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FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holaa, soy nueva lectora, bueno mas bien llevo ya un tiempo leyendo tus adaptaciones y la verdad es que me encantan
asi como me encanta esta historia..saludos
asi como me encanta esta historia..saludos
LucyG* - Mensajes : 9
Fecha de inscripción : 04/05/2015
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holly produce en mi instintos asesinos!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
hay joder sdfsdkfhsdkj hasta que por fin lo hizo! sdhjj que mujer mas cabezona es Britt dfkjkfd y Santana que no le queria soltar la mano sdhgjfkdsg nanai:3 sdfjkh Saludos!
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
bueno al fin san pudo estar con britt no la 100% como quería pero algo es algo jajajaja
bueno con holly,.. es el perrito que siempre anda con brupi??? o que que siempre aparece en todos lados!!!!!!!!
nos vemos!!!!!!!!!!!!
bueno al fin san pudo estar con britt no la 100% como quería pero algo es algo jajajaja
bueno con holly,.. es el perrito que siempre anda con brupi??? o que que siempre aparece en todos lados!!!!!!!!
nos vemos!!!!!!!!!!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
LucyG escribió:holaa, soy nueva lectora, bueno mas bien llevo ya un tiempo leyendo tus adaptaciones y la verdad es que me encantan
asi como me encanta esta historia..saludos
Hola, jajjaj bienvenida entonces, gracias por leer, comentar y seguir mis adaptaciones! Aquí te dejo un nuevo cap! Saludos =D
micky morales escribió:holly produce en mi instintos asesinos!
Hola, jajajaajajajajajajaj xD la vrdd esk a mí igual un poco xDjajajaja. Saludos =D
Susii escribió:hay joder sdfsdkfhsdkj hasta que por fin lo hizo! sdhjj que mujer mas cabezona es Britt dfkjkfd y Santana que no le queria soltar la mano sdhgjfkdsg nanai:3 sdfjkh Saludos!
Hola, jajajaaj bn, el que la sigue la consigue no¿? jaajajajajajaja. Jajajajajajajaja XD jajaja. Saludos =D
3:) escribió:holap morra,...
bueno al fin san pudo estar con britt no la 100% como quería pero algo es algo jajajaja
bueno con holly,.. es el perrito que siempre anda con brupi??? o que que siempre aparece en todos lados!!!!!!!!
nos vemos!!!!!!!!!!!!
Hola lu, jajaj obvio , algo es algo... y para san, mas que algo no¿? ajjaajajajajajj. Jajajajajaajaj toda la razón, san es drupi para britt, y el otro lo es para san xD ajajajaj karma¿? jajajaajajajajajajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 10
Capitulo 10
¿Qué ha pasado con mi feliz vida de soltera?
La he jodido pero bien...
Después de recoger mis cosas del vestuario del spa, las lanzo dentro de mi coche y deambulo hasta los muelles. Al llegar, me siento en un banco. Hay mucho bullicio, la gente va y viene, y todos parecen felices y contentos. Las plantas que se ven en las elaboradas farolas han florecido; rebosan de sus macetas y caen en cascada sobre el hierro ornamentado. Las luces del edificio se reflejan y parpadean en el agua, danzan sobre las pequeñas olas. Suspiro y cierro los ojos mientras escucho el sonido del agua que chapotea suavemente alrededor de los botes. Es rítmico y relajante, pero no creo que nada pueda hacer que me sienta mejor en estos momentos. Saco el móvil del bolso para llamar a Rachel. Después de varios tonos, le dejo un mensaje:
—Hola, soy yo—sé que mi voz suena desolada, pero no puedo fingir que estoy alegre si no lo estoy. Suelto un gruñido—Ay, Rach... la he cagado muchísimo. Llegaré a casa en seguida.
Dejo caer la mano sobre el banco y llego a la conclusión de que soy una idiota redomada.
¿En qué estaba pensando?
El móvil vuelve a la vida en mi mano y descuelgo sin mirar la pantalla porque doy por hecho que es Rachel.
—Hola.
—¿Dónde estás?—me preguntan suavemente desde el otro lado del teléfono.
No sé si lo que me hunde en la miseria es que no sea Rachel o que sea Santana. No entiendo nada. Mi vida iba bastante bien, sin compromisos, y ahora esto va a pesar sobre mi conciencia. Creo firmemente en el karma y, si existe de verdad, la llevo clara.
—Estoy en casa—vuelvo a mentir.
Últimamente me sale de manera natural. Me pongo a juguetear con mi pelo, un claro síntoma de mi comportamiento de Pinocho.
—Vale—susurra y cuelga.
Vaya... Ha sido más fácil de lo que esperaba. Después de no haber cedido ante sus órdenes de permanecer cogida de su mano y de haberla abandonado a su suerte entre las garras del gay más gay del planeta, pero que por ella se volvería hetero.
Así que ya ha conseguido lo que quería y eso es todo. No sé muy bien por qué me siento tan abandonada. Era lo que me esperaba, y justo lo que me merezco. Su persistencia ha podido conmigo, pero ahora ya está fuera de mi organismo. Ya puedo volver a centrarme en mí y en mi vida. Y, si tengo suerte, Holly jamás se enterará de esta leve indiscreción.
¿Leve?
De leve nada.
Por lo que a mí respecta, Santana puede continuar con sus seducciones en serie y pasar a la siguiente afortunada. Seguro que Holly la descubre pronto, pero espero que no lo haga ahora. Lo último que necesito es una mujer despechada y con sed de sangre.
Después de permanecer sentada y en silencio durante un rato, me levanto de mala gana y paro un taxi. Hay un tiempo limitado para compadecerse de uno mismo. Necesito dejar esta noche atrás rápidamente. Tengo que olvidarme de ella, erradicarla de mi memoria y transformarla en experiencia.
Esta mujer es nociva.
Lo sé.
Entonces me doy la vuelta, levanto la mirada y veo que Santana está de pie a un par de metros de mí, observándome en silencio.
¿Cómo cojones voy a alcanzar alguno de mis objetivos si me acosa?
¿Dónde está Holly?
Nos miramos a los ojos, todavía en silencio. Su rostro impasible estudia el mío. Y entonces rompo a llorar. No sé por qué, pero me tapo la cara con las manos mientras sollozo. A saber lo que debe de estar pensando. A continuación siento que su cuerpo cálido me envuelve, apoyo la cabeza en el hueco de su cuello e impulsivamente coloco los brazos por debajo de los suyos para acercarme a ella. Permanecemos calladas durante mucho rato. Nos quedamos ahí de pie, sin más, abrazándonos en silencio mientras me masajea la parte posterior de la cabeza con la palma de su enorme mano y me mantiene apretada contra su cuerpo con firmeza. Una pequeña parte de mí se pregunta dónde está Holly, pero no me obsesiono con ello. Me siento protegida y segura, y sólo estoy vagamente alerta al hecho de que debería estar huyendo de estos brazos y no cobijándome en ellos. Debería tratarlos con precaución y no aceptar el consuelo que me están ofreciendo.
¿Por qué no puedo salir corriendo?
—¿Cuánto tiempo llevas ahí?—le pregunto cuando por fin cesan mis sollozos.
—El suficiente—murmura—¿A qué viene eso de que la has cagado muchísimo?—me abraza con más fuerza—Espero que no te estuvieras refiriendo a mí.
—Bueno sí, me refería a ti.
Paso de inventarme una excusa, no tendría sentido hacerlo.
—¿En serio?—suena sorprendida y un poco cabreada, pero momentos después continúa—¿Te vienes a casa conmigo?
Noto que se tensa ligeramente.
¿Acabo de decirle que me refería a ella y quiere llevarme a su casa?
¿Y qué pasa con Holly?
Entonces está claro que no viven juntas.
—No—le contesto.
Lo que he hecho ya es bastante malo.
—Por favor, Britt.
—¿Por qué?—le pregunto.
Necesito saber a qué se debe su fascinación por mí, porque, si paso más tiempo con esta mujer, podría meterme en más líos todavía. No puedo ir por ahí teniendo aventuras sórdidas con mujeres mayores y comprometidas. Aunque, bueno, su edad está todavía por determinar. Hay algo extraño en esta mujer, y rezuma problemas por todos los poros de su piel.
Me aparta de ella para mirarme con su precioso ceño fruncido.
—Porque es lo correcto, porque tienes que estar conmigo.
Lo dice como si fuera la cosa más natural del mundo.
—¿Y con quién tiene que estar Holly?
—¿Holly? ¿Qué tiene que ver Holly con todo esto?
Ahora parece muy confundida.
—Es tu novia—le recuerdo.
Está claro que no tiene ningún tipo de consideración hacia la pobre mujer. Abre los ojos de par en par.
—Por favor, no me digas que has estado pasando de mis llamadas y huyendo de mí porque pensabas que...—me suelta—Pensabas que Holly y yo...—da un paso atrás—¡Para nada, joder!
—¡Bueno sí!—exclamo—¿No es tu novia?
Ahora sí que no entiendo nada. Holly no podría haber dejado más claro cuál era su territorio, sólo le ha faltado mearle alrededor.
Entonces ¿quién coño es?
Si ya me gustaba poco, ahora mismo la detesto. Santana se pasa las manos por el pelo.
—Brittany, ¿qué demonios te ha hecho pensar algo así?
¿Me está tomando el pelo?
—Bueno no sé, déjame pensar...—sonrío dulcemente—Puede que fuera el beso en el pasillo de La Mansión. O que viniera a buscarte a la habitación. O quizá lo fría que se muestra conmigo—tomo aire—O puede que sea el hecho de que está contigo cada vez que te veo—no puedo creérmelo. He estado mortificándome sin razón, y encima por una tía que ni siquiera me cae bien. ¡Menuda pérdida de energía!—¿Quién es?—pregunto completamente encolerizada.
Me coge de las manos y se mueve hasta que sus ojos quedan a la altura de los míos.
—Britt, es una mujer simpática, nada más.
—¿Simpática?—me mofo—¡Esa tía no es simpática!
—Es una amiga—dice para tranquilizarme.
No quiero que me tranquilice, ¡quiero reventarle a Holly esos morros rojos que tiene!
¡La tía sabía perfectamente lo que hacía!
Está claro que no se conforma con ser su amiga. Me acaricia la mejilla con la palma de la mano.
—Y ahora que ya hemos aclarado qué lugar ocupa Holly en mi vida, ¿podemos hablar del tuyo?
¿Qué?
Retrocedo.
—¿Qué quieres decir?
Los comentarios que ha hecho antes regresan a mi mente de repente. Todos los «eres mía», «voy a quedarme contigo» y «cambiarás de opinión». Sonríe con picardía.
—Me refiero a en mi cama, debajo de mí.
Me pega contra su pecho y yo me relajo y me hundo con alivio. Eso suena muy bien. Acabo de añadir a mi lista de deseos tener una aventura tórrida con una mujer mayor, así que puedo tacharla ya. Sin compromisos ni ataduras. Por mí, estupendo. Aunque dudo que sacara nada de lo mencionado de esta mujer.
—¿En La Mansión?—le pregunto.
Está bastante lejos.
—No, me he comprado un departamento, pero no puedo mudarme hasta mañana. Ahora estoy de alquiler cerca de Hyde Park. Te vendrás ahí.
—Vale—respondo sin vacilar.
Aunque soy consciente de que no era una pregunta. Y vuelven a mi mente sus comentarios anteriores, en especial el último de ellos: «Tienes que estar conmigo.»
¿La decisión es suya o mía?
Suspira mientras aprieta más mi cabeza y mi torso contra ella.
Sí, tienes que proceder con la máxima precaución, Brittany.
Viajamos en silencio, excepto por los tonos graves de la canción Teardrop, de Massive Attack, que salen del equipo de sonido de su coche. Muy adecuado después de mi berrinche. Paso la mayor parte del trayecto deliberando sobre mi decisión de ir a casa de Santana. Ella toma aire en repetidas ocasiones, como si fuera a decir algo pero al final decidiera no hacerlo.
Aparca su Aston Martin en un aparcamiento privado, y salgo del vehículo. Abre el maletero, coge mis bártulos, me agarra de la mano y me conduce hasta el edificio.
—Estoy en el primer piso. Vamos por la escalera, es más rápido.
Me guía hasta una escalera a través de una salida de incendios de color gris y subimos un tramo de escalones. Salimos a un pasillo estrecho. Parece un hospital. Santana saca la llave y abre otra puerta, la única que hay en todo el largo pasillo blanco y gris. Me hace pasar e, inmediatamente, me encuentro en una estancia amplia y diáfana. Está pintada de blanco de arriba abajo, y los muebles y la cocina son negros. Monocromía al máximo: una auténtica guarida de soltero. Resulta bastante frío y deprimente. Es odioso.
—Es una parada en boxes. Supongo que estarás ofendidísima.
Me sonríe con socarronería, sin duda alguna debida a mi cara de disgusto.
—Prefiero tu casa nueva.
—Yo también.
Me aventuro hacia el interior del departamento y observo lo poco cálido y acogedor que es.
¿Cómo puede vivir aquí?
No tiene ningún toque personal, ni cuadros ni fotografías. Me percato de que hay una tabla de snowboard apoyada contra un rincón, rodeada de un montón de artículos de esquí. En el estante de al lado, donde esperaría ver jarrones u otros objetos decorativos, hay un casco de moto y unos guantes de piel. Eso sí que no me lo imaginaba.
—No tengo nada con alcohol. ¿Quieres un poco de agua?
Se acerca paseando hasta el frigorífico, enorme y negro, y lo abre.
—Sí, por favor.
Me reúno con ella en la zona de la cocina y saco un taburete negro de debajo de la encimera de granito negro de la isla. Santana se vuelve hacia mí y me ofrece un vaso de agua antes de destapar su botella. El vestido me deja ver sus piernas, largas y tonificadas.
Bebe unos sorbos de agua y me mira por encima de la botella mientras jugueteo con el vaso. Me siento increíblemente incómoda. No debería haber venido. La situación se ha tornado incómoda y no sé muy bien por qué. Hay una razón, y sólo una, para que me haya traído aquí. Y, como la idiota que soy, le he seguido el juego.
La oigo suspirar. Deja la botella, me quita el vaso de las manos y lo deposita sobre la encimera de la isla. Agarra el asiento de mi taburete y lo arrastra hacia sí mientras lo gira para volverme de cara a ella. Apoya las manos sobre mis rodillas y se inclina.
—¿Por qué llorabas?—me pregunta.
—No lo sé—le contesto con franqueza.
Todo el incidente me ha cogido desprevenida, la verdad. No había ninguna razón para que me pusiera a llorar delante de ella. Me siento bastante estúpida.
—Sí, sí que lo sabes. Dímelo.
Pienso en qué debo decir mientras clava la mirada en la mía. Espera una respuesta. Una pequeña arruga se dibuja en su frente. Es un síntoma de concentración y preocupación.
¿Qué debo decirle?
¿Que acabo de salir de una relación de cuatro años con un tío que me puso los cuernos tanto como quiso?
¿Que durante las últimas cuatro semanas, desde que lo dejamos, he conseguido recuperar mi identidad y que no quiero que ningún persona vuelva a arrebatármela?
¿Que mi confianza en las personas es cero y que el hecho de que elña sea, salta a la vista, una princesa de la seducción supone un gran problema para mí?
¿O que muy en el fondo sé que esto puede terminar muy mal para mí... no para ella?
Pero ella no querrá escuchar todo ese rollo.
—No lo sé—repito en lugar de sincerarme.
Suspira y agrava el gesto mientras golpetea unas cuantas veces el granito con los dedos. Veo, casi literalmente, cómo se devana los sesos al tiempo que me mira mordiéndose su carnoso labio inferior.
—¿Me equivoco al pensar que tu mala interpretación de la relación que hay entre Holly y yo no era la única razón por la que me esquivabas?—dice más como una afirmación que como una pregunta.
Se desabrocha el Rolex y lo deja sobre la encimera.
—Puede ser.
Aparto la mirada de ella, algo avergonzada... Aunque no sé por qué.
¿Cómo lo sabe?
—Menuda decepción—concluye, pero en su voz no detecto decepción, sino enojo.
No es necesario que le diga que, muy posiblemente, podría colarme por ella. Seguro que las mujeres y los hombres se cuelan por ella día sí, día también.
Retrocedo ligeramente cuando me agarra del mentón y me acerca a su rostro. El hueco que se forma bajo sus pómulos confirma mis sospechas. Está rechinando los dientes.
¿Se ha enfadado?
Pero ¿qué demonios esperaba?
¿Que cayera rendida a sus pies y de paso se los besara?
Está claro que es a lo que está acostumbrada.
Sólo era sexo, ¿no?
Las dos necesitábamos sacarnos a la otra del organismo, vimos la oportunidad de hacerlo y la aprovechamos, eso es todo.
¡Pero tú no te la has sacado del organismo!
Joder, no creo que vaya a hacerlo en una buena temporada, si algún día lo consigo. Ya la llevo bajo la piel.
—¿Qué querías que dijera?—la increpo.
Me suelta el mentón, suspira frustrada y, antes de que me dé cuenta, me agarra y me echa sobre la encimera. El vaso de agua se estrella contra el suelo y el cristal se hace añicos estrepitosamente a nuestro alrededor. Me abre de piernas con los muslos, y ese movimiento hace que se me suba el vestido. Me ataca la boca con su lengua inexorable y la hunde profunda y ávidamente. Ese asalto impulsivo me coge por sorpresa, pero no tengo fuerzas, ni físicas ni mentales, para detenerla. Empieza a embestirme con las caderas mientras me consume la boca, y de inmediato siento escalofríos por todo el cuerpo y un calor húmedo entre las piernas. Me agarra el trasero para acercarme más a ella y noto su entrepierna pegada a mí.
¡Joder!
Gimo cuando mueve las caderas, sin experimentar la más mínima vergüenza al revelarle que estoy más caliente que una bombilla de mil vatios.
Se aparta de mis labios y me mira con fijeza mientras respira con dificultad, con los ojos oscuros cargados de ansia descarada. Sé que los míos la miran del mismo modo.
—Vamos a dejar claras un par de cosas—dice con la respiración entrecortada mientras me levanta de la encimera y me sienta a horcajadas a la altura de su cintura. Me observa con intensidad—Mientes como el culo.
Sí, eso lo sé. Mis padres me lo dicen continuamente. Me toqueteo el pelo cuando miento. Es un acto reflejo, no puedo evitarlo. A ver qué más quiere aclarar, porque me muero por seguir donde lo hemos dejado. Se mueve y me besa, me acaricia suavemente la lengua con la suya.
—Ahora eres mía, Brittany—mueve las caderas y hace que me yerga y me tense para aliviar el implacable ardor que siento entre las piernas. Estamos cara a cara—Serás mía para siempre—me informa con un golpe de caderas.
Le rodeo los hombros con los brazos y le beso los labios húmedos y exuberantes. Es mi manera de decirle que acepto. Estoy desesperada por volver a tenerla.
Estoy metida en un buen lío.
—Voy a poseer cada centímetro de tu cuerpo—subraya todas y cada una de sus palabras—No habrá ni un solo milímetro de tu ser que no me haya tenido dentro o encima.
Lo dice con un tono sexual y tremendamente serio, lo que no hace sino aumentar un poco más el ritmo de mis latidos.
Pero ¿cada centímetro?
¿Debería investigar algo más esa afirmación?
No tengo oportunidad de hacerlo. Me pone de pie en el suelo y me da la vuelta para bajarme la cremallera de mi pobre y maltratado vestido. Me quita el sujetador y lo tira a un lado con la misma celeridad. Se inclina y me besa el cuello descubierto. Su aliento fresco y la calidez de su lengua me provocan un delicioso escalofrío.
Dios, estoy tan excitada que tiemblo.
Doblo el cuello y encojo los hombros para aliviar los escalofríos que me recorren todo el cuerpo. Desliza la boca hasta mi oído:
—Date la vuelta.
Obedezco. Me doy la vuelta y la miro. Con expresión de pura determinación, me levanta y vuelve a colocarme sobre la isla. Apoyo las manos sobre sus hombros, pero ella me las agarra y yo permito a regañadientes que me las baje y haga que aferre el borde de la encimera.
—Las manos se quedan ahí—dice con firmeza cuando me las suelta. Su orden está cargada de seguridad. Introduce los dedos por la parte superior de mis bragas y tira de ellas—Levanta.
Cargo mi peso sobre los brazos y alzo el trasero del mueble para que pueda bajármelas por las piernas. Vuelvo a apoyarlo cuando me veo libre de las restricciones de mi ropa interior. Estoy desnuda por completo, pero ella sigue totalmente vestida. Y no parece tener intenciones de quitarse la ropa de momento.
Quiero verle los pechos.
Suelto el borde de la encimera y levanto las manos hacia el escote de su vestido. Ella da un paso atrás y sacude la cabeza despacio.
—Las manos—yo hago un mohín y vuelvo a dejarlas donde estaban. Quiero verla, sentirla. No es justo. Se lleva las manos al cierre—¿Quieres que me quite el vestido?
Su voz grave y ronca manda mi disciplina al traste.
—Sí—resuello.
—Sí, ¿qué?
Sonríe con malicia, y yo la miro con los ojos entrecerrados.
—Por favor—mascullo con un hilo de voz, consciente de que disfruta viéndome suplicar.
Sonríe y empieza a bajarse el cierre, con la mirada fija en mí. Me está costando un mundo no precipitarme hacia adelante y abrírsela de un tirón.
¿Por qué lo está alargando tanto?
Sé lo que pretende.
Quiere hacerme esperar.
Le gusta torturarme.
Cuando por fin llega al final, echa los hombros atrás y se la quita hasta la cintura. Al ver sus pechos y como se tensan y relajan los músculos cuando echa los dos brazos atrás, pienso que podría desmayarme. Se quita los tacones marrones. Sólo le falta quitarse bien el vestido y las bragas para estar desnuda.
Repaso con la vista su físico perfecto y la boca se me hace agua, hasta que llego a la horrible marca que tiene en el abdomen. Mi mirada se detiene en ella durante un instante, pero ella vuelve a colocarse entre mis piernas y hace que me olvide de mi curiosidad. Me esfuerzo por controlar el impulso de agarrarla. La presión que noto entre las piernas hace que me agite sobre la encimera para aliviar los tremendos espasmos que me mortifican. Ella tampoco está relajada. Sus pezones están duros como piedra, casi puedo tocarlos, pero sé que no lo quiere.
Apoya las manos sobre la parte superior de mis piernas y empieza a trazar círculos con los pulgares a tan sólo unos milímetros de mi sedienta intimidad. Estoy poseída por la más pura lujuria, y cada vez me cuesta más controlar la respiración. Me aprieta los muslos.
—¿Por dónde empiezo?—musita, y levanta una mano y me acaricia el labio inferior con el pulgar—¿Por aquí?—pregunta.
Yo separo los labios. Ella me mira y me mete el dedo en la boca. Yo lo rodeo con la lengua y en sus labios empieza a formarse una diminuta sonrisa. Retira el pulgar y me acaricia la cara con él. Entonces, muy lentamente, me desliza la palma de la mano por el cuello hasta llegar al pecho y me lo agarra, posesivo
—¿O por aquí?
Su voz ronca traiciona su calmada fachada. Me mira con una ceja arqueada y empieza a masajearme el pezón con el dedo. Gimo. Si está esperando que diga algo, ya puede ir olvidándose. He perdido por completo la capacidad de hablar, sólo puedo emitir jadeos cortos y agudos.
—Son mías.
Me amasa el pecho con suavidad durante unos instantes más y después vuelve a acariciarme la piel sensible con la mano. Se pasa varios segundos trazando círculos grandes sobre mi vientre antes de continuar hacia abajo. Tengo que obligarme a respirar cuando el calor de su mano alcanza la parte interior de mi muslo. Estoy embriagada de deseo. Justo cuando creo que va a reclamarme con los dedos, cambia rápidamente de dirección y me acaricia la cadera, lo que me sobresalta. Me agarra el culo.
—¿O por aquí?—habla en serio. Yo me pongo rígida—Cada centímetro, Britt—resuella.
Contengo la respiración. Me arden los pulmones cuando sonríe ligeramente y sus manos empiezan a deslizarse de nuevo hacia mi parte delantera. No lo alarga mucho más. Me coloca la palma de la mano entre las piernas.
—Creo que empezaré por aquí.
Suelto un suspiro de agradecimiento y una sensación de alivio me recorre todo el cuerpo. Me pone un dedo debajo de la barbilla y me obliga a mirarla a esos maravillosos ojos que tiene.
—Pero he dicho cada centímetro—afirma con frialdad antes de apoyar la mano sobre la encimera junto a mi muslo.
La otra continúa entre mis piernas.
¡Joder!
No sé si estoy dispuesta a hacerlo. Elaine lo intentó unas cuantas veces, pero siempre le dije que ni hablar. Solía decir que era la ruta más placentera...
Sí, ¡para ella!
No tengo tiempo de pensar demasiado en ello. Santana recorre el centro de mi sexo con un dedo y me provoca grandes oleadas de placer que salen disparadas en mil direcciones diferentes. Yo me echo hacia delante y apoyo la frente en su hombro mientras la parte superior de mi cuerpo asciende y desciende al ritmo de los frenéticos latidos de mi corazón.
—Estás empapada—me dice con voz grave al oído mientras hunde un dedo dentro de mí. Mis músculos se tensan a su alrededor de inmediato—Me deseas—dice con seguridad al tiempo que lo extrae y extiende toda la humedad por mi clítoris antes de atacar de nuevo con dos dedos.
Yo lanzo un grito.
—Dime que me deseas, Brittany.
—Te deseo—jadeo contra su hombro.
Oigo un gruñido de satisfacción.
—Dime que me necesitas.
Ahora mismo le diría todo lo que quisiera oír. Absolutamente todo.
—Te necesito.
—Vas a necesitarme siempre, Brittany. Me aseguraré de ello. Ahora, a ver si puedo hacerte entrar en razón a polvos.
¿En razón?
¿De qué coño habla?
Retira los dedos de mi interior, me levanta de la encimera y me hace girar lentamente en sus brazos. Busco con las manos la lisa superficie del granito. No me gusta esta posición.
—Quiero verte—me quejo, aunque sé que no tengo nada que hacer.
Parece que le gusta ser la dominante. Siento que su cuerpo se aproxima, el calor que emana hacia mí. Cuando sus pechos presionan mi espalda, me pego a ella y apoyo la cabeza en su hombro. Acerca la boca a mi oído.
—Cállate y disfruta—aprieta la cadera contra la parte baja de mi espalda y lentamente la amolda a mi cuerpo mientras alarga los brazos y me agarra de las muñecas—No hables hasta que yo te lo diga, ¿entendido?
Asiento.
¡Ya no me cabe la menor duda de que le gusta tener el control!
Empieza a acariciarme los brazos lenta y suavemente con sus dedos expertos y me pone el vello de punta. Mi sangre parece lava. Mis pechos ansían su tacto cuando llega con las manos al extremo superior de mis brazos y asciende hasta los hombros.
Cierro los labios con fuerza, pero se me escapa un gemido. No puedo evitarlo. No si me hace sentir así. Me cubre los hombros con las manos por completo y empieza a trazarme círculos con los pulgares en el cuello, masajea la tensión que se acumula en ella. Es una sensación que no puedo explicar. Todo mi cuerpo se relaja y mi mente se serena. Baja la boca hasta mi cuello y me roza la piel con los labios antes de besarla suavemente.
—Tu piel es adictiva.
—Hummm...—ronroneo.
Eso no es hablar. Se ríe en voz baja.
—¿Te gusta?—pregunta mientras me regala suaves besitos por la mandíbula.
Vuelvo el rostro hacia ella, la miro directamente a los ojos y asiento de nuevo. Me mantiene la mirada durante unos segundos, con expresión satisfecha, y me planta un tierno beso en los labios. Deja que sus manos se abran paso hacia mis caderas. Cierro los ojos con fuerza e intento con todas mis fuerzas no despegarme de ella.
—Que no se te ocurra mover las manos—ordena con firmeza antes de soltarme.
Oigo que se quita el vestido y sus manos vuelven a posarse sobre mis caderas. Da unos pasos atrás y lentamente las arrastra con ella. Se me acelera el pulso y me agarro con más fuerza a la encimera para evitar moverme. Me estremezco cuando me apoya una mano en el cuello y siento la otra se acerca a mi abertura.
En un intento por estabilizar mi respiración, inspiro profundamente e intento relajarme mientras me deleito al borde de la penetración. Ésta es la peor clase de tortura que existe. Se inclina hacia adelante, y su lengua, cálida y húmeda, me acaricia la espalda y recorre la línea de mi columna hasta acabar con un suave beso en el cuello.
—¿Estás lista para mí, Brittany?—pregunta contra mi piel, y la vibración de sus labios provoca temblores de placer en el centro de mi sexo—Puedes contestar.
A pesar de mis ejercicios de respiración, sigue faltándome el aire.
—Sí—respondo prácticamente jadeando.
La bocanada de aire que escapa de su boca es de auténtico agradecimiento. Siento que me acaricia el culo con la otra mano mientras ella se coloca en posición. Entonces, muy lentamente, atraviesa mi palpitante vacío y se sumerge en mí con movimientos suaves y controlados. A ella también le cuesta respirar, y yo quiero gritar de placer, pero no estoy segura de sí está permitido.
Joder, qué gusto.
Bien pensado, ¿qué va a hacerme si lo desobedezco?
Mi castigo también será el suyo. Vuelve a colocar una mano en mi cadera y se detiene. Yo me agarro aún con más fuerza a la encimera, hasta que los nudillos se me ponen blancos, y me descubro a mí misma moviéndome contra sus dedos, absorbiéndolos hasta el final.
—Joder, Britt, me vuelves loca—gruñe, su mano abandona mi cadera para cogerme el pecho—No puedo hacerlo despacio—jadea mientras me lo amasa.
Se retira lentamente y avanza de nuevo, con una embestida rápida y enérgica ingresa otro dedo, que me obliga a dar un salto hacia adelante.
—¡Santana!—grito.
Va a ser imposible que esté callada si continúa así. Por Dios, qué potencia tiene. Se retira despacio.
—Silencio, Brittany—me reprende, y ataca de nuevo dejándome sin aliento.
Intento seguir agarrada a la encimera, pero me sudan las manos y resbalan por el granito. Estiro y tenso los brazos para evitar que vuelva a empujarme hacia adelante; a duras penas logro estabilizarme antes de que vuelva a embestirme. Me martillea incansablemente, sin apenas dejarme espacio entre sus penetraciones, fuertes e implacables.
No tiene piedad.
Me suelta el cuello y el pecho, me agarra de las caderas y tira de mí con fuerza para obligarme a recibir cada una de sus arremetidas, que me entran hasta el fondo. He perdido todo sentido de la realidad. No hay nada más, aparte de Santana, su apetito brutal y mi cuerpo ansioso de ella. Es algo que no puede explicarse. Aprieto el estómago cuando siento que el orgasmo se acerca, rápidamente provocado por el implacable ímpetu de Santana.
—Aún no, Brittany—me advierte.
¿Cómo lo sabe?
No puedo contenerlo durante mucho más tiempo. Voy a estallar en cualquier momento. Oigo que nuestros cuerpos sudorosos chocan con violencia y los gruñidos guturales de Santana sobre mí. Me concentro en sofocar la necesidad de dejarme llevar. Siento tanto placer que casi roza el dolor. Pero con la mente puesta en cualquier sitio excepto en mi cerebro, soy esclava de las necesidades de mi cuerpo. Entonces sale de mí y me deja con las ganas.
¿Qué hace?
Yo gimoteo al sentir que mi inminente descarga se retira. Me dispongo a gritarle, pero siento que empieza a deslizarme el dedo meñique por el centro del trasero. Me tenso de los pies a la cabeza.
¡Ay, no!
—Puedes hacerlo, Britt—desliza los dedos entre mis muslos y los introduce en mi interior, recoge la humedad y la arrastra hacia mi culo—Relájate, lo haremos despacio.
¿Qué me relaje?
¡No puedo!
Con lentitud, empieza a trazar círculos alrededor de mi abertura, y todos y cada uno de los músculos de mi trasero se contraen y rechazan automáticamente la invasión.
—Relájate, Britt—dice subrayando las palabras.
—Lo estoy intentando, joder—mascullo—¡Dame un poco de tiempo, coño!
¡Lo siento pero no pienso quedarme callada ahora!
Oigo que se ríe suavemente mientras baja los dedos hasta mi clítoris y lo masajea, causándome enormes oleadas de placer.
—Esa boca—me reprende.
Me concentro en respirar hondo.
—¿No hace falta un poco de lubricante o algo?—jadeo.
—Estás empapada, Brittany. Con eso basta. No se te da muy bien seguir órdenes, ¿verdad?—me mete el meñique en el orificio y yo me muerdo el labio—Relájate, Britt.
—Dios, esto va a dolerme, ¿verdad?
—Al principio sí. Tienes que relajarte. Una vez esté dentro de ti, te encantará, confía en mí. Tú también me lo harás, porque poseerás cada parte de mi cuerpo.
¡Joder!
¡Joder!
Continúa masajeándome el orificio y yo dejo caer la cabeza, jadeando y sudando por los nervios. Me pone una mano en el cuello y me masajea los músculos tensos. Mientras intento automotivarme mentalmente, su mano abandona mi cuello y aterriza en mi trasero. Me abre suavemente hasta que siento la punta de su dedo empujando en mi abertura.
¡Joder!
—Tranquilízate. Deja que pase—murmura mientras mueve el dedo muy despacio alrededor de mi entrada.
Respira, respira, respira.
Entonces avanza y la inmensa presión que siento me hace echarme hacia adelante impulsivamente. Su mano me agarra de los hombros y me obliga a permanecer donde estoy. La presión aumenta cada vez más y yo no dejo de temblar.
—Eso es, Britt. Ya casi está.
Su voz es irregular y forzada. Noto el sudor de su mano sobre mi hombro cuando flexiona los dedos. Y entonces embiste hacia adelante con un gruñido ahogado, atraviesa mis músculos y se desliza hasta el fondo de mi lugar prohibido.
—¡Mierda!—grito.
¡Eso duele, joder!
—¡Dios, qué apretada estás!—resuella—Deja de resistirte, Britt. ¡Relájate!
Yo jadeo mientras me sumerjo en algún punto entre el dolor y el placer. La plenitud que siento es indescriptible, el dolor es intenso, pero el placer... Joder, no hay palabras para describir el placer, y esto no me lo esperaba. Mi cuerpo libera un poco de la tensión acumulada y un placer puro ocupa su lugar.
—Joder, qué bueno. Ahora voy a moverme, ¿de acuerdo?
Yo asiento, tomo aire y me agarro a la encimera de la isla. Su mano abandona mi hombro y desciende por mi espalda hasta mi cadera, pero esta vez no doy ningún brinco cuando me agarra. Estoy demasiado ocupada preparándome para lo que está por llegar.
—Muy despacito, Britt—jadea mientras sale lentamente de mí.
—¡Joder, Santana!
Como me diga que me calle, voy a enfadarme de Verdad
—Lo sé.
Empieza a entrar y a salir a un ritmo lento y controlado. Me estoy deshaciendo de placer. Jamás lo habría imaginado. Siempre lo vi como algo sucio y obsceno. Pero no es así. Me está haciendo el amor, y me encanta. No puedo creérmelo. La intensidad de su reclamo sobre mí hace que se me formen nudos en el estómago. Si me rozara el clítoris ahora mismo me haría estallar.
—Eres increíble, Britt—gruñe con voz ronca mientras entra una vez más—Podría pasarme así toda la puta noche, pero no aguanto más.
Me sorprendo a mí misma moviéndome contra sus sacudidas pausadas, invitándola a acelerar el ritmo. Este placer inesperado es increíble, y estoy al borde de tener el orgasmo más intenso de mi vida. Ni siquiera puedo creerme que lo esté haciendo.
Necesito más.
—Sigue—pronuncio la palabra que jamás creí que diría.
—Sí, Britt. ¿Te falta mucho?
—¡No!—grito, y me empotro contra ella. Oigo sus gemidos mientras me coloca entre las piernas—¡Más fuerte!—grito.
La necesito.
—¡Joder, Britt!
Exclama, y me penetra con más ímpetu, trazando círculos con el dedo sobre mi clítoris palpitante. Lanzo la cabeza hacia atrás.
—¡Me viene!—grito.
—¡Espera!—me ordena.
Estoy ida de placer, casi delirante, y justo cuando creo que voy a desmayarme, brama:
—¡Ahora!
Y me dejo llevar.
La habitación empieza a dar vueltas y yo me pierdo. Me dejo caer sobre la encimera con los brazos estirados sobre la cabeza y arrastro a Santana conmigo. Sólo soy consciente de que su pecho húmedo y firme me aplasta contra el granito, de que su aliento cálido y entrecortado me acaricia el pelo y de que su dedo continúa hundido en mi interior. Mis músculos se contraen.
Estoy flotando.
La he jodido pero bien...
Después de recoger mis cosas del vestuario del spa, las lanzo dentro de mi coche y deambulo hasta los muelles. Al llegar, me siento en un banco. Hay mucho bullicio, la gente va y viene, y todos parecen felices y contentos. Las plantas que se ven en las elaboradas farolas han florecido; rebosan de sus macetas y caen en cascada sobre el hierro ornamentado. Las luces del edificio se reflejan y parpadean en el agua, danzan sobre las pequeñas olas. Suspiro y cierro los ojos mientras escucho el sonido del agua que chapotea suavemente alrededor de los botes. Es rítmico y relajante, pero no creo que nada pueda hacer que me sienta mejor en estos momentos. Saco el móvil del bolso para llamar a Rachel. Después de varios tonos, le dejo un mensaje:
—Hola, soy yo—sé que mi voz suena desolada, pero no puedo fingir que estoy alegre si no lo estoy. Suelto un gruñido—Ay, Rach... la he cagado muchísimo. Llegaré a casa en seguida.
Dejo caer la mano sobre el banco y llego a la conclusión de que soy una idiota redomada.
¿En qué estaba pensando?
El móvil vuelve a la vida en mi mano y descuelgo sin mirar la pantalla porque doy por hecho que es Rachel.
—Hola.
—¿Dónde estás?—me preguntan suavemente desde el otro lado del teléfono.
No sé si lo que me hunde en la miseria es que no sea Rachel o que sea Santana. No entiendo nada. Mi vida iba bastante bien, sin compromisos, y ahora esto va a pesar sobre mi conciencia. Creo firmemente en el karma y, si existe de verdad, la llevo clara.
—Estoy en casa—vuelvo a mentir.
Últimamente me sale de manera natural. Me pongo a juguetear con mi pelo, un claro síntoma de mi comportamiento de Pinocho.
—Vale—susurra y cuelga.
Vaya... Ha sido más fácil de lo que esperaba. Después de no haber cedido ante sus órdenes de permanecer cogida de su mano y de haberla abandonado a su suerte entre las garras del gay más gay del planeta, pero que por ella se volvería hetero.
Así que ya ha conseguido lo que quería y eso es todo. No sé muy bien por qué me siento tan abandonada. Era lo que me esperaba, y justo lo que me merezco. Su persistencia ha podido conmigo, pero ahora ya está fuera de mi organismo. Ya puedo volver a centrarme en mí y en mi vida. Y, si tengo suerte, Holly jamás se enterará de esta leve indiscreción.
¿Leve?
De leve nada.
Por lo que a mí respecta, Santana puede continuar con sus seducciones en serie y pasar a la siguiente afortunada. Seguro que Holly la descubre pronto, pero espero que no lo haga ahora. Lo último que necesito es una mujer despechada y con sed de sangre.
Después de permanecer sentada y en silencio durante un rato, me levanto de mala gana y paro un taxi. Hay un tiempo limitado para compadecerse de uno mismo. Necesito dejar esta noche atrás rápidamente. Tengo que olvidarme de ella, erradicarla de mi memoria y transformarla en experiencia.
Esta mujer es nociva.
Lo sé.
Entonces me doy la vuelta, levanto la mirada y veo que Santana está de pie a un par de metros de mí, observándome en silencio.
¿Cómo cojones voy a alcanzar alguno de mis objetivos si me acosa?
¿Dónde está Holly?
Nos miramos a los ojos, todavía en silencio. Su rostro impasible estudia el mío. Y entonces rompo a llorar. No sé por qué, pero me tapo la cara con las manos mientras sollozo. A saber lo que debe de estar pensando. A continuación siento que su cuerpo cálido me envuelve, apoyo la cabeza en el hueco de su cuello e impulsivamente coloco los brazos por debajo de los suyos para acercarme a ella. Permanecemos calladas durante mucho rato. Nos quedamos ahí de pie, sin más, abrazándonos en silencio mientras me masajea la parte posterior de la cabeza con la palma de su enorme mano y me mantiene apretada contra su cuerpo con firmeza. Una pequeña parte de mí se pregunta dónde está Holly, pero no me obsesiono con ello. Me siento protegida y segura, y sólo estoy vagamente alerta al hecho de que debería estar huyendo de estos brazos y no cobijándome en ellos. Debería tratarlos con precaución y no aceptar el consuelo que me están ofreciendo.
¿Por qué no puedo salir corriendo?
—¿Cuánto tiempo llevas ahí?—le pregunto cuando por fin cesan mis sollozos.
—El suficiente—murmura—¿A qué viene eso de que la has cagado muchísimo?—me abraza con más fuerza—Espero que no te estuvieras refiriendo a mí.
—Bueno sí, me refería a ti.
Paso de inventarme una excusa, no tendría sentido hacerlo.
—¿En serio?—suena sorprendida y un poco cabreada, pero momentos después continúa—¿Te vienes a casa conmigo?
Noto que se tensa ligeramente.
¿Acabo de decirle que me refería a ella y quiere llevarme a su casa?
¿Y qué pasa con Holly?
Entonces está claro que no viven juntas.
—No—le contesto.
Lo que he hecho ya es bastante malo.
—Por favor, Britt.
—¿Por qué?—le pregunto.
Necesito saber a qué se debe su fascinación por mí, porque, si paso más tiempo con esta mujer, podría meterme en más líos todavía. No puedo ir por ahí teniendo aventuras sórdidas con mujeres mayores y comprometidas. Aunque, bueno, su edad está todavía por determinar. Hay algo extraño en esta mujer, y rezuma problemas por todos los poros de su piel.
Me aparta de ella para mirarme con su precioso ceño fruncido.
—Porque es lo correcto, porque tienes que estar conmigo.
Lo dice como si fuera la cosa más natural del mundo.
—¿Y con quién tiene que estar Holly?
—¿Holly? ¿Qué tiene que ver Holly con todo esto?
Ahora parece muy confundida.
—Es tu novia—le recuerdo.
Está claro que no tiene ningún tipo de consideración hacia la pobre mujer. Abre los ojos de par en par.
—Por favor, no me digas que has estado pasando de mis llamadas y huyendo de mí porque pensabas que...—me suelta—Pensabas que Holly y yo...—da un paso atrás—¡Para nada, joder!
—¡Bueno sí!—exclamo—¿No es tu novia?
Ahora sí que no entiendo nada. Holly no podría haber dejado más claro cuál era su territorio, sólo le ha faltado mearle alrededor.
Entonces ¿quién coño es?
Si ya me gustaba poco, ahora mismo la detesto. Santana se pasa las manos por el pelo.
—Brittany, ¿qué demonios te ha hecho pensar algo así?
¿Me está tomando el pelo?
—Bueno no sé, déjame pensar...—sonrío dulcemente—Puede que fuera el beso en el pasillo de La Mansión. O que viniera a buscarte a la habitación. O quizá lo fría que se muestra conmigo—tomo aire—O puede que sea el hecho de que está contigo cada vez que te veo—no puedo creérmelo. He estado mortificándome sin razón, y encima por una tía que ni siquiera me cae bien. ¡Menuda pérdida de energía!—¿Quién es?—pregunto completamente encolerizada.
Me coge de las manos y se mueve hasta que sus ojos quedan a la altura de los míos.
—Britt, es una mujer simpática, nada más.
—¿Simpática?—me mofo—¡Esa tía no es simpática!
—Es una amiga—dice para tranquilizarme.
No quiero que me tranquilice, ¡quiero reventarle a Holly esos morros rojos que tiene!
¡La tía sabía perfectamente lo que hacía!
Está claro que no se conforma con ser su amiga. Me acaricia la mejilla con la palma de la mano.
—Y ahora que ya hemos aclarado qué lugar ocupa Holly en mi vida, ¿podemos hablar del tuyo?
¿Qué?
Retrocedo.
—¿Qué quieres decir?
Los comentarios que ha hecho antes regresan a mi mente de repente. Todos los «eres mía», «voy a quedarme contigo» y «cambiarás de opinión». Sonríe con picardía.
—Me refiero a en mi cama, debajo de mí.
Me pega contra su pecho y yo me relajo y me hundo con alivio. Eso suena muy bien. Acabo de añadir a mi lista de deseos tener una aventura tórrida con una mujer mayor, así que puedo tacharla ya. Sin compromisos ni ataduras. Por mí, estupendo. Aunque dudo que sacara nada de lo mencionado de esta mujer.
—¿En La Mansión?—le pregunto.
Está bastante lejos.
—No, me he comprado un departamento, pero no puedo mudarme hasta mañana. Ahora estoy de alquiler cerca de Hyde Park. Te vendrás ahí.
—Vale—respondo sin vacilar.
Aunque soy consciente de que no era una pregunta. Y vuelven a mi mente sus comentarios anteriores, en especial el último de ellos: «Tienes que estar conmigo.»
¿La decisión es suya o mía?
Suspira mientras aprieta más mi cabeza y mi torso contra ella.
Sí, tienes que proceder con la máxima precaución, Brittany.
Viajamos en silencio, excepto por los tonos graves de la canción Teardrop, de Massive Attack, que salen del equipo de sonido de su coche. Muy adecuado después de mi berrinche. Paso la mayor parte del trayecto deliberando sobre mi decisión de ir a casa de Santana. Ella toma aire en repetidas ocasiones, como si fuera a decir algo pero al final decidiera no hacerlo.
Aparca su Aston Martin en un aparcamiento privado, y salgo del vehículo. Abre el maletero, coge mis bártulos, me agarra de la mano y me conduce hasta el edificio.
—Estoy en el primer piso. Vamos por la escalera, es más rápido.
Me guía hasta una escalera a través de una salida de incendios de color gris y subimos un tramo de escalones. Salimos a un pasillo estrecho. Parece un hospital. Santana saca la llave y abre otra puerta, la única que hay en todo el largo pasillo blanco y gris. Me hace pasar e, inmediatamente, me encuentro en una estancia amplia y diáfana. Está pintada de blanco de arriba abajo, y los muebles y la cocina son negros. Monocromía al máximo: una auténtica guarida de soltero. Resulta bastante frío y deprimente. Es odioso.
—Es una parada en boxes. Supongo que estarás ofendidísima.
Me sonríe con socarronería, sin duda alguna debida a mi cara de disgusto.
—Prefiero tu casa nueva.
—Yo también.
Me aventuro hacia el interior del departamento y observo lo poco cálido y acogedor que es.
¿Cómo puede vivir aquí?
No tiene ningún toque personal, ni cuadros ni fotografías. Me percato de que hay una tabla de snowboard apoyada contra un rincón, rodeada de un montón de artículos de esquí. En el estante de al lado, donde esperaría ver jarrones u otros objetos decorativos, hay un casco de moto y unos guantes de piel. Eso sí que no me lo imaginaba.
—No tengo nada con alcohol. ¿Quieres un poco de agua?
Se acerca paseando hasta el frigorífico, enorme y negro, y lo abre.
—Sí, por favor.
Me reúno con ella en la zona de la cocina y saco un taburete negro de debajo de la encimera de granito negro de la isla. Santana se vuelve hacia mí y me ofrece un vaso de agua antes de destapar su botella. El vestido me deja ver sus piernas, largas y tonificadas.
Bebe unos sorbos de agua y me mira por encima de la botella mientras jugueteo con el vaso. Me siento increíblemente incómoda. No debería haber venido. La situación se ha tornado incómoda y no sé muy bien por qué. Hay una razón, y sólo una, para que me haya traído aquí. Y, como la idiota que soy, le he seguido el juego.
La oigo suspirar. Deja la botella, me quita el vaso de las manos y lo deposita sobre la encimera de la isla. Agarra el asiento de mi taburete y lo arrastra hacia sí mientras lo gira para volverme de cara a ella. Apoya las manos sobre mis rodillas y se inclina.
—¿Por qué llorabas?—me pregunta.
—No lo sé—le contesto con franqueza.
Todo el incidente me ha cogido desprevenida, la verdad. No había ninguna razón para que me pusiera a llorar delante de ella. Me siento bastante estúpida.
—Sí, sí que lo sabes. Dímelo.
Pienso en qué debo decir mientras clava la mirada en la mía. Espera una respuesta. Una pequeña arruga se dibuja en su frente. Es un síntoma de concentración y preocupación.
¿Qué debo decirle?
¿Que acabo de salir de una relación de cuatro años con un tío que me puso los cuernos tanto como quiso?
¿Que durante las últimas cuatro semanas, desde que lo dejamos, he conseguido recuperar mi identidad y que no quiero que ningún persona vuelva a arrebatármela?
¿Que mi confianza en las personas es cero y que el hecho de que elña sea, salta a la vista, una princesa de la seducción supone un gran problema para mí?
¿O que muy en el fondo sé que esto puede terminar muy mal para mí... no para ella?
Pero ella no querrá escuchar todo ese rollo.
—No lo sé—repito en lugar de sincerarme.
Suspira y agrava el gesto mientras golpetea unas cuantas veces el granito con los dedos. Veo, casi literalmente, cómo se devana los sesos al tiempo que me mira mordiéndose su carnoso labio inferior.
—¿Me equivoco al pensar que tu mala interpretación de la relación que hay entre Holly y yo no era la única razón por la que me esquivabas?—dice más como una afirmación que como una pregunta.
Se desabrocha el Rolex y lo deja sobre la encimera.
—Puede ser.
Aparto la mirada de ella, algo avergonzada... Aunque no sé por qué.
¿Cómo lo sabe?
—Menuda decepción—concluye, pero en su voz no detecto decepción, sino enojo.
No es necesario que le diga que, muy posiblemente, podría colarme por ella. Seguro que las mujeres y los hombres se cuelan por ella día sí, día también.
Retrocedo ligeramente cuando me agarra del mentón y me acerca a su rostro. El hueco que se forma bajo sus pómulos confirma mis sospechas. Está rechinando los dientes.
¿Se ha enfadado?
Pero ¿qué demonios esperaba?
¿Que cayera rendida a sus pies y de paso se los besara?
Está claro que es a lo que está acostumbrada.
Sólo era sexo, ¿no?
Las dos necesitábamos sacarnos a la otra del organismo, vimos la oportunidad de hacerlo y la aprovechamos, eso es todo.
¡Pero tú no te la has sacado del organismo!
Joder, no creo que vaya a hacerlo en una buena temporada, si algún día lo consigo. Ya la llevo bajo la piel.
—¿Qué querías que dijera?—la increpo.
Me suelta el mentón, suspira frustrada y, antes de que me dé cuenta, me agarra y me echa sobre la encimera. El vaso de agua se estrella contra el suelo y el cristal se hace añicos estrepitosamente a nuestro alrededor. Me abre de piernas con los muslos, y ese movimiento hace que se me suba el vestido. Me ataca la boca con su lengua inexorable y la hunde profunda y ávidamente. Ese asalto impulsivo me coge por sorpresa, pero no tengo fuerzas, ni físicas ni mentales, para detenerla. Empieza a embestirme con las caderas mientras me consume la boca, y de inmediato siento escalofríos por todo el cuerpo y un calor húmedo entre las piernas. Me agarra el trasero para acercarme más a ella y noto su entrepierna pegada a mí.
¡Joder!
Gimo cuando mueve las caderas, sin experimentar la más mínima vergüenza al revelarle que estoy más caliente que una bombilla de mil vatios.
Se aparta de mis labios y me mira con fijeza mientras respira con dificultad, con los ojos oscuros cargados de ansia descarada. Sé que los míos la miran del mismo modo.
—Vamos a dejar claras un par de cosas—dice con la respiración entrecortada mientras me levanta de la encimera y me sienta a horcajadas a la altura de su cintura. Me observa con intensidad—Mientes como el culo.
Sí, eso lo sé. Mis padres me lo dicen continuamente. Me toqueteo el pelo cuando miento. Es un acto reflejo, no puedo evitarlo. A ver qué más quiere aclarar, porque me muero por seguir donde lo hemos dejado. Se mueve y me besa, me acaricia suavemente la lengua con la suya.
—Ahora eres mía, Brittany—mueve las caderas y hace que me yerga y me tense para aliviar el implacable ardor que siento entre las piernas. Estamos cara a cara—Serás mía para siempre—me informa con un golpe de caderas.
Le rodeo los hombros con los brazos y le beso los labios húmedos y exuberantes. Es mi manera de decirle que acepto. Estoy desesperada por volver a tenerla.
Estoy metida en un buen lío.
—Voy a poseer cada centímetro de tu cuerpo—subraya todas y cada una de sus palabras—No habrá ni un solo milímetro de tu ser que no me haya tenido dentro o encima.
Lo dice con un tono sexual y tremendamente serio, lo que no hace sino aumentar un poco más el ritmo de mis latidos.
Pero ¿cada centímetro?
¿Debería investigar algo más esa afirmación?
No tengo oportunidad de hacerlo. Me pone de pie en el suelo y me da la vuelta para bajarme la cremallera de mi pobre y maltratado vestido. Me quita el sujetador y lo tira a un lado con la misma celeridad. Se inclina y me besa el cuello descubierto. Su aliento fresco y la calidez de su lengua me provocan un delicioso escalofrío.
Dios, estoy tan excitada que tiemblo.
Doblo el cuello y encojo los hombros para aliviar los escalofríos que me recorren todo el cuerpo. Desliza la boca hasta mi oído:
—Date la vuelta.
Obedezco. Me doy la vuelta y la miro. Con expresión de pura determinación, me levanta y vuelve a colocarme sobre la isla. Apoyo las manos sobre sus hombros, pero ella me las agarra y yo permito a regañadientes que me las baje y haga que aferre el borde de la encimera.
—Las manos se quedan ahí—dice con firmeza cuando me las suelta. Su orden está cargada de seguridad. Introduce los dedos por la parte superior de mis bragas y tira de ellas—Levanta.
Cargo mi peso sobre los brazos y alzo el trasero del mueble para que pueda bajármelas por las piernas. Vuelvo a apoyarlo cuando me veo libre de las restricciones de mi ropa interior. Estoy desnuda por completo, pero ella sigue totalmente vestida. Y no parece tener intenciones de quitarse la ropa de momento.
Quiero verle los pechos.
Suelto el borde de la encimera y levanto las manos hacia el escote de su vestido. Ella da un paso atrás y sacude la cabeza despacio.
—Las manos—yo hago un mohín y vuelvo a dejarlas donde estaban. Quiero verla, sentirla. No es justo. Se lleva las manos al cierre—¿Quieres que me quite el vestido?
Su voz grave y ronca manda mi disciplina al traste.
—Sí—resuello.
—Sí, ¿qué?
Sonríe con malicia, y yo la miro con los ojos entrecerrados.
—Por favor—mascullo con un hilo de voz, consciente de que disfruta viéndome suplicar.
Sonríe y empieza a bajarse el cierre, con la mirada fija en mí. Me está costando un mundo no precipitarme hacia adelante y abrírsela de un tirón.
¿Por qué lo está alargando tanto?
Sé lo que pretende.
Quiere hacerme esperar.
Le gusta torturarme.
Cuando por fin llega al final, echa los hombros atrás y se la quita hasta la cintura. Al ver sus pechos y como se tensan y relajan los músculos cuando echa los dos brazos atrás, pienso que podría desmayarme. Se quita los tacones marrones. Sólo le falta quitarse bien el vestido y las bragas para estar desnuda.
Repaso con la vista su físico perfecto y la boca se me hace agua, hasta que llego a la horrible marca que tiene en el abdomen. Mi mirada se detiene en ella durante un instante, pero ella vuelve a colocarse entre mis piernas y hace que me olvide de mi curiosidad. Me esfuerzo por controlar el impulso de agarrarla. La presión que noto entre las piernas hace que me agite sobre la encimera para aliviar los tremendos espasmos que me mortifican. Ella tampoco está relajada. Sus pezones están duros como piedra, casi puedo tocarlos, pero sé que no lo quiere.
Apoya las manos sobre la parte superior de mis piernas y empieza a trazar círculos con los pulgares a tan sólo unos milímetros de mi sedienta intimidad. Estoy poseída por la más pura lujuria, y cada vez me cuesta más controlar la respiración. Me aprieta los muslos.
—¿Por dónde empiezo?—musita, y levanta una mano y me acaricia el labio inferior con el pulgar—¿Por aquí?—pregunta.
Yo separo los labios. Ella me mira y me mete el dedo en la boca. Yo lo rodeo con la lengua y en sus labios empieza a formarse una diminuta sonrisa. Retira el pulgar y me acaricia la cara con él. Entonces, muy lentamente, me desliza la palma de la mano por el cuello hasta llegar al pecho y me lo agarra, posesivo
—¿O por aquí?
Su voz ronca traiciona su calmada fachada. Me mira con una ceja arqueada y empieza a masajearme el pezón con el dedo. Gimo. Si está esperando que diga algo, ya puede ir olvidándose. He perdido por completo la capacidad de hablar, sólo puedo emitir jadeos cortos y agudos.
—Son mías.
Me amasa el pecho con suavidad durante unos instantes más y después vuelve a acariciarme la piel sensible con la mano. Se pasa varios segundos trazando círculos grandes sobre mi vientre antes de continuar hacia abajo. Tengo que obligarme a respirar cuando el calor de su mano alcanza la parte interior de mi muslo. Estoy embriagada de deseo. Justo cuando creo que va a reclamarme con los dedos, cambia rápidamente de dirección y me acaricia la cadera, lo que me sobresalta. Me agarra el culo.
—¿O por aquí?—habla en serio. Yo me pongo rígida—Cada centímetro, Britt—resuella.
Contengo la respiración. Me arden los pulmones cuando sonríe ligeramente y sus manos empiezan a deslizarse de nuevo hacia mi parte delantera. No lo alarga mucho más. Me coloca la palma de la mano entre las piernas.
—Creo que empezaré por aquí.
Suelto un suspiro de agradecimiento y una sensación de alivio me recorre todo el cuerpo. Me pone un dedo debajo de la barbilla y me obliga a mirarla a esos maravillosos ojos que tiene.
—Pero he dicho cada centímetro—afirma con frialdad antes de apoyar la mano sobre la encimera junto a mi muslo.
La otra continúa entre mis piernas.
¡Joder!
No sé si estoy dispuesta a hacerlo. Elaine lo intentó unas cuantas veces, pero siempre le dije que ni hablar. Solía decir que era la ruta más placentera...
Sí, ¡para ella!
No tengo tiempo de pensar demasiado en ello. Santana recorre el centro de mi sexo con un dedo y me provoca grandes oleadas de placer que salen disparadas en mil direcciones diferentes. Yo me echo hacia delante y apoyo la frente en su hombro mientras la parte superior de mi cuerpo asciende y desciende al ritmo de los frenéticos latidos de mi corazón.
—Estás empapada—me dice con voz grave al oído mientras hunde un dedo dentro de mí. Mis músculos se tensan a su alrededor de inmediato—Me deseas—dice con seguridad al tiempo que lo extrae y extiende toda la humedad por mi clítoris antes de atacar de nuevo con dos dedos.
Yo lanzo un grito.
—Dime que me deseas, Brittany.
—Te deseo—jadeo contra su hombro.
Oigo un gruñido de satisfacción.
—Dime que me necesitas.
Ahora mismo le diría todo lo que quisiera oír. Absolutamente todo.
—Te necesito.
—Vas a necesitarme siempre, Brittany. Me aseguraré de ello. Ahora, a ver si puedo hacerte entrar en razón a polvos.
¿En razón?
¿De qué coño habla?
Retira los dedos de mi interior, me levanta de la encimera y me hace girar lentamente en sus brazos. Busco con las manos la lisa superficie del granito. No me gusta esta posición.
—Quiero verte—me quejo, aunque sé que no tengo nada que hacer.
Parece que le gusta ser la dominante. Siento que su cuerpo se aproxima, el calor que emana hacia mí. Cuando sus pechos presionan mi espalda, me pego a ella y apoyo la cabeza en su hombro. Acerca la boca a mi oído.
—Cállate y disfruta—aprieta la cadera contra la parte baja de mi espalda y lentamente la amolda a mi cuerpo mientras alarga los brazos y me agarra de las muñecas—No hables hasta que yo te lo diga, ¿entendido?
Asiento.
¡Ya no me cabe la menor duda de que le gusta tener el control!
Empieza a acariciarme los brazos lenta y suavemente con sus dedos expertos y me pone el vello de punta. Mi sangre parece lava. Mis pechos ansían su tacto cuando llega con las manos al extremo superior de mis brazos y asciende hasta los hombros.
Cierro los labios con fuerza, pero se me escapa un gemido. No puedo evitarlo. No si me hace sentir así. Me cubre los hombros con las manos por completo y empieza a trazarme círculos con los pulgares en el cuello, masajea la tensión que se acumula en ella. Es una sensación que no puedo explicar. Todo mi cuerpo se relaja y mi mente se serena. Baja la boca hasta mi cuello y me roza la piel con los labios antes de besarla suavemente.
—Tu piel es adictiva.
—Hummm...—ronroneo.
Eso no es hablar. Se ríe en voz baja.
—¿Te gusta?—pregunta mientras me regala suaves besitos por la mandíbula.
Vuelvo el rostro hacia ella, la miro directamente a los ojos y asiento de nuevo. Me mantiene la mirada durante unos segundos, con expresión satisfecha, y me planta un tierno beso en los labios. Deja que sus manos se abran paso hacia mis caderas. Cierro los ojos con fuerza e intento con todas mis fuerzas no despegarme de ella.
—Que no se te ocurra mover las manos—ordena con firmeza antes de soltarme.
Oigo que se quita el vestido y sus manos vuelven a posarse sobre mis caderas. Da unos pasos atrás y lentamente las arrastra con ella. Se me acelera el pulso y me agarro con más fuerza a la encimera para evitar moverme. Me estremezco cuando me apoya una mano en el cuello y siento la otra se acerca a mi abertura.
En un intento por estabilizar mi respiración, inspiro profundamente e intento relajarme mientras me deleito al borde de la penetración. Ésta es la peor clase de tortura que existe. Se inclina hacia adelante, y su lengua, cálida y húmeda, me acaricia la espalda y recorre la línea de mi columna hasta acabar con un suave beso en el cuello.
—¿Estás lista para mí, Brittany?—pregunta contra mi piel, y la vibración de sus labios provoca temblores de placer en el centro de mi sexo—Puedes contestar.
A pesar de mis ejercicios de respiración, sigue faltándome el aire.
—Sí—respondo prácticamente jadeando.
La bocanada de aire que escapa de su boca es de auténtico agradecimiento. Siento que me acaricia el culo con la otra mano mientras ella se coloca en posición. Entonces, muy lentamente, atraviesa mi palpitante vacío y se sumerge en mí con movimientos suaves y controlados. A ella también le cuesta respirar, y yo quiero gritar de placer, pero no estoy segura de sí está permitido.
Joder, qué gusto.
Bien pensado, ¿qué va a hacerme si lo desobedezco?
Mi castigo también será el suyo. Vuelve a colocar una mano en mi cadera y se detiene. Yo me agarro aún con más fuerza a la encimera, hasta que los nudillos se me ponen blancos, y me descubro a mí misma moviéndome contra sus dedos, absorbiéndolos hasta el final.
—Joder, Britt, me vuelves loca—gruñe, su mano abandona mi cadera para cogerme el pecho—No puedo hacerlo despacio—jadea mientras me lo amasa.
Se retira lentamente y avanza de nuevo, con una embestida rápida y enérgica ingresa otro dedo, que me obliga a dar un salto hacia adelante.
—¡Santana!—grito.
Va a ser imposible que esté callada si continúa así. Por Dios, qué potencia tiene. Se retira despacio.
—Silencio, Brittany—me reprende, y ataca de nuevo dejándome sin aliento.
Intento seguir agarrada a la encimera, pero me sudan las manos y resbalan por el granito. Estiro y tenso los brazos para evitar que vuelva a empujarme hacia adelante; a duras penas logro estabilizarme antes de que vuelva a embestirme. Me martillea incansablemente, sin apenas dejarme espacio entre sus penetraciones, fuertes e implacables.
No tiene piedad.
Me suelta el cuello y el pecho, me agarra de las caderas y tira de mí con fuerza para obligarme a recibir cada una de sus arremetidas, que me entran hasta el fondo. He perdido todo sentido de la realidad. No hay nada más, aparte de Santana, su apetito brutal y mi cuerpo ansioso de ella. Es algo que no puede explicarse. Aprieto el estómago cuando siento que el orgasmo se acerca, rápidamente provocado por el implacable ímpetu de Santana.
—Aún no, Brittany—me advierte.
¿Cómo lo sabe?
No puedo contenerlo durante mucho más tiempo. Voy a estallar en cualquier momento. Oigo que nuestros cuerpos sudorosos chocan con violencia y los gruñidos guturales de Santana sobre mí. Me concentro en sofocar la necesidad de dejarme llevar. Siento tanto placer que casi roza el dolor. Pero con la mente puesta en cualquier sitio excepto en mi cerebro, soy esclava de las necesidades de mi cuerpo. Entonces sale de mí y me deja con las ganas.
¿Qué hace?
Yo gimoteo al sentir que mi inminente descarga se retira. Me dispongo a gritarle, pero siento que empieza a deslizarme el dedo meñique por el centro del trasero. Me tenso de los pies a la cabeza.
¡Ay, no!
—Puedes hacerlo, Britt—desliza los dedos entre mis muslos y los introduce en mi interior, recoge la humedad y la arrastra hacia mi culo—Relájate, lo haremos despacio.
¿Qué me relaje?
¡No puedo!
Con lentitud, empieza a trazar círculos alrededor de mi abertura, y todos y cada uno de los músculos de mi trasero se contraen y rechazan automáticamente la invasión.
—Relájate, Britt—dice subrayando las palabras.
—Lo estoy intentando, joder—mascullo—¡Dame un poco de tiempo, coño!
¡Lo siento pero no pienso quedarme callada ahora!
Oigo que se ríe suavemente mientras baja los dedos hasta mi clítoris y lo masajea, causándome enormes oleadas de placer.
—Esa boca—me reprende.
Me concentro en respirar hondo.
—¿No hace falta un poco de lubricante o algo?—jadeo.
—Estás empapada, Brittany. Con eso basta. No se te da muy bien seguir órdenes, ¿verdad?—me mete el meñique en el orificio y yo me muerdo el labio—Relájate, Britt.
—Dios, esto va a dolerme, ¿verdad?
—Al principio sí. Tienes que relajarte. Una vez esté dentro de ti, te encantará, confía en mí. Tú también me lo harás, porque poseerás cada parte de mi cuerpo.
¡Joder!
¡Joder!
Continúa masajeándome el orificio y yo dejo caer la cabeza, jadeando y sudando por los nervios. Me pone una mano en el cuello y me masajea los músculos tensos. Mientras intento automotivarme mentalmente, su mano abandona mi cuello y aterriza en mi trasero. Me abre suavemente hasta que siento la punta de su dedo empujando en mi abertura.
¡Joder!
—Tranquilízate. Deja que pase—murmura mientras mueve el dedo muy despacio alrededor de mi entrada.
Respira, respira, respira.
Entonces avanza y la inmensa presión que siento me hace echarme hacia adelante impulsivamente. Su mano me agarra de los hombros y me obliga a permanecer donde estoy. La presión aumenta cada vez más y yo no dejo de temblar.
—Eso es, Britt. Ya casi está.
Su voz es irregular y forzada. Noto el sudor de su mano sobre mi hombro cuando flexiona los dedos. Y entonces embiste hacia adelante con un gruñido ahogado, atraviesa mis músculos y se desliza hasta el fondo de mi lugar prohibido.
—¡Mierda!—grito.
¡Eso duele, joder!
—¡Dios, qué apretada estás!—resuella—Deja de resistirte, Britt. ¡Relájate!
Yo jadeo mientras me sumerjo en algún punto entre el dolor y el placer. La plenitud que siento es indescriptible, el dolor es intenso, pero el placer... Joder, no hay palabras para describir el placer, y esto no me lo esperaba. Mi cuerpo libera un poco de la tensión acumulada y un placer puro ocupa su lugar.
—Joder, qué bueno. Ahora voy a moverme, ¿de acuerdo?
Yo asiento, tomo aire y me agarro a la encimera de la isla. Su mano abandona mi hombro y desciende por mi espalda hasta mi cadera, pero esta vez no doy ningún brinco cuando me agarra. Estoy demasiado ocupada preparándome para lo que está por llegar.
—Muy despacito, Britt—jadea mientras sale lentamente de mí.
—¡Joder, Santana!
Como me diga que me calle, voy a enfadarme de Verdad
—Lo sé.
Empieza a entrar y a salir a un ritmo lento y controlado. Me estoy deshaciendo de placer. Jamás lo habría imaginado. Siempre lo vi como algo sucio y obsceno. Pero no es así. Me está haciendo el amor, y me encanta. No puedo creérmelo. La intensidad de su reclamo sobre mí hace que se me formen nudos en el estómago. Si me rozara el clítoris ahora mismo me haría estallar.
—Eres increíble, Britt—gruñe con voz ronca mientras entra una vez más—Podría pasarme así toda la puta noche, pero no aguanto más.
Me sorprendo a mí misma moviéndome contra sus sacudidas pausadas, invitándola a acelerar el ritmo. Este placer inesperado es increíble, y estoy al borde de tener el orgasmo más intenso de mi vida. Ni siquiera puedo creerme que lo esté haciendo.
Necesito más.
—Sigue—pronuncio la palabra que jamás creí que diría.
—Sí, Britt. ¿Te falta mucho?
—¡No!—grito, y me empotro contra ella. Oigo sus gemidos mientras me coloca entre las piernas—¡Más fuerte!—grito.
La necesito.
—¡Joder, Britt!
Exclama, y me penetra con más ímpetu, trazando círculos con el dedo sobre mi clítoris palpitante. Lanzo la cabeza hacia atrás.
—¡Me viene!—grito.
—¡Espera!—me ordena.
Estoy ida de placer, casi delirante, y justo cuando creo que voy a desmayarme, brama:
—¡Ahora!
Y me dejo llevar.
La habitación empieza a dar vueltas y yo me pierdo. Me dejo caer sobre la encimera con los brazos estirados sobre la cabeza y arrastro a Santana conmigo. Sólo soy consciente de que su pecho húmedo y firme me aplasta contra el granito, de que su aliento cálido y entrecortado me acaricia el pelo y de que su dedo continúa hundido en mi interior. Mis músculos se contraen.
Estoy flotando.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Hola DLA
Una palabra para este capítulo WANKY.
Dios, que fuerte lo que hicieron estas Britt y San, me dejo sin palabras.
Que genial que Santana le explicara a Brittany que Holly es solo una AMIGA y que así será para siempre, aunque si es de lejitos mucho mejor.
Gracias por los capitulos, nos leemos mas tarde
Una palabra para este capítulo WANKY.
Dios, que fuerte lo que hicieron estas Britt y San, me dejo sin palabras.
Que genial que Santana le explicara a Brittany que Holly es solo una AMIGA y que así será para siempre, aunque si es de lejitos mucho mejor.
Gracias por los capitulos, nos leemos mas tarde
Daniela Gutierrez***** - Mensajes : 281
Fecha de inscripción : 03/07/2014
Edad : 27
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Ohhhhh pero que fuerte ,que fuerte ajhssj fuerte y duro le dieron a Brittany ajhsshvs
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Daniela Gutierrez escribió:Hola DLA
Una palabra para este capítulo WANKY.
Dios, que fuerte lo que hicieron estas Britt y San, me dejo sin palabras.
Que genial que Santana le explicara a Brittany que Holly es solo una AMIGA y que así será para siempre, aunque si es de lejitos mucho mejor.
Gracias por los capitulos, nos leemos mas tarde
Hola jaajajajajaj dani, Jajajajajaj bn estas chicas estan recuperando el tiempo perdido... o san mejor dicho ajajajajajajajaaj. Jjajaajajajaj sip, de lejos mejor jajaajaj. De nada, pero gracias por leer y comentar. Saludos =D
Susii escribió:Ohhhhh pero que fuerte ,que fuerte ajhssj fuerte y duro le dieron a Brittany ajhsshvs
Hola, jajajaajajajajajajajajXD, bn recuperaron el tiempo perdido no¿? jaajajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 11
Capitulo 11
—¿Estás bien?—me susurra al oído.
—¿Me está permitido hablar?
Santana hace presión hacia adelante y me aprieta el hueso de la cadera, lo que provoca que dé un respingo sobre la encimera de la isla.
—No seas listilla.
—Estoy bien, y bien jodida—suspiro.
—Brittany, por favor, vigila esa boca—me advierte.
Levanta el brazo y lo deja caer sobre el mío; lo acaricia con suavidad de arriba abajo.
—Pero es verdad.
Nunca me habían tratado así, aunque ha sido increíble.
—Ya, pero no hace falta que hables así. Odio que digas tacos.
Frunzo el ceño para mis adentros.
—Tú también lo haces.
—Yo sólo los digo cuando cierta señorita me saca de mis casillas.
Suspiro con resignación.
—Está bien.
Permanecemos tumbadas, saciadas para una eternidad, mientras recobramos el aliento. Estoy clavada bajo su cuerpo y aplastada contra el granito. Agradezco el frío en la mejilla y observo que mi aliento cálido empaña la brillante superficie. Estoy alejada de la realidad y ahogándome en un torbellino de sensaciones. Me siento exhausta, física y emocionalmente, y todavía más perdida que antes.
—Santana.
—¿Hummm?
—¿Cuántos años tienes?
Ella me aprieta los brazos.
—Veintidós.
Pongo los ojos en blanco. Si ella tiene veintidós años, yo soy la reencarnación de la madre Teresa. Sonrío para mis adentros. Después de lo que acaba de pasar, eso es poco probable.
Noto que empieza a moverse, y una sensación de vacío se apodera de mí cuando sale de mi cuerpo. Se inclina hacia adelante, me besa la espalda y empieza a separarnos, apartando gradualmente la piel de la mía.
Tengo frío.
—Ven aquí—susurra al tiempo que me agarra de la cintura.
Me fijo en que ya no lo hace de las caderas. Coloco la palma de la mano sobre el granito y me incorporo con ayuda de su lenta persuasión.
Joder, es como intentar despegar el yeso de una pared.
Cuando por fin logro separar el cuerpo de la barra de desayuno, me vuelvo hacia ella. Abro los ojos de par en par al ver que vuelve a estar húmeda.
¿Ya?
¡Si yo estoy agotada!
Me coloca sobre la encimera y se abre paso entre mis muslos, me coge los brazos, se los coloca sobre los hombros y vuelve a agarrarme de la cintura. Me estudia los ojos.
—¿Estás bien?
Yo sonrío ante su atractivo rostro.
¿No es un poco tarde para preguntar eso?
—Sí.
—Bien—se inclina y me estrecha con fuerza entre sus brazos. Aspira el aroma de mi cuello—No he acabado contigo todavía.
Le rodeo la cintura con las piernas y aprieto los muslos.
—Ya me he dado cuenta.
Es insaciable. Menos mal que sólo es sexo ocasional, porque no creo que pudiera aguantar esto de manera permanente. Acabaría exhausta, si no muerta.
—Es el efecto que ejerces sobre mí—me dice encogiéndose de hombros.
No puede ser sólo influencia mía, pero acepto el cumplido. Entierro la cara en su cuello e inhalo. Huele de maravilla.
—¿Tienes hambre?—me pregunta, y se aparta y me acaricia la mejilla con los nudillos.
La verdad es que no, aunque no he tenido tiempo de comer en todo el día. Decidí pasar de los canapés al champán; no quería que me pillaran con la boca llena si alguien quería hablar conmigo en el Lusso.
—Un poco—respondo.
—Un poco—repite, y en sus labios se atisba una sonrisa. Parpadea y yo sonrío—Tienes una sonrisa muy abierta, me encanta.
Me besa las comisuras de los labios.
—¡Mierda!
En cuanto la palabra sale de mi boca, me arrepiento de haberla dicho.
—¡Esa boca!—me reprende muy seria—¿Qué pasa?
—Le dije a Rach que iba hacia casa—contesto. No ha llamado o, si lo ha hecho, no he oído el teléfono—Será mejor que la llame. Necesita mi coche mañana para ir a visitar a su abuela en Yorkshire.
¡Mierda!
¡Joder, joder, joder!
Puedo decir todos los tacos que quiera en mi cabeza.
Maldita sea.
Mi coche está en el Lusso, y he bebido demasiado como para ir a buscarlo ahora. Tal vez Rachel pueda recogerlo por la mañana con la llave de repuesto. No, no puede. La llave de repuesto todavía está en casa de Elaine.
¡Joder!
Tengo que ir a por mis cosas de una vez. Tendré que coger un taxi para ir a darle las llaves a Rachel, y que ella recoja el coche por la mañana en el Lusso.
Me retuerzo para liberarme y ella me suelta a regañadientes, con el ceño fruncido. Cojo el bolso, que está junto a la puerta de entrada, y busco mi móvil dentro para escribirle a Rachel un mensaje y explicarle la situación. Añadiré una P.D. al final para informarla de que al final no tiene novia. Saco los vaqueros que llevo en la maleta.
—Tengo que irme.
—¿Irte?—brama.
Me estremezco.
—Sólo tengo unas llaves y Rach las necesita—le explico.
Sacudo los pantalones. No voy a molestarme en ponerme la ropa interior. Sólo voy un momento a casa. Meto una pierna por la pernera, doy unos saltitos y me preparo para meter la otra. Avanza tan de prisa que ni siquiera me da tiempo a verle la cara.
—¡Eh!—exclamo cuando me levanta en el aire y me lanza sobre su hombro—¿Qué haces?—tengo su culo firme y bronceado justo delante. Santana se vuelve y, sin mediar palabra, empieza a avanzar por el apartamento—¡Mierda! ¡Santana, suéltame!—de un tirón, me arranca los vaqueros de la pierna que he conseguido meter, los lanza al suelo y me da una palmada en el culo—¡Ay!
—¡Esa boca!
Oigo que la puerta golpea la pared de yeso cuando la abre de una patada y entramos en un dormitorio. Esta habitación también es blanca y negra.
¿Qué demonios está haciendo?
¿Es que no ha tenido suficiente?
¿He tenido yo suficiente?
Cualquiera diría que sí.
Me baja del hombro sin ningún esfuerzo y vuelo ligeramente por el aire antes de aterrizar sobre un mar de suntuoso algodón blanco. Lo primero que percibo es que huele divinamente. Huele a ella, a perfume.
No tengo tiempo de recuperarme de la desorientación. Está entre mis piernas en un nanosegundo. Su cadera presiona la mía y me agarra de las muñecas con las manos a ambos lados de la cabeza. Sus brazos, completamente estirados, sostienen la parte superior de su cuerpo.
Joder, qué rápida es.
Todavía no sé dónde estoy ni cómo he llegado aquí. No obstante, reconozco el sentimiento de anticipación que empieza a formarse en mi interior. Está claro que yo tampoco he tenido suficiente. Su humedad se junta con la mía, y estimula la puerta de mi cuerpo y el corazón se me empieza a acelerar en el pecho mientras me concentro en sus ojos, que, por encima de los míos, me miran con una mezcla de rabia y de sorpresa.
¿Estará loca?
—¡No vas a ir a ninguna parte!—ruge.
Mueve las caderas y junta nuestros sexos por completo, presionándome hasta un punto increíble. La unión nos hace gritar al unísono. La tengo muy cerca. Se mantiene quieto durante unos segundos, con la cabeza gacha y la boca laxa.
Todos mis pensamientos relacionados con el coche han desaparecido para dejar sitio a la anticipación de lo que vendrá. Está claro que nunca me sacio de ella.
Cuando se recompone, me mira y empieza a frotarse lentamente para cargar de nuevo con un fuerte gruñido. Yo echo la cabeza atrás con un grito.
—¡Mírame!
Su voz es un rugido carnal que no debe ser desobedecido. Vuelvo a posar la mirada en la suya mientras ella se une a mí.
Jadeo como un perro deshidratado.
—Mucho mejor. ¿Hace falta que te lo recuerde?—pregunta.
¿Qué me lo recuerde?
¡Si se refiere a la agradable sensación de tenerla dentro y junto a mí la respuesta es sí!
Muevo las caderas e intento que me roce. Estoy excitadísima. Ella me mira, expectante.
—Contéstame, Brittany.
—Por favor—exhalo.
No puedo creerme que le esté suplicando. Bueno, la verdad es que sí. Puede hacerme y pedirme lo que quiera.
En su rostro se dibuja una sonrisa petulante. Entonces carga con más fuerza y velocidad.
—¡Eres mía, Brittany!—ruge. Yo cierro los ojos con un alarido de placer—¡Abre los putos ojos!
No tengo fuerzas para discutir. Los abro y ella se mueve a un ritmo y con una fuerza descomunales.
Es increíble.
Nuestros cuerpos sudorosos chocan y me falta el aliento. Intento controlar la presión que se acumula entre mis piernas. No aparta ni un segundo los ojos de los míos a pesar de nuestros frenéticos movimientos corporales. Le rodeo la cintura con las piernas y levanto las caderas para dejar que nuestros sexos se junten aún más. Mi detonación se aproxima aún más. Las oleadas de placer que me provocan sus persistentes embestidas me acercan al clímax. No sé qué va a ser de mí.
—Joder, Britt, ¿estás bien?—dice entre gruñidos.
Me suelta las muñecas y oigo el golpe de sus puños contra el colchón.
—¡No pares!—grito, y levanto las manos hacia sus resbaladizos bíceps.
Clavo las uñas en ellos para intentar agarrarme. Ella grita y me percute todavía con más fuerza. Echo la cabeza hacia atrás, desesperada. Su fuerza y su control escapan a toda comprensión.
—Maldita sea, Brittany. ¡Mírame!
Vuelvo a enderezar la cabeza y nuestras miradas se cruzan de nuevo. Tiene las pupilas dilatadas. Frunce el ceño y gotas de sudor le resbalan por las sienes. Deslizo una mano hasta su nuca, le agarro del pelo empapado y tiro de ella hacia mí hasta que nuestros labios chocan y nuestras lenguas danzan; mientras, ella continúa con sus mortificantes estocadas. No puedo aguantarlo más.
—Santana, me corro—jadeo contra sus labios.
Me aferro a ella con tanta fuerza que se me duermen las puntas de los dedos.
—¡Mierda! A la vez, ¿vale?—gruñe con los dientes apretados. Me aporrea con fuerza unas cuantas veces más, hasta que casi pierdo el sentido, antes de gritar—¡Ya!
Y lo libero todo: la tensión acumulada entre las piernas, el peso de mis pulmones y el furor de mi vientre. Todo sale despedido en una inmensa ola de presión y un sonoro alarido.
—¡Dios mío!—exclama mientras empuja con fuerza una última vez antes de dejarse caer sobre mí.
Siento su humedad abrasadora mezclada con la mía, me derrumbo a su lado y cierro los ojos, exhausta. Ella se apoya sobre los antebrazos, sin aliento y empapado de sudor, mientras se mueve poco a poco, unas cuantas veces más con movimientos lentos y calculados.
No pienso con claridad.
Esta mujer me ha provocado cuatro orgasmos increíblemente intensos en menos de cuatro horas.
¡Eso es uno por hora!
Mañana no podré andar.
Me quedo así, saciada y agotada, jadeando y dolorida por el esfuerzo. Empiezan a pesarme los ojos. Siento su frente contra la mía y los abro para ver que los suyos están completamente cerrados. Me muevo un poco debajo de ella para atraer su atención. Se obliga a abrir los ojos y levanta la cabeza para centrarse en mí. Analiza mi rostro, se acerca a mi boca y me da un beso en los labios maltratados con toda la ternura del mundo.
Suspiro cuando deja caer el torso y se tumba sobre mi cuerpo. Sus pechos chocando con los míos, los que son más que bienvenidos, descansan sobre mí, y yo acepto la carga y estiro los brazos para acariciarle la espalda con los dedos al tiempo que apoyo la barbilla en su hombro y miro al techo. Ella se estremece ligeramente y entierra el rostro en mi cuello, posando los labios sobre mi yugular.
Jamás me había sentido tan bien. Sé que sólo es sexo, y los efectos secundarios que tiene, pero ésta es la sensación más agradable del mundo. Tiene que serlo. La ferocidad de esta mujer es adictiva, su ternura es dulce y su cuerpo supera la perfección. Es la personificación de la femineidad.
Estoy metida en un buen berenjenal.
Sigo acariciándole la espalda. Me pesan los párpados. Siento todo su peso encima y tengo las puntas de los dedos dormidas debido a la fricción de las caricias. Noto su respiración pausada y regular contra mi cuello. Se ha dormido y estoy atrapada debajo de su cuerpo.
Cuando dejo de acariciarle la espalda, mueve las caderas ligeramente y se quita de encima con lentitud. Me deja un inmenso vacío que me hace desear haber aguantado su peso un rato más, o tal vez toda la vida. Se apoya sobre los codos y me mira. Coge un mechón suelto de mi pelo y analiza el brillante rizo rubio mientras juguetea con él entre sus dedos índice y pulgar.
—Has hecho que me quede dormida—dice con voz ronca.
—Ya.
—Eres demasiado bonita—susurra, y vuelve a mirarme.
Tiene los ojos cansados. Estiro la mano para pasarle el pulgar por la frente y hundo los dedos en su pelo.
—Tú también—digo con ternura.
La verdad es que es muy hermosa. Ella sonríe levemente, agacha la cabeza y me acaricia los pechos con la nariz.
—Ya se lo he recordado, señorita.
¡Ja!
Lo sabía. Era un polvo recordatorio después de que el polvo para que entrase en razón fracasara. Bueno, no ha fracasado, aunque yo diría que más que para hacerme entrar en razón ha sido para hacerme perderla.
Se separa lentamente de mi cuerpo y vuelve a incorporarse. La sensación de frío que me invade al instante hace que desee tirar de ella para que se tumbe de nuevo.
Sí, me lo ha recordado muy bien.
Me ofrece las dos manos. Se las acepto y dejo que tire de mí hasta que quedo a horcajadas sobre sus muslos. Me rodea la espalda con un brazo y me acuna contra sus pechos mientras se vuelve y se sienta con la espalda apoyada en la cabecera de la cama, conmigo de cara. Me pone las manos en la cintura y traza círculos con los pulgares sobre mis caderas. Hace que me estremezca. Coloco las manos sobre las suyas para detener los movimientos. Ella me sonríe con picardía.
—Pasa el día conmigo mañana.
¿Cómo?
Pensaba que sólo era sexo. Tal vez quiera pasarse todo el día en la cama conmigo.
Joder, después de lo de esta noche voy a necesitar una semana para recuperarme, puede que más.
Estoy, literalmente, jodida.
—Tengo cosas que hacer—digo con cautela.
Tengo que ser prudente. Debo mantener esto a un nivel informal, o tal vez no volver a verla jamás. Es la típica chica mala, aunque algo mayor. Es peligrosa, enigmática y absolutamente adictiva. Soy consciente de ello, pero aun así temo engancharme.
—¿Qué cosas?—pregunta algo enrabietada.
La verdad es que no tengo nada que hacer. Sólo arreglar mi habitación. Parece una leonera, pero tengo muy poco espacio y demasiados efectos personales. Debería empezar a buscar otro sitio, pero me encanta vivir con Rachel.
—Tengo que ordenar cosas—contesto, y le agarro las manos cuando veo que intenta volver a mover los pulgares de nuevo.
—¿Qué cosas?—parece confundida.
—Rach me ha acogido en su casa temporalmente. Llevo ahí cuatro semanas, y lo tengo todo manga por hombro. Tengo que empezar a organizarme para cuando me mude a otro sitio.
—¿Dónde vivías hace cuatro semanas?
—Con Elaine.
Hace una mueca.
—¿Y quién coño es Elaine?
—Relájate. Es mi ex novia.
—¿Ex?
—Sí, ex—me reafirmo, y veo que una ola de alivio inunda su rostro. Pero ¿qué le pasa?—Santana, tengo que ir por mi coche—insisto.
No puedo dejar que Rachel conduzca a Margo hasta Yorkshire. Va dando bandazos y sacudidas. Para cuando llegue ahí, le habrán salido almorranas. Tiene que asegurar las tartas en cajas de poliestireno, atarlas con correas y reducir la velocidad a cinco kilómetros por hora sobre los badenes.
—Tranquila. Te acercaré mañana por la mañana.
Entonces ¿voy a quedarme aquí?
—Se irá sobre las ocho.
Tal vez no le apetezca tanto si lo saco de la cama un sábado a primera hora de la mañana.
—De acuerdo—dice, y esboza una sonrisa malévola.
Yo imito su sonrisa, traslado sus manos a mi cintura y me llevo las mías a la cabeza para quitarme las horquillas que me recogen el pelo. Me están dando dolor de cabeza. Empiezo a desprenderme de ellas y ella me mira con el ceño fruncido. Me detengo.
—¿Qué pasa?
—Te niegas a pasar el día conmigo, pero me pones esas preciosas tetas delante de la cara. No es justo, Britt—dice, y estira el brazo para tocarme un pezón, lo cual provoca que se endurezca al instante.
Yo protesto y me agarro el pecho.
—¡Oye! Tengo que quitarme las horquillas. Se me están clavando en la cabeza. Y yo de lo más bien que me aguanto a tus bonitas tetas.
Me quito una y me la pongo en la boca. Me observa con interés, se inclina hacia adelante, coge la horquilla entre los dientes y la escupe fuera de la cama. Entonces hunde la cara en mis tetas. Yo sonrío para mis adentros y le acaricio el pelo mojado, desoyendo la vocecita de mi cabeza que me dice que no me emocione demasiado. Inspira profundamente, se aparta y me da un besito en cada pezón. Luego me vuelve sobre su regazo.
—Déjame a mí.
Levanta las rodillas, de modo que quedo sujeta entre ellas y su pecho, con los antebrazos apoyados sobre sus rótulas. Empieza a pasarme los dedos por el pelo y a localizar las horquillas. Las retira y me las da por encima del hombro.
—¿Cuántas te has puesto?—pregunta.
Me masajea el cuero cabelludo y encuentra una que se le había olvidado.
—Unas cuantas—me da la última—Tengo mucho pelo que sujetar.
—¿Unos cuantos centenares?—pregunta asombrada—Eres como un muñeco de vudú. Bueno, creo que ya están todas.
Coge las horquillas de mi mano y las deja en la mesita de noche. Después me acaricia los hombros y vuelve a darme la vuelta para colocarme contra su pecho, con la parte externa de mis piernas flexionadas apoyada contra la parte interna de las suyas.
Es tan cómodo, y a mí me pesan tanto los párpados...
He tenido un día tremendamente ajetreado, y ha terminado con una maratón de sexo con esta mujer cautivadora sobre la que estoy apoyada. Quizá debería marcharme ya. Así evitaríamos ese incómodo sentimiento que seguramente se apoderará de nosotras por la mañana. Pero entonces siento que sus antebrazos me rodean el torso y mi cabeza cae automáticamente sobre su hombro. Estoy tan a gusto y tan cansada que no pienso moverme de aquí.
Cada cierto tiempo me regala besos en el pelo, así que no tardo en quedarme traspuesta con el sonido de su respiración constante. Se me cierran los ojos. Estiro el brazo y empiezo a acariciarle la pierna.
—¿Cuántos años tienes?—farfullo, y siento que me estoy quedando dormida.
Su pecho da unas leves sacudidas que me indican que se está riendo.
—Veintitrés.
Yo dejo escapar un bufido de incredulidad, pero no tengo fuerzas para discutir con ella. El cansancio me vence y me quedo dormida.
—¿Me está permitido hablar?
Santana hace presión hacia adelante y me aprieta el hueso de la cadera, lo que provoca que dé un respingo sobre la encimera de la isla.
—No seas listilla.
—Estoy bien, y bien jodida—suspiro.
—Brittany, por favor, vigila esa boca—me advierte.
Levanta el brazo y lo deja caer sobre el mío; lo acaricia con suavidad de arriba abajo.
—Pero es verdad.
Nunca me habían tratado así, aunque ha sido increíble.
—Ya, pero no hace falta que hables así. Odio que digas tacos.
Frunzo el ceño para mis adentros.
—Tú también lo haces.
—Yo sólo los digo cuando cierta señorita me saca de mis casillas.
Suspiro con resignación.
—Está bien.
Permanecemos tumbadas, saciadas para una eternidad, mientras recobramos el aliento. Estoy clavada bajo su cuerpo y aplastada contra el granito. Agradezco el frío en la mejilla y observo que mi aliento cálido empaña la brillante superficie. Estoy alejada de la realidad y ahogándome en un torbellino de sensaciones. Me siento exhausta, física y emocionalmente, y todavía más perdida que antes.
—Santana.
—¿Hummm?
—¿Cuántos años tienes?
Ella me aprieta los brazos.
—Veintidós.
Pongo los ojos en blanco. Si ella tiene veintidós años, yo soy la reencarnación de la madre Teresa. Sonrío para mis adentros. Después de lo que acaba de pasar, eso es poco probable.
Noto que empieza a moverse, y una sensación de vacío se apodera de mí cuando sale de mi cuerpo. Se inclina hacia adelante, me besa la espalda y empieza a separarnos, apartando gradualmente la piel de la mía.
Tengo frío.
—Ven aquí—susurra al tiempo que me agarra de la cintura.
Me fijo en que ya no lo hace de las caderas. Coloco la palma de la mano sobre el granito y me incorporo con ayuda de su lenta persuasión.
Joder, es como intentar despegar el yeso de una pared.
Cuando por fin logro separar el cuerpo de la barra de desayuno, me vuelvo hacia ella. Abro los ojos de par en par al ver que vuelve a estar húmeda.
¿Ya?
¡Si yo estoy agotada!
Me coloca sobre la encimera y se abre paso entre mis muslos, me coge los brazos, se los coloca sobre los hombros y vuelve a agarrarme de la cintura. Me estudia los ojos.
—¿Estás bien?
Yo sonrío ante su atractivo rostro.
¿No es un poco tarde para preguntar eso?
—Sí.
—Bien—se inclina y me estrecha con fuerza entre sus brazos. Aspira el aroma de mi cuello—No he acabado contigo todavía.
Le rodeo la cintura con las piernas y aprieto los muslos.
—Ya me he dado cuenta.
Es insaciable. Menos mal que sólo es sexo ocasional, porque no creo que pudiera aguantar esto de manera permanente. Acabaría exhausta, si no muerta.
—Es el efecto que ejerces sobre mí—me dice encogiéndose de hombros.
No puede ser sólo influencia mía, pero acepto el cumplido. Entierro la cara en su cuello e inhalo. Huele de maravilla.
—¿Tienes hambre?—me pregunta, y se aparta y me acaricia la mejilla con los nudillos.
La verdad es que no, aunque no he tenido tiempo de comer en todo el día. Decidí pasar de los canapés al champán; no quería que me pillaran con la boca llena si alguien quería hablar conmigo en el Lusso.
—Un poco—respondo.
—Un poco—repite, y en sus labios se atisba una sonrisa. Parpadea y yo sonrío—Tienes una sonrisa muy abierta, me encanta.
Me besa las comisuras de los labios.
—¡Mierda!
En cuanto la palabra sale de mi boca, me arrepiento de haberla dicho.
—¡Esa boca!—me reprende muy seria—¿Qué pasa?
—Le dije a Rach que iba hacia casa—contesto. No ha llamado o, si lo ha hecho, no he oído el teléfono—Será mejor que la llame. Necesita mi coche mañana para ir a visitar a su abuela en Yorkshire.
¡Mierda!
¡Joder, joder, joder!
Puedo decir todos los tacos que quiera en mi cabeza.
Maldita sea.
Mi coche está en el Lusso, y he bebido demasiado como para ir a buscarlo ahora. Tal vez Rachel pueda recogerlo por la mañana con la llave de repuesto. No, no puede. La llave de repuesto todavía está en casa de Elaine.
¡Joder!
Tengo que ir a por mis cosas de una vez. Tendré que coger un taxi para ir a darle las llaves a Rachel, y que ella recoja el coche por la mañana en el Lusso.
Me retuerzo para liberarme y ella me suelta a regañadientes, con el ceño fruncido. Cojo el bolso, que está junto a la puerta de entrada, y busco mi móvil dentro para escribirle a Rachel un mensaje y explicarle la situación. Añadiré una P.D. al final para informarla de que al final no tiene novia. Saco los vaqueros que llevo en la maleta.
—Tengo que irme.
—¿Irte?—brama.
Me estremezco.
—Sólo tengo unas llaves y Rach las necesita—le explico.
Sacudo los pantalones. No voy a molestarme en ponerme la ropa interior. Sólo voy un momento a casa. Meto una pierna por la pernera, doy unos saltitos y me preparo para meter la otra. Avanza tan de prisa que ni siquiera me da tiempo a verle la cara.
—¡Eh!—exclamo cuando me levanta en el aire y me lanza sobre su hombro—¿Qué haces?—tengo su culo firme y bronceado justo delante. Santana se vuelve y, sin mediar palabra, empieza a avanzar por el apartamento—¡Mierda! ¡Santana, suéltame!—de un tirón, me arranca los vaqueros de la pierna que he conseguido meter, los lanza al suelo y me da una palmada en el culo—¡Ay!
—¡Esa boca!
Oigo que la puerta golpea la pared de yeso cuando la abre de una patada y entramos en un dormitorio. Esta habitación también es blanca y negra.
¿Qué demonios está haciendo?
¿Es que no ha tenido suficiente?
¿He tenido yo suficiente?
Cualquiera diría que sí.
Me baja del hombro sin ningún esfuerzo y vuelo ligeramente por el aire antes de aterrizar sobre un mar de suntuoso algodón blanco. Lo primero que percibo es que huele divinamente. Huele a ella, a perfume.
No tengo tiempo de recuperarme de la desorientación. Está entre mis piernas en un nanosegundo. Su cadera presiona la mía y me agarra de las muñecas con las manos a ambos lados de la cabeza. Sus brazos, completamente estirados, sostienen la parte superior de su cuerpo.
Joder, qué rápida es.
Todavía no sé dónde estoy ni cómo he llegado aquí. No obstante, reconozco el sentimiento de anticipación que empieza a formarse en mi interior. Está claro que yo tampoco he tenido suficiente. Su humedad se junta con la mía, y estimula la puerta de mi cuerpo y el corazón se me empieza a acelerar en el pecho mientras me concentro en sus ojos, que, por encima de los míos, me miran con una mezcla de rabia y de sorpresa.
¿Estará loca?
—¡No vas a ir a ninguna parte!—ruge.
Mueve las caderas y junta nuestros sexos por completo, presionándome hasta un punto increíble. La unión nos hace gritar al unísono. La tengo muy cerca. Se mantiene quieto durante unos segundos, con la cabeza gacha y la boca laxa.
Todos mis pensamientos relacionados con el coche han desaparecido para dejar sitio a la anticipación de lo que vendrá. Está claro que nunca me sacio de ella.
Cuando se recompone, me mira y empieza a frotarse lentamente para cargar de nuevo con un fuerte gruñido. Yo echo la cabeza atrás con un grito.
—¡Mírame!
Su voz es un rugido carnal que no debe ser desobedecido. Vuelvo a posar la mirada en la suya mientras ella se une a mí.
Jadeo como un perro deshidratado.
—Mucho mejor. ¿Hace falta que te lo recuerde?—pregunta.
¿Qué me lo recuerde?
¡Si se refiere a la agradable sensación de tenerla dentro y junto a mí la respuesta es sí!
Muevo las caderas e intento que me roce. Estoy excitadísima. Ella me mira, expectante.
—Contéstame, Brittany.
—Por favor—exhalo.
No puedo creerme que le esté suplicando. Bueno, la verdad es que sí. Puede hacerme y pedirme lo que quiera.
En su rostro se dibuja una sonrisa petulante. Entonces carga con más fuerza y velocidad.
—¡Eres mía, Brittany!—ruge. Yo cierro los ojos con un alarido de placer—¡Abre los putos ojos!
No tengo fuerzas para discutir. Los abro y ella se mueve a un ritmo y con una fuerza descomunales.
Es increíble.
Nuestros cuerpos sudorosos chocan y me falta el aliento. Intento controlar la presión que se acumula entre mis piernas. No aparta ni un segundo los ojos de los míos a pesar de nuestros frenéticos movimientos corporales. Le rodeo la cintura con las piernas y levanto las caderas para dejar que nuestros sexos se junten aún más. Mi detonación se aproxima aún más. Las oleadas de placer que me provocan sus persistentes embestidas me acercan al clímax. No sé qué va a ser de mí.
—Joder, Britt, ¿estás bien?—dice entre gruñidos.
Me suelta las muñecas y oigo el golpe de sus puños contra el colchón.
—¡No pares!—grito, y levanto las manos hacia sus resbaladizos bíceps.
Clavo las uñas en ellos para intentar agarrarme. Ella grita y me percute todavía con más fuerza. Echo la cabeza hacia atrás, desesperada. Su fuerza y su control escapan a toda comprensión.
—Maldita sea, Brittany. ¡Mírame!
Vuelvo a enderezar la cabeza y nuestras miradas se cruzan de nuevo. Tiene las pupilas dilatadas. Frunce el ceño y gotas de sudor le resbalan por las sienes. Deslizo una mano hasta su nuca, le agarro del pelo empapado y tiro de ella hacia mí hasta que nuestros labios chocan y nuestras lenguas danzan; mientras, ella continúa con sus mortificantes estocadas. No puedo aguantarlo más.
—Santana, me corro—jadeo contra sus labios.
Me aferro a ella con tanta fuerza que se me duermen las puntas de los dedos.
—¡Mierda! A la vez, ¿vale?—gruñe con los dientes apretados. Me aporrea con fuerza unas cuantas veces más, hasta que casi pierdo el sentido, antes de gritar—¡Ya!
Y lo libero todo: la tensión acumulada entre las piernas, el peso de mis pulmones y el furor de mi vientre. Todo sale despedido en una inmensa ola de presión y un sonoro alarido.
—¡Dios mío!—exclama mientras empuja con fuerza una última vez antes de dejarse caer sobre mí.
Siento su humedad abrasadora mezclada con la mía, me derrumbo a su lado y cierro los ojos, exhausta. Ella se apoya sobre los antebrazos, sin aliento y empapado de sudor, mientras se mueve poco a poco, unas cuantas veces más con movimientos lentos y calculados.
No pienso con claridad.
Esta mujer me ha provocado cuatro orgasmos increíblemente intensos en menos de cuatro horas.
¡Eso es uno por hora!
Mañana no podré andar.
Me quedo así, saciada y agotada, jadeando y dolorida por el esfuerzo. Empiezan a pesarme los ojos. Siento su frente contra la mía y los abro para ver que los suyos están completamente cerrados. Me muevo un poco debajo de ella para atraer su atención. Se obliga a abrir los ojos y levanta la cabeza para centrarse en mí. Analiza mi rostro, se acerca a mi boca y me da un beso en los labios maltratados con toda la ternura del mundo.
Suspiro cuando deja caer el torso y se tumba sobre mi cuerpo. Sus pechos chocando con los míos, los que son más que bienvenidos, descansan sobre mí, y yo acepto la carga y estiro los brazos para acariciarle la espalda con los dedos al tiempo que apoyo la barbilla en su hombro y miro al techo. Ella se estremece ligeramente y entierra el rostro en mi cuello, posando los labios sobre mi yugular.
Jamás me había sentido tan bien. Sé que sólo es sexo, y los efectos secundarios que tiene, pero ésta es la sensación más agradable del mundo. Tiene que serlo. La ferocidad de esta mujer es adictiva, su ternura es dulce y su cuerpo supera la perfección. Es la personificación de la femineidad.
Estoy metida en un buen berenjenal.
Sigo acariciándole la espalda. Me pesan los párpados. Siento todo su peso encima y tengo las puntas de los dedos dormidas debido a la fricción de las caricias. Noto su respiración pausada y regular contra mi cuello. Se ha dormido y estoy atrapada debajo de su cuerpo.
Cuando dejo de acariciarle la espalda, mueve las caderas ligeramente y se quita de encima con lentitud. Me deja un inmenso vacío que me hace desear haber aguantado su peso un rato más, o tal vez toda la vida. Se apoya sobre los codos y me mira. Coge un mechón suelto de mi pelo y analiza el brillante rizo rubio mientras juguetea con él entre sus dedos índice y pulgar.
—Has hecho que me quede dormida—dice con voz ronca.
—Ya.
—Eres demasiado bonita—susurra, y vuelve a mirarme.
Tiene los ojos cansados. Estiro la mano para pasarle el pulgar por la frente y hundo los dedos en su pelo.
—Tú también—digo con ternura.
La verdad es que es muy hermosa. Ella sonríe levemente, agacha la cabeza y me acaricia los pechos con la nariz.
—Ya se lo he recordado, señorita.
¡Ja!
Lo sabía. Era un polvo recordatorio después de que el polvo para que entrase en razón fracasara. Bueno, no ha fracasado, aunque yo diría que más que para hacerme entrar en razón ha sido para hacerme perderla.
Se separa lentamente de mi cuerpo y vuelve a incorporarse. La sensación de frío que me invade al instante hace que desee tirar de ella para que se tumbe de nuevo.
Sí, me lo ha recordado muy bien.
Me ofrece las dos manos. Se las acepto y dejo que tire de mí hasta que quedo a horcajadas sobre sus muslos. Me rodea la espalda con un brazo y me acuna contra sus pechos mientras se vuelve y se sienta con la espalda apoyada en la cabecera de la cama, conmigo de cara. Me pone las manos en la cintura y traza círculos con los pulgares sobre mis caderas. Hace que me estremezca. Coloco las manos sobre las suyas para detener los movimientos. Ella me sonríe con picardía.
—Pasa el día conmigo mañana.
¿Cómo?
Pensaba que sólo era sexo. Tal vez quiera pasarse todo el día en la cama conmigo.
Joder, después de lo de esta noche voy a necesitar una semana para recuperarme, puede que más.
Estoy, literalmente, jodida.
—Tengo cosas que hacer—digo con cautela.
Tengo que ser prudente. Debo mantener esto a un nivel informal, o tal vez no volver a verla jamás. Es la típica chica mala, aunque algo mayor. Es peligrosa, enigmática y absolutamente adictiva. Soy consciente de ello, pero aun así temo engancharme.
—¿Qué cosas?—pregunta algo enrabietada.
La verdad es que no tengo nada que hacer. Sólo arreglar mi habitación. Parece una leonera, pero tengo muy poco espacio y demasiados efectos personales. Debería empezar a buscar otro sitio, pero me encanta vivir con Rachel.
—Tengo que ordenar cosas—contesto, y le agarro las manos cuando veo que intenta volver a mover los pulgares de nuevo.
—¿Qué cosas?—parece confundida.
—Rach me ha acogido en su casa temporalmente. Llevo ahí cuatro semanas, y lo tengo todo manga por hombro. Tengo que empezar a organizarme para cuando me mude a otro sitio.
—¿Dónde vivías hace cuatro semanas?
—Con Elaine.
Hace una mueca.
—¿Y quién coño es Elaine?
—Relájate. Es mi ex novia.
—¿Ex?
—Sí, ex—me reafirmo, y veo que una ola de alivio inunda su rostro. Pero ¿qué le pasa?—Santana, tengo que ir por mi coche—insisto.
No puedo dejar que Rachel conduzca a Margo hasta Yorkshire. Va dando bandazos y sacudidas. Para cuando llegue ahí, le habrán salido almorranas. Tiene que asegurar las tartas en cajas de poliestireno, atarlas con correas y reducir la velocidad a cinco kilómetros por hora sobre los badenes.
—Tranquila. Te acercaré mañana por la mañana.
Entonces ¿voy a quedarme aquí?
—Se irá sobre las ocho.
Tal vez no le apetezca tanto si lo saco de la cama un sábado a primera hora de la mañana.
—De acuerdo—dice, y esboza una sonrisa malévola.
Yo imito su sonrisa, traslado sus manos a mi cintura y me llevo las mías a la cabeza para quitarme las horquillas que me recogen el pelo. Me están dando dolor de cabeza. Empiezo a desprenderme de ellas y ella me mira con el ceño fruncido. Me detengo.
—¿Qué pasa?
—Te niegas a pasar el día conmigo, pero me pones esas preciosas tetas delante de la cara. No es justo, Britt—dice, y estira el brazo para tocarme un pezón, lo cual provoca que se endurezca al instante.
Yo protesto y me agarro el pecho.
—¡Oye! Tengo que quitarme las horquillas. Se me están clavando en la cabeza. Y yo de lo más bien que me aguanto a tus bonitas tetas.
Me quito una y me la pongo en la boca. Me observa con interés, se inclina hacia adelante, coge la horquilla entre los dientes y la escupe fuera de la cama. Entonces hunde la cara en mis tetas. Yo sonrío para mis adentros y le acaricio el pelo mojado, desoyendo la vocecita de mi cabeza que me dice que no me emocione demasiado. Inspira profundamente, se aparta y me da un besito en cada pezón. Luego me vuelve sobre su regazo.
—Déjame a mí.
Levanta las rodillas, de modo que quedo sujeta entre ellas y su pecho, con los antebrazos apoyados sobre sus rótulas. Empieza a pasarme los dedos por el pelo y a localizar las horquillas. Las retira y me las da por encima del hombro.
—¿Cuántas te has puesto?—pregunta.
Me masajea el cuero cabelludo y encuentra una que se le había olvidado.
—Unas cuantas—me da la última—Tengo mucho pelo que sujetar.
—¿Unos cuantos centenares?—pregunta asombrada—Eres como un muñeco de vudú. Bueno, creo que ya están todas.
Coge las horquillas de mi mano y las deja en la mesita de noche. Después me acaricia los hombros y vuelve a darme la vuelta para colocarme contra su pecho, con la parte externa de mis piernas flexionadas apoyada contra la parte interna de las suyas.
Es tan cómodo, y a mí me pesan tanto los párpados...
He tenido un día tremendamente ajetreado, y ha terminado con una maratón de sexo con esta mujer cautivadora sobre la que estoy apoyada. Quizá debería marcharme ya. Así evitaríamos ese incómodo sentimiento que seguramente se apoderará de nosotras por la mañana. Pero entonces siento que sus antebrazos me rodean el torso y mi cabeza cae automáticamente sobre su hombro. Estoy tan a gusto y tan cansada que no pienso moverme de aquí.
Cada cierto tiempo me regala besos en el pelo, así que no tardo en quedarme traspuesta con el sonido de su respiración constante. Se me cierran los ojos. Estiro el brazo y empiezo a acariciarle la pierna.
—¿Cuántos años tienes?—farfullo, y siento que me estoy quedando dormida.
Su pecho da unas leves sacudidas que me indican que se está riendo.
—Veintitrés.
Yo dejo escapar un bufido de incredulidad, pero no tengo fuerzas para discutir con ella. El cansancio me vence y me quedo dormida.
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FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 12
Capitulo 12
Me despierto exactamente en la misma postura en la que me había dormido, pero tapada con un edredón hasta la cintura. Santana sigue rodeándome el torso con los brazos y mis manos descansan sobre ellos. El intenso olor a sexo se percibe en el ambiente. Necesito hacer pis. Inspecciono la habitación en busca de un reloj.
¿Qué hora será?
Oigo la respiración suave y serena de Santana junto a mi oreja. No quiero moverme para no despertarla, pero necesito ir al baño urgente. Y podría marcharme antes de que ella se despierte y me eche.
Despacio, empiezo a despegar sus brazos de mi cuerpo pegajoso. Ella gruñe un poco entre sueños y hace que sonría para mis adentros. Me sorprende no estar arrepentida. No siento ningún tipo de remordimiento o culpa. Esta mujer es nociva para mi corazón, lo sé, pero tiene algo que... Su persistencia debería repelerme, pero no lo hace. No me arrepiento en absoluto. Pero tampoco deseo permanecer aquí más de lo debido. De eso nada. Pienso tomar las riendas de esta situación. Justo cuando creía que estaba progresando, sus brazos se aferran a mí y me inmovilizan.
—Ni se te ocurra, señorita—gruñe con la voz áspera por el sueño.
La agarro de los antebrazos con las manos e intento que me suelte.
—Necesito ir al cuarto de baño.
—Me da igual. Aguántate. Estoy cómoda.
—No puedo.
—No te voy a soltar—dice rotundamente, y con un golpe me aparta la mano de su antebrazo mientras sigue sujetándome.
Yo dejo caer la cabeza sobre su hombro de nuevo, desesperada. Se vuelve hacia mí y me besa la mejilla con dulzura. Es agradable, pero no es la reacción matutina que esperaba.
Cuando advierto que ha relajado los músculos ligeramente y que está ocupada besándome la mejilla, me dispongo a moverme, pero en cuanto nota que lo hago para huir me pone boca arriba con las piernas separadas y me agarra de las muñecas, una a cada lado de mi cabeza. Me mira con los ojos brillantes y llenos de júbilo.
Sí, está orgullosa de sí misma hasta el extremo y tiene un aspecto absolutamente glorioso con el pelo revuelto. Su sexo presiona mi sexo.
Estoy indefensa.
Mi cuerpo responde ante ella y no me deja ni pensar. El dolor en la vejiga pronto se ve sustituido por un intenso ardor entre las piernas, y mi corazón se traslada a algún lugar situado entre mi esternón y mi garganta. Su olor al alba es una mezcla de sudor dulce y de ese aroma a su perfume que tanto me gusta. Es una fragancia que me embriaga, y soy consciente de que apenas puedo respirar. Debe de pensar que soy demasiado fácil.
Y lo soy... con ella.
Me frota la nariz con la suya.
—¿Qué tal has dormido?
¿Ahora quiere ponerse a charlar?
Me saltan chispas en la entrepierna..., ¿y ella quiere hablar?
—Muy bien—digo, y muevo las caderas de manera sugerente.
Enarca las cejas y se le forma una sonrisa en los labios.
—Yo también.
Levanto la cabeza y le doy besitos es sus pezones, esperando, resignada, a que ella tome la iniciativa. Esta vez quiere ir despacio, y me parece bien.
Pero ¡podría darse un poco más de prisa!
Me observa con detenimiento mientras acerca lentamente su rostro al mío. Cuando por fin nuestros labios se rozan, gimo y abro la boca para invitarla a entrar. Tiemblo de forma involuntaria cuando me lame la lengua suavemente con la suya, tomándose su tiempo, seduciendo mi boca con lentitud y retirándose de vez en cuando para besarme los labios con dulzura antes de continuar explorando.
Me encanta esta Santana sensible. Esto no tiene nada que ver con el ama dominante que me encontré ayer.
Cuando considera que ya me tiene cautivada, me libera las muñecas y me acaricia un costado con la punta del dedo índice. Es suficiente para hacer que pierda la razón y empiece a mover las caderas al tiempo que la presión que siento en el vientre desciende a gran velocidad hacia mi sexo.
Su tacto es adictivo.
Ella es adictiva.
Soy totalmente adicta.
Le agarro el culo, duro como una piedra, con las palmas de las manos, y le aplico un poco de presión para apretar sus caderas contra las mías deliberadamente. Ambas gemimos en armonía en la boca de la otra.
—Pierdo la razón por completo cuando estoy contigo, señorita—murmura contra mis labios.
Se aparta, me observa el rostro y junta lenta e intencionadamente a mí. Mis manos salen disparadas hacia su espalda y cierro los ojos con fuerza. Ella permanece inmóvil, con la espalda tensa y la respiración entrecortada.
—Mírame, Britt—susurra.
Abro los ojos y me encuentro con los suyos de inmediato. La expresión de su rostro confirma mis pensamientos: tiene la mandíbula tensa, la arruga de la frente más marcada que de costumbre y los ojos oscuros en llamas.
Muevo un poco las caderas para darle a entender que quiero que nos movamos y, tras mi invitación, empieza a frotarte en mí con lentitud, poco a poco, comienza a moverse de nuevo hasta que nuestros sexos se juntan de una manera exquisita, arriba y abajo, arriba y abajo.
—Hummm...—gimo con un largo suspiro.
—Me encanta el sexo soñoliento contigo—exhala.
Los movimientos, medidos y deliberados, me están haciendo perder el control, así que empiezo a levantar las caderas para recibir sus movimientos, dejo que ella se mueva y yo me excito todavía más. Es una sensación extraordinaria. No voy a aguantar mucho tiempo si sigue así.
—¿Te gusta, Britt?—pregunta en voz baja.
Sabe que sí.
Su mirada sigue clavada en la mía; me sorprende ver que soy capaz de mantener ese nivel de intimidad. Me resulta natural, y no me siento ni incómoda, ni violenta, ni angustiada. Es como si estuviéramos predestinadas a estar así.
Qué tontería.
—Sí—suspiro.
—¿Más rápido?
—No, me gusta así, por favor, sigue así.
Así es perfecto.
La Santana dominante, agresiva y potente es increíble, pero en estos momentos esto es absolutamente perfecto. Su mirada se pierde mientras me observa y continúa sus movimientos acompasados.
Estoy a punto.
Quiero besarla, pero ella parece conformarse con sólo mirarme. Le rodeo el trasero con las piernas y le acaricio suavemente los brazos arriba y abajo. Entonces se detiene y es como si volviera en sí. Sus ojos sondean los míos.
—Basta de sexo soñoliento—murmura.
Y entonces baja sus dedos y los hunde en los más profundos confines de mi cuerpo sin darme tiempo a adaptarme, mientras vuelve a juntar nuestras caderas. Lanza un grito, se retira y repite el delicioso movimiento una y otra vez, se aparta lentamente y empuja con ímpetu. El placer me inunda como una fuerte tormenta y me hace perder la cabeza. Sus movimientos son exactos y controlados. Estoy llegando al límite. Le agarro del pelo y acerco su boca a la mía, le paso la lengua por el labio inferior, se lo muerdo con suavidad y dejo que se deslice entre mis dientes mientras lo estiro. Ella vuelve a introducir sus dedos y, con expresión tensa, me busca la boca y me besa con pasión.
—No voy a dejarte escapar nunca—me informa entre beso y beso.
Me siento abrumada. Santana es un potente afrodisíaco para mí. Mi mente y mi corazón están llenándose de sentimientos extraños respecto a esta mujer.
—No quiero que lo hagas—respondo contra sus labios.
De repente soy consciente de lo que he dicho y me siento confundida. Ella se para, detiene sus embestidas rítmicas justo cuando empezaba a deshacerme en sus brazos. Hago una mueca ante la falta de movimiento, y mi orgasmo queda suspendido en el limbo. Con sus dedos aún dentro de mí, aparta la cabeza y me mira. Inmediatamente salgo de mis confusos pensamientos al ver la expresión de disgusto de su rostro.
Mierda, ¿he metido la pata al decir eso?
Es sólo que me he dejado llevar por la pasión del momento.
Aparto la mirada. La he cagado.
—Mírame, Brittany—ordena. Yo vuelvo a mirarla a regañadientes y veo que su expresión se ha suavizado un poco—Vamos a tener esta conversación cuando estés serena y no loca de lujuria.
Aleja su cadera de la mía y saca de mi interior sus dedos y se coloca sobre mí. Es verdad, pierdo la cabeza cuando estoy con ella, sobre todo cuando me toma de esta manera. Me embriaga de placer y acabo diciendo tonterías.
Se pasa la lengua por el labio inferior y jadea mientras empuja de nuevo sus caderas con las mías; su movimiento reactiva mi orgasmo. Siento que me arde la piel mientras mueve su cadera contra la mía con lentitud y fuerza. Le cojo la cabeza con las manos y la aproximo a mis labios para devorarla mientras ella continúa con sus deliberadas arremetidas y me acerca cada vez más a otro orgasmo orgásmico.
—Me voy a correr—farfulla—Córrete conmigo, Britt. Dámelo—y con tres estocadas más, dejo la mente en blanco y los fuegos artificiales empiezan a estallar en mi cabeza. Me corro bajo su cuerpo con un sonoro alarido—Eso es, Britt—dice entre dientes, y se une a mi placer mientras yo sigo emitiendo gritos y gemidos largos y graves.
Su humedad simiente me mezcla con la mía. Santana se desploma sobre mi cuerpo y sigue apretándome con fuerza.
Estoy exhausta.
Ambas permanecemos entrelazados, jadeando y esforzándonos por respirar.
—No sé qué decir—me susurra al oído.
Yo empiezo a recobrar la conciencia. Todavía me estoy recuperando del orgasmo, pero la he oído, alto y claro, y no sé muy bien cómo tomármelo. Creo que ambas hemos dicho demasiadas cosas ya. Mi propio comentario hace que me sienta un poco incómoda. Eso es lo que sucede cuando te dejas llevar por el momento. La lujuria, el deseo y la pasión se apoderan de tu mente y, antes de que te des cuenta, empiezas a soltar estupideces por la boca.
Tras unos minutos de silencio, estoy mucho más que incómoda, así que me revuelvo un poco debajo de ella.
—¿Puedo usar ya el baño?—pregunto.
Ella libera un suspiro largo y deliberado para dejarme clara su frustración. Aunque no sé muy bien por qué está frustrada. Acaba de tomarme.
Se aparta de encima de mí, haciendo un tremendo y exagerado esfuerzo por dejarse caer sobre la cama. Yo me despego de las sábanas y, sin mediar palabra, camino sobre la moqueta blanca hasta el cuarto de baño y cierro la puerta tras de mí. Sé que ha observado cada paso que he dado. He sentido que sus ojos me aguijoneaban la espalda desnuda. La inevitable incomodidad se ha retrasado, pero ya está aquí. Y ha llegado con ganas.
Uso el retrete, me lavo las manos y me tomo unos momentos para prepararme psicológicamente antes de volver a abrir la puerta. Ella sigue echada boca arriba, desnuda sin ningún pudor, y me clava la mirada de inmediato.
No sé qué hacer.
Al final, vuelvo a entrar en el cuarto de baño, cojo una toalla blanca y suave del toallero, me envuelvo con ella y sujeto el extremo con la axila. Salgo del aseo, me dirijo directamente a la puerta del dormitorio y llego al espacioso salón. El suelo de la cocina está lleno de cristales que me recuerdan lo que pasó anoche cuando se abalanzó sobre mí de repente.
Iba a ocurrir antes o después, lo hiciera o no, pero ahora la naturalidad de nuestros cuerpos al unirse ha disminuido y ha dejado espacio para una sola sensación: la incomodidad.
Veo mis bártulos junto a la puerta de entrada y busco mi teléfono.
¡Mierda!
Son las siete y media. Se supone que Rachel se marcha dentro de media hora. Le mandé un mensaje diciéndole que iba hacia casa y no he aparecido. Aunque ella ni siquiera ha llamado para ver dónde estoy.
¡Qué detalle!
—¡Joder!—exclamo entre dientes.
Me vuelvo y veo a Santana, todavía desnuda, mirándome con cara de enfadado.
Pero ¿por qué coño está enfadada? Ahora soy yo la que está cabreada.
—¡Esa boca!—me reprende con el ceño fruncido.
Está muy mosqueada. Bueno, y yo también.
¡Conmigo misma!
Cojo mi maleta y me dirijo hacia su cuarto de baño, aunque me paro para ir recogiendo mi ropa diseminada por el suelo.
—¿Puedo usar la ducha?
—¡No!—espeta.
Yo me echo a reír.
—No seas cría, Santana—le digo con tono condescendiente, y paso por delante de ella, tan lejos como puedo, para volver al cuarto de baño.
Sé que es mejor para mí no tocarla. Me dispongo a cerrar la puerta, pero ella la detiene con el hombro y entra detrás de mí. La miro con desaprobación y me aparto para abrir el grifo de la ducha.
¿Está enfadada por lo que he dicho en la cama?
No la culpo. Yo también estoy enfadada conmigo misma. Tiene razones para estarlo. Debería mantener la boca cerrada mientras follamos. Aunque, bien pensado, ella debería hacer lo mismo. También ha dicho unas cuantas tonterías.
Busco en mi maleta la camiseta que llevaba puesta ayer, dejo caer las chanclas al suelo embaldosado, tiro el estuche de maquillaje junto a la pila del lavabo y me cepillo los dientes. Durante todo ese tiempo, Santana permanece ahí, echando humo.
Cuando la habitación está llena de vapor, me quito la toalla con todo el pudor del mundo. Pero estoy enfadada, así que me importa una mierda. Abro la puerta de la ducha y me meto dentro para lavarme los cuatro asaltos de Santana López. Si no fuera porque estoy toda pegajosa por el sudor y su humedad que se extienden por todo mi cuerpo, ni siquiera me molestaría. Me habría marchado ya.
El agua caliente me relaja a pesar de la mirada encolerizada de mi espectador. Me lavo el pelo y dejo que el agua caiga sobre mí durante unos momentos más. Pero no tengo tiempo de disfrutar de una ducha calmante. Cuando abro los ojos, la puerta está abierta de par en par. El aire frío envuelve mi cuerpo desnudo. Santana me mira con una mueca de ira.
—¡No vas a ir a ninguna parte!—me ladra.
Yo la miro, totalmente exasperada y con la boca abierta hasta el plato de la ducha.
Ha hecho lo que ha querido conmigo desde que llegué aquí, ¿y todavía no está satisfecha?
—Por supuesto que sí.
—¡De eso nada!
—Santana, pero ¿qué problema tienes?
El agua caliente de la ducha cae sobre mí, el aire frío me envuelve y tengo a una tía buena crispada delante.
—¡TÚ!—me grita.
—¿Yo?
Menuda cara tiene. Paro el agua y me abro paso junto a su cuerpo; ignoro las chispas que recorren el mío al tocarla.
¿Qué se ha creído que soy?
¿Un objeto que puede follarse a voluntad?
Me envuelvo con una toalla y me coloco otra en la cabeza. Me froto con ella para eliminar la humedad. No tengo tiempo de secarme el pelo, y además dudo que doña Irracional no tenga el secador embalado.
Noto que me agarra del brazo. Yo tiro de él con brusquedad para soltarme y sigo poniéndome la ropa interior, los vaqueros y la camiseta.
—No quiero que te vayas.
Su voz se ha suavizado.
—No seas idiota, Santana. No puedes encerrarme aquí como a una esclava sexual. Seguro que hay muchas mujeres y hombres rendidos a tus pies, búscate a otra.
No puedo creer que le esté hablando con tanta dureza. Sólo con imaginármela con otra persona me entran ganas de matar.
Veo su mirada reflejada en el espejo. Tiene los ojos entrecerrados y hacen que me arda la piel.
—No me gustan los hombres, Birtt. Y no quiero a ninguna otra mujer. Te quiero a ti.
Paro cuando estoy a medio aplicarme la crema.
—¿No has tenido ya suficiente de mí?—pregunto.
Una gran parte de mi ser está deseando que diga que no, aunque sabe que las cosas acabarían mal si lo hiciera. Alarga la mano y me acaricia la mejilla con los nudillos. Yo me apoyo contra ella involuntariamente, y cierro los ojos.
—Lo siento—dice con suavidad, y me rodea la cintura con el otro brazo para atraerme hacia su pecho, yo le doy besitos en cada pecho, y ella posa los labios junto a mi oído—Perdóname.
Joder, pero ¿qué estoy haciendo?
Esta mujer es un imán. Absorbe todo mi sentido común y me convierte en una persona irracional. Me vuelvo para mirarla y dejo que tome mi boca suave y vacilantemente. Desliza la mano desde mi mejilla hasta mi nuca, y hunde los dedos en mi pelo mojado. Me acaricia la lengua y los labios con veneración. Ya he vuelto a caer en su red. Estoy completamente perdida.
Me libera la boca.
—Mucho mejor—me da un beso en la nariz—¿Aún quieres que te lleve?
Arqueo las cejas y sonrío abiertamente.
—¿Por mi coche?
Vuelve a pegar los labios a los míos y resopla.
—Me encanta esa sonrisa. Dame diez minutos.
Abre el grifo de la ducha y coge una toalla limpia del calentador.
—¿Puedo beber agua?—pregunto.
—Puedes hacer lo que quieras, Britt—responde.
Me da una palmada en el culo y se mete en la ducha.
¿Qué hora será?
Oigo la respiración suave y serena de Santana junto a mi oreja. No quiero moverme para no despertarla, pero necesito ir al baño urgente. Y podría marcharme antes de que ella se despierte y me eche.
Despacio, empiezo a despegar sus brazos de mi cuerpo pegajoso. Ella gruñe un poco entre sueños y hace que sonría para mis adentros. Me sorprende no estar arrepentida. No siento ningún tipo de remordimiento o culpa. Esta mujer es nociva para mi corazón, lo sé, pero tiene algo que... Su persistencia debería repelerme, pero no lo hace. No me arrepiento en absoluto. Pero tampoco deseo permanecer aquí más de lo debido. De eso nada. Pienso tomar las riendas de esta situación. Justo cuando creía que estaba progresando, sus brazos se aferran a mí y me inmovilizan.
—Ni se te ocurra, señorita—gruñe con la voz áspera por el sueño.
La agarro de los antebrazos con las manos e intento que me suelte.
—Necesito ir al cuarto de baño.
—Me da igual. Aguántate. Estoy cómoda.
—No puedo.
—No te voy a soltar—dice rotundamente, y con un golpe me aparta la mano de su antebrazo mientras sigue sujetándome.
Yo dejo caer la cabeza sobre su hombro de nuevo, desesperada. Se vuelve hacia mí y me besa la mejilla con dulzura. Es agradable, pero no es la reacción matutina que esperaba.
Cuando advierto que ha relajado los músculos ligeramente y que está ocupada besándome la mejilla, me dispongo a moverme, pero en cuanto nota que lo hago para huir me pone boca arriba con las piernas separadas y me agarra de las muñecas, una a cada lado de mi cabeza. Me mira con los ojos brillantes y llenos de júbilo.
Sí, está orgullosa de sí misma hasta el extremo y tiene un aspecto absolutamente glorioso con el pelo revuelto. Su sexo presiona mi sexo.
Estoy indefensa.
Mi cuerpo responde ante ella y no me deja ni pensar. El dolor en la vejiga pronto se ve sustituido por un intenso ardor entre las piernas, y mi corazón se traslada a algún lugar situado entre mi esternón y mi garganta. Su olor al alba es una mezcla de sudor dulce y de ese aroma a su perfume que tanto me gusta. Es una fragancia que me embriaga, y soy consciente de que apenas puedo respirar. Debe de pensar que soy demasiado fácil.
Y lo soy... con ella.
Me frota la nariz con la suya.
—¿Qué tal has dormido?
¿Ahora quiere ponerse a charlar?
Me saltan chispas en la entrepierna..., ¿y ella quiere hablar?
—Muy bien—digo, y muevo las caderas de manera sugerente.
Enarca las cejas y se le forma una sonrisa en los labios.
—Yo también.
Levanto la cabeza y le doy besitos es sus pezones, esperando, resignada, a que ella tome la iniciativa. Esta vez quiere ir despacio, y me parece bien.
Pero ¡podría darse un poco más de prisa!
Me observa con detenimiento mientras acerca lentamente su rostro al mío. Cuando por fin nuestros labios se rozan, gimo y abro la boca para invitarla a entrar. Tiemblo de forma involuntaria cuando me lame la lengua suavemente con la suya, tomándose su tiempo, seduciendo mi boca con lentitud y retirándose de vez en cuando para besarme los labios con dulzura antes de continuar explorando.
Me encanta esta Santana sensible. Esto no tiene nada que ver con el ama dominante que me encontré ayer.
Cuando considera que ya me tiene cautivada, me libera las muñecas y me acaricia un costado con la punta del dedo índice. Es suficiente para hacer que pierda la razón y empiece a mover las caderas al tiempo que la presión que siento en el vientre desciende a gran velocidad hacia mi sexo.
Su tacto es adictivo.
Ella es adictiva.
Soy totalmente adicta.
Le agarro el culo, duro como una piedra, con las palmas de las manos, y le aplico un poco de presión para apretar sus caderas contra las mías deliberadamente. Ambas gemimos en armonía en la boca de la otra.
—Pierdo la razón por completo cuando estoy contigo, señorita—murmura contra mis labios.
Se aparta, me observa el rostro y junta lenta e intencionadamente a mí. Mis manos salen disparadas hacia su espalda y cierro los ojos con fuerza. Ella permanece inmóvil, con la espalda tensa y la respiración entrecortada.
—Mírame, Britt—susurra.
Abro los ojos y me encuentro con los suyos de inmediato. La expresión de su rostro confirma mis pensamientos: tiene la mandíbula tensa, la arruga de la frente más marcada que de costumbre y los ojos oscuros en llamas.
Muevo un poco las caderas para darle a entender que quiero que nos movamos y, tras mi invitación, empieza a frotarte en mí con lentitud, poco a poco, comienza a moverse de nuevo hasta que nuestros sexos se juntan de una manera exquisita, arriba y abajo, arriba y abajo.
—Hummm...—gimo con un largo suspiro.
—Me encanta el sexo soñoliento contigo—exhala.
Los movimientos, medidos y deliberados, me están haciendo perder el control, así que empiezo a levantar las caderas para recibir sus movimientos, dejo que ella se mueva y yo me excito todavía más. Es una sensación extraordinaria. No voy a aguantar mucho tiempo si sigue así.
—¿Te gusta, Britt?—pregunta en voz baja.
Sabe que sí.
Su mirada sigue clavada en la mía; me sorprende ver que soy capaz de mantener ese nivel de intimidad. Me resulta natural, y no me siento ni incómoda, ni violenta, ni angustiada. Es como si estuviéramos predestinadas a estar así.
Qué tontería.
—Sí—suspiro.
—¿Más rápido?
—No, me gusta así, por favor, sigue así.
Así es perfecto.
La Santana dominante, agresiva y potente es increíble, pero en estos momentos esto es absolutamente perfecto. Su mirada se pierde mientras me observa y continúa sus movimientos acompasados.
Estoy a punto.
Quiero besarla, pero ella parece conformarse con sólo mirarme. Le rodeo el trasero con las piernas y le acaricio suavemente los brazos arriba y abajo. Entonces se detiene y es como si volviera en sí. Sus ojos sondean los míos.
—Basta de sexo soñoliento—murmura.
Y entonces baja sus dedos y los hunde en los más profundos confines de mi cuerpo sin darme tiempo a adaptarme, mientras vuelve a juntar nuestras caderas. Lanza un grito, se retira y repite el delicioso movimiento una y otra vez, se aparta lentamente y empuja con ímpetu. El placer me inunda como una fuerte tormenta y me hace perder la cabeza. Sus movimientos son exactos y controlados. Estoy llegando al límite. Le agarro del pelo y acerco su boca a la mía, le paso la lengua por el labio inferior, se lo muerdo con suavidad y dejo que se deslice entre mis dientes mientras lo estiro. Ella vuelve a introducir sus dedos y, con expresión tensa, me busca la boca y me besa con pasión.
—No voy a dejarte escapar nunca—me informa entre beso y beso.
Me siento abrumada. Santana es un potente afrodisíaco para mí. Mi mente y mi corazón están llenándose de sentimientos extraños respecto a esta mujer.
—No quiero que lo hagas—respondo contra sus labios.
De repente soy consciente de lo que he dicho y me siento confundida. Ella se para, detiene sus embestidas rítmicas justo cuando empezaba a deshacerme en sus brazos. Hago una mueca ante la falta de movimiento, y mi orgasmo queda suspendido en el limbo. Con sus dedos aún dentro de mí, aparta la cabeza y me mira. Inmediatamente salgo de mis confusos pensamientos al ver la expresión de disgusto de su rostro.
Mierda, ¿he metido la pata al decir eso?
Es sólo que me he dejado llevar por la pasión del momento.
Aparto la mirada. La he cagado.
—Mírame, Brittany—ordena. Yo vuelvo a mirarla a regañadientes y veo que su expresión se ha suavizado un poco—Vamos a tener esta conversación cuando estés serena y no loca de lujuria.
Aleja su cadera de la mía y saca de mi interior sus dedos y se coloca sobre mí. Es verdad, pierdo la cabeza cuando estoy con ella, sobre todo cuando me toma de esta manera. Me embriaga de placer y acabo diciendo tonterías.
Se pasa la lengua por el labio inferior y jadea mientras empuja de nuevo sus caderas con las mías; su movimiento reactiva mi orgasmo. Siento que me arde la piel mientras mueve su cadera contra la mía con lentitud y fuerza. Le cojo la cabeza con las manos y la aproximo a mis labios para devorarla mientras ella continúa con sus deliberadas arremetidas y me acerca cada vez más a otro orgasmo orgásmico.
—Me voy a correr—farfulla—Córrete conmigo, Britt. Dámelo—y con tres estocadas más, dejo la mente en blanco y los fuegos artificiales empiezan a estallar en mi cabeza. Me corro bajo su cuerpo con un sonoro alarido—Eso es, Britt—dice entre dientes, y se une a mi placer mientras yo sigo emitiendo gritos y gemidos largos y graves.
Su humedad simiente me mezcla con la mía. Santana se desploma sobre mi cuerpo y sigue apretándome con fuerza.
Estoy exhausta.
Ambas permanecemos entrelazados, jadeando y esforzándonos por respirar.
—No sé qué decir—me susurra al oído.
Yo empiezo a recobrar la conciencia. Todavía me estoy recuperando del orgasmo, pero la he oído, alto y claro, y no sé muy bien cómo tomármelo. Creo que ambas hemos dicho demasiadas cosas ya. Mi propio comentario hace que me sienta un poco incómoda. Eso es lo que sucede cuando te dejas llevar por el momento. La lujuria, el deseo y la pasión se apoderan de tu mente y, antes de que te des cuenta, empiezas a soltar estupideces por la boca.
Tras unos minutos de silencio, estoy mucho más que incómoda, así que me revuelvo un poco debajo de ella.
—¿Puedo usar ya el baño?—pregunto.
Ella libera un suspiro largo y deliberado para dejarme clara su frustración. Aunque no sé muy bien por qué está frustrada. Acaba de tomarme.
Se aparta de encima de mí, haciendo un tremendo y exagerado esfuerzo por dejarse caer sobre la cama. Yo me despego de las sábanas y, sin mediar palabra, camino sobre la moqueta blanca hasta el cuarto de baño y cierro la puerta tras de mí. Sé que ha observado cada paso que he dado. He sentido que sus ojos me aguijoneaban la espalda desnuda. La inevitable incomodidad se ha retrasado, pero ya está aquí. Y ha llegado con ganas.
Uso el retrete, me lavo las manos y me tomo unos momentos para prepararme psicológicamente antes de volver a abrir la puerta. Ella sigue echada boca arriba, desnuda sin ningún pudor, y me clava la mirada de inmediato.
No sé qué hacer.
Al final, vuelvo a entrar en el cuarto de baño, cojo una toalla blanca y suave del toallero, me envuelvo con ella y sujeto el extremo con la axila. Salgo del aseo, me dirijo directamente a la puerta del dormitorio y llego al espacioso salón. El suelo de la cocina está lleno de cristales que me recuerdan lo que pasó anoche cuando se abalanzó sobre mí de repente.
Iba a ocurrir antes o después, lo hiciera o no, pero ahora la naturalidad de nuestros cuerpos al unirse ha disminuido y ha dejado espacio para una sola sensación: la incomodidad.
Veo mis bártulos junto a la puerta de entrada y busco mi teléfono.
¡Mierda!
Son las siete y media. Se supone que Rachel se marcha dentro de media hora. Le mandé un mensaje diciéndole que iba hacia casa y no he aparecido. Aunque ella ni siquiera ha llamado para ver dónde estoy.
¡Qué detalle!
—¡Joder!—exclamo entre dientes.
Me vuelvo y veo a Santana, todavía desnuda, mirándome con cara de enfadado.
Pero ¿por qué coño está enfadada? Ahora soy yo la que está cabreada.
—¡Esa boca!—me reprende con el ceño fruncido.
Está muy mosqueada. Bueno, y yo también.
¡Conmigo misma!
Cojo mi maleta y me dirijo hacia su cuarto de baño, aunque me paro para ir recogiendo mi ropa diseminada por el suelo.
—¿Puedo usar la ducha?
—¡No!—espeta.
Yo me echo a reír.
—No seas cría, Santana—le digo con tono condescendiente, y paso por delante de ella, tan lejos como puedo, para volver al cuarto de baño.
Sé que es mejor para mí no tocarla. Me dispongo a cerrar la puerta, pero ella la detiene con el hombro y entra detrás de mí. La miro con desaprobación y me aparto para abrir el grifo de la ducha.
¿Está enfadada por lo que he dicho en la cama?
No la culpo. Yo también estoy enfadada conmigo misma. Tiene razones para estarlo. Debería mantener la boca cerrada mientras follamos. Aunque, bien pensado, ella debería hacer lo mismo. También ha dicho unas cuantas tonterías.
Busco en mi maleta la camiseta que llevaba puesta ayer, dejo caer las chanclas al suelo embaldosado, tiro el estuche de maquillaje junto a la pila del lavabo y me cepillo los dientes. Durante todo ese tiempo, Santana permanece ahí, echando humo.
Cuando la habitación está llena de vapor, me quito la toalla con todo el pudor del mundo. Pero estoy enfadada, así que me importa una mierda. Abro la puerta de la ducha y me meto dentro para lavarme los cuatro asaltos de Santana López. Si no fuera porque estoy toda pegajosa por el sudor y su humedad que se extienden por todo mi cuerpo, ni siquiera me molestaría. Me habría marchado ya.
El agua caliente me relaja a pesar de la mirada encolerizada de mi espectador. Me lavo el pelo y dejo que el agua caiga sobre mí durante unos momentos más. Pero no tengo tiempo de disfrutar de una ducha calmante. Cuando abro los ojos, la puerta está abierta de par en par. El aire frío envuelve mi cuerpo desnudo. Santana me mira con una mueca de ira.
—¡No vas a ir a ninguna parte!—me ladra.
Yo la miro, totalmente exasperada y con la boca abierta hasta el plato de la ducha.
Ha hecho lo que ha querido conmigo desde que llegué aquí, ¿y todavía no está satisfecha?
—Por supuesto que sí.
—¡De eso nada!
—Santana, pero ¿qué problema tienes?
El agua caliente de la ducha cae sobre mí, el aire frío me envuelve y tengo a una tía buena crispada delante.
—¡TÚ!—me grita.
—¿Yo?
Menuda cara tiene. Paro el agua y me abro paso junto a su cuerpo; ignoro las chispas que recorren el mío al tocarla.
¿Qué se ha creído que soy?
¿Un objeto que puede follarse a voluntad?
Me envuelvo con una toalla y me coloco otra en la cabeza. Me froto con ella para eliminar la humedad. No tengo tiempo de secarme el pelo, y además dudo que doña Irracional no tenga el secador embalado.
Noto que me agarra del brazo. Yo tiro de él con brusquedad para soltarme y sigo poniéndome la ropa interior, los vaqueros y la camiseta.
—No quiero que te vayas.
Su voz se ha suavizado.
—No seas idiota, Santana. No puedes encerrarme aquí como a una esclava sexual. Seguro que hay muchas mujeres y hombres rendidos a tus pies, búscate a otra.
No puedo creer que le esté hablando con tanta dureza. Sólo con imaginármela con otra persona me entran ganas de matar.
Veo su mirada reflejada en el espejo. Tiene los ojos entrecerrados y hacen que me arda la piel.
—No me gustan los hombres, Birtt. Y no quiero a ninguna otra mujer. Te quiero a ti.
Paro cuando estoy a medio aplicarme la crema.
—¿No has tenido ya suficiente de mí?—pregunto.
Una gran parte de mi ser está deseando que diga que no, aunque sabe que las cosas acabarían mal si lo hiciera. Alarga la mano y me acaricia la mejilla con los nudillos. Yo me apoyo contra ella involuntariamente, y cierro los ojos.
—Lo siento—dice con suavidad, y me rodea la cintura con el otro brazo para atraerme hacia su pecho, yo le doy besitos en cada pecho, y ella posa los labios junto a mi oído—Perdóname.
Joder, pero ¿qué estoy haciendo?
Esta mujer es un imán. Absorbe todo mi sentido común y me convierte en una persona irracional. Me vuelvo para mirarla y dejo que tome mi boca suave y vacilantemente. Desliza la mano desde mi mejilla hasta mi nuca, y hunde los dedos en mi pelo mojado. Me acaricia la lengua y los labios con veneración. Ya he vuelto a caer en su red. Estoy completamente perdida.
Me libera la boca.
—Mucho mejor—me da un beso en la nariz—¿Aún quieres que te lleve?
Arqueo las cejas y sonrío abiertamente.
—¿Por mi coche?
Vuelve a pegar los labios a los míos y resopla.
—Me encanta esa sonrisa. Dame diez minutos.
Abre el grifo de la ducha y coge una toalla limpia del calentador.
—¿Puedo beber agua?—pregunto.
—Puedes hacer lo que quieras, Britt—responde.
Me da una palmada en el culo y se mete en la ducha.
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Hola, el doble de capitulo por el fin de Glee. Saludos =D
1/3
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
ya tiene tiempo que no comentaba pero sin duda amo las adaptaciones :D
Pao Up- ---
- Mensajes : 515
Fecha de inscripción : 22/01/2014
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,..
britt la va a pasar bien entre el sexo soñoliento y tratar de descubrir la edad de san,...
a san siempre le pega demasiado duro el karma jajajaja
san sigue teniendo problemas de control!!!!
nos vemos,...
britt la va a pasar bien entre el sexo soñoliento y tratar de descubrir la edad de san,...
a san siempre le pega demasiado duro el karma jajajaja
san sigue teniendo problemas de control!!!!
nos vemos,...
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
santana es algo dominante, supongo que eso es lo que le atrae a britt, el final de Glee no pudo provocarme mas tristeza!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Me encanta*--*, porque Santana no le dice la edad? Yo digo que tiene 100 años pero se rejuvenece cada vez que tiene sexo gsjkgdh no? Okey:c
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Pao Up escribió:ya tiene tiempo que no comentaba pero sin duda amo las adaptaciones :D
Hola, jajajaaj mientras puedas leer todo bn jajajaja. Saludos =D
3:) escribió:holap morra,..
britt la va a pasar bien entre el sexo soñoliento y tratar de descubrir la edad de san,...
a san siempre le pega demasiado duro el karma jajajaja
san sigue teniendo problemas de control!!!!
nos vemos,...
Hola lu, jajjaajaajaj tu dices¿? jajajajajaajaja. Mmmmm bn por algo será no¿? jajajajajajaj. Uff un poco sip XD jajaajajaja. Saludos =D
micky morales escribió:santana es algo dominante, supongo que eso es lo que le atrae a britt, el final de Glee no pudo provocarme mas tristeza!
Hola, mmm un poco sip xD ajajjajaj, bn si puede ser que eso la haga caer xD jajajaajja. =O aunk no fue un "gran" fin (para mí), sip =( ...Saludos =D
Susii escribió:Me encanta*--*, porque Santana no le dice la edad? Yo digo que tiene 100 años pero se rejuvenece cada vez que tiene sexo gsjkgdh no? Okey:c
Hola, jajajajajaajajajjaja xD ajajajjaajaja claro, puede ser xq no¿? jajaajajajajajajajaj, prejuicios de una no¿? jajaajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 13
Capitulo 13
Estoy de rodillas, recogiendo con cuidado los trozos de cristal del suelo de la cocina, cuando Santana sale de la habitación. Alzo la vista.
Qué andares tiene.
Avanza hacia mí vistiendo unos shorts cortos beige, un polo blanca y unas Converse negras. Y yo de rodillas, con la boca abierta y hecha un desastre. Se detiene delante de mí y me sonríe. Parece más joven.
—Me temo que estoy en desventaja—bromeo.
Sus ojos resplandecen con deleite mientras se agacha delante de mí.
—Parece que tu desventaja juega en mi favor—dice, y me guiña un ojo. Quiero saltar sobre ella, pero llevo un montón de cristales en la mano, las dos estamos vestidas y es tarde. Tendré que aguantarme—Trae—junta las manos para que le pase los fragmentos de cristal—No deberías haberlo recogido, podrías haberte cortado—me reprende. Los dejo caer en sus palmas, me levanto del suelo y ella lo tira todo a la pila de la cocina—Ya lo recogeré después.
Se pone sus Ray-Ban, coge las llaves y mis bártulos, me agarra de la mano y me guía hasta la puerta.
—¿Hoy trabajas?—pregunto.
—No, de día no hay mucho que hacer en La Mansión.
Me guiña de nuevo un ojo. Yo me derrito. Es una granuja, y me encanta.
Al abrir la puerta nos encontramos con un par de hombres desaliñados que llevan portapapeles y visten un mono azul. El logo bordado en sus uniformes dice: «B&C Mudanzas.»
—¿Señora Santana López?—pregunta el que parece un camionero.
Sus dientes amarillentos indican que debe de fumar unos cincuenta cigarrillos y tomar unos veinte cafés al día.
—Las cajas que están en la habitación de invitados van primero. Mi asistenta llegará pronto para ayudarlos con el resto—tira de mí pasillo adelante y deja que el camionero y su desgarbado aprendiz hagan su trabajo—¡Cuidado con el equipo de esquí y de ciclismo!—grita tras volver la cabeza por encima del hombro.
—¿Tienes asistenta?—pregunto totalmente sorprendida.
Y no sé por qué. La tía se ha comprado el ático del Lusso por la friolera de diez millones de libras.
¿Por qué no lo he imaginado antes?
Está podrida de dinero.
—Es la única mujer sin la que no podría vivir—responde con frivolidad—Se marcha a Alemania la semana que viene a visitar a su familia. Entonces todo se desmoronará.
Llego a mi coche en un tiempo récord después de que Santana sortee el tráfico de la mañana. Los conductores parecen ser más permisivos si vas en un Aston Martin y les haces unos cuantos gestos con la mano. Mete mis maletas en el asiento trasero mientras yo compruebo mi móvil. Son las ocho y diez. Vale, llego tarde. Escribo un mensaje a Rachel a toda prisa para decirle que voy de camino y que me espere. Me doy cuenta de que Santana me mira con fijeza. Incluso a través de las gafas de sol —que, por cierto, le quedan de muerte— siento que sus ojos oscuros y potentes se me clavan en la piel.
Abro la puerta del conductor de mi Mini, me meto dentro y arranco el motor. Santana se agacha a mi lado antes de que pueda cerrar la puerta.
—Voy a llevarte a comer—me informa.
—Ya te he dicho que tengo cosas que hacer.
No voy a dejar que el Santana granuja me aparte de mi objetivo, aunque es bastante tentadora.
—Bueno a cenar.
—Luego te llamo.
He pasado toda la noche con ella. Me ha follado hasta la extenuación, y yo necesito algo de tiempo para recuperarme.
Deja caer los hombros y frunce el ceño.
—¿Me estás rechazando?
—No, luego te llamo—contesto frunciendo también el ceño.
—Vale—espeta—Pero hazlo.
Se inclina, me planta la mano en los vaqueros a la altura de la entrepierna y me besa apasionadamente en los labios. Sabe lo que se hace. Se aparta y me deja casi sin aliento.
—Estaré esperando tu llamada—dice, y se marcha marcando su sugerente manera de andar.
Sin duda el beso quería decir: «Mira lo que te estás perdiendo.» Y ha funcionado.
—¿Cuántos años tienes, Santana?—grito.
Ella se vuelve y sigue caminando de espaldas con una media sonrisa en los labios, y me muestra su lindo hoyuelo.
—Veinticuatro.
Yo dejo caer los hombros y emito un largo suspiro de frustración.
—¿Cuántas veces tengo que preguntártelo hasta llegar a tu edad real?
—Bastantes, señorita.
Se levanta un poco las gafas y me guiña un ojo antes de volverse de nuevo y seguir alejándose con sus andares sexy. Todo lo que hace me resulta tremendamente sexual, su manera de comportarse, tan segura de sí misma. No me extraña que las personas caigan rendidas a sus pies.
Es el sexo personificado.
Y puedo dar cuenta de ello. El motor cobra vida y su coche arranca como si estuviera en una carrera de adolescentes. Tal vez sí que tenga veinticuatro años. Desde luego, a veces se comporta como si así fuera.
Entro a toda velocidad por la puerta principal y subo corriendo la escalera. Rachel está secándose el pelo en el descansillo. Parece estresada, lo que significa que llega tarde.
Cuando me ve, apaga el secador y sonríe de oreja a oreja. Sé que me estoy poniendo como un tomate. Y no va a servirme de nada ponerme a la defensiva.
—¿Qué tal la noche?—me pregunta con una ceja enarcada.
Ahora ya no parece tener tanta prisa. Los ojos le brillan de satisfacción, y yo no puedo evitar esbozar también una sonrisa.
—No ha estado mal—contesto.
Me encojo de hombros mientras me agarro, sin darme cuenta, un mechón de pelo.
Eso es quedarse muy corta.
Ha sido más bien de infarto.
—¡Ja!—exclama—Habla.
Me aparta los dedos del pelo y me mira con expectación.
—Vale, es una diosa, no voy a mentirte. Y se ha comprado el ático.
—¡No me jodas! ¿Está buenísima y es muy muy rica?
Sí, eso parece.
—¿No estabas preocupada por mí? Te dejé un mensaje en el teléfono.
No puedo creerme que no estuviera preocupada por mí.
—No he mirado el móvil. Pero, de todas formas, después de ver cómo te observaba lo único que me preocupaba era si hoy ibas a poder andar—se echa a reír, deja el secador en el suelo y se dirige hacia su habitación meticulosamente ordenada—Y, si no me equivoco, me parece que te he visto cojear—insiste.
Estoy algo dolorida. Los cuatro asaltos de Santana López me han pasado factura. La sigo hasta su cuarto y me dejo caer en su cama, que ya está hecha y sin una arruga.
—Joder, Rach. Se nota que tiene experiencia.
Al decirlo, pienso en las muchas conquistas que debe de haber habido antes que yo y hago una mueca de disgusto.
—Querías divertirte sin complicaciones. Y parece que lo has conseguido. ¡Choca esos cinco!—me da un golpe en la mano y sale de la habitación—¿Y no tiene novia o novio?
¿Quería divertirme sin complicaciones?
¿Y voy a divertirme sin complicaciones con esta relación?
—No, es lesbiana, pero la mujer que te conté a va detrás de Santana. Eso es todo lo que sé.
—Vaya, bueno lo siento por ella. Tengo que pirarme ya. Volveré mañana por la tarde. ¿Qué vas a hacer mientras esté fuera?
Me levanto de su cama y estiro las sábanas antes de salir y cerrar la puerta de su inmaculado dormitorio.
—Voy a ordenar mis cosas. ¿Hay bolsas de basura?
—¡Aleluya! Están debajo de la pila—coge su bolsa de viaje y desciende la escalera hasta la puerta—Puedes coger la furgoneta cuando quieras.
¿Está de coña?
Necesitaría diez meses de gimnasio para desarrollar la fuerza que hay que tener en las piernas para pisar ese embrague. Me entran rampas sólo de pensarlo.
—No tengo pensado ir a ningún sitio. Conduce con cuidado.
Sobre las seis en punto estoy sentada en medio de mi habitación rodeada de bolsas de basura. He sido despiadada. Es evidente que la última vez que tiré cosas no me puse demasiado en serio, porque he reunido cuatro bolsas para donar. Todo lo que no me he puesto en los últimos seis meses está en alguna de esas cuatro bolsas. El resto está lavado y planchado y ya lo he doblado y guardado.
Me siento purificada.
Vacío la papelera en otra bolsa de basura. Las calas que Santana me envió están marchitas, arrugadas y descoloridas. Debería haberlas puesto en agua, pero la verdad es que no esperaba volver a verla. Quería olvidarme de ella.
Imposible.
Sonrío para mis adentros mientras cierro la bolsa y la saco al contenedor. Me dejo caer sobre el sofá con una botella de vino y una tableta de chocolate de tamaño familiar, dispuesta a ponerme al día con la telebasura del sábado noche.
Unas horas después, miro el último trozo de chocolate y siento náuseas. Tengo que empezar a comprarlas de tamaño mediano. Me lo como y lo mastico sin ganas mientras hago zapping. El sonido de mi móvil me obliga a levantarme del sofá, y mi corazón da un pequeño brinco. Podría ser Santana. Miro la pantalla y me lamento. Es Elaine.
¿Qué quiere ahora?
Es sábado por la noche, y ya está otra vez soltera para hacer lo que le plazca. Aunque, de todas maneras, tampoco es que nada le impidiera hacerlo cuando todavía estábamos juntas.
—Dime.
—Brittany, ¿estás bien?
No parece estar borracha.
—Sí, ¿y tú?
¿Qué querrá?
—Bien, ¿qué tal fue ayer?
Mi copa de vino se detiene a medio camino de la mesa a mis labios.
¿Por qué de repente me siento interrogada?
No es más que una pregunta cordial.
¿Qué debería contestar?
¿Qué me tiré a su nueva propietaria en el ático y que después me fui a su casa?
¿Qué me dio por el culo?
¿Qué es mayor que yo, aún no sé cuánto, pero que es un auténtica hermosura latina?
¿Que casi no puedo andar?
—Muy bien, gracias—respondo finalmente.
—Genial—gorjea, pero después se hace un silencio.
¿A qué viene este interés repentino por mi carrera?
Cuando le dije que había conseguido el contrato del Lusso se limitó a preguntarme qué había de cena.
Entonces la oigo coger aire.
—Brittany, ¿te apetece que vayamos a comer el martes?
No suena normal. Suena nerviosa y tímida, no como la Elaine engreída y pagada de sí misma que yo conozco.
¿Qué hace en casa un sábado por la noche?
—Claro, ¿va todo bien?
—La verdad es que no. Ya hablaremos el martes, ¿vale?
—Vale—respondo vacilante.
Espero que no haya pasado nada grave.
—Quedamos a la una en el Baroque, ¿te parece?
—Claro, nos vemos entonces—Cuelgo.
La verdad es que no parece estar nada bien. Puede que fuerae una rata infiel y arrogante pero, aunque estoy mucho mejor sin ella, no deja de importarme su bienestar de la noche a la mañana.
Apago el televisor, me dirijo a mi habitación recién ordenada y me meto rápidamente bajo las sábanas. Estoy agotada por completo. Meterme en la cama a estas horas un sábado por la noche es algo que no hacía desde hace mucho tiempo, pero después de mis recientes esfuerzos lo único que me apetece es dormir.
Me despierto al oír música y me desperezo en la cama. Me estiro con satisfacción, síntoma de que he tenido un sueño muy reparador. Me incorporo.
¿Qué es eso?
Mi cerebro tarda un tiempo en espabilarse, pero, cuando lo hace, sigo oyendo la música. Me aparto el pelo de la cara. La música se detiene.
¿Eh?
¿Ha vuelto ya Rachel?
Miro el reloj.
¿Las nueve en punto?
Joder, no me levantaba tan tarde desde hace años. Vuelvo a desplomarme sobre la almohada con una sonrisa. Parece que Santana López les va bien a mi vida sexual y a mi descanso.
Ya está esa música otra vez. El familiar sonido de la canción de Oasis Sunday Morning Call, cantada por Noel Gallagher, se me clava en los tímpanos. Me encanta esa canción. Frunzo el ceño, cojo el teléfono y veo que el nombre de Santana parpadea en la pantalla. Sonrío y contesto.
—¿Cómo lo has hecho?—tengo la voz ronca de tanto dormir.
—¿El qué?—pregunta.
No la veo, pero sé que está esbozando esa sonrisa arrogante y sexy suya.
—Has manipulado mi teléfono—la increpo.
—¿Dónde estás?
—En la cama
¡Recuperándome de ti!
—¿Desnuda?—pregunta, con voz grave y sensual.
¡Ni hablar!
No pienso iniciar una sórdida sesión de sexo telefónico. Sé por dónde van los tiros. Su voz me provoca ciertas reacciones.
—Bueno no, la verdad.
—Yo podría ponerle remedio.
Me estremezco sólo con pensarlo.
¿Cómo es posible que mi cuerpo responda de esta manera estando al otro lado de la línea telefónica?
—¿Qué tal tu nuevo departamento?
Tengo que cambiar el hilo de la conversación rápidamente.
—Lleno de mierda italiana.
—Muy graciosa. ¿Dónde estás?
Ella suspira.
—En La Mansión. Dijiste que me llamarías
Parece desairada.
Sí, dije que te llamaría, pero sólo han pasado unas veinticuatro horas... Y me incomoda bastante el hecho de que ya me muriera de ganas de hacerlo.
—Se me pasó el tiempo arreglando mi cuarto
Es verdad. Y estoy muy orgullosa del resultado. Sólo paso por alto el hecho de que hice todo lo posible por mantenerme ocupada.
—¿Qué haces hoy? Quiero verte.
¿Qué?
¿Así, sin más?
Joder, ¿no ha tenido suficiente?
Es evidente que no, pero ¿es buena idea?
Mierda, estoy deseando verla.
Soy demasiado joven para ella.
Y no me fiaría de ella por nada del mundo.
Con ese físico, esa confianza en sí misma y ese talento en el ámbito del placer, es un peligro para un corazón roto. Necesito una persona en la que confiar, alguien que me cuide y que beba los vientos por mí. Me río para mis adentros. Mis expectativas son demasiado altas, pero después de mis dos últimas relaciones pienso ceñirme a ese plan. Si Santana quiere verme, tendrá que ser bajo mis condiciones. No debe saber que estoy desesperada.
—No puede ser—digo con desdén—Estoy muy ocupada
¡Haciendo nada!
Joder, necesito verla.
—¿Haciendo qué?—pregunta estupefacta.
¿Por qué no iba a estar ocupada?
Tengo una vida.
—Muchas cosas.
—¿Te estás tocando el pelo por casualidad?—su voz suena socarrona.
Me quedo inmóvil, con el pelo entre los dedos.
¿Cómo lo ha sabido?
—Te llamaré mañana—le informo.
¿Voy a hacerlo?
Justo cuando estoy a punto de colgar, oigo esa voz desagradable que tanto detesto.
¿Qué mirda está haciendo ella ahí?
Me molesta lo incómoda que me hace sentir. Aunque debería darme igual.
—Britt, espera un momento—debe de haber tapado el teléfono, porque ahora las voces suenan amortiguadas, pero no hay duda de que era ella. Me cabreo, lo cual es totalmente ridículo—Holly, dame un minuto, ¿quieres?—parece algo enfadada—Britt, ¿sigues ahí?
Debería colgar.
—Sí
¡Seré idiota!
—Vas a llamarme mañana—dice.
Y es una afirmación, no una pregunta.
—Sí—Cuelgo rápidamente.
No era así como quería que acabara la conversación. Prácticamente me ha ordenado que la llame, y yo he accedido. Eso no es llevar las riendas.
Me levanto enfurruñada de la cama y me meto en la ducha.
Total, ¿qué voy a hacer hoy?
Rachel no está y la casa está impecable, como siempre. Tengo que buscarme algo que hacer para aplacar los celos irracionales que me han entrado.
Qué andares tiene.
Avanza hacia mí vistiendo unos shorts cortos beige, un polo blanca y unas Converse negras. Y yo de rodillas, con la boca abierta y hecha un desastre. Se detiene delante de mí y me sonríe. Parece más joven.
—Me temo que estoy en desventaja—bromeo.
Sus ojos resplandecen con deleite mientras se agacha delante de mí.
—Parece que tu desventaja juega en mi favor—dice, y me guiña un ojo. Quiero saltar sobre ella, pero llevo un montón de cristales en la mano, las dos estamos vestidas y es tarde. Tendré que aguantarme—Trae—junta las manos para que le pase los fragmentos de cristal—No deberías haberlo recogido, podrías haberte cortado—me reprende. Los dejo caer en sus palmas, me levanto del suelo y ella lo tira todo a la pila de la cocina—Ya lo recogeré después.
Se pone sus Ray-Ban, coge las llaves y mis bártulos, me agarra de la mano y me guía hasta la puerta.
—¿Hoy trabajas?—pregunto.
—No, de día no hay mucho que hacer en La Mansión.
Me guiña de nuevo un ojo. Yo me derrito. Es una granuja, y me encanta.
Al abrir la puerta nos encontramos con un par de hombres desaliñados que llevan portapapeles y visten un mono azul. El logo bordado en sus uniformes dice: «B&C Mudanzas.»
—¿Señora Santana López?—pregunta el que parece un camionero.
Sus dientes amarillentos indican que debe de fumar unos cincuenta cigarrillos y tomar unos veinte cafés al día.
—Las cajas que están en la habitación de invitados van primero. Mi asistenta llegará pronto para ayudarlos con el resto—tira de mí pasillo adelante y deja que el camionero y su desgarbado aprendiz hagan su trabajo—¡Cuidado con el equipo de esquí y de ciclismo!—grita tras volver la cabeza por encima del hombro.
—¿Tienes asistenta?—pregunto totalmente sorprendida.
Y no sé por qué. La tía se ha comprado el ático del Lusso por la friolera de diez millones de libras.
¿Por qué no lo he imaginado antes?
Está podrida de dinero.
—Es la única mujer sin la que no podría vivir—responde con frivolidad—Se marcha a Alemania la semana que viene a visitar a su familia. Entonces todo se desmoronará.
Llego a mi coche en un tiempo récord después de que Santana sortee el tráfico de la mañana. Los conductores parecen ser más permisivos si vas en un Aston Martin y les haces unos cuantos gestos con la mano. Mete mis maletas en el asiento trasero mientras yo compruebo mi móvil. Son las ocho y diez. Vale, llego tarde. Escribo un mensaje a Rachel a toda prisa para decirle que voy de camino y que me espere. Me doy cuenta de que Santana me mira con fijeza. Incluso a través de las gafas de sol —que, por cierto, le quedan de muerte— siento que sus ojos oscuros y potentes se me clavan en la piel.
Abro la puerta del conductor de mi Mini, me meto dentro y arranco el motor. Santana se agacha a mi lado antes de que pueda cerrar la puerta.
—Voy a llevarte a comer—me informa.
—Ya te he dicho que tengo cosas que hacer.
No voy a dejar que el Santana granuja me aparte de mi objetivo, aunque es bastante tentadora.
—Bueno a cenar.
—Luego te llamo.
He pasado toda la noche con ella. Me ha follado hasta la extenuación, y yo necesito algo de tiempo para recuperarme.
Deja caer los hombros y frunce el ceño.
—¿Me estás rechazando?
—No, luego te llamo—contesto frunciendo también el ceño.
—Vale—espeta—Pero hazlo.
Se inclina, me planta la mano en los vaqueros a la altura de la entrepierna y me besa apasionadamente en los labios. Sabe lo que se hace. Se aparta y me deja casi sin aliento.
—Estaré esperando tu llamada—dice, y se marcha marcando su sugerente manera de andar.
Sin duda el beso quería decir: «Mira lo que te estás perdiendo.» Y ha funcionado.
—¿Cuántos años tienes, Santana?—grito.
Ella se vuelve y sigue caminando de espaldas con una media sonrisa en los labios, y me muestra su lindo hoyuelo.
—Veinticuatro.
Yo dejo caer los hombros y emito un largo suspiro de frustración.
—¿Cuántas veces tengo que preguntártelo hasta llegar a tu edad real?
—Bastantes, señorita.
Se levanta un poco las gafas y me guiña un ojo antes de volverse de nuevo y seguir alejándose con sus andares sexy. Todo lo que hace me resulta tremendamente sexual, su manera de comportarse, tan segura de sí misma. No me extraña que las personas caigan rendidas a sus pies.
Es el sexo personificado.
Y puedo dar cuenta de ello. El motor cobra vida y su coche arranca como si estuviera en una carrera de adolescentes. Tal vez sí que tenga veinticuatro años. Desde luego, a veces se comporta como si así fuera.
Entro a toda velocidad por la puerta principal y subo corriendo la escalera. Rachel está secándose el pelo en el descansillo. Parece estresada, lo que significa que llega tarde.
Cuando me ve, apaga el secador y sonríe de oreja a oreja. Sé que me estoy poniendo como un tomate. Y no va a servirme de nada ponerme a la defensiva.
—¿Qué tal la noche?—me pregunta con una ceja enarcada.
Ahora ya no parece tener tanta prisa. Los ojos le brillan de satisfacción, y yo no puedo evitar esbozar también una sonrisa.
—No ha estado mal—contesto.
Me encojo de hombros mientras me agarro, sin darme cuenta, un mechón de pelo.
Eso es quedarse muy corta.
Ha sido más bien de infarto.
—¡Ja!—exclama—Habla.
Me aparta los dedos del pelo y me mira con expectación.
—Vale, es una diosa, no voy a mentirte. Y se ha comprado el ático.
—¡No me jodas! ¿Está buenísima y es muy muy rica?
Sí, eso parece.
—¿No estabas preocupada por mí? Te dejé un mensaje en el teléfono.
No puedo creerme que no estuviera preocupada por mí.
—No he mirado el móvil. Pero, de todas formas, después de ver cómo te observaba lo único que me preocupaba era si hoy ibas a poder andar—se echa a reír, deja el secador en el suelo y se dirige hacia su habitación meticulosamente ordenada—Y, si no me equivoco, me parece que te he visto cojear—insiste.
Estoy algo dolorida. Los cuatro asaltos de Santana López me han pasado factura. La sigo hasta su cuarto y me dejo caer en su cama, que ya está hecha y sin una arruga.
—Joder, Rach. Se nota que tiene experiencia.
Al decirlo, pienso en las muchas conquistas que debe de haber habido antes que yo y hago una mueca de disgusto.
—Querías divertirte sin complicaciones. Y parece que lo has conseguido. ¡Choca esos cinco!—me da un golpe en la mano y sale de la habitación—¿Y no tiene novia o novio?
¿Quería divertirme sin complicaciones?
¿Y voy a divertirme sin complicaciones con esta relación?
—No, es lesbiana, pero la mujer que te conté a va detrás de Santana. Eso es todo lo que sé.
—Vaya, bueno lo siento por ella. Tengo que pirarme ya. Volveré mañana por la tarde. ¿Qué vas a hacer mientras esté fuera?
Me levanto de su cama y estiro las sábanas antes de salir y cerrar la puerta de su inmaculado dormitorio.
—Voy a ordenar mis cosas. ¿Hay bolsas de basura?
—¡Aleluya! Están debajo de la pila—coge su bolsa de viaje y desciende la escalera hasta la puerta—Puedes coger la furgoneta cuando quieras.
¿Está de coña?
Necesitaría diez meses de gimnasio para desarrollar la fuerza que hay que tener en las piernas para pisar ese embrague. Me entran rampas sólo de pensarlo.
—No tengo pensado ir a ningún sitio. Conduce con cuidado.
Sobre las seis en punto estoy sentada en medio de mi habitación rodeada de bolsas de basura. He sido despiadada. Es evidente que la última vez que tiré cosas no me puse demasiado en serio, porque he reunido cuatro bolsas para donar. Todo lo que no me he puesto en los últimos seis meses está en alguna de esas cuatro bolsas. El resto está lavado y planchado y ya lo he doblado y guardado.
Me siento purificada.
Vacío la papelera en otra bolsa de basura. Las calas que Santana me envió están marchitas, arrugadas y descoloridas. Debería haberlas puesto en agua, pero la verdad es que no esperaba volver a verla. Quería olvidarme de ella.
Imposible.
Sonrío para mis adentros mientras cierro la bolsa y la saco al contenedor. Me dejo caer sobre el sofá con una botella de vino y una tableta de chocolate de tamaño familiar, dispuesta a ponerme al día con la telebasura del sábado noche.
Unas horas después, miro el último trozo de chocolate y siento náuseas. Tengo que empezar a comprarlas de tamaño mediano. Me lo como y lo mastico sin ganas mientras hago zapping. El sonido de mi móvil me obliga a levantarme del sofá, y mi corazón da un pequeño brinco. Podría ser Santana. Miro la pantalla y me lamento. Es Elaine.
¿Qué quiere ahora?
Es sábado por la noche, y ya está otra vez soltera para hacer lo que le plazca. Aunque, de todas maneras, tampoco es que nada le impidiera hacerlo cuando todavía estábamos juntas.
—Dime.
—Brittany, ¿estás bien?
No parece estar borracha.
—Sí, ¿y tú?
¿Qué querrá?
—Bien, ¿qué tal fue ayer?
Mi copa de vino se detiene a medio camino de la mesa a mis labios.
¿Por qué de repente me siento interrogada?
No es más que una pregunta cordial.
¿Qué debería contestar?
¿Qué me tiré a su nueva propietaria en el ático y que después me fui a su casa?
¿Qué me dio por el culo?
¿Qué es mayor que yo, aún no sé cuánto, pero que es un auténtica hermosura latina?
¿Que casi no puedo andar?
—Muy bien, gracias—respondo finalmente.
—Genial—gorjea, pero después se hace un silencio.
¿A qué viene este interés repentino por mi carrera?
Cuando le dije que había conseguido el contrato del Lusso se limitó a preguntarme qué había de cena.
Entonces la oigo coger aire.
—Brittany, ¿te apetece que vayamos a comer el martes?
No suena normal. Suena nerviosa y tímida, no como la Elaine engreída y pagada de sí misma que yo conozco.
¿Qué hace en casa un sábado por la noche?
—Claro, ¿va todo bien?
—La verdad es que no. Ya hablaremos el martes, ¿vale?
—Vale—respondo vacilante.
Espero que no haya pasado nada grave.
—Quedamos a la una en el Baroque, ¿te parece?
—Claro, nos vemos entonces—Cuelgo.
La verdad es que no parece estar nada bien. Puede que fuerae una rata infiel y arrogante pero, aunque estoy mucho mejor sin ella, no deja de importarme su bienestar de la noche a la mañana.
Apago el televisor, me dirijo a mi habitación recién ordenada y me meto rápidamente bajo las sábanas. Estoy agotada por completo. Meterme en la cama a estas horas un sábado por la noche es algo que no hacía desde hace mucho tiempo, pero después de mis recientes esfuerzos lo único que me apetece es dormir.
Me despierto al oír música y me desperezo en la cama. Me estiro con satisfacción, síntoma de que he tenido un sueño muy reparador. Me incorporo.
¿Qué es eso?
Mi cerebro tarda un tiempo en espabilarse, pero, cuando lo hace, sigo oyendo la música. Me aparto el pelo de la cara. La música se detiene.
¿Eh?
¿Ha vuelto ya Rachel?
Miro el reloj.
¿Las nueve en punto?
Joder, no me levantaba tan tarde desde hace años. Vuelvo a desplomarme sobre la almohada con una sonrisa. Parece que Santana López les va bien a mi vida sexual y a mi descanso.
Ya está esa música otra vez. El familiar sonido de la canción de Oasis Sunday Morning Call, cantada por Noel Gallagher, se me clava en los tímpanos. Me encanta esa canción. Frunzo el ceño, cojo el teléfono y veo que el nombre de Santana parpadea en la pantalla. Sonrío y contesto.
—¿Cómo lo has hecho?—tengo la voz ronca de tanto dormir.
—¿El qué?—pregunta.
No la veo, pero sé que está esbozando esa sonrisa arrogante y sexy suya.
—Has manipulado mi teléfono—la increpo.
—¿Dónde estás?
—En la cama
¡Recuperándome de ti!
—¿Desnuda?—pregunta, con voz grave y sensual.
¡Ni hablar!
No pienso iniciar una sórdida sesión de sexo telefónico. Sé por dónde van los tiros. Su voz me provoca ciertas reacciones.
—Bueno no, la verdad.
—Yo podría ponerle remedio.
Me estremezco sólo con pensarlo.
¿Cómo es posible que mi cuerpo responda de esta manera estando al otro lado de la línea telefónica?
—¿Qué tal tu nuevo departamento?
Tengo que cambiar el hilo de la conversación rápidamente.
—Lleno de mierda italiana.
—Muy graciosa. ¿Dónde estás?
Ella suspira.
—En La Mansión. Dijiste que me llamarías
Parece desairada.
Sí, dije que te llamaría, pero sólo han pasado unas veinticuatro horas... Y me incomoda bastante el hecho de que ya me muriera de ganas de hacerlo.
—Se me pasó el tiempo arreglando mi cuarto
Es verdad. Y estoy muy orgullosa del resultado. Sólo paso por alto el hecho de que hice todo lo posible por mantenerme ocupada.
—¿Qué haces hoy? Quiero verte.
¿Qué?
¿Así, sin más?
Joder, ¿no ha tenido suficiente?
Es evidente que no, pero ¿es buena idea?
Mierda, estoy deseando verla.
Soy demasiado joven para ella.
Y no me fiaría de ella por nada del mundo.
Con ese físico, esa confianza en sí misma y ese talento en el ámbito del placer, es un peligro para un corazón roto. Necesito una persona en la que confiar, alguien que me cuide y que beba los vientos por mí. Me río para mis adentros. Mis expectativas son demasiado altas, pero después de mis dos últimas relaciones pienso ceñirme a ese plan. Si Santana quiere verme, tendrá que ser bajo mis condiciones. No debe saber que estoy desesperada.
—No puede ser—digo con desdén—Estoy muy ocupada
¡Haciendo nada!
Joder, necesito verla.
—¿Haciendo qué?—pregunta estupefacta.
¿Por qué no iba a estar ocupada?
Tengo una vida.
—Muchas cosas.
—¿Te estás tocando el pelo por casualidad?—su voz suena socarrona.
Me quedo inmóvil, con el pelo entre los dedos.
¿Cómo lo ha sabido?
—Te llamaré mañana—le informo.
¿Voy a hacerlo?
Justo cuando estoy a punto de colgar, oigo esa voz desagradable que tanto detesto.
¿Qué mirda está haciendo ella ahí?
Me molesta lo incómoda que me hace sentir. Aunque debería darme igual.
—Britt, espera un momento—debe de haber tapado el teléfono, porque ahora las voces suenan amortiguadas, pero no hay duda de que era ella. Me cabreo, lo cual es totalmente ridículo—Holly, dame un minuto, ¿quieres?—parece algo enfadada—Britt, ¿sigues ahí?
Debería colgar.
—Sí
¡Seré idiota!
—Vas a llamarme mañana—dice.
Y es una afirmación, no una pregunta.
—Sí—Cuelgo rápidamente.
No era así como quería que acabara la conversación. Prácticamente me ha ordenado que la llame, y yo he accedido. Eso no es llevar las riendas.
Me levanto enfurruñada de la cama y me meto en la ducha.
Total, ¿qué voy a hacer hoy?
Rachel no está y la casa está impecable, como siempre. Tengo que buscarme algo que hacer para aplacar los celos irracionales que me han entrado.
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Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 14
Capitulo 14
—¡Mierda!—Rachel está en la puerta de mi cuarto, con la boca y los ojos abiertos de par en par—¿Qué ha pasado aquí?
Me meto la camisa negra por dentro de los piratas y me sorprende ver lo fácil que es encontrar mis tacones de ante negro y el cinturón dorado. Hoy estoy siendo muy ordenada.
—¿Qué tal tu abuela?—pregunto mientras me paso el cinturón por las trabillas del pantalón.
—Sigue senil. ¿Qué has hecho mientras no estaba?—pregunta al tiempo que ahueca una almohada de mi cama.
Yo señalo el cuarto con cara de «¿tú qué crees?», y omito el hecho de que Elaine me ha llamado y yo he accedido a ir a comer con ella. Ah, y también me reservo que Santana me llamó ayer y pasé de mal humor la mayor parte del día.
¡Qué tontería!
—¿A qué hora volviste?—pregunto.
Me cansé de esperar y me bebí la mitad del vino reservada para ella después de llamarla y de que me dijera que estaba en un atasco en la intersección diecinueve de la M1.
—A las diez. Los trabajadores que volvían a la ciudad tenían todas las carreteras congestionadas. La próxima vez iré en tren. ¿Puedes quedar después de trabajar?
—Claro, ¿para qué?
—Tengo que entregar una tarta y necesito ayuda—dice.
—Vale. Recógeme en la oficina a las seis.
Cojo mi bolso negro del armario recién ordenado y empiezo a guardar en él las cosas del bolso que llevaba la semana pasada.
—Muy bien. ¿Has sabido algo de la diosa?
Levanto de inmediato la cabeza y veo que Rachel está sonriendo de oreja a oreja, mientras, dobla la manta de mi cama. La miro con recelo y me acerco al espejo para ponerme el brillo de labios.
—¿Te refieres a la señora López? Me llamó ayer—revelo como si tal cosa y, al juntar los labios para extender bien el brillo, veo su reflejo en el espejo. Sigue sonriendo con sorna—¿Qué?—pregunto a la defensiva.
—¿Ya hemos determinado su edad?
Me echo a reír.
—No. No paro de preguntarle y ella no para de mentirme. Está claro que le supone un problema.
—Bueno, la pobre está con una mozuela de veintiséis y todavía debe de estar dando gracias por la suerte que ha tenido. Tendrá treinta y cinco, como mucho.
—No está conmigo. Es sólo sexo—la corrijo con voz poco convincente.
Cojo mi bolso y dejo a Rachel alisando la cama. Me dirijo a la cocina, me sirvo un zumo y desconecto el móvil del cargador. Rachel llega a la cocina y enciende la hervidora de agua.
—No hay nada mejor que un buen polvo con una diosa para superar una relación. Es tu polvo de recuperación.
Suelto una carcajada.
Sí, eso es justo lo que es.
Aunque tampoco es que necesitase distracción alguna para superar lo de Elaine. Eso fue bastante fácil.
—Exacto—coincido—Te veo después del trabajo.
Ella se apoya sobre la barandilla y yo bajo la escalera.
—¡A las seis en punto!
Es una mañana de lunes como otra cualquiera, pero lo raro es que hoy ha venido todo el mundo. Al menos uno de nosotros está siempre fuera de la oficina, visitando a algún cliente o algún emplazamiento en el que estemos trabajando. Estoy en la cocina con Will, poniéndolo al día sobre los avances en la nueva casa de la señora Kent.
—¿Le has preguntado alguna vez si quiere cambiar de estilo? Puede que sea eso lo que haga que no sienta la casa como su hogar. Puede que le ahorres una fortuna al señor Kent—ríe Will—Aunque yo no me quejo, claro. Por mí puede mudarse todos los años que le queden de vida siempre y cuando siga contratándote a ti para que le apañes la casa.
Frunzo el ceño.
—¿Para qué se la apañe? Hago mucho más que eso, Will. No sé. Insiste en que lo quiere todo moderno, pero no estoy segura de si es lo que encaja con ella. Creo que se aburre. Eso, o que le encanta estar rodeada de obreros—digo al tiempo que enarco las cejas y me echo a reír.
—Ah, bueno puede ser—bromea también él—Esa pájara tiene unos setenta años. Quizá debería buscarse un amante joven. El señor Kent tiene muchas jovencitas distribuidas por todo el mundo. Y lo sé de una fuente muy fiable.
Me guiña un ojo y yo le sonrío con cariño. Sé que Will se refiere a su mujer, Emma. Se entera de todo lo que pasa. Ella misma se considera una entrometida, sabelotodo y cotilla. Si hay algo que no sepa, es que no tiene interés. No sé cómo Will aguanta tantos cotilleos. Debe de ser agotador tener que escucharla a diario. Por suerte, sólo se deja caer por la oficina una vez a la semana, antes de ir a la peluquería.
Asentir sin parar durante la media hora que se pasa poniéndonos al día sobre su ajetreada vida social —y la de los demás— es soportable. Yo hago todo lo posible por quedar con mis clientes los miércoles sobre las doce, que es cuando sé que Emma va a venir. Will es simpático y agradable; lo adoro.
—¿Cómo está Emma?—pregunto por cortesía.
Él levanta las manos con desesperación.
—Me saca de quicio. Esa mujer tiene la misma capacidad de concentración que un niño de dos años. Estaba obsesionada con el bridge, y ahora me dice que se ha apuntado a bailar kumba o no se qué. No consigo seguirle el ritmo.
—¿Quieres decir zumba?
—Eso—me señala con su barrita de chocolate digestiva—Parece que está muy de moda—yo me echo a reír al imaginarme a Emma ataviada con unas mallas de leopardo y saltando con su generoso trasero arriba y abajo—Ah, Flanagan quiere verte el miércoles—me informa Will guiñándome el ojo—Te quieren a ti, flor.
—¿En serio?
Él se echa a reír.
—Eres demasiado modesta, mi niña. He comprobado tu agenda y te lo he apuntado a las doce y media. Se hospeda en el Royal Park. ¿Te parece bien?
—Claro.
No necesito comprobar si tengo un hueco porque Will ya se ha tomado la libertad de hacerlo por mí. Y si además evito tener que soportar las novedades de Emma de esta semana, mejor que mejor. Bajo el culo de la encimera de la cocina y me dirijo a mi mesa.
—Voy a terminar unos bocetos y a mandar correos electrónicos a unos cuantos contratistas.
Su móvil empieza a sonar.
—¿Qué querrá ahora?—lo oigo farfullar.
Justo cuando me dispongo a ir al indio a por algo de comer, Kurt aparece en mi mesa.
—¡Entrega para Britt!—me grita, y deja una caja sobre el escritorio.
¿Qué es esto?
No espero ningún catálogo.
—Gracias, Kurt. ¿Qué tal fue el viernes?
Lanza un grito y sonríe.
—He conocido a un científico. Pero ¡madre mía!, es divino.
¡No tan divina como la mía!
Me reprendo para mis adentros por tener esos pensamientos.
¿A qué ha venido eso?
—Entonces ¿fue bien?—insisto.
—Sí. Cuéntame, quién era esa mujer.
Pone las manos sobre mi mesa y se inclina hacia mí.
—¿Qué mujer?—repongo demasiado de prisa.
Retrocedo con la silla para poner algo de distancia entre la presencia interrogadora de mi amigo gay y cotilla y yo.
—Tu reacción lo dice todo.
Me mira con los ojos entrecerrados y yo me pongo como un tomate.
—Sólo es una cliente—digo, y me encojo de hombros.
La mirada inquisidora de Kurt se desvía hacia mis dedos, que juguetean con un mechón de mi pelo. Lo suelto y agarro rápidamente un boli. Tengo que mejorar mi capacidad para mentir.
Se me da fatal.
Se pasa la lengua por el interior de la mejilla, se pone de pie y se marcha de mi mesa.
Pero ¿qué me pasa?
¡Sí!
Me he tirado a una atractiva madurita de treinta y tantos.
¿O son cuarenta y tantos?
Es mi polvo de recuperación.
Abro la caja y me encuentro una única cala encima de un libro envuelto en papel de seda. Giuseppe Cavalli. 1936-1961.
¡Vaya!
Lo abro y veo una nota.
Britt:
ERES COMO UN LIBRO QUE NO PUEDO DEJAR DE LEER. NECESITO SABER MÁS.
UN BESO, S.
¡Joder!
¿Qué más quiere saber?
No hay nada que saber. No soy más que una chica corriente de veintitantos años. Ella sí que debería empezar a decirme algunas cosas, como su edad, por ejemplo.
¿Es normal enviarle regalos a la persona que te estás tirando?
Tal vez para las maduritas sí lo sea.
Ahora mismo no tengo tiempo de pensar en esto. Tengo un montón de correos electrónicos que responder, tengo que acudir a recibir unas entregas de muebles. Meto el libro en el bolso, guardo la cala en el primer cajón de mi mesa y me marcho al indio a por algo de comer antes de continuar.
A las seis en punto, Margo llega traqueteando y se detiene delante de la acera para recogerme. Me peleo con el tirador oxidado de la puerta y me encaramo al asiento tras apartar una docena de revistas de tartas y tirar al suelo unos vasos vacíos de Starbucks.
—Necesitas una furgoneta nueva—gruño.
Teniendo en cuenta lo ordenada que es Rachel en casa, Margo está hecha un asco.
—Chis, vas a herir sus sentimientos—dice riendo—¿Qué tal el día?—me pregunta con cautela.
Tengo los hombros totalmente caídos. No he conseguido hacer nada en el trabajo. Me he pasado todo el día pensando en cierta criatura maravillosa de edad desconocida.
Saco el libro y la nota del bolso y se los paso. Ella los coge y una expresión de incertidumbre baña sus bonitas facciones cuando abre la tapa y la nota cae sobre su regazo. La recoge, lee lo que dice y me mira con la boca abierta.
—Lo sé—digo en consonancia con su cara de asombro.
Vuelve a leer la nota y cierra la boca hasta que su gesto se transforma en una sonrisa.
—¡Vaya! La señora nos ha salido profunda.
Me devuelve el libro y se adentra en el tráfico.
—Eso parece.
Mi mente se traslada a nuestras conversaciones íntimas, pero me obligo a dejar de pensar en ello de inmediato.
—¿Hasta qué punto es buena en la cama?—pregunta Rachel como si tal cosa, sin apartar la vista de la carretera.
Me vuelvo hacia ella de inmediato, pero no me devuelve la mirada.
—Más de lo que puedas imaginar—respondo.
¡La mejor, fantástica, alucinante!
¡No pararía de hacerlo con ella jamás!
—¿Va a convertirse en una relación de despecho?
Suspiro.
—Sí, creo que sí. Y no sólo por el sexo.
Estira el brazo, me aprieta la rodilla y sonríe con condescendencia. Entiende perfectamente por lo que estoy pasando.
Aminoramos la marcha en la entrada de una calle residencial y Rachel detiene la furgoneta.
—Vale, vete atrás—ordena.
—¿Qué?
—¡Vete atrás, Britt!—repite la orden dándome palmaditas en la pierna.
—¿Para qué?
Sé que estoy frunciendo el ceño.
¿Para qué narices quiere que me vaya a la parte de atrás?
Rachel señala la calle y entonces lo entiendo todo. La miro con los ojos abiertos de par en par. Al menos tiene la decencia de parecer algo arrepentida.
—La he protegido, acolchado y sujetado, pero esta calle es una puta pesadilla. Me ha llevado dos semanas hacer esta tarta. Si le pasa algo, estoy jodida.
Desvío mi expresión boquiabierta de Rachel y miro la vía de tres carriles con coches aparcados a ambos lados. Sólo el del medio permite que circule el tráfico. Pero no es eso lo que me preocupa, sino los horribles badenes de caucho negro que hay cada veinte metros. Madre mía, voy a dar más vueltas que un penique en una secadora.
—¿No podemos llevarla en brazos?—pregunto con desesperación.
—Tiene cinco pisos y pesa una tonelada. Tú sujeta la caja. Todo irá bien.
Resoplo y me desabrocho el cinturón.
—No puedo creerme que me estés haciendo esto—protesto mientras paso a la parte trasera de la furgoneta para sujetar la enorme caja de la tarta entre los brazos—¿No podías montarla ahí?
—No.
—¿Por qué?
—Porque no. ¡Tú sujeta la puta tarta!—grita con impaciencia.
Me agarro a la caja con más fuerza, separo las piernas para mantener el equilibrio y apoyo la mejilla contra ella. Estamos en la entrada de la calle con el motor en marcha y parece que nos hayan sacado de una escena cómica.
—¿Lista?—pregunta.
Oigo que mete la primera marcha con un fuerte tirón.
—Venga, arranca de una vez, ¿quieres?—le espeto.
Ella sonríe y el vehículo empieza a traquetear hacia adelante. Detrás, un coche empieza a hacer sonar el claxon con impaciencia.
—¡Vete a la mierda, gilipollas!—grita Rachel al tiempo que nos topamos con el primer badén.
Mis pies dejan de tocar el suelo y aplasto la cara contra la caja. Cuando vuelvo a bajar, se me resbalan los tacones.
—¡Rach!—chillo, y aterrizo sobre mi trasero.
—¡No sueltes la caja!
Vuelvo a ponerme de pie a duras penas sin soltar la tarta, pero entonces las ruedas traseras rebotan al subir el montículo.
—¡Más despacio!
—¡No puedo! ¡Si no, no los sube!—exclama, y llega a otro badén.
—¡Joder!—vuelvo a salir volando por los aires y aterrizo con un fuerte golpe seco—¡Rachel!
Se está partiendo de risa, lo que no hace sino cabrearme todavía más.
—¡Lo siento!—grita.
—¡Mentirosa!—digo entre dientes cuando vuelvo a levantarme.
Me quito los tacones para intentar tener más equilibrio.
—Mierda.
Me aparto el pelo de la cara.
—¿Qué pasa?
—¡No pienso dar marcha atrás, caballero!—sisea.
Un Jaguar viene hacia nosotras y, con sólo una vía disponible y sin sitio para parar, no hay nada que hacer. Una orquesta de fuertes pitidos empieza a sonar a nuestro alrededor. Rachel continúa hacia adelante, y yo sigo dando vueltas en la parte trasera de Margo.
—Te voy a embestir—le advierte al del Jaguar mientras aprieta el claxon varias veces—¿Qué tal la tarta?
—¡Bien! ¡No dejes que nos gane!—grito, y vuelvo a aterrizar sobre mi trasero—¡Mierda!
—¡Aguanta! ¡Sólo quedan dos!
—¡Nooo!
Tras dos sacudidas más y, probablemente dos moretones más en el culo, aparcamos en doble fila y descargamos la estúpida tarta de cinco pisos. El del Jaguar no para de pitar, de insultarnos y de hacernos gestos con la mano, pero no le hacemos ni caso.
Aún descalza, ayudo a Rachel a trasladar la tarta hasta la inmensa cocina de la señora Link, que va a celebrar el decimoquinto cumpleaños de su hija por todo lo alto. Dejo a Rachel a su aire y regreso a la furgoneta para esperarla. Hago como que no oigo los persistentes pitidos de los coches y busco los zapatos en la parte trasera. Podrían estar en cualquier parte.
Noel Gallagher invade mis tímpanos con Sunday Morning Call desde el asiento del copiloto y mi corazón, que ya está agitado por el reciente esfuerzo, empieza a martillearme con fuerza el pecho. Abandono la búsqueda de los tacones y gateo hasta la parte delantera para responder a la llamada. Decido ignorar los motivos por los que tengo tantas ganas de hablar con ella.
—Hola—jadeo, y salgo de Margo y me desplomo contra un lateral del vehículo.
¡Estoy exhausta!
—Vale, esta vez no he sido yo quien te ha dejado cansada, así que ¿te importaría decirme quién te tiene jadeando como si no hubieras parado de follar en una semana?—sonrío. Su voz me causa mucha alegría después del desastre de los últimos veinte minutos—¿Qué son todos esos pitidos?—pregunta.
—He venido con Rach a entregar una tarta y estamos bloqueando la carretera—explico, pero me distrae un hombre de negocios rechoncho, medio calvo y de mediana edad que se acerca con cara de pocos amigos.
—¡Aparta la furgoneta, pedazo de imbécil!—brama mientras hace aspavientos con los brazos.
Mierda.
¡Rachel, date prisa!
—¿Quién coño es ése?—grita Santana desde el otro lado de la línea.
—Nadie—contesto.
El gordo pelón da una patada a la rueda de Margo.
—¡Apártate, zorra!
Maldita sea, es un hombre de mediana edad con alopecia y está muy cabreado. Santana gruñe.
—Dime que no ha dicho lo que acabo de oír.
Su voz se ha tornado agresiva.
—Tranquila. Rach ya viene de camino—miento rápidamente.
—¿Dónde estás?
—No lo sé, en alguna parte de Belgravia.
La verdad es que no me he fijado mucho. Estaba demasiado ocupada rodando por Margo como para fijarme en los nombres de las calles. El gordo calvo me empuja.
—¿Estás sorda, zorra estúpida?
Mierda, va a atizarme. Santana hiperventila al otro lado del teléfono y, de repente, desaparece. Miro la pantalla y veo que ha finalizado la llamada. Levanto la vista y miro hacia los escalones que llevan a casa de la señora Link, pero la puerta está totalmente cerrada. Don Calvorota me empuja dentro de la furgoneta.
—Por favor, deme cinco minutos—le ruego al capullo iracundo.
Si Rachel estuviera aquí, ya habría mordido el suelo.
—¡Mueve esta puta chatarra, gilipollas!—me ruge en la cara.
Yo retrocedo. Corro hasta la acera, pisando todas las piedrecitas sueltas que hay por el camino, y subo la escalera hasta la entrada principal de la señora Link.
—¡Rach!—llamo con urgencia, y me vuelvo y sonrío dulcemente al calvorota agresivo.
El hombre me espeta otro aluvión de improperios. Está claro que necesita unas sesiones de control de la ira.
—¡Rachel!—vuelvo a gritar mientras aporreo la puerta de nuevo.
Los cláxones no paran de sonar, y tengo al hombre más enfadado con el que me haya topado jamás insultándome sin parar.
¡Me duele el culo y las putas piedras me están apuñalando los pies!
—¡¡¡RACHEL!!!
Vale, ahora también me duele la garganta. Entonces me paro a pensar.
¿Ha dejado las llaves en la furgoneta?
Bajo los escalones y regreso para comprobar el contacto; rodeo la furgoneta por detrás para esquivar al calvo. Pero parece ser que no está dispuesto a dejar que me libre de él, así que choco contra su cuerpo gordo y sudoroso cuando llego a la puerta del conductor.
—¡Ay!—grito, y me alcanza una bocanada de rancio olor corporal.
Me agarra del brazo y me aprieta con fuerza.
—Como no muevas este puto trasto ahora mismo voy a darte hasta hartarme.
Me apoyo contra la furgoneta y él sigue apretando hasta que me duele tanto que siento ganas de llorar.
¡Es un puto psicópata!
Va a darme una paliza en una preciosa calle arbolada del pijo barrio de Belgravia; saldré en todos los informativos matinales de mañana.
No pienso volver a hablar a Rachel en la vida. Los ojos se me llenan de lágrimas de terror y sigo pegada a la puerta de Margo sin saber qué hacer. Es un tipo muy agresivo, seguro que maltrata a su mujer.
—¡Quítale las manos de encima!
El rugido que inunda el aire bloquea el sonido del tráfico de Londres y los pitidos de los coches. También hace que se me doblen las rodillas de alivio. Me vuelvo hacia la voz más oportuna que jamás hubiera esperado oír y veo a Santana corriendo por la carretera vestida con un traje y con cara de asesina.
¡Gracias a Dios!
No sé de dónde ha salido, y lo cierto es que me da igual. Siento un alivio tremendo. Nunca me había alegrado tanto de ver a nadie en mi vida, y el hecho de que sea una mujer a la que conozco desde hace apenas una semana debería significar algo para mí.
La cabeza gorda y espantosa de don Calvorota se vuelve hacia Santana y una expresión de burla se apodera al instante de sus sudorosas facciones. Ha dejado de apretar. Me suelta, se aparta de Margo y empieza a evaluar la mujer latina en buena forma que avanza como un rayo hacia nosotros. Su feo rostro delata su aire burlesco. Santana lo golpea antes de que logre mover sus cortas piernas y lo hace salir volando por los aires hasta que aterriza contra el asfalto.
¡Madre mía!
¡Pero que fuerza que tiene esta mujer!
¡Pero si es tan flaquita!
Me equivocaba. El calvorota no es la persona más agresiva que haya visto en la vida. Santana le propina un puñetazo en la cara y a continuación le da una patada en el estómago. El hombre lanza un grito.
—Levanta ese culo gordo del suelo y discúlpate—lo alza de la carretera y lo planta delante de mí—¡Discúlpate!—ruge.
Miro al calvo, que no para de resollar, la cara de burla que tenía al ver a Santana ha desaparecido. Tiene la nariz rota y la sangre le gotea sobre el traje. Sentiría pena por él si no supiera que es un capullo asqueroso.
¿Qué clase de hombre trata así a una mujer?
—Lo... lo siento—tartamudea totalmente aturdido.
Santana lo sacude sin dejar de agarrarlo de la chaqueta.
—Como vuelvas a ponerle un dedo encima, te arrancaré la cabeza—le advierte con voz amenazadora—Y ahora, lárgate, antes de que Snixx se haga cargo otra vez.
Suelta con violencia al hombre magullado, me agarra y me estrecha contra su pecho. Yo me desmorono y empiezo a temblar y a llorar sobre el costoso traje de Santana, que me cobija este sus cálidos pechos.
—Debería haber matado a ese cabrón—gruñe—Oye, deja de llorar o me cabrearé.
Me acaricia la cabeza con la palma de la mano y suspira sobre mi cabello.
—¿De dónde has salido?—musito contra su pecho.
No me importa, me alegra inmensamente que esté aquí.
—Estaba por aquí, y no era muy difícil encontrarte con todo este jaleo. ¿Y Rachel?
Eso, ¿y Rachel?
Se ha desatado el caos y ella sigue sin aparecer.
¡Voy a matarla!
Cuando me haya recompuesto en brazos de Santana, voy a matarla.
—Huy, ¿qué pasa aquí?
Saco la cabeza de mi escondite y veo a Rachel delante de Margo, totalmente desconcertada.
—Creo que será mejor que muevas la furgoneta, Rachel—le aconseja Santana con diplomacia.
Ni siquiera ha derramado una gota de sudor.
—Ah, vale—responde, ajena por completo a la situación.
Santana se aparta y me observa de arriba abajo.
—¿Y tus zapatos?—pregunta con el ceño fruncido.
Los ojos se le vuelven a ensombrecer de ira al pensar que los he perdido en la reyerta con el calvorota.
—Están dentro de Margo—digo, y me sorbo los mocos—En la furgoneta—explico al ver que no sabe a qué me refiero.
Me coge en brazos, me lleva hasta la acera y me deja junto a la pared de la casa de la señora Link.
—Ni siquiera voy a preguntarte cómo han llegado hasta ahí.
—¡Yo los cojo!—grita Rachel. Más le vale. Viene corriendo con los tacones en la mano—¿Qué ha pasado?
—¿Dónde estabas?—le pregunto secamente.
Pone los ojos en blanco.
—Me ha obligado a subir a ver el vestido para la fiesta. Era demasiado pequeño, ha sido horrible. Han tardado diez minutos en embutirla en él—se detiene y mira a Santana, que ha ido a coger mi bolso del asiento delantero de Margo—¿Qué ha pasado?—pregunta susurrando—Parece furiosa.
—El del Jaguar me ha agredido—contesto. Me sacudo la gravilla de las doloridas suelas de los pies y me pongo los tacones—Estaba hablando con Santana justo cuando ha empezado todo. No sé de dónde ha salido.
—Britt, lo siento mucho—se apoya contra la pared y me rodea con el brazo—Menos mal que estaba por aquí la latina, ¿eh?—advierto el tonillo de insinuación de su voz.
—Rachel, mueve la furgoneta antes de que estalle una guerra—Santana se acerca con mi bolso y yo me incorporo. Me duelen mucho las plantas, así que vuelvo a sentarme. Hago una mueca de dolor. Vaya, el culo también me duele. Santana pone mala cara al ver mis gestos—Britt se viene conmigo—dice observando cómo muevo mi dolorido trasero.
—¿Ah, sí?—pregunto.
Enarca las cejas.
—Sí—responde con un tono que no da pie a objeciones.
—Tranquila, puedo irme con Rach—sugiero de todos modos.
Probablemente ya haya interrumpido con mi escenita vespertina lo que fuera que estuviera haciendo.
—No, te vienes conmigo. Britt.
Subraya cada una de las palabras y sus labios forman una línea recta. Vale. No voy a discutir por esto. Rachel nos mira como si estuviera viendo un partido de tenis y finalmente se levanta.
—Te veo en casa.
Me da un beso en la sien y otro bien grande a Santana en la mejilla. A Santana se le salen los ojos de las órbitas, y yo me quedo boquiabierta.
¿A qué ha venido eso?
Se aleja hacia Margo, sin ninguna prisa, se vuelve, sonríe y me guiña un ojo. Le lanzo una mirada de advertencia que ignora por completo. Me vuelvo hacia la bestia latina y atractiva que tengo delante de mí —con un aspecto de lo más apetecible con un traje gris y una camisa blanca inmaculada con los primeros botones desabrochados— y veo que me está mirando con los ojos oscuros entornados.
—¿Qué te duele?—pregunta.
Me levanto y hago otra mueca cuando mis pies acusan el peso de mi cuerpo.
—El culo—digo mientras me froto el maltratado trasero y estiro la mano para cogerle el bolso—Estaba sujetándole la tarta a Rach en la parte de atrás de la furgoneta.
—¿No llevabas puesto el cinturón?
—No, no hay cinturones en las partes traseras de las furgonetas, Santana.
Ella sacude la cabeza, me levanta, me acuna entre sus brazos y echa a andar por la calle. Yo exhalo con intensidad y le dejo hacer lo que quiera. Apoyo la cabeza contra su hombro y le rodeo el cuello con los brazos.
—No me has llamado. Te dije que me llamaras—me reprende con un gruñido.
Suspiro con resignación.
—Lo siento.
—Yo también—dice suavemente.
—¿El qué?
—No haber llegado antes.
—¿Cómo ibas a saberlo?
—Bueno, si me hubieras llamado, habría sabido que ibas a hacer una tontería y te lo habría prohibido. La próxima vez, haz lo que se te manda.
Frunzo el ceño apoyada en su hombro y ella me mira como si se hubiera percatado de mi reacción ante su regañina. Sonríe y me acaricia la frente con los labios. Cierro los ojos.
Es innegable.
No cabe duda de que hay algo entre nosotras. Y está haciendo que me replantee la idea de seguir soltera.
Cuando llegamos al final de la calle, alzo la vista y veo el Aston Martin de Santana abandonado en un punto desde el que está claro que no podía avanzar a causa del atasco. Unos cuantos peatones revolotean a su alrededor admirando el vehículo. Me deja en el asiento del copiloto y cierra la puerta. Pasa por delante del coche, se sienta tras el volante, arranca y deja atrás todo el caos. Yo me acomodo y admiro su perfil mientras ella sortea el tráfico. Lo ha dejado todo para venir corriendo a rescatarme. Mentiría si dijera que no agradezco lo que ha hecho. Me mira y me pone una mano en la rodilla.
—¿Estás bien, Britt?
Sonrío. Siento que cada minuto que paso con ella me muero por sus huesos un poco más. Y no sé si eso es bueno o malo. Maldito seas, Santana López, de edad desconocida.
Detiene el coche delante de casa de Rachel. No me sorprende ver que Margo no ha llegado todavía. Esta tía conduce como una loca. Salgo del coche y no tarda en cogerme en brazos y llevarme por el camino hasta la entrada.
—Puedo andar—protesto, pero hace como que no me oye.
Al llegar a la puerta, me coge las llaves de la mano, abre y la cierra de una patada una vez que entramos. Empiezo a revolverme y me deja en el suelo, me rodea la cintura con una mano y me atrae hacia ella. Me levanta hasta que mis pies dejan de tocar el suelo y mis labios alcanzan los suyos. Suspiro, le rodeo el cuello con los brazos y dejo que su lengua entre en mi boca lenta y suavemente. La llevo clara sí creo que puedo resistirme a ella.
Pero bien clara.
—Gracias por el libro—le digo pegada a su boca.
Se aparta, me mira y sus ojos oscuros brillan de júbilo.
—De nada—responde, y me da un beso casto en los labios.
—Gracias por salvarme.
Entonces esboza esa sonrisa descarada y arrogante.
—Cuando quieras, Britt.
La puerta de casa se abre de repente y Rachel irrumpe con una prisa exagerada; nos pilla abrazadas.
—Perdón—se disculpa, y sube corriendo al piso por la escalera.
Santana se ríe y mueve las caderas contra mí, lo cual despierta un delicioso ardor en mi vientre. Mi respiración se intensifica cuando apoya su frente contra la mía. Libera un largo suspiro y su aliento fresco me invade la nariz.
—Si estuviéramos solas, te pondría ahora mismo contra esa pared y te follaría viva.
Vuelve a adelantar la cadera. El ardor desciende hasta mi sexo y me obliga a gemir. Maldigo mentalmente a Rachel.
—Podemos hacerlo en silencio—susurro—Te dejo que me amordaces.
Ella sonríe con malicia.
—Créeme, ibas a gritar tanto que ninguna mordaza lo ocultaría—me estremezco físicamente al pensarlo—Mañana—dice con firmeza—Quiero solicitar una cita.
¿Qué?
¿Una cita para follarme?
Esto... ¡no hace ninguna falta solicitar cita!
Se echa a reír. Debe de haber notado mi confusión.
—Quiero que vuelvas a La Mansión para darte la información que necesitas para empezar a trabajar en serio en algunos diseños.
Abro la boca y ella se inclina, me mete la lengua dentro y me ataca con vehemencia. Dejo que me haga lo que quiera, y me tiemblan las rodillas cuando menea de nuevo esas benditas caderas. Se aparta jadeante, con los ojos cerrados con fuerza.
—No pido cita para follar contigo, Brittany. Eso lo haré cuando me plazca.
Ah, vale.
Da la sensación de que hace acopio de todas sus fuerzas antes de soltarme y dejarme donde estoy. Me siento abandonada y débil. Aparta su mirada sombría de la mía y la dirige hacia la escalera. Sé que ella también está maldiciendo a Rachel por estar en casa. No puedo creer que acabe de tentarme con esos movimientos deliciosos para luego dejarme así. He pasado de hacerme la dura a suplicar mentalmente.
—En La Mansión, a las doce—exige, y me acaricia la mejilla con el dedo. Yo asiento—Buena chica.
Sonríe, me posa los labios en la frente, da media vuelta y se marcha. Yo me quedo ahí plantada contra la pared, tratando de recobrar el aliento.
—¿Se ha ido ya la latina sexy, de edad desconocida?
Alzo la mirada y veo a Rachel apoyada en la barandilla y moviendo una botella de vino.
Sí, por favor.
Es justo lo que necesito.[/i][/i]
Me meto la camisa negra por dentro de los piratas y me sorprende ver lo fácil que es encontrar mis tacones de ante negro y el cinturón dorado. Hoy estoy siendo muy ordenada.
—¿Qué tal tu abuela?—pregunto mientras me paso el cinturón por las trabillas del pantalón.
—Sigue senil. ¿Qué has hecho mientras no estaba?—pregunta al tiempo que ahueca una almohada de mi cama.
Yo señalo el cuarto con cara de «¿tú qué crees?», y omito el hecho de que Elaine me ha llamado y yo he accedido a ir a comer con ella. Ah, y también me reservo que Santana me llamó ayer y pasé de mal humor la mayor parte del día.
¡Qué tontería!
—¿A qué hora volviste?—pregunto.
Me cansé de esperar y me bebí la mitad del vino reservada para ella después de llamarla y de que me dijera que estaba en un atasco en la intersección diecinueve de la M1.
—A las diez. Los trabajadores que volvían a la ciudad tenían todas las carreteras congestionadas. La próxima vez iré en tren. ¿Puedes quedar después de trabajar?
—Claro, ¿para qué?
—Tengo que entregar una tarta y necesito ayuda—dice.
—Vale. Recógeme en la oficina a las seis.
Cojo mi bolso negro del armario recién ordenado y empiezo a guardar en él las cosas del bolso que llevaba la semana pasada.
—Muy bien. ¿Has sabido algo de la diosa?
Levanto de inmediato la cabeza y veo que Rachel está sonriendo de oreja a oreja, mientras, dobla la manta de mi cama. La miro con recelo y me acerco al espejo para ponerme el brillo de labios.
—¿Te refieres a la señora López? Me llamó ayer—revelo como si tal cosa y, al juntar los labios para extender bien el brillo, veo su reflejo en el espejo. Sigue sonriendo con sorna—¿Qué?—pregunto a la defensiva.
—¿Ya hemos determinado su edad?
Me echo a reír.
—No. No paro de preguntarle y ella no para de mentirme. Está claro que le supone un problema.
—Bueno, la pobre está con una mozuela de veintiséis y todavía debe de estar dando gracias por la suerte que ha tenido. Tendrá treinta y cinco, como mucho.
—No está conmigo. Es sólo sexo—la corrijo con voz poco convincente.
Cojo mi bolso y dejo a Rachel alisando la cama. Me dirijo a la cocina, me sirvo un zumo y desconecto el móvil del cargador. Rachel llega a la cocina y enciende la hervidora de agua.
—No hay nada mejor que un buen polvo con una diosa para superar una relación. Es tu polvo de recuperación.
Suelto una carcajada.
Sí, eso es justo lo que es.
Aunque tampoco es que necesitase distracción alguna para superar lo de Elaine. Eso fue bastante fácil.
—Exacto—coincido—Te veo después del trabajo.
Ella se apoya sobre la barandilla y yo bajo la escalera.
—¡A las seis en punto!
Es una mañana de lunes como otra cualquiera, pero lo raro es que hoy ha venido todo el mundo. Al menos uno de nosotros está siempre fuera de la oficina, visitando a algún cliente o algún emplazamiento en el que estemos trabajando. Estoy en la cocina con Will, poniéndolo al día sobre los avances en la nueva casa de la señora Kent.
—¿Le has preguntado alguna vez si quiere cambiar de estilo? Puede que sea eso lo que haga que no sienta la casa como su hogar. Puede que le ahorres una fortuna al señor Kent—ríe Will—Aunque yo no me quejo, claro. Por mí puede mudarse todos los años que le queden de vida siempre y cuando siga contratándote a ti para que le apañes la casa.
Frunzo el ceño.
—¿Para qué se la apañe? Hago mucho más que eso, Will. No sé. Insiste en que lo quiere todo moderno, pero no estoy segura de si es lo que encaja con ella. Creo que se aburre. Eso, o que le encanta estar rodeada de obreros—digo al tiempo que enarco las cejas y me echo a reír.
—Ah, bueno puede ser—bromea también él—Esa pájara tiene unos setenta años. Quizá debería buscarse un amante joven. El señor Kent tiene muchas jovencitas distribuidas por todo el mundo. Y lo sé de una fuente muy fiable.
Me guiña un ojo y yo le sonrío con cariño. Sé que Will se refiere a su mujer, Emma. Se entera de todo lo que pasa. Ella misma se considera una entrometida, sabelotodo y cotilla. Si hay algo que no sepa, es que no tiene interés. No sé cómo Will aguanta tantos cotilleos. Debe de ser agotador tener que escucharla a diario. Por suerte, sólo se deja caer por la oficina una vez a la semana, antes de ir a la peluquería.
Asentir sin parar durante la media hora que se pasa poniéndonos al día sobre su ajetreada vida social —y la de los demás— es soportable. Yo hago todo lo posible por quedar con mis clientes los miércoles sobre las doce, que es cuando sé que Emma va a venir. Will es simpático y agradable; lo adoro.
—¿Cómo está Emma?—pregunto por cortesía.
Él levanta las manos con desesperación.
—Me saca de quicio. Esa mujer tiene la misma capacidad de concentración que un niño de dos años. Estaba obsesionada con el bridge, y ahora me dice que se ha apuntado a bailar kumba o no se qué. No consigo seguirle el ritmo.
—¿Quieres decir zumba?
—Eso—me señala con su barrita de chocolate digestiva—Parece que está muy de moda—yo me echo a reír al imaginarme a Emma ataviada con unas mallas de leopardo y saltando con su generoso trasero arriba y abajo—Ah, Flanagan quiere verte el miércoles—me informa Will guiñándome el ojo—Te quieren a ti, flor.
—¿En serio?
Él se echa a reír.
—Eres demasiado modesta, mi niña. He comprobado tu agenda y te lo he apuntado a las doce y media. Se hospeda en el Royal Park. ¿Te parece bien?
—Claro.
No necesito comprobar si tengo un hueco porque Will ya se ha tomado la libertad de hacerlo por mí. Y si además evito tener que soportar las novedades de Emma de esta semana, mejor que mejor. Bajo el culo de la encimera de la cocina y me dirijo a mi mesa.
—Voy a terminar unos bocetos y a mandar correos electrónicos a unos cuantos contratistas.
Su móvil empieza a sonar.
—¿Qué querrá ahora?—lo oigo farfullar.
Justo cuando me dispongo a ir al indio a por algo de comer, Kurt aparece en mi mesa.
—¡Entrega para Britt!—me grita, y deja una caja sobre el escritorio.
¿Qué es esto?
No espero ningún catálogo.
—Gracias, Kurt. ¿Qué tal fue el viernes?
Lanza un grito y sonríe.
—He conocido a un científico. Pero ¡madre mía!, es divino.
¡No tan divina como la mía!
Me reprendo para mis adentros por tener esos pensamientos.
¿A qué ha venido eso?
—Entonces ¿fue bien?—insisto.
—Sí. Cuéntame, quién era esa mujer.
Pone las manos sobre mi mesa y se inclina hacia mí.
—¿Qué mujer?—repongo demasiado de prisa.
Retrocedo con la silla para poner algo de distancia entre la presencia interrogadora de mi amigo gay y cotilla y yo.
—Tu reacción lo dice todo.
Me mira con los ojos entrecerrados y yo me pongo como un tomate.
—Sólo es una cliente—digo, y me encojo de hombros.
La mirada inquisidora de Kurt se desvía hacia mis dedos, que juguetean con un mechón de mi pelo. Lo suelto y agarro rápidamente un boli. Tengo que mejorar mi capacidad para mentir.
Se me da fatal.
Se pasa la lengua por el interior de la mejilla, se pone de pie y se marcha de mi mesa.
Pero ¿qué me pasa?
¡Sí!
Me he tirado a una atractiva madurita de treinta y tantos.
¿O son cuarenta y tantos?
Es mi polvo de recuperación.
Abro la caja y me encuentro una única cala encima de un libro envuelto en papel de seda. Giuseppe Cavalli. 1936-1961.
¡Vaya!
Lo abro y veo una nota.
Britt:
ERES COMO UN LIBRO QUE NO PUEDO DEJAR DE LEER. NECESITO SABER MÁS.
UN BESO, S.
¡Joder!
¿Qué más quiere saber?
No hay nada que saber. No soy más que una chica corriente de veintitantos años. Ella sí que debería empezar a decirme algunas cosas, como su edad, por ejemplo.
¿Es normal enviarle regalos a la persona que te estás tirando?
Tal vez para las maduritas sí lo sea.
Ahora mismo no tengo tiempo de pensar en esto. Tengo un montón de correos electrónicos que responder, tengo que acudir a recibir unas entregas de muebles. Meto el libro en el bolso, guardo la cala en el primer cajón de mi mesa y me marcho al indio a por algo de comer antes de continuar.
A las seis en punto, Margo llega traqueteando y se detiene delante de la acera para recogerme. Me peleo con el tirador oxidado de la puerta y me encaramo al asiento tras apartar una docena de revistas de tartas y tirar al suelo unos vasos vacíos de Starbucks.
—Necesitas una furgoneta nueva—gruño.
Teniendo en cuenta lo ordenada que es Rachel en casa, Margo está hecha un asco.
—Chis, vas a herir sus sentimientos—dice riendo—¿Qué tal el día?—me pregunta con cautela.
Tengo los hombros totalmente caídos. No he conseguido hacer nada en el trabajo. Me he pasado todo el día pensando en cierta criatura maravillosa de edad desconocida.
Saco el libro y la nota del bolso y se los paso. Ella los coge y una expresión de incertidumbre baña sus bonitas facciones cuando abre la tapa y la nota cae sobre su regazo. La recoge, lee lo que dice y me mira con la boca abierta.
—Lo sé—digo en consonancia con su cara de asombro.
Vuelve a leer la nota y cierra la boca hasta que su gesto se transforma en una sonrisa.
—¡Vaya! La señora nos ha salido profunda.
Me devuelve el libro y se adentra en el tráfico.
—Eso parece.
Mi mente se traslada a nuestras conversaciones íntimas, pero me obligo a dejar de pensar en ello de inmediato.
—¿Hasta qué punto es buena en la cama?—pregunta Rachel como si tal cosa, sin apartar la vista de la carretera.
Me vuelvo hacia ella de inmediato, pero no me devuelve la mirada.
—Más de lo que puedas imaginar—respondo.
¡La mejor, fantástica, alucinante!
¡No pararía de hacerlo con ella jamás!
—¿Va a convertirse en una relación de despecho?
Suspiro.
—Sí, creo que sí. Y no sólo por el sexo.
Estira el brazo, me aprieta la rodilla y sonríe con condescendencia. Entiende perfectamente por lo que estoy pasando.
Aminoramos la marcha en la entrada de una calle residencial y Rachel detiene la furgoneta.
—Vale, vete atrás—ordena.
—¿Qué?
—¡Vete atrás, Britt!—repite la orden dándome palmaditas en la pierna.
—¿Para qué?
Sé que estoy frunciendo el ceño.
¿Para qué narices quiere que me vaya a la parte de atrás?
Rachel señala la calle y entonces lo entiendo todo. La miro con los ojos abiertos de par en par. Al menos tiene la decencia de parecer algo arrepentida.
—La he protegido, acolchado y sujetado, pero esta calle es una puta pesadilla. Me ha llevado dos semanas hacer esta tarta. Si le pasa algo, estoy jodida.
Desvío mi expresión boquiabierta de Rachel y miro la vía de tres carriles con coches aparcados a ambos lados. Sólo el del medio permite que circule el tráfico. Pero no es eso lo que me preocupa, sino los horribles badenes de caucho negro que hay cada veinte metros. Madre mía, voy a dar más vueltas que un penique en una secadora.
—¿No podemos llevarla en brazos?—pregunto con desesperación.
—Tiene cinco pisos y pesa una tonelada. Tú sujeta la caja. Todo irá bien.
Resoplo y me desabrocho el cinturón.
—No puedo creerme que me estés haciendo esto—protesto mientras paso a la parte trasera de la furgoneta para sujetar la enorme caja de la tarta entre los brazos—¿No podías montarla ahí?
—No.
—¿Por qué?
—Porque no. ¡Tú sujeta la puta tarta!—grita con impaciencia.
Me agarro a la caja con más fuerza, separo las piernas para mantener el equilibrio y apoyo la mejilla contra ella. Estamos en la entrada de la calle con el motor en marcha y parece que nos hayan sacado de una escena cómica.
—¿Lista?—pregunta.
Oigo que mete la primera marcha con un fuerte tirón.
—Venga, arranca de una vez, ¿quieres?—le espeto.
Ella sonríe y el vehículo empieza a traquetear hacia adelante. Detrás, un coche empieza a hacer sonar el claxon con impaciencia.
—¡Vete a la mierda, gilipollas!—grita Rachel al tiempo que nos topamos con el primer badén.
Mis pies dejan de tocar el suelo y aplasto la cara contra la caja. Cuando vuelvo a bajar, se me resbalan los tacones.
—¡Rach!—chillo, y aterrizo sobre mi trasero.
—¡No sueltes la caja!
Vuelvo a ponerme de pie a duras penas sin soltar la tarta, pero entonces las ruedas traseras rebotan al subir el montículo.
—¡Más despacio!
—¡No puedo! ¡Si no, no los sube!—exclama, y llega a otro badén.
—¡Joder!—vuelvo a salir volando por los aires y aterrizo con un fuerte golpe seco—¡Rachel!
Se está partiendo de risa, lo que no hace sino cabrearme todavía más.
—¡Lo siento!—grita.
—¡Mentirosa!—digo entre dientes cuando vuelvo a levantarme.
Me quito los tacones para intentar tener más equilibrio.
—Mierda.
Me aparto el pelo de la cara.
—¿Qué pasa?
—¡No pienso dar marcha atrás, caballero!—sisea.
Un Jaguar viene hacia nosotras y, con sólo una vía disponible y sin sitio para parar, no hay nada que hacer. Una orquesta de fuertes pitidos empieza a sonar a nuestro alrededor. Rachel continúa hacia adelante, y yo sigo dando vueltas en la parte trasera de Margo.
—Te voy a embestir—le advierte al del Jaguar mientras aprieta el claxon varias veces—¿Qué tal la tarta?
—¡Bien! ¡No dejes que nos gane!—grito, y vuelvo a aterrizar sobre mi trasero—¡Mierda!
—¡Aguanta! ¡Sólo quedan dos!
—¡Nooo!
Tras dos sacudidas más y, probablemente dos moretones más en el culo, aparcamos en doble fila y descargamos la estúpida tarta de cinco pisos. El del Jaguar no para de pitar, de insultarnos y de hacernos gestos con la mano, pero no le hacemos ni caso.
Aún descalza, ayudo a Rachel a trasladar la tarta hasta la inmensa cocina de la señora Link, que va a celebrar el decimoquinto cumpleaños de su hija por todo lo alto. Dejo a Rachel a su aire y regreso a la furgoneta para esperarla. Hago como que no oigo los persistentes pitidos de los coches y busco los zapatos en la parte trasera. Podrían estar en cualquier parte.
Noel Gallagher invade mis tímpanos con Sunday Morning Call desde el asiento del copiloto y mi corazón, que ya está agitado por el reciente esfuerzo, empieza a martillearme con fuerza el pecho. Abandono la búsqueda de los tacones y gateo hasta la parte delantera para responder a la llamada. Decido ignorar los motivos por los que tengo tantas ganas de hablar con ella.
—Hola—jadeo, y salgo de Margo y me desplomo contra un lateral del vehículo.
¡Estoy exhausta!
—Vale, esta vez no he sido yo quien te ha dejado cansada, así que ¿te importaría decirme quién te tiene jadeando como si no hubieras parado de follar en una semana?—sonrío. Su voz me causa mucha alegría después del desastre de los últimos veinte minutos—¿Qué son todos esos pitidos?—pregunta.
—He venido con Rach a entregar una tarta y estamos bloqueando la carretera—explico, pero me distrae un hombre de negocios rechoncho, medio calvo y de mediana edad que se acerca con cara de pocos amigos.
—¡Aparta la furgoneta, pedazo de imbécil!—brama mientras hace aspavientos con los brazos.
Mierda.
¡Rachel, date prisa!
—¿Quién coño es ése?—grita Santana desde el otro lado de la línea.
—Nadie—contesto.
El gordo pelón da una patada a la rueda de Margo.
—¡Apártate, zorra!
Maldita sea, es un hombre de mediana edad con alopecia y está muy cabreado. Santana gruñe.
—Dime que no ha dicho lo que acabo de oír.
Su voz se ha tornado agresiva.
—Tranquila. Rach ya viene de camino—miento rápidamente.
—¿Dónde estás?
—No lo sé, en alguna parte de Belgravia.
La verdad es que no me he fijado mucho. Estaba demasiado ocupada rodando por Margo como para fijarme en los nombres de las calles. El gordo calvo me empuja.
—¿Estás sorda, zorra estúpida?
Mierda, va a atizarme. Santana hiperventila al otro lado del teléfono y, de repente, desaparece. Miro la pantalla y veo que ha finalizado la llamada. Levanto la vista y miro hacia los escalones que llevan a casa de la señora Link, pero la puerta está totalmente cerrada. Don Calvorota me empuja dentro de la furgoneta.
—Por favor, deme cinco minutos—le ruego al capullo iracundo.
Si Rachel estuviera aquí, ya habría mordido el suelo.
—¡Mueve esta puta chatarra, gilipollas!—me ruge en la cara.
Yo retrocedo. Corro hasta la acera, pisando todas las piedrecitas sueltas que hay por el camino, y subo la escalera hasta la entrada principal de la señora Link.
—¡Rach!—llamo con urgencia, y me vuelvo y sonrío dulcemente al calvorota agresivo.
El hombre me espeta otro aluvión de improperios. Está claro que necesita unas sesiones de control de la ira.
—¡Rachel!—vuelvo a gritar mientras aporreo la puerta de nuevo.
Los cláxones no paran de sonar, y tengo al hombre más enfadado con el que me haya topado jamás insultándome sin parar.
¡Me duele el culo y las putas piedras me están apuñalando los pies!
—¡¡¡RACHEL!!!
Vale, ahora también me duele la garganta. Entonces me paro a pensar.
¿Ha dejado las llaves en la furgoneta?
Bajo los escalones y regreso para comprobar el contacto; rodeo la furgoneta por detrás para esquivar al calvo. Pero parece ser que no está dispuesto a dejar que me libre de él, así que choco contra su cuerpo gordo y sudoroso cuando llego a la puerta del conductor.
—¡Ay!—grito, y me alcanza una bocanada de rancio olor corporal.
Me agarra del brazo y me aprieta con fuerza.
—Como no muevas este puto trasto ahora mismo voy a darte hasta hartarme.
Me apoyo contra la furgoneta y él sigue apretando hasta que me duele tanto que siento ganas de llorar.
¡Es un puto psicópata!
Va a darme una paliza en una preciosa calle arbolada del pijo barrio de Belgravia; saldré en todos los informativos matinales de mañana.
No pienso volver a hablar a Rachel en la vida. Los ojos se me llenan de lágrimas de terror y sigo pegada a la puerta de Margo sin saber qué hacer. Es un tipo muy agresivo, seguro que maltrata a su mujer.
—¡Quítale las manos de encima!
El rugido que inunda el aire bloquea el sonido del tráfico de Londres y los pitidos de los coches. También hace que se me doblen las rodillas de alivio. Me vuelvo hacia la voz más oportuna que jamás hubiera esperado oír y veo a Santana corriendo por la carretera vestida con un traje y con cara de asesina.
¡Gracias a Dios!
No sé de dónde ha salido, y lo cierto es que me da igual. Siento un alivio tremendo. Nunca me había alegrado tanto de ver a nadie en mi vida, y el hecho de que sea una mujer a la que conozco desde hace apenas una semana debería significar algo para mí.
La cabeza gorda y espantosa de don Calvorota se vuelve hacia Santana y una expresión de burla se apodera al instante de sus sudorosas facciones. Ha dejado de apretar. Me suelta, se aparta de Margo y empieza a evaluar la mujer latina en buena forma que avanza como un rayo hacia nosotros. Su feo rostro delata su aire burlesco. Santana lo golpea antes de que logre mover sus cortas piernas y lo hace salir volando por los aires hasta que aterriza contra el asfalto.
¡Madre mía!
¡Pero que fuerza que tiene esta mujer!
¡Pero si es tan flaquita!
Me equivocaba. El calvorota no es la persona más agresiva que haya visto en la vida. Santana le propina un puñetazo en la cara y a continuación le da una patada en el estómago. El hombre lanza un grito.
—Levanta ese culo gordo del suelo y discúlpate—lo alza de la carretera y lo planta delante de mí—¡Discúlpate!—ruge.
Miro al calvo, que no para de resollar, la cara de burla que tenía al ver a Santana ha desaparecido. Tiene la nariz rota y la sangre le gotea sobre el traje. Sentiría pena por él si no supiera que es un capullo asqueroso.
¿Qué clase de hombre trata así a una mujer?
—Lo... lo siento—tartamudea totalmente aturdido.
Santana lo sacude sin dejar de agarrarlo de la chaqueta.
—Como vuelvas a ponerle un dedo encima, te arrancaré la cabeza—le advierte con voz amenazadora—Y ahora, lárgate, antes de que Snixx se haga cargo otra vez.
Suelta con violencia al hombre magullado, me agarra y me estrecha contra su pecho. Yo me desmorono y empiezo a temblar y a llorar sobre el costoso traje de Santana, que me cobija este sus cálidos pechos.
—Debería haber matado a ese cabrón—gruñe—Oye, deja de llorar o me cabrearé.
Me acaricia la cabeza con la palma de la mano y suspira sobre mi cabello.
—¿De dónde has salido?—musito contra su pecho.
No me importa, me alegra inmensamente que esté aquí.
—Estaba por aquí, y no era muy difícil encontrarte con todo este jaleo. ¿Y Rachel?
Eso, ¿y Rachel?
Se ha desatado el caos y ella sigue sin aparecer.
¡Voy a matarla!
Cuando me haya recompuesto en brazos de Santana, voy a matarla.
—Huy, ¿qué pasa aquí?
Saco la cabeza de mi escondite y veo a Rachel delante de Margo, totalmente desconcertada.
—Creo que será mejor que muevas la furgoneta, Rachel—le aconseja Santana con diplomacia.
Ni siquiera ha derramado una gota de sudor.
—Ah, vale—responde, ajena por completo a la situación.
Santana se aparta y me observa de arriba abajo.
—¿Y tus zapatos?—pregunta con el ceño fruncido.
Los ojos se le vuelven a ensombrecer de ira al pensar que los he perdido en la reyerta con el calvorota.
—Están dentro de Margo—digo, y me sorbo los mocos—En la furgoneta—explico al ver que no sabe a qué me refiero.
Me coge en brazos, me lleva hasta la acera y me deja junto a la pared de la casa de la señora Link.
—Ni siquiera voy a preguntarte cómo han llegado hasta ahí.
—¡Yo los cojo!—grita Rachel. Más le vale. Viene corriendo con los tacones en la mano—¿Qué ha pasado?
—¿Dónde estabas?—le pregunto secamente.
Pone los ojos en blanco.
—Me ha obligado a subir a ver el vestido para la fiesta. Era demasiado pequeño, ha sido horrible. Han tardado diez minutos en embutirla en él—se detiene y mira a Santana, que ha ido a coger mi bolso del asiento delantero de Margo—¿Qué ha pasado?—pregunta susurrando—Parece furiosa.
—El del Jaguar me ha agredido—contesto. Me sacudo la gravilla de las doloridas suelas de los pies y me pongo los tacones—Estaba hablando con Santana justo cuando ha empezado todo. No sé de dónde ha salido.
—Britt, lo siento mucho—se apoya contra la pared y me rodea con el brazo—Menos mal que estaba por aquí la latina, ¿eh?—advierto el tonillo de insinuación de su voz.
—Rachel, mueve la furgoneta antes de que estalle una guerra—Santana se acerca con mi bolso y yo me incorporo. Me duelen mucho las plantas, así que vuelvo a sentarme. Hago una mueca de dolor. Vaya, el culo también me duele. Santana pone mala cara al ver mis gestos—Britt se viene conmigo—dice observando cómo muevo mi dolorido trasero.
—¿Ah, sí?—pregunto.
Enarca las cejas.
—Sí—responde con un tono que no da pie a objeciones.
—Tranquila, puedo irme con Rach—sugiero de todos modos.
Probablemente ya haya interrumpido con mi escenita vespertina lo que fuera que estuviera haciendo.
—No, te vienes conmigo. Britt.
Subraya cada una de las palabras y sus labios forman una línea recta. Vale. No voy a discutir por esto. Rachel nos mira como si estuviera viendo un partido de tenis y finalmente se levanta.
—Te veo en casa.
Me da un beso en la sien y otro bien grande a Santana en la mejilla. A Santana se le salen los ojos de las órbitas, y yo me quedo boquiabierta.
¿A qué ha venido eso?
Se aleja hacia Margo, sin ninguna prisa, se vuelve, sonríe y me guiña un ojo. Le lanzo una mirada de advertencia que ignora por completo. Me vuelvo hacia la bestia latina y atractiva que tengo delante de mí —con un aspecto de lo más apetecible con un traje gris y una camisa blanca inmaculada con los primeros botones desabrochados— y veo que me está mirando con los ojos oscuros entornados.
—¿Qué te duele?—pregunta.
Me levanto y hago otra mueca cuando mis pies acusan el peso de mi cuerpo.
—El culo—digo mientras me froto el maltratado trasero y estiro la mano para cogerle el bolso—Estaba sujetándole la tarta a Rach en la parte de atrás de la furgoneta.
—¿No llevabas puesto el cinturón?
—No, no hay cinturones en las partes traseras de las furgonetas, Santana.
Ella sacude la cabeza, me levanta, me acuna entre sus brazos y echa a andar por la calle. Yo exhalo con intensidad y le dejo hacer lo que quiera. Apoyo la cabeza contra su hombro y le rodeo el cuello con los brazos.
—No me has llamado. Te dije que me llamaras—me reprende con un gruñido.
Suspiro con resignación.
—Lo siento.
—Yo también—dice suavemente.
—¿El qué?
—No haber llegado antes.
—¿Cómo ibas a saberlo?
—Bueno, si me hubieras llamado, habría sabido que ibas a hacer una tontería y te lo habría prohibido. La próxima vez, haz lo que se te manda.
Frunzo el ceño apoyada en su hombro y ella me mira como si se hubiera percatado de mi reacción ante su regañina. Sonríe y me acaricia la frente con los labios. Cierro los ojos.
Es innegable.
No cabe duda de que hay algo entre nosotras. Y está haciendo que me replantee la idea de seguir soltera.
Cuando llegamos al final de la calle, alzo la vista y veo el Aston Martin de Santana abandonado en un punto desde el que está claro que no podía avanzar a causa del atasco. Unos cuantos peatones revolotean a su alrededor admirando el vehículo. Me deja en el asiento del copiloto y cierra la puerta. Pasa por delante del coche, se sienta tras el volante, arranca y deja atrás todo el caos. Yo me acomodo y admiro su perfil mientras ella sortea el tráfico. Lo ha dejado todo para venir corriendo a rescatarme. Mentiría si dijera que no agradezco lo que ha hecho. Me mira y me pone una mano en la rodilla.
—¿Estás bien, Britt?
Sonrío. Siento que cada minuto que paso con ella me muero por sus huesos un poco más. Y no sé si eso es bueno o malo. Maldito seas, Santana López, de edad desconocida.
Detiene el coche delante de casa de Rachel. No me sorprende ver que Margo no ha llegado todavía. Esta tía conduce como una loca. Salgo del coche y no tarda en cogerme en brazos y llevarme por el camino hasta la entrada.
—Puedo andar—protesto, pero hace como que no me oye.
Al llegar a la puerta, me coge las llaves de la mano, abre y la cierra de una patada una vez que entramos. Empiezo a revolverme y me deja en el suelo, me rodea la cintura con una mano y me atrae hacia ella. Me levanta hasta que mis pies dejan de tocar el suelo y mis labios alcanzan los suyos. Suspiro, le rodeo el cuello con los brazos y dejo que su lengua entre en mi boca lenta y suavemente. La llevo clara sí creo que puedo resistirme a ella.
Pero bien clara.
—Gracias por el libro—le digo pegada a su boca.
Se aparta, me mira y sus ojos oscuros brillan de júbilo.
—De nada—responde, y me da un beso casto en los labios.
—Gracias por salvarme.
Entonces esboza esa sonrisa descarada y arrogante.
—Cuando quieras, Britt.
La puerta de casa se abre de repente y Rachel irrumpe con una prisa exagerada; nos pilla abrazadas.
—Perdón—se disculpa, y sube corriendo al piso por la escalera.
Santana se ríe y mueve las caderas contra mí, lo cual despierta un delicioso ardor en mi vientre. Mi respiración se intensifica cuando apoya su frente contra la mía. Libera un largo suspiro y su aliento fresco me invade la nariz.
—Si estuviéramos solas, te pondría ahora mismo contra esa pared y te follaría viva.
Vuelve a adelantar la cadera. El ardor desciende hasta mi sexo y me obliga a gemir. Maldigo mentalmente a Rachel.
—Podemos hacerlo en silencio—susurro—Te dejo que me amordaces.
Ella sonríe con malicia.
—Créeme, ibas a gritar tanto que ninguna mordaza lo ocultaría—me estremezco físicamente al pensarlo—Mañana—dice con firmeza—Quiero solicitar una cita.
¿Qué?
¿Una cita para follarme?
Esto... ¡no hace ninguna falta solicitar cita!
Se echa a reír. Debe de haber notado mi confusión.
—Quiero que vuelvas a La Mansión para darte la información que necesitas para empezar a trabajar en serio en algunos diseños.
Abro la boca y ella se inclina, me mete la lengua dentro y me ataca con vehemencia. Dejo que me haga lo que quiera, y me tiemblan las rodillas cuando menea de nuevo esas benditas caderas. Se aparta jadeante, con los ojos cerrados con fuerza.
—No pido cita para follar contigo, Brittany. Eso lo haré cuando me plazca.
Ah, vale.
Da la sensación de que hace acopio de todas sus fuerzas antes de soltarme y dejarme donde estoy. Me siento abandonada y débil. Aparta su mirada sombría de la mía y la dirige hacia la escalera. Sé que ella también está maldiciendo a Rachel por estar en casa. No puedo creer que acabe de tentarme con esos movimientos deliciosos para luego dejarme así. He pasado de hacerme la dura a suplicar mentalmente.
—En La Mansión, a las doce—exige, y me acaricia la mejilla con el dedo. Yo asiento—Buena chica.
Sonríe, me posa los labios en la frente, da media vuelta y se marcha. Yo me quedo ahí plantada contra la pared, tratando de recobrar el aliento.
—¿Se ha ido ya la latina sexy, de edad desconocida?
Alzo la mirada y veo a Rachel apoyada en la barandilla y moviendo una botella de vino.
Sí, por favor.
Es justo lo que necesito.[/i][/i]
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FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 15
Capitulo 15
A la mañana siguiente, inicio la jornada laboral estrepitosamente mal, y lo digo de manera casi literal. Acabo tirada en el suelo de madera, rodeada de cajas, y Kurt corre hacia mí con el horror reflejado en su cara de bebé.
—Madre mía, ¿estás bien?—se agacha para ayudarme a levantarme y me alisa la falda negra ceñida antes de pasar a la blusa sin mangas—Lo siento muchísimo. Iba a llevarlas al almacén.
Revolotea a mí alrededor como una mamá gallina, barboteando sobre libros de salud, de seguridad y de prevención de accidentes.
—Kurt, estoy bien. ¡Quítame las manos de las tetas!
Al instante, retira de mis pechos las manos nerviosas entre risitas.
—¡Qué pechos tan hermosos tienes, Caperucita!
—Si no fueras gay ya te habría dado una bofetada—le advierto.
—Ya, pero lo soy—responde con orgullo mientras empieza a recoger las cajas.
—¿Qué hay en esas cajas?
—Muestras. Tina recibió la entrega. Lo lógico sería que las hubiera guardado en el armario. Esa chica es una inútil—protesta.
Rastreo la oficina y veo a Tina peleándose con la fotocopiadora. La verdad es que vive en su propio mundo.
—Buenos días—oigo cómo saluda a Mercedes antes de verla—Kurt, no pienso volver a salir contigo—le recrimina mientras se sienta en la silla.
Los miro a los dos y me quedo esperando una explicación, pero parece que ninguno está dispuesto a dármela.
—¿Qué pasa?—pregunto.
Kurt se encoge de hombros con expresión de culpabilidad y Mercedes inspira hondo para empezar a detallar sus quejas punto por punto:
—¡Volvió a dejarme tirada!—exclama, y dirige a Kurt una mirada acusadora.
Dejo el bolso junto a mi mesa y observo a Mercedes mientras lanza todo tipo de acusaciones a Kurt, que parece sentirse muy culpable.
—No vuelvas a pedirme que salga contigo en la vida—espeta, y lo señala con el bolígrafo—¡El viernes te largaste con el científico y anoche ni siquiera tuviste la decencia de irte a casa con el mismo hombre!
—¡Kurt!—exclamo con sarcasmo—¿No decías que el científico era tu alma gemela?
—Puede que aún lo sea—se defiende con un tono de voz muy agudo—Sólo estoy probando muestras antes de decidir en qué debo invertir.
Mercedes resopla y gira su silla para darle la espalda. Con mucho cuidado, apoyo el culo sobre el asiento suave y acolchado de la mía, que en estos momentos me parece de hierro, y hago una mueca de dolor. Saco el móvil del bolso y veo que tengo un mensaje de Rachel.
Me he ido temprano. No he querido despertarte por si estabas soñando con latinas sexys mayores ;-) ¿Nos vemos en el Baroque a las 13? Tengo que estar de vuelta a las 14.30 :*
Así es.
Y despierta también sueño con ella. Empiezo a contestarle para rechazar su invitación —he quedado con una diosa—, pero me detengo a mitad del mensaje. Se supone que había quedado con Elaine para comer. Me desmorono en la silla. Tengo la cabeza en otra parte en estos momentos, y no voy a engañarme a mí misma acerca de la razón. Empiezo a darme golpecitos en un incisivo con la uña e intento pensar en cómo salir de ésta.
¿Conclusión?
No puedo, así que escribo primero a Rachel.
Lo siento. Estoy muy, muy, muy ocupada. Nos vemos en casa. Un beso. B.
No puedo creerme que me toque el pelo incluso cuando escribo una mentira. Se pondría hecha una fiera si se enterase de que he quedado con Elaine.
Empiezo a golpetearme el diente de nuevo. No sé a cuál de las dos debería dejar tirada. Elaine parecía muy deprimida, y me dijo que no estaba bien. Santana quiere que vuelva a La Mansión para empezar con el diseño y es posible que pase algo más... Esa mera idea hace que apriete los muslos. Cojo el teléfono y llamo a Elaine.
—Hola—me saluda, y suena más contenta de lo que me esperaba.
Aunque seguramente no por mucho tiempo.
—Oye, me ha surgido algo. ¿Podemos quedar otro día?
Contengo la respiración y me muerdo con fuerza el labio inferior mientras espero su respuesta, y sí, me estoy tocando el pelo. Pese a que en realidad no estoy mintiendo. Me ha surgido algo.
—¡Brittany, por favor!—me ruega.
Me suelto el mechón al instante. La Elaine arrogante y segura de sí misma ha vuelto a desaparecer y ha sido sustituido por una extraña tímida e insegura.
—Necesito hablar contigo, de verdad.
Me dejo caer en la silla, totalmente derrotada.
¿Cómo negarme si me lo pide así?
Debe de estar pasándole algo terrible.
—Vale—suspiro—Nos vemos en el Baroque.
—Genial, nos vemos entonces—contesta de nuevo con tono seguro.
Me mantengo ocupada enviando correos electrónicos y comprobando los progresos de los contratistas. Pero al mismo tiempo pienso en mil excusas que darle a Santana. Menos mal que no tengo que dárselas cara a cara, porque mi manía de juguetear con el pelo me delataría al instante.
Will aparece a las once con un café de Starbucks. Quiero besarlo.
—Capuchino, doble y sin azúcar ni chocolate para ti, flor—me besa la mejilla y me deja el vaso en la mesa—No olvides tu cita con Rory mañana.
Se sienta en mi escritorio y yo aguanto la respiración al oírlo crujir
—Tranquilo.
Le muestro mi agenda para que vea que lo tengo marcado y con letras bien grandes.
—Así me gusta. ¿Qué tal te fue en La Mansión?
Me pongo colorada al instante. No le conté a Will mi segunda visita al hotel, pero sólo tenía que pasar las páginas de mi agenda para verla, y es evidente que ya lo ha hecho.
—Bien—contesto con una voz unos tonos más aguda de lo normal y con la cara roja como un tomate.
Rezo para que acepte mi abrupta y monosilábica respuesta y me deje en paz.
—Vaya, vaya. Ya me contarás.
Se levanta de la mesa y se marcha para repartir el resto de los cafés. Instintivamente, compruebo la mesa por debajo, por si hay astillas o se ha soltado algún tornillo. Suspiro de alivio por haberme librado del interrogatorio y porque mi escritorio sigue ileso.
He estado tan despistada que ni siquiera se me había pasado por la cabeza la posibilidad de que Will se hubiera enterado de mis actividades extracurriculares con la señora López. Podría meterme en un buen lío.
Mi teléfono me informa de que tengo un mensaje. Lo cojo al instante y leo la respuesta de Rachel:
Compra el vino. Un beso.
Miro la hora en el ordenador. Las once y cuarto. Debería estar saliendo ya para reunirme a las doce con la señora López. Muy a mi pesar, busco su teléfono, pero, en lugar de llamarla, me entra el canguelo y le mando un mensaje:
Me ha surgido algo importante. Ya quedaremos. Luego te llamo. Un beso. B.
Apenas dejo el teléfono sobre la mesa y me suelto el pelo, la puerta de la oficina se abre y entra una repartidora con un montón de calas. Es la misma chica que fue al Lusso. Kurt señala mi mesa y de pronto me siento invadida por un torrente de culpabilidad. Me hundo aún más en la silla, hecha polvo. Acabo de dejarla plantada y ella me manda flores. Bueno, técnicamente no lo he dejado plantada. Sólo he aplazado una reunión de negocios.
Lo entenderá.
Acepto las flores, firmo los papeles de la chica y después encuentro la nota.
ESTOY DESEANDO QUE LLEGUE MI CITA.
TÚ TAMBIÉN DEBERÍAS SENTIR LO MISMO.
UN BESO, S.
Dejo caer los brazos sobre el escritorio y entierro la cabeza entre ellos. Me siento como una auténtica mierda.
Después de todo lo que hizo ayer por mí, de que golpeara a ese calvorota capullo, de que me rescatase de una agresión... ¿y voy yo y hago esto?
Soy una auténtica imbécil, y la he dejado plantada por mi ex.
Soy una estúpida.
Joder, como Rachel se entere estoy muerta. No obstante, tengo que decirle que deje de mandarme flores al trabajo. Will no tardará en empezar a hacerme preguntas.
Salgo del trabajo a la una menos cuarto para ir a reunirme con Elaine después de haberme comportado todavía peor y haber ignorado diez llamadas de Santana. Sé que sólo he empeorado las cosas, pero no he visto su primera llamada porque estaba en el baño y no he podido contestarle a la segunda porque estaba hablando con un cliente por el fijo, así que ha empezado a llamar sin parar, por lo que deduzco que no está muy contenta. Y ha conseguido que me harte de una de mis canciones favoritas de todos los tiempos.
Cuando llego, la barra está llena, pero veo a Elaine en un rincón, ya con unas bebidas sobre la mesa. Se levanta en cuanto me ve con una amplia sonrisa.
—¡Brittany!
Me agarra y me abraza contra su pecho, cosa que me pilla por sorpresa. Jamás me había abrazado de esta manera, ni siquiera cuando estábamos juntas. Se aparta y me da un beso en la mejilla que alarga un poco más de lo necesario.
—Gracias por haber venido. Te he pedido vino, que sé que te encanta. ¿Te parece bien?
—Claro—sonrío. Una copita no me hará daño. Me aparto de ella y me siento en la silla de enfrente—¿Va todo bien?—pregunto nerviosa y con la voz cargada de toda la aprensión que siento en realidad.
—Estás muy guapa—comenta sonriendo alegremente—¿Quieres comer algo?
—No, estoy bien—respondo, y frunzo el ceño—Elaine, ¿qué es lo que tienes que contarme? Dijiste que no estabas bien.
Se muestra nerviosa y su comportamiento me resulta sospechoso. Estoy empezando a sentirme tremendamente incómoda. Doy un sorbo al vino y observo por encima de la copa cómo juega con el borde del vaso de su pinta de cerveza.
¿Qué la reconcome?
Al final toma aire, se inclina sobre la mesa y coloca una mano encima de la mía. Me quedo inmóvil a mitad del sorbo y bajo la mirada hacia su mano. Entonces me doy cuenta.
¡Mierda!
La miro con los ojos abiertos y horrorizados y rezo para que me diga que Henry, el pececillo de colores, ha muerto. Por favor, que sea eso y no lo que creo que va a ser.
—Brittany, quiero volver contigo—dice de forma clara y concisa.
La verdad es que no me lo esperaba, al menos hasta hace diez segundos.
Pero ¿qué narices le pasa?
Mi copa continúa pegada a mis labios cuando continúa:
—He sido una gilipollas. No me merezco una segunda oportunidad...
Yo resoplo.
—¿Una «segunda» oportunidad?
Deja caer la cabeza, derrotada.
—Vale, sí, ya sé a qué te refieres—levanta la cabeza y veo su expresión llorosa y sincera—No volverá a pasar, te lo prometo.
¿Me está tomando el pelo?
¿Cuántas veces he oído toda esta mierda?
Es infiel por naturaleza.
—Elaine, lo siento, pero eso no va a pasar—le digo con voz tranquila y pausada.
Ella abre los ojos, sorprendida. Sacudo la cabeza ligeramente para reafirmar mis palabras. En cuestión de tres segundos, su rostro pasa de triste y afligido a oscuro y receloso.
—Es por ella, ¿verdad?—me espeta desde el otro lado de la mesa. No hace falta ser ningún genio para saber a quién se refiere—En cuanto abre esa bocaza, tú la escuchas. ¿Cuándo vas a empezar a pensar por ti misma?
Me quedo pasmada. Lo cierto es que Rachel no dijo ni una palabra a lo largo de cuatro años. Me dejó claro que no le gustaba Elaine, pero jamás interfirió en nuestra relación. Yo traté de mantenerlos a distancia. Ella nunca intentó influenciarme. Sólo estaba ahí, como una verdadera amiga, cuando las cosas se torcían.
Y lo hacían... muy a menudo.
Retiro la mano de debajo de la suya y le doy otro trago al vino para relajarme. No merece mi tiempo. Ya malgasté cuatro años con ella y no va a robarme ni un segundo más. No puedo creer que haya dejado tirada a Santana para venir aquí.
—¿No vas a decir nada?—sisea con la mirada llena de rencor y desdén.
Tengo ganas de pegarle, pero consigo dominar la ira.
—Elaine, ya lo he dicho todo, tengo que irme. ¿Era ése el único motivo para arrastrarme hasta aquí?
Ella da un respingo y enarca las cejas casi hasta el nacimiento del pelo.
—¿No estás preparada para volver a intentarlo?
—No—respondo llanamente.
Jamás había tomado una decisión con tanta facilidad. Se pone en pie de un salto, enfada, y derrama la cerveza en el proceso.
—Me necesitarás antes que yo a ti.
Me río en su cara.
—¿Que yo voy a necesitarte?—trato de controlar el ataque de risa—Sí, por eso estás aquí suplicándome que volvamos y yo te he mandado a la mierda. ¿Qué pasa, Elaine? ¿Ya no te quedan más mujeres que tirarte?
La miro mientras se alisa el traje negro y barato que lleva puesto y se pasa la mano por el pelo rojo y lacio. Es curioso, ya no la encuentro atractiva. En realidad me da repelús.
¿Qué veía en ella?
Estaba con ella por costumbre, nada más. Una mala costumbre.
—¡Lo sabía!—la voz aguda de Rachel hace que me tense—¡Sabía que estabas viéndola!
Al volverme, veo su precioso rostro rojo de ira.
—Vaya, ha venido a unirse a la fiesta—suelta Elaine en voz alta para que la oiga—No puedes dejar de meter las narices donde no te llaman, ¿verdad?
Miro hacia la barra y veo que la gente ha empezado a observarnos, especialmente a Elaine, que ha tirado el vaso de cerveza al suelo. Si me dejan, le ahorraré saliva a Rachel y le contaré lo que acaba de suceder. Aunque supongo que, después de cuatro años con la «bocaza» cerrada, debería dejar que se desahogara.
Se acerca a ella en actitud desafiante. Elaine la mira con cara de pocos amigos cuando se le encara.
—Ella no te quiere, pedazo de mierda engreída—su tono es controlado y penetrante—Está con otra, así que vuelve al agujero del que has salido.
¡Mierda!
¿Por qué ha tenido que decirle eso?
Elaine me mira en busca de una confirmación, pero yo no se la ofrezco. Suelta unos cuantos improperios airados y se larga del bar con una pataleta. Rachel se deja caer sobre la silla delante de mí y me mira con los ojos marrones entornados. Me pongo a la defensiva inmediatamente.
—Me dijo que no estaba bien. ¡Pensaba que se había muerto alguien!
Ella sacude la cabeza.
—Estoy furiosa contigo.
Resoplo y cojo la copa de vino para darle un buen trago.
—Yo también estoy furiosa conmigo misma. Pero no tenías por qué haberle dicho eso. ¿Por qué lo has hecho?
Ella sonríe con malicia.
—Porque ha sido divertido. ¿Has visto qué cara ha puesto?
Sí, no se me olvidará en la vida. Pero, aun así, le ha dicho algo que no es cierto. No estoy con nadie. Estoy acostándome con alguien, que es muy diferente.
Mi móvil empieza a sonar y lo busco por el bolso. Es la undécima llamada de Santana.
—¿Quién es?—pregunta Rachel, y acerca la cabeza para ver la pantalla.
—Santana.
Frunce el ceño.
—¿No le contestas?
Me inclino sobre la silla y dejo que siga sonando.
—La he dejado plantada para venir a ver a Elaine—refunfuño.
Rachel abre la boca de asombro.
—Brittany, a veces pareces tonta. No te ofendas, pero cuando estabas con ella te volviste tan aburrida que me planteé dejar de ser tu amiga.
Su comentario me duele.
—Ya te vale, ¿no?
Ella se echa a reír.
—La verdad duele, ¿verdad?
—Bueno sí, así es.
—Pero bueno, has salido airosa de la situación, así que voy a dejarlo correr—se echa hacia adelante para decirme—Diviértete. Además, Santana me gusta.
Sí, ya lo ha dejado bastante claro, y ella no es aburrida. Pero sé que esto no puede acabar bien.
Un empleado se acerca con un recogedor y un cepillo. Le sonrío a modo de disculpa, pero el teléfono empieza a sonar de nuevo y me interrumpe.
Vuelvo a ignorarlo... una vez más.
Necesito tiempo para pensar en todo esto. Ayer estaba tan afectada que dejé que un pecho firme, una voz suave e hipnotizadora y unos labios exuberantes me nublasen el pensamiento.
¿A quién quiero engañar?
Cada vez que estoy con esa mujer pierdo la capacidad de pensar. Me abruma con su intensidad y me arrebata el sentido común.
—Vaya, ¡un tía buena a las tres! Y está mirando. ¿Cómo tengo el pelo? ¿Tengo cobertura de tarta en la cara?
Rachel empieza a frotarse las mejillas con las palmas de las manos. Me vuelvo en esa dirección y veo a la tipa de la barra de La Mansión.
¿Cómo se llamaba?
Quinn.
Levanta la botella de cerveza y me saluda con una amplia sonrisa dibujada en el rostro descarado. Le respondo levantando la mano y miro a Rachel.
—¿La conoces?—pregunta incrédula.
—Es Quinn, estaba en La Mansión. Es amiga de Santana.
—¡Joder! Santana pertenece a una banda de tías buenas—se echa a reír, con los ojos abiertos como platos a causa de la emoción—¿Cómo es que nunca me has hablado de ese lugar?—inquiere—La próxima vez que vayas iré contigo—dice decidida, y sé que no bromea—Viene hacia acá. ¡Preséntamela, por favor!
Sacudo la cabeza. Para ella no es más que otra primera cita a la que hincarle el diente.
Un momento... De repente me entra el pánico.
¿Me habrá visto con Elaine?
Espera... ¿por qué me preocupa eso?
—Hola, Brittany, ¿qué tal?
Quinn llega a la mesa, todavía sonriendo y con ese hoyuelo en la cara. La verdad es que es muy mona, tiene el pelo desaliñado y los ojos brillantes. Lleva puestos unos vaqueros ceñidos y una camiseta, como la otra vez. Debe de irle el estilo informal.
—Bien, Quinn, ¿y tú?—apuro el vino. Me tomaría otra copa, pero no creo que a Will le hiciera mucha gracia que volviera a la oficina medio borracha—¿Llevas mucho rato aquí?—pregunto como si tal cosa.
—No, acabo de llegar. ¿Qué tal Santana?—inquiere con una sonrisa maliciosa.
¿Qué le hace pensar que sé la respuesta a esa pregunta?
¿Se lo ha contado ella?
Noto que empiezo a ponerme colorada, aunque he llegado a la rápida conclusión de que me está tomando el pelo. Es su amiga, así que seguro que sabe cómo está.
Me encojo de hombros, porque la verdad es que no sé qué contestar. No tengo ni idea de cómo está porque no he acudido a nuestra cita. Cuando me despedí ayer de ella, estaba calentando todos mis motores sexuales y yo jadeaba como una desesperada. Imagino que ahora se sentirá algo cabreada por el hecho de que no haya acudido.
¡Ja!
¿Y qué va a hacer?
¿Despedirme?
Quizá debería. Me ahorraría todos estos quebraderos de cabeza.
De repente noto un fuerte golpe en la espinilla y, al alzar la vista, veo que Rachel me mira con el ceño fruncido.
—Ah, Quinn, ésta es Rachel. Rachel, Quinn.
Muevo la mano entre ambas y me fijo en que el semblante de Rachel se torna angelical. Le ofrece la mano a Quinn, que sonríe antes de estrechársela.
—Un placer conocerte, Rachel—dice con cortesía y pasándose la otra mano.
—Lo mismo digo.
Arquea una ceja.
¡No me lo puedo creer!
Está flirteando con ella. Sonríe con timidez ante los cumplidos que Quinn le hace a su cabello castaño y liso mientras siguen agarradas de la mano.
El teléfono me avisa de que tengo un mensaje. Para huir del evidente cortejo que tengo delante, lo abro y lo leo con un ojo cerrado.
Más vale que tengas una BUENA razón para dejarme plantada. Espero que se esté muriendo alguien. Estoy muy cabreada, señorita. Esta vez NO hay beso.
¡Vaya!
Está preocupada. Mi corazón da un inesperado brinco de aprobación, pero al instante me obligo a salir de mi patética burbuja de satisfacción y me recuerdo que no tengo que rendirle cuentas de nada. Está claro que le gusta que la obedezcan. Además, no la he dejado plantada. Sólo he retrasado una reunión de negocios.
Me va a estallar la puñetera cabeza.
Pero ¿qué me pasa?
Dejo el teléfono sobre la mesa y, al alzar la vista, veo a Rachel interpretando el mejor acto de flirteo que haya visto en la vida. No conoce la vergüenza, y siguen cogidas de la mano. Ella deja de mirar a Quinn y me mira a mí.
—¿Era de Santana?—pregunta descaradamente.
Le doy una patada por debajo de la mesa y noto que Quinn me mira. La voy a matar.
—¿Santana?—pregunta Quinn—Acaba de llamarme. No tardará en llegar.
¿Qué?
Rachel se echa a reír como una hiena, y yo le propino otra patada por debajo de la mesa.
¿Le habrá dicho Quinn que yo estaba aquí?
—Tengo que irme—digo, y me levanto—Rach—sonrío dulcemente mientras ella controla la risa—, ¿tú no tenías que hacer algo a las dos y media?
—No—responde también sonriendo e incluso superando mi nivel de dulzura.
Es de lo que no hay. La miro con recelo y recojo mi bolso y mi teléfono.
—Bueno, entonces luego nos vemos. Me alegro de volver a verte, Quinn.
Le suelta la mano a Rachel y me besa en la mejilla.
—Sí, lo mismo digo, Brittany. Un placer.
Me dispongo a marcharme, pero entonces doy media vuelta con una expresión totalmente plana e indiferente.
—Por cierto, Rach. Sam vuelve la semana que viene.
Le suelto la bomba y espero la explosión. No tarda ni un nanosegundo en abrir la boca de asombro.
¡Toma!
Le lanzo una mirada para advertirle que no debe jugar conmigo y me largo llena de satisfacción.
Aunque me dura poco.
Santana está justo detrás de mí, mirándome como un perro rabioso. Me encojo al instante.
—¿Quién ha muerto?—ladra.
Está muy cabreada.
—Estaba trabajando—me defiendo nerviosa.
Me mira con el ceño fruncido.
—¿Y eso te impide contestar el teléfono?
Su voz destila desaprobación.
Vale, puede que el que no contestara a sus llamadas sea una razón de peso para estar enfadada.
Me vuelvo y veo a Rachel y a Quinn observando en silencio nuestro pequeño altercado. Mi amiga empieza a mirar en todas direcciones menos en la nuestra. Quinn apenas logra dominar su expresión de sorpresa y fracasa en su intento de fingir desinterés.
Suspiro y miro a Santana, que aún parece estar a punto de golpear algo.
—He de volver al trabajo—digo.
La esquivo y salgo del bar. Su reacción me parece exagerada y roza peligrosamente la posesión y la manipulación, y yo no quiero ni una cosa ni la otra.
Salgo a Piccadilly y sorteo la multitud que se forma a la hora de comer. Sé que me sigue. Siento su mirada oscura y penetrante clavada en mi espalda.
Cuando giro hacia Berkeley Street, el gentío disminuye y me vuelvo. Está increíblemente guapa con ese traje gris ceñido, esa camisa azul claro y unos tacones altos.
Resoplo para mis adentros y acelero el paso. Si consigo llegar a la oficina, estaré a salvo de su cólera.
No va a montarme una escenita en el trabajo, ¿verdad?
Aunque no parecía que le importase mucho montármela delante de Rachel y de Quinn.
¿Me arriesgo?
Esta tía es muy inestable.
Pero ¿por qué se comporta de esta manera?
Sólo nos hemos acostado, no nos hemos casado.
Acelero el paso y cruzo las puertas de la oficina pero, en cuanto llego a mi mesa, me arranca de ahí entre quejas y me arrastra de nuevo hacia la calle.
—Pero ¿qué coño haces?—vocifero.
Ella pasa de mí y sigue avanzando hacia la puerta. Me agarro al final de su espalda y, al alzar la vista, veo que Kurt, Mercedes y Tina contemplan con la boca abierta cómo me transporta hasta el exterior.
Por favor, que Will no esté.
—¡Joder, Santana! ¡Suéltame!
Deja que me deslice por la parte delantera de su cuerpo, y lo hace lentamente, con la intención de que note sus pechos. Me detiene antes de que toque el suelo con los pies. Me sostiene por la cintura para que mis labios queden a la altura de los suyos y su cadera me roce justo en el lugar adecuado.
¿Está cabreada y caliente?
Se me escapa un gemido traicionero cuando se aprieta contra mí con ese aliento cálido y fresco.
Se supone que tengo que estar cabreada, y, sin embargo, aquí estoy, retenida en contra de mi voluntad —más o menos— y deseando desnudar a mi captora delante de todos mis colegas, que se han pegado al cristal de la puerta de la oficina peleándose por las mejores vistas.
—Esa boca. Me has dejado plantada.
Aprieta sus labios contra los míos y se aparta. Su mirada se suaviza mientras me mira y espera una explicación. Ahora no puedo decirle por qué he cancelado la cita. Supongo que se subiría por las paredes.
—Lo siento—suspiro.
¿Aceptará mis disculpas?
He de volver a la oficina y aclararme las ideas.
No, he de volver a casa y aclararme las ideas, a ser posible con una botella de vino.
Ella sacude la cabeza suavemente y me ataca la boca con vehemencia en mitad de Bruton Street. Hundo los dedos en su pelo y me rindo a esos labios tremendamente adictivos sin darle demasiadas vueltas. No tiene ninguna vergüenza y parece ajena por completo al ajetreo de peatones que se apresuran de un lado a otro a la hora de comer y que, con toda seguridad, se quedan mirando cómo me devora.
Me tiene absorbida.
Presiona la cadera con fuerza contra mí y gimo. Este beso es para demostrarme lo que me he perdido, y estoy empezando a odiar a Elaine por ello.
—No vuelvas a hacerlo—me ordena con un tono que no acepta réplica.
Me suelta y toco el suelo con los pies. La repentina falta de sujeción hace que me tambalee hacia adelante. Me coge del brazo para enderezarme y una puñalada de dolor me recorre el cuerpo y rompe el embrujo.
Respiro hondo.
Me suelta y se aparta de mí. Sus dulces ojos oscuros se inundan de rabia al ver los moretones que luzco en el brazo por cortesía del calvo gilipollas. Mientras los observa, la mandíbula empieza a temblarle y se le hincha el pecho. Sólo pienso en la suerte que tuvo el calvorota de que estas magulladuras no se vieran ayer.
—Estoy bien.
Me cubro con la mano con la esperanza de que, al ocultar la zona que la altera, abandone el estado de furia.
Parece una loca homicida.
¿Está cabreada porque tengo unos moretones?
—Tengo que volver al trabajo—digo con un hilo de voz, algo nerviosa.
Aparta la mirada de mi brazo y vuelve a fijarla en mis ojos. Me mira como si yo fuera lo que la altera. Un destello de irritación cruza su atractivo rostro cuando levanta la mano para frotarse las sienes con las puntas de los dedos. Entonces suspira agobiada. Finalmente, sacude un poco la cabeza y se marcha sin mediar palabra. Me deja ahí plantada sobre la acera, preguntándome qué coño ha pasado.
Agacho la cabeza y miro desesperadamente al suelo, como si fuera a encontrar la respuesta escrita con tiza en los adoquines.
¿Ya está?
¿Se ha acabado?
Su expresión decía que sí. No sé muy bien cómo me siento al respecto. De repente me está clavando las caderas y haciéndome gemir, y al segundo siguiente me mira con toda la rabia del mundo.
¿Qué se supone que debo pensar?
No tengo ni idea.
Me obligo a salir de mi ensimismamiento y regreso a la oficina. Reina un silencio incómodo. Todo el mundo finge estar ocupado.
—¿Estás bien?—pregunta Kurt, que pasa despacio junto a mi mesa.
Levanto la mirada y veo su expresión cotilla de siempre teñida de un aire de preocupación.
—Estoy bien. Ni una palabra de esto a Will—digo con más dureza de la que pretendía.
—Claro, tranquila.
Levanta las manos en señal de defensa.
¡Joder!
Lo último que necesito es que Will se entere de que me han pillado con un cliente. Debería haber sido más fuerte y haberme resistido a sus insinuaciones. No me gusta nada cómo me siento ahora mismo.
Creo... creo que me siento... ¿abandonada?
—Madre mía, ¿estás bien?—se agacha para ayudarme a levantarme y me alisa la falda negra ceñida antes de pasar a la blusa sin mangas—Lo siento muchísimo. Iba a llevarlas al almacén.
Revolotea a mí alrededor como una mamá gallina, barboteando sobre libros de salud, de seguridad y de prevención de accidentes.
—Kurt, estoy bien. ¡Quítame las manos de las tetas!
Al instante, retira de mis pechos las manos nerviosas entre risitas.
—¡Qué pechos tan hermosos tienes, Caperucita!
—Si no fueras gay ya te habría dado una bofetada—le advierto.
—Ya, pero lo soy—responde con orgullo mientras empieza a recoger las cajas.
—¿Qué hay en esas cajas?
—Muestras. Tina recibió la entrega. Lo lógico sería que las hubiera guardado en el armario. Esa chica es una inútil—protesta.
Rastreo la oficina y veo a Tina peleándose con la fotocopiadora. La verdad es que vive en su propio mundo.
—Buenos días—oigo cómo saluda a Mercedes antes de verla—Kurt, no pienso volver a salir contigo—le recrimina mientras se sienta en la silla.
Los miro a los dos y me quedo esperando una explicación, pero parece que ninguno está dispuesto a dármela.
—¿Qué pasa?—pregunto.
Kurt se encoge de hombros con expresión de culpabilidad y Mercedes inspira hondo para empezar a detallar sus quejas punto por punto:
—¡Volvió a dejarme tirada!—exclama, y dirige a Kurt una mirada acusadora.
Dejo el bolso junto a mi mesa y observo a Mercedes mientras lanza todo tipo de acusaciones a Kurt, que parece sentirse muy culpable.
—No vuelvas a pedirme que salga contigo en la vida—espeta, y lo señala con el bolígrafo—¡El viernes te largaste con el científico y anoche ni siquiera tuviste la decencia de irte a casa con el mismo hombre!
—¡Kurt!—exclamo con sarcasmo—¿No decías que el científico era tu alma gemela?
—Puede que aún lo sea—se defiende con un tono de voz muy agudo—Sólo estoy probando muestras antes de decidir en qué debo invertir.
Mercedes resopla y gira su silla para darle la espalda. Con mucho cuidado, apoyo el culo sobre el asiento suave y acolchado de la mía, que en estos momentos me parece de hierro, y hago una mueca de dolor. Saco el móvil del bolso y veo que tengo un mensaje de Rachel.
Me he ido temprano. No he querido despertarte por si estabas soñando con latinas sexys mayores ;-) ¿Nos vemos en el Baroque a las 13? Tengo que estar de vuelta a las 14.30 :*
Así es.
Y despierta también sueño con ella. Empiezo a contestarle para rechazar su invitación —he quedado con una diosa—, pero me detengo a mitad del mensaje. Se supone que había quedado con Elaine para comer. Me desmorono en la silla. Tengo la cabeza en otra parte en estos momentos, y no voy a engañarme a mí misma acerca de la razón. Empiezo a darme golpecitos en un incisivo con la uña e intento pensar en cómo salir de ésta.
¿Conclusión?
No puedo, así que escribo primero a Rachel.
Lo siento. Estoy muy, muy, muy ocupada. Nos vemos en casa. Un beso. B.
No puedo creerme que me toque el pelo incluso cuando escribo una mentira. Se pondría hecha una fiera si se enterase de que he quedado con Elaine.
Empiezo a golpetearme el diente de nuevo. No sé a cuál de las dos debería dejar tirada. Elaine parecía muy deprimida, y me dijo que no estaba bien. Santana quiere que vuelva a La Mansión para empezar con el diseño y es posible que pase algo más... Esa mera idea hace que apriete los muslos. Cojo el teléfono y llamo a Elaine.
—Hola—me saluda, y suena más contenta de lo que me esperaba.
Aunque seguramente no por mucho tiempo.
—Oye, me ha surgido algo. ¿Podemos quedar otro día?
Contengo la respiración y me muerdo con fuerza el labio inferior mientras espero su respuesta, y sí, me estoy tocando el pelo. Pese a que en realidad no estoy mintiendo. Me ha surgido algo.
—¡Brittany, por favor!—me ruega.
Me suelto el mechón al instante. La Elaine arrogante y segura de sí misma ha vuelto a desaparecer y ha sido sustituido por una extraña tímida e insegura.
—Necesito hablar contigo, de verdad.
Me dejo caer en la silla, totalmente derrotada.
¿Cómo negarme si me lo pide así?
Debe de estar pasándole algo terrible.
—Vale—suspiro—Nos vemos en el Baroque.
—Genial, nos vemos entonces—contesta de nuevo con tono seguro.
Me mantengo ocupada enviando correos electrónicos y comprobando los progresos de los contratistas. Pero al mismo tiempo pienso en mil excusas que darle a Santana. Menos mal que no tengo que dárselas cara a cara, porque mi manía de juguetear con el pelo me delataría al instante.
Will aparece a las once con un café de Starbucks. Quiero besarlo.
—Capuchino, doble y sin azúcar ni chocolate para ti, flor—me besa la mejilla y me deja el vaso en la mesa—No olvides tu cita con Rory mañana.
Se sienta en mi escritorio y yo aguanto la respiración al oírlo crujir
—Tranquilo.
Le muestro mi agenda para que vea que lo tengo marcado y con letras bien grandes.
—Así me gusta. ¿Qué tal te fue en La Mansión?
Me pongo colorada al instante. No le conté a Will mi segunda visita al hotel, pero sólo tenía que pasar las páginas de mi agenda para verla, y es evidente que ya lo ha hecho.
—Bien—contesto con una voz unos tonos más aguda de lo normal y con la cara roja como un tomate.
Rezo para que acepte mi abrupta y monosilábica respuesta y me deje en paz.
—Vaya, vaya. Ya me contarás.
Se levanta de la mesa y se marcha para repartir el resto de los cafés. Instintivamente, compruebo la mesa por debajo, por si hay astillas o se ha soltado algún tornillo. Suspiro de alivio por haberme librado del interrogatorio y porque mi escritorio sigue ileso.
He estado tan despistada que ni siquiera se me había pasado por la cabeza la posibilidad de que Will se hubiera enterado de mis actividades extracurriculares con la señora López. Podría meterme en un buen lío.
Mi teléfono me informa de que tengo un mensaje. Lo cojo al instante y leo la respuesta de Rachel:
Compra el vino. Un beso.
Miro la hora en el ordenador. Las once y cuarto. Debería estar saliendo ya para reunirme a las doce con la señora López. Muy a mi pesar, busco su teléfono, pero, en lugar de llamarla, me entra el canguelo y le mando un mensaje:
Me ha surgido algo importante. Ya quedaremos. Luego te llamo. Un beso. B.
Apenas dejo el teléfono sobre la mesa y me suelto el pelo, la puerta de la oficina se abre y entra una repartidora con un montón de calas. Es la misma chica que fue al Lusso. Kurt señala mi mesa y de pronto me siento invadida por un torrente de culpabilidad. Me hundo aún más en la silla, hecha polvo. Acabo de dejarla plantada y ella me manda flores. Bueno, técnicamente no lo he dejado plantada. Sólo he aplazado una reunión de negocios.
Lo entenderá.
Acepto las flores, firmo los papeles de la chica y después encuentro la nota.
ESTOY DESEANDO QUE LLEGUE MI CITA.
TÚ TAMBIÉN DEBERÍAS SENTIR LO MISMO.
UN BESO, S.
Dejo caer los brazos sobre el escritorio y entierro la cabeza entre ellos. Me siento como una auténtica mierda.
Después de todo lo que hizo ayer por mí, de que golpeara a ese calvorota capullo, de que me rescatase de una agresión... ¿y voy yo y hago esto?
Soy una auténtica imbécil, y la he dejado plantada por mi ex.
Soy una estúpida.
Joder, como Rachel se entere estoy muerta. No obstante, tengo que decirle que deje de mandarme flores al trabajo. Will no tardará en empezar a hacerme preguntas.
Salgo del trabajo a la una menos cuarto para ir a reunirme con Elaine después de haberme comportado todavía peor y haber ignorado diez llamadas de Santana. Sé que sólo he empeorado las cosas, pero no he visto su primera llamada porque estaba en el baño y no he podido contestarle a la segunda porque estaba hablando con un cliente por el fijo, así que ha empezado a llamar sin parar, por lo que deduzco que no está muy contenta. Y ha conseguido que me harte de una de mis canciones favoritas de todos los tiempos.
Cuando llego, la barra está llena, pero veo a Elaine en un rincón, ya con unas bebidas sobre la mesa. Se levanta en cuanto me ve con una amplia sonrisa.
—¡Brittany!
Me agarra y me abraza contra su pecho, cosa que me pilla por sorpresa. Jamás me había abrazado de esta manera, ni siquiera cuando estábamos juntas. Se aparta y me da un beso en la mejilla que alarga un poco más de lo necesario.
—Gracias por haber venido. Te he pedido vino, que sé que te encanta. ¿Te parece bien?
—Claro—sonrío. Una copita no me hará daño. Me aparto de ella y me siento en la silla de enfrente—¿Va todo bien?—pregunto nerviosa y con la voz cargada de toda la aprensión que siento en realidad.
—Estás muy guapa—comenta sonriendo alegremente—¿Quieres comer algo?
—No, estoy bien—respondo, y frunzo el ceño—Elaine, ¿qué es lo que tienes que contarme? Dijiste que no estabas bien.
Se muestra nerviosa y su comportamiento me resulta sospechoso. Estoy empezando a sentirme tremendamente incómoda. Doy un sorbo al vino y observo por encima de la copa cómo juega con el borde del vaso de su pinta de cerveza.
¿Qué la reconcome?
Al final toma aire, se inclina sobre la mesa y coloca una mano encima de la mía. Me quedo inmóvil a mitad del sorbo y bajo la mirada hacia su mano. Entonces me doy cuenta.
¡Mierda!
La miro con los ojos abiertos y horrorizados y rezo para que me diga que Henry, el pececillo de colores, ha muerto. Por favor, que sea eso y no lo que creo que va a ser.
—Brittany, quiero volver contigo—dice de forma clara y concisa.
La verdad es que no me lo esperaba, al menos hasta hace diez segundos.
Pero ¿qué narices le pasa?
Mi copa continúa pegada a mis labios cuando continúa:
—He sido una gilipollas. No me merezco una segunda oportunidad...
Yo resoplo.
—¿Una «segunda» oportunidad?
Deja caer la cabeza, derrotada.
—Vale, sí, ya sé a qué te refieres—levanta la cabeza y veo su expresión llorosa y sincera—No volverá a pasar, te lo prometo.
¿Me está tomando el pelo?
¿Cuántas veces he oído toda esta mierda?
Es infiel por naturaleza.
—Elaine, lo siento, pero eso no va a pasar—le digo con voz tranquila y pausada.
Ella abre los ojos, sorprendida. Sacudo la cabeza ligeramente para reafirmar mis palabras. En cuestión de tres segundos, su rostro pasa de triste y afligido a oscuro y receloso.
—Es por ella, ¿verdad?—me espeta desde el otro lado de la mesa. No hace falta ser ningún genio para saber a quién se refiere—En cuanto abre esa bocaza, tú la escuchas. ¿Cuándo vas a empezar a pensar por ti misma?
Me quedo pasmada. Lo cierto es que Rachel no dijo ni una palabra a lo largo de cuatro años. Me dejó claro que no le gustaba Elaine, pero jamás interfirió en nuestra relación. Yo traté de mantenerlos a distancia. Ella nunca intentó influenciarme. Sólo estaba ahí, como una verdadera amiga, cuando las cosas se torcían.
Y lo hacían... muy a menudo.
Retiro la mano de debajo de la suya y le doy otro trago al vino para relajarme. No merece mi tiempo. Ya malgasté cuatro años con ella y no va a robarme ni un segundo más. No puedo creer que haya dejado tirada a Santana para venir aquí.
—¿No vas a decir nada?—sisea con la mirada llena de rencor y desdén.
Tengo ganas de pegarle, pero consigo dominar la ira.
—Elaine, ya lo he dicho todo, tengo que irme. ¿Era ése el único motivo para arrastrarme hasta aquí?
Ella da un respingo y enarca las cejas casi hasta el nacimiento del pelo.
—¿No estás preparada para volver a intentarlo?
—No—respondo llanamente.
Jamás había tomado una decisión con tanta facilidad. Se pone en pie de un salto, enfada, y derrama la cerveza en el proceso.
—Me necesitarás antes que yo a ti.
Me río en su cara.
—¿Que yo voy a necesitarte?—trato de controlar el ataque de risa—Sí, por eso estás aquí suplicándome que volvamos y yo te he mandado a la mierda. ¿Qué pasa, Elaine? ¿Ya no te quedan más mujeres que tirarte?
La miro mientras se alisa el traje negro y barato que lleva puesto y se pasa la mano por el pelo rojo y lacio. Es curioso, ya no la encuentro atractiva. En realidad me da repelús.
¿Qué veía en ella?
Estaba con ella por costumbre, nada más. Una mala costumbre.
—¡Lo sabía!—la voz aguda de Rachel hace que me tense—¡Sabía que estabas viéndola!
Al volverme, veo su precioso rostro rojo de ira.
—Vaya, ha venido a unirse a la fiesta—suelta Elaine en voz alta para que la oiga—No puedes dejar de meter las narices donde no te llaman, ¿verdad?
Miro hacia la barra y veo que la gente ha empezado a observarnos, especialmente a Elaine, que ha tirado el vaso de cerveza al suelo. Si me dejan, le ahorraré saliva a Rachel y le contaré lo que acaba de suceder. Aunque supongo que, después de cuatro años con la «bocaza» cerrada, debería dejar que se desahogara.
Se acerca a ella en actitud desafiante. Elaine la mira con cara de pocos amigos cuando se le encara.
—Ella no te quiere, pedazo de mierda engreída—su tono es controlado y penetrante—Está con otra, así que vuelve al agujero del que has salido.
¡Mierda!
¿Por qué ha tenido que decirle eso?
Elaine me mira en busca de una confirmación, pero yo no se la ofrezco. Suelta unos cuantos improperios airados y se larga del bar con una pataleta. Rachel se deja caer sobre la silla delante de mí y me mira con los ojos marrones entornados. Me pongo a la defensiva inmediatamente.
—Me dijo que no estaba bien. ¡Pensaba que se había muerto alguien!
Ella sacude la cabeza.
—Estoy furiosa contigo.
Resoplo y cojo la copa de vino para darle un buen trago.
—Yo también estoy furiosa conmigo misma. Pero no tenías por qué haberle dicho eso. ¿Por qué lo has hecho?
Ella sonríe con malicia.
—Porque ha sido divertido. ¿Has visto qué cara ha puesto?
Sí, no se me olvidará en la vida. Pero, aun así, le ha dicho algo que no es cierto. No estoy con nadie. Estoy acostándome con alguien, que es muy diferente.
Mi móvil empieza a sonar y lo busco por el bolso. Es la undécima llamada de Santana.
—¿Quién es?—pregunta Rachel, y acerca la cabeza para ver la pantalla.
—Santana.
Frunce el ceño.
—¿No le contestas?
Me inclino sobre la silla y dejo que siga sonando.
—La he dejado plantada para venir a ver a Elaine—refunfuño.
Rachel abre la boca de asombro.
—Brittany, a veces pareces tonta. No te ofendas, pero cuando estabas con ella te volviste tan aburrida que me planteé dejar de ser tu amiga.
Su comentario me duele.
—Ya te vale, ¿no?
Ella se echa a reír.
—La verdad duele, ¿verdad?
—Bueno sí, así es.
—Pero bueno, has salido airosa de la situación, así que voy a dejarlo correr—se echa hacia adelante para decirme—Diviértete. Además, Santana me gusta.
Sí, ya lo ha dejado bastante claro, y ella no es aburrida. Pero sé que esto no puede acabar bien.
Un empleado se acerca con un recogedor y un cepillo. Le sonrío a modo de disculpa, pero el teléfono empieza a sonar de nuevo y me interrumpe.
Vuelvo a ignorarlo... una vez más.
Necesito tiempo para pensar en todo esto. Ayer estaba tan afectada que dejé que un pecho firme, una voz suave e hipnotizadora y unos labios exuberantes me nublasen el pensamiento.
¿A quién quiero engañar?
Cada vez que estoy con esa mujer pierdo la capacidad de pensar. Me abruma con su intensidad y me arrebata el sentido común.
—Vaya, ¡un tía buena a las tres! Y está mirando. ¿Cómo tengo el pelo? ¿Tengo cobertura de tarta en la cara?
Rachel empieza a frotarse las mejillas con las palmas de las manos. Me vuelvo en esa dirección y veo a la tipa de la barra de La Mansión.
¿Cómo se llamaba?
Quinn.
Levanta la botella de cerveza y me saluda con una amplia sonrisa dibujada en el rostro descarado. Le respondo levantando la mano y miro a Rachel.
—¿La conoces?—pregunta incrédula.
—Es Quinn, estaba en La Mansión. Es amiga de Santana.
—¡Joder! Santana pertenece a una banda de tías buenas—se echa a reír, con los ojos abiertos como platos a causa de la emoción—¿Cómo es que nunca me has hablado de ese lugar?—inquiere—La próxima vez que vayas iré contigo—dice decidida, y sé que no bromea—Viene hacia acá. ¡Preséntamela, por favor!
Sacudo la cabeza. Para ella no es más que otra primera cita a la que hincarle el diente.
Un momento... De repente me entra el pánico.
¿Me habrá visto con Elaine?
Espera... ¿por qué me preocupa eso?
—Hola, Brittany, ¿qué tal?
Quinn llega a la mesa, todavía sonriendo y con ese hoyuelo en la cara. La verdad es que es muy mona, tiene el pelo desaliñado y los ojos brillantes. Lleva puestos unos vaqueros ceñidos y una camiseta, como la otra vez. Debe de irle el estilo informal.
—Bien, Quinn, ¿y tú?—apuro el vino. Me tomaría otra copa, pero no creo que a Will le hiciera mucha gracia que volviera a la oficina medio borracha—¿Llevas mucho rato aquí?—pregunto como si tal cosa.
—No, acabo de llegar. ¿Qué tal Santana?—inquiere con una sonrisa maliciosa.
¿Qué le hace pensar que sé la respuesta a esa pregunta?
¿Se lo ha contado ella?
Noto que empiezo a ponerme colorada, aunque he llegado a la rápida conclusión de que me está tomando el pelo. Es su amiga, así que seguro que sabe cómo está.
Me encojo de hombros, porque la verdad es que no sé qué contestar. No tengo ni idea de cómo está porque no he acudido a nuestra cita. Cuando me despedí ayer de ella, estaba calentando todos mis motores sexuales y yo jadeaba como una desesperada. Imagino que ahora se sentirá algo cabreada por el hecho de que no haya acudido.
¡Ja!
¿Y qué va a hacer?
¿Despedirme?
Quizá debería. Me ahorraría todos estos quebraderos de cabeza.
De repente noto un fuerte golpe en la espinilla y, al alzar la vista, veo que Rachel me mira con el ceño fruncido.
—Ah, Quinn, ésta es Rachel. Rachel, Quinn.
Muevo la mano entre ambas y me fijo en que el semblante de Rachel se torna angelical. Le ofrece la mano a Quinn, que sonríe antes de estrechársela.
—Un placer conocerte, Rachel—dice con cortesía y pasándose la otra mano.
—Lo mismo digo.
Arquea una ceja.
¡No me lo puedo creer!
Está flirteando con ella. Sonríe con timidez ante los cumplidos que Quinn le hace a su cabello castaño y liso mientras siguen agarradas de la mano.
El teléfono me avisa de que tengo un mensaje. Para huir del evidente cortejo que tengo delante, lo abro y lo leo con un ojo cerrado.
Más vale que tengas una BUENA razón para dejarme plantada. Espero que se esté muriendo alguien. Estoy muy cabreada, señorita. Esta vez NO hay beso.
¡Vaya!
Está preocupada. Mi corazón da un inesperado brinco de aprobación, pero al instante me obligo a salir de mi patética burbuja de satisfacción y me recuerdo que no tengo que rendirle cuentas de nada. Está claro que le gusta que la obedezcan. Además, no la he dejado plantada. Sólo he retrasado una reunión de negocios.
Me va a estallar la puñetera cabeza.
Pero ¿qué me pasa?
Dejo el teléfono sobre la mesa y, al alzar la vista, veo a Rachel interpretando el mejor acto de flirteo que haya visto en la vida. No conoce la vergüenza, y siguen cogidas de la mano. Ella deja de mirar a Quinn y me mira a mí.
—¿Era de Santana?—pregunta descaradamente.
Le doy una patada por debajo de la mesa y noto que Quinn me mira. La voy a matar.
—¿Santana?—pregunta Quinn—Acaba de llamarme. No tardará en llegar.
¿Qué?
Rachel se echa a reír como una hiena, y yo le propino otra patada por debajo de la mesa.
¿Le habrá dicho Quinn que yo estaba aquí?
—Tengo que irme—digo, y me levanto—Rach—sonrío dulcemente mientras ella controla la risa—, ¿tú no tenías que hacer algo a las dos y media?
—No—responde también sonriendo e incluso superando mi nivel de dulzura.
Es de lo que no hay. La miro con recelo y recojo mi bolso y mi teléfono.
—Bueno, entonces luego nos vemos. Me alegro de volver a verte, Quinn.
Le suelta la mano a Rachel y me besa en la mejilla.
—Sí, lo mismo digo, Brittany. Un placer.
Me dispongo a marcharme, pero entonces doy media vuelta con una expresión totalmente plana e indiferente.
—Por cierto, Rach. Sam vuelve la semana que viene.
Le suelto la bomba y espero la explosión. No tarda ni un nanosegundo en abrir la boca de asombro.
¡Toma!
Le lanzo una mirada para advertirle que no debe jugar conmigo y me largo llena de satisfacción.
Aunque me dura poco.
Santana está justo detrás de mí, mirándome como un perro rabioso. Me encojo al instante.
—¿Quién ha muerto?—ladra.
Está muy cabreada.
—Estaba trabajando—me defiendo nerviosa.
Me mira con el ceño fruncido.
—¿Y eso te impide contestar el teléfono?
Su voz destila desaprobación.
Vale, puede que el que no contestara a sus llamadas sea una razón de peso para estar enfadada.
Me vuelvo y veo a Rachel y a Quinn observando en silencio nuestro pequeño altercado. Mi amiga empieza a mirar en todas direcciones menos en la nuestra. Quinn apenas logra dominar su expresión de sorpresa y fracasa en su intento de fingir desinterés.
Suspiro y miro a Santana, que aún parece estar a punto de golpear algo.
—He de volver al trabajo—digo.
La esquivo y salgo del bar. Su reacción me parece exagerada y roza peligrosamente la posesión y la manipulación, y yo no quiero ni una cosa ni la otra.
Salgo a Piccadilly y sorteo la multitud que se forma a la hora de comer. Sé que me sigue. Siento su mirada oscura y penetrante clavada en mi espalda.
Cuando giro hacia Berkeley Street, el gentío disminuye y me vuelvo. Está increíblemente guapa con ese traje gris ceñido, esa camisa azul claro y unos tacones altos.
Resoplo para mis adentros y acelero el paso. Si consigo llegar a la oficina, estaré a salvo de su cólera.
No va a montarme una escenita en el trabajo, ¿verdad?
Aunque no parecía que le importase mucho montármela delante de Rachel y de Quinn.
¿Me arriesgo?
Esta tía es muy inestable.
Pero ¿por qué se comporta de esta manera?
Sólo nos hemos acostado, no nos hemos casado.
Acelero el paso y cruzo las puertas de la oficina pero, en cuanto llego a mi mesa, me arranca de ahí entre quejas y me arrastra de nuevo hacia la calle.
—Pero ¿qué coño haces?—vocifero.
Ella pasa de mí y sigue avanzando hacia la puerta. Me agarro al final de su espalda y, al alzar la vista, veo que Kurt, Mercedes y Tina contemplan con la boca abierta cómo me transporta hasta el exterior.
Por favor, que Will no esté.
—¡Joder, Santana! ¡Suéltame!
Deja que me deslice por la parte delantera de su cuerpo, y lo hace lentamente, con la intención de que note sus pechos. Me detiene antes de que toque el suelo con los pies. Me sostiene por la cintura para que mis labios queden a la altura de los suyos y su cadera me roce justo en el lugar adecuado.
¿Está cabreada y caliente?
Se me escapa un gemido traicionero cuando se aprieta contra mí con ese aliento cálido y fresco.
Se supone que tengo que estar cabreada, y, sin embargo, aquí estoy, retenida en contra de mi voluntad —más o menos— y deseando desnudar a mi captora delante de todos mis colegas, que se han pegado al cristal de la puerta de la oficina peleándose por las mejores vistas.
—Esa boca. Me has dejado plantada.
Aprieta sus labios contra los míos y se aparta. Su mirada se suaviza mientras me mira y espera una explicación. Ahora no puedo decirle por qué he cancelado la cita. Supongo que se subiría por las paredes.
—Lo siento—suspiro.
¿Aceptará mis disculpas?
He de volver a la oficina y aclararme las ideas.
No, he de volver a casa y aclararme las ideas, a ser posible con una botella de vino.
Ella sacude la cabeza suavemente y me ataca la boca con vehemencia en mitad de Bruton Street. Hundo los dedos en su pelo y me rindo a esos labios tremendamente adictivos sin darle demasiadas vueltas. No tiene ninguna vergüenza y parece ajena por completo al ajetreo de peatones que se apresuran de un lado a otro a la hora de comer y que, con toda seguridad, se quedan mirando cómo me devora.
Me tiene absorbida.
Presiona la cadera con fuerza contra mí y gimo. Este beso es para demostrarme lo que me he perdido, y estoy empezando a odiar a Elaine por ello.
—No vuelvas a hacerlo—me ordena con un tono que no acepta réplica.
Me suelta y toco el suelo con los pies. La repentina falta de sujeción hace que me tambalee hacia adelante. Me coge del brazo para enderezarme y una puñalada de dolor me recorre el cuerpo y rompe el embrujo.
Respiro hondo.
Me suelta y se aparta de mí. Sus dulces ojos oscuros se inundan de rabia al ver los moretones que luzco en el brazo por cortesía del calvo gilipollas. Mientras los observa, la mandíbula empieza a temblarle y se le hincha el pecho. Sólo pienso en la suerte que tuvo el calvorota de que estas magulladuras no se vieran ayer.
—Estoy bien.
Me cubro con la mano con la esperanza de que, al ocultar la zona que la altera, abandone el estado de furia.
Parece una loca homicida.
¿Está cabreada porque tengo unos moretones?
—Tengo que volver al trabajo—digo con un hilo de voz, algo nerviosa.
Aparta la mirada de mi brazo y vuelve a fijarla en mis ojos. Me mira como si yo fuera lo que la altera. Un destello de irritación cruza su atractivo rostro cuando levanta la mano para frotarse las sienes con las puntas de los dedos. Entonces suspira agobiada. Finalmente, sacude un poco la cabeza y se marcha sin mediar palabra. Me deja ahí plantada sobre la acera, preguntándome qué coño ha pasado.
Agacho la cabeza y miro desesperadamente al suelo, como si fuera a encontrar la respuesta escrita con tiza en los adoquines.
¿Ya está?
¿Se ha acabado?
Su expresión decía que sí. No sé muy bien cómo me siento al respecto. De repente me está clavando las caderas y haciéndome gemir, y al segundo siguiente me mira con toda la rabia del mundo.
¿Qué se supone que debo pensar?
No tengo ni idea.
Me obligo a salir de mi ensimismamiento y regreso a la oficina. Reina un silencio incómodo. Todo el mundo finge estar ocupado.
—¿Estás bien?—pregunta Kurt, que pasa despacio junto a mi mesa.
Levanto la mirada y veo su expresión cotilla de siempre teñida de un aire de preocupación.
—Estoy bien. Ni una palabra de esto a Will—digo con más dureza de la que pretendía.
—Claro, tranquila.
Levanta las manos en señal de defensa.
¡Joder!
Lo último que necesito es que Will se entere de que me han pillado con un cliente. Debería haber sido más fuerte y haberme resistido a sus insinuaciones. No me gusta nada cómo me siento ahora mismo.
Creo... creo que me siento... ¿abandonada?
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FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 16
Capitulo 16
Entro prácticamente a rastras por la puerta principal, agotada y exhausta. Rachel está en la cocina fumándose un cigarrillo en la ventana.
—Tienes que dejar esa mierda—le digo con desprecio.
No fuma mucho, sólo un par de vez en cuando, pero es un mal hábito de todas formas. Le da una última calada y lo tira por la ventana antes de bajarse rápidamente de la encimera.
—Me ayuda a pensar—se defiende.
Sí, siempre que la pillo fumándose un cigarro a escondidas me viene con el mismo cuento. Ahora se supone que debería preguntarle en qué está pensando, pero ya sé la respuesta a la pregunta.
—¿Y el vino?
Me quita el bolso de las manos, lo abre del todo y me mira con disgusto. He cometido un pecado capital: se me ha olvidado el vino. Me encojo de hombros. Tenía la cabeza en otras cosas.
—Lo siento.
—Voy a la tienda, tú cámbiate. ¿Te apetece cenar fish and chips?
Coge el monedero de la mesa mientras mete los pies en las chanclas.
—Sólo patatas.
Recorro el pasillo hasta mi habitación. Estoy completamente desanimada. Me siento con Rachel en el sofá y picoteo patatas fritas de mi plato. No tengo nada de hambre y apenas presto atención a la reposición de «Friends». Tengo la cabeza hecha un lío y estoy furiosa conmigo misma por permitirlo.
—Venga, escúpelo—me exige Rachel.
Vuelvo la cabeza hacia mi temperamental amiga con una patata frita a medio camino de la boca. Soy una idiota por pensar que iba a poder disfrutar en paz de mi taciturno estado de ánimo.
Me encojo de hombros para indicarle que no estoy de humor para hablar, me meto la patata en la boca y la mastico sin ganas. Hablar de ello sería como admitir que estoy así por eso, y por «eso» me refiero a una mujer.
—Ella te gusta.
Bueno sí. Me gusta. Y no quiero que me guste, pero así es.
—Sólo me traerá problemas. Ya lo has visto hoy—refunfuño.
En un alarde de dramatismo, pone los ojos en blanco y se deja caer sobre el respaldo del sofá.
—La has dejado plantada por tu ex novia—deposita el plato en la mesita de café que tenemos delante del sofá—Britt, ¿qué esperabas?
La miro con el ceño fruncido.
—Ella no sabe por qué la he dejado plantada. Sólo sabe que no he aparecido.
—Bueno, entonces está claro que no le gusta que la dejen plantada—ríe—Por cierto, estoy muy cabreada contigo.
De repente se pone muy seria.
¿Qué he hecho?
Ah, ya. Debe de referirse a mi pequeña bomba sobre Sam.
—¿Preferías que no te dijera nada?—le pregunto.
—¡No me has avisado con bastante tiempo para que pueda irme de la ciudad!—gime.
¡Ay, madre, cuánto drama!
—¡Estás haciendo una montaña de un grano de arena! No tienes por qué verlo.
—No, claro que no. ¡Y no pienso hacerlo!
—Bueno entonces perfecto, ¿no?—intento cambiar de tema—¿Qué tal con Quinn?—arqueo las cejas.
—¿A que está buenísima? Santana volvió al bar, con cara de pocos amigos por cierto, así que las dejé ahí. Me ha pedido el teléfono.
—¡Eres un putón, Rachel Berry!
—¡Ya lo sé!—chilla—¿Y cómo ha quedado la cosa con la latina sexy?
Me observa con prudencia, evaluando mi reacción a su pregunta.
—Seguía enfadada conmigo y se largó cabreadísima—contesto al tiempo que me encojo de hombros.
Rachel sonríe.
—Es un poquito intensa.
Me echo a reír.
—¿Un poquito? ¡Soy incapaz de pensar con claridad cuando la tengo cerca! Cuando me toca es como si se hiciera con el control de mi mente y mi cuerpo. Da miedo.
—¡Joder!
—Eso digo yo, ¡joder!
Se vuelve de nuevo hacia el televisor.
—Me gusta—dice en voz baja como si le diera miedo admitirlo, como si fuera malo que le gustara—Sólo lo comento para que lo sepas—se encoge de hombros pero no me mira—Es rica, está súper-buena y es evidente que le gustas mucho. Una persona no se comporta así si lo único que busca es un polvo, Britt.
Puede que tengas razón, pero eso no cambia el hecho de que se ha esfumado y no ha vuelto a llamarme desde entonces. Y quizá sea lo mejor.
—¿Te apetece que salgamos de fiesta el sábado?—le pregunto.
Es una pregunta estúpida porque conozco perfectamente la respuesta. Me mira con cara de pilla y yo le sonrío.
Al día siguiente, llego tranquilamente al hotel Royal Park a las doce y cuarto lista para reunirme con Rory Flanagan. Me acompañan hasta una sala de espera acogedora con unos sillones muy caros. Los cuadros que decoran las paredes tienen los marcos dorados y una chimenea tallada preside la habitación. Es majestuosa. Me ofrecen té, pero prefiero beber agua. Hace muchísimo calor y el vestido negro de tubo se me está pegando al cuerpo.
Veinte minutos después, el señor Flanagan hace su aparición con un aspecto impecable. Es muy atractivo. Me sonríe sin reparos con su perfecta dentadura blanca.
¿Qué me pasa últimamente con las personas mayores?
Bloqueo a toda prisa esos pensamientos.
—Brittany, por favor, acepta mis disculpas. Detesto hacer esperar a una dama.
Su suave acento irlandés es casi imperceptible pero muy sexy.
¡Para!
Me levanto cuando se acerca a mí y le tiendo la mano con una sonrisa. Él la estrecha, pero me deja estupefacta cuando se inclina y me besa en la mejilla. Vale, ha estado un poco fuera de lugar, pero voy a pasarlo por alto. Puede que sea algo normal en Irlanda.
¡Ja!
Será mejor que no me olvide de lo que pasó la última vez que un cliente me besó en nuestra primera reunión.
—No se preocupe, señor Flanagan. He llegado hace poco—lo tranquilizo.
—Brittany, éste es nuestro segundo proyecto juntos. Sé que has tratado con mi socia en el Lusso, pero yo voy a involucrarme mucho más en la Torre Vida, así que, por favor, llámame Rory. Detesto las formalidades—toma asiento en el sofá que tengo delante y cruza las largas piernas—Estoy deseando contrastar ideas contigo pronto.
¿Eh?
¿Es que acaso no he venido para eso?
—Sí, la verdad es que no he tenido ocasión de estudiar el proyecto todavía. Esperaba que me dieras la información y una semana para poder exponerte algunas ideas.
—¡Por supuesto!—ríe—He sido muy descortés al hacerte venir avisándote con tan poco tiempo, pero vuelvo a Irlanda el viernes. Tengo tu dirección de correo electrónico. Te enviaré los detalles. Has hecho un trabajo fantástico en el Lusso. Es muy tranquilizador colaborar con gente competente. Me sonríe.
¿No va a darme ninguna especificación ahora?
Pero si he venido a eso, ¿no?
—Si te parece, podemos hablarlo ahora un poco—le propongo.
Me observa en silencio durante un momento antes de inclinarse hacia adelante.
—Brittany, espero que no pienses que soy demasiado atrevido, pero, verás... ¿Cómo expresarlo?—se da golpecitos con los dedos en la barbilla. Estoy un poco preocupada—Me temo que te he traído hasta aquí con falsos pretextos.
Ríe nerviosamente y se revuelve en su asiento.
—¿Qué quieres decir?—pregunto confundida.
Y de repente lo entiendo todo.
¡Ay, no!
¡No, no, no!
Me echo hacia atrás en mi asiento, con el cuerpo tenso de los pies a la cabeza, y ruego al Todopoderoso que le infunda un poco de cordura antes de que diga lo que creo que va a decir.
—Quería pedirte que cenaras conmigo—me mira expectante y seguro que advierte mi cara de horror. Estoy más roja que un tomate—Mañana por la noche, si te parece bien, claro—añade.
¡Mierda!
¿Qué le digo?
Si le digo que no, es posible que cancele su acuerdo con Rococo Union y que Will pierda el trabajo.
Pero ¿por qué últimamente todas las personas con proyectos en Rococo Union caen rendidas a mis pies?
Las personas maduras, para ser más exactos. Es bastante mayor que Santana. O al menos eso parece. Es muy guapo, pero, por Dios, debe de sacarme unos veinte años. Me río para mis adentros. Al menos éste no me ha encerrado en una suite.
¿Qué hago?
—Señor Flanagan...
—Rory, por favor—me interrumpe con una sonrisa.
—Rory, no creo que mezclar los negocios con el placer sea buena idea. Es mi política, aunque me siento muy halagada.
Me río de mi propia osadía.
¿Desde cuándo me ha supuesto eso un problema últimamente?
¿Y por qué he hablado de placer?
He dado por hecho, y sugerido a la vez, que sería placentero cenar con él. Tal vez no lo habría sido; o quizá sí, y mucho.
¡Ay, Dios!
Me lanzo mentalmente contra la preciosa chimenea.
—Vaya, es una lástima, Brittany—suspira.
—Sí, sí que lo es.
Coincido, y regreso a la realidad cuando levanta la cabeza con expresión de sorpresa.
Vuelve a inclinarse hacia adelante.
—Admiro tu profesionalidad.
—Gracias.
De nuevo estoy completamente roja.
—Espero que esto no afecte nuestra relación profesional, Brittany. Tengo muchas ganas de trabajar contigo.
—Yo también tengo muchas ganas de trabajar contigo, Rory.
Se levanta del sillón y se acerca a mí con la mano extendida.
¡Gracias a Dios!
Yo le ofrezco la mía y dejo que me la estreche con suavidad.
En serio, ¿me ha hecho venir sólo para pedirme que cene con él?
Podría haberme llamado.
—Te enviaré lo acordado en cuanto tenga la oportunidad. Y cuando vuelva de Irlanda me gustaría enseñarte el edificio. Hasta entonces, puedes ir preparando unos cuantos bocetos. Te he mandado los planos a la oficina y te enviaré las especificaciones por correo electrónico.
—Gracias, Rory. Que tengas buen viaje.
—Adiós, Brittany.
Sale de la estancia caminando sobre sus largas piernas. Vaya, qué situación tan incómoda.
Continúo sentada y apuro el vaso de agua mientras doy vueltas al caos emocional en el que estoy sumida. Si Santana fuera tan cortés como Rory, ahora no me sentiría tan mal. Lo de no mezclar los negocios con el placer nunca ha sido mi política pero, básicamente, porque nunca había necesitado tener una al respecto.
En tan sólo dos semanas se me han declarado dos clientes ricos y atractivos. A uno lo he rechazado, pero con la otra he caído de pleno. Y como resultado estoy hecha un lío. No mezclar los negocios con el placer es mi nueva norma, y pienso cumplirla. Aunque en realidad tampoco creo que vaya a hacerme mucha falta, porque Rory ha aceptado mi negativa con amabilidad y Santana no me ha vuelto a llamar desde que me abandonó.
¿Me abandonó?
Sobre las dos y media estoy de vuelta en la oficina. No le comento nada a Will de lo rara que ha sido la reunión con Rory Flanagan, sobre todo porque me preocupa que, por el bien del negocio, me obligue a ir a cenar con él. Will daría por sentado que sería una cena de negocios, pero Rory ha dejado perfectamente claro que no tenía nada que ver con eso.
Me limito a decirle lo de los correos electrónicos, los bocetos y sus intenciones de mostrarme el edificio a su regreso de Irlanda. Eso parece contentarlo.
Saco el móvil del bolso y veo que no tengo ninguna llamada perdida. Hago caso omiso de la puñalada de decepción que siento y empiezo a anotar algunos comentarios sobre diseño escandinavo. Sé que el mío se basará en la vida fácil, blanca y pura, pero me reconforta el hecho de que sea algo tranquilo y cálido, y no vacío y frío.
Suena el teléfono y lo cojo con demasiada rapidez. Es Rachel.
—Hola—digo con una voz exageradamente alegre.
No sé por qué me molesto. Ella lo nota de inmediato.
—¿Fingiendo indiferencia, tal vez?—pregunta.
—Sí.
—Ya me imaginaba. ¿No sabes nada de ella?
—No.
—Día de monosílabos, ¿eh?
—Sí.
Ella suspira profundamente al otro lado de la línea.
—Bueno. ¿Les has preguntado a Mercedes y al Gran Gay si van a salir el sábado por la noche?
—No, pero lo haré. Acabo de volver de una reunión muy extraña.
Abro el primer cajón de mi mesa para coger un clip y veo la cala aplastada bajo mi grapadora.
—¿Extraña por qué?—pregunta intrigada.
—He ido a ver al promotor del Lusso, bueno, a uno de ellos. Me ha preguntado si quería cenar con él. Ha sido muy incómodo.
Cojo la cala y la tiro a la papelera de inmediato. Ella se echa a reír.
—¿Cuántos años tiene éste?
Su insinuación me irrita. Es mucho mayor que Santana. Cuánto, no lo sé, pero no hay duda de que es más viejo. Es probable que jamás lo sepa con exactitud.
—Unos cuarenta y pico, creo, pero es muy atractivo, del tipo escandinavo.
Me encojo de hombros y muevo el ratón por la pantalla sin ningún objetivo en concreto. Está claro que no está a la altura de Santana, pero es atractivo.
—Te has convertido en un imán para maduritos. ¿Vas a ir?
—¡No!—chillo—¿Para qué?
—¿Y por qué no?
No la veo, pero sé que tiene una ceja enarcada.
—No, no puedo porque tengo una nueva política: no mezclar los negocios con el placer.
—¡APARTA!—grita, y me hace dar un brinco en la silla—Perdona, un capullo estaba cortándome el paso. Así que nada de mezclar los negocios con el placer, ¿eh?
—Exacto. ¿Estás hablando por teléfono mientras conduces, señorita Berry?—la reprendo.
Sé que Margo no tiene manos libres.
—Sí, será mejor que cuelgue. Nos vemos en casa. Y no olvides comentarles al Gran Gay y a Mercedes los planes del sábado.
—¿Qué planes?—pregunto antes de que cuelgue.
—Pillarnos un pedo, en el Baroque, a las ocho en punto.
Pillarnos un pedo. Sí, es un buen plan.
Salgo de la oficina a las seis con Kurt y Mercedes.
—¿Les apetece salir el sábado, chicos?
Kurt se detiene súbitamente y levanta las palmas de las manos con una expresión de absoluta sorpresa en su cara de niño.
—¡Dios mío, sí! A mediodía me he comprado una camisa de color coral maravillosa. ¡Es divina!
Mercedes ríe, le da una palmada en el culo y lo empuja hacia adelante.
—¿Adónde vamos?—pregunta.
—Al Baroque, a las ocho—contesto—Y ya veremos qué nos depara la noche.
—¡Me apunto!—canturrea Mercedes—Pero nada de ligues gays, Kurt. Me toca follar a mí—gruñe.
Kurt frunce el ceño.
—¿Y yo qué?
—Tú ya has tenido bastante. Es mi turno—le espeta—Además, ¿qué ha sido del científico?
—Lo cierto es que la ciencia es muuuy aburrida—refunfuña.
Nos despedimos en el metro de Green Park. Cojo la línea Jubilee hacia la Central. Mercedes y Kurt cogen la de Piccadilly.
—Tienes que dejar esa mierda—le digo con desprecio.
No fuma mucho, sólo un par de vez en cuando, pero es un mal hábito de todas formas. Le da una última calada y lo tira por la ventana antes de bajarse rápidamente de la encimera.
—Me ayuda a pensar—se defiende.
Sí, siempre que la pillo fumándose un cigarro a escondidas me viene con el mismo cuento. Ahora se supone que debería preguntarle en qué está pensando, pero ya sé la respuesta a la pregunta.
—¿Y el vino?
Me quita el bolso de las manos, lo abre del todo y me mira con disgusto. He cometido un pecado capital: se me ha olvidado el vino. Me encojo de hombros. Tenía la cabeza en otras cosas.
—Lo siento.
—Voy a la tienda, tú cámbiate. ¿Te apetece cenar fish and chips?
Coge el monedero de la mesa mientras mete los pies en las chanclas.
—Sólo patatas.
Recorro el pasillo hasta mi habitación. Estoy completamente desanimada. Me siento con Rachel en el sofá y picoteo patatas fritas de mi plato. No tengo nada de hambre y apenas presto atención a la reposición de «Friends». Tengo la cabeza hecha un lío y estoy furiosa conmigo misma por permitirlo.
—Venga, escúpelo—me exige Rachel.
Vuelvo la cabeza hacia mi temperamental amiga con una patata frita a medio camino de la boca. Soy una idiota por pensar que iba a poder disfrutar en paz de mi taciturno estado de ánimo.
Me encojo de hombros para indicarle que no estoy de humor para hablar, me meto la patata en la boca y la mastico sin ganas. Hablar de ello sería como admitir que estoy así por eso, y por «eso» me refiero a una mujer.
—Ella te gusta.
Bueno sí. Me gusta. Y no quiero que me guste, pero así es.
—Sólo me traerá problemas. Ya lo has visto hoy—refunfuño.
En un alarde de dramatismo, pone los ojos en blanco y se deja caer sobre el respaldo del sofá.
—La has dejado plantada por tu ex novia—deposita el plato en la mesita de café que tenemos delante del sofá—Britt, ¿qué esperabas?
La miro con el ceño fruncido.
—Ella no sabe por qué la he dejado plantada. Sólo sabe que no he aparecido.
—Bueno, entonces está claro que no le gusta que la dejen plantada—ríe—Por cierto, estoy muy cabreada contigo.
De repente se pone muy seria.
¿Qué he hecho?
Ah, ya. Debe de referirse a mi pequeña bomba sobre Sam.
—¿Preferías que no te dijera nada?—le pregunto.
—¡No me has avisado con bastante tiempo para que pueda irme de la ciudad!—gime.
¡Ay, madre, cuánto drama!
—¡Estás haciendo una montaña de un grano de arena! No tienes por qué verlo.
—No, claro que no. ¡Y no pienso hacerlo!
—Bueno entonces perfecto, ¿no?—intento cambiar de tema—¿Qué tal con Quinn?—arqueo las cejas.
—¿A que está buenísima? Santana volvió al bar, con cara de pocos amigos por cierto, así que las dejé ahí. Me ha pedido el teléfono.
—¡Eres un putón, Rachel Berry!
—¡Ya lo sé!—chilla—¿Y cómo ha quedado la cosa con la latina sexy?
Me observa con prudencia, evaluando mi reacción a su pregunta.
—Seguía enfadada conmigo y se largó cabreadísima—contesto al tiempo que me encojo de hombros.
Rachel sonríe.
—Es un poquito intensa.
Me echo a reír.
—¿Un poquito? ¡Soy incapaz de pensar con claridad cuando la tengo cerca! Cuando me toca es como si se hiciera con el control de mi mente y mi cuerpo. Da miedo.
—¡Joder!
—Eso digo yo, ¡joder!
Se vuelve de nuevo hacia el televisor.
—Me gusta—dice en voz baja como si le diera miedo admitirlo, como si fuera malo que le gustara—Sólo lo comento para que lo sepas—se encoge de hombros pero no me mira—Es rica, está súper-buena y es evidente que le gustas mucho. Una persona no se comporta así si lo único que busca es un polvo, Britt.
Puede que tengas razón, pero eso no cambia el hecho de que se ha esfumado y no ha vuelto a llamarme desde entonces. Y quizá sea lo mejor.
—¿Te apetece que salgamos de fiesta el sábado?—le pregunto.
Es una pregunta estúpida porque conozco perfectamente la respuesta. Me mira con cara de pilla y yo le sonrío.
Al día siguiente, llego tranquilamente al hotel Royal Park a las doce y cuarto lista para reunirme con Rory Flanagan. Me acompañan hasta una sala de espera acogedora con unos sillones muy caros. Los cuadros que decoran las paredes tienen los marcos dorados y una chimenea tallada preside la habitación. Es majestuosa. Me ofrecen té, pero prefiero beber agua. Hace muchísimo calor y el vestido negro de tubo se me está pegando al cuerpo.
Veinte minutos después, el señor Flanagan hace su aparición con un aspecto impecable. Es muy atractivo. Me sonríe sin reparos con su perfecta dentadura blanca.
¿Qué me pasa últimamente con las personas mayores?
Bloqueo a toda prisa esos pensamientos.
—Brittany, por favor, acepta mis disculpas. Detesto hacer esperar a una dama.
Su suave acento irlandés es casi imperceptible pero muy sexy.
¡Para!
Me levanto cuando se acerca a mí y le tiendo la mano con una sonrisa. Él la estrecha, pero me deja estupefacta cuando se inclina y me besa en la mejilla. Vale, ha estado un poco fuera de lugar, pero voy a pasarlo por alto. Puede que sea algo normal en Irlanda.
¡Ja!
Será mejor que no me olvide de lo que pasó la última vez que un cliente me besó en nuestra primera reunión.
—No se preocupe, señor Flanagan. He llegado hace poco—lo tranquilizo.
—Brittany, éste es nuestro segundo proyecto juntos. Sé que has tratado con mi socia en el Lusso, pero yo voy a involucrarme mucho más en la Torre Vida, así que, por favor, llámame Rory. Detesto las formalidades—toma asiento en el sofá que tengo delante y cruza las largas piernas—Estoy deseando contrastar ideas contigo pronto.
¿Eh?
¿Es que acaso no he venido para eso?
—Sí, la verdad es que no he tenido ocasión de estudiar el proyecto todavía. Esperaba que me dieras la información y una semana para poder exponerte algunas ideas.
—¡Por supuesto!—ríe—He sido muy descortés al hacerte venir avisándote con tan poco tiempo, pero vuelvo a Irlanda el viernes. Tengo tu dirección de correo electrónico. Te enviaré los detalles. Has hecho un trabajo fantástico en el Lusso. Es muy tranquilizador colaborar con gente competente. Me sonríe.
¿No va a darme ninguna especificación ahora?
Pero si he venido a eso, ¿no?
—Si te parece, podemos hablarlo ahora un poco—le propongo.
Me observa en silencio durante un momento antes de inclinarse hacia adelante.
—Brittany, espero que no pienses que soy demasiado atrevido, pero, verás... ¿Cómo expresarlo?—se da golpecitos con los dedos en la barbilla. Estoy un poco preocupada—Me temo que te he traído hasta aquí con falsos pretextos.
Ríe nerviosamente y se revuelve en su asiento.
—¿Qué quieres decir?—pregunto confundida.
Y de repente lo entiendo todo.
¡Ay, no!
¡No, no, no!
Me echo hacia atrás en mi asiento, con el cuerpo tenso de los pies a la cabeza, y ruego al Todopoderoso que le infunda un poco de cordura antes de que diga lo que creo que va a decir.
—Quería pedirte que cenaras conmigo—me mira expectante y seguro que advierte mi cara de horror. Estoy más roja que un tomate—Mañana por la noche, si te parece bien, claro—añade.
¡Mierda!
¿Qué le digo?
Si le digo que no, es posible que cancele su acuerdo con Rococo Union y que Will pierda el trabajo.
Pero ¿por qué últimamente todas las personas con proyectos en Rococo Union caen rendidas a mis pies?
Las personas maduras, para ser más exactos. Es bastante mayor que Santana. O al menos eso parece. Es muy guapo, pero, por Dios, debe de sacarme unos veinte años. Me río para mis adentros. Al menos éste no me ha encerrado en una suite.
¿Qué hago?
—Señor Flanagan...
—Rory, por favor—me interrumpe con una sonrisa.
—Rory, no creo que mezclar los negocios con el placer sea buena idea. Es mi política, aunque me siento muy halagada.
Me río de mi propia osadía.
¿Desde cuándo me ha supuesto eso un problema últimamente?
¿Y por qué he hablado de placer?
He dado por hecho, y sugerido a la vez, que sería placentero cenar con él. Tal vez no lo habría sido; o quizá sí, y mucho.
¡Ay, Dios!
Me lanzo mentalmente contra la preciosa chimenea.
—Vaya, es una lástima, Brittany—suspira.
—Sí, sí que lo es.
Coincido, y regreso a la realidad cuando levanta la cabeza con expresión de sorpresa.
Vuelve a inclinarse hacia adelante.
—Admiro tu profesionalidad.
—Gracias.
De nuevo estoy completamente roja.
—Espero que esto no afecte nuestra relación profesional, Brittany. Tengo muchas ganas de trabajar contigo.
—Yo también tengo muchas ganas de trabajar contigo, Rory.
Se levanta del sillón y se acerca a mí con la mano extendida.
¡Gracias a Dios!
Yo le ofrezco la mía y dejo que me la estreche con suavidad.
En serio, ¿me ha hecho venir sólo para pedirme que cene con él?
Podría haberme llamado.
—Te enviaré lo acordado en cuanto tenga la oportunidad. Y cuando vuelva de Irlanda me gustaría enseñarte el edificio. Hasta entonces, puedes ir preparando unos cuantos bocetos. Te he mandado los planos a la oficina y te enviaré las especificaciones por correo electrónico.
—Gracias, Rory. Que tengas buen viaje.
—Adiós, Brittany.
Sale de la estancia caminando sobre sus largas piernas. Vaya, qué situación tan incómoda.
Continúo sentada y apuro el vaso de agua mientras doy vueltas al caos emocional en el que estoy sumida. Si Santana fuera tan cortés como Rory, ahora no me sentiría tan mal. Lo de no mezclar los negocios con el placer nunca ha sido mi política pero, básicamente, porque nunca había necesitado tener una al respecto.
En tan sólo dos semanas se me han declarado dos clientes ricos y atractivos. A uno lo he rechazado, pero con la otra he caído de pleno. Y como resultado estoy hecha un lío. No mezclar los negocios con el placer es mi nueva norma, y pienso cumplirla. Aunque en realidad tampoco creo que vaya a hacerme mucha falta, porque Rory ha aceptado mi negativa con amabilidad y Santana no me ha vuelto a llamar desde que me abandonó.
¿Me abandonó?
Sobre las dos y media estoy de vuelta en la oficina. No le comento nada a Will de lo rara que ha sido la reunión con Rory Flanagan, sobre todo porque me preocupa que, por el bien del negocio, me obligue a ir a cenar con él. Will daría por sentado que sería una cena de negocios, pero Rory ha dejado perfectamente claro que no tenía nada que ver con eso.
Me limito a decirle lo de los correos electrónicos, los bocetos y sus intenciones de mostrarme el edificio a su regreso de Irlanda. Eso parece contentarlo.
Saco el móvil del bolso y veo que no tengo ninguna llamada perdida. Hago caso omiso de la puñalada de decepción que siento y empiezo a anotar algunos comentarios sobre diseño escandinavo. Sé que el mío se basará en la vida fácil, blanca y pura, pero me reconforta el hecho de que sea algo tranquilo y cálido, y no vacío y frío.
Suena el teléfono y lo cojo con demasiada rapidez. Es Rachel.
—Hola—digo con una voz exageradamente alegre.
No sé por qué me molesto. Ella lo nota de inmediato.
—¿Fingiendo indiferencia, tal vez?—pregunta.
—Sí.
—Ya me imaginaba. ¿No sabes nada de ella?
—No.
—Día de monosílabos, ¿eh?
—Sí.
Ella suspira profundamente al otro lado de la línea.
—Bueno. ¿Les has preguntado a Mercedes y al Gran Gay si van a salir el sábado por la noche?
—No, pero lo haré. Acabo de volver de una reunión muy extraña.
Abro el primer cajón de mi mesa para coger un clip y veo la cala aplastada bajo mi grapadora.
—¿Extraña por qué?—pregunta intrigada.
—He ido a ver al promotor del Lusso, bueno, a uno de ellos. Me ha preguntado si quería cenar con él. Ha sido muy incómodo.
Cojo la cala y la tiro a la papelera de inmediato. Ella se echa a reír.
—¿Cuántos años tiene éste?
Su insinuación me irrita. Es mucho mayor que Santana. Cuánto, no lo sé, pero no hay duda de que es más viejo. Es probable que jamás lo sepa con exactitud.
—Unos cuarenta y pico, creo, pero es muy atractivo, del tipo escandinavo.
Me encojo de hombros y muevo el ratón por la pantalla sin ningún objetivo en concreto. Está claro que no está a la altura de Santana, pero es atractivo.
—Te has convertido en un imán para maduritos. ¿Vas a ir?
—¡No!—chillo—¿Para qué?
—¿Y por qué no?
No la veo, pero sé que tiene una ceja enarcada.
—No, no puedo porque tengo una nueva política: no mezclar los negocios con el placer.
—¡APARTA!—grita, y me hace dar un brinco en la silla—Perdona, un capullo estaba cortándome el paso. Así que nada de mezclar los negocios con el placer, ¿eh?
—Exacto. ¿Estás hablando por teléfono mientras conduces, señorita Berry?—la reprendo.
Sé que Margo no tiene manos libres.
—Sí, será mejor que cuelgue. Nos vemos en casa. Y no olvides comentarles al Gran Gay y a Mercedes los planes del sábado.
—¿Qué planes?—pregunto antes de que cuelgue.
—Pillarnos un pedo, en el Baroque, a las ocho en punto.
Pillarnos un pedo. Sí, es un buen plan.
Salgo de la oficina a las seis con Kurt y Mercedes.
—¿Les apetece salir el sábado, chicos?
Kurt se detiene súbitamente y levanta las palmas de las manos con una expresión de absoluta sorpresa en su cara de niño.
—¡Dios mío, sí! A mediodía me he comprado una camisa de color coral maravillosa. ¡Es divina!
Mercedes ríe, le da una palmada en el culo y lo empuja hacia adelante.
—¿Adónde vamos?—pregunta.
—Al Baroque, a las ocho—contesto—Y ya veremos qué nos depara la noche.
—¡Me apunto!—canturrea Mercedes—Pero nada de ligues gays, Kurt. Me toca follar a mí—gruñe.
Kurt frunce el ceño.
—¿Y yo qué?
—Tú ya has tenido bastante. Es mi turno—le espeta—Además, ¿qué ha sido del científico?
—Lo cierto es que la ciencia es muuuy aburrida—refunfuña.
Nos despedimos en el metro de Green Park. Cojo la línea Jubilee hacia la Central. Mercedes y Kurt cogen la de Piccadilly.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
santana parece medium creo que lo sabe todo!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Asi que Santana no la va a llamar mas? Brittany es una rompecorazones$-$
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:santana parece medium creo que lo sabe todo!
Hola, jajajajajaa ella cree saberlo todo ajajajaj, es muy confiada no¿? ajajajajajajaj. Saludos =D
Susii escribió:Asi que Santana no la va a llamar mas? Brittany es una rompecorazones$-$
Hola, mmm no¿? ajajajajajajaj obvio como no¿? ajajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 17
Capitulo 17
—Buenos días.
Sé que mi voz destila tristeza, pero estoy haciendo todo lo posible por evitarlo. Kurt levanta la vista de su copia de la Interiors Weekly y se baja las gafas hasta la punta de la nariz.
—Querida, ¿a qué viene esa cara tan larga?—pregunta. No tengo energías ni para fingir una sonrisa. Me dejo caer en la silla y Kurt se acerca corriendo a mi mesa, en un nanosegundo—Mira, esto te animará.
Me enseña una página de la revista que está leyendo y ahí, sentada como si tal cosa en el diván de terciopelo del Lusso, aparezco yo.
—Genial—suspiro.
Ni siquiera me molesto en leerlo. Tengo que borrar de mi mente todo lo relacionado con ese edificio.
—¿Mal de amores?
Me mira con compasión.
No, no es eso. Para eso hace falta que haya amor. Me enfurruño. Sabía que sería la última vez que la veía. Cuando se marchó, supe que no volvería a verla. No he estado mirando el teléfono cada diez minutos, no he estado dándole vueltas al asunto todo el rato y no estoy jugueteando con mi pelo mientras pienso esto.
Admito a regañadientes... que la echo mucho de menos.
Qué ridículo.
¡Sólo era un polvo de despecho!
—Estoy bien—digo, y reúno las fuerzas necesarias para esbozar una sonrisa—Es viernes, estoy deseando pillarme un pedo mañana por la noche. Necesito una noche de fiesta.
—¿De verdad vamos a pillarnos un pedo? ¡Fabuloso!
Desvío la atención hacia la entrada de la oficina cuando oigo la voz aguda de Mercedes.
—¡Ma-dre mí-a! No van a creer lo que acabo de ver.
Está a punto de desmayarse. Kurt y yo la miramos perplejos.
—¿Qué?—preguntamos al unísono.
—Estaba en Starbucks esperando mi capuchino doble con extra de chocolate, y de repente entra una tía... Me suena de algo, pero no sé de qué. Una tía que está como un tren. Pero bueno, estaba ahí de pie, a lo suyo, y de repente ha llegado una mujer pavoneándose y le ha tirado un frappuccino por encima—hace una pausa para respirar—La mujer empieza a gritarle a la otra, a decirle que es una estúpida egoísta y mentirosa, y se larga y la deja ahí, empapada de café helado y nata. Ha sido súper-fuerte.
Me siento y contemplo a Mercedes mientras recupera el aliento después de narrar casi sin respirar los sucesos del viernes por la mañana en Starbucks. Cuando voy yo nunca pasa nada.
—Parece que alguien ha sido una chica mala—sonríe Kurt con malicia—¿Cómo estaba de buena?
Pongo los ojos en blanco. Sin duda Kurt es un cottilla. Mercedes levanta las manos con las palmas hacia adelante.
—De portada de revista.
—¿En serio?—dice Kurt mientras se quita las gafas—¿Sigue ahí?
Ella hace una mueca con su preciosa cara.
—No.
Esto es absurdo. Will irrumpe a toda prisa en la oficina.
—Chicos, ¿hoy se trabaja o el viernes es día festivo?
Pasa a nuestro lado a toda velocidad en dirección a su despacho y cierra la puerta a sus espaldas.
—Venga, vamos a trabajar un poco, ¿no?
Los echo de mi mesa con un gesto de la mano.
—Ah, se me olvidaba—dice Kurt tras dar media vuelta—Flanagan ha llamado para decir que vuelve a Londres el lunes. Va a mandarte las especificaciones por correo electrónico y de momento nos ha enviado esto. ¿Está bueno?
Arquea una ceja de manera sugerente y me entrega un sobre. Es el gay más zorrón que he visto en mi vida, pero voy a complacerlo.
—Mucho—digo abriendo mucho los ojos para darle énfasis a mis palabras.
Cojo los planos que me ofrece. Me mira con recelo.
—¿Por qué siempre te dan a ti los clientes más sexy?—se marcha hacia su mesa—¿Qué no daría yo porque un adonis entrara aquí y me aupara sobre su hombro.
Me apeno al escuchar el comentario de Kurt respecto a la escenita de Santana la última vez que la vi y saco el teléfono del bolso justo cuando empieza a sonar. No es más que un recordatorio del calendario. Mi cita en la peluquería, mañana por la tarde. Se me había olvidado. Al menos eso me anima un poco. Estaré bien guapa para nuestra gran noche de fiesta. Perfecto.
Reviso montones de presupuestos, fechas de entrega y requisitos de promotores antes de llamar a mis clientes actuales para comprobar que todo va bien. Y así es, excepto por el drama de las cortinas de la señora Peter.
Recibo un correo de Rory. Lo leo rápidamente y decido estudiarlo con más detenimiento el lunes.
Tina se acerca a toda prisa a mi mesa con una entrega.
—Eh... Creo que esto es para ti, Britt—se mueve de un lado a otro con una caja en la mano—¿Lo quieres?
¿Qué?
Sí, lo quiero.
Si es una entrega para mí, claro que lo quiero. Esta chica tiene un problema de seguridad. Le cojo la caja de las manos.
—Gracias, Tina. ¿Puedes hacerle un café a Will?
—No sabía que quisiera uno.
Su expresión de pánico hace que me den ganas de hacerle yo a ella un café.
—Es que parece que está algo bajo de moral. Vamos a mimarlo un poco.
—¿Está bien? No estará enfermo, ¿verdad?
—No, pero creo que le vendrá bien un café—insisto mientras lucho con todas mis fuerzas por no perder la paciencia.
—Claro.
Se marcha corriendo. Su falda de cuadros se agita alrededor de sus zapatos de salón. No sabría decir qué edad tiene. Parece rondar los cuarenta, pero algo me dice que debe de tener mi edad.
Abro la caja y veo todas las muestras de tela que había pedido para la Torre Vida. La meto debajo de la mesa. Ya les echaré un vistazo también el lunes.
Cerca de las seis de la tarde, asomo la cabeza por la puerta de Will. No tiene buen aspecto.
—Will, me voy ya. ¿Estás bien?
Aparta la vista del ordenador y sonríe, pero sus ojos no brillan como de costumbre.
—Sólo estoy un poco pachucho, flor.
—Deberías irte a casa—digo preocupada.
—Sí, creo que eso es lo que voy a hacer—levanta su corpachón de la silla y apaga el ordenador—Esa dichosa mujer me ha dado de comer algo en mal estado—masculla mientras coge su maletín.
—Lo he apagado todo. Sólo tienes que poner la alarma.
—Estupendo. Que pases un buen fin de semana, flor. Nos vemos el lunes.
Se pasa el dorso de la mano por la frente sudorosa. Algo no va bien.
—De acuerdo, nos vemos el lunes.
Estoy en mi dormitorio, lista para irme. Tengo el pelo perfecto. Llevo unas ondas grandes y naturales cortesía de Philippe, mi peluquero, y un vestido nuevo de Selfridges que compré por impulso para sentirme mejor, aunque me queda genial. Es negro, corto y muy entallado. Me he maquillado los ojos con un negro ahumado muy marcado y he escogido un tono nude para los labios. La verdad es que estoy bastante sexy.
Entro en la cocina y veo a Rachel asomada a la ventana, fumándose un cigarrillo a escondidas.
¿En qué estará pensando ahora?
Está tan mona como siempre, con un vestido de color crema con la espalda descubierta.
—¡Madre mía!—exclama—Estás impresionante—baja de un salto de la encimera y mete los pies en los tacones dorados—¿Es lo bastante corto?
Enarco una ceja e inspecciono su vestido.
—Puta...
Ella ríe con ese gorjeo desenfadado que siempre me saca una sonrisa.
—Toma—me pasa una copa de vino. Se la agradezco y prácticamente me la bebo de un trago. Me hacía mucha falta—Ya está aquí el taxi.
Dejo la copa vacía a un lado y sigo a Rachel hasta el taxi. Estoy deseando que llegue esta noche para recuperarme, pero paso por alto el hecho de que pretendo recuperarme de unos cuantos encuentros apasionados con una mujer apasionada, no de la ruptura de mi relación de cuatro años con Elaine. Es curioso. La verdad es que en ningún momento sentí la necesidad de salir y ponerme hasta las orejas de alcohol cuando ella y yo lo dejamos.
Entramos en el Baroque y de inmediato veo a Kurt y a Mercedes en la barra.
—¡Madre mía!—exclama Kurt mirándome de arriba abajo—¡Britt, estás de muerte!
—Estás estupenda, Britt—añade Mercedes.
Sólo es un vestido.
—Gracias—digo, y me encojo de hombros para quitarle importancia.
—¿Qué quieres tomar?—pregunta Rachel.
Ya me he tomado una copa de vino, así que supongo que debería seguir con lo mismo. Dije que esta noche iba a beber.
—Un rosado, pero que sea Zinfandel, por favor.
Rachel pide las bebidas y nos dirigimos a una mesa cerca del DJ. Kurt viste su nueva camisa de color coral y unos vaqueros demasiado apretados. Sólo le falta tatuarse la palabra «gay» en la frente. Mercedes está tan guapa como siempre. Todo el mundo se ha arreglado mucho para esta noche, incluida yo.
¿Por qué será?
Conforme el vino va entrando en mi cuerpo, mis preocupaciones comienzan a disiparse. Reímos y charlamos, y empiezo a sentirme normal otra vez.
Me siento libre y me gusta.
Mi mamá siempre dice: «El alcohol te suelta la lengua, y quien mucho habla mucho yerra.» Acabo de descubrir que tiene razón, porque estoy totalmente desinhibida y he puesto a todo el mundo al día sobre los últimos acontecimientos. Teniendo en cuenta que quería olvidarme de todo, me estoy esforzando mucho por aferrarme a los recuerdos. Kurt está entusiasmado con todo el sexo de despecho que he tenido.
—¿Así que se largó y no la has visto desde entonces?—pregunta afectado.
—Eso no mola nada—interviene Mercedes.
Rachel pone los ojos en blanco y mira a los dos como si fueran tontos de remate.
—Pero ¿es que no lo ven?—resopla enfurruñada.
Kurt y Mercedes se contemplan el uno a la otra, y después a mí. Yo me encojo de hombros.
¿Qué no vemos?
Rachel niega con la cabeza.
—Parecen idiotas. Es muy simple... ella la quiere. Ninguna persona se comporta así por un polvo. Ya te lo dije, Britt.
—Entonces ¿por qué ha desaparecido?
Mercedes se inclina hacia adelante, totalmente fascinada por la explicación de Rachel al comportamiento de Santana.
—¡No lo sé! Pero creo que es eso. He visto la química que había entre ustedes. Y era una pasada.
Rachel se deja caer en su silla alta, totalmente exasperada. Yo me echo a reír. No sé si es porque he tomado demasiado vino, pero ha sido... gracioso.
—Da igual. Sólo era un polvo y ya está.
Mi explicación no parece satisfacerlos, porque todos continúan contemplándome con cara de incredulidad. Creo que ni siquiera a mí me convence, pero han pasado cuatro días y he logrado resistir la insoportable tentación de llamarla. Además, ella tampoco me ha llamado ni ha vuelto a concertar una cita, así que eso lo dice todo.
Voy a pasar página.
Sólo estoy tremendamente cabreada conmigo misma por ceder ante su persistencia, lo que lo situaba en posición de dejarme, cosa que ha hecho.
—Oye, ¿podemos cambiar de tema?—les suelto—He salido a divertirme, no a analizar los detalles de mi polvo de despecho.
Kurt remueve su piña colada.
—¿Sabes qué? Todo sucede por una razón.
—¡Venga ya! ¡No empieces con todas esas chorradas!—lo reprende Rachel.
—Pero es verdad. Creo firmemente en ello. Tu polvo de despecho es un escalón que te lleva hacia el amor de tu vida.
Me guiña un ojo.
—Y Elaine fue un peldaño que duró cuatro años—señala Rachel.
—¡Por los peldaños!—exclama Kurt.
Rachel se une al brindis.
—¡Y por los chupitos!
Apuro el vino y levanto la copa.
—¡Sí! ¡Por los chupitos!—grita Kurt, y se marcha bailando hacia la barra.
Nos tambaleamos por la calle hasta nuestro siguiente destino: el Blue Bar. Los porteros nos dejan entrar, aunque uno de ellos mira la camisa de Kurt con recelo.
Kurt y Mercedes salen corriendo hacia la pista de baile en cuanto oyen a Flo Rida y a Sia cantando Wild Ones, y Rachel y yo nos quedamos pidiendo las bebidas. Pido una ronda, cojo los vasos de Kurt y Mercedes y los dejo en el estante que me señalan. Les encanta bailar, así que puede que tarden un rato.
Cuando vuelvo con Rachel a la barra, me la encuentro hablando con una tipa. No la conoce. Lo sé porque ha activado todos sus mecanismos de flirteo. Cuando me acerco, levanta la voz para que la oiga por encima de la música.
—Brittany, ésta es Megan.
Yo sonrío y le doy la mano. Parece bastante normal.
—Hola, encantada.
—Lo mismo digo. Ésta es mi amiga, Alex—dice, y señala a una chica mona de pelo oscuro que está a su lado.
—¡Hola!—grito.
Ella sonríe con seguridad.
—Te invito a una copa.
—No, gracias, acabo de pedir una.
Regla número uno: no aceptar jamás copas de un extraño. Sam me lo enseñó en cuanto empecé a salir.
—Como quieras—responde encogiéndose de hombros.
Rachel y Megan se apartan de nosotras y nos dejan solas para que charlemos. La verdad es que no me apetece. He salido para olvidarme de posibles parejas en general. Y ahora me colocan a una.
—¿A qué te dedicas?—me pregunta Alex.
—Al diseño de interiores, ¿y tú?
—Soy una agente inmobiliaria.
Me lamento por dentro. Tengo aversión a los agentes inmobiliarios, suelen ser comerciales engreídos y con un ego excesivo. Y Alex tiene todas esas características, además de hablar con una petulancia insoportable.
—Qué bien—digo.
Ha perdido todo mi interés, aunque no es que haya tenido mucho en ningún momento.
—Sí, hoy me he ganado un extra considerable. Soy capaz de venderte hasta un cagadero. Vivo de lujo y en Londres, es una pasada—Joder, menuda tonta—¿Quieres que salgamos un día?
¡NO!
—Gracias, pero tengo pareja.
Menos mal que esta payasa no nos conoce ni a mí ni a mis manías. Me estoy tocando el pelo sin parar.
—¿Segura?—pregunta, y se acerca y me acaricia el brazo.
Yo me aparto y planeo la huida.
—Segura.
Sonrío dulcemente y busco a Rachel con la mirada. En lo que tardo en llevarme la copa a los labios, doña Petulante desaparece de mi vista.
Me lleva dos segundos entender lo que está pasando ante mis ojos pero, cuando lo hago, me quedo horrorizada.
Santana ha agarrado a Petulante del cuello y la ha estampado contra una columna.
Sé que mi voz destila tristeza, pero estoy haciendo todo lo posible por evitarlo. Kurt levanta la vista de su copia de la Interiors Weekly y se baja las gafas hasta la punta de la nariz.
—Querida, ¿a qué viene esa cara tan larga?—pregunta. No tengo energías ni para fingir una sonrisa. Me dejo caer en la silla y Kurt se acerca corriendo a mi mesa, en un nanosegundo—Mira, esto te animará.
Me enseña una página de la revista que está leyendo y ahí, sentada como si tal cosa en el diván de terciopelo del Lusso, aparezco yo.
—Genial—suspiro.
Ni siquiera me molesto en leerlo. Tengo que borrar de mi mente todo lo relacionado con ese edificio.
—¿Mal de amores?
Me mira con compasión.
No, no es eso. Para eso hace falta que haya amor. Me enfurruño. Sabía que sería la última vez que la veía. Cuando se marchó, supe que no volvería a verla. No he estado mirando el teléfono cada diez minutos, no he estado dándole vueltas al asunto todo el rato y no estoy jugueteando con mi pelo mientras pienso esto.
Admito a regañadientes... que la echo mucho de menos.
Qué ridículo.
¡Sólo era un polvo de despecho!
—Estoy bien—digo, y reúno las fuerzas necesarias para esbozar una sonrisa—Es viernes, estoy deseando pillarme un pedo mañana por la noche. Necesito una noche de fiesta.
—¿De verdad vamos a pillarnos un pedo? ¡Fabuloso!
Desvío la atención hacia la entrada de la oficina cuando oigo la voz aguda de Mercedes.
—¡Ma-dre mí-a! No van a creer lo que acabo de ver.
Está a punto de desmayarse. Kurt y yo la miramos perplejos.
—¿Qué?—preguntamos al unísono.
—Estaba en Starbucks esperando mi capuchino doble con extra de chocolate, y de repente entra una tía... Me suena de algo, pero no sé de qué. Una tía que está como un tren. Pero bueno, estaba ahí de pie, a lo suyo, y de repente ha llegado una mujer pavoneándose y le ha tirado un frappuccino por encima—hace una pausa para respirar—La mujer empieza a gritarle a la otra, a decirle que es una estúpida egoísta y mentirosa, y se larga y la deja ahí, empapada de café helado y nata. Ha sido súper-fuerte.
Me siento y contemplo a Mercedes mientras recupera el aliento después de narrar casi sin respirar los sucesos del viernes por la mañana en Starbucks. Cuando voy yo nunca pasa nada.
—Parece que alguien ha sido una chica mala—sonríe Kurt con malicia—¿Cómo estaba de buena?
Pongo los ojos en blanco. Sin duda Kurt es un cottilla. Mercedes levanta las manos con las palmas hacia adelante.
—De portada de revista.
—¿En serio?—dice Kurt mientras se quita las gafas—¿Sigue ahí?
Ella hace una mueca con su preciosa cara.
—No.
Esto es absurdo. Will irrumpe a toda prisa en la oficina.
—Chicos, ¿hoy se trabaja o el viernes es día festivo?
Pasa a nuestro lado a toda velocidad en dirección a su despacho y cierra la puerta a sus espaldas.
—Venga, vamos a trabajar un poco, ¿no?
Los echo de mi mesa con un gesto de la mano.
—Ah, se me olvidaba—dice Kurt tras dar media vuelta—Flanagan ha llamado para decir que vuelve a Londres el lunes. Va a mandarte las especificaciones por correo electrónico y de momento nos ha enviado esto. ¿Está bueno?
Arquea una ceja de manera sugerente y me entrega un sobre. Es el gay más zorrón que he visto en mi vida, pero voy a complacerlo.
—Mucho—digo abriendo mucho los ojos para darle énfasis a mis palabras.
Cojo los planos que me ofrece. Me mira con recelo.
—¿Por qué siempre te dan a ti los clientes más sexy?—se marcha hacia su mesa—¿Qué no daría yo porque un adonis entrara aquí y me aupara sobre su hombro.
Me apeno al escuchar el comentario de Kurt respecto a la escenita de Santana la última vez que la vi y saco el teléfono del bolso justo cuando empieza a sonar. No es más que un recordatorio del calendario. Mi cita en la peluquería, mañana por la tarde. Se me había olvidado. Al menos eso me anima un poco. Estaré bien guapa para nuestra gran noche de fiesta. Perfecto.
Reviso montones de presupuestos, fechas de entrega y requisitos de promotores antes de llamar a mis clientes actuales para comprobar que todo va bien. Y así es, excepto por el drama de las cortinas de la señora Peter.
Recibo un correo de Rory. Lo leo rápidamente y decido estudiarlo con más detenimiento el lunes.
Tina se acerca a toda prisa a mi mesa con una entrega.
—Eh... Creo que esto es para ti, Britt—se mueve de un lado a otro con una caja en la mano—¿Lo quieres?
¿Qué?
Sí, lo quiero.
Si es una entrega para mí, claro que lo quiero. Esta chica tiene un problema de seguridad. Le cojo la caja de las manos.
—Gracias, Tina. ¿Puedes hacerle un café a Will?
—No sabía que quisiera uno.
Su expresión de pánico hace que me den ganas de hacerle yo a ella un café.
—Es que parece que está algo bajo de moral. Vamos a mimarlo un poco.
—¿Está bien? No estará enfermo, ¿verdad?
—No, pero creo que le vendrá bien un café—insisto mientras lucho con todas mis fuerzas por no perder la paciencia.
—Claro.
Se marcha corriendo. Su falda de cuadros se agita alrededor de sus zapatos de salón. No sabría decir qué edad tiene. Parece rondar los cuarenta, pero algo me dice que debe de tener mi edad.
Abro la caja y veo todas las muestras de tela que había pedido para la Torre Vida. La meto debajo de la mesa. Ya les echaré un vistazo también el lunes.
Cerca de las seis de la tarde, asomo la cabeza por la puerta de Will. No tiene buen aspecto.
—Will, me voy ya. ¿Estás bien?
Aparta la vista del ordenador y sonríe, pero sus ojos no brillan como de costumbre.
—Sólo estoy un poco pachucho, flor.
—Deberías irte a casa—digo preocupada.
—Sí, creo que eso es lo que voy a hacer—levanta su corpachón de la silla y apaga el ordenador—Esa dichosa mujer me ha dado de comer algo en mal estado—masculla mientras coge su maletín.
—Lo he apagado todo. Sólo tienes que poner la alarma.
—Estupendo. Que pases un buen fin de semana, flor. Nos vemos el lunes.
Se pasa el dorso de la mano por la frente sudorosa. Algo no va bien.
—De acuerdo, nos vemos el lunes.
Estoy en mi dormitorio, lista para irme. Tengo el pelo perfecto. Llevo unas ondas grandes y naturales cortesía de Philippe, mi peluquero, y un vestido nuevo de Selfridges que compré por impulso para sentirme mejor, aunque me queda genial. Es negro, corto y muy entallado. Me he maquillado los ojos con un negro ahumado muy marcado y he escogido un tono nude para los labios. La verdad es que estoy bastante sexy.
Entro en la cocina y veo a Rachel asomada a la ventana, fumándose un cigarrillo a escondidas.
¿En qué estará pensando ahora?
Está tan mona como siempre, con un vestido de color crema con la espalda descubierta.
—¡Madre mía!—exclama—Estás impresionante—baja de un salto de la encimera y mete los pies en los tacones dorados—¿Es lo bastante corto?
Enarco una ceja e inspecciono su vestido.
—Puta...
Ella ríe con ese gorjeo desenfadado que siempre me saca una sonrisa.
—Toma—me pasa una copa de vino. Se la agradezco y prácticamente me la bebo de un trago. Me hacía mucha falta—Ya está aquí el taxi.
Dejo la copa vacía a un lado y sigo a Rachel hasta el taxi. Estoy deseando que llegue esta noche para recuperarme, pero paso por alto el hecho de que pretendo recuperarme de unos cuantos encuentros apasionados con una mujer apasionada, no de la ruptura de mi relación de cuatro años con Elaine. Es curioso. La verdad es que en ningún momento sentí la necesidad de salir y ponerme hasta las orejas de alcohol cuando ella y yo lo dejamos.
Entramos en el Baroque y de inmediato veo a Kurt y a Mercedes en la barra.
—¡Madre mía!—exclama Kurt mirándome de arriba abajo—¡Britt, estás de muerte!
—Estás estupenda, Britt—añade Mercedes.
Sólo es un vestido.
—Gracias—digo, y me encojo de hombros para quitarle importancia.
—¿Qué quieres tomar?—pregunta Rachel.
Ya me he tomado una copa de vino, así que supongo que debería seguir con lo mismo. Dije que esta noche iba a beber.
—Un rosado, pero que sea Zinfandel, por favor.
Rachel pide las bebidas y nos dirigimos a una mesa cerca del DJ. Kurt viste su nueva camisa de color coral y unos vaqueros demasiado apretados. Sólo le falta tatuarse la palabra «gay» en la frente. Mercedes está tan guapa como siempre. Todo el mundo se ha arreglado mucho para esta noche, incluida yo.
¿Por qué será?
Conforme el vino va entrando en mi cuerpo, mis preocupaciones comienzan a disiparse. Reímos y charlamos, y empiezo a sentirme normal otra vez.
Me siento libre y me gusta.
Mi mamá siempre dice: «El alcohol te suelta la lengua, y quien mucho habla mucho yerra.» Acabo de descubrir que tiene razón, porque estoy totalmente desinhibida y he puesto a todo el mundo al día sobre los últimos acontecimientos. Teniendo en cuenta que quería olvidarme de todo, me estoy esforzando mucho por aferrarme a los recuerdos. Kurt está entusiasmado con todo el sexo de despecho que he tenido.
—¿Así que se largó y no la has visto desde entonces?—pregunta afectado.
—Eso no mola nada—interviene Mercedes.
Rachel pone los ojos en blanco y mira a los dos como si fueran tontos de remate.
—Pero ¿es que no lo ven?—resopla enfurruñada.
Kurt y Mercedes se contemplan el uno a la otra, y después a mí. Yo me encojo de hombros.
¿Qué no vemos?
Rachel niega con la cabeza.
—Parecen idiotas. Es muy simple... ella la quiere. Ninguna persona se comporta así por un polvo. Ya te lo dije, Britt.
—Entonces ¿por qué ha desaparecido?
Mercedes se inclina hacia adelante, totalmente fascinada por la explicación de Rachel al comportamiento de Santana.
—¡No lo sé! Pero creo que es eso. He visto la química que había entre ustedes. Y era una pasada.
Rachel se deja caer en su silla alta, totalmente exasperada. Yo me echo a reír. No sé si es porque he tomado demasiado vino, pero ha sido... gracioso.
—Da igual. Sólo era un polvo y ya está.
Mi explicación no parece satisfacerlos, porque todos continúan contemplándome con cara de incredulidad. Creo que ni siquiera a mí me convence, pero han pasado cuatro días y he logrado resistir la insoportable tentación de llamarla. Además, ella tampoco me ha llamado ni ha vuelto a concertar una cita, así que eso lo dice todo.
Voy a pasar página.
Sólo estoy tremendamente cabreada conmigo misma por ceder ante su persistencia, lo que lo situaba en posición de dejarme, cosa que ha hecho.
—Oye, ¿podemos cambiar de tema?—les suelto—He salido a divertirme, no a analizar los detalles de mi polvo de despecho.
Kurt remueve su piña colada.
—¿Sabes qué? Todo sucede por una razón.
—¡Venga ya! ¡No empieces con todas esas chorradas!—lo reprende Rachel.
—Pero es verdad. Creo firmemente en ello. Tu polvo de despecho es un escalón que te lleva hacia el amor de tu vida.
Me guiña un ojo.
—Y Elaine fue un peldaño que duró cuatro años—señala Rachel.
—¡Por los peldaños!—exclama Kurt.
Rachel se une al brindis.
—¡Y por los chupitos!
Apuro el vino y levanto la copa.
—¡Sí! ¡Por los chupitos!—grita Kurt, y se marcha bailando hacia la barra.
Nos tambaleamos por la calle hasta nuestro siguiente destino: el Blue Bar. Los porteros nos dejan entrar, aunque uno de ellos mira la camisa de Kurt con recelo.
Kurt y Mercedes salen corriendo hacia la pista de baile en cuanto oyen a Flo Rida y a Sia cantando Wild Ones, y Rachel y yo nos quedamos pidiendo las bebidas. Pido una ronda, cojo los vasos de Kurt y Mercedes y los dejo en el estante que me señalan. Les encanta bailar, así que puede que tarden un rato.
Cuando vuelvo con Rachel a la barra, me la encuentro hablando con una tipa. No la conoce. Lo sé porque ha activado todos sus mecanismos de flirteo. Cuando me acerco, levanta la voz para que la oiga por encima de la música.
—Brittany, ésta es Megan.
Yo sonrío y le doy la mano. Parece bastante normal.
—Hola, encantada.
—Lo mismo digo. Ésta es mi amiga, Alex—dice, y señala a una chica mona de pelo oscuro que está a su lado.
—¡Hola!—grito.
Ella sonríe con seguridad.
—Te invito a una copa.
—No, gracias, acabo de pedir una.
Regla número uno: no aceptar jamás copas de un extraño. Sam me lo enseñó en cuanto empecé a salir.
—Como quieras—responde encogiéndose de hombros.
Rachel y Megan se apartan de nosotras y nos dejan solas para que charlemos. La verdad es que no me apetece. He salido para olvidarme de posibles parejas en general. Y ahora me colocan a una.
—¿A qué te dedicas?—me pregunta Alex.
—Al diseño de interiores, ¿y tú?
—Soy una agente inmobiliaria.
Me lamento por dentro. Tengo aversión a los agentes inmobiliarios, suelen ser comerciales engreídos y con un ego excesivo. Y Alex tiene todas esas características, además de hablar con una petulancia insoportable.
—Qué bien—digo.
Ha perdido todo mi interés, aunque no es que haya tenido mucho en ningún momento.
—Sí, hoy me he ganado un extra considerable. Soy capaz de venderte hasta un cagadero. Vivo de lujo y en Londres, es una pasada—Joder, menuda tonta—¿Quieres que salgamos un día?
¡NO!
—Gracias, pero tengo pareja.
Menos mal que esta payasa no nos conoce ni a mí ni a mis manías. Me estoy tocando el pelo sin parar.
—¿Segura?—pregunta, y se acerca y me acaricia el brazo.
Yo me aparto y planeo la huida.
—Segura.
Sonrío dulcemente y busco a Rachel con la mirada. En lo que tardo en llevarme la copa a los labios, doña Petulante desaparece de mi vista.
Me lleva dos segundos entender lo que está pasando ante mis ojos pero, cuando lo hago, me quedo horrorizada.
Santana ha agarrado a Petulante del cuello y la ha estampado contra una columna.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
oh joder!!! como lo dejas ahi:cc sdasdh Sabia que a Santana no le duraria tanto el enojo*-* no puede resistirse a Britt:3
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
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