresa. Pero aquella última noche las cosas se precipitaron un poco...
—Oh —dije al recordar.
—Pensé en quitármelo, pero nunca llegué a hacerlo. A lo mejor fue algo inconsciente. No lo sé.
Yo sonreí.
—Bueno, a mí me gusta. También es uno de mis días favoritos.
Seguimos preparándonos en silencio.
Aun así era agradable, un silencio cómodo.
De vez en cuando miraba a Santana de reojo para recordar que seguía ahí conmigo. A menudo, ella correspondía a mi gesto con una sonrisa o un guiño
travieso.
Yo me sentía como flotando, eso no podía negarse.
De repente la vida estaba llena de un sinfín de posibilidades y yo me sentía lista para todas ellas.
Tras arreglarnos para salir, Santana y yo decidimos finalmente visitar el faro Montauk, el más antiguo del estado de Nueva York y un lugar de interés histórico.
Los faros siempre me habían parecido fascinantes, incluso misteriosos.
Ejercían en mí un efecto relajante, me transmitían una serenidad que no sabría identificar.
Preparamos algo de comida para llevar y yo esperé con ilusión nuestra última tarde en los Hamptons. Bajamos la capota del coche alquilado de Santana y la contemplé mientras conducía.
Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo y le daba un aire especialmente joven.
Sonreí.
Me recordaba a la Santana adolescente que salía en televisión.
Condujimos a toda velocidad por la costa y observé a los paseantes de la playa mientras canturreaba al son de la música que sonaba por la radio.
Ella me miró con ademán reflexivo.
—¿Sabes? Tienes una voz preciosa, Britt. Me había olvidado de lo bien que cantas.
—No, la cantante eres tú—dije yo—Yo me las apaño y poco más.
—Siempre te infravaloras. Hablando de lo cual, los ensayos para Elevation empiezan dentro de dos semanas. ¿Estás nerviosa?
Titubeé.
—Sí, es verdad que empiezan los ensayos, pero creo que para asistir antes tengo que firmar el contrato y devolvérselo.
—¿Qué? ¿A qué esperas? Es un espectáculo hecho a tu medida.
Decidí ser franca con ella.
—A lo mejor solo son nervios, pero me preocupa no ser tan buena como creen que soy.
—Error. Eres mejor y por eso te recomendé. Y, solo para que conste, no lo hice por lo nuestro. Lo hice porque en tu peor día bailas mejor que la mayor parte de la gente en su mejor momento. Llevo tiempo dedicándome a esto, Britt, y tienes un talento difícil de encontrar.
Suspiré.
—Eso lo dices tú.
Ella meneó la cabeza y puso su atención en la carretera.
—Pero qué cabezona llegas a ser.
El faro era tan bonito al natural como en las postales que había visto, incluso más.
Nos hicimos docenas de fotos con el faro detrás, juntas y por separado.
Como no era de extrañar, a Santana la reconocieron varias veces y posó para unas cuantas fotos con un grupo de adolescentes que se lo pidieron.
Más tarde, pasamos por el centro de visitantes y por la tienda de regalos, en donde nos probamos varios sombreros y gafas de sol para divertirnos.
Nos reímos mucho y fue muy agradable.
Al final compré un calendario y Santana escogió una foto enmarcada del faro por la noche. Era una imagen que esperaba poder ver en persona algún día.
Luego encontramos un rincón acogedor encima de una de las rocas más grandes que jalonaban la orilla y picoteamos los quesos y la fruta que habíamos traído desde el surtido frigorífico de la casa de la playa.
Nos tumbamos sobre las rocas, de cara al faro, y hablamos de todos los aspectos de la vida, poniéndonos al día de los detalles de la familia y los amigos de cada una, incluso sobre el tema peliagudo de las relaciones recientes.
— ¿Cuánto tiempo estuvisteis juntas?—pregunté.
Lo pensó un momento.
—Un poco más de tres meses, creo.
Santana se refería a su relación con la modelo Rene Inglata, que había sido portada en un montón de revistas.
— ¿Quién terminó?
—Yo. Lo pasamos bien, pero sencillamente no había lo que tenía que haber. Faltaba algo.
Asentí.
—Te toca—me dijo—Cuéntame cuál ha sido tu última relación.
— ¿Qué constituye exactamente una relación?—le pregunté con los ojos puestos en las nubes del cielo encapotado.
Ella me miró extrañada.
—Bueno cualquiera a la que consideres tu novia, supongo.
—En ese caso, parece que no he tenido ninguna desde ti.
—¿Cómo es posible? He visto fotos tuyas con muchas mujeres. No pasa nada por hablarlo, soy una niña mayor.
—No, no es eso. Ha habido muchas mujeres, pero nunca ha habido... una. Trabajaba mucho y no quería distracciones. Las relaciones no conviven bien con rodar fuera y pasar horas y más horas en el set—la miré significativamente.
—Y, cuando dices muchas, quieres decir...
—Muchas —enfaticé a regañadientes.
—Oh—rumió la información—Así que de ahí vienen todos esos movimientos nuevos.
Me ruboricé avergonzada y un poco triste por la observación.
—San, no me siento orgullosa de cómo he salido adelante y eso me lo ha hecho ver el estar cerca de ti estos últimos meses. Ya no quiero ser ese tipo de persona.
Como para fastidiar, en ese momento el zumbido de mi Black Berry nos interrumpió desde las profundidades de mi bolsillo. La saqué y la silencié.
Era Finn, vi, y volví a prestarle atención a Santana.
—A mí no me importa, sabes, ni tu pasado ni las otras mujeres—Santana me cogió la mano y enlazó los dedos con los míos—Eso no cambia quien eres.
—Gracias.
Volvió a vibrarme el móvil y yo bajé la mirada hacia la pantalla irritada. En esta ocasión era un mensaje de texto y ponía:
[b]
Urgente. Llámame.
[b]Santana me apoyó la barbilla en el hombro y frunció el ceño al ver el mensaje.
—Debería llamarle. Diría que no va a parar.
—Será solo un segundo.
Me levanté y me alejé unos metros mientras llamaba.
Fiel a sí mismo, Finn contestó en voz alta y estridente, como siempre.
—¡Aquí estás! Perdona por molestarte en vacaciones, pero tenemos que hablar.
—De acuerdo, ¿qué pasa?
Me había puesto nerviosa de golpe.
¿Había pasado algo con la oferta de Elevation?
Me maldije por no haber firmado el contrato antes.
—Hoy me ha llamado tu antiguo director de Décima Avenida, Le han dado luz verde en la Warner Brothers para rodar Greystone.
—¿El libro?
—Querrás decir el best-seller, sí.
—Creía que no tenían los derechos. Todo Dios y su madre han intentado hacerse con ese proyecto.
—Te sorprendería lo que consigue el dinero, cariño. Ahora lo tiene Warner Brothers y quieren hacerlo en dos películas y rodarlas en Roma. Dos películas, Brittany, y tu amigo director quiere que seas la protagonista. No digas nada, aún es mejor. El estudio ha visto los dailies de Fase dos y apoyan al cien por cien esa decisión. Todo lo que tienes que hacer es reunirte con ellos. ¿Ves adónde va todo esto?
La cabeza me iba a toda velocidad, pero la impresión me había dejado con la boca abierta.
—Creo que lo voy pillando.
—Bueno, te lo voy a simplificar: acaba de tocarte la puñetera lotería. Esto era lo que estábamos esperando, tu oportunidad de catapultarte a la estratosfera de Hollywood. Con un director de renombre con el que ya tienes una relación profesional excelente, esto huele a Oscar. No podríamos haber imaginado un escenario mejor ni escribiendo nosotros mismos el guion. Serás la nueva actriz de moda en el momento en que Variety se entere de tu fichaje.
No daba crédito a lo que oía.
¿Cómo había sucedido aquello?
Eran buenas noticias.
Joder, eran unas noticias excelentes, pero había muchas cosas que considerar y me daba la impresión de que me estaba perdiendo algo.
—Eh, no me lo puedo creer. Explícamelo mejor. ¿Cuáles son los inconvenientes?
—No hay inconvenientes, eso es que quiero decir. Por supuesto, eso significaría renunciar a Elevation, pero Broadway no va a irse a ninguna parte.
Tenía razón, no iba a hacerlo.
—Estarás liada en casi un año, pero qué mejor sitio para estar liada, créeme. Pasta hasta los topes.
Guau.
¿Italia?
Mandé callar a mi cerebro porque todavía no podía permitirme pensar en
aquello.
Todavía me hacía cruces de que me quisieran a mí y por lo gratificante que era la sensación.
—Eso suena genial. Solo... necesito tiempo para pensar, Finn.
—No hay tiempo. Necesito que vengas a Nueva York esta noche. El representante del estudio está en la ciudad y quiere cenar con nosotros. Hazlo como sea.
—Vale, bueno...—miré mi reloj—Supongo que puedo llegar en unas horas, solo tengo que recoger mis cosas. Envíame los detalles de la reunión.
Colgué y me quedé mirando el teléfono, contenta y anonadada a partes iguales.
—¿Vas a alguna parte?
La voz de Santana me sacó de mi ensueño enseguida.
Mierda, pensé al estrellarme de nuevo contra el suelo.
Santana estaba a mi lado y me miraba con curiosidad.
Recordé el aquí y ahora, ¿en qué estaba pensando?
No quería marcharme, no cuando por fin estaba de vuelta donde quería: con Santana.
No sabía qué hacer.
—No lo sé, ha pasado una cosa súper loca—respondí y volví a sentarme con ella en las rocas.
Ella me puso la mano en la rodilla para tranquilizarme.
—Cuéntame qué te ha dicho.
Le conté los detalles de la conversación y sentí como el entusiasmo se me notaba cada vez más en la voz a medida que hablaba. Santana permaneció callada, asintiendo cuando tocaba.
Al final me volví hacia ella.
—¿Qué te parece?
Me besó el dorso de la mano.
—Estoy muy sorprendida y orgullosísima de ti. Es maravilloso.
Pero cuando desvió la vista hacia la espuma de las olas, la distancia en su mirada decía mucho.
Yo bajé la voz una octava y agaché la cabeza para intentar que me mirara a los ojos.
—No he dicho que fuera a aceptar.
—Ya lo sé. No puedes saber lo que vas a hacer, pero parece que la posibilidad te hace ilusión—me regaló una sonrisa que no llegó a reflejarse en sus ojos.
Aquello era territorio conocido y me invadió una horrible sensación de dejà vu que rasgó el corazón de mi consciencia.
—Supongo que la idea me ha dado un poco de subidón.
Ella asintió, pero se la veía bastante alterada.
—¿Pero vas a ir a la reunión?
Suspiré.
—Pienso que al menos debería oír lo que tienen que decirme, ¿no crees?
—Por supuesto. Te lo debes a ti misma y a todo lo que has conseguido. Claro que tienes que ir.
—Tendríamos que volver a la ciudad antes de una hora. La reunión es esta noche.
—Eh, ¿te importa que yo me quede aquí la noche que queda? Puedo pagarte por la habitación.
Me dolió un poco que no quisiera volver conmigo, pero todavía me dejó más a cuadros que me ofreciera dinero.
—Si es lo que quieres, no hay problema con que te quedes. Pero no quiero tu dinero.
No me contestó, perdida en sus pensamientos, yo empecé a sentir que el mundo se desmoronaba a mí alrededor.
De repente había una distancia entre nosotras que odiaba.
—¿San?
Contestó abruptamente casi como si quisiera dejarse de rodeos.
—Necesito decir algo.
—Vale.
Se deslizó sobre la roca para poder mirarme a la cara y tomó aire.
—Si lo piensas, Brittany, no estamos en una situación increíblemente diferente a la de hace cuatro años. Tenemos bastante éxito en nuestras carreras y eso seguramente nos hará tirar en direcciones diferentes en un momento u otro. Por lo visto, ese momento puede llegar más pronto que tarde. La única oportunidad que tenemos de lograr que lo nuestro funcione es ser totalmente sinceras esta vez—inspiró hondo.
Claramente aquello no le estaba resultando fácil
—Si dependiera de mí, no irías. Te quedarías en Nueva York y harías Elevation, que también puede ser un bombazo para tu carrera si es bien recibida. Podríamos explorar cómo es estar juntas de verdad y hacer las cosas bien. Además, está el hecho de que no quiero separarme de ti. Es egoísta por mi parte, lo sé, pero es lo que quiero y necesito ponerlo todo encima de la mesa.
Sonreí.
Me gustaba oír que me quería cerca.
—Entonces, lo que dices...
Me apretó la mano.
—Es que quiero que lo nuestro funcione. Lo que he dicho lo he dicho de corazón, pero te apoyaré en lo que decidas. Este es el tipo de oportunidad para la que has trabajado toda la vida y a mí me gusta que sueñes a lo grande. Será muy duro, pero puedo hacer algunos sacrificios si eso significa que vas a ser más feliz. Yo no me iré a ninguna parte.
Abrí la boca para decir algo, pero en ese momento cayeron las primeras gotas.
Al principio la lluvia nos resultó refrescante y las dos miramos al cielo con sendas sonrisas. Pero el chaparrón no tardó en animarse y los goterones nos golpearon sin tregua mientras recogíamos las cosas a toda prisa y volvíamos corriendo al coche.
Para cuando llegamos, estábamos las dos empapadas.
Santana cogió la maneta de la puerta del conductor, pero, antes de que la abriera, la detuve, la inmovilicé contra el coche y le planté un beso abrasador. Ella se movió como cogida por sorpresa, aunque enseguida se recuperó, me agarró la nuca y se arrimó todavía más a mí.
Llovía a cántaros y estábamos mojadas de la cabeza a los pies, aun así seguimos besándonos sin parar.
Sus labios estaban húmedos de lluvia y yo tenía la ropa pegada al cuerpo, pero me daba igual. Al final tuve que parar para tomar aire y, cada vez más consciente de las condiciones a nuestro alrededor, le di un último mordisquito y corrí al asiento del acompañante.
Las dos nos metimos en el interior seco del coche en cuanto pudimos.
Cuando llegamos a la casa de la playa, solo tuvimos unos minutos juntas antes de que yo tuviera que hacer el equipaje para volver si quería llegar a tiempo.
Santana me acompañó a la puerta y me dio un termo de café para el camino.
—Conduce con cuidado. Si no deja de llover, las carreteras estarán mojadas.
—Sí, señora. ¿Seguro que no quieres venir conmigo?
Ella negó con la cabeza y volvió a poner aquella mirada distante.
Maldición.
—Creo que necesito una noche más antes de volver al mundo real.
Le rodeé la cintura con los brazos y la atraje hacia mí.
—Estoy celosa. Me gustaría mucho quedarme.
Ella me miró a los ojos con expresión grave e intensa.
—Espero que consigas lo que quieres, Britt-Britt. Sea lo que sea.
Se me puso un nuco en la garganta que no me dejó hablar.
En lugar de eso, asentí.
Lo que deseaba con más desesperación era no hacerle daño, pero al mismo tiempo no sabía cómo lograr combinarlo con la vida tal y como la conocía.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Epílogo
Al fin!!!!! rachel, donde quiera que estes disfrutando de quinn, una ovacion de pie!!!!!! a ver como van las cosas entre ellas a partir de ahora!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Epílogo
Primero me alegro y luego me enfurezco!!! en serio brittany, otra vez??????
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Epílogo
Hola morra....
La moneda volvió a caer de el mismo lado que hace 4 años... ahora depende de britt!!!
Me gusta que estén juntas.. de nuevo!!!
Nos vemos!
La moneda volvió a caer de el mismo lado que hace 4 años... ahora depende de britt!!!
Me gusta que estén juntas.. de nuevo!!!
Nos vemos!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Epílogo
Mmmmm que decisión difícil. Veremos que decide Britt!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Epílogo
micky morales escribió:Al fin!!!!! rachel, donde quiera que estes disfrutando de quinn, una ovacion de pie!!!!!! a ver como van las cosas entre ellas a partir de ahora!!!!!
micky morales escribió:Primero me alegro y luego me enfurezco!!! en serio brittany, otra vez??????
Hola, jajjajaa justo estaba subiendo el cap cuando comentaste xD Pero si, al fin!!! rachel dio un gran consejo y britt le hizo caso, asik que disfrute noma con su quinny! ajajajajajajajaja. Esperaba y fueran bn, pero el destino otra vez las quiere separar, no¿? ¬¬ Saludos =D
3:) escribió:Hola morra....
La moneda volvió a caer de el mismo lado que hace 4 años... ahora depende de britt!!!
Me gusta que estén juntas.. de nuevo!!!
Nos vemos!
Hola lu, mmm esk las cosas se repiten una y otra vez ¬¬ creo q el destino no las quiere juntas... aun jajajajajaajaja. A mi tmbn! jajajajaja. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Epílogo
monica.santander escribió:Mmmmm que decisión difícil. Veremos que decide Britt!!!
Saludos
Hola, si, si q lo es =/ Esperemos y lo q decida sea bueno para ambas. Justo subo un cap! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Cap 23-Ultimo
Capitulo 23 - Ultimo
Estaba bastante segura de que el tráfico horrible que se acumulaba justo cuando tenías una cita importante era cosa.
Las dos horas que debería haber tardado en llegar al centro en coche se habían convertido en tres y media.
Y, sin embargo, por alguna razón no me preocupaba tanto como debería.
Sentada en el reducido habitáculo del coche, saqué una naranja del bolso y me puse a tirarla al aire con la mirada fija en la carretera, pestañeando mientras pensaba.
Protagonizar una película como aquella me abriría la puerta a miríadas de oportunidades en Hollywood. Podría poner el precio que quisiera, buscar mis propios proyectos y elegir el que más me gustara entre una gran variedad de trabajos de primera línea. Para eso había servido todo el duro trabajo que había hecho.
Pero, si aquel era el caso, ¿por qué no estaba dando saltos de alegría?
¿Por qué no quería abrirme paso entre el tráfico y llegar a tiempo a una reunión que podía cambiarme la vida para siempre?
Dejé la naranja cuando mi proceso mental cobró velocidad.
Empecé a hacer una lista en mi cabeza de los momentos más felices de mi vida y llegué a una conclusión desconcertante: aquellos momentos no estaban centrados en mis logros artísticos ni en ningún tipo de premios ni nominaciones que me hubieran dado.
No eran las largas horas que había pasado desarrollando un personaje o cuando recibía una llamada para decirme que me habían dado un papel que quería desesperadamente.
Los momentos más preciosos de mi vida, los recuerdos que guardaba con más cariño que ningún otro eran los relacionados con Santana.
Los ratos que habíamos pasado en su camerino después de las funciones durante la gira, hablando o sin hablar, nuestra primera cita en el muelle y cuando apareció por sorpresa a la salida del teatro.
También estaba el fin de semana que acabábamos de compartir, en el que había notado que todo volvía a cobrar sentido del modo más maravilloso.
Cuando estaba con ella me sentía viva y el mundo aparecía brillante y lleno de color.
Cuando no estaba con ella, siempre andaba buscando algo, lo que fuera, que me hiciera sentir como lo hacía ella.
Por Dios, si ya la echaba tanto de menos que me costaba hasta respirar.
A punto de lograr algo grande, salí de la carretera para aparcar a un lado. Allí estaba: la verdad justo delante de mis narices.
Nada me haría sentir como ella.
Estaba locamente enamorada de Santana.
—Soy idiota—me dije en el coche vacío y apoyé la cabeza en el volante.
Durante muchos años había estado segura de quién era y de lo que quería de la vida para ser feliz, pero ahí en la oscuridad, con la lluvia azotando el parabrisas, no podía ignorar el hecho de que amaba a Santana más de lo que había amado a nadie en la vida.
No estaba enamorándome de ella, sino que ya lo estaba y daba igual cuánto luchara contra ello.
Seguramente llevaba enamorada mucho tiempo.
En aquel instante sentí que mi corazón por fin se encontraba donde siempre había debido estar.
Actué deprisa y saqué la cartera.
—Maldita sea —refunfuñé.
Me daba rabia ser tan desorganizada.
Tiré todo lo que llevaba en la cartera en el asiento del acompañante y por fin encontré lo que buscaba. Pasé el pulgar por la sencilla tarjeta de visita y di un alegre zapateado mental. Saqué el móvil del bolsillo y marqué el número que ponía en la tarjeta.
—Hola, ¿Rory? Soy Brittany Pierce, nos conocimos ayer. Perdona que te moleste, necesitaría un favor. ¿Podrías ayudarme con algo muy importante para mí?
Cuando llegué a la casa de la playa pasaba de la una de la madrugada.
Había hecho unas cuantas paradas en el camino y todavía sentía los efectos de una de ellas.
Me quedé mirando fijamente el porche a oscuras y, nerviosa, me dije que era ahora o nunca.
Me froté las manos y llamé con suavidad.
No contestó nadie.
Di un paso adelante y llamé un poco más fuerte.
Santana tardó un minuto o dos en venir a la puerta. Encendió la luz del porche y entornó los ojos.
—¿Si?
Parecía preocupada, adormilada y tan guapa como siempre. El estómago se me volvía del revés cada vez que la veía.
—No pasa nada, soy yo.
—¿Britt? ¿Está todo bien? ¿Qué hora es?
—Cerca de las dos de la mañana y todo está bien. Más que bien. Es maravilloso—le dije sin poder contener la sonrisa.
Ella ladeó la cabeza.
—¿Es por el papel? ¿La oferta era mejor de lo que esperabas?
—Estoy enamorada de ti—me encogí de un hombro y lo dejé caer sin más.
Santana me miró y tragó saliva.
Parece que la había dejado sin habla.
Tardó lo que me pareció una eternidad antes de volver a hablar, pero cuando lo hizo fue con voz tímida y altamente adorable.
—¿Ah, sí?
Asentí.
Sentía mi corazón tan fuera de control y tan vulnerable en aquel momento que rezaba para encontrar las palabras que necesitaba.
—Sí. Creo que te he querido desde el primer día que pasamos juntas en el muelle y no he dejado de hacerlo desde entonces. Ha sido una estupidez dejar que pasara tanto tiempo sin decirlo, pero ahora sé que no quiero volver a pasar un solo día separada de ti—cogió sus manos, que me temblaban descontroladamente—He cometido errores, ya lo sé. Pero, San, te juro que te amaré durante el resto de mi vida y nada, ni siquiera mi estúpida ambición, pasará por delante de ti. Le he dicho a Finn que lo olvide. No quiero ir a Italia a no ser que te siga a ti ahí, cosa que haría. Por favor, dime que me perdonas y que pasarás el resto de tu vida conmigo y que le enseñarás a nuestros hijos a jugar a bolos y...
No pude terminar porque ella me besó y empecé a llorar de nuevo.
—Sí—me susurró al oído—Yo quiero lo mismo. Te quiero, Britt. Claro que te quiero.
Me reí entre lágrimas y la abracé con fuerza.
Notaba cómo le latía el corazón contra el mío y supe que por fin estaba en el lugar al que pertenecía.
Entonces lo recordé.
—Espera, tengo algo para ti—saqué la cajita que llevaba en el bolsillo y extraje el relicario de plata—Vi esto en la primera tienda de antigüedades que visitamos. La inscripción de la parte de atrás dice: «Para mi amor. La eternidad es nuestra». Cuando leí esas palabras, en el fondo supe que eran para ti. En su momento fui demasiado tímida para reconocerlo, pero siempre ha estado ahí, San. La inscripción dice lo que llevo en el corazón. Por favor créeme cuando te digo que no hay nada que desee más que pasar la eternidad contigo.
Le temblaba un poco la mano cuando aceptó el reí icario y acarició el ancla con la yema de los dedos estudiando el detalle.
—Es maravilloso—dijo y abrió y se quedó helada.
Dentro había una foto nuestra en el faro, abrazadas y sonriéndole a la cámara.
—Britt—susurró entrecortadamente llevándose el relicario al pecho—Gracias—se lo puso en el cuello y luego se inclinó hasta apoyar la frente en la mía—No sé ni qué decir. Lo cuidaré como un tesoro. Y a ti también. Te lo prometo—me cogió la mano y la seguí adentro.
Una vez en el interior suspiré.
Me sentía ligera como una pluma.
—No tienes ni idea de lo agradable que es estar de vuelta. Me entran ganas de gritar desde el tejado o algo así.
—Mmm, ¿crees que podríamos gritar mañana?—me apartó el pelo y me dio un beso en la nuca.
Mi cuerpo respondió a su pregunta antes que mi boca y me di la vuelta en sus brazos. La miré a los ojos y le acaricié el cabello con ternura hasta soltarle la cola de caballo. La melena le cayó alrededor del rostro en ondas suntuosas y a mí me dio un vuelco el corazón por lo guapa que estaba.
Noté un escalofrío, como si me recorriera una corriente eléctrica, y nos movimos la una hacia la otra al mismo tiempo fundiéndonos en un caliente beso con lengua.
Alguien gimió.
Puede que fuéramos las dos.
Santana nos guio hasta la habitación. Ninguna estaba dispuesta a interrumpir lo que habíamos empezado para acostarnos como personas civilizadas.
No fuimos delicadas ni elegantes, más bien una fuerza de la naturaleza.
Incapaces de separarnos ni de dejar de besarnos un solo instante.
Chocamos contra las paredes, con los muebles y con el marco de la puerta hasta que por fin mis rodillas se dieron con la cama y dejamos de avanzar.
Desnudarnos la una a la otra era un lujo para el que no teníamos tiempo. Me desnudé todo lo deprisa que pude y Santana hizo lo mismo.
Cuando nos reunimos a los pies de la cama, sin separar sus manos de mí, me acarició cada centímetro de piel desnuda mientras me provocaba y me torturaba los pechos con la boca.
Sin embargo, cuando me agarró de las caderas y me atrajo hacia ella, dejé escapar un quejido de dolor.
Santana se quedó inmóvil.
—¿Estás bien? ¿Te he hecho daño?—me preguntó escrutando mi rostro en la habitación en penumbra.
—No, no, estoy bien. A lo mejor deberías ir con cuidado con mi cadera izquierda. Tardará unos cuantos días en curarse.
—¿Curarse?—repitió y me examinó el costado con cara de preocupación. Cuando levantó la mirada parecía muy sorprendida—¿Cuándo te has hecho esto?
Eché un vistazo al reloj que había en la mesita de noche.
—¿Hace unas horas?
—Britt-Britt—recorrió con el dedo muy suavemente el pequeño tatuaje del trébol con la letra S en el centro—, Me encanta.
—A mí también.
—No puedo creer que hayas hecho esto por mí.
—Por nosotras—corregí.
—Nosotras—asintió, que dejó que el peso de la palabra se asentara. Lentamente me empujó de espaldas sobre la cama y se tumbó conmigo—Te quiero.
Me estiré para besarla rodeándole el cuello con los brazos.
—Doy gracias a Dios por eso.
Las dos horas que debería haber tardado en llegar al centro en coche se habían convertido en tres y media.
Y, sin embargo, por alguna razón no me preocupaba tanto como debería.
Sentada en el reducido habitáculo del coche, saqué una naranja del bolso y me puse a tirarla al aire con la mirada fija en la carretera, pestañeando mientras pensaba.
Protagonizar una película como aquella me abriría la puerta a miríadas de oportunidades en Hollywood. Podría poner el precio que quisiera, buscar mis propios proyectos y elegir el que más me gustara entre una gran variedad de trabajos de primera línea. Para eso había servido todo el duro trabajo que había hecho.
Pero, si aquel era el caso, ¿por qué no estaba dando saltos de alegría?
¿Por qué no quería abrirme paso entre el tráfico y llegar a tiempo a una reunión que podía cambiarme la vida para siempre?
Dejé la naranja cuando mi proceso mental cobró velocidad.
Empecé a hacer una lista en mi cabeza de los momentos más felices de mi vida y llegué a una conclusión desconcertante: aquellos momentos no estaban centrados en mis logros artísticos ni en ningún tipo de premios ni nominaciones que me hubieran dado.
No eran las largas horas que había pasado desarrollando un personaje o cuando recibía una llamada para decirme que me habían dado un papel que quería desesperadamente.
Los momentos más preciosos de mi vida, los recuerdos que guardaba con más cariño que ningún otro eran los relacionados con Santana.
Los ratos que habíamos pasado en su camerino después de las funciones durante la gira, hablando o sin hablar, nuestra primera cita en el muelle y cuando apareció por sorpresa a la salida del teatro.
También estaba el fin de semana que acabábamos de compartir, en el que había notado que todo volvía a cobrar sentido del modo más maravilloso.
Cuando estaba con ella me sentía viva y el mundo aparecía brillante y lleno de color.
Cuando no estaba con ella, siempre andaba buscando algo, lo que fuera, que me hiciera sentir como lo hacía ella.
Por Dios, si ya la echaba tanto de menos que me costaba hasta respirar.
A punto de lograr algo grande, salí de la carretera para aparcar a un lado. Allí estaba: la verdad justo delante de mis narices.
Nada me haría sentir como ella.
Estaba locamente enamorada de Santana.
—Soy idiota—me dije en el coche vacío y apoyé la cabeza en el volante.
Durante muchos años había estado segura de quién era y de lo que quería de la vida para ser feliz, pero ahí en la oscuridad, con la lluvia azotando el parabrisas, no podía ignorar el hecho de que amaba a Santana más de lo que había amado a nadie en la vida.
No estaba enamorándome de ella, sino que ya lo estaba y daba igual cuánto luchara contra ello.
Seguramente llevaba enamorada mucho tiempo.
En aquel instante sentí que mi corazón por fin se encontraba donde siempre había debido estar.
Actué deprisa y saqué la cartera.
—Maldita sea —refunfuñé.
Me daba rabia ser tan desorganizada.
Tiré todo lo que llevaba en la cartera en el asiento del acompañante y por fin encontré lo que buscaba. Pasé el pulgar por la sencilla tarjeta de visita y di un alegre zapateado mental. Saqué el móvil del bolsillo y marqué el número que ponía en la tarjeta.
—Hola, ¿Rory? Soy Brittany Pierce, nos conocimos ayer. Perdona que te moleste, necesitaría un favor. ¿Podrías ayudarme con algo muy importante para mí?
Cuando llegué a la casa de la playa pasaba de la una de la madrugada.
Había hecho unas cuantas paradas en el camino y todavía sentía los efectos de una de ellas.
Me quedé mirando fijamente el porche a oscuras y, nerviosa, me dije que era ahora o nunca.
Me froté las manos y llamé con suavidad.
No contestó nadie.
Di un paso adelante y llamé un poco más fuerte.
Santana tardó un minuto o dos en venir a la puerta. Encendió la luz del porche y entornó los ojos.
—¿Si?
Parecía preocupada, adormilada y tan guapa como siempre. El estómago se me volvía del revés cada vez que la veía.
—No pasa nada, soy yo.
—¿Britt? ¿Está todo bien? ¿Qué hora es?
—Cerca de las dos de la mañana y todo está bien. Más que bien. Es maravilloso—le dije sin poder contener la sonrisa.
Ella ladeó la cabeza.
—¿Es por el papel? ¿La oferta era mejor de lo que esperabas?
—Estoy enamorada de ti—me encogí de un hombro y lo dejé caer sin más.
Santana me miró y tragó saliva.
Parece que la había dejado sin habla.
Tardó lo que me pareció una eternidad antes de volver a hablar, pero cuando lo hizo fue con voz tímida y altamente adorable.
—¿Ah, sí?
Asentí.
Sentía mi corazón tan fuera de control y tan vulnerable en aquel momento que rezaba para encontrar las palabras que necesitaba.
—Sí. Creo que te he querido desde el primer día que pasamos juntas en el muelle y no he dejado de hacerlo desde entonces. Ha sido una estupidez dejar que pasara tanto tiempo sin decirlo, pero ahora sé que no quiero volver a pasar un solo día separada de ti—cogió sus manos, que me temblaban descontroladamente—He cometido errores, ya lo sé. Pero, San, te juro que te amaré durante el resto de mi vida y nada, ni siquiera mi estúpida ambición, pasará por delante de ti. Le he dicho a Finn que lo olvide. No quiero ir a Italia a no ser que te siga a ti ahí, cosa que haría. Por favor, dime que me perdonas y que pasarás el resto de tu vida conmigo y que le enseñarás a nuestros hijos a jugar a bolos y...
No pude terminar porque ella me besó y empecé a llorar de nuevo.
—Sí—me susurró al oído—Yo quiero lo mismo. Te quiero, Britt. Claro que te quiero.
Me reí entre lágrimas y la abracé con fuerza.
Notaba cómo le latía el corazón contra el mío y supe que por fin estaba en el lugar al que pertenecía.
Entonces lo recordé.
—Espera, tengo algo para ti—saqué la cajita que llevaba en el bolsillo y extraje el relicario de plata—Vi esto en la primera tienda de antigüedades que visitamos. La inscripción de la parte de atrás dice: «Para mi amor. La eternidad es nuestra». Cuando leí esas palabras, en el fondo supe que eran para ti. En su momento fui demasiado tímida para reconocerlo, pero siempre ha estado ahí, San. La inscripción dice lo que llevo en el corazón. Por favor créeme cuando te digo que no hay nada que desee más que pasar la eternidad contigo.
Le temblaba un poco la mano cuando aceptó el reí icario y acarició el ancla con la yema de los dedos estudiando el detalle.
—Es maravilloso—dijo y abrió y se quedó helada.
Dentro había una foto nuestra en el faro, abrazadas y sonriéndole a la cámara.
—Britt—susurró entrecortadamente llevándose el relicario al pecho—Gracias—se lo puso en el cuello y luego se inclinó hasta apoyar la frente en la mía—No sé ni qué decir. Lo cuidaré como un tesoro. Y a ti también. Te lo prometo—me cogió la mano y la seguí adentro.
Una vez en el interior suspiré.
Me sentía ligera como una pluma.
—No tienes ni idea de lo agradable que es estar de vuelta. Me entran ganas de gritar desde el tejado o algo así.
—Mmm, ¿crees que podríamos gritar mañana?—me apartó el pelo y me dio un beso en la nuca.
Mi cuerpo respondió a su pregunta antes que mi boca y me di la vuelta en sus brazos. La miré a los ojos y le acaricié el cabello con ternura hasta soltarle la cola de caballo. La melena le cayó alrededor del rostro en ondas suntuosas y a mí me dio un vuelco el corazón por lo guapa que estaba.
Noté un escalofrío, como si me recorriera una corriente eléctrica, y nos movimos la una hacia la otra al mismo tiempo fundiéndonos en un caliente beso con lengua.
Alguien gimió.
Puede que fuéramos las dos.
Santana nos guio hasta la habitación. Ninguna estaba dispuesta a interrumpir lo que habíamos empezado para acostarnos como personas civilizadas.
No fuimos delicadas ni elegantes, más bien una fuerza de la naturaleza.
Incapaces de separarnos ni de dejar de besarnos un solo instante.
Chocamos contra las paredes, con los muebles y con el marco de la puerta hasta que por fin mis rodillas se dieron con la cama y dejamos de avanzar.
Desnudarnos la una a la otra era un lujo para el que no teníamos tiempo. Me desnudé todo lo deprisa que pude y Santana hizo lo mismo.
Cuando nos reunimos a los pies de la cama, sin separar sus manos de mí, me acarició cada centímetro de piel desnuda mientras me provocaba y me torturaba los pechos con la boca.
Sin embargo, cuando me agarró de las caderas y me atrajo hacia ella, dejé escapar un quejido de dolor.
Santana se quedó inmóvil.
—¿Estás bien? ¿Te he hecho daño?—me preguntó escrutando mi rostro en la habitación en penumbra.
—No, no, estoy bien. A lo mejor deberías ir con cuidado con mi cadera izquierda. Tardará unos cuantos días en curarse.
—¿Curarse?—repitió y me examinó el costado con cara de preocupación. Cuando levantó la mirada parecía muy sorprendida—¿Cuándo te has hecho esto?
Eché un vistazo al reloj que había en la mesita de noche.
—¿Hace unas horas?
—Britt-Britt—recorrió con el dedo muy suavemente el pequeño tatuaje del trébol con la letra S en el centro—, Me encanta.
—A mí también.
—No puedo creer que hayas hecho esto por mí.
—Por nosotras—corregí.
—Nosotras—asintió, que dejó que el peso de la palabra se asentara. Lentamente me empujó de espaldas sobre la cama y se tumbó conmigo—Te quiero.
Me estiré para besarla rodeándole el cuello con los brazos.
—Doy gracias a Dios por eso.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Epílogo
Me tomo por sorpresa que fuera el ultimo capitulo.
Bien Britt por fin San es la prioridad de alguien!!!!
Saludos
Bien Britt por fin San es la prioridad de alguien!!!!
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Epílogo
Se les presentó la misma situación de nuevo, pero esta vez Britt eligió primero el amor, a San, quien la hace inmensamente feliz !
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Epílogo
Hola morra....
Bueno britt reconoció su error se hace 4 años eso es lo bueno y tubo la revancha de arreglarlo....
Me encantó lo que le regaló britt a san ja ja
Ya termina en serio???
Nos vemos!!!
Bueno britt reconoció su error se hace 4 años eso es lo bueno y tubo la revancha de arreglarlo....
Me encantó lo que le regaló britt a san ja ja
Ya termina en serio???
Nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Epílogo
que increible final y que lastima que haya terminado, ha sido lo esperado, al fin britt penso!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Epílogo
monica.santander escribió:Me tomo por sorpresa que fuera el ultimo capitulo.
Bien Britt por fin San es la prioridad de alguien!!!!
Saludos
Hola, si yo no me di cuenta hasta que lo subi xD jajajaajaj. SI! san se lo merecia despues de todo ese tiempo, y britt hizo las cosas como debian! SI! Saludos =D
JVM escribió:Se les presentó la misma situación de nuevo, pero esta vez Britt eligió primero el amor, a San, quien la hace inmensamente feliz !
Hola, si, xq como dicen al vida da segundas oportunidades, y si bn a ellas les dio tres, les dio la oportunidad de repetir la situacion q las separo, pero ahora las cosas salieron bn! Viva el amor!!! y las brittana! jajajaja. Saludos =D
3:) escribió:Hola morra....
Bueno britt reconoció su error se hace 4 años eso es lo bueno y tubo la revancha de arreglarlo....
Me encantó lo que le regaló britt a san ja ja
Ya termina en serio???
Nos vemos!!!
Hola lu, si, la vida les dio otra oportunidad de revivir el pasado y ahora si salio como debia! jajaajajaj. Aii si son un amor!!! son perfectas ajajajajaj. Si =/ aquí el epílogo! Saludos =D
micky morales escribió:que increible final y que lastima que haya terminado, ha sido lo esperado, al fin britt penso!!!!!
Hola, si¿? eso es bueno ajajajajaj, pero si eso es lo malo =/ JAjajaajaja que bueno q te gusto y que britt hiciera bn las cosas ahora! ajajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Epílogo
Epílogo
Tres Meses Después
Me despertó el piar de los pájaros que se posaban en la escalera de incendio y sonreí.
Me arrimé a la espalda de Santana, le rodeé la cintura con el brazo y le hundí la nariz en el pelo. Me podría haber contentado con seguir ahí para siempre.
Ella se removió y se volvió para mirarme.
—Hola, Britt-Britt—dijo en su adorable voz adormilada.
—Hola.
—Es domingo.
—Lo sé.
—Deberíamos decir que estamos enfermas y quedarnos aquí.
—Me da la sensación de que a nuestros productores no les gustaría mucho. Es un día importante y creo que la gente se daría cuenta.
Me dio un beso en la nariz.
—Bueno, ¿sabes?, a mí ya no me parece tan importante.
—Algo de razón tienes—repuse y la abracé.
—Dios, me encantan estas mañanas—dijo acomodándose entre mis brazos—Esto es todo lo que necesito. Esto y algo de comer, a lo mejor. Estas últimas dos semanas no te he visto demasiado. Con suerte, después de esta noche nuestros horarios se asentarán un poco y podremos tener una rutina. Te he echado de menos.
—Yo también. ¿Sabes?, no es fácil pasar cada día por delante de un cartel tuyo de tres pisos de alto de camino al trabajo. Muchas gracias.
Santana levantó la cabeza para verme mejor y compuso una mueca acusadora.
—¿Es que te has perdido el tuyo dos edificios más abajo? Me vuelve loca tener que verlo cada día sabiendo que no te voy a ver hasta muchas... muchas horas después.
—Ese no cuenta. Es una silueta mía bailando. No se me ve la cara ni se me distingue.
Ella abrió unos ojos como platos exasperada.
—Es una silueta de tu cuerpo, en el cual tengo cierta experiencia—alargó la mano hacia abajo y empezó a provocarme sin tapujos—Creo que es la manera que tiene el destino de torturarme.
—Hablando de tortura—dije tomando aire de golpe.
Santana levantó una ceja.
—Ah, ¿no te gusta?—preguntó en tono inocente—¿Quieres que pare, Britt-Britt?
—Puede que... no.
—Entonces supongo que debería terminar.
Tenía un brillo travieso en los ojos mientras descendía por la cama.
"Que Dios me ayude."
El día no podría haber sido más pintoresco.
Doblamos la última esquina de camino a nuestros respectivos teatros. Había refrescado un poco y las aceras estaban abarrotadas de espectadores de matiné.
Era una de esas tardes perfectas de domingo con un cielo tan brillante que te duele el corazón.
Íbamos por la calle con las manos cogidas ligeramente y, cuando llegamos a la puerta del escenario de Booth, nos metimos bajo la marquesina de Schubert Alley para despedirnos.
—Cuida de ese modelito. Es uno de mis preferidos—me dijo indicando los vaqueros y la sudadera que llevaba—Aunque empiezo a pensar que te queda mejor a ti.
Le robé un beso.
—No es posible.
—¿Dónde quieres que quedemos después del trabajo? No vamos a tener mucho tiempo para prepararnos.
—Bueno, con toda la prensa empeñada en que somos rivales a muerte...—bromeé—A lo mejor deberíamos quedar en algún punto neutral entre los dos teatros para que nadie piense que se trata de un intento hostil de invasión.
—Quedaré contigo donde quieras—dijo ella rozando mi cuello con los labios.
—Ah, tontina—la rodeé con los brazos—¿Seguro que tienes que irte? No se está mal contigo.
Ella se apartó y sonrió irónicamente.
—Es lo que pone en mi contrato.
—Mierda.
Cogió su bolsa y se metió en el callejón.
—Pero tengo buenas noticias.
—¿El qué?—le pregunté mientras se alejaba.
—Tenemos el resto de nuestras vidas por delante—gritó lanzándome un beso. Luego giró sobre sus talones y cruzó la calle para transformarse en una pícara cantante de club nocturno.
Mientras la veía alejarse, supe que la amaría durante el resto de mi vida.
Levanté la mirada hacia el cielo azul no pude evitar sonreír.
La vida era hermosa.
Hicieron una pausa publicitaria de dos minutos y el público del Radio City Music Hall se puso a charlar animadamente con sus acompañantes y amigos.
El Music Hall era un torbellino de coloridos trajes de noche y esmóquines de marca; el ambiente glamuroso perfecto para que los peces gordos del teatro se dieran palmaditas los unos a los otros.
Santana se volvió en el asiento para mirarme.
—¿A qué hora me has dicho que llegaba el camión? Quiero estar segura de que Kurt y Quinn están en mi casa antes de que lleguen. Vamos a necesitar más ayuda para descargar.
—La compañía dijo que llegarían entre las nueve y las once—contesté.
—Vale, entonces a lo mejor les digo a las ocho y media. Podemos imitarlos a desayunar antes. ¿Qué te parece?
—Perfecto—sonreí justo cuando la orquesta empezaba a tocar para marcar que volvíamos a estar en directo.
Tras una breve introducción y un poco de cháchara entre los presentadores, anunciaron la siguiente categoría.
—Y las nominadas a Mejor Actriz de Musical son...
Santana me dio la mano y yo se la apreté alentadora.
En broma, habíamos dicho que la que ganara de las dos —eso si no perdíamos ambas—tendría que fregar los platos todo el mes para compensar a la otra.
Pero, bromas aparte, no podía sino esperar que en aquel sobre estuviera el
nombre correcto tenía una opinión muy definida sobre cuál era.
Por fin había llegado el momento, un momento que había imaginado toda la vida, y la sensación era surrealista.
No cuerdo oír los nombres de las nominadas, pero Santana me contó que los leyeron seguidos. Sí que recuerdo sentir que el corazón se me iba a salir del pecho y, justo antes de que abrieran el sobre, lancé una oración y concentré mi deseo todo lo fuerte que pude.
—Y el Tony a la Mejor Actriz de Musical es para... Santana López por Cabaret.
Enseguida me puse en pie para aplaudir y me volví hacia Santana, que permanecía perpleja en su asiento. Me agaché y le tendí la mano; ella la cogió antes de subir al escenario, deslumbrada. Yo me senté y me tapé la boca con la mano.
Estaba tan contenta que no sabía si qué hacer.
La observé subir los escalones grácilmente y aceptar el merecido premio con los ojos llenos de lágrimas, al igual que los míos.
—Ay, Dios—dijo mirando al premio—Llevo pensando en este momento desde que tenía diez años y, ahora que estoy aquí delante de todos ustedes, no sé qué decir.
El público se rio en muestra de apoyo.
—Esperen, sí lo sé —lo reconsideró, y la gente aún se rio más—Siempre he querido ser una artista, crear personajes creíbles que la gente recordase. Gracias a todos los que me han dado la oportunidad de hacerlo. Algunos de ustedes creyeron en mí cuando yo no creía que fuera más que una ex estrella de televisión acabada y por eso os estaré eternamente agradecida. Gracias a mis compañeros de reparto, mi reparto de fábula, porque esto jamás habría ocurrido sin vuestro genio creativo encima del escenario cada noche. Todo lo que hago se debe a lo que me dais. A mis compañeras nominadas, es un honor estar entre ustedes. Creo que son todas increíbles. Y, finalmente, gracias Brittany—dijo con voz algo estrangulada—Esto debería haber sido para ti. En serio, lo sé desde que te vi actuar por primera vez. Pero también hay otra cosa que te pertenece. Mi corazón. Y eso nunca cambiará. Te quiero. Gracias a todos.
Apenas podía ver a través de las lágrimas cuando Santana salió del escenario y se fue entre bambalinas. Inspiré hondo para calmarme, pero no
pude borrar la sonrisa de mi cara.
Jamás me había sentido tan feliz, y se me escapó una carcajada ante la ironía.
Si alguien me hubiera dicho a los doce años lo emocionada que estaría por perder el Tony a Mejor Actriz de Musical, lo habría tomado por loco. Pero la vida da muchas vueltas y disfruta lanzándote bolas curvas.
A veces, cuando persigues un sueño encuentras otro.
Santana y pasar la vida juntas son mi sueño hecho realidad.
Es lo más auténtico que he tenido nunca y, aunque nos costó mucho tiempo acabar juntas, puedo decir con absoluta certeza que no cambiaría un solo momento.
Es nuestra historia.
Años Después
—Mamá.
Santana miro como su pequeña Susan la llamaba desde los brazos de su esposa.
—Mamá.
Santana no pudo más de amor y se acercó a sus dos rubias.
—Hola mi amor—dijo Santana mientras besaba por toda la cara su hija y esta solo reía y le apretaba las mejillas su mamá—Eres tan hermosa—beso su frente y luego miro a su rubia mayor—Hola mi Britt-Britt—dijo para luego besarla en los labios.
—Hola Sanny—dijo Brittany—Esta cosita revoltosa no hacia otra cosa llamarte—dijo mientras besaba la mejilla de Susan—Entonces decidimos venir por ti.
Santana volvió a sonreír con amor y besas a ambas ojiazules.
—Estaba preparando los últimos detalles para la fiesta.
Las tres estaban en el centro del patio de su casa esperando a los invitados.
—Yo la cargo, descansa un poco—dijo Santana mientras tomaba en brazos a su hija—Espero y no le regale más cosas a Susan, la consienten demasiado, Britt—termino con una fingida mirada de enojo.
Brittany la miro con una ceja levantada y sin poder creer lo que su morena esposa decía.
—¿Enserio, San? ¿Tú dices eso? Que le has comprado su…—paro mientras pensaba—… Tercer regalo.
Santana evito la miraba azul y miro a su hija.
—Pero Britt, uno por cada año, así es la tradición, ¿no?—dijo Santana con fingida inocencia.
—No, no lo es. Es uno por año—dijo Brittany con una sonrisa burlona.
—¿Qué? No puede ser, Britt-Britt—dijo Santana con fingida sorpresa—He vivido engañada toda mi vida.
Brittany justo iba a decir algo cuando escucharon que gente entraba al patio.
Ambas voltearon y vieron que era Quinn con Rachel y su hermoso hijo Charlie. Y una segunda en camino, Alexa.
—¿Dónde está mi chica favorita?—pregunto Rachel.
—Aquí—dijeron al mismo tiempo Brittany y Santana.
Rachel se acercó con una gran sonrisa y los brazos abiertos, Brittany y Santana con una gran sonrisa se acercaron a la morena más baja, quien arrebato a Susan de los brazos de la morena y la lleno de besos.
Brittany y Santana solo se miraron con el ceño fruncido.
—¿No esperaban que fueran ustedes, verdad?—pregunto una risueña Quinn mientas saludaba a las dueñas de casa.
Brittany y Santana se miraron entre sí para luego negar con la cabeza.
—No, solo le quería entregar a Susan antes de que se durmiera—dijo Santana—Hola pequeño—saludo a Charlie quien rio picaron—Tu misma sonrisa—le dijo a Quinn quien rio—Holas chicas.
—Alguna silla para esta pobre embarazada de ocho meses—dijo Rachel mientras se tocaba el estómago.
—Aquí amor, siéntate y estira tus lindas piernas—dijo una enamorada Quinn mientras le pasaba dos sillas para que su morena estuviera cómoda y luego besaba el abultado vientre, para luego hacer lo mismo con su esposa.
Brittany las miro con cariño.
—¿Cómo va el embarazo Rach?—pregunto la ojiazul.
—Ya no me veo los pies y siento que Alexa ya quiere salir—dijo Rachel.
—¿Ya no queda nada, no?—pregunto Santana mientras le daba jugo al pequeño Charlie.
—No, se supone que el otro mes tiene que nacer, pero el parte se puede atrasar un poco—dijo Rachel mientras se acariciaba el vientre.
—¿Están nerviosas?—pregunto Santana.
—No—dijo Quinn con una gran sonrisa.
Rachel la miro con una ceja levantada y una sonrisa de incredulidad. La ojiverde hizo como que no la vio.
—¿Quinny por qué no vamos a acostar a estos traviesos?—dijo Rachel mientras veía como Susan estaba ya dormida en sus brazos y Charlie iba por las mismas.
—Sí, así podrán estar despiertos cuando lleguen todo—concordó Quinn.
—Déjenlos en la pieza de Susan, ahí están los monitores y los podremos ver y escuchar—dijo Santana.
Justo sonó el timbre.
—Deben ser Kurt y Blaine, Roderick quería llegar pronto—dijo Brittany.
—Nosotras vemos quien es—dijo Rachel mientras se colocaba de pie.
Quinn se levantó de inmediato a ayudar a su esposa, mientras Rachel la miraba con cariño.
—Quinny puedo sola, no pasa nada—dijo la más bajita.
—Pero puedo hacer, es más quiero hacerlo. Te acompañare a ver quién toca la puerta y luego ambas a costamos a los niños, por cualquier cosa—dijo Quinn tomando con su mano libre a su hijo.
—Y no está nerviosa—dijo Rachel.
Todos rieron, menos Quinn que beso a su esposa.
—Solo quiero que estés bien, que estén bien—dijo Quinn con una boba sonrisa.
Ambas empezaron a caminar con los pequeños Faberry-Brittana hacia la casa.
—Esa Quinn es una nerviosa—dijo Santana.
—¿En serio, Sanny? ¿Tú dices eso? Si cuando estuve embarazada no me dejabas hacer nada—dijo Brittany.
—No es verdad, te deje hacer de todo, Britt-Britt, tu mandabas—dijo la morena con una sonrisa y mirada picara.
—¡Sanny! No lo decía por eso.
—Ah—dijo con inocencia la morena—Pero sí que lo tenías—termino para luego abrazar y besar a su esposa.
Brittany rio mientras se besaban y la abraza por el cuello.
—Vamos, que ya llegaron los demás—dijo Brittany—Es bueno que hayan podido venir todos.
—Espera—dijo Santana mientras volvía a besar y abrazar a su rubia—Te amo Britt-Britt.
Brittany la miro con amor y le acaricio la mejilla.
—Te amo Sanny.
Se besaron una vez más para entrar y comenzar la fiesta.
Me arrimé a la espalda de Santana, le rodeé la cintura con el brazo y le hundí la nariz en el pelo. Me podría haber contentado con seguir ahí para siempre.
Ella se removió y se volvió para mirarme.
—Hola, Britt-Britt—dijo en su adorable voz adormilada.
—Hola.
—Es domingo.
—Lo sé.
—Deberíamos decir que estamos enfermas y quedarnos aquí.
—Me da la sensación de que a nuestros productores no les gustaría mucho. Es un día importante y creo que la gente se daría cuenta.
Me dio un beso en la nariz.
—Bueno, ¿sabes?, a mí ya no me parece tan importante.
—Algo de razón tienes—repuse y la abracé.
—Dios, me encantan estas mañanas—dijo acomodándose entre mis brazos—Esto es todo lo que necesito. Esto y algo de comer, a lo mejor. Estas últimas dos semanas no te he visto demasiado. Con suerte, después de esta noche nuestros horarios se asentarán un poco y podremos tener una rutina. Te he echado de menos.
—Yo también. ¿Sabes?, no es fácil pasar cada día por delante de un cartel tuyo de tres pisos de alto de camino al trabajo. Muchas gracias.
Santana levantó la cabeza para verme mejor y compuso una mueca acusadora.
—¿Es que te has perdido el tuyo dos edificios más abajo? Me vuelve loca tener que verlo cada día sabiendo que no te voy a ver hasta muchas... muchas horas después.
—Ese no cuenta. Es una silueta mía bailando. No se me ve la cara ni se me distingue.
Ella abrió unos ojos como platos exasperada.
—Es una silueta de tu cuerpo, en el cual tengo cierta experiencia—alargó la mano hacia abajo y empezó a provocarme sin tapujos—Creo que es la manera que tiene el destino de torturarme.
—Hablando de tortura—dije tomando aire de golpe.
Santana levantó una ceja.
—Ah, ¿no te gusta?—preguntó en tono inocente—¿Quieres que pare, Britt-Britt?
—Puede que... no.
—Entonces supongo que debería terminar.
Tenía un brillo travieso en los ojos mientras descendía por la cama.
"Que Dios me ayude."
El día no podría haber sido más pintoresco.
Doblamos la última esquina de camino a nuestros respectivos teatros. Había refrescado un poco y las aceras estaban abarrotadas de espectadores de matiné.
Era una de esas tardes perfectas de domingo con un cielo tan brillante que te duele el corazón.
Íbamos por la calle con las manos cogidas ligeramente y, cuando llegamos a la puerta del escenario de Booth, nos metimos bajo la marquesina de Schubert Alley para despedirnos.
—Cuida de ese modelito. Es uno de mis preferidos—me dijo indicando los vaqueros y la sudadera que llevaba—Aunque empiezo a pensar que te queda mejor a ti.
Le robé un beso.
—No es posible.
—¿Dónde quieres que quedemos después del trabajo? No vamos a tener mucho tiempo para prepararnos.
—Bueno, con toda la prensa empeñada en que somos rivales a muerte...—bromeé—A lo mejor deberíamos quedar en algún punto neutral entre los dos teatros para que nadie piense que se trata de un intento hostil de invasión.
—Quedaré contigo donde quieras—dijo ella rozando mi cuello con los labios.
—Ah, tontina—la rodeé con los brazos—¿Seguro que tienes que irte? No se está mal contigo.
Ella se apartó y sonrió irónicamente.
—Es lo que pone en mi contrato.
—Mierda.
Cogió su bolsa y se metió en el callejón.
—Pero tengo buenas noticias.
—¿El qué?—le pregunté mientras se alejaba.
—Tenemos el resto de nuestras vidas por delante—gritó lanzándome un beso. Luego giró sobre sus talones y cruzó la calle para transformarse en una pícara cantante de club nocturno.
Mientras la veía alejarse, supe que la amaría durante el resto de mi vida.
Levanté la mirada hacia el cielo azul no pude evitar sonreír.
La vida era hermosa.
Hicieron una pausa publicitaria de dos minutos y el público del Radio City Music Hall se puso a charlar animadamente con sus acompañantes y amigos.
El Music Hall era un torbellino de coloridos trajes de noche y esmóquines de marca; el ambiente glamuroso perfecto para que los peces gordos del teatro se dieran palmaditas los unos a los otros.
Santana se volvió en el asiento para mirarme.
—¿A qué hora me has dicho que llegaba el camión? Quiero estar segura de que Kurt y Quinn están en mi casa antes de que lleguen. Vamos a necesitar más ayuda para descargar.
—La compañía dijo que llegarían entre las nueve y las once—contesté.
—Vale, entonces a lo mejor les digo a las ocho y media. Podemos imitarlos a desayunar antes. ¿Qué te parece?
—Perfecto—sonreí justo cuando la orquesta empezaba a tocar para marcar que volvíamos a estar en directo.
Tras una breve introducción y un poco de cháchara entre los presentadores, anunciaron la siguiente categoría.
—Y las nominadas a Mejor Actriz de Musical son...
Santana me dio la mano y yo se la apreté alentadora.
En broma, habíamos dicho que la que ganara de las dos —eso si no perdíamos ambas—tendría que fregar los platos todo el mes para compensar a la otra.
Pero, bromas aparte, no podía sino esperar que en aquel sobre estuviera el
nombre correcto tenía una opinión muy definida sobre cuál era.
Por fin había llegado el momento, un momento que había imaginado toda la vida, y la sensación era surrealista.
No cuerdo oír los nombres de las nominadas, pero Santana me contó que los leyeron seguidos. Sí que recuerdo sentir que el corazón se me iba a salir del pecho y, justo antes de que abrieran el sobre, lancé una oración y concentré mi deseo todo lo fuerte que pude.
—Y el Tony a la Mejor Actriz de Musical es para... Santana López por Cabaret.
Enseguida me puse en pie para aplaudir y me volví hacia Santana, que permanecía perpleja en su asiento. Me agaché y le tendí la mano; ella la cogió antes de subir al escenario, deslumbrada. Yo me senté y me tapé la boca con la mano.
Estaba tan contenta que no sabía si qué hacer.
La observé subir los escalones grácilmente y aceptar el merecido premio con los ojos llenos de lágrimas, al igual que los míos.
—Ay, Dios—dijo mirando al premio—Llevo pensando en este momento desde que tenía diez años y, ahora que estoy aquí delante de todos ustedes, no sé qué decir.
El público se rio en muestra de apoyo.
—Esperen, sí lo sé —lo reconsideró, y la gente aún se rio más—Siempre he querido ser una artista, crear personajes creíbles que la gente recordase. Gracias a todos los que me han dado la oportunidad de hacerlo. Algunos de ustedes creyeron en mí cuando yo no creía que fuera más que una ex estrella de televisión acabada y por eso os estaré eternamente agradecida. Gracias a mis compañeros de reparto, mi reparto de fábula, porque esto jamás habría ocurrido sin vuestro genio creativo encima del escenario cada noche. Todo lo que hago se debe a lo que me dais. A mis compañeras nominadas, es un honor estar entre ustedes. Creo que son todas increíbles. Y, finalmente, gracias Brittany—dijo con voz algo estrangulada—Esto debería haber sido para ti. En serio, lo sé desde que te vi actuar por primera vez. Pero también hay otra cosa que te pertenece. Mi corazón. Y eso nunca cambiará. Te quiero. Gracias a todos.
Apenas podía ver a través de las lágrimas cuando Santana salió del escenario y se fue entre bambalinas. Inspiré hondo para calmarme, pero no
pude borrar la sonrisa de mi cara.
Jamás me había sentido tan feliz, y se me escapó una carcajada ante la ironía.
Si alguien me hubiera dicho a los doce años lo emocionada que estaría por perder el Tony a Mejor Actriz de Musical, lo habría tomado por loco. Pero la vida da muchas vueltas y disfruta lanzándote bolas curvas.
A veces, cuando persigues un sueño encuentras otro.
Santana y pasar la vida juntas son mi sueño hecho realidad.
Es lo más auténtico que he tenido nunca y, aunque nos costó mucho tiempo acabar juntas, puedo decir con absoluta certeza que no cambiaría un solo momento.
Es nuestra historia.
Años Después
—Mamá.
Santana miro como su pequeña Susan la llamaba desde los brazos de su esposa.
—Mamá.
Santana no pudo más de amor y se acercó a sus dos rubias.
—Hola mi amor—dijo Santana mientras besaba por toda la cara su hija y esta solo reía y le apretaba las mejillas su mamá—Eres tan hermosa—beso su frente y luego miro a su rubia mayor—Hola mi Britt-Britt—dijo para luego besarla en los labios.
—Hola Sanny—dijo Brittany—Esta cosita revoltosa no hacia otra cosa llamarte—dijo mientras besaba la mejilla de Susan—Entonces decidimos venir por ti.
Santana volvió a sonreír con amor y besas a ambas ojiazules.
—Estaba preparando los últimos detalles para la fiesta.
Las tres estaban en el centro del patio de su casa esperando a los invitados.
—Yo la cargo, descansa un poco—dijo Santana mientras tomaba en brazos a su hija—Espero y no le regale más cosas a Susan, la consienten demasiado, Britt—termino con una fingida mirada de enojo.
Brittany la miro con una ceja levantada y sin poder creer lo que su morena esposa decía.
—¿Enserio, San? ¿Tú dices eso? Que le has comprado su…—paro mientras pensaba—… Tercer regalo.
Santana evito la miraba azul y miro a su hija.
—Pero Britt, uno por cada año, así es la tradición, ¿no?—dijo Santana con fingida inocencia.
—No, no lo es. Es uno por año—dijo Brittany con una sonrisa burlona.
—¿Qué? No puede ser, Britt-Britt—dijo Santana con fingida sorpresa—He vivido engañada toda mi vida.
Brittany justo iba a decir algo cuando escucharon que gente entraba al patio.
Ambas voltearon y vieron que era Quinn con Rachel y su hermoso hijo Charlie. Y una segunda en camino, Alexa.
—¿Dónde está mi chica favorita?—pregunto Rachel.
—Aquí—dijeron al mismo tiempo Brittany y Santana.
Rachel se acercó con una gran sonrisa y los brazos abiertos, Brittany y Santana con una gran sonrisa se acercaron a la morena más baja, quien arrebato a Susan de los brazos de la morena y la lleno de besos.
Brittany y Santana solo se miraron con el ceño fruncido.
—¿No esperaban que fueran ustedes, verdad?—pregunto una risueña Quinn mientas saludaba a las dueñas de casa.
Brittany y Santana se miraron entre sí para luego negar con la cabeza.
—No, solo le quería entregar a Susan antes de que se durmiera—dijo Santana—Hola pequeño—saludo a Charlie quien rio picaron—Tu misma sonrisa—le dijo a Quinn quien rio—Holas chicas.
—Alguna silla para esta pobre embarazada de ocho meses—dijo Rachel mientras se tocaba el estómago.
—Aquí amor, siéntate y estira tus lindas piernas—dijo una enamorada Quinn mientras le pasaba dos sillas para que su morena estuviera cómoda y luego besaba el abultado vientre, para luego hacer lo mismo con su esposa.
Brittany las miro con cariño.
—¿Cómo va el embarazo Rach?—pregunto la ojiazul.
—Ya no me veo los pies y siento que Alexa ya quiere salir—dijo Rachel.
—¿Ya no queda nada, no?—pregunto Santana mientras le daba jugo al pequeño Charlie.
—No, se supone que el otro mes tiene que nacer, pero el parte se puede atrasar un poco—dijo Rachel mientras se acariciaba el vientre.
—¿Están nerviosas?—pregunto Santana.
—No—dijo Quinn con una gran sonrisa.
Rachel la miro con una ceja levantada y una sonrisa de incredulidad. La ojiverde hizo como que no la vio.
—¿Quinny por qué no vamos a acostar a estos traviesos?—dijo Rachel mientras veía como Susan estaba ya dormida en sus brazos y Charlie iba por las mismas.
—Sí, así podrán estar despiertos cuando lleguen todo—concordó Quinn.
—Déjenlos en la pieza de Susan, ahí están los monitores y los podremos ver y escuchar—dijo Santana.
Justo sonó el timbre.
—Deben ser Kurt y Blaine, Roderick quería llegar pronto—dijo Brittany.
—Nosotras vemos quien es—dijo Rachel mientras se colocaba de pie.
Quinn se levantó de inmediato a ayudar a su esposa, mientras Rachel la miraba con cariño.
—Quinny puedo sola, no pasa nada—dijo la más bajita.
—Pero puedo hacer, es más quiero hacerlo. Te acompañare a ver quién toca la puerta y luego ambas a costamos a los niños, por cualquier cosa—dijo Quinn tomando con su mano libre a su hijo.
—Y no está nerviosa—dijo Rachel.
Todos rieron, menos Quinn que beso a su esposa.
—Solo quiero que estés bien, que estén bien—dijo Quinn con una boba sonrisa.
Ambas empezaron a caminar con los pequeños Faberry-Brittana hacia la casa.
—Esa Quinn es una nerviosa—dijo Santana.
—¿En serio, Sanny? ¿Tú dices eso? Si cuando estuve embarazada no me dejabas hacer nada—dijo Brittany.
—No es verdad, te deje hacer de todo, Britt-Britt, tu mandabas—dijo la morena con una sonrisa y mirada picara.
—¡Sanny! No lo decía por eso.
—Ah—dijo con inocencia la morena—Pero sí que lo tenías—termino para luego abrazar y besar a su esposa.
Brittany rio mientras se besaban y la abraza por el cuello.
—Vamos, que ya llegaron los demás—dijo Brittany—Es bueno que hayan podido venir todos.
—Espera—dijo Santana mientras volvía a besar y abrazar a su rubia—Te amo Britt-Britt.
Brittany la miro con amor y le acaricio la mejilla.
—Te amo Sanny.
Se besaron una vez más para entrar y comenzar la fiesta.
FIN
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Hola, bien hasta aquí llego otra linda historia. Muchas gracias a todas las personas que se dieron el tiempo de leerla y más aun comentarla!
GRACIAS!
Ya subo el prólogo de la siguiente!
Pd: como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Hola, bien hasta aquí llego otra linda historia. Muchas gracias a todas las personas que se dieron el tiempo de leerla y más aun comentarla!
GRACIAS!
Ya subo el prólogo de la siguiente!
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Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Epílogo
gracias y mil veces gracias, como siempre y hasta pronto!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Bambalinas (Adaptada) Epílogo
Hola morra...
Me gustó la historia!!!
Me encantó. Que cada una de las parejas tuvieron su familia y final feliz!!
Nos vemos!
Me gustó la historia!!!
Me encantó. Que cada una de las parejas tuvieron su familia y final feliz!!
Nos vemos!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Página 5 de 6. • 1, 2, 3, 4, 5, 6
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