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FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
me parece a mi o tenes leve opse con holly por que esta con san siempre,..
mmm chan que va a pasar ahora????
nos vemos!!!
me parece a mi o tenes leve opse con holly por que esta con san siempre,..
mmm chan que va a pasar ahora????
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
VaityCZ escribió:Dios amo tus adaptaciones y esta no es la excepcion, me encanta
Hola, bienvenida¿? no¿? jaajjjaj. Jajajajaj gracias por leer, comentar y seguir mis adaptaciones! Saludos =D
Susii escribió:Sjjdhdjejdbdib como lo dejas ahi?!?!? Quiero ver que pasa:$$$
Hola, jajajaajaj, no yo no fui, fue el cap! ajjaajaj, aquí el siguiente! jajaajajajaj. Saludos =D
Jane0_o escribió:Aunque ya e leido la historia en version faberry gip quinn
Esta va a hacer mejor porque son mis brittana
Saludos y hasta la proxima actualizacion
Esperemos sea pronto
Hola, =O... jajaajaj si, lee mi adaptación mejor! ya te es brittnata ajajaja, no broma =P Aquí el siguiente cap! Saludos =D
Daniela Gutierrez escribió:Hola, chica de las adptaciones *Creo que te llamare asi*
Me encanta esta historia.
Uuuuy que va a pasar ahora que Britt esta sola con San en un cuarto
P.D.1: Saludos
P.D.2: Cuidate
P.D.3: Te quiero
P.D.4: Te molesta que te llame "Chica de las adaptaciones"???
P.D.5: Nos leemos, BESOS
Hola, jajajaajajajjaja bn bn, jaajajajajaj. Gracias por leer! Mmmm este cap nos dirá todo! ajajajajaj. Saludos =D
Pd: Saluods =D
Pd2: Gracias, tu igual!
PD3: jajaajaj es el efecto que causo en las personas!
PD4: nop, jajaja es gracioso jajajaajaj.
PD5: jajaaj, ahora! seguiré tu adaptación igual! NO! dejes de actualizar!
3:) escribió:holap morra,...
me parece a mi o tenes leve opse con holly por que esta con san siempre,..
mmm chan que va a pasar ahora????
nos vemos!!!
Hola lu, jajajaaj la vrdd¿? nop xD esk nose en quien colocar en "esos" papeles XD Ahora lo sabremos jaajajaja. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 5
Capitulo 5
Ella permanece callada mientras yo lo observo pasmada, a la espera de una explicación. No obtengo más que la intensa mirada de sus ojos oscuros desde el otro lado de la estancia. Me siento como si estuviera analizándome bajo la lente de un microscopio y la copa de vino empieza a revolverse en mi estómago, dando vueltas sin parar mientras me balanceo nerviosa sobre mis tacones.
—¿Qué es esto, una broma?—digo medio riéndome.
Sigo esperando a que me ilumine, pero no dice nada. Intento ignorar el magnífico cuerpo femenino que tengo delante y busco desesperadamente en mi cerebro algún tipo de guía o instrucción.
No sirve de nada.
No estoy ciega.
Lo cierto es que me he imaginado su torso y sus pechos más de una vez, y he de decir que supera con creces mis mejores fantasías y expectativas.
Esta mujer es más que perfecta.
¿Qué se supone que debería hacer?
Sigue ahí, de pie, con la cabeza ligeramente inclinada, mirándome con fijeza bajo sus larguísimas pestañas. Su mirada es penetrante, tiene la boca entreabierta y percibo el subir y bajar de sus increíbles pechos. Existe una definición muy acertada; no es excesivamente musculosa, es... simple y llanamente... perfecta.
Si vestida me deja sin palabras, verla así me arrastra al borde del infarto. Respiro hondo. Madre mía, tiene el vientre en V. Su respiración agitada hace que los músculos se tensen y se destensen, que sus pechos suban y bajen y la frecuencia de las inhalaciones hace fracasar su intento de aparentar impasibilidad.
Está muy nerviosa.
¿Qué hace ahí y así, sólo con un sujetador de encaje y unos vaqueros ceñidos, mostrando todavía más su belleza?
Me abofeteo mentalmente. Salta a la vista a qué está jugando. Sabía que no debía confiar en ella. Es tan irreal y tan tremendamente presuntuosa que casi pierde todo su atractivo... casi. Me río para mis adentros. No pierde nada de atractivo. Al contrario. Me invade el deseo.
¿Esperaba verla?
Sí, lo admito.
Pero ¿así?
Sí, la verdad es que sí.
Es prácticamente en lo único que he pensado desde que le puse los ojos encima. Tiene los brazos caídos a ambos lados del cuerpo, pero su actitud es segura y decidida. Me observa con una determinación absoluta, y su mirada me dice que estoy a punto de morir de placer. Debería marcharme pero, por más que sepa que he de hacerlo, por más que mi sensatez me obligue a huir, no lo hago. En vez de eso, fija la mirada hasta sus pechos, cubiertos por el sujetador, pero aun así, se notan sus pezones. Está completamente excitada y, a juzgar por la violenta sacudida de deseo que acabo de sentir en el estómago, yo también. Mi cuerpo se bloquea, presa del pánico, y tengo sentimientos encontrados. Mi lado prudente me insta a largarme de aquí, pero mi lado temerario me ruega que me quede y que acepte lo que quiere darme.
Esto está mal.
Acabo de charlar con su novia en el piso inferior. Bueno, charlar exactamente no. Eso implicaría que hubiera sido una conversación amistosa, y no es el caso. Mi mente en conflicto hace que cambie de postura mientras separo los labios e inspiro profundamente. Agacho la cabeza.
—Relájate, Brittany—me tranquiliza con voz suave—Sabes que lo estás deseando.
Casi rompo a reír.
¿Y quién no?
Sólo hay que verla.
Me quedo quieta. El único movimiento visible es el de mi corazón golpeándome el pecho, y su ritmo se multiplica por diez cuando ella empieza a caminar hacia mí despacio, con los ojos clavados en los míos.
Cuando se encuentra a tan sólo unos centímetros de distancia, su aroma fresco me inunda la nariz y hace que el cuerpo se me tense de manera involuntaria. No sé cómo lo consigo, pero dejo la mirada fija en la suya y levanto la vista para mantener el contacto mientras se acerca hasta que la tengo ante mí. Está lo más cerca que puede estarlo sin llegar a tocarme físicamente. Si existe un equivalente al DEFCON1 de alerta máxima para el cuerpo humano, acabo de alcanzarlo.
—Date la vuelta, Britt—ordena con voz suave.
Yo obedezco sin pensar y me vuelvo despacio mientras resoplo y cierro los ojos con fuerza.
¿Qué estoy haciendo?
Ni siquiera he vacilado. Mis hombros se tensan a la espera de su tacto, y mis esfuerzos mentales por obligarme a relajarme no están funcionando.
El único sonido que interrumpe el ensordecedor silencio es el de las respiraciones agitadas de ambas. Permanezco así durante unos instantes y pronto me dispongo a volverme para tenerla de nuevo de frente, pero ella me detiene al posar sobre mis hombros sus dos manos, cálidas y ligeramente temblorosas. Me estremezco con su roce, y ella levanta una mano lentamente, como para asegurarse de que no voy a moverme. Me recoge el pelo suelto y lo deja caer sobre mi rostro.
En mi oscuridad privada, oigo que mi cerebro me grita que huya, pero mi cuerpo tiene otros planes completamente diferentes y, desafiante, desoye cualquier orden procedente de mi interior.
Santana vuelve a colocarme la mano sobre el hombro y empieza a masajearme muy despacio los músculos tensos. La sensación es maravillosa. Balanceo la cabeza en un gesto de agradecimiento y mis labios dejan escapar un leve suspiro. La presión aumenta y me deleito en los deliciosos movimientos de sus manos al mismo tiempo que siento cómo su aliento caliente y fresco se aproxima a mi oído. Me estremezco y acerco la cara a la suya. Sé que la estoy incitando, pero a estas alturas ya he perdido el sentido por completo.
Quiero más.
—No pares—susurra, y las vibraciones de su voz provocan oleadas de placer por todo mi cuerpo.
Estoy temblando. Se me ha ido totalmente de las manos. Tengo un nudo en la garganta.
—No quiero hacerlo.
Apenas reconozco mi voz. No puedo creer que me haya atrapado de esta manera; no puedo creer que esté accediendo a esto.
—Me alegro. Porque no creo que te lo permitiera—dice, y presiona toda la parte delantera de su cuerpo contra mi espalda mientras su boca se abre junto a mi oído—Voy a quitarte el vestido—apenas consigo asentir, pero ella capta mi respuesta y empieza a mordisquearme el lóbulo, lo que aumenta la implacable presión que ya siento en mi vibrante interior—Eres demasiado guapa, Britt—ronronea mientras me roza la oreja con sus labios.
—Oh, Dios...
Me apoyo en ella y siento sus pezones contra mi espalda a través del sujetador de encaje.
—¿Notas eso?—comienza a trazar círculos con sus caderas y yo lanzo un gemido—Voy a poseerte.
Sus palabras están cargadas de un convencimiento absoluto. Me siento completamente esclava de ellas. Sé que debe de tener mucha práctica en estos menesteres; debe de haber pulido el don de la seducción hasta convertirlo en un arte. No me estoy engañando a mí misma. Las personas deben de caer rendidas a sus pies día sí, día también. Tiene mucha experiencia en el tema y siempre consigue lo que quiere, pero no me importa lo más mínimo. En estos momentos estoy aquí para ella, sin conciencia ni indecisión. He dejado a un lado cualquier resquicio de cautela.
¿Qué daño puede hacerme algo así?
Siento que su dedo índice comienza a ascender lentamente desde el final de mi espalda hasta el centro de mi columna y la cabeza empieza a darme vueltas sin control. Imploro a mis manos que permanezcan a ambos lados de mi cuerpo, pero lo que en realidad deseo es volverme y devorarla, aunque ella ya ha impedido que lo haga en una ocasión. Es evidente que le gusta tener el control.
Cuando alcanza la parte superior de mi vestido, coge la cremallera y me apoya la otra mano en la cadera. Yo doy un respingo. Tengo muchas cosquillas ahí, y cualquier roce en la cadera o en el hueco que tengo justo encima me hace saltar.
Cierro los ojos con fuerza y me esfuerzo cuanto puedo por ignorar su caricia. Es difícil, pero su propia mano, que ocupa toda mi cadera, me retiene y me mantiene inmóvil. Me baja la cremallera del vestido con lentitud y oigo cómo suspira al ver mi piel desnuda. Aparta la mano de mi cadera y yo me sorprendo añorando su calor al instante. Pero entonces noto que sus dos manos se deslizan bajo la tela de mi vestido hasta detenerse sobre mis hombros descubiertos. Flexiona los dedos y me aparta el vestido por delante antes de arrastrarlo muy despacio por mi cuerpo hasta dejarlo caer al suelo. Ella se queda sin aliento, y yo doy gracias a todos los santos por haberme puesto ropa interior decente. Estoy de pie en sujetador, bragas y tacones, a merced de sexy mujer que se yergue tras de mí.
¿Qué diablos estoy haciendo?
—Mmm, encaje—susurra.
Me agarra de la cintura, me levanta para sacarme del vestido arrugado que ya descansa sobre el suelo y me da la vuelta para ponerme de cara a ella. Con estos tacones soy más alta que ella. Con sólo bajar ligeramente la vista me encuentro con sus preciosos labios carnosos y deseo que los pegue a los míos.
Estoy perdiendo mi capacidad de autocontrol a pasos agigantados, y mi conciencia hace ya rato que me ha abandonado. Estoy muy excitada, y con esta mujer no es de extrañar.
Acerca una mano a mi pecho y con el pulgar me dibuja círculos alrededor del pezón por encima del sujetador. Mantiene la mirada fija en sus movimientos. Se me erizan los pezones con el contacto, y se endurecen bajo la tela de la prenda interior. Una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios. Es consciente del efecto que está teniendo en mí. Acerca también el dedo índice, me pellizca la rígida protuberancia y hace que mis pechos palpiten y se transformen en pesados y ansiosos montículos. Me extasía por completo que esta mujer me estudie tan de cerca, que me esté provocando hasta hacerme temblar de desesperación.
Todavía no puedo creerme que esté haciendo esto, pero ¿acaso puedo pararlo?
Observo que eleva la otra mano hasta cubrirme el otro pecho. Las mías se niegan a seguir alejadas de ella. Levanto los brazos y apoyo las palmas sobre sus pechos. Son tan cálidos y firmes que me quedo sin aliento. Empiezo a recorrer con un dedo el hueco que se forma entre sus pechos y sonrío para mis adentros al sentir cómo se estremece bajo mi tacto. Deja escapar un leve gruñido gutural. Pero antes de que pueda empezar a disfrutar del acceso a su cuerpo, ella me da la vuelta otra vez y siento ganas de gritar.
—Quiero verte—suspiro.
—Chis—me ordena mientras me desabrocha el sujetador y pasa las manos por debajo de los tirantes.
Los desliza por mis brazos y deja caer la prenda al suelo antes de cubrirme de nuevo los pechos con las manos, y empieza a amasarlos de manera deliberada, sin dejar de exhalar su respiración caliente e intensa junto a mi oído.
—Tú y yo—ruge.
Entonces me da la vuelta y pega sus labios contra los míos hasta dejarme sin aliento. Vuelvo a estar donde quiero estar. Me roza el labio inferior con la lengua y busca con ella una entrada que no le niego. La acepto en mi boca y nuestras lenguas se baten en duelo. Tiene la boca caliente, y su lengua es laxa pero intensa. Le rodeo los hombros con los brazos para acercarla más mientras ella presiona la entrepierna contra la mía. Su calor es abrumador.
Todas las partes de su cuerpo son perfectas.
Es tal y como me lo había imaginado.
Se le escapa un leve gemido de entre los labios cuando me acaricia la espalda con las dos manos hasta cobijar mi cabeza entre ellas. Me agarra la nuca con los dedos y apoya las palmas sobre mis pómulos. Santana interrumpe el beso y yo jadeo ante la pérdida. Sus hombros se elevan y descienden debido a las respiraciones profundas con las que intenta llenar sus pulmones. De repente, apoya la frente contra la mía con los ojos cerrados.
Parece estar sufriendo.
—Voy a perderme en ti—suspira mientras desliza la mano por la curva de mi columna hasta detenerse en la parte posterior de mi muslo. Con un leve tirón me levanta una pierna hasta su cadera y me agarra el trasero con la otra mano. Busca mi mirada con desesperación—Hay algo entre nosotras—susurra—No son imaginaciones mías.
No, no lo son. Recuerdo lo que sucedió el viernes, cuando la vi por primera vez. Sentí como si me hubiera electrocutado, todo tipo de reacciones extrañas azotaron mi mente y mi cuerpo. Aquello no fue normal, y me alivia saber que no fui la única que lo sintió.
—Hay algo—confirmo en voz baja, y de inmediato observo cómo la expresión de sus ojos muta de la incertidumbre a la satisfacción plena.
Estoy de pie sobre una pierna, medio enredada alrededor de su cintura, lista para lanzarme y rodearla también con la otra pierna.
Necesito sentirla junto y dentro de mí.
Necesito sus labios contra los míos.
Como si me leyera la mente, mueve la cabeza y me busca la boca con la suya, pero esta vez lo hace de una manera más calmada y pausada. Presiona la pelvis contra mí y al instante advierto un importante aumento de presión en mi entrepierna. Soy incapaz de controlarlo; no quiero hacerlo. Mientras clava la cadera contra la mía, sigue poseyendo mi boca lentamente y ambas sensaciones combinadas me acercan al límite. Si me toca, es probable que estalle. Su beso se intensifica y la presión de su cadera aumenta.
—Por Dios—murmura contra mis labios—No lo fastidies.
¿No lo fastidies?
¿Por qué me suplica eso?
¿O se lo está rogando a sí misma?
De repente todo cobra sentido cuando oigo a otra persona gritar el nombre de Santana. Reconozco la voz fría y desagradable de Holly. Y así, sin más, el placer que no paraba de aumentar desaparece más rápido de lo que ha llegado.
¡Mierda, mierda, mierda!
Grito sin cesar para mis adentros. Mi cuerpo lánguido y excitado se torna rígido de repente y clavo los dedos en los hombros de Santana.
Pero ¿qué estoy haciendo?
Su novia anda por aquí, es probable que esté ahí fuera, y yo estoy aquí, toda excitada, con las manos de su novia por todo el mí cuerpo.
¡Soy una persona horrible!
Ella me besa con más intensidad, hasta hacer que me duelan los labios. Su lengua me invade la boca con necesidad. Sé que está intentando que vuelva al juego. Me suelta el muslo y me agarra de la cadera para que no me mueva. Cree que voy a salir huyendo.
Y voy a hacerlo.
Me libera los labios y mi cabeza desciende automáticamente.
—La puerta está cerrada con llave—me asegura en voz baja.
¡Ahora ya no puedo seguir con esto!
Quizá no me guste esa mujer, pero no soy una ladrona de parejas. He metido la pata, aunque todavía estoy a tiempo de parar esto antes de que sea demasiado tarde.
Ella sube la mano y me agarra de la mandíbula, me levanta la cara y me la sujeta con fuerza mientras clava su mirada oscura en mí. Me observa con desesperación buscando algo en mi rostro, creo que esperanza.
—Por favor—logra articular.
Yo niego ligeramente con la cabeza a pesar de la presión que ejercen sus manos, bajo la mirada hasta su pecho y cierro los ojos con fuerza. Me agarra la cintura con más intensidad y me sacude la mandíbula levemente en un intento exasperado por sacarme del caparazón en el que me he encerrado.
—No te vayas.
Lo dice casi entre dientes, haciendo que parezca una orden.
—No puedo hacerlo—susurro, y siento que aparta las manos de mí con un gruñido de frustración.
—¿Santana?—oigo la voz de Holly de nuevo, pero esta vez más cerca.
Totalmente aturdida, recojo mi vestido del suelo, corro hacia el cuarto de baño, cierro de un portazo y echo el pestillo. Me apoyo contra la puerta, casi desnuda, e intento controlar mi respiración irregular. Miro al techo tratando de evitar que se me caigan las lágrimas. Estoy muy decepcionada conmigo misma.
Me parece oír unas voces procedentes del dormitorio e intento estabilizar mis jadeos para escuchar lo que está pasando.
Pero no hay nada.
Ni ruido, ni voces... nada.
Me maldigo por estar medio desnuda, por no poder escapar y por tener que esconderme en el cuarto de baño como la mujerzuela desesperada que soy. No me siento cómoda con esta sensación. Me avergüenzo totalmente de mí misma. Me han puesto los cuernos muchas veces y yo he puesto a caer de un burro a todas esas personas que se han entrometido en mis relaciones. Después de muchas botellas de vino, las he condenado, las he maldecido y les he deseado el peor de los castigos. Ahora me he convertido en una de ellas. Lanzo un gruñido y me golpeo la frente con la palma de la mano.
¡Serás zorra!
Oigo que se cierra una puerta y me pongo rígida.
¿Eso es que se marcha o que vuelve?
Sea como sea, tengo que vestirme. Busco mi sujetador entre el fardo de tela del vestido que tengo en las manos. No está. Sacudo el traje frenéticamente y rezo para que aparezca... sin éxito. Suspiro y me meto en el vestido, me lo ajusto al cuerpo y estiro los brazos hacia atrás para abrocharme la cremallera. Tendré que pasar de él, porque no pienso intentar recuperarlo en la habitación.
Me acerco al espejo para inspeccionarme. Tal y como imaginaba, estoy espantosa. Tengo los ojos llenos de lágrimas sin derramar, los labios hinchados y rojos y las mejillas coloradas.
Parezco turbada.
Estoy turbada.
Intento en vano recomponerme para salir al menos con un poco de dignidad, pero no hay manera de ocultar mi aspecto consternado. Va a ser el momento más vergonzoso de mi vida.
Un golpe en la puerta me sobresalta.
—¿Brittany?
No contesto.
Vaya, parece enfadada.
Me atuso el pelo con los dedos y me seco las lágrimas con papel. Sigo horrible, pero sé que me sentiré mejor en cuanto salga de aquí. Me preparo para hacer frente a una mujer frustrada que intenta evitar mi marcha y quito el pestillo con cautela. La puerta se abre al instante y casi me tira al suelo.
Santana está al otro lado, enfadada y bloqueándome la salida. Inspecciono el dormitorio a sus espaldas y compruebo que estamos solas. Debe de mentir muy bien, porque sigue solo en sujetador y Holly no está en la habitación intentando arrancarme los pelos.
Santana no tiene ningún derecho a mirarme con desaprobación ni a hacerme sentir como si la hubiera decepcionado. La aparto a un lado y paso.
—¿Adónde diablos vas?—grita a mis espaldas. No le contesto. A paso ligero, agarro mi bolso, salgo al descansillo y me marcho mientras la oigo maldecir—¡Brittany!—grita.
Desciendo la escalera a toda prisa y mirando de vez en cuando hacia arriba. Veo que Santana sale de la suite y se pone una camiseta como puede. Me desvío hacia el bar para recoger el teléfono y veo que Artie está sirviendo a unos caballeros. Mis buenos modales me impiden exigírselo al instante, de modo que espero pacientemente sin parar de moverme con inquietud.
—¿Ya tienes lo que has venido a buscar?—dice Holly, y su voz fría me hiela la carne.
Dios mío, ¿lo sabe?
¿Lo dice con doble sentido?
Me vuelvo y le regalo una sonrisa falsa.
—¿Te refieres a las medidas? Sí.
Ella me observa con la mano apoyado en la cadera y sosteniendo el gin-tonic de endrinas ante su rostro.
Lo sabe.
Esto es espantoso.
Santana entra corriendo en el bar y se detiene derrapando ante nosotras. La miro con espanto.
¿No sabe lo que es el disimulo?
Observo a Holly para analizar su reacción ante la escenita y veo que nos estudia atentamente a ambas. No hay duda de que lo sabe. Tengo que largarme ahora mismo. Me vuelvo hacia la barra y, por suerte, Artie me ve.
—Señorita Pierce, tenga, pruebe esto—dice, y me pasa una especie de chupito.
—¿Tienes mi teléfono, Artie?
—Pruébelo—me insiste.
Desesperada por salir de aquí, me lo bebo de un trago. Me quema la garganta y sigue quemándome mientras recorre la laringe hacia el estómago. Abro la boca en forma de O y cierro los ojos con fuerza.
—¡Madre mía!
—¿Le gusta?
Exhalo poco a poco el aliento caliente y le devuelvo el vaso.
—Sí, está muy bueno.
Empiezo a percibir un sabor a... ¿cerezas?
El camarero recoge el vaso, me guiña un ojo y me pasa el teléfono. Me aliso el vestido y cojo aire antes de volverme hacia las dos personas que no quiero volver a ver en la vida. Estoy convencida de que sobre la frente llevo un cartel de neón gigante con la palabra «Zorra» parpadeando.
—Te has dejado esto arriba.
López me entrega mi carpeta, pero no la suelta cuando tiro de ella suavemente.
—Gracias—respondo, y arrugo la frente al ver que me mira con el ceño fruncido mientras se muerde el labio inferior. Por fin suelta la carpeta y me la meto en el bolso—Adiós.
Las dejo a ambas en el bar y me dirijo hacia mi coche. No vendrá detrás de mí con Holly delante, lo cual es todo un alivio. Me meto en el coche, arranco el motor y hago caso omiso de la voz mental que me grita: «¡No deberías conducir así!» Sé que estoy siendo muy irresponsable, pero la desesperación no me deja alternativa. Doy marcha atrás para salir del aparcamiento y veo que Santana atraviesa las puertas de La Mansión a gran velocidad.
No puede ser.
¿Por qué no le cuenta directamente a su novia todo lo que ha pasado?
Pongo la primera a toda prisa y piso el acelerador. Arranco dejando una nube de humo tras de mí. Nunca he conducido mi Mini de un modo tan brusco. Cuando la nube negra se dispersa, veo por el retrovisor que Santana sacude los brazos en el aire como un poseso. Acelero por el camino de acceso bordeado de árboles.
La cabeza me da vueltas a causa de la bebida y la ansiedad. Intento bloquear todo lo demás y centrarme en la carretera que tengo delante. No debería conducir. Tengo los sentidos nublados, y la bebida es sólo un factor menor que se suma a mi estado de histeria mental. Miro el salpicadero y me doy cuenta de que voy a una velocidad absurda, sin luces y sin el cinturón. No estoy en lo que tengo que estar. Las puertas aparecen ante mí y levanto el pie del acelerador.
—Abran, por favor, abran—ruego mientras pongo el punto muerto—¡Abran!
Al golpear el volante con frustración, hago sonar el claxon y doy un respingo en el asiento. El sonido de un coche que se acerca atrae mi vista hacia el retrovisor. Las luces se aproximan.
—¡Maldita sea!—exclamo.
El coche derrapa, se detiene detrás de mí y la puerta se abre de golpe. Santana sale y se acerca a paso ligero a mi Mini. Es evidente que está furiosa.
¿Y todo por qué?
¿Porque no ha mojado?
Dejo caer los brazos y la cabeza sobre el volante, me siento totalmente vencida. Mi objetivo de escapar sin preguntas ni explicaciones se ha visto completamente frustrado. No tengo por qué contarle nada. La situación es detestable y habla por sí sola.
Santana abre la puerta del conductor, me agarra del brazo, me saca del coche y quita las llaves del contacto.
—Brittany—dice mientras me mira con desaprobación. Tengo ganas de gritarle, pero ella se me adelanta—¡Estás medio borracha! Te juro por Dios que como te hagas daño...
Me avergüenzo al escuchar sus palabras mientras me regaño mentalmente por ser tan imprudente. Permanezco de pie frente a ella, aguantando su descontento, sintiéndome humillada y patética.
Me agarra la mandíbula con la mano y me mira desde arriba. Quiere besarme, lo veo en sus ojos. Por favor. Esto es lo que menos necesito ahora mismo.
Con un movimiento brusco consigo que me suelte la cara.
—¿Estás bien?—me pregunta con suavidad, e intenta agarrarme de nuevo.
Consigo zafarme.
—Bueno, por extraño que parezca, no, no lo estoy. ¿Por qué has hecho eso?
—¿No es evidente?
—Me deseas.
—Más que a nada—declara rotundamente.
—¿Qué?—nunca he conocido a nadie tan confiada de sí misma—¿Lo habías planeado? ¿Era ésta tu intención cuando me llamaste ayer?
—Sí—admite en un tono que nada tiene que ver con la disculpa—Te deseo, Britt.
No tengo ni idea de cómo enfrentarme a esto. Me desea, así que me ha tomado.
—¿Quieres abrir las puertas, por favor?—me dirijo hacia ellas, pero siguen inmóviles cuando las alcanzo. Me vuelvo de la manera más amenazante que mi estado me permite—¡Abre las malditas puertas!
—¿De verdad crees que voy a dejar que deambules por ahí estando a kilómetros de casa?
—Pediré un taxi. No es problema tuyo. Abre las puertas.
—De eso nada, yo te llevo.
Miro su coche. Es un Aston Martin (todo negro, brillante y precioso), me parece.
—¡Abre las putas puertas de una vez!—le grito.
—¡Controla esa puta boca!
¿Que controle mi boca?
¿Mi puta boca?
Quiero golpearla, dejarme caer de rodillas y llorar de frustración, como un lobo que aúlla a la luna. Me siento como una idiota: humillada y avergonzada.
—No estoy preparada para ser otro de los muchos tantos que te anotas en el cabezal de la cama—le espeto.
Me respeto lo bastante a mí misma... lo suficiente como para no llegar a eso... más o menos.
—¿En serio piensas eso?
Está verdaderamente pasmada.
Señor, dame fuerzas.
Esta mujer es una mujeriega de tomo y lomo, obtiene lo que quiere cuando quiere.
¿Quién se cree que es?
Nuestro enfrentamiento se ve interrumpido cuando su móvil empieza a sonar. Lo saca rápidamente del bolsillo.
—¿Finn?—se da la vuelta y comienza a pasearse—Sí... De acuerdo—la llamada termina en seguida—Yo te llevo a casa—insiste.
—No, por favor. Sólo abre las puertas—le estoy suplicando y ése no era el tono en el que pretendía hablarle.
—No, no voy a dejarte sola ahí fuera, Brittany. Fin de la historia. Te vienes conmigo.
—No.
—Sí—vuelvo la cabeza bruscamente al oír que se acerca un coche por la carretera principal—¡Mierda!—ruge Santana mientras vuelve a sacar apresuradamente el móvil del bolsillo al tiempo que intenta agarrarme. Las puertas empiezan a abrirse y echo a correr hacia mi coche para coger el bolso—¡Finn, no abras las putas puertas!—grita por el teléfono—¡Vale, bueno dile a Holly que no lo haga!
En cuanto están lo bastante abiertas me deslizo entre ellas, justo antes de que empiecen a cerrarse de nuevo. Veo a Santana correr hacia su coche y golpear algo en el salpicadero. Las puertas comienzan a abrirse de nuevo.
¿Es que no va a darse por vencida?
Saco mi móvil y llamo a un taxi mientras comienzo a andar por la carretera. Alguien contesta y, justo cuando voy a hablar, me quedo sin aliento al notar que Santana me agarra por la cintura.
—¡Pero qué...!—grito mientras me levanta, me da la vuelta y me lanza sobre su hombro.
Pero que fuerza que tiene.
—No vas a vagar por ahí por tu cuenta, señorita—dice entre dientes con tono lleno de autoridad. Hace que me sienta más joven... o ella mayor, no lo tengo claro.
—¿A ti qué narices te importa?—le espeto.
Estoy furiosa y no hago más que revolverme mientras me lleva hasta su coche.
—Bueno, al parecer, nada, pero tengo conciencia. Tú de aquí no te vas si no es en mi coche. ¿Lo entiendes?
Me deja de pie en el suelo, me coge del codo y me guía hasta su vehículo. Lo cierra de un portazo y se encamina hacia mi Mini para apartarlo de la entrada. Quiero gritarle un poco más cuando derrapa y patina al parar. Nadie ha tratado a mi pobre Mini tan mal jamás. Resopla mientras regresa y se mete en su coche. Me lanza una mirada feroz con el ceño fruncido, arranca y sale a toda velocidad.
El viaje de vuelta a casa es dolorosamente silencioso y terroríficamente rápido. Esta mujer es una amenaza en la carretera. Desearía que al menos encendiera la radio para deshacernos de este silencio tan incómodo. Admiro con envidia el interior de su DBS. Estoy recostada en el asiento, rodeada de kilómetros de piel negra guateada, y miro por la ventana durante todo el camino a casa. Siento que su mirada se clava en mí de vez en cuando, pero la ignoro. Me concentro en el rugido gutural del motor mientras devora la carretera que se extiende ante nosotras.
¿Qué acaba de pasar?
Se detiene delante de casa de Rachel después de que, de manera breve y concisa, le indique cómo llegar. Me bajo del vehículo.
—¿Britt?—la oigo llamarme, pero cierro la puerta del coche y acelero mis pasos hacia la vivienda.
Al darme cuenta de que tiene las puñeteras llaves de mi coche maldigo en voz alta. Me vuelvo para desandar el camino, pero oigo el rugido del motor alejándose por la carretera. Se me tuerce el gesto de disgusto. Lo ha hecho a propósito para que tenga que llamarla. Bueno, pues que espere sentada. Prefiero apañármelas sin el coche. Deambulo hasta la casa y llamo a la puerta.
—¿Y tus llaves?—me pregunta Rachel cuando la abre.
Pienso rápido.
—He llevado el coche al taller para que le cambien los frenos. Se me ha olvidado sacar las llaves de casa del llavero.
Acepta mi excusa sin hacer más preguntas.
—Hay un juego de llaves extra en la maceta que se encuentra junto a la ventana de la cocina.
Se apresura a subir de nuevo la escalera y yo la sigo para, inmediatamente, abrir una botella de vino antes de buscar algo de comer en la nevera. Nada me llama la atención. Me centro en el vino.
—Sí, por favor—Rachel irrumpe en la cocina.
Ya está en pijama, y yo me muero de ganas de ponérmelo también. Le lleno una copa mientras intento cambiar por otra la expresión de estupefacción que sé que aún tengo en la cara.
—¿Qué tal el día?—le pregunto.
Ella se deja caer en una de las sillas dispares que rodean la robusta mesa de pino.
—He pasado casi todo el día recogiendo portatartas. La gente debería ser lo bastante amable como para venir a devolvérmelos.
Toma un sorbo de vino y deja escapar un suspiro apreciativo. Me siento a la mesa con ella.
—Tienes que empezar a pedir una fianza.
—Ya lo sé. Oye, he quedado mañana por la noche.
—¿Con quién?—inquiero mientras me pregunto a mí misma si éste pasará de la primera cita.
—Un cliente que está muy bueno. Vino a recoger una tarta para el primer cumpleaños de su sobrina, una tarta de «Jungla sobre ruedas». ¿A que es adorable?
—Mucho—admito—¿Y cómo surgió la cosa?
—Se lo pedí yo—contesta, y se encoge de hombros.
Me río. Su confianza en sí misma es fascinante. Creo que posee el récord mundial en número de primeras citas. La única relación larga que ha tenido fue con mi hermano, pero nunca hablamos de eso. Desde que rompieron y Sam se trasladó a Australia, Rachel ha tenido infinidad de citas y con ninguno de esas personas ha ido más allá de la primera.
—Voy a cambiarme y a llamar a mi mamá—me levanto y me llevo la copa conmigo—Ahora te veo en el sofá.
—Guay.
Necesito hablar con mi mamá. Rachel es mi mejor amiga, pero no hay nada como una mamá cuando lo que quieres es que te reconforten. Aunque no puedo contarle por qué necesito que me reconforten.
Se horrorizaría.
Después de ponerme un pantalón de chándal y una camiseta de tirantes, me desplomo sobre la cama y llamo a mi mamá. Sólo suena una vez antes de que descuelgue.
—¿Britty?—su voz es aguda, pero reconfortante.
—Hola, mamá.
—¿Britty? ¿Britt? Joseph, no la oigo. ¿Lo estoy haciendo bien? ¿Brittany?
—Estoy aquí, mamá. ¿Me oyes?
—¿Britt? Joseph, no funciona. No oigo nada. ¡Brittany!
Oigo los las protestas ahogadas de mi papá en la distancia, antes de que se ponga al teléfono.
—¿Hola?
—¡Hola, papá!—grito.
—¡Joder, no hace falta que grites!
—Es que mamá no me oía.
—Porque tenía el puñetero teléfono del revés, la muy tonta.
Oigo la risa de mi mamá de fondo, seguida de una palmada que, sin lugar a dudas, es un golpe que le ha propinado a mi papá en el hombro.
—¿Está ahí? ¿La oyes? Pásamela—discuten brevemente antes de que mi mamá vuelva a ponerse al teléfono—¿Britty? ¿Estás ahí?
—¡Sí!
¿Por qué no habré llamado directamente al teléfono fijo?
Insistió en que la llamara al móvil nuevo para poder practicar y así cogerle el truco, pero, por todos los santos, mira que le cuesta. Sólo tiene cuarenta y siete años, pero es una completa tecnófoba.
—Ah, mucho mejor ahora. Ya te oigo. ¿Cómo estás?
—Bien. Estoy bien, mamá. ¿Y tú?
—Aquí todo bien. ¿Sabes una cosa? Tenemos un notición—no me da la oportunidad de intentar adivinar a qué se refiere—¡Tu hermano va a venir a visitarnos!
Me incorporo nerviosa.
¿Sam va a venir a casa?
Hace seis meses que no veo a mi hermano. Está pegándose la vida padre en la Costa de Oro, trabaja como instructor de surf y sólo viene a casa una o dos veces al año. Antes estábamos muy unidos. Rachel va a alucinar cuando se entere, y no en el buen sentido.
—¿Cuándo?—pregunto.
—El domingo que viene. ¿A que es estupendo? Justo le comentaba a tu papá la semana pasada que teníamos que ir a verlo, pero él no quiere montarse en un avión. Ya sabes cómo es.
El miedo a volar de mi papá es muy frustrante para mi pobre mamá, que todos los años tiene que soportar un viaje en coche de dos días hasta España.
—¿Sabes qué planes tiene?—pregunto.
—Llega a Heathrow y se viene directamente a Cornualles para pasar la semana conmigo y con papá. Después volverá a Londres. ¿Vendrás tú también? Hace semanas que no vienes a vernos.
De repente me siento fatal. Llevo cerca de ocho semanas sin ver a mis padres.
—Es que he estado muy ocupada con el trabajo, mamá. Estamos con la inauguración del Lusso y es una locura. Haré lo que pueda, ¿vale?
—Ya lo sé, cariño. ¿Cómo está Rach?—me pregunta.
Mi mamá todavía adora a Rachel. Se quedó igual de deshecha que yo cuando Sam y ella lo dejaron.
—Está fenomenal.
—Estupendo. ¿Y sabes algo de Elaine?—me pregunta vacilante.
Sé que espera que la respuesta sea un NO rotundo. No lo pasó tan mal cuando fuimos Elaine y yo quienes lo dejamos. No le caía muy bien que digamos. Bueno, pensándolo bien, Elaine no le caía muy bien a casi nadie. Hemos hablado alguna vez desde que nos separamos, pero mamá no necesita saberlo.
—No, estoy en otras cosas—le informo y la oigo suspirar de alivio.
Prefiero no contarle en qué otras cosas he estado centrada. Me siento demasiado avergonzada de mí misma.
—Bien. ¡Joseph, ve a abrir la puerta! Britt, tengo que colgar. Ha venido April a recogerme para ir a yoga.
—Vale, mamá. Te llamo la semana que viene.
—De acuerdo. ¡Buena suerte con la inauguración y diviértete también un poco!—me ordena.
Sé que piensa que he desperdiciado siete años en dos relaciones que no valían la pena. Y tiene razón, lo he hecho.
—Adiós, mamá—cuelgo.
Sam viene a casa. Bueno, eso me ha animado un poco. Siempre me siento mejor después de hablar con mi mamá. Están a kilómetros de distancia y los echo muchísimo de menos, pero me reconforta el hecho de que hayan dejado atrás la locura que es Londres al prejubilarse y trasladarse a Newquay, sobre todo después del susto que nos dio papá con aquel ataque al corazón.
El móvil empieza a sonar y miro la pantalla esperando ver el número de mi mamá, seguro que se le ha olvidado bloquear el teclado y se ha sentado encima. Pero no es ella. Es Santana López.
Uffffffffff.
—Rechazar—resoplo.
Pulso el botón rojo y lanzo el teléfono sobre mi cama. Salgo de mi cuarto y me voy con Rachel al sofá. Oigo que vuelve a sonar mientras me dirijo al salón. Hago caso omiso.
La tía nunca se da por vencida. Al menos no tengo que volver a verla. Me ha dado la excusa perfecta para negarme en rotundo a diseñar cualquier cosa para ella.
—¿Qué es esto, una broma?—digo medio riéndome.
Sigo esperando a que me ilumine, pero no dice nada. Intento ignorar el magnífico cuerpo femenino que tengo delante y busco desesperadamente en mi cerebro algún tipo de guía o instrucción.
No sirve de nada.
No estoy ciega.
Lo cierto es que me he imaginado su torso y sus pechos más de una vez, y he de decir que supera con creces mis mejores fantasías y expectativas.
Esta mujer es más que perfecta.
¿Qué se supone que debería hacer?
Sigue ahí, de pie, con la cabeza ligeramente inclinada, mirándome con fijeza bajo sus larguísimas pestañas. Su mirada es penetrante, tiene la boca entreabierta y percibo el subir y bajar de sus increíbles pechos. Existe una definición muy acertada; no es excesivamente musculosa, es... simple y llanamente... perfecta.
Si vestida me deja sin palabras, verla así me arrastra al borde del infarto. Respiro hondo. Madre mía, tiene el vientre en V. Su respiración agitada hace que los músculos se tensen y se destensen, que sus pechos suban y bajen y la frecuencia de las inhalaciones hace fracasar su intento de aparentar impasibilidad.
Está muy nerviosa.
¿Qué hace ahí y así, sólo con un sujetador de encaje y unos vaqueros ceñidos, mostrando todavía más su belleza?
Me abofeteo mentalmente. Salta a la vista a qué está jugando. Sabía que no debía confiar en ella. Es tan irreal y tan tremendamente presuntuosa que casi pierde todo su atractivo... casi. Me río para mis adentros. No pierde nada de atractivo. Al contrario. Me invade el deseo.
¿Esperaba verla?
Sí, lo admito.
Pero ¿así?
Sí, la verdad es que sí.
Es prácticamente en lo único que he pensado desde que le puse los ojos encima. Tiene los brazos caídos a ambos lados del cuerpo, pero su actitud es segura y decidida. Me observa con una determinación absoluta, y su mirada me dice que estoy a punto de morir de placer. Debería marcharme pero, por más que sepa que he de hacerlo, por más que mi sensatez me obligue a huir, no lo hago. En vez de eso, fija la mirada hasta sus pechos, cubiertos por el sujetador, pero aun así, se notan sus pezones. Está completamente excitada y, a juzgar por la violenta sacudida de deseo que acabo de sentir en el estómago, yo también. Mi cuerpo se bloquea, presa del pánico, y tengo sentimientos encontrados. Mi lado prudente me insta a largarme de aquí, pero mi lado temerario me ruega que me quede y que acepte lo que quiere darme.
Esto está mal.
Acabo de charlar con su novia en el piso inferior. Bueno, charlar exactamente no. Eso implicaría que hubiera sido una conversación amistosa, y no es el caso. Mi mente en conflicto hace que cambie de postura mientras separo los labios e inspiro profundamente. Agacho la cabeza.
—Relájate, Brittany—me tranquiliza con voz suave—Sabes que lo estás deseando.
Casi rompo a reír.
¿Y quién no?
Sólo hay que verla.
Me quedo quieta. El único movimiento visible es el de mi corazón golpeándome el pecho, y su ritmo se multiplica por diez cuando ella empieza a caminar hacia mí despacio, con los ojos clavados en los míos.
Cuando se encuentra a tan sólo unos centímetros de distancia, su aroma fresco me inunda la nariz y hace que el cuerpo se me tense de manera involuntaria. No sé cómo lo consigo, pero dejo la mirada fija en la suya y levanto la vista para mantener el contacto mientras se acerca hasta que la tengo ante mí. Está lo más cerca que puede estarlo sin llegar a tocarme físicamente. Si existe un equivalente al DEFCON1 de alerta máxima para el cuerpo humano, acabo de alcanzarlo.
—Date la vuelta, Britt—ordena con voz suave.
Yo obedezco sin pensar y me vuelvo despacio mientras resoplo y cierro los ojos con fuerza.
¿Qué estoy haciendo?
Ni siquiera he vacilado. Mis hombros se tensan a la espera de su tacto, y mis esfuerzos mentales por obligarme a relajarme no están funcionando.
El único sonido que interrumpe el ensordecedor silencio es el de las respiraciones agitadas de ambas. Permanezco así durante unos instantes y pronto me dispongo a volverme para tenerla de nuevo de frente, pero ella me detiene al posar sobre mis hombros sus dos manos, cálidas y ligeramente temblorosas. Me estremezco con su roce, y ella levanta una mano lentamente, como para asegurarse de que no voy a moverme. Me recoge el pelo suelto y lo deja caer sobre mi rostro.
En mi oscuridad privada, oigo que mi cerebro me grita que huya, pero mi cuerpo tiene otros planes completamente diferentes y, desafiante, desoye cualquier orden procedente de mi interior.
Santana vuelve a colocarme la mano sobre el hombro y empieza a masajearme muy despacio los músculos tensos. La sensación es maravillosa. Balanceo la cabeza en un gesto de agradecimiento y mis labios dejan escapar un leve suspiro. La presión aumenta y me deleito en los deliciosos movimientos de sus manos al mismo tiempo que siento cómo su aliento caliente y fresco se aproxima a mi oído. Me estremezco y acerco la cara a la suya. Sé que la estoy incitando, pero a estas alturas ya he perdido el sentido por completo.
Quiero más.
—No pares—susurra, y las vibraciones de su voz provocan oleadas de placer por todo mi cuerpo.
Estoy temblando. Se me ha ido totalmente de las manos. Tengo un nudo en la garganta.
—No quiero hacerlo.
Apenas reconozco mi voz. No puedo creer que me haya atrapado de esta manera; no puedo creer que esté accediendo a esto.
—Me alegro. Porque no creo que te lo permitiera—dice, y presiona toda la parte delantera de su cuerpo contra mi espalda mientras su boca se abre junto a mi oído—Voy a quitarte el vestido—apenas consigo asentir, pero ella capta mi respuesta y empieza a mordisquearme el lóbulo, lo que aumenta la implacable presión que ya siento en mi vibrante interior—Eres demasiado guapa, Britt—ronronea mientras me roza la oreja con sus labios.
—Oh, Dios...
Me apoyo en ella y siento sus pezones contra mi espalda a través del sujetador de encaje.
—¿Notas eso?—comienza a trazar círculos con sus caderas y yo lanzo un gemido—Voy a poseerte.
Sus palabras están cargadas de un convencimiento absoluto. Me siento completamente esclava de ellas. Sé que debe de tener mucha práctica en estos menesteres; debe de haber pulido el don de la seducción hasta convertirlo en un arte. No me estoy engañando a mí misma. Las personas deben de caer rendidas a sus pies día sí, día también. Tiene mucha experiencia en el tema y siempre consigue lo que quiere, pero no me importa lo más mínimo. En estos momentos estoy aquí para ella, sin conciencia ni indecisión. He dejado a un lado cualquier resquicio de cautela.
¿Qué daño puede hacerme algo así?
Siento que su dedo índice comienza a ascender lentamente desde el final de mi espalda hasta el centro de mi columna y la cabeza empieza a darme vueltas sin control. Imploro a mis manos que permanezcan a ambos lados de mi cuerpo, pero lo que en realidad deseo es volverme y devorarla, aunque ella ya ha impedido que lo haga en una ocasión. Es evidente que le gusta tener el control.
Cuando alcanza la parte superior de mi vestido, coge la cremallera y me apoya la otra mano en la cadera. Yo doy un respingo. Tengo muchas cosquillas ahí, y cualquier roce en la cadera o en el hueco que tengo justo encima me hace saltar.
Cierro los ojos con fuerza y me esfuerzo cuanto puedo por ignorar su caricia. Es difícil, pero su propia mano, que ocupa toda mi cadera, me retiene y me mantiene inmóvil. Me baja la cremallera del vestido con lentitud y oigo cómo suspira al ver mi piel desnuda. Aparta la mano de mi cadera y yo me sorprendo añorando su calor al instante. Pero entonces noto que sus dos manos se deslizan bajo la tela de mi vestido hasta detenerse sobre mis hombros descubiertos. Flexiona los dedos y me aparta el vestido por delante antes de arrastrarlo muy despacio por mi cuerpo hasta dejarlo caer al suelo. Ella se queda sin aliento, y yo doy gracias a todos los santos por haberme puesto ropa interior decente. Estoy de pie en sujetador, bragas y tacones, a merced de sexy mujer que se yergue tras de mí.
¿Qué diablos estoy haciendo?
—Mmm, encaje—susurra.
Me agarra de la cintura, me levanta para sacarme del vestido arrugado que ya descansa sobre el suelo y me da la vuelta para ponerme de cara a ella. Con estos tacones soy más alta que ella. Con sólo bajar ligeramente la vista me encuentro con sus preciosos labios carnosos y deseo que los pegue a los míos.
Estoy perdiendo mi capacidad de autocontrol a pasos agigantados, y mi conciencia hace ya rato que me ha abandonado. Estoy muy excitada, y con esta mujer no es de extrañar.
Acerca una mano a mi pecho y con el pulgar me dibuja círculos alrededor del pezón por encima del sujetador. Mantiene la mirada fija en sus movimientos. Se me erizan los pezones con el contacto, y se endurecen bajo la tela de la prenda interior. Una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios. Es consciente del efecto que está teniendo en mí. Acerca también el dedo índice, me pellizca la rígida protuberancia y hace que mis pechos palpiten y se transformen en pesados y ansiosos montículos. Me extasía por completo que esta mujer me estudie tan de cerca, que me esté provocando hasta hacerme temblar de desesperación.
Todavía no puedo creerme que esté haciendo esto, pero ¿acaso puedo pararlo?
Observo que eleva la otra mano hasta cubrirme el otro pecho. Las mías se niegan a seguir alejadas de ella. Levanto los brazos y apoyo las palmas sobre sus pechos. Son tan cálidos y firmes que me quedo sin aliento. Empiezo a recorrer con un dedo el hueco que se forma entre sus pechos y sonrío para mis adentros al sentir cómo se estremece bajo mi tacto. Deja escapar un leve gruñido gutural. Pero antes de que pueda empezar a disfrutar del acceso a su cuerpo, ella me da la vuelta otra vez y siento ganas de gritar.
—Quiero verte—suspiro.
—Chis—me ordena mientras me desabrocha el sujetador y pasa las manos por debajo de los tirantes.
Los desliza por mis brazos y deja caer la prenda al suelo antes de cubrirme de nuevo los pechos con las manos, y empieza a amasarlos de manera deliberada, sin dejar de exhalar su respiración caliente e intensa junto a mi oído.
—Tú y yo—ruge.
Entonces me da la vuelta y pega sus labios contra los míos hasta dejarme sin aliento. Vuelvo a estar donde quiero estar. Me roza el labio inferior con la lengua y busca con ella una entrada que no le niego. La acepto en mi boca y nuestras lenguas se baten en duelo. Tiene la boca caliente, y su lengua es laxa pero intensa. Le rodeo los hombros con los brazos para acercarla más mientras ella presiona la entrepierna contra la mía. Su calor es abrumador.
Todas las partes de su cuerpo son perfectas.
Es tal y como me lo había imaginado.
Se le escapa un leve gemido de entre los labios cuando me acaricia la espalda con las dos manos hasta cobijar mi cabeza entre ellas. Me agarra la nuca con los dedos y apoya las palmas sobre mis pómulos. Santana interrumpe el beso y yo jadeo ante la pérdida. Sus hombros se elevan y descienden debido a las respiraciones profundas con las que intenta llenar sus pulmones. De repente, apoya la frente contra la mía con los ojos cerrados.
Parece estar sufriendo.
—Voy a perderme en ti—suspira mientras desliza la mano por la curva de mi columna hasta detenerse en la parte posterior de mi muslo. Con un leve tirón me levanta una pierna hasta su cadera y me agarra el trasero con la otra mano. Busca mi mirada con desesperación—Hay algo entre nosotras—susurra—No son imaginaciones mías.
No, no lo son. Recuerdo lo que sucedió el viernes, cuando la vi por primera vez. Sentí como si me hubiera electrocutado, todo tipo de reacciones extrañas azotaron mi mente y mi cuerpo. Aquello no fue normal, y me alivia saber que no fui la única que lo sintió.
—Hay algo—confirmo en voz baja, y de inmediato observo cómo la expresión de sus ojos muta de la incertidumbre a la satisfacción plena.
Estoy de pie sobre una pierna, medio enredada alrededor de su cintura, lista para lanzarme y rodearla también con la otra pierna.
Necesito sentirla junto y dentro de mí.
Necesito sus labios contra los míos.
Como si me leyera la mente, mueve la cabeza y me busca la boca con la suya, pero esta vez lo hace de una manera más calmada y pausada. Presiona la pelvis contra mí y al instante advierto un importante aumento de presión en mi entrepierna. Soy incapaz de controlarlo; no quiero hacerlo. Mientras clava la cadera contra la mía, sigue poseyendo mi boca lentamente y ambas sensaciones combinadas me acercan al límite. Si me toca, es probable que estalle. Su beso se intensifica y la presión de su cadera aumenta.
—Por Dios—murmura contra mis labios—No lo fastidies.
¿No lo fastidies?
¿Por qué me suplica eso?
¿O se lo está rogando a sí misma?
De repente todo cobra sentido cuando oigo a otra persona gritar el nombre de Santana. Reconozco la voz fría y desagradable de Holly. Y así, sin más, el placer que no paraba de aumentar desaparece más rápido de lo que ha llegado.
¡Mierda, mierda, mierda!
Grito sin cesar para mis adentros. Mi cuerpo lánguido y excitado se torna rígido de repente y clavo los dedos en los hombros de Santana.
Pero ¿qué estoy haciendo?
Su novia anda por aquí, es probable que esté ahí fuera, y yo estoy aquí, toda excitada, con las manos de su novia por todo el mí cuerpo.
¡Soy una persona horrible!
Ella me besa con más intensidad, hasta hacer que me duelan los labios. Su lengua me invade la boca con necesidad. Sé que está intentando que vuelva al juego. Me suelta el muslo y me agarra de la cadera para que no me mueva. Cree que voy a salir huyendo.
Y voy a hacerlo.
Me libera los labios y mi cabeza desciende automáticamente.
—La puerta está cerrada con llave—me asegura en voz baja.
¡Ahora ya no puedo seguir con esto!
Quizá no me guste esa mujer, pero no soy una ladrona de parejas. He metido la pata, aunque todavía estoy a tiempo de parar esto antes de que sea demasiado tarde.
Ella sube la mano y me agarra de la mandíbula, me levanta la cara y me la sujeta con fuerza mientras clava su mirada oscura en mí. Me observa con desesperación buscando algo en mi rostro, creo que esperanza.
—Por favor—logra articular.
Yo niego ligeramente con la cabeza a pesar de la presión que ejercen sus manos, bajo la mirada hasta su pecho y cierro los ojos con fuerza. Me agarra la cintura con más intensidad y me sacude la mandíbula levemente en un intento exasperado por sacarme del caparazón en el que me he encerrado.
—No te vayas.
Lo dice casi entre dientes, haciendo que parezca una orden.
—No puedo hacerlo—susurro, y siento que aparta las manos de mí con un gruñido de frustración.
—¿Santana?—oigo la voz de Holly de nuevo, pero esta vez más cerca.
Totalmente aturdida, recojo mi vestido del suelo, corro hacia el cuarto de baño, cierro de un portazo y echo el pestillo. Me apoyo contra la puerta, casi desnuda, e intento controlar mi respiración irregular. Miro al techo tratando de evitar que se me caigan las lágrimas. Estoy muy decepcionada conmigo misma.
Me parece oír unas voces procedentes del dormitorio e intento estabilizar mis jadeos para escuchar lo que está pasando.
Pero no hay nada.
Ni ruido, ni voces... nada.
Me maldigo por estar medio desnuda, por no poder escapar y por tener que esconderme en el cuarto de baño como la mujerzuela desesperada que soy. No me siento cómoda con esta sensación. Me avergüenzo totalmente de mí misma. Me han puesto los cuernos muchas veces y yo he puesto a caer de un burro a todas esas personas que se han entrometido en mis relaciones. Después de muchas botellas de vino, las he condenado, las he maldecido y les he deseado el peor de los castigos. Ahora me he convertido en una de ellas. Lanzo un gruñido y me golpeo la frente con la palma de la mano.
¡Serás zorra!
Oigo que se cierra una puerta y me pongo rígida.
¿Eso es que se marcha o que vuelve?
Sea como sea, tengo que vestirme. Busco mi sujetador entre el fardo de tela del vestido que tengo en las manos. No está. Sacudo el traje frenéticamente y rezo para que aparezca... sin éxito. Suspiro y me meto en el vestido, me lo ajusto al cuerpo y estiro los brazos hacia atrás para abrocharme la cremallera. Tendré que pasar de él, porque no pienso intentar recuperarlo en la habitación.
Me acerco al espejo para inspeccionarme. Tal y como imaginaba, estoy espantosa. Tengo los ojos llenos de lágrimas sin derramar, los labios hinchados y rojos y las mejillas coloradas.
Parezco turbada.
Estoy turbada.
Intento en vano recomponerme para salir al menos con un poco de dignidad, pero no hay manera de ocultar mi aspecto consternado. Va a ser el momento más vergonzoso de mi vida.
Un golpe en la puerta me sobresalta.
—¿Brittany?
No contesto.
Vaya, parece enfadada.
Me atuso el pelo con los dedos y me seco las lágrimas con papel. Sigo horrible, pero sé que me sentiré mejor en cuanto salga de aquí. Me preparo para hacer frente a una mujer frustrada que intenta evitar mi marcha y quito el pestillo con cautela. La puerta se abre al instante y casi me tira al suelo.
Santana está al otro lado, enfadada y bloqueándome la salida. Inspecciono el dormitorio a sus espaldas y compruebo que estamos solas. Debe de mentir muy bien, porque sigue solo en sujetador y Holly no está en la habitación intentando arrancarme los pelos.
Santana no tiene ningún derecho a mirarme con desaprobación ni a hacerme sentir como si la hubiera decepcionado. La aparto a un lado y paso.
—¿Adónde diablos vas?—grita a mis espaldas. No le contesto. A paso ligero, agarro mi bolso, salgo al descansillo y me marcho mientras la oigo maldecir—¡Brittany!—grita.
Desciendo la escalera a toda prisa y mirando de vez en cuando hacia arriba. Veo que Santana sale de la suite y se pone una camiseta como puede. Me desvío hacia el bar para recoger el teléfono y veo que Artie está sirviendo a unos caballeros. Mis buenos modales me impiden exigírselo al instante, de modo que espero pacientemente sin parar de moverme con inquietud.
—¿Ya tienes lo que has venido a buscar?—dice Holly, y su voz fría me hiela la carne.
Dios mío, ¿lo sabe?
¿Lo dice con doble sentido?
Me vuelvo y le regalo una sonrisa falsa.
—¿Te refieres a las medidas? Sí.
Ella me observa con la mano apoyado en la cadera y sosteniendo el gin-tonic de endrinas ante su rostro.
Lo sabe.
Esto es espantoso.
Santana entra corriendo en el bar y se detiene derrapando ante nosotras. La miro con espanto.
¿No sabe lo que es el disimulo?
Observo a Holly para analizar su reacción ante la escenita y veo que nos estudia atentamente a ambas. No hay duda de que lo sabe. Tengo que largarme ahora mismo. Me vuelvo hacia la barra y, por suerte, Artie me ve.
—Señorita Pierce, tenga, pruebe esto—dice, y me pasa una especie de chupito.
—¿Tienes mi teléfono, Artie?
—Pruébelo—me insiste.
Desesperada por salir de aquí, me lo bebo de un trago. Me quema la garganta y sigue quemándome mientras recorre la laringe hacia el estómago. Abro la boca en forma de O y cierro los ojos con fuerza.
—¡Madre mía!
—¿Le gusta?
Exhalo poco a poco el aliento caliente y le devuelvo el vaso.
—Sí, está muy bueno.
Empiezo a percibir un sabor a... ¿cerezas?
El camarero recoge el vaso, me guiña un ojo y me pasa el teléfono. Me aliso el vestido y cojo aire antes de volverme hacia las dos personas que no quiero volver a ver en la vida. Estoy convencida de que sobre la frente llevo un cartel de neón gigante con la palabra «Zorra» parpadeando.
—Te has dejado esto arriba.
López me entrega mi carpeta, pero no la suelta cuando tiro de ella suavemente.
—Gracias—respondo, y arrugo la frente al ver que me mira con el ceño fruncido mientras se muerde el labio inferior. Por fin suelta la carpeta y me la meto en el bolso—Adiós.
Las dejo a ambas en el bar y me dirijo hacia mi coche. No vendrá detrás de mí con Holly delante, lo cual es todo un alivio. Me meto en el coche, arranco el motor y hago caso omiso de la voz mental que me grita: «¡No deberías conducir así!» Sé que estoy siendo muy irresponsable, pero la desesperación no me deja alternativa. Doy marcha atrás para salir del aparcamiento y veo que Santana atraviesa las puertas de La Mansión a gran velocidad.
No puede ser.
¿Por qué no le cuenta directamente a su novia todo lo que ha pasado?
Pongo la primera a toda prisa y piso el acelerador. Arranco dejando una nube de humo tras de mí. Nunca he conducido mi Mini de un modo tan brusco. Cuando la nube negra se dispersa, veo por el retrovisor que Santana sacude los brazos en el aire como un poseso. Acelero por el camino de acceso bordeado de árboles.
La cabeza me da vueltas a causa de la bebida y la ansiedad. Intento bloquear todo lo demás y centrarme en la carretera que tengo delante. No debería conducir. Tengo los sentidos nublados, y la bebida es sólo un factor menor que se suma a mi estado de histeria mental. Miro el salpicadero y me doy cuenta de que voy a una velocidad absurda, sin luces y sin el cinturón. No estoy en lo que tengo que estar. Las puertas aparecen ante mí y levanto el pie del acelerador.
—Abran, por favor, abran—ruego mientras pongo el punto muerto—¡Abran!
Al golpear el volante con frustración, hago sonar el claxon y doy un respingo en el asiento. El sonido de un coche que se acerca atrae mi vista hacia el retrovisor. Las luces se aproximan.
—¡Maldita sea!—exclamo.
El coche derrapa, se detiene detrás de mí y la puerta se abre de golpe. Santana sale y se acerca a paso ligero a mi Mini. Es evidente que está furiosa.
¿Y todo por qué?
¿Porque no ha mojado?
Dejo caer los brazos y la cabeza sobre el volante, me siento totalmente vencida. Mi objetivo de escapar sin preguntas ni explicaciones se ha visto completamente frustrado. No tengo por qué contarle nada. La situación es detestable y habla por sí sola.
Santana abre la puerta del conductor, me agarra del brazo, me saca del coche y quita las llaves del contacto.
—Brittany—dice mientras me mira con desaprobación. Tengo ganas de gritarle, pero ella se me adelanta—¡Estás medio borracha! Te juro por Dios que como te hagas daño...
Me avergüenzo al escuchar sus palabras mientras me regaño mentalmente por ser tan imprudente. Permanezco de pie frente a ella, aguantando su descontento, sintiéndome humillada y patética.
Me agarra la mandíbula con la mano y me mira desde arriba. Quiere besarme, lo veo en sus ojos. Por favor. Esto es lo que menos necesito ahora mismo.
Con un movimiento brusco consigo que me suelte la cara.
—¿Estás bien?—me pregunta con suavidad, e intenta agarrarme de nuevo.
Consigo zafarme.
—Bueno, por extraño que parezca, no, no lo estoy. ¿Por qué has hecho eso?
—¿No es evidente?
—Me deseas.
—Más que a nada—declara rotundamente.
—¿Qué?—nunca he conocido a nadie tan confiada de sí misma—¿Lo habías planeado? ¿Era ésta tu intención cuando me llamaste ayer?
—Sí—admite en un tono que nada tiene que ver con la disculpa—Te deseo, Britt.
No tengo ni idea de cómo enfrentarme a esto. Me desea, así que me ha tomado.
—¿Quieres abrir las puertas, por favor?—me dirijo hacia ellas, pero siguen inmóviles cuando las alcanzo. Me vuelvo de la manera más amenazante que mi estado me permite—¡Abre las malditas puertas!
—¿De verdad crees que voy a dejar que deambules por ahí estando a kilómetros de casa?
—Pediré un taxi. No es problema tuyo. Abre las puertas.
—De eso nada, yo te llevo.
Miro su coche. Es un Aston Martin (todo negro, brillante y precioso), me parece.
—¡Abre las putas puertas de una vez!—le grito.
—¡Controla esa puta boca!
¿Que controle mi boca?
¿Mi puta boca?
Quiero golpearla, dejarme caer de rodillas y llorar de frustración, como un lobo que aúlla a la luna. Me siento como una idiota: humillada y avergonzada.
—No estoy preparada para ser otro de los muchos tantos que te anotas en el cabezal de la cama—le espeto.
Me respeto lo bastante a mí misma... lo suficiente como para no llegar a eso... más o menos.
—¿En serio piensas eso?
Está verdaderamente pasmada.
Señor, dame fuerzas.
Esta mujer es una mujeriega de tomo y lomo, obtiene lo que quiere cuando quiere.
¿Quién se cree que es?
Nuestro enfrentamiento se ve interrumpido cuando su móvil empieza a sonar. Lo saca rápidamente del bolsillo.
—¿Finn?—se da la vuelta y comienza a pasearse—Sí... De acuerdo—la llamada termina en seguida—Yo te llevo a casa—insiste.
—No, por favor. Sólo abre las puertas—le estoy suplicando y ése no era el tono en el que pretendía hablarle.
—No, no voy a dejarte sola ahí fuera, Brittany. Fin de la historia. Te vienes conmigo.
—No.
—Sí—vuelvo la cabeza bruscamente al oír que se acerca un coche por la carretera principal—¡Mierda!—ruge Santana mientras vuelve a sacar apresuradamente el móvil del bolsillo al tiempo que intenta agarrarme. Las puertas empiezan a abrirse y echo a correr hacia mi coche para coger el bolso—¡Finn, no abras las putas puertas!—grita por el teléfono—¡Vale, bueno dile a Holly que no lo haga!
En cuanto están lo bastante abiertas me deslizo entre ellas, justo antes de que empiecen a cerrarse de nuevo. Veo a Santana correr hacia su coche y golpear algo en el salpicadero. Las puertas comienzan a abrirse de nuevo.
¿Es que no va a darse por vencida?
Saco mi móvil y llamo a un taxi mientras comienzo a andar por la carretera. Alguien contesta y, justo cuando voy a hablar, me quedo sin aliento al notar que Santana me agarra por la cintura.
—¡Pero qué...!—grito mientras me levanta, me da la vuelta y me lanza sobre su hombro.
Pero que fuerza que tiene.
—No vas a vagar por ahí por tu cuenta, señorita—dice entre dientes con tono lleno de autoridad. Hace que me sienta más joven... o ella mayor, no lo tengo claro.
—¿A ti qué narices te importa?—le espeto.
Estoy furiosa y no hago más que revolverme mientras me lleva hasta su coche.
—Bueno, al parecer, nada, pero tengo conciencia. Tú de aquí no te vas si no es en mi coche. ¿Lo entiendes?
Me deja de pie en el suelo, me coge del codo y me guía hasta su vehículo. Lo cierra de un portazo y se encamina hacia mi Mini para apartarlo de la entrada. Quiero gritarle un poco más cuando derrapa y patina al parar. Nadie ha tratado a mi pobre Mini tan mal jamás. Resopla mientras regresa y se mete en su coche. Me lanza una mirada feroz con el ceño fruncido, arranca y sale a toda velocidad.
El viaje de vuelta a casa es dolorosamente silencioso y terroríficamente rápido. Esta mujer es una amenaza en la carretera. Desearía que al menos encendiera la radio para deshacernos de este silencio tan incómodo. Admiro con envidia el interior de su DBS. Estoy recostada en el asiento, rodeada de kilómetros de piel negra guateada, y miro por la ventana durante todo el camino a casa. Siento que su mirada se clava en mí de vez en cuando, pero la ignoro. Me concentro en el rugido gutural del motor mientras devora la carretera que se extiende ante nosotras.
¿Qué acaba de pasar?
Se detiene delante de casa de Rachel después de que, de manera breve y concisa, le indique cómo llegar. Me bajo del vehículo.
—¿Britt?—la oigo llamarme, pero cierro la puerta del coche y acelero mis pasos hacia la vivienda.
Al darme cuenta de que tiene las puñeteras llaves de mi coche maldigo en voz alta. Me vuelvo para desandar el camino, pero oigo el rugido del motor alejándose por la carretera. Se me tuerce el gesto de disgusto. Lo ha hecho a propósito para que tenga que llamarla. Bueno, pues que espere sentada. Prefiero apañármelas sin el coche. Deambulo hasta la casa y llamo a la puerta.
—¿Y tus llaves?—me pregunta Rachel cuando la abre.
Pienso rápido.
—He llevado el coche al taller para que le cambien los frenos. Se me ha olvidado sacar las llaves de casa del llavero.
Acepta mi excusa sin hacer más preguntas.
—Hay un juego de llaves extra en la maceta que se encuentra junto a la ventana de la cocina.
Se apresura a subir de nuevo la escalera y yo la sigo para, inmediatamente, abrir una botella de vino antes de buscar algo de comer en la nevera. Nada me llama la atención. Me centro en el vino.
—Sí, por favor—Rachel irrumpe en la cocina.
Ya está en pijama, y yo me muero de ganas de ponérmelo también. Le lleno una copa mientras intento cambiar por otra la expresión de estupefacción que sé que aún tengo en la cara.
—¿Qué tal el día?—le pregunto.
Ella se deja caer en una de las sillas dispares que rodean la robusta mesa de pino.
—He pasado casi todo el día recogiendo portatartas. La gente debería ser lo bastante amable como para venir a devolvérmelos.
Toma un sorbo de vino y deja escapar un suspiro apreciativo. Me siento a la mesa con ella.
—Tienes que empezar a pedir una fianza.
—Ya lo sé. Oye, he quedado mañana por la noche.
—¿Con quién?—inquiero mientras me pregunto a mí misma si éste pasará de la primera cita.
—Un cliente que está muy bueno. Vino a recoger una tarta para el primer cumpleaños de su sobrina, una tarta de «Jungla sobre ruedas». ¿A que es adorable?
—Mucho—admito—¿Y cómo surgió la cosa?
—Se lo pedí yo—contesta, y se encoge de hombros.
Me río. Su confianza en sí misma es fascinante. Creo que posee el récord mundial en número de primeras citas. La única relación larga que ha tenido fue con mi hermano, pero nunca hablamos de eso. Desde que rompieron y Sam se trasladó a Australia, Rachel ha tenido infinidad de citas y con ninguno de esas personas ha ido más allá de la primera.
—Voy a cambiarme y a llamar a mi mamá—me levanto y me llevo la copa conmigo—Ahora te veo en el sofá.
—Guay.
Necesito hablar con mi mamá. Rachel es mi mejor amiga, pero no hay nada como una mamá cuando lo que quieres es que te reconforten. Aunque no puedo contarle por qué necesito que me reconforten.
Se horrorizaría.
Después de ponerme un pantalón de chándal y una camiseta de tirantes, me desplomo sobre la cama y llamo a mi mamá. Sólo suena una vez antes de que descuelgue.
—¿Britty?—su voz es aguda, pero reconfortante.
—Hola, mamá.
—¿Britty? ¿Britt? Joseph, no la oigo. ¿Lo estoy haciendo bien? ¿Brittany?
—Estoy aquí, mamá. ¿Me oyes?
—¿Britt? Joseph, no funciona. No oigo nada. ¡Brittany!
Oigo los las protestas ahogadas de mi papá en la distancia, antes de que se ponga al teléfono.
—¿Hola?
—¡Hola, papá!—grito.
—¡Joder, no hace falta que grites!
—Es que mamá no me oía.
—Porque tenía el puñetero teléfono del revés, la muy tonta.
Oigo la risa de mi mamá de fondo, seguida de una palmada que, sin lugar a dudas, es un golpe que le ha propinado a mi papá en el hombro.
—¿Está ahí? ¿La oyes? Pásamela—discuten brevemente antes de que mi mamá vuelva a ponerse al teléfono—¿Britty? ¿Estás ahí?
—¡Sí!
¿Por qué no habré llamado directamente al teléfono fijo?
Insistió en que la llamara al móvil nuevo para poder practicar y así cogerle el truco, pero, por todos los santos, mira que le cuesta. Sólo tiene cuarenta y siete años, pero es una completa tecnófoba.
—Ah, mucho mejor ahora. Ya te oigo. ¿Cómo estás?
—Bien. Estoy bien, mamá. ¿Y tú?
—Aquí todo bien. ¿Sabes una cosa? Tenemos un notición—no me da la oportunidad de intentar adivinar a qué se refiere—¡Tu hermano va a venir a visitarnos!
Me incorporo nerviosa.
¿Sam va a venir a casa?
Hace seis meses que no veo a mi hermano. Está pegándose la vida padre en la Costa de Oro, trabaja como instructor de surf y sólo viene a casa una o dos veces al año. Antes estábamos muy unidos. Rachel va a alucinar cuando se entere, y no en el buen sentido.
—¿Cuándo?—pregunto.
—El domingo que viene. ¿A que es estupendo? Justo le comentaba a tu papá la semana pasada que teníamos que ir a verlo, pero él no quiere montarse en un avión. Ya sabes cómo es.
El miedo a volar de mi papá es muy frustrante para mi pobre mamá, que todos los años tiene que soportar un viaje en coche de dos días hasta España.
—¿Sabes qué planes tiene?—pregunto.
—Llega a Heathrow y se viene directamente a Cornualles para pasar la semana conmigo y con papá. Después volverá a Londres. ¿Vendrás tú también? Hace semanas que no vienes a vernos.
De repente me siento fatal. Llevo cerca de ocho semanas sin ver a mis padres.
—Es que he estado muy ocupada con el trabajo, mamá. Estamos con la inauguración del Lusso y es una locura. Haré lo que pueda, ¿vale?
—Ya lo sé, cariño. ¿Cómo está Rach?—me pregunta.
Mi mamá todavía adora a Rachel. Se quedó igual de deshecha que yo cuando Sam y ella lo dejaron.
—Está fenomenal.
—Estupendo. ¿Y sabes algo de Elaine?—me pregunta vacilante.
Sé que espera que la respuesta sea un NO rotundo. No lo pasó tan mal cuando fuimos Elaine y yo quienes lo dejamos. No le caía muy bien que digamos. Bueno, pensándolo bien, Elaine no le caía muy bien a casi nadie. Hemos hablado alguna vez desde que nos separamos, pero mamá no necesita saberlo.
—No, estoy en otras cosas—le informo y la oigo suspirar de alivio.
Prefiero no contarle en qué otras cosas he estado centrada. Me siento demasiado avergonzada de mí misma.
—Bien. ¡Joseph, ve a abrir la puerta! Britt, tengo que colgar. Ha venido April a recogerme para ir a yoga.
—Vale, mamá. Te llamo la semana que viene.
—De acuerdo. ¡Buena suerte con la inauguración y diviértete también un poco!—me ordena.
Sé que piensa que he desperdiciado siete años en dos relaciones que no valían la pena. Y tiene razón, lo he hecho.
—Adiós, mamá—cuelgo.
Sam viene a casa. Bueno, eso me ha animado un poco. Siempre me siento mejor después de hablar con mi mamá. Están a kilómetros de distancia y los echo muchísimo de menos, pero me reconforta el hecho de que hayan dejado atrás la locura que es Londres al prejubilarse y trasladarse a Newquay, sobre todo después del susto que nos dio papá con aquel ataque al corazón.
El móvil empieza a sonar y miro la pantalla esperando ver el número de mi mamá, seguro que se le ha olvidado bloquear el teclado y se ha sentado encima. Pero no es ella. Es Santana López.
Uffffffffff.
—Rechazar—resoplo.
Pulso el botón rojo y lanzo el teléfono sobre mi cama. Salgo de mi cuarto y me voy con Rachel al sofá. Oigo que vuelve a sonar mientras me dirijo al salón. Hago caso omiso.
La tía nunca se da por vencida. Al menos no tengo que volver a verla. Me ha dado la excusa perfecta para negarme en rotundo a diseñar cualquier cosa para ella.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,....
piche zorra... por que puñeteras tuvo que aparecer holly es ese momento!!!
bueno a pasar de su ego san, se preocupa por lo que le pase a britt,...
mmm a ver que hace san,... me encanta cuando britt cuando se pone en chula y no le contesta a san jajaj
nos vemos!!!
piche zorra... por que puñeteras tuvo que aparecer holly es ese momento!!!
bueno a pasar de su ego san, se preocupa por lo que le pase a britt,...
mmm a ver que hace san,... me encanta cuando britt cuando se pone en chula y no le contesta a san jajaj
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
hola yo de nuevo, que le pasa a brittany, esta loca para darse tanto de rogar!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Holy como siempre jodiendo los momentos brittana en la mayoria de los fics-.-' ksbdjsbsn xd amo cuando Britt rechaza las llamadas de San sjsbsj es tan ruda lml
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
YA HABIA LEIDO UN FIC PARECIDO A ESTE NADA MAS QUE CON PAPELES INTERCAMBIADOS, POR FAVOR NO LO DEJES A MEDIAS.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Edad : 43
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
3:) escribió:holap morra,....
piche zorra... por que puñeteras tuvo que aparecer holly es ese momento!!!
bueno a pasar de su ego san, se preocupa por lo que le pase a britt,...
mmm a ver que hace san,... me encanta cuando britt cuando se pone en chula y no le contesta a san jajaj
nos vemos!!!
Hola lu, jajajaajajjajajajaj xD ajajajaj, entrometida noma! ¬¬ Jjajaajaj esk es britt, como no¿? ajajajaja. De todo creo yo jajaajajaj. Bn pro britt, no caer tan fácil a los encantos lópez... difícil si! xD jaajajaj. Saludos =D
micky morales escribió:hola yo de nuevo, que le pasa a brittany, esta loca para darse tanto de rogar!
Hola, jajajaja, esk igual recién la vio dos veces ajajajaj y san ya la quiere para ella jajaajaajaj XD Saludos =D
Susii escribió:Holy como siempre jodiendo los momentos brittana en la mayoria de los fics-.-' ksbdjsbsn xd amo cuando Britt rechaza las llamadas de San sjsbsj es tan ruda lml
Hola, jajajajaajjajajaaj algo hay ahí jajaajjaajajaj xD jajajajaajajaj. Jajjaja claro se tiene que hacer de rogar un poco no¿? jajaajajajaj. Saludos =D
marthagr81@yahoo.es escribió:YA HABIA LEIDO UN FIC PARECIDO A ESTE NADA MAS QUE CON PAPELES INTERCAMBIADOS, POR FAVOR NO LO DEJES A MEDIAS.
Hola, mmm pude ser xD ajajajajaj, pero lee el mío noma ajajaja es brittana! jajaaj. Noooo, ajajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 6
Capitulo 6
—Buenos días—saludo a Kurt con voz cantarina cuando paso danzando ante su mesa el jueves.
Él me mira por encima de las gafas de montura gruesa. Una descarada declaración de principios en cuanto a la moda y un esfuerzo por su parte para que se le tome más en serio. Debería decirle que se deshiciese de esa camisa amarillo canario y de esos pantalones grises que parecen mallas. Quizá así lo consiguiera.
—Parece que alguien ha echado un polvo—dice con una sonrisa malévola—Bienvenida al club. ¡Estoy exhausto!
—¡Venga ya! Kurt, eres un putón—contesto, y finjo una expresión de desagrado mientras tiro el bolso debajo de mi mesa—¿Alguna novedad?—pregunto para desviar la conversación de las correrías sexuales de Kurt.
—No. Voy a salir a visitar a la señora Baines para darle un abracito. Anoche me llamó a las once para preguntarme si sería posible que los electricistas llegaran esta mañana. Me interrumpió en pleno acto de...
—¡Vale, vale!—digo con las manos levantadas—No sigas.
Me siento y giro la silla para ponerme de cara a él.
—Perdona, cielo. ¡Es que fue una pasada!—insiste, y me guiña un ojo—Pero bueno, está estresada porque tiene programado celebrar un baile de verano en julio y lo quiere todo terminado para entonces. ¡Lo lleva claro, bonita! Si no para de cambiar de idea jamás terminaremos—de repente, se levanta de su silla, me lanza un beso en el aire a tres metros de distancia y dice—¡Au revoir, cielo!
—Adiós. Oye, ¿y Mercedes?—le grito mientras se aleja.
—¡Ha ido a visitar a unos clientes!—grita, y cierra la puerta al salir.
Me vuelvo hacia mi escritorio y Tina me deja un café delante. Lo cojo al instante y le doy un sorbo mientras ella ronda mi mesa con nerviosismo.
—Will ha llamado para recordarte que hoy no vendrá—dice.
—Gracias, Tina. ¿Qué tal el fin de semana?
Ella sonríe y asiente con entusiasmo mientras se sube las gafas.
—Muy bien, gracias por preguntar. Terminé el punto de cruz y limpié todas las ventanas, por dentro y por fuera. Fue estupendo—contesta, y sonríe vagamente mientras se marcha corriendo a archivar unas facturas.
¿Limpiar ventanas?
¿Estupendo?
Es una chica encantadora, pero, por Dios, es más sosa que el pan sin sal.
Paso unas horas respondiendo correos electrónicos y limpiando la bandeja de entrada. Compruebo que ya se ha realizado la última limpieza en el Lusso y cojo el móvil cuando éste empieza a danzar sobre mi mesa. Al ver el nombre que aparece en la pantalla pongo los ojos en blanco. Nunca se da por vencida. Ayer me acribilló a llamadas sin parar (y yo se las rechacé todas), pero sigue insistiendo. Tendré que hablar con ella antes o después. Tiene algo que necesito: mi coche.
***************************************************************************************
A la una en punto salgo de la oficina para ir a comer con Rachel.
—¿Queda algún persona decente en este mundo? Claro además de nosotras—pregunta pensativa mientras se limpia la boca con una servilleta—Estoy perdiendo las ganas de vivir.
—No puede haberte ido tan mal.
Su cita de anoche fue un fracaso. En cuanto llegó a casa a las nueve y media, supe que la cosa no había ido bien. Deja la servilleta sobre el plato vacío y lo aparta.
—Britt, cuando un hombre saca la calculadora al final de la cena para decirte cuánto le debes, es mala señal.
Me echo a reír. Sí, es mala señal. Es la igualdad llevada al extremo. El hombre moderno aún tiene que captar que las mujeres queremos que nos traten como iguales, pero sólo cuando nos conviene. La ávida necesidad de independencia de la mujer moderna no implica que queramos pagar a medias las comidas, ni que no nos guste que un hombre nos abra la puerta. Seguimos deseando que nos mimen, pero con nuestras propias condiciones. Por eso nos gustan y tenemos citas con mujeres
—Entonces ¿no vas a volver a quedar con él?
Ella resopla indignada.
—No. La escenita de la cuenta ya me había decepcionado bastante, pero que cogiera las veinte libras que le ofrecí para pagar el taxi cuando me dejó en casa ya me desencantó del todo.
—Le saliste bien barata—digo entre risitas.
—Ya te digo—Rachel coge el teléfono y pulsa la pantalla. Después me la enseña—Un sándwich de beicon y dos aguas, me debes doce libras.
Las dos nos reímos un poco del fracaso de su cita. Me encanta que se lo tome con tanta filosofía. Siempre dice que las cosas pasarán cuando tengan que pasar, y estoy de acuerdo.
—¿Cuándo tendrás listo el coche?—pregunta.
¡Mierda!
Me lo había pedido prestado para ir a Yorkshire a visitar a su abuela el sábado, y ya es jueves. Tengo que solucionar este asunto.
—Luego llamaré al taller—le prometo.
—Puedo ir con la furgoneta.
—No, tranquila. Con Margo no creo que llegues.
Es una autocaravana Volkswagen rosa de veinte años que traquetea a duras penas por todo Londres repartiendo tartas. Su impacto en el medio ambiente debe de ser tremendo.
Mi teléfono empieza a sonar a todo volumen y Rachel se inclina para ver quién me llama. Lo cojo en seguida, pero es demasiado tarde. La miro nerviosa, le doy una vez más al botón de rechazar y lo dejo de nuevo sobre la mesa como si no ocurriera nada. Pero mi reacción no le ha pasado desapercibida, como de costumbre.
—Santana—dice con una ceja enarcada—¿Qué querrá?
No le he contado nada sobre los terribles acontecimientos del martes. Me da demasiada vergüenza. Me encojo de hombros.
—Yo qué sé.
—¿Te ha mandado más mensajes sugerentes?
Ha habido más que mensajes. Ha habido incesantes llamadas telefónicas, y me enredó para que volviera a La Mansión con el pretexto de que iba a diseñar unas habitaciones cuando lo que quería en realidad era atraparme en una de las suites de su hotel y seducirme. Rachel se alegraría de mi desgracia, y ésa es justo la razón por la que no se lo he contado. Si no se lo explico a nadie, casi puedo fingir que no ha pasado.
Casi.
Soy una idiota.
Apenas he logrado pensar en otra cosa desde entonces, y con todas esas llamadas ella no colabora mucho a mi intento de eliminarla de mi mente. No necesito una relación, y menos con alguien que está con otra persona. Además, para ella yo sólo soy un trofeo más. Es una vividora y no es la clase de mujer con quien debo estar. Es evidente que tiene problemas para comprometerse. Holly no es santo de mi devoción, pero siento lástima por ella.
—No—respondo con un suspiro.
Ella me mira con recelo y hace que me sienta interrogada. Y lo estoy siendo. De repente me sorprendo jugueteando con mi pelo. Suelto el mechón y resoplo.
—Tienes que divertirte—dice con aire pensativo.
¿Divertirme?
A mí no me parece que enrollarse con una mujer que está con otra sea divertirse.
¡Me parece una insensatez!
—Después de lo de Elaine, está claro que necesitas divertirte un poco—añade.
Preferiría no hablar de Elaine. Rachel no sabe que aún me llama de vez en cuando. Y yo no sé por qué lo hace.
—Tengo que volver al trabajo—digo, y me inclino para darle un beso en la mejilla—Te quiero.
—Sí, yo también. Esta noche llegaré tarde a casa. Hay una exposición de tartas en el Hilton.
Cuando me dispongo a darle dinero para la comida, ella me hace un gesto de rechazo con la mano.
—Me toca a mí.
Vuelvo a guardarme el dinero en el bolsillo.
—Está bien, pero la próxima vez pago yo.
Nos despedimos en la puerta del bar. Rachel se marcha a su taller de tartas y yo de vuelta a la oficina.
Al llegar a casa me dejo caer sobre el sillón. Mañana será un día largo en el Lusso y tengo que estar en plena forma. El móvil suena. Pongo los ojos en blanco y miro la pantalla, pero no es quien esperaba que fuera. Es Elaine. Lloriqueo para mis adentros.
¿Cuándo sonará el teléfono y será alguien con quien me apetezca hablar?
—Hola—contesto medio refunfuñando.
—¿Qué tal?—saluda con su tono seguro de siempre.
—Bien, ¿y tú?
Sé que está bien. Tengo entendido que sale casi todas las noches para recuperar el tiempo perdido. Como si cuando estaba conmigo no hiciera lo que le daba la gana de todos modos.
—Muy bien. Llamaba para desearte suerte mañana. Es mañana, ¿no?
Me sorprende que se acuerde. Mi trabajo jamás le ha interesado lo más mínimo.
—Sí, gracias. Estaba pensando en acostarme pronto.
—Ah, vale, entonces no te entretengo—parece decepcionada—He empaquetado el resto de tus cosas.
—Ah, genial.
—No hay prisa—añade—Si alguna vez te apetece, estaría bien quedar y ponernos al día
¿Estaría bien?
¿Ponernos al día sobre qué?
¿Sobre con cuántas mujeres se ha acostado desde que me largué?
Me alegro de que mantengamos el contacto, estuvimos cuatro años juntas, pero está llevando demasiado lejos lo de «ser amigas». Me trata como si fuera uno más de sus colegas y me informa de sus últimas conquistas. Y no me importa, pero tampoco me apetece saberlo.
—Claro, te daré un toque—sugiero.
—Hazlo. Te echo de menos.
¡VENGA!
¿A qué ha venido eso?
¿Está borracho?
—¿Ah, sí?—le pregunto, y en mi voz se refleja claramente mi sorpresa.
Ella se echa a reír.
—Sí. Buena suerte mañana.
Cuelgo y me quedo ahí sentada preguntándome si habrá llegado el momento de recoger mis cosas y cortar toda relación con ella. No creo que lo de «ser amigas» vaya a funcionar con nosotras.
¿Le funciona a alguien?
Mi teléfono vuelve a sonar, pero es un número que no conozco.
—Brittany Pierce—digo, pero no hay respuesta—¿Diga?
—¿Estás sola?
La voz me golpea en el estómago como si fuera un martillo.
Mierda.
Mierda.
Me pongo de pie y me vuelvo a sentar. La imagen de su cuerpo semidesnudo delante de mí, suplicándome con la mirada, empieza a apoderarse de mi mente. Ésta es precisamente la razón por la que he rechazado todas sus llamadas. El influjo que ejerce sobre mí es perturbador y de lo más desagradable.
¿Por qué no ha aparecido su nombre en la pantalla?
—No—miento, y mi frente empieza a empaparse de sudor.
La oigo suspirar. Es un suspiro profundo.
—¿Por qué me mientes?
Vuelvo a levantarme del sillón de un salto.
¿Cómo lo sabe?
Corro al otro lado del salón, a punto de derramar mi copa de vino, y miro por la ventana hacia la calle, pero no veo su coche.
¿Cómo sabe que estoy sola?
Nerviosa y con un nudo en la garganta, decido colgar. El teléfono vuelve a sonar inmediatamente. Lo hundo entre los cojines del sillón y lo dejo sonar. Pero vuelve a insistir.
—¡Para ya!
Paseo de un lado a otro del salón mordiéndome las uñas y dando sorbos de vino. Las imágenes de lo sucedido el martes se proyectan en mi mente, pero no las malas.
Mierda.
Es todo lo bueno: cómo me hacía sentir, el calor de sus manos... Todo lo acontecido hasta que oí la voz fría y estridente de su novia. Bloqueo esos pensamientos de inmediato. No soy más que otro títere del que aprovecharse sexualmente, y lo más probable es que se sienta despechado porque me he negado a entrar en su juego.
El teléfono me avisa de que tengo un mensaje. Me acerco con cautela al sillón, como si el aparato fuera a atacarme.
Dios mío, qué patética soy.
Cojo el móvil y leo el mensaje.
¡Coge el teléfono!
Vuelve a sonar en mi mano y me hace dar un brinco, aunque lo cierto es que me lo esperaba. No se cansa nunca. Vuelvo a dejar que suene y, como si fuera una cría, le contesto:
No.
Sigo paseándome de un lado a otro, sorbiendo vino y aferrándome al teléfono. Su respuesta no tarda en llegarme:
Vale, entonces voy a entrar.
—¿Qué? ¡No, no!—le grito al móvil.
Una cosa es no cogerle el teléfono, pero intentar rechazarla cuando la tengo delante en carne y hueso requiere un nivel de resistencia totalmente diferente.
¡Mierda!
¡Mierda!
¡Mierda!
Accedo toda nerviosa al registro de llamadas para llamarla. Da un tono.
—Demasiado tarde, Brittany—contesta.
Me quedo mirando el teléfono descolocada y entonces comienzan los golpes en la puerta. Corro hacia el descansillo y me inclino sobre la barandilla mientras llama.
—Abre la puerta, Brittany—dice, y vuelve a golpearla.
¿De qué va?
¿Tan desesperada está?
¡Toc, toc, toc!
—Brittany, no me iré sin hablar contigo.
¡Toc, toc, toc!
—Tengo tus llaves. Voy a entrar.
Mierda.
Es verdad.
Bien, dejaré que entre, oiré lo que tenga que decir y después se irá. Al fin y al cabo necesito el coche. Me mantendré lo más alejada posible de ella, con los ojos cerrados y sin respirar para evitar olerla. No debo permitir que traspase mis defensas. Dejo la copa sobre la consola del descansillo y me miro en el espejo. Tengo el pelo recogido en un moño, pero al menos no me he quitado el maquillaje todavía. Podría ser peor.
Un momento... ¿por qué me preocupo por eso?
Cuanto peor aspecto tenga, mejor, ¿no?
Tengo que decirle que no me interesa.
¡Toc, toc, toc!
Bajo la escalera con paso firme y decidido y abro la puerta resoplando. Estoy perdida. Sigo subestimando (u olvidando) el efecto que esta mujer tiene sobre mí.
Ya estoy temblando.
Con las manos apoyadas en el marco de la puerta, me mira a través de unos párpados caídos, jadeante y con aspecto de estar bastante cabreada. Alguno de sus cabellos oscuros salen del moño que lleva y lleva una camisa rosa claro con el cuello desabrochado y metida por dentro de unos pantalones grises, y todo muy ceñido a su escultural cuerpo.
Está fantástica.
Me atraviesa con su mirada de ojos oscuros.
—¿Por qué no quisiste seguir?
Le cuesta respirar.
—¿Perdona?—pregunto con impaciencia.
¿Ha venido a preguntarme eso?
¿Acaso no es obvio?
Aprieta los dientes.
—¿Por qué te fuiste?
—Porque era un error—respondo también apretando los dientes.
Mi irritación ante su osadía consigue superar el otro efecto, más indeseado, que tiene sobre mí.
—No era un error, y lo sabes—masculla—El único error fue dejar que te marcharas.
¿Qué?
No puedo con esto. Hago ademán de cerrar la puerta, pero ella me lo impide deteniéndola con las manos desde el otro lado.
—De eso nada—la empuja contra mí sin ningún miramiento, entra en el recibidor y cierra con un portazo a su espalda—No dejaré que vuelvas a huir. Ya lo has hecho dos veces y no habrá una tercera. Vas a tener que dar la cara.
Descalza y ella con tacones, me saca algunos centímetros. Me siento pequeña y débil frente a ella, que todavía respira con dificultad. Retrocedo, pero ella me sigue y deja una distancia mínima entre nuestros cuerpos. Mi plan de mantener cierto espacio entre nosotras está fracasando y pronto percibo su magnífico perfume.
Huele a gloria bendita.
—Tienes que irte. Rach llegará en seguida.
Se detiene y frunce el ceño.
—Deja de mentirme—dice, y me aparta de un manotazo la mano del pelo—Basta de tonterías, Brittany.
No sé qué decir. La defensa no está funcionando. Quizá si pruebo con el desinterés... Parece que todo lo que le digo le resbala, y está acostumbrada a conseguir siempre lo que quiere. Me doy la vuelta para regresar al piso de arriba.
—¿Para qué has venido?—pregunto.
Pero antes de que haya logrado alejarme demasiado la tengo detrás agarrándome de la muñeca. Me da la vuelta para colocarme de cara a ella y el contacto me pone al instante en alerta roja. Sé que estoy pisando terreno peligroso. Permanecer cerca de esta mujer me transforma en una idiota irracional e imprudente. Estoy en territorio kamikaze.
¿Por qué la he dejado entrar?
—Ya lo sabes—me espeta.
—¿Ah, sí?—pregunto incrédula.
Lo cierto es que sí. Bueno, creo que lo sé. Quiere seguir donde lo habíamos dejado. Quiere completar la misión.
—Sí, lo sabes—responde sin más.
Libero mi muñeca de un tirón y retrocedo hasta que toco la pared que tengo detrás con el trasero.
—¿Porque quieres oír cuánto grito?
—¡No!
—Eres, sin lugar a dudas, la estúpida más arrogante que he conocido en la vida. No estoy interesada en convertirme en una de tus conquistas sexuales.
—¿Conquistas?—resopla. Se aparta y empieza a pasearse sin rumbo—¿En qué puñetero planeta vives, tía?
Me quedo totalmente pasmada.
¿Cómo se atreve a venir aquí y a hablarme así?
Mis nervios se desvanecen y mi enfado anterior se transforma en una ferviente ira. La necesidad de defenderme, de ponerle los puntos sobre las íes, me obliga a apretar la mandíbula hasta hacerme daño. Tiene una muy baja opinión de mí si cree que voy a meterme en la cama de cualquier persona que acabe de conocer. Pero no tengo por qué darle explicaciones. Ahora mismo, el hecho de que tenga novia es irrelevante. Se cree que puede conseguir todo lo que quiere o montar una escena si alguien se le resiste.
—¡Lárgate!
Deja de pasearse y me mira.
—¡No!—grita, y reinicia la marcha.
Empiezo a pensar en cómo obligarla a salir de casa. Jamás conseguiría hacerle daño físico, y tocarla sería un tremendo error.
—¡No me interesas una puta mierda! Vete de aquí.
Mi voz temblorosa traiciona mi fachada de frialdad, pero me mantengo firme.
—¡Esa puta boca!
¿Será posible?
—¡Largo!
—Está bien—dice simplemente. Deja de pasearse y me fulmina con la mirada—Si me miras a los ojos y me dices que no quieres volver a verme, me iré y no volveré a cruzarme en tu camino.
Bien, debería resultarme bastante fácil, pero, para mi total sorpresa, la idea de no volver a verla me produce unas punzadas terribles en el estómago, lo cual, por supuesto, es totalmente absurdo. Es prácticamente una extraña, pero ejerce una enorme influencia sobre mí.
Me hace sentir... no sabría cómo describirlo.
Pero incluso ahora que estoy furiosa por su insolencia, he de esforzarme para controlar las reacciones involuntarias que me provoca. Ante mi silencio, empieza a avanzar hacia mí y, con apenas unos cuantos pasos largos y firmes, se planta justo delante de mí. Tan sólo nos separa un centímetro de aire.
—Dilo—me exhorta.
No logro articular palabra. Me cuesta respirar. El corazón se me sale del pecho y siento una leve palpitación entre las piernas. Me pongo en guardia al percibir las mismas reacciones en ella. El corazón le martillea bajo su ajustada camisa rosa claro. Siento su aliento fresco y pesado sobre mi rostro. No estoy segura con respecto a la palpitación, pero me imagino que también la siente. La tensión sexual entre nuestros cuerpos es casi tangible.
—No puedes, ¿verdad?—susurra.
¡No puedo!
Lo intento. Lo intento con todas mis fuerzas, pero las palabras se niegan a brotar. La proximidad de nuestros cuerpos y su respiración sobre mi rostro está reactivando todas esas sensaciones maravillosas. Mi mente se traslada al instante a nuestro encuentro anterior, sólo que esta vez no corremos el riesgo de que nos interrumpan novias desagradables. Nada me detiene, excepto mi conciencia, que se encuentra embriagada de deseo, de manera que no es de mucha ayuda.
Me toca el hombro con la punta del dedo y una oleada de fuego me recorre todo el cuerpo. Suave y lentamente, me acaricia el cuello hasta alcanzar un punto erógeno debajo de la oreja. El corazón se me desboca.
—Pum, pum, pum, pum—dice—Lo noto, Britt.
Me pongo rígida y me pego todavía más a la pared.
—Vete, por favor—digo con un hilo de voz.
—Ponme las manos en el corazón—susurra, y me agarra una de ellas y se la coloca sobre el pecho.
No hacía falta que lo hiciera. Veo cómo le late a toda velocidad por debajo de la camisa. No necesitaba notarlo.
—¿Qué quieres demostrar?—le pregunto en voz baja.
Sé perfectamente qué quiere demostrar. Que causo el mismo efecto en ella que ella en mí.
—Eres una mujer muy cabezota. Deja que te haga la misma pregunta.
—¿Qué quieres decir?—le pregunto con voz suave, todavía sin mirarla.
—¿Por qué intentas evitar lo inevitable? ¿Qué pretendes, Brittany?
Me rodea el cuello con los dedos y me levanta la cara para que la mire. Me pierdo inmediatamente en sus ojos. Su aliento fresco, expelido a través de unos labios húmedos y ligeramente separados, me invade la nariz. Me observa con la mirada ardiente. Sus largas pestañas me acarician la mejilla cuando se inclina para rozarme la oreja con los labios. Dejo escapar un gemido ahogado.
—Eso es—murmura, y empieza a darme besitos muy suaves a un lado de la garganta—Tú también lo sientes.
Lo siento.
Soy incapaz de detenerla.
Mi capacidad para pensar racionalmente me ha abandonado. Estoy paralizada por completo. Mi cerebro se ha desconectado y mi cuerpo ha tomado el control. A medida que su boca se aproxima a mi mandíbula, acepto el hecho de que he perdido, me he perdido en ella.
Pero entonces empieza a sonar un móvil. No es el mío, pero la interrupción consigue sacarme del trance en el que ella me ha sumido. Joder, lo más seguro es que sea Holly. Levanto las manos hasta su firme pecho y la empujo.
—¡Para, por favor!
Ella se aparta y se saca el teléfono del bolsillo.
—¡Mierda!—rechaza la llamada y me mira—Todavía no lo has dicho.
Estoy pasmada ante mi incapacidad de articular unas palabras tan simples.
—No me interesa—susurro. Sueno desesperada, soy consciente de ello—Tienes que parar de hacer esto. Sea lo que sea lo que crees que sentiste o lo que crees que sentí yo, te equivocas.
Evito mencionar a Holly porque eso sería admitir que hay algo, que ella es la única razón por la que me niego a continuar.
No lo es, claro.
También está la evidente diferencia de edad, el hecho de que tiene la palabra «rompecorazones» escrita en la frente y, sobre todo... que es infiel.
Ella se ríe con ganas.
—¿Lo que creo? Brittany, no te atrevas a insinuar que todo esto me lo estoy imaginando. ¿Me he imaginado lo que acaba de pasar? ¿Y lo del otro día? ¿También me lo imaginé? ¿Por quién me tomas?
—¡¿Por quién coño me tomas tú?!
—¡Esa boca!—grita.
—Te he dicho que te vayas—ordeno con voz tranquila.
—Y yo te he dicho que me mires a los ojos y me asegures que no me deseas.
Me mira con confianza, como si supiera que soy incapaz de hacerlo.
—No te deseo—farfullo mirándola directamente a esos dos lagos oscuros.
Decirlo me causa dolor físico. Estoy desconcertada. Ella inspira profundamente. Parece herida.
—No te creo—repone con suavidad, y desvía la mirada hacia mis dedos, que juguetean nerviosos con mi pelo.
Los retiro al instante.
—Bueno deberías—digo subrayando las palabras y recurriendo claramente a todas mis fuerzas.
Nos quedamos mirándonos durante lo que me parece una eternidad, pero soy la primera en apartar la vista. No se me ocurre nada más que decir, así que le imploro en silencio que se vaya antes de que acabe recorriendo esa senda peligrosa por la que ella está dispuesta a arrastrarme.
Se suelta el pelo y se pasa las manos por el pelo, frustrada, maldice y se marcha airada. Cuando cierra la puerta tras de sí lo hace con brusquedad; permito que el aire inunde mis pulmones y me dejo caer al suelo.
Esto ha sido, sin duda, lo más difícil que he tenido que hacer en mi vida, y es curioso porque, teniendo en cuenta las circunstancias, debería haber sido lo más sencillo. Ni siquiera entiendo las razones de esta situación. Su expresión de dolor cuando he accedido a su exigencia de negar que lo deseaba me ha destrozado.
Quería gritar que yo también siento lo mismo, pero ¿adónde nos habría llevado eso?
Sé perfectamente adónde: contra la pared, con Santana junto y dentro de mí. Y aunque la sola idea me hace vibrar de placer, habría sido un terrible error. Ya me siento bastante culpable por mi deplorable comportamiento.
Esta tía es un gilipollas infiel. Guapa a morir, pero una gilipollas infiel, a fin de cuentas.
Sé que estar a su lado sólo me acarrearía problemas. Pero todavía tiene mis puñeteras llaves. Me estremezco y me dirijo a la ducha, satisfecha por haber hecho lo correcto.
He puesto a Santana López en su sitio y me he ahorrado tener que sentirme tremendamente culpable otra vez. Debo ignorar este terrible dolor de estómago, porque reconocerlo sería como admitir a gritos ante mí misma y ante Santana que... sí, yo también lo siento.
Él me mira por encima de las gafas de montura gruesa. Una descarada declaración de principios en cuanto a la moda y un esfuerzo por su parte para que se le tome más en serio. Debería decirle que se deshiciese de esa camisa amarillo canario y de esos pantalones grises que parecen mallas. Quizá así lo consiguiera.
—Parece que alguien ha echado un polvo—dice con una sonrisa malévola—Bienvenida al club. ¡Estoy exhausto!
—¡Venga ya! Kurt, eres un putón—contesto, y finjo una expresión de desagrado mientras tiro el bolso debajo de mi mesa—¿Alguna novedad?—pregunto para desviar la conversación de las correrías sexuales de Kurt.
—No. Voy a salir a visitar a la señora Baines para darle un abracito. Anoche me llamó a las once para preguntarme si sería posible que los electricistas llegaran esta mañana. Me interrumpió en pleno acto de...
—¡Vale, vale!—digo con las manos levantadas—No sigas.
Me siento y giro la silla para ponerme de cara a él.
—Perdona, cielo. ¡Es que fue una pasada!—insiste, y me guiña un ojo—Pero bueno, está estresada porque tiene programado celebrar un baile de verano en julio y lo quiere todo terminado para entonces. ¡Lo lleva claro, bonita! Si no para de cambiar de idea jamás terminaremos—de repente, se levanta de su silla, me lanza un beso en el aire a tres metros de distancia y dice—¡Au revoir, cielo!
—Adiós. Oye, ¿y Mercedes?—le grito mientras se aleja.
—¡Ha ido a visitar a unos clientes!—grita, y cierra la puerta al salir.
Me vuelvo hacia mi escritorio y Tina me deja un café delante. Lo cojo al instante y le doy un sorbo mientras ella ronda mi mesa con nerviosismo.
—Will ha llamado para recordarte que hoy no vendrá—dice.
—Gracias, Tina. ¿Qué tal el fin de semana?
Ella sonríe y asiente con entusiasmo mientras se sube las gafas.
—Muy bien, gracias por preguntar. Terminé el punto de cruz y limpié todas las ventanas, por dentro y por fuera. Fue estupendo—contesta, y sonríe vagamente mientras se marcha corriendo a archivar unas facturas.
¿Limpiar ventanas?
¿Estupendo?
Es una chica encantadora, pero, por Dios, es más sosa que el pan sin sal.
Paso unas horas respondiendo correos electrónicos y limpiando la bandeja de entrada. Compruebo que ya se ha realizado la última limpieza en el Lusso y cojo el móvil cuando éste empieza a danzar sobre mi mesa. Al ver el nombre que aparece en la pantalla pongo los ojos en blanco. Nunca se da por vencida. Ayer me acribilló a llamadas sin parar (y yo se las rechacé todas), pero sigue insistiendo. Tendré que hablar con ella antes o después. Tiene algo que necesito: mi coche.
***************************************************************************************
A la una en punto salgo de la oficina para ir a comer con Rachel.
—¿Queda algún persona decente en este mundo? Claro además de nosotras—pregunta pensativa mientras se limpia la boca con una servilleta—Estoy perdiendo las ganas de vivir.
—No puede haberte ido tan mal.
Su cita de anoche fue un fracaso. En cuanto llegó a casa a las nueve y media, supe que la cosa no había ido bien. Deja la servilleta sobre el plato vacío y lo aparta.
—Britt, cuando un hombre saca la calculadora al final de la cena para decirte cuánto le debes, es mala señal.
Me echo a reír. Sí, es mala señal. Es la igualdad llevada al extremo. El hombre moderno aún tiene que captar que las mujeres queremos que nos traten como iguales, pero sólo cuando nos conviene. La ávida necesidad de independencia de la mujer moderna no implica que queramos pagar a medias las comidas, ni que no nos guste que un hombre nos abra la puerta. Seguimos deseando que nos mimen, pero con nuestras propias condiciones. Por eso nos gustan y tenemos citas con mujeres
—Entonces ¿no vas a volver a quedar con él?
Ella resopla indignada.
—No. La escenita de la cuenta ya me había decepcionado bastante, pero que cogiera las veinte libras que le ofrecí para pagar el taxi cuando me dejó en casa ya me desencantó del todo.
—Le saliste bien barata—digo entre risitas.
—Ya te digo—Rachel coge el teléfono y pulsa la pantalla. Después me la enseña—Un sándwich de beicon y dos aguas, me debes doce libras.
Las dos nos reímos un poco del fracaso de su cita. Me encanta que se lo tome con tanta filosofía. Siempre dice que las cosas pasarán cuando tengan que pasar, y estoy de acuerdo.
—¿Cuándo tendrás listo el coche?—pregunta.
¡Mierda!
Me lo había pedido prestado para ir a Yorkshire a visitar a su abuela el sábado, y ya es jueves. Tengo que solucionar este asunto.
—Luego llamaré al taller—le prometo.
—Puedo ir con la furgoneta.
—No, tranquila. Con Margo no creo que llegues.
Es una autocaravana Volkswagen rosa de veinte años que traquetea a duras penas por todo Londres repartiendo tartas. Su impacto en el medio ambiente debe de ser tremendo.
Mi teléfono empieza a sonar a todo volumen y Rachel se inclina para ver quién me llama. Lo cojo en seguida, pero es demasiado tarde. La miro nerviosa, le doy una vez más al botón de rechazar y lo dejo de nuevo sobre la mesa como si no ocurriera nada. Pero mi reacción no le ha pasado desapercibida, como de costumbre.
—Santana—dice con una ceja enarcada—¿Qué querrá?
No le he contado nada sobre los terribles acontecimientos del martes. Me da demasiada vergüenza. Me encojo de hombros.
—Yo qué sé.
—¿Te ha mandado más mensajes sugerentes?
Ha habido más que mensajes. Ha habido incesantes llamadas telefónicas, y me enredó para que volviera a La Mansión con el pretexto de que iba a diseñar unas habitaciones cuando lo que quería en realidad era atraparme en una de las suites de su hotel y seducirme. Rachel se alegraría de mi desgracia, y ésa es justo la razón por la que no se lo he contado. Si no se lo explico a nadie, casi puedo fingir que no ha pasado.
Casi.
Soy una idiota.
Apenas he logrado pensar en otra cosa desde entonces, y con todas esas llamadas ella no colabora mucho a mi intento de eliminarla de mi mente. No necesito una relación, y menos con alguien que está con otra persona. Además, para ella yo sólo soy un trofeo más. Es una vividora y no es la clase de mujer con quien debo estar. Es evidente que tiene problemas para comprometerse. Holly no es santo de mi devoción, pero siento lástima por ella.
—No—respondo con un suspiro.
Ella me mira con recelo y hace que me sienta interrogada. Y lo estoy siendo. De repente me sorprendo jugueteando con mi pelo. Suelto el mechón y resoplo.
—Tienes que divertirte—dice con aire pensativo.
¿Divertirme?
A mí no me parece que enrollarse con una mujer que está con otra sea divertirse.
¡Me parece una insensatez!
—Después de lo de Elaine, está claro que necesitas divertirte un poco—añade.
Preferiría no hablar de Elaine. Rachel no sabe que aún me llama de vez en cuando. Y yo no sé por qué lo hace.
—Tengo que volver al trabajo—digo, y me inclino para darle un beso en la mejilla—Te quiero.
—Sí, yo también. Esta noche llegaré tarde a casa. Hay una exposición de tartas en el Hilton.
Cuando me dispongo a darle dinero para la comida, ella me hace un gesto de rechazo con la mano.
—Me toca a mí.
Vuelvo a guardarme el dinero en el bolsillo.
—Está bien, pero la próxima vez pago yo.
Nos despedimos en la puerta del bar. Rachel se marcha a su taller de tartas y yo de vuelta a la oficina.
Al llegar a casa me dejo caer sobre el sillón. Mañana será un día largo en el Lusso y tengo que estar en plena forma. El móvil suena. Pongo los ojos en blanco y miro la pantalla, pero no es quien esperaba que fuera. Es Elaine. Lloriqueo para mis adentros.
¿Cuándo sonará el teléfono y será alguien con quien me apetezca hablar?
—Hola—contesto medio refunfuñando.
—¿Qué tal?—saluda con su tono seguro de siempre.
—Bien, ¿y tú?
Sé que está bien. Tengo entendido que sale casi todas las noches para recuperar el tiempo perdido. Como si cuando estaba conmigo no hiciera lo que le daba la gana de todos modos.
—Muy bien. Llamaba para desearte suerte mañana. Es mañana, ¿no?
Me sorprende que se acuerde. Mi trabajo jamás le ha interesado lo más mínimo.
—Sí, gracias. Estaba pensando en acostarme pronto.
—Ah, vale, entonces no te entretengo—parece decepcionada—He empaquetado el resto de tus cosas.
—Ah, genial.
—No hay prisa—añade—Si alguna vez te apetece, estaría bien quedar y ponernos al día
¿Estaría bien?
¿Ponernos al día sobre qué?
¿Sobre con cuántas mujeres se ha acostado desde que me largué?
Me alegro de que mantengamos el contacto, estuvimos cuatro años juntas, pero está llevando demasiado lejos lo de «ser amigas». Me trata como si fuera uno más de sus colegas y me informa de sus últimas conquistas. Y no me importa, pero tampoco me apetece saberlo.
—Claro, te daré un toque—sugiero.
—Hazlo. Te echo de menos.
¡VENGA!
¿A qué ha venido eso?
¿Está borracho?
—¿Ah, sí?—le pregunto, y en mi voz se refleja claramente mi sorpresa.
Ella se echa a reír.
—Sí. Buena suerte mañana.
Cuelgo y me quedo ahí sentada preguntándome si habrá llegado el momento de recoger mis cosas y cortar toda relación con ella. No creo que lo de «ser amigas» vaya a funcionar con nosotras.
¿Le funciona a alguien?
Mi teléfono vuelve a sonar, pero es un número que no conozco.
—Brittany Pierce—digo, pero no hay respuesta—¿Diga?
—¿Estás sola?
La voz me golpea en el estómago como si fuera un martillo.
Mierda.
Mierda.
Me pongo de pie y me vuelvo a sentar. La imagen de su cuerpo semidesnudo delante de mí, suplicándome con la mirada, empieza a apoderarse de mi mente. Ésta es precisamente la razón por la que he rechazado todas sus llamadas. El influjo que ejerce sobre mí es perturbador y de lo más desagradable.
¿Por qué no ha aparecido su nombre en la pantalla?
—No—miento, y mi frente empieza a empaparse de sudor.
La oigo suspirar. Es un suspiro profundo.
—¿Por qué me mientes?
Vuelvo a levantarme del sillón de un salto.
¿Cómo lo sabe?
Corro al otro lado del salón, a punto de derramar mi copa de vino, y miro por la ventana hacia la calle, pero no veo su coche.
¿Cómo sabe que estoy sola?
Nerviosa y con un nudo en la garganta, decido colgar. El teléfono vuelve a sonar inmediatamente. Lo hundo entre los cojines del sillón y lo dejo sonar. Pero vuelve a insistir.
—¡Para ya!
Paseo de un lado a otro del salón mordiéndome las uñas y dando sorbos de vino. Las imágenes de lo sucedido el martes se proyectan en mi mente, pero no las malas.
Mierda.
Es todo lo bueno: cómo me hacía sentir, el calor de sus manos... Todo lo acontecido hasta que oí la voz fría y estridente de su novia. Bloqueo esos pensamientos de inmediato. No soy más que otro títere del que aprovecharse sexualmente, y lo más probable es que se sienta despechado porque me he negado a entrar en su juego.
El teléfono me avisa de que tengo un mensaje. Me acerco con cautela al sillón, como si el aparato fuera a atacarme.
Dios mío, qué patética soy.
Cojo el móvil y leo el mensaje.
¡Coge el teléfono!
Vuelve a sonar en mi mano y me hace dar un brinco, aunque lo cierto es que me lo esperaba. No se cansa nunca. Vuelvo a dejar que suene y, como si fuera una cría, le contesto:
No.
Sigo paseándome de un lado a otro, sorbiendo vino y aferrándome al teléfono. Su respuesta no tarda en llegarme:
Vale, entonces voy a entrar.
—¿Qué? ¡No, no!—le grito al móvil.
Una cosa es no cogerle el teléfono, pero intentar rechazarla cuando la tengo delante en carne y hueso requiere un nivel de resistencia totalmente diferente.
¡Mierda!
¡Mierda!
¡Mierda!
Accedo toda nerviosa al registro de llamadas para llamarla. Da un tono.
—Demasiado tarde, Brittany—contesta.
Me quedo mirando el teléfono descolocada y entonces comienzan los golpes en la puerta. Corro hacia el descansillo y me inclino sobre la barandilla mientras llama.
—Abre la puerta, Brittany—dice, y vuelve a golpearla.
¿De qué va?
¿Tan desesperada está?
¡Toc, toc, toc!
—Brittany, no me iré sin hablar contigo.
¡Toc, toc, toc!
—Tengo tus llaves. Voy a entrar.
Mierda.
Es verdad.
Bien, dejaré que entre, oiré lo que tenga que decir y después se irá. Al fin y al cabo necesito el coche. Me mantendré lo más alejada posible de ella, con los ojos cerrados y sin respirar para evitar olerla. No debo permitir que traspase mis defensas. Dejo la copa sobre la consola del descansillo y me miro en el espejo. Tengo el pelo recogido en un moño, pero al menos no me he quitado el maquillaje todavía. Podría ser peor.
Un momento... ¿por qué me preocupo por eso?
Cuanto peor aspecto tenga, mejor, ¿no?
Tengo que decirle que no me interesa.
¡Toc, toc, toc!
Bajo la escalera con paso firme y decidido y abro la puerta resoplando. Estoy perdida. Sigo subestimando (u olvidando) el efecto que esta mujer tiene sobre mí.
Ya estoy temblando.
Con las manos apoyadas en el marco de la puerta, me mira a través de unos párpados caídos, jadeante y con aspecto de estar bastante cabreada. Alguno de sus cabellos oscuros salen del moño que lleva y lleva una camisa rosa claro con el cuello desabrochado y metida por dentro de unos pantalones grises, y todo muy ceñido a su escultural cuerpo.
Está fantástica.
Me atraviesa con su mirada de ojos oscuros.
—¿Por qué no quisiste seguir?
Le cuesta respirar.
—¿Perdona?—pregunto con impaciencia.
¿Ha venido a preguntarme eso?
¿Acaso no es obvio?
Aprieta los dientes.
—¿Por qué te fuiste?
—Porque era un error—respondo también apretando los dientes.
Mi irritación ante su osadía consigue superar el otro efecto, más indeseado, que tiene sobre mí.
—No era un error, y lo sabes—masculla—El único error fue dejar que te marcharas.
¿Qué?
No puedo con esto. Hago ademán de cerrar la puerta, pero ella me lo impide deteniéndola con las manos desde el otro lado.
—De eso nada—la empuja contra mí sin ningún miramiento, entra en el recibidor y cierra con un portazo a su espalda—No dejaré que vuelvas a huir. Ya lo has hecho dos veces y no habrá una tercera. Vas a tener que dar la cara.
Descalza y ella con tacones, me saca algunos centímetros. Me siento pequeña y débil frente a ella, que todavía respira con dificultad. Retrocedo, pero ella me sigue y deja una distancia mínima entre nuestros cuerpos. Mi plan de mantener cierto espacio entre nosotras está fracasando y pronto percibo su magnífico perfume.
Huele a gloria bendita.
—Tienes que irte. Rach llegará en seguida.
Se detiene y frunce el ceño.
—Deja de mentirme—dice, y me aparta de un manotazo la mano del pelo—Basta de tonterías, Brittany.
No sé qué decir. La defensa no está funcionando. Quizá si pruebo con el desinterés... Parece que todo lo que le digo le resbala, y está acostumbrada a conseguir siempre lo que quiere. Me doy la vuelta para regresar al piso de arriba.
—¿Para qué has venido?—pregunto.
Pero antes de que haya logrado alejarme demasiado la tengo detrás agarrándome de la muñeca. Me da la vuelta para colocarme de cara a ella y el contacto me pone al instante en alerta roja. Sé que estoy pisando terreno peligroso. Permanecer cerca de esta mujer me transforma en una idiota irracional e imprudente. Estoy en territorio kamikaze.
¿Por qué la he dejado entrar?
—Ya lo sabes—me espeta.
—¿Ah, sí?—pregunto incrédula.
Lo cierto es que sí. Bueno, creo que lo sé. Quiere seguir donde lo habíamos dejado. Quiere completar la misión.
—Sí, lo sabes—responde sin más.
Libero mi muñeca de un tirón y retrocedo hasta que toco la pared que tengo detrás con el trasero.
—¿Porque quieres oír cuánto grito?
—¡No!
—Eres, sin lugar a dudas, la estúpida más arrogante que he conocido en la vida. No estoy interesada en convertirme en una de tus conquistas sexuales.
—¿Conquistas?—resopla. Se aparta y empieza a pasearse sin rumbo—¿En qué puñetero planeta vives, tía?
Me quedo totalmente pasmada.
¿Cómo se atreve a venir aquí y a hablarme así?
Mis nervios se desvanecen y mi enfado anterior se transforma en una ferviente ira. La necesidad de defenderme, de ponerle los puntos sobre las íes, me obliga a apretar la mandíbula hasta hacerme daño. Tiene una muy baja opinión de mí si cree que voy a meterme en la cama de cualquier persona que acabe de conocer. Pero no tengo por qué darle explicaciones. Ahora mismo, el hecho de que tenga novia es irrelevante. Se cree que puede conseguir todo lo que quiere o montar una escena si alguien se le resiste.
—¡Lárgate!
Deja de pasearse y me mira.
—¡No!—grita, y reinicia la marcha.
Empiezo a pensar en cómo obligarla a salir de casa. Jamás conseguiría hacerle daño físico, y tocarla sería un tremendo error.
—¡No me interesas una puta mierda! Vete de aquí.
Mi voz temblorosa traiciona mi fachada de frialdad, pero me mantengo firme.
—¡Esa puta boca!
¿Será posible?
—¡Largo!
—Está bien—dice simplemente. Deja de pasearse y me fulmina con la mirada—Si me miras a los ojos y me dices que no quieres volver a verme, me iré y no volveré a cruzarme en tu camino.
Bien, debería resultarme bastante fácil, pero, para mi total sorpresa, la idea de no volver a verla me produce unas punzadas terribles en el estómago, lo cual, por supuesto, es totalmente absurdo. Es prácticamente una extraña, pero ejerce una enorme influencia sobre mí.
Me hace sentir... no sabría cómo describirlo.
Pero incluso ahora que estoy furiosa por su insolencia, he de esforzarme para controlar las reacciones involuntarias que me provoca. Ante mi silencio, empieza a avanzar hacia mí y, con apenas unos cuantos pasos largos y firmes, se planta justo delante de mí. Tan sólo nos separa un centímetro de aire.
—Dilo—me exhorta.
No logro articular palabra. Me cuesta respirar. El corazón se me sale del pecho y siento una leve palpitación entre las piernas. Me pongo en guardia al percibir las mismas reacciones en ella. El corazón le martillea bajo su ajustada camisa rosa claro. Siento su aliento fresco y pesado sobre mi rostro. No estoy segura con respecto a la palpitación, pero me imagino que también la siente. La tensión sexual entre nuestros cuerpos es casi tangible.
—No puedes, ¿verdad?—susurra.
¡No puedo!
Lo intento. Lo intento con todas mis fuerzas, pero las palabras se niegan a brotar. La proximidad de nuestros cuerpos y su respiración sobre mi rostro está reactivando todas esas sensaciones maravillosas. Mi mente se traslada al instante a nuestro encuentro anterior, sólo que esta vez no corremos el riesgo de que nos interrumpan novias desagradables. Nada me detiene, excepto mi conciencia, que se encuentra embriagada de deseo, de manera que no es de mucha ayuda.
Me toca el hombro con la punta del dedo y una oleada de fuego me recorre todo el cuerpo. Suave y lentamente, me acaricia el cuello hasta alcanzar un punto erógeno debajo de la oreja. El corazón se me desboca.
—Pum, pum, pum, pum—dice—Lo noto, Britt.
Me pongo rígida y me pego todavía más a la pared.
—Vete, por favor—digo con un hilo de voz.
—Ponme las manos en el corazón—susurra, y me agarra una de ellas y se la coloca sobre el pecho.
No hacía falta que lo hiciera. Veo cómo le late a toda velocidad por debajo de la camisa. No necesitaba notarlo.
—¿Qué quieres demostrar?—le pregunto en voz baja.
Sé perfectamente qué quiere demostrar. Que causo el mismo efecto en ella que ella en mí.
—Eres una mujer muy cabezota. Deja que te haga la misma pregunta.
—¿Qué quieres decir?—le pregunto con voz suave, todavía sin mirarla.
—¿Por qué intentas evitar lo inevitable? ¿Qué pretendes, Brittany?
Me rodea el cuello con los dedos y me levanta la cara para que la mire. Me pierdo inmediatamente en sus ojos. Su aliento fresco, expelido a través de unos labios húmedos y ligeramente separados, me invade la nariz. Me observa con la mirada ardiente. Sus largas pestañas me acarician la mejilla cuando se inclina para rozarme la oreja con los labios. Dejo escapar un gemido ahogado.
—Eso es—murmura, y empieza a darme besitos muy suaves a un lado de la garganta—Tú también lo sientes.
Lo siento.
Soy incapaz de detenerla.
Mi capacidad para pensar racionalmente me ha abandonado. Estoy paralizada por completo. Mi cerebro se ha desconectado y mi cuerpo ha tomado el control. A medida que su boca se aproxima a mi mandíbula, acepto el hecho de que he perdido, me he perdido en ella.
Pero entonces empieza a sonar un móvil. No es el mío, pero la interrupción consigue sacarme del trance en el que ella me ha sumido. Joder, lo más seguro es que sea Holly. Levanto las manos hasta su firme pecho y la empujo.
—¡Para, por favor!
Ella se aparta y se saca el teléfono del bolsillo.
—¡Mierda!—rechaza la llamada y me mira—Todavía no lo has dicho.
Estoy pasmada ante mi incapacidad de articular unas palabras tan simples.
—No me interesa—susurro. Sueno desesperada, soy consciente de ello—Tienes que parar de hacer esto. Sea lo que sea lo que crees que sentiste o lo que crees que sentí yo, te equivocas.
Evito mencionar a Holly porque eso sería admitir que hay algo, que ella es la única razón por la que me niego a continuar.
No lo es, claro.
También está la evidente diferencia de edad, el hecho de que tiene la palabra «rompecorazones» escrita en la frente y, sobre todo... que es infiel.
Ella se ríe con ganas.
—¿Lo que creo? Brittany, no te atrevas a insinuar que todo esto me lo estoy imaginando. ¿Me he imaginado lo que acaba de pasar? ¿Y lo del otro día? ¿También me lo imaginé? ¿Por quién me tomas?
—¡¿Por quién coño me tomas tú?!
—¡Esa boca!—grita.
—Te he dicho que te vayas—ordeno con voz tranquila.
—Y yo te he dicho que me mires a los ojos y me asegures que no me deseas.
Me mira con confianza, como si supiera que soy incapaz de hacerlo.
—No te deseo—farfullo mirándola directamente a esos dos lagos oscuros.
Decirlo me causa dolor físico. Estoy desconcertada. Ella inspira profundamente. Parece herida.
—No te creo—repone con suavidad, y desvía la mirada hacia mis dedos, que juguetean nerviosos con mi pelo.
Los retiro al instante.
—Bueno deberías—digo subrayando las palabras y recurriendo claramente a todas mis fuerzas.
Nos quedamos mirándonos durante lo que me parece una eternidad, pero soy la primera en apartar la vista. No se me ocurre nada más que decir, así que le imploro en silencio que se vaya antes de que acabe recorriendo esa senda peligrosa por la que ella está dispuesta a arrastrarme.
Se suelta el pelo y se pasa las manos por el pelo, frustrada, maldice y se marcha airada. Cuando cierra la puerta tras de sí lo hace con brusquedad; permito que el aire inunde mis pulmones y me dejo caer al suelo.
Esto ha sido, sin duda, lo más difícil que he tenido que hacer en mi vida, y es curioso porque, teniendo en cuenta las circunstancias, debería haber sido lo más sencillo. Ni siquiera entiendo las razones de esta situación. Su expresión de dolor cuando he accedido a su exigencia de negar que lo deseaba me ha destrozado.
Quería gritar que yo también siento lo mismo, pero ¿adónde nos habría llevado eso?
Sé perfectamente adónde: contra la pared, con Santana junto y dentro de mí. Y aunque la sola idea me hace vibrar de placer, habría sido un terrible error. Ya me siento bastante culpable por mi deplorable comportamiento.
Esta tía es un gilipollas infiel. Guapa a morir, pero una gilipollas infiel, a fin de cuentas.
Sé que estar a su lado sólo me acarrearía problemas. Pero todavía tiene mis puñeteras llaves. Me estremezco y me dirijo a la ducha, satisfecha por haber hecho lo correcto.
He puesto a Santana López en su sitio y me he ahorrado tener que sentirme tremendamente culpable otra vez. Debo ignorar este terrible dolor de estómago, porque reconocerlo sería como admitir a gritos ante mí misma y ante Santana que... sí, yo también lo siento.
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
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Yiaaah jsbsjdb Holy es la novia de Santana o no? D:
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
pq brittany no le pregunta a santana si la tal holly es su novia y listo!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Hola otra vez, me encantaron los capítulos.
PORQUE CARAJOS HOLLY TIENE LLEGAR A ARRUINAR EL MOMENTO DE VERDAD NO ENTIENDO, PORQUE.
Y ESPERO QUE NO HAYA SIDO ELLA QUIEN LLAMO A SAN MIENTRAS HABLABAN PORQUE SI RESULTA SER ASÍ, SE VA A GANAR TODO MI ODIO EN ESTADO PURO.
Pero ahora hablando de la parte agradable *que fue interrumpido por Holly* fue tan WANKY, era más que obvio que San no iba a desperdiciar la oportunidad de ver a Britt mientras esta estaba en su casa/hotel.
MIL GRACIAS POR LOS CAPITULOS.
P.D: Gracias querer y seguir a mi adaptación *no es tan wankys como las tuyas*
P.D.2: con respecto a tu comentario de “NO! dejes de actualizar!” No dejare de subir capítulos, cada vez que se me presente la oportunidad lo hare y serán más de 2 capítulos a la semana.
P.D.3: Creo que la “P.D.2” Es la más larga que he escrito xD.
P.D.4: Cuídate
P.D.5: Te quiero
P.D.6: Entonces te llamare “Chica de las adaptaciones”
P.D.7: Besos y abrazos cibernéticos
PORQUE CARAJOS HOLLY TIENE LLEGAR A ARRUINAR EL MOMENTO DE VERDAD NO ENTIENDO, PORQUE.
Y ESPERO QUE NO HAYA SIDO ELLA QUIEN LLAMO A SAN MIENTRAS HABLABAN PORQUE SI RESULTA SER ASÍ, SE VA A GANAR TODO MI ODIO EN ESTADO PURO.
Pero ahora hablando de la parte agradable *que fue interrumpido por Holly* fue tan WANKY, era más que obvio que San no iba a desperdiciar la oportunidad de ver a Britt mientras esta estaba en su casa/hotel.
MIL GRACIAS POR LOS CAPITULOS.
P.D: Gracias querer y seguir a mi adaptación *no es tan wankys como las tuyas*
P.D.2: con respecto a tu comentario de “NO! dejes de actualizar!” No dejare de subir capítulos, cada vez que se me presente la oportunidad lo hare y serán más de 2 capítulos a la semana.
P.D.3: Creo que la “P.D.2” Es la más larga que he escrito xD.
P.D.4: Cuídate
P.D.5: Te quiero
P.D.6: Entonces te llamare “Chica de las adaptaciones”
P.D.7: Besos y abrazos cibernéticos
Daniela Gutierrez***** - Mensajes : 281
Fecha de inscripción : 03/07/2014
Edad : 27
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Susii escribió:D: pium pim x-x jajdjdjsoj sin comentarios.
Yiaaah jsbsjdb Holy es la novia de Santana o no? D:
Hola, jajajaajjaaj xD mmm buena pregunta... esperemos y este cap nos diga algo jaajajajaj. Saludos =D
micky morales escribió:pq brittany no le pregunta a santana si la tal holly es su novia y listo!
Hola, mmm xq a veces nos complicamos solas¿? ajajajaja. Saludos =D
Daniela Gutierrez escribió:Hola otra vez, me encantaron los capítulos.
PORQUE CARAJOS HOLLY TIENE LLEGAR A ARRUINAR EL MOMENTO DE VERDAD NO ENTIENDO, PORQUE.
Y ESPERO QUE NO HAYA SIDO ELLA QUIEN LLAMO A SAN MIENTRAS HABLABAN PORQUE SI RESULTA SER ASÍ, SE VA A GANAR TODO MI ODIO EN ESTADO PURO.
Pero ahora hablando de la parte agradable *que fue interrumpido por Holly* fue tan WANKY, era más que obvio que San no iba a desperdiciar la oportunidad de ver a Britt mientras esta estaba en su casa/hotel.
MIL GRACIAS POR LOS CAPITULOS.
P.D: Gracias querer y seguir a mi adaptación *no es tan wankys como las tuyas*
P.D.2: con respecto a tu comentario de “NO! dejes de actualizar!” No dejare de subir capítulos, cada vez que se me presente la oportunidad lo hare y serán más de 2 capítulos a la semana.
P.D.3: Creo que la “P.D.2” Es la más larga que he escrito xD.
P.D.4: Cuídate
P.D.5: Te quiero
P.D.6: Entonces te llamare “Chica de las adaptaciones”
P.D.7: Besos y abrazos cibernéticos
Hola, ajajajja yo creo que tiene un radar o algo así, xq no es normal que aparezca así, como así xD jaajajajajajaj. JAjajajajajajajja bn recibida ahora jaajajaj esa san xD ajajajajaj. De nada, pero gracias a ti por leer y comentar! Saludos =D
Pd: obvio, tu lees, yo igual. Jajajaajajajajaja XD aajajaj.
Pd2: bn, bn, esperare hasta que estén los dos de la semana para leer! Los espero!
Pd3: ajajajajaj sip, creo q sip.
Pd4: gracias, tu igual!
Pd5: ajaajaja es el efecto que causo en las personas
Pd6: jajaj bn, bn =D
Pd7: ajajajajaj igual!
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 7
Capitulo 7
No tengo ni una gota de sueño y el despertador ni siquiera ha sonado todavía. Con un prolongado suspiro, me obligo a salir de la cama y me dirijo al cuarto de baño para darme una ducha. Me espera un día largo en el Lusso, así que más me vale ponerme las pilas. No he dormido una mierda y he decidido ignorar el motivo.
Voy a estar todo el día de pie, deambulando por el complejo para asegurarme de que todo está bien, de modo que me pongo unos vaqueros anchos gastados (me niego a tirarlos), una camiseta blanca amarillenta y unas chanclas. Me recojo el pelo en una coleta desenfadada y ruego para que se comporte después, cuando me peine para la inauguración.
Dudo que tenga tiempo de venir a casa, así que me preparo una mini-maleta con todo lo que necesito para ducharme en el Lusso después. Saco una funda para trajes, meto en ella mi vestido rojo cereza hasta la rodilla y lo estiro bien con la esperanza de que no se arrugue. Por último, cojo los tacones negros de ante, los pendientes de ónice negro, y compruebo que en el maletín de trabajo tengo todo lo que voy a necesitar en el edificio. Va a ser una pesadilla cargarlo en el metro, pero no hay más opción, ya que una tipa impetuosa y arrogante sigue teniendo mi coche secuestrado. Rachel deberá llevarse a Margo a Yorkshire.
Cuando bajo la escalera, veo las llaves de mi coche en el felpudo de la entrada. Parece que la tipa ha entrado en razón y ha liberado mi Mini.
¿Habrá decidido al fin dejar de perseguirme a mí también?
¿Habrá captado ya el mensaje?
Es posible que sí, porque no ha vuelto a llamarme ni a escribirme desde que anoche se fue echando humo.
¿Estoy decepcionada?
No tengo tiempo de planteármelo.
—¡Me voy!—le grito a Rachel—Ya tengo el coche.
Ella asoma la cabeza por la puerta de su taller.
—Genial. Que vaya bien. Me pasaré después para beberme todo ese prosecco tan caro.
—Perfecto. Hasta luego.
Me apresuro hacia el coche y me detengo al ver un móvil barato hecho pedazos en medio de la acera. Sé quién lo ha tirado ahí. Lo meto de una patada en la alcantarilla y continúo hasta mi vehículo.
¡Qué alegría haberlo recuperado!
Guardo las cosas en el maletero, me meto en el asiento del conductor, arranco el motor y casi muero de un infarto cuando Blur empieza a sonar a todo volumen por los altavoces.
Joder, ¿es que ha empezado a quedarse sorda por la edad?
Bajo la radio y vacilo al asimilar la letra de la canción. Es Country House. Lucho contra la parte de mí que quiere reírle la broma y extraigo el CD. Creo que no me había cruzado con nadie tan presuntuoso en la vida. Cambio el disco por una sesión «chillout» de Ministry of Sound y parto hacia los muelles de Santa Catalina.
Al llegar al Lusso, muestro el rostro a la cámara y las puertas se abren de inmediato. Aparco y, mientras saco mi cartera de trabajo del maletero y me dirijo al edificio, veo que el servicio de catering está descargando vajillas y copas. He estado aquí miles de veces, pero me sigue fascinando su lujosa magnificencia. Al entrar en el vestíbulo diviso a Clive, uno de los conserjes, jugueteando con el nuevo sistema informático. Forma parte de un equipo que proporcionará un servicio similar al de un hotel de seis estrellas, se encargará de cosas como hacer la compra, adquirir entradas para el teatro, alquilar helicópteros o reservar mesas en restaurantes.
Avanzo por el suelo de mármol, pulido hasta la perfección, y me dirijo hacia el mostrador curvo de la conserjería de Clive. Veo decenas de floreros negros y cientos de rosas rojas colocados con esmero a un lado. Al menos no tendré que estar pendiente de esa entrega.
—Buenos días, Clive—digo cuando me aproximo al mostrador.
Él levanta la mirada de una de las pantallas, y percibo el pánico reflejado en su rostro amistoso.
—Britt, me he leído este manual cuatro veces en una semana y sigo sin entender nada. En el Dorchester jamás usamos nada parecido.
—No puede ser tan difícil—le digo para tranquilizarlo—¿Has preguntado al equipo de vigilancia?
El hombre lanza las gafas encima del mostrador y se frota los ojos con frustración.
—Sí, tres veces ya. Deben de pensar que soy idiota.
—Lo harás bien—le aseguro— ¿Cuándo empezarán las mudanzas?
—Mañana. ¿Estás lista para esta noche?
—Vuelve a preguntármelo esta tarde. Te veo dentro de un rato.
Me sonríe.
—Muy bien, guapa—responde, y vuelve a consultar el manual de instrucciones mientras farfulla entre dientes.
Llego hasta el otro lado de la planta e introduzco el código del ascensor que lleva al ático. Es privado, y el único que sube hasta el último piso. Me dispongo a subir para distribuir los floreros y las flores entre los quince pisos del edificio. Eso me llevará un rato.
A las diez y media vuelvo al vestíbulo y coloco las últimas flores en las consolas de las paredes.
—Traigo unas flores para una tal señorita Pierce.
Alzo la vista y veo a una joven que observa el impresionante recibidor con la boca abierta.
—¿Disculpa?
Ella señala su portapapeles.
—Tengo una entrega para la señorita Pierce.
Pongo los ojos en blanco. No me puedo creer que hayan duplicado un pedido de más de cuatrocientas rosas rojas italianas. Es imposible que sean tan incompetentes.
—Ya hemos recibido las flores—digo con voz cansada mientras me acerco a ella.
Entonces veo una furgoneta de reparto estacionada fuera, pero no es de la floristería que yo había contratado.
—¿Ah, sí?—dice algo nerviosa mientras consulta sus papeles.
—¿Qué traes?—pregunto.
—Un ramo de calas para la señorita...—la chica vuelve a consultar el portapapeles—... Brittany Pierce.
—Brittany Pierce soy yo.
—Genial, ahora mismo vuelvo—se aleja corriendo y regresa al instante—¡Este sitio es como el Fort Knox!—exclama.
Y me entrega el ramo de calas más grande que haya visto en mi vida: unas flores impresionantes, blancas y frescas, rodeadas de un abundante verde ornamental de tono oscuro. Elegancia sencilla. Siento mariposas en el estómago al firmar la entrega, aceptar las flores y leer la tarjeta que se esconde entre el follaje.
Lo siento mucho. Por favor, perdóname. Un beso.
¿Lo siente?
Ya se disculpó por su inapropiado comportamiento y mira cómo acabó todo. Empiezo a preguntarme cómo sabía que estaría aquí, pero entonces recuerdo que vio el Lusso en mi portafolio. No le habrá resultado difícil averiguar la fecha de la inauguración e imaginarse que vendría. La satisfacción que sentí ayer por la tarde después de que Santana se marchara empieza a desvanecerse lentamente.
No va a rendirse nunca, ¿verdad?
Bueno ya puede insistir.
Sonrío para mí misma.
¿Insistir?
De dónde me he... Bloqueo ese pensamiento de inmediato. Coloco las flores en el mostrador del conserje.
—Mira, Clive. Vamos a adornar un poco este mármol negro.
Él alza la vista sólo un momento y vuelve a centrarse en sus quebraderos de cabeza. Parece agobiado. Lo dejo tranquilo y sigo dando una vuelta para comprobar que todo se encuentra como y donde tiene que estar.
Mercedes aparece a las cinco y media, tan perfecta como siempre, con su pelo negro, sus ojos café y exageradamente arreglada.
—Siento llegar tarde. Había un montón de tráfico y no encontraba aparcamiento—dice, y empieza a mirar a su alrededor—Todas las plazas están reservadas para los invitados. ¿Qué hago? ¡Estoy súper emocionada!—canturrea mientras pasa la mano por las paredes del ático.
—Ya he terminado. Sólo necesito que te des una vuelta para comprobar que no se me haya pasado nada.
La acompaño hasta la sala principal.
—Madre mía, Britt, ¡vaya pasada!
—¿A que es fantástico? Nunca había tenido un presupuesto tan enorme. Ha sido divertido poder gastar un montón de dinero ajeno—digo, y soltamos unas risitas—¿Has visto la cocina?—le pregunto.
—No la he visto terminada. Seguro que es increíble.
—Sí, ve a verla. Voy a ir a prepararme al spa. En los demás apartamentos está todo listo, así que céntrate en éste. Aquí es donde tendrá lugar toda la acción. Asegúrate de que todos los almohadones estén mullidos y en su sitio. Quiero que brillen hasta los pimientos sobre las tablas de cortar. ¡Usa abrillantador! La mini Dyson está aquí. Aspira cualquier mota que pueda haber quedado en las alfombras de la habitación—le paso la aspiradora de mano totalmente cargada—Haz lo que consideres necesario, y si hay algo de lo que no estás segura, anótalo. ¿De acuerdo?
Mercedes coge la aspiradora.
—Me encantan estas cosas dice, y enciende la Dyson para posar como un vaquero en un duelo.
—¿Cuántos años dices que tienes?—le digo con fingida desaprobación.
Ella arruga la cara, sonríe y se dispone a seguir mis instrucciones.
Una hora después, tras haber hecho uso de todos los sofisticados servicios del spa, estoy lista. El vestido no tiene ni una arruga y mi pelo está bastante decente. Me doy una vuelta por ahí. Ésta será la última vez que pise este edificio. Pronto estará atestado de gente de negocios y de la alta sociedad, así que aprovecho la última ocasión que tengo para saborear su magnificencia.
Es impresionante.
Todavía no puedo creerme que lo haya decorado yo. De pie en el inmenso espacio diáfano de la primera planta, sonrío para mis adentros. Unas puertas plegables dan a una terraza con forma de L con suelo de piedra caliza y una zona con tarima de madera, tumbonas y un enorme jacuzzi.
Cuenta con un estudio, un comedor, un enorme pasillo que da a una cocina de dimensiones absurdas y una escalera de ónice retroiluminada que asciende hasta las cuatro habitaciones con baño incluido y hasta un inmenso dormitorio principal. El spa, la sala de fitness y la piscina, en la planta baja del edificio, son de uso exclusivo para los residentes del Lusso, pero el ático cuenta con gimnasio propio. Es extraordinario. No cabe duda de que quienquiera que haya adquirido ese piso disfruta de las cosas más exquisitas de la vida, y se ha hecho con una de ellas por la friolera de diez millones de libras.
Regreso a la cocina, donde me encuentro a Mercedes aún armada con la Dyson.
—Ya está—dice mientras aspira de la encimera de mármol una miguita que se le había escapado.
—Bueno, echemos un trago.
Sonrío, cojo dos copas y le paso una a Mercedes.
—Por ti, Britt. Estilosa en cuerpo y mente—dice entre risitas mientras levanta la copa para brindar. Ambas damos un sorbo y suspiramos—¡Vaya! ¡Qué bueno está!—mira la botella.
—Ca’Del Bosco, Cuvée Annamaria Clementi, de 1993. Es italiano, por supuesto—arqueo una ceja y Mercedes se echa a reír de nuevo.
Oigo unas voces en el vestíbulo, así que salgo de la cocina y me encuentro a Kurt con la boca abierta como un pez de colores y a Will sonriendo con orgullo.
—¡Brittany, esto es una auténtica maravilla, cielo!—exclama Kurt mientras corre hacia mí y me rodea con los brazos. Se aparta un poco y me mira de arriba abajo—Me encanta ese vestido. Es muy ceñido.
Ojalá pudiera decirle lo mismo, pero se empeña en llevar el contraste de colores a un nivel extremo. Entorno los ojos, cegada por su camisa azul eléctrico combinada con una corbata roja.
—Deja a la chica, Kurt. Vas a arrugarle la ropa—gruñe Will mientras lo aparta suavemente y se inclina para darme un beso en la mejilla—Estoy muy orgulloso de ti, flor. Has hecho un trabajo increíble y, entre tú y yo...—dice, y se inclina para susurrarme al oído—La promotora ha dejado caer que te quieren a ti para su próximo proyecto en Holland Park—me guiña un ojo y su cara arrugada se arruga todavía más—Bueno, ¿dónde está el prosecco?
—Por aquí.
Los guío hasta la enorme cocina y oigo más elogios por parte de Kurt. La verdad es que el piso es una pasada.
—¡Chin, chin!—digo, y les paso una copa de prosecco.
—¡Chin, chin!—brindan todos.
Me paso unas cuantas horas conociendo a gente de la alta sociedad y explicándoles en qué me he inspirado para el diseño. Los periodistas de revistas de arquitectura y diseño interior revolotean tomando fotografías y curioseando en general. Para mi desgracia, me obligan a tumbarme sobre el diván de terciopelo para hacerme una foto. Will me arrastra de un lado a otro proclamando el orgullo que siente y asegurándole a todo el que quiera escucharlo que yo solita he metido a Rococo Union en el mapa de los diseñadores. Yo me pongo como un tomate y no paro de restarles importancia a sus declaraciones.
Doy gracias al cielo cuando aparece Rachel. La guío hasta la cocina, le pongo una copa de prosecco en la mano y yo me bebo otra.
—Un poquito pijo, ¿no?—comenta mientras observa la ostentosa cocina—Hace que mi casa parezca una chabola.
Me río ante el comentario sobre su precioso y acogedor hogar, que tiene el mismo aspecto que si la célebre diseñadora Cath Kidston hubiese vomitado, estornudado y tosido sobre él todas sus flores.
—Sé que has querido decir que es impresionante.
—Sí, eso también. Aunque yo no podría vivir aquí—afirma sin ningún pudor.
No me ofendo. Aunque estoy muy orgullosa del resultado, la inmensidad del lugar me intimida.
—Ni yo—coincido.
—Me he encontrado con Elaine.
Apura el prosecco e inmediatamente coge otra copa de la bandeja de un camarero que pasa por ahí.
—Vaya, seguro que te ha encantado verla.
Bromeo; me imagino a Rachel bufando y escupiendo como un gato enfurecido contra la pobre Elaine. Tampoco se merece otra cosa.
—La verdad es que no. Y lo que menos me ha gustado ha sido que me diga que has quedado con ella para ir a cenar—me espeta frunciendo los labios—Brittany, ¿en qué estás pensando? He venido a amenazarte.
—Vaya, y yo que creía que habías venido a apoyar a tu amiga en su triunfo laboral—digo arqueando las cejas.
—¡Bah! Tú no necesitas apoyo en tu vida laboral. Por el contrario, tu vida personal es muy interesante últimamente.
Suelta una risita mientras sube y baja las cejas, como insinuando algo. Imagino a dónde quiere llegar, y eso que no sabe ni la mitad. Y ya le vale también a Elaine. Ya ni siquiera estamos juntas, pero todavía no puede evitar tomarle el pelo. La miro fingiendo sentirme herida.
—No te preocupes. Te aseguro que no voy a volver a caer en eso. Estoy disfrutando de mi soltería y no tengo intención de cambiar mi situación a corto plazo. De todos modos, para que quede claro, Elaine te está tomando el pelo.
Doy un sorbo de prosecco.
—¿Ni siquiera por una morena, atractiva y algo mayor?—dice con una sonrisa burlona.
La miro con recelo.
—Ni siquiera por ella—confirmo.
—Mira que eres aburrida.
—¿Perdona?
Esta vez mi expresión herida no es fingida.
¿Aburrida?
Yo no soy aburrida
¡Rachel está loca!
La miro con desconcierto, realmente dolida por su cruel comentario. Espero que lo retire, pero no lo hace. En lugar de eso, mira por encima de mi hombro con una gran sonrisa malévola dibujada en el rostro. Impaciente y bastante enfadada con ella, me vuelvo para ver qué le hace tanta gracia.
¡Mierda, no!
—Está hasta en la sopa, ¿eh?—replica Rachel con sorna.
Voy a estar todo el día de pie, deambulando por el complejo para asegurarme de que todo está bien, de modo que me pongo unos vaqueros anchos gastados (me niego a tirarlos), una camiseta blanca amarillenta y unas chanclas. Me recojo el pelo en una coleta desenfadada y ruego para que se comporte después, cuando me peine para la inauguración.
Dudo que tenga tiempo de venir a casa, así que me preparo una mini-maleta con todo lo que necesito para ducharme en el Lusso después. Saco una funda para trajes, meto en ella mi vestido rojo cereza hasta la rodilla y lo estiro bien con la esperanza de que no se arrugue. Por último, cojo los tacones negros de ante, los pendientes de ónice negro, y compruebo que en el maletín de trabajo tengo todo lo que voy a necesitar en el edificio. Va a ser una pesadilla cargarlo en el metro, pero no hay más opción, ya que una tipa impetuosa y arrogante sigue teniendo mi coche secuestrado. Rachel deberá llevarse a Margo a Yorkshire.
Cuando bajo la escalera, veo las llaves de mi coche en el felpudo de la entrada. Parece que la tipa ha entrado en razón y ha liberado mi Mini.
¿Habrá decidido al fin dejar de perseguirme a mí también?
¿Habrá captado ya el mensaje?
Es posible que sí, porque no ha vuelto a llamarme ni a escribirme desde que anoche se fue echando humo.
¿Estoy decepcionada?
No tengo tiempo de planteármelo.
—¡Me voy!—le grito a Rachel—Ya tengo el coche.
Ella asoma la cabeza por la puerta de su taller.
—Genial. Que vaya bien. Me pasaré después para beberme todo ese prosecco tan caro.
—Perfecto. Hasta luego.
Me apresuro hacia el coche y me detengo al ver un móvil barato hecho pedazos en medio de la acera. Sé quién lo ha tirado ahí. Lo meto de una patada en la alcantarilla y continúo hasta mi vehículo.
¡Qué alegría haberlo recuperado!
Guardo las cosas en el maletero, me meto en el asiento del conductor, arranco el motor y casi muero de un infarto cuando Blur empieza a sonar a todo volumen por los altavoces.
Joder, ¿es que ha empezado a quedarse sorda por la edad?
Bajo la radio y vacilo al asimilar la letra de la canción. Es Country House. Lucho contra la parte de mí que quiere reírle la broma y extraigo el CD. Creo que no me había cruzado con nadie tan presuntuoso en la vida. Cambio el disco por una sesión «chillout» de Ministry of Sound y parto hacia los muelles de Santa Catalina.
Al llegar al Lusso, muestro el rostro a la cámara y las puertas se abren de inmediato. Aparco y, mientras saco mi cartera de trabajo del maletero y me dirijo al edificio, veo que el servicio de catering está descargando vajillas y copas. He estado aquí miles de veces, pero me sigue fascinando su lujosa magnificencia. Al entrar en el vestíbulo diviso a Clive, uno de los conserjes, jugueteando con el nuevo sistema informático. Forma parte de un equipo que proporcionará un servicio similar al de un hotel de seis estrellas, se encargará de cosas como hacer la compra, adquirir entradas para el teatro, alquilar helicópteros o reservar mesas en restaurantes.
Avanzo por el suelo de mármol, pulido hasta la perfección, y me dirijo hacia el mostrador curvo de la conserjería de Clive. Veo decenas de floreros negros y cientos de rosas rojas colocados con esmero a un lado. Al menos no tendré que estar pendiente de esa entrega.
—Buenos días, Clive—digo cuando me aproximo al mostrador.
Él levanta la mirada de una de las pantallas, y percibo el pánico reflejado en su rostro amistoso.
—Britt, me he leído este manual cuatro veces en una semana y sigo sin entender nada. En el Dorchester jamás usamos nada parecido.
—No puede ser tan difícil—le digo para tranquilizarlo—¿Has preguntado al equipo de vigilancia?
El hombre lanza las gafas encima del mostrador y se frota los ojos con frustración.
—Sí, tres veces ya. Deben de pensar que soy idiota.
—Lo harás bien—le aseguro— ¿Cuándo empezarán las mudanzas?
—Mañana. ¿Estás lista para esta noche?
—Vuelve a preguntármelo esta tarde. Te veo dentro de un rato.
Me sonríe.
—Muy bien, guapa—responde, y vuelve a consultar el manual de instrucciones mientras farfulla entre dientes.
Llego hasta el otro lado de la planta e introduzco el código del ascensor que lleva al ático. Es privado, y el único que sube hasta el último piso. Me dispongo a subir para distribuir los floreros y las flores entre los quince pisos del edificio. Eso me llevará un rato.
A las diez y media vuelvo al vestíbulo y coloco las últimas flores en las consolas de las paredes.
—Traigo unas flores para una tal señorita Pierce.
Alzo la vista y veo a una joven que observa el impresionante recibidor con la boca abierta.
—¿Disculpa?
Ella señala su portapapeles.
—Tengo una entrega para la señorita Pierce.
Pongo los ojos en blanco. No me puedo creer que hayan duplicado un pedido de más de cuatrocientas rosas rojas italianas. Es imposible que sean tan incompetentes.
—Ya hemos recibido las flores—digo con voz cansada mientras me acerco a ella.
Entonces veo una furgoneta de reparto estacionada fuera, pero no es de la floristería que yo había contratado.
—¿Ah, sí?—dice algo nerviosa mientras consulta sus papeles.
—¿Qué traes?—pregunto.
—Un ramo de calas para la señorita...—la chica vuelve a consultar el portapapeles—... Brittany Pierce.
—Brittany Pierce soy yo.
—Genial, ahora mismo vuelvo—se aleja corriendo y regresa al instante—¡Este sitio es como el Fort Knox!—exclama.
Y me entrega el ramo de calas más grande que haya visto en mi vida: unas flores impresionantes, blancas y frescas, rodeadas de un abundante verde ornamental de tono oscuro. Elegancia sencilla. Siento mariposas en el estómago al firmar la entrega, aceptar las flores y leer la tarjeta que se esconde entre el follaje.
Lo siento mucho. Por favor, perdóname. Un beso.
¿Lo siente?
Ya se disculpó por su inapropiado comportamiento y mira cómo acabó todo. Empiezo a preguntarme cómo sabía que estaría aquí, pero entonces recuerdo que vio el Lusso en mi portafolio. No le habrá resultado difícil averiguar la fecha de la inauguración e imaginarse que vendría. La satisfacción que sentí ayer por la tarde después de que Santana se marchara empieza a desvanecerse lentamente.
No va a rendirse nunca, ¿verdad?
Bueno ya puede insistir.
Sonrío para mí misma.
¿Insistir?
De dónde me he... Bloqueo ese pensamiento de inmediato. Coloco las flores en el mostrador del conserje.
—Mira, Clive. Vamos a adornar un poco este mármol negro.
Él alza la vista sólo un momento y vuelve a centrarse en sus quebraderos de cabeza. Parece agobiado. Lo dejo tranquilo y sigo dando una vuelta para comprobar que todo se encuentra como y donde tiene que estar.
Mercedes aparece a las cinco y media, tan perfecta como siempre, con su pelo negro, sus ojos café y exageradamente arreglada.
—Siento llegar tarde. Había un montón de tráfico y no encontraba aparcamiento—dice, y empieza a mirar a su alrededor—Todas las plazas están reservadas para los invitados. ¿Qué hago? ¡Estoy súper emocionada!—canturrea mientras pasa la mano por las paredes del ático.
—Ya he terminado. Sólo necesito que te des una vuelta para comprobar que no se me haya pasado nada.
La acompaño hasta la sala principal.
—Madre mía, Britt, ¡vaya pasada!
—¿A que es fantástico? Nunca había tenido un presupuesto tan enorme. Ha sido divertido poder gastar un montón de dinero ajeno—digo, y soltamos unas risitas—¿Has visto la cocina?—le pregunto.
—No la he visto terminada. Seguro que es increíble.
—Sí, ve a verla. Voy a ir a prepararme al spa. En los demás apartamentos está todo listo, así que céntrate en éste. Aquí es donde tendrá lugar toda la acción. Asegúrate de que todos los almohadones estén mullidos y en su sitio. Quiero que brillen hasta los pimientos sobre las tablas de cortar. ¡Usa abrillantador! La mini Dyson está aquí. Aspira cualquier mota que pueda haber quedado en las alfombras de la habitación—le paso la aspiradora de mano totalmente cargada—Haz lo que consideres necesario, y si hay algo de lo que no estás segura, anótalo. ¿De acuerdo?
Mercedes coge la aspiradora.
—Me encantan estas cosas dice, y enciende la Dyson para posar como un vaquero en un duelo.
—¿Cuántos años dices que tienes?—le digo con fingida desaprobación.
Ella arruga la cara, sonríe y se dispone a seguir mis instrucciones.
Una hora después, tras haber hecho uso de todos los sofisticados servicios del spa, estoy lista. El vestido no tiene ni una arruga y mi pelo está bastante decente. Me doy una vuelta por ahí. Ésta será la última vez que pise este edificio. Pronto estará atestado de gente de negocios y de la alta sociedad, así que aprovecho la última ocasión que tengo para saborear su magnificencia.
Es impresionante.
Todavía no puedo creerme que lo haya decorado yo. De pie en el inmenso espacio diáfano de la primera planta, sonrío para mis adentros. Unas puertas plegables dan a una terraza con forma de L con suelo de piedra caliza y una zona con tarima de madera, tumbonas y un enorme jacuzzi.
Cuenta con un estudio, un comedor, un enorme pasillo que da a una cocina de dimensiones absurdas y una escalera de ónice retroiluminada que asciende hasta las cuatro habitaciones con baño incluido y hasta un inmenso dormitorio principal. El spa, la sala de fitness y la piscina, en la planta baja del edificio, son de uso exclusivo para los residentes del Lusso, pero el ático cuenta con gimnasio propio. Es extraordinario. No cabe duda de que quienquiera que haya adquirido ese piso disfruta de las cosas más exquisitas de la vida, y se ha hecho con una de ellas por la friolera de diez millones de libras.
Regreso a la cocina, donde me encuentro a Mercedes aún armada con la Dyson.
—Ya está—dice mientras aspira de la encimera de mármol una miguita que se le había escapado.
—Bueno, echemos un trago.
Sonrío, cojo dos copas y le paso una a Mercedes.
—Por ti, Britt. Estilosa en cuerpo y mente—dice entre risitas mientras levanta la copa para brindar. Ambas damos un sorbo y suspiramos—¡Vaya! ¡Qué bueno está!—mira la botella.
—Ca’Del Bosco, Cuvée Annamaria Clementi, de 1993. Es italiano, por supuesto—arqueo una ceja y Mercedes se echa a reír de nuevo.
Oigo unas voces en el vestíbulo, así que salgo de la cocina y me encuentro a Kurt con la boca abierta como un pez de colores y a Will sonriendo con orgullo.
—¡Brittany, esto es una auténtica maravilla, cielo!—exclama Kurt mientras corre hacia mí y me rodea con los brazos. Se aparta un poco y me mira de arriba abajo—Me encanta ese vestido. Es muy ceñido.
Ojalá pudiera decirle lo mismo, pero se empeña en llevar el contraste de colores a un nivel extremo. Entorno los ojos, cegada por su camisa azul eléctrico combinada con una corbata roja.
—Deja a la chica, Kurt. Vas a arrugarle la ropa—gruñe Will mientras lo aparta suavemente y se inclina para darme un beso en la mejilla—Estoy muy orgulloso de ti, flor. Has hecho un trabajo increíble y, entre tú y yo...—dice, y se inclina para susurrarme al oído—La promotora ha dejado caer que te quieren a ti para su próximo proyecto en Holland Park—me guiña un ojo y su cara arrugada se arruga todavía más—Bueno, ¿dónde está el prosecco?
—Por aquí.
Los guío hasta la enorme cocina y oigo más elogios por parte de Kurt. La verdad es que el piso es una pasada.
—¡Chin, chin!—digo, y les paso una copa de prosecco.
—¡Chin, chin!—brindan todos.
Me paso unas cuantas horas conociendo a gente de la alta sociedad y explicándoles en qué me he inspirado para el diseño. Los periodistas de revistas de arquitectura y diseño interior revolotean tomando fotografías y curioseando en general. Para mi desgracia, me obligan a tumbarme sobre el diván de terciopelo para hacerme una foto. Will me arrastra de un lado a otro proclamando el orgullo que siente y asegurándole a todo el que quiera escucharlo que yo solita he metido a Rococo Union en el mapa de los diseñadores. Yo me pongo como un tomate y no paro de restarles importancia a sus declaraciones.
Doy gracias al cielo cuando aparece Rachel. La guío hasta la cocina, le pongo una copa de prosecco en la mano y yo me bebo otra.
—Un poquito pijo, ¿no?—comenta mientras observa la ostentosa cocina—Hace que mi casa parezca una chabola.
Me río ante el comentario sobre su precioso y acogedor hogar, que tiene el mismo aspecto que si la célebre diseñadora Cath Kidston hubiese vomitado, estornudado y tosido sobre él todas sus flores.
—Sé que has querido decir que es impresionante.
—Sí, eso también. Aunque yo no podría vivir aquí—afirma sin ningún pudor.
No me ofendo. Aunque estoy muy orgullosa del resultado, la inmensidad del lugar me intimida.
—Ni yo—coincido.
—Me he encontrado con Elaine.
Apura el prosecco e inmediatamente coge otra copa de la bandeja de un camarero que pasa por ahí.
—Vaya, seguro que te ha encantado verla.
Bromeo; me imagino a Rachel bufando y escupiendo como un gato enfurecido contra la pobre Elaine. Tampoco se merece otra cosa.
—La verdad es que no. Y lo que menos me ha gustado ha sido que me diga que has quedado con ella para ir a cenar—me espeta frunciendo los labios—Brittany, ¿en qué estás pensando? He venido a amenazarte.
—Vaya, y yo que creía que habías venido a apoyar a tu amiga en su triunfo laboral—digo arqueando las cejas.
—¡Bah! Tú no necesitas apoyo en tu vida laboral. Por el contrario, tu vida personal es muy interesante últimamente.
Suelta una risita mientras sube y baja las cejas, como insinuando algo. Imagino a dónde quiere llegar, y eso que no sabe ni la mitad. Y ya le vale también a Elaine. Ya ni siquiera estamos juntas, pero todavía no puede evitar tomarle el pelo. La miro fingiendo sentirme herida.
—No te preocupes. Te aseguro que no voy a volver a caer en eso. Estoy disfrutando de mi soltería y no tengo intención de cambiar mi situación a corto plazo. De todos modos, para que quede claro, Elaine te está tomando el pelo.
Doy un sorbo de prosecco.
—¿Ni siquiera por una morena, atractiva y algo mayor?—dice con una sonrisa burlona.
La miro con recelo.
—Ni siquiera por ella—confirmo.
—Mira que eres aburrida.
—¿Perdona?
Esta vez mi expresión herida no es fingida.
¿Aburrida?
Yo no soy aburrida
¡Rachel está loca!
La miro con desconcierto, realmente dolida por su cruel comentario. Espero que lo retire, pero no lo hace. En lugar de eso, mira por encima de mi hombro con una gran sonrisa malévola dibujada en el rostro. Impaciente y bastante enfadada con ella, me vuelvo para ver qué le hace tanta gracia.
¡Mierda, no!
—Está hasta en la sopa, ¿eh?—replica Rachel con sorna.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
jajaja me divierte britt es como drupi se le va a aparecer en todos lados jajaja!!!
pero neta es jodida mente sexy!!!
¿elaine?
nos vemos!!!!
jajaja me divierte britt es como drupi se le va a aparecer en todos lados jajaja!!!
pero neta es jodida mente sexy!!!
¿elaine?
nos vemos!!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Hdfshd Santana aparece hasta en la sopa como dijo Raxh jzfhfhfj quiero otro cap! Saludines:)
Susii********-*- - Mensajes : 902
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
3:) escribió:holap morra,...
jajaja me divierte britt es como drupi se le va a aparecer en todos lados jajaja!!!
pero neta es jodida mente sexy!!!
¿elaine?
nos vemos!!!!
Hola lu, jajaajajajjajaajajajajajaj xD jajaajajajajajajjajajaajaj "es como drupi se aparece en todos lados" jajaajajajajajajajaj XD ajajajajaajajaj. Emmm si no¿? jajaaj. Saludos =D
Susii escribió:Hdfshd Santana aparece hasta en la sopa como dijo Raxh jzfhfhfj quiero otro cap! Saludines:)
Hola, jajaajajajaja pobre britt, pero san consigue lo que quiere no¿? y quiere a britt XD jaajaja. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 8
Capitulo 8
Rachel no tiene ni idea de hasta qué punto es así. No le he contado nada de lo que ha ocurrido desde que la conoció. Y aquí está otra vez, hablando con el agente inmobiliario al cargo, vestida con un vestido azul marino, sosteniendo un archivador. Parece, como siempre, una puñetera diosa. Y, como si sintiera mi presencia, levanta la vista y nuestras miradas se cruzan.
—¡Mierda!—maldigo, y me vuelvo hacia Rachel.
Ella aparta la mirada de López y la dirige hacia mí, con los ojos llenos de satisfacción.
—¿Sabes qué? Me iba a ir a casa a llorar con un Häagen-Dazs, al estilo Bridget Jones, pero creo que voy a quedarme un ratito. ¿Te importa?—da un trago a su bebida con una sonrisa burlona mientras yo le dedico un gruñido—Ése no es el comportamiento de alguien a quien supuestamente no le importa nada otra persona, Britt—me provoca.
—Fui a La Mansión el martes y casi me acuesto con ella—le suelto.
—¡¿Qué?!—exclama Rachel, y coge una servilleta para secarse el chorro de prosecco que le cae por la barbilla.
—Se disculpó por el mensaje que me había mandado. Yo volví a La Mansión e hizo que el grandulón me encerrara en una habitación. ¡Ella me estaba esperando medio en pelotas!
—¡Venga ya! Madre mía. ¿Quién es el grandulón?
—Bueno, no es un mayordomo. No tengo ni idea de cuál es su función exactamente. Quizá se dedique a atrapar mujeres para López.
—¿Por qué no me lo habías contado?
—Fue un desastre. Me largué corriendo cuando oí que su novia la llamaba. A López se le fue la pinza y apareció anoche en casa con exigencias.
Las prisas por poner a Rachel al día hacen que le dispare los datos básicos a toda velocidad.
—¡Joder! ¿Qué clase de exigencias?
Está pasmada. Y es normal. Es para estarlo.
—No lo sé. Es una estúpida arrogante. Me preguntó cuánto creía que gritaría cuando me follara.
Ella escupe otra vez.
—¿Que te preguntó qué? ¡Joder, Brittany, viene hacia acá ¡Viene hacia acá!
Me mira nerviosa, con los ojos todavía chispeantes de diversión.
¿Para qué ha venido?
Empiezo a planear mí huida, pero antes de que mi cerebro ordene a mis piernas que se muevan, siento su presencia detrás de mí; percibo su olor.
—Me alegro de volver a verte, Rachel—dice con voz pausada—Brittany.
Sigo de espaldas a ella. Sé perfectamente que si me vuelvo para saludarla quedaré de nuevo atrapada en el peligroso reino de Santana López, un lugar en el que soy incapaz de pensar de manera racional. Ya agoté mis reservas de fuerza anoche, y no he tenido tiempo de volver a recargarlas.
Esto es horrible.
Prometió que no volvería a verla. Que si le decía lo que no quería oír jamás tendría que volver a verla. Hice lo que me exigía, así que ¿por qué no cumple con su parte del trato?
Rachel nos observa a ambas esperando que una de las dos diga algo. Desde luego no voy a ser yo.
—Santana—la saluda—Discúlpenme. Tengo que ir a empolvarme la nariz.
Deja su copa vacía en la encimera y pone pies en polvorosa. La maldigo para mis adentros. Ella me rodea hasta situarse delante de mí.
—Estás fantástica—murmura.
—Dijiste que no volvería a verte—le recrimino ignorando su cumplido.
—No sabía que estarías aquí.
La miro con aire cansado.
—Me has mandado flores.
—Huy, es verdad.
Una sonrisa empieza a dibujarse en sus labios. No tengo tiempo para estos jueguecitos. Conmigo pincha en hueso.
—Si me disculpas—digo, y me dispongo a marcharme, pero ella da un paso y se interpone en mi camino.
—Esperaba que me enseñaras el edificio.
—Avisaré a Mercedes. Te lo mostrará encantada.
—Prefiero que lo hagas tú.
—La visita no incluye un polvo—le espeto.
Ella frunce el ceño.
—¿Quieres hacer el favor de cuidar ese vocabulario?
—Usted disculpe—mascullo indignada—Y haz el favor de volver a colocar el asiento en su sitio cuando conduzcas mi coche—ella esboza una sonrisa totalmente infantil y yo me enfado todavía más conmigo misma al sentir que mi corazón se acelera. No debo permitir que vea el efecto que provoca en mí—¡Y no toques mi música!
—Perdona—sus ojos centellean con picardía. Es tan jodidamente sexy...—¿Te encuentras bien? Parece que estás temblando—alarga la mano y me acaricia el brazo suavemente con el dedo—¿Estás nerviosa por algo?
Me aparto.
—En absoluto—no puedo permitir que la conversación siga ese curso—¿No querías ver el departamento?
—Me encantaría.
Parece satisfecho. Enfurruñada, la guío desde la cocina hasta la enorme sala de estar.
—Salón—hago un gesto con la mano hacia el espacio general que nos rodea—La cocina ya la has visto—digo por encima del hombro mientras atravieso la habitación hacia la terraza—Vistas.
Mantengo el tono de desidia y oigo cómo ríe levemente detrás de mí. Volvemos por el salón hasta el gimnasio, y no digo ni una palabra más mientras recorremos el ático. Santana estrecha la mano a varias personas que nos vamos encontrando por el camino, pero yo no me detengo para darle tiempo a pararse a charlar. Continúo con la intención de terminar con esta situación lo antes posible. Maldito sea este lugar por ser tan grande.
—Gimnasio—anuncio.
Entro y salgo rápidamente de nuevo cuando entra ella. Me dirijo a la escalera y la oigo reírse a mis espaldas. Subo los escalones de ónice retroiluminado y abro y cierro las puertas de una en una mientras anuncio lo que hay al otro lado. Llegamos al plato fuerte, la suite principal, y le indico el vestidor y el baño privado. Lo cierto es que el lugar merece más pasión y más tiempo del que le estoy dedicando.
—Eres una guía fantástica, Brittany—me provoca mientras observa una de mis obras de arte preferidas—¿Te importaría explicarme de quién es esto?
—De Giuseppe Cavalli—contesto secamente, y me cruzo de brazos.
—Es muy buena. ¿Has escogido a este artista por alguna razón en particular?
Está tratando descaradamente de enredarme en una conversación. Me fijo en el escote de su espalda, en sus manos, que descansan de manera desenfadada, y en sus piernas esbeltas y ligeramente separadas. Lleva unos tacones muy altos. Me alegra la vista, pero tengo la cabeza hecha un lío. Suspiro y decido ceder, aunque no sé si es muy inteligente por mi parte. A Giuseppe Cavalli no puedo negarle mi tiempo y mi entusiasmo. Dejo caer los brazos y me uno a ella frente a la obra.
—Se lo conoce como «el maestro de la luz»—explico, y ella me mira con auténtico interés—Consideraba que el tema carecía de importancia. Daba igual lo que fotografiase. Para él, el tema siempre era la luz. Se centraba en controlarla. ¿Ves?—digo mientras señalo los reflejos en el agua—Estos botes de remos, por muy bonitos que sean, son sólo botes. A él lo que le interesaba era la luz que los rodeaba. Dota de interés a objetos inanimados, hace que veas la fotografía con una perspectiva... Bueno, con una luz diferente, supongo.
Inclino la cabeza para ver bien la imagen. Nunca me canso de ella. Es muy sencilla, pero cuanto más la miras, más la entiendes. Tras unos instantes de silencio, aparto la vista del lienzo y veo que Santana me está observando. Nuestras miradas se cruzan. Se está mordiendo el labio inferior. Sé que seré incapaz de negarme de nuevo si fuerza la situación. He agotado toda mi fuerza de voluntad. Nunca me había sentido tan deseada como cuando estoy con ella, y sigo intentando convencerme a mí misma de que no me gusta esa sensación.
—Por favor, no lo hagas—digo con un hilo de voz.
—¿Que no haga qué?
—Ya lo sabes. Dijiste que no volvería a verte.
—Mentí—no se avergüenza de ello—No puedo estar lejos de ti, así que vas a tener que verme una... y otra... y otra vez—termina la frase de forma lenta y clara para no dar cabida a la confusión. Ahogo un grito y me aparto de ella por instinto—Tu insistencia al oponerte a esto sólo alimenta mis ganas de demostrar que me deseas—dice, y empieza a perseguirme avanzando hacia mí con pasos pausados y decididos mientras mantiene la mirada clavada en mis ojos—Se ha convertido en mi misión principal. Haré lo que haga falta.
Dejo de retroceder al notar la cama en la parte posterior de las rodillas. Dos pasos más y estará encima de mí; la idea del inminente contacto es suficiente para sacarme del estado de trance en el que me sume.
—Para—le ordeno levantando la mano. Mi imperativo hace que se detenga en seco—Ni siquiera me conoces—balbuceo en un desesperado intento de hacerle entender lo absurdo que es todo esto.
—Sé que eres tremendamente hermosa—empieza a avanzar de nuevo hacia mí—Sé lo que siento, y sé que tú también lo sientes—ahora nuestros cuerpos están pegados, y el corazón se me sale por la boca—Así que dime, Brittany, ¿qué más tengo que saber?
Intento controlar mi respiración agitada, pero me tiembla todo el cuerpo y fracaso. Agacho la cabeza, avergonzada por las lágrimas que se acumulan en mis ojos.
¿Por qué estoy llorando?
¿Está disfrutando haciéndome derramar lágrimas?
Esto es horrible. Está tan desesperada por llevarme a la cama que ha decidido acosarme, y yo lloro porque soy débil. Hace que me sienta débil, y no tiene ningún derecho.
Desliza la mano bajo mi barbilla, y su calidez me resultaría agradable si no pensara que es una estúpida. Me levanta la cabeza y, cuando nuestras miradas se encuentran, mis lágrimas la pillan desprevenida.
—Lo siento—susurra suavemente, y mueve la mano para cubrirme la mejilla al tiempo que me limpia las lágrimas con el pulgar.
Su expresión es de puro tormento. Me alegro. Se lo merece. Por fin recupero la voz.
—Dijiste que me dejarías en paz.
La miro de manera inquisitiva mientras ella continúa pasándome el pulgar por la cara.
¿Por qué me persigue de esta forma?
Es evidente que es infeliz en su relación, pero eso no es excusa.
—Mentí, lo siento. Ya te lo he dicho. No puedo estar lejos de ti.
—Ya me dijiste una vez que lo sentías, y aquí estás de nuevo. ¿Vas a mandarme flores también mañana?—digo sin ocultar el sarcasmo.
Su dedo deja de acariciarme y Santana agacha la cabeza. Ahora sí que está avergonzada. Pero entonces vuelve a levantarla, nuestras miradas se cruzan y la suya desciende hasta mis labios.
Ay, no.
No, por favor.
No seré capaz de pararla. Empieza a estudiar mi expresión, a buscar alguna señal de que voy a detenerla.
¿Voy a hacerlo?
Sé que debería, pero no creo que pueda. Sus labios se separan y empiezan a mover lentamente hacia los míos. Contengo la respiración. Cuando nuestros labios se rozan, muy ligeramente, mi cuerpo cede y mis manos ascienden y la agarran de los hombros. Ella gruñe para expresar su aprobación, traslada las manos al extremo inferior de mi columna y aprieta mi cuerpo contra el suyo. Nuestros labios apenas siguen rozándose, nuestros alientos se funden. Ambos temblamos de manera incontrolada.
—¿Has sentido esto alguna vez?—exhala, y me recorre la mejilla con los labios en dirección a la oreja.
—Nunca—respondo con honestidad.
A duras penas reconozco mi propia voz en esa respuesta ahogada. Ella me atrapa el lóbulo de la oreja entre los dientes y tira ligeramente de él, dejando que la carne se deslice entre ellos.
—¿Vas a dejar de resistirte ya?—susurra.
Su lengua asciende por el borde de mi oreja para volver a descender acariciándome con los labios la piel sensible que hay detrás de ella. Su aliento cálido provoca una oleada de calor entre mis muslos. Soy incapaz de luchar más.
—Dios...—jadeo, y sus labios vuelven a posarse sobre los míos para hacerme callar.
Los toma suavemente, y yo lo acepto y dejo que nuestras lenguas se acaricien y se entrelacen a un ritmo suave y constante. Es un placer demasiado intenso. Todo mi cuerpo está en llamas. Me duelen las manos de agarrarme a sus hombros con tanta fuerza, de modo que me relajo y las deslizo hasta su cuello para acariciarle el cabello negro que le cubre la nuca. Ella gime y aparta la boca de la mía.
—¿Eso es un sí?—pregunta mirándome fijamente con sus ojos oscuros.
Sé lo que se supone que tengo que contestar.
—Sí.
Asintiendo muy levemente con la cabeza, me besa la nariz, la mejilla, la frente y regresa a mi boca.
—Necesito tenerte entera, Brittany. Dime que puedo tenerte entera.
¿Entera?
¿Qué quiere decir con entera?
¿Mi mente?
¿Mi alma?
Pero no se refiere a eso, ¿verdad?
No, lo que quiere es todo mi cuerpo. Y, en estos momentos, la conciencia me ha abandonado por completo. Tengo que eliminar a esta mujer de mi organismo. Y ella, a mí del suyo.
—Tómame—susurro contra sus labios.
—Lo haré.
Sin romper el beso, me rodea la cintura con un brazo y me coloca la otra detrás de la nuca. Me levanta en el aire y, besándome aún con más intensidad, me lleva hacia el otro lado de la habitación, hasta que apoya mi espalda contra una pared. Nuestras lenguas danzan frenéticamente, mis manos descienden por su espalda. Quiero sentirla más cerca.
Olvido por completo mi conflicto moral.
Necesito poseerla.
Nuestros cuerpos chocan y ella me empuja contra la pared mientras me devora la boca.
—Joder, Britt—jadea entre respiraciones ahogadas—Me vuelves loca.
Mueve la cadera, y un pequeño grito escapa de mis labios. La agarro del pelo con un gemido incitante. Ya no hay vuelta atrás. Mi cuerpo ha puesto el piloto automático. El pedal del freno se ha perdido en algún lugar del país del deseo. Siento que posa las palmas de las manos sobre la parte delantera de mis muslos. Agarra mi vestido entre sus puños y me lo levanta por encima de la cintura de un tirón rápido. Vuelve a mover la cadera y yo emito un gemido.
Ansío más.
Joder, no sé cómo he podido resistirme a esto.
Me muerde el labio inferior y se aparta para mirarme directamente a los ojos. Vuelve a mover la cadera y la presiona con fuerza contra mi entrepierna. Dejo caer la cabeza hacia atrás con un profundo gemido y le ofrezco mi garganta. Ella saca buen partido de eso lamiendo y chupando cada milímetro de piel. Estoy a punto de echarme a llorar de placer. Pero entonces oigo voces fuera de la habitación y la realidad vuelve a azotarme.
¿Qué coño estoy haciendo?
En la suite principal del ático con la falda del vestido por la cintura y Santana en la garganta. Hay cientos de personas en el piso inferior. Alguien podría entrar en cualquier momento. Alguien va a entrar en cualquier momento.
—Santana—jadeo intentando atraer su atención—Santana, viene alguien, tienes que parar.
Me retuerzo un poco y su cadera me golpea justo en el lugar correcto. Me doy con la cabeza contra la pared para intentar detener la puñalada de placer que me provoca. Ella lanza un gemido largo y pausado.
—No voy a dejarte marchar ahora.
—Tenemos que parar.
—¡No!—ruge.
Joder.
Cualquiera podría entrar por esa puerta.
—Ya seguiremos después—intento apaciguarla.
Tengo que quitármela de encima.
—Eso te deja demasiado tiempo para cambiar de idea—protesta mientras me mordisquea el cuello.
—No lo haré—la agarro del mentón, levanto su rostro hacia el mío hasta que quedamos nariz con nariz y la miro directamente a los ojos—No cambiaré de idea, San.
Escruta mi mirada en busca de la seguridad que necesita, pero yo estoy totalmente decidida.
Es lo que deseo.
Sí, es posible que me dé tiempo a replantearme la situación, pero ahora mismo estoy segura de que es lo que quiero. Es demasiado tentador como para resistirlo, aunque lo he intentado con todas mis fuerzas. Me da un fuerte beso en los labios y se aparta.
—Lo siento, pero no voy a arriesgarme.
Me levanta de nuevo en el aire y me lleva hasta el cuarto de baño.
—¿Qué haces? También querrán ver esto.
No puede decirlo en serio.
—Cerraré con pestillo. Nada de gritar.
Me mira con una leve sonrisa malévola. Estoy atónita, pero me echo a reír.
—No tienes vergüenza.
—No. Estoy excitada desde el viernes pasado, y ahora que te tengo entre mis brazos y que has entrado en razón, no pienso moverme de aquí, y tú tampoco.
—¡Mierda!—maldigo, y me vuelvo hacia Rachel.
Ella aparta la mirada de López y la dirige hacia mí, con los ojos llenos de satisfacción.
—¿Sabes qué? Me iba a ir a casa a llorar con un Häagen-Dazs, al estilo Bridget Jones, pero creo que voy a quedarme un ratito. ¿Te importa?—da un trago a su bebida con una sonrisa burlona mientras yo le dedico un gruñido—Ése no es el comportamiento de alguien a quien supuestamente no le importa nada otra persona, Britt—me provoca.
—Fui a La Mansión el martes y casi me acuesto con ella—le suelto.
—¡¿Qué?!—exclama Rachel, y coge una servilleta para secarse el chorro de prosecco que le cae por la barbilla.
—Se disculpó por el mensaje que me había mandado. Yo volví a La Mansión e hizo que el grandulón me encerrara en una habitación. ¡Ella me estaba esperando medio en pelotas!
—¡Venga ya! Madre mía. ¿Quién es el grandulón?
—Bueno, no es un mayordomo. No tengo ni idea de cuál es su función exactamente. Quizá se dedique a atrapar mujeres para López.
—¿Por qué no me lo habías contado?
—Fue un desastre. Me largué corriendo cuando oí que su novia la llamaba. A López se le fue la pinza y apareció anoche en casa con exigencias.
Las prisas por poner a Rachel al día hacen que le dispare los datos básicos a toda velocidad.
—¡Joder! ¿Qué clase de exigencias?
Está pasmada. Y es normal. Es para estarlo.
—No lo sé. Es una estúpida arrogante. Me preguntó cuánto creía que gritaría cuando me follara.
Ella escupe otra vez.
—¿Que te preguntó qué? ¡Joder, Brittany, viene hacia acá ¡Viene hacia acá!
Me mira nerviosa, con los ojos todavía chispeantes de diversión.
¿Para qué ha venido?
Empiezo a planear mí huida, pero antes de que mi cerebro ordene a mis piernas que se muevan, siento su presencia detrás de mí; percibo su olor.
—Me alegro de volver a verte, Rachel—dice con voz pausada—Brittany.
Sigo de espaldas a ella. Sé perfectamente que si me vuelvo para saludarla quedaré de nuevo atrapada en el peligroso reino de Santana López, un lugar en el que soy incapaz de pensar de manera racional. Ya agoté mis reservas de fuerza anoche, y no he tenido tiempo de volver a recargarlas.
Esto es horrible.
Prometió que no volvería a verla. Que si le decía lo que no quería oír jamás tendría que volver a verla. Hice lo que me exigía, así que ¿por qué no cumple con su parte del trato?
Rachel nos observa a ambas esperando que una de las dos diga algo. Desde luego no voy a ser yo.
—Santana—la saluda—Discúlpenme. Tengo que ir a empolvarme la nariz.
Deja su copa vacía en la encimera y pone pies en polvorosa. La maldigo para mis adentros. Ella me rodea hasta situarse delante de mí.
—Estás fantástica—murmura.
—Dijiste que no volvería a verte—le recrimino ignorando su cumplido.
—No sabía que estarías aquí.
La miro con aire cansado.
—Me has mandado flores.
—Huy, es verdad.
Una sonrisa empieza a dibujarse en sus labios. No tengo tiempo para estos jueguecitos. Conmigo pincha en hueso.
—Si me disculpas—digo, y me dispongo a marcharme, pero ella da un paso y se interpone en mi camino.
—Esperaba que me enseñaras el edificio.
—Avisaré a Mercedes. Te lo mostrará encantada.
—Prefiero que lo hagas tú.
—La visita no incluye un polvo—le espeto.
Ella frunce el ceño.
—¿Quieres hacer el favor de cuidar ese vocabulario?
—Usted disculpe—mascullo indignada—Y haz el favor de volver a colocar el asiento en su sitio cuando conduzcas mi coche—ella esboza una sonrisa totalmente infantil y yo me enfado todavía más conmigo misma al sentir que mi corazón se acelera. No debo permitir que vea el efecto que provoca en mí—¡Y no toques mi música!
—Perdona—sus ojos centellean con picardía. Es tan jodidamente sexy...—¿Te encuentras bien? Parece que estás temblando—alarga la mano y me acaricia el brazo suavemente con el dedo—¿Estás nerviosa por algo?
Me aparto.
—En absoluto—no puedo permitir que la conversación siga ese curso—¿No querías ver el departamento?
—Me encantaría.
Parece satisfecho. Enfurruñada, la guío desde la cocina hasta la enorme sala de estar.
—Salón—hago un gesto con la mano hacia el espacio general que nos rodea—La cocina ya la has visto—digo por encima del hombro mientras atravieso la habitación hacia la terraza—Vistas.
Mantengo el tono de desidia y oigo cómo ríe levemente detrás de mí. Volvemos por el salón hasta el gimnasio, y no digo ni una palabra más mientras recorremos el ático. Santana estrecha la mano a varias personas que nos vamos encontrando por el camino, pero yo no me detengo para darle tiempo a pararse a charlar. Continúo con la intención de terminar con esta situación lo antes posible. Maldito sea este lugar por ser tan grande.
—Gimnasio—anuncio.
Entro y salgo rápidamente de nuevo cuando entra ella. Me dirijo a la escalera y la oigo reírse a mis espaldas. Subo los escalones de ónice retroiluminado y abro y cierro las puertas de una en una mientras anuncio lo que hay al otro lado. Llegamos al plato fuerte, la suite principal, y le indico el vestidor y el baño privado. Lo cierto es que el lugar merece más pasión y más tiempo del que le estoy dedicando.
—Eres una guía fantástica, Brittany—me provoca mientras observa una de mis obras de arte preferidas—¿Te importaría explicarme de quién es esto?
—De Giuseppe Cavalli—contesto secamente, y me cruzo de brazos.
—Es muy buena. ¿Has escogido a este artista por alguna razón en particular?
Está tratando descaradamente de enredarme en una conversación. Me fijo en el escote de su espalda, en sus manos, que descansan de manera desenfadada, y en sus piernas esbeltas y ligeramente separadas. Lleva unos tacones muy altos. Me alegra la vista, pero tengo la cabeza hecha un lío. Suspiro y decido ceder, aunque no sé si es muy inteligente por mi parte. A Giuseppe Cavalli no puedo negarle mi tiempo y mi entusiasmo. Dejo caer los brazos y me uno a ella frente a la obra.
—Se lo conoce como «el maestro de la luz»—explico, y ella me mira con auténtico interés—Consideraba que el tema carecía de importancia. Daba igual lo que fotografiase. Para él, el tema siempre era la luz. Se centraba en controlarla. ¿Ves?—digo mientras señalo los reflejos en el agua—Estos botes de remos, por muy bonitos que sean, son sólo botes. A él lo que le interesaba era la luz que los rodeaba. Dota de interés a objetos inanimados, hace que veas la fotografía con una perspectiva... Bueno, con una luz diferente, supongo.
Inclino la cabeza para ver bien la imagen. Nunca me canso de ella. Es muy sencilla, pero cuanto más la miras, más la entiendes. Tras unos instantes de silencio, aparto la vista del lienzo y veo que Santana me está observando. Nuestras miradas se cruzan. Se está mordiendo el labio inferior. Sé que seré incapaz de negarme de nuevo si fuerza la situación. He agotado toda mi fuerza de voluntad. Nunca me había sentido tan deseada como cuando estoy con ella, y sigo intentando convencerme a mí misma de que no me gusta esa sensación.
—Por favor, no lo hagas—digo con un hilo de voz.
—¿Que no haga qué?
—Ya lo sabes. Dijiste que no volvería a verte.
—Mentí—no se avergüenza de ello—No puedo estar lejos de ti, así que vas a tener que verme una... y otra... y otra vez—termina la frase de forma lenta y clara para no dar cabida a la confusión. Ahogo un grito y me aparto de ella por instinto—Tu insistencia al oponerte a esto sólo alimenta mis ganas de demostrar que me deseas—dice, y empieza a perseguirme avanzando hacia mí con pasos pausados y decididos mientras mantiene la mirada clavada en mis ojos—Se ha convertido en mi misión principal. Haré lo que haga falta.
Dejo de retroceder al notar la cama en la parte posterior de las rodillas. Dos pasos más y estará encima de mí; la idea del inminente contacto es suficiente para sacarme del estado de trance en el que me sume.
—Para—le ordeno levantando la mano. Mi imperativo hace que se detenga en seco—Ni siquiera me conoces—balbuceo en un desesperado intento de hacerle entender lo absurdo que es todo esto.
—Sé que eres tremendamente hermosa—empieza a avanzar de nuevo hacia mí—Sé lo que siento, y sé que tú también lo sientes—ahora nuestros cuerpos están pegados, y el corazón se me sale por la boca—Así que dime, Brittany, ¿qué más tengo que saber?
Intento controlar mi respiración agitada, pero me tiembla todo el cuerpo y fracaso. Agacho la cabeza, avergonzada por las lágrimas que se acumulan en mis ojos.
¿Por qué estoy llorando?
¿Está disfrutando haciéndome derramar lágrimas?
Esto es horrible. Está tan desesperada por llevarme a la cama que ha decidido acosarme, y yo lloro porque soy débil. Hace que me sienta débil, y no tiene ningún derecho.
Desliza la mano bajo mi barbilla, y su calidez me resultaría agradable si no pensara que es una estúpida. Me levanta la cabeza y, cuando nuestras miradas se encuentran, mis lágrimas la pillan desprevenida.
—Lo siento—susurra suavemente, y mueve la mano para cubrirme la mejilla al tiempo que me limpia las lágrimas con el pulgar.
Su expresión es de puro tormento. Me alegro. Se lo merece. Por fin recupero la voz.
—Dijiste que me dejarías en paz.
La miro de manera inquisitiva mientras ella continúa pasándome el pulgar por la cara.
¿Por qué me persigue de esta forma?
Es evidente que es infeliz en su relación, pero eso no es excusa.
—Mentí, lo siento. Ya te lo he dicho. No puedo estar lejos de ti.
—Ya me dijiste una vez que lo sentías, y aquí estás de nuevo. ¿Vas a mandarme flores también mañana?—digo sin ocultar el sarcasmo.
Su dedo deja de acariciarme y Santana agacha la cabeza. Ahora sí que está avergonzada. Pero entonces vuelve a levantarla, nuestras miradas se cruzan y la suya desciende hasta mis labios.
Ay, no.
No, por favor.
No seré capaz de pararla. Empieza a estudiar mi expresión, a buscar alguna señal de que voy a detenerla.
¿Voy a hacerlo?
Sé que debería, pero no creo que pueda. Sus labios se separan y empiezan a mover lentamente hacia los míos. Contengo la respiración. Cuando nuestros labios se rozan, muy ligeramente, mi cuerpo cede y mis manos ascienden y la agarran de los hombros. Ella gruñe para expresar su aprobación, traslada las manos al extremo inferior de mi columna y aprieta mi cuerpo contra el suyo. Nuestros labios apenas siguen rozándose, nuestros alientos se funden. Ambos temblamos de manera incontrolada.
—¿Has sentido esto alguna vez?—exhala, y me recorre la mejilla con los labios en dirección a la oreja.
—Nunca—respondo con honestidad.
A duras penas reconozco mi propia voz en esa respuesta ahogada. Ella me atrapa el lóbulo de la oreja entre los dientes y tira ligeramente de él, dejando que la carne se deslice entre ellos.
—¿Vas a dejar de resistirte ya?—susurra.
Su lengua asciende por el borde de mi oreja para volver a descender acariciándome con los labios la piel sensible que hay detrás de ella. Su aliento cálido provoca una oleada de calor entre mis muslos. Soy incapaz de luchar más.
—Dios...—jadeo, y sus labios vuelven a posarse sobre los míos para hacerme callar.
Los toma suavemente, y yo lo acepto y dejo que nuestras lenguas se acaricien y se entrelacen a un ritmo suave y constante. Es un placer demasiado intenso. Todo mi cuerpo está en llamas. Me duelen las manos de agarrarme a sus hombros con tanta fuerza, de modo que me relajo y las deslizo hasta su cuello para acariciarle el cabello negro que le cubre la nuca. Ella gime y aparta la boca de la mía.
—¿Eso es un sí?—pregunta mirándome fijamente con sus ojos oscuros.
Sé lo que se supone que tengo que contestar.
—Sí.
Asintiendo muy levemente con la cabeza, me besa la nariz, la mejilla, la frente y regresa a mi boca.
—Necesito tenerte entera, Brittany. Dime que puedo tenerte entera.
¿Entera?
¿Qué quiere decir con entera?
¿Mi mente?
¿Mi alma?
Pero no se refiere a eso, ¿verdad?
No, lo que quiere es todo mi cuerpo. Y, en estos momentos, la conciencia me ha abandonado por completo. Tengo que eliminar a esta mujer de mi organismo. Y ella, a mí del suyo.
—Tómame—susurro contra sus labios.
—Lo haré.
Sin romper el beso, me rodea la cintura con un brazo y me coloca la otra detrás de la nuca. Me levanta en el aire y, besándome aún con más intensidad, me lleva hacia el otro lado de la habitación, hasta que apoya mi espalda contra una pared. Nuestras lenguas danzan frenéticamente, mis manos descienden por su espalda. Quiero sentirla más cerca.
Olvido por completo mi conflicto moral.
Necesito poseerla.
Nuestros cuerpos chocan y ella me empuja contra la pared mientras me devora la boca.
—Joder, Britt—jadea entre respiraciones ahogadas—Me vuelves loca.
Mueve la cadera, y un pequeño grito escapa de mis labios. La agarro del pelo con un gemido incitante. Ya no hay vuelta atrás. Mi cuerpo ha puesto el piloto automático. El pedal del freno se ha perdido en algún lugar del país del deseo. Siento que posa las palmas de las manos sobre la parte delantera de mis muslos. Agarra mi vestido entre sus puños y me lo levanta por encima de la cintura de un tirón rápido. Vuelve a mover la cadera y yo emito un gemido.
Ansío más.
Joder, no sé cómo he podido resistirme a esto.
Me muerde el labio inferior y se aparta para mirarme directamente a los ojos. Vuelve a mover la cadera y la presiona con fuerza contra mi entrepierna. Dejo caer la cabeza hacia atrás con un profundo gemido y le ofrezco mi garganta. Ella saca buen partido de eso lamiendo y chupando cada milímetro de piel. Estoy a punto de echarme a llorar de placer. Pero entonces oigo voces fuera de la habitación y la realidad vuelve a azotarme.
¿Qué coño estoy haciendo?
En la suite principal del ático con la falda del vestido por la cintura y Santana en la garganta. Hay cientos de personas en el piso inferior. Alguien podría entrar en cualquier momento. Alguien va a entrar en cualquier momento.
—Santana—jadeo intentando atraer su atención—Santana, viene alguien, tienes que parar.
Me retuerzo un poco y su cadera me golpea justo en el lugar correcto. Me doy con la cabeza contra la pared para intentar detener la puñalada de placer que me provoca. Ella lanza un gemido largo y pausado.
—No voy a dejarte marchar ahora.
—Tenemos que parar.
—¡No!—ruge.
Joder.
Cualquiera podría entrar por esa puerta.
—Ya seguiremos después—intento apaciguarla.
Tengo que quitármela de encima.
—Eso te deja demasiado tiempo para cambiar de idea—protesta mientras me mordisquea el cuello.
—No lo haré—la agarro del mentón, levanto su rostro hacia el mío hasta que quedamos nariz con nariz y la miro directamente a los ojos—No cambiaré de idea, San.
Escruta mi mirada en busca de la seguridad que necesita, pero yo estoy totalmente decidida.
Es lo que deseo.
Sí, es posible que me dé tiempo a replantearme la situación, pero ahora mismo estoy segura de que es lo que quiero. Es demasiado tentador como para resistirlo, aunque lo he intentado con todas mis fuerzas. Me da un fuerte beso en los labios y se aparta.
—Lo siento, pero no voy a arriesgarme.
Me levanta de nuevo en el aire y me lleva hasta el cuarto de baño.
—¿Qué haces? También querrán ver esto.
No puede decirlo en serio.
—Cerraré con pestillo. Nada de gritar.
Me mira con una leve sonrisa malévola. Estoy atónita, pero me echo a reír.
—No tienes vergüenza.
—No. Estoy excitada desde el viernes pasado, y ahora que te tengo entre mis brazos y que has entrado en razón, no pienso moverme de aquí, y tú tampoco.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Me encanta! Es tan intenso lo que sienten la una por la otra, ya no pueden negarlo mas! Espero con ansias el siguiente capitulo, muchas gracias por subirlo:D
nataalia* - Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 27/09/2014
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Aaagh no puedo esperar el otro capitulo!:3 es tan genial la historia*-*
Pd:Creo que te amo:$ kdjkdndjb Saludos;)
Pd:Creo que te amo:$ kdjkdndjb Saludos;)
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
asi se hace santana!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
La pregunta que tod@s los lectores nos hacemos es porque carajos terminan un capitulo en la mejor parte, siempre pasa eso.
Pero me encanto, y ya era hora de que Britt se dejara llevar por su deseo y sentimientos.
*se pone de pie y aplaude* Dios, Santana se está ganando todo mi amor, en especial en esta historia que es tan ahsjadjfa y no sé. LA AMO
Mil gracias por los capítulos
P.D: Ya subí los 2 capítulos.
P.D.2: Que mal educada no dije hola, así que HOLAAA, Buen@s tardes/noches/días *momento en que leas el comentario*
P.D.3: ¿Cómo estás?
P.D.4: Cuídate
P.D.5: Saludos, besos y abrazos cibernéticos.
P.D.6: Misterio sin resolver “ ¿PORQUE ESCRIBO MUCHAS “P.D.”? ”
P.D.7: No de verdad, no sé porque lo hago
P.D.8: Hasta luego, CHAU
Pero me encanto, y ya era hora de que Britt se dejara llevar por su deseo y sentimientos.
*se pone de pie y aplaude* Dios, Santana se está ganando todo mi amor, en especial en esta historia que es tan ahsjadjfa y no sé. LA AMO
Mil gracias por los capítulos
P.D: Ya subí los 2 capítulos.
P.D.2: Que mal educada no dije hola, así que HOLAAA, Buen@s tardes/noches/días *momento en que leas el comentario*
P.D.3: ¿Cómo estás?
P.D.4: Cuídate
P.D.5: Saludos, besos y abrazos cibernéticos.
P.D.6: Misterio sin resolver “ ¿PORQUE ESCRIBO MUCHAS “P.D.”? ”
P.D.7: No de verdad, no sé porque lo hago
P.D.8: Hasta luego, CHAU
Daniela Gutierrez***** - Mensajes : 281
Fecha de inscripción : 03/07/2014
Edad : 27
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,..
jajaja ya lo dije es drupi!!!
al fin san va a conseguir lo que quiere???
nos vemos!!!
jajaja ya lo dije es drupi!!!
al fin san va a conseguir lo que quiere???
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
nataalia escribió:Me encanta! Es tan intenso lo que sienten la una por la otra, ya no pueden negarlo mas! Espero con ansias el siguiente capitulo, muchas gracias por subirlo:D
Hola, mm bienvenida¿? jaaj no¿? ajajajajajaj. Aaa siempre sea así jajajaaj. Aquí el siguiente cap! De nada, pero gracias a ti por leer y comentar! Saludos =D
Susii escribió:Aaagh no puedo esperar el otro capitulo!:3 es tan genial la historia*-*
Pd:Creo que te amo:$ kdjkdndjb Saludos;)
Hola, jajajaajaj bn, bn, aquí el siguiente cap! ajjaaj. Saludos =D
Pd: jajaj es el efecto que causo en las personas
micky morales escribió:asi se hace santana!
Hola, jajajaajajajajajajajajajajajajajajajajajaajajajajja xD jajaajajajajajajajajajajajajajajaj, bn san! ajajajajajajajaja. Saludos =D
Daniela Gutierrez escribió:La pregunta que tod@s los lectores nos hacemos es porque carajos terminan un capitulo en la mejor parte, siempre pasa eso.
Pero me encanto, y ya era hora de que Britt se dejara llevar por su deseo y sentimientos.
*se pone de pie y aplaude* Dios, Santana se está ganando todo mi amor, en especial en esta historia que es tan ahsjadjfa y no sé. LA AMO
Mil gracias por los capítulos
P.D: Ya subí los 2 capítulos.
P.D.2: Que mal educada no dije hola, así que HOLAAA, Buen@s tardes/noches/días *momento en que leas el comentario*
P.D.3: ¿Cómo estás?
P.D.4: Cuídate
P.D.5: Saludos, besos y abrazos cibernéticos.
P.D.6: Misterio sin resolver “ ¿PORQUE ESCRIBO MUCHAS “P.D.”? ”
P.D.7: No de verdad, no sé porque lo hago
P.D.8: Hasta luego, CHAU
Hola, nose, nose yo igual me lo pregunto XD ajajajajaja. Obvio, osea quien puede resistirse a san¿? ajajajajaj. Jajajjaajaj obvio es san ajajajjaaj. De nada, pero gracias por leer y comentar! Saludos =D
Pd: sisisisi, ya los leí XD
Pd2: jjajaaajj hola, buenas noches (para mi) xD jaajaaj.
Pd3: bn, bn y tu¿?
Pd4: gracias, tu igual.
Pd5: saludos, ajajaja igual!
Pd6: mmmm, interesante pregunta... xq la ocasión lo a merita¿? jajajaja
Pd7: ajajajajaaj, suele pasar no¿? jaajaj
Pd8: hasta ahora! Chao.
3:) escribió:holap morra,..
jajaja ya lo dije es drupi!!!
al fin san va a conseguir lo que quiere???
nos vemos!!!
Hola lu, ajjaajajajajajajaj xD ajjaajajajajaja, bn para que britt sea de ella, lo tiene q ser no¿? jaajajajjaaj. =O si!... o no¿? =/ Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 9
Capitulo 9
Cierra la puerta tras de ella de una patada, me coloca sobre el mármol que hay entre las dos pilas del lavabo y se vuelve para cerrar el pestillo. Todavía tengo el vestido arremangado alrededor de la cintura y las piernas y las bragas totalmente al descubierto.
Observo aquel inmenso cuarto tan familiar y me detengo en la enorme bañera de mármol de color crema que domina el centro de la habitación. Sonrío al recordar el quebradero de cabeza que supuso organizar que una grúa la subiese hasta aquí a través de las ventanas. Fue una pesadilla, pero ha quedado espectacular. La ducha doble de mampara abierta que hay en la pared del otro extremo está cubierta de arriba abajo de cristal laminado y baldosas de travertino de color beige, y el mueble sobre el que me encuentro es de mármol italiano de color crema, con dos pilas integradas y grandes grifos en cascada. Un espejo de marco grueso y dorado minuciosamente tallado ocupa todo lo ancho del mueble, y junto a la ventana hay un diván.
Es lujo en estado puro.
El ruido del pestillo al cerrarse interrumpe mi admiración hacia mi trabajo y atrae mi mirada hacia la puerta, donde Santana se ha quedado inmóvil, observándome. Mientras se acerca a mí, empieza a desabrocharse y bajarse el vestido.
¡No lleva sujetador!
Contemplo cómo se aproxima, con la boca relajada y los ojos entornados. Al pensar en lo que está a punto de suceder, el estómago me arde y mis muslos se tensan.
Esta mujer es totalmente imponente.
Cuando el vestido le queda en la cintura. No puedo resistirme a recorrer con uno de mis dedos entre sus firmes y bronceados pechos. Ella mira hacia abajo y me sigue el juego. Coloca las manos a ambos lados de mi cadera y se abre paso entre mis muslos. Cuando me mira, las comisuras de sus labios esbozan una sonrisa y le brillan los ojos. Las pequeñas arrugas que se forman en su rostro suavizan la usual intensidad de su mirada.
—Ya no puedes huir, Britt—bromea.
—No deseo hacerlo.
—Bien—contesta atrayendo mi mirada hacia sus hermosos labios.
Mi dedo asciende por su pecho derecho y su garganta hasta descansar sobre su grueso labio inferior. Ella abre la boca y me lo muerde de manera juguetona. Sonrío y continúo subiéndolo hasta acariciarle el cabello.
—Me gusta este vestido.
Recorre la parte delantera de mi cuerpo con la mirada y se detiene en la tela arrugada a la altura de mi cintura.
—Gracias, y a mí el tuyo.
—Gracias, aunque el tuyo es un poco restrictivo—dice mientras tira de un trozo de tela.
—Lo es—coincido.
La anticipación me está matando.
¡Arráncamelo!
—¿Te lo quitamos?
Arquea una ceja y sus labios empiezan a curvarse.
Sonrío.
—Si quieres.
—¿O te lo dejamos puesto?—esboza una amplia sonrisa al tiempo que levanta las manos. Me derrito sobre el mármol del lavabo. Desliza las manos por mi espalda—Aunque, bien pensado, yo ya sé qué se esconde bajo este bonito vestido—levanta las manos, agarra la cremallera y, mientras empieza a bajarla lentamente, me susurra al oído—Y es mucho mejor que cualquier prenda—respiro con desesperada dificultad—Creo que será mejor que nos deshagamos de él—concluye.
Me levanta del mueble, me deja en el suelo, me quita el vestido y lo deja caer también. Lo aparta a un lado con el pie sin quitarme los ojos de encima.
Frunzo el ceño.
—Me gusta ese vestido.
No podría importarme menos. Por mí como si lo hace pedazos para limpiar las ventanas con él.
—Te compraré uno nuevo.
Se encoge de hombros y vuelve a subirme al lavabo y a colocarse entre mis muslos. Presiona su cuerpo contra el mío y me agarra del trasero para atraerme hacia ella, hasta que estamos bien pegadas. Balancea la cadera sin dejar de mirarme. Las palpitaciones de mi sexo rozan lo doloroso y creo que voy a perder la cabeza si continúa haciendo sólo eso. Quiero pedirle que acelere. Me está costando controlarme. Me pasa las manos por detrás y me desabrocha el sujetador. Desliza los tirantes por mis brazos y lo lanza por detrás de ella. Me inclino hacia atrás y me apoyo sobre las manos, dejando los pechos expuestos frente a ella. Mirándome a los ojos, levanta una mano y coloca la palma justo debajo de mi garganta.
—Siento los fuertes latidos de tu corazón—afirma en voz baja—Te pongo muy nerviosa—no voy a negar esa afirmación. Es verdad, y ya ni me molesto en tratar de resistirme. Desliza la palma entre mis pechos hasta llegar a mi estómago mientras me observa, ardiente y delicioso—Eres demasiado hermosa—dice con rotundidad—Creo que voy a quedarme contigo.
Arqueo la espalda y le acerco más mi pecho. Ella sonríe y baja la boca para chuparme un pezón con fuerza. Cuando sube una mano para masajearme el otro pecho, emito un gemido y echo la cabeza atrás contra el espejo.
Por Dios bendito.
Esta mujer es un genio.
Su cadera choca con la mía obligándome a trazar círculos con la cadera para calmar la palpitación con un prolongado suspiro de placer. No sé qué hacer. Quiero saborear todo ese placer, porque es maravilloso, pero la necesidad de poseerla se apodera de mí, la presión de mi entrepierna está a punto de estallar. Como si me estuviera leyendo la mente, desliza la mano entre mis muslos hasta dar con el borde de mis bragas. Uno de sus dedos traspasa la barrera y acaricia ligeramente la punta de mi clítoris.
—¡Joder!—grito al tiempo que me incorporo, la agarro de los hombros y le clavo las uñas en los músculos definidos.
—Esa boca.
Me reprende antes de pegar sus labios contra los míos y masajear mi clítoris. Mis músculos se contraen mientras ella me sigue masajeando. Creo que voy a morir, literalmente, de placer. Siento la rápida evolución de un orgasmo inminente y sé que va a hacerme estallar. Me agarro a sus hombros como si no hubiera mañana y gimo en su boca mientras ella continúa con su asalto.
Aquí viene.
—Córrete.
Me ordena mientras aplica más presión sobre mi clítoris. Me deshago en una explosión de estrellas. Le libero la boca y dejo caer la cabeza hacia atrás en un absoluto frenesí. Lanzo un grito. Ella me agarra la cabeza y me la inclina hacia adelante para placarme la boca y atrapar mis últimos gritos.
Estoy completamente extasiada, jadeando, temblando y sin fuerzas. Me desintegro entre sus manos, totalmente desinhibida y sin sentir ninguna vergüenza por lo que consigue hacer conmigo.
Estoy loca de placer.
Su beso se relaja y su presión disminuye; me devuelve poco a poco a la realidad mientras posa tiernos besos por toda mi cara caliente y mojada. Ha estado demasiado bien.
Demasiado bien.
Noto que me aparta un mechón de pelo de la cara y abro los ojos. Al hacerlo me encuentro con una mirada oscura y satisfecha. Me planta un beso en los labios. Yo suspiro. Noto como si toda una vida de presión acumulada se hubiera extinguido, así, sin más. Me siento relajada y saciada.
—¿Mejor?—pregunta.
—Hummm...—murmuro.
No tengo fuerzas para hablar. Arrastra los dedos por mi labio inferior y se inclina sobre mí. Me observa de cerca y me pasa la lengua por la boca, lamiendo los restos de mi orgasmo. Sus ojos penetran en mi interior mientras nos miramos en silencio. Mis manos le agarran la cara como por instinto. Esta mujer es bella, intensa y apasionada. Y podría romperme el corazón.
Ella sonríe levemente y se vuelve para besarme la palma de la mano antes de volver a fijar la vista en mí.
Santo cielo, estoy perdida.
Alguien sacude el pomo de la puerta del baño desde fuera y nos arranca cruelmente a ambas de la intensidad del momento. Lanzo un grito ahogado. Santana me tapa la boca con la mano y me mira con expresión divertida.
¿Le parece gracioso?
—No oigo nada—dice una voz al otro lado, seguida de otro intento de abrir la puerta.
El terror hace que mis ojos estén a punto de salirse de sus órbitas. Santana retira la mano y la sustituye por sus labios.
—Chis—me exhorta contra la boca.
—Joder, me siento sucia—me lamento apartándome de sus labios y dejando caer la cabeza sobre su hombro.
Es imposible que salga de aquí sin ponerme roja como un tomate.
¿Cómo voy a evitar que la culpabilidad se refleje en mi rostro?
—No eres sucia. No digas tonterías o me veré obligada a darte unos azotes en ese precioso trasero que has pasado por todo mi baño.
Levanto la cabeza de su hombro y la miro confundida.
—¿Tu baño?
—Sí, es mi baño—sonríe con sorna—Me gustaría que ese montón de extraños dejaran de pasearse por mi casa—murmura.
—¿Vives aquí?—digo perpleja.
No puede ser.
Nadie vive aquí.
—Bueno, lo haré a partir de mañana. Oye, ¿toda esta mierda italiana vale de verdad el precio tan caro que le han puesto a este departamento?
Me mira con expectación.
¿En serio quiere que le conteste a eso?
—¿Mierda italiana?—escupo sintiéndome totalmente insultada.
Ella se echa a reír y a mí me dan ganas de abofetearla.
¿Mierda italiana?
Esta tía es una estúpida ignorante.
¿Mierda italiana?
—No deberías haberte comprado el piso si no te gusta la mierda que contiene—le espeto airada.
—Puedo deshacerme de la mierda—bromea.
Mis cejas adoptan una expresión de incredulidad ante lo que acabo de escuchar. Me he pasado meses deslomándome para conseguir toda esta «mierda italiana» ¿y ahora esta estúpida desagradecida pretende librarse de ella? Jamás me había sentido tan insultada, ni tan cabreada. Intento liberar las manos, atrapadas debajo de las suyas, pero no me deja. Le lanzo una mirada asesina. Ella sonríe.
—Relájate, mujer. No me desharía de nada de lo que hay en este departamento—dice, y me besa con fuerza—Y tú estás en él.
Vuelve a apoderarse de mi boca con ansia, posesivamente. No voy a darle demasiadas vueltas a ese comentario. Mi libido acaba de reactivarse y no voy a intentar apaciguarla. La ataco con la misma fuerza. Le meto la lengua en la boca y empiezo a jugar con la suya.
Santana me suelta las manos y éstas se apresuran de manera impulsiva hacia esos hombros firmes que tanto me gustan. Me rodea la cintura, libera mis labios, me levanta del mármol y me sostiene sobre ella mientras con la otra mano busca mis bragas y las arrastra de un tirón por mis piernas. Vuelve a colocarme sobre el mueble, me quita los zapatos y los deja caer sobre las baldosas del suelo con un sonoro estrépito. Me uno a ella en la fiesta de la piel desnuda, estiro la mano y le bajo el vestido, y la dejo solo con las bragas.
Es la viva imagen de la perfección.
Quiero lamer cada centímetro de su cuerpo. Bajo la vista y me quedo algo impactada al ver una cicatriz bastante fea que tiene en el estómago y que se extiende hasta su cadera izquierda. No la había visto antes. La luz en La Mansión era tenue, pero es una marca muy grande. Ya apenas se nota, pero es enorme.
¿Cómo se la hizo?
Decido no preguntar. Podría ser un asunto delicado, y no quiero que nada estropee este momento. Podría quedarme aquí sentada mirándola embobada eternamente. Incluso con esa cicatriz tan siniestra, sigue siendo hermosa.
Hago una pelota con el vestido y lo tiro sobre mi vestido. Ella me mira con una ceja enarcada.
—Ya te compraré uno nuevo—digo encogiéndome de hombros.
Ella sonríe con picardía, se inclina hacia adelante, se apoya en el mueble y me besa los labios con mucha ternura.
Con los ojos fijos en los suyos, empiezo a bajarle las bragas y mis nudillos rozan su sexo provocándole una sacudida. Cierra los ojos con fuerza. Deslizo la mano por dentro de sus bragas, se estremece y levanta la mirada hacia el techo. Los músculos de su pecho se contraen y se relajan y no puedo evitar inclinarme hacia adelante y pasarle la lengua por el centro del esternón y por sus pechos.
—Brittany, deberías saber que una vez que te posea, serás mía.
Estoy demasiado embriagada por la lujuria como para darle importancia a ese comentario.
—Hummm...—murmuro contra su piel mientras dibujo círculos con la lengua alrededor de sus pezones y saco la mano de sus bragas.
Agarro el elástico y las hago descender por su perfecta cadera. Su sexo se libera como un resorte.
¡Madre mía, está muy húmeda!
Está completamente depilada.
La exclamación involuntaria que escapa de mi boca delata mi sorpresa. Fijo mis ojos en los suyos y descubro un atisbo de sonrisa formándose en sus labios. Eso demuestra, para mi vergüenza, que mi reacción no le ha pasado inadvertida. Retrocede, se quita los zapatos y los tira junta con las bragas.
Mi atención se centra en sus pechos y su vagina, y empiezo a babear ante la imponente magnificencia que se yergue ante mí en todo su esplendor.
No puedo evitarlo.
Haciendo acopio de lo que me queda de confianza, me inclino lentamente hacia adelante y empiezo a acariciarle su sexo mientras observa cómo la explora mi mano. Cuando le toco el clítoris, vacilante, veo que el contacto hace que se estremezca.
—Joder, Britt.
Resuella, y entonces me toma los labios y la boca con vehemencia mientras yo empiezo a acariciar su sexo a un ritmo lento y constante, aumentando la velocidad cuando siento que su boca se aprieta cada vez más contra la mía. Su mano se oculta entre mis piernas y, con un leve roce de su pulgar sobre mi clítoris, me veo catapultada de nuevo al séptimo cielo de Santana. Dejo escapar un gemido en su boca. Ella me muerde el labio.
—¿Estás lista?—me pregunta con urgencia.
Me limito a asentir, porque mi capacidad de hablar me ha abandonado. Despega la mano de entre mis muslos y me aparta de su palpitante excitación. Con un movimiento estudiado, me coloca una mano en el trasero, junta su sexo con el mío y penetra con dos dedos.
¡AU!
¡Joddder!
¡Son muy largos!
—¿Estás bien?—jadea.
—Un segundo. Necesito un segundo.
La rodeo con las piernas mientras grito de placer. Me muevo un poco y me apoyo contra la pared. El frío de las baldosas no me molesta lo más mínimo mientras intento adaptarme a Santana. Ella apoya su frente en la mía. Deslizo las manos por su espalda empapada de sudor mientras ella permanece quieto unos instantes para darme tiempo a acostumbrarme a la intrusión. Jadea y se retira de mi cuerpo muy despacio para volver a entrar a un ritmo pausado y constante. Esta vez se adentra más en mí y hace que la cabeza me dé vueltas.
Cuando noto que lo tengo controlado, empiezo a besarla lentamente, arqueo la espalda y alzo los pechos contra los suyos. Entonces empujo hacia adelante, haciendo más profunda la conexión.
—Brittany, dime que estás lista—susurra sin aliento.
—Estoy lista.
Jamás había estado tan preparada para algo en mi vida. Tras mi respuesta, ingresar otro dedo más y comienza a salir y a entrar en mí con más fuerza. Yo suspiro y muevo las caderas hacia adelante para aceptarlo mientras ella gruñe de agradecimiento y repite sus rápidas embestidas una, y otra, y otra vez.
—Ahora eres mía, Brittany—suspira mientras se hunde deliciosamente en mí. Yo inclino la cabeza hacia adelante para apoyarla contra la suya—Toda mía.
Con un movimiento rápido, se retira y entra otra vez. Yo grito. Estoy disfrutando de cada segundo. Subo mis manos y le masajeo los pechos. Ella jadea y aumenta las embestidas, aúllo de placer cuando reclama mis labios y me mete la lengua en la boca con avidez mientras nuestros cuerpos, empapados de sudor, colisionan y resbalan. Estoy a punto de estallar en mil pedazos.
¡Joder!
¡Nunca me corro con la penetración!
—¿Vas a correrte?—jadea en mi boca.
—¡Sí!—exclamo, y le clavo los dientes en el labio inferior.
Ella se queja. Sé que le he hecho daño, pero estoy fuera de control.
—Espérame—me ordena.
Saca sus dedos y juntar más nuestros sexos, embistiéndome con más fuerza. Grito y me agarro a ella desesperadamente en un intento de retrasar el orgasmo, pero no funciona.
¿Cuánto le falta?
No puedo más.
Después de tres ataques más, grita:
—¡Ahora!
Y yo estallo ante su orden, echo la cabeza hacia atrás y grito su nombre mientras siento que su líquido caliente se derrama por mis piernas. Ella me agarra hasta que nuestros cuerpos quedan totalmente pegados y hunde el rostro en mi garganta.
—¡Jodddderrrrr!—gruñe contra mi cuello.
El largo gemido de satisfacción que escapa de mis labios expresa a la perfección cómo me siento ahora mismo. Estoy totalmente satisfecha. Ella ralentiza las arremetidas para que ambas comencemos a descender de nuestras maravillosas nubes y yo lo retengo con fuerza. Mis músculos internos se contraen mientras ella traza círculos suaves con la cadera.
—Mírame—me ordena suavemente. Inclino la cabeza para mirarla y suspiro de felicidad mientras ella analiza mis ojos. Vuelve a mover la cadera y me planta un beso en la punta de la nariz—Preciosa—se limita a decir.
Mientras me coge de la nuca y me acerca hacia ella para que mi mejilla descanse sobre su hombro. Me quedaría así para siempre. Mi espalda se separa de la fría pared y Santana me traslada hasta el lavabo, y me coloca sobre el mármol. Me agarra la cara entre las palmas de las manos y se inclina para besarme. Sus labios permanecen pegados a los míos en una muestra de afecto absoluto.
—¿Te he hecho daño?—pregunta con la frente arrugada de preocupación.
Yo me deshago al instante. Quiero asfixiarla entre los brazos, en serio. La abrazo con todo mi cuerpo, y me aferro a ella como si mi vida dependiera de ello. Ella entierra la cara en mi cuello y me acaricia la espalda. Es la sensación más relajante que he experimentado jamás. Ni siquiera tengo energía para sentirme culpable.
¿Holly?
¿Qué Holly?
Nos quedamos entrelazadas, convertidas en un amasijo de brazos y piernas, con la respiración agitada y abrazándonos durante un buen rato. Quiero quedarme así para siempre. Podríamos hacerlo, al fin y al cabo el cuarto de baño es suyo. No puedo creerme que sea la propietaria del ático. Un rato demasiado corto después, se incorpora y me acaricia la cara con los nudillos.
—Quiero que sepas que me realizo exámenes todos los meses—dice con cara de estar arrepentido de verdad—Lo siento, me he dejado llevar. Tú te practicas exámenes, ¿verdad?
—Sí, todos los meses también tengo que protegerme de las ETS, y si tuviera alguna, avisaría.
Soy una inconsciente. Esta mujer es una diosa que sabe lo que se hace. A saber con cuántas mujeres se ha acostado.
Ella me sonríe.
—Brittany, yo estoy limpia—se inclina hacia adelante y me besa la frente—Pero dejaría de practicármelos estando contigo.
¿Eh?
—¿Por qué?
Se aparta un poco y se mordisquea el labio inferior.
—Porque cuando estoy contigo pierdo la razón.
Se pone las bragas y estira el brazo por encima de mí para coger una toalla de la estantería. Me dispongo a reprenderla, pero entonces recuerdo que es su casa. Todo lo que hay aquí es suyo, menos yo. Bueno, según ella, yo también, pero eso no son más que cosas que se dicen cuando estás a punto de correrte. A veces la pasión nos hace decir tonterías.
¿Pierde la razón?
Bueno ya somos dos.
Abre el grifo, pasa la toalla por debajo y vuelve a colocarse delante de mí. Siento pudor aquí sentada, completamente desnuda. No estamos en las mismas condiciones, ella por lo menos tiene las bragas puestas. Cierro las piernas para ocultarme un poco, incómoda de repente por la ausencia de ropa. Pero ella me mira y en su atractivo rostro se forma una expresión de perplejidad. Hace un mohín, me agarra de las piernas y me las separa ligeramente.
—Mejor—murmura.
Me levanta los brazos del regazo y se los coloca sobre los hombros. Después, con la toalla, empieza a limpiarme entre los muslos. Frota con suavidad, arriba y abajo, para eliminar sus restos de mi cuerpo. Es un acto tierno y tremendamente íntimo. Yo observo su rostro embelesada y advierto la pequeña arruga de concentración que se ha formado en su frente mientras se concentra en asearme. Me mira con esos ojos oscuros y brillantes y me dice:
—Quiero meterte en esa ducha y venerar cada centímetro de tu cuerpo, pero con esto tendrá que bastar. Al menos por ahora—se inclina para besarme y se queda brevemente pegada a mi boca. Creo que no me cansaría jamás de estos besos sencillos y afectuosos. Sus labios son carnosos y suaves, y su aroma divino—Venga, señorita. Vamos a vestirte.
Me levanta del mueble, me ayuda a ponerme la ropa interior y el vestido y me sube la cremallera. Entonces me posa los labios sobre el cuello y su boca suave y cálida hace que se me erice el vello y se me estremezca todo el cuerpo. No lo he eliminado de mi organismo.
Al contrario.
Malas noticias.
Se baja las bragas otra vez y se asea ella ahora, mientras yo recojo su vestido azul marino del suelo y la sacudo antes de pasársela.
—No había ninguna necesidad de arrugarlo, ¿sabes?—me sonríe mientras se la pone, y se sube la cremallera.
—No...—susurro con los ojos abiertos como platos y fingiendo inocencia.
—Mmm—enarca una ceja y me provoca un escalofrío y ella sonríe con malicia—Bueno, ¿lista para lo que tenga que pasar, señorita?—me ofrece la mano y la acepto sin vacilar. Esta mujer es un imán—Yo diría que has gritado bastante, ¿no?
Lao miro con indignación mientras ella me dedica su mejor sonrisa. Sacudo la cabeza y me miro en el espejo. Estoy ruborizada. Tengo los labios hinchados y rojos y el pelo aún recogido, aunque con algunos mechones sueltos y despeinados. Llevo el vestido arrugado. Necesito cinco minutos para arreglarme.
—Estás perfecta—me asegura como si sintiese el pánico que se está apoderando de mí.
¿Perfecta?
No es ésa precisamente la palabra que yo usaría.
¡Estoy jodida!
Literalmente.
Me arrastra hasta la puerta, quita el pestillo y sale sin ningún miedo. Yo soy más cautelosa.
¿Y si los invitados están todavía rondando por aquí?
Cuando llegamos a la escalera curvada, de repente me doy cuenta de que sigo cogida de su mano. Intento soltarme, pero ella me sujeta con fuerza hasta hacerme esbozar una mueca de dolor.
¡Mierda!
Tiene que soltarme. Mi jefe y mis colegas están aquí. No puedo pasearme por ahí cogida de la mano de esta mujer desconocida. Bueno, ya no es tan desconocida para mí, pero ésa no es la cuestión. Intento liberar la mano de nuevo, pero ella se niega a soltarla.
—Santana, suéltame la mano.
—No—responde tajantemente y sin siquiera mirarme a la cara.
Yo me detengo abruptamente a mitad de la escalera y echo un vistazo a la habitación inferior. Por suerte, nadie está mirándonos, pero no tardarán en vernos. Santana se vuelve y me observa desde unos escalones más abajo.
—Santana, no puedes esperar que desfile por aquí cogida de tu mano. No es justo. Suéltame, por favor.
Ella contempla nuestras manos unidas, suspendidas entre nuestros cuerpos.
—No voy a soltarte—murmura con hosquedad—Si lo hago, puede que olvides cómo te hace sentir. Puede que cambies de parecer.
Es absolutamente imposible que olvide lo que sentimos al estar piel contra piel, pero ésa no es la parte de la frase que me preocupa.
—¿Que cambie de parecer respecto a qué?—pregunto totalmente desconcertada.
—A mí—contesta.
¿A ella?
Todavía no he tomado ninguna decisión, así que no hay nada que cambiar. Tengo que centrarme en convencerlo de que me suelte la mano antes de que alguien nos vea. Voy a archivar ese comentario, como he hecho con las demás cosas raras que ha dicho arriba.
¡Me cago en la leche!
Casi me caigo por la escalera cuando veo a Holly cruzar la terraza. La realidad acaba de golpearme como un ariete. Seguro que al verla deja de comportarse de esta manera tan irracional. Su novia va a entrar en el departamento. No es momento para tonterías. La miro con el ceño fruncido y empleo la fuerza bruta para arrancar mi mano de su garra. Casi me disloco el hombro en el proceso, pero funciona. Santana me mira enfadada, pero no me quedo ahí para verla.
Me apresuro a descender la escalera hacia la enorme amplitud del ático. Con tan sólo vernos juntas, Holly ya sospecharía. Esa mujer ha dejado claro que no le caigo muy bien. Y no la culpo. Me veía como una amenaza y, finalmente, sus temores se han cumplido. Llego al final de la escalera y veo que Kurt viene corriendo hacia mí entre la multitud moviendo los brazos frenéticamente.
—¡Por fin te encuentro! ¿Dónde estabas? Will te ha estado buscando por todas partes.
Me agarra de los hombros y me inspecciona de arriba abajo. Como siempre, es la reina del drama. Al ver mi aspecto desaliñado, me mira con recelo. Noto que el calor de mis mejillas aumenta.
—Le estaba enseñando la casa a la señora López—contesto, con poca convicción, mientras hago un gesto con la mano por encima del hombro en dirección a Santana.
Sé que está cerca, detrás de mí. Aún la oigo mascullar. Y también la huelo. Aunque, bueno, también podría deberse a que tengo su olor impregnado por todo el cuerpo. Me siento como si me hubiera marcado... o incluso reclamado.
Con las manos todavía sobre mis hombros, Kurt mira a mis espaldas. Ahoga un grito y me acerca a él de un tirón para preguntarme al oído mientras me olfatea:
—Nena, ¿quién es esa diosa del Olimpo que me está gruñendo? Por ella he vuelvo hetero.
Yo me zafo de sus manos, me vuelvo y veo que Santana está fulminando a Kurt con la mirada. Pongo los ojos en blanco ante su patético comportamiento. Kurt es el tío más gay de Londres. No puede sentirse amenazada por él.
¡No debería sentirse amenazada por nadie!
—Kurt, te presento a la señora López. Señora López, éste es Kurt. Es un colega. Y es gay—añado con un tono algo sarcástico.
Sé que a Kurt no va a importarle. Al fin y al cabo, no he dicho nada que no resulte evidente. Miro a mi compañero, que esboza una amplia sonrisa, y después a Santana, que ha dejado de gruñir pero continúa igual de enfadado. Kurt da un saltito, la agarra de los hombros y le da un beso en el aire. Yo reprimo una carcajada al ver que a Santana se le salen los ojos de las órbitas.
—Es un auténtico placer—canturrea Kurt mientras le toca los bíceps—Oye, ¿haces pesas?
Se me escapa una risotada y tomo la inmadura decisión de dejar que Santana se las arregle sola con el descarado flirteo de Kurt. Veo que me mira mientras me doy media vuelta para marcharme y que me lanza puñales con los ojos.
Me da igual.
Está actuando de una manera totalmente irracional. Will se encuentra en la cocina, charlando con el promotor. Me hace un gesto para que me acerque y me pasa una copa de prosecco. Me parece que el coche va a quedarse a dormir aquí.
—Aquí está—anuncia Will mientras me pasa un brazo sobre los hombros y me abraza contra su cuerpo—Esta chica ha transformado mi empresa. Estoy muy orgulloso de ti, flor. ¿Dónde estabas?—pregunta.
Le brillan los ojos y tiene las mejillas rojas, un claro síntoma de que ha bebido demasiado.
—Haciendo de guía turística por el departamento—miento, y sonrío dulcemente mientras me aprieto contra él.
—No he parado de hablar de ti. Deben de dolerte los oídos—dice Will. «¡No, no precisamente los oídos!»—Estaba comentándole al señor Flanagan que estarás encantada de trabajar en su nuevo proyecto.
¿Flanagan?
Ah, el otro socio. Aún no lo conozco.
—Mi socio insiste en ello—asegura Flanagan con una amplia sonrisa.
Es muy elegante, alto, rcastallo, y luce un traje hecho a medida y zapatos de vestir. Es bastante atractivo... a pesar de estar en plena cuarentena (otro madurito...).
Me sonrojo.
—Lo haré con mucho gusto, señor Flanagan. ¿Qué tiene pensado para el nuevo edificio?—pregunto ansiosa.
—Por favor, llámame Rory. Está casi terminado—comenta, y amplía su sonrisa—Hemos pensado en un estilo escandinavo tradicional. Estamos volviendo a nuestras raíces—su dulce acento irlandés resulta muy sexy.
Vale, eso me asusta un poco.
¿Se refiere a que voy a tener que comprar todo en Ikea?
¿No sería mejor que contratase a un escandinavo para esto?
—Suena interesante—respondo.
Me vuelvo para dejar la copa sobre la encimera y veo a Santana al otro lado de la habitación, con Holly. Madre mía. Está devorándome con la mirada, y Holly está justo a su lado. Me doy de nuevo la vuelta hacia mis acompañantes, probablemente con el pánico reflejado en el rostro sonrojado.
—Eso creo—coincide Rory—He estado discutiendo el precio con Will—señala a mi jefe con la copa de champán—Podemos empezar a redactar una lista de especificaciones, y así podrás comenzar a esbozar algunos diseños.
—Lo estoy deseando.
Me vuelvo de nuevo. Todavía siento la mirada de Santana clavada en mi espalda.
—No te decepcionará, Rory—gorjea Will.
Él sonríe.
—Lo sé. Eres una joven con un gran talento, Brittany. Tienes una visión realmente impecable. Ahora, si me disculpan...—siento que me pongo todavía más colorada cuando nos estrecha la mano a Will y a mí—Estaremos en contacto—dice, y sostiene mi mano un poco más de lo necesario.
Después la suelta, se aleja y saluda a un hombre árabe. Sigo cobijada bajo el brazo de Will cuando Mercedes se acerca a nosotros y se apoya contra la encimera refunfuñando.
—Los pies me están matando—exclama.
Will y yo bajamos la mirada hacia sus zapatos de plataforma de quince centímetros con estampado de leopardo y ribetes de color rojo sangre. Son ridículos. Will me mira y sacude la cabeza antes de soltarme y anunciar que se marcha.
—Emma estará esperándome abajo. Ya tengo todas las fotos—sacude la cámara ante mis ojos—Nos vemos el lunes por la mañana—sos da un beso a cada una—Han hecho un trabajo fantástico esta noche. Enhorabuena—y saca su corpachón de la cocina con un ligero tambaleo.
¿Un trabajo fantástico?, pienso avergonzada.
—Ah, ¡casi se me olvida! exclama Mercedes. Dejo de mirar el cuerpo oscilante de Will y me centro en ella—Rachel me ha dicho que no iba a estar toda la noche esperando a que aparecieras, y algo sobre comer helado—se encoge de hombros—Que espera que te lo hayas pasado bien y que te verá en casa.
¿Qué me lo haya pasado bien?
¡Menuda zorra sarcástica!
—Gracias, Mercedes. Oye, creo que ya hemos terminado aquí—cojo una copa de champán más cuando el camarero pasa a nuestro lado. Ya no puedo conducir, así que de perdidos al río. Y, joder, la necesito—Me voy a casa. Tú vete cuando quieras. Nos vemos el lunes—le doy un beso.
—Yo me quedaré un poco más con Kurt. Quiere ir al Route Sixty a bailar un rato—dice mientras menea el trasero.
—Prepárate para acostarte a las tantas—le advierto.
Una vez que Kurt sale a la pista de baile, es imposible sacarlo de ahí.
—¡No! Le he dicho que no puedo quedarme mucho rato. Tengo muchas cosas que hacer mañana. Y a duras penas puedo caminar con estos estúpidos zapatos.
—Buena suerte. Despídete de Kurt de mi parte.
—Lo haré cuando lo encuentre.
Se aleja cojeando con sus exagerados tacones y me deja en la cocina, apurando mi última copa de champán. Echo un vistazo a mi alrededor, pero no veo ni a Santana ni a Holly. Me siento aliviada. No creo que pudiera mirar a esa mujer a la cara. Tengo que irme a casa y fustigarme por ser tan débil y tan fácil.
Me acerco al ascensor del ático e introduzco el código. Lo cambiarán mañana para que sólo lo sepa el propietario. Yo dejo escapar una carcajada repentina. Santana López es la propietaria.
Ha sido un día muy largo. Y ahora que estoy sola noto que el esperado sentimiento de culpa comienza a apoderarse de mí.
¿Cómo he podido ser tan estúpida?
—¿Ya te marchas?
Se me tensan los hombros y me estremezco al oír la fría y desagradable voz de Holly. Intento recobrar la compostura y me vuelvo para mirarla.
—Ha sido un día muy largo y estoy cansada—contesto, y al instante me avergüenzo por el doble sentido de mi comentario.
Si ella supiera lo «largo» que ha sido el día...
Da un sorbo de prosecco sin dejar de mirarme con recelo.
—Eres una caja de sorpresas—ronronea.
Parece decirlo con sinceridad.
¿Es un cumplido?
No, por favor, no seas amable conmigo.
¿Acabo de follarme a su novia en su cuarto de baño nuevo y ahora es amable conmigo?
¿O es que el aseo también es suyo?
¡Joder!
Quiero que me trague la tierra y morirme. Soy un ser despreciable. No sé qué decir.
—Gracias—respondo, y me vuelvo hacia el ascensor al oír que se abre.
Tengo que largarme de este lugar.
—No era un cumplido—dice con rotundidad.
—Ya me lo imaginaba—contesto sin mirarla.
Está claro que me había equivocado.
—Sabes que Santana ha comprado este ático, ¿verdad?
Quiero preguntarle si ella también va a vivir aquí, pero, obviamente, no lo hago.
—Sí, me lo ha comentado—respondo como si tal cosa mientras entro en el ascensor e introduzco el código—Me alegro de verte.
Sonrío. No sé por qué he dicho eso. No me alegro nada. Esta tía sigue sin gustarme en absoluto y ella ha dejado más claro que el agua que el sentimiento es mutuo. Y no la culpo.
Las puertas se cierran y yo me dejo caer contra los espejos de las paredes.
¡Mierda!
Observo aquel inmenso cuarto tan familiar y me detengo en la enorme bañera de mármol de color crema que domina el centro de la habitación. Sonrío al recordar el quebradero de cabeza que supuso organizar que una grúa la subiese hasta aquí a través de las ventanas. Fue una pesadilla, pero ha quedado espectacular. La ducha doble de mampara abierta que hay en la pared del otro extremo está cubierta de arriba abajo de cristal laminado y baldosas de travertino de color beige, y el mueble sobre el que me encuentro es de mármol italiano de color crema, con dos pilas integradas y grandes grifos en cascada. Un espejo de marco grueso y dorado minuciosamente tallado ocupa todo lo ancho del mueble, y junto a la ventana hay un diván.
Es lujo en estado puro.
El ruido del pestillo al cerrarse interrumpe mi admiración hacia mi trabajo y atrae mi mirada hacia la puerta, donde Santana se ha quedado inmóvil, observándome. Mientras se acerca a mí, empieza a desabrocharse y bajarse el vestido.
¡No lleva sujetador!
Contemplo cómo se aproxima, con la boca relajada y los ojos entornados. Al pensar en lo que está a punto de suceder, el estómago me arde y mis muslos se tensan.
Esta mujer es totalmente imponente.
Cuando el vestido le queda en la cintura. No puedo resistirme a recorrer con uno de mis dedos entre sus firmes y bronceados pechos. Ella mira hacia abajo y me sigue el juego. Coloca las manos a ambos lados de mi cadera y se abre paso entre mis muslos. Cuando me mira, las comisuras de sus labios esbozan una sonrisa y le brillan los ojos. Las pequeñas arrugas que se forman en su rostro suavizan la usual intensidad de su mirada.
—Ya no puedes huir, Britt—bromea.
—No deseo hacerlo.
—Bien—contesta atrayendo mi mirada hacia sus hermosos labios.
Mi dedo asciende por su pecho derecho y su garganta hasta descansar sobre su grueso labio inferior. Ella abre la boca y me lo muerde de manera juguetona. Sonrío y continúo subiéndolo hasta acariciarle el cabello.
—Me gusta este vestido.
Recorre la parte delantera de mi cuerpo con la mirada y se detiene en la tela arrugada a la altura de mi cintura.
—Gracias, y a mí el tuyo.
—Gracias, aunque el tuyo es un poco restrictivo—dice mientras tira de un trozo de tela.
—Lo es—coincido.
La anticipación me está matando.
¡Arráncamelo!
—¿Te lo quitamos?
Arquea una ceja y sus labios empiezan a curvarse.
Sonrío.
—Si quieres.
—¿O te lo dejamos puesto?—esboza una amplia sonrisa al tiempo que levanta las manos. Me derrito sobre el mármol del lavabo. Desliza las manos por mi espalda—Aunque, bien pensado, yo ya sé qué se esconde bajo este bonito vestido—levanta las manos, agarra la cremallera y, mientras empieza a bajarla lentamente, me susurra al oído—Y es mucho mejor que cualquier prenda—respiro con desesperada dificultad—Creo que será mejor que nos deshagamos de él—concluye.
Me levanta del mueble, me deja en el suelo, me quita el vestido y lo deja caer también. Lo aparta a un lado con el pie sin quitarme los ojos de encima.
Frunzo el ceño.
—Me gusta ese vestido.
No podría importarme menos. Por mí como si lo hace pedazos para limpiar las ventanas con él.
—Te compraré uno nuevo.
Se encoge de hombros y vuelve a subirme al lavabo y a colocarse entre mis muslos. Presiona su cuerpo contra el mío y me agarra del trasero para atraerme hacia ella, hasta que estamos bien pegadas. Balancea la cadera sin dejar de mirarme. Las palpitaciones de mi sexo rozan lo doloroso y creo que voy a perder la cabeza si continúa haciendo sólo eso. Quiero pedirle que acelere. Me está costando controlarme. Me pasa las manos por detrás y me desabrocha el sujetador. Desliza los tirantes por mis brazos y lo lanza por detrás de ella. Me inclino hacia atrás y me apoyo sobre las manos, dejando los pechos expuestos frente a ella. Mirándome a los ojos, levanta una mano y coloca la palma justo debajo de mi garganta.
—Siento los fuertes latidos de tu corazón—afirma en voz baja—Te pongo muy nerviosa—no voy a negar esa afirmación. Es verdad, y ya ni me molesto en tratar de resistirme. Desliza la palma entre mis pechos hasta llegar a mi estómago mientras me observa, ardiente y delicioso—Eres demasiado hermosa—dice con rotundidad—Creo que voy a quedarme contigo.
Arqueo la espalda y le acerco más mi pecho. Ella sonríe y baja la boca para chuparme un pezón con fuerza. Cuando sube una mano para masajearme el otro pecho, emito un gemido y echo la cabeza atrás contra el espejo.
Por Dios bendito.
Esta mujer es un genio.
Su cadera choca con la mía obligándome a trazar círculos con la cadera para calmar la palpitación con un prolongado suspiro de placer. No sé qué hacer. Quiero saborear todo ese placer, porque es maravilloso, pero la necesidad de poseerla se apodera de mí, la presión de mi entrepierna está a punto de estallar. Como si me estuviera leyendo la mente, desliza la mano entre mis muslos hasta dar con el borde de mis bragas. Uno de sus dedos traspasa la barrera y acaricia ligeramente la punta de mi clítoris.
—¡Joder!—grito al tiempo que me incorporo, la agarro de los hombros y le clavo las uñas en los músculos definidos.
—Esa boca.
Me reprende antes de pegar sus labios contra los míos y masajear mi clítoris. Mis músculos se contraen mientras ella me sigue masajeando. Creo que voy a morir, literalmente, de placer. Siento la rápida evolución de un orgasmo inminente y sé que va a hacerme estallar. Me agarro a sus hombros como si no hubiera mañana y gimo en su boca mientras ella continúa con su asalto.
Aquí viene.
—Córrete.
Me ordena mientras aplica más presión sobre mi clítoris. Me deshago en una explosión de estrellas. Le libero la boca y dejo caer la cabeza hacia atrás en un absoluto frenesí. Lanzo un grito. Ella me agarra la cabeza y me la inclina hacia adelante para placarme la boca y atrapar mis últimos gritos.
Estoy completamente extasiada, jadeando, temblando y sin fuerzas. Me desintegro entre sus manos, totalmente desinhibida y sin sentir ninguna vergüenza por lo que consigue hacer conmigo.
Estoy loca de placer.
Su beso se relaja y su presión disminuye; me devuelve poco a poco a la realidad mientras posa tiernos besos por toda mi cara caliente y mojada. Ha estado demasiado bien.
Demasiado bien.
Noto que me aparta un mechón de pelo de la cara y abro los ojos. Al hacerlo me encuentro con una mirada oscura y satisfecha. Me planta un beso en los labios. Yo suspiro. Noto como si toda una vida de presión acumulada se hubiera extinguido, así, sin más. Me siento relajada y saciada.
—¿Mejor?—pregunta.
—Hummm...—murmuro.
No tengo fuerzas para hablar. Arrastra los dedos por mi labio inferior y se inclina sobre mí. Me observa de cerca y me pasa la lengua por la boca, lamiendo los restos de mi orgasmo. Sus ojos penetran en mi interior mientras nos miramos en silencio. Mis manos le agarran la cara como por instinto. Esta mujer es bella, intensa y apasionada. Y podría romperme el corazón.
Ella sonríe levemente y se vuelve para besarme la palma de la mano antes de volver a fijar la vista en mí.
Santo cielo, estoy perdida.
Alguien sacude el pomo de la puerta del baño desde fuera y nos arranca cruelmente a ambas de la intensidad del momento. Lanzo un grito ahogado. Santana me tapa la boca con la mano y me mira con expresión divertida.
¿Le parece gracioso?
—No oigo nada—dice una voz al otro lado, seguida de otro intento de abrir la puerta.
El terror hace que mis ojos estén a punto de salirse de sus órbitas. Santana retira la mano y la sustituye por sus labios.
—Chis—me exhorta contra la boca.
—Joder, me siento sucia—me lamento apartándome de sus labios y dejando caer la cabeza sobre su hombro.
Es imposible que salga de aquí sin ponerme roja como un tomate.
¿Cómo voy a evitar que la culpabilidad se refleje en mi rostro?
—No eres sucia. No digas tonterías o me veré obligada a darte unos azotes en ese precioso trasero que has pasado por todo mi baño.
Levanto la cabeza de su hombro y la miro confundida.
—¿Tu baño?
—Sí, es mi baño—sonríe con sorna—Me gustaría que ese montón de extraños dejaran de pasearse por mi casa—murmura.
—¿Vives aquí?—digo perpleja.
No puede ser.
Nadie vive aquí.
—Bueno, lo haré a partir de mañana. Oye, ¿toda esta mierda italiana vale de verdad el precio tan caro que le han puesto a este departamento?
Me mira con expectación.
¿En serio quiere que le conteste a eso?
—¿Mierda italiana?—escupo sintiéndome totalmente insultada.
Ella se echa a reír y a mí me dan ganas de abofetearla.
¿Mierda italiana?
Esta tía es una estúpida ignorante.
¿Mierda italiana?
—No deberías haberte comprado el piso si no te gusta la mierda que contiene—le espeto airada.
—Puedo deshacerme de la mierda—bromea.
Mis cejas adoptan una expresión de incredulidad ante lo que acabo de escuchar. Me he pasado meses deslomándome para conseguir toda esta «mierda italiana» ¿y ahora esta estúpida desagradecida pretende librarse de ella? Jamás me había sentido tan insultada, ni tan cabreada. Intento liberar las manos, atrapadas debajo de las suyas, pero no me deja. Le lanzo una mirada asesina. Ella sonríe.
—Relájate, mujer. No me desharía de nada de lo que hay en este departamento—dice, y me besa con fuerza—Y tú estás en él.
Vuelve a apoderarse de mi boca con ansia, posesivamente. No voy a darle demasiadas vueltas a ese comentario. Mi libido acaba de reactivarse y no voy a intentar apaciguarla. La ataco con la misma fuerza. Le meto la lengua en la boca y empiezo a jugar con la suya.
Santana me suelta las manos y éstas se apresuran de manera impulsiva hacia esos hombros firmes que tanto me gustan. Me rodea la cintura, libera mis labios, me levanta del mármol y me sostiene sobre ella mientras con la otra mano busca mis bragas y las arrastra de un tirón por mis piernas. Vuelve a colocarme sobre el mueble, me quita los zapatos y los deja caer sobre las baldosas del suelo con un sonoro estrépito. Me uno a ella en la fiesta de la piel desnuda, estiro la mano y le bajo el vestido, y la dejo solo con las bragas.
Es la viva imagen de la perfección.
Quiero lamer cada centímetro de su cuerpo. Bajo la vista y me quedo algo impactada al ver una cicatriz bastante fea que tiene en el estómago y que se extiende hasta su cadera izquierda. No la había visto antes. La luz en La Mansión era tenue, pero es una marca muy grande. Ya apenas se nota, pero es enorme.
¿Cómo se la hizo?
Decido no preguntar. Podría ser un asunto delicado, y no quiero que nada estropee este momento. Podría quedarme aquí sentada mirándola embobada eternamente. Incluso con esa cicatriz tan siniestra, sigue siendo hermosa.
Hago una pelota con el vestido y lo tiro sobre mi vestido. Ella me mira con una ceja enarcada.
—Ya te compraré uno nuevo—digo encogiéndome de hombros.
Ella sonríe con picardía, se inclina hacia adelante, se apoya en el mueble y me besa los labios con mucha ternura.
Con los ojos fijos en los suyos, empiezo a bajarle las bragas y mis nudillos rozan su sexo provocándole una sacudida. Cierra los ojos con fuerza. Deslizo la mano por dentro de sus bragas, se estremece y levanta la mirada hacia el techo. Los músculos de su pecho se contraen y se relajan y no puedo evitar inclinarme hacia adelante y pasarle la lengua por el centro del esternón y por sus pechos.
—Brittany, deberías saber que una vez que te posea, serás mía.
Estoy demasiado embriagada por la lujuria como para darle importancia a ese comentario.
—Hummm...—murmuro contra su piel mientras dibujo círculos con la lengua alrededor de sus pezones y saco la mano de sus bragas.
Agarro el elástico y las hago descender por su perfecta cadera. Su sexo se libera como un resorte.
¡Madre mía, está muy húmeda!
Está completamente depilada.
La exclamación involuntaria que escapa de mi boca delata mi sorpresa. Fijo mis ojos en los suyos y descubro un atisbo de sonrisa formándose en sus labios. Eso demuestra, para mi vergüenza, que mi reacción no le ha pasado inadvertida. Retrocede, se quita los zapatos y los tira junta con las bragas.
Mi atención se centra en sus pechos y su vagina, y empiezo a babear ante la imponente magnificencia que se yergue ante mí en todo su esplendor.
No puedo evitarlo.
Haciendo acopio de lo que me queda de confianza, me inclino lentamente hacia adelante y empiezo a acariciarle su sexo mientras observa cómo la explora mi mano. Cuando le toco el clítoris, vacilante, veo que el contacto hace que se estremezca.
—Joder, Britt.
Resuella, y entonces me toma los labios y la boca con vehemencia mientras yo empiezo a acariciar su sexo a un ritmo lento y constante, aumentando la velocidad cuando siento que su boca se aprieta cada vez más contra la mía. Su mano se oculta entre mis piernas y, con un leve roce de su pulgar sobre mi clítoris, me veo catapultada de nuevo al séptimo cielo de Santana. Dejo escapar un gemido en su boca. Ella me muerde el labio.
—¿Estás lista?—me pregunta con urgencia.
Me limito a asentir, porque mi capacidad de hablar me ha abandonado. Despega la mano de entre mis muslos y me aparta de su palpitante excitación. Con un movimiento estudiado, me coloca una mano en el trasero, junta su sexo con el mío y penetra con dos dedos.
¡AU!
¡Joddder!
¡Son muy largos!
—¿Estás bien?—jadea.
—Un segundo. Necesito un segundo.
La rodeo con las piernas mientras grito de placer. Me muevo un poco y me apoyo contra la pared. El frío de las baldosas no me molesta lo más mínimo mientras intento adaptarme a Santana. Ella apoya su frente en la mía. Deslizo las manos por su espalda empapada de sudor mientras ella permanece quieto unos instantes para darme tiempo a acostumbrarme a la intrusión. Jadea y se retira de mi cuerpo muy despacio para volver a entrar a un ritmo pausado y constante. Esta vez se adentra más en mí y hace que la cabeza me dé vueltas.
Cuando noto que lo tengo controlado, empiezo a besarla lentamente, arqueo la espalda y alzo los pechos contra los suyos. Entonces empujo hacia adelante, haciendo más profunda la conexión.
—Brittany, dime que estás lista—susurra sin aliento.
—Estoy lista.
Jamás había estado tan preparada para algo en mi vida. Tras mi respuesta, ingresar otro dedo más y comienza a salir y a entrar en mí con más fuerza. Yo suspiro y muevo las caderas hacia adelante para aceptarlo mientras ella gruñe de agradecimiento y repite sus rápidas embestidas una, y otra, y otra vez.
—Ahora eres mía, Brittany—suspira mientras se hunde deliciosamente en mí. Yo inclino la cabeza hacia adelante para apoyarla contra la suya—Toda mía.
Con un movimiento rápido, se retira y entra otra vez. Yo grito. Estoy disfrutando de cada segundo. Subo mis manos y le masajeo los pechos. Ella jadea y aumenta las embestidas, aúllo de placer cuando reclama mis labios y me mete la lengua en la boca con avidez mientras nuestros cuerpos, empapados de sudor, colisionan y resbalan. Estoy a punto de estallar en mil pedazos.
¡Joder!
¡Nunca me corro con la penetración!
—¿Vas a correrte?—jadea en mi boca.
—¡Sí!—exclamo, y le clavo los dientes en el labio inferior.
Ella se queja. Sé que le he hecho daño, pero estoy fuera de control.
—Espérame—me ordena.
Saca sus dedos y juntar más nuestros sexos, embistiéndome con más fuerza. Grito y me agarro a ella desesperadamente en un intento de retrasar el orgasmo, pero no funciona.
¿Cuánto le falta?
No puedo más.
Después de tres ataques más, grita:
—¡Ahora!
Y yo estallo ante su orden, echo la cabeza hacia atrás y grito su nombre mientras siento que su líquido caliente se derrama por mis piernas. Ella me agarra hasta que nuestros cuerpos quedan totalmente pegados y hunde el rostro en mi garganta.
—¡Jodddderrrrr!—gruñe contra mi cuello.
El largo gemido de satisfacción que escapa de mis labios expresa a la perfección cómo me siento ahora mismo. Estoy totalmente satisfecha. Ella ralentiza las arremetidas para que ambas comencemos a descender de nuestras maravillosas nubes y yo lo retengo con fuerza. Mis músculos internos se contraen mientras ella traza círculos suaves con la cadera.
—Mírame—me ordena suavemente. Inclino la cabeza para mirarla y suspiro de felicidad mientras ella analiza mis ojos. Vuelve a mover la cadera y me planta un beso en la punta de la nariz—Preciosa—se limita a decir.
Mientras me coge de la nuca y me acerca hacia ella para que mi mejilla descanse sobre su hombro. Me quedaría así para siempre. Mi espalda se separa de la fría pared y Santana me traslada hasta el lavabo, y me coloca sobre el mármol. Me agarra la cara entre las palmas de las manos y se inclina para besarme. Sus labios permanecen pegados a los míos en una muestra de afecto absoluto.
—¿Te he hecho daño?—pregunta con la frente arrugada de preocupación.
Yo me deshago al instante. Quiero asfixiarla entre los brazos, en serio. La abrazo con todo mi cuerpo, y me aferro a ella como si mi vida dependiera de ello. Ella entierra la cara en mi cuello y me acaricia la espalda. Es la sensación más relajante que he experimentado jamás. Ni siquiera tengo energía para sentirme culpable.
¿Holly?
¿Qué Holly?
Nos quedamos entrelazadas, convertidas en un amasijo de brazos y piernas, con la respiración agitada y abrazándonos durante un buen rato. Quiero quedarme así para siempre. Podríamos hacerlo, al fin y al cabo el cuarto de baño es suyo. No puedo creerme que sea la propietaria del ático. Un rato demasiado corto después, se incorpora y me acaricia la cara con los nudillos.
—Quiero que sepas que me realizo exámenes todos los meses—dice con cara de estar arrepentido de verdad—Lo siento, me he dejado llevar. Tú te practicas exámenes, ¿verdad?
—Sí, todos los meses también tengo que protegerme de las ETS, y si tuviera alguna, avisaría.
Soy una inconsciente. Esta mujer es una diosa que sabe lo que se hace. A saber con cuántas mujeres se ha acostado.
Ella me sonríe.
—Brittany, yo estoy limpia—se inclina hacia adelante y me besa la frente—Pero dejaría de practicármelos estando contigo.
¿Eh?
—¿Por qué?
Se aparta un poco y se mordisquea el labio inferior.
—Porque cuando estoy contigo pierdo la razón.
Se pone las bragas y estira el brazo por encima de mí para coger una toalla de la estantería. Me dispongo a reprenderla, pero entonces recuerdo que es su casa. Todo lo que hay aquí es suyo, menos yo. Bueno, según ella, yo también, pero eso no son más que cosas que se dicen cuando estás a punto de correrte. A veces la pasión nos hace decir tonterías.
¿Pierde la razón?
Bueno ya somos dos.
Abre el grifo, pasa la toalla por debajo y vuelve a colocarse delante de mí. Siento pudor aquí sentada, completamente desnuda. No estamos en las mismas condiciones, ella por lo menos tiene las bragas puestas. Cierro las piernas para ocultarme un poco, incómoda de repente por la ausencia de ropa. Pero ella me mira y en su atractivo rostro se forma una expresión de perplejidad. Hace un mohín, me agarra de las piernas y me las separa ligeramente.
—Mejor—murmura.
Me levanta los brazos del regazo y se los coloca sobre los hombros. Después, con la toalla, empieza a limpiarme entre los muslos. Frota con suavidad, arriba y abajo, para eliminar sus restos de mi cuerpo. Es un acto tierno y tremendamente íntimo. Yo observo su rostro embelesada y advierto la pequeña arruga de concentración que se ha formado en su frente mientras se concentra en asearme. Me mira con esos ojos oscuros y brillantes y me dice:
—Quiero meterte en esa ducha y venerar cada centímetro de tu cuerpo, pero con esto tendrá que bastar. Al menos por ahora—se inclina para besarme y se queda brevemente pegada a mi boca. Creo que no me cansaría jamás de estos besos sencillos y afectuosos. Sus labios son carnosos y suaves, y su aroma divino—Venga, señorita. Vamos a vestirte.
Me levanta del mueble, me ayuda a ponerme la ropa interior y el vestido y me sube la cremallera. Entonces me posa los labios sobre el cuello y su boca suave y cálida hace que se me erice el vello y se me estremezca todo el cuerpo. No lo he eliminado de mi organismo.
Al contrario.
Malas noticias.
Se baja las bragas otra vez y se asea ella ahora, mientras yo recojo su vestido azul marino del suelo y la sacudo antes de pasársela.
—No había ninguna necesidad de arrugarlo, ¿sabes?—me sonríe mientras se la pone, y se sube la cremallera.
—No...—susurro con los ojos abiertos como platos y fingiendo inocencia.
—Mmm—enarca una ceja y me provoca un escalofrío y ella sonríe con malicia—Bueno, ¿lista para lo que tenga que pasar, señorita?—me ofrece la mano y la acepto sin vacilar. Esta mujer es un imán—Yo diría que has gritado bastante, ¿no?
Lao miro con indignación mientras ella me dedica su mejor sonrisa. Sacudo la cabeza y me miro en el espejo. Estoy ruborizada. Tengo los labios hinchados y rojos y el pelo aún recogido, aunque con algunos mechones sueltos y despeinados. Llevo el vestido arrugado. Necesito cinco minutos para arreglarme.
—Estás perfecta—me asegura como si sintiese el pánico que se está apoderando de mí.
¿Perfecta?
No es ésa precisamente la palabra que yo usaría.
¡Estoy jodida!
Literalmente.
Me arrastra hasta la puerta, quita el pestillo y sale sin ningún miedo. Yo soy más cautelosa.
¿Y si los invitados están todavía rondando por aquí?
Cuando llegamos a la escalera curvada, de repente me doy cuenta de que sigo cogida de su mano. Intento soltarme, pero ella me sujeta con fuerza hasta hacerme esbozar una mueca de dolor.
¡Mierda!
Tiene que soltarme. Mi jefe y mis colegas están aquí. No puedo pasearme por ahí cogida de la mano de esta mujer desconocida. Bueno, ya no es tan desconocida para mí, pero ésa no es la cuestión. Intento liberar la mano de nuevo, pero ella se niega a soltarla.
—Santana, suéltame la mano.
—No—responde tajantemente y sin siquiera mirarme a la cara.
Yo me detengo abruptamente a mitad de la escalera y echo un vistazo a la habitación inferior. Por suerte, nadie está mirándonos, pero no tardarán en vernos. Santana se vuelve y me observa desde unos escalones más abajo.
—Santana, no puedes esperar que desfile por aquí cogida de tu mano. No es justo. Suéltame, por favor.
Ella contempla nuestras manos unidas, suspendidas entre nuestros cuerpos.
—No voy a soltarte—murmura con hosquedad—Si lo hago, puede que olvides cómo te hace sentir. Puede que cambies de parecer.
Es absolutamente imposible que olvide lo que sentimos al estar piel contra piel, pero ésa no es la parte de la frase que me preocupa.
—¿Que cambie de parecer respecto a qué?—pregunto totalmente desconcertada.
—A mí—contesta.
¿A ella?
Todavía no he tomado ninguna decisión, así que no hay nada que cambiar. Tengo que centrarme en convencerlo de que me suelte la mano antes de que alguien nos vea. Voy a archivar ese comentario, como he hecho con las demás cosas raras que ha dicho arriba.
¡Me cago en la leche!
Casi me caigo por la escalera cuando veo a Holly cruzar la terraza. La realidad acaba de golpearme como un ariete. Seguro que al verla deja de comportarse de esta manera tan irracional. Su novia va a entrar en el departamento. No es momento para tonterías. La miro con el ceño fruncido y empleo la fuerza bruta para arrancar mi mano de su garra. Casi me disloco el hombro en el proceso, pero funciona. Santana me mira enfadada, pero no me quedo ahí para verla.
Me apresuro a descender la escalera hacia la enorme amplitud del ático. Con tan sólo vernos juntas, Holly ya sospecharía. Esa mujer ha dejado claro que no le caigo muy bien. Y no la culpo. Me veía como una amenaza y, finalmente, sus temores se han cumplido. Llego al final de la escalera y veo que Kurt viene corriendo hacia mí entre la multitud moviendo los brazos frenéticamente.
—¡Por fin te encuentro! ¿Dónde estabas? Will te ha estado buscando por todas partes.
Me agarra de los hombros y me inspecciona de arriba abajo. Como siempre, es la reina del drama. Al ver mi aspecto desaliñado, me mira con recelo. Noto que el calor de mis mejillas aumenta.
—Le estaba enseñando la casa a la señora López—contesto, con poca convicción, mientras hago un gesto con la mano por encima del hombro en dirección a Santana.
Sé que está cerca, detrás de mí. Aún la oigo mascullar. Y también la huelo. Aunque, bueno, también podría deberse a que tengo su olor impregnado por todo el cuerpo. Me siento como si me hubiera marcado... o incluso reclamado.
Con las manos todavía sobre mis hombros, Kurt mira a mis espaldas. Ahoga un grito y me acerca a él de un tirón para preguntarme al oído mientras me olfatea:
—Nena, ¿quién es esa diosa del Olimpo que me está gruñendo? Por ella he vuelvo hetero.
Yo me zafo de sus manos, me vuelvo y veo que Santana está fulminando a Kurt con la mirada. Pongo los ojos en blanco ante su patético comportamiento. Kurt es el tío más gay de Londres. No puede sentirse amenazada por él.
¡No debería sentirse amenazada por nadie!
—Kurt, te presento a la señora López. Señora López, éste es Kurt. Es un colega. Y es gay—añado con un tono algo sarcástico.
Sé que a Kurt no va a importarle. Al fin y al cabo, no he dicho nada que no resulte evidente. Miro a mi compañero, que esboza una amplia sonrisa, y después a Santana, que ha dejado de gruñir pero continúa igual de enfadado. Kurt da un saltito, la agarra de los hombros y le da un beso en el aire. Yo reprimo una carcajada al ver que a Santana se le salen los ojos de las órbitas.
—Es un auténtico placer—canturrea Kurt mientras le toca los bíceps—Oye, ¿haces pesas?
Se me escapa una risotada y tomo la inmadura decisión de dejar que Santana se las arregle sola con el descarado flirteo de Kurt. Veo que me mira mientras me doy media vuelta para marcharme y que me lanza puñales con los ojos.
Me da igual.
Está actuando de una manera totalmente irracional. Will se encuentra en la cocina, charlando con el promotor. Me hace un gesto para que me acerque y me pasa una copa de prosecco. Me parece que el coche va a quedarse a dormir aquí.
—Aquí está—anuncia Will mientras me pasa un brazo sobre los hombros y me abraza contra su cuerpo—Esta chica ha transformado mi empresa. Estoy muy orgulloso de ti, flor. ¿Dónde estabas?—pregunta.
Le brillan los ojos y tiene las mejillas rojas, un claro síntoma de que ha bebido demasiado.
—Haciendo de guía turística por el departamento—miento, y sonrío dulcemente mientras me aprieto contra él.
—No he parado de hablar de ti. Deben de dolerte los oídos—dice Will. «¡No, no precisamente los oídos!»—Estaba comentándole al señor Flanagan que estarás encantada de trabajar en su nuevo proyecto.
¿Flanagan?
Ah, el otro socio. Aún no lo conozco.
—Mi socio insiste en ello—asegura Flanagan con una amplia sonrisa.
Es muy elegante, alto, rcastallo, y luce un traje hecho a medida y zapatos de vestir. Es bastante atractivo... a pesar de estar en plena cuarentena (otro madurito...).
Me sonrojo.
—Lo haré con mucho gusto, señor Flanagan. ¿Qué tiene pensado para el nuevo edificio?—pregunto ansiosa.
—Por favor, llámame Rory. Está casi terminado—comenta, y amplía su sonrisa—Hemos pensado en un estilo escandinavo tradicional. Estamos volviendo a nuestras raíces—su dulce acento irlandés resulta muy sexy.
Vale, eso me asusta un poco.
¿Se refiere a que voy a tener que comprar todo en Ikea?
¿No sería mejor que contratase a un escandinavo para esto?
—Suena interesante—respondo.
Me vuelvo para dejar la copa sobre la encimera y veo a Santana al otro lado de la habitación, con Holly. Madre mía. Está devorándome con la mirada, y Holly está justo a su lado. Me doy de nuevo la vuelta hacia mis acompañantes, probablemente con el pánico reflejado en el rostro sonrojado.
—Eso creo—coincide Rory—He estado discutiendo el precio con Will—señala a mi jefe con la copa de champán—Podemos empezar a redactar una lista de especificaciones, y así podrás comenzar a esbozar algunos diseños.
—Lo estoy deseando.
Me vuelvo de nuevo. Todavía siento la mirada de Santana clavada en mi espalda.
—No te decepcionará, Rory—gorjea Will.
Él sonríe.
—Lo sé. Eres una joven con un gran talento, Brittany. Tienes una visión realmente impecable. Ahora, si me disculpan...—siento que me pongo todavía más colorada cuando nos estrecha la mano a Will y a mí—Estaremos en contacto—dice, y sostiene mi mano un poco más de lo necesario.
Después la suelta, se aleja y saluda a un hombre árabe. Sigo cobijada bajo el brazo de Will cuando Mercedes se acerca a nosotros y se apoya contra la encimera refunfuñando.
—Los pies me están matando—exclama.
Will y yo bajamos la mirada hacia sus zapatos de plataforma de quince centímetros con estampado de leopardo y ribetes de color rojo sangre. Son ridículos. Will me mira y sacude la cabeza antes de soltarme y anunciar que se marcha.
—Emma estará esperándome abajo. Ya tengo todas las fotos—sacude la cámara ante mis ojos—Nos vemos el lunes por la mañana—sos da un beso a cada una—Han hecho un trabajo fantástico esta noche. Enhorabuena—y saca su corpachón de la cocina con un ligero tambaleo.
¿Un trabajo fantástico?, pienso avergonzada.
—Ah, ¡casi se me olvida! exclama Mercedes. Dejo de mirar el cuerpo oscilante de Will y me centro en ella—Rachel me ha dicho que no iba a estar toda la noche esperando a que aparecieras, y algo sobre comer helado—se encoge de hombros—Que espera que te lo hayas pasado bien y que te verá en casa.
¿Qué me lo haya pasado bien?
¡Menuda zorra sarcástica!
—Gracias, Mercedes. Oye, creo que ya hemos terminado aquí—cojo una copa de champán más cuando el camarero pasa a nuestro lado. Ya no puedo conducir, así que de perdidos al río. Y, joder, la necesito—Me voy a casa. Tú vete cuando quieras. Nos vemos el lunes—le doy un beso.
—Yo me quedaré un poco más con Kurt. Quiere ir al Route Sixty a bailar un rato—dice mientras menea el trasero.
—Prepárate para acostarte a las tantas—le advierto.
Una vez que Kurt sale a la pista de baile, es imposible sacarlo de ahí.
—¡No! Le he dicho que no puedo quedarme mucho rato. Tengo muchas cosas que hacer mañana. Y a duras penas puedo caminar con estos estúpidos zapatos.
—Buena suerte. Despídete de Kurt de mi parte.
—Lo haré cuando lo encuentre.
Se aleja cojeando con sus exagerados tacones y me deja en la cocina, apurando mi última copa de champán. Echo un vistazo a mi alrededor, pero no veo ni a Santana ni a Holly. Me siento aliviada. No creo que pudiera mirar a esa mujer a la cara. Tengo que irme a casa y fustigarme por ser tan débil y tan fácil.
Me acerco al ascensor del ático e introduzco el código. Lo cambiarán mañana para que sólo lo sepa el propietario. Yo dejo escapar una carcajada repentina. Santana López es la propietaria.
Ha sido un día muy largo. Y ahora que estoy sola noto que el esperado sentimiento de culpa comienza a apoderarse de mí.
¿Cómo he podido ser tan estúpida?
—¿Ya te marchas?
Se me tensan los hombros y me estremezco al oír la fría y desagradable voz de Holly. Intento recobrar la compostura y me vuelvo para mirarla.
—Ha sido un día muy largo y estoy cansada—contesto, y al instante me avergüenzo por el doble sentido de mi comentario.
Si ella supiera lo «largo» que ha sido el día...
Da un sorbo de prosecco sin dejar de mirarme con recelo.
—Eres una caja de sorpresas—ronronea.
Parece decirlo con sinceridad.
¿Es un cumplido?
No, por favor, no seas amable conmigo.
¿Acabo de follarme a su novia en su cuarto de baño nuevo y ahora es amable conmigo?
¿O es que el aseo también es suyo?
¡Joder!
Quiero que me trague la tierra y morirme. Soy un ser despreciable. No sé qué decir.
—Gracias—respondo, y me vuelvo hacia el ascensor al oír que se abre.
Tengo que largarme de este lugar.
—No era un cumplido—dice con rotundidad.
—Ya me lo imaginaba—contesto sin mirarla.
Está claro que me había equivocado.
—Sabes que Santana ha comprado este ático, ¿verdad?
Quiero preguntarle si ella también va a vivir aquí, pero, obviamente, no lo hago.
—Sí, me lo ha comentado—respondo como si tal cosa mientras entro en el ascensor e introduzco el código—Me alegro de verte.
Sonrío. No sé por qué he dicho eso. No me alegro nada. Esta tía sigue sin gustarme en absoluto y ella ha dejado más claro que el agua que el sentimiento es mutuo. Y no la culpo.
Las puertas se cierran y yo me dejo caer contra los espejos de las paredes.
¡Mierda!
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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