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Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
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¿Te gusta esta enigmática historia?
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
noo!! por que lo dejaste asi, ahora mi cabeza esta pensando tantas cosas que pueden pasar que me pongo nerviosa, esperando el próximo capitulo. gracias por escribir
Camila18**** - Mensajes : 151
Fecha de inscripción : 28/05/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
He leido los capitulo pero no he tenido chance de comentar a veces por el corto tiempo se me pasa enserio esta historia se ha puesto en la mejor parte de verdad la adaptación que has hecho con esta historia sencillamente me encanta no volvere a perderme así de tu FF lo prometo espero tu proxima actualización saludos y besos...
Keiri Lopierce-* - Mensajes : 1570
Fecha de inscripción : 09/04/2012
Edad : 33
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
ay cincuenta... cincuenta....
Marley me asusta un poco jajajaja pero como se meta con Britt, se las vera con Santana
Excelente capitulo! ojala Britt le diga que si a Santana y así podría yo morir en paz
Gracias por escribir, cuídate, hasta la próxima actualización ;)
Marley me asusta un poco jajajaja pero como se meta con Britt, se las vera con Santana
Excelente capitulo! ojala Britt le diga que si a Santana y así podría yo morir en paz
Gracias por escribir, cuídate, hasta la próxima actualización ;)
laura.owens*** - Mensajes : 106
Fecha de inscripción : 10/04/2012
Edad : 31
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Ya no aguanto la esperaaa!!
Actualiza pronto por fa :$
Actualiza pronto por fa :$
Anddy Rivera Morris******* - Mensajes : 407
Fecha de inscripción : 16/05/2013
Edad : 27
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Hey estoy de nuevo por aqui con otro capitylo de esta maravillosa historia ;) ... Gracias por todos sus magnificos comentarios me motivan a seguir adaptando esta historia.
Bueno antes de que lean este capitulo del ADVIERTO que contiene términos muy explícitos asi que no digan que no les adverti
Espero sus comenterios sobre el cap saluditos disfruten
Los ojos de Marley tienen un destello azul muy oscuro, y sonríe con aire despectivo mientras mira con lascivia mi cuerpo de arriba abajo.
El miedo me deja sin respiración. ¿Qué es esto? ¿Qué quiere? De algún lugar del interior de mi mente y a pesar de mi sequedad de boca, surge la decisión y el valor para forzarme a decir algunas palabras entre dientes, con el mantra de mi clase de autodefensa, «Haz que sigan hablando», girando en mi cerebro como un centinela etéreo.
—Marley, no creo que ahora sea buen momento para esto. Tu taxi llegará dentro de diez minutos, y tengo que darte todos tus documentos.
Mi voz, tranquila pero ronca, me delata.
Ella sonríe, y cuando finalmente esa sonrisa alcanza a sus ojos, tiene un aire dominante de «me trae totalmente al pánico». Su mirada brilla bajo la cruda luz del tubo fluorescente sobre nuestras cabezas en este cuarto gris y sin ventBritts. Da un paso hacia mí, sin apartar sus ojos refulgentes de los míos. La miro, y veo sus pupilas dilatadas, el negro eclipsando al azul. Oh, Dios. Mi miedo se intensifica.
— ¿Sabes?, tuve que pelearme con Elizabeth para darte este trabajo…
Se le quiebra la voz y se acerca un paso más, y yo retrocedo hasta los desvencijados armarios de la pared. Haz que sigan hablando, que sigan hablando, que sigan hablando.
— ¿Qué problema tienes exactamente, Marley? Si quieres exponer tus quejas, quizá deberíamos decir a recursos humanos que estén presentes. Podemos hablarlo con
Elizabeth en un entorno más formal.
¿Dónde está el personal de seguridad? ¿Siguen en el edificio?
—No necesitamos a recursos humanos para gestionar esta situación, Britt — dice desdeñosa—. Cuando te contraté, creí que trabajarías duro. Creía que tenías potencial. Pero ahora… no sé. Te has vuelto distraída y descuidada. Y me pregunté… si no sería tu novia la que te estaba llevando por el mal camino.
Pronuncia «novia» con un desprecio espeluznante.
—Decidí revisar tu cuenta de correo electrónico, para ver si podía encontrar alguna pista. ¿Y sabes qué encontré, Britt? ¿Sabes lo que no cuadraba? Los únicos e-mails personales de tu cuenta eran para la egocéntrica de tu novia. —Se para y evalúa mi reacción—. Y me puse a pensar… ¿dónde están los e-mails que envía ella? No hay ninguno. Nada. Cero. Dime, ¿qué está pasando, Britt? ¿Cómo puede ser que los e-mails que te envía ella no aparezcan en nuestro sistema? ¿Eres una especie de espía empresarial que ha colocado aquí la organización de López? ¿Es eso?
Dios, los e-mails. Oh, no. ¿Qué he puesto en ellos?
—Marley, ¿de qué estás hablando?
Trato de parecer desconcertada, y resulto bastante convincente. Esta conversación no va por donde esperaba y no me fío lo más mínimo de ella. Alguna feromona subliminal que exuda del cuerpo de Marley me mantiene en máxima alerta. Esta mujer está enfadada, es voluble y totalmente impredecible. Intento razonar con ella.
—Acabas de decir que tuviste que convencer a Elizabeth para contratarme.
¿Cómo pueden haberme introducido aquí para espiar? Aclárate, Marley.
—Pero López se cargó lo del viaje a Nueva York, ¿no?
Oh, no.
— ¿Cómo lo consiguió, Britt? ¿Qué hizo tu poderosa novia formada en las más prestigiosas universidades?
La poca sangre que me quedaba en las venas desaparece, y creo que voy a desmayarme.
—No sé de qué estás hablando, Marley —susurro—. Tu taxi está a punto de llegar. ¿Te traigo tus cosas?
Oh, por favor, deja que me vaya. Acaba ya con esto.
Marley disfruta viéndome en esa situación tan incómoda y agobiante, y continúa:
— ¿Y ella cree que intentaré propasarme contigo? —Sonríe y se le enardece la mirada.
—Bueno, quiero que pienses en una cosa mientras estoy en Nueva York. Yo te di este trabajo y espero cierta gratitud por tu parte. En realidad, tengo derecho. Tuve que pelear para conseguirte. Elizabeth quería a alguien más cualificado, pero… yo vi algo en ti. De manera que hemos de hacer un pacto. Un pacto que me deje satisfecha.
¿Entiendes lo que te estoy diciendo, Britt?
¡Dios!
—Considéralo, si lo prefieres, como una nueva definición de tu trabajo. Y, si me satisfaces, no investigaré más a fondo qué teclas ha tocado tu novia, qué contactos ha exprimido, o qué favores se ha cobrado de algún compañero de una de esas pijas fraternidades universitarias.
La miro con la boca abierta. Me está haciendo chantaje… ¡a cambio de sexo! ¿Y qué puedo decir? Aún faltan tres semanas para que la noticia de la OPA hostil de Santana se haga pública. No doy crédito. ¡Sexo… conmigo!
Marley se acerca más hasta colocarse justo delante de mí, mirándome a los ojos. Su perfume empalagoso y dulzón invade mis fosas nasales… es repugnante. Y, si no me equivoco, el aliento le apesta a alcohol. Oh, no, ha estado bebiendo… ¿cuándo?
—Eres una fácil reprimida, una calienta bragas, ¿sabes, Britt? — murmura apretando los dientes.
¿Qué? ¿Una calienta bragas… yo?
—Marley, no tengo ni idea de qué hablas —susurro, y siento una descarga de adrenalina por todo mi cuerpo.
Ahora está más cerca, y espero mi momento para entrar en acción. Ray estaría orgulloso. El me enseñó qué hacer. Es experto en autodefensa. Si Marley me toca, si respira siquiera demasiado cerca de mí, la derribaré. Me falta el aire. No debo desmayarme. No debo desmayarme.
—Mírate. —Me observa con lascivia.
—Estás muy excitada, lo noto. En realidad tú me has provocado. En el fondo lo deseas, lo sé.
Madre mía. Esta mujer delira. Mi miedo alcanza el nivel de ataque inminente, y amenaza con aplastarme.
—No, Marley, yo nunca te he provocado.
—Sí, me provocaste, puta calienta bragas. Detecto las señales.
Alarga la mano, y con el dorso de los nudillos me acaricia delicadamente la mejilla hasta el mentón. Y luego la garganta, con el dedo índice, y yo siento el corazón en la boca y reprimo las náuseas. Llega hasta el hueco de la base del cuello bajo el botón desabrochado de mi blusa negra, y apoya la mano en mi pecho.
—Me deseas. Admítelo, Britt.
Sin apartar los ojos de ella, y concentrada en lo que tengo que hacer en lugar de en mi creciente repugnancia y mi pavor, poso una mano delicadamente sobre la suya, como una caricia. Ella sonríe triunfante. Entonces le agarro el dedo meñique, se lo retuerzo hacia atrás y, de un tirón, la hago bajar a la altura de su cadera.
— ¡Ahhh! —grita por el dolor y la sorpresa, y, cuando trastabilla, levanto la rodilla con fuerza hasta su entre pierna y consigo impactar limpiamente en mi objetivo.
Cuando dobla las rodillas y se derrumba con un quejido sobre el suelo de la cocina con las manos entre las piernas, me aparto ágilmente hacia la izquierda.
—No vuelvas a tocarme nunca —le advierto con un gruñido gutural—. Y tienes la hoja de ruta y los folletos encima de mi mesa. Ahora me voy a casa. Buen viaje. Y en adelante, hazte tú el maldito café.
— ¡Jodida puta! —me grita casi gimoteante, pero yo ya he salido por la puerta.
Vuelvo a mi mesa corriendo, cojo la chaqueta y el bolso, y salgo disparada hacia recepción sin hacer caso de los gemidos y las maldiciones que profiere la muy desgraciada, aún tirado en el suelo de la cocina. Salgo a la calle y me paro un momento al sentir el aire fresco dándome en la cara. Inspiro profundamente y recupero la calma.
Pero, como no he comido en todo el día, cuando esa desagradable descarga de adrenalina remite, las piernas me fallan y me desplomo en el suelo.
Con cierto distanciamiento, contemplo a cámara lenta la escena que se desarrolla delante de mí: Santana y Taylor, con trajes oscuros, camisas blancas, y Santana en tacones.
Bajan de un salto del coche y corren hacia mí. Santana se arrodilla a mi lado, pero yo apenas soy consciente de ello y solo soy capaz de pensar: Ella está aquí. Mi amor está aquí.
— ¡Britt, Britt! ¿Qué sucede?
Me coloca en su regazo y me pasa las manos por los brazos para comprobar si estoy herida. Me sostiene la cabeza entre las manos y me mira a los ojos. Los suyos, están muy abiertos, están aterrorizados. Yo me abandono, embargada por una repentina sensación de cansancio y de alivio. Oh, los brazos de Santana. No deseo estar en ninguna otra parte.
—Britt. —Me zarandea suavemente—. ¿Qué pasa? ¿Estás enferma?
Niego con la cabeza y me doy cuenta de que necesito empezar a explicarme.
—Marley —susurro, y, más que ver, percibo una fugaz mirada de Santana a
Taylor, que desaparece rápidamente en el interior del edificio.
— ¡Por Dios! —Santana me rodea con sus brazos—. ¿Qué te ha hecho esa puta?
Y, en mitad de toda esta locura, una risita tonta brota de mi garganta.
Recuerdo a Marley, absolutamente conmocionada, cuando le agarré del dedo.
—Más bien qué le he hecho yo a ella.
Me echo a reír y no puedo parar.
— ¡Britt!
Santana vuelve a zarandearme, y la risa histérica se calma.
— ¿Te ha tocado?
—Solo una vez.
Santana, dominada por la rabia, comprime y tensa los músculos, y se pone de pie con agilidad, poderosa, con la firmeza de una roca, conmigo en brazos. Está furiosa. ¡No!
— ¿Dónde está esa maldita?
Se oyen gritos ahogados dentro del edificio. Santana me deja en el suelo.
— ¿Puedes sostenerte en pie?
Yo asiento.
—No entres. No, Santana.
De pronto ha vuelto el miedo, miedo de lo que Santana le hará a Marley.
—Sube al coche —me ordena a gritos.
—Santana, no —digo, sujetándole del brazo.
—Entra en el maldito coche, Britt.
Se suelta de mí.
— ¡No! ¡Por favor! —le suplico—. Quédate. No me dejes sola.
Utilizo mi último recurso.
Santana, furiosa, se pasa la mano por el pelo y me clava una mirada llena de indecisión. Los gritos en el interior del edificio aumentan, y luego cesan de repente.
Oh, no. ¿Qué ha hecho Taylor?
Santana saca su BlackBerry.
—Santana, ella tiene mis e-mails.
— ¿Qué?
—Los e-mails que te he enviado. Quería saber dónde estaban los e-mails que tú me has enviado a mí.
La mirada de Santana se torna asesina.
Maldita sea.
— ¡Joder! —masculla, y me mira con los ojos entornados.
Marca un número en su Blackberry.
Oh, no. Me he metido en un buen lío. ¿A quién telefonea?
—Barney. Soy López. Necesito que accedas al servidor central de SIP y elimines todos los e-mails que me ha enviado Brittany Pierce. Después accede a los archivos personales de Marley Rose para comprobar que no están almacenados allí. Si lo están, elimínalos… Sí, todos. Ahora. Cuando esté hecho, házmelo saber.
Pulsa el botón de cortar llamada y luego marca otro número.
—Roach. Soy López. Rose… le quiero fuera. Ahora. Ya. Llama a seguridad.
Has que vacíe inmediatamente su mesa, o lo primero que haré mañana a primera hora es liquidar esta empresa. Esos son todos los motivos que necesitas para darle la carta de despido. ¿Entendido?
Se queda escuchando un momento y luego cuelga, aparentemente satisfecha.
—La BlackBerry… —sisea entre dientes.
—Por favor, no te enfades conmigo.
—Ahora mismo estoy muy enfadada contigo —gruñe, y vuelve a pasarse la mano por el pelo—. Entra en el coche.
—Santana, por favor…
—Entra en el jodido coche, Brittany. No me obligues a tener que meterte yo personalmente —me amenaza, con los ojos centelleantes de ira.
Maldita sea.
—No hagas ninguna tontería, por favor —le suplico.
— ¡Tonterías! —explota—. Te dije que usaras tu jodida BlackBerry. A mí no me hables de tonterías. Entra en el puto coche, Brittany… ¡Ahora! —brama, y yo me estremezco de miedo.
Esta es la Santana furiosa. Nunca la he visto tan enfadada. Apenas puede controlarse.
—Vale —musito, y se apacigua—. Pero, por favor, ve con cuidado.
Ella aprieta los labios, convertidos ahora en una fina línea, y señala airada hacia el coche, mirándome fijamente.
Vaya, vale…Ya lo he captado.
—Por favor, ve con cuidado. No quiero que te pase nada. Me moriría — murmuro.
Ella parpadea y se tranquiliza, bajando el brazo e inspirando profundamente.
—Iré con cuidado —dice, y su mirada se dulcifica.
Oh, gracias a Dios. Sus ojos refulgen mientras observa cómo me dirijo al coche, abro la puerta del pasajero y entro. Una vez que estoy sana y salva en el Audi, ella desaparece en el interior del edificio, y yo vuelvo a sentir el corazón en la garganta.
¿Qué piensa hacer?
Me siento y espero. Y espero. Y espero. Cinco minutos eternos. El taxi de Marley aparca delante del Audi. Diez minutos. Quince. Dios… ¿qué están haciendo ahí dentro, y cómo estará Taylor? La espera es un martirio.
Al cabo de veinticinco minutos, Marley sale del edificio cargado con una caja de cartón. Detrás de ella aparece el guardia de seguridad. ¿Dónde estaba antes? Después salen Santana y Taylor. Marley parece aturdida. Va directo al taxi, y yo me alegro de que el Audi tenga los cristales ahumados y no pueda verme. El taxi arranca —no creo que se dirija al aeropuerto—, y Santana y Taylor se acercan al coche.
Santana abre la puerta del conductor y se desliza en el asiento, seguramente porque yo estoy delante, y Taylor se sienta detrás de mí. Ninguna de las dos dice una palabra cuando Santana pone el coche en marcha y se incorpora al tráfico. Yo me atrevo a mirar de reojo a Cincuenta. Tiene los labios apretados, pero parece abstraída. Suena el teléfono del coche.
—López —espeta Santana.
—Señora López, soy Barney.
—Barney, estoy en el manos libres y hay más gente en el coche —advierte.
—Señora, ya está todo hecho. Pero tengo que hablar con usted sobre otras cosas que he encontrado en el ordenador de la señorita Rose.
—Te llamaré cuando llegue. Y gracias, Barney.
—Muy bien, señora López.
Barney cuelga. Su voz parecía la de alguien mucho más joven de lo que me esperaba.
¿Qué más habrá en el ordenador de Marley?
— ¿No vas a hablarme? —pregunto en voz baja.
Santana me mira, vuelve a fijar la vista en la carretera, y me doy cuenta de que sigue enfadada.
—No —replica en tono seco.
Oh, ya estamos… qué infantil. Me rodeo el cuerpo con los brazos, y observo por la ventanilla con la mirada perdida. Quizá debería pedirle que me dejara en mi apartamento; así podría «no hablarme» desde la tranquilidad del Escala y ahorrarnos a ambas la inevitable pelea. Pero, en cuanto lo pienso, sé que no quiero dejarle dándole vueltas al asunto. No después de lo de ayer.
Finalmente nos detenemos delante de su edificio, y Santana se baja.
Rodea el coche con su elegante soltura y me abre la puerta.
—Vamos —ordena, mientras Taylor ocupa el asiento del conductor.
Yo cojo la mano que me tiende y le sigo a través del inmenso vestíbulo hasta el ascensor. No me suelta.
—Santana, ¿por qué estás tan enfadada conmigo? —susurro mientras esperamos.
—Ya sabes por qué —musita. Entramos al ascensor y marca el código del piso—. Dios, si te hubiera pasado algo, a estas horas ella ya estaría muerta.
El tono de Santana me congela la sangre. Las puertas se cierran.
—Créeme, voy a arruinar su carrera profesional para que no pueda volver a aprovecharse de ninguna jovencita nunca más, una excusa muy miserable para una mujer de su calaña. —Menea la cabeza.
— ¡Dios, Britt!
Y de pronto me sujeta y me aprisiona contra una esquina del ascensor.
Hunde una mano en mi pelo y me atrae con fuerza hacia ella. Su boca busca la mía, y me besa con apasionada desesperación. No sé por qué me coge por sorpresa, pero lo hace. Yo saboreo su alivio, su anhelo y los últimos vestigios de su rabia, mientras su lengua posee mi boca. Se para, me mira fijamente, y apoya todo su peso sobre mí, de forma que no puedo moverme. Me deja sin aliento y me aferro a ella para sostenerme. Alzo la mirada hacia su hermoso rostro, marcado por la determinación y la mayor seriedad.
—Si te hubiera pasado algo… si ella te hubiera hecho daño… —Noto el estremecimiento que recorre su cuerpo—. La BlackBerry —ordena en voz baja—. A partir de ahora. ¿Entendido?
Yo asiento y trago saliva, incapaz de apartar la vista de su mirada grave y fascinante.
Cuando el ascensor se para, se yergue y me suelta.
—Dice que le diste una patada en la vagina.
Santana ha aligerado el tono. Ahora su voz tiene cierto matiz de admiración, y creo que estoy perdonada.
—Sí —susurro, aún sin recuperarme del todo de la intensidad de su beso y su vehemente exigencia.
—Bien.
—Ray estuvo en el ejército. Me enseñó muy bien.
—Me alegro mucho de que lo hiciera —musita, y añade arqueando una ceja
—Lo tendré en cuenta.
Me da la mano, me conduce fuera del ascensor y yo le sigo, aliviada. Me parece que su mal humor ya no empeorará.
—Tengo que llamar a Barney. No tardaré.
Desaparece en su estudio, y me deja plantada en el inmenso salón. La señora Jones está dando los últimos toques a nuestra cena. Me doy cuenta de que estoy hambrienta, pero necesito hacer algo.
— ¿Puedo ayudar? —pregunto.
Ella se echa a reír.
—No, Britt. ¿Puedo servirle una copa o algo? Parece agotada.
—Me encantaría una copa de vino.
— ¿Blanco?
—Sí, por favor.
Me siento en uno de los taburetes y ella me ofrece una copa de vino frío.
No lo conozco, pero está delicioso, entra bien y calma mis nervios crispados. ¿En qué había estado pensando antes? En lo viva que me sentía desde que había conocido a
Santana. En que mi vida se había convertido en algo emocionante. Caray… ¿no podría tener al menos un par de días aburridos?
¿Y si nunca hubiera conocido a Santana? Ahora mismo estaría refugiada en mi apartamento, hablando con Blaine, completamente alterada por el incidente con
Marley y sabiendo que tendría que volver a encontrarme con esa víbora el viernes. Tal como están las cosas ahora, es muy probable que nunca vuelva a verla. Pero ¿para quién trabajaré? Frunzo el ceño. No había pensado en eso. Vaya… ¿seguiré teniendo trabajo siquiera?
—Buenas noches, Gail.
Santana vuelve a entrar en el salón y me distrae de mis pensamientos. Va directamente a la nevera y se sirve una copa de vino.
—Buenas noches, señora López. ¿Cenarán a las diez, señora?
—Me parece muy bien.
Santana alza su copa.
—Por los ex militares que entrenan bien a sus hijas —dice, y se le suaviza la mirada.
—Salud —musito, y levanto mi copa.
— ¿Qué pasa? —pregunta Santana.
—No sé si todavía tengo trabajo.
Ella ladea la cabeza.
— ¿Sigues queriendo tenerlo?
—Claro.
—Entonces todavía lo tienes.
Así de simple. ¿Ves? Ella es la ama y señora de mi universo. La miro con los ojos en blanco y ella sonríe.
La señora Jones ha preparado un exquisito pastel de pollo, y se ha retirado para que disfrutemos del fruto de su trabajo. Ahora que ya puedo comer algo, me siento mucho mejor. Estamos sentadas en la barra del desayuno, y aunque intento engatusarla,
Santana se niega a contarme qué ha descubierto Barney en el ordenador de Marley.
Aparco el tema, y decido en su lugar abordar el espinoso asunto de la inminente visita de Noah.
—Me ha llamado Noah —digo en tono despreocupado.
— ¿Ah?
Santana se da la vuelta para mirarme.
—Quiere traer tus fotografías el viernes.
—Una entrega personal. Qué cortés por su parte —apunta Santana.
—Quiere salir. A tomar algo. Conmigo.
—Ya.
—Para entonces seguramente Quinn y Sam ya habrán vuelto —añado enseguida.
Santana deja el tenedor y me mira con el ceño fruncido.
— ¿Qué me estás pidiendo exactamente?
La miro enojada.
—No te estoy pidiendo nada. Te estoy informando de mis planes para el viernes. Mira, yo quiero ver a Noah, y el necesita un sitio para dormir. Puede que se quede aquí o en mi apartamento, pero si lo hace yo también debería estar allí.
Santana abre mucho los ojos. Parece anonadada.
—Intentó propasarse contigo.
—Santana, eso fue hace varias semanas. El estaba borracho, yo estaba borracha, tú lo solucionaste… no volverá a pasar. El no es Marley, por el amor de Dios.
—Blaine está aquí. El puede hacerle compañía.
—Quiere verme a mí, no a Blaine.
Santana me mira ceñuda.
—Solo es un amigo —digo en tono enfático.
—No me hace ninguna gracia.
¿Y qué? Dios, a veces es crispante. Inspiro profundamente.
—Es amigo mío, Santana. No le he visto desde la inauguración de la exposición. Y estuve muy poco rato. Yo sé que tú no tienes ningún amigo, aparte de esa espantosa mujer, pero yo no me quejo de que la veas —replico. Santana parpadea, estupefacta—. Tengo ganas de verle. No he sido una buena amiga.
Mi subconsciente está alarmada. ¿Estás teniendo una pequeña pataleta?
¡Cálmate!
Los ojos de Santana refulgen al mirarme.
— ¿Eso es lo que piensas? —dice entre dientes.
— ¿Lo que pienso de qué?
—Sobre Elena. ¿Preferirías que no la viera?
—Exacto. Preferiría que no la vieras.
— ¿Por qué no lo has dicho antes?
—Porque no me corresponde a mí decirlo. Tú la consideras tu única amiga.
Me encojo de hombros, exasperada. Realmente no lo entiende. ¿Cómo se ha convertido esto en una conversación sobre Elena? Yo ni siquiera quiero pensar en ella.
Trato de volver al tema de Noah
—Del mismo modo que no te corresponde a ti decir si puedo o no puedo ver a Noah. ¿No lo entiendes?
Santana me mira fijamente, creo que perpleja. Oh, ¿qué estará pensando?
—Puede dormir aquí, supongo —musita—. Así podré vigilarle —comenta en tono seco.
¡Aleluya!
— ¡Gracias! ¿Sabes?, si yo también voy a vivir aquí… —Me fallan las palabras. Santana asiente. Sabe qué intento decirle—. Aquí no es que falte espacio precisamente… —digo con una sonrisita irónica.
En sus labios se dibuja lentamente una sonrisa.
— ¿Se está riendo de mí, señorita Pierce?
—Desde luego, señora López.
Me pongo de pie por si empieza a calentársele la mano, recojo los platos y los meto en el lavavajillas.
—Ya lo hará Gail.
—Lo estoy haciendo yo.
Me enderezo y la miro. Ella me observa intensamente.
—Tengo que trabajar un rato —dice como disculpándose.
—Muy bien. Ya encontraré algo que hacer.
—Ven aquí —ordena, pero su voz es suave y seductora y sus ojos apasionados.
Yo no dudo en caminar hacia ella y rodearle el cuello. Ella permanece sentada en el taburete. Me envuelve entre sus brazos, me estrecha contra ella y simplemente me abraza.
— ¿Estás bien? —susurra junto a mi cabello.
— ¿Bien?
— ¿Después de lo que ha pasado con esa víbora? ¿Después de lo que
ocurrió ayer? —añade en voz baja y muy seria.
Yo miro al fondo de sus ojos, oscuros, graves. ¿Estoy bien?
—Sí —susurro.
Me abraza más fuerte, y me siento segura, apreciada y amada, todo a la vez.
Es maravilloso. Cierro los ojos, y disfruto de la sensación de estar en sus brazos. Amo a esta mujer. Amo su aroma embriagador, su fuerza, sus maneras volubles… mi Cincuenta.
—No discutamos —murmura. Me besa el pelo e inspira profundamente.
—Hueles divinamente, como siempre, Britt.
—Tú también —susurro, y le beso el cuello.
Me suelta, demasiado pronto.
—Terminaré en un par de horas.
Deambulo indolentemente por el piso. Santana sigue trabajando. Me he duchado, me he puesto unos pantalones de chándal y una camiseta míos, y estoy aburrida. No me apetece leer. Si me quedo quieta, me acuerdo de Marley y de sus dedos sobre mi cuerpo.
Echo un vistazo a mi antiguo dormitorio, la habitación de las sumisas. Noah puede dormir aquí: le gustarán las vistas. Son las ocho y cuarto y el sol está empezando a ponerse por el oeste. Las luces de la ciudad centellean allá abajo. Es algo maravilloso. Sí, a Noah le gustará estar aquí. Me pregunto vagamente dónde colgará Santana las fotos que me hizo Noah. Preferiría que no lo hiciera. No me apetece verme a mí misma.
Salgo de nuevo al pasillo y acabo frente a la puerta del cuarto de juegos, y, sin pensarlo, intento abrir el pomo. Santana suele cerrarla con llave, pero, para mi sorpresa, la puerta se abre. Qué raro. Sintiéndome como una niña que hace novillos y se interna en un bosque prohibido, entro. Está oscuro. Pulso el interruptor y las luces bajo la cornisa se encienden con un tenue resplandor. Es tal como lo recordaba. Una habitación como un útero.
Surgen en mi mente recuerdos de la última vez que estuve aquí. El cinturón… tiemblo al recordarlo. Ahora cuelga inocentemente, alineado junto a los demás, en la estantería que hay junto a la puerta. Paso los dedos, vacilante, sobre los cinturones, las palas, las fustas y los látigos. Dios. Esto es lo que necesito aclarar con el doctor Flynn. ¿Puede alguien que tiene este estilo de vida dejarlo sin más? Parece muy poco probable. Me acerco a la cama, me siento sobre las suaves sábanas de satén rojo, y echo una ojeada a todos esos artilugios.
A mi lado está el banco, y encima el surtido de varas. ¡Cuántas hay! ¿No le bastará solo con una? Bien, cuanto menos sepa de todo esto, mejor. Y la gran mesa. No sé para qué la usa Santana, nosotras nunca la probamos. Me fijo en el Chesterfield, y voy a sentarme en ella. Es solo un sofá, no tiene nada de extraordinario: no hay nada para atar a nadie, por lo que puedo ver. Miro detrás de mí y veo la cómoda. Siento curiosidad. ¿Qué guardará ahí?
Cuando abro el cajón de arriba, noto que la sangre late con fuerza en mis venas. ¿Por qué estoy tan nerviosa? Tengo la sensación de estar haciendo algo ilícito, como si invadiera una propiedad privada, cosa que evidentemente estoy haciendo.
Pero si ella quiere casarse conmigo, bueno… Dios santo, ¿qué es todo esto? Una serie de instrumentos y extrañas herramientas no tengo ni idea de qué son ni para qué sirven están dispuestos cuidadosamente en el cajón. Cojo uno. Tiene forma de bala, con una especie de mango.
Mmm… ¿qué demonios haces con esto? Estoy atónita, pero creo que me hago una idea.
¡Hay cuatro tamaños distintos! Se me eriza el vello, y en ese momento levanto la vista.
Santana está en el umbral, mirándome con expresión inescrutable. Me siento como si me hubieran pillado con la mano en el tarro de los caramelos.
—Hola.
Sonrío muy nerviosa, consciente de tener los ojos muy abiertos y estar mortalmente pálida.
— ¿Qué estás haciendo? —dice suavemente, pero con cierto matiz inquietante en la voz.
Oh, no. ¿Está enfadada?
—Esto… estaba aburrida y me entró la curiosidad —musito, avergonzada de que me haya descubierto: dijo que tardaría dos horas.
—Esa es una combinación muy peligrosa.
Se pasa el dedo índice por el labio inferior en actitud pensativa, sin dejar de mirarme ni un segundo. Yo trago saliva. Tengo la boca seca.
Entra lentamente en la habitación y cierra la puerta sin hacer ruido. Sus ojos son como una llamarada marrón. Oh, Dios. Se inclina con aire indiferente sobre la cómoda, pero intuyo que es una actitud engañosa. La diosa que llevo dentro no sabe si es el momento de enfrentarse a la situación o de salir corriendo.
— ¿Y, exactamente, sobre qué le entró la curiosidad, señorita Pierce? Quizá
yo pueda informarle.
—La puerta estaba abierta… Yo…
Miro a Santana y contengo la respiración, insegura como siempre de cuál será su reacción o qué debo decir. Tiene la mirada oscura. Creo que se está divirtiendo, pero es difícil decirlo. Apoya los codos en la cómoda, con la barbilla entre las manos.
—Hace un rato estaba aquí preguntándome qué hacer con todo esto. Debí de olvidarme de cerrar.
Frunce el ceño un segundo, como si no echar la llave fuera un error terrible.
Yo arrugo la frente: no es propio de ella ser olvidadiza.
— ¿Ah?
—Pero ahora tú estás aquí, curiosa como siempre —dice con voz suave, desconcertada.
— ¿No estás enfadada? —musito, prácticamente sin aliento.
Ella ladea la cabeza y sus labios se curvan en una mueca divertida.
— ¿Por qué iba a enfadarme?
—Me siento como si hubiera invadido una propiedad privada… y tú siempre te enfadas conmigo —añado bajando la voz, aunque me siento aliviada.
Santana vuelve a fruncir el ceño.
—Sí, la has invadido, pero no estoy enfadada. Espero que un día vivas aquí conmigo, y todo esto —hace un gesto vago con la mano alrededor de la habitación— será tuyo también.
¿Mi cuarto de juegos…? La miro con la boca abierta: la idea cuesta mucho de digerir.
—Por eso entré aquí antes. Intentaba decidir qué hacer. —Se da golpecitos en los labios con el dedo índice—. ¿Así que siempre me enfado contigo? Esta mañana no estaba enfadada.
Oh, eso es verdad. Sonrío al recordar a Santana cuando nos despertamos, y eso hace que deje de pensar en qué pasará con el cuarto de juegos. Esta mañana
Cincuenta estuvo muy juguetona.
—Tenías ganass de diversión. Me gusta la Santana juguetona.
— ¿Te gusta, eh?
Arquea una ceja, y en su encantadora boca se dibuja una sonrisa, una tímida sonrisa. ¡Uau!
— ¿Qué es esto? —pregunto, sosteniendo esa especie de bala de plata.
—Siempre ávida por saber, señorita Pierce. Eso es un dilatador anal —dice con delicadeza.
—Ah…
—Lo compré para ti.
¿Qué?
— ¿Para mí?
Asiente despacio, con expresión seria y cautelosa.
Frunzo el ceño.
— ¿Compras, eh… juguetes nuevos para cada sumisa?
—Algunas cosas. Sí.
— ¿Dilatadores anales?
—Sí.
Muy bien… Trago saliva. Dilatador anal. Es de metal duro… seguramente resulte bastante incómodo. Recuerdo la conversación que tuvimos después de mi graduación sobre juguetes sexuales y límites infranqueables. Creo recordar que dije que los probaría. Ahora, al ver uno de verdad, no sé si es algo que quiera hacer. Lo examino una vez más y vuelvo a dejarlo en el cajón.
— ¿Y esto?
Cojo un objeto de goma, negro y largo. Consiste en una serie de esferas que van disminuyendo de tamaño, la primera muy voluminosa y la última muy pequeña.
Ocho en total.
—Un rosario anal —dice Santana observándome atentamente.
¡Oh! Las examino con horror y fascinación. Todas esas esferas, dentro de mí… ¡ahí! No tenía ni idea.
—Causan un gran efecto si las sacas en mitad de un orgasmo —añade con total naturalidad.
— ¿Esto es para mí? —susurro.
—Para ti.
Asiente despacio.
— ¿Este es el cajón de los juguetes anales?
Sonríe.
—Si quieres llamarlo así…
Lo cierro enseguida, en cuanto noto que me arden las mejillas.
— ¿No te gusta el cajón de los juguetes anales? —pregunta divertida, con aire inocente.
La miro fijamente y me encojo de hombros, tratando de disimular con descaro mi incomodidad.
—No estaría entre mis regalos de Navidad favoritos —comento con indiferencia, y abro vacilante el segundo cajón.
Ella sonríe satisfecha.
—En el siguiente cajón hay una selección de vibradores.
Lo cierro inmediatamente.
— ¿Y en el siguiente? —musito.
Vuelvo a estar pálida, pero esta vez es de vergüenza.
—Ese es más interesante.
¡Oh! Abro el cajón titubeante, sin apartar los ojos de su hermoso rostro, que muestra ahora cierta arrogancia. Dentro hay un surtido de objetos de metal, un arnés, unos cuantos penes de goma y algunas pinzas de ropa. ¡Pinzas de ropa! Cojo un instrumento grande de metal, como una especie de clip.
—Pinzas genitales —dice Santana.
Se endereza y se acerca con total naturalidad hasta colocarse a mi lado. Yo las guardo enseguida y escojo algo más delicado: dos clips pequeños encadenados.
—Algunas son para provocar dolor, pero la mayoría son para dar placer — murmura.
— ¿Qué es esto?
—Pinzas para pezones… para los dos.
— ¿Para los dos? ¿Pechos?
Santana me sonríe.
—Bueno hay dos pinzas, bella. Sí, para los dos pechos. Pero no me refería a eso. Me refería a que son tanto para el placer como para el dolor.
Ah. Me coge las pinzas de las manos.
—Levanta el meñique.
Hago lo que me dice, y me pone un clip en la punta del dedo. No duele mucho.
—La sensación es muy intensa, pero cuando resulta más doloroso y placentero es cuando las retiras.
Me quita el clip. Mmm, puede ser agradable. Me estremezco de pensarlo.
—Esto tiene buena pinta —murmuro, y Santana sonríe.
— ¿No me diga, señorita Pierce? Creo que se nota.
Asiento tímidamente y vuelvo a guardar las pinzas en el cajón. Santana se inclina y saca otras dos.
—Estas son ajustables.
Las levanta para que las examine.
— ¿Ajustables?
—Puedes llevarlas muy apretadas… o no. Depende del estado de ánimo.
¿Cómo consigue que suene tan erótico? Trago saliva, y para desviar su atención saco un artefacto que parece un corta pizzas de dientes muy puntiagudos.
— ¿Y esto?
Frunzo el ceño. No creo que en el cuarto de juegos haya nada que hornear.
—Esto es un molinete Wartenberg.
— ¿Para…?
Lo coge.
—Dame la mano. Pon la palma hacia arriba.
Le tiendo la mano izquierda, me la sostiene con cuidado y me roza los nudillos con su pulgar. Me estremezco por dentro. Su piel contra la mía siempre consigue ese efecto. Luego pasa la ruedecita por encima de la palma.
— ¡Ay!
Los dientes me pellizcan la piel: es algo más que dolor. De hecho, me hace cosquillas.
—Imagínalo sobre tus pechos —murmura Santana lascivamente.
¡Oh! Me ruborizo y aparto la mano. Mi respiración y los latidos de mi corazón se aceleran.
—La frontera entre el dolor y el placer es muy fina, Brittany —dice en voz baja, y se inclina para volver a meter el artilugio en el cajón.
— ¿Pinzas de ropa? —susurro.
—Se pueden hacer muchas cosas con pinzas de ropa.
Sus ojos arden.
Me inclino sobre el cajón y lo cierro.
— ¿Eso es todo?
Santana parece divertida.
—No.
Abro el cuarto cajón y descubro un amasijo de cuero y correas. Tiro de una de las correas… y compruebo que lleva una bola atada.
—Una mordaza de bola. Para que estés callada —dice Santana, que sigue divirtiéndose.
—Límite tolerable —musito.
—Lo recuerdo —dice—. Pero puedes respirar. Los dientes se clavan en la bola.
Me quita la mordaza y simula con los dedos una boca mordiendo la bola.
— ¿Tú has usado alguna de estas? —pregunto.
Se queda muy quieta y me mira.
—Sí.
— ¿Para acallar tus gritos?
Cierra los ojos, creo que con gesto exasperado.
—No, no son para eso.
¿Ah?
—Es un tema de control, Brittany. ¿Sabes lo indefensa que te sentirías si estuvieras atada y no pudieras hablar? ¿El grado de confianza que deberías mostrar, sabiendo que yo tengo todo ese poder sobre ti? ¿Que yo debería interpretar tu cuerpo y tu reacción, en lugar de oír tus palabras? Eso te hace más dependiente, y me da a mí el control absoluto.
Trago saliva.
—Suena como si lo echaras de menos.
—Es lo que conozco —murmura.
Tiene los ojos muy abiertos y la atmósfera entre las dos ha cambiado, como si ahora se estuviera confesando.
—Tú tienes poder sobre mí. Ya lo sabes —susurro.
— ¿Lo tengo? Tú me haces sentir… vulnerable.
— ¡No! —Oh, Cincuenta…—. ¿Por qué?
—Porque tú eres la única persona que conozco que puede realmente hacerme daño.
Alarga la mano y me recoge un mechón de pelo por detrás de la oreja.
—Oh, Santana… esto es así tanto para ti como para mí. Si tú no me quisieras…
Me estremezco, y bajo la vista hacia mis dedos entrelazados. Ahí radica mi otra gran duda sobre nosotras. Si ella no estuviera tan… destrozada, ¿me querría?
Sacudo la cabeza. Debo intentar no pensar en eso.
—Lo último que quiero es hacerte daño. Yo te amo —murmuro, y alargo las manos para pasarle los dedos sobre unos mechones de pelo y acariciarle con dulzura las mejillas.
Ella inclina la cara para acoger esa caricia. Arroja la mordaza en el cajón y,rodeándome por la cintura, me atrae hacia ella.
— ¿Hemos terminado ya con la exposición teórica? —pregunta con voz suave y seductora.
Sube la mano por mi espalda hasta la nuca.
— ¿Por qué? ¿Qué querías hacer?
Se inclina y me besa tiernamente, y yo, aferrada a sus brazos, siento que me derrito.
—Britt, hoy han estado a punto de agredirte.
Su tono de voz es dulce, pero cauteloso.
— ¿Y? —pregunto, gozando de su proximidad y del tacto de su mano en mi espalda.
Ella echa la cabeza hacia atrás y me mira con el ceño fruncido.
— ¿Qué quieres decir con «Y»? —replica.
Contemplo su rostro encantador.
—Santana, estoy bien.
Me rodea entre sus brazos aún más fuerte.
—Cuando pienso en lo que podría haber pasado —murmura, y hunde la cara en mi pelo.
— ¿Cuándo aprenderás que soy más fuerte de lo que aparento? —susurro para tranquilizarla, pegada a su cuello, inhalando su delicioso aroma.
No hay nada en este mundo como estar entre los brazos de Santana.
—Sé que eres fuerte —musita en tono pensativo.
Me besa el pelo, pero entonces, para mi gran decepción, me suelta. ¿Ah?
Me inclino y saco otro artilugio del cajón abierto: varias esposas sujetas a una barra. Lo levanto.
—Esto —dice Santana, y se le oscurece la mirada— es una barra separadora, con sujeciones para los tobillos y las muñecas.
— ¿Cómo funciona? —pregunto, realmente intrigada.
— ¿Quieres que te lo enseñe? —musita sorprendida, y cierra los ojos un momento.
La miro. Cuando abre los ojos, centellean.
—Sí. Quiero una demostración. Me gusta estar atada —susurro, mientras la diosa que llevo dentro salta con pértiga desde el búnker a su chaise longue.
—Oh, Britt —murmura.
De repente parece afligida.
— ¿Qué?
—Aquí no.
— ¿Qué quieres decir?
—Te quiero en mi cama, no aquí.
Coge la barra, me toma de la mano y me hace salir rápidamente del cuarto.
¿Por qué nos vamos? Echo un vistazo a mi espalda al salir.
— ¿Por qué no aquí?
Santana se para en la escalera y me mira fijamente con expresión grave.
—Britt, puede que tú estés preparada para volver ahí dentro, pero yo no. La última vez que estuvimos ahí, tú me abandonaste. Te lo he repetido muchas veces, ¿cuándo lo entenderás?
Frunce el ceño y me suelta para poder gesticular con la mano libre.
—Mi actitud ha cambiado totalmente a consecuencia de aquello. Mi forma de ver la vida se ha modificado radicalmente. Ya te lo he dicho. Lo que no te he dicho es… —Se para y se pasa la mano por el pelo, buscando las palabras adecuadas—. Yo soy como una alcohólica rehabilitada, ¿vale? Es la única comparación que se me ocurre. La compulsión ha desaparecido, pero no quiero enfrentarme a la tentación. No quiero hacerte daño.
Parece tan llena de remordimiento, que en ese momento me invade un dolor agudo y persistente. ¿Qué le he hecho a esta mujer? ¿He mejorado su vida? Ella era feliz antes de conocerme, ¿no es cierto?
—No puedo soportar hacerte daño, porque te amo —añade, mirándome fijamente con expresión de absoluta sinceridad, como una niña pequeña que dice una verdad muy simple.
Muestra un aire completamente inocente, que me deja sin aliento. La adoro más que a nada ni a nadie. Amo a esta mujer incondicionalmente.
Me lanzo a sus brazos con tanta fuerza que tiene que soltar lo que lleva para cogerme, y le empujo contra la pared. Le sujeto la cara entre las manos, acerco sus labios a los míos y saboreo su sorpresa cuando le meto la lengua en la boca. Estoy en un escalón por encima del suyo, y me siento eufórica de poder. La beso apasionadamente, enredando los dedos en su cabello, y quiero tocarla, por todas partes, pero me reprimo consciente de su temor. A pesar de todo, mi deseo brota, ardoroso y contundente, floreciendo desde lo más profundo. Ella gime y me sujeta por los hombros para apartarme.
— ¿Quieres que te folle en las escaleras? —murmura con la respiración entrecortada—. Porque lo haré ahora mismo.
—Sí —musito, y estoy segura de que mi oscura mirada de deseo es igual a la suya.
Me fulmina con sus ojos, entreabiertos e impetuosos.
—No. Te quiero en mi cama.
De pronto me carga sobre sus hombros y yo reacciono con un chillido estridente, y ella me da un cachete fuerte en el trasero, y yo chillo otra vez, no entiendo como siendo delgada tiene tanta fuerza. Se dispone a bajar las escaleras menos mal que se quito los tacones, pero antes se agacha para recoger del suelo la barra separadora.
La señora Jones sale del cuarto de servicio cuando atravesamos el pasillo.
Nos sonríe, y yo la saludo boca abajo, con expresión de disculpa. No creo que
Santana se haya percatado siquiera de su presencia.
Al llegar al dormitorio, me deja de pie en el suelo y tira la barra sobre la cama.
—Yo no creo que vayas a hacerme daño —susurro.
—Yo tampoco creo que vaya a hacerte daño —dice.
Me coge la cabeza entre las manos y me besa larga e intensamente, encendiéndome la sangre ya inflamada.
—Te deseo tanto —murmura jadeando junto a mi boca—. ¿Estás segura de esto… después de lo de hoy?
—Sí. Yo también te deseo. Quiero desnudarte.
Estoy impaciente por tocarla… mis dedos se mueren por acariciarle.
Abre mucho los ojos y por un segundo duda, tal vez sopesando mi petición.
—De acuerdo —dice cautelosamente.
Acerco una mano al segundo botón de su camisa y noto cómo contiene la respiración.
—No te tocaré si no quieres —susurro.
—No —contesta enseguida—. Hazlo. No pasa nada. Estoy bien —añade.
Desabrocho el botón con delicadeza y deslizo los dedos sobre la camisa hasta el siguiente. Ella tiene los ojos muy abiertos, brillantes. Separa los labios y respira con dificultad. Incluso cuando tiene miedo es tan hermosa… a causa de ese miedo.
Desabrocho el tercer botón y palpo el sujetador de encaje color ciruela.
—Quiero besarte aquí —murmuro.
Ella inspira bruscamente.
— ¿Besarme?
—Sí.
Jadea mientras desabrocho el siguiente botón y me inclino hacia delante muy despacio, para dejar claras mis intenciones. Ella contiene la respiración, pero se queda inmóvil cuando le doy un leve beso en el montículo de su pecho derecho sobre su sujetador. Desabrocho el último botón y alzo la cara hacia ella. Me está observando fijamente con una expresión de satisfacción, tranquila y… maravillada.
—Cada vez es más fácil, ¿verdad? —pregunto con un hilo de voz.
Ella asiente, y yo le aparto lentamente la camisa de los hombros y la dejo caer al suelo.
— ¿Qué me has hecho, Britt? —murmura—. Sea lo que sea, no pares.
Y me acoge en sus brazos. Hunde las dos manos en mi cabello y me echa la cabeza hacia atrás para acceder fácilmente a mi cuello.
Desliza los labios hasta mi barbilla y me muerde suavemente, haciéndome gemir. Oh, cómo deseo a esta mujer. Mis dedos palpan a tientas la cinturilla de su pantalón, desabrocho el botón y bajo la cremallera.
—Oh, bella.
Suspira y me besa detrás de la oreja. Noto lo exitada que esta.
La deseo… en mi boca. De pronto doy un paso atrás y me pongo de rodillas.
— ¡Uau! —gime.
Le bajo y los pantalones las bragas de un tirón, y su sexo queda expuesto ante mí, está completamente moja. ¡Dios mío! es apasionante ver que yo soy la causa de su excitación. Antes de que pueda detenerme, la tomo entre los labios y chupo su clítoris con fuerza.
Ella abre la boca y yo disfruto de su repentina perplejidad. Baja la mirada hacia mí, y observa todos mis movimientos con los ojos enturbiados y llenos de placer carnal. Succiono con más fuerza y muevo mi lengua. Ella cierra los ojos y se rinde al exquisito placer sensual. Sé lo que le hago, y es placentero, liberador y endiabladamente sexy. La sensación es embriagadora: no solo soy poderosa… soy omnisciente.
La penetro con mi lengua y una vez adentro la muevo en círculos.
—Joder —sisea, y me acuna dulcemente la cabeza, flexiona las caderas mi boca más a fondo.
Oh, sí, deseo esto, saco mi lengua de su interior y rodeo su clítoris con la lengua, tiro con firmeza… una y otra vez.
—Britt…
Intenta echarse atrás.
Oh, no, no lo hagas, López. Te deseo. Sujeto sus caderas con fuerza duplicando mis esfuerzos, y noto que está a punto.
—Por favor —jadea—. Voy a correrme, Britt.
Bien. La diosa que llevo dentro echa la cabeza hacia atrás en pleno éxtasis, y ella se corre, entre gritos lúbricos, dentro de mi boca.
Abre sus brillantes ojos marrones, baja la vista hacia mí y yo la miro sonriendo, lamiéndome los labios. Ella me devuelve la sonrisa, y es una sonrisa pícara y lujuriosa.
— ¿Ah, o sea que ahora jugamos a esto, señorita Pierce?
Se inclina, me coge por las axilas y me pone de pie con fuerza. De pronto su boca está pegada a la mía. Y gruñe lascivamente.
—Estoy notando mi propio sabor. El tuyo es mejor —musita pegada a mis labios.
De pronto me quita la camiseta y la tira al suelo, me levanta y me arroja sobre la cama. Coge mis pantalones por los bajos y me los quita bruscamente con un solo movimiento. Ahora estoy desnuda y abierta para ella en su cama. Esperando.
Anhelando. Me saborea con la mirada, y lentamente se quita el sujetador sin apartar los ojos de mí.
—Eres una mujer preciosa, Brittany —murmura con admiración.
Mmm… Inclino la cabeza a un lado y le sonrío, coqueta.
—Tú eres una mujer preciosa, Santana, y sabes extraordinariamente bien.
Me sonríe maliciosamente y coge la barra separadora. Me agarra el tobillo izquierdo, lo sujeta rápidamente y aprieta la anilla de la esposa, pero no mucho.
Comprueba el espacio que queda, deslizando el meñique entre mi tobillo y el metal. No deja de mirarme a los ojos; no necesita ver lo que está haciendo. Mmm… ya ha hecho esto antes.
—Ahora, hemos de comprobar cómo sabe usted. Si no recuerdo mal, es usted una rara y delicada exquisitez, señorita Pierce.
Oh.
Me sujeta el otro tobillo, y me lo esposa también con rapidez y eficacia, de manera que quedan unos sesenta centímetros de separación entre mis pies.
—Lo bueno de este separador es que es extensible —dice.
Aprieta algo en la barra y después empuja, y mis piernas se abren más. Uau, noventa centímetros de separación. Con la boca muy abierta, inspiro profundamente.
Dios, esto es muy erótico. Estoy ardiendo, inquieta y ansiosa.
Santana se lame el labio superior.
—Oh, vamos a divertirnos un poco con esto, Britt.
Baja la mano, coge la barra y la gira de golpe, cogiéndome por sorpresa y dejándome tumbada boca abajo.
— ¿Ves lo que puedo hacerte? —dice turbadoramente, y vuelve a girarla de golpe y quedo de nuevo tumbada boca arriba, mirándole boquiabierta y sin respiración
— Estas otras esposas son para las muñecas. Pensaré en ello. Depende de si te portas bien o no.
— ¿Cuándo no me porto bien?
—Se me ocurren unas cuantas infracciones —dice en voz baja, y me pasa los dedos por las plantas de los pies.
Me hace cosquillas, pero la barra me mantiene en mi sitio, aunque yo intento apartar las plantas de sus dedos.
—Tu BlackBerry, para empezar.
Jadeo.
— ¿Qué vas a hacer?
—Oh, yo nunca desvelo mis planes —dice sonriendo, y sus ojos brillan.
¡Uau! Está tan alucinantemente sexy que me deja sin respiración. Se sube a la cama y se coloca de rodillas entre mis piernas. Está gloriosamente desnuda y yo estoy indefensa.
—Mmm… Está tan expuesta, señorita Pierce.
Desliza los dedos de ambas manos por la parte interior de mis piernas, despacio, dibujando pequeños círculos. Sin apartar los ojos de mí.
—Todo se basa en las expectativas, Britt. ¿Qué te voy a hacer?
Sus palabras quedas penetran directamente en la parte más profunda y oscura de mi ser. Me retuerzo sobre la cama y gimo. Sus dedos continúan su lento avance, suben por mis pantorrillas, pasan por la parte posterior de mis rodillas. Yo quiero juntar las piernas instintivamente, pero no puedo.
—Recuerda que, si algo no te gusta, solo tienes que decirme que pare — murmura.
Se inclina sobre mí y me besa y chupa el vientre con delicadeza, mientras sus manos me acarician y siguen ascendiendo tortuosas y tentadoras por la parte interna de mis muslos.
—Oh, por favor, Santana —suplico.
—Oh, señorita Pierce. He descubierto que puede ser usted implacable en sus ataques amorosos sobre mí. Creo que debo devolverle el favor.
Mis dedos se aferran al edredón y me rindo ante ella, ante su boca que emprende un delicado viaje hacia abajo y sus manos hacia arriba, convergiendo en el vértice de mis muslos, expuesto y vulnerable. Cuando desliza sus dedos dentro de mí gimo y alzo la pelvis para recibirlos. Santana responde con un jadeo.
—Nunca dejas de sorprenderme, Britt. Estás tan húmeda —murmura sobre la línea donde mi vello púbico se encuentra con mi vientre, y cuando su boca llega a mi sexo, todo mi cuerpo se arquea.
Oh, Dios.
Inicia un ataque lento y sensual, su lengua gira y gira mientras sus dedos se mueven en mi interior. Es intenso, muy intenso, porque no puedo cerrar las piernas, ni moverme. Arqueo la espalda e intento absorber la sensación.
—Oh, Santana —grito.
—Lo sé, bella —susurra, y para destensarme un poco, sopla suavemente sobre la parte más sensible de mi cuerpo.
— ¡Aaah! ¡Por favor! —suplico.
—Di mi nombre —ordena.
— ¡Santana! —grito con una voz tan estridente y ansiosa que apenas la reconozco como mía.
—Otra vez —musita.
— ¡Santana, Santana, Santana López! —grito con todas mis fuerzas.
—Eres mía.
Su voz es suave y letal, y ante un último giro de su lengua sucumbo, espectacularmente, al orgasmo. Y como tengo las piernas tan separadas, la espiral de sensaciones dura y dura y me siento perdida.
Soy vagamente consciente de que Santana me ha tumbado ahora boca abajo.
—Vamos a intentar esto, bella. Si no te gusta o resulta demasiado incómodo,dímelo y pararemos.
¿Qué? Estoy demasiado perdida en la dicha del orgasmo para elaborar una idea consciente o coherente. Ahora estoy sentada en el regazo de Santana. ¿Cómo ha ocurrido esto?
—Inclínate, bella —me murmura al oído—. Apoya la cabeza y el pecho sobre la cama.
Aturdida, hago lo que me dice. Ella me echa las dos manos hacia atrás y las esposa a la barra, al lado de los tobillos. Oh… tengo las rodillas a la altura de la barbilla y el trasero al aire y expuesto, absolutamente vulnerable, completamente suya.
—Britt, estás tan hermosa… —dice maravillada, y oigo que busca algo en la gaveta, hecho un vistazo y veo que se ha puesto el mismo arnés que uso en el cuarto de jugos, no me di cuenta que lo había traído a la habitación.
Sus dedos se deslizan desde la base de mi columna hacia mi sexo, y se demoran ligeramente sobre mi culo y me saca de mis pensamientos.
—Cuando estés lista, también querré esto. —Su dedo se adentra en mí.
Jadeo con fuerza y noto cómo me tenso ante su delicada exploración—. Hoy no, dulce Britt, pero un día… te deseo en todas las formas posibles. Quiero poseer cada centímetro de tu cuerpo. Eres mía.
Yo pienso en el dilatador anal, y todo se contrae en mis entrañas. Sus palabras me provocan un gemido, y sus dedos siguen deslizándose hasta moverse alrededor de un territorio más familiar.
Momentos después, me penetra con fuerza.
— ¡Ay! Cuidado —grito, y se queda quieta.
— ¿Estás bien?
—No tan fuerte… deja que me acostumbre.
Ella sale de mí despacio y vuelve a entrar con cuidado, llenándome, dilatándome, una vez, dos, y ya soy suya.
—Sí, bien, ahora sí —murmuro, gozando de la sensación.
Ella gime, y empieza a coger ritmo. Se mueve… se mueve… despiadada… adelante, atrás, llenándome… y es delicioso. Me hace feliz estar indefensa, feliz rendirme a ella, y feliz saber que puede perderse en mí del modo que desea. Soy capaz de hacer esto. Ella me lleva a esos lugares oscuros, lugares que yo no sabía siquiera que existían, y juntas los llenamos de una luz cegadora. Oh, sí… una luz cegadora y violenta.
Y me dejo ir, gozando de lo que me hace, descubriendo esa dulce, dulce rendición, y vuelvo a correrme gritando muy fuerte su nombre. Y entonces ella se queda quieta y se corre dándome todo su corazón y toda su alma.
—Britt, bella —grita, y se derrumba a mi lado.
Sus hábiles dedos deshacen las ataduras, y me masajea los tobillos y luego las muñecas. Cuando termina y por fin estoy libre, se quita el arnés y me acoge en sus brazos y me adormezco, exhausta.
Cuando recupero la conciencia, estoy acurrucada a su lado y ella me está mirando fijamente. No tengo ni idea de qué hora es.
—Podría pasarme la vida contemplando cómo duermes, Britt —murmura, y me besa la frente.
Yo sonrío y me desperezo lánguidamente a su lado.
—No pienso dejar que te vayas nunca —dice en voz baja, y me rodea con sus brazos.
Mmm…Me encanta sentir sus pechos junto a los míos.
—No quiero marcharme nunca. No me dejes marchar nunca —musito medio dormida, sin fuerzas para abrir los párpados.
—Te necesito —susurra, pero su voz es una parte distante y etérea de mis sueños.
Ella me necesita… me necesita… y cuando finalmente me deslizo en la oscuridad, mis últimos pensamientos son para una niñita de ojos marrones, piel canela y pelo oscuro sucio y revuelto, que me sonríe tímidamente.
Bueno antes de que lean este capitulo del ADVIERTO que contiene términos muy explícitos asi que no digan que no les adverti
Espero sus comenterios sobre el cap saluditos disfruten
Parte II – Capítulo 16
Los ojos de Marley tienen un destello azul muy oscuro, y sonríe con aire despectivo mientras mira con lascivia mi cuerpo de arriba abajo.
El miedo me deja sin respiración. ¿Qué es esto? ¿Qué quiere? De algún lugar del interior de mi mente y a pesar de mi sequedad de boca, surge la decisión y el valor para forzarme a decir algunas palabras entre dientes, con el mantra de mi clase de autodefensa, «Haz que sigan hablando», girando en mi cerebro como un centinela etéreo.
—Marley, no creo que ahora sea buen momento para esto. Tu taxi llegará dentro de diez minutos, y tengo que darte todos tus documentos.
Mi voz, tranquila pero ronca, me delata.
Ella sonríe, y cuando finalmente esa sonrisa alcanza a sus ojos, tiene un aire dominante de «me trae totalmente al pánico». Su mirada brilla bajo la cruda luz del tubo fluorescente sobre nuestras cabezas en este cuarto gris y sin ventBritts. Da un paso hacia mí, sin apartar sus ojos refulgentes de los míos. La miro, y veo sus pupilas dilatadas, el negro eclipsando al azul. Oh, Dios. Mi miedo se intensifica.
— ¿Sabes?, tuve que pelearme con Elizabeth para darte este trabajo…
Se le quiebra la voz y se acerca un paso más, y yo retrocedo hasta los desvencijados armarios de la pared. Haz que sigan hablando, que sigan hablando, que sigan hablando.
— ¿Qué problema tienes exactamente, Marley? Si quieres exponer tus quejas, quizá deberíamos decir a recursos humanos que estén presentes. Podemos hablarlo con
Elizabeth en un entorno más formal.
¿Dónde está el personal de seguridad? ¿Siguen en el edificio?
—No necesitamos a recursos humanos para gestionar esta situación, Britt — dice desdeñosa—. Cuando te contraté, creí que trabajarías duro. Creía que tenías potencial. Pero ahora… no sé. Te has vuelto distraída y descuidada. Y me pregunté… si no sería tu novia la que te estaba llevando por el mal camino.
Pronuncia «novia» con un desprecio espeluznante.
—Decidí revisar tu cuenta de correo electrónico, para ver si podía encontrar alguna pista. ¿Y sabes qué encontré, Britt? ¿Sabes lo que no cuadraba? Los únicos e-mails personales de tu cuenta eran para la egocéntrica de tu novia. —Se para y evalúa mi reacción—. Y me puse a pensar… ¿dónde están los e-mails que envía ella? No hay ninguno. Nada. Cero. Dime, ¿qué está pasando, Britt? ¿Cómo puede ser que los e-mails que te envía ella no aparezcan en nuestro sistema? ¿Eres una especie de espía empresarial que ha colocado aquí la organización de López? ¿Es eso?
Dios, los e-mails. Oh, no. ¿Qué he puesto en ellos?
—Marley, ¿de qué estás hablando?
Trato de parecer desconcertada, y resulto bastante convincente. Esta conversación no va por donde esperaba y no me fío lo más mínimo de ella. Alguna feromona subliminal que exuda del cuerpo de Marley me mantiene en máxima alerta. Esta mujer está enfadada, es voluble y totalmente impredecible. Intento razonar con ella.
—Acabas de decir que tuviste que convencer a Elizabeth para contratarme.
¿Cómo pueden haberme introducido aquí para espiar? Aclárate, Marley.
—Pero López se cargó lo del viaje a Nueva York, ¿no?
Oh, no.
— ¿Cómo lo consiguió, Britt? ¿Qué hizo tu poderosa novia formada en las más prestigiosas universidades?
La poca sangre que me quedaba en las venas desaparece, y creo que voy a desmayarme.
—No sé de qué estás hablando, Marley —susurro—. Tu taxi está a punto de llegar. ¿Te traigo tus cosas?
Oh, por favor, deja que me vaya. Acaba ya con esto.
Marley disfruta viéndome en esa situación tan incómoda y agobiante, y continúa:
— ¿Y ella cree que intentaré propasarme contigo? —Sonríe y se le enardece la mirada.
—Bueno, quiero que pienses en una cosa mientras estoy en Nueva York. Yo te di este trabajo y espero cierta gratitud por tu parte. En realidad, tengo derecho. Tuve que pelear para conseguirte. Elizabeth quería a alguien más cualificado, pero… yo vi algo en ti. De manera que hemos de hacer un pacto. Un pacto que me deje satisfecha.
¿Entiendes lo que te estoy diciendo, Britt?
¡Dios!
—Considéralo, si lo prefieres, como una nueva definición de tu trabajo. Y, si me satisfaces, no investigaré más a fondo qué teclas ha tocado tu novia, qué contactos ha exprimido, o qué favores se ha cobrado de algún compañero de una de esas pijas fraternidades universitarias.
La miro con la boca abierta. Me está haciendo chantaje… ¡a cambio de sexo! ¿Y qué puedo decir? Aún faltan tres semanas para que la noticia de la OPA hostil de Santana se haga pública. No doy crédito. ¡Sexo… conmigo!
Marley se acerca más hasta colocarse justo delante de mí, mirándome a los ojos. Su perfume empalagoso y dulzón invade mis fosas nasales… es repugnante. Y, si no me equivoco, el aliento le apesta a alcohol. Oh, no, ha estado bebiendo… ¿cuándo?
—Eres una fácil reprimida, una calienta bragas, ¿sabes, Britt? — murmura apretando los dientes.
¿Qué? ¿Una calienta bragas… yo?
—Marley, no tengo ni idea de qué hablas —susurro, y siento una descarga de adrenalina por todo mi cuerpo.
Ahora está más cerca, y espero mi momento para entrar en acción. Ray estaría orgulloso. El me enseñó qué hacer. Es experto en autodefensa. Si Marley me toca, si respira siquiera demasiado cerca de mí, la derribaré. Me falta el aire. No debo desmayarme. No debo desmayarme.
—Mírate. —Me observa con lascivia.
—Estás muy excitada, lo noto. En realidad tú me has provocado. En el fondo lo deseas, lo sé.
Madre mía. Esta mujer delira. Mi miedo alcanza el nivel de ataque inminente, y amenaza con aplastarme.
—No, Marley, yo nunca te he provocado.
—Sí, me provocaste, puta calienta bragas. Detecto las señales.
Alarga la mano, y con el dorso de los nudillos me acaricia delicadamente la mejilla hasta el mentón. Y luego la garganta, con el dedo índice, y yo siento el corazón en la boca y reprimo las náuseas. Llega hasta el hueco de la base del cuello bajo el botón desabrochado de mi blusa negra, y apoya la mano en mi pecho.
—Me deseas. Admítelo, Britt.
Sin apartar los ojos de ella, y concentrada en lo que tengo que hacer en lugar de en mi creciente repugnancia y mi pavor, poso una mano delicadamente sobre la suya, como una caricia. Ella sonríe triunfante. Entonces le agarro el dedo meñique, se lo retuerzo hacia atrás y, de un tirón, la hago bajar a la altura de su cadera.
— ¡Ahhh! —grita por el dolor y la sorpresa, y, cuando trastabilla, levanto la rodilla con fuerza hasta su entre pierna y consigo impactar limpiamente en mi objetivo.
Cuando dobla las rodillas y se derrumba con un quejido sobre el suelo de la cocina con las manos entre las piernas, me aparto ágilmente hacia la izquierda.
—No vuelvas a tocarme nunca —le advierto con un gruñido gutural—. Y tienes la hoja de ruta y los folletos encima de mi mesa. Ahora me voy a casa. Buen viaje. Y en adelante, hazte tú el maldito café.
— ¡Jodida puta! —me grita casi gimoteante, pero yo ya he salido por la puerta.
Vuelvo a mi mesa corriendo, cojo la chaqueta y el bolso, y salgo disparada hacia recepción sin hacer caso de los gemidos y las maldiciones que profiere la muy desgraciada, aún tirado en el suelo de la cocina. Salgo a la calle y me paro un momento al sentir el aire fresco dándome en la cara. Inspiro profundamente y recupero la calma.
Pero, como no he comido en todo el día, cuando esa desagradable descarga de adrenalina remite, las piernas me fallan y me desplomo en el suelo.
Con cierto distanciamiento, contemplo a cámara lenta la escena que se desarrolla delante de mí: Santana y Taylor, con trajes oscuros, camisas blancas, y Santana en tacones.
Bajan de un salto del coche y corren hacia mí. Santana se arrodilla a mi lado, pero yo apenas soy consciente de ello y solo soy capaz de pensar: Ella está aquí. Mi amor está aquí.
— ¡Britt, Britt! ¿Qué sucede?
Me coloca en su regazo y me pasa las manos por los brazos para comprobar si estoy herida. Me sostiene la cabeza entre las manos y me mira a los ojos. Los suyos, están muy abiertos, están aterrorizados. Yo me abandono, embargada por una repentina sensación de cansancio y de alivio. Oh, los brazos de Santana. No deseo estar en ninguna otra parte.
—Britt. —Me zarandea suavemente—. ¿Qué pasa? ¿Estás enferma?
Niego con la cabeza y me doy cuenta de que necesito empezar a explicarme.
—Marley —susurro, y, más que ver, percibo una fugaz mirada de Santana a
Taylor, que desaparece rápidamente en el interior del edificio.
— ¡Por Dios! —Santana me rodea con sus brazos—. ¿Qué te ha hecho esa puta?
Y, en mitad de toda esta locura, una risita tonta brota de mi garganta.
Recuerdo a Marley, absolutamente conmocionada, cuando le agarré del dedo.
—Más bien qué le he hecho yo a ella.
Me echo a reír y no puedo parar.
— ¡Britt!
Santana vuelve a zarandearme, y la risa histérica se calma.
— ¿Te ha tocado?
—Solo una vez.
Santana, dominada por la rabia, comprime y tensa los músculos, y se pone de pie con agilidad, poderosa, con la firmeza de una roca, conmigo en brazos. Está furiosa. ¡No!
— ¿Dónde está esa maldita?
Se oyen gritos ahogados dentro del edificio. Santana me deja en el suelo.
— ¿Puedes sostenerte en pie?
Yo asiento.
—No entres. No, Santana.
De pronto ha vuelto el miedo, miedo de lo que Santana le hará a Marley.
—Sube al coche —me ordena a gritos.
—Santana, no —digo, sujetándole del brazo.
—Entra en el maldito coche, Britt.
Se suelta de mí.
— ¡No! ¡Por favor! —le suplico—. Quédate. No me dejes sola.
Utilizo mi último recurso.
Santana, furiosa, se pasa la mano por el pelo y me clava una mirada llena de indecisión. Los gritos en el interior del edificio aumentan, y luego cesan de repente.
Oh, no. ¿Qué ha hecho Taylor?
Santana saca su BlackBerry.
—Santana, ella tiene mis e-mails.
— ¿Qué?
—Los e-mails que te he enviado. Quería saber dónde estaban los e-mails que tú me has enviado a mí.
La mirada de Santana se torna asesina.
Maldita sea.
— ¡Joder! —masculla, y me mira con los ojos entornados.
Marca un número en su Blackberry.
Oh, no. Me he metido en un buen lío. ¿A quién telefonea?
—Barney. Soy López. Necesito que accedas al servidor central de SIP y elimines todos los e-mails que me ha enviado Brittany Pierce. Después accede a los archivos personales de Marley Rose para comprobar que no están almacenados allí. Si lo están, elimínalos… Sí, todos. Ahora. Cuando esté hecho, házmelo saber.
Pulsa el botón de cortar llamada y luego marca otro número.
—Roach. Soy López. Rose… le quiero fuera. Ahora. Ya. Llama a seguridad.
Has que vacíe inmediatamente su mesa, o lo primero que haré mañana a primera hora es liquidar esta empresa. Esos son todos los motivos que necesitas para darle la carta de despido. ¿Entendido?
Se queda escuchando un momento y luego cuelga, aparentemente satisfecha.
—La BlackBerry… —sisea entre dientes.
—Por favor, no te enfades conmigo.
—Ahora mismo estoy muy enfadada contigo —gruñe, y vuelve a pasarse la mano por el pelo—. Entra en el coche.
—Santana, por favor…
—Entra en el jodido coche, Brittany. No me obligues a tener que meterte yo personalmente —me amenaza, con los ojos centelleantes de ira.
Maldita sea.
—No hagas ninguna tontería, por favor —le suplico.
— ¡Tonterías! —explota—. Te dije que usaras tu jodida BlackBerry. A mí no me hables de tonterías. Entra en el puto coche, Brittany… ¡Ahora! —brama, y yo me estremezco de miedo.
Esta es la Santana furiosa. Nunca la he visto tan enfadada. Apenas puede controlarse.
—Vale —musito, y se apacigua—. Pero, por favor, ve con cuidado.
Ella aprieta los labios, convertidos ahora en una fina línea, y señala airada hacia el coche, mirándome fijamente.
Vaya, vale…Ya lo he captado.
—Por favor, ve con cuidado. No quiero que te pase nada. Me moriría — murmuro.
Ella parpadea y se tranquiliza, bajando el brazo e inspirando profundamente.
—Iré con cuidado —dice, y su mirada se dulcifica.
Oh, gracias a Dios. Sus ojos refulgen mientras observa cómo me dirijo al coche, abro la puerta del pasajero y entro. Una vez que estoy sana y salva en el Audi, ella desaparece en el interior del edificio, y yo vuelvo a sentir el corazón en la garganta.
¿Qué piensa hacer?
Me siento y espero. Y espero. Y espero. Cinco minutos eternos. El taxi de Marley aparca delante del Audi. Diez minutos. Quince. Dios… ¿qué están haciendo ahí dentro, y cómo estará Taylor? La espera es un martirio.
Al cabo de veinticinco minutos, Marley sale del edificio cargado con una caja de cartón. Detrás de ella aparece el guardia de seguridad. ¿Dónde estaba antes? Después salen Santana y Taylor. Marley parece aturdida. Va directo al taxi, y yo me alegro de que el Audi tenga los cristales ahumados y no pueda verme. El taxi arranca —no creo que se dirija al aeropuerto—, y Santana y Taylor se acercan al coche.
Santana abre la puerta del conductor y se desliza en el asiento, seguramente porque yo estoy delante, y Taylor se sienta detrás de mí. Ninguna de las dos dice una palabra cuando Santana pone el coche en marcha y se incorpora al tráfico. Yo me atrevo a mirar de reojo a Cincuenta. Tiene los labios apretados, pero parece abstraída. Suena el teléfono del coche.
—López —espeta Santana.
—Señora López, soy Barney.
—Barney, estoy en el manos libres y hay más gente en el coche —advierte.
—Señora, ya está todo hecho. Pero tengo que hablar con usted sobre otras cosas que he encontrado en el ordenador de la señorita Rose.
—Te llamaré cuando llegue. Y gracias, Barney.
—Muy bien, señora López.
Barney cuelga. Su voz parecía la de alguien mucho más joven de lo que me esperaba.
¿Qué más habrá en el ordenador de Marley?
— ¿No vas a hablarme? —pregunto en voz baja.
Santana me mira, vuelve a fijar la vista en la carretera, y me doy cuenta de que sigue enfadada.
—No —replica en tono seco.
Oh, ya estamos… qué infantil. Me rodeo el cuerpo con los brazos, y observo por la ventanilla con la mirada perdida. Quizá debería pedirle que me dejara en mi apartamento; así podría «no hablarme» desde la tranquilidad del Escala y ahorrarnos a ambas la inevitable pelea. Pero, en cuanto lo pienso, sé que no quiero dejarle dándole vueltas al asunto. No después de lo de ayer.
Finalmente nos detenemos delante de su edificio, y Santana se baja.
Rodea el coche con su elegante soltura y me abre la puerta.
—Vamos —ordena, mientras Taylor ocupa el asiento del conductor.
Yo cojo la mano que me tiende y le sigo a través del inmenso vestíbulo hasta el ascensor. No me suelta.
—Santana, ¿por qué estás tan enfadada conmigo? —susurro mientras esperamos.
—Ya sabes por qué —musita. Entramos al ascensor y marca el código del piso—. Dios, si te hubiera pasado algo, a estas horas ella ya estaría muerta.
El tono de Santana me congela la sangre. Las puertas se cierran.
—Créeme, voy a arruinar su carrera profesional para que no pueda volver a aprovecharse de ninguna jovencita nunca más, una excusa muy miserable para una mujer de su calaña. —Menea la cabeza.
— ¡Dios, Britt!
Y de pronto me sujeta y me aprisiona contra una esquina del ascensor.
Hunde una mano en mi pelo y me atrae con fuerza hacia ella. Su boca busca la mía, y me besa con apasionada desesperación. No sé por qué me coge por sorpresa, pero lo hace. Yo saboreo su alivio, su anhelo y los últimos vestigios de su rabia, mientras su lengua posee mi boca. Se para, me mira fijamente, y apoya todo su peso sobre mí, de forma que no puedo moverme. Me deja sin aliento y me aferro a ella para sostenerme. Alzo la mirada hacia su hermoso rostro, marcado por la determinación y la mayor seriedad.
—Si te hubiera pasado algo… si ella te hubiera hecho daño… —Noto el estremecimiento que recorre su cuerpo—. La BlackBerry —ordena en voz baja—. A partir de ahora. ¿Entendido?
Yo asiento y trago saliva, incapaz de apartar la vista de su mirada grave y fascinante.
Cuando el ascensor se para, se yergue y me suelta.
—Dice que le diste una patada en la vagina.
Santana ha aligerado el tono. Ahora su voz tiene cierto matiz de admiración, y creo que estoy perdonada.
—Sí —susurro, aún sin recuperarme del todo de la intensidad de su beso y su vehemente exigencia.
—Bien.
—Ray estuvo en el ejército. Me enseñó muy bien.
—Me alegro mucho de que lo hiciera —musita, y añade arqueando una ceja
—Lo tendré en cuenta.
Me da la mano, me conduce fuera del ascensor y yo le sigo, aliviada. Me parece que su mal humor ya no empeorará.
—Tengo que llamar a Barney. No tardaré.
Desaparece en su estudio, y me deja plantada en el inmenso salón. La señora Jones está dando los últimos toques a nuestra cena. Me doy cuenta de que estoy hambrienta, pero necesito hacer algo.
— ¿Puedo ayudar? —pregunto.
Ella se echa a reír.
—No, Britt. ¿Puedo servirle una copa o algo? Parece agotada.
—Me encantaría una copa de vino.
— ¿Blanco?
—Sí, por favor.
Me siento en uno de los taburetes y ella me ofrece una copa de vino frío.
No lo conozco, pero está delicioso, entra bien y calma mis nervios crispados. ¿En qué había estado pensando antes? En lo viva que me sentía desde que había conocido a
Santana. En que mi vida se había convertido en algo emocionante. Caray… ¿no podría tener al menos un par de días aburridos?
¿Y si nunca hubiera conocido a Santana? Ahora mismo estaría refugiada en mi apartamento, hablando con Blaine, completamente alterada por el incidente con
Marley y sabiendo que tendría que volver a encontrarme con esa víbora el viernes. Tal como están las cosas ahora, es muy probable que nunca vuelva a verla. Pero ¿para quién trabajaré? Frunzo el ceño. No había pensado en eso. Vaya… ¿seguiré teniendo trabajo siquiera?
—Buenas noches, Gail.
Santana vuelve a entrar en el salón y me distrae de mis pensamientos. Va directamente a la nevera y se sirve una copa de vino.
—Buenas noches, señora López. ¿Cenarán a las diez, señora?
—Me parece muy bien.
Santana alza su copa.
—Por los ex militares que entrenan bien a sus hijas —dice, y se le suaviza la mirada.
—Salud —musito, y levanto mi copa.
— ¿Qué pasa? —pregunta Santana.
—No sé si todavía tengo trabajo.
Ella ladea la cabeza.
— ¿Sigues queriendo tenerlo?
—Claro.
—Entonces todavía lo tienes.
Así de simple. ¿Ves? Ella es la ama y señora de mi universo. La miro con los ojos en blanco y ella sonríe.
La señora Jones ha preparado un exquisito pastel de pollo, y se ha retirado para que disfrutemos del fruto de su trabajo. Ahora que ya puedo comer algo, me siento mucho mejor. Estamos sentadas en la barra del desayuno, y aunque intento engatusarla,
Santana se niega a contarme qué ha descubierto Barney en el ordenador de Marley.
Aparco el tema, y decido en su lugar abordar el espinoso asunto de la inminente visita de Noah.
—Me ha llamado Noah —digo en tono despreocupado.
— ¿Ah?
Santana se da la vuelta para mirarme.
—Quiere traer tus fotografías el viernes.
—Una entrega personal. Qué cortés por su parte —apunta Santana.
—Quiere salir. A tomar algo. Conmigo.
—Ya.
—Para entonces seguramente Quinn y Sam ya habrán vuelto —añado enseguida.
Santana deja el tenedor y me mira con el ceño fruncido.
— ¿Qué me estás pidiendo exactamente?
La miro enojada.
—No te estoy pidiendo nada. Te estoy informando de mis planes para el viernes. Mira, yo quiero ver a Noah, y el necesita un sitio para dormir. Puede que se quede aquí o en mi apartamento, pero si lo hace yo también debería estar allí.
Santana abre mucho los ojos. Parece anonadada.
—Intentó propasarse contigo.
—Santana, eso fue hace varias semanas. El estaba borracho, yo estaba borracha, tú lo solucionaste… no volverá a pasar. El no es Marley, por el amor de Dios.
—Blaine está aquí. El puede hacerle compañía.
—Quiere verme a mí, no a Blaine.
Santana me mira ceñuda.
—Solo es un amigo —digo en tono enfático.
—No me hace ninguna gracia.
¿Y qué? Dios, a veces es crispante. Inspiro profundamente.
—Es amigo mío, Santana. No le he visto desde la inauguración de la exposición. Y estuve muy poco rato. Yo sé que tú no tienes ningún amigo, aparte de esa espantosa mujer, pero yo no me quejo de que la veas —replico. Santana parpadea, estupefacta—. Tengo ganas de verle. No he sido una buena amiga.
Mi subconsciente está alarmada. ¿Estás teniendo una pequeña pataleta?
¡Cálmate!
Los ojos de Santana refulgen al mirarme.
— ¿Eso es lo que piensas? —dice entre dientes.
— ¿Lo que pienso de qué?
—Sobre Elena. ¿Preferirías que no la viera?
—Exacto. Preferiría que no la vieras.
— ¿Por qué no lo has dicho antes?
—Porque no me corresponde a mí decirlo. Tú la consideras tu única amiga.
Me encojo de hombros, exasperada. Realmente no lo entiende. ¿Cómo se ha convertido esto en una conversación sobre Elena? Yo ni siquiera quiero pensar en ella.
Trato de volver al tema de Noah
—Del mismo modo que no te corresponde a ti decir si puedo o no puedo ver a Noah. ¿No lo entiendes?
Santana me mira fijamente, creo que perpleja. Oh, ¿qué estará pensando?
—Puede dormir aquí, supongo —musita—. Así podré vigilarle —comenta en tono seco.
¡Aleluya!
— ¡Gracias! ¿Sabes?, si yo también voy a vivir aquí… —Me fallan las palabras. Santana asiente. Sabe qué intento decirle—. Aquí no es que falte espacio precisamente… —digo con una sonrisita irónica.
En sus labios se dibuja lentamente una sonrisa.
— ¿Se está riendo de mí, señorita Pierce?
—Desde luego, señora López.
Me pongo de pie por si empieza a calentársele la mano, recojo los platos y los meto en el lavavajillas.
—Ya lo hará Gail.
—Lo estoy haciendo yo.
Me enderezo y la miro. Ella me observa intensamente.
—Tengo que trabajar un rato —dice como disculpándose.
—Muy bien. Ya encontraré algo que hacer.
—Ven aquí —ordena, pero su voz es suave y seductora y sus ojos apasionados.
Yo no dudo en caminar hacia ella y rodearle el cuello. Ella permanece sentada en el taburete. Me envuelve entre sus brazos, me estrecha contra ella y simplemente me abraza.
— ¿Estás bien? —susurra junto a mi cabello.
— ¿Bien?
— ¿Después de lo que ha pasado con esa víbora? ¿Después de lo que
ocurrió ayer? —añade en voz baja y muy seria.
Yo miro al fondo de sus ojos, oscuros, graves. ¿Estoy bien?
—Sí —susurro.
Me abraza más fuerte, y me siento segura, apreciada y amada, todo a la vez.
Es maravilloso. Cierro los ojos, y disfruto de la sensación de estar en sus brazos. Amo a esta mujer. Amo su aroma embriagador, su fuerza, sus maneras volubles… mi Cincuenta.
—No discutamos —murmura. Me besa el pelo e inspira profundamente.
—Hueles divinamente, como siempre, Britt.
—Tú también —susurro, y le beso el cuello.
Me suelta, demasiado pronto.
—Terminaré en un par de horas.
Deambulo indolentemente por el piso. Santana sigue trabajando. Me he duchado, me he puesto unos pantalones de chándal y una camiseta míos, y estoy aburrida. No me apetece leer. Si me quedo quieta, me acuerdo de Marley y de sus dedos sobre mi cuerpo.
Echo un vistazo a mi antiguo dormitorio, la habitación de las sumisas. Noah puede dormir aquí: le gustarán las vistas. Son las ocho y cuarto y el sol está empezando a ponerse por el oeste. Las luces de la ciudad centellean allá abajo. Es algo maravilloso. Sí, a Noah le gustará estar aquí. Me pregunto vagamente dónde colgará Santana las fotos que me hizo Noah. Preferiría que no lo hiciera. No me apetece verme a mí misma.
Salgo de nuevo al pasillo y acabo frente a la puerta del cuarto de juegos, y, sin pensarlo, intento abrir el pomo. Santana suele cerrarla con llave, pero, para mi sorpresa, la puerta se abre. Qué raro. Sintiéndome como una niña que hace novillos y se interna en un bosque prohibido, entro. Está oscuro. Pulso el interruptor y las luces bajo la cornisa se encienden con un tenue resplandor. Es tal como lo recordaba. Una habitación como un útero.
Surgen en mi mente recuerdos de la última vez que estuve aquí. El cinturón… tiemblo al recordarlo. Ahora cuelga inocentemente, alineado junto a los demás, en la estantería que hay junto a la puerta. Paso los dedos, vacilante, sobre los cinturones, las palas, las fustas y los látigos. Dios. Esto es lo que necesito aclarar con el doctor Flynn. ¿Puede alguien que tiene este estilo de vida dejarlo sin más? Parece muy poco probable. Me acerco a la cama, me siento sobre las suaves sábanas de satén rojo, y echo una ojeada a todos esos artilugios.
A mi lado está el banco, y encima el surtido de varas. ¡Cuántas hay! ¿No le bastará solo con una? Bien, cuanto menos sepa de todo esto, mejor. Y la gran mesa. No sé para qué la usa Santana, nosotras nunca la probamos. Me fijo en el Chesterfield, y voy a sentarme en ella. Es solo un sofá, no tiene nada de extraordinario: no hay nada para atar a nadie, por lo que puedo ver. Miro detrás de mí y veo la cómoda. Siento curiosidad. ¿Qué guardará ahí?
Cuando abro el cajón de arriba, noto que la sangre late con fuerza en mis venas. ¿Por qué estoy tan nerviosa? Tengo la sensación de estar haciendo algo ilícito, como si invadiera una propiedad privada, cosa que evidentemente estoy haciendo.
Pero si ella quiere casarse conmigo, bueno… Dios santo, ¿qué es todo esto? Una serie de instrumentos y extrañas herramientas no tengo ni idea de qué son ni para qué sirven están dispuestos cuidadosamente en el cajón. Cojo uno. Tiene forma de bala, con una especie de mango.
Mmm… ¿qué demonios haces con esto? Estoy atónita, pero creo que me hago una idea.
¡Hay cuatro tamaños distintos! Se me eriza el vello, y en ese momento levanto la vista.
Santana está en el umbral, mirándome con expresión inescrutable. Me siento como si me hubieran pillado con la mano en el tarro de los caramelos.
—Hola.
Sonrío muy nerviosa, consciente de tener los ojos muy abiertos y estar mortalmente pálida.
— ¿Qué estás haciendo? —dice suavemente, pero con cierto matiz inquietante en la voz.
Oh, no. ¿Está enfadada?
—Esto… estaba aburrida y me entró la curiosidad —musito, avergonzada de que me haya descubierto: dijo que tardaría dos horas.
—Esa es una combinación muy peligrosa.
Se pasa el dedo índice por el labio inferior en actitud pensativa, sin dejar de mirarme ni un segundo. Yo trago saliva. Tengo la boca seca.
Entra lentamente en la habitación y cierra la puerta sin hacer ruido. Sus ojos son como una llamarada marrón. Oh, Dios. Se inclina con aire indiferente sobre la cómoda, pero intuyo que es una actitud engañosa. La diosa que llevo dentro no sabe si es el momento de enfrentarse a la situación o de salir corriendo.
— ¿Y, exactamente, sobre qué le entró la curiosidad, señorita Pierce? Quizá
yo pueda informarle.
—La puerta estaba abierta… Yo…
Miro a Santana y contengo la respiración, insegura como siempre de cuál será su reacción o qué debo decir. Tiene la mirada oscura. Creo que se está divirtiendo, pero es difícil decirlo. Apoya los codos en la cómoda, con la barbilla entre las manos.
—Hace un rato estaba aquí preguntándome qué hacer con todo esto. Debí de olvidarme de cerrar.
Frunce el ceño un segundo, como si no echar la llave fuera un error terrible.
Yo arrugo la frente: no es propio de ella ser olvidadiza.
— ¿Ah?
—Pero ahora tú estás aquí, curiosa como siempre —dice con voz suave, desconcertada.
— ¿No estás enfadada? —musito, prácticamente sin aliento.
Ella ladea la cabeza y sus labios se curvan en una mueca divertida.
— ¿Por qué iba a enfadarme?
—Me siento como si hubiera invadido una propiedad privada… y tú siempre te enfadas conmigo —añado bajando la voz, aunque me siento aliviada.
Santana vuelve a fruncir el ceño.
—Sí, la has invadido, pero no estoy enfadada. Espero que un día vivas aquí conmigo, y todo esto —hace un gesto vago con la mano alrededor de la habitación— será tuyo también.
¿Mi cuarto de juegos…? La miro con la boca abierta: la idea cuesta mucho de digerir.
—Por eso entré aquí antes. Intentaba decidir qué hacer. —Se da golpecitos en los labios con el dedo índice—. ¿Así que siempre me enfado contigo? Esta mañana no estaba enfadada.
Oh, eso es verdad. Sonrío al recordar a Santana cuando nos despertamos, y eso hace que deje de pensar en qué pasará con el cuarto de juegos. Esta mañana
Cincuenta estuvo muy juguetona.
—Tenías ganass de diversión. Me gusta la Santana juguetona.
— ¿Te gusta, eh?
Arquea una ceja, y en su encantadora boca se dibuja una sonrisa, una tímida sonrisa. ¡Uau!
— ¿Qué es esto? —pregunto, sosteniendo esa especie de bala de plata.
—Siempre ávida por saber, señorita Pierce. Eso es un dilatador anal —dice con delicadeza.
—Ah…
—Lo compré para ti.
¿Qué?
— ¿Para mí?
Asiente despacio, con expresión seria y cautelosa.
Frunzo el ceño.
— ¿Compras, eh… juguetes nuevos para cada sumisa?
—Algunas cosas. Sí.
— ¿Dilatadores anales?
—Sí.
Muy bien… Trago saliva. Dilatador anal. Es de metal duro… seguramente resulte bastante incómodo. Recuerdo la conversación que tuvimos después de mi graduación sobre juguetes sexuales y límites infranqueables. Creo recordar que dije que los probaría. Ahora, al ver uno de verdad, no sé si es algo que quiera hacer. Lo examino una vez más y vuelvo a dejarlo en el cajón.
— ¿Y esto?
Cojo un objeto de goma, negro y largo. Consiste en una serie de esferas que van disminuyendo de tamaño, la primera muy voluminosa y la última muy pequeña.
Ocho en total.
—Un rosario anal —dice Santana observándome atentamente.
¡Oh! Las examino con horror y fascinación. Todas esas esferas, dentro de mí… ¡ahí! No tenía ni idea.
—Causan un gran efecto si las sacas en mitad de un orgasmo —añade con total naturalidad.
— ¿Esto es para mí? —susurro.
—Para ti.
Asiente despacio.
— ¿Este es el cajón de los juguetes anales?
Sonríe.
—Si quieres llamarlo así…
Lo cierro enseguida, en cuanto noto que me arden las mejillas.
— ¿No te gusta el cajón de los juguetes anales? —pregunta divertida, con aire inocente.
La miro fijamente y me encojo de hombros, tratando de disimular con descaro mi incomodidad.
—No estaría entre mis regalos de Navidad favoritos —comento con indiferencia, y abro vacilante el segundo cajón.
Ella sonríe satisfecha.
—En el siguiente cajón hay una selección de vibradores.
Lo cierro inmediatamente.
— ¿Y en el siguiente? —musito.
Vuelvo a estar pálida, pero esta vez es de vergüenza.
—Ese es más interesante.
¡Oh! Abro el cajón titubeante, sin apartar los ojos de su hermoso rostro, que muestra ahora cierta arrogancia. Dentro hay un surtido de objetos de metal, un arnés, unos cuantos penes de goma y algunas pinzas de ropa. ¡Pinzas de ropa! Cojo un instrumento grande de metal, como una especie de clip.
—Pinzas genitales —dice Santana.
Se endereza y se acerca con total naturalidad hasta colocarse a mi lado. Yo las guardo enseguida y escojo algo más delicado: dos clips pequeños encadenados.
—Algunas son para provocar dolor, pero la mayoría son para dar placer — murmura.
— ¿Qué es esto?
—Pinzas para pezones… para los dos.
— ¿Para los dos? ¿Pechos?
Santana me sonríe.
—Bueno hay dos pinzas, bella. Sí, para los dos pechos. Pero no me refería a eso. Me refería a que son tanto para el placer como para el dolor.
Ah. Me coge las pinzas de las manos.
—Levanta el meñique.
Hago lo que me dice, y me pone un clip en la punta del dedo. No duele mucho.
—La sensación es muy intensa, pero cuando resulta más doloroso y placentero es cuando las retiras.
Me quita el clip. Mmm, puede ser agradable. Me estremezco de pensarlo.
—Esto tiene buena pinta —murmuro, y Santana sonríe.
— ¿No me diga, señorita Pierce? Creo que se nota.
Asiento tímidamente y vuelvo a guardar las pinzas en el cajón. Santana se inclina y saca otras dos.
—Estas son ajustables.
Las levanta para que las examine.
— ¿Ajustables?
—Puedes llevarlas muy apretadas… o no. Depende del estado de ánimo.
¿Cómo consigue que suene tan erótico? Trago saliva, y para desviar su atención saco un artefacto que parece un corta pizzas de dientes muy puntiagudos.
— ¿Y esto?
Frunzo el ceño. No creo que en el cuarto de juegos haya nada que hornear.
—Esto es un molinete Wartenberg.
— ¿Para…?
Lo coge.
—Dame la mano. Pon la palma hacia arriba.
Le tiendo la mano izquierda, me la sostiene con cuidado y me roza los nudillos con su pulgar. Me estremezco por dentro. Su piel contra la mía siempre consigue ese efecto. Luego pasa la ruedecita por encima de la palma.
— ¡Ay!
Los dientes me pellizcan la piel: es algo más que dolor. De hecho, me hace cosquillas.
—Imagínalo sobre tus pechos —murmura Santana lascivamente.
¡Oh! Me ruborizo y aparto la mano. Mi respiración y los latidos de mi corazón se aceleran.
—La frontera entre el dolor y el placer es muy fina, Brittany —dice en voz baja, y se inclina para volver a meter el artilugio en el cajón.
— ¿Pinzas de ropa? —susurro.
—Se pueden hacer muchas cosas con pinzas de ropa.
Sus ojos arden.
Me inclino sobre el cajón y lo cierro.
— ¿Eso es todo?
Santana parece divertida.
—No.
Abro el cuarto cajón y descubro un amasijo de cuero y correas. Tiro de una de las correas… y compruebo que lleva una bola atada.
—Una mordaza de bola. Para que estés callada —dice Santana, que sigue divirtiéndose.
—Límite tolerable —musito.
—Lo recuerdo —dice—. Pero puedes respirar. Los dientes se clavan en la bola.
Me quita la mordaza y simula con los dedos una boca mordiendo la bola.
— ¿Tú has usado alguna de estas? —pregunto.
Se queda muy quieta y me mira.
—Sí.
— ¿Para acallar tus gritos?
Cierra los ojos, creo que con gesto exasperado.
—No, no son para eso.
¿Ah?
—Es un tema de control, Brittany. ¿Sabes lo indefensa que te sentirías si estuvieras atada y no pudieras hablar? ¿El grado de confianza que deberías mostrar, sabiendo que yo tengo todo ese poder sobre ti? ¿Que yo debería interpretar tu cuerpo y tu reacción, en lugar de oír tus palabras? Eso te hace más dependiente, y me da a mí el control absoluto.
Trago saliva.
—Suena como si lo echaras de menos.
—Es lo que conozco —murmura.
Tiene los ojos muy abiertos y la atmósfera entre las dos ha cambiado, como si ahora se estuviera confesando.
—Tú tienes poder sobre mí. Ya lo sabes —susurro.
— ¿Lo tengo? Tú me haces sentir… vulnerable.
— ¡No! —Oh, Cincuenta…—. ¿Por qué?
—Porque tú eres la única persona que conozco que puede realmente hacerme daño.
Alarga la mano y me recoge un mechón de pelo por detrás de la oreja.
—Oh, Santana… esto es así tanto para ti como para mí. Si tú no me quisieras…
Me estremezco, y bajo la vista hacia mis dedos entrelazados. Ahí radica mi otra gran duda sobre nosotras. Si ella no estuviera tan… destrozada, ¿me querría?
Sacudo la cabeza. Debo intentar no pensar en eso.
—Lo último que quiero es hacerte daño. Yo te amo —murmuro, y alargo las manos para pasarle los dedos sobre unos mechones de pelo y acariciarle con dulzura las mejillas.
Ella inclina la cara para acoger esa caricia. Arroja la mordaza en el cajón y,rodeándome por la cintura, me atrae hacia ella.
— ¿Hemos terminado ya con la exposición teórica? —pregunta con voz suave y seductora.
Sube la mano por mi espalda hasta la nuca.
— ¿Por qué? ¿Qué querías hacer?
Se inclina y me besa tiernamente, y yo, aferrada a sus brazos, siento que me derrito.
—Britt, hoy han estado a punto de agredirte.
Su tono de voz es dulce, pero cauteloso.
— ¿Y? —pregunto, gozando de su proximidad y del tacto de su mano en mi espalda.
Ella echa la cabeza hacia atrás y me mira con el ceño fruncido.
— ¿Qué quieres decir con «Y»? —replica.
Contemplo su rostro encantador.
—Santana, estoy bien.
Me rodea entre sus brazos aún más fuerte.
—Cuando pienso en lo que podría haber pasado —murmura, y hunde la cara en mi pelo.
— ¿Cuándo aprenderás que soy más fuerte de lo que aparento? —susurro para tranquilizarla, pegada a su cuello, inhalando su delicioso aroma.
No hay nada en este mundo como estar entre los brazos de Santana.
—Sé que eres fuerte —musita en tono pensativo.
Me besa el pelo, pero entonces, para mi gran decepción, me suelta. ¿Ah?
Me inclino y saco otro artilugio del cajón abierto: varias esposas sujetas a una barra. Lo levanto.
—Esto —dice Santana, y se le oscurece la mirada— es una barra separadora, con sujeciones para los tobillos y las muñecas.
— ¿Cómo funciona? —pregunto, realmente intrigada.
— ¿Quieres que te lo enseñe? —musita sorprendida, y cierra los ojos un momento.
La miro. Cuando abre los ojos, centellean.
—Sí. Quiero una demostración. Me gusta estar atada —susurro, mientras la diosa que llevo dentro salta con pértiga desde el búnker a su chaise longue.
—Oh, Britt —murmura.
De repente parece afligida.
— ¿Qué?
—Aquí no.
— ¿Qué quieres decir?
—Te quiero en mi cama, no aquí.
Coge la barra, me toma de la mano y me hace salir rápidamente del cuarto.
¿Por qué nos vamos? Echo un vistazo a mi espalda al salir.
— ¿Por qué no aquí?
Santana se para en la escalera y me mira fijamente con expresión grave.
—Britt, puede que tú estés preparada para volver ahí dentro, pero yo no. La última vez que estuvimos ahí, tú me abandonaste. Te lo he repetido muchas veces, ¿cuándo lo entenderás?
Frunce el ceño y me suelta para poder gesticular con la mano libre.
—Mi actitud ha cambiado totalmente a consecuencia de aquello. Mi forma de ver la vida se ha modificado radicalmente. Ya te lo he dicho. Lo que no te he dicho es… —Se para y se pasa la mano por el pelo, buscando las palabras adecuadas—. Yo soy como una alcohólica rehabilitada, ¿vale? Es la única comparación que se me ocurre. La compulsión ha desaparecido, pero no quiero enfrentarme a la tentación. No quiero hacerte daño.
Parece tan llena de remordimiento, que en ese momento me invade un dolor agudo y persistente. ¿Qué le he hecho a esta mujer? ¿He mejorado su vida? Ella era feliz antes de conocerme, ¿no es cierto?
—No puedo soportar hacerte daño, porque te amo —añade, mirándome fijamente con expresión de absoluta sinceridad, como una niña pequeña que dice una verdad muy simple.
Muestra un aire completamente inocente, que me deja sin aliento. La adoro más que a nada ni a nadie. Amo a esta mujer incondicionalmente.
Me lanzo a sus brazos con tanta fuerza que tiene que soltar lo que lleva para cogerme, y le empujo contra la pared. Le sujeto la cara entre las manos, acerco sus labios a los míos y saboreo su sorpresa cuando le meto la lengua en la boca. Estoy en un escalón por encima del suyo, y me siento eufórica de poder. La beso apasionadamente, enredando los dedos en su cabello, y quiero tocarla, por todas partes, pero me reprimo consciente de su temor. A pesar de todo, mi deseo brota, ardoroso y contundente, floreciendo desde lo más profundo. Ella gime y me sujeta por los hombros para apartarme.
— ¿Quieres que te folle en las escaleras? —murmura con la respiración entrecortada—. Porque lo haré ahora mismo.
—Sí —musito, y estoy segura de que mi oscura mirada de deseo es igual a la suya.
Me fulmina con sus ojos, entreabiertos e impetuosos.
—No. Te quiero en mi cama.
De pronto me carga sobre sus hombros y yo reacciono con un chillido estridente, y ella me da un cachete fuerte en el trasero, y yo chillo otra vez, no entiendo como siendo delgada tiene tanta fuerza. Se dispone a bajar las escaleras menos mal que se quito los tacones, pero antes se agacha para recoger del suelo la barra separadora.
La señora Jones sale del cuarto de servicio cuando atravesamos el pasillo.
Nos sonríe, y yo la saludo boca abajo, con expresión de disculpa. No creo que
Santana se haya percatado siquiera de su presencia.
Al llegar al dormitorio, me deja de pie en el suelo y tira la barra sobre la cama.
—Yo no creo que vayas a hacerme daño —susurro.
—Yo tampoco creo que vaya a hacerte daño —dice.
Me coge la cabeza entre las manos y me besa larga e intensamente, encendiéndome la sangre ya inflamada.
—Te deseo tanto —murmura jadeando junto a mi boca—. ¿Estás segura de esto… después de lo de hoy?
—Sí. Yo también te deseo. Quiero desnudarte.
Estoy impaciente por tocarla… mis dedos se mueren por acariciarle.
Abre mucho los ojos y por un segundo duda, tal vez sopesando mi petición.
—De acuerdo —dice cautelosamente.
Acerco una mano al segundo botón de su camisa y noto cómo contiene la respiración.
—No te tocaré si no quieres —susurro.
—No —contesta enseguida—. Hazlo. No pasa nada. Estoy bien —añade.
Desabrocho el botón con delicadeza y deslizo los dedos sobre la camisa hasta el siguiente. Ella tiene los ojos muy abiertos, brillantes. Separa los labios y respira con dificultad. Incluso cuando tiene miedo es tan hermosa… a causa de ese miedo.
Desabrocho el tercer botón y palpo el sujetador de encaje color ciruela.
—Quiero besarte aquí —murmuro.
Ella inspira bruscamente.
— ¿Besarme?
—Sí.
Jadea mientras desabrocho el siguiente botón y me inclino hacia delante muy despacio, para dejar claras mis intenciones. Ella contiene la respiración, pero se queda inmóvil cuando le doy un leve beso en el montículo de su pecho derecho sobre su sujetador. Desabrocho el último botón y alzo la cara hacia ella. Me está observando fijamente con una expresión de satisfacción, tranquila y… maravillada.
—Cada vez es más fácil, ¿verdad? —pregunto con un hilo de voz.
Ella asiente, y yo le aparto lentamente la camisa de los hombros y la dejo caer al suelo.
— ¿Qué me has hecho, Britt? —murmura—. Sea lo que sea, no pares.
Y me acoge en sus brazos. Hunde las dos manos en mi cabello y me echa la cabeza hacia atrás para acceder fácilmente a mi cuello.
Desliza los labios hasta mi barbilla y me muerde suavemente, haciéndome gemir. Oh, cómo deseo a esta mujer. Mis dedos palpan a tientas la cinturilla de su pantalón, desabrocho el botón y bajo la cremallera.
—Oh, bella.
Suspira y me besa detrás de la oreja. Noto lo exitada que esta.
La deseo… en mi boca. De pronto doy un paso atrás y me pongo de rodillas.
— ¡Uau! —gime.
Le bajo y los pantalones las bragas de un tirón, y su sexo queda expuesto ante mí, está completamente moja. ¡Dios mío! es apasionante ver que yo soy la causa de su excitación. Antes de que pueda detenerme, la tomo entre los labios y chupo su clítoris con fuerza.
Ella abre la boca y yo disfruto de su repentina perplejidad. Baja la mirada hacia mí, y observa todos mis movimientos con los ojos enturbiados y llenos de placer carnal. Succiono con más fuerza y muevo mi lengua. Ella cierra los ojos y se rinde al exquisito placer sensual. Sé lo que le hago, y es placentero, liberador y endiabladamente sexy. La sensación es embriagadora: no solo soy poderosa… soy omnisciente.
La penetro con mi lengua y una vez adentro la muevo en círculos.
—Joder —sisea, y me acuna dulcemente la cabeza, flexiona las caderas mi boca más a fondo.
Oh, sí, deseo esto, saco mi lengua de su interior y rodeo su clítoris con la lengua, tiro con firmeza… una y otra vez.
—Britt…
Intenta echarse atrás.
Oh, no, no lo hagas, López. Te deseo. Sujeto sus caderas con fuerza duplicando mis esfuerzos, y noto que está a punto.
—Por favor —jadea—. Voy a correrme, Britt.
Bien. La diosa que llevo dentro echa la cabeza hacia atrás en pleno éxtasis, y ella se corre, entre gritos lúbricos, dentro de mi boca.
Abre sus brillantes ojos marrones, baja la vista hacia mí y yo la miro sonriendo, lamiéndome los labios. Ella me devuelve la sonrisa, y es una sonrisa pícara y lujuriosa.
— ¿Ah, o sea que ahora jugamos a esto, señorita Pierce?
Se inclina, me coge por las axilas y me pone de pie con fuerza. De pronto su boca está pegada a la mía. Y gruñe lascivamente.
—Estoy notando mi propio sabor. El tuyo es mejor —musita pegada a mis labios.
De pronto me quita la camiseta y la tira al suelo, me levanta y me arroja sobre la cama. Coge mis pantalones por los bajos y me los quita bruscamente con un solo movimiento. Ahora estoy desnuda y abierta para ella en su cama. Esperando.
Anhelando. Me saborea con la mirada, y lentamente se quita el sujetador sin apartar los ojos de mí.
—Eres una mujer preciosa, Brittany —murmura con admiración.
Mmm… Inclino la cabeza a un lado y le sonrío, coqueta.
—Tú eres una mujer preciosa, Santana, y sabes extraordinariamente bien.
Me sonríe maliciosamente y coge la barra separadora. Me agarra el tobillo izquierdo, lo sujeta rápidamente y aprieta la anilla de la esposa, pero no mucho.
Comprueba el espacio que queda, deslizando el meñique entre mi tobillo y el metal. No deja de mirarme a los ojos; no necesita ver lo que está haciendo. Mmm… ya ha hecho esto antes.
—Ahora, hemos de comprobar cómo sabe usted. Si no recuerdo mal, es usted una rara y delicada exquisitez, señorita Pierce.
Oh.
Me sujeta el otro tobillo, y me lo esposa también con rapidez y eficacia, de manera que quedan unos sesenta centímetros de separación entre mis pies.
—Lo bueno de este separador es que es extensible —dice.
Aprieta algo en la barra y después empuja, y mis piernas se abren más. Uau, noventa centímetros de separación. Con la boca muy abierta, inspiro profundamente.
Dios, esto es muy erótico. Estoy ardiendo, inquieta y ansiosa.
Santana se lame el labio superior.
—Oh, vamos a divertirnos un poco con esto, Britt.
Baja la mano, coge la barra y la gira de golpe, cogiéndome por sorpresa y dejándome tumbada boca abajo.
— ¿Ves lo que puedo hacerte? —dice turbadoramente, y vuelve a girarla de golpe y quedo de nuevo tumbada boca arriba, mirándole boquiabierta y sin respiración
— Estas otras esposas son para las muñecas. Pensaré en ello. Depende de si te portas bien o no.
— ¿Cuándo no me porto bien?
—Se me ocurren unas cuantas infracciones —dice en voz baja, y me pasa los dedos por las plantas de los pies.
Me hace cosquillas, pero la barra me mantiene en mi sitio, aunque yo intento apartar las plantas de sus dedos.
—Tu BlackBerry, para empezar.
Jadeo.
— ¿Qué vas a hacer?
—Oh, yo nunca desvelo mis planes —dice sonriendo, y sus ojos brillan.
¡Uau! Está tan alucinantemente sexy que me deja sin respiración. Se sube a la cama y se coloca de rodillas entre mis piernas. Está gloriosamente desnuda y yo estoy indefensa.
—Mmm… Está tan expuesta, señorita Pierce.
Desliza los dedos de ambas manos por la parte interior de mis piernas, despacio, dibujando pequeños círculos. Sin apartar los ojos de mí.
—Todo se basa en las expectativas, Britt. ¿Qué te voy a hacer?
Sus palabras quedas penetran directamente en la parte más profunda y oscura de mi ser. Me retuerzo sobre la cama y gimo. Sus dedos continúan su lento avance, suben por mis pantorrillas, pasan por la parte posterior de mis rodillas. Yo quiero juntar las piernas instintivamente, pero no puedo.
—Recuerda que, si algo no te gusta, solo tienes que decirme que pare — murmura.
Se inclina sobre mí y me besa y chupa el vientre con delicadeza, mientras sus manos me acarician y siguen ascendiendo tortuosas y tentadoras por la parte interna de mis muslos.
—Oh, por favor, Santana —suplico.
—Oh, señorita Pierce. He descubierto que puede ser usted implacable en sus ataques amorosos sobre mí. Creo que debo devolverle el favor.
Mis dedos se aferran al edredón y me rindo ante ella, ante su boca que emprende un delicado viaje hacia abajo y sus manos hacia arriba, convergiendo en el vértice de mis muslos, expuesto y vulnerable. Cuando desliza sus dedos dentro de mí gimo y alzo la pelvis para recibirlos. Santana responde con un jadeo.
—Nunca dejas de sorprenderme, Britt. Estás tan húmeda —murmura sobre la línea donde mi vello púbico se encuentra con mi vientre, y cuando su boca llega a mi sexo, todo mi cuerpo se arquea.
Oh, Dios.
Inicia un ataque lento y sensual, su lengua gira y gira mientras sus dedos se mueven en mi interior. Es intenso, muy intenso, porque no puedo cerrar las piernas, ni moverme. Arqueo la espalda e intento absorber la sensación.
—Oh, Santana —grito.
—Lo sé, bella —susurra, y para destensarme un poco, sopla suavemente sobre la parte más sensible de mi cuerpo.
— ¡Aaah! ¡Por favor! —suplico.
—Di mi nombre —ordena.
— ¡Santana! —grito con una voz tan estridente y ansiosa que apenas la reconozco como mía.
—Otra vez —musita.
— ¡Santana, Santana, Santana López! —grito con todas mis fuerzas.
—Eres mía.
Su voz es suave y letal, y ante un último giro de su lengua sucumbo, espectacularmente, al orgasmo. Y como tengo las piernas tan separadas, la espiral de sensaciones dura y dura y me siento perdida.
Soy vagamente consciente de que Santana me ha tumbado ahora boca abajo.
—Vamos a intentar esto, bella. Si no te gusta o resulta demasiado incómodo,dímelo y pararemos.
¿Qué? Estoy demasiado perdida en la dicha del orgasmo para elaborar una idea consciente o coherente. Ahora estoy sentada en el regazo de Santana. ¿Cómo ha ocurrido esto?
—Inclínate, bella —me murmura al oído—. Apoya la cabeza y el pecho sobre la cama.
Aturdida, hago lo que me dice. Ella me echa las dos manos hacia atrás y las esposa a la barra, al lado de los tobillos. Oh… tengo las rodillas a la altura de la barbilla y el trasero al aire y expuesto, absolutamente vulnerable, completamente suya.
—Britt, estás tan hermosa… —dice maravillada, y oigo que busca algo en la gaveta, hecho un vistazo y veo que se ha puesto el mismo arnés que uso en el cuarto de jugos, no me di cuenta que lo había traído a la habitación.
Sus dedos se deslizan desde la base de mi columna hacia mi sexo, y se demoran ligeramente sobre mi culo y me saca de mis pensamientos.
—Cuando estés lista, también querré esto. —Su dedo se adentra en mí.
Jadeo con fuerza y noto cómo me tenso ante su delicada exploración—. Hoy no, dulce Britt, pero un día… te deseo en todas las formas posibles. Quiero poseer cada centímetro de tu cuerpo. Eres mía.
Yo pienso en el dilatador anal, y todo se contrae en mis entrañas. Sus palabras me provocan un gemido, y sus dedos siguen deslizándose hasta moverse alrededor de un territorio más familiar.
Momentos después, me penetra con fuerza.
— ¡Ay! Cuidado —grito, y se queda quieta.
— ¿Estás bien?
—No tan fuerte… deja que me acostumbre.
Ella sale de mí despacio y vuelve a entrar con cuidado, llenándome, dilatándome, una vez, dos, y ya soy suya.
—Sí, bien, ahora sí —murmuro, gozando de la sensación.
Ella gime, y empieza a coger ritmo. Se mueve… se mueve… despiadada… adelante, atrás, llenándome… y es delicioso. Me hace feliz estar indefensa, feliz rendirme a ella, y feliz saber que puede perderse en mí del modo que desea. Soy capaz de hacer esto. Ella me lleva a esos lugares oscuros, lugares que yo no sabía siquiera que existían, y juntas los llenamos de una luz cegadora. Oh, sí… una luz cegadora y violenta.
Y me dejo ir, gozando de lo que me hace, descubriendo esa dulce, dulce rendición, y vuelvo a correrme gritando muy fuerte su nombre. Y entonces ella se queda quieta y se corre dándome todo su corazón y toda su alma.
—Britt, bella —grita, y se derrumba a mi lado.
Sus hábiles dedos deshacen las ataduras, y me masajea los tobillos y luego las muñecas. Cuando termina y por fin estoy libre, se quita el arnés y me acoge en sus brazos y me adormezco, exhausta.
Cuando recupero la conciencia, estoy acurrucada a su lado y ella me está mirando fijamente. No tengo ni idea de qué hora es.
—Podría pasarme la vida contemplando cómo duermes, Britt —murmura, y me besa la frente.
Yo sonrío y me desperezo lánguidamente a su lado.
—No pienso dejar que te vayas nunca —dice en voz baja, y me rodea con sus brazos.
Mmm…Me encanta sentir sus pechos junto a los míos.
—No quiero marcharme nunca. No me dejes marchar nunca —musito medio dormida, sin fuerzas para abrir los párpados.
—Te necesito —susurra, pero su voz es una parte distante y etérea de mis sueños.
Ella me necesita… me necesita… y cuando finalmente me deslizo en la oscuridad, mis últimos pensamientos son para una niñita de ojos marrones, piel canela y pelo oscuro sucio y revuelto, que me sonríe tímidamente.
O_o***** - Mensajes : 250
Fecha de inscripción : 05/05/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
si sigo quedandome sin palabras terminare muda, que espectacular capitulo!!!!! como siempre GRACIAS!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Lo sabia! Marley y sus malas intenciones.... pero gracias a cincuenta ahora esta de patitas en la calle!
Por cierto, que bueno que hiciste la advertencia al comienzo del capitulo jajajaja
Mas adelante se sabrá que mas había en el computador de Marley o eso ya queda ahí?
Gracias por escribir, cuídate, hasta la próxima actualización....
Por cierto, que bueno que hiciste la advertencia al comienzo del capitulo jajajaja
Mas adelante se sabrá que mas había en el computador de Marley o eso ya queda ahí?
Gracias por escribir, cuídate, hasta la próxima actualización....
laura.owens*** - Mensajes : 106
Fecha de inscripción : 10/04/2012
Edad : 31
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Hola que buen capitulo!! me encanto!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
cada vez mis expectativas por los capítulos son superadas ajaja dejando de lado too lo sexy la confesiones de santana siguen conmocionando me encantan, cuando digo que espero tu próximo capitulo es verdad actualizo nose cada 5 min mi celular por las noches cuando se que esta pronto a actualizar, creeme. gracias por escribir
Camila18**** - Mensajes : 151
Fecha de inscripción : 28/05/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
BEST FIC EVER!!!
Hola! se que no eh comentado anteriormente, no quería hacerlo hasta emparejarme con el fic. Empecé a leerlo hace una semana y wow! Ya no tengo vida social, no eh hecho ejercicio, apenas salgo de mi cuarto para comer y de inmediato regreso! Pero sabes que, no me importa, amo tu fic! De verdad que me encantó tu idea, pero más que nada me encanta la forma en que escribes y le das vida a los personajes. No has considerado dedicarte a esto? yo compraría tus libros! :) Aparte de que actualizas super rápido! eso no se ve todos los días! Espero sigas haciéndonos felices con esta historia que de verdad nos deja con ganas de MÁS! :)
De ahora en adelante comentare cada vez que pueda, aunque sea para pasar a saludar. Que estés bien!
Hola! se que no eh comentado anteriormente, no quería hacerlo hasta emparejarme con el fic. Empecé a leerlo hace una semana y wow! Ya no tengo vida social, no eh hecho ejercicio, apenas salgo de mi cuarto para comer y de inmediato regreso! Pero sabes que, no me importa, amo tu fic! De verdad que me encantó tu idea, pero más que nada me encanta la forma en que escribes y le das vida a los personajes. No has considerado dedicarte a esto? yo compraría tus libros! :) Aparte de que actualizas super rápido! eso no se ve todos los días! Espero sigas haciéndonos felices con esta historia que de verdad nos deja con ganas de MÁS! :)
De ahora en adelante comentare cada vez que pueda, aunque sea para pasar a saludar. Que estés bien!
Karla Soto* - Mensajes : 25
Fecha de inscripción : 05/05/2013
Edad : 31
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Ya sabia que Marley no le haría nada a Brittany, ella tiene un especie de protección que nunca le pasa nada .-. No me gusta. (Que no le pase nada) ;)
Actualiza pronto. :)
Actualiza pronto. :)
Invitado- Invitado
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Este Fic me tiene en constante nerviosismo para ver si actualizas o no hehehe. Es muy adictivo. Gracias por adaptarlo de esa manera. Actualiza pronto que me tienes pendiente aqui. hehe. Abrazo
Maruu Crissvera** - Mensajes : 57
Fecha de inscripción : 30/12/2012
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Oww
sin palabras, me pareció muy lindo el capítulo a pesar de lo del principio.. jeje
actualiza en cuanto puedas, sí?
Un beso, saludos :)
sin palabras, me pareció muy lindo el capítulo a pesar de lo del principio.. jeje
actualiza en cuanto puedas, sí?
Un beso, saludos :)
Anddy Rivera Morris******* - Mensajes : 407
Fecha de inscripción : 16/05/2013
Edad : 27
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Hola!
Vaya, Marley hizo de las suyas...aunque no le fue muy bien a la pobre #SorrynotSorry ¿Que más habrá tenido en su computadora? ¿Porno? o.O Igual, se merecía en "De patitas a la calle".
Uff! aun no me recupero del adiestramiento teórico y llegan al practico.
Con todo lo que hemos leído, no dejo de sorprenderme.
Viene la charla con el Dr.Flynn...a ver que pasa. Saludos Nina, hasta el próximo ^^
Vaya, Marley hizo de las suyas...aunque no le fue muy bien a la pobre #SorrynotSorry ¿Que más habrá tenido en su computadora? ¿Porno? o.O Igual, se merecía en "De patitas a la calle".
Uff! aun no me recupero del adiestramiento teórico y llegan al practico.
Viene la charla con el Dr.Flynn...a ver que pasa. Saludos Nina, hasta el próximo ^^
Ali_Pearce- - Mensajes : 1107
Fecha de inscripción : 07/06/2012
Edad : 31
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Holas! Que decir de estos capitulos? Alucinantes? fabulosos? terriblemente hot? jajaja waaaaanky.
Mi cara cuando lei la clase teorica
que buena que esta esta adaptacion, pero sin dudas lo mejor es que actualizas muy rapido, los capitulos son re largos y te quedo genial la historia!!!!! sos un Geniaa!!!!!!!
menos mal que britt sabe defenderse, jajaja pobre marley, ni con el apoyo de obama le gana a santana lopez.
tengo que confesar que me da un amor santana jajaja debo tener alma de sumisa juaaaaaaaa es que es mas tierna! y vulnerable! jajaja:=D:
saludos!!!!!!!!!!!!
Mi cara cuando lei la clase teorica
que buena que esta esta adaptacion, pero sin dudas lo mejor es que actualizas muy rapido, los capitulos son re largos y te quedo genial la historia!!!!! sos un Geniaa!!!!!!!
menos mal que britt sabe defenderse, jajaja pobre marley, ni con el apoyo de obama le gana a santana lopez.
tengo que confesar que me da un amor santana jajaja debo tener alma de sumisa juaaaaaaaa es que es mas tierna! y vulnerable! jajaja:=D:
saludos!!!!!!!!!!!!
MC.* - Mensajes : 48
Fecha de inscripción : 31/01/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Nuestras querida Cincuenta cada vez mas enamorada, embobada e hipnotizada por la Srt. Pierce...
He dicho ya cuando AMO, sus encuentros apasionados ???? Pues sii, me encantan *-* Sobre todo en el ascensor.. jejejeje
Se me hace chiquito el corazon cuando Britt toca a San y esta reaccion de esa manera, por lo menos poco a poco se esta dejando tocar aunque le duela y no lo soporte mucho... es obvio que no es nada facil para ella...
Me sorprenda cada vez mas las demostraciones de amor de Cincuenta, que ni siquiera la subconciente de Britt se esperaba tanta devocion y amor por parte de Lopez
He dicho ya cuando AMO, sus encuentros apasionados ???? Pues sii, me encantan *-* Sobre todo en el ascensor.. jejejeje
Se me hace chiquito el corazon cuando Britt toca a San y esta reaccion de esa manera, por lo menos poco a poco se esta dejando tocar aunque le duela y no lo soporte mucho... es obvio que no es nada facil para ella...
Me sorprenda cada vez mas las demostraciones de amor de Cincuenta, que ni siquiera la subconciente de Britt se esperaba tanta devocion y amor por parte de Lopez
aria- - Mensajes : 1105
Fecha de inscripción : 03/12/2012
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
HOLA!!!!
WOW!!!!! COMO DECIRLE SIEMPRE ES LO MISMO CON USTED SEÑORITA NINA CON CADA CAP ME DEJA “KFDJSAFSKLÑLKJLKL” ENTENDIO?? BUENO SINO VA DE NUEVO “KDLSKFLAIJSLDKLASKDKFJDKKFKFLSDKFKFJ” BUENO ESPERO QUE LO HAYA ENTENDIDO.
Y AHORA AQUÍ VAMOS CON LAS FRASES y/o CITAS TEXTUALES QUE MÁS ME GUSTARON:
—Eres una fácil reprimida, una calienta bragas, ¿sabes, Britt? — murmura apretando los dientes.
¿Qué? ¿Una calienta bragas… yo?
—Marley, no tengo ni idea de qué hablas —susurro, y siento una descarga de adrenalina por todo mi cuerpo.
Ahora está más cerca, y espero mi momento para entrar en acción. Ray estaría orgulloso. El me enseñó qué hacer. Es experto en autodefensa. Si Marley me toca, si respira siquiera demasiado cerca de mí, la derribaré. Me falta el aire. No debo desmayarme. No debo desmayarme.
MMMMM: SI BRITT LO ERES, MUY TENTADORA!!!! AUNQUE ODIO A MARLEY ACOSADORA SEXUAL ROSE. TIENE RAZON!!!
—Me deseas. Admítelo, Britt.
Sin apartar los ojos de ella, y concentrada en lo que tengo que hacer en lugar de en mi creciente repugnancia y mi pavor, poso una mano delicadamente sobre la suya, como una caricia. Ella sonríe triunfante. Entonces le agarro el dedo meñique, se lo retuerzo hacia atrás y, de un tirón, la hago bajar a la altura de su cadera.
— ¡Ahhh! —grita por el dolor y la sorpresa, y, cuando trastabilla, levanto la rodilla con fuerza hasta su entre pierna y consigo impactar limpiamente en mi objetivo.
Cuando dobla las rodillas y se derrumba con un quejido sobre el suelo de la cocina con las manos entre las piernas, me aparto ágilmente hacia la izquierda.
BRITT SOS MI IDOLA!!!! EN TU CARA MARLEY!!!! BUENO MEJOR DICHO EN TU V!!!!!!!!!!!!!
Pero, como no he comido en todo el día, cuando esa desagradable descarga de adrenalina remite, las piernas me fallan y me desplomo en el suelo.
Con cierto distanciamiento, contemplo a cámara lenta la escena que se desarrolla delante de mí: Santana y Taylor, con trajes oscuros, camisas blancas, y Santana en tacones. Bajan de un salto del coche y corren hacia mí.
ESTOY QUE TMB ME DESMALLARÍA PERO NO ANTES COMO BRITT SINO DESPUES DE IMAGINAR ESA ESCENA DE SANTANA CON TRAJE OSCURO, CAMISA BLANCA, EN TACONES CORRIENDO HACÍA MI!!!!!!!!!!! JAJAJAJAJ OK! TENER FANTASÍAS SE VALE!!!!!!!!
Santana se arrodilla a mi lado, pero yo apenas soy consciente de ello y solo soy capaz de pensar: Ella está aquí. Mi amor está aquí.
VE USTED LO QUE LE DIGO SEÑORITA NINA COSAS COMO ESA HACEN QUE ME DERRITA POR SU FIC!!!!!!!!
—Britt. —Me zarandea suavemente—. ¿Qué pasa? ¿Estás enferma?
Niego con la cabeza y me doy cuenta de que necesito empezar a explicarme.
—Marley —susurro, y, más que ver, percibo una fugaz mirada de Santana a
Taylor, que desaparece rápidamente en el interior del edificio.
…………Santana vuelve a zarandearme, y la risa histérica se calma.
— ¿Te ha tocado?
—Solo una vez.
Santana, dominada por la rabia, comprime y tensa los músculos, y se pone de pie con agilidad, poderosa, con la firmeza de una roca, conmigo en brazos. Está furiosa. ¡No!
— ¿Dónde está esa maldita?
Se oyen gritos ahogados dentro del edificio. Santana me deja en el suelo.
— ¿Puedes sostenerte en pie?
Yo asiento.
—No entres. No, Santana.
De pronto ha vuelto el miedo, miedo de lo que Santana le hará a Marley.
…………………—Santana, ¿por qué estás tan enfadada conmigo? —susurro mientras esperamos.
—Ya sabes por qué —musita. Entramos al ascensor y marca el código del piso—. Dios, si te hubiera pasado algo, a estas horas ella ya estaría muerta.
El tono de Santana me congela la sangre. Las puertas se cierran.
—Créeme, voy a arruinar su carrera profesional para que no pueda volver a aprovecharse de ninguna jovencita nunca más, una excusa muy miserable para una mujer de su calaña. —Menea la cabeza.
YO TMB MATARÍA A MARLEY!!!!!!! PERO CON LO QUE HIZO SANCINCUENTA POR EL MOMENTO ES SUFICIENTE.
— ¿Qué pasa? —pregunta Santana.
—No sé si todavía tengo trabajo.
Ella ladea la cabeza.
— ¿Sigues queriendo tenerlo?
—Claro.
—Entonces todavía lo tienes.
Así de simple. ¿Ves? Ella es la ama y señora de mi universo. La miro con los ojos en blanco y ella sonríe.
……………….— ¿Después de lo que ha pasado con esa víbora? ¿Después de lo que
ocurrió ayer? —añade en voz baja y muy seria.
Yo miro al fondo de sus ojos, oscuros, graves. ¿Estoy bien?
—Sí —susurro.
Me abraza más fuerte, y me siento segura, apreciada y amada, todo a la vez.
Es maravilloso. Cierro los ojos, y disfruto de la sensación de estar en sus brazos. Amo a esta mujer. Amo su aroma embriagador, su fuerza, sus maneras volubles… mi Cincuenta.
FRASES, FRASES. FRASES QUE DERRITEN……………………….
—No puedo soportar hacerte daño, porque te amo —añade, mirándome fijamente con expresión de absoluta sinceridad, como una niña pequeña que dice una verdad muy simple.
Muestra un aire completamente inocente, que me deja sin aliento. La adoro más que a nada ni a nadie. Amo a esta mujer incondicionalmente.
Me lanzo a sus brazos con tanta fuerza que tiene que soltar lo que lleva para cogerme, y le empujo contra la pared. Le sujeto la cara entre las manos, acerco sus labios a los míos y saboreo su sorpresa cuando le meto la lengua en la boca.
MIS BRITTANA!!!! LOVE IS LOVE NO HAY DE OTRA…………………..
—Podría pasarme la vida contemplando cómo duermes, Britt —murmura, y me besa la frente.
Yo sonrío y me desperezo lánguidamente a su lado.
—No pienso dejar que te vayas nunca —dice en voz baja, y me rodea con sus brazos.
Mmm…Me encanta sentir sus pechos junto a los míos.
—No quiero marcharme nunca. No me dejes marchar nunca —musito medio dormida, sin fuerzas para abrir los párpados.
ES LEY!!!!!!!!!!!!!!!!!!
BIEN TERMINANDO CON LAS FRASES,,,NO PUSE NADA DE LOS JUGUETES DE SANCINCUENTA PORQUE USTED SABE SEÑORITA NINA ME DA PUDOR…………………………….JAJAJAJJAJAJA……….FUE MUY INTERESANTE TODO HEEEE SIEMPRE ESTA BUENO INFORMARSE!!!! :P
NADA MÁS POR EL MOMENTO.
GRACIAS POR TODO SEÑORITA NINA, ME HA COMPLACIDO NUEVAMENTE CON ESTE CAP.
ESPERO CON ANSIAS EL PROXIMO, SALUDOS!!!NATY.
WOW!!!!! COMO DECIRLE SIEMPRE ES LO MISMO CON USTED SEÑORITA NINA CON CADA CAP ME DEJA “KFDJSAFSKLÑLKJLKL” ENTENDIO?? BUENO SINO VA DE NUEVO “KDLSKFLAIJSLDKLASKDKFJDKKFKFLSDKFKFJ” BUENO ESPERO QUE LO HAYA ENTENDIDO.
Y AHORA AQUÍ VAMOS CON LAS FRASES y/o CITAS TEXTUALES QUE MÁS ME GUSTARON:
—Eres una fácil reprimida, una calienta bragas, ¿sabes, Britt? — murmura apretando los dientes.
¿Qué? ¿Una calienta bragas… yo?
—Marley, no tengo ni idea de qué hablas —susurro, y siento una descarga de adrenalina por todo mi cuerpo.
Ahora está más cerca, y espero mi momento para entrar en acción. Ray estaría orgulloso. El me enseñó qué hacer. Es experto en autodefensa. Si Marley me toca, si respira siquiera demasiado cerca de mí, la derribaré. Me falta el aire. No debo desmayarme. No debo desmayarme.
MMMMM: SI BRITT LO ERES, MUY TENTADORA!!!! AUNQUE ODIO A MARLEY ACOSADORA SEXUAL ROSE. TIENE RAZON!!!
—Me deseas. Admítelo, Britt.
Sin apartar los ojos de ella, y concentrada en lo que tengo que hacer en lugar de en mi creciente repugnancia y mi pavor, poso una mano delicadamente sobre la suya, como una caricia. Ella sonríe triunfante. Entonces le agarro el dedo meñique, se lo retuerzo hacia atrás y, de un tirón, la hago bajar a la altura de su cadera.
— ¡Ahhh! —grita por el dolor y la sorpresa, y, cuando trastabilla, levanto la rodilla con fuerza hasta su entre pierna y consigo impactar limpiamente en mi objetivo.
Cuando dobla las rodillas y se derrumba con un quejido sobre el suelo de la cocina con las manos entre las piernas, me aparto ágilmente hacia la izquierda.
BRITT SOS MI IDOLA!!!! EN TU CARA MARLEY!!!! BUENO MEJOR DICHO EN TU V!!!!!!!!!!!!!
Pero, como no he comido en todo el día, cuando esa desagradable descarga de adrenalina remite, las piernas me fallan y me desplomo en el suelo.
Con cierto distanciamiento, contemplo a cámara lenta la escena que se desarrolla delante de mí: Santana y Taylor, con trajes oscuros, camisas blancas, y Santana en tacones. Bajan de un salto del coche y corren hacia mí.
ESTOY QUE TMB ME DESMALLARÍA PERO NO ANTES COMO BRITT SINO DESPUES DE IMAGINAR ESA ESCENA DE SANTANA CON TRAJE OSCURO, CAMISA BLANCA, EN TACONES CORRIENDO HACÍA MI!!!!!!!!!!! JAJAJAJAJ OK! TENER FANTASÍAS SE VALE!!!!!!!!
Santana se arrodilla a mi lado, pero yo apenas soy consciente de ello y solo soy capaz de pensar: Ella está aquí. Mi amor está aquí.
VE USTED LO QUE LE DIGO SEÑORITA NINA COSAS COMO ESA HACEN QUE ME DERRITA POR SU FIC!!!!!!!!
—Britt. —Me zarandea suavemente—. ¿Qué pasa? ¿Estás enferma?
Niego con la cabeza y me doy cuenta de que necesito empezar a explicarme.
—Marley —susurro, y, más que ver, percibo una fugaz mirada de Santana a
Taylor, que desaparece rápidamente en el interior del edificio.
…………Santana vuelve a zarandearme, y la risa histérica se calma.
— ¿Te ha tocado?
—Solo una vez.
Santana, dominada por la rabia, comprime y tensa los músculos, y se pone de pie con agilidad, poderosa, con la firmeza de una roca, conmigo en brazos. Está furiosa. ¡No!
— ¿Dónde está esa maldita?
Se oyen gritos ahogados dentro del edificio. Santana me deja en el suelo.
— ¿Puedes sostenerte en pie?
Yo asiento.
—No entres. No, Santana.
De pronto ha vuelto el miedo, miedo de lo que Santana le hará a Marley.
…………………—Santana, ¿por qué estás tan enfadada conmigo? —susurro mientras esperamos.
—Ya sabes por qué —musita. Entramos al ascensor y marca el código del piso—. Dios, si te hubiera pasado algo, a estas horas ella ya estaría muerta.
El tono de Santana me congela la sangre. Las puertas se cierran.
—Créeme, voy a arruinar su carrera profesional para que no pueda volver a aprovecharse de ninguna jovencita nunca más, una excusa muy miserable para una mujer de su calaña. —Menea la cabeza.
YO TMB MATARÍA A MARLEY!!!!!!! PERO CON LO QUE HIZO SANCINCUENTA POR EL MOMENTO ES SUFICIENTE.
— ¿Qué pasa? —pregunta Santana.
—No sé si todavía tengo trabajo.
Ella ladea la cabeza.
— ¿Sigues queriendo tenerlo?
—Claro.
—Entonces todavía lo tienes.
Así de simple. ¿Ves? Ella es la ama y señora de mi universo. La miro con los ojos en blanco y ella sonríe.
……………….— ¿Después de lo que ha pasado con esa víbora? ¿Después de lo que
ocurrió ayer? —añade en voz baja y muy seria.
Yo miro al fondo de sus ojos, oscuros, graves. ¿Estoy bien?
—Sí —susurro.
Me abraza más fuerte, y me siento segura, apreciada y amada, todo a la vez.
Es maravilloso. Cierro los ojos, y disfruto de la sensación de estar en sus brazos. Amo a esta mujer. Amo su aroma embriagador, su fuerza, sus maneras volubles… mi Cincuenta.
FRASES, FRASES. FRASES QUE DERRITEN……………………….
—No puedo soportar hacerte daño, porque te amo —añade, mirándome fijamente con expresión de absoluta sinceridad, como una niña pequeña que dice una verdad muy simple.
Muestra un aire completamente inocente, que me deja sin aliento. La adoro más que a nada ni a nadie. Amo a esta mujer incondicionalmente.
Me lanzo a sus brazos con tanta fuerza que tiene que soltar lo que lleva para cogerme, y le empujo contra la pared. Le sujeto la cara entre las manos, acerco sus labios a los míos y saboreo su sorpresa cuando le meto la lengua en la boca.
MIS BRITTANA!!!! LOVE IS LOVE NO HAY DE OTRA…………………..
—Podría pasarme la vida contemplando cómo duermes, Britt —murmura, y me besa la frente.
Yo sonrío y me desperezo lánguidamente a su lado.
—No pienso dejar que te vayas nunca —dice en voz baja, y me rodea con sus brazos.
Mmm…Me encanta sentir sus pechos junto a los míos.
—No quiero marcharme nunca. No me dejes marchar nunca —musito medio dormida, sin fuerzas para abrir los párpados.
ES LEY!!!!!!!!!!!!!!!!!!
BIEN TERMINANDO CON LAS FRASES,,,NO PUSE NADA DE LOS JUGUETES DE SANCINCUENTA PORQUE USTED SABE SEÑORITA NINA ME DA PUDOR…………………………….JAJAJAJJAJAJA……….FUE MUY INTERESANTE TODO HEEEE SIEMPRE ESTA BUENO INFORMARSE!!!! :P
NADA MÁS POR EL MOMENTO.
GRACIAS POR TODO SEÑORITA NINA, ME HA COMPLACIDO NUEVAMENTE CON ESTE CAP.
ESPERO CON ANSIAS EL PROXIMO, SALUDOS!!!NATY.
naty_LOVE_GLEE- ---
- Mensajes : 594
Fecha de inscripción : 06/05/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Wow santana de sumisa me impacto de verdad… aunque no tanto como saber todo lo que sufrio de niña, fue horrible!! ahora entiendo porque ella es asi, es que de solo imaginar todo lo que le hicieron pff… es que me has dejado en shock….. pero bueno…. sabes… al igual que a britt a mi también me dio mucha risa cuando San le pidió matrimonio jajajaja es que osea… jajaja bueno si quiere que acepte espero y que con todo el dinero que tiene haga algo muy extremadamente romántico para pedirle bien y formalmente matrimonio… en cuanto a Marley… Britt le dio su merecido, me da un poco de lastima, no debio meterse jamas con la novia de Santana Lopez, quiero saber que fue lo que encontraron en la computadora de Marley, fotos de Britt? o fotos de jovencitas??? no lo se…. quiero saber!!!
Lebam_Snix****** - Mensajes : 399
Fecha de inscripción : 21/11/2012
Edad : 36
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
...Es verdad, ¿Qué es lo que esconde Marley?
espero que sean fotos de Britt D: jaja así Santana uff no no sería increíble :3
...
espero que sean fotos de Britt D: jaja así Santana uff no no sería increíble :3
...
Anddy Rivera Morris******* - Mensajes : 407
Fecha de inscripción : 16/05/2013
Edad : 27
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Wow cada veza se pone mejor el fic!!!!!
espero tu actualizacion..
besos
espero tu actualizacion..
besos
Alisseth***** - Mensajes : 254
Fecha de inscripción : 18/05/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
¿Actualizas ya? :$
Anddy Rivera Morris******* - Mensajes : 407
Fecha de inscripción : 16/05/2013
Edad : 27
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Hello aquí me tienen de nuevo con otro capitulo no vi muchos comentarios :( pero vi muchos resaltantes. Naty tus comentarios me dan risa en el buen sentido me gusta tu descripción de lo q mas te gusto, ali siempre pendiente, Waoo karla nueva lectora gracias por estar adicta al fic y anddy jajaja se que estas ansiosa lo se ;)
Gracias a todas por comentar y le confesare algo me gustaria tener mas de 1000 comentarios en el fic esa es mi meta
Bueno entrando al capitulo de hoy abra un flechazo quiero que me den sus opiniones sobre eso ok!!
Disfruten el fic saludos y besos
Mmm…
Santana me acaricia el cuello con la nariz y me despierto poco a poco.
—Buenos días, bella —susurra, y me mordisquea el lóbulo de la oreja.
Mis ojos se abren de golpe y se vuelven a cerrar enseguida. La brillante luz de la mañana inunda la habitación y, tumbada a mi lado, ella me acaricia suave y provocativamente el pecho con la mano. Baja hasta la cadera, me agarra y me atrae hacia ella.
Yo me desperezo, disfrutando de sus caricias, y noto su respiración fuerte.
Oh. La alarma despertador estilo Santana López.
—Estás contenta de verme —balbuceo medio dormida, y me retuerzo sugerentemente contra ella.
Noto que sonríe pegada a mi mejilla.
—Estoy muy contenta de verte —dice, y desliza la mano sobre mi estómago y más abajo, cubriéndome el sexo y explorándolo con los dedos—. Está claro que despertarse con usted tiene sus ventajas, señorita Pierce.
Y me da delicadamente la vuelta, hasta quedar tumbada boca arriba.
— ¿Has dormido bien? —pregunta mientras sus dedos prosiguen su sensual tortura.
Me mira sonriendo… con esa deslumbrante sonrisa de modelo, una sonrisa fascinante de dentadura perfecta, que me deja completamente sin aliento.
Mis caderas empiezan a balancearse al ritmo de la danza que han iniciado sus dedos. Me besa recatadamente en los labios y luego desciende hasta el cuello, mordisqueando despacio, besando, y chupando. Gimo. Actúa con delicadeza, y su caricia es leve y celestial. Sus intrépidos dedos siguen bajando y desliza uno de ellos en mi interior, despacio, y sisea sobrecogida.
—Oh, Britt —murmura en tono reverencial junto a mi garganta—. Siempre estás dispuesta.
Mueve el dedo al tiempo que continúa besándome, y sus labios viajan ociosos por mi clavícula y luego bajan hasta mis pechos. Con los dientes y los labios tortura primero un pezón y luego el otro, pero… oh, con tanta ternura que se tensan y se yerguen a modo de dulce respuesta.
Yo jadeo.
—Mmm —gruñe bajito, y levanta la cabeza para mirarme con sus ardientes ojos —. Te deseo ahora.
Saca sus dedos d mi interior. Se coloca sobre mí, apoya el peso en las manos y frota la nariz contra la mía mientras usa las piernas para separar las mías. Coloca su muslo izquierdo entre mis piernas, de forma que de manera tortuosa comienza un suave movimiento.
—Estoy deseando que llegue el sábado —dice, y sus ojos brillan de placer lascivo.
— ¿Por tu cumpleaños? —contesto sin aliento.
—No. Para follarte todo el fin de semana.
—Una expresión muy adecuada —digo con una risita.
Ella me sonríe cómplice.
— ¿Se está riendo de mí, señorita Pierce?
—No.
Intento poner cara seria, sin conseguirlo.
—Ahora no es momento para risitas —dice en tono bajo y severo, haciendo un gesto admonitorio con la cabeza, pero su expresión es… oh, Dios… glacial y volcánica a la vez.
Siento un nudo en la garganta.
—Creía que te gustaba que me riera —susurro con voz ronca, perdiéndome en las profundidades de sus ojos tormentosos.
—Ahora no. Hay un momento y lugar para la risa. Y ahora no es ni uno ni otro. Tengo que callarte, y creo que sé cómo hacerlo —dice de forma inquietante, y mueve más rápido su muslo el cual rosa deliciosamente mi sexo.
— ¿Qué le apetece para desayunar, Britt?
—Solo tomaré muesli. Gracias, señora Jones.
Me sonrojo mientras ocupo mi sitio al lado de Santana en la barra del desayuno. La última vez que la muy decorosa y formal señora Jones me vio, Santana me llevaba a su dormitorio cargada sobre sus hombros.
—Estás muy guapa —dice Santana en voz baja.
Llevo otra vez la falda de tubo color gris y la blusa de seda también en gris.
—Tú también.
Le sonrío con timidez. Ella lleva una camisa azul claro de seda, vaqueros ceñidos y unas botas altas de tacón a juego con el color de su camisa, parece relajada, fresca y perfecta, como siempre.
—Deberíamos comprarte algunas faldas más —comenta con naturalidad
—De hecho, me encantaría llevarte de compras.
Uf… de compras. Yo odio ir de compras. Aunque con Santana quizá no esté tan mal. Opto por la evasiva como mejor método de defensa.
—Me pregunto qué pasará hoy en el trabajo.
—Tendrán que sustituir a esa puta.
Santana frunce el ceño con una mueca de disgusto, como si hubiera pisado algo extremadamente desagradable.
—Espero que contraten a un hombre para ser mi jefe.
— ¿Por qué?
—Bueno, así te opondrás menos a que salga con el, pero da lo mismo porque me celas de todo el mundo. —le digo en broma.
Sus labios insinúan una sonrisa, y se dispone a comerse la tortilla.
— ¿Qué te hace tanta gracia? —pregunto.
—Tú. Cómete el muesli. Todo, si no vas a comer nada más.
Mandona como siempre. Yo le hago un mohín, pero me pongo a ello.
—Y la llave va aquí.
Santana señala el contacto bajo el cambio de marchas.
—Qué sitio más raro —comento.
Pero estoy encantada con todos esos pequeños detalles, y prácticamente doy saltitos sobre el confortable asiento de piel como una niña. Por fin Santana va a dejar que conduzca mi coche.
Me observa tranquilamente, aunque en sus ojos hay un brillo jocoso.
—Estás bastante emocionada con esto, ¿verdad? —murmura divertida.
Asiento, sonriendo como una tonta.
—Tiene ese olor a coche nuevo. Este es aún mejor que el Especial para Sumisas… esto… el A3 —añado enseguida, ruborizada.
Santana tuerce el gesto.
— ¿Especial para Sumisas, eh? Tiene usted mucha facilidad de palabra, señorita Pierce.
Se echa hacia atrás con fingida reprobación, pero a mí no me engaña. Sé que está disfrutando.
—Bueno, vámonos.
Hace un gesto con la mano hacia la entrada del garaje.
Doy unas palmaditas, pongo en marcha el coche y el motor arranca con un leve ronroneo. Meto la primera, levanto el pie del freno y el Saab avanza suavemente.
Taylor, que está en el Audi detrás de nosotras, también arranca y cuando la puerta del parking se levanta, nos sigue fuera del Escala hasta la calle.
— ¿Podemos poner la radio? —pregunto cuándo paramos en el primer semáforo.
—Quiero que te concentres —replica.
—Santana, por favor, soy capaz de conducir con música.
Le pongo los ojos en blanco. Ella me mira con mala cara, pero enseguida acerca la mano a la radio.
—Con esto puedes escuchar la música de tu iPod y de tu MP3, además del cd —murmura.
De repente, un melodioso tema de Police inunda a un volumen demasiado alto el interior del coche. Santana baja la música. Mmm… «King of Pain.»
—Tu himno —le digo con ironía, y en cuanto tensa los labios y su boca se convierte en una fina línea, lamento lo que he dicho. Oh, no…
—Yo tengo ese álbum, no sé dónde —me apresuro a añadir para distraer su atención. Mmm… en algún sitio del apartamento donde he pasado tan poco tiempo.
Me pregunto cómo estará Blaine. Debería intentar llamarle hoy. No tendré mucho que hacer en el trabajo.
Siento una punzada de ansiedad en el estómago. ¿Qué pasará cuando llegue a la oficina? ¿Todo el mundo sabrá lo de Marley? ¿Estarán todos enterados de la implicación de Santana? ¿Seguiré teniendo un empleo? Maldita sea, si no tengo trabajo, ¿qué haré?
¡Cásate con la billonaria, Britt! Mi subconsciente aparece con su rostro más enojoso. Yo no le hago caso… bruja codiciosa.
—Eh, señorita Lengua Viperina. Vuelve a la Tierra.
Santana me devuelve al presente y paro ante el siguiente semáforo.
—Estás muy distraída. Concéntrate, Britt —me increpa—. Los accidentes ocurren cuando no estás atenta.
Oh, por Dios santo… y de repente, me veo catapultada a la época en la que
Ray me enseñaba a conducir. Yo no necesito otro padre. Una esposa quizá, una esposa pervertida. Mmm…
—Solo estaba pensando en el trabajo.
—Todo irá bien, bella. Confía en mí.
Santana sonríe.
—Por favor, no interfieras… Quiero hacer esto yo sola. Santana, por favor. Es importante para mí —digo con toda la dulzura de la que soy capaz.
No quiero discutir. Su boca dibuja de nuevo una mueca fina y obstinada, y creo que va a reñirme otra vez.
Oh, no.
—No discutamos, Santana. Hemos pasado una mañana maravillosa. Y anoche fue… —me faltan las palabras—… divino.
Ella no dice nada. La miro de reojo y tiene los ojos cerrados.
—Sí. Divino —afirma en voz baja—. Lo dije en serio.
— ¿El qué?
—No quiero dejarte marchar.
—No quiero marcharme.
Sonríe, y esa sonrisa nueva y tímida arrasa con todo lo que encuentra a su paso. Uau, es realmente poderosa.
—Bien —dice sin más, y se relaja.
Entro en el aparcamiento que está a media manzana de SIP.
—Te acompañaré hasta el trabajo. Taylor me recogerá allí —sugiere Santana.
Salgo con cierta dificultad del coche, limitada por la falda de tubo.
Santana baja con agilidad, cómoda con su cuerpo, o al menos esa es la impresión que transmite. Mmm… alguien que no puede soportar que la toquen no puede sentirse tan cómoda con su cuerpo. Frunzo el ceño ante ese pensamiento fugaz.
—No olvides que esta tarde a las siete hemos quedado con el doctor Flynn. Dice, y me tiende la mano.
Cierro la puerta con el mando y se la tomo.
—No me olvidaré. Confeccionaré una lista de preguntas para hacerle.
— ¿Preguntas? ¿Sobre mí?
Asiento.
—Yo puedo contestar a cualquier pregunta que tengas sobre mí.
Santana parece ofendida.
Le sonrío.
—Sí, pero yo quiero la opinión objetiva de ese charlatán carísimo.
Frunce el ceño, y de repente me atrae hacia ella y me sujeta con fuerza ambas manos a la espalda.
— ¿Seguro que es buena idea? —dice con voz baja y ronca.
Yo me echo hacia atrás y veo la larga sombra de la ansiedad acechando en sus ojos muy abiertos, y se me desgarra el alma.
—Si no quieres que lo haga, no lo haré.
La miro y deseo borrar la preocupación de su rostro a base de caricias.
Tiro de una de mis manos y ella la suelta. Le toco la mejilla con ternura es muy suave.
— ¿Qué te preocupa? —pregunto con voz tranquila y dulce.
—Que me dejes.
—Santana, ¿cuántas veces tengo que decírtelo? No voy a dejarte. Ya me has contado lo peor. No te abandonaré.
—Entonces, ¿por qué no me has contestado?
— ¿Contestarte? —murmuro con fingida inocencia.
—Ya sabes de qué hablo, Britt.
Suspiro.
—Quiero saber si soy bastante para ti, Santana. Nada más.
— ¿Y mi palabra no te basta? —dice exasperada, y me suelta.
—Santana, todo esto ha sido muy rápido. Y tú misma lo has reconocido, estás destrozada de cincuenta mil formas distintas. Yo no puedo darte lo que necesitas —musito—. Eso no es para mí, sobre todo después de haberte visto con Leila. ¿Quién dice que un día no conocerás a alguien a quien le guste hacer lo que tú haces? ¿Y quién dice que tú no… ya sabes… te enamorarás de ella? De alguien que se ajuste mucho mejor a tus necesidades.
Pensar en Santana con otra persona me pone enferma. Bajo la mirada a mis manos entrelazadas.
—Ya he conocido a varias mujeres a las que les gusta hacer lo que me gusta hacer a mí. Y ninguna de ellas me atraía como me atraes tú. Nunca tuve la menor conexión emocional con ninguna de ellas. No me había sucedido nunca, excepto contigo, Britt.
—Porque nunca les diste una oportunidad. Has pasado demasiado tiempo encerrada en tu fortaleza, Santana. Mira, hablemos de esto más tarde. Tengo que ir a trabajar. Quizá el doctor Flynn nos pueda orientar esta noche.
Esta es una conversación demasiado importante para tenerla en un parking a las nueve menos diez de la mañana, y parece que Santana, por una vez, está de acuerdo. Asiente, pero con gesto cauteloso.
—Vamos —ordena, y me tiende la mano.
Cuando llego a mi mesa, me encuentro una nota pidiéndome que acuda directamente al despacho de Elizabeth. Mi corazón da un vuelco. Oh, ya está. Van a despedirme.
—Brittany.
Elizabeth me sonríe amablemente y me señala una silla frente a su mesa. Me siento y la miro, expectante, confiando en que no oiga los latidos desbocados de mi corazón. Ella se alisa su densa cabellera negra y sus ojos azul claro me miran sombríos.
—Tengo malas noticias.
¡Malas, oh, no!
—Te he hecho venir para informarte de que Marley ha dejado la empresa de forma bastante repentina.
Me sonrojo. Para mí eso no es ninguna mala noticia. ¿Debería decirle que ya lo sabía?
—Su apresurada marcha ha dejado su puesto vacante, y nos gustaría que lo ocuparas tú de momento, hasta que encontremos un sustituto.
¿Qué? Siento que la sangre deja de circular por mi cabeza. ¿Yo?
—Pero si solo hace poco más de una semana que trabajo aquí.
—Sí, Brittany, lo comprendo, pero Marley siempre estaba elogiando tu talento. Tenía muchas esperanzas depositadas en ti.
Me quedo sin respiración. Sí, claro: tenía muchas esperanzas en hacérselo conmigo.
—Aquí tienes una descripción detallada de las funciones del puesto.
Estúdiala y podemos hablar de ello más tarde.
—Pero…
—Por favor, ya sé que es muy precipitado, pero tú ya has contactado con los autores principales de Marley. Tus anotaciones en los textos no han pasado desapercibidas a los otros editores. Tienes una mente aguda, Brittany. Todos creemos que eres capaz de hacerlo.
—De acuerdo.
Esto no puede estar pasando.
—Mira, piénsatelo. Entretanto, puedes utilizar el despacho de Marley.
Se pone de pie, dando por terminada la reunión, y me tiende la mano. Se la estrecho, totalmente aturdida.
—Yo estoy encantada de que se haya ido —murmura, y una expresión de angustia aparece en su cara.
Dios santo. ¿Qué le habría hecho a ella?
Vuelvo a mi mesa, cojo mi BlackBerry y llamo a Santana.
Contesta al segundo tono.
—Brittany, ¿estás bien? —pregunta, preocupada.
—Me acaban de dar el puesto de Marley… —suelto de sopetón—, bueno, temporalmente.
—Estás de broma —comenta, asombrada.
— ¿Tú has tenido algo que ver con esto? —pregunto más bruscamente de lo que pretendía.
—No… no, en absoluto. Quiero decir, con todos mis respetos, Brittany, que solo llevas ahí poco más de una semana… y no lo digo con ánimo de ofender.
—Ya lo sé. —Frunzo el ceño—. Por lo visto, Marley me valoraba realmente.
— ¿Ah, sí? —dice Santana en tono gélido, y luego suspira—. Bueno, bella, si ellos creen que eres capaz de hacerlo, estoy segura de que lo eres. Felicidades.
Quizá deberíamos celebrarlo después de reunirnos con el doctor Flynn.
—Mmm… ¿Estás segura de que no has tenido nada que ver con esto?
Se queda callada un momento, y después dice con voz queda y amenazadora.
— ¿Dudas de mí? Me enoja mucho que lo hagas.
Trago saliva. Vaya, se enfada muy fácilmente.
—Perdona —musito, escarmentada.
—Si necesitas algo, házmelo saber. Aquí estaré. Y, Brittany…
— ¿Qué?
—Utiliza la BlackBerry —añade secamente.
—Sí, Santana.
No cuelga, como yo esperaba, sino que inspira profundamente.
—Lo digo en serio. Si me necesitas, aquí estoy.
Sus palabras son mucho más amables, conciliadoras. Oh, es tan voluble… cambia de humor como una veleta.
—De acuerdo —murmuro—. Más vale que cuelgue. Tengo que instalarme en el despacho.
—Si me necesitas… Lo digo en serio —murmura.
—Lo sé. Gracias, Santana. Te quiero.
Noto que sonríe al otro lado del teléfono. Me la he vuelto a ganar.
—Yo también te quiero, bella.
Ah, ¿me cansaré alguna vez de que me diga esas palabras?
—Hablamos después.
—Hasta luego, bella.
Cuelgo y echo un vistazo al despacho de Marley. Mi despacho. Dios santo…
Brittany Pierce, editora en funciones. ¿Quién lo habría dicho? Debería pedir más dinero.
¿Qué pensaría Marley si se enterara? Tiemblo al pensarlo, y me pregunto vagamente qué estará haciendo esta mañana; obviamente, no está en Nueva York como esperaba. Entro en mi nuevo despacho, me siento en el escritorio y empiezo a leer la descripción del trabajo.
A las doce y media, me llama Elizabeth.
—Britt, necesitamos que vengas a una reunión a la una en punto en la sala de juntas. Asistirán Jerry Roach y Kay Bestie… ya sabes, el Presidenta y el vicePresidenta de la empresa, y todos los editores.
¡Maldición!
— ¿Tengo que preparar algo?
—No, es solo una reunión informal que tenemos una vez al mes. E incluye la comida.
—Allí estaré.
Cuelgo.
¡Madre mía! Reviso la lista actualizada de los autores de Marley. Sí, estoy familiarizada con casi todos. Tengo los cinco manuscritos cuya publicación ya está en marcha, y otros dos que deberíamos pensar seriamente en publicar. Respiro profundamente: no puedo creer que ya sea hora de comer. El día ha pasado muy rápido y eso me encanta. He tenido que asimilar tantas cosas esta mañana. Una señal acústica en mi calendario me avisa de que tengo una cita.
¡Oh, no… Rachel! Con tantas emociones me había olvidado de nuestro almuerzo. Busco mi BlackBerry y trato de encontrar a toda prisa su número.
Suena mi teléfono.
—Es el, está en recepción —dice Claire en voz baja.
— ¿Quién?
Por un segundo, pienso que puede ser Santana.
—El dios castaño.
— ¿Blaine?
Oh, ¿qué querrá? Inmediatamente me siento culpable por no haberle llamado.
Blaine, vestido con una camisa azul de cuadros, camiseta blanca y vaqueros, sonríe de oreja a oreja en cuanto aparezco.
— ¡Uau! Estás muy sexy, Pierce —dice, asintiendo con admiración, y me da un abrazo rápido.
— ¿Va todo bien? —pregunto.
El frunce el ceño.
—Toda va bien, Britt. Quería verte, eso es todo. Hacía unos días que no sabía nada de ti y quería averiguar cómo te trata la magnate.
Me ruborizo y no puedo evitar sonreír.
— ¡Vale! —exclama Blaine y levanta las manos—. Con esa sonrisa velada me basta. No quiero saber nada más. He venido con la esperanza de que pudieras salir a comer. Voy a matricularme en un curso de psicología en septiembre, aquí en Seattle.
Para mi máster.
—Oh, Blaine. Han pasado muchas cosas. Tengo mucho que contarte, pero ahora mismo no puedo. Tengo una reunión. —Y de repente se me ocurre una idea.
— ¿Podrías hacerme un gran favor, un favor enorme? —le pregunto, entrelazando las manos en gesto de súplica.
—Claro —dice, perplejo ante mi petición.
—Había quedado para comer con la hermana de Santana y Sam, pero no puedo localizarla, y me acaba de surgir esta reunión. ¿Podrías llevarla a comer? ¿Por favor?
— ¡Uf, Britt! No quiero hacer de canguro de una mocosa.
—Por favor, Blaine.
Le dedico la mejor caída de las largas pestañas de mis ojos azules. El alza la mirada con expresión resignada y sé que le he pillado.
— ¿Me cocinarás algo? —refunfuña.
—Claro, lo que sea, cuando quieras.
— ¿Y dónde está ella?
—Está a punto de llegar.
Y, justo en ese momento, oigo su voz.
— ¡Britt! —grita desde la puerta.
Ambos nos damos la vuelta, y ahí está ella: Baja y curvilínea, con su castaña melena larga, lacia y brillante, y un minivestido verde menta, a juego con unos zapatos de tacón alto con tiras alrededor de sus esbeltos tobillos. Está espectacular.
— ¿La mocosa? —susurra él, mirándola boquiabierto.
—Sí. La mocosa que necesita un canguro —le respondo también en un susurro.
—Hola, Rachel.
Le doy un rápido abrazo y ella se queda mirando a Blaine con bastante descaro.
—Rachel… este es Blaine, el hermano de Quinn.
El asiente arqueando las cejas, sorprendido. Rachel pestañea repetidamente y le da la mano.
—Encantado de conocerte —murmura Blaine con delicadeza, y Rachel, sin palabras por una vez, vuelve a pestañear y se sonroja.
Oh vaya. Me parece que es la primera vez que la veo ruborizarse.
—Yo no puedo salir a comer —digo débilmente—. Pero Blaine ha aceptado acompañarte, si te parece bien. ¿Podríamos quedar nosotras otro día?
—Claro —dice Rachel en voz baja.
Rachel hablando en voz baja, vaya una novedad.
—Sí. Ya me ocupo yo de ella. Hasta luego, Britt —dice Blaine, y le ofrece el brazo a Rachel.
Ella acepta con una sonrisa tímida.
—Adiós, Britt. —Rachel se vuelve hacia mí y dice sin palabras, con un guiño exagerado. ¡Oh, Dios mío!
¡Le gusta! Les despido con la mano mientras salen del edificio. Me pregunto cuál será la actitud de Santana con respecto a las citas de su hermana.
Pensar en eso me inquieta. Ella tiene mi edad, de manera que no puede oponerse, ¿verdad?
Pero es que estamos hablando de Santana. Mi fastidiosa subconsciente ha vuelto, con su expresión severa, su rebeca de punto y el bolso colgado del brazo.
Sacudo la cabeza para deshacerme de esa imagen. Rachel es una mujer adulta y Santana puede ser una persona razonable, ¿o no? Desecho esa idea y vuelvo al despacho de Marley… esto… a mi despacho, para preparar la reunión.
A las tres y media ya estoy de vuelta. La reunión ha ido bien. Incluso he conseguido que me aprueben los dos manuscritos que he propuesto. Estoy emocionada.
Sobre mi escritorio hay una enorme cesta de mimbre llena de unas maravillosas rosas de color blanco y rosa pálido. Uau… solo ya el aroma resulta cautivador. Cojo la tarjeta y sonrío. Sé quién las envía.
Felicidades, señorita Pierce
¡Y lo has hecho todo tú sola!
Sin ayuda de tu muy amiga, compañera y presumida presidenta
Te amo
Santana
Saco la BlackBerry para escribirle.
De: Brittany Pierce
Fecha: 16 de junio de 2011 15:43
Para: Santana López
Asunto: La presumida…
… es mi tipo de maníaca favorita. Gracias por las preciosas flores. Han llegado en una enorme cesta de mimbre que me hace pensar en picnics y mantitas.
B x
De: Santana López
Fecha: 16 de junio de 2011 15:55
Para: Brittany Pierce
Asunto: Aire libre
¿Maníaca, eh? Puede que el doctor Flynn tenga algo que decir sobre esto.
¿Quieres ir de picnic?
Podemos divertirnos mucho al aire libre, Brittany…
¿Cómo va el día, bella?
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
Oh, Dios. Me ruborizo leyendo su respuesta.
De: Brittany Pierce
Fecha: 16 de junio de 2011 16:00
Para: Santana López
Asunto: Intenso
El día ha pasado volando. Apenas he tenido un momento para mí, para pensar en nada que no fuera trabajo. ¡Creo que soy capaz de hacer esto! Te contaré más en casa.
Eso del aire libre suena… interesante.
Te amo.
B x
P.D.: No te preocupes por el doctor Flynn.
Suena el teléfono de mi mesa. Es Claire desde recepción, desesperada por saber quién ha enviado las flores y qué ha pasado con Marley. Enclaustrada en el despacho todo el día, me he perdido los cotilleos. Le cuento apresuradamente que las flores son de mi novia y que sé muy poco sobre la marcha de Marley. Vibra mi BlackBerry: es un nuevo e-mail de Santana.
De: Santana López
Fecha: 16 de junio de 2011 16:09
Para: Brittany Pierce
Asunto: Intentaré…
… no preocuparme.
Hasta luego, bella. x
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
A las cinco y media, despejo mi mesa. Es increíble lo rápido que ha pasado el día. Tengo que volver al Escala para preparar la entrevista con el doctor Flynn. No he tenido tiempo siquiera de pensar en las preguntas. Puede que hoy tengamos una reunión inicial, y quizá Santana me deje quedar con el más adelante. Me olvido de eso, salgo a toda prisa del despacho y me despido de Claire con un presuroso gesto de la mano.
También he de pensar en el cumpleaños de Santana. Sé qué voy a regalarle. Me gustaría que lo tuviera hoy antes de vernos con el doctor Flynn, pero ¿cómo? Al lado del aparcamiento hay una tiendecita que vende baratijas para turistas.
De repente tengo una inspiración y entro.
Media hora más tarde entro en el salón y Santana está de pie, hablando por la BlackBerry y mirando por el gran ventanal. Se da la vuelta, me sonríe radiante y decide poner fin a la llamada.
—Magnífico, Ros. Dile a Barney que partiremos de ahí… Adiós.
Se me acerca con paso decidido y yo le espero tímidamente en el umbral.
Se ha cambiado de ropa, lleva una camiseta blanca, botas negras y vaqueros ceñidos, tiene un aspecto de chica mala muy provocativa… Uau.
—Buenas tardes, señorita Pierce —murmura, y se inclina para besarme.
—Felicidades por su ascenso.
Me rodea entre sus brazos. Huele maravillosamente.
—Te has duchado.
—Acabo de entrenar con Claude.
—Ah.
—He logrado patearle el culo dos veces.
Santana sonríe de oreja a oreja satisfecha de sí misma. Es una sonrisa contagiosa.
— ¿Y eso no ocurre muy a menudo?
—No, y cuando pasa es muy satisfactorio. ¿Tienes hambre?
Niego con la cabeza.
— ¿Qué? —exclama ceñuda.
—Estoy nerviosa. Por lo del doctor Flynn.
—Yo también. ¿Qué tal el día?
Me suelta de su abrazo y le hago un breve resumen. Me escucha con atención.
—Ah… tengo que decirte otra cosa —añado—. Había quedado para comer con Rachel.
Ella arquea las cejas, sorprendida.
—No me lo habías dicho.
—Ya lo sé. Me olvidé. No he podido ir por culpa de la reunión. Blaine ha ido en mi lugar y ha comido con ella.
Se le oscurece el semblante.
—Ya. Deja de morderte el labio.
—Voy a refrescarme un poco —digo para cambiar de tema, y me doy la vuelta para marcharme antes de que pueda reaccionar.
La consulta del doctor Flynn queda bastante cerca del apartamento de Santana. Muy a mano, pienso, para visitas de emergencia.
—Normalmente vengo corriendo desde casa —me dice Santana cuando aparca mi Saab—. Este coche es estupendo —comenta sonriéndome.
—Yo pienso lo mismo. —Le sonrío a mi vez—. Santana… Yo…
La miro con ansiedad.
— ¿Qué pasa, Britt?
—Toma. —Saco la cajita de regalo de mi bolso—. Esto es para ti, por tu cumpleaños. Quería dártelo ahora… pero solo si prometes no abrirlo hasta el sábado,
¿vale?
Me mira sorprendida, parpadea y traga saliva.
—Vale —murmura cautelosa.
Suspiro profundamente y se lo entrego, sin hacer caso de su perplejidad.
Sacude la cajita, que hace un ruidito muy sugerente. Frunce el ceño. Sé lo desesperado que está por ver qué contiene. Entonces sonríe, y en sus ojos aparece una chispa de emoción juvenil y espontánea. Oh, Dios… aparenta la edad que tiene… y está guapísima.
—No puedes abrirlo hasta el sábado —le advierto.
—Ya lo sé —dice—. ¿Por qué me lo das ahora?
Mete la cajita en el bolsillo interior de su americana negra diplomática, cerca de su corazón.
Qué apropiado, pienso. Sonrío con complicidad.
—Porque puedo, señora López.
En sus labios aparece una mueca teñida de ironía.
—Vaya, señorita Pierce, me ha copiado la frase.
Una recepcionista amable y de aire eficiente nos hace pasar a la aristocrática consulta del doctor Flynn. Saluda a Santana muy afectuosa, un poco demasiado afectuosa para mi gusto —tiene edad para ser su madre—, y ella la llama por su nombre.
La sala es sobria: de color verde claro, con dos sofás verde oscuro frente a dos sillones orejeros de piel, y con una atmósfera propia de un club inglés. El doctor Flynn está sentado en su escritorio, al fondo.
Cuando entramos, se pone de pie y se acerca a nosotras en la zona destinada a las visitas. Lleva pantalones negros y una camisa abierta de color azul claro, sin corbata. Sus brillantes ojos azules parecen no perder detalle.
—Santana.
Sonríe amigablemente.
—John. —Santana le estrecha la mano—. ¿Te acuerdas de Brittany?
— ¿Cómo iba a olvidarme? Bienvenida, Brittany.
—Britt, por favor —balbuceo, y él me da la mano con energía.
Me encanta su acento inglés.
—Britt —dice afablemente, y nos acompaña hasta los sofás.
Santana me señala uno de ellos. Me siento, apoyando la mano en el brazo intentando parecer relajada, y ella se acomoda en el otro en el extremo más próximo a mí, de manera que estamos sentadas en ángulo recto. En medio tenemos una mesita con una sencilla lámpara. Me llama la atención la caja de pañuelos que hay junto a la lámpara.
Esto no es lo que esperaba. Tenía en mente una estancia austera, blanca con un diván negro de piel.
Con actitud eficiente y relajada, el doctor Flynn se sienta en uno de los sillones orejeros y coge un cuaderno de notas. Santana cruza las piernas, y extiende el brazo sobre el respaldo del sofá. Acerca la otra mano a la que tengo sobre el apoyabrazos y me la aprieta para darme ánimos.
—Santana ha solicitado que estuvieras presente en una de nuestras sesiones —dice el doctor Flynn amablemente—. Para tu información, consideramos estas conversaciones como algo estrictamente confidencial…
Arqueo una ceja e interrumpo a Flynn.
—Esto… eh… he firmado un acuerdo de confidencialidad —murmuro, avergonzada por haberle cortado.
Los dos se me quedan mirando, y Santana me suelta la mano.
— ¿Un acuerdo de confidencialidad?
El doctor Flynn frunce el ceño y mira a Santana, intrigado.
Ella se encoge de hombros.
— ¿Empiezas todas tus relaciones con mujeres firmando un acuerdo de ese tipo? —le pregunta el doctor Flynn.
—Con las contractuales, sí.
El doctor Flynn esboza una mueca.
— ¿Has tenido otro tipo de relaciones con mujeres? —pregunta, y parece divertido.
—No —contesta Santana al cabo de un momento, y ella también parece divertida.
—Eso pensaba. —El doctor Flynn vuelve a dirigirse a mí—. Bien, supongo que no tenemos que preocuparnos por el tema de la confidencialidad, pero ¿puedo sugerir que hablen entre ustedes sobre eso en algún momento? Según tengo entendido, no están sujetas a una relación contractual.
—Yo espero llegar a otro tipo de contrato —dice Santana en voz baja, mirándome.
Me ruborizo y el doctor Flynn entorna los ojos.
—Britt. Tendrás que perdonarme, pero probablemente sepa más de ti de lo que crees. Santana se ha mostrado muy comunicativa.
Nerviosa, miro de reojo a Santana. ¿Qué le ha dicho?
— ¿Un acuerdo de confidencialidad? —prosigue—. Eso debió de impactarte mucho.
Le miro algo desconcertada.
—Bueno, eso me parece una pequeñez comparado con lo que Santana me ha revelado últimamente —contesto con un hilo de voz, sonando bastante nerviosa.
—De eso estoy seguro. —El doctor Flynn me sonríe afectuosamente.
—Bueno, Santana, ¿de qué querías hablar?
Santana se encoge de hombros como una adolescente retraída.
—Era Brittany la que quería verte. Tal vez deberías preguntárselo a ella.
El doctor Flynn vuelve a mostrarse sorprendido y me observa con perspicacia.
Dios. Esto es una tortura. Yo me miro las manos.
— ¿Estarías más a gusto si Santana nos dejara un rato a solas?
Clavo los ojos en Santana, que me devuelve una mirada expectante.
—Sí —susurro.
Santana tuerce el gesto y abre la boca, pero vuelve a cerrarla enseguida y se pone de pie con un rápido y ágil movimiento.
—Estaré en la sala de espera —dice, y su boca dibuja una mueca de contrariedad.
Oh, no.
—Gracias, Santana —dice el doctor Flynn, impasible.
Santana me dedica una mirada escrutadora, y luego sale con paso enérgico de la habitación… aunque sin dar un portazo. Uf. Me relajo al instante.
— ¿Te intimida?
—Sí. Pero no tanto como antes.
Me siento desleal, pero es la verdad.
—Eso no me sorprende, Britt. ¿En qué puedo ayudarte?
Bajo la mirada hacia mis manos enlazadas. ¿Qué puedo preguntar?
—Doctor Flynn, esta es mi primera relación con una mujer, y Santana es… bueno, es Santana. Durante la última semana han pasado muchas cosas, y no he tenido oportunidad de analizarlas.
— ¿Qué necesitas analizar?
Levanto la vista hacia él. Me está mirando con la cabeza ladeada y, creo, semblante compasivo.
—Bueno… Santana me dice que le parece bien renunciar a… eh…
Balbuceo y me callo. Es mucho más difícil hablar de esto de lo que pensaba.
El doctor Flynn suspira.
—Britt, en el breve tiempo que hace que la conoces, has hecho más progresos que yo en los dos años que la he tenido como paciente. Has causado un profundo efecto en ella. Eso tienes que verlo.
—Ella también ha causado un profundo efecto en mí. Es solo que no sé si seré bastante para ella. Para satisfacer sus necesidades —susurro.
— ¿Es eso lo que necesitas de mí? ¿Qué te tranquilice?
Asiento.
—Santana necesita un cambio —dice sencillamente—. Se ha visto en una situación en la que sus métodos para afrontarla ya no le sirven. Es algo muy simple: tú la has obligado a enfrentarse a algunos de sus demonios, y a recapacitar.
Le miro fijamente. Eso cuadra bastante con lo que Santana me ha contado.
—Sí, sus demonios —murmuro.
—No profundizaremos en ellos… son cosa del pasado. Santana ya sabe cuáles son sus demonios, como yo… y estoy seguro de que ahora tú también. Me preocupa mucho más el futuro, y conducir a Santana al lugar donde quiere estar.
Frunzo el ceño y el levanta una ceja.
—El término técnico es SFBT… lo siento. —Sonríe—. Son las siglas en inglés de «terapia breve centrada en soluciones». Está básicamente orientada a alcanzar un objetivo. Nos concentramos en la meta a la que quiere llegar Santana y en cómo conducirla hasta allí. Es un enfoque dialéctico. No tiene sentido culpabilizarse por el pasado: eso ya lo han analizado todos los médicos, psicólogos y psiquiatras que han visitado a Santana. Sabemos por qué es como es, pero lo importante es el futuro.
A qué aspira Santana, a dónde quiere llegar. Hizo falta que la abandonaras para que ella aceptara seriamente este tipo de terapia. Es consciente de que su objetivo es una relación amorosa contigo. Es así de simple, y ahora trabajaremos sobre eso. Hay obstáculos, naturalmente: su hafefobia, por ejemplo.
¿Su qué? Le miro boquiabierta.
—Perdona. Me refiero a su miedo a que la toquen —dice el doctor Flynn, y mueve la cabeza como regañándose a sí mismo—. Del que estoy convencido de que eres consciente.
Me ruborizo y asiento. ¡Ah, eso!
—Sufre un aborrecimiento mórbido hacia sí misma. Estoy seguro de que esto no te sorprende. Y, por supuesto, está la… parasomnia… esto… perdona, dicho llanamente, los terrores nocturnos.
Parpadeo e intento absorber todas esas complejas palabras. Todo eso ya lo sé, pero el doctor Flynn no ha mencionado mi preocupación principal.
—Pero es una sádica. Seguro que, como tal, tiene necesidades que yo no puedo satisfacer.
El doctor Flynn alza la vista al cielo con gesto exasperado y aprieta los labios.
—Eso ya no se considera un término psiquiátrico. No sé cuántas veces se lo he repetido a Santana. Ni siquiera se considera una parafilia desde los años noventa.
El doctor Flynn ha conseguido que vuelva a perderme. Le miro y parpadeo.
El reacciona con una sonrisa amable.
—Esa es mi cruz —afirma meneando la cabeza—. Simplemente Santana piensa lo peor en cualquier situación. Forma parte de ese aborrecimiento que siente por sí misma. Por supuesto que existe el sadismo sexual, pero no es una enfermedad: es una opción vital. Y si se practica de forma segura, dentro de una relación sana y consentida entre adultos, no hay problema. Por lo que yo sé, todas las relaciones BDSM que ha mantenido Santana han sido así. Tú eres la primera amante que no lo ha consentido, de manera que está dispuesta a no hacerlo.
¡Amante!
—Pero seguramente no resulte tan sencillo.
— ¿Por qué no?
El doctor Flynn se encoge de hombros con expresión afable.
—Bien… las razones por las que lo hace.
—Esa es la cuestión, Britt. En términos de la terapia breve centrada en soluciones, es así de simple. Santana quiere estar contigo. Para eso, tiene que renunciar a los aspectos más extremos de ese tipo de relación. Al fin y al cabo, lo que tú pides es razonable… ¿verdad?
Me sonrojo. Sí, es razonable, ¿verdad?
—Eso pienso yo. Pero me preocupa lo que piense ella.
—Santana lo ha admitido y ha actuado en consecuencia. Ella no está loca.
—El doctor Flynn suspira—. En resumen, no es una sádica, Britt. Es una joven brillante, airada y asustada, a quien al nacer le tocó una espantosa mano de cartas en la vida.
Todos podemos golpearnos el pecho de indignación ante esa injusticia, y analizar hasta la extenuación el quién, el cómo y el porqué de todo ello; o Santana puede avanzar y decidir cómo quiere vivir de ahora en adelante. Había descubierto algo que le funcionó durante unos años, más o menos, pero desde que te conoció, ya no le funciona. Y en consecuencia, ha cambiado su modus operandi. Tú y yo tenemos que respetar su elección y apoyarla.
Le miro confusa.
— ¿Y esa es mi garantía de tranquilidad?
—La mejor posible, Britt. En esta vida no hay garantías. —Sonríe—. Y esta es mi opinión profesional.
Le devuelvo una débil sonrisa. Bromas de médicos… vaya.
—Pero ella se considera una especie de alcohólica en rehabilitación.
—Santana siempre pensará lo peor de sí misma. Como he dicho, eso forma parte del aborrecimiento que siente por sí misma. Es su carácter, pase lo que pase. Naturalmente, hacer ese cambio en su vida le preocupa. Se expone potencialmente a todo un universo de sufrimiento emocional, del cual, por cierto, tuvo un anticipo cuando tú la dejaste. Es lógico que se muestre aprensiva. —Hace una pausa
—. No voy a insistir más en la importancia de tu papel en esta conversión de Damasco… en su camino hacia Damasco. Pero la tiene, y mucha. Santana no estaría en este punto si no te hubiera conocido. Personalmente yo no creo que la de la alcohólica sea una buena analogía, pero si por ahora le sirve, pienso que deberíamos concederle el beneficio de la duda.
Concederle a Santana el beneficio de la duda. Frunzo el ceño ante la idea.
—Emocionalmente, Santana es una adolescente, Britt. Pasó totalmente de largo por esa fase de su vida. Ha canalizado todas sus energías en triunfar en el mundo de los negocios, y ha superado todas las expectativas. Ahora tiene que poner al día su universo emocional.
—¿Y yo cómo puedo ayudarla?
El doctor Flynn se echa a reír.
—Limítate a seguir haciendo lo que estás haciendo. —Me sonríe—. Santana está perdidamente enamorada. Es fantástico verla así.
Me ruborizo, y la diosa que llevo dentro se abraza entusiasmada, pero hay algo que me sigue preocupando.
— ¿Puedo preguntarle una cosa más?
—Por supuesto.
Suspiro profundamente.
—Una parte de mí piensa que, si Santana no estuviera tan destrozada, no me querría… a mí.
El doctor Flynn arquea las cejas, sorprendido.
—Esa es una valoración muy negativa de ti misma, Britt. Y, francamente, dice más sobre ti que sobre Santana. No llega al nivel de su odio hacia sí misma, pero me sorprende.
—Bueno, mírala a ella… y luego míreme a mí.
El doctor Flynn tuerce el gesto.
—Lo he hecho. He visto a mujer joven y atractiva, y a otra mujer joven y atractiva. ¿Por qué no te consideras atractiva, Britt?
Oh, no… no quiero que esto se centre ahora mí. Me miro los dedos. En ese momento llaman con energía a la puerta y me sobresalto. Santana vuelve a entrar en la sala, mirándonos fijamente a ambos. Yo me ruborizo y vuelvo la vista hacia Flynn, que sonríe afablemente a Santana.
—Bienvenida de nuevo, Santana —dice.
—Creo que ya ha pasado la hora, John.
—Ya casi estamos, Santana. Pasa.
Santana se sienta, a mi lado esta vez, y apoya la mano sobre mi rodilla posesivamente. Un gesto que no le pasa desapercibido al doctor Flynn.
— ¿Quieres preguntar algo más, Britt? —inquiere el doctor con preocupación evidente.
Maldita sea… no debería haberle planteado eso. Niego con la cabeza.
— ¿Santana?
—Hoy no, John.
Flynn asiente.
—Puede que sea beneficioso para las dos que vuelvan. Estoy seguro de que Britt tendrá más preguntas.
Santana hace a regañadientes un gesto de conformidad.
Me ruborizo. Oh, no… quiere profundizar. Santana me da una palmadita en la mano y me mira atentamente.
— ¿De acuerdo? —pregunta en voz baja.
Yo le sonrío y asiento. Sí, vamos a concederle el beneficio de la duda, por gentileza del buen doctor inglés.
Santana me aprieta la mano y se vuelve hacia Flynn.
— ¿Cómo está? —pregunta en un susurro.
¿Se refiere… a mí?
—Saldrá de esta —contesta este tranquilizadoramente.
—Bien. Mantenme informada de su evolución.
—Lo haré.
Oh, Dios. Están hablando de Leila.
— ¿No deberíamos salir a celebrar tu ascenso? —me pregunta Santana en un tono inequívoco.
Asiento tímidamente y se pone de pie.
Nos despedimos apresuradamente del doctor Flynn, y Santana me hace salir con un apremio inusitado.
Una vez en la calle, se vuelve hacia mí y me mira.
— ¿Qué tal ha ido?
Su voz tiene un matiz de ansiedad.
—Ha ido bien.
Me mira con suspicacia. Yo ladeo la cabeza.
—Señora López, por favor, no me mire de esa manera. Por órdenes del doctor, voy a concederte el beneficio de la duda.
— ¿Qué quiere decir eso?
—Ya lo verás.
Tuerce el gesto y entorna los ojos.
—Sube al coche —ordena, y abre la puerta del pasajero del Saab.
Oh… cambio de rumbo. Mi BlackBerry empieza a vibrar. La saco de mi bolso.
¡Oh, no, Noah!
— ¡Hola!
—Britt, hola…
Observo a Cincuenta, que me mira con recelo. «Noah», articulo en silencio.
Me observa impasible, pero se le endurece la expresión. ¿Cree que no me doy cuenta?
Devuelvo mi atención a Noah.
—Perdona que no te haya llamado. ¿Es por lo de mañana? —le pregunto a
Noah, pero con los ojos puestos en Santana.
—Sí, oye: he hablado con un tipo que había en casa de López, así que ya sé dónde tengo que entregar las fotos. Iré allí entre las cinco y las seis… después de eso, estoy libre.
Ah.
—Bueno, de hecho ahora estoy instalada en casa de Santana, y ella dice que si quieres puedes dormir allí.
Santana aprieta los labios, que se convierten en una fina y dura línea.
Mmm… menuda anfitriona está hecho.
Noah se queda callado un momento para digerir la noticia. Yo siento cierta vergüenza. Ni siquiera he tenido la oportunidad de hablar con él sobre Santana.
—Vale —dice finalmente—. Esto de López… ¿va en serio?
Le doy la espalda al coche y camino hasta el otro lado de la acera.
—Sí.
— ¿Cómo de serio?
Pongo los ojos en blanco y me quedo callada. ¿Por qué Santana tiene que estar escuchando?
—Serio.
— ¿Está contigo ahora? ¿Por eso hablas con monosílabos?
—Sí.
—Vale. Entonces, ¿tienes permiso para salir mañana?
—Claro.
Eso espero, y automáticamente cruzo los dedos.
—Bueno, ¿dónde quedamos?
—Puedes venir a buscarme al trabajo —sugiero.
—Vale.
—Te mando un mensaje con la dirección.
— ¿A qué hora?
— ¿A las seis?
—Muy bien. Quedamos así. Tengo ganas de verte, Britt. Te echo de menos.
Sonrío.
—Estupendo. Nos vemos.
Cuelgo el teléfono y me doy la vuelta.
Santana está apoyada en el coche, mirándome con una expresión inescrutable.
— ¿Cómo está tu amigo? —pregunta con frialdad.
—Está bien. Me recogerá en el trabajo y supongo que iremos a tomar algo.
¿Te apetecería venir con nosotros?
Santana vacila. Sus ojos permanecen fríos.
— ¿No crees que intentará algo?
— ¡No! —exclamo en tono exasperado… pero me abstengo de poner los ojos en blanco.
—De acuerdo. —Santana levanta las manos en señal de rendición—. Sal con tu amigo, y ya te veré a última hora de la tarde.
Yo me esperaba una discusión, y su rápido consentimiento me coge a contrapié.
— ¿Ves como puedo ser razonable? —dice sonriendo.
Yo tuerzo el gesto. Eso ya lo veremos.
— ¿Puedo conducir?
Santana parpadea, sorprendida por mi petición.
—Preferiría que no.
— ¿Por qué, si se puede saber?
—Porque no me gusta que me lleven.
—Esta mañana no te importó, y tampoco parece que te moleste mucho que Taylor te lleve.
—Es evidente que confío en la forma de conducir de Taylor.
— ¿Y en la mía no? —Pongo las manos en las caderas—. Francamente… tu obsesión por el control no tiene límites. Yo conduzco desde los quince años.
Ella responde encogiéndose de hombros, como si eso no tuviera la menor importancia. ¡Oh… es tan exasperante! ¿Beneficio de la duda? Al carajo.
— ¿Es este mi coche? —pregunto.
Ella me mira con el ceño fruncido.
—Claro que es tu coche.
—Pues dame las llaves, por favor. Lo he conducido dos veces, y únicamente para ir y volver del trabajo. Solo lo estás disfrutando tú.
Estoy a punto de hacer un puchero. Santana tuerce la boca para disimular una sonrisa.
—Pero si no sabes adónde vamos.
—Estoy segura de que usted podrá informarme, señora López. Hasta ahora lo ha hecho muy bien.
Se me queda mirando, atónita, y entonces sonríe, con esa nueva sonrisa tímida que me desarma totalmente y me deja sin respiración.
— ¿Así que lo he hecho bien, eh? —murmura.
Me sonrojo.
—En general, sí.
—Bien, en ese caso…
Me da las llaves, se dirige hasta la puerta del conductor y me la abre.
—Aquí a la izquierda —ordena Santana, mientras circulamos en dirección norte hacia la interestatal 5—. Demonios… cuidado, Britt.
Se agarra al salpicadero.
Oh, por Dios. Pongo los ojos en blanco, pero no me vuelvo a mirarla. Van Morrison canta de fondo en el equipo de sonido del coche.
— ¡Más despacio!
— ¡Estoy yendo despacio!
Santana suspira.
— ¿Qué te ha dicho el doctor Flynn?
Capto la ansiedad que emana de su voz.
—Ya te lo he explicado. Dice que debería concederte el beneficio de la duda.
Maldita sea… quizá debería haber dejado que condujera Santana. Así podría observarla. De hecho… Pongo el intermitente para detener el coche.
— ¿Qué estás haciendo? —espeta, alarmada.
—Dejar que conduzcas tú.
— ¿Por qué?
—Así podré mirarte.
Se echa a reír.
—No, no… querías conducir tú. Así que sigue conduciendo, y yo te miraré a ti.
Le pongo mala cara.
— ¡No apartes la vista de la carretera! —grita.
Me hierve la sangre. ¡Hasta aquí! Acerco el coche al bordillo justo delante de un semáforo, salgo del coche dando un portazo y me quedo de pie en la acera, con los brazos cruzados. La fulmino con la mirada. Ella también se baja del Saab.
— ¿Qué estás haciendo? —pregunta enfurecida.
—No, ¿qué estás haciendo tú?
—No puedes aparcar aquí.
—Ya lo sé.
—Entonces, ¿por qué aparcas?
—Porque ya estoy harta de que me des órdenes a gritos. ¡O conduces tú o dejas de comentar cómo conduzco!
—Brittany, vuelve a entrar en el coche antes de que nos pongan una multa.
—No.
Me mira y parpadea, sin saber qué decir; entonces se pasa la mano por el pelo, y su enfado se convierte en desconcierto. De repente está tan graciosa, que no puedo evitar sonreírle. Ella frunce el ceño.
— ¿Qué? —me grita otra vez.
—Tú.
— ¡Oh, Brittany! Eres la mujer más frustrante que he conocido en mi vida.
—Levanta las manos al aire, exasperada—. Muy bien, conduciré yo.
La agarro por las solapas de la chaqueta y la acerco a mí.
—No… usted es la mujer más frustrante que he conocido en mi vida, señora López.
Ella baja los ojos hacia mí, oscuros e intensos, luego desliza los brazos alrededor de mi cintura y me abraza muy fuerte.
—Entonces puede que estemos hechas la una para la otra —dice en voz baja.
La rodeo con los brazos y cierro los ojos. Por primera vez desde esta mañana, me siento relajada.
—Oh… Britt, Britt, Britt —susurra, con los labios pegados a mi frente.
Estrecho mi abrazo y nos quedamos así, inmóviles, disfrutando de un momento de inesperada tranquilidad en la calle. Me suelta y me abre la puerta del pasajero. Entro y me siento en silencio, mirando como ella rodea el coche.
Arranca y se incorpora al tráfico, canturreando abstraída al son de Van Morrison.
Uau. Nunca la había oído cantar, ni siquiera en la ducha, nunca. Frunzo el ceño. Tiene una voz encantadora… cómo no. Mmm… ¿me habrá oído ella cantar?
¡Si fuera así, no te habría pedido que te casaras con ella! Mi subconsciente tiene los brazos cruzados, vestida con estampado de cuadros Burberry. Termina la canción y Santana sonríe satisfecha.
—Si nos hubieran puesto una multa, este coche está a tu nombre, ¿sabes?
—Bueno, pues qué bien que me hayan ascendido. Así podré pagarla —digo con suficiencia, mirando su encantador perfil.
Esboza una media sonrisa. Empieza a sonar otra canción de Van Morrison mientras Santana se incorpora al carril que lleva a la interestatal 5, en dirección norte.
— ¿Adónde vamos?
—Es una sorpresa. ¿Qué más te ha dicho Flynn?
Suspiro.
—Habló de la FFFSTB o no sé qué terapia.
—SFBT. La última opción terapéutica —musita.
— ¿Has probado otras?
Santana suelta un bufido.
—Bella, me he sometido a todas. Cognitiva, freudiana, funcionalista, Gestalt, del comportamiento… Escoge la que quieras, que durante estos años seguro que la he probado —dice en un tono que delata su amargura.
El resentimiento que destila su voz resulta angustioso.
— ¿Crees que este último enfoque te ayudará?
— ¿Qué ha dicho Flynn?
—Que no escarbáramos en tu pasado. Que nos centráramos en el futuro… en la meta a la que quieres llegar.
Santana asiente, pero se encoge de hombros al mismo tiempo con expresión cauta.
— ¿Qué más? —insiste.
—Ha hablado de tu miedo a que te toquen, aunque él lo ha llamado de otra forma. Y sobre tus pesadillas, y el odio que sientes hacia ti misma.
La observo a la luz del crepúsculo y se le ve pensativa, mordisqueándose el pulgar mientras conduce. Vuelve la cabeza hacia mí.
—Mire a la carretera, señora López —le riño.
Parece divertida y levemente irritada.
—Han estado hablando mucho rato, Brittany. ¿Qué más te ha dicho?
Yo trago saliva.
—El no cree que seas una sádica —murmuro.
— ¿De verdad? —dice Santana en voz baja y frunce el ceño.
La atmósfera en el interior del coche cae en picado.
—Dice que la psiquiatría no admite ese término desde los años noventa — musito, intentando recuperar de inmediato el buen ambiente.
La cara de Santana se ensombrece y lanza un suspiro.
—Flynn y yo tenemos opiniones distintas al respecto.
—El dice que tú siempre piensas lo peor de ti misma. Y yo sé que eso es verdad. Murmuro.
—También ha mencionado el sadismo sexual… pero ha dicho que eso es una opción vital, no un trastorno psiquiátrico. Quizá sea en eso en lo que estás pensando.
Vuelve a fulminarme con la mirada y aprieta los labios.
—Así que tienes una charla con el médico y te conviertes en una experta — comenta con acidez, y vuelve a mirar al frente.
Oh, vaya… Suspiro.
—Mira… si no quieres oír lo que me ha dicho, entonces no preguntes — replico en voz baja.
No quiero discutir. De todas formas, tiene razón… ¿Qué demonios sé yo de todo esto? ¿Quiero saberlo siquiera? Puedo enumerar los puntos principales: su obsesión por el control, su posesividad, sus celos, su sobreprotección… y comprendo perfectamente de dónde proceden. Incluso puedo entender por qué no le gusta que la toquen: he visto las cicatrices físicas. Las mentales solo puedo imaginarlas, y únicamente en una ocasión he tenido un atisbo de sus pesadillas. Y el doctor Flynn ha dicho…
—Quiero saber de qué han hablado —interrumpe Santana mi reflexión.
Deja la interestatal 5 en la salida 172 y se dirige al oeste, hacia el sol que se pone lentamente.
—Ha dicho que yo era tu amante.
— ¿Ah, sí? —Ahora su tono es conciliador—. Bueno, es bastante maniático con los términos. A mí me parece una descripción bastante exacta. ¿A ti, no?
— ¿Tú considerabas amantes a tus sumisas?
Santana frunce una vez más el ceño, pero ahora con gesto pensativo. Hace girar suavemente el Saab de nuevo en dirección norte. ¿Adónde vamos?
—No. Eran compañeras sexuales —murmura, con voz cauta—. Tú eres mi única amante. Y quiero que seas algo más.
Oh… ahí está otra vez esa palabra mágica, rebosante de posibilidades. Eso me hace sonreír, y me abrazo a mí misma por dentro, intentando contener mi alegría.
—Lo sé —susurro, haciendo esfuerzos para ocultar la emoción—. Solo necesito un poco de tiempo, Santana. Para reflexionar sobre estos últimos días.
Ella me mira con la cabeza ladeada, extrañada, perpleja.
El semáforo ante el que estamos paradas se pone verde. Santana asiente y sube la música. La conversación ha terminado.
Van Morrison sigue cantando con más optimismo ahora sobre una noche maravillosa para bailar bajo la luna. Contemplo por la ventanilla los pinos y los abetos cubiertos por la pátina dorada de la luz crepuscular, y sus sombras alargadas que se extienden sobre la carretera. Santana ha girado por una calle de aspecto más residencial, y enfilamos hacia el oeste, hacia el Sound.
— ¿Adónde vamos? —pregunto otra vez cuando volvemos a girar.
Atisbo la señal de la calle: 9TH AVE. NW. Estoy desconcertada.
—Sorpresa —dice, y sonríe misteriosamente.
Gracias a todas por comentar y le confesare algo me gustaria tener mas de 1000 comentarios en el fic esa es mi meta
Bueno entrando al capitulo de hoy abra un flechazo quiero que me den sus opiniones sobre eso ok!!
Disfruten el fic saludos y besos
Parte II – Capítulo 17
Mmm…
Santana me acaricia el cuello con la nariz y me despierto poco a poco.
—Buenos días, bella —susurra, y me mordisquea el lóbulo de la oreja.
Mis ojos se abren de golpe y se vuelven a cerrar enseguida. La brillante luz de la mañana inunda la habitación y, tumbada a mi lado, ella me acaricia suave y provocativamente el pecho con la mano. Baja hasta la cadera, me agarra y me atrae hacia ella.
Yo me desperezo, disfrutando de sus caricias, y noto su respiración fuerte.
Oh. La alarma despertador estilo Santana López.
—Estás contenta de verme —balbuceo medio dormida, y me retuerzo sugerentemente contra ella.
Noto que sonríe pegada a mi mejilla.
—Estoy muy contenta de verte —dice, y desliza la mano sobre mi estómago y más abajo, cubriéndome el sexo y explorándolo con los dedos—. Está claro que despertarse con usted tiene sus ventajas, señorita Pierce.
Y me da delicadamente la vuelta, hasta quedar tumbada boca arriba.
— ¿Has dormido bien? —pregunta mientras sus dedos prosiguen su sensual tortura.
Me mira sonriendo… con esa deslumbrante sonrisa de modelo, una sonrisa fascinante de dentadura perfecta, que me deja completamente sin aliento.
Mis caderas empiezan a balancearse al ritmo de la danza que han iniciado sus dedos. Me besa recatadamente en los labios y luego desciende hasta el cuello, mordisqueando despacio, besando, y chupando. Gimo. Actúa con delicadeza, y su caricia es leve y celestial. Sus intrépidos dedos siguen bajando y desliza uno de ellos en mi interior, despacio, y sisea sobrecogida.
—Oh, Britt —murmura en tono reverencial junto a mi garganta—. Siempre estás dispuesta.
Mueve el dedo al tiempo que continúa besándome, y sus labios viajan ociosos por mi clavícula y luego bajan hasta mis pechos. Con los dientes y los labios tortura primero un pezón y luego el otro, pero… oh, con tanta ternura que se tensan y se yerguen a modo de dulce respuesta.
Yo jadeo.
—Mmm —gruñe bajito, y levanta la cabeza para mirarme con sus ardientes ojos —. Te deseo ahora.
Saca sus dedos d mi interior. Se coloca sobre mí, apoya el peso en las manos y frota la nariz contra la mía mientras usa las piernas para separar las mías. Coloca su muslo izquierdo entre mis piernas, de forma que de manera tortuosa comienza un suave movimiento.
—Estoy deseando que llegue el sábado —dice, y sus ojos brillan de placer lascivo.
— ¿Por tu cumpleaños? —contesto sin aliento.
—No. Para follarte todo el fin de semana.
—Una expresión muy adecuada —digo con una risita.
Ella me sonríe cómplice.
— ¿Se está riendo de mí, señorita Pierce?
—No.
Intento poner cara seria, sin conseguirlo.
—Ahora no es momento para risitas —dice en tono bajo y severo, haciendo un gesto admonitorio con la cabeza, pero su expresión es… oh, Dios… glacial y volcánica a la vez.
Siento un nudo en la garganta.
—Creía que te gustaba que me riera —susurro con voz ronca, perdiéndome en las profundidades de sus ojos tormentosos.
—Ahora no. Hay un momento y lugar para la risa. Y ahora no es ni uno ni otro. Tengo que callarte, y creo que sé cómo hacerlo —dice de forma inquietante, y mueve más rápido su muslo el cual rosa deliciosamente mi sexo.
— ¿Qué le apetece para desayunar, Britt?
—Solo tomaré muesli. Gracias, señora Jones.
Me sonrojo mientras ocupo mi sitio al lado de Santana en la barra del desayuno. La última vez que la muy decorosa y formal señora Jones me vio, Santana me llevaba a su dormitorio cargada sobre sus hombros.
—Estás muy guapa —dice Santana en voz baja.
Llevo otra vez la falda de tubo color gris y la blusa de seda también en gris.
—Tú también.
Le sonrío con timidez. Ella lleva una camisa azul claro de seda, vaqueros ceñidos y unas botas altas de tacón a juego con el color de su camisa, parece relajada, fresca y perfecta, como siempre.
—Deberíamos comprarte algunas faldas más —comenta con naturalidad
—De hecho, me encantaría llevarte de compras.
Uf… de compras. Yo odio ir de compras. Aunque con Santana quizá no esté tan mal. Opto por la evasiva como mejor método de defensa.
—Me pregunto qué pasará hoy en el trabajo.
—Tendrán que sustituir a esa puta.
Santana frunce el ceño con una mueca de disgusto, como si hubiera pisado algo extremadamente desagradable.
—Espero que contraten a un hombre para ser mi jefe.
— ¿Por qué?
—Bueno, así te opondrás menos a que salga con el, pero da lo mismo porque me celas de todo el mundo. —le digo en broma.
Sus labios insinúan una sonrisa, y se dispone a comerse la tortilla.
— ¿Qué te hace tanta gracia? —pregunto.
—Tú. Cómete el muesli. Todo, si no vas a comer nada más.
Mandona como siempre. Yo le hago un mohín, pero me pongo a ello.
—Y la llave va aquí.
Santana señala el contacto bajo el cambio de marchas.
—Qué sitio más raro —comento.
Pero estoy encantada con todos esos pequeños detalles, y prácticamente doy saltitos sobre el confortable asiento de piel como una niña. Por fin Santana va a dejar que conduzca mi coche.
Me observa tranquilamente, aunque en sus ojos hay un brillo jocoso.
—Estás bastante emocionada con esto, ¿verdad? —murmura divertida.
Asiento, sonriendo como una tonta.
—Tiene ese olor a coche nuevo. Este es aún mejor que el Especial para Sumisas… esto… el A3 —añado enseguida, ruborizada.
Santana tuerce el gesto.
— ¿Especial para Sumisas, eh? Tiene usted mucha facilidad de palabra, señorita Pierce.
Se echa hacia atrás con fingida reprobación, pero a mí no me engaña. Sé que está disfrutando.
—Bueno, vámonos.
Hace un gesto con la mano hacia la entrada del garaje.
Doy unas palmaditas, pongo en marcha el coche y el motor arranca con un leve ronroneo. Meto la primera, levanto el pie del freno y el Saab avanza suavemente.
Taylor, que está en el Audi detrás de nosotras, también arranca y cuando la puerta del parking se levanta, nos sigue fuera del Escala hasta la calle.
— ¿Podemos poner la radio? —pregunto cuándo paramos en el primer semáforo.
—Quiero que te concentres —replica.
—Santana, por favor, soy capaz de conducir con música.
Le pongo los ojos en blanco. Ella me mira con mala cara, pero enseguida acerca la mano a la radio.
—Con esto puedes escuchar la música de tu iPod y de tu MP3, además del cd —murmura.
De repente, un melodioso tema de Police inunda a un volumen demasiado alto el interior del coche. Santana baja la música. Mmm… «King of Pain.»
—Tu himno —le digo con ironía, y en cuanto tensa los labios y su boca se convierte en una fina línea, lamento lo que he dicho. Oh, no…
—Yo tengo ese álbum, no sé dónde —me apresuro a añadir para distraer su atención. Mmm… en algún sitio del apartamento donde he pasado tan poco tiempo.
Me pregunto cómo estará Blaine. Debería intentar llamarle hoy. No tendré mucho que hacer en el trabajo.
Siento una punzada de ansiedad en el estómago. ¿Qué pasará cuando llegue a la oficina? ¿Todo el mundo sabrá lo de Marley? ¿Estarán todos enterados de la implicación de Santana? ¿Seguiré teniendo un empleo? Maldita sea, si no tengo trabajo, ¿qué haré?
¡Cásate con la billonaria, Britt! Mi subconsciente aparece con su rostro más enojoso. Yo no le hago caso… bruja codiciosa.
—Eh, señorita Lengua Viperina. Vuelve a la Tierra.
Santana me devuelve al presente y paro ante el siguiente semáforo.
—Estás muy distraída. Concéntrate, Britt —me increpa—. Los accidentes ocurren cuando no estás atenta.
Oh, por Dios santo… y de repente, me veo catapultada a la época en la que
Ray me enseñaba a conducir. Yo no necesito otro padre. Una esposa quizá, una esposa pervertida. Mmm…
—Solo estaba pensando en el trabajo.
—Todo irá bien, bella. Confía en mí.
Santana sonríe.
—Por favor, no interfieras… Quiero hacer esto yo sola. Santana, por favor. Es importante para mí —digo con toda la dulzura de la que soy capaz.
No quiero discutir. Su boca dibuja de nuevo una mueca fina y obstinada, y creo que va a reñirme otra vez.
Oh, no.
—No discutamos, Santana. Hemos pasado una mañana maravillosa. Y anoche fue… —me faltan las palabras—… divino.
Ella no dice nada. La miro de reojo y tiene los ojos cerrados.
—Sí. Divino —afirma en voz baja—. Lo dije en serio.
— ¿El qué?
—No quiero dejarte marchar.
—No quiero marcharme.
Sonríe, y esa sonrisa nueva y tímida arrasa con todo lo que encuentra a su paso. Uau, es realmente poderosa.
—Bien —dice sin más, y se relaja.
Entro en el aparcamiento que está a media manzana de SIP.
—Te acompañaré hasta el trabajo. Taylor me recogerá allí —sugiere Santana.
Salgo con cierta dificultad del coche, limitada por la falda de tubo.
Santana baja con agilidad, cómoda con su cuerpo, o al menos esa es la impresión que transmite. Mmm… alguien que no puede soportar que la toquen no puede sentirse tan cómoda con su cuerpo. Frunzo el ceño ante ese pensamiento fugaz.
—No olvides que esta tarde a las siete hemos quedado con el doctor Flynn. Dice, y me tiende la mano.
Cierro la puerta con el mando y se la tomo.
—No me olvidaré. Confeccionaré una lista de preguntas para hacerle.
— ¿Preguntas? ¿Sobre mí?
Asiento.
—Yo puedo contestar a cualquier pregunta que tengas sobre mí.
Santana parece ofendida.
Le sonrío.
—Sí, pero yo quiero la opinión objetiva de ese charlatán carísimo.
Frunce el ceño, y de repente me atrae hacia ella y me sujeta con fuerza ambas manos a la espalda.
— ¿Seguro que es buena idea? —dice con voz baja y ronca.
Yo me echo hacia atrás y veo la larga sombra de la ansiedad acechando en sus ojos muy abiertos, y se me desgarra el alma.
—Si no quieres que lo haga, no lo haré.
La miro y deseo borrar la preocupación de su rostro a base de caricias.
Tiro de una de mis manos y ella la suelta. Le toco la mejilla con ternura es muy suave.
— ¿Qué te preocupa? —pregunto con voz tranquila y dulce.
—Que me dejes.
—Santana, ¿cuántas veces tengo que decírtelo? No voy a dejarte. Ya me has contado lo peor. No te abandonaré.
—Entonces, ¿por qué no me has contestado?
— ¿Contestarte? —murmuro con fingida inocencia.
—Ya sabes de qué hablo, Britt.
Suspiro.
—Quiero saber si soy bastante para ti, Santana. Nada más.
— ¿Y mi palabra no te basta? —dice exasperada, y me suelta.
—Santana, todo esto ha sido muy rápido. Y tú misma lo has reconocido, estás destrozada de cincuenta mil formas distintas. Yo no puedo darte lo que necesitas —musito—. Eso no es para mí, sobre todo después de haberte visto con Leila. ¿Quién dice que un día no conocerás a alguien a quien le guste hacer lo que tú haces? ¿Y quién dice que tú no… ya sabes… te enamorarás de ella? De alguien que se ajuste mucho mejor a tus necesidades.
Pensar en Santana con otra persona me pone enferma. Bajo la mirada a mis manos entrelazadas.
—Ya he conocido a varias mujeres a las que les gusta hacer lo que me gusta hacer a mí. Y ninguna de ellas me atraía como me atraes tú. Nunca tuve la menor conexión emocional con ninguna de ellas. No me había sucedido nunca, excepto contigo, Britt.
—Porque nunca les diste una oportunidad. Has pasado demasiado tiempo encerrada en tu fortaleza, Santana. Mira, hablemos de esto más tarde. Tengo que ir a trabajar. Quizá el doctor Flynn nos pueda orientar esta noche.
Esta es una conversación demasiado importante para tenerla en un parking a las nueve menos diez de la mañana, y parece que Santana, por una vez, está de acuerdo. Asiente, pero con gesto cauteloso.
—Vamos —ordena, y me tiende la mano.
Cuando llego a mi mesa, me encuentro una nota pidiéndome que acuda directamente al despacho de Elizabeth. Mi corazón da un vuelco. Oh, ya está. Van a despedirme.
—Brittany.
Elizabeth me sonríe amablemente y me señala una silla frente a su mesa. Me siento y la miro, expectante, confiando en que no oiga los latidos desbocados de mi corazón. Ella se alisa su densa cabellera negra y sus ojos azul claro me miran sombríos.
—Tengo malas noticias.
¡Malas, oh, no!
—Te he hecho venir para informarte de que Marley ha dejado la empresa de forma bastante repentina.
Me sonrojo. Para mí eso no es ninguna mala noticia. ¿Debería decirle que ya lo sabía?
—Su apresurada marcha ha dejado su puesto vacante, y nos gustaría que lo ocuparas tú de momento, hasta que encontremos un sustituto.
¿Qué? Siento que la sangre deja de circular por mi cabeza. ¿Yo?
—Pero si solo hace poco más de una semana que trabajo aquí.
—Sí, Brittany, lo comprendo, pero Marley siempre estaba elogiando tu talento. Tenía muchas esperanzas depositadas en ti.
Me quedo sin respiración. Sí, claro: tenía muchas esperanzas en hacérselo conmigo.
—Aquí tienes una descripción detallada de las funciones del puesto.
Estúdiala y podemos hablar de ello más tarde.
—Pero…
—Por favor, ya sé que es muy precipitado, pero tú ya has contactado con los autores principales de Marley. Tus anotaciones en los textos no han pasado desapercibidas a los otros editores. Tienes una mente aguda, Brittany. Todos creemos que eres capaz de hacerlo.
—De acuerdo.
Esto no puede estar pasando.
—Mira, piénsatelo. Entretanto, puedes utilizar el despacho de Marley.
Se pone de pie, dando por terminada la reunión, y me tiende la mano. Se la estrecho, totalmente aturdida.
—Yo estoy encantada de que se haya ido —murmura, y una expresión de angustia aparece en su cara.
Dios santo. ¿Qué le habría hecho a ella?
Vuelvo a mi mesa, cojo mi BlackBerry y llamo a Santana.
Contesta al segundo tono.
—Brittany, ¿estás bien? —pregunta, preocupada.
—Me acaban de dar el puesto de Marley… —suelto de sopetón—, bueno, temporalmente.
—Estás de broma —comenta, asombrada.
— ¿Tú has tenido algo que ver con esto? —pregunto más bruscamente de lo que pretendía.
—No… no, en absoluto. Quiero decir, con todos mis respetos, Brittany, que solo llevas ahí poco más de una semana… y no lo digo con ánimo de ofender.
—Ya lo sé. —Frunzo el ceño—. Por lo visto, Marley me valoraba realmente.
— ¿Ah, sí? —dice Santana en tono gélido, y luego suspira—. Bueno, bella, si ellos creen que eres capaz de hacerlo, estoy segura de que lo eres. Felicidades.
Quizá deberíamos celebrarlo después de reunirnos con el doctor Flynn.
—Mmm… ¿Estás segura de que no has tenido nada que ver con esto?
Se queda callada un momento, y después dice con voz queda y amenazadora.
— ¿Dudas de mí? Me enoja mucho que lo hagas.
Trago saliva. Vaya, se enfada muy fácilmente.
—Perdona —musito, escarmentada.
—Si necesitas algo, házmelo saber. Aquí estaré. Y, Brittany…
— ¿Qué?
—Utiliza la BlackBerry —añade secamente.
—Sí, Santana.
No cuelga, como yo esperaba, sino que inspira profundamente.
—Lo digo en serio. Si me necesitas, aquí estoy.
Sus palabras son mucho más amables, conciliadoras. Oh, es tan voluble… cambia de humor como una veleta.
—De acuerdo —murmuro—. Más vale que cuelgue. Tengo que instalarme en el despacho.
—Si me necesitas… Lo digo en serio —murmura.
—Lo sé. Gracias, Santana. Te quiero.
Noto que sonríe al otro lado del teléfono. Me la he vuelto a ganar.
—Yo también te quiero, bella.
Ah, ¿me cansaré alguna vez de que me diga esas palabras?
—Hablamos después.
—Hasta luego, bella.
Cuelgo y echo un vistazo al despacho de Marley. Mi despacho. Dios santo…
Brittany Pierce, editora en funciones. ¿Quién lo habría dicho? Debería pedir más dinero.
¿Qué pensaría Marley si se enterara? Tiemblo al pensarlo, y me pregunto vagamente qué estará haciendo esta mañana; obviamente, no está en Nueva York como esperaba. Entro en mi nuevo despacho, me siento en el escritorio y empiezo a leer la descripción del trabajo.
A las doce y media, me llama Elizabeth.
—Britt, necesitamos que vengas a una reunión a la una en punto en la sala de juntas. Asistirán Jerry Roach y Kay Bestie… ya sabes, el Presidenta y el vicePresidenta de la empresa, y todos los editores.
¡Maldición!
— ¿Tengo que preparar algo?
—No, es solo una reunión informal que tenemos una vez al mes. E incluye la comida.
—Allí estaré.
Cuelgo.
¡Madre mía! Reviso la lista actualizada de los autores de Marley. Sí, estoy familiarizada con casi todos. Tengo los cinco manuscritos cuya publicación ya está en marcha, y otros dos que deberíamos pensar seriamente en publicar. Respiro profundamente: no puedo creer que ya sea hora de comer. El día ha pasado muy rápido y eso me encanta. He tenido que asimilar tantas cosas esta mañana. Una señal acústica en mi calendario me avisa de que tengo una cita.
¡Oh, no… Rachel! Con tantas emociones me había olvidado de nuestro almuerzo. Busco mi BlackBerry y trato de encontrar a toda prisa su número.
Suena mi teléfono.
—Es el, está en recepción —dice Claire en voz baja.
— ¿Quién?
Por un segundo, pienso que puede ser Santana.
—El dios castaño.
— ¿Blaine?
Oh, ¿qué querrá? Inmediatamente me siento culpable por no haberle llamado.
Blaine, vestido con una camisa azul de cuadros, camiseta blanca y vaqueros, sonríe de oreja a oreja en cuanto aparezco.
— ¡Uau! Estás muy sexy, Pierce —dice, asintiendo con admiración, y me da un abrazo rápido.
— ¿Va todo bien? —pregunto.
El frunce el ceño.
—Toda va bien, Britt. Quería verte, eso es todo. Hacía unos días que no sabía nada de ti y quería averiguar cómo te trata la magnate.
Me ruborizo y no puedo evitar sonreír.
— ¡Vale! —exclama Blaine y levanta las manos—. Con esa sonrisa velada me basta. No quiero saber nada más. He venido con la esperanza de que pudieras salir a comer. Voy a matricularme en un curso de psicología en septiembre, aquí en Seattle.
Para mi máster.
—Oh, Blaine. Han pasado muchas cosas. Tengo mucho que contarte, pero ahora mismo no puedo. Tengo una reunión. —Y de repente se me ocurre una idea.
— ¿Podrías hacerme un gran favor, un favor enorme? —le pregunto, entrelazando las manos en gesto de súplica.
—Claro —dice, perplejo ante mi petición.
—Había quedado para comer con la hermana de Santana y Sam, pero no puedo localizarla, y me acaba de surgir esta reunión. ¿Podrías llevarla a comer? ¿Por favor?
— ¡Uf, Britt! No quiero hacer de canguro de una mocosa.
—Por favor, Blaine.
Le dedico la mejor caída de las largas pestañas de mis ojos azules. El alza la mirada con expresión resignada y sé que le he pillado.
— ¿Me cocinarás algo? —refunfuña.
—Claro, lo que sea, cuando quieras.
— ¿Y dónde está ella?
—Está a punto de llegar.
Y, justo en ese momento, oigo su voz.
— ¡Britt! —grita desde la puerta.
Ambos nos damos la vuelta, y ahí está ella: Baja y curvilínea, con su castaña melena larga, lacia y brillante, y un minivestido verde menta, a juego con unos zapatos de tacón alto con tiras alrededor de sus esbeltos tobillos. Está espectacular.
— ¿La mocosa? —susurra él, mirándola boquiabierto.
—Sí. La mocosa que necesita un canguro —le respondo también en un susurro.
—Hola, Rachel.
Le doy un rápido abrazo y ella se queda mirando a Blaine con bastante descaro.
—Rachel… este es Blaine, el hermano de Quinn.
El asiente arqueando las cejas, sorprendido. Rachel pestañea repetidamente y le da la mano.
—Encantado de conocerte —murmura Blaine con delicadeza, y Rachel, sin palabras por una vez, vuelve a pestañear y se sonroja.
Oh vaya. Me parece que es la primera vez que la veo ruborizarse.
—Yo no puedo salir a comer —digo débilmente—. Pero Blaine ha aceptado acompañarte, si te parece bien. ¿Podríamos quedar nosotras otro día?
—Claro —dice Rachel en voz baja.
Rachel hablando en voz baja, vaya una novedad.
—Sí. Ya me ocupo yo de ella. Hasta luego, Britt —dice Blaine, y le ofrece el brazo a Rachel.
Ella acepta con una sonrisa tímida.
—Adiós, Britt. —Rachel se vuelve hacia mí y dice sin palabras, con un guiño exagerado. ¡Oh, Dios mío!
¡Le gusta! Les despido con la mano mientras salen del edificio. Me pregunto cuál será la actitud de Santana con respecto a las citas de su hermana.
Pensar en eso me inquieta. Ella tiene mi edad, de manera que no puede oponerse, ¿verdad?
Pero es que estamos hablando de Santana. Mi fastidiosa subconsciente ha vuelto, con su expresión severa, su rebeca de punto y el bolso colgado del brazo.
Sacudo la cabeza para deshacerme de esa imagen. Rachel es una mujer adulta y Santana puede ser una persona razonable, ¿o no? Desecho esa idea y vuelvo al despacho de Marley… esto… a mi despacho, para preparar la reunión.
A las tres y media ya estoy de vuelta. La reunión ha ido bien. Incluso he conseguido que me aprueben los dos manuscritos que he propuesto. Estoy emocionada.
Sobre mi escritorio hay una enorme cesta de mimbre llena de unas maravillosas rosas de color blanco y rosa pálido. Uau… solo ya el aroma resulta cautivador. Cojo la tarjeta y sonrío. Sé quién las envía.
Felicidades, señorita Pierce
¡Y lo has hecho todo tú sola!
Sin ayuda de tu muy amiga, compañera y presumida presidenta
Te amo
Santana
Saco la BlackBerry para escribirle.
De: Brittany Pierce
Fecha: 16 de junio de 2011 15:43
Para: Santana López
Asunto: La presumida…
… es mi tipo de maníaca favorita. Gracias por las preciosas flores. Han llegado en una enorme cesta de mimbre que me hace pensar en picnics y mantitas.
B x
De: Santana López
Fecha: 16 de junio de 2011 15:55
Para: Brittany Pierce
Asunto: Aire libre
¿Maníaca, eh? Puede que el doctor Flynn tenga algo que decir sobre esto.
¿Quieres ir de picnic?
Podemos divertirnos mucho al aire libre, Brittany…
¿Cómo va el día, bella?
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
Oh, Dios. Me ruborizo leyendo su respuesta.
De: Brittany Pierce
Fecha: 16 de junio de 2011 16:00
Para: Santana López
Asunto: Intenso
El día ha pasado volando. Apenas he tenido un momento para mí, para pensar en nada que no fuera trabajo. ¡Creo que soy capaz de hacer esto! Te contaré más en casa.
Eso del aire libre suena… interesante.
Te amo.
B x
P.D.: No te preocupes por el doctor Flynn.
Suena el teléfono de mi mesa. Es Claire desde recepción, desesperada por saber quién ha enviado las flores y qué ha pasado con Marley. Enclaustrada en el despacho todo el día, me he perdido los cotilleos. Le cuento apresuradamente que las flores son de mi novia y que sé muy poco sobre la marcha de Marley. Vibra mi BlackBerry: es un nuevo e-mail de Santana.
De: Santana López
Fecha: 16 de junio de 2011 16:09
Para: Brittany Pierce
Asunto: Intentaré…
… no preocuparme.
Hasta luego, bella. x
Santana López
Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
A las cinco y media, despejo mi mesa. Es increíble lo rápido que ha pasado el día. Tengo que volver al Escala para preparar la entrevista con el doctor Flynn. No he tenido tiempo siquiera de pensar en las preguntas. Puede que hoy tengamos una reunión inicial, y quizá Santana me deje quedar con el más adelante. Me olvido de eso, salgo a toda prisa del despacho y me despido de Claire con un presuroso gesto de la mano.
También he de pensar en el cumpleaños de Santana. Sé qué voy a regalarle. Me gustaría que lo tuviera hoy antes de vernos con el doctor Flynn, pero ¿cómo? Al lado del aparcamiento hay una tiendecita que vende baratijas para turistas.
De repente tengo una inspiración y entro.
Media hora más tarde entro en el salón y Santana está de pie, hablando por la BlackBerry y mirando por el gran ventanal. Se da la vuelta, me sonríe radiante y decide poner fin a la llamada.
—Magnífico, Ros. Dile a Barney que partiremos de ahí… Adiós.
Se me acerca con paso decidido y yo le espero tímidamente en el umbral.
Se ha cambiado de ropa, lleva una camiseta blanca, botas negras y vaqueros ceñidos, tiene un aspecto de chica mala muy provocativa… Uau.
—Buenas tardes, señorita Pierce —murmura, y se inclina para besarme.
—Felicidades por su ascenso.
Me rodea entre sus brazos. Huele maravillosamente.
—Te has duchado.
—Acabo de entrenar con Claude.
—Ah.
—He logrado patearle el culo dos veces.
Santana sonríe de oreja a oreja satisfecha de sí misma. Es una sonrisa contagiosa.
— ¿Y eso no ocurre muy a menudo?
—No, y cuando pasa es muy satisfactorio. ¿Tienes hambre?
Niego con la cabeza.
— ¿Qué? —exclama ceñuda.
—Estoy nerviosa. Por lo del doctor Flynn.
—Yo también. ¿Qué tal el día?
Me suelta de su abrazo y le hago un breve resumen. Me escucha con atención.
—Ah… tengo que decirte otra cosa —añado—. Había quedado para comer con Rachel.
Ella arquea las cejas, sorprendida.
—No me lo habías dicho.
—Ya lo sé. Me olvidé. No he podido ir por culpa de la reunión. Blaine ha ido en mi lugar y ha comido con ella.
Se le oscurece el semblante.
—Ya. Deja de morderte el labio.
—Voy a refrescarme un poco —digo para cambiar de tema, y me doy la vuelta para marcharme antes de que pueda reaccionar.
La consulta del doctor Flynn queda bastante cerca del apartamento de Santana. Muy a mano, pienso, para visitas de emergencia.
—Normalmente vengo corriendo desde casa —me dice Santana cuando aparca mi Saab—. Este coche es estupendo —comenta sonriéndome.
—Yo pienso lo mismo. —Le sonrío a mi vez—. Santana… Yo…
La miro con ansiedad.
— ¿Qué pasa, Britt?
—Toma. —Saco la cajita de regalo de mi bolso—. Esto es para ti, por tu cumpleaños. Quería dártelo ahora… pero solo si prometes no abrirlo hasta el sábado,
¿vale?
Me mira sorprendida, parpadea y traga saliva.
—Vale —murmura cautelosa.
Suspiro profundamente y se lo entrego, sin hacer caso de su perplejidad.
Sacude la cajita, que hace un ruidito muy sugerente. Frunce el ceño. Sé lo desesperado que está por ver qué contiene. Entonces sonríe, y en sus ojos aparece una chispa de emoción juvenil y espontánea. Oh, Dios… aparenta la edad que tiene… y está guapísima.
—No puedes abrirlo hasta el sábado —le advierto.
—Ya lo sé —dice—. ¿Por qué me lo das ahora?
Mete la cajita en el bolsillo interior de su americana negra diplomática, cerca de su corazón.
Qué apropiado, pienso. Sonrío con complicidad.
—Porque puedo, señora López.
En sus labios aparece una mueca teñida de ironía.
—Vaya, señorita Pierce, me ha copiado la frase.
Una recepcionista amable y de aire eficiente nos hace pasar a la aristocrática consulta del doctor Flynn. Saluda a Santana muy afectuosa, un poco demasiado afectuosa para mi gusto —tiene edad para ser su madre—, y ella la llama por su nombre.
La sala es sobria: de color verde claro, con dos sofás verde oscuro frente a dos sillones orejeros de piel, y con una atmósfera propia de un club inglés. El doctor Flynn está sentado en su escritorio, al fondo.
Cuando entramos, se pone de pie y se acerca a nosotras en la zona destinada a las visitas. Lleva pantalones negros y una camisa abierta de color azul claro, sin corbata. Sus brillantes ojos azules parecen no perder detalle.
—Santana.
Sonríe amigablemente.
—John. —Santana le estrecha la mano—. ¿Te acuerdas de Brittany?
— ¿Cómo iba a olvidarme? Bienvenida, Brittany.
—Britt, por favor —balbuceo, y él me da la mano con energía.
Me encanta su acento inglés.
—Britt —dice afablemente, y nos acompaña hasta los sofás.
Santana me señala uno de ellos. Me siento, apoyando la mano en el brazo intentando parecer relajada, y ella se acomoda en el otro en el extremo más próximo a mí, de manera que estamos sentadas en ángulo recto. En medio tenemos una mesita con una sencilla lámpara. Me llama la atención la caja de pañuelos que hay junto a la lámpara.
Esto no es lo que esperaba. Tenía en mente una estancia austera, blanca con un diván negro de piel.
Con actitud eficiente y relajada, el doctor Flynn se sienta en uno de los sillones orejeros y coge un cuaderno de notas. Santana cruza las piernas, y extiende el brazo sobre el respaldo del sofá. Acerca la otra mano a la que tengo sobre el apoyabrazos y me la aprieta para darme ánimos.
—Santana ha solicitado que estuvieras presente en una de nuestras sesiones —dice el doctor Flynn amablemente—. Para tu información, consideramos estas conversaciones como algo estrictamente confidencial…
Arqueo una ceja e interrumpo a Flynn.
—Esto… eh… he firmado un acuerdo de confidencialidad —murmuro, avergonzada por haberle cortado.
Los dos se me quedan mirando, y Santana me suelta la mano.
— ¿Un acuerdo de confidencialidad?
El doctor Flynn frunce el ceño y mira a Santana, intrigado.
Ella se encoge de hombros.
— ¿Empiezas todas tus relaciones con mujeres firmando un acuerdo de ese tipo? —le pregunta el doctor Flynn.
—Con las contractuales, sí.
El doctor Flynn esboza una mueca.
— ¿Has tenido otro tipo de relaciones con mujeres? —pregunta, y parece divertido.
—No —contesta Santana al cabo de un momento, y ella también parece divertida.
—Eso pensaba. —El doctor Flynn vuelve a dirigirse a mí—. Bien, supongo que no tenemos que preocuparnos por el tema de la confidencialidad, pero ¿puedo sugerir que hablen entre ustedes sobre eso en algún momento? Según tengo entendido, no están sujetas a una relación contractual.
—Yo espero llegar a otro tipo de contrato —dice Santana en voz baja, mirándome.
Me ruborizo y el doctor Flynn entorna los ojos.
—Britt. Tendrás que perdonarme, pero probablemente sepa más de ti de lo que crees. Santana se ha mostrado muy comunicativa.
Nerviosa, miro de reojo a Santana. ¿Qué le ha dicho?
— ¿Un acuerdo de confidencialidad? —prosigue—. Eso debió de impactarte mucho.
Le miro algo desconcertada.
—Bueno, eso me parece una pequeñez comparado con lo que Santana me ha revelado últimamente —contesto con un hilo de voz, sonando bastante nerviosa.
—De eso estoy seguro. —El doctor Flynn me sonríe afectuosamente.
—Bueno, Santana, ¿de qué querías hablar?
Santana se encoge de hombros como una adolescente retraída.
—Era Brittany la que quería verte. Tal vez deberías preguntárselo a ella.
El doctor Flynn vuelve a mostrarse sorprendido y me observa con perspicacia.
Dios. Esto es una tortura. Yo me miro las manos.
— ¿Estarías más a gusto si Santana nos dejara un rato a solas?
Clavo los ojos en Santana, que me devuelve una mirada expectante.
—Sí —susurro.
Santana tuerce el gesto y abre la boca, pero vuelve a cerrarla enseguida y se pone de pie con un rápido y ágil movimiento.
—Estaré en la sala de espera —dice, y su boca dibuja una mueca de contrariedad.
Oh, no.
—Gracias, Santana —dice el doctor Flynn, impasible.
Santana me dedica una mirada escrutadora, y luego sale con paso enérgico de la habitación… aunque sin dar un portazo. Uf. Me relajo al instante.
— ¿Te intimida?
—Sí. Pero no tanto como antes.
Me siento desleal, pero es la verdad.
—Eso no me sorprende, Britt. ¿En qué puedo ayudarte?
Bajo la mirada hacia mis manos enlazadas. ¿Qué puedo preguntar?
—Doctor Flynn, esta es mi primera relación con una mujer, y Santana es… bueno, es Santana. Durante la última semana han pasado muchas cosas, y no he tenido oportunidad de analizarlas.
— ¿Qué necesitas analizar?
Levanto la vista hacia él. Me está mirando con la cabeza ladeada y, creo, semblante compasivo.
—Bueno… Santana me dice que le parece bien renunciar a… eh…
Balbuceo y me callo. Es mucho más difícil hablar de esto de lo que pensaba.
El doctor Flynn suspira.
—Britt, en el breve tiempo que hace que la conoces, has hecho más progresos que yo en los dos años que la he tenido como paciente. Has causado un profundo efecto en ella. Eso tienes que verlo.
—Ella también ha causado un profundo efecto en mí. Es solo que no sé si seré bastante para ella. Para satisfacer sus necesidades —susurro.
— ¿Es eso lo que necesitas de mí? ¿Qué te tranquilice?
Asiento.
—Santana necesita un cambio —dice sencillamente—. Se ha visto en una situación en la que sus métodos para afrontarla ya no le sirven. Es algo muy simple: tú la has obligado a enfrentarse a algunos de sus demonios, y a recapacitar.
Le miro fijamente. Eso cuadra bastante con lo que Santana me ha contado.
—Sí, sus demonios —murmuro.
—No profundizaremos en ellos… son cosa del pasado. Santana ya sabe cuáles son sus demonios, como yo… y estoy seguro de que ahora tú también. Me preocupa mucho más el futuro, y conducir a Santana al lugar donde quiere estar.
Frunzo el ceño y el levanta una ceja.
—El término técnico es SFBT… lo siento. —Sonríe—. Son las siglas en inglés de «terapia breve centrada en soluciones». Está básicamente orientada a alcanzar un objetivo. Nos concentramos en la meta a la que quiere llegar Santana y en cómo conducirla hasta allí. Es un enfoque dialéctico. No tiene sentido culpabilizarse por el pasado: eso ya lo han analizado todos los médicos, psicólogos y psiquiatras que han visitado a Santana. Sabemos por qué es como es, pero lo importante es el futuro.
A qué aspira Santana, a dónde quiere llegar. Hizo falta que la abandonaras para que ella aceptara seriamente este tipo de terapia. Es consciente de que su objetivo es una relación amorosa contigo. Es así de simple, y ahora trabajaremos sobre eso. Hay obstáculos, naturalmente: su hafefobia, por ejemplo.
¿Su qué? Le miro boquiabierta.
—Perdona. Me refiero a su miedo a que la toquen —dice el doctor Flynn, y mueve la cabeza como regañándose a sí mismo—. Del que estoy convencido de que eres consciente.
Me ruborizo y asiento. ¡Ah, eso!
—Sufre un aborrecimiento mórbido hacia sí misma. Estoy seguro de que esto no te sorprende. Y, por supuesto, está la… parasomnia… esto… perdona, dicho llanamente, los terrores nocturnos.
Parpadeo e intento absorber todas esas complejas palabras. Todo eso ya lo sé, pero el doctor Flynn no ha mencionado mi preocupación principal.
—Pero es una sádica. Seguro que, como tal, tiene necesidades que yo no puedo satisfacer.
El doctor Flynn alza la vista al cielo con gesto exasperado y aprieta los labios.
—Eso ya no se considera un término psiquiátrico. No sé cuántas veces se lo he repetido a Santana. Ni siquiera se considera una parafilia desde los años noventa.
El doctor Flynn ha conseguido que vuelva a perderme. Le miro y parpadeo.
El reacciona con una sonrisa amable.
—Esa es mi cruz —afirma meneando la cabeza—. Simplemente Santana piensa lo peor en cualquier situación. Forma parte de ese aborrecimiento que siente por sí misma. Por supuesto que existe el sadismo sexual, pero no es una enfermedad: es una opción vital. Y si se practica de forma segura, dentro de una relación sana y consentida entre adultos, no hay problema. Por lo que yo sé, todas las relaciones BDSM que ha mantenido Santana han sido así. Tú eres la primera amante que no lo ha consentido, de manera que está dispuesta a no hacerlo.
¡Amante!
—Pero seguramente no resulte tan sencillo.
— ¿Por qué no?
El doctor Flynn se encoge de hombros con expresión afable.
—Bien… las razones por las que lo hace.
—Esa es la cuestión, Britt. En términos de la terapia breve centrada en soluciones, es así de simple. Santana quiere estar contigo. Para eso, tiene que renunciar a los aspectos más extremos de ese tipo de relación. Al fin y al cabo, lo que tú pides es razonable… ¿verdad?
Me sonrojo. Sí, es razonable, ¿verdad?
—Eso pienso yo. Pero me preocupa lo que piense ella.
—Santana lo ha admitido y ha actuado en consecuencia. Ella no está loca.
—El doctor Flynn suspira—. En resumen, no es una sádica, Britt. Es una joven brillante, airada y asustada, a quien al nacer le tocó una espantosa mano de cartas en la vida.
Todos podemos golpearnos el pecho de indignación ante esa injusticia, y analizar hasta la extenuación el quién, el cómo y el porqué de todo ello; o Santana puede avanzar y decidir cómo quiere vivir de ahora en adelante. Había descubierto algo que le funcionó durante unos años, más o menos, pero desde que te conoció, ya no le funciona. Y en consecuencia, ha cambiado su modus operandi. Tú y yo tenemos que respetar su elección y apoyarla.
Le miro confusa.
— ¿Y esa es mi garantía de tranquilidad?
—La mejor posible, Britt. En esta vida no hay garantías. —Sonríe—. Y esta es mi opinión profesional.
Le devuelvo una débil sonrisa. Bromas de médicos… vaya.
—Pero ella se considera una especie de alcohólica en rehabilitación.
—Santana siempre pensará lo peor de sí misma. Como he dicho, eso forma parte del aborrecimiento que siente por sí misma. Es su carácter, pase lo que pase. Naturalmente, hacer ese cambio en su vida le preocupa. Se expone potencialmente a todo un universo de sufrimiento emocional, del cual, por cierto, tuvo un anticipo cuando tú la dejaste. Es lógico que se muestre aprensiva. —Hace una pausa
—. No voy a insistir más en la importancia de tu papel en esta conversión de Damasco… en su camino hacia Damasco. Pero la tiene, y mucha. Santana no estaría en este punto si no te hubiera conocido. Personalmente yo no creo que la de la alcohólica sea una buena analogía, pero si por ahora le sirve, pienso que deberíamos concederle el beneficio de la duda.
Concederle a Santana el beneficio de la duda. Frunzo el ceño ante la idea.
—Emocionalmente, Santana es una adolescente, Britt. Pasó totalmente de largo por esa fase de su vida. Ha canalizado todas sus energías en triunfar en el mundo de los negocios, y ha superado todas las expectativas. Ahora tiene que poner al día su universo emocional.
—¿Y yo cómo puedo ayudarla?
El doctor Flynn se echa a reír.
—Limítate a seguir haciendo lo que estás haciendo. —Me sonríe—. Santana está perdidamente enamorada. Es fantástico verla así.
Me ruborizo, y la diosa que llevo dentro se abraza entusiasmada, pero hay algo que me sigue preocupando.
— ¿Puedo preguntarle una cosa más?
—Por supuesto.
Suspiro profundamente.
—Una parte de mí piensa que, si Santana no estuviera tan destrozada, no me querría… a mí.
El doctor Flynn arquea las cejas, sorprendido.
—Esa es una valoración muy negativa de ti misma, Britt. Y, francamente, dice más sobre ti que sobre Santana. No llega al nivel de su odio hacia sí misma, pero me sorprende.
—Bueno, mírala a ella… y luego míreme a mí.
El doctor Flynn tuerce el gesto.
—Lo he hecho. He visto a mujer joven y atractiva, y a otra mujer joven y atractiva. ¿Por qué no te consideras atractiva, Britt?
Oh, no… no quiero que esto se centre ahora mí. Me miro los dedos. En ese momento llaman con energía a la puerta y me sobresalto. Santana vuelve a entrar en la sala, mirándonos fijamente a ambos. Yo me ruborizo y vuelvo la vista hacia Flynn, que sonríe afablemente a Santana.
—Bienvenida de nuevo, Santana —dice.
—Creo que ya ha pasado la hora, John.
—Ya casi estamos, Santana. Pasa.
Santana se sienta, a mi lado esta vez, y apoya la mano sobre mi rodilla posesivamente. Un gesto que no le pasa desapercibido al doctor Flynn.
— ¿Quieres preguntar algo más, Britt? —inquiere el doctor con preocupación evidente.
Maldita sea… no debería haberle planteado eso. Niego con la cabeza.
— ¿Santana?
—Hoy no, John.
Flynn asiente.
—Puede que sea beneficioso para las dos que vuelvan. Estoy seguro de que Britt tendrá más preguntas.
Santana hace a regañadientes un gesto de conformidad.
Me ruborizo. Oh, no… quiere profundizar. Santana me da una palmadita en la mano y me mira atentamente.
— ¿De acuerdo? —pregunta en voz baja.
Yo le sonrío y asiento. Sí, vamos a concederle el beneficio de la duda, por gentileza del buen doctor inglés.
Santana me aprieta la mano y se vuelve hacia Flynn.
— ¿Cómo está? —pregunta en un susurro.
¿Se refiere… a mí?
—Saldrá de esta —contesta este tranquilizadoramente.
—Bien. Mantenme informada de su evolución.
—Lo haré.
Oh, Dios. Están hablando de Leila.
— ¿No deberíamos salir a celebrar tu ascenso? —me pregunta Santana en un tono inequívoco.
Asiento tímidamente y se pone de pie.
Nos despedimos apresuradamente del doctor Flynn, y Santana me hace salir con un apremio inusitado.
Una vez en la calle, se vuelve hacia mí y me mira.
— ¿Qué tal ha ido?
Su voz tiene un matiz de ansiedad.
—Ha ido bien.
Me mira con suspicacia. Yo ladeo la cabeza.
—Señora López, por favor, no me mire de esa manera. Por órdenes del doctor, voy a concederte el beneficio de la duda.
— ¿Qué quiere decir eso?
—Ya lo verás.
Tuerce el gesto y entorna los ojos.
—Sube al coche —ordena, y abre la puerta del pasajero del Saab.
Oh… cambio de rumbo. Mi BlackBerry empieza a vibrar. La saco de mi bolso.
¡Oh, no, Noah!
— ¡Hola!
—Britt, hola…
Observo a Cincuenta, que me mira con recelo. «Noah», articulo en silencio.
Me observa impasible, pero se le endurece la expresión. ¿Cree que no me doy cuenta?
Devuelvo mi atención a Noah.
—Perdona que no te haya llamado. ¿Es por lo de mañana? —le pregunto a
Noah, pero con los ojos puestos en Santana.
—Sí, oye: he hablado con un tipo que había en casa de López, así que ya sé dónde tengo que entregar las fotos. Iré allí entre las cinco y las seis… después de eso, estoy libre.
Ah.
—Bueno, de hecho ahora estoy instalada en casa de Santana, y ella dice que si quieres puedes dormir allí.
Santana aprieta los labios, que se convierten en una fina y dura línea.
Mmm… menuda anfitriona está hecho.
Noah se queda callado un momento para digerir la noticia. Yo siento cierta vergüenza. Ni siquiera he tenido la oportunidad de hablar con él sobre Santana.
—Vale —dice finalmente—. Esto de López… ¿va en serio?
Le doy la espalda al coche y camino hasta el otro lado de la acera.
—Sí.
— ¿Cómo de serio?
Pongo los ojos en blanco y me quedo callada. ¿Por qué Santana tiene que estar escuchando?
—Serio.
— ¿Está contigo ahora? ¿Por eso hablas con monosílabos?
—Sí.
—Vale. Entonces, ¿tienes permiso para salir mañana?
—Claro.
Eso espero, y automáticamente cruzo los dedos.
—Bueno, ¿dónde quedamos?
—Puedes venir a buscarme al trabajo —sugiero.
—Vale.
—Te mando un mensaje con la dirección.
— ¿A qué hora?
— ¿A las seis?
—Muy bien. Quedamos así. Tengo ganas de verte, Britt. Te echo de menos.
Sonrío.
—Estupendo. Nos vemos.
Cuelgo el teléfono y me doy la vuelta.
Santana está apoyada en el coche, mirándome con una expresión inescrutable.
— ¿Cómo está tu amigo? —pregunta con frialdad.
—Está bien. Me recogerá en el trabajo y supongo que iremos a tomar algo.
¿Te apetecería venir con nosotros?
Santana vacila. Sus ojos permanecen fríos.
— ¿No crees que intentará algo?
— ¡No! —exclamo en tono exasperado… pero me abstengo de poner los ojos en blanco.
—De acuerdo. —Santana levanta las manos en señal de rendición—. Sal con tu amigo, y ya te veré a última hora de la tarde.
Yo me esperaba una discusión, y su rápido consentimiento me coge a contrapié.
— ¿Ves como puedo ser razonable? —dice sonriendo.
Yo tuerzo el gesto. Eso ya lo veremos.
— ¿Puedo conducir?
Santana parpadea, sorprendida por mi petición.
—Preferiría que no.
— ¿Por qué, si se puede saber?
—Porque no me gusta que me lleven.
—Esta mañana no te importó, y tampoco parece que te moleste mucho que Taylor te lleve.
—Es evidente que confío en la forma de conducir de Taylor.
— ¿Y en la mía no? —Pongo las manos en las caderas—. Francamente… tu obsesión por el control no tiene límites. Yo conduzco desde los quince años.
Ella responde encogiéndose de hombros, como si eso no tuviera la menor importancia. ¡Oh… es tan exasperante! ¿Beneficio de la duda? Al carajo.
— ¿Es este mi coche? —pregunto.
Ella me mira con el ceño fruncido.
—Claro que es tu coche.
—Pues dame las llaves, por favor. Lo he conducido dos veces, y únicamente para ir y volver del trabajo. Solo lo estás disfrutando tú.
Estoy a punto de hacer un puchero. Santana tuerce la boca para disimular una sonrisa.
—Pero si no sabes adónde vamos.
—Estoy segura de que usted podrá informarme, señora López. Hasta ahora lo ha hecho muy bien.
Se me queda mirando, atónita, y entonces sonríe, con esa nueva sonrisa tímida que me desarma totalmente y me deja sin respiración.
— ¿Así que lo he hecho bien, eh? —murmura.
Me sonrojo.
—En general, sí.
—Bien, en ese caso…
Me da las llaves, se dirige hasta la puerta del conductor y me la abre.
—Aquí a la izquierda —ordena Santana, mientras circulamos en dirección norte hacia la interestatal 5—. Demonios… cuidado, Britt.
Se agarra al salpicadero.
Oh, por Dios. Pongo los ojos en blanco, pero no me vuelvo a mirarla. Van Morrison canta de fondo en el equipo de sonido del coche.
— ¡Más despacio!
— ¡Estoy yendo despacio!
Santana suspira.
— ¿Qué te ha dicho el doctor Flynn?
Capto la ansiedad que emana de su voz.
—Ya te lo he explicado. Dice que debería concederte el beneficio de la duda.
Maldita sea… quizá debería haber dejado que condujera Santana. Así podría observarla. De hecho… Pongo el intermitente para detener el coche.
— ¿Qué estás haciendo? —espeta, alarmada.
—Dejar que conduzcas tú.
— ¿Por qué?
—Así podré mirarte.
Se echa a reír.
—No, no… querías conducir tú. Así que sigue conduciendo, y yo te miraré a ti.
Le pongo mala cara.
— ¡No apartes la vista de la carretera! —grita.
Me hierve la sangre. ¡Hasta aquí! Acerco el coche al bordillo justo delante de un semáforo, salgo del coche dando un portazo y me quedo de pie en la acera, con los brazos cruzados. La fulmino con la mirada. Ella también se baja del Saab.
— ¿Qué estás haciendo? —pregunta enfurecida.
—No, ¿qué estás haciendo tú?
—No puedes aparcar aquí.
—Ya lo sé.
—Entonces, ¿por qué aparcas?
—Porque ya estoy harta de que me des órdenes a gritos. ¡O conduces tú o dejas de comentar cómo conduzco!
—Brittany, vuelve a entrar en el coche antes de que nos pongan una multa.
—No.
Me mira y parpadea, sin saber qué decir; entonces se pasa la mano por el pelo, y su enfado se convierte en desconcierto. De repente está tan graciosa, que no puedo evitar sonreírle. Ella frunce el ceño.
— ¿Qué? —me grita otra vez.
—Tú.
— ¡Oh, Brittany! Eres la mujer más frustrante que he conocido en mi vida.
—Levanta las manos al aire, exasperada—. Muy bien, conduciré yo.
La agarro por las solapas de la chaqueta y la acerco a mí.
—No… usted es la mujer más frustrante que he conocido en mi vida, señora López.
Ella baja los ojos hacia mí, oscuros e intensos, luego desliza los brazos alrededor de mi cintura y me abraza muy fuerte.
—Entonces puede que estemos hechas la una para la otra —dice en voz baja.
La rodeo con los brazos y cierro los ojos. Por primera vez desde esta mañana, me siento relajada.
—Oh… Britt, Britt, Britt —susurra, con los labios pegados a mi frente.
Estrecho mi abrazo y nos quedamos así, inmóviles, disfrutando de un momento de inesperada tranquilidad en la calle. Me suelta y me abre la puerta del pasajero. Entro y me siento en silencio, mirando como ella rodea el coche.
Arranca y se incorpora al tráfico, canturreando abstraída al son de Van Morrison.
Uau. Nunca la había oído cantar, ni siquiera en la ducha, nunca. Frunzo el ceño. Tiene una voz encantadora… cómo no. Mmm… ¿me habrá oído ella cantar?
¡Si fuera así, no te habría pedido que te casaras con ella! Mi subconsciente tiene los brazos cruzados, vestida con estampado de cuadros Burberry. Termina la canción y Santana sonríe satisfecha.
—Si nos hubieran puesto una multa, este coche está a tu nombre, ¿sabes?
—Bueno, pues qué bien que me hayan ascendido. Así podré pagarla —digo con suficiencia, mirando su encantador perfil.
Esboza una media sonrisa. Empieza a sonar otra canción de Van Morrison mientras Santana se incorpora al carril que lleva a la interestatal 5, en dirección norte.
— ¿Adónde vamos?
—Es una sorpresa. ¿Qué más te ha dicho Flynn?
Suspiro.
—Habló de la FFFSTB o no sé qué terapia.
—SFBT. La última opción terapéutica —musita.
— ¿Has probado otras?
Santana suelta un bufido.
—Bella, me he sometido a todas. Cognitiva, freudiana, funcionalista, Gestalt, del comportamiento… Escoge la que quieras, que durante estos años seguro que la he probado —dice en un tono que delata su amargura.
El resentimiento que destila su voz resulta angustioso.
— ¿Crees que este último enfoque te ayudará?
— ¿Qué ha dicho Flynn?
—Que no escarbáramos en tu pasado. Que nos centráramos en el futuro… en la meta a la que quieres llegar.
Santana asiente, pero se encoge de hombros al mismo tiempo con expresión cauta.
— ¿Qué más? —insiste.
—Ha hablado de tu miedo a que te toquen, aunque él lo ha llamado de otra forma. Y sobre tus pesadillas, y el odio que sientes hacia ti misma.
La observo a la luz del crepúsculo y se le ve pensativa, mordisqueándose el pulgar mientras conduce. Vuelve la cabeza hacia mí.
—Mire a la carretera, señora López —le riño.
Parece divertida y levemente irritada.
—Han estado hablando mucho rato, Brittany. ¿Qué más te ha dicho?
Yo trago saliva.
—El no cree que seas una sádica —murmuro.
— ¿De verdad? —dice Santana en voz baja y frunce el ceño.
La atmósfera en el interior del coche cae en picado.
—Dice que la psiquiatría no admite ese término desde los años noventa — musito, intentando recuperar de inmediato el buen ambiente.
La cara de Santana se ensombrece y lanza un suspiro.
—Flynn y yo tenemos opiniones distintas al respecto.
—El dice que tú siempre piensas lo peor de ti misma. Y yo sé que eso es verdad. Murmuro.
—También ha mencionado el sadismo sexual… pero ha dicho que eso es una opción vital, no un trastorno psiquiátrico. Quizá sea en eso en lo que estás pensando.
Vuelve a fulminarme con la mirada y aprieta los labios.
—Así que tienes una charla con el médico y te conviertes en una experta — comenta con acidez, y vuelve a mirar al frente.
Oh, vaya… Suspiro.
—Mira… si no quieres oír lo que me ha dicho, entonces no preguntes — replico en voz baja.
No quiero discutir. De todas formas, tiene razón… ¿Qué demonios sé yo de todo esto? ¿Quiero saberlo siquiera? Puedo enumerar los puntos principales: su obsesión por el control, su posesividad, sus celos, su sobreprotección… y comprendo perfectamente de dónde proceden. Incluso puedo entender por qué no le gusta que la toquen: he visto las cicatrices físicas. Las mentales solo puedo imaginarlas, y únicamente en una ocasión he tenido un atisbo de sus pesadillas. Y el doctor Flynn ha dicho…
—Quiero saber de qué han hablado —interrumpe Santana mi reflexión.
Deja la interestatal 5 en la salida 172 y se dirige al oeste, hacia el sol que se pone lentamente.
—Ha dicho que yo era tu amante.
— ¿Ah, sí? —Ahora su tono es conciliador—. Bueno, es bastante maniático con los términos. A mí me parece una descripción bastante exacta. ¿A ti, no?
— ¿Tú considerabas amantes a tus sumisas?
Santana frunce una vez más el ceño, pero ahora con gesto pensativo. Hace girar suavemente el Saab de nuevo en dirección norte. ¿Adónde vamos?
—No. Eran compañeras sexuales —murmura, con voz cauta—. Tú eres mi única amante. Y quiero que seas algo más.
Oh… ahí está otra vez esa palabra mágica, rebosante de posibilidades. Eso me hace sonreír, y me abrazo a mí misma por dentro, intentando contener mi alegría.
—Lo sé —susurro, haciendo esfuerzos para ocultar la emoción—. Solo necesito un poco de tiempo, Santana. Para reflexionar sobre estos últimos días.
Ella me mira con la cabeza ladeada, extrañada, perpleja.
El semáforo ante el que estamos paradas se pone verde. Santana asiente y sube la música. La conversación ha terminado.
Van Morrison sigue cantando con más optimismo ahora sobre una noche maravillosa para bailar bajo la luna. Contemplo por la ventanilla los pinos y los abetos cubiertos por la pátina dorada de la luz crepuscular, y sus sombras alargadas que se extienden sobre la carretera. Santana ha girado por una calle de aspecto más residencial, y enfilamos hacia el oeste, hacia el Sound.
— ¿Adónde vamos? —pregunto otra vez cuando volvemos a girar.
Atisbo la señal de la calle: 9TH AVE. NW. Estoy desconcertada.
—Sorpresa —dice, y sonríe misteriosamente.
O_o***** - Mensajes : 250
Fecha de inscripción : 05/05/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
ay cincuenta.... cincuenta.... cada vez me enamoro más de ella, y de tu FF también
Excelente capítulo, te había mencionado ya, que me encantan las peleas entre ellas? no se, se me hacen muy graciosas, morí de risa con: "Porque ya estoy harta de que me des órdenes a gritos. ¡O conduces tú o dejas de comentar cómo conduzco!"
Hasta el próximo capítulo, cuídate
Excelente capítulo, te había mencionado ya, que me encantan las peleas entre ellas? no se, se me hacen muy graciosas, morí de risa con: "Porque ya estoy harta de que me des órdenes a gritos. ¡O conduces tú o dejas de comentar cómo conduzco!"
Hasta el próximo capítulo, cuídate
laura.owens*** - Mensajes : 106
Fecha de inscripción : 10/04/2012
Edad : 31
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Como siempre, muy bueno el cap!! :)
Me lo imaginé! Sabia que algo pasaría entre Rachel y el dios castaño haha, me parece genial la idea, de por si esa parejita siempre me gustó. ¿Qué pesará Quinn?, ¿Qué hará Santana al respecto? :O
Oh my gosh! que incertidumbre con Santana, a dónde llevará a Britt!? Me encanta esa mujer pero sinceramente me estresa, con ella nunca se sabe.
Necesito saber que pasará!! Me urge! Please, actualiza pronto :)
Saludos, que estés bien!
Me lo imaginé! Sabia que algo pasaría entre Rachel y el dios castaño haha, me parece genial la idea, de por si esa parejita siempre me gustó. ¿Qué pesará Quinn?, ¿Qué hará Santana al respecto? :O
Oh my gosh! que incertidumbre con Santana, a dónde llevará a Britt!? Me encanta esa mujer pero sinceramente me estresa, con ella nunca se sabe.
Necesito saber que pasará!! Me urge! Please, actualiza pronto :)
Saludos, que estés bien!
Karla Soto* - Mensajes : 25
Fecha de inscripción : 05/05/2013
Edad : 31
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
hola que tal!!
Debo decir que me gusta Rachel y Blaine.
Santana la controladora me encanta.
Y Britt me inquieta su regalo, mm que sera??
saludos
Debo decir que me gusta Rachel y Blaine.
Santana la controladora me encanta.
Y Britt me inquieta su regalo, mm que sera??
saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
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