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[Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
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Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
Capitulo 17
Nunca había sido así, jamás. Lento. Casi tan lento que no estaba segura de que ninguna de nosotras pudiese llegar al orgasmo, y ni siquiera me importaba. Nuestros labios se hallaban a solo unos milímetros de distancia, compartiendo la respiración, los ruidos y los susurros con que nos preguntábamos: «¿Sientes eso? ¿Puedes sentir eso?».
Yo lo sentía. Sentía cada uno de los latidos de su corazón bajo la palma de mi mano, y el modo en que sus hombros temblaban encima de mí. Sentía las palabras sin formar en sus labios, cómo parecía tratar de decir algo... Quizá lo mismo que yo había estado eludiendo desde que me había colado en su habitación a oscuras. Incluso antes de eso.
No parecía comprender lo que yo pedía. Nunca había esperado que fuese tan difícil arriesgarme. Habíamos hecho el amor en el auténtico sentido de la frase: su piel, mi piel, nada más entre nosotras.
Me llamó Santana en la mesa de la cena...
Creo que hasta ese momento nadie había pronunciado jamás aquel nombre en voz alta en esa casa. Y aunque Jake, el mejor amigo de Britt, estaba en la otra habitación, Britt se había quedado conmigo para fregar los platos. Me dedicó una mirada intencionada antes de que me fuese a la cama y me mandó un mensaje de buenas noches, diciendo:
«Por si tienes alguna pregunta, la puerta de mi dormitorio permanecerá abierta».
Parecía que fuese mía cuando estábamos en una habitación llena de gente. Pero aquí, solas tras su puerta cerrada, de pronto resultaba muy confuso.
«¿Todavía hay otras en tu vida?»
«Creía que era eso lo que querías...»
«Creo que la regla debería ser que no podemos tener otros amantes.»
«Entonces, ¿rompemos esa regla?»
«... Silencio.»
Pero ¿qué esperaba yo? Cerré los ojos, rodeándola más fuerte con los brazos mientras salía casi del todo para volver a deslizarse despacio en mi interior, centímetro perfecto a centímetro perfecto, gruñendo suavemente contra mi oreja.
—¡Qué bien, Perla!
Movió las caderas contra las mías, deslizando una mano por mis costillas hasta cogerme el pecho y limitarse a sostenerlo, pasando el pulgar por la punta endurecida.
Me encantaban los sonidos profundos e irregulares de su placer, que contribuían a hacerme olvidar que no me había dicho las palabras que yo quería oír esa noche.
Quería que dijese:
«Ya no hay ninguna otra mujer».
Quería que dijese:
«Ahora que estamos haciéndolo sin protección, no romperemos esa regla jamás».
Pero ella había sido quien había iniciado esa conversación, y yo quien la había terminado. ¿Era realmente cierto que solo le interesaba que fuésemos follamigas, o no estaba dispuesta a ser ella quien sacase de nuevo el tema?
¿Y por qué me mostraba tan pasiva? Era como si mi miedo a fastidiarla me hubiese dejado sin palabras. Arqueó el cuello hacia atrás, gruñendo con suavidad mientras entraba y salía de mí, dolorosamente despacio. Cerré los ojos y clavé los dientes en su cuello, mordiéndolo, concentrándome en darle placer. Quería que me desease tanto que no le importase mi falta de experiencia o de seguridad. Quería encontrar un modo de borrar el recuerdo de todas y cada una de las mujeres que llegaron antes que yo. Quería sentir y saber que me pertenecía.
Por un doloroso instante me pregunté cuántas mujeres habrían pensando exactamente lo mismo.
«Quiero sentir que eres mía.»
Me pegué a sus pechos para obligarla a tumbarse de espaldas y poder situarme encima de ella. Nunca había estado sobre Britt al hacer el amor y la miré insegura mientras guiaba sus manos hasta mis caderas.
—Nunca he hecho esto.
Se agarró la base con una mano y me guió sobre ella. Gruñó cuando me dejé caer.
—Busca lo que te resulte agradable —murmuró, mirándome—. Ahora es cuando diriges tú.
Cerré los ojos, probando cosas distintas y esforzándome por no sentirme ridícula debido a mi inexperiencia. Era tan exageradamente consciente de la sensación que tensaba mis costillas que me pregunté si me movía de forma diferente, más ordinaria, menos despreocupada y sexy. No tenía ni idea de si le resultaba agradable a ella.
—Enséñame —susurré—. Me da la sensación de que no lo estoy haciendo bien.
—Lo haces perfecto. ¿Me tomas el pelo? —murmuró Britt contra mi cuello—. Quiero durar toda la noche.
Empecé a sudar, no por el esfuerzo, sino porque estaba tan encendida que creí que mi piel iba a estallar. La vieja cama crujía y no podíamos movernos como solíamos: con energía y utilizando durante horas todo el colchón, el mueble y las almohadas. Antes de que pudiese darme cuenta de lo que sucedía, Brittany me levantó de su cuerpo, me llevó hasta el suelo y se sentó debajo de mí para que pudiese volver a colocarme encima. De ese modo me penetró mucho más hondo; la tenía tan dura que yo sentía su presión en algún lugar tierno y desconocido. Su boca abierta se movía por mi pecho, y agachó la cabeza para chuparme y succionarme el pezón.
—Quiero que me folles —gruñó—. Aquí abajo no tienes que preocuparte por el ruido.
Brittany creía que estaba preocupada por los crujidos de la cama. Cerré los ojos, balanceándome cohibida, y justo cuando iba a parar y decirle que aquella postura no me iba bien, que me ahogaba en palabras y preguntas sin respuesta, me besó la mandíbula, la mejilla y los labios, y susurró:
—¿Dónde estás en este momento? Vuelve conmigo.
Me inmovilicé sobre ella y apoyé la frente en su hombro.
—Estoy pensando demasiado.
—¿En qué?
—De repente estoy nerviosa. Tengo la impresión de que eres mía solo durante estos momentos. Supongo que eso no me gusta tanto como creía.
Deslizó el dedo bajo mi barbilla y me levantó la cara para obligarme a mirarla. Su boca se apoyó contra la mía y me dijo:
—Seré tuya cada segundo, si eso es lo que quieres. Solo tienes que decírmelo, Perla.
—No me rompas el corazón, ¿vale?
A pesar de la oscuridad, pude ver que fruncía el ceño.
—Ya has dicho eso antes. ¿Por qué crees que sería capaz de romperte el corazón? ¿Por qué crees que podría hacerlo siquiera?
Su voz sonaba tan apenada que también estremeció una parte sensible y tensa de mí.
—Creo que podrías hacerlo. Aunque no quisieras, creo que podrías hacerlo ahora.
Suspiró y apoyó la cara en mi cuello.
—¿Por qué no me das lo que quiero?
—¿Qué es lo que quieres? —pregunté.
Cambié de posición para tener las rodillas más cómodas, pero al hacerlo me deslicé arriba y abajo de su polla. Ella me inmovilizó cogiéndome con fuerza de las caderas.
—No puedo pensar cuando haces eso. —Tras respirar hondo varias veces, susurró—: Solo te quiero a ti.
—Entonces, ¿habrá otras personas? —le susurré mientras le pasaba los dedos entre el pelo de la nuca.
—Creo que eres tú quien tiene que decirme eso a mí, Santana.
Cerré los ojos, preguntándome si aquello sería suficiente. Podía decirle que no saldría con nadie más, y me imaginaba que ella accedería a hacer lo mismo. Pero no quería que dependiese de mí. Si Brittany iba a ir en serio, a estar con una sola persona, tenía que ser algo que no fuese negociable para ella, tenía que ser ella quien quisiera cortar con las otras debido a lo que sentía por mí. No podía ser una decisión informal, algo
inseguro, un «lo que tú decidas».
Entonces su boca encontró la mía, y me dio el beso más dulce y tierno que me había dado jamás.
—Te dije que quería intentarlo —susurró—. Fuiste tú quien dijo que no saldría bien. Sabes quién soy. Sabes muy bien que deseo cambiar por ti.
—Yo también lo deseo.
—Vale.
Me besó y volvimos a tomar el ritmo: pequeños empujones suyos debajo de mí, minúsculos círculos míos encima. Sus espiraciones eran mis inspiraciones. Sus dientes se deslizaban deliciosamente sobre mis labios. Nunca en mi vida me había sentido tan cerca de otro ser humano. Sus manos estaban por todas partes: mis pechos, mi cara, mis muslos, mis caderas, entre mis piernas... Su voz resonaba grave y alentadora en mi
oído, diciéndome lo agradable que era tocarme, lo poco que le faltaba para correrse, que me necesitaba hasta tal punto que tenía la sensación de trabajar cada día solo para volver conmigo. Dijo que estar conmigo era como estar en casa.
Y cuando me precipité, no me importó moverme de forma torpe o irregular, mostrarme inexperta o ingenua. Solo me importó que sus labios estuviesen apoyados con firmeza en mi cuello y sus brazos me estrechasen tan fuerte que el único modo en que podía moverme era acercarme a ella.
—¿Preparada? —preguntó Brittany el domingo por la tarde, tras deslizarse en mi dormitorio y darme un breve beso en la mejilla. La mayor parte de la mañana se había desarrollado así: un beso a escondidas en un pasillo vacío, una apresurada sesión de toqueteos en la cocina...
—Casi. Estoy metiendo en la bolsa de viaje unas cuantas cosas que me ha dado mi madre.
Noté que sus brazos me rodeaban la cintura con solidez y me incliné hacia atrás, fundiéndome con ella. No me había dado cuenta de lo mucho que Brittany me tocaba hasta que había dejado de poder hacerlo libremente. Siempre había sido táctil: pequeños roces de sus dedos, una mano apoyada en mi cadera, su hombro chocando contra el mío... Sin embargo, me había acostumbrado tanto y me sentía tan cómoda que ya ni me fijaba. Ese fin de semana había sentido la pérdida de cada uno de aquellos pequeños momentos, y ahora no tenía suficiente. Ya me estaba planteando cuántos kilómetros tendríamos que dejar entre el coche y la casa de mis padres antes de poder decirle que parase y cumpliese su oferta de poseerme en el asiento trasero.
Apartó mi coleta a un lado y sus labios se movieron por mi cuello hasta detenerse justo debajo de mi oreja. Oí el tintineo de las llaves en su mano y sentí el frío metal contra mi estómago, donde la camiseta se me había levantado un poquito.
—No debería hacer esto —dijo—. Creo que Jake intenta acorralarme desde el brunch, y la verdad es que no deseo morir.
Sus palabras me helaron la sangre, y me alejé para coger una camiseta que estaba al otro lado de la cama.
—Parece típico de Jake —murmuré, encogiéndome de hombros.
Sabía que a mi hermano mayor se le haría raro. Joder, también se nos haría raro a Brittany y a mí cuando la familia se enterase de lo nuestro. Sin embargo, llevaba toda la mañana recordando la noche anterior en la habitación de invitados. Tenía ganas de preguntarle a plena luz del día:
«¿Dijiste en serio eso de que solo me deseabas a mí?».
Porque estaba lista por fin para dar el salto. Cerré la cremallera de la bolsa de viaje y, cuando me disponía a cogerla, Brittany alargó la mano y agarró el asa.
—¿Puedo coger esto?
Noté su calor y el aroma de su champú. Cuando se enderezó, no se apartó, no se movió para poner distancia entre nosotras. Cerré los ojos y sentí que me mareaba, abrumada por aquella proximidad que parecía vaciar de aire la habitación. Me levantó la barbilla y apoyó sus labios en los míos con un toque lento y persistente. Me moví hacia ella, persiguiendo el beso.
Sonrió.
—Meto esto en el coche y nos marchamos, ¿vale?
—Vale.
Me pasó el pulgar por el labio inferior.
—Pronto estaremos en casa —susurró—. Y no me iré a mi apartamento.
—Vale —volví a decir con las piernas temblorosas.
Sonriente, tomó la bolsa y salió de la habitación. Apenas podía mantenerme de pie.
Bajé y me encontré a mi hermana en la cocina.
—¿Ya os vais? —preguntó Bree, rodeando la encimera para darme un abrazo.
Me apoyé en mi hermana, asintiendo con la cabeza.
—¿Ya ha salido Britt?
Miré por la ventana de la cocina, pero no la vi. Estaba deseando estar en la carretera y decirlo todo a plena luz del día, donde no fuese posible ignorarlo.
—Creo que ha salido por detrás para despedirse de Jake —dijo ella, volviendo hacia el cuenco de moras que estaba lavando—. Desde luego, hacéis muy buena pareja.
—¿Qué? No. —Unas galletas se enfriaban sobre la encimera y cogí un puñado que guardé en una bolsa de papel marrón—. Te lo dije. No es así, Bree.
—Di lo que quieras, Santana. Esa chica está locamente enamorada. La verdad, me extrañaría ser la única que se ha fijado.
Empecé a acalorarme y negué con la cabeza. Cogí dos vasos de porexpán del armario, los llené de café con una enorme jarra de acero inoxidable, y añadí azúcar y leche al mío, y solo leche al de Brittany.
—Creo que el embarazo te ha atontado. La cosa no va por ahí.
Mi hermana no era idiota. Estoy segura de que oyó la mentira en mi voz con tanta claridad como yo.
—Quizá no para ti —dijo, sacudiendo la cabeza en un gesto de escepticismo—. Aunque, la verdad, tampoco me trago eso.
Contemplé la ventana. Sabía en qué situación estábamos Brittany y yo... o al menos eso creía. Las cosas habían cambiado en los últimos días y ahora estaba deseosa de definir aquella relación. Hasta ese momento me daba miedo ponerle límites porque creía desear más espacio para respirar. Creía que me disgustaría oír cómo me encajaba en su programa tal como hacía con otras mujeres.
Últimamente, mi deseo de evitar la conversación tenía que ver más con mantener mi propio corazón enjaulado que con la libertad que ella le daba al suyo. Sin embargo, era un ejercicio inútil. Yo sabía que debíamos mantener ya esa conversación, la que ella había intentado mantener antes. La que habíamos iniciado la noche anterior.
Tendría que proclamar mis intenciones, arriesgarme. Ya era hora. Se oyó un portazo y di un bote. Miré parpadeando el café que seguía removiendo. Bree me tocó el hombro.
—De todas formas, tengo que hacer de hermana mayor solo un momento. Ten cuidado, ¿vale? — dijo—. Estamos hablando de la infame Brittany Pierce.
Y esa, justo esa, era la razón número uno por la que me aterraba estar cometiendo un error. Provista de café y aperitivos para la carretera, inicié la ronda de despedidas. Mi familia estaba desperdigada por toda la casa, pero los únicos a los que no pude encontrar fueron mi hermano y Brittany. Salí por la puerta principal y eché a andar por el sendero de grava para ver si estaban junto al coche. Me acerqué al garaje y me detuve al oír sus voces en el frío aire de la mañana, por encima de los pájaros y el crujido de los árboles sobre mi cabeza.
—Solo me pregunto qué está pasando entre vosotras —oí que decía mi hermano.
—Nada —dijo Brittany—. Quedamos de vez en cuando. De acuerdo con tus deseos, podría añadir.
Fruncí el ceño, recordando ese viejo dicho que desaconseja escuchar a escondidas, porque seguramente no te gustará lo que oigas.
—¿Qué quieres decir con eso de «quedar»? —inquirió Jake—. Pareces tener mucha confianza con ella.
Brittany fue a hablar, pero se detuvo, y retrocedí para asegurarme de que mi sombra no resultase visible desde el garaje.
—Salgo con unas cuantas personas —empezó Britt, y pude imaginar cómo se rascaba la mandíbula —. Pero no, Sanny no es una de ellas. Solo es una buena amiga.
Me quedé helada. Se me puso la piel de gallina y, a pesar de saber que Brittany solo estaba siguiendo las reglas que habíamos acordado, se me cayó el alma a los pies.
Brittany siguió hablando:
—La verdad es que... me interesa explorar algo más con una de las mujeres con las que salgo.
Mi corazón empezó a martillear contra las costillas y sentí la tentación de dar un paso adelante e impedirle hablar demasiado. Pero entonces añadió:
—Así que me parece que debería cortar con las otras mujeres a las que veo. Creo que por primera vez puede que quiera más..., pero esa chica se anda con pies de plomo, y me resulta difícil dar ese paso y cortar con la vieja rutina, ¿sabes?
Mis brazos cayeron como lánguidos fideos y me apoyé en la puerta. Mi hermano dijo algo en respuesta, pero yo ya no estaba escuchando. Decir que el ambiente en el coche era tenso habría sido ridículo. Llevábamos casi una hora en la carretera y yo apenas había dicho dos palabras seguidas.
—¿Tienes hambre?
—No.
—¿Está bien la temperatura? ¿Demasiado calor? ¿Demasiado frío?
—Bien.
—¿Podrías introducir esto en el GPS?
—Claro.
—¿Te importa si paramos para ir al lavabo?
—Vale.
Lo peor era que estaba segura de que me estaba comportando de forma infantil e injusta. Con lo que Brittany le dijo a Jake, solo estaba siguiendo las reglas que yo había establecido. En realidad, antes de la noche anterior, nunca había esperado que saliese conmigo en exclusiva.
«Abre la boca, Santana. Dile lo que quieres.»
—¿Estás bien? —preguntó, agachándose brevemente para mirarme a los ojos—. Llevas un rato respondiendo con monosílabos.
Me volví y observé su perfil mientras conducía: sus labios curvados en una sonrisa por el simple hecho de saber que la estaba mirando. Me dedicó un par de breves ojeadas, me cogió la mano y la apretó. Lo nuestro era mucho más que sexo. Brittany era mi mejor amiga. Era la mujer a la que yo quería llamar «novia».
Una oleada de náuseas me embargó ante la idea de que Brittany hubiese estado con otras mujeres durante todo ese tiempo. Estaba segura de que después de ese fin de semana no volvería a estar con ellas porque, madre mía, lo habíamos hecho sin condón. Si eso no justificaba una seria conversación, no sabía qué podía hacerlo.
Me sentía muy cercana a ella; realmente sentía que nos habíamos convertido en mucho más que amigas. Me tapé los ojos con las manos, sintiéndome celosa y nerviosa y..., por Dios, impaciente por resolver la cuestión de una vez. ¿Por qué resultaba fácil hablar con Brittany de todos los sentimientos que yo tenía salvo de los que necesitábamos declarar entre nosotras?
Paramos en una gasolinera para repostar y me distraje repasando la música de su móvil mientras escogía la secuencia adecuada de palabras en mi cabeza. Encontré una canción que sabía que ella odiaba y sonreí, observando cómo colgaba la manguera del surtidor y volvía hacia su lado del coche.
Subió, y su mano se inmovilizó con la llave metida en el contacto.
—¿Garth Brooks?
—Si no te gusta, ¿por qué lo tienes en el móvil? —bromeé.
Pensé que aquello estaba bien, que era un comienzo. Las palabras reales eran un paso en la dirección adecuada. «Entabla conversación, Santana. Prepara un aterrizaje suave y luego salta.»
Me dedicó una falsa mirada agria, como si hubiese probado algo asqueroso, y arrancó el motor.
Las palabras empezaron a dar vueltas por mi cabeza:
«Quiero ser tuya. Quiero que seas mía. Por favor, dime que no has estado con nadie más en las dos últimas semanas, cuando las cosas parecían irnos tan bien. Por favor, dime que no han sido imaginaciones mías».
Abrí su iTunes y empecé de nuevo a repasar su música en busca de algo mejor, de alguna canción que aliviase mi mal humor y me infundiese seguridad en mí misma. En ese momento, un mensaje de texto apareció en su pantalla.
¡Perdona, no lo vi ayer! ¡Sí! Estoy libre el martes por la noche y tengo muchas ganas de verte. ¿En mi casa? Besos y abrazos.
KITTY
Creo que pasé un minuto entero sin respirar. Desconecté la pantalla y me hundí más aún en mi asiento, sintiéndome como si algo se me hubiese metido en la garganta y me
hubiese hecho un nudo en el estómago. La adrenalina corrió por mis venas, formando en ellas una espiral de vergüenza y enfado. En algún momento entre follarme sin condón en casa de mis padres la tarde anterior y besarme el cuello esa mañana, Brittany le había mandado un mensaje a Kitty para quedar el martes.
Miré por la ventanilla mientras salíamos de la gasolinera y volvíamos a la carretera, dejando caer el móvil suavemente sobre sus rodillas. Unos minutos más tarde echó un vistazo a su móvil y volvió a dejarlo sin una palabra.
Estaba claro que había visto el mensaje de Kitty, y no dijo nada. Ni siquiera parecía sorprendida. Hubiese querido que se me tragase la tierra.
Llegamos a mi apartamento, pero no hizo ningún intento de subir. Llevé mi bolsa hasta la puerta y nos quedamos allí, incómodas. Me apartó un rizo de la mejilla y se apresuró a dejar caer la mano cuando hice una mueca.
—¿Seguro que estás bien?
Asentí con la cabeza.
—Solo cansada.
—Supongo que nos veremos mañana, ¿no? —preguntó—. La carrera es el sábado, así que probablemente deberíamos hacer un par de circuitos más largos a principios de la semana y luego descansar.
—Suena bien.
—Entonces, ¿nos vemos por la mañana?
De pronto me entraron unas ganas desesperadas de no precipitarme, de brindarle una última oportunidad, una forma de decir la verdad y quizá aclarar un enorme malentendido.
—Sí, y... me preguntaba si querrías venir el martes por la noche — dije, apoyándole la mano en el antebrazo—. Me parece que deberíamos hablar, ¿sabes? De todo lo que ha pasado este fin de semana.
Miró mi mano y enlazó sus dedos con los míos.
—¿No puedes hablar conmigo ahora? —preguntó, frunciendo la frente con una confusión evidente.
Al fin y al cabo, solo eran las siete de la tarde de un domingo
—. Santana, ¿qué pasa? Me parece que se me escapa algo.
—Es que ha sido un viaje largo y estoy cansada. Mañana he de trabajar hasta tarde en el laboratorio, pero el martes lo tengo libre. ¿Puedes venir?
Me pregunté si mi mirada resultaría tan suplicante como la voz que sonaba dentro de mi cabeza.
«Por favor, di que sí. Por favor, di que sí.»
Se humedeció los labios, se miró los pies y volvió a alzar la vista hasta su mano, que sujetaba la mía. Tuve la sensación de poder ver cómo pasaban los segundos y noté el aire denso, casi sólido, tan pesado que apenas podía respirar.
—La verdad es que... —dijo, e hizo una pausa como si aún se lo estuviese planteando— tengo una... cosilla a última hora, por trabajo. Tengo una reunión a última hora del martes —farfulló.
Mintió
—. Pero podría venir durante el día o...
—No, no pasa nada. Nos vemos mañana por la mañana.
—¿Seguro? —preguntó.
Sentí como si el corazón se me hubiese congelado.
—Sí.
—Vale. Perfecto. Bueno, pues me voy —me dijo, señalando la puerta con un gesto de la mano—. ¿Seguro que va todo bien?
Al ver que no contestaba, bajó la vista hasta sus zapatos y me dio un beso en la mejilla antes de marcharse. Cerré con llave y me fui directamente a mi habitación. No pensé en otra cosa hasta la mañana siguiente.
Dormí como un lirón y no me desperté hasta que sonó la alarma de mi despertador a las seis menos cuarto. Pulsé el botón de repetición y me quedé allí tumbada, mirando fijamente la esfera azul iluminada. Brittany me había mentido. Traté de racionalizarlo, traté de fingir que no importaba porque quizá las cosas no fuesen oficiales entre nosotras. Todavía no estábamos juntas..., pero por alguna razón eso tampoco parecía cierto.
Porque, por más que intentaba convencerme de que Brittany era una seductora y no se podía confiar en ella, en mi fuero interno... debí creer que la noche del sábado lo había cambiado todo. De lo contrario, no me sentiría así. A pesar de aquello, al parecer se sentía a gusto quedando con otras mujeres hasta que nos sentásemos y lo hiciésemos oficialmente oficial. Yo nunca podría separar tan a la ligera la emoción y el sexo. El simple hecho de darme cuenta de que quería estar solo con Brittany era suficiente para volverme fiel.
Éramos dos criaturas completamente distintas. Ante mí, los números se volvieron borrosos, y parpadeé unas cuantas veces para contener las lágrimas. La alarma del despertador volvió a romper el silencio. Era hora de levantarse de la cama e ir a correr. Brittany me estaría esperando.
No me importaba.
Me incorporé el tiempo justo para desenchufar el reloj y luego me di la vuelta. Seguiría durmiendo.
Me pasé la mayor parte del lunes en el trabajo, con el móvil apagado, y no volví a casa hasta mucho después de la puesta de sol.
El martes me levanté antes de que sonase la alarma de mi despertador, me fui al gimnasio del barrio y me puse a correr en la cinta. No era lo mismo que disfrutar de los senderos del parque con Brittany, pero a aquellas alturas no me importaba. El ejercicio me ayudaba a respirar. Me ayudaba a pensar y a aclarar las ideas, y me daba un breve momento de paz al dejar que me olvidase de Brittany y de lo que fuese a hacer esa noche con Kitty. Me parece que corrí más que nunca. Me pasé el día en el laboratorio, trabajando apenas sin descanso, pero tuve que irme temprano, sobre las
cinco, porque no había comido nada más que un yogur y tenía la impresión de que iba a caerme de morros.
Cuando llegué a casa, Brittany me estaba esperando en la puerta.
—Hola —la saludé, caminando más despacio a medida que me acercaba a ella.
Se dio la vuelta, se metió las manos en los bolsillos y se pasó un buen rato mirándome sin decir nada.
—¿Le ocurre algo a tu móvil, Santana? —preguntó por fin.
Sentí una punzada de culpa en el pecho, pero enseguida cuadré los hombros y la miré a los ojos.
—No.
Fui a abrir la puerta, manteniendo cierta distancia entre nosotras.
—¿Qué coño te pasa? —preguntó, siguiéndome hasta el interior.
Vale, así que íbamos a tener esa conversación ahora. Le miré la ropa. Era evidente que acababa de salir del trabajo, y tuve que preguntarme si se había pasado por mi casa antes de ir a reunirse con... ella. O sea, para hacerme una visita y arreglar las cosas conmigo antes de salir con otra persona. No estaba segura de llegar a entender jamás
cómo podía estar tan loca por mí mientras se follaba a otras mujeres.
—Creía que tenías una reunión a última hora —murmuré, volviéndome para dejar las llaves sobre la encimera.
Vaciló y parpadeó varias veces antes de decir:
—Y la tengo. Es a las seis.
Me eché a reír y murmuré:
—De acuerdo.
—Santana, ¿qué demonios pasa? ¿Qué he hecho?
Me volví hacia ella..., pero me acobardé. Me quedé mirando su vestimenta a rayas.
—No has hecho nada —dije, rompiendo mi propio corazón—. Debería haber sido sincera acerca de mis sentimientos. O... la falta de sentimientos.
—¿Cómo? —preguntó, abriendo unos ojos como platos.
—En casa de mis padres me sentí extraña. Creo que estar tan cerca, a punto de que nos pillasen, resultaba emocionante. Quizá me dejé llevar por todo lo que dijimos el sábado por la noche. —Le di la espalda y me puse a toquetear un montón de correo que descansaba sobre una mesa; sentí que las capas crujientes y secas de mi corazón se despegaban y dejaban solo una cáscara vacía. Me obligué a sonreír y me encogí de hombros—. Tengo veinticuatro años, Brittany. Solo quiero pasarlo bien.
Se quedó allí parpadeando, oscilando ligeramente como si le hubiese arrojado algo más pesado que las palabras.
—No lo entiendo.
—Lo siento. Debería haberte llamado o... —Sacudí la cabeza, tratando de acallar el sonido de la electricidad estática que invadía mis oídos. Tenía la piel caliente; me dolía el pecho como si se me estuvieran hundiendo las costillas—. Pensé que podía sobrellevar la situación, pero no puedo. Este fin de semana no ha hecho más que demostrármelo. Lo siento.
Dio un paso atrás y miró a su alrededor como si acabase de despertarse y de darse cuenta de dónde estaba.
—Ya. —Vi que tragaba saliva y se pasaba una mano por el pelo. Como si hubiese recordado algo, alzó la vista—. ¿Significa eso que no correrás el sábado? Has entrenado mucho y...
—Allí estaré.
Asintió una vez con la cabeza antes de volverse, salir por la puerta y desaparecer, probablemente para siempre.__
Yo lo sentía. Sentía cada uno de los latidos de su corazón bajo la palma de mi mano, y el modo en que sus hombros temblaban encima de mí. Sentía las palabras sin formar en sus labios, cómo parecía tratar de decir algo... Quizá lo mismo que yo había estado eludiendo desde que me había colado en su habitación a oscuras. Incluso antes de eso.
No parecía comprender lo que yo pedía. Nunca había esperado que fuese tan difícil arriesgarme. Habíamos hecho el amor en el auténtico sentido de la frase: su piel, mi piel, nada más entre nosotras.
Me llamó Santana en la mesa de la cena...
Creo que hasta ese momento nadie había pronunciado jamás aquel nombre en voz alta en esa casa. Y aunque Jake, el mejor amigo de Britt, estaba en la otra habitación, Britt se había quedado conmigo para fregar los platos. Me dedicó una mirada intencionada antes de que me fuese a la cama y me mandó un mensaje de buenas noches, diciendo:
«Por si tienes alguna pregunta, la puerta de mi dormitorio permanecerá abierta».
Parecía que fuese mía cuando estábamos en una habitación llena de gente. Pero aquí, solas tras su puerta cerrada, de pronto resultaba muy confuso.
«¿Todavía hay otras en tu vida?»
«Creía que era eso lo que querías...»
«Creo que la regla debería ser que no podemos tener otros amantes.»
«Entonces, ¿rompemos esa regla?»
«... Silencio.»
Pero ¿qué esperaba yo? Cerré los ojos, rodeándola más fuerte con los brazos mientras salía casi del todo para volver a deslizarse despacio en mi interior, centímetro perfecto a centímetro perfecto, gruñendo suavemente contra mi oreja.
—¡Qué bien, Perla!
Movió las caderas contra las mías, deslizando una mano por mis costillas hasta cogerme el pecho y limitarse a sostenerlo, pasando el pulgar por la punta endurecida.
Me encantaban los sonidos profundos e irregulares de su placer, que contribuían a hacerme olvidar que no me había dicho las palabras que yo quería oír esa noche.
Quería que dijese:
«Ya no hay ninguna otra mujer».
Quería que dijese:
«Ahora que estamos haciéndolo sin protección, no romperemos esa regla jamás».
Pero ella había sido quien había iniciado esa conversación, y yo quien la había terminado. ¿Era realmente cierto que solo le interesaba que fuésemos follamigas, o no estaba dispuesta a ser ella quien sacase de nuevo el tema?
¿Y por qué me mostraba tan pasiva? Era como si mi miedo a fastidiarla me hubiese dejado sin palabras. Arqueó el cuello hacia atrás, gruñendo con suavidad mientras entraba y salía de mí, dolorosamente despacio. Cerré los ojos y clavé los dientes en su cuello, mordiéndolo, concentrándome en darle placer. Quería que me desease tanto que no le importase mi falta de experiencia o de seguridad. Quería encontrar un modo de borrar el recuerdo de todas y cada una de las mujeres que llegaron antes que yo. Quería sentir y saber que me pertenecía.
Por un doloroso instante me pregunté cuántas mujeres habrían pensando exactamente lo mismo.
«Quiero sentir que eres mía.»
Me pegué a sus pechos para obligarla a tumbarse de espaldas y poder situarme encima de ella. Nunca había estado sobre Britt al hacer el amor y la miré insegura mientras guiaba sus manos hasta mis caderas.
—Nunca he hecho esto.
Se agarró la base con una mano y me guió sobre ella. Gruñó cuando me dejé caer.
—Busca lo que te resulte agradable —murmuró, mirándome—. Ahora es cuando diriges tú.
Cerré los ojos, probando cosas distintas y esforzándome por no sentirme ridícula debido a mi inexperiencia. Era tan exageradamente consciente de la sensación que tensaba mis costillas que me pregunté si me movía de forma diferente, más ordinaria, menos despreocupada y sexy. No tenía ni idea de si le resultaba agradable a ella.
—Enséñame —susurré—. Me da la sensación de que no lo estoy haciendo bien.
—Lo haces perfecto. ¿Me tomas el pelo? —murmuró Britt contra mi cuello—. Quiero durar toda la noche.
Empecé a sudar, no por el esfuerzo, sino porque estaba tan encendida que creí que mi piel iba a estallar. La vieja cama crujía y no podíamos movernos como solíamos: con energía y utilizando durante horas todo el colchón, el mueble y las almohadas. Antes de que pudiese darme cuenta de lo que sucedía, Brittany me levantó de su cuerpo, me llevó hasta el suelo y se sentó debajo de mí para que pudiese volver a colocarme encima. De ese modo me penetró mucho más hondo; la tenía tan dura que yo sentía su presión en algún lugar tierno y desconocido. Su boca abierta se movía por mi pecho, y agachó la cabeza para chuparme y succionarme el pezón.
—Quiero que me folles —gruñó—. Aquí abajo no tienes que preocuparte por el ruido.
Brittany creía que estaba preocupada por los crujidos de la cama. Cerré los ojos, balanceándome cohibida, y justo cuando iba a parar y decirle que aquella postura no me iba bien, que me ahogaba en palabras y preguntas sin respuesta, me besó la mandíbula, la mejilla y los labios, y susurró:
—¿Dónde estás en este momento? Vuelve conmigo.
Me inmovilicé sobre ella y apoyé la frente en su hombro.
—Estoy pensando demasiado.
—¿En qué?
—De repente estoy nerviosa. Tengo la impresión de que eres mía solo durante estos momentos. Supongo que eso no me gusta tanto como creía.
Deslizó el dedo bajo mi barbilla y me levantó la cara para obligarme a mirarla. Su boca se apoyó contra la mía y me dijo:
—Seré tuya cada segundo, si eso es lo que quieres. Solo tienes que decírmelo, Perla.
—No me rompas el corazón, ¿vale?
A pesar de la oscuridad, pude ver que fruncía el ceño.
—Ya has dicho eso antes. ¿Por qué crees que sería capaz de romperte el corazón? ¿Por qué crees que podría hacerlo siquiera?
Su voz sonaba tan apenada que también estremeció una parte sensible y tensa de mí.
—Creo que podrías hacerlo. Aunque no quisieras, creo que podrías hacerlo ahora.
Suspiró y apoyó la cara en mi cuello.
—¿Por qué no me das lo que quiero?
—¿Qué es lo que quieres? —pregunté.
Cambié de posición para tener las rodillas más cómodas, pero al hacerlo me deslicé arriba y abajo de su polla. Ella me inmovilizó cogiéndome con fuerza de las caderas.
—No puedo pensar cuando haces eso. —Tras respirar hondo varias veces, susurró—: Solo te quiero a ti.
—Entonces, ¿habrá otras personas? —le susurré mientras le pasaba los dedos entre el pelo de la nuca.
—Creo que eres tú quien tiene que decirme eso a mí, Santana.
Cerré los ojos, preguntándome si aquello sería suficiente. Podía decirle que no saldría con nadie más, y me imaginaba que ella accedería a hacer lo mismo. Pero no quería que dependiese de mí. Si Brittany iba a ir en serio, a estar con una sola persona, tenía que ser algo que no fuese negociable para ella, tenía que ser ella quien quisiera cortar con las otras debido a lo que sentía por mí. No podía ser una decisión informal, algo
inseguro, un «lo que tú decidas».
Entonces su boca encontró la mía, y me dio el beso más dulce y tierno que me había dado jamás.
—Te dije que quería intentarlo —susurró—. Fuiste tú quien dijo que no saldría bien. Sabes quién soy. Sabes muy bien que deseo cambiar por ti.
—Yo también lo deseo.
—Vale.
Me besó y volvimos a tomar el ritmo: pequeños empujones suyos debajo de mí, minúsculos círculos míos encima. Sus espiraciones eran mis inspiraciones. Sus dientes se deslizaban deliciosamente sobre mis labios. Nunca en mi vida me había sentido tan cerca de otro ser humano. Sus manos estaban por todas partes: mis pechos, mi cara, mis muslos, mis caderas, entre mis piernas... Su voz resonaba grave y alentadora en mi
oído, diciéndome lo agradable que era tocarme, lo poco que le faltaba para correrse, que me necesitaba hasta tal punto que tenía la sensación de trabajar cada día solo para volver conmigo. Dijo que estar conmigo era como estar en casa.
Y cuando me precipité, no me importó moverme de forma torpe o irregular, mostrarme inexperta o ingenua. Solo me importó que sus labios estuviesen apoyados con firmeza en mi cuello y sus brazos me estrechasen tan fuerte que el único modo en que podía moverme era acercarme a ella.
—¿Preparada? —preguntó Brittany el domingo por la tarde, tras deslizarse en mi dormitorio y darme un breve beso en la mejilla. La mayor parte de la mañana se había desarrollado así: un beso a escondidas en un pasillo vacío, una apresurada sesión de toqueteos en la cocina...
—Casi. Estoy metiendo en la bolsa de viaje unas cuantas cosas que me ha dado mi madre.
Noté que sus brazos me rodeaban la cintura con solidez y me incliné hacia atrás, fundiéndome con ella. No me había dado cuenta de lo mucho que Brittany me tocaba hasta que había dejado de poder hacerlo libremente. Siempre había sido táctil: pequeños roces de sus dedos, una mano apoyada en mi cadera, su hombro chocando contra el mío... Sin embargo, me había acostumbrado tanto y me sentía tan cómoda que ya ni me fijaba. Ese fin de semana había sentido la pérdida de cada uno de aquellos pequeños momentos, y ahora no tenía suficiente. Ya me estaba planteando cuántos kilómetros tendríamos que dejar entre el coche y la casa de mis padres antes de poder decirle que parase y cumpliese su oferta de poseerme en el asiento trasero.
Apartó mi coleta a un lado y sus labios se movieron por mi cuello hasta detenerse justo debajo de mi oreja. Oí el tintineo de las llaves en su mano y sentí el frío metal contra mi estómago, donde la camiseta se me había levantado un poquito.
—No debería hacer esto —dijo—. Creo que Jake intenta acorralarme desde el brunch, y la verdad es que no deseo morir.
Sus palabras me helaron la sangre, y me alejé para coger una camiseta que estaba al otro lado de la cama.
—Parece típico de Jake —murmuré, encogiéndome de hombros.
Sabía que a mi hermano mayor se le haría raro. Joder, también se nos haría raro a Brittany y a mí cuando la familia se enterase de lo nuestro. Sin embargo, llevaba toda la mañana recordando la noche anterior en la habitación de invitados. Tenía ganas de preguntarle a plena luz del día:
«¿Dijiste en serio eso de que solo me deseabas a mí?».
Porque estaba lista por fin para dar el salto. Cerré la cremallera de la bolsa de viaje y, cuando me disponía a cogerla, Brittany alargó la mano y agarró el asa.
—¿Puedo coger esto?
Noté su calor y el aroma de su champú. Cuando se enderezó, no se apartó, no se movió para poner distancia entre nosotras. Cerré los ojos y sentí que me mareaba, abrumada por aquella proximidad que parecía vaciar de aire la habitación. Me levantó la barbilla y apoyó sus labios en los míos con un toque lento y persistente. Me moví hacia ella, persiguiendo el beso.
Sonrió.
—Meto esto en el coche y nos marchamos, ¿vale?
—Vale.
Me pasó el pulgar por el labio inferior.
—Pronto estaremos en casa —susurró—. Y no me iré a mi apartamento.
—Vale —volví a decir con las piernas temblorosas.
Sonriente, tomó la bolsa y salió de la habitación. Apenas podía mantenerme de pie.
Bajé y me encontré a mi hermana en la cocina.
—¿Ya os vais? —preguntó Bree, rodeando la encimera para darme un abrazo.
Me apoyé en mi hermana, asintiendo con la cabeza.
—¿Ya ha salido Britt?
Miré por la ventana de la cocina, pero no la vi. Estaba deseando estar en la carretera y decirlo todo a plena luz del día, donde no fuese posible ignorarlo.
—Creo que ha salido por detrás para despedirse de Jake —dijo ella, volviendo hacia el cuenco de moras que estaba lavando—. Desde luego, hacéis muy buena pareja.
—¿Qué? No. —Unas galletas se enfriaban sobre la encimera y cogí un puñado que guardé en una bolsa de papel marrón—. Te lo dije. No es así, Bree.
—Di lo que quieras, Santana. Esa chica está locamente enamorada. La verdad, me extrañaría ser la única que se ha fijado.
Empecé a acalorarme y negué con la cabeza. Cogí dos vasos de porexpán del armario, los llené de café con una enorme jarra de acero inoxidable, y añadí azúcar y leche al mío, y solo leche al de Brittany.
—Creo que el embarazo te ha atontado. La cosa no va por ahí.
Mi hermana no era idiota. Estoy segura de que oyó la mentira en mi voz con tanta claridad como yo.
—Quizá no para ti —dijo, sacudiendo la cabeza en un gesto de escepticismo—. Aunque, la verdad, tampoco me trago eso.
Contemplé la ventana. Sabía en qué situación estábamos Brittany y yo... o al menos eso creía. Las cosas habían cambiado en los últimos días y ahora estaba deseosa de definir aquella relación. Hasta ese momento me daba miedo ponerle límites porque creía desear más espacio para respirar. Creía que me disgustaría oír cómo me encajaba en su programa tal como hacía con otras mujeres.
Últimamente, mi deseo de evitar la conversación tenía que ver más con mantener mi propio corazón enjaulado que con la libertad que ella le daba al suyo. Sin embargo, era un ejercicio inútil. Yo sabía que debíamos mantener ya esa conversación, la que ella había intentado mantener antes. La que habíamos iniciado la noche anterior.
Tendría que proclamar mis intenciones, arriesgarme. Ya era hora. Se oyó un portazo y di un bote. Miré parpadeando el café que seguía removiendo. Bree me tocó el hombro.
—De todas formas, tengo que hacer de hermana mayor solo un momento. Ten cuidado, ¿vale? — dijo—. Estamos hablando de la infame Brittany Pierce.
Y esa, justo esa, era la razón número uno por la que me aterraba estar cometiendo un error. Provista de café y aperitivos para la carretera, inicié la ronda de despedidas. Mi familia estaba desperdigada por toda la casa, pero los únicos a los que no pude encontrar fueron mi hermano y Brittany. Salí por la puerta principal y eché a andar por el sendero de grava para ver si estaban junto al coche. Me acerqué al garaje y me detuve al oír sus voces en el frío aire de la mañana, por encima de los pájaros y el crujido de los árboles sobre mi cabeza.
—Solo me pregunto qué está pasando entre vosotras —oí que decía mi hermano.
—Nada —dijo Brittany—. Quedamos de vez en cuando. De acuerdo con tus deseos, podría añadir.
Fruncí el ceño, recordando ese viejo dicho que desaconseja escuchar a escondidas, porque seguramente no te gustará lo que oigas.
—¿Qué quieres decir con eso de «quedar»? —inquirió Jake—. Pareces tener mucha confianza con ella.
Brittany fue a hablar, pero se detuvo, y retrocedí para asegurarme de que mi sombra no resultase visible desde el garaje.
—Salgo con unas cuantas personas —empezó Britt, y pude imaginar cómo se rascaba la mandíbula —. Pero no, Sanny no es una de ellas. Solo es una buena amiga.
Me quedé helada. Se me puso la piel de gallina y, a pesar de saber que Brittany solo estaba siguiendo las reglas que habíamos acordado, se me cayó el alma a los pies.
Brittany siguió hablando:
—La verdad es que... me interesa explorar algo más con una de las mujeres con las que salgo.
Mi corazón empezó a martillear contra las costillas y sentí la tentación de dar un paso adelante e impedirle hablar demasiado. Pero entonces añadió:
—Así que me parece que debería cortar con las otras mujeres a las que veo. Creo que por primera vez puede que quiera más..., pero esa chica se anda con pies de plomo, y me resulta difícil dar ese paso y cortar con la vieja rutina, ¿sabes?
Mis brazos cayeron como lánguidos fideos y me apoyé en la puerta. Mi hermano dijo algo en respuesta, pero yo ya no estaba escuchando. Decir que el ambiente en el coche era tenso habría sido ridículo. Llevábamos casi una hora en la carretera y yo apenas había dicho dos palabras seguidas.
—¿Tienes hambre?
—No.
—¿Está bien la temperatura? ¿Demasiado calor? ¿Demasiado frío?
—Bien.
—¿Podrías introducir esto en el GPS?
—Claro.
—¿Te importa si paramos para ir al lavabo?
—Vale.
Lo peor era que estaba segura de que me estaba comportando de forma infantil e injusta. Con lo que Brittany le dijo a Jake, solo estaba siguiendo las reglas que yo había establecido. En realidad, antes de la noche anterior, nunca había esperado que saliese conmigo en exclusiva.
«Abre la boca, Santana. Dile lo que quieres.»
—¿Estás bien? —preguntó, agachándose brevemente para mirarme a los ojos—. Llevas un rato respondiendo con monosílabos.
Me volví y observé su perfil mientras conducía: sus labios curvados en una sonrisa por el simple hecho de saber que la estaba mirando. Me dedicó un par de breves ojeadas, me cogió la mano y la apretó. Lo nuestro era mucho más que sexo. Brittany era mi mejor amiga. Era la mujer a la que yo quería llamar «novia».
Una oleada de náuseas me embargó ante la idea de que Brittany hubiese estado con otras mujeres durante todo ese tiempo. Estaba segura de que después de ese fin de semana no volvería a estar con ellas porque, madre mía, lo habíamos hecho sin condón. Si eso no justificaba una seria conversación, no sabía qué podía hacerlo.
Me sentía muy cercana a ella; realmente sentía que nos habíamos convertido en mucho más que amigas. Me tapé los ojos con las manos, sintiéndome celosa y nerviosa y..., por Dios, impaciente por resolver la cuestión de una vez. ¿Por qué resultaba fácil hablar con Brittany de todos los sentimientos que yo tenía salvo de los que necesitábamos declarar entre nosotras?
Paramos en una gasolinera para repostar y me distraje repasando la música de su móvil mientras escogía la secuencia adecuada de palabras en mi cabeza. Encontré una canción que sabía que ella odiaba y sonreí, observando cómo colgaba la manguera del surtidor y volvía hacia su lado del coche.
Subió, y su mano se inmovilizó con la llave metida en el contacto.
—¿Garth Brooks?
—Si no te gusta, ¿por qué lo tienes en el móvil? —bromeé.
Pensé que aquello estaba bien, que era un comienzo. Las palabras reales eran un paso en la dirección adecuada. «Entabla conversación, Santana. Prepara un aterrizaje suave y luego salta.»
Me dedicó una falsa mirada agria, como si hubiese probado algo asqueroso, y arrancó el motor.
Las palabras empezaron a dar vueltas por mi cabeza:
«Quiero ser tuya. Quiero que seas mía. Por favor, dime que no has estado con nadie más en las dos últimas semanas, cuando las cosas parecían irnos tan bien. Por favor, dime que no han sido imaginaciones mías».
Abrí su iTunes y empecé de nuevo a repasar su música en busca de algo mejor, de alguna canción que aliviase mi mal humor y me infundiese seguridad en mí misma. En ese momento, un mensaje de texto apareció en su pantalla.
¡Perdona, no lo vi ayer! ¡Sí! Estoy libre el martes por la noche y tengo muchas ganas de verte. ¿En mi casa? Besos y abrazos.
KITTY
Creo que pasé un minuto entero sin respirar. Desconecté la pantalla y me hundí más aún en mi asiento, sintiéndome como si algo se me hubiese metido en la garganta y me
hubiese hecho un nudo en el estómago. La adrenalina corrió por mis venas, formando en ellas una espiral de vergüenza y enfado. En algún momento entre follarme sin condón en casa de mis padres la tarde anterior y besarme el cuello esa mañana, Brittany le había mandado un mensaje a Kitty para quedar el martes.
Miré por la ventanilla mientras salíamos de la gasolinera y volvíamos a la carretera, dejando caer el móvil suavemente sobre sus rodillas. Unos minutos más tarde echó un vistazo a su móvil y volvió a dejarlo sin una palabra.
Estaba claro que había visto el mensaje de Kitty, y no dijo nada. Ni siquiera parecía sorprendida. Hubiese querido que se me tragase la tierra.
Llegamos a mi apartamento, pero no hizo ningún intento de subir. Llevé mi bolsa hasta la puerta y nos quedamos allí, incómodas. Me apartó un rizo de la mejilla y se apresuró a dejar caer la mano cuando hice una mueca.
—¿Seguro que estás bien?
Asentí con la cabeza.
—Solo cansada.
—Supongo que nos veremos mañana, ¿no? —preguntó—. La carrera es el sábado, así que probablemente deberíamos hacer un par de circuitos más largos a principios de la semana y luego descansar.
—Suena bien.
—Entonces, ¿nos vemos por la mañana?
De pronto me entraron unas ganas desesperadas de no precipitarme, de brindarle una última oportunidad, una forma de decir la verdad y quizá aclarar un enorme malentendido.
—Sí, y... me preguntaba si querrías venir el martes por la noche — dije, apoyándole la mano en el antebrazo—. Me parece que deberíamos hablar, ¿sabes? De todo lo que ha pasado este fin de semana.
Miró mi mano y enlazó sus dedos con los míos.
—¿No puedes hablar conmigo ahora? —preguntó, frunciendo la frente con una confusión evidente.
Al fin y al cabo, solo eran las siete de la tarde de un domingo
—. Santana, ¿qué pasa? Me parece que se me escapa algo.
—Es que ha sido un viaje largo y estoy cansada. Mañana he de trabajar hasta tarde en el laboratorio, pero el martes lo tengo libre. ¿Puedes venir?
Me pregunté si mi mirada resultaría tan suplicante como la voz que sonaba dentro de mi cabeza.
«Por favor, di que sí. Por favor, di que sí.»
Se humedeció los labios, se miró los pies y volvió a alzar la vista hasta su mano, que sujetaba la mía. Tuve la sensación de poder ver cómo pasaban los segundos y noté el aire denso, casi sólido, tan pesado que apenas podía respirar.
—La verdad es que... —dijo, e hizo una pausa como si aún se lo estuviese planteando— tengo una... cosilla a última hora, por trabajo. Tengo una reunión a última hora del martes —farfulló.
Mintió
—. Pero podría venir durante el día o...
—No, no pasa nada. Nos vemos mañana por la mañana.
—¿Seguro? —preguntó.
Sentí como si el corazón se me hubiese congelado.
—Sí.
—Vale. Perfecto. Bueno, pues me voy —me dijo, señalando la puerta con un gesto de la mano—. ¿Seguro que va todo bien?
Al ver que no contestaba, bajó la vista hasta sus zapatos y me dio un beso en la mejilla antes de marcharse. Cerré con llave y me fui directamente a mi habitación. No pensé en otra cosa hasta la mañana siguiente.
Dormí como un lirón y no me desperté hasta que sonó la alarma de mi despertador a las seis menos cuarto. Pulsé el botón de repetición y me quedé allí tumbada, mirando fijamente la esfera azul iluminada. Brittany me había mentido. Traté de racionalizarlo, traté de fingir que no importaba porque quizá las cosas no fuesen oficiales entre nosotras. Todavía no estábamos juntas..., pero por alguna razón eso tampoco parecía cierto.
Porque, por más que intentaba convencerme de que Brittany era una seductora y no se podía confiar en ella, en mi fuero interno... debí creer que la noche del sábado lo había cambiado todo. De lo contrario, no me sentiría así. A pesar de aquello, al parecer se sentía a gusto quedando con otras mujeres hasta que nos sentásemos y lo hiciésemos oficialmente oficial. Yo nunca podría separar tan a la ligera la emoción y el sexo. El simple hecho de darme cuenta de que quería estar solo con Brittany era suficiente para volverme fiel.
Éramos dos criaturas completamente distintas. Ante mí, los números se volvieron borrosos, y parpadeé unas cuantas veces para contener las lágrimas. La alarma del despertador volvió a romper el silencio. Era hora de levantarse de la cama e ir a correr. Brittany me estaría esperando.
No me importaba.
Me incorporé el tiempo justo para desenchufar el reloj y luego me di la vuelta. Seguiría durmiendo.
Me pasé la mayor parte del lunes en el trabajo, con el móvil apagado, y no volví a casa hasta mucho después de la puesta de sol.
El martes me levanté antes de que sonase la alarma de mi despertador, me fui al gimnasio del barrio y me puse a correr en la cinta. No era lo mismo que disfrutar de los senderos del parque con Brittany, pero a aquellas alturas no me importaba. El ejercicio me ayudaba a respirar. Me ayudaba a pensar y a aclarar las ideas, y me daba un breve momento de paz al dejar que me olvidase de Brittany y de lo que fuese a hacer esa noche con Kitty. Me parece que corrí más que nunca. Me pasé el día en el laboratorio, trabajando apenas sin descanso, pero tuve que irme temprano, sobre las
cinco, porque no había comido nada más que un yogur y tenía la impresión de que iba a caerme de morros.
Cuando llegué a casa, Brittany me estaba esperando en la puerta.
—Hola —la saludé, caminando más despacio a medida que me acercaba a ella.
Se dio la vuelta, se metió las manos en los bolsillos y se pasó un buen rato mirándome sin decir nada.
—¿Le ocurre algo a tu móvil, Santana? —preguntó por fin.
Sentí una punzada de culpa en el pecho, pero enseguida cuadré los hombros y la miré a los ojos.
—No.
Fui a abrir la puerta, manteniendo cierta distancia entre nosotras.
—¿Qué coño te pasa? —preguntó, siguiéndome hasta el interior.
Vale, así que íbamos a tener esa conversación ahora. Le miré la ropa. Era evidente que acababa de salir del trabajo, y tuve que preguntarme si se había pasado por mi casa antes de ir a reunirse con... ella. O sea, para hacerme una visita y arreglar las cosas conmigo antes de salir con otra persona. No estaba segura de llegar a entender jamás
cómo podía estar tan loca por mí mientras se follaba a otras mujeres.
—Creía que tenías una reunión a última hora —murmuré, volviéndome para dejar las llaves sobre la encimera.
Vaciló y parpadeó varias veces antes de decir:
—Y la tengo. Es a las seis.
Me eché a reír y murmuré:
—De acuerdo.
—Santana, ¿qué demonios pasa? ¿Qué he hecho?
Me volví hacia ella..., pero me acobardé. Me quedé mirando su vestimenta a rayas.
—No has hecho nada —dije, rompiendo mi propio corazón—. Debería haber sido sincera acerca de mis sentimientos. O... la falta de sentimientos.
—¿Cómo? —preguntó, abriendo unos ojos como platos.
—En casa de mis padres me sentí extraña. Creo que estar tan cerca, a punto de que nos pillasen, resultaba emocionante. Quizá me dejé llevar por todo lo que dijimos el sábado por la noche. —Le di la espalda y me puse a toquetear un montón de correo que descansaba sobre una mesa; sentí que las capas crujientes y secas de mi corazón se despegaban y dejaban solo una cáscara vacía. Me obligué a sonreír y me encogí de hombros—. Tengo veinticuatro años, Brittany. Solo quiero pasarlo bien.
Se quedó allí parpadeando, oscilando ligeramente como si le hubiese arrojado algo más pesado que las palabras.
—No lo entiendo.
—Lo siento. Debería haberte llamado o... —Sacudí la cabeza, tratando de acallar el sonido de la electricidad estática que invadía mis oídos. Tenía la piel caliente; me dolía el pecho como si se me estuvieran hundiendo las costillas—. Pensé que podía sobrellevar la situación, pero no puedo. Este fin de semana no ha hecho más que demostrármelo. Lo siento.
Dio un paso atrás y miró a su alrededor como si acabase de despertarse y de darse cuenta de dónde estaba.
—Ya. —Vi que tragaba saliva y se pasaba una mano por el pelo. Como si hubiese recordado algo, alzó la vista—. ¿Significa eso que no correrás el sábado? Has entrenado mucho y...
—Allí estaré.
Asintió una vez con la cabeza antes de volverse, salir por la puerta y desaparecer, probablemente para siempre.__
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
que bruta es santana que sabe ella para que quiere brittany ver a kitty!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
joder que mori con lo del dichoso cristo volando por los aires!!! jajajaja
dios,.. por que no hablan de una vez,.. aunque duela sea lo que sea tienen que hablar y aclarar las cosas,...
britt le esta pidiendo,.. que le diga que quiere exclusividad en todo su esplendor,.. es entendible el miedo de san y la falta de seguridad que le da britt,.. pero todos alguna vez merecemos el derecho a la duda
dios,.. por que no hablan de una vez,.. aunque duela sea lo que sea tienen que hablar y aclarar las cosas,...
britt le esta pidiendo,.. que le diga que quiere exclusividad en todo su esplendor,.. es entendible el miedo de san y la falta de seguridad que le da britt,.. pero todos alguna vez merecemos el derecho a la duda
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
micky morales escribió:que bruta es santana que sabe ella para que quiere brittany ver a kitty!!!!!
bueno, pero es que hay duda, entiendela la mujer por primera vez quiere entregarse a alguien y ese alguien antes era de nadie y de todas... ahora quiere a Santana como dueña pero como no hablan,,,, eso les ocurre..... vamos a ver si alguien recapacita en los proximos capitulos que ya son pocos .....
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
3:) escribió:joder que mori con lo del dichoso cristo volando por los aires!!! jajajaja
dios,.. por que no hablan de una vez,.. aunque duela sea lo que sea tienen que hablar y aclarar las cosas,...
britt le esta pidiendo,.. que le diga que quiere exclusividad en todo su esplendor,.. es entendible el miedo de san y la falta de seguridad que le da britt,.. pero todos alguna vez merecemos el derecho a la duda
jajaj ya han profanado todo....... eso digo yo por que no hablan de una vez ... pero es que Brittany se lo dice mientras estan en plena faena, creo que esa posición y en la cama es el lugar menos indicado para hablar cosas jajajajjajajaj...
Asi es todas merecemos el derecho a la duda.... pero si te vieras en una situacion que viendo un mensaje de una fulana en el celular de la persona en la que estas,,,, díganme la verdad hierve la sangre e hierve todo....
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
ESPERO LES GUSTE EL VIDEO, POR FAVOR VEANLO.....
Capitulo 18
Había una colina cerca de la casa de mi madre, justo antes de doblar para tomar el camino de entrada a la casa. Era una subida seguida de una pronunciada curva cuesta abajo, sin visibilidad, y habíamos aprendido a tocar el claxon cada vez que nos aproximábamos al cambio de rasante, pero cuando la gente subía la pendiente por primera vez, no se imaginaban lo traicionera que era, y luego siempre nos decían que se habían llevado un buen susto y que era una curva muy peligrosa.
Supongo que mi madre o yo podríamos haber puesto un espejo curvo en algún momento, pero nunca lo hicimos. Mamá decía que le gustaba usar el claxon en ese punto, que le gustaba ese momento de fe, cuando se sabía mis horarios de entrada y salida a la casa, y conocía esa curva tan bien que no necesitaba ver lo que había al otro lado para saber que no había ningún peligro.
El caso es que yo nunca llegué a decidir si me gustaba u odiaba esa sensación. Odiaba tener que confiar en que no hubiese ningún obstáculo, odiaba no saber qué era lo que me deparaba el otro lado de la cuesta, pero me encantaba el momento de euforia en que el coche se lanzaba cuesta abajo, con el camino despejado y libre.
Santana hacía que sintiera exactamente eso. Ella era mi curva peligrosa, mi cuesta misteriosa, y no conseguía librarme de la sospecha persistente de que me había lanzado algo desde el otro lado de la cuesta que se estrellaría a ciegas contra mí. Sin embargo, cuando estaba con ella, lo bastante cerca para tocarla, besarla y oír todas sus teorías disparatadas sobre la virginidad y el amor, me daba cuenta de que nunca había sentido una combinación tan poderosa de serenidad, euforia y ansia. En estos momentos, dejaba de preocuparme por si acabaríamos estrellándonos o no.
Quería pensar que su actitud de esa noche no era más que un pequeño tropiezo, una curva peligrosa que pronto se enderezaría, y que mi relación con ella no había terminado antes de empezar. Tal vez fuese porque era aún muy joven. Traté de recordarme a mí misma a los veinticuatro años y la verdad es que solo veía a una joven bastante idiota, trabajando unas horas imposibles en el laboratorio y luego pasando una noche loca tras otra en compañía de una mujer distinta cada vez. En ciertos aspectos, a sus veinticuatro años Santana era una mujer mucho más madura de lo que lo había sido yo en toda mi vida; era como si ni siquiera perteneciésemos a la
misma especie.
Tenía razón la vez que dijo, hacía tanto tiempo, que siempre había sabido cómo ser una adulta y necesitaba aprender a ser una niña. Bien, pues acababa de tener su primer encontronazo inmaduro con una total falta de comunicación.
«Bien hecho, Ciruela.»
Había metido a Kitty en un taxi y vuelto al trabajo hacia las ocho, con la intención de ponerme al día con la lectura atrasada y dejar descansar la cabeza durante unas horas. Sin embargo, cuando pasaba por el despacho de Puck de camino al mío, vi que la luz estaba encendida y él aún estaba dentro.
—¿Qué estás haciendo aquí todavía? —le pregunté, entrando en el interior de la habitación y apoyándome en el quicio de la puerta.
Puck levantó la cabeza de donde la tenía apoyada, entre las manos.
—Quinn está con Marley y he decidido quedarme a trabajar hasta un poco más tarde.
Me miró y torció la comisura de los labios hacia abajo
— . Y yo que pensaba que tú te habías ido hacía horas. ¿Por qué has vuelto? Hoy es martes...
Nos miramos el uno al otro durante unos segundos, la pregunta implícita suspendida en el aire entre ambos. Había pasado tanto tiempo desde el último martes que había estado con Kitty que creo que ni siquiera el propio Puck sabía lo que me estaba preguntando exactamente.
—He visto a Kitty hoy —admití—. Antes, solo un momento.
Arqueó las cejas con gesto irritado, pero levanté la mano y seguí explicándome:
—Le pedí que nos viéramos para tomar una copa después del trabajo...
—En serio, Brittany , eres una auténtica cabronaz...
—Para cortar definitivamente con ella, idiota —le solté, frustrada— .A pesar de que nunca habíamos ido en serio, quería que supiera que lo nuestro ha terminado. Hace siglos que no nos vemos, pero sigue llamándome todos los lunes para ver si quedamos. El hecho de que aún crea que hay alguna posibilidad hace que me sienta como si hubiera estado engañando a Santana.
El mero hecho de decir su nombre en voz alta hizo que se me encogiera el estómago. La manera en que nos habíamos despedido esa noche había sido desastrosa. Nunca la había visto tan distante, tan reservada. Apreté la mandíbula, mirando a la pared. Sabía que me había mentido, lo que no sabía era por qué.
La silla de Puck crujió cuando se reclinó hacia atrás.
—Entonces, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Dónde está tu Santana?
Lo miré de repente, despertando de mi ensimismamiento, y me fijé por primera vez en su aspecto. Parecía cansado y nervioso..., y no parecía en absoluto el Puck que yo conocía, incluso al final de un largo día de trabajo.
—¿Qué te pasa? —le pregunté en lugar de responderle—. Parece que te hayan dado una paliza.
Al final, se echó a reír y sacudió la cabeza.
—Amiga mía, ni te lo imaginas... Anda, vamos a recoger a Ryder y a tomarnos una cerveza.
Llegamos al bar antes que Ryder, pero no mucho antes. En cuanto nos sentamos en una mesa en la parte del fondo, cerca de los dardos y de la máquina de karaoke averiada, Ryder entró vestido todavía con su traje oscuro de ejecutivo y un aspecto de agotamiento tan absoluto que me pregunté cuánto íbamos a tardar en caer rendidos los tres.
—Desde luego, últimamente me estás haciendo beber como un cosaco los días de entre semana, Brittany —murmuró Ryder mientras tomaba asiento.
—Pues pídete un refresco —le dije.
Ambos miramos a Puck, esperando oír la perorata habitual con la que, medio en broma medio en serio, nos sermoneaba con palabras casi ininteligibles sobre el sacrilegio que constituía pedirse una Coca-Cola light en un pub inglés, pero se quedó inusitadamente callado e impasible, mirando la carta, y luego pidió lo que pedía siempre: una pinta de Guinness, una hamburguesa con queso y patatas fritas.
Maddie nos tomó nota a todos y desapareció. Volvíamos a estar allí reunidos un martes por la noche y, al igual que antes, el bar estaba prácticamente vacío. Una extraña calma parecía dominar nuestra mesa, como si ninguno de nosotros tuviese fuerzas suficientes para dar caña a ninguno de los otros.
—Oye, en serio, ¿se puede saber qué te pasa? —le pregunté a Puck de nuevo. Me dedicó una sonrisa de las suyas, pero luego negó con la cabeza.
—Vuelve a preguntármelo cuando me haya pimplado dos cervezas. —
Sonrió a Maddie mientras esta dejaba las bebidas en la mesa y le guiñó un ojo
—. Gracias, cielo.
—El mensaje de Puck decía que estamos convocados a una reunión en el bar de Maddie para una noche de chicas —dijo Ryder, y luego se tomó un sorbo de cerveza—. Así que, ¿de cuál de las mujeres de Brittany vamos a hablar esta noche?
—Ahora solo hay una mujer en mi vida —murmuré—. Y Santana ha puesto punto final a lo nuestro hace un rato, así que supongo que técnicamente no hay ninguna mujer. —Vi que los dos hombres se miraban entre sí con gesto de preocupación—. Me ha dicho, básicamente, que no quería seguir con esto.
—Joder —murmuró Puck, frotándose la cara con las manos.
—El caso es que yo creo que no tiene ni puta idea de lo que quiere — añadí.
—Brittany ... —me advirtió Ryder.
—No —dije, interrumpiéndolo y sintiendo una súbita oleada de alivio, porque cuantas más vueltas le daba, más convencida estaba. Sí, se había cabreado esa noche en su casa, y yo todavía no tenía la menor idea de por qué, pero me acordé de cómo habíamos hecho el amor, en mitad de la noche, y del hambre que vi en sus ojos, no solo de deseo, sino como certeza de que estaba empezando a necesitarme—. Sé que ella también siente lo mismo que yo. Algo pasó entre nosotras este fin de semana —les dije—. El sexo siempre ha sido increíble, pero en casa de sus padres fue la hostia de
intenso.
Ryder sufrió un ataque de tos.
—Perdón. ¿Has dicho que tuvisteis relaciones sexuales en casa de sus padres?
Preferí creer que su tono ambiguo significaba que estaba impresionado, así que continué hablando.
—Creo que estuvo a punto de admitir que entre nosotras había algo más que sexo y amistad.
Me llevé el vaso de agua a los labios y tomé un sorbo
—. Pero a la mañana siguiente se cerró como una ostra. Se está autoconvenciendo de
que no quiere saber nada de mí.
Los dos hombres murmuraron una expresión de comprensión y se quedaron pensativos.
—¿Llegasteis a decidir en algún momento que ninguna de las dos saldría con otras personas? —preguntó Ryder al fin—. Lo siento si no sigo muy bien la evolución de esta relación, la verdad. Siempre dejas un reguero muy confuso de mujeres a tu paso.
—Ella sabía que yo quería que no saliéramos con terceras personas, pero yo accedí a mantener la relación abierta porque eso es lo que quería ella. Para mí, Santana es la mujer de mi vida —dije, y me traía sin cuidado si me metían toda la caña del mundo por estar tan colada por ella. Me lo merecía, y lo más gracioso era que me gustaba estar colada—. Vosotros lo dijisteis, y no tengo ningún problema en admitir que teníais razón. Es divertida y guapa. Es sexy e increíblemente brillante. A ver, que para mí solo existe ella. Tengo que pensar que lo de hoy solo ha sido una nube de verano o de lo contrario probablemente empezaré a dar puñetazos a la pared hasta romperme la mano.
Ryder se rió y levantó su copa para entrechocarla con la mía.
—Entonces, brindemos porque Santana entre en razón.
Puck también levantó su copa, pues sabía que no había nada que pudiera añadir. Se encogió de hombros con aire de disculpa, como si de algún modo todo aquello fuese culpa suya simplemente por haberme deseado el peor mal de amores del mundo apenas un par de meses antes.
Tras mi breve discurso, volvió a imponerse el silencio y, con él, el sombrío estado de ánimo de antes. Me esforcé por no dejarme arrastrar por él. Por supuesto que me preocupaba no ser capaz de recuperar a Santana. Desde el momento en que me había deslizado los dedos por debajo de la camisa en el dormitorio de aquella fiesta, ya no podía haber ninguna otra mujer más que ella para mí.
Joder, puede que incluso antes de entonces. Creo que me sedujo para siempre desde el momento en que le puse el gorro de lana sobre su adorable y alborotada cabeza, recién levantada de la cama, la primera vez que salimos a correr.
Sin embargo, a pesar de mi certeza de que había mentido sobre sus sentimientos y de que sentía algo por mí, volvieron a asaltarme las dudas. ¿Por qué había mentido? ¿Qué ocurrió entre el momento que hicimos literalmente el amor aquella noche y cuando nos subimos en el coche a la mañana siguiente?
Ryder interrumpió mi hilo de pensamientos lúgubres contándonos sus propias penas.
—Bueno, pues ya que estamos sacando a la luz todos nuestros sentimientos, supongo que me toca a mí compartir los míos. La boda nos está volviendo locos a los dos. Todos los miembros de nuestra familia van a viajar a San Diego para la ceremonia, y cuando digo todos, me refiero absolutamente a todos: tías abuelas lejanas, primos segundos y gente a la que no he visto desde que tenía cinco años. Lo mismo por la parte de de
Marley.
—Eso está muy bien —dije y acto seguido recapacité al ver la expresión asesina de Ryder —. ¿No es bueno que la gente acepte tu invitación?
—Supongo que sí, pero es que muchas de esas personas no han sido invitadas. Su familia viene sobre todo de Dakota del Norte, y la mía está desperdigada por todo Canadá, Michigan e Illinois. Todos están buscando una razón para disfrutar de unas vacaciones en la costa. — Sacudiendo la cabeza, continuó—: Así que anoche Marley decidió que en vez de una boda normal, quería fugarse. Quería cancelarlo todo, y está tan empeñada que me temo que va a llamar al hotel para anular el banquete y entonces sí que la habremos cagado bien cagada.
—No sería capaz de hacer eso, tío —murmuró Puck, despertando de su insólito ensimismamiento—. ¿O sí?
Ryder se deslizó las manos por el pelo y apretó los puños, con los codos plantados sobre la mesa.
—Pues si te digo la verdad, no lo sé. Todo este asunto se está convirtiendo en una bola enorme, y hasta yo creo que se nos empieza a ir de las manos. Toda nuestra familia está invitando a quienes a ellos les da la gana, como si fuese una gran fiesta abierta para todo el mundo y ¿por qué no? Hemos llegado a un punto en que ya ni siquiera es un tema de dinero, se trata de un problema de espacio, de tener la boda que nosotros
queríamos. Nos imaginábamos una boda de unas ciento cincuenta personas, y ahora ya casi estamos cerca de los trescientos invitados. —Suspiró—. Solo es un día. ¡Un solo día! Marley intenta conservar la cordura, pero le cuesta mucho porque la verdad es que yo solo... —Se echó a reír, sacudiendo la cabeza, y luego nos miró fijamente—. La verdad es que hay muchos detalles que me importan una mierda. Por una vez en mi vida, no tengo que controlarlo todo. Me traen sin cuidado nuestros colores o los detalles de boda que vayamos a regalarles a los invitados. No me importan las flores. Lo único que me importa es todo lo que viene después. Me importa que voy a estar follándomela una semana entera en las islas Fiyi y luego estaremos casados para siempre. Eso es lo que importa. Tal vez debería dejar que lo cancelara todo y casarme con ella este fin de semana para poder llegar a la parte de estar follando las veinticuatro horas lo antes posible.
Abrí la boca para protestar, para decirle a Ryder que estaba segura de que todas las parejas atravesaban aquella clase de crisis, pero la verdad era que no tenía ni idea. Incluso en la boda de Jake —en la que había sido su padrin@—, lo único que mantuvo mi interés durante la ceremonia fue la idea de encerrarme en el guardarropa con las dos damas de honor.
No le había prestado especial atención a los aspectos más sentimentales del día. Así que cerré la boca, frotándomela con la palma de la mano y sintiendo que una oleada de autocompasión se apoderaba de mí. Mierda. Ya echaba de menos a Santana, y estar en compañía de mis dos mejores amigos, cuya vida era tan... estable, me resultaba duro. No es que sintiera que tenía que ponerme al mismo nivel que ellos, nada de eso; simplemente, quería tener la tranquilidad de saber que podía salir un rato con mis amigos y volver a casa junto a ella. Echaba de menos la comodidad de su compañía, la forma en que me escuchaba con tanta atención, saber que decía cualquier cosa que se le pasaba por la cabeza cuando estaba conmigo, algo que me percaté de que no hacía con nadie más. La amaba por ser ella misma de una forma tan salvajemente auténtica: por ser tan vitalista, tan segura de sí misma, tan curiosa y tan inteligente. Y echaba de menos su cuerpo, obtener el placer que me procuraba y, joder..., darle a ella todo el
placer posible, sin fin.
Quería acostarme con ella en la cama por las noches y pasar por la terrible experiencia de tener que planear una boda. Lo quería todo.
—No os fuguéis —dije, al fin—. Ya sé que no sé una puta mierda de todo eso y estoy segura de que mi opinión te importa un huevo, pero estoy segura de que todas las bodas parecen un puto desastre en un momento u otro.
—Es que es un trabajazo inmenso para un solo día —murmuró Ryder—. La vida sigue más allá de ese momento puntual en el tiempo.
Puck chasqueó la lengua, levantando su copa, y luego se lo pensó dos veces y volvió a dejarla encima de la mesa, antes de echarse a reír otra vez, más fuerte todavía. Los dos nos volvimos a mirarlo.
—Antes parecías un zombi, Puck —señalé—, pero es que ahora pareces un puto payaso de esos que dan miedo. Todos estamos contando intimidades: a mí Santana me ha roto el corazón y Ryder se enfrenta a la eterna la locura de tener que organizar una boda. Te toca a ti.
Negó con la cabeza y sonrió a su jarra vacía de cerveza.
—Muy bien. —Le hizo un gesto a Maddie para que le sirviera otra Guinness—. Pero Ryder, esta noche estás aquí solo en calidad de amigo mío, no como jefe de Quinn, ¿entendido?
Ryder asintió con la cabeza y arrugó la frente.
—Por supuesto.
Puck se encogió de hombros y murmuró:
—Bueno, muchachos, resulta que voy a ser papá.
El relativo silencio del que habíamos estado disfrutando parecía un caos ensordecedor en comparación con el vacío que siguió a continuación. Ryder y yo nos quedamos paralizados y luego intercambiamos una breve mirada.
—¿Puck? —preguntó Ryder, con una delicadeza nada propia de él—. ¿Quinn está embarazada?
—Sí, amigo. —Puck levantó la vista, con las mejillas sonrosadas y los ojos muy abiertos—. Va a tener a mi hijo.
Ryder siguió observándolo, probablemente para tratar de analizar cada una de las reacciones en el rostro de Puck.
—Eso es bueno —dije con cautela—. ¿Verdad? ¿Es una buena noticia?
Puck asintió con la cabeza, parpadeando sin cesar.
—Es alucinante, joder. Lo que pasa es que... estoy acojonado, la verdad.
—¿De cuánto está? —preguntó Ryder.
—De poco más de tres meses. —Aunque los dos reaccionamos con cara de estupor, levantó la mano y asintió con la cabeza—. Ha estado muy estresada últimamente y pensó... — Sacudiendo la cabeza, continuó diciendo—: Se hizo la prueba este fin de semana, pero no ha sabido hasta hoy de cuánto estaba. Pero hoy, cuando os he dicho que salía para una reunión..., hemos ido a que le hicieran una ecografía para medir al bebé. — Se apretó las palmas de las manos contra los ojos—. ¡Al bebé! Joder, acabo de enterarme de que Quinn está embarazada y hoy he visto nada menos que ¡a un bebé ahí dentro! Quinn ya está lo bastante avanzada para que el técnico de ultrasonido viese que es una niña, pero no lo sabremos con seguridad hasta dentro de un par de meses. Es solo que... me parece increíble.
—Puck, ¿por qué coño estás aquí con nosotros? —pregunté, riéndome
—. ¿No deberías estar en casa brindando y eligiendo nombres?
Sonrió.
—Quinn quería estar un rato sin mí, creo. He estado insoportable estos últimos días, quería renovar el puto apartamento y hablar de cuándo nos vamos a casar y toda esa mierda. Creo que quería decírselo a Marley. Además, vamos a salir a celebrarlo mañana. —Se quedó callado y arrugó la frente con gesto preocupa do al decir aquello—. Pero ahora que el día de hoy se ha acabado, estoy derrotado.
—Pero ¿no estarás preocupado por todo esto, verdad? —preguntó Ryder, estudiando el gesto de Puck—. Quiero decir, es alucinante. ¡Tú y Quinn vais a ser padres!
—No, son solo las mismas preocupaciones que estoy seguro que tiene todo el mundo —dijo Puck, pasándose la mano por la boca—. ¿Seré un buen padre? Quinn no bebe a menudo, pero ¿habremos hecho algo estos últimos tres meses que pueda haberle hecho daño al bebé? Y cuando mi semilla gigante se expanda ahí dentro, ¿estará bien la pequeña Quinn?
Ya no pude contenerme por más tiempo. Me puse de pie y levanté a Puck de la silla para darle un enorme abrazo. Estaba tan enamorado de Quinn que no podía pensar con claridad cuando la tenía cerca. Y aunque la mayoría de las veces me metía con él precisamente por eso, era un espectáculo digno de ver. Sin que él tuviera que decirlo, sabía que Puck estaba listo para aquello, listo para sentar la cabeza y ser un devoto padre y esposo.
—Vas a ser un padre increíble, Puck. En serio, enhorabuena.
Di un paso atrás y vi a Ryder ponerse de pie, estrechar la mano de Puck y luego fundirse en un breve abrazo.
«Hostia puta», me dije.
De repente, me sentí abrumada por la enormidad de todo aquello y me desplomé en la silla. Eso, lo que estaba pasando allí, era la vida. Aquello era el comienzo de la vida para nosotros: celebrar una boda, formar una familia y tomar la decisión de dar un paso adelante y convertirte en una verdadera persona para alguien. No se trataba de los putos trabajos que teníamos ni de ir por ahí buscando emociones y experiencias ni nada de eso. La vida se construía a partir de los ladrillos que componían aquellas relaciones, de los momentos trascendentales en que les decías a tus dos mejores amigos que estabas a punto de tener un hijo.
Saqué el móvil y le envié a Santana un mensaje:
«Ya solo puedo pensar en ti».
Supongo que mi madre o yo podríamos haber puesto un espejo curvo en algún momento, pero nunca lo hicimos. Mamá decía que le gustaba usar el claxon en ese punto, que le gustaba ese momento de fe, cuando se sabía mis horarios de entrada y salida a la casa, y conocía esa curva tan bien que no necesitaba ver lo que había al otro lado para saber que no había ningún peligro.
El caso es que yo nunca llegué a decidir si me gustaba u odiaba esa sensación. Odiaba tener que confiar en que no hubiese ningún obstáculo, odiaba no saber qué era lo que me deparaba el otro lado de la cuesta, pero me encantaba el momento de euforia en que el coche se lanzaba cuesta abajo, con el camino despejado y libre.
Santana hacía que sintiera exactamente eso. Ella era mi curva peligrosa, mi cuesta misteriosa, y no conseguía librarme de la sospecha persistente de que me había lanzado algo desde el otro lado de la cuesta que se estrellaría a ciegas contra mí. Sin embargo, cuando estaba con ella, lo bastante cerca para tocarla, besarla y oír todas sus teorías disparatadas sobre la virginidad y el amor, me daba cuenta de que nunca había sentido una combinación tan poderosa de serenidad, euforia y ansia. En estos momentos, dejaba de preocuparme por si acabaríamos estrellándonos o no.
Quería pensar que su actitud de esa noche no era más que un pequeño tropiezo, una curva peligrosa que pronto se enderezaría, y que mi relación con ella no había terminado antes de empezar. Tal vez fuese porque era aún muy joven. Traté de recordarme a mí misma a los veinticuatro años y la verdad es que solo veía a una joven bastante idiota, trabajando unas horas imposibles en el laboratorio y luego pasando una noche loca tras otra en compañía de una mujer distinta cada vez. En ciertos aspectos, a sus veinticuatro años Santana era una mujer mucho más madura de lo que lo había sido yo en toda mi vida; era como si ni siquiera perteneciésemos a la
misma especie.
Tenía razón la vez que dijo, hacía tanto tiempo, que siempre había sabido cómo ser una adulta y necesitaba aprender a ser una niña. Bien, pues acababa de tener su primer encontronazo inmaduro con una total falta de comunicación.
«Bien hecho, Ciruela.»
Había metido a Kitty en un taxi y vuelto al trabajo hacia las ocho, con la intención de ponerme al día con la lectura atrasada y dejar descansar la cabeza durante unas horas. Sin embargo, cuando pasaba por el despacho de Puck de camino al mío, vi que la luz estaba encendida y él aún estaba dentro.
—¿Qué estás haciendo aquí todavía? —le pregunté, entrando en el interior de la habitación y apoyándome en el quicio de la puerta.
Puck levantó la cabeza de donde la tenía apoyada, entre las manos.
—Quinn está con Marley y he decidido quedarme a trabajar hasta un poco más tarde.
Me miró y torció la comisura de los labios hacia abajo
— . Y yo que pensaba que tú te habías ido hacía horas. ¿Por qué has vuelto? Hoy es martes...
Nos miramos el uno al otro durante unos segundos, la pregunta implícita suspendida en el aire entre ambos. Había pasado tanto tiempo desde el último martes que había estado con Kitty que creo que ni siquiera el propio Puck sabía lo que me estaba preguntando exactamente.
—He visto a Kitty hoy —admití—. Antes, solo un momento.
Arqueó las cejas con gesto irritado, pero levanté la mano y seguí explicándome:
—Le pedí que nos viéramos para tomar una copa después del trabajo...
—En serio, Brittany , eres una auténtica cabronaz...
—Para cortar definitivamente con ella, idiota —le solté, frustrada— .A pesar de que nunca habíamos ido en serio, quería que supiera que lo nuestro ha terminado. Hace siglos que no nos vemos, pero sigue llamándome todos los lunes para ver si quedamos. El hecho de que aún crea que hay alguna posibilidad hace que me sienta como si hubiera estado engañando a Santana.
El mero hecho de decir su nombre en voz alta hizo que se me encogiera el estómago. La manera en que nos habíamos despedido esa noche había sido desastrosa. Nunca la había visto tan distante, tan reservada. Apreté la mandíbula, mirando a la pared. Sabía que me había mentido, lo que no sabía era por qué.
La silla de Puck crujió cuando se reclinó hacia atrás.
—Entonces, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Dónde está tu Santana?
Lo miré de repente, despertando de mi ensimismamiento, y me fijé por primera vez en su aspecto. Parecía cansado y nervioso..., y no parecía en absoluto el Puck que yo conocía, incluso al final de un largo día de trabajo.
—¿Qué te pasa? —le pregunté en lugar de responderle—. Parece que te hayan dado una paliza.
Al final, se echó a reír y sacudió la cabeza.
—Amiga mía, ni te lo imaginas... Anda, vamos a recoger a Ryder y a tomarnos una cerveza.
Llegamos al bar antes que Ryder, pero no mucho antes. En cuanto nos sentamos en una mesa en la parte del fondo, cerca de los dardos y de la máquina de karaoke averiada, Ryder entró vestido todavía con su traje oscuro de ejecutivo y un aspecto de agotamiento tan absoluto que me pregunté cuánto íbamos a tardar en caer rendidos los tres.
—Desde luego, últimamente me estás haciendo beber como un cosaco los días de entre semana, Brittany —murmuró Ryder mientras tomaba asiento.
—Pues pídete un refresco —le dije.
Ambos miramos a Puck, esperando oír la perorata habitual con la que, medio en broma medio en serio, nos sermoneaba con palabras casi ininteligibles sobre el sacrilegio que constituía pedirse una Coca-Cola light en un pub inglés, pero se quedó inusitadamente callado e impasible, mirando la carta, y luego pidió lo que pedía siempre: una pinta de Guinness, una hamburguesa con queso y patatas fritas.
Maddie nos tomó nota a todos y desapareció. Volvíamos a estar allí reunidos un martes por la noche y, al igual que antes, el bar estaba prácticamente vacío. Una extraña calma parecía dominar nuestra mesa, como si ninguno de nosotros tuviese fuerzas suficientes para dar caña a ninguno de los otros.
—Oye, en serio, ¿se puede saber qué te pasa? —le pregunté a Puck de nuevo. Me dedicó una sonrisa de las suyas, pero luego negó con la cabeza.
—Vuelve a preguntármelo cuando me haya pimplado dos cervezas. —
Sonrió a Maddie mientras esta dejaba las bebidas en la mesa y le guiñó un ojo
—. Gracias, cielo.
—El mensaje de Puck decía que estamos convocados a una reunión en el bar de Maddie para una noche de chicas —dijo Ryder, y luego se tomó un sorbo de cerveza—. Así que, ¿de cuál de las mujeres de Brittany vamos a hablar esta noche?
—Ahora solo hay una mujer en mi vida —murmuré—. Y Santana ha puesto punto final a lo nuestro hace un rato, así que supongo que técnicamente no hay ninguna mujer. —Vi que los dos hombres se miraban entre sí con gesto de preocupación—. Me ha dicho, básicamente, que no quería seguir con esto.
—Joder —murmuró Puck, frotándose la cara con las manos.
—El caso es que yo creo que no tiene ni puta idea de lo que quiere — añadí.
—Brittany ... —me advirtió Ryder.
—No —dije, interrumpiéndolo y sintiendo una súbita oleada de alivio, porque cuantas más vueltas le daba, más convencida estaba. Sí, se había cabreado esa noche en su casa, y yo todavía no tenía la menor idea de por qué, pero me acordé de cómo habíamos hecho el amor, en mitad de la noche, y del hambre que vi en sus ojos, no solo de deseo, sino como certeza de que estaba empezando a necesitarme—. Sé que ella también siente lo mismo que yo. Algo pasó entre nosotras este fin de semana —les dije—. El sexo siempre ha sido increíble, pero en casa de sus padres fue la hostia de
intenso.
Ryder sufrió un ataque de tos.
—Perdón. ¿Has dicho que tuvisteis relaciones sexuales en casa de sus padres?
Preferí creer que su tono ambiguo significaba que estaba impresionado, así que continué hablando.
—Creo que estuvo a punto de admitir que entre nosotras había algo más que sexo y amistad.
Me llevé el vaso de agua a los labios y tomé un sorbo
—. Pero a la mañana siguiente se cerró como una ostra. Se está autoconvenciendo de
que no quiere saber nada de mí.
Los dos hombres murmuraron una expresión de comprensión y se quedaron pensativos.
—¿Llegasteis a decidir en algún momento que ninguna de las dos saldría con otras personas? —preguntó Ryder al fin—. Lo siento si no sigo muy bien la evolución de esta relación, la verdad. Siempre dejas un reguero muy confuso de mujeres a tu paso.
—Ella sabía que yo quería que no saliéramos con terceras personas, pero yo accedí a mantener la relación abierta porque eso es lo que quería ella. Para mí, Santana es la mujer de mi vida —dije, y me traía sin cuidado si me metían toda la caña del mundo por estar tan colada por ella. Me lo merecía, y lo más gracioso era que me gustaba estar colada—. Vosotros lo dijisteis, y no tengo ningún problema en admitir que teníais razón. Es divertida y guapa. Es sexy e increíblemente brillante. A ver, que para mí solo existe ella. Tengo que pensar que lo de hoy solo ha sido una nube de verano o de lo contrario probablemente empezaré a dar puñetazos a la pared hasta romperme la mano.
Ryder se rió y levantó su copa para entrechocarla con la mía.
—Entonces, brindemos porque Santana entre en razón.
Puck también levantó su copa, pues sabía que no había nada que pudiera añadir. Se encogió de hombros con aire de disculpa, como si de algún modo todo aquello fuese culpa suya simplemente por haberme deseado el peor mal de amores del mundo apenas un par de meses antes.
Tras mi breve discurso, volvió a imponerse el silencio y, con él, el sombrío estado de ánimo de antes. Me esforcé por no dejarme arrastrar por él. Por supuesto que me preocupaba no ser capaz de recuperar a Santana. Desde el momento en que me había deslizado los dedos por debajo de la camisa en el dormitorio de aquella fiesta, ya no podía haber ninguna otra mujer más que ella para mí.
Joder, puede que incluso antes de entonces. Creo que me sedujo para siempre desde el momento en que le puse el gorro de lana sobre su adorable y alborotada cabeza, recién levantada de la cama, la primera vez que salimos a correr.
Sin embargo, a pesar de mi certeza de que había mentido sobre sus sentimientos y de que sentía algo por mí, volvieron a asaltarme las dudas. ¿Por qué había mentido? ¿Qué ocurrió entre el momento que hicimos literalmente el amor aquella noche y cuando nos subimos en el coche a la mañana siguiente?
Ryder interrumpió mi hilo de pensamientos lúgubres contándonos sus propias penas.
—Bueno, pues ya que estamos sacando a la luz todos nuestros sentimientos, supongo que me toca a mí compartir los míos. La boda nos está volviendo locos a los dos. Todos los miembros de nuestra familia van a viajar a San Diego para la ceremonia, y cuando digo todos, me refiero absolutamente a todos: tías abuelas lejanas, primos segundos y gente a la que no he visto desde que tenía cinco años. Lo mismo por la parte de de
Marley.
—Eso está muy bien —dije y acto seguido recapacité al ver la expresión asesina de Ryder —. ¿No es bueno que la gente acepte tu invitación?
—Supongo que sí, pero es que muchas de esas personas no han sido invitadas. Su familia viene sobre todo de Dakota del Norte, y la mía está desperdigada por todo Canadá, Michigan e Illinois. Todos están buscando una razón para disfrutar de unas vacaciones en la costa. — Sacudiendo la cabeza, continuó—: Así que anoche Marley decidió que en vez de una boda normal, quería fugarse. Quería cancelarlo todo, y está tan empeñada que me temo que va a llamar al hotel para anular el banquete y entonces sí que la habremos cagado bien cagada.
—No sería capaz de hacer eso, tío —murmuró Puck, despertando de su insólito ensimismamiento—. ¿O sí?
Ryder se deslizó las manos por el pelo y apretó los puños, con los codos plantados sobre la mesa.
—Pues si te digo la verdad, no lo sé. Todo este asunto se está convirtiendo en una bola enorme, y hasta yo creo que se nos empieza a ir de las manos. Toda nuestra familia está invitando a quienes a ellos les da la gana, como si fuese una gran fiesta abierta para todo el mundo y ¿por qué no? Hemos llegado a un punto en que ya ni siquiera es un tema de dinero, se trata de un problema de espacio, de tener la boda que nosotros
queríamos. Nos imaginábamos una boda de unas ciento cincuenta personas, y ahora ya casi estamos cerca de los trescientos invitados. —Suspiró—. Solo es un día. ¡Un solo día! Marley intenta conservar la cordura, pero le cuesta mucho porque la verdad es que yo solo... —Se echó a reír, sacudiendo la cabeza, y luego nos miró fijamente—. La verdad es que hay muchos detalles que me importan una mierda. Por una vez en mi vida, no tengo que controlarlo todo. Me traen sin cuidado nuestros colores o los detalles de boda que vayamos a regalarles a los invitados. No me importan las flores. Lo único que me importa es todo lo que viene después. Me importa que voy a estar follándomela una semana entera en las islas Fiyi y luego estaremos casados para siempre. Eso es lo que importa. Tal vez debería dejar que lo cancelara todo y casarme con ella este fin de semana para poder llegar a la parte de estar follando las veinticuatro horas lo antes posible.
Abrí la boca para protestar, para decirle a Ryder que estaba segura de que todas las parejas atravesaban aquella clase de crisis, pero la verdad era que no tenía ni idea. Incluso en la boda de Jake —en la que había sido su padrin@—, lo único que mantuvo mi interés durante la ceremonia fue la idea de encerrarme en el guardarropa con las dos damas de honor.
No le había prestado especial atención a los aspectos más sentimentales del día. Así que cerré la boca, frotándomela con la palma de la mano y sintiendo que una oleada de autocompasión se apoderaba de mí. Mierda. Ya echaba de menos a Santana, y estar en compañía de mis dos mejores amigos, cuya vida era tan... estable, me resultaba duro. No es que sintiera que tenía que ponerme al mismo nivel que ellos, nada de eso; simplemente, quería tener la tranquilidad de saber que podía salir un rato con mis amigos y volver a casa junto a ella. Echaba de menos la comodidad de su compañía, la forma en que me escuchaba con tanta atención, saber que decía cualquier cosa que se le pasaba por la cabeza cuando estaba conmigo, algo que me percaté de que no hacía con nadie más. La amaba por ser ella misma de una forma tan salvajemente auténtica: por ser tan vitalista, tan segura de sí misma, tan curiosa y tan inteligente. Y echaba de menos su cuerpo, obtener el placer que me procuraba y, joder..., darle a ella todo el
placer posible, sin fin.
Quería acostarme con ella en la cama por las noches y pasar por la terrible experiencia de tener que planear una boda. Lo quería todo.
—No os fuguéis —dije, al fin—. Ya sé que no sé una puta mierda de todo eso y estoy segura de que mi opinión te importa un huevo, pero estoy segura de que todas las bodas parecen un puto desastre en un momento u otro.
—Es que es un trabajazo inmenso para un solo día —murmuró Ryder—. La vida sigue más allá de ese momento puntual en el tiempo.
Puck chasqueó la lengua, levantando su copa, y luego se lo pensó dos veces y volvió a dejarla encima de la mesa, antes de echarse a reír otra vez, más fuerte todavía. Los dos nos volvimos a mirarlo.
—Antes parecías un zombi, Puck —señalé—, pero es que ahora pareces un puto payaso de esos que dan miedo. Todos estamos contando intimidades: a mí Santana me ha roto el corazón y Ryder se enfrenta a la eterna la locura de tener que organizar una boda. Te toca a ti.
Negó con la cabeza y sonrió a su jarra vacía de cerveza.
—Muy bien. —Le hizo un gesto a Maddie para que le sirviera otra Guinness—. Pero Ryder, esta noche estás aquí solo en calidad de amigo mío, no como jefe de Quinn, ¿entendido?
Ryder asintió con la cabeza y arrugó la frente.
—Por supuesto.
Puck se encogió de hombros y murmuró:
—Bueno, muchachos, resulta que voy a ser papá.
El relativo silencio del que habíamos estado disfrutando parecía un caos ensordecedor en comparación con el vacío que siguió a continuación. Ryder y yo nos quedamos paralizados y luego intercambiamos una breve mirada.
—¿Puck? —preguntó Ryder, con una delicadeza nada propia de él—. ¿Quinn está embarazada?
—Sí, amigo. —Puck levantó la vista, con las mejillas sonrosadas y los ojos muy abiertos—. Va a tener a mi hijo.
Ryder siguió observándolo, probablemente para tratar de analizar cada una de las reacciones en el rostro de Puck.
—Eso es bueno —dije con cautela—. ¿Verdad? ¿Es una buena noticia?
Puck asintió con la cabeza, parpadeando sin cesar.
—Es alucinante, joder. Lo que pasa es que... estoy acojonado, la verdad.
—¿De cuánto está? —preguntó Ryder.
—De poco más de tres meses. —Aunque los dos reaccionamos con cara de estupor, levantó la mano y asintió con la cabeza—. Ha estado muy estresada últimamente y pensó... — Sacudiendo la cabeza, continuó diciendo—: Se hizo la prueba este fin de semana, pero no ha sabido hasta hoy de cuánto estaba. Pero hoy, cuando os he dicho que salía para una reunión..., hemos ido a que le hicieran una ecografía para medir al bebé. — Se apretó las palmas de las manos contra los ojos—. ¡Al bebé! Joder, acabo de enterarme de que Quinn está embarazada y hoy he visto nada menos que ¡a un bebé ahí dentro! Quinn ya está lo bastante avanzada para que el técnico de ultrasonido viese que es una niña, pero no lo sabremos con seguridad hasta dentro de un par de meses. Es solo que... me parece increíble.
—Puck, ¿por qué coño estás aquí con nosotros? —pregunté, riéndome
—. ¿No deberías estar en casa brindando y eligiendo nombres?
Sonrió.
—Quinn quería estar un rato sin mí, creo. He estado insoportable estos últimos días, quería renovar el puto apartamento y hablar de cuándo nos vamos a casar y toda esa mierda. Creo que quería decírselo a Marley. Además, vamos a salir a celebrarlo mañana. —Se quedó callado y arrugó la frente con gesto preocupa do al decir aquello—. Pero ahora que el día de hoy se ha acabado, estoy derrotado.
—Pero ¿no estarás preocupado por todo esto, verdad? —preguntó Ryder, estudiando el gesto de Puck—. Quiero decir, es alucinante. ¡Tú y Quinn vais a ser padres!
—No, son solo las mismas preocupaciones que estoy seguro que tiene todo el mundo —dijo Puck, pasándose la mano por la boca—. ¿Seré un buen padre? Quinn no bebe a menudo, pero ¿habremos hecho algo estos últimos tres meses que pueda haberle hecho daño al bebé? Y cuando mi semilla gigante se expanda ahí dentro, ¿estará bien la pequeña Quinn?
Ya no pude contenerme por más tiempo. Me puse de pie y levanté a Puck de la silla para darle un enorme abrazo. Estaba tan enamorado de Quinn que no podía pensar con claridad cuando la tenía cerca. Y aunque la mayoría de las veces me metía con él precisamente por eso, era un espectáculo digno de ver. Sin que él tuviera que decirlo, sabía que Puck estaba listo para aquello, listo para sentar la cabeza y ser un devoto padre y esposo.
—Vas a ser un padre increíble, Puck. En serio, enhorabuena.
Di un paso atrás y vi a Ryder ponerse de pie, estrechar la mano de Puck y luego fundirse en un breve abrazo.
«Hostia puta», me dije.
De repente, me sentí abrumada por la enormidad de todo aquello y me desplomé en la silla. Eso, lo que estaba pasando allí, era la vida. Aquello era el comienzo de la vida para nosotros: celebrar una boda, formar una familia y tomar la decisión de dar un paso adelante y convertirte en una verdadera persona para alguien. No se trataba de los putos trabajos que teníamos ni de ir por ahí buscando emociones y experiencias ni nada de eso. La vida se construía a partir de los ladrillos que componían aquellas relaciones, de los momentos trascendentales en que les decías a tus dos mejores amigos que estabas a punto de tener un hijo.
Saqué el móvil y le envié a Santana un mensaje:
«Ya solo puedo pensar en ti».
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Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
sigo con lo mismo tiene que hablar las dos juntas,..
bueno britt ya lo reconoció para ella y el resto lo dijo en vos alta!! es asimilarlo ahora le toca demostrarle a san lo que siente.. va si la deja!!!
que se escapen para la boda y se vallan para cualquier lado!!!! jajja
futuro bebe!!! completa las tres faces de las parejas,.. ( unos que se casan,.. otros con bebes,.. y principio del ameur jajajaja)
PD; muy buen tema!!! me gusto!
bueno britt ya lo reconoció para ella y el resto lo dijo en vos alta!! es asimilarlo ahora le toca demostrarle a san lo que siente.. va si la deja!!!
que se escapen para la boda y se vallan para cualquier lado!!!! jajja
futuro bebe!!! completa las tres faces de las parejas,.. ( unos que se casan,.. otros con bebes,.. y principio del ameur jajajaja)
PD; muy buen tema!!! me gusto!
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Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
3:) escribió:sigo con lo mismo tiene que hablar las dos juntas,..
bueno britt ya lo reconoció para ella y el resto lo dijo en vos alta!! es asimilarlo ahora le toca demostrarle a san lo que siente.. va si la deja!!!
que se escapen para la boda y se vallan para cualquier lado!!!! jajja
futuro bebe!!! completa las tres faces de las parejas,.. ( unos que se casan,.. otros con bebes,.. y principio del ameur jajajaja)
PD; muy buen tema!!! me gusto!
Sip parece que fueran faces por las que debe pasar. Hay que reconocer que esta haciendo las cosas muy bien, ahora solo falta que se arreglen los malos entendidos, jajajajajaj pues bueno no pidas tanto,, vamos a ver a lo que estan dispuestas, ojala se arreglen y rapido por que ya solo quedan 2 capitulos.....
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
Capitulo 19
Cuando yo era pequeña, volvía loca a toda mi familia al permanecer insomne durante días antes de cualquier fiesta o gran acontecimiento. Nadie entendía por qué me sucedía. Mi madre, agotada, se sentaba conmigo noche tras noche, rogándome que me fuese a la cama.
—Sanny —decía—, cariño, si te vas a la cama la Navidad llegará antes. El tiempo avanza más deprisa cuando duermes.
Sin embargo, a mí no me lo parecía.
—No puedo dormir —insistía—. Tengo demasiadas cosas en la cabeza. Mis pensamientos no quieren ir más despacio.
Me pasaba despierta y nerviosa la cuenta atrás de los cumpleaños y vacaciones, recorriendo los pasillos de nuestra gran casa cuando debía estar durmiendo en mi cuarto. Era una mala costumbre que nunca había dejado atrás.
El sábado no era Navidad ni el primer día de las vacaciones de verano, pero yo contaba cada día e incluso cada minuto como si lo fuera. Porque, por muy patético que sonase, y por mucho que detestase estar deseando que llegara ese momento, sabía que vería a Brittany. Ese pensamiento me bastaba para pasarme las noches despierta junto a la ventana, contando una y otra vez las farolas que había hasta su edificio.
Siempre había oído que la primera semana después de una ruptura era la peor. Esperaba que fuese cierto. Porque recibir el mensaje de Brittany el martes por la noche, «Ya solo puedo pensar en ti», fue una auténtica tortura.
¿Podía haberse equivocado de número, o dijo eso porque acabó sola, o porque estaba con otra mujer, pero pensando en mí? No tenía derecho a estar enfadada, y mi indignación inicial al imaginarla mandándome un mensaje mientras estaba con Kitty se desvaneció enseguida. Al fin y al cabo, yo también le había mandado mensajes cuando salía con Mike. Lo peor era que, en realidad, no tenía a nadie a quien contárselo.
Bueno, lo tenía, pero yo solo quería a Brittany.
Estaba a punto de anochecer el viernes mientras recorría a pie las últimas manzanas para reunirme con Marley y Quinn para tomar algo. Llevaba toda la semana tratando de poner al mal tiempo buena cara, pero me sentía muy desdichada y empezaba a notarse. Se me veía cansada. Se me veía triste. Se me veía exactamente tal como me sentía. La echaba tanto de menos que lo notaba con cada respiración. Tanto que notaba pasar cada segundo desde que la había visto por última vez.
El Bathtub Gin era un pequeño bar de Chelsea al estilo de los locales clandestinos que proliferaron en los años veinte. Los visitantes se encontraban con una fachada común y corriente que tenía las palabras «Stone Street Coffee» pintadas en la parte superior. Si no estabas seguro de lo que buscabas o pasabas por allí entre semana, cuando no había una larga cola de gente en la calle, podía pasarte inadvertido. Pero si sabías que
estaba allí, iluminado por una sola bombilla roja, encontrabas la puerta correcta, una puerta que se abría a un club típico de la Ley Seca, con su tenue iluminación, su música de jazz e incluso una gran bañera de cobre en el centro.
Encontré a Marley y Quinn sentadas en la barra. Ya tenían delante sus bebidas, y a su lado a un hombre moreno y guapísimo.
—Hola, chicos —dije, deslizándome en el taburete que había junto a ellos—. Siento llegar tarde.
Los tres se volvieron y me miraron de arriba abajo antes de que el hombre dijese:
—Oh, cariño, cuéntamelo todo del hombre que te hizo esto.
Parpadeé entre ellos, confusa:
—Pues..., hola, soy Santana.
—Ignóralo —dijo Marley, pasándome la carta—. Todas lo hacemos. Y pide una copa antes de hablar. Me da la sensación de que te vendría muy bien.
El hombre misterioso se mostró adecuadamente ofendido, y los tres discutieron entre sí mientras yo repasaba los diversos cócteles y vinos. Elegí lo primero que pareció encajar con mi estado de ánimo.
—Tomaré un tomahawk —le dije al camarero, y vi de reojo que Quinn y Marley se miraban sorprendidas.
—Conque así estamos. Ya veo —dijo Marley, pidiendo con un gesto otra copa.
A continuación me cogió de la mano y nos dirigimos todos a una mesa. En cualquier otra situación, probablemente me habría limitado a sostener mi cóctel durante la mayor parte de la noche y absorber el consuelo proporcionado por la decisión de pillar una cogorza. Sin embargo, quería correr al día siguiente, y de ningún modo pensaba hacerlo con resaca.
—Por cierto, Santana —dijo Marley, indicando con un gesto al hombre, que en ese momento me miraba con ojos curiosos y divertidos—. Este es Kurt Hummel, el ayudante de Quinn. Kurt, esta es la adorable Santana López que pronto estará borracha y/o caída de morros sobre la mesa.
—Así que no aguantas la bebida —dijo Kurt, y señaló a Marley con un gesto de la cabeza—: ¿Y qué estás haciendo con esta borrachuza? Debería llevar un cartel de
peligro para las chicas como tú.
—Kurt, ¿te gustaría que te metiese el tacón por el culo? —preguntó Marley.
Kurt apenas parpadeó.
—¿El tacón entero?
—Asqueroso —gruñó Marley.
Kurt se echó a reír.
—Mentirosa.
Quinn se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre la mesa.
—Ignóralos. Es como mirar a Ryder y Marley, aunque ellos preferirían cepillarse a Ryder que el uno al otro.
—Ya —murmuré mientras una camarera colocaba nuestras bebidas sobre la mesa. Bebí de la pajita con gesto vacilante—. ¡Ay, mierda! —exclamé entre toses, con la garganta en llamas.
Casi vacié un vaso entero de agua mientras Quinn me miraba de arriba abajo.
—Bueno, ¿qué pasa? —preguntó.
—¡Cómo pica esta bebida!
—No se refiere a eso —dijo Marley sin rodeos.
Miré mi copa y traté de concentrarme en las minúsculas motas de pimentón que flotaban en la superficie y no en el agujero que notaba en las entrañas.
—¿Habéis hablado con Brittany últimamente?
Todos negaron con la cabeza, pero Kurt se animó: —¿Brittany Pierce? —quiso dejar claro—. ¿Te estás tirando a Pierce? ¡La madre que te parió! —Le hizo otro gesto a la camarera—. Vamos a necesitar otra copa, preciosa. Traiga la botella entera.
—La verdad es que no he hablado con ella desde el lunes —dijo Quinn.
—El martes por la tarde —intervino Marley, señalándose el pecho—.Pero sé que ha tenido una semana de locos.
—Oh, oh —dijo Quinn—. ¿No se fue contigo a casa de tus padres el fin de semana?
Kurt inspiró de golpe.
—¡Hostia!
Y ahora yo era esa chica, la de la historia de la ruptura que ni siquiera quería tener en mi cabeza, y mucho menos compartirla tomando unas copas. ¿Cómo explicar que las cosas habían sido perfectas ese fin de semana? ¿Que me había creído todo lo que ella dijo? ¿Que me había...? Me detuve, y las palabras se endurecieron como hormigón en mis pensamientos.
—Santana, cariño —me dijo Quinn, apoyándome la mano en el antebrazo.
—Me siento como una idiota.
—Nena —dijo Marley, con los ojos llenos de preocupación—. Ya sabes que no tienes que hablar de ello si no quieres.
—¡Y una mierda! —saltó Kurt—. ¿Cómo se supone que vamos a hacerle la vida imposible a Brittany si no conocemos cada sórdido detalle? De todas formas, deberíamos empezar por el principio e ir avanzando hacia el horror. Primera pregunta: ¿tiene la polla tan increíble como me han dicho? Y los dedos..., ¿de verdad son mágicos? —Se acercó más y susurró—: Y se rumorea que esa rubia podría ganar un concurso de comer melones, no sé si me entiendes.
—¡Kurt! —gruñó Quinn, y Marley lo fulminó con la mirada, aunque yo esbocé una sonrisa.
—La verdad, no tengo ni idea de lo que quieres decir —susurré a mi vez.
—Si quieres saber de qué hablo —me dijo—, búscalo en YouTube.
—Pero volvamos a la parte en la que Santana está disgustada —dijo Quinn, clavando en Kurt una mirada de falsa severidad.
—Es que... —Inspiré hondo, en busca de palabras—. ¿Qué podéis decirme sobre Kitty?
—¡Oh! —exclamó Marley, apoyándose en el respaldo y echándole un vistazo a Quinn—. ¡Oh!
Me incliné hacia delante con el ceño fruncido.
—¿Qué significa «oh»?
—¿Te refieres a...? O sea, ¿Kitty es una de sus...? —Kurt se interrumpió y agitó la mano en un gesto cargado de significado.
—Sí —dijo Quinn—. Kitty es una de las amantes de Brittany.
Puse los ojos en blanco.
—¿Sabéis si siguen viéndose?
Marley pareció considerar con cuidado su respuesta.
—Bueno, oficialmente no sé que haya cortado con ella —dijo, haciendo una pequeña mueca—. Pero, Santana, ella te adora. Cualquiera puede...
—Pero siguen viéndose —la interrumpí.
Suspiró de mala gana.
—Francamente, no lo sé. Sé que todos la pusimos verde por no haber cortado ya, pero no puedo..., o sea, no puedo decir con seguridad que hayan dejado de verse.
—¿Quinn? —pregunté.
Negando con la cabeza, Quinn murmuró:
—Lo siento, cariño. La verdad es que yo tampoco lo sé.
Me pregunté si era posible que un corazón se rompiese en fracciones. Estaba segura de que lo había oído agrietarse al leer el mensaje de Kitty. Sentí que otro pedazo se rompía cuando Brittany me mintió acerca del martes por la noche. Y durante toda la semana me había sentido herida, había sentido cada minúsculo fragmento que se desprendía, así que me preguntaba qué era lo que seguía latiendo en mi pecho.
—Oí cómo le decía a mi hermano que quería ir en serio con alguien, pero que tenía miedo de cortar con las otras. Pensé que quizá se refería a cortar oficialmente. Las cosas parecían ir muy bien entre nosotras. Pero entonces Kitty le mandó un mensaje —dije—. Yo estaba jugando con su móvil y ella respondió a un mensaje que Brittany debió de enviarle para quedar el martes por la noche.
—¿Por qué no hablaste con ella? —preguntó Marley.
—Quería que me lo dijese ella misma. Brittany siempre ha sido sincera y comunicativa, por lo que supuse que, si la invitaba a cenar en mi casa el martes, me diría que iba a estar con Kitty.
—¿Y? —preguntó Quinn.
Suspiré.
—Dijo que esa noche tenía una cosilla. Una reunión.
—¡Ay! —exclamó Kurt.
—Sí —murmuré—. Así que corté en ese momento. Pero lo hice muy mal porque no tenía ni idea de qué decir. Le dije que las cosas se estaban precipitando demasiado, que yo solo tenía veinticuatro años y no quería nada serio. Que ya no quería seguir.
—Vaya, chica —canturreó Kurt en voz baja—. Cuando quieres cortar, cavas un agujero y lanzas una bomba en él.
Gruñí, apretándome los ojos con las manos.
—Tiene que haber alguna explicación —dijo Quinn—. Brittany no dice que tiene una reunión cuando va a estar con una mujer; simplemente dice que va a estar con una mujer. Santana, nunca la he visto así. Ni siquiera Puck la ha visto nunca así. Está claro que te adora.
—Pero ¿acaso importa eso? —pregunté. Hacía mucho que me había olvidado de mi bebida—. Me mintió sobre la reunión, pero fui yo quien dijo que debíamos mantener una relación abierta. Simplemente, eso significaba para mí la posibilidad de otra persona. Para ella era más de la realidad que ya tenía a mano. Y durante todo el tiempo fue ella quien insistía para que hubiese algo más entre nosotras.
—Habla con ella, Santana —dijo Marley—. Confía en mí. Tienes que darle la oportunidad de explicártelo.
—¿Explicarme qué? —pregunté—. ¿Que seguía viéndose con ella, según las reglas que yo había establecido inicialmente? ¿Y luego qué?
Marley me cogió la mano y la apretó.
—Luego levantas la cabeza y le dices en persona que se vaya a tomar por culo.
Me vestí tan pronto como el primer atisbo de luz apareció al otro lado de la ventana y recorrí en medio de una nube de nervios las diez manzanas que me separaban de Central Park, donde se disputaba la carrera. El circuito entero medía unos veintiún kilómetros y avanzaba serpenteando por los senderos del parque. Habían acordonado varias calles para instalar los camiones y las tiendas de campaña de los patrocinadores. Vi montones de gente, tanto corredores como espectadores.
Aquello era real. Brittany estaría allí, y yo decidiría hablar con ella o limitarme a dejar las cosas como estaban. No sabía si podría soportar ninguna de las dos opciones. Empezaba a amanecer y el aire de la mañana era gélido. Pero tenía la cara caliente y la sangre encendida mientras corría a través de mis arterias y venas, a través de mi corazón, que latía demasiado rápido. Tenía que concentrarme en llenarme los pulmones de aire cada vez y volver a vaciarlos.
No sabía adónde iba ni lo que hacía, pero el evento parecía bien organizado, y en cuanto empecé a acercarme unos carteles me dirigieron hacia el punto en el que tenía que registrarme.
—¿Santana?
Alcé la vista y vi a mi antigua compañera de entrenamiento, a mi antigua amante, de pie ante la mesa de inscripciones, mirándome con una expresión que no supe interpretar. Confiaba en que mi memoria hubiese exagerado lo guapa que era, lo abrumador que resultaba el simple hecho de estar cerca de ella. No era así. Brittany sostuvo mi mirada, y me pregunté si empezaría a reírme sin poderme controlar, si me pondría a llorar, o quizá si echaría a correr en caso de que se acercase más.
—Hola —dijo por fin.
Bruscamente, le tendí la mano como si ella debiese..., ¿qué? ¿Estrechármela? «¡Por el amor de Dios, Santana!», pensé. Pero ya no podía echarme atrás, y mi mano temblorosa permaneció suspendida entre nosotras mientras ella la miraba.
—Oh... vamos... a comportarnos así —murmuró, secándose la palma en los pantalones antes de agarrar mi mano—. Vale, hola. ¿Cómo estás?
Tragué saliva, y en cuanto pude aparté la mano de un tirón.
—Hola. Bien. Estoy bien.
La situación era ridícula, y me dieron ganas de analizarla con Brittany y solo Brittany. De pronto tenía un millón de preguntas acerca del incómodo protocolo para después de las rupturas y sobre si estrecharse la mano era una mala idea siempre o solo en ese momento.
Me incliné como un robot, puse mi nombre en una línea y cogí un paquete de información de manos de una mujer sentada detrás de la mesa. Me estaba dando unas instrucciones que apenas comprendí. Me sentía como si flotase bajo el agua.
Cuando terminé, Brittany seguía allí de pie, con la misma expresión nerviosa y esperanzada.
—¿Necesitas ayuda? —susurró.
Negué con la cabeza.
—Creo que estoy bien.
Era mentira. No tenía ni la más mínima idea de lo que estaba haciendo.
—Tienes que ir a aquella tienda de allí —dijo amablemente, adivinando mis pensamientos a la perfección, como siempre, y poniéndome una mano en el brazo.
Me eché atrás y sonreí con rigidez.
—Ya la veo. Gracias, Brittany.
Mientras el silencio se prolongaba, una mujer en la que ni siquiera me había fijado habló en voz alta:
—Hola —dijo, y vi que sonreía con la mano extendida—. Creo que no nos han presentado formalmente. Soy Kitty.
Las piezas tardaron unos momentos en encajar, y cuando lo hicieron ni siquiera pude contener mi conmoción. Noté que los ojos y la boca se me abrían de par en par. ¿Cómo era Brittany capaz de pensar que aquello podía estar ni remotamente bien? Paseé la vista entre ella y Brittany, y vi enseguida que ella parecía tan sorprendida como yo de encontrársela allí. ¿No la había visto acercarse?
La cara de Brittany habría podido ser la definición misma de «incómoda».
—¡Oh, Dios! —Nos miró a las dos alternativamente antes de murmurar—: Oh, mierda, esto... Hola, Kitty, te presento a... —Me miró y sus ojos se suavizaron—. Te presento a mi Santana.
La miré parpadeando. «¿Qué había dicho?»
—Encantada de conocerte, Santana. Brittany me lo ha contado todo sobre ti.
Sabía que estaban hablando, pero las palabras no parecían infiltrarse en el eco de la frase que resonaba una y otra vez en mi cabeza. «Te presento a mi Santana.» «Te presento a mi Santana.»
Era un error. Simplemente, Brittany se sentía incómoda. Señalé por encima de mi hombro.
—Tengo que irme.
Me di la vuelta y, trastabillando, me alejé de la mesa y me dirigí hacia la tienda de las mujeres.
—¡Santana! —me llamó Brittany, pero no me volví.
Seguía sintiéndome un poco confusa cuando entregué mi información, recogí mi dorsal y caminé hasta un hueco entre el gentío para hacer estiramientos y atarme las zapatillas. Al oír pisadas alcé la mirada, temiendo ya lo que me encontraría. Ver a Kitty allí, de pie, fue peor de lo que creía.
—Brittany es muy especial —dijo, sujetándose el dorsal a la camiseta.
Bajé los ojos e ignoré el fuego que me ardía en el bajo vientre.
—Sí, desde luego.
Se sentó en un banco a poca distancia y empezó a arrancar la etiqueta de una botella de agua.
—¿Sabes? Nunca pensé que fuese a suceder esto. —Kitty sacudió la cabeza, riéndose—. En todo este tiempo no ha parado de utilizar la excusa: «No es por ti. Es que no quiero tener nada con nadie». ¿Y ahora? Ahora que por fin corta conmigo, es porque sí quiere más. Aunque con otra persona.
Me incorporé y la miré a los ojos.
—¿Ha cortado contigo?
—Sí. Bueno —dijo, reflexionando—, esta semana ha cortado de forma oficial, aunque en realidad no nos hemos visto desde... —Alzó la mirada al techo de la tienda, reflexionando—. Desde febrero. Y no ha querido quedar conmigo desde entonces.
No supe qué decir.
—Al menos, ahora sé por qué. —Debí de parecerle completamente pasmada, porque sonrió y se me acercó un poquito—. Porque está enamorada de ti. Y si eres tan increíble como ella parece creer, no lo echarás a perder.
No recuerdo haber cruzado el parque hasta el lugar en el que estaban reunidos los demás corredores.
Mis pensamientos eran vagos y confusos.
«¿Febrero?»
«Entonces solo salíamos a correr...»
«Marzo. Fue entonces cuando Brittany y yo empezamos a acostarnos juntas...»
«El martes por la noche tuvo que quedar con Kitty para cortar con ella cara a cara.»
Como un ser humano decente, como una buena mujer. Cerré los ojos cuando me golpeó toda la fuerza de la verdad: Brittany le dijo todo eso a Kitty incluso después de que yo rompiese con ella.
—¿Estás preparada?
Di un bote y me sorprendí al ver a Brittany junto a mí. Me puso una mano en el brazo, brindándome una sonrisa vacilante.
—¿Estás bien?
Miré a mi alrededor, como si pudiese huir a alguna parte y simplemente... pensar. No estaba preparada para que ella estuviese tan cerca y me hablase como si volviésemos a ser amigas, no estaba preparada para su simpatía. Tenía que pedirle perdón, y aún tenía que echarle una bronca por haberme mentido... Ni siquiera sabía por dónde empezar. La miré a los ojos y busqué en ellos alguna señal que me dijera que podíamos arreglar las cosas.
—Creo que sí.
—Oye —dijo, acercándose un poco más—, Santana...
—¿Sí?
—Vas a... vas a hacerlo genial. —Su mirada se clavó en mis ojos, llenos de preocupación, y el sentimiento de culpa me formó un nudo en el estómago—. Sé que las cosas entre nosotras están raras, pero quítatelo todo de la cabeza. Debes estar aquí, con la cabeza en la carrera. Has entrenado de un modo impresionante y puedes hacerlo.
Exhalé y sentí la primera llamarada de preocupación por la carrera y no por Brittany.
Dándome un masaje en los hombros, murmuró:
—¿Nerviosa?
—Un poco.
Vi cómo adoptaba su actitud de entrenadora y eso me consoló un poco. Me aferré a aquella esquirla de platónica familiaridad.
—Acuérdate de administrar tus fuerzas. No empieces demasiado rápido. La segunda mitad es la peor, y te conviene conservar suficientes energías para acabar, ¿vale?
Asentí con la cabeza.
—Recuerda que esta es tu primera carrera y que se trata de cruzar la línea de meta, no de cómo quedes.
Me humedecí los labios y contesté:
—Vale.
—Has hecho dieciséis kilómetros otras veces. Puedes hacer veintiuno. Estaré ahí, así que... lo haremos juntas.
Parpadeé, sorprendida.
—Tú puedes acabar de los primeros, Brittany. Esto no es nada para ti, deberías ir delante.
Negó con la cabeza.
—No he venido para eso. Mi carrera se disputa dentro de dos semanas. Esta es tu carrera. Ya te lo dije.
Volví a asentir, paralizada, sin apartar los ojos de su cara: de la boca que me había besado tantas veces y quería besarme solo a mí; de los ojos que me miraban intensamente cada vez que decía una palabra, cada vez que la tocaba; y de las manos que ahora estaban apoyadas en mis hombros y eran las mismas que habían tocado cada centímetro de mi piel. Le había dicho a Kitty que quería estar conmigo y nadie más. Brittany me había dicho esas palabras exactas también a mí. Pero nunca las creí.
Quizá la seductora hubiese desaparecido realmente.
Con una última mirada inquisidora, Brittany apartó las manos de mis hombros y me apoyó la palma en la espalda, conduciéndome hacia la línea de salida.
La carrera comenzaba en la esquina sudoeste del parque, junto a Columbus Circle. Brittany me indicó que la siguiese e inicié la rutina: estiramiento de pantorrilla, estiramiento de cuádriceps, tendón de la corva.
Ella asentía sin decir nada, observando mi forma y manteniendo un contacto constante que me infundía seguridad.
—Aguanta un poco más —dijo, inclinándose sobre mí—. No dejes de respirar.
Anunciaron que era hora de empezar y ocupamos nuestros puestos. Estalló en el aire el pistoletazo de salida y los pájaros se dispersaron por los árboles. El impulso repentino de centenares de cuerpos apartándose de la línea se fusionó en un estrépito colectivo. El itinerario de la maratón empezaba en Columbus Circle y seguía el circuito exterior de Central Park, recorría la calle Setenta y dos y volvía al punto de partida.
El primer kilómetro siempre era el más duro. Al llegar el segundo, los bordes del mundo se volvieron borrosos. A través de la nube que ocupaba mi mente, solo se filtraba el sonido amortiguado de los pies contra el sendero y la sangre bombeando en mis oídos. Apenas hablábamos, pero podía oír cada una de las pisadas de Brittany junto a mí, sentir el roce ocasional de su brazo contra el mío.
—Lo estás haciendo genial —me dijo en el tercer kilómetro.
En el kilómetro once, me recordó:
—Ya estamos en la mitad, Santana, y estás mejorando la zancada.
Sentí cada centímetro del último kilómetro. Me dolía el cuerpo; mis músculos pasaron de estar rígidos a estar flojos, y luego a sufrir quemazón y calambres. El pulso me latía a toda velocidad en el pecho. El ritmo pesado de mi corazón reflejaba cada uno de mis pasos, y mis pulmones me pedían a gritos que parase.
Sin embargo, dentro de mi cabeza había calma. Era como si estuviese bajo el agua, con voces amortiguadas que se mezclaban hasta formar un solo zumbido constante. Pero una voz resultaba clara:
—Este es el último kilómetro. Lo estás consiguiendo. Eres increíble, Perla.
Estuve a punto de tropezar cuando me llamó así. Su voz se había vuelto suave y anhelante, pero cuando la miré vi que tenía la mandíbula apretada y la mirada al frente.
—Lo siento —dijo con voz áspera, inmediatamente arrepentida—. No debería haberte... Lo siento.
Negué con la cabeza, me humedecí los labios y volví la vista al frente, demasiado cansada para alargar el brazo y tocarla siquiera. De pronto caí en la cuenta de que aquel momento era más duro que todos los exámenes que había hecho en la universidad, que todas las largas noches en el laboratorio. La ciencia siempre me había resultado fácil; había estudiado mucho, por supuesto, había hecho el trabajo, pero nunca había tenido que sacar fuerzas de la flaqueza de aquel modo y continuar adelante cuando nada me habría gustado más que dejarme caer sobre la hierba y quedarme allí.
La Santana que se encontró con Brittany aquel día en el sendero helado nunca habría conseguido recorrer veintiún kilómetros. Lo habría intentado de mala gana, se habría cansado y por fin, después de convencerse a sí misma de que aquello no era lo suyo, habría vuelto al laboratorio, a sus libros y a su apartamento vacío con comidas envasadas de una sola ración.
Pero no esta Santana, ya no. Y Brittany había contribuido a llevarme hasta donde ahora me encontraba.
—Ya casi estamos —dijo Brittany, sin dejar de animarme—. Sé que duele, sé que es duro, pero mira —añadió, señalando un grupo de árboles que se distinguía a lo lejos—, ya casi has llegado.
Me aparté el pelo de la cara y seguí adelante, inspirando y espirando, queriendo que Brittany siguiese hablando, pero también que se callase de una puñetera vez. Sentía el rápido torrente de sangre que recorría mis venas. Cada parte de mí parecía haber sido enchufada a un cable bajo tensión, sacudida con un millar de voltios que caía al pavimento con cada paso.
Nunca en mi vida había estado tan cansada, nunca había estado tan dolorida, pero al mismo tiempo nunca me había sentido tan viva. Era una locura, pero a pesar de que notaba mis extremidades en llamas y de que cada respiración parecía más difícil que la anterior estaba deseando volver a hacerlo. El dolor y el miedo a fracasar o hacerme daño habían valido la pena. Yo había querido algo, había aprovechado la oportunidad y me había lanzado con los ojos cerrados.
Y con ese último pensamiento en mente, cogí la mano de Brittany cuando cruzamos juntas la línea de meta.
—Sanny —decía—, cariño, si te vas a la cama la Navidad llegará antes. El tiempo avanza más deprisa cuando duermes.
Sin embargo, a mí no me lo parecía.
—No puedo dormir —insistía—. Tengo demasiadas cosas en la cabeza. Mis pensamientos no quieren ir más despacio.
Me pasaba despierta y nerviosa la cuenta atrás de los cumpleaños y vacaciones, recorriendo los pasillos de nuestra gran casa cuando debía estar durmiendo en mi cuarto. Era una mala costumbre que nunca había dejado atrás.
El sábado no era Navidad ni el primer día de las vacaciones de verano, pero yo contaba cada día e incluso cada minuto como si lo fuera. Porque, por muy patético que sonase, y por mucho que detestase estar deseando que llegara ese momento, sabía que vería a Brittany. Ese pensamiento me bastaba para pasarme las noches despierta junto a la ventana, contando una y otra vez las farolas que había hasta su edificio.
Siempre había oído que la primera semana después de una ruptura era la peor. Esperaba que fuese cierto. Porque recibir el mensaje de Brittany el martes por la noche, «Ya solo puedo pensar en ti», fue una auténtica tortura.
¿Podía haberse equivocado de número, o dijo eso porque acabó sola, o porque estaba con otra mujer, pero pensando en mí? No tenía derecho a estar enfadada, y mi indignación inicial al imaginarla mandándome un mensaje mientras estaba con Kitty se desvaneció enseguida. Al fin y al cabo, yo también le había mandado mensajes cuando salía con Mike. Lo peor era que, en realidad, no tenía a nadie a quien contárselo.
Bueno, lo tenía, pero yo solo quería a Brittany.
Estaba a punto de anochecer el viernes mientras recorría a pie las últimas manzanas para reunirme con Marley y Quinn para tomar algo. Llevaba toda la semana tratando de poner al mal tiempo buena cara, pero me sentía muy desdichada y empezaba a notarse. Se me veía cansada. Se me veía triste. Se me veía exactamente tal como me sentía. La echaba tanto de menos que lo notaba con cada respiración. Tanto que notaba pasar cada segundo desde que la había visto por última vez.
El Bathtub Gin era un pequeño bar de Chelsea al estilo de los locales clandestinos que proliferaron en los años veinte. Los visitantes se encontraban con una fachada común y corriente que tenía las palabras «Stone Street Coffee» pintadas en la parte superior. Si no estabas seguro de lo que buscabas o pasabas por allí entre semana, cuando no había una larga cola de gente en la calle, podía pasarte inadvertido. Pero si sabías que
estaba allí, iluminado por una sola bombilla roja, encontrabas la puerta correcta, una puerta que se abría a un club típico de la Ley Seca, con su tenue iluminación, su música de jazz e incluso una gran bañera de cobre en el centro.
Encontré a Marley y Quinn sentadas en la barra. Ya tenían delante sus bebidas, y a su lado a un hombre moreno y guapísimo.
—Hola, chicos —dije, deslizándome en el taburete que había junto a ellos—. Siento llegar tarde.
Los tres se volvieron y me miraron de arriba abajo antes de que el hombre dijese:
—Oh, cariño, cuéntamelo todo del hombre que te hizo esto.
Parpadeé entre ellos, confusa:
—Pues..., hola, soy Santana.
—Ignóralo —dijo Marley, pasándome la carta—. Todas lo hacemos. Y pide una copa antes de hablar. Me da la sensación de que te vendría muy bien.
El hombre misterioso se mostró adecuadamente ofendido, y los tres discutieron entre sí mientras yo repasaba los diversos cócteles y vinos. Elegí lo primero que pareció encajar con mi estado de ánimo.
—Tomaré un tomahawk —le dije al camarero, y vi de reojo que Quinn y Marley se miraban sorprendidas.
—Conque así estamos. Ya veo —dijo Marley, pidiendo con un gesto otra copa.
A continuación me cogió de la mano y nos dirigimos todos a una mesa. En cualquier otra situación, probablemente me habría limitado a sostener mi cóctel durante la mayor parte de la noche y absorber el consuelo proporcionado por la decisión de pillar una cogorza. Sin embargo, quería correr al día siguiente, y de ningún modo pensaba hacerlo con resaca.
—Por cierto, Santana —dijo Marley, indicando con un gesto al hombre, que en ese momento me miraba con ojos curiosos y divertidos—. Este es Kurt Hummel, el ayudante de Quinn. Kurt, esta es la adorable Santana López que pronto estará borracha y/o caída de morros sobre la mesa.
—Así que no aguantas la bebida —dijo Kurt, y señaló a Marley con un gesto de la cabeza—: ¿Y qué estás haciendo con esta borrachuza? Debería llevar un cartel de
peligro para las chicas como tú.
—Kurt, ¿te gustaría que te metiese el tacón por el culo? —preguntó Marley.
Kurt apenas parpadeó.
—¿El tacón entero?
—Asqueroso —gruñó Marley.
Kurt se echó a reír.
—Mentirosa.
Quinn se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre la mesa.
—Ignóralos. Es como mirar a Ryder y Marley, aunque ellos preferirían cepillarse a Ryder que el uno al otro.
—Ya —murmuré mientras una camarera colocaba nuestras bebidas sobre la mesa. Bebí de la pajita con gesto vacilante—. ¡Ay, mierda! —exclamé entre toses, con la garganta en llamas.
Casi vacié un vaso entero de agua mientras Quinn me miraba de arriba abajo.
—Bueno, ¿qué pasa? —preguntó.
—¡Cómo pica esta bebida!
—No se refiere a eso —dijo Marley sin rodeos.
Miré mi copa y traté de concentrarme en las minúsculas motas de pimentón que flotaban en la superficie y no en el agujero que notaba en las entrañas.
—¿Habéis hablado con Brittany últimamente?
Todos negaron con la cabeza, pero Kurt se animó: —¿Brittany Pierce? —quiso dejar claro—. ¿Te estás tirando a Pierce? ¡La madre que te parió! —Le hizo otro gesto a la camarera—. Vamos a necesitar otra copa, preciosa. Traiga la botella entera.
—La verdad es que no he hablado con ella desde el lunes —dijo Quinn.
—El martes por la tarde —intervino Marley, señalándose el pecho—.Pero sé que ha tenido una semana de locos.
—Oh, oh —dijo Quinn—. ¿No se fue contigo a casa de tus padres el fin de semana?
Kurt inspiró de golpe.
—¡Hostia!
Y ahora yo era esa chica, la de la historia de la ruptura que ni siquiera quería tener en mi cabeza, y mucho menos compartirla tomando unas copas. ¿Cómo explicar que las cosas habían sido perfectas ese fin de semana? ¿Que me había creído todo lo que ella dijo? ¿Que me había...? Me detuve, y las palabras se endurecieron como hormigón en mis pensamientos.
—Santana, cariño —me dijo Quinn, apoyándome la mano en el antebrazo.
—Me siento como una idiota.
—Nena —dijo Marley, con los ojos llenos de preocupación—. Ya sabes que no tienes que hablar de ello si no quieres.
—¡Y una mierda! —saltó Kurt—. ¿Cómo se supone que vamos a hacerle la vida imposible a Brittany si no conocemos cada sórdido detalle? De todas formas, deberíamos empezar por el principio e ir avanzando hacia el horror. Primera pregunta: ¿tiene la polla tan increíble como me han dicho? Y los dedos..., ¿de verdad son mágicos? —Se acercó más y susurró—: Y se rumorea que esa rubia podría ganar un concurso de comer melones, no sé si me entiendes.
—¡Kurt! —gruñó Quinn, y Marley lo fulminó con la mirada, aunque yo esbocé una sonrisa.
—La verdad, no tengo ni idea de lo que quieres decir —susurré a mi vez.
—Si quieres saber de qué hablo —me dijo—, búscalo en YouTube.
—Pero volvamos a la parte en la que Santana está disgustada —dijo Quinn, clavando en Kurt una mirada de falsa severidad.
—Es que... —Inspiré hondo, en busca de palabras—. ¿Qué podéis decirme sobre Kitty?
—¡Oh! —exclamó Marley, apoyándose en el respaldo y echándole un vistazo a Quinn—. ¡Oh!
Me incliné hacia delante con el ceño fruncido.
—¿Qué significa «oh»?
—¿Te refieres a...? O sea, ¿Kitty es una de sus...? —Kurt se interrumpió y agitó la mano en un gesto cargado de significado.
—Sí —dijo Quinn—. Kitty es una de las amantes de Brittany.
Puse los ojos en blanco.
—¿Sabéis si siguen viéndose?
Marley pareció considerar con cuidado su respuesta.
—Bueno, oficialmente no sé que haya cortado con ella —dijo, haciendo una pequeña mueca—. Pero, Santana, ella te adora. Cualquiera puede...
—Pero siguen viéndose —la interrumpí.
Suspiró de mala gana.
—Francamente, no lo sé. Sé que todos la pusimos verde por no haber cortado ya, pero no puedo..., o sea, no puedo decir con seguridad que hayan dejado de verse.
—¿Quinn? —pregunté.
Negando con la cabeza, Quinn murmuró:
—Lo siento, cariño. La verdad es que yo tampoco lo sé.
Me pregunté si era posible que un corazón se rompiese en fracciones. Estaba segura de que lo había oído agrietarse al leer el mensaje de Kitty. Sentí que otro pedazo se rompía cuando Brittany me mintió acerca del martes por la noche. Y durante toda la semana me había sentido herida, había sentido cada minúsculo fragmento que se desprendía, así que me preguntaba qué era lo que seguía latiendo en mi pecho.
—Oí cómo le decía a mi hermano que quería ir en serio con alguien, pero que tenía miedo de cortar con las otras. Pensé que quizá se refería a cortar oficialmente. Las cosas parecían ir muy bien entre nosotras. Pero entonces Kitty le mandó un mensaje —dije—. Yo estaba jugando con su móvil y ella respondió a un mensaje que Brittany debió de enviarle para quedar el martes por la noche.
—¿Por qué no hablaste con ella? —preguntó Marley.
—Quería que me lo dijese ella misma. Brittany siempre ha sido sincera y comunicativa, por lo que supuse que, si la invitaba a cenar en mi casa el martes, me diría que iba a estar con Kitty.
—¿Y? —preguntó Quinn.
Suspiré.
—Dijo que esa noche tenía una cosilla. Una reunión.
—¡Ay! —exclamó Kurt.
—Sí —murmuré—. Así que corté en ese momento. Pero lo hice muy mal porque no tenía ni idea de qué decir. Le dije que las cosas se estaban precipitando demasiado, que yo solo tenía veinticuatro años y no quería nada serio. Que ya no quería seguir.
—Vaya, chica —canturreó Kurt en voz baja—. Cuando quieres cortar, cavas un agujero y lanzas una bomba en él.
Gruñí, apretándome los ojos con las manos.
—Tiene que haber alguna explicación —dijo Quinn—. Brittany no dice que tiene una reunión cuando va a estar con una mujer; simplemente dice que va a estar con una mujer. Santana, nunca la he visto así. Ni siquiera Puck la ha visto nunca así. Está claro que te adora.
—Pero ¿acaso importa eso? —pregunté. Hacía mucho que me había olvidado de mi bebida—. Me mintió sobre la reunión, pero fui yo quien dijo que debíamos mantener una relación abierta. Simplemente, eso significaba para mí la posibilidad de otra persona. Para ella era más de la realidad que ya tenía a mano. Y durante todo el tiempo fue ella quien insistía para que hubiese algo más entre nosotras.
—Habla con ella, Santana —dijo Marley—. Confía en mí. Tienes que darle la oportunidad de explicártelo.
—¿Explicarme qué? —pregunté—. ¿Que seguía viéndose con ella, según las reglas que yo había establecido inicialmente? ¿Y luego qué?
Marley me cogió la mano y la apretó.
—Luego levantas la cabeza y le dices en persona que se vaya a tomar por culo.
Me vestí tan pronto como el primer atisbo de luz apareció al otro lado de la ventana y recorrí en medio de una nube de nervios las diez manzanas que me separaban de Central Park, donde se disputaba la carrera. El circuito entero medía unos veintiún kilómetros y avanzaba serpenteando por los senderos del parque. Habían acordonado varias calles para instalar los camiones y las tiendas de campaña de los patrocinadores. Vi montones de gente, tanto corredores como espectadores.
Aquello era real. Brittany estaría allí, y yo decidiría hablar con ella o limitarme a dejar las cosas como estaban. No sabía si podría soportar ninguna de las dos opciones. Empezaba a amanecer y el aire de la mañana era gélido. Pero tenía la cara caliente y la sangre encendida mientras corría a través de mis arterias y venas, a través de mi corazón, que latía demasiado rápido. Tenía que concentrarme en llenarme los pulmones de aire cada vez y volver a vaciarlos.
No sabía adónde iba ni lo que hacía, pero el evento parecía bien organizado, y en cuanto empecé a acercarme unos carteles me dirigieron hacia el punto en el que tenía que registrarme.
—¿Santana?
Alcé la vista y vi a mi antigua compañera de entrenamiento, a mi antigua amante, de pie ante la mesa de inscripciones, mirándome con una expresión que no supe interpretar. Confiaba en que mi memoria hubiese exagerado lo guapa que era, lo abrumador que resultaba el simple hecho de estar cerca de ella. No era así. Brittany sostuvo mi mirada, y me pregunté si empezaría a reírme sin poderme controlar, si me pondría a llorar, o quizá si echaría a correr en caso de que se acercase más.
—Hola —dijo por fin.
Bruscamente, le tendí la mano como si ella debiese..., ¿qué? ¿Estrechármela? «¡Por el amor de Dios, Santana!», pensé. Pero ya no podía echarme atrás, y mi mano temblorosa permaneció suspendida entre nosotras mientras ella la miraba.
—Oh... vamos... a comportarnos así —murmuró, secándose la palma en los pantalones antes de agarrar mi mano—. Vale, hola. ¿Cómo estás?
Tragué saliva, y en cuanto pude aparté la mano de un tirón.
—Hola. Bien. Estoy bien.
La situación era ridícula, y me dieron ganas de analizarla con Brittany y solo Brittany. De pronto tenía un millón de preguntas acerca del incómodo protocolo para después de las rupturas y sobre si estrecharse la mano era una mala idea siempre o solo en ese momento.
Me incliné como un robot, puse mi nombre en una línea y cogí un paquete de información de manos de una mujer sentada detrás de la mesa. Me estaba dando unas instrucciones que apenas comprendí. Me sentía como si flotase bajo el agua.
Cuando terminé, Brittany seguía allí de pie, con la misma expresión nerviosa y esperanzada.
—¿Necesitas ayuda? —susurró.
Negué con la cabeza.
—Creo que estoy bien.
Era mentira. No tenía ni la más mínima idea de lo que estaba haciendo.
—Tienes que ir a aquella tienda de allí —dijo amablemente, adivinando mis pensamientos a la perfección, como siempre, y poniéndome una mano en el brazo.
Me eché atrás y sonreí con rigidez.
—Ya la veo. Gracias, Brittany.
Mientras el silencio se prolongaba, una mujer en la que ni siquiera me había fijado habló en voz alta:
—Hola —dijo, y vi que sonreía con la mano extendida—. Creo que no nos han presentado formalmente. Soy Kitty.
Las piezas tardaron unos momentos en encajar, y cuando lo hicieron ni siquiera pude contener mi conmoción. Noté que los ojos y la boca se me abrían de par en par. ¿Cómo era Brittany capaz de pensar que aquello podía estar ni remotamente bien? Paseé la vista entre ella y Brittany, y vi enseguida que ella parecía tan sorprendida como yo de encontrársela allí. ¿No la había visto acercarse?
La cara de Brittany habría podido ser la definición misma de «incómoda».
—¡Oh, Dios! —Nos miró a las dos alternativamente antes de murmurar—: Oh, mierda, esto... Hola, Kitty, te presento a... —Me miró y sus ojos se suavizaron—. Te presento a mi Santana.
La miré parpadeando. «¿Qué había dicho?»
—Encantada de conocerte, Santana. Brittany me lo ha contado todo sobre ti.
Sabía que estaban hablando, pero las palabras no parecían infiltrarse en el eco de la frase que resonaba una y otra vez en mi cabeza. «Te presento a mi Santana.» «Te presento a mi Santana.»
Era un error. Simplemente, Brittany se sentía incómoda. Señalé por encima de mi hombro.
—Tengo que irme.
Me di la vuelta y, trastabillando, me alejé de la mesa y me dirigí hacia la tienda de las mujeres.
—¡Santana! —me llamó Brittany, pero no me volví.
Seguía sintiéndome un poco confusa cuando entregué mi información, recogí mi dorsal y caminé hasta un hueco entre el gentío para hacer estiramientos y atarme las zapatillas. Al oír pisadas alcé la mirada, temiendo ya lo que me encontraría. Ver a Kitty allí, de pie, fue peor de lo que creía.
—Brittany es muy especial —dijo, sujetándose el dorsal a la camiseta.
Bajé los ojos e ignoré el fuego que me ardía en el bajo vientre.
—Sí, desde luego.
Se sentó en un banco a poca distancia y empezó a arrancar la etiqueta de una botella de agua.
—¿Sabes? Nunca pensé que fuese a suceder esto. —Kitty sacudió la cabeza, riéndose—. En todo este tiempo no ha parado de utilizar la excusa: «No es por ti. Es que no quiero tener nada con nadie». ¿Y ahora? Ahora que por fin corta conmigo, es porque sí quiere más. Aunque con otra persona.
Me incorporé y la miré a los ojos.
—¿Ha cortado contigo?
—Sí. Bueno —dijo, reflexionando—, esta semana ha cortado de forma oficial, aunque en realidad no nos hemos visto desde... —Alzó la mirada al techo de la tienda, reflexionando—. Desde febrero. Y no ha querido quedar conmigo desde entonces.
No supe qué decir.
—Al menos, ahora sé por qué. —Debí de parecerle completamente pasmada, porque sonrió y se me acercó un poquito—. Porque está enamorada de ti. Y si eres tan increíble como ella parece creer, no lo echarás a perder.
No recuerdo haber cruzado el parque hasta el lugar en el que estaban reunidos los demás corredores.
Mis pensamientos eran vagos y confusos.
«¿Febrero?»
«Entonces solo salíamos a correr...»
«Marzo. Fue entonces cuando Brittany y yo empezamos a acostarnos juntas...»
«El martes por la noche tuvo que quedar con Kitty para cortar con ella cara a cara.»
Como un ser humano decente, como una buena mujer. Cerré los ojos cuando me golpeó toda la fuerza de la verdad: Brittany le dijo todo eso a Kitty incluso después de que yo rompiese con ella.
—¿Estás preparada?
Di un bote y me sorprendí al ver a Brittany junto a mí. Me puso una mano en el brazo, brindándome una sonrisa vacilante.
—¿Estás bien?
Miré a mi alrededor, como si pudiese huir a alguna parte y simplemente... pensar. No estaba preparada para que ella estuviese tan cerca y me hablase como si volviésemos a ser amigas, no estaba preparada para su simpatía. Tenía que pedirle perdón, y aún tenía que echarle una bronca por haberme mentido... Ni siquiera sabía por dónde empezar. La miré a los ojos y busqué en ellos alguna señal que me dijera que podíamos arreglar las cosas.
—Creo que sí.
—Oye —dijo, acercándose un poco más—, Santana...
—¿Sí?
—Vas a... vas a hacerlo genial. —Su mirada se clavó en mis ojos, llenos de preocupación, y el sentimiento de culpa me formó un nudo en el estómago—. Sé que las cosas entre nosotras están raras, pero quítatelo todo de la cabeza. Debes estar aquí, con la cabeza en la carrera. Has entrenado de un modo impresionante y puedes hacerlo.
Exhalé y sentí la primera llamarada de preocupación por la carrera y no por Brittany.
Dándome un masaje en los hombros, murmuró:
—¿Nerviosa?
—Un poco.
Vi cómo adoptaba su actitud de entrenadora y eso me consoló un poco. Me aferré a aquella esquirla de platónica familiaridad.
—Acuérdate de administrar tus fuerzas. No empieces demasiado rápido. La segunda mitad es la peor, y te conviene conservar suficientes energías para acabar, ¿vale?
Asentí con la cabeza.
—Recuerda que esta es tu primera carrera y que se trata de cruzar la línea de meta, no de cómo quedes.
Me humedecí los labios y contesté:
—Vale.
—Has hecho dieciséis kilómetros otras veces. Puedes hacer veintiuno. Estaré ahí, así que... lo haremos juntas.
Parpadeé, sorprendida.
—Tú puedes acabar de los primeros, Brittany. Esto no es nada para ti, deberías ir delante.
Negó con la cabeza.
—No he venido para eso. Mi carrera se disputa dentro de dos semanas. Esta es tu carrera. Ya te lo dije.
Volví a asentir, paralizada, sin apartar los ojos de su cara: de la boca que me había besado tantas veces y quería besarme solo a mí; de los ojos que me miraban intensamente cada vez que decía una palabra, cada vez que la tocaba; y de las manos que ahora estaban apoyadas en mis hombros y eran las mismas que habían tocado cada centímetro de mi piel. Le había dicho a Kitty que quería estar conmigo y nadie más. Brittany me había dicho esas palabras exactas también a mí. Pero nunca las creí.
Quizá la seductora hubiese desaparecido realmente.
Con una última mirada inquisidora, Brittany apartó las manos de mis hombros y me apoyó la palma en la espalda, conduciéndome hacia la línea de salida.
La carrera comenzaba en la esquina sudoeste del parque, junto a Columbus Circle. Brittany me indicó que la siguiese e inicié la rutina: estiramiento de pantorrilla, estiramiento de cuádriceps, tendón de la corva.
Ella asentía sin decir nada, observando mi forma y manteniendo un contacto constante que me infundía seguridad.
—Aguanta un poco más —dijo, inclinándose sobre mí—. No dejes de respirar.
Anunciaron que era hora de empezar y ocupamos nuestros puestos. Estalló en el aire el pistoletazo de salida y los pájaros se dispersaron por los árboles. El impulso repentino de centenares de cuerpos apartándose de la línea se fusionó en un estrépito colectivo. El itinerario de la maratón empezaba en Columbus Circle y seguía el circuito exterior de Central Park, recorría la calle Setenta y dos y volvía al punto de partida.
El primer kilómetro siempre era el más duro. Al llegar el segundo, los bordes del mundo se volvieron borrosos. A través de la nube que ocupaba mi mente, solo se filtraba el sonido amortiguado de los pies contra el sendero y la sangre bombeando en mis oídos. Apenas hablábamos, pero podía oír cada una de las pisadas de Brittany junto a mí, sentir el roce ocasional de su brazo contra el mío.
—Lo estás haciendo genial —me dijo en el tercer kilómetro.
En el kilómetro once, me recordó:
—Ya estamos en la mitad, Santana, y estás mejorando la zancada.
Sentí cada centímetro del último kilómetro. Me dolía el cuerpo; mis músculos pasaron de estar rígidos a estar flojos, y luego a sufrir quemazón y calambres. El pulso me latía a toda velocidad en el pecho. El ritmo pesado de mi corazón reflejaba cada uno de mis pasos, y mis pulmones me pedían a gritos que parase.
Sin embargo, dentro de mi cabeza había calma. Era como si estuviese bajo el agua, con voces amortiguadas que se mezclaban hasta formar un solo zumbido constante. Pero una voz resultaba clara:
—Este es el último kilómetro. Lo estás consiguiendo. Eres increíble, Perla.
Estuve a punto de tropezar cuando me llamó así. Su voz se había vuelto suave y anhelante, pero cuando la miré vi que tenía la mandíbula apretada y la mirada al frente.
—Lo siento —dijo con voz áspera, inmediatamente arrepentida—. No debería haberte... Lo siento.
Negué con la cabeza, me humedecí los labios y volví la vista al frente, demasiado cansada para alargar el brazo y tocarla siquiera. De pronto caí en la cuenta de que aquel momento era más duro que todos los exámenes que había hecho en la universidad, que todas las largas noches en el laboratorio. La ciencia siempre me había resultado fácil; había estudiado mucho, por supuesto, había hecho el trabajo, pero nunca había tenido que sacar fuerzas de la flaqueza de aquel modo y continuar adelante cuando nada me habría gustado más que dejarme caer sobre la hierba y quedarme allí.
La Santana que se encontró con Brittany aquel día en el sendero helado nunca habría conseguido recorrer veintiún kilómetros. Lo habría intentado de mala gana, se habría cansado y por fin, después de convencerse a sí misma de que aquello no era lo suyo, habría vuelto al laboratorio, a sus libros y a su apartamento vacío con comidas envasadas de una sola ración.
Pero no esta Santana, ya no. Y Brittany había contribuido a llevarme hasta donde ahora me encontraba.
—Ya casi estamos —dijo Brittany, sin dejar de animarme—. Sé que duele, sé que es duro, pero mira —añadió, señalando un grupo de árboles que se distinguía a lo lejos—, ya casi has llegado.
Me aparté el pelo de la cara y seguí adelante, inspirando y espirando, queriendo que Brittany siguiese hablando, pero también que se callase de una puñetera vez. Sentía el rápido torrente de sangre que recorría mis venas. Cada parte de mí parecía haber sido enchufada a un cable bajo tensión, sacudida con un millar de voltios que caía al pavimento con cada paso.
Nunca en mi vida había estado tan cansada, nunca había estado tan dolorida, pero al mismo tiempo nunca me había sentido tan viva. Era una locura, pero a pesar de que notaba mis extremidades en llamas y de que cada respiración parecía más difícil que la anterior estaba deseando volver a hacerlo. El dolor y el miedo a fracasar o hacerme daño habían valido la pena. Yo había querido algo, había aprovechado la oportunidad y me había lanzado con los ojos cerrados.
Y con ese último pensamiento en mente, cogí la mano de Brittany cuando cruzamos juntas la línea de meta.
Esta rola es muy significativa para la historia.....
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
viste santana, britt solo fue a terminar con kitty pero claro siempre es mas facil pensar lo peor!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
san movió demasiado rápido las fichas y juzgo demás a britt,..
bueno lo supo de la mejor forma de kitt!!
a ver que hace o sigue de cabezotas,.. aunque ya no ahi razón!
bueno lo supo de la mejor forma de kitt!!
a ver que hace o sigue de cabezotas,.. aunque ya no ahi razón!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
Entre ellas todo es confusión por no atreverse a hablar de las cosas ..... Por imaginar cosas que no son y que las llevan a tomar decisiones equivocadas .... Al menos ahora San sabe por Kitty como fueron las cosas realmente, espero que por fin se den una oportunidad en serio!!
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
micky morales escribió:viste santana, britt solo fue a terminar con kitty pero claro siempre es mas facil pensar lo peor!!!!!
jajaj la mujer esta enamorada, y es de naturaleza desconfiada...... ya llegado el punto ya aqui el ultimo capitulo y el Epilogo espero que terminen juntas y que les guste el final de esta adaptación, gracias a todas por su atención nos vemos en otra sintonia.....
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
3:) escribió:san movió demasiado rápido las fichas y juzgo demás a britt,..
bueno lo supo de la mejor forma de kitt!!
a ver que hace o sigue de cabezotas,.. aunque ya no ahi razón!
jajaj si tienes razón, ahora a esperar el momento en el que por fin hablen.... espero terminen juntas, les dejo el ultimo cap. y epilogo. gracias gracias por leer y comentar..... nos seguimos leyendo....
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
JVM escribió:Entre ellas todo es confusión por no atreverse a hablar de las cosas ..... Por imaginar cosas que no son y que las llevan a tomar decisiones equivocadas .... Al menos ahora San sabe por Kitty como fueron las cosas realmente, espero que por fin se den una oportunidad en serio!!
Bueno espero que ya esta confunsion ya llegue a su fin este drama que armaron como castillos de naipes tiene que caer..... vamos a ver como terminan..... saludos....
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
Captiulo 20
Brittany
A varios metros de la línea de meta, Santana caminó en círculos pequeños y luego se agachó y apoyó las manos sobre las rodillas.
—Joder —exclamó sin aliento, mirando al suelo—. Me siento increíble. Ha sido increíble.
Los voluntarios nos llevaron barritas energéticas y unas botellas de Gatorade que engullimos en un instante. Estaba absolutamente orgullosa de ella y no pude contenerme, y aun sin resuello, le di un sudoroso abrazo y la besé en la parte superior de la cabeza.
—Has estado increíble. —Cerré los ojos y aplasté la cara contra su pelo—. Santana, estoy tan orgullosa de ti...
Ella se quedó paralizada en mis brazos y luego deslizó sus manos por el costado de mi cuerpo y las dejó allí, abrazándome, con la cara enterrada en mi cuello. Percibí el movimiento de su respiración al inhalar y exhalar el aire, y el temblor de sus manos sobre mí. Por alguna razón, no creía que se debiese únicamente al subidón de adrenalina de la carrera.
—Creo que deberíamos ir a por nuestras cosas —le susurré al fin.
Había pasado toda la semana con mis emociones oscilando entre la seguridad en mí misma y el miedo, y ahora que la tenía a mi lado, no tenía ningunas ganas de perderla de vista. Dimos media vuelta para regresar hacia las carpas. Como la carrera serpenteaba a través de Central Park, la línea de meta terminaba a solo unas manzanas de donde habíamos empezado. Escuché su respiración, observando sus pies mientras caminaba.
Me di cuenta de que estaba agotada.
—Supongo que te habrás enterado de lo de Quinn —dijo, bajándo la mirada y toqueteando su número de dorsal. Extrajo los imperdibles, se lo quitó y lo miró.
—Sí —le dije, sonriendo—. Es una pasada.
—La vi ayer por la noche —dijo—. Está muy ilusionada.
—Yo vi a Puck el martes. —Tragué saliva, sintiéndome la hostia de nerviosa de repente , mientras a mi lado Santana vacilaba un instante—. Esa noche salí con los chicos. Tal como cabría esperar, Puck está entre aterrorizado y pletórico de alegría.
Se echó a reír con una risa auténtica y desenfadada... Joder, cuánto la había echado de menos.
—¿Qué tienes pensado hacer ahora, después de esto? —le pregunté, esquivándola para que tuviera que buscarme con la mirada.
Y cuando lo hizo, lo vi, vi ese algo que sabía que no me había imaginado el fin de semana anterior. Todavía podía sentirla deslizándose encima de mí en la penumbra de la habitación de invitados; aún la oía susurrándome: «No me hagas daño».
Era la segunda vez que lo había dicho, cuando era yo la que se había hecho daño de verdad.
Se encogió de hombros y miró hacia otro lado, sorteando la densa multitud mientras nos acercábamos a las carpas de la línea de salida. Empecé a sentir que el pánico se apoderaba de mí; todavía no estaba preparada para decirle adiós.
—Pensaba irme a casa y darme ducha. Almorzar algo. —Frunció el ceño—. O parar a almorzar de camino a casa. No estoy segura de tener algo comestible en la nevera, la verdad.
—Las viejas costumbres tardan en desaparecer —señalé secamente.
Santana lanzó un resoplido cargado de culpabilidad.
—Sí, llevo toda la semana encerrada en el laboratorio. Era una buena manera de... tener el cerebro ocupado.
Las palabras le salieron precipitadamente, tan entrecortadas como mi propia respiración.
—Me encantaría almorzar contigo y tengo comida para hacer sándwiches o alguna ensalada. Podrías venir a casa o... —le dije.
La voz se me fue apagando cuando ella se detuvo y se volvió hacia mí, primero con gesto de desconcierto y luego... de entusiasmo.
Pestañeé y sentí que se me aceleraba el corazón. Traté de apaciguar la esperanza imposible que me trepaba por la garganta.
—¿Qué pasa? —le pregunté, en un tono más molesto de lo que pretendía—. ¿Por qué me miras así?
—Me parece que eres la única ejecutiva mujer que conozco que tiene la nevera tan bien surtida — dijo, sonriendo.
Sentí que se me arrugaba la frente, confusa. ¿Y eso la había hecho pararse en seco y mirarme fijamente? Me agarré la nuca y murmuré:
—Bueno, siempre intento tener comida sana en casa para no tener que salir a comer comida basura.
Se acercó a mí, lo bastante para sentir, con la ráfaga de viento que sopló en ese momento, el mechón de su pelo haciéndome cosquillas en el cuello. Lo bastante para percibir el leve olor de su sudor, para recordar lo increíble que era hacerla sudar. Bajé la mirada a sus labios, sintiendo un deseo tan intenso de besarla que me ardía la piel.
—Creo que eres increíble, Brittany —dijo, humedeciéndose los labios ante la presión de mi mirada insistente—. Y deja de encenderme con los ojos. Por hoy ya he tenido suficiente.
Antes de darme tiempo a procesar todo aquello, se dio media vuelta y se dirigió hacia la carpa de las mujeres que corrian como principiantes a buscar sus cosas. Aturdida, me fui en sentido contrario, para buscar las llaves de mi casa, mis calcetines de recambio y los papeles que me había metido en la chaqueta de correr. Cuando salí, ella me estaba esperando, con una pequeña bolsa de lona.
—Entonces —dije, haciendo todo lo posible por mantener las distancias—, ¿te vienes?
—De verdad que debería ducharme... —dijo, mirando por detrás de mí a la calle que llevaba, un poco más adelante, a su edificio.
—Puedes ducharte en mi casa...
No me importaba lo que pensará. No pensaba dejarla marchar así como así. La había echado de menos. Las noches habían sido casi insoportables, pero, por alguna extraña razón, las mañanas habían sido aún peores. Echaba de menos su conversación imparable y cuando finalmente acababa siguiendo el ritmo sincronizado de nuestros pasos sobre el pavimento.
—¿Y cogerte prestada algo de ropa limpia? —preguntó, con una sonrisa burlona.
Asentí con la cabeza sin dudarlo.
—Sí.
Su sonrisa se desvaneció cuando vio que hablaba en serio.
—Ven, Santana. Solo a almorzar, te lo prometo.
Se llevó la mano a la frente para protegerse el sol y estudió mi rostro unos minutos más.
—¿Estás segura?
En lugar de responder, incliné la cabeza y me volví para echar a caminar. Ella se puso a caminar a mi lado y cada vez que nuestros dedos se rozaban involuntariamente, me daban ganas de cogerla de la mano y atraerla luego a ella hacia mí y aplastarla contra el árbol más cercano. Había sido la Santana alegre y bromista de siempre esos breves y eufóricos momentos, pero la Santana silenciosa reapareció mientras caminábamos la docena de manzanas que había hasta mi edificio. Le aguanté la puerta cuando entramos, pasé por delante de ella para pulsar el botón de subida del ascensor y luego me acerqué lo suficiente para sentir la presión de su brazo en el mío mientras esperábamos. Al menos tres veces la oí tomar aire para decir algo, pero luego se miraba los zapatos, las uñas o a las puertas del ascensor. Miraba a todas partes excepto a mi cara.
Arriba, mi espaciosa cocina pareció encogerse bajo la tensión que había entre nosotras, provocada por los rescoldos de la horrible conversación del martes por la noche, los centenares de cosas que no nos habíamos dicho ese día. Le di una botella de Powerade azul porque era su favorito y me serví un vaso de agua, volviéndome para admirar sus labios, su garganta, sus manos alrededor de la botella mientras tomaba un trago.
«Eres tan increíblemente guapa...», pensé, pero no me atreví a decirlo en voz alta.
«Te amo», decía para mis adentros.
Cuando dejó la botella sobre la encimera, su expresión estaba dominada por todas las cosas que no estaba diciendo en voz alta ella tampoco. Yo sabía que estaban allí, pero no tenía ni idea de qué podían ser. Mientras nos rehidratábamos en silencio, no pude evitar repasarla de arriba abajo disimuladamente..., pero no me sirvió de nada tratar de disimular. Vi cómo sus labios esbozaban una sonrisa de complicidad cuando desplacé mi atención a su rostro, a su barbilla y por la piel aún reluciente de su escote, la insinuación de sus pechos visibles bajo su minúsculo sujetador de deporte..., «mierda», me dije. Hasta entonces había logrado evitar mirarle directamente los pechos, y en ese momento me traspasó un dolor familiar que me sacudió todo el cuerpo. Sus pechos eran para mí la fuente de la felicidad, y habría dado lo que fuese por enterrar mi cara entre ellos.
Lancé un gemido y me froté los ojos. Había sido muy mala idea invitarla allí. Quería desnudarla, aún sudorosa, y sentir cómo toda ella se deslizaba encima de mí.
Señalé al baño por encima del hombro.
—¿Quieres ducharte tú primero? —le pregunté.
Justo en ese momento, Santana inclinó la cabeza y sonrió.
—¿Estabas mirándome los pechos? —preguntó.
Y por la familiaridad y la confianza que implicaba la pregunta, por la maldita intimidad que destilaba, la sangre se me encendió de ira.
—Santana, no hagas esto —espeté—. No me vengas con juegos. Hace apenas una semana básicamente me dijiste que me esfumase para siempre.
No esperaba que me saliera así, y en el silencio de la cocina, mi tono enfurecido retumbó por todas partes y nos envolvió por completo.
Palideció, con gesto desolado.
—Lo siento —murmuró.
—Mierda —exclamé, con un gemido, al tiempo que cerraba los ojos con fuerza—. No lo sientas, solo quiero... —Abrí los ojos para mirarla—. No juegues conmigo.
—No es mi intención —dijo, y la urgencia contenida imprimió a su voz un tono débil y ronco —. Siento haber desaparecido la semana pasada. Siento haberme portado tan mal. Pensé que...
Saqué un taburete de la cocina y me desplomé sobre él. Correr media maratón no me agotaba tanto como todo aquello. Mi amor por ella era un organismo vivo, pesado y palpitante, y me hacía volverme loca, ansiosa y hambrienta. Odiaba verla angustiada y temerosa. Odiaba ver su reacción de tristeza ante mi enfado, pero era aún peor saber que tenía el poder de romperme el corazón y tenía muy poca experiencia en manejarlo con cuidado. Yo estaba completamente a su merced, con toda su torpeza y falta de experiencia.
—Te echo de menos —dijo.
Se me encogió me corazón.
—Y yo te echo tanto de menos a ti, Santana... No tienes ni idea. Pero oí lo que me dijiste el martes. Si no quieres esto, entonces tenemos que encontrar una manera de volver a ser amigas. Preguntarme si te estoy mirando los pechos no ayuda precisamente a dejar atrás todo esto.
—Lo siento —dijo otra vez—. Brittany ... —empezó a decir, y luego las palabras se desvanecieron y ella parpadeó y bajó la vista a sus zapatos. Necesitaba comprender qué era lo que había pasado, por qué todo se había derrumbado tan bruscamente después de que hubiésemos hecho el amor de una forma tan íntima hacía apenas una semana.
—Esa noche... —empecé a decir y luego lo pensé mejor—. No, Santana, todas las noches; siempre ha sido igual de intenso todo entre nosotras, pero esa noche, el fin de semana pasado... Creía que todo había cambiado. Nosotras cambiamos. Pero ¿y al día
siguiente? ¿El camino de vuelta a casa en el coche? Joder, ni siquiera sé lo que pasó.
Se acercó, lo suficiente para que pudiera tirar de ella por las caderas y situarla de pie entre mis piernas, pero no lo hice, y bajó las manos a los lados antes de dejarlas quietas.
—Lo que pasó fue que oí lo que le dijiste a Jake —me explicó—. Yo sabía que había otras mujeres en tu vida, pero pensaba algo así como que habías terminado con ellas. Sé que yo misma había evitado hablar de eso, y que no era justo por mi parte quererlo, pero creí que lo habías hecho.
—No había acabado con ellas «oficialmente», Santana, pero nadie ha estado en mi cama desde que me arrastraste por ese maldito pasillo y me pediste que te tocara. Joder, ni siquiera antes de entonces.
—Pero ¿y eso cómo iba yo a saberlo? —Bajó la cabeza y miró al suelo— . Y no fue solo lo que le dijiste a Jake, porque ya sabía que tú y yo teníamos que hablar, pero luego vi el mensaje de texto en el coche . Apareció mientras estaba buscando la música para el trayecto. —Se acercó, presionando los muslos contra mis rodillas—. Lo habíamos hecho sin protección la noche anterior, pero entonces vi su mensaje y parecía que...
parecía como si tuvieses intención de quedar y enrollarte con ella justo después. Me di cuenta de que Kitty aún tenía expectativas de poder estar contigo, y yo había estado intentando...
—No me acosté con ella el martes, Santana —la interrumpí, presa del pánico—. Sí, le envié un mensaje preguntándole si podíamos vernos, pero era para poder decirle que las cosas habían terminado entre nosotras. No pensaba...
—Lo sé —dijo en voz baja, cortándome—. Hoy me ha dicho que no ha estado contigo desde hace mucho tiempo.
Traté de asimilar aquello y luego suspiré. No estaba segura de querer saber lo que Kitty le había contado a Santana, pero en el fondo no importaba. No tenía nada que ocultar. Sí, para ser alguien que se vanagloriaba de dejar siempre las cosas claras desde el principio, debería haber terminado con Kitty tan pronto como le dije a Santana que quería ir a más con ella, pero nunca les había mentido a ninguna de las dos, ni una sola vez. No había mentido cuando le dije a Kitty todos esos meses atrás que no quería nada serio, y no le había mentido a Santana hacía apenas un mes cuando le dije que quería algo más, y solo de ella.
—Estaba intentando seguir tus reglas. No iba a sacar el tema de la relación de nuevo porque habías decidido que yo era incapaz de mantener esa clase de relación, para empezar.
—Lo sé —dijo rápidamente—. Lo sé.
Pero eso fue todo, sus ojos buscaron los míos, esperando a que yo dijera... ¿Qué? ¿Qué podía decir que no hubiese dicho ya? ¿Acaso no se lo había dicho con toda claridad suficientes veces?
Lancé un suspiro de agotamiento y me levanté.
—¿Quieres ducharte tú primero? —le pregunté. Las cosas estaban muy tensas entre nosotras, y ni siquiera habían sido así cuando todavía éramos prácticamente unas extrañas, corriendo juntas aquella primera mañana de frío glacial.
Tuvo que dar un paso atrás para que yo pudiera salir.
—No, está bien. Ve tú primero —dijo.
Puse la temperatura del agua al máximo, todo lo caliente que fuese capaz de soportar. Todavía no tenía los músculos doloridos por la carrera —probablemente no iban a estar demasiado resentidos—, pero con la tensión de querer hacer el amor con Santana y estrangularla al mismo tiempo, el agua caliente y el vapor me sentaron de maravilla. Cabía la posibilidad de que quisiese que las cosas volviesen a ser igual que antes: sexo, sin compromiso, como amigas. Cómodo y sin expectativas . Y la deseaba con tanta intensidad que sabía lo fácil que sería volver a caer en eso, poder disfrutar de su cuerpo y su amistad a partes iguales, no necesitar ni esperar que fuese a más.
Sin embargo, eso ya no era lo que yo quería. No lo quería de nadie, y mucho menos de ella.
Me enjaboné, cerrando los ojos e inhalando el vapor, restregando y desprendiéndome el sudor y la carrera de mi cuerpo. Deseando poder desprenderme también de la confusión que sentía en mi interior.
Oí el leve chasquido de la puerta de la ducha solo una fracción de segundo antes de que una ráfaga de aire frío me recorriese la piel. La adrenalina se deslizó por mis venas, bombeándome a través del corazón, inundándome la cabeza de un ansia salvaje que me daba vértigo. Apoyé la mano en la pared, con temor a volverme y mirarla y sentir cómo se disolvía toda mi fuerza de voluntad y mi resolución. Solo una pequeña
parte de mí sabía que sería capaz de contenerse. El resto le daría todo lo que ella le pidiera.
Susurró mi nombre, cerrando la puerta y aproximándose lo suficiente para que sintiera la presión de sus pechos desnudos contra mi espalda. Tenía la piel fría. Me recorrió los costados con las manos, acariciándome las costillas.
—Brittany ... —dijo de nuevo, desplazando las manos hasta el pecho y luego abajo hacia el vientre —. Mírame.
Bajé los brazos, agarrándole las muñecas para impedir que sus manos siguieran bajando y descubrieran lo dura que la tenía con solo aquel fugaz contacto. Era como un caballo de carreras, a quien solo una puerta endeble impedía que saliera desbocado. Tensé los músculos de los brazos; sujetándola por las muñecas conseguía contenerme a mí y evitar a la vez que me pusiera las manos sobre la piel.
Apoyé la frente en la pared y me quedé inmóvil hasta estar segura de que podría enfrentarme a ella y no tomarla de inmediato en mis brazos. Al final, me volví sin soltarle las muñecas.
—Me parece que no voy a poder hacer esto —dije en voz baja, mirándola a la cara.
Llevaba el pelo suelto, y los mechones húmedos se le adherían a las mejillas, al cuello, a los hombros. Tenía la frente arrugada con gesto confuso y yo sabía que no entendía lo que quería decir. Pero entonces fue como si me oyera, y un rubor de humillación se extendió por sus mejillas y cerró los ojos con fuerza.
—Lo siento, yo no...
—No —le dije, interrumpiéndola—. Quiero decir que no puedo seguir haciendo lo que hacíamos antes. No voy a compartirte. No quiero seguir con esto si tú todavía quieres salir con otros hombres.
Santana abrió los ojos, que se dulcificaron, y recobró el aliento.
—No te culpo por querer vivir nuevas experiencias —le dije, apretando los puños con fuerza alrededor de sus muñecas solo de pensarlo —, pero no voy a ser capaz de evitar que mis sentimientos por ti se hagan más profundos y no quiero fingir que somos solo amigas. Ni siquiera con Jake. Sé que aceptaré lo que tú quieras darme porque siento algo muy muy fuerte por ti y te necesito hasta ese punto, pero me sentiría muy desgraciada si para ti solo fuese sexo y nada más que sexo.
—No creo que para mí haya sido solo sexo, ni siquiera al principio —dijo.
Le solté las muñecas y escudriñé su cara, tratando de comprender qué era lo que me estaba ofreciendo.
—Cuando me llamaste «tu Santana» antes... —empezó a decir y luego se interrumpió, aplastando la mano contra mi pecho—, yo quería que fuera verdad. Quiero ser tuya.
El aire me formó un nudo en la garganta. Vi palpitar su pulso en la delicada piel de su cuello.
—Lo que quiero decir es que soy tuya. Ya soy tuya.
Se puso de puntillas, con los ojos bien abiertos mientras atrapaba cuidadosamente mi labio inferior entre los suyos, succionándolo con suavidad. Cogió mi mano, la apretó alrededor de uno de sus pechos y se arqueó en mi palma.
Si lo que yo sentía en ese instante era aunque fuese una pequeña muestra del miedo que, durante todo ese tiempo, había sentido ella a que le hiciese daño, de repente comprendí por qué había sido tan miedosa durante tanto tiempo. Amar así daba un miedo pavoroso.
—Por favor —me suplicó, besándome otra vez, buscando mi otra mano y tratando de hacer que la rodeara por completo—. Tengo tantas ganas de estar contigo que hasta me cuesta respirar.
—Santana —acerté a decir con voz ahogaba, agachándome involuntariamente, dándole mejor acceso a mis labios, a mi cuello. La envolví con la mano, acariciándole el pezón con el pulgar.
—Te quiero —susurró, besándome la barbilla, el cuello, y yo cerré los ojos, con el corazón palpitante.
Cuando dijo aquello, mi determinación se hizo añicos y abrí la boca, gimiendo cuando sentí que deslizaba la lengua dentro y me cubría la mía. Lanzó un gemido, arañándome los hombros, el cuello, presionando con su vientre la firme línea de mi erección.
Dio un grito ahogado al sentir la baldosa fría en la espalda cuando le di la vuelta, aplastándola contra la pared, y luego lanzó otro grito mudo cuando me agaché y me llevé su pecho a mi boca, chupando con avidez. No es que mi miedo hubiese desaparecido, en todo caso, oírla decir que me quería era infinitamente más aterrador porque traía consigo un atisbo de esperanza: la esperanza de que yo pudiera llevar adelante aquello, de que ella pudiera hacerlo, de que las dos pudiésemos, de algún modo, caminar juntas y a ciegas a través de aquella difícil primera vez.
Regresé a su boca, absolutamente enajenada y fuera de control, perdida en la fiebre de sus besos y sabiendo sin necesidad de hacer preguntas que el líquido que le humedecía las mejillas no era el agua de la ducha. Yo también lo sentí, el alivio infinito, seguido inmediatamente de la feroz necesidad de estar dentro de ella, de moverme en su interior, de sentirla en su plenitud.
Bajé la mano y le agarré la parte posterior de los muslos, levantándola para que pudiera enroscarme las piernas alrededor de la cintura. Sentí el cálido bálsamo de su sexo y me quedé allí, meciéndome hacia delante y hacia atrás, presionando una y otra vez, enamorándome de nuevo con sus sonidos roncos e impacientes.
—Nunca he hecho esto antes —murmuré, con la boca enterrada en la piel de su cuello—. No tengo ni puta idea de lo que estoy haciendo.
Se echó a reír, mordiéndome el cuello y agarrándome de los hombros con fuerza. Muy despacio, me hundí en ella y me quedé inmóvil cuando nuestras caderas entraron en contacto, sabiendo de inmediato que aquello acabaría muy rápido. Echó la cabeza hacia atrás en las baldosas, golpeándolas con un ruido sordo, y su pecho subía y bajaba con cada respiración jadeante y sincopada.
—Oh, Dios mío, Brittany ...
Salí de ella y murmuré:
—¿Tú también lo sientes?
Santana empezó a gimotear, suplicándome que me moviera, aplastándose al máximo contra mí, atrapada entre la pared y mi cuerpo.
—Eso no es solo sexo —le dije, succionando la curva de su garganta —. ¿Esa sensación tan maravillosa que casi duele? Ha sido así cada vez que he estado dentro de ti, Ciruela. Eso es lo que se siente cuando haces esto con alguien por quien estás completamente loca.
—¿Alguien a quien amas? —preguntó, con los labios pegados a mi oído.
—Sí.
Seguí embistiendo cada vez más y más rápido, consciente de que estaba tan cerca que iba a tener que llevármela a la cama, devorar su sexo y volver a follármela luego hasta que las dos cayésemos rendidas. Era demasiado intenso, y en cuanto empecé a moverme supe que nunca me acostumbraría a la sensación de estar dentro de ella sin nada entre ambas. Me estremecí, regodeándome en sus ruidos y susurrándole mi
disculpa al oído una y otra vez: —Es demasiado intenso... Demasiado intenso...
Todo era abrumador: la sensación de tenerla allí, sus palabras y la certeza de que ya era verdaderamente mía.
—Estoy a punto, Ciruela. No puedo...
Sacudió la cabeza, clavándome las uñas en el hombro, y apretó los labios en mi oído.
—Me gusta cuando no puedes aguantar más. Eso es lo que siempre siento yo contigo.
Con un gemido, mis fuerzas me abandonaron por completo y empecé a caer...
Y a caer...
Y a caer...
Presioné más y más fuerte hasta que oí el golpe suave de mis muslos sobre ella y su espalda contra la pared, y sentí que todo mi cuerpo se incendiaba, empapada, eyaculando dentro de ella con tanta fuerza que mi grito resonó con atronadora estridencia en las baldosas que nos rodeaban.
No creía haberme corrido tan rápido en toda mi vida y sentí una mezcla de euforia y una leve vergüenza.
Santana me tiró del pelo, reclamando en silencio mi boca sobre la de ella, pero después de un pequeño beso, me escurrí entre sus brazos con un gemido y me hinqué de rodillas en el suelo.
Inclinándome hacia delante, la abrí con las manos y cubrí con mi boca la suave cresta de su clítoris, chupando con avidez. Cerré los ojos y gemí al oír el sonido de su dulce lamento, la sensación de su sexo en mi lengua. Le temblaban las piernas —cansadas después de la carrera, pero, probablemente, también agotadas por la rudeza con que acababa de tratarla contra la pared de la ducha— y deslicé los brazos entre sus muslos, separándole las piernas y levantándola para que apoyara los muslos sobre mis hombros y poder agarrarle las nalgas con las palmas de las manos. Empezó a gritar encima de mí, agitando los brazos y tratando frenéticamente de encontrar algo a lo que aferrarse, y finalmente se conformó con sujetarme la cabeza con los muslos y bajar los brazos, apoyando las manos en la parte superior de mi cabeza mientras me
observaba con ojos fascinados.
—Estoy a punto de correrme —anunció con voz trémula, las manos temblorosas también por donde me sujetaba del pelo.
Emití un leve ronroneo, sonriéndole y moviendo la cabeza de lado a lado lentamente mientras chupaba. Nunca había hecho eso antes y sentí que, verdaderamente, estaba haciéndole el amor, amándola de todas las formas posibles. Tenía el pecho en llamas cuando se me ocurrió pensar que aquel era el principio de nuestra relación. Justo ahí, entre la bruma del vapor de la ducha, era donde lo habíamos aclarado todo.
Vi el momento en que empezó a correrse, el sofoco que le invadió el pecho y se extendió hacia arriba, llegándole a la cara en el preciso instante en que sus labios se separaban formando un suspiro.
Nunca me cansaría de aquello. Nunca me cansaría de ella. Con el placer más posesivo que había sentido en toda mi vida, vi como su orgasmo le estremecía todo el cuerpo, arrancándole un poderoso alarido de la garganta. Me detuve cuando dejó los muslos inertes y aparté con cuidado los brazos para dejar que se sostuviera sobre unas piernas temblorosas. Me puse de pie y la miré fijamente un instante antes de que me pasara los brazos alrededor del cuello y se estirara para abrazarme. Estaba suave y caliente por el efecto del agua, y era como si se fundiese en mis brazos.
Y era tan increíblemente distinto... Nunca había sentido nada parecido, como si estuviera completamente conectada a ella, incluso cuando estábamos en nuestros momentos más íntimos como «solo amigas».
Allí, ella era mía.
—Te quiero —le susurré con los labios en su pelo, antes de palpar el lateral de la ducha para buscar la pastilla de jabón. Con sumo cuidado, le lavé cada centímetro de la piel, del pelo y del suave terciopelo de entre sus piernas. Le limpié la huella de mi orgasmo del cuerpo y le besé la mandíbula, los párpados y los labios.
Salimos de la ducha y la envolví en una toalla antes de rodearme una yo también alrededor de mi cuerpo. La llevé a la habitación, la senté en el borde de la cama, y la sequé, antes de hacerla tumbarse sobre el colchón.
—Te traeré algo de comer.
—Te acompaño. —Forcejeó con mis manos y trató de incorporarse, pero negué con la cabeza, agachándome para chuparle un pezón con la boca
—. Quédate aquí y relájate — murmuré en la hondonada de su piel—. Quiero tenerte aquí en la cama toda la noche, así que vas a tener que comer primero.
Las gotas de agua de mi pelo rebotaron sobre su piel desnuda y dio un respingo, con los ojos muy abiertos, las pupilas pintando de negro azabache el suave marron de sus iris. Desplazó las manos hacia mis hombros, tratando de tirar de mí hacia abajo y..., joder, ya estaba lista para empezar otra vez..., pero necesitábamos comer algo. Ya empezaba a estar mareada.
—Preparo algo rápido y vuelvo.
Nos comimos unos sándwiches, desnudas sobre la colcha, y estuvimos hablando durante horas sobre la carrera, sobre el fin de semana con su familia, y al final, sobre lo que habíamos sentido cuando creíamos que todo había terminado entre nosotras.
Hicimos el amor hasta ver cómo se extinguía la luz del sol, y luego nos quedamos dormidas, y nos despertamos en plena noche hambrientas, con ganas de más. Y entonces el sexo fue salvaje, y ruidoso, y exactamente como habían sido siempre las cosas entre nosotras en nuestros mejores momentos: sinceras.
Por el momento, mi apetito se había saciado, y abrí el cajón de mi mesita de noche para buscar un bolígrafo. Me acurruqué junto a ella y volví a escribirle el tatuaje en la cadera: «Todo lo raro y singular, para los raros y singulares». Esperaba poder ser ese alguien raro y singular — un animal salvaje recuperada, una seductora irresistible reformada— que Santana se merecía.
—Joder —exclamó sin aliento, mirando al suelo—. Me siento increíble. Ha sido increíble.
Los voluntarios nos llevaron barritas energéticas y unas botellas de Gatorade que engullimos en un instante. Estaba absolutamente orgullosa de ella y no pude contenerme, y aun sin resuello, le di un sudoroso abrazo y la besé en la parte superior de la cabeza.
—Has estado increíble. —Cerré los ojos y aplasté la cara contra su pelo—. Santana, estoy tan orgullosa de ti...
Ella se quedó paralizada en mis brazos y luego deslizó sus manos por el costado de mi cuerpo y las dejó allí, abrazándome, con la cara enterrada en mi cuello. Percibí el movimiento de su respiración al inhalar y exhalar el aire, y el temblor de sus manos sobre mí. Por alguna razón, no creía que se debiese únicamente al subidón de adrenalina de la carrera.
—Creo que deberíamos ir a por nuestras cosas —le susurré al fin.
Había pasado toda la semana con mis emociones oscilando entre la seguridad en mí misma y el miedo, y ahora que la tenía a mi lado, no tenía ningunas ganas de perderla de vista. Dimos media vuelta para regresar hacia las carpas. Como la carrera serpenteaba a través de Central Park, la línea de meta terminaba a solo unas manzanas de donde habíamos empezado. Escuché su respiración, observando sus pies mientras caminaba.
Me di cuenta de que estaba agotada.
—Supongo que te habrás enterado de lo de Quinn —dijo, bajándo la mirada y toqueteando su número de dorsal. Extrajo los imperdibles, se lo quitó y lo miró.
—Sí —le dije, sonriendo—. Es una pasada.
—La vi ayer por la noche —dijo—. Está muy ilusionada.
—Yo vi a Puck el martes. —Tragué saliva, sintiéndome la hostia de nerviosa de repente , mientras a mi lado Santana vacilaba un instante—. Esa noche salí con los chicos. Tal como cabría esperar, Puck está entre aterrorizado y pletórico de alegría.
Se echó a reír con una risa auténtica y desenfadada... Joder, cuánto la había echado de menos.
—¿Qué tienes pensado hacer ahora, después de esto? —le pregunté, esquivándola para que tuviera que buscarme con la mirada.
Y cuando lo hizo, lo vi, vi ese algo que sabía que no me había imaginado el fin de semana anterior. Todavía podía sentirla deslizándose encima de mí en la penumbra de la habitación de invitados; aún la oía susurrándome: «No me hagas daño».
Era la segunda vez que lo había dicho, cuando era yo la que se había hecho daño de verdad.
Se encogió de hombros y miró hacia otro lado, sorteando la densa multitud mientras nos acercábamos a las carpas de la línea de salida. Empecé a sentir que el pánico se apoderaba de mí; todavía no estaba preparada para decirle adiós.
—Pensaba irme a casa y darme ducha. Almorzar algo. —Frunció el ceño—. O parar a almorzar de camino a casa. No estoy segura de tener algo comestible en la nevera, la verdad.
—Las viejas costumbres tardan en desaparecer —señalé secamente.
Santana lanzó un resoplido cargado de culpabilidad.
—Sí, llevo toda la semana encerrada en el laboratorio. Era una buena manera de... tener el cerebro ocupado.
Las palabras le salieron precipitadamente, tan entrecortadas como mi propia respiración.
—Me encantaría almorzar contigo y tengo comida para hacer sándwiches o alguna ensalada. Podrías venir a casa o... —le dije.
La voz se me fue apagando cuando ella se detuvo y se volvió hacia mí, primero con gesto de desconcierto y luego... de entusiasmo.
Pestañeé y sentí que se me aceleraba el corazón. Traté de apaciguar la esperanza imposible que me trepaba por la garganta.
—¿Qué pasa? —le pregunté, en un tono más molesto de lo que pretendía—. ¿Por qué me miras así?
—Me parece que eres la única ejecutiva mujer que conozco que tiene la nevera tan bien surtida — dijo, sonriendo.
Sentí que se me arrugaba la frente, confusa. ¿Y eso la había hecho pararse en seco y mirarme fijamente? Me agarré la nuca y murmuré:
—Bueno, siempre intento tener comida sana en casa para no tener que salir a comer comida basura.
Se acercó a mí, lo bastante para sentir, con la ráfaga de viento que sopló en ese momento, el mechón de su pelo haciéndome cosquillas en el cuello. Lo bastante para percibir el leve olor de su sudor, para recordar lo increíble que era hacerla sudar. Bajé la mirada a sus labios, sintiendo un deseo tan intenso de besarla que me ardía la piel.
—Creo que eres increíble, Brittany —dijo, humedeciéndose los labios ante la presión de mi mirada insistente—. Y deja de encenderme con los ojos. Por hoy ya he tenido suficiente.
Antes de darme tiempo a procesar todo aquello, se dio media vuelta y se dirigió hacia la carpa de las mujeres que corrian como principiantes a buscar sus cosas. Aturdida, me fui en sentido contrario, para buscar las llaves de mi casa, mis calcetines de recambio y los papeles que me había metido en la chaqueta de correr. Cuando salí, ella me estaba esperando, con una pequeña bolsa de lona.
—Entonces —dije, haciendo todo lo posible por mantener las distancias—, ¿te vienes?
—De verdad que debería ducharme... —dijo, mirando por detrás de mí a la calle que llevaba, un poco más adelante, a su edificio.
—Puedes ducharte en mi casa...
No me importaba lo que pensará. No pensaba dejarla marchar así como así. La había echado de menos. Las noches habían sido casi insoportables, pero, por alguna extraña razón, las mañanas habían sido aún peores. Echaba de menos su conversación imparable y cuando finalmente acababa siguiendo el ritmo sincronizado de nuestros pasos sobre el pavimento.
—¿Y cogerte prestada algo de ropa limpia? —preguntó, con una sonrisa burlona.
Asentí con la cabeza sin dudarlo.
—Sí.
Su sonrisa se desvaneció cuando vio que hablaba en serio.
—Ven, Santana. Solo a almorzar, te lo prometo.
Se llevó la mano a la frente para protegerse el sol y estudió mi rostro unos minutos más.
—¿Estás segura?
En lugar de responder, incliné la cabeza y me volví para echar a caminar. Ella se puso a caminar a mi lado y cada vez que nuestros dedos se rozaban involuntariamente, me daban ganas de cogerla de la mano y atraerla luego a ella hacia mí y aplastarla contra el árbol más cercano. Había sido la Santana alegre y bromista de siempre esos breves y eufóricos momentos, pero la Santana silenciosa reapareció mientras caminábamos la docena de manzanas que había hasta mi edificio. Le aguanté la puerta cuando entramos, pasé por delante de ella para pulsar el botón de subida del ascensor y luego me acerqué lo suficiente para sentir la presión de su brazo en el mío mientras esperábamos. Al menos tres veces la oí tomar aire para decir algo, pero luego se miraba los zapatos, las uñas o a las puertas del ascensor. Miraba a todas partes excepto a mi cara.
Arriba, mi espaciosa cocina pareció encogerse bajo la tensión que había entre nosotras, provocada por los rescoldos de la horrible conversación del martes por la noche, los centenares de cosas que no nos habíamos dicho ese día. Le di una botella de Powerade azul porque era su favorito y me serví un vaso de agua, volviéndome para admirar sus labios, su garganta, sus manos alrededor de la botella mientras tomaba un trago.
«Eres tan increíblemente guapa...», pensé, pero no me atreví a decirlo en voz alta.
«Te amo», decía para mis adentros.
Cuando dejó la botella sobre la encimera, su expresión estaba dominada por todas las cosas que no estaba diciendo en voz alta ella tampoco. Yo sabía que estaban allí, pero no tenía ni idea de qué podían ser. Mientras nos rehidratábamos en silencio, no pude evitar repasarla de arriba abajo disimuladamente..., pero no me sirvió de nada tratar de disimular. Vi cómo sus labios esbozaban una sonrisa de complicidad cuando desplacé mi atención a su rostro, a su barbilla y por la piel aún reluciente de su escote, la insinuación de sus pechos visibles bajo su minúsculo sujetador de deporte..., «mierda», me dije. Hasta entonces había logrado evitar mirarle directamente los pechos, y en ese momento me traspasó un dolor familiar que me sacudió todo el cuerpo. Sus pechos eran para mí la fuente de la felicidad, y habría dado lo que fuese por enterrar mi cara entre ellos.
Lancé un gemido y me froté los ojos. Había sido muy mala idea invitarla allí. Quería desnudarla, aún sudorosa, y sentir cómo toda ella se deslizaba encima de mí.
Señalé al baño por encima del hombro.
—¿Quieres ducharte tú primero? —le pregunté.
Justo en ese momento, Santana inclinó la cabeza y sonrió.
—¿Estabas mirándome los pechos? —preguntó.
Y por la familiaridad y la confianza que implicaba la pregunta, por la maldita intimidad que destilaba, la sangre se me encendió de ira.
—Santana, no hagas esto —espeté—. No me vengas con juegos. Hace apenas una semana básicamente me dijiste que me esfumase para siempre.
No esperaba que me saliera así, y en el silencio de la cocina, mi tono enfurecido retumbó por todas partes y nos envolvió por completo.
Palideció, con gesto desolado.
—Lo siento —murmuró.
—Mierda —exclamé, con un gemido, al tiempo que cerraba los ojos con fuerza—. No lo sientas, solo quiero... —Abrí los ojos para mirarla—. No juegues conmigo.
—No es mi intención —dijo, y la urgencia contenida imprimió a su voz un tono débil y ronco —. Siento haber desaparecido la semana pasada. Siento haberme portado tan mal. Pensé que...
Saqué un taburete de la cocina y me desplomé sobre él. Correr media maratón no me agotaba tanto como todo aquello. Mi amor por ella era un organismo vivo, pesado y palpitante, y me hacía volverme loca, ansiosa y hambrienta. Odiaba verla angustiada y temerosa. Odiaba ver su reacción de tristeza ante mi enfado, pero era aún peor saber que tenía el poder de romperme el corazón y tenía muy poca experiencia en manejarlo con cuidado. Yo estaba completamente a su merced, con toda su torpeza y falta de experiencia.
—Te echo de menos —dijo.
Se me encogió me corazón.
—Y yo te echo tanto de menos a ti, Santana... No tienes ni idea. Pero oí lo que me dijiste el martes. Si no quieres esto, entonces tenemos que encontrar una manera de volver a ser amigas. Preguntarme si te estoy mirando los pechos no ayuda precisamente a dejar atrás todo esto.
—Lo siento —dijo otra vez—. Brittany ... —empezó a decir, y luego las palabras se desvanecieron y ella parpadeó y bajó la vista a sus zapatos. Necesitaba comprender qué era lo que había pasado, por qué todo se había derrumbado tan bruscamente después de que hubiésemos hecho el amor de una forma tan íntima hacía apenas una semana.
—Esa noche... —empecé a decir y luego lo pensé mejor—. No, Santana, todas las noches; siempre ha sido igual de intenso todo entre nosotras, pero esa noche, el fin de semana pasado... Creía que todo había cambiado. Nosotras cambiamos. Pero ¿y al día
siguiente? ¿El camino de vuelta a casa en el coche? Joder, ni siquiera sé lo que pasó.
Se acercó, lo suficiente para que pudiera tirar de ella por las caderas y situarla de pie entre mis piernas, pero no lo hice, y bajó las manos a los lados antes de dejarlas quietas.
—Lo que pasó fue que oí lo que le dijiste a Jake —me explicó—. Yo sabía que había otras mujeres en tu vida, pero pensaba algo así como que habías terminado con ellas. Sé que yo misma había evitado hablar de eso, y que no era justo por mi parte quererlo, pero creí que lo habías hecho.
—No había acabado con ellas «oficialmente», Santana, pero nadie ha estado en mi cama desde que me arrastraste por ese maldito pasillo y me pediste que te tocara. Joder, ni siquiera antes de entonces.
—Pero ¿y eso cómo iba yo a saberlo? —Bajó la cabeza y miró al suelo— . Y no fue solo lo que le dijiste a Jake, porque ya sabía que tú y yo teníamos que hablar, pero luego vi el mensaje de texto en el coche . Apareció mientras estaba buscando la música para el trayecto. —Se acercó, presionando los muslos contra mis rodillas—. Lo habíamos hecho sin protección la noche anterior, pero entonces vi su mensaje y parecía que...
parecía como si tuvieses intención de quedar y enrollarte con ella justo después. Me di cuenta de que Kitty aún tenía expectativas de poder estar contigo, y yo había estado intentando...
—No me acosté con ella el martes, Santana —la interrumpí, presa del pánico—. Sí, le envié un mensaje preguntándole si podíamos vernos, pero era para poder decirle que las cosas habían terminado entre nosotras. No pensaba...
—Lo sé —dijo en voz baja, cortándome—. Hoy me ha dicho que no ha estado contigo desde hace mucho tiempo.
Traté de asimilar aquello y luego suspiré. No estaba segura de querer saber lo que Kitty le había contado a Santana, pero en el fondo no importaba. No tenía nada que ocultar. Sí, para ser alguien que se vanagloriaba de dejar siempre las cosas claras desde el principio, debería haber terminado con Kitty tan pronto como le dije a Santana que quería ir a más con ella, pero nunca les había mentido a ninguna de las dos, ni una sola vez. No había mentido cuando le dije a Kitty todos esos meses atrás que no quería nada serio, y no le había mentido a Santana hacía apenas un mes cuando le dije que quería algo más, y solo de ella.
—Estaba intentando seguir tus reglas. No iba a sacar el tema de la relación de nuevo porque habías decidido que yo era incapaz de mantener esa clase de relación, para empezar.
—Lo sé —dijo rápidamente—. Lo sé.
Pero eso fue todo, sus ojos buscaron los míos, esperando a que yo dijera... ¿Qué? ¿Qué podía decir que no hubiese dicho ya? ¿Acaso no se lo había dicho con toda claridad suficientes veces?
Lancé un suspiro de agotamiento y me levanté.
—¿Quieres ducharte tú primero? —le pregunté. Las cosas estaban muy tensas entre nosotras, y ni siquiera habían sido así cuando todavía éramos prácticamente unas extrañas, corriendo juntas aquella primera mañana de frío glacial.
Tuvo que dar un paso atrás para que yo pudiera salir.
—No, está bien. Ve tú primero —dijo.
Puse la temperatura del agua al máximo, todo lo caliente que fuese capaz de soportar. Todavía no tenía los músculos doloridos por la carrera —probablemente no iban a estar demasiado resentidos—, pero con la tensión de querer hacer el amor con Santana y estrangularla al mismo tiempo, el agua caliente y el vapor me sentaron de maravilla. Cabía la posibilidad de que quisiese que las cosas volviesen a ser igual que antes: sexo, sin compromiso, como amigas. Cómodo y sin expectativas . Y la deseaba con tanta intensidad que sabía lo fácil que sería volver a caer en eso, poder disfrutar de su cuerpo y su amistad a partes iguales, no necesitar ni esperar que fuese a más.
Sin embargo, eso ya no era lo que yo quería. No lo quería de nadie, y mucho menos de ella.
Me enjaboné, cerrando los ojos e inhalando el vapor, restregando y desprendiéndome el sudor y la carrera de mi cuerpo. Deseando poder desprenderme también de la confusión que sentía en mi interior.
Oí el leve chasquido de la puerta de la ducha solo una fracción de segundo antes de que una ráfaga de aire frío me recorriese la piel. La adrenalina se deslizó por mis venas, bombeándome a través del corazón, inundándome la cabeza de un ansia salvaje que me daba vértigo. Apoyé la mano en la pared, con temor a volverme y mirarla y sentir cómo se disolvía toda mi fuerza de voluntad y mi resolución. Solo una pequeña
parte de mí sabía que sería capaz de contenerse. El resto le daría todo lo que ella le pidiera.
Susurró mi nombre, cerrando la puerta y aproximándose lo suficiente para que sintiera la presión de sus pechos desnudos contra mi espalda. Tenía la piel fría. Me recorrió los costados con las manos, acariciándome las costillas.
—Brittany ... —dijo de nuevo, desplazando las manos hasta el pecho y luego abajo hacia el vientre —. Mírame.
Bajé los brazos, agarrándole las muñecas para impedir que sus manos siguieran bajando y descubrieran lo dura que la tenía con solo aquel fugaz contacto. Era como un caballo de carreras, a quien solo una puerta endeble impedía que saliera desbocado. Tensé los músculos de los brazos; sujetándola por las muñecas conseguía contenerme a mí y evitar a la vez que me pusiera las manos sobre la piel.
Apoyé la frente en la pared y me quedé inmóvil hasta estar segura de que podría enfrentarme a ella y no tomarla de inmediato en mis brazos. Al final, me volví sin soltarle las muñecas.
—Me parece que no voy a poder hacer esto —dije en voz baja, mirándola a la cara.
Llevaba el pelo suelto, y los mechones húmedos se le adherían a las mejillas, al cuello, a los hombros. Tenía la frente arrugada con gesto confuso y yo sabía que no entendía lo que quería decir. Pero entonces fue como si me oyera, y un rubor de humillación se extendió por sus mejillas y cerró los ojos con fuerza.
—Lo siento, yo no...
—No —le dije, interrumpiéndola—. Quiero decir que no puedo seguir haciendo lo que hacíamos antes. No voy a compartirte. No quiero seguir con esto si tú todavía quieres salir con otros hombres.
Santana abrió los ojos, que se dulcificaron, y recobró el aliento.
—No te culpo por querer vivir nuevas experiencias —le dije, apretando los puños con fuerza alrededor de sus muñecas solo de pensarlo —, pero no voy a ser capaz de evitar que mis sentimientos por ti se hagan más profundos y no quiero fingir que somos solo amigas. Ni siquiera con Jake. Sé que aceptaré lo que tú quieras darme porque siento algo muy muy fuerte por ti y te necesito hasta ese punto, pero me sentiría muy desgraciada si para ti solo fuese sexo y nada más que sexo.
—No creo que para mí haya sido solo sexo, ni siquiera al principio —dijo.
Le solté las muñecas y escudriñé su cara, tratando de comprender qué era lo que me estaba ofreciendo.
—Cuando me llamaste «tu Santana» antes... —empezó a decir y luego se interrumpió, aplastando la mano contra mi pecho—, yo quería que fuera verdad. Quiero ser tuya.
El aire me formó un nudo en la garganta. Vi palpitar su pulso en la delicada piel de su cuello.
—Lo que quiero decir es que soy tuya. Ya soy tuya.
Se puso de puntillas, con los ojos bien abiertos mientras atrapaba cuidadosamente mi labio inferior entre los suyos, succionándolo con suavidad. Cogió mi mano, la apretó alrededor de uno de sus pechos y se arqueó en mi palma.
Si lo que yo sentía en ese instante era aunque fuese una pequeña muestra del miedo que, durante todo ese tiempo, había sentido ella a que le hiciese daño, de repente comprendí por qué había sido tan miedosa durante tanto tiempo. Amar así daba un miedo pavoroso.
—Por favor —me suplicó, besándome otra vez, buscando mi otra mano y tratando de hacer que la rodeara por completo—. Tengo tantas ganas de estar contigo que hasta me cuesta respirar.
—Santana —acerté a decir con voz ahogaba, agachándome involuntariamente, dándole mejor acceso a mis labios, a mi cuello. La envolví con la mano, acariciándole el pezón con el pulgar.
—Te quiero —susurró, besándome la barbilla, el cuello, y yo cerré los ojos, con el corazón palpitante.
Cuando dijo aquello, mi determinación se hizo añicos y abrí la boca, gimiendo cuando sentí que deslizaba la lengua dentro y me cubría la mía. Lanzó un gemido, arañándome los hombros, el cuello, presionando con su vientre la firme línea de mi erección.
Dio un grito ahogado al sentir la baldosa fría en la espalda cuando le di la vuelta, aplastándola contra la pared, y luego lanzó otro grito mudo cuando me agaché y me llevé su pecho a mi boca, chupando con avidez. No es que mi miedo hubiese desaparecido, en todo caso, oírla decir que me quería era infinitamente más aterrador porque traía consigo un atisbo de esperanza: la esperanza de que yo pudiera llevar adelante aquello, de que ella pudiera hacerlo, de que las dos pudiésemos, de algún modo, caminar juntas y a ciegas a través de aquella difícil primera vez.
Regresé a su boca, absolutamente enajenada y fuera de control, perdida en la fiebre de sus besos y sabiendo sin necesidad de hacer preguntas que el líquido que le humedecía las mejillas no era el agua de la ducha. Yo también lo sentí, el alivio infinito, seguido inmediatamente de la feroz necesidad de estar dentro de ella, de moverme en su interior, de sentirla en su plenitud.
Bajé la mano y le agarré la parte posterior de los muslos, levantándola para que pudiera enroscarme las piernas alrededor de la cintura. Sentí el cálido bálsamo de su sexo y me quedé allí, meciéndome hacia delante y hacia atrás, presionando una y otra vez, enamorándome de nuevo con sus sonidos roncos e impacientes.
—Nunca he hecho esto antes —murmuré, con la boca enterrada en la piel de su cuello—. No tengo ni puta idea de lo que estoy haciendo.
Se echó a reír, mordiéndome el cuello y agarrándome de los hombros con fuerza. Muy despacio, me hundí en ella y me quedé inmóvil cuando nuestras caderas entraron en contacto, sabiendo de inmediato que aquello acabaría muy rápido. Echó la cabeza hacia atrás en las baldosas, golpeándolas con un ruido sordo, y su pecho subía y bajaba con cada respiración jadeante y sincopada.
—Oh, Dios mío, Brittany ...
Salí de ella y murmuré:
—¿Tú también lo sientes?
Santana empezó a gimotear, suplicándome que me moviera, aplastándose al máximo contra mí, atrapada entre la pared y mi cuerpo.
—Eso no es solo sexo —le dije, succionando la curva de su garganta —. ¿Esa sensación tan maravillosa que casi duele? Ha sido así cada vez que he estado dentro de ti, Ciruela. Eso es lo que se siente cuando haces esto con alguien por quien estás completamente loca.
—¿Alguien a quien amas? —preguntó, con los labios pegados a mi oído.
—Sí.
Seguí embistiendo cada vez más y más rápido, consciente de que estaba tan cerca que iba a tener que llevármela a la cama, devorar su sexo y volver a follármela luego hasta que las dos cayésemos rendidas. Era demasiado intenso, y en cuanto empecé a moverme supe que nunca me acostumbraría a la sensación de estar dentro de ella sin nada entre ambas. Me estremecí, regodeándome en sus ruidos y susurrándole mi
disculpa al oído una y otra vez: —Es demasiado intenso... Demasiado intenso...
Todo era abrumador: la sensación de tenerla allí, sus palabras y la certeza de que ya era verdaderamente mía.
—Estoy a punto, Ciruela. No puedo...
Sacudió la cabeza, clavándome las uñas en el hombro, y apretó los labios en mi oído.
—Me gusta cuando no puedes aguantar más. Eso es lo que siempre siento yo contigo.
Con un gemido, mis fuerzas me abandonaron por completo y empecé a caer...
Y a caer...
Y a caer...
Presioné más y más fuerte hasta que oí el golpe suave de mis muslos sobre ella y su espalda contra la pared, y sentí que todo mi cuerpo se incendiaba, empapada, eyaculando dentro de ella con tanta fuerza que mi grito resonó con atronadora estridencia en las baldosas que nos rodeaban.
No creía haberme corrido tan rápido en toda mi vida y sentí una mezcla de euforia y una leve vergüenza.
Santana me tiró del pelo, reclamando en silencio mi boca sobre la de ella, pero después de un pequeño beso, me escurrí entre sus brazos con un gemido y me hinqué de rodillas en el suelo.
Inclinándome hacia delante, la abrí con las manos y cubrí con mi boca la suave cresta de su clítoris, chupando con avidez. Cerré los ojos y gemí al oír el sonido de su dulce lamento, la sensación de su sexo en mi lengua. Le temblaban las piernas —cansadas después de la carrera, pero, probablemente, también agotadas por la rudeza con que acababa de tratarla contra la pared de la ducha— y deslicé los brazos entre sus muslos, separándole las piernas y levantándola para que apoyara los muslos sobre mis hombros y poder agarrarle las nalgas con las palmas de las manos. Empezó a gritar encima de mí, agitando los brazos y tratando frenéticamente de encontrar algo a lo que aferrarse, y finalmente se conformó con sujetarme la cabeza con los muslos y bajar los brazos, apoyando las manos en la parte superior de mi cabeza mientras me
observaba con ojos fascinados.
—Estoy a punto de correrme —anunció con voz trémula, las manos temblorosas también por donde me sujetaba del pelo.
Emití un leve ronroneo, sonriéndole y moviendo la cabeza de lado a lado lentamente mientras chupaba. Nunca había hecho eso antes y sentí que, verdaderamente, estaba haciéndole el amor, amándola de todas las formas posibles. Tenía el pecho en llamas cuando se me ocurrió pensar que aquel era el principio de nuestra relación. Justo ahí, entre la bruma del vapor de la ducha, era donde lo habíamos aclarado todo.
Vi el momento en que empezó a correrse, el sofoco que le invadió el pecho y se extendió hacia arriba, llegándole a la cara en el preciso instante en que sus labios se separaban formando un suspiro.
Nunca me cansaría de aquello. Nunca me cansaría de ella. Con el placer más posesivo que había sentido en toda mi vida, vi como su orgasmo le estremecía todo el cuerpo, arrancándole un poderoso alarido de la garganta. Me detuve cuando dejó los muslos inertes y aparté con cuidado los brazos para dejar que se sostuviera sobre unas piernas temblorosas. Me puse de pie y la miré fijamente un instante antes de que me pasara los brazos alrededor del cuello y se estirara para abrazarme. Estaba suave y caliente por el efecto del agua, y era como si se fundiese en mis brazos.
Y era tan increíblemente distinto... Nunca había sentido nada parecido, como si estuviera completamente conectada a ella, incluso cuando estábamos en nuestros momentos más íntimos como «solo amigas».
Allí, ella era mía.
—Te quiero —le susurré con los labios en su pelo, antes de palpar el lateral de la ducha para buscar la pastilla de jabón. Con sumo cuidado, le lavé cada centímetro de la piel, del pelo y del suave terciopelo de entre sus piernas. Le limpié la huella de mi orgasmo del cuerpo y le besé la mandíbula, los párpados y los labios.
Salimos de la ducha y la envolví en una toalla antes de rodearme una yo también alrededor de mi cuerpo. La llevé a la habitación, la senté en el borde de la cama, y la sequé, antes de hacerla tumbarse sobre el colchón.
—Te traeré algo de comer.
—Te acompaño. —Forcejeó con mis manos y trató de incorporarse, pero negué con la cabeza, agachándome para chuparle un pezón con la boca
—. Quédate aquí y relájate — murmuré en la hondonada de su piel—. Quiero tenerte aquí en la cama toda la noche, así que vas a tener que comer primero.
Las gotas de agua de mi pelo rebotaron sobre su piel desnuda y dio un respingo, con los ojos muy abiertos, las pupilas pintando de negro azabache el suave marron de sus iris. Desplazó las manos hacia mis hombros, tratando de tirar de mí hacia abajo y..., joder, ya estaba lista para empezar otra vez..., pero necesitábamos comer algo. Ya empezaba a estar mareada.
—Preparo algo rápido y vuelvo.
Nos comimos unos sándwiches, desnudas sobre la colcha, y estuvimos hablando durante horas sobre la carrera, sobre el fin de semana con su familia, y al final, sobre lo que habíamos sentido cuando creíamos que todo había terminado entre nosotras.
Hicimos el amor hasta ver cómo se extinguía la luz del sol, y luego nos quedamos dormidas, y nos despertamos en plena noche hambrientas, con ganas de más. Y entonces el sexo fue salvaje, y ruidoso, y exactamente como habían sido siempre las cosas entre nosotras en nuestros mejores momentos: sinceras.
Por el momento, mi apetito se había saciado, y abrí el cajón de mi mesita de noche para buscar un bolígrafo. Me acurruqué junto a ella y volví a escribirle el tatuaje en la cadera: «Todo lo raro y singular, para los raros y singulares». Esperaba poder ser ese alguien raro y singular — un animal salvaje recuperada, una seductora irresistible reformada— que Santana se merecía.
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Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
Epílogo
Santana
La asistente de vuelo pasó junto a nosotras, cerrando con decisión los compartimientos para el equipaje de mano, y se inclinó para preguntarnos:
—¿Zumo de naranja o café?
Brittany pidió café. Yo negué con la cabeza sonriendo. Con la palma hacia arriba, Brittany me dio unos golpecitos en la rodilla.
—Dame tu móvil.
Se lo entregué, pero me quejé de todos modos:
—¿Para qué necesito conexión inalámbrica? Voy a pasarme todo el vuelo durmiendo.
Nunca jamás volvería a permitir que reservase un vuelo a las seis de la mañana desde Nueva York hasta la Costa Oeste. Brittany me ignoró e introdujo un código en una casilla minúscula del navegador de internet de mi móvil.
—Por si no te has dado cuenta, tengo sueño. Alguien tiene la culpa de que no pudiese dormir en toda la noche —susurré, inclinándome hacia ella.
Interrumpió lo que estaba haciendo y se volvió para mirarme con ojos ardientes.
—¿Fue así como ocurrió?
Sentí un estremecimiento que me recorría el pecho, me bajaba por el vientre y se metía entre mis piernas.
—Sí.
—¿Acaso no volviste del laboratorio un poco... encendida?
—No —mentí.
Levantó una ceja y esbozó una media sonrisa.
—¿Y acaso no interrumpiste mis preparativos de la romántica cena que estaba planeando para ti?
—¿Yo? No.
—¿Y acaso no me llevaste al sofá pidiéndome que «hiciera eso con la boca»?
Me llevé la mano al pecho.
—Jamás haría semejante cosa.
—¿No fuiste tú quien ignoró entonces los deliciosos olores que venían de la cocina, tiró de mí hasta el dormitorio y me pidió cosas muy muy obscenas?
Cerré los ojos mientras se acercaba, rozándome la mandíbula con los dientes y murmurando:
—Te quiero tanto, mi traviesa y dulce Perla...
Imágenes de la noche anterior me introdujeron más hondo en el lugar hambriento y anhelante en el que vivía prácticamente todo el tiempo que pasaba cerca de Brittany. Recordé sus manos, su voz autoritaria diciéndome justo lo que quería que hiciese. Recordé aquellas manos tirándome del pelo, su cuerpo moviéndose sobre el mío durante horas, su voz por fin baja, suplicándome que usara los dientes, las uñas. Recordé el peso de ella cayendo sobre mí, sudorosa y agotada, durmiéndose poco después de hallar su desahogo.
—Quizá fuese yo —reconocí—. Pasé una larga jornada trabajando con el equipo de protección respiratoria. ¿Qué quieres que te diga? Tuve mucho tiempo para pensar en tu boca mágica.
Me besó y volvió a concentrarse en mi teléfono móvil. Terminó sonriente lo que estaba haciendo y me lo puso de nuevo en las manos.
—Ya lo tienes.
—Voy a dormir de todos modos.
—Bueno, al menos, si Marley te necesita, tu móvil funcionará.
La miré, confusa.
—¿Por qué iba a necesitarme? Yo no participo en la boda.
—¿No conoces a Marley? Es un general temible, capaz de llamarte a filas sin previo aviso —dijo, llevándose la mano a la nuca tal como solía hacer cuando estaba incómoda—. En fin, duérmete si quieres.
—Tengo una intuición con este viaje —murmuré, apoyándome en el hombro de Brittany—. Como una premonición.
—Tanta espiritualidad es poco típica de ti.
—Lo digo en serio. Creo que va a ser increíble, pero también tengo la sensación de que estamos en una gigantesca bañera de acero y nos dirigimos hacia una semana de locura.
—Desde un punto de vista técnico, los aviones están hechos de aleaciones de aluminio. —Brittany me miró, se inclinó para darme un beso en la nariz y susurró—: Pero eso ya lo sabías.
—¿Y tú? ¿Tienes intuiciones alguna vez?
Canturreó y volvió a besarme.
—Las he tenido un par de veces.
Me quedé mirándola, con sus rubias pestañas y sus ojos de un azul intenso, y la sonrisa bobalicona que exhibía desde que la había despertado, de nuevo, cuatro horas atrás con mi boca en su polla.
—¿Se está poniendo sentimental, doctora Pierce?
Se encogió de hombros y parpadeó, borrando un poco el brillo enamorado de sus ojos.
—Es que me hace ilusión irme de vacaciones contigo. Me hace ilusión la boda. Me hace ilusión que nuestra pandilla vaya a tener pronto un bebé.
—Tengo una pregunta acerca de una regla —susurré.
Se inclinó hacia mí con aire conspirador y me contestó, también en un susurro:
—Ya no soy tu entrenadora de citas. No hay reglas, aparte de que ningún tío te toque.—Aun así. Tú sabes esas cosas.
Con una sonrisa murmuró:
—Muy bien. Dispara.
—Solo llevamos juntas dos meses, y...
—Cuatro —corrigió, insistiendo como siempre en que yo era suya desde aquella primera mañana en que salimos a correr.
—Venga, pues, como tú quieras. Cuatro. ¿Está mal visto que a los cuatro meses te diga que creo que eres la mujer de mi vida?
Su sonrisa se enderezó, y sus ojos se movieron por mi rostro de ese modo que parecía una caricia.
Me besó una vez, y luego otra.
—Yo diría que eso está increíblemente bien visto. —Se apartó para dedicarme una mirada intensa y prolongada—. Duerme, Perla.
Mi móvil sonó en mi regazo y me desperté sobresaltada. Estaba durmiendo sobre el hombro de Brittany y me incorporé parpadeando. Miré mi móvil, cuya pantalla aparecía iluminada por un mensaje suyo.
Casi pude sentir su sonrisa, a mi lado.
Leí el mensaje:
«¿Qué llevas puesto?»
Observé mi móvil con los ojos entornados de sueño mientras tecleaba.
«Una falda sin bragas. Pero no te hagas ilusiones, estoy un poco dolorida por lo que mi novia me hizo anoche.»
Junto a mí, chasqueó la lengua compasiva.
«Qué bruta.»
«¿Por qué me mandas mensajes?»
Sacudió la cabeza a mi lado, suspirando con un cansancio exagerado.
«Porque puedo. Porque la tecnología moderna es increíble. Porque estamos a 30.000 pies de altura y la civilización ha progresado hasta el punto de que puedo enviarte una propuesta obscena desde un satélite del espacio hasta una “bañera de acero” volante.»
Me volví a mirarla, levantando las cejas.
—¿Me has despertado para preguntarme qué llevo puesto?
Negó con la cabeza y siguió tecleando. En mi regazo, mi móvil volvió a sonar.
«Te quiero.»
—Yo también te quiero —dije—. Estoy aquí, friki. No pienso mandarte un mensaje con la respuesta.
Sonrió, pero siguió tecleando.
«Tú también eres la mujer de mi vida.»
Me quedé mirando mi móvil; de pronto, la tensión en el pecho no me dejaba respirar. Alargué el brazo por encima de la cabeza para ajustar la corriente de aire de la boquilla dirigida hacia mi asiento.
«Y puede que no tarde en pedirte que te cases conmigo.»__
—¿Zumo de naranja o café?
Brittany pidió café. Yo negué con la cabeza sonriendo. Con la palma hacia arriba, Brittany me dio unos golpecitos en la rodilla.
—Dame tu móvil.
Se lo entregué, pero me quejé de todos modos:
—¿Para qué necesito conexión inalámbrica? Voy a pasarme todo el vuelo durmiendo.
Nunca jamás volvería a permitir que reservase un vuelo a las seis de la mañana desde Nueva York hasta la Costa Oeste. Brittany me ignoró e introdujo un código en una casilla minúscula del navegador de internet de mi móvil.
—Por si no te has dado cuenta, tengo sueño. Alguien tiene la culpa de que no pudiese dormir en toda la noche —susurré, inclinándome hacia ella.
Interrumpió lo que estaba haciendo y se volvió para mirarme con ojos ardientes.
—¿Fue así como ocurrió?
Sentí un estremecimiento que me recorría el pecho, me bajaba por el vientre y se metía entre mis piernas.
—Sí.
—¿Acaso no volviste del laboratorio un poco... encendida?
—No —mentí.
Levantó una ceja y esbozó una media sonrisa.
—¿Y acaso no interrumpiste mis preparativos de la romántica cena que estaba planeando para ti?
—¿Yo? No.
—¿Y acaso no me llevaste al sofá pidiéndome que «hiciera eso con la boca»?
Me llevé la mano al pecho.
—Jamás haría semejante cosa.
—¿No fuiste tú quien ignoró entonces los deliciosos olores que venían de la cocina, tiró de mí hasta el dormitorio y me pidió cosas muy muy obscenas?
Cerré los ojos mientras se acercaba, rozándome la mandíbula con los dientes y murmurando:
—Te quiero tanto, mi traviesa y dulce Perla...
Imágenes de la noche anterior me introdujeron más hondo en el lugar hambriento y anhelante en el que vivía prácticamente todo el tiempo que pasaba cerca de Brittany. Recordé sus manos, su voz autoritaria diciéndome justo lo que quería que hiciese. Recordé aquellas manos tirándome del pelo, su cuerpo moviéndose sobre el mío durante horas, su voz por fin baja, suplicándome que usara los dientes, las uñas. Recordé el peso de ella cayendo sobre mí, sudorosa y agotada, durmiéndose poco después de hallar su desahogo.
—Quizá fuese yo —reconocí—. Pasé una larga jornada trabajando con el equipo de protección respiratoria. ¿Qué quieres que te diga? Tuve mucho tiempo para pensar en tu boca mágica.
Me besó y volvió a concentrarse en mi teléfono móvil. Terminó sonriente lo que estaba haciendo y me lo puso de nuevo en las manos.
—Ya lo tienes.
—Voy a dormir de todos modos.
—Bueno, al menos, si Marley te necesita, tu móvil funcionará.
La miré, confusa.
—¿Por qué iba a necesitarme? Yo no participo en la boda.
—¿No conoces a Marley? Es un general temible, capaz de llamarte a filas sin previo aviso —dijo, llevándose la mano a la nuca tal como solía hacer cuando estaba incómoda—. En fin, duérmete si quieres.
—Tengo una intuición con este viaje —murmuré, apoyándome en el hombro de Brittany—. Como una premonición.
—Tanta espiritualidad es poco típica de ti.
—Lo digo en serio. Creo que va a ser increíble, pero también tengo la sensación de que estamos en una gigantesca bañera de acero y nos dirigimos hacia una semana de locura.
—Desde un punto de vista técnico, los aviones están hechos de aleaciones de aluminio. —Brittany me miró, se inclinó para darme un beso en la nariz y susurró—: Pero eso ya lo sabías.
—¿Y tú? ¿Tienes intuiciones alguna vez?
Canturreó y volvió a besarme.
—Las he tenido un par de veces.
Me quedé mirándola, con sus rubias pestañas y sus ojos de un azul intenso, y la sonrisa bobalicona que exhibía desde que la había despertado, de nuevo, cuatro horas atrás con mi boca en su polla.
—¿Se está poniendo sentimental, doctora Pierce?
Se encogió de hombros y parpadeó, borrando un poco el brillo enamorado de sus ojos.
—Es que me hace ilusión irme de vacaciones contigo. Me hace ilusión la boda. Me hace ilusión que nuestra pandilla vaya a tener pronto un bebé.
—Tengo una pregunta acerca de una regla —susurré.
Se inclinó hacia mí con aire conspirador y me contestó, también en un susurro:
—Ya no soy tu entrenadora de citas. No hay reglas, aparte de que ningún tío te toque.—Aun así. Tú sabes esas cosas.
Con una sonrisa murmuró:
—Muy bien. Dispara.
—Solo llevamos juntas dos meses, y...
—Cuatro —corrigió, insistiendo como siempre en que yo era suya desde aquella primera mañana en que salimos a correr.
—Venga, pues, como tú quieras. Cuatro. ¿Está mal visto que a los cuatro meses te diga que creo que eres la mujer de mi vida?
Su sonrisa se enderezó, y sus ojos se movieron por mi rostro de ese modo que parecía una caricia.
Me besó una vez, y luego otra.
—Yo diría que eso está increíblemente bien visto. —Se apartó para dedicarme una mirada intensa y prolongada—. Duerme, Perla.
Mi móvil sonó en mi regazo y me desperté sobresaltada. Estaba durmiendo sobre el hombro de Brittany y me incorporé parpadeando. Miré mi móvil, cuya pantalla aparecía iluminada por un mensaje suyo.
Casi pude sentir su sonrisa, a mi lado.
Leí el mensaje:
«¿Qué llevas puesto?»
Observé mi móvil con los ojos entornados de sueño mientras tecleaba.
«Una falda sin bragas. Pero no te hagas ilusiones, estoy un poco dolorida por lo que mi novia me hizo anoche.»
Junto a mí, chasqueó la lengua compasiva.
«Qué bruta.»
«¿Por qué me mandas mensajes?»
Sacudió la cabeza a mi lado, suspirando con un cansancio exagerado.
«Porque puedo. Porque la tecnología moderna es increíble. Porque estamos a 30.000 pies de altura y la civilización ha progresado hasta el punto de que puedo enviarte una propuesta obscena desde un satélite del espacio hasta una “bañera de acero” volante.»
Me volví a mirarla, levantando las cejas.
—¿Me has despertado para preguntarme qué llevo puesto?
Negó con la cabeza y siguió tecleando. En mi regazo, mi móvil volvió a sonar.
«Te quiero.»
—Yo también te quiero —dije—. Estoy aquí, friki. No pienso mandarte un mensaje con la respuesta.
Sonrió, pero siguió tecleando.
«Tú también eres la mujer de mi vida.»
Me quedé mirando mi móvil; de pronto, la tensión en el pecho no me dejaba respirar. Alargué el brazo por encima de la cabeza para ajustar la corriente de aire de la boquilla dirigida hacia mi asiento.
«Y puede que no tarde en pedirte que te cases conmigo.»__
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
Por fin todo claro entre ellas y en este viaje como San lo presiente creo que habrá una gran sorpresa ...... Además que padre que en tan poco tiempo se hayan complementado tan bien y que se hayan enamorado sin buscarlo. Y ahora después de pasar por todos esos enredos les toca ser felices
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
al fin se arreglaron,.. y aclararon las cosas entre ellas de una vez!!!!
es divertido ser friki en algunos momentos jajaja
me gusto la historia!!!
es divertido ser friki en algunos momentos jajaja
me gusto la historia!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
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Re: [Resuelto]Brittana: Seductora Irresistible (adaptación. GP Brittany) cap. 20 mas Epilogo
magnifico final, mejor imposible, gracias!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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