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[Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
5 participantes
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Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
ohhhhhhhh,.... joder!!!!
bueno britt fue totalmente clara con lo que quiere con san,.
es normal que san sienta ¿miedo?,.. prácticamente se le esta haciendo realidad el sueño del "príncipe azul"
me encanta cuando estan juntas... pero como dijo britt ahí que acomodar ciertas cosas!!! y sobre todo pensar!!!
bueno britt fue totalmente clara con lo que quiere con san,.
es normal que san sienta ¿miedo?,.. prácticamente se le esta haciendo realidad el sueño del "príncipe azul"
me encanta cuando estan juntas... pero como dijo britt ahí que acomodar ciertas cosas!!! y sobre todo pensar!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
pobre britt tampoco era que la hicieran sentir como experimento sexual no????
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
3:) escribió:ohhhhhhhh,.... joder!!!!
bueno britt fue totalmente clara con lo que quiere con san,.
es normal que san sienta ¿miedo?,.. prácticamente se le esta haciendo realidad el sueño del "príncipe azul"
me encanta cuando estan juntas... pero como dijo britt ahí que acomodar ciertas cosas!!! y sobre todo pensar!!!
Britt tiene el mundo patas para arriba...... y creo que ella es la del desorden, y hasta que no pongo todo en orden no le dara a Santana la seguridad que necesita pero creo que las chicas pueden ayudarla en algo.... ya me estoy haciendo spoiler.jajajajja
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
micky morales escribió:pobre britt tampoco era que la hicieran sentir como experimento sexual no????
Sip... pero ella acepto ser el conejillo de india desde el principio..... asi que ahora que el experimento se volvio algo mas personal, creo que habra que aclarar las cosas y esas "no novias" o dejan de existir o Santana seguira huyendo... y sigo haciendome spoiler jajaj mejor actualizo.....
gracias por leer y comentar....
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
micky morales escribió:pobre britt tampoco era que la hicieran sentir como experimento sexual no????
Sip... pero ella acepto ser el conejillo de india desde el principio..... asi que ahora que el experimento se volvio algo mas personal, creo que habra que aclarar las cosas y esas "no novias" o dejan de existir o Santana seguira huyendo... y sigo haciendome spoiler jajaj mejor actualizo.....
gracias por leer y comentar....
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
Capitulo 13
Cerré la puerta a mis espaldas y respiré hondo varias veces. Necesitaba espacio. Necesitaba un minuto para comprender qué demonios estaba pasando. Esa mañana creía haber sido solo una más de las numerosas conquistas de Britt, ¿y ahora decía que quería más?
«¿Qué coño había pasado?»
¿Por qué complicaba las cosas? Uno de los aspectos que más me gustaban de Britt era que la gente siempre sabía a qué atenerse con ella. Ya fuese bueno o malo, siempre sabías lo que pasaba. Nunca había complicación alguna en la relación con Britt: solo sexo, sin más. Fin de la historia.
Todo resultaba más fácil cuando yo no tenía la opción de considerar otras posibilidades. Había sido la chica mala, la tía buena con la que mi hermana se morreaba en un cobertizo del jardín trasero. Había sido el objeto de mis primeras fantasías. Y no es que me hubiese pasado la juventud echándola de menos, más bien al contrario, porque, de algún modo, saber que podía desearla pero que en la realidad no tendría ninguna oportunidad lo hacía todo más fácil.
Sin embargo, ahora, poder tocarla y que me tocase, oírla decir que quería más cuando en modo alguno podía decirlo en serio... complicaba las cosas. Brittany Pierce no conocía el significado de «más».
¿Acaso no había reconocido que no había tenido ni una sola relación monógama a largo plazo? ¿Que nunca había encontrado a nadie que mantuviese su interés el tiempo suficiente? ¿No recibió un mensaje de una de sus «no novias» nada menos que la mañana después de que nos acostásemos por primera vez?
No, gracias.
Y es que, por más que me encantase estar con Britt y por muy divertido que fuese fingir que podía aprender de ella, yo nunca sería una seductora. Si le permitía ir más allá de mis bragas, si la dejaba meterse en mi corazón y me enamoraba de ella, me hundiría.
Decidí que realmente tenía que irme a trabajar y abrí el grifo de la ducha. Observé el vapor que llenaba el baño. Me situé bajo el chorro de agua caliente, solté un gemido y dejé que mi barbilla bajase hacia mi pecho, deseando que el ruido del agua ahogara los de mi cabeza. Abrí los ojos y me miré el cuerpo, la tinta negra corrida sobre mi piel.
«Todo lo que es raro para los raros.»
Las palabras que con tanto cuidado había escrito sobre mi cadera se mezclaban ahora unas con otras. Había marcas en los puntos en que la tinta se le había quedado a Britt en las manos, y una alternancia de cardenales y leves caricias había dejado un reguero de huellas emborronadas entre mis pechos, sobre mis costillas y más abajo.
Por un momento me permití admirar la suave curva de su letra, recordando la expresión decidida de su rostro mientras trabajaba. Tenía el ceño fruncido y el pelo caído hacia delante, cubriéndole un ojo. Me sorprendió que no se lo apartase, un hábito que me resultaba cada vez más atrayente, pero estaba tan concentrada, tan inmersa en lo que estaba haciendo, que lo ignoró y continuó escribiendo las palabras sobre mi piel con gesto meticuloso. Y luego lo había estropeado perdiendo los papeles.
Y a mí me había entrado la neura. Cogí la esponja y puse una generosa cantidad de gel de baño. Empecé a frotar las marcas, la mitad de las cuales había desaparecido ya por el calor y la presión del chorro de agua. El resto se disolvió en una porquería espumosa que se deslizó por mi cuerpo y cayó por el desagüe. Con la tinta y las últimas huellas de Britt eliminadas de mi piel y el agua enfriándose, salí de la ducha y me vestí deprisa, tiritando de frío.
Abrí la puerta y la encontré caminando de un lado a otro, vestida con su ropa de running y con un casquete en la cabeza. Me pareció que no sabía si marcharse o no.
Se quitó el gorro de un manotazo y se volvió hacia mí.
—Menuda gilipollez —murmuró.
—¿Cómo dices? —pregunté, enfureciéndome otra vez.
—No eres tú quien tiene derecho a enfadarse —dijo.
Me quedé boquiabierta.
—Yo..., tú..., ¿qué?
—Te has marchado —me espetó.
—A la habitación contigua —aclaré.
—Seguía jodida, Santana.
—¡Necesitaba espacio, Britt! —exclamé y, como para confirmar mis palabras, salí del dormitorio y eché a andar por el pasillo. Ella me siguió.
—Lo estás haciendo otra vez —dijo—. Regla importante: no te pongas hecha una furia y te alejes de alguien en tu propia casa. ¿Sabes lo difícil que me lo has puesto?
Me detuve en la cocina.
—¿Cómo te atreves? ¿Tienes idea de la bomba que me has lanzado? ¡Tenía que pensar!
—¿No podías pensar aquí?
—Estabas desnuda.
Sacudió la cabeza.
—¿Qué?
—¡No puedo pensar cuando estás desnuda! Es demasiado. —Señalé su cuerpo con un gesto, pero enseguida decidí que no era muy buena idea—. Es que... me ha entrado el pánico, ¿vale?
—¿Y cómo crees que me he sentido yo?
Me fulminó con la mirada, apretando los músculos de la mandíbula. Al ver que yo no contestaba, negó con la cabeza y bajó la vista, metiéndose las manos en los bolsillos. No fue buena idea. Se le deslizó hacia abajo la cintura de los pantalones de chándal y se le levantó la camiseta. Desde luego, verle esa pequeña franja de estómago tonificado y el hueso de la cadera no me ayudaba.
Me obligué a reanudar la conversación.
—Acabas de decirme que no sabías lo que querías, y luego has dicho que tenías sentimientos que iban más allá de lo sexual. Tengo que serte sincera: no me parece que entiendas muy bien nada de lo que está pasando aquí. La primera vez que nos acostamos pasaste de mí, ¿y ahora vas y me dices que quieres más?
—¡Oye! —vociferó—. No pasé de ti. Te dije que me resultaba molesto que te lo tomaras tan a la ligera...
—Britt —repliqué con voz firme—, llevo doce años oyendo las anécdotas que me cuenta mi hermano sobre ti. Vi las consecuencias de que te enrollaras con Bree: mi hermana se quedó colgada de ti durante meses y meses, y me dirás que no tenías ni idea. Te he visto escabullirte con damas de honor o desaparecer en reuniones familiares, y no ha cambiado nada de nada. Te has pasado la mayoría de tu vida adulta actuando como una tía de diecinueve años, ¿y ahora crees que quieres más? ¡Ni siquiera sabes lo que significa eso!
—¿Y tú sí? ¿De repente lo sabes todo? ¿Por qué das por sentado que yo supe que aquello con Bree tuviese tanta trascendencia? No todo el mundo habla tan abiertamente como tú de sus sentimientos, de su sexualidad y de todo lo que se le pasa por la cabeza. Nunca he conocido a una mujer como tú.
—Pues, desde un punto de vista estadístico, eso es mucho decir.
No sé cómo se me ocurrió aquello, y tan pronto como las palabras salieron de mi boca supe que había ido demasiado lejos. De pronto, las ganas de pelea parecieron abandonarla. Vi que dejaba caer los hombros y que el aire abandonaba sus pulmones. Se quedó mirándome, y sus ojos perdieron la pasión hasta quedar simplemente... apagados.
Luego se marchó.
Caminé tantas veces por la vieja alfombra del comedor que me pregunté si estaría cavando un surco en ella. Estaba hecha un lío y el corazón no paraba de aporrearme el pecho. No tenía ni idea de lo que acababa de suceder, pero notaba la piel y los músculos rígidos y tensos.
Temía haber perdido a mi mejor amiga y el mejor sexo de toda mi vida. Necesitaba algo familiar. Necesitaba a mi familia.
El teléfono sonó cuatro veces antes de que lo cogiese Bree.
—¡Sanny! —exclamó mi hermana—. ¿Cómo está mi rata de laboratorio?
Cerré los ojos, apoyándome en la puerta que se hallaba entre el comedor y la cocina.
—Bien, bien. ¿Cómo está la fábrica de bebés? —pregunté. Y añadí enseguida—: Y, desde luego, no estaba hablando de tu vagina.
Al otro lado de la línea estalló una carcajada.
—Así que aún no te ha brotado un filtro verbal. Algún día vas a volverle la cabeza del revés a alguien ¿sabes?
No lo sabía ella bien.
—¿Cómo te encuentras? —pregunté, dirigiendo la conversación hacia aguas más seguras. Bree estaba casada y muy embarazada del primer y muy anunciado nieto de los López. Me extrañaba que mi madre la dejase sola más de diez minutos seguidos.
Bree suspiró, y pude imaginármela sentada a la mesa de su cocina amarilla mientras su enorme labrador negro acudía a tumbarse a sus pies.
—Estoy bien —dijo—. Cansadísima, pero bien.
—¿Te trata bien el nene?
—Siempre —contestó, y pude oír la sonrisa en su voz—. Este bebé va a ser perfecto. Espera y verás.
—Por supuesto que sí —dije—. Solo tienes que mirar a su tía.
Ella se echó a reír.
—En eso estaba pensando.
—¿Ya habéis elegido el nombre?
Bree se había obstinado en no conocer el sexo de su hijo hasta el día en que naciese. Eso me hacía mucho más difícil mimar a mi nuevo sobrino o sobrina.
—Creo que hemos reducido las posibilidades.
—¿Y? —pregunté, intrigada.
La lista de nombres de género neutro que habían elaborado mi hermana y su marido era casi cómica.
—No pienso decírtelo.
—¿Cómo? ¿Por qué? —gimoteé.
—Porque siempre encuentras algo malo en todos los nombres.
—Eso es ridículo —protesté con un grito ahogado.
Aunque... tenía razón. Los nombres que mi hermana había escogido hasta el momento eran terribles. Por algún motivo, ella y su marido, Rob, habían decidido que los nombres de árboles y los tipos de aves eran de género neutro y perfectamente válidos.
—¿Qué novedades tienes? —preguntó—. ¿Cómo ha mejorado tu vida desde tu enfrentamiento épico con el jefe el mes pasado?
Me eché a reír, a sabiendas de que, por supuesto, se refería a Jake y no a papá, ni tampoco a Liemacki.
—Voy a correr y salgo más, es decir, hemos encontrado una especie de... solución intermedia.
A Bree no se le escapó el detalle.
—Una solución intermedia. ¿Con Jake?
En las últimas semanas había hablado con Bree unas cuantas veces, pero había evitado comentarle mi creciente amistad, relación o lo que fuese con Britt. Por razones obvias. Pero ahora necesitaba la opinión de mi hermana sobre todo aquello, y sentí que se me tensaba el estómago hasta convertirse en una inmensa bola de pavor.
—Bueno, ya sabes que Jake me sugirió que saliese más. —Hice una pausa, pasando el dedo por un dibujo en forma de voluta tallado en la alacena antigua del comedor. Cerré los ojos e hice una mueca al decir—: Sugirió que llamase a Britt.
—¿A Britt? —preguntó, y se produjo un instante de silencio durante el cual me pregunté si ella recordaría a la misma muchacha alta y guapa que recordaba yo—. Espera... ¿A Brittany Pierce?
—A esa misma —dije.
El simple hecho de hablar de ella hacía que se me retorciera el estómago.
—Vaya. No me esperaba eso.
—Yo tampoco —murmuré.
—¿Y lo hiciste?
—¿Que si hice qué? —pregunté, lamentando al instante cómo había sonado mi pregunta.
—¡Pues llamarle! —dijo entre risas.
—Sí. Y, en cierto modo, por eso te llamo hoy.
—Tus palabras no presagian nada bueno —dijo en tono de broma.
No tenía ni idea de cómo hacer aquello, así que empecé por el detalle más simple e inocuo de todos:
—Bueno, vive aquí, en Nueva York.
—Eso tenía entendido. ¿Y? Hace siglos que no la veo. Me muero de ganas de saber cómo le ha ido. ¿Cómo está?
—Oh, está... bien —dije, intentando hablar en tono neutro—. De vez en cuando quedamos.
Hubo una pausa en la línea, un momento en el que casi pude ver arrugarse la frente de Bree y entrecerrarse sus ojos mientras intentaba hallar el sentido oculto de mis palabras.
—¿Quedáis? —repitió.
Gruñí y me froté la cara.
—¡Oh, Dios mío, Sanny! ¿Te estás tirando a Britt?
Lancé un gruñido, y una carcajada invadió la línea. Me eché atrás y miré el teléfono que tenía en la mano.
—No tiene gracia, Bree.
—Sí, sí que la tiene —dijo exhalando.
—Fue tu... novia.
—Oh, no, no lo fue. Para nada. Creo que nos dimos el lote durante unos diez minutos.
—Pero... ¿y el código de las chicas?
—Vale, pero hay una especie de límite de tiempo, o de etapa. En nuestro caso, creo que solo nos dimos algún que otro beso de tornillo. Aunque en aquella época yo estaba completamente dispuesta a dejarle llegar hasta el final, no sé si me entiendes.
—Pero te quedaste destrozada después de aquellas Navidades.
Ella empezó a partirse de risa.
—No tanto. En primer lugar, no llegamos a enrollarnos. Solo nos metimos mano detrás de las herramientas de jardinería de mamá. Ostras, apenas me acuerdo.
—Pero si estabas tan disgustada que ni siquiera viniste a casa el verano en el que Britt estuvo trabajando con papá.
—No fui a casa porque me había pasado todo el curso sin dar un palo al agua y tenía que ponerme al día durante el verano —dijo—. Y no te lo conté porque papá y mamá se habrían enterado y me habrían matado.
—Me siento muy confusa —dije mientras me pasaba una mano por la cara.
—No tienes por qué —dijo. Y añadió en tono preocupado—: Dime, ¿qué está pasando realmente entre vosotras?
—Hemos estado viéndonos mucho. Me gusta de verdad, Bree. Quiero decir que probablemente es la mejor amiga que tengo aquí. Nos enrollamos, y al día siguiente estuvo raro. Después ha empezado a hablar de sentimientos, y me parece que me está utilizando para alguna clase de experimento sobre la expresión de las emociones, dado su historial con las chicas López.
—Así que le has dado la patada porque cuando tenías doce años creíste que era la chica de mis sueños y que me dejó sola y hecha polvo.
—Ese es uno de los motivos —dije con un suspiro.
—¿Y el otro?
—Es una mujeriega que no recuerda ni a una mínima parte de las mujeres con las que ha estado. Pero va y, menos de veinticuatro horas después de pasar de mí, me dice que no quiere solo sexo.
—Vale —dijo ella, reflexionando—. ¿Eso ha dicho? ¿Y tú qué quieres?
—No lo sé, Bree —contesté con un suspiro—. Pero aunque ella lo haya dicho y aunque yo quisiera, ¿cómo podría confiar en ella?
—No quiero que te comportes como una idiota, así que voy a explicarte algún secretillo. ¿Preparada?
—Para nada —dije.
Ella siguió de todos modos.
—Antes de que yo conociese a Rob, él era un putón verbenero. Te juro que su pene había estado en todas partes. Pero ahora es un hombre distinto. Adora el suelo que yo piso.
—Sí, pero quería casarse —dije—. No solo se acostaba contigo.
—Desde luego, cuando empezamos a salir solo pensábamos en follar. Mira, Sanny, a una persona le pasan muchas cosas entre los diecinueve y los treinta y un años. Hay muchos cambios.
—Ya lo creo —murmuré, imaginando la voz de Britt, aún más profunda, sus dedos expertos, su pecho ancho y sólido.
—No estoy hablando solo de que esa parte del cuerpo masculino se desarrolle, ¿sabes? —Hizo una pausa y añadió—: Aunque eso también. Y ahora que lo pienso, tienes que enviarme una foto de Brittany Pierce a los treinta y un años.
—¡Bree!
—¡Es broma! —vociferó entre risas a través del teléfono, y luego hizo una pausa—. Bueno, en realidad hablo en serio. Envíame una foto. Pero la verdad es que no me gustaría nada que dejases escapar la ocasión de estar con ella solo porque esperas que siempre actúe como una mujeriega de diecinueve años. La verdad, ¿no te parece que has cambiado mucho desde que tenías diecinueve años?
No dije nada; me limité a mordisquearme el labio y continuar pasando el dedo por los adornos de la antigua alacena de mi madre.
—Y solo han pasado cinco años desde que tenías esa edad, así que piensa en cómo se siente ella. Tiene treinta y un años. Se puede adquirir mucha sensatez en doce años, Sanny.
—Joder —dije—. No me gusta nada que tengas razón.
Ella se echó a reír.
—¿Debo suponer que tu cerebro lógico ha estado utilizando todo eso como una especie de campo de fuerza para protegerse del encanto de Pierce?
—Al parecer, no demasiado bien.
Cerré los ojos y me apoyé contra la pared.
—Oh, Dios, es increíble. Me alegro muchísimo de que hayas llamado hoy. Estoy enorme y embarazada, y en este momento me muero de aburrimiento. Lo que me cuentas es asombroso.
—¿No se te hace raro?
Se hizo un instante de silencio mientras ella consideraba mi pregunta.
—Supongo que podría hacérseme raro, pero, si quieres que te sea franca, Britt y yo... Bueno, ella fue la primera chica con la que tuve ganas de acostarme, pero eso es todo. La superé dos segundos después de que Brandon Henley se hiciera el piercing en la lengua.
Me tapé los ojos con la mano.
—¡Qué asco!
—Sí, no te hablé de eso porque no quería estropearte ni quería que me lo estropeases a mí investigando cómo afectaba el piercing a la contractilidad del músculo o algo así.
—Esta ha sido la conversación más incómoda del mundo. ¿Puedo colgar ya?
—¡No seas tonta!
—La verdad es que la he cagado —gruñí, frotándome la cara—. Bree, me he comportado como una auténtica capulla.
—Me da la impresión de que tienes que besarle el culo a alguien. ¿Le van a Britt esa clase de cosas?
—¡Oh, Dios mío! —exclamé—. ¡Voy a colgar!
—Vale, vale. Mira, Sanny. No veas el mundo a través de los ojos de una cría de doce años. Deja que Britt se explique. Trata de recordar lo que tiene entre las piernas y que eso la convierte en una idiota, pero en una idiota simpática. Ni siquiera tú puedes negarlo.
—Para de decir cosas lógicas.
—Imposible. Ahora ve a ponerte tus bragas de mayorcita y arregla la situación.
Me pasé todo el trayecto hasta el apartamento de Britt intentando diseccionar todos mis recuerdos de aquella Navidad y reconciliarlos con lo que Bree me había dicho. Tenía doce años y estaba fascinada por Britt, fascinada por la idea de Britt y mi hermana juntas.
Sin embargo, después de oír la versión de Bree de los acontecimientos de aquella semana y lo que había venido después, me pregunté cuánto de aquello era real y cuánto era invención de mi dramático cerebro. Y ella tenía razón. Esos recuerdos me habían ayudado a meter a Britt en un molde en forma de mujeriega y me habían hecho casi imposible imaginarla fuera de ella. ¿Quería más ella? ¿Era capaz? ¿Y yo? Solté un gruñido. Tenía que pedirle muchas disculpas.
No abrió la puerta cuando llamé; no contestó ninguno de los mensajes que le envié estando allí.
Así que hice lo único que se me pasó por la cabeza: mandarle mensajes con chistes verdes malos.
«¿Cuál es la diferencia entre un pene y la nómina?», tecleé. Al no recibir respuesta, continué. «Una mujer siempre estará dispuesta a soplarte la nómina.»
Nada.
«¿Qué le dice una teta a la otra?»
Y cuando no obtuve respuesta:
«Conduce tú, que estoy mamada. Madre mía, qué malo».
Decidí probar con uno más.
«¿Qué viene después del sesenta y nueve?»
Había mencionado su número favorito, confiando en que eso pudiera bastar para sacarla de su cueva. Casi se me cayó el móvil cuando la palabra «Qué» apareció en la
pantalla.
«Enjuague bucal.»
«Joder, Santana. Ese ha sido malísimo. Sube hasta aquí y dejemos de hacer el ridículo.»
Prácticamente fui corriendo hasta el ascensor. Su puerta estaba abierta, y cuando entré vi que estaba preparando la cena: ollas hirviendo sobre los fogones, la encimera manchada... Llevaba una vieja camiseta Primus y unos vaqueros rotos y descoloridos. Estaba para comérsela. Cuando entré en la cocina no alzó la vista; mantuvo la cabeza gacha y los ojos clavados en el cuchillo y la tabla de cortar. Crucé la habitación con pies inseguros, me quedé a su espalda y le apoyé la barbilla en el hombro.
—Soy una impresentable —dije.
Inspiré hondo, queriendo memorizar su olor. Porque, ¿y si había ocurrido lo peor? ¿Y si se había hartado de la tonta de Sanny, de sus preguntas idiotas, de su torpeza en la cama y de su manía de sacar conclusiones precipitadas? Yo me habría dado una buena patada en el culo hacía siglos.
Sin embargo, me sorprendió dejando el cuchillo en la encimera y volviéndose hacia mí. Parecía desdichada, y sentí una punzada de culpa en el estómago.
—Puede que no conozcas los detalles sobre lo de Bree —dijo—, pero eso no significa que no hubiese otras. Algunas a las que ni siquiera recuerdo. —Su voz sonaba sincera, arrepentida incluso —. He hecho cosas de las que no estoy orgullosa, y parece que estoy pagando las consecuencias.
—Por eso me aterró que me dijeses que querías más —dije—. Porque ha habido muchas mujeres en tu pasado y me doy cuenta de que no tienes ni la más mínima idea de cuántos corazones has destrozado, ni tal vez de cómo evitar destrozarlos. Me gusta pensar que soy demasiado lista para ser una víctima más.
—Lo sé —dijo ella—, y estoy segura de que eso forma parte de tu encanto. No estás aquí para cambiarme. Solo estás aquí para ser mi amiga.
Haces que piense más que nunca en las decisiones que he tomado, y eso es bueno. —Vaciló—. Y reconozco que me dejé arrastrar por nuestro momento poscoital... Simplemente me dejé llevar.
—No pasa nada.
Me estiré para darle un beso en la mandíbula.
—Ser solo amigas me parece bien —dijo—. Ser amigas con derecho a roce me parece aún mejor.
—Me apartó para mirarme a los ojos—. Pero creo que ese es un buen lugar en el que quedarse por ahora, ¿vale?
Traté de interpretar su expresión, de entender por qué parecía considerar cuidadosamente cada palabra que pronunciaba.
—Lamento lo que dije. Me entró el pánico y te hice un comentario hiriente. Me siento como una idiota.
Alargó el brazo, metió un dedo en una de las trabillas de mi cinturón y me atrajo hacia sí. Me dejé arrastrar de buen grado hasta notar la presión de su pecho contra el mío.
—Las dos somos idiotas —dijo, y sus ojos se posaron en mi boca—. Y, para que lo sepas, me dispongo a besarte.
Asentí con la cabeza y me puse de puntillas para estar más cerca. No fue un auténtico beso, aunque no supe muy bien de qué otro modo llamarlo. Sus labios rozaron los míos, cada vez con un poquito más de presión que la vez anterior. Su lengua me lamió suavemente, tocándome apenas, antes de atraerme más hacia sí, de ahondar más. Noté que metía los dedos bajo la tela de mi camiseta y los dejaba allí, apoyados en mi cintura. De repente mi mente se vio asaltada por ideas de cosas que quería hacerle, por la necesidad de estar muy cerca de ella. Quería saborear cada centímetro de su piel. Quería memorizar cada línea y cada músculo.
—Quiero hacerte una mamada —dije, y ella retrocedió lo justo para calibrar mi expresión—. Y esta vez de verdad. O sea, hacer que llegues al orgasmo y todo.
—¿Sí?
Asentí, pasándole las puntas de los dedos por la mandíbula.
—¿Me enseñas a hacerte una mamada increíble?
—Eres la hostia, Santana —dijo entre risas, y me dio otro beso.
La noté ya empalmada contra mi cadera y deslicé la mano por su cuerpo para apoyar la palma sobre su polla.
—¿Vale? —pregunté.
Britt abrió más los ojos y me miró confiada. Me cogió de la mano y me llevó hasta el sofá. Vaciló un momento antes de sentarse.
—Puede que me desmaye si sigues mirándome así.
—¿No se trata de eso? —Sin esperar a que me invitase, me puse de rodillas en el suelo, entre sus piernas—. Dime cómo quieres que lo haga.
Me miró fijamente, con expresión intensa. Me ayudó con su cinturón, me ayudó a bajarle los pantalones por las piernas y me miró mientras me inclinaba y le besaba la punta.
Cuando me incorporé hizo una breve pausa y calibró mi expresión. Y luego se agarró la base de la polla.
—Lame de la base a la punta. Empieza despacio. Atorméntame un poco.
Me incliné y le pasé la lengua por la parte inferior del miembro, a lo largo de la gruesa vena, hasta alcanzar la tensa corona. Goteaba un poco en el extremo y me sorprendió con su dulzor. Besé la punta, succionando para obtener más.
Lanzó un gemido.
—Otra vez. Empieza por abajo. Y vuelve a chupármela un poco en el extremo.
—Sabes explicarte muy bien —susurré con una sonrisa, y le besé la polla. Pero ella parecía incapaz de devolverme la sonrisa; sus ojos azules me miraban con intensidad.
—Tú me lo has pedido —masculló—. Te estoy diciendo paso a paso lo que he imaginado un centenar de veces.
Volví a empezar. Me encantaba verla así. Parecía un poco peligrosa, y a su lado, su mano libre se había cerrado en un puño. Quería que se soltase, que enredase sus manos en mi pelo y empezase a empujar con fuerza contra mi boca.
—Ahora chúpamela.
Asintió mientras la rodeaba con los labios y luego con la boca, utilizando la lengua para darle unos golpecitos.
—Chúpamela más. Con fuerza.
Hice lo que me pedía, cerrando los ojos un instante y tratando de no dejarme arrastrar por el miedo a atragantarme y perder el control. Al parecer, lo hacía bien.
—¡Joder, sí, justo así! —gimió cuando rodeé su miembro con mis labios—. Con mucha saliva.. Usa un poco los dientes en el tronco.
La miré en busca de una confirmación antes de dejar que mis dientes le rozaran la piel. Lanzó un gruñido y levantó las caderas con una sacudida hasta chocar con el fondo de mi garganta.
—Eso es. Lo haces de puta madre.
Fue justo el cumplido que necesitaba para tomar el control, chupársela con más fuerza y soltarme, desatarme.
—Sí, oh... —Sus caderas se movieron con más fuerza, con más violencia. Tenía los ojos clavados en mi rostro, las manos enterradas en mi pelo tal como yo quería—. Muéstrame cuánto te gusta.
Cerré los ojos, gimiendo alrededor de su miembro. Me había puesto a chupársela con todas mis fuerzas. Sentí que salían de mi garganta unos ruiditos, y todo lo que pude pensar fue: «Sí, más y deshazte».
Sus profundos gruñidos y su respiración entrecortada eran como una droga para mí, y noté que mi propio anhelo aumentaba a medida que su placer crecía y crecía. Encontramos un ritmo; mi boca y mi puño trabajaban complementados por los movimientos de sus caderas, y me di cuenta de que se estaba conteniendo, de que lo estaba haciendo durar.
—Con los dientes —me recordó en un siseo, y gimió aliviado cuando obedecí.
Con la punta de un dedo siguió el contorno de mis labios en torno a su miembro mientras la otra mano permanecía enredada en mi pelo, guiándome y sujetándome al tiempo que empujaba hacia arriba con cuidado. Se hinchó contra mi lengua, y su mano se cerró en mi pelo en un apretado puño.
—Me corro, Santana. Me corro.
Sentí que los músculos de su estómago saltaban y se ponían rígidos, que sus muslos se tensaban.
Le chupé la polla por última vez, de forma prolongada, antes de apartarme cogiéndosela con las manos y, tras deslizarlas deprisa y con violencia, agarrarla como a ella le gustaba, apretando.
—Jodeeerrr... —gimió.
Y se corrió, caliente sobre mis manos. No paré de moverme, no paré de darle lentas chupadas hasta que fue demasiado y me apartó, sonriendo mientras me atraía hacia sí.
—Joder, aprendes rápido —dijo, besándome la frente, las mejillas, las comisuras de la boca.
—Porque eres una profesora excelente.
Se echó a reír y apoyó su sonrisa contra la mía.
—Puedo asegurarte que eso no lo he aprendido por experiencia. —Se apartó y sus ojos recorrieron cada centímetro de mi rostro—. ¿Te quedas a cenar conmigo?
Me acurruqué contra su costado y asentí con la cabeza. No había ningún otro sitio en el que prefiriese estar.
«¿Qué coño había pasado?»
¿Por qué complicaba las cosas? Uno de los aspectos que más me gustaban de Britt era que la gente siempre sabía a qué atenerse con ella. Ya fuese bueno o malo, siempre sabías lo que pasaba. Nunca había complicación alguna en la relación con Britt: solo sexo, sin más. Fin de la historia.
Todo resultaba más fácil cuando yo no tenía la opción de considerar otras posibilidades. Había sido la chica mala, la tía buena con la que mi hermana se morreaba en un cobertizo del jardín trasero. Había sido el objeto de mis primeras fantasías. Y no es que me hubiese pasado la juventud echándola de menos, más bien al contrario, porque, de algún modo, saber que podía desearla pero que en la realidad no tendría ninguna oportunidad lo hacía todo más fácil.
Sin embargo, ahora, poder tocarla y que me tocase, oírla decir que quería más cuando en modo alguno podía decirlo en serio... complicaba las cosas. Brittany Pierce no conocía el significado de «más».
¿Acaso no había reconocido que no había tenido ni una sola relación monógama a largo plazo? ¿Que nunca había encontrado a nadie que mantuviese su interés el tiempo suficiente? ¿No recibió un mensaje de una de sus «no novias» nada menos que la mañana después de que nos acostásemos por primera vez?
No, gracias.
Y es que, por más que me encantase estar con Britt y por muy divertido que fuese fingir que podía aprender de ella, yo nunca sería una seductora. Si le permitía ir más allá de mis bragas, si la dejaba meterse en mi corazón y me enamoraba de ella, me hundiría.
Decidí que realmente tenía que irme a trabajar y abrí el grifo de la ducha. Observé el vapor que llenaba el baño. Me situé bajo el chorro de agua caliente, solté un gemido y dejé que mi barbilla bajase hacia mi pecho, deseando que el ruido del agua ahogara los de mi cabeza. Abrí los ojos y me miré el cuerpo, la tinta negra corrida sobre mi piel.
«Todo lo que es raro para los raros.»
Las palabras que con tanto cuidado había escrito sobre mi cadera se mezclaban ahora unas con otras. Había marcas en los puntos en que la tinta se le había quedado a Britt en las manos, y una alternancia de cardenales y leves caricias había dejado un reguero de huellas emborronadas entre mis pechos, sobre mis costillas y más abajo.
Por un momento me permití admirar la suave curva de su letra, recordando la expresión decidida de su rostro mientras trabajaba. Tenía el ceño fruncido y el pelo caído hacia delante, cubriéndole un ojo. Me sorprendió que no se lo apartase, un hábito que me resultaba cada vez más atrayente, pero estaba tan concentrada, tan inmersa en lo que estaba haciendo, que lo ignoró y continuó escribiendo las palabras sobre mi piel con gesto meticuloso. Y luego lo había estropeado perdiendo los papeles.
Y a mí me había entrado la neura. Cogí la esponja y puse una generosa cantidad de gel de baño. Empecé a frotar las marcas, la mitad de las cuales había desaparecido ya por el calor y la presión del chorro de agua. El resto se disolvió en una porquería espumosa que se deslizó por mi cuerpo y cayó por el desagüe. Con la tinta y las últimas huellas de Britt eliminadas de mi piel y el agua enfriándose, salí de la ducha y me vestí deprisa, tiritando de frío.
Abrí la puerta y la encontré caminando de un lado a otro, vestida con su ropa de running y con un casquete en la cabeza. Me pareció que no sabía si marcharse o no.
Se quitó el gorro de un manotazo y se volvió hacia mí.
—Menuda gilipollez —murmuró.
—¿Cómo dices? —pregunté, enfureciéndome otra vez.
—No eres tú quien tiene derecho a enfadarse —dijo.
Me quedé boquiabierta.
—Yo..., tú..., ¿qué?
—Te has marchado —me espetó.
—A la habitación contigua —aclaré.
—Seguía jodida, Santana.
—¡Necesitaba espacio, Britt! —exclamé y, como para confirmar mis palabras, salí del dormitorio y eché a andar por el pasillo. Ella me siguió.
—Lo estás haciendo otra vez —dijo—. Regla importante: no te pongas hecha una furia y te alejes de alguien en tu propia casa. ¿Sabes lo difícil que me lo has puesto?
Me detuve en la cocina.
—¿Cómo te atreves? ¿Tienes idea de la bomba que me has lanzado? ¡Tenía que pensar!
—¿No podías pensar aquí?
—Estabas desnuda.
Sacudió la cabeza.
—¿Qué?
—¡No puedo pensar cuando estás desnuda! Es demasiado. —Señalé su cuerpo con un gesto, pero enseguida decidí que no era muy buena idea—. Es que... me ha entrado el pánico, ¿vale?
—¿Y cómo crees que me he sentido yo?
Me fulminó con la mirada, apretando los músculos de la mandíbula. Al ver que yo no contestaba, negó con la cabeza y bajó la vista, metiéndose las manos en los bolsillos. No fue buena idea. Se le deslizó hacia abajo la cintura de los pantalones de chándal y se le levantó la camiseta. Desde luego, verle esa pequeña franja de estómago tonificado y el hueso de la cadera no me ayudaba.
Me obligué a reanudar la conversación.
—Acabas de decirme que no sabías lo que querías, y luego has dicho que tenías sentimientos que iban más allá de lo sexual. Tengo que serte sincera: no me parece que entiendas muy bien nada de lo que está pasando aquí. La primera vez que nos acostamos pasaste de mí, ¿y ahora vas y me dices que quieres más?
—¡Oye! —vociferó—. No pasé de ti. Te dije que me resultaba molesto que te lo tomaras tan a la ligera...
—Britt —repliqué con voz firme—, llevo doce años oyendo las anécdotas que me cuenta mi hermano sobre ti. Vi las consecuencias de que te enrollaras con Bree: mi hermana se quedó colgada de ti durante meses y meses, y me dirás que no tenías ni idea. Te he visto escabullirte con damas de honor o desaparecer en reuniones familiares, y no ha cambiado nada de nada. Te has pasado la mayoría de tu vida adulta actuando como una tía de diecinueve años, ¿y ahora crees que quieres más? ¡Ni siquiera sabes lo que significa eso!
—¿Y tú sí? ¿De repente lo sabes todo? ¿Por qué das por sentado que yo supe que aquello con Bree tuviese tanta trascendencia? No todo el mundo habla tan abiertamente como tú de sus sentimientos, de su sexualidad y de todo lo que se le pasa por la cabeza. Nunca he conocido a una mujer como tú.
—Pues, desde un punto de vista estadístico, eso es mucho decir.
No sé cómo se me ocurrió aquello, y tan pronto como las palabras salieron de mi boca supe que había ido demasiado lejos. De pronto, las ganas de pelea parecieron abandonarla. Vi que dejaba caer los hombros y que el aire abandonaba sus pulmones. Se quedó mirándome, y sus ojos perdieron la pasión hasta quedar simplemente... apagados.
Luego se marchó.
Caminé tantas veces por la vieja alfombra del comedor que me pregunté si estaría cavando un surco en ella. Estaba hecha un lío y el corazón no paraba de aporrearme el pecho. No tenía ni idea de lo que acababa de suceder, pero notaba la piel y los músculos rígidos y tensos.
Temía haber perdido a mi mejor amiga y el mejor sexo de toda mi vida. Necesitaba algo familiar. Necesitaba a mi familia.
El teléfono sonó cuatro veces antes de que lo cogiese Bree.
—¡Sanny! —exclamó mi hermana—. ¿Cómo está mi rata de laboratorio?
Cerré los ojos, apoyándome en la puerta que se hallaba entre el comedor y la cocina.
—Bien, bien. ¿Cómo está la fábrica de bebés? —pregunté. Y añadí enseguida—: Y, desde luego, no estaba hablando de tu vagina.
Al otro lado de la línea estalló una carcajada.
—Así que aún no te ha brotado un filtro verbal. Algún día vas a volverle la cabeza del revés a alguien ¿sabes?
No lo sabía ella bien.
—¿Cómo te encuentras? —pregunté, dirigiendo la conversación hacia aguas más seguras. Bree estaba casada y muy embarazada del primer y muy anunciado nieto de los López. Me extrañaba que mi madre la dejase sola más de diez minutos seguidos.
Bree suspiró, y pude imaginármela sentada a la mesa de su cocina amarilla mientras su enorme labrador negro acudía a tumbarse a sus pies.
—Estoy bien —dijo—. Cansadísima, pero bien.
—¿Te trata bien el nene?
—Siempre —contestó, y pude oír la sonrisa en su voz—. Este bebé va a ser perfecto. Espera y verás.
—Por supuesto que sí —dije—. Solo tienes que mirar a su tía.
Ella se echó a reír.
—En eso estaba pensando.
—¿Ya habéis elegido el nombre?
Bree se había obstinado en no conocer el sexo de su hijo hasta el día en que naciese. Eso me hacía mucho más difícil mimar a mi nuevo sobrino o sobrina.
—Creo que hemos reducido las posibilidades.
—¿Y? —pregunté, intrigada.
La lista de nombres de género neutro que habían elaborado mi hermana y su marido era casi cómica.
—No pienso decírtelo.
—¿Cómo? ¿Por qué? —gimoteé.
—Porque siempre encuentras algo malo en todos los nombres.
—Eso es ridículo —protesté con un grito ahogado.
Aunque... tenía razón. Los nombres que mi hermana había escogido hasta el momento eran terribles. Por algún motivo, ella y su marido, Rob, habían decidido que los nombres de árboles y los tipos de aves eran de género neutro y perfectamente válidos.
—¿Qué novedades tienes? —preguntó—. ¿Cómo ha mejorado tu vida desde tu enfrentamiento épico con el jefe el mes pasado?
Me eché a reír, a sabiendas de que, por supuesto, se refería a Jake y no a papá, ni tampoco a Liemacki.
—Voy a correr y salgo más, es decir, hemos encontrado una especie de... solución intermedia.
A Bree no se le escapó el detalle.
—Una solución intermedia. ¿Con Jake?
En las últimas semanas había hablado con Bree unas cuantas veces, pero había evitado comentarle mi creciente amistad, relación o lo que fuese con Britt. Por razones obvias. Pero ahora necesitaba la opinión de mi hermana sobre todo aquello, y sentí que se me tensaba el estómago hasta convertirse en una inmensa bola de pavor.
—Bueno, ya sabes que Jake me sugirió que saliese más. —Hice una pausa, pasando el dedo por un dibujo en forma de voluta tallado en la alacena antigua del comedor. Cerré los ojos e hice una mueca al decir—: Sugirió que llamase a Britt.
—¿A Britt? —preguntó, y se produjo un instante de silencio durante el cual me pregunté si ella recordaría a la misma muchacha alta y guapa que recordaba yo—. Espera... ¿A Brittany Pierce?
—A esa misma —dije.
El simple hecho de hablar de ella hacía que se me retorciera el estómago.
—Vaya. No me esperaba eso.
—Yo tampoco —murmuré.
—¿Y lo hiciste?
—¿Que si hice qué? —pregunté, lamentando al instante cómo había sonado mi pregunta.
—¡Pues llamarle! —dijo entre risas.
—Sí. Y, en cierto modo, por eso te llamo hoy.
—Tus palabras no presagian nada bueno —dijo en tono de broma.
No tenía ni idea de cómo hacer aquello, así que empecé por el detalle más simple e inocuo de todos:
—Bueno, vive aquí, en Nueva York.
—Eso tenía entendido. ¿Y? Hace siglos que no la veo. Me muero de ganas de saber cómo le ha ido. ¿Cómo está?
—Oh, está... bien —dije, intentando hablar en tono neutro—. De vez en cuando quedamos.
Hubo una pausa en la línea, un momento en el que casi pude ver arrugarse la frente de Bree y entrecerrarse sus ojos mientras intentaba hallar el sentido oculto de mis palabras.
—¿Quedáis? —repitió.
Gruñí y me froté la cara.
—¡Oh, Dios mío, Sanny! ¿Te estás tirando a Britt?
Lancé un gruñido, y una carcajada invadió la línea. Me eché atrás y miré el teléfono que tenía en la mano.
—No tiene gracia, Bree.
—Sí, sí que la tiene —dijo exhalando.
—Fue tu... novia.
—Oh, no, no lo fue. Para nada. Creo que nos dimos el lote durante unos diez minutos.
—Pero... ¿y el código de las chicas?
—Vale, pero hay una especie de límite de tiempo, o de etapa. En nuestro caso, creo que solo nos dimos algún que otro beso de tornillo. Aunque en aquella época yo estaba completamente dispuesta a dejarle llegar hasta el final, no sé si me entiendes.
—Pero te quedaste destrozada después de aquellas Navidades.
Ella empezó a partirse de risa.
—No tanto. En primer lugar, no llegamos a enrollarnos. Solo nos metimos mano detrás de las herramientas de jardinería de mamá. Ostras, apenas me acuerdo.
—Pero si estabas tan disgustada que ni siquiera viniste a casa el verano en el que Britt estuvo trabajando con papá.
—No fui a casa porque me había pasado todo el curso sin dar un palo al agua y tenía que ponerme al día durante el verano —dijo—. Y no te lo conté porque papá y mamá se habrían enterado y me habrían matado.
—Me siento muy confusa —dije mientras me pasaba una mano por la cara.
—No tienes por qué —dijo. Y añadió en tono preocupado—: Dime, ¿qué está pasando realmente entre vosotras?
—Hemos estado viéndonos mucho. Me gusta de verdad, Bree. Quiero decir que probablemente es la mejor amiga que tengo aquí. Nos enrollamos, y al día siguiente estuvo raro. Después ha empezado a hablar de sentimientos, y me parece que me está utilizando para alguna clase de experimento sobre la expresión de las emociones, dado su historial con las chicas López.
—Así que le has dado la patada porque cuando tenías doce años creíste que era la chica de mis sueños y que me dejó sola y hecha polvo.
—Ese es uno de los motivos —dije con un suspiro.
—¿Y el otro?
—Es una mujeriega que no recuerda ni a una mínima parte de las mujeres con las que ha estado. Pero va y, menos de veinticuatro horas después de pasar de mí, me dice que no quiere solo sexo.
—Vale —dijo ella, reflexionando—. ¿Eso ha dicho? ¿Y tú qué quieres?
—No lo sé, Bree —contesté con un suspiro—. Pero aunque ella lo haya dicho y aunque yo quisiera, ¿cómo podría confiar en ella?
—No quiero que te comportes como una idiota, así que voy a explicarte algún secretillo. ¿Preparada?
—Para nada —dije.
Ella siguió de todos modos.
—Antes de que yo conociese a Rob, él era un putón verbenero. Te juro que su pene había estado en todas partes. Pero ahora es un hombre distinto. Adora el suelo que yo piso.
—Sí, pero quería casarse —dije—. No solo se acostaba contigo.
—Desde luego, cuando empezamos a salir solo pensábamos en follar. Mira, Sanny, a una persona le pasan muchas cosas entre los diecinueve y los treinta y un años. Hay muchos cambios.
—Ya lo creo —murmuré, imaginando la voz de Britt, aún más profunda, sus dedos expertos, su pecho ancho y sólido.
—No estoy hablando solo de que esa parte del cuerpo masculino se desarrolle, ¿sabes? —Hizo una pausa y añadió—: Aunque eso también. Y ahora que lo pienso, tienes que enviarme una foto de Brittany Pierce a los treinta y un años.
—¡Bree!
—¡Es broma! —vociferó entre risas a través del teléfono, y luego hizo una pausa—. Bueno, en realidad hablo en serio. Envíame una foto. Pero la verdad es que no me gustaría nada que dejases escapar la ocasión de estar con ella solo porque esperas que siempre actúe como una mujeriega de diecinueve años. La verdad, ¿no te parece que has cambiado mucho desde que tenías diecinueve años?
No dije nada; me limité a mordisquearme el labio y continuar pasando el dedo por los adornos de la antigua alacena de mi madre.
—Y solo han pasado cinco años desde que tenías esa edad, así que piensa en cómo se siente ella. Tiene treinta y un años. Se puede adquirir mucha sensatez en doce años, Sanny.
—Joder —dije—. No me gusta nada que tengas razón.
Ella se echó a reír.
—¿Debo suponer que tu cerebro lógico ha estado utilizando todo eso como una especie de campo de fuerza para protegerse del encanto de Pierce?
—Al parecer, no demasiado bien.
Cerré los ojos y me apoyé contra la pared.
—Oh, Dios, es increíble. Me alegro muchísimo de que hayas llamado hoy. Estoy enorme y embarazada, y en este momento me muero de aburrimiento. Lo que me cuentas es asombroso.
—¿No se te hace raro?
Se hizo un instante de silencio mientras ella consideraba mi pregunta.
—Supongo que podría hacérseme raro, pero, si quieres que te sea franca, Britt y yo... Bueno, ella fue la primera chica con la que tuve ganas de acostarme, pero eso es todo. La superé dos segundos después de que Brandon Henley se hiciera el piercing en la lengua.
Me tapé los ojos con la mano.
—¡Qué asco!
—Sí, no te hablé de eso porque no quería estropearte ni quería que me lo estropeases a mí investigando cómo afectaba el piercing a la contractilidad del músculo o algo así.
—Esta ha sido la conversación más incómoda del mundo. ¿Puedo colgar ya?
—¡No seas tonta!
—La verdad es que la he cagado —gruñí, frotándome la cara—. Bree, me he comportado como una auténtica capulla.
—Me da la impresión de que tienes que besarle el culo a alguien. ¿Le van a Britt esa clase de cosas?
—¡Oh, Dios mío! —exclamé—. ¡Voy a colgar!
—Vale, vale. Mira, Sanny. No veas el mundo a través de los ojos de una cría de doce años. Deja que Britt se explique. Trata de recordar lo que tiene entre las piernas y que eso la convierte en una idiota, pero en una idiota simpática. Ni siquiera tú puedes negarlo.
—Para de decir cosas lógicas.
—Imposible. Ahora ve a ponerte tus bragas de mayorcita y arregla la situación.
Me pasé todo el trayecto hasta el apartamento de Britt intentando diseccionar todos mis recuerdos de aquella Navidad y reconciliarlos con lo que Bree me había dicho. Tenía doce años y estaba fascinada por Britt, fascinada por la idea de Britt y mi hermana juntas.
Sin embargo, después de oír la versión de Bree de los acontecimientos de aquella semana y lo que había venido después, me pregunté cuánto de aquello era real y cuánto era invención de mi dramático cerebro. Y ella tenía razón. Esos recuerdos me habían ayudado a meter a Britt en un molde en forma de mujeriega y me habían hecho casi imposible imaginarla fuera de ella. ¿Quería más ella? ¿Era capaz? ¿Y yo? Solté un gruñido. Tenía que pedirle muchas disculpas.
No abrió la puerta cuando llamé; no contestó ninguno de los mensajes que le envié estando allí.
Así que hice lo único que se me pasó por la cabeza: mandarle mensajes con chistes verdes malos.
«¿Cuál es la diferencia entre un pene y la nómina?», tecleé. Al no recibir respuesta, continué. «Una mujer siempre estará dispuesta a soplarte la nómina.»
Nada.
«¿Qué le dice una teta a la otra?»
Y cuando no obtuve respuesta:
«Conduce tú, que estoy mamada. Madre mía, qué malo».
Decidí probar con uno más.
«¿Qué viene después del sesenta y nueve?»
Había mencionado su número favorito, confiando en que eso pudiera bastar para sacarla de su cueva. Casi se me cayó el móvil cuando la palabra «Qué» apareció en la
pantalla.
«Enjuague bucal.»
«Joder, Santana. Ese ha sido malísimo. Sube hasta aquí y dejemos de hacer el ridículo.»
Prácticamente fui corriendo hasta el ascensor. Su puerta estaba abierta, y cuando entré vi que estaba preparando la cena: ollas hirviendo sobre los fogones, la encimera manchada... Llevaba una vieja camiseta Primus y unos vaqueros rotos y descoloridos. Estaba para comérsela. Cuando entré en la cocina no alzó la vista; mantuvo la cabeza gacha y los ojos clavados en el cuchillo y la tabla de cortar. Crucé la habitación con pies inseguros, me quedé a su espalda y le apoyé la barbilla en el hombro.
—Soy una impresentable —dije.
Inspiré hondo, queriendo memorizar su olor. Porque, ¿y si había ocurrido lo peor? ¿Y si se había hartado de la tonta de Sanny, de sus preguntas idiotas, de su torpeza en la cama y de su manía de sacar conclusiones precipitadas? Yo me habría dado una buena patada en el culo hacía siglos.
Sin embargo, me sorprendió dejando el cuchillo en la encimera y volviéndose hacia mí. Parecía desdichada, y sentí una punzada de culpa en el estómago.
—Puede que no conozcas los detalles sobre lo de Bree —dijo—, pero eso no significa que no hubiese otras. Algunas a las que ni siquiera recuerdo. —Su voz sonaba sincera, arrepentida incluso —. He hecho cosas de las que no estoy orgullosa, y parece que estoy pagando las consecuencias.
—Por eso me aterró que me dijeses que querías más —dije—. Porque ha habido muchas mujeres en tu pasado y me doy cuenta de que no tienes ni la más mínima idea de cuántos corazones has destrozado, ni tal vez de cómo evitar destrozarlos. Me gusta pensar que soy demasiado lista para ser una víctima más.
—Lo sé —dijo ella—, y estoy segura de que eso forma parte de tu encanto. No estás aquí para cambiarme. Solo estás aquí para ser mi amiga.
Haces que piense más que nunca en las decisiones que he tomado, y eso es bueno. —Vaciló—. Y reconozco que me dejé arrastrar por nuestro momento poscoital... Simplemente me dejé llevar.
—No pasa nada.
Me estiré para darle un beso en la mandíbula.
—Ser solo amigas me parece bien —dijo—. Ser amigas con derecho a roce me parece aún mejor.
—Me apartó para mirarme a los ojos—. Pero creo que ese es un buen lugar en el que quedarse por ahora, ¿vale?
Traté de interpretar su expresión, de entender por qué parecía considerar cuidadosamente cada palabra que pronunciaba.
—Lamento lo que dije. Me entró el pánico y te hice un comentario hiriente. Me siento como una idiota.
Alargó el brazo, metió un dedo en una de las trabillas de mi cinturón y me atrajo hacia sí. Me dejé arrastrar de buen grado hasta notar la presión de su pecho contra el mío.
—Las dos somos idiotas —dijo, y sus ojos se posaron en mi boca—. Y, para que lo sepas, me dispongo a besarte.
Asentí con la cabeza y me puse de puntillas para estar más cerca. No fue un auténtico beso, aunque no supe muy bien de qué otro modo llamarlo. Sus labios rozaron los míos, cada vez con un poquito más de presión que la vez anterior. Su lengua me lamió suavemente, tocándome apenas, antes de atraerme más hacia sí, de ahondar más. Noté que metía los dedos bajo la tela de mi camiseta y los dejaba allí, apoyados en mi cintura. De repente mi mente se vio asaltada por ideas de cosas que quería hacerle, por la necesidad de estar muy cerca de ella. Quería saborear cada centímetro de su piel. Quería memorizar cada línea y cada músculo.
—Quiero hacerte una mamada —dije, y ella retrocedió lo justo para calibrar mi expresión—. Y esta vez de verdad. O sea, hacer que llegues al orgasmo y todo.
—¿Sí?
Asentí, pasándole las puntas de los dedos por la mandíbula.
—¿Me enseñas a hacerte una mamada increíble?
—Eres la hostia, Santana —dijo entre risas, y me dio otro beso.
La noté ya empalmada contra mi cadera y deslicé la mano por su cuerpo para apoyar la palma sobre su polla.
—¿Vale? —pregunté.
Britt abrió más los ojos y me miró confiada. Me cogió de la mano y me llevó hasta el sofá. Vaciló un momento antes de sentarse.
—Puede que me desmaye si sigues mirándome así.
—¿No se trata de eso? —Sin esperar a que me invitase, me puse de rodillas en el suelo, entre sus piernas—. Dime cómo quieres que lo haga.
Me miró fijamente, con expresión intensa. Me ayudó con su cinturón, me ayudó a bajarle los pantalones por las piernas y me miró mientras me inclinaba y le besaba la punta.
Cuando me incorporé hizo una breve pausa y calibró mi expresión. Y luego se agarró la base de la polla.
—Lame de la base a la punta. Empieza despacio. Atorméntame un poco.
Me incliné y le pasé la lengua por la parte inferior del miembro, a lo largo de la gruesa vena, hasta alcanzar la tensa corona. Goteaba un poco en el extremo y me sorprendió con su dulzor. Besé la punta, succionando para obtener más.
Lanzó un gemido.
—Otra vez. Empieza por abajo. Y vuelve a chupármela un poco en el extremo.
—Sabes explicarte muy bien —susurré con una sonrisa, y le besé la polla. Pero ella parecía incapaz de devolverme la sonrisa; sus ojos azules me miraban con intensidad.
—Tú me lo has pedido —masculló—. Te estoy diciendo paso a paso lo que he imaginado un centenar de veces.
Volví a empezar. Me encantaba verla así. Parecía un poco peligrosa, y a su lado, su mano libre se había cerrado en un puño. Quería que se soltase, que enredase sus manos en mi pelo y empezase a empujar con fuerza contra mi boca.
—Ahora chúpamela.
Asintió mientras la rodeaba con los labios y luego con la boca, utilizando la lengua para darle unos golpecitos.
—Chúpamela más. Con fuerza.
Hice lo que me pedía, cerrando los ojos un instante y tratando de no dejarme arrastrar por el miedo a atragantarme y perder el control. Al parecer, lo hacía bien.
—¡Joder, sí, justo así! —gimió cuando rodeé su miembro con mis labios—. Con mucha saliva.. Usa un poco los dientes en el tronco.
La miré en busca de una confirmación antes de dejar que mis dientes le rozaran la piel. Lanzó un gruñido y levantó las caderas con una sacudida hasta chocar con el fondo de mi garganta.
—Eso es. Lo haces de puta madre.
Fue justo el cumplido que necesitaba para tomar el control, chupársela con más fuerza y soltarme, desatarme.
—Sí, oh... —Sus caderas se movieron con más fuerza, con más violencia. Tenía los ojos clavados en mi rostro, las manos enterradas en mi pelo tal como yo quería—. Muéstrame cuánto te gusta.
Cerré los ojos, gimiendo alrededor de su miembro. Me había puesto a chupársela con todas mis fuerzas. Sentí que salían de mi garganta unos ruiditos, y todo lo que pude pensar fue: «Sí, más y deshazte».
Sus profundos gruñidos y su respiración entrecortada eran como una droga para mí, y noté que mi propio anhelo aumentaba a medida que su placer crecía y crecía. Encontramos un ritmo; mi boca y mi puño trabajaban complementados por los movimientos de sus caderas, y me di cuenta de que se estaba conteniendo, de que lo estaba haciendo durar.
—Con los dientes —me recordó en un siseo, y gimió aliviado cuando obedecí.
Con la punta de un dedo siguió el contorno de mis labios en torno a su miembro mientras la otra mano permanecía enredada en mi pelo, guiándome y sujetándome al tiempo que empujaba hacia arriba con cuidado. Se hinchó contra mi lengua, y su mano se cerró en mi pelo en un apretado puño.
—Me corro, Santana. Me corro.
Sentí que los músculos de su estómago saltaban y se ponían rígidos, que sus muslos se tensaban.
Le chupé la polla por última vez, de forma prolongada, antes de apartarme cogiéndosela con las manos y, tras deslizarlas deprisa y con violencia, agarrarla como a ella le gustaba, apretando.
—Jodeeerrr... —gimió.
Y se corrió, caliente sobre mis manos. No paré de moverme, no paré de darle lentas chupadas hasta que fue demasiado y me apartó, sonriendo mientras me atraía hacia sí.
—Joder, aprendes rápido —dijo, besándome la frente, las mejillas, las comisuras de la boca.
—Porque eres una profesora excelente.
Se echó a reír y apoyó su sonrisa contra la mía.
—Puedo asegurarte que eso no lo he aprendido por experiencia. —Se apartó y sus ojos recorrieron cada centímetro de mi rostro—. ¿Te quedas a cenar conmigo?
Me acurruqué contra su costado y asentí con la cabeza. No había ningún otro sitio en el que prefiriese estar.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
ok y ahora????? sera que britt replego sus nacientes sentimientos ante la actitud de sanny?????
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Edad : 54
Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
matan los antecedentes de britt!!!
es normal el miedo de san,... va para britt también la faceta de "relación exclusiva" es nueva para las dos!!
pero es bueno que san tenga claro lo de bee,... aunque britt tiene que empezar a descartar sus relaciones de una ves por todas!!!
es normal el miedo de san,... va para britt también la faceta de "relación exclusiva" es nueva para las dos!!
pero es bueno que san tenga claro lo de bee,... aunque britt tiene que empezar a descartar sus relaciones de una ves por todas!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
Pues todo esto es nuevo para ambas, solo que en este caso Britt tiene un pasada no tan agradable. Sin embargo ahora con San toda su vida esta dando un giro total ...
Y pues por ahora quedaron dichas las cosas solo amigas con derecho a roce ..... Haber como siguen las cosas
Y pues por ahora quedaron dichas las cosas solo amigas con derecho a roce ..... Haber como siguen las cosas
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
micky morales escribió:ok y ahora????? sera que britt replego sus nacientes sentimientos ante la actitud de sanny?????
posiblemente es para no presionarla, si la llega a revelar completamente sus sentimientos posiblemente la asuste.... y se quede sin sanny
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
3:) escribió:matan los antecedentes de britt!!!
es normal el miedo de san,... va para britt también la faceta de "relación exclusiva" es nueva para las dos!!
pero es bueno que san tenga claro lo de bee,... aunque britt tiene que empezar a descartar sus relaciones de una ves por todas!!!
ese pasado o antecedente como dices tu esta haciendo un gran daño en la confianza que santana necesita para aceptar una relacion con la rubia....
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
JVM escribió:Pues todo esto es nuevo para ambas, solo que en este caso Britt tiene un pasada no tan agradable. Sin embargo ahora con San toda su vida esta dando un giro total ...
Y pues por ahora quedaron dichas las cosas solo amigas con derecho a roce ..... Haber como siguen las cosas
jajja es una dimensión desconocida para ellas..... humm amigas con derecho a roce, se oye muy simple estas se dan todo el lote jajajajaj.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
Capitulo 14 parte 1
Hacía tanto tiempo que no me acurrucaba en el sofá con una mujer que se me había olvidado lo maravilloso que era. Aunque con Santana era prácticamente como estar en el cielo, porque podía disfrutar al mismo tiempo de una cerveza, un partido de baloncesto, un poco de conversación sobre ciencia para iniciados y una mujer con curvas espectaculares a mi entera disposición.
Apuré mi copa de un sorbo y luego miré a Santana, que tenía los ojos vidriosos, a punto de quedarse dormida. No me sentía orgullosa de haber dado marcha atrás ante su reacción de esa mañana, pero tal como estaba aprendiendo a marchas forzadas, era
capaz de hacer cualquier cosa por ella. Si Santana quería que lo nuestro siguiese basándose en el sexo sin compromiso, eso es lo que haríamos. Si quería que fuésemos solo «follamigas», podía fingir sin problemas. Podía ser paciente, podía darle tiempo. Yo solo quería estar con ella, y por muy patético que pudiese sonar, aceptaría cualquier cosa que me diese.
De momento, no me importaba ser la Kitty de la relación.
—¿Estás bien? —murmuré, besándole la cabeza.
Asintió, canturreando, y sujetando más firmemente la cerveza que tenía en el regazo. La suya estaba casi llena y segura que, a aquellas alturas, ya debía de estar caliente, pero me gustó que se hubiese tomado una de todos modos.
—¿No te gusta la cerveza? —le pregunté.
—Esta está muy amarga, sabe a agujas de pino.
Me reí y le retiré el brazo de detrás de la nuca mientras me inclinaba hacia delante para dejar mi cerveza vacía en la mesa.
—Eso es por el lúpulo.
—¿Eso es con lo que se hace la fibra de la ropa de marihuana?
Me incliné aún más, riéndome con más ganas.
—Eso es el cáñamo, Santana. Joder, eres increíble.
Cuando la miré, vi que estaba sonriendo y me di cuenta de que, naturalmente, se acababa de quedar conmigo. Me dio unas palmaditas en la cabeza con aire condescendiente y yo me zafé de ella.
—Me alegro —dije— de haberme olvidado, aunque solo sea por un momento, de que seguro que te has memorizado el nombre de todas las plantas del mundo.
Santana se desperezó y los brazos le temblaron levemente por encima de la cabeza mientras ronroneaba de placer. Naturalmente, aproveché la oportunidad para admirar su delantera.
Resultaba que, además, llevaba una camiseta muy molona de Doctor Who que nunca le había visto antes.
—¿Estás mirando la mercancía? —exclamó, al abrir un ojo y sorprenderme, bajando los brazos despacio.
Asentí con la cabeza.
—Sí.
—¿Tanto te gustan las tetas? —preguntó.
En lo que claramente se estaba convirtiendo en una costumbre, hice caso omiso de la pregunta implícita sobre otras mujeres, y decidí que no iba a volver a hablar de nada que tuviese relación con aquella conversación tabú... de momento. Santana se quedó callada a mi lado y supe que se estaba haciendo la misma pregunta: «¿Se ha acabado esta conversación?».
Nos salvó la campana, o en este caso, el timbre de mi móvil, encima de la mesita del café. Un mensaje de texto de Puck iluminó la pantalla.
«Me voy a tomarme unas pintas con Maddie. ¿Te vienes?»
Le enseñé el móvil a Santana, en parte para que viese que no era una mujer la que me escribía un martes por la noche y en parte también para ver si le apetecía venir . Arqueé las cejas, preguntándoselo sin palabras.
—¿Quién es Maddie?
—Maddie es una amiga de Puck, la dueña de Maddie’s, un bar de Harlem. Casi nunca hay nadie y tienen una cerveza muy buena. A Puck le gusta por la horrible comida inglesa que sirven.
—¿Quién va?
Me encogí de hombros.
—Puck. Probablemente Quinn. —Me callé, pensando. Era martes, así que lo más probable era que Quinn y Marley quisieran ponerme a prueba para ver si estaba con Kitty. Seguramente, todo aquello era una especie de trampa para controlarme—. Seguro que Marley y Ryder también vienen.
Santana ladeó la cabeza, mirándome con atención.
—¿Y salís mucho de bares entre semana? Parece un poco raro, tratándose de gente tan seria como vosotros, altos ejecutivos y todo eso.
Lancé un suspiro, me levanté y la arrastré a ella conmigo.
—Si te digo la verdad, creo que están intentando controlar mi vida sexual.
Si sabía que los sábados eran las noches que reservaba para estar con Kristy, entonces tal vez sabría también que los martes solía pasarlos con Kitty. Más me valía ser sincera con ella desde el principio sobre lo entrometidos que podían llegar a ser mis amigos.
Su expresión permaneció inescrutable y no supe adivinar si estaba enfadada, celosa, nerviosa o tal vez simplemente escuchando sin más. Me moría de ganas de saber qué era lo que le pasaba por la cabeza en esos momentos, pero era una insensatez volver a sacar el tema de nuevo y hacer que saliera huyendo. Era una mujer, una mujer perfectamente capaz de aceptar que una mujer solo quisiese sexo conmigo, aun en las
circunstancias emocionales más turbias. Sobre todo cuando esa mujer era Santana.
Me agaché a recoger las botellas de cerveza.
—¿Y no será un poco incómodo si voy? ¿Están al corriente de lo nuestro?
—Sí, están al corriente. No, no será incómodo, para nada.
Parecía escéptica y apoyé las manos en sus hombros.
—La única regla es la siguiente: las cosas solo son incómodas si tú permites que lo sean.
Puesto que el bar estaba a apenas quince manzanas de mi casa, decidimos ir andando. A finales de marzo, en Nueva York el cielo siempre estaba tapado y hacía frío, o estaba despejado y hacía frío, y por suerte la nieve se había derretido al fin y estábamos disfrutando de una primavera bastante agradable.
A solo una manzana de mi apartamento, Santana me buscó la mano. Entrelacé mis dedos con los suyos y uní las dos palmas. En cierto modo, siempre había esperado que el amor fuese principalmente un estado mental, así que todavía no estaba acostumbrada a las manifestaciones físicas de mis sentimientos por ella: cómo se me encogía el estómago, el ansia que sentía mi piel de entrar en contacto con la suya, la forma en que el pecho me oprimía las costillas y el corazón me latía a mil por hora, bombeando sangre a toda velocidad por mis venas.
Me apretó la mano antes de preguntar:
—¿Y de verdad te gusta practicar el sesenta y nueve? Quiero que me digas la verdad.
Pestañeé, mirándola con perplejidad, me eché a reír y..., joder, me quedé aún más prendada de ella y sus ocurrencias.
—Sí. Me encanta.
—Pero... Y no me odies cuando te diga esto...
—¿Me lo vas a estropear, a que sí?
Me miró y se tropezó un momento con una grieta que había en la acera.—Ah, pero es que ¿eso es posible?
Consideré mi respuesta.
—Probablemente no.
Abrió la boca para decir algo y luego la cerró de nuevo. Al final se decidió.
—Es que prácticamente tienes la cara en el culo de otra persona, ¿no? —soltó.
—No, no es verdad. Tienes la cara en la polla de alguien o en el coño de alguien.
Ya estaba negando con la cabeza.
—No. Supongamos que yo estoy encima de ti y...
—Me gusta esa hipótesis. —Esperaba con ansia el momento en que ella llevase la iniciativa y se montase encima de mí. En realidad, tenía tantas ganas que, en cuanto visualicé la imagen, tuve que pararme un momento a recolocarme discretamente los tejanos con la mano que me quedaba libre.
Haciendo caso omiso de mi indirecta, siguió hablando.
—Eso significa que tú estás debajo de mí. Yo tengo las piernas abiertas encima de tu cara, así que mi culo... está a la altura de tus ojos.
—Sí, perfecto.
—Es mi culo. A la altura de tus ojos.
Le solté la mano y le coloqué un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Esto no será ninguna sorpresa para ti, pero no siento ninguna aversión por los culos. Creo que deberíamos probarlo.
—¿Y no da un poco de vergüenza?
Me detuve en seco y le volví la cara para que me mirara a los ojos.
—¿Hemos hecho algo que te haya dado un poco de vergüenza?
Sus mejillas se tiñeron de rojo y parpadeó al mirar calle abajo.
—No —murmuró.
—¿Y me crees cuando te digo que haré que disfrutes con todo lo que hagamos?
Volvió a mirarme, con mirada dulce y cómplice.
—Sí.
La tomé de la mano de nuevo y seguimos andando.
—Entonces, ya está. Solucionado. Pondremos algún sesenta y nueve en nuestro futuro.
Caminamos en silencio durante varias manzanas, escuchando el gorjeo de los pájaros, el viento, el ruido del tráfico en ráfagas que orquestaban los semáforos.
—¿Crees que alguna vez podré enseñarte yo algo? —preguntó justo antes de que llegáramos al bar.
Le dediqué una sonrisa.
—Eso no lo dudes —respondí con un gruñido, y luego abrí la puerta del Maddie’s para Santana y le hice señas para que entrara ella primero. Mis amigos, sentados en una mesa junto a la minúscula pista de baile, nos vieron en cuanto entramos. Marley, de cara a la puerta, fue la primera en vernos y sus labios dibujaron una «o» diminuta de sorpresa que borró casi inmediatamente. Ryder y Quinn se volvieron en sus asientos, disimulando hábilmente cualquier reacción, pero el cabrón de Puck estaba sonriendo de oreja a oreja, con una expresión triunfal.
—Vaya, vaya —dijo, poniéndose de pie para acudir al encuentro de Santana y darle un abrazo de bienvenida—. Mira quién está aquí.
Santana sonrió y fue saludando a todos alternativamente con abrazos y con la mano, y luego sacó una silla en un extremo de la mesa. Hice que Puck se cambiara de asiento para poder sentarme junto a ella, y no pasé por alto su sonrisa burlona y el «estás colada, rubia» que murmuró por lo bajo.
La propia Maddie en persona se acercó a nuestra mesa, dejó dos posavasos más y nos preguntó qué queríamos tomar. Enumeró las cervezas de barril y como sabía que a Santana no le gustaría ninguna, me acerqué y le susurré al oído:
—También tienen otras bebidas o refrescos.
—Los refrescos están terminantemente prohibidos —soltó Puck inmediatamente—. Si no te gusta la cerveza, hay whisky.
Santana se puso a reír e hizo una mueca de asco.
—¿Te beberías un vodka con 7-Up? —me preguntó, anticipando nuestro numerito habitual en el que ella se pedía una copa y era yo la que acababa bebiéndomela.
Negué con la cabeza e hice una mueca de asco, me apoyé con la frente prácticamente pegada a la de ella.
—Probablemente no.
Siguió pensando mientras ronroneaba.
—¿Y un whisky con Coca-Cola?
—Eso sí me lo bebería. —Miré a Maddie y dije—: Un whisky con Coca-Cola para ella y yo me tomaré una Green Flash.
—Ooh..., ¿y eso qué es? —quiso saber Santana.
—Es una cerveza muy amarga —le dije, besándole la comisura de la boca—. No te gustaría.
Cuando Maddie se fue, me separé de Santana y eché un vistazo alrededor en la mesa, y descubrí cuatro rostros muy interesados en todos nuestros movimientos.
—Parecéis entenderos muy bien —señaló Puck.
Santana hizo un movimiento vago con la mano y explicó:
—Es nuestro sistema: yo solo me tomo un par de sorbos de mi copa y ella se la termina. Todavía estoy aprendiendo qué es lo que pide.
Quinn dejó escapar un gritito de entusiasmo y Marley nos sonrió como si fuésemos una pareja de tortolitas. Les lancé una mirada de advertencia. Cuando Santana preguntó dónde estaba el baño y se encaminó luego en esa dirección, me incliné hacia el resto del grupo y los miré a todos a los ojos.
—Esto no va a ser el show de Britt y Santana, ¿eh, chicos? Estamos tanteando el terreno. Comportaos con normalidad.
—Vale —dijo Quinn, pero entonces entrecerró los ojos—. Pero que conste que hacéis muy buena pareja las dos y como todos sabemos que os habéis enrollado, es muy valiente por su parte haber querido venir aquí con todo el grupo esta noche.
—Ya lo sé —murmuré, al tiempo que cogía al cerveza en cuanto Maddie me la sirvió y le daba un sorbo. El amargo sabor del lúpulo se fue transformando en un agradable regusto a malta. Cerré los ojos y emití un gemido mientras los demás charlaban.
—¿Britt ? —dijo Quinn en voz baja, para que solo la oyera yo. Se volvió y miró a su espalda antes de volverse de nuevo y mirarme a mí—. Por favor, haz esto que estás haciendo con Santana si estás segura de que es eso lo que quieres.
—De verdad que te agradezco que te entrometas, Quinn, pero deja de entrometerte.
Endureció la expresión y me di cuenta de mi error. Santana era un poco mayor que Quinn cuando había empezado a salir con aquel desgraciado del congresista de Chicago, pero yo tenía exactamente la misma edad que él: treinta y uno. Quinn seguramente consideraba su deber preocuparse por otras mujeres que pudiesen ser víctimas de la misma situación en la que estuvo ella durante tanto tiempo.
—Mierda, Quinn —dije—. Entiendo por qué te metes, pero es que esto... es diferente. Lo sabes, ¿verdad?
—Siempre es diferente al principio, eso es lo que sé —respondió—. Se llama encoñamiento, y hace que seas capaz de prometer cualquier cosa.
No es que no hubiese estado encoñada antes con una mujer, me había pasado otras veces, pero siempre había mantenido la cabeza fría, siempre había sabido cómo sacar el máximo partido a la parte física de la relación y tomarme el lado emocional con más calma, o incluso separarlo por completo. ¿Qué tenía Santana que hacía que quisiera renegar de ese modelo y tirarme de cabeza al fondo de la piscina, donde el agua estaba más fría y todo era más peligroso?
Santana regresó y me dedicó una sonrisa antes de sentarse y tomar un sorbo de su copa. Tosió y me miró, abriendo mucho los ojos y saltándosele las lágrimas, como si tuviera la garganta en llamas.
—Sí, es verdad —dije, riendo—. Maddie prepara las bebidas más bien fuertes. Debería haberte avisado.
—Lo mejor es que sigas bebiendo —le aconsejó Ryder—. Luego es más fácil, cuando ya tienes la garganta anestesiada.
—Eso dicen siempre —bromeó Marley, chistosa.
La risa de Puck retumbó por toda la mesa y yo puse cara de resignación, esperando que Santana no hubiese pillado el chiste.
No reaccionó de ninguna forma especial, sino que se limitó a tomar otro sorbo y esta vez bebió con normalidad.
—Está bueno. Estoy bien. Madre mía, debéis de pensar que no he probado el alcohol en toda mi vida. Os prometo que a veces bebo, es solo que...
—Que no le sienta muy bien —terminé la frase, riendo.
Debajo de la mesa, Santana me cubrió la rodilla con la palma de su mano y la deslizó hacia arriba, hacia mi muslo. Encontró allí mi mano y entrelazó los dedos con los míos.
—Me acuerdo de la primera vez que me tomé una copa — explicó Quinn, sacudiendo la cabeza con aire risueño—. Tenía catorce años y me acerqué a la barra en la boda de mi prima. Pedí una Coca-Cola y la mujer que había a mi lado pidió otra pero con algo de alcohol. Me confundí y cogí la suya sin querer y regresé a mi mesa. No tenía ni idea de qué le pasaba a mi bebida ni por qué tenía aquel sabor tan raro, pero os diré que fue la primera y última vez que esta chica blanca se puso a bailar unos movimientos de breakdance en una pista de baile.
Todos nos echamos a reír, sobre todo al imaginarnos a nuestra dulce y reservada Quinn haciendo el robot o algún giro espectacular. Cuando cesaron las risas, fue como si todos hubiésemos pensado lo mismo, porque concentramos las miradas sobre Marley casi al unísono.
—¿Cómo van los preparativos de la boda? —pregunté.
—¿Sabes una cosa, Britt ? —dijo, esbozando una sonrisa maliciosa—. Creo que es la primera vez que me preguntas por la boda.
—Pasé cuatro días en Las Vegas con estos impresentables. —Señalé a Ryder y Puck con la cabeza—. Así que no es que no sepa lo que se cuece. ¿Quieres que ate los lacitos de los arreglos florales o algún rollo de esos?
—No —contestó, riéndose—. Y los preparativos van... bien.
—Más o menos —masculló Ryder.
—Más o menos —convino Marley.
Intercambiaron una mirada cómplice y ella se echó a reír otra vez, apoyándose en el hombro de él.
—¿Qué significa eso? —inquirió Quinn—. ¿Otra vez problemas con el catering?
—No —contestó Ryder, antes de tomar un sorbo de cerveza—. Lo del catering está solucionado.
—Gracias a Dios —apostilló Marley.
Ryder siguió hablando.
—Es que es increíble las cosas que llegan a hacer las familias cuando hay una boda de por medio. Salen a la luz toda clase de historias melodramáticas. Os juro por Dios que si conseguimos llevar esto adelante sin que ocurra ningún homicidio cuádruple, seremos unos putos héroes.
Reflexionando sobre aquellas palabras, apreté la mano de Santana con más fuerza.
Tras un breve instante, ella hizo lo propio y se volvió a mirarme. Sus ojos escudriñaron los míos y luego se iluminaron con una sonrisa. Estaba pensando en ella y en mí. Estaba pensando en su familia y en que, en los últimos doce años, se habían convertido en mi familia adoptiva en la Costa Este, y en ese momento fugaz, visualicé ese mismo futuro para mí —enamorarme, casarme, decidir formar una familia— desfilando ante mis ojos.
Le solté la mano y me restregué la palma en el muslo al tiempo que sentía el pulso de mis venas palpitándome en el cuello. Joder, ¿qué coño le había pasado a mi vida? En tan solo un par de meses, todo había cambiado radicalmente.
Bueno, no todo. Mis amigos seguían siendo los mismos, mi situación económica era desahogada. Todavía salía a correr (casi) a diario, aún pillaba los partidos de baloncesto por la tele cada vez que podía, pero... Me había enamorado. ¿Cuántas veces se ve venir una cosa así?
—¿Estás bien? —me preguntó.
—Sí, sí. Estoy bien —murmuré—. Es solo que... —No podía decir nada; habíamos acordado que solo éramos amigas. Le había dicho que eso era lo que quería yo también—. Es alucinante ver a tus amigos pasando por el aro —dije, gesticulando y señalando a Marley y Ryder, escudándome en ellos—. No me imagino para nada a mí misma.
Y a partir de ese instante, todas las miradas volvieron a concentrarse en nosotras y en cada uno de nuestros movimientos, ya fuese un intercambio de miradas o un simple roce entre Santana y yo. Los miré con ojos asesinos y me puse de pie. La silla chirrió contra el suelo e hizo mi incomodidad aún más evidente. No me importaba ser el centro de atención en aquel grupo, ya fuese cuando era yo quien me metía con alguno de ellos o cuando ocurría lo contrario. Sin embargo, aquello era distinto. Podía soportar las bromas sobre mis ligues habituales o mi pasado más que mujeriega, pero en ese momento me sentía asquerosamente vulnerable en aquella situación con Santana, nueva para mí, y no estaba acostumbrada a ser el blanco de las miradas cómplices.
Me limpié las manos sudorosas en las perneras de los tejanos —¿Por qué no...? No sé. —Miré a mi alrededor con impotencia. «Deberíamos habernos quedado en mi puto sofá —pensé—. A lo mejor deberíamos haber follado otra vez ahí en el salón. Deberíamos haber seguido a lo nuestro hasta que las cosas hubiesen estado un poquitín más claras entre nosotras.»
Santana me miró con una expresión divertida.
—¿Por qué no?
—¿Por qué no bailamos?
La arranqué de su silla y la saqué a la pista de baile vacía, sin darme cuenta hasta ese momento de que sería aún peor que aquello de lo que trataba de escapar. Nos había alejado a las dos de la seguridad del grupo en la mesa para que saliéramos a lo que era básicamente un escenario. Santana dio un paso hacia mí, me colocó las manos alrededor de su cintura y desplazó las manos por mi pecho hasta llevarlas a mi pelo.
—Respira, Britt
.
Cerré los ojos e inspiré profundamente. Nunca en toda mi vida me había sentido tan incómoda. Pensándolo bien, nunca en toda mi vida me había sentido incómoda en realidad.
—Estás un poco rara —me dijo, riéndose, al oído cuando la atraje hacia mí—. Nunca te había visto tan perdida. Tengo que admitir que, en cierto modo, es hasta conmovedor.
—Todo el puto día de hoy ha sido muy raro.
Maddie había puesto una música suave y melodiosa de estilo indie, y aquella canción en particular solo era instrumental. Era muy tierna, casi un poco melancólica, pero tenía exactamente la clase de ritmo que quería para bailar con Santana: lento, apretadas. La clase de baile en la que podía hacer como que bailaba cuando, en realidad, solo estaría de pie y la abrazaría durante unos minutos lejos de la mesa.
Dando una vuelta muy despacio, me volví y vi que mis amigos ya no nos miraban, que habían vuelto a centrarse en su conversación. Marley charlaba animadamente de algo, gesticulando con los brazos, y estaba casi segura de que estaría relatándoles alguna hecatombe relacionada con la boda. Ahora que había pasado el incómodo trámite de la «inspección de Britt », me sentía dividida entre quedarme allí bailando con Santana o volver a la mesa para escuchar las rocambolescas situaciones que estarían viviendo Ryder y Marley. Me imaginaba que tenían que ser toda una epopeya.
—Me gusta estar contigo —dijo Santana, interrumpiendo el hilo de mis pensamientos.
Puede que fuesen las luces del bar o tal vez su estado de ánimo, pero ese día sus ojos eran de un marrón más intenso. Me recordaban a la primavera, a cuando la estación estallaba de lleno en pleno corazón de Nueva York. Tenía ganas de que pasase el invierno. Creo que necesitaba que todo a mi alrededor sufriese una transición para no sentir que era la única que atravesaba una fase fundamental de su vida.
Se detuvo y posó la mirada en mis labios.
—Siento lo de antes.
Me eché a reír.
—Eso ya lo has dicho —le susurré—. Te disculpaste con palabras . Y luego con tu boca en mi polla.
Se rió y escondió la cabeza en mi cuello, y yo pude imaginarme que estábamos solas, bailando en mi sala de estar o en el dormitorio. Solo que si estuviéramos allí, no estaríamos bailando, precisamente. Apreté la mandíbula con firmeza, tratando de contenerme e impedir que mi cuerpo reaccionase a la proximidad del suyo, al recuerdo de cuando la estrechaba entre mis brazos, de cuando me habían hecho la mamada de mi vida, antes, y a la posibilidad de convencerla para que volviera a mi casa luego, otra vez . Aunque solo quisiese acurrucarse contra mí y dormir, me parecería genial. Después de la intensidad de lo ocurrido aquel día, no quería de ninguna manera que se fuese a su casa después de aquello.
—Supongo que lo que pasa es que no sé qué hacer —admitió—. Ya sé que hemos hablado antes de esto, pero siento como si todavía fuese todo un poco raro.
Lancé un suspiro.
—Pero ¿por qué es complicado?
Las luces de la pista de baile proyectaban una telaraña de sombras sobre su rostro, y estaba tan increíblemente hermosa que creía que iba a perder la cabeza en cualquier momento. La pregunta me inundaba la garganta como si fuera humo hasta que no pude seguir conteniéndome:
—¿Es que esto no es bueno?
Sonreí para que pensase que yo sabía que lo era; tal vez creería por un instante que, en realidad, no necesitaba que ella me lo confirmara.
—La verdad es que es alucinante lo bueno que es —susurró—. Siento como si antes no te conociera en absoluto, a pesar de que creía que sí te conocía. Eres una científica brillante, con el cuerpo lleno de unos tatuajes increíbles. Corres triatlones y mantienes una excelente relación con tu madre y tus hermanas, a quienes te sientes muy unida. —Me arañó levemente el cuello con las uñas—. Sé que siempre has sido una chica muy sexual, una máquina del sexo. Desde la primera vez que te vi, cuando tenías diecinueve años, hasta ahora, doce años más tarde . Y la verdad es que me gusta mucho estar contigo por esa razón precisamente, porque me estás enseñando cosas sobre mi cuerpo que yo no sabía, y también a descubrir lo que me gusta. Creo que lo que tenemos ahora mismo es, sinceramente, perfecto.
Sentí un deseo irrefrenable de besarla, de recorrerle el torso con la mano para palpar el contorno de sus costillas y las vértebras de su columna. Quería tumbarla en el suelo y sentirla bajo mi peso. Pero estábamos en un bar. «Maldita idiota, Britt .» Aparté la vista de ella y miré involuntariamente a mi grupo de amigos, a su espalda. Los cuatro volvían a tener la mirada fija en nosotras. Ryder y Quinn habían llegado incluso a recolocar sus sillas para poder vernos sin tener que forzar el cuello, pero en cuanto se percataron de que los había pillado, dirigieron la vista a otra parte: Puck a la barra, Quinn miró al techo y Ryder consultó la hora en su reloj de muñeca. Solo Marley siguió mirándonos, con una sonrisa radiante en los labios.
—Lo de venir aquí no ha sido buena idea —dije.
Santana se encogió de hombros.
—Pues no estoy de acuerdo . A mí me ha sentado bien salir un rato de tu casa y hablar un poco.
—¿Es eso lo que hemos hecho? —pregunté, sonriendo—. ¿Hablar de que no necesitamos hablar de eso?
Su lengua asomó para humedecerse los labios.
—Sí. Pero creo que ahora prefiero volver a tu casa y hacer otras cosas mientras hablamos.
Saqué el llavero del bolsillo y busqué la que necesitaba entre el manojo de llaves.
—No vas a subir aquí a tomarte una taza de té y luego irte a casa, lo sabes, ¿no?
Asintió con la cabeza.
—Sí, ya lo sé, pero mañana sin falta tengo que ir al laboratorio. Me parece que nunca había hecho lo de hoy, no aparecer por allí en todo el día.
Abrí la puerta de entrada y la hice pasar a ella primero. Se fue directa a la cocina.
—No, te equivocas de dirección. No es por ahí...
—No me iré después de tomarme un té —me aseguró, volviendo la cabeza por encima del hombro—. Pero quiero una taza. Me ha entrado sueño con la copa que me he tomado en el bar.
—¡Pero si solo te has tomado dos sorbos!
Habíamos dejado su whisky con Coca-Cola casi entero encima de la mesa mientras Ryder y los demás se esforzaban al máximo por convencernos para que no nos fuésemos y no solo nos acabásemos aquella copa, sino que nos tomásemos otra más.
—Me parece que esos dos sorbos eran el equivalente de siete chupitos—dijo Santana.
Me acerqué a la cocina, cogí la tetera y me volví para llenarla de agua.
—Entonces eres una borracha muy aburrida. Si yo me hubiese tomado siete chupitos, estaría subida a una mesa haciendo un striptease.
Se rió, abrió la nevera, rebuscó en el interior y al final se decidió por una zanahoria. Se acercó luego a la encimera, a mi lado, y se encaramó a ella, balanceando las piernas. A pesar de lo novedoso de la situación para las dos, era como si llevase años yendo a mi casa.
Se le había empezado a soltar el pelo y unos mechones rizados le caían alborotadamente por la nuca. El calor del bar, o puede que los dos sorbos de alcohol, le había teñido las mejillas de un rubor sonrosado y tenía los ojos brillantes. Pestañeó despacio al volverse para mirarme y le sonreí
.—Estás muy guapa —dije, apoyándome en la encimera, junto a ella.
Dio un mordisco a la zanahoria.
—Gracias.
—Me parece que te voy a echar el polvo del siglo dentro de un ratito.
Se encogió de hombros con aire despreocupado, haciéndose la interesante, y murmuró:
—Vale.
Pero entonces me buscó con las piernas y me atrajo hacia sí, entre los muslos.
—A pesar de eso del trabajo que te he dicho antes, me parece que podrías tenerme despierta toda la noche igualmente, si de verdad quieres.
Alargué el brazo y le desabroché con la mano el botón superior de la camisa.
—¿Y qué quieres que te haga esta noche?
—Lo que quieras.
Arqueé una ceja.
—¿Lo que quiera?
Reflexionó un instante antes de decir en un susurro:
—Todo lo que quieras.
—Me encanta —dije, acercándome y deslizándole la nariz por la curva del cuello—. Me encantan estas sesiones de sexo en las que descubro todo lo que te gusta, en las que descubrí todos los sonidos que eres capaz de emitir.
—No sé... —empezó a decir, dibujando con la zanahoria un círculo impreciso en el aire, junto a mi cabeza—. Porque el mejor sexo... ¿no es el sexo con alguien con quien llevas mucho tiempo? Como cuando ella está en la cama, durmiendo, y llega la pareja y se acerca rodando instintivamente hacia ella, ¿sabes lo que quiero decir? Y entonces... ella entierra la cara al calor del cuello de su pareja, y ella le acaricia todo el cuerpo con las manos, y entonces ella se quita las bragas, y su pareja ya está dentro de ella antes incluso de que se quite la parte de arriba del pijama. Su pareja ya sabe lo que le espera. A lo mejor no puede esperar a estar dentro de ella primero. Ya no tiene que
quitarle la ropa en un orden determinado.
Retrocedí un paso y la miré embobada mientras ella daba otro mordisco a la zanahoria. Por lo visto, tenía una imagen muy vívida de cómo eran esos momentos. Personalmente, nunca habría dicho que el sexo con una pareja estable es el mejor sexo. Que sería sexo del bueno, eso seguro.
Pero por la forma en que lo había descrito —el modo en que había bajado la voz y entrecerrado los ojos—, joder, sí, sonaba como el mejor sexo del mundo. Podía visualizar esa clase de vida con Santana, una vida en la que compartíamos una cama, una cocina, la economía doméstica y las peleas. La veía cabreándose conmigo, y luego me veía a mí yendo a buscarla, pasado un rato, para hacer las paces y hacer uso de todas las triquiñuelas que había aprendido con el tiempo porque era mía y, siendo Santana como era, no podía evitar dejar soltar por la boca todos y cada uno de los pensamientos y deseos que le pasaban por la cabeza. Mierda. No era sexy en ninguno de los sentidos habituales del término. Era sexy porque no le importaba que la mirase mientras se zampaba una zanahoria, o si llevaba el pelo recogido de cualquier manera
en una vulgar cola de caballo que no se había molestado en adecentar desde que estábamos tiradas en el sofá, un rato antes. Estaba tan cómoda en su propia piel, tan cómoda sintiéndose observada... Nunca había conocido a una mujer como ella. Nunca daría por hecho que la miraba para juzgarla. Daba por hecho que la miraba embobada porque la estaba escuchando. Y la estaba escuchando. Me pasaría la vida entera oyéndola hablar del sexo con una pareja estable, el sexo anal y el cine porno.
—Me estás mirando como si fuera comida. —me ofreció la zanahoria y sonrió maliciosamente —. ¿Quieres un poco?
Negué con la cabeza.
—Te quiero a ti.
Levantó las manos, se desabrochó los botones de la camisa y se la quitó deslizándosela por los hombros.
—Dime lo que te gusta —le dije, acercándome más aún y besándole el hueco del cuello.
—Me gusta cuando te corres encima de mí.
Me reí, enterrando mi aliento en su cuello.
—Eso ya lo sé. ¿Qué más?
—Cuando me miras mientras te mueves dentro de mí.
Negué con la cabeza y dije:
—Dime qué es lo que te gusta que te haga.
Santana se encogió de hombros un instante y deslizó las yemas de los dedos por mi pecho antes de llegar al borde de la camisa y quitármela por la cabeza.
—Me gusta cuando me colocas como tú quieres, cuando haces lo que quieres conmigo. Me gusta cuando actúas como si mi cuerpo fuese tuyo.
Se oyó el silbido de la tetera al fuego, su sonido estridente perforando el silencio de la cocina, y me alejé el tiempo justo de llenarle la taza con agua hirviendo e introducir en ella una bolsita.
—Cuando te toco —le dije, dejando la tetera—, tu cuerpo es mío. Solo mío, para que pueda besarlo, follarlo y saborearlo
.
Enarcó una ceja y me sonrió.
—Bueno, pues cuando te toco yo, tu cuerpo también es mío, ¿sabes?
Perdí la cabeza por completo cuando inclinó el cuerpo sobre la encimera, buscó el tarro de la miel y echó un poco en la taza. Le quité la cuchara de madera, limpié el exceso de miel del borde del tarro y luego extendí la pegajosa sustancia por la parte superior de su pecho mientras ella observaba todos mis movimientos tras, aparentemente, haberse olvidado por completo del té.
—Pues lleva tú la batuta —le dije, besándole la barbilla—. Dime lo que tengo que hacer a continuación.
Vaciló apenas un instante.
—Chúpala.
Lancé un gemido al oír la orden y lamí el reguero de miel antes de succionar su piel con la boca con tanta fuerza que le dejé una marca roja y pequeña.
—¿Qué más?
Deslizó las manos a su espalda y se desabrochó el sujetador mientras le recorría la piel con la lengua. Me desplacé hasta su pezón y soplé ligeramente sobre la punta erecta antes de introducírmela en la boca.
—Lámelo —exclamó, dando un respingo.
Me agaché e hice exactamente lo que me pedía, lamiéndole los pechos, succionándolos ávidamente, chupándole la piel con la lengua una y otra vez hasta dejarla reluciente.
—Te las voy a follar muy pronto.
—Los dientes... —susurró—. Muérdeme.
Con un gemido, cerré los ojos y le mordisqueé en pequeños círculos la carne de aquellos senos turgentes, descubriendo en su piel pequeños restos de la miel anterior. Descendí con las manos hasta sus tejanos y se los bajé, junto con las bragas, hasta los tobillos para que pudiera quitárselos y arrojarlos al suelo.
Me acarició los hombros con las manos y se abrió de piernas.
—¿Britt ?
—¿Mmm...? —Fui descolgándome por sus costillas, levantándole ambos pechos con las manos.
Reconocía aquel tono de voz; sabía lo que estaba a punto de suplicarme que le hiciera.
—Por favor...
—Por favor, ¿qué? —le pregunté, hincándole delicadamente los dientes en los pezones—. Por favor..., ¿que te pase el té?
—Tócame.
—Ya te estoy tocando...
Soltó un débil gruñido de protesta.
—Tócame entre las piernas.
Sumergí el dedo en el pequeño tarro de miel y lo presioné sobre su clítoris, restregándolo sobre la piel mientras le mordisqueaba la delicada carne de sus pechos. Siguió gimiendo, con la cabeza echada hacia atrás, y apoyó los pies en la encimera, con las piernas completamente abiertas. Me agaché y la recorrí con la lengua, ni siquiera con la intención de torturarla un poco, no habría podido. La miel estaba caliente por la
temperatura de su piel y sabía de puta madre.
—La hostia... —murmuré, succionando con cuidado entre los delicados pliegues de sus terminaciones nerviosas.
Hundió la mano en mi pelo, tirando de él, pero no para reclamar más placer aún. Me hizo levantarme hasta situarme a la altura de su cara y echó el cuerpo hacia delante para besarme.
Se había puesto miel en la lengua también, y en un destello fugaz, supe que a partir de entonces asociaría aquel sabor con Santana para siempre.
Sus débiles jadeos conquistaron el espacio entre nuestros labios y nuestras lenguas, resonando con fuerza, aumentando en intensidad cuando situé la mano entre ambas y le deslicé los dedos por la piel, recreándome allí donde estaba más húmeda y caliente. La encimera quedaba unos centímetros más arriba del nivel de mis caderas, pero no sería ningún problema si se empeñaba en que folláramos en la cocina.
—Voy a coger un condón.
—Vale —dijo el a, apartando los dedos de mi pelo.
Di media vuelta y eché a andar descalza por el pasillo, desabrochándome los tejanos. Saqué un paquete de la caja de mi mesita de noche y me volví para regresar a la cocina, pero Santana estaba de pie en el quicio de la puerta del dormitorio.
Estaba completamente desnuda, y sin decir una sola palabra, se dirigió a la cama y se subió en el centro. Apoyándose sobre los talones, se sentó con una mano sobre la rodilla, esperándome.
—Quiero hacerlo aquí.
—Vale —dije, y me bajé los tejanos hasta las caderas.
—En tu cama.
«Sí, ya te he oído», pensé. Era evidente que quería que lo hiciésemos en mi cama, ella allí desnuda y yo con el condón en la mano... Pero entonces me di cuenta de que, en realidad, me estaba formulando una pregunta. Me estaba preguntando si la cama era un lugar prohibido, si era de esa clase de playboys que nunca se llevaban a sus ligues a casa ni follaban en el sanctasanctórum de su dormitorio.
¿Iba a ser siempre así? ¿Siempre iba a tener que responder a sus preguntas implícitas, a su incertidumbre sobre si lo que compartía con ella era realmente nuevo o especial? ¿No bastaba con que le estuviera entregando secretamente mi corazón en bandeja?
Me reuní con ella en la cama y empecé a abrir el paquete de condones con los dientes antes de que ella adelantara la mano y me lo quitara
.
—Joder... —mascullé, viéndola agacharse para pasarme la lengua con vacilación por la punta de la polla—. Hostia puta... Me vuelve loca follarte la boca.
Me besó el glande, envolviéndome por completo con la lengua, engulléndome en su boca.
—Me gusta mirarte —farfullé—. Estaba tan sumamente cachonda y solo de verla haciendo aquello..., no estaba segura de poder resistir mucho más—. Me parece que me voy a correr.
—Pero si apenas te he tocado... —dijo, claramente orgullosa de sí misma.
—Ya lo sé, pero es que... es demasiado.
Cogió el condón, lo desenrolló para ponérmelo y se tumbó en la cama.
—¿Estás lista?
Me abalancé sobre ella, inspeccionando nuestros cuerpos antes de situarme en la posición para penetrarla y deslizarme en su interior. Estaba ardiente, completamente húmeda, y yo quería prolongar aquel momento solo un poco más. Retiré ligeramente las caderas hacia atrás y le di unos golpecitos suaves en el clítoris con la polla.
—Britt ... —aulló, levantando las caderas.
—¿Te das cuenta de lo mojada que estás?
Bajó la mano temblorosa hasta colocarla entre ambas y se tocó.
—Oh, Dios...
—¿Es por mí? Ciruela, me parece que nunca en toda mi vida se me había puesto tan dura.
Sentí cómo la sangre me bombeaba por todo el miembro, palpitando con fuerza.
Entonces me sujetó, tomó aire y susurró:
—Por favor...
—Por favor, ¿qué?
Abrió los ojos.
—Por favor... —susurró de nuevo—. Dentro... —Sonreí, deleitándome en su dulce y desesperada agonía.
—¿Es que sientes como un escozor en el coño?
—¡ Britt !
Se retorcía bajo mi cuerpo, palpándome y buscándome con las manos y las caderas. Me llevé sus dedos a la boca, succionando para paladear su sabor dulzón. A continuación, hundí la mano entre ambas e hice un pequeño masaje circular con el dedo sobre su hendidura empapada.
—Te he preguntado que si te escuece esto de aquí.
—Sí...
Intentó levantar las caderas, para conseguir que le metiera el dedo al fin, pero lo desplacé hacia arriba y le acaricié el clítoris, arrancándole un ruidoso gemido. Volví a desplazar el dedo hacia abajo, hundiéndolo en aquella humedad empantanada.
—¿Te arden los muslos? ¿Y estos dulces pétalos de aquí arriba...? —le dije, agachándome e introduciéndome el pezón en la boca, retozando con mi lengua—. ¿Están tensos y doloridos estos también? —Dios, sus pechos... Tan increíblemente suaves y calientes, joder—. Dios, Ciruela... —susurré, desesperada—. Esta noche te lo voy a hacer tan bien.. . Voy a hacerte disfrutar hasta volverte loca de placer.
Se arqueó en la cama y hundió las manos en mi pelo, por mi cuello, arañándome la espalda. Fui deslizando el dedo por su coño y bajándolo más aún, hasta presionarle con él el agujero del culo.
—Estoy segura de que ahora mismo podría hacerte hacer cualquier cosa. Podría follarte ahí también.
—Cualquier cosa —convino ella—. Pero..., por favor...
—¿Me estás... suplicando?
Asintió con frenesí y luego me miró directamente a la cara, con los ojos muy abiertos y la mirada enfebrecida. El pulso le palpitaba en la garganta.
—Britt . Sí.
—Y esas chicas que salen en las pelis porno que tanto te gustan... — susurré, sonriendo mientras mecía las caderas. Las dos lanzamos un gemido cuando la corona de mi polla se deslizó sobre la cresta erecta de su clítoris—. Las que suplican. Dicen que lo necesitan... —Ladeé la cabeza, apretando la mandíbula para vencer el impulso de hundirme en ella, de empotrarla contra la cama—. ¿Dirías ahora mismo que lo necesitas?
Lanzó un gemido y me clavó las uñas en el pecho, justo debajo de la clavícula, hincándolas con tanta fuerza que dejó un reguero de marcas rojo fuego que iba del esternón al ombligo.
—Esta noche haré lo que tú quieras, pero haz que me corra primero.
Era incapaz de seguir jugando y torturándola por más tiempo.
—Méteme dentro —dije con voz ronca. Desplazó velozmente las manos hasta mi polla, la rodeó con los dedos y se la restregó antes de introducírsela dentro, levantando las caderas del colchón para hundírsela hasta el fondo. Se me encendió la piel y dando un gruñido, acudí al encuentro de sus movimientos, hincándome en ella y abriéndole las piernas a los lados para poder llegar hasta el fondo, para poder acceder a donde realmente me necesitaba.
Agarré las sábanas con los puños a cada lado de sus hombros, luchando por contenerme. Estaba tan mojada.... Tan increíblemente caliente... Cerré los ojos con fuerza, con la sangre palpitándome en las venas y empujé de nuevo, una vez más, con ferocidad, hasta el fondo.
Sus ruidos —débiles gemidos y jadeos que eran música para mis oídos— me daban las ganas de hincarme aún más adentro, de empotrarme en el fondo, de hacer que se corriese una y otra vez, encadenando un orgasmo múltiple tras otro, hasta que fuese incapaz de imaginarse con un hombre allí dentro de ella nunca más. Ahora ya sabía que yo podía aguantar toda la noche, y que no sería solo esa primera noche que habíamos compartido. Yo siempre la tendría despierta durante horas y horas. Con Santana, raro sería el día en que fuese a acabar rápido.
Apuré mi copa de un sorbo y luego miré a Santana, que tenía los ojos vidriosos, a punto de quedarse dormida. No me sentía orgullosa de haber dado marcha atrás ante su reacción de esa mañana, pero tal como estaba aprendiendo a marchas forzadas, era
capaz de hacer cualquier cosa por ella. Si Santana quería que lo nuestro siguiese basándose en el sexo sin compromiso, eso es lo que haríamos. Si quería que fuésemos solo «follamigas», podía fingir sin problemas. Podía ser paciente, podía darle tiempo. Yo solo quería estar con ella, y por muy patético que pudiese sonar, aceptaría cualquier cosa que me diese.
De momento, no me importaba ser la Kitty de la relación.
—¿Estás bien? —murmuré, besándole la cabeza.
Asintió, canturreando, y sujetando más firmemente la cerveza que tenía en el regazo. La suya estaba casi llena y segura que, a aquellas alturas, ya debía de estar caliente, pero me gustó que se hubiese tomado una de todos modos.
—¿No te gusta la cerveza? —le pregunté.
—Esta está muy amarga, sabe a agujas de pino.
Me reí y le retiré el brazo de detrás de la nuca mientras me inclinaba hacia delante para dejar mi cerveza vacía en la mesa.
—Eso es por el lúpulo.
—¿Eso es con lo que se hace la fibra de la ropa de marihuana?
Me incliné aún más, riéndome con más ganas.
—Eso es el cáñamo, Santana. Joder, eres increíble.
Cuando la miré, vi que estaba sonriendo y me di cuenta de que, naturalmente, se acababa de quedar conmigo. Me dio unas palmaditas en la cabeza con aire condescendiente y yo me zafé de ella.
—Me alegro —dije— de haberme olvidado, aunque solo sea por un momento, de que seguro que te has memorizado el nombre de todas las plantas del mundo.
Santana se desperezó y los brazos le temblaron levemente por encima de la cabeza mientras ronroneaba de placer. Naturalmente, aproveché la oportunidad para admirar su delantera.
Resultaba que, además, llevaba una camiseta muy molona de Doctor Who que nunca le había visto antes.
—¿Estás mirando la mercancía? —exclamó, al abrir un ojo y sorprenderme, bajando los brazos despacio.
Asentí con la cabeza.
—Sí.
—¿Tanto te gustan las tetas? —preguntó.
En lo que claramente se estaba convirtiendo en una costumbre, hice caso omiso de la pregunta implícita sobre otras mujeres, y decidí que no iba a volver a hablar de nada que tuviese relación con aquella conversación tabú... de momento. Santana se quedó callada a mi lado y supe que se estaba haciendo la misma pregunta: «¿Se ha acabado esta conversación?».
Nos salvó la campana, o en este caso, el timbre de mi móvil, encima de la mesita del café. Un mensaje de texto de Puck iluminó la pantalla.
«Me voy a tomarme unas pintas con Maddie. ¿Te vienes?»
Le enseñé el móvil a Santana, en parte para que viese que no era una mujer la que me escribía un martes por la noche y en parte también para ver si le apetecía venir . Arqueé las cejas, preguntándoselo sin palabras.
—¿Quién es Maddie?
—Maddie es una amiga de Puck, la dueña de Maddie’s, un bar de Harlem. Casi nunca hay nadie y tienen una cerveza muy buena. A Puck le gusta por la horrible comida inglesa que sirven.
—¿Quién va?
Me encogí de hombros.
—Puck. Probablemente Quinn. —Me callé, pensando. Era martes, así que lo más probable era que Quinn y Marley quisieran ponerme a prueba para ver si estaba con Kitty. Seguramente, todo aquello era una especie de trampa para controlarme—. Seguro que Marley y Ryder también vienen.
Santana ladeó la cabeza, mirándome con atención.
—¿Y salís mucho de bares entre semana? Parece un poco raro, tratándose de gente tan seria como vosotros, altos ejecutivos y todo eso.
Lancé un suspiro, me levanté y la arrastré a ella conmigo.
—Si te digo la verdad, creo que están intentando controlar mi vida sexual.
Si sabía que los sábados eran las noches que reservaba para estar con Kristy, entonces tal vez sabría también que los martes solía pasarlos con Kitty. Más me valía ser sincera con ella desde el principio sobre lo entrometidos que podían llegar a ser mis amigos.
Su expresión permaneció inescrutable y no supe adivinar si estaba enfadada, celosa, nerviosa o tal vez simplemente escuchando sin más. Me moría de ganas de saber qué era lo que le pasaba por la cabeza en esos momentos, pero era una insensatez volver a sacar el tema de nuevo y hacer que saliera huyendo. Era una mujer, una mujer perfectamente capaz de aceptar que una mujer solo quisiese sexo conmigo, aun en las
circunstancias emocionales más turbias. Sobre todo cuando esa mujer era Santana.
Me agaché a recoger las botellas de cerveza.
—¿Y no será un poco incómodo si voy? ¿Están al corriente de lo nuestro?
—Sí, están al corriente. No, no será incómodo, para nada.
Parecía escéptica y apoyé las manos en sus hombros.
—La única regla es la siguiente: las cosas solo son incómodas si tú permites que lo sean.
Puesto que el bar estaba a apenas quince manzanas de mi casa, decidimos ir andando. A finales de marzo, en Nueva York el cielo siempre estaba tapado y hacía frío, o estaba despejado y hacía frío, y por suerte la nieve se había derretido al fin y estábamos disfrutando de una primavera bastante agradable.
A solo una manzana de mi apartamento, Santana me buscó la mano. Entrelacé mis dedos con los suyos y uní las dos palmas. En cierto modo, siempre había esperado que el amor fuese principalmente un estado mental, así que todavía no estaba acostumbrada a las manifestaciones físicas de mis sentimientos por ella: cómo se me encogía el estómago, el ansia que sentía mi piel de entrar en contacto con la suya, la forma en que el pecho me oprimía las costillas y el corazón me latía a mil por hora, bombeando sangre a toda velocidad por mis venas.
Me apretó la mano antes de preguntar:
—¿Y de verdad te gusta practicar el sesenta y nueve? Quiero que me digas la verdad.
Pestañeé, mirándola con perplejidad, me eché a reír y..., joder, me quedé aún más prendada de ella y sus ocurrencias.
—Sí. Me encanta.
—Pero... Y no me odies cuando te diga esto...
—¿Me lo vas a estropear, a que sí?
Me miró y se tropezó un momento con una grieta que había en la acera.—Ah, pero es que ¿eso es posible?
Consideré mi respuesta.
—Probablemente no.
Abrió la boca para decir algo y luego la cerró de nuevo. Al final se decidió.
—Es que prácticamente tienes la cara en el culo de otra persona, ¿no? —soltó.
—No, no es verdad. Tienes la cara en la polla de alguien o en el coño de alguien.
Ya estaba negando con la cabeza.
—No. Supongamos que yo estoy encima de ti y...
—Me gusta esa hipótesis. —Esperaba con ansia el momento en que ella llevase la iniciativa y se montase encima de mí. En realidad, tenía tantas ganas que, en cuanto visualicé la imagen, tuve que pararme un momento a recolocarme discretamente los tejanos con la mano que me quedaba libre.
Haciendo caso omiso de mi indirecta, siguió hablando.
—Eso significa que tú estás debajo de mí. Yo tengo las piernas abiertas encima de tu cara, así que mi culo... está a la altura de tus ojos.
—Sí, perfecto.
—Es mi culo. A la altura de tus ojos.
Le solté la mano y le coloqué un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Esto no será ninguna sorpresa para ti, pero no siento ninguna aversión por los culos. Creo que deberíamos probarlo.
—¿Y no da un poco de vergüenza?
Me detuve en seco y le volví la cara para que me mirara a los ojos.
—¿Hemos hecho algo que te haya dado un poco de vergüenza?
Sus mejillas se tiñeron de rojo y parpadeó al mirar calle abajo.
—No —murmuró.
—¿Y me crees cuando te digo que haré que disfrutes con todo lo que hagamos?
Volvió a mirarme, con mirada dulce y cómplice.
—Sí.
La tomé de la mano de nuevo y seguimos andando.
—Entonces, ya está. Solucionado. Pondremos algún sesenta y nueve en nuestro futuro.
Caminamos en silencio durante varias manzanas, escuchando el gorjeo de los pájaros, el viento, el ruido del tráfico en ráfagas que orquestaban los semáforos.
—¿Crees que alguna vez podré enseñarte yo algo? —preguntó justo antes de que llegáramos al bar.
Le dediqué una sonrisa.
—Eso no lo dudes —respondí con un gruñido, y luego abrí la puerta del Maddie’s para Santana y le hice señas para que entrara ella primero. Mis amigos, sentados en una mesa junto a la minúscula pista de baile, nos vieron en cuanto entramos. Marley, de cara a la puerta, fue la primera en vernos y sus labios dibujaron una «o» diminuta de sorpresa que borró casi inmediatamente. Ryder y Quinn se volvieron en sus asientos, disimulando hábilmente cualquier reacción, pero el cabrón de Puck estaba sonriendo de oreja a oreja, con una expresión triunfal.
—Vaya, vaya —dijo, poniéndose de pie para acudir al encuentro de Santana y darle un abrazo de bienvenida—. Mira quién está aquí.
Santana sonrió y fue saludando a todos alternativamente con abrazos y con la mano, y luego sacó una silla en un extremo de la mesa. Hice que Puck se cambiara de asiento para poder sentarme junto a ella, y no pasé por alto su sonrisa burlona y el «estás colada, rubia» que murmuró por lo bajo.
La propia Maddie en persona se acercó a nuestra mesa, dejó dos posavasos más y nos preguntó qué queríamos tomar. Enumeró las cervezas de barril y como sabía que a Santana no le gustaría ninguna, me acerqué y le susurré al oído:
—También tienen otras bebidas o refrescos.
—Los refrescos están terminantemente prohibidos —soltó Puck inmediatamente—. Si no te gusta la cerveza, hay whisky.
Santana se puso a reír e hizo una mueca de asco.
—¿Te beberías un vodka con 7-Up? —me preguntó, anticipando nuestro numerito habitual en el que ella se pedía una copa y era yo la que acababa bebiéndomela.
Negué con la cabeza e hice una mueca de asco, me apoyé con la frente prácticamente pegada a la de ella.
—Probablemente no.
Siguió pensando mientras ronroneaba.
—¿Y un whisky con Coca-Cola?
—Eso sí me lo bebería. —Miré a Maddie y dije—: Un whisky con Coca-Cola para ella y yo me tomaré una Green Flash.
—Ooh..., ¿y eso qué es? —quiso saber Santana.
—Es una cerveza muy amarga —le dije, besándole la comisura de la boca—. No te gustaría.
Cuando Maddie se fue, me separé de Santana y eché un vistazo alrededor en la mesa, y descubrí cuatro rostros muy interesados en todos nuestros movimientos.
—Parecéis entenderos muy bien —señaló Puck.
Santana hizo un movimiento vago con la mano y explicó:
—Es nuestro sistema: yo solo me tomo un par de sorbos de mi copa y ella se la termina. Todavía estoy aprendiendo qué es lo que pide.
Quinn dejó escapar un gritito de entusiasmo y Marley nos sonrió como si fuésemos una pareja de tortolitas. Les lancé una mirada de advertencia. Cuando Santana preguntó dónde estaba el baño y se encaminó luego en esa dirección, me incliné hacia el resto del grupo y los miré a todos a los ojos.
—Esto no va a ser el show de Britt y Santana, ¿eh, chicos? Estamos tanteando el terreno. Comportaos con normalidad.
—Vale —dijo Quinn, pero entonces entrecerró los ojos—. Pero que conste que hacéis muy buena pareja las dos y como todos sabemos que os habéis enrollado, es muy valiente por su parte haber querido venir aquí con todo el grupo esta noche.
—Ya lo sé —murmuré, al tiempo que cogía al cerveza en cuanto Maddie me la sirvió y le daba un sorbo. El amargo sabor del lúpulo se fue transformando en un agradable regusto a malta. Cerré los ojos y emití un gemido mientras los demás charlaban.
—¿Britt ? —dijo Quinn en voz baja, para que solo la oyera yo. Se volvió y miró a su espalda antes de volverse de nuevo y mirarme a mí—. Por favor, haz esto que estás haciendo con Santana si estás segura de que es eso lo que quieres.
—De verdad que te agradezco que te entrometas, Quinn, pero deja de entrometerte.
Endureció la expresión y me di cuenta de mi error. Santana era un poco mayor que Quinn cuando había empezado a salir con aquel desgraciado del congresista de Chicago, pero yo tenía exactamente la misma edad que él: treinta y uno. Quinn seguramente consideraba su deber preocuparse por otras mujeres que pudiesen ser víctimas de la misma situación en la que estuvo ella durante tanto tiempo.
—Mierda, Quinn —dije—. Entiendo por qué te metes, pero es que esto... es diferente. Lo sabes, ¿verdad?
—Siempre es diferente al principio, eso es lo que sé —respondió—. Se llama encoñamiento, y hace que seas capaz de prometer cualquier cosa.
No es que no hubiese estado encoñada antes con una mujer, me había pasado otras veces, pero siempre había mantenido la cabeza fría, siempre había sabido cómo sacar el máximo partido a la parte física de la relación y tomarme el lado emocional con más calma, o incluso separarlo por completo. ¿Qué tenía Santana que hacía que quisiera renegar de ese modelo y tirarme de cabeza al fondo de la piscina, donde el agua estaba más fría y todo era más peligroso?
Santana regresó y me dedicó una sonrisa antes de sentarse y tomar un sorbo de su copa. Tosió y me miró, abriendo mucho los ojos y saltándosele las lágrimas, como si tuviera la garganta en llamas.
—Sí, es verdad —dije, riendo—. Maddie prepara las bebidas más bien fuertes. Debería haberte avisado.
—Lo mejor es que sigas bebiendo —le aconsejó Ryder—. Luego es más fácil, cuando ya tienes la garganta anestesiada.
—Eso dicen siempre —bromeó Marley, chistosa.
La risa de Puck retumbó por toda la mesa y yo puse cara de resignación, esperando que Santana no hubiese pillado el chiste.
No reaccionó de ninguna forma especial, sino que se limitó a tomar otro sorbo y esta vez bebió con normalidad.
—Está bueno. Estoy bien. Madre mía, debéis de pensar que no he probado el alcohol en toda mi vida. Os prometo que a veces bebo, es solo que...
—Que no le sienta muy bien —terminé la frase, riendo.
Debajo de la mesa, Santana me cubrió la rodilla con la palma de su mano y la deslizó hacia arriba, hacia mi muslo. Encontró allí mi mano y entrelazó los dedos con los míos.
—Me acuerdo de la primera vez que me tomé una copa — explicó Quinn, sacudiendo la cabeza con aire risueño—. Tenía catorce años y me acerqué a la barra en la boda de mi prima. Pedí una Coca-Cola y la mujer que había a mi lado pidió otra pero con algo de alcohol. Me confundí y cogí la suya sin querer y regresé a mi mesa. No tenía ni idea de qué le pasaba a mi bebida ni por qué tenía aquel sabor tan raro, pero os diré que fue la primera y última vez que esta chica blanca se puso a bailar unos movimientos de breakdance en una pista de baile.
Todos nos echamos a reír, sobre todo al imaginarnos a nuestra dulce y reservada Quinn haciendo el robot o algún giro espectacular. Cuando cesaron las risas, fue como si todos hubiésemos pensado lo mismo, porque concentramos las miradas sobre Marley casi al unísono.
—¿Cómo van los preparativos de la boda? —pregunté.
—¿Sabes una cosa, Britt ? —dijo, esbozando una sonrisa maliciosa—. Creo que es la primera vez que me preguntas por la boda.
—Pasé cuatro días en Las Vegas con estos impresentables. —Señalé a Ryder y Puck con la cabeza—. Así que no es que no sepa lo que se cuece. ¿Quieres que ate los lacitos de los arreglos florales o algún rollo de esos?
—No —contestó, riéndose—. Y los preparativos van... bien.
—Más o menos —masculló Ryder.
—Más o menos —convino Marley.
Intercambiaron una mirada cómplice y ella se echó a reír otra vez, apoyándose en el hombro de él.
—¿Qué significa eso? —inquirió Quinn—. ¿Otra vez problemas con el catering?
—No —contestó Ryder, antes de tomar un sorbo de cerveza—. Lo del catering está solucionado.
—Gracias a Dios —apostilló Marley.
Ryder siguió hablando.
—Es que es increíble las cosas que llegan a hacer las familias cuando hay una boda de por medio. Salen a la luz toda clase de historias melodramáticas. Os juro por Dios que si conseguimos llevar esto adelante sin que ocurra ningún homicidio cuádruple, seremos unos putos héroes.
Reflexionando sobre aquellas palabras, apreté la mano de Santana con más fuerza.
Tras un breve instante, ella hizo lo propio y se volvió a mirarme. Sus ojos escudriñaron los míos y luego se iluminaron con una sonrisa. Estaba pensando en ella y en mí. Estaba pensando en su familia y en que, en los últimos doce años, se habían convertido en mi familia adoptiva en la Costa Este, y en ese momento fugaz, visualicé ese mismo futuro para mí —enamorarme, casarme, decidir formar una familia— desfilando ante mis ojos.
Le solté la mano y me restregué la palma en el muslo al tiempo que sentía el pulso de mis venas palpitándome en el cuello. Joder, ¿qué coño le había pasado a mi vida? En tan solo un par de meses, todo había cambiado radicalmente.
Bueno, no todo. Mis amigos seguían siendo los mismos, mi situación económica era desahogada. Todavía salía a correr (casi) a diario, aún pillaba los partidos de baloncesto por la tele cada vez que podía, pero... Me había enamorado. ¿Cuántas veces se ve venir una cosa así?
—¿Estás bien? —me preguntó.
—Sí, sí. Estoy bien —murmuré—. Es solo que... —No podía decir nada; habíamos acordado que solo éramos amigas. Le había dicho que eso era lo que quería yo también—. Es alucinante ver a tus amigos pasando por el aro —dije, gesticulando y señalando a Marley y Ryder, escudándome en ellos—. No me imagino para nada a mí misma.
Y a partir de ese instante, todas las miradas volvieron a concentrarse en nosotras y en cada uno de nuestros movimientos, ya fuese un intercambio de miradas o un simple roce entre Santana y yo. Los miré con ojos asesinos y me puse de pie. La silla chirrió contra el suelo e hizo mi incomodidad aún más evidente. No me importaba ser el centro de atención en aquel grupo, ya fuese cuando era yo quien me metía con alguno de ellos o cuando ocurría lo contrario. Sin embargo, aquello era distinto. Podía soportar las bromas sobre mis ligues habituales o mi pasado más que mujeriega, pero en ese momento me sentía asquerosamente vulnerable en aquella situación con Santana, nueva para mí, y no estaba acostumbrada a ser el blanco de las miradas cómplices.
Me limpié las manos sudorosas en las perneras de los tejanos —¿Por qué no...? No sé. —Miré a mi alrededor con impotencia. «Deberíamos habernos quedado en mi puto sofá —pensé—. A lo mejor deberíamos haber follado otra vez ahí en el salón. Deberíamos haber seguido a lo nuestro hasta que las cosas hubiesen estado un poquitín más claras entre nosotras.»
Santana me miró con una expresión divertida.
—¿Por qué no?
—¿Por qué no bailamos?
La arranqué de su silla y la saqué a la pista de baile vacía, sin darme cuenta hasta ese momento de que sería aún peor que aquello de lo que trataba de escapar. Nos había alejado a las dos de la seguridad del grupo en la mesa para que saliéramos a lo que era básicamente un escenario. Santana dio un paso hacia mí, me colocó las manos alrededor de su cintura y desplazó las manos por mi pecho hasta llevarlas a mi pelo.
—Respira, Britt
.
Cerré los ojos e inspiré profundamente. Nunca en toda mi vida me había sentido tan incómoda. Pensándolo bien, nunca en toda mi vida me había sentido incómoda en realidad.
—Estás un poco rara —me dijo, riéndose, al oído cuando la atraje hacia mí—. Nunca te había visto tan perdida. Tengo que admitir que, en cierto modo, es hasta conmovedor.
—Todo el puto día de hoy ha sido muy raro.
Maddie había puesto una música suave y melodiosa de estilo indie, y aquella canción en particular solo era instrumental. Era muy tierna, casi un poco melancólica, pero tenía exactamente la clase de ritmo que quería para bailar con Santana: lento, apretadas. La clase de baile en la que podía hacer como que bailaba cuando, en realidad, solo estaría de pie y la abrazaría durante unos minutos lejos de la mesa.
Dando una vuelta muy despacio, me volví y vi que mis amigos ya no nos miraban, que habían vuelto a centrarse en su conversación. Marley charlaba animadamente de algo, gesticulando con los brazos, y estaba casi segura de que estaría relatándoles alguna hecatombe relacionada con la boda. Ahora que había pasado el incómodo trámite de la «inspección de Britt », me sentía dividida entre quedarme allí bailando con Santana o volver a la mesa para escuchar las rocambolescas situaciones que estarían viviendo Ryder y Marley. Me imaginaba que tenían que ser toda una epopeya.
—Me gusta estar contigo —dijo Santana, interrumpiendo el hilo de mis pensamientos.
Puede que fuesen las luces del bar o tal vez su estado de ánimo, pero ese día sus ojos eran de un marrón más intenso. Me recordaban a la primavera, a cuando la estación estallaba de lleno en pleno corazón de Nueva York. Tenía ganas de que pasase el invierno. Creo que necesitaba que todo a mi alrededor sufriese una transición para no sentir que era la única que atravesaba una fase fundamental de su vida.
Se detuvo y posó la mirada en mis labios.
—Siento lo de antes.
Me eché a reír.
—Eso ya lo has dicho —le susurré—. Te disculpaste con palabras . Y luego con tu boca en mi polla.
Se rió y escondió la cabeza en mi cuello, y yo pude imaginarme que estábamos solas, bailando en mi sala de estar o en el dormitorio. Solo que si estuviéramos allí, no estaríamos bailando, precisamente. Apreté la mandíbula con firmeza, tratando de contenerme e impedir que mi cuerpo reaccionase a la proximidad del suyo, al recuerdo de cuando la estrechaba entre mis brazos, de cuando me habían hecho la mamada de mi vida, antes, y a la posibilidad de convencerla para que volviera a mi casa luego, otra vez . Aunque solo quisiese acurrucarse contra mí y dormir, me parecería genial. Después de la intensidad de lo ocurrido aquel día, no quería de ninguna manera que se fuese a su casa después de aquello.
—Supongo que lo que pasa es que no sé qué hacer —admitió—. Ya sé que hemos hablado antes de esto, pero siento como si todavía fuese todo un poco raro.
Lancé un suspiro.
—Pero ¿por qué es complicado?
Las luces de la pista de baile proyectaban una telaraña de sombras sobre su rostro, y estaba tan increíblemente hermosa que creía que iba a perder la cabeza en cualquier momento. La pregunta me inundaba la garganta como si fuera humo hasta que no pude seguir conteniéndome:
—¿Es que esto no es bueno?
Sonreí para que pensase que yo sabía que lo era; tal vez creería por un instante que, en realidad, no necesitaba que ella me lo confirmara.
—La verdad es que es alucinante lo bueno que es —susurró—. Siento como si antes no te conociera en absoluto, a pesar de que creía que sí te conocía. Eres una científica brillante, con el cuerpo lleno de unos tatuajes increíbles. Corres triatlones y mantienes una excelente relación con tu madre y tus hermanas, a quienes te sientes muy unida. —Me arañó levemente el cuello con las uñas—. Sé que siempre has sido una chica muy sexual, una máquina del sexo. Desde la primera vez que te vi, cuando tenías diecinueve años, hasta ahora, doce años más tarde . Y la verdad es que me gusta mucho estar contigo por esa razón precisamente, porque me estás enseñando cosas sobre mi cuerpo que yo no sabía, y también a descubrir lo que me gusta. Creo que lo que tenemos ahora mismo es, sinceramente, perfecto.
Sentí un deseo irrefrenable de besarla, de recorrerle el torso con la mano para palpar el contorno de sus costillas y las vértebras de su columna. Quería tumbarla en el suelo y sentirla bajo mi peso. Pero estábamos en un bar. «Maldita idiota, Britt .» Aparté la vista de ella y miré involuntariamente a mi grupo de amigos, a su espalda. Los cuatro volvían a tener la mirada fija en nosotras. Ryder y Quinn habían llegado incluso a recolocar sus sillas para poder vernos sin tener que forzar el cuello, pero en cuanto se percataron de que los había pillado, dirigieron la vista a otra parte: Puck a la barra, Quinn miró al techo y Ryder consultó la hora en su reloj de muñeca. Solo Marley siguió mirándonos, con una sonrisa radiante en los labios.
—Lo de venir aquí no ha sido buena idea —dije.
Santana se encogió de hombros.
—Pues no estoy de acuerdo . A mí me ha sentado bien salir un rato de tu casa y hablar un poco.
—¿Es eso lo que hemos hecho? —pregunté, sonriendo—. ¿Hablar de que no necesitamos hablar de eso?
Su lengua asomó para humedecerse los labios.
—Sí. Pero creo que ahora prefiero volver a tu casa y hacer otras cosas mientras hablamos.
Saqué el llavero del bolsillo y busqué la que necesitaba entre el manojo de llaves.
—No vas a subir aquí a tomarte una taza de té y luego irte a casa, lo sabes, ¿no?
Asintió con la cabeza.
—Sí, ya lo sé, pero mañana sin falta tengo que ir al laboratorio. Me parece que nunca había hecho lo de hoy, no aparecer por allí en todo el día.
Abrí la puerta de entrada y la hice pasar a ella primero. Se fue directa a la cocina.
—No, te equivocas de dirección. No es por ahí...
—No me iré después de tomarme un té —me aseguró, volviendo la cabeza por encima del hombro—. Pero quiero una taza. Me ha entrado sueño con la copa que me he tomado en el bar.
—¡Pero si solo te has tomado dos sorbos!
Habíamos dejado su whisky con Coca-Cola casi entero encima de la mesa mientras Ryder y los demás se esforzaban al máximo por convencernos para que no nos fuésemos y no solo nos acabásemos aquella copa, sino que nos tomásemos otra más.
—Me parece que esos dos sorbos eran el equivalente de siete chupitos—dijo Santana.
Me acerqué a la cocina, cogí la tetera y me volví para llenarla de agua.
—Entonces eres una borracha muy aburrida. Si yo me hubiese tomado siete chupitos, estaría subida a una mesa haciendo un striptease.
Se rió, abrió la nevera, rebuscó en el interior y al final se decidió por una zanahoria. Se acercó luego a la encimera, a mi lado, y se encaramó a ella, balanceando las piernas. A pesar de lo novedoso de la situación para las dos, era como si llevase años yendo a mi casa.
Se le había empezado a soltar el pelo y unos mechones rizados le caían alborotadamente por la nuca. El calor del bar, o puede que los dos sorbos de alcohol, le había teñido las mejillas de un rubor sonrosado y tenía los ojos brillantes. Pestañeó despacio al volverse para mirarme y le sonreí
.—Estás muy guapa —dije, apoyándome en la encimera, junto a ella.
Dio un mordisco a la zanahoria.
—Gracias.
—Me parece que te voy a echar el polvo del siglo dentro de un ratito.
Se encogió de hombros con aire despreocupado, haciéndose la interesante, y murmuró:
—Vale.
Pero entonces me buscó con las piernas y me atrajo hacia sí, entre los muslos.
—A pesar de eso del trabajo que te he dicho antes, me parece que podrías tenerme despierta toda la noche igualmente, si de verdad quieres.
Alargué el brazo y le desabroché con la mano el botón superior de la camisa.
—¿Y qué quieres que te haga esta noche?
—Lo que quieras.
Arqueé una ceja.
—¿Lo que quiera?
Reflexionó un instante antes de decir en un susurro:
—Todo lo que quieras.
—Me encanta —dije, acercándome y deslizándole la nariz por la curva del cuello—. Me encantan estas sesiones de sexo en las que descubro todo lo que te gusta, en las que descubrí todos los sonidos que eres capaz de emitir.
—No sé... —empezó a decir, dibujando con la zanahoria un círculo impreciso en el aire, junto a mi cabeza—. Porque el mejor sexo... ¿no es el sexo con alguien con quien llevas mucho tiempo? Como cuando ella está en la cama, durmiendo, y llega la pareja y se acerca rodando instintivamente hacia ella, ¿sabes lo que quiero decir? Y entonces... ella entierra la cara al calor del cuello de su pareja, y ella le acaricia todo el cuerpo con las manos, y entonces ella se quita las bragas, y su pareja ya está dentro de ella antes incluso de que se quite la parte de arriba del pijama. Su pareja ya sabe lo que le espera. A lo mejor no puede esperar a estar dentro de ella primero. Ya no tiene que
quitarle la ropa en un orden determinado.
Retrocedí un paso y la miré embobada mientras ella daba otro mordisco a la zanahoria. Por lo visto, tenía una imagen muy vívida de cómo eran esos momentos. Personalmente, nunca habría dicho que el sexo con una pareja estable es el mejor sexo. Que sería sexo del bueno, eso seguro.
Pero por la forma en que lo había descrito —el modo en que había bajado la voz y entrecerrado los ojos—, joder, sí, sonaba como el mejor sexo del mundo. Podía visualizar esa clase de vida con Santana, una vida en la que compartíamos una cama, una cocina, la economía doméstica y las peleas. La veía cabreándose conmigo, y luego me veía a mí yendo a buscarla, pasado un rato, para hacer las paces y hacer uso de todas las triquiñuelas que había aprendido con el tiempo porque era mía y, siendo Santana como era, no podía evitar dejar soltar por la boca todos y cada uno de los pensamientos y deseos que le pasaban por la cabeza. Mierda. No era sexy en ninguno de los sentidos habituales del término. Era sexy porque no le importaba que la mirase mientras se zampaba una zanahoria, o si llevaba el pelo recogido de cualquier manera
en una vulgar cola de caballo que no se había molestado en adecentar desde que estábamos tiradas en el sofá, un rato antes. Estaba tan cómoda en su propia piel, tan cómoda sintiéndose observada... Nunca había conocido a una mujer como ella. Nunca daría por hecho que la miraba para juzgarla. Daba por hecho que la miraba embobada porque la estaba escuchando. Y la estaba escuchando. Me pasaría la vida entera oyéndola hablar del sexo con una pareja estable, el sexo anal y el cine porno.
—Me estás mirando como si fuera comida. —me ofreció la zanahoria y sonrió maliciosamente —. ¿Quieres un poco?
Negué con la cabeza.
—Te quiero a ti.
Levantó las manos, se desabrochó los botones de la camisa y se la quitó deslizándosela por los hombros.
—Dime lo que te gusta —le dije, acercándome más aún y besándole el hueco del cuello.
—Me gusta cuando te corres encima de mí.
Me reí, enterrando mi aliento en su cuello.
—Eso ya lo sé. ¿Qué más?
—Cuando me miras mientras te mueves dentro de mí.
Negué con la cabeza y dije:
—Dime qué es lo que te gusta que te haga.
Santana se encogió de hombros un instante y deslizó las yemas de los dedos por mi pecho antes de llegar al borde de la camisa y quitármela por la cabeza.
—Me gusta cuando me colocas como tú quieres, cuando haces lo que quieres conmigo. Me gusta cuando actúas como si mi cuerpo fuese tuyo.
Se oyó el silbido de la tetera al fuego, su sonido estridente perforando el silencio de la cocina, y me alejé el tiempo justo de llenarle la taza con agua hirviendo e introducir en ella una bolsita.
—Cuando te toco —le dije, dejando la tetera—, tu cuerpo es mío. Solo mío, para que pueda besarlo, follarlo y saborearlo
.
Enarcó una ceja y me sonrió.
—Bueno, pues cuando te toco yo, tu cuerpo también es mío, ¿sabes?
Perdí la cabeza por completo cuando inclinó el cuerpo sobre la encimera, buscó el tarro de la miel y echó un poco en la taza. Le quité la cuchara de madera, limpié el exceso de miel del borde del tarro y luego extendí la pegajosa sustancia por la parte superior de su pecho mientras ella observaba todos mis movimientos tras, aparentemente, haberse olvidado por completo del té.
—Pues lleva tú la batuta —le dije, besándole la barbilla—. Dime lo que tengo que hacer a continuación.
Vaciló apenas un instante.
—Chúpala.
Lancé un gemido al oír la orden y lamí el reguero de miel antes de succionar su piel con la boca con tanta fuerza que le dejé una marca roja y pequeña.
—¿Qué más?
Deslizó las manos a su espalda y se desabrochó el sujetador mientras le recorría la piel con la lengua. Me desplacé hasta su pezón y soplé ligeramente sobre la punta erecta antes de introducírmela en la boca.
—Lámelo —exclamó, dando un respingo.
Me agaché e hice exactamente lo que me pedía, lamiéndole los pechos, succionándolos ávidamente, chupándole la piel con la lengua una y otra vez hasta dejarla reluciente.
—Te las voy a follar muy pronto.
—Los dientes... —susurró—. Muérdeme.
Con un gemido, cerré los ojos y le mordisqueé en pequeños círculos la carne de aquellos senos turgentes, descubriendo en su piel pequeños restos de la miel anterior. Descendí con las manos hasta sus tejanos y se los bajé, junto con las bragas, hasta los tobillos para que pudiera quitárselos y arrojarlos al suelo.
Me acarició los hombros con las manos y se abrió de piernas.
—¿Britt ?
—¿Mmm...? —Fui descolgándome por sus costillas, levantándole ambos pechos con las manos.
Reconocía aquel tono de voz; sabía lo que estaba a punto de suplicarme que le hiciera.
—Por favor...
—Por favor, ¿qué? —le pregunté, hincándole delicadamente los dientes en los pezones—. Por favor..., ¿que te pase el té?
—Tócame.
—Ya te estoy tocando...
Soltó un débil gruñido de protesta.
—Tócame entre las piernas.
Sumergí el dedo en el pequeño tarro de miel y lo presioné sobre su clítoris, restregándolo sobre la piel mientras le mordisqueaba la delicada carne de sus pechos. Siguió gimiendo, con la cabeza echada hacia atrás, y apoyó los pies en la encimera, con las piernas completamente abiertas. Me agaché y la recorrí con la lengua, ni siquiera con la intención de torturarla un poco, no habría podido. La miel estaba caliente por la
temperatura de su piel y sabía de puta madre.
—La hostia... —murmuré, succionando con cuidado entre los delicados pliegues de sus terminaciones nerviosas.
Hundió la mano en mi pelo, tirando de él, pero no para reclamar más placer aún. Me hizo levantarme hasta situarme a la altura de su cara y echó el cuerpo hacia delante para besarme.
Se había puesto miel en la lengua también, y en un destello fugaz, supe que a partir de entonces asociaría aquel sabor con Santana para siempre.
Sus débiles jadeos conquistaron el espacio entre nuestros labios y nuestras lenguas, resonando con fuerza, aumentando en intensidad cuando situé la mano entre ambas y le deslicé los dedos por la piel, recreándome allí donde estaba más húmeda y caliente. La encimera quedaba unos centímetros más arriba del nivel de mis caderas, pero no sería ningún problema si se empeñaba en que folláramos en la cocina.
—Voy a coger un condón.
—Vale —dijo el a, apartando los dedos de mi pelo.
Di media vuelta y eché a andar descalza por el pasillo, desabrochándome los tejanos. Saqué un paquete de la caja de mi mesita de noche y me volví para regresar a la cocina, pero Santana estaba de pie en el quicio de la puerta del dormitorio.
Estaba completamente desnuda, y sin decir una sola palabra, se dirigió a la cama y se subió en el centro. Apoyándose sobre los talones, se sentó con una mano sobre la rodilla, esperándome.
—Quiero hacerlo aquí.
—Vale —dije, y me bajé los tejanos hasta las caderas.
—En tu cama.
«Sí, ya te he oído», pensé. Era evidente que quería que lo hiciésemos en mi cama, ella allí desnuda y yo con el condón en la mano... Pero entonces me di cuenta de que, en realidad, me estaba formulando una pregunta. Me estaba preguntando si la cama era un lugar prohibido, si era de esa clase de playboys que nunca se llevaban a sus ligues a casa ni follaban en el sanctasanctórum de su dormitorio.
¿Iba a ser siempre así? ¿Siempre iba a tener que responder a sus preguntas implícitas, a su incertidumbre sobre si lo que compartía con ella era realmente nuevo o especial? ¿No bastaba con que le estuviera entregando secretamente mi corazón en bandeja?
Me reuní con ella en la cama y empecé a abrir el paquete de condones con los dientes antes de que ella adelantara la mano y me lo quitara
.
—Joder... —mascullé, viéndola agacharse para pasarme la lengua con vacilación por la punta de la polla—. Hostia puta... Me vuelve loca follarte la boca.
Me besó el glande, envolviéndome por completo con la lengua, engulléndome en su boca.
—Me gusta mirarte —farfullé—. Estaba tan sumamente cachonda y solo de verla haciendo aquello..., no estaba segura de poder resistir mucho más—. Me parece que me voy a correr.
—Pero si apenas te he tocado... —dijo, claramente orgullosa de sí misma.
—Ya lo sé, pero es que... es demasiado.
Cogió el condón, lo desenrolló para ponérmelo y se tumbó en la cama.
—¿Estás lista?
Me abalancé sobre ella, inspeccionando nuestros cuerpos antes de situarme en la posición para penetrarla y deslizarme en su interior. Estaba ardiente, completamente húmeda, y yo quería prolongar aquel momento solo un poco más. Retiré ligeramente las caderas hacia atrás y le di unos golpecitos suaves en el clítoris con la polla.
—Britt ... —aulló, levantando las caderas.
—¿Te das cuenta de lo mojada que estás?
Bajó la mano temblorosa hasta colocarla entre ambas y se tocó.
—Oh, Dios...
—¿Es por mí? Ciruela, me parece que nunca en toda mi vida se me había puesto tan dura.
Sentí cómo la sangre me bombeaba por todo el miembro, palpitando con fuerza.
Entonces me sujetó, tomó aire y susurró:
—Por favor...
—Por favor, ¿qué?
Abrió los ojos.
—Por favor... —susurró de nuevo—. Dentro... —Sonreí, deleitándome en su dulce y desesperada agonía.
—¿Es que sientes como un escozor en el coño?
—¡ Britt !
Se retorcía bajo mi cuerpo, palpándome y buscándome con las manos y las caderas. Me llevé sus dedos a la boca, succionando para paladear su sabor dulzón. A continuación, hundí la mano entre ambas e hice un pequeño masaje circular con el dedo sobre su hendidura empapada.
—Te he preguntado que si te escuece esto de aquí.
—Sí...
Intentó levantar las caderas, para conseguir que le metiera el dedo al fin, pero lo desplacé hacia arriba y le acaricié el clítoris, arrancándole un ruidoso gemido. Volví a desplazar el dedo hacia abajo, hundiéndolo en aquella humedad empantanada.
—¿Te arden los muslos? ¿Y estos dulces pétalos de aquí arriba...? —le dije, agachándome e introduciéndome el pezón en la boca, retozando con mi lengua—. ¿Están tensos y doloridos estos también? —Dios, sus pechos... Tan increíblemente suaves y calientes, joder—. Dios, Ciruela... —susurré, desesperada—. Esta noche te lo voy a hacer tan bien.. . Voy a hacerte disfrutar hasta volverte loca de placer.
Se arqueó en la cama y hundió las manos en mi pelo, por mi cuello, arañándome la espalda. Fui deslizando el dedo por su coño y bajándolo más aún, hasta presionarle con él el agujero del culo.
—Estoy segura de que ahora mismo podría hacerte hacer cualquier cosa. Podría follarte ahí también.
—Cualquier cosa —convino ella—. Pero..., por favor...
—¿Me estás... suplicando?
Asintió con frenesí y luego me miró directamente a la cara, con los ojos muy abiertos y la mirada enfebrecida. El pulso le palpitaba en la garganta.
—Britt . Sí.
—Y esas chicas que salen en las pelis porno que tanto te gustan... — susurré, sonriendo mientras mecía las caderas. Las dos lanzamos un gemido cuando la corona de mi polla se deslizó sobre la cresta erecta de su clítoris—. Las que suplican. Dicen que lo necesitan... —Ladeé la cabeza, apretando la mandíbula para vencer el impulso de hundirme en ella, de empotrarla contra la cama—. ¿Dirías ahora mismo que lo necesitas?
Lanzó un gemido y me clavó las uñas en el pecho, justo debajo de la clavícula, hincándolas con tanta fuerza que dejó un reguero de marcas rojo fuego que iba del esternón al ombligo.
—Esta noche haré lo que tú quieras, pero haz que me corra primero.
Era incapaz de seguir jugando y torturándola por más tiempo.
—Méteme dentro —dije con voz ronca. Desplazó velozmente las manos hasta mi polla, la rodeó con los dedos y se la restregó antes de introducírsela dentro, levantando las caderas del colchón para hundírsela hasta el fondo. Se me encendió la piel y dando un gruñido, acudí al encuentro de sus movimientos, hincándome en ella y abriéndole las piernas a los lados para poder llegar hasta el fondo, para poder acceder a donde realmente me necesitaba.
Agarré las sábanas con los puños a cada lado de sus hombros, luchando por contenerme. Estaba tan mojada.... Tan increíblemente caliente... Cerré los ojos con fuerza, con la sangre palpitándome en las venas y empujé de nuevo, una vez más, con ferocidad, hasta el fondo.
Sus ruidos —débiles gemidos y jadeos que eran música para mis oídos— me daban las ganas de hincarme aún más adentro, de empotrarme en el fondo, de hacer que se corriese una y otra vez, encadenando un orgasmo múltiple tras otro, hasta que fuese incapaz de imaginarse con un hombre allí dentro de ella nunca más. Ahora ya sabía que yo podía aguantar toda la noche, y que no sería solo esa primera noche que habíamos compartido. Yo siempre la tendría despierta durante horas y horas. Con Santana, raro sería el día en que fuese a acabar rápido.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
Esta situacion a quien le hace mas daño es a britt pq ella esta enamorada y santana aparentemente no asi que a ver como continua esto y cuanto puede aguantar britt con la situacion de ser solo follaamigas!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
La confianza se gana con actitud y acciones y britt lo esta haciendo bien por ahora....
Mmmmm la actitud de quinn. Marley no ayudaron mucho.... Es nuevo para las dos pero que hagan opiniones o suposiciones de antemano....
A ver como van las cosas?
Mmmmm la actitud de quinn. Marley no ayudaron mucho.... Es nuevo para las dos pero que hagan opiniones o suposiciones de antemano....
A ver como van las cosas?
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
Pues las cosas lo están llevando lo mejor que pueden, ambas tienen miedo de lo que sienten además de que tienen la idea de que la otra no quiere algo serio ..... Y pues mientras vayan lento pero seguro todo bien.
Me dan risa los chicos, todos emocionados por ver por primera vez a Britt de esta forma...
Me dan risa los chicos, todos emocionados por ver por primera vez a Britt de esta forma...
JVM- - Mensajes : 1170
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Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
micky morales escribió:Esta situacion a quien le hace mas daño es a britt pq ella esta enamorada y santana aparentemente no asi que a ver como continua esto y cuanto puede aguantar britt con la situacion de ser solo follaamigas!!!!!!
Pero es que como puede creer Santana que Brittany ha cambiado de la noche a la mañana, si en ella esta presente que desde que era menor que Brittany le vio todas sus destrezas de mujeriega, y como puede estar segura ella que Brittany para querer una relación con exclusividad. la verdad es que en todas las historias el silencio es un enemigo mortal.....
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
3:) escribió:La confianza se gana con actitud y acciones y britt lo esta haciendo bien por ahora....
Mmmmm la actitud de quinn. Marley no ayudaron mucho.... Es nuevo para las dos pero que hagan opiniones o suposiciones de antemano....
A ver como van las cosas?
si tienes razón Brittany tiene todavia mucho en lo que trabajar, ella piensa en sus sentimientos, se reprime por no hacer sentir mal a Santana, pero desconoce totalmente por lo que pasa por la cabeza de la latina..... creeme Marley y Quinn mas esta ultima quieren ayudar, pero me imagino que aun no han sabido como, ademas es nuevo para ella el que Brittany quiera una relación que vaya mas alla del sexo...
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
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Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
JVM escribió:Pues las cosas lo están llevando lo mejor que pueden, ambas tienen miedo de lo que sienten además de que tienen la idea de que la otra no quiere algo serio ..... Y pues mientras vayan lento pero seguro todo bien.
Me dan risa los chicos, todos emocionados por ver por primera vez a Britt de esta forma...
exacto lo estan llevando lo mejor que pueden, no como deberian, siempre hay una platica pendiente..... se han tomado la atribución por pensar en lo que la otra podria pensar, o decidir o sentir, o enfrascarse en sus propios deseos, por el momento ahi lo llevan pero no quiere decir que esten haciendo lo correcto, ademas que se ellas han etiquetado lo que tiene como algo prohibido....
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
CAPITULO 14 PARTE 2
Estaba perfecta, radiante y salvaje, explorándome la cara con las manos, metiéndome el pulgar en la boca e implorándome con sus jadeos y aquellos ojos gigantescos, suplicantes. Pero cuando cerró aquellos ojos, en trance, me detuve, con un prolongado gemido y murmuré con voz ronca:
—Mírame: esta noche no voy a ser delicada contigo. Me miró a la cara —no bajó la mirada a la polla—, así que pudo ver el desfile de sensaciones que se apoderaron de ella: vio que no bastaba ni siquiera con mis embestidas de castigo y mis manos salvajes recorriéndole cada centímetro de la piel; vio cómo me deleitaba con sus movimientos cuando empezó a corcovear, y todo encajó en su lugar, el mundo entero
encajó en su lugar, y me reí con un gruñido, viendo cómo se le agitaba el pecho y su primer orgasmo se apoderaba poco a poco de su cuerpo, arrancándole de la garganta gritos enloquecidos y frenéticos; vio que yo quería ir más despacio, disfrutar de la prolongada arremetida de mi verga en su sexo, el cálido zumbido en mis venas, recorrerle con el dedo el valle entre sus pechos y percibir su sudor, reducir el ritmo lo bastante para hacer que me suplicara de nuevo.
Me tiró de los hombros, implorando más rudeza.
—Qué exigencias... —le susurré, saliendo de ella y colocándola boca abajo para lamerle la espalda, mordisquearle el culo y los muslos. Le dejé un sendero de marcas rojas en la piel.
La atraje hacia el borde de la cama, haciendo que se inclinara sobre el colchón y volví a hundirme en ella, tan sumamente hondo que las dos emitimos un prolongado alarido. Cerré los ojos, pues necesitaba esa sensación de distancia. Antes, con todas las mujeres, quería verlo todo porque necesitaba ese último estímulo visual cuando estaba lista para llegar, pero con Santana era demasiado. Ella era demasiado. No podía mirarla cuando estaba tan cerca de alcanzar el orgasmo, no podía ver la forma en que arqueaba la columna, ni cómo me miraba por encima del hombro, con los ojos llenos de preguntas, esperanza y esa dulce adoración que me perforaba directamente entre las costillas.
Sentí cómo empezaba a ceñirme con fuerza y perdí el control al notarla aún más húmeda cuando la agarré del pelo, cuando me abalancé como un animal sobre sus pechos con mis manos hambrientas y le di un manotazo en el culo que resonó como el restallido de un látigo, seguido de su gemido ansioso. Los sonidos que salían de su garganta se transformaron en pequeñas exclamaciones de aliento cuando le mordí el hombro y le dije que se corriera de una puta vez, llamándola «Ciruela». Y cuando se vino al fin, traté de aguantar, traté de no visualizar la imagen de nosotras dos allí acopladas, del aspecto que debíamos de tener . Cerré la mano con fuerza sobre su cadera y le sujeté el hombro con la otra mientras yo la atraía con brutalidad hacia mí con cada nueva embestida, hasta que estaba tan cerca del orgasmo que sentí cómo iba culebreando por la parte baja de mi espalda.
Dijo mi nombre en voz alta, se empujó dentro de mí y de repente sentí como si cayese en un abismo insondable, dando vueltas y más vueltas en la oscuridad. Abrí los ojos de golpe, sujetándome firmemente a ella con las manos para no caerme mientras me corría, inundando el condón de semen con un alarido. Seguí embistiéndola, follándola al compás de las pequeñas réplicas de su orgasmo, al tiempo que la cabeza me daba vueltas y más vueltas, con las piernas en llamas. Era como si estuviera hecha de goma y apenas pudiese sostenerme.
Salí de su sexo y me desprendí del condón, observándola mientras se deslizaba hacia el centro de la cama. Estaba increíblemente perfecta allí en mi cama, con el pelo revuelto, la piel señalada de mordiscos, sonrojada y sudorosa, con parches relucientes aquí y allá en las partes del cuerpo donde aún conservaba restos de mi en ella. Me encaramé a la cama, me desplomé a su lado y la envolví con los brazos alrededor de la cintura . La naturalidad de la escena le confería algo familiar. Era la primera vez que Santana dormía en mi cama y, sin embargo, me sentía como si llevase durmiendo allí toda la vida.
—Mírame: esta noche no voy a ser delicada contigo. Me miró a la cara —no bajó la mirada a la polla—, así que pudo ver el desfile de sensaciones que se apoderaron de ella: vio que no bastaba ni siquiera con mis embestidas de castigo y mis manos salvajes recorriéndole cada centímetro de la piel; vio cómo me deleitaba con sus movimientos cuando empezó a corcovear, y todo encajó en su lugar, el mundo entero
encajó en su lugar, y me reí con un gruñido, viendo cómo se le agitaba el pecho y su primer orgasmo se apoderaba poco a poco de su cuerpo, arrancándole de la garganta gritos enloquecidos y frenéticos; vio que yo quería ir más despacio, disfrutar de la prolongada arremetida de mi verga en su sexo, el cálido zumbido en mis venas, recorrerle con el dedo el valle entre sus pechos y percibir su sudor, reducir el ritmo lo bastante para hacer que me suplicara de nuevo.
Me tiró de los hombros, implorando más rudeza.
—Qué exigencias... —le susurré, saliendo de ella y colocándola boca abajo para lamerle la espalda, mordisquearle el culo y los muslos. Le dejé un sendero de marcas rojas en la piel.
La atraje hacia el borde de la cama, haciendo que se inclinara sobre el colchón y volví a hundirme en ella, tan sumamente hondo que las dos emitimos un prolongado alarido. Cerré los ojos, pues necesitaba esa sensación de distancia. Antes, con todas las mujeres, quería verlo todo porque necesitaba ese último estímulo visual cuando estaba lista para llegar, pero con Santana era demasiado. Ella era demasiado. No podía mirarla cuando estaba tan cerca de alcanzar el orgasmo, no podía ver la forma en que arqueaba la columna, ni cómo me miraba por encima del hombro, con los ojos llenos de preguntas, esperanza y esa dulce adoración que me perforaba directamente entre las costillas.
Sentí cómo empezaba a ceñirme con fuerza y perdí el control al notarla aún más húmeda cuando la agarré del pelo, cuando me abalancé como un animal sobre sus pechos con mis manos hambrientas y le di un manotazo en el culo que resonó como el restallido de un látigo, seguido de su gemido ansioso. Los sonidos que salían de su garganta se transformaron en pequeñas exclamaciones de aliento cuando le mordí el hombro y le dije que se corriera de una puta vez, llamándola «Ciruela». Y cuando se vino al fin, traté de aguantar, traté de no visualizar la imagen de nosotras dos allí acopladas, del aspecto que debíamos de tener . Cerré la mano con fuerza sobre su cadera y le sujeté el hombro con la otra mientras yo la atraía con brutalidad hacia mí con cada nueva embestida, hasta que estaba tan cerca del orgasmo que sentí cómo iba culebreando por la parte baja de mi espalda.
Dijo mi nombre en voz alta, se empujó dentro de mí y de repente sentí como si cayese en un abismo insondable, dando vueltas y más vueltas en la oscuridad. Abrí los ojos de golpe, sujetándome firmemente a ella con las manos para no caerme mientras me corría, inundando el condón de semen con un alarido. Seguí embistiéndola, follándola al compás de las pequeñas réplicas de su orgasmo, al tiempo que la cabeza me daba vueltas y más vueltas, con las piernas en llamas. Era como si estuviera hecha de goma y apenas pudiese sostenerme.
Salí de su sexo y me desprendí del condón, observándola mientras se deslizaba hacia el centro de la cama. Estaba increíblemente perfecta allí en mi cama, con el pelo revuelto, la piel señalada de mordiscos, sonrojada y sudorosa, con parches relucientes aquí y allá en las partes del cuerpo donde aún conservaba restos de mi en ella. Me encaramé a la cama, me desplomé a su lado y la envolví con los brazos alrededor de la cintura . La naturalidad de la escena le confería algo familiar. Era la primera vez que Santana dormía en mi cama y, sin embargo, me sentía como si llevase durmiendo allí toda la vida.
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Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
Capitulo 15
A la mañana siguiente me desperté con el contacto de unas sábanas desconocidas y el olor de Brittany todavía pegada a la piel. La cama estaba hecha un desastre. Yo estaba envuelta en un revoltijo de sábanas arrancadas del colchón, y las almohadas habían caído al suelo. Mi piel estaba cubierta de marcas de mordiscos y cardenales, y no tenía la menor idea de dónde estaba mi ropa.
Miré el reloj. Eran poco más de las cinco y me di la vuelta, apartándome de la cara el pelo enmarañado y parpadeando en la tenue luz. El otro lado de la cama estaba vacío y solo contenía la reveladora marca del cuerpo de Brittany. Alcé la mirada al oír el sonido de unas pisadas y la vi caminar hacia mí, sonriente y sin camiseta, llevando una taza humeante en cada mano.
—Buenos días, dormilona —dijo, colocando las bebidas en la mesita de noche. El colchón se hundió cuando se sentó junto a mí—. ¿Te encuentras bien? ¿No tienes demasiadas agujetas? —Su expresión era tierna y curvaba los labios en una sonrisa. Me pregunté si alguna vez me acostumbraría a la realidad de verla mirándome de forma tan íntima—. Anoche no fui demasiado delicada contigo.
Hice inventario mental: además de las señales que Britt había dejado por todo mi cuerpo, tenía las piernas flojas y el abdomen como si hubiese hecho un centenar de abdominales. Además, entre las piernas, seguía sintiendo el eco de sus caderas estrellándose contra mí.
—Tengo agujetas en todos los lugares adecuados.
Se rascó la mandíbula y vi que sus ojos recorrían mi rostro antes de bajar hasta el pecho. Como era de esperar.
—Esa es mi frase favorita entre las que has dicho hasta ahora. Quizá esta noche puedas mandarme un mensaje con ella. Si te sientes generosa, podrías incluir una foto de tus tetas.
Me eché a reír. Britt cogió una taza y me la ofreció.
—A alguien se le olvidó tomarse el té anoche.
—Mmm. Demasiadas distracciones.
Sacudí la cabeza y le indiqué con un gesto que volviera a dejarla en la mesita. Quería tener las dos manos libres. Brittany se mostraba depredadora y seductora cada minuto del día; sin embargo, por la mañana tanto atractivo debería estar prohibido.
Ella me sonrió ampliamente, pasando las manos despacio por las puntas de mi cabello y alisándolo a lo largo de mi columna. Me estremecí al ver la emoción que invadía sus ojos, al sentir sus dedos, que despedían chispas que se me instalaban entre los muslos, cálidas e intensas. Deseé saber con exactitud qué era lo que veía en su mirada. ¿Se trataba de amistad, de afecto, de algo más? Contuve la pregunta que me moría de ganas de hacerle, sin saber con certeza si alguna de nosotras estaba preparada para
tener una conversación sincera tan poco tiempo después de la última, que tan desastrosa había resultado.
El cielo que asomaba por la ventana estaba aún oscuro y cubierto de niebla, y la escasa luz hacía que cada una de las líneas de tinta que surcaban su piel resultase más nítida, que cada tatuaje destacase contra su piel. El pájaro azul casi parecía negro; las palabras que envolvían sus costillas daban la impresión de haber sido grabadas con una caligrafía delicada. Alargué el brazo para tocarlas, para apoyar el pulgar en el surco formado por sus oblicuos, las superficies planas de su estómago y más abajo. Tomó aire de golpe cuando deslicé un dedo justo debajo de la cintura de su bóxer.
—Quiero dibujar sobre tu piel —dije, y miré rápidamente su rostro para calibrar su reacción.
Parecía sorprendida, pero sobre todo hambrienta. Sus ojos azules, ocultos en sombras, me miraban con intensidad. Debió de estar de acuerdo, porque se inclinó para rebuscar en la mesita situada junto a la cama y regresó con un rotulador negro. Pasó por encima de mí y se tumbó boca arriba, estirándose larga y atractiva en mitad de su cama.
Me incorporé, notando que la sábana se deslizaba debajo de mi cuerpo; el aire fresco me recordó mi completa desnudez. No me entretuve en pensar en lo que estaba haciendo ni en el aspecto que tenía mientras me arrastraba hacia ella y me subía encima, rodeándole las caderas con los muslos.
El aire de la habitación pareció condensarse, y Brittany tragó saliva con los ojos muy abiertos. Le quité el rotulador y retiré la tapa. Sentí que su miembro empezaba a endurecerse contra mi trasero.
Contuve un gemido al notar que flexionaba los muslos y balanceaba un poco las caderas hacia arriba en un intento de frotarse contra mí. Bajé la mirada, sin saber siquiera por dónde empezar.
—Me encantan tus clavículas —dije, rozándolas con los dedos hasta llegar al pequeño hueco situado debajo de su garganta.
—Mis clavículas, ¿eh? —preguntó con voz cálida y aún áspera. Le pasé los dedos por el pecho, conteniendo una sonrisa de triunfo al ver que su respiración se volvía entrecortada y excitada por mi contacto.
—Me encanta tu pecho.
Se echó a reír y murmuró:
—Lo mismo digo.
De todos modos, el suyo era perfecto. Definido, pero no voluminoso.
Sus pechos era pequeños, con una piel suave que se extendía entre sus hombros
musculosos. Tracé una línea con el dedo índice. Brittany era toda una mujer. Me incliné y pasé la lengua por su área abdominal.
—Bien —gruñó, removiéndose impaciente debajo de mí—. Oh, Dios, sí
.
—Y me encanta esta zona de aquí —dije, apartando la boca del lugar en el que quería tenerme y apoyándola en su cadera. Le bajé el bóxer solo un centímetro para escribir una «S» junto al hueso de la cadera y una «L» debajo. Me senté de nuevo para examinar mi obra con una sonrisa alegre
—. Me gusta.
Ella levantó un poco la cabeza para ver el lugar de su piel en el que había escrito mis iniciales y me miró parpadeando.
—Lo mismo digo.
Recordé las palabras y los dibujos emborronados que me había quitado del cuerpo el otro día, y me llevé el rotulador al pulgar para garabatear sobre la yema hasta mojarla en tinta. La apoyé en su piel, justo debajo del punto en el que sobresalía el hueso de la cadera, con tanta presión que tomó aire de golpe. Acto seguido aparté la mano, dejando mi huella. Me senté de nuevo y admiré mi obra.
—Joder —siseó, con los ojos fijos en aquella marca negra—. Es lo más excitante que me han hecho jamás, Santana.
Sus palabras estremecieron una parte sensible de mi pecho e hicieron resurgir el conocimiento de que había otras mujeres, otras que le habían hecho cosas excitantes, otras que le hacían sentir bien. Parpadeé para rehuir su mirada intensa. No quería que viese los pensamientos que me rondaban la cabeza, los pensamientos sobre sus «no
novias». Brittany había sido buena para mí. Me sentía sexy y divertida; me sentía deseada. No iba a estropearlo preocupándome por lo que sucedió antes de mí ni por lo que inevitablemente sucedería después. Joder, por lo que probablemente sucedía los días que no pasábamos juntas. Brittany nunca había dicho nada de cortar con las otras mujeres. Le veía casi todas las noches de la semana, pero no cada noche. Si algo sabía de ella, era que valoraba la variedad y que era lo bastante pragmática para tener siempre un plan alternativo.
«Distancia —me recordé—. Agente secreto. Entrar y salir indemne.»
Brittany se incorporó debajo de mí y me chupó el cuello antes de mover la boca hasta mi oreja.
—Tengo que follarte.
Eché la cabeza hacia atrás.
—¿No hiciste eso anoche?
—Eso fue hace horas.
Sentí que se me ponía toda la piel de gallina y volví a olvidarme del té.
El aire seguía siendo fresco, pero empezaba a parecer primavera. Había hojas y flores, pájaros parloteando en los árboles y un cielo azul con la promesa de una temperatura mejor. Central Park me conmovía siempre en primavera: era increíble que una ciudad de semejante tamaño y con tanta actividad pudiese esconder en su corazón una joya de color, agua y naturaleza.
Quería pensar en lo que debía hacer ese día o en el fin de semana de Pascua que ya se acercaba, pero sentía agujetas y estaba cansada, y tener a Brittany corriendo a mi lado me distraía cada vez más.
El ritmo de sus pies contra el suelo, la cadencia de su respiración..., solo podía pensar en el sexo.
Podía recordar los músculos duros y definidos bajo mis manos, su forma serena y bromista de pedirme que la mordiese, como si lo hiciese por mí, a sabiendas de que necesitaba soltar algo también en ella y que quizá lo encontrase enterrado bajo su piel. Podía recordar cómo respiraba junto a mi oreja en mitad de la noche, con ritmo, conteniéndose durante lo que parecieron horas mientras hacía que me corriese una y otra vez.
Se levantó la camiseta y se enjugó la frente mientras continuaba corriendo, y mi mente volvió de forma encendida y brusca a la sensación que me producía su sudor cayéndome sobre el estómago, su semen sobre mi cadera en la fiesta.
Dejó caer su camiseta, pero yo no pude apartar mis ojos del punto en el que acababa de mostrar su estómago.
—Santana.
—¿Mmm?
Por fin conseguí llevar mis ojos al sendero que se extendía ante nosotras.
—¿Qué pasa? Pareces pensativa.
Tragué saliva y cerré los ojos con fuerza un instante.
—Nada.
Se detuvo, y en mi mente la cadencia sexual de sus caderas moviéndose contra las mías se interrumpió bruscamente. Pero la ternura entre mis piernas no desapareció en absoluto cuando se inclinó para mirarme a los ojos.
—No hagas eso.
Me llené los pulmones, y las palabras escaparon cuando exhalé el aire:
—De acuerdo, estaba pensando en ti.
Sus ojos azules recorrieron mi rostro antes de hacer un repaso al resto de mí: pezones duros y visibles bajo la camiseta suya demasiado grande que llevaba puesta, estómago hecho un nudo, piernas a punto de doblarse y, entre ellas, músculos tan tensos que apreté con más fuerza solo para aliviar el anhelo.
Una sonrisita apareció en sus labios.
—¿Pensando en mí cómo?
Esta vez, cuando cerré los ojos los mantuve cerrados. Ella decía que mi fuerza radicaba en mi sinceridad, pero en realidad lo hacía en el modo en que me hacía sentir cuando se lo contaba todo.
—Nadie me ha distraído nunca tanto.
Siempre había sido solo brío. Ahora mismo, era pasión, necesidad, deseo insaciable.
Permaneció en silencio demasiado tiempo, y cuando volví a mirar la encontré observándome, reflexionando. Necesitaba que bromease, que dijese algo obsceno y nos devolviese a ambas a la base de referencia de Santana y Brittany.
—Sigue hablando —susurró por fin.
Abrí los ojos y la miré.
—Nunca me ha costado concentrarme, enfocarme en una tarea. Pero ahora... pienso en ti... —Me detuve—. Pienso en el sexo contigo todo el tiempo.
Jamás había notado el corazón tan grande mientras latía a punto de salírseme del pecho. Me encantaba que Brittany me recordase que mi corazón era un músculo y mi cuerpo estaba hecho, en parte, para estar en carne viva, para comportarse como un animal, para follar. Pero no las emociones. No, desde luego.
—¿Y? —me pinchó.
«De acuerdo.»
—Y me da miedo.
No pudo contener la sonrisa.
—¿Por qué?
—Porque eres mi amiga... Te has convertido en mi mejor amiga.
Su expresión se suavizó.
—¿Y eso es malo?
—No tengo muchos amigos y no quiero fastidiarlo todo contigo. Eres muy importante para mí.
Sonrió y me apartó un mechón de pelo que tenía pegado en la mejilla sudorosa.
—Y tú para mí.
—Temo que esto de ser follamigas acabe como el rosario de la aurora.
Se echó a reír, pero no dijo nada en respuesta.
—¿A ti no te pasa? —pregunté, mirándola a los ojos.
—No por las mismas razones que a ti. No creo.
¿Qué significaba eso? Aunque me encantaba la capacidad que tenía Brittany de contenerse, en aquel momento me entraron ganas de estrangularla.
—Pero ¿no es raro que, aunque seas mi mejor amiga, no pueda dejar de pensar en ti desnuda? ¿En mí desnuda? ¿En nosotras desnudas juntas y en cómo me haces sentir cuando estamos desnudas? ¿En cómo espero hacerte sentir yo cuando estamos desnudas? Pienso mucho en eso.
Dio un paso adelante para apoyarme una mano en la cadera y la otra en la mandíbula.
—No es raro. Y ¿sabes una cosa, Santana?
Cuando me pasó el pulgar por el cuello, donde el pulso latía enloquecido, supe que intentaba decirme que sabía cuánto me asustaba aquello. Tragué saliva y susurré:
—¿Qué?
—Ya sabes que para mí es importante hablar claro.
Asentí con la cabeza.
—Pero... ¿quieres hablar de esto ahora? Podemos hacerlo si quieres, aunque... —dijo, apretándome la cadera para infundirme seguridad— no tenemos por qué.
Sentí un ramalazo de pánico. Ya habíamos tenido esa conversación antes y no había salido bien.
Yo me había asustado y ella había retirado sus palabras. ¿Sería diferente esta vez? ¿Y cuál sería mi reacción si Brittany decía que me deseaba, pero que no era la única? Sabía lo que le diría. Le contestaría que aquello ya no me servía. Que con el tiempo... me alejaría.
Sonriendo, negué con la cabeza.
—Aún no.
Ladeó la cabeza y sus labios se acercaron a mi oreja:
—Muy bien. Pero en ese caso debería decirte: nadie en absoluto me hace sentir como tú.
Pronunció cada palabra con cuidado, como si las tuviese colocadas sobre la lengua y hubiese de inspeccionarlas antes de poder soltarlas
—. Y también pienso en el sexo contigo. Un montón.
No es que me extrañase que pensara en el sexo conmigo; sus continuos comentarios al respecto lo dejaban muy claro. Pero yo sospechaba que quería estar conmigo de alguna forma precisa, casi basada en un contrato, tal como hacía con todas sus mujeres, cuyos términos se discutían y exponían en un acuerdo mutuo y estéril. Sencillamente, no sabía muy bien si para Brittany eso significaba follar con compromiso o... sin compromiso. Al fin y al cabo, si nadie la hacía sentir como yo, era obvio que había alguien más intentándolo, ¿verdad?
—Me doy cuenta de que puede que hayas hecho... planes para este fin de semana —empecé, y ella juntó las cejas en un gesto de frustración o confusión, no pude distinguirlo, aunque seguí a toda mecha —: Pero si es así, pero no quieres tener planes, o si no tienes planes, pero te gustaría tenerlos, deberías venir conmigo a casa por Pascua.
Se apartó lo justo para mirarme a la cara.
—¿Qué?
—Quiero que vengas a casa conmigo. Mi madre siempre prepara un brunch increíble en Pascua.
Podemos salir el sábado y volver el domingo por la tarde. ¿Tienes planes o no?
—Pues..., no —dijo, negando con la cabeza—. Ningún plan. ¿Lo dices en serio?
—¿Se te haría raro? —preguntó.
—Raro no. Sería genial ver a Jake y a tu familia. —Los ojos se le iluminaron de malicia—. Me doy cuenta de que probablemente no les contaremos nuestros recientes encuentros sexuales, pero ¿puedo verte las tetas mientras esté allí?
—¿En privado? —pregunté—. Quizá.
Se dio unos golpecitos en la barbilla, fingiendo reflexionar.
—Mmm... Lo que voy a decir va a sonar absolutamente repugnante, pero... ¿en tu cuarto?
—¿En mi cuarto de niña? Eres una pervertida total —contesté, sacudiendo la cabeza—. Pero tal vez sí.
—Entonces cuenta conmigo.
—¿Solo ha hecho falta eso? ¿Unas tetas? ¿Tan fácil eres?
Se inclinó, me dio un beso en la boca y dijo:
—Si tienes que preguntarlo, es que aún no me conoces demasiado bien.
Brittany se presentó en mi apartamento el sábado por la mañana, tras aparcar un vetusto Subaru Outback de color verde en el hueco de la boca de incendios. Alcé las cejas paseando la mirada desde el coche hasta ella y observando cómo hacía girar las llaves alrededor de un dedo en un gesto de orgullo.
—Muy bonito —dije, volviendo a entrar en casa el tiempo justo para coger mi bolsa de viaje.
Se hizo cargo de la bolsa y me besó en la mejilla.
—¿Verdad que sí? —dijo, sonriendo de oreja a oreja—. Lo tengo en un aparcamiento. Echo de menos este coche.
—¿Cuándo fue la última vez que lo condujiste? —pregunté.
Se encogió de hombros.
—Ya hace tiempo.
La seguí escaleras abajo, tratando de no pensar en el lugar al que íbamos. Invitar a Brittany me había parecido una buena idea en su momento, pero ahora, apenas una semana más tarde, me preguntaba cómo iba a reaccionar todo el mundo y si podría guardarme para mí mi estúpida sonrisa o mantener las manos fuera de sus pantalones. Mientras me obligaba a dejar de mirarle el trasero, comprendí que no parecía tener muchas posibilidades de lograrlo.
Estaba increíble con sus vaqueros favoritos, una camiseta de Star Wars gastada y perfecta, y unas zapatillas de deporte verdes. Parecía estar tan relajada como nerviosa estaba yo.
En realidad, no habíamos hablado de lo que ocurriría cuando llegásemos. Mi familia estaba enterada de que habíamos quedado unas cuantas veces; después de todo, había sido idea de ellos. Sin embargo, seguro que aquello, lo que estaba sucediendo entre nosotras ahora, no formaba parte de su plan. Confiaba en que Bree nos guardase el secreto, porque si Jake tenía noticia de las cosas que Brittany había hecho con el cuerpo de su hermana pequeña, existían muchas probabilidades de que hubiese una pelea a puñetazos o, como mínimo, algunas conversaciones horriblemente incómodas.
Era fácil mantener esa realidad bajo control cuando estábamos aquí, en la ciudad. Pero viajar a casa significaba afrontar la realidad de que Brittany era la mejor amiga de Jake. Yo no podía actuar tal como hacía aquí, como si... como si me perteneciese a mí.
Brittany colocó mi bolsa en el maletero y fue a abrir la puerta, asegurándose de apretarme contra el costado del coche y darme un beso largo y lento.
—¿Preparada?
—Sí —dije, recuperándome de mi pequeña epifanía.
Me gustaba muchísimo sentir que Brittany me pertenecía. Me miró y sonrió hasta que, al parecer, ambas nos dimos cuenta de que solo disponíamos de unas cuantas horas en el coche para disfrutar con naturalidad de aquella cómoda intimidad.
Me besó una vez más, tarareando contra mis labios y pasando su lengua suavemente por la mía antes de apartarse para que yo pudiese subir al coche.
Tras rodear el coche, saltó al asiento del conductor y dijo de inmediato:
—¿Sabes? Podríamos tomarnos unos minutos y subir atrás. Podría bajar el asiento para que estuvieses cómoda. Sé que te gusta abrir mucho las piernas.
Puse los ojos en blanco y esbocé una sonrisa radiante. Brittany se encogió de hombros y arrancó el motor. El coche se puso en marcha con un rugido y Brittany metió una marcha, guiñándome el ojo antes de pisar el acelerador.
Avanzamos bruscamente y nos detuvimos con una sacudida a pocos metros del bordillo. Frunció el ceño, volvió a arrancar y consiguió incorporarse suavemente al tráfico en el segundo intento. Cogí su teléfono móvil del reposavasos y empecé a repasar su música. Me dedicó una mirada de reprobación, pero no hizo ningún comentario y volvió los ojos hacia la calzada.
—¿Britney Spears? —pregunté entre risas, y ella alargó el brazo a ciegas, intentando quitármelo.
—Mi hermana —rezongó.
—Claro.
Llegamos a un semáforo de Broadway y el coche volvió a calarse. Brittany tosió y arrancó de nuevo.
Soltó una maldición cuando se caló pocos minutos después.
—¿Estás segura de que sabes manejar esto? —le pregunté con una sonrisita burlona—. ¿Llevas tanto tiempo siendo neoyorquina que has olvidado cómo se conduce?
Me fulminó con la mirada.
—Sería mucho más fácil si antes hubiésemos echado un polvo en el asiento de atrás. Me ayudaría a despejarme.
Miré por el parabrisas y volví a fijar la vista en ella, sonriente. Me metí debajo de su brazo e inicié mi maniobra con la cremallera.
—¿Quién necesita el asiento trasero?
Miré el reloj. Eran poco más de las cinco y me di la vuelta, apartándome de la cara el pelo enmarañado y parpadeando en la tenue luz. El otro lado de la cama estaba vacío y solo contenía la reveladora marca del cuerpo de Brittany. Alcé la mirada al oír el sonido de unas pisadas y la vi caminar hacia mí, sonriente y sin camiseta, llevando una taza humeante en cada mano.
—Buenos días, dormilona —dijo, colocando las bebidas en la mesita de noche. El colchón se hundió cuando se sentó junto a mí—. ¿Te encuentras bien? ¿No tienes demasiadas agujetas? —Su expresión era tierna y curvaba los labios en una sonrisa. Me pregunté si alguna vez me acostumbraría a la realidad de verla mirándome de forma tan íntima—. Anoche no fui demasiado delicada contigo.
Hice inventario mental: además de las señales que Britt había dejado por todo mi cuerpo, tenía las piernas flojas y el abdomen como si hubiese hecho un centenar de abdominales. Además, entre las piernas, seguía sintiendo el eco de sus caderas estrellándose contra mí.
—Tengo agujetas en todos los lugares adecuados.
Se rascó la mandíbula y vi que sus ojos recorrían mi rostro antes de bajar hasta el pecho. Como era de esperar.
—Esa es mi frase favorita entre las que has dicho hasta ahora. Quizá esta noche puedas mandarme un mensaje con ella. Si te sientes generosa, podrías incluir una foto de tus tetas.
Me eché a reír. Britt cogió una taza y me la ofreció.
—A alguien se le olvidó tomarse el té anoche.
—Mmm. Demasiadas distracciones.
Sacudí la cabeza y le indiqué con un gesto que volviera a dejarla en la mesita. Quería tener las dos manos libres. Brittany se mostraba depredadora y seductora cada minuto del día; sin embargo, por la mañana tanto atractivo debería estar prohibido.
Ella me sonrió ampliamente, pasando las manos despacio por las puntas de mi cabello y alisándolo a lo largo de mi columna. Me estremecí al ver la emoción que invadía sus ojos, al sentir sus dedos, que despedían chispas que se me instalaban entre los muslos, cálidas e intensas. Deseé saber con exactitud qué era lo que veía en su mirada. ¿Se trataba de amistad, de afecto, de algo más? Contuve la pregunta que me moría de ganas de hacerle, sin saber con certeza si alguna de nosotras estaba preparada para
tener una conversación sincera tan poco tiempo después de la última, que tan desastrosa había resultado.
El cielo que asomaba por la ventana estaba aún oscuro y cubierto de niebla, y la escasa luz hacía que cada una de las líneas de tinta que surcaban su piel resultase más nítida, que cada tatuaje destacase contra su piel. El pájaro azul casi parecía negro; las palabras que envolvían sus costillas daban la impresión de haber sido grabadas con una caligrafía delicada. Alargué el brazo para tocarlas, para apoyar el pulgar en el surco formado por sus oblicuos, las superficies planas de su estómago y más abajo. Tomó aire de golpe cuando deslicé un dedo justo debajo de la cintura de su bóxer.
—Quiero dibujar sobre tu piel —dije, y miré rápidamente su rostro para calibrar su reacción.
Parecía sorprendida, pero sobre todo hambrienta. Sus ojos azules, ocultos en sombras, me miraban con intensidad. Debió de estar de acuerdo, porque se inclinó para rebuscar en la mesita situada junto a la cama y regresó con un rotulador negro. Pasó por encima de mí y se tumbó boca arriba, estirándose larga y atractiva en mitad de su cama.
Me incorporé, notando que la sábana se deslizaba debajo de mi cuerpo; el aire fresco me recordó mi completa desnudez. No me entretuve en pensar en lo que estaba haciendo ni en el aspecto que tenía mientras me arrastraba hacia ella y me subía encima, rodeándole las caderas con los muslos.
El aire de la habitación pareció condensarse, y Brittany tragó saliva con los ojos muy abiertos. Le quité el rotulador y retiré la tapa. Sentí que su miembro empezaba a endurecerse contra mi trasero.
Contuve un gemido al notar que flexionaba los muslos y balanceaba un poco las caderas hacia arriba en un intento de frotarse contra mí. Bajé la mirada, sin saber siquiera por dónde empezar.
—Me encantan tus clavículas —dije, rozándolas con los dedos hasta llegar al pequeño hueco situado debajo de su garganta.
—Mis clavículas, ¿eh? —preguntó con voz cálida y aún áspera. Le pasé los dedos por el pecho, conteniendo una sonrisa de triunfo al ver que su respiración se volvía entrecortada y excitada por mi contacto.
—Me encanta tu pecho.
Se echó a reír y murmuró:
—Lo mismo digo.
De todos modos, el suyo era perfecto. Definido, pero no voluminoso.
Sus pechos era pequeños, con una piel suave que se extendía entre sus hombros
musculosos. Tracé una línea con el dedo índice. Brittany era toda una mujer. Me incliné y pasé la lengua por su área abdominal.
—Bien —gruñó, removiéndose impaciente debajo de mí—. Oh, Dios, sí
.
—Y me encanta esta zona de aquí —dije, apartando la boca del lugar en el que quería tenerme y apoyándola en su cadera. Le bajé el bóxer solo un centímetro para escribir una «S» junto al hueso de la cadera y una «L» debajo. Me senté de nuevo para examinar mi obra con una sonrisa alegre
—. Me gusta.
Ella levantó un poco la cabeza para ver el lugar de su piel en el que había escrito mis iniciales y me miró parpadeando.
—Lo mismo digo.
Recordé las palabras y los dibujos emborronados que me había quitado del cuerpo el otro día, y me llevé el rotulador al pulgar para garabatear sobre la yema hasta mojarla en tinta. La apoyé en su piel, justo debajo del punto en el que sobresalía el hueso de la cadera, con tanta presión que tomó aire de golpe. Acto seguido aparté la mano, dejando mi huella. Me senté de nuevo y admiré mi obra.
—Joder —siseó, con los ojos fijos en aquella marca negra—. Es lo más excitante que me han hecho jamás, Santana.
Sus palabras estremecieron una parte sensible de mi pecho e hicieron resurgir el conocimiento de que había otras mujeres, otras que le habían hecho cosas excitantes, otras que le hacían sentir bien. Parpadeé para rehuir su mirada intensa. No quería que viese los pensamientos que me rondaban la cabeza, los pensamientos sobre sus «no
novias». Brittany había sido buena para mí. Me sentía sexy y divertida; me sentía deseada. No iba a estropearlo preocupándome por lo que sucedió antes de mí ni por lo que inevitablemente sucedería después. Joder, por lo que probablemente sucedía los días que no pasábamos juntas. Brittany nunca había dicho nada de cortar con las otras mujeres. Le veía casi todas las noches de la semana, pero no cada noche. Si algo sabía de ella, era que valoraba la variedad y que era lo bastante pragmática para tener siempre un plan alternativo.
«Distancia —me recordé—. Agente secreto. Entrar y salir indemne.»
Brittany se incorporó debajo de mí y me chupó el cuello antes de mover la boca hasta mi oreja.
—Tengo que follarte.
Eché la cabeza hacia atrás.
—¿No hiciste eso anoche?
—Eso fue hace horas.
Sentí que se me ponía toda la piel de gallina y volví a olvidarme del té.
El aire seguía siendo fresco, pero empezaba a parecer primavera. Había hojas y flores, pájaros parloteando en los árboles y un cielo azul con la promesa de una temperatura mejor. Central Park me conmovía siempre en primavera: era increíble que una ciudad de semejante tamaño y con tanta actividad pudiese esconder en su corazón una joya de color, agua y naturaleza.
Quería pensar en lo que debía hacer ese día o en el fin de semana de Pascua que ya se acercaba, pero sentía agujetas y estaba cansada, y tener a Brittany corriendo a mi lado me distraía cada vez más.
El ritmo de sus pies contra el suelo, la cadencia de su respiración..., solo podía pensar en el sexo.
Podía recordar los músculos duros y definidos bajo mis manos, su forma serena y bromista de pedirme que la mordiese, como si lo hiciese por mí, a sabiendas de que necesitaba soltar algo también en ella y que quizá lo encontrase enterrado bajo su piel. Podía recordar cómo respiraba junto a mi oreja en mitad de la noche, con ritmo, conteniéndose durante lo que parecieron horas mientras hacía que me corriese una y otra vez.
Se levantó la camiseta y se enjugó la frente mientras continuaba corriendo, y mi mente volvió de forma encendida y brusca a la sensación que me producía su sudor cayéndome sobre el estómago, su semen sobre mi cadera en la fiesta.
Dejó caer su camiseta, pero yo no pude apartar mis ojos del punto en el que acababa de mostrar su estómago.
—Santana.
—¿Mmm?
Por fin conseguí llevar mis ojos al sendero que se extendía ante nosotras.
—¿Qué pasa? Pareces pensativa.
Tragué saliva y cerré los ojos con fuerza un instante.
—Nada.
Se detuvo, y en mi mente la cadencia sexual de sus caderas moviéndose contra las mías se interrumpió bruscamente. Pero la ternura entre mis piernas no desapareció en absoluto cuando se inclinó para mirarme a los ojos.
—No hagas eso.
Me llené los pulmones, y las palabras escaparon cuando exhalé el aire:
—De acuerdo, estaba pensando en ti.
Sus ojos azules recorrieron mi rostro antes de hacer un repaso al resto de mí: pezones duros y visibles bajo la camiseta suya demasiado grande que llevaba puesta, estómago hecho un nudo, piernas a punto de doblarse y, entre ellas, músculos tan tensos que apreté con más fuerza solo para aliviar el anhelo.
Una sonrisita apareció en sus labios.
—¿Pensando en mí cómo?
Esta vez, cuando cerré los ojos los mantuve cerrados. Ella decía que mi fuerza radicaba en mi sinceridad, pero en realidad lo hacía en el modo en que me hacía sentir cuando se lo contaba todo.
—Nadie me ha distraído nunca tanto.
Siempre había sido solo brío. Ahora mismo, era pasión, necesidad, deseo insaciable.
Permaneció en silencio demasiado tiempo, y cuando volví a mirar la encontré observándome, reflexionando. Necesitaba que bromease, que dijese algo obsceno y nos devolviese a ambas a la base de referencia de Santana y Brittany.
—Sigue hablando —susurró por fin.
Abrí los ojos y la miré.
—Nunca me ha costado concentrarme, enfocarme en una tarea. Pero ahora... pienso en ti... —Me detuve—. Pienso en el sexo contigo todo el tiempo.
Jamás había notado el corazón tan grande mientras latía a punto de salírseme del pecho. Me encantaba que Brittany me recordase que mi corazón era un músculo y mi cuerpo estaba hecho, en parte, para estar en carne viva, para comportarse como un animal, para follar. Pero no las emociones. No, desde luego.
—¿Y? —me pinchó.
«De acuerdo.»
—Y me da miedo.
No pudo contener la sonrisa.
—¿Por qué?
—Porque eres mi amiga... Te has convertido en mi mejor amiga.
Su expresión se suavizó.
—¿Y eso es malo?
—No tengo muchos amigos y no quiero fastidiarlo todo contigo. Eres muy importante para mí.
Sonrió y me apartó un mechón de pelo que tenía pegado en la mejilla sudorosa.
—Y tú para mí.
—Temo que esto de ser follamigas acabe como el rosario de la aurora.
Se echó a reír, pero no dijo nada en respuesta.
—¿A ti no te pasa? —pregunté, mirándola a los ojos.
—No por las mismas razones que a ti. No creo.
¿Qué significaba eso? Aunque me encantaba la capacidad que tenía Brittany de contenerse, en aquel momento me entraron ganas de estrangularla.
—Pero ¿no es raro que, aunque seas mi mejor amiga, no pueda dejar de pensar en ti desnuda? ¿En mí desnuda? ¿En nosotras desnudas juntas y en cómo me haces sentir cuando estamos desnudas? ¿En cómo espero hacerte sentir yo cuando estamos desnudas? Pienso mucho en eso.
Dio un paso adelante para apoyarme una mano en la cadera y la otra en la mandíbula.
—No es raro. Y ¿sabes una cosa, Santana?
Cuando me pasó el pulgar por el cuello, donde el pulso latía enloquecido, supe que intentaba decirme que sabía cuánto me asustaba aquello. Tragué saliva y susurré:
—¿Qué?
—Ya sabes que para mí es importante hablar claro.
Asentí con la cabeza.
—Pero... ¿quieres hablar de esto ahora? Podemos hacerlo si quieres, aunque... —dijo, apretándome la cadera para infundirme seguridad— no tenemos por qué.
Sentí un ramalazo de pánico. Ya habíamos tenido esa conversación antes y no había salido bien.
Yo me había asustado y ella había retirado sus palabras. ¿Sería diferente esta vez? ¿Y cuál sería mi reacción si Brittany decía que me deseaba, pero que no era la única? Sabía lo que le diría. Le contestaría que aquello ya no me servía. Que con el tiempo... me alejaría.
Sonriendo, negué con la cabeza.
—Aún no.
Ladeó la cabeza y sus labios se acercaron a mi oreja:
—Muy bien. Pero en ese caso debería decirte: nadie en absoluto me hace sentir como tú.
Pronunció cada palabra con cuidado, como si las tuviese colocadas sobre la lengua y hubiese de inspeccionarlas antes de poder soltarlas
—. Y también pienso en el sexo contigo. Un montón.
No es que me extrañase que pensara en el sexo conmigo; sus continuos comentarios al respecto lo dejaban muy claro. Pero yo sospechaba que quería estar conmigo de alguna forma precisa, casi basada en un contrato, tal como hacía con todas sus mujeres, cuyos términos se discutían y exponían en un acuerdo mutuo y estéril. Sencillamente, no sabía muy bien si para Brittany eso significaba follar con compromiso o... sin compromiso. Al fin y al cabo, si nadie la hacía sentir como yo, era obvio que había alguien más intentándolo, ¿verdad?
—Me doy cuenta de que puede que hayas hecho... planes para este fin de semana —empecé, y ella juntó las cejas en un gesto de frustración o confusión, no pude distinguirlo, aunque seguí a toda mecha —: Pero si es así, pero no quieres tener planes, o si no tienes planes, pero te gustaría tenerlos, deberías venir conmigo a casa por Pascua.
Se apartó lo justo para mirarme a la cara.
—¿Qué?
—Quiero que vengas a casa conmigo. Mi madre siempre prepara un brunch increíble en Pascua.
Podemos salir el sábado y volver el domingo por la tarde. ¿Tienes planes o no?
—Pues..., no —dijo, negando con la cabeza—. Ningún plan. ¿Lo dices en serio?
—¿Se te haría raro? —preguntó.
—Raro no. Sería genial ver a Jake y a tu familia. —Los ojos se le iluminaron de malicia—. Me doy cuenta de que probablemente no les contaremos nuestros recientes encuentros sexuales, pero ¿puedo verte las tetas mientras esté allí?
—¿En privado? —pregunté—. Quizá.
Se dio unos golpecitos en la barbilla, fingiendo reflexionar.
—Mmm... Lo que voy a decir va a sonar absolutamente repugnante, pero... ¿en tu cuarto?
—¿En mi cuarto de niña? Eres una pervertida total —contesté, sacudiendo la cabeza—. Pero tal vez sí.
—Entonces cuenta conmigo.
—¿Solo ha hecho falta eso? ¿Unas tetas? ¿Tan fácil eres?
Se inclinó, me dio un beso en la boca y dijo:
—Si tienes que preguntarlo, es que aún no me conoces demasiado bien.
Brittany se presentó en mi apartamento el sábado por la mañana, tras aparcar un vetusto Subaru Outback de color verde en el hueco de la boca de incendios. Alcé las cejas paseando la mirada desde el coche hasta ella y observando cómo hacía girar las llaves alrededor de un dedo en un gesto de orgullo.
—Muy bonito —dije, volviendo a entrar en casa el tiempo justo para coger mi bolsa de viaje.
Se hizo cargo de la bolsa y me besó en la mejilla.
—¿Verdad que sí? —dijo, sonriendo de oreja a oreja—. Lo tengo en un aparcamiento. Echo de menos este coche.
—¿Cuándo fue la última vez que lo condujiste? —pregunté.
Se encogió de hombros.
—Ya hace tiempo.
La seguí escaleras abajo, tratando de no pensar en el lugar al que íbamos. Invitar a Brittany me había parecido una buena idea en su momento, pero ahora, apenas una semana más tarde, me preguntaba cómo iba a reaccionar todo el mundo y si podría guardarme para mí mi estúpida sonrisa o mantener las manos fuera de sus pantalones. Mientras me obligaba a dejar de mirarle el trasero, comprendí que no parecía tener muchas posibilidades de lograrlo.
Estaba increíble con sus vaqueros favoritos, una camiseta de Star Wars gastada y perfecta, y unas zapatillas de deporte verdes. Parecía estar tan relajada como nerviosa estaba yo.
En realidad, no habíamos hablado de lo que ocurriría cuando llegásemos. Mi familia estaba enterada de que habíamos quedado unas cuantas veces; después de todo, había sido idea de ellos. Sin embargo, seguro que aquello, lo que estaba sucediendo entre nosotras ahora, no formaba parte de su plan. Confiaba en que Bree nos guardase el secreto, porque si Jake tenía noticia de las cosas que Brittany había hecho con el cuerpo de su hermana pequeña, existían muchas probabilidades de que hubiese una pelea a puñetazos o, como mínimo, algunas conversaciones horriblemente incómodas.
Era fácil mantener esa realidad bajo control cuando estábamos aquí, en la ciudad. Pero viajar a casa significaba afrontar la realidad de que Brittany era la mejor amiga de Jake. Yo no podía actuar tal como hacía aquí, como si... como si me perteneciese a mí.
Brittany colocó mi bolsa en el maletero y fue a abrir la puerta, asegurándose de apretarme contra el costado del coche y darme un beso largo y lento.
—¿Preparada?
—Sí —dije, recuperándome de mi pequeña epifanía.
Me gustaba muchísimo sentir que Brittany me pertenecía. Me miró y sonrió hasta que, al parecer, ambas nos dimos cuenta de que solo disponíamos de unas cuantas horas en el coche para disfrutar con naturalidad de aquella cómoda intimidad.
Me besó una vez más, tarareando contra mis labios y pasando su lengua suavemente por la mía antes de apartarse para que yo pudiese subir al coche.
Tras rodear el coche, saltó al asiento del conductor y dijo de inmediato:
—¿Sabes? Podríamos tomarnos unos minutos y subir atrás. Podría bajar el asiento para que estuvieses cómoda. Sé que te gusta abrir mucho las piernas.
Puse los ojos en blanco y esbocé una sonrisa radiante. Brittany se encogió de hombros y arrancó el motor. El coche se puso en marcha con un rugido y Brittany metió una marcha, guiñándome el ojo antes de pisar el acelerador.
Avanzamos bruscamente y nos detuvimos con una sacudida a pocos metros del bordillo. Frunció el ceño, volvió a arrancar y consiguió incorporarse suavemente al tráfico en el segundo intento. Cogí su teléfono móvil del reposavasos y empecé a repasar su música. Me dedicó una mirada de reprobación, pero no hizo ningún comentario y volvió los ojos hacia la calzada.
—¿Britney Spears? —pregunté entre risas, y ella alargó el brazo a ciegas, intentando quitármelo.
—Mi hermana —rezongó.
—Claro.
Llegamos a un semáforo de Broadway y el coche volvió a calarse. Brittany tosió y arrancó de nuevo.
Soltó una maldición cuando se caló pocos minutos después.
—¿Estás segura de que sabes manejar esto? —le pregunté con una sonrisita burlona—. ¿Llevas tanto tiempo siendo neoyorquina que has olvidado cómo se conduce?
Me fulminó con la mirada.
—Sería mucho más fácil si antes hubiésemos echado un polvo en el asiento de atrás. Me ayudaría a despejarme.
Miré por el parabrisas y volví a fijar la vista en ella, sonriente. Me metí debajo de su brazo e inicié mi maniobra con la cremallera.
—¿Quién necesita el asiento trasero?
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Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
Capitulo 16 PARTE 1
Apagué el motor y este siguió reverberando un momento en el silencio que siguió . A mi lado, Santana estaba dormida, apoyando la cabeza en la ventanilla del pasajero. Habíamos aparcado frente a la casa de la familia López en las afueras de Boston, rodeada de un amplio porche blanco alrededor de una estructura lisa de ladrillo. Las ventanas delanteras estaban enmarcadas por persianas azul marino y en el interior se intuían, más que verse, unas tupidas cortinas de color crema. La casa era grande y
hermosa, y conservaba tantos y tantos recuerdos allí dentro que no quería ni imaginar lo que suponía para la propia Santana volver allí.
Hacía un par de años que no iba por allí, desde la última vez que había acompañado a Jake un fin de semana de verano cualquiera a ver a sus padres. Ninguno de los demás hijos estaba allí. Fue un fin de semana tranquilo y relajante, y había pasado la mayor parte del tiempo en la terraza de la parte de atrás, bebiendo gin-tonics y leyendo. Pero ahora estaba aparcado delante de la casa, sentada junto a la hermana de mi amigo, la mujer que acababa de hacerme allí, dentro del coche, dos de las mamadas más memorables de mi vida, la última hacía menos de una hora, cuando había acabado con los nudillos blancos de la fuerza con que me agarraba al volante mientras le metía la polla tan profundamente en la garganta que hasta la noté engullir mi semen cuando eyaculé.
Definitivamente, tenía un talento innato para el sexo oral. Ella creía que necesitaba practicar más, y a mí no me importaba nada darle la razón para que pudiese seguir utilizándome como muñeca de prácticas.
En la ciudad, inmersas en el día a día, era fácil olvidar la conexión Jake, la conexión con toda su familia. Era fácil olvidar que me matarían si se enterasen de lo que estábamos haciendo. Me había pillado desprevenida cuando Santana había sacado el tema de Bree porque para mí era algo del pasado remoto, pero ese fin de semana tendría que enfrentarme a todo aquello: mi breve historia como antiguo rollo de Bree, como la mejor amiga de Jake, como aprendiz en prácticas de Johan. Y tendría que enfrentarme a todo aquello mientras trataba de disimular al máximo que estaba coladita por Santana.
Apoyé la mano en su hombro y la zarandeé suavemente.
—Santana.
Ella se sobresaltó un poco, pero lo primero que vio cuando abrió los ojos fue a mí. Estaba aturdida y medio dormida aún; sin embargo, sonrió como si tuviese ante ella su imagen favorita en el mundo y murmuró:
—Mmm... Hola.
Y, con esa reacción, se me incendió el corazón.
—Hola, Ciruela.
Ella sonrió tímidamente y volvió la cabeza para mirar por la ventana mientras se desperezaba. Cuando vio dónde habíamos aparcado, se llevó un sobresalto, se irguió
en su asiento y se puso a mirar a su alrededor.
—Pero... ¡si ya hemos llegado!
—Sí, ya hemos llegado.
Cuando se volvió hacia mí, parecía bastante asustada.
—Esto va a ser un poco incómodo, ¿verdad? Te estaré mirando a la bragueta y Jake me pillará mirándote a la bragueta, y luego tú me mirarás las tetas y alguien se dará cuenta de eso también... ¿Qué pasa si te toco? O... —Abrió mucho los ojos y añadió—: ¡O si te beso!
Su repentino ataque de pánico me tranquilizó enormemente. Solo una de las dos podía sentirse incómoda al mismo tiempo.
Negué con la cabeza.
—Todo va a ir bien —le dije—. Estamos aquí como amigas. Estamos visitando a tu familia en calidad de amigas, simplemente. No va a haber miraditas a mi aparato genital ni a tu delantera en público. Ni siquiera me he traído otra bragueta de recambio. ¿Trato hecho?
—Trato hecho —repitió el a inexpresivamente—. Solo amigas.
—Porque eso es lo que somos, dicho sea de paso —le recordé, haciendo caso omiso de las palpitaciones que sufría mi corazón, retorciéndose, dentro de mi pecho.
Se incorporó, asintió con la cabeza y accionó el tirador de la portezuela del coche.
—¡Amigas! —exclamó con entusiasmo—. ¡Somos un par de amigas que hemos venido a visitar a mi familia por Pascua! ¡Vamos a ver a tu viejo amigo, mi hermano mayor! ¡Gracias por traerme hasta aquí desde Nueva York, amigo mía, Britt , mi amiga!
Se rió mientras se bajaba del coche y dio la vuelta al vehículo para sacar su bolsa del maletero.
—Santana, cálmate —le susurré, apoyándole una mano tranquilizadora en la espalda. Noté cómo mi mirada reptaba por su cuello y se detenía en sus pechos—. No te pongas histérica.
—No mires ahí, Brittany. Será mejor que empieces a disimular desde ya.
—Lo intentaré —susurré, riéndome.
—Yo también. —Guiñándome un ojo, murmuró—: Y acuérdate de llamarme Sanny
Maribel López daba unos abrazos tan fuertes y calurosos que parecía la típica «abrazaárboles» del noroeste de Estados Unidos. Solo su suave acento modulado y sus rasgos latinos delataban su origen latino.
Me dio la bienvenida fundiéndose conmigo en su habitual abrazo de osa. Al igual que Santana, era más bien alta, y había envejecido muy bien, conservando toda su belleza. La besé en la mejilla y le di las flores que le habíamos comprado cuando paramos a repostar.
—Tú siempre tan detallista —dijo, cogiéndolas y haciéndonos pasar —. Johan aún no ha llegado del trabajo. Eric no puede venir. Bree y Rob están aquí, pero Jake y Santiago aún están de camino. —Miró por encima de mi hombro y arrugó la frente—. Va a llover, así que espero que estén todos aquí a la hora de la cena.
Recitar los nombres de sus hijos era tan natural para ella como respirar. ¿Cómo habría sido su vida, me pregunté, al cuidado de tantos hijos? Y a medida que iba casándose cada uno de ellos, aquella casa no haría más que llenarse de más y más niños.
Sentí un ansia desconocida por formar parte de ella de algún modo, y luego pestañeé y miré a otro lado. El fin de semana prometía ser bastante extraño ya de por sí para que, encima, yo añadiese el factor de mis emociones recién descubiertas.
En el interior, la casa parecía exactamente igual que hacía años, a pesar de que la habían redecorado. Todavía era acogedora, pero en lugar de los tonos azules y grises que recordaba de antes, ahora destacaban los marrones oscuros y los rojos intensos con muebles recargados y unas paredes de color crema y brillantes. En el recibidor y en el pasillo que se adentraba en el interior de la casa, me fijé en que, con redecoración o sin ella, Maribel aún abrazaba la vida estadounidense con un generoso surtido de frases optimistas que se hacían pasar por cuadros en las paredes. Ya sabía
lo que iba a ver en otros rincones de la casa: En el pasillo: «¡Vive, ama y ríe!».
En la cocina: «¡Una dieta equilibrada consiste en llevar una galleta en cada mano!».
En la sala de estar: «Nuestros hijos: les damos raíces para que puedan levantar el vuelo».
Cuando me pilló leyendo la que había más cerca de la puerta principal —«Todos los caminos conducen a casa»—, Santana me guiñó un ojo con una sonrisa de complicidad.
Cuando oí el ruido de unas pisadas bajando la escalera de madera justo al lado de la entrada, levanté la vista y me encontré con los brillantes ojos de Bree. Sentí que se me encogía un poco el estómago.
No había ninguna razón para sentirme incómoda en presencia de Bree, porque ya la había visto un puñado de veces desde que nos enrollamos, la más reciente en la boda de Jake hacía unos años, donde habíamos mantenido una agradable conversación sobre su trabajo en una pequeña empresa comercial en Hanover. Su novio —ahora marido—, me había parecido simpático. En aquella ocasión me fui de allí sin darle más vueltas a cómo era la relación entre Bree y yo.
Sin embargo, eso era porque yo creía que nuestro breve escarceo no había significado nada para ella, antes de saber que se había vuelto a Yale con el corazón roto después de las vacaciones de Navidad de hacía tantos años. Era como si una gran parte de mi historia con la familia López hubiese sido reescrita —conmigo en el papel de la infame seductora— y ahora que estaba allí, me di cuenta de que no había hecho nada con el fin de prepararme mentalmente para enfrentarme a ello.
Me quedé rígida como una estatua mientras ella se acercaba a abrazarme.
—Hola, Britt . —Sentí la presión de su enorme barriga de embarazada contra mi vientre y ella se rió, susurrando—: Abrázame, tonta.
Me relajé y la envolví con los brazos.
—Hola, Bree. Supongo que te puedo dar la enhorabuena.
Dio un paso atrás, acariciándose la barriga, y sonrió.
—Gracias. —Un brillo divertido le iluminó los ojos y me acordé de que Santana la había llamado después de nuestra pelea, y que lo más probable era que Bree supiera exactamente lo que había entre su hermanita pequeña y yo.
Se me hizo un nudo en el estómago, pero lo deshice, decidida como estaba a hacer que el fin de semana transcurriese con la máxima normalidad posible.
—¿Y va a ser niño o niña?
—Será una sorpresa —contestó—. Rob quiere saberlo, pero yo no. Lo que significa, naturalmente, que gano yo.
Riendo, se apartó a un lado para que su marido pudiera estrecharme la mano. Seguimos charlando tranquilamente un rato más en la entrada: Santana puso al día a su madre y a Bree sobre los últimos acontecimientos en la universidad, y Rob y yo estuvimos hablando de los Knicks hasta que Maribel señaló hacia la cocina.
—Voy a volver ahí dentro. Bajad a tomaros un cóctel después de instalaros y deshacer las maletas.
Cogí las bolsas y seguí a Santana por las escaleras.
—Dale a Britt la habitación amarilla —indicó Maribel
.
—¿Es la misma habitación que tenía antes? —le pregunté, examinando el culo perfecto de Santana. Siempre había sido delgada, pero salir a correr estaba haciendo maravillas con sus curvas.
—No, antes estabas en la habitación de invitados, la blanca —dijo, y luego se volvió y me sonrió por encima del hombro—. Aunque no me acuerdo de todos los detalles de ese verano, la verdad.
Me reí y pasé por su lado para ocupar el que iba a ser mi dormitorio esa noche.
—¿Dónde está tu habitación? —La pregunta salió de mis labios antes de pararme a pensar si era buena idea preguntárselo ni, desde luego, de asegurarme de que nadie nos había seguido hasta allí.
Volvió a mirar por encima del hombro, y luego entró en el dormitorio y cerró la puerta a su espalda.
—La mía está dos puertas más abajo.
Fue como si el espacio se redujera, y nos quedamos de pie, la una frente a la otra.
—Hola —susurró.
Fue la primera vez desde que salimos de Nueva York que pensé que todo aquello podía haber sido una tremenda equivocación. Estaba enamorada de Santana, así que ¿cómo iba a conseguir que no se me notara cada vez que la miraba?
—Hola —acerté a decir.
Ladeó la cabeza y murmuró:
—¿Estás bien?
Me rasqué la nuca.
—Es que... tengo ganas de besarte.
Se acercó unos pasos más para poder deslizar las manos por debajo de mi camisa y mis pechos.
Me agaché y le planté un beso casto en la boca.
—Pero no debería hacerlo —le dije, rozándole los labios cuando volvió a acercarse para que la besara de nuevo.
—Probablemente no.
Desplazó la boca por encima de mi barbilla, por mi mandíbula, y empezó a chuparla, a mordisquearla. Debajo de la camisa, me arañaba los pechos con las uñas, demorándose ligeramente sobre mis pezones. En tan solo unos segundos ya estaba completamente empalmada, lista, y sentí cómo la fiebre me encendía la piel y me horadaba los músculos.
—Pero no me voy a conformar con solo besarte —le dije, advirtiéndola a medias para que se detuviera, y suplicándole a medias que siguiera adelante.
—Tenemos un poco de tiempo antes de que lleguen los demás —dijo. Retrocedió lo bastante para poder desabotonarme los tejanos—. Podríamos...
La sujeté de las manos, inmovilizándola. La parte más prudente estaba ganando la batalla.
—Santana... No puede ser.
—No haré ruido.
—Ese no es el único problema que tengo para follarte bajo el techo de la casa de tus padres... en pleno día, nada menos. ¿No acabamos de tener esta misma conversación ahí fuera?
—Sí, ya lo sé, ya lo sé. Pero ¿y si este es el único momento que tenemos para estar solas? — me preguntó con una sonrisa—. ¿No quieres que tonteemos un poco aquí, las dos solas?
Se había vuelto completamente loca.
—Santana... —susurré, cerrando los ojos y ahogando un gemido mientras me empujaba los tejanos y los boxers hacia abajo y envolvía los dedos cálidos y firmes alrededor de mi verga —. No deberíamos, de verdad.
Se detuvo, sujetándome con delicadeza.
—Podemos hacerlo muy rápido. Por una vez.
Abrí los ojos y la miré. No me gustaba hacerlo rápido, nunca, pero aún menos con Santana. Me gustaba tomarme mi tiempo. Pero si se me estaba ofreciendo ella misma y solo teníamos cinco minutos, podía aprovechar esos cinco minutos. El resto de la familia no había llegado aún, tal vez no importaba tanto en el fondo. Y entonces me acordé.
—Mierda. No he traído condones. No los he metido en la maleta. Por razones más que obvias.
Soltó un taco e hizo una mueca.
—Yo tampoco.
La pregunta quedó suspendida en el aire entre nosotras, ella mirándome con los ojos muy abiertos y suplicantes.
—No —le dije, sin que ella tuviera que decir una palabra.
—Pero hace años que tomo la píldora.
Cerré los ojos y apreté la mandíbula. Mierda. El embarazo era la única cosa que siempre me había preocupado. Incluso en mis días más salvajes, nunca lo había hecho con nadie sin preservativo. Además, en los últimos años me había hecho análisis de todo de forma regular.
—Santana, por favor...
—No, tienes razón —dijo, recorriendo con el pulgar la punta de mi polla, extendiendo las primeras gotas de líquido seminal—. No se trata solo de evitar un embarazo. Se trata de practicar sexo seguro...
—Nunca he tenido relaciones sexuales sin condón —solté. ¿Quién iba a decir que tenía instinto de muerte?
Ella se quedó inmóvil.
—¿Nunca?
—Ni siquiera frotándome por fuera. Soy demasiado paranoica.
Abrió los ojos como platos.
—¿Y qué me dices de eso de «solo la puntita»? Creía que todos los que tenían partes uhmm masculinas hacían eso de la puntita por costumbre.
—Soy paranoica y voy con mucho cuidado. Sé muy bien que basta con bajar la guardia una sola vez. —Le sonreí, sabía que lo entendería perfectamente.
Su mirada se ensombreció y la desplazó hasta mi boca.
—¿Britt ? Entonces, ¿esta sería tu primera vez?
Mierda. Cuando me miraba de esa manera, cuando su voz se volvía ronca y jadeante, estaba perdida. Entre nosotras no había solo una atracción física. Por supuesto que me habían atraído las mujeres antes, pero con Santana había algo más, una química en la sangre, algo entre las dos que hacía clic y encajaba, que me hacía querer siempre un poco más. Si ella me ofrecía su amistad, yo quería su cuerpo. Si me ofrecía su cuerpo,
quería secuestrar sus pensamientos. Si me ofrecía sus pensamientos, quería su corazón.
Y ahora, allí estaba ella, con el deseo de sentirme dentro de ella —solo yo, solo ella—, y era casi imposible decirle que no. Pero lo intenté.
—De verdad que no creo que sea una buena idea. Deberíamos reflexionar con más calma sobre esa decisión.
«Sobre todo, si va a haber hombres implicados en tu “experimento”», pensé, aunque me abstuve de decirlo en voz alta.
—Solo quiero saber qué se siente . Yo tampoco he tenido nunca relaciones sexuales sin condón. —Sonrió, alzándose de puntillas para besarme—. Solo dentro. Solo un segundo.
—¿Solo la puntita? —le susurré, riendo.
Dio un paso hacia atrás y se apoyó en el borde de la cama, subiéndose la falda hasta las caderas y deslizándose las bragas por las piernas. Me miró, abrió los muslos y se recostó hacia atrás en los codos, manteniendo las caderas elevadas en el borde del colchón. Lo único que tenía que hacer era dar un paso más y ya podría metérsela directamente. A pelo.
—Ya sé que es una locura y una estupidez, pero, Dios..., así es como haces que me sienta. — Deslizó la lengua y se mordió el labio inferior—.Te prometo que no haré ruido.
Cerré los ojos y supe tan pronto como dijo aquello que ya lo había decidido. La pregunta más importante era si yo podría contenerme y no hacer ruido. Me bajé aún más los pantalones y me situé entre sus piernas, sujetándome la polla e inclinando el torso sobre ella.
—Mierda. ¿Qué coño estamos haciendo? —dije.
—Sintiendo, nada más.
El corazón me martilleaba en la garganta, en el pecho, en cada centímetro de mi piel. Aquella era la última frontera del sexo. ¿Cómo era posible que hubiese hecho casi cualquier cosa excepto aquello? Parecía tan sencillo.. ., algo casi inocente. Sin embargo, nunca había querido sentir nada tanto como quería sentirla a ella, piel con piel. Era como un ansia enfebrecida que se apoderaba de mi mente y mi razón, diciéndome el
maravilloso placer que me daría hundirme en ella aunque solo fuese un segundo, solo para experimentar la sensación y con eso sería suficiente. Ella podría volver a bajar a su habitación, deshacer las maletas, asearse, y yo me masturbaría más fuerte y más rápido de lo que me había masturbado en mi vida.
Estaba decidido.
—Ven aquí —me susurró, cogiéndome la cara. Bajé el pecho hacia ella y abrí la boca para saborear sus labios, chupándole la lengua, engullendo sus sonidos. Podía sentir la fricción de los pliegues resbaladizos de su coño contra la parte inferior de mi polla, pero no era ahí donde quería sentirla. Quería sentirla toda ella a mi alrededor.
—¿Estás bien? —le pregunté, alcanzándole el clítoris con la mano para acariciárselo—. ¿Puedo hacer que te corras primero? No creo que debamos acabar así.
—¿Podrás hacer la marcha atrás?
—Santana —susurré, chupándole la barbilla—. ¿Qué hay de eso de «solo la puntita»?
—¿Es que no quieres saber lo que se siente? —replicó ella, deslizando las manos por encima de mi culo y balanceando las caderas—. ¿Es que no quieres sentirme a mí?
Lancé un gruñido, mordisqueándole el cuello.
—Eres muy muy mala.
Deslizó la mano hacia abajo, me apartó los dedos del clítoris y se apoderó de mí, frotándose mi polla en y alrededor de su dulce piel empapada. Gemí, soplándole el aliento en el cuello.
Y entonces me guió al lugar exacto, sosteniéndome, esperando a que moviera las caderas. Empujé hacia delante y de nuevo hacia atrás, sintiendo la sutil rendición de su cuerpo cuando mi glande se deslizó en su interior. Me adentré un poco más, apenas unos milímetros, lo justo hasta sentir la extensión progresiva de su vagina y me detuve, jadeando.
—Rápido —dije—. Y no hagas ruido.
—Te lo prometo —susurró.
Esperaba que estuviera caliente, pero no esperaba aquel ardor abrasador, no esperaba la sensación de carnosidad y humedad apabullante. No estaba preparada para el vértigo de sentirla en toda su plenitud, la sensación de su pulso palpitando alrededor de mi sexo, las pequeñas contracciones de los músculos, o sus gimoteos hambrientos en mi oído diciéndome lo nuevo y distinto que era para ella también.
—Jodeeerrr —gruñí, incapaz de dejar de deslizarme hasta el fondo—. No puedo... No puedo seguir follándote así. Es demasiado bueno... Me voy a correr enseguida.
Contuvo la respiración, aferrándome los brazos con tanta fuerza que me hacía daño.
—No pasa nada —acertó a decir y luego dejó escapar el aliento con un largo resoplido—. Siempre aguantas mucho rato. Quiero que sientas tanto placer que esta
vez no puedas aguantar.
—Eres muy perversa —exclamé entre dientes y ella se rió, volviendo la cabeza para capturarme la boca con un beso.
Estábamos apoyadas en la orilla de la cama, con las camisas aún puestas, mis tejanos en los tobillos y su falda a la altura de las caderas. Habíamos subido allí para deshacer las maletas, refrescarnos un poco e instalarnos . Aquello que estábamos haciendo no tenía nombre, pero estábamos logrando no hacer ni un solo ruido y me convencí de que, si conseguía mantener la concentración, tal vez podría follármela lo suficientemente lento para que la cama no chirriase.
Sin embargo, entonces fui consciente de que estaba dentro de ella, follándomela a pelo, en casa de sus padres. Y casi me corrí solo de mirar al punto de unión entre nuestros cuerpos.
Me deslicé casi completamente fuera, deleitándome en lo empapada que estaba con sus secreciones, y volví a embestirla, despacio, y luego otra vez, y otra . Y, joder..., aquello era el fin. Se había acabado el sexo con cualquier mujer que no fuera ella y se
había acabado lo de usar un condón con aquella mujer.
—Acabo de decidir una cosa —susurró con voz ronca, con la respiración sincopada—.
Olvídate de salir a correr. Tenemos que hacer esto cinco veces al día.
Su voz era tan débil que apoyé la oreja en sus labios para oír lo que decía a continuación, pero lo único que entendí entre la niebla de sensaciones eran entrecortadas e inconexas palabras como «más duro», «piel» y «no te muevas de ahí después de llegar».
Fue esa última idea la que pudo conmigo, la que me hizo pensar en correrme dentro de ella, besándola hasta que intensificó sus movimientos enfebrecidos y urgentes de nuevo, y luego gruñó con fuerza mientras tensaba el cuerpo a mi alrededor. Podía follármela, permanecer allí, y follármela de nuevo antes de quedarme dormida dentro de ella.
Aceleré la velocidad, sujetándola por las caderas, encontrando el ritmo perfecto para no sacudir el armazón de la cama, para no golpear el cabecero contra la pared. Un ritmo que le permitía no seguir haciendo ningún ruido, con el que podía tratar de aguantar hasta llevarla al clímax..., pero era una batalla perdida, y apenas habían pasado unos minutos.
—Oh, mierda, Ciruela —gemí—. Lo siento. Lo siento. —Eché la cabeza hacia atrás y sentí el impulso de mi orgasmo disparándose por mis piernas, por mi espalda, llegando demasiado pronto. Salí de ella y me sacudí la polla con fuerza con el puño mientras ella se tocaba entre las piernas y presionaba los dedos contra el clítoris.
Fuera, en el pasillo, oí el ruido de unos pasos y, abriendo los ojos, miré a Santana para ver si ella los había oído también, solo una fracción de segundo antes de que alguien llamara a la puerta.
Se me nubló la vista y sentí que empezaba a correrme.
Mierda. Mierda...
—¡Britt ! —me llamó Jake, gritando—. ¡Eh, estoy aquí! ¿Estás en el baño?
Santana se incorporó bruscamente, con los ojos muy abiertos y con una expresión horrorizada de disculpa, pero ya era demasiado tarde. Cerré los ojos y me corrí en la mano, sobre la piel desnuda de su muslo.
—¡Un segundo! —resollé, bajando la vista hacia mi mano y observando las reverberaciones de mi sexo aún palpitante. Me incliné sobre la cama y me apoyé con una mano en el colchón para mantener el equilibrio. Cuando miré a Santana, parecía incapaz de apartar la mirada del lugar donde mi semen había aterrizado sobre su piel y..., mierda, también sobre su falda...
»¡Me estoy cambiando! Ahora mismo salgo —acerté a decir, con el corazón en la garganta, presa de la súbita oleada de adrenalina que circulaba por mis venas.
—Ah, genial. Pues te espero abajo —dijo, y oí el ruido de sus pasos alejándose.
—Mierda, tu falda... —Di un paso atrás y empecé a vestirme a toda prisa, pero Santana no se había movido.
—Britt ... —susurró, y vi que aquella hambre familiar le ensombrecía el semblante.
—Mierda. —Nos habíamos salvado por los pelos. El pestillo de la puerta ni siquiera estaba echado—. No sé cómo...
Pero ella se recostó hacia atrás y tiró de mí para situarme encima de ella. Le traía completamente sin cuidado que su hermano pudiese entrar y sorprendernos. Porque... ¿se había ido, verdad?
Aquella mujer me obligaba a hacer auténticas locuras
.hermosa, y conservaba tantos y tantos recuerdos allí dentro que no quería ni imaginar lo que suponía para la propia Santana volver allí.
Hacía un par de años que no iba por allí, desde la última vez que había acompañado a Jake un fin de semana de verano cualquiera a ver a sus padres. Ninguno de los demás hijos estaba allí. Fue un fin de semana tranquilo y relajante, y había pasado la mayor parte del tiempo en la terraza de la parte de atrás, bebiendo gin-tonics y leyendo. Pero ahora estaba aparcado delante de la casa, sentada junto a la hermana de mi amigo, la mujer que acababa de hacerme allí, dentro del coche, dos de las mamadas más memorables de mi vida, la última hacía menos de una hora, cuando había acabado con los nudillos blancos de la fuerza con que me agarraba al volante mientras le metía la polla tan profundamente en la garganta que hasta la noté engullir mi semen cuando eyaculé.
Definitivamente, tenía un talento innato para el sexo oral. Ella creía que necesitaba practicar más, y a mí no me importaba nada darle la razón para que pudiese seguir utilizándome como muñeca de prácticas.
En la ciudad, inmersas en el día a día, era fácil olvidar la conexión Jake, la conexión con toda su familia. Era fácil olvidar que me matarían si se enterasen de lo que estábamos haciendo. Me había pillado desprevenida cuando Santana había sacado el tema de Bree porque para mí era algo del pasado remoto, pero ese fin de semana tendría que enfrentarme a todo aquello: mi breve historia como antiguo rollo de Bree, como la mejor amiga de Jake, como aprendiz en prácticas de Johan. Y tendría que enfrentarme a todo aquello mientras trataba de disimular al máximo que estaba coladita por Santana.
Apoyé la mano en su hombro y la zarandeé suavemente.
—Santana.
Ella se sobresaltó un poco, pero lo primero que vio cuando abrió los ojos fue a mí. Estaba aturdida y medio dormida aún; sin embargo, sonrió como si tuviese ante ella su imagen favorita en el mundo y murmuró:
—Mmm... Hola.
Y, con esa reacción, se me incendió el corazón.
—Hola, Ciruela.
Ella sonrió tímidamente y volvió la cabeza para mirar por la ventana mientras se desperezaba. Cuando vio dónde habíamos aparcado, se llevó un sobresalto, se irguió
en su asiento y se puso a mirar a su alrededor.
—Pero... ¡si ya hemos llegado!
—Sí, ya hemos llegado.
Cuando se volvió hacia mí, parecía bastante asustada.
—Esto va a ser un poco incómodo, ¿verdad? Te estaré mirando a la bragueta y Jake me pillará mirándote a la bragueta, y luego tú me mirarás las tetas y alguien se dará cuenta de eso también... ¿Qué pasa si te toco? O... —Abrió mucho los ojos y añadió—: ¡O si te beso!
Su repentino ataque de pánico me tranquilizó enormemente. Solo una de las dos podía sentirse incómoda al mismo tiempo.
Negué con la cabeza.
—Todo va a ir bien —le dije—. Estamos aquí como amigas. Estamos visitando a tu familia en calidad de amigas, simplemente. No va a haber miraditas a mi aparato genital ni a tu delantera en público. Ni siquiera me he traído otra bragueta de recambio. ¿Trato hecho?
—Trato hecho —repitió el a inexpresivamente—. Solo amigas.
—Porque eso es lo que somos, dicho sea de paso —le recordé, haciendo caso omiso de las palpitaciones que sufría mi corazón, retorciéndose, dentro de mi pecho.
Se incorporó, asintió con la cabeza y accionó el tirador de la portezuela del coche.
—¡Amigas! —exclamó con entusiasmo—. ¡Somos un par de amigas que hemos venido a visitar a mi familia por Pascua! ¡Vamos a ver a tu viejo amigo, mi hermano mayor! ¡Gracias por traerme hasta aquí desde Nueva York, amigo mía, Britt , mi amiga!
Se rió mientras se bajaba del coche y dio la vuelta al vehículo para sacar su bolsa del maletero.
—Santana, cálmate —le susurré, apoyándole una mano tranquilizadora en la espalda. Noté cómo mi mirada reptaba por su cuello y se detenía en sus pechos—. No te pongas histérica.
—No mires ahí, Brittany. Será mejor que empieces a disimular desde ya.
—Lo intentaré —susurré, riéndome.
—Yo también. —Guiñándome un ojo, murmuró—: Y acuérdate de llamarme Sanny
Maribel López daba unos abrazos tan fuertes y calurosos que parecía la típica «abrazaárboles» del noroeste de Estados Unidos. Solo su suave acento modulado y sus rasgos latinos delataban su origen latino.
Me dio la bienvenida fundiéndose conmigo en su habitual abrazo de osa. Al igual que Santana, era más bien alta, y había envejecido muy bien, conservando toda su belleza. La besé en la mejilla y le di las flores que le habíamos comprado cuando paramos a repostar.
—Tú siempre tan detallista —dijo, cogiéndolas y haciéndonos pasar —. Johan aún no ha llegado del trabajo. Eric no puede venir. Bree y Rob están aquí, pero Jake y Santiago aún están de camino. —Miró por encima de mi hombro y arrugó la frente—. Va a llover, así que espero que estén todos aquí a la hora de la cena.
Recitar los nombres de sus hijos era tan natural para ella como respirar. ¿Cómo habría sido su vida, me pregunté, al cuidado de tantos hijos? Y a medida que iba casándose cada uno de ellos, aquella casa no haría más que llenarse de más y más niños.
Sentí un ansia desconocida por formar parte de ella de algún modo, y luego pestañeé y miré a otro lado. El fin de semana prometía ser bastante extraño ya de por sí para que, encima, yo añadiese el factor de mis emociones recién descubiertas.
En el interior, la casa parecía exactamente igual que hacía años, a pesar de que la habían redecorado. Todavía era acogedora, pero en lugar de los tonos azules y grises que recordaba de antes, ahora destacaban los marrones oscuros y los rojos intensos con muebles recargados y unas paredes de color crema y brillantes. En el recibidor y en el pasillo que se adentraba en el interior de la casa, me fijé en que, con redecoración o sin ella, Maribel aún abrazaba la vida estadounidense con un generoso surtido de frases optimistas que se hacían pasar por cuadros en las paredes. Ya sabía
lo que iba a ver en otros rincones de la casa: En el pasillo: «¡Vive, ama y ríe!».
En la cocina: «¡Una dieta equilibrada consiste en llevar una galleta en cada mano!».
En la sala de estar: «Nuestros hijos: les damos raíces para que puedan levantar el vuelo».
Cuando me pilló leyendo la que había más cerca de la puerta principal —«Todos los caminos conducen a casa»—, Santana me guiñó un ojo con una sonrisa de complicidad.
Cuando oí el ruido de unas pisadas bajando la escalera de madera justo al lado de la entrada, levanté la vista y me encontré con los brillantes ojos de Bree. Sentí que se me encogía un poco el estómago.
No había ninguna razón para sentirme incómoda en presencia de Bree, porque ya la había visto un puñado de veces desde que nos enrollamos, la más reciente en la boda de Jake hacía unos años, donde habíamos mantenido una agradable conversación sobre su trabajo en una pequeña empresa comercial en Hanover. Su novio —ahora marido—, me había parecido simpático. En aquella ocasión me fui de allí sin darle más vueltas a cómo era la relación entre Bree y yo.
Sin embargo, eso era porque yo creía que nuestro breve escarceo no había significado nada para ella, antes de saber que se había vuelto a Yale con el corazón roto después de las vacaciones de Navidad de hacía tantos años. Era como si una gran parte de mi historia con la familia López hubiese sido reescrita —conmigo en el papel de la infame seductora— y ahora que estaba allí, me di cuenta de que no había hecho nada con el fin de prepararme mentalmente para enfrentarme a ello.
Me quedé rígida como una estatua mientras ella se acercaba a abrazarme.
—Hola, Britt . —Sentí la presión de su enorme barriga de embarazada contra mi vientre y ella se rió, susurrando—: Abrázame, tonta.
Me relajé y la envolví con los brazos.
—Hola, Bree. Supongo que te puedo dar la enhorabuena.
Dio un paso atrás, acariciándose la barriga, y sonrió.
—Gracias. —Un brillo divertido le iluminó los ojos y me acordé de que Santana la había llamado después de nuestra pelea, y que lo más probable era que Bree supiera exactamente lo que había entre su hermanita pequeña y yo.
Se me hizo un nudo en el estómago, pero lo deshice, decidida como estaba a hacer que el fin de semana transcurriese con la máxima normalidad posible.
—¿Y va a ser niño o niña?
—Será una sorpresa —contestó—. Rob quiere saberlo, pero yo no. Lo que significa, naturalmente, que gano yo.
Riendo, se apartó a un lado para que su marido pudiera estrecharme la mano. Seguimos charlando tranquilamente un rato más en la entrada: Santana puso al día a su madre y a Bree sobre los últimos acontecimientos en la universidad, y Rob y yo estuvimos hablando de los Knicks hasta que Maribel señaló hacia la cocina.
—Voy a volver ahí dentro. Bajad a tomaros un cóctel después de instalaros y deshacer las maletas.
Cogí las bolsas y seguí a Santana por las escaleras.
—Dale a Britt la habitación amarilla —indicó Maribel
.
—¿Es la misma habitación que tenía antes? —le pregunté, examinando el culo perfecto de Santana. Siempre había sido delgada, pero salir a correr estaba haciendo maravillas con sus curvas.
—No, antes estabas en la habitación de invitados, la blanca —dijo, y luego se volvió y me sonrió por encima del hombro—. Aunque no me acuerdo de todos los detalles de ese verano, la verdad.
Me reí y pasé por su lado para ocupar el que iba a ser mi dormitorio esa noche.
—¿Dónde está tu habitación? —La pregunta salió de mis labios antes de pararme a pensar si era buena idea preguntárselo ni, desde luego, de asegurarme de que nadie nos había seguido hasta allí.
Volvió a mirar por encima del hombro, y luego entró en el dormitorio y cerró la puerta a su espalda.
—La mía está dos puertas más abajo.
Fue como si el espacio se redujera, y nos quedamos de pie, la una frente a la otra.
—Hola —susurró.
Fue la primera vez desde que salimos de Nueva York que pensé que todo aquello podía haber sido una tremenda equivocación. Estaba enamorada de Santana, así que ¿cómo iba a conseguir que no se me notara cada vez que la miraba?
—Hola —acerté a decir.
Ladeó la cabeza y murmuró:
—¿Estás bien?
Me rasqué la nuca.
—Es que... tengo ganas de besarte.
Se acercó unos pasos más para poder deslizar las manos por debajo de mi camisa y mis pechos.
Me agaché y le planté un beso casto en la boca.
—Pero no debería hacerlo —le dije, rozándole los labios cuando volvió a acercarse para que la besara de nuevo.
—Probablemente no.
Desplazó la boca por encima de mi barbilla, por mi mandíbula, y empezó a chuparla, a mordisquearla. Debajo de la camisa, me arañaba los pechos con las uñas, demorándose ligeramente sobre mis pezones. En tan solo unos segundos ya estaba completamente empalmada, lista, y sentí cómo la fiebre me encendía la piel y me horadaba los músculos.
—Pero no me voy a conformar con solo besarte —le dije, advirtiéndola a medias para que se detuviera, y suplicándole a medias que siguiera adelante.
—Tenemos un poco de tiempo antes de que lleguen los demás —dijo. Retrocedió lo bastante para poder desabotonarme los tejanos—. Podríamos...
La sujeté de las manos, inmovilizándola. La parte más prudente estaba ganando la batalla.
—Santana... No puede ser.
—No haré ruido.
—Ese no es el único problema que tengo para follarte bajo el techo de la casa de tus padres... en pleno día, nada menos. ¿No acabamos de tener esta misma conversación ahí fuera?
—Sí, ya lo sé, ya lo sé. Pero ¿y si este es el único momento que tenemos para estar solas? — me preguntó con una sonrisa—. ¿No quieres que tonteemos un poco aquí, las dos solas?
Se había vuelto completamente loca.
—Santana... —susurré, cerrando los ojos y ahogando un gemido mientras me empujaba los tejanos y los boxers hacia abajo y envolvía los dedos cálidos y firmes alrededor de mi verga —. No deberíamos, de verdad.
Se detuvo, sujetándome con delicadeza.
—Podemos hacerlo muy rápido. Por una vez.
Abrí los ojos y la miré. No me gustaba hacerlo rápido, nunca, pero aún menos con Santana. Me gustaba tomarme mi tiempo. Pero si se me estaba ofreciendo ella misma y solo teníamos cinco minutos, podía aprovechar esos cinco minutos. El resto de la familia no había llegado aún, tal vez no importaba tanto en el fondo. Y entonces me acordé.
—Mierda. No he traído condones. No los he metido en la maleta. Por razones más que obvias.
Soltó un taco e hizo una mueca.
—Yo tampoco.
La pregunta quedó suspendida en el aire entre nosotras, ella mirándome con los ojos muy abiertos y suplicantes.
—No —le dije, sin que ella tuviera que decir una palabra.
—Pero hace años que tomo la píldora.
Cerré los ojos y apreté la mandíbula. Mierda. El embarazo era la única cosa que siempre me había preocupado. Incluso en mis días más salvajes, nunca lo había hecho con nadie sin preservativo. Además, en los últimos años me había hecho análisis de todo de forma regular.
—Santana, por favor...
—No, tienes razón —dijo, recorriendo con el pulgar la punta de mi polla, extendiendo las primeras gotas de líquido seminal—. No se trata solo de evitar un embarazo. Se trata de practicar sexo seguro...
—Nunca he tenido relaciones sexuales sin condón —solté. ¿Quién iba a decir que tenía instinto de muerte?
Ella se quedó inmóvil.
—¿Nunca?
—Ni siquiera frotándome por fuera. Soy demasiado paranoica.
Abrió los ojos como platos.
—¿Y qué me dices de eso de «solo la puntita»? Creía que todos los que tenían partes uhmm masculinas hacían eso de la puntita por costumbre.
—Soy paranoica y voy con mucho cuidado. Sé muy bien que basta con bajar la guardia una sola vez. —Le sonreí, sabía que lo entendería perfectamente.
Su mirada se ensombreció y la desplazó hasta mi boca.
—¿Britt ? Entonces, ¿esta sería tu primera vez?
Mierda. Cuando me miraba de esa manera, cuando su voz se volvía ronca y jadeante, estaba perdida. Entre nosotras no había solo una atracción física. Por supuesto que me habían atraído las mujeres antes, pero con Santana había algo más, una química en la sangre, algo entre las dos que hacía clic y encajaba, que me hacía querer siempre un poco más. Si ella me ofrecía su amistad, yo quería su cuerpo. Si me ofrecía su cuerpo,
quería secuestrar sus pensamientos. Si me ofrecía sus pensamientos, quería su corazón.
Y ahora, allí estaba ella, con el deseo de sentirme dentro de ella —solo yo, solo ella—, y era casi imposible decirle que no. Pero lo intenté.
—De verdad que no creo que sea una buena idea. Deberíamos reflexionar con más calma sobre esa decisión.
«Sobre todo, si va a haber hombres implicados en tu “experimento”», pensé, aunque me abstuve de decirlo en voz alta.
—Solo quiero saber qué se siente . Yo tampoco he tenido nunca relaciones sexuales sin condón. —Sonrió, alzándose de puntillas para besarme—. Solo dentro. Solo un segundo.
—¿Solo la puntita? —le susurré, riendo.
Dio un paso hacia atrás y se apoyó en el borde de la cama, subiéndose la falda hasta las caderas y deslizándose las bragas por las piernas. Me miró, abrió los muslos y se recostó hacia atrás en los codos, manteniendo las caderas elevadas en el borde del colchón. Lo único que tenía que hacer era dar un paso más y ya podría metérsela directamente. A pelo.
—Ya sé que es una locura y una estupidez, pero, Dios..., así es como haces que me sienta. — Deslizó la lengua y se mordió el labio inferior—.Te prometo que no haré ruido.
Cerré los ojos y supe tan pronto como dijo aquello que ya lo había decidido. La pregunta más importante era si yo podría contenerme y no hacer ruido. Me bajé aún más los pantalones y me situé entre sus piernas, sujetándome la polla e inclinando el torso sobre ella.
—Mierda. ¿Qué coño estamos haciendo? —dije.
—Sintiendo, nada más.
El corazón me martilleaba en la garganta, en el pecho, en cada centímetro de mi piel. Aquella era la última frontera del sexo. ¿Cómo era posible que hubiese hecho casi cualquier cosa excepto aquello? Parecía tan sencillo.. ., algo casi inocente. Sin embargo, nunca había querido sentir nada tanto como quería sentirla a ella, piel con piel. Era como un ansia enfebrecida que se apoderaba de mi mente y mi razón, diciéndome el
maravilloso placer que me daría hundirme en ella aunque solo fuese un segundo, solo para experimentar la sensación y con eso sería suficiente. Ella podría volver a bajar a su habitación, deshacer las maletas, asearse, y yo me masturbaría más fuerte y más rápido de lo que me había masturbado en mi vida.
Estaba decidido.
—Ven aquí —me susurró, cogiéndome la cara. Bajé el pecho hacia ella y abrí la boca para saborear sus labios, chupándole la lengua, engullendo sus sonidos. Podía sentir la fricción de los pliegues resbaladizos de su coño contra la parte inferior de mi polla, pero no era ahí donde quería sentirla. Quería sentirla toda ella a mi alrededor.
—¿Estás bien? —le pregunté, alcanzándole el clítoris con la mano para acariciárselo—. ¿Puedo hacer que te corras primero? No creo que debamos acabar así.
—¿Podrás hacer la marcha atrás?
—Santana —susurré, chupándole la barbilla—. ¿Qué hay de eso de «solo la puntita»?
—¿Es que no quieres saber lo que se siente? —replicó ella, deslizando las manos por encima de mi culo y balanceando las caderas—. ¿Es que no quieres sentirme a mí?
Lancé un gruñido, mordisqueándole el cuello.
—Eres muy muy mala.
Deslizó la mano hacia abajo, me apartó los dedos del clítoris y se apoderó de mí, frotándose mi polla en y alrededor de su dulce piel empapada. Gemí, soplándole el aliento en el cuello.
Y entonces me guió al lugar exacto, sosteniéndome, esperando a que moviera las caderas. Empujé hacia delante y de nuevo hacia atrás, sintiendo la sutil rendición de su cuerpo cuando mi glande se deslizó en su interior. Me adentré un poco más, apenas unos milímetros, lo justo hasta sentir la extensión progresiva de su vagina y me detuve, jadeando.
—Rápido —dije—. Y no hagas ruido.
—Te lo prometo —susurró.
Esperaba que estuviera caliente, pero no esperaba aquel ardor abrasador, no esperaba la sensación de carnosidad y humedad apabullante. No estaba preparada para el vértigo de sentirla en toda su plenitud, la sensación de su pulso palpitando alrededor de mi sexo, las pequeñas contracciones de los músculos, o sus gimoteos hambrientos en mi oído diciéndome lo nuevo y distinto que era para ella también.
—Jodeeerrr —gruñí, incapaz de dejar de deslizarme hasta el fondo—. No puedo... No puedo seguir follándote así. Es demasiado bueno... Me voy a correr enseguida.
Contuvo la respiración, aferrándome los brazos con tanta fuerza que me hacía daño.
—No pasa nada —acertó a decir y luego dejó escapar el aliento con un largo resoplido—. Siempre aguantas mucho rato. Quiero que sientas tanto placer que esta
vez no puedas aguantar.
—Eres muy perversa —exclamé entre dientes y ella se rió, volviendo la cabeza para capturarme la boca con un beso.
Estábamos apoyadas en la orilla de la cama, con las camisas aún puestas, mis tejanos en los tobillos y su falda a la altura de las caderas. Habíamos subido allí para deshacer las maletas, refrescarnos un poco e instalarnos . Aquello que estábamos haciendo no tenía nombre, pero estábamos logrando no hacer ni un solo ruido y me convencí de que, si conseguía mantener la concentración, tal vez podría follármela lo suficientemente lento para que la cama no chirriase.
Sin embargo, entonces fui consciente de que estaba dentro de ella, follándomela a pelo, en casa de sus padres. Y casi me corrí solo de mirar al punto de unión entre nuestros cuerpos.
Me deslicé casi completamente fuera, deleitándome en lo empapada que estaba con sus secreciones, y volví a embestirla, despacio, y luego otra vez, y otra . Y, joder..., aquello era el fin. Se había acabado el sexo con cualquier mujer que no fuera ella y se
había acabado lo de usar un condón con aquella mujer.
—Acabo de decidir una cosa —susurró con voz ronca, con la respiración sincopada—.
Olvídate de salir a correr. Tenemos que hacer esto cinco veces al día.
Su voz era tan débil que apoyé la oreja en sus labios para oír lo que decía a continuación, pero lo único que entendí entre la niebla de sensaciones eran entrecortadas e inconexas palabras como «más duro», «piel» y «no te muevas de ahí después de llegar».
Fue esa última idea la que pudo conmigo, la que me hizo pensar en correrme dentro de ella, besándola hasta que intensificó sus movimientos enfebrecidos y urgentes de nuevo, y luego gruñó con fuerza mientras tensaba el cuerpo a mi alrededor. Podía follármela, permanecer allí, y follármela de nuevo antes de quedarme dormida dentro de ella.
Aceleré la velocidad, sujetándola por las caderas, encontrando el ritmo perfecto para no sacudir el armazón de la cama, para no golpear el cabecero contra la pared. Un ritmo que le permitía no seguir haciendo ningún ruido, con el que podía tratar de aguantar hasta llevarla al clímax..., pero era una batalla perdida, y apenas habían pasado unos minutos.
—Oh, mierda, Ciruela —gemí—. Lo siento. Lo siento. —Eché la cabeza hacia atrás y sentí el impulso de mi orgasmo disparándose por mis piernas, por mi espalda, llegando demasiado pronto. Salí de ella y me sacudí la polla con fuerza con el puño mientras ella se tocaba entre las piernas y presionaba los dedos contra el clítoris.
Fuera, en el pasillo, oí el ruido de unos pasos y, abriendo los ojos, miré a Santana para ver si ella los había oído también, solo una fracción de segundo antes de que alguien llamara a la puerta.
Se me nubló la vista y sentí que empezaba a correrme.
Mierda. Mierda...
—¡Britt ! —me llamó Jake, gritando—. ¡Eh, estoy aquí! ¿Estás en el baño?
Santana se incorporó bruscamente, con los ojos muy abiertos y con una expresión horrorizada de disculpa, pero ya era demasiado tarde. Cerré los ojos y me corrí en la mano, sobre la piel desnuda de su muslo.
—¡Un segundo! —resollé, bajando la vista hacia mi mano y observando las reverberaciones de mi sexo aún palpitante. Me incliné sobre la cama y me apoyé con una mano en el colchón para mantener el equilibrio. Cuando miré a Santana, parecía incapaz de apartar la mirada del lugar donde mi semen había aterrizado sobre su piel y..., mierda, también sobre su falda...
»¡Me estoy cambiando! Ahora mismo salgo —acerté a decir, con el corazón en la garganta, presa de la súbita oleada de adrenalina que circulaba por mis venas.
—Ah, genial. Pues te espero abajo —dijo, y oí el ruido de sus pasos alejándose.
—Mierda, tu falda... —Di un paso atrás y empecé a vestirme a toda prisa, pero Santana no se había movido.
—Britt ... —susurró, y vi que aquella hambre familiar le ensombrecía el semblante.
—Mierda. —Nos habíamos salvado por los pelos. El pestillo de la puerta ni siquiera estaba echado—. No sé cómo...
Pero ella se recostó hacia atrás y tiró de mí para situarme encima de ella. Le traía completamente sin cuidado que su hermano pudiese entrar y sorprendernos. Porque... ¿se había ido, verdad?
Aquella mujer me obligaba a hacer auténticas locuras
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
dios esto y a ser interesante y un buen fin de semana jajaja
me parece que el SL va a ser permanente de ahora en adelante en la piel de britt!!!!
fin de ultra familiar,.. por lo meno a la cuñada esta del mismo lado,.. a ver los suegros y los cuñados????
apenas pasaron que un par de horas y ya no pueden aguantar,.. mmm sin protección!!! a ver a ver como aguantan???
me parece que el SL va a ser permanente de ahora en adelante en la piel de britt!!!!
fin de ultra familiar,.. por lo meno a la cuñada esta del mismo lado,.. a ver los suegros y los cuñados????
apenas pasaron que un par de horas y ya no pueden aguantar,.. mmm sin protección!!! a ver a ver como aguantan???
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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Edad : 33
Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
Exactamente lo que dices esta pasando, creen adivinar pensamientos, sentimientos, deseos, etc de la otra, cuando lo que hacen es todo lo contrario y eso hace que estén estancadas y que se imaginen cosas que no son...
Y pues este viaje sera un poco complicado con toda la familia ahí, y justo en estos momentos se le ocurre enloquecer a San jajajaja, haber como pasan este fin siendo solo "amigas"
Y pues este viaje sera un poco complicado con toda la familia ahí, y justo en estos momentos se le ocurre enloquecer a San jajajaja, haber como pasan este fin siendo solo "amigas"
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
Capitulo 16 parte 2
Con el corazón aún latiéndome desbocado, me agaché, introduje dos dedos en su interior y deslicé la lengua sobre su coño mientras ella cerraba los ojos. Enterró las manos en mi pelo, levantando y sacudiendo las caderas en mi boca, y en apenas unos segundos, empezó a correrse, entornando los labios con un grito mudo. Se estremeció entre mis manos, elevando las caderas de la cama, estirándome del pelo con los dedos.
A medida que su orgasmo se iba aplacando, continué moviendo lentamente los dedos dentro de ella, pero cubrí de besos un suave sendero que iba desde su clítoris a la parte interior de su muslo y hasta la cadera. Al final, apoyé la frente en su ombligo, tratando todavía de recuperar el aliento.
—Oh, Dios... —susurró cuando aflojó la presión de las manos sobre mi pelo y se las deslizó arriba y abajo sobre sus pechos—. Me vuelves completamente loca.
Retiré los dedos de su vagina y le besé el dorso de la mano, aspirando el aroma de su piel.
—Lo sé.
Santana se quedó quieta en la cama durante un sosegado minuto y luego abrió los ojos, mirándome como si acabara de recobrar el juicio.
—Ufff. Por los pelos...
Asentí, riendo.
—Sí, ha estado a punto de pillarnos. Será mejor que nos cambiemos y bajemos ya. —Le señalé la falda con la cabeza—. Perdona por lo de la falda.
—Limpiaré la mancha y ya está.
—Santana —dije, sofocando una risa de frustración—. No puedes bajar con una mancha gigante de semen en la falda, aunque la limpies con agua.
Se quedó pensativa y esbozó una sonrisa avergonzada.
—Tienes razón. Es que... creo que me gusta llevarla ahí.
—Qué pervertida eres...
Se incorporó mientras yo me subía los pantalones y fue besándome el abdomen a través de la camisa. Le envolví los hombros con mis brazos, estrechándola en ellos y simplemente disfrutando de la sensación de abrazar su cuerpo. Estaba completamente enamorada de esa mujer.
Al cabo de unos segundos, el sol se escondió detrás de una nube, sumiéndolo todo en leves sombras, proyectando un espectáculo muy hermoso, y la voz de ella surgió de entre la quietud:
—¿Has estado enamorada alguna vez?
Me quedé inmóvil, preguntándome si se lo habría dicho en voz alta, pero cuando bajé la vista, Santana me miraba simplemente con curiosidad, con ojos serenos. Si cualquier otra mujer me hubiese preguntado aquello justo después de echar un polvo rápido, me habría entrado el pánico y habría sentido la urgente necesidad de escapar de aquel a situación inmediatamente.
Con Santana, sin embargo, en cierto modo la pregunta parecía incluso apropiada, a tenor del momento y las circunstancias, sobre todo teniendo en cuenta nuestra última temeridad. En los últimos años me había vuelto aún más prudente —si cabe— acerca de cuándo y dónde mantenía relaciones sexuales, y —boda de Jake aparte—, rara vez me metía en situaciones que pudiesen requerir una salida rápida o tener que dar explicaciones. Sin embargo, últimamente estar con Santana siempre hacía que sintiese un poco de miedo, como si las veces que iba a poder sentirla así tuviesen un límite. La idea de tener que renunciar a ella me resultaba insoportable.
Solo había otras dos mujeres en mi vida por las que había sentido algo más profundo que un intenso cariño, pero nunca le había dicho a ninguna mujer «te quiero». Era raro, y a mis treinta y un años, sabía que eso me convertía en una chica rara, pero nunca había sentido el peso de esa rareza hasta ese preciso momento.
De pronto, recordé todos y cada uno de los comentarios displicentes que les había hecho a Puck y Ryder sobre el amor y el compromiso. No es que no creyera en ellos, es que nunca me había sentido identificada con ninguno de los dos conceptos, exactamente. El amor siempre había sido algo que encontraría algún día impreciso de mi futuro, cuando más o menos ya hubiese sentado la cabeza o fuese menos aventurera. La imagen de mí misma como seductora empedernida se parecía mucho al depósito de minerales que se forma sobre un cristal con el tiempo: no me había tomado la molestia de preocuparme por que se estuviese formando hasta que ya era
casi imposible ver el otro lado.
—Supongo que no —susurró, sonriendo.
Negué con la cabeza.
—Nunca le he dicho «te quiero» a nadie, si es a eso a lo que te refieres.
Aunque a Santana le era imposible saber que se lo había dicho a ella, en silencio, casi cada vez que la había tocado.
—Pero ¿lo has sentido?
Sonreí.
—¿Y tú?
Se encogió de hombros y señaló con la cabeza a la puerta del baño, que estaba seguro de que era compartido con la habitación de Eric.
—Voy a ir asearme.
Asentí con la cabeza, cerré los ojos y me desplomé en la cama cuando se fue. Le agradecí a todos los poderes del universo que Jake no hubiese entrado de improviso en el dormitorio. Eso habría sido un desastre. A menos que quisiésemos que su familia se enterase de lo que pasaba entre nosotras... Pero estaba segura de que, puesto que Santana quería que lo nuestro siguiese siendo sexo sin compromiso entre amigas, íbamos a tener que andarnos con mucho más cuidado.
Consulté el correo pendiente, envié un par de mensajes y luego me aseé yo también en el cuarto de baño, con un poco de agua y jabón, frotando vigorosamente. Santana se reunió conmigo en la sala de estar, con una sonrisa tímida.
—Siento haberte puesto entre la espada y la pared, antes, ahí arriba — dijo en voz baja—. No sé qué me ha entrado. —Pestañeó, sorprendida ante el doble sentido de sus propias palabras y tapándome la boca justo cuando iba a soltar la broma obvia.
—. No lo digas.
Riendo, miré hacia la cocina, por encima de su espalda, para asegurarme de que nadie podía oírnos.
—Ha sido alucinante. Pero, joder..., podríamos haberlo pagado muy caro.
Parecía avergonzada, y le sonreí, esbozando una mueca graciosa para hacerla reír. Con el rabillo del ojo vi una pequeña figurilla de cerámica de Jesucristo en una mesa auxiliar. La cogí, la sostuve entre los pechos de Santana y exclamé:
—¡Eh! ¡Mira! He encontrado a Dios en tu escote, por fin.
Bajó la vista, estalló en carcajadas y empezó a zarandear los pechos, como para dejar a la figurilla gozar de tan maravilloso espectáculo.
—¡Dios en mi escote! ¡Dios en mi escote!
—Hola, chicos.
Al oír la voz de Jake por segunda vez ese día, sacudí el brazo de inmediato y lo alejé al instante de las tetas de Santana. Como si viese el movimiento a cámara lenta y el brazo no fuese mío, la figurilla de Jesús salió despedida por los aires y no me di cuenta de lo que había hecho hasta que la vi aterrizar en el suelo, varios metros más allá, y romperse en mil pedazos de cerámica.
—Oh, mierda... —exclamé, precipitándome hacia el escenario del desastre. Me puse de rodillas, tratando de recoger los fragmentos más grandes, pero era un esfuerzo inútil . Algunas de las piezas eran tan pequeñas que estaban hechas polvo, literalmente.
Santana se agachó, muriéndose de risa.
—¡Britt ! ¡Te has cargado a Jesús!
—¿Se puede saber qué hacías? —preguntó Jake, arrodillado para ayudarme.
Santana salió de la habitación para ir a buscar una escoba, dejándome a solas con la persona que había sido testigo de gran parte de mis travesuras como chica mala cuando era una veinteañera. Me encogí de hombros a modo respuesta, tratando de no parecer que estaba jugando con las tetas de su hermana pequeña, sencillamente.
—Estaba mirándola. Quiero decir la figura, para ver lo que era. Y admirando la forma... de Jesús, quiero decir.
Me pasé la mano por la cara y me di cuenta de que estaba sudando.
—No sé, Jake, la verdad. Solo sé que me has asustado.
—¿Por qué estás tan nerviosa? —preguntó, riéndose.
—Será por el trayecto en coche. Hacía mucho tiempo que no conducía.
Me encogí de hombros, todavía incapaz de sostenerle la mirada.
—Creo que necesitas una cerveza —me dijo Jake, dándome una palmadita en la espalda.
Santana volvió y nos echó de allí para poder barrer los fragmentos y recogerlos con una pala, pero no antes de lanzarme una mirada cómplice.
—Le he dicho a mamá que has roto esto y ni siquiera se acordaba de cuál de sus tías se lo regaló. Tranquila, creo que no pasa nada.
Lancé un gemido, la seguí a la cocina y pedí disculpas a Maribel con un beso en la mejilla. Ella me dio una cerveza y me dijo que me relajara. En algún momento, mientras estaba arriba cepillándome a Santana, o tal vez mientras me restregaba como una posesa su aroma de mi polla, de mis dedos y de mi cara, su padre había llegado a casa. ¡Dios santo! Ahora que había recobrado el juicio, lejos de la Santana desnuda y de la puerta cerrada de la habitación, me di cuenta de lo insensatas que habíamos sido.
¿Qué demonios estábamos pensando?
Santiago sacó la nariz de la nevera, donde había estado buscando una cerveza, y se acercó a saludarme con su característica mezcla de afecto y torpeza. Se le daba bien mirar a la gente a los ojos, pero era muy torpe con las palabras. Por lo general, eso significaba que siempre acababa mirando fijamente a su interlocutor mientras este, nervioso, se devanaba los sesos tratando de encontrar algo que decir.
—Hola —dije, devolviéndole el apretón de manos y dejando que me fundiera en su abrazo—. Siento lo de Jesús.
Retrocedió un paso, sonrió y dijo:
—Bah, no importa. —Y luego se calló y se quedó pensativo—. A menos que de repente te hayas vuelto religiosa...
—Santiago —lo llamó Maribel, interrumpiendo nuestro intercambio, y me dieron ganas de darle un beso—. Cariño, ¿puedes comprobar el asado? Las judías y el pan ya están listos.
Santiago se acercó al horno y sacó un termómetro para carne del cajón. Percibí la presencia de Santana a mi lado y la oí entrechocar su vaso de agua con mi botella de cerveza.
—Salud —dijo con una sonrisa fácil—. ¿Tienes hambre?
—Me muero de hambre —admití.
—No metas solo la puntita, Santiago —exclamó Maribel—. Mételo hasta el fondo.
Empecé a toser y sentí que la cerveza se me atragantaba y casi se me salía por la nariz. Me tapé la boca con la mano e intenté obligar a mi garganta a abrirse para poder tragar. Jake corrió a situarse detrás de mí, dándome una palmada en la espalda y mirándome con una sonrisa enigmática. Bree y Rob ya estaban sentados a la mesa de la cocina, doblados de la risa.
—Joder, va a ser una noche muuuy larga—murmuró Santana.
La conversación durante la cena transcurrió sin incidentes, dividiéndose en grupos más pequeños y luego incluyéndonos a todos de nuevo. Niels llegó cuando estábamos en mitad de la cena. Si Jake era muy abierto y uno de mis más viejos amigos, Eric —solo dos años mayor que Santana — era el desconocido de la familia. Era el mediano, el hermano reservado, y al que nunca había llegado a tratar del todo. A sus veintiocho
años, era un ingeniero que dirigía una empresa energética muy importante y casi un calco de su padre, pero sin las miradas directas y las sonrisas. Sin embargo, esa noche me sorprendió: se inclinó a besar a Santana antes de sentarse y susurró:
—Estás guapísima, Sanny.
—Es verdad —comentó Jake, señalándola con el tenedor—. ¿Te has cambiado algo?
La estudié desde el otro lado de la mesa, tratando de ver lo mismo que ellos y sintiéndome ligeramente irritada ante lo que implicaban sus palabras. Para mí, estaba igual que siempre: cómoda en su propia piel, relajada. Nada obsesiva con la ropa o el pelo o el maquillaje... ¡porque no le hacía ninguna falta! Estaba guapa cuando se despertaba por las mañanas, radiante después de una sesión de running, perfecta cuando estaba debajo de mí, sudorosa en los minutos de después del coito.
—Humm... —dijo, encogiéndose de hombros y ensartando las judías verdes con el tenedor. No sé.
—Pareces más delgada —sugirió Bree, con la cabeza inclinada.
Maribel acabó de masticar lo que tenía en la boca y dijo:
—No, es el pelo.
—A lo mejor la veis así porque Santana es feliz, simplemente —ofrecí, con la mirada fija en mi plato mientras me cortaba un trozo de asado.
La mesa se quedó completamente en silencio y levanté la vista, nerviosa al ver todos aquellos ojos abiertos como platos y mirándome fijamente.
—¿Qué pasa? —pregunté.
No me di cuenta hasta entonces de que la había llamado por su nombre de pila, no Sanny.
Ella salvó la situación sin problemas.
—Salgo a correr todos los días —dijo—, así que sí, por eso estoy un poco más delgada . Y me he cortado el pelo. Pero hay algo más: estoy disfrutando mucho con el trabajo. Tengo amigos. Britt tiene razón: soy feliz. —Miró a Jake y le sonrió con descaro—.Sí, resulta que tenías razón . Y ahora, ¿podemos dejar de analizarme?
Jake le devolvió la sonrisa y el resto de la familia masculló alguna variación de «qué bien» y volvió a concentrarse en la comida, en silencio.
Percibí la sonrisa de Bree clavada en mí, y cuando levanté la vista de mi plato, me guiñó un ojo.
«Mierda», me dije.
—La cena está deliciosa —le dije a Maribel.
—Gracias, Britt .
Se hizo un profundo silencio y me sentí observada. Me había delatado. Tampoco era de gran ayuda que la cabecita decapitada de porcelana de Jesús me mirara con aquel aire sentencioso desde el aparador.
Él lo sabía. Sanny era un diminutivo tan arraigado en aquella familia como el demencial horario de trabajo del padre o la tendencia de Jake a mostrarse sobreprotector. Ni siquiera conocía el verdadero nombre de pila de Santana cuando había salido a correr con ella hacía casi dos meses. Pero a la mierda con todo eso. Lo único que podía hacer era asumirlo. Tenía que decirlo de nuevo.
—¿Sabéis que van a publicar un artículo de Santana en Cel ?
No había sido especialmente delicado, su nombre me había salido más fuerte que cualquier otra palabra, pero seguí adelante, sonriendo a todos los presentes en la mesa.
Santiago levantó la cabeza, con los ojos muy abiertos.
—¿De verdad, sötnos? —le preguntó, volviéndose a Santana.
Esta asintió.
—Es sobre el proyecto de localización de epítopos del que os hablé. Estábamos investigando algo por azar y resultó ser algo muy interesante.
Aquello pareció llevar la conversación a un territorio menos peliagudo y dejé escapar el aliento que había estado conteniendo. Cabía la posibilidad de que hubiese algo más estresante que conocer a los padres de tu novia, y eso era ocultárselo todo a la familia de tu novia. Pillé a Jake observándome con una sonrisa, pero se la devolví y volví a concentrarme en mi plato.
«No hay nada que ver. Tú haz como si nada», pensé.
Sin embargo, durante una pausa en la conversación, sorprendí a Santana mirándome detenidamente, con una mezcla de sorpresa y reflexión.
—Oye, tú... —articuló.
—¿Qué? —respondí.
Negó con la cabeza lentamente, y al final interrumpió el contacto visual y bajó la vista. Me dieron ganas de buscarla debajo de la mesa con la pierna, deslizar el pie sobre el suyo y obligarla a mirarme de nuevo, pero aquello era como un campo sembrado de minas con tantas piernas que no eran la de Santana, y la conversación ya había pasado a otra cosa.
Después de cenar, ella y yo nos ofrecimos para lavar los platos mientras los demás se retiraban al salón a tomar un cóctel. Me dio un golpe con un trapo de cocina y yo la mojé con agua jabonosa. Estaba a punto de abalanzarme sobre ella y darle un chupetón en el cuello cuando Niel apareció en la cocina para buscar otra cerveza y nos miró como si nos hubiésemos intercambiado la ropa.
—¿Qué estáis haciendo? —preguntó, con voz suspicaz.
—Nada —contestamos al mismo tiempo.
Para empeorarlo aún más, Santana repitió:
—Nada. Solo estamos fregando los platos.
Vaciló unos segundos antes de tirar el tapón de la botella a la basura y volverse para reunirse con los demás.
—Hoy ya van dos veces que han estado a punto de pillarnos —dijo en voz baja.
—Tres —la corregí.
—Tonta. —Me miró sacudiendo la cabeza, y la sonrisa risueña le alcanzó los ojos—. Creo que no debería arriesgarme a colarme en tu habitación esta noche.
Empecé a protestar, pero entonces advertí la leve mueca burlona que asomaba a sus labios.
—Eres muy mala, ¿lo sabías? —murmuré, y alargué la mano para deslizarle el pulgar por el pezón—. Con razón Jesús no ha querido quedarse en tu escote...
Dio un respingo y me apartó el brazo de un manotazo, mirando por encima del hombro.
Estábamos solas en la cocina, oyendo las voces apagadas de los demás en la otra habitación, y lo único que quería era estrecharla entre mis brazos y besarla.
—No lo hagas. —Me miró muy seria y pronunció las siguientes palabras con voz trémula, como si le costara un gran esfuerzo respirar—. O no podré contenerme.
Tras permanecer levantada varias horas charlando y poniéndome al día con Jake, finalmente me fui a la cama. Me quedé mirando la pared durante una hora o así antes de darme por vencida y dejar de esperar oír los pasos de Santana avanzando a hurtadillas por el pasillo o el crujido de la puerta al colarse en mi habitación. De manera que me quedé dormida y no me enteré de nada cuando, efectivamente, se coló en mi habitación, se desvistió y se metió desnuda bajo las sábanas a mi lado. Me desperté al percibir la piel lisa y suave de su cuerpo enroscándose en el mío.
Me acariciaba los pechos con las manos mientras me succionaba el cuello, la barbilla y el labio inferior con la boca. Yo ya estaba empalmada y lista para entrar en acción antes de haberme despertado del todo, y cuando lancé un gemido, Santana me cubrió la boca con la mano y me recordó que no debíamos hacer ruido.
—¿Qué hora es? —murmuré, aspirando el suave aroma de su pelo.
—Poco más de las dos.
—¿Estás segura de que no te ha oído nadie? —le pregunté.
—Los únicos que podrían oírme en esta punta del pasillo son Jake y Bree. Jake ha puesto el ventilador, y no aguanta ni diez minutos despierto cuando ese cacharro se pone en marcha, así que sé que está dormido.Me reí porque sabía que tenía razón. Había compartido habitación con él durante años, y odiaba ese maldito ventilador.
—Y Rob está roncando —murmuró, besándome la barbilla—. Bree tiene que quedarse dormida antes que el o sus ronquidos la tienen en vela toda la noche.
Complacida porque se hubiese colado con tanto sigilo —y porque nadie iba a llamar a la puerta e interrumpirnos mientras hacíamos el amor —, rodé por la cama hasta colocarme en mi lado, atrayéndola a ella conmigo.
Santana se acurrucó con intención evidente de hacer el amor, pero no parecía que quisiese un polvo rápido. Había algo más, algo agazapado bajo la superficie. Lo vi por cómo mantenía los ojos abiertos en la oscuridad, por cómo me besaba con aquel ansia y determinación, cada caricia era un tanteo vacilante, como si quisiera preguntarme algo. Lo vi por la forma en que llevó mi mano hasta donde quería que estuviera: en su cuello, por sus pechos, hasta detenerse en su corazón.
Le palpitaba con muchísima fuerza. Su dormitorio solo estaba a unas cuantas puertas pasillo abajo, no podía latirle así por el esfuerzo. Estaba nerviosa por algún motivo, y abrió y cerró la boca varias veces bajo la luz de la luna, como si quisiera hablar pero le faltara el aliento.
—¿Qué te pasa? —le pregunté, susurrándole al oído.
—¿Todavía hay otras en tu vida? —me preguntó.
Me retiré hacia atrás y me la quedé mirando, confusa. «¿Otras mujeres?» Había querido volver a mantener aquella conversación cientos de veces, pero su sutil empeño de eludirla había hecho mella en mi necesidad de dejar las cosas claras. Era ella la que quería salir con otros hombres, la que no confiaba en mí y la que no creía que tuviéramos que mantener una relación en exclusiva. ¿O acaso la había malinterpretado? Para mí, no había nadie más que ella.
—Creía que era eso lo que querías... —respondí.
Estiró el cuello para besarme. Su boca era ya algo muy familiar, capaz de amoldarse a la mía con el ritmo pausado de los besos suaves que iban volviéndose cada vez más tórridos, y me pregunté por un enfebrecido instante cómo podía imaginarse a sí misma compartiendo su cuerpo con otra persona que no fuera yo.
Me atrajo hacia sí y bajó la mano para deslizar mi sexo por su piel.
—¿Hay alguna regla sobre tener relaciones sin protección dos veces en un mismo día?
Le lamí la piel por debajo de la oreja.
—Creo que la regla debería ser que no podemos tener otros amantes.
—Entonces, ¿rompemos esa regla? —preguntó, levantando las caderas.
«A la mierda. A la mierda ese ruido.»
Abrí la boca para protestar, para ponerme firme y decirle que ya me había hartado de aquella discusión inexistente que no nos llevaba a ninguna parte, pero entonces emitió un quejido intenso y hambriento y arqueó el cuerpo, de forma que me hundí en ella y me mordí el labio para sofocar un gemido. Aquello era irreal. Había tenido relaciones sexuales miles de veces y nunca, jamás, había experimentado nada parecido.
Percibí el sabor de la sangre en mis labios y las llamaradas de fuego en cada trozo de piel que me tocaba, pero entonces empezó a dibujar círculos con las caderas, encontrando su placer bajo mi cuerpo, y sentí que las palabras se me disolvían en el cerebro.
«Solo soy una mujer, maldita sea. No soy una diosa. Soy incapaz de resistirme a tomar a Santana ahora y dejar lo otro para más tarde.»
Me sentí como una tramposa. Ella no iba a entregarme su corazón, pero sí su cuerpo, y tal vez si acumulaba una cantidad suficiente de su placer y me lo guardaba, podría fingir que era algo más.
En ese momento no me importaba lo mucho que podía llegar a lamentarlo más tarde.
A medida que su orgasmo se iba aplacando, continué moviendo lentamente los dedos dentro de ella, pero cubrí de besos un suave sendero que iba desde su clítoris a la parte interior de su muslo y hasta la cadera. Al final, apoyé la frente en su ombligo, tratando todavía de recuperar el aliento.
—Oh, Dios... —susurró cuando aflojó la presión de las manos sobre mi pelo y se las deslizó arriba y abajo sobre sus pechos—. Me vuelves completamente loca.
Retiré los dedos de su vagina y le besé el dorso de la mano, aspirando el aroma de su piel.
—Lo sé.
Santana se quedó quieta en la cama durante un sosegado minuto y luego abrió los ojos, mirándome como si acabara de recobrar el juicio.
—Ufff. Por los pelos...
Asentí, riendo.
—Sí, ha estado a punto de pillarnos. Será mejor que nos cambiemos y bajemos ya. —Le señalé la falda con la cabeza—. Perdona por lo de la falda.
—Limpiaré la mancha y ya está.
—Santana —dije, sofocando una risa de frustración—. No puedes bajar con una mancha gigante de semen en la falda, aunque la limpies con agua.
Se quedó pensativa y esbozó una sonrisa avergonzada.
—Tienes razón. Es que... creo que me gusta llevarla ahí.
—Qué pervertida eres...
Se incorporó mientras yo me subía los pantalones y fue besándome el abdomen a través de la camisa. Le envolví los hombros con mis brazos, estrechándola en ellos y simplemente disfrutando de la sensación de abrazar su cuerpo. Estaba completamente enamorada de esa mujer.
Al cabo de unos segundos, el sol se escondió detrás de una nube, sumiéndolo todo en leves sombras, proyectando un espectáculo muy hermoso, y la voz de ella surgió de entre la quietud:
—¿Has estado enamorada alguna vez?
Me quedé inmóvil, preguntándome si se lo habría dicho en voz alta, pero cuando bajé la vista, Santana me miraba simplemente con curiosidad, con ojos serenos. Si cualquier otra mujer me hubiese preguntado aquello justo después de echar un polvo rápido, me habría entrado el pánico y habría sentido la urgente necesidad de escapar de aquel a situación inmediatamente.
Con Santana, sin embargo, en cierto modo la pregunta parecía incluso apropiada, a tenor del momento y las circunstancias, sobre todo teniendo en cuenta nuestra última temeridad. En los últimos años me había vuelto aún más prudente —si cabe— acerca de cuándo y dónde mantenía relaciones sexuales, y —boda de Jake aparte—, rara vez me metía en situaciones que pudiesen requerir una salida rápida o tener que dar explicaciones. Sin embargo, últimamente estar con Santana siempre hacía que sintiese un poco de miedo, como si las veces que iba a poder sentirla así tuviesen un límite. La idea de tener que renunciar a ella me resultaba insoportable.
Solo había otras dos mujeres en mi vida por las que había sentido algo más profundo que un intenso cariño, pero nunca le había dicho a ninguna mujer «te quiero». Era raro, y a mis treinta y un años, sabía que eso me convertía en una chica rara, pero nunca había sentido el peso de esa rareza hasta ese preciso momento.
De pronto, recordé todos y cada uno de los comentarios displicentes que les había hecho a Puck y Ryder sobre el amor y el compromiso. No es que no creyera en ellos, es que nunca me había sentido identificada con ninguno de los dos conceptos, exactamente. El amor siempre había sido algo que encontraría algún día impreciso de mi futuro, cuando más o menos ya hubiese sentado la cabeza o fuese menos aventurera. La imagen de mí misma como seductora empedernida se parecía mucho al depósito de minerales que se forma sobre un cristal con el tiempo: no me había tomado la molestia de preocuparme por que se estuviese formando hasta que ya era
casi imposible ver el otro lado.
—Supongo que no —susurró, sonriendo.
Negué con la cabeza.
—Nunca le he dicho «te quiero» a nadie, si es a eso a lo que te refieres.
Aunque a Santana le era imposible saber que se lo había dicho a ella, en silencio, casi cada vez que la había tocado.
—Pero ¿lo has sentido?
Sonreí.
—¿Y tú?
Se encogió de hombros y señaló con la cabeza a la puerta del baño, que estaba seguro de que era compartido con la habitación de Eric.
—Voy a ir asearme.
Asentí con la cabeza, cerré los ojos y me desplomé en la cama cuando se fue. Le agradecí a todos los poderes del universo que Jake no hubiese entrado de improviso en el dormitorio. Eso habría sido un desastre. A menos que quisiésemos que su familia se enterase de lo que pasaba entre nosotras... Pero estaba segura de que, puesto que Santana quería que lo nuestro siguiese siendo sexo sin compromiso entre amigas, íbamos a tener que andarnos con mucho más cuidado.
Consulté el correo pendiente, envié un par de mensajes y luego me aseé yo también en el cuarto de baño, con un poco de agua y jabón, frotando vigorosamente. Santana se reunió conmigo en la sala de estar, con una sonrisa tímida.
—Siento haberte puesto entre la espada y la pared, antes, ahí arriba — dijo en voz baja—. No sé qué me ha entrado. —Pestañeó, sorprendida ante el doble sentido de sus propias palabras y tapándome la boca justo cuando iba a soltar la broma obvia.
—. No lo digas.
Riendo, miré hacia la cocina, por encima de su espalda, para asegurarme de que nadie podía oírnos.
—Ha sido alucinante. Pero, joder..., podríamos haberlo pagado muy caro.
Parecía avergonzada, y le sonreí, esbozando una mueca graciosa para hacerla reír. Con el rabillo del ojo vi una pequeña figurilla de cerámica de Jesucristo en una mesa auxiliar. La cogí, la sostuve entre los pechos de Santana y exclamé:
—¡Eh! ¡Mira! He encontrado a Dios en tu escote, por fin.
Bajó la vista, estalló en carcajadas y empezó a zarandear los pechos, como para dejar a la figurilla gozar de tan maravilloso espectáculo.
—¡Dios en mi escote! ¡Dios en mi escote!
—Hola, chicos.
Al oír la voz de Jake por segunda vez ese día, sacudí el brazo de inmediato y lo alejé al instante de las tetas de Santana. Como si viese el movimiento a cámara lenta y el brazo no fuese mío, la figurilla de Jesús salió despedida por los aires y no me di cuenta de lo que había hecho hasta que la vi aterrizar en el suelo, varios metros más allá, y romperse en mil pedazos de cerámica.
—Oh, mierda... —exclamé, precipitándome hacia el escenario del desastre. Me puse de rodillas, tratando de recoger los fragmentos más grandes, pero era un esfuerzo inútil . Algunas de las piezas eran tan pequeñas que estaban hechas polvo, literalmente.
Santana se agachó, muriéndose de risa.
—¡Britt ! ¡Te has cargado a Jesús!
—¿Se puede saber qué hacías? —preguntó Jake, arrodillado para ayudarme.
Santana salió de la habitación para ir a buscar una escoba, dejándome a solas con la persona que había sido testigo de gran parte de mis travesuras como chica mala cuando era una veinteañera. Me encogí de hombros a modo respuesta, tratando de no parecer que estaba jugando con las tetas de su hermana pequeña, sencillamente.
—Estaba mirándola. Quiero decir la figura, para ver lo que era. Y admirando la forma... de Jesús, quiero decir.
Me pasé la mano por la cara y me di cuenta de que estaba sudando.
—No sé, Jake, la verdad. Solo sé que me has asustado.
—¿Por qué estás tan nerviosa? —preguntó, riéndose.
—Será por el trayecto en coche. Hacía mucho tiempo que no conducía.
Me encogí de hombros, todavía incapaz de sostenerle la mirada.
—Creo que necesitas una cerveza —me dijo Jake, dándome una palmadita en la espalda.
Santana volvió y nos echó de allí para poder barrer los fragmentos y recogerlos con una pala, pero no antes de lanzarme una mirada cómplice.
—Le he dicho a mamá que has roto esto y ni siquiera se acordaba de cuál de sus tías se lo regaló. Tranquila, creo que no pasa nada.
Lancé un gemido, la seguí a la cocina y pedí disculpas a Maribel con un beso en la mejilla. Ella me dio una cerveza y me dijo que me relajara. En algún momento, mientras estaba arriba cepillándome a Santana, o tal vez mientras me restregaba como una posesa su aroma de mi polla, de mis dedos y de mi cara, su padre había llegado a casa. ¡Dios santo! Ahora que había recobrado el juicio, lejos de la Santana desnuda y de la puerta cerrada de la habitación, me di cuenta de lo insensatas que habíamos sido.
¿Qué demonios estábamos pensando?
Santiago sacó la nariz de la nevera, donde había estado buscando una cerveza, y se acercó a saludarme con su característica mezcla de afecto y torpeza. Se le daba bien mirar a la gente a los ojos, pero era muy torpe con las palabras. Por lo general, eso significaba que siempre acababa mirando fijamente a su interlocutor mientras este, nervioso, se devanaba los sesos tratando de encontrar algo que decir.
—Hola —dije, devolviéndole el apretón de manos y dejando que me fundiera en su abrazo—. Siento lo de Jesús.
Retrocedió un paso, sonrió y dijo:
—Bah, no importa. —Y luego se calló y se quedó pensativo—. A menos que de repente te hayas vuelto religiosa...
—Santiago —lo llamó Maribel, interrumpiendo nuestro intercambio, y me dieron ganas de darle un beso—. Cariño, ¿puedes comprobar el asado? Las judías y el pan ya están listos.
Santiago se acercó al horno y sacó un termómetro para carne del cajón. Percibí la presencia de Santana a mi lado y la oí entrechocar su vaso de agua con mi botella de cerveza.
—Salud —dijo con una sonrisa fácil—. ¿Tienes hambre?
—Me muero de hambre —admití.
—No metas solo la puntita, Santiago —exclamó Maribel—. Mételo hasta el fondo.
Empecé a toser y sentí que la cerveza se me atragantaba y casi se me salía por la nariz. Me tapé la boca con la mano e intenté obligar a mi garganta a abrirse para poder tragar. Jake corrió a situarse detrás de mí, dándome una palmada en la espalda y mirándome con una sonrisa enigmática. Bree y Rob ya estaban sentados a la mesa de la cocina, doblados de la risa.
—Joder, va a ser una noche muuuy larga—murmuró Santana.
La conversación durante la cena transcurrió sin incidentes, dividiéndose en grupos más pequeños y luego incluyéndonos a todos de nuevo. Niels llegó cuando estábamos en mitad de la cena. Si Jake era muy abierto y uno de mis más viejos amigos, Eric —solo dos años mayor que Santana — era el desconocido de la familia. Era el mediano, el hermano reservado, y al que nunca había llegado a tratar del todo. A sus veintiocho
años, era un ingeniero que dirigía una empresa energética muy importante y casi un calco de su padre, pero sin las miradas directas y las sonrisas. Sin embargo, esa noche me sorprendió: se inclinó a besar a Santana antes de sentarse y susurró:
—Estás guapísima, Sanny.
—Es verdad —comentó Jake, señalándola con el tenedor—. ¿Te has cambiado algo?
La estudié desde el otro lado de la mesa, tratando de ver lo mismo que ellos y sintiéndome ligeramente irritada ante lo que implicaban sus palabras. Para mí, estaba igual que siempre: cómoda en su propia piel, relajada. Nada obsesiva con la ropa o el pelo o el maquillaje... ¡porque no le hacía ninguna falta! Estaba guapa cuando se despertaba por las mañanas, radiante después de una sesión de running, perfecta cuando estaba debajo de mí, sudorosa en los minutos de después del coito.
—Humm... —dijo, encogiéndose de hombros y ensartando las judías verdes con el tenedor. No sé.
—Pareces más delgada —sugirió Bree, con la cabeza inclinada.
Maribel acabó de masticar lo que tenía en la boca y dijo:
—No, es el pelo.
—A lo mejor la veis así porque Santana es feliz, simplemente —ofrecí, con la mirada fija en mi plato mientras me cortaba un trozo de asado.
La mesa se quedó completamente en silencio y levanté la vista, nerviosa al ver todos aquellos ojos abiertos como platos y mirándome fijamente.
—¿Qué pasa? —pregunté.
No me di cuenta hasta entonces de que la había llamado por su nombre de pila, no Sanny.
Ella salvó la situación sin problemas.
—Salgo a correr todos los días —dijo—, así que sí, por eso estoy un poco más delgada . Y me he cortado el pelo. Pero hay algo más: estoy disfrutando mucho con el trabajo. Tengo amigos. Britt tiene razón: soy feliz. —Miró a Jake y le sonrió con descaro—.Sí, resulta que tenías razón . Y ahora, ¿podemos dejar de analizarme?
Jake le devolvió la sonrisa y el resto de la familia masculló alguna variación de «qué bien» y volvió a concentrarse en la comida, en silencio.
Percibí la sonrisa de Bree clavada en mí, y cuando levanté la vista de mi plato, me guiñó un ojo.
«Mierda», me dije.
—La cena está deliciosa —le dije a Maribel.
—Gracias, Britt .
Se hizo un profundo silencio y me sentí observada. Me había delatado. Tampoco era de gran ayuda que la cabecita decapitada de porcelana de Jesús me mirara con aquel aire sentencioso desde el aparador.
Él lo sabía. Sanny era un diminutivo tan arraigado en aquella familia como el demencial horario de trabajo del padre o la tendencia de Jake a mostrarse sobreprotector. Ni siquiera conocía el verdadero nombre de pila de Santana cuando había salido a correr con ella hacía casi dos meses. Pero a la mierda con todo eso. Lo único que podía hacer era asumirlo. Tenía que decirlo de nuevo.
—¿Sabéis que van a publicar un artículo de Santana en Cel ?
No había sido especialmente delicado, su nombre me había salido más fuerte que cualquier otra palabra, pero seguí adelante, sonriendo a todos los presentes en la mesa.
Santiago levantó la cabeza, con los ojos muy abiertos.
—¿De verdad, sötnos? —le preguntó, volviéndose a Santana.
Esta asintió.
—Es sobre el proyecto de localización de epítopos del que os hablé. Estábamos investigando algo por azar y resultó ser algo muy interesante.
Aquello pareció llevar la conversación a un territorio menos peliagudo y dejé escapar el aliento que había estado conteniendo. Cabía la posibilidad de que hubiese algo más estresante que conocer a los padres de tu novia, y eso era ocultárselo todo a la familia de tu novia. Pillé a Jake observándome con una sonrisa, pero se la devolví y volví a concentrarme en mi plato.
«No hay nada que ver. Tú haz como si nada», pensé.
Sin embargo, durante una pausa en la conversación, sorprendí a Santana mirándome detenidamente, con una mezcla de sorpresa y reflexión.
—Oye, tú... —articuló.
—¿Qué? —respondí.
Negó con la cabeza lentamente, y al final interrumpió el contacto visual y bajó la vista. Me dieron ganas de buscarla debajo de la mesa con la pierna, deslizar el pie sobre el suyo y obligarla a mirarme de nuevo, pero aquello era como un campo sembrado de minas con tantas piernas que no eran la de Santana, y la conversación ya había pasado a otra cosa.
Después de cenar, ella y yo nos ofrecimos para lavar los platos mientras los demás se retiraban al salón a tomar un cóctel. Me dio un golpe con un trapo de cocina y yo la mojé con agua jabonosa. Estaba a punto de abalanzarme sobre ella y darle un chupetón en el cuello cuando Niel apareció en la cocina para buscar otra cerveza y nos miró como si nos hubiésemos intercambiado la ropa.
—¿Qué estáis haciendo? —preguntó, con voz suspicaz.
—Nada —contestamos al mismo tiempo.
Para empeorarlo aún más, Santana repitió:
—Nada. Solo estamos fregando los platos.
Vaciló unos segundos antes de tirar el tapón de la botella a la basura y volverse para reunirse con los demás.
—Hoy ya van dos veces que han estado a punto de pillarnos —dijo en voz baja.
—Tres —la corregí.
—Tonta. —Me miró sacudiendo la cabeza, y la sonrisa risueña le alcanzó los ojos—. Creo que no debería arriesgarme a colarme en tu habitación esta noche.
Empecé a protestar, pero entonces advertí la leve mueca burlona que asomaba a sus labios.
—Eres muy mala, ¿lo sabías? —murmuré, y alargué la mano para deslizarle el pulgar por el pezón—. Con razón Jesús no ha querido quedarse en tu escote...
Dio un respingo y me apartó el brazo de un manotazo, mirando por encima del hombro.
Estábamos solas en la cocina, oyendo las voces apagadas de los demás en la otra habitación, y lo único que quería era estrecharla entre mis brazos y besarla.
—No lo hagas. —Me miró muy seria y pronunció las siguientes palabras con voz trémula, como si le costara un gran esfuerzo respirar—. O no podré contenerme.
Tras permanecer levantada varias horas charlando y poniéndome al día con Jake, finalmente me fui a la cama. Me quedé mirando la pared durante una hora o así antes de darme por vencida y dejar de esperar oír los pasos de Santana avanzando a hurtadillas por el pasillo o el crujido de la puerta al colarse en mi habitación. De manera que me quedé dormida y no me enteré de nada cuando, efectivamente, se coló en mi habitación, se desvistió y se metió desnuda bajo las sábanas a mi lado. Me desperté al percibir la piel lisa y suave de su cuerpo enroscándose en el mío.
Me acariciaba los pechos con las manos mientras me succionaba el cuello, la barbilla y el labio inferior con la boca. Yo ya estaba empalmada y lista para entrar en acción antes de haberme despertado del todo, y cuando lancé un gemido, Santana me cubrió la boca con la mano y me recordó que no debíamos hacer ruido.
—¿Qué hora es? —murmuré, aspirando el suave aroma de su pelo.
—Poco más de las dos.
—¿Estás segura de que no te ha oído nadie? —le pregunté.
—Los únicos que podrían oírme en esta punta del pasillo son Jake y Bree. Jake ha puesto el ventilador, y no aguanta ni diez minutos despierto cuando ese cacharro se pone en marcha, así que sé que está dormido.Me reí porque sabía que tenía razón. Había compartido habitación con él durante años, y odiaba ese maldito ventilador.
—Y Rob está roncando —murmuró, besándome la barbilla—. Bree tiene que quedarse dormida antes que el o sus ronquidos la tienen en vela toda la noche.
Complacida porque se hubiese colado con tanto sigilo —y porque nadie iba a llamar a la puerta e interrumpirnos mientras hacíamos el amor —, rodé por la cama hasta colocarme en mi lado, atrayéndola a ella conmigo.
Santana se acurrucó con intención evidente de hacer el amor, pero no parecía que quisiese un polvo rápido. Había algo más, algo agazapado bajo la superficie. Lo vi por cómo mantenía los ojos abiertos en la oscuridad, por cómo me besaba con aquel ansia y determinación, cada caricia era un tanteo vacilante, como si quisiera preguntarme algo. Lo vi por la forma en que llevó mi mano hasta donde quería que estuviera: en su cuello, por sus pechos, hasta detenerse en su corazón.
Le palpitaba con muchísima fuerza. Su dormitorio solo estaba a unas cuantas puertas pasillo abajo, no podía latirle así por el esfuerzo. Estaba nerviosa por algún motivo, y abrió y cerró la boca varias veces bajo la luz de la luna, como si quisiera hablar pero le faltara el aliento.
—¿Qué te pasa? —le pregunté, susurrándole al oído.
—¿Todavía hay otras en tu vida? —me preguntó.
Me retiré hacia atrás y me la quedé mirando, confusa. «¿Otras mujeres?» Había querido volver a mantener aquella conversación cientos de veces, pero su sutil empeño de eludirla había hecho mella en mi necesidad de dejar las cosas claras. Era ella la que quería salir con otros hombres, la que no confiaba en mí y la que no creía que tuviéramos que mantener una relación en exclusiva. ¿O acaso la había malinterpretado? Para mí, no había nadie más que ella.
—Creía que era eso lo que querías... —respondí.
Estiró el cuello para besarme. Su boca era ya algo muy familiar, capaz de amoldarse a la mía con el ritmo pausado de los besos suaves que iban volviéndose cada vez más tórridos, y me pregunté por un enfebrecido instante cómo podía imaginarse a sí misma compartiendo su cuerpo con otra persona que no fuera yo.
Me atrajo hacia sí y bajó la mano para deslizar mi sexo por su piel.
—¿Hay alguna regla sobre tener relaciones sin protección dos veces en un mismo día?
Le lamí la piel por debajo de la oreja.
—Creo que la regla debería ser que no podemos tener otros amantes.
—Entonces, ¿rompemos esa regla? —preguntó, levantando las caderas.
«A la mierda. A la mierda ese ruido.»
Abrí la boca para protestar, para ponerme firme y decirle que ya me había hartado de aquella discusión inexistente que no nos llevaba a ninguna parte, pero entonces emitió un quejido intenso y hambriento y arqueó el cuerpo, de forma que me hundí en ella y me mordí el labio para sofocar un gemido. Aquello era irreal. Había tenido relaciones sexuales miles de veces y nunca, jamás, había experimentado nada parecido.
Percibí el sabor de la sangre en mis labios y las llamaradas de fuego en cada trozo de piel que me tocaba, pero entonces empezó a dibujar círculos con las caderas, encontrando su placer bajo mi cuerpo, y sentí que las palabras se me disolvían en el cerebro.
«Solo soy una mujer, maldita sea. No soy una diosa. Soy incapaz de resistirme a tomar a Santana ahora y dejar lo otro para más tarde.»
Me sentí como una tramposa. Ella no iba a entregarme su corazón, pero sí su cuerpo, y tal vez si acumulaba una cantidad suficiente de su placer y me lo guardaba, podría fingir que era algo más.
En ese momento no me importaba lo mucho que podía llegar a lamentarlo más tarde.
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