[Resuelto]FanFic Brittana: El Final (Adaptada) Epílogo

Capitulo 5

No me gustaba la amiga de Brittany.

Primero la lastimó, luego no corrió tras ella. En cambio, la chica empezó a coquetear conmigo. Lo que me molestó.

Después de tomar la hamburguesa de mi bandeja en la cafetería, me dirigí a la biblioteca para encontrar a Brittany.

Comer habría sido imposible mientras me preocupaba por ella. Algo parecía mal en toda esa escena.

Becky le dio un codazo en las costillas. Lo había visto y no me gustó, pero no pensé que fuera tan fuerte para la reacción que causó.

Diablos, si no hubiera echado un vistazo a lo pálida que se puso y al dolor en sus ojos, habría pensado que solo actuaba para llamar mi atención.

Su cuerpo temblaba mientras la sostuve.

Mierda, realmente parecía estar sufriendo.

Cuanto más lo pensaba, más me molestaba. La única razón por la que alguien reaccionaría así sería si ya estuviera herido.

Y si ya estaba herida, ¿por qué no decirnos en lugar de inventar alguna mierda de la biblioteca y huir?

Cuando retrocedí al pasillo de la cafetería, Kitty tenía manchas de lápiz labial en la cara y el cabello desordenado, además de una rubia en el brazo cuyo nombre no recordaba.

—¿Ya te vas?—preguntó, frunciendo el ceño.

—Tengo que estar en otro lugar—le respondí, y me adelanté antes de que pudiera hacerme más preguntas.

—¿Necesitas que vaya contigo?—gritó tras de mí.

—¡No!

Kitty siempre se encontraba lista para una pelea. Supuso que eso era lo único que me sacaría de la cafetería.

Tenía su futuro montado sobre su carrera de softbol, al igual que yo. Pero la idiota no pensaba en eso.

Saltaría a una pelea sin pensarlo si creía que lo necesitábamos.

Yo también lo haría. Pero me preocuparía. Tendría cuidado. Me encontraba demasiado cerca.

No solo tenía una carrera universitaria esperándome. Tenía un papá por primera vez en mi vida. Estaba orgulloso de mí. Alguien se preocupaba, y eso significaba algo.

Odiaba necesitar la atención de mi papá como un maldito niño. Pero nunca antes estuvo conmigo.

Si podía evitarnos las peleas, lo haría.

Por mí y por Kitty.

Finn y Quinn tenían padres. Buenos padres que se asegurarían de que fueran a la universidad. Tenían padres que los amaban.

Kitty y yo teníamos que trabajar un poco más. Demonios, teníamos que trabajar mucho más.

Abriendo las puertas de la biblioteca, entré en la silenciosa sala llena de libros.

Solo entraba aquí si era necesario. El lugar me daba escalofríos.

Demasiados malditos libros y nadie debía hablar.

Y la bibliotecaria. Ella era más vieja de lo que un ser humano debería ser y muy mala.

Sus afilados ojos me miraron y me congelé como una niña traviesa.

Medía un metro cincuenta de altura y se encorvaba ligeramente. El poco pelo blanco que le quedaba encima de la cabeza se encontraba en un moño apretado.

En serio, creo que podría haber estado bebiendo alguna poción para la vida eterna.

Escaneé la habitación, pero ninguna de las mesas tenía la bonita cabeza rubia que buscaba.

Mintió.

No era ahí adónde se dirigió. En el fondo, sabía que mentía. Pero todavía esperaba encontrarla aquí.

Girándome, salí de la biblioteca y comencé mi búsqueda en las aulas vacías.

No sabía cuál era su horario o esto habría sido más fácil.

—¡Santana! ¡Vamos! El entrenador acaba de llamar a una reunión temprana en el campo. Se supone que debemos ir ahí directamente—gritó Quinn cuando pasó junto a Kitty y Finn por el pasillo.

—Tenemos quince minutos más para almorzar —señalé con molestia.

—El entrenador está entusiasmado con el juego del viernes —dijo Quinn con una sonrisa.

Mierda.





Después del almuerzo, fui al complejo deportivo para entrenar durante ese período, luego volví para álgebra II antes de salir a la práctica.

El entrenador arruinaba todo.

Quería hallar a Brittany y asegurarme de que estuviera bien.

—Escuché que nos vamos el viernes después del mediodía para subir a los autobuses y dirigirnos a San Creek. El entrenador le dijo a Beiste que nos quiere descansadas y listas para ir al juego. Así que nos llevará hasta allá tres horas antes.

Mirando hacia el pasillo, busqué el pelo rubio que me fascinaba, pero no vi nada.

Tendría que encontrarla más tarde.

Capitulo 6

Cuando llegué ahí, Mike y Puck ya esperaban en la parada de autobús frente a la escuela.

Tenían grandes sonrisas en la cara y hablaban animadamente de sus días. No tenía que preguntar si les gustaba el octavo grado. Solo verlos hablar me respondió eso.

Mis problemas desaparecieron mientras veía a mi hermanito sonreír como si fuera el dueño del mundo.

No se le dio muchas cosas en la vida para sonreír. Saber que había tenido un buen día fue un alivio.

Mis costillas palpitaron el resto del día, pero logré esquivar cualquier pregunta de Becky porque no tuvimos otra clase juntas.

—Hola, nena—gritó Puck cuando me vio.

Le disparé una mirada de advertencia y se echó a reír.

Mike rodó los ojos, no muy divertido por el constante coqueteo de su amigo conmigo.

—No vuelvas a decirme “nena” si quieres vivir —le informé.

Puck agitó sus cejas hacia mí, y Mike lo empujó y dijo:

—Amigo, basta. En serio.

El cuerpo alto y esbelto de Puck tampoco había tenido tiempo de adaptarse a su altura.

Retrocedió y se echó a reír.

—Eh. Ustedes dos están tensos.

—¿Fue bueno tu día?—le pregunté a Mike, ignorando a Puck.

Conseguir que Mike atravesara un día de escuela sin que perdiera su genio o estallara era una realización.

Él tenía un severo trastorno de atención, y empezaba a pensar que también sufría de algún tipo de trastorno de la personalidad que no conocíamos.

Whitney no lo llevaría a hacerlo revisar. Odiaba darle medicamentos en absoluto.

Tomaba tiempo de su día.

Cuando uno de sus novios me abofeteó y Mike le arrojó un ladrillo a la cabeza, ella fue a buscarle medicinas.

Pero se acababan otra vez.

Mike tendía a hacerse adicto a las cosas. Era como un cable con corriente, incapaz de quedarse quieto.

Listo para la próxima aventura.

Y si te interpones en su camino, estalla.

Mantenerlo tranquilo era mi trabajo.

—Hoy fui un ángel—me informó, luego me dirigió una sonrisa torcida.

Mi corazón se oprimió.

Amaba a mi hermano. Tantas veces lo sentí como si fuera mi hijo.

No era lo suficientemente mayor como para ser su mamá, pero lo que sentía por él era lo que creía que sería el amor de una verdadera mamá.

No había nada que no pudiera hacer por Mike. Nada.

Cuando se sentía feliz, me hacía feliz.

—No le mientas. Te enviaron a la oficina del director una vez —añadió Puck.

—¿Qué?—pregunté, con mi corazón hundiéndose.

Mike se encogió de hombros, luego miró a Puck.

—Nada grave. Le dije al profesor que llegaría a la clase en un minuto. Estaba terminando algo. Se enojó.

Eso era típico de Mike.

No le gustaba que lo mandaran. Nadie más que yo.

Podía salirme con la mía.

A sus ojos, todo el mundo necesitaba retroceder. Incluso su mamá.

Mike empezó a decir algo más, pero se detuvo cuando sus ojos se iluminaron detrás de mí.

Frustrada con su errática capacidad de atención, me volví para ver quién tenía su interés.

Santana López caminaba desde el campo de Softbol, vestida y lista, ese uniforme apretado que usaban. Su bate se encontraba en la mano, colgando olvidado a su lado.

Tan impresionante como era toda esa perfección, la parte impresionante era que sus ojos se hallaban bloqueados en mí.

—Se encamina hacia aquí, creo—susurró Puck.

No me encontraba lista para tratar con ella de nuevo.

¿Y si me preguntaba por mis costillas delante de Mike?

Mierda.

Tenía que salir de aquí.

Busqué el brazo de Mike.

—Vámonos. El autobús está casi aquí. No queremos esos asientos traseros con los matones. Vamos a ponernos en la fila.

—Pero creo que Santana López viene por aquí. Por nosotros. O por… ti—dijo Mike, observándola cuidadosamente.

Ya no estaba tan hipnotizado. Parecía estar pensando en esto.

—No viene por nosotros. Vamos—dije, empujándolos hacia la fila del autobús.

—Brittany—la voz de Santana me detuvo.

La mandíbula de Puck cayó, y los ojos de Mike ya no tenían fascinación.

Ahora estudiaba a Santana. Un ceño fruncido le recorrió el rostro y vi a mi hermano pequeño convertirse en un hombre mientras se ponía de pie y se paraba frente a mí.

—¿Qué quieres de mi hermana? No parece muy emocionada de verte—dijo Mike en un tono frío.

Santana era una pared malicia si quería, y Mike tuvo que retrocedes un poco para hacer contacto visual con él. Pero no parecía demostrarlo.

Se hallaba decidido a protegerme. Lo hacía mucho ahora.

Me preocupaba tanto que termine lastimado. Era mi trabajo proteger a Mike.

No al revés.

La mandíbula de Santana se movió, y parecía que intentaba no sonreír.

—Hoy, Britt y yo decidimos ser amigas. ¿No es así?—dijo, mirando por encima del hombro de mi hermano hacia mí.

Tuve que calmar a mi hermano pequeño. Asentí y me acerqué a Mike.

—Sí, es así —le confirmé.

—Entonces, ¿por qué intentabas llevarnos al autobús antes de que pudiera alcanzarte?—preguntó Mike, sin creerse nada.

—Sí, ¿por qué hacías eso, Britt? Hieres mis sentimientos—añadió Santana.

Esta vez sonreía. Maldita sea.

Se divertía con todo esto.

Me puse frente a Mike y levanté los ojos para encontrarme con los de Santana.

—Simplemente no quería quedarme con los asientos traseros del autobús. No me gustan.

La sonrisa de Santana se hizo aún mayor.

—Tengo una camioneta. Por suerte, me gusta darles un aventón a mis amigos.

Oh no.

No le dejaría ver dónde vivíamos.

Hoy no. Jamás.

—Uh, no, está bien. El autobús funciona muy bien—y justo a tiempo, el autobús dobló y el señor Howell llamó por su megáfono para que los pasajeros de A138 abordaran.

Agarré el brazo de Mike.

—Esos somos nosotros. Te veré mañana—le dije rápidamente, y llevé a mi hermano a la fila del autobús.

No miré hacia atrás, y casi temía que Santana se uniera a nosotros.

A pesar de que se suponía que se hallaba en la práctica de Softbol.

Lograr que esta mujer retroceda no iba a ser fácil. Conseguir que mi corazón dejara de entrar en un frenesí siempre que hablaba conmigo tampoco iba a ser fácil.

Era todo sueño que me permití tener desde que era una niñita.

Una mujer confiada, hermosa y fuerte que podría mantenerme a salvo.

Alguien que me quisiera y montara en su caballo, y me envolviera en sus brazos para que nadie pudiera hacerme daño otra vez.

Santana López no quería salvarnos a mí y a mi hermano.

Era una adolescente con una carrera softbolística por delante. Todo el mundo sabía que los exploradores universitarios la observaban.

Iba a ser grande un día.

Yo sería una pérdida de su tiempo.

—Santana López se siente atraída por tu hermana—anunció Puck a Mike mientras nos sentábamos.

Ignoré su comentario.

—Sí, lo vi—replicó Mike, sonando enojado.

Me volví para mirar a mi hermano. Habría pensado que le encantaría cualquier excusa para hablar con Santana López.

—No es cierto.

Mike frunció el ceño.

—Sí, hermanita, es así. Yo lo vi. Sin embargo, no es lo que necesitas. No tiene tiempo para lidiar con nuestra mierda. No se quedará, y saldrás lastimada. Entonces tendré que matarlo.

Puck soltó una risa divertida y dura.

—No puedes matar a Santana López. Puede pisarte y aplastarte como un insecto solo con su mirada…o su perfecto cuerpo.

—No tienes ni idea de lo que puedo hacer—dijo Mike, mirando fijamente con un resplandor determinado en sus ojos.

Tenía que tratar con Mike. Pero no aquí en este autobús donde la gente podía oírnos.

Santana debía entender que no tenía tiempo para ser su amiga o cualquier otra cosa.

No encajaría en su mundo.

Ya tenía el mío para sobrevivir.

Capitulo 7

—¿Te encuentras bien esta noche?—le pregunté a Kitty mientras íbamos desde la casa de campo a la camioneta de Quinn.

Esta era una cosa diaria.

La vida familiar de Kitty era una mierda. Si no fuera por sus hermanos más jóvenes y su hermanita bebé, ella no volvería a su casa. Su mamá era una drogadicta.

En una muy mala manera.

—Sí. Está todo bien. Me siento ansiosa por escuchar acerca del primer día de clases de Biff—dijo Kitty con su sonrisa relajada que el mundo creía.

Pero yo la conocía bien. Detrás de su aspecto de niña bonita y sonrisa despreocupada era una tipa que vio cosas malas.

Básicamente fue mamá a los diecisiete años. Era el único amor y protección que tendrían sus hermanos.

—¿Biff empezó el jardín de infantes?—pregunté.

Kitty asintió, y luego suspiró.

—Estaba muerto de miedo esta mañana. Fue difícil no acompañarlo. Quería sentarme en su clase con él todo el día. Ya sabes—se rió y negó con la cabeza—No me puedo imaginar haciendo esto con Cece May.

Cece May era la bebé.

Kitty estuvo cuidando de ella desde que nació. Su mamá volvió a casa desde el hospital y luego les dejó por una semana. Kitty perdió su trabajo en el verano porque no podía abandonar el remolque en que vivían.

Biff tenía solo cinco años y Kurt se acercaba a los dos, creo.

—Iremos todos a sentarnos con Cece May en su primer día de clases. Para amenazar a cualquier persona que la mire. Ella será la más protegida que habrá de primer grado—le aseguré.

Kitty se echó a reír, y luego su sonrisa se convirtió en algo real. Le recordé que no se encontraba sola.

Todo lo que tenía que hacer era hacernos saber cuándo nos necesitaba.

Nosotros también éramos su familia. A veces necesitaba recordarlo. Era mala en descifrar algunas cosas sola.

—Te vi hablando con Brittany Pierce—dijo Kitty con una sonrisa—Dos días seguidos.

Hoy Brittany fue difícil de detectar.

Era como si me estuviera evitando. La encontré de todos modos. Perseguir a una chica no era algo en lo que destacara. Pero, maldita sea, ella olía bien.

Y esa sonrisa suya… Si yo pudiera lograr hacerle sonreír, entonces haría que todo valiera la pena.

—Ella no va a ser fácil —advirtió Kitty.

No tenía ni idea.

—Sí. Lo sé. No buscaba lo fácil. No se trata de sexo.

Kitty arrojó su bolsa en el asiento de la camioneta de Quinn y frunció el ceño.

—Entonces, ¿de qué diablos se trata? ¿Has visto sus tetas y su culo?

Maldita sea.

Me habría roto si fuera cualquier otra persona que hubiera dicho eso. Pero era Kitty, y clasifica a todas las chicas por culos y tetas, pero las de ella eran las mejores, según ella.

Era una jugadora en una muy mala manera.

Ella no tenía una buena opinión de las mujeres, gracias a su mamá. Cece May era la única mujer que puso en un pedestal.

Bueno, Marley Fabray Rose, la hermanita de Quinn, también. Pero se hallaba tan fuera de sus límites que ni siquiera era divertido.

Al igual que todo nosotros, Kitty le golpearía el culo a cualquiera que la tocara.

Pero no quería hablar sobre su cuerpo ni acercarse a ella.

—Es más. Algo sobre ella…

No iba a hablar de esto con ella.

Se burlarían de mí por semanas.

Meses.

Infiernos, todo el puto año.

—¿Todas listos para irnos?—dijo Quinn mientras daba una palmada en el culo de Zara Mann y la dejaba mirándola con nostalgia.

Mann fue tras Quinn todo el año pasado.

—¿Por fin decidiste sumergirte en el coñito de Mann? —preguntó Kitty, divertida.

Se acostó con Rose Mann, que era prima de Zara. Las dos chicas tenían cuerpos espectaculares y la cabeza llena de rizos marrones. Eran calientes.

Pero no iba ahí.

Eran insignificantes en comparación con Brittany.

Quinn rodó los ojos y echó la bolsa en la parte trasera de su camioneta.

—Deja de ser una idiota, recuerda que eres una mujer también.

—Ella es pegajosa. No digas que no te lo advertí. Además hay distintos tipos de mujeres, soy la clase A, la mejor—dijo Kitty, poniendo las manos en los costados de la camioneta, luego saltó hacia arriba y lanzó sus piernas en el asiento. Era su turno para tomar la parte de atrás—¿Dónde está F?—preguntó buscando a Finn.

—Estaba distraído con dos de las porristas. Sin embargo no puede recordar sus nombres. Son nuevas—le respondió Quinn.

—Mierda. ¿Es decir que no estará en casa así que no podemos ir a buscar algunas de las galletas de la señora C? —se quejó Kitty.

—Todavía podemos ir a buscar unas galletas. A la señora C no le importa si Finn está con nosotras o no—le aseguró Quinn.

A veces Kitty me recordaba a una niña. Pero era parte de su encanto, supongo.

A las personas les encantaba. Hasta que las rechazara una vez que llegaba alguna.

Entonces no les gustaba tanto.

Quinn cerró la puerta y se volvió hacia mí.

—¿Piensas que siempre va a ser de esta manera?

Riéndome, sacudí la cabeza. No. Sabía que no lo sería. Tenía tres niños que criar.

Cuando se hallaba con nosotros, era libre para hacer lo que quería, así que vivía salvajemente.

Cuando volvía a su casa, se convertía en un mamá.

—Ella necesita esto. Cuando no está en casa, necesita eso para vivir —le contesté.

Quinn frunció el ceño. Ella tenía la vida más fácil de todos nosotros.

A pesar que la de Finn era muy dulce, Quinn tenía la familia feliz y el dinero. La vida que tenía Kitty era algo que Quinn no entendía completamente.

Había estado tratando de cuidar de Kitty desde que éramos niños, cuando vino a la escuela sin un almuerzo.

Pero no sabía lo mal que se encontraba. Kitty no hablaba mucho de eso.

Solo lo sabía yo porque mi vida tampoco era color de rosa, y Kitty sintió como que podía hablar al respecto conmigo.

—Sí, supongo que tienes razón—dijo Quinn finalmente.

Me incliné hacia delante y subí la radio mientras Quinn nos llevaba hacia la carretera.

Tenía que esperar hasta mañana para ver a Brittany.

Maldición.

Capitulo 8

—Solo vete—me espetó Mike.

Tenía miedo. Lo pude ver en sus ojos.

Él sabía que su madrastra no lo golpearía con demasiada fuerza. Pero ella no tenía límites conmigo.

No me importaba, sin embargo, no dejaría que lo lastimara.

—No—le contesté, levantándome de la mesa donde Mike y yo comíamos la merienda después de la escuela.

No se suponía que comiéramos el cereal sin permiso. Era solo para el desayuno. Pero teníamos hambre y pensamos que había tiempo antes de que ella llegue a casa.

Si no se hallaba tumbada en el sofá viendo malos programas de entrevistas con una cerveza en la mano cuando llegábamos aquí, significaba que se encontraba fuera y no estaría en casa hasta más tarde.

—¿Qué MIERDA?—chilló mientras Mike salió disparado de su silla para ponerse delante de mí.

Por supuesto, él era más alto que yo ahora, pero aún era más joven. Se suponía que debía protegerlo.

No al revés.

Traté de empujarlo a un lado, pero no cedía.

—Quédate detrás de mí—advirtió con una voz mucho más imponente de lo que me hallaba acostumbrada a escuchar usar a mi hermanito.

Eso le hizo reírse de manera dura y sádica.

—¿Qué, muchacho, piensas que vas a proteger a esta zorra vividora de mí solo porque eres más grande que yo?—dio un paso hacia Mike, y todo el cuerpo de él se tensó—No. Vas. A. Herirme—dijo en una suave voz que me dio escalofríos—Soy tu mamá. No me vas a tocar.

—Queríamos un aperitivo. Hemos estado en la escuela durante todo el día y teníamos hambre. El almuerzo no nos llena—explicó Mike.

Oí al niño saliendo de él.

El asustado que siempre trataba de razonar con su madrastra loca.

No iba a dejar que le tocara para protegerme. Nunca se perdonaría a sí mismo.

Me moví rápido y salté delante de él.

—¡Fuera de aquí, Mike!—le grité, y apenas tuve tiempo de prepararme para la bofetada en la cara.

—¡MIERDA!! Mamá, basta—exigió Mike, y sentí sus manos cerrándose alrededor de mis brazos.

—Puta estúpida, estúpida y fea—lanzaba palabras que pensaba que me harían daño.

Viniendo de alguien que me importaba, tal vez lo harían.

Pero ella me ha estado diciendo así toda la vida. No me importaba lo que me diga.

Se retiró al principio, y Mike trató de moverme del camino. Pero en su lugar, giró y dio un golpe en mis costillas heridas. El grito que se me escapó sonaba como si viniera de otra parte al tiempo que se formaron puntos negros en mi visión y caí al suelo, tratando de respirar.

Oí gritar a Mike, pero no podía moverme.

El dolor era paralizante, y no fui capaz de respirar de forma regular. Los puntos negros se unieron entre sí hasta que solo hubo oscuridad.





—Maldita sea, Britt, despierta—la voz desesperada de Mike me preocupó.

Luché para abrir los ojos. El dolor comenzó a disminuir.

Ya respiraba de nuevo.

Mirando a los alrededores, traté de sentarme en caso de que la loca a la que llamábamos mamá se preparara para atacar de nuevo.

—Quédate quieta. Se ha ido—dijo Mike, presionando una mano en mi hombro para impedir que me levante—Es probable que no regrese esta noche.

—¿Estás seguro?—le pregunté, entonces hice una mueca porque traté de moverme.

El dolor se hallaba ahí, pero si no me movía, me encontraba bien.

Pareciendo enojado, Mike asintió.

—Sí. La golpeé. Nunca le he pegado. Me asusté porque no te movías, y me enfureció tanto que le hicieras frente a su mierda. Perdí el control—suspiró y dejó caer la cabeza—Ella dijo que iba a llamar a la policía.

Mike golpeó a su mamá. Justo de lo que estuve tratando de protegerlo. Se sentiría culpable por ello más tarde.

Y estaría cuestionándose.

—Si viene la policía aquí y me ven así, la encerrarán. No iba a llamar a la policía. Solo trataba de asustarte—le aseguré.

Asintió y enderezó los hombros como si estuviera tratando de ser valiente.

—Es necesario que veas a un médico. Las costillas lucen mal, Brittany.

Si iba al hospital, nos alejarían de ella y estaríamos separados en casas de acogida u hogares grupales.

No iba a dejar que eso sucediera.

No podía protegerlo ahí.

Me necesitaba.

—No nos arriesgaremos. Solo ayúdame a ponerme de pie y después voy a necesitar tu ayuda para vendar esto —dije.

Me miraba frustrado con el ceño fruncido. Luego gruñó con rabia.

—Ya no soy un niño. ¿Cuándo vas a ver que puedo cuidarme solo, Brittany? ¡Deja de hacerte daño por mí! Puedo protegernos a los dos. Y quiero que te vea a un médico.

—Nos van a separar —le recordé.

Se veía derrotado.

—Tal vez. Pero al menos no te golpearán.

—No hay ninguna promesa de eso si escapamos de aquí. Al menos aquí sé qué esperar, y que tengo que hacer.

Mike se inclinó y besó la cima de mi cabeza.

—Un día no vamos a vivir así. Vamos a tener una vida real. Vamos a ser libres.

Las lágrimas ardían en mis ojos.

¿Desde cuándo mi hermanito se convirtió en el que me consolaba?

Capitulo 9

Brittany no vino a la escuela.

Vi cómo su hermano y su amigo bajaban del autobús, pero ella no había estado con ellos.

El niño me estudió mientras pasó por donde me hallaba de pie. Como si estuviera tratando de decidir algo. Sus ojos marrones aunque fuera de otro color eran muy parecidos a los de su hermana.

Y había un aspecto embrujado que recordaba haber visto en Kitty cuando éramos más jóvenes.

Algo andaba mal.

Ese sentimiento permaneció conmigo todo el día.

Cuando sonó la última campana, no fui al complejo deportivo. Me dirigí a la sala de octavo grado.

Iba a encontrar a su hermano.

Mike caminaba hacia la puerta que llevaba al exterior cuando llegué a su lado del edificio.

—Mike—grité.

Había una multitud de niños entre nosotros, y sabía que si salía por esa puerta, entonces lo perdería en el ajetreo.

Se volvió y sus ojos me encontraron de inmediato. Lo que probablemente tenía que ver con el hecho de que yo era la única de un grado superior.


Después de decirle algo a su amigo, se abrió paso a través de la multitud y se dirigió hacia mí. Por suerte, su amigo continuó saliendo.

Mike tiró de su bolsa de libros más arriba en su hombro y se puso más erguido, haciendo que su contextura alta y lánguida parezca aún más larga.

—¿Qué quieres con ella? No es una chica a la que puedes follar y seguir adelante. Nunca se acostaría contigo. Es una buena chica. También tiene que lidiar con cosas de mierda, y una jugadora como tú no lo entendería. Así que retrocede si solo la buscas para tenerla como a una más de tantas.

Me quedé impresionada.

Ni una sola vez vaciló en su demanda.

Defendía a su hermana, y no tenía miedo de que yo pudiera partirla en dos.

Me agradó este chico.

—No la busco para acostarme con ella. Me gusta. Mucho—le aseguré—¿Dónde estaba hoy?

Mike frunció el ceño como si no estuviera seguro de creerme. Pero pude ver que había esperanza en sus ojos.

Quería que me gustara ella.

—Está herida—respondió lentamente, y me di cuenta de que retenía algo.

—¿Cómo?—le pregunté, deseando no haber esperado todo el maldito día para averiguar por qué no vino a la escuela.

Apartó la mirada y apretó la mandíbula. Después de unos cuantos segundos de silencio, empezaba a pensar que no iba a decírmelo.

Finalmente volvió su mirada hacia mí, y el dolor en sus ojos no me hizo sentir mejor.

—Mamá la golpeó. Ya tenía las costillas lastimadas. Y la golpeó de nuevo ahí. Traté de ayudarla—se detuvo, y sus ojos se llenaron de agua mientras una dureza caía sobre su expresión.

Mierda.

—¿Está en casa con tu mamá?—le pregunté, tratando de no dejar que el horror golpeando dentro de mi pecho se mostrara en mi cara.

El chico necesitaba que fuera fuerte.

Estaba a punto de derrumbarse, pero luchaba contra eso.

—Yo… uh, golpeé a mamá. Cuando Brittany cayó al suelo, perdí el control y solamente…—bajó la mirada y lo vi tragar con fuerza.

—¿Tu mamá se fue? —le pregunté.

Asintió.

Mierda.

¿Por qué la golpeó su mamá?

Los imbéciles enfermos no debían reproducirse. Dios debería haberlo hecho una regla.

—Sí. Se enojó pero estaba sangrando. Se fue y no volvió esta mañana. Brittany tenía mucho dolor y la convencí de que se quedara en la cama. Necesita ponerse mejor.

—Te llevaré a casa—le dije, agarré su brazo y me dirigí hacia las puertas de la salida.

Esta noche no dormiría si no veía a Brittany con mis propios ojos.

Mike intentó soltarse.

—Morena, suéltame. Ya perdí mi autobús. Necesito el aventón. No tienes que romperme el brazo.

No sabía que mi agarre era tan fuerte que le estaba enterrando las uñas. Lo solté.

—Lo siento—murmuré.

Sacudió su brazo como para sentirlo de nuevo, pero siguió caminando a mi lado.

—¿No tienes práctica de Softbol?—preguntó, echando una ojeada al campo en el que debí estar hace veinte minutos.

—Sí—respondí, abriendo la puerta del camión destartalado de mi papá.

Solo conseguía conducirlo cuando él trabajaba de noche y dormía todo el día.

Eso fue esta semana. Solo tenía que llenarlo con gasolina y lavarlo.

—¿Vas a jugar el viernes por la noche si faltas? Oí que tenías reclutadores observándote toda la temporada.

Si mi papá se entera de que me perdí una práctica, estaría furioso.

La única razón por la que no me había echado era porque podía jugar al Softbol.

Le gustaba saber que su hija iba a ser algo.

Cuando era más joven, me dejó con mi mamá y apenas venía a visitarme. Luego, un día en la secundaria, le rogué que me dejara jugar al Softbol y se entusiasmó por ello.

Cuando los entrenadores me elogiaron y me convertí en la estrella del equipo, papá me fue alejando de mi mamá cada vez más.

El día que llegué a casa de la escuela para encontrar todas mis cosas en la parte de atrás de su camión, mi mamá estuvo de pie en el pórtico con el hombre con que el que salía.

Explicó que necesitaba una vida y que era el turno de mi papá para cuidarme. Además, ya no podía permitirse el lujo de hacerlo.

El mes siguiente se mudó a otro estado, y desde entonces no había tenido noticias suyas.

Así que papá era todo lo que tenía.

Un hombre que solo amaba lo que podía hacer. A mí no.

—Si no juegas, todo el mundo estará enojado. No podemos vencer a las Dolphins sin ti.

Sí podría a jugar.

El entrenador estaría furioso y me haría pagar por ello con prácticas más largas. Pero me dejaría jugar.

—Jugaré. Dime cómo llegar a tu casa.

Mike señaló hacia la izquierda.

—Ve por la calle principal hasta que casi salgas de la ciudad. A continuación, gira a la derecha en Forts Road. Quinto remolque a la izquierda.

Forts Road se encontraba en la mala zona de Sea Breeze.

Vine por aquí una vez con mi mamá cuando era niña. Ella había estado comprándole marihuana a alguien de ahí. No vivimos en una gran parte de la ciudad, pero no era tan mala.

Y papá tenía un departamento que no estaba tan mal. Era mejor que la casa donde viví con mamá.

Pero Forts Road… Mierda.

Brittany no debería estar ahí sola.

—No es tan malo. Deja de parecer tan horrorizada—gruñó Mike.

Empecé a discutir con él, pero lo dejé pasar.

No hacía falta hacerlo sentir mal.