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Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
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Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
ooouh quiero el proximo capitulo cuanto antes la verdad es que me gusta mas que mucho este fic y eso me da miedo jajajja
opino queee... charlie tango es MUY afortunado jajajjaja
saludos!
opino queee... charlie tango es MUY afortunado jajajjaja
saludos!
marcoheath*** - Mensajes : 125
Fecha de inscripción : 09/10/2012
Edad : 31
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Ok, primero un Audi y ahora una Blackberry???
Woow la morena si que se gana a pulso el nombre de ''Obsesa del control'' ahora britt tiene un cachorrito jejejeje... yo tambien estoy ansiosa por ver que pasara esta noche.. firmara de una vez por todas britt? Creo que santana va enloquecer como siga asi y no firme
Ojala se revuelvan tus inconvenientes y que todo este bien..
Hasta la actu!!
Woow la morena si que se gana a pulso el nombre de ''Obsesa del control'' ahora britt tiene un cachorrito jejejeje... yo tambien estoy ansiosa por ver que pasara esta noche.. firmara de una vez por todas britt? Creo que santana va enloquecer como siga asi y no firme
Ojala se revuelvan tus inconvenientes y que todo este bien..
Hasta la actu!!
aria- - Mensajes : 1105
Fecha de inscripción : 03/12/2012
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
me encanto como siempre, me siento muy pervertida leyendo esto pero esta muy bueno, espero que tu problema acabe pronto, y nos sigas consintiendo con mas capitulos..
Invitado- Invitado
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Yo quiero una Santana lopez para mi solista jeje, mucha envidia para britt pero de la buena. El capitulo como siempre perfecto espero pronto tu actualización.
Saludos ;)
Saludos ;)
khandyy** - Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 08/03/2012
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
U.u que mal que no nos cumpliste ;( espero que actualices hoy
Y que nos recompenses
Ame este CAP pero nos dejas en lo más emocionante
Porfaaaaaa actualiza
Amo este fic <3
Espero y todo valla bien
Saludos. Cuídate
Besos
Y que nos recompenses
Ame este CAP pero nos dejas en lo más emocionante
Porfaaaaaa actualiza
Amo este fic <3
Espero y todo valla bien
Saludos. Cuídate
Besos
Kristen Rivera****** - Mensajes : 382
Fecha de inscripción : 20/03/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
porfa actualiza pronto :(
Alisseth***** - Mensajes : 254
Fecha de inscripción : 18/05/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
heeeeeeeee ¿que te digo que no te hayan dicho ya? ya se holaaaaaaaaa ........sabes que tu historia es ....no encuentro las suficientes palabras para decirtelo magnifica ,increible,inverosímil, inconcebible,perfecta mmmm estas palabras no son suficientes....la forma de ser de santana en esto es guauuuu!!!!! es tan perfecta aunque soy sadica ,no me importaria ser sumisa de santana¿existe alguien que se negaria?.la verdad es que estoy leyendo tu adaptacion antes que el libro,aunque ya lo tenga(no quiero adelantarme a los hechos),no me hagas sufrir ............................me entristece que no haya faberry pero esta bien ya me repondre .......bueno hasta la proxima actualizacion y que salga bien todo ,al final todo pasa
bye
bye
scarlet17* - Mensajes : 31
Fecha de inscripción : 17/12/2012
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Actualiza hoy :'(
Kristen Rivera****** - Mensajes : 382
Fecha de inscripción : 20/03/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
aiii nooo! de pronto odio y amo a santana y de pronto siento pena por britt y luego coraje por dejarse asi ,,,, es unna mexcla de sentimientos muy estresantes jajajajaj creo que es lo ke me encanta del fic
en espera de tu actu
en espera de tu actu
victoria555****** - Mensajes : 399
Fecha de inscripción : 28/10/2012
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Hi! a todassss disculpen x lo de ayer pero gracias ya todo esta bien :)... el dia de hoy las recompensare no con uno si no con DOS capitulos para q no me odien ...
En estos capitulos veran la otra face de santana y un nuevo personaje el cual es rachel espero q les gusten los capitulos nos vemos mañana
La doctora Greene es alta y rubia y va impecable, vestida con un traje de chaqueta azul marino. Me recuerda a las mujeres que trabajan en la oficina de Santana.
Es como un modelo de retrato robot, otra rubia perfecta. Lleva la melena recogida en un elegante moño. Tendrá unos cuarenta y pocos.
—Señora López.
Estrecha la mano que le tiende Santana.
—Gracias por venir habiéndola avisado con tan poca antelación —dice Santana.
—Gracias a usted por compensármelo sobradamente, señora López. Señorita Pierce.
Sonríe; su mirada es fría y observadora.
Nos damos la mano y enseguida sé que es una de esas mujeres que no soportan a la gente estúpida. Al igual que Quinn. Me cae bien de inmediato. Le dedica a Santana una mirada significativa y, tras un instante incómodo, ella capta la indirecta.
—Estaré abajo —murmura, y sale de lo que va a ser mi dormitorio.
—Bueno, señorita Pierce. La señora López me paga una pequeña fortuna para que la atienda. Dígame, ¿qué puedo hacer por usted?
Tras un examen en profundidad y una larga charla, la doctora Greene decide pautar otra cita, para hacerme un examen ginecologico mas profundo, para saber si todo esta en orden y descartar alguna enfermedad venerea. Y noto que se muere de curiosidad por saber qué «relación» tengo con la señora López. Yo no le doy detalles. No sé por qué intuyo que no estaría tan
serena y relajada si hubiera visto el cuarto rojo del dolor. Me ruborizo al pasar por delante de su puerta cerrada y volvemos abajo, a la galería de arte que es el salón de Santana.
Está leyendo, sentada en el sofá. Un aria conmovedora suena en el equipo de música, flotando alrededor de Santana, envolviéndola con sus notas, llenando la estancia de una melodía dulce y vibrante. Por un momento, parece serena. Se vuelve cuando entramos, nos mira y me sonríe cariñosa.
—¿Ya habéis terminado? —pregunta interesada.
Apunta el mando hacia la elegante caja blanca bajo la chimenea que alberga su iPod y la exquisita melodía se atenúa, pero sigue sonando de fondo. Se pone de
pie y se acerca despacio.
—Sí, señora López. Cuídela; es una joven hermosa e inteligente.
Santana se queda tan pasmada como yo. Qué comentario tan inapropiado para una doctora. ¿Acaso le está lanzando una advertencia no del todo sutil? Santana se recompone.
—Eso me propongo —masculla ella, divertida.
La miro y me encojo de hombros, cortada.
—Le enviaré la factura —dice ella muy seca mientras le estrecha la mano.
Se vuelve hacia mí.
—Buenos días, y buena suerte, Britt te informare para que día sera tu próxima cita.
Me sonríe mientras nos damos la mano, y se le forman unas arruguitas en torno a los ojos,
Surge Taylor de la nada para conducirla por la puerta de doble hoja hasta el ascensor. ¿Cómo lo hace? ¿Dónde se esconde?
—¿Cómo ha ido? —pregunta Santana.
—Bien, gracias. Me ha dicho que tengo que abstenerme de practicar cualquier tipo de actividad sexual durante las cuatro próximas semanas.
A Santana se le descuelga la mandíbula y yo, que ya no puedo aguantarme más, le sonrío como una boba.
—¡Has picado!
Entrecierra los ojos y dejo de reír de inmediato. De hecho, parece bastante enfadada. Oh, mierda. Mi subconsciente se esconde en un rincón y yo, blanca como el papel, me la imagino tumbándome otra vez en sus rodillas.
—¡Has picado! —me dice, y sonríe satisfecha. Me agarra por la cintura y me estrecha contra su cuerpo—. Es usted incorregible, señorita Pierce —murmura, mirándome a los ojos mientras me hunde los dedos en el pelo y me sostiene con firmeza.
Me besa, con fuerza, y yo me aferro a sus brazos para no caerme.
—Aunque me encantaría hacértelo aquí y ahora, tienes que comer, y yo también. No quiero que te me desmayes después —me dice a los labios.
—¿Solo me quieres por eso… por mi cuerpo? —susurro.
—Por eso y por tu lengua viperina —contesta.
Me besa apasionadamente, y luego me suelta de pronto, me coge de la mano y me lleva a la cocina. Estoy alucinando. Tan pronto estamos bromeando como…
Me abanico la cara encendida. Santana es puro sexo ambulante, y ahora tengo que recobrar el equilibrio y comer algo. El aria aún suena de fondo.
—¿Qué música es esta?
—Es una pieza de Villa-Lobos, de sus Bachianas Brasileiras. Buena, ¿verdad?
—Sí —musito, completamente de acuerdo.
La barra del desayuno está preparada para dos. Santana saca un cuenco de ensalada del frigorífico.
—¿Te va bien una ensalada César?
Uf, nada pesado, menos mal.
—Sí, perfecto, gracias.
La veo moverse con elegancia por la cocina. Parece que se siente muy a gusto con su cuerpo, pero luego no quiere que la toquen, así que igual, en el fondo, no está tan a gusto. Todos necesitamos del prójimo… salvo, quizá, Santana López.
—¿En qué piensas? —dice, sacándome de mi ensimismamiento.
Me ruborizo.
—Observaba cómo te mueves.
Arquea una ceja, divertida.
—¿Y? —pregunta con sequedad.
Me ruborizo aún más.
—Eres muy elegante.
—Vaya, gracias, señorita Pierce —murmura. Se sienta a mi lado con una botella de vino en la mano—. ¿Chablis?
—Por favor.
—Sírvete ensalada —dice en voz baja—. Dime, ¿que te dijo la doctora?
La pregunta me deja descolocada temporalmente..
—Todo bien, pero quiere hacerme una citología y exámenes de sangre.
Frunce el ceño.
—¿Y por que vio algo malo?
Maldita sea, yo no estoy enferma solo me eh acostado con ella. ¿Cómo me pregunta eso? Me acaloro de pensarlo: probablemente de una o más de las quince si.
—Bueno seguro es algo rutinario —espeta.
Me mira entre divertida y condescendiente.
—Si es algo de rutina, y no tengo nada malo. —Sonríe satisfecha— Come.
La ensalada César está deliciosa. Para mi sorpresa, estoy muerta de hambre y, por primera vez desde que hemos comido juntas, termino antes que ella. El vino tiene un sabor fresco, limpio y afrutado.
—¿Impaciente como de costumbre, señorita Pierce? —sonríe mirando mi plato vacío.
La miro con los ojos entornados.
—Sí —susurro.
Se le entrecorta la respiración. Y, mientras me mira fijamente, noto que la atmósfera entre las dos va cambiando, evolucionando… se carga. Su mirada pasa de
impenetrable a ardiente, y me arrastra consigo. Se levanta, reduciendo la distancia entre las dos, y me baja del taburete a sus brazos.
—¿Quieres hacerlo? —dice mirándome fijamente.
—No he firmado nada.
—Lo sé… pero últimamente te estás saltando todas las normas.
—¿Me vas a pegar?
—Sí, pero no para hacerte daño. Ahora mismo no quiero castigarte. Si te hubiera pillado anoche… bueno, eso habría sido otra historia.
Madre mía. Quiere hacerme daño… ¿y qué hago yo ahora? Me cuesta disimular el horror que me produce.
—Que nadie intente convencerte de otra cosa, Brittany: una de las razones por las que la gente como yo hace esto es porque le gusta infligir o sentir dolor. Así de sencillo. A ti no, así que ayer dediqué un buen rato a pensar en todo esto.
Me arrima a su cuerpo y siento sus perfectos pechos aprentandose con los míos. Debería salir corriendo, pero no puedo. Me atrae a un nivel primario e insondable que no alcanzo a comprender.
—¿Llegaste a alguna conclusión? —susurro.
—No, y ahora mismo no quiero más que atarte y follarte hasta dejarte sin sentido. ¿Estás preparada para eso?
—Sí —digo mientras todo mi cuerpo se tensa al instante.
Uau…
—Bien. Vamos.
Me coge de la mano y, dejando todos los platos sucios en la barra de desayuno, nos dirigimos arriba.
Se me empieza a acelerar el corazón. Ya está. Lo voy a hacer de verdad. La diosa que llevo dentro da vueltas como una bailarina de fama mundial, encadenando
piruetas. Santana abre la puerta de su cuarto de juegos, se aparta para dejarme pasar y una vez más me encuentro en el cuarto rojo del dolor.
Sigue igual: huele a cuero, a pulimento de aroma cítrico y a madera noble, todo muy sensual. Me corre la sangre hirviendo por todo el organismo: adrenalina
mezclada con lujuria y deseo. Un cóctel poderoso y embriagador. La actitud de Santana ha cambiado por completo, ha ido variando paulatinamente, y ahora es más dura, más cruel. Me mira y veo sus ojos encendidos, lascivos e hipnóticos.
—Mientras estés aquí dentro, eres completamente mía — ella dice, despacio, midiendo cada palabra—. Harás lo que me apetezca. ¿Entendido?
Su mirada es tan intensa… Asiento, con la boca seca, con el corazón desbocado, como si se me fuera a salir del pecho.
—Quítate los zapatos —me ordena en voz baja.
Trago saliva y, algo torpemente, me los quito. Se agacha, los coge y los deja junto a la puerta.
—Bien. No titubees cuando te pido que hagas algo. Ahora te voy a quitar el vestido, algo que hace días que vengo queriendo hacer, si no me falla la memoria.
Quiero que estés a gusto con tu cuerpo, Brittany. Tienes un cuerpo que me gusta mirar. Es una gozada contemplarte. De hecho, podría estar mirándolo todo el día, y quiero que te desinhibas y no te avergüences de tu desnudez. ¿Entendido?
—Sí.
—Sí, ¿qué?
Se inclina hacia mí con mirada feroz.
—Sí, señora.
—¿Lo dices en serio? —espeta.
—Sí, señora.
—Bien. Levanta los brazos por encima de la cabeza.
Hago lo que me pide y ella se agacha y agarra el bajo. Despacio, me sube el vestido por los muslos, las caderas, el vientre, los pechos, los hombros y la cabeza.
Retrocede para examinarme y, con aire ausente, lo dobla sin quitarme el ojo de encima. Lo deja sobre la gran cómoda que hay junto a la puerta. Alarga la mano y me coge por la barbilla, abrasándome con su tacto.
—Te estás mordiendo el labio —dice—. Sabes cómo me pone eso —añade con voz ronca—. Date la vuelta.
Me doy la vuelta al momento, sin titubear. Me desabrocha el sujetador, coge los dos tirantes y tira de ellos hacia abajo, rozándome la piel con los dedos y con las
uñas de los pulgares mientras me lo quita. El contacto me produce escalofríos y despierta todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo. Está detrás de mí, tan
cerca que noto el calor que irradia de ella, y me calienta, me calienta entera. Me echa el pelo hacia atrás para que me caiga todo por la espalda, me coge un mechón
de la nuca y me ladea la cabeza. Recorre con la nariz mi cuello descubierto, inhalando todo el tiempo, y luego asciende de nuevo a la oreja. Los músculos de mi
vientre se contraen, impulsados por el deseo. Maldita sea, apenas me ha tocado y ya la deseo.
—Hueles tan divinamente como siempre, Brittany —susurra al tiempo que me besa con suavidad debajo de la oreja.
Gimo.
—Calla —me dice—. No hagas ni un solo ruido.
Me recoge el pelo a la espalda y, para mi sorpresa, sus dedos rápidos y hábiles empiezan a hacerme una gruesa trenza. Cuando termina, me la sujeta con una goma que no había visto y le da un tirón, con lo que me veo obligada a echarme hacia atrás.
—Aquí dentro me gusta que lleves trenza —susurra.
Mmm… ¿por qué?
Me suelta el pelo.
—Date la vuelta —me ordena.
Hago lo que ella me manda, con la respiración agitada por una mezcla de miedo y deseo. Una mezcla embriagadora.
—Cuando te pida que entres aquí, vendrás así. Solo en braguitas. ¿Entendido?
—Sí.
—Sí, ¿qué?
Me mira furibunda.
—Sí, señora.
Se dibuja una sonrisa en sus labios.
—Buena chica. —Sus ojos ardientes atraviesan los míos—. Cuando te pida que entres aquí, espero que te arrodilles allí. —Señala un punto junto a la puerta—.
Hazlo.
Extrañada, proceso sus palabras, me doy la vuelta y, con torpeza, me arrodillo como me ha dicho.
—Te puedes sentar sobre los talones.
Me siento.
—Las manos y los brazos pegados a los muslos. Bien. Separa las rodillas. Más. Más. Perfecto. Mira al suelo.
Se acerca a mí y, en mi campo de visión, le veo los pies descalzos. Si quiere que me acuerde de todo, debería dejarme tomar apuntes.
Se agacha y me coge de la trenza otra vez, luego me echa la cabeza hacia atrás para que la mire. No duele por muy poco.
—¿Podrás recordar esta posición, Brittany?
—Sí, señora.
—Bien. Quédate ahí, no te muevas.
Sale del cuarto.
Estoy de rodillas, esperando. ¿A dónde habrá ido? ¿Qué me va a hacer? Pasa el tiempo. No tengo ni idea de cuánto tiempo me deja así… ¿unos minutos, cinco,
diez? La respiración se me acelera cada vez más; la impaciencia me devora de dentro afuera.
De pronto ella vuelve, y súbitamente me noto más tranquila y más excitada, todo a la vez. ¿Podría estar más excitada? Le veo los pies. Se ha cambiado de vaqueros.
Estos son más viejos, están rasgados, gastados, demasiado lavados y son ceñidos al cuerpo. Madre mía, cómo me ponen estos vaqueros. Tiene puesto un sujetador de encaje negro y se recogió el pelo con una goma. Cierra la puerta y cuelga algo en ella.
—Buena chica, Brittany. Estás preciosa así. Bien hecho. Ponte de pie.
Me levanto, pero sigo mirando al suelo.
—Me puedes mirar.
Alzó la vista tímidamente y veo que ella me está mirando fijamente, evaluándome, pero con una expresión tierna. Se ha quitado la. Dios mío, quiero tocarla.
Lleva desabrochado el botón superior de los vaqueros.
—Ahora voy a encadenarte, Brittany. Dame la mano derecha.
Le doy la mano. Me vuelve la palma hacia arriba y, antes de que pueda darme cuenta, me golpea en el centro con una fusta que ni siquiera le había visto en la mano derecha. Sucede tan deprisa que apenas me sorprendo. Y lo que es más asombroso, no me duele. Bueno, no mucho, solo me escuece un poco.
—¿Cómo te ha sentado eso?
La miro confundida.
—Respóndeme.
—Bien.
Frunzo el ceño.
—No frunzas el ceño.
Extrañada, pruebo a mostrarme impasible. Funciona.
—¿Te ha dolido?
—No.
—Esto te va a doler. ¿Entendido?
—Sí —digo vacilante.
¿De verdad me va a doler?
—Va en serio —me dice.
Maldita sea. Apenas puedo respirar. ¿Acaso sabe lo que pienso? Me enseña la fusta. Marrón, de cuero trenzado. La miro de pronto y veo deseo en sus ojos brillantes, deseo y una pizca de diversión.
—Nos proponemos complacer, señorita Pierce —murmura—. Ven.
Me coge del codo y me coloca debajo de la rejilla. Alarga la mano y baja unos grilletes con muñequeras de cuero negro.
—Esta rejilla está pensada para que los grilletes se muevan a través de ella.
Levanto la vista. Madre mía, es como un plano del metro.
—Vamos a empezar aquí, pero quiero follarte de pie, así que terminaremos en aquella pared.
Señala con la fusta la gran X de madera de la pared.
—Ponte las manos por encima de la cabeza.
La complazco inmediatamente, con la sensación de que abandono mi cuerpo y me convierto en una observadora ocasional de los acontecimientos que se desarrollan a mi alrededor. Esto es mucho más que fascinante, mucho más que erótico. Es con mucho lo más excitante y espeluznante que he hecho nunca. Me estoy poniendo en manos de una mujer hermosa que, según ella misma me ha confesado, está jodida de cincuenta mil formas. Trato de contener el momentáneo espasmo de miedo. Quinn y Sam saben que estoy aquí.
Mientras me ata las muñequeras, se sitúa muy cerca. Tengo sus pechos pegado a la cara. Su proximidad es deliciosa. Huele a perfume caro y a Santana, una mezcla embriagadora, y eso me vuelve a traer al presente. Quiero pasear la nariz y la lengua por esa suave piel y por sus pezones. Bastaría con que me inclinara hacia
delante…
Retrocede y me mira, con ojos entornados, lascivos, carnales, y yo me siento impotente, con las manos atadas, pero al contemplar su hermoso rostro y percibir lo mucho que ella me desea, noto que se me humedece la entrepierna. Camina despacio a mi alrededor.
—Está fabulosa atada así, señorita Pierce. Y con esa lengua viperina quieta de momento. Me gusta.
De pie delante de mí, me mete los dedos por las bragas y, sin ninguna prisa, me las baja por las piernas, quitándomelas angustiosamente despacio, hasta que termina arrodillada delante de mí. Sin quitarme los ojos de encima, estruja mis bragas en su mano, se las lleva a la nariz e inhala hondo. Dios mío, ¿en serio ha hecho eso? Me sonríe perversamente y se las mete en el bolsillo de los vaqueros.
Se levanta despacio, como una leona, me apunta al ombligo con el extremo de la fusta y va describiendo círculos, provocándome. Al contacto con el cuero,
me estremezco y gimo. Vuelve a caminar a mi alrededor, arrastrando la fusta por mi cintura. En la segunda vuelta, de pronto la sacude y me azota por debajo del
trasero… en el sexo. Grito de sorpresa y todas mis terminaciones nerviosas se ponen alerta. Tiro de las ataduras. La conmoción me recorre entera, y es una
sensación de lo más dulce, extraña y placentera.
—Calla —me susurra mientras camina a mi alrededor otra vez, con la fusta algo más alta recorriendo mi cintura.
Esta vez, cuando me atiza en el mismo sitio, lo espero. Todo mi cuerpo se sacude por el azote dolorosamente dulce.
Mientras da vueltas a mi alrededor, me atiza de nuevo, esta vez en el pezón, y yo echo la cabeza hacia atrás ante el zumbido de mis terminaciones nerviosas. Me da en el otro: un castigo breve, rápido y dulce. Su ataque me endurece y alarga los pezones, y gimo ruidosamente, tirando de las muñequeras de cuero.
—¿Te gusta esto? —me dice.
—Sí.
Me vuelve a azotar en el culo. Esta vez me duele.
—Sí, ¿qué?
—Sí, señora —gimoteo.
Se detiene, pero ya no la veo. Tengo los ojos cerrados, intentando digerir la multitud de sensaciones que recorren mi cuerpo. Muy despacio, me rocía de pequeños picotazos con la fusta por el vientre, hacia abajo. Sé a dónde se dirige y trato de mentalizarme, pero cuando me atiza en el clítoris, grito con fuerza.
—¡Por favor! —gruño.
—Calla —me ordena, y me vuelve a dar en el trasero.
No esperaba que esto fuera así… Estoy perdida. Perdida en un mar de sensaciones. De pronto arrastra la fusta por mi sexo, entre el vello púbico, hasta la entrada de la vagina.
—Mira lo húmeda que te ha puesto esto, Brittany. Abre los ojos y la boca.
Hago lo que me dice, completamente seducida. Me mete la punta de la fusta en la boca, como en mi sueño. Madre mía.
—Mira cómo sabes. Chupa. Chupa fuerte, bella.
Cierro la boca alrededor de la fusta y la miro fijamente. Noto el fuerte sabor del cuero y el sabor salado de mis fluidos. Le centellean los ojos. Está en su elemento.
Me saca la fusta de la boca, se inclina hacia delante, me agarra y me besa con fuerza, invadiéndome la boca con su lengua. Me rodea con los brazos y me estrecha contra su cuerpo. Su pecho aprisiona el mío y yo me muero de ganas por tocar, pero con las manos atadas por encima de la cabeza, no puedo.
—Oh, Brittany, sabes fenomenal —me dice—. ¿Hago que te corras?
—Por favor —le suplico.
La fusta me sacude el trasero. ¡Au!
—Por favor, ¿qué?
—Por favor, señora —gimoteo.
Me sonríe, triunfante.
—¿Con esto?
Sostiene en alto la fusta para que pueda verla.
—Sí, señora.
—¿Estás segura?
Me mira muy seria.
—Sí, por favor, señora.
—Cierra los ojos.
Cierro los ojos al cuarto, a ella, a la fusta. De nuevo empieza a soltarme picotazos con la fusta en el vientre. Desciende, golpecitos suaves en el clítoris, una, dos,
tres veces, una y otra vez, hasta que al final… ya, no aguanto más, y me corro, de forma espectacular, escandalosa, encorvándome debilitada. Las piernas me
flaquean y ella me rodea con sus brazos. Me disuelvo en ellos, apoyando la cabeza en su pecho, maullando y gimoteando mientras las réplicas del orgasmo me
consumen. Me levanta, y de pronto nos movemos, mis brazos aún atados por encima de la cabeza, y entonces noto la fría madera de la cruz barnizada contra mi
espalda, y ella se está desabrochando los botones de los vaqueros, se los quita en conjunto con las bragas. Me apoya un instante en la cruz mientras, busca algo en una gaveta, observo y es un pene de goma con unas correas a los lados. ¡Madre Mía!
Se lo pone, luego me coge por los muslos y me levanta otra vez.
—Levanta las piernas, bella, enróscamelas en la cintura.
Me siento muy débil, pero hago lo que me dice mientras ella me engancha las piernas a sus caderas y se sitúa debajo de mí. Con una fuerte embestida me penetra,
y vuelvo a gritar y ella suelta un gemido ahogado en mi oído, noto que ese juguete también la estimula a ella. Mis brazos descansan en sus hombros mientras entra y sale. Dios, llega mucho más adentro de esta forma. Noto que vuelvo a acercarme al clímax. Maldita sea, no… otra vez, no… no creo que mi cuerpo soporte otro orgasmo de esa magnitud. Pero no tengo elección… y con una inevitabilidad que empieza a resultarme familiar, me dejo llevar y vuelvo a correrme, y resulta placentero, agonizante, intenso. Pierdo por completo la conciencia de mí misma. Santana me sigue y, mientras se corre, grita con los dientes apretados y se abraza a mí con fuerza.
Me lo saca rápidamente, se quita el juguete y me apoya contra la cruz, su cuerpo sosteniendo el mío. Desabrocha las muñequeras, me suelta las manos y las dos nos desplomamos en el suelo. Me atrae a su regazo, meciéndome, y apoyo la cabeza en su pecho. Si tuviera fuerzas la acariciaría, pero no las tengo. Solo ahora me doy cuenta de que aún lleva el sujetador puesto.
—Muy bien, bella —murmura—. ¿Te ha dolido?
—No —digo.
Apenas puedo mantener los ojos abiertos. ¿Por qué estoy tan cansada?
—¿Esperabas que te doliera? —susurra mientras me estrecha en sus brazos, apartándome de la cara unos mechones de pelo sueltos.
—Sí.
—¿Lo ves, Brittany? Casi todo tu miedo está solo en tu cabeza. —Hace una pausa—. ¿Lo harías otra vez?
Rédito un instante, la fatiga nublándome el pensamiento… ¿Otra vez?
—Sí —le digo en voz baja.
Me abraza con fuerza.
—Bien. Yo también —musita, luego se inclina y me besa con ternura en la nuca—. Y aún no he terminado contigo.
Que aún no ha terminado conmigo. Madre mía. Yo no aguanto más. Me encuentro agotada y hago un esfuerzo sobrehumano por no dormirme. Descanso en su
pecho con los ojos cerrados, y ella me envuelve toda, con brazos y piernas, y me siento… segura, y a gusto. ¿Me dejará dormir, acaso soñar? Tuerzo la boca ante
semejante idea y, volviendo la cara hacia el pecho de Santana, inhalo su aroma único y la acarició con la nariz, pero ella se tensa de inmediato… oh, mierda. Abro
los ojos y la miro. Ella me está mirando fijamente.
—No hagas eso —me advierte.
Me sonrojo y vuelvo a mirarle los pecho con anhelo. Quiero pasarle la lengua, besarlos y, por primera vez, me doy cuenta de que tiene algunas tenues cicatrices pequeñas y redondas, esparcidas por sus pechos. ¿Varicela? ¿Sarampión?, pienso distraídamente.
—Arrodíllate junto a la puerta —me ordena mientras se incorpora, apoyando las manos en mis rodillas y liberándome del todo.
Siento frío de pronto; la temperatura de su voz ha descendido varios grados.
Me levanto torpemente, me escabullo hacia la puerta y me arrodillo como ella me ha ordenado. Me noto floja, exhausta y tremendamente confundida. ¿Quién iba a pensar que encontraría semejante gratificación en este cuarto? ¿Quién iba a pensar que resultaría tan agotador? Siento todo mi cuerpo saciado, deliciosamente
pesado. La diosa que llevo dentro tiene puesto un cartel de NO MOLESTAR en la puerta de su cuarto.
Santana se mueve por la periferia de mi campo de visión. Se me empiezan a cerrar los ojos.
—La aburro, ¿verdad, señorita Pierce?
Me despierto de golpe y tengo a Santana delante, de brazos cruzados, mirándome furiosa. Mierda, me ha pillado echando una cabezadita; esto no va a terminar
bien. Su mirada se suaviza cuando la miro.
—Levántate —me ordena.
Me pongo en pie con cautela. Me mira y esboza una sonrisa.
—Estás destrozada, ¿verdad?
Asiento tímidamente, ruborizándome.
—Aguante, señorita Pierce. —Frunce los ojos—. Yo aún no he tenido bastante de ti. Pon las manos al frente como si estuvieras rezando.
La miro extrañada. ¡Rezando! Rezando para que tengas compasión de mí. Hago lo que me pide. Coge una brida para cables y me sujeta las muñecas con ella,
apretando el plástico. Madre mía. La miro de pronto.
—¿Te resulta familiar? —pregunta sin poder ocultar la sonrisa.
Dios… las bridas de plástico para cables. ¡Aprovisionándose en Clayton’s! Ahogo un gemido y la adrenalina me recorre de nuevo el cuerpo entero; ha conseguido llamar mi atención, ya estoy despierta.
—Tengo unas tijeras aquí. —Las sostiene en alto para que yo las vea—. Te las puedo cortar en un segundo.
Intento separar las muñecas, poniendo a prueba la atadura y, al hacerlo, se me clava el plástico en la piel. Resulta doloroso, pero si me relajo mis muñecas están bien; la atadura no me corta la piel.
—Ven.
Me coge de las manos y me lleva a la cama de cuatro postes. Me doy cuenta ahora de que tiene puestas sábanas de un rojo oscuro y un grillete en cada esquina.
—Quiero más… muchísimo más —me susurra al oído.
Y el corazón se me vuelve a acelerar. Madre mía.
—Pero seré rápida. Estás cansada. Agárrate al poste —dice.
Frunzo el ceño. ¿No va a ser en la cama entonces? Al agarrarme al poste de madera labrado, descubro que puedo separar las manos.
—Más abajo —me ordena—. Bien. No te sueltes. Si lo haces, te azotaré. ¿Entendido?
—Sí, señora.
—Bien.
Noto que se ah puesto de nuevo el juguete.
Se sitúa detrás de mí y me agarra por las caderas, y entonces, rápidamente, me levanta hacia atrás, de modo que me encuentro inclinada hacia delante, agarrada
al poste.
—No te sueltes, Brittany —me advierte—. Te voy a follar duro por detrás. Sujétate bien al poste para no perder el equilibrio. ¿Entendido?
—Sí.
Me azota en el culo con la mano abierta. Au… Duele.
—Sí, señora —musito enseguida.
—Separa las piernas. —Me mete una pierna entre las mías y, agarrándome de las caderas, empuja mi pierna derecha a un lado—. Eso está mejor. Después de esto, te dejaré dormir.
¿Dormir? Estoy jadeando. No pienso en dormir ahora. Levanta la mano y me acaricia suavemente la espalda.
—Tienes una piel preciosa, Brittany —susurra e, inclinándose, me riega de suaves y ligerísimos besos la columna.
Al mismo tiempo, pasa las manos por delante, me palpa los pechos, me agarra los pezones entre los dedos y me los pellizca suavemente.
Contengo un gemido y noto que mi cuerpo entero reacciona, revive una vez más para ella.
Me mordisquea y me chupa la cintura, sin dejar de pellizcarme los pezones, y mis manos aprietan con fuerza el poste exquisitamente hallado. Aparta las manos.
—Tienes un culo muy sexy y cautivador, Brittany Pierce. Las cosas que me gustaría hacerle. —Acaricia y moldea cada una de mis nalgas, luego sus manos se
deslizan hacia abajo y me mete dos dedos—. Qué húmeda… Nunca me decepciona, señorita Pierce —susurra, y percibo fascinación en su voz—. Agárrate
fuerte… esto va a ser rápido, bella.
Me sujeta las caderas y se sitúa, y yo me preparo para la embestida, pero entonces alarga la mano y me agarra la trenza casi por el extremo y se la en rosca en la muñeca hasta llegar a mi nuca, sosteniéndome la cabeza. Muy despacio, me penetra, tirándome a la vez del pelo… Ay, hasta el fondo. Lo saca muy despacio, y con la otra mano me agarra por la cadera, sujetando fuerte, y luego entra de golpe, empujándome hacia delante.
—¡Aguanta, Brittany! —me grita con los dientes apretados.
Me agarro más fuerte al poste y me pego a su cuerpo todo lo que puedo mientras continúa su despiadada arremetida, una y otra vez, clavándome los dedos en la
cadera. Me duelen los brazos, me tiemblan las piernas, me escuece el cuero cabelludo de los tirones… y noto que nace de nuevo esa sensación en lo más hondo de mi ser. Oh, no… y por primera vez, temo el orgasmo… si me corro… me voy a desplomo. Santana sigue embistiendo contra mí, dentro de mí, con la respiración entrecortada, gimiendo, gruñendo. Mi cuerpo responde… ¿cómo? Noto que se acelera. Pero, de pronto, tras metérmelo hasta el fondo, Santana se detiene.
—Vamos, Britt, dámelo —gruñe y, al oírla decir mi nombre, pierdo el control y me vuelvo toda cuerpo y torbellino de sensaciones y dulce, muy dulce liberación, y después pierdo total y absolutamente la conciencia.
Cuando recupero el sentido, estoy tumbada encima de ella. Ella está en el suelo y yo encima, con la espalda pegada a sus pechos con el sujetador puesto, y miro al techo, en un estado de glorioso poscoito, espléndida, destrozada. Ah, los mosquetones, pienso distraída; me había olvidado de ellos.
—Levanta las manos —me dice en voz baja.
Me pesan los brazos como si fueran de plomo, pero los levanto. Abre las tijeras y pasa una hoja por debajo del plástico.
—Declaro inaugurada esta Britt —dice, y corta el plástico.
Río como una boba y me froto las muñecas al fin libres. Noto que sonríe.
—Qué sonido tan hermoso —dice melancólica.
Se incorpora levantándome con ella, de forma que una vez más me encuentro sentada en su regazo ya se quito el juguete.
—Eso es culpa mía —dice, y me empuja suavemente para poder masajearme los hombros y los brazos.
Con delicadeza, me ayuda a recuperar un poco la movilidad.
¿El qué?
Me vuelvo a mirarla, intentando entender a qué se refiere.
—Que no rías más a menudo.
—No soy muy risueña —susurro adormecida.
—Oh, pero cuando ocurre, señorita Pierce, es una maravilla y un deleite contemplarla.
—Muy florida, señora López —murmuro, procurando mantener los ojos abiertos.
Su mirada se hace más tierna, y sonríe.
—Parece que te han follado bien y te hace falta dormir.
—Eso no es nada florido —protesto en broma.
Sonríe y, con cuidado, me levanta de encima de ella y se pone de pie, espléndidamente desnuda de la cintura a los pies. Por un instante, deseo estar más despierta para apreciarla de verdad. Coge los vaqueros, las bragas y se los pone a pelo.
—No quiero asustar a Taylor, ni tampoco a la señora Jones —masculla.
Mmm… ya deben de saber que es una cabróna pervertida. La idea me preocupa.
Se agacha para ayudarme a ponerme en pie y me lleva hasta la puerta, de la que cuelga una bata de suave acolchado gris. Me viste pacientemente como si fuera una niña. No tengo fuerzas para levantar los brazos. Cuando estoy tapada y decente, se inclina y me da un suave beso, y en sus labios se dibuja una sonrisa.
—A la cama —dice.
Oh… no…
—Para dormir —añade tranquilizadora al ver mi expresión.
De repente, me coge en brazos y, acurrucada contra su pecho, ella es delgada pero muy fuerte se nota que se ejercita mucho, me lleva a la habitación del pasillo donde esta mañana me ha examinado la doctora Greene. La cabeza me cuelga lánguidamente contra su torso. Estoy agotada. No recuerdo haber estado nunca tan cansada. Retira el edredón y me tumba y, lo que es aún más asombroso, se mete en la cama conmigo y me estrecha entre sus brazos.
—Duerme, preciosa —me susurra, y me besa el pelo.
Y, antes de que me dé tiempo a hacer algún comentario ingenioso, estoy dormida.
Unos labios tiernos me acarician la sien, dejando un reguero de besitos a su paso, y en el fondo quiero volverme y responder, pero sobre todo quiero seguir dormida. Gimo y me refugio debajo de la almohada.
—Brittany, despierta —me dice Santana en voz baja, zalamera.
—No —gimoteo.
—En media hora tenemos que irnos a cenar a casa de mis padres —añade divertida.
Abro los ojos a regañadientes. Fuera ya es de noche. Santana está inclinada sobre mí, mirándome fijamente.
—Vamos, bella durmiente. Levanta. —Se agacha y me besa de nuevo—. Te he traído algo de beber. Estaré abajo. No vuelvas a dormirte o te meterás en un lío
—me amenaza, pero en un tono moderado.
Me da otro besito y se va, y me deja intentando abrir del todo los ojos en la fría y oscura habitación.
Estoy despejada, pero de pronto me pongo nerviosa. Madre mía, ¡voy a conocer a sus padres! Hace nada me estaba atizando con una fusta y me tenía atada con unas bridas para cables que yo misma le vendí, por el amor de Dios… y ahora voy a conocer a sus padres. Será la primera vez que Quinn los vea también; al menos ella estará allí… qué alivio. Giro los hombros. Los tengo rígidos. Su insistencia en que tenga un entrenador personal ya no me parece tan disparatada; de hecho, va a ser imprescindible si quiero albergar la menor esperanza de seguir su ritmo.
Salgo despacio de la cama y observo que mi vestido cuelga fuera del armario y mi sujetador está en la silla. ¿Dónde tengo las bragas? Miro debajo de la silla.
Nada. Entonces me acuerdo de que se las metió en el bolsillo de los vaqueros. El recuerdo me ruboriza: después de que ella… me cuesta incluso pensar en ello; de que ella fuera tan… bárbara. Frunzo el ceño. ¿Por qué no me ha devuelto las bragas?
Me meto en el baño, desconcertada por la ausencia de ropa interior. Mientras me seco después de una gozosa pero brevísima ducha, caigo en la cuenta de que ella lo ha hecho a propósito. Quiere que pase vergüenza teniendo que pedirle que me devuelva las bragas, y poder decirme que sí o que no. La diosa que llevo dentro me sonríe. Dios… yo también puedo jugar a ese juego. Decido en ese mismo instante que no se las voy a pedir, que no voy a darle esa satisfacción; iré a conocer a sus padres sans culottes. ¡Brittany Pierce!, me reprende mi subconsciente, pero no le hago ni caso; casi me abrazo de alegría porque sé que eso la va a desquiciar. De nuevo en el dormitorio, me pongo el sujetador, me pongo el vestido y me encaramo en mis zapatos. Me deshago la trenza y me cepillo el pelo rápidamente, luego le echo un vistazo a la bebida que me ha traído. Es de color rosa pálido. ¿Qué será? Zumo de arándanos con gaseosa. Mmm… está deliciosa y sacia mi sed.
Vuelvo corriendo al baño y me miro en el espejo: ojos brillantes, mejillas ligeramente sonrosadas, sonrisa algo pícara por mi plan de las bragas. Me dirijo abajo.
Quince minutos. No está nada mal, Britt.
Santana está de pie delante del ventanal, vestida con esos pantalones grises ceñidos al cuerpo, esos que le quedan de una forma tan increíblemente sexy, tacones altos a juego con el pantalon y por supuesto, una camisa de seda blanca. ¿No tiene nada de otros colores? Frank Sinatra canta suavemente por los altavoces del sistema sonido surround.
Se vuelve y me sonríe cuando entro. Me mira expectante.
—Hola —digo en voz baja, y mi sonrisa de esfinge se encuentra con la suya.
—Hola —contesta—. ¿Cómo te encuentras?
Le brillan los ojos de regocijo.
—Bien, gracias. ¿Y tú?
—Fenomenal, señorita Pierce.
Es obvio que espera que le diga algo.
—Frank. Jamás te habría tomado por fan de Sinatra.
Me mira arqueando las cejas, pensativa.
—Soy ecléctica, señorita Pierce —musita, y se acerca a mí como una pantera hasta que la tengo delante, con una mirada tan intensa que me deja sin aliento.
Frank empieza de nuevo a cantar… un tema antiguo, uno de los favoritos de Ray: «Witchcraft». Santana pasea despacio las yemas de los dedos por mi mejilla, y la sensación me recorre el cuerpo entero hasta llegar ahí abajo.
—Baila conmigo —susurra con voz ronca.
Se saca el mando del bolsillo, sube el volumen y me tiende la mano, sus ojos marrones prometedores, apasionados, risueños. Resulta absolutamente cautivadora, y me
tiene embrujada. Poso mi mano en la suya. Me dedica una sonrisa indolente y me atrae hacia ella, pasándome la mano por la cintura.
Le pongo la mano libre en el hombro y le sonrío, contagiada de su ánimo juguetón. Empieza a mecerse, y allá vamos. Uau, sí que baila bien. Recorremos el salón
entero, del ventanal a la cocina y vuelta al salón, girando y cambiando de rumbo al ritmo de la música. Me resulta tan fácil seguirla…
Nos deslizamos alrededor de la mesa del comedor hasta el piano, adelante y atrás frente a la pared de cristal, con Seattle centelleando allá fuera, como el fondo oscuro y mágico de nuestro baile. No puedo controlar mi risa alegre. Cuando la canción termina, me sonríe.
—No hay bruja más linda que tú —murmura, y me da un tierno beso—. Vaya, esto ha devuelto el color a sus mejillas, señorita Pierce. Gracias por el baile.
¿Vamos a conocer a mis padres?
—De nada, y sí, estoy impaciente por conocerlos —contesto sin aliento.
—¿Tienes todo lo que necesitas?
—Sí, sí —respondo con dulzura.
—¿Estás segura?
Asiento con todo el desenfado del que soy capaz bajo su intenso y risueño escrutinio. Se dibuja en su rostro una enorme sonrisa y niega con la cabeza.
—Muy bien. Si así es como quiere jugar, señorita Pierce.
Me toma de la mano, coge su chaqueta, colgada de uno de los taburetes de la barra, y me conduce por el vestíbulo hasta el ascensor. Ah, las múltiples caras de
Santana López… ¿Seré algún día capaz de entender a esta mujer tan voluble?
La miro de reojo en el ascensor. Algo le hace gracia: un esbozo de sonrisa coquetea en su preciosa boca. Temo que sea a mi costa. ¿Cómo se me ha ocurrido?
Voy a ver a sus padres y no llevo ropa interior. Mi subconsciente me pone una inútil cara de «Te lo dije». En la relativa seguridad de su casa, me parecía una idea divertida, provocadora. Ahora casi estoy en la calle… ¡sin bragas! Me mira de reojo, y ahí está, la corriente creciendo entre las dos. Desaparece la expresión risueña de su rostro y su semblante se nubla, sus ojos se oscurecen… oh, Dios.
Las puertas del ascensor se abren en la planta baja. Santana menea apenas la cabeza, como para librarse de sus pensamientos y muy amable, me cede el paso.
¿A quién quiere engañar? No es precisamente amable. Tiene mis bragas.
Taylor se acerca en el Audi grande. Santana me abre la puerta de atrás y yo entro con toda la elegancia de la que soy capaz, teniendo presente que voy sin bragas como una cualquiera. Doy gracias por que el vestido de Quinn sea tan ceñido y me llegue hasta las rodillas.
Cogemos la interestatal 5 a toda velocidad, las dos en silencio, sin duda cohibidos por la presencia de Taylor en el asiento del piloto. El estado de ánimo de Santana es casi tangible y parece cambiar; su buen humor se disipa poco a poco cuando tomamos rumbo al norte. La veo pensativa, mirando por la ventanilla, y soy consciente de que se aleja de mí. ¿Qué estará pensando? No se lo puedo preguntar. ¿Qué puedo decir delante de Taylor?
—¿Dónde has aprendido a bailar? —inquiero tímidamente.
Se vuelve a mirarme, su expresión indescifrable bajo la luz intermitente de las farolas que vamos dejando atrás.
—¿En serio quieres saberlo? —me responde en voz baja.
Se me cae el alma al suelo. Ya no quiero saberlo, porque me lo puedo imaginar.
—Sí —susurro a regañadientes.
—A la señora Robinson le gustaba bailar.
Vaya, mis peores sospechas se confirman. Ella la enseñó, y la idea me deprime: yo no puedo enseñarle nada. No tengo ninguna habilidad especial.
—Debía de ser muy buena maestra.
—Lo era.
Siento que me pica el cuero cabelludo. ¿Se llevó lo mejor de ella? ¿Antes de que se volviera tan cerrada? ¿O consiguió sacarla de su ostracismo? Tiene un lado tan
divertido y travieso… Sonrío sin querer al recordarme en sus brazos mientras me llevaba dando vueltas por el salón, tan inesperadamente, con mis bragas guardadas en algún sitio.
Y luego está el cuarto rojo del dolor. Me froto las muñecas pensativa… es el resultado de que te hayan atado las manos con una fina cinta de plástico. Ella le enseñó todo eso también, o la estropeó, dependiendo del punto de vista. O quizá habría llegado a ser como es a pesar de la señora R. En ese instante me doy
cuenta de que la odio. Espero no conocerla nunca, porque, de hacerlo, no soy responsable de mis actos. No recuerdo haber sentido nunca semejante animadversión por nadie, y menos por alguien a quien no conozco. Mirando sin ver por la ventanilla, alimento mi rabia y mis celos irracionales.
Mi pensamiento vuelve a centrarse en esta tarde. Teniendo en cuenta cuáles creo que son sus preferencias, me parece que ha sido benévola conmigo. ¿Estaría dispuesta a hacerlo otra vez? No voy a fingir remilgos que no siento. Pues claro que lo haría, si ella me lo pidiera… siempre que no me haga daño y sea la única forma de estar con ella.
Eso es lo importante. Quiero estar con ella. La diosa que llevo dentro suspira de alivio. Llego a la conclusión de que rara vez usa la cabeza para pensar, sino más
bien otra parte esencial de su anatomía, que últimamente anda bastante expuesta.
—No lo hagas —murmura.
Frunzo el ceño y me vuelvo hacia ella.
—¿Que no haga el qué?
No la he tocado.
—No les des tantas vueltas a las cosas, Brittany. —Alarga el brazo, me coge la mano, se la lleva a los labios y me besa los nudillos con suavidad—. La he pasado estupendamente esta tarde. Gracias.
Y ya ha vuelto a mí otra vez. La miro extrañada y sonrío tímidamente. Me confunde. Le pregunto algo que me ha estado intrigando.
—¿Por qué has usado una brida?
Me sonríe.
—Es rápido, es fácil y es una sensación y una experiencia distinta para ti. Sé que parece bastante brutal, pero me gusta que las sujeciones sean así. —Sonríe
levemente—. Lo más eficaz para evitar que te muevas.
Me sonrojo y miro nerviosa a Taylor, que se muestra impasible, con los ojos en la carretera. ¿Qué se supone que debo decir a eso? Santana se encoge de hombros con gesto inocente.
—Forma parte de mi mundo, Brittany.
Me aprieta la mano, me suelta, y vuelve a mirar por la ventana.
Su mundo, claro, al que yo quiero pertenecer, pero ¿con sus condiciones? Pues no lo sé. No ha vuelto a mencionar ese maldito contrato. Mis reflexiones íntimas
no me animan mucho. Miro por la ventanilla y el paisaje ha cambiado. Cruzamos uno de los puentes, rodeados de una profunda oscuridad. La noche sombría refleja
mi estado de ánimo introspectivo, cercándome, asfixiándome.
Miro un instante a Santana, y veo que me está mirando.
—¿Un dólar por tus pensamientos? —dice.
Suspiro y frunzo el ceño.
—¿Tan malos son? —dice.
—Ojalá supiera lo que piensas tú.
Sonríe.
—Lo mismo digo, bella —susurra mientras Taylor nos adentra a toda velocidad en la noche con rumbo a Bellevue.
Son casi las ocho cuando el Audi gira por el camino de entrada a una gran mansión de estilo colonial. Impresionante, hasta las rosas que rodean la puerta. De libro ilustrado.
—¿Estás preparada para esto? —me pregunta Santana mientras Taylor se detiene delante de la imponente puerta principal.
Asiento con la cabeza y ella me aprieta la mano otra vez para tranquilizarme.
—También es la primera vez para mí —susurra, y sonríe maliciosamente—. Apuesto a que ahora te gustaría llevar tu ropita interior —dice, provocadora.
Me ruborizo. Me había olvidado de que no llevo bragas. Por suerte, Taylor ha salido del coche para abrirme la puerta y no ha podido oír nada de esto. Miro ceñuda a Santana, que sonríe de oreja a oreja mientras yo me vuelvo y salgo del coche.
La doctora Grace Trevelyan-López nos espera en la puerta. Lleva un vestido de seda azul claro que le da un aire elegante y sofisticado. Detrás de ella está el señor López, supongo, alto, moreno y tan guapo a su manera como Santana.
—Brittany, ya conoces a mi madre, Grace. Este es mi padre, Carrick.
—Señor López, es un placer conocerlo.
Sonrío y le estrecho la mano que me tiende.
—El placer es todo mío, Brittany.
—Por favor, llámeme Britt.
Sus ojos marrones son dulces y afables.
—Britt, cuánto me alegro de volver a verte. —Grace me envuelve en un cálido abrazo—. Pasa, querida.
—¿Ya ha llegado? —oigo gritar desde dentro de la casa.
Miro nerviosa a Santana.
—Esa es Rachel, mi hermana pequeña —dice en tono casi irritado, pero no lo suficiente.
Cierto afecto subyace bajo sus palabras; se le suaviza la voz y le chispean los ojos al pronunciar su nombre. Es obvio que Santana la adora. Un gran descubrimiento. Y ella llega arrasando por el pasillo, con su pelo negro como el castaño, bajita y curvilínea. Debe de ser de mi edad.
—¡Brittany! He oído hablar tanto de ti…
Me abraza fuerte.
Madre mía. No puedo evitar sonreír ante su desbordante entusiasmo.
—Britt, por favor —murmuro mientras me arrastra al enorme vestíbulo.
Todo son suelos de maderas nobles y alfombras antiquísimas, con una escalera de caracol que lleva al segundo piso.
—Santana nunca ha traído a una chica a casa —dice Rachel, y sus ojos oscuros brillan de emoción.
Veo que Santana pone los ojos en blanco y arqueo una ceja. Ella me mira risueña.
—Rachel, cálmate —la reprende Grace discretamente—. Hola, cariño —dice mientras besa a Santana en ambas mejillas.
Ella le sonríe cariñosa y luego le da un abrazo a su padre.
Nos dirigimos todos al salón. Rachel no me ha soltado la mano. La estancia es espaciosa, decorada con gusto en tonos crema, marrón y azul claro, cómoda, discreta y con mucho estilo. Quinn y Sam están acurrucados en un sofá, con sendas copas de champán en la mano. Quinn se levanta como un resorte para abrazarme y Rachel por fin me suelta la mano.
—¡Hola, Britt! —Sonríe—. Santana —la saluda, con un gesto cortés de la cabeza.
—Quinn —la saluda Santana igual de formal.
Frunzo el ceño ante este intercambio. Sam me abraza con efusión. ¿Qué es esto, «la semana de abrazar a Britt»? No estoy acostumbrada a semejantes
despliegues de afecto. Santana se sitúa a mi lado y me pasa el brazo por la cintura. Me pone la mano en la cadera y, extendiendo los dedos, me atrae hacia sí.
Todos nos miran. Me incomoda.
—¿Algo de beber? —El señor López parece recuperarse—. ¿Prosecco?
—Por favor —decimos Santana y yo al unísono.
Uf… qué raro ha quedado esto. Rachel aplaude.
—Pero si hasta decís las mismas cosas. Ya voy yo.
Y sale disparada de la habitación.
Me pongo como un tomate y, al ver a Quinn sentada con Sam, se me ocurre de pronto que la única razón por la que Santana me ha invitado es porque Quinn está aquí. Probablemente Sam le preguntara a Quinn con ilusión y naturalidad si quería conocer a sus padres. Santana se vio atrapada, consciente de que me enteraría por Quinn. La idea me enfurece. Se ha visto obligada a invitarme. El pensamiento me resulta triste y deprimente. Mi subconsciente asiente, sabia, con cara de «por fin
te has dado cuenta, boba».
—La cena está casi lista —dice Grace saliendo de la habitación detrás de Rachel.
Santana me mira y frunce el ceño.
—Siéntate —me ordena, señalándome el sofá mullido, y yo hago lo que me pide, cruzando con cuidado las piernas.
Ella se sienta a mi lado pero no me toca.
—Estábamos hablando de las vacaciones, Britt —me dice amablemente el señor López—. Sam ha decidido irse con Quinn y su familia a Barbados una semana.
Miro a Quinn y ella sonríe, con los ojos brillantes y muy abiertos. Está encantada. ¡Quinn Fabray, muestra algo de dignidad!
—¿Te tomarás tú un tiempo de descanso ahora que has terminado los estudios? —me pregunta el señor López.
—Estoy pensando en irme unos días a Georgia —respondo.
Santana me mira boquiabierta, parpadeando un par de veces, con una expresión indescifrable. Oh, mierda. Esto no se lo había mencionado.
—¿A Georgia? —murmura.
—Mi madre vive allí y hace tiempo que no la veo.
—¿Cuándo pensabas irte? —pregunta con voz grave.
—Mañana, a última hora de la tarde.
Rachel vuelve al salón y nos ofrece sendas copas de champán llenas de Prosecco de color rosa pálido.
—¡Por que tengáis buena salud!
El señor López alza su copa. Un brindis muy propio del marido de una doctora; me hace sonreír.
—¿Cuánto tiempo? —pregunta Santana en voz asombrosamente baja.
Maldita sea… esta enfadada.
—Aún no lo sé. Dependerá de cómo vayan mis entrevistas de mañana.
Santana aprieta la mandíbula y Quinn pone esa cara suya de me meto en todo y me sonríe con desmesurada dulzura.
—Britt se merece un descanso —le suelta sin rodeos a Santana.
¿Por qué se muestra tan hostil con ella? ¿Qué problema tiene?
—¿Tienes entrevistas? —me pregunta el señor López.
—Sí, mañana, para un puesto de becaria en dos editoriales.
—Te deseo toda la suerte del mundo.
—La cena está lista —anuncia Grace.
Nos levantamos todos. Quinn y Sam salen de la habitación detrás del señor López y de Rachel. Yo me dispongo a seguirlos, pero Santana me agarra de la mano y me para en seco.
—¿Cuándo pensabas decirme que te marchabas? —inquiere con urgencia.
Lo hace en voz baja, pero está disimulando su enfado.
—No me marcho, voy a ver a mi madre y solamente estaba valorando la posibilidad.
—¿Y qué pasa con nuestro contrato?
—Aún no tenemos ningún contrato.
Frunce los ojos y entonces parece recordar. Me suelta la mano y, cogiéndome por el codo, me conduce fuera de la habitación.
—Esta conversación no ha terminado —me susurra amenazadora mientras entramos en el comedor.
Eh, para. No te enfades tanto y devuélveme las bragas. La miro furiosa.
El comedor me recuerda nuestra cena íntima en el Heathman. Una lámpara de araña de cristal cuelga sobre la mesa de madera noble y en la pared hay un inmenso espejo labrado y muy ornamentado. La mesa está puesta con un mantel de lino blanquísimo y un cuenco con petunias de color rosa claro en el centro. Impresionante.
Ocupamos nuestros sitios. El señor López se sienta a la cabecera, yo a su derecha y Santana a mi lado. El señor López coge la botella de vino tinto y le ofrece a Quinn. Rachel se sienta al lado de Santana, le coge la mano y se la aprieta fuerte. Santana le sonríe cariñosa.
—¿Dónde conociste a Britt? —le pregunta Rachel.
—Me entrevistó para la revista de la Universidad Estatal de Washington.
—Que Quinn dirige —añado, confiando en poder desviar la conversación de mí.
Rachel sonríe entusiasmada a Quinn, que está sentada enfrente, al lado de Sam, y empiezan a hablar de la revista de la universidad.
—¿Vino, Britt? —me pregunta el señor López.
—Por favor.
Le sonrío. El señor López se levanta para llenar las demás copas.
Miro de reojo a Santana y ella se vuelve a mirarme, con la cabeza ladeada.
—¿Qué? —pregunta.
—No te enfades conmigo, por favor —le susurro.
—No estoy enfadada contigo..
La miro fijamente. Suspira.
—Sí, estoy enfadada contigo.
Cierra los ojos un instante.
—¿Tanto como para que te pique la palma de la mano? —pregunto nerviosa.
—¿De qué estáis cuchicheando las dos? —interviene Quinn.
Me sonrojo y Santana le lanza una feroz mirada de «métete en tus asuntos, Fabray». Hasta Quinn parece encogerse bajo su mirada.
—De mi viaje a Georgia —digo agradablemente, esperando diluir la hostilidad que hay entre las dos.
Quinn sonríe, con un brillo perverso en los ojos.
—¿Qué tal en el bar el viernes con Noah?
Madre mía, Quinn. La miro con los ojos como platos. ¿Qué hace? Me devuelve la mirada y me doy cuenta de que está intentando que Santana se ponga celosa.
Qué poco la conoce… Y yo que pensaba que me iba a librar de esta.
—Muy bien —murmuro.
Santana se me arrima.
—Como para que me pique la palma de la mano —me susurra—. Sobre todo ahora —añade serena y muy seria. Oh, no. Me estremezco.
Reaparece Grace con dos bandejas, seguida de una joven preciosa con coletas rubias y vestida elegantemente de azul claro, que lleva una bandeja de platos. Sus
ojos localizan de inmediato a Santana. Se ruboriza y la mira entornando los ojos de largas pestañas impregnadas de rímel. ¿Qué?
En algún lugar de la casa empieza a sonar el teléfono.
—Disculpadme.
El señor López se levanta de nuevo y sale.
—Gracias, Gretchen —le dice Grace amablemente, frunciendo el ceño al ver salir al señor López—. Deja la bandeja en el aparador, por favor.
Gretchen asiente y, tras otra mirada furtiva a Santana, se marcha.
Así que los López tienen servicio, y el servicio mira de reojo a mi futura ama. ¿Podría ir peor esta velada? Me miro ceñuda las manos, que tengo en el regazo.
Vuelve el señor López.
—Preguntan por ti, cariño. Del hospital —le dice a Grace.
—Empezad sin mí, por favor.
Grace sonríe mientras me pasa un plato y se va.
Huele delicioso: chorizo y vieiras con pimientos rojos asados y chalotas, salpicado de perejil. A pesar de que tengo el estómago revuelto por las amenazas de
Santana, de las miradas subrepticias de la bella Coletitas y del desastre de mi ropa interior desaparecida, me muero de hambre. Me ruborizo al caer en la cuenta de
que ha sido el esfuerzo físico de esta tarde lo que me ha dado tanto apetito.
Al poco regresa Grace, con el ceño fruncido. El señor López ladea la cabeza… como Santana.
—¿Va todo bien?
—Otro caso de sarampión —suspira Grace.
—Oh, no.
—Sí, un niño. El cuarto caso en lo que va de mes. Si la gente vacunara a sus hijos… —Menea la cabeza con tristeza, luego sonríe—. Cuánto me alegro de que nuestros hijos nunca pasaran por eso. Gracias a Dios, nunca cogieron nada peor que la varicela. Pobre Sam —dice mientras se sienta, sonriendo indulgente a su hijo. Sam frunce el ceño a medio bocado y se remueve incómodo en el asiento—. Santana y Rachel tuvieron suerte. Ellas la cogieron muy flojita, algún granito nada más.
Rachel ríe como una boba y Santana pone los ojos en blanco.
—Papá, ¿viste el partido de los Mariners? —pregunta Sam, visiblemente ansioso por cambiar de tema.
Los aperitivos están deliciosos, así que me concentro en comer mientras Sam, el señor López y Santana hablan de béisbol. Santana parece serena y relajada cuando habla con su familia. La cabeza me va a mil. Maldita sea Quinn, ¿a qué juega? ¿Me castigará Santana? Tiemblo solo de pensarlo. Aún no he firmado ese contrato. Quizá no lo firme. Quizá me quede en Georgia; allí no podrá venir a por mí.
—¿Qué tal en vuestra nueva casa, querida? —me pregunta Grace educadamente.
Agradezco la pregunta, que me distrae de mis pensamientos contradictorios, y le hablo de la mudanza.
Cuando terminamos los entrantes, aparece Gretchen y, una vez más, lamento no poder tocar a Santana con libertad para hacerle saber que, aunque la hayan jodido de cincuenta mil maneras, es mía. Se dispone a recoger los platos, acercándose demasiado a Santana para mi gusto. Por suerte, ella parece no prestarle ninguna atención, pero la diosa que llevo dentro está que arde, y no en el buen sentido de la palabra.
Quinn y Rachel se deshacen en elogios de París.
—¿Has estado en París, Britt? —pregunta Rachel inocentemente, sacándome de mi celoso ensimismamiento.
—No, pero me encantaría ir.
Sé que soy la única de la mesa que jamás ha salido del país.
—Nosotros fuimos de luna de miel a París.
Grace sonríe al señor López, que le devuelve la sonrisa.
Resulta casi embarazoso. Es obvio que se quieren mucho, y me pregunto un instante cómo será crecer con tus dos progenitores presentes.
—Es una ciudad preciosa —coincide Rachel—. A pesar de los parisinos. Santana, deberías llevar a Britt a París —afirma rotundamente.
—Me parece que Brittany preferiría Londres —dice Santana con dulzura. Vaya, se acuerda. Me pone la mano en la rodilla; me sube los dedos por el muslo. El cuerpo entero se me tensa en respuesta. No, aquí no, ahora no. Me ruborizo y me remuevo en el asiento, tratando de zafarme de ella. Me agarra el muslo, inmovilizándome. Cojo mi copa de vino, desesperada.
Vuelve miss Coletitas Europeas, toda miradas coquetas y vaivén de caderas, trayendo el plato principal: ternera Wellington, me parece. Por suerte, se limita a servir los platos y se marcha, aunque se entretiene más de la cuenta con el de Santana. Me observa intrigada al verme seguirla con la mirada mientras cierra la puerta del comedor.
—¿Qué tienen de malo los parisinos? —le pregunta Sam a su hermana—. ¿No sucumbieron a tus encantos?
—Huy, qué va. Además, monsieur Floubert, el ogro para el que trabajaba, era un tirano dominante.
Me da un golpe de tos y casi espurreo el vino.
—Brittany, ¿te encuentras bien? —me pregunta Santana solícita, quitándome la mano del muslo.
Su voz vuelve a sonar risueña. Oh, menos mal. Asiento con la cabeza y ella me da una palmadita suave en la espalda, y no retira la mano hasta que está segura de que me he recuperado.
La ternera está deliciosa, servida con boniatos asados, zanahoria, calabacín y judías verdes. Me sabe aún mejor porque Santana consigue mantener el buen humor el resto de la comida. Sospecho que por lo bien que estoy comiendo. La conversación fluye entre los López, cálida y afectuosa, bromeando unos con otros.
Durante el postre, una mousse de limón, Rachel nos obsequia con anécdotas de París y, en un momento dado, empieza a hablar en perfecto francés. Todos nos quedamos mirándola y ella se queda un tanto perpleja, hasta que Santana le explica, en un francés igualmente perfecto, lo que ha hecho, y entonces ella rompe a reír
como una boba. Tiene una risa muy contagiosa y enseguida estallamos todos en carcajadas.
Sam habla largo y tendido de su último proyecto arquitectónico, una nueva comunidad ecológica al norte de Seattle. Miro a Quinn y veo que sigue con atención todas y cada una de sus palabras, con los ojos encendidos de deseo o de amor, aún no lo tengo claro. Él le sonríe y es como si se recordaran tácitamente alguna promesa. Luego, nena, le está diciendo él sin hablar, y de pronto estoy excitada, muy excitada. Me acaloro solo de mirarlos. Suspiro y miro de reojo a mi Cincuenta Sombras. Podría estar mirándola eternamente. Tiene los labios perfectos y me muero de ganas de besarla, de sentirlos en
mi cuello, en mis pechos… en mi entrepierna. Me sonroja el rumbo de mis pensamientos. Me mira y levanta la mano para cogerme del mentón.
—No te muerdas el labio —me susurra con voz ronca—. Me dan ganas de hacértelo.
Grace y Rachel recogen las copas del postre y se dirigen a la cocina mientras el señor López, Quinn y Sam hablan de las ventajas del uso de paneles solares en el estado de Washington. Santana, fingiéndose interesada en el tema, vuelve a ponerme la mano en la rodilla y empieza a subir por el muslo. Se me entrecorta la respiración y junto las piernas para evitar que llegue más lejos. Detecto su sonrisa pícara.
—¿Quieres que te enseñe la finca? —me pregunta en voz alta.
Sé que debo decir que sí, pero no me fío de ella. Sin embargo, antes de que pueda responder, ella se pone de pie y me tiende la mano. Poso la mía en ella y noto cómo se me contraen todos los músculos del vientre en respuesta a su mirada oscura y voraz.
—Si me disculpa… —le digo al señor López y salgo del comedor detrás de Santana.
Me lleva por el pasillo hasta la cocina, donde Rachel y Grace cargan el lavavajillas. A Coletitas Europeas no se la ve por ninguna parte.
—Voy a enseñarle el patio a Brittany —le dice Santana inocentemente a su madre.
Ella nos indica la salida con una sonrisa mientras Rachel vuelve al comedor.
Salimos a un patio de losa gris iluminado por focos incrustados en el suelo. Hay arbustos en maceteros de piedra gris y una mesa metálica muy elegante, con sus sillas, en un rincón. Santana pasa por delante de ella, sube unos escalones y sale a una amplia extensión de césped que llega hasta la bahía. Madre mía, es precioso.
Seattle centellea en el horizonte y la luna fría y brillante de mayo dibuja un resplandeciente sendero plateado en el agua hasta un muelle en el que hay amarrados dos barcos. Junto al embarcadero, hay una casita. Es un lugar tan pintoresco, tan tranquilo… Me detengo, boquiabierta, un instante.
Santana tira de mí y los tacones de ambas se nos hunden en la hierba tierna. Ella se los quita y sigue llevandome.
—Para, por favor.
La sigo tambaleándome.
Se detiene y me mira; su expresión es indescifrable.
—Los tacones. Tengo que quitarme los zapatos.
—No te molestes —dice.
Se agacha, me coge y me carga al hombro. Chillo fuerte del susto, y ella me da una palmada fuerte en el trasero, no se como es que tiene tanta fuerza siendo delgada.
—Baja la voz —gruñe.
Oh, no… esto no pinta bien, a mi subconsciente le tiemblan las piernas. Está enfadada por algo: podría ser por lo de Noah, lo de Georgia, lo de las bragas, que me
haya mordido el labio. Dios, mira que es fácil de enfadar.
—¿Adónde me llevas? —digo.
—Al embarcadero —espeta.
Me agarro a sus caderas, porque estoy cabeza abajo y no puedo evitar ver su perfecto, firme y redondo trasero.
Ella avanza decidida a grandes zancadas por el césped a la luz de la luna.
—¿Por qué?
Me falta el aliento, ahí colgada de su hombro.
—Necesito estar a solas contigo.
—¿Para qué?
—Porque te voy a dar unos azotes y luego te voy a follar.
—¿Por qué? —gimoteo.
—Ya sabes por qué —me susurra furiosa.
—Pensé que eras una mujer impulsiva —suplico sin aliento.
—Brittany, estoy siendo impulsiva, te lo aseguro. Madre mía.
En estos capitulos veran la otra face de santana y un nuevo personaje el cual es rachel espero q les gusten los capitulos nos vemos mañana
Parte I - Capítulo 18
La doctora Greene es alta y rubia y va impecable, vestida con un traje de chaqueta azul marino. Me recuerda a las mujeres que trabajan en la oficina de Santana.
Es como un modelo de retrato robot, otra rubia perfecta. Lleva la melena recogida en un elegante moño. Tendrá unos cuarenta y pocos.
—Señora López.
Estrecha la mano que le tiende Santana.
—Gracias por venir habiéndola avisado con tan poca antelación —dice Santana.
—Gracias a usted por compensármelo sobradamente, señora López. Señorita Pierce.
Sonríe; su mirada es fría y observadora.
Nos damos la mano y enseguida sé que es una de esas mujeres que no soportan a la gente estúpida. Al igual que Quinn. Me cae bien de inmediato. Le dedica a Santana una mirada significativa y, tras un instante incómodo, ella capta la indirecta.
—Estaré abajo —murmura, y sale de lo que va a ser mi dormitorio.
—Bueno, señorita Pierce. La señora López me paga una pequeña fortuna para que la atienda. Dígame, ¿qué puedo hacer por usted?
Tras un examen en profundidad y una larga charla, la doctora Greene decide pautar otra cita, para hacerme un examen ginecologico mas profundo, para saber si todo esta en orden y descartar alguna enfermedad venerea. Y noto que se muere de curiosidad por saber qué «relación» tengo con la señora López. Yo no le doy detalles. No sé por qué intuyo que no estaría tan
serena y relajada si hubiera visto el cuarto rojo del dolor. Me ruborizo al pasar por delante de su puerta cerrada y volvemos abajo, a la galería de arte que es el salón de Santana.
Está leyendo, sentada en el sofá. Un aria conmovedora suena en el equipo de música, flotando alrededor de Santana, envolviéndola con sus notas, llenando la estancia de una melodía dulce y vibrante. Por un momento, parece serena. Se vuelve cuando entramos, nos mira y me sonríe cariñosa.
—¿Ya habéis terminado? —pregunta interesada.
Apunta el mando hacia la elegante caja blanca bajo la chimenea que alberga su iPod y la exquisita melodía se atenúa, pero sigue sonando de fondo. Se pone de
pie y se acerca despacio.
—Sí, señora López. Cuídela; es una joven hermosa e inteligente.
Santana se queda tan pasmada como yo. Qué comentario tan inapropiado para una doctora. ¿Acaso le está lanzando una advertencia no del todo sutil? Santana se recompone.
—Eso me propongo —masculla ella, divertida.
La miro y me encojo de hombros, cortada.
—Le enviaré la factura —dice ella muy seca mientras le estrecha la mano.
Se vuelve hacia mí.
—Buenos días, y buena suerte, Britt te informare para que día sera tu próxima cita.
Me sonríe mientras nos damos la mano, y se le forman unas arruguitas en torno a los ojos,
Surge Taylor de la nada para conducirla por la puerta de doble hoja hasta el ascensor. ¿Cómo lo hace? ¿Dónde se esconde?
—¿Cómo ha ido? —pregunta Santana.
—Bien, gracias. Me ha dicho que tengo que abstenerme de practicar cualquier tipo de actividad sexual durante las cuatro próximas semanas.
A Santana se le descuelga la mandíbula y yo, que ya no puedo aguantarme más, le sonrío como una boba.
—¡Has picado!
Entrecierra los ojos y dejo de reír de inmediato. De hecho, parece bastante enfadada. Oh, mierda. Mi subconsciente se esconde en un rincón y yo, blanca como el papel, me la imagino tumbándome otra vez en sus rodillas.
—¡Has picado! —me dice, y sonríe satisfecha. Me agarra por la cintura y me estrecha contra su cuerpo—. Es usted incorregible, señorita Pierce —murmura, mirándome a los ojos mientras me hunde los dedos en el pelo y me sostiene con firmeza.
Me besa, con fuerza, y yo me aferro a sus brazos para no caerme.
—Aunque me encantaría hacértelo aquí y ahora, tienes que comer, y yo también. No quiero que te me desmayes después —me dice a los labios.
—¿Solo me quieres por eso… por mi cuerpo? —susurro.
—Por eso y por tu lengua viperina —contesta.
Me besa apasionadamente, y luego me suelta de pronto, me coge de la mano y me lleva a la cocina. Estoy alucinando. Tan pronto estamos bromeando como…
Me abanico la cara encendida. Santana es puro sexo ambulante, y ahora tengo que recobrar el equilibrio y comer algo. El aria aún suena de fondo.
—¿Qué música es esta?
—Es una pieza de Villa-Lobos, de sus Bachianas Brasileiras. Buena, ¿verdad?
—Sí —musito, completamente de acuerdo.
La barra del desayuno está preparada para dos. Santana saca un cuenco de ensalada del frigorífico.
—¿Te va bien una ensalada César?
Uf, nada pesado, menos mal.
—Sí, perfecto, gracias.
La veo moverse con elegancia por la cocina. Parece que se siente muy a gusto con su cuerpo, pero luego no quiere que la toquen, así que igual, en el fondo, no está tan a gusto. Todos necesitamos del prójimo… salvo, quizá, Santana López.
—¿En qué piensas? —dice, sacándome de mi ensimismamiento.
Me ruborizo.
—Observaba cómo te mueves.
Arquea una ceja, divertida.
—¿Y? —pregunta con sequedad.
Me ruborizo aún más.
—Eres muy elegante.
—Vaya, gracias, señorita Pierce —murmura. Se sienta a mi lado con una botella de vino en la mano—. ¿Chablis?
—Por favor.
—Sírvete ensalada —dice en voz baja—. Dime, ¿que te dijo la doctora?
La pregunta me deja descolocada temporalmente..
—Todo bien, pero quiere hacerme una citología y exámenes de sangre.
Frunce el ceño.
—¿Y por que vio algo malo?
Maldita sea, yo no estoy enferma solo me eh acostado con ella. ¿Cómo me pregunta eso? Me acaloro de pensarlo: probablemente de una o más de las quince si.
—Bueno seguro es algo rutinario —espeta.
Me mira entre divertida y condescendiente.
—Si es algo de rutina, y no tengo nada malo. —Sonríe satisfecha— Come.
La ensalada César está deliciosa. Para mi sorpresa, estoy muerta de hambre y, por primera vez desde que hemos comido juntas, termino antes que ella. El vino tiene un sabor fresco, limpio y afrutado.
—¿Impaciente como de costumbre, señorita Pierce? —sonríe mirando mi plato vacío.
La miro con los ojos entornados.
—Sí —susurro.
Se le entrecorta la respiración. Y, mientras me mira fijamente, noto que la atmósfera entre las dos va cambiando, evolucionando… se carga. Su mirada pasa de
impenetrable a ardiente, y me arrastra consigo. Se levanta, reduciendo la distancia entre las dos, y me baja del taburete a sus brazos.
—¿Quieres hacerlo? —dice mirándome fijamente.
—No he firmado nada.
—Lo sé… pero últimamente te estás saltando todas las normas.
—¿Me vas a pegar?
—Sí, pero no para hacerte daño. Ahora mismo no quiero castigarte. Si te hubiera pillado anoche… bueno, eso habría sido otra historia.
Madre mía. Quiere hacerme daño… ¿y qué hago yo ahora? Me cuesta disimular el horror que me produce.
—Que nadie intente convencerte de otra cosa, Brittany: una de las razones por las que la gente como yo hace esto es porque le gusta infligir o sentir dolor. Así de sencillo. A ti no, así que ayer dediqué un buen rato a pensar en todo esto.
Me arrima a su cuerpo y siento sus perfectos pechos aprentandose con los míos. Debería salir corriendo, pero no puedo. Me atrae a un nivel primario e insondable que no alcanzo a comprender.
—¿Llegaste a alguna conclusión? —susurro.
—No, y ahora mismo no quiero más que atarte y follarte hasta dejarte sin sentido. ¿Estás preparada para eso?
—Sí —digo mientras todo mi cuerpo se tensa al instante.
Uau…
—Bien. Vamos.
Me coge de la mano y, dejando todos los platos sucios en la barra de desayuno, nos dirigimos arriba.
Se me empieza a acelerar el corazón. Ya está. Lo voy a hacer de verdad. La diosa que llevo dentro da vueltas como una bailarina de fama mundial, encadenando
piruetas. Santana abre la puerta de su cuarto de juegos, se aparta para dejarme pasar y una vez más me encuentro en el cuarto rojo del dolor.
Sigue igual: huele a cuero, a pulimento de aroma cítrico y a madera noble, todo muy sensual. Me corre la sangre hirviendo por todo el organismo: adrenalina
mezclada con lujuria y deseo. Un cóctel poderoso y embriagador. La actitud de Santana ha cambiado por completo, ha ido variando paulatinamente, y ahora es más dura, más cruel. Me mira y veo sus ojos encendidos, lascivos e hipnóticos.
—Mientras estés aquí dentro, eres completamente mía — ella dice, despacio, midiendo cada palabra—. Harás lo que me apetezca. ¿Entendido?
Su mirada es tan intensa… Asiento, con la boca seca, con el corazón desbocado, como si se me fuera a salir del pecho.
—Quítate los zapatos —me ordena en voz baja.
Trago saliva y, algo torpemente, me los quito. Se agacha, los coge y los deja junto a la puerta.
—Bien. No titubees cuando te pido que hagas algo. Ahora te voy a quitar el vestido, algo que hace días que vengo queriendo hacer, si no me falla la memoria.
Quiero que estés a gusto con tu cuerpo, Brittany. Tienes un cuerpo que me gusta mirar. Es una gozada contemplarte. De hecho, podría estar mirándolo todo el día, y quiero que te desinhibas y no te avergüences de tu desnudez. ¿Entendido?
—Sí.
—Sí, ¿qué?
Se inclina hacia mí con mirada feroz.
—Sí, señora.
—¿Lo dices en serio? —espeta.
—Sí, señora.
—Bien. Levanta los brazos por encima de la cabeza.
Hago lo que me pide y ella se agacha y agarra el bajo. Despacio, me sube el vestido por los muslos, las caderas, el vientre, los pechos, los hombros y la cabeza.
Retrocede para examinarme y, con aire ausente, lo dobla sin quitarme el ojo de encima. Lo deja sobre la gran cómoda que hay junto a la puerta. Alarga la mano y me coge por la barbilla, abrasándome con su tacto.
—Te estás mordiendo el labio —dice—. Sabes cómo me pone eso —añade con voz ronca—. Date la vuelta.
Me doy la vuelta al momento, sin titubear. Me desabrocha el sujetador, coge los dos tirantes y tira de ellos hacia abajo, rozándome la piel con los dedos y con las
uñas de los pulgares mientras me lo quita. El contacto me produce escalofríos y despierta todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo. Está detrás de mí, tan
cerca que noto el calor que irradia de ella, y me calienta, me calienta entera. Me echa el pelo hacia atrás para que me caiga todo por la espalda, me coge un mechón
de la nuca y me ladea la cabeza. Recorre con la nariz mi cuello descubierto, inhalando todo el tiempo, y luego asciende de nuevo a la oreja. Los músculos de mi
vientre se contraen, impulsados por el deseo. Maldita sea, apenas me ha tocado y ya la deseo.
—Hueles tan divinamente como siempre, Brittany —susurra al tiempo que me besa con suavidad debajo de la oreja.
Gimo.
—Calla —me dice—. No hagas ni un solo ruido.
Me recoge el pelo a la espalda y, para mi sorpresa, sus dedos rápidos y hábiles empiezan a hacerme una gruesa trenza. Cuando termina, me la sujeta con una goma que no había visto y le da un tirón, con lo que me veo obligada a echarme hacia atrás.
—Aquí dentro me gusta que lleves trenza —susurra.
Mmm… ¿por qué?
Me suelta el pelo.
—Date la vuelta —me ordena.
Hago lo que ella me manda, con la respiración agitada por una mezcla de miedo y deseo. Una mezcla embriagadora.
—Cuando te pida que entres aquí, vendrás así. Solo en braguitas. ¿Entendido?
—Sí.
—Sí, ¿qué?
Me mira furibunda.
—Sí, señora.
Se dibuja una sonrisa en sus labios.
—Buena chica. —Sus ojos ardientes atraviesan los míos—. Cuando te pida que entres aquí, espero que te arrodilles allí. —Señala un punto junto a la puerta—.
Hazlo.
Extrañada, proceso sus palabras, me doy la vuelta y, con torpeza, me arrodillo como me ha dicho.
—Te puedes sentar sobre los talones.
Me siento.
—Las manos y los brazos pegados a los muslos. Bien. Separa las rodillas. Más. Más. Perfecto. Mira al suelo.
Se acerca a mí y, en mi campo de visión, le veo los pies descalzos. Si quiere que me acuerde de todo, debería dejarme tomar apuntes.
Se agacha y me coge de la trenza otra vez, luego me echa la cabeza hacia atrás para que la mire. No duele por muy poco.
—¿Podrás recordar esta posición, Brittany?
—Sí, señora.
—Bien. Quédate ahí, no te muevas.
Sale del cuarto.
Estoy de rodillas, esperando. ¿A dónde habrá ido? ¿Qué me va a hacer? Pasa el tiempo. No tengo ni idea de cuánto tiempo me deja así… ¿unos minutos, cinco,
diez? La respiración se me acelera cada vez más; la impaciencia me devora de dentro afuera.
De pronto ella vuelve, y súbitamente me noto más tranquila y más excitada, todo a la vez. ¿Podría estar más excitada? Le veo los pies. Se ha cambiado de vaqueros.
Estos son más viejos, están rasgados, gastados, demasiado lavados y son ceñidos al cuerpo. Madre mía, cómo me ponen estos vaqueros. Tiene puesto un sujetador de encaje negro y se recogió el pelo con una goma. Cierra la puerta y cuelga algo en ella.
—Buena chica, Brittany. Estás preciosa así. Bien hecho. Ponte de pie.
Me levanto, pero sigo mirando al suelo.
—Me puedes mirar.
Alzó la vista tímidamente y veo que ella me está mirando fijamente, evaluándome, pero con una expresión tierna. Se ha quitado la. Dios mío, quiero tocarla.
Lleva desabrochado el botón superior de los vaqueros.
—Ahora voy a encadenarte, Brittany. Dame la mano derecha.
Le doy la mano. Me vuelve la palma hacia arriba y, antes de que pueda darme cuenta, me golpea en el centro con una fusta que ni siquiera le había visto en la mano derecha. Sucede tan deprisa que apenas me sorprendo. Y lo que es más asombroso, no me duele. Bueno, no mucho, solo me escuece un poco.
—¿Cómo te ha sentado eso?
La miro confundida.
—Respóndeme.
—Bien.
Frunzo el ceño.
—No frunzas el ceño.
Extrañada, pruebo a mostrarme impasible. Funciona.
—¿Te ha dolido?
—No.
—Esto te va a doler. ¿Entendido?
—Sí —digo vacilante.
¿De verdad me va a doler?
—Va en serio —me dice.
Maldita sea. Apenas puedo respirar. ¿Acaso sabe lo que pienso? Me enseña la fusta. Marrón, de cuero trenzado. La miro de pronto y veo deseo en sus ojos brillantes, deseo y una pizca de diversión.
—Nos proponemos complacer, señorita Pierce —murmura—. Ven.
Me coge del codo y me coloca debajo de la rejilla. Alarga la mano y baja unos grilletes con muñequeras de cuero negro.
—Esta rejilla está pensada para que los grilletes se muevan a través de ella.
Levanto la vista. Madre mía, es como un plano del metro.
—Vamos a empezar aquí, pero quiero follarte de pie, así que terminaremos en aquella pared.
Señala con la fusta la gran X de madera de la pared.
—Ponte las manos por encima de la cabeza.
La complazco inmediatamente, con la sensación de que abandono mi cuerpo y me convierto en una observadora ocasional de los acontecimientos que se desarrollan a mi alrededor. Esto es mucho más que fascinante, mucho más que erótico. Es con mucho lo más excitante y espeluznante que he hecho nunca. Me estoy poniendo en manos de una mujer hermosa que, según ella misma me ha confesado, está jodida de cincuenta mil formas. Trato de contener el momentáneo espasmo de miedo. Quinn y Sam saben que estoy aquí.
Mientras me ata las muñequeras, se sitúa muy cerca. Tengo sus pechos pegado a la cara. Su proximidad es deliciosa. Huele a perfume caro y a Santana, una mezcla embriagadora, y eso me vuelve a traer al presente. Quiero pasear la nariz y la lengua por esa suave piel y por sus pezones. Bastaría con que me inclinara hacia
delante…
Retrocede y me mira, con ojos entornados, lascivos, carnales, y yo me siento impotente, con las manos atadas, pero al contemplar su hermoso rostro y percibir lo mucho que ella me desea, noto que se me humedece la entrepierna. Camina despacio a mi alrededor.
—Está fabulosa atada así, señorita Pierce. Y con esa lengua viperina quieta de momento. Me gusta.
De pie delante de mí, me mete los dedos por las bragas y, sin ninguna prisa, me las baja por las piernas, quitándomelas angustiosamente despacio, hasta que termina arrodillada delante de mí. Sin quitarme los ojos de encima, estruja mis bragas en su mano, se las lleva a la nariz e inhala hondo. Dios mío, ¿en serio ha hecho eso? Me sonríe perversamente y se las mete en el bolsillo de los vaqueros.
Se levanta despacio, como una leona, me apunta al ombligo con el extremo de la fusta y va describiendo círculos, provocándome. Al contacto con el cuero,
me estremezco y gimo. Vuelve a caminar a mi alrededor, arrastrando la fusta por mi cintura. En la segunda vuelta, de pronto la sacude y me azota por debajo del
trasero… en el sexo. Grito de sorpresa y todas mis terminaciones nerviosas se ponen alerta. Tiro de las ataduras. La conmoción me recorre entera, y es una
sensación de lo más dulce, extraña y placentera.
—Calla —me susurra mientras camina a mi alrededor otra vez, con la fusta algo más alta recorriendo mi cintura.
Esta vez, cuando me atiza en el mismo sitio, lo espero. Todo mi cuerpo se sacude por el azote dolorosamente dulce.
Mientras da vueltas a mi alrededor, me atiza de nuevo, esta vez en el pezón, y yo echo la cabeza hacia atrás ante el zumbido de mis terminaciones nerviosas. Me da en el otro: un castigo breve, rápido y dulce. Su ataque me endurece y alarga los pezones, y gimo ruidosamente, tirando de las muñequeras de cuero.
—¿Te gusta esto? —me dice.
—Sí.
Me vuelve a azotar en el culo. Esta vez me duele.
—Sí, ¿qué?
—Sí, señora —gimoteo.
Se detiene, pero ya no la veo. Tengo los ojos cerrados, intentando digerir la multitud de sensaciones que recorren mi cuerpo. Muy despacio, me rocía de pequeños picotazos con la fusta por el vientre, hacia abajo. Sé a dónde se dirige y trato de mentalizarme, pero cuando me atiza en el clítoris, grito con fuerza.
—¡Por favor! —gruño.
—Calla —me ordena, y me vuelve a dar en el trasero.
No esperaba que esto fuera así… Estoy perdida. Perdida en un mar de sensaciones. De pronto arrastra la fusta por mi sexo, entre el vello púbico, hasta la entrada de la vagina.
—Mira lo húmeda que te ha puesto esto, Brittany. Abre los ojos y la boca.
Hago lo que me dice, completamente seducida. Me mete la punta de la fusta en la boca, como en mi sueño. Madre mía.
—Mira cómo sabes. Chupa. Chupa fuerte, bella.
Cierro la boca alrededor de la fusta y la miro fijamente. Noto el fuerte sabor del cuero y el sabor salado de mis fluidos. Le centellean los ojos. Está en su elemento.
Me saca la fusta de la boca, se inclina hacia delante, me agarra y me besa con fuerza, invadiéndome la boca con su lengua. Me rodea con los brazos y me estrecha contra su cuerpo. Su pecho aprisiona el mío y yo me muero de ganas por tocar, pero con las manos atadas por encima de la cabeza, no puedo.
—Oh, Brittany, sabes fenomenal —me dice—. ¿Hago que te corras?
—Por favor —le suplico.
La fusta me sacude el trasero. ¡Au!
—Por favor, ¿qué?
—Por favor, señora —gimoteo.
Me sonríe, triunfante.
—¿Con esto?
Sostiene en alto la fusta para que pueda verla.
—Sí, señora.
—¿Estás segura?
Me mira muy seria.
—Sí, por favor, señora.
—Cierra los ojos.
Cierro los ojos al cuarto, a ella, a la fusta. De nuevo empieza a soltarme picotazos con la fusta en el vientre. Desciende, golpecitos suaves en el clítoris, una, dos,
tres veces, una y otra vez, hasta que al final… ya, no aguanto más, y me corro, de forma espectacular, escandalosa, encorvándome debilitada. Las piernas me
flaquean y ella me rodea con sus brazos. Me disuelvo en ellos, apoyando la cabeza en su pecho, maullando y gimoteando mientras las réplicas del orgasmo me
consumen. Me levanta, y de pronto nos movemos, mis brazos aún atados por encima de la cabeza, y entonces noto la fría madera de la cruz barnizada contra mi
espalda, y ella se está desabrochando los botones de los vaqueros, se los quita en conjunto con las bragas. Me apoya un instante en la cruz mientras, busca algo en una gaveta, observo y es un pene de goma con unas correas a los lados. ¡Madre Mía!
Se lo pone, luego me coge por los muslos y me levanta otra vez.
—Levanta las piernas, bella, enróscamelas en la cintura.
Me siento muy débil, pero hago lo que me dice mientras ella me engancha las piernas a sus caderas y se sitúa debajo de mí. Con una fuerte embestida me penetra,
y vuelvo a gritar y ella suelta un gemido ahogado en mi oído, noto que ese juguete también la estimula a ella. Mis brazos descansan en sus hombros mientras entra y sale. Dios, llega mucho más adentro de esta forma. Noto que vuelvo a acercarme al clímax. Maldita sea, no… otra vez, no… no creo que mi cuerpo soporte otro orgasmo de esa magnitud. Pero no tengo elección… y con una inevitabilidad que empieza a resultarme familiar, me dejo llevar y vuelvo a correrme, y resulta placentero, agonizante, intenso. Pierdo por completo la conciencia de mí misma. Santana me sigue y, mientras se corre, grita con los dientes apretados y se abraza a mí con fuerza.
Me lo saca rápidamente, se quita el juguete y me apoya contra la cruz, su cuerpo sosteniendo el mío. Desabrocha las muñequeras, me suelta las manos y las dos nos desplomamos en el suelo. Me atrae a su regazo, meciéndome, y apoyo la cabeza en su pecho. Si tuviera fuerzas la acariciaría, pero no las tengo. Solo ahora me doy cuenta de que aún lleva el sujetador puesto.
—Muy bien, bella —murmura—. ¿Te ha dolido?
—No —digo.
Apenas puedo mantener los ojos abiertos. ¿Por qué estoy tan cansada?
—¿Esperabas que te doliera? —susurra mientras me estrecha en sus brazos, apartándome de la cara unos mechones de pelo sueltos.
—Sí.
—¿Lo ves, Brittany? Casi todo tu miedo está solo en tu cabeza. —Hace una pausa—. ¿Lo harías otra vez?
Rédito un instante, la fatiga nublándome el pensamiento… ¿Otra vez?
—Sí —le digo en voz baja.
Me abraza con fuerza.
—Bien. Yo también —musita, luego se inclina y me besa con ternura en la nuca—. Y aún no he terminado contigo.
Que aún no ha terminado conmigo. Madre mía. Yo no aguanto más. Me encuentro agotada y hago un esfuerzo sobrehumano por no dormirme. Descanso en su
pecho con los ojos cerrados, y ella me envuelve toda, con brazos y piernas, y me siento… segura, y a gusto. ¿Me dejará dormir, acaso soñar? Tuerzo la boca ante
semejante idea y, volviendo la cara hacia el pecho de Santana, inhalo su aroma único y la acarició con la nariz, pero ella se tensa de inmediato… oh, mierda. Abro
los ojos y la miro. Ella me está mirando fijamente.
—No hagas eso —me advierte.
Me sonrojo y vuelvo a mirarle los pecho con anhelo. Quiero pasarle la lengua, besarlos y, por primera vez, me doy cuenta de que tiene algunas tenues cicatrices pequeñas y redondas, esparcidas por sus pechos. ¿Varicela? ¿Sarampión?, pienso distraídamente.
—Arrodíllate junto a la puerta —me ordena mientras se incorpora, apoyando las manos en mis rodillas y liberándome del todo.
Siento frío de pronto; la temperatura de su voz ha descendido varios grados.
Me levanto torpemente, me escabullo hacia la puerta y me arrodillo como ella me ha ordenado. Me noto floja, exhausta y tremendamente confundida. ¿Quién iba a pensar que encontraría semejante gratificación en este cuarto? ¿Quién iba a pensar que resultaría tan agotador? Siento todo mi cuerpo saciado, deliciosamente
pesado. La diosa que llevo dentro tiene puesto un cartel de NO MOLESTAR en la puerta de su cuarto.
Santana se mueve por la periferia de mi campo de visión. Se me empiezan a cerrar los ojos.
—La aburro, ¿verdad, señorita Pierce?
Me despierto de golpe y tengo a Santana delante, de brazos cruzados, mirándome furiosa. Mierda, me ha pillado echando una cabezadita; esto no va a terminar
bien. Su mirada se suaviza cuando la miro.
—Levántate —me ordena.
Me pongo en pie con cautela. Me mira y esboza una sonrisa.
—Estás destrozada, ¿verdad?
Asiento tímidamente, ruborizándome.
—Aguante, señorita Pierce. —Frunce los ojos—. Yo aún no he tenido bastante de ti. Pon las manos al frente como si estuvieras rezando.
La miro extrañada. ¡Rezando! Rezando para que tengas compasión de mí. Hago lo que me pide. Coge una brida para cables y me sujeta las muñecas con ella,
apretando el plástico. Madre mía. La miro de pronto.
—¿Te resulta familiar? —pregunta sin poder ocultar la sonrisa.
Dios… las bridas de plástico para cables. ¡Aprovisionándose en Clayton’s! Ahogo un gemido y la adrenalina me recorre de nuevo el cuerpo entero; ha conseguido llamar mi atención, ya estoy despierta.
—Tengo unas tijeras aquí. —Las sostiene en alto para que yo las vea—. Te las puedo cortar en un segundo.
Intento separar las muñecas, poniendo a prueba la atadura y, al hacerlo, se me clava el plástico en la piel. Resulta doloroso, pero si me relajo mis muñecas están bien; la atadura no me corta la piel.
—Ven.
Me coge de las manos y me lleva a la cama de cuatro postes. Me doy cuenta ahora de que tiene puestas sábanas de un rojo oscuro y un grillete en cada esquina.
—Quiero más… muchísimo más —me susurra al oído.
Y el corazón se me vuelve a acelerar. Madre mía.
—Pero seré rápida. Estás cansada. Agárrate al poste —dice.
Frunzo el ceño. ¿No va a ser en la cama entonces? Al agarrarme al poste de madera labrado, descubro que puedo separar las manos.
—Más abajo —me ordena—. Bien. No te sueltes. Si lo haces, te azotaré. ¿Entendido?
—Sí, señora.
—Bien.
Noto que se ah puesto de nuevo el juguete.
Se sitúa detrás de mí y me agarra por las caderas, y entonces, rápidamente, me levanta hacia atrás, de modo que me encuentro inclinada hacia delante, agarrada
al poste.
—No te sueltes, Brittany —me advierte—. Te voy a follar duro por detrás. Sujétate bien al poste para no perder el equilibrio. ¿Entendido?
—Sí.
Me azota en el culo con la mano abierta. Au… Duele.
—Sí, señora —musito enseguida.
—Separa las piernas. —Me mete una pierna entre las mías y, agarrándome de las caderas, empuja mi pierna derecha a un lado—. Eso está mejor. Después de esto, te dejaré dormir.
¿Dormir? Estoy jadeando. No pienso en dormir ahora. Levanta la mano y me acaricia suavemente la espalda.
—Tienes una piel preciosa, Brittany —susurra e, inclinándose, me riega de suaves y ligerísimos besos la columna.
Al mismo tiempo, pasa las manos por delante, me palpa los pechos, me agarra los pezones entre los dedos y me los pellizca suavemente.
Contengo un gemido y noto que mi cuerpo entero reacciona, revive una vez más para ella.
Me mordisquea y me chupa la cintura, sin dejar de pellizcarme los pezones, y mis manos aprietan con fuerza el poste exquisitamente hallado. Aparta las manos.
—Tienes un culo muy sexy y cautivador, Brittany Pierce. Las cosas que me gustaría hacerle. —Acaricia y moldea cada una de mis nalgas, luego sus manos se
deslizan hacia abajo y me mete dos dedos—. Qué húmeda… Nunca me decepciona, señorita Pierce —susurra, y percibo fascinación en su voz—. Agárrate
fuerte… esto va a ser rápido, bella.
Me sujeta las caderas y se sitúa, y yo me preparo para la embestida, pero entonces alarga la mano y me agarra la trenza casi por el extremo y se la en rosca en la muñeca hasta llegar a mi nuca, sosteniéndome la cabeza. Muy despacio, me penetra, tirándome a la vez del pelo… Ay, hasta el fondo. Lo saca muy despacio, y con la otra mano me agarra por la cadera, sujetando fuerte, y luego entra de golpe, empujándome hacia delante.
—¡Aguanta, Brittany! —me grita con los dientes apretados.
Me agarro más fuerte al poste y me pego a su cuerpo todo lo que puedo mientras continúa su despiadada arremetida, una y otra vez, clavándome los dedos en la
cadera. Me duelen los brazos, me tiemblan las piernas, me escuece el cuero cabelludo de los tirones… y noto que nace de nuevo esa sensación en lo más hondo de mi ser. Oh, no… y por primera vez, temo el orgasmo… si me corro… me voy a desplomo. Santana sigue embistiendo contra mí, dentro de mí, con la respiración entrecortada, gimiendo, gruñendo. Mi cuerpo responde… ¿cómo? Noto que se acelera. Pero, de pronto, tras metérmelo hasta el fondo, Santana se detiene.
—Vamos, Britt, dámelo —gruñe y, al oírla decir mi nombre, pierdo el control y me vuelvo toda cuerpo y torbellino de sensaciones y dulce, muy dulce liberación, y después pierdo total y absolutamente la conciencia.
Cuando recupero el sentido, estoy tumbada encima de ella. Ella está en el suelo y yo encima, con la espalda pegada a sus pechos con el sujetador puesto, y miro al techo, en un estado de glorioso poscoito, espléndida, destrozada. Ah, los mosquetones, pienso distraída; me había olvidado de ellos.
—Levanta las manos —me dice en voz baja.
Me pesan los brazos como si fueran de plomo, pero los levanto. Abre las tijeras y pasa una hoja por debajo del plástico.
—Declaro inaugurada esta Britt —dice, y corta el plástico.
Río como una boba y me froto las muñecas al fin libres. Noto que sonríe.
—Qué sonido tan hermoso —dice melancólica.
Se incorpora levantándome con ella, de forma que una vez más me encuentro sentada en su regazo ya se quito el juguete.
—Eso es culpa mía —dice, y me empuja suavemente para poder masajearme los hombros y los brazos.
Con delicadeza, me ayuda a recuperar un poco la movilidad.
¿El qué?
Me vuelvo a mirarla, intentando entender a qué se refiere.
—Que no rías más a menudo.
—No soy muy risueña —susurro adormecida.
—Oh, pero cuando ocurre, señorita Pierce, es una maravilla y un deleite contemplarla.
—Muy florida, señora López —murmuro, procurando mantener los ojos abiertos.
Su mirada se hace más tierna, y sonríe.
—Parece que te han follado bien y te hace falta dormir.
—Eso no es nada florido —protesto en broma.
Sonríe y, con cuidado, me levanta de encima de ella y se pone de pie, espléndidamente desnuda de la cintura a los pies. Por un instante, deseo estar más despierta para apreciarla de verdad. Coge los vaqueros, las bragas y se los pone a pelo.
—No quiero asustar a Taylor, ni tampoco a la señora Jones —masculla.
Mmm… ya deben de saber que es una cabróna pervertida. La idea me preocupa.
Se agacha para ayudarme a ponerme en pie y me lleva hasta la puerta, de la que cuelga una bata de suave acolchado gris. Me viste pacientemente como si fuera una niña. No tengo fuerzas para levantar los brazos. Cuando estoy tapada y decente, se inclina y me da un suave beso, y en sus labios se dibuja una sonrisa.
—A la cama —dice.
Oh… no…
—Para dormir —añade tranquilizadora al ver mi expresión.
De repente, me coge en brazos y, acurrucada contra su pecho, ella es delgada pero muy fuerte se nota que se ejercita mucho, me lleva a la habitación del pasillo donde esta mañana me ha examinado la doctora Greene. La cabeza me cuelga lánguidamente contra su torso. Estoy agotada. No recuerdo haber estado nunca tan cansada. Retira el edredón y me tumba y, lo que es aún más asombroso, se mete en la cama conmigo y me estrecha entre sus brazos.
—Duerme, preciosa —me susurra, y me besa el pelo.
Y, antes de que me dé tiempo a hacer algún comentario ingenioso, estoy dormida.
Parte I - Capítulo 19
Unos labios tiernos me acarician la sien, dejando un reguero de besitos a su paso, y en el fondo quiero volverme y responder, pero sobre todo quiero seguir dormida. Gimo y me refugio debajo de la almohada.
—Brittany, despierta —me dice Santana en voz baja, zalamera.
—No —gimoteo.
—En media hora tenemos que irnos a cenar a casa de mis padres —añade divertida.
Abro los ojos a regañadientes. Fuera ya es de noche. Santana está inclinada sobre mí, mirándome fijamente.
—Vamos, bella durmiente. Levanta. —Se agacha y me besa de nuevo—. Te he traído algo de beber. Estaré abajo. No vuelvas a dormirte o te meterás en un lío
—me amenaza, pero en un tono moderado.
Me da otro besito y se va, y me deja intentando abrir del todo los ojos en la fría y oscura habitación.
Estoy despejada, pero de pronto me pongo nerviosa. Madre mía, ¡voy a conocer a sus padres! Hace nada me estaba atizando con una fusta y me tenía atada con unas bridas para cables que yo misma le vendí, por el amor de Dios… y ahora voy a conocer a sus padres. Será la primera vez que Quinn los vea también; al menos ella estará allí… qué alivio. Giro los hombros. Los tengo rígidos. Su insistencia en que tenga un entrenador personal ya no me parece tan disparatada; de hecho, va a ser imprescindible si quiero albergar la menor esperanza de seguir su ritmo.
Salgo despacio de la cama y observo que mi vestido cuelga fuera del armario y mi sujetador está en la silla. ¿Dónde tengo las bragas? Miro debajo de la silla.
Nada. Entonces me acuerdo de que se las metió en el bolsillo de los vaqueros. El recuerdo me ruboriza: después de que ella… me cuesta incluso pensar en ello; de que ella fuera tan… bárbara. Frunzo el ceño. ¿Por qué no me ha devuelto las bragas?
Me meto en el baño, desconcertada por la ausencia de ropa interior. Mientras me seco después de una gozosa pero brevísima ducha, caigo en la cuenta de que ella lo ha hecho a propósito. Quiere que pase vergüenza teniendo que pedirle que me devuelva las bragas, y poder decirme que sí o que no. La diosa que llevo dentro me sonríe. Dios… yo también puedo jugar a ese juego. Decido en ese mismo instante que no se las voy a pedir, que no voy a darle esa satisfacción; iré a conocer a sus padres sans culottes. ¡Brittany Pierce!, me reprende mi subconsciente, pero no le hago ni caso; casi me abrazo de alegría porque sé que eso la va a desquiciar. De nuevo en el dormitorio, me pongo el sujetador, me pongo el vestido y me encaramo en mis zapatos. Me deshago la trenza y me cepillo el pelo rápidamente, luego le echo un vistazo a la bebida que me ha traído. Es de color rosa pálido. ¿Qué será? Zumo de arándanos con gaseosa. Mmm… está deliciosa y sacia mi sed.
Vuelvo corriendo al baño y me miro en el espejo: ojos brillantes, mejillas ligeramente sonrosadas, sonrisa algo pícara por mi plan de las bragas. Me dirijo abajo.
Quince minutos. No está nada mal, Britt.
Santana está de pie delante del ventanal, vestida con esos pantalones grises ceñidos al cuerpo, esos que le quedan de una forma tan increíblemente sexy, tacones altos a juego con el pantalon y por supuesto, una camisa de seda blanca. ¿No tiene nada de otros colores? Frank Sinatra canta suavemente por los altavoces del sistema sonido surround.
Se vuelve y me sonríe cuando entro. Me mira expectante.
—Hola —digo en voz baja, y mi sonrisa de esfinge se encuentra con la suya.
—Hola —contesta—. ¿Cómo te encuentras?
Le brillan los ojos de regocijo.
—Bien, gracias. ¿Y tú?
—Fenomenal, señorita Pierce.
Es obvio que espera que le diga algo.
—Frank. Jamás te habría tomado por fan de Sinatra.
Me mira arqueando las cejas, pensativa.
—Soy ecléctica, señorita Pierce —musita, y se acerca a mí como una pantera hasta que la tengo delante, con una mirada tan intensa que me deja sin aliento.
Frank empieza de nuevo a cantar… un tema antiguo, uno de los favoritos de Ray: «Witchcraft». Santana pasea despacio las yemas de los dedos por mi mejilla, y la sensación me recorre el cuerpo entero hasta llegar ahí abajo.
—Baila conmigo —susurra con voz ronca.
Se saca el mando del bolsillo, sube el volumen y me tiende la mano, sus ojos marrones prometedores, apasionados, risueños. Resulta absolutamente cautivadora, y me
tiene embrujada. Poso mi mano en la suya. Me dedica una sonrisa indolente y me atrae hacia ella, pasándome la mano por la cintura.
Le pongo la mano libre en el hombro y le sonrío, contagiada de su ánimo juguetón. Empieza a mecerse, y allá vamos. Uau, sí que baila bien. Recorremos el salón
entero, del ventanal a la cocina y vuelta al salón, girando y cambiando de rumbo al ritmo de la música. Me resulta tan fácil seguirla…
Nos deslizamos alrededor de la mesa del comedor hasta el piano, adelante y atrás frente a la pared de cristal, con Seattle centelleando allá fuera, como el fondo oscuro y mágico de nuestro baile. No puedo controlar mi risa alegre. Cuando la canción termina, me sonríe.
—No hay bruja más linda que tú —murmura, y me da un tierno beso—. Vaya, esto ha devuelto el color a sus mejillas, señorita Pierce. Gracias por el baile.
¿Vamos a conocer a mis padres?
—De nada, y sí, estoy impaciente por conocerlos —contesto sin aliento.
—¿Tienes todo lo que necesitas?
—Sí, sí —respondo con dulzura.
—¿Estás segura?
Asiento con todo el desenfado del que soy capaz bajo su intenso y risueño escrutinio. Se dibuja en su rostro una enorme sonrisa y niega con la cabeza.
—Muy bien. Si así es como quiere jugar, señorita Pierce.
Me toma de la mano, coge su chaqueta, colgada de uno de los taburetes de la barra, y me conduce por el vestíbulo hasta el ascensor. Ah, las múltiples caras de
Santana López… ¿Seré algún día capaz de entender a esta mujer tan voluble?
La miro de reojo en el ascensor. Algo le hace gracia: un esbozo de sonrisa coquetea en su preciosa boca. Temo que sea a mi costa. ¿Cómo se me ha ocurrido?
Voy a ver a sus padres y no llevo ropa interior. Mi subconsciente me pone una inútil cara de «Te lo dije». En la relativa seguridad de su casa, me parecía una idea divertida, provocadora. Ahora casi estoy en la calle… ¡sin bragas! Me mira de reojo, y ahí está, la corriente creciendo entre las dos. Desaparece la expresión risueña de su rostro y su semblante se nubla, sus ojos se oscurecen… oh, Dios.
Las puertas del ascensor se abren en la planta baja. Santana menea apenas la cabeza, como para librarse de sus pensamientos y muy amable, me cede el paso.
¿A quién quiere engañar? No es precisamente amable. Tiene mis bragas.
Taylor se acerca en el Audi grande. Santana me abre la puerta de atrás y yo entro con toda la elegancia de la que soy capaz, teniendo presente que voy sin bragas como una cualquiera. Doy gracias por que el vestido de Quinn sea tan ceñido y me llegue hasta las rodillas.
Cogemos la interestatal 5 a toda velocidad, las dos en silencio, sin duda cohibidos por la presencia de Taylor en el asiento del piloto. El estado de ánimo de Santana es casi tangible y parece cambiar; su buen humor se disipa poco a poco cuando tomamos rumbo al norte. La veo pensativa, mirando por la ventanilla, y soy consciente de que se aleja de mí. ¿Qué estará pensando? No se lo puedo preguntar. ¿Qué puedo decir delante de Taylor?
—¿Dónde has aprendido a bailar? —inquiero tímidamente.
Se vuelve a mirarme, su expresión indescifrable bajo la luz intermitente de las farolas que vamos dejando atrás.
—¿En serio quieres saberlo? —me responde en voz baja.
Se me cae el alma al suelo. Ya no quiero saberlo, porque me lo puedo imaginar.
—Sí —susurro a regañadientes.
—A la señora Robinson le gustaba bailar.
Vaya, mis peores sospechas se confirman. Ella la enseñó, y la idea me deprime: yo no puedo enseñarle nada. No tengo ninguna habilidad especial.
—Debía de ser muy buena maestra.
—Lo era.
Siento que me pica el cuero cabelludo. ¿Se llevó lo mejor de ella? ¿Antes de que se volviera tan cerrada? ¿O consiguió sacarla de su ostracismo? Tiene un lado tan
divertido y travieso… Sonrío sin querer al recordarme en sus brazos mientras me llevaba dando vueltas por el salón, tan inesperadamente, con mis bragas guardadas en algún sitio.
Y luego está el cuarto rojo del dolor. Me froto las muñecas pensativa… es el resultado de que te hayan atado las manos con una fina cinta de plástico. Ella le enseñó todo eso también, o la estropeó, dependiendo del punto de vista. O quizá habría llegado a ser como es a pesar de la señora R. En ese instante me doy
cuenta de que la odio. Espero no conocerla nunca, porque, de hacerlo, no soy responsable de mis actos. No recuerdo haber sentido nunca semejante animadversión por nadie, y menos por alguien a quien no conozco. Mirando sin ver por la ventanilla, alimento mi rabia y mis celos irracionales.
Mi pensamiento vuelve a centrarse en esta tarde. Teniendo en cuenta cuáles creo que son sus preferencias, me parece que ha sido benévola conmigo. ¿Estaría dispuesta a hacerlo otra vez? No voy a fingir remilgos que no siento. Pues claro que lo haría, si ella me lo pidiera… siempre que no me haga daño y sea la única forma de estar con ella.
Eso es lo importante. Quiero estar con ella. La diosa que llevo dentro suspira de alivio. Llego a la conclusión de que rara vez usa la cabeza para pensar, sino más
bien otra parte esencial de su anatomía, que últimamente anda bastante expuesta.
—No lo hagas —murmura.
Frunzo el ceño y me vuelvo hacia ella.
—¿Que no haga el qué?
No la he tocado.
—No les des tantas vueltas a las cosas, Brittany. —Alarga el brazo, me coge la mano, se la lleva a los labios y me besa los nudillos con suavidad—. La he pasado estupendamente esta tarde. Gracias.
Y ya ha vuelto a mí otra vez. La miro extrañada y sonrío tímidamente. Me confunde. Le pregunto algo que me ha estado intrigando.
—¿Por qué has usado una brida?
Me sonríe.
—Es rápido, es fácil y es una sensación y una experiencia distinta para ti. Sé que parece bastante brutal, pero me gusta que las sujeciones sean así. —Sonríe
levemente—. Lo más eficaz para evitar que te muevas.
Me sonrojo y miro nerviosa a Taylor, que se muestra impasible, con los ojos en la carretera. ¿Qué se supone que debo decir a eso? Santana se encoge de hombros con gesto inocente.
—Forma parte de mi mundo, Brittany.
Me aprieta la mano, me suelta, y vuelve a mirar por la ventana.
Su mundo, claro, al que yo quiero pertenecer, pero ¿con sus condiciones? Pues no lo sé. No ha vuelto a mencionar ese maldito contrato. Mis reflexiones íntimas
no me animan mucho. Miro por la ventanilla y el paisaje ha cambiado. Cruzamos uno de los puentes, rodeados de una profunda oscuridad. La noche sombría refleja
mi estado de ánimo introspectivo, cercándome, asfixiándome.
Miro un instante a Santana, y veo que me está mirando.
—¿Un dólar por tus pensamientos? —dice.
Suspiro y frunzo el ceño.
—¿Tan malos son? —dice.
—Ojalá supiera lo que piensas tú.
Sonríe.
—Lo mismo digo, bella —susurra mientras Taylor nos adentra a toda velocidad en la noche con rumbo a Bellevue.
Son casi las ocho cuando el Audi gira por el camino de entrada a una gran mansión de estilo colonial. Impresionante, hasta las rosas que rodean la puerta. De libro ilustrado.
—¿Estás preparada para esto? —me pregunta Santana mientras Taylor se detiene delante de la imponente puerta principal.
Asiento con la cabeza y ella me aprieta la mano otra vez para tranquilizarme.
—También es la primera vez para mí —susurra, y sonríe maliciosamente—. Apuesto a que ahora te gustaría llevar tu ropita interior —dice, provocadora.
Me ruborizo. Me había olvidado de que no llevo bragas. Por suerte, Taylor ha salido del coche para abrirme la puerta y no ha podido oír nada de esto. Miro ceñuda a Santana, que sonríe de oreja a oreja mientras yo me vuelvo y salgo del coche.
La doctora Grace Trevelyan-López nos espera en la puerta. Lleva un vestido de seda azul claro que le da un aire elegante y sofisticado. Detrás de ella está el señor López, supongo, alto, moreno y tan guapo a su manera como Santana.
—Brittany, ya conoces a mi madre, Grace. Este es mi padre, Carrick.
—Señor López, es un placer conocerlo.
Sonrío y le estrecho la mano que me tiende.
—El placer es todo mío, Brittany.
—Por favor, llámeme Britt.
Sus ojos marrones son dulces y afables.
—Britt, cuánto me alegro de volver a verte. —Grace me envuelve en un cálido abrazo—. Pasa, querida.
—¿Ya ha llegado? —oigo gritar desde dentro de la casa.
Miro nerviosa a Santana.
—Esa es Rachel, mi hermana pequeña —dice en tono casi irritado, pero no lo suficiente.
Cierto afecto subyace bajo sus palabras; se le suaviza la voz y le chispean los ojos al pronunciar su nombre. Es obvio que Santana la adora. Un gran descubrimiento. Y ella llega arrasando por el pasillo, con su pelo negro como el castaño, bajita y curvilínea. Debe de ser de mi edad.
—¡Brittany! He oído hablar tanto de ti…
Me abraza fuerte.
Madre mía. No puedo evitar sonreír ante su desbordante entusiasmo.
—Britt, por favor —murmuro mientras me arrastra al enorme vestíbulo.
Todo son suelos de maderas nobles y alfombras antiquísimas, con una escalera de caracol que lleva al segundo piso.
—Santana nunca ha traído a una chica a casa —dice Rachel, y sus ojos oscuros brillan de emoción.
Veo que Santana pone los ojos en blanco y arqueo una ceja. Ella me mira risueña.
—Rachel, cálmate —la reprende Grace discretamente—. Hola, cariño —dice mientras besa a Santana en ambas mejillas.
Ella le sonríe cariñosa y luego le da un abrazo a su padre.
Nos dirigimos todos al salón. Rachel no me ha soltado la mano. La estancia es espaciosa, decorada con gusto en tonos crema, marrón y azul claro, cómoda, discreta y con mucho estilo. Quinn y Sam están acurrucados en un sofá, con sendas copas de champán en la mano. Quinn se levanta como un resorte para abrazarme y Rachel por fin me suelta la mano.
—¡Hola, Britt! —Sonríe—. Santana —la saluda, con un gesto cortés de la cabeza.
—Quinn —la saluda Santana igual de formal.
Frunzo el ceño ante este intercambio. Sam me abraza con efusión. ¿Qué es esto, «la semana de abrazar a Britt»? No estoy acostumbrada a semejantes
despliegues de afecto. Santana se sitúa a mi lado y me pasa el brazo por la cintura. Me pone la mano en la cadera y, extendiendo los dedos, me atrae hacia sí.
Todos nos miran. Me incomoda.
—¿Algo de beber? —El señor López parece recuperarse—. ¿Prosecco?
—Por favor —decimos Santana y yo al unísono.
Uf… qué raro ha quedado esto. Rachel aplaude.
—Pero si hasta decís las mismas cosas. Ya voy yo.
Y sale disparada de la habitación.
Me pongo como un tomate y, al ver a Quinn sentada con Sam, se me ocurre de pronto que la única razón por la que Santana me ha invitado es porque Quinn está aquí. Probablemente Sam le preguntara a Quinn con ilusión y naturalidad si quería conocer a sus padres. Santana se vio atrapada, consciente de que me enteraría por Quinn. La idea me enfurece. Se ha visto obligada a invitarme. El pensamiento me resulta triste y deprimente. Mi subconsciente asiente, sabia, con cara de «por fin
te has dado cuenta, boba».
—La cena está casi lista —dice Grace saliendo de la habitación detrás de Rachel.
Santana me mira y frunce el ceño.
—Siéntate —me ordena, señalándome el sofá mullido, y yo hago lo que me pide, cruzando con cuidado las piernas.
Ella se sienta a mi lado pero no me toca.
—Estábamos hablando de las vacaciones, Britt —me dice amablemente el señor López—. Sam ha decidido irse con Quinn y su familia a Barbados una semana.
Miro a Quinn y ella sonríe, con los ojos brillantes y muy abiertos. Está encantada. ¡Quinn Fabray, muestra algo de dignidad!
—¿Te tomarás tú un tiempo de descanso ahora que has terminado los estudios? —me pregunta el señor López.
—Estoy pensando en irme unos días a Georgia —respondo.
Santana me mira boquiabierta, parpadeando un par de veces, con una expresión indescifrable. Oh, mierda. Esto no se lo había mencionado.
—¿A Georgia? —murmura.
—Mi madre vive allí y hace tiempo que no la veo.
—¿Cuándo pensabas irte? —pregunta con voz grave.
—Mañana, a última hora de la tarde.
Rachel vuelve al salón y nos ofrece sendas copas de champán llenas de Prosecco de color rosa pálido.
—¡Por que tengáis buena salud!
El señor López alza su copa. Un brindis muy propio del marido de una doctora; me hace sonreír.
—¿Cuánto tiempo? —pregunta Santana en voz asombrosamente baja.
Maldita sea… esta enfadada.
—Aún no lo sé. Dependerá de cómo vayan mis entrevistas de mañana.
Santana aprieta la mandíbula y Quinn pone esa cara suya de me meto en todo y me sonríe con desmesurada dulzura.
—Britt se merece un descanso —le suelta sin rodeos a Santana.
¿Por qué se muestra tan hostil con ella? ¿Qué problema tiene?
—¿Tienes entrevistas? —me pregunta el señor López.
—Sí, mañana, para un puesto de becaria en dos editoriales.
—Te deseo toda la suerte del mundo.
—La cena está lista —anuncia Grace.
Nos levantamos todos. Quinn y Sam salen de la habitación detrás del señor López y de Rachel. Yo me dispongo a seguirlos, pero Santana me agarra de la mano y me para en seco.
—¿Cuándo pensabas decirme que te marchabas? —inquiere con urgencia.
Lo hace en voz baja, pero está disimulando su enfado.
—No me marcho, voy a ver a mi madre y solamente estaba valorando la posibilidad.
—¿Y qué pasa con nuestro contrato?
—Aún no tenemos ningún contrato.
Frunce los ojos y entonces parece recordar. Me suelta la mano y, cogiéndome por el codo, me conduce fuera de la habitación.
—Esta conversación no ha terminado —me susurra amenazadora mientras entramos en el comedor.
Eh, para. No te enfades tanto y devuélveme las bragas. La miro furiosa.
El comedor me recuerda nuestra cena íntima en el Heathman. Una lámpara de araña de cristal cuelga sobre la mesa de madera noble y en la pared hay un inmenso espejo labrado y muy ornamentado. La mesa está puesta con un mantel de lino blanquísimo y un cuenco con petunias de color rosa claro en el centro. Impresionante.
Ocupamos nuestros sitios. El señor López se sienta a la cabecera, yo a su derecha y Santana a mi lado. El señor López coge la botella de vino tinto y le ofrece a Quinn. Rachel se sienta al lado de Santana, le coge la mano y se la aprieta fuerte. Santana le sonríe cariñosa.
—¿Dónde conociste a Britt? —le pregunta Rachel.
—Me entrevistó para la revista de la Universidad Estatal de Washington.
—Que Quinn dirige —añado, confiando en poder desviar la conversación de mí.
Rachel sonríe entusiasmada a Quinn, que está sentada enfrente, al lado de Sam, y empiezan a hablar de la revista de la universidad.
—¿Vino, Britt? —me pregunta el señor López.
—Por favor.
Le sonrío. El señor López se levanta para llenar las demás copas.
Miro de reojo a Santana y ella se vuelve a mirarme, con la cabeza ladeada.
—¿Qué? —pregunta.
—No te enfades conmigo, por favor —le susurro.
—No estoy enfadada contigo..
La miro fijamente. Suspira.
—Sí, estoy enfadada contigo.
Cierra los ojos un instante.
—¿Tanto como para que te pique la palma de la mano? —pregunto nerviosa.
—¿De qué estáis cuchicheando las dos? —interviene Quinn.
Me sonrojo y Santana le lanza una feroz mirada de «métete en tus asuntos, Fabray». Hasta Quinn parece encogerse bajo su mirada.
—De mi viaje a Georgia —digo agradablemente, esperando diluir la hostilidad que hay entre las dos.
Quinn sonríe, con un brillo perverso en los ojos.
—¿Qué tal en el bar el viernes con Noah?
Madre mía, Quinn. La miro con los ojos como platos. ¿Qué hace? Me devuelve la mirada y me doy cuenta de que está intentando que Santana se ponga celosa.
Qué poco la conoce… Y yo que pensaba que me iba a librar de esta.
—Muy bien —murmuro.
Santana se me arrima.
—Como para que me pique la palma de la mano —me susurra—. Sobre todo ahora —añade serena y muy seria. Oh, no. Me estremezco.
Reaparece Grace con dos bandejas, seguida de una joven preciosa con coletas rubias y vestida elegantemente de azul claro, que lleva una bandeja de platos. Sus
ojos localizan de inmediato a Santana. Se ruboriza y la mira entornando los ojos de largas pestañas impregnadas de rímel. ¿Qué?
En algún lugar de la casa empieza a sonar el teléfono.
—Disculpadme.
El señor López se levanta de nuevo y sale.
—Gracias, Gretchen —le dice Grace amablemente, frunciendo el ceño al ver salir al señor López—. Deja la bandeja en el aparador, por favor.
Gretchen asiente y, tras otra mirada furtiva a Santana, se marcha.
Así que los López tienen servicio, y el servicio mira de reojo a mi futura ama. ¿Podría ir peor esta velada? Me miro ceñuda las manos, que tengo en el regazo.
Vuelve el señor López.
—Preguntan por ti, cariño. Del hospital —le dice a Grace.
—Empezad sin mí, por favor.
Grace sonríe mientras me pasa un plato y se va.
Huele delicioso: chorizo y vieiras con pimientos rojos asados y chalotas, salpicado de perejil. A pesar de que tengo el estómago revuelto por las amenazas de
Santana, de las miradas subrepticias de la bella Coletitas y del desastre de mi ropa interior desaparecida, me muero de hambre. Me ruborizo al caer en la cuenta de
que ha sido el esfuerzo físico de esta tarde lo que me ha dado tanto apetito.
Al poco regresa Grace, con el ceño fruncido. El señor López ladea la cabeza… como Santana.
—¿Va todo bien?
—Otro caso de sarampión —suspira Grace.
—Oh, no.
—Sí, un niño. El cuarto caso en lo que va de mes. Si la gente vacunara a sus hijos… —Menea la cabeza con tristeza, luego sonríe—. Cuánto me alegro de que nuestros hijos nunca pasaran por eso. Gracias a Dios, nunca cogieron nada peor que la varicela. Pobre Sam —dice mientras se sienta, sonriendo indulgente a su hijo. Sam frunce el ceño a medio bocado y se remueve incómodo en el asiento—. Santana y Rachel tuvieron suerte. Ellas la cogieron muy flojita, algún granito nada más.
Rachel ríe como una boba y Santana pone los ojos en blanco.
—Papá, ¿viste el partido de los Mariners? —pregunta Sam, visiblemente ansioso por cambiar de tema.
Los aperitivos están deliciosos, así que me concentro en comer mientras Sam, el señor López y Santana hablan de béisbol. Santana parece serena y relajada cuando habla con su familia. La cabeza me va a mil. Maldita sea Quinn, ¿a qué juega? ¿Me castigará Santana? Tiemblo solo de pensarlo. Aún no he firmado ese contrato. Quizá no lo firme. Quizá me quede en Georgia; allí no podrá venir a por mí.
—¿Qué tal en vuestra nueva casa, querida? —me pregunta Grace educadamente.
Agradezco la pregunta, que me distrae de mis pensamientos contradictorios, y le hablo de la mudanza.
Cuando terminamos los entrantes, aparece Gretchen y, una vez más, lamento no poder tocar a Santana con libertad para hacerle saber que, aunque la hayan jodido de cincuenta mil maneras, es mía. Se dispone a recoger los platos, acercándose demasiado a Santana para mi gusto. Por suerte, ella parece no prestarle ninguna atención, pero la diosa que llevo dentro está que arde, y no en el buen sentido de la palabra.
Quinn y Rachel se deshacen en elogios de París.
—¿Has estado en París, Britt? —pregunta Rachel inocentemente, sacándome de mi celoso ensimismamiento.
—No, pero me encantaría ir.
Sé que soy la única de la mesa que jamás ha salido del país.
—Nosotros fuimos de luna de miel a París.
Grace sonríe al señor López, que le devuelve la sonrisa.
Resulta casi embarazoso. Es obvio que se quieren mucho, y me pregunto un instante cómo será crecer con tus dos progenitores presentes.
—Es una ciudad preciosa —coincide Rachel—. A pesar de los parisinos. Santana, deberías llevar a Britt a París —afirma rotundamente.
—Me parece que Brittany preferiría Londres —dice Santana con dulzura. Vaya, se acuerda. Me pone la mano en la rodilla; me sube los dedos por el muslo. El cuerpo entero se me tensa en respuesta. No, aquí no, ahora no. Me ruborizo y me remuevo en el asiento, tratando de zafarme de ella. Me agarra el muslo, inmovilizándome. Cojo mi copa de vino, desesperada.
Vuelve miss Coletitas Europeas, toda miradas coquetas y vaivén de caderas, trayendo el plato principal: ternera Wellington, me parece. Por suerte, se limita a servir los platos y se marcha, aunque se entretiene más de la cuenta con el de Santana. Me observa intrigada al verme seguirla con la mirada mientras cierra la puerta del comedor.
—¿Qué tienen de malo los parisinos? —le pregunta Sam a su hermana—. ¿No sucumbieron a tus encantos?
—Huy, qué va. Además, monsieur Floubert, el ogro para el que trabajaba, era un tirano dominante.
Me da un golpe de tos y casi espurreo el vino.
—Brittany, ¿te encuentras bien? —me pregunta Santana solícita, quitándome la mano del muslo.
Su voz vuelve a sonar risueña. Oh, menos mal. Asiento con la cabeza y ella me da una palmadita suave en la espalda, y no retira la mano hasta que está segura de que me he recuperado.
La ternera está deliciosa, servida con boniatos asados, zanahoria, calabacín y judías verdes. Me sabe aún mejor porque Santana consigue mantener el buen humor el resto de la comida. Sospecho que por lo bien que estoy comiendo. La conversación fluye entre los López, cálida y afectuosa, bromeando unos con otros.
Durante el postre, una mousse de limón, Rachel nos obsequia con anécdotas de París y, en un momento dado, empieza a hablar en perfecto francés. Todos nos quedamos mirándola y ella se queda un tanto perpleja, hasta que Santana le explica, en un francés igualmente perfecto, lo que ha hecho, y entonces ella rompe a reír
como una boba. Tiene una risa muy contagiosa y enseguida estallamos todos en carcajadas.
Sam habla largo y tendido de su último proyecto arquitectónico, una nueva comunidad ecológica al norte de Seattle. Miro a Quinn y veo que sigue con atención todas y cada una de sus palabras, con los ojos encendidos de deseo o de amor, aún no lo tengo claro. Él le sonríe y es como si se recordaran tácitamente alguna promesa. Luego, nena, le está diciendo él sin hablar, y de pronto estoy excitada, muy excitada. Me acaloro solo de mirarlos. Suspiro y miro de reojo a mi Cincuenta Sombras. Podría estar mirándola eternamente. Tiene los labios perfectos y me muero de ganas de besarla, de sentirlos en
mi cuello, en mis pechos… en mi entrepierna. Me sonroja el rumbo de mis pensamientos. Me mira y levanta la mano para cogerme del mentón.
—No te muerdas el labio —me susurra con voz ronca—. Me dan ganas de hacértelo.
Grace y Rachel recogen las copas del postre y se dirigen a la cocina mientras el señor López, Quinn y Sam hablan de las ventajas del uso de paneles solares en el estado de Washington. Santana, fingiéndose interesada en el tema, vuelve a ponerme la mano en la rodilla y empieza a subir por el muslo. Se me entrecorta la respiración y junto las piernas para evitar que llegue más lejos. Detecto su sonrisa pícara.
—¿Quieres que te enseñe la finca? —me pregunta en voz alta.
Sé que debo decir que sí, pero no me fío de ella. Sin embargo, antes de que pueda responder, ella se pone de pie y me tiende la mano. Poso la mía en ella y noto cómo se me contraen todos los músculos del vientre en respuesta a su mirada oscura y voraz.
—Si me disculpa… —le digo al señor López y salgo del comedor detrás de Santana.
Me lleva por el pasillo hasta la cocina, donde Rachel y Grace cargan el lavavajillas. A Coletitas Europeas no se la ve por ninguna parte.
—Voy a enseñarle el patio a Brittany —le dice Santana inocentemente a su madre.
Ella nos indica la salida con una sonrisa mientras Rachel vuelve al comedor.
Salimos a un patio de losa gris iluminado por focos incrustados en el suelo. Hay arbustos en maceteros de piedra gris y una mesa metálica muy elegante, con sus sillas, en un rincón. Santana pasa por delante de ella, sube unos escalones y sale a una amplia extensión de césped que llega hasta la bahía. Madre mía, es precioso.
Seattle centellea en el horizonte y la luna fría y brillante de mayo dibuja un resplandeciente sendero plateado en el agua hasta un muelle en el que hay amarrados dos barcos. Junto al embarcadero, hay una casita. Es un lugar tan pintoresco, tan tranquilo… Me detengo, boquiabierta, un instante.
Santana tira de mí y los tacones de ambas se nos hunden en la hierba tierna. Ella se los quita y sigue llevandome.
—Para, por favor.
La sigo tambaleándome.
Se detiene y me mira; su expresión es indescifrable.
—Los tacones. Tengo que quitarme los zapatos.
—No te molestes —dice.
Se agacha, me coge y me carga al hombro. Chillo fuerte del susto, y ella me da una palmada fuerte en el trasero, no se como es que tiene tanta fuerza siendo delgada.
—Baja la voz —gruñe.
Oh, no… esto no pinta bien, a mi subconsciente le tiemblan las piernas. Está enfadada por algo: podría ser por lo de Noah, lo de Georgia, lo de las bragas, que me
haya mordido el labio. Dios, mira que es fácil de enfadar.
—¿Adónde me llevas? —digo.
—Al embarcadero —espeta.
Me agarro a sus caderas, porque estoy cabeza abajo y no puedo evitar ver su perfecto, firme y redondo trasero.
Ella avanza decidida a grandes zancadas por el césped a la luz de la luna.
—¿Por qué?
Me falta el aliento, ahí colgada de su hombro.
—Necesito estar a solas contigo.
—¿Para qué?
—Porque te voy a dar unos azotes y luego te voy a follar.
—¿Por qué? —gimoteo.
—Ya sabes por qué —me susurra furiosa.
—Pensé que eras una mujer impulsiva —suplico sin aliento.
—Brittany, estoy siendo impulsiva, te lo aseguro. Madre mía.
Última edición por O_o el Mar Jun 04, 2013 10:34 pm, editado 1 vez
O_o***** - Mensajes : 250
Fecha de inscripción : 05/05/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Ohhhh por Dios..... ME QUEDE SIN PALABRAS.
MariaDPP* - Mensajes : 27
Fecha de inscripción : 18/09/2012
Edad : 32
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
OMG par de capítulos wooooww!! no tengo palabras en serio, tengo que asimilarlos....tan sensuales.
Britt firmara después de los azotes? o los disfrutara con esa nueva faceta suya?
espero actualices pronto geniales gracias!! que bueno que ya todo este bien xoxoxo
Britt firmara después de los azotes? o los disfrutara con esa nueva faceta suya?
espero actualices pronto geniales gracias!! que bueno que ya todo este bien xoxoxo
Gudu* - Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 25/05/2013
Edad : 32
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
vaya britt ya recibio su dosis para su diosa interna en el cuarto rojo de dolor muy muy wanky por cierto jajajaja y ahora la azotara uffff ojala no sea tan malo, pero aun no m agrada el hecho de que britt es muy manipulable
lexis17******* - Mensajes : 424
Fecha de inscripción : 23/03/2013
:)
wowww me encantaa ..!!!. graciaas por los dos capitulos... estan super.buenos!! esa Britt y sus confusiones jaja me gusta ... y esos celos de San .... bueno en fin .. vale la pena desvelarse :) ... me alegro que ya todo este biien :) .. y ojala actualices pronto .... muchos besoss ;) cuidate
Alisseth***** - Mensajes : 254
Fecha de inscripción : 18/05/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Jo, que miedo! A saber que le hará san a Britt.... Me pone súper nerviosa eso de que en cualquier momento pueda explotar, Santana. Con ese carácter tan suyo propio.... Ufffff
A ver que pasa! Espero la conti pronto y unos capítulos geniales como siempre. ;)
A ver que pasa! Espero la conti pronto y unos capítulos geniales como siempre. ;)
Elisika-sama**** - Mensajes : 194
Fecha de inscripción : 01/12/2012
Edad : 30
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Ohh, por.. Dioos.. .______.
Santana.. Santana.. Santana... Deja de pervertir mi menteeee!!!
No puedo creerlo... Britt se excito con los golpes que le dio.. No deja de sorprenderme esta rubia..
Muuuchisimas gracias por la actualizacion doble.. Espero que te compadezcas de nosotras y actualices nuevamente con 2 capitulos (Carita de gatito de Shrek) jajajaj.
Me encantaron ambos capitulos.. Britt va a tener que medir hasta cuando va al baño para que a San no le cosquillee la mano :p
Hasta la proxima actu!!!
Saludos!!
-Dai
Santana.. Santana.. Santana... Deja de pervertir mi menteeee!!!
No puedo creerlo... Britt se excito con los golpes que le dio.. No deja de sorprenderme esta rubia..
Muuuchisimas gracias por la actualizacion doble.. Espero que te compadezcas de nosotras y actualices nuevamente con 2 capitulos (Carita de gatito de Shrek) jajajaj.
Me encantaron ambos capitulos.. Britt va a tener que medir hasta cuando va al baño para que a San no le cosquillee la mano :p
Hasta la proxima actu!!!
Saludos!!
-Dai
Dai15***** - Mensajes : 242
Fecha de inscripción : 20/12/2012
Edad : 33
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
OH MY GOD!!!
OK, no se que comentar estos dos caps me han dejado en SHOCK, ESTUVIERON BUENISIMOS.... MADRE MIA!!... (inevitable contagiarse de la expresion de Britt) que intensidad... y asi seran todas las sessiones de coito ??? son tan... WOW pero no me gusta que le pegue.... vaya, Santana si que es... emmm como decir... Impaciente??? creo que esa no es la palabra pero ufff la va a azotar y luego follar... me da penita con Britt, senti feo cuando le dije a la morena que solo le interesaba su cuerpo!!
OK, no se que comentar estos dos caps me han dejado en SHOCK, ESTUVIERON BUENISIMOS.... MADRE MIA!!... (inevitable contagiarse de la expresion de Britt) que intensidad... y asi seran todas las sessiones de coito ??? son tan... WOW pero no me gusta que le pegue.... vaya, Santana si que es... emmm como decir... Impaciente??? creo que esa no es la palabra pero ufff la va a azotar y luego follar... me da penita con Britt, senti feo cuando le dije a la morena que solo le interesaba su cuerpo!!
aria- - Mensajes : 1105
Fecha de inscripción : 03/12/2012
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Mas que geniales esos 2 capitulos jejejejeje me encantaron cada dia me gustas mas tu FF jejejeje que pasara la azotara, y castigara jajajaja espero tu próxima actualización
Keiri Lopierce-* - Mensajes : 1570
Fecha de inscripción : 09/04/2012
Edad : 33
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Hola que tal?? Que bueno que ya este todo bien me alegra mucho!!
gracias por estos dos espectaculares capitulos!!
Espero que Britt no se deje golpear y se vaya a Georgia, me gsutaria saber que haria Santana!!
Odio los azotes a Britt!!!
Saludos y espero que actualices pronto!!
Ya estoy muy ansiosa
gracias por estos dos espectaculares capitulos!!
Espero que Britt no se deje golpear y se vaya a Georgia, me gsutaria saber que haria Santana!!
Odio los azotes a Britt!!!
Saludos y espero que actualices pronto!!
Ya estoy muy ansiosa
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
crees q estaria loca si digo q me fuera gustado ser britt en esos dos capis?
wooo de vdd yo pensaba q los libros eran buenos pero esta adaptacion es WOOOOOO mucho mejor
wooo de vdd yo pensaba q los libros eran buenos pero esta adaptacion es WOOOOOO mucho mejor
airin-SyB***** - Mensajes : 216
Fecha de inscripción : 28/01/2013
Edad : 30
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Omg!! Owwww me encanto jajaja perfecta me encanta quinn que siempre se mete en las conversaciones y pone celosa a Santana <3
Owwww va ver Fabrerry????? O.O que genial si eso pasa, quinn con sam no me agrada tanto :/
Espero tu actualización espero que hoy subas 2 o 3 por lo menos (;
Oh por lo menos actualiza diario
Gracias por darnos 2 merecidos CAP :D
Saludos
Besos :**
Owwww va ver Fabrerry????? O.O que genial si eso pasa, quinn con sam no me agrada tanto :/
Espero tu actualización espero que hoy subas 2 o 3 por lo menos (;
Oh por lo menos actualiza diario
Gracias por darnos 2 merecidos CAP :D
Saludos
Besos :**
Kristen Rivera****** - Mensajes : 382
Fecha de inscripción : 20/03/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
quede en shock para siempre, actualiza pronto, me encantaron los capitulos...
Invitado- Invitado
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Ya los leí y quiero mas... .-. No enserio.
¡Actualiza pronto! (:
¡Actualiza pronto! (:
Invitado- Invitado
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Hola. En el capitulo 19 cuando escribes:
(...) "¿Se llevó lo mejor de ella? ¿Antes de que se volviera tan cerrada? ¿O consiguió sacarla de su ostracismo? (...)"
La palabra "ostracismo", esta utilizada erróneamente, dentro del
contexto se pensaría que es por lo "cerrada" o difícil que es abrir una ostra, haciendo la analogía a lo "cerrado" del personaje. Pero no es así, "la palabra ostracismo", se remonta a Grecia antigua, que se refiere a una practica político-social, de destierro a un miembro de la polis, es decir votaban (colocando una "ostra" en una vasija) públicamente para decidir si desterraban a un enemigo político o peligroso para la sociedad.
Pero como haces una adaptación no estoy segura si tu usaste este termino o en la historia original ya estaba.
Bueno como siempre mi critica es constructiva, por supuesto, se que es molesto que lo escriba pero me pareció prudente. Gracias por tomarte el tiempo para escribir, saludos.
(...) "¿Se llevó lo mejor de ella? ¿Antes de que se volviera tan cerrada? ¿O consiguió sacarla de su ostracismo? (...)"
La palabra "ostracismo", esta utilizada erróneamente, dentro del
contexto se pensaría que es por lo "cerrada" o difícil que es abrir una ostra, haciendo la analogía a lo "cerrado" del personaje. Pero no es así, "la palabra ostracismo", se remonta a Grecia antigua, que se refiere a una practica político-social, de destierro a un miembro de la polis, es decir votaban (colocando una "ostra" en una vasija) públicamente para decidir si desterraban a un enemigo político o peligroso para la sociedad.
Pero como haces una adaptación no estoy segura si tu usaste este termino o en la historia original ya estaba.
Bueno como siempre mi critica es constructiva, por supuesto, se que es molesto que lo escriba pero me pareció prudente. Gracias por tomarte el tiempo para escribir, saludos.
yo_mera* - Mensajes : 16
Fecha de inscripción : 27/02/2012
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
yo tambien me quede sin palabras!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
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