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[Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
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Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
meencanto, pero solo me preocupa una cosa, como haran santana y Brittany para estar juntas, son un angel y una mortal!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
Fue hermoso! No puedo creer todo lo que provoco Jake, que ser más despreciable....lo bueno, es que ya esta donde debe de estar ...Bitch .__. Ahhh el amor, el amor. Nada más puro y poderoso que él amor ¿No? La señal divina llego...Brittana es para siempre xD Me encanta está historia, que mal que solo nos queda ¿Uno? Ö ¿Solo un capítulo y el epílogo? Vaya que eso ha sido rápido. Espero poder seguirte leyendo (si las cosas de lo moderación no se interponen xD) con las adaptaciones de los otros libros.
Un abrazo...y hasta el próximo!
Just...Ali εїз
Ali_Pearce- - Mensajes : 1107
Fecha de inscripción : 07/06/2012
Edad : 31
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
El amor es lo mas poderoso que puede existir. El capitulo estuvo perfecto...
Bueno ya esta por abarse ;( pero espero y puedas adaptar la continuación de halo si :-) bueno saludos y no te tardes tanto en actuliza
Bueno ya esta por abarse ;( pero espero y puedas adaptar la continuación de halo si :-) bueno saludos y no te tardes tanto en actuliza
khandyy** - Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 08/03/2012
Fanfic [Brittana] Halo. Capitulo 32: Secuelas. Epílogo
Hola, espero y les agrade el capitulo final, la verdad no tuve tiempo para responder los comentarios pero les prometo que lo haré. Y bueno aquí esta el final del primer tomo, ojala y les guste hacérmelo saber por favor ...
Durante las semanas siguientes, mis hermanos hicieron todo lo posible para limpiar la estela de destrucción que Jake había dejado atrás. Visitaron a las familias afectadas por los crímenes que había perpetrado y emplearon mucho tiempo tratando de reconstruir la confianza en Venus Cove.
Quinn se hizo cargo de Rachel y los demás que habían caído bajo el hechizo de Jake. Los espíritus oscuros que poseían sus cuerpos habían sido succionados de vuelta al infierno junto con aquel que los había alzado. Mi hermana limpió de sus mentes la memoria de las actividades de Jake, con cuidado de no tocar ninguno de los recuerdos no relacionados. Era como suprimir las palabras de un libro de cuentos teniéndolas que seleccionar con mucho cuidado o podría deshacerse de algo importante. Cuando terminó su trabajo, sólo recordaban los primeros días de Jake Thorn, pero nadie recordaba que hubieran tenido relación con él. La administración de la escuela había recibido un mensaje según el cual Jake había dejado Bryce Hamilton a instancia de su padre para regresar a un internado en Inglaterra. Fue el tema de los chismes durante un día o dos antes de que los estudiantes se trasladasen a preocupaciones más inmediatas.
— ¿Qué pasó con ese chico británico que estaba tan bueno? —me preguntó Rachel dos semanas después de su rescate. Estaba sentada al borde de mi cama, limándose las uñas— ¿Cuál era su nombre... Jack, James ?
—Jake —le dije—. Se ha regresado a Inglaterra.
—Qué lástima —comentó Rachel—. Me gustaban sus tatuajes. ¿Crees que debería hacerme uno? Estaba pensando en uno que dijera simplemente: leumas.
— ¿Quieres un tatuaje del nombre de Samuel al revés?
—Maldita sea, ¿es tan obvio? Voy a tener que pensar en otra cosa.
—A Sam no le gustan los tatuajes —dije—. Dice que el cuerpo humano no es una valla publicitaria.
—Gracias, Britt —me dijo Rachel con gratitud—. Suerte que te tengo alrededor para evitar que tome malas decisiones.
Me resultaba difícil hablar con Rachel en la forma en que solíamos hacerlo. Algo había cambiado dentro de mí. Yo era el único miembro de mi familia que no se había recuperado del conflicto con Jake. De hecho, semanas después del incendio, todavía no había salido de casa. Al principio era porque mis alas, habían sufrido graves quemaduras y necesitaban tiempo para sanar adecuadamente. Después, se trataba simplemente de que me faltara el valor. Me sentía a gusto así. Después de toda mi sed de experiencias humanas, ahora no quería nada más que el refugio del hogar. No podía pensar en Jake sin que mis ojos se llenaran de lágrimas. Procuraba que los demás no se dieran cuenta, pero cuando estaba sola, mi auto control fallaba y lloraba abiertamente, no sólo por el dolor que había causado, sino también por lo que él podría haber sido si me hubiera permitido simplemente ayudarle. No lo odiaba. El odio era una emoción poderosa, y me sentía demasiada agotada para eso. Me encontré a mí misma pensando en Jake como una de las más tristes criaturas del universo. Había venido a ensombrecer deliberadamente nuestras vidas, pero no había logrado nada en realidad. Sin embargo, traté de no pensar en lo que podría haber sucedido si Sam no hubiera irrumpido en mi prisión. Pero la idea se seguía arrastrando por mi mente y me retenía en la seguridad de mi dormitorio.
A ratos observaba pasar el mundo a través de mi ventana. La primavera se deslizaba hacia el verano, y notaba que los días se hacían más largos. Me di cuenta de que la luz del sol llegaba antes y duraba más tiempo. Miraba como algunos gorriones construían sus nidos en los aleros del tejado de la casa. A lo lejos podía ver el chapoteo perezoso de las olas en la orilla.
La visita de Santana era la única parte del día que esperaba con ilusión. Por supuesto, Quinn y Sam eran un gran consuelo, pero siempre parecían un poco distantes, estando todavía muy apegados a nuestra antigua casa. En mi mente, Santana era como una encarnación de la Tierra: sólida como una roca, estable y segura. Me preocupé de que su experiencia con Jake Thorn pudiera hacerle cambiar de alguna manera, pero su reacción ante todo lo ocurrido consistió en no tener ninguna reacción en especial. Asumió de nuevo la tarea de cuidar de mí y parecía haber aceptado el mundo sobrenatural sin hacer preguntas.
—Tal vez es que no quiero oír las respuestas —me dijo una tarde cuando lo interrogué al respecto—. He visto lo suficiente para creérmelo todo.
—Pero ¿no sientes curiosidad?
—Es como decías—. Se sentó a mi lado y me metió un mechón de cabello detrás de mi oreja—. Hay algunas cosas más allá de la comprensión humana. Sé que hay un cielo y un infierno, y he visto lo que puede salir de ambos. Por ahora eso es todo lo que necesito saber. Las preguntas no tendrían ninguna utilidad en este momento.
Sonreí — ¿Cuándo te convertiste en un espíritu tan sabio?
Se encogió de hombros—. Bueno, he estado saliendo con un equipo que lleva dando vueltas por el mundo desde la Creación. Es de esperar que adquiera una visión más amplia, teniendo a un ángel como mi otra mitad.
— ¿Soy tu otra mitad? —Le pregunté con aire soñador, pasando el dedo a lo largo del cordón de cuero que llevaba puesto en su cuello.
—Por supuesto que no, Britt tu eres mi todo —dijo—. Cuando no estoy contigo, me siento como si estuviera usando un par de gafas que transforman el mundo en tonos grisáceos.
— ¿Y cuando estás conmigo? —Le pregunté en voz baja.
—Todo está en tecnicolor.
Los exámenes finales de Santana se avecinaban, y sin embargo todavía venía todos los días, siempre atenta, siempre estudiando mi cara en busca de signos de mejora. Siempre me traía alguna cosa: un artículo del periódico, un libro de la biblioteca, una entretenida historia que contar, o unas galletas que había cocinado él mismo. La autocompasión no era una opción cuando él estaba cerca. Si alguna vez hubo momentos de nuestro pasado en los que tuve dudas de su amor, ahora ya no me quedaba ninguna.
— ¿Qué te parece si vamos a dar un paseo hoy? —me preguntó—. ¿Hasta la playa? Podemos llevarnos a Phantom si lo deseas.
Estuve tentada por un momento, entonces el pensamiento del mundo exterior me abrumó, y me tapé con la colcha hasta la barbilla.
—Está bien. —Santana no insistió al respecto—. Tal vez mañana. ¿Qué te parece si nos quedamos en casa y hacemos la cena juntas?
Asentí en silencio, acurrucándome más cerca de ella, y contemplé aquel rostro perfecto, con su media sonrisa y su cabello cayendo en cascadas. Todo era tan maravillosamente familiar.
—Tienes la paciencia de una santa —le dije—. Creo que tendríamos que solicitar que te canonizaran.
Se echó a reír y me tomó la mano, complacido de ver en mí una chispa de mi antiguo yo. Le seguí por las escaleras hasta la planta baja, en pijama, escuchando sus ideas para la cena. Su voz era tan suave como un bálsamo fresco que aliviaba mi mente angustiada. Sabía que se quedaría conmigo y me hablaría hasta que me quedara dormida. Cada palabra que pronunciaba suavemente me atraía de nuevo a la vida.
Pero ni siquiera la presencia de Santana podía protegerme de las pesadillas. Todas las noches era lo mismo, y me despertaba empapada en un sudor frío. Sabía inmediatamente que había estado soñando. Incluso me daba cuenta mientras se desarrollaba todo en mi mente. Había tenido el mismo sueño desde hacía semanas, pero todavía se las arreglaba para aterrorizarme y abría los ojos de golpe en la oscuridad con el corazón en la boca y los puños cerrados.
En el sueño, estaba en el Cielo otra vez y había abandonado definitivamente la Tierra. La profunda tristeza que sentía era tan real que cuando me despertaba sentía como si tuviera una bala en el pecho. El esplendor del Cielo me dejaba fría, y le suplicaba a Nuestro Padre estar más tiempo en la tierra. Argumentaba mi caso con vehemencia y sollozaba amargamente, pero mis súplicas no eran escuchadas. Veía con desesperación que las puertas se cerraban a mi espalda y comprendía que no tenía escapatoria. Había gozado de una oportunidad y la había dejado pasar.
A pesar de que estaba en casa me sentía como una extraña. No era el retorno en sí lo que me causaba tanto dolor, era el pensamiento de lo que había dejado atrás. La idea de que nunca volvería a tocar a Santana ni vería de nuevo su cara me resultaba desgarradora. En el sueño, la había perdido para siempre. Sus rasgos eran borrosos cuando trataba de evocarlos. Y lo que más me dolía era que ni siquiera había tenido la oportunidad de decirle adiós.
La inmensidad de la eternidad se extendía ante mí, y lo único que quería era la mortalidad. Pero no había nada que pudiera hacer. No podía alterar las leyes inmutables de la vida y la muerte, del Cielo y la tierra. Ni siquiera podía albergar esperanzas, porque no tenía nada que esperar. Mis hermanos y hermanas se apiñaban en torno a mí con palabras de consuelo, pero estaba inconsolable. Sin ella, nada en mi mundo tiene sentido.
A pesar de la angustia que el sueño me causaba, no me importaba la frecuencia con que lo tenía, siempre que pudiera despertarme y saber que pronto llegaría. El despertar era lo único que importaba. Despertarme para sentir el calor del sol que entraba por las puertas acristaladas de mi balcón, con Phantom dormido a mis pies, y las gaviotas volando en círculos sobre un mar totalmente celeste. El futuro podía esperar. Habíamos tenido que superar una terrible prueba, ella y yo, y habíamos sobrevivido. No sin algunas cicatrices, pero más fuertes. No podía creer que el Cielo que yo conocía pudiera ser tan cruel como para separarnos. No sabía lo que nos deparaba el futuro, pero sabía que íbamos a afrontarlo juntas.
Ahora tenía insomnio desde hacía semanas. Me sentaba en la cama y contemplaba los trazos de luz de la luna que se iban desplazando por el suelo. Había renunciado a dormir, ya que cada vez que cerraba los ojos, me parecía sentir unas manos rozándome la cara o me imaginaba una sombra oscura deslizándose a través de mi puerta. Una noche hasta me asomé por la ventana y creí ver el rostro de Jake Thorn en las nubes.
Salté de la cama y abrí las puertas del balcón. Un viento frío se extendió por la sala, y vi un amasijo de nubes negras que se cernían bajas en el cielo. Se avecinaba una tormenta. Me hizo desear que Santana estuviera allí, me la imaginé envolviendo sus brazos alrededor de mis hombros y presionando su cálido cuerpo contra el mío. Habría sentido el roce de sus labios contra mi oído, y me diría que todo estaría bien y que siempre estaría a salvo. Pero Santana no estaba allí, y estaba de pie, sola y triste mientras las primeras gotas de lluvia empezaban a salpicarme en la cara. Sabía que vería a Santana por la mañana cuando viniera a llevarme a la escuela, pero la mañana parecía ahora muy lejana, y la idea de sentarme y esperar en la oscuridad me hacía sentir mal. Me apoyé en la barandilla de hierro del balcón y aspiré el aire fresco. Llevaba nada más que mi fino camisón de algodón que se elevaba a mí alrededor cuando el viento huracanado amenazaba con derribarme. Podía ver el mar en la distancia, recordándome a un enorme y negro animal durmiendo. El oleaje que subía y bajaba como si tratara de su respiración acompasada. Cuando el aullido del viento se abalanzó sobre mí, un pensamiento extraño entró en mi cabeza. Era casi como si el viento tratara de levantarme, que despegara del suelo. Consulté el despertador de mi mesita de noche, ya era más de medianoche, por lo que todo el barrio estaría durmiendo. Me pareció por un momento, como si el mundo entero me perteneciera, y antes de que supiera lo que estaba pasando, me había encaramado en el borde de la barandilla. Extendí los brazos por encima de mi cabeza. El aire era refrescante. Atrapé una gota de lluvia con mi lengua y me reí en voz alta por lo relajada que me sentía de repente. Un relámpago iluminó el horizonte donde el cielo y el mar parecían coincidir. Una inexplicable sensación de aventura se adueñó de mí, y salté.
Por un momento me pregunté si me estaba cayendo antes de darme cuenta de que algo me estaba sosteniendo. Mis alas habían desgarrado la tela fina de mi camisón y desplegadas en el aire, comenzaban a ejecutar un lento movimiento. Les dejé que me alzaran a mayor altura y balanceé las piernas como una niña emocionada. En unos momentos los tejados estaban por debajo de mí, y yo estaba deslizándome por el cielo nocturno. Por ahora el estruendo de los truenos hacían temblar la Tierra, y los rayos de los relámpagos iluminaban la oscuridad, pero no tenía miedo. Sabía exactamente dónde quería ir. Me sabía el camino a casa de Santana de memoria. Resultaba alucinante sobrevolar el pueblo dormido. Pasé por Bryce Hamilton y por las calles familiares de sus alrededores. Era como si estuviera volando sobre una ciudad fantasma. Pero la idea de que podían verme en cualquier momento me provocaba una especie de euforia. Ni siquiera me molesté en tratar de ocultarme detrás de las nubes cargadas de lluvia.
Pronto estaba de pie sobre el césped de la casa de Santana. Me acerqué con sigilo a la parte trasera de la casa donde estaba la habitación de Santana. Su ventana estaba entreabierta para dejar entrar la brisa de la noche, y su lámpara de noche seguía encendida. Santana estaba acostada con su libro de biología abierto sobre el pecho. De alguna manera el sueño le hacía parecer mucho más joven. Todavía llevaba puesto su pantalón corto descolorido de chándal y una pequeña blusa blanca. Un brazo descansaba detrás de la cabeza, y el otro caído a su lado. Tenía los labios ligeramente abiertos, y vi como subía y bajaba su pecho con cada respiración. Su rostro tenía una expresión tranquila, como si no tuviese ni una sola preocupación.
Plegué mis alas y en silencio me metí al interior de su habitación. Me acerqué de puntillas a la cama y extendí la mano para quitarle el libro de su pecho. Santana se removió, pero no llegó a despertarse. Me quedé a los pies de su cama, mirando como dormía, y de repente me sentí más cerca de Nuestro Creador de lo que nunca me había sentido en el Reino, como si ella tuviera la esencia de mi padre Dios. Ahí delante de mí estaba su mayor creación. Los ángeles podían haber sido creados como guardianes del tiempo, pero me parecía percibir en Santana un gran poder, un poder capaz de cambiar el mundo. Con el tiempo sabría la verdadera verdad, entendería ese significado, el cual traería muchas sorpresas para nuestro futuro. Ella podía hacer lo que quisiera, convertirse en los que deseara. De repente me di cuenta de que lo que más quería en el mundo, era que ella fuera feliz conmigo o sin mí. Así que me puse de rodillas, incliné la cabeza, y le recé a Dios pidiéndole que le otorgara su bendición a Santana y la mantuviera a salvo de cualquier mal. Recé para que su vida fuese larga y próspera. Recé para que todos sus sueños se hicieran realidad. Recé para que yo siempre fuera capaz de seguir en contacto con ella de alguna pequeña manera, incluso si ya no estaba en la Tierra.
Antes de irme, eché un último vistazo alrededor de su habitación. Miré el banderín de Los Ángeles Lakers clavado en la pared, leí las inscripciones de los trofeos que estaban alineados en sus estantes. Deslicé los dedos por los objetos esparcidos sobre su escritorio. Una caja de madera tallada me llamó la atención. Parecía fuera de lugar en medio de todos aquellos objetos de adolescente. La cogí y abrí lentamente la tapa. Por dentro, la caja estaba forrada de raso rojo. En el centro había una única pluma blanca. La reconocí de inmediato, era la que Santana había encontrado en su coche después de nuestra primera cita. Tuve la certeza de que la conservaría para toda su vida.
Capitulo 32:
Secuelas
Secuelas
Durante las semanas siguientes, mis hermanos hicieron todo lo posible para limpiar la estela de destrucción que Jake había dejado atrás. Visitaron a las familias afectadas por los crímenes que había perpetrado y emplearon mucho tiempo tratando de reconstruir la confianza en Venus Cove.
Quinn se hizo cargo de Rachel y los demás que habían caído bajo el hechizo de Jake. Los espíritus oscuros que poseían sus cuerpos habían sido succionados de vuelta al infierno junto con aquel que los había alzado. Mi hermana limpió de sus mentes la memoria de las actividades de Jake, con cuidado de no tocar ninguno de los recuerdos no relacionados. Era como suprimir las palabras de un libro de cuentos teniéndolas que seleccionar con mucho cuidado o podría deshacerse de algo importante. Cuando terminó su trabajo, sólo recordaban los primeros días de Jake Thorn, pero nadie recordaba que hubieran tenido relación con él. La administración de la escuela había recibido un mensaje según el cual Jake había dejado Bryce Hamilton a instancia de su padre para regresar a un internado en Inglaterra. Fue el tema de los chismes durante un día o dos antes de que los estudiantes se trasladasen a preocupaciones más inmediatas.
— ¿Qué pasó con ese chico británico que estaba tan bueno? —me preguntó Rachel dos semanas después de su rescate. Estaba sentada al borde de mi cama, limándose las uñas— ¿Cuál era su nombre... Jack, James ?
—Jake —le dije—. Se ha regresado a Inglaterra.
—Qué lástima —comentó Rachel—. Me gustaban sus tatuajes. ¿Crees que debería hacerme uno? Estaba pensando en uno que dijera simplemente: leumas.
— ¿Quieres un tatuaje del nombre de Samuel al revés?
—Maldita sea, ¿es tan obvio? Voy a tener que pensar en otra cosa.
—A Sam no le gustan los tatuajes —dije—. Dice que el cuerpo humano no es una valla publicitaria.
—Gracias, Britt —me dijo Rachel con gratitud—. Suerte que te tengo alrededor para evitar que tome malas decisiones.
Me resultaba difícil hablar con Rachel en la forma en que solíamos hacerlo. Algo había cambiado dentro de mí. Yo era el único miembro de mi familia que no se había recuperado del conflicto con Jake. De hecho, semanas después del incendio, todavía no había salido de casa. Al principio era porque mis alas, habían sufrido graves quemaduras y necesitaban tiempo para sanar adecuadamente. Después, se trataba simplemente de que me faltara el valor. Me sentía a gusto así. Después de toda mi sed de experiencias humanas, ahora no quería nada más que el refugio del hogar. No podía pensar en Jake sin que mis ojos se llenaran de lágrimas. Procuraba que los demás no se dieran cuenta, pero cuando estaba sola, mi auto control fallaba y lloraba abiertamente, no sólo por el dolor que había causado, sino también por lo que él podría haber sido si me hubiera permitido simplemente ayudarle. No lo odiaba. El odio era una emoción poderosa, y me sentía demasiada agotada para eso. Me encontré a mí misma pensando en Jake como una de las más tristes criaturas del universo. Había venido a ensombrecer deliberadamente nuestras vidas, pero no había logrado nada en realidad. Sin embargo, traté de no pensar en lo que podría haber sucedido si Sam no hubiera irrumpido en mi prisión. Pero la idea se seguía arrastrando por mi mente y me retenía en la seguridad de mi dormitorio.
A ratos observaba pasar el mundo a través de mi ventana. La primavera se deslizaba hacia el verano, y notaba que los días se hacían más largos. Me di cuenta de que la luz del sol llegaba antes y duraba más tiempo. Miraba como algunos gorriones construían sus nidos en los aleros del tejado de la casa. A lo lejos podía ver el chapoteo perezoso de las olas en la orilla.
La visita de Santana era la única parte del día que esperaba con ilusión. Por supuesto, Quinn y Sam eran un gran consuelo, pero siempre parecían un poco distantes, estando todavía muy apegados a nuestra antigua casa. En mi mente, Santana era como una encarnación de la Tierra: sólida como una roca, estable y segura. Me preocupé de que su experiencia con Jake Thorn pudiera hacerle cambiar de alguna manera, pero su reacción ante todo lo ocurrido consistió en no tener ninguna reacción en especial. Asumió de nuevo la tarea de cuidar de mí y parecía haber aceptado el mundo sobrenatural sin hacer preguntas.
—Tal vez es que no quiero oír las respuestas —me dijo una tarde cuando lo interrogué al respecto—. He visto lo suficiente para creérmelo todo.
—Pero ¿no sientes curiosidad?
—Es como decías—. Se sentó a mi lado y me metió un mechón de cabello detrás de mi oreja—. Hay algunas cosas más allá de la comprensión humana. Sé que hay un cielo y un infierno, y he visto lo que puede salir de ambos. Por ahora eso es todo lo que necesito saber. Las preguntas no tendrían ninguna utilidad en este momento.
Sonreí — ¿Cuándo te convertiste en un espíritu tan sabio?
Se encogió de hombros—. Bueno, he estado saliendo con un equipo que lleva dando vueltas por el mundo desde la Creación. Es de esperar que adquiera una visión más amplia, teniendo a un ángel como mi otra mitad.
— ¿Soy tu otra mitad? —Le pregunté con aire soñador, pasando el dedo a lo largo del cordón de cuero que llevaba puesto en su cuello.
—Por supuesto que no, Britt tu eres mi todo —dijo—. Cuando no estoy contigo, me siento como si estuviera usando un par de gafas que transforman el mundo en tonos grisáceos.
— ¿Y cuando estás conmigo? —Le pregunté en voz baja.
—Todo está en tecnicolor.
Los exámenes finales de Santana se avecinaban, y sin embargo todavía venía todos los días, siempre atenta, siempre estudiando mi cara en busca de signos de mejora. Siempre me traía alguna cosa: un artículo del periódico, un libro de la biblioteca, una entretenida historia que contar, o unas galletas que había cocinado él mismo. La autocompasión no era una opción cuando él estaba cerca. Si alguna vez hubo momentos de nuestro pasado en los que tuve dudas de su amor, ahora ya no me quedaba ninguna.
— ¿Qué te parece si vamos a dar un paseo hoy? —me preguntó—. ¿Hasta la playa? Podemos llevarnos a Phantom si lo deseas.
Estuve tentada por un momento, entonces el pensamiento del mundo exterior me abrumó, y me tapé con la colcha hasta la barbilla.
—Está bien. —Santana no insistió al respecto—. Tal vez mañana. ¿Qué te parece si nos quedamos en casa y hacemos la cena juntas?
Asentí en silencio, acurrucándome más cerca de ella, y contemplé aquel rostro perfecto, con su media sonrisa y su cabello cayendo en cascadas. Todo era tan maravillosamente familiar.
—Tienes la paciencia de una santa —le dije—. Creo que tendríamos que solicitar que te canonizaran.
Se echó a reír y me tomó la mano, complacido de ver en mí una chispa de mi antiguo yo. Le seguí por las escaleras hasta la planta baja, en pijama, escuchando sus ideas para la cena. Su voz era tan suave como un bálsamo fresco que aliviaba mi mente angustiada. Sabía que se quedaría conmigo y me hablaría hasta que me quedara dormida. Cada palabra que pronunciaba suavemente me atraía de nuevo a la vida.
Pero ni siquiera la presencia de Santana podía protegerme de las pesadillas. Todas las noches era lo mismo, y me despertaba empapada en un sudor frío. Sabía inmediatamente que había estado soñando. Incluso me daba cuenta mientras se desarrollaba todo en mi mente. Había tenido el mismo sueño desde hacía semanas, pero todavía se las arreglaba para aterrorizarme y abría los ojos de golpe en la oscuridad con el corazón en la boca y los puños cerrados.
En el sueño, estaba en el Cielo otra vez y había abandonado definitivamente la Tierra. La profunda tristeza que sentía era tan real que cuando me despertaba sentía como si tuviera una bala en el pecho. El esplendor del Cielo me dejaba fría, y le suplicaba a Nuestro Padre estar más tiempo en la tierra. Argumentaba mi caso con vehemencia y sollozaba amargamente, pero mis súplicas no eran escuchadas. Veía con desesperación que las puertas se cerraban a mi espalda y comprendía que no tenía escapatoria. Había gozado de una oportunidad y la había dejado pasar.
A pesar de que estaba en casa me sentía como una extraña. No era el retorno en sí lo que me causaba tanto dolor, era el pensamiento de lo que había dejado atrás. La idea de que nunca volvería a tocar a Santana ni vería de nuevo su cara me resultaba desgarradora. En el sueño, la había perdido para siempre. Sus rasgos eran borrosos cuando trataba de evocarlos. Y lo que más me dolía era que ni siquiera había tenido la oportunidad de decirle adiós.
La inmensidad de la eternidad se extendía ante mí, y lo único que quería era la mortalidad. Pero no había nada que pudiera hacer. No podía alterar las leyes inmutables de la vida y la muerte, del Cielo y la tierra. Ni siquiera podía albergar esperanzas, porque no tenía nada que esperar. Mis hermanos y hermanas se apiñaban en torno a mí con palabras de consuelo, pero estaba inconsolable. Sin ella, nada en mi mundo tiene sentido.
A pesar de la angustia que el sueño me causaba, no me importaba la frecuencia con que lo tenía, siempre que pudiera despertarme y saber que pronto llegaría. El despertar era lo único que importaba. Despertarme para sentir el calor del sol que entraba por las puertas acristaladas de mi balcón, con Phantom dormido a mis pies, y las gaviotas volando en círculos sobre un mar totalmente celeste. El futuro podía esperar. Habíamos tenido que superar una terrible prueba, ella y yo, y habíamos sobrevivido. No sin algunas cicatrices, pero más fuertes. No podía creer que el Cielo que yo conocía pudiera ser tan cruel como para separarnos. No sabía lo que nos deparaba el futuro, pero sabía que íbamos a afrontarlo juntas.
Ahora tenía insomnio desde hacía semanas. Me sentaba en la cama y contemplaba los trazos de luz de la luna que se iban desplazando por el suelo. Había renunciado a dormir, ya que cada vez que cerraba los ojos, me parecía sentir unas manos rozándome la cara o me imaginaba una sombra oscura deslizándose a través de mi puerta. Una noche hasta me asomé por la ventana y creí ver el rostro de Jake Thorn en las nubes.
Salté de la cama y abrí las puertas del balcón. Un viento frío se extendió por la sala, y vi un amasijo de nubes negras que se cernían bajas en el cielo. Se avecinaba una tormenta. Me hizo desear que Santana estuviera allí, me la imaginé envolviendo sus brazos alrededor de mis hombros y presionando su cálido cuerpo contra el mío. Habría sentido el roce de sus labios contra mi oído, y me diría que todo estaría bien y que siempre estaría a salvo. Pero Santana no estaba allí, y estaba de pie, sola y triste mientras las primeras gotas de lluvia empezaban a salpicarme en la cara. Sabía que vería a Santana por la mañana cuando viniera a llevarme a la escuela, pero la mañana parecía ahora muy lejana, y la idea de sentarme y esperar en la oscuridad me hacía sentir mal. Me apoyé en la barandilla de hierro del balcón y aspiré el aire fresco. Llevaba nada más que mi fino camisón de algodón que se elevaba a mí alrededor cuando el viento huracanado amenazaba con derribarme. Podía ver el mar en la distancia, recordándome a un enorme y negro animal durmiendo. El oleaje que subía y bajaba como si tratara de su respiración acompasada. Cuando el aullido del viento se abalanzó sobre mí, un pensamiento extraño entró en mi cabeza. Era casi como si el viento tratara de levantarme, que despegara del suelo. Consulté el despertador de mi mesita de noche, ya era más de medianoche, por lo que todo el barrio estaría durmiendo. Me pareció por un momento, como si el mundo entero me perteneciera, y antes de que supiera lo que estaba pasando, me había encaramado en el borde de la barandilla. Extendí los brazos por encima de mi cabeza. El aire era refrescante. Atrapé una gota de lluvia con mi lengua y me reí en voz alta por lo relajada que me sentía de repente. Un relámpago iluminó el horizonte donde el cielo y el mar parecían coincidir. Una inexplicable sensación de aventura se adueñó de mí, y salté.
Por un momento me pregunté si me estaba cayendo antes de darme cuenta de que algo me estaba sosteniendo. Mis alas habían desgarrado la tela fina de mi camisón y desplegadas en el aire, comenzaban a ejecutar un lento movimiento. Les dejé que me alzaran a mayor altura y balanceé las piernas como una niña emocionada. En unos momentos los tejados estaban por debajo de mí, y yo estaba deslizándome por el cielo nocturno. Por ahora el estruendo de los truenos hacían temblar la Tierra, y los rayos de los relámpagos iluminaban la oscuridad, pero no tenía miedo. Sabía exactamente dónde quería ir. Me sabía el camino a casa de Santana de memoria. Resultaba alucinante sobrevolar el pueblo dormido. Pasé por Bryce Hamilton y por las calles familiares de sus alrededores. Era como si estuviera volando sobre una ciudad fantasma. Pero la idea de que podían verme en cualquier momento me provocaba una especie de euforia. Ni siquiera me molesté en tratar de ocultarme detrás de las nubes cargadas de lluvia.
Pronto estaba de pie sobre el césped de la casa de Santana. Me acerqué con sigilo a la parte trasera de la casa donde estaba la habitación de Santana. Su ventana estaba entreabierta para dejar entrar la brisa de la noche, y su lámpara de noche seguía encendida. Santana estaba acostada con su libro de biología abierto sobre el pecho. De alguna manera el sueño le hacía parecer mucho más joven. Todavía llevaba puesto su pantalón corto descolorido de chándal y una pequeña blusa blanca. Un brazo descansaba detrás de la cabeza, y el otro caído a su lado. Tenía los labios ligeramente abiertos, y vi como subía y bajaba su pecho con cada respiración. Su rostro tenía una expresión tranquila, como si no tuviese ni una sola preocupación.
Plegué mis alas y en silencio me metí al interior de su habitación. Me acerqué de puntillas a la cama y extendí la mano para quitarle el libro de su pecho. Santana se removió, pero no llegó a despertarse. Me quedé a los pies de su cama, mirando como dormía, y de repente me sentí más cerca de Nuestro Creador de lo que nunca me había sentido en el Reino, como si ella tuviera la esencia de mi padre Dios. Ahí delante de mí estaba su mayor creación. Los ángeles podían haber sido creados como guardianes del tiempo, pero me parecía percibir en Santana un gran poder, un poder capaz de cambiar el mundo. Con el tiempo sabría la verdadera verdad, entendería ese significado, el cual traería muchas sorpresas para nuestro futuro. Ella podía hacer lo que quisiera, convertirse en los que deseara. De repente me di cuenta de que lo que más quería en el mundo, era que ella fuera feliz conmigo o sin mí. Así que me puse de rodillas, incliné la cabeza, y le recé a Dios pidiéndole que le otorgara su bendición a Santana y la mantuviera a salvo de cualquier mal. Recé para que su vida fuese larga y próspera. Recé para que todos sus sueños se hicieran realidad. Recé para que yo siempre fuera capaz de seguir en contacto con ella de alguna pequeña manera, incluso si ya no estaba en la Tierra.
Antes de irme, eché un último vistazo alrededor de su habitación. Miré el banderín de Los Ángeles Lakers clavado en la pared, leí las inscripciones de los trofeos que estaban alineados en sus estantes. Deslicé los dedos por los objetos esparcidos sobre su escritorio. Una caja de madera tallada me llamó la atención. Parecía fuera de lugar en medio de todos aquellos objetos de adolescente. La cogí y abrí lentamente la tapa. Por dentro, la caja estaba forrada de raso rojo. En el centro había una única pluma blanca. La reconocí de inmediato, era la que Santana había encontrado en su coche después de nuestra primera cita. Tuve la certeza de que la conservaría para toda su vida.
Emma.snix*** - Mensajes : 101
Fecha de inscripción : 02/08/2013
Edad : 32
Fanfic [Brittana] Halo. Capitulo 32: Secuelas. Epílogo
Epílogo
Tres meses después las cosas se habían calmado y todo estaba, más o menos, normal otra vez. Quinn, Samuel, y yo habíamos trabajado para curar el pueblo y los estudiantes de Bryce Hamilton para que todas las terribles afecciones que habían experimentado o presenciado se volvieran imágenes vagas y fragmentadas o palabras que fueran imposibles de unir y sacar algo lógico de ellas. Santana era la única con un acceso completo a los recuerdos. Ella no lo menciono, pero yo sabía que ella no lo había olvidado —nunca lo olvidaría. Pero Santana era fuerte; ella había luchado con mucho dolor y pena cuando era más joven, y sabíamos que no podíamos ocultar recuerdos sobre otros.
Mientras las semanas pasaron, logramos volver a nuestra rutina familiar, y yo hasta hice un progreso para volver a congraciarme con Ana.
—En la escala del uno al diez, ¿qué tan cerca estoy de ser completamente perdonada? —le pregunté a Santana mientras caminábamos a la escuela bajo el sol de la mañana.
—Diez —dijo Santana—. Conozco a mi madre, ¿cuánto tiempo pensabas que estaría resentida? Todo está en el pasado ahora.
—Eso espero.
Santana alcanzó y tomó mi mano. —No hay nada de que temer ahora.
—Excepto por los demonios ocasionales —me burlé—. Pero no dejemos que eso arruine las cosas.
—De ninguna manera —dijo Santana—. Ellos estaban arruinando nuestra fiesta.
— ¿Alguna vez te preocupas porque aparezcan de nuevo y todo se arruinara de nuevo?
—No, porque, aquí entre nosotras dos, siempre encontraremos la manera de arreglar las cosas.
—Tú siempre sabes que decir. —Sonreí—. ¿Ensayas todas esas líneas en tu casa?
—Todo es parte de mi encanto —Santana guiñó.
— ¡Brittany! —Rachel corrió para alcanzarnos miran llegábamos a las puertas de la secundaria—. ¿Qué opinas de mi nuevo look? —Se dio la vuelta, y vi que ella había pasado por una completa transformación. Había aumentado el largo de su falda hasta abajo de la rodilla, abotonado su blusa hasta el cuello, y atado su corbata perfectamente. Su cabello estaba recogido en una cola severa y había descartado todo tipo de joyería. Incluso estaba usando las medias reguladas por la escuela.
—Parece que estas lista para el convento —dijo Santana.
— ¡Bien! —Rachel parecía encantada—. Estoy tratando de lucir madura y responsable.
—Oh, Rachel, —exhalé—. Esto no tendrá nada que ver con Sam, ¿cierto?
—Bueno, eh, —dijo Rachel—. ¿De qué otra manera caminaría por los pasillos como una perdedora?
—Uh-huh —Santana asintió—. Grandes señales de madurez.
— ¿No crees que sería mejor siendo tu misma? —pregunté.
—Su verdadero-yo lo podría asustar —remarcó Santana.
—Oh, cállate. —Golpeé su brazo suavemente—. Sólo digo, Rachel, es que tienes que gustarle a Sam por quién eres...
—Supongo —apuntó Rachel—. Pero estoy feliz de cambiar; puedo ser quien quiera él que yo sea.
—Él quiere que seas tú misma.
—Yo no, —comenzó Santana—. Yo quiero que seas... —Ella dejó de hablar y rió cuando le di un codazo.
—Podrías, al menos, intentar de ayudar.
—Okey, Okey, —dijo Santana—. Miren, muchas chicas son falsas o intentan mucho son un fastidio. Intenta relajarte y dejar de perseguirlo.
— ¿Pero no necesito mostrarme interesada? —Rachel preguntó.
—Creo que ya lo sabe. —Santana volteó su mirada—. Ahora tienes que esperar a que él venga por ti. De hecho, ¿por qué no intentas salir con otro chico...?
— ¿Por qué haría eso?
—Para ver si Sam se pone celoso. La manera en que él reaccione te dirá todo lo que quieres saber.
— ¡Gracias, eres la mejor! —Rachel le dijo. Se soltó el cabello, abrió los botones de su blusa, y se fue, probablemente en busca de algún pobre chico al que usar para el plan maestro y ganar el corazón de Sam.
—De verdad no deberíamos animarla. —dije.
—Tú nunca sabes, —Santana respondió—. Ella podría ser el tipo de Sam después de todo.
—Sam no tiene un tipo —reí—. Él ya está comprometido.
—Los humanos pueden ser extrañamente tentadores.
—Dímelo a mí, —dije, atrayéndola a mí y morder suavemente el lóbulo de su oreja.
—Me temo que eso es un comportamiento nada apropiado para el patio de la secundaria —Santana se burló—. Sé que mi encanto es difícil de resistir, pero por favor, trata de controlarte, porque si sigues así, tu serás la que no puedas apartarte de mí y ya veremos eh, además tenemos todo el tiempo del mundo creo yo.
Nos separamos en los pasillos de la secundaria Hamilton Bryce. Mientras la vi partir, sentí una extraña sensación de seguridad que no había sentido hace un tiempo, y por un momento de ingenuidad pensé que lo malo había terminado y era parte del pasado.
Pero estaba equivocada. Debí haber sabido que no había terminado, no podría haberlo hecho tan fácilmente. No lejos de haber perdido de vista a Santana un cilindro de papel se cayó del borde de mi casillero. Lo desenrollé, sabía que había visto esa caligrafía negra deslizándose como una araña. El temor se cernió sobre mí como la neblina mientras las palabras se quemaban en mi cabeza:
EL LAGO DE FUEGO ESPERA POR TI, MI SEÑORA
Y CUANDO ESO SUCEDA LA HIJA DE DIOS ENCONTRARA SU FIN.
¿Fin?
Bueno si llegaron hasta aquí, espero y les haiga gustado este primer tomo de la saga de Halo… ustedes dicen si lo continuo…
Saludos.
E.A.
Emma.snix*** - Mensajes : 101
Fecha de inscripción : 02/08/2013
Edad : 32
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
Perdon por no haberte comentado los ultimos capitulos! Los estuve leyendo asi que no se porque lo hice...
Me encanto!!!!!! Lo ame!!!!!!! Actualiza pronto please!!!! Esta vez no te abandonare. ;) xoxo.
Me encanto!!!!!! Lo ame!!!!!!! Actualiza pronto please!!!! Esta vez no te abandonare. ;) xoxo.
DafygleeK****** - Mensajes : 371
Fecha de inscripción : 23/06/2013
Edad : 25
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
No ma...¿Es decir que el cerdo ese todavía sigue vivo? No no no no no
T_T no puedo creer que ya se haya termina el primer tomo
T_T no puedo creer que ya se haya termina el primer tomo
¡Me encanto!Obvio, yep...todas queremos que sigas con la historia porque es fantástica.
Espero la continuación, plis no te tardes xD Un abrazo!
Ali ★
Ali ★
Ali_Pearce- - Mensajes : 1107
Fecha de inscripción : 07/06/2012
Edad : 31
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
Claro que.debes.continuarlooooo estuvo genial me ha encantado el final... Siguelooooo
aria- - Mensajes : 1105
Fecha de inscripción : 03/12/2012
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
de lo mejor, si lo continuas? por supuesto, todavia lo dudas?
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
OMGGGGGGGGGGGGG Osea que ese maldito de jake esta vivo no puede ser... bueno independientemente de eso estuvo genial el final, y espero ya la continuación por favor esta buenísima esta historia por favor síguela y no tardes mucho en actualizar si, bueno hasta pronto y muchos saludos
khandyy** - Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 08/03/2012
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
la puxa ese hijo de su señora madre esta vivo me sorprendiste continúalo porfa .. me encanto la oración de britt esa es una oración de verdad desde el fondo del corazón esa es una oración de amor me encanta tu historia no lo dejes así porfis vale cdtm espero leerte pronto xaito
imperio0720****** - Mensajes : 322
Fecha de inscripción : 19/04/2012
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
No te preocupes no hay problema con eso y espero que guste estos nuevos capítulos, bueno hasta pronto y muchos saludosDafygleeK escribió:Perdon por no haberte comentado los ultimos capitulos! Los estuve leyendo asi que no se porque lo hice...
Me encanto!!!!!! Lo ame!!!!!!! Actualiza pronto please!!!! Esta vez no te abandonare. ;) xoxo.
Bueno aquí les traigo dos nuevos capítulos y espero y sea de su agrado, la verdad que el tomo de este libro esta muy bueno y bueno ya ustedes juzgaranAli_Pearce escribió:No ma...¿Es decir que el cerdo ese todavía sigue vivo? No no no no no
T_T no puedo creer que ya se haya termina el primer tomo¡Me encanto!Obvio, yep...todas queremos que sigas con la historia porque es fantástica.Espero la continuación, plis no te tardes xD Un abrazo!
Ali ★
muchos saludos y hasta la próxima
Aquí les traigo dos capítulos mas de este nuevo tomo, espero y te gusten serán muy buenos y te aseguro que te agradaranaria escribió:Claro que.debes.continuarlooooo estuvo genial me ha encantado el final... Siguelooooo
hasta la próxima y muchos saludos
Bueno aquí están mas capítulos y espero y te gusten muchos saludos y hasta la próximamicky morales escribió:de lo mejor, si lo continuas? por supuesto, todavia lo dudas?
No quiero adelantar spoilers, jajaja tendrás que leerlo para saber...khandyy escribió:OMGGGGGGGGGGGGG Osea que ese maldito de jake esta vivo no puede ser... bueno independientemente de eso estuvo genial el final, y espero ya la continuación por favor esta buenísima esta historia por favor síguela y no tardes mucho en actualizar si, bueno hasta pronto y muchos saludos
muchos saludos y espero y te guste el nuevo tomo de esta adaptación hasta la próxima
Ya no las hago esperar y pues aquí les dejo dos capítulos mas este tomo prometo mucho ya lo veran por queimperio0720 escribió:la puxa ese hijo de su señora madre esta vivo me sorprendiste continúalo porfa .. me encanto la oración de britt esa es una oración de verdad desde el fondo del corazón esa es una oración de amor me encanta tu historia no lo dejes así porfis vale cdtm espero leerte pronto xaito
muchos saludos y espero y disfrutes de los capítulos hasta luego
Emma.snix*** - Mensajes : 101
Fecha de inscripción : 02/08/2013
Edad : 32
Fanfic [Brittana] Halo. Tomo 2. Hades. Capitulo: 1 Los chicos están bien.Capitulo:2 Codependencia
Capitulo: 1
Los chicos están bien
Los chicos están bien
En cuanto sonó el timbre de Bryce Hamilton, Santana y yo recogimos todas nuestras cosas y nos dirigimos hacia el patio que daba al lado sur. La predicción del tiempo había anunciado una tarde despejada, pero el sol tenía que librar una ardua batalla para dejarse ver y el cielo desplegaba un gris plomizo y triste. Solo de vez en cuando los difuminados rayos conseguían perforar las nubes y cruzaban el paisaje. Sentir su calor en la nuca me alegraba.
— ¿Vendrás a cenar esta noche? —le pregunté a Santana, entrelazando mi brazo con el suyo—. Sam quiere probar preparar burritos.
Santana me miró y se rio.
— ¿Qué tiene de gracioso?
—Estaba pensando que en las pinturas clásicas se muestra a los ángeles como guardianes de algún trono en el Cielo, o expulsando a los demonios… Me pregunto por qué nunca se los muestra en la cocina preparando burritos.
—Porque tenemos que cuidar nuestra reputación —repuse, dándole un suave empujón con el codo—. Bueno, ¿vendrás?
Santana suspiró.
—No puedo. Le prometí a mi hermano pequeño que me quedaría en casa y la ayudaría a vaciar calabazas.
—Vaya. Todo el rato me olvido de que es Halloween.
—Deberías intentar dejarte llevar por el ambiente —me aconsejó Santana—. Aquí todo el mundo se lo toma muy en serio.
No exageraba: los porches de todas las casas de la ciudad estaban adornados con linternas de calabaza recortadas con forma de calavera y lápidas de yeso para la ocasión.
—Ya lo sé —asentí—. Pero solo de pensarlo se me ponen los pelos de punta. ¿Qué gracia puede tener disfrazarse de fantasma o de zombi? Es como si la peor de las pesadillas cobrara vida.
—Britt —Santana se detuvo un instante y me sujetó por los hombros—, ¡es fiesta, anímate!
Sabía que tenía razón: debía dejar de recelar tanto. Ya habían pasado seis meses desde la terrible experiencia con Jake Thorn, y las cosas no podían ir mejor. La paz se había instalado de nuevo en Venus Cove y yo me sentía más unida que nunca a ese lugar. La soñolienta y pequeña ciudad de Sherbrooke County, arrebujada en la pintoresca costa de Georgia, se había convertido en mi hogar. La calle Mayor, con sus bonitas terrazas y cuidadas fachadas, tenía el encanto de una postal antigua, y el resto, desde el cine al viejo tribunal, desplegaba el encanto y la amabilidad de una época olvidada.
La presencia de mi familia durante el último año había ejercido una amplia influencia y Venus Cove se había convertido en una ciudad modélica: los feligreses de la iglesia se habían triplicado, las iniciativas de caridad habían recibido más voluntarios que los que nunca hubieran imaginado y las noticias sobre incidentes delictivos eran tan escasas y dispersas que el sheriff se había tenido que buscar otras actividades para ocupar el tiempo. Ahora solamente se daban pequeños conflictos, como alguna discusión entre conductores por un aparcamiento, pero eso formaba parte de la naturaleza humana: no era posible cambiarlo y nuestro trabajo no consistía en hacerlo.
Pero lo mejor de todo era que Santana y yo nos sentíamos más unidas que nunca. La miré: seguía siendo tan Hermosa que quitaba el aliento. Llevaba la corbata aflojada y la chaqueta le colgaba del hombro. Sentía la firmeza de su cuerpo contra el mío mientras caminábamos la una a la otra, al mismo paso. A veces me resultaba sencillo pensar en ambas como si fuéramos un único ser.
Desde el violento encuentro con Jake el año anterior, Santana había decidido esforzarse en el gimnasio y practicar todos los deportes de mayor vigor. Yo sabía que lo hacía para estar mejor preparada en caso de que tuviera que protegerme, pero no por ello el resultado era menos atractivo: ahora tenía todo su perfecto cuerpo mas torneado de lo que ya estaba se veía un poco más delgada pero con una determinación impresionante. Observé sus elegantes facciones: la nariz recta, el cabello negro azabache, los ojos marrones oscuros que eran como un líquido topacio. En el dedo anular de la mano derecha llevaba un anillo que yo le había regalado después de que me ayudara a recuperarme del ataque de Jake. Era un grueso aro de plata tallado con los tres símbolos de la fe: la estrella de cinco puntas que simboliza la estrella de Belén, un trébol en honor a las tres personas de la Santa Trinidad y las iniciales IES, la abreviatura de Iesus, que era como se pronunciaba el nombre de Jesús en la Edad Media. Yo me había encargado uno idéntico, y me gustaba pensar que era nuestra propia y especial versión de un anillo de compromiso. Cualquier persona que hubiera sido testigo de todo lo que había visto Santana habría perdido la fe en Nuestro Padre, pero ella tenía fortaleza de mente y de espíritu. Santana se había comprometido con nosotros y yo sabía que nada podría convencerla de romper ese compromiso.
Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando nos encontramos con un grupo de compañeras de Lacrosse de Santana en el aparcamiento. Conocía los nombres de algunas de ellas y pude oír las últimas frases de la conversación que mantenían.
—No puedo creer que Kay Bentley se haya enrollado con Wilson —se burlaba una chica que se llamaba Tina. Todavía se le veía los ojos vidriosos a causa de las desventuras del fin de semana. Sabía por experiencia que era muy probable que en ello se hubieran visto implicados un barril de cerveza y un deliberado daño contra propiedad ajena.
—Está acabada —repuso alguien—. Todo el mundo sabe que él tiene más kilómetros que el viejo Chrysler de mi padre.
—A mí me da igual mientras no se metieran en mi cama. Tendría que quemarlo todo.
—No te preocupes, lo más seguro es que estuvieran en el patio trasero.
—Iba tan pasada que no se acuerda de nada —declaró Tina.
—Recuerdo que intento enrollarte conmigo —replicó una chica llamada Marissa que pronunciaba las frases con marcada cadencia. Sonrió con una mueca que le desfiguró toda la cara.
—Bueno… estaba oscuro. Te había podido ir peor.
—Qué graciosa —gruñó Marissa—. Alguien ha colgado la foto en Facebook. ¿Qué le voy a decir a Jess?
—Dile que no te pudiste resistir al cuerpazo de Kay. —Santana le dio unos toquecitos en el hombro con un dedo y pasó por su lado con actitud despreocupada—. La verdad es que tantas horas de practicas la han puesto muy linda.
Me reí y Santana abrió la puerta de su descapotable azul Chevy Bel Air. Entré, me desperecé e inhalé el familiar olor de la piel de los asientos. Ahora el coche ya me gustaba tanto como Santana: nos había acompañado desde el principio de todo, desde nuestra primera cita en el café Sweethearts hasta el enfrentamiento con Jake Thorn en el cementerio. A pesar de que sería incapaz de admitirlo, la verdad era que ya pensaba en ese Chevy como si tuviera personalidad propia. Santana giró la llave del contacto y el coche se puso en marcha. Parecían sincronizados: era como si ella y el coche estuvieran totalmente compenetrados.
—Bueno, ¿ya has decidido el disfraz?
— ¿Qué disfraz? —pregunté sin comprender.
Santana meneó la cabeza.
—El de Halloween. ¡No te duermas!
—Todavía no —admití—. Estoy en ello. ¿Y tú?
— ¿Qué te parece el de Batichica? —Preguntó guiñándome un ojo—. Siempre he querido ser una superhéroe.
—Lo que quieres es conducir el Batmóvil.
Santana sonrió con expresión de culpabilidad.
— ¡Me has pillado! Me conoces demasiado.
Cuando llegamos al número 15 de Byron Street, Santana se inclinó hacia mí y me tomo el rostro para darme un dulce beso en los labios que me hizo derretir y consiguió que el mundo exterior se desvaneciera. La acaricié, disfrutando de la suavidad de su piel bajo mis dedos, y me dejé envolver por su olor, fresco y limpio como la brisa del océano y mezclado con un toque más penetrante, como una mezcla de vainilla y sándalo. Guardaba una de sus blusas impregnada de su dulce perfume debajo de mi almohada, y cada noche imaginaba que se encontraba a mi lado. Es curioso que el comportamiento más bobo pueda resultar completamente normal cuando se está enamorada. Sabía que algunas personas nos veían un tanto ridículas a Santana y a mí, pero nosotras estábamos demasiado absorbidas la una con la otra para darnos cuenta.
Cuando Santana detuvo el coche al final de la curva regresé de golpe a la realidad, como si me despertara de un profundo sueño.
—Vendré a buscarte mañana por la mañana —dijo dirigiéndome una sonrisa de ensueño—. A la hora de siempre.
Me quedé de pie en nuestro desordenado patio hasta que el Chevy finalmente giró al final de la calle.
Byron continuaba siendo mi refugio y me encantaba retirarme en él. Allí todo me resultaba tranquilizador y familiar: desde el crujido de los escalones del porche delantero hasta las airadas y amplias habitaciones interiores. Era como recogerse en un protector capullo alejado de todas las turbulencias del mundo. Era verdad que, a pesar de que me encantaba la vida de los humanos, a veces también me asustaba. La Tierra tenía problemas: problemas de verdad. Cada vez que pensaba en ello la cabeza me daba vueltas. También me sentía inútil. Pero Quinn y Sam me decían que dejara de malgastar mis energías y que me concentrara en nuestra misión. Habíamos planeado visitar otras ciudades y pueblos de los alrededores de Venus Cove para echar a todas las fuerzas oscuras que pudieran encontrarse allí. Poco podíamos imaginar que ellas nos encontrarían a nosotros antes de que pudiéramos ir a buscarlas.
Cuando llegué a casa la cena ya estaba en marcha. Mis hermanos estaban fuera, en la terraza, cada uno dedicado en una actividad solitaria: Quinn tenía la nariz metida en un libro y Sam estaba profundamente concentrado en componer su guitarra. Sus dedos expertos tocaban las cuerdas con facilidad, obedeciendo sus silenciosas órdenes. Fui hasta ellos y me arrodillé al lado de mi perro, Phantom, que dormía profundamente con la cabeza apoyada sobre las patas delanteras. Al sentir el contacto de mi mano sobre su pelaje plateado y lustroso, se despertó y me miró con unos ojos tristes y brillantes como la luna, como diciéndome: « ¿Dónde has estado todo el día?».
Quinn estaba medio recostada en la hamaca. La melena dorada le caía hasta la cintura y le brillaba a la luz del sol de poniente. Mi hermana no sabía bien cómo relajarse en una hamaca: se la veía demasiado bien puesta. Parecía una criatura mítica. Que se hubiera encontrado plantada sin ningún miramiento en un mundo que para ella no tenía ningún sentido. Llevaba puesto un vestido de muselina de color azul pastel y, para protegerse del sol, había colocado una sombrilla con volantes que sin duda, debía de haber encontrado en alguna tienda de antigüedades y ante la cual no se había podido resistir.
— ¿De dónde has sacado eso? —le pregunté riéndome—. Creo que hace mucho tiempo que están pasadas de moda.
—Bueno, a mí me parece encantadora —repuso Quinn mientras dejaba a un lado la novela que estaba leyendo. Eché un vistazo a la portada.
— ¿Jane Eyre? —pregunté sin poder creerlo—. Ya sabes que es una historia de amor, ¿no?
—Lo sé — contestó Quinn con malhumor.
— ¡Te estás pareciendo a mí! —bromeé.
—Dudo mucho que nunca pueda ser tan pánfila y tan boba como tú —contestó con el tono de quien constata un hecho, aunque su mirada era juguetona.
Sam dejó de tocar la guitarra y levantó la vista hacia nosotras.
—No creo que nadie sea capaz de superar a Brittany en ese tema —dijo sonriendo.
Dejó con cuidado la guitarra en el suelo y fue a apoyarse en la barandilla para mirar el mar. Su postura era, como siempre, erguida y tiesa como una flecha y llevaba el cabello rubio recogido. Sus ojos azules como el mar y sus facciones bien dibujadas eran las propias de un guerrero celestial como él, aunque en ese momento iba vestido, como cualquier humano, con unos tejanos descoloridos y una camiseta ancha. La expresión de su rostro era abierta y amistosa. Me alegraba ver que Sam estaba más relajado últimamente. Me parecía que ahora mis hermanos eran menos críticos conmigo y que aceptaban mejores las decisiones que había tomado.
— ¿Cómo es posible que siempre llegues a casa antes que yo? —me quejé—. ¡Yo voy en coche y tú vas a pie!
—Tengo mis trucos —contestó mi hermano con una sonrisa misteriosa—. Además, yo no tengo que pararme cada dos cuadras para expresar mi afecto.
— ¡Nosotras no paramos para expresar afecto! —protesté. Sam arqueó una ceja.
— ¿Entonces no era el coche de Santana el que he visto estacionado a dos manzanas de la escuela?
—A lo mejor sí. —Levanté la cabeza con aire tranquilo, aunque odiaba que siempre tuviera la razón—. ¡Pero cada dos minutos es un poco exagerado!
Quinn se puso a reír a carcajadas y su rostro en forma de corazón se iluminó.
—Oh, Brittany, relájate. Ya nos hemos acostumbrado a las DPA.
— ¿Dónde has aprendido eso? —pregunté con curiosidad. Nunca había oído a mi hermana hablar de forma tan coloquial, usando las siglas que emplean los jóvenes para «Demostración Pública de Afecto». Su manera de hablar siempre sonaba fuera de lugar en el mundo real.
—Bueno, paso algún tiempo con la gente joven, ¿sabes? —repuso—. Intento ser moderna.
Sam y yo nos echamos a reír.
—En ese caso y para empezar, no digas «moderna» —le aconsejé.
Quinn bajó la mano y me revolvió el pelo con afecto, cambiando de tema:
—Bueno, espero que no tengas ningún plan para este fin de semana.
— ¿Puede venir San? —pregunté sin darle oportunidad a que explicara qué era lo que ella y Sam tenían en mente. Hacía tiempo ya que Santana se había convertido en parte integrante de mi vida. Ni siquiera cuando estábamos separadas parecía haber alguna actividad o distracción que impidiera que mis pensamientos giraran en torno a ella.
Sam puso los ojos en blanco:
—Si es imprescindible…
—Por supuesto que es imprescindible —contesté, sonriendo—. Bueno, ¿cuál es el plan?
—Hay una pequeña ciudad llamada Black Ridge a 32 kilómetros de aquí —explicó mi hermano—. Me han dicho que están sufriendo algunos… incidentes.
— ¿Te refieres a incidentes malignos?
—Bueno, este último mes han desaparecido tres chica y un puente que se encontraba en perfecto estado se ha derrumbado encima del tráfico que circulaba por debajo de él.
Hice una mueca de dolor.
—Parece un problema para nosotros. ¿Cuándo nos ponemos en marcha?
—El sábado —dijo Quinn—. Así que será mejor que descanses.
Emma.snix*** - Mensajes : 101
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Fanfic [Brittana] Halo. Tomo 2. Hades. Capitulo: 1 Los chicos están bien.Capitulo:2 Codependencia
Capitulo: 2
Codependencia
Codependencia
Al día siguiente Rachel y yo nos encontrábamos con las demás chicas en el patio que daba al oeste, que se había convertido en nuestro sitio favorito. Rachel había cambiado desde que había perdido a su mejor amiga el año anterior. La muerte de Taylah a manos de Jake Thorn había significado una alarma para mi familia. No habíamos previsto el alcance de los poderes de Jake hasta el día en que acuchilló a Taylah en la garganta para hacernos llegar el mensaje.
A partir de ese momento Rachel, llevada por su sentimiento de lealtad, se distanció de su viejo círculo de amistades, y yo la seguí. No me importaba cambiar. Sabía que el Instituto Bryce Hamilton debía de traerle muchos recuerdos dolorosos y yo quería ofrecerle mi apoyo de todas las maneras en que me fuera posible. Además, nuestro nuevo grupo era más o menos igual que el antiguo. Estaba formado por chicas con las que nos habíamos relacionado de vez en cuando pero con quienes nunca habíamos intimado mucho, pero como conocían a las mismas personas y cotilleaban sobre las mismas cosas, integrarse en su grupo fue pan comido.
En el antiguo grupo de Taylah había mucha crispación y yo sabía que Rachel no se relajaba con ellas. De vez en cuando, y sin que viniera a cuento, las conversaciones se interrumpían de forma incómoda, se producían ese tipo de silencios en los que todo el mundo pensaba lo mismo: « ¿Qué diría Taylah en estos momentos?» Pero nadie osaba decirlo en voz alta. Yo tenía la sensación de que las cosas nuca volverían a ser iguales para esas chicas. Habían intentado que todo volviera a ser normal, pero casi siempre parecía que lo hacían con demasiada intensidad. Se reían demasiado fuerte, y sus chistes siempre parecían ensayados. Era como si, dijeran lo que dijesen o hicieran lo que hiciesen, siempre hubiera algo que les recordara la ausencia de Taylah. Esta y Rachel habían sido el alma del grupo, habían ejercido la autoridad en muchas cosas. Ahora que Taylah no estaba y que Rachel se había apartado de ellas por completo, las chicas habían perdió a sus mentoras y se encontraban totalmente perdidas.
Era doloroso ver cómo se esforzaban por manejar la pena, un sentimiento que no podían mostrar por miedo a desatar emociones que fueran demasiado difíciles de controlar. Yo deseaba fervientemente decirles que no debían contemplar la muerte como el final sino como un nuevo comienzo, y explicarles que Taylah, simplemente, había pasado a un nuevo plano de la existencia, un plano que no era esclavo del mundo físico. Deseaba decirles que Taylah todavía estaba allí, solo que ahora era libre.
Pero, por supuesto, no podía comunicarles lo que sabía: no solo significaría infringir el código más sagrado y descubrir nuestra presencia en la Tierra, sino que además me echarían del grupo por lunática.
Nuestras nuevas amigas se habían reunido alrededor de unos cuantos bancos de madera tallada que se encontraban debajo de un arco de piedra que ya habían hecho suyo. Una de las cosas que no había cambiado era su carácter territorial: si cualquier extraño pasaba por nuestra zona por casualidad, no se quedaba mucho rato, las miradas fulminantes que recibía bastaban para alejarlo. Unas nubes oscuras y amenazadoras empezaban a cubrir el cielo, pero las chicas nunca iban dentro a no ser que quedara otra alternativa. Así que se encontraban sentadas, como siempre, con el pelo perfectamente arreglado y las faldas subidas por encima de las rodillas para aprovechar los débiles rayos de sol que se filtraban entre las nubes y que moteaban el patio con su luz suave.
La fiesta de Halloween prevista para el viernes había servido para subir el ánimo de todo el mundo y suscitaba mucha excitación. Se iba a celebrar en una casa abandonada que se encontraba a las afueras de la cuidad y que pertenecía a la familia de uno de los mayores, Austin Knox. Su bisabuelo, Thomas Knox, la había construido en 1868, unos cuantos años después de que terminara la Guerra de Secesión. Fue uno de los primeros fundadores de la ciudad y su casa, a pesar de que hacía años que la familia Knox no entraba en ella, estaba protegida por las leyes del patrimonio histórico y no se podía derruir, por lo que se encontraba vacía y deshabitada. Era una ruina, una vieja casa de campo con enormes porches a cada lado y rodeada solamente de campos y una carretera desierta. La gente del lugar la llamaba la casa de Boo Radley —por el inquietante y huraño personaje de la película Matar a un ruiseñor; nadie entraba ni salía nunca de ella— y Austin afirmaba haber visto el fantasma de su bisabuelo detrás de una de las ventanas de arriba. Según Rachel era perfecta para una fiesta: por allí nunca pasaba nadie excepto algún que otro camionero o alguien que saliera por error de la carreta.
Además, quedaba muy apartada de la ciudad, así que nadie podría quejarse del ruido. AL principio se trataba de una pequeña reunión, pero por algún motivo la noticia había corrido y en esos momentos toda la escuela hablaba de ello. Incluso algunos de los estudiantes de segundo curso habían conseguido invitaciones.
Me encontraba sentada al lado de Rachel, que llevaba su pelo recogido sobre la cabeza en un moño flojo. Sin maquillaje, con esos ojos grandes y cafés y con sus labios rojos y bien dibujados parecía una muñeca de porcelana. No se había podido contener y se había puesto un poco de brillo de labios, pero aparte de eso había renunciado a todo lo demás: seguía con su intento de ganarse la admiración de Sam. Yo creía que para entonces ya debería haber superado el inútil enamoramiento que tenía por mi hermano, pero la verdad era que sus sentimientos solo parecían haberse hecho más intenso.
Yo prefería a Rachel sin maquillaje; me gustaba su aspecto cuando aparentaba la edad que tenía en lugar de parecer diez años mayor.
—Voy a disfrazarme de colegiala mala —anunció Abigail.
—O sea, ¿Qué te vas a disfrazar de ti misma? —dijo Rachel con sorna.
—A ver cuál es tu idea genial, pues.
—Voy a ir de Campanilla.
— ¿De qué?
—La pequeña hada de Peter Pan.
—No es justo —se quejó Madison—. ¡Hicimos el pacto que todas iríamos de conejitas de Playboy!
—Las conejitas están pasadas —dijo Rachel echándose el pelo hacía atrás con un movimiento de cabeza—. Por no decir que son horteras.
—Perdón —interrumpí—, pero ¿no se supone que los disfraces tienen que dar miedo?
—Oh, Britt —exclamó Savannah con un suspiro—. ¿Es que no te hemos enseñado nada?
Sonreí con resignación.
—Refréscame la memoria.
—Básicamente, todo esto no es más que una magnífica... —empezó Kitty.
—Digamos que es una oportunidad para alternar con las demás personas—intervino Rachel fulminando a Kitty con la mirada—. El disfraz tiene que dar miedo y ser sexy a la vez.
— ¿Sabíais que, antes, Halloween trataba de Samhain? —dije—. La gente le tenía miedo de verdad.
— ¿Quién es Sam Hen? Kitty parecía desconcertada.
—No es «quién» sino «qué» —repuse—. En cada cultura es distinto. Pero, en esencia, la gente cree que es la noche del año en que el mundo de los muertos pueden caminar entre nosotros y poseer nuestros cuerpos. La gente se disfrazaba para engañarlos y mantenerlos alejados.
Todas me miraron con un nuevo respeto.
—Oh, Dios mío, Britt —exclamo Savannah estremeciéndose—. Qué manera de meternos miedo.
— ¿Recordáis cuando hicimos esa sesión de espiritismo en el séptimo curso? —preguntó Abigail.
Todas asintieron con entusiasmo.
— ¿Que hicisteis qué? —farfullé, incapaz de disimular mi asombro.
—Una sesión de espiritismo es...
—Ya sé lo que es —repuse—. Pero no deberíais jugar con esas cosas.
— ¡Ya te lo dije, Abby! —Exclamó Kitty—. Ya te dije que era peligroso. ¿Recuerdas que la puerta se cerró de golpe?
—Sí, fue tu madre quién la cerró —replicó Madison.
—Pero no pudo ser ella. Estuvo todo el rato en la cama durmiendo.
—Da igual. Creo que deberíamos intentarlo otra vez el viernes. —Abigail frunció el ceño con expresión traviesa—. ¿Qué decís, chicas?
—Yo no —contesté, decidida—. No voy a meterme en esto.
Las demás se miraron y me di cuenta de que mi negativa no les había convencido.
—Son muy infantiles —le dije a Santana en tono de queja mientras nos dirigíamos juntas a la clase de francés. A nuestro alrededor los portazos, las llamadas de megafonía y las conversaciones se sucedían, pero Santana y yo habitábamos nuestro propio mundo—. Quieren hacer una sesión de espiritismo y disfrazarse de conejitas.
— ¿Qué tipo de conejitas? —preguntó con expresión suspicaz.
—Creo que dijeron de Playboy. Sea lo que sea.
—Creo que es posible —asintió Santana riéndose—. Pero no dejes que te arrastren a hacer nada que te resulte incómodo.
—Son mis amigas.
— ¿Y qué? —Se encogió de hombros—. Si tus amigas se tiran de un acantilado, ¿Tú también lo harías?
— ¿Por qué tendrían que tirarse de un acantilado? —pregunté, alarmada—. ¿Es que alguna de ellas tiene problemas en casa?
Santana se rio.
—Es solo una manera de hablar.
—Pues es absurda —repuse—. ¿Crees que debería disfrazarme de ángel? ¿Cómo en la versión cinematográfica de Romeo y Julieta?
—Bueno, no dejaría de tener ironía —dijo Santana sonriendo—. Un ángel que se hace pasar por un humano que se hace pasar por un ángel. Me gusta.
Cuando entramos en clase y nos sentamos, el señor Collins nos miró mal. Me pareció que no le gustaba tanta cercanía entre Santana y yo, y no pude evitar preguntarme si sus tres matrimonios fracasados no lo habrían dejado un poco harto del amor.
—Espero que vosotras dos podáis bajar de vuestra burbuja de amor y quedaros con nosotros el tiempo suficiente para aprender algo durante el día de hoy —comentó, cortante.
Los compañeros de clase rieron por lo bajo. Me sentí incómoda y bajé la cabeza para evitar sus miradas.
—Todo en orden, señor —contestó Santana—. La burbuja está diseñada para permitirnos aprender desde dentro de ella.
—Es usted muy ingeniosa, López —repuso el señor Collins—. Pero una clase no es lugar para romances. Cuando acaben con el corazón roto, sus notas se resentirán. L’amour est comme un sablier, avec le coeur remplir le vide du cerveau.
Conocía esa cita, de un escritor francés, llamado Jules Renard. Traducida decía: «El amor es como un reloj de arena, en que el corazón se llena y el cerebro se vacía.» Me desagradó su aire engreído y seguro, dando por hecho que nuestra relación estaba condenada al fracaso. Quise protestar, pero Santana se dio cuenta y me tomó la mano por debajo de la mesa, se inclinó un poco hacía mí y me murmuró al oído:
—Seguramente no es muy buena idea ponerse chula con uno de los profesores que puntuarán los exámenes finales.
Miró al profesor y, con el tono responsable propio de un delegado, dijo:
—Comprendido, señor, gracias por su interés.
El señor Collins pareció satisfecho y volvió a concentrarse en escribir los subjuntivos en la pizarra. No pude resistirme y le saqué la lengua a sus espaldas.
Al terminar Kitty y Savannah, que también estaban en nuestra clase de francés, se acercaron hasta mí en las taquillas y me cogieron de ambos brazos con gesto amistoso.
— ¿Qué tienes ahora? —preguntó Kitty.
—Mate —contesté con suspicacia—. ¿Por qué?
—Perfecto —repuso Savannah—. Ven con nosotras.
— ¿Sucede algo?
—Solo queremos hablar contigo. Ya sebes, una charla entre amigas.
—Vale —asentí despacio, devanándome los sesos para adivinar qué debía de haber hecho para merecer esa extraña intervención por su parte—. ¿De qué?
—De ti y Santana —soltó Kitty—. Mira, no te va a gustar lo que vamos a decirte, pero somos tus amigas y estamos preocupadas por ti.
— ¿Por qué estáis preocupadas?
—No es muy sano que paséis tanto tiempo juntas —explicó Kitty en tono experto.
—Sí —se entremetió Savannah—. Parece que estéis pegadas la una y la otra o algo. Nunca os veo separadas. Tú vas donde va Santana, Santana va dónde vas tú... todo el puñetero rato.
— ¿Y eso es malo? —pregunté—. Es mi novia. Quiero pasar mi tiempo con ella.
—Claro que sí, pero esto es demasiado. Necesitas poner cierta distancia. —Kitty hizo hincapié en la palabra «distancia», como si fuera un término médico.
— ¿Por qué?
Las miré insegura. Me preguntaba si Rachel les habría puesto esa idea en la cabeza o si de verdad era su opinión. Habíamos sido amigas durante el verano, pero me parecía un poco pronto para que me ofrecieran sus consejos sobre mis relaciones. Por otro lado, hacía menos de un año que yo era una adolescente, es decir, me sentía a merced de su experiencia. Era cierto que Santana y yo estábamos muy unidas, cualquier tonto se daba cuenta de ello. La pregunta era: ¿nuestra proximidad era antinatural? A mí no me parecía tan poco saludable, dado todo lo que habíamos pasado juntas. Por supuesto, esas chicas no sabían nada de nuestras vicisitudes.
—Es un hecho que está estudiado —aseguró Savannah, interrumpiendo el hilo de mis pensamientos—. Mira, te lo puedo demostrar. —Metió la mano en su mochila y sacó un manoseado ejemplar de la revista Seventeen—. Hemos encontrado este test.
Abrió la brillante portada de la revista y pasó las páginas hasta que encontró una sección ilustrada con unas orejas de perro. Una foto mostraba a una pareja joven, sentados el uno contra la espalda del otro y unidos por unas cadenas que los sujetaban por la cintura y los tobillos. Ambos tenían una expresión confusa y consternada. El test se titulaba « ¿Tienes una relación codependiente?».
—Nosotras no estamos tan mal —protesté—. La cuestión es cómo nos sentimos, no cuánto tiempo pasamos juntas. Además, no creo que el test de una revista pueda valorar los sentimientos.
—Seventeen da consejos muy fiables... —empezó a decir Savannah con apasionamiento.
—Está bien, no hagas el test —la interrumpió Kitty—. Pero contesta unas preguntas, ¿vale?
—Venga —accedí.
— ¿De qué equipo de futbol eres?
—Del Dallas CowGirls —dije sin dudar.
— ¿Y eso por qué? —preguntó Kitty.
—Porque es el equipo de Santana.
—Comprendo —asintió Kitty en tono de complicidad—. ¿Y cuándo fue la última vez que hiciste algo sin Santana?
No me gustaba el tono que estaba adoptando, parecía una fiscal en un juicio.
—Hago muchas cosas sin San —afirmé con displicencia.
— ¿De verdad? ¿Dónde está ahora?
—Tiene una sesión práctica de primeros auxilios en el gimnasio —informé satisfecha—. Van a repasar reanimación cardiopulmonar, aunque ella ya lo aprendió en noveno durante un curso de seguridad en el agua.
—Vale —dijo Savannah—. ¿Y qué va a hacer a la hora del almuerzo?
—Tiene una reunión con el equipo de Lacrosse —contesté—. Hay una chica nueva y Santana quiere que se entrene como defensa.
— ¿Y a la hora de la cena?
—Va a venir a casa para asar unas chuletas en la barbacoa.
— ¿Desde cuándo te gustan las chuletas? —Las dos arquearon las cejas.
—A Santana le gustan.
—Caso cerrado. —Kitty se cubrió el rostro con las manos.
—De acuerdo, es verdad que pasamos mucho tiempo juntas —asentí con mal humor—. Pero ¿qué tiene eso de malo?
—Que no es normal, eso es lo que tiene de malo —anunció Savannah pronunciando cuidadosamente cada una de las palabras—. Tus amigas son igual de importantes, pero parece que ya no te interesamos. Todas las chicas sienten lo mismo, incluso Rachel.
Me quedé sin saber qué decir. Por fin pareció que una niebla se disipaba y comprendí el motivo de esa discusión: las chicas se sentían abandonadas. Era cierto que siempre parecía que rechazaba sus invitaciones porque quería pasar ese tiempo con Santana. Yo pensaba que solo se trataba de que prefiriera pasar mis ratos libres con la familia, pero quizás había sido poco sensible sin darme cuenta. Valoraba su amistad y en ese mismo momento me prometí ser más atenta con ellas.
—Lo siento —les dije—. Gracias por ser sinceras conmigo. Prometo hacerlo mejor.
—Genial. —Kitty sonrió de oreja a oreja—. Bueno, pues puedes empezar viniendo con nosotras con nosotras al último evento que tenemos planeado para la fiesta de Halloween.
—Por supuesto —asentí, deseando compensarlas de algún modo—. Me encantará. ¿Qué es? —No había terminado la pregunta que ya intuí que estaba a punto de caer en una trampa.
—Vamos a contactar con los muertos, ¿recuerdas? —Dijo Savannah—. No se permiten más personas.
—Una sesión de espiritismo —anunció Kitty con alegría—. ¿No te parece genial?
—Genial —sentí con contundencia.
Se me ocurrían un montón de palabras para describir lo que tenían pensado hacer, pero «genial» no era una de ellas.
Emma.snix*** - Mensajes : 101
Fecha de inscripción : 02/08/2013
Edad : 32
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
ok lo refirmo están mal espiritismo san con lo q están jugando esas niñas creo q no y britt no sabe y va a ir por q sus amigas le hicieron sentirse culpable o por q ellas le han dicho después d elo qe paso con el tipejo ese ??? osea mete un coscorrón santana se pasa britt de verdad ... un pregunta en a imagen q tienes como firma que sale san un chico y britt el de la parte de en medio es jake no? bueno cdtm xaito
imperio0720****** - Mensajes : 322
Fecha de inscripción : 19/04/2012
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
OMG el segundo tomo fantástico =)
La verdad es que britt se pasa de inosente espero y no traiga malas consecuencias lo que van hacer
Mi britt es puro amor
Saludos actualiza pronto
La verdad es que britt se pasa de inosente espero y no traiga malas consecuencias lo que van hacer
Mi britt es puro amor
Saludos actualiza pronto
khandyy** - Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 08/03/2012
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
Me fascino!!!! Britt es demasiado inocente!!!!! Espero que esto no la lleve por mal camino! Actualiza pronto please! ;) xoxo.
DafygleeK****** - Mensajes : 371
Fecha de inscripción : 23/06/2013
Edad : 25
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
a mi no me parece mal que esten siempre juntas y mas por la condicion de britt, santana la cuida y ya!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
Genial la segunda parte...
Que bueno que ya has popido suplicarla.. Me han encantado los dos caps, veo que San y Britt ahora estan mas unidas que antes eso es increible y mejor todavia... Algo me dice que los problemas no se han acabado y que viene uno peor :(
Estas nuevas amigas son mas estupidas que las otras van de mal en peor, esta bien que quieran pasar su tiempo de amigas pero ellas no entienden que Britt y San tienen que estar juntas es una cuestion divina XD jejejeje pero bueno, me apena mucho la muerte de Taylah pero Rachel tiene que entender y dejar de sonsacar a Britt y meterle ideas tontas en la cabeza...
La verdad es que no me termina de caer bien Rachel en este fic
Espero el siguiente.. Cuidate ;)
Que bueno que ya has popido suplicarla.. Me han encantado los dos caps, veo que San y Britt ahora estan mas unidas que antes eso es increible y mejor todavia... Algo me dice que los problemas no se han acabado y que viene uno peor :(
Estas nuevas amigas son mas estupidas que las otras van de mal en peor, esta bien que quieran pasar su tiempo de amigas pero ellas no entienden que Britt y San tienen que estar juntas es una cuestion divina XD jejejeje pero bueno, me apena mucho la muerte de Taylah pero Rachel tiene que entender y dejar de sonsacar a Britt y meterle ideas tontas en la cabeza...
La verdad es que no me termina de caer bien Rachel en este fic
Espero el siguiente.. Cuidate ;)
aria- - Mensajes : 1105
Fecha de inscripción : 03/12/2012
Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 3 Una noche nefasta.Capitulo: 4 Cruzar la raya
Hey como están ? Espero y bien bueno aquí les traigo dos capítulos mas, bueno eh decidido que colgare de dos o tres capítulos, bueno es que tengo varios adelantados, siento no poder responder a sus comentarios y mil disculpas de antemano pero es que ando con unas tareas de la Uni que mejor ni les cuento Bueno espero y disfruten ya se viene lo bueno
El viernes llegó antes de lo que esperaba. No me atraía la idea de la fiesta de Halloween y hubiera preferido pasar la noche en casa con Santana, pero no me pareció justo imponerle mi deseo de aislamiento.
Al ver mi disfraz, Sam agitó la cabeza en un gesto de sorpresa. Consistía en un fino vestido de satén blanco, unas sandalias de tiras que tomé prestadas de Rachel y un par de alas pequeñas y completamente sintéticas que había alquilado en la tienda de disfraces de la ciudad. Era una parodia de mí misma y Sam, tal como lo había pensado, no se mostró nada convencido.
—Es un poco obvio, ¿no te parece? —preguntó con ironía.
—En absoluto —repliqué—. Si alguien sospecha de que somos sobrehumanos, esto lo despistará.
—Brittany, eres una mensajera del Señor, no una detective de una película de espías de serie B. Tenlo presente.
— ¿Quieres que cambie de disfraz? —pregunté con un suspiro.
—No, no quiere —intervino Quinn, tomándome de la mano y dándome unas palmaditas en el dorso—. El disfraz es encantador. Al fin y al cabo, sólo es una fiesta de colegio.
Miró a Sam de tal forma que terminó con la discusión. Sam se encogió de hombros. Aunque se hacía pasar por profesor de música de Bryce Hamilton, parecía que las intrigas del mundo de la adolescencia estaban fuera de su alcance.
Santana llegó a casa disfrazada de una vaquera: con tejanos muy cortos a mi parecer y descoloridos, botas de cuero marrón y una camisa a cuadros. Incluso se había puesto un sombrero.
— ¿Truco o trato? —dijo, sonriendo.
—Sin ánimo de ofender, pero no te pareces a Batichica en nada.
—No es necesario ponerse antipática, señorita —repuso Santana adoptando un marcado acento texano—. ¿Estás lista para salir? Los caballos esperan.
Me reí.
—Piensas estar así toda la noche, ¿verdad?
—Probablemente. Te vuelvo loca, ¿a que sí?
Mi hermano tosió con fuerza para recordarnos su presencia. Siempre se sentía incómodo antes las muestras de afecto.
—No lleguéis muy tarde —dijo Quinn—. Saldremos a primera hora de la mañana hacia Black Ridge.
—No te preocupes —le prometió Santana—. La traeré a casa en cuanto el reloj dé la medianoche.
Sam meneó la cabeza.
— ¿Es que no podéis dejar de ser la viva expresión de todos los tópicos del mundo?
Santana y yo nos miramos con una sonrisa.
—No —respondimos al unísono.
La vieja casa abandonada se encontraba a media hora en coche. Los faros de los vehículos de los asistentes a la fiesta moteaban la oscura carretera, y a nuestro alrededor no había más que campo abierto. Esa noche nos sentíamos extrañamente eufóricas. Era una sensación rara, como si lo estudiantes de Bryce Hamilton fuéramos los amos del mundo entero. Para nosotras, esa fiesta señalaba el final de una época y eso nos despertaba sentimientos contradictorios: estábamos a punto de graduarnos y de empezar a dar forma a nuestro futuro. Era el comienzo de una nueva vida y, aunque teníamos la esperanza de que estuviera llena de promesas, no podíamos dejar de sentir cierta nostalgia por todo lo que dejábamos atrás. La vida universitaria, y toda la independencia que ella implicaba, se encontraban a la vuelta de la esquina; muy pronto las amistades serían puestas a prueba y algunas relaciones no soportarían el examen.
El cielo nocturno parecía más amplio que nunca y una gran luna creciente iba a la deriva entre retazos de nubes. Mientras conducía, miré a Santana de reojo. Se le veía totalmente relajada al volante del Chevy, su rostro no mostraba la menor inquietud. Íbamos a una velocidad constante y sujetaba el volante con una mano. La luz de la luna se filtraba por la ventanilla y le iluminaba la cara. Giró la cabeza, me miró y unas sombras bailaron sobre sus armoniosas facciones.
— ¿En qué estás pensando, cielo? —preguntó.
—En que podría conseguir algo mucho mejor que un cowgirl —bromeé.
—Estás tentando mucho a la suerte esta noche —repuso Santana con seriedad fingida—. ¡Soy un vaquera al límite!
Reí aunque no acababa de comprender la alusión. Le hubiera podido preguntar a qué se refería, pero lo único que me importaba era que estábamos juntas. ¿Qué más daba si me perdía algún que otro chiste? Eso hacía que lo nuestro fuera todavía más interesante.
Circulábamos por una sinuosa carretera invadida por la maleza, siguiendo a una destartalada camioneta ocupada por chicos del último curso que se habían bautizado a sí mismos como «manada de lobos». No sabía muy bien qué significaba, pero todos ellos llevaban pañuelos de color caqui, y se habían pintado unas rayas negras sobre la cara y el pecho, como las marcas de guerra.
—Una excusa cualquiera para quitarse la camiseta —se mofó Santana.
Los chicos se habían repantigado en la caja trasera de la camioneta y se dedicaban a fumar un cigarrillo tras otro mientras daban buena cuenta de un barril de cerveza. En cuanto la camioneta aparcó soltaron un aullido lobuno, saltaron al suelo y se dirigieron a la casa. Uno de ellos se detuvo para vomitar en un arbusto. Cuando hubo vaciado todo el contenido de su estómago, se incorporó y continuó corriendo.
La casa recreaba la típica temática de Halloween: era vieja y laberíntica, con un porche desvencijado que ocupaba toda la fachada. Necesitaba urgentemente una mano de pintura; la blanca original estaba completamente cuarteada y desconchada, y por debajo de ella asomaba el color agrisado de las planchas de madera, lo que otorgaba al lugar un marcado aspecto de abandono.
Austin debía de haber reclutado a todas sus amigas para que lo ayudaran en la decoración, porque el porche brillaba de calaveras iluminadas y barritas luminosas, pero las ventanas del piso de arriba estaban oscuras. En los alrededores no se percibía la menor señal de civilización: si había algún vecino, debía de encontrarse demasiado lejos para ser visible. Comprendí por qué habían elegido esa casa para la fiesta: allí podríamos hacer todo el ruido que quisiéramos y nadie podría oírnos. La idea me hizo sentir un tanto incómoda. Lo único que separaba la carretera de la casa era una destartalada cerca que había conocido días mejores. En medio del prado adyacente, a unos cien metros de donde nos encontrábamos, había un espantapájaros sujeto a un palo: tenía el cuerpo inerte y la cabeza le colgaba a un lado de forma inquietante.
—Eso es espeluznante —murmuré acercándome a Santana—. Parece completamente real.
Santana me pasó un brazo por los hombros.
—No te preocupes. Sólo persigue a las chicas que no saben apreciar a sus acompañantes como merecen.
Le propiné un codazo, juguetona.
— ¡No tiene ninguna gracia! Además, mis amigas creen que sería saludable que tú y yo pasáramos algún tiempo separadas.
—Bueno, yo discrepo.
— ¡Eso es porque quieres toda mi atención!
—Ten cuidado, que te van a oír…
La casa ya se había llenado de gente. El interior estaba iluminado con farolillos y velas, pues el lugar llevaba tanto tiempo deshabitado que habían cortado la luz. A nuestra izquierda se levantaba una sinuosa escalera, pero los escalones estaban gastados y podridos: era evidente que los padres de Austin habían dejado que todo se deteriorara. Habían colocado velas sobre cada uno de los escalones y la cera goteaba sobre la madera formando charcos que parecían hielo. En el amplio pasillo se abrían varias habitaciones vacías que, supuse, en esos momentos estarían ocupadas por parejas ebrias. De todas formas, la oscuridad resultaba inquietante. Recorrimos todo el pasillo entre chicos y chicas con variados disfraces; algunos se habían esforzado mucho en su elaboración. Se veían colmillos de vampiro, cuernos de demonio y mucha sangre de mentira. Un chico altísimo, disfrazado de la Muerte y con el rostro completamente oculto bajo una capucha pasó por nuestro lado. Vi a Alicia del país de las maravillas (en versión zombi), a una siniestra muñeca de trapo, a Eduardo Manostijera y a alguien con una careta inspirada en Hannibal Lecter. Apreté con fuerza la mano de Santana. No quería fastidiarle la noche, pero todo eso me resultaba ligeramente escalofriante. Era como si todos los personajes de todas las historias de terror hubieran cobrado vida a nuestro alrededor. Lo único que aligeraba ese aire fantasmagórico era el continuo bullicio de las conversaciones y las risas. Entonces alguien conectó un iPod al equipo de música y, de repente la casa se llenó de música a un volumen tan alto que las vibraciones sacudieron todo el polvo de la araña de luces que teníamos sobre la cabeza.
Nos abrimos paso por entre la gente y en el salón nos encontramos con Rachel y las chicas, que se habían acomodado en un tresillo de tapizado deslucido. La mesilla de café que tenían delante ya estaba repleta de vasos y botellas de whisky medio vacías. Rachel había seguido con su idea y se había presentado disfrazada de Campanilla, con un vestido verde de bordes desiguales, zapatillas de bailarina y dos alas de hada. Pero había elegido con atención todos los detalles para que hicieran juego con el espíritu de Halloween: llevaba unas cadenas de plata alrededor de las muñecas y los tobillos, y se había embadurnado el rostro y el cuerpo con sangre de mentira y barro. Del pecho le sobresalía la empuñadura de una daga. Incluso Santana se mostró impresionada y alzó las cejas con cara de aprobación.
Una Campanilla gótica. Buen trabajo, Rachel —reconoció.
Nos sentamos en un diván, al lado de Madison, que había mantenido su palabra y se había convertido en una conejita de Playboy: un corsé negro, una colita peluda y un par de orejitas blancas. Llevaba el maquillaje de los ojos corrido de tal forma que parecía que tuviera dos ojos negros. Bebió todo el contenido de un vaso y lo dejó en la mesa con un golpe seco y un gesto de victoria.
—Vosotras dos sois unos muermos —balbució cuando nos apretujamos a su lado—. ¡Estos disfraces son lo peor!
— ¿Qué tienen de malo? —preguntó Santana en un tono que indicaba claramente que no le podía importar menos su opinión y que sólo lo preguntaba por educación.
—Pareces Woody de Toy Story en versión femenina—repuso Madison, de repente incapaz de reprimir un ataque de risa—. Y tú, Britt, ¡venga! Por lo menos te habrías podido disfrazar de Ángel de Charlie. Ninguno de las dos dais nada de miedo.
—Pues tu vestido tampoco es especialmente terrorífico —intervino Rachel para defendernos.
—No estoy tan segura —dijo Santana.
Ahogué una carcajada poniéndome la mano sobre la boca. A Santana nunca le había caído muy bien Alison. Bebía y fumaba demasiado, y siempre daba su opinión sin que nadie se la pidiera.
—Cállate, Woody —farfulló Madison.
—Me parece que aquí hay alguien que debería dejar el vaso tranquilo un rato —le aconsejó Santana.
— ¿No tienes que ir a un rodeo o algo?
Santana se puso de pie sin contestarle al ver que justo en ese momento su equipo de Lacrosse entraba en la sala y anunciaba su llegada con unos prolongados y excitantes movimientos colectivos. Al ver que Santana se les acercaba, la saludaron.
— ¡Eh, San!
—Colega, ¿qué haces con este traje?
— ¿Te ha convencido Britt de esto?
— ¡Tía, estás muy pillada! —Varias chicas se les acercaron y comenzaron a manosearla, casi arrastrándola al primer mueble que había en la casa..
— ¡Salgan de encima!
— ¡Yuuuujuuuuu!
Estallaron en carcajadas, enredándose en una divertida escaramuza. Cuando Santana consiguió librarse de ellas le habían quitado casi toda la ropa excepto dejándoles una pequeña y diminuta trasparente y los tejanos cortos; el pelo, que estaba perfectamente peinado cuando llegamos, lo tenía totalmente revuelto. Me miró y se encogió de hombros, como diciéndome que ella no era responsable del comportamiento de sus amigas, y se puso una camiseta negra que una de las chicas le lanzó.
— ¿Estás bien, Osito? —pregunté un poco preocupada mientras le arreglaba el pelo: no me gustaba que sus amigas jugaran tanto así con ella. Mis atenciones provocaron que sus amigas arquearan las cejas, asombradas.
—Britt —Santana me puso una mano sobre el hombro—, tienes que dejar de llamarme así delante de la gente.
—Lo siento —repuse avergonzada.
Santana se rió.
—Venga, vamos a tomar algo.
Nos hicimos con una cerveza para Santana y un refresco para mí, y fuimos a sentarnos en un mullido sofá que alguien había arrastrado hasta el porche trasero de la casa. Del alero del tejado colgaban unos farolillos de papel rosas y verdes que iluminaban el deteriorado patio con una luz tenue. Más allá de este, los campos se alejaban hasta lindar con un bosque denso y oscuro.
Aparte del salvaje comportamiento de los invitados de dentro, fuera la noche era quieta y tranquila. Un tractor oxidado descansaba abandonado entre la crecida hierba. Justo pensaba en lo pintoresco de ese entorno, que parecía una pintura de tiempos remotos, cuando una pieza de ropa interior de encaje cayó a nuestros pies desde una de las ventanas laterales de la casa. Me sonrojé al darme cuenta de que detrás de la ventana había una pareja y que no se encontraban precisamente enzarzados en una conversación profunda y significativa. Aparté rápidamente la mirada e intenté imaginar el aspecto que debía de haber tenido esa casa antes de que la familia Knox la dejara caer en la ruina. Seguro había sido imponente y hermosa durante los días en que las chicas todavía llevaban carabina y los bailes consistían en elegantes valses al son de un magnífico piano; nada parecido al torbellino y a los embates que tenían lugar dentro en ese momento. Antiguamente los encuentros sociales eran elegantes y comedidos, muy distintos del caos que se había desatado en la vieja casa esa noche. Imaginé que, en ese mismo porche —aunque nuevo, pulido y adornado con una madreselva enredada en sus columnas—, un hombre con una chaqueta con faldón se inclinaba en reverencia ante una mujer que llevaba un vaporoso vestido. En mi imaginación, el cielo estaba estrellado y la doble puerta de entrada a la casa se encontraba abierta para que la música de dentro inundara la noche.
—Halloween es una mierda.
Las palabras de Blaine Anderson, de mi clase de literatura, interrumpieron mi ensueño. El chico se acercó a nosotros. Le hubiera contestado, pero sentí el delgado brazo de Santana que me rodeaba y me resultó difícil concentrarme en otra cosa. Con el rabillo del ojo vi que su mano colgaba relajadamente de mi hombro. Me gustaba ver que llevaba el anillo de plata: era un símbolo de que ella pertenecía a alguien, que no estaba disponible para nadie más que para mí. Aunque eso parecía extraño en una chica de dieciocho años tan hermosa y tan popular: cualquier extraño que se encontraba con ella, que viera su perfecto cuerpo, su tranquila mirada de color marrón, su encantadora sonrisa y el perfecto cabello oscuro que ondeaba sobre su rostro, se hubiera dado cuenta de que podría tener a todas las chicas que quisiera.
Cualquier hubiera dado por supuesto que, al igual que cualquier adolescente normal, ella estaría disfrutando de las ventajas de ser joven y atractiva. Sólo quienes la conocían sabían que Santana estaba totalmente comprometida conmigo. Santana no sólo era hermosa hasta quitar el hipo, sino que era una líder admirada y respetada por todo el mundo. Yo la amaba y la admiraba, pero todavía no acababa de creerme que era mía. No podía comprender por qué había tenido tanta suerte. A veces me preocupaba pensar que quizá fuera un sueño y que, si me desconcentraba, todo aquello se desvanecería ante mis ojos. Pero ella continuaba sentada a mi lado, firme y sólida. Cuando se hizo evidente que yo me había ido en mis pensamientos, le contestó a Blaine.
—Relájate, Anderson, sólo es una fiesta —rió.
— ¿Y tú disfraz? —le pregunté, obligándome a volver a la realidad.
—Yo no me disfrazo —contestó, cínico.
Blaine era la clase de chico que lo encontraba todo pueril y por debajo de su nivel. Conseguía mantener su sentido de superioridad a base de no participar en nada pero, al mismo tiempo, siempre aparecería en el último momento por si acaso se perdía algo.
—Por dios, es asqueroso —dijo con una mueca al ver la ropa interior de encaje en el suelo del porche—. Espero no pillarme nunca tanto de alguien como para consentir en hacerlo en un tractor.
—Lo del tractor no lo sé —bromeé—, pero me apuesto lo que sea a que un día te enamorarás y no podrás hacer nada al respecto.
—Imposible. —Blaine levantó los brazos y los cruzó sobre su cabeza, desperezándose y cerrando los ojos—. Estoy demasiado amargado y hastiado.
—Podría intentar montarte una cita con una de mis amigas —ofrecí. Me gustaba la idea de hacer emparejamientos y tenía mucha confianza en mis artes—. ¿Qué te parece, Abby? No tiene novio, es guapa y no es demasiado exigente.
—Dios Santo, no, por favor —repuso Blaine—. Seríamos la peor pareja de la historia.
— ¿Perdón? —La falta de confianza de Blaine en mis habilidades me disgustó.
—Te perdono lo que quieras —se burló Blaine—. Mi decisión es firme. No me voy a dejar emparejar con una Barbie que bebe tinto de verano y lleva tacones aguja. No tendríamos nada que decirnos excepto «adiós».
—Me alegra saber que tienes tan buena opinión de mis amigas —le dije, contrariada—. ¿Es eso lo que piensas de mí?
—No, tú eres distinta.
— ¿Por qué?
—Eres rara.
— ¡No lo soy! —exclamé—. ¿Qué tengo de raro? Santana, ¿crees que soy rara?
—Tranquilízate, cielo —dijo Santana con los ojos brillantes de humor—. Estoy segura de que Anderson lo dice en el mejor de los sentidos.
—Bueno, pues tú también eres raro —le devolví, consciente de lo irascible que me estaba mostrando.
Él rió y terminó la cerveza que estaba tomando.
—Sólo un raro puede reconocer a otro raro.
En ese momento, unas voces estridentes nos llamaron la atención. La puerta se abrió y unas chicas del equipo de Lacrosse salieron al porche. Pensé que era increíble hasta qué punto me recordaban a los cachorros de león, saltando las unas sobre otras pero sin perder el estilo y glamur. Se acercaron desordenadamente hasta donde estábamos nosotras y Santana meneó la cabeza con una ligera expresión de amonestación. Entre ellas reconocía a Tina y a Kay. Era fácil distinguirlas: Tina era asiática, tenía el pelo liso y; Kay tenía rizos rubios y claros y unos caídos ojos de una oscuro apagado que no brillaba como el color de ojos de Santana. Al verme, me saludaron con un beso en la mejilla. Les devolví el saludo de igual forma. No conseguí animarme a hacer lo que mis amigas llamaban «asentimiento de superioridad»: me hacía sentir como si me encontrara en uno de esos vídeos que Rachel veía en MTV, donde unas chicas se paseaban en poca ropa y muy provocativas
—Venga, López —la animaron las chicas—. Nos vamos a la laguna.
Santana soltó un gemido.
—Vamos allá.
—Ya conoces las reglas —gritó Tina—. La última que llegue se baña desnuda.
—Dios Santo, realmente han descubierto la cima de la estimulación intelectual
—refunfuñó Blaine.
Santana se puso en pie con gesto renuente y la miré, sorprendida.
—No vas a ir, ¿no? —pregunté.
—Esta carrera es una tradición de Bryce —repuso riendo—. Lo hacemos cada año, estemos donde estemos. Pero no te preocupes, nunca llego en último.
—No estés tan segura —alardeó Tina saltando del porche y corriendo a toda velocidad hacia el bosque que se encontraba en la parte trasera del terreno—. ¡Llevo ventaja!
Las demás chicas siguieron su ejemplo, empujándose las unas con las otras sin contemplaciones mientras corrían. Avanzaron chocando entre sí por los matorrales en dirección a campo abierto, como en una estampida.
Cuando hubieron desaparecido de la vista, dejé a Blaine con sus reflexiones filosóficas y fui adentro en busca de Rachel. Ella y las chicas habían cambiado de sitio y las encontré apiñadas con actitud misteriosa al pie de las escaleras. Abigail llevaba una gran bolsa de papel debajo del brazo. Todas estaban muy serias.
— ¡Britt! —Rachel me agarré del brazo en cuanto llegué a su lado—. Me alegro de que estés aquí: estamos a punto de empezar.
— ¿Empezar el qué? —pregunté con curiosidad.
—La sesión de espiritismo.
Ahogué un gemido: así que no se habían olvidado. Tenía la esperanza de que abandonaran el plan en cuanto empezaran a divertirse en la fiesta.
—No podéis hablar en serio, chicas —dije, pero me di cuenta de que me miraban con absoluta sinceridad. Intenté una estrategia distinta—: Eh, Abby, Hank Hunt está fuera. Parece que le iría bien un poco de compañía.
Abigail estaba loca por Hank Hunt desde el primer curso y no había dejado de desbarrar sobre él desde entonces. Pero esa noche ni siquiera él podía despistarla del plan que se traían entre manos.
—A quién le importa Hank Hunt —repuso Abigail en tono de mofa—. Esto es súper más importante. Vamos a buscar una habitación vacía.
—No —dije, negando firmemente con la cabeza—. Venga, chicas, ¿es que no podemos encontrar otra cosa que hacer?
—Pero es Halloween —protestó Kitty con un mohín infantil—. Queremos hablar con los fantasmas.
—Los muertos deben quedarse donde están —contesté—. ¿Es que no podéis jugar a pescar manzanas con la boca o algo?
—No seas tan aguafiestas —dijo Savannah. Se puso en pie y empezó a tirar de mí escaleras arriba. Las demás nos siguieron con gran excitación—. ¿Qué puede pasar?
— ¿Es una pregunta retórica? —respondí, apartándome—. ¿Qué puede no pasar?
—No creerás de verdad en fantasmas, ¿no, Britt? —Preguntó Madison—. Sólo queremos divertirnos un poco.
—Creo que no deberíamos jugar con esto —dije con un suspiro.
—Vale, pues no vengas —me cortó Kitty con aspereza—. Quédate aquí abajo sola a esperar a Santana, como haces siempre. Sabíamos que te rajarías de todas maneras. Nos divertiremos sin ti.
Me miró con una expresión dolida y las demás asintieron con la cabeza, apoyándola. Yo no conseguía hacerles entender el peligro que su plan conllevaba. ¿Cómo explicar a unas niñas que es peligroso jugar con fuego si nunca se han quemado? Deseé que Sam estuviera allí. Él emanaba autoridad y hubiera sabido exactamente qué decir para hacerlas cambiar de opinión: siempre ejercía ese efecto en las personas. En cambio, allí estaba yo, como una ceniza aguafiestas. Vaya ángel guardián estaba hecha. Sabía que no tenía el poder de impedirles nada, pero no podía permitir que continuaran sin mí. Si pasaba algo, por lo menos estaría con ellas para enfrentarme con lo que se encontraran. Las chicas ya estaban subiendo escaleras arriba cogidas del brazo y susurraban con gran excitación.
—Chicas —llamé—. Esperad… voy con vosotras.
Capitulo: 3
Una noche nefasta
Una noche nefasta
El viernes llegó antes de lo que esperaba. No me atraía la idea de la fiesta de Halloween y hubiera preferido pasar la noche en casa con Santana, pero no me pareció justo imponerle mi deseo de aislamiento.
Al ver mi disfraz, Sam agitó la cabeza en un gesto de sorpresa. Consistía en un fino vestido de satén blanco, unas sandalias de tiras que tomé prestadas de Rachel y un par de alas pequeñas y completamente sintéticas que había alquilado en la tienda de disfraces de la ciudad. Era una parodia de mí misma y Sam, tal como lo había pensado, no se mostró nada convencido.
—Es un poco obvio, ¿no te parece? —preguntó con ironía.
—En absoluto —repliqué—. Si alguien sospecha de que somos sobrehumanos, esto lo despistará.
—Brittany, eres una mensajera del Señor, no una detective de una película de espías de serie B. Tenlo presente.
— ¿Quieres que cambie de disfraz? —pregunté con un suspiro.
—No, no quiere —intervino Quinn, tomándome de la mano y dándome unas palmaditas en el dorso—. El disfraz es encantador. Al fin y al cabo, sólo es una fiesta de colegio.
Miró a Sam de tal forma que terminó con la discusión. Sam se encogió de hombros. Aunque se hacía pasar por profesor de música de Bryce Hamilton, parecía que las intrigas del mundo de la adolescencia estaban fuera de su alcance.
Santana llegó a casa disfrazada de una vaquera: con tejanos muy cortos a mi parecer y descoloridos, botas de cuero marrón y una camisa a cuadros. Incluso se había puesto un sombrero.
— ¿Truco o trato? —dijo, sonriendo.
—Sin ánimo de ofender, pero no te pareces a Batichica en nada.
—No es necesario ponerse antipática, señorita —repuso Santana adoptando un marcado acento texano—. ¿Estás lista para salir? Los caballos esperan.
Me reí.
—Piensas estar así toda la noche, ¿verdad?
—Probablemente. Te vuelvo loca, ¿a que sí?
Mi hermano tosió con fuerza para recordarnos su presencia. Siempre se sentía incómodo antes las muestras de afecto.
—No lleguéis muy tarde —dijo Quinn—. Saldremos a primera hora de la mañana hacia Black Ridge.
—No te preocupes —le prometió Santana—. La traeré a casa en cuanto el reloj dé la medianoche.
Sam meneó la cabeza.
— ¿Es que no podéis dejar de ser la viva expresión de todos los tópicos del mundo?
Santana y yo nos miramos con una sonrisa.
—No —respondimos al unísono.
La vieja casa abandonada se encontraba a media hora en coche. Los faros de los vehículos de los asistentes a la fiesta moteaban la oscura carretera, y a nuestro alrededor no había más que campo abierto. Esa noche nos sentíamos extrañamente eufóricas. Era una sensación rara, como si lo estudiantes de Bryce Hamilton fuéramos los amos del mundo entero. Para nosotras, esa fiesta señalaba el final de una época y eso nos despertaba sentimientos contradictorios: estábamos a punto de graduarnos y de empezar a dar forma a nuestro futuro. Era el comienzo de una nueva vida y, aunque teníamos la esperanza de que estuviera llena de promesas, no podíamos dejar de sentir cierta nostalgia por todo lo que dejábamos atrás. La vida universitaria, y toda la independencia que ella implicaba, se encontraban a la vuelta de la esquina; muy pronto las amistades serían puestas a prueba y algunas relaciones no soportarían el examen.
El cielo nocturno parecía más amplio que nunca y una gran luna creciente iba a la deriva entre retazos de nubes. Mientras conducía, miré a Santana de reojo. Se le veía totalmente relajada al volante del Chevy, su rostro no mostraba la menor inquietud. Íbamos a una velocidad constante y sujetaba el volante con una mano. La luz de la luna se filtraba por la ventanilla y le iluminaba la cara. Giró la cabeza, me miró y unas sombras bailaron sobre sus armoniosas facciones.
— ¿En qué estás pensando, cielo? —preguntó.
—En que podría conseguir algo mucho mejor que un cowgirl —bromeé.
—Estás tentando mucho a la suerte esta noche —repuso Santana con seriedad fingida—. ¡Soy un vaquera al límite!
Reí aunque no acababa de comprender la alusión. Le hubiera podido preguntar a qué se refería, pero lo único que me importaba era que estábamos juntas. ¿Qué más daba si me perdía algún que otro chiste? Eso hacía que lo nuestro fuera todavía más interesante.
Circulábamos por una sinuosa carretera invadida por la maleza, siguiendo a una destartalada camioneta ocupada por chicos del último curso que se habían bautizado a sí mismos como «manada de lobos». No sabía muy bien qué significaba, pero todos ellos llevaban pañuelos de color caqui, y se habían pintado unas rayas negras sobre la cara y el pecho, como las marcas de guerra.
—Una excusa cualquiera para quitarse la camiseta —se mofó Santana.
Los chicos se habían repantigado en la caja trasera de la camioneta y se dedicaban a fumar un cigarrillo tras otro mientras daban buena cuenta de un barril de cerveza. En cuanto la camioneta aparcó soltaron un aullido lobuno, saltaron al suelo y se dirigieron a la casa. Uno de ellos se detuvo para vomitar en un arbusto. Cuando hubo vaciado todo el contenido de su estómago, se incorporó y continuó corriendo.
La casa recreaba la típica temática de Halloween: era vieja y laberíntica, con un porche desvencijado que ocupaba toda la fachada. Necesitaba urgentemente una mano de pintura; la blanca original estaba completamente cuarteada y desconchada, y por debajo de ella asomaba el color agrisado de las planchas de madera, lo que otorgaba al lugar un marcado aspecto de abandono.
Austin debía de haber reclutado a todas sus amigas para que lo ayudaran en la decoración, porque el porche brillaba de calaveras iluminadas y barritas luminosas, pero las ventanas del piso de arriba estaban oscuras. En los alrededores no se percibía la menor señal de civilización: si había algún vecino, debía de encontrarse demasiado lejos para ser visible. Comprendí por qué habían elegido esa casa para la fiesta: allí podríamos hacer todo el ruido que quisiéramos y nadie podría oírnos. La idea me hizo sentir un tanto incómoda. Lo único que separaba la carretera de la casa era una destartalada cerca que había conocido días mejores. En medio del prado adyacente, a unos cien metros de donde nos encontrábamos, había un espantapájaros sujeto a un palo: tenía el cuerpo inerte y la cabeza le colgaba a un lado de forma inquietante.
—Eso es espeluznante —murmuré acercándome a Santana—. Parece completamente real.
Santana me pasó un brazo por los hombros.
—No te preocupes. Sólo persigue a las chicas que no saben apreciar a sus acompañantes como merecen.
Le propiné un codazo, juguetona.
— ¡No tiene ninguna gracia! Además, mis amigas creen que sería saludable que tú y yo pasáramos algún tiempo separadas.
—Bueno, yo discrepo.
— ¡Eso es porque quieres toda mi atención!
—Ten cuidado, que te van a oír…
La casa ya se había llenado de gente. El interior estaba iluminado con farolillos y velas, pues el lugar llevaba tanto tiempo deshabitado que habían cortado la luz. A nuestra izquierda se levantaba una sinuosa escalera, pero los escalones estaban gastados y podridos: era evidente que los padres de Austin habían dejado que todo se deteriorara. Habían colocado velas sobre cada uno de los escalones y la cera goteaba sobre la madera formando charcos que parecían hielo. En el amplio pasillo se abrían varias habitaciones vacías que, supuse, en esos momentos estarían ocupadas por parejas ebrias. De todas formas, la oscuridad resultaba inquietante. Recorrimos todo el pasillo entre chicos y chicas con variados disfraces; algunos se habían esforzado mucho en su elaboración. Se veían colmillos de vampiro, cuernos de demonio y mucha sangre de mentira. Un chico altísimo, disfrazado de la Muerte y con el rostro completamente oculto bajo una capucha pasó por nuestro lado. Vi a Alicia del país de las maravillas (en versión zombi), a una siniestra muñeca de trapo, a Eduardo Manostijera y a alguien con una careta inspirada en Hannibal Lecter. Apreté con fuerza la mano de Santana. No quería fastidiarle la noche, pero todo eso me resultaba ligeramente escalofriante. Era como si todos los personajes de todas las historias de terror hubieran cobrado vida a nuestro alrededor. Lo único que aligeraba ese aire fantasmagórico era el continuo bullicio de las conversaciones y las risas. Entonces alguien conectó un iPod al equipo de música y, de repente la casa se llenó de música a un volumen tan alto que las vibraciones sacudieron todo el polvo de la araña de luces que teníamos sobre la cabeza.
Nos abrimos paso por entre la gente y en el salón nos encontramos con Rachel y las chicas, que se habían acomodado en un tresillo de tapizado deslucido. La mesilla de café que tenían delante ya estaba repleta de vasos y botellas de whisky medio vacías. Rachel había seguido con su idea y se había presentado disfrazada de Campanilla, con un vestido verde de bordes desiguales, zapatillas de bailarina y dos alas de hada. Pero había elegido con atención todos los detalles para que hicieran juego con el espíritu de Halloween: llevaba unas cadenas de plata alrededor de las muñecas y los tobillos, y se había embadurnado el rostro y el cuerpo con sangre de mentira y barro. Del pecho le sobresalía la empuñadura de una daga. Incluso Santana se mostró impresionada y alzó las cejas con cara de aprobación.
Una Campanilla gótica. Buen trabajo, Rachel —reconoció.
Nos sentamos en un diván, al lado de Madison, que había mantenido su palabra y se había convertido en una conejita de Playboy: un corsé negro, una colita peluda y un par de orejitas blancas. Llevaba el maquillaje de los ojos corrido de tal forma que parecía que tuviera dos ojos negros. Bebió todo el contenido de un vaso y lo dejó en la mesa con un golpe seco y un gesto de victoria.
—Vosotras dos sois unos muermos —balbució cuando nos apretujamos a su lado—. ¡Estos disfraces son lo peor!
— ¿Qué tienen de malo? —preguntó Santana en un tono que indicaba claramente que no le podía importar menos su opinión y que sólo lo preguntaba por educación.
—Pareces Woody de Toy Story en versión femenina—repuso Madison, de repente incapaz de reprimir un ataque de risa—. Y tú, Britt, ¡venga! Por lo menos te habrías podido disfrazar de Ángel de Charlie. Ninguno de las dos dais nada de miedo.
—Pues tu vestido tampoco es especialmente terrorífico —intervino Rachel para defendernos.
—No estoy tan segura —dijo Santana.
Ahogué una carcajada poniéndome la mano sobre la boca. A Santana nunca le había caído muy bien Alison. Bebía y fumaba demasiado, y siempre daba su opinión sin que nadie se la pidiera.
—Cállate, Woody —farfulló Madison.
—Me parece que aquí hay alguien que debería dejar el vaso tranquilo un rato —le aconsejó Santana.
— ¿No tienes que ir a un rodeo o algo?
Santana se puso de pie sin contestarle al ver que justo en ese momento su equipo de Lacrosse entraba en la sala y anunciaba su llegada con unos prolongados y excitantes movimientos colectivos. Al ver que Santana se les acercaba, la saludaron.
— ¡Eh, San!
—Colega, ¿qué haces con este traje?
— ¿Te ha convencido Britt de esto?
— ¡Tía, estás muy pillada! —Varias chicas se les acercaron y comenzaron a manosearla, casi arrastrándola al primer mueble que había en la casa..
— ¡Salgan de encima!
— ¡Yuuuujuuuuu!
Estallaron en carcajadas, enredándose en una divertida escaramuza. Cuando Santana consiguió librarse de ellas le habían quitado casi toda la ropa excepto dejándoles una pequeña y diminuta trasparente y los tejanos cortos; el pelo, que estaba perfectamente peinado cuando llegamos, lo tenía totalmente revuelto. Me miró y se encogió de hombros, como diciéndome que ella no era responsable del comportamiento de sus amigas, y se puso una camiseta negra que una de las chicas le lanzó.
— ¿Estás bien, Osito? —pregunté un poco preocupada mientras le arreglaba el pelo: no me gustaba que sus amigas jugaran tanto así con ella. Mis atenciones provocaron que sus amigas arquearan las cejas, asombradas.
—Britt —Santana me puso una mano sobre el hombro—, tienes que dejar de llamarme así delante de la gente.
—Lo siento —repuse avergonzada.
Santana se rió.
—Venga, vamos a tomar algo.
Nos hicimos con una cerveza para Santana y un refresco para mí, y fuimos a sentarnos en un mullido sofá que alguien había arrastrado hasta el porche trasero de la casa. Del alero del tejado colgaban unos farolillos de papel rosas y verdes que iluminaban el deteriorado patio con una luz tenue. Más allá de este, los campos se alejaban hasta lindar con un bosque denso y oscuro.
Aparte del salvaje comportamiento de los invitados de dentro, fuera la noche era quieta y tranquila. Un tractor oxidado descansaba abandonado entre la crecida hierba. Justo pensaba en lo pintoresco de ese entorno, que parecía una pintura de tiempos remotos, cuando una pieza de ropa interior de encaje cayó a nuestros pies desde una de las ventanas laterales de la casa. Me sonrojé al darme cuenta de que detrás de la ventana había una pareja y que no se encontraban precisamente enzarzados en una conversación profunda y significativa. Aparté rápidamente la mirada e intenté imaginar el aspecto que debía de haber tenido esa casa antes de que la familia Knox la dejara caer en la ruina. Seguro había sido imponente y hermosa durante los días en que las chicas todavía llevaban carabina y los bailes consistían en elegantes valses al son de un magnífico piano; nada parecido al torbellino y a los embates que tenían lugar dentro en ese momento. Antiguamente los encuentros sociales eran elegantes y comedidos, muy distintos del caos que se había desatado en la vieja casa esa noche. Imaginé que, en ese mismo porche —aunque nuevo, pulido y adornado con una madreselva enredada en sus columnas—, un hombre con una chaqueta con faldón se inclinaba en reverencia ante una mujer que llevaba un vaporoso vestido. En mi imaginación, el cielo estaba estrellado y la doble puerta de entrada a la casa se encontraba abierta para que la música de dentro inundara la noche.
—Halloween es una mierda.
Las palabras de Blaine Anderson, de mi clase de literatura, interrumpieron mi ensueño. El chico se acercó a nosotros. Le hubiera contestado, pero sentí el delgado brazo de Santana que me rodeaba y me resultó difícil concentrarme en otra cosa. Con el rabillo del ojo vi que su mano colgaba relajadamente de mi hombro. Me gustaba ver que llevaba el anillo de plata: era un símbolo de que ella pertenecía a alguien, que no estaba disponible para nadie más que para mí. Aunque eso parecía extraño en una chica de dieciocho años tan hermosa y tan popular: cualquier extraño que se encontraba con ella, que viera su perfecto cuerpo, su tranquila mirada de color marrón, su encantadora sonrisa y el perfecto cabello oscuro que ondeaba sobre su rostro, se hubiera dado cuenta de que podría tener a todas las chicas que quisiera.
Cualquier hubiera dado por supuesto que, al igual que cualquier adolescente normal, ella estaría disfrutando de las ventajas de ser joven y atractiva. Sólo quienes la conocían sabían que Santana estaba totalmente comprometida conmigo. Santana no sólo era hermosa hasta quitar el hipo, sino que era una líder admirada y respetada por todo el mundo. Yo la amaba y la admiraba, pero todavía no acababa de creerme que era mía. No podía comprender por qué había tenido tanta suerte. A veces me preocupaba pensar que quizá fuera un sueño y que, si me desconcentraba, todo aquello se desvanecería ante mis ojos. Pero ella continuaba sentada a mi lado, firme y sólida. Cuando se hizo evidente que yo me había ido en mis pensamientos, le contestó a Blaine.
—Relájate, Anderson, sólo es una fiesta —rió.
— ¿Y tú disfraz? —le pregunté, obligándome a volver a la realidad.
—Yo no me disfrazo —contestó, cínico.
Blaine era la clase de chico que lo encontraba todo pueril y por debajo de su nivel. Conseguía mantener su sentido de superioridad a base de no participar en nada pero, al mismo tiempo, siempre aparecería en el último momento por si acaso se perdía algo.
—Por dios, es asqueroso —dijo con una mueca al ver la ropa interior de encaje en el suelo del porche—. Espero no pillarme nunca tanto de alguien como para consentir en hacerlo en un tractor.
—Lo del tractor no lo sé —bromeé—, pero me apuesto lo que sea a que un día te enamorarás y no podrás hacer nada al respecto.
—Imposible. —Blaine levantó los brazos y los cruzó sobre su cabeza, desperezándose y cerrando los ojos—. Estoy demasiado amargado y hastiado.
—Podría intentar montarte una cita con una de mis amigas —ofrecí. Me gustaba la idea de hacer emparejamientos y tenía mucha confianza en mis artes—. ¿Qué te parece, Abby? No tiene novio, es guapa y no es demasiado exigente.
—Dios Santo, no, por favor —repuso Blaine—. Seríamos la peor pareja de la historia.
— ¿Perdón? —La falta de confianza de Blaine en mis habilidades me disgustó.
—Te perdono lo que quieras —se burló Blaine—. Mi decisión es firme. No me voy a dejar emparejar con una Barbie que bebe tinto de verano y lleva tacones aguja. No tendríamos nada que decirnos excepto «adiós».
—Me alegra saber que tienes tan buena opinión de mis amigas —le dije, contrariada—. ¿Es eso lo que piensas de mí?
—No, tú eres distinta.
— ¿Por qué?
—Eres rara.
— ¡No lo soy! —exclamé—. ¿Qué tengo de raro? Santana, ¿crees que soy rara?
—Tranquilízate, cielo —dijo Santana con los ojos brillantes de humor—. Estoy segura de que Anderson lo dice en el mejor de los sentidos.
—Bueno, pues tú también eres raro —le devolví, consciente de lo irascible que me estaba mostrando.
Él rió y terminó la cerveza que estaba tomando.
—Sólo un raro puede reconocer a otro raro.
En ese momento, unas voces estridentes nos llamaron la atención. La puerta se abrió y unas chicas del equipo de Lacrosse salieron al porche. Pensé que era increíble hasta qué punto me recordaban a los cachorros de león, saltando las unas sobre otras pero sin perder el estilo y glamur. Se acercaron desordenadamente hasta donde estábamos nosotras y Santana meneó la cabeza con una ligera expresión de amonestación. Entre ellas reconocía a Tina y a Kay. Era fácil distinguirlas: Tina era asiática, tenía el pelo liso y; Kay tenía rizos rubios y claros y unos caídos ojos de una oscuro apagado que no brillaba como el color de ojos de Santana. Al verme, me saludaron con un beso en la mejilla. Les devolví el saludo de igual forma. No conseguí animarme a hacer lo que mis amigas llamaban «asentimiento de superioridad»: me hacía sentir como si me encontrara en uno de esos vídeos que Rachel veía en MTV, donde unas chicas se paseaban en poca ropa y muy provocativas
—Venga, López —la animaron las chicas—. Nos vamos a la laguna.
Santana soltó un gemido.
—Vamos allá.
—Ya conoces las reglas —gritó Tina—. La última que llegue se baña desnuda.
—Dios Santo, realmente han descubierto la cima de la estimulación intelectual
—refunfuñó Blaine.
Santana se puso en pie con gesto renuente y la miré, sorprendida.
—No vas a ir, ¿no? —pregunté.
—Esta carrera es una tradición de Bryce —repuso riendo—. Lo hacemos cada año, estemos donde estemos. Pero no te preocupes, nunca llego en último.
—No estés tan segura —alardeó Tina saltando del porche y corriendo a toda velocidad hacia el bosque que se encontraba en la parte trasera del terreno—. ¡Llevo ventaja!
Las demás chicas siguieron su ejemplo, empujándose las unas con las otras sin contemplaciones mientras corrían. Avanzaron chocando entre sí por los matorrales en dirección a campo abierto, como en una estampida.
Cuando hubieron desaparecido de la vista, dejé a Blaine con sus reflexiones filosóficas y fui adentro en busca de Rachel. Ella y las chicas habían cambiado de sitio y las encontré apiñadas con actitud misteriosa al pie de las escaleras. Abigail llevaba una gran bolsa de papel debajo del brazo. Todas estaban muy serias.
— ¡Britt! —Rachel me agarré del brazo en cuanto llegué a su lado—. Me alegro de que estés aquí: estamos a punto de empezar.
— ¿Empezar el qué? —pregunté con curiosidad.
—La sesión de espiritismo.
Ahogué un gemido: así que no se habían olvidado. Tenía la esperanza de que abandonaran el plan en cuanto empezaran a divertirse en la fiesta.
—No podéis hablar en serio, chicas —dije, pero me di cuenta de que me miraban con absoluta sinceridad. Intenté una estrategia distinta—: Eh, Abby, Hank Hunt está fuera. Parece que le iría bien un poco de compañía.
Abigail estaba loca por Hank Hunt desde el primer curso y no había dejado de desbarrar sobre él desde entonces. Pero esa noche ni siquiera él podía despistarla del plan que se traían entre manos.
—A quién le importa Hank Hunt —repuso Abigail en tono de mofa—. Esto es súper más importante. Vamos a buscar una habitación vacía.
—No —dije, negando firmemente con la cabeza—. Venga, chicas, ¿es que no podemos encontrar otra cosa que hacer?
—Pero es Halloween —protestó Kitty con un mohín infantil—. Queremos hablar con los fantasmas.
—Los muertos deben quedarse donde están —contesté—. ¿Es que no podéis jugar a pescar manzanas con la boca o algo?
—No seas tan aguafiestas —dijo Savannah. Se puso en pie y empezó a tirar de mí escaleras arriba. Las demás nos siguieron con gran excitación—. ¿Qué puede pasar?
— ¿Es una pregunta retórica? —respondí, apartándome—. ¿Qué puede no pasar?
—No creerás de verdad en fantasmas, ¿no, Britt? —Preguntó Madison—. Sólo queremos divertirnos un poco.
—Creo que no deberíamos jugar con esto —dije con un suspiro.
—Vale, pues no vengas —me cortó Kitty con aspereza—. Quédate aquí abajo sola a esperar a Santana, como haces siempre. Sabíamos que te rajarías de todas maneras. Nos divertiremos sin ti.
Me miró con una expresión dolida y las demás asintieron con la cabeza, apoyándola. Yo no conseguía hacerles entender el peligro que su plan conllevaba. ¿Cómo explicar a unas niñas que es peligroso jugar con fuego si nunca se han quemado? Deseé que Sam estuviera allí. Él emanaba autoridad y hubiera sabido exactamente qué decir para hacerlas cambiar de opinión: siempre ejercía ese efecto en las personas. En cambio, allí estaba yo, como una ceniza aguafiestas. Vaya ángel guardián estaba hecha. Sabía que no tenía el poder de impedirles nada, pero no podía permitir que continuaran sin mí. Si pasaba algo, por lo menos estaría con ellas para enfrentarme con lo que se encontraran. Las chicas ya estaban subiendo escaleras arriba cogidas del brazo y susurraban con gran excitación.
—Chicas —llamé—. Esperad… voy con vosotras.
Emma.snix*** - Mensajes : 101
Fecha de inscripción : 02/08/2013
Edad : 32
Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 3 Una noche nefasta.Capitulo: 4 Cruzar la raya
Capitulo: 4
Cruzar la raya
Cruzar la raya
Arriba, la casa olía a rancio y a moho. En el rellano, el papel de pared de color marfil se desprendía a tiras a causa de la humedad. Aunque todavía llegaba a nuestros oídos el fragor de la fiesta de abajo, el ambiente en la segunda planta era de un silencio sobrenatural, como si en cualquier momento fuera a suceder algo paranormal. Las chicas se entusiasmaron:
—Es el sitio perfecto —dijo Kitty.
—Seguro que este lugar ya está encantado —añadió Savannah con el rostro ruborizado por la emoción.
De repente, mi preocupación parecía desproporcionada con respecto a la situación real. ¿Era posible que estuviera exagerando? ¿Por qué siempre daba por sentado lo peor y permitía que mi carácter precavido aguara el buen ánimo de todos los que me rodeaban? Me reprendí mentalmente por mi costumbre de sacar conclusiones demasiado deprisa: ¿qué posibilidades tenían de contactar con el otro lado unas chicas que solo querían divertirse? Era sabido que ese tipo de comunicaciones se establecían, pero se necesitaba la presencia de un médium experto. A los espíritus errantes no les gustaba ser motivo de diversión de unos adolescentes.
Lo más probable era que las chicas acabaran aburriéndose al ver que no conseguían los resultados que habían esperado.
Seguí a Rachel y a las chicas hasta la habitación que había sido el cuarto de invitados. Una gruesa capa de polvo y suciedad oscurecía los cristales de sus altas ventanas. La estancia estaba completamente vacía excepto por un desvencijado somier de hierro que se encontraba apoyado contra una de las mugrientas ventanas. El somier había sido blanco, con el paso del tiempo lo había cubierto con una pátina de color mantecoso. Encima del mismo se extendía un desteñido cubrecama que mostraba un estampado de rosas. Pensé que la familia Knox no venía a esa vieja a esa vieja casa de campo ni siquiera para visitarla, por no hablar ya de invitar a nadie a pasar el verano. Los marcos de las ventanas se veían resecos por el sol y no había ninguna cortina que velara la luz de la luna. La habitación daba al oeste y desde allí vi el bosque que se encontraba detrás de la propiedad y el espantapájaros que montaba guardia en el prado: la brisa nocturna le agitaba el sombrero de paja que llevaba sobre la cabeza.
Sin necesidad de instrucciones, las chicas se sentaron con las piernas cruzadas formando un círculo encima de una raída alfombra. Abby metió la mano con mucho cuidado dentro de la bolsa de papel que llevaba, como si fuera a extraer un objeto de valor inestimable, y sacó una guija envuelta en un trapo de felpa de color verde tan gastado que hubiera podido pasar por una pieza de anticuario.
— ¿De dónde has sacado eso?
—Mi abuela me lo ha dado —aclaró Abby—. Fui a visitarla a Savannah el mes pasado.
Con exagerada ceremonia, Abby depositó el tablero en el centro del círculo que habíamos formado. Yo solamente había visto una güija en los libros, pero esta me pareció más decorada de lo que hubiera esperado. A ambos lados del tablero, formando dos líneas rectas, había las letras del abecedario, números y otros símbolos que no reconocí. En los otros dos extremos había las palabras «Sí» y «No», en mayúsculas y rodeadas por unas florituras. Incluso alguien que nunca en su vida hubiera visto una güija se habría dado cuenta de la conexión que tenía con las artes oscuras. Luego Abby quitó el papel de seda con que había envuelto una frágil copa de jerez, lo dejó a mi lado y colocó la copa del revés encima de la tabla.
— ¿Cómo funciona esto? —quiso saber Madison.
Aparte de mí, ella era la única que no se mostraba muy excitada, pero sospeché que eso más bien se debía a que en ese cuarto no había ni chicos ni alcohol y no a que estuviera preocupada por lo que pudiera suceder.
—Hace falta un objeto conductor, como un trozo de madera o un vaso del revés, para comunicarse con el mundo de los espíritus —explicó Abby, disfrutando del papel de experta que había adoptado—. Todos los de nuestra familia tenemos fuertes poderes psíquicos, así que sé de qué hablo. Necesitamos unir todas nuestras energías para que funcione. Tenemos que concentrarnos y poner el dedo índice en el pie de la copa. No hagáis demasiada presión porque la energía se puede atascar y entonces no funciona. Cuando hayamos contactado con el espíritu, este deletreará el mensaje que quiera comunicarnos. Vale, empecemos. Pongamos todas el dedo en la copa. Con suavidad.
Dejé hacer a Abby: se mostraba muy convincente, teniendo en cuenta que debía de estar inventándoselo todo en ese mismo momento. Las chicas llevaron a cabo sus instrucciones de buen grado.
— ¿Y ahora qué? —preguntó Madison.
—Esperaremos a que se mueva.
— ¿De verdad? —Rachel puso los ojos en blanco—. ¿Eso es todo? ¿Y si cualquiera de nosotras, simplemente, empuja la copa y dice lo que quiere?
Abby la fulminó con la mirada.
—Es muy fácil ver la diferencia entre un mensaje falso y uno de un espíritu, Mad. Además, los espíritus saben cosas que nadie más sabe. —Se echó el pelo hacia atrás con un gesto de la cabeza—. Tú no puedes comprenderlo. Yo lo sé porque tengo mucha práctica. Bueno, ¿preparadas para empezar? —preguntó con voz solemne.
Clavé las uñas con fuerza en la alfombra deseando poder encontrar alguna manera de salir de la habitación sin que me vieran. El chasquido de una cerilla me sobresaltó y vi que Rachel iba a encender unas velas que alguien había colocado en el suelo: acercó la cerilla a la mecha de las velas que, inmediatamente, se iluminaron con un siseo.
—Intentad no moveros bruscamente durante la sesión —dijo Abby mirándome fijamente—. No hay que asustar al espíritu Tiene que sentirse cómodo con nosotros.
— ¿Lo sabes por experiencia o porque lo has visto en Cuarto Milenium? —pregunto Madison con sarcasmo, incapaz do reprimirse.
—Todas las mujeres de mi familia han estado siempre conectadas con «el otro lado» —dijo Abby.
No me gustó el tono con que remarcó las palabras «el otro lado», como si estuviera contando una historia de fantasmas durante un campamento escolar.
— ¿Han visto un fantasma alguna vez? —preguntó Kitty en voz baja.
—Sí, lo he visto —declaró Abby con una seriedad mortal—. Y por eso voy a hacer de médium esta noche.
Yo no sabía si Abby decía la verdad o no. A veces la gente tiene breves visiones de los muertos cuando estos pasan de un mundo al otro, pero lo más común es que se trate del producto tío una imaginación desenfrenada. Es fácil que una pequeña sombra o un efecto de luz se confundan con un suceso sobrenatural. A mí no me sucedía eso, yo era capaz de notar la presencia de los espíritus constantemente: estaban por todas partes. Si me concentraba, podía saber cuáles vagaban perdidos, cuáles acababan de pasar al otro lado y cuáles buscaban a sus seres queridos. Sam me había aconsejado que me desconectara de ellos, pues no eran responsabilidad nuestra. Recordé la vez en que mi antigua amiga Alice vino a decirme adiós cuando falleció el año anterior. La vi brevemente, al otro lado de la ventana de mi habitación, porque enseguida desapareció. Pero no todos los espíritus eran tan amables como Alice: aquellos que no podían desprenderse de sus apegos terrenales vagaban durante años y, con el tiempo, se iban volviendo retorcidos hasta que, al final, acababan enloqueciendo de tanto ver a su alrededor una vida de la que nunca más podrían formar parte.
Perdían el contacto con los seres humanos y acababan sintiendo resentimiento contra ellos.
Incluso muchas veces actuaban de forma violenta. Me pregunté si Abby se mostraría tan interesada en el tema si supiera la verdad de lo que pasaba en el otro lado. Pero no podía decírselo, no sin delatarme por completo.
Las chicas asintieron con la cabeza, felices de delegar el papel de médium en ella. Noté que Rachel, que estaba a mi lado, se estremecía.
—Y ahora daos las manos —dijo Abby—. Y pase lo que pase, no os soltéis. Tenemos que formar un círculo de protección: si el círculo se rompe, el espíritu queda libre.
— ¿Quién te ha dicho eso? —Susurró Savannah—. ¿Si nos soltamos, no se termina la sesión simplemente?
—Sí, y si se trata de un espíritu benigno, al soltarnos se irá a descansar; pero si es un espíritu maligno, tendremos que ir con mucho cuidado. No sabemos quién puede venir.
— ¿Y qué tal si invocamos a un espíritu benigno? —sugirió Madison.
Abby le dirigió una mirada desdeñosa.
—¿Por ejemplo Casper?
A Madison no le hizo gracia que se burlara de ella, pero todas sabíamos que Abby tenía razón.
—Supongo que no —asintió.
—Entonces saldrá lo que salga.
Me mordí la lengua para no hacer ningún comentario sobre el plan «infalible» de Abby. Realizar una sesión de espiritismo la única noche del año en que era posible que funcionara era extremadamente estúpido. Meneé la cabeza e intenté alejar esos pensamientos. Me dije a mí misma que no se trataba más que de un juego infantil, de algo típico que hacían casi todos los adolescentes para divertirse. Cuanto antes termináramos, antes podríamos regresar abajo y disfrutar del resto de la noche.
Rachel y Savannah, sentadas cada una a mi lado, me tomaron de la mano con fuerza. Noté el sudor en sus palmas y percibí en ellas una mezcla de miedo y excitación. Abby bajó la cabeza y cerró los ojos. El cabello rubio le cayó delante de la cara y tuvo que interrumpir la invocación para recogérselo en una cola de caballo con una goma que llevaba en la muñeca. Luego se aclaró la garganta con gran dramatismo, nos miró con expresión amenazante y empezó a hablar en voz baja y entonando, como si cantara.
— ¡Espíritus que erráis por esta Tierra, os invoco a que os presentéis ante nosotras! No os haremos ningún daño. Solamente queremos contactar con vosotros. No tengáis miedo. Si tenéis algo que contar, estamos aquí para escucharlo, Repito, no oh liaremos ningún daño; a cambio, os pedimos que tampoco nos hagáis daño alguno.
La habitación se sumió en un silencio mortal. Las chicas se miraban con incomodidad. Me di cuenta de que más de una se arrepentía ahora de haber mostrado tanto entusiasmo por la idea de Abby y hubiera preferido encontrarse en el piso de abajo bebiendo con sus amigas y flirteando con los chicos. Apreté la mandíbula y me esforcé por alejar mis pensamientos de la desagradable ceremonia que se estaba desarrollando ante mí. El sentido común me decía que molestar a los muertos no solamente era poco inteligente, sino también desconsiderado.
Además, iba contra todo lo que me habían enseñado acerca de la vida y de la muerte. ¿Es que esas chicas no habían oído nunca la expresión «descanse en paz»? Quise soltarles las manos y salir de la habitación, pero sabía que Abby se pondría furiosa y que yo tendría que llevar la etiqueta de aguafiestas durante todo el año. Suspiré profundamente con la esperanza de que pronto se aburrieran al ver que no obtenían ninguna respuesta y de que abandonaran el juego. Rachel giró la cabeza hacia mí e intercambiamos una mirada de escepticismo.
Pasaron cinco largos minutos durante los cuales solamente oíamos nuestra propia respiración y la repetida invocación de Abby. Justo cuando las chicas empezaban a mostrar signos de impaciencia y alguna de ellas se quejaba de un calambre en la pierna, la copa de cristal empezó a vibrar. Todas nos sobresaltamos y nos enderezamos con una atención renovada. La copa continuó vibrando durante unos instantes y luego empezó a desplazarse sobre el tablero deletreando una frase. Abby, en su papel de médium, anunciaba cada una de las letras elegidas por la copa hasta que formaron un mensaje completo.
«Parad. Parad ahora. Salid de aquí. Estáis todas en peligro.»
—Uau, esto parece emocionante —dijo Madison en tono de burla.
Las demás se miraron con expresión de incertidumbre, in- u litando decidí i quien era la responsable de esa broma. Pero puesto que todas teníamos el dedo sobre la copa, era imposible saber quién lo había movido. Noté que Rachel me apretaba la mano con más fuerzo y vi que la copa volvía a moverse para escribir un mensaje.
«Parad. Escuchad. El Diablo está aquí.»
— ¿Por qué tenemos que creerte? —preguntó Abby sin contemplaciones—. ¿Te conocemos?
La copa se movía ahora trazando amplias curvas, completamente sola. Cruzó todo el tablero y se fue directamente hacia la palabra «Sí».
—Vale, esto es una broma —dijo Madison—. Venga, confesad. ¿Quién ha sido?
Abby ignoró la protesta.
—Cállate, Mad. Nadie lo está haciendo —replicó Kitty en tono tajante—. Estás cortando el rollo.
—No esperaréis que me crea...
—Si te conocemos, dinos tu nombre —insistió Abby.
La copa se quedó paralizada durante unos largos segundos.
—Ya os he dicho que todo esto no es más que una imbecilidad —empezó a decir Madison.
Justo en ese momento, la copa volvió a moverse sobre el tablero. Al principio parecía dudar, se quedaba unos instantes ante unas letras y, de repente, se apartaba de ellas, como si quisiera tomarnos el pelo. Me pareció que su comportamiento era inseguro, como el de un niño que no sabe del todo lo que está haciendo. Pero al final recorrió el tablero y formó la sílaba «Tay». Entonces volvió a detenerse, como sin saber qué hacer.
—Puedes confiar en nosotras —animó Abby.
La copa volvió a colocarse en el centro del tablero y, desde allí, volvió a realizar un recorrido hasta que hubo deletreado las últimas tres letras: «Tah».
Fue Rachel quien rompió el incómodo silencio:
— ¿Taylah? —murmuró en un hilo estrangulado de voz. Se secó con furia las lágrimas y nos miró a todas, rabiosa—. Vale, esto no tiene ninguna gracia —nos dijo entre dientes—. ¿Quién ha sido? ¿Qué puñetas os pasa, chicas?
Su acusación provocó que todos negaran con la cabeza y protestaran.
—Yo no he sido —dijeron—. No he hecho nada.
Sentí un escalofrío por toda la espalda. En lo más hondo de mi sabía que ninguna de las chicas era capaz de caer tan bajo y hacer aparecer a su amiga muerta en ese juego. La muerte de Taylah todavía estaba muy presente y nadie se hubiera atrevido a bromear al respecto. Y eso solo podía significar una cosa: que Abby había contactado, había traspasado la barrera. Nos encontrábamos en terreno peligroso.
— ¿Y si no es una broma? —sugirió Savannah, insegura—. Ninguna de nosotras está tan mal de la cabeza para hacer algo así. ¿Y si de verdad es ella?
—Solamente hay una manera de saberlo —repuso Abby—. Tenemos que pedirle que nos dé alguna señal.
—Pero acaba de decirnos que paremos —protestó Rachel—. ¿Y si no quiere que la volvamos a invocar?
—Sí. ¿Y si intentaba advertirnos? —dijo Kitty estremecida.
—Sois muy crédulas. —Madison puso los ojos en blanco—. Adelante, Abby, invócala, no va a pasar nada malo.
Abby se inclinó hacia delante curvando la espalda sobre la güija.
—Te lo ordenamos —dijo con voz profunda—. Preséntate aquí y muéstrate.
Al otro lado de la ventana, una nube oscura cruzó el cielo upando la luna y cerrando el paso a la plateada luz que hasta ese momento había iluminado la habitación. Por un momento noté a Taylah, que emitía un calor tan fuerte como el de mis manos. Pero con la misma rapidez con que había aparecido, su presencia se desvaneció dejando un espacio frío en el aire.
—Te lo ordenamos —repitió Abby con mayor énfasis—. Preséntate.
El viento hizo vibrar los cristales de las ventanas. De repente la habitación pareció muy fría y Rachel me apretó los dedos de la mano con tanta fuerza que casi me cortó la circulación.
— ¡Adelante! —Ordenó Abby—. ¡Muéstrate!
En ese instante la ventana se abrió y un fuerte viento se arremolino en la habitación, apagando las velas, Algunas de las chicas soltaron un chillido y se apretaron las manos con más fuerza todavía. Sentí el viento en la nuca, como el contacto de unos dedos fríos y muertos. Me estremecí y me encogí, intentando protegerme de él. Oí que Savannah lloriqueaba y me di cuenta de que sentía lo mismo que yo. Seguramente esas chicas no se daban cuenta de muchas cosas, pero en ese momento cualquiera habría sido capaz de percibir una presencia en el cuarto, una presencia en absoluto amistosa.
Entonces supe que tenía que decir algo antes de que fuera demasiado tarde.
— ¡Tenemos que detener esto! —grité—. Ha dejado de ser un juego.
—No puedes irte ahora, Britt. Lo echarás todo a perder. —Abby recorrió el cuarto con la mirada—. ¿Hay alguien aquí? —preguntó—. Haz una señal si puedes oírme.
Oí que Kitty ahogaba una exclamación y vi que la copa, bajo nuestros dedos, se deslizaba silenciosamente sobre el tablero de la güija. Se detuvo encima de la palabra «Sí». Noté que ahora Savannah tenía la palma de la mano completamente sudorosa.
— ¿Quién está haciendo esto? —susurró Rachel.
— ¿Por qué has venido? —Preguntó Abby—. ¿Tienes algún mensaje para alguna de nosotras?
La copa volvió a desplazarse por el tablero y respondió lo mismo: «Sí».
— ¿Para quién es? —Preguntó Abby—. Dinos a quién has venido a ver.
La copa se dirigió hasta la letra «A». Luego dibujó un elegante círculo y continuó de letra en letra formando unas palabras. Abby pareció confundida mientras formaba mentalmente el nombre.
— ¿Annabel Lee? —dijo, extrañada—. Aquí no hay nadie con ese nombre.
Sentí como si una garra de hielo me aferrara el corazón. Ese nombre no debía de significar nada para ninguna de ellas, pero significaba mucho para mí. Todavía lo recordaba de pie, fuera de la clase, leyendo el poema con voz aterciopelada: «Hace largos, largos años/ En un reino frente al mar / Vivía una hermosa doncella / llamada así: Annabel Lee. También recordé la manera que sus oscuros ojos se clavaron en los míos y la insoportable quemazón que sentí en lo más hondo. Esa misma sensación me inundaba ahora: noté que se me secaba la garganta y que me resultaba difícil respirar. ¿Era posible que fuera él? ¿Era posible que un juego tan inocente hubiera provocado algo tan monstruoso? No quería creerlo, pero al ver las expresiones de confusión a mí alrededor supe que no me equivocaba. Ese mensaje iba dirigido a mí, solamente a mí. Jake Thorn había regresado y se encontraba en esa misma habitación con nosotras.
Mi reacción instintiva fue alejarme de inmediato, pero me resistí. La voluntad de proteger a las demás fue lo único que me lo impidió. Recé para que todavía tuviéramos tiempo de dar por terminada la sesión de la forma adecuada y devolver a ese demonio que habíamos invocado al lugar de donde había venido.
—Dinos que es lo que quieres —dijo Abby tragando saliva y en un tono de voz mucho más grave que antes.
¿Qué hacia esa chica? ¿No se daba cuenta de hasta qué punto estábamos en peligro? Ya estaba casi preparada para encargarme de la situación y decirle a Abby que parara cuando el pomo de la puerta empezó a girar con fuerza. Vibraba y daba vueltas de un lado a otro, como si una fuerza invisible intentara salir por la puerta. Pero eso, por pura lógica, era imposible: la puerta no estaba cerrada con llave. Ese suceso fue demasiado para algunas de las chicas.
—Intentad mantener la calma —les aconsejé en un tono tan tranquilo como me fue posible.
Pero ya era demasiado tarde. Rachel soltó las manos de sus dos compañeras y se apartó del círculo a cuatro patas. Al hacerlo dio un puntapié al tablero y este salió disparado por el suelo de madera; la copa de jerez voló por el aire y cayó a mi lado haciéndose añicos. En ese momento sentí que una corriente de aire fuerte y helado me golpeaba el pecho, y me quedé casi sin respiración. La puerta de la habitación se abrió de golpe de par en par chirriando sobre los goznes.
— ¡Rachel! —chilló Kitty al ver lo que acababa de suceder—. ¿Qué has hecho?
—No quiero seguir jugando —dijo Rachel con voz entre cortada y llorando. Se abrazó el cuerpo con fuerza como si de esa manera pudiera mantener el calor—. Britt tenía razón, ha sido una idea estúpida y no deberíamos haberlo hecho.
Me puse en pie y busqué a tientas el interruptor de la luz, pero al recordar que la casa tenía la electricidad cortada se me hizo un nudo en el estómago.
—No pasa nada, Rachel.
Le pasé un brazo por encima de los hombros y la abracé, intentando ocultar el pánico que me inundaba; alguien tenía que mantener la calma. Rachel temblaba sin poder controlarse. Quise decirle que no era nada más que un juego tonto y que al cabo de un rato todas nos estaríamos riendo de lo que había pasado, pero en el fondo sabía que no se trataba de un pasatiempo inofensivo. Le froté los brazos y le dije lo más tranquilizador que se me ocurrió en esos momentos:
—Ahora bajaremos y haremos como si no hubiera pasado nada.
—No creo que sea tan fácil.
Abby habló con tono siniestro y en voz baja. Todavía estaba arrodillada en el suelo recogiendo los trozos de cristal de la copa y tenía la vista fija en el suelo.
—Para ya, Abby —dije, enojada—. Ya la has asustado bastante. Déjalo estar, ¿vale?
—No, Britt, no lo entiendes. —Abby levantó la mirada hasta mí y vi que su actitud condescendiente había desaparecido del todo. Sus ojos azules tenían ahora una expresión tan alarmada como los de Rachel—. Acaba de romper el círculo.
— ¿Y qué? —pregunté.
—Sea lo que sea lo que hemos invocado, estaba atrapado dentro del círculo —susurró Abby—. Hubiéramos podido hacerlo regresar. Pero ahora —continuó con voz temblorosa mientras miraba a su alrededor con intranquilidad—, Rachel lo ha dejado libre.
Emma.snix*** - Mensajes : 101
Fecha de inscripción : 02/08/2013
Edad : 32
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
WTF? Esas chicas estan locas! Invocaron a jake?!?!? Y justo en lo mas interesante me dejas con la intriga! Actualiza pronto please! ;) xoxo.
DafygleeK****** - Mensajes : 371
Fecha de inscripción : 23/06/2013
Edad : 25
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
Pero que m.....! actualiza please!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
DafygleeK escribió:WTF? Esas chicas estan locas! Invocaron a jake?!?!? Y justo en lo mas interesante me dejas con la intriga! Actualiza pronto please! ;) xoxo.
DafygleeK escribió:WTF? Esas chicas estan locas! Invocaron a jake?!?!? Y justo en lo mas interesante me dejas con la intriga! Actualiza pronto please! ;) xoxo.
micky morales escribió:Pero que m.....! actualiza please!
Bueno, no puedo creer que no haya notado la nueva temporada de "Halo" y eso que soy súper fan de está adaptación. No se que cual es el concepto de diversión de las amigas de Brittany, pero yo con mis amigas nunca he dicho: "Hey, vamos a invocar algunos espíritus. Será divertido" WTF y es aun más incompresible el echo que Brittany dejará que las cosas avanzarán tanto sabíendo y teniendo en cuenta lo que los epiritus son capaces de hacer...pero bueno.
Ahora Jake está despierto de nuevo y lo más seguro es que regrese aun más fuerte. Pero ya lo conocen, estoy segura que Sam no dejará que le haga daño a nadie. Bien, un abrazo...por cierto ADORO la nueva firma xD
Hasta el próximo!
Ali_Pearce- - Mensajes : 1107
Fecha de inscripción : 07/06/2012
Edad : 31
Re: [Resuelto]Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 2.Hades. Capitulo: 32 La espada de Miguel. Epílogo
OMG creo que acaban de liberar a ese estupido de jake, pero que le pasa a britt. Creo que jake va a venir con todo ojala y no le haga daño a britt y a san, ya veremos entones ...
Saludos y por favor actualiza pronto xoxo
Saludos y por favor actualiza pronto xoxo
khandyy** - Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 08/03/2012
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