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Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
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Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
¡Hola Nina! :)
Gracias por el nuevo capítulo jeje :$
como habrás notado soy digamos poco paciente..
y suelo desesperar muy pronto, me dan ataques de ansiedad por no seguir avanzando con la lectura y eso es tu culpa! D: jaja no, broma *3*
...
sobre el capítulo.. qué te digo? fue tan increíble como siempre, sólo que esta vez me pareció más corto de lo normal :$
Ohh y lo de Blainchel.. estupendo! :D
Bueno, y sin más nos leemos hasta la próxima ^^
un beso, saludos :)
Gracias por el nuevo capítulo jeje :$
como habrás notado soy digamos poco paciente..
y suelo desesperar muy pronto, me dan ataques de ansiedad por no seguir avanzando con la lectura y eso es tu culpa! D: jaja no, broma *3*
...
sobre el capítulo.. qué te digo? fue tan increíble como siempre, sólo que esta vez me pareció más corto de lo normal :$
Ohh y lo de Blainchel.. estupendo! :D
Bueno, y sin más nos leemos hasta la próxima ^^
un beso, saludos :)
Anddy Rivera Morris******* - Mensajes : 407
Fecha de inscripción : 16/05/2013
Edad : 27
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
bueno, como siempre ha sido un excelente capitulo, yo trabajo en el mundo medico t mas o menos estoy familiarizada con los terminos que mencionas, es cierto que lo del sadismo casi no se menciona, pero a mi parecer, santana es de todo un poco y como esta enamorada, que es un nuevo sentimiento para ella pues todo es como mas intenso. En cuanto a brittany, ella si es nueva en todo y al igual que la mayoria de las lectoras de tu fic todo lo que hace santana simplemente nos encanta! o no?
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Cada vez amo estoo maaaaaaaaaaaas :$
Felisidades de Vdd ;)
Felisidades de Vdd ;)
LilianaM.* - Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 14/06/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
ME ENCANTA!!!!!!!!!!!!!
SEÑORITA NINA USTED ES LO MÁS DE LO MÁS!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
ADORO SU FIC!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
SIN TIEMPO QUE PERDER AQUÍ VAN MIS PARTES FAVORITAS!!:
Mmm…
Santana me acaricia el cuello con la nariz y me despierto poco a poco.
—Buenos días, bella —susurra, y me mordisquea el lóbulo de la oreja.
QUIEN NO QUISIERA DESPERTARSE DE ESA FORMA!!!!!! ENVIDIA DE LA BUENA POR BRITT!!!
Maldita sea, si no tengo trabajo, ¿qué haré?
¡Cásate con la billonaria, Britt! Mi subconsciente aparece con su rostro más enojoso. Yo no le hago caso… bruja codiciosa.
JAJAJJAJ AMO EL SUBCONSCIENTE DE BRITT ES MUY DIVERTIDO!!!!!!!!!!!!!!!!!!
—No quiero dejarte marchar.
—No quiero marcharme.
Sonríe, y esa sonrisa nueva y tímida arrasa con todo lo que encuentra a su paso. Uau, es realmente poderosa.
LO VUELVO A REPETIR ES LEY!!!
Pensar en Santana con otra persona me pone enferma. Bajo la mirada a mis manos entrelazadas.
A QUIEN NO? A TODAS NOS PONDRÍA ENFERMAS!!
—Lo sé. Gracias, Santana. Te quiero.
Noto que sonríe al otro lado del teléfono. Me la he vuelto a ganar.
—Yo también te quiero, bella.
Ah, ¿me cansaré alguna vez de que me diga esas palabras?
MIS BRITTANA SON TIERNAS!!!!!!!!!! Y BRITT NO SE CANSARÁ DE ESCUCHARLA, POR DIOS!!! QUIEN SE CANSARÍA??
—Había quedado para comer con la hermana de Santana y Sam, pero no puedo localizarla, y me acaba de surgir esta reunión. ¿Podrías llevarla a comer? ¿Por favor?
— ¡Uf, Britt! No quiero hacer de canguro de una mocosa.
—Por favor, Blaine.
Le dedico la mejor caída de las largas pestañas de mis ojos azules. El alza la mirada con expresión resignada y sé que le he pillado.
JAJAJAJ RACHEL MOCOSA???
—Rachel… este es Blaine, el hermano de Quinn.
El asiente arqueando las cejas, sorprendido. Rachel pestañea repetidamente y le da la mano.
—Encantado de conocerte —murmura Blaine con delicadeza, y Rachel, sin palabras por una vez, vuelve a pestañear y se sonroja.
………………..—Adiós, Britt. —Rachel se vuelve hacia mí y dice sin palabras, con un guiño exagerado. ¡Oh, Dios mío!
¡Le gusta!
WOW!!! NUNCA LO HUBIERA IMAGINADO ES EN SERIO?? BLAINCHEL??? VA ME GUSTA Y ME GUSTA MUCHO!!!!!!!!!!!!
Felicidades, señorita Pierce
¡Y lo has hecho todo tú sola!
Sin ayuda de tu muy amiga, compañera y presumida presidenta
Te amo
Santana
SANCINCUENTA ES TODA UNA DETALLISTA!!!!
—Toma. —Saco la cajita de regalo de mi bolso—. Esto es para ti, por tu cumpleaños. Quería dártelo ahora… pero solo si prometes no abrirlo hasta el sábado,
¿vale?
Me mira sorprendida, parpadea y traga saliva.
—Vale —murmura cautelosa.
Suspiro profundamente y se lo entrego, sin hacer caso de su perplejidad.
Sacude la cajita, que hace un ruidito muy sugerente. Frunce el ceño. Sé lo desesperado que está por ver qué contiene. Entonces sonríe, y en sus ojos aparece una chispa de emoción juvenil y espontánea. Oh, Dios… aparenta la edad que tiene… y está guapísima.
QUE SERÁ??? YA QUIERO SABER……………………SUPONGO QUE TENDRÉ QUE ESPERAR COMO SANCINCUENTA.
—¿Y yo cómo puedo ayudarla?
El doctor Flynn se echa a reír.
—Limítate a seguir haciendo lo que estás haciendo. —Me sonríe—. Santana está perdidamente enamorada. Es fantástico verla así.
Me ruborizo, y la diosa que llevo dentro se abraza entusiasmada.
OK! TODA EL DIALOGO DE BRITT CON EL DOCTOR FLYNN FUE MUY EXPLICATIVA PARA MÍ, FUE DE LO MÁS IMPORTANTE, PERO NO PUEDO DEJAR DE LADO MI PARTE CURSI ASI QUE SOLO CITARE ESTE PEDACITO DEL DIALOGO CON FLYNN!!!
—Brittany, vuelve a entrar en el coche antes de que nos pongan una multa.
—No.
Me mira y parpadea, sin saber qué decir; entonces se pasa la mano por el pelo, y su enfado se convierte en desconcierto. De repente está tan graciosa, que no puedo evitar sonreírle. Ella frunce el ceño.
— ¿Qué? —me grita otra vez.
—Tú.
DE ACUERDO FUE GRACIOSA TODA LA SITUACIÓN PERO NO PUEDO DEJAR DE ADMIRAR QUE BRITT POCO A POCO YA TIENE DOMINADA A SANCINCUENTA!!! Y CADA VEZ TIENE MÁS CONFIANZA EN SI MISMA….GENIAL!!!!!!!!!!!!!
— ¡Oh, Brittany! Eres la mujer más frustrante que he conocido en mi vida.
—Levanta las manos al aire, exasperada—. Muy bien, conduciré yo.
La agarro por las solapas de la chaqueta y la acerco a mí.
—No… usted es la mujer más frustrante que he conocido en mi vida, señora López.
Ella baja los ojos hacia mí, oscuros e intensos, luego desliza los brazos alrededor de mi cintura y me abraza muy fuerte.
—Entonces puede que estemos hechas la una para la otra —dice en voz baja.
La rodeo con los brazos y cierro los ojos. Por primera vez desde esta mañana, me siento relajada.
—Oh… Britt, Britt, Britt —susurra, con los labios pegados a mi frente.
Estrecho mi abrazo y nos quedamos así, inmóviles, disfrutando de un momento de inesperada tranquilidad en la calle.
ESTAS SON LAS PARTES QUE HACEN QUE ME DERRITA, LUEGO DE CADA DISCUSIÓN QUE TIENEN LA RECONCILIACIÓN ES PURA MIEL PARA MI IMAGINACIÓN!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Arranca y se incorpora al tráfico, canturreando abstraída al son de Van Morrison.
Uau. Nunca la había oído cantar, ni siquiera en la ducha, nunca. Frunzo el ceño. Tiene una voz encantadora… cómo no. Mmm… ¿me habrá oído ella cantar?
¡Si fuera así, no te habría pedido que te casaras con ella! Mi subconsciente tiene los brazos cruzados, vestida con estampado de cuadros Burberry. Termina la canción y Santana sonríe satisfecha.
YA LO DIJE Y LO REPITO AMO EL SUBCONSCIENTE DE BRITT ES LO MAS!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
—No. Eran compañeras sexuales —murmura, con voz cauta—. Tú eres mi única amante. Y quiero que seas algo más.
Oh… ahí está otra vez esa palabra mágica, rebosante de posibilidades. Eso me hace sonreír, y me abrazo a mí misma por dentro, intentando contener mi alegría.
—Lo sé —susurro, haciendo esfuerzos para ocultar la emoción—. Solo necesito un poco de tiempo, Santana. Para reflexionar sobre estos últimos días.
SANCINCUENTA YA NO TIENES REGRESO BRITT TE HA ATRAPADO Y NO TIENES ESCAPATORÍA!!!!!!!!!! POR OTRA PARTE ENTIENDO A BRITT ……………….PERO LOVE IS LOVE!!!!!!!!!!
BIEN HASTA AHÍ LLEGO, ESPERO LA ACTU COMO SIEMPRE GRACIAS POR OTRO CAP EMOCIONANTE, SEÑORITA NINA SU FIC ES UNO DE MIS PASATIEMPOS PREDILECTOS!!!!!!!!
SALUDOS!! NATY.
SEÑORITA NINA USTED ES LO MÁS DE LO MÁS!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
ADORO SU FIC!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
SIN TIEMPO QUE PERDER AQUÍ VAN MIS PARTES FAVORITAS!!:
Mmm…
Santana me acaricia el cuello con la nariz y me despierto poco a poco.
—Buenos días, bella —susurra, y me mordisquea el lóbulo de la oreja.
QUIEN NO QUISIERA DESPERTARSE DE ESA FORMA!!!!!! ENVIDIA DE LA BUENA POR BRITT!!!
Maldita sea, si no tengo trabajo, ¿qué haré?
¡Cásate con la billonaria, Britt! Mi subconsciente aparece con su rostro más enojoso. Yo no le hago caso… bruja codiciosa.
JAJAJJAJ AMO EL SUBCONSCIENTE DE BRITT ES MUY DIVERTIDO!!!!!!!!!!!!!!!!!!
—No quiero dejarte marchar.
—No quiero marcharme.
Sonríe, y esa sonrisa nueva y tímida arrasa con todo lo que encuentra a su paso. Uau, es realmente poderosa.
LO VUELVO A REPETIR ES LEY!!!
Pensar en Santana con otra persona me pone enferma. Bajo la mirada a mis manos entrelazadas.
A QUIEN NO? A TODAS NOS PONDRÍA ENFERMAS!!
—Lo sé. Gracias, Santana. Te quiero.
Noto que sonríe al otro lado del teléfono. Me la he vuelto a ganar.
—Yo también te quiero, bella.
Ah, ¿me cansaré alguna vez de que me diga esas palabras?
MIS BRITTANA SON TIERNAS!!!!!!!!!! Y BRITT NO SE CANSARÁ DE ESCUCHARLA, POR DIOS!!! QUIEN SE CANSARÍA??
—Había quedado para comer con la hermana de Santana y Sam, pero no puedo localizarla, y me acaba de surgir esta reunión. ¿Podrías llevarla a comer? ¿Por favor?
— ¡Uf, Britt! No quiero hacer de canguro de una mocosa.
—Por favor, Blaine.
Le dedico la mejor caída de las largas pestañas de mis ojos azules. El alza la mirada con expresión resignada y sé que le he pillado.
JAJAJAJ RACHEL MOCOSA???
—Rachel… este es Blaine, el hermano de Quinn.
El asiente arqueando las cejas, sorprendido. Rachel pestañea repetidamente y le da la mano.
—Encantado de conocerte —murmura Blaine con delicadeza, y Rachel, sin palabras por una vez, vuelve a pestañear y se sonroja.
………………..—Adiós, Britt. —Rachel se vuelve hacia mí y dice sin palabras, con un guiño exagerado. ¡Oh, Dios mío!
¡Le gusta!
WOW!!! NUNCA LO HUBIERA IMAGINADO ES EN SERIO?? BLAINCHEL??? VA ME GUSTA Y ME GUSTA MUCHO!!!!!!!!!!!!
Felicidades, señorita Pierce
¡Y lo has hecho todo tú sola!
Sin ayuda de tu muy amiga, compañera y presumida presidenta
Te amo
Santana
SANCINCUENTA ES TODA UNA DETALLISTA!!!!
—Toma. —Saco la cajita de regalo de mi bolso—. Esto es para ti, por tu cumpleaños. Quería dártelo ahora… pero solo si prometes no abrirlo hasta el sábado,
¿vale?
Me mira sorprendida, parpadea y traga saliva.
—Vale —murmura cautelosa.
Suspiro profundamente y se lo entrego, sin hacer caso de su perplejidad.
Sacude la cajita, que hace un ruidito muy sugerente. Frunce el ceño. Sé lo desesperado que está por ver qué contiene. Entonces sonríe, y en sus ojos aparece una chispa de emoción juvenil y espontánea. Oh, Dios… aparenta la edad que tiene… y está guapísima.
QUE SERÁ??? YA QUIERO SABER……………………SUPONGO QUE TENDRÉ QUE ESPERAR COMO SANCINCUENTA.
—¿Y yo cómo puedo ayudarla?
El doctor Flynn se echa a reír.
—Limítate a seguir haciendo lo que estás haciendo. —Me sonríe—. Santana está perdidamente enamorada. Es fantástico verla así.
Me ruborizo, y la diosa que llevo dentro se abraza entusiasmada.
OK! TODA EL DIALOGO DE BRITT CON EL DOCTOR FLYNN FUE MUY EXPLICATIVA PARA MÍ, FUE DE LO MÁS IMPORTANTE, PERO NO PUEDO DEJAR DE LADO MI PARTE CURSI ASI QUE SOLO CITARE ESTE PEDACITO DEL DIALOGO CON FLYNN!!!
—Brittany, vuelve a entrar en el coche antes de que nos pongan una multa.
—No.
Me mira y parpadea, sin saber qué decir; entonces se pasa la mano por el pelo, y su enfado se convierte en desconcierto. De repente está tan graciosa, que no puedo evitar sonreírle. Ella frunce el ceño.
— ¿Qué? —me grita otra vez.
—Tú.
DE ACUERDO FUE GRACIOSA TODA LA SITUACIÓN PERO NO PUEDO DEJAR DE ADMIRAR QUE BRITT POCO A POCO YA TIENE DOMINADA A SANCINCUENTA!!! Y CADA VEZ TIENE MÁS CONFIANZA EN SI MISMA….GENIAL!!!!!!!!!!!!!
— ¡Oh, Brittany! Eres la mujer más frustrante que he conocido en mi vida.
—Levanta las manos al aire, exasperada—. Muy bien, conduciré yo.
La agarro por las solapas de la chaqueta y la acerco a mí.
—No… usted es la mujer más frustrante que he conocido en mi vida, señora López.
Ella baja los ojos hacia mí, oscuros e intensos, luego desliza los brazos alrededor de mi cintura y me abraza muy fuerte.
—Entonces puede que estemos hechas la una para la otra —dice en voz baja.
La rodeo con los brazos y cierro los ojos. Por primera vez desde esta mañana, me siento relajada.
—Oh… Britt, Britt, Britt —susurra, con los labios pegados a mi frente.
Estrecho mi abrazo y nos quedamos así, inmóviles, disfrutando de un momento de inesperada tranquilidad en la calle.
ESTAS SON LAS PARTES QUE HACEN QUE ME DERRITA, LUEGO DE CADA DISCUSIÓN QUE TIENEN LA RECONCILIACIÓN ES PURA MIEL PARA MI IMAGINACIÓN!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Arranca y se incorpora al tráfico, canturreando abstraída al son de Van Morrison.
Uau. Nunca la había oído cantar, ni siquiera en la ducha, nunca. Frunzo el ceño. Tiene una voz encantadora… cómo no. Mmm… ¿me habrá oído ella cantar?
¡Si fuera así, no te habría pedido que te casaras con ella! Mi subconsciente tiene los brazos cruzados, vestida con estampado de cuadros Burberry. Termina la canción y Santana sonríe satisfecha.
YA LO DIJE Y LO REPITO AMO EL SUBCONSCIENTE DE BRITT ES LO MAS!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
—No. Eran compañeras sexuales —murmura, con voz cauta—. Tú eres mi única amante. Y quiero que seas algo más.
Oh… ahí está otra vez esa palabra mágica, rebosante de posibilidades. Eso me hace sonreír, y me abrazo a mí misma por dentro, intentando contener mi alegría.
—Lo sé —susurro, haciendo esfuerzos para ocultar la emoción—. Solo necesito un poco de tiempo, Santana. Para reflexionar sobre estos últimos días.
SANCINCUENTA YA NO TIENES REGRESO BRITT TE HA ATRAPADO Y NO TIENES ESCAPATORÍA!!!!!!!!!! POR OTRA PARTE ENTIENDO A BRITT ……………….PERO LOVE IS LOVE!!!!!!!!!!
BIEN HASTA AHÍ LLEGO, ESPERO LA ACTU COMO SIEMPRE GRACIAS POR OTRO CAP EMOCIONANTE, SEÑORITA NINA SU FIC ES UNO DE MIS PASATIEMPOS PREDILECTOS!!!!!!!!
SALUDOS!! NATY.
naty_LOVE_GLEE- ---
- Mensajes : 594
Fecha de inscripción : 06/05/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Tantas cosas por asimilar, pareciera como si la charla con el Dr. Flynn (Hoooooola :3) la aya tenido yo y no Britt. Ahora que lo pienso no seria mala idea, al fin que como lo describen no está tan lejos de mi tipo :3 (me aclaro la garganta y vuelvo a ser yo).
¿Sabes? Britt conduciendo se ve reflejada en mi. Justo mi papá me trata de la misma manera cuando manejo "Ve la linea amarilla" "No saques el pie tan rápido" "Mete una velocidad...mete otra" >.< Te entiendo Britt, es E-x-a-s-p-e-r-a-n-t-e!
No entendí lo de darle el beneficio de la duda .-. pero lo dejaré así....luego me mandas a investigar Jeje.
¡Sorpresas...! ¿A donde la llevará? Mmh....nos has dejado con una gran duda. Bueno...un abrazo, ¡Hasta el próximo!
Ali_Pearce- - Mensajes : 1107
Fecha de inscripción : 07/06/2012
Edad : 31
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
un capitulo muy interesante, que birtt hablara con el doctor flynn me gusto mucho para que se de cuenta que de verdad es lo que santana necesita y lo que quiere, la parte del auto ooh es que me ha fascinado sobre todo cuando están abrazadas disfrutando una de la otra tan dulce y tierno momento, estoy esperando con ansias el cumpleaños de santana. con respecto a lo de blaine y rachel al parecer fue un verdadero flechazo me parece intrigante jajaja quisiera saber un poco mas de ellos. te eh escrito como nunca antes es que de verdad estoy fascinada con tu historia, estoy segura que conseguirás tu meta con los comentarios tu y tu fic lo valen. gracias por escribir
Camila18**** - Mensajes : 151
Fecha de inscripción : 28/05/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Me encanto el capitulo tan tierna la forma de despertar san a britt *-* son los maximo estas dos el complemento perfecto las amo!! Y el fic demasiadoo adictivo no puedo esperar al proximo cap graciias x las actualizaciones saludos y besos -esperando ansiosa x el proximo capitulo- :*
saibelli** - Mensajes : 52
Fecha de inscripción : 06/03/2013
Edad : 33
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
yujuuuuuuuuuuuuuuuu he regresado a comentar, me perdi de unos cuantos capitulos pero ya me puse en fa aaa al correinte, wooow si que fueron buenos estos capitulooos, me facina la nueva etapa en la que entro la relacion entre birttany y santana es emocionanteeee y tierna y dulce y tierna y mas dulce jajajaja estupendo y sin azotes horribles , ai eso es lo mejor jajaja
wwwooww santana va muy rapido, kererse casar con ella pfff es muy prontooo, pero bueno, tiene ke pasar en algun momento no jajaj
en espera de tu actuuu, y graciiiias por la adaptacion una vez mas :P
wwwooww santana va muy rapido, kererse casar con ella pfff es muy prontooo, pero bueno, tiene ke pasar en algun momento no jajaj
en espera de tu actuuu, y graciiiias por la adaptacion una vez mas :P
victoria555****** - Mensajes : 399
Fecha de inscripción : 28/10/2012
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
puedo decir que amo al doctor Flynn, me encantaa!... es uno de mis personajes secundarios favoritos junto con taylor...
o dioss! ya quiero ver cual es la sorpresa que le tiene Santana a Brittany...! genial la historiaa, tenia mucho sin poder leerlaa, pero la llevas de lujoo! :)
o dioss! ya quiero ver cual es la sorpresa que le tiene Santana a Brittany...! genial la historiaa, tenia mucho sin poder leerlaa, pero la llevas de lujoo! :)
PAOFEXR*** - Mensajes : 147
Fecha de inscripción : 01/02/2012
Edad : 30
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Buenas buenas hoy ando de pasada a dejarles el capitulo ando con gripe y no me siento bien pero lo importante que a pesar de todo les actualizo.
Gracias a todas mis hermosas lectoras por leer mi fic y gracias a las que comentan son lo máximo!!
Columbia Tower Club, en el piso 76 de esta torre se encuentra el Club (que en el fic se llama el Mile High Club), donde cenan para celebrar el nombramiento de Britt como editora de SIP.
http://50sombrasdegrey.files.wordpress.com/2012/09/columbia-tower-76-floor.jpg
http://50sombrasdegrey.files.wordpress.com/2012/09/columbia-tower-club-76-floor.jpg
Santana sigue conduciendo junto a unas casas de madera de planta baja bien conservadas, donde se ve a niños jugando baloncesto en los patios y recorriendo las calles en bicicleta. Las casas están rodeadas de árboles y todo tiene un aspecto próspero y apacible. Quizá vayamos a visitar a alguien. Pero ¿a quién?
Al cabo de unos minutos, Santana da un giro cerrado a la izquierda y nos detenemos frente a dos vistosas verjas blancas de metal, enclavadas en un muro de piedra de unos dos metros de alto. Santana aprieta un botón de su manija y una pantallita eléctrica desciende con un leve zumbido en el lateral de su puerta. Pulsa un número en el panel y las verjas se abren dándonos la bienvenida.
Ella me mira de reojo y su expresión ha cambiado. Parece indecisa, nerviosa incluso.
— ¿Qué es esto? —pregunto, sin poder disimular cierta inquietud en mi tono.
—Una idea —dice en voz baja, y el Saab atraviesa suavemente la entrada.
Subimos por un sendero bordeado de árboles, con anchura suficiente para dos coches. A un lado los árboles rodean una zona boscosa, y al otro se extiende un terreno hermoso de antiguos campos de cultivo dejados en grama. La hierba y las flores silvestres han invadido el lugar, recreando un paisaje rural idílico: un prado, donde sopla suavemente la brisa del atardecer y el sol crepuscular tiñe de oro las flores. Es una estampa deliciosa que transmite una gran tranquilidad, y de pronto me imagino tumbada sobre la hierba, contemplando el azul claro de un cielo estival. La idea es tentadora, aunque por algún extraño motivo me provoca añoranza. Es una sensación muy extraña.
El sendero traza una curva y se abre a un amplio camino de entrada frente a una impresionante casa, de estilo mediterráneo, construida en piedra de suave tonalidad rosácea. Es una mansión suntuosa. Todas las luces están encendidas y las ventanas refulgen en el ocaso. Hay un BMW negro aparcado frente a un garaje de cuatro plazas, pero Santana se detiene junto al grandioso pórtico.
Mmm… me pregunto quién vivirá aquí. ¿Por qué hemos venido?
Santana me mira ansiosa mientras apaga el motor del coche.
— ¿Me prometes mantener una actitud abierta? —pregunta.
Frunzo el ceño.
—Santana, desde el día en que te conocí he necesitado mantener una actitud abierta.
Ella sonríe con ironía y asiente.
—Buena puntualización, señorita Pierce. Vamos.
Las puertas de madera oscura se abren, y en el umbral nos espera una mujer de pelo castaño oscuro, sonrisa franca y un traje chaqueta ceñido de color lila. Yo me alegro de haberme puesto mi nuevo vestido azul marino sin mangas para impresionar al doctor Flynn. Vale, no llevo unos tacones altísimos como ella, pero aun así no voy con vaqueros.
—Señora López —la saluda con una cálida sonrisa, y le estrecha la mano.
—Señorita Kelly —responde ella cortésmente.
Ella me sonríe y me tiende la mano. Se la estrecho, y me doy cuenta de que se ruboriza, con esa expresión de: «¿No es una mujer de ensueño? Ojalá fuera mía».
—Olga Kelly —se presenta con aire jovial.
—Britt Pierce —respondo con un hilo de voz.
¿Quién es esta mujer? Se hace a un lado para dejarnos pasar a la casa y al entrar, me quedo estupefacta: está vacía… completamente vacía. Estamos en un vestíbulo inmenso. Las paredes son de un amarillo tenue y desvaído y conservan las marcas de los cuadros que debían de estar colgados allí. Lo único que queda son unas lámparas de cristal de diseño clásico. Los suelos son de madera noble descolorida.
Las puertas que tenemos a los lados están cerradas, pero Santana no me da tiempo para poder asimilar qué está pasando.
—Ven —dice.
Me coge de la mano y me lleva por el pasillo abovedado que tenemos delante hasta otro vestíbulo interior más grande. Está presidido por una inmensa escalinata curva con una intrincada barandilla de hierro, pero Santana tampoco se detiene ahí. Me conduce a través del salón principal, que también está vacío salvo por una enorme alfombra de tonos dorados desvaídos: la alfombra más grande que he visto en mi vida. Ah… y hay cuatro arañas de cristal.
Pero las intenciones de Santana quedan claras cuando cruzamos la estancia y salimos a través de unas grandes puertas acristaladas a una amplia terraza de piedra. Debajo de nosotras hay una extensión de cuidado césped del tamaño de medio campo de fútbol y, más allá, está la vista… Uau.
La ininterrumpida vista panorámica resulta impresionante, sobrecogedora incluso: el crepúsculo sobre el Sound. A lo lejos se alza la isla de Bainbridge, y más lejos aún, en este cristalino atardecer, el sol se pone lentamente, irradiando llamaradas sanguíneas y anaranjadas, por detrás del parque nacional Olympic. Tonalidades carmesíes se derraman sobre el cielo cerúleo, junto con trazos de ópalo y aguamarinas mezclados con el púrpura oscuro de los escasos jirones de nubes y la tierra más allá del Sound. Es la naturaleza en su máxima expresión, una orquestada sinfonía visual que se refleja en las aguas profundas y calmas del estrecho de Puget. Y yo me pierdo contemplando la vista… intentando absorber tanta belleza.
Me doy cuenta de que contengo la respiración, sobrecogida, y Santana sigue sosteniendo mi mano. Cuando por fin aparto los ojos de ese grandioso espectáculo, veo que ella me mira de reojo, inquieta.
— ¿Me has traído aquí para admirar la vista? —susurro.
Ella asiente con gesto serio.
—Es extraordinaria, Santana. Gracias —murmuro, y dejo que mis ojos la saboreen una vez más.
Ella me suelta la mano.
— ¿Qué te parecería poder contemplarla durante el resto de tu vida? — musita.
¿Qué? Vuelvo la cara como una exhalación hacia ella, mis atónitos ojos azules hacia los suyos marrones y pensativos. Creo que estoy con la boca completamente abierta, mirándola sin dar crédito.
—Siempre he querido vivir en la costa —dice—. He navegado por todo el Sound soñando con estas casas. Esta lleva poco tiempo en venta. Quiero comprarla, echarla abajo y construir otra nueva… para nosotras —susurra, y sus ojos brillan trasluciendo sus sueños y esperanzas.
Madre mía. No sé cómo consigo mantenerme en pie. La cabeza me da vueltas. ¡Vivir aquí! ¡En este precioso refugio! Durante el resto de mi vida…
—Solo es una idea —añade cautelosa.
Vuelvo a echar un vistazo hacia el interior de la casa. ¿Qué puede valer?
Deben de ser… ¿qué, cinco, diez millones de dólares? No tengo ni idea. Madre mía.
— ¿Por qué quieres echarla abajo? —pregunto, mirándola otra vez.
Le cambia la cara. Oh, no.
—Me gustaría construir una casa más sostenible, utilizando las técnicas ecológicas más modernas. Sam podría diseñarla.
Vuelvo a mirar el salón. La señorita Olga Kelly está en el extremo opuesto, merodeando junto a la entrada. Es la agente inmobiliaria, claro. Me fijo en que la estancia es enorme y que tiene doble altura, como el salón del Escala. Hay una galería balaustrada arriba, que debe de ser el rellano de la planta superior. Y una chimenea inmensa y toda una hilera de ventanales que se abren a la terraza. Posee un encanto clásico.
— ¿Podemos echar un vistazo a la casa?
Ella me mira, parpadeando.
—Claro.
Se encoge de hombros, un tanto desconcertada.
Cuando volvemos a entrar, a la señorita Kelly se le ilumina la cara como a una niña en Navidad. Está encantada de proporcionarnos una visita guiada y poder exponer su elaborado discurso.
La casa es enorme: mil cien metros cuadrados en una finca de dos hectáreas y media de terreno. Además del salón principal, hay una cocina con zona de comedor no, más bien sala para banquete, con una salita familiar contigua ¡familiar!, además de una sala de música, una biblioteca, un estudio y, para gran sorpresa mía, una piscina cubierta y un pequeño gimnasio con sauna y baño de vapor. Abajo, en el sótano, hay una sala de cine —uau— y un cuarto de juegos. Mmm… ¿qué tipo de juegos practicaremos aquí?
La señorita Kelly nos va señalando todo tipo de detalles y ventajas, pero en esencia la casa es preciosa y se nota que un día fue el hogar de una familia feliz. Ahora está un poco descuidada, pero nada que no se pueda arreglar con una buena reforma.
Subimos detrás de la señorita Kelly la magnífica escalera principal hasta la planta de arriba, y apenas puedo contener la emoción: esta casa tiene todo lo que se puede desear en un hogar.
— ¿No podría convertirse la casa ya existente en una más ecológica y autosostenible?
Santana me mira parpadeando, desconcertada.
—Tendría que preguntárselo a Sam. El es el experto.
La señorita Kelly nos lleva a la suite principal, con unos ventanales hasta el techo que dan a un balcón, donde las vistas son también espectaculares. Me podría pasar todo el día sentada en la cama mirando a través de los ventanales, contemplando los barcos navegar y los sutiles cambios del tiempo.
En esta planta hay cinco dormitorios más. ¡Niños! Aparto inmediatamente esa idea. Ya tengo demasiadas cosas en las que pensar. La señorita Kelly está sugiriéndole a Santana que en la finca se podrían instalar unas cuadras y un cercado.
¡Caballos! Aparecen en mi mente imágenes terroríficas de mis escasas clases de equitación, pero Santana no parece estar escuchándola.
— ¿El cercado estaría en los terrenos del prado? —pregunto.
—Sí —contesta radiante la señorita Kelly.
Para mí el prado es un sitio donde tumbarse sobre la hierba alta y hacer picnics, no para que retocen malvados cuadrúpedos satánicos.
Cuando volvemos al salón principal, la señorita Kelly se retira discretamente y Santana vuelve a llevarme a la terraza. El sol ya se ha puesto y las luces urbanas de la península de Olympic centellean en el extremo más alejado del Sound.
Santana me toma entre sus brazos, me levanta la barbilla con el dedo índice y clava sus ojos en mí.
— ¿Demasiadas cosas que digerir? —pregunta con una expresión inescrutable.
Asiento.
—Quería comprobar que te gustaba antes de comprarla.
— ¿La vista?
Asiente.
—La vista me encanta, y esta casa también.
— ¿Te gusta?
Sonrío tímidamente.
—Santana, me tuviste ya desde el prado.
Ella separa los labios e inhala profundamente. Luego una sonrisa transforma su cara, y de pronto hunde las manos en mi cabello y sus labios cubren mi boca.
Cuando volvemos en coche a Seattle, Santana está mucho más animada.
—Entonces, ¿vas a comprarla? —pregunto.
—Sí.
— ¿Pondrás a la venta el apartamento del Escala?
Frunce el ceño.
— ¿Por qué iba a hacer eso?
—Para pagar la…
Mi voz se va perdiendo… claro. Me ruborizo.
Me sonríe con suficiencia.
—Créeme, puedo permitírmelo.
— ¿Te gusta ser rica?
—Sí. Dime de alguien a quien no le guste —replica en tono adusto.
Vale, dejemos rápidamente ese tema.
—Brittany, si aceptas mi proposición, tú también vas a tener que aprender a ser rica.
Añade en voz baja.
—La riqueza es algo a lo que nunca he aspirado, Santana —digo con gesto ceñudo.
—Lo sé, y eso me encanta de ti. Pero también es verdad que nunca has pasado hambre. Concluye, y sus palabras tienen un tono de grave solemnidad.
— ¿Adónde vamos? —pregunto animadamente para cambiar de tema.
Santana se relaja.
—A celebrarlo.
¡Oh!
— ¿A celebrar qué, la casa?
— ¿Ya no te acuerdas? Tu puesto de editora.
—Ah, sí.
Sonrío. Es increíble que lo haya olvidado.
— ¿Dónde?
—Arriba en mi club.
— ¿En tu club?
—Sí. En uno de ellos.
El Mile High Club está en el piso setenta y seis de la Columbia Tower, más alto incluso que el ático de Santana. Es muy moderno y tiene las vistas más alucinantes de todo Seattle.
— ¿Una copa, señora?
Santana me ofrece una copa de champán frío. Estoy sentada en un taburete de la barra.
—Vaya, gracias, señora —digo, pronunciando seguramente la última palabra con un pestañeo provocativo.
Ella me mira fijamente y su semblante se oscurece turbadoramente.
— ¿Está coqueteando conmigo, señorita Pierce?
—Sí, señora López, estoy coqueteando. ¿Qué piensa hacer al respecto?
—Seguro que se me ocurrirá algo —dice con voz ronca—. Ven, nuestra mesa está lista.
Cuando nos estamos acercando a la mesa, Santana me sujeta del codo y me para.
—Ve a quitarte las bragas —susurra.
¿Oh? Un delicioso cosquilleo me recorre la columna.
—Ve —ordena en voz baja.
Uau… ¿qué? Ella no sonríe; permanece tremendamente seria. A mí se me tensan todos los músculos por debajo de la cintura. Le doy mi copa de champán, giro sobre mis talones y me dirijo hacia el baño.
Oh, Dios… ¿qué va a hacer? Quizá el club se llame así con razón: los que practican sexo a más de un kilómetro y medio de altura.
Los baños son el último grito en diseño: todo en madera oscura y granito negro, con focos halógenos colocados estratégicamente. En la intimidad del compartimento, sonrío mientras me quito la ropa interior. Nuevamente me alegro de haberme puesto el vestido azul marino sin mangas. Pensé que era el atuendo apropiado para ir a ver al doctor Flynn: no había previsto que la velada tomara este rumbo inesperado.
Ya estoy excitada. ¿Por qué esta mujer tiene ese poder sobre mí? Me irrita un poco esa facilidad con la que caigo bajo su embrujo. Ahora sé que no vamos a pasarnos la noche hablando sobre todos nuestros asuntos y los recientes acontecimientos… pero ¿cómo resistirme a ella?
Examino mi aspecto en el espejo: tengo el rostro encendido y los ojos me brillan de excitación. Asuntos, estrategias…
Respiro profundamente y me encamino de vuelta al salón. La verdad es que no es la primera vez que voy sin bragas. La diosa que llevo dentro va envuelta en una boa de plumas rosa y diamantes, y se pavonea con sus zapatos de fulana.
Cuando llego a la mesa Santana se levanta educadamente con una expresión indescifrable. Exhibe su pose habitual, tranquila, serena y contenida.
Naturalmente, yo sé que no es así.
—Siéntate a mi lado —dice. Me deslizo en el asiento y ella vuelve a sentarse
—. He elegido por ti. Espero que no te importe.
Me entrega mi copa de champán mirándome fijamente, y su mirada escrutadora me enciende de nuevo la sangre. Apoya las manos en los muslos. Yo me tenso y separo un poco las piernas.
Llega el camarero con una bandeja de ostras sobre hielo picado. Ostras…
El recuerdo de las dos en el comedor privado del Heathman aparece en mi mente.
Estábamos hablando de su contrato. Oh, Dios. Hemos recorrido un camino muy largo desde entonces.
—Me parece que las ostras te gustaron la última vez que las probaste.
Su tono de voz es ronco y seductor.
—La única vez que las he probado —susurro con un evidente deje sensual en la voz.
En su boca se dibuja una sonrisa.
—Oh, señorita Pierce… ¿cuándo aprenderá? —musita.
Toma una ostra de la bandeja y levanta la otra mano del muslo. Contengo el aliento a la expectativa, pero ella coge una rodaja de limón.
— ¿Aprender qué? —pregunto.
Dios, tengo el pulso acelerado. Ella exprime el limón sobre el marisco con sus dedos esbeltos y hábiles.
—Come —dice, y me acerca la concha a la boca. Separo los labios, y ella la apoya delicadamente sobre mi labio inferior—. Echa la cabeza hacia atrás muy despacio —murmura.
Hago lo que me dice y la ostra se desliza por mi garganta. Ella no me toca, solo la concha.
Santana se come una, y luego me ofrece otra. Seguimos con este ritual de tortura hasta que nos acabamos toda la docena. Su piel nunca roza la mía. Me está volviendo loca.
— ¿Te siguen gustando las ostras? —me pregunta cuando me trago la última.
Asiento ruborizada, ansiando que me toque.
—Bien.
Me estremezco y me remuevo en el asiento. ¿Por qué resulta tan erótico todo esto?
Ella vuelve a apoyar la mano tranquilamente sobre el muslo, y yo me siento morir. Ahora. Por favor. Tócame. La diosa que llevo dentro está de rodillas, desnuda salvo por las bragas, suplicando. Ella se pasa la mano arriba y abajo por el muslo, la levanta, y vuelve a dejarla donde estaba.
El camarero nos llena las copas de champán y retira rápidamente los platos.
Al cabo de un momento vuelve con el principal: lubina —no doy crédito—, acompañada de espárragos, patatas salteadas y salsa holandesa.
— ¿Uno de sus platos favoritos, señora López?
—Sin duda, señorita Pierce. Aunque creo que en el Heathman comimos bacalao.
Se pasa la mano por el muslo, arriba y abajo. Me cuesta respirar, pero sigue sin tocarme. Es muy frustrante. Intento concentrarme en la conversación.
—Creo recordar que entonces estábamos en un reservado, discutiendo un contrato.
—Qué tiempos aquellos… —dice sonriendo con malicia—. Esta vez espero conseguir follarte.
Mueve la mano para coger el cuchillo.
¡Agh!
Corta un trozo de su lubina. Lo está haciendo a propósito.
—No cuentes con ello —musito con un mohín, y ella me mira divertida
—Hablando de contratos, el acuerdo de confidencialidad.
—Rómpelo —dice simplemente.
Oh, Dios…
— ¿Qué? ¿En serio?
—Sí.
— ¿Estás segura de que no iré corriendo al Seattle Times con una exclusiva? —digo bromeando.
Se ríe, y es un sonido maravilloso. Parece tan joven…
—No, confío en ti. Voy a concederte el beneficio de la duda.
Ah. Le sonrío tímidamente.
—Lo mismo digo —musito.
Se le ilumina la mirada.
—Estoy encantada de que lleves un vestido —murmura.
Y… bang: el deseo inflama mi sangre ya ardiente.
—Entonces, ¿por qué no me has tocado? —siseo.
— ¿Añoras mis caricias? —pregunta sonriendo.
Se está divirtiendo… la muy gilipolla.
—Sí —digo indignada.
—Come —ordena.
—No vas a tocarme, ¿verdad?
Niega con la cabeza.
—No.
¿Qué? Ahogo un gemido.
—Imagina cómo te sentirás cuando lleguemos a casa —susurra—. Estoy impaciente por llevarte a casa.
—Si empiezo a arder aquí, en el piso setenta y seis, será culpa tuya — musito entre dientes.
—Oh, Brittany, ya encontraremos el modo de apagar el fuego —dice con una sonrisa libidinosa.
Furiosa, me concentro en mi lubina, mientras la diosa que llevo dentro entorna taimadamente los ojos, cavilando. Nosotras también podemos jugar a este juego. Aprendí las reglas durante la comida en el Heathman. Me como un pedazo de lubina. Está deliciosa, se deshace en la boca. Cierro los ojos y la saboreo. Cuando los abro, empiezo a seducir a Santana López. Me subo la falda muy despacio, y enseño más los muslos.
Ella se detiene un momento, dejando el tenedor con el pescado suspendido en el aire.
Tócame.
Después, sigue comiendo. Yo cojo otro trocito de lubina, sin hacerle caso.
Entonces dejo el cuchillo, me paso los dedos por detrás de la parte baja del muslo, y me doy golpecitos en la piel con la yema. Es perturbador incluso para mí, sobre todo porque me muero porque me toque. Santana vuelve a quedarse muy quieta.
—Sé lo que estás haciendo —dice en voz baja y ronca.
—Ya sé que lo sabe, señora López —replico suavemente—. De eso se trata.
Cojo un espárrago, la miro de soslayo por debajo de las pestañas, y luego lo mojo en la salsa holandesa, haciendo girar la punta una y otra vez.
—No crea que me está devolviendo la pelota, señorita Pierce.
Sonriendo, alarga una mano y me quita el espárrago… y es asombrosamente irritante, porque consigue hacerlo sin tocarme. No, esto no va bien: este no era el plan.
¡Agh!
—Abre la boca —ordena.
Estoy perdiendo esta batalla de voluntades. Vuelvo a levantar la vista hacia ella, y sus ojos arden. Entreabro ligeramente los labios, y me paso la lengua por el superior. Santana sonríe y su mirada se oscurece aún más.
—Más —musita, y también entreabre los suyos para que pueda verle la lengua. Ahogo un gemido, me muerdo el labio inferior, y luego hago lo que me dice.
Ella inspira con fuerza; puedo oírla… no es tan inmune. Bien, empiezo a ganar terreno.
Sin dejar de mirarla a los ojos, me meto el espárrago en la boca y chupo… despacio… delicadamente la punta. La salsa holandesa está deliciosa. Doy un mordisco, emitiendo un suave y placentero gemido.
Santana cierra los ojos. ¡Sí! Cuando los vuelve a abrir tiene las pupilas dilatadas, y eso tiene un efecto inmediato en mí. Gimo y alargo la mano para tocarle el muslo. Y, para mi sorpresa, me agarra de la muñeca.
—Ah, no. No haga eso, señorita Pierce —murmura bajito.
Se lleva mi mano a la boca y me acaricia delicadamente los nudillos con los labios, y yo me retuerzo de placer. ¡Por fin! Más, por favor.
—No me toques —me advierte con voz queda, y me coloca de nuevo la mano sobre la rodilla.
Ese contacto breve e insatisfactorio resulta de lo más frustrante.
—No juegas limpio —me quejo con un mohín.
—Lo sé.
Levanta su copa de champán para proponer un brindis, y yo la imito.
—Felicidades por su ascenso, señorita Pierce.
Entrechocamos las copas y yo me ruborizo.
—Sí, no me lo esperaba —murmuro.
Ella frunce el ceño, como si una idea desagradable le hubiera pasado por la mente.
—Come —ordena—. No te llevaré a casa hasta que te termines la comida, y entonces lo celebraremos de verdad.
Y su expresión es tan apasionada, tan salvaje, tan dominante, que me derrito por dentro.
—No tengo hambre. No de comida.
Ella niega con la cabeza, disfrutando sin duda, aunque me mira con los ojos entornados.
—Come, o te pondré sobre mis rodillas, aquí mismo, y daremos un espectáculo delante de los demás clientes.
Sus palabras me llenan de inquietud. ¡No se atreverá! Ella y esa mano tan suelta que tiene… Aprieto los labios en una fina línea y la miro. Santana coge otro tallo de espárrago y lo moja en la salsa.
—Cómete esto —murmura con voz ronca y seductora.
Obedezco de buen grado.
—No comes como es debido. Has perdido peso desde que te conozco — comenta en tono afable.
No quiero pensar en mi peso ahora; la verdad es que me gusta estar delgada. Me como el espárrago.
—Solo quiero ir a casa y hacer el amor —musito desconsolada.
Santana sonríe.
—Yo también, y eso haremos. Come.
Vuelvo a concentrarme en el plato y empiezo a comer de mala gana. ¿En serio me he quitado las bragas solo para esto? Me siento como una niña a la que no le dejan comer caramelos. Ella es tan deliciosa, provocativa, sexy, pícara y seductora, y es toda mía.
Me pregunta sobre Blaine. Por lo visto, Santana tiene negocios con el padre de Quinn y Blaine. Vaya por Dios, este mundo es un pañuelo. Me alivia que no mencione ni al doctor Flynn ni la casa, porque me está costando concentrarme en la conversación. Quiero irme a casa.
La expectación carnal entre ambas no para de crecer. Ella es muy buena en eso. En hacerme esperar. En preparar la situación. Entre bocados, coloca la mano sobre su muslo, muy cerca de la mía, pero sin tocarme, solo para incitarme más.
¡Gilipolla! Por fin me termino la comida y dejo el tenedor y el cuchillo en el plato.
—Buena chica —murmura, y esas dos palabras suenan muy prometedoras.
La miro con el ceño fruncido.
— ¿Ahora qué? —pregunto con un pellizco de deseo en el vientre.
Oh, cómo ansío a esta mujer.
— ¿Ahora? Nos vamos. Creo que tiene usted ciertas expectativas, señorita Pierce. Las cuales voy a intentar complacer lo mejor que sé.
¡Uau!
— ¿Lo… mejor… que sabes? —balbuceo.
Dios santo.
Ella sonríe y se pone de pie.
— ¿No tenemos que pagar? —pregunto, sin aliento.
Ella ladea la cabeza.
—Soy miembro de este club, ya me mandarán la factura. Vamos, Brittany, tú primero.
Se hace a un lado y yo me levanto para salir, consciente de que no llevo bragas.
Ella me contempla con su turbia e intensa mirada, como si me desnudara, y yo me regodeo en resultarle sensual. Esta mujer guapísima me desea: eso hace que me sienta tan sexy… ¿Disfrutaré siempre tanto con esto? Me paro deliberadamente delante de ella y me aliso el vestido por encima de los muslos.
Santana me susurra al oído:
—Estoy impaciente por llegar a casa.
Pero sigue sin tocarme.
Al salir le murmura algo sobre el coche al jefe de sala, pero yo no estoy escuchando; la diosa que llevo dentro arde de expectación. Dios, podría iluminar todo Seattle.
Mientras esperamos el ascensor, se unen a nosotras dos parejas de mediana edad. Cuando se abren las puertas, Santana me coge del codo y me lleva hasta el fondo. Yo echo un vistazo alrededor: estamos rodeados de espejos negros con los vidrios ahumados. Cuando entran las otras parejas, un mujer con un traje marrón muy poco favorecedor saluda a Santana.
—López —asiente educadamente.
Santana le devuelve el saludo, pero sin decir nada.
Las parejas se sitúan delante de nosotras de cara a las puertas del ascensor.
Es obvio que son amigos: las mujeres charlan en voz alta, animadas y alborotadas después de la cena. Me parece que están un poco achispadas.
Cuando se cierran las puertas, Santana se agacha un momento a mi lado para acomodarse la bota. Qué raro. Discretamente me pone una mano sobre el tobillo, sobresaltándome, y cuando se levanta hace que esa mano ascienda rápidamente por mi pierna, deslizándola de un modo delicioso sobre mi piel —uau— hasta arriba. Y cuando la mano llega a mi trasero, tengo que reprimir un jadeo de sorpresa. Santana se coloca detrás de mí.
Ay, Dios. Me quedo boquiabierta mirando a las personas que tenemos delante, contemplando la parte de atrás de sus cabezas. Ellos no tienen ni idea de lo que estamos a punto de hacer. Santana me rodea la cintura con el brazo libre, colocándome en posición mientras sus dedos, me exploran. ¡Madre mía…!, ¿aquí? El ascensor baja con suavidad y se para en el piso cincuenta y tres para que entre más gente, pero yo no presto atención. Estoy concentrada en cada movimiento que hacen sus dedos. Primero en círculo… y luego avanzando, buscando, mientras nos ponemos en marcha otra vez.
Cuando sus dedos alcanzan su objetivo, reprimo otra vez un jadeo. Me retuerzo y gimo. ¿Cómo puede hacer esto con toda esa gente aquí?
—Estate quieta y callada —me advierte, susurrándome al oído.
Estoy acalorada, ardiente, anhelante, atrapada en un ascensor con siete personas, seis de ellas ajenas a lo que ocurre en el rincón. Desliza el dedo dentro y fuera de mí, una y otra vez. Mi respiración… Dios, resulta tan embarazoso. Quiero decirle que pare… y que continúe… que pare. Y me arqueo contra ella, y ella tensa el brazo que me rodea, y siento su respiración muy pesada y sé que esta excitada.
Nos paramos en el piso cuarenta y cuatro. ¿Oh… cuánto va a durar esta tortura? Dentro… fuera… dentro… fuera. Sutilmente, me aferro a su dedo persistente.
¡Después de todo este tiempo sin tocarme, escoge hacerlo ahora! ¡Aquí! Y eso me hace sentir tan… lujuriosa.
—Shsss —musita ella, con aparente indiferencia cuando entran dos personas más.
El ascensor empieza estar abarrotado. Santana nos desplaza a ambas más al fondo, de modo que ahora estamos apretujadas contra el rincón; me coloca en posición y sigue torturándome. Hunde la nariz en mi cuello. Si alguien se molestara en darse la vuelta y viera lo que estamos haciendo, estoy segura de que nos tomaría por una joven pareja de enamoradas haciéndose arrumacos… Y entonces desliza un segundo dedo en mi interior.
¡Ah! Gimo, y agradezco que el grupo de gente que tenemos delante siga charlando, totalmente ajeno.
Oh, Santana, qué estás haciendo conmigo… Apoyo la cabeza en ella, cierro los ojos y me rindo a sus dedos implacables.
—No te corras —susurra—. Eso lo quiero para después.
Pone la mano abierta sobre mi vientre, aprieta ligeramente, y sigue con su dulce acoso. La sensación es exquisita.
Finalmente el ascensor llega a la planta baja. Las puertas se abren con un tintineo sonoro y los pasajeros empiezan a salir casi al instante. Santana retira lentamente los dedos de mi interior, y me besa la parte de atrás de la cabeza. Me giro para mirarla y está sonriendo, volviendo a saludar con una inclinación de cabeza al señor del traje marrón poco favorecedor, que le devuelve el gesto y sale del ascensor con su esposa. Yo apenas soy consciente de todo ello, concentrada en mantenerme erguida y controlar los jadeos. Dios, me siento dolorida y desamparada. Santana me suelta y deja que me aguante por mi propio pie, sin apoyarme en ella.
Me doy la vuelta y la miro fijamente. Parece relajada, serena, con su compostura habitual… Esto es muy injusto.
— ¿Lista? —pregunta.
Sus ojos centellean malévolos. Se mete el dedo índice en la boca y después el medio, y los chupa.
—Pura delicia, señorita Pierce —susurra.
Y están a punto de darme las convulsiones del orgasmo.
—No puedo creer que acabes de hacer eso —musito, al borde de desgarrarme por dentro.
—Le sorprendería lo que soy capaz de hacer, señorita Pierce —dice.
Alarga la mano y me recoge un mechón de pelo detrás de la oreja, con una leve sonrisa que delata cuánto se divierte.
—Quiero poseerte en casa, pero puede que no pasemos del coche.
Me dedica una sonrisa cómplice, me da la mano y me hace salir del ascensor.
¿Qué? ¿Sexo en el coche? ¿Y no podríamos hacerlo aquí, sobre el mármol frío del suelo del vestíbulo… por favor?
—Vamos.
—Sí, quiero hacerlo.
— ¡Señorita Pierce! —me riñe, fingiéndose escandalizada.
—Nunca he practicado el sexo en un coche —balbuceo.
Santana se para, me pone esos mismos dedos bajo la barbilla, me echa la cabeza hacia atrás y me mira fijamente.
—Me alegra mucho oír eso. Debo decir que me habría sorprendido mucho, por no decir molestado, que no hubiera sido así.
Me ruborizo y parpadeo sin dejar de mirarla. Pues claro: yo solo he tenido relaciones sexuales con ella. Frunzo el ceño.
—No quería decir eso.
— ¿Qué querías decir?
De pronto su voz tiene un matiz de dureza.
—Solo era una forma de hablar, Santana.
—Ya. La famosa expresión: «Nunca he practicado el sexo en un coche». Sí, es muy conocida.
¿Qué le pasa ahora?
—Santana, lo he dicho sin pensar… Por Dios, tú acabas de… hacerme eso en un ascensor lleno de gente. Tengo la mente aturdida.
Ella arquea las cejas.
— ¿Qué te he hecho yo? —me desafía.
La miro ceñuda. Quiere que lo diga.
—Me has excitado. Muchísimo. Ahora llévame a casa y fóllame.
Ella abre la boca y se echa a reír, sorprendida. En este momento parece muy joven y despreocupada. Oh, me encanta oírla reír, porque pasa muy pocas veces.
—Es usted una romántica empedernida, señorita Pierce.
Me da la mano y salimos del edificio, donde nos espera el aparcacoches con mi Saab.
— ¿Así que quieres sexo en el coche? —murmura Santana cuando pone en marcha el motor.
—La verdad es que en el suelo del vestíbulo también me habría parecido bien.
—Créeme, Britt, a mí también. Pero no me gusta que me detengan a estas horas de la noche, y tampoco quería follarte en el baño. Bueno, hoy no.
¡Qué!
— ¿Quieres decir que existía esa posibilidad?
—Pues sí.
—Regresemos.
Se vuelve a mirarme y se ríe. Su risa es contagiosa, y no tardamos en romper a reír las dos con la cabeza echada hacia atrás, unas carcajadas maravillosas y catárticas. Ella se inclina hacia mí y pone la mano en mi rodilla, y sus dedos expertos me acarician dulcemente. Dejo de reír.
—Paciencia, Brittany —musita, y se incorpora al tráfico de Seattle.
Santana aparca el Saab en el parking del Escala y apaga el motor. De pronto, en los confines del coche, la atmósfera entre las dos cambia. Yo la miro anhelante, expectante, e intento contener las palpitaciones de mi corazón. Ella se ha
girado hacia mí y se ha apoyado en la puerta, con el codo sobre el volante.
Con el pulgar y el índice, tira suavemente de su labio inferior. Su boca me perturba, la quiero sobre mí. Me observa intensamente con sus oscuros ojos. Se me seca la boca. Ella responde con una leve y sensual sonrisa.
—Follaremos en el coche en el momento y el lugar que yo escoja. Pero ahora mismo quiero poseerte en todas las superficies disponibles de mi apartamento.
Es como si me tocara por debajo de la cintura… la diosa que llevo dentro ejecuta cuatro arabesques y un pas de basque.
—Sí.
Dios, estoy jadeando, desesperada.
Ella se inclina ligeramente hacia delante. Yo cierro los ojos y espero su beso, pensando: Por fin. Pero no pasa nada. Pasados unos segundos interminables, abro los ojos y descubro que me está mirando fijamente. No sé qué está pensando, pero antes de que pueda decir nada, vuelve a descolocarme.
—Si te beso ahora, no conseguiremos llegar al piso. Vamos.
¡Agh! ¿Cómo puede ser tan frustrante esta mujer? Baja del coche.
Una vez más, esperamos el ascensor. Mi cuerpo vibra de expectación.
Santana me coge la mano y me pasa el pulgar sobre los nudillos, rítmicamente, y con cada caricia me estremezco por dentro. Oh, deseo sus manos en todo mi cuerpo. Ya me ha torturado bastante.
— ¿Y qué pasó con la gratificación instantánea? —murmuro mientras esperamos.
—No es apropiada en todas las situaciones, Brittany.
— ¿Desde cuándo?
—Desde esta noche.
— ¿Por qué me torturas así?
—Ojo por ojo, señorita Pierce.
— ¿Cómo te torturo yo?
—Creo que ya lo sabes.
La miro fijamente, pero es difícil interpretar su expresión. Quiere que le dé una respuesta… eso es.
—Yo también estoy a favor de aplazar la gratificación —murmuro con una sonrisa tímida.
De pronto, tira de mi mano y me toma en sus brazos. Me agarra el pelo de la nuca y me echa la cabeza hacia atrás suavemente.
— ¿Qué puedo hacer para que digas que sí? —pregunta febril, y vuelve a pillarme a contrapié.
Me quedo mirando su expresión encantadora, seria y desesperada.
—Dame un poco de tiempo… por favor —murmuro.
Deja escapar un leve gruñido, y por fin me besa, larga y apasionadamente.
Luego entramos en el ascensor, y somos solo manos y bocas y lenguas y labios y dedos y cabello. El deseo, denso y fuerte, invade mi sangre y enturbia mi mente. Ella me empuja contra la pared, presionando con sus caderas, sujetándome con una mano en mi pelo y la otra en mi barbilla.
—Te pertenezco —susurra—. Mi destino está en tus manos, Britt.
Sus palabras me embriagan, y ardo en deseos de despojarle de la ropa. Tiro de su chaqueta hacia atrás, y cuando el ascensor llega al piso salimos a trompicones al vestíbulo.
Santana me clava en la pared junto al ascensor, su chaqueta cae al suelo, y, sin separar su boca de la mía, sube la mano por mi pierna y me levanta el vestido.
—Esta es la primera superficie —musita y me levanta bruscamente—.
Rodéame con las piernas.
Hago lo que me dice, y ella se da la vuelta y me tumba sobre la mesa del vestíbulo, y queda de pie entre mis piernas. Me doy cuenta de que el jarrón de flores que suele estar allí ya no está. ¿Eh?
— ¿Sabes cómo me excitas?
— ¿Qué? —jadeo—. No… yo…
—Pues sí —musita—, a todas horas.
Oh, esto va muy rápido, pero después de todo ese ritual de provocación la deseo con locura, ahora mismo, ya. Ella me mira, se planta las manos debajo de mis muslos y me separa más las piernas. Se quita las botas, el pantalón y las bragas en un tirón.
Se sube a la mesa, se acomoda entre mis pierna, se coloca en posición y se queda quieta.
—No cierres los ojos. Quiero verte —murmura.
Me coge ambas manos con las suyas y se mueve despacio rozando mi sexo.
Yo lo intento, de verdad, pero la sensación es tan deliciosa. Es lo que había estado esperando después de todos esos juegos. Oh, la plenitud, esta sensación…
Gimo y arqueo la espalda sobre la mesa.
— ¡Abiertos! —gruñe apretándome las manos, y mueve con dureza y grito.
Abro los ojos, y ella me está mirando con los suyos muy abiertos. Se retira despacio y luego se une en mí otra vez, y su boca se relaja y dibuja un «Ah…», pero no dice nada. Al verla y sentirla tan excitada, al ver la reacción que le provoco, me enciendo por dentro y la sangre me arde en las venas. Sus ojos me fulminan e incrementa el ritmo, y yo me deleito con ello, gozo con ello, viéndola, viéndome… su pasión, su amor… y juntas alcanzamos el clímax.
Chillo al llegar al orgasmo, y Santana hace lo mismo.
— ¡Sí, Britt! —grita.
Se derrumba sobre mí, me suelta las manos y apoya la cabeza en mi pecho.
Yo sigo envolviéndola con las piernas y, bajo la mirada maternal y paciente de los cuadros de Madonas, acuno su cabeza contra mí e intento recuperar el aliento.
Ella levanta la cabeza para mirarme.
—Todavía no he terminado contigo —murmura, se incorpora y me besa.
Estoy en la cama de Santana, desnuda y tumbada sobre su pecho, jadeando. Por Dios… ¿nunca se le agota la energía? Sus dedos me recorren la espalda, arriba y abajo.
— ¿Satisfecha, señorita Pierce?
Yo asiento con un murmullo. Ya no me quedan fuerzas para hablar. Levanto la cabeza y vuelvo mi mirada borrosa hacia ella, deleitándome con sus ojos cálidos y cariñosos. Inclino la cabeza hacia abajo muy despacio, dejándole clara mi intención de que voy a besarle el pecho.
Ella se tensa un momento, y yo le planto un leve beso en el pezón derecho aspirando ese extraordinario aroma a Santana, mezcla de sudor y sexo. Es embriagador. Ella se mueve para ponerse de costado, de manera que quedo tumbada a su lado, y baja la vista y me mira.
— ¿El sexo es así para todo el mundo? Me sorprende que la gente no se quede en casa todo el tiempo —murmuro, con repentina timidez.
Ella sonríe.
—No puedo hablar en nombre de todo el mundo, Brittany, pero contigo es extraordinariamente especial.
Se inclina y me besa.
—Eso es porque usted es extraordinariamente especial, señora López — añado sonriendo, y le acaricio la cara.
Ella me mira y parpadea, desconcertada.
—Es tarde. Duérmete —dice.
Me besa, luego se tumba, me atrae hacia ella, y se pega a mi espalda.
—No te gustan los halagos.
—Duérmete, Brittany.
Ah… pero ella es extraordinariamente especial. Dios… ¿por qué no se da cuenta?
—Me encantó la casa —murmuro.
Permanece un buen rato sin decir nada, pero noto que sonríe.
—A mí me encantas tú. Duérmete.
Hunde la nariz en mi pelo y me voy deslizando en el sueño, segura en sus brazos, soñando con puestas de sol y grandes ventanales y amplias escaleras… y con una niña con el pelo oscuro que corre por un prado, riendo y dando grititos mientras yo le persigo.
—Tengo que irme, bella.
Santana me besa justo debajo de la oreja.
Abro los ojos: ya es de día. Me doy la vuelta para mirarla, pero ya se ha levantado y arreglado y se inclina, fresca y deliciosa, sobre mí.
— ¿Qué hora es?
Oh, no… no quiero llegar tarde.
—No te asustes. Yo tengo un desayuno de trabajo —me dice, frotando su nariz contra la mía.
—Hueles bien —murmuro, y me desperezo debajo de ella.
Siento una placentera tensión en las extremidades, que crujen después de todas nuestras proezas de ayer. Le echo los brazos al cuello.
—No te vayas.
Ella ladea la cabeza y arquea una ceja.
—Señorita Pierce… ¿acaso intenta hacer que una mujer honrada no cumpla con su jornada de trabajo?
Yo asiento medio dormida, y ella sonríe, con esa nueva sonrisa tímida.
—Eres muy tentadora, pero tengo que marcharme.
Me besa y se incorpora. Lleva un traje azul con falda oscuro muy elegante, una camisa blanca, tacones blancos y una corbata azul marino que le da aspecto de presidenta ejecutiva… una presidenta terriblemente sexy.
—Hasta luego, bella —murmura, y se va.
Echo un vistazo al despertador y veo que ya son las siete… no debo de haber oído la alarma. Bueno, hora de levantarse.
Mientras me ducho, tengo una nueva inspiración: se me ha ocurrido otro regalo de cumpleaños para Santana. Es muy difícil comprarle algo a una mujer que lo tiene todo. Ya le he dado mi regalo principal, y también está el otro que le compré en la tienda para turistas, pero este nuevo regalo será en realidad para mí. Cuando cierro el grifo, me rodeo con los brazos emocionada ante la perspectiva. Solo tengo que prepararlo.
En el vestidor me pongo un traje rojo ceñido con un gran escote cuadrado.
Sí, no es excesivo para ir a trabajar.
Ahora, para el regalo de Santana. Empiezo a revolver en los cajones buscando sus corbatas. En el último cajón encuentro esos vaqueros descoloridos, ceñidos y rasgados que lleva en el cuarto de juegos… esos con los que está condenadamente sensual. Los acaricio cuidadosamente con la mano. Oh, la tela es muy suave.
Debajo descubro una caja de cartón negra, ancha y plana, que despierta mi interés al instante. ¿Qué hay ahí? La miro, y vuelvo a tener la sensación de estar invadiendo una propiedad privada. La saco y la agito un poco. Pesa, como si contuviera documentos o manuscritos. No puedo resistirme. Abro la tapa… e inmediatamente vuelvo a cerrarla. Dios santo, son fotografías del cuarto rojo. La conmoción me obliga a sentarme sobre los talones, mientras intento borrar la imagen de mi mente. ¿Por qué he abierto la caja? ¿Por qué guarda Santana esas fotos?
Me estremezco. Mi subconsciente me mira ceñuda: Esto es anterior a ti. Olvídalo.
Tiene razón. Cuando me levanto veo que las corbatas están colgadas al fondo de la barra del armario. Cuando encuentro mi preferida, salgo corriendo.
Esas fotografías son A.A.: Antes de Britt. Mi subconsciente asiente para darme la razón, pero me dirijo hacia la sala para desayunar sintiendo un peso en el corazón. La señora Jones me sonríe con afecto y luego frunce el ceño.
— ¿Va todo bien, Britt? —pregunta con amabilidad.
—Sí —murmuro, distraída—. ¿Tiene usted una llave del… cuarto de juegos?
Ella, sorprendida, se queda quieta un momento.
—Sí, claro. —Se descuelga un manojo de llaves del cinturón—. ¿Qué le apetece para desayunar, querida? —pregunta cuando me entrega las llaves.
—Solo muesli. Enseguida vuelvo.
Ahora, desde que he encontrado esas fotografías, ya no tengo tan claro lo del regalo. ¡No ha cambiado nada!, me increpa de nuevo mi subconsciente, mirándome por encima de sus gafas de media luna. Esa imagen que viste era erótica, interviene la diosa que llevo dentro, y yo le respondo torciendo el gesto mentalmente. Sí, era demasiado… erótica para mí.
¿Qué otras cosas habrá escondido? Rebusco en la cómoda rápidamente, cojo lo que necesito, y cierro con llave el cuarto de juegos al salir. ¡Solo faltaría que
Noah viera esto!
Le devuelvo las llaves a la señora Jones y me siento a devorar el desayuno, sintiéndome extraña porque Santana no está. La imagen de la fotografía aparece en mi mente sin que nadie la haya invitado. Me pregunto quién era. ¿Leila, quizá?
De camino al trabajo, medito si decirle o no a Santana que he encontrado sus fotografías. No, grita mi subconsciente con su cara a lo Edvard Munch. Decido que probablemente tiene razón.
En cuanto me siento a mi escritorio, vibra la BlackBerry.
De: Santana López
Fecha: 17 de junio de 2011 08:59
Para: Brittany Pierce
Asunto: Superficies
Calculo que quedan como mínimo unas treinta superficies. Me hacen mucha ilusión todas y cada una de ellas. Luego están los suelos, las paredes… y no nos olvidemos del balcón.
Y después de eso está mi despacho…
Te echo de menos. x
Santana López presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
Su e-mail me hace sonreír, y mis anteriores reservas desaparecen totalmente. A quien desea ahora es a mí, y el recuerdo de las correrías sexuales de anoche invade mi mente… el ascensor, el vestíbulo, la cama.
De: Brittany Pierce
Fecha: 17 de junio de 2011 09:03
Para: Santana López
Asunto: ¿Romanticismo?
Señora López:
Tiene usted una mente unidireccional.
Te eché de menos en el desayuno.
Pero la señora Jones estuvo muy complaciente.
B x
De: Santana López
Fecha: 17 de junio de 2011 09:07
Para: Brittany Pierce
Asunto: Intrigada
¿En qué fue complaciente la señora Jones?
¿Qué está tramando, señorita Pierce?
Santana López Intrigada presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
¿Cómo lo sabe?
De: Brittany Pierce
Fecha: 17 de junio de 2011 09:10
Para: Santana López
Asunto: Es un secreto
Espera y verás: es una sorpresa.
Tengo que trabajar… no me molestes.
Te quiero.
B x
De: Santana López
Fecha: 17 de junio de 2011 09:12
Para: Brittany Pierce
Asunto: Frustrada
Odio que me ocultes cosas.
Santana López Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
Me quedo mirando la pequeña pantalla de mi BlackBerry. La vehemencia implícita en este e-mail me coge por sorpresa. ¿Por qué se siente así? No es como si yo estuviera escondiendo fotografías eróticas de mis ex.
De: Brittany Pierce
Fecha: 17 de junio de 2011 09:14
Para: Santana López
Asunto: Mimos
Es por tu cumpleaños.
Otra sorpresa.
No seas tan arisca.
B x
Ella no me contesta inmediatamente, y entonces me llaman para acudir a una reunión, así que no puedo entretenerme mucho.
Cuando vuelvo a echar un vistazo a mi BlackBerry, veo horrorizada que son las cuatro de la tarde. ¿Cómo ha pasado tan rápido el día? Sigue sin haber ningún mensaje de Santana. Decido volver a mandarle un e-mail.
De: Brittany Pierce
Fecha: 17 de junio de 2011 16:03
Para: Santana López
Asunto: Hola
¿No me hablas?
Acuérdate de que saldré a tomar una copa con Noah, y que se quedará a dormir esta noche.
Por favor, piénsate lo de venir con nosotros.
B x
No me contesta, y siento un escalofrío de inquietud. Espero que esté bien.
La llamo al móvil y salta el contestador. La grabación dice simplemente: «López, deja tu mensaje», en un tono muy cortante.
—Hola… esto… soy yo, Britt. ¿Estás bien? Llámame —le hablo tartamudeante al contestador.
No había tenido que hacerlo nunca. Me ruborizo y cuelgo. ¡Pues claro que sabrá que eres tú, boba! Mi subconsciente me mira poniendo los ojos en blanco. Me
siento tentada de telefonear a Andrea, su ayudante, pero decido que eso sería ir demasiado lejos. Vuelvo al trabajo de mala gana.
De repente suena mi teléfono y el corazón me da un vuelco. ¡Santana! Pero no: es Quinn, mi mejor amiga… ¡por fin!
— ¡Britt! —grita ella desde donde quiera que esté.
— ¡Quinn! ¿Has vuelto? Te he echado de menos.
—Yo también. Tengo que contarte muchas cosas. Estamos en el aeropuerto… mi hombre y yo.
Y suelta una risita tonta, bastante impropia de Quinn.
—Fantástico. Yo también tengo muchas cosas que contarte.
— ¿Nos vemos en el apartamento?
—He quedado con Noah para tomar algo. Vente con nosotros.
— ¿Noah está aquí? ¡Pues claro que iré! Mandadme un mensaje con la dirección del bar.
—Vale —digo con una sonrisa radiante.
— ¿Estás bien, Britt?
—Sí, muy bien.
— ¿Sigues con Santana?
—Sí.
—Bien. ¡Hasta luego!
Oh, no, ella también. La influencia de Sam no conoce fronteras.
—Sí… hasta luego, nena.
Sonrío, y ella cuelga.
Uau. Quinn ha vuelto. ¿Cómo voy a contarle todo lo que ha pasado? Debería apuntarlo, para no olvidarme de nada.
Una hora después suena el teléfono de mi despacho: ¿Santana? No, es
Claire.
—Deberías ver al chico que pregunta por ti en recepción. ¿Cómo es que conoces a tantos tíos buenos, Britt?
Noah debe de haber llegado. Echo un vistazo al reloj: las seis menos cinco.
Siento un pequeño escalofrío de emoción. Hace muchísimo que no le veo.
— ¡Britt… uau! Estás guapísima. Muy adulta —exclama, con una sonrisa de oreja a oreja.
Solo porque llevo un vestido elegante… ¡vaya!
Me abraza fuerte.
—Y alta —murmura, sorprendido.
—Es por los zapatos, Noah. Tú tampoco estás nada mal.
El lleva unos vaqueros, una camiseta negra y una camisa de franela a cuadros blancos y negros.
—Voy a por mis cosas y nos vamos.
—Bien. Te espero aquí.
Cojo las dos cervezas Rolling Rocks de la abarrotada barra y voy a la mesa donde está sentado Noah.
— ¿Has encontrado sin problemas la casa de Santana?
—Sí. No he entrado. Subí con el ascensor de servicio y entregué las fotos.
Las recogió un tal Taylor. El sitio parece impresionante.
—Lo es. Espera a que lo veas por dentro.
—Estoy impaciente. Salud, Britt. Seattle te sienta bien.
Me sonrojo y brindamos con las botellas. Es Santana lo que me sienta bien.
—Salud. Cuéntame qué tal fue la exposición.
Sonríe radiante y se lanza a explicármelo, entusiasmado. Vendió todas las fotos menos tres, y con eso ha pagado el préstamo académico y aún le queda algo de dinero para el.
—Y la oficina de turismo de Portland me ha encargado unos paisajes. No está mal, ¿eh?.
Dice orgulloso.
—Oh, eso es fantástico, Noah. Pero ¿no interferirá con tus estudios? — pregunto con cierta preocupación.
—Qué va. Ahora que ustedes se han ido, y también los otros tres tipos con los que solía salir, tengo más tiempo.
— ¿No hay ninguna monada que te mantenga ocupado? La última vez que te vi estabas rodeado de una docena de chicas que se te comían con los ojos —le digo, arqueando una ceja.
—Qué va, Britt. Ninguna de ellas es lo bastante mujer para mí —suelta en plan fanfarrón.
—Claro. Noah Puckerman, el rompecorazones —replico con una risita.
—Eh… que yo también tengo mi encanto, Pierce.
Parece ofendido, y me arrepiento un poco de mis palabras.
—Estoy convencida de eso —le digo en tono conciliador.
— ¿Y cómo está López? —pregunta, de nueve afable.
—Está bien. Estamos bien —murmuro.
— ¿Dijiste que la cosa va en serio?
—Sí, va en serio.
— ¿No es demasiado mayor para ti?
—Oh, Noah. ¿Sabes qué dice mi madre? Que yo ya nací vieja.
Noah hace un gesto irónico.
— ¿Cómo está tu madre? —pregunta, y de ese modo salimos de terreno pantanoso.
— ¡Britt!
Me doy la vuelta, y ahí están Quinn y Blaine. Ella está guapísima, con un bronceado fantástico, tonos rojizos en su rubia cabellera y una preciosa y deslumbrante sonrisa. Viste una camisola blanca y unos tejanos ajustados del mismo color que le hacen un tipo estupendo. Todo el mundo la mira. Yo me levanto de un salto para darle un abrazo. ¡Oh, cómo la he echado de menos!
Ella me aparta un poco para examinarme bien. Me mira de arriba abajo y yo me ruborizo.
—Has adelgazado. Mucho. Y estás distinta. Pareces más mayor. ¿Qué ha pasado? —dice con una actitud muy maternal—. Me gusta tu vestido. Te sienta bien.
—Han pasado muchas cosas desde que te fuiste. Ya te lo contaré luego, cuando estemos solas.
Ahora mismo no estoy preparada para la santa inquisidora Quinn Fabray. Ella me mira con suspicacia.
— ¿Estás bien? —pregunta cariñosamente.
—Sí —respondo sonriendo, aunque estaría mejor si supiera dónde está Santana.
—Estupendo.
—Hola, Blaine.
Le sonrío, y él me da un pequeño abrazo.
—Hola, Britt —me susurra al oído.
— ¿Qué tal la comida con Rachel? —le pregunto.
—Interesante —contesta, muy críptico.
¿Oh?
—Blaine, ¿conoces a Noah?
—Nos vimos una vez —masculla Noah mirando intensamente a Blaine al estrecharle la mano.
—Sí, en Vancouver, en casa de Quinn —dice Blaine, que le sonríe afablemente—. Bueno, ¿quién quiere una copa?
Voy al lavabo, y desde allí le mando un mensaje a Santana con la dirección del bar; a lo mejor se viene con nosotros. No tengo llamadas perdidas suyas, ni e-mails. Eso es muy raro en ella.
— ¿Qué pasa, Britt? —pregunta Noah cuando vuelvo a la mesa.
—No localizo a Santana. Espero que esté bien.
—Seguro que sí. ¿Otra cerveza?
—Claro.
Quinn se me acerca.
— ¿Blaine dice que una ex novia loca entró con una pistola en el apartamento?
—Bueno… sí.
Me encojo de hombros a modo de disculpa. Oh, vaya… ¿ahora tenemos que hablar de eso?
—Britt… ¿qué demonios ha pasado?
De pronto Quinn se interrumpe y saca su móvil.
—Hola, nene —dice cuando contesta. ¡Nene! Frunce el ceño y me mira—. Claro —dice, y se vuelve hacia mí—. Es Sam… quiere hablar contigo.
—Britt.
Sam habla con voz entrecortada, y a mí se me eriza el vello.
—Es Santana. No ha vuelto de Portland.
— ¿Qué? ¿Qué quieres decir?
—Su helicóptero ha desaparecido.
— ¿El Charlie Tango? —digo en un susurro. Me falta el aire—. ¡No!
Gracias a todas mis hermosas lectoras por leer mi fic y gracias a las que comentan son lo máximo!!
Columbia Tower Club, en el piso 76 de esta torre se encuentra el Club (que en el fic se llama el Mile High Club), donde cenan para celebrar el nombramiento de Britt como editora de SIP.
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Parte II – Capítulo 18
Santana sigue conduciendo junto a unas casas de madera de planta baja bien conservadas, donde se ve a niños jugando baloncesto en los patios y recorriendo las calles en bicicleta. Las casas están rodeadas de árboles y todo tiene un aspecto próspero y apacible. Quizá vayamos a visitar a alguien. Pero ¿a quién?
Al cabo de unos minutos, Santana da un giro cerrado a la izquierda y nos detenemos frente a dos vistosas verjas blancas de metal, enclavadas en un muro de piedra de unos dos metros de alto. Santana aprieta un botón de su manija y una pantallita eléctrica desciende con un leve zumbido en el lateral de su puerta. Pulsa un número en el panel y las verjas se abren dándonos la bienvenida.
Ella me mira de reojo y su expresión ha cambiado. Parece indecisa, nerviosa incluso.
— ¿Qué es esto? —pregunto, sin poder disimular cierta inquietud en mi tono.
—Una idea —dice en voz baja, y el Saab atraviesa suavemente la entrada.
Subimos por un sendero bordeado de árboles, con anchura suficiente para dos coches. A un lado los árboles rodean una zona boscosa, y al otro se extiende un terreno hermoso de antiguos campos de cultivo dejados en grama. La hierba y las flores silvestres han invadido el lugar, recreando un paisaje rural idílico: un prado, donde sopla suavemente la brisa del atardecer y el sol crepuscular tiñe de oro las flores. Es una estampa deliciosa que transmite una gran tranquilidad, y de pronto me imagino tumbada sobre la hierba, contemplando el azul claro de un cielo estival. La idea es tentadora, aunque por algún extraño motivo me provoca añoranza. Es una sensación muy extraña.
El sendero traza una curva y se abre a un amplio camino de entrada frente a una impresionante casa, de estilo mediterráneo, construida en piedra de suave tonalidad rosácea. Es una mansión suntuosa. Todas las luces están encendidas y las ventanas refulgen en el ocaso. Hay un BMW negro aparcado frente a un garaje de cuatro plazas, pero Santana se detiene junto al grandioso pórtico.
Mmm… me pregunto quién vivirá aquí. ¿Por qué hemos venido?
Santana me mira ansiosa mientras apaga el motor del coche.
— ¿Me prometes mantener una actitud abierta? —pregunta.
Frunzo el ceño.
—Santana, desde el día en que te conocí he necesitado mantener una actitud abierta.
Ella sonríe con ironía y asiente.
—Buena puntualización, señorita Pierce. Vamos.
Las puertas de madera oscura se abren, y en el umbral nos espera una mujer de pelo castaño oscuro, sonrisa franca y un traje chaqueta ceñido de color lila. Yo me alegro de haberme puesto mi nuevo vestido azul marino sin mangas para impresionar al doctor Flynn. Vale, no llevo unos tacones altísimos como ella, pero aun así no voy con vaqueros.
—Señora López —la saluda con una cálida sonrisa, y le estrecha la mano.
—Señorita Kelly —responde ella cortésmente.
Ella me sonríe y me tiende la mano. Se la estrecho, y me doy cuenta de que se ruboriza, con esa expresión de: «¿No es una mujer de ensueño? Ojalá fuera mía».
—Olga Kelly —se presenta con aire jovial.
—Britt Pierce —respondo con un hilo de voz.
¿Quién es esta mujer? Se hace a un lado para dejarnos pasar a la casa y al entrar, me quedo estupefacta: está vacía… completamente vacía. Estamos en un vestíbulo inmenso. Las paredes son de un amarillo tenue y desvaído y conservan las marcas de los cuadros que debían de estar colgados allí. Lo único que queda son unas lámparas de cristal de diseño clásico. Los suelos son de madera noble descolorida.
Las puertas que tenemos a los lados están cerradas, pero Santana no me da tiempo para poder asimilar qué está pasando.
—Ven —dice.
Me coge de la mano y me lleva por el pasillo abovedado que tenemos delante hasta otro vestíbulo interior más grande. Está presidido por una inmensa escalinata curva con una intrincada barandilla de hierro, pero Santana tampoco se detiene ahí. Me conduce a través del salón principal, que también está vacío salvo por una enorme alfombra de tonos dorados desvaídos: la alfombra más grande que he visto en mi vida. Ah… y hay cuatro arañas de cristal.
Pero las intenciones de Santana quedan claras cuando cruzamos la estancia y salimos a través de unas grandes puertas acristaladas a una amplia terraza de piedra. Debajo de nosotras hay una extensión de cuidado césped del tamaño de medio campo de fútbol y, más allá, está la vista… Uau.
La ininterrumpida vista panorámica resulta impresionante, sobrecogedora incluso: el crepúsculo sobre el Sound. A lo lejos se alza la isla de Bainbridge, y más lejos aún, en este cristalino atardecer, el sol se pone lentamente, irradiando llamaradas sanguíneas y anaranjadas, por detrás del parque nacional Olympic. Tonalidades carmesíes se derraman sobre el cielo cerúleo, junto con trazos de ópalo y aguamarinas mezclados con el púrpura oscuro de los escasos jirones de nubes y la tierra más allá del Sound. Es la naturaleza en su máxima expresión, una orquestada sinfonía visual que se refleja en las aguas profundas y calmas del estrecho de Puget. Y yo me pierdo contemplando la vista… intentando absorber tanta belleza.
Me doy cuenta de que contengo la respiración, sobrecogida, y Santana sigue sosteniendo mi mano. Cuando por fin aparto los ojos de ese grandioso espectáculo, veo que ella me mira de reojo, inquieta.
— ¿Me has traído aquí para admirar la vista? —susurro.
Ella asiente con gesto serio.
—Es extraordinaria, Santana. Gracias —murmuro, y dejo que mis ojos la saboreen una vez más.
Ella me suelta la mano.
— ¿Qué te parecería poder contemplarla durante el resto de tu vida? — musita.
¿Qué? Vuelvo la cara como una exhalación hacia ella, mis atónitos ojos azules hacia los suyos marrones y pensativos. Creo que estoy con la boca completamente abierta, mirándola sin dar crédito.
—Siempre he querido vivir en la costa —dice—. He navegado por todo el Sound soñando con estas casas. Esta lleva poco tiempo en venta. Quiero comprarla, echarla abajo y construir otra nueva… para nosotras —susurra, y sus ojos brillan trasluciendo sus sueños y esperanzas.
Madre mía. No sé cómo consigo mantenerme en pie. La cabeza me da vueltas. ¡Vivir aquí! ¡En este precioso refugio! Durante el resto de mi vida…
—Solo es una idea —añade cautelosa.
Vuelvo a echar un vistazo hacia el interior de la casa. ¿Qué puede valer?
Deben de ser… ¿qué, cinco, diez millones de dólares? No tengo ni idea. Madre mía.
— ¿Por qué quieres echarla abajo? —pregunto, mirándola otra vez.
Le cambia la cara. Oh, no.
—Me gustaría construir una casa más sostenible, utilizando las técnicas ecológicas más modernas. Sam podría diseñarla.
Vuelvo a mirar el salón. La señorita Olga Kelly está en el extremo opuesto, merodeando junto a la entrada. Es la agente inmobiliaria, claro. Me fijo en que la estancia es enorme y que tiene doble altura, como el salón del Escala. Hay una galería balaustrada arriba, que debe de ser el rellano de la planta superior. Y una chimenea inmensa y toda una hilera de ventanales que se abren a la terraza. Posee un encanto clásico.
— ¿Podemos echar un vistazo a la casa?
Ella me mira, parpadeando.
—Claro.
Se encoge de hombros, un tanto desconcertada.
Cuando volvemos a entrar, a la señorita Kelly se le ilumina la cara como a una niña en Navidad. Está encantada de proporcionarnos una visita guiada y poder exponer su elaborado discurso.
La casa es enorme: mil cien metros cuadrados en una finca de dos hectáreas y media de terreno. Además del salón principal, hay una cocina con zona de comedor no, más bien sala para banquete, con una salita familiar contigua ¡familiar!, además de una sala de música, una biblioteca, un estudio y, para gran sorpresa mía, una piscina cubierta y un pequeño gimnasio con sauna y baño de vapor. Abajo, en el sótano, hay una sala de cine —uau— y un cuarto de juegos. Mmm… ¿qué tipo de juegos practicaremos aquí?
La señorita Kelly nos va señalando todo tipo de detalles y ventajas, pero en esencia la casa es preciosa y se nota que un día fue el hogar de una familia feliz. Ahora está un poco descuidada, pero nada que no se pueda arreglar con una buena reforma.
Subimos detrás de la señorita Kelly la magnífica escalera principal hasta la planta de arriba, y apenas puedo contener la emoción: esta casa tiene todo lo que se puede desear en un hogar.
— ¿No podría convertirse la casa ya existente en una más ecológica y autosostenible?
Santana me mira parpadeando, desconcertada.
—Tendría que preguntárselo a Sam. El es el experto.
La señorita Kelly nos lleva a la suite principal, con unos ventanales hasta el techo que dan a un balcón, donde las vistas son también espectaculares. Me podría pasar todo el día sentada en la cama mirando a través de los ventanales, contemplando los barcos navegar y los sutiles cambios del tiempo.
En esta planta hay cinco dormitorios más. ¡Niños! Aparto inmediatamente esa idea. Ya tengo demasiadas cosas en las que pensar. La señorita Kelly está sugiriéndole a Santana que en la finca se podrían instalar unas cuadras y un cercado.
¡Caballos! Aparecen en mi mente imágenes terroríficas de mis escasas clases de equitación, pero Santana no parece estar escuchándola.
— ¿El cercado estaría en los terrenos del prado? —pregunto.
—Sí —contesta radiante la señorita Kelly.
Para mí el prado es un sitio donde tumbarse sobre la hierba alta y hacer picnics, no para que retocen malvados cuadrúpedos satánicos.
Cuando volvemos al salón principal, la señorita Kelly se retira discretamente y Santana vuelve a llevarme a la terraza. El sol ya se ha puesto y las luces urbanas de la península de Olympic centellean en el extremo más alejado del Sound.
Santana me toma entre sus brazos, me levanta la barbilla con el dedo índice y clava sus ojos en mí.
— ¿Demasiadas cosas que digerir? —pregunta con una expresión inescrutable.
Asiento.
—Quería comprobar que te gustaba antes de comprarla.
— ¿La vista?
Asiente.
—La vista me encanta, y esta casa también.
— ¿Te gusta?
Sonrío tímidamente.
—Santana, me tuviste ya desde el prado.
Ella separa los labios e inhala profundamente. Luego una sonrisa transforma su cara, y de pronto hunde las manos en mi cabello y sus labios cubren mi boca.
Cuando volvemos en coche a Seattle, Santana está mucho más animada.
—Entonces, ¿vas a comprarla? —pregunto.
—Sí.
— ¿Pondrás a la venta el apartamento del Escala?
Frunce el ceño.
— ¿Por qué iba a hacer eso?
—Para pagar la…
Mi voz se va perdiendo… claro. Me ruborizo.
Me sonríe con suficiencia.
—Créeme, puedo permitírmelo.
— ¿Te gusta ser rica?
—Sí. Dime de alguien a quien no le guste —replica en tono adusto.
Vale, dejemos rápidamente ese tema.
—Brittany, si aceptas mi proposición, tú también vas a tener que aprender a ser rica.
Añade en voz baja.
—La riqueza es algo a lo que nunca he aspirado, Santana —digo con gesto ceñudo.
—Lo sé, y eso me encanta de ti. Pero también es verdad que nunca has pasado hambre. Concluye, y sus palabras tienen un tono de grave solemnidad.
— ¿Adónde vamos? —pregunto animadamente para cambiar de tema.
Santana se relaja.
—A celebrarlo.
¡Oh!
— ¿A celebrar qué, la casa?
— ¿Ya no te acuerdas? Tu puesto de editora.
—Ah, sí.
Sonrío. Es increíble que lo haya olvidado.
— ¿Dónde?
—Arriba en mi club.
— ¿En tu club?
—Sí. En uno de ellos.
El Mile High Club está en el piso setenta y seis de la Columbia Tower, más alto incluso que el ático de Santana. Es muy moderno y tiene las vistas más alucinantes de todo Seattle.
— ¿Una copa, señora?
Santana me ofrece una copa de champán frío. Estoy sentada en un taburete de la barra.
—Vaya, gracias, señora —digo, pronunciando seguramente la última palabra con un pestañeo provocativo.
Ella me mira fijamente y su semblante se oscurece turbadoramente.
— ¿Está coqueteando conmigo, señorita Pierce?
—Sí, señora López, estoy coqueteando. ¿Qué piensa hacer al respecto?
—Seguro que se me ocurrirá algo —dice con voz ronca—. Ven, nuestra mesa está lista.
Cuando nos estamos acercando a la mesa, Santana me sujeta del codo y me para.
—Ve a quitarte las bragas —susurra.
¿Oh? Un delicioso cosquilleo me recorre la columna.
—Ve —ordena en voz baja.
Uau… ¿qué? Ella no sonríe; permanece tremendamente seria. A mí se me tensan todos los músculos por debajo de la cintura. Le doy mi copa de champán, giro sobre mis talones y me dirijo hacia el baño.
Oh, Dios… ¿qué va a hacer? Quizá el club se llame así con razón: los que practican sexo a más de un kilómetro y medio de altura.
Los baños son el último grito en diseño: todo en madera oscura y granito negro, con focos halógenos colocados estratégicamente. En la intimidad del compartimento, sonrío mientras me quito la ropa interior. Nuevamente me alegro de haberme puesto el vestido azul marino sin mangas. Pensé que era el atuendo apropiado para ir a ver al doctor Flynn: no había previsto que la velada tomara este rumbo inesperado.
Ya estoy excitada. ¿Por qué esta mujer tiene ese poder sobre mí? Me irrita un poco esa facilidad con la que caigo bajo su embrujo. Ahora sé que no vamos a pasarnos la noche hablando sobre todos nuestros asuntos y los recientes acontecimientos… pero ¿cómo resistirme a ella?
Examino mi aspecto en el espejo: tengo el rostro encendido y los ojos me brillan de excitación. Asuntos, estrategias…
Respiro profundamente y me encamino de vuelta al salón. La verdad es que no es la primera vez que voy sin bragas. La diosa que llevo dentro va envuelta en una boa de plumas rosa y diamantes, y se pavonea con sus zapatos de fulana.
Cuando llego a la mesa Santana se levanta educadamente con una expresión indescifrable. Exhibe su pose habitual, tranquila, serena y contenida.
Naturalmente, yo sé que no es así.
—Siéntate a mi lado —dice. Me deslizo en el asiento y ella vuelve a sentarse
—. He elegido por ti. Espero que no te importe.
Me entrega mi copa de champán mirándome fijamente, y su mirada escrutadora me enciende de nuevo la sangre. Apoya las manos en los muslos. Yo me tenso y separo un poco las piernas.
Llega el camarero con una bandeja de ostras sobre hielo picado. Ostras…
El recuerdo de las dos en el comedor privado del Heathman aparece en mi mente.
Estábamos hablando de su contrato. Oh, Dios. Hemos recorrido un camino muy largo desde entonces.
—Me parece que las ostras te gustaron la última vez que las probaste.
Su tono de voz es ronco y seductor.
—La única vez que las he probado —susurro con un evidente deje sensual en la voz.
En su boca se dibuja una sonrisa.
—Oh, señorita Pierce… ¿cuándo aprenderá? —musita.
Toma una ostra de la bandeja y levanta la otra mano del muslo. Contengo el aliento a la expectativa, pero ella coge una rodaja de limón.
— ¿Aprender qué? —pregunto.
Dios, tengo el pulso acelerado. Ella exprime el limón sobre el marisco con sus dedos esbeltos y hábiles.
—Come —dice, y me acerca la concha a la boca. Separo los labios, y ella la apoya delicadamente sobre mi labio inferior—. Echa la cabeza hacia atrás muy despacio —murmura.
Hago lo que me dice y la ostra se desliza por mi garganta. Ella no me toca, solo la concha.
Santana se come una, y luego me ofrece otra. Seguimos con este ritual de tortura hasta que nos acabamos toda la docena. Su piel nunca roza la mía. Me está volviendo loca.
— ¿Te siguen gustando las ostras? —me pregunta cuando me trago la última.
Asiento ruborizada, ansiando que me toque.
—Bien.
Me estremezco y me remuevo en el asiento. ¿Por qué resulta tan erótico todo esto?
Ella vuelve a apoyar la mano tranquilamente sobre el muslo, y yo me siento morir. Ahora. Por favor. Tócame. La diosa que llevo dentro está de rodillas, desnuda salvo por las bragas, suplicando. Ella se pasa la mano arriba y abajo por el muslo, la levanta, y vuelve a dejarla donde estaba.
El camarero nos llena las copas de champán y retira rápidamente los platos.
Al cabo de un momento vuelve con el principal: lubina —no doy crédito—, acompañada de espárragos, patatas salteadas y salsa holandesa.
— ¿Uno de sus platos favoritos, señora López?
—Sin duda, señorita Pierce. Aunque creo que en el Heathman comimos bacalao.
Se pasa la mano por el muslo, arriba y abajo. Me cuesta respirar, pero sigue sin tocarme. Es muy frustrante. Intento concentrarme en la conversación.
—Creo recordar que entonces estábamos en un reservado, discutiendo un contrato.
—Qué tiempos aquellos… —dice sonriendo con malicia—. Esta vez espero conseguir follarte.
Mueve la mano para coger el cuchillo.
¡Agh!
Corta un trozo de su lubina. Lo está haciendo a propósito.
—No cuentes con ello —musito con un mohín, y ella me mira divertida
—Hablando de contratos, el acuerdo de confidencialidad.
—Rómpelo —dice simplemente.
Oh, Dios…
— ¿Qué? ¿En serio?
—Sí.
— ¿Estás segura de que no iré corriendo al Seattle Times con una exclusiva? —digo bromeando.
Se ríe, y es un sonido maravilloso. Parece tan joven…
—No, confío en ti. Voy a concederte el beneficio de la duda.
Ah. Le sonrío tímidamente.
—Lo mismo digo —musito.
Se le ilumina la mirada.
—Estoy encantada de que lleves un vestido —murmura.
Y… bang: el deseo inflama mi sangre ya ardiente.
—Entonces, ¿por qué no me has tocado? —siseo.
— ¿Añoras mis caricias? —pregunta sonriendo.
Se está divirtiendo… la muy gilipolla.
—Sí —digo indignada.
—Come —ordena.
—No vas a tocarme, ¿verdad?
Niega con la cabeza.
—No.
¿Qué? Ahogo un gemido.
—Imagina cómo te sentirás cuando lleguemos a casa —susurra—. Estoy impaciente por llevarte a casa.
—Si empiezo a arder aquí, en el piso setenta y seis, será culpa tuya — musito entre dientes.
—Oh, Brittany, ya encontraremos el modo de apagar el fuego —dice con una sonrisa libidinosa.
Furiosa, me concentro en mi lubina, mientras la diosa que llevo dentro entorna taimadamente los ojos, cavilando. Nosotras también podemos jugar a este juego. Aprendí las reglas durante la comida en el Heathman. Me como un pedazo de lubina. Está deliciosa, se deshace en la boca. Cierro los ojos y la saboreo. Cuando los abro, empiezo a seducir a Santana López. Me subo la falda muy despacio, y enseño más los muslos.
Ella se detiene un momento, dejando el tenedor con el pescado suspendido en el aire.
Tócame.
Después, sigue comiendo. Yo cojo otro trocito de lubina, sin hacerle caso.
Entonces dejo el cuchillo, me paso los dedos por detrás de la parte baja del muslo, y me doy golpecitos en la piel con la yema. Es perturbador incluso para mí, sobre todo porque me muero porque me toque. Santana vuelve a quedarse muy quieta.
—Sé lo que estás haciendo —dice en voz baja y ronca.
—Ya sé que lo sabe, señora López —replico suavemente—. De eso se trata.
Cojo un espárrago, la miro de soslayo por debajo de las pestañas, y luego lo mojo en la salsa holandesa, haciendo girar la punta una y otra vez.
—No crea que me está devolviendo la pelota, señorita Pierce.
Sonriendo, alarga una mano y me quita el espárrago… y es asombrosamente irritante, porque consigue hacerlo sin tocarme. No, esto no va bien: este no era el plan.
¡Agh!
—Abre la boca —ordena.
Estoy perdiendo esta batalla de voluntades. Vuelvo a levantar la vista hacia ella, y sus ojos arden. Entreabro ligeramente los labios, y me paso la lengua por el superior. Santana sonríe y su mirada se oscurece aún más.
—Más —musita, y también entreabre los suyos para que pueda verle la lengua. Ahogo un gemido, me muerdo el labio inferior, y luego hago lo que me dice.
Ella inspira con fuerza; puedo oírla… no es tan inmune. Bien, empiezo a ganar terreno.
Sin dejar de mirarla a los ojos, me meto el espárrago en la boca y chupo… despacio… delicadamente la punta. La salsa holandesa está deliciosa. Doy un mordisco, emitiendo un suave y placentero gemido.
Santana cierra los ojos. ¡Sí! Cuando los vuelve a abrir tiene las pupilas dilatadas, y eso tiene un efecto inmediato en mí. Gimo y alargo la mano para tocarle el muslo. Y, para mi sorpresa, me agarra de la muñeca.
—Ah, no. No haga eso, señorita Pierce —murmura bajito.
Se lleva mi mano a la boca y me acaricia delicadamente los nudillos con los labios, y yo me retuerzo de placer. ¡Por fin! Más, por favor.
—No me toques —me advierte con voz queda, y me coloca de nuevo la mano sobre la rodilla.
Ese contacto breve e insatisfactorio resulta de lo más frustrante.
—No juegas limpio —me quejo con un mohín.
—Lo sé.
Levanta su copa de champán para proponer un brindis, y yo la imito.
—Felicidades por su ascenso, señorita Pierce.
Entrechocamos las copas y yo me ruborizo.
—Sí, no me lo esperaba —murmuro.
Ella frunce el ceño, como si una idea desagradable le hubiera pasado por la mente.
—Come —ordena—. No te llevaré a casa hasta que te termines la comida, y entonces lo celebraremos de verdad.
Y su expresión es tan apasionada, tan salvaje, tan dominante, que me derrito por dentro.
—No tengo hambre. No de comida.
Ella niega con la cabeza, disfrutando sin duda, aunque me mira con los ojos entornados.
—Come, o te pondré sobre mis rodillas, aquí mismo, y daremos un espectáculo delante de los demás clientes.
Sus palabras me llenan de inquietud. ¡No se atreverá! Ella y esa mano tan suelta que tiene… Aprieto los labios en una fina línea y la miro. Santana coge otro tallo de espárrago y lo moja en la salsa.
—Cómete esto —murmura con voz ronca y seductora.
Obedezco de buen grado.
—No comes como es debido. Has perdido peso desde que te conozco — comenta en tono afable.
No quiero pensar en mi peso ahora; la verdad es que me gusta estar delgada. Me como el espárrago.
—Solo quiero ir a casa y hacer el amor —musito desconsolada.
Santana sonríe.
—Yo también, y eso haremos. Come.
Vuelvo a concentrarme en el plato y empiezo a comer de mala gana. ¿En serio me he quitado las bragas solo para esto? Me siento como una niña a la que no le dejan comer caramelos. Ella es tan deliciosa, provocativa, sexy, pícara y seductora, y es toda mía.
Me pregunta sobre Blaine. Por lo visto, Santana tiene negocios con el padre de Quinn y Blaine. Vaya por Dios, este mundo es un pañuelo. Me alivia que no mencione ni al doctor Flynn ni la casa, porque me está costando concentrarme en la conversación. Quiero irme a casa.
La expectación carnal entre ambas no para de crecer. Ella es muy buena en eso. En hacerme esperar. En preparar la situación. Entre bocados, coloca la mano sobre su muslo, muy cerca de la mía, pero sin tocarme, solo para incitarme más.
¡Gilipolla! Por fin me termino la comida y dejo el tenedor y el cuchillo en el plato.
—Buena chica —murmura, y esas dos palabras suenan muy prometedoras.
La miro con el ceño fruncido.
— ¿Ahora qué? —pregunto con un pellizco de deseo en el vientre.
Oh, cómo ansío a esta mujer.
— ¿Ahora? Nos vamos. Creo que tiene usted ciertas expectativas, señorita Pierce. Las cuales voy a intentar complacer lo mejor que sé.
¡Uau!
— ¿Lo… mejor… que sabes? —balbuceo.
Dios santo.
Ella sonríe y se pone de pie.
— ¿No tenemos que pagar? —pregunto, sin aliento.
Ella ladea la cabeza.
—Soy miembro de este club, ya me mandarán la factura. Vamos, Brittany, tú primero.
Se hace a un lado y yo me levanto para salir, consciente de que no llevo bragas.
Ella me contempla con su turbia e intensa mirada, como si me desnudara, y yo me regodeo en resultarle sensual. Esta mujer guapísima me desea: eso hace que me sienta tan sexy… ¿Disfrutaré siempre tanto con esto? Me paro deliberadamente delante de ella y me aliso el vestido por encima de los muslos.
Santana me susurra al oído:
—Estoy impaciente por llegar a casa.
Pero sigue sin tocarme.
Al salir le murmura algo sobre el coche al jefe de sala, pero yo no estoy escuchando; la diosa que llevo dentro arde de expectación. Dios, podría iluminar todo Seattle.
Mientras esperamos el ascensor, se unen a nosotras dos parejas de mediana edad. Cuando se abren las puertas, Santana me coge del codo y me lleva hasta el fondo. Yo echo un vistazo alrededor: estamos rodeados de espejos negros con los vidrios ahumados. Cuando entran las otras parejas, un mujer con un traje marrón muy poco favorecedor saluda a Santana.
—López —asiente educadamente.
Santana le devuelve el saludo, pero sin decir nada.
Las parejas se sitúan delante de nosotras de cara a las puertas del ascensor.
Es obvio que son amigos: las mujeres charlan en voz alta, animadas y alborotadas después de la cena. Me parece que están un poco achispadas.
Cuando se cierran las puertas, Santana se agacha un momento a mi lado para acomodarse la bota. Qué raro. Discretamente me pone una mano sobre el tobillo, sobresaltándome, y cuando se levanta hace que esa mano ascienda rápidamente por mi pierna, deslizándola de un modo delicioso sobre mi piel —uau— hasta arriba. Y cuando la mano llega a mi trasero, tengo que reprimir un jadeo de sorpresa. Santana se coloca detrás de mí.
Ay, Dios. Me quedo boquiabierta mirando a las personas que tenemos delante, contemplando la parte de atrás de sus cabezas. Ellos no tienen ni idea de lo que estamos a punto de hacer. Santana me rodea la cintura con el brazo libre, colocándome en posición mientras sus dedos, me exploran. ¡Madre mía…!, ¿aquí? El ascensor baja con suavidad y se para en el piso cincuenta y tres para que entre más gente, pero yo no presto atención. Estoy concentrada en cada movimiento que hacen sus dedos. Primero en círculo… y luego avanzando, buscando, mientras nos ponemos en marcha otra vez.
Cuando sus dedos alcanzan su objetivo, reprimo otra vez un jadeo. Me retuerzo y gimo. ¿Cómo puede hacer esto con toda esa gente aquí?
—Estate quieta y callada —me advierte, susurrándome al oído.
Estoy acalorada, ardiente, anhelante, atrapada en un ascensor con siete personas, seis de ellas ajenas a lo que ocurre en el rincón. Desliza el dedo dentro y fuera de mí, una y otra vez. Mi respiración… Dios, resulta tan embarazoso. Quiero decirle que pare… y que continúe… que pare. Y me arqueo contra ella, y ella tensa el brazo que me rodea, y siento su respiración muy pesada y sé que esta excitada.
Nos paramos en el piso cuarenta y cuatro. ¿Oh… cuánto va a durar esta tortura? Dentro… fuera… dentro… fuera. Sutilmente, me aferro a su dedo persistente.
¡Después de todo este tiempo sin tocarme, escoge hacerlo ahora! ¡Aquí! Y eso me hace sentir tan… lujuriosa.
—Shsss —musita ella, con aparente indiferencia cuando entran dos personas más.
El ascensor empieza estar abarrotado. Santana nos desplaza a ambas más al fondo, de modo que ahora estamos apretujadas contra el rincón; me coloca en posición y sigue torturándome. Hunde la nariz en mi cuello. Si alguien se molestara en darse la vuelta y viera lo que estamos haciendo, estoy segura de que nos tomaría por una joven pareja de enamoradas haciéndose arrumacos… Y entonces desliza un segundo dedo en mi interior.
¡Ah! Gimo, y agradezco que el grupo de gente que tenemos delante siga charlando, totalmente ajeno.
Oh, Santana, qué estás haciendo conmigo… Apoyo la cabeza en ella, cierro los ojos y me rindo a sus dedos implacables.
—No te corras —susurra—. Eso lo quiero para después.
Pone la mano abierta sobre mi vientre, aprieta ligeramente, y sigue con su dulce acoso. La sensación es exquisita.
Finalmente el ascensor llega a la planta baja. Las puertas se abren con un tintineo sonoro y los pasajeros empiezan a salir casi al instante. Santana retira lentamente los dedos de mi interior, y me besa la parte de atrás de la cabeza. Me giro para mirarla y está sonriendo, volviendo a saludar con una inclinación de cabeza al señor del traje marrón poco favorecedor, que le devuelve el gesto y sale del ascensor con su esposa. Yo apenas soy consciente de todo ello, concentrada en mantenerme erguida y controlar los jadeos. Dios, me siento dolorida y desamparada. Santana me suelta y deja que me aguante por mi propio pie, sin apoyarme en ella.
Me doy la vuelta y la miro fijamente. Parece relajada, serena, con su compostura habitual… Esto es muy injusto.
— ¿Lista? —pregunta.
Sus ojos centellean malévolos. Se mete el dedo índice en la boca y después el medio, y los chupa.
—Pura delicia, señorita Pierce —susurra.
Y están a punto de darme las convulsiones del orgasmo.
—No puedo creer que acabes de hacer eso —musito, al borde de desgarrarme por dentro.
—Le sorprendería lo que soy capaz de hacer, señorita Pierce —dice.
Alarga la mano y me recoge un mechón de pelo detrás de la oreja, con una leve sonrisa que delata cuánto se divierte.
—Quiero poseerte en casa, pero puede que no pasemos del coche.
Me dedica una sonrisa cómplice, me da la mano y me hace salir del ascensor.
¿Qué? ¿Sexo en el coche? ¿Y no podríamos hacerlo aquí, sobre el mármol frío del suelo del vestíbulo… por favor?
—Vamos.
—Sí, quiero hacerlo.
— ¡Señorita Pierce! —me riñe, fingiéndose escandalizada.
—Nunca he practicado el sexo en un coche —balbuceo.
Santana se para, me pone esos mismos dedos bajo la barbilla, me echa la cabeza hacia atrás y me mira fijamente.
—Me alegra mucho oír eso. Debo decir que me habría sorprendido mucho, por no decir molestado, que no hubiera sido así.
Me ruborizo y parpadeo sin dejar de mirarla. Pues claro: yo solo he tenido relaciones sexuales con ella. Frunzo el ceño.
—No quería decir eso.
— ¿Qué querías decir?
De pronto su voz tiene un matiz de dureza.
—Solo era una forma de hablar, Santana.
—Ya. La famosa expresión: «Nunca he practicado el sexo en un coche». Sí, es muy conocida.
¿Qué le pasa ahora?
—Santana, lo he dicho sin pensar… Por Dios, tú acabas de… hacerme eso en un ascensor lleno de gente. Tengo la mente aturdida.
Ella arquea las cejas.
— ¿Qué te he hecho yo? —me desafía.
La miro ceñuda. Quiere que lo diga.
—Me has excitado. Muchísimo. Ahora llévame a casa y fóllame.
Ella abre la boca y se echa a reír, sorprendida. En este momento parece muy joven y despreocupada. Oh, me encanta oírla reír, porque pasa muy pocas veces.
—Es usted una romántica empedernida, señorita Pierce.
Me da la mano y salimos del edificio, donde nos espera el aparcacoches con mi Saab.
— ¿Así que quieres sexo en el coche? —murmura Santana cuando pone en marcha el motor.
—La verdad es que en el suelo del vestíbulo también me habría parecido bien.
—Créeme, Britt, a mí también. Pero no me gusta que me detengan a estas horas de la noche, y tampoco quería follarte en el baño. Bueno, hoy no.
¡Qué!
— ¿Quieres decir que existía esa posibilidad?
—Pues sí.
—Regresemos.
Se vuelve a mirarme y se ríe. Su risa es contagiosa, y no tardamos en romper a reír las dos con la cabeza echada hacia atrás, unas carcajadas maravillosas y catárticas. Ella se inclina hacia mí y pone la mano en mi rodilla, y sus dedos expertos me acarician dulcemente. Dejo de reír.
—Paciencia, Brittany —musita, y se incorpora al tráfico de Seattle.
Santana aparca el Saab en el parking del Escala y apaga el motor. De pronto, en los confines del coche, la atmósfera entre las dos cambia. Yo la miro anhelante, expectante, e intento contener las palpitaciones de mi corazón. Ella se ha
girado hacia mí y se ha apoyado en la puerta, con el codo sobre el volante.
Con el pulgar y el índice, tira suavemente de su labio inferior. Su boca me perturba, la quiero sobre mí. Me observa intensamente con sus oscuros ojos. Se me seca la boca. Ella responde con una leve y sensual sonrisa.
—Follaremos en el coche en el momento y el lugar que yo escoja. Pero ahora mismo quiero poseerte en todas las superficies disponibles de mi apartamento.
Es como si me tocara por debajo de la cintura… la diosa que llevo dentro ejecuta cuatro arabesques y un pas de basque.
—Sí.
Dios, estoy jadeando, desesperada.
Ella se inclina ligeramente hacia delante. Yo cierro los ojos y espero su beso, pensando: Por fin. Pero no pasa nada. Pasados unos segundos interminables, abro los ojos y descubro que me está mirando fijamente. No sé qué está pensando, pero antes de que pueda decir nada, vuelve a descolocarme.
—Si te beso ahora, no conseguiremos llegar al piso. Vamos.
¡Agh! ¿Cómo puede ser tan frustrante esta mujer? Baja del coche.
Una vez más, esperamos el ascensor. Mi cuerpo vibra de expectación.
Santana me coge la mano y me pasa el pulgar sobre los nudillos, rítmicamente, y con cada caricia me estremezco por dentro. Oh, deseo sus manos en todo mi cuerpo. Ya me ha torturado bastante.
— ¿Y qué pasó con la gratificación instantánea? —murmuro mientras esperamos.
—No es apropiada en todas las situaciones, Brittany.
— ¿Desde cuándo?
—Desde esta noche.
— ¿Por qué me torturas así?
—Ojo por ojo, señorita Pierce.
— ¿Cómo te torturo yo?
—Creo que ya lo sabes.
La miro fijamente, pero es difícil interpretar su expresión. Quiere que le dé una respuesta… eso es.
—Yo también estoy a favor de aplazar la gratificación —murmuro con una sonrisa tímida.
De pronto, tira de mi mano y me toma en sus brazos. Me agarra el pelo de la nuca y me echa la cabeza hacia atrás suavemente.
— ¿Qué puedo hacer para que digas que sí? —pregunta febril, y vuelve a pillarme a contrapié.
Me quedo mirando su expresión encantadora, seria y desesperada.
—Dame un poco de tiempo… por favor —murmuro.
Deja escapar un leve gruñido, y por fin me besa, larga y apasionadamente.
Luego entramos en el ascensor, y somos solo manos y bocas y lenguas y labios y dedos y cabello. El deseo, denso y fuerte, invade mi sangre y enturbia mi mente. Ella me empuja contra la pared, presionando con sus caderas, sujetándome con una mano en mi pelo y la otra en mi barbilla.
—Te pertenezco —susurra—. Mi destino está en tus manos, Britt.
Sus palabras me embriagan, y ardo en deseos de despojarle de la ropa. Tiro de su chaqueta hacia atrás, y cuando el ascensor llega al piso salimos a trompicones al vestíbulo.
Santana me clava en la pared junto al ascensor, su chaqueta cae al suelo, y, sin separar su boca de la mía, sube la mano por mi pierna y me levanta el vestido.
—Esta es la primera superficie —musita y me levanta bruscamente—.
Rodéame con las piernas.
Hago lo que me dice, y ella se da la vuelta y me tumba sobre la mesa del vestíbulo, y queda de pie entre mis piernas. Me doy cuenta de que el jarrón de flores que suele estar allí ya no está. ¿Eh?
— ¿Sabes cómo me excitas?
— ¿Qué? —jadeo—. No… yo…
—Pues sí —musita—, a todas horas.
Oh, esto va muy rápido, pero después de todo ese ritual de provocación la deseo con locura, ahora mismo, ya. Ella me mira, se planta las manos debajo de mis muslos y me separa más las piernas. Se quita las botas, el pantalón y las bragas en un tirón.
Se sube a la mesa, se acomoda entre mis pierna, se coloca en posición y se queda quieta.
—No cierres los ojos. Quiero verte —murmura.
Me coge ambas manos con las suyas y se mueve despacio rozando mi sexo.
Yo lo intento, de verdad, pero la sensación es tan deliciosa. Es lo que había estado esperando después de todos esos juegos. Oh, la plenitud, esta sensación…
Gimo y arqueo la espalda sobre la mesa.
— ¡Abiertos! —gruñe apretándome las manos, y mueve con dureza y grito.
Abro los ojos, y ella me está mirando con los suyos muy abiertos. Se retira despacio y luego se une en mí otra vez, y su boca se relaja y dibuja un «Ah…», pero no dice nada. Al verla y sentirla tan excitada, al ver la reacción que le provoco, me enciendo por dentro y la sangre me arde en las venas. Sus ojos me fulminan e incrementa el ritmo, y yo me deleito con ello, gozo con ello, viéndola, viéndome… su pasión, su amor… y juntas alcanzamos el clímax.
Chillo al llegar al orgasmo, y Santana hace lo mismo.
— ¡Sí, Britt! —grita.
Se derrumba sobre mí, me suelta las manos y apoya la cabeza en mi pecho.
Yo sigo envolviéndola con las piernas y, bajo la mirada maternal y paciente de los cuadros de Madonas, acuno su cabeza contra mí e intento recuperar el aliento.
Ella levanta la cabeza para mirarme.
—Todavía no he terminado contigo —murmura, se incorpora y me besa.
Estoy en la cama de Santana, desnuda y tumbada sobre su pecho, jadeando. Por Dios… ¿nunca se le agota la energía? Sus dedos me recorren la espalda, arriba y abajo.
— ¿Satisfecha, señorita Pierce?
Yo asiento con un murmullo. Ya no me quedan fuerzas para hablar. Levanto la cabeza y vuelvo mi mirada borrosa hacia ella, deleitándome con sus ojos cálidos y cariñosos. Inclino la cabeza hacia abajo muy despacio, dejándole clara mi intención de que voy a besarle el pecho.
Ella se tensa un momento, y yo le planto un leve beso en el pezón derecho aspirando ese extraordinario aroma a Santana, mezcla de sudor y sexo. Es embriagador. Ella se mueve para ponerse de costado, de manera que quedo tumbada a su lado, y baja la vista y me mira.
— ¿El sexo es así para todo el mundo? Me sorprende que la gente no se quede en casa todo el tiempo —murmuro, con repentina timidez.
Ella sonríe.
—No puedo hablar en nombre de todo el mundo, Brittany, pero contigo es extraordinariamente especial.
Se inclina y me besa.
—Eso es porque usted es extraordinariamente especial, señora López — añado sonriendo, y le acaricio la cara.
Ella me mira y parpadea, desconcertada.
—Es tarde. Duérmete —dice.
Me besa, luego se tumba, me atrae hacia ella, y se pega a mi espalda.
—No te gustan los halagos.
—Duérmete, Brittany.
Ah… pero ella es extraordinariamente especial. Dios… ¿por qué no se da cuenta?
—Me encantó la casa —murmuro.
Permanece un buen rato sin decir nada, pero noto que sonríe.
—A mí me encantas tú. Duérmete.
Hunde la nariz en mi pelo y me voy deslizando en el sueño, segura en sus brazos, soñando con puestas de sol y grandes ventanales y amplias escaleras… y con una niña con el pelo oscuro que corre por un prado, riendo y dando grititos mientras yo le persigo.
—Tengo que irme, bella.
Santana me besa justo debajo de la oreja.
Abro los ojos: ya es de día. Me doy la vuelta para mirarla, pero ya se ha levantado y arreglado y se inclina, fresca y deliciosa, sobre mí.
— ¿Qué hora es?
Oh, no… no quiero llegar tarde.
—No te asustes. Yo tengo un desayuno de trabajo —me dice, frotando su nariz contra la mía.
—Hueles bien —murmuro, y me desperezo debajo de ella.
Siento una placentera tensión en las extremidades, que crujen después de todas nuestras proezas de ayer. Le echo los brazos al cuello.
—No te vayas.
Ella ladea la cabeza y arquea una ceja.
—Señorita Pierce… ¿acaso intenta hacer que una mujer honrada no cumpla con su jornada de trabajo?
Yo asiento medio dormida, y ella sonríe, con esa nueva sonrisa tímida.
—Eres muy tentadora, pero tengo que marcharme.
Me besa y se incorpora. Lleva un traje azul con falda oscuro muy elegante, una camisa blanca, tacones blancos y una corbata azul marino que le da aspecto de presidenta ejecutiva… una presidenta terriblemente sexy.
—Hasta luego, bella —murmura, y se va.
Echo un vistazo al despertador y veo que ya son las siete… no debo de haber oído la alarma. Bueno, hora de levantarse.
Mientras me ducho, tengo una nueva inspiración: se me ha ocurrido otro regalo de cumpleaños para Santana. Es muy difícil comprarle algo a una mujer que lo tiene todo. Ya le he dado mi regalo principal, y también está el otro que le compré en la tienda para turistas, pero este nuevo regalo será en realidad para mí. Cuando cierro el grifo, me rodeo con los brazos emocionada ante la perspectiva. Solo tengo que prepararlo.
En el vestidor me pongo un traje rojo ceñido con un gran escote cuadrado.
Sí, no es excesivo para ir a trabajar.
Ahora, para el regalo de Santana. Empiezo a revolver en los cajones buscando sus corbatas. En el último cajón encuentro esos vaqueros descoloridos, ceñidos y rasgados que lleva en el cuarto de juegos… esos con los que está condenadamente sensual. Los acaricio cuidadosamente con la mano. Oh, la tela es muy suave.
Debajo descubro una caja de cartón negra, ancha y plana, que despierta mi interés al instante. ¿Qué hay ahí? La miro, y vuelvo a tener la sensación de estar invadiendo una propiedad privada. La saco y la agito un poco. Pesa, como si contuviera documentos o manuscritos. No puedo resistirme. Abro la tapa… e inmediatamente vuelvo a cerrarla. Dios santo, son fotografías del cuarto rojo. La conmoción me obliga a sentarme sobre los talones, mientras intento borrar la imagen de mi mente. ¿Por qué he abierto la caja? ¿Por qué guarda Santana esas fotos?
Me estremezco. Mi subconsciente me mira ceñuda: Esto es anterior a ti. Olvídalo.
Tiene razón. Cuando me levanto veo que las corbatas están colgadas al fondo de la barra del armario. Cuando encuentro mi preferida, salgo corriendo.
Esas fotografías son A.A.: Antes de Britt. Mi subconsciente asiente para darme la razón, pero me dirijo hacia la sala para desayunar sintiendo un peso en el corazón. La señora Jones me sonríe con afecto y luego frunce el ceño.
— ¿Va todo bien, Britt? —pregunta con amabilidad.
—Sí —murmuro, distraída—. ¿Tiene usted una llave del… cuarto de juegos?
Ella, sorprendida, se queda quieta un momento.
—Sí, claro. —Se descuelga un manojo de llaves del cinturón—. ¿Qué le apetece para desayunar, querida? —pregunta cuando me entrega las llaves.
—Solo muesli. Enseguida vuelvo.
Ahora, desde que he encontrado esas fotografías, ya no tengo tan claro lo del regalo. ¡No ha cambiado nada!, me increpa de nuevo mi subconsciente, mirándome por encima de sus gafas de media luna. Esa imagen que viste era erótica, interviene la diosa que llevo dentro, y yo le respondo torciendo el gesto mentalmente. Sí, era demasiado… erótica para mí.
¿Qué otras cosas habrá escondido? Rebusco en la cómoda rápidamente, cojo lo que necesito, y cierro con llave el cuarto de juegos al salir. ¡Solo faltaría que
Noah viera esto!
Le devuelvo las llaves a la señora Jones y me siento a devorar el desayuno, sintiéndome extraña porque Santana no está. La imagen de la fotografía aparece en mi mente sin que nadie la haya invitado. Me pregunto quién era. ¿Leila, quizá?
De camino al trabajo, medito si decirle o no a Santana que he encontrado sus fotografías. No, grita mi subconsciente con su cara a lo Edvard Munch. Decido que probablemente tiene razón.
En cuanto me siento a mi escritorio, vibra la BlackBerry.
De: Santana López
Fecha: 17 de junio de 2011 08:59
Para: Brittany Pierce
Asunto: Superficies
Calculo que quedan como mínimo unas treinta superficies. Me hacen mucha ilusión todas y cada una de ellas. Luego están los suelos, las paredes… y no nos olvidemos del balcón.
Y después de eso está mi despacho…
Te echo de menos. x
Santana López presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
Su e-mail me hace sonreír, y mis anteriores reservas desaparecen totalmente. A quien desea ahora es a mí, y el recuerdo de las correrías sexuales de anoche invade mi mente… el ascensor, el vestíbulo, la cama.
De: Brittany Pierce
Fecha: 17 de junio de 2011 09:03
Para: Santana López
Asunto: ¿Romanticismo?
Señora López:
Tiene usted una mente unidireccional.
Te eché de menos en el desayuno.
Pero la señora Jones estuvo muy complaciente.
B x
De: Santana López
Fecha: 17 de junio de 2011 09:07
Para: Brittany Pierce
Asunto: Intrigada
¿En qué fue complaciente la señora Jones?
¿Qué está tramando, señorita Pierce?
Santana López Intrigada presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
¿Cómo lo sabe?
De: Brittany Pierce
Fecha: 17 de junio de 2011 09:10
Para: Santana López
Asunto: Es un secreto
Espera y verás: es una sorpresa.
Tengo que trabajar… no me molestes.
Te quiero.
B x
De: Santana López
Fecha: 17 de junio de 2011 09:12
Para: Brittany Pierce
Asunto: Frustrada
Odio que me ocultes cosas.
Santana López Presidenta de López Enterprises Holdings, Inc.
Me quedo mirando la pequeña pantalla de mi BlackBerry. La vehemencia implícita en este e-mail me coge por sorpresa. ¿Por qué se siente así? No es como si yo estuviera escondiendo fotografías eróticas de mis ex.
De: Brittany Pierce
Fecha: 17 de junio de 2011 09:14
Para: Santana López
Asunto: Mimos
Es por tu cumpleaños.
Otra sorpresa.
No seas tan arisca.
B x
Ella no me contesta inmediatamente, y entonces me llaman para acudir a una reunión, así que no puedo entretenerme mucho.
Cuando vuelvo a echar un vistazo a mi BlackBerry, veo horrorizada que son las cuatro de la tarde. ¿Cómo ha pasado tan rápido el día? Sigue sin haber ningún mensaje de Santana. Decido volver a mandarle un e-mail.
De: Brittany Pierce
Fecha: 17 de junio de 2011 16:03
Para: Santana López
Asunto: Hola
¿No me hablas?
Acuérdate de que saldré a tomar una copa con Noah, y que se quedará a dormir esta noche.
Por favor, piénsate lo de venir con nosotros.
B x
No me contesta, y siento un escalofrío de inquietud. Espero que esté bien.
La llamo al móvil y salta el contestador. La grabación dice simplemente: «López, deja tu mensaje», en un tono muy cortante.
—Hola… esto… soy yo, Britt. ¿Estás bien? Llámame —le hablo tartamudeante al contestador.
No había tenido que hacerlo nunca. Me ruborizo y cuelgo. ¡Pues claro que sabrá que eres tú, boba! Mi subconsciente me mira poniendo los ojos en blanco. Me
siento tentada de telefonear a Andrea, su ayudante, pero decido que eso sería ir demasiado lejos. Vuelvo al trabajo de mala gana.
De repente suena mi teléfono y el corazón me da un vuelco. ¡Santana! Pero no: es Quinn, mi mejor amiga… ¡por fin!
— ¡Britt! —grita ella desde donde quiera que esté.
— ¡Quinn! ¿Has vuelto? Te he echado de menos.
—Yo también. Tengo que contarte muchas cosas. Estamos en el aeropuerto… mi hombre y yo.
Y suelta una risita tonta, bastante impropia de Quinn.
—Fantástico. Yo también tengo muchas cosas que contarte.
— ¿Nos vemos en el apartamento?
—He quedado con Noah para tomar algo. Vente con nosotros.
— ¿Noah está aquí? ¡Pues claro que iré! Mandadme un mensaje con la dirección del bar.
—Vale —digo con una sonrisa radiante.
— ¿Estás bien, Britt?
—Sí, muy bien.
— ¿Sigues con Santana?
—Sí.
—Bien. ¡Hasta luego!
Oh, no, ella también. La influencia de Sam no conoce fronteras.
—Sí… hasta luego, nena.
Sonrío, y ella cuelga.
Uau. Quinn ha vuelto. ¿Cómo voy a contarle todo lo que ha pasado? Debería apuntarlo, para no olvidarme de nada.
Una hora después suena el teléfono de mi despacho: ¿Santana? No, es
Claire.
—Deberías ver al chico que pregunta por ti en recepción. ¿Cómo es que conoces a tantos tíos buenos, Britt?
Noah debe de haber llegado. Echo un vistazo al reloj: las seis menos cinco.
Siento un pequeño escalofrío de emoción. Hace muchísimo que no le veo.
— ¡Britt… uau! Estás guapísima. Muy adulta —exclama, con una sonrisa de oreja a oreja.
Solo porque llevo un vestido elegante… ¡vaya!
Me abraza fuerte.
—Y alta —murmura, sorprendido.
—Es por los zapatos, Noah. Tú tampoco estás nada mal.
El lleva unos vaqueros, una camiseta negra y una camisa de franela a cuadros blancos y negros.
—Voy a por mis cosas y nos vamos.
—Bien. Te espero aquí.
Cojo las dos cervezas Rolling Rocks de la abarrotada barra y voy a la mesa donde está sentado Noah.
— ¿Has encontrado sin problemas la casa de Santana?
—Sí. No he entrado. Subí con el ascensor de servicio y entregué las fotos.
Las recogió un tal Taylor. El sitio parece impresionante.
—Lo es. Espera a que lo veas por dentro.
—Estoy impaciente. Salud, Britt. Seattle te sienta bien.
Me sonrojo y brindamos con las botellas. Es Santana lo que me sienta bien.
—Salud. Cuéntame qué tal fue la exposición.
Sonríe radiante y se lanza a explicármelo, entusiasmado. Vendió todas las fotos menos tres, y con eso ha pagado el préstamo académico y aún le queda algo de dinero para el.
—Y la oficina de turismo de Portland me ha encargado unos paisajes. No está mal, ¿eh?.
Dice orgulloso.
—Oh, eso es fantástico, Noah. Pero ¿no interferirá con tus estudios? — pregunto con cierta preocupación.
—Qué va. Ahora que ustedes se han ido, y también los otros tres tipos con los que solía salir, tengo más tiempo.
— ¿No hay ninguna monada que te mantenga ocupado? La última vez que te vi estabas rodeado de una docena de chicas que se te comían con los ojos —le digo, arqueando una ceja.
—Qué va, Britt. Ninguna de ellas es lo bastante mujer para mí —suelta en plan fanfarrón.
—Claro. Noah Puckerman, el rompecorazones —replico con una risita.
—Eh… que yo también tengo mi encanto, Pierce.
Parece ofendido, y me arrepiento un poco de mis palabras.
—Estoy convencida de eso —le digo en tono conciliador.
— ¿Y cómo está López? —pregunta, de nueve afable.
—Está bien. Estamos bien —murmuro.
— ¿Dijiste que la cosa va en serio?
—Sí, va en serio.
— ¿No es demasiado mayor para ti?
—Oh, Noah. ¿Sabes qué dice mi madre? Que yo ya nací vieja.
Noah hace un gesto irónico.
— ¿Cómo está tu madre? —pregunta, y de ese modo salimos de terreno pantanoso.
— ¡Britt!
Me doy la vuelta, y ahí están Quinn y Blaine. Ella está guapísima, con un bronceado fantástico, tonos rojizos en su rubia cabellera y una preciosa y deslumbrante sonrisa. Viste una camisola blanca y unos tejanos ajustados del mismo color que le hacen un tipo estupendo. Todo el mundo la mira. Yo me levanto de un salto para darle un abrazo. ¡Oh, cómo la he echado de menos!
Ella me aparta un poco para examinarme bien. Me mira de arriba abajo y yo me ruborizo.
—Has adelgazado. Mucho. Y estás distinta. Pareces más mayor. ¿Qué ha pasado? —dice con una actitud muy maternal—. Me gusta tu vestido. Te sienta bien.
—Han pasado muchas cosas desde que te fuiste. Ya te lo contaré luego, cuando estemos solas.
Ahora mismo no estoy preparada para la santa inquisidora Quinn Fabray. Ella me mira con suspicacia.
— ¿Estás bien? —pregunta cariñosamente.
—Sí —respondo sonriendo, aunque estaría mejor si supiera dónde está Santana.
—Estupendo.
—Hola, Blaine.
Le sonrío, y él me da un pequeño abrazo.
—Hola, Britt —me susurra al oído.
— ¿Qué tal la comida con Rachel? —le pregunto.
—Interesante —contesta, muy críptico.
¿Oh?
—Blaine, ¿conoces a Noah?
—Nos vimos una vez —masculla Noah mirando intensamente a Blaine al estrecharle la mano.
—Sí, en Vancouver, en casa de Quinn —dice Blaine, que le sonríe afablemente—. Bueno, ¿quién quiere una copa?
Voy al lavabo, y desde allí le mando un mensaje a Santana con la dirección del bar; a lo mejor se viene con nosotros. No tengo llamadas perdidas suyas, ni e-mails. Eso es muy raro en ella.
— ¿Qué pasa, Britt? —pregunta Noah cuando vuelvo a la mesa.
—No localizo a Santana. Espero que esté bien.
—Seguro que sí. ¿Otra cerveza?
—Claro.
Quinn se me acerca.
— ¿Blaine dice que una ex novia loca entró con una pistola en el apartamento?
—Bueno… sí.
Me encojo de hombros a modo de disculpa. Oh, vaya… ¿ahora tenemos que hablar de eso?
—Britt… ¿qué demonios ha pasado?
De pronto Quinn se interrumpe y saca su móvil.
—Hola, nene —dice cuando contesta. ¡Nene! Frunce el ceño y me mira—. Claro —dice, y se vuelve hacia mí—. Es Sam… quiere hablar contigo.
—Britt.
Sam habla con voz entrecortada, y a mí se me eriza el vello.
—Es Santana. No ha vuelto de Portland.
— ¿Qué? ¿Qué quieres decir?
—Su helicóptero ha desaparecido.
— ¿El Charlie Tango? —digo en un susurro. Me falta el aire—. ¡No!
Última edición por O_o el Vie Jul 05, 2013 11:12 pm, editado 2 veces
O_o***** - Mensajes : 250
Fecha de inscripción : 05/05/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Hoooooo noooo despues de otod lo que vivieron pasa esto?? me estas jodiendo???? que paso con San??
Saludos
PD: haaaaaaaa por que lo dejaste ahi??
Saludos
PD: haaaaaaaa por que lo dejaste ahi??
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Soy una desubicada perdon espero que te recupares pronto de tu gripe!!
Y obvio espero llerte prontito
Y obvio espero llerte prontito
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Ay no por favor!!Ya decía yo que tanta felicidad no podía durar tanto tiempo! Quieres que me de un paro!? Que incertidumbre! No creo poder soportar que algo le pasara a mi Santana!... Wow la historia cada vez se pone más buena y ya que Quinn regresó creo que esto se pondrá... interesante.
Gracias chica por tomarte la molestia de actualizar aunque no te sentías muy bien. Eso habla muy bien de ti! Ahora solo espero de verdad que te mejores y pronto estés al 100. Cuídate mucho!!
Saludos
Gracias chica por tomarte la molestia de actualizar aunque no te sentías muy bien. Eso habla muy bien de ti! Ahora solo espero de verdad que te mejores y pronto estés al 100. Cuídate mucho!!
Saludos
Karla Soto* - Mensajes : 25
Fecha de inscripción : 05/05/2013
Edad : 31
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
¿Que ha pasado con mi Cincuenta Sombras? Eres cruel porque lo has cortado...ahora no podré dormir tranquila T_T
Bien, regresando al inicio del capítulo...no puedo creer lo que Britt piensa de los caballos: "Malvados cuadrúpedos satánicos" tal vez los ponies sean más de su agrado XD maybe!.
Santana tiene un Club o muchos clubes, no se porque me sorprende mi futura esposa Cincuenta Sombras es billonaría y romántica ¿Puedo casarme yo con ella?
Es aquí donde me doy cuenta el giro que ha dado su relación: Acuerdo de confidencialidad—"Rómpelo" - Santana quiere eliminar todo rastro de lo que pedía como relaciones anteriormente a Britt, lo cual nos asegura que no es simplemente lujuria...es amor *¬* ¿No sonó bonito eso? Si, lo se :3
Hablando de lujuria "Quitate las bragas" Hell to the No! ¿Que pensaría Santana de andar ella sin ropa interior por la vida? Además estuvo haciendo sufrir a la pobre Britt en todo momento, pero... ¿Hacerlo en el elevador? ¿Lleno de gente? ¿Por que me sorprende? XD
"Ahora llévame a casa y fóllame" Lo más romántico que he oído nunca.
¿Que será el regalo de Britt? Nos tiene muy intrigadas con eso y bueno..."la curiosidad mato al gato" buscaba algo y encontró fotos del cuarto rojo ¿Que clase de fotos serían?
Quinn \o/ *abacho* Vaya...pense que Sam la había secuestrado y obligado a ser su sumisa....a no, no es Santana Lopez ¿Verdad? No, de verdad es muy bueno que la señorita (ajajaja, si claro) Fabray este de vuelta.
Y ahora regreso a lo importante: ¿¡Que le paso a Santana?! OMG, ¿Algún accidente? Tengo entendido que lo del atentado del Charlie Tango se sabe hasta "50 Sombras Liberadas" ¿No? pero al menos yo, tengo una persona a quien echarle toda la culpa ¡Marley! No se porque pensé en ella...motivos de venganza tiene ¿O habra sido Leila? ¿O Elena? No, no creo.
Espero que no le haya pasado nada T_T
Nos leemos en el próximo querida Nina...un abrazo ¡Ciao!
Ali_Pearce- - Mensajes : 1107
Fecha de inscripción : 07/06/2012
Edad : 31
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
¿Qué demonios le ha sucedido a mi Santy?
Te dejé un privado, espero lo leas :)
Un beso, que te mejores Nina
Te dejé un privado, espero lo leas :)
Un beso, que te mejores Nina
Anddy Rivera Morris******* - Mensajes : 407
Fecha de inscripción : 16/05/2013
Edad : 27
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Recuperate pronto. Saludos
yo_mera* - Mensajes : 16
Fecha de inscripción : 27/02/2012
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Es obvio que no le va a pasar nada a Santana es la protagonista. ;cc' Pero siento feito.
Recuperate pronto. ;)
Recuperate pronto. ;)
Invitado- Invitado
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
eres genial lo sabias??? enferma y aun así actualizas! un merecido aplauso para ti
Me encanto el capitulo, me encanta la cincuenta juguetona jajaja mori de risa con lo del ascensor aunque la verdad no me sorprende que Santana hiciera eso.
Y Quinn volvió.... ya me imagino el interrogatorio que le montara a Britt
Por favor, por favor, que no le pase nada a Santana y al Charlie Tango
Que te mejores, cuídate y hasta la próxima actualización
Me encanto el capitulo, me encanta la cincuenta juguetona jajaja mori de risa con lo del ascensor aunque la verdad no me sorprende que Santana hiciera eso.
Y Quinn volvió.... ya me imagino el interrogatorio que le montara a Britt
Por favor, por favor, que no le pase nada a Santana y al Charlie Tango
Que te mejores, cuídate y hasta la próxima actualización
laura.owens*** - Mensajes : 106
Fecha de inscripción : 10/04/2012
Edad : 31
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
tan provocadora y excitante primera parte y la terminas así? no, es que tengo una crisis de angustia!! como? por que? donde esta?, te escribo muy rápido estoy estudiando para exámenes en la universidad, pero vi el nuevo cap y literalmente arroje todos mis apuntes jajjaa. gracias por escribir
Camila18**** - Mensajes : 151
Fecha de inscripción : 28/05/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
ooook estoy impactadaaaaa no puedo decir mas .... a bueno y yambien impaciente jajajaja
saludos
saludos
victoria555****** - Mensajes : 399
Fecha de inscripción : 28/10/2012
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Oh por Dior! que terrible no saber que paso! jajaja Ya me parecia que no podia haber tanta felicidad.
Esta santana, es 1000000% adorable.
Que divina va a comprar la casa para poder irse a vivir con Britt! mori de amor en esa parte! Y casi me infarto con toooodo lo del restaurant. Condenadamente sexy.
Enferma y actualizando? Te pasa de genia asi de una sos una grosa, sabelo.
Esta santana, es 1000000% adorable.
Que divina va a comprar la casa para poder irse a vivir con Britt! mori de amor en esa parte! Y casi me infarto con toooodo lo del restaurant. Condenadamente sexy.
Enferma y actualizando? Te pasa de genia asi de una sos una grosa, sabelo.
MC.* - Mensajes : 48
Fecha de inscripción : 31/01/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Poooooooorque Lo cortas ahi.?
Sufro demasiado y espero tu actu con ansias
Felisidades por este fin de Vdd. Gracias ;)
Sufro demasiado y espero tu actu con ansias
Felisidades por este fin de Vdd. Gracias ;)
LilianaM.* - Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 14/06/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
queeeeee? lo dejaste ahi? QUIERO MORIR!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
Hola chicas sigo un poco mal ando de pasada gracias a todas por sus buenos deseos!!
Aqui les dejo el nuevo capítulo disfruten y espero sus comentarios los cuales quieron que sean bastantes jeje
Contemplo las llamas, anonadada. Llamaradas centelleantes, anaranjadas con brotes azul cobalto, que danzan y se entrelazan en la chimenea del apartamento de
Santana. Y, a pesar del calor que irradia el fuego y de la manta que me cubre los hombros, tengo frío. Un frío que me penetra hasta los huesos.
Oigo vagamente voces que susurran, muchas voces susurrantes. Pero es un zumbido distante, de fondo. No escucho las palabras. Lo único que oigo, lo único en lo que soy capaz de concentrarme, es en el tenue siseo del gas que arde en el hogar.
Me pongo a pensar en la casa que vimos ayer y en aquellas enormes chimeneas: chimeneas de verdad para troncos de leña. Me gustaría hacer el amor con Santana frente a un fuego de verdad. Me gustaría hacer el amor con Santana frente a este fuego. Sí, sería divertido. Seguro que a ella se le ocurriría algún modo de convertirlo en memorable, como todas las veces que hemos hecho el amor. Incluso las veces en que solo hemos follado, me digo con ironía. Sí, esas también fueron bastante memorables… ¿Dónde está?
Las llamas bailan y parpadean, cautivándome, aturdiéndome. Me concentro solamente en su belleza brillante y abrasadora. Son hechizantes.
«Eres tú la que me has hechizado, Brittany.»
Eso fue lo que dijo la primera vez que durmió conmigo en mi cama. Oh, no…
Me rodeo el cuerpo con los brazos, la realidad se filtra sangrante en mi conciencia y se me cae el mundo encima. El vacío que se ha apoderado de mis entrañas se expande un poco más. El Charlie Tango ha desaparecido.
—Britt. Tenga.
La voz de la señora Jones, insistiéndome con delicadeza, me transporta de nuevo a la habitación, al ahora, a la angustia. Me ofrece una taza de té. Se lo agradezco y cojo la taza, que repiquetea contra el platito en mis manos temblorosas.
—Gracias —susurro, con la voz quebrada por el llanto reprimido y por el enorme nudo que tengo en la garganta.
Rachel está sentada frente a mí en el inmenso sofá en forma de U cogiendo de la mano a Grace, que está a su lado. Las dos me miran fijamente con la ansiedad y el sufrimiento impresos en sus hermosos rostros. Grace parece avejentada: una madre preocupada por su hija. Yo parpadeo, sin expresión. No puedo ofrecerles una sonrisa tranquilizadora, ni una lágrima siquiera: no hay nada, solo palidez y ese creciente vacío. Observo a Sam, a Noah y a Blaine, que están de pie junto a la barra del desayuno, hablando en voz baja con cara seria. Comentan algo en un tono muy quedo.
Detrás se encuentra la señora Jones, que se mantiene ocupada en la cocina.
Quinn está en la sala de la televisión, pendiente de los informativos locales.
Oigo el débil sonido de la gran pantalla de plasma. No soy capaz de volver a ver la noticia —SANTANA LOPEZ, DESAPARECIDA— ni su atractivo rostro en la televisión.
Me da por pensar que nunca he visto a tanta gente en este gran salón, que aun así es tan enorme que les empequeñece a todos. Son pequeñas islas de gente perdida y angustiada en casa de mi Cincuenta. ¿Qué pensaría ella de su presencia aquí?
En algún lugar Taylor y Carrick están hablando con las autoridades, que nos van proporcionando información con cuentagotas; pero todo eso no tiene ninguna importancia. El hecho es que ella ha desaparecido. Hace ocho horas que desapareció. Y no hay noticias ni rastro de ella. Lo único que sé es que la búsqueda se ha suspendido.
Ya ha anochecido. Y no sabemos dónde está. Puede estar herida, hambrienta o algo peor. ¡No!
Elevo una nueva plegaria silenciosa a Dios. Por favor, que Santana esté bien. Por favor, que Santana esté bien. La repito mentalmente una y otra vez: es mi mantra, mi tabla de salvación, algo a lo que aferrarme en mi desesperación. Me niego a pensar lo peor. No, eso ni pensarlo. Aún hay esperanza.
«Tú eres mi tabla de salvación.»
Las palabras de Santana acuden a mi memoria. Sí, la esperanza es lo último que se pierde. No debo desesperar. Sus palabras resuenan en mi mente.
«Ahora soy una firme defensora de la gratificación inmediata. Carpe diem, Britt.»
¿Por qué yo no he disfrutado del momento?
«Hago esto porque finalmente he conocido a alguien con quien quiero pasar el resto de mi vida.»
Cierro los ojos y rezo en silencio, meciéndome levemente. Por favor, no dejes que el resto de su vida sea tan breve. Por favor, por favor. No hemos pasado suficiente tiempo juntas… necesitamos más tiempo. Hemos hecho tantas cosas en las pocas semanas que han pasado. Esto no puede terminar. Todos nuestros momentos de ternura: el pintalabios, cuando me hizo el amor por primera vez en el hotel Olympic, ella postrada de rodillas, ofreciéndose a mí… tocarla finalmente.
«Yo sigo siendo la misma, Britt. Te amo y te necesito. Tócame. Por favor.»
Oh, la amo tanto. No seré nada sin ella, tan solo una sombra… toda la luz se eclipsará. No, no, no… mi pobre Santana.
«Esta soy yo, Britt. Todo lo que soy… y soy toda tuya. ¿Qué tengo que hacer para que te des cuenta de eso? Para hacerte ver que quiero que seas mía de la forma que tenga que ser. Que te amo.»
Y yo a ti, mi Cincuenta Sombras.
Abro los ojos y una vez más contemplo el fuego con la mirada perdida, y recuerdos del tiempo que pasamos juntas revolotean en mi mente: su alegría juvenil cuando estábamos navegando y volando; su aspecto sofisticado, distinguido y terriblemente sexy en el baile de máscaras; bailar, oh, sí, bailar en el piso, dando vueltas por el salón con Sinatra de fondo; su esperanza silenciosa y anhelante ayer cuando fuimos a ver la casa… aquella vista tan espectacular.
«Pondré el mundo a tus pies, Brittany. Te quiero, en cuerpo y alma, para siempre.»
Oh, por favor, que no le haya pasado nada. No puede haberse ido. Ella es el centro de mi universo.
Se me escapa un sollozo ahogado, y me tapo la boca con la mano. No, he de ser fuerte.
De pronto Noah está a mi lado… ¿o lleva un rato aquí? No tengo ni idea.
— ¿Quieres que llame a tu madre o a tu padre? —pregunta con dulzura.
¡No! Niego con la cabeza y aferro la mano de Noah. No puedo hablar, sé que si lo hago me desharé en lágrimas, pero el apretón cariñoso y tierno de su mano no supone ningún consuelo.
Oh, mamá. Me tiembla el labio al pensar en mi madre. ¿Debería llamarla?
No. No soy capaz de afrontar su reacción. Quizá Ray; el sabría mantener la calma: el siempre mantiene la calma, incluso cuando pierden los Mariners.
Grace se levanta y se acerca a los chicos, distrayendo mi atención. Este debe de ser el rato más largo que ha conseguido permanecer sentada. Rachel también viene a sentarse a mi lado y me coge la otra mano.
—Volverá —dice, y el convencimiento inicial de su tono de voz se quiebra en el último momento.
Tiene los ojos muy abiertos y enrojecidos, y la cara pálida y transida por la falta de sueño.
Levanto la vista hacia Blaine, que está mirando a Rachel, y hacia Sam, abrazado a Grace. Echo una ojeada al reloj. Son más de las once, casi medianoche.
¡Maldito tiempo! A cada hora que pasa aumenta ese devastador vacío que me consume y me asfixia. En mi fuero interno sé que me estoy preparando para lo peor. Cierro los ojos, elevo otra plegaria silenciosa y me aferro a las manos de Noah y Rachel.
Vuelvo a abrir los ojos, y contemplo otra vez las llamas. Veo su sonrisa tímida: mi favorita de todas sus expresiones, un atisbo de la verdadera Santana, mi verdadera Santana. Ella es muchas personas: una obsesa del control, una presidenta ejecutivo, una acosadora, una diosa del sexo, una Ama, y, al mismo tiempo, una chiquilla con sus juguetes. Sonrío. Su coche, su barco, su avión, su helicóptero Charlie Tango… mi chica perdido, literalmente perdida ahora mismo. Mi sonrisa se desvanece y el dolor vuelve a lacerarme. Le recuerdo en la ducha, limpiándose la marca del pintalabios.
«Yo no soy nada, Brittany. Soy una mujer vacía por dentro. No tengo corazón.»
El nudo que tengo en la garganta se hace más grande. Oh, Santana, sí tienes, sí tienes corazón, y es mío. Quiero adorarla para siempre. Aunque ella sea una mujer tan compleja y problemática, yo la quiero. Nunca habrá nadie más. Jamás.
Recuerdo estar sentada en el Starbucks sopesando los pros y los contras de mi Santana. Todos esos contras, incluso esas fotografías que encontré esta mañana, se desvanecen ahora como algo insignificante. Solo importa ella, y si volverá. Oh, por favor, Señor, devuélvemela, haz que esté bien. Iré a la iglesia… haré lo que sea. Oh, si consigo recuperarla, disfrutaré de cada momento. Su voz resuena de nuevo en mi mente: «Carpe diem, Britt».
Sigo contemplando las llamas con más vehemencia, las lenguas de fuego siguen ardiendo, centelleando, entrelazándose. Entonces Grace suelta un grito, y todo empieza a moverse a cámara lenta.
— ¡Santana!
Me doy la vuelta justo a tiempo de ver a Grace, que estaba detrás de mí caminando arriba y abajo, cruzar el salón a toda velocidad, y ahí, de pie en el umbral, está una consternada Santana. Solo lleva los pantalones del traje ceñidos y la camisa, y sostiene en la mano la americana y los tacones. Se le ve cansada, sucia, y extraordinariamente atractiva.
Dios santo… Santana. Está viva. La miro aturdida, intentando discernir si realmente está aquí o es una alucinación.
Parece absolutamente desconcertada. Deja la chaqueta y los tacones en el suelo justo cuando Grace le lanza los brazos al cuello y le besa muy fuerte la mejilla.
— ¿Mamá?
Santana la mira, totalmente perpleja.
—Creí que no volvería a verte más —susurra Grace, expresando en voz alta el temor general.
—Estoy aquí, mamá.
Y percibo en su tono un deje de consternación.
—Creí que me moría —musita ella con un hilo de voz, haciéndose eco de mis pensamientos.
Gime y solloza, incapaz de seguir reprimiendo el llanto. Santana frunce el ceño, no sé si horrorizada o mortificada, y acto seguido la abraza con fuerza y la estrecha contra ella.
—Oh, Santana —dice con la voz ahogada por el llanto, rodeándole con sus brazos y sollozando con la cara hundida en su cuello, olvidado ya todo autocontrol, y ella no se resiste.
Se limita a sostenerla y a mecerla adelante y atrás, consolándola. Las lágrimas anegan mis ojos. Carrick grita desde el pasillo:
— ¡Está viva! ¡Dios… estás aquí! —exclama saliendo repentinamente del despacho de Taylor agarrado a su teléfono móvil, los abraza a ambos y cierra los ojos lleno de un profundo alivio.
— ¿Papá?
A mi lado, Rachel grita algo ininteligible, luego se levanta y corre junto a sus padres y se abraza también a todos.
Finalmente, una cascada de lágrimas brota por mis mejillas. Ella está aquí, está bien. Pero no puedo moverme.
Carrick es el primero en apartarse. Se seca los ojos mientras le da palmaditas a Santana en la espalda. Rachel también se retira un poco, y Grace da un paso atrás.
—Lo siento —balbucea ella.
—Eh, mamá… no pasa nada —dice Santana, con la consternación aún reflejada en su rostro.
— ¿Dónde estabas? ¿Qué ha sucedido? —exclama Grace llorando y hundiendo el rostro entre las manos.
—Mamá —musita Santana. La acoge en sus brazos otra vez y le besa la cabeza—. Estoy aquí. Estoy bien. Simplemente me ha costado horrores poder volver de Portland. ¿A qué viene todo este comité de bienvenida?
Recorre la habitación con la vista, hasta que sus ojos se posan en mí.
Parpadea y se queda mirando un segundo a Noah, que me suelta la mano.
Santana aprieta los labios. Yo me embebo en su visión y el alivio invade todo mi cuerpo, dejándome agotada, exhausta y completamente eufórica. Pero no puedo parar de llorar. Santana se centra de nuevo en su madre.
—Mamá, estoy bien. ¿Qué pasa? —dice Santana tranquilizadora.
Ella le sostiene la cara entre las manos.
—Estabas desaparecida, Santana. Tu plan de vuelo… no llegaste a Seattle. ¿Por qué no te pusiste en contacto con nosotros?
Santana arquea las cejas, sorprendida.
—No creí que tardaría tanto.
— ¿Por qué no telefoneaste?
—Me quedé sin batería.
— ¿No podías haber llamado… aunque fuera a cobro revertido?
—Mamá… es una historia muy larga.
Ella prácticamente le grita.
— ¡Santana, no vuelvas a hacerme esto nunca más! ¿Me has entendido?
—Sí, mamá.
Le seca las lágrimas con el pulgar y vuelve a rodearla entre sus brazos.
Cuando Grace recupera la compostura, ella la suelta para abrazar a Rachel, que le da una enojada palmada en el pecho.
— ¡Nos tenías muy preocupados! —le suelta, y ella también se echa a llorar.
—Ya estoy aquí, por Dios santo —musita Santana.
Cuando Sam se acerca, Santana deja a Rachel con Carrick, que ya tiene un brazo sobre los hombros de su esposa, y con el otro rodea a su hija. Sam le da un rápido abrazo a Santana, ante la perplejidad de esta, y le propina una fuerte palmada en la espalda.
—Me alegro mucho de verte —dice Sam en voz alta y con cierta brusquedad, intentando disimular la emoción.
Las lágrimas corren por mis mejillas mientras contemplo la escena. El salón está bañado en eso: amor incondicional. Ella lo tiene a raudales; simplemente es algo que nunca había aceptado antes, e incluso ahora está totalmente perdida.
¡Mira, Santana, todas estas personas te quieren! Puede que ahora empieces a creértelo.
Quinn está detrás de mí debe de haber vuelto de la sala de la televisión, y me acaricia el pelo con cariño.
—Está realmente aquí, Britt —murmura para tranquilizarme.
—Ahora voy a saludar a mi chica —les dice Santana a sus padres.
Ambos asienten, sonríen y se apartan.
Se acerca a mí, todavía perpleja, con sus ojos marrones brillantes, pero cautelosos. En lo más profundo de mi ser hallo la fuerza necesaria para levantarme tambaleante y arrojarme a sus brazos abiertos.
— ¡Santana! —exclamo sollozante.
—Shsss —musita ella, y me abraza.
Hunde la cara en mi pelo e inspira profundamente. Yo levanto hacia ella mi rostro bañado en lágrimas y ella me da un largo beso que aun así me sabe a poco.
—Hola —murmura.
—Hola —respondo en un susurro, sintiendo cómo arde el nudo que tengo en la garganta.
— ¿Me has echado de menos?
—Un poco.
Sonríe.
—Ya lo veo.
Y con un leve roce de la mano, me seca las lágrimas que se niegan a dejar de rodar por mis mejillas.
—Creí… creí que…
No puedo seguir.
—Ya lo veo. Shsss… estoy aquí. Estoy aquí… —murmura, y vuelve a besarme suavemente.
— ¿Estás bien? —pregunto.
Y la suelto y le toco el pecho, los brazos, la cintura… oh, sentir bajo los dedos a esta mujer cariñosa, vital, sensual, me tranquiliza y me confirma que está realmente aquí, delante de mí. Ha vuelto. Ella ni siquiera parpadea. Solo me mira atentamente.
—Estoy bien. No me pienso ir a ninguna parte.
—Oh, gracias a Dios. —Vuelvo a abrazarle por la cintura y ella me rodea con sus brazos otra vez—. ¿Tienes hambre? ¿Quieres algo de beber?
—Sí.
Me aparto para ir a buscarle algo, pero ella no me deja ir. Me mantiene abrazada y le tiende una mano a Noah.
—Señora López —dice Noah en tono tranquilo.
Santana suelta un pequeño resoplido.
—Santana, por favor —dice.
—Bienvenida, Santana. Me alegro de que estés bien, y… esto… gracias por dejarme dormir aquí.
—No hay problema.
Santana entorna los ojos, pero en ese momento la señora Jones aparece de repente a su lado. Entonces me doy cuenta de que no va tan arreglada como siempre.
No lo había notado hasta ahora. Lleva el pelo suelto, unas mallas gris claro y una enorme sudadera también gris con las letras WSU COUGARS bordadas en el pecho, que la hace parecer más bajita. Y mucho más joven.
— ¿Le apetece que le sirva algo, señora López?
Se seca los ojos con un pañuelo de papel.
Santana le sonríe con afecto.
—Una cerveza, por favor, Gail… Una Budvar, y algo de comer.
—Ya te lo traigo yo —murmuro, con ganas de hacer algo por mi mujer.
—No. No te vayas —dice ella en voz baja, estrechándome más fuerte.
El resto de la familia se acerca, y Blaine y Quinn se unen también a nosotras.
Santana le estrecha la mano a Blaine y besa fugazmente a Quinn en la mejilla. La señora
Jones vuelve con una botella de cerveza y un vaso. Ella coge la botella y, al ver el vaso, niega con la cabeza. Ella sonríe y regresa a la cocina.
—Me sorprende que no quieras algo más fuerte —comenta Sam—. ¿Y qué coño te ha pasado? La primera noticia que tuve fue cuando papá me llamó para decirme que la carraca esa había desaparecido.
— ¡Sam! —le riñe Grace.
—El helicóptero —masculla Santana corrigiendo a Sam, que sonríe, y yo sospecho que se trata de una broma familiar—. Sentémonos y te lo cuento.
Santana me lleva hasta el sofá, y todo el mundo se sienta, todos con los ojos puestos en ella. Bebe un buen trago de cerveza, y en ese momento ve a Taylor rondando por el umbral del vestíbulo. Le saluda con un movimiento de cabeza y Taylor responde del mismo modo.
— ¿Tu hija?
—Ahora está bien. Falsa alarma, señora.
—Bien.
Santana sonríe.
¿Su hija? ¿Qué le ha ocurrido a la hija de Taylor?
—Me alegro de que esté de vuelta, señora. ¿Algo más?
—Tenemos que recoger el helicóptero.
Taylor asiente.
— ¿Ahora? ¿O mañana a primera hora?
—Creo que por la mañana, Taylor.
—Muy bien, señora López. ¿Algo más, señora?
Santana niega con la cabeza, le mira y levanta la botella. Taylor le responde con una extraña sonrisa —más incluso que la de Santana, creo—, y se marcha, seguramente a su despacho o a su habitación.
—Santana, ¿qué ha sucedido? —pregunta Carrick.
Santana procede a contar su historia. Había volado a Vancouver en el Charlie Tango con Ros, su número dos, para ocuparse de un asunto relacionado con los fondos para la wsu. Yo estoy tan aturdida que apenas puedo seguirle. Me limito a sostener la mano de Santana y a mirar sus uñas cuidadas, sus dedos largos, los pliegues de sus nudillos, su reloj de pulsera.
Mientras ella continúa con su relato, levanto la vista para observar su hermoso perfil.
—Ros nunca había visto el monte Saint Helens, así que a la vuelta, y a modo de celebración, dimos un pequeño rodeo. Me enteré hace poco de que habían levantado la restricción temporal de vuelo, y quería echar un vistazo. Bueno, pues fue una suerte que lo hiciéramos. Íbamos volando bajo, a unos doscientos pies del suelo, cuando se encendieron las luces de emergencia en el panel de mandos. Había fuego en la cola… y no tuve más remedio que apagar todo el sistema electrónico y tomar tierra.
—Sacude la cabeza—. Aterricé junto al lago Silver, saqué a Ros y conseguí apagar el fuego.
— ¿Fuego? ¿En ambos motores? —pregunta Carrick, horrorizado.
—Pues sí.
— ¡Joder! Pero yo creía…
—Lo sé —le interrumpe Santana—. Tuvimos mucha suerte de ir volando tan bajo —murmura.
Me estremezco. Ella me suelta la mano y me rodea con el brazo.
— ¿Tienes frío? —pregunta.
Le digo que no con la cabeza.
— ¿Cómo apagaste el fuego? —pregunta Quinn, impulsada por su instinto periodístico a lo Carl Bernstein.
Dios, a veces puede ser tan seca.
—Con los extintores. La ley nos obliga a llevarlos —contesta Santana en el mismo tono.
Y me vienen a la mente unas palabras que pronunció hace ya un tiempo:
«Agradezco todos los días a la divina providencia que fueras tú quien vino a entrevistarme y no Quinn Fabray».
— ¿Por qué no telefoneaste, ni usaste la radio? —pregunta Grace.
Santana sacude la cabeza.
—El sistema electrónico estaba desconectado, y por tanto no teníamos radio. Y no quería arriesgarme a ponerlo de nuevo en marcha por culpa del fuego. El GPS de la BlackBerry seguía funcionando, y así pude orientarme hasta la carretera más cercana. Caminamos cuatro horas hasta llegar a ella. Ros llevaba tacones al igual que yo.
Los labios de Santana se convierten en una fina línea reprobatoria.
—No teníamos cobertura en el móvil. En Gifford no hay. Primero se agotó la batería del de Ros. La del mío se terminó durante el camino.
Santo Dios… Me pongo tensa y Santana me atrae hacia ella y me sienta en su regazo.
— ¿Cómo conseguisteis volver a Seattle? —pregunta Grace, que al vernos pestañea levemente, y yo me ruborizo.
—Nos pusimos a hacer autoestop. Juntamos el dinero que llevábamos encima. Entre las dos, reunimos seiscientos dólares, y pensamos que tendríamos que pagar a alguien para que nos trajera de vuelta, pero un camionero se paró y aceptó llevarnos a casa. Rechazó el dinero que le ofrecimos y compartió su comida con nosotras. —Santana menea la cabeza consternada al recordarlo.
—Tardamos muchísimo. El no tenía móvil, cosa rara pero cierta. No se me ocurrió pensar…
Se calla y mira a su familia.
— ¿Que nos preocuparíamos? —dice Grace, indignada—. ¡Oh, Santana!
Le reprocha
— ¡Casi nos volvemos locos!
—Has salido en las noticias, hermanita.
Santana alza la vista, con aire resignado.
—Sí. Me imaginé algo al llegar y ver todo este recibimiento y el puñado de fotógrafos que hay en la calle. Lo siento, mamá. Debería haberle pedido al camionero que parara para poder telefonear. Pero estaba ansiosa por volver —añade, mirando de reojo a Noah.
Ah, era por eso, porque Noah se queda a dormir aquí. Frunzo el ceño ante la idea. Dios… tanta preocupación por una tontería.
Grace menea la cabeza.
—Estoy muy contenta de que hayas vuelto de una pieza, cariño, eso es lo único que importa.
Yo empiezo a relajarme. Apoyo la cabeza en sus pechos. Huele a naturaleza, y levemente a sudor y a perfume caro… a Santana, el aroma que más me gusta del mundo. Las lágrimas vuelven a correr por mis mejillas, lágrimas de gratitud.
— ¿Ambos motores? —vuelve a preguntar Carrick con expresión de incredulidad.
—Como lo oyes.
Santana se encoge de hombros y me pasa la mano por la espalda.
—Eh —susurra. Me pone los dedos bajo el mentón y me echa la cabeza hacia atrás
—Deja de llorar.
Yo me seco la nariz con el dorso de la mano, un gesto impropio de una señorita.
—Y tú deja de desaparecer.
Me sorbo y sus labios se curvan en un amago de sonrisa.
—Un fallo eléctrico… eso es muy raro, ¿verdad? —vuelve a decir Carrick.
—Sí, yo también lo pensé, papá. Pero ahora mismo lo único que quiero es irme a la cama y no pensar en toda esta mierda hasta mañana.
— ¿Así que los medios de comunicación ya saben que Santana López ya ha sido localizada sana y salva? —dice Quinn.
—Sí. Andrea y mi gente de relaciones públicas se encargarán de tratar con los medios. Ros la telefoneó en cuanto la dejamos en su casa.
—Sí, Andrea me llamó para informarme de que estabas viva. Carrick sonríe.
—Debería subirle el sueldo a esa mujer. Ya va siendo hora —dice Santana.
—Damas y caballeros, eso solo puede indicar que mi hermana necesita urgentemente un sueño reparador —insinúa Sam en tono burlón.
Santana le dedica una mueca.
—Cary, mi hija está bien. Ahora ya puedes llevarme a casa.
¿Cary? Grace dirige a su marido una mirada llena de adoración.
—Sí, creo que nos conviene dormir —contesta Carrick sonriéndole.
—Quédense —sugiere Santana.
—No, cariño. Ahora que sé que estás a salvo quiero irme a casa.
Con cierta renuencia, Santana me acomoda en el sofá y se levanta. Grace la abraza otra vez, apoya la cabeza en su pecho y cierra los ojos, satisfecha. Ella la rodea con sus brazos.
—Estaba tan preocupada, cariño —murmura ella.
—Estoy bien, mamá.
Ella se inclina hacia atrás y le observa con atención, mientras ella sigue sujeteándola.
—Sí, creo que sí —dice Grace lentamente, dirige su mirada hacia mí y sonríe.
Me ruborizo.
Acompañamos a Carrick y a Grace al vestíbulo. A mi espalda, puedo oír que Rachel y Blaine mantienen un acalorado intercambio en susurros, pero no escucho lo que dicen.
Rachel sonríe tímidamente a Blaine, que la mira boquiabierto y menea la cabeza. De repente ella cruza los brazos y gira sobre sus talones. El se frota la frente con una mano, visiblemente frustrado.
—Mamá, papá… esperadme —dice Rachel de pronto.
Quizá sea tan voluble como su hermana.
Quinn me da un fuerte abrazo.
—Ya veo que aquí han pasado cosas muy serias mientras nosotros disfrutábamos ajenos a todo en Barbados. Es bastante obvio que ustedes dos están locas la una por la otra. Me alegro de que no le haya pasado nada. No solo por ella… también por ti, Britt.
—Gracias, Quinn —murmuro.
—Sí. ¿Quién iba a decir que encontraríamos el amor al mismo tiempo?
Sonríe. Uau. Lo ha admitido.
— ¡Y con dos hermanos! —exclamo riendo nerviosa.
—A lo mejor acabamos siendo cuñadas —bromea.
Yo me pongo tensa, y entonces Quinn se me queda mirando otra vez, con esa cara de: «¿Qué es lo que no me has contado?». Me sonrojo. Maldita sea, ¿debería decirle que me ha pedido matrimonio?
—Vamos, nena —la llama Sam desde el ascensor.
—Ya hablaremos mañana, Britt. Debes de estar agotada.
Estoy salvada.
—Claro. Tú también, Quinn. Hoy has hecho un viaje muy largo.
Nos abrazamos una vez más. Luego ella y Sam entran en el ascensor detrás de los López, y se cierran las puertas.
Noah está esperándonos junto a la entrada cuando volvemos del vestíbulo.
—Bueno, yo me voy a acostar… las dejo solas —dice.
Yo me sonrojo. ¿Por qué resulta tan incómoda toda esta situación?
— ¿Sabes ya cuál es tu habitación? —pregunta Santana.
Noah asiente.
—Sí, la ama de llaves…
—La señora Jones —aclaro.
—Sí, la señora Jones me la enseñó antes. Menudo ático tienes, Santana.
—Gracias —dice ella educadamente.
Luego se coloca a mi lado y me pasa el brazo sobre los hombros. Se inclina y me besa la mejilla.
—Voy a comerme lo que me ha preparado la señora Jones. Buenas noches, Noah.
Santana vuelve al salón y nos deja a Noah y a mí en la entrada.
Uau. Me ha dejado a solas con Noah.
—En fin, buenas noches —dice Noah, repentinamente incómodo.
—Buenas noches, Noah, y gracias por quedarte.
—Ningún problema, Britt. Cada vez que esa poderosa y millonaria novia tuya desaparezca… yo estaré ahí.
— ¡Noah! —le riño.
—Es una broma. No te enfades. Mañana me iré temprano. Ya nos veremos, ¿eh? Te he echado de menos.
—Claro, Noah. Pronto, espero. Siento que haya sido una noche tan… espantosa —digo sonriendo a modo de disculpa.
—Sí —replica con gesto cómplice, espantosa. Me abraza.
—En serio, Britt. Me alegro de que seas feliz, pero si me necesitas, ahí estaré.
Yo le miro fijamente.
—Gracias.
El me responde con una sonrisa fugaz, agridulce, y luego sube las escaleras.
Yo vuelvo al salón. Santana está de pie junto al sofá, y me observa con expresión inescrutable. Por fin estamos solas y nos miramos intensamente.
—El sigue loco por ti, ¿sabes? —murmura.
— ¿Y usted cómo lo sabe, señora López?
—Reconozco los síntomas, señorita Pierce. Me parece que yo sufro la misma dolencia.
—Creí que no volvería a verte nunca —susurro.
Ya está, ya lo he dicho. Todos mis peores miedos condensados nítidamente en una frase corta, y por fin exorcizados.
—No fue tan grave como parece.
Recojo del suelo la americana de su traje y sus tacones, y me acerco a ella.
—Ya lo llevaré yo —murmura, y coge la chaqueta.
Santana me observa como si yo fuera su razón de vivir, y estoy segura de que yo la miro del mismo modo. Está aquí, realmente aquí. Me acoge entre sus brazos y yo me dejo envolver por su cuerpo.
—Santana —gimo, y nuevamente brotan las lágrimas.
—Shsss… —me calma, y me besa el pelo—. ¿Sabes?, durante esos espantosos segundos antes de aterrizar, solo pensé en ti. Tú eres mi talismán, Britt.
—Creía que te había perdido —digo sin aliento.
Nos quedamos así, abrazadas, recuperándonos y tranquilizándonos mutuamente. Cuando la estrecho con más fuerza, me doy cuenta de que sigo llevando los tacones en la mano, y los dejo caer al suelo, rompiendo el silencio.
—Ven a ducharte conmigo —murmura.
—Vale.
Levanto la mirada hacia ella. No quiero soltarla. Ella me alza la barbilla.
— ¿Sabes?, incluso con la cara manchada de lágrimas estás preciosa, Britt Pierce.
Me besa con ternura.
—Y tienes unos labios muy suaves.
Me besa de nuevo, más intensamente.
Oh, Dios… y pensar que podría haberla perdido… no… Dejo de pensar y finalmente me rindo.
—Tengo que dejar la chaqueta —murmura.
—Tírala —susurro junto a sus labios.
—No puedo.
Me echo hacia atrás ligeramente y la miro, desconcertada.
Me sonríe.
—Por esto.
Del bolsillo interior de la americana saca el paquetito que le di con mi regalo. Deja la chaqueta sobre el respaldo del sofá y pone la cajita encima.
Disfruta del momento, Britt, me incita mi subconsciente. Bueno, ya son más de las doce de la noche, de modo que técnicamente ya es su cumpleaños.
—Ábrelo —susurro, y mi corazón empieza a latir con fuerza.
—Confiaba en que me lo pidieras —murmura—. Me estaba volviendo loca.
Le sonrío con aire travieso. Me siento aturdida. Ella me dedica su sonrisa tímida y me derrito por dentro, pese al retumbar de mi corazón, disfrutando con su expresión entre intrigada y divertida. Con dedos hábiles, quita el envoltorio y abre la cajita. Arquea una ceja, y saca un llaverito de plástico con una imagen a base de minúsculos píxeles que aparece y desaparece como una pantalla LED. Representa el perfil de la ciudad, con la palabra SEATTLE escrita en grandes letras en medio del paisaje.
Se lo queda mirando un momento y luego me mira a mí, perpleja, y una arruga surca su adorable frente.
—Dale la vuelta —murmuro, y contengo la respiración.
Lo hace. Abre la boca sin dar crédito, y clava sus enormes ojos marrones en los míos, maravillada y feliz.
En el llavero aparece y desaparece intermitente la palabra SÍ.
—Feliz cumpleaños —musito.
Aqui les dejo el nuevo capítulo disfruten y espero sus comentarios los cuales quieron que sean bastantes jeje
Parte II – Capítulo 19
Contemplo las llamas, anonadada. Llamaradas centelleantes, anaranjadas con brotes azul cobalto, que danzan y se entrelazan en la chimenea del apartamento de
Santana. Y, a pesar del calor que irradia el fuego y de la manta que me cubre los hombros, tengo frío. Un frío que me penetra hasta los huesos.
Oigo vagamente voces que susurran, muchas voces susurrantes. Pero es un zumbido distante, de fondo. No escucho las palabras. Lo único que oigo, lo único en lo que soy capaz de concentrarme, es en el tenue siseo del gas que arde en el hogar.
Me pongo a pensar en la casa que vimos ayer y en aquellas enormes chimeneas: chimeneas de verdad para troncos de leña. Me gustaría hacer el amor con Santana frente a un fuego de verdad. Me gustaría hacer el amor con Santana frente a este fuego. Sí, sería divertido. Seguro que a ella se le ocurriría algún modo de convertirlo en memorable, como todas las veces que hemos hecho el amor. Incluso las veces en que solo hemos follado, me digo con ironía. Sí, esas también fueron bastante memorables… ¿Dónde está?
Las llamas bailan y parpadean, cautivándome, aturdiéndome. Me concentro solamente en su belleza brillante y abrasadora. Son hechizantes.
«Eres tú la que me has hechizado, Brittany.»
Eso fue lo que dijo la primera vez que durmió conmigo en mi cama. Oh, no…
Me rodeo el cuerpo con los brazos, la realidad se filtra sangrante en mi conciencia y se me cae el mundo encima. El vacío que se ha apoderado de mis entrañas se expande un poco más. El Charlie Tango ha desaparecido.
—Britt. Tenga.
La voz de la señora Jones, insistiéndome con delicadeza, me transporta de nuevo a la habitación, al ahora, a la angustia. Me ofrece una taza de té. Se lo agradezco y cojo la taza, que repiquetea contra el platito en mis manos temblorosas.
—Gracias —susurro, con la voz quebrada por el llanto reprimido y por el enorme nudo que tengo en la garganta.
Rachel está sentada frente a mí en el inmenso sofá en forma de U cogiendo de la mano a Grace, que está a su lado. Las dos me miran fijamente con la ansiedad y el sufrimiento impresos en sus hermosos rostros. Grace parece avejentada: una madre preocupada por su hija. Yo parpadeo, sin expresión. No puedo ofrecerles una sonrisa tranquilizadora, ni una lágrima siquiera: no hay nada, solo palidez y ese creciente vacío. Observo a Sam, a Noah y a Blaine, que están de pie junto a la barra del desayuno, hablando en voz baja con cara seria. Comentan algo en un tono muy quedo.
Detrás se encuentra la señora Jones, que se mantiene ocupada en la cocina.
Quinn está en la sala de la televisión, pendiente de los informativos locales.
Oigo el débil sonido de la gran pantalla de plasma. No soy capaz de volver a ver la noticia —SANTANA LOPEZ, DESAPARECIDA— ni su atractivo rostro en la televisión.
Me da por pensar que nunca he visto a tanta gente en este gran salón, que aun así es tan enorme que les empequeñece a todos. Son pequeñas islas de gente perdida y angustiada en casa de mi Cincuenta. ¿Qué pensaría ella de su presencia aquí?
En algún lugar Taylor y Carrick están hablando con las autoridades, que nos van proporcionando información con cuentagotas; pero todo eso no tiene ninguna importancia. El hecho es que ella ha desaparecido. Hace ocho horas que desapareció. Y no hay noticias ni rastro de ella. Lo único que sé es que la búsqueda se ha suspendido.
Ya ha anochecido. Y no sabemos dónde está. Puede estar herida, hambrienta o algo peor. ¡No!
Elevo una nueva plegaria silenciosa a Dios. Por favor, que Santana esté bien. Por favor, que Santana esté bien. La repito mentalmente una y otra vez: es mi mantra, mi tabla de salvación, algo a lo que aferrarme en mi desesperación. Me niego a pensar lo peor. No, eso ni pensarlo. Aún hay esperanza.
«Tú eres mi tabla de salvación.»
Las palabras de Santana acuden a mi memoria. Sí, la esperanza es lo último que se pierde. No debo desesperar. Sus palabras resuenan en mi mente.
«Ahora soy una firme defensora de la gratificación inmediata. Carpe diem, Britt.»
¿Por qué yo no he disfrutado del momento?
«Hago esto porque finalmente he conocido a alguien con quien quiero pasar el resto de mi vida.»
Cierro los ojos y rezo en silencio, meciéndome levemente. Por favor, no dejes que el resto de su vida sea tan breve. Por favor, por favor. No hemos pasado suficiente tiempo juntas… necesitamos más tiempo. Hemos hecho tantas cosas en las pocas semanas que han pasado. Esto no puede terminar. Todos nuestros momentos de ternura: el pintalabios, cuando me hizo el amor por primera vez en el hotel Olympic, ella postrada de rodillas, ofreciéndose a mí… tocarla finalmente.
«Yo sigo siendo la misma, Britt. Te amo y te necesito. Tócame. Por favor.»
Oh, la amo tanto. No seré nada sin ella, tan solo una sombra… toda la luz se eclipsará. No, no, no… mi pobre Santana.
«Esta soy yo, Britt. Todo lo que soy… y soy toda tuya. ¿Qué tengo que hacer para que te des cuenta de eso? Para hacerte ver que quiero que seas mía de la forma que tenga que ser. Que te amo.»
Y yo a ti, mi Cincuenta Sombras.
Abro los ojos y una vez más contemplo el fuego con la mirada perdida, y recuerdos del tiempo que pasamos juntas revolotean en mi mente: su alegría juvenil cuando estábamos navegando y volando; su aspecto sofisticado, distinguido y terriblemente sexy en el baile de máscaras; bailar, oh, sí, bailar en el piso, dando vueltas por el salón con Sinatra de fondo; su esperanza silenciosa y anhelante ayer cuando fuimos a ver la casa… aquella vista tan espectacular.
«Pondré el mundo a tus pies, Brittany. Te quiero, en cuerpo y alma, para siempre.»
Oh, por favor, que no le haya pasado nada. No puede haberse ido. Ella es el centro de mi universo.
Se me escapa un sollozo ahogado, y me tapo la boca con la mano. No, he de ser fuerte.
De pronto Noah está a mi lado… ¿o lleva un rato aquí? No tengo ni idea.
— ¿Quieres que llame a tu madre o a tu padre? —pregunta con dulzura.
¡No! Niego con la cabeza y aferro la mano de Noah. No puedo hablar, sé que si lo hago me desharé en lágrimas, pero el apretón cariñoso y tierno de su mano no supone ningún consuelo.
Oh, mamá. Me tiembla el labio al pensar en mi madre. ¿Debería llamarla?
No. No soy capaz de afrontar su reacción. Quizá Ray; el sabría mantener la calma: el siempre mantiene la calma, incluso cuando pierden los Mariners.
Grace se levanta y se acerca a los chicos, distrayendo mi atención. Este debe de ser el rato más largo que ha conseguido permanecer sentada. Rachel también viene a sentarse a mi lado y me coge la otra mano.
—Volverá —dice, y el convencimiento inicial de su tono de voz se quiebra en el último momento.
Tiene los ojos muy abiertos y enrojecidos, y la cara pálida y transida por la falta de sueño.
Levanto la vista hacia Blaine, que está mirando a Rachel, y hacia Sam, abrazado a Grace. Echo una ojeada al reloj. Son más de las once, casi medianoche.
¡Maldito tiempo! A cada hora que pasa aumenta ese devastador vacío que me consume y me asfixia. En mi fuero interno sé que me estoy preparando para lo peor. Cierro los ojos, elevo otra plegaria silenciosa y me aferro a las manos de Noah y Rachel.
Vuelvo a abrir los ojos, y contemplo otra vez las llamas. Veo su sonrisa tímida: mi favorita de todas sus expresiones, un atisbo de la verdadera Santana, mi verdadera Santana. Ella es muchas personas: una obsesa del control, una presidenta ejecutivo, una acosadora, una diosa del sexo, una Ama, y, al mismo tiempo, una chiquilla con sus juguetes. Sonrío. Su coche, su barco, su avión, su helicóptero Charlie Tango… mi chica perdido, literalmente perdida ahora mismo. Mi sonrisa se desvanece y el dolor vuelve a lacerarme. Le recuerdo en la ducha, limpiándose la marca del pintalabios.
«Yo no soy nada, Brittany. Soy una mujer vacía por dentro. No tengo corazón.»
El nudo que tengo en la garganta se hace más grande. Oh, Santana, sí tienes, sí tienes corazón, y es mío. Quiero adorarla para siempre. Aunque ella sea una mujer tan compleja y problemática, yo la quiero. Nunca habrá nadie más. Jamás.
Recuerdo estar sentada en el Starbucks sopesando los pros y los contras de mi Santana. Todos esos contras, incluso esas fotografías que encontré esta mañana, se desvanecen ahora como algo insignificante. Solo importa ella, y si volverá. Oh, por favor, Señor, devuélvemela, haz que esté bien. Iré a la iglesia… haré lo que sea. Oh, si consigo recuperarla, disfrutaré de cada momento. Su voz resuena de nuevo en mi mente: «Carpe diem, Britt».
Sigo contemplando las llamas con más vehemencia, las lenguas de fuego siguen ardiendo, centelleando, entrelazándose. Entonces Grace suelta un grito, y todo empieza a moverse a cámara lenta.
— ¡Santana!
Me doy la vuelta justo a tiempo de ver a Grace, que estaba detrás de mí caminando arriba y abajo, cruzar el salón a toda velocidad, y ahí, de pie en el umbral, está una consternada Santana. Solo lleva los pantalones del traje ceñidos y la camisa, y sostiene en la mano la americana y los tacones. Se le ve cansada, sucia, y extraordinariamente atractiva.
Dios santo… Santana. Está viva. La miro aturdida, intentando discernir si realmente está aquí o es una alucinación.
Parece absolutamente desconcertada. Deja la chaqueta y los tacones en el suelo justo cuando Grace le lanza los brazos al cuello y le besa muy fuerte la mejilla.
— ¿Mamá?
Santana la mira, totalmente perpleja.
—Creí que no volvería a verte más —susurra Grace, expresando en voz alta el temor general.
—Estoy aquí, mamá.
Y percibo en su tono un deje de consternación.
—Creí que me moría —musita ella con un hilo de voz, haciéndose eco de mis pensamientos.
Gime y solloza, incapaz de seguir reprimiendo el llanto. Santana frunce el ceño, no sé si horrorizada o mortificada, y acto seguido la abraza con fuerza y la estrecha contra ella.
—Oh, Santana —dice con la voz ahogada por el llanto, rodeándole con sus brazos y sollozando con la cara hundida en su cuello, olvidado ya todo autocontrol, y ella no se resiste.
Se limita a sostenerla y a mecerla adelante y atrás, consolándola. Las lágrimas anegan mis ojos. Carrick grita desde el pasillo:
— ¡Está viva! ¡Dios… estás aquí! —exclama saliendo repentinamente del despacho de Taylor agarrado a su teléfono móvil, los abraza a ambos y cierra los ojos lleno de un profundo alivio.
— ¿Papá?
A mi lado, Rachel grita algo ininteligible, luego se levanta y corre junto a sus padres y se abraza también a todos.
Finalmente, una cascada de lágrimas brota por mis mejillas. Ella está aquí, está bien. Pero no puedo moverme.
Carrick es el primero en apartarse. Se seca los ojos mientras le da palmaditas a Santana en la espalda. Rachel también se retira un poco, y Grace da un paso atrás.
—Lo siento —balbucea ella.
—Eh, mamá… no pasa nada —dice Santana, con la consternación aún reflejada en su rostro.
— ¿Dónde estabas? ¿Qué ha sucedido? —exclama Grace llorando y hundiendo el rostro entre las manos.
—Mamá —musita Santana. La acoge en sus brazos otra vez y le besa la cabeza—. Estoy aquí. Estoy bien. Simplemente me ha costado horrores poder volver de Portland. ¿A qué viene todo este comité de bienvenida?
Recorre la habitación con la vista, hasta que sus ojos se posan en mí.
Parpadea y se queda mirando un segundo a Noah, que me suelta la mano.
Santana aprieta los labios. Yo me embebo en su visión y el alivio invade todo mi cuerpo, dejándome agotada, exhausta y completamente eufórica. Pero no puedo parar de llorar. Santana se centra de nuevo en su madre.
—Mamá, estoy bien. ¿Qué pasa? —dice Santana tranquilizadora.
Ella le sostiene la cara entre las manos.
—Estabas desaparecida, Santana. Tu plan de vuelo… no llegaste a Seattle. ¿Por qué no te pusiste en contacto con nosotros?
Santana arquea las cejas, sorprendida.
—No creí que tardaría tanto.
— ¿Por qué no telefoneaste?
—Me quedé sin batería.
— ¿No podías haber llamado… aunque fuera a cobro revertido?
—Mamá… es una historia muy larga.
Ella prácticamente le grita.
— ¡Santana, no vuelvas a hacerme esto nunca más! ¿Me has entendido?
—Sí, mamá.
Le seca las lágrimas con el pulgar y vuelve a rodearla entre sus brazos.
Cuando Grace recupera la compostura, ella la suelta para abrazar a Rachel, que le da una enojada palmada en el pecho.
— ¡Nos tenías muy preocupados! —le suelta, y ella también se echa a llorar.
—Ya estoy aquí, por Dios santo —musita Santana.
Cuando Sam se acerca, Santana deja a Rachel con Carrick, que ya tiene un brazo sobre los hombros de su esposa, y con el otro rodea a su hija. Sam le da un rápido abrazo a Santana, ante la perplejidad de esta, y le propina una fuerte palmada en la espalda.
—Me alegro mucho de verte —dice Sam en voz alta y con cierta brusquedad, intentando disimular la emoción.
Las lágrimas corren por mis mejillas mientras contemplo la escena. El salón está bañado en eso: amor incondicional. Ella lo tiene a raudales; simplemente es algo que nunca había aceptado antes, e incluso ahora está totalmente perdida.
¡Mira, Santana, todas estas personas te quieren! Puede que ahora empieces a creértelo.
Quinn está detrás de mí debe de haber vuelto de la sala de la televisión, y me acaricia el pelo con cariño.
—Está realmente aquí, Britt —murmura para tranquilizarme.
—Ahora voy a saludar a mi chica —les dice Santana a sus padres.
Ambos asienten, sonríen y se apartan.
Se acerca a mí, todavía perpleja, con sus ojos marrones brillantes, pero cautelosos. En lo más profundo de mi ser hallo la fuerza necesaria para levantarme tambaleante y arrojarme a sus brazos abiertos.
— ¡Santana! —exclamo sollozante.
—Shsss —musita ella, y me abraza.
Hunde la cara en mi pelo e inspira profundamente. Yo levanto hacia ella mi rostro bañado en lágrimas y ella me da un largo beso que aun así me sabe a poco.
—Hola —murmura.
—Hola —respondo en un susurro, sintiendo cómo arde el nudo que tengo en la garganta.
— ¿Me has echado de menos?
—Un poco.
Sonríe.
—Ya lo veo.
Y con un leve roce de la mano, me seca las lágrimas que se niegan a dejar de rodar por mis mejillas.
—Creí… creí que…
No puedo seguir.
—Ya lo veo. Shsss… estoy aquí. Estoy aquí… —murmura, y vuelve a besarme suavemente.
— ¿Estás bien? —pregunto.
Y la suelto y le toco el pecho, los brazos, la cintura… oh, sentir bajo los dedos a esta mujer cariñosa, vital, sensual, me tranquiliza y me confirma que está realmente aquí, delante de mí. Ha vuelto. Ella ni siquiera parpadea. Solo me mira atentamente.
—Estoy bien. No me pienso ir a ninguna parte.
—Oh, gracias a Dios. —Vuelvo a abrazarle por la cintura y ella me rodea con sus brazos otra vez—. ¿Tienes hambre? ¿Quieres algo de beber?
—Sí.
Me aparto para ir a buscarle algo, pero ella no me deja ir. Me mantiene abrazada y le tiende una mano a Noah.
—Señora López —dice Noah en tono tranquilo.
Santana suelta un pequeño resoplido.
—Santana, por favor —dice.
—Bienvenida, Santana. Me alegro de que estés bien, y… esto… gracias por dejarme dormir aquí.
—No hay problema.
Santana entorna los ojos, pero en ese momento la señora Jones aparece de repente a su lado. Entonces me doy cuenta de que no va tan arreglada como siempre.
No lo había notado hasta ahora. Lleva el pelo suelto, unas mallas gris claro y una enorme sudadera también gris con las letras WSU COUGARS bordadas en el pecho, que la hace parecer más bajita. Y mucho más joven.
— ¿Le apetece que le sirva algo, señora López?
Se seca los ojos con un pañuelo de papel.
Santana le sonríe con afecto.
—Una cerveza, por favor, Gail… Una Budvar, y algo de comer.
—Ya te lo traigo yo —murmuro, con ganas de hacer algo por mi mujer.
—No. No te vayas —dice ella en voz baja, estrechándome más fuerte.
El resto de la familia se acerca, y Blaine y Quinn se unen también a nosotras.
Santana le estrecha la mano a Blaine y besa fugazmente a Quinn en la mejilla. La señora
Jones vuelve con una botella de cerveza y un vaso. Ella coge la botella y, al ver el vaso, niega con la cabeza. Ella sonríe y regresa a la cocina.
—Me sorprende que no quieras algo más fuerte —comenta Sam—. ¿Y qué coño te ha pasado? La primera noticia que tuve fue cuando papá me llamó para decirme que la carraca esa había desaparecido.
— ¡Sam! —le riñe Grace.
—El helicóptero —masculla Santana corrigiendo a Sam, que sonríe, y yo sospecho que se trata de una broma familiar—. Sentémonos y te lo cuento.
Santana me lleva hasta el sofá, y todo el mundo se sienta, todos con los ojos puestos en ella. Bebe un buen trago de cerveza, y en ese momento ve a Taylor rondando por el umbral del vestíbulo. Le saluda con un movimiento de cabeza y Taylor responde del mismo modo.
— ¿Tu hija?
—Ahora está bien. Falsa alarma, señora.
—Bien.
Santana sonríe.
¿Su hija? ¿Qué le ha ocurrido a la hija de Taylor?
—Me alegro de que esté de vuelta, señora. ¿Algo más?
—Tenemos que recoger el helicóptero.
Taylor asiente.
— ¿Ahora? ¿O mañana a primera hora?
—Creo que por la mañana, Taylor.
—Muy bien, señora López. ¿Algo más, señora?
Santana niega con la cabeza, le mira y levanta la botella. Taylor le responde con una extraña sonrisa —más incluso que la de Santana, creo—, y se marcha, seguramente a su despacho o a su habitación.
—Santana, ¿qué ha sucedido? —pregunta Carrick.
Santana procede a contar su historia. Había volado a Vancouver en el Charlie Tango con Ros, su número dos, para ocuparse de un asunto relacionado con los fondos para la wsu. Yo estoy tan aturdida que apenas puedo seguirle. Me limito a sostener la mano de Santana y a mirar sus uñas cuidadas, sus dedos largos, los pliegues de sus nudillos, su reloj de pulsera.
Mientras ella continúa con su relato, levanto la vista para observar su hermoso perfil.
—Ros nunca había visto el monte Saint Helens, así que a la vuelta, y a modo de celebración, dimos un pequeño rodeo. Me enteré hace poco de que habían levantado la restricción temporal de vuelo, y quería echar un vistazo. Bueno, pues fue una suerte que lo hiciéramos. Íbamos volando bajo, a unos doscientos pies del suelo, cuando se encendieron las luces de emergencia en el panel de mandos. Había fuego en la cola… y no tuve más remedio que apagar todo el sistema electrónico y tomar tierra.
—Sacude la cabeza—. Aterricé junto al lago Silver, saqué a Ros y conseguí apagar el fuego.
— ¿Fuego? ¿En ambos motores? —pregunta Carrick, horrorizado.
—Pues sí.
— ¡Joder! Pero yo creía…
—Lo sé —le interrumpe Santana—. Tuvimos mucha suerte de ir volando tan bajo —murmura.
Me estremezco. Ella me suelta la mano y me rodea con el brazo.
— ¿Tienes frío? —pregunta.
Le digo que no con la cabeza.
— ¿Cómo apagaste el fuego? —pregunta Quinn, impulsada por su instinto periodístico a lo Carl Bernstein.
Dios, a veces puede ser tan seca.
—Con los extintores. La ley nos obliga a llevarlos —contesta Santana en el mismo tono.
Y me vienen a la mente unas palabras que pronunció hace ya un tiempo:
«Agradezco todos los días a la divina providencia que fueras tú quien vino a entrevistarme y no Quinn Fabray».
— ¿Por qué no telefoneaste, ni usaste la radio? —pregunta Grace.
Santana sacude la cabeza.
—El sistema electrónico estaba desconectado, y por tanto no teníamos radio. Y no quería arriesgarme a ponerlo de nuevo en marcha por culpa del fuego. El GPS de la BlackBerry seguía funcionando, y así pude orientarme hasta la carretera más cercana. Caminamos cuatro horas hasta llegar a ella. Ros llevaba tacones al igual que yo.
Los labios de Santana se convierten en una fina línea reprobatoria.
—No teníamos cobertura en el móvil. En Gifford no hay. Primero se agotó la batería del de Ros. La del mío se terminó durante el camino.
Santo Dios… Me pongo tensa y Santana me atrae hacia ella y me sienta en su regazo.
— ¿Cómo conseguisteis volver a Seattle? —pregunta Grace, que al vernos pestañea levemente, y yo me ruborizo.
—Nos pusimos a hacer autoestop. Juntamos el dinero que llevábamos encima. Entre las dos, reunimos seiscientos dólares, y pensamos que tendríamos que pagar a alguien para que nos trajera de vuelta, pero un camionero se paró y aceptó llevarnos a casa. Rechazó el dinero que le ofrecimos y compartió su comida con nosotras. —Santana menea la cabeza consternada al recordarlo.
—Tardamos muchísimo. El no tenía móvil, cosa rara pero cierta. No se me ocurrió pensar…
Se calla y mira a su familia.
— ¿Que nos preocuparíamos? —dice Grace, indignada—. ¡Oh, Santana!
Le reprocha
— ¡Casi nos volvemos locos!
—Has salido en las noticias, hermanita.
Santana alza la vista, con aire resignado.
—Sí. Me imaginé algo al llegar y ver todo este recibimiento y el puñado de fotógrafos que hay en la calle. Lo siento, mamá. Debería haberle pedido al camionero que parara para poder telefonear. Pero estaba ansiosa por volver —añade, mirando de reojo a Noah.
Ah, era por eso, porque Noah se queda a dormir aquí. Frunzo el ceño ante la idea. Dios… tanta preocupación por una tontería.
Grace menea la cabeza.
—Estoy muy contenta de que hayas vuelto de una pieza, cariño, eso es lo único que importa.
Yo empiezo a relajarme. Apoyo la cabeza en sus pechos. Huele a naturaleza, y levemente a sudor y a perfume caro… a Santana, el aroma que más me gusta del mundo. Las lágrimas vuelven a correr por mis mejillas, lágrimas de gratitud.
— ¿Ambos motores? —vuelve a preguntar Carrick con expresión de incredulidad.
—Como lo oyes.
Santana se encoge de hombros y me pasa la mano por la espalda.
—Eh —susurra. Me pone los dedos bajo el mentón y me echa la cabeza hacia atrás
—Deja de llorar.
Yo me seco la nariz con el dorso de la mano, un gesto impropio de una señorita.
—Y tú deja de desaparecer.
Me sorbo y sus labios se curvan en un amago de sonrisa.
—Un fallo eléctrico… eso es muy raro, ¿verdad? —vuelve a decir Carrick.
—Sí, yo también lo pensé, papá. Pero ahora mismo lo único que quiero es irme a la cama y no pensar en toda esta mierda hasta mañana.
— ¿Así que los medios de comunicación ya saben que Santana López ya ha sido localizada sana y salva? —dice Quinn.
—Sí. Andrea y mi gente de relaciones públicas se encargarán de tratar con los medios. Ros la telefoneó en cuanto la dejamos en su casa.
—Sí, Andrea me llamó para informarme de que estabas viva. Carrick sonríe.
—Debería subirle el sueldo a esa mujer. Ya va siendo hora —dice Santana.
—Damas y caballeros, eso solo puede indicar que mi hermana necesita urgentemente un sueño reparador —insinúa Sam en tono burlón.
Santana le dedica una mueca.
—Cary, mi hija está bien. Ahora ya puedes llevarme a casa.
¿Cary? Grace dirige a su marido una mirada llena de adoración.
—Sí, creo que nos conviene dormir —contesta Carrick sonriéndole.
—Quédense —sugiere Santana.
—No, cariño. Ahora que sé que estás a salvo quiero irme a casa.
Con cierta renuencia, Santana me acomoda en el sofá y se levanta. Grace la abraza otra vez, apoya la cabeza en su pecho y cierra los ojos, satisfecha. Ella la rodea con sus brazos.
—Estaba tan preocupada, cariño —murmura ella.
—Estoy bien, mamá.
Ella se inclina hacia atrás y le observa con atención, mientras ella sigue sujeteándola.
—Sí, creo que sí —dice Grace lentamente, dirige su mirada hacia mí y sonríe.
Me ruborizo.
Acompañamos a Carrick y a Grace al vestíbulo. A mi espalda, puedo oír que Rachel y Blaine mantienen un acalorado intercambio en susurros, pero no escucho lo que dicen.
Rachel sonríe tímidamente a Blaine, que la mira boquiabierto y menea la cabeza. De repente ella cruza los brazos y gira sobre sus talones. El se frota la frente con una mano, visiblemente frustrado.
—Mamá, papá… esperadme —dice Rachel de pronto.
Quizá sea tan voluble como su hermana.
Quinn me da un fuerte abrazo.
—Ya veo que aquí han pasado cosas muy serias mientras nosotros disfrutábamos ajenos a todo en Barbados. Es bastante obvio que ustedes dos están locas la una por la otra. Me alegro de que no le haya pasado nada. No solo por ella… también por ti, Britt.
—Gracias, Quinn —murmuro.
—Sí. ¿Quién iba a decir que encontraríamos el amor al mismo tiempo?
Sonríe. Uau. Lo ha admitido.
— ¡Y con dos hermanos! —exclamo riendo nerviosa.
—A lo mejor acabamos siendo cuñadas —bromea.
Yo me pongo tensa, y entonces Quinn se me queda mirando otra vez, con esa cara de: «¿Qué es lo que no me has contado?». Me sonrojo. Maldita sea, ¿debería decirle que me ha pedido matrimonio?
—Vamos, nena —la llama Sam desde el ascensor.
—Ya hablaremos mañana, Britt. Debes de estar agotada.
Estoy salvada.
—Claro. Tú también, Quinn. Hoy has hecho un viaje muy largo.
Nos abrazamos una vez más. Luego ella y Sam entran en el ascensor detrás de los López, y se cierran las puertas.
Noah está esperándonos junto a la entrada cuando volvemos del vestíbulo.
—Bueno, yo me voy a acostar… las dejo solas —dice.
Yo me sonrojo. ¿Por qué resulta tan incómoda toda esta situación?
— ¿Sabes ya cuál es tu habitación? —pregunta Santana.
Noah asiente.
—Sí, la ama de llaves…
—La señora Jones —aclaro.
—Sí, la señora Jones me la enseñó antes. Menudo ático tienes, Santana.
—Gracias —dice ella educadamente.
Luego se coloca a mi lado y me pasa el brazo sobre los hombros. Se inclina y me besa la mejilla.
—Voy a comerme lo que me ha preparado la señora Jones. Buenas noches, Noah.
Santana vuelve al salón y nos deja a Noah y a mí en la entrada.
Uau. Me ha dejado a solas con Noah.
—En fin, buenas noches —dice Noah, repentinamente incómodo.
—Buenas noches, Noah, y gracias por quedarte.
—Ningún problema, Britt. Cada vez que esa poderosa y millonaria novia tuya desaparezca… yo estaré ahí.
— ¡Noah! —le riño.
—Es una broma. No te enfades. Mañana me iré temprano. Ya nos veremos, ¿eh? Te he echado de menos.
—Claro, Noah. Pronto, espero. Siento que haya sido una noche tan… espantosa —digo sonriendo a modo de disculpa.
—Sí —replica con gesto cómplice, espantosa. Me abraza.
—En serio, Britt. Me alegro de que seas feliz, pero si me necesitas, ahí estaré.
Yo le miro fijamente.
—Gracias.
El me responde con una sonrisa fugaz, agridulce, y luego sube las escaleras.
Yo vuelvo al salón. Santana está de pie junto al sofá, y me observa con expresión inescrutable. Por fin estamos solas y nos miramos intensamente.
—El sigue loco por ti, ¿sabes? —murmura.
— ¿Y usted cómo lo sabe, señora López?
—Reconozco los síntomas, señorita Pierce. Me parece que yo sufro la misma dolencia.
—Creí que no volvería a verte nunca —susurro.
Ya está, ya lo he dicho. Todos mis peores miedos condensados nítidamente en una frase corta, y por fin exorcizados.
—No fue tan grave como parece.
Recojo del suelo la americana de su traje y sus tacones, y me acerco a ella.
—Ya lo llevaré yo —murmura, y coge la chaqueta.
Santana me observa como si yo fuera su razón de vivir, y estoy segura de que yo la miro del mismo modo. Está aquí, realmente aquí. Me acoge entre sus brazos y yo me dejo envolver por su cuerpo.
—Santana —gimo, y nuevamente brotan las lágrimas.
—Shsss… —me calma, y me besa el pelo—. ¿Sabes?, durante esos espantosos segundos antes de aterrizar, solo pensé en ti. Tú eres mi talismán, Britt.
—Creía que te había perdido —digo sin aliento.
Nos quedamos así, abrazadas, recuperándonos y tranquilizándonos mutuamente. Cuando la estrecho con más fuerza, me doy cuenta de que sigo llevando los tacones en la mano, y los dejo caer al suelo, rompiendo el silencio.
—Ven a ducharte conmigo —murmura.
—Vale.
Levanto la mirada hacia ella. No quiero soltarla. Ella me alza la barbilla.
— ¿Sabes?, incluso con la cara manchada de lágrimas estás preciosa, Britt Pierce.
Me besa con ternura.
—Y tienes unos labios muy suaves.
Me besa de nuevo, más intensamente.
Oh, Dios… y pensar que podría haberla perdido… no… Dejo de pensar y finalmente me rindo.
—Tengo que dejar la chaqueta —murmura.
—Tírala —susurro junto a sus labios.
—No puedo.
Me echo hacia atrás ligeramente y la miro, desconcertada.
Me sonríe.
—Por esto.
Del bolsillo interior de la americana saca el paquetito que le di con mi regalo. Deja la chaqueta sobre el respaldo del sofá y pone la cajita encima.
Disfruta del momento, Britt, me incita mi subconsciente. Bueno, ya son más de las doce de la noche, de modo que técnicamente ya es su cumpleaños.
—Ábrelo —susurro, y mi corazón empieza a latir con fuerza.
—Confiaba en que me lo pidieras —murmura—. Me estaba volviendo loca.
Le sonrío con aire travieso. Me siento aturdida. Ella me dedica su sonrisa tímida y me derrito por dentro, pese al retumbar de mi corazón, disfrutando con su expresión entre intrigada y divertida. Con dedos hábiles, quita el envoltorio y abre la cajita. Arquea una ceja, y saca un llaverito de plástico con una imagen a base de minúsculos píxeles que aparece y desaparece como una pantalla LED. Representa el perfil de la ciudad, con la palabra SEATTLE escrita en grandes letras en medio del paisaje.
Se lo queda mirando un momento y luego me mira a mí, perpleja, y una arruga surca su adorable frente.
—Dale la vuelta —murmuro, y contengo la respiración.
Lo hace. Abre la boca sin dar crédito, y clava sus enormes ojos marrones en los míos, maravillada y feliz.
En el llavero aparece y desaparece intermitente la palabra SÍ.
—Feliz cumpleaños —musito.
O_o***** - Mensajes : 250
Fecha de inscripción : 05/05/2013
Re: Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13)
OMG!!! Casi me da un infarto! Estuvo genial! Que bueno que no le pasó nada a mi Santana. Wow que mejor regalo que el "SI" que tanto deseaba, yo me moriría de felicidad con un detalle así!! :3 son una ternura esas dos, ya quiero saber la reacción de Santana.
No me canso de decirlo: best fic ever!! Cada vez me sorprendes más, me encanta como escribes.
De verdad espero que te mejores pronto. Cuídate mucho!
Saludos
No me canso de decirlo: best fic ever!! Cada vez me sorprendes más, me encanta como escribes.
De verdad espero que te mejores pronto. Cuídate mucho!
Saludos
Karla Soto* - Mensajes : 25
Fecha de inscripción : 05/05/2013
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