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Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 Primer15
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Mensaje por marcoheath Dom Jun 09, 2013 1:43 pm

capitulo vainilla... like it


ACTUALIZA POR FAVOR!!!!
marcoheath
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Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 Empty Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)

Mensaje por Invitado Dom Jun 09, 2013 8:33 pm

<3 Actualiza. <3
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Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 Empty Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)

Mensaje por KikitaRivera Dom Jun 09, 2013 9:20 pm

Incisto me encanta este fanfic actualiza plisss =)Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 650269930
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Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 Empty Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)

Mensaje por O_o Dom Jun 09, 2013 11:14 pm

Hola, hola ando de pasada solo para actualizarles gracias x todo sus comentarios los leí cada uno, se que muchas no me comentan xq no les da chance pero igual se agradece que siempre estén pendiente de las actualizaciones, y las que me escriben seguido las adoro son lo máximo x ustedes yo me la paso todos los dias adaptado la historia y actualizando seguido solo x ustedes.


P.D: hay un nuevo personaje quien sera ?




Disfruten del nuevo capitulo


Parte II – Capítulo 3



Lo único bueno de estar sin coche es que, en el autobús que me lleva al trabajo, puedo enchufar los auriculares al iPad que llevo en el bolso y escuchar todas las maravillosas piezas que Santana me ha grabado. Cuando llego a la oficina, tengo una estúpida sonrisa dibujada en la cara.
Marley levanta los ojos hacia mí, atónita.
—Buenos días, Britt. Estás… radiante.
Su comentario me sonroja. ¡Qué inapropiada!
—He dormido bien, gracias, Marley. Buenos días.
Frunce el ceño.
— ¿Puedes leer esto por mí y redactarme los informes correspondientes para la hora de comer, por favor? —Me entrega cuatro manuscritos. Ante mi gesto de horror, añade—: Solo los primeros capítulos.
—Claro.
Sonrío aliviada, y ella me responde con una gran sonrisa.
Conecto el ordenador para empezar a trabajar, mientras me termino el café con leche y me como un plátano. Hay un correo electrónico de Santana.

De: Santana López
Fecha: 10 de junio de 2011 08:05
Para: Brittany Pierce
Asunto: Ayúdame…
Espero que hayas desayunado.
Te eché en falta anoche.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.

De: Brittany Pierce
Fecha: 10 de junio de 2011 08:33
Para: Santana López
Asunto: Libros viejos…
Estoy comiéndome un plátano mientras tecleo. Llevaba varios días sin desayunar, de manera que supone un paso adelante. Me encanta la aplicación de la Biblioteca Británica… he empezado a releer Robinson Crusoe… y, naturalmente, te quiero.
Ahora déjame en paz: intento trabajar.
Brittany Pierce
Asistente de Marley Rose, editora de SIP

De: Santana López
Fecha: 10 de junio de 2011 08:36
Para: Brittany Pierce
Asunto: ¿Eso es lo único que has comido?
Puedes esforzarte más. Necesitarás energía para suplicar.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.

De: Brittany Pierce
Fecha: 10 de junio de 2011 08:39
Para: Santana López
Asunto: Pesado
Señora López, intento trabajar para ganarme la vida… y es usted quien suplicará.
Brittany Pierce
Asistente de Marley Rose, editora de SIP

De: Santana López
Fecha: 10 de junio de 2011 08:36
Para: Brittany Pierce
Asunto: ¡Vamos!
Vaya, señorita Pierce, me encantan los desafíos…
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.

Estoy sentada frente a la pantalla sonriendo como una idiota. Pero tengo que leer esos capítulos para Marley y escribir informes sobre todos ellos. Coloco los manuscritos sobre mi mesa y empiezo.
A la hora de comer voy a la tienda a buscar un bocadillo de pastrami mientras escucho la lista de temas de mi iPad. El primero es de Nitin Sawhney, una pieza tradicional titulada «Homelands»… es buena. Santana tiene un gusto musical ecléctico. Vuelvo hacia atrás y escucho una pieza clásica: «Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis», de Ralph Vaughan Williams. Oh, Cincuenta tiene sentido del humor, y la quiero por eso. ¿Se me borrará esta estúpida sonrisa de la cara alguna vez?
La tarde pasa lentamente. En un momento de inactividad, decido escribirle un correo a Santana.

De: Brittany Pierce
Fecha: 10 de junio de 2011 16:05
Para: Santana López
Asunto: Aburrida…
Estoy mano sobre mano.
¿Cómo estás?
¿Qué estás haciendo?
Brittany Pierce
Asistente de Marley Rose, editora de SIP

De: Santana López
Fecha: 10 de junio de 2011 16:15
Para: Santana López
Asunto: Tus manos
Deberías venir a trabajar conmigo.
No estarías mano sobre mano.
Estoy segura de que yo podría darles mejor uso.
De hecho, se me ocurren varias opciones…
Yo estoy con fusiones y adquisiciones rutinarias. Todo es muy árido.
Tus correos electrónicos en SIP se monitorizan.
Santana López
Presidenta distraída de López Enterprises Holdings, Inc.

Oh, Dios. No tenía ni idea. ¿Cómo demonios lo sabe ella? Observo la pantalla con el ceño fruncido, reviso rápidamente los e-mails que he enviado y los voy borrando.
A las cinco y media en punto, Marley se acerca a mi mesa. Lleva un atuendo informal de viernes, es decir, unos tejanos ceñidos y una camisa negra.
— ¿Una copa, Britt? Solemos ir a tomar una rápida al bar de enfrente.
— ¿Solemos…? —pregunto, esperanzada.
—Sí, vamos casi todos… ¿vienes?
Por alguna razón desconocida, que no quiero analizar demasiado a fondo, me invade una sensación de alivio.
—Me encantaría. ¿Cómo se llama el bar?
—Fifty’s.
—Me tomas el pelo.
Me mira extrañada.
—No. ¿Tiene algún significado para ti?
—No, perdona. Nos vemos ahora allí.
— ¿Qué te apetecerá beber?
—Una cerveza, por favor.
—Muy bien.
Voy al baño y le mando un e-mail a Santana desde la BlackBerry.

De: Brittany Pierce
Fecha: 10 de junio de 2011 17:36
Para: Santana López
Asunto: Encajarás perfectamente
Vamos a ir a un bar que se llama Fifty’s.
Para mí esto es una mina inagotable de bromas y risas.
Tengo muchas ganas de encontrarme allí contigo, señora López.
Britt xx

De: Santana López
Fecha: 10 de junio de 2011 17:38
Para: Brittany Pierce
Asunto: Riesgos
Las minas son muy, muy peligrosas.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.

De: Brittany Pierce
Fecha: 10 de junio de 2011 17:40
Para: Santana López
Asunto: ¿Riesgos?
¿Qué quieres decir con eso?

De: Santana López
Fecha: 10 de junio de 2011 17:42
Para: Brittany Pierce
Asunto: Simplemente…
Era un comentario, señorita Pierce.
Hasta pronto.
Más pronto que tarde, bella.
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.

Me miro en el espejo. Cómo puede cambiar todo en un día. Tengo más color en las mejillas y me brillan los ojos. Es el efecto Santana López. Discutir un poco con ella por e-mail provoca eso en una chica. Sonrío ante mi imagen y me aliso la camisa azul claro… la que Taylor compró para mí. Llevo también mis vaqueros favoritos. La mayoría de las mujeres de la oficina llevan tejanos o faldas anchas.
Tendré que invertir también en un par de faldas anchas. Puede que lo haga este fin de semana e ingrese el talón que Santana me dio por Wanda, mi Escarabajo.
Cuando salgo del edificio, oigo que gritan mi nombre.
— ¿Señorita Pierce?
Me vuelvo, sorprendida, y una chica joven con la piel cenicienta se me acerca con cautela. Parece un fantasma… tan pálida y extrañamente inexpresiva.
— ¿Señorita Brittany Pierce? —repite, y sus facciones permanecen estáticas aunque esté hablando.
— ¿Sí?
Se para en la acera y se me queda mirando como a un metro de distancia, y yo, totalmente inmóvil, le devuelvo la mirada. ¿Quién es? ¿Qué quiere?
— ¿Puedo ayudarte? —pregunto.
¿Cómo sabe mi nombre?
—No… solo quería verte.
Habla con una voz muy baja, inquietante. Y tiene un pelo rubio como el mío, que contrasta radicalmente con su piel blanca. Sus ojos son verdes, color aceituna, pero inexpresivos. No hay la menor chispa de vida en ellos. La tristeza aparece grabada en su precioso y pálido rostro.
—Lo siento… pero estoy en desventaja —le digo educadamente, intentando ignorar el escalofrío de advertencia que me sube por la columna vertebral.
La miro de cerca, y tiene un aspecto raro, descuidado y desvalido. La ropa que lleva le va dos tallas grande, incluida la gabardina de marca.
Se echa a reír, con un sonido extraño y discordante que incrementa mi ansiedad.
— ¿Qué tienes tú que yo no tenga? —pregunta con tristeza.
Mi ansiedad se convierte en miedo.
—Perdona… ¿quién eres?
— ¿Yo? No soy nadie.
Levanta un brazo para pasarse la mano por la melena que le llega al hombro, y al hacerlo se le levanta la manga de la gabardina y se le ve un sucio vendaje alrededor de la muñeca.
Dios…
—Que tenga un buen día, señorita Pierce.
Da media vuelta y sube andando la calle mientras yo me quedo clavada en el sitio. Veo cómo su delgada silueta desaparece de mi vista, perdiéndose entre los trabajadores que salen en masa de sus despachos.
¿De qué iba eso?
Confusa, cruzo la calle hasta el bar, intentando asimilar lo que acaba de pasar, mientras mi subconsciente levanta su fea cabeza y me dice entre dientes: Ella tiene algo que ver con Santana.
El Fifty’s es un bar impersonal y cavernoso, con banderines y pósters de béisbol colgados en las paredes. Marley está en la barra con Elizabeth y Courtney, la otra Asistente editorial, dos tipos de contabilidad y Claire, de recepción, con sus característicos aros de plata.
— ¡Hola, Britt!
Marley me pasa una botella de Bud.
—Salud… gracias —murmuro, afectada todavía por mi encuentro con la Chica Fantasma.
—Salud.
Chocamos las botellas y ella sigue conversando con Elizabeth. Claire me sonríe con simpatía.
— ¿Cómo te ha ido tu primera semana? —pregunta.
—Bien, gracias. Todo el mundo ha sido muy amable.
—Hoy se te ve mucho más contenta.
—Es viernes —balbuceo enseguida—. ¿Y tú, tienes planes para el fin de semana?
Mi táctica de distracción patentada funciona, estoy salvada. Resulta que Claire tiene seis hermanos y se va a Tacoma a una gran reunión familiar. Se muestra bastante locuaz y me doy cuenta de que no he hablado con ninguna mujer de mi edad desde que Quinn se fue a Barbados.
Con aire distraído, me pregunto cómo estará Quinn… y Sam. Tengo que acordarme de preguntarle a Santana si ha sabido algo de ellos. Ah, y Blaine, el hermano de Quinn, volverá el martes que viene, y se instalará en nuestro apartamento.
No creo que a Santana le guste demasiado eso. Mi encuentro de antes con la extraña
Chica Fantasma va desapareciendo de mi mente.
Mientras charlo con Claire, Elizabeth me pasa otra cerveza.
—Gracias —le sonrío.
Resulta muy fácil charlar con Claire —se nota que le gusta hablar—, y me bebo una tercera cerveza sin darme cuenta, cortesía de uno de los chicos de contabilidad.
Cuando Elizabeth y Courtney se van, Marley se viene con Claire y conmigo.
¿Dónde está Santana? Uno de los tipos de contabilidad se pone a hablar con Claire.
—Britt, ¿crees que tomaste una buena decisión viniendo a trabajar con nosotros?
Marley habla en un tono suave y está un poco demasiado cerca. Pero he notado que tiene tendencia a hacer eso con todo el mundo, incluso en la oficina.
—Esta semana he estado muy a gusto, gracias, Marley. Sí, creo que tomé la decisión correcta.
—Eres una chica muy lista, Britt. Llegarás lejos.
Me ruborizo.
—Gracias —mascullo, porque no sé qué más decir.
— ¿Vives lejos?
—En el barrio de Pike Market.
—No muy lejos de mi casa. —Sonriendo, se acerca aún más y se apoya en la barra, casi acorralándome—. ¿Tienes planes este fin de semana?
—Bueno… eh…
La siento antes de verla. Es como si todo mi cuerpo estuviera sintonizado con el hecho de su presencia. Se relaja y se despierta a la vez, una dualidad interior y rara… y noto esa extraña corriente eléctrica.
Santana me pasa el brazo alrededor del hombro como una muestra de afecto aparentemente relajada, pero yo sé que no es así. Está reclamando un derecho, y en esta ocasión, es muy bien recibido. Me besa suavemente el pelo.
—Hola, bella —murmura.
Al sentir su brazo que me rodea no puedo evitar sentir alivio, y excitación.
Me acerca hacia sí, y yo levanto la vista para mirarla mientras ella observa a Marley, impasible. Entonces se gira hacia mí y me dedica una media sonrisa fugaz, seguida de un beso rápido. Esta perfectamente peinada y maquillada, lleva una americana azul marino de raya diplomática, con unos vaqueros ceñidos, tacones y una camisa blanca desabrochada donde se notan sus dos perfectos y redondos pechos. Está para comérsela.
Marley se aparta, incómoda.
—Marley, esta es Santana —balbuceo en tono de disculpa. ¿Por qué me estoy disculpando?—. Santana, Marley.
—Yo soy la novia —dice Santana con una sonrisita fría que no alcanza a sus ojos, mientras le estrecha la mano a Marley.
Yo levanto la vista hacia mi jefa, que está evaluando mentalmente a la magnífica fémina que tiene delante.
—Yo soy la jefa —replica Marley, arrogante—. Britt me habló de una ex novia.
Ay, Dios. No te conviene jugar a este juego con Cincuenta.
—Bueno, ya no soy un ex —responde Santana tranquilamente—. Vamos, bella, tenemos de irnos.
—Por favor, quédense tomar una copa con nosotros —dice Marley con amabilidad.
No creo que sea buena idea. ¿Por qué resulta tan incómodo esto? Miro de reojo a Claire y a los chicos de contabilidad, que, naturalmente, contemplan a Santana con la boca abierta y franco deleite carnal. ¿Cuándo dejará de preocuparme el efecto que provoca en mujeres y mujers?
—Tenemos planes —apunta Santana con su sonrisa enigmática.
¿Ah, sí? Y un escalofrío de expectación recorre mi cuerpo.
—Quizá en otra ocasión —añade—. Vamos —me dice cogiéndome la mano.
—Hasta el lunes.
Sonrío a Marley, a Claire y a los chicos de contabilidad de contabilidad, tratando de ignorar el gesto de disgusto de Marley, y salgo por la puerta detrás de Santana.
Taylor está al volante del Audi, que espera junto a la acera.
— ¿Por qué me ha parecido eso un concurso de a ver quién marca territorio primero?
—le pregunto a Santana cuando me abre la puerta del coche.
—Porque lo era —murmura, me dedica su sonrisa enigmática y luego cierra la puerta.
—Hola, Taylor —le digo, y nuestras miradas se encuentran en el retrovisor.
—Señorita Pierce —me saluda Taylor con una amplia sonrisa.
Santana se sienta a mi lado, me sujeta la mano y me besa suavemente los nudillos.
—Hola —dice bajito.
Mis mejillas se tiñen de rosa, sé que Taylor nos oye, y agradezco que no vea la mirada abrasadora y terriblemente excitante que me dedica Santana. Tengo que echar mano de toda mi contención para no lanzarme sobre ella aquí mismo, en el asiento de atrás del coche.
Oh, el asiento de atrás del coche… mmm.
—Hola —jadeo, con la boca seca.
— ¿Qué te gustaría hacer esta noche?
—Creí que dijiste que teníamos planes.
—Oh, yo sé lo que me gustaría hacer, Brittany. Te pregunto qué quieres hacer tú.
Yo le sonrío radiante.
—Ya veo —dice con una perversa risita—. Pues… a suplicar entonces.
¿Quieres suplicar en mi casa o en la tuya?
Inclina la cabeza y me dedica esa sonrisa tan sexy suya.
—Creo que eres muy presuntuosa, señora López. Pero, para variar, podríamos hacerlo en mi apartamento.
Me muerdo el labio deliberadamente y su expresión se ensombrece.
—Taylor, a casa de la señorita Pierce, por favor.
—Señora —asiente Taylor, y se incorpora al tráfico.
— ¿Qué tal te ha ido el día? —pregunta.
—Bien. ¿Y el tuyo?
—Bien, gracias.
Su enorme sonrisa se refleja en la mía, y vuelve a besarme la mano.
—Estás guapísima —dice.
—Tú también.
—Tu jefa, Marley Rose, ¿es buena en su trabajo?
¡Vaya! Esto sí que es un cambio de tema repentino. Frunzo el ceño.
— ¿Por qué? ¿Esto tiene algo que ver con su concurso territorial?
Santana sonríe maliciosamente.
—Esa mujer quiere meterse en tus bragas, Brittany —dice con sequedad.
Siento que las mejillas me arden, abro la boca nerviosa, y echo un vistazo a
Taylor.
—Bueno, que quiera lo que le dé la gana… ¿por qué estamos hablando de esto? Ya sabes que ella no me interesa en absoluto. Solo es mi jefa.
—Esa es la cuestión. Quiere lo que es mío. Necesito saber si hace bien su trabajo.
Me encojo de hombros.
—Creo que sí.
¿Adónde quiere ir a parar con esto?
—Bien, más le vale dejarte en paz, o acabará de patitas en la calle.
—Santana, ¿de qué hablas? No ha hecho nada malo…
Todavía. Solo se acerca demasiado.
—Si hace cualquier intento o acercamiento, me lo dices. Se llama conducta inmoral grave… o acoso sexual.
—Solo ha sido una copa después del trabajo.
—Lo digo en serio. Un movimiento en falso y se va a la calle.
—Tú no tienes poder para eso. — ¡Por Dios! Y antes de ponerle los ojos en blanco, caigo en la cuenta, y es como si chocara contra un camión de mercancías a toda velocidad—. ¿O sí, Santana?
Me dedica su sonrisa enigmática.
—Vas a comprar la empresa —murmuro horrorizada.
En respuesta al pánico de mi voz aparece su sonrisa.
—No exactamente.
—La has comprado. SIP. Ya.
Me mira cautelosa y pestañea.
—Es posible.
— ¿La has comprado o no?
—La he comprado.
¿Qué demonios…?
— ¿Por qué? —grito, espantada.
Oh, sinceramente, esto ya es demasiado.
—Porque puedo, Brittany. Necesito que estés a salvo.
— ¡Pero dijiste que no interferirías en mi carrera profesional!
—Y no lo haré.
Aparto mi mano de la suya.
—Santana…
Me faltan las palabras.
— ¿Estás enfadada conmigo?
—Sí. Claro que estoy enfadada contigo. —Estoy furiosa—. Quiero decir, ¿qué clase de ejecutiva responsable toma decisiones basadas en quien se esté tirando en ese momento?
Palidezco y vuelvo a mirar inquieta y de reojo a Taylor, que nos ignora estoicamente.
Maldición. ¡Vaya un momento para que se estropee el filtro de control cerebro-boca!
Santana abre la suya, luego vuelve a cerrarla y me mira con mala cara. Yo le devuelvo la mirada. Mientras ambas nos fulminamos con la vista, la atmósfera en el interior del coche se degrada de reunión cariñosa a gélida, con palabras implícitas y reproches en potencia.
Afortunadamente, nuestro incómodo trayecto en coche no dura mucho, y Taylor aparca por fin frente a mi apartamento.
Yo salgo a toda prisa del vehículo, sin esperar a que nadie me abra la puerta.
Oigo que Santana le dice a Taylor entre dientes:
—Creo que más vale que esperes aquí.
Noto que la tengo detrás, mientras rebusco en el bolso intentando encontrar las llaves de la puerta principal.
—Brittany —dice con calma, como si yo fuera una especie de animal acorralado.
Suspiro y me giro para mirarla a la cara. Estoy tan enfadada con ella que mi rabia es palpable… una criatura tenebrosa que amenaza con ahogarme.
—Primero, hace tiempo que no te follo… y segundo, quería entrar en el negocio editorial. De las cuatro empresas que hay Seattle, SIP es la más rentable, pero está pasando por un mal momento y va a estancarse… necesita diversificarse.
Yo la miro fija, gélidamente. Sus ojos son tan intensos, amenazadores incluso, pero endiabladamente sexys. Podría perderme en sus ojos profundos.
—Así que ahora eres mi jefa —replico.
—Técnicamente, soy la jefa del jefe de tu jefa.
—Y, técnicamente, esto es conducta inmoral grave: el hecho de que me esté tirando a la jefa del jefe de mi jefa.
—En este momento, estás discutiendo con ella —responde Santana irritada.
—Eso es porque es una auténtica gilipollas —mascullo.
Santana, atónita, da un paso hacia atrás. Ay, Dios. ¿He ido demasiado lejos?
— ¿Una gilipollas? —murmura mientras su cara adquiere una expresión divertida.
¡Maldita sea! ¡Estoy enfadada contigo, no me hagas reír!
—Sí.
Me esfuerzo por mantener mi actitud de ultraje moral.
— ¿Una gilipollas? —repite Santana.
Esta vez sus labios se tuercen para disimular una sonrisa.
— ¡No me hagas reír cuando estoy enfadada contigo! —grito.
Y ella sonríe, enseñando toda la dentadura con esa sonrisa deslumbrante y yo no puedo contenerme. Sonrío y me echo a reír también.
¿Cómo podría no afectarme la alegría que veo en su sonrisa?
—El que tenga una maldita sonrisa estúpida en la cara no significa que no esté cabreadísima contigo —digo sin aliento, intentando reprimir mi risita tonta de animadora de instituto.
Aunque yo nunca fui animadora, pienso con amargura.
Se inclina y creo que va a besarme, pero no lo hace. Me huele el pelo e inspira profundamente.
—Eres imprevisible, señorita Pierce, como siempre. —Se incorpora de nuevo y me observa, con una chispa de humor en los ojos—. ¿Piensas invitarme o vas a enviarme a casa por ejercer mi derecho democrático, como ciudadana americana, empresaria y consumidora, de comprar lo que me dé la real gana?
— ¿Has hablado con el doctor Flynn de eso?
Se ríe.
— ¿Vas a dejarme entrar o no, Brittany? Yo intento ponerle mala cara —morderme el labio ayuda—, pero sonrío al abrir la puerta. Santana se da la vuelta, le hace un gesto a Taylor, y el Audi se marcha.
Es raro estar con Santana López en el apartamento. Parece un sitio muy pequeño para ella.
Sigo enfadada: su acoso no tiene límites, y ahora caigo que es así como supo que los correos de SIP estaban monitorizados. Seguramente sabe más de SIP que yo. Esa idea me resulta desagradable.
¿Qué puedo hacer? ¿Por qué tiene esa necesidad de mantenerme a salvo?
Soy una adulta —más o menos—, por el amor de Dios… ¿Qué puedo hacer para tranquilizarla?
Observo su cara mientras se pasea por la habitación como un animal enjaulado, y mi rabia disminuye. Verla aquí, en mi espacio, cuando creí que habíamos terminado, es reconfortante. Más que reconfortante… la quiero, y mi corazón se expande con un júbilo exaltado y embriagador. Ella echa un vistazo por todas partes, examinando el entorno.
—Es bonito —dice.
—Los padres de Quinn lo compraron para ella.
Asiente abstraída y sus vivaces ojos marrones descansan en los míos, me miran.
—Esto… ¿quieres beber algo? —susurro, ruborizada por los nervios.
—No, gracias, Brittany.
Su mirada se ensombrece.
¿Por qué estoy tan nerviosa?
— ¿Qué te gustaría hacer, Brittany? —pregunta dulcemente mientras camina hacia mí, salvaje y ardiente—. Yo sé lo que quiero hacer —añade en voz baja.
Me echo hacia atrás y choco contra el cemento de la cocina tipo isla.
—Sigo enfadada contigo.
—Lo sé.
Me sonríe con un amago de disculpa y yo me derrito… bueno, quizá no esté tan enfadada.
— ¿Te apetece comer algo? —pregunto.
Ella asiente despacio.
—Sí, a ti —murmura.
Mi cuerpo se tensa de cintura para abajo. Solo su voz basta para seducirme, pero esa mirada, esa hambrienta mirada de deseo urgente… Oh, Dios.
Está de pie delante de mí, sin llegar a tocarme. Me mira a los ojos y el calor que irradia su cuerpo me inunda. Siento un ardor sofocante que me aturde y las piernas como si fueran de gelatina, mientras un deseo oscuro me recorre las entrañas. La deseo.
— ¿Has comido hoy? —murmura.
—Un bocadillo al mediodía —susurro.
No quiero hablar de comida.
Entorna los ojos.
—Tienes que comer.
—La verdad es que ahora no tengo hambre… de comida.
— ¿De qué tiene hambre, señorita Pierce?
—Creo que ya lo sabe, señora López.
Se inclina y nuevamente creo que va a besarme, pero no lo hace.
— ¿Quieres que te bese, Brittany? —me susurra bajito al oído.
—Sí —digo sin aliento.
— ¿Dónde?
—Por todas partes.
—Vas a tener que especificar un poco más. Ya te dije que no pienso tocarte hasta que me supliques y me digas qué debo hacer.
Estoy perdida; no está jugando limpio.
—Por favor —murmuro.
—Por favor, ¿qué?
—Tócame.
— ¿Dónde, bella?
Está tan tentadoramente cerca, su aroma es tan embriagador… Alargo la mano, y ella se aparta inmediatamente.
—No, no —me recrimina, y abre los ojos con una repentina expresión de alarma.
—¿Qué?
No… vuelve.
—No.
Niega con la cabeza.
— ¿Nada de nada?
No puedo reprimir el anhelo de mi voz.
Me mira desconcertada y su duda me envalentona. Doy un paso hacia ella, y se aparta, levanta las manos para defenderse, pero sonriendo.
—Oye, Britt…
Es una advertencia, y se pasa la mano por el pelo, exasperada.
—A veces no te importa —comento quejosa—. Quizá debería ir a buscar un rotulador y podríamos hacer un mapa de las zonas prohibidas.
Arquea una ceja.
—No es mala idea. ¿Dónde está tu dormitorio?
Señalo con la cabeza. ¿Está cambiando de tema aposta?
—Ya —dice, y junta los labios en una fina línea—. Ven, comamos algo.
— ¡Creía que íbamos a acostarnos! Yo quiero acostarme contigo.
—Lo sé, bella.
Sonríe y de repente viene hacia mí, me sujeta las muñecas, me atrae a sus brazos y me estrecha contra su cuerpo.
—Tú tienes que comer, y yo también —murmura, y baja hacia mí sus ardientes ojos marrones—. Además… la expectación es clave en la seducción, y la verdad es que ahora mismo estoy muy interesada en posponer la gratificación.
Ah… ¿desde cuándo?
—Yo ya he sido seducida y quiero mi gratificación ahora. Te suplicaré, por favor —digo casi gimoteante.
Me sonríe con ternura.
—Come. Estás demasiado flaca.
Me besa la frente y me suelta.
Esto es un juego, parte de algún plan diabólico. Le frunzo el ceño.
—Sigo enfadada porque compraras SIP, y ahora estoy enfadada porque me haces esperar —digo haciendo un puchero.
—La damita está enfadada, ¿eh? Después de comer te sentirás mejor.
—Ya sé después de qué me sentiré mejor.
—Brittany Pierce, estoy escandalizada —dice en tono de burla.
—Deja de burlarte de mí. No estás jugando limpio.
Disimula la sonrisa mordiéndose el labio inferior. Tiene un aspecto sencillamente adorable… de Santana traviesa que juega con mi libido. Si mis armas de seducción fueran mejores, sabría qué hacer, pero no poder tocarla lo hace aún más difícil.
La diosa que llevo dentro entorna los ojos y parece pensativa. Hemos de trabajar en eso.
Mientras Santana y yo nos miramos fijamente —yo ardiente, molesta y anhelante, y ella, relajada, divirtiéndose a mi costa—, caigo en la cuenta de que no tengo comida en el piso.
—Podría cocinar algo… pero tendremos que ir a comprar.
— ¿A comprar?
—La comida.
— ¿No tienes nada aquí?
Se le endurece el gesto.
Yo niego con la cabeza. Dios, parece bastante enfadada.
—Pues vamos a comprar —dice en tono severo y, girando sobre sus tacones, va hacia la puerta y me la abre de par en par.
— ¿Cuándo fue la última vez que estuviste en un supermercado?
Santana parece fuera de lugar, pero me sigue diligentemente, cargando con la cesta de la compra.
—No me acuerdo.
— ¿La señora Jones se encarga de todas las compras?
—Creo que Taylor la ayuda. No estoy segura.
— ¿Te parece bien algo salteado? Es rápido.
—Un salteado suena bien.
Santana sonríe, sin duda imaginando qué hay detrás de mi deseo de preparar algo rápido.
— ¿Hace mucho que trabajan para ti?
—Taylor, cuatro años, me parece. La señora Jones más o menos lo mismo.
¿Por qué no tenías comida en el apartamento?
—Ya sabes por qué —murmuro, ruborizada.
—Fuiste tú quien me dejó —masculla, molesta.
—Ya lo sé —replico en voz muy baja; no quiero que me lo recuerde.
Llegamos a la caja y nos ponemos en la cola sin hablar.
Si no me hubiera ido, ¿me habría ofrecido la alternativa vainilla?, me pregunto vagamente.
— ¿Tienes algo para beber? —dice, devolviéndome al presente.
—Cerveza… creo.
—Compraré un poco de vino.
Ay, Dios. No estoy segura de qué tipo de vino tienen en el supermercado Ernie’s. Santana vuelve con las manos vacías y una mueca de disgusto.
—Aquí al lado hay una buena licorería —digo enseguida.
—Veré qué tienen.
Quizá deberíamos ir a su piso, y así no pasaríamos por todo este lío. La veo salir por la puerta muy decidida, con su elegancia natural. Dos mujeres y un hombre que entran se paran y se quedan mirando. Ah, sí, mirad a mi Cincuenta Sombras, pienso con cierto desaliento.
La deseo tal como la recuerdo, en mi cama, pero se está haciendo mucho de rogar. A lo mejor yo debería hacer lo mismo. La diosa que llevo dentro asiente frenéticamente. Y mientras hago cola, se nos ocurre un plan. Mmm…
Santana entra las bolsas de la compra al apartamento. Ha cargado con ellas todo el camino desde que salimos de la tienda. Se ve muy rara, muy distinta de su porte habitual de Presidenta.
—Se te ve muy… doméstica.
—Nadie me había acusado de eso antes —dice con sequedad.
Coloca las bolsas sobre la encimera de la isla de la cocina. Mientras yo empiezo a vaciarlas, ella saca una botella de vino y busca un sacacorchos.
—Este sitio aún es nuevo para mí. Me parece que el abridor está en ese cajón de allí —digo, señalando con la barbilla.
Esto parece tan… normal. Dos personas que se están conociendo, que se disponen a comer. Y, sin embargo, es tan raro. El miedo que siempre sentía en su presencia ha desaparecido. Ya hemos hecho tantas cosas juntas que me ruborizo solo de pensarlo, y aun así apenas la conozco.
— ¿En qué estás pensando?
Santana interrumpe mis fantasías mientras se quita la americana de rayas y la deja sobre el sofá.
—En lo poco que te conozco, en realidad.
Se me queda mirando y sus ojos se apaciguan.
—Me conoces mejor que nadie.
—No creo que eso sea verdad.
De pronto, y totalmente en contra de mi voluntad, la señora Robinson aparece en mi mente.
—La cuestión, Brittany, es que soy una persona muy, muy cerrada.
Me ofrece una copa de vino blanco.
—Salud —dice.
—Salud —contesto, y bebo un sorbo mientras ella mete la botella en la nevera.
— ¿Puedo ayudarte con eso? —pregunta.
—No, no hace falta… siéntate.
—Me gustaría ayudar.
Parece sincera.
—Puedes picar las verduras.
—No sé cocinar —dice, mirando con suspicacia el cuchillo que le doy.
—Supongo que no lo necesitas.
Le pongo delante una tabla para cortar y unos pimientos rojos. Los mira, confundida.
— ¿Nunca has picado una verdura?
—No.
La miro riendo.
— ¿Te estás riendo de mí?
—Por lo visto hay algo que yo sé hacer y tú no. Reconozcámoslo, Santana, creo que esto es nuevo. Ven, te enseñaré.
La rozo y se aparta. La diosa que llevo dentro se incorpora y observa.
—Así —digo, mientras corto el pimiento rojo y aparto las semillas con cuidado.
—Parece bastante fácil.
—No deberías tener ningún problema para conseguirlo —le aseguro con ironía.
Ella me observa impasible un momento y después se pone a ello, mientras yo comienzo a preparar los dados de pollo. Empieza a cortar, con cuidado, despacio. Por favor… así estaremos aquí todo el día.
Me lavo las manos y busco el wok, el aceite y los demás ingredientes que necesito, rozándole repetidas veces: con la cadera, el brazo, la espalda, las manos.
Toquecitos inocentes. Cada vez que lo hago, ella se queda muy quieta.
—Sé lo que estás haciendo, Brittany —murmura sombría, mientras sigue aún con el primer pimiento.
—Creo que se llama cocinar —digo, moviendo las pestañas.
Cojo otro cuchillo y me coloco a su lado para pelar y cortar el ajo, las chalotas y las judías verdes, chocando con ella a cada momento.
—Lo haces bastante bien —musita mientras empieza con el segundo pimiento rojo.
— ¿Picar? —La miro y aleteo las pestañas—. Son años de práctica.
Vuelvo a rozarle, está vez con el trasero. Ella se queda inmóvil otra vez.
—Si vuelves a hacer eso, Brittany, te follaré en el suelo de la cocina.
Oh, vaya, esto funciona.
—Primero tendrás que suplicarme.
— ¿Me estás desafiando?
—Puede.
Deja el cuchillo y, lentamente, da un paso hacia mí. Le arden los ojos. Se inclina a mi lado, apaga el gas. El aceite del wok deja de crepitar casi al instante.
—Creo que comeremos después —dice—. Mete el pollo en la nevera.
Esta es una frase que nunca habría esperado oír de labios de Santana López, y solo ella puede hacer que suene erótica, muy erótica. Cojo el bol con los dados de pollo, le pongo un plato encima con manos algo temblorosas y lo guardo en la nevera. Cuando me doy la vuelta, ella está a mi lado.
— ¿Así que vas a suplicar? —susurro, mirando audazmente sus ojos turbios.
—No, Brittany. —Menea la cabeza—. Nada de súplicas.
Su voz es tenue y seductora.
Y nos quedamos mirándonos la una a la otra, embebiéndonos… el ambiente se va cargando, casi saltan chispas, sin que ninguna diga nada, solo mirando. Me muerdo el labio cuando el deseo por esa mujer me domina con ánimo de venganza, incendia mi cuerpo, me roba el aliento, me inunda de cintura para abajo. Veo mis reacciones reflejadas en su semblante, en sus ojos.
De golpe, me agarra por las caderas y me arrastra hacia ella, mientras yo hundo las manos en su pelo y su boca me reclama. Me empuja contra la nevera, y oigo la vaga protesta de la hilera de botellas y tarros en el interior, mientras su lengua encuentra la mía. Yo jadeo en su boca, y una de sus manos me sujeta el pelo y me echa hacia atrás la cabeza mientras nos besamos salvajemente.
— ¿Qué quieres, Brittany? —jadea.
—A ti —gimo.
— ¿Dónde?
—En la cama.
Me suelta, me coge en brazos y me lleva deprisa y sin aparente esfuerzo a mi dormitorio. Me deja de pie junto a la cama, se inclina y enciende la luz de la mesita.
Echa una ojeada rápida a la habitación y se apresura a correr las cortinas.
— ¿Ahora qué? —dice en voz baja.
—Hazme el amor.
— ¿Cómo?
Madre mía.
—Tienes que decírmelo, bella.
Por Dios…
—Desnúdame —digo ya jadeando.
Ella sonríe, mete el dedo índice en el escote de mi blusa y tira hacia ella.
—Buena chica —murmura, y sin apartar sus ardientes ojos de mí, empieza a desabrocharme despacio.
Con cuidado, apoyo las manos en sus brazos para mantener el equilibrio. Ella no protesta. Sus brazos son una zona segura. Cuando ha terminado con los botones, me saca la blusa por encima de los hombros, y yo la suelto para dejar que la prenda caiga al suelo. Ella se inclina hasta la cintura de mis vaqueros, desabrocha el botón y baja la cremallera.
—Dime lo que quieres, Brittany.
Le centellean los ojos. Separa los labios y respira entrecortadamente.
—Bésame desde aquí hasta aquí —susurro deslizando un dedo desde la base de la oreja hasta la garganta.
Ella me aparta el pelo de esa línea de fuego y se inclina, dejando un rastro de besos suaves y cariñosos por el trazado de mi dedo, y luego de vuelta.
—Mis vaqueros y las bragas —murmuro, y ella, pegada a mi cuello, sonríe antes de dejarse caer de rodillas ante mí.
Oh, me siento tan poderosa. Mete los pulgares en mis pantalones y me los quita con cuidado por las piernas junto con mis bragas. Yo doy un paso al lado para librarme de los zapatos y la ropa, de manera que me quedo solo con el sujetador. Ella se para y alza la mirada expectante, pero no se levanta.
— ¿Ahora qué, Brittany?
—Bésame —musito.
— ¿Dónde?
—Ya sabes dónde.
— ¿Dónde?
Ah, es implacable. Avergonzada, señalo rápidamente la cúspide de mis muslos y ella sonríe de par en par. Cierro los ojos, mortificada pero al mismo tiempo increíblemente excitada.
—Oh, encantada —dice entre risas.
Me besa y despliega la lengua, su lengua experta en dar placer. Yo gimo y me agarro a pelo. Ella no para, me rodea el clítoris con la lengua y me vuelve loca, una vez y otra, una vuelta y otra. Ahhh… solo hace… ¿cuánto? Oh…
—Santana, por favor —suplico.
No quiero correrme de pie. No tengo fuerzas.
— ¿Por favor qué, Brittany?
—Hazme el amor.
—Es lo que hago —susurra, exhalando suavemente en mi entrepierna.
—No. Te quiero dentro de mí.
— ¿Estás segura?
—Por favor.
No para en su exquisita y dulce tortura. Gimo en voz alta.
—Santana… por favor.
Se levanta y me mira de arriba abajo, y en sus labios carnosos brilla la prueba de mi excitación.
Es tan erótico…
— ¿Y bien? —pregunta.
— ¿Y bien, qué? —digo sin aliento y mirándola con un ansia febril.
—Yo sigo vestida.
La miro boquiabierta y confundida.
¿Desnudarla? Sí, eso puedo hacerlo. Me acerco a su camisa y ella da un paso atrás.
—Ah, no —me riñe.
Por Dios, quiere decir los vaqueros.
Uf… y eso me da una idea. La diosa que llevo dentro me aclama a gritos y me pongo de rodillas ante ella. Con dedos temblorosos y bastante torpeza, le desabrocho la bragueta, después tiro de sus vaqueros y sus bragas hacia abajo. Uau.
Alzo la vista a través de las pestañas, y ella me está mirando con… ¿qué?
¿Inquietud? ¿Asombro? ¿Sorpresa?
Da un paso a un lado para zafarse de los pantalones, se quita ,
y yo despliego la lengua a través de sus pliegues, despacio y rodeo su clítoris con mis labios y chupo. Gime y se tensa, respirando con dificultad entre los dientes apretados. Tengo si sexo en mi boca acaricio y chupo de nuevo… fuerte. Mmm, sabe tan bien…
—Ah. Britt… oh, despacio.
Me coge la cabeza tiernamente, y yo empujo a dentro y hasta el fondo mi lengua, y junto los labios al mismo tiempo que la penetro con la lengua.
—Joder —masculla.
Oh, es un sonido agradable, sugerente y sexy, así que vuelvo a hacerlo, hundo la boca hasta el fondo y giro la lengua en su interior. Mmm… me siento como Afrodita.
—Britt, ya basta. Para.
Vuelvo a hacerlo (suplica, López, suplica), y otra vez.
—Britt, ya has demostrado lo que querías —gruñe entre dientes—. No quiero correrme en tu boca.
Lo hago otra vez, y ella se inclina, me agarra por los hombros, me pone en pie de golpe y me tira sobre la cama. Se quita la camisa quedando solo con el sujetador.
—Quítate el sujetador —ordena.
Me incorporo y hago lo que ella me dice.
—Túmbate. Quiero mirarte.
Me tumbo, y alzo la vista hacia ella. La deseo tanto.
Me mira y se relame.
—Eres preciosa, Brittany Pierce.
Se inclina sobre la cama, y lentamente se arrastra sobre mí, besándome al hacerlo. Besa mis dos pechos y juguetea con mis pezones por turnos, mientras yo jadeo y me retuerzo debajo de ella, pero no se detiene.
No… Para. Deseo hacerle eso a ella tambien.
—Santana, por favor.
— ¿Por favor, qué? —murmura entre mis pechos.
—Te quiero dentro de mí.
— ¿Ah, sí?
—Por favor.
Sin dejar de mirarme, me separa las piernas con las suyas. Sin apartar sus ojos de los míos, se hunde dos dedos en mi interior con un ritmo deliciosamente lento.
Cierro los ojos, deleitándome en la lentitud, en la sensación exquisita de su posesión, se acomoda sobre mí sin dejar de penetrarme con exquisitos dedos, e instintivamente arqueo la pelvis para recibirla para unirme a ella, gimiendo en voz alta. Ella se retira suavemente y vuelve a colmarme muy despacio. Mis dedos encuentran el camino hasta su sexo, penetrándola y con mi pulgar acaricio su clítoris. Gime y ella sigue moviendo sus dedos muy despacio, dentro y fuera una y otra vez.
—Más rápido, Santana, más rápido… por favor.
Baja la vista, me mira triunfante y me besa con dureza, y luego empieza a mover de verdad sus dedos acariciando también mi clítoris con su pulgar —castigadora, implacable… oh, Dios—, y sé que esto no durará mucho. Adopta un ritmo palpitante. Yo empiezo a acelerarme, mis piernas se tensan debajo de ella, sin dejar de penetrarla con mis dedos.
—Vamos, bella —gime—. Dámelo.
Sus palabras son mi detonante, y estallo de forma escandalosa, arrolladora, en un millón de pedazos en torno a ella, paro un instante mi dedos que están en su interior mientras me recupero del magistral orgasmo, me besa suave en los labios.
Ya una vez recuperada, tomo a Santana por el culo y la volteo quedando ella debajo de mí.
La penetro de nuevo.
— ¡Britt!
Y la vuelvo a penetrar siguiendo el ritmo dentro y fuera.
Acaricio frenéticamente su clítoris con mi pulgar, cada vez más rápido. Ella sigue gritando mi nombre.
— ¡Britt! ¡Oh, joder, Britt!
Se derrumba abajo de mí, con la respiración acelerada y con una ligera capa de sudor.

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Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 Empty ¡Anddy in the house!

Mensaje por Anddy Rivera Morris Dom Jun 09, 2013 11:17 pm

Hola Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 918367557
Tal vez pienses que soy una nueva lectora, pero no.. hace ya varios días que estoy por aquí sólo que no había tenido oportunidad para comentar...
La verdad es que pensaba en comprarme la trilogía pero por una u otra cosa no lo hice, algo del destino tal vez, hizo que me encontrara con este hermoso fic Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 1163780127 ME ENCANTÓ LA ADAPTACIÓN, LAS BRITTANAS SON MI PAREJA FAVORITA EN LA SERIE Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 2013958314 Espero que actualices pronto... OH DIOS, LO HAZ HECHO MIENTRAS ESCRIBÍA EL COMENTARIO. ¡EXCELENTE! Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 2145353087

Pues nos leemos mañana? o hasta la próxima actualización jeje y con tu permiso, comenzaré mi lectura :)
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Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 Empty Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)

Mensaje por jas2602 Dom Jun 09, 2013 11:17 pm

que capitulo mas cute...mis brittana regresaron... Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 918367557
me encanta cuando britt se sube a su regazo...y santi tan tierna ya no sera follar nada mas sino que haran el amorrrrrr aaaaaaaaaaahhh mori con eso
actualiza porfaaaaaaaaaaaaaaaa no seas malita
que paso con esa chica consentidora nos tienes abandonadas
vamossss siiiiiii Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 2145353087
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Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 Empty Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)

Mensaje por marcoheath Lun Jun 10, 2013 12:00 am

uuuhrg delicious jaajaja geniaaaaaaaaaaaal!

quierooo otro capitulo ahora ! Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 2145353087
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Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 Empty Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)

Mensaje por jas2602 Lun Jun 10, 2013 12:01 am

te llame con el pensamiento jejejeje al momento que escribia mi comentario del capitulo 2 ....magicamente pufff aparece el cap. 3...

gracias por la actu...... Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 1163780127

saludos cuidate mucho Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 1206646864
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Mensaje por monica.santander Lun Jun 10, 2013 12:14 am

jajaaj hola que tal!!! Ahora me siento mejor con mi dosis de tu ficc jaja!!
Gracias por actualizar!!!
Este capitulo estuvo muy bueno al fin volvieron mis Brittanas!!
Esa chica es un ex sumisa de San que le pidio mas y ella se nego?? Y si es asi no le va atraer nada bueno a Britt!!
Saludos y espero llerte prontito!! Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 1483941975
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Mensaje por lexis17 Lun Jun 10, 2013 12:16 am

amo a santana en estos momentos es que cuando se pone en plan de juguetona es tan tierna pero tan tierna jajaja
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Mensaje por Anddy Rivera Morris Lun Jun 10, 2013 12:27 am

Buena "reconciliación" de nuestras chicas... Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 4061796348
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Mensaje por Invitado Lun Jun 10, 2013 1:51 pm

me encanta, me encanta me encanta Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 1518395336 Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 1518395336
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Mensaje por airin-SyB Lun Jun 10, 2013 1:55 pm

uff que calor dios mio (pegada al aire acondicionado)

joder preste mi libro y ahora se me olvido uien coño era esa tipa afffff tienes q actualizar rapido si no me va a dar algo plissss
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Mensaje por Invitado Lun Jun 10, 2013 3:23 pm

No me gusto que Santana comprará la editorial DD; Y quien carajo es esa tipa, y bueno me gusto mucho el capítulo.

Actualiza pronto. (:
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Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 Empty Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)

Mensaje por Camila18 Lun Jun 10, 2013 3:54 pm

estamos frente a una relación vainilla?, me tienes atrapada y deseosa de mas capitulos. gracias por escribir
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Mensaje por khandyy Lun Jun 10, 2013 4:14 pm

soy adicta a este fic...Santana es mi diosa wanky jejeje.
que te puedo decir gracias por tomartee tiempo para adaptar este maravillosa historia.
actualiza pronto.
saludos ...
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Mensaje por Ali_Pearce Lun Jun 10, 2013 4:28 pm

Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 4061796348 Oh Vaya...bueno, muuuuuy bueno.

Que buena forma de reconciliarse. ¿Quien será la chica extraña? ¿Alguna sumisa? #Ansiosa
Ya quiero leer el siguiente...Saludos!
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Mensaje por Ali_Pearce Lun Jun 10, 2013 4:29 pm

Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 4061796348 Oh Vaya...bueno, muuuuuy bueno.

Que buena forma de reconciliarse. ¿Quien será la chica extraña? ¿Alguna sumisa? #Ansiosa
Ya quiero leer el siguiente...Saludos!
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Mensaje por itzel7 Lun Jun 10, 2013 4:59 pm

awww x fin las brittanas juntas
en una relacion vainilla jajaja muy buen fic :D
solo keda k san vensa sus miedos y se deje llevar por britt
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Mensaje por Alisseth Lun Jun 10, 2013 5:18 pm

Awww .. Dejame decirte que Amo amo amo amooooo este fic :) de verdad es muy bueno... Me encantaaaa ;) y quisiera poder comentar siempre pero ando con mi cell un poco dañado.. Entonces no me puedo conectar siempre... Pero siempre siempre leo tus actualizaciones... Me encanta... Ojala actualices pronto ... Esperaré jeje ....
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Mensaje por O_o Lun Jun 10, 2013 5:45 pm

Deberia ser #envisiada, #adicta jajajajaja hasta yo lo estoy Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 918367557
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Mensaje por Ali_Pearce Lun Jun 10, 2013 5:52 pm

O_o escribió:Deberia ser #envisiada, #adicta jajajajaja hasta yo lo estoy Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 918367557


Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 2414267551 #Atrapada . Es excelente, para mi...genial leerlo dos veces al día como receta del doctor.
Saludos!
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Mensaje por O_o Lun Jun 10, 2013 5:59 pm

Ali_Pearce escribió:
O_o escribió:Deberia ser #envisiada, #adicta jajajajaja hasta yo lo estoy Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 918367557


Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 2414267551 #Atrapada . Es excelente, para mi...genial leerlo dos veces al día como receta del doctor.
Saludos!



jajaja esta bien entonces espera a recibir tu dosis xq en minutos subo el otro, x ciento ame tu one shot heya Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 20 4061796348 me gusta como escribes

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Mensaje por KikitaRivera Lun Jun 10, 2013 6:04 pm

genial este capitulo!!! me encanta leer tu fic waoo espero la nueva actualizacion con ansias me encanta tu adaptacion :)
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Mensaje por O_o Lun Jun 10, 2013 6:11 pm

Bueno aqui tienen un nuevo capitulo para que tengan su dosis del dia jejeje en serio hasta yo estoy enviciada escribiendo la adaptación.

Hey ayer de curiosa x los fic en ingles encontré una adaptación del libro pero es de finn como grey el protagonista y santana como anastasia la protagonista lo medio lei pero se me hizo extraño, xq? bueno xq no hay nada mas sexy y candente q santana y brittany juntas que opinan de eso??



Parte II – Capítulo 4


Un rato después de descansar, abro los ojos y veo la cara de la mujer que amo. Santana tiene una expresión suave, tierna. Frota su nariz contra la mía, se apoya en los codos y, tomando mis manos entre las suyas, las coloca junto a mi cabeza. Sospecho que, por desgracia, lo hace para que no la toque. Me besa los labios con dulzura.
—He echado de menos esto —dice en voz baja.
—Yo también —susurro.
Me coge por la barbilla y me besa con fuerza. Un beso apasionado y suplicante, ¿pidiendo qué? No lo sé, y eso me deja sin aliento.
—No vuelvas a dejarme —me implora, mirándome con seriedad a lo más profundo de mis ojos.
—Vale —murmuro, y le sonrío. Me responde con una sonrisa deslumbrante: de alivio, euforia y placer, combinados en una mirada encantadora que derretiría el más frío de los corazones—. Gracias por el iPad.
—No se merecen, Brittany.
— ¿Cuál es tu canción favorita de todas las que hay?
—Eso sería darte demasiada información. —Sonríe satisfecha—. Venga, prepárame algo de comer, muchacha, estoy hambrienta —añade, incorporándose de repente en la cama y arrastrándome con ella.
— ¿Muchacha? —digo con una risita.
—Muchacha. Comida, ahora, por favor.
—Ya que lo pide con tanta amabilidad, señora… Me pondré ahora mismo.
Al levantarme rápidamente de la cama, la almohada se mueve y aparece debajo el globo deshinchado del helicóptero. Santana lo coge y me mira, desconcertada.
—Ese es mi globo —digo con afán posesivo mientras cojo mi bata y me envuelvo con ella.
Oh, Dios… ¿por qué ha tenido que encontrar eso?
— ¿En tu cama? —murmura.
—Sí. —Me ruborizo—. Me ha hecho compañía.
—Qué afortunado, Charlie Tango —dice con aire sorprendida.
Sí, soy una sentimental, López, porque te quiero.
—Mi globo —digo otra vez, doy media vuelta y me encamino hacia la cocina, y ella se queda sonriendo de oreja a oreja.
Santana y yo estamos sentadas en la alfombra persa de Quinn, comiendo con palillos salteado de pollo con fideos de unos boles blancos de porcelBritt y bebiendo Pinot Grigio blanco frío. Santana está apoyada en el sofá con sus tonificadas piernas estiradas hacia delante. Tiene el pelo alborotado, lleva los vaqueros y el sujetador, y nada más. De fondo suena el Buena Vista Social Club del iPod de Santana.
—Esto está muy bueno —dice elogiosamente mientras ataca la comida.
Yo estoy sentada a su lado con las piernas cruzadas, comiendo vorazmente como si estuviera muerta de hambre y admirando sus pies desnudos.
—Casi siempre cocino yo. Quinn no sabe cocinar.
— ¿Te enseñó tu madre?
—La verdad es que no —digo con sorna—. Cuando empecé a interesarme por la cocina, mi madre estaba viviendo con su marido número tres en Mansfield, Texas. Y Ray… bueno, el habría sobrevivido a base de tostadas y comida preparada de no ser por mí.
Santana se me queda mirando.
— ¿No vivías en Texas con tu madre?
—Su marido, Steve, y yo… no nos llevábamos bien. Y yo echaba de menos a Ray. El matrimonio con Steve no duró mucho. Creo que mi madre acabó recuperando el sentido común. Nunca habla de él —añado en voz baja.
Creo que esa es una etapa oscura de su vida de la que nunca hablamos.
— ¿Así que te quedaste en Washington a vivir con tu padrastro?
—Viví muy poco tiempo en Texas y luego volví con Ray.
—Lo dices como si hubieras cuidado de el —observa con ternura.
—Supongo —digo encogiéndome de hombros.
—Estás acostumbrada a cuidar a la gente.
El deje de su voz me llama la atención y levanto la vista.
— ¿Qué pasa? —pregunto, sorprendida por su expresión cauta.
—Yo quiero cuidarte.
En sus ojos luminosos brilla una emoción inefable.
El ritmo de mi corazón se acelera.
—Ya lo he notado —musito—. Solo que lo haces de una forma extraña.
Arquea una ceja.
—No sé hacerlo de otro modo —dice quedamente.
—Sigo enfadada contigo porque compraras SIP.
Sonríe.
—Lo sé, pero no me iba a frenar porque tú te enfadaras, bella.
— ¿Qué voy a decirles a mis compañeros de trabajo, a Marley?
Entorna los ojos.
—Esa gilipollas más vale que la vigile.
— ¡Santana! —le riño—. Es mi jefa.
Santana aprieta con fuerza los labios, que se convierten en una línea muy fina. Parece una colegiala obstinada.
—No se lo digas —dice.
— ¿Que no les diga qué?
—Que soy la propietaria. El principio del acuerdo se firmó ayer. La noticia no se puede hacer pública hasta dentro de cuatro semBritts, durante las cuales habrá algunos cambios en la dirección de SIP.
—Oh… ¿me quedaré sin trabajo? —pregunto, alarmada.
—Sinceramente, lo dudo —dice Santana con sarcasmo, intentando disimular una sonrisa.
—Si me marcho y encuentro otro trabajo, ¿comprarás esa empresa también? insinúo burlona.
—No estarás pensando en irte, ¿verdad?
Su expresión cambia, vuelve a ser cautelosa.
—Posiblemente. No creo que me hayas dejado otra opción.
—Sí, compraré esa empresa también —dice categórica.
Yo vuelvo a mirarla ceñuda. Es una situación en la que tengo las de perder.
— ¿No crees que estás siendo excesivamente protectora?
—Sí, soy perfectamente consciente de que eso es lo que parece.
—Que alguien llame al doctor Flynn —murmuro.
Ella deja en el suelo el bol vacío y me mira impasible. Suspiro. No quiero discutir. Me levanto y lo recojo.
— ¿Quieres algo de postre?
— ¡Ahora te escucho! —dice con una sonrisa lasciva.
—Yo no. — ¿Por qué yo no? La diosa que llevo dentro despierta de su letargo y se sienta erguida, toda oídos.
Tenemos helado. De vainilla —digo con una risita.
— ¿En serio? —La sonrisa de Santana se ensancha—. Creo que podríamos hacer algo con eso.
¿Qué? La miro estupefacta y ella se pone de pie ágilmente.
— ¿Puedo quedarme? —pregunta.
— ¿Qué quieres decir?
—Toda la noche.
—Lo había dado por sentado —digo ruborizándome.
—Bien. ¿Dónde está el helado?
—En el horno.
Le sonrío con dulzura.
Inclina la cabeza a un lado, suspira y cabecea.
—El sarcasmo es la expresión más baja de la inteligencia, señorita Pierce.
Sus ojos centellean.
Oh, Dios. ¿Qué planea?
—Todavía puedo tumbarte en mis rodillas.
Yo pongo los boles en el fregadero.
— ¿Tienes esas bolas plateadas?
Ella se palpa los pechos, el estómago y los bolsillos de los vaqueros.
—Muy graciosa. No voy por ahí con un juego de recambio. En el despacho no me sirven de mucho.
—Me alegra mucho oír eso, señora López, y creí que habías dicho que el sarcasmo era la expresión más baja de la inteligencia.
—Bien, Brittany, mi nuevo lema es: «Si no puedes vencerles, únete a ellos».
La miro boquiabierta. No puedo creer que acabe de decir eso. Y ella me sonríe satisfecha y por lo visto perversamente encantada consigo misma. Se da la vuelta, abre el congelador y saca una tarrina del mejor Ben amp; Jerry’s de vainilla.
—Esto servirá. — añade, diciendo cada palabra muy despacio, pronunciando claramente todas las sílabas. Me mira con sus ojos turbios
Ay, madre. Creo que nunca más podré cerrar la boca. Ella abre el cajón de los cubiertos y coge una cuchara. Cuando levanta la vista, tiene los ojos entornados y desliza la lengua por encima de los dientes de arriba. Oh, esa lengua.
Siento que me falta el aire. Un deseo oscuro, atrayente y lascivo circula abrasador por mis venas. Vamos a divertirnos, con comida.
—Espero que estés calentita —susurra—. Voy a enfriarte con esto. Ven.
Me tiende la mano y le entrego la mía.
Una vez en mi dormitorio, ella coloca el helado en la mesita, aparta el edredón de la cama, saca las dos almohadas y las apila en el suelo.
—Tienes sábBritts de recambio, ¿verdad?
Asiento, observándola fascinada. Santana coge el Charlie Tango.
—No enredes con mi globo —le advierto.
Tuerce el labio hacia arriba a modo de media sonrisa.
—Ni se me ocurriría, bella, pero me quiero enredar contigo y esas sábBritts.
Siento una convulsión en todo el cuerpo.
—Quiero atarte.
Oh.
—De acuerdo —susurro.
—Solo las manos. A la cama. Necesito que estés quieta.
—De acuerdo —asiento otra vez, incapaz de nada más.
Ella se acerca a mí, sin dejar de mirarme.
—Usaremos esto.
Coge el cinturón de mi bata con destreza lenta y seductora, deshace el nudo y lo saca de la prenda con delicadeza.
Se me abre la bata, y yo permanezco paralizada bajo su ardiente mirada. Al cabo de un momento, me quita la prenda por los hombros. Esta cae a mis pies, de manera que quedo desnuda ante ella. Me acaricia la cara con el dorso de los nudillos, y su roce resuena en lo más profundo de mi entrepierna. Se inclina y me besa los labios fugazmente.
—Túmbate en la cama, boca arriba —murmura, y su mirada se oscurece e incendia la mía.
Hago lo que me dice. Mi habitación está sumida en la oscuridad, salvo por la luz tenue y desvaída de mi lamparita.
Normalmente odio esas bombillas que ahorran energía, porque son muy débiles, pero estando desnuda aquí, con Santana, agradezco esa luz vaga. Ella está de pie junto a la cama, contemplándome.
—Podría pasarme el día mirándote, Brittany —dice, y se sube a la cama, sobre mi cuerpo, a horcajadas—. Los brazos por encima de la cabeza —ordena.
Obedezco y ella me ata el extremo del cinturón de mi bata en la muñeca izquierda y pasa el resto entre las barras metálicas del cabezal de la cama. Tensa el cinturón, de forma que mi brazo izquierdo queda flexionado por encima de mí, y luego me ata la mano derecha, y vuelve a tensar la banda.
En cuanto me tiene atada, mirándola, se relaja visiblemente. Le gusta amarrarme. Así no puedo tocarla. Se me ocurre entonces que tampoco ninguna de sus sumisas debe de haberla tocado nunca… y lo que es más, nunca deben de haber tenido la posibilidad de hacerlo. Ella nunca ha perdido el control y siempre se ha mantenido a distancia. Por eso le gustan sus normas.
Se baja de encima de mí y se inclina para darme un besito en los labios.
Luego se levanta y se desabrocha los vaqueros y los tira al suelo.
Está gloriosamente desnuda. La diosa que llevo dentro hace un triple salto mortal para bajar de las barras asimétricas, y de pronto se me seca la boca. Realmente es extraordinariamente hermosa. Tiene una silueta de trazo clásico. Espalda delgada y brazos tonificados y fuertes, cintura y caderas estrechas, abdomen muy bien definido es obvio que lo trabaja. Podría pasarme el día entero mirándola. Se desplaza a los pies de la cama, me sujeta los tobillos y tira de mí hacia abajo, bruscamente, de manera que tengo los brazos tirantes y no puedo moverme.
—Así mejor —asegura.
Coge la tarrina de helado, se sube a la cama con delicadeza y vuelve a ponerse a horcajadas encima de mí y siento su humedad en mi vientre. Retira la tapa de la tarrina muy despacio y hunde la cuchara en ella.
—Mmm… todavía está bastante duro —dice arqueando una ceja. Saca una cucharada de vainilla y se la mete en la boca—. Delicioso —susurra y se relame—. Es asombroso lo buena que puede estar esta vainilla sosa y aburrida. —Baja la vista hacia mí y sonríe, burlona
—. ¿Quieres un poco?
Está tan absolutamente sexy, tan joven y desenfadada… sentada sobre mí y comiendo de una tarrina de helado, con los ojos brillantes y el rostro resplandeciente.
Oh, ¿qué demonios va a hacerme? Como si no lo supiera… Asiento, tímida.
Saca otra cucharada y me la ofrece, así que abro la boca, y entonces ella vuelve a metérsela rápidamente en la suya.
—Está demasiado bueno para compartirlo —dice con una sonrisa pícara.
—Eh —protesto.
—Vaya, señorita Pierce, ¿le gusta la vainilla?
—Sí —digo con más energía de la pretendida, e intento en vano quitármela de encima.
Se echa a reír.
—Tenemos gBritts de pelea, ¿eh? Yo que tú no haría eso.
—Helado —ruego.
—Bueno, porque hoy me has complacido mucho, señorita Pierce.
Cede y me ofrece otra cucharada. Esta vez me deja comer.
Me entran gBritts de reír. Realmente ella está disfrutando, y su buen humor es contagioso. Coge otra cucharada y me da un poco más, y luego otra vez. Vale, basta.
—Mmm, bueno, este es un modo de asegurarme de que comes: alimentarte a la fuerza. Podría acostumbrarme a esto.
Coge otra cucharada y me ofrece más. Esta vez mantengo la boca cerrada y muevo la cabeza, y ella deja que se derrita lentamente en la cuchara, de manera que empieza a gotear sobre mi cuello, sobre mi pecho. Ella lo recoge con la lengua, lo lame muy despacio. El anhelo incendia mi cuerpo.
—Mmm… Si viene de ti todavía está mejor, señorita Pierce.
Yo tiro de mis ataduras y la cama cruje de forma alarmante, pero no me importa… ardo de deseo, me está consumiendo. Ella coge otra cucharada y deja que el helado gotee sobre mis pechos. Luego, con el dorso de la cuchara, lo extiende sobre cada pecho y pezón.
Oh… está frío. Ambos pezones se yerguen y endurecen bajo la vainilla fría.
— ¿Tienes frío? —pregunta Santana en voz baja y se inclina para lamerme y chuparme todo el helado, y su boca está caliente comparada con la temperatura de la tarrina.
Es una tortura. A medida que va derritiéndose, el helado se derrama en regueros por mi cuerpo hasta la cama. Sus labios siguen con su pausado martirio, chupando con fuerza, rozando suavemente… ¡Oh, Dios! Estoy jadeando.
— ¿Quieres un poco?
Y antes de que pueda negarme o aceptar su oferta, me mete la lengua en la boca, y está fría y es hábil y sabe a Santana y a vainilla. Deliciosa.
Y justo cuando me estoy acostumbrando a esa sensación, ella vuelve a sentarse y desliza una cucharada de helado por el centro de mi cuerpo, sobre mi vientre y dentro de mi ombligo, donde deposita una gran porción. Oh, está más frío que antes, pero, extrañamente, me arde sobre la piel.
—A ver, no es la primera vez que haces esto. —A Santana le brillan los ojos.
—Vas a tener que quedarte quieta, o toda la cama se llenará de helado.
Me besa ambos pechos y me chupa con fuerza los dos pezones, luego sigue el reguero del helado por mi cuerpo, hacia abajo, chupando y lamiendo por el camino.
Y yo lo intento: intento quedarme quieta, pese a la embriagadora combinación del frío y sus caricias que me inflaman. Pero mis caderas empiezan a moverse de forma involuntaria, rotando con su propio ritmo, atrapadas en el embrujo de la vainilla fría. Ella baja más y empieza a comer el helado de mi vientre, gira la lengua dentro y alrededor de mi ombligo.
Gimo. Dios… Está frío, es tórrido, es tentador, pero ella no para. Sigue el rastro del helado por mi cuerpo hasta abajo, hasta mi vello púbico, hasta mi clítoris. Y grito, fuerte.
—Calla —dice Santana en voz baja, mientras su lengua mágica procede a lamer la vainilla, y ahora la ansío calladamente.
—Oh… por favor… Santana.
—Lo sé, bella, lo sé —musita, y su lengua sigue obrando su magia.
No para, simplemente no para, y mi cuerpo asciende… arriba, más arriba.
Ella desliza un dedo dentro de mí, luego otro, y con lentitud agónica, los mueve dentro y fuera.
—Justo aquí —murmura, y acaricia rítmicamente la pared frontal de mi vagina, mientras sigue lamiendo y chupando de un modo implacable y exquisito.
E inesperadamente estallo en un orgasmo alucinante que aturde todos mis sentidos y arrasa todo lo que sucede ajeno a mi cuerpo, mientras no paro de retorcerme y gemir. Santo Dios, qué rápido ha sido…
Soy vagamente consciente de que ella ha parado. Está sobre mí, y me abre lentamente las piernas, ella se acerca y va acoplando las suyas hasta que nuestros sexos se juntan, y arremete contra mí.
— ¡Oh, sí! —gruñe al rozar mi clítoris con el suyo y siento su humedad crecer más y más.
Está pegajoso: los restos de helado derretido se desparraman entre las dos.
Es una sensación extrañamente perturbadora, pero en la que no puedo sumergirme más de unos segundos.
—Así —murmura, y bruscamente vuelve arremeter más fuerte sus caderas en mi sexo, pero no inicia su habitual ritmo de castigo inmediatamente.
Se inclina sobre mí, me desata las manos y me incorpora con un movimiento enérgico, de manera que quedo prácticamente sentada encima de ella. Sube las manos, cubre con ellas mis pechos y tira levemente de mis pezones. Yo gimo y echo la cabeza hacia atrás, sobre su hombro. Me roza el cuello con la boca, me muerde, y flexiona las caderas, deliciosamente despacio, colmándome una y otra vez, sintiendo como nuestros sexos rozan.
— ¿Sabes cuánto significas para mí? —me jadea otra vez al oído.
—No —digo sin aliento.
Ella sonríe de nuevo pegado a mi cuello, me rodea la barbilla y el cuello con los dedos, y me retiene con fuerza durante un momento.
—Sí, lo sabes. No te dejaré marchar.
Gruño cuando ella incrementa el ritmo.
—Eres mía, Brittany.
—Sí, tuya —jadeo.
—Yo cuido de lo que es mío —sisea, y me muerde la oreja.
Grito.
—Eso es, bella, quiero oírte.
Me pasa una mano por la cintura mientras con la otra me sujeta la cadera y arremete con más fuerza, obligándome a gritar otra vez. Y empieza su ritmo de castigo. Se le acelera la respiración, es más brusca, entrecortada, acompasada con la mía. Siento en las entrañas esa sensación apremiante y familiar. ¡Otra vez!
Solo soy sensaciones. Esto es lo que ella me provoca: toma mi cuerpo y lo posee totalmente, de modo que solo puedo pensar en ella. Su magia es poderosa, arrebatadora. Yo soy una mariposa presa en su red, sin capacidad ni gBritts de escapar.
Soy suya… absolutamente suya.
—Vamos, bella —gruñe entre dientes cuando llega el momento y, como la aprendiza de bruja que soy, me libero y nos dejamos ir juntas.
Estoy acurrucada en sus brazos sobre sábBritts pegajosas. Ella tiene la frente pegada a mi pecho.
—Lo que siento por ti me asusta —susurro.
—A mí también —dice en voz baja y sin moverse.
— ¿Y si me dejas?
Es una idea terrorífica.
—No me voy a ir a ninguna parte. No creo que nunca me canse de ti, Brittany.
Me incorporo, recojo unos cabellos rebeldes de su cara y la miro . Tiene una expresión seria, sincera. Me inclino y la beso con cariño. Ella sonríe y extiende la mano para recogerme el pelo detrás de la oreja.
—Nunca había sentido lo que sentí cuando te fuiste, Brittany. Removería cielo y tierra para no volver a sentirme así.
Suena muy triste, abrumado incluso.
Vuelvo a besarla. Quiero animarla de algún modo, pero Santana lo hace por mí.
— ¿Vendrás mañBritt a la fiesta de verano de mi padre? Es una velada benéfica anual. Yo dije que iría.
Sonrío, con repentina timidez.
—Claro que iré.
Oh, no. No tengo nada que ponerme.
— ¿Qué pasa?
—Nada.
—Dime —insiste.
—No tengo nada que ponerme.
Santana parece momentáneamente incómoda.
—No te enfades, pero sigo teniendo toda esa ropa para ti en casa. Estoy segura de que hay un par de vestidos o si quieres usas uno de los míos.
Frunzo los labios.
— ¿Ah, sí? —comento en tono sardónico.
No quiero pelearme con ella esta noche. Necesito una ducha.
La chica que se parece a mí espera fuera frente a la puerta de SIP. Un momento… ella es yo. Estoy pálida y sucia, y la ropa que llevo me viene grande. La estoy mirando a ella, que viste mi ropa… saludable y feliz.
— ¿Qué tienes tú que yo no tenga? —le pregunto.
— ¿Quién eres?
—No soy nadie… ¿Quién eres tú? ¿También eres nadie…?
—Pues ya somos dos…no lo digas, nos harían desaparecer, sabes…
Sonríe despacio, con una mueca diabólica que se extiende por toda su cara, y es tan escalofriante que me pongo a chillar.
— ¡Por Dios, Britt!
Santana me zarandea para que despierte.
Estoy tan desorientada. Estoy en casa… a oscuras… en la cama con Santana. Sacudo la cabeza, intentando despejar la mente.
—Bella, ¿estás bien? Has tenido una pesadilla.
—Ah.
Enciende la lámpara y nos baña con su luz tenue. Ella baja la vista hacia mí con cara de preocupación.
—La chica —murmuro.
— ¿Qué pasa? ¿Qué chica? —pregunta con dulzura.
—Había una chica en la puerta de SIP cuando salí esta tarde. Se parecía a mí… bueno, no.
Santana se queda inmóvil, y cuando la luz de la lámpara de la mesita se intensifica, veo que está pálida.
— ¿Cuándo fue eso? —susurra consternada.
Se sienta y me mira fijamente.
—Cuando salí de trabajar esta tarde. ¿Tú sabes quién es?
—Sí.
Se pasa la mano por el pelo revuelto.
— ¿Quién?
Sus labios se convierten en una línea tensa, pero no dice nada.
— ¿Quién? —insisto.
—Es Leila.
Yo trago saliva. ¡La ex sumisa! Recuerdo que Santana habló de ella antes de que voláramos en el planeador. De pronto, su cuerpo emana tensión. Algo pasa.
— ¿La chica que puso «Toxic» en tu iPod?
Me mira angustiada.
—Sí. ¿Dijo algo?
—Dijo: «¿Qué tienes tú que yo no tenga?», y cuando le pregunté quién era, dijo: «Nadie».
Santana cierra los ojos, como si le doliera. ¿Qué ha pasado? ¿Qué significa ella para santana?
Me pica el cuero cabelludo mientras la adrenalina me recorre el cuerpo. ¿Y si le importa mucho? ¿Quizá la echa de menos? Sé tan poco de sus anteriores… esto… relaciones. Seguro que ella firmó un contrato, e hizo lo que ella quería, encantada de darle lo que necesitaba.
Oh, no… y yo no puedo. La idea me da náuseas.
Santana sale de la cama, se pone los vaqueros y va al salón. Echo un vistazo al despertador y veo que son las cinco de la mañana. Me levanto, me pongo una bata blanca y la sigo.
Vaya, está al teléfono.
—Sí, en la puerta de SIP, ayer… por la tarde —dice en voz baja. Se vuelve hacia mí y, mientras me dirijo hacia la cocina, me pregunta—: ¿A qué hora exactamente?
—Hacia… ¿las seis menos diez? —balbuceo.
¿A quién demonios llama a estas horas? ¿Qué ha hecho Leila? Santana transmite esa información a quien sea que esté al aparato, sin apartar los ojos de mí, con expresión grave y sombría.
—Averigua cómo… Sí… No me lo parecía, pero tampoco habría pensado que ella haría eso. —Cierra los ojos, como si sintiera dolor—. No sé cómo acabará esto… Sí, hablaré con ella… Sí… Lo sé… Averigua cuanto puedas y házmelo saber. Y encuéntrala, Welch… tiene problemas. Encuéntrala.
Cuelga.
— ¿Quieres un té? —pregunto.
Té, la respuesta de Ray a cualquier crisis y la única cosa que sabe hacer en la cocina. Lleno el hervidor de agua.
—La verdad es que me gustaría volver a la cama.
Su mirada me dice que no es para dormir.
—Bueno, yo necesito un poco de té. ¿Te tomarías una taza conmigo?
Quiero saber qué está pasando. No conseguirás despistarme con sexo.
Ella se pasa la mano por el pelo, exasperada.
—Sí, por favor —dice, pero veo que esto le irrita.
Pongo el hervidor al fuego y me ocupo de las tazas y la tetera. Mi ansiedad ha superado el nivel de ataque inminente. ¿Va a explicarme el problema? ¿O voy a tener que sonsacárselo?
Percibo que ella me está mirando: capto su incertidumbre, y su rabia es palpable. Levanto la vista, y sus ojos brillan de aprensión.
— ¿Qué pasa? —pregunto con cariño.
Ella sacude la cabeza.
— ¿No piensas contármelo?
Suspira y cierra los ojos.
—No.
— ¿Por qué?
—Porque no debería importarte. No quiero que te veas involucrada en esto.
—No debería importarme, pero me importa. Ella me encontró y me abordó a la puerta de mi oficina. ¿Cómo es que me conoce? ¿Cómo es que sabe dónde trabajo? Me parece que tengo derecho a saber qué está pasando.
Ella vuelve a pasarse la mano por el pelo, con evidente frustración, como si librara una batalla interior.
— ¿Por favor? —pregunto bajito.
Su boca se convierte en una línea tensa, y me mira poniendo los ojos en blanco.
—De acuerdo —dice, resignada—. No tengo ni idea de cómo te encontró.
A lo mejor por la fotografía de nosotras en Portland, no sé.
Vuelve a suspirar y noto que dirige su frustración hacia sí misma. Espero con paciencia y vierto el agua hirviendo en la tetera, mientras ella camina nerviosa de un lado para otro. Al cabo de un momento, continúa:
—Mientras yo estaba contigo en Georgia, Leila se presentó sin avisar en mi apartamento y le montó una escena a Gail.
— ¿Gail?
—La señora Jones.
— ¿Qué quieres decir con que «le montó una escena»?
Me mira, tanteando.
—Dime. Te estás guardando algo.
Mi tono suena más contundente de lo que pretendía. Ella parpadea, sorprendida.
—Britt, yo…
Se calla.
— ¿Por favor?
Suspira, derrotada.
—Hizo un torpe intento de cortarse las venas.
— ¡Oh, Dios!
Eso explica el vendaje de la muñeca.
—Gail la llevó al hospital. Pero Leila se marchó antes de que yo llegara.
Santo Dios. ¿Qué significa eso? ¿Suicida? ¿Por qué?
—El psiquiatra que la examinó dijo que era la típica llamada de auxilio.
No creía que corriera auténtico peligro. Dijo que en realidad no quería suicidarse.
Pero yo no estoy tan segura. Desde entonces he intentado localizarla para proporcionarle ayuda.
— ¿Le dijo algo a la señora Jones?
Me mira fijamente. Se le ve muy incómoda.
—No mucho —admite finalmente, pero sé bien que me oculta algo.
Intento tranquilizarme sirviendo el té en las tazas. ¿Así que Leila quiere volver a la vida de Santana y opta por un intento de suicidio para llamar su atención? Santo cielo… resulta aterrador. Pero efectivo. ¿Santana se va de Georgia para estar a su lado, pero ella desaparece antes de que ella llegue? Qué extraño…
— ¿No puedes localizarla? ¿Y qué hay de su familia?
—No sabe dónde está. Ni su marido tampoco.
— ¿Marido?
—Sí —dice en tono preocupado—, lleva unos dos años casada.
¿Qué?
— ¿Así que estaba casada cuando estuvo contigo?
Dios. Realmente, Santana no tiene escrúpulos.
— ¡No! Por Dios, no. Estuvo conmigo hace casi tres años. Luego se marchó y se casó con ese tipo poco después.
—Oh. Entonces, ¿por qué trata de llamar tu atención ahora?
Mueve la cabeza con pesar.
—No lo sé. Lo único que hemos conseguido averiguar es que hace unos meses abandonó a su marido.
—A ver si lo entiendo. ¿No fue tu sumisa hace unos tres años?
—Dos años y medio más o menos.
—Y quería más.
—Sí.
—Pero ¿tú no querías?
—Eso ya lo sabes.
—Así que te dejó.
—Sí.
—Entonces, ¿por qué quiere volver contigo ahora?
—No lo sé.
Sin embargo, el tono de su voz me dice que, como mínimo, tiene una teoría.
—Pero sospechas…
Entorna los ojos con rabia evidente.
—Sospecho que tiene algo que ver contigo.
¿Conmigo? ¿Qué puede querer de mí? «¿Qué tienes tú que yo no tenga?»
Miro fijamente a Cincuenta, esplendorosamente sexy con su sujetador es raro cuando se lo quita. La tengo: es mía. Esto es lo que tengo, y sin embargo ella se parecía a mí: el mismo cabello rubio y la misma piel pálida. Frunzo el ceño al pensar en eso. Sí…
¿Qué tengo yo que ella no tenga?
— ¿Por qué no me lo contaste ayer? —pregunta con dulzura.
—Me olvidé de ella. —Encojo los hombros en un gesto de disculpa.
— Ya sabes, la copa después del trabajo para celebrar mi primera semana. Luego llegaste al bar con tu… arranque de celos con Marley, y luego nos vinimos aquí. Se me fue de la cabeza. Tú sueles hacer que me olvide de las cosas.
— ¿Arranque de celos? —dice torciendo el gesto.
—Sí.
—Ya te enseñaré yo lo que es un arranque de celos.
— ¿No preferirías una taza de té?
—No, Brittany, no lo prefiero.
Sus ojos encienden mis entrañas, me abrasa con esa mirada de «Te deseo y te deseo ahora». Dios… es tan excitante.
—Olvídate de ella. Ven.
Me tiende la mano.
Cuando le doy la mano, la diosa que llevo dentro da tres volteretas sobre el suelo del gimnasio.
Me despierto, tengo demasiado calor, y estoy abrazada a Santana López, desnuda. Aunque está profundamente dormida, me tiene sujeta entre sus brazos. La débil luz de la mañana se filtra por las cortinas. Tengo la cabeza apoyada en su pecho, la pierna entrelazada con la suya y el brazo sobre su vientre.
Levanto un poco la cabeza, temerosa de despertarla. Parece tan joven, y duerme tan relajada, tan absolutamente bella. No puedo creer que esta Afrodita sea mía, toda mía.
Mmm… Alargo la mano y le acaricio el torso con cuidado, deslizando los dedos sobre el contorno de sus pechos, y ella no se mueve. Dios santo. Casi no puedo creerlo. Es realmente mía… durante estos preciosos momentos. Me inclino sobre ella y beso tiernamente una de sus cicatrices. Ella gime bajito, pero no se despierta, y sonrío. Le beso otra y abre los ojos.
—Hola —digo con una sonrisita culpable.
—Hola —contesta recelosa—. ¿Qué estás haciendo?
—Mirarte.
Deslizo los dedos siguiendo el rastro del valle entre sus pechos. Ella atrapa mi mano, entorna los ojos y luego sonríe con su deslumbrante sonrisa de Santana satisfecha. Entonces me relajo. Mis caricias secretas siguen siendo secretas.
Oh… ¿por qué no me dejarás tocarte?
De pronto se coloca encima de mí, apoyando mi espalda contra el colchón y sujetándome las manos, a modo de advertencia. Me roza la nariz con la suya.
—Me parece que ha estado haciendo algo malo, señorita Pierce —me acusa, pero sin perder la sonrisa.
—Me encanta hacer cosas malas cuando estoy contigo.
— ¿Te encanta? —pregunta, y me besa levemente los labios—. ¿Sexo o desayuno? pregunta con sus ojos oscuros, pero rebosantes de humor.
Aprieta su cadera en mi yo levanto la pelvis para acogerla.
—Buena elección —murmura con los labios pegados a mi cuello, y sus besos empiezan a trazar un sendero hasta mi pecho.
Estoy de pie delante de mi cómoda, mirándome al espejo e intentando dar algo de forma a mi pelo… pero es demasiado largo. Llevo unos vaqueros y una camiseta, y detrás de mí Santana, recién duchada, se está vistiendo con algo de mi ropa. Contemplo ávidamente su cuerpo.
— ¿Con qué frecuencia haces ejercicio? —pregunto.
—Todos los días laborables —dice mientras se abrocha la bragueta.
— ¿Qué haces?
—Correr, pesas, kickboxing…
Se encoge de hombros.
— ¿Kickboxing?
—Sí, tengo un entrenador personal, un ex atleta olímpico que me enseña. Se llama Claude. Es muy bueno. Te gustará.
Me doy la vuelta para mirarla, mientras empieza a ponerse la camiseta que le di y se recoge el pelo.
— ¿Qué quieres decir con que me gustará?
—Te gustará como entrenador.
— ¿Para qué iba a necesitar yo un entrenador personal? Tú ya me mantienes en forma, le digo en broma.
Se acerca con andar pausado, me rodea con sus brazos, y sus ojos turbios se encuentran con los míos en el espejo.
—Pero, bella, yo quiero que estés en forma para lo que tengo pensado.
Recuerdos del cuarto de juegos invaden mi mente y me ruborizo. Sí… el cuarto rojo del dolor es agotador. ¿Va a llevarme allí otra vez? ¿Quiero yo volver allí?
¡Pues claro que quieres!, me grita la diosa que llevo dentro.
Yo miro fijamente esos ojos fascinantes e indescifrables.
—Sé que tienes ganas —me susurra.
Enrojezco, y la desagradable idea de que probablemente Leila era capaz de hacerlo se cuela de forma involuntaria e inoportuna en mi mente. Aprieto los labios y Santana me mira inquieta.
— ¿Qué? —pregunta preocupada.
—Nada. —Niego con la cabeza—. Está bien, conoceré a Claude.
— ¿En serio?
El rostro de Santana se ilumina con incrédulo asombro. Su expresión me hace sonreír. Parece que le ha tocado la lotería, aunque seguramente ella nunca ha comprado un billete… no lo necesita.
—Sí, vaya… Si te hace tan feliz… —digo en tono burlón.
Ella tensa los brazos que me rodean y me besa el cuello.
—No tienes ni idea —susurra—. ¿Y qué te gustaría hacer hoy?
Me acaricia con la boca, provocándome un delicioso cosquilleo por todo el cuerpo.
—Me gustaría cortarme el pelo y… mmm… tengo que ingresar un talón y comprarme un coche.
—Ah —dice con cierto deje de suficiencia, y se muerde el labio.
Aparta una mano de mí, la mete en el bolsillo de sus vaqueros y me entrega las llaves de mi pequeño Audi.
—Aquí tienes —dice en voz baja con gesto incierto.
— ¿Qué quieres decir con «Aquí tienes»?
Vaya. Parezco enfadada. Maldita sea. Estoy enfadada. ¡Cómo se atreve!
—Taylor lo trajo ayer.
Abro la boca y la cierro, y repito dos veces el proceso, pero me he quedado sin palabras. Me está devolviendo el coche. Maldición, maldición… ¿Por qué no lo he visto venir? Bueno, yo también puedo jugar a este juego. Rebusco en el bolsillo de mis pantalones y saco el sobre con su talón.
—Toma, esto es tuyo.
Santana me mira intrigada, y al reconocer el sobre levanta ambas manos y se separa de mí.
—No, no. Ese dinero es tuyo.
—No. Me gustaría comprarte el coche.
Cambia completamente de expresión. La furia —sí, la furia— se apodera de su rostro.
—No, Brittany. Tu dinero, tu coche —replica.
—No, Santana. Mi dinero, tu coche. Te lo compraré.
—Yo te regalé ese coche por tu graduación.
—Si me hubieras comprado una pluma… eso hubiera sido un regalo de graduación apropiado. Tú me compraste un Audi.
— ¿De verdad quieres discutir esto?
—No.
—Bien… pues aquí tienes las llaves.
Las deja sobre la cómoda.
— ¡No me refería a esto!
—Fin de la discusión, Brittany. No me presiones.
La miro airada y entonces se me ocurre una cosa. Cojo el sobre y lo parto en dos trozos, y luego en dos más, y lo tiro a la papelera. Ah, qué bien sienta esto.
Santana me observa impasible, pero sé que acabo de prender la mecha y que debería retroceder. Ella se acaricia la barbilla.
—Desafiante como siempre, señorita Pierce —dice con sequedad.
Gira sobre sus talones y se va a la otra habitación. Esta no es la reacción que esperaba. Yo me imaginaba una catástrofe a gran escala. Me miro al espejo, encojo los hombros y decido hacerme una cola de caballo.
Me pica la curiosidad. ¿Qué estará haciendo Cincuenta? La sigo a la otra habitación, y veo que está hablando por teléfono.
—Sí, veinticuatro mil dólares. Directamente.
Me mira, sigue impasible.
—Bien… ¿El lunes? Estupendo… No, eso es todo, Andrea.
Cuelga el teléfono.
—Ingresado en tu cuenta, el lunes. No juegues conmigo.
Está enfurecida, pero no me importa.
— ¡Veinticuatro mil dólares! —casi grito—. ¿Y tú cómo sabes mi número de cuenta?
Mi ira coge a Santana por sorpresa.
—Yo lo sé todo de ti, Brittany —dice tranquilamente.
—Es imposible que mi coche costara veinticuatro mil dólares.
—En principio te daría la razón, pero tanto si vendes como si compras, la clave está en conocer el mercado. Había un lunático por ahí que quería ese cacharro, y estaba dispuesto a pagar esa cantidad de dinero. Por lo visto, es un clásico. Pregúntale a Taylor si no me crees.
La fulmino con la mirada y ella me responde del mismo modo, dos tontas testarudas y enfadadas desafiándose con los ojos.
Y entonces lo noto: el tirón, esa electricidad entre nosotras, tangible, que nos arrastra a ambas. De pronto ella me agarra y me empuja contra la puerta, con su boca sobre la mía, reclamándome con ansia. Con una mano en mi trasero apretándome contra su cadera, y con la otra en la nuca tirándome del pelo y la cabeza hacia atrás. Yo enredo los dedos en su pelo recogido y me aferro a ella con fuerza. Con la respiración entrecortada, Santana presiona su cuerpo contra el mío, me aprisiona. La siento. Me desea, y al notar que me necesita, la excitación se me sube a la cabeza y empieza a darme vueltas.
— ¿Por qué… por qué me desafías? —masculla entre sus apasionados besos.
La sangre bulle en mis venas. ¿Siempre tendrá ese efecto sobre mí? ¿Y yo sobre ella?
—Porque puedo —digo sin aliento.
Siento más que veo su sonrisa pegada a mi cuello, y entonces apoya su frente contra la mía.
—Dios, quiero poseerte ahora, pero hay cosas que hacer. Nunca me canso de ti. Eres una mujer desquiciante, enloquecedora.
—Y tú me vuelves loca —murmuro—. En todos los sentidos. Sacude la cabeza.
—Ven. Vamos a desayunar. Y te llevo a un local donde me corto el pelo.
—Vale —asiento, y sin más se acaba nuestra pelea.
—Pago yo.
Y cojo la cuenta del desayuno antes que ella.
Me pone mala cara.
—Hay que ser más rápida, López.
—Tienes razón —dice en tono agrio, pero me parece que está bromeando.
—No pongas esa cara. Tengo veinticuatro mil dólares más que esta mañana.
Puedo permitírmelo. —Hecho un vistazo a la cuenta—. Veintidós dólares con sesenta y siete centavos por desayunar.
—Gracias —dice a regañadientes.
Oh, la obstinada ha vuelto.
— ¿Y ahora adónde?
— ¿De verdad quieres cortarte el pelo?
—Sí, míralo.
—Yo te veo guapísima. Como siempre.
Me ruborizo y bajo la mirada a mis dedos, entrelazados en el regazo.
—Y esta noche es la gala benéfica de tu padre.
—Recuerda que es de etiqueta.
— ¿Dónde es?
—En casa de mis padres. Hay una carpa. Ya sabes, con toda la parafernalia.
— ¿Para qué fundación benéfica es?
Santana se pasa las manos por los muslos, parece incómoda.
—Se llama «Afrontarlo Juntos». Es una fundación que ayuda a los padres con hijos jóvenes drogadictos a que estos se rehabiliten.
—Parece una buena causa —comento.
—Venga, vamos.
Se levanta. Consigue eludir el tema de conversación y me tiende la mano.
Cuando se la acepto, entrelaza sus dedos con los míos, fuerte.
Resulta tan extraño… Es tan abierta en ciertos aspectos y tan cerrada en otros… Me lleva fuera del restaurante y caminamos por la calle. Hace una mañana cálida, preciosa. Brilla el sol y el aire huele a café y a pan recién hecho.
— ¿Adónde vamos?
—Sorpresa.
Ah, vale. No me gustan nada las sorpresas.
Recorremos dos manzanas y las tiendas empiezan a ser claramente más exclusivas. Aún no he tenido oportunidad de explorar los alrededores, pero la verdad es que esto está a la vuelta de la esquina de donde yo vivo. A Quinn le encantará. Está lleno de pequeñas boutiques que colmarán su pasión por la moda. De hecho, yo necesito un par de faldas holgadas para el trabajo.
Santana se para frente a un gran salón de belleza de aspecto refinado, y me abre la puerta. Se llama Esclava. El interior es todo blanco y tapicería de piel. En la blanca y austera recepción hay sentada una chica rubia con un uniforme blanco impoluto. Nos mira cuando entramos.
—Buenos días, señora López —dice vivaz, y el color aflora a sus mejillas mientras la mira arrobada.
Es el usual efecto López, ¡pero ella la conoce! ¿De qué?
—Hola, Greta.
Y ella la conoce a ella. ¿Qué pasa aquí?
— ¿Lo de siempre, señora? —pregunta educadamente.
Lleva un pintalabios muy rosa.
—No —dice ella enseguida, y me mira de reojo, nerviosa.
¿Lo de siempre? ¿Qué significa eso?
Santo Dios. ¡Es la regla número seis, el puñetero salón de belleza! ¡Toda esa tontería de la depilación… maldita sea!
¿Aquí es donde traía a todas sus sumisas y será que ella también se lo hace aquí? ¿Quizá también a Leila? ¿Cómo demonios se supone que tengo que reaccionar a esto?
—La señorita Pierce te dirá lo que quiere.
La miro airada. Está endilgándome las normas disimuladamente. He aceptado lo del entrenador personal… ¿y ahora esto?
— ¿Por qué aquí? —le siseo.
—El local es mío, y tengo tres más como este, además aquí es donde me arreglo.
— ¿Es tuyo? —farfullo, sorprendida.
Vaya, esto no me lo esperaba.
—Sí. Es como actividad suplementaria. Cualquier cosa, todo lo que quieras, te lo pueden hacer aquí, por cuenta de la casa. Todo tipo de masajes: sueco, shiatsu, con piedras volcánicas, reflexología, baños de algas, tratamientos faciales, todas esas cosas que nos gustan a las mujeres… todo. Aquí te lo harán.
Agita con aire displicente su mano de dedos largos.
— ¿Depilación?
Se echa a reír.
—Sí, depilación también. Completa —susurra en tono conspiratorio, disfrutando de mi incomodidad.
Me ruborizo y miro a Greta, que me observa expectante.
—Querría cortarme el pelo, por favor.
—Por supuesto, señorita Pierce.
Greta, toda ella carmín rosa y resolutiva eficiencia germánica, consulta la pantalla de su ordenador.
—Franco estará libre en cinco minutos.
—Franco es muy bueno —dice Santana para tranquilizarme.
Yo intento asimilar todo esto. Santana López, presidenta ejecutiva, posee una cadena de salones de belleza.
La miro y de repente la veo palidecer: algo, o alguien, ha llamado su atención. Me doy la vuelta para ver qué está mirando. Por una puerta del fondo del salón acaba de aparecer una sofisticada rubia platino. La cierra y se pone a hablar con una de las estilistas.
La rubia platino es alta y encantadora, está muy bronceada y tendrá unos treinta y cinco o cuarenta años, resulta difícil de decir. Lleva el mismo uniforme que Greta, pero en negro. Es despampanante. Su cabello, cortado en una melena cálida y recta, brilla como un halo. Al darse la vuelta, ve a Santana y le dedica una sonrisa, una sonrisa cálida y resplandeciente.
—Perdona —balbucea Santana, apurada.
Cruza el salón con zancadas rápidas, pasa junto a las estilistas, todas de blanco, junto a las aprendizas de los lava cabezas, hasta llegar junto a ella. Estoy demasiado lejos para oír la conversación. La rubia platino le saluda con evidentes muestras de afecto, le besa en ambas mejillas, apoya las manos en sus antebrazos, y las dos hablan animadamente.
— ¿Señorita Pierce?
Greta, la recepcionista, intenta que le haga caso.
—Un momento, por favor. Observo a Santana, fascinada.
La rubia platino se da la vuelta y me mira. Ella está explicándole algo, y ella asiente, levanta las manos entrelazadas y le sonríe. Ella le devuelve la sonrisa: está claro que se conocen bien. ¿Quizá trabajaron juntas durante un tiempo? Tal vez ella regente el local; al fin y al cabo, desprende cierto aire de autoridad.
Entonces caigo en la cuenta. Resulta obvio, demoledor, y lo comprendo de un modo visceral en el fondo de mis entrañas. Es ella. Despampanante, mayor, preciosa.
Es la señora Robinson.

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