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FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
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FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Prólogo
Brittany Pierce es una joven decoradora que conoce a su cliente Santana López, una mujer muy atractiva, de descendencia latina, rica, que sabe lo que quiere y que es el reflejo del éxito.
Brittany intenta luchar contra la atracción que siente por ella sin poder controlar el arrollador deseo que Santana le hace sentir.
Santana sabe que quiere ha Brittany y hará todo lo que esté en su mano para conseguirla.
“TRES…sé que ella no me conviene. DOS…mi instinto me grita que salga corriendo. UNO…pero si sigue mirándome así… ¿Qué haré cuando llegue a cero? Indomable, controladora, autoritaria, implacable, dulce, provocadora…Es MI MUJER…”
Brittany intenta luchar contra la atracción que siente por ella sin poder controlar el arrollador deseo que Santana le hace sentir.
Santana sabe que quiere ha Brittany y hará todo lo que esté en su mano para conseguirla.
“TRES…sé que ella no me conviene. DOS…mi instinto me grita que salga corriendo. UNO…pero si sigue mirándome así… ¿Qué haré cuando llegue a cero? Indomable, controladora, autoritaria, implacable, dulce, provocadora…Es MI MUJER…”
Tres…
…Dos…
…Uno…
…Cero.
¡Disfruta!
…Dos…
…Uno…
…Cero.
¡Disfruta!
***************************************************************************************
Hola, bueno aquí traigo otra historia (adaptada), también son 3 libros, como en el caso pasado. La forma de actualizar sera igual que las adaptaciones pasadas! Gracias por leer, comentar y seguir mis adaptaciones! Saludos =D
PD: aquí mis anteriores historias (adaptadas todas):Wallbanger: https://gleelatino.forosactivos.net/t22310-resueltofanfic-brittanawallbanger-2-rustynailed-adaptada-final
El Affaire López: https://gleelatino.forosactivos.net/t22380-fanfic-brittana-el-affaire-lopez-4-algo-raro-y-preciso-adaptada-epilogo
A los 17: https://gleelatino.forosactivos.net/t22434-resueltofanfic-brittana-a-los-17-adaptada-cap-43-final
Tras el Telón de Pino: https://gleelatino.forosactivos.net/t22474-resueltofanfic-brittana-tras-el-telon-de-pino-adaptada-cap-36-final
Sin Condiciones: https://gleelatino.forosactivos.net/t22505-resueltofanfic-brittana-sin-condiciones-adaptada-cap-47-final
Blonde Girl: https://gleelatino.forosactivos.net/t22520-resueltofanfic-brittana-blonde-girl-adaptada-cap-epilogo#538737
Ajuste de Cuentas: https://gleelatino.forosactivos.net/t22532-resueltofanfic-brittana-ajuste-de-cuentas-adaptada-cap-12-fin#539420
Pídeme lo que Quíeras: https://gleelatino.forosactivos.net/t22535-resueltofanfic-brittana-pideme-lo-que-quieras-3-o-dejame-adaptada-epilogo#539712
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SE QUE ESTÁN SACANDO MIS ADAPTACIONES, POR "MI" PARTE Y "MIS" ADAPTACIONES NO ME MOLESTA, PERO AL MENOS NOMBREN AL FORO... SI SUBEN OTRO CAPITULO Y NO LO NOMBRAN, "EN CADA CAPITULO QUE SUBAN", VOY A BORRAR MIS ADAPTACIONES Y DENUNCIAR LA ADAPTACIÓN. Saludos =D
SE QUE ESTÁN SACANDO MIS ADAPTACIONES, POR "MI" PARTE Y "MIS" ADAPTACIONES NO ME MOLESTA, PERO AL MENOS NOMBREN AL FORO... SI SUBEN OTRO CAPITULO Y NO LO NOMBRAN, "EN CADA CAPITULO QUE SUBAN", VOY A BORRAR MIS ADAPTACIONES Y DENUNCIAR LA ADAPTACIÓN. Saludos =D
Última edición por 23l1 el Mar Abr 11, 2017 11:52 pm, editado 2 veces
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Kshsh genial, parece interesante, Brittany nunca se podra resistir a los encantos de López jsjsbndkbz siguelo!
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
tu si que sabes que adp elegir jajajaj
se ve interesante!!!!
nos vemos!!!
tu si que sabes que adp elegir jajajaj
se ve interesante!!!!
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Ya dije que te adoro por continuar las historias que nadie acaba??? No??
Bueno TE ADORO! XD
Es una adaptación genial *---*
Bueno TE ADORO! XD
Es una adaptación genial *---*
Elita- - Mensajes : 1247
Fecha de inscripción : 17/06/2012
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Otro.. Que bien ya quiero leer el primer capitulo
Saludos
Saludos
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Parece realmente Buenaaaaaaaaaaa, si que sabes elegir las adaptacioness
Sanny25- ---
- Mensajes : 580
Fecha de inscripción : 30/11/2014
Edad : 27
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Susii escribió:Kshsh genial, parece interesante, Brittany nunca se podra resistir a los encantos de López jsjsbndkbz siguelo!
Hola, jajaaj no, eso jamas pasara ajajajajajajaj. Saludos =D
3:) escribió:holap morra,...
tu si que sabes que adp elegir jajajaj
se ve interesante!!!!
nos vemos!!!
Hola lu, jajajaaj gracias, gracias! ajajajajaj. Saludos =D
Elita escribió:Ya dije que te adoro por continuar las historias que nadie acaba??? No??
Bueno TE ADORO! XD
Es una adaptación genial *---*
Hola, jajaajaj puede ser, esk es el efecto que causamos jajaajajajja. Saludos =D
Jane0_o escribió:Otro.. Que bien ya quiero leer el primer capitulo
Saludos
Hola, jajaaj bn, bn, aquí el primer cap! Saludos =D
Sanny25 escribió:Parece realmente Buenaaaaaaaaaaa, si que sabes elegir las adaptacioness
Hola, jajaajajaj gracias, esperemos que les guste! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 1
Capitulo 1
Rebusco entre las montañas y montañas de objetos esparcidos por el suelo de mi dormitorio. Voy a llegar tarde. El viernes, después de haber sido puntual toda la semana, voy a llegar tarde.
—¡Rachl!—grito desesperada. ¿Dónde rayos están? Salgo corriendo al descansillo y me inclino sobre la barandilla—¡ Rach!
Oigo el familiar sonido de una cuchara de madera que golpea los bordes de un cuenco de cerámica y Rachel aparece al final de la escalera. Me mira con expresión de cansancio. Es un mohín al que me he acostumbrado últimamente.
—¡Las llaves! ¿Has visto las llaves de mi coche?—pregunto a toda velocidad.
—Están en la mesita de café, donde las dejaste anoche.
Pone los ojos en blanco y ella y la masa para tartas vuelven a meterse en el taller. Cruzo el descansillo como una flecha y encuentro las llaves de mi coche bajo una pila de revistas del corazón.
—Otra vez jugando al escondite—murmuro para mí misma.
Cojo mi cinturón marrón tostado, los tacones y el portátil. Bajo la escalera y encuentro a Rachel en el taller echando cucharadas de masa en varios moldes.
—Tienes que ordenar tu habitación, Britt. Es un maldito desastre—protesta.
Sí, mi organización personal es chocante, sobre todo teniendo en cuenta que soy diseñadora de interiores y que me paso el día coordinando y organizando. Recojo el teléfono de la robusta mesa de madera y meto el dedo en la masa para tartas de Rachel.
—No puedo ser buena en todo.
—¡Fuera de aquí!—aparta mi mano con la cuchara de madera—Además, ¿para qué necesitas el coche?—me pregunta mientras se inclina para alisar la masa.
Mantiene la lengua apoyada sobre el labio inferior en un gesto de concentración.
—Tengo una primera reunión en Surrey Hills, una mansión en el campo.
Meto el cinturón por las trabillas de mi vestido azul marino con falda lápiz, los pies en los tacones marrón tostado y me miro en el espejo de pared.
—¿No ibas a limitarte a la ciudad?—pregunta detrás de mí.
Me atuso la melena larga y rubia unos segundos y la paso de un lado al otro, pero desisto y opto por recogérmela con unas horquillas. Mis ojos azules parecen cansados, les falta su chispa habitual. Sin duda es el resultado de tanto madrugar y trasnochar. Sólo hace un mes que me vine a vivir con Rachel, después de haber roto con Elaine. Nos estamos comportando como un par de universitarias. Mi hígado pide un descanso a gritos.
—Sí. El campo es territorio de Will, no sé por qué me han encargado esto a mí—me aplico brillo en los labios con un pincel, los junto y los despego con un chasquido—Servidora no es partidaria del estilo inglés antiguo y de hacer siempre lo apropiado—le doy a Rachel un beso en la mejilla—Esto va a dolerme, lo sé. ¡Te quiero!
—Ídem. Hasta luego—Rachel se ríe sin levantar la cara de su zona de trabajo.
—¡No olvides tus modales!
A pesar de que llego tarde, conduzco mi pequeño Mini hasta mi oficina en Bruton Street con el cuidado de siempre. Me acuerdo de por qué cojo el metro todos los días cuando tardo diez minutos en encontrar aparcamiento. Entro en la oficina como una exhalación y miro el reloj. Las ocho y cuarenta. Vale. Sólo llego diez minutos tarde, no es tan terrible como pensaba. Paso ante las mesas vacías de Kurt y de Mercedes de camino a la mía, y espío a Will en su despacho mientras me siento. Saco el portátil y veo que hay un paquete para mí.
—Buenos días, flor—el grave bramido de Will me saluda cuando se acomoda en el borde de mi mesa, que cruje, como siempre, bajo su peso—¿Qué tienes ahí?
—Buenos días. Es la nueva gama de Miller. ¿Te gusta?—acaricio la lujosa tela.
—Qué maravilla—finge interés—No dejes que Emma lo vea. Acabo de liquidar casi todos mis bienes para pagar los nuevos textiles de casa.
—Vaya—pongo cara comprensiva—¿Dónde está todo el mundo?
—Mercedes tiene el día libre y Kurt está en plena pesadilla con el señor y la señora Baines. Hoy sólo estamos tú, Tina y yo, flor—saca su peine del bolsillo interior y se lo pasa por el casquete plateado.
—A mediodía tengo una cita en La Mansión—le recuerdo. No puede haberlo olvidado. Se supone que las casas de campo son su territorio—¿Por qué yo, Will?
Tengo que preguntarlo. Nunca he trabajado en una finca rural y no estoy segura de poseer el toque necesario para lo antiguo y lo tradicional. Trabajo en Rococo Union desde hace cuatro años, y me dejaron bien claro que me contrataban para expandir el negocio hacia el sector más moderno. En Londres no paraban de construirse apartamentos de lujo, y Will y Kurt, especialistas en diseño tradicional, estaban perdidos. Cuando el negocio despegó y empezó a haber demasiado trabajo para mí sola, contrataron a Mercedes.
—Será porque preguntaron por ti, flor.
Se pone de pie y mi mesa vuelve a protestar con un crujido. Will hace caso omiso, pero yo esbozo una mueca de dolor. Tiene que perder peso o dejar de sentarse en mi mesa. No podrá soportarlo mucho más tiempo.
Entonces ¿preguntaron por mí?
¿Por qué iban a hacerlo?
En mi portafolio no hay nada relacionado con diseño tradicional, nada en absoluto. No puedo evitar pensar que esto es una total pérdida de tiempo. Deberían ir Will o Kurt.
—Ah, la inauguración del Lusso—Will se guarda el peine—La promotora está tirando la casa por la ventana para la fiesta en el ático. Has hecho un trabajo asombroso, Britt.
Las cejas de Will asienten junto con su cabeza. Me sonrojo.
—Gracias.
Estoy más que orgullosa de mí misma y de mi trabajo en el Lusso, es el mayor logro de mi corta carrera. Está situado en los muelles de Santa Catalina, y los precios van desde los tres millones por un apartamento básico hasta los diez por el ático. Es el mundo de los superricos. Las especificaciones del diseño son justo lo que el nombre sugiere: lujo italiano. Busqué todos los materiales, los muebles y las obras de arte en Italia y disfruté de una semana ahí organizando las fechas de embarque. El viernes que viene es la fiesta de inauguración, pero sé que ya han vendido el ático y seis apartamentos, así que la fiesta es más bien para presumir.
—He despejado mi agenda para poder dar los últimos retoques en cuanto los de la limpieza hayan terminado.
Paso las páginas de la agenda hasta la del viernes siguiente y vuelvo a garabatear en ella.
—Buena chica. Le he dicho a Mercedes que esté ahí a las cinco. Es su primera inauguración, así que tendrás que explicarle de qué va. Yo llegaré a las siete, con Kurt.
—De acuerdo.
Will regresa a su despacho y yo abro mi correo electrónico. Leo los mensajes por encima, y los voy borrando o respondiendo. A las once en punto guardo el portátil y asomo la cabeza por la puerta del despacho de Will. Está absorto en algo con el ordenador.
—Me voy—le digo, pero se limita a mover la mano indicando que me ha oído. Cruzo la oficina y veo a Tina peleándose con la fotocopiadora—Hasta luego, Tina.
—Adiós, Britt—me responde, pero está demasiado ocupada sacando el papel atascado como para mirarme.
La chica es un desastre.
Salgo a la luz del sol de mayo y camino hacia mi coche. Los viernes a media mañana el tráfico es una pesadilla pero, en cuanto salgo de la ciudad, la carretera está bastante despejada. Llevo la capota bajada, Adele me hace compañía y es viernes. Un pequeño paseo en coche por el campo es una bonita forma de terminar la semana laboral. El GPS me dice que salga de la carretera principal y me meta por un camino angosto, donde me encuentro ante las puertas más enormes que haya visto jamás. En una placa de oro de uno de los pilares se lee: «La Mansión.»
¡Madre mía!
Me quito las gafas de sol y miro más allá de las puertas, hacia el camino de grava que parece prolongarse a lo largo de varios kilómetros. No hay ni rastro de la casa, sólo un sendero bordeado de árboles que no parece tener fin. Salgo del coche y camino hacia las puertas. Les doy una pequeña sacudida pero no ceden. Me quedo de pie un momento, preguntándome qué hacer.
—Tiene que apretar el botón del portero automático.
Casi doy un salto del susto cuando la vibración de una voz grave me llega de ninguna parte y rompe el silencio del campo. Miro a mí alrededor, pero no hay duda de que estoy sola.
—¿Hola?
—Aquí.
Doy un giro de trescientos sesenta grados y veo el portero automático un poco más atrás, en el sendero angosto. Lo he pasado de largo cuando iba conduciendo. Corro hacia él, aprieto el botón y me presento:
—Brittany Pierce, de Rococo Union.
—Lo sé.
¿Lo sabe?
¿Y cómo?
Echo un vistazo en torno a mí y veo una cámara instalada en la puerta; luego, el chirrido del metal rompe la paz del entorno rural. Las puertas comienzan a abrirse.
—Dame un respiro—murmuro mientras corro hacia mi coche.
Salto al interior del Mini y avanzo lentamente hacia las puertas sin dejar de preguntarme cómo voy a sacarle la copa de oporto y el puro que, claramente, ese cretino tiene metidos por el culo. Cada minuto que pasa me apetece menos la cita. La gente pija de campo y sus mansiones de pijos de campo no son mi especialidad.
Una vez las puertas se abren del todo, las cruzo y continúo por el sendero de grava bordeado de árboles que parece no tener fin. Los olmos adultos a ambos lados del camino, a intervalos regulares y equidistantes, dan la impresión de haber sido colocados estratégicamente para ocultar lo que hay detrás.
Tras unos dos kilómetros de conducción a la sombra, entro en un patio perfectamente circular. Me quito las gafas y admiro boquiabierta la enorme casa que se yergue en el centro que reclama toda la atención. Es espléndida, pero ahora siento todavía más aprensión. Cada minuto que pasa me entusiasma menos esta reunión. Las puertas negras —con adornos de oro pulido— están flanqueadas por cuatro miradores gigantes protegidos por pilares tallados en piedra. La estructura de la mansión está formada por bloques gigantes de piedra caliza, y unos frondosos laureles cubren la fachada. La fuente del centro del patio suelta chorros de agua iluminada y le pone la guinda al pastel. Es todo muy imponente.
Me detengo, paro el motor y me peleo con el seguro de la puerta para salir del coche. De pie y agarrándome a la parte superior de la puerta del Mini, alzo la vista hacia el magnífico edificio e inmediatamente pienso que tiene que haber un error. Todo el lugar está en muy buen estado. El césped está más verde que el verde, el exterior de la casa tiene aspecto de recibir una limpieza diaria y parece que hasta a la grava le pasan la aspiradora todos los días. A juzgar por el exterior, es imposible imaginar que el interior necesite trabajo alguno. Miro las decenas de ventanas correderas en voladizo y las lujosas cortinas que cuelgan de todas ellas. Me siento tentada a llamar a Will para comprobar que me ha dado la dirección correcta, pero en las puertas ponía La Mansión. Y es obvio que el cretino miserable del otro lado del portero automático me estaba esperando. Mientras sopeso el siguiente movimiento, las puertas se abren y aparece el hombre más grande que he visto en mi vida. Camina tranquilamente hacia lo alto de la escalera. Parpadeo al verlo y doy un pequeño paso atrás. Lleva un traje negro —seguro que hecho a medida, porque no tiene una talla normal—, camisa negra y corbata negra. Da la sensación de que le hayan sacado brillo a su cabeza afeitada y las gafas de sol le ocultan el rostro. Si hubiera podido hacerme una imagen mental de quién esperaba que saliera de detrás de aquellas puertas, seguro que nunca me lo habría imaginado así. El tío es una montaña, y sé que estoy aquí de pie mirándolo con la boca abierta y cara de tonta. De repente me preocupa haber acabado en una especie de centro de control de la mafia y busco en mi cerebro, intentando recordar si he metido la alarma antiviolación en el bolso nuevo.
—¿La señorita Pierce?—pregunta arrastrando las palabras.
Me encojo ante su presencia imponente y levanto la mano a modo de saludo nervioso.
—Hola—susurro.
Mi voz se tiñe del recelo que siento en realidad.
—Por aquí—dice con voz profunda y atronadora.
Hace un movimiento limpio con la cabeza, se da la vuelta y regresa al interior de la mansión. Pienso seriamente en largarme sin más, aunque mi lado atrevido y amante del peligro siente curiosidad por lo que hay al otro lado de las puertas.
Cojo el bolso, cierro la puerta del coche y busco mi alarma antiviolación mientras me dirijo hacia la casa, pero descubro que me la he dejado en el otro bolso. Sigo adelante de todos modos. Por pura curiosidad, subo los escalones y cruzo el umbral hasta llegar a un recibidor enorme. Observo con detenimiento el amplio espacio y de inmediato quedo impresionada por la grandiosa escalera curvada que ocupa el centro de la estancia y lleva al primer piso. Mis miedos se confirman: el lugar está inmaculado. La decoración es opulenta, lujosa, e intimida mucho. Los azules profundos, los grises topo con toques de dorado y la ebanistería original, junto con el suelo de parquet caoba oscuro, hacen que el lugar resulte impresionante y extravagante en extremo. Es justo como esperaba que fuera, y nada parecido al estilo de mis diseños. Pero, mirando a mí alrededor, cada vez entiendo menos qué hace ahí una diseñadora de interiores. Will me comentó que pidieron que viniera yo en persona, así que me había inclinado a pensar que querían modernizar el lugar, pero eso fue antes de haberle echado un vistazo al exterior y ahora al interior. La decoración encaja con la época de construcción. Está en perfecto estado.
¿Qué diablos hago yo aquí?
El grandullón gira a la derecha y tengo que seguirlo como puedo. Mis tacones marrón tostado resuenan contra el suelo de parquet mientras me conduce más allá de la escalera central, hacia la parte de atrás de La Mansión. Oigo el murmullo de una conversación y miro a mi derecha. Veo mucha gente sentada a varias mesas, comiendo, bebiendo y charlando. Hay camareros sirviendo comida y bebida y las voces inconfundibles de The Rat Pack ronronean de fondo. Frunzo el entrecejo, pero entonces lo pillo. Es un hotel, un hotel de campo pijo. El alivio me relaja ligeramente los hombros cuando llego a tal conclusión, pero eso sigue sin explicar qué hago yo aquí.
Pasamos por delante de unos baños y luego dejamos atrás un bar. Hay unos cuantos hombres sentados en los taburetes de la barra, contando chistes y metiéndose con una joven que, por lo que parece, ha vuelto de los servicios con un trozo de papel higiénico pegado en el tacón. Le da una palmada en el hombro al más bromista, y lo riñe medio en broma mientras todos se ríen juntos a carcajadas. Esto empieza a tener sentido.
Quiero decirle algo a la montaña que me hace de guía y me lleva sólo Dios sabe adónde, pero no ha vuelto la vista atrás ni una vez para comprobar que lo sigo. Aunque el taconeo de mis zapatos se lo confirma. No dice gran cosa y sospecho que no me contestaría ni aunque le hablara. Pasamos ante otras dos puertas cerradas. A juzgar por el tintineo de las ollas, imagino que dan a la cocina. Luego me lleva a un salón de verano: un espacio amplio, luminoso y espléndido, dividido en zonas de descanso individuales mediante la colocación de los sofás, los sillones y las mesas. Unas puertas dobles que van del suelo al techo completan el cuadro de la estancia. Desembocan en un patio de piedra arenisca de Yorkshire y una vasta zona de césped. Es verdaderamente impresionante. Trago saliva con dificultad cuando veo una estructura de cristal que alberga una piscina. Me estremezco al pensar en el precio por noche de una habitación. Tiene que ser de cinco estrellas, probablemente más. Dejamos atrás el salón de verano y el grandullón me conduce por un pasillo hasta detenerse ante una puerta de paneles de madera.
—El despacho de la señorita López—dice como un trueno, y llama a la puerta con una delicadeza sorprendente, dado su tamaño de mastodonte.
—¿La encargada?—pregunto.
—La dueña—responde, y abre la puerta y entra de una zancada—Pase.
Titubeo en el umbral y observo cómo el grandullón entra en la habitación que tengo delante. Al final, obligo a mis pies a ponerse en acción, a avanzar hacia la habitación, mientras miro con fijeza el lujoso despacho de la señorita López.
—¡Rachl!—grito desesperada. ¿Dónde rayos están? Salgo corriendo al descansillo y me inclino sobre la barandilla—¡ Rach!
Oigo el familiar sonido de una cuchara de madera que golpea los bordes de un cuenco de cerámica y Rachel aparece al final de la escalera. Me mira con expresión de cansancio. Es un mohín al que me he acostumbrado últimamente.
—¡Las llaves! ¿Has visto las llaves de mi coche?—pregunto a toda velocidad.
—Están en la mesita de café, donde las dejaste anoche.
Pone los ojos en blanco y ella y la masa para tartas vuelven a meterse en el taller. Cruzo el descansillo como una flecha y encuentro las llaves de mi coche bajo una pila de revistas del corazón.
—Otra vez jugando al escondite—murmuro para mí misma.
Cojo mi cinturón marrón tostado, los tacones y el portátil. Bajo la escalera y encuentro a Rachel en el taller echando cucharadas de masa en varios moldes.
—Tienes que ordenar tu habitación, Britt. Es un maldito desastre—protesta.
Sí, mi organización personal es chocante, sobre todo teniendo en cuenta que soy diseñadora de interiores y que me paso el día coordinando y organizando. Recojo el teléfono de la robusta mesa de madera y meto el dedo en la masa para tartas de Rachel.
—No puedo ser buena en todo.
—¡Fuera de aquí!—aparta mi mano con la cuchara de madera—Además, ¿para qué necesitas el coche?—me pregunta mientras se inclina para alisar la masa.
Mantiene la lengua apoyada sobre el labio inferior en un gesto de concentración.
—Tengo una primera reunión en Surrey Hills, una mansión en el campo.
Meto el cinturón por las trabillas de mi vestido azul marino con falda lápiz, los pies en los tacones marrón tostado y me miro en el espejo de pared.
—¿No ibas a limitarte a la ciudad?—pregunta detrás de mí.
Me atuso la melena larga y rubia unos segundos y la paso de un lado al otro, pero desisto y opto por recogérmela con unas horquillas. Mis ojos azules parecen cansados, les falta su chispa habitual. Sin duda es el resultado de tanto madrugar y trasnochar. Sólo hace un mes que me vine a vivir con Rachel, después de haber roto con Elaine. Nos estamos comportando como un par de universitarias. Mi hígado pide un descanso a gritos.
—Sí. El campo es territorio de Will, no sé por qué me han encargado esto a mí—me aplico brillo en los labios con un pincel, los junto y los despego con un chasquido—Servidora no es partidaria del estilo inglés antiguo y de hacer siempre lo apropiado—le doy a Rachel un beso en la mejilla—Esto va a dolerme, lo sé. ¡Te quiero!
—Ídem. Hasta luego—Rachel se ríe sin levantar la cara de su zona de trabajo.
—¡No olvides tus modales!
A pesar de que llego tarde, conduzco mi pequeño Mini hasta mi oficina en Bruton Street con el cuidado de siempre. Me acuerdo de por qué cojo el metro todos los días cuando tardo diez minutos en encontrar aparcamiento. Entro en la oficina como una exhalación y miro el reloj. Las ocho y cuarenta. Vale. Sólo llego diez minutos tarde, no es tan terrible como pensaba. Paso ante las mesas vacías de Kurt y de Mercedes de camino a la mía, y espío a Will en su despacho mientras me siento. Saco el portátil y veo que hay un paquete para mí.
—Buenos días, flor—el grave bramido de Will me saluda cuando se acomoda en el borde de mi mesa, que cruje, como siempre, bajo su peso—¿Qué tienes ahí?
—Buenos días. Es la nueva gama de Miller. ¿Te gusta?—acaricio la lujosa tela.
—Qué maravilla—finge interés—No dejes que Emma lo vea. Acabo de liquidar casi todos mis bienes para pagar los nuevos textiles de casa.
—Vaya—pongo cara comprensiva—¿Dónde está todo el mundo?
—Mercedes tiene el día libre y Kurt está en plena pesadilla con el señor y la señora Baines. Hoy sólo estamos tú, Tina y yo, flor—saca su peine del bolsillo interior y se lo pasa por el casquete plateado.
—A mediodía tengo una cita en La Mansión—le recuerdo. No puede haberlo olvidado. Se supone que las casas de campo son su territorio—¿Por qué yo, Will?
Tengo que preguntarlo. Nunca he trabajado en una finca rural y no estoy segura de poseer el toque necesario para lo antiguo y lo tradicional. Trabajo en Rococo Union desde hace cuatro años, y me dejaron bien claro que me contrataban para expandir el negocio hacia el sector más moderno. En Londres no paraban de construirse apartamentos de lujo, y Will y Kurt, especialistas en diseño tradicional, estaban perdidos. Cuando el negocio despegó y empezó a haber demasiado trabajo para mí sola, contrataron a Mercedes.
—Será porque preguntaron por ti, flor.
Se pone de pie y mi mesa vuelve a protestar con un crujido. Will hace caso omiso, pero yo esbozo una mueca de dolor. Tiene que perder peso o dejar de sentarse en mi mesa. No podrá soportarlo mucho más tiempo.
Entonces ¿preguntaron por mí?
¿Por qué iban a hacerlo?
En mi portafolio no hay nada relacionado con diseño tradicional, nada en absoluto. No puedo evitar pensar que esto es una total pérdida de tiempo. Deberían ir Will o Kurt.
—Ah, la inauguración del Lusso—Will se guarda el peine—La promotora está tirando la casa por la ventana para la fiesta en el ático. Has hecho un trabajo asombroso, Britt.
Las cejas de Will asienten junto con su cabeza. Me sonrojo.
—Gracias.
Estoy más que orgullosa de mí misma y de mi trabajo en el Lusso, es el mayor logro de mi corta carrera. Está situado en los muelles de Santa Catalina, y los precios van desde los tres millones por un apartamento básico hasta los diez por el ático. Es el mundo de los superricos. Las especificaciones del diseño son justo lo que el nombre sugiere: lujo italiano. Busqué todos los materiales, los muebles y las obras de arte en Italia y disfruté de una semana ahí organizando las fechas de embarque. El viernes que viene es la fiesta de inauguración, pero sé que ya han vendido el ático y seis apartamentos, así que la fiesta es más bien para presumir.
—He despejado mi agenda para poder dar los últimos retoques en cuanto los de la limpieza hayan terminado.
Paso las páginas de la agenda hasta la del viernes siguiente y vuelvo a garabatear en ella.
—Buena chica. Le he dicho a Mercedes que esté ahí a las cinco. Es su primera inauguración, así que tendrás que explicarle de qué va. Yo llegaré a las siete, con Kurt.
—De acuerdo.
Will regresa a su despacho y yo abro mi correo electrónico. Leo los mensajes por encima, y los voy borrando o respondiendo. A las once en punto guardo el portátil y asomo la cabeza por la puerta del despacho de Will. Está absorto en algo con el ordenador.
—Me voy—le digo, pero se limita a mover la mano indicando que me ha oído. Cruzo la oficina y veo a Tina peleándose con la fotocopiadora—Hasta luego, Tina.
—Adiós, Britt—me responde, pero está demasiado ocupada sacando el papel atascado como para mirarme.
La chica es un desastre.
Salgo a la luz del sol de mayo y camino hacia mi coche. Los viernes a media mañana el tráfico es una pesadilla pero, en cuanto salgo de la ciudad, la carretera está bastante despejada. Llevo la capota bajada, Adele me hace compañía y es viernes. Un pequeño paseo en coche por el campo es una bonita forma de terminar la semana laboral. El GPS me dice que salga de la carretera principal y me meta por un camino angosto, donde me encuentro ante las puertas más enormes que haya visto jamás. En una placa de oro de uno de los pilares se lee: «La Mansión.»
¡Madre mía!
Me quito las gafas de sol y miro más allá de las puertas, hacia el camino de grava que parece prolongarse a lo largo de varios kilómetros. No hay ni rastro de la casa, sólo un sendero bordeado de árboles que no parece tener fin. Salgo del coche y camino hacia las puertas. Les doy una pequeña sacudida pero no ceden. Me quedo de pie un momento, preguntándome qué hacer.
—Tiene que apretar el botón del portero automático.
Casi doy un salto del susto cuando la vibración de una voz grave me llega de ninguna parte y rompe el silencio del campo. Miro a mí alrededor, pero no hay duda de que estoy sola.
—¿Hola?
—Aquí.
Doy un giro de trescientos sesenta grados y veo el portero automático un poco más atrás, en el sendero angosto. Lo he pasado de largo cuando iba conduciendo. Corro hacia él, aprieto el botón y me presento:
—Brittany Pierce, de Rococo Union.
—Lo sé.
¿Lo sabe?
¿Y cómo?
Echo un vistazo en torno a mí y veo una cámara instalada en la puerta; luego, el chirrido del metal rompe la paz del entorno rural. Las puertas comienzan a abrirse.
—Dame un respiro—murmuro mientras corro hacia mi coche.
Salto al interior del Mini y avanzo lentamente hacia las puertas sin dejar de preguntarme cómo voy a sacarle la copa de oporto y el puro que, claramente, ese cretino tiene metidos por el culo. Cada minuto que pasa me apetece menos la cita. La gente pija de campo y sus mansiones de pijos de campo no son mi especialidad.
Una vez las puertas se abren del todo, las cruzo y continúo por el sendero de grava bordeado de árboles que parece no tener fin. Los olmos adultos a ambos lados del camino, a intervalos regulares y equidistantes, dan la impresión de haber sido colocados estratégicamente para ocultar lo que hay detrás.
Tras unos dos kilómetros de conducción a la sombra, entro en un patio perfectamente circular. Me quito las gafas y admiro boquiabierta la enorme casa que se yergue en el centro que reclama toda la atención. Es espléndida, pero ahora siento todavía más aprensión. Cada minuto que pasa me entusiasma menos esta reunión. Las puertas negras —con adornos de oro pulido— están flanqueadas por cuatro miradores gigantes protegidos por pilares tallados en piedra. La estructura de la mansión está formada por bloques gigantes de piedra caliza, y unos frondosos laureles cubren la fachada. La fuente del centro del patio suelta chorros de agua iluminada y le pone la guinda al pastel. Es todo muy imponente.
Me detengo, paro el motor y me peleo con el seguro de la puerta para salir del coche. De pie y agarrándome a la parte superior de la puerta del Mini, alzo la vista hacia el magnífico edificio e inmediatamente pienso que tiene que haber un error. Todo el lugar está en muy buen estado. El césped está más verde que el verde, el exterior de la casa tiene aspecto de recibir una limpieza diaria y parece que hasta a la grava le pasan la aspiradora todos los días. A juzgar por el exterior, es imposible imaginar que el interior necesite trabajo alguno. Miro las decenas de ventanas correderas en voladizo y las lujosas cortinas que cuelgan de todas ellas. Me siento tentada a llamar a Will para comprobar que me ha dado la dirección correcta, pero en las puertas ponía La Mansión. Y es obvio que el cretino miserable del otro lado del portero automático me estaba esperando. Mientras sopeso el siguiente movimiento, las puertas se abren y aparece el hombre más grande que he visto en mi vida. Camina tranquilamente hacia lo alto de la escalera. Parpadeo al verlo y doy un pequeño paso atrás. Lleva un traje negro —seguro que hecho a medida, porque no tiene una talla normal—, camisa negra y corbata negra. Da la sensación de que le hayan sacado brillo a su cabeza afeitada y las gafas de sol le ocultan el rostro. Si hubiera podido hacerme una imagen mental de quién esperaba que saliera de detrás de aquellas puertas, seguro que nunca me lo habría imaginado así. El tío es una montaña, y sé que estoy aquí de pie mirándolo con la boca abierta y cara de tonta. De repente me preocupa haber acabado en una especie de centro de control de la mafia y busco en mi cerebro, intentando recordar si he metido la alarma antiviolación en el bolso nuevo.
—¿La señorita Pierce?—pregunta arrastrando las palabras.
Me encojo ante su presencia imponente y levanto la mano a modo de saludo nervioso.
—Hola—susurro.
Mi voz se tiñe del recelo que siento en realidad.
—Por aquí—dice con voz profunda y atronadora.
Hace un movimiento limpio con la cabeza, se da la vuelta y regresa al interior de la mansión. Pienso seriamente en largarme sin más, aunque mi lado atrevido y amante del peligro siente curiosidad por lo que hay al otro lado de las puertas.
Cojo el bolso, cierro la puerta del coche y busco mi alarma antiviolación mientras me dirijo hacia la casa, pero descubro que me la he dejado en el otro bolso. Sigo adelante de todos modos. Por pura curiosidad, subo los escalones y cruzo el umbral hasta llegar a un recibidor enorme. Observo con detenimiento el amplio espacio y de inmediato quedo impresionada por la grandiosa escalera curvada que ocupa el centro de la estancia y lleva al primer piso. Mis miedos se confirman: el lugar está inmaculado. La decoración es opulenta, lujosa, e intimida mucho. Los azules profundos, los grises topo con toques de dorado y la ebanistería original, junto con el suelo de parquet caoba oscuro, hacen que el lugar resulte impresionante y extravagante en extremo. Es justo como esperaba que fuera, y nada parecido al estilo de mis diseños. Pero, mirando a mí alrededor, cada vez entiendo menos qué hace ahí una diseñadora de interiores. Will me comentó que pidieron que viniera yo en persona, así que me había inclinado a pensar que querían modernizar el lugar, pero eso fue antes de haberle echado un vistazo al exterior y ahora al interior. La decoración encaja con la época de construcción. Está en perfecto estado.
¿Qué diablos hago yo aquí?
El grandullón gira a la derecha y tengo que seguirlo como puedo. Mis tacones marrón tostado resuenan contra el suelo de parquet mientras me conduce más allá de la escalera central, hacia la parte de atrás de La Mansión. Oigo el murmullo de una conversación y miro a mi derecha. Veo mucha gente sentada a varias mesas, comiendo, bebiendo y charlando. Hay camareros sirviendo comida y bebida y las voces inconfundibles de The Rat Pack ronronean de fondo. Frunzo el entrecejo, pero entonces lo pillo. Es un hotel, un hotel de campo pijo. El alivio me relaja ligeramente los hombros cuando llego a tal conclusión, pero eso sigue sin explicar qué hago yo aquí.
Pasamos por delante de unos baños y luego dejamos atrás un bar. Hay unos cuantos hombres sentados en los taburetes de la barra, contando chistes y metiéndose con una joven que, por lo que parece, ha vuelto de los servicios con un trozo de papel higiénico pegado en el tacón. Le da una palmada en el hombro al más bromista, y lo riñe medio en broma mientras todos se ríen juntos a carcajadas. Esto empieza a tener sentido.
Quiero decirle algo a la montaña que me hace de guía y me lleva sólo Dios sabe adónde, pero no ha vuelto la vista atrás ni una vez para comprobar que lo sigo. Aunque el taconeo de mis zapatos se lo confirma. No dice gran cosa y sospecho que no me contestaría ni aunque le hablara. Pasamos ante otras dos puertas cerradas. A juzgar por el tintineo de las ollas, imagino que dan a la cocina. Luego me lleva a un salón de verano: un espacio amplio, luminoso y espléndido, dividido en zonas de descanso individuales mediante la colocación de los sofás, los sillones y las mesas. Unas puertas dobles que van del suelo al techo completan el cuadro de la estancia. Desembocan en un patio de piedra arenisca de Yorkshire y una vasta zona de césped. Es verdaderamente impresionante. Trago saliva con dificultad cuando veo una estructura de cristal que alberga una piscina. Me estremezco al pensar en el precio por noche de una habitación. Tiene que ser de cinco estrellas, probablemente más. Dejamos atrás el salón de verano y el grandullón me conduce por un pasillo hasta detenerse ante una puerta de paneles de madera.
—El despacho de la señorita López—dice como un trueno, y llama a la puerta con una delicadeza sorprendente, dado su tamaño de mastodonte.
—¿La encargada?—pregunto.
—La dueña—responde, y abre la puerta y entra de una zancada—Pase.
Titubeo en el umbral y observo cómo el grandullón entra en la habitación que tengo delante. Al final, obligo a mis pies a ponerse en acción, a avanzar hacia la habitación, mientras miro con fijeza el lujoso despacho de la señorita López.
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SE QUE ESTÁN SACANDO MIS ADAPTACIONES, POR "MI" PARTE Y "MIS" ADAPTACIONES NO ME MOLESTA, PERO AL MENOS NOMBREN AL FORO... SI SUBEN OTRO CAPITULO Y NO LO NOMBRAN, "EN CADA CAPITULO QUE SUBAN", VOY A BORRAR MIS ADAPTACIONES Y DENUNCIAR LA ADAPTACIÓN. Saludos =D
SE QUE ESTÁN SACANDO MIS ADAPTACIONES, POR "MI" PARTE Y "MIS" ADAPTACIONES NO ME MOLESTA, PERO AL MENOS NOMBREN AL FORO... SI SUBEN OTRO CAPITULO Y NO LO NOMBRAN, "EN CADA CAPITULO QUE SUBAN", VOY A BORRAR MIS ADAPTACIONES Y DENUNCIAR LA ADAPTACIÓN. Saludos =D
Última edición por 23l1 el Mar Abr 11, 2017 11:52 pm, editado 1 vez
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Que hara Britt ahi?? y porque la pidieron justo a ella
Sanny25- ---
- Mensajes : 580
Fecha de inscripción : 30/11/2014
Edad : 27
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
serramos el circulo!!! jajajajaja
de ejercerlo ahora es la dueña,... la van a pasar muy bien jajaja
a ver como es el encuentro??
nos vemos!!!!
serramos el circulo!!! jajajajaja
de ejercerlo ahora es la dueña,... la van a pasar muy bien jajaja
a ver como es el encuentro??
nos vemos!!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 1
no se si lo recuerdes pero....{mientras adaptabas "pideme lo que quieras" te comente que me gustaría que adaptaras mi hombre, (aunque ya lei la trilogia) me encantaria una version brittana...}
gracias por publicarla... :)
gracias por publicarla... :)
fanybeaHEYA***** - Mensajes : 208
Fecha de inscripción : 04/03/2014
Edad : 29
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Sanny25 escribió:Que hara Britt ahi?? y porque la pidieron justo a ella
Hola, =o preguntas que espero en este cap o en los siguientes tengan alguna respuesta jajajaja. Saludos =D
3:) escribió:holap morra,...
serramos el circulo!!! jajajajaja
de ejercerlo ahora es la dueña,... la van a pasar muy bien jajaja
a ver como es el encuentro??
nos vemos!!!!
Hola lu, jajajajajajajajaja =O jajaajajajaja, tanta información! jaajajajajaj. Este cap nos dirá... no¿? jajajaajaj. Saludos =D
fanybeaHEYA escribió:no se si lo recuerdes pero....{mientras adaptabas "pideme lo que quieras" te comente que me gustaría que adaptaras mi hombre, (aunque ya lei la trilogia) me encantaria una version brittana...}
gracias por publicarla... :)
Hola, si! jajaajaj ese fue uno de los motivos por cual lo adapte jajajaajajaj. Obvio sera mejor no¿? ajajajajajajaj. De nada, pero gracias a ti por leer, comentar y seguir mis adaptaciones! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 2
Capitulo 2
—Santana, la señorita Pierce, Rococo Union—anuncia el grandullón.
—Perfecto. Gracias, Finn.
Me sacan de mi estado de admiración y paso directamente al de alerta. Mi espalda se tensa. No puedo verla, el inmenso cuerpo del grandullón la tapa, pero esa voz suave hace que me quede helada en el sitio y sin duda no parece provenir de una «señorita de La Mansión» fumadora, obesa y que lleva chas joyas. El grandullón, o Finn, ahora que sé cómo se llama, se aparta y me deja echarle un primer vistazo a la señorita Santana López.
Ay, Dios mío.
El corazón me golpea el esternón y mi respiración alcanza velocidades peligrosas. De repente me siento mareada y mi boca ignora las instrucciones de mi cerebro para que, al menos, diga algo. Me quedo ahí parada, sin más, mirando a esa mujer mientras ella, a su vez, me mira a mí.
Su voz ronca me ha dejado de piedra, pero verla... En fin, me he quedado estupefacta, temblorosa e incapaz de dar señales de inteligencia.
Se levanta de la silla, y mi mirada la sigue hasta que se pone completamente en pie. Es alto, pero lleva tacones. Lleva las mangas de la camisa blanca recogidas, y los primeros botones se ella desabrochados. Rodea el enorme escritorio y camina despacio hacia mí. Es entonces cuando recibo el verdadero impacto.
Trago saliva.
Esta mujer es tan perfecta que casi me resulta doloroso. Tiene el pelo oscuro y da la sensación de que haya intentado arreglárselo de alguna manera pero haya desistido. Sus ojos son oscuros, casi negros, pero brillantes y demasiado intensos, una nariz pequeña, y unos labios carnosos labios. La camisa está hecha a su medida y deja al descubierto sus perfectos pechos, que tienen el punto junto…,
…Dios mío, es devastadora.
¿La señorita de La Mansión?
—Señorita Pierce.
Su mano viene hacia mí, pero no consigo que mi brazo se levante y la estreche.
Es guapísima.
Cuando no le ofrezco la mano, se acerca y me pone las suyas sobre los hombros; luego se inclina para besarme y sus labios rozan ligeramente mi mejilla ardiente. Me tenso de pies a cabeza. Noto los latidos de mi corazón en los oídos y, aunque es del todo inapropiado para una reunión de negocios, no hago nada para detenerla.
No doy una.
—Es un placer—me susurra al oído, lo cual sólo sirve para hacerme emitir un pequeño gemido. Sé que nota lo tensa que estoy; no es difícil, me he quedado rígida; porque afloja las manos y mueve su rostro para ponerlo a mi altura. Me mira directamente a los ojos—¿Se encuentra bien?
Pregunta con una de las comisuras de los labios levantada en una especie de sonrisa. Veo que una sola arruga le cruza la frente. Salgo de mi ridículo estado inerte y de repente me doy cuenta de que todavía no he dicho nada.
¿Ha notado mi reacción ante ella?
¿Y el grandullón?
Miro alrededor y lo veo inmóvil, con las gafas todavía puestas, pero sé que me está mirando a los ojos. Me doy un empujón mental y retrocedo un paso, lejos de López y de su potente abrazo. Deja caer las manos a los costados.
—Hola—carraspeo para aclararme la garganta—Brittany. Me llamo Brittany.
Le tiendo la mano, pero no se da prisa en aceptarla; es como si no tuviera claro si es seguro o no, pero la estrecha...Al final. Tiene la mano algo sudada y le tiembla un poco cuando aprieta la mía con firmeza. Saltan chispas y una mirada curiosa revolotea por su increíble rostro. Ambas retiramos las manos, sorprendidas.
—Brittany.
Prueba mi nombre entre sus carnosos labios y tengo que recurrir a todas mis fuerzas para no volver a gemir. Debería dejar de hablar, de inmediato.
—Sí, Brittany—le confirmo.
Ahora es ella quien parece haberse retirado a su Nirvana particular, mientras que yo soy cada vez más consciente de que me está subiendo la temperatura. De pronto, parece recobrar la compostura, se mete las manos en los bolsillos del pantalón, mueve ligeramente la cabeza y se retira hacia atrás.
—Gracias, Finn.
Hace un gesto con la cabeza al grandullón, que le devuelve una pequeña sonrisa que suaviza sus rasgos duros. Luego se marcha. Estoy a solas con esta mujer que me ha dejado sin habla, inmóvil y prácticamente inútil. Señala hacia dos sillones de cuero marrón situados uno frente a otro en el mirador, con una mesita de café entre ambas.
—Por favor, toma asiento. ¿Puedo ofrecerte algo para beber?
Aparta la mirada de la mía y camina hacia un mueble con varias botellas de licor alineadas encima. Seguro que no se refiere a algo con alcohol. Es mediodía. Es demasiado pronto incluso para mí. Observo que se queda junto al mueble durante unos segundos antes de volver el rostro hacia mí y mirarme expectante.
—No, gracias.
Niego con la cabeza mientras hablo, por si acaso no me salen las palabras.
—¿Agua?—pregunta con esa sonrisa jugando en las comisuras de su boca.
¡Por Dios, no me mires!
—Por favor.
Me sale una sonrisa nerviosa. Tengo la boca seca. Coge dos botellas de agua de la nevera integrada y regresa hacia mí. Es entonces cuando logro convencer a mis piernas temblorosas de que me lleven al otro lado del despacho, al sofá.
—¿Brittany?
Su voz me atraviesa y me hace titubear a mitad de camino. Me doy la vuelta para mirarla. Probablemente sea una mala idea.
—¿Sí?
Sostiene un vaso de tubo.
—¿Vaso?
—Sí, por favor—sonrío.
Debe de pensar que no soy nada profesional. Me acomodo en el sofá de cuero, saco mi carpeta y mi teléfono del bolso y los coloco en la mesa que tengo delante.
Me doy cuenta de que me tiemblan las manos.
Venga, mujer, ¡tranquilízate!
Finjo tomar notas cuando se acerca y coloca una botella de agua y un vaso para mí en la mesita. Se sienta en el otro sofá y cruzas las piernas. Se recuesta contra el respaldo. Se está poniendo cómoda, y el silencio que se impone entre las dos grita mientras escribo cualquier cosa con tal de no mirarla. Sé que tengo que mirar a aquella mujer y decir algo en algún momento, pero todas las preguntas habituales han huido, gritando y chillando, de mi cerebro.
—¿Por dónde empezamos?—pregunta.
Eso me obliga a levantar la vista y dar señales de que he oído sus palabras.
Sonríe.
Me derrito.
Me está observando por encima de la botella mientras la levanta para acercársela a esos labios tan carnosos y adorables. Rompo el contacto visual para inclinarme y servirme un poco más de agua en el vaso. Me está costando dominar los nervios y todavía puedo sentir su mirada. Esto es muy raro. Nunca me había afectado tanto una persona.
—Supongo que debería contarme por qué estoy aquí.
¡Puedo hablar!
Le devuelvo la mirada mientras cojo el vaso de la mesita.
—Ah—dice en voz baja.
Ahí está la arruga en la frente. Aun así, sigue siendo guapísima.
—¿Pidió que viniera yo en concreto?—la presiono.
—Sí—se limita a responder.
Vuelve a sonreír y me doy cuenta que se le marcan uno adorables hoyuelos, en cada mejilla. Tengo que apartar la mirada. Bebo un sorbo de agua para humedecerme la boca seca y me aclaro la garganta antes de volver a enfrentarme a su poderosa mirada.
—¿Puedo preguntar por qué?
—Puedes.
Descruza la pierna, se inclina para dejar la botella en la mesita y apoya los antebrazos en las rodillas, pero no dice nada más.
¿No va a continuar la frase?
—Vale—me cuesta mantener el contacto visual—¿Por qué?
—He oído hablar muy bien de ti.
Noto que la cara se me pone roja.
—Gracias. ¿Por qué estoy aquí?
—Bueno para diseñar.
Se echa a reír y me siento estúpida y también algo molesta.
¿Se está burlando de mí?
—¿Diseñar el qué?—pregunto—Por lo que he visto, todo está más bien perfecto. Estoy segura de que no quiere que modernice este lugar tan encantador. Quizá no sea mi fuerte, pero reconozco las cosas con clase cuando las veo.
—Gracias—dice con suavidad—¿Has traído tu portafolio?
—Por supuesto—contesto mientras alcanzo mi bolso.
Por qué quiere verlo es algo que no entiendo. No contiene nada que se parezca a este lugar. Lo pongo sobre la mesita, delante de ella, y espero que lo arrastre hacia sí, pero —¡horror!— se levanta con un movimiento fluido, me rodea y sienta su adorable y esbelto cuerpo en el sofá que hay a mi lado.
Jesús.
Huele a gloria bendita.
Contengo la respiración.
—Eres muy joven para ser una diseñadora consumada—reflexiona mientras pasa lentamente las páginas de mi portafolio.
Tiene razón, lo soy. Es todo gracias a que Will me dio vía libre en la expansión de su negocio. En cuatro años he dejado la universidad, he conseguido trabajo en una empresa de diseño de interiores consolidada —que tenía estabilidad económica, pero que carecía de un enfoque fresco en nuevas tendencias— y además me he labrado un nombre en la profesión. He tenido suerte y agradezco la confianza de Will en mis habilidades. Eso, sumado a mi trabajo en el Lusso, es por lo que estoy donde estoy a los veintiséis años. Bajo la mirada hacia su encantadora mano. Un precioso Rolex de oro y grafito le adorna la muñeca.
—¿Qué edad tiene?—digo sin pensar.
Madre mía. Mi cerebro es un huevo revuelto y sé que acabo de sonrojarme hasta adquirir un tono rojo chillón. Debería mantener la boca cerrada. A una mujer jamás se le pregunta la edad.
¿De dónde diablos ha salido eso?
Me mira fijamente, sus ojos oscuros abrasan los míos.
—Veintiuno—responde con cara de póquer.
Me río burlona y ella arquea unas cejas inquisitivas.
—Lo siento—murmuro, y vuelvo a mirar a la mesa.
Me pone nerviosa. La oigo exhalar profundamente y su adorable mano se acerca de nuevo al portafolio y empieza a pasar las páginas otra vez. Mantiene la mano izquierda apoyada sobre el borde de la mesa. No veo ningún anillo.
¿No está casada?
¿Cómo es posible?
—Esto me gusta mucho—dice al tiempo que señala una fotografía del Lusso.
—No estoy segura de que lo que hice en el Lusso funcione aquí—digo con calma.
Es demasiado moderno; muy lujoso, pero demasiado moderno. Alza la vista hacia mí.
—Tienes razón, sólo digo... que me gusta mucho.
—Gracias.
Siento que me suben los colores mientras me estudia atentamente antes de volver a mi portafolio. Cojo el agua y resisto la tentación de ponerme el vaso en la frente para calmarme, pero casi lo hago cuando su muslo, roza mi rodilla desnuda. Cambio de postura rápidamente para romper el contacto y, con el rabillo del ojo, veo que en las comisuras de sus labios se está dibujando una pequeña sonrisa de satisfacción. Lo está haciendo a propósito. Esto es demasiado.
—¿Dónde está el servicio?—pregunto al volver a dejar el vaso encima de la mesa.
Necesito ir y recomponerme. Estoy hecha un manojo de nervios.
Se levanta rápidamente del sofá y retrocede para dejarme pasar.
—Cruzando el salón de verano a la izquierda—dice con una sonrisa.
Sabe el efecto que está teniendo sobre mí. El modo en que me sonríe me dice que es consciente de ello. Apuesto a que las personas siempre reaccionan así con ella.
—Gracias.
Me pongo de lado para poder pasar por el hueco que hay entre el sofá y la mesita, pero se convierte en el más difícil todavía cuando ella no hace el más mínimo esfuerzo para dejarme más espacio. Tengo que rozarla para pasar, y eso me hace contener la respiración hasta que estoy lejos de su cuerpo. Avanzo hacia la puerta. Tiene la mirada clavada en mí; me siento como si me agujerease el vestido con su fuego. Giro el cuello a un lado y a otro para intentar controlar la piel de gallina que me eriza la nuca. Salgo a trompicones del despacho y avanzo por el pasillo antes de cruzar el salón de verano y tropezar con unos baños ridículamente pijos. Me abrazo frente al lavabo y me miro al espejo.
—Por Dios, Brittany, ¡contrólate!—le gruño a mi reflejo.
—Ha conocido a la señorita, ¿verdad?
Me doy la vuelta y veo a una mujer de negocios muy atractiva que juguetea con su pelo en el otro extremo del baño. No sé qué decir, pero acaba de confirmar lo que yo ya sospechaba: produce este efecto en todas las personas.
Cuando mi cerebro fracasa y no consigo decir nada apropiado, me limito a sonreír. Me devuelve la sonrisa. Se está divirtiendo y sabe por qué estoy tan aturullada. Luego desaparece de los servicios. Si no tuviera tanto calor y no estuviera tan nerviosa, me sentiría avergonzada por lo evidente de mi estado. Pero tengo calor y estoy muy nerviosa, así que me olvido de la humillación, respiro hondo un par de veces y me lavo las manos sudadas con jabón Noble Isle. Debería haberme traído el bolso. Me vendría bien un poco de cacao para los labios. Sigo teniendo la boca seca y eso hace que mis labios se resientan. Vale, tengo que volver a salir ahí fuera, que me den los detalles y largarme. El corazón me suplica que me relaje. Estoy muy avergonzada de mí misma.
Vuelvo a recogerme el pelo, salgo de los servicios y regreso al despacho de la señorita López. No sé si voy a ser capaz de trabajar para esta mujer; me afecta demasiado. Llamo a la puerta antes de entrar y la encuentro sentada en el sofá mirando mi portafolio. Alza la vista y sonríe. Ahora sé que tengo que marcharme, de verdad. Me es imposible trabajar con esta mujer. Todas las moléculas de mi inteligencia y mis facultades mentales se desvanecen súbitamente en su presencia. Y lo peor de todo es que ella lo sabe.
Me arengo mentalmente para animarme y me acerco a la mesa ignorando el hecho de que López sigue cada uno de mis movimientos con la mirada. Se reclina hacia atrás en el sofá para que pase por delante de ella, pero no lo hago. Me siento en el sofá de enfrente, justo en el borde. Me lanza una mirada inquisitiva.
—¿Te encuentras bien?
—Sí—respondo sin más. Lo sabe—¿Quiere mostrarme dónde se encuentra el futuro proyecto para que podamos hablar de los pormenores?
Obligo a mi voz a mostrar seguridad. Ahora sólo debo seguir el protocolo. No tengo la menor intención de aceptar este contrato, pero tampoco puedo marcharme así como así, por muy tentador que sea. Enarca las cejas, sorprendida por mi cambio de estrategia.
—Claro.
Se levanta del sofá y da unas zancadas hacia el escritorio para coger el móvil. Recojo mis cosas, las meto en el bolso y sigo su gesto, que me indica el camino.
Me adelanta rápidamente, me abre la puerta y me hace una reverencia galante y exagerada mientras la mantiene abierta. Le sonrío con educación, a pesar de que sé que está jugando conmigo, y salgo al pasillo, hacia el salón de verano. Me tenso en cuanto me pone la mano en la cintura para guiarme.
¿A qué está jugando?
Me esfuerzo cuanto puedo por ignorarla, pero tendría que estar muerta para no percibir el efecto que esta mujer tiene en mí. Sé que lo sabe. Tengo la piel ardiendo —seguro que le está calentando la mano a través del vestido—, no puedo controlar la respiración y andar me exige toda mi capacidad de coordinación y de todas mis fuerzas. Soy patética, y es más que evidente que López está disfrutando con las reacciones que provoca en mí. Debo de ser la mar de entretenida.
Enfadada conmigo misma, camino un poco más de prisa para romper el contacto con la mano que mantiene en mi cintura. Me detengo al llegar a un punto en el que hay dos rutas posibles. Me alcanza y señala el exterior, el césped de las canchas de tenis.
—¿Sabes jugar?
Me entra la risa, pero es una risa incómoda.
—No.
Suelo correr y poco más. Dame un bate, una raqueta o una pelota y ya verás la que lío. Ante mi reacción, las comisuras de sus labios forman una sonrisa que resalta el oscuro de sus ojos y alarga sus generosas pestañas. Sonrío y sacudo la cabeza, admirada ante esta mujer gloriosa.
—¿Y usted?—pregunto.
Continúa por el recibidor y yo la sigo.
—No me importa jugar de vez en cuando, pero me van más los deportes extremos.
Se detiene y yo con ella. Tiene una forma física y un tono muscular que son demasiado, hasta con traje se puede notar.
—¿Qué clase de deportes extremos?
—Snowboard, sobre todo. Pero he probado el rafting en aguas rápidas, el puenting y el paracaidismo. Soy un poco adicta a la adrenalina. Me gusta sentir la sangre bombeando en las venas.
Me observa mientras habla y siento que me está analizando. Tendrían que anestesiarme para que yo me atreviera con esos pasatiempos que bombean sangre en las venas. Prefiero salir a correr de vez en cuando.
—Extremos—digo sin dejar de estudiar a esa muejr cuya edad desconozco.
—Muy extremos—confirma en voz baja. La respiración se me acelera de nuevo y cierro los ojos mientras me grito mentalmente por ser tan patética—¿Seguimos?—pregunta.
Percibo la sorna que tiñe su voz. Abro los ojos y me encuentro con su penetrante mirada oscura.
—Sí, por favor.
Ojalá dejara de mirarme así. Medio sonríe otra vez y se encamina hacia el bar. Saluda a las personas que están en el bar, dándoles palmaditas en los hombros. Una mujer y un hombre, que son muy atractivos—probablemente aún no hayan cumplido los treinta—y están sentados en los taburetes mientras beben botellines de cerveza.
—Chicos, les presento a Brittany. Brittany, éstos son Quinn Fabray y Noah Puckerman.
—Buenas tardes—dice Noah con voz cansada.
Parece un poco triste. Su aspecto (es guapo si te gustan los tipos duros) y su carácter me dicen que es inteligente, seguro de sí mismo y probablemente un hombre de negocios. Lleva el pelo negro peinado a la perfección, el traje impoluto y hace gala de una mirada astuta.
—Hola—sonrío educadamente.
—Bienvenida a la catedral del placer—ríe Quinn al tiempo que levanta el botellín—¿Puedo invitarte a una copa?
Veo que López sacude un poco la cabeza y pone los ojos en blanco. Quinn sonríe. Es el polo opuesto a Noah: Primero porque es mujer, después porque es informal y relajada, con unos vaqueros ajustados viejos, una camiseta de Superdry y unas Converse. Tiene un rostro insolente Sus ojos verdes brillan, cosa que la hace parecer aún más insolente, y lleva el pelo rubio un poco más arriba de los hombros y hecho un desastre.
—No, gracias—contesto.
Mueve la cabeza hacia López.
—¿San?
—No, gracias. Le estoy enseñando a Brittany la ampliación. Va a encargarse del interiorismo—dice sonriéndome.
Me río por dentro. No lo haré si puedo evitarlo. De todos modos, se está precipitando un poco, ¿no? Todavía no hemos hablado de las tarifas, de lo que quiere, ni de nada.
—Ya era hora. Nunca hay habitaciones libres—gruñe Noah pegado a su botellín.
¿Por qué nunca he oído hablar de este sitio?
—¿Qué tal el snowboard en Cortina, amigo mía?—pregunta Quinn.
López se sienta en un taburete.
—Alucinante. La forma de esquiar de los italianos se parece bastante a su estilo de vida relajado—esboza una gran sonrisa (la primera sonrisa de verdad desde que la conozco), recta, blanca y exuberante. Esta mujer es un diosa—Me levantaba tarde, encontraba una buena montaña, bajaba las laderas hasta que me cedían las piernas, echaba la siesta, comía tarde y, al día siguiente, vuelta a empezar—está hablando con todos pero me mira a mí.
Su pasión por los descensos queda reflejada en su amplia sonrisa. No puedo evitar devolvérsela.
—¿Se le da bien?—pregunto, porque es lo único que se me ocurre.
Imagino que todo se le da bien.
—Muy bien—confirma. Asiento con un gesto de aprobación y, por unos segundos, nuestras miradas se entrelazan. Soy la primera en apartarla—¿Continuamos?—pregunta tras bajarse del taburete y señalar la salida.
—Sí.
Sonrío. Al fin y al cabo, se supone que he venido aquí a trabajar. Lo único que he conseguido hasta el momento es un sofocón y una lista de deportes extremos. Siento que estoy como en trance. Desde el momento en que he atravesado las puertas he sabido que no iba a ser una reunión normal y corriente, y estaba en lo cierto.
A lo largo de los cuatro años que llevo visitando a gente en sus casas, sus lugares de trabajo y en edificios de nueva construcción, nunca me he topado con una Santana López. Probablemente no vuelva a hacerlo. Sin duda, tengo un buen trabajo.
Me vuelvo hacia las dos personas de la barra y me despido con una sonrisa. Ellos levantan los botellines hacia mí antes de continuar con su conversación. Camino en dirección a la puerta que lleva de vuelta al recibidor y la siento cerca, detrás de mí. Tan cerca que puedo olerla. Cierro los ojos y rezo una plegaria a Dios para que me saque pronto de ésta y, al menos, con un mínimo de dignidad intacta. Es demasiado intensa y estimula mis sentidos en un millón de direcciones distintas.
—Y ahora, la atracción principal—empieza a subir la amplia escalera. La sigo mientras contemplo el vacío colosal que lleva a una zona muy espaciosa—Éstas son las habitaciones privadas—dice señalando varias puertas.
Camino detrás de ella admirando su adorable trasero, pensando que es posible que tenga los andares más sexys que jamás haya tenido el privilegio de ver.
Cuando consigo apartar los ojos de su culo prieto veo que, a intervalos regulares, hay al menos veinte puertas que llevan a otras habitaciones Avanzamos hasta otra escalera grandiosa que lleva a un piso superior. Al pie de la escalera hay una preciosa vidriera y un arco que conduce a otra ala.
—Ésta es la ampliación—me guía por una nueva ala de la mansión—Aquí es donde necesito tu ayuda—añade, y se detiene en la entrada de un pasillo que lleva a diez habitaciones más.
—¿Es todo nuevo?—pregunto.
—Sí. De momento son cascarones vacíos, pero estoy seguro de que le pondrás remedio. Te las enseñaré.
Me deja más que asombrada cuando me coge de la mano y tira de mí por el pasillo hasta que alcanzamos la última puerta.
¡Qué inapropiado!
Todavía le suda la mano y estoy segura de que la mía tiembla entre sus dedos. La sonrisa que me lanza con una ceja arqueada me dice que estoy en lo cierto. Hay una especie de corriente eléctrica que fluye entre las dos y hace que me estremezca. Abre las puertas y me mete en una habitación recién enlucida. Es enorme, y las ventanas encajan con el resto de la propiedad. Quienquiera que la construyera hizo un trabajo excelente.
—¿Son todas tan grandes?—pregunto, y doblo los dedos hasta que me suelta la mano.
¿Se comporta así con todas las personas?
Es desconcertante.
—Sí.
Me dirijo hacia al centro de la habitación mientras miro a mi alrededor. Tiene un buen tamaño. Veo que hay otra puerta.
—¿Tiene baño?
Mientras hablo, voy hacia la puerta y entro.
—Sí.
Las habitaciones son enormes, especialmente teniendo en cuenta cómo suelen ser en los hoteles. Podrían hacerse muchas cosas. Me sentiría muy emocionada si no estuviera tan preocupada por lo que se espera de mí. Esto no es el Lusso.
Salgo del cuarto de baño y encuentro a López apoyada en la pared, con las manos en los bolsillos, los párpados caídos y los ojos oscuros mirándome. Dios mío, esta mujer es puro sexo. Es casi una pena que el diseño tradicional no tenga cabida en mi historia como diseñadora. No me interesa lo más mínimo.
—No estoy segura de ser la persona adecuada para este trabajo.
Sueno apesadumbrada. No pasa nada, porque lo estoy. Me apena no poder controlarme. Me mira, con esos ojos oscuros pardusco que atacan mis defensas, y me doy la vuelta sobre los talones.
—Creo que tienes lo que quiero—dice en voz baja.
¡Mi madre!
—Lo mío siempre ha sido el lujo moderno—echo otro vistazo a la habitación y, despacio, vuelvo a dejar que mi mirada se pose en ella—Estoy segura de que quedará más satisfecha con Will o con Kurt. Ellos se encargan de nuestros proyectos de época.
Reflexiona sobre lo que he dicho durante un segundo, hace de nuevo ese movimiento de cabeza y se aparta de la pared impulsándose con los omoplatos.
—Pero te quiero a ti.
—¿Por qué?
—Tienes pinta de ser muy buena.
Se me escapa un suspiro involuntario entre los labios al escuchar sus palabras. No sé cómo interpretarlas.
¿Se refiere a mi habilidad como diseñadora o a otra cosa?
El modo en que me mira me dice que es a la otra cosa. Está un pelín demasiado segura de sí misma.
—¿Especificaciones?—pregunto.
De nuevo, no se me ocurre otra cosa. Vuelvo a sonrojarme. Una sonrisa juguetea en las comisuras de sus labios.
—Sensual, íntimo, lujoso, estimulante, reconstituyente...
Hace una pausa para valorar mi reacción. Frunzo el ceño. No es lo habitual. No ha mencionado ni relajante, ni funcional, ni práctico.
—Vale. ¿Hay algo en particular que deba incluir?—vuelvo a preguntar.
¿Por qué me molesto en averiguar las respuestas?
—Una cama grande y muchas aplicaciones de pared—contesta de una tirada—¿Qué clase de aplicaciones?
—Grandes, de madera. Ah, la iluminación tiene que ser la adecuada.
—¿La adecuada para qué?—no puedo evitar el tono de confusión.
Sonríe y me derrito en un charco de hormonas calientes.
—Para las especificaciones, claro.
Ay, Dios, debe de estar pensando que soy una lerda.
—Sí, claro—levanto la vista y veo que unas vigas robustas cruzan el techo. El edificio es nuevo pero no son vigas falsas—¿Las hay en todas las habitaciones?
Vuelvo a mirarla a los ojos.
—Sí, son esenciales.
Su voz es grave y seductora. No estoy segura de poder aguantar mucho más. Cojo el cuaderno de especificaciones del cliente y empiezo a tomar notas.
—¿Hay algún color en particular que deba incluir o evitar?
—No, puedes volverte loca.
Levanto la cabeza para mirarla.
—¿Perdone?
Sonríe.
—Que hagas lo que quieras.
Ah, bueno, no voy a volverme loca con nada porque no va a volver a verme por aquí. Pero debería conseguir la máxima información para poder pasársela a Will o a Kurt con al menos un mínimo de datos.
—Ha mencionado una cama grande. ¿De algún tipo en particular?—pregunto intentando mantener la profesionalidad.
—No. Sólo que sea muy grande.
Flaqueo a mitad de la nota, levanto la vista y veo que me está observando. Me siento idiota porque me pone muy nerviosa.
—¿Qué hay de los tejidos?
—Sí, muchos tejidos—empieza a caminar hacia mí—Me gusta tu vestido—susurra.
Mierda, ¡tengo que salir de aquí!
—Gracias—digo con un gritito agudo mientras voy de camino a la puerta—Ya tengo todo lo que necesito—no es verdad, pero no puedo quedarme ni un minuto más. Esta mujer me nubla los sentidos—Prepararé algunos bocetos.
Salgo al pasillo y voy directa al comienzo de la escalera. Maldita sea, cuando me he despertado esta mañana esto era lo último que me esperaba. Una mansión de campo pija, con una dueña guapísima, no forma parte de mi rutina diaria.
Consigo llegar a la escalera y la bajo a una velocidad estúpida, teniendo en cuenta los altísimos tacones marrón tostado que llevo puestos. Pongo los pies en el suelo de parquet preguntándome cómo diablos he llegado aquí.
—Espero noticias tuyas, Brittany.
Su voz ronca me recorre el cuerpo. López me alcanza al final de la escalera y me tiende la mano. La acepto por temor a que, si no lo hago, se acerque y vuelva a ponerme los labios encima.
—Tiene un hotel encantador—digo de corazón.
Estoy empezando a desear que el contenido de mi bolso consistiera en unas bragas limpias, una venda, tapones para los oídos y algún tipo de armadura. Con eso habría estado más preparada. Levanta las cejas, mantiene mi mano en la suya y, lentamente, la aprieta. La corriente que viaja por nuestras manos unidas hace que me tense de pies a cabeza.
—Tengo un hotel encantador—repite pensativa. La corriente se convierte en una descarga eléctrica y retiro la mano en un acto reflejo. Me mira inquisitiva—Ha sido un placer conocerte, Brittany. De verdad—hace énfasis en «De verdad».
—Lo mismo digo—susurro.
Veo que su mirada se clava en mí durante un instante y empieza a mordisquearse su carnoso labio inferior. Se desplaza hacia la mesa central del recibidor. Saca una sola cala del jarrón que preside el mueble y la estudia un momento antes de ofrecérmela.
—Elegancia sencilla—dice con suavidad.
No sé por qué, quizá porque mi cerebro está muerto, pero la cojo.
—Gracias.
Se mete la otra mano en el bolsillo y me observa de cerca.
—De nada.
Su mirada viaja de mis ojos a mis labios. Retrocedo unos pasos.
—¡Por fin te encuentro!—una mujer sale del bar y se acerca a López. Es atractiva: rubia, de estatura media, con el pelo escalado y labios rojos. La besa en la mejilla—¿Estás lista?
Vale, supongo que debe de ser la esposa. Pero no lleva anillo, así que quizá sea la novia. Sea como sea, me quedo perpleja, porque ella no me quita los ojos de encima ni se molesta en contestar a su pregunta. Ella se da la vuelta para ver qué le está robando su atención y me mira con recelo. Me cae mal al instante, y no tiene nada que ver con la mujer a la que está abrazando.
—¿Y tú eres...?—ronronea.
Cambio de postura, incómoda. Me siento como si me hubieran pillado haciendo una travesura. Bueno, es que me han pillado. He tenido reacciones extremadamente indeseadas hacia su novia. Una irracional punzada de celos me apuñala.
¡Esto es ridículo!
Sonrío con dulzura.
—Yo ya me iba. Adiós.
Me doy la vuelta y prácticamente salgo corriendo hacia la puerta y escalones abajo. Me subo de un salto al coche, dejo escapar un enorme suspiro y, cuando mis pulmones me agradecen el aire fresco, me reclino en el asiento y empiezo a hacer ejercicios para normalizar la respiración.
Voy a tener que pasarle el proyecto a Kurt. A pesar de que está pillado, sigo sin poder trabajar con ella. Sacudo la cabeza, incrédula, y arranco el coche. Mientras conduzco por el camino de grava, miro cómo la imponente mansión se hace cada vez más pequeña en mi retrovisor. Y ahí, de pie en lo alto de la escalera, viéndome marchar, está Santana López.
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—¡Has vuelto! Estaba a punto de llamarte—exclama Rachel sin levantar la vista de la figura de los novios que está colocando sobre la tarta de bodas que debe decorar. Tiene la lengua fuera, apoyada sobre el labio inferior. Me hace sonreír—¿Te apetece salir?
Sigue sin mirarme. Es algo bueno. Estoy segura de que mi cara me delataría si intentara fingir que no pasa nada. Todavía estoy alterada por mi cita del mediodía con cierta señorita de La Mansión. No tengo energía para arreglarme y salir.
—¿Y si guardamos fuerzas para mañana?
Tengo que intentarlo. Sé que eso significa una botella de vino en el sofá, pero al menos podré ponerme el pijama y relajarme. Después del día que he tenido, mi mente va a toda pastilla y necesito desconectar. Me duele la cabeza y no he podido concentrarme en todo el día.
—Perfecto. Termino la tarta y soy toda tuya—le da la vuelta al pastel de fruta sobre el pedestal y echa unas gotas de pegamento comestible en la cobertura—¿Qué tal el día en el campo?
¡Ja!
¿Qué le digo?
Esperaba encontrarme a un paleto pomposo que ha resultado ser una diosa, guapa a rabiar. Pidió que fuera yo expresamente, su tacto me convirtió en lava ardiendo, no puedo mirarla a los ojos por miedo a desmayarme y le ha gustado mi vestido. En vez de eso, contesto:
—Interesante.
Levanta la vista.
—Cuenta—me responde.
Le brillan los ojos y se inclina de nuevo sobre la tarta, con la lengua fuera otra vez.
—No era lo que me esperaba.
Me quito una pelusa imaginaria del vestido azul marino para intentar restarle importancia.
—No me cuentes lo que te esperabas y dime qué te has encontrado—
Ha dejado de intentar colocar a los novios en lo alto de la tarta. En vez de eso, me mira fijamente. Tiene cobertura en la punta de la nariz, pero la ignoro
—La dueña—me encojo de hombros mientras jugueteo con mi cinturón marrón tostado.
—¿La dueña?—pregunta con los labios fruncidos.
—Sí, Santana López, la dueña—me quito más pelusas imaginarias del vestido.
—Santana López, la dueña—me imita, y a continuación hace un gesto hacia uno de los sillones semicirculares de su taller—¡Siéntate! ¿Por qué intentas parecer tan tranquila? No engañas a nadie. Tienes las mejillas del color de esa cobertura—señala una tarta con forma de camión de bombero que hay en la estantería de metal—¿Por qué la dueña, Santana López, no era como esperabas?
¡Porque estaba muy buena!»
Me dejo caer en el sillón con el bolso en el regazo mientras Rachel, de pie, se da golpecitos en la palma de la mano con el mango de una espátula. Al final, se acerca y se sienta en el sillón de enfrente.
—Cuéntame—me presiona.
Sabe que tengo algo que contar. Me encojo de hombros.
—La mujer es atractiva y lo sabe.
Los ojos se le iluminan y los golpes de la espátula se tornan cada vez más rápidos. Quiere más drama. Le encanta. Cuando Elaine y yo rompimos, fue la primera en aparecer para ver el espectáculo en calidad de amiga. No tenía por qué haberse molestado. Lo dejamos de mutuo acuerdo. Fue una ruptura amistosa y bastante aburrida. No destrozamos la vajilla y ningún vecino tuvo que llamar a la policía.
—Y ¿Cuál es el problema? A nosotras nos atraen tanto las mujeres como los hombres—se encoje de hombros—¿Qué edad tiene?—pregunta con avidez.
Ahí me ha pillado. Todavía me tortura haber soltado una pregunta tan inapropiada en una reunión de negocios. No valía la pena ni que me sintiera avergonzada, porque estaba claro que estaba jugando conmigo. Me encojo de hombros.
—Dijo que veintiuno, pero por lo menos tiene diez más.
—¿Se lo has preguntado?—la mandíbula le llega al regazo.
—Sí, sí, ya sé que a una mujer no se le pregunta le edad. Se me escapó en un momento en el que el filtro cerebro-boca me falló del todo. No me siento orgullosa—murmuro—He quedado como una idiota, Rach. Nunca me había sentido así con una persona. Pero ésta... En fin, te habrías avergonzado de mí.
Suelta una sonora carcajada.
—¡Britt, tengo que enseñarte habilidades sociales!
Se recuesta con brusquedad sobre el respaldo del sillón y lame la cobertura de la espátula.
—Sí, por favor—gruño, y estiro la mano hacia ella. Me pasa la espátula y empiezo a lamer los bordes. Hace un mes que vivo con Rachel y sobrevivo a base de vino, azúcar para cobertura y masa para tartas. No puede decirse que la ruptura me haya quitado el apetito—Estaba muy segura de sí misma—digo entre lametones.
—¿En qué sentido?
—Esa tía sabía que provocaba ciertas reacciones en mí. Seguro que daba pena verme. Ha sido patético.
—¿Tanto?
Sacudo la cabeza.
—Exageradamente patético.
—Seguro que no vale nada en la cama—musita Rachel—Todas las personas guapos son así, obvio menos nosotras, eso está claro. ¿Y las especificaciones?
—Una ampliación de diez dormitorios. Pensaba que iba a una mansión de campo, pero es un súper hotel pijo con spa. La Mansión. ¿Lo conoces?
Rachel pone cara de no tener ni idea.
—No—responde, y se levanta para apagar el horno—¿Puedo ir contigo la próxima vez?
—No. No pienso regresar. No puedo trabajar así. Además, tiene novia y no puedo volver a mirarla a los ojos, no después del numerito de hoy—me levanto del sillón y tiro la espátula al cuenco vacío—Se lo he pasado a Will. ¿Y el vino?
—En la nevera.
Subimos al apartamento y nos ponemos el pijama. Dejo el bolso en la cama y la cala hace su aparición estelar. Elegancia sencilla. La cojo y le doy vueltas entre los dedos; luego la tiro a la papelera.
Olvidada...
Ya con la ropa cómoda, meto en el reproductor de DVD la última novedad del videoclub, salto al sofá con Rachel e intento concentrarme en la película. Es imposible. El ojo de mi mente está invadido por las imágenes de una mujer de ojos oscuros, morena, esbelta y de edad desconocida con unos andares para babear y toneladas de atractivo sexual.
Me quedo dormida con las palabras «Pero te quiero a ti» rebotando en mi cabeza.
No tan olvidada...
—Perfecto. Gracias, Finn.
Me sacan de mi estado de admiración y paso directamente al de alerta. Mi espalda se tensa. No puedo verla, el inmenso cuerpo del grandullón la tapa, pero esa voz suave hace que me quede helada en el sitio y sin duda no parece provenir de una «señorita de La Mansión» fumadora, obesa y que lleva chas joyas. El grandullón, o Finn, ahora que sé cómo se llama, se aparta y me deja echarle un primer vistazo a la señorita Santana López.
Ay, Dios mío.
El corazón me golpea el esternón y mi respiración alcanza velocidades peligrosas. De repente me siento mareada y mi boca ignora las instrucciones de mi cerebro para que, al menos, diga algo. Me quedo ahí parada, sin más, mirando a esa mujer mientras ella, a su vez, me mira a mí.
Su voz ronca me ha dejado de piedra, pero verla... En fin, me he quedado estupefacta, temblorosa e incapaz de dar señales de inteligencia.
Se levanta de la silla, y mi mirada la sigue hasta que se pone completamente en pie. Es alto, pero lleva tacones. Lleva las mangas de la camisa blanca recogidas, y los primeros botones se ella desabrochados. Rodea el enorme escritorio y camina despacio hacia mí. Es entonces cuando recibo el verdadero impacto.
Trago saliva.
Esta mujer es tan perfecta que casi me resulta doloroso. Tiene el pelo oscuro y da la sensación de que haya intentado arreglárselo de alguna manera pero haya desistido. Sus ojos son oscuros, casi negros, pero brillantes y demasiado intensos, una nariz pequeña, y unos labios carnosos labios. La camisa está hecha a su medida y deja al descubierto sus perfectos pechos, que tienen el punto junto…,
…Dios mío, es devastadora.
¿La señorita de La Mansión?
—Señorita Pierce.
Su mano viene hacia mí, pero no consigo que mi brazo se levante y la estreche.
Es guapísima.
Cuando no le ofrezco la mano, se acerca y me pone las suyas sobre los hombros; luego se inclina para besarme y sus labios rozan ligeramente mi mejilla ardiente. Me tenso de pies a cabeza. Noto los latidos de mi corazón en los oídos y, aunque es del todo inapropiado para una reunión de negocios, no hago nada para detenerla.
No doy una.
—Es un placer—me susurra al oído, lo cual sólo sirve para hacerme emitir un pequeño gemido. Sé que nota lo tensa que estoy; no es difícil, me he quedado rígida; porque afloja las manos y mueve su rostro para ponerlo a mi altura. Me mira directamente a los ojos—¿Se encuentra bien?
Pregunta con una de las comisuras de los labios levantada en una especie de sonrisa. Veo que una sola arruga le cruza la frente. Salgo de mi ridículo estado inerte y de repente me doy cuenta de que todavía no he dicho nada.
¿Ha notado mi reacción ante ella?
¿Y el grandullón?
Miro alrededor y lo veo inmóvil, con las gafas todavía puestas, pero sé que me está mirando a los ojos. Me doy un empujón mental y retrocedo un paso, lejos de López y de su potente abrazo. Deja caer las manos a los costados.
—Hola—carraspeo para aclararme la garganta—Brittany. Me llamo Brittany.
Le tiendo la mano, pero no se da prisa en aceptarla; es como si no tuviera claro si es seguro o no, pero la estrecha...Al final. Tiene la mano algo sudada y le tiembla un poco cuando aprieta la mía con firmeza. Saltan chispas y una mirada curiosa revolotea por su increíble rostro. Ambas retiramos las manos, sorprendidas.
—Brittany.
Prueba mi nombre entre sus carnosos labios y tengo que recurrir a todas mis fuerzas para no volver a gemir. Debería dejar de hablar, de inmediato.
—Sí, Brittany—le confirmo.
Ahora es ella quien parece haberse retirado a su Nirvana particular, mientras que yo soy cada vez más consciente de que me está subiendo la temperatura. De pronto, parece recobrar la compostura, se mete las manos en los bolsillos del pantalón, mueve ligeramente la cabeza y se retira hacia atrás.
—Gracias, Finn.
Hace un gesto con la cabeza al grandullón, que le devuelve una pequeña sonrisa que suaviza sus rasgos duros. Luego se marcha. Estoy a solas con esta mujer que me ha dejado sin habla, inmóvil y prácticamente inútil. Señala hacia dos sillones de cuero marrón situados uno frente a otro en el mirador, con una mesita de café entre ambas.
—Por favor, toma asiento. ¿Puedo ofrecerte algo para beber?
Aparta la mirada de la mía y camina hacia un mueble con varias botellas de licor alineadas encima. Seguro que no se refiere a algo con alcohol. Es mediodía. Es demasiado pronto incluso para mí. Observo que se queda junto al mueble durante unos segundos antes de volver el rostro hacia mí y mirarme expectante.
—No, gracias.
Niego con la cabeza mientras hablo, por si acaso no me salen las palabras.
—¿Agua?—pregunta con esa sonrisa jugando en las comisuras de su boca.
¡Por Dios, no me mires!
—Por favor.
Me sale una sonrisa nerviosa. Tengo la boca seca. Coge dos botellas de agua de la nevera integrada y regresa hacia mí. Es entonces cuando logro convencer a mis piernas temblorosas de que me lleven al otro lado del despacho, al sofá.
—¿Brittany?
Su voz me atraviesa y me hace titubear a mitad de camino. Me doy la vuelta para mirarla. Probablemente sea una mala idea.
—¿Sí?
Sostiene un vaso de tubo.
—¿Vaso?
—Sí, por favor—sonrío.
Debe de pensar que no soy nada profesional. Me acomodo en el sofá de cuero, saco mi carpeta y mi teléfono del bolso y los coloco en la mesa que tengo delante.
Me doy cuenta de que me tiemblan las manos.
Venga, mujer, ¡tranquilízate!
Finjo tomar notas cuando se acerca y coloca una botella de agua y un vaso para mí en la mesita. Se sienta en el otro sofá y cruzas las piernas. Se recuesta contra el respaldo. Se está poniendo cómoda, y el silencio que se impone entre las dos grita mientras escribo cualquier cosa con tal de no mirarla. Sé que tengo que mirar a aquella mujer y decir algo en algún momento, pero todas las preguntas habituales han huido, gritando y chillando, de mi cerebro.
—¿Por dónde empezamos?—pregunta.
Eso me obliga a levantar la vista y dar señales de que he oído sus palabras.
Sonríe.
Me derrito.
Me está observando por encima de la botella mientras la levanta para acercársela a esos labios tan carnosos y adorables. Rompo el contacto visual para inclinarme y servirme un poco más de agua en el vaso. Me está costando dominar los nervios y todavía puedo sentir su mirada. Esto es muy raro. Nunca me había afectado tanto una persona.
—Supongo que debería contarme por qué estoy aquí.
¡Puedo hablar!
Le devuelvo la mirada mientras cojo el vaso de la mesita.
—Ah—dice en voz baja.
Ahí está la arruga en la frente. Aun así, sigue siendo guapísima.
—¿Pidió que viniera yo en concreto?—la presiono.
—Sí—se limita a responder.
Vuelve a sonreír y me doy cuenta que se le marcan uno adorables hoyuelos, en cada mejilla. Tengo que apartar la mirada. Bebo un sorbo de agua para humedecerme la boca seca y me aclaro la garganta antes de volver a enfrentarme a su poderosa mirada.
—¿Puedo preguntar por qué?
—Puedes.
Descruza la pierna, se inclina para dejar la botella en la mesita y apoya los antebrazos en las rodillas, pero no dice nada más.
¿No va a continuar la frase?
—Vale—me cuesta mantener el contacto visual—¿Por qué?
—He oído hablar muy bien de ti.
Noto que la cara se me pone roja.
—Gracias. ¿Por qué estoy aquí?
—Bueno para diseñar.
Se echa a reír y me siento estúpida y también algo molesta.
¿Se está burlando de mí?
—¿Diseñar el qué?—pregunto—Por lo que he visto, todo está más bien perfecto. Estoy segura de que no quiere que modernice este lugar tan encantador. Quizá no sea mi fuerte, pero reconozco las cosas con clase cuando las veo.
—Gracias—dice con suavidad—¿Has traído tu portafolio?
—Por supuesto—contesto mientras alcanzo mi bolso.
Por qué quiere verlo es algo que no entiendo. No contiene nada que se parezca a este lugar. Lo pongo sobre la mesita, delante de ella, y espero que lo arrastre hacia sí, pero —¡horror!— se levanta con un movimiento fluido, me rodea y sienta su adorable y esbelto cuerpo en el sofá que hay a mi lado.
Jesús.
Huele a gloria bendita.
Contengo la respiración.
—Eres muy joven para ser una diseñadora consumada—reflexiona mientras pasa lentamente las páginas de mi portafolio.
Tiene razón, lo soy. Es todo gracias a que Will me dio vía libre en la expansión de su negocio. En cuatro años he dejado la universidad, he conseguido trabajo en una empresa de diseño de interiores consolidada —que tenía estabilidad económica, pero que carecía de un enfoque fresco en nuevas tendencias— y además me he labrado un nombre en la profesión. He tenido suerte y agradezco la confianza de Will en mis habilidades. Eso, sumado a mi trabajo en el Lusso, es por lo que estoy donde estoy a los veintiséis años. Bajo la mirada hacia su encantadora mano. Un precioso Rolex de oro y grafito le adorna la muñeca.
—¿Qué edad tiene?—digo sin pensar.
Madre mía. Mi cerebro es un huevo revuelto y sé que acabo de sonrojarme hasta adquirir un tono rojo chillón. Debería mantener la boca cerrada. A una mujer jamás se le pregunta la edad.
¿De dónde diablos ha salido eso?
Me mira fijamente, sus ojos oscuros abrasan los míos.
—Veintiuno—responde con cara de póquer.
Me río burlona y ella arquea unas cejas inquisitivas.
—Lo siento—murmuro, y vuelvo a mirar a la mesa.
Me pone nerviosa. La oigo exhalar profundamente y su adorable mano se acerca de nuevo al portafolio y empieza a pasar las páginas otra vez. Mantiene la mano izquierda apoyada sobre el borde de la mesa. No veo ningún anillo.
¿No está casada?
¿Cómo es posible?
—Esto me gusta mucho—dice al tiempo que señala una fotografía del Lusso.
—No estoy segura de que lo que hice en el Lusso funcione aquí—digo con calma.
Es demasiado moderno; muy lujoso, pero demasiado moderno. Alza la vista hacia mí.
—Tienes razón, sólo digo... que me gusta mucho.
—Gracias.
Siento que me suben los colores mientras me estudia atentamente antes de volver a mi portafolio. Cojo el agua y resisto la tentación de ponerme el vaso en la frente para calmarme, pero casi lo hago cuando su muslo, roza mi rodilla desnuda. Cambio de postura rápidamente para romper el contacto y, con el rabillo del ojo, veo que en las comisuras de sus labios se está dibujando una pequeña sonrisa de satisfacción. Lo está haciendo a propósito. Esto es demasiado.
—¿Dónde está el servicio?—pregunto al volver a dejar el vaso encima de la mesa.
Necesito ir y recomponerme. Estoy hecha un manojo de nervios.
Se levanta rápidamente del sofá y retrocede para dejarme pasar.
—Cruzando el salón de verano a la izquierda—dice con una sonrisa.
Sabe el efecto que está teniendo sobre mí. El modo en que me sonríe me dice que es consciente de ello. Apuesto a que las personas siempre reaccionan así con ella.
—Gracias.
Me pongo de lado para poder pasar por el hueco que hay entre el sofá y la mesita, pero se convierte en el más difícil todavía cuando ella no hace el más mínimo esfuerzo para dejarme más espacio. Tengo que rozarla para pasar, y eso me hace contener la respiración hasta que estoy lejos de su cuerpo. Avanzo hacia la puerta. Tiene la mirada clavada en mí; me siento como si me agujerease el vestido con su fuego. Giro el cuello a un lado y a otro para intentar controlar la piel de gallina que me eriza la nuca. Salgo a trompicones del despacho y avanzo por el pasillo antes de cruzar el salón de verano y tropezar con unos baños ridículamente pijos. Me abrazo frente al lavabo y me miro al espejo.
—Por Dios, Brittany, ¡contrólate!—le gruño a mi reflejo.
—Ha conocido a la señorita, ¿verdad?
Me doy la vuelta y veo a una mujer de negocios muy atractiva que juguetea con su pelo en el otro extremo del baño. No sé qué decir, pero acaba de confirmar lo que yo ya sospechaba: produce este efecto en todas las personas.
Cuando mi cerebro fracasa y no consigo decir nada apropiado, me limito a sonreír. Me devuelve la sonrisa. Se está divirtiendo y sabe por qué estoy tan aturullada. Luego desaparece de los servicios. Si no tuviera tanto calor y no estuviera tan nerviosa, me sentiría avergonzada por lo evidente de mi estado. Pero tengo calor y estoy muy nerviosa, así que me olvido de la humillación, respiro hondo un par de veces y me lavo las manos sudadas con jabón Noble Isle. Debería haberme traído el bolso. Me vendría bien un poco de cacao para los labios. Sigo teniendo la boca seca y eso hace que mis labios se resientan. Vale, tengo que volver a salir ahí fuera, que me den los detalles y largarme. El corazón me suplica que me relaje. Estoy muy avergonzada de mí misma.
Vuelvo a recogerme el pelo, salgo de los servicios y regreso al despacho de la señorita López. No sé si voy a ser capaz de trabajar para esta mujer; me afecta demasiado. Llamo a la puerta antes de entrar y la encuentro sentada en el sofá mirando mi portafolio. Alza la vista y sonríe. Ahora sé que tengo que marcharme, de verdad. Me es imposible trabajar con esta mujer. Todas las moléculas de mi inteligencia y mis facultades mentales se desvanecen súbitamente en su presencia. Y lo peor de todo es que ella lo sabe.
Me arengo mentalmente para animarme y me acerco a la mesa ignorando el hecho de que López sigue cada uno de mis movimientos con la mirada. Se reclina hacia atrás en el sofá para que pase por delante de ella, pero no lo hago. Me siento en el sofá de enfrente, justo en el borde. Me lanza una mirada inquisitiva.
—¿Te encuentras bien?
—Sí—respondo sin más. Lo sabe—¿Quiere mostrarme dónde se encuentra el futuro proyecto para que podamos hablar de los pormenores?
Obligo a mi voz a mostrar seguridad. Ahora sólo debo seguir el protocolo. No tengo la menor intención de aceptar este contrato, pero tampoco puedo marcharme así como así, por muy tentador que sea. Enarca las cejas, sorprendida por mi cambio de estrategia.
—Claro.
Se levanta del sofá y da unas zancadas hacia el escritorio para coger el móvil. Recojo mis cosas, las meto en el bolso y sigo su gesto, que me indica el camino.
Me adelanta rápidamente, me abre la puerta y me hace una reverencia galante y exagerada mientras la mantiene abierta. Le sonrío con educación, a pesar de que sé que está jugando conmigo, y salgo al pasillo, hacia el salón de verano. Me tenso en cuanto me pone la mano en la cintura para guiarme.
¿A qué está jugando?
Me esfuerzo cuanto puedo por ignorarla, pero tendría que estar muerta para no percibir el efecto que esta mujer tiene en mí. Sé que lo sabe. Tengo la piel ardiendo —seguro que le está calentando la mano a través del vestido—, no puedo controlar la respiración y andar me exige toda mi capacidad de coordinación y de todas mis fuerzas. Soy patética, y es más que evidente que López está disfrutando con las reacciones que provoca en mí. Debo de ser la mar de entretenida.
Enfadada conmigo misma, camino un poco más de prisa para romper el contacto con la mano que mantiene en mi cintura. Me detengo al llegar a un punto en el que hay dos rutas posibles. Me alcanza y señala el exterior, el césped de las canchas de tenis.
—¿Sabes jugar?
Me entra la risa, pero es una risa incómoda.
—No.
Suelo correr y poco más. Dame un bate, una raqueta o una pelota y ya verás la que lío. Ante mi reacción, las comisuras de sus labios forman una sonrisa que resalta el oscuro de sus ojos y alarga sus generosas pestañas. Sonrío y sacudo la cabeza, admirada ante esta mujer gloriosa.
—¿Y usted?—pregunto.
Continúa por el recibidor y yo la sigo.
—No me importa jugar de vez en cuando, pero me van más los deportes extremos.
Se detiene y yo con ella. Tiene una forma física y un tono muscular que son demasiado, hasta con traje se puede notar.
—¿Qué clase de deportes extremos?
—Snowboard, sobre todo. Pero he probado el rafting en aguas rápidas, el puenting y el paracaidismo. Soy un poco adicta a la adrenalina. Me gusta sentir la sangre bombeando en las venas.
Me observa mientras habla y siento que me está analizando. Tendrían que anestesiarme para que yo me atreviera con esos pasatiempos que bombean sangre en las venas. Prefiero salir a correr de vez en cuando.
—Extremos—digo sin dejar de estudiar a esa muejr cuya edad desconozco.
—Muy extremos—confirma en voz baja. La respiración se me acelera de nuevo y cierro los ojos mientras me grito mentalmente por ser tan patética—¿Seguimos?—pregunta.
Percibo la sorna que tiñe su voz. Abro los ojos y me encuentro con su penetrante mirada oscura.
—Sí, por favor.
Ojalá dejara de mirarme así. Medio sonríe otra vez y se encamina hacia el bar. Saluda a las personas que están en el bar, dándoles palmaditas en los hombros. Una mujer y un hombre, que son muy atractivos—probablemente aún no hayan cumplido los treinta—y están sentados en los taburetes mientras beben botellines de cerveza.
—Chicos, les presento a Brittany. Brittany, éstos son Quinn Fabray y Noah Puckerman.
—Buenas tardes—dice Noah con voz cansada.
Parece un poco triste. Su aspecto (es guapo si te gustan los tipos duros) y su carácter me dicen que es inteligente, seguro de sí mismo y probablemente un hombre de negocios. Lleva el pelo negro peinado a la perfección, el traje impoluto y hace gala de una mirada astuta.
—Hola—sonrío educadamente.
—Bienvenida a la catedral del placer—ríe Quinn al tiempo que levanta el botellín—¿Puedo invitarte a una copa?
Veo que López sacude un poco la cabeza y pone los ojos en blanco. Quinn sonríe. Es el polo opuesto a Noah: Primero porque es mujer, después porque es informal y relajada, con unos vaqueros ajustados viejos, una camiseta de Superdry y unas Converse. Tiene un rostro insolente Sus ojos verdes brillan, cosa que la hace parecer aún más insolente, y lleva el pelo rubio un poco más arriba de los hombros y hecho un desastre.
—No, gracias—contesto.
Mueve la cabeza hacia López.
—¿San?
—No, gracias. Le estoy enseñando a Brittany la ampliación. Va a encargarse del interiorismo—dice sonriéndome.
Me río por dentro. No lo haré si puedo evitarlo. De todos modos, se está precipitando un poco, ¿no? Todavía no hemos hablado de las tarifas, de lo que quiere, ni de nada.
—Ya era hora. Nunca hay habitaciones libres—gruñe Noah pegado a su botellín.
¿Por qué nunca he oído hablar de este sitio?
—¿Qué tal el snowboard en Cortina, amigo mía?—pregunta Quinn.
López se sienta en un taburete.
—Alucinante. La forma de esquiar de los italianos se parece bastante a su estilo de vida relajado—esboza una gran sonrisa (la primera sonrisa de verdad desde que la conozco), recta, blanca y exuberante. Esta mujer es un diosa—Me levantaba tarde, encontraba una buena montaña, bajaba las laderas hasta que me cedían las piernas, echaba la siesta, comía tarde y, al día siguiente, vuelta a empezar—está hablando con todos pero me mira a mí.
Su pasión por los descensos queda reflejada en su amplia sonrisa. No puedo evitar devolvérsela.
—¿Se le da bien?—pregunto, porque es lo único que se me ocurre.
Imagino que todo se le da bien.
—Muy bien—confirma. Asiento con un gesto de aprobación y, por unos segundos, nuestras miradas se entrelazan. Soy la primera en apartarla—¿Continuamos?—pregunta tras bajarse del taburete y señalar la salida.
—Sí.
Sonrío. Al fin y al cabo, se supone que he venido aquí a trabajar. Lo único que he conseguido hasta el momento es un sofocón y una lista de deportes extremos. Siento que estoy como en trance. Desde el momento en que he atravesado las puertas he sabido que no iba a ser una reunión normal y corriente, y estaba en lo cierto.
A lo largo de los cuatro años que llevo visitando a gente en sus casas, sus lugares de trabajo y en edificios de nueva construcción, nunca me he topado con una Santana López. Probablemente no vuelva a hacerlo. Sin duda, tengo un buen trabajo.
Me vuelvo hacia las dos personas de la barra y me despido con una sonrisa. Ellos levantan los botellines hacia mí antes de continuar con su conversación. Camino en dirección a la puerta que lleva de vuelta al recibidor y la siento cerca, detrás de mí. Tan cerca que puedo olerla. Cierro los ojos y rezo una plegaria a Dios para que me saque pronto de ésta y, al menos, con un mínimo de dignidad intacta. Es demasiado intensa y estimula mis sentidos en un millón de direcciones distintas.
—Y ahora, la atracción principal—empieza a subir la amplia escalera. La sigo mientras contemplo el vacío colosal que lleva a una zona muy espaciosa—Éstas son las habitaciones privadas—dice señalando varias puertas.
Camino detrás de ella admirando su adorable trasero, pensando que es posible que tenga los andares más sexys que jamás haya tenido el privilegio de ver.
Cuando consigo apartar los ojos de su culo prieto veo que, a intervalos regulares, hay al menos veinte puertas que llevan a otras habitaciones Avanzamos hasta otra escalera grandiosa que lleva a un piso superior. Al pie de la escalera hay una preciosa vidriera y un arco que conduce a otra ala.
—Ésta es la ampliación—me guía por una nueva ala de la mansión—Aquí es donde necesito tu ayuda—añade, y se detiene en la entrada de un pasillo que lleva a diez habitaciones más.
—¿Es todo nuevo?—pregunto.
—Sí. De momento son cascarones vacíos, pero estoy seguro de que le pondrás remedio. Te las enseñaré.
Me deja más que asombrada cuando me coge de la mano y tira de mí por el pasillo hasta que alcanzamos la última puerta.
¡Qué inapropiado!
Todavía le suda la mano y estoy segura de que la mía tiembla entre sus dedos. La sonrisa que me lanza con una ceja arqueada me dice que estoy en lo cierto. Hay una especie de corriente eléctrica que fluye entre las dos y hace que me estremezca. Abre las puertas y me mete en una habitación recién enlucida. Es enorme, y las ventanas encajan con el resto de la propiedad. Quienquiera que la construyera hizo un trabajo excelente.
—¿Son todas tan grandes?—pregunto, y doblo los dedos hasta que me suelta la mano.
¿Se comporta así con todas las personas?
Es desconcertante.
—Sí.
Me dirijo hacia al centro de la habitación mientras miro a mi alrededor. Tiene un buen tamaño. Veo que hay otra puerta.
—¿Tiene baño?
Mientras hablo, voy hacia la puerta y entro.
—Sí.
Las habitaciones son enormes, especialmente teniendo en cuenta cómo suelen ser en los hoteles. Podrían hacerse muchas cosas. Me sentiría muy emocionada si no estuviera tan preocupada por lo que se espera de mí. Esto no es el Lusso.
Salgo del cuarto de baño y encuentro a López apoyada en la pared, con las manos en los bolsillos, los párpados caídos y los ojos oscuros mirándome. Dios mío, esta mujer es puro sexo. Es casi una pena que el diseño tradicional no tenga cabida en mi historia como diseñadora. No me interesa lo más mínimo.
—No estoy segura de ser la persona adecuada para este trabajo.
Sueno apesadumbrada. No pasa nada, porque lo estoy. Me apena no poder controlarme. Me mira, con esos ojos oscuros pardusco que atacan mis defensas, y me doy la vuelta sobre los talones.
—Creo que tienes lo que quiero—dice en voz baja.
¡Mi madre!
—Lo mío siempre ha sido el lujo moderno—echo otro vistazo a la habitación y, despacio, vuelvo a dejar que mi mirada se pose en ella—Estoy segura de que quedará más satisfecha con Will o con Kurt. Ellos se encargan de nuestros proyectos de época.
Reflexiona sobre lo que he dicho durante un segundo, hace de nuevo ese movimiento de cabeza y se aparta de la pared impulsándose con los omoplatos.
—Pero te quiero a ti.
—¿Por qué?
—Tienes pinta de ser muy buena.
Se me escapa un suspiro involuntario entre los labios al escuchar sus palabras. No sé cómo interpretarlas.
¿Se refiere a mi habilidad como diseñadora o a otra cosa?
El modo en que me mira me dice que es a la otra cosa. Está un pelín demasiado segura de sí misma.
—¿Especificaciones?—pregunto.
De nuevo, no se me ocurre otra cosa. Vuelvo a sonrojarme. Una sonrisa juguetea en las comisuras de sus labios.
—Sensual, íntimo, lujoso, estimulante, reconstituyente...
Hace una pausa para valorar mi reacción. Frunzo el ceño. No es lo habitual. No ha mencionado ni relajante, ni funcional, ni práctico.
—Vale. ¿Hay algo en particular que deba incluir?—vuelvo a preguntar.
¿Por qué me molesto en averiguar las respuestas?
—Una cama grande y muchas aplicaciones de pared—contesta de una tirada—¿Qué clase de aplicaciones?
—Grandes, de madera. Ah, la iluminación tiene que ser la adecuada.
—¿La adecuada para qué?—no puedo evitar el tono de confusión.
Sonríe y me derrito en un charco de hormonas calientes.
—Para las especificaciones, claro.
Ay, Dios, debe de estar pensando que soy una lerda.
—Sí, claro—levanto la vista y veo que unas vigas robustas cruzan el techo. El edificio es nuevo pero no son vigas falsas—¿Las hay en todas las habitaciones?
Vuelvo a mirarla a los ojos.
—Sí, son esenciales.
Su voz es grave y seductora. No estoy segura de poder aguantar mucho más. Cojo el cuaderno de especificaciones del cliente y empiezo a tomar notas.
—¿Hay algún color en particular que deba incluir o evitar?
—No, puedes volverte loca.
Levanto la cabeza para mirarla.
—¿Perdone?
Sonríe.
—Que hagas lo que quieras.
Ah, bueno, no voy a volverme loca con nada porque no va a volver a verme por aquí. Pero debería conseguir la máxima información para poder pasársela a Will o a Kurt con al menos un mínimo de datos.
—Ha mencionado una cama grande. ¿De algún tipo en particular?—pregunto intentando mantener la profesionalidad.
—No. Sólo que sea muy grande.
Flaqueo a mitad de la nota, levanto la vista y veo que me está observando. Me siento idiota porque me pone muy nerviosa.
—¿Qué hay de los tejidos?
—Sí, muchos tejidos—empieza a caminar hacia mí—Me gusta tu vestido—susurra.
Mierda, ¡tengo que salir de aquí!
—Gracias—digo con un gritito agudo mientras voy de camino a la puerta—Ya tengo todo lo que necesito—no es verdad, pero no puedo quedarme ni un minuto más. Esta mujer me nubla los sentidos—Prepararé algunos bocetos.
Salgo al pasillo y voy directa al comienzo de la escalera. Maldita sea, cuando me he despertado esta mañana esto era lo último que me esperaba. Una mansión de campo pija, con una dueña guapísima, no forma parte de mi rutina diaria.
Consigo llegar a la escalera y la bajo a una velocidad estúpida, teniendo en cuenta los altísimos tacones marrón tostado que llevo puestos. Pongo los pies en el suelo de parquet preguntándome cómo diablos he llegado aquí.
—Espero noticias tuyas, Brittany.
Su voz ronca me recorre el cuerpo. López me alcanza al final de la escalera y me tiende la mano. La acepto por temor a que, si no lo hago, se acerque y vuelva a ponerme los labios encima.
—Tiene un hotel encantador—digo de corazón.
Estoy empezando a desear que el contenido de mi bolso consistiera en unas bragas limpias, una venda, tapones para los oídos y algún tipo de armadura. Con eso habría estado más preparada. Levanta las cejas, mantiene mi mano en la suya y, lentamente, la aprieta. La corriente que viaja por nuestras manos unidas hace que me tense de pies a cabeza.
—Tengo un hotel encantador—repite pensativa. La corriente se convierte en una descarga eléctrica y retiro la mano en un acto reflejo. Me mira inquisitiva—Ha sido un placer conocerte, Brittany. De verdad—hace énfasis en «De verdad».
—Lo mismo digo—susurro.
Veo que su mirada se clava en mí durante un instante y empieza a mordisquearse su carnoso labio inferior. Se desplaza hacia la mesa central del recibidor. Saca una sola cala del jarrón que preside el mueble y la estudia un momento antes de ofrecérmela.
—Elegancia sencilla—dice con suavidad.
No sé por qué, quizá porque mi cerebro está muerto, pero la cojo.
—Gracias.
Se mete la otra mano en el bolsillo y me observa de cerca.
—De nada.
Su mirada viaja de mis ojos a mis labios. Retrocedo unos pasos.
—¡Por fin te encuentro!—una mujer sale del bar y se acerca a López. Es atractiva: rubia, de estatura media, con el pelo escalado y labios rojos. La besa en la mejilla—¿Estás lista?
Vale, supongo que debe de ser la esposa. Pero no lleva anillo, así que quizá sea la novia. Sea como sea, me quedo perpleja, porque ella no me quita los ojos de encima ni se molesta en contestar a su pregunta. Ella se da la vuelta para ver qué le está robando su atención y me mira con recelo. Me cae mal al instante, y no tiene nada que ver con la mujer a la que está abrazando.
—¿Y tú eres...?—ronronea.
Cambio de postura, incómoda. Me siento como si me hubieran pillado haciendo una travesura. Bueno, es que me han pillado. He tenido reacciones extremadamente indeseadas hacia su novia. Una irracional punzada de celos me apuñala.
¡Esto es ridículo!
Sonrío con dulzura.
—Yo ya me iba. Adiós.
Me doy la vuelta y prácticamente salgo corriendo hacia la puerta y escalones abajo. Me subo de un salto al coche, dejo escapar un enorme suspiro y, cuando mis pulmones me agradecen el aire fresco, me reclino en el asiento y empiezo a hacer ejercicios para normalizar la respiración.
Voy a tener que pasarle el proyecto a Kurt. A pesar de que está pillado, sigo sin poder trabajar con ella. Sacudo la cabeza, incrédula, y arranco el coche. Mientras conduzco por el camino de grava, miro cómo la imponente mansión se hace cada vez más pequeña en mi retrovisor. Y ahí, de pie en lo alto de la escalera, viéndome marchar, está Santana López.
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—¡Has vuelto! Estaba a punto de llamarte—exclama Rachel sin levantar la vista de la figura de los novios que está colocando sobre la tarta de bodas que debe decorar. Tiene la lengua fuera, apoyada sobre el labio inferior. Me hace sonreír—¿Te apetece salir?
Sigue sin mirarme. Es algo bueno. Estoy segura de que mi cara me delataría si intentara fingir que no pasa nada. Todavía estoy alterada por mi cita del mediodía con cierta señorita de La Mansión. No tengo energía para arreglarme y salir.
—¿Y si guardamos fuerzas para mañana?
Tengo que intentarlo. Sé que eso significa una botella de vino en el sofá, pero al menos podré ponerme el pijama y relajarme. Después del día que he tenido, mi mente va a toda pastilla y necesito desconectar. Me duele la cabeza y no he podido concentrarme en todo el día.
—Perfecto. Termino la tarta y soy toda tuya—le da la vuelta al pastel de fruta sobre el pedestal y echa unas gotas de pegamento comestible en la cobertura—¿Qué tal el día en el campo?
¡Ja!
¿Qué le digo?
Esperaba encontrarme a un paleto pomposo que ha resultado ser una diosa, guapa a rabiar. Pidió que fuera yo expresamente, su tacto me convirtió en lava ardiendo, no puedo mirarla a los ojos por miedo a desmayarme y le ha gustado mi vestido. En vez de eso, contesto:
—Interesante.
Levanta la vista.
—Cuenta—me responde.
Le brillan los ojos y se inclina de nuevo sobre la tarta, con la lengua fuera otra vez.
—No era lo que me esperaba.
Me quito una pelusa imaginaria del vestido azul marino para intentar restarle importancia.
—No me cuentes lo que te esperabas y dime qué te has encontrado—
Ha dejado de intentar colocar a los novios en lo alto de la tarta. En vez de eso, me mira fijamente. Tiene cobertura en la punta de la nariz, pero la ignoro
—La dueña—me encojo de hombros mientras jugueteo con mi cinturón marrón tostado.
—¿La dueña?—pregunta con los labios fruncidos.
—Sí, Santana López, la dueña—me quito más pelusas imaginarias del vestido.
—Santana López, la dueña—me imita, y a continuación hace un gesto hacia uno de los sillones semicirculares de su taller—¡Siéntate! ¿Por qué intentas parecer tan tranquila? No engañas a nadie. Tienes las mejillas del color de esa cobertura—señala una tarta con forma de camión de bombero que hay en la estantería de metal—¿Por qué la dueña, Santana López, no era como esperabas?
¡Porque estaba muy buena!»
Me dejo caer en el sillón con el bolso en el regazo mientras Rachel, de pie, se da golpecitos en la palma de la mano con el mango de una espátula. Al final, se acerca y se sienta en el sillón de enfrente.
—Cuéntame—me presiona.
Sabe que tengo algo que contar. Me encojo de hombros.
—La mujer es atractiva y lo sabe.
Los ojos se le iluminan y los golpes de la espátula se tornan cada vez más rápidos. Quiere más drama. Le encanta. Cuando Elaine y yo rompimos, fue la primera en aparecer para ver el espectáculo en calidad de amiga. No tenía por qué haberse molestado. Lo dejamos de mutuo acuerdo. Fue una ruptura amistosa y bastante aburrida. No destrozamos la vajilla y ningún vecino tuvo que llamar a la policía.
—Y ¿Cuál es el problema? A nosotras nos atraen tanto las mujeres como los hombres—se encoje de hombros—¿Qué edad tiene?—pregunta con avidez.
Ahí me ha pillado. Todavía me tortura haber soltado una pregunta tan inapropiada en una reunión de negocios. No valía la pena ni que me sintiera avergonzada, porque estaba claro que estaba jugando conmigo. Me encojo de hombros.
—Dijo que veintiuno, pero por lo menos tiene diez más.
—¿Se lo has preguntado?—la mandíbula le llega al regazo.
—Sí, sí, ya sé que a una mujer no se le pregunta le edad. Se me escapó en un momento en el que el filtro cerebro-boca me falló del todo. No me siento orgullosa—murmuro—He quedado como una idiota, Rach. Nunca me había sentido así con una persona. Pero ésta... En fin, te habrías avergonzado de mí.
Suelta una sonora carcajada.
—¡Britt, tengo que enseñarte habilidades sociales!
Se recuesta con brusquedad sobre el respaldo del sillón y lame la cobertura de la espátula.
—Sí, por favor—gruño, y estiro la mano hacia ella. Me pasa la espátula y empiezo a lamer los bordes. Hace un mes que vivo con Rachel y sobrevivo a base de vino, azúcar para cobertura y masa para tartas. No puede decirse que la ruptura me haya quitado el apetito—Estaba muy segura de sí misma—digo entre lametones.
—¿En qué sentido?
—Esa tía sabía que provocaba ciertas reacciones en mí. Seguro que daba pena verme. Ha sido patético.
—¿Tanto?
Sacudo la cabeza.
—Exageradamente patético.
—Seguro que no vale nada en la cama—musita Rachel—Todas las personas guapos son así, obvio menos nosotras, eso está claro. ¿Y las especificaciones?
—Una ampliación de diez dormitorios. Pensaba que iba a una mansión de campo, pero es un súper hotel pijo con spa. La Mansión. ¿Lo conoces?
Rachel pone cara de no tener ni idea.
—No—responde, y se levanta para apagar el horno—¿Puedo ir contigo la próxima vez?
—No. No pienso regresar. No puedo trabajar así. Además, tiene novia y no puedo volver a mirarla a los ojos, no después del numerito de hoy—me levanto del sillón y tiro la espátula al cuenco vacío—Se lo he pasado a Will. ¿Y el vino?
—En la nevera.
Subimos al apartamento y nos ponemos el pijama. Dejo el bolso en la cama y la cala hace su aparición estelar. Elegancia sencilla. La cojo y le doy vueltas entre los dedos; luego la tiro a la papelera.
Olvidada...
Ya con la ropa cómoda, meto en el reproductor de DVD la última novedad del videoclub, salto al sofá con Rachel e intento concentrarme en la película. Es imposible. El ojo de mi mente está invadido por las imágenes de una mujer de ojos oscuros, morena, esbelta y de edad desconocida con unos andares para babear y toneladas de atractivo sexual.
Me quedo dormida con las palabras «Pero te quiero a ti» rebotando en mi cabeza.
No tan olvidada...
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Diosssssssssssssssssss estoo esta buenisimooooooooooo
Sanny25- ---
- Mensajes : 580
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Edad : 27
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Sanny25 escribió:Diosssssssssssssssssss estoo esta buenisimooooooooooo
Hola, jajaja y cada vez mejorará! ajajajajaj... o no¿? Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 3
Capitulo 3
Después de dos reuniones de seguimiento con clientes y de parar en la nueva casa del señor Muller en Holland Park para dejarle unas cuantas muestras, estoy de vuelta en la oficina escuchando cómo Will habla de Emma. Es lo habitual los lunes por la mañana después de que haya pasado todo el fin de semana con su mujer y lejos de la oficina. La verdad es que no sé cómo el hombre no jubila y se van a pasear por el mundo. Kurt entra con una sonrisa de oreja a oreja y de inmediato sé que ha ligado durante el fin de semana.
—Cielo, ¡cuánto te he echado de menos!
Me da un beso sin llegar a tocarme y se vuelve hacia Will, que se protege con las manos en un gesto que dice: «¡Ni se te ocurra!» Kurt pone los ojos en blanco, sin ofenderse ni un ápice, y baila hasta llegar a su mesa.
—Buenos días, Kurt—lo saludo con alegría.
—Esta mañana ha sido de lo más estresante. El señor y la señora Baines han cambiado de opinión por enésima vez. He debido cancelar todos los pedidos y reorganizar a una docena de obreros—mueve la mano, frustrado—Me han puesto una maldita multa por no colocar la tarjeta de aparcamiento de residentes y, además, me he enganchado el jersey nuevo en uno de esos horrendos pasamanos que hay a la salida del Starbucks—se pone a tirar de la lana desgarrada del dobladillo de su jersey rosa fucsia con cuello en V—¡Míralo, jolines! Menos mal que eché un polvo anoche, porque si no estaría en el pozo de la desesperación—me sonríe.
Lo sabía. Will se va negando con la cabeza. Todos sus intentos por disminuir el amaneramiento de Kurt hasta niveles más tolerables han fracasado. Ahora ya se ha rendido.
—¿Una buena noche?—pregunto.
—Maravillosa. He conocido a un hombre divino. Va a llevarme al Museo de Historia Natural el fin de semana que viene. Es científico. Somos almas gemelas, estoy seguro.
—¿Qué ha pasado con el entrenador personal?—vuelvo a preguntar.
Era su alma gemela de la semana pasada.
—Olvídalo, un desastre. Apareció el viernes en mi apartamento con un DVD de Dirty Dancing y comida india para dos. ¿Te lo puedes creer?
—Me dejas de piedra—me burlo.
—Lo peor. No hace falta que te diga que no voy a volver a verlo. ¿Y qué hay de ti, cielo? ¿Qué tal esa guapísimo ex novia tuya?
Me guiña el ojo. Kurt no oculta que encuentra linda Elaine, cosa que a mí me hace gracia pero que mucho más a Elaine.
—Está bien. Sigue siendo mi ex.
—Qué lástima.
Kurt se marcha tranquilamente, retocándose el tupé castaño y perfecto.
—Tina, te mando por correo electrónico la factura por una consulta de diseño para la señora López. ¿Podrías asegurarte de que se envía hoy mismo?
—Así lo haré, Britt. ¿Pago a siete días?
—Sí, gracias.
Regreso a mi mesa y continúo casando colores. Alargo el brazo para coger el móvil cuando empieza a bailar por mi mesa. Miro la pantalla y casi me caigo de la silla al ver en ella el nombre de «Santana». Lo miro durante unos segundos, hasta que mi cerebro se repone del susto y el corazón se me acelera en el pecho.
Pero ¿qué demonios...?
Yo no guardé su número, Will no me lo dio y, tras pasarle el proyecto el viernes, ya no lo necesitaba. Decía en serio lo de que no iba a volver. Y, en cualquier caso, no lo habría grabado con su nombre de pila. Sostengo el teléfono en la mano, echo un vistazo a la oficina para ver si el ruido ha llamado la atención de alguno de mis compañeros. No lo ha hecho. Lo dejo sonar.
¿Qué querrá?
Voy al despacho de Will a preguntarle si ha informado a la señora López del cambio de planes, pero entonces vuelve a sonar y me frena en seco. Respiro hondo y contesto. Si Will no ha hablado aún con ella, lo haré yo. Y si no le gusta, mala suerte. A duras penas he logrado convencerme a mí misma de que le he pasado el contrato a Will porque él es más apto que yo para el proyecto. Sé muy bien que ésa no es toda la verdad.
—Hola—respondo.
Pataleo ligeramente en el suelo porque el saludo suena un tanto receloso. Quería sonar segura y llena de confianza en mí misma.
—¿Brittany?
Su voz tiene el mismo impacto que el viernes en mis débiles sentidos, pero al menos por teléfono no puede ver cómo tiemblo.
—¿Quién es?
Muy bien.
Mucho mejor.
Profesional y tranquila.
Se ríe y me hace bajar la guardia.
—Sé que sabes la respuesta a esa pregunta porque mi nombre aparece en tu teléfono—tierra trágame—¿Estás intentando hacerte la interesante?
¡Será arrogante!
¿Cómo lo sabe?
Pero entonces caigo en la cuenta.
—Metió su teléfono en mi lista de contactos.
Ya la entiendo.
¿Cuándo lo hizo?
Repaso mentalmente nuestra reunión y decido que fue durante mi visita al baño, porque dejé el portafolio y el móvil en la mesa.
¡No puedo creer que curioseara en mi móvil!
—Necesito poder localizarte.
Oh, no.
Está claro que Will no se lo ha dicho. De todos modos, uno no va por ahí tocando móviles ajenos. Se lo tiene muy creído.
¿Y lo de grabar como «Santana»?
Es un pelín demasiado familiar.
—Will debería haber contactado con usted—la informo con frialdad—Me temo que no puedo ayudarla, pero él estará encantado de hacerlo.
—Will ya ha hablado conmigo—responde. Suspiro de alivio, pero en seguida frunzo el ceño. Entonces ¿por qué me llama?—Estoy segura de que Will estará encantado de ayudarme, pero yo no tanto.
Me quedo boquiabierta.
¿Quién se cree que es?
¿Me ha llamado para decirme que no le gusta?
Esta mujer se pasa de arrogante. Cierro la boca.
—Siento mucho oírlo
No parece que lo sienta; parece que estoy enfadada.
—¿De verdad?
Y vuelve a pillarme por sorpresa.
No, no lo siento, pero eso no voy a decírselo.
—Sí—miento.
Quiero añadir que nunca podría trabajar con una presumida guapa y arrogante como ella, pero me contengo. No sería muy profesional. La oigo suspirar.
—No creo que lo sientas, Britt—el diminutivo de mi nombre suena a terciopelo en sus labios, y me provoca un estremecimiento familiar. ¿Cómo sabe que no lo siento?—Creo que me estás evitando—añade.
Como esto siga así, voy a dislocarme la mandíbula. Provoca sentimientos nada deseables en mí, y el hecho de saber que tiene una relación con alguien no ayuda nada.
—¿Por qué iba a hacer yo algo así?—digo con atrevimiento.
Eso debería obligarla a callar.
—Bueno porque te sientes atraída hacia mí.
—¿Perdone?—le espeto.
Su soberbia no tiene límites.
¿Es que no tiene vergüenza?
El hecho de que haya dado en el clavo no es relevante. Habría que estar ciega, sorda y tonta para no sentirse atraída por aquella mujer. Es la perfección personificada, y está claro que lo sabe. Suspira.
—He dicho que...
—Ya, la he oído—la interrumpo—Es que no puedo creerme que lo haya dicho.
Me desplomo sobre mi silla. Nunca he visto nada parecido. Me deja pasmada.
¿La tipa tiene a una persona especial en su vida y está flirteando por teléfono conmigo?
¡Menuda mujeriega!
Tengo que volver a centrar la conversación en lo profesional y colgar cuanto antes.
—Le pido disculpas por no estar disponible para su proyecto—suelto de un tirón, y cuelgo.
Me quedo mirando el teléfono. Ha sido una falta de educación y nada profesional, pero es tan lanzado que me ha dejado estupefacta. Cada minuto que transcurre tengo más claro que pasarle el contrato a Will ha sido lo más sensato. Me llega un mensaje de texto.
No lo has negado. Que sepas que el sentimiento es mutuo. Bs, S
¡Me cago en la hostia!
Me llevo la mano a la boca y aprieto con fuerza para evitar que las palabrotas mentales salgan de mis labios.
No, no lo he negado.
¿Y ella se siente atraído por mí?
¿Soy un pelín joven para ella o ellla es demasiado mayor para mí?
¿Besos?
Cabrona engreída.
No contesto; no tengo ni idea de cómo responder. En vez de eso, meto el móvil en el bolso y me voy a comer con Rachel.
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—¡Madre mía!—exclama Rachel al mirar mi móvil. Su pelo castaño, recogido en una cola de caballo, ondea de un lado a otro cuando menea la cabeza—¿Le has contestado?—me mira expectante.
—Dios, no—me río.
¿Qué me aconsejaría que le dijera?
Me tiene pasmada.
—¿Y tiene novia?
—Sí—asiento al tiempo que enarco las cejas.
Deja el teléfono encima de la mesa.
—Qué pena.
¿Sí?
La verdad es que simplifica bastante las cosas. Eso supera sin duda las reacciones que provoca en mí. Rachel es mucho más atrevida que yo. Le habría contestado algo sorprendente y sugerente, y es probable que la hubiera dejado boquiabierta. Esta chica podría competir con cualquier devoradora de personas. Como es muy lanzada, las espanta a casi todas en la primera cita; sólo las personas más fuertes sobreviven. El pelo castaño y largo de Rachel tiene tanta personalidad como ella. Es una mujer segura de sí misma, independiente y decidida.
—La verdad es que no—musito, y cojo mi vaso de vino de la hora de comer para darle un sorbo—Además, sólo hace cuatro semanas que Elaine y yo hemos roto. No quiero personas en mi vida, de ninguna clase—me gusta sonar decidida—Estoy disfrutando de estar soltera y sin ataduras por primera vez en mi vida—añado.
Así es como me siento. Estuve cuatro años con Elaine y, antes de eso, mantuve una relación de tres años con Adam.
—¿Has visto a la capullo?
Rachel pone cara de asco cuando menciono el nombre de mi ex. No soporta a Elaine, y se alegró de que rompiera con ella. Que Rachel la pillara in fraganti con una compañera de trabajo en un taxi sólo confirmó lo que yo ya sabía. No sé por qué hice la vista gorda durante tanto tiempo. Cuando hablé con ella, con calma, se deshizo en disculpas y casi se desmaya cuando le dije que no me importaba. Era verdad, y yo también estaba sorprendida. La relación se había terminado y ella opinaba lo mismo. Todo fue muy amistoso, para disgusto de Rachel. Ella quería vajillas rotas e intervenciones policiales.
—No—respondo.
—Nos lo estamos pasando bien, ¿verdad?
Me sonríe, y entonces llega la camarera con nuestra comida.
—Voy al servicio.
Me levanto y dejo a Rachel comiendo patatas fritas con mayonesa. Después de entrar en el baño, me miro al espejo, me retoco el brillo de labios y me atuso el pelo. Hoy se está portando bien, así que lo llevo suelto sobre los hombros. Me aliso los pantalones capri negros y me quito un par de pelos de la blusa de color crema.
El teléfono suena cuando voy de camino al bar. Lo saco de bolso y pongo los ojos en blanco al ver que es ella otra vez. Probablemente se esté preguntando dónde está mi respuesta a su nada apropiado mensaje de texto. No voy a entrar en ese juego.
—Rechazar —le digo al teléfono. Aprieto con decisión el botón rojo y vuelvo a guardarlo en el bolso mientras avanzo por el pasillo—Uy, lo siento mucho—farfullo al darme de bruces contra unos pechos.
Son unos pechos firmes, y el embriagador perfume que me inunda me resulta muy familiar. Mis piernas se niegan a moverse y no sé qué voy a ver si levanto la vista. Sus brazos ya están alrededor de mi cintura, sujetándome, y mis ojos quedan a la altura de la parte superior de sus pechos. Veo cómo le late el corazón a través de la camisa.
—¿Rechazar?—dice en voz baja—Eso me ha dolido.
Me aparto de su abrazo e intento recobrar la compostura. Está impresionante, con un traje ceñido gris marengo y una camisa blanca y planchada. Mi incapacidad para apartar la vista de sus pechos hace que me entre la risa.
—¿Qué te hace tanta gracia?—me pregunta.
Sospecho que frunce el ceño ante mis carcajadas, aunque, como me niego a mirarla, no puedo confirmarlo.
—Lo siento. No miraba por dónde iba.
La esquivo, pero me coge del codo y detiene mi huida.
—Antes de irte, dime una cosa, Brittany—su voz despierta mis sentidos y mis ojos viajan por su cuerpo esbelto hasta que nuestras miradas se encuentran. Está seria, pero sigue siendo impresionante—¿Cuánto crees que vas a gritar cuando te folle?
¿QUÉ?
—¿Perdone?—consigo espetarle pese a que mi lengua parece de trapo.
Medio sonríe ante mi sorpresa. Me levanta la barbilla con el índice y la empuja hacia arriba para hacerme callar.
—Piénsalo.
Me suelta el codo. Le lanzo una mirada furibunda antes de volver a nuestra mesa con el paso más firme que mis temblorosas piernas me permiten.
¿La he oído bien?
Me siento en la silla y me bebo todo el vino intentando humedecer mi boca seca.
Cuando miro a Rachel, está boquiabierta. Sobre su lengua veo los trozos a medio masticar de patatas fritas y de pan. No es nada bonito.
—¿Quién coño es ésa?—balbucea con la boca llena.
—¿Quién?—miro alrededor haciéndome la loca.
—Ésa—Rachel señala con el tenedor—¡Mira!
—La he visto, pero no la conozco—respondo molesta.
¡Déjalo ya!
—Viene hacia acá. ¿Seguro que no la conoces? Joder, está buenísima—me mira.
Me encojo de hombros.
Vete, por favor.
Vete.
¡Vete!
Cojo un solitario trozo de lechuga de mi sándwich de beicon, lechuga y tomate y empiezo a mordisquear los bordes. Me pongo tensa y sé que se está acercando porque Rachel levanta la vista para adaptarla a su altura.
¡Ojalá cerrase la dichosa boca de una vez!
—Señoritas.
Su voz grave y profunda me hace cosquillas en la piel. No me ayuda a relajarme, precisamente.
—Hola—escupe Rachel, y mastica a toda velocidad para librar a su boca de la obstrucción que le impide hablar.
—¿Brittany?—me saluda.
Muevo mi hoja de lechuga en dirección a ella para indicarle que sé que está ahí sin tener que mirarla. Se ríe un poco. Con el rabillo del ojo, veo que se agacha hasta ponerse en cuclillas a mi lado, pero aun así me niego a mirarla. Apoya un brazo en la mesa y oigo a Rachel toser y escupir los restos de comida.
—Así está mejor—dice.
Puedo sentir su aliento en la mejilla. De mala gana, levanto la vista y bajo las pestañas veo que Rachel me está mirando boquiabierta, con los ojos como platos y en plan: ¡Sigue aquí! ¡Habla con ella, idiota!
No se me ocurre nada que decir. Esta mujer me ha dejado inútil otra vez. La oigo suspirar.
—Soy Santana López, encantada de conocerte.
Tiende la mano hacia el otro lado de la mesa. Rachel la coge encantada.
—¿Santana?—farfulla—¡Ah, Santana!—me mira de forma acusadora—Yo soy Rachel. Brittany me ha dicho que tienes un hotel pijo.
Le lanzo una mirada furibunda.
—¿Me ha mencionado?—pregunta con suavidad. No tengo que mirarla para saber que ha puesto cara de engreída satisfecha ante la noticia—Me gustaría saber qué más te habrá dicho.
—Nada. Poco más—dice Rachel intentando arreglarlo, pero ya es demasiado tarde para retractarse de la última frase.
Le lanzo mi peor mirada asesina.
—Poco más—contraataca ella.
—Sí, poco más—sostiene Rachel.
Harta del pequeño intercambio estéril con el que las dos parecen estar disfrutando, me hago cargo de la situación y la miro.
—Ha sido agradable volver a verla. Adiós.
Nuestras miradas se cruzan de inmediato y sus ojos oscuros, con los párpados pesados, oscuros y exigentes, acaban conmigo. Siento su respiración vacilante y aparto la mirada de la suya, pero sólo para llevarla a su boca. Tiene los labios húmedos, entreabiertos, y, lentamente, saca un poco la lengua y se la pasa muy despacio por el labio inferior. No puedo dejar de mirarla. Sin que nadie se lo ordene, mi lengua responde con una feliz expedición por mi labio inferior. Traiciona mis intentos por aparentar frialdad, como si aquello no me afectara... Pero más bien ocurre todo lo contrario.
Esto es una locura.
Esto... lo que sea que es... es una locura.
Tiene demasiada confianza en sí misma y es una arrogante, pero probablemente tenga motivos para serlo. Deseo desesperadamente que esta mujer deje de afectarme.
—¿Agradable?—se inclina hacia adelante, me coge el muslo y la lava líquida me inunda las ingles. Muevo las piernas y junto los muslos para controlar la pulsación que amenaza con convertirse en una palpitación tremenda—Se me ocurren muchas palabras, Brittany. «Agradable» no es una de ellas. Te dejo para que medites sobre mi pregunta.
¡Por el amor de Dios!
Trago saliva cuando se inclina hacia mí a media altura y me posa los labios húmedos en la mejilla prolongando el beso toda una eternidad. Aprieto los dientes intentando no volverme hacia ella.
—Hasta pronto—susurra. Es una promesa. Suelta mi muslo tenso y se levanta—Encantada de conocerte, Rachel.
—Mmm, lo mismo digo—responde pensativa.
Se marcha hacia la parte de atrás del bar.
Ay, Dios, camina con decisión y es de lo más sexy.
Cierro los ojos para recuperar mis habilidades mentales, que ahora mismo están hechas pedazos por el suelo del bar. No tiene remedio. Me vuelvo hacia Rachel y me encuentro con unos acusadores ojos cafés abiertos como platos y que me miran como si me hubieran salido colmillos. Las cejas le llegan a la línea de nacimiento del pelo.
—Joder, eso ha sido intenso—escupe hacia mi lado de la mesa.
—¿Tú crees?
Empiezo a juguetear con mi sándwich por el plato.
—Corta el rollo del bla-bla-bla ahora mismo o te meto el tenedor por el culo, tan adentro que vas a masticar metal. ¿Sobre qué pregunta tienes que meditar?
Su tono es fiero.
—No lo sé—me la quito de encima—Es atractiva, arrogante y tiene novia—le doy datos vagos.
Rachel suelta un silbido largo y amplificado.
—Nunca había sentido nada parecido. Había oído hablar de ello, pero nunca lo había presenciado.
—¿A qué te refieres?—le espeto.
Se inclina sobre la mesa, muy seria.
—¡Brittany, la tensión sexual entre esa mujer y tú era tan fuerte que hasta yo me he puesto cachonda!—ríe—Te desea con ganas. No podría haberlo dejado más claro ni aunque te hubiera abierto de piernas sobre la mesa de billar.
Señala con el dedo, y voy yo y miro.
—Eso son imaginaciones tuyas—resoplo.
Sé que no se inventa nada, pero ¿qué puedo decirle?
—He visto el mensaje de texto y ahora la mujer en carne y hueso. Está muy buena... para ser mayor.
Se encoge de hombros.
—No me interesa.
—¡Ja! No te lo crees ni tú.
Le lanzo una mirada furibunda a mi mejor amiga.
—Me lo creeré.
—Ya me dirás qué tal te va.
Me la devuelve, más bien entusiasmada.
*************************************************************************************
Vuelvo a la oficina y me paso el resto del día sin hacer absolutamente nada. Jugueteo con el boli, voy al baño quince veces y finjo escuchar a Kurt hablar sin cesar del Orgullo Gay y todo lo demás. Mi teléfono suena cuatro veces —y las cuatro resulta ser Santana López— y rechazo todas y cada una de las llamadas. Me asombra la persistencia de esa mujer, y la confianza que tiene en sí misma.
¿Cuánto gritaría?
¡Estoy perpleja!
Soy feliz, estoy disfrutando de mi libertad y no tengo intención de modificar mis planes de seguir soltera y sin compromiso. No voy a liarme con una extraña, por muy guapa que sea. Y lo cierto es que está para chuparse los dedos. Además, es demasiado mayor para mí y, todavía más importante, está claro que ya está pillada, lo que hace aún más evidente el hecho de que es toda una mujeriega. No es la clase de mujer por la que me conviene sentir atracción, caramba, y menos después de Elaine y sus infidelidades. Necesito una persona que sea fiel, protector y que cuide de mí. Y a ser posible que tenga mi edad.
¿Cuántos años tendrá?
El teléfono me informa de que tengo un mensaje de texto y doy un salto que me saca de mis cavilaciones. Sé de quién es antes de verlo.
No es agradable que te rechacen. ¿Por qué no me coges el teléfono? Bs, S
Me río sola, lo que llama la atención de Mercedes, que está rebuscando en el archivador que hay cerca de mi mesa. Sus cejas perfectamente depiladas se arquean.
No creo que esa tía esté acostumbrado al rechazo.
—Es Rach—digo a modo de explicación, y ella vuelve a rebuscar en el archivador.
Debería ser obvio por qué no le cojo el dichoso teléfono. No quiero hablar con ella. Me pone de los nervios, me provoca demasiadas reacciones y, para ser sincera, no confío en mi cuerpo cuando la tengo cerca. Parece que responde a su presencia sin que ni mi cerebro ni yo le digamos nada, y eso puede ser muy peligroso.
Mi móvil vuelve a sonar y rechazo la llamada rápidamente.
¡Dame un minuto para que responda!
¿Acaso voy a responder?
No voy a librarme nunca de ella. Necesito mostrarme implacable.
Si tiene que hablar de las especificaciones, debería llamar a Will, no a mí.
Toma.
Sin firma y, desde luego, sin beso. No se lo he deletreado, pero debería captar el mensaje. Dejo el móvil en la mesa, decidida a hacer algo productivo, pero vuelve a sonar. Lo levanto de inmediato y, con la mano libre, cojo el café. Mis especificaciones son hacerte gritar.
¿No creo que Will pueda ayudarme con eso. Me muero de ganas. ¿Crees que tendré que amordazarte? Bs, S
Me atraganto y escupo el café sobre la mesa.
¡Será descarada!
¿Hasta dónde llega la desfachatez y la desvergüenza de una persona?
¿Me ha tomado por una chica fácil o algo así?
Pongo el móvil en silencio y lo aprieto asqueada contra la mesa. No tengo intención de contestarle. Si lo hago, la estaré animando. Existe una línea muy fina entre la confianza en uno mismo y la arrogancia, y Santana López la supera con creces. Siento lástima por la pobre morritos finos.
¿Sabe que su pareja dedica a perseguir a mujeres jóvenes?
La pantalla del móvil se ilumina de nuevo. Lo cojo y lo apago antes de que nadie se dé cuenta. Abro un cajón, lo meto dentro y cierro de golpe. Captará el mensaje.
Intento sacar adelante algo de trabajo, pero estoy demasiado distraída. En mis correos electrónicos aparecen palabras extrañas —que no tienen cabida en la correspondencia profesional— mientras tecleo en el ordenador, ausente. Suena el teléfono de la oficina. Levanto la vista y veo que Tina no está en su mesa, así que lo cojo yo.
—Buenas tardes. Rococo Union.
—¡No cuelgues!—dice a toda velocidad. Me yergo en la silla. Incluso su tono de urgencia me pone la piel de gallina. No va a ceder. Está muy curtido—Brittany, lo siento. Lo siento mucho.
—¿De verdad?
No puedo ocultar la sorpresa de mi voz. Santana López no parece la clase de mujer que se disculpa porque sí.
—Sí, de verdad. Te he hecho sentir incómoda. Me he pasado de la raya—parece sincera—Te he molestado. Por favor, acepta mis disculpas.
Yo no diría que su atrevimiento y sus comentarios me hayan molestado. Me han dejado a cuadros, más bien. Supongo que hay quien incluso admiraría la confianza en sí misma que tiene.
—De acuerdo—digo vacilante—¿Así que ya no quiere hacerme gritar ni amordazarme?
—Pareces decepcionada, Brittany.
—Para nada—le suelto.
Hay un breve silencio antes de que ella vuelva a hablar.
—¿Podemos empezar de cero? Nos centraremos en lo profesional, por supuesto.
Ah, no.
Quizá lo sienta de verdad, pero eso no elimina el efecto que tiene sobre mí. Y tampoco se me quita de la cabeza que todo podría ser un plan para camelarme y así poder perseguirme a gusto.
—Señora López, de verdad que no soy la persona adecuada para este trabajo—me doy la vuelta en la silla para ver si Will está en su despacho. Así es—Señora López, ¿le paso con Will?—rezo mentalmente para que pille la indirecta.
—Llámame Santana. Me haces sentir mayor cuando me llamas «señora López»—gruñe. Cierro el pico cuando mis labios se abren y casi se me escapa la pregunta. Todavía siento curiosidad, pero no voy a volver a preguntárselo— Brittany, si te hace sentir mejor, puedes tratar con Finn. ¿Cuál es el siguiente paso?
¿Sí?
¿Me haría sentir mejor?
Todo lo que López tiene de atrevida, lo tiene el grandulón de intimidatorio. No estoy segura de que me sintiese más cómoda con su oferta de tratar con Finn en vez de con ella, pero el hecho de que esté dispuesta a hacerlo me dice que de verdad quiere que yo me encargue del diseño. Me imagino que es un cumplido. La Mansión quedaría genial en mi portafolio.
—Necesito medir las habitaciones y hacer algunos bocetos
Escupo las palabras impulsivamente.
—Perfecto—parece aliviada—Haré que Finn te acompañe por las habitaciones. Puede aguantarte la cinta métrica. ¿Qué tal mañana?
¿Mañana?
Sí que está impaciente. Resulta que no puedo. Tengo varias citas a lo largo del día. Y el miércoles tampoco puede ser.
—No puedo ni mañana ni el miércoles. Lo siento.
—Vaya—dice en voz baja—¿Trabajas por las noches?
¿Trabajo por las noches?
Bueno, no me gusta en especial, pero muchos de mis clientes están en sus despachos de nueve a cinco y no pueden quedar en horas de oficina. Prefiero trabajar hasta última hora los fines de semana. Nunca dejo que me convenzan para visitas en fin de semana.
—Podría ir mañana por la tarde—digo pasando la página de mi agenda para ver lo que tengo al día siguiente. Mi última cita es a las cinco, con la señora Kent—¿A eso de las siete?—pregunto mientras anoto su nombre a lápiz.
—Perfecto. Me gustaría decir que me hace mucha ilusión, pero no puede ser porque no te veré—no la veo, pero sé que, seguramente, está sonriendo. Su tono de voz lo delata. No puede evitarlo—Avisaré a Finn de que llegarás a las siete.
—Alrededor de las siete—añado.
No sé cuánto tardaré en salir de la ciudad a esa hora.
—Alrededor de las siete—confirma—Gracias, Brittany.
—De nada, señora López. Adiós
Cuelgo y empiezo a darme golpecitos con la uña en uno de los dientes de arriba.
—¿Britt?— Will me llama desde su despacho.
—¿Sí?—Giro la silla para verlo.
—La Mansión. Te quieren a ti, flor.
Se encoge de hombros y vuelve a la pantalla de su ordenador.
No, López me quiere a mí.
—Cielo, ¡cuánto te he echado de menos!
Me da un beso sin llegar a tocarme y se vuelve hacia Will, que se protege con las manos en un gesto que dice: «¡Ni se te ocurra!» Kurt pone los ojos en blanco, sin ofenderse ni un ápice, y baila hasta llegar a su mesa.
—Buenos días, Kurt—lo saludo con alegría.
—Esta mañana ha sido de lo más estresante. El señor y la señora Baines han cambiado de opinión por enésima vez. He debido cancelar todos los pedidos y reorganizar a una docena de obreros—mueve la mano, frustrado—Me han puesto una maldita multa por no colocar la tarjeta de aparcamiento de residentes y, además, me he enganchado el jersey nuevo en uno de esos horrendos pasamanos que hay a la salida del Starbucks—se pone a tirar de la lana desgarrada del dobladillo de su jersey rosa fucsia con cuello en V—¡Míralo, jolines! Menos mal que eché un polvo anoche, porque si no estaría en el pozo de la desesperación—me sonríe.
Lo sabía. Will se va negando con la cabeza. Todos sus intentos por disminuir el amaneramiento de Kurt hasta niveles más tolerables han fracasado. Ahora ya se ha rendido.
—¿Una buena noche?—pregunto.
—Maravillosa. He conocido a un hombre divino. Va a llevarme al Museo de Historia Natural el fin de semana que viene. Es científico. Somos almas gemelas, estoy seguro.
—¿Qué ha pasado con el entrenador personal?—vuelvo a preguntar.
Era su alma gemela de la semana pasada.
—Olvídalo, un desastre. Apareció el viernes en mi apartamento con un DVD de Dirty Dancing y comida india para dos. ¿Te lo puedes creer?
—Me dejas de piedra—me burlo.
—Lo peor. No hace falta que te diga que no voy a volver a verlo. ¿Y qué hay de ti, cielo? ¿Qué tal esa guapísimo ex novia tuya?
Me guiña el ojo. Kurt no oculta que encuentra linda Elaine, cosa que a mí me hace gracia pero que mucho más a Elaine.
—Está bien. Sigue siendo mi ex.
—Qué lástima.
Kurt se marcha tranquilamente, retocándose el tupé castaño y perfecto.
—Tina, te mando por correo electrónico la factura por una consulta de diseño para la señora López. ¿Podrías asegurarte de que se envía hoy mismo?
—Así lo haré, Britt. ¿Pago a siete días?
—Sí, gracias.
Regreso a mi mesa y continúo casando colores. Alargo el brazo para coger el móvil cuando empieza a bailar por mi mesa. Miro la pantalla y casi me caigo de la silla al ver en ella el nombre de «Santana». Lo miro durante unos segundos, hasta que mi cerebro se repone del susto y el corazón se me acelera en el pecho.
Pero ¿qué demonios...?
Yo no guardé su número, Will no me lo dio y, tras pasarle el proyecto el viernes, ya no lo necesitaba. Decía en serio lo de que no iba a volver. Y, en cualquier caso, no lo habría grabado con su nombre de pila. Sostengo el teléfono en la mano, echo un vistazo a la oficina para ver si el ruido ha llamado la atención de alguno de mis compañeros. No lo ha hecho. Lo dejo sonar.
¿Qué querrá?
Voy al despacho de Will a preguntarle si ha informado a la señora López del cambio de planes, pero entonces vuelve a sonar y me frena en seco. Respiro hondo y contesto. Si Will no ha hablado aún con ella, lo haré yo. Y si no le gusta, mala suerte. A duras penas he logrado convencerme a mí misma de que le he pasado el contrato a Will porque él es más apto que yo para el proyecto. Sé muy bien que ésa no es toda la verdad.
—Hola—respondo.
Pataleo ligeramente en el suelo porque el saludo suena un tanto receloso. Quería sonar segura y llena de confianza en mí misma.
—¿Brittany?
Su voz tiene el mismo impacto que el viernes en mis débiles sentidos, pero al menos por teléfono no puede ver cómo tiemblo.
—¿Quién es?
Muy bien.
Mucho mejor.
Profesional y tranquila.
Se ríe y me hace bajar la guardia.
—Sé que sabes la respuesta a esa pregunta porque mi nombre aparece en tu teléfono—tierra trágame—¿Estás intentando hacerte la interesante?
¡Será arrogante!
¿Cómo lo sabe?
Pero entonces caigo en la cuenta.
—Metió su teléfono en mi lista de contactos.
Ya la entiendo.
¿Cuándo lo hizo?
Repaso mentalmente nuestra reunión y decido que fue durante mi visita al baño, porque dejé el portafolio y el móvil en la mesa.
¡No puedo creer que curioseara en mi móvil!
—Necesito poder localizarte.
Oh, no.
Está claro que Will no se lo ha dicho. De todos modos, uno no va por ahí tocando móviles ajenos. Se lo tiene muy creído.
¿Y lo de grabar como «Santana»?
Es un pelín demasiado familiar.
—Will debería haber contactado con usted—la informo con frialdad—Me temo que no puedo ayudarla, pero él estará encantado de hacerlo.
—Will ya ha hablado conmigo—responde. Suspiro de alivio, pero en seguida frunzo el ceño. Entonces ¿por qué me llama?—Estoy segura de que Will estará encantado de ayudarme, pero yo no tanto.
Me quedo boquiabierta.
¿Quién se cree que es?
¿Me ha llamado para decirme que no le gusta?
Esta mujer se pasa de arrogante. Cierro la boca.
—Siento mucho oírlo
No parece que lo sienta; parece que estoy enfadada.
—¿De verdad?
Y vuelve a pillarme por sorpresa.
No, no lo siento, pero eso no voy a decírselo.
—Sí—miento.
Quiero añadir que nunca podría trabajar con una presumida guapa y arrogante como ella, pero me contengo. No sería muy profesional. La oigo suspirar.
—No creo que lo sientas, Britt—el diminutivo de mi nombre suena a terciopelo en sus labios, y me provoca un estremecimiento familiar. ¿Cómo sabe que no lo siento?—Creo que me estás evitando—añade.
Como esto siga así, voy a dislocarme la mandíbula. Provoca sentimientos nada deseables en mí, y el hecho de saber que tiene una relación con alguien no ayuda nada.
—¿Por qué iba a hacer yo algo así?—digo con atrevimiento.
Eso debería obligarla a callar.
—Bueno porque te sientes atraída hacia mí.
—¿Perdone?—le espeto.
Su soberbia no tiene límites.
¿Es que no tiene vergüenza?
El hecho de que haya dado en el clavo no es relevante. Habría que estar ciega, sorda y tonta para no sentirse atraída por aquella mujer. Es la perfección personificada, y está claro que lo sabe. Suspira.
—He dicho que...
—Ya, la he oído—la interrumpo—Es que no puedo creerme que lo haya dicho.
Me desplomo sobre mi silla. Nunca he visto nada parecido. Me deja pasmada.
¿La tipa tiene a una persona especial en su vida y está flirteando por teléfono conmigo?
¡Menuda mujeriega!
Tengo que volver a centrar la conversación en lo profesional y colgar cuanto antes.
—Le pido disculpas por no estar disponible para su proyecto—suelto de un tirón, y cuelgo.
Me quedo mirando el teléfono. Ha sido una falta de educación y nada profesional, pero es tan lanzado que me ha dejado estupefacta. Cada minuto que transcurre tengo más claro que pasarle el contrato a Will ha sido lo más sensato. Me llega un mensaje de texto.
No lo has negado. Que sepas que el sentimiento es mutuo. Bs, S
¡Me cago en la hostia!
Me llevo la mano a la boca y aprieto con fuerza para evitar que las palabrotas mentales salgan de mis labios.
No, no lo he negado.
¿Y ella se siente atraído por mí?
¿Soy un pelín joven para ella o ellla es demasiado mayor para mí?
¿Besos?
Cabrona engreída.
No contesto; no tengo ni idea de cómo responder. En vez de eso, meto el móvil en el bolso y me voy a comer con Rachel.
******************************************************************************************
—¡Madre mía!—exclama Rachel al mirar mi móvil. Su pelo castaño, recogido en una cola de caballo, ondea de un lado a otro cuando menea la cabeza—¿Le has contestado?—me mira expectante.
—Dios, no—me río.
¿Qué me aconsejaría que le dijera?
Me tiene pasmada.
—¿Y tiene novia?
—Sí—asiento al tiempo que enarco las cejas.
Deja el teléfono encima de la mesa.
—Qué pena.
¿Sí?
La verdad es que simplifica bastante las cosas. Eso supera sin duda las reacciones que provoca en mí. Rachel es mucho más atrevida que yo. Le habría contestado algo sorprendente y sugerente, y es probable que la hubiera dejado boquiabierta. Esta chica podría competir con cualquier devoradora de personas. Como es muy lanzada, las espanta a casi todas en la primera cita; sólo las personas más fuertes sobreviven. El pelo castaño y largo de Rachel tiene tanta personalidad como ella. Es una mujer segura de sí misma, independiente y decidida.
—La verdad es que no—musito, y cojo mi vaso de vino de la hora de comer para darle un sorbo—Además, sólo hace cuatro semanas que Elaine y yo hemos roto. No quiero personas en mi vida, de ninguna clase—me gusta sonar decidida—Estoy disfrutando de estar soltera y sin ataduras por primera vez en mi vida—añado.
Así es como me siento. Estuve cuatro años con Elaine y, antes de eso, mantuve una relación de tres años con Adam.
—¿Has visto a la capullo?
Rachel pone cara de asco cuando menciono el nombre de mi ex. No soporta a Elaine, y se alegró de que rompiera con ella. Que Rachel la pillara in fraganti con una compañera de trabajo en un taxi sólo confirmó lo que yo ya sabía. No sé por qué hice la vista gorda durante tanto tiempo. Cuando hablé con ella, con calma, se deshizo en disculpas y casi se desmaya cuando le dije que no me importaba. Era verdad, y yo también estaba sorprendida. La relación se había terminado y ella opinaba lo mismo. Todo fue muy amistoso, para disgusto de Rachel. Ella quería vajillas rotas e intervenciones policiales.
—No—respondo.
—Nos lo estamos pasando bien, ¿verdad?
Me sonríe, y entonces llega la camarera con nuestra comida.
—Voy al servicio.
Me levanto y dejo a Rachel comiendo patatas fritas con mayonesa. Después de entrar en el baño, me miro al espejo, me retoco el brillo de labios y me atuso el pelo. Hoy se está portando bien, así que lo llevo suelto sobre los hombros. Me aliso los pantalones capri negros y me quito un par de pelos de la blusa de color crema.
El teléfono suena cuando voy de camino al bar. Lo saco de bolso y pongo los ojos en blanco al ver que es ella otra vez. Probablemente se esté preguntando dónde está mi respuesta a su nada apropiado mensaje de texto. No voy a entrar en ese juego.
—Rechazar —le digo al teléfono. Aprieto con decisión el botón rojo y vuelvo a guardarlo en el bolso mientras avanzo por el pasillo—Uy, lo siento mucho—farfullo al darme de bruces contra unos pechos.
Son unos pechos firmes, y el embriagador perfume que me inunda me resulta muy familiar. Mis piernas se niegan a moverse y no sé qué voy a ver si levanto la vista. Sus brazos ya están alrededor de mi cintura, sujetándome, y mis ojos quedan a la altura de la parte superior de sus pechos. Veo cómo le late el corazón a través de la camisa.
—¿Rechazar?—dice en voz baja—Eso me ha dolido.
Me aparto de su abrazo e intento recobrar la compostura. Está impresionante, con un traje ceñido gris marengo y una camisa blanca y planchada. Mi incapacidad para apartar la vista de sus pechos hace que me entre la risa.
—¿Qué te hace tanta gracia?—me pregunta.
Sospecho que frunce el ceño ante mis carcajadas, aunque, como me niego a mirarla, no puedo confirmarlo.
—Lo siento. No miraba por dónde iba.
La esquivo, pero me coge del codo y detiene mi huida.
—Antes de irte, dime una cosa, Brittany—su voz despierta mis sentidos y mis ojos viajan por su cuerpo esbelto hasta que nuestras miradas se encuentran. Está seria, pero sigue siendo impresionante—¿Cuánto crees que vas a gritar cuando te folle?
¿QUÉ?
—¿Perdone?—consigo espetarle pese a que mi lengua parece de trapo.
Medio sonríe ante mi sorpresa. Me levanta la barbilla con el índice y la empuja hacia arriba para hacerme callar.
—Piénsalo.
Me suelta el codo. Le lanzo una mirada furibunda antes de volver a nuestra mesa con el paso más firme que mis temblorosas piernas me permiten.
¿La he oído bien?
Me siento en la silla y me bebo todo el vino intentando humedecer mi boca seca.
Cuando miro a Rachel, está boquiabierta. Sobre su lengua veo los trozos a medio masticar de patatas fritas y de pan. No es nada bonito.
—¿Quién coño es ésa?—balbucea con la boca llena.
—¿Quién?—miro alrededor haciéndome la loca.
—Ésa—Rachel señala con el tenedor—¡Mira!
—La he visto, pero no la conozco—respondo molesta.
¡Déjalo ya!
—Viene hacia acá. ¿Seguro que no la conoces? Joder, está buenísima—me mira.
Me encojo de hombros.
Vete, por favor.
Vete.
¡Vete!
Cojo un solitario trozo de lechuga de mi sándwich de beicon, lechuga y tomate y empiezo a mordisquear los bordes. Me pongo tensa y sé que se está acercando porque Rachel levanta la vista para adaptarla a su altura.
¡Ojalá cerrase la dichosa boca de una vez!
—Señoritas.
Su voz grave y profunda me hace cosquillas en la piel. No me ayuda a relajarme, precisamente.
—Hola—escupe Rachel, y mastica a toda velocidad para librar a su boca de la obstrucción que le impide hablar.
—¿Brittany?—me saluda.
Muevo mi hoja de lechuga en dirección a ella para indicarle que sé que está ahí sin tener que mirarla. Se ríe un poco. Con el rabillo del ojo, veo que se agacha hasta ponerse en cuclillas a mi lado, pero aun así me niego a mirarla. Apoya un brazo en la mesa y oigo a Rachel toser y escupir los restos de comida.
—Así está mejor—dice.
Puedo sentir su aliento en la mejilla. De mala gana, levanto la vista y bajo las pestañas veo que Rachel me está mirando boquiabierta, con los ojos como platos y en plan: ¡Sigue aquí! ¡Habla con ella, idiota!
No se me ocurre nada que decir. Esta mujer me ha dejado inútil otra vez. La oigo suspirar.
—Soy Santana López, encantada de conocerte.
Tiende la mano hacia el otro lado de la mesa. Rachel la coge encantada.
—¿Santana?—farfulla—¡Ah, Santana!—me mira de forma acusadora—Yo soy Rachel. Brittany me ha dicho que tienes un hotel pijo.
Le lanzo una mirada furibunda.
—¿Me ha mencionado?—pregunta con suavidad. No tengo que mirarla para saber que ha puesto cara de engreída satisfecha ante la noticia—Me gustaría saber qué más te habrá dicho.
—Nada. Poco más—dice Rachel intentando arreglarlo, pero ya es demasiado tarde para retractarse de la última frase.
Le lanzo mi peor mirada asesina.
—Poco más—contraataca ella.
—Sí, poco más—sostiene Rachel.
Harta del pequeño intercambio estéril con el que las dos parecen estar disfrutando, me hago cargo de la situación y la miro.
—Ha sido agradable volver a verla. Adiós.
Nuestras miradas se cruzan de inmediato y sus ojos oscuros, con los párpados pesados, oscuros y exigentes, acaban conmigo. Siento su respiración vacilante y aparto la mirada de la suya, pero sólo para llevarla a su boca. Tiene los labios húmedos, entreabiertos, y, lentamente, saca un poco la lengua y se la pasa muy despacio por el labio inferior. No puedo dejar de mirarla. Sin que nadie se lo ordene, mi lengua responde con una feliz expedición por mi labio inferior. Traiciona mis intentos por aparentar frialdad, como si aquello no me afectara... Pero más bien ocurre todo lo contrario.
Esto es una locura.
Esto... lo que sea que es... es una locura.
Tiene demasiada confianza en sí misma y es una arrogante, pero probablemente tenga motivos para serlo. Deseo desesperadamente que esta mujer deje de afectarme.
—¿Agradable?—se inclina hacia adelante, me coge el muslo y la lava líquida me inunda las ingles. Muevo las piernas y junto los muslos para controlar la pulsación que amenaza con convertirse en una palpitación tremenda—Se me ocurren muchas palabras, Brittany. «Agradable» no es una de ellas. Te dejo para que medites sobre mi pregunta.
¡Por el amor de Dios!
Trago saliva cuando se inclina hacia mí a media altura y me posa los labios húmedos en la mejilla prolongando el beso toda una eternidad. Aprieto los dientes intentando no volverme hacia ella.
—Hasta pronto—susurra. Es una promesa. Suelta mi muslo tenso y se levanta—Encantada de conocerte, Rachel.
—Mmm, lo mismo digo—responde pensativa.
Se marcha hacia la parte de atrás del bar.
Ay, Dios, camina con decisión y es de lo más sexy.
Cierro los ojos para recuperar mis habilidades mentales, que ahora mismo están hechas pedazos por el suelo del bar. No tiene remedio. Me vuelvo hacia Rachel y me encuentro con unos acusadores ojos cafés abiertos como platos y que me miran como si me hubieran salido colmillos. Las cejas le llegan a la línea de nacimiento del pelo.
—Joder, eso ha sido intenso—escupe hacia mi lado de la mesa.
—¿Tú crees?
Empiezo a juguetear con mi sándwich por el plato.
—Corta el rollo del bla-bla-bla ahora mismo o te meto el tenedor por el culo, tan adentro que vas a masticar metal. ¿Sobre qué pregunta tienes que meditar?
Su tono es fiero.
—No lo sé—me la quito de encima—Es atractiva, arrogante y tiene novia—le doy datos vagos.
Rachel suelta un silbido largo y amplificado.
—Nunca había sentido nada parecido. Había oído hablar de ello, pero nunca lo había presenciado.
—¿A qué te refieres?—le espeto.
Se inclina sobre la mesa, muy seria.
—¡Brittany, la tensión sexual entre esa mujer y tú era tan fuerte que hasta yo me he puesto cachonda!—ríe—Te desea con ganas. No podría haberlo dejado más claro ni aunque te hubiera abierto de piernas sobre la mesa de billar.
Señala con el dedo, y voy yo y miro.
—Eso son imaginaciones tuyas—resoplo.
Sé que no se inventa nada, pero ¿qué puedo decirle?
—He visto el mensaje de texto y ahora la mujer en carne y hueso. Está muy buena... para ser mayor.
Se encoge de hombros.
—No me interesa.
—¡Ja! No te lo crees ni tú.
Le lanzo una mirada furibunda a mi mejor amiga.
—Me lo creeré.
—Ya me dirás qué tal te va.
Me la devuelve, más bien entusiasmada.
*************************************************************************************
Vuelvo a la oficina y me paso el resto del día sin hacer absolutamente nada. Jugueteo con el boli, voy al baño quince veces y finjo escuchar a Kurt hablar sin cesar del Orgullo Gay y todo lo demás. Mi teléfono suena cuatro veces —y las cuatro resulta ser Santana López— y rechazo todas y cada una de las llamadas. Me asombra la persistencia de esa mujer, y la confianza que tiene en sí misma.
¿Cuánto gritaría?
¡Estoy perpleja!
Soy feliz, estoy disfrutando de mi libertad y no tengo intención de modificar mis planes de seguir soltera y sin compromiso. No voy a liarme con una extraña, por muy guapa que sea. Y lo cierto es que está para chuparse los dedos. Además, es demasiado mayor para mí y, todavía más importante, está claro que ya está pillada, lo que hace aún más evidente el hecho de que es toda una mujeriega. No es la clase de mujer por la que me conviene sentir atracción, caramba, y menos después de Elaine y sus infidelidades. Necesito una persona que sea fiel, protector y que cuide de mí. Y a ser posible que tenga mi edad.
¿Cuántos años tendrá?
El teléfono me informa de que tengo un mensaje de texto y doy un salto que me saca de mis cavilaciones. Sé de quién es antes de verlo.
No es agradable que te rechacen. ¿Por qué no me coges el teléfono? Bs, S
Me río sola, lo que llama la atención de Mercedes, que está rebuscando en el archivador que hay cerca de mi mesa. Sus cejas perfectamente depiladas se arquean.
No creo que esa tía esté acostumbrado al rechazo.
—Es Rach—digo a modo de explicación, y ella vuelve a rebuscar en el archivador.
Debería ser obvio por qué no le cojo el dichoso teléfono. No quiero hablar con ella. Me pone de los nervios, me provoca demasiadas reacciones y, para ser sincera, no confío en mi cuerpo cuando la tengo cerca. Parece que responde a su presencia sin que ni mi cerebro ni yo le digamos nada, y eso puede ser muy peligroso.
Mi móvil vuelve a sonar y rechazo la llamada rápidamente.
¡Dame un minuto para que responda!
¿Acaso voy a responder?
No voy a librarme nunca de ella. Necesito mostrarme implacable.
Si tiene que hablar de las especificaciones, debería llamar a Will, no a mí.
Toma.
Sin firma y, desde luego, sin beso. No se lo he deletreado, pero debería captar el mensaje. Dejo el móvil en la mesa, decidida a hacer algo productivo, pero vuelve a sonar. Lo levanto de inmediato y, con la mano libre, cojo el café. Mis especificaciones son hacerte gritar.
¿No creo que Will pueda ayudarme con eso. Me muero de ganas. ¿Crees que tendré que amordazarte? Bs, S
Me atraganto y escupo el café sobre la mesa.
¡Será descarada!
¿Hasta dónde llega la desfachatez y la desvergüenza de una persona?
¿Me ha tomado por una chica fácil o algo así?
Pongo el móvil en silencio y lo aprieto asqueada contra la mesa. No tengo intención de contestarle. Si lo hago, la estaré animando. Existe una línea muy fina entre la confianza en uno mismo y la arrogancia, y Santana López la supera con creces. Siento lástima por la pobre morritos finos.
¿Sabe que su pareja dedica a perseguir a mujeres jóvenes?
La pantalla del móvil se ilumina de nuevo. Lo cojo y lo apago antes de que nadie se dé cuenta. Abro un cajón, lo meto dentro y cierro de golpe. Captará el mensaje.
Intento sacar adelante algo de trabajo, pero estoy demasiado distraída. En mis correos electrónicos aparecen palabras extrañas —que no tienen cabida en la correspondencia profesional— mientras tecleo en el ordenador, ausente. Suena el teléfono de la oficina. Levanto la vista y veo que Tina no está en su mesa, así que lo cojo yo.
—Buenas tardes. Rococo Union.
—¡No cuelgues!—dice a toda velocidad. Me yergo en la silla. Incluso su tono de urgencia me pone la piel de gallina. No va a ceder. Está muy curtido—Brittany, lo siento. Lo siento mucho.
—¿De verdad?
No puedo ocultar la sorpresa de mi voz. Santana López no parece la clase de mujer que se disculpa porque sí.
—Sí, de verdad. Te he hecho sentir incómoda. Me he pasado de la raya—parece sincera—Te he molestado. Por favor, acepta mis disculpas.
Yo no diría que su atrevimiento y sus comentarios me hayan molestado. Me han dejado a cuadros, más bien. Supongo que hay quien incluso admiraría la confianza en sí misma que tiene.
—De acuerdo—digo vacilante—¿Así que ya no quiere hacerme gritar ni amordazarme?
—Pareces decepcionada, Brittany.
—Para nada—le suelto.
Hay un breve silencio antes de que ella vuelva a hablar.
—¿Podemos empezar de cero? Nos centraremos en lo profesional, por supuesto.
Ah, no.
Quizá lo sienta de verdad, pero eso no elimina el efecto que tiene sobre mí. Y tampoco se me quita de la cabeza que todo podría ser un plan para camelarme y así poder perseguirme a gusto.
—Señora López, de verdad que no soy la persona adecuada para este trabajo—me doy la vuelta en la silla para ver si Will está en su despacho. Así es—Señora López, ¿le paso con Will?—rezo mentalmente para que pille la indirecta.
—Llámame Santana. Me haces sentir mayor cuando me llamas «señora López»—gruñe. Cierro el pico cuando mis labios se abren y casi se me escapa la pregunta. Todavía siento curiosidad, pero no voy a volver a preguntárselo— Brittany, si te hace sentir mejor, puedes tratar con Finn. ¿Cuál es el siguiente paso?
¿Sí?
¿Me haría sentir mejor?
Todo lo que López tiene de atrevida, lo tiene el grandulón de intimidatorio. No estoy segura de que me sintiese más cómoda con su oferta de tratar con Finn en vez de con ella, pero el hecho de que esté dispuesta a hacerlo me dice que de verdad quiere que yo me encargue del diseño. Me imagino que es un cumplido. La Mansión quedaría genial en mi portafolio.
—Necesito medir las habitaciones y hacer algunos bocetos
Escupo las palabras impulsivamente.
—Perfecto—parece aliviada—Haré que Finn te acompañe por las habitaciones. Puede aguantarte la cinta métrica. ¿Qué tal mañana?
¿Mañana?
Sí que está impaciente. Resulta que no puedo. Tengo varias citas a lo largo del día. Y el miércoles tampoco puede ser.
—No puedo ni mañana ni el miércoles. Lo siento.
—Vaya—dice en voz baja—¿Trabajas por las noches?
¿Trabajo por las noches?
Bueno, no me gusta en especial, pero muchos de mis clientes están en sus despachos de nueve a cinco y no pueden quedar en horas de oficina. Prefiero trabajar hasta última hora los fines de semana. Nunca dejo que me convenzan para visitas en fin de semana.
—Podría ir mañana por la tarde—digo pasando la página de mi agenda para ver lo que tengo al día siguiente. Mi última cita es a las cinco, con la señora Kent—¿A eso de las siete?—pregunto mientras anoto su nombre a lápiz.
—Perfecto. Me gustaría decir que me hace mucha ilusión, pero no puede ser porque no te veré—no la veo, pero sé que, seguramente, está sonriendo. Su tono de voz lo delata. No puede evitarlo—Avisaré a Finn de que llegarás a las siete.
—Alrededor de las siete—añado.
No sé cuánto tardaré en salir de la ciudad a esa hora.
—Alrededor de las siete—confirma—Gracias, Brittany.
—De nada, señora López. Adiós
Cuelgo y empiezo a darme golpecitos con la uña en uno de los dientes de arriba.
—¿Britt?— Will me llama desde su despacho.
—¿Sí?—Giro la silla para verlo.
—La Mansión. Te quieren a ti, flor.
Se encoge de hombros y vuelve a la pantalla de su ordenador.
No, López me quiere a mí.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,....
no jodas demasiado directa san con lo que quiere jajajja
definitivamente britt la va a pasar super jaajaja
nos vemos!!!!
no jodas demasiado directa san con lo que quiere jajajja
definitivamente britt la va a pasar super jaajaja
nos vemos!!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Jajajajaja si que San es super directa, me pregunto cuantos años tendra San en realdidad?? sera verdad que tiene 21 pero parece mayor o quizas tiene solo dos años mas
Sanny25- ---
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Jfshlgsghfz no jodas pero que intensa y directa es Santana skbedb me encanta*-*
Susii********-*- - Mensajes : 902
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
3:) escribió:holap morra,....
no jodas demasiado directa san con lo que quiere jajajja
definitivamente britt la va a pasar super jaajaja
nos vemos!!!!
Hola lu, jajajaajaj pero mejor decir de una las cosas no¿? ajajajajajajajaajjaja, pobre britt xD ajajajajaj. Saludos =D
Sanny25 escribió:Jajajajaja si que San es super directa, me pregunto cuantos años tendra San en realdidad?? sera verdad que tiene 21 pero parece mayor o quizas tiene solo dos años mas
Hola, jajajaj o no¿? pero es mejor decir las de una...o no¿? jajaajajajaj. Mmmmm interesante pregunta jaajajaj, esperemos y este cap nos diga algo ajajajajaj. Saludos =D
Susii escribió:Jfshlgsghfz no jodas pero que intensa y directa es Santana skbedb me encanta*-*
Hola, ajaajajaj esk san, es tan san no¿? ajajajaja. Mejor decir las cosas altiro... vrdd¿? ajajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 4
Capitulo 4
Acabo pronto con las citas del martes y salgo de la nueva y preciosa vivienda unifamiliar de la señora Kent, en el centro de la ciudad, a las seis y unos minutos.
La señora Kent es la esposa terriblemente consentida del señor Kent, director ejecutivo de Kent Yacht Builders, y esta casa de Kensington es su tercer hogar en cuatro años. Me he encargado del diseño interior de todos ellos. En cuanto el trabajo está terminado, la mujer decide que no se imagina envejeciendo ahí, y eso que ya ronda los setenta años, de modo que la casa sale al mercado, se vende y yo empiezo de cero en su nuevo domicilio.
Cuando tan sólo un mes después de terminar de decorarla se mudaron y vendieron la primera casa en la que había trabajado, me traumaticé un poco. Era el primer contrato que había conseguido tras empezar a trabajar para Will. Pero no tardó en volver a llamarme para que fuera a ver su nueva morada.
—Brittany, querida, no es culpa tuya. Es que no la sentía como mi hogar—me dijo con voz cantarina por teléfono.
Así que ahora me encuentro trabajando en la tercera residencia de los Kent con las mismas instrucciones que me dieron para las dos viviendas anteriores, lo cual es una ventaja porque me evita tener que buscar nuevo mobiliario. Y también amortigua el sablazo a la cartera del señor Kent.
Me meto en el coche y arranco en dirección a Surrey Hills. No le he contado a Rachel por qué voy a llegar tarde a casa. Sólo habría conseguido que se preguntase por qué voy a volver a La Mansión. Y entonces le mentiría y le contaría la misma mierda que me cuento a mí misma: que trabajar ahí es beneficioso para mi currículum. Sus encantos no influyen en mi decisión, para nada.
Esta vez me detengo junto al portero automático, pero cuando me dispongo a bajar la ventanilla, las puertas comienzan a abrirse. Miro hacia la cámara y supongo que Finn debe de estar esperándome. Le dije sobre las siete y ya son y cinco. Atravieso las puertas y avanzo por el camino de grava hasta el patio. Finn me aguarda en los escalones, frente a la entrada de puertas dobles, con las gafas de sol puestas.
—Buenas tardes, Finn—lo saludo mientras cojo mi carpeta y mi bolso.
¿Me hablará hoy?
No, sólo saluda con la cabeza y se vuelve para regresar a La Mansión. Yo lo sigo hasta el bar. Hay más gente que la última vez que vine. Probablemente sea por la hora.
—Artie—dice con voz grave.
Un hombre flaquito aparece por detrás de la barra.
—Dime.
—Ponle una copa a la señorita Pierce—Finn me mira con los ojos todavía ocultos tras las lentes oscuras—Ahora vuelvo. Santana quería comentar algo.
—¿Conmigo?—le espeto, y me sonrojo al instante ante mi brusquedad.
—No, conmigo.
—¿Está en su despacho?—pregunto nerviosa.
Estoy haciendo demasiadas preguntas sobre algo muy trivial, pero ella me había asegurado que me dejaría trabajar con Finn.
Con sólo pensar en esa mujer me vuelvo un manojo de nervios. Jamás pensé que ocurriría algo así, pero me siento mucho más cómoda con el grandulón. Para empezar, sé que con él soy capaz de controlarme.
Los labios de Finn se tensan, es evidente que está conteniendo una sonrisa. Me lamento para mis adentros. Él lo sabe.
—Tranquila, mujer.
Se vuelve y lanza una mirada burlona a Artie. El camarero de baja estatura le responde sacudiendo la bayeta.
¿De qué va todo esto?
Finn, muy serio, se despide una vez más con un gesto de la cabeza antes de marcharse y dejarme con Artie en la barra. Echo un vistazo a mí alrededor y advierto la presencia de una mujer que ríe junto a un hombre de mediana edad en una mesa cercana. Es la misma mujer con la que coincidí en los baños el viernes pasado. Viste un traje de pantalón negro y tiene un aspecto extremadamente profesional. Debe de llevar aquí un tiempo, tal vez por negocios. El hombre que la acompaña se levanta y le tiende la mano con cortesía. Ella la acepta y sonríe mientras se pone de pie y deja que la cobije bajo su brazo y la guíe fuera del bar mientras charlan entre risitas. Me siento en un taburete mientras espero a Finn y saco el teléfono para ver si tengo algún mensaje o llamada.
—¿Le apetece una copa de vino?
Alzo la vista y veo que el pequeño camarero me está sonriendo. Tiene un acento extraño y llego a la conclusión de que es italiano. Es bajito y bastante mono, con sus lentes y su pelo castaño.
—Me apetece, pero tengo que conducir.
—¡Venga! Una pequeña...—dice mientras levanta una copita de cristal y traza una línea por la mitad con el dedo.
¡Qué diablos!
No debería beber en el trabajo, pero tengo los nervios de punta.
Él se encuentra en alguna parte de este edificio y eso ya es razón suficiente para estar inquieta, de modo que asiento y sonrío.
—Gracias.
Me enseña una botella de Zinfandel. Yo vuelvo a asentir.
—Su vestido es muy... eh... ¿cómo se dice...? ¿Atrevido?
Me pone algo más de media copa. De hecho, está llena. Observo mi vestido negro ceñido y de corte estructurado. Sí, supongo que atrevido sería la palabra adecuada. Es mi comodín. Hace que me sienta guapa en cualquier ocasión. Ignoro la vocecita de mi cabeza que me pregunta si no me lo habré puesto con la esperanza de ver a López. Descarto ese pensamiento de inmediato y río ante la cuidadosa elección de palabras de Artie mientras acepto con agrado la copa que me pasa por encima de la barra. Creo que en realidad quiere decir apretado. Me marca todas las curvas. Teniendo en cuenta que mi talla no son demasiadas, pero si sigo conviviendo con Rachel mucho más tiempo es probable que eso cambie.
—Gracias—le digo sonriendo de nuevo.
—Un placer, señorita Pierce. La dejo tranquila.
El camarero recoge la bayeta y empieza a limpiar el mostrador que hay bajo las botellas. Doy unos sorbos al vino mientras espero a Finn. Está muy bueno, y me lo termino sin apenas darme cuenta. Estoy deseando llegar a casa y abrir la botella que tengo enfriándose en la nevera.
—Hola.
Me vuelvo sobre el taburete y me encuentro cara a cara con la mujer que se lanzó sobre López el viernes. Ella me sonríe, pero es el gesto menos sincero que jamás haya tenido el placer de recibir.
—Hola—contesto por educación.
Artie viene corriendo, con el pánico reflejado en el rostro y agitando el trapo en el aire.
—¡Señorita Holly! ¡No, por favor! ¡No hablen!
¿Qué?
—¡Vamos, cállate, Artie! No soy idiota—le espeta ella.
El pobre Artie se resigna y se retira para seguir limpiando la barra, pero no aparta la vista de Holly. Quiero salir en su defensa, pero, justo cuando estoy a punto de hacerlo, ella me tiende la mano.
—Soy Holly, ¿y tú eres...?
Ah, sí. La última vez que me preguntó lo mismo no le contesté y me marché a toda prisa. Acepto el saludo y le estrecho la mano ligeramente mientras ella me observa con recelo. Es evidente que no soy de su agrado. Quizá me considere una amenaza.
—Brittany Pierce—respondo, y la suelto rápidamente.
—¿Y has venido para...?
Me río con jovialidad. Estoy segura de que sabe perfectamente qué hago aquí, lo que no hace sino confirmar que se siente amenazada y que se está esforzando por hacer que me sienta incómoda. Guarde las uñas, señora. Sonrío para mis adentros cuando se me pasa por la cabeza decirle que estoy aquí porque su novia me ha rogado que viniera.
—Soy diseñadora de interiores. He venido a medir los nuevos dormitorios.
Ella arquea una ceja y hace un gesto con la mano en el aire para atraer la atención de Artie. Esta mujer es de lo que no hay, y muestra tanta soberbia como López descaro. Su cabello rubio escalado se balancea a un lado y a otro, tiene los labios pintados del mismo rojo sensual que el viernes pasado y viste un traje de pantalón gris ajustado. Sería cruel decir que tiene cuarenta años. Probablemente ronde los treinta y cinco, más cerca de la edad de López que yo. Me doy unos cachetes mentales en el trasero y me obligo a controlar mis desesperados pensamientos.
—Ponme un gin-tonic de endrinas, Artie—ordena mientras pasa por mi lado. Sin por favor y sin sonrisa. Es bastante maleducada—Eres un poco joven para ser diseñadora de interiores, ¿no?
Su tono es poco amistoso y no me mira cuando me habla. Me cabreo. No me gusta nada esa mujer.
¿Qué verá López en ella, aparte de esos labios y sus evidentes implantes mamarios?
—Sí—le concedo.
Ella también se siente amenazada por mi juventud. Eso es bueno. Me siento tremendamente aliviada cuando veo a Finn aparecer por la puerta. Se quita las gafas y lanza a Holly una mirada extraña antes de saludarme de nuevo con la cabeza.
¿A qué vienen todas esas miraditas?
No me paro a pensarlo demasiado. El gesto de Finn es la señal que necesitaba para huir de la mujer. Dejo mi copa vacía en la barra con más fuerza de la que pretendía. Artie levanta la cabeza al instante, y yo sonrío y me disculpo mientras me bajo del taburete.
—Un placer conocerte, Holly—digo con cordialidad.
Es mentira. La detesto, y sé que el sentimiento es mutuo. Ella ni siquiera me mira. Acepta la bebida que Artie le ofrece sin darle siquiera las gracias y se marcha a hablar con un tipo con pinta de hombre de negocios que se encuentra al otro lado de la barra.
Cuando llego junto a Finn, él me guía por la enorme escalera que da al descansillo hasta la nueva ala.
—Puedo apañármelas sola, Finn. No quiero entretenerte—le digo ofreciéndole la oportunidad de dejarme a mi aire mientras me acompaña por el pasillo.
—Tranquila, mujer—contesta con voz grave mientras abre la puerta de la habitación que hay al otro extremo del corredor.
Empezamos a tomar medidas en las distintas estancias. Finn me sostiene la cinta métrica obedientemente y asiente de vez en cuando al darle las indicaciones. La frase «un hombre de pocas palabras» se inventó pensando en él, no me cabe la menor duda. Se comunica con gestos y, aunque tiene los ojos ocultos tras las gafas de sol, sé cuándo me está mirando. Anoto todos los datos en una hoja y ya empiezan a asaltarme algunas ideas.
Una hora después ya tengo todas las medidas que necesito y hemos terminado. De nuevo sigo al enorme cuerpo de Finn hasta el descansillo mientras busco el teléfono en el bolso. No tardo en darme cuenta de que con las prisas por librarme de Holly me lo he dejado en la barra.
—Me he dejado el teléfono en la barra—le digo a Finn.
—Le diré a Artie que lo guarde. Santana quería que te mostrara otra habitación antes de que te fueras—me explica sin alterar la voz.
—¿Para qué?
—Para que tengas una idea de lo que quiere que hagas.
Introduce una tarjeta de acceso en la ranura, abre la puerta y me invita a entrar.
Está bien. Aquello no va a matarme, y tengo curiosidad.
¡Vaya!
Llego al centro de la habitación, una minisuite, para ser exactos. Es probable que sea más grande que todo el piso de Rachel. Al oír que la puerta se cierra detrás de mí, me vuelvo y veo que Finn se ha marchado para dejar que lo asimile por mí misma. Me quedo de pie, absorbiendo el opulento derroche de la decoración. Estas habitaciones son más lujosas que las de abajo, si es que cabe la posibilidad. Una cama gigante cubierta con sábanas de raso moradas y doradas domina el espacio. La pared que hay detrás está empapelada con un estampado de remolinos en relieve y de un color dorado pálido. Las gruesas y largas cortinas reposan sobre la mullida moqueta. La iluminación es suave y tenue. Uno de los requisitos principales de López era la sensualidad, y quien hubiera diseñado aquella habitación había conseguido reflejarla en abundancia.
¿Por qué no vuelve a emplear al mismo diseñador?
Me acerco hasta la enorme ventana de guillotina y contemplo el paisaje. El terreno sobre el que se asienta La Mansión es inmenso, las vistas son fantásticas y el exuberante verdor de la campiña de Surrey se extiende varios kilómetros. Es algo digno de ver. Me paseo por la sala y acaricio con la palma de la mano una hermosa cómoda de madera oscura. Dejo sobre ella la carpeta y el bolso y me dirijo al diván situado junto a la ventana. Me siento y admiro el espacio que me rodea. Es increíble, y sin duda podría competir con muchos de los hoteles más famosos de las ciudades más grandes del mundo. Un enorme tapiz llama mi atención. Es bastante raro, pero muy hermoso. Debe de ser una antigüedad. Está medio clavado en la pared y asciende hasta el techo, donde nacen las enormes vigas de madera. Tiene un diseño cuadriculado, pero no lo adorna ningún tipo de tela ni de luz.
Ladeo la cabeza con el ceño fruncido, pero pronto vuelvo a erguirme al oír un ruido procedente del cuarto de baño.
Mierda.
Me ha metido en una habitación ocupada... ¿o no?
Ahora no oigo nada. Me quedo quieta y en silencio para tratar de percibir algún movimiento, pero nada. Me relajo un poco y entonces oigo que la manecilla de la puerta se abre y doy un respingo.
Mierda.
Mierda.
Debería huir antes de que alguien salga del cuarto de baño, probablemente en cueros, y se encuentre a una extraña ahí plantada, roja como un tomate, en medio de su suite de lujo.
Corro hacia la cómoda para recoger el bolso y me dirijo a la salida. Entonces lanzo un grito ahogado y el bolso se me cae al suelo. Me quedo helada al ver a Santana López.
Está de pie en la puerta del cuarto de baño y sólo lleva puesto un sujetador de encaje y unos vaqueros ceñidos.
La señora Kent es la esposa terriblemente consentida del señor Kent, director ejecutivo de Kent Yacht Builders, y esta casa de Kensington es su tercer hogar en cuatro años. Me he encargado del diseño interior de todos ellos. En cuanto el trabajo está terminado, la mujer decide que no se imagina envejeciendo ahí, y eso que ya ronda los setenta años, de modo que la casa sale al mercado, se vende y yo empiezo de cero en su nuevo domicilio.
Cuando tan sólo un mes después de terminar de decorarla se mudaron y vendieron la primera casa en la que había trabajado, me traumaticé un poco. Era el primer contrato que había conseguido tras empezar a trabajar para Will. Pero no tardó en volver a llamarme para que fuera a ver su nueva morada.
—Brittany, querida, no es culpa tuya. Es que no la sentía como mi hogar—me dijo con voz cantarina por teléfono.
Así que ahora me encuentro trabajando en la tercera residencia de los Kent con las mismas instrucciones que me dieron para las dos viviendas anteriores, lo cual es una ventaja porque me evita tener que buscar nuevo mobiliario. Y también amortigua el sablazo a la cartera del señor Kent.
Me meto en el coche y arranco en dirección a Surrey Hills. No le he contado a Rachel por qué voy a llegar tarde a casa. Sólo habría conseguido que se preguntase por qué voy a volver a La Mansión. Y entonces le mentiría y le contaría la misma mierda que me cuento a mí misma: que trabajar ahí es beneficioso para mi currículum. Sus encantos no influyen en mi decisión, para nada.
Esta vez me detengo junto al portero automático, pero cuando me dispongo a bajar la ventanilla, las puertas comienzan a abrirse. Miro hacia la cámara y supongo que Finn debe de estar esperándome. Le dije sobre las siete y ya son y cinco. Atravieso las puertas y avanzo por el camino de grava hasta el patio. Finn me aguarda en los escalones, frente a la entrada de puertas dobles, con las gafas de sol puestas.
—Buenas tardes, Finn—lo saludo mientras cojo mi carpeta y mi bolso.
¿Me hablará hoy?
No, sólo saluda con la cabeza y se vuelve para regresar a La Mansión. Yo lo sigo hasta el bar. Hay más gente que la última vez que vine. Probablemente sea por la hora.
—Artie—dice con voz grave.
Un hombre flaquito aparece por detrás de la barra.
—Dime.
—Ponle una copa a la señorita Pierce—Finn me mira con los ojos todavía ocultos tras las lentes oscuras—Ahora vuelvo. Santana quería comentar algo.
—¿Conmigo?—le espeto, y me sonrojo al instante ante mi brusquedad.
—No, conmigo.
—¿Está en su despacho?—pregunto nerviosa.
Estoy haciendo demasiadas preguntas sobre algo muy trivial, pero ella me había asegurado que me dejaría trabajar con Finn.
Con sólo pensar en esa mujer me vuelvo un manojo de nervios. Jamás pensé que ocurriría algo así, pero me siento mucho más cómoda con el grandulón. Para empezar, sé que con él soy capaz de controlarme.
Los labios de Finn se tensan, es evidente que está conteniendo una sonrisa. Me lamento para mis adentros. Él lo sabe.
—Tranquila, mujer.
Se vuelve y lanza una mirada burlona a Artie. El camarero de baja estatura le responde sacudiendo la bayeta.
¿De qué va todo esto?
Finn, muy serio, se despide una vez más con un gesto de la cabeza antes de marcharse y dejarme con Artie en la barra. Echo un vistazo a mí alrededor y advierto la presencia de una mujer que ríe junto a un hombre de mediana edad en una mesa cercana. Es la misma mujer con la que coincidí en los baños el viernes pasado. Viste un traje de pantalón negro y tiene un aspecto extremadamente profesional. Debe de llevar aquí un tiempo, tal vez por negocios. El hombre que la acompaña se levanta y le tiende la mano con cortesía. Ella la acepta y sonríe mientras se pone de pie y deja que la cobije bajo su brazo y la guíe fuera del bar mientras charlan entre risitas. Me siento en un taburete mientras espero a Finn y saco el teléfono para ver si tengo algún mensaje o llamada.
—¿Le apetece una copa de vino?
Alzo la vista y veo que el pequeño camarero me está sonriendo. Tiene un acento extraño y llego a la conclusión de que es italiano. Es bajito y bastante mono, con sus lentes y su pelo castaño.
—Me apetece, pero tengo que conducir.
—¡Venga! Una pequeña...—dice mientras levanta una copita de cristal y traza una línea por la mitad con el dedo.
¡Qué diablos!
No debería beber en el trabajo, pero tengo los nervios de punta.
Él se encuentra en alguna parte de este edificio y eso ya es razón suficiente para estar inquieta, de modo que asiento y sonrío.
—Gracias.
Me enseña una botella de Zinfandel. Yo vuelvo a asentir.
—Su vestido es muy... eh... ¿cómo se dice...? ¿Atrevido?
Me pone algo más de media copa. De hecho, está llena. Observo mi vestido negro ceñido y de corte estructurado. Sí, supongo que atrevido sería la palabra adecuada. Es mi comodín. Hace que me sienta guapa en cualquier ocasión. Ignoro la vocecita de mi cabeza que me pregunta si no me lo habré puesto con la esperanza de ver a López. Descarto ese pensamiento de inmediato y río ante la cuidadosa elección de palabras de Artie mientras acepto con agrado la copa que me pasa por encima de la barra. Creo que en realidad quiere decir apretado. Me marca todas las curvas. Teniendo en cuenta que mi talla no son demasiadas, pero si sigo conviviendo con Rachel mucho más tiempo es probable que eso cambie.
—Gracias—le digo sonriendo de nuevo.
—Un placer, señorita Pierce. La dejo tranquila.
El camarero recoge la bayeta y empieza a limpiar el mostrador que hay bajo las botellas. Doy unos sorbos al vino mientras espero a Finn. Está muy bueno, y me lo termino sin apenas darme cuenta. Estoy deseando llegar a casa y abrir la botella que tengo enfriándose en la nevera.
—Hola.
Me vuelvo sobre el taburete y me encuentro cara a cara con la mujer que se lanzó sobre López el viernes. Ella me sonríe, pero es el gesto menos sincero que jamás haya tenido el placer de recibir.
—Hola—contesto por educación.
Artie viene corriendo, con el pánico reflejado en el rostro y agitando el trapo en el aire.
—¡Señorita Holly! ¡No, por favor! ¡No hablen!
¿Qué?
—¡Vamos, cállate, Artie! No soy idiota—le espeta ella.
El pobre Artie se resigna y se retira para seguir limpiando la barra, pero no aparta la vista de Holly. Quiero salir en su defensa, pero, justo cuando estoy a punto de hacerlo, ella me tiende la mano.
—Soy Holly, ¿y tú eres...?
Ah, sí. La última vez que me preguntó lo mismo no le contesté y me marché a toda prisa. Acepto el saludo y le estrecho la mano ligeramente mientras ella me observa con recelo. Es evidente que no soy de su agrado. Quizá me considere una amenaza.
—Brittany Pierce—respondo, y la suelto rápidamente.
—¿Y has venido para...?
Me río con jovialidad. Estoy segura de que sabe perfectamente qué hago aquí, lo que no hace sino confirmar que se siente amenazada y que se está esforzando por hacer que me sienta incómoda. Guarde las uñas, señora. Sonrío para mis adentros cuando se me pasa por la cabeza decirle que estoy aquí porque su novia me ha rogado que viniera.
—Soy diseñadora de interiores. He venido a medir los nuevos dormitorios.
Ella arquea una ceja y hace un gesto con la mano en el aire para atraer la atención de Artie. Esta mujer es de lo que no hay, y muestra tanta soberbia como López descaro. Su cabello rubio escalado se balancea a un lado y a otro, tiene los labios pintados del mismo rojo sensual que el viernes pasado y viste un traje de pantalón gris ajustado. Sería cruel decir que tiene cuarenta años. Probablemente ronde los treinta y cinco, más cerca de la edad de López que yo. Me doy unos cachetes mentales en el trasero y me obligo a controlar mis desesperados pensamientos.
—Ponme un gin-tonic de endrinas, Artie—ordena mientras pasa por mi lado. Sin por favor y sin sonrisa. Es bastante maleducada—Eres un poco joven para ser diseñadora de interiores, ¿no?
Su tono es poco amistoso y no me mira cuando me habla. Me cabreo. No me gusta nada esa mujer.
¿Qué verá López en ella, aparte de esos labios y sus evidentes implantes mamarios?
—Sí—le concedo.
Ella también se siente amenazada por mi juventud. Eso es bueno. Me siento tremendamente aliviada cuando veo a Finn aparecer por la puerta. Se quita las gafas y lanza a Holly una mirada extraña antes de saludarme de nuevo con la cabeza.
¿A qué vienen todas esas miraditas?
No me paro a pensarlo demasiado. El gesto de Finn es la señal que necesitaba para huir de la mujer. Dejo mi copa vacía en la barra con más fuerza de la que pretendía. Artie levanta la cabeza al instante, y yo sonrío y me disculpo mientras me bajo del taburete.
—Un placer conocerte, Holly—digo con cordialidad.
Es mentira. La detesto, y sé que el sentimiento es mutuo. Ella ni siquiera me mira. Acepta la bebida que Artie le ofrece sin darle siquiera las gracias y se marcha a hablar con un tipo con pinta de hombre de negocios que se encuentra al otro lado de la barra.
Cuando llego junto a Finn, él me guía por la enorme escalera que da al descansillo hasta la nueva ala.
—Puedo apañármelas sola, Finn. No quiero entretenerte—le digo ofreciéndole la oportunidad de dejarme a mi aire mientras me acompaña por el pasillo.
—Tranquila, mujer—contesta con voz grave mientras abre la puerta de la habitación que hay al otro extremo del corredor.
Empezamos a tomar medidas en las distintas estancias. Finn me sostiene la cinta métrica obedientemente y asiente de vez en cuando al darle las indicaciones. La frase «un hombre de pocas palabras» se inventó pensando en él, no me cabe la menor duda. Se comunica con gestos y, aunque tiene los ojos ocultos tras las gafas de sol, sé cuándo me está mirando. Anoto todos los datos en una hoja y ya empiezan a asaltarme algunas ideas.
Una hora después ya tengo todas las medidas que necesito y hemos terminado. De nuevo sigo al enorme cuerpo de Finn hasta el descansillo mientras busco el teléfono en el bolso. No tardo en darme cuenta de que con las prisas por librarme de Holly me lo he dejado en la barra.
—Me he dejado el teléfono en la barra—le digo a Finn.
—Le diré a Artie que lo guarde. Santana quería que te mostrara otra habitación antes de que te fueras—me explica sin alterar la voz.
—¿Para qué?
—Para que tengas una idea de lo que quiere que hagas.
Introduce una tarjeta de acceso en la ranura, abre la puerta y me invita a entrar.
Está bien. Aquello no va a matarme, y tengo curiosidad.
¡Vaya!
Llego al centro de la habitación, una minisuite, para ser exactos. Es probable que sea más grande que todo el piso de Rachel. Al oír que la puerta se cierra detrás de mí, me vuelvo y veo que Finn se ha marchado para dejar que lo asimile por mí misma. Me quedo de pie, absorbiendo el opulento derroche de la decoración. Estas habitaciones son más lujosas que las de abajo, si es que cabe la posibilidad. Una cama gigante cubierta con sábanas de raso moradas y doradas domina el espacio. La pared que hay detrás está empapelada con un estampado de remolinos en relieve y de un color dorado pálido. Las gruesas y largas cortinas reposan sobre la mullida moqueta. La iluminación es suave y tenue. Uno de los requisitos principales de López era la sensualidad, y quien hubiera diseñado aquella habitación había conseguido reflejarla en abundancia.
¿Por qué no vuelve a emplear al mismo diseñador?
Me acerco hasta la enorme ventana de guillotina y contemplo el paisaje. El terreno sobre el que se asienta La Mansión es inmenso, las vistas son fantásticas y el exuberante verdor de la campiña de Surrey se extiende varios kilómetros. Es algo digno de ver. Me paseo por la sala y acaricio con la palma de la mano una hermosa cómoda de madera oscura. Dejo sobre ella la carpeta y el bolso y me dirijo al diván situado junto a la ventana. Me siento y admiro el espacio que me rodea. Es increíble, y sin duda podría competir con muchos de los hoteles más famosos de las ciudades más grandes del mundo. Un enorme tapiz llama mi atención. Es bastante raro, pero muy hermoso. Debe de ser una antigüedad. Está medio clavado en la pared y asciende hasta el techo, donde nacen las enormes vigas de madera. Tiene un diseño cuadriculado, pero no lo adorna ningún tipo de tela ni de luz.
Ladeo la cabeza con el ceño fruncido, pero pronto vuelvo a erguirme al oír un ruido procedente del cuarto de baño.
Mierda.
Me ha metido en una habitación ocupada... ¿o no?
Ahora no oigo nada. Me quedo quieta y en silencio para tratar de percibir algún movimiento, pero nada. Me relajo un poco y entonces oigo que la manecilla de la puerta se abre y doy un respingo.
Mierda.
Mierda.
Debería huir antes de que alguien salga del cuarto de baño, probablemente en cueros, y se encuentre a una extraña ahí plantada, roja como un tomate, en medio de su suite de lujo.
Corro hacia la cómoda para recoger el bolso y me dirijo a la salida. Entonces lanzo un grito ahogado y el bolso se me cae al suelo. Me quedo helada al ver a Santana López.
Está de pie en la puerta del cuarto de baño y sólo lleva puesto un sujetador de encaje y unos vaqueros ceñidos.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Dios amo tus adaptaciones y esta no es la excepcion, me encanta
VaityCZ* - Mensajes : 36
Fecha de inscripción : 21/04/2014
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Sjjdhdjejdbdib como lo dejas ahi?!?!? Quiero ver que pasa:$$$
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Aunque ya e leido la historia en version faberry gip quinn
Esta va a hacer mejor porque son mis brittana
Saludos y hasta la proxima actualizacion
Esperemos sea pronto
Esta va a hacer mejor porque son mis brittana
Saludos y hasta la proxima actualizacion
Esperemos sea pronto
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Hola, chica de las adptaciones *Creo que te llamare asi*
Me encanta esta historia.
Uuuuy que va a pasar ahora que Britt esta sola con San en un cuarto
P.D.1: Saludos
P.D.2: Cuidate
P.D.3: Te quiero
P.D.4: Te molesta que te llame "Chica de las adaptaciones"???
P.D.5: Nos leemos, BESOS
Me encanta esta historia.
Uuuuy que va a pasar ahora que Britt esta sola con San en un cuarto
P.D.1: Saludos
P.D.2: Cuidate
P.D.3: Te quiero
P.D.4: Te molesta que te llame "Chica de las adaptaciones"???
P.D.5: Nos leemos, BESOS
Daniela Gutierrez***** - Mensajes : 281
Fecha de inscripción : 03/07/2014
Edad : 27
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