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FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
y me temo que hasta aqui llego la carrera de Britt!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
3:) escribió:holap morra,...
lo he dicho el dia no iba a terminar bien???
que vio finn para sacarse las gafas jajjajaja
a ver que pasa recién es media tarde para britt y se le termine el día???
nos vemos!!!
Hola lu, toda la razón =/ puede ser peor¿? Jajajajaja algo muy importante no¿? Tiene que mejorar! ya es suficiente por hoy no¿? Saludos =D
monica.santander escribió:y me temo que hasta aqui llego la carrera de Britt!!!
Saludos
Hola, jajajajajajajaajjaajaj yo también xD jajaajajajaj... esperemos y sea para mejor no¿? jajajaja. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 32
Capitulo 32
—¡Les presento al nuevo propietario de Rococo Union!
Kurt y Mercedes se quedan ligeramente extasiados, pero Tina se queda tan pasmada como yo. Ambas nos sentimos tremendamente incómodas ante la idea, pero aunque sé perfectamente por qué lo estoy yo, no tengo ni idea de qué le pasa a ella.
—Por supuesto, en cierto modo ya lo conocen—continúa Will—El señor Flanagan y yo hemos estado hablando durante las últimas semanas, y por fin hemos llegado a un acuerdo tras negociar las condiciones.
—Y yo me muero por ponerme manos a la obra— Rory sonríe con sus ojos azules fijos en mí, haciendo caso omiso del resto del personal—Creo que nos irá muy bien juntos.
Sólo tres personas presentes en la sala asienten. Yo no estoy de acuerdo, y parece que Tina tampoco. No digo nada porque tengo un nudo en la garganta. Veo cómo se acerca a la mesa y le estrecha la mano a Will antes de presentarse formalmente ante mis colegas. Cuando le toca el turno a Tina, apenas la mira, y ella se pone como un tomate y mira al suelo.
¡Ha estado saliendo con Rory!
Me quedo boquiabierta al ver lo nerviosa que está.
Por eso sabe que estoy casada.
Por eso sabe que estoy preñada y que espero mellizos.
¡Por eso lo sabe todo!
De repente, Angel, de Massive Attack, resuena por toda la sala y todo el mundo me mira y me sorprende petrificada en la silla como una estatua, sosteniendo el teléfono con dejadez.
—¿Quieres responder a esa llamada?—pregunta Rory con una sonrisa que no le devuelvo.
Entonces, la puerta de la oficina se abre y entra Finn, jadeando y analizando la escena que acaba de interrumpir.
Ahora ya no hay duda de que mi carrera en Rococo Union ha terminado.
El grandulón se acerca, sin importarle lo más mínimo que todo el mundo lo esté mirando con unos ojos como platos, me coge el teléfono de la mano y contesta inmediatamente.
—Está bien.
Mi cerebro pasmado reacciona y entonces empieza a asimilar lo que está ocurriendo mientras yo veo cómo Finn avanza por la sala de conferencias. Todo el mundo lo observa pero nadie le dice nada. Debe de haber visto a Rory entrar en el despacho y ha llamado a Santana.
Casi siento ganas de gritarle al grandulón, sin embargo Rory acaba de darnos la puntilla a mí y a mi empleo en Rococo Union; él y este hombre inmenso con pinta de mafioso que acaba de irrumpir en la oficina.
Rory no necesita una empresa de diseño interior. Eso es ridículo y roza lo obsesivo..., de un modo similar al de mi esposa.
Finn me mira y asiente.
Yo asiento a mi vez porque me he quedado sin palabras. Me devuelve el teléfono y lo miro espantada. No puedo mantener lo que sé que va a ser una discusión acalorada con Santana en estos momentos. Me hundo más en la silla, pero Finn me lanza una mirada que me indica que no voy a librarme de ésta. Santana quiere hablar conmigo, y sé que no me servirá de nada negarme.
Cojo el teléfono nerviosa y me levanto para abandonar la sala.
—¿San?
—¡¿Qué COJONES hace ése ahí?!
Está furiosa. Probablemente se esté arrancando mechones de pelo a tirones.
—Ha comprado la empresa—respondo con voz tranquila con la esperanza de contagiarle la calma.
No obstante, es esperar demasiado. Está hiperventilando.
—Coge el bolso y sal de ahí con Finn de inmediato. ¿Me oyes?
—Sí—confirmo rápidamente sabiendo que no tengo elección.
—Hazlo mientras estás al teléfono.
—De acuerdo.
Me dejo el teléfono pegado a la oreja y vuelvo a la sala, atrayendo las miradas de seis pares de ojos. La tensión es palpable. Recojo mi bolso y miro a Finn, que asiente de nuevo.
—¿Britt?
El tono familiar y preocupado de Will desvía mi mirada hacia mi jefe, o ex jefe.
—Lo siento, Will. No puedo seguir trabajando para Rococo Union.
—¿Por qué demonios no ibas a hacerlo? Van a suceder cosas fantásticas. Rory me ha asegurado que va a ascenderte a directora de reparto de beneficios. Era parte del trato, flor—se ha puesto de pie y se acerca a mí con la frente arrugada—Es una oportunidad magnífica para ti.
Sonrío y miro a Rory, que parece haberse quedado sin habla también.
—Lo siento, debería haber dicho que no puedo trabajar para Rory—ahora todas las miradas se centran en el irlandés—Rory lleva un tiempo acosándome. No acepta un no por respuesta—me cuelgo el bolso en el hombro—Tina, te ha estado utilizando para sacarte información sobre mí. Lo siento—está escondiendo la cara, pero sé que está llorando. Me siento fatal por ella—¿Tan desesperado estás que eres capaz de destrozarle la vida a alguien tan dulce como Tina?—le pregunto a Rory—¿Tan desesperado estás por vengarte de una persona que eres capaz de comprar la empresa para la que trabaja su mujer?
—Vengarme de esa mujeriega es sólo un extra. Te he querido desde el primer día—esa frase prácticamente confirma las sospechas de Santana—Ela no te merece.
—Merece tenerme y me tiene. Siempre me tendrá. Hemos superado problemas más gordos que tú, Rory. Nada de lo que me digas hará que me arrepienta de haber tomado la decisión de estar con ella—me tiembla todo el cuerpo, pero mi voz es firme—No tengo nada más que decirte—doy media vuelta para marcharme, pero me detengo brevemente en la puerta—Lo siento, Will.
Finn me sigue con su mano gigantesca apoyada con firmeza sobre mi espalda, como si estuviera evaluando mi condición física. Me siento triste pero extrañamente resuelta.
—Brittany.
El leve acento irlandés que solía encontrar bastante sexy ahora me pone la carne de gallina. Finn intenta empujarme hacia adelante, pero un estúpido sentido de la curiosidad hace que forcejee con el grandulón y me vuelva hacia Rory.
—Se tiró a otras mujeres mientras estaba contigo, Brittany. No te merece.
—¡Sí me merece!—le grito a la cara, y él retrocede pasmado.
Finn me agarra del brazo pero me lo quito de encima.
—Brittany, rubia...
—¡No! ¡Nadie tiene derecho a juzgarla más que yo! ¡Es mía!—la he perdonado y, si me dejaran, probablemente podría olvidarlo también—Te ciega el resentimiento—digo, más calmada.
—Se trata de ti.
El irlandés le dirige una mirada cautelosa a mi guardaespaldas. Me echo a reír y sacudo la cabeza.
—No, no es verdad. Estoy casada y embara...
—Y sigo queriendo estar contigo.
Cierro la boca al instante y Finn le lanza un gruñido de advertencia:
—La chica no está disponible—intenta hacer que avance, pero estoy fija en el sitio.
—¿Me drogaste tú?—pregunto, pero la expresión de horror que invade su rostro al instante me dice todo cuanto necesitaba saber.
—Brittany, yo jamás te haría daño. He comprado esta empresa por ti.
Sacudo la cabeza y suelto una carcajada de incredulidad.
—La necesidad de venganza te consume. Ni siquiera me conoces. No hemos compartido nada de intimidad, ni tenemos conexión, ni hemos tenido ningún momento especial. Pero ¿qué coño te pasa?
—Sé reconocer algo bueno cuando lo veo, y estoy preparado para luchar por ello.
—Bueno estarás luchando en vano—digo tranquilamente—E incluso si llegaras a conseguir separarnos, que no lo harás, jamás me tendrías después.
Su piel se arruga en su frente cuando enarca las cejas.
—¿Por qué?
—Porque sin ella me moriría.
Doy media vuelta y abandono mi lugar de trabajo sabiendo que nunca volveré. Me siento un poco triste, pero ser consciente de lo que me espera a partir de ahora en mi vida me pone una enorme sonrisa en la cara.
Una vez sentada en el Range Rover de Finn, y una vez que éste ha arrancado el motor, veo que tengo el teléfono en la mano y recuerdo que ella está al otro lado de la línea.
No quiero oírla.
Quiero verla.
—¿San?
No dice nada durante unos instantes, pero sé que está ahí. Su presencia atraviesa la línea telefónica y me besa la piel.
—No te merezco—dice—El irlandés tiene razón, pero soy demasiado egoísta como para cederte a alguien que sí lo haga. Jamás nos separaremos, y nunca estarás sin mí, así que vivirás eternamente, Britt-Britt.
Las lágrimas inundan mis ojos y pienso en la suerte que tengo de que sea tan egoísta.
—Hecho—susurro.
—Te veré en el baño.
—Hecho—repito, porque sé que soy incapaz de decir más de una palabra sin echarme a llorar.
Cuelga y yo me sumo en mis pensamientos mientras veo Londres pasar por la ventanilla.
Siento un alivio tremendo.
Por una vez, hay un silencio absoluto en el coche de Finn. No hay tarareos ni golpeteos en el volante. Viajamos cómodamente callados de vuelta al Lusso.
—Ya hemos llegado, rubia.
Aparca, sale del coche y espera a que me desabroche el cinturón y me reúna con él en la parte delantera del vehículo.
—No hace falta que me acompañes adentro—digo, pero él me lleva la contraria con la mirada—San te ha pedido que peines el ático, ¿verdad?
—Es sólo un pequeño control, eso es todo, rubia.
Me coge del codo y me dirige al vestíbulo del edificio. Podría protestar, pero no me molesto en hacerlo. Está siendo excesivamente cauto, aunque si así se sienten más tranquilos él y mi neurótica esposa, por mí estupendo.
Me sorprendo al ver a Ryder aquí, pero no lleva puesto el uniforme.
—Hola, Ryder—lo saludo mientras paso por delante, pero Finn no me da ni un momento para conversar con él ni para advertirle siquiera de que se las verá con la ira de Santana muy pronto.
Sin embargo, sí me da tiempo a comprobar lo elegante que está con el traje que lleva puesto y, definitivamente, veo la cara de pánico que pone al descubrir al gigante que me escolta. Finn tiene ese efecto en la mayoría de la gente, como me sucedía a mí.
El grandulón introduce el código, se aparta para dejarme pasar primero y entra en el ascensor. Vuelve a introducir el código.
—¿Sabes el código?—pregunto esperando que no sepa lo que significa.
Él me sonríe, y no sé si es porque lo sabe o porque no.
—Esa latina loca ha sido bastante sensata esta vez, pero podría haber sido un poco más creativa.
Carraspeo un poco pensando en lo creativa que Santana puede llegar a ser cuando llega a cero.
Maravillosamente creativa, de hecho.
Creativa hasta hacerte perder la razón. Necesito ese baño, pero en cuanto se abren las puertas del ascensor, recuerdo apenada que aún es temprano y que es muy probable que Sue siga en el departamento. Entramos, me dirijo inmediatamente a la cocina y dejo mi bolso en la isleta. No veo a la asistenta, así que voy al piso de arriba para buscarla, dispuesta a darle el resto del día libre.
—Brittany, rubia—Finn corre detrás de mí—Deja que eche un vistazo primero.
—Finn, en serio...—me detengo y lo dejo pasar—¿Vas a estar haciendo de mi niñera hasta que llegue San a casa?
Espero que no. Quiero darme un baño antes de bañarme con Santana.
—No. Es para quedarnos más tranquilos—dice con su voz atronadora—Deja ya de quejarte.
Me sobresalto ante su repentina brusquedad, pero no discuto con el gigante. Dejo que abra y cierre las puertas mientras aguardo con paciencia, apoyada contra la barandilla de cristal con los brazos cruzados sobre el pecho. No debería quejarme en absoluto después de la visita sorpresa que hemos recibido esta mañana.
—Todo despejado.
—Qué alivio—sonrío apartándome del cristal.
Finn se detiene de pronto, con las cejas levantadas a medio camino entre la parte superior de sus gafas de sol y la parte superior de su cabeza.
—No seas insolente conmigo, rubia—está muy gruñón, como aquella vez que pensé que él y yo habíamos llegado a un acuerdo—Llamaré a los de seguridad y arreglaré lo del código. Baja a toda prisa por la escalera.
—¿No está Sue?—pregunto a su espalda.
—No—confirma, y se dirige al sistema telefónico del ático, pero su móvil empieza a sonar antes de que llegue al fijo—¿Diga?—gruñe desviándose hacia la cocina—Ya estamos aquí. Sue ya se ha marchado, pero me quedaré hasta que llegues—su voz se va apagando conforme aumenta la distancia entre nosotros, y sé que está hablando con Santana —Una puerta azul que necesita una capa de pintura—dice Finn susurrando a propósito, aunque todavía lo oigo perfectamente.
Ésa es la desventaja de tener una voz tan grave y atronadora. Puede que dé miedo, pero es incapaz de susurrar
—En Lansdowne Crescent. No estoy seguro. Sólo eché un vistazo, pero si no es ella es que tiene una doble.
Avanzo inconscientemente hacia Finn. He oído eso perfectamente, así que en realidad no necesito acercarme más para asegurarme de que mis oídos no me engañan. No obstante, su intento de evitar que lo oiga, sumado a la mención de la dirección de Danielle Ruth y al hecho de que es evidente que Finn la ha reconocido de algo, me obliga a querer verle la cara para evaluar su expresión. Sé que no va a ser alegre, y menos si está hablando con Santana, lo que significa que ella también conoce a Dani. La sangre se me va enfriando a cada paso que doy hacia los graves susurros del grandulón.
—¿No hay nadie ahí?—Finn se pasea de un lado a otro de la cocina—Danielle Ruth. Ya te lo he dicho. Sé que mis ojos ya no son lo que eran, pero pondría la mano en el fuego. Tienes que llamar a la policía, no ir en su busca, cabrona desquiciada.
Se me hielan la sangre y el cuerpo al ver que Finn se vuelve lentamente y advierte mi presencia. Por muy alto que sea, sé perfectamente que acaba de quedarse lívido.
—¿Quién es ella?—le pregunto.
Su enorme pecho se expande y levanta la mano para quitarse las gafas. Ojalá se las hubiera dejado puestas, porque la extraña visión de sus ojos confirma mis temores.
Está preocupado, y eso no le pega al grandulón.
—Santana, tienes que venir aquí ahora mismo. Deja que la policía se encargue.
Finn separa el teléfono de la oreja y oigo cómo mi esposa chilla, enfadada. No entiendo lo que dice, pero sus gritos de frustración valen más que mil palabras. Mencionarle la intervención de la policía tampoco ha sido buena idea.
—¿Quién es ella?—repito con los dientes apretados mientras mi respiración empieza a acelerarse.
Estoy ansiosa y asustada, aunque aún no sé por qué. Finn suspira derrotado pero sigue sin contestarme. En lugar de hacerlo decide darme la espalda.
—Es demasiado tarde. Está aquí delante. Será mejor que vengas a casa.
Santana grita de nuevo y me parece oír también unos golpes, como los de un puño llamando a una puerta, una puerta azul desportillada.
Empiezo a perder la paciencia.
Mi falta de conocimientos sobre algo de lo que, intuyo, debería estar al tanto está haciendo que se me vuelva a calentar la sangre. Entonces Finn me pasa el teléfono y yo me apresuro a quitárselo de las manos.
—¿Quién es ella?—pregunto con voz clara y calmada, pero como no obtenga una respuesta no tardaré en montar en cólera.
Y sé de antemano que la tensión se me va a poner por las nubes. Ella respira agitadamente al otro lado de la línea y oigo sus pisadas fuertes y decididas contra el suelo.
—No estoy segura.
—¿Qué quieres decir?—empiezo a gritar.
No me ha contestado, no de una manera satisfactoria. Sé que sabe quién es Danielle Ruth.
—Voy para casa. Hablamos ahí.
—¡No! ¡Respóndeme!
—Britt, no quería decirte nada hasta estar segura de que es ella—dice, y el chirriante derrape de las ruedas hace que me encoja.
Es posible que así fuera, pero la incapacidad para susurrar de Finn le ha fastidiado el plan.
—Te lo explicaré cuando pueda asegurarme de que estás sentada.
—Esto no me va a gustar, ¿verdad?
No sé ni para qué pregunto. Quiere que esté sentada, y eso es mala señal. De hecho, todo son malas señales. Incluso la expresión de preocupación del grandulón.
—Britt-Britt, por favor, necesito verte.
—No has respondido a mi pregunta—le recuerdo mientras me siento en uno de los taburetes—¿Qué otra cosa puedes tener que decirme, San?
—No tardaré.
—¿Voy a querer huir?
—No tardaré—repite, y cuelga, dejándome con el teléfono de Finn pegado a la mejilla y el estómago revuelto.
Tengo ganas de salir corriendo ya. La incertidumbre, combinada con un miedo increíble, me insta a huir, pero no de ella, porque la sola idea de separarme de Santana me parte en mil pedazos. Sin embargo, en el fondo de mi ser algo me dice que debería protegerme de lo que está a punto de causar un gran impacto en mi vida.
En nuestra vida.
El teléfono del ático empieza a sonar y me hace dar un brinco. Finn sale de la cocina con sus fuertes pisadas y con las gafas puestas de nuevo. No voy a malgastar saliva intentando extraerle información, aunque sé que él tiene la que necesito. Vuelve a la cocina con una expresión demasiado tensa para ser un hombre tan amenazador.
Ahora sí que estoy preocupada de verdad.
—Tengo que ir abajo. Cierra la puerta con llave cuando salga, y no contestes a menos que te llame para decirte que soy yo. ¿Dónde tienes el móvil?
—¿Qué está pasando?—me pongo de pie y empiezo a temblar.
—¿Dónde tienes el móvil? —insiste, y recupera el suyo de mi mano temblorosa.
—En el bolso. Finn, háblame.
Me coge el bolso, vierte su contenido sobre la encimera y en seguida encuentra mi teléfono. Lo coloca sobre la isla, me levanta del suelo y me sienta en el taburete.
—Brittany, éste no es momento de discutir. El conserje sospecha de alguien y tengo que bajar a comprobar de quién se trata. Probablemente no sea nada.
No lo creo. Nada me indica que debería hacerlo: ni el tono de su voz, ni su lenguaje corporal. Todo sugiere que debería estar aterrada, y estoy empezando a estarlo.
—De acuerdo—digo a regañadientes.
Asiente, me da un afectuoso apretón en el brazo y saca su enorme corpachón de la cocina. Oigo que la puerta se cierra y me quedo quieta, temblando y dándole vueltas a la cabeza frenéticamente.
No consigo tranquilizarme.
Sólo quiero que llegue Santana. Me da igual lo que tenga que decirme, no me importa.
Agarro el teléfono con fuerza y subo corriendo la escalera hacia el dormitorio para coger la llave del despacho de Santana del cajón de la ropa interior. Después vuelvo abajo y me apresuro a abrir la puerta. Sé que me sentiré mejor cuando me siente en la enorme silla del despacho, como si en cierto modo ella me estuviera envolviendo con sus brazos.
Atravieso la puerta a toda velocidad, enloquecida y sin aliento, y me encuentro con una mujer de pie en el centro de la habitación, mirando mi pared.
Es Danielle Ruth.
Me tiemblan las piernas y me tambaleo hacia adelante; el corazón se me detiene. No obstante, mi dramática aparición y mi grito ahogado de sorpresa no parecen inmutarla. Continúa con la mirada abstraída, y ni siquiera me mira. Está como hechizada, y de no ser por las recientes palabras y las reacciones de Santana y de Finn respecto a esa mujer, pensaría que no sólo está colada por mí, sino que está obsesionada de un modo enfermizo. Mi cerebro tarda mucho tiempo en asimilar que debería salir corriendo, pero cuando empiezo a retroceder lentamente, ella me mira. Parece consumida, no la mujer alegre y fresca de ojos brillantes a la que estoy acostumbrada. Han pasado sólo unas horas desde que me reuní con ella, pero es como si hubieran pasado años.
—No te molestes—dice en un tono frío y cargado de odio.
Entonces descarto todos mis pensamientos acerca de que esa mujer pudiese estar colada por mí. Ahora sé, sin ninguna duda, que lo más probable es que me deteste.
—El ascensor no funcionará, y Ryder te detendrá en la escalera.
Por muy perpleja que esté, entiendo esas palabras perfectamente. Y entonces recuerdo a Ryder vestido con el traje... y la grabación de las cámaras de seguridad del bar de la noche en que me drogaron. Incluso consigo formularme la lógica pregunta de cómo coño ha conseguido entrar en el ático y, especialmente, en el despacho de Santana.
Me muestra un puñado de llaves.
—Ella me lo puso demasiado fácil.
Las tira sobre la mesa de Santana y mis ojos las siguen hasta que caen y dejan de moverse. No las reconozco, pero no soy tan idiota como para preguntarme para qué son.
—La estupidez de tu esposa y la desesperada necesidad de mi amante por complacerme me han hecho esto casi aburrido—se vuelve de nuevo hacia la pared. La pared de Brittany—Creo que está un poquito obsesionada contigo.
Me quedo en el sitio, barajando mis opciones.
No tengo ninguna.
No hay escapatoria, y nadie vendrá a rescatarme. Con el nuevo conserje haciendo guardia, estoy del todo indefensa.
Se acerca a la pared y toca con la punta del dedo una parte escrita por Santana.
—¿«Mi corazón empezó a latir de nuevo»?—se echa a reír. Es una risa fría y siniestra que no hace sino aumentar mi ya intensa ansiedad—Santana López, la detestable capullo que usaba a las mujeres como objetos está enamorada, casada, y ahora espera mellizos. Qué ideal.
Sé que dice esto último con sarcasmo. Se trata de otra antigua amante despechada, pero ésta a un nivel completamente diferente.
La odia. Y, por extensión, a mí también.
Esas palabras, junto con la manera en que acaba de volverse para mirar mi vientre, me indican que también odia a las criaturas que llevo en mi. Mi miedo acaba de alcanzar niveles desorbitados, y no me cabe ninguna duda de que tanto yo como mis hijos corremos un grave peligro.
Veo que ella se mueve, pero no me doy cuenta de que yo también lo hago. Aunque no lo suficientemente de prisa, porque la tengo delante de mí en cuestión de segundos, y ahora me acaricia la barriga con aire pensativo. Después retira la mano y me propina un puñetazo. Grito y mi cuerpo se dobla para protegerse. Me cubro el vientre con los brazos en un intento de resguardar a mis pequeños. Ella también está gritando, y me saca de los pelos del despacho de Santana al inmenso espacio diáfano del ático.
—¡Deberías haberla dejado!—chilla tirándome al suelo y pegándome patadas.
El dolor se apodera de mi cuerpo y las lágrimas comienzan a brotar de mis ojos. Si lograra superar el dolor y la sorpresa, creo que podría reunir fuerzas para hallar mi ira.
Está intentando matar a nuestros hijos.
—¿Qué tiene esa cerda inmoral que te tiene tan enganchada, zorra patética?
Me levanta de un tirón y empieza a abofetearme, pero ni todo el dolor del mundo hará que aparte los brazos de mi vientre.
Nada lo hará.
Ni siquiera la necesidad que siento de devolverle los golpes. Incluso llevo todavía el teléfono en la mano, aunque no voy a arriesgarme a proporcionarle acceso a mi barriga. Mi cerebro sobrecargado intenta guiarme con urgencia, darme alguna instrucción, pero en lo único que puedo pensar es en aceptar su enajenación y en rezar para que los tres salgamos sanos y salvos de ésta.
Si alguna vez he pensado que estaba en el infierno, me equivocaba. Éste es el nivel más bajo del inframundo.
Me propina un puñetazo en el antebrazo con un furioso grito frenético y mi cuerpo se dobla gritando de miedo y de dolor.
No voy a salir de ésta.
Estoy muy lejos de estar muerta, pero a través de mi visión borrosa, su mirada me dice que no se detendrá hasta que lo esté.
Está loca.
Completamente trastornada.
¿Qué coño le hizo a esta mujer?
La puerta de entrada se abre de repente y al instante desaparece de delante de mí. Me esfuerzo por volverme, agarrándome todavía el vientre y llorando de dolor.
La veo desaparecer por la cocina y entonces ante mis ojos húmedos aparece Santana. Todo su cuerpo se agita violentamente. Ha subido por la escalera, y tiene el puño visiblemente hinchado.
Inspecciona mi cuerpo con ojos frenéticos. Tiene la frente empapada en sudor, y su rostro es una mezcla de puro terror y de auténtica cólera. Le lleva unos instantes recuperarse y veo que no sabe si atenderme o ir tras la loca que ha asaltado nuestra casa. No puedo hablar, pero le grito mentalmente que haga lo segundo.
Un sollozo ahogado escapa de mi boca, haciéndolo temblar más todavía y correr a toda prisa hacia la cocina. Mis pies se ponen en marcha en un acto reflejo y lo sigo sin saber si hago bien o mal.
Ahora todos mis temores se centran en Santana.
Me detengo súbitamente al ver a Santana en medio de la estancia, y al instante ubico a Dani al otro lado de la isleta. Formamos un triángulo perfecto. Todas respiramos agitadamente y nos lanzamos miradas, pero Dani es la única que lleva un cuchillo en las manos.
Dejo caer el teléfono y éste arma un estrépito al golpear el suelo, pero no consigue distraer su atención. El enorme cuchillo resplandece mientras lo gira casualmente. Apunta en mi dirección, pero la imagen de la afilada hoja de metal no sólo alimenta mi miedo, sino que también hace que mis ojos se dirijan horrorizados al abdomen de Santana.
—Dios mío—susurro en un tono tan bajo que sé que nadie me ha oído.
Dijo que había sido en un accidente de tráfico.
Eso fue lo que dijo.
Busco en mi cerebro intentando recordar las palabras exactas pero no las encuentro porque no están ahí. Lo que sí que está es la silenciosa conclusión a la que yo misma llegué. Me equivoqué tremendamente al suponer aquello, aunque dudo mucho que me hubiera contado la auténtica razón, la razón que está de pie ante nosotras en estos momentos, jugando amenazadoramente con un cuchillo, y sé que está dispuesta a usarlo. Creo que jamás podría enfrentarme a nada más aterrador.
Ahora los cuatro corremos peligro.
—Me alegro de verte, Santana—espeta mientras equilibra la postura separando un poco más los pies.
Se está preparando para atacar.
—Bueno yo a ti no—jadea Santana—¿Qué haces aquí?
Ella sonríe fríamente.
—Me contentaba con dejar que te revolcaras en la miseria, que consumieras tu vida intentando llenar el vacío que tú misma creaste con tus estúpidas aventuras, pero has cometido el error de enamorarte. No puedo permitir que disfrutes de la felicidad cuando tú destruiste la mía.
—He pagado con creces mis errores, Lauren.
El nombre con el que se dirige a Dani hace que aparte la vista de inmediato de la hoja brillante y la dirija al rostro sudoroso de Santana.
¿Lauren?
—Me merezco esto.
Es casi un ruego, y al oírla se me parte el alma. Está intentando convencerse a sí misma de que me merece, y el hecho de que esté buscando la aprobación de esa chiflada hace que me olvide por un instante del tremendo dolor de barriga y de lo mucho que me escuece la cara.
La ira me corroe.
—No, no te lo mereces. Tú me arrebataste la felicidad, y yo voy a arrebatarte la tuya.
Sacude el cuchillo en mi dirección y Santana se revuelve, nerviosa. Me mira un instante con sus pesarosos ojos oscuros y luego vuelve a centrarse en Dani, o Lauren, o como se llame.
—Yo no te arrebaté la felicidad.
—¡Sí lo hiciste!—chilla ella ¡Te casaste conmigo y luego me abandonaste!
Dejo escapar un grito ahogado y miro a Santana.
Se está mordiendo el labio y su mirada oscila constantemente entre mi persona y... ¿su ex mujer?
¿Estuvo casada?
Siento que me ahogo y mi mente empieza a dar vueltas intentando asimilar sin éxito lo que acabo de oír. Dani me mira y al instante cambia su expresión furiosa y empieza a sonreír.
—¿No lo sabías? Vaya, menuda sorpresa. Puede que eso explique entonces por qué insistías en seguir a su lado.
Su petulancia, unida a la desesperación de Santana, me deja del todo paralizada.
—Nada puede separarnos—digo.
Mis palabras atraviesan el aire y le borran la sonrisa de la cara, pero también hacen que Santana se ponga más tensa todavía. Mantengo su mirada cautelosa y ésta me dice que no debería haber dicho eso.
Empiezo a sacudir la cabeza suavemente y mi labio inferior comienza a temblar. La sensación de mi palma acariciándome la barriga me resulta reconfortante, pero la expresión dibujada en el rostro de mi esposa, no.
Aparta los ojos de los míos, los centra en mi vientre y una oleada de desesperación recorre lentamente su semblante.
—Lo siento muchísimo—susurra—Debería habértelo contado.
Desde luego se ha dejado la peor de las sorpresas para el final, pero no me importa.
Lo digo en serio.
Nada podrá separarnos.
—Da igual—le aseguro, pero veo que el derrotismo se está apoderando de ella.
—Da igual—espeta Dani, y nuestra atención vuelve a centrarse de nuevo en el cuchillo que está blandiendo la zorra psicópata que ha irrumpido en nuestras vidas—No sabe nada, ¿verdad?
Espero que esté equivocada. Espero que Santana asienta y le diga que lo sé todo: lo de La Mansión, lo de la bebida, y ahora lo de ella..., todo. No obstante, empieza a negar con la cabeza, lo que cuadruplica mi inseguridad.
—¿No sabe lo de nuestra hija?—la habitación comienza a dar vueltas, y Santana hace ademán de moverse—¡Quieta!—chilla Dani al tiempo que sacude el cuchillo en su dirección.
—Britt...
Necesita desesperadamente llegar hasta mí. Sé que me estoy tambaleando en el sitio mientras trato de asimilar toda esta información, y la está matando hallarse retenida, aunque no sea físicamente. Sabe que no puede moverse porque entonces ella vendrá por mí.
¿Tiene una hija?
Mi vida está terminando aquí y ahora.
Ésta es la gota que colma el vaso de todas las sorpresas de esta mujer. Está intentando compensar su falta de implicación en su vida.
—Sí, nos casamos y me abandonó estando preñada—espeta ella.
—Me obligaron a casarme contigo porque estabas embarazada. No te quería, y lo sabes. Teníamos diecisiete años, Lauren. No pensamos bien las cosas cuando te inseminaste—dice con voz rota e insegura, como si estuviera intentando convencerse a sí misma de que hizo lo correcto.
—¡No culpes a tus padres de tu decisión!—exclama, furibunda de nuevo, mientras agita las manos de manera incontrolada.
—Estaba tratando de enmendar mis errores. Estaba intentando hacerlos felices.
La cocina sigue dando vueltas a gran velocidad mientras trato de encajar lo que estoy oyendo. No entiendo nada, y menos ahora, en esta situación tan peligrosa. Sin embargo, a través de mi confusión y mi estado de alarma, soy consciente de la importancia de mantenerme a salvo.
Tengo que salir de aquí.
Empiezo a retroceder con la esperanza de que su atención y su ira sigan centradas en Santana mientras trato de huir. Sé que su intención es acabar conmigo, no con Santana. Quiere castigarla, y pretende hacerlo obligándola a vivir sin mí.
Lo tiene todo planeado, y yo también.
—¡No te muevas!—chilla, y me detengo sobre mis pasos—Ni se te OCURRA intentar marcharte porque le clavaré este cuchillo antes de que consigas llegar a la puerta—esa amenaza frustra mi plan por completo.
La sola idea de que le haga daño a Santana me resulta insoportable, incluso a pesar de esa nueva revelación.
—Todavía no has oído la mejor parte, así que te agradecería que te quedaras para escucharme.
—Lauren...—le advierte Santana entre dientes.
Ella se ríe con una carcajada ladina cargada de satisfacción.
—¿Qué pasa? ¿No quieres que le cuente a tu joven esposa preñada que mataste a nuestra hija?
Santana actúa rápidamente y nada conseguirá detenerla, y sé que es porque estoy a punto de caerme de bruces al suelo. Mi mundo acaba de estallar en mil pedazos junto con mi mente sobrecargada, pero advierto que ella también se mueve.
Veo cómo el cuchillo se acerca hacia mí a gran velocidad con absoluta determinación, y también observo que Santana se interpone entre mi cuerpo y el filo. Consigue impedir mi caída antes de tirar a Dani al suelo y de propinarle un puñetazo en toda la cara con un rugido furioso.
Ella se ríe.
La zorra psicópata simplemente se ríe, provocándola todavía más, incitándola con su risa histérica.
—¡Yo no maté a nuestra hija!—grita, y vuelve a golpearla.
El sonido de su puño contra su expresión de regodeo me provoca escalofríos.
—¡Claro que sí! La sentenciaste a muerte en el momento en que se subió a ese coche.
—¡No fue culpa mía!
Está encima de ella, intentando controlar el movimiento frenético de sus manos.
—Alejandro jamás debería haberse llevado a nuestra hija. ¡Deberías haber sido tú quien se quedara con ella! ¡Me pasé cinco años en una celda acolchada! ¡Me he pasado veinte años deseando no haber dejado que la vieras! ¡Me dejaste sola, y después mataste lo único que me quedaba de ti! ¡Jamás permitiré que la sustituyas! ¡Nadie más tendrá una parte de ti!
Santana ruge, le propina otro puñetazo y la deja inconsciente en el acto. Intento sentarme a duras penas mientras observo cómo su cuerpo entero se convulsiona de agotamiento y de furia.
He oído y comprendido cada una de las palabras que se han lanzado la una a la otra y estoy pasmada, pero más triste que otra cosa. Cada instante de auténtica locura que he soportado desde que conocí a esta mujer acaba de justificarse. Toda su sobreprotección, su preocupación excesiva, su comportamiento neurótico acaban de cobrar sentido.
No cree merecer la felicidad, y ha estado protegiéndome.
Pero ha estado protegiéndome de sí misma y de su oscuro pasado. No era ella quien acompañaba a Alejandro en aquel coche.
Era su hija.
Toda la gente a la que ha amado en esta vida ha muerto de una manera trágica, y se siente responsable de cada una de esas muertes. Se me parte el alma.
—Nada nos separará—sollozo intentando levantarme, pero no consigo pasar de las rodillas.
Ella creía que esto acabaría con nosotras, pero no lo hará. Me siento aliviada. De hecho, ahora por fin todo tiene sentido.
Santana se levanta del suelo y vuelve sus verdes oscuros pesarosos y atormentados hacia mí.
—Lo siento muchísimo—le tiembla la barbilla y empieza a avanzar en mi dirección.
—No importa—le aseguro—Nada importa, Sanny.
Extiendo los brazos hacia ella, desesperada por hacer que sienta que la acepto y que no me importa su pasado, por muy impactante y oscuro que sea. Una sensación de serenidad recorre el espacio que nos separa, como una especie de silenciosa comprensión mutua, mientras espero a que llegue junto a mí.
Comienzo a impacientarme.
Está tardando demasiado, y parece avanzar más despacio a cada paso que da, hasta que se postra sobre una rodilla lanzando un grito ahogado y agarrándose el estómago con un siseo. Mis ojos confundidos buscan alguna pista en su rostro de qué es lo que sucede, pero entonces se retira la chaqueta y veo su camisa empapada de sangre, con el cuchillo clavado en su costado.
—¡NOOOOO!—grito, y me levanto inmediatamente para correr a su lado. Mis manos planean alrededor del mango del cuchillo sin saber qué hacer—¡Joder, San!—se deja caer de espaldas, ahogándose, palpándose con las palmas la herida alrededor del filo—¡Dios mío, no, no, no, no, no! ¡No, por favor!
Me postro de rodillas. Todo el dolor de mi estómago y mi rostro se desplaza y se concentra en mi pecho.
Me cuesta respirar.
Le coloco la cabeza sobre mi regazo y le acaricio la cara frenéticamente. Sus párpados se vuelven pesados.
—¡No cierres los ojos, Sanny!—grito, desesperada—.ariño, no cierres los ojos. Mírame.
Se obliga a abrirlos con gran esfuerzo. Está jadeando, intentando decir algo, pero la hago callar. Pego mis labios a su frente y empiezo a llorar, histérica.
—Britt...
—Chsss.
En un instante de racionalidad, empiezo a rebuscar en el bolsillo interior de su chaqueta y pronto encuentro su móvil. Necesito tres intentos hasta que logro marcar el número correcto de urgencias, y entonces empiezo a gritar por el teléfono. Grito la dirección y le suplico a la mujer que está al otro lado que se dé prisa. Ella intenta tranquilizarme y darme instrucciones, pero no la oigo. Cuelgo el teléfono, demasiado preocupada por el tono pálido de Santana.
Está gris, su cuerpo está completamente laxo y sus labios resecos están separados, resollando débilmente. Sin embargo, su respiración entrecortada no eclipsa el silencio sobrecogedor que nos rodea.
—¡Sanny, abre los ojos!—grito—¡No te atrevas a dejarme! ¡Me enfadaré mucho si me dejas!
—No puedo...—su cuerpo da una sacudida y sus ojos se cierran.
—¡Santana!
Los abre de nuevo e intenta levantar el brazo en vano, pero se rinde y lo deja caer de nuevo sobre el suelo. No soporto el sonido de su respiración laboriosa, de modo que cojo su teléfono y llamo a mi móvil. Angel empieza a sonar a pocos metros de distancia.
Comienzo a mecerla, incapaz de controlar el llanto.
Cada vez que mi teléfono se para, vuelvo a llamar, repitiendo una y otra vez el sonido de su canción para amortiguar el de sus ásperos resuellos. Sus ojos me miran pero no me ven.
Están vacíos.
Busco algo en ellos, pero no hay nada.
—Inseparables—balbucea.
Sus párpados empiezan a volverse pesados hasta que pierde la batalla de mantenerlos abiertos.
—Sanny, por favor. Abre los ojos—intento desesperadamente abrírselos—¡ÁBRELOS!—le grito, pero estoy rogando en vano.
La estoy perdiendo.
Y lo sé porque mi propio corazón está dejando de latir también.
Kurt y Mercedes se quedan ligeramente extasiados, pero Tina se queda tan pasmada como yo. Ambas nos sentimos tremendamente incómodas ante la idea, pero aunque sé perfectamente por qué lo estoy yo, no tengo ni idea de qué le pasa a ella.
—Por supuesto, en cierto modo ya lo conocen—continúa Will—El señor Flanagan y yo hemos estado hablando durante las últimas semanas, y por fin hemos llegado a un acuerdo tras negociar las condiciones.
—Y yo me muero por ponerme manos a la obra— Rory sonríe con sus ojos azules fijos en mí, haciendo caso omiso del resto del personal—Creo que nos irá muy bien juntos.
Sólo tres personas presentes en la sala asienten. Yo no estoy de acuerdo, y parece que Tina tampoco. No digo nada porque tengo un nudo en la garganta. Veo cómo se acerca a la mesa y le estrecha la mano a Will antes de presentarse formalmente ante mis colegas. Cuando le toca el turno a Tina, apenas la mira, y ella se pone como un tomate y mira al suelo.
¡Ha estado saliendo con Rory!
Me quedo boquiabierta al ver lo nerviosa que está.
Por eso sabe que estoy casada.
Por eso sabe que estoy preñada y que espero mellizos.
¡Por eso lo sabe todo!
De repente, Angel, de Massive Attack, resuena por toda la sala y todo el mundo me mira y me sorprende petrificada en la silla como una estatua, sosteniendo el teléfono con dejadez.
—¿Quieres responder a esa llamada?—pregunta Rory con una sonrisa que no le devuelvo.
Entonces, la puerta de la oficina se abre y entra Finn, jadeando y analizando la escena que acaba de interrumpir.
Ahora ya no hay duda de que mi carrera en Rococo Union ha terminado.
El grandulón se acerca, sin importarle lo más mínimo que todo el mundo lo esté mirando con unos ojos como platos, me coge el teléfono de la mano y contesta inmediatamente.
—Está bien.
Mi cerebro pasmado reacciona y entonces empieza a asimilar lo que está ocurriendo mientras yo veo cómo Finn avanza por la sala de conferencias. Todo el mundo lo observa pero nadie le dice nada. Debe de haber visto a Rory entrar en el despacho y ha llamado a Santana.
Casi siento ganas de gritarle al grandulón, sin embargo Rory acaba de darnos la puntilla a mí y a mi empleo en Rococo Union; él y este hombre inmenso con pinta de mafioso que acaba de irrumpir en la oficina.
Rory no necesita una empresa de diseño interior. Eso es ridículo y roza lo obsesivo..., de un modo similar al de mi esposa.
Finn me mira y asiente.
Yo asiento a mi vez porque me he quedado sin palabras. Me devuelve el teléfono y lo miro espantada. No puedo mantener lo que sé que va a ser una discusión acalorada con Santana en estos momentos. Me hundo más en la silla, pero Finn me lanza una mirada que me indica que no voy a librarme de ésta. Santana quiere hablar conmigo, y sé que no me servirá de nada negarme.
Cojo el teléfono nerviosa y me levanto para abandonar la sala.
—¿San?
—¡¿Qué COJONES hace ése ahí?!
Está furiosa. Probablemente se esté arrancando mechones de pelo a tirones.
—Ha comprado la empresa—respondo con voz tranquila con la esperanza de contagiarle la calma.
No obstante, es esperar demasiado. Está hiperventilando.
—Coge el bolso y sal de ahí con Finn de inmediato. ¿Me oyes?
—Sí—confirmo rápidamente sabiendo que no tengo elección.
—Hazlo mientras estás al teléfono.
—De acuerdo.
Me dejo el teléfono pegado a la oreja y vuelvo a la sala, atrayendo las miradas de seis pares de ojos. La tensión es palpable. Recojo mi bolso y miro a Finn, que asiente de nuevo.
—¿Britt?
El tono familiar y preocupado de Will desvía mi mirada hacia mi jefe, o ex jefe.
—Lo siento, Will. No puedo seguir trabajando para Rococo Union.
—¿Por qué demonios no ibas a hacerlo? Van a suceder cosas fantásticas. Rory me ha asegurado que va a ascenderte a directora de reparto de beneficios. Era parte del trato, flor—se ha puesto de pie y se acerca a mí con la frente arrugada—Es una oportunidad magnífica para ti.
Sonrío y miro a Rory, que parece haberse quedado sin habla también.
—Lo siento, debería haber dicho que no puedo trabajar para Rory—ahora todas las miradas se centran en el irlandés—Rory lleva un tiempo acosándome. No acepta un no por respuesta—me cuelgo el bolso en el hombro—Tina, te ha estado utilizando para sacarte información sobre mí. Lo siento—está escondiendo la cara, pero sé que está llorando. Me siento fatal por ella—¿Tan desesperado estás que eres capaz de destrozarle la vida a alguien tan dulce como Tina?—le pregunto a Rory—¿Tan desesperado estás por vengarte de una persona que eres capaz de comprar la empresa para la que trabaja su mujer?
—Vengarme de esa mujeriega es sólo un extra. Te he querido desde el primer día—esa frase prácticamente confirma las sospechas de Santana—Ela no te merece.
—Merece tenerme y me tiene. Siempre me tendrá. Hemos superado problemas más gordos que tú, Rory. Nada de lo que me digas hará que me arrepienta de haber tomado la decisión de estar con ella—me tiembla todo el cuerpo, pero mi voz es firme—No tengo nada más que decirte—doy media vuelta para marcharme, pero me detengo brevemente en la puerta—Lo siento, Will.
Finn me sigue con su mano gigantesca apoyada con firmeza sobre mi espalda, como si estuviera evaluando mi condición física. Me siento triste pero extrañamente resuelta.
—Brittany.
El leve acento irlandés que solía encontrar bastante sexy ahora me pone la carne de gallina. Finn intenta empujarme hacia adelante, pero un estúpido sentido de la curiosidad hace que forcejee con el grandulón y me vuelva hacia Rory.
—Se tiró a otras mujeres mientras estaba contigo, Brittany. No te merece.
—¡Sí me merece!—le grito a la cara, y él retrocede pasmado.
Finn me agarra del brazo pero me lo quito de encima.
—Brittany, rubia...
—¡No! ¡Nadie tiene derecho a juzgarla más que yo! ¡Es mía!—la he perdonado y, si me dejaran, probablemente podría olvidarlo también—Te ciega el resentimiento—digo, más calmada.
—Se trata de ti.
El irlandés le dirige una mirada cautelosa a mi guardaespaldas. Me echo a reír y sacudo la cabeza.
—No, no es verdad. Estoy casada y embara...
—Y sigo queriendo estar contigo.
Cierro la boca al instante y Finn le lanza un gruñido de advertencia:
—La chica no está disponible—intenta hacer que avance, pero estoy fija en el sitio.
—¿Me drogaste tú?—pregunto, pero la expresión de horror que invade su rostro al instante me dice todo cuanto necesitaba saber.
—Brittany, yo jamás te haría daño. He comprado esta empresa por ti.
Sacudo la cabeza y suelto una carcajada de incredulidad.
—La necesidad de venganza te consume. Ni siquiera me conoces. No hemos compartido nada de intimidad, ni tenemos conexión, ni hemos tenido ningún momento especial. Pero ¿qué coño te pasa?
—Sé reconocer algo bueno cuando lo veo, y estoy preparado para luchar por ello.
—Bueno estarás luchando en vano—digo tranquilamente—E incluso si llegaras a conseguir separarnos, que no lo harás, jamás me tendrías después.
Su piel se arruga en su frente cuando enarca las cejas.
—¿Por qué?
—Porque sin ella me moriría.
Doy media vuelta y abandono mi lugar de trabajo sabiendo que nunca volveré. Me siento un poco triste, pero ser consciente de lo que me espera a partir de ahora en mi vida me pone una enorme sonrisa en la cara.
Una vez sentada en el Range Rover de Finn, y una vez que éste ha arrancado el motor, veo que tengo el teléfono en la mano y recuerdo que ella está al otro lado de la línea.
No quiero oírla.
Quiero verla.
—¿San?
No dice nada durante unos instantes, pero sé que está ahí. Su presencia atraviesa la línea telefónica y me besa la piel.
—No te merezco—dice—El irlandés tiene razón, pero soy demasiado egoísta como para cederte a alguien que sí lo haga. Jamás nos separaremos, y nunca estarás sin mí, así que vivirás eternamente, Britt-Britt.
Las lágrimas inundan mis ojos y pienso en la suerte que tengo de que sea tan egoísta.
—Hecho—susurro.
—Te veré en el baño.
—Hecho—repito, porque sé que soy incapaz de decir más de una palabra sin echarme a llorar.
Cuelga y yo me sumo en mis pensamientos mientras veo Londres pasar por la ventanilla.
Siento un alivio tremendo.
Por una vez, hay un silencio absoluto en el coche de Finn. No hay tarareos ni golpeteos en el volante. Viajamos cómodamente callados de vuelta al Lusso.
—Ya hemos llegado, rubia.
Aparca, sale del coche y espera a que me desabroche el cinturón y me reúna con él en la parte delantera del vehículo.
—No hace falta que me acompañes adentro—digo, pero él me lleva la contraria con la mirada—San te ha pedido que peines el ático, ¿verdad?
—Es sólo un pequeño control, eso es todo, rubia.
Me coge del codo y me dirige al vestíbulo del edificio. Podría protestar, pero no me molesto en hacerlo. Está siendo excesivamente cauto, aunque si así se sienten más tranquilos él y mi neurótica esposa, por mí estupendo.
Me sorprendo al ver a Ryder aquí, pero no lleva puesto el uniforme.
—Hola, Ryder—lo saludo mientras paso por delante, pero Finn no me da ni un momento para conversar con él ni para advertirle siquiera de que se las verá con la ira de Santana muy pronto.
Sin embargo, sí me da tiempo a comprobar lo elegante que está con el traje que lleva puesto y, definitivamente, veo la cara de pánico que pone al descubrir al gigante que me escolta. Finn tiene ese efecto en la mayoría de la gente, como me sucedía a mí.
El grandulón introduce el código, se aparta para dejarme pasar primero y entra en el ascensor. Vuelve a introducir el código.
—¿Sabes el código?—pregunto esperando que no sepa lo que significa.
Él me sonríe, y no sé si es porque lo sabe o porque no.
—Esa latina loca ha sido bastante sensata esta vez, pero podría haber sido un poco más creativa.
Carraspeo un poco pensando en lo creativa que Santana puede llegar a ser cuando llega a cero.
Maravillosamente creativa, de hecho.
Creativa hasta hacerte perder la razón. Necesito ese baño, pero en cuanto se abren las puertas del ascensor, recuerdo apenada que aún es temprano y que es muy probable que Sue siga en el departamento. Entramos, me dirijo inmediatamente a la cocina y dejo mi bolso en la isleta. No veo a la asistenta, así que voy al piso de arriba para buscarla, dispuesta a darle el resto del día libre.
—Brittany, rubia—Finn corre detrás de mí—Deja que eche un vistazo primero.
—Finn, en serio...—me detengo y lo dejo pasar—¿Vas a estar haciendo de mi niñera hasta que llegue San a casa?
Espero que no. Quiero darme un baño antes de bañarme con Santana.
—No. Es para quedarnos más tranquilos—dice con su voz atronadora—Deja ya de quejarte.
Me sobresalto ante su repentina brusquedad, pero no discuto con el gigante. Dejo que abra y cierre las puertas mientras aguardo con paciencia, apoyada contra la barandilla de cristal con los brazos cruzados sobre el pecho. No debería quejarme en absoluto después de la visita sorpresa que hemos recibido esta mañana.
—Todo despejado.
—Qué alivio—sonrío apartándome del cristal.
Finn se detiene de pronto, con las cejas levantadas a medio camino entre la parte superior de sus gafas de sol y la parte superior de su cabeza.
—No seas insolente conmigo, rubia—está muy gruñón, como aquella vez que pensé que él y yo habíamos llegado a un acuerdo—Llamaré a los de seguridad y arreglaré lo del código. Baja a toda prisa por la escalera.
—¿No está Sue?—pregunto a su espalda.
—No—confirma, y se dirige al sistema telefónico del ático, pero su móvil empieza a sonar antes de que llegue al fijo—¿Diga?—gruñe desviándose hacia la cocina—Ya estamos aquí. Sue ya se ha marchado, pero me quedaré hasta que llegues—su voz se va apagando conforme aumenta la distancia entre nosotros, y sé que está hablando con Santana —Una puerta azul que necesita una capa de pintura—dice Finn susurrando a propósito, aunque todavía lo oigo perfectamente.
Ésa es la desventaja de tener una voz tan grave y atronadora. Puede que dé miedo, pero es incapaz de susurrar
—En Lansdowne Crescent. No estoy seguro. Sólo eché un vistazo, pero si no es ella es que tiene una doble.
Avanzo inconscientemente hacia Finn. He oído eso perfectamente, así que en realidad no necesito acercarme más para asegurarme de que mis oídos no me engañan. No obstante, su intento de evitar que lo oiga, sumado a la mención de la dirección de Danielle Ruth y al hecho de que es evidente que Finn la ha reconocido de algo, me obliga a querer verle la cara para evaluar su expresión. Sé que no va a ser alegre, y menos si está hablando con Santana, lo que significa que ella también conoce a Dani. La sangre se me va enfriando a cada paso que doy hacia los graves susurros del grandulón.
—¿No hay nadie ahí?—Finn se pasea de un lado a otro de la cocina—Danielle Ruth. Ya te lo he dicho. Sé que mis ojos ya no son lo que eran, pero pondría la mano en el fuego. Tienes que llamar a la policía, no ir en su busca, cabrona desquiciada.
Se me hielan la sangre y el cuerpo al ver que Finn se vuelve lentamente y advierte mi presencia. Por muy alto que sea, sé perfectamente que acaba de quedarse lívido.
—¿Quién es ella?—le pregunto.
Su enorme pecho se expande y levanta la mano para quitarse las gafas. Ojalá se las hubiera dejado puestas, porque la extraña visión de sus ojos confirma mis temores.
Está preocupado, y eso no le pega al grandulón.
—Santana, tienes que venir aquí ahora mismo. Deja que la policía se encargue.
Finn separa el teléfono de la oreja y oigo cómo mi esposa chilla, enfadada. No entiendo lo que dice, pero sus gritos de frustración valen más que mil palabras. Mencionarle la intervención de la policía tampoco ha sido buena idea.
—¿Quién es ella?—repito con los dientes apretados mientras mi respiración empieza a acelerarse.
Estoy ansiosa y asustada, aunque aún no sé por qué. Finn suspira derrotado pero sigue sin contestarme. En lugar de hacerlo decide darme la espalda.
—Es demasiado tarde. Está aquí delante. Será mejor que vengas a casa.
Santana grita de nuevo y me parece oír también unos golpes, como los de un puño llamando a una puerta, una puerta azul desportillada.
Empiezo a perder la paciencia.
Mi falta de conocimientos sobre algo de lo que, intuyo, debería estar al tanto está haciendo que se me vuelva a calentar la sangre. Entonces Finn me pasa el teléfono y yo me apresuro a quitárselo de las manos.
—¿Quién es ella?—pregunto con voz clara y calmada, pero como no obtenga una respuesta no tardaré en montar en cólera.
Y sé de antemano que la tensión se me va a poner por las nubes. Ella respira agitadamente al otro lado de la línea y oigo sus pisadas fuertes y decididas contra el suelo.
—No estoy segura.
—¿Qué quieres decir?—empiezo a gritar.
No me ha contestado, no de una manera satisfactoria. Sé que sabe quién es Danielle Ruth.
—Voy para casa. Hablamos ahí.
—¡No! ¡Respóndeme!
—Britt, no quería decirte nada hasta estar segura de que es ella—dice, y el chirriante derrape de las ruedas hace que me encoja.
Es posible que así fuera, pero la incapacidad para susurrar de Finn le ha fastidiado el plan.
—Te lo explicaré cuando pueda asegurarme de que estás sentada.
—Esto no me va a gustar, ¿verdad?
No sé ni para qué pregunto. Quiere que esté sentada, y eso es mala señal. De hecho, todo son malas señales. Incluso la expresión de preocupación del grandulón.
—Britt-Britt, por favor, necesito verte.
—No has respondido a mi pregunta—le recuerdo mientras me siento en uno de los taburetes—¿Qué otra cosa puedes tener que decirme, San?
—No tardaré.
—¿Voy a querer huir?
—No tardaré—repite, y cuelga, dejándome con el teléfono de Finn pegado a la mejilla y el estómago revuelto.
Tengo ganas de salir corriendo ya. La incertidumbre, combinada con un miedo increíble, me insta a huir, pero no de ella, porque la sola idea de separarme de Santana me parte en mil pedazos. Sin embargo, en el fondo de mi ser algo me dice que debería protegerme de lo que está a punto de causar un gran impacto en mi vida.
En nuestra vida.
El teléfono del ático empieza a sonar y me hace dar un brinco. Finn sale de la cocina con sus fuertes pisadas y con las gafas puestas de nuevo. No voy a malgastar saliva intentando extraerle información, aunque sé que él tiene la que necesito. Vuelve a la cocina con una expresión demasiado tensa para ser un hombre tan amenazador.
Ahora sí que estoy preocupada de verdad.
—Tengo que ir abajo. Cierra la puerta con llave cuando salga, y no contestes a menos que te llame para decirte que soy yo. ¿Dónde tienes el móvil?
—¿Qué está pasando?—me pongo de pie y empiezo a temblar.
—¿Dónde tienes el móvil? —insiste, y recupera el suyo de mi mano temblorosa.
—En el bolso. Finn, háblame.
Me coge el bolso, vierte su contenido sobre la encimera y en seguida encuentra mi teléfono. Lo coloca sobre la isla, me levanta del suelo y me sienta en el taburete.
—Brittany, éste no es momento de discutir. El conserje sospecha de alguien y tengo que bajar a comprobar de quién se trata. Probablemente no sea nada.
No lo creo. Nada me indica que debería hacerlo: ni el tono de su voz, ni su lenguaje corporal. Todo sugiere que debería estar aterrada, y estoy empezando a estarlo.
—De acuerdo—digo a regañadientes.
Asiente, me da un afectuoso apretón en el brazo y saca su enorme corpachón de la cocina. Oigo que la puerta se cierra y me quedo quieta, temblando y dándole vueltas a la cabeza frenéticamente.
No consigo tranquilizarme.
Sólo quiero que llegue Santana. Me da igual lo que tenga que decirme, no me importa.
Agarro el teléfono con fuerza y subo corriendo la escalera hacia el dormitorio para coger la llave del despacho de Santana del cajón de la ropa interior. Después vuelvo abajo y me apresuro a abrir la puerta. Sé que me sentiré mejor cuando me siente en la enorme silla del despacho, como si en cierto modo ella me estuviera envolviendo con sus brazos.
Atravieso la puerta a toda velocidad, enloquecida y sin aliento, y me encuentro con una mujer de pie en el centro de la habitación, mirando mi pared.
Es Danielle Ruth.
Me tiemblan las piernas y me tambaleo hacia adelante; el corazón se me detiene. No obstante, mi dramática aparición y mi grito ahogado de sorpresa no parecen inmutarla. Continúa con la mirada abstraída, y ni siquiera me mira. Está como hechizada, y de no ser por las recientes palabras y las reacciones de Santana y de Finn respecto a esa mujer, pensaría que no sólo está colada por mí, sino que está obsesionada de un modo enfermizo. Mi cerebro tarda mucho tiempo en asimilar que debería salir corriendo, pero cuando empiezo a retroceder lentamente, ella me mira. Parece consumida, no la mujer alegre y fresca de ojos brillantes a la que estoy acostumbrada. Han pasado sólo unas horas desde que me reuní con ella, pero es como si hubieran pasado años.
—No te molestes—dice en un tono frío y cargado de odio.
Entonces descarto todos mis pensamientos acerca de que esa mujer pudiese estar colada por mí. Ahora sé, sin ninguna duda, que lo más probable es que me deteste.
—El ascensor no funcionará, y Ryder te detendrá en la escalera.
Por muy perpleja que esté, entiendo esas palabras perfectamente. Y entonces recuerdo a Ryder vestido con el traje... y la grabación de las cámaras de seguridad del bar de la noche en que me drogaron. Incluso consigo formularme la lógica pregunta de cómo coño ha conseguido entrar en el ático y, especialmente, en el despacho de Santana.
Me muestra un puñado de llaves.
—Ella me lo puso demasiado fácil.
Las tira sobre la mesa de Santana y mis ojos las siguen hasta que caen y dejan de moverse. No las reconozco, pero no soy tan idiota como para preguntarme para qué son.
—La estupidez de tu esposa y la desesperada necesidad de mi amante por complacerme me han hecho esto casi aburrido—se vuelve de nuevo hacia la pared. La pared de Brittany—Creo que está un poquito obsesionada contigo.
Me quedo en el sitio, barajando mis opciones.
No tengo ninguna.
No hay escapatoria, y nadie vendrá a rescatarme. Con el nuevo conserje haciendo guardia, estoy del todo indefensa.
Se acerca a la pared y toca con la punta del dedo una parte escrita por Santana.
—¿«Mi corazón empezó a latir de nuevo»?—se echa a reír. Es una risa fría y siniestra que no hace sino aumentar mi ya intensa ansiedad—Santana López, la detestable capullo que usaba a las mujeres como objetos está enamorada, casada, y ahora espera mellizos. Qué ideal.
Sé que dice esto último con sarcasmo. Se trata de otra antigua amante despechada, pero ésta a un nivel completamente diferente.
La odia. Y, por extensión, a mí también.
Esas palabras, junto con la manera en que acaba de volverse para mirar mi vientre, me indican que también odia a las criaturas que llevo en mi. Mi miedo acaba de alcanzar niveles desorbitados, y no me cabe ninguna duda de que tanto yo como mis hijos corremos un grave peligro.
Veo que ella se mueve, pero no me doy cuenta de que yo también lo hago. Aunque no lo suficientemente de prisa, porque la tengo delante de mí en cuestión de segundos, y ahora me acaricia la barriga con aire pensativo. Después retira la mano y me propina un puñetazo. Grito y mi cuerpo se dobla para protegerse. Me cubro el vientre con los brazos en un intento de resguardar a mis pequeños. Ella también está gritando, y me saca de los pelos del despacho de Santana al inmenso espacio diáfano del ático.
—¡Deberías haberla dejado!—chilla tirándome al suelo y pegándome patadas.
El dolor se apodera de mi cuerpo y las lágrimas comienzan a brotar de mis ojos. Si lograra superar el dolor y la sorpresa, creo que podría reunir fuerzas para hallar mi ira.
Está intentando matar a nuestros hijos.
—¿Qué tiene esa cerda inmoral que te tiene tan enganchada, zorra patética?
Me levanta de un tirón y empieza a abofetearme, pero ni todo el dolor del mundo hará que aparte los brazos de mi vientre.
Nada lo hará.
Ni siquiera la necesidad que siento de devolverle los golpes. Incluso llevo todavía el teléfono en la mano, aunque no voy a arriesgarme a proporcionarle acceso a mi barriga. Mi cerebro sobrecargado intenta guiarme con urgencia, darme alguna instrucción, pero en lo único que puedo pensar es en aceptar su enajenación y en rezar para que los tres salgamos sanos y salvos de ésta.
Si alguna vez he pensado que estaba en el infierno, me equivocaba. Éste es el nivel más bajo del inframundo.
Me propina un puñetazo en el antebrazo con un furioso grito frenético y mi cuerpo se dobla gritando de miedo y de dolor.
No voy a salir de ésta.
Estoy muy lejos de estar muerta, pero a través de mi visión borrosa, su mirada me dice que no se detendrá hasta que lo esté.
Está loca.
Completamente trastornada.
¿Qué coño le hizo a esta mujer?
La puerta de entrada se abre de repente y al instante desaparece de delante de mí. Me esfuerzo por volverme, agarrándome todavía el vientre y llorando de dolor.
La veo desaparecer por la cocina y entonces ante mis ojos húmedos aparece Santana. Todo su cuerpo se agita violentamente. Ha subido por la escalera, y tiene el puño visiblemente hinchado.
Inspecciona mi cuerpo con ojos frenéticos. Tiene la frente empapada en sudor, y su rostro es una mezcla de puro terror y de auténtica cólera. Le lleva unos instantes recuperarse y veo que no sabe si atenderme o ir tras la loca que ha asaltado nuestra casa. No puedo hablar, pero le grito mentalmente que haga lo segundo.
Un sollozo ahogado escapa de mi boca, haciéndolo temblar más todavía y correr a toda prisa hacia la cocina. Mis pies se ponen en marcha en un acto reflejo y lo sigo sin saber si hago bien o mal.
Ahora todos mis temores se centran en Santana.
Me detengo súbitamente al ver a Santana en medio de la estancia, y al instante ubico a Dani al otro lado de la isleta. Formamos un triángulo perfecto. Todas respiramos agitadamente y nos lanzamos miradas, pero Dani es la única que lleva un cuchillo en las manos.
Dejo caer el teléfono y éste arma un estrépito al golpear el suelo, pero no consigue distraer su atención. El enorme cuchillo resplandece mientras lo gira casualmente. Apunta en mi dirección, pero la imagen de la afilada hoja de metal no sólo alimenta mi miedo, sino que también hace que mis ojos se dirijan horrorizados al abdomen de Santana.
—Dios mío—susurro en un tono tan bajo que sé que nadie me ha oído.
Dijo que había sido en un accidente de tráfico.
Eso fue lo que dijo.
Busco en mi cerebro intentando recordar las palabras exactas pero no las encuentro porque no están ahí. Lo que sí que está es la silenciosa conclusión a la que yo misma llegué. Me equivoqué tremendamente al suponer aquello, aunque dudo mucho que me hubiera contado la auténtica razón, la razón que está de pie ante nosotras en estos momentos, jugando amenazadoramente con un cuchillo, y sé que está dispuesta a usarlo. Creo que jamás podría enfrentarme a nada más aterrador.
Ahora los cuatro corremos peligro.
—Me alegro de verte, Santana—espeta mientras equilibra la postura separando un poco más los pies.
Se está preparando para atacar.
—Bueno yo a ti no—jadea Santana—¿Qué haces aquí?
Ella sonríe fríamente.
—Me contentaba con dejar que te revolcaras en la miseria, que consumieras tu vida intentando llenar el vacío que tú misma creaste con tus estúpidas aventuras, pero has cometido el error de enamorarte. No puedo permitir que disfrutes de la felicidad cuando tú destruiste la mía.
—He pagado con creces mis errores, Lauren.
El nombre con el que se dirige a Dani hace que aparte la vista de inmediato de la hoja brillante y la dirija al rostro sudoroso de Santana.
¿Lauren?
—Me merezco esto.
Es casi un ruego, y al oírla se me parte el alma. Está intentando convencerse a sí misma de que me merece, y el hecho de que esté buscando la aprobación de esa chiflada hace que me olvide por un instante del tremendo dolor de barriga y de lo mucho que me escuece la cara.
La ira me corroe.
—No, no te lo mereces. Tú me arrebataste la felicidad, y yo voy a arrebatarte la tuya.
Sacude el cuchillo en mi dirección y Santana se revuelve, nerviosa. Me mira un instante con sus pesarosos ojos oscuros y luego vuelve a centrarse en Dani, o Lauren, o como se llame.
—Yo no te arrebaté la felicidad.
—¡Sí lo hiciste!—chilla ella ¡Te casaste conmigo y luego me abandonaste!
Dejo escapar un grito ahogado y miro a Santana.
Se está mordiendo el labio y su mirada oscila constantemente entre mi persona y... ¿su ex mujer?
¿Estuvo casada?
Siento que me ahogo y mi mente empieza a dar vueltas intentando asimilar sin éxito lo que acabo de oír. Dani me mira y al instante cambia su expresión furiosa y empieza a sonreír.
—¿No lo sabías? Vaya, menuda sorpresa. Puede que eso explique entonces por qué insistías en seguir a su lado.
Su petulancia, unida a la desesperación de Santana, me deja del todo paralizada.
—Nada puede separarnos—digo.
Mis palabras atraviesan el aire y le borran la sonrisa de la cara, pero también hacen que Santana se ponga más tensa todavía. Mantengo su mirada cautelosa y ésta me dice que no debería haber dicho eso.
Empiezo a sacudir la cabeza suavemente y mi labio inferior comienza a temblar. La sensación de mi palma acariciándome la barriga me resulta reconfortante, pero la expresión dibujada en el rostro de mi esposa, no.
Aparta los ojos de los míos, los centra en mi vientre y una oleada de desesperación recorre lentamente su semblante.
—Lo siento muchísimo—susurra—Debería habértelo contado.
Desde luego se ha dejado la peor de las sorpresas para el final, pero no me importa.
Lo digo en serio.
Nada podrá separarnos.
—Da igual—le aseguro, pero veo que el derrotismo se está apoderando de ella.
—Da igual—espeta Dani, y nuestra atención vuelve a centrarse de nuevo en el cuchillo que está blandiendo la zorra psicópata que ha irrumpido en nuestras vidas—No sabe nada, ¿verdad?
Espero que esté equivocada. Espero que Santana asienta y le diga que lo sé todo: lo de La Mansión, lo de la bebida, y ahora lo de ella..., todo. No obstante, empieza a negar con la cabeza, lo que cuadruplica mi inseguridad.
—¿No sabe lo de nuestra hija?—la habitación comienza a dar vueltas, y Santana hace ademán de moverse—¡Quieta!—chilla Dani al tiempo que sacude el cuchillo en su dirección.
—Britt...
Necesita desesperadamente llegar hasta mí. Sé que me estoy tambaleando en el sitio mientras trato de asimilar toda esta información, y la está matando hallarse retenida, aunque no sea físicamente. Sabe que no puede moverse porque entonces ella vendrá por mí.
¿Tiene una hija?
Mi vida está terminando aquí y ahora.
Ésta es la gota que colma el vaso de todas las sorpresas de esta mujer. Está intentando compensar su falta de implicación en su vida.
—Sí, nos casamos y me abandonó estando preñada—espeta ella.
—Me obligaron a casarme contigo porque estabas embarazada. No te quería, y lo sabes. Teníamos diecisiete años, Lauren. No pensamos bien las cosas cuando te inseminaste—dice con voz rota e insegura, como si estuviera intentando convencerse a sí misma de que hizo lo correcto.
—¡No culpes a tus padres de tu decisión!—exclama, furibunda de nuevo, mientras agita las manos de manera incontrolada.
—Estaba tratando de enmendar mis errores. Estaba intentando hacerlos felices.
La cocina sigue dando vueltas a gran velocidad mientras trato de encajar lo que estoy oyendo. No entiendo nada, y menos ahora, en esta situación tan peligrosa. Sin embargo, a través de mi confusión y mi estado de alarma, soy consciente de la importancia de mantenerme a salvo.
Tengo que salir de aquí.
Empiezo a retroceder con la esperanza de que su atención y su ira sigan centradas en Santana mientras trato de huir. Sé que su intención es acabar conmigo, no con Santana. Quiere castigarla, y pretende hacerlo obligándola a vivir sin mí.
Lo tiene todo planeado, y yo también.
—¡No te muevas!—chilla, y me detengo sobre mis pasos—Ni se te OCURRA intentar marcharte porque le clavaré este cuchillo antes de que consigas llegar a la puerta—esa amenaza frustra mi plan por completo.
La sola idea de que le haga daño a Santana me resulta insoportable, incluso a pesar de esa nueva revelación.
—Todavía no has oído la mejor parte, así que te agradecería que te quedaras para escucharme.
—Lauren...—le advierte Santana entre dientes.
Ella se ríe con una carcajada ladina cargada de satisfacción.
—¿Qué pasa? ¿No quieres que le cuente a tu joven esposa preñada que mataste a nuestra hija?
Santana actúa rápidamente y nada conseguirá detenerla, y sé que es porque estoy a punto de caerme de bruces al suelo. Mi mundo acaba de estallar en mil pedazos junto con mi mente sobrecargada, pero advierto que ella también se mueve.
Veo cómo el cuchillo se acerca hacia mí a gran velocidad con absoluta determinación, y también observo que Santana se interpone entre mi cuerpo y el filo. Consigue impedir mi caída antes de tirar a Dani al suelo y de propinarle un puñetazo en toda la cara con un rugido furioso.
Ella se ríe.
La zorra psicópata simplemente se ríe, provocándola todavía más, incitándola con su risa histérica.
—¡Yo no maté a nuestra hija!—grita, y vuelve a golpearla.
El sonido de su puño contra su expresión de regodeo me provoca escalofríos.
—¡Claro que sí! La sentenciaste a muerte en el momento en que se subió a ese coche.
—¡No fue culpa mía!
Está encima de ella, intentando controlar el movimiento frenético de sus manos.
—Alejandro jamás debería haberse llevado a nuestra hija. ¡Deberías haber sido tú quien se quedara con ella! ¡Me pasé cinco años en una celda acolchada! ¡Me he pasado veinte años deseando no haber dejado que la vieras! ¡Me dejaste sola, y después mataste lo único que me quedaba de ti! ¡Jamás permitiré que la sustituyas! ¡Nadie más tendrá una parte de ti!
Santana ruge, le propina otro puñetazo y la deja inconsciente en el acto. Intento sentarme a duras penas mientras observo cómo su cuerpo entero se convulsiona de agotamiento y de furia.
He oído y comprendido cada una de las palabras que se han lanzado la una a la otra y estoy pasmada, pero más triste que otra cosa. Cada instante de auténtica locura que he soportado desde que conocí a esta mujer acaba de justificarse. Toda su sobreprotección, su preocupación excesiva, su comportamiento neurótico acaban de cobrar sentido.
No cree merecer la felicidad, y ha estado protegiéndome.
Pero ha estado protegiéndome de sí misma y de su oscuro pasado. No era ella quien acompañaba a Alejandro en aquel coche.
Era su hija.
Toda la gente a la que ha amado en esta vida ha muerto de una manera trágica, y se siente responsable de cada una de esas muertes. Se me parte el alma.
—Nada nos separará—sollozo intentando levantarme, pero no consigo pasar de las rodillas.
Ella creía que esto acabaría con nosotras, pero no lo hará. Me siento aliviada. De hecho, ahora por fin todo tiene sentido.
Santana se levanta del suelo y vuelve sus verdes oscuros pesarosos y atormentados hacia mí.
—Lo siento muchísimo—le tiembla la barbilla y empieza a avanzar en mi dirección.
—No importa—le aseguro—Nada importa, Sanny.
Extiendo los brazos hacia ella, desesperada por hacer que sienta que la acepto y que no me importa su pasado, por muy impactante y oscuro que sea. Una sensación de serenidad recorre el espacio que nos separa, como una especie de silenciosa comprensión mutua, mientras espero a que llegue junto a mí.
Comienzo a impacientarme.
Está tardando demasiado, y parece avanzar más despacio a cada paso que da, hasta que se postra sobre una rodilla lanzando un grito ahogado y agarrándose el estómago con un siseo. Mis ojos confundidos buscan alguna pista en su rostro de qué es lo que sucede, pero entonces se retira la chaqueta y veo su camisa empapada de sangre, con el cuchillo clavado en su costado.
—¡NOOOOO!—grito, y me levanto inmediatamente para correr a su lado. Mis manos planean alrededor del mango del cuchillo sin saber qué hacer—¡Joder, San!—se deja caer de espaldas, ahogándose, palpándose con las palmas la herida alrededor del filo—¡Dios mío, no, no, no, no, no! ¡No, por favor!
Me postro de rodillas. Todo el dolor de mi estómago y mi rostro se desplaza y se concentra en mi pecho.
Me cuesta respirar.
Le coloco la cabeza sobre mi regazo y le acaricio la cara frenéticamente. Sus párpados se vuelven pesados.
—¡No cierres los ojos, Sanny!—grito, desesperada—.ariño, no cierres los ojos. Mírame.
Se obliga a abrirlos con gran esfuerzo. Está jadeando, intentando decir algo, pero la hago callar. Pego mis labios a su frente y empiezo a llorar, histérica.
—Britt...
—Chsss.
En un instante de racionalidad, empiezo a rebuscar en el bolsillo interior de su chaqueta y pronto encuentro su móvil. Necesito tres intentos hasta que logro marcar el número correcto de urgencias, y entonces empiezo a gritar por el teléfono. Grito la dirección y le suplico a la mujer que está al otro lado que se dé prisa. Ella intenta tranquilizarme y darme instrucciones, pero no la oigo. Cuelgo el teléfono, demasiado preocupada por el tono pálido de Santana.
Está gris, su cuerpo está completamente laxo y sus labios resecos están separados, resollando débilmente. Sin embargo, su respiración entrecortada no eclipsa el silencio sobrecogedor que nos rodea.
—¡Sanny, abre los ojos!—grito—¡No te atrevas a dejarme! ¡Me enfadaré mucho si me dejas!
—No puedo...—su cuerpo da una sacudida y sus ojos se cierran.
—¡Santana!
Los abre de nuevo e intenta levantar el brazo en vano, pero se rinde y lo deja caer de nuevo sobre el suelo. No soporto el sonido de su respiración laboriosa, de modo que cojo su teléfono y llamo a mi móvil. Angel empieza a sonar a pocos metros de distancia.
Comienzo a mecerla, incapaz de controlar el llanto.
Cada vez que mi teléfono se para, vuelvo a llamar, repitiendo una y otra vez el sonido de su canción para amortiguar el de sus ásperos resuellos. Sus ojos me miran pero no me ven.
Están vacíos.
Busco algo en ellos, pero no hay nada.
—Inseparables—balbucea.
Sus párpados empiezan a volverse pesados hasta que pierde la batalla de mantenerlos abiertos.
—Sanny, por favor. Abre los ojos—intento desesperadamente abrírselos—¡ÁBRELOS!—le grito, pero estoy rogando en vano.
La estoy perdiendo.
Y lo sé porque mi propio corazón está dejando de latir también.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
lo que faltaba, desgraciada loca psicopata! donde se mete finn cuando se le necesita?
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Hola chica de las adaptaciones….
Porque les tiene que pasar estas cosas a ellas.
Dani está loca, necesita que la encierren en un psiquiátrico ES URGENTE.
Y podre Britt y San, ambas sufriendo.
Esperemos que San no muera y que Britt junto con los gemelos estén bien
Nos vemos
P.D: Me volví atrasar
P.D.2: Estoy bien, gracias
P.D.3: Ya casi se termina
P.D.4: Cuídate
P.D.5: Te quiero
P.D.6: ¿Harás otra adaptación?
P.D.7: Hasta luego. Besos
P.D.8: Chau
Porque les tiene que pasar estas cosas a ellas.
Dani está loca, necesita que la encierren en un psiquiátrico ES URGENTE.
Y podre Britt y San, ambas sufriendo.
Esperemos que San no muera y que Britt junto con los gemelos estén bien
Nos vemos
P.D: Me volví atrasar
P.D.2: Estoy bien, gracias
P.D.3: Ya casi se termina
P.D.4: Cuídate
P.D.5: Te quiero
P.D.6: ¿Harás otra adaptación?
P.D.7: Hasta luego. Besos
P.D.8: Chau
Daniela Gutierrez***** - Mensajes : 281
Fecha de inscripción : 03/07/2014
Edad : 27
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:lo que faltaba, desgraciada loca psicopata! donde se mete finn cuando se le necesita?
Hola, acabaron con los metidos y llega otra! ¬¬ Jajajajajaa esperemos y no le pasar nada y por eso no llego =/ Saludos =D
Daniela Gutierrez escribió:Hola chica de las adaptaciones….
Porque les tiene que pasar estas cosas a ellas.
Dani está loca, necesita que la encierren en un psiquiátrico ES URGENTE.
Y podre Britt y San, ambas sufriendo.
Esperemos que San no muera y que Britt junto con los gemelos estén bien
Nos vemos
P.D: Me volví atrasar
P.D.2: Estoy bien, gracias
P.D.3: Ya casi se termina
P.D.4: Cuídate
P.D.5: Te quiero
P.D.6: ¿Harás otra adaptación?
P.D.7: Hasta luego. Besos
P.D.8: Chau
Hola dani, nose, noseeee!!! finiquitan a uno y aparece otra! Tienen que! o presa o las dos! Hasta cuando¿? =/ pobressss =O no puede morir! nononono y tienen que estar bn los 3, los 4! Saludos =D
Pd: jajaajaja suele pasar no¿?
Pd2: que bueno!
Pd3: Q! atenta a tu actualización entonces
Pd4: gracias, tu igual!
Pd5: jajaajajaj es el efecto que causo en las personas!
Pd6: emmm sip ya tengo una en mente, aquí la recomendaron jajajajay tu¿?
Pd7: hasta pronto! igual!
Pd8: chau!
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 33
Capitulo 33
Hace dos semanas que no veo sus ojos. Han sido las dos semanas más largas de mi existencia. Cualquier sentimiento de desolación o de miseria que hubiera podido tener en mi vida antes de esto se ha visto eclipsado por los sentimientos que me asolan en estos instantes. Estoy perdida, desamparada, añorando la parte más importante de mi ser. Mi único consuelo es ver su rostro sereno y sentir la calidez de su piel.
Hace cuatro días que el médico le quitó el respirador, así que ahora puedo verla mejor, con un tono macilento. Sin embargo, se niega a despertar, a pesar de que nos sorprendió respirando por su cuenta, aunque fuera una respiración débil y laboriosa.
El filo le atravesó limpiamente el costado y le perforó el estómago. Su pulmón dejó de funcionar durante la operación, lo que no hizo sino complicar aún más las cosas.
Ahora tendrá dos cicatrices en su torso perfecto.
Al menos, la nueva es un corte limpio, a diferencia del destrozo irregular que le hizo la vez anterior. He visto cómo se la limpiaban a diario, y he visto cómo drenaban la sangre acumulada y la porquería que salía de la herida. Ya me he acostumbrado, y esa imperfección será un eterno recordatorio del peor día de mi vida, pero también una parte más que amaré de ella.
No me he separado de su lado más que para ir al baño de la habitación después de aguantarme tanto que parecía que la vejiga me iba a reventar. Me he duchado en cuestión de segundos cuando mi mamá me obligaba físicamente a hacerlo, pero todas las veces le he hecho jurarme que gritará si se mueve.
No se ha movido.
Día tras día, el mismo médico y el cirujano me han dicho que es cuestión de tiempo. Es una mujer fuerte y está sana, así que tiene todas las probabilidades de salir adelante, aunque no he visto ninguna mejora desde que la dejaron respirar por su cuenta.
No pasa ni una hora sin que rece para que se despierte. No pasa ni un minuto sin que la bese en alguna parte, con la esperanza de que el roce de mis labios sobre su piel provoque alguna reacción.
No ha sido así.
Día tras día, mi corazón se va deteniendo un poco más. Me escuecen cada vez más los ojos, y mi barriga continúa creciendo. Cada vez que miro hacia abajo por un segundo, recuerdo que es posible que mis hijos no lleguen a conocer a su otra mamá, y eso es una injusticia demasiado cruel como para aceptarla.
—Despiértate—le ordeno en voz baja, y me echo a llorar de nuevo—¡Eres una cabezota!—la puerta se abre y, al volverme, veo a mi mamá a través de mi visión borrosa—¿Por qué no se despierta, mamá?
Está junto a mí en un segundo, intentando despegarme de Santana para abrazarme.
—Se está curando, cariño. Necesita curarse.
—Lleva así demasiado tiempo. Necesito que se despierte. La echo de menos—mis hombros empiezan a agitarse y hundo desesperanzada la cabeza en la cama.
—Ay, Britty.
Mi pobre mamá se siente totalmente inútil y no sabe qué hacer para animarme, pero no puedo hacer que los demás se sientan bien cuando yo me estoy muriendo por dentro.
—Britty, cariño, tienes que comer—dice suavemente, animándome a incorporarme—Vamos.
—No tengo hambre—insisto con insolencia.
—Voy a hacer una lista con todas tus desobediencias y pienso decírselas a Santana una tras otra en cuanto se despierte—me amenaza mientras me ofrece una ensalada preparada.
Sé que no conseguiré nada negándome, pero la estúpida idea de saber que la complacería que comiera es lo único que hace que abra la ensalada con una mano y empiece a picotear los tomates cherry.
—Maribel y Alfonso acaban de llegar, cariño—dice mi mamá con tiento, aunque ya ni siquiera siento desprecio por los padres de Santana. No siento nada más que dolor—¿Pueden pasar?
Mi parte egoísta quiere negarse. La quiero sólo para mí, pero no he podido evitar que la noticia del apuñalamiento se publicara en todos los periódicos de Londres. Las noticias viajan rápido, incluso hasta Europa. Llegaron dos días después de su ingreso en el hospital. Su mamá y su hermana estaban destrozadas, mientras que su papá se limitaba a observar la escena en silencio.
Sentí el arrepentimiento en su rostro inexpresivo, que se asemeja al de Santana de un modo pasmoso. Escuché todas sus explicaciones pero no les presté mucha atención.
Durante todo este largo tiempo que he pasado a solas aquí, sin nada que hacer más que llorar y pensar, he llegado a mi propia conclusión. Y es una conclusión muy simple: el sentimiento de culpa de Santana por todas las cosas trágicas que le han pasado en la vida hizo que se distanciara de sus padres.
Es posible que ellos hayan contribuido a eso con sus imposiciones y exigencias, pero con sentido común y conociendo a mi mujer imposible y ahora también todo lo demás, sé que es su propia cabezonería lo que ha causado este desencuentro.
Creía que distanciarse de todo aquel que le recordara sus pérdidas aliviaría la culpabilidad que sentía, la culpabilidad que jamás debería haber sentido. No se dio la oportunidad de rodearse de la gente que la amaba y que podría haberla ayudado.
Esperó a que yo lo hiciera.
Y puede que haya sido demasiado tarde, porque ahora está aquí postrada, inconsciente, y aunque me tortura pensar en una vida sin ella, una vida a la que puede que tenga que enfrentarme ahora, preferiría que estuviera viva y bien, aunque no la conociera. Sé que es una idea estúpida, pero desde que estoy aquí no pienso con mucha claridad. Me duele la cabeza constantemente. El nudo en mi garganta no desaparece, y me escuece la cara de tanto llorar.
Estoy destrozada, y seguiré estándolo mientras viva si nunca vuelve a abrir los ojos.
—¿Britty?—la voz de mi mamá y su mano frotándome el hombro me devuelven a la habitación, ahora tan familiar.
—Sólo unos minutos—accedo, y dejo a un lado la ensalada.
Whitney no me discute ni intenta convencerme para que les conceda más tiempo. Los he dejado entrar cinco minutos de vez en cuando, pero nunca los he dejado a solas con ella.
—De acuerdo, querida.
Sale de la habitación y, momentos después, entran los padres y la hermana de Santana.
No los saludo.
Mantengo la vista fija en mi mujer y la boca firmemente cerrada mientras se acercan a la cama. Su mamá empieza a sollozar y veo con mi visión periférica que Bree trata de consolarla. Esta vez su papá se frota la cara. Tres pares de ojos marrones, húmedos y cargados de dolor observan el cuerpo inerte de mi esposa.
—¿Cómo está?—pregunta Alfonso aproximándose desde el otro lado de la cama.
—Igual—contesto mientras acerco la mano para apartarle un mechón de pelo suelto de la frente por si le hace cosquillas y perturba su descanso.
—¿Y tú cómo te encuentras, Brittany? Tienes que cuidarte—me habla con voz suave pero severa.
—Estoy bien.
—¿Podemos invitarte a comer algo?—pregunta—Aquí mismo, en el restaurante del hospital.
—No voy a dejarla—afirmo por enésima vez. Todo el mundo lo ha intentado y todo el mundo ha fracasado—No quiero que se despierte y no me vea aquí.
—Lo entiendo—me tranquiliza—¿Y si te traemos algo?
Debe de haber visto la ensalada, pero lo intenta de todos modos. Sé que está preocupado de verdad, pero no quiero su preocupación.
—No, gracias.
—Brittany, por favor—insiste Bree, pero yo hago caso omiso de su ruego y sacudo la cabeza con testarudez.
Santana me obligaría a comer, y ojalá pudiera hacerlo.
Los tres suspiran de impotencia. Entonces, la puerta de la habitación se abre y entra la enfermera del turno de noche empujando el carrito de siempre que transporta el medidor de tensión, el termómetro y un montón de aparatos más para comprobar su estado.
—Buenas noches—sonríe afectuosamente—¿Cómo está hoy está linda latina?—dice las mismas palabras exactas cada vez que empieza el turno.
—Sigue dormida—contesto, apartándome ligeramente para proporcionarle acceso a su brazo.
—Vamos a ver.
Lo coge y le envuelve el bíceps con la cinta de tela. Pulsa unos cuantos botones y ésta empieza a inflarse automáticamente. La enfermera deja que la máquina haga su trabajo. Le toma la temperatura, comprueba la lectura del monitor cardíaco y anota todos los resultados.
—Sigue igual. Tu esposa es muy fuerte y no va a rendirse, cariño.
—Lo sé—respondo, y ruego para que siga resistiendo.
No ha mejorado, pero al menos tampoco ha empeorado, y tengo que aferrarme a eso.
Es lo único que tengo.
La enfermera inyecta algo de medicación a través de la vía, le cambia la bolsa de la orina, le pone un gotero nuevo, recoge sus cosas y sale de la habitación en silencio.
—Te dejamos tranquila—dice Alfonso—Ya tienes mi número.
Asiento y dejo que los tres intenten consolarme un poco. Después veo cómo se turnan para besar a Santana. Su mamá es la última, y derrama lágrimas sobre su rostro.
—Te quiero, hija—murmura, casi como si no quisiera que yo la oyera, como si pensara que voy a condenarla por tener tanta cara.
Jamás lo haría.
Su angustia es suficiente motivo para que los acepte. Ahora mi objetivo principal es hacer que la vida de Santana sea como debería ser. Haré lo que haga falta, pero no sé si ella vivirá para consentirlo y apreciarlo.
Derraman más lágrimas.
Levanto la vista y veo cómo se marchan pasando junto a Rachel, Quinn, Noah y Finn, que esperan en la puerta. Se saludan y se despiden formalmente, y yo no puedo evitar suspirar de cansancio al ver que llega más gente. Sé que sólo están preocupados por Santana y por mí, pero el esfuerzo que me supone contestar a las preguntas que me hacen requiere una energía que ahora mismo no tengo.
—¿Estás bien, rubia?—dice Finn con voz atronadora, y yo asiento, aunque es evidente que no, pero me resulta más fácil mover la cabeza de arriba abajo que de un lado a otro.
Levanto la vista, le sonrío brevemente y veo que ya le han quitado el vendaje de la cabeza.
Se estuvo culpando durante días, pero ¿qué otra cosa podía haber hecho cuando el amante de Danielle Ruth, o sea, Ryder, lo llamó con un falso pretexto, lo pilló desprevenido y lo golpeó en la cabeza con una barra de hierro en cuanto salió del ascensor?
—No voy a quedarme—continúa Finn—Sólo quería que supieras que han comparecido hoy ante el tribunal y los dos irán a la cárcel.
Debería alegrarme, pero ni siquiera tengo fuerzas para eso. He respondido a las innumerables preguntas de la policía, y Steve me ha estado poniendo al día regularmente sobre sus averiguaciones.
Es bastante sencillo.
Dani, o Lauren, es la psicópata ex mujer de Santana, y Ryder es su fiel amante, que haría lo que fuera con tal de complacerla.
—No quiero ser grosera, pero no tengo la energía...—mi voz se detiene y me llevo la mano de nuevo a los ojos doloridos para secármelos.
—Britt, vete a casa, date una ducha y descansa un poco—Rachel coloca una silla a mi lado y me rodea los hombros agitados con sus brazos—Nos quedaremos nosotros, y si se despierta te llamaré de inmediato. Te lo prometo.
Niego con la cabeza. Ojalá desaparecieran. No pienso moverme de aquí a menos que Santana lo haga conmigo.
—Vamos, Brittany. Yo te llevaré—se ofrece Noah dando un paso hacia adelante.
—Eso es—Quinn se une al grupo de persuasión—Nos quedaremos con ella y Noah te acercará a casa para que duermas un poco.
—¡No!—me quito a Rachel de encima—¡No pienso irme de aquí, joder! ¡Déjenme en paz!—miro directamente a Santana esperando una reprimenda por su parte, pero no dice nada—¡Despiértate!
—Está bien—dice mi amiga con voz suave—No insistiremos más, pero Britt, come algo, por favor—Rachel.
Suspiro, cansada, esforzándome por no perder los nervios.
—He comido un poco de ensalada.
—Bien—se pone de pie, obviamente frustrada, y se vuelve hacia los demás—Yo ya no sé qué más hacer.
Se acurruca en los brazos de Quinn cuando ésta los abre para recibirla. Noah me mira con lástima, y entonces caigo en la cuenta de que él también debe de estar pasando un mal trago después de que aquella mujer lo utilizara para intentar atrapar a mi esposa.
Rachel me ha contado algo mientras trataba de distraerme con un poco de conversación, pero no conozco toda la historia. Lo que sí sé es que Noah se ha comprometido con la situación. No con Sugar, pero sí con el bebé, lo cual lo honra, dado que ella lo engañó.
—Será mejor que nos vayamos—dice Finn, y se vuelve hacia los demás prácticamente empujándolos fuera de la habitación.
Se lo agradezco y consigo reunir la fuerza suficiente como para graznarles un «adiós» cortés antes de volver a centrar toda la atención en Santana. Apoyo la cabeza de nuevo sobre la cama y lucho contra la pesadez de mis párpados durante mucho rato hasta que el agotamiento se apodera de mí y comienzo a cerrarlos lentamente, transportándome a un lugar en el que me niego a hacer las cosas que me pide sólo para que tenga que recurrir a sus tácticas y tocarme.
Me está tocando en estos momentos, acariciándome con la palma de su mano mi pelo alborotado secado al aire, aunque en mi sueño estoy perfecta, no cansada, ni pálida, ni desaliñada, y no llevo los pantalones de estar por casa con una camiseta ancha suya usada, la que le pedí a mi mamá que me trajera del cesto de la ropa sucia, y que no me he quitado en todo el tiempo que llevo aquí.
Me encuentro en un lugar feliz, reviviendo cada momento con mi mujer, todas las risas, la pasión y las frustraciones. Todas las cosas que nos dijimos y todas las caricias que intercambiamos se reproducen en mi mente. Cada segundo, cada paso que hemos dado juntas y cada vez que nuestros labios se han encontrado.
No falta ni un momento: su cuerpo levantándose en su despacho la primera vez que la vi, cómo aumentaba su belleza a cada paso que daba hacia mí hasta que su aroma me inundó cuando se movió para besarme. Y cómo su tacto despertó todas aquellas sensaciones maravillosas en mi interior.
Lo recuerdo como si lo estuviera viviendo, de una manera clara y dichosa. Estaba destinada a estar con ella desde el día en que puse el pie en ese despacho.
—Mi preciosa Britt-Britt está soñando.
No reconozco la voz pero sí sus palabras, así que sé que es ella. Quiero responderle, aprovechar la oportunidad para decirle tantas cosas... No obstante, mi desesperación sigue impidiéndome hablar, de modo que me limito a escuchar el eco de sus palabras y a sentir su tacto continuo.
Ahora me acaricia la mejilla.
Un fuerte pitido me saca de golpe de mi feliz sueño ligero y levanto la cabeza esperanzada, pero sus ojos siguen cerrados y sus manos están en el mismo sitio que antes: una en la mía y la otra apoyada e inerte al otro lado de su cuerpo. Estoy desorientada y hago una mueca ante el estruendoso sonido.
Entonces veo que es el gotero, que indica que se ha agotado el fluido. Me levanto y estiro el brazo para avisar a la enfermera, pero doy un brinco al oír un gruñido apagado. No sé por qué he saltado, era un sonido grave y suave, nada agudo ni estridente, aunque el corazón se me ha acelerado de todos modos.
Observo su cara atentamente, pensando que tal vez lo haya imaginado. Pero entonces sus ojos se mueven por debajo de los párpados y mi corazón se acelera todavía más. Quiero pellizcarme para comprobar que no estoy dormida, y creo que llego a hacerlo porque siento un repentino pinchazo a través del entumecimiento provocado por la aflicción.
—¿San?—susurro.
Le suelto la mano y la agarro de los hombros para sacudirla un poco, aunque sé que no debería hacerlo. Gruñe de nuevo y mueve las piernas bajo la fina sábana de algodón.
Se está despertando.
—¿San?
Debería llamar a la enfermera, pero no lo hago. Debería apagar esa máquina, pero no lo hago. Debería hablarle en voz baja, pero no lo hago.
—¡Sanny!—la zarandeo un poco más.
—No grites—se queja con una voz rota y áspera.
Sus ojos cerrados de manera relajada empiezan a cerrarse con fuerza. Estiro el brazo y pulso el botón de la máquina para silenciarla.
—¿San?
—¿Qué?—gruñe, irritada, y levanta la mano para llevársela a la cabeza.
Todo el miedo y todo el pesar abandonan mi cuerpo y una luz me inunda.
Una luz brillante.
Una luz de esperanza.
—Abre los ojos—le ordeno.
—No, me duelen.
—¡Joder!—siento un alivio increíble, casi doloroso, que recorre mi cuerpo como un rayo, devolviéndome a la vida—Inténtalo—le ruego.
Necesito verle los ojos. Gruñe un poco más y veo cómo se esfuerza por obedecer mi orden irracional.
No transijo ni le digo que pare.
Necesito vérselos.
Y ahí están.
No tan brillantes ni tan adictivos, pero al menos tienen vida y se entornan para adaptarse a la débil luz de la habitación.
—Joder.
Jamás había estado tan encantada de oír esa palabra.
Es de Santana y es familiar.
Me abalanzo sobre ella y empiezo a besarle la cara. Sólo me detengo cuando sisea de dolor.
—Lo siento—me apresuro a decir, y me aparto apoyándome en ella y causándole más dolor.
—Joder, Britt—arruga la cara y cierra los ojos de nuevo.
—¡Abre los ojos!
Lo hace, y me siento inmensamente entusiasmada al ver que me mira mal.
—¡Bueno deja de infligirme dolor!
Creo que jamás me había sentido tan feliz. Tiene un aspecto horrible, pero la aceptaré sea como sea.
Me da igual.
Puede gritarme todo lo que quiera.
—Creía que te había perdido.
Siento un alivio tan tremendo que me echo a llorar de nuevo. Hundo la cara en mis manos para esconder mi rostro arruinado.
—Britt-Britt, por favor, no llores cuando no puedo hacer nada para remediarlo—oigo que intenta mover el cuerpo y al instante comienza a encadenar un montón de maldiciones—¡Joder!
—¡Deja de moverte!—la reprendo, y me seco la cara antes de empujarla suavemente por los hombros.
No me discute. Se relaja de nuevo sobre la almohada con un suspiro cansado. Después levanta el brazo, se fija en la vía que tiene puesta y empieza a mirar a su alrededor, confundida de ver toda la maquinaria que la rodea. De repente cae en la cuenta y levanta la cabeza con los ojos alarmados y asustados.
—¿Te hizo daño?—balbucea esforzándose por incorporarse, siseando y haciendo una mueca de dolor al intentarlo—¡Los niños!
—Estamos bien—le garantizo, y la obligo a tumbarse sobre la cama.
Me cuesta conseguirlo. La repentina comprensión le ha dado fuerzas.
—Sanny, los tres estamos bien. Túmbate.
—¿Estás bien?—levanta la mano y palpa el aire hasta que alcanza mi rostro—Por favor, dime que estás bien.
—Estoy bien.
—¿Y los bebés?
—Me han hecho dos ecografías.
Apoyo la mano sobre la suya y la ayudo a tocarme. Eso la relaja por completo, y mis palabras también ayudan. Cierra los ojos y siento el impulso de ordenarle que los abra de nuevo, pero dejo que descanse.
—Debería avisar a la enfermera.
—No, por favor. Deja que me despierte un poco antes de que empiecen a hurgarme por todas partes.
Desliza la mano desde mi mejilla hasta mi nuca y aprieta ligeramente, indicándome en silencio que me acerque un poco más.
—No quiero hacerte daño—protesto, resistiéndome, pero su rostro se vuelve severo y su presión aumenta—San.
—Contacto. ¡Haz lo que te mando!—dice medio somnolienta.
Incluso ahora, a pesar del tremendo dolor, es imposible.
—¿Te duele mucho?—pregunto mientras me inclino suavemente a su lado.
—Mucho.
—Tengo que llamar a la enfermera.
—Espera un poco. Estoy a gusto.
—¡No es verdad!
Casi me echo a reír, y me apoyo con cuidado sobre ella evitando la zona de la herida. No me encuentro nada cómoda, pero ella está contenta, por lo que me quedo así. Le concederé cinco minutos y después llamaré a la enfermera y, por una vez, literalmente, no podrá hacer nada para impedírmelo.
—Me alegro de que sigas aquí—murmura, y gasta más valiosas energías para volver el rostro hacia el mío y besarme—Me habría rendido de no haber oído tu voz insolente constantemente.
—¿Me oías?
—Sí. Era extraño y tremendamente frustrante no poder echarte la bronca. ¿Quieres hacer el favor de hacer lo que se te dice?—en sus palabras no hay ni un ápice de humor, y me hace sonreír.
—No.
—Eso pensaba—suspira—Tengo explicaciones que darte.
Esas palabras me ponen tensa.
—No hace falta—espeto, e intento apartarme de ella para llamar a la enfermera, pero no voy a ir a ninguna parte.
—¡Joder!—exclama—¡Joder, joder, joder!—se esfuerza por retenerme, la muy idiota, pero soy yo la que cede temiendo más por su vida que ella—No te muevas y escúchame, Britt—me ordena ásperamente—No vas a ir a ninguna parte hasta que te haya hablado de Rosie.
El nombre no debería decirme nada, pero lo hace. Es sinónimo de un dolor insoportable y de años de autotortura. Debería haberme confesado esto hace tiempo. Habría explicado en gran medida su comportamiento neurótico.
—Lauren era hija de unos buenos amigos de mis padres—empieza, y yo me preparo para lo que voy a oír, sabiendo que va a contarme toda la historia, no sólo la parte que quiero oír sobre su hija, sino también la parte sobre la psicópata que casi me la arrebata—Te la puedes imaginar: de buena familia, rica y muy respetada entre la arrogante comunidad que teníamos que tolerar. Nos enrollamos y una decisión mal tomada se insemino y se quedó embarazada. Teníamos diecisiete años, éramos jóvenes y estúpidos. ¿Te imaginas el escándalo? Esa vez la había cagado pero bien.
Se mueve, hace una mueca de dolor y maldice un poco más. Me lo imagino, y no es necesario que siga explicándose, pero guardo silencio y dejo que siga narrándome sus años de tormento.
—Nuestros padres se reunieron con urgencia y su papá exigió que me casara con ella antes de que se corriera la voz y se manchara el buen nombre de nuestras familias. Hacía poco que había muerto Santiago, y accedí a hacerlo con la esperanza de acercarme a mis padres.
Cierro los ojos con fuerza y me aferro a ella un poco más, recordando nuestra visita a casa de mis padres y su reacción cuando mi mamá insinuó que se había casado conmigo porque me había dejado embarazada.
—¿Fue un matrimonio concertado?—pregunto.
—Sí, pero nuestras familias hicieron un gran trabajo convenciendo a la comunidad de que estábamos perdidamente enamoradas.
—Ella lo estaba—susurro, sabiendo hacia adónde se dirige esta historia.
—Pero yo no—confirma—Al cabo de un mes estaba casada y me mudé a la hacienda de sus padres. Todo el mundo estaba contento, menos yo—juguetea ociosamente con mi cabello y suspira dolorosamente antes de continuar—Alejandro me ofreció una vía de escape, y por fin reuní el valor para acabar con aquella diabólica farsa, pero cuando nació Rosie, estaba decidida a ejercer de mamá. Esa pequeña era la única persona en el mundo que me quería por ser quien era, sin expectativas ni presiones, simplemente me aceptaba tal cual era en su inocencia. Me daba igual que fuera un bebé.
Todo eso me llena de un inmenso orgullo, pero la historia no tiene un final feliz, y es algo que me destroza.
—Era realmente la niña de mis ojos—dice con cariño—Y sabía que nada de lo que yo hiciera estaría mal para ella. Eso bastó para hacer que me planteara el estilo de vida que había llevado durante el embarazo de Lauren. Alejandro buscó al mejor abogado para ayudarme a conseguir la custodia completa porque sabía que ella era mi redentora, pero la familia de Lauren sacó a la luz todos los trapos sucios: lo de Santiago, lo de La Mansión y lo de mi breve estilo de vida desde que dejé a Lauren hasta que Rosie nació. No tenía ninguna posibilidad.
—¿Y tus padres ya se habían mudado a España para entonces?—pregunto.
Santana se sacude con un silbido de dolor al reírse brevemente.
—Sí, huyeron de la vergüenza a la que había sometido a la familia.
—Te abandonaron—susurro.
—Querían que me fuera con ellos. Mi mamá me lo suplicó, pero yo no quería dejar a Rosie a tiempo completo con esa familia. La tendrían en mala consideración por ser una hija ilegítima, aunque me tuviera a mí. No era una opción.
—¿Y qué pasó?
—Rosie tenía tres años y yo había cometido el peor error de mi vida—se detiene y sé que se está mordiendo el labio inferior—Me acosté con Holly—dice.
—¿Con Holly?—arrugo la frente contra su cuello.
¿Qué pinta Holly en todo esto?
—Alejandro y Holly estaban juntos.
—¿En serio?—me aparto con cuidado, y esta vez me lo permite. Efectivamente, se está mordiendo el labio, y también contiene la respiración—¿Holly y Alejandro? Creía que él era un playboy.
—Y lo era, pero tenía novia—se encoge de dolor mientras toma aire—Y una hija.
—¿Qué?—ahora me incorporo por completo—Continúa—insisto.
Esta historia no está siguiendo la dirección que esperaba en absoluto. Respira dolorosamente hondo de nuevo. Debería decirle que parara para descansar, pero no lo hago.
—Alejandro nos pilló a Holly y a mí. Se puso furioso, cogió a las niñas y se marchó.
Joder.
—¿A las niñas?—pregunto, aunque no sé por qué.
Sé a qué niñas se refiere.
—A Rosie y a Rebecca.
—Tú Rosie y su Rebecca—susurro—¿El accidente de coche...?
Asiente suavemente, cierra los ojos y los aprieta con fuerza.
—No sólo maté a mi tío y a mi hija. También maté a la hija de Holly.
—No—sacudo la cabeza—Tú no tuviste la culpa.
—Mis malas decisiones han sido la causa de todo, Britt. La he cagado tanto y tantas veces... y he pagado por ello, pero no puedo seguir pagando ahora que te tengo a ti. ¿Y si vuelvo a tomar una mala decisión? ¿Y si meto la pata otra vez? ¿Y si aún no he terminado de pagar?
Eso explica sus exigencias de que la obedezca en todo. Vive aterrorizada, pero es mucho peor de lo que imaginaba. Se culpa por todo lo sucedido, y es posible que su irresponsabilidad desempeñara un pequeño papel en el desarrollo de los hechos, pero ella no fue la responsable directa.
Ella no conducía el coche que atropelló a Santiago. Y tampoco conducía el coche que llevaba a las dos niñas dentro. Ella no quería casarse, y quería ser una buena mamá.
Hay demasiados «y si» y demasiados «peros».
¿Y lo de Holly?
Eso me ha dejado hecha polvo. Tuvo una hija con Alejandro pero estaba enamorada de la sobrina de su novio.
Joder, qué complicado es todo.
Por fin conozco la verdadera naturaleza de la extraña relación que mantienen. Ella se siente tremendamente en deuda con Holly. Es cierto que no tiene nada, y después de haber perdido a su hija y a su pareja, buscó consuelo en La Mansión, igual que lo hizo Santana. Dos almas torturadas que ahogaban sus penas con látigos, sexo y alcohol, pero nunca la una con la otra. Aunque eso fue decisión de Santana, no de Holly.
—Has pagado más que de sobra.
Mis ojos se centran en su estómago. Ha pagado tanto física como mentalmente, y todo eso ha convertido a mi esposa en una controladora neurótica ahora que tiene algo que le importa otra vez.
A mí.
—¿Cuándo te hirió la vez anterior?—pregunto.
Necesito esa pieza final para completar este inmenso puzle.
—Cuando Rosie murió, hizo todo lo posible para intentar hacerme ver que nos necesitábamos la una a la otra. Siempre había sido un poco impredecible, pero al ver que yo seguía rechazando sus intentos, empezó a comportarse de una manera errática. Estaba obsesionada hasta el punto de ponerse a hervir conejos.
Me sonríe, como insinuando que he tenido suerte de no encontrarme ningún conejito en la olla. Sin embargo, no le devuelvo la sonrisa. Ha intentado matarla dos veces.
Eso no tiene nada de gracioso.
—¿Ella te convención sobre la inseminación?
—Puede ser, pero no la responsabilizo del todo.
—¿Y te apuñaló?
—Sí.
—¿Fue a la cárcel?
—No.
—¿Por qué?
Suspira de nuevo.
—Su familia le buscó ayuda y la mantuvo alejada de mí a cambio de mi silencio.
—¡Pero mira lo que te hizo!—señalo su vieja cicatriz—¿Cómo pudiste dejarle pasar eso?
—Es bastante superficial. Esta vez lo ha hecho mucho mejor—baja la vista para mirarse el estómago.
—Ni siquiera fuiste al hospital, ¿verdad?
Estoy horrorizada.
Es una cicatriz bastante desagradable, y de superficial no tiene nada,
—¿Quién te cosió?
—Su papá. Era médico.
—¡Joder!—me dejo caer en la silla—¿Y dónde estaban tus padres cuando sucedió todo eso?
Parezco la típica bruja echándole la reprimenda pero, joder, ¿cuándo acaba esto?
—Ya habían vuelto a España.
—San...
Cierro la boca de golpe, intentando pensar qué puedo decirle antes de soltar cualquier tontería. Como siempre, me quedo en blanco. Esta mujer me deja sin habla a todos los niveles.
—Cuando estábamos en España, tu mamá dijo algo de...—sigo esforzándome—¿Una segunda oportunidad?
Ahora veo que no se refería a Santiago. Se refería a la hija que Santana había perdido, a una segunda oportunidad para demostrar que podía ser una buena mamá.
—Ahora sí que ya lo sabes todo—sigue hablando con voz áspera, y sus ojos buscan los míos sin llegar a fijarlos donde sabe perfectamente que están—¿Vas a dejarme, Britt?
Si ya se me partía el corazón por ella antes, ahora acaba de rompérseme en mil pedazos. Esa pregunta tan sencilla y perfectamente razonable y el tono de inseguridad con que la ha formulado provocan al instante que unas lágrimas dolorosas inunden mis ojos.
—Mírame—le ordeno con firmeza, y ella lo hace, mostrándome un pesar indescriptible.
Me llega al alma, y las lágrimas empiezan a descender por mis mejillas. Las suyas también. Sé que ahora yo soy su salvación. Soy la clave para su redención.
Soy su ángel.
—Inseparables.
Sollozo, invadida de tristeza por mi mujer. Las últimas dos semanas de vacío se han visto inundadas de felicidad, pero esta felicidad no ha tardado en ser reemplazada por un inmenso pesar. Lanza un grito ahogado, pero no sé si es de dolor o de alivio.
—Abrázame—me ruega extendiendo débilmente el brazo hacia mí.
La falta de contacto debe de estar matándola, especialmente ahora que depende de mí para satisfacer su necesidad.
Me acerco a la cama con cuidado y me coloco entre los tubos y los vendajes. Ella me estrecha con fuerza.
—Sanny, ten cuidado.
—Duele más cuando no te toco.
La punta de su dedo alcanza mi barbilla y levanta mi rostro hacia el suyo. Le seco una lágrima y le acaricio la cara.
—Te quiero—digo, y aprieto los labios suavemente contra los suyos.
—Me alegro.
—No digas eso—me aparto y le lanzo una mirada de decepción—No quiero que digas eso.
Su confusión es evidente.
—Pero es verdad.
—Eso no es lo que sueles decir—susurro, y le doy un pequeño tirón de advertencia en el pelo.
Sus labios se curvan ante mi brutalidad.
—Dime que me quieres—me ordena, probablemente empleando demasiadas energías para sonar lo bastante severa.
—Te quiero—obedezco al instante y ella me regala una sonrisa completa, esa gloriosa sonrisa reservada sólo para mí.
Es la más increíble de las visiones, a pesar de que las lágrimas la acompañan y de que está demacrada.
—Lo sé.
Me besa con dulzura. Entonces sisea, se detiene por un instante y supera el dolor para besarme de nuevo.
—Voy a llamar a la enfermera—le digo con determinación—Necesitas analgésicos.
—Te necesito a ti—gruñe—Tú eres mi cura, Britt-Britt.
Libero sus labios a regañadientes, me incorporo y le cojo la cara entre las manos.
—Entonces ¿por qué sigues poniéndote tensa y silbas de dolor?
—Porque duele, joder—admite.
La beso una vez más y despego mi cuerpo del suyo antes de colocarle las sábanas de nuevo sobre la cintura. Aunque es difícil verla tan débil e indefensa, la idea de cuidarla y de atenderla hasta que se cure me llena de alegría. Podré cuidar yo de ella para variar, y no podrá hacer nada al respecto.
—¿Por qué sonríes?—pregunta levantando los brazos para dejar que la arrope.
—Por nada—estiro la mano y aprieto por fin el botón para llamar a la enfermera.
—Vas a disfrutar esto, ¿verdad?
Me detengo mientras le ahueco la almohada y sonrío ampliamente al ver su cara de fastidio. Es una mujer adulta y fuerte, y ahora está débil y herida. Para ella va a ser muy duro.
—Yo tengo el poder.
—No te acostumbres—gruñe justo cuando la puerta se abre y la enfermera entra corriendo.
—¡Ay! ¡Ay, Dios mío!—se acerca a la cama y comprueba las máquinas en un segundo, moviéndose apresuradamente. También le toma el pulso—Bienvenida de vuelta, Santana—dice, pero Santana sólo gruñe un poco más y mira al techo. Va a odiar todo esto—¿Te sientes algo mareada?
—Mucho—confirma—¿Cuándo me puedo ir a casa?
Pongo los ojos en blanco y la enfermera se echa a reír.
—No nos precipitemos. A ver esos ojos.
Se saca la linterna del bolsillo y espera a que la gruñona de mi latina baje la mirada hacia ella. Cuando lo hace, se queda un momento petrificada y luego continúa con sus labores médicas.
—Tu mujer me había dicho que tenías unos ojos fascinantes—dice apuntando con la luz de uno a otro—Y no mentía.
Sonrío orgullosa y me pongo de puntillas para asomarme por encima de su cuerpo inclinado, y veo que Santana sonríe de oreja a oreja.
—¿Es eso lo único que te dijo, enfermera?—pregunta con descaro.
La alegre mujer enarca una ceja de advertencia.
—No, también me habló de esa sonrisa de pícara y esos hoyuelos. Vamos a lavarte.
Santana se aparta y, al hacerlo, esboza una mueca de dolor. Me echo a reír.
—No, me ducharé—espeta, y me mira con cara de horror.
—De eso, nada, jovencita. No hasta que el médico te haga un chequeo y te quitemos la sonda.
La enfermera lo pone en su sitio con firmeza. Su expresión de pánico aumenta y la mujer levanta el soporte de la bolsa para demostrarle el obstáculo. Su cara de humillación, dibujada en su atractivo rostro, es todo un poema.
—Joder—masculla, y deja caer la cabeza sobre la almohada y cierra los ojos para ocultar la vergüenza.
—Iré a llamar al médico—dice la mujer con tono burlón mientras sale de la habitación y me deja de nuevo a solas con mi pobre esposa dependiente.
—Sácame de aquí, Britt-Britt—me ruega.
—De eso, nada, López—vierto un poco de agua en un vaso de plástico, meto en él una pajita y se lo acerco a los labios resecos—Bebe.
—¿Es agua embotellada?—pregunta mirando la jarra que tiene al lado.
—Lo dudo. No seas tan tiquismiquis con el agua y bebe.
Obedece mi orden y da unos pocos tragos.
—No dejes que esa enfermera me bañe en la cama.
—¿Por qué no?—pregunto dejando el vaso en el mueble que hay junto a la cama—Es su trabajo, San, y ha estado haciéndolo muy bien durante las últimas dos semanas.
—¡¿Dos semanas?!—exclama—¿He estado inconsciente dos semanas?
—Sí, pero a mí me han parecido doscientos años—me apoyo en el borde de la cama, la cojo de la mano y empiezo a girar su anillo de casada pensativamente—No vuelvas a decirme en tu vida que has tenido un día muy largo.
—Vale—asiente—Pero no me habrá estado pasando la esponja esa mujer, ¿verdad?
Sonrío.
—No. Lo he hecho yo.
Me quedo pasmada al ver que le brillan los ojos y que me pone morritos juguetonamente.
¿Cómo es posible que ya esté pensando en eso?
—Entonces, mientras yo estaba desnuda e inconsciente, ¿tú estabas... toqueteándome?
—¡No! Te estaba lavando.
—¿Y no me tocaste ni un poquito?
—Claro—coloco las dos manos a ambos lados de su cara y me acerco pare decirle a su rostro engreído—Tenía que levantarte las tetas flácidas para limpiarte.
Soy incapaz de reprimir una sonrisa, sobre todo cuando abre los ojos como platos y después los entorna con fiereza. Mi mujer se enorgullece de sus habilidades físicas y sexuales.
No debería tomarle el pelo de esa manera.
—Estoy en el infierno—masculla—En el puto infierno en la tierra. Llama a un médico. Me voy a casa.
—No vas a ir a ninguna parte.
Le doy un pico y la dejo farfullando taciturna en la cama mientras voy un segundo al baño. Es la primera vez en semanas, y puede que en toda mi vida, que realizo esta tarea tan mundana con una enorme sonrisa en la cara. El corazón me late con fuerza en el pecho. Puede que les esté dando dolor de cabeza a los pequeños.
Cuando salgo de nuevo a la habitación, la doctora está examinándola. Espero en silencio a un lado mientras escucho las preguntas y las respuestas monosilábicas que intercambian las dos. Tomo notas mentales y observo detenidamente cómo la médico vuelve a vendarle la herida y le quita los drenajes. Parece satisfecha con la evolución y contenta de ver lo espabilada que está Santana. Sin embargo, prefiere no quitarle todavía la sonda y, tras cinco minutos de discusión, sigue pensando lo mismo.
—Quizá mañana—dice tratando de apaciguar a Santana—Mañana comprobaremos si puede andar. Acaba de despertarse, Santana.
—¿Y qué hay de esto?
Se señala la vía en el brazo, pero la médico sacude la cabeza y Santana gruñe, disgustada. Tras llevar a cabo sus observaciones, la médico se marcha y yo me siento de nuevo en la silla.
—Cuanto más colabores, antes te darán el alta.
—Pareces cansada—dice cambiando de tema y desviando la preocupación hacia mí—¿Estás comiendo?
—Sí—mis dedos traicioneros se dirigen directos a mi pelo y me delatan por completo.
—Britt—protesta—Vete ahora mismo a comer algo.
—Mi mamá me ha traído una ensalada. No tengo hambre.
Abre unos ojos como platos al oírme mencionar a mi mamá. Sé lo que viene a continuación.
—¿Qué les has contado?
—Todo—admito.
No paraba de sollozar y gimotear durante todo el discurso mientras mi mamá me tranquilizaba y me reconfortaba. Ha sido bastante tolerante con el tema, fue muy raro.
—Excepto lo de los cuatro días en que desapareciste.
Ella asiente con aire reflexivo a modo de aceptación. Debe de imaginarse que no había forma humana de evitar decírselo.
—De acuerdo—dice—Ahora vete a comer algo.
—No tengo ham...
—Que no tenga que repetírtelo, Britt-Britt—me interrumpe—Porque con bolsa de orina o sin ella, te llevaré al restaurante yo misma y te obligaré a tragar.
Decido que es mejor no seguir discutiendo. Es verdad que no tengo hambre, pero sé que es capaz de cumplir su amenaza, así que levanto mi cuerpo exhausto de la silla y cojo el billete de veinte que me ha dejado mi papá en la mesilla junto a la cama.
—Te traeré algo a ti también.
—Yo no tengo hambre—replica sin mirarme siquiera.
Está sumida en sus pensamientos. Se siente avergonzada, aunque no tiene por qué. Yo no lo estoy, así que ella tampoco debería estarlo.
Oculto mi mirada de extrañeza ante su seca respuesta. No voy a discutir con ella porque no conseguiría nada más que estresarla.
Le traeré algo igualmente y la alimentaré a la fuerza si se niega a hacerlo por su cuenta. A pesar de todo, su repentino mal humor y mi sensación de agravio no consiguen en absoluto eclipsar la alegría que me invade. La presencia de su arrogancia y su carácter imposible son señal de que mi Santana ha vuelto.
Y es así como la quiero.
Hace cuatro días que el médico le quitó el respirador, así que ahora puedo verla mejor, con un tono macilento. Sin embargo, se niega a despertar, a pesar de que nos sorprendió respirando por su cuenta, aunque fuera una respiración débil y laboriosa.
El filo le atravesó limpiamente el costado y le perforó el estómago. Su pulmón dejó de funcionar durante la operación, lo que no hizo sino complicar aún más las cosas.
Ahora tendrá dos cicatrices en su torso perfecto.
Al menos, la nueva es un corte limpio, a diferencia del destrozo irregular que le hizo la vez anterior. He visto cómo se la limpiaban a diario, y he visto cómo drenaban la sangre acumulada y la porquería que salía de la herida. Ya me he acostumbrado, y esa imperfección será un eterno recordatorio del peor día de mi vida, pero también una parte más que amaré de ella.
No me he separado de su lado más que para ir al baño de la habitación después de aguantarme tanto que parecía que la vejiga me iba a reventar. Me he duchado en cuestión de segundos cuando mi mamá me obligaba físicamente a hacerlo, pero todas las veces le he hecho jurarme que gritará si se mueve.
No se ha movido.
Día tras día, el mismo médico y el cirujano me han dicho que es cuestión de tiempo. Es una mujer fuerte y está sana, así que tiene todas las probabilidades de salir adelante, aunque no he visto ninguna mejora desde que la dejaron respirar por su cuenta.
No pasa ni una hora sin que rece para que se despierte. No pasa ni un minuto sin que la bese en alguna parte, con la esperanza de que el roce de mis labios sobre su piel provoque alguna reacción.
No ha sido así.
Día tras día, mi corazón se va deteniendo un poco más. Me escuecen cada vez más los ojos, y mi barriga continúa creciendo. Cada vez que miro hacia abajo por un segundo, recuerdo que es posible que mis hijos no lleguen a conocer a su otra mamá, y eso es una injusticia demasiado cruel como para aceptarla.
—Despiértate—le ordeno en voz baja, y me echo a llorar de nuevo—¡Eres una cabezota!—la puerta se abre y, al volverme, veo a mi mamá a través de mi visión borrosa—¿Por qué no se despierta, mamá?
Está junto a mí en un segundo, intentando despegarme de Santana para abrazarme.
—Se está curando, cariño. Necesita curarse.
—Lleva así demasiado tiempo. Necesito que se despierte. La echo de menos—mis hombros empiezan a agitarse y hundo desesperanzada la cabeza en la cama.
—Ay, Britty.
Mi pobre mamá se siente totalmente inútil y no sabe qué hacer para animarme, pero no puedo hacer que los demás se sientan bien cuando yo me estoy muriendo por dentro.
—Britty, cariño, tienes que comer—dice suavemente, animándome a incorporarme—Vamos.
—No tengo hambre—insisto con insolencia.
—Voy a hacer una lista con todas tus desobediencias y pienso decírselas a Santana una tras otra en cuanto se despierte—me amenaza mientras me ofrece una ensalada preparada.
Sé que no conseguiré nada negándome, pero la estúpida idea de saber que la complacería que comiera es lo único que hace que abra la ensalada con una mano y empiece a picotear los tomates cherry.
—Maribel y Alfonso acaban de llegar, cariño—dice mi mamá con tiento, aunque ya ni siquiera siento desprecio por los padres de Santana. No siento nada más que dolor—¿Pueden pasar?
Mi parte egoísta quiere negarse. La quiero sólo para mí, pero no he podido evitar que la noticia del apuñalamiento se publicara en todos los periódicos de Londres. Las noticias viajan rápido, incluso hasta Europa. Llegaron dos días después de su ingreso en el hospital. Su mamá y su hermana estaban destrozadas, mientras que su papá se limitaba a observar la escena en silencio.
Sentí el arrepentimiento en su rostro inexpresivo, que se asemeja al de Santana de un modo pasmoso. Escuché todas sus explicaciones pero no les presté mucha atención.
Durante todo este largo tiempo que he pasado a solas aquí, sin nada que hacer más que llorar y pensar, he llegado a mi propia conclusión. Y es una conclusión muy simple: el sentimiento de culpa de Santana por todas las cosas trágicas que le han pasado en la vida hizo que se distanciara de sus padres.
Es posible que ellos hayan contribuido a eso con sus imposiciones y exigencias, pero con sentido común y conociendo a mi mujer imposible y ahora también todo lo demás, sé que es su propia cabezonería lo que ha causado este desencuentro.
Creía que distanciarse de todo aquel que le recordara sus pérdidas aliviaría la culpabilidad que sentía, la culpabilidad que jamás debería haber sentido. No se dio la oportunidad de rodearse de la gente que la amaba y que podría haberla ayudado.
Esperó a que yo lo hiciera.
Y puede que haya sido demasiado tarde, porque ahora está aquí postrada, inconsciente, y aunque me tortura pensar en una vida sin ella, una vida a la que puede que tenga que enfrentarme ahora, preferiría que estuviera viva y bien, aunque no la conociera. Sé que es una idea estúpida, pero desde que estoy aquí no pienso con mucha claridad. Me duele la cabeza constantemente. El nudo en mi garganta no desaparece, y me escuece la cara de tanto llorar.
Estoy destrozada, y seguiré estándolo mientras viva si nunca vuelve a abrir los ojos.
—¿Britty?—la voz de mi mamá y su mano frotándome el hombro me devuelven a la habitación, ahora tan familiar.
—Sólo unos minutos—accedo, y dejo a un lado la ensalada.
Whitney no me discute ni intenta convencerme para que les conceda más tiempo. Los he dejado entrar cinco minutos de vez en cuando, pero nunca los he dejado a solas con ella.
—De acuerdo, querida.
Sale de la habitación y, momentos después, entran los padres y la hermana de Santana.
No los saludo.
Mantengo la vista fija en mi mujer y la boca firmemente cerrada mientras se acercan a la cama. Su mamá empieza a sollozar y veo con mi visión periférica que Bree trata de consolarla. Esta vez su papá se frota la cara. Tres pares de ojos marrones, húmedos y cargados de dolor observan el cuerpo inerte de mi esposa.
—¿Cómo está?—pregunta Alfonso aproximándose desde el otro lado de la cama.
—Igual—contesto mientras acerco la mano para apartarle un mechón de pelo suelto de la frente por si le hace cosquillas y perturba su descanso.
—¿Y tú cómo te encuentras, Brittany? Tienes que cuidarte—me habla con voz suave pero severa.
—Estoy bien.
—¿Podemos invitarte a comer algo?—pregunta—Aquí mismo, en el restaurante del hospital.
—No voy a dejarla—afirmo por enésima vez. Todo el mundo lo ha intentado y todo el mundo ha fracasado—No quiero que se despierte y no me vea aquí.
—Lo entiendo—me tranquiliza—¿Y si te traemos algo?
Debe de haber visto la ensalada, pero lo intenta de todos modos. Sé que está preocupado de verdad, pero no quiero su preocupación.
—No, gracias.
—Brittany, por favor—insiste Bree, pero yo hago caso omiso de su ruego y sacudo la cabeza con testarudez.
Santana me obligaría a comer, y ojalá pudiera hacerlo.
Los tres suspiran de impotencia. Entonces, la puerta de la habitación se abre y entra la enfermera del turno de noche empujando el carrito de siempre que transporta el medidor de tensión, el termómetro y un montón de aparatos más para comprobar su estado.
—Buenas noches—sonríe afectuosamente—¿Cómo está hoy está linda latina?—dice las mismas palabras exactas cada vez que empieza el turno.
—Sigue dormida—contesto, apartándome ligeramente para proporcionarle acceso a su brazo.
—Vamos a ver.
Lo coge y le envuelve el bíceps con la cinta de tela. Pulsa unos cuantos botones y ésta empieza a inflarse automáticamente. La enfermera deja que la máquina haga su trabajo. Le toma la temperatura, comprueba la lectura del monitor cardíaco y anota todos los resultados.
—Sigue igual. Tu esposa es muy fuerte y no va a rendirse, cariño.
—Lo sé—respondo, y ruego para que siga resistiendo.
No ha mejorado, pero al menos tampoco ha empeorado, y tengo que aferrarme a eso.
Es lo único que tengo.
La enfermera inyecta algo de medicación a través de la vía, le cambia la bolsa de la orina, le pone un gotero nuevo, recoge sus cosas y sale de la habitación en silencio.
—Te dejamos tranquila—dice Alfonso—Ya tienes mi número.
Asiento y dejo que los tres intenten consolarme un poco. Después veo cómo se turnan para besar a Santana. Su mamá es la última, y derrama lágrimas sobre su rostro.
—Te quiero, hija—murmura, casi como si no quisiera que yo la oyera, como si pensara que voy a condenarla por tener tanta cara.
Jamás lo haría.
Su angustia es suficiente motivo para que los acepte. Ahora mi objetivo principal es hacer que la vida de Santana sea como debería ser. Haré lo que haga falta, pero no sé si ella vivirá para consentirlo y apreciarlo.
Derraman más lágrimas.
Levanto la vista y veo cómo se marchan pasando junto a Rachel, Quinn, Noah y Finn, que esperan en la puerta. Se saludan y se despiden formalmente, y yo no puedo evitar suspirar de cansancio al ver que llega más gente. Sé que sólo están preocupados por Santana y por mí, pero el esfuerzo que me supone contestar a las preguntas que me hacen requiere una energía que ahora mismo no tengo.
—¿Estás bien, rubia?—dice Finn con voz atronadora, y yo asiento, aunque es evidente que no, pero me resulta más fácil mover la cabeza de arriba abajo que de un lado a otro.
Levanto la vista, le sonrío brevemente y veo que ya le han quitado el vendaje de la cabeza.
Se estuvo culpando durante días, pero ¿qué otra cosa podía haber hecho cuando el amante de Danielle Ruth, o sea, Ryder, lo llamó con un falso pretexto, lo pilló desprevenido y lo golpeó en la cabeza con una barra de hierro en cuanto salió del ascensor?
—No voy a quedarme—continúa Finn—Sólo quería que supieras que han comparecido hoy ante el tribunal y los dos irán a la cárcel.
Debería alegrarme, pero ni siquiera tengo fuerzas para eso. He respondido a las innumerables preguntas de la policía, y Steve me ha estado poniendo al día regularmente sobre sus averiguaciones.
Es bastante sencillo.
Dani, o Lauren, es la psicópata ex mujer de Santana, y Ryder es su fiel amante, que haría lo que fuera con tal de complacerla.
—No quiero ser grosera, pero no tengo la energía...—mi voz se detiene y me llevo la mano de nuevo a los ojos doloridos para secármelos.
—Britt, vete a casa, date una ducha y descansa un poco—Rachel coloca una silla a mi lado y me rodea los hombros agitados con sus brazos—Nos quedaremos nosotros, y si se despierta te llamaré de inmediato. Te lo prometo.
Niego con la cabeza. Ojalá desaparecieran. No pienso moverme de aquí a menos que Santana lo haga conmigo.
—Vamos, Brittany. Yo te llevaré—se ofrece Noah dando un paso hacia adelante.
—Eso es—Quinn se une al grupo de persuasión—Nos quedaremos con ella y Noah te acercará a casa para que duermas un poco.
—¡No!—me quito a Rachel de encima—¡No pienso irme de aquí, joder! ¡Déjenme en paz!—miro directamente a Santana esperando una reprimenda por su parte, pero no dice nada—¡Despiértate!
—Está bien—dice mi amiga con voz suave—No insistiremos más, pero Britt, come algo, por favor—Rachel.
Suspiro, cansada, esforzándome por no perder los nervios.
—He comido un poco de ensalada.
—Bien—se pone de pie, obviamente frustrada, y se vuelve hacia los demás—Yo ya no sé qué más hacer.
Se acurruca en los brazos de Quinn cuando ésta los abre para recibirla. Noah me mira con lástima, y entonces caigo en la cuenta de que él también debe de estar pasando un mal trago después de que aquella mujer lo utilizara para intentar atrapar a mi esposa.
Rachel me ha contado algo mientras trataba de distraerme con un poco de conversación, pero no conozco toda la historia. Lo que sí sé es que Noah se ha comprometido con la situación. No con Sugar, pero sí con el bebé, lo cual lo honra, dado que ella lo engañó.
—Será mejor que nos vayamos—dice Finn, y se vuelve hacia los demás prácticamente empujándolos fuera de la habitación.
Se lo agradezco y consigo reunir la fuerza suficiente como para graznarles un «adiós» cortés antes de volver a centrar toda la atención en Santana. Apoyo la cabeza de nuevo sobre la cama y lucho contra la pesadez de mis párpados durante mucho rato hasta que el agotamiento se apodera de mí y comienzo a cerrarlos lentamente, transportándome a un lugar en el que me niego a hacer las cosas que me pide sólo para que tenga que recurrir a sus tácticas y tocarme.
Me está tocando en estos momentos, acariciándome con la palma de su mano mi pelo alborotado secado al aire, aunque en mi sueño estoy perfecta, no cansada, ni pálida, ni desaliñada, y no llevo los pantalones de estar por casa con una camiseta ancha suya usada, la que le pedí a mi mamá que me trajera del cesto de la ropa sucia, y que no me he quitado en todo el tiempo que llevo aquí.
Me encuentro en un lugar feliz, reviviendo cada momento con mi mujer, todas las risas, la pasión y las frustraciones. Todas las cosas que nos dijimos y todas las caricias que intercambiamos se reproducen en mi mente. Cada segundo, cada paso que hemos dado juntas y cada vez que nuestros labios se han encontrado.
No falta ni un momento: su cuerpo levantándose en su despacho la primera vez que la vi, cómo aumentaba su belleza a cada paso que daba hacia mí hasta que su aroma me inundó cuando se movió para besarme. Y cómo su tacto despertó todas aquellas sensaciones maravillosas en mi interior.
Lo recuerdo como si lo estuviera viviendo, de una manera clara y dichosa. Estaba destinada a estar con ella desde el día en que puse el pie en ese despacho.
—Mi preciosa Britt-Britt está soñando.
No reconozco la voz pero sí sus palabras, así que sé que es ella. Quiero responderle, aprovechar la oportunidad para decirle tantas cosas... No obstante, mi desesperación sigue impidiéndome hablar, de modo que me limito a escuchar el eco de sus palabras y a sentir su tacto continuo.
Ahora me acaricia la mejilla.
Un fuerte pitido me saca de golpe de mi feliz sueño ligero y levanto la cabeza esperanzada, pero sus ojos siguen cerrados y sus manos están en el mismo sitio que antes: una en la mía y la otra apoyada e inerte al otro lado de su cuerpo. Estoy desorientada y hago una mueca ante el estruendoso sonido.
Entonces veo que es el gotero, que indica que se ha agotado el fluido. Me levanto y estiro el brazo para avisar a la enfermera, pero doy un brinco al oír un gruñido apagado. No sé por qué he saltado, era un sonido grave y suave, nada agudo ni estridente, aunque el corazón se me ha acelerado de todos modos.
Observo su cara atentamente, pensando que tal vez lo haya imaginado. Pero entonces sus ojos se mueven por debajo de los párpados y mi corazón se acelera todavía más. Quiero pellizcarme para comprobar que no estoy dormida, y creo que llego a hacerlo porque siento un repentino pinchazo a través del entumecimiento provocado por la aflicción.
—¿San?—susurro.
Le suelto la mano y la agarro de los hombros para sacudirla un poco, aunque sé que no debería hacerlo. Gruñe de nuevo y mueve las piernas bajo la fina sábana de algodón.
Se está despertando.
—¿San?
Debería llamar a la enfermera, pero no lo hago. Debería apagar esa máquina, pero no lo hago. Debería hablarle en voz baja, pero no lo hago.
—¡Sanny!—la zarandeo un poco más.
—No grites—se queja con una voz rota y áspera.
Sus ojos cerrados de manera relajada empiezan a cerrarse con fuerza. Estiro el brazo y pulso el botón de la máquina para silenciarla.
—¿San?
—¿Qué?—gruñe, irritada, y levanta la mano para llevársela a la cabeza.
Todo el miedo y todo el pesar abandonan mi cuerpo y una luz me inunda.
Una luz brillante.
Una luz de esperanza.
—Abre los ojos—le ordeno.
—No, me duelen.
—¡Joder!—siento un alivio increíble, casi doloroso, que recorre mi cuerpo como un rayo, devolviéndome a la vida—Inténtalo—le ruego.
Necesito verle los ojos. Gruñe un poco más y veo cómo se esfuerza por obedecer mi orden irracional.
No transijo ni le digo que pare.
Necesito vérselos.
Y ahí están.
No tan brillantes ni tan adictivos, pero al menos tienen vida y se entornan para adaptarse a la débil luz de la habitación.
—Joder.
Jamás había estado tan encantada de oír esa palabra.
Es de Santana y es familiar.
Me abalanzo sobre ella y empiezo a besarle la cara. Sólo me detengo cuando sisea de dolor.
—Lo siento—me apresuro a decir, y me aparto apoyándome en ella y causándole más dolor.
—Joder, Britt—arruga la cara y cierra los ojos de nuevo.
—¡Abre los ojos!
Lo hace, y me siento inmensamente entusiasmada al ver que me mira mal.
—¡Bueno deja de infligirme dolor!
Creo que jamás me había sentido tan feliz. Tiene un aspecto horrible, pero la aceptaré sea como sea.
Me da igual.
Puede gritarme todo lo que quiera.
—Creía que te había perdido.
Siento un alivio tan tremendo que me echo a llorar de nuevo. Hundo la cara en mis manos para esconder mi rostro arruinado.
—Britt-Britt, por favor, no llores cuando no puedo hacer nada para remediarlo—oigo que intenta mover el cuerpo y al instante comienza a encadenar un montón de maldiciones—¡Joder!
—¡Deja de moverte!—la reprendo, y me seco la cara antes de empujarla suavemente por los hombros.
No me discute. Se relaja de nuevo sobre la almohada con un suspiro cansado. Después levanta el brazo, se fija en la vía que tiene puesta y empieza a mirar a su alrededor, confundida de ver toda la maquinaria que la rodea. De repente cae en la cuenta y levanta la cabeza con los ojos alarmados y asustados.
—¿Te hizo daño?—balbucea esforzándose por incorporarse, siseando y haciendo una mueca de dolor al intentarlo—¡Los niños!
—Estamos bien—le garantizo, y la obligo a tumbarse sobre la cama.
Me cuesta conseguirlo. La repentina comprensión le ha dado fuerzas.
—Sanny, los tres estamos bien. Túmbate.
—¿Estás bien?—levanta la mano y palpa el aire hasta que alcanza mi rostro—Por favor, dime que estás bien.
—Estoy bien.
—¿Y los bebés?
—Me han hecho dos ecografías.
Apoyo la mano sobre la suya y la ayudo a tocarme. Eso la relaja por completo, y mis palabras también ayudan. Cierra los ojos y siento el impulso de ordenarle que los abra de nuevo, pero dejo que descanse.
—Debería avisar a la enfermera.
—No, por favor. Deja que me despierte un poco antes de que empiecen a hurgarme por todas partes.
Desliza la mano desde mi mejilla hasta mi nuca y aprieta ligeramente, indicándome en silencio que me acerque un poco más.
—No quiero hacerte daño—protesto, resistiéndome, pero su rostro se vuelve severo y su presión aumenta—San.
—Contacto. ¡Haz lo que te mando!—dice medio somnolienta.
Incluso ahora, a pesar del tremendo dolor, es imposible.
—¿Te duele mucho?—pregunto mientras me inclino suavemente a su lado.
—Mucho.
—Tengo que llamar a la enfermera.
—Espera un poco. Estoy a gusto.
—¡No es verdad!
Casi me echo a reír, y me apoyo con cuidado sobre ella evitando la zona de la herida. No me encuentro nada cómoda, pero ella está contenta, por lo que me quedo así. Le concederé cinco minutos y después llamaré a la enfermera y, por una vez, literalmente, no podrá hacer nada para impedírmelo.
—Me alegro de que sigas aquí—murmura, y gasta más valiosas energías para volver el rostro hacia el mío y besarme—Me habría rendido de no haber oído tu voz insolente constantemente.
—¿Me oías?
—Sí. Era extraño y tremendamente frustrante no poder echarte la bronca. ¿Quieres hacer el favor de hacer lo que se te dice?—en sus palabras no hay ni un ápice de humor, y me hace sonreír.
—No.
—Eso pensaba—suspira—Tengo explicaciones que darte.
Esas palabras me ponen tensa.
—No hace falta—espeto, e intento apartarme de ella para llamar a la enfermera, pero no voy a ir a ninguna parte.
—¡Joder!—exclama—¡Joder, joder, joder!—se esfuerza por retenerme, la muy idiota, pero soy yo la que cede temiendo más por su vida que ella—No te muevas y escúchame, Britt—me ordena ásperamente—No vas a ir a ninguna parte hasta que te haya hablado de Rosie.
El nombre no debería decirme nada, pero lo hace. Es sinónimo de un dolor insoportable y de años de autotortura. Debería haberme confesado esto hace tiempo. Habría explicado en gran medida su comportamiento neurótico.
—Lauren era hija de unos buenos amigos de mis padres—empieza, y yo me preparo para lo que voy a oír, sabiendo que va a contarme toda la historia, no sólo la parte que quiero oír sobre su hija, sino también la parte sobre la psicópata que casi me la arrebata—Te la puedes imaginar: de buena familia, rica y muy respetada entre la arrogante comunidad que teníamos que tolerar. Nos enrollamos y una decisión mal tomada se insemino y se quedó embarazada. Teníamos diecisiete años, éramos jóvenes y estúpidos. ¿Te imaginas el escándalo? Esa vez la había cagado pero bien.
Se mueve, hace una mueca de dolor y maldice un poco más. Me lo imagino, y no es necesario que siga explicándose, pero guardo silencio y dejo que siga narrándome sus años de tormento.
—Nuestros padres se reunieron con urgencia y su papá exigió que me casara con ella antes de que se corriera la voz y se manchara el buen nombre de nuestras familias. Hacía poco que había muerto Santiago, y accedí a hacerlo con la esperanza de acercarme a mis padres.
Cierro los ojos con fuerza y me aferro a ella un poco más, recordando nuestra visita a casa de mis padres y su reacción cuando mi mamá insinuó que se había casado conmigo porque me había dejado embarazada.
—¿Fue un matrimonio concertado?—pregunto.
—Sí, pero nuestras familias hicieron un gran trabajo convenciendo a la comunidad de que estábamos perdidamente enamoradas.
—Ella lo estaba—susurro, sabiendo hacia adónde se dirige esta historia.
—Pero yo no—confirma—Al cabo de un mes estaba casada y me mudé a la hacienda de sus padres. Todo el mundo estaba contento, menos yo—juguetea ociosamente con mi cabello y suspira dolorosamente antes de continuar—Alejandro me ofreció una vía de escape, y por fin reuní el valor para acabar con aquella diabólica farsa, pero cuando nació Rosie, estaba decidida a ejercer de mamá. Esa pequeña era la única persona en el mundo que me quería por ser quien era, sin expectativas ni presiones, simplemente me aceptaba tal cual era en su inocencia. Me daba igual que fuera un bebé.
Todo eso me llena de un inmenso orgullo, pero la historia no tiene un final feliz, y es algo que me destroza.
—Era realmente la niña de mis ojos—dice con cariño—Y sabía que nada de lo que yo hiciera estaría mal para ella. Eso bastó para hacer que me planteara el estilo de vida que había llevado durante el embarazo de Lauren. Alejandro buscó al mejor abogado para ayudarme a conseguir la custodia completa porque sabía que ella era mi redentora, pero la familia de Lauren sacó a la luz todos los trapos sucios: lo de Santiago, lo de La Mansión y lo de mi breve estilo de vida desde que dejé a Lauren hasta que Rosie nació. No tenía ninguna posibilidad.
—¿Y tus padres ya se habían mudado a España para entonces?—pregunto.
Santana se sacude con un silbido de dolor al reírse brevemente.
—Sí, huyeron de la vergüenza a la que había sometido a la familia.
—Te abandonaron—susurro.
—Querían que me fuera con ellos. Mi mamá me lo suplicó, pero yo no quería dejar a Rosie a tiempo completo con esa familia. La tendrían en mala consideración por ser una hija ilegítima, aunque me tuviera a mí. No era una opción.
—¿Y qué pasó?
—Rosie tenía tres años y yo había cometido el peor error de mi vida—se detiene y sé que se está mordiendo el labio inferior—Me acosté con Holly—dice.
—¿Con Holly?—arrugo la frente contra su cuello.
¿Qué pinta Holly en todo esto?
—Alejandro y Holly estaban juntos.
—¿En serio?—me aparto con cuidado, y esta vez me lo permite. Efectivamente, se está mordiendo el labio, y también contiene la respiración—¿Holly y Alejandro? Creía que él era un playboy.
—Y lo era, pero tenía novia—se encoge de dolor mientras toma aire—Y una hija.
—¿Qué?—ahora me incorporo por completo—Continúa—insisto.
Esta historia no está siguiendo la dirección que esperaba en absoluto. Respira dolorosamente hondo de nuevo. Debería decirle que parara para descansar, pero no lo hago.
—Alejandro nos pilló a Holly y a mí. Se puso furioso, cogió a las niñas y se marchó.
Joder.
—¿A las niñas?—pregunto, aunque no sé por qué.
Sé a qué niñas se refiere.
—A Rosie y a Rebecca.
—Tú Rosie y su Rebecca—susurro—¿El accidente de coche...?
Asiente suavemente, cierra los ojos y los aprieta con fuerza.
—No sólo maté a mi tío y a mi hija. También maté a la hija de Holly.
—No—sacudo la cabeza—Tú no tuviste la culpa.
—Mis malas decisiones han sido la causa de todo, Britt. La he cagado tanto y tantas veces... y he pagado por ello, pero no puedo seguir pagando ahora que te tengo a ti. ¿Y si vuelvo a tomar una mala decisión? ¿Y si meto la pata otra vez? ¿Y si aún no he terminado de pagar?
Eso explica sus exigencias de que la obedezca en todo. Vive aterrorizada, pero es mucho peor de lo que imaginaba. Se culpa por todo lo sucedido, y es posible que su irresponsabilidad desempeñara un pequeño papel en el desarrollo de los hechos, pero ella no fue la responsable directa.
Ella no conducía el coche que atropelló a Santiago. Y tampoco conducía el coche que llevaba a las dos niñas dentro. Ella no quería casarse, y quería ser una buena mamá.
Hay demasiados «y si» y demasiados «peros».
¿Y lo de Holly?
Eso me ha dejado hecha polvo. Tuvo una hija con Alejandro pero estaba enamorada de la sobrina de su novio.
Joder, qué complicado es todo.
Por fin conozco la verdadera naturaleza de la extraña relación que mantienen. Ella se siente tremendamente en deuda con Holly. Es cierto que no tiene nada, y después de haber perdido a su hija y a su pareja, buscó consuelo en La Mansión, igual que lo hizo Santana. Dos almas torturadas que ahogaban sus penas con látigos, sexo y alcohol, pero nunca la una con la otra. Aunque eso fue decisión de Santana, no de Holly.
—Has pagado más que de sobra.
Mis ojos se centran en su estómago. Ha pagado tanto física como mentalmente, y todo eso ha convertido a mi esposa en una controladora neurótica ahora que tiene algo que le importa otra vez.
A mí.
—¿Cuándo te hirió la vez anterior?—pregunto.
Necesito esa pieza final para completar este inmenso puzle.
—Cuando Rosie murió, hizo todo lo posible para intentar hacerme ver que nos necesitábamos la una a la otra. Siempre había sido un poco impredecible, pero al ver que yo seguía rechazando sus intentos, empezó a comportarse de una manera errática. Estaba obsesionada hasta el punto de ponerse a hervir conejos.
Me sonríe, como insinuando que he tenido suerte de no encontrarme ningún conejito en la olla. Sin embargo, no le devuelvo la sonrisa. Ha intentado matarla dos veces.
Eso no tiene nada de gracioso.
—¿Ella te convención sobre la inseminación?
—Puede ser, pero no la responsabilizo del todo.
—¿Y te apuñaló?
—Sí.
—¿Fue a la cárcel?
—No.
—¿Por qué?
Suspira de nuevo.
—Su familia le buscó ayuda y la mantuvo alejada de mí a cambio de mi silencio.
—¡Pero mira lo que te hizo!—señalo su vieja cicatriz—¿Cómo pudiste dejarle pasar eso?
—Es bastante superficial. Esta vez lo ha hecho mucho mejor—baja la vista para mirarse el estómago.
—Ni siquiera fuiste al hospital, ¿verdad?
Estoy horrorizada.
Es una cicatriz bastante desagradable, y de superficial no tiene nada,
—¿Quién te cosió?
—Su papá. Era médico.
—¡Joder!—me dejo caer en la silla—¿Y dónde estaban tus padres cuando sucedió todo eso?
Parezco la típica bruja echándole la reprimenda pero, joder, ¿cuándo acaba esto?
—Ya habían vuelto a España.
—San...
Cierro la boca de golpe, intentando pensar qué puedo decirle antes de soltar cualquier tontería. Como siempre, me quedo en blanco. Esta mujer me deja sin habla a todos los niveles.
—Cuando estábamos en España, tu mamá dijo algo de...—sigo esforzándome—¿Una segunda oportunidad?
Ahora veo que no se refería a Santiago. Se refería a la hija que Santana había perdido, a una segunda oportunidad para demostrar que podía ser una buena mamá.
—Ahora sí que ya lo sabes todo—sigue hablando con voz áspera, y sus ojos buscan los míos sin llegar a fijarlos donde sabe perfectamente que están—¿Vas a dejarme, Britt?
Si ya se me partía el corazón por ella antes, ahora acaba de rompérseme en mil pedazos. Esa pregunta tan sencilla y perfectamente razonable y el tono de inseguridad con que la ha formulado provocan al instante que unas lágrimas dolorosas inunden mis ojos.
—Mírame—le ordeno con firmeza, y ella lo hace, mostrándome un pesar indescriptible.
Me llega al alma, y las lágrimas empiezan a descender por mis mejillas. Las suyas también. Sé que ahora yo soy su salvación. Soy la clave para su redención.
Soy su ángel.
—Inseparables.
Sollozo, invadida de tristeza por mi mujer. Las últimas dos semanas de vacío se han visto inundadas de felicidad, pero esta felicidad no ha tardado en ser reemplazada por un inmenso pesar. Lanza un grito ahogado, pero no sé si es de dolor o de alivio.
—Abrázame—me ruega extendiendo débilmente el brazo hacia mí.
La falta de contacto debe de estar matándola, especialmente ahora que depende de mí para satisfacer su necesidad.
Me acerco a la cama con cuidado y me coloco entre los tubos y los vendajes. Ella me estrecha con fuerza.
—Sanny, ten cuidado.
—Duele más cuando no te toco.
La punta de su dedo alcanza mi barbilla y levanta mi rostro hacia el suyo. Le seco una lágrima y le acaricio la cara.
—Te quiero—digo, y aprieto los labios suavemente contra los suyos.
—Me alegro.
—No digas eso—me aparto y le lanzo una mirada de decepción—No quiero que digas eso.
Su confusión es evidente.
—Pero es verdad.
—Eso no es lo que sueles decir—susurro, y le doy un pequeño tirón de advertencia en el pelo.
Sus labios se curvan ante mi brutalidad.
—Dime que me quieres—me ordena, probablemente empleando demasiadas energías para sonar lo bastante severa.
—Te quiero—obedezco al instante y ella me regala una sonrisa completa, esa gloriosa sonrisa reservada sólo para mí.
Es la más increíble de las visiones, a pesar de que las lágrimas la acompañan y de que está demacrada.
—Lo sé.
Me besa con dulzura. Entonces sisea, se detiene por un instante y supera el dolor para besarme de nuevo.
—Voy a llamar a la enfermera—le digo con determinación—Necesitas analgésicos.
—Te necesito a ti—gruñe—Tú eres mi cura, Britt-Britt.
Libero sus labios a regañadientes, me incorporo y le cojo la cara entre las manos.
—Entonces ¿por qué sigues poniéndote tensa y silbas de dolor?
—Porque duele, joder—admite.
La beso una vez más y despego mi cuerpo del suyo antes de colocarle las sábanas de nuevo sobre la cintura. Aunque es difícil verla tan débil e indefensa, la idea de cuidarla y de atenderla hasta que se cure me llena de alegría. Podré cuidar yo de ella para variar, y no podrá hacer nada al respecto.
—¿Por qué sonríes?—pregunta levantando los brazos para dejar que la arrope.
—Por nada—estiro la mano y aprieto por fin el botón para llamar a la enfermera.
—Vas a disfrutar esto, ¿verdad?
Me detengo mientras le ahueco la almohada y sonrío ampliamente al ver su cara de fastidio. Es una mujer adulta y fuerte, y ahora está débil y herida. Para ella va a ser muy duro.
—Yo tengo el poder.
—No te acostumbres—gruñe justo cuando la puerta se abre y la enfermera entra corriendo.
—¡Ay! ¡Ay, Dios mío!—se acerca a la cama y comprueba las máquinas en un segundo, moviéndose apresuradamente. También le toma el pulso—Bienvenida de vuelta, Santana—dice, pero Santana sólo gruñe un poco más y mira al techo. Va a odiar todo esto—¿Te sientes algo mareada?
—Mucho—confirma—¿Cuándo me puedo ir a casa?
Pongo los ojos en blanco y la enfermera se echa a reír.
—No nos precipitemos. A ver esos ojos.
Se saca la linterna del bolsillo y espera a que la gruñona de mi latina baje la mirada hacia ella. Cuando lo hace, se queda un momento petrificada y luego continúa con sus labores médicas.
—Tu mujer me había dicho que tenías unos ojos fascinantes—dice apuntando con la luz de uno a otro—Y no mentía.
Sonrío orgullosa y me pongo de puntillas para asomarme por encima de su cuerpo inclinado, y veo que Santana sonríe de oreja a oreja.
—¿Es eso lo único que te dijo, enfermera?—pregunta con descaro.
La alegre mujer enarca una ceja de advertencia.
—No, también me habló de esa sonrisa de pícara y esos hoyuelos. Vamos a lavarte.
Santana se aparta y, al hacerlo, esboza una mueca de dolor. Me echo a reír.
—No, me ducharé—espeta, y me mira con cara de horror.
—De eso, nada, jovencita. No hasta que el médico te haga un chequeo y te quitemos la sonda.
La enfermera lo pone en su sitio con firmeza. Su expresión de pánico aumenta y la mujer levanta el soporte de la bolsa para demostrarle el obstáculo. Su cara de humillación, dibujada en su atractivo rostro, es todo un poema.
—Joder—masculla, y deja caer la cabeza sobre la almohada y cierra los ojos para ocultar la vergüenza.
—Iré a llamar al médico—dice la mujer con tono burlón mientras sale de la habitación y me deja de nuevo a solas con mi pobre esposa dependiente.
—Sácame de aquí, Britt-Britt—me ruega.
—De eso, nada, López—vierto un poco de agua en un vaso de plástico, meto en él una pajita y se lo acerco a los labios resecos—Bebe.
—¿Es agua embotellada?—pregunta mirando la jarra que tiene al lado.
—Lo dudo. No seas tan tiquismiquis con el agua y bebe.
Obedece mi orden y da unos pocos tragos.
—No dejes que esa enfermera me bañe en la cama.
—¿Por qué no?—pregunto dejando el vaso en el mueble que hay junto a la cama—Es su trabajo, San, y ha estado haciéndolo muy bien durante las últimas dos semanas.
—¡¿Dos semanas?!—exclama—¿He estado inconsciente dos semanas?
—Sí, pero a mí me han parecido doscientos años—me apoyo en el borde de la cama, la cojo de la mano y empiezo a girar su anillo de casada pensativamente—No vuelvas a decirme en tu vida que has tenido un día muy largo.
—Vale—asiente—Pero no me habrá estado pasando la esponja esa mujer, ¿verdad?
Sonrío.
—No. Lo he hecho yo.
Me quedo pasmada al ver que le brillan los ojos y que me pone morritos juguetonamente.
¿Cómo es posible que ya esté pensando en eso?
—Entonces, mientras yo estaba desnuda e inconsciente, ¿tú estabas... toqueteándome?
—¡No! Te estaba lavando.
—¿Y no me tocaste ni un poquito?
—Claro—coloco las dos manos a ambos lados de su cara y me acerco pare decirle a su rostro engreído—Tenía que levantarte las tetas flácidas para limpiarte.
Soy incapaz de reprimir una sonrisa, sobre todo cuando abre los ojos como platos y después los entorna con fiereza. Mi mujer se enorgullece de sus habilidades físicas y sexuales.
No debería tomarle el pelo de esa manera.
—Estoy en el infierno—masculla—En el puto infierno en la tierra. Llama a un médico. Me voy a casa.
—No vas a ir a ninguna parte.
Le doy un pico y la dejo farfullando taciturna en la cama mientras voy un segundo al baño. Es la primera vez en semanas, y puede que en toda mi vida, que realizo esta tarea tan mundana con una enorme sonrisa en la cara. El corazón me late con fuerza en el pecho. Puede que les esté dando dolor de cabeza a los pequeños.
Cuando salgo de nuevo a la habitación, la doctora está examinándola. Espero en silencio a un lado mientras escucho las preguntas y las respuestas monosilábicas que intercambian las dos. Tomo notas mentales y observo detenidamente cómo la médico vuelve a vendarle la herida y le quita los drenajes. Parece satisfecha con la evolución y contenta de ver lo espabilada que está Santana. Sin embargo, prefiere no quitarle todavía la sonda y, tras cinco minutos de discusión, sigue pensando lo mismo.
—Quizá mañana—dice tratando de apaciguar a Santana—Mañana comprobaremos si puede andar. Acaba de despertarse, Santana.
—¿Y qué hay de esto?
Se señala la vía en el brazo, pero la médico sacude la cabeza y Santana gruñe, disgustada. Tras llevar a cabo sus observaciones, la médico se marcha y yo me siento de nuevo en la silla.
—Cuanto más colabores, antes te darán el alta.
—Pareces cansada—dice cambiando de tema y desviando la preocupación hacia mí—¿Estás comiendo?
—Sí—mis dedos traicioneros se dirigen directos a mi pelo y me delatan por completo.
—Britt—protesta—Vete ahora mismo a comer algo.
—Mi mamá me ha traído una ensalada. No tengo hambre.
Abre unos ojos como platos al oírme mencionar a mi mamá. Sé lo que viene a continuación.
—¿Qué les has contado?
—Todo—admito.
No paraba de sollozar y gimotear durante todo el discurso mientras mi mamá me tranquilizaba y me reconfortaba. Ha sido bastante tolerante con el tema, fue muy raro.
—Excepto lo de los cuatro días en que desapareciste.
Ella asiente con aire reflexivo a modo de aceptación. Debe de imaginarse que no había forma humana de evitar decírselo.
—De acuerdo—dice—Ahora vete a comer algo.
—No tengo ham...
—Que no tenga que repetírtelo, Britt-Britt—me interrumpe—Porque con bolsa de orina o sin ella, te llevaré al restaurante yo misma y te obligaré a tragar.
Decido que es mejor no seguir discutiendo. Es verdad que no tengo hambre, pero sé que es capaz de cumplir su amenaza, así que levanto mi cuerpo exhausto de la silla y cojo el billete de veinte que me ha dejado mi papá en la mesilla junto a la cama.
—Te traeré algo a ti también.
—Yo no tengo hambre—replica sin mirarme siquiera.
Está sumida en sus pensamientos. Se siente avergonzada, aunque no tiene por qué. Yo no lo estoy, así que ella tampoco debería estarlo.
Oculto mi mirada de extrañeza ante su seca respuesta. No voy a discutir con ella porque no conseguiría nada más que estresarla.
Le traeré algo igualmente y la alimentaré a la fuerza si se niega a hacerlo por su cuenta. A pesar de todo, su repentino mal humor y mi sensación de agravio no consiguen en absoluto eclipsar la alegría que me invade. La presencia de su arrogancia y su carácter imposible son señal de que mi Santana ha vuelto.
Y es así como la quiero.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
vaya menos mal, muy gracioso lo de las tetas flacidas jajajajajajajaja
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Hola chica de las adaptaciones.
Una vez mas comentando esta bella historia.
Bueno al menos San ya despertó y Britt junto con sus mellizos están bien.
Que mal por todo lo que tuvo que pasar San, pero es verdad lo que Brittany piensa ella no tiene la culpa.
Y eso lo tiene que entender San...
Y creí que nunca lo diría pero me siento mal por Holly, haber perdido una hija debe ser bastante duro, pero es no justifica sus actos anteriores.
Nos leemos en tu siguiente actu...
P.D: Cuidate mucho
P.D.2: Tengo algunos libros que quiero adaptar, pero por ahora no tengo mucho tiempo así que sera mas adelante tal vez...
P.D.3: Besos y abrazos psicológicos hasta donde estas
P.D.4: Chau...
Una vez mas comentando esta bella historia.
Bueno al menos San ya despertó y Britt junto con sus mellizos están bien.
Que mal por todo lo que tuvo que pasar San, pero es verdad lo que Brittany piensa ella no tiene la culpa.
Y eso lo tiene que entender San...
Y creí que nunca lo diría pero me siento mal por Holly, haber perdido una hija debe ser bastante duro, pero es no justifica sus actos anteriores.
Nos leemos en tu siguiente actu...
P.D: Cuidate mucho
P.D.2: Tengo algunos libros que quiero adaptar, pero por ahora no tengo mucho tiempo así que sera mas adelante tal vez...
P.D.3: Besos y abrazos psicológicos hasta donde estas
P.D.4: Chau...
Daniela Gutierrez***** - Mensajes : 281
Fecha de inscripción : 03/07/2014
Edad : 27
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:vaya menos mal, muy gracioso lo de las tetas flacidas jajajajajajajaja
Hola, jajajjajajaja xD bn todo esta mejorando! jajajaaj. Saludos =D
Daniela Gutierrez escribió:Hola chica de las adaptaciones.
Una vez mas comentando esta bella historia.
Bueno al menos San ya despertó y Britt junto con sus mellizos están bien.
Que mal por todo lo que tuvo que pasar San, pero es verdad lo que Brittany piensa ella no tiene la culpa.
Y eso lo tiene que entender San...
Y creí que nunca lo diría pero me siento mal por Holly, haber perdido una hija debe ser bastante duro, pero es no justifica sus actos anteriores.
Nos leemos en tu siguiente actu...
P.D: Cuidate mucho
P.D.2: Tengo algunos libros que quiero adaptar, pero por ahora no tengo mucho tiempo así que sera mas adelante tal vez...
P.D.3: Besos y abrazos psicológicos hasta donde estas
P.D.4: Chau...
Hola dani, sip todo esta mejorando! así tuvo que ser siempre ¬¬ Todo lo que tuvo que pasar para contar la vrdd xD jaajaja, pero eso ya no importa... mientras esten juntas! y sip, san no tuvo la culpa y britt la tiene que hacer entrar en razón jajaajja. Mmmm sip pienso igual que con respecto a holly =/ Ahora! jajajaaj. Saludos =D
Pd1: gracias, tu igual!
Pd2: jajajajajajajaja suele pasar! pero espero que si puedas
Pd3: jajaajaj igual!
Pd4: chao
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Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 34
Capitulo 34
Estoy masticando una barrita de chocolate mientras arrastro los pies por el pasillo del hospital. Me encuentro mucho mejor, más vivaz y despierta, pero mi cuerpo disiente de mi mente.
Necesita descansar.
Al volver la esquina que da a la habitación, me detengo de inmediato al ver a Holly rondando la puerta del cuarto de Santana. Está a punto de agarrar el pomo, pero retira la mano de nuevo y da media vuelta, decidida a marcharse. Al verme se queda helada y mira a todas partes incómoda. No la he visto por aquí desde que Santana ingresó, y pensaba que simplemente se había mantenido al margen, pero ahora que la veo en el pasillo me doy cuenta de que probablemente haya venido todos los días. Sé que si la hubiera visto cualquier otro día es posible que le hubiera golpeado por el dolor.
Pero hoy no.
No sabiendo todo lo que sé ahora. Jamás la perdonaré por todo lo que ha hecho, pero ahora que conozco su historia, sería muy inhumano por mi parte no sentir compasión por ella.
Perdió a su hija.
Es algo muy trágico, y va por la vida haciéndose la dura para protegerse. Estaba enamorada de Santana. Ella creía que tenían un motivo para unirse y aliviar mutuamente su dolor, pero Santana la veía como un recordatorio de lo que había perdido por haber tomado la decisión equivocada al acostarse con ella. Dos almas atormentadas que se utilizaban mutuamente de manera distinta, sólo que Santana encontró su salvación en otra parte.
Y Holly sigue queriendo que sea suya.
—¿Te encuentras bien?—pregunto sin saber qué otra cosa decirle.
La pilla por sorpresa. Parece estar a punto de echarse a llorar, pero está intentando hacerse la fuerte. Entonces me doy cuenta de que ella no sabe que se ha despertado. Finn debe de haber estado poniéndola al corriente de su estado, pero él tampoco lo sabe.
—Se ha despertado.
Al instante fija los ojos en mí.
—¿Está bien?
—Lo estará, si la muy cabezota le hace caso a la médico—levanto un tarrito en miniatura de mantequilla de cacahuete que he encontrado en el restaurante—Y come.
Ella sonríe. Es una sonrisa nerviosa.
—Espero que tengas más de uno de ésos.
—Diez—levanto el brazo, en el que llevo colgada una bolsa de papel—Pero no es de la marca Sun-Pat, así que probablemente la rechace.
Se echa a reír, pero se detiene al instante, y sé que es porque cree que es inapropiado. Probablemente lo sea, y no porque la situación no sea graciosa, sino porque se está riendo conmigo.
—Lo sé todo, Holly—necesito que entienda que mi nueva empatía se debe sólo a mi nuevo descubrimiento—Jamás olvidaré lo que intentaste hacernos, pero creo que entiendo por qué lo hiciste.
Despega los labios y deja caer la mandíbula pasmada.
—¿Te lo ha contado?
—Lo de tu hija. Lo de Rosie. Lo de Alejandro. El accidente de coche y por qué las niñas iban con Alejandro en el vehículo.
—Vaya—su mirada se fija en el suelo de plástico de color azul—Siempre había sido algo nuestro.
Se refiere a la historia y a la conexión. Y yo he roto eso. La mujer que tengo delante se ha quitado la máscara de seguridad y engreimiento y se muestra tal cual es. No es nada, y lo sabe.
Siento lástima por ella.
Yo he conseguido a la mujer a la que ella quiere. Intentó quitarse la vida, pero eso no hará que renuncie a Santana. Nada hará que renuncie a ella. Ni ex amantes despechadas, ni clubes de sexo exclusivos, ni problemas con el alcohol, ni ex mujeres psicópatas, ni el descubrimiento de una hija fallecida ni la desolación de Holly. Como tampoco lo hará la locura que rodea a todas esas razones. Mi mujer me lo ha confesado todo y no pienso ir a ninguna parte.
Somos inseparables.
—¿Puedo verla?—pregunta tranquilamente—Entenderé que no quieras.
Debería negarme, pero la compasión me lo impide. Necesito zanjar esto, y ella también.
—Claro. Esperaré aquí.
Me siento en una silla de plástico duro y veo cómo entra en la habitación. No necesito oír lo que van a decirse. Ya me hago una idea, así que me quedo aquí, terminándome la barrita de chocolate. Mi cuerpo agradece la instantánea dosis de azúcar.
—¿Brittany?
Levanto la vista y veo a la mamá y a la hermana de Santana corriendo por el pasillo.
—Hola—digo con la boca llena de chocolate, y me llevo la mano a los labios para indicar que no puedo decir nada más hasta que trague.
—¡La enfermera nos ha dicho que se ha despertado! ¡Tana se ha despertado!—Maribel mira hacia la puerta, y después me mira a mí.
Asiento, mastico rápidamente y trago para poder proporcionarle la información que necesita.
—Está bien. Un poco gruñona, pero bien.
—¡Ay, gracias a Dios!—se vuelve y se abraza a Bree—Saldrá de ésta.
Bree me sonríe por encima del hombro de su mamá.
—¿Gruñona?
—O cabezota, como quieras llamarla—me encojo con una sonrisa, y sus ojos marrones brillan de entendimiento.
—Lo último, sin duda—confirma abrazando a su mamá, que sigue sollozando—Me alegro de ver que estás comiendo.
Bajo la mirada hacia el envoltorio de la barrita de chocolate que acabo de devorar y sonrío pensando en lo bien que me siento al comer. Podría zamparme otra sin problemas.
—¿Dónde está Alfonso?—pregunto.
—Aparcando. ¿Te importa que la veamos?—pregunta Bree.
De repente me golpea la dura realidad de que Santana no sabe que están aquí. Y no tengo ni idea de cómo manejar la situación. Tras nuestro último encuentro con sus padres, debería evitar someterla a una situación de estrés potencial, pero mi mente confabuladora no para de pensar en el hecho de que ahora no puede escapar. Y aunque quizá corra un gran riesgo, sé que será mi única oportunidad de reunirlos a todos en la misma habitación.
Tendrá que escucharlos.
Y si no le gusta lo que oye, bueno se acabó, pero he visto lo mal que lo ha pasado su familia. Lo he visto perfectamente, incluso a través de mi propio dolor. Ha llegado el momento de solucionar las cosas, sea quien sea el culpable. Al menos, eso es lo que yo espero, pero es su decisión, y la apoyaré decida lo que decida.
—Todavía no he tenido la oportunidad de decirle que están aquí—explico, casi disculpándome—En cuanto se despertó, los médicos comenzaron a hacerle pruebas, y ahora hay una amiga dentro.
—¿Te importaría hacerlo?—Maribel se aparta de Bree y se saca un pañuelo de papel de la manga del cárdigan—¿Te importaría avisarle de que estamos aquí?
—En absoluto, pero...
Bree me interrumpe.
—No queremos alterarla, así que no la fuerces.
—Pero inténtalo, por favor—Maribel me agarra de las manos rogándome—Por favor, hazlo por mí, Brittany.
—Lo haré.
Me siento presionada, pero también siento la desesperación que emana por todos los poros de esa mujer. Soy la clave para que se reencuentre con su hija, y lo sabe, Bree lo sabe, y yo también.
La puerta de la habitación de Santana se abre y todas nos volvemos y vemos salir a Holly. Ha estado llorando y se lleva la mano a la cara para secarse los ojos. La manga de su chaqueta se le sube un poco y veo que un vendaje le rodea la muñeca. Sin embargo, desvío la atención cuando oigo que la cólera se apodera de la mamá de Santana. Holly abre sus ojos cubiertos de lágrimas como platos.
—¿Maribel?—balbucea mientras cierra la puerta.
—¡¿Qué demonios haces aquí, zorra vengativa?!—espeta ella con frialdad.
No necesito nada más para confirmar que Maribel sabe lo del encuentro entre Holly y Santana y lo que sucedió después, los hechos que acabaron con la vida de su nieta.
—¡Mamá!—grita Bree, desconcertada.
Yo estoy desconcertada. Holly, sin duda, está desconcertada. Y entonces la puerta de la habitación se abre y aparece Santana, desconcertada también. Dejo escapar un grito ahogado y corro hacia ella ya que prácticamente ha salido arrastrando el gotero y el soporte de la sonda.
—¡San, por el amor de Dios!
—¿Mamá?
Parece muy confundida y algo temblorosa. La cara de asco y de odio de la mamá de Santana se suaviza de inmediato al ver a su hija.
—Ay, Tana, no hagas tonterías. ¡Vuelve a la cama inmediatamente!
Ahora me quedo más pasmada todavía.
Alzo la vista hacia mi esposa pero no veo más que perplejidad en su rostro hirsuto y aturdido, y entonces me vuelvo de nuevo y veo cómo Maribel se esfuerza por contener su instinto maternal de meterla en la cama ella misma.
No sé cómo interpretar eso.
¿Tiene derecho a darle semejante orden?
Esta situación es tremendamente extraña, pero mientras veo cómo Holly se aleja a hurtadillas y cómo Bree y Maribel observan preocupadas la constitución de Santana, salgo de mi estupor y entro en acción.
—Maribel, dame cinco minutos—digo, empujo a mi esposa de vuelta a la habitación y cierro la puerta al entrar—¿A qué te crees que estás jugando? ¡Vuelve a la cama!
Abre la boca para chillarme, pero la cierra al instante al ver que comienza a tambalearse.
—¡Mierda!—no podré cogerlo—¡Mierda, mierda, mierda!
Tiro mi bolso al suelo y la guío rápidamente hasta la cama, pero no puedo hacer nada más que dejar caer sus músculos de golpe sobre ella.
—Eres una idiota, López—estoy furiosa con ella—¿Por qué nunca haces lo que se te dice?
Le coloco bien el gotero y la sonda, le levanto las piernas, se las pongo sobre la cama y la tapo de nuevo con la sábana.
—Estoy mareada—dice arrastrando las palabras y llevándose el brazo a la frente.
—Te has levantado demasiado pronto.
—¿Qué hacen ellos aquí, Britt?—pregunta tranquilamente—No quiero verlos.
Dejo caer los hombros con abatimiento de una manera espectacular, pero prosigo comprobando su vendaje, me siento en la cama a su lado y le aparto el brazo que oculta su rostro. Santana me mira con ojos suplicantes. Esto me mata, pero voy a intentarlo de todos modos.
—Me tienes a mí y yo soy lo único que necesitas, ya lo sé, pero ahora tienes la oportunidad de enmendar las cosas. Dales cinco minutos. Yo estaré aquí siempre, pase lo que pase, pero no puedo permitir que dejes pasar la oportunidad de hallar la paz en ese aspecto de tu vida, San.
—No quiero que nada arruine lo que tengo—dice con los dientes apretados al tiempo que cierra los ojos con fuerza.
—Escúchame—la agarro de la mejilla y le meneo la cara para obligarla a abrir los ojos—Después de todo por lo que hemos pasado, ¿realmente crees que hay algo que pueda acabar con lo nuestro?—tiene que darse cuenta de que eso es imposible. Si eso es lo único que le preocupa, estoy más que decidida a que solucione el tema—Será como tú digas. Iremos poco a poco, y ellos lo aceptarán.
—Yo sólo te necesito a ti—masculla con amargura, y desliza las manos por debajo de la camiseta ancha suya que llevo puesta para acariciarme el vientre—Sólo a ti y a nuestros pequeños.
Suspiro y apoyo la mano sobre la suya.
—No hace falta querer algo para necesitarlo, San. Vamos a tener mellizos. Ya sé que nos tenemos la una a la otra, pero necesitaremos a nuestras familias también. Y me gustaría que nuestros hijos tuvieran dos abuelos y dos abuelas. Nosotras no somos normales, pero deberíamos hacer que las vidas de nuestros hijos sean lo más normales posibles. Eso no nos cambiará ni cambiará lo que hay entre nosotras.
Veo que capta mi lógica. Su rostro ahora pálido rumia acerca de lo que acabo de decirle hasta que asiente ligeramente. Tira de mí con amargura y me envuelve con sus brazos. Me relajo, agradecida de que al menos esté dispuesta a intentarlo. No espero que todo se solucione instantáneamente ni que sea el reencuentro definitivo, pero por algo se empieza.
—Dime que me quieres—me pide pegado a mi pelo.
—Te quiero.
—Dime que me necesitas.
—Te necesito.
—Bien—me suelta—Ahuécame la almohada, Britt-Britt. Necesito ponerme cómoda para esto.
Paso por alto esa insolencia e intento que se ponga cómoda.
—Los dejaré un poco de intimidad—le digo mientras me dirijo a la puerta.
—¿No vas a quedarte?—balbucea con sus ojos oscuros aterrados.
—No, no es necesario. Estarás bien.
Me resulta muy difícil no quedarme aquí sentada sosteniéndole la mano durante ese trago, pero es algo que tiene que hacer sola. He usado a los mellizos como excusa, pero mis razones van mucho más allá de la necesidad de contar con el apoyo de más familiares. Santana necesita sanarse física y mentalmente, y perdonar a sus padres es una parte esencial en ese último proceso.
Abro la puerta y sonrío a Maribel y a Bree, acompañadas ahora también de Alfonso.
No digo nada.
Les dejo la puerta abierta y me pierdo mientras dejo que una familia perdida se reencuentre de nuevo.
Necesita descansar.
Al volver la esquina que da a la habitación, me detengo de inmediato al ver a Holly rondando la puerta del cuarto de Santana. Está a punto de agarrar el pomo, pero retira la mano de nuevo y da media vuelta, decidida a marcharse. Al verme se queda helada y mira a todas partes incómoda. No la he visto por aquí desde que Santana ingresó, y pensaba que simplemente se había mantenido al margen, pero ahora que la veo en el pasillo me doy cuenta de que probablemente haya venido todos los días. Sé que si la hubiera visto cualquier otro día es posible que le hubiera golpeado por el dolor.
Pero hoy no.
No sabiendo todo lo que sé ahora. Jamás la perdonaré por todo lo que ha hecho, pero ahora que conozco su historia, sería muy inhumano por mi parte no sentir compasión por ella.
Perdió a su hija.
Es algo muy trágico, y va por la vida haciéndose la dura para protegerse. Estaba enamorada de Santana. Ella creía que tenían un motivo para unirse y aliviar mutuamente su dolor, pero Santana la veía como un recordatorio de lo que había perdido por haber tomado la decisión equivocada al acostarse con ella. Dos almas atormentadas que se utilizaban mutuamente de manera distinta, sólo que Santana encontró su salvación en otra parte.
Y Holly sigue queriendo que sea suya.
—¿Te encuentras bien?—pregunto sin saber qué otra cosa decirle.
La pilla por sorpresa. Parece estar a punto de echarse a llorar, pero está intentando hacerse la fuerte. Entonces me doy cuenta de que ella no sabe que se ha despertado. Finn debe de haber estado poniéndola al corriente de su estado, pero él tampoco lo sabe.
—Se ha despertado.
Al instante fija los ojos en mí.
—¿Está bien?
—Lo estará, si la muy cabezota le hace caso a la médico—levanto un tarrito en miniatura de mantequilla de cacahuete que he encontrado en el restaurante—Y come.
Ella sonríe. Es una sonrisa nerviosa.
—Espero que tengas más de uno de ésos.
—Diez—levanto el brazo, en el que llevo colgada una bolsa de papel—Pero no es de la marca Sun-Pat, así que probablemente la rechace.
Se echa a reír, pero se detiene al instante, y sé que es porque cree que es inapropiado. Probablemente lo sea, y no porque la situación no sea graciosa, sino porque se está riendo conmigo.
—Lo sé todo, Holly—necesito que entienda que mi nueva empatía se debe sólo a mi nuevo descubrimiento—Jamás olvidaré lo que intentaste hacernos, pero creo que entiendo por qué lo hiciste.
Despega los labios y deja caer la mandíbula pasmada.
—¿Te lo ha contado?
—Lo de tu hija. Lo de Rosie. Lo de Alejandro. El accidente de coche y por qué las niñas iban con Alejandro en el vehículo.
—Vaya—su mirada se fija en el suelo de plástico de color azul—Siempre había sido algo nuestro.
Se refiere a la historia y a la conexión. Y yo he roto eso. La mujer que tengo delante se ha quitado la máscara de seguridad y engreimiento y se muestra tal cual es. No es nada, y lo sabe.
Siento lástima por ella.
Yo he conseguido a la mujer a la que ella quiere. Intentó quitarse la vida, pero eso no hará que renuncie a Santana. Nada hará que renuncie a ella. Ni ex amantes despechadas, ni clubes de sexo exclusivos, ni problemas con el alcohol, ni ex mujeres psicópatas, ni el descubrimiento de una hija fallecida ni la desolación de Holly. Como tampoco lo hará la locura que rodea a todas esas razones. Mi mujer me lo ha confesado todo y no pienso ir a ninguna parte.
Somos inseparables.
—¿Puedo verla?—pregunta tranquilamente—Entenderé que no quieras.
Debería negarme, pero la compasión me lo impide. Necesito zanjar esto, y ella también.
—Claro. Esperaré aquí.
Me siento en una silla de plástico duro y veo cómo entra en la habitación. No necesito oír lo que van a decirse. Ya me hago una idea, así que me quedo aquí, terminándome la barrita de chocolate. Mi cuerpo agradece la instantánea dosis de azúcar.
—¿Brittany?
Levanto la vista y veo a la mamá y a la hermana de Santana corriendo por el pasillo.
—Hola—digo con la boca llena de chocolate, y me llevo la mano a los labios para indicar que no puedo decir nada más hasta que trague.
—¡La enfermera nos ha dicho que se ha despertado! ¡Tana se ha despertado!—Maribel mira hacia la puerta, y después me mira a mí.
Asiento, mastico rápidamente y trago para poder proporcionarle la información que necesita.
—Está bien. Un poco gruñona, pero bien.
—¡Ay, gracias a Dios!—se vuelve y se abraza a Bree—Saldrá de ésta.
Bree me sonríe por encima del hombro de su mamá.
—¿Gruñona?
—O cabezota, como quieras llamarla—me encojo con una sonrisa, y sus ojos marrones brillan de entendimiento.
—Lo último, sin duda—confirma abrazando a su mamá, que sigue sollozando—Me alegro de ver que estás comiendo.
Bajo la mirada hacia el envoltorio de la barrita de chocolate que acabo de devorar y sonrío pensando en lo bien que me siento al comer. Podría zamparme otra sin problemas.
—¿Dónde está Alfonso?—pregunto.
—Aparcando. ¿Te importa que la veamos?—pregunta Bree.
De repente me golpea la dura realidad de que Santana no sabe que están aquí. Y no tengo ni idea de cómo manejar la situación. Tras nuestro último encuentro con sus padres, debería evitar someterla a una situación de estrés potencial, pero mi mente confabuladora no para de pensar en el hecho de que ahora no puede escapar. Y aunque quizá corra un gran riesgo, sé que será mi única oportunidad de reunirlos a todos en la misma habitación.
Tendrá que escucharlos.
Y si no le gusta lo que oye, bueno se acabó, pero he visto lo mal que lo ha pasado su familia. Lo he visto perfectamente, incluso a través de mi propio dolor. Ha llegado el momento de solucionar las cosas, sea quien sea el culpable. Al menos, eso es lo que yo espero, pero es su decisión, y la apoyaré decida lo que decida.
—Todavía no he tenido la oportunidad de decirle que están aquí—explico, casi disculpándome—En cuanto se despertó, los médicos comenzaron a hacerle pruebas, y ahora hay una amiga dentro.
—¿Te importaría hacerlo?—Maribel se aparta de Bree y se saca un pañuelo de papel de la manga del cárdigan—¿Te importaría avisarle de que estamos aquí?
—En absoluto, pero...
Bree me interrumpe.
—No queremos alterarla, así que no la fuerces.
—Pero inténtalo, por favor—Maribel me agarra de las manos rogándome—Por favor, hazlo por mí, Brittany.
—Lo haré.
Me siento presionada, pero también siento la desesperación que emana por todos los poros de esa mujer. Soy la clave para que se reencuentre con su hija, y lo sabe, Bree lo sabe, y yo también.
La puerta de la habitación de Santana se abre y todas nos volvemos y vemos salir a Holly. Ha estado llorando y se lleva la mano a la cara para secarse los ojos. La manga de su chaqueta se le sube un poco y veo que un vendaje le rodea la muñeca. Sin embargo, desvío la atención cuando oigo que la cólera se apodera de la mamá de Santana. Holly abre sus ojos cubiertos de lágrimas como platos.
—¿Maribel?—balbucea mientras cierra la puerta.
—¡¿Qué demonios haces aquí, zorra vengativa?!—espeta ella con frialdad.
No necesito nada más para confirmar que Maribel sabe lo del encuentro entre Holly y Santana y lo que sucedió después, los hechos que acabaron con la vida de su nieta.
—¡Mamá!—grita Bree, desconcertada.
Yo estoy desconcertada. Holly, sin duda, está desconcertada. Y entonces la puerta de la habitación se abre y aparece Santana, desconcertada también. Dejo escapar un grito ahogado y corro hacia ella ya que prácticamente ha salido arrastrando el gotero y el soporte de la sonda.
—¡San, por el amor de Dios!
—¿Mamá?
Parece muy confundida y algo temblorosa. La cara de asco y de odio de la mamá de Santana se suaviza de inmediato al ver a su hija.
—Ay, Tana, no hagas tonterías. ¡Vuelve a la cama inmediatamente!
Ahora me quedo más pasmada todavía.
Alzo la vista hacia mi esposa pero no veo más que perplejidad en su rostro hirsuto y aturdido, y entonces me vuelvo de nuevo y veo cómo Maribel se esfuerza por contener su instinto maternal de meterla en la cama ella misma.
No sé cómo interpretar eso.
¿Tiene derecho a darle semejante orden?
Esta situación es tremendamente extraña, pero mientras veo cómo Holly se aleja a hurtadillas y cómo Bree y Maribel observan preocupadas la constitución de Santana, salgo de mi estupor y entro en acción.
—Maribel, dame cinco minutos—digo, empujo a mi esposa de vuelta a la habitación y cierro la puerta al entrar—¿A qué te crees que estás jugando? ¡Vuelve a la cama!
Abre la boca para chillarme, pero la cierra al instante al ver que comienza a tambalearse.
—¡Mierda!—no podré cogerlo—¡Mierda, mierda, mierda!
Tiro mi bolso al suelo y la guío rápidamente hasta la cama, pero no puedo hacer nada más que dejar caer sus músculos de golpe sobre ella.
—Eres una idiota, López—estoy furiosa con ella—¿Por qué nunca haces lo que se te dice?
Le coloco bien el gotero y la sonda, le levanto las piernas, se las pongo sobre la cama y la tapo de nuevo con la sábana.
—Estoy mareada—dice arrastrando las palabras y llevándose el brazo a la frente.
—Te has levantado demasiado pronto.
—¿Qué hacen ellos aquí, Britt?—pregunta tranquilamente—No quiero verlos.
Dejo caer los hombros con abatimiento de una manera espectacular, pero prosigo comprobando su vendaje, me siento en la cama a su lado y le aparto el brazo que oculta su rostro. Santana me mira con ojos suplicantes. Esto me mata, pero voy a intentarlo de todos modos.
—Me tienes a mí y yo soy lo único que necesitas, ya lo sé, pero ahora tienes la oportunidad de enmendar las cosas. Dales cinco minutos. Yo estaré aquí siempre, pase lo que pase, pero no puedo permitir que dejes pasar la oportunidad de hallar la paz en ese aspecto de tu vida, San.
—No quiero que nada arruine lo que tengo—dice con los dientes apretados al tiempo que cierra los ojos con fuerza.
—Escúchame—la agarro de la mejilla y le meneo la cara para obligarla a abrir los ojos—Después de todo por lo que hemos pasado, ¿realmente crees que hay algo que pueda acabar con lo nuestro?—tiene que darse cuenta de que eso es imposible. Si eso es lo único que le preocupa, estoy más que decidida a que solucione el tema—Será como tú digas. Iremos poco a poco, y ellos lo aceptarán.
—Yo sólo te necesito a ti—masculla con amargura, y desliza las manos por debajo de la camiseta ancha suya que llevo puesta para acariciarme el vientre—Sólo a ti y a nuestros pequeños.
Suspiro y apoyo la mano sobre la suya.
—No hace falta querer algo para necesitarlo, San. Vamos a tener mellizos. Ya sé que nos tenemos la una a la otra, pero necesitaremos a nuestras familias también. Y me gustaría que nuestros hijos tuvieran dos abuelos y dos abuelas. Nosotras no somos normales, pero deberíamos hacer que las vidas de nuestros hijos sean lo más normales posibles. Eso no nos cambiará ni cambiará lo que hay entre nosotras.
Veo que capta mi lógica. Su rostro ahora pálido rumia acerca de lo que acabo de decirle hasta que asiente ligeramente. Tira de mí con amargura y me envuelve con sus brazos. Me relajo, agradecida de que al menos esté dispuesta a intentarlo. No espero que todo se solucione instantáneamente ni que sea el reencuentro definitivo, pero por algo se empieza.
—Dime que me quieres—me pide pegado a mi pelo.
—Te quiero.
—Dime que me necesitas.
—Te necesito.
—Bien—me suelta—Ahuécame la almohada, Britt-Britt. Necesito ponerme cómoda para esto.
Paso por alto esa insolencia e intento que se ponga cómoda.
—Los dejaré un poco de intimidad—le digo mientras me dirijo a la puerta.
—¿No vas a quedarte?—balbucea con sus ojos oscuros aterrados.
—No, no es necesario. Estarás bien.
Me resulta muy difícil no quedarme aquí sentada sosteniéndole la mano durante ese trago, pero es algo que tiene que hacer sola. He usado a los mellizos como excusa, pero mis razones van mucho más allá de la necesidad de contar con el apoyo de más familiares. Santana necesita sanarse física y mentalmente, y perdonar a sus padres es una parte esencial en ese último proceso.
Abro la puerta y sonrío a Maribel y a Bree, acompañadas ahora también de Alfonso.
No digo nada.
Les dejo la puerta abierta y me pierdo mientras dejo que una familia perdida se reencuentre de nuevo.
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Hola, solo decir que solo queda un capítulo mas y el epílogo! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
es triste que quede tan poco para el final, no se que leere ahora pq nadie ha actualizado en siglos!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Hola chica de las adaptaciones...
Que bien que San por fin tratara de arreglar las cosas con su familia.
Esperemos que Holly por fin se rinda y deje a San y Britt ser felices, ya tuvieron suficiente.
Mil gracias por el capítulo
P.D: Dime cual sera tu siguiente adaptación
P.D.2: Nos vemos
P.D.3: Cuídate
P.D.4: Te quiero
P.D.5: besos y abrazos
Que bien que San por fin tratara de arreglar las cosas con su familia.
Esperemos que Holly por fin se rinda y deje a San y Britt ser felices, ya tuvieron suficiente.
Mil gracias por el capítulo
P.D: Dime cual sera tu siguiente adaptación
P.D.2: Nos vemos
P.D.3: Cuídate
P.D.4: Te quiero
P.D.5: besos y abrazos
Daniela Gutierrez***** - Mensajes : 281
Fecha de inscripción : 03/07/2014
Edad : 27
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
¡Hola, Señoriitha!
¿Me extrañabas? Yo sé que sii ... (Por Dios, mi ego)
¿Qué tal te trata la vida? Espero que de maravilla.
A mi me trata genial.
Intente ponerme al día contigo, pero te darás cuenta que no llegue a hacerlo, mi tiempo libre me pide a gritos un descanso, y pues cuando los tengo me dedico a eso, a descansar y ya casi no me queda tiempo para leer, pero hago todo lo que este a mi alcance, aún estoy 3 páginas detrás de tus publicaciones recientes ... Aunque voy muy adelante, eso no es bueno para mi salud mental, porque a mi me encanta joder tu bendiitha vida con mis tontos comentarios.
Basta de hablar de mí. Vamos a la historia.
Sabes, en un principio llegue a odiar a Santana, por ser tan controladora y obsesiva, en serio, linda forma de demostrar que amas a una persona, y Brittany me caía un poco gordiitha, por dejar que Santana la mandará a su antojo y dejar también que hiciera lo que quisiera con ella.
Ahoriitha, en la parte en la que voy, ambas me están empezando a gustar. Hmm! Pero ¿Qué más da? El amor es bello, muy bello, y si es Brittana o Faberry, mucho mejor.
Cuando Rachel dejo a Quinn por Sam, Dios casi muero, me dieron ganas de meterme en la historia y asesinarla, pero logre controlar mis instintos asesinos solo por un instante.
Los padres de Brittany son cool, aunque Whitney es un poco bastante irritante.
Sam sigue sin caerme bien en los FF's, no importa la pareja que sea (Brittana/Faberry) él siempre va a estar en medio de todo, dañando las relaciones.
Ojala a Rory y a Sugar les den su merecido por querer dañar la relación de mis adoradas mujeres.
Bueno, yo dejo hasta aquí, porque seguro que ya debes estar aburrida de leer mi comentario!
Saque tiempiitho para escribirte esto.
Que Dios Te Bendiga.
<(^^,)>
¿Me extrañabas? Yo sé que sii ... (Por Dios, mi ego)
¿Qué tal te trata la vida? Espero que de maravilla.
A mi me trata genial.
Intente ponerme al día contigo, pero te darás cuenta que no llegue a hacerlo, mi tiempo libre me pide a gritos un descanso, y pues cuando los tengo me dedico a eso, a descansar y ya casi no me queda tiempo para leer, pero hago todo lo que este a mi alcance, aún estoy 3 páginas detrás de tus publicaciones recientes ... Aunque voy muy adelante, eso no es bueno para mi salud mental, porque a mi me encanta joder tu bendiitha vida con mis tontos comentarios.
Basta de hablar de mí. Vamos a la historia.
Sabes, en un principio llegue a odiar a Santana, por ser tan controladora y obsesiva, en serio, linda forma de demostrar que amas a una persona, y Brittany me caía un poco gordiitha, por dejar que Santana la mandará a su antojo y dejar también que hiciera lo que quisiera con ella.
Ahoriitha, en la parte en la que voy, ambas me están empezando a gustar. Hmm! Pero ¿Qué más da? El amor es bello, muy bello, y si es Brittana o Faberry, mucho mejor.
Cuando Rachel dejo a Quinn por Sam, Dios casi muero, me dieron ganas de meterme en la historia y asesinarla, pero logre controlar mis instintos asesinos solo por un instante.
Los padres de Brittany son cool, aunque Whitney es un poco bastante irritante.
Sam sigue sin caerme bien en los FF's, no importa la pareja que sea (Brittana/Faberry) él siempre va a estar en medio de todo, dañando las relaciones.
Ojala a Rory y a Sugar les den su merecido por querer dañar la relación de mis adoradas mujeres.
Bueno, yo dejo hasta aquí, porque seguro que ya debes estar aburrida de leer mi comentario!
Saque tiempiitho para escribirte esto.
Que Dios Te Bendiga.
<(^^,)>
AngySalas** - Mensajes : 57
Fecha de inscripción : 26/07/2014
Edad : 27
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Que poquito falta!!!!!
Espero San solucione todo con su flia!!!
saludos
Espero San solucione todo con su flia!!!
saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Santana siempre tan dominante,esperando con ansias el capitulo final.
P.d: soy fan de tus fics, gracias por compartirlos y terminarlos.
Saludos y espero con ansias tu proximo fic.
P.d: soy fan de tus fics, gracias por compartirlos y terminarlos.
Saludos y espero con ansias tu proximo fic.
lana66** - Mensajes : 60
Fecha de inscripción : 07/06/2015
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:es triste que quede tan poco para el final, no se que leere ahora pq nadie ha actualizado en siglos!!!!!!
Hola, sip =/ jjajajajaja, lo bueno esk ya tengo otra adaptación esperemos y te guste jajajaja. Sip ¬¬ yo también quiero leer algunos de esos fics. Saludos =D
Daniela Gutierrez escribió:Hola chica de las adaptaciones...
Que bien que San por fin tratara de arreglar las cosas con su familia.
Esperemos que Holly por fin se rinda y deje a San y Britt ser felices, ya tuvieron suficiente.
Mil gracias por el capítulo
P.D: Dime cual sera tu siguiente adaptación
P.D.2: Nos vemos
P.D.3: Cuídate
P.D.4: Te quiero
P.D.5: besos y abrazos
Hola dani, bn van mejorando las cosas. Osea tiene que! ellas se mercen ser felices y holly tmbn, pero con otra persona XD ajajajajajajaj. De nada, pero gracias a ti por leer y comentar ! Saludos =D
Pd1: "sorpréndeme"
Pd2: aquí otro... espero el tuyo
Pd3: gracias, tu igual!
Pd4: jajajaja es el efecto que causo en las personas
Pd5: jajajaja igual!
AngySalas escribió:¡Hola, Señoriitha!
¿Me extrañabas? Yo sé que sii ... (Por Dios, mi ego)
¿Qué tal te trata la vida? Espero que de maravilla.
A mi me trata genial.
Intente ponerme al día contigo, pero te darás cuenta que no llegue a hacerlo, mi tiempo libre me pide a gritos un descanso, y pues cuando los tengo me dedico a eso, a descansar y ya casi no me queda tiempo para leer, pero hago todo lo que este a mi alcance, aún estoy 3 páginas detrás de tus publicaciones recientes ... Aunque voy muy adelante, eso no es bueno para mi salud mental, porque a mi me encanta joder tu bendiitha vida con mis tontos comentarios.
Basta de hablar de mí. Vamos a la historia.
Sabes, en un principio llegue a odiar a Santana, por ser tan controladora y obsesiva, en serio, linda forma de demostrar que amas a una persona, y Brittany me caía un poco gordiitha, por dejar que Santana la mandará a su antojo y dejar también que hiciera lo que quisiera con ella.
Ahoriitha, en la parte en la que voy, ambas me están empezando a gustar. Hmm! Pero ¿Qué más da? El amor es bello, muy bello, y si es Brittana o Faberry, mucho mejor.
Cuando Rachel dejo a Quinn por Sam, Dios casi muero, me dieron ganas de meterme en la historia y asesinarla, pero logre controlar mis instintos asesinos solo por un instante.
Los padres de Brittany son cool, aunque Whitney es un poco bastante irritante.
Sam sigue sin caerme bien en los FF's, no importa la pareja que sea (Brittana/Faberry) él siempre va a estar en medio de todo, dañando las relaciones.
Ojala a Rory y a Sugar les den su merecido por querer dañar la relación de mis adoradas mujeres.
Bueno, yo dejo hasta aquí, porque seguro que ya debes estar aburrida de leer mi comentario!
Saque tiempiitho para escribirte esto.
Que Dios Te Bendiga.
<(^^,)>
Hola tu desaparecida! jajajajaja XD. Jajajajajaajj si se lo que es tener un "tiempo libre" y querer tenerlo libre xD ajajajajajaj, tranquila mientras puedas leer y terminarlo todo bn no¿? jajajaajaj. Jajajajaajajaj xD jajaajajajaj esta bn expresarse jaajajajaj.
La vrdd esk si, ellas dos sacaban esos sentimientos y el no lograr entenderla, pero amor es amor no¿? jajajajajaaj xD. O si odie a rachel en ese momento... pero estaba asustada y todos reaccionamos de distintas formas no¿? jjajaajajaj pero se dio cuenta de su error! jajaajaj. Jajajaajajajajajajaj los padres son unos loquillos y incomprendidos xD jajaja XD. Sip pienso igual a ti con sam... nunca me caerá bn siempre metiéndose en todo! :@ Lo tiene que resivir metido noma ¬¬ Jajajajajaja nop esta bn me gusta leer los comentarios y comentarlos xD ajajajaj. Gracias por tu tiempo! Gracias a ti también. Saludos =D
monica.santander escribió:Que poquito falta!!!!!
Espero San solucione todo con su flia!!!
saludos
Hola, siii "casi na´! ahora solo el epílogo =/ Tiene si ella igual cometió errores no¿? jaajajaj. Saludos =D
lana66 escribió:Santana siempre tan dominante,esperando con ansias el capitulo final.
P.d: soy fan de tus fics, gracias por compartirlos y terminarlos.
Saludos y espero con ansias tu proximo fic.
Hola, jajajajaj ya no cambiara, así la amamos no¿? jajaajajajaj. Aquí te lo dejo! Saludos =D
Pd: jajajajaajde nada, pero gracias a ti por leer, comentar y seguirlos!
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 35
Capitulo 35
Estoy en el Paraíso.
Cuando a Santana le dieron el alta una semana después de despertarse, dejamos el hospital, y yo la ayudé a hacerlo andando. Se negó a usar la silla de ruedas que le habían llevado a su habitación, cosa que no me sorprendió en absoluto.
Mi mujer se había pasado tres semanas tumbada dependiendo del cuidado de los demás, así que no podía negarle la dignidad de salir caminando de ahí, aunque nos llevara una hora hacerlo.
Volvimos al Lusso, donde Sue no había parado de arreglarlo todo como una mamá gallina, asegurándose de que los armarios de la cocina estuvieran llenos de comida, de que la ropa estuviera limpia y todo el lugar impecable, como la noche de la inauguración, antes de que nadie se mudara ahí. Después le di unas cuantas semanas de vacaciones. Necesitábamos un poco de intimidad en nuestra casa.
Tenía que cuidar de Santana.
Necesitaba cuidarla para que volviera a ser la mujer que conozco y que amo.
La primera semana fue un desastre. Las constantes visitas inundaron el ático, incluidos los padres de Santana. La situación entre ellos sigue siendo rara y un poco incómoda, pero veo una luz en los ojos de mi esposa que no había visto antes. Es un brillo diferente al del deseo o al de la ira.
Es un brillo de paz.
La policía acudió en numerosas ocasiones durante la primera semana. Puede que fuera un poco pronto, pero Santana insistía en acabar cuanto antes con el asunto para poder retomar nuestra vida normal.
Will se pasó con mis colegas del trabajo para expresar sus más sinceras disculpas por haberme puesto en una situación tan espantosa, pero él no sabía nada, y tampoco la pobre Tina. Definitivamente había vuelto a ser la misma chica aburrida con falda de cuadros de siempre, pero parecía estar bastante contenta.
Rory finalmente decidió no seguir adelante con la compra de Rococo Union, y Will me ofreció recuperar mi puesto, pero lo rechacé amablemente y Santana no intentó convencerme de lo contrario. No puedo volver al trabajo, y lo cierto es que tampoco quiero hacerlo.
Durante las tres semanas que siguieron a ésa, hubo contacto constante, como a ella le gusta. Nos bañamos todas las mañanas y nos pasamos horas charlando en la bañera. Yo le curaba la herida y ella me frotaba el vientre con Bio-Oil. Yo preparaba el desayuno y ella nos daba de comer, ambas desnudas todo el tiempo. Ella leía el manual de embarazo en voz alta y yo la escuchaba atentamente. Decidía saltarse las partes que acabarían con sus ridículas preocupaciones y yo le quitaba el libro de las manos y le leía esas partes en voz alta. Entonces me miraba mal y yo me reía. Ella quería practicar mucho sexo pero yo no quería hacerle daño, lo cual es irónico después de la batalla constante que hemos librado en este aspecto de nuestra relación desde que me quedé embarazada.
Ha sido duro.
Mis hormonas siguen disparadas.
Ahora, cuatro semanas después, estoy tumbada desnuda sobre la cama del dormitorio principal del Paraíso con las piernas separadas, saboreando el séptimo cielo de Santana.
—¿Estás cómoda?
Levanto la cabeza para ver dónde se encuentra mi latina y la veo de pie en la puerta del cuarto de baño, desnuda como a mí me gusta.
—No, porque tú no estás aquí conmigo.
Doy unas palmaditas en el colchón y ella me regala una sonrisa, mi sonrisa. Sin embargo, no se tumba a mi lado. Me abre más las piernas, se coloca entre mis muslos para apoyar la mejilla sobre mi vientre en crecimiento y me mira con esos gloriosos ojos oscuros.
—Buenos días, mi Britt-Britt preciosa.
—Buenos días—enrosco los dedos en su pelo húmedo y me hundo más en la cama con un suspiro de felicidad—¿Qué vamos a hacer hoy?
—Lo tengo todo planeado—dice besuqueándome la barriga—Y harás lo que te diga.
—¿Tiene que ver con las cartas?—pregunto como si tal cosa, aunque esperanzada.
Me aseguraré de perder esta vez para que no haya necesidad de transferirle el poder después.
—No.
Qué decepción.
—¿Tiene que ver con un polvo adormiladas al anochecer?
Siento que sonríe sobre la piel que está besando.
—Quizá después.
—Entonces haré lo que tú quieras—le digo, y cierro las piernas con fuerza al imaginar otra magnífica sesión en la arena, deseando que el día pase rápido para que llegue ya el después.
—Tu día empieza ahora, señora López-Pierce.
Me planta unos cuantos besos sonoros alrededor del ombligo y se sienta a horcajadas sobre mí. Se inclina en dirección a la mesilla de noche y saca un sobre.
—Toma.
—¿Qué es esto?—pregunto, extrañada, cogiéndoselo de las manos a regañadientes.
No me gustan sus sorpresas.
—Tú ábrelo—insiste con impaciencia, y entonces se mordisquea su carnoso labio.
Mis nervios aumentan cuando veo que también empieza a darle vueltas al coco. No estoy segura de querer abrirlo, pero mi curiosidad supera mi aprensión, así que lo abro lentamente sin dejar de lanzarle miradas a Santana. Saco poco a poco el trozo de papel, lo desdoblo y leo la primera línea:
Inmobiliaria Haskett and Sandler
Eso no me dice nada. Sigo leyendo, pero no entiendo nada de todo ese lenguaje legal. No obstante, sí entiendo las desorbitadas cantidades que siguen al símbolo de la libra hacia el centro de la página.
—¿Has comprado otra casa?—pregunto mirándola por encima del papel.
He dicho «casa», pero a juzgar por la cifra, que ahora veo que tiene las palabras «Por la suma de» escritas delante, podría tratarse de un palacio... o incluso un castillo.
—No. He vendido La Mansión.
El frenesí con el que se está mordiendo el labio empieza a rozar los límites del canibalismo. Se muerde con ferocidad mientras evalúa mi reacción a esa frase.
—¿Qué?
Intento levantarme pensando que tal vez si me incorporo disminuya mi sorpresa, pero no llego a averiguarlo porque Santana me empuja de nuevo contra la cama.
—Que he vendido La Mansión.
Se tumba encima de mí y me agarra la cara entre sus manos.
—Ya te he oído. ¿Por qué?
No lo entiendo.
Ya sé que fui yo quien plantó la semilla, pero jamás habría esperado que me hiciera caso. Me sonríe y acerca los labios a los míos para tentarme. Estoy desesperada por saber qué ha provocado esto, pero también estoy desesperada, como siempre, por sentir su mágica boca.
Dejo a un lado el documento y caigo directamente en el ritmo que ella marca. Coloco las manos sobre sus pechos y lo voy palpando hasta la mandíbula. Me está distrayendo, pero no se librará de darme una explicación. La Mansión es lo único que conoce, aunque ya no haga uso de sus instalaciones.
—Mmm, sabes divinamente, Britt-Britt.
Me muerde el labio inferior y tira de él arrastrándolo ligeramente entre los dientes.
—¿Por qué?—insisto manteniéndola pegado a mí y envolviendo sus caderas con mis piernas.
No dejaré que se vaya hasta que lo suelte. Me mira pensativamente unos instantes hasta que exhala:
—¿Te acuerdas de cuando eras una niña? Me refiero a cuando estabas en primaria.
—Sí—respondo lentamente con una ceja enarcada y una mirada inquisitiva.
—Bien—suspira—, ¿qué cojones haría si los niños me pidieran que fuera al colegio en uno de esos días de puertas abiertas que tienen?
—¿Días de puertas abiertas?
—Sí, esos días en que los padres tienen que ir y contarles a los compañeros de clase de sus hijos que son bomberos o abogadas.
Aprieto los labios intentando con todas mis fuerzas no echarme a reír, puesto que es obvio que está preocupada de verdad.
—¿Qué iba a decirles yo?—prosigue, muy seria.
—Les dirías que eres la señora de La Mansión del Sexo.
No debería haber dicho eso. Me estoy riendo.
Joder, amo a esta mujer.
Acerca la mano a mi hueso de la cadera, que está empezando a desaparecer a marchas forzadas, y me río todavía más.
—¡Para!
—El sarcasmo no te pega, Britt-Britt.
—¡Para, por favor!
Me suelta y empiezo a recuperarme de mi ataque de histeria cuando veo su expresión de preocupación. Esto le preocupa de verdad.
—Les dirías que regentas un hotel, lo mismo que les contaríamos a los niños.
No me puedo creer que le esté proporcionando una salida. Es evidente que eso siempre ha sido un problema, pero nunca le he insistido porque sé lo mucho que significa para ella esa propiedad.
Se tumba boca arriba y yo me coloco rápidamente encima de ella. Ella me agarra de los muslos y me mira.
—Ya no la quiero—asegura.
—Pero era la criatura de Alejandro. No la vendiste cuando tus padres te lo exigieron. ¿Por qué ahora sí?
—Porque los tengo a ustedes tres.
—A nosotros tres nos tendrás de todos modos.
No tiene sentido lo que dice
—Los quiero a ustedes tres, y no quiero que nadie complique las cosas. No quiero tener que mentirles a nuestros hijos sobre mi trabajo. Y tampoco permitiría que acudieran ahí, lo que significa que mi tiempo contigo y con los niños estaría limitado. Ese negocio es un obstáculo. No quiero obstáculos. Tengo un pasado, Britt-Britt, y La Mansión debe formar parte de él.
Siento un alivio indescriptible, y la sonrisa que invade mi rostro es prueba de ello.
—Entonces ¿te tendré para mí a todas horas todos los días?
Se encoge de hombros, avergonzada.
—Si me aceptas...
Me abalanzo sobre ella y la besuqueo por toda su maravillosa cara. No obstante, en seguida pienso en algo y me incorporo de nuevo.
—¿Y qué hay de Finn y de Artie? ¿Y Holly? ¿Qué será de ella?
No me importa nada el destino de esa mujer, aunque la compadezco y no quiero que intente suicidarse otra vez. Sin embargo, adoro a Finn y a Artie.
—Ya he hablado con ellos. Holly aceptará una oportunidad que le ha surgido en Estados Unidos, y Finn y Artie están más que listos para retirarse.
—Vaya—digo asintiendo, aunque sospecho que ambos habrán recibido un pequeño pellizco por sus servicios en La Mansión, independientemente del puesto que ocupasen—¿Y renovarán los socios su suscripción con los nuevos propietarios?
Se echa a reír.
—Sí, si les gusta jugar al golf.
—¿Al golf?
—Van a transformar el terreno en un campo de golf de dieciocho agujeros.
—Vaya, ¿y qué hay de las instalaciones deportivas?—pregunto.
—Las conservarán. Será bastante impresionante. Se quedará todo más o menos como está, excepto por las suites privadas, que pasarán a ser auténticas habitaciones de hotel, y la sala comunitaria se transformará en una sala de conferencias.
Imagino que será algo extraordinario.
—Entonces ¿ya está?
—Sí, ya está. Ahora necesito que vayas a prepararte para el resto del día.
Hace ademán de incorporarse, pero la empujo de nuevo contra la cama.
—Tengo que renovar mi marca—digo señalando su pecho, donde mi círculo perfecto está a punto de desaparecer. Entonces miro mi propio chupetón, que apenas se nota ya—Y tú tienes que renovar la mía.
—Lo haremos después, Britt-Britt—me levanta y me pone de pie—Ve a darte una ducha.
Me da una palmada en el culo y me pone en marcha. Me alejo sin protestar y con una estúpida sonrisa en la cara.
Se acabó La Mansión, se acabó Holly.
Ahora tendré a Santana sólo para mí... y para los pequeños.
Después de pasarme un buen rato bajo el agradable agua caliente y de afeitarme por todas partes, me seco el pelo con la toalla y busco en el armario algo que ponerme.
—Ya he seleccionado algo yo—dice por detrás de mí, y al volverme veo que lleva puesto un vestido de verano con encaje que es parecido al que sostiene para mí.
—Es un poco corto, ¿no?—observo mirando de arriba abajo la delicada prenda de finos tirantes y falda vaporosa.
—Esta vez haré una excepción.
Se encoge de hombros, baja la cremallera y lo sostiene delante de mis pies. Con esa frase, deduzco que no vamos a ningún lugar público. Se arrodilla delante de mí para que entre en el vestido. Vuelve a ponerse de pie y se lleva la mano a la barbilla con aire pensativo.
—Preciosa—asiente con aprobación, me toma de la mano y me dirige hacia la puerta doble que da al porche.
—Tengo que ponerme los zapatos.
—Vamos a remar—dice, y continúa avanzando.
Recorremos el porche y atravesamos el césped hasta que llegamos a la portezuela que da al mar.
—¿Podemos remar tumbadas?—pregunto descaradamente, y ella se detiene y me mira con ojos divertidos.
—Me encanta el efecto que tiene en ti el embarazo, señora López-Pierce.
Sé que arrugo el entrecejo.
—Siempre te he deseado de este modo—replico.
—Lo sé. Falta algo—dice, y se saca una cala de la espalda y me la coloca detrás de la oreja—Mucho mejor.
Levanto la mano y palpo la flor fresca sonriéndole algo perpleja, aunque demasiado contenta como para hacerle ninguna pregunta. Me guiña un ojo, me besa en la mejilla y continúa, volviéndose cada dos por tres cuando llegamos a las traviesas de madera para asegurarse de que las recorro con cuidado.
—Cuidado con ese trozo de madera astillada—dice señalando un extremo dentado en uno de los tablones.
—Deberías haber dejado que me pusiera unos zapatos—gruño.
Me salto ese escalón y brinco hasta el siguiente.
—¡Britt, no saltes!—resopla—Vas a agitar a los pequeños.
—¡Ay, cállate ya!—me río y bajo el resto de los escalones saltando hasta que mis pies se hunden en la arena dorada y siento su calor—¡Vamos!
Empiezo a correr hacia la orilla, pero en cuanto levanto la vista de mis pies para ver adónde voy, me quedo de piedra. Todos me están mirando. Todos y cada uno de ellos. Mis ojos recorren la línea de personas y veo a todos mis conocidos, incluida su familia. Suelto un grito ahogado con un poco de retraso y, al volverme, veo que Santana está detrás de mí, mirándome con una sonrisa.
—¿Qué hacen todos aquí?—pregunto.
—Han venido para ver cómo me caso contigo.
—Pero si ya estamos casadas—le recuerdo—Porque lo estamos, ¿no?
De repente considero la posibilidad de que me anuncie que no estamos casadas en realidad, que La Mansión no tenía licencia.
—Sí, lo estamos. Pero mis padres no estaban presentes, y así es como debería haber sido en un principio.
Me agarra de la mano y tira de mi cuerpo vacilante con suavidad hasta que empiezo a seguirla hasta la orilla, donde nuestras familias y nuestros amigos nos esperan, sonrientes y relajados. Se apartan para dejarnos pasar. Los miro a todos ellos pero sólo veo caras alegres. Mi hermano es el que más sonríe de todos. No puedo hacer nada más que encogerme de hombros y expresar mi sorpresa. Ahora me doy cuenta de que nuestros vestidos son blancos.
¿Vamos a casarnos otra vez?
Me coloca sobre la arena húmeda, donde las suaves olas me acarician los pies, y donde nos recibe un hombre vestido de manera tan desenfadada como yo, como Santana y como todos nuestros invitados.
Le devuelvo el saludo mientras une nuestras manos en el escaso espacio que separa nuestros cuerpos. Todo esto me ha pillado desprevenida, pero lo acepto y contesto a las preguntas que se me formulan mientras miro los adictivos ojos de Santana y sonrío con cada una de las palabras que le digo. Lo reafirmo todo, renuevo mi promesa de amarla, honrarla y obedecerla, y la agarro del cuello para besar suavemente sus exquisitos labios carnosos cuando he terminado.
He puesto el piloto automático y me dedico a hacer lo que se me pide, pero no porque no sepa qué otra cosa hacer, sino porque simplemente es lo que tengo que hacer.
A pesar de todo, me confío a esta mujer. Ella me guía, y yo la sigo, porque sé que éste es mi lugar.
Cuando es su turno de hablar, el concejal retrocede y Santana se coloca delante de mí, me levanta las manos, posa los labios sobre ellas y permanece así mucho tiempo.
—Te quiero—susurra acariciando con los pulgares el espacio que acaban de abandonar sus labios—Una eternidad contigo no bastaría, Britt. Desde el momento en que te vi en mi despacho, sabía que mi vida iba a cambiar. Pienso dedicar cada segundo de mi existencia a adorarte, a venerarte y a satisfacerte. Y pienso compensar todos esos años que mi vida estuvo vacía sin ti. Voy a llevarte al paraíso, Britt-Britt—se agacha, me agarra por debajo del culo—¿Estás preparada?
—Sí. Llévame—le exijo, y hundo las manos en su pelo y le doy un pequeño tirón.
—Eres mía desde hace mucho tiempo, señora López-Pierce. Pero ahora es cuando empieza todo de verdad—me besa con fuerza—Ya no tendrás que escarbar en mi interior. Sabes todo lo que había que saber. Ya no habrá más confesiones porque ya no me queda nada por decirte.
—Bueno yo creo que sí—susurro, y me acerco a su cuello para inhalar su magnífico perfume.
—¿Ah, sí?—pregunta, llevándome en brazos hacia la trémula frescura del Mediterráneo.
—Sí. Dime que me quieres.
Se aparta y me mira con ojos brillantes. Sonrío al ver su boca perfecta y su glorioso pelo negro despeinado a causa de los tirones que le doy exigiendo una respuesta.
—Joder, te quiero muchísimo, Britt-Britt.
Sonrío, dejo caer la cabeza hacia atrás y cierro los ojos mientras ella empieza a hacer que giremos en círculos. El sol me calienta la cara y su cuerpo pegado al mío me calienta todo lo demás.
—¡LO SÉ!—grito riéndome antes de sumergirnos en el agua con los labios pegados.
Me aferro a ella como si mi vida dependiera de ello porque así es.
Así son las cosas.
Así somos nosotras.
Ésta será siempre nuestra normalidad, sin horribles sorpresas ni más confesiones. Las dos cicatrices que luce en su estómago demencialmente perfecto serán un recuerdo constante de nuestra andadura juntas, pero el implacable brillo de felicidad de sus magníficos ojos oscuros es un recuerdo constante de que mi mujer sigue conmigo.
Y siempre seguirá estándolo.
Cuando a Santana le dieron el alta una semana después de despertarse, dejamos el hospital, y yo la ayudé a hacerlo andando. Se negó a usar la silla de ruedas que le habían llevado a su habitación, cosa que no me sorprendió en absoluto.
Mi mujer se había pasado tres semanas tumbada dependiendo del cuidado de los demás, así que no podía negarle la dignidad de salir caminando de ahí, aunque nos llevara una hora hacerlo.
Volvimos al Lusso, donde Sue no había parado de arreglarlo todo como una mamá gallina, asegurándose de que los armarios de la cocina estuvieran llenos de comida, de que la ropa estuviera limpia y todo el lugar impecable, como la noche de la inauguración, antes de que nadie se mudara ahí. Después le di unas cuantas semanas de vacaciones. Necesitábamos un poco de intimidad en nuestra casa.
Tenía que cuidar de Santana.
Necesitaba cuidarla para que volviera a ser la mujer que conozco y que amo.
La primera semana fue un desastre. Las constantes visitas inundaron el ático, incluidos los padres de Santana. La situación entre ellos sigue siendo rara y un poco incómoda, pero veo una luz en los ojos de mi esposa que no había visto antes. Es un brillo diferente al del deseo o al de la ira.
Es un brillo de paz.
La policía acudió en numerosas ocasiones durante la primera semana. Puede que fuera un poco pronto, pero Santana insistía en acabar cuanto antes con el asunto para poder retomar nuestra vida normal.
Will se pasó con mis colegas del trabajo para expresar sus más sinceras disculpas por haberme puesto en una situación tan espantosa, pero él no sabía nada, y tampoco la pobre Tina. Definitivamente había vuelto a ser la misma chica aburrida con falda de cuadros de siempre, pero parecía estar bastante contenta.
Rory finalmente decidió no seguir adelante con la compra de Rococo Union, y Will me ofreció recuperar mi puesto, pero lo rechacé amablemente y Santana no intentó convencerme de lo contrario. No puedo volver al trabajo, y lo cierto es que tampoco quiero hacerlo.
Durante las tres semanas que siguieron a ésa, hubo contacto constante, como a ella le gusta. Nos bañamos todas las mañanas y nos pasamos horas charlando en la bañera. Yo le curaba la herida y ella me frotaba el vientre con Bio-Oil. Yo preparaba el desayuno y ella nos daba de comer, ambas desnudas todo el tiempo. Ella leía el manual de embarazo en voz alta y yo la escuchaba atentamente. Decidía saltarse las partes que acabarían con sus ridículas preocupaciones y yo le quitaba el libro de las manos y le leía esas partes en voz alta. Entonces me miraba mal y yo me reía. Ella quería practicar mucho sexo pero yo no quería hacerle daño, lo cual es irónico después de la batalla constante que hemos librado en este aspecto de nuestra relación desde que me quedé embarazada.
Ha sido duro.
Mis hormonas siguen disparadas.
Ahora, cuatro semanas después, estoy tumbada desnuda sobre la cama del dormitorio principal del Paraíso con las piernas separadas, saboreando el séptimo cielo de Santana.
—¿Estás cómoda?
Levanto la cabeza para ver dónde se encuentra mi latina y la veo de pie en la puerta del cuarto de baño, desnuda como a mí me gusta.
—No, porque tú no estás aquí conmigo.
Doy unas palmaditas en el colchón y ella me regala una sonrisa, mi sonrisa. Sin embargo, no se tumba a mi lado. Me abre más las piernas, se coloca entre mis muslos para apoyar la mejilla sobre mi vientre en crecimiento y me mira con esos gloriosos ojos oscuros.
—Buenos días, mi Britt-Britt preciosa.
—Buenos días—enrosco los dedos en su pelo húmedo y me hundo más en la cama con un suspiro de felicidad—¿Qué vamos a hacer hoy?
—Lo tengo todo planeado—dice besuqueándome la barriga—Y harás lo que te diga.
—¿Tiene que ver con las cartas?—pregunto como si tal cosa, aunque esperanzada.
Me aseguraré de perder esta vez para que no haya necesidad de transferirle el poder después.
—No.
Qué decepción.
—¿Tiene que ver con un polvo adormiladas al anochecer?
Siento que sonríe sobre la piel que está besando.
—Quizá después.
—Entonces haré lo que tú quieras—le digo, y cierro las piernas con fuerza al imaginar otra magnífica sesión en la arena, deseando que el día pase rápido para que llegue ya el después.
—Tu día empieza ahora, señora López-Pierce.
Me planta unos cuantos besos sonoros alrededor del ombligo y se sienta a horcajadas sobre mí. Se inclina en dirección a la mesilla de noche y saca un sobre.
—Toma.
—¿Qué es esto?—pregunto, extrañada, cogiéndoselo de las manos a regañadientes.
No me gustan sus sorpresas.
—Tú ábrelo—insiste con impaciencia, y entonces se mordisquea su carnoso labio.
Mis nervios aumentan cuando veo que también empieza a darle vueltas al coco. No estoy segura de querer abrirlo, pero mi curiosidad supera mi aprensión, así que lo abro lentamente sin dejar de lanzarle miradas a Santana. Saco poco a poco el trozo de papel, lo desdoblo y leo la primera línea:
Inmobiliaria Haskett and Sandler
Eso no me dice nada. Sigo leyendo, pero no entiendo nada de todo ese lenguaje legal. No obstante, sí entiendo las desorbitadas cantidades que siguen al símbolo de la libra hacia el centro de la página.
—¿Has comprado otra casa?—pregunto mirándola por encima del papel.
He dicho «casa», pero a juzgar por la cifra, que ahora veo que tiene las palabras «Por la suma de» escritas delante, podría tratarse de un palacio... o incluso un castillo.
—No. He vendido La Mansión.
El frenesí con el que se está mordiendo el labio empieza a rozar los límites del canibalismo. Se muerde con ferocidad mientras evalúa mi reacción a esa frase.
—¿Qué?
Intento levantarme pensando que tal vez si me incorporo disminuya mi sorpresa, pero no llego a averiguarlo porque Santana me empuja de nuevo contra la cama.
—Que he vendido La Mansión.
Se tumba encima de mí y me agarra la cara entre sus manos.
—Ya te he oído. ¿Por qué?
No lo entiendo.
Ya sé que fui yo quien plantó la semilla, pero jamás habría esperado que me hiciera caso. Me sonríe y acerca los labios a los míos para tentarme. Estoy desesperada por saber qué ha provocado esto, pero también estoy desesperada, como siempre, por sentir su mágica boca.
Dejo a un lado el documento y caigo directamente en el ritmo que ella marca. Coloco las manos sobre sus pechos y lo voy palpando hasta la mandíbula. Me está distrayendo, pero no se librará de darme una explicación. La Mansión es lo único que conoce, aunque ya no haga uso de sus instalaciones.
—Mmm, sabes divinamente, Britt-Britt.
Me muerde el labio inferior y tira de él arrastrándolo ligeramente entre los dientes.
—¿Por qué?—insisto manteniéndola pegado a mí y envolviendo sus caderas con mis piernas.
No dejaré que se vaya hasta que lo suelte. Me mira pensativamente unos instantes hasta que exhala:
—¿Te acuerdas de cuando eras una niña? Me refiero a cuando estabas en primaria.
—Sí—respondo lentamente con una ceja enarcada y una mirada inquisitiva.
—Bien—suspira—, ¿qué cojones haría si los niños me pidieran que fuera al colegio en uno de esos días de puertas abiertas que tienen?
—¿Días de puertas abiertas?
—Sí, esos días en que los padres tienen que ir y contarles a los compañeros de clase de sus hijos que son bomberos o abogadas.
Aprieto los labios intentando con todas mis fuerzas no echarme a reír, puesto que es obvio que está preocupada de verdad.
—¿Qué iba a decirles yo?—prosigue, muy seria.
—Les dirías que eres la señora de La Mansión del Sexo.
No debería haber dicho eso. Me estoy riendo.
Joder, amo a esta mujer.
Acerca la mano a mi hueso de la cadera, que está empezando a desaparecer a marchas forzadas, y me río todavía más.
—¡Para!
—El sarcasmo no te pega, Britt-Britt.
—¡Para, por favor!
Me suelta y empiezo a recuperarme de mi ataque de histeria cuando veo su expresión de preocupación. Esto le preocupa de verdad.
—Les dirías que regentas un hotel, lo mismo que les contaríamos a los niños.
No me puedo creer que le esté proporcionando una salida. Es evidente que eso siempre ha sido un problema, pero nunca le he insistido porque sé lo mucho que significa para ella esa propiedad.
Se tumba boca arriba y yo me coloco rápidamente encima de ella. Ella me agarra de los muslos y me mira.
—Ya no la quiero—asegura.
—Pero era la criatura de Alejandro. No la vendiste cuando tus padres te lo exigieron. ¿Por qué ahora sí?
—Porque los tengo a ustedes tres.
—A nosotros tres nos tendrás de todos modos.
No tiene sentido lo que dice
—Los quiero a ustedes tres, y no quiero que nadie complique las cosas. No quiero tener que mentirles a nuestros hijos sobre mi trabajo. Y tampoco permitiría que acudieran ahí, lo que significa que mi tiempo contigo y con los niños estaría limitado. Ese negocio es un obstáculo. No quiero obstáculos. Tengo un pasado, Britt-Britt, y La Mansión debe formar parte de él.
Siento un alivio indescriptible, y la sonrisa que invade mi rostro es prueba de ello.
—Entonces ¿te tendré para mí a todas horas todos los días?
Se encoge de hombros, avergonzada.
—Si me aceptas...
Me abalanzo sobre ella y la besuqueo por toda su maravillosa cara. No obstante, en seguida pienso en algo y me incorporo de nuevo.
—¿Y qué hay de Finn y de Artie? ¿Y Holly? ¿Qué será de ella?
No me importa nada el destino de esa mujer, aunque la compadezco y no quiero que intente suicidarse otra vez. Sin embargo, adoro a Finn y a Artie.
—Ya he hablado con ellos. Holly aceptará una oportunidad que le ha surgido en Estados Unidos, y Finn y Artie están más que listos para retirarse.
—Vaya—digo asintiendo, aunque sospecho que ambos habrán recibido un pequeño pellizco por sus servicios en La Mansión, independientemente del puesto que ocupasen—¿Y renovarán los socios su suscripción con los nuevos propietarios?
Se echa a reír.
—Sí, si les gusta jugar al golf.
—¿Al golf?
—Van a transformar el terreno en un campo de golf de dieciocho agujeros.
—Vaya, ¿y qué hay de las instalaciones deportivas?—pregunto.
—Las conservarán. Será bastante impresionante. Se quedará todo más o menos como está, excepto por las suites privadas, que pasarán a ser auténticas habitaciones de hotel, y la sala comunitaria se transformará en una sala de conferencias.
Imagino que será algo extraordinario.
—Entonces ¿ya está?
—Sí, ya está. Ahora necesito que vayas a prepararte para el resto del día.
Hace ademán de incorporarse, pero la empujo de nuevo contra la cama.
—Tengo que renovar mi marca—digo señalando su pecho, donde mi círculo perfecto está a punto de desaparecer. Entonces miro mi propio chupetón, que apenas se nota ya—Y tú tienes que renovar la mía.
—Lo haremos después, Britt-Britt—me levanta y me pone de pie—Ve a darte una ducha.
Me da una palmada en el culo y me pone en marcha. Me alejo sin protestar y con una estúpida sonrisa en la cara.
Se acabó La Mansión, se acabó Holly.
Ahora tendré a Santana sólo para mí... y para los pequeños.
Después de pasarme un buen rato bajo el agradable agua caliente y de afeitarme por todas partes, me seco el pelo con la toalla y busco en el armario algo que ponerme.
—Ya he seleccionado algo yo—dice por detrás de mí, y al volverme veo que lleva puesto un vestido de verano con encaje que es parecido al que sostiene para mí.
—Es un poco corto, ¿no?—observo mirando de arriba abajo la delicada prenda de finos tirantes y falda vaporosa.
—Esta vez haré una excepción.
Se encoge de hombros, baja la cremallera y lo sostiene delante de mis pies. Con esa frase, deduzco que no vamos a ningún lugar público. Se arrodilla delante de mí para que entre en el vestido. Vuelve a ponerse de pie y se lleva la mano a la barbilla con aire pensativo.
—Preciosa—asiente con aprobación, me toma de la mano y me dirige hacia la puerta doble que da al porche.
—Tengo que ponerme los zapatos.
—Vamos a remar—dice, y continúa avanzando.
Recorremos el porche y atravesamos el césped hasta que llegamos a la portezuela que da al mar.
—¿Podemos remar tumbadas?—pregunto descaradamente, y ella se detiene y me mira con ojos divertidos.
—Me encanta el efecto que tiene en ti el embarazo, señora López-Pierce.
Sé que arrugo el entrecejo.
—Siempre te he deseado de este modo—replico.
—Lo sé. Falta algo—dice, y se saca una cala de la espalda y me la coloca detrás de la oreja—Mucho mejor.
Levanto la mano y palpo la flor fresca sonriéndole algo perpleja, aunque demasiado contenta como para hacerle ninguna pregunta. Me guiña un ojo, me besa en la mejilla y continúa, volviéndose cada dos por tres cuando llegamos a las traviesas de madera para asegurarse de que las recorro con cuidado.
—Cuidado con ese trozo de madera astillada—dice señalando un extremo dentado en uno de los tablones.
—Deberías haber dejado que me pusiera unos zapatos—gruño.
Me salto ese escalón y brinco hasta el siguiente.
—¡Britt, no saltes!—resopla—Vas a agitar a los pequeños.
—¡Ay, cállate ya!—me río y bajo el resto de los escalones saltando hasta que mis pies se hunden en la arena dorada y siento su calor—¡Vamos!
Empiezo a correr hacia la orilla, pero en cuanto levanto la vista de mis pies para ver adónde voy, me quedo de piedra. Todos me están mirando. Todos y cada uno de ellos. Mis ojos recorren la línea de personas y veo a todos mis conocidos, incluida su familia. Suelto un grito ahogado con un poco de retraso y, al volverme, veo que Santana está detrás de mí, mirándome con una sonrisa.
—¿Qué hacen todos aquí?—pregunto.
—Han venido para ver cómo me caso contigo.
—Pero si ya estamos casadas—le recuerdo—Porque lo estamos, ¿no?
De repente considero la posibilidad de que me anuncie que no estamos casadas en realidad, que La Mansión no tenía licencia.
—Sí, lo estamos. Pero mis padres no estaban presentes, y así es como debería haber sido en un principio.
Me agarra de la mano y tira de mi cuerpo vacilante con suavidad hasta que empiezo a seguirla hasta la orilla, donde nuestras familias y nuestros amigos nos esperan, sonrientes y relajados. Se apartan para dejarnos pasar. Los miro a todos ellos pero sólo veo caras alegres. Mi hermano es el que más sonríe de todos. No puedo hacer nada más que encogerme de hombros y expresar mi sorpresa. Ahora me doy cuenta de que nuestros vestidos son blancos.
¿Vamos a casarnos otra vez?
Me coloca sobre la arena húmeda, donde las suaves olas me acarician los pies, y donde nos recibe un hombre vestido de manera tan desenfadada como yo, como Santana y como todos nuestros invitados.
Le devuelvo el saludo mientras une nuestras manos en el escaso espacio que separa nuestros cuerpos. Todo esto me ha pillado desprevenida, pero lo acepto y contesto a las preguntas que se me formulan mientras miro los adictivos ojos de Santana y sonrío con cada una de las palabras que le digo. Lo reafirmo todo, renuevo mi promesa de amarla, honrarla y obedecerla, y la agarro del cuello para besar suavemente sus exquisitos labios carnosos cuando he terminado.
He puesto el piloto automático y me dedico a hacer lo que se me pide, pero no porque no sepa qué otra cosa hacer, sino porque simplemente es lo que tengo que hacer.
A pesar de todo, me confío a esta mujer. Ella me guía, y yo la sigo, porque sé que éste es mi lugar.
Cuando es su turno de hablar, el concejal retrocede y Santana se coloca delante de mí, me levanta las manos, posa los labios sobre ellas y permanece así mucho tiempo.
—Te quiero—susurra acariciando con los pulgares el espacio que acaban de abandonar sus labios—Una eternidad contigo no bastaría, Britt. Desde el momento en que te vi en mi despacho, sabía que mi vida iba a cambiar. Pienso dedicar cada segundo de mi existencia a adorarte, a venerarte y a satisfacerte. Y pienso compensar todos esos años que mi vida estuvo vacía sin ti. Voy a llevarte al paraíso, Britt-Britt—se agacha, me agarra por debajo del culo—¿Estás preparada?
—Sí. Llévame—le exijo, y hundo las manos en su pelo y le doy un pequeño tirón.
—Eres mía desde hace mucho tiempo, señora López-Pierce. Pero ahora es cuando empieza todo de verdad—me besa con fuerza—Ya no tendrás que escarbar en mi interior. Sabes todo lo que había que saber. Ya no habrá más confesiones porque ya no me queda nada por decirte.
—Bueno yo creo que sí—susurro, y me acerco a su cuello para inhalar su magnífico perfume.
—¿Ah, sí?—pregunta, llevándome en brazos hacia la trémula frescura del Mediterráneo.
—Sí. Dime que me quieres.
Se aparta y me mira con ojos brillantes. Sonrío al ver su boca perfecta y su glorioso pelo negro despeinado a causa de los tirones que le doy exigiendo una respuesta.
—Joder, te quiero muchísimo, Britt-Britt.
Sonrío, dejo caer la cabeza hacia atrás y cierro los ojos mientras ella empieza a hacer que giremos en círculos. El sol me calienta la cara y su cuerpo pegado al mío me calienta todo lo demás.
—¡LO SÉ!—grito riéndome antes de sumergirnos en el agua con los labios pegados.
Me aferro a ella como si mi vida dependiera de ello porque así es.
Así son las cosas.
Así somos nosotras.
Ésta será siempre nuestra normalidad, sin horribles sorpresas ni más confesiones. Las dos cicatrices que luce en su estómago demencialmente perfecto serán un recuerdo constante de nuestra andadura juntas, pero el implacable brillo de felicidad de sus magníficos ojos oscuros es un recuerdo constante de que mi mujer sigue conmigo.
Y siempre seguirá estándolo.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
mejor imposible! gracias por pensar en otra adaptacion, gracias, gracias y mil veces gracias!!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Se que falta el epilogio pero te digo que me encanto la historia, aunque Santana estuvo un poco intensa en algunas cosas pero estuvo genial.
Que bueno que ya nos tengas otra adaptacion, en verdad se te agradece por que muchas ya han abandonado muchas historias y no esta cool..
Pd: ya habia leido esta historia, pero version faberry G!p Quinn, pero como te eh escrito antes, prefiero la version de las lindas Brittana jejjejejeje
Ahora sin mas espero muy pronto pongas el epilogio..
Saludos!! ;)))):)
Que bueno que ya nos tengas otra adaptacion, en verdad se te agradece por que muchas ya han abandonado muchas historias y no esta cool..
Pd: ya habia leido esta historia, pero version faberry G!p Quinn, pero como te eh escrito antes, prefiero la version de las lindas Brittana jejjejejeje
Ahora sin mas espero muy pronto pongas el epilogio..
Saludos!! ;)))):)
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Hola buenas madrugadas Chica de las adaptaciones ....
San...
Como dije al principio de esta historia AMO al personaje de San, aunque por como va avanzando la historia la odias *solo un poco* pero igual al final lo vuelves amar
Me encanta la "normalidad" de su relación, es uncia.
Y es excelente que Santana deje de ser la señora de "La Mansión" del sexo, me alegra mucho que haya vendido el hotel/club de sexo.
Y que se vuelvan a casar es un detalle muy bonito, ahora tambien delate de la familia de Sanny. Como tuvo que haber sido desde el principio.
P.D: Nos vemos
P.D.2: Solo falta el epilogo
P.D.3: Cuídate
P.D.4: Te quiero
P.D.5: Besos y abrazos psicológicos hasta donde quiera que estés.
P.D.6: Chau
San...
Como dije al principio de esta historia AMO al personaje de San, aunque por como va avanzando la historia la odias *solo un poco* pero igual al final lo vuelves amar
Me encanta la "normalidad" de su relación, es uncia.
Y es excelente que Santana deje de ser la señora de "La Mansión" del sexo, me alegra mucho que haya vendido el hotel/club de sexo.
Y que se vuelvan a casar es un detalle muy bonito, ahora tambien delate de la familia de Sanny. Como tuvo que haber sido desde el principio.
P.D: Nos vemos
P.D.2: Solo falta el epilogo
P.D.3: Cuídate
P.D.4: Te quiero
P.D.5: Besos y abrazos psicológicos hasta donde quiera que estés.
P.D.6: Chau
Daniela Gutierrez***** - Mensajes : 281
Fecha de inscripción : 03/07/2014
Edad : 27
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:mejor imposible! gracias por pensar en otra adaptacion, gracias, gracias y mil veces gracias!!!!!!!
Hola, jaajajajajaj de nada, la vrdd ya no tenia más y una o dos personas me nombraron la siguiente asik gracias a ellas también! ajajajajajaj. Gracias a ti por leer y comentar! Saludos =D
Jane0_o escribió:Se que falta el epilogio pero te digo que me encanto la historia, aunque Santana estuvo un poco intensa en algunas cosas pero estuvo genial.
Que bueno que ya nos tengas otra adaptacion, en verdad se te agradece por que muchas ya han abandonado muchas historias y no esta cool..
Pd: ya habia leido esta historia, pero version faberry G!p Quinn, pero como te eh escrito antes, prefiero la version de las lindas Brittana jejjejejeje
Ahora sin mas espero muy pronto pongas el epilogio..
Saludos!! ;)))):)
Hola, jajajajajaaj san, san, san xD jaajajaj nos saco tantos sentimientos en esta historia, pero la amamos igual! XD ajajajajajaja como britt xD ajajajaj. La vrdd ya no tenia mas, pero la nombraron una o dos veces asik por lo menos una mas ai! ajjaajajaj. ¬¬ es tan fome cuando pasa eso =/ Gracias a ti por leer y comentar! Saludos =D
Pd: jajajajaajajaja esk con brittana todo es mejor, luego faberry xD ajajajajajajaja... Ahora!
Daniela Gutierrez escribió:Hola buenas madrugadas Chica de las adaptaciones ....
San...
Como dije al principio de esta historia AMO al personaje de San, aunque por como va avanzando la historia la odias *solo un poco* pero igual al final lo vuelves amar
Me encanta la "normalidad" de su relación, es uncia.
Y es excelente que Santana deje de ser la señora de "La Mansión" del sexo, me alegra mucho que haya vendido el hotel/club de sexo.
Y que se vuelvan a casar es un detalle muy bonito, ahora tambien delate de la familia de Sanny. Como tuvo que haber sido desde el principio.
P.D: Nos vemos
P.D.2: Solo falta el epilogo
P.D.3: Cuídate
P.D.4: Te quiero
P.D.5: Besos y abrazos psicológicos hasta donde quiera que estés.
P.D.6: Chau
Hola dani, jajajajaaj sip, san saco todos los sentimientos posibles XD ajajajajajaj, pero como britt la amamos igual! jajaajajajaj. JAjaajaja tan normales como ellas no¿? ajajajajaj. JAjajaaj todo por sus cacahuates y britt no¿? es la mejor! Empezo todo de cero para ellas y que mejor comienzo que casarse como se debe! ajajajajajajjaja. Saludos =D
Pd: obvio!
Pd2:y aquí esta!
Pd3: gracias, tu igual!
Pd4: jajaajaj es el efecto que causo en las personas
Pd5: jajajaajaj igual!
PD6: chao!
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Epílogo.
Pov Santana
Joder, ¿cuánto tiempo voy a tener que aguantar que la gente invada mi casa y acapare a mi mujer y a mis hijos?
Demasiado, parece ser.
Horas, probablemente.
Debería quitarles los regalos de las manos, lanzarles un trozo de tarta y cerrarles la puerta en las narices. Sonrío para mis adentros al imaginarme la cara de Whitney si llegara a hacer eso.
Esto va a ser horrible, y para colmo de males, este año vendrán también los compañeros del colegio. Y sus madres..., un montón de mujeres que le han tomado a Brittany la palabra de que podían quedarse si querían. Y es evidente que quieren.
Bajo por la escalera de nuestra encantadora y pequeña Mansión mientras me abrocho los botones de la camisa y me mordisqueo el labio pensando en cualquier excusa para librarme de esto.
No se me ocurre ninguna.
Nuestros hijos cumplen cinco años hoy, y ni siquiera las increíbles tácticas de negociación de mamá Santana los convencerán de que celebrar una fiesta es una mala idea, no ahora que empiezan a pensar por sí mismos. Lo he intentado con ganas durante los últimos cuatro años y he fracasado estrepitosamente, pero sólo porque mi preciosa esposa intervino por ellos. No obstante, sé que este año, si consigo reunirlos a solas, podría sobornarlos con algo.
Tal vez con ir a esquiar.
Cuando llego al pie de la escalera, me miro un momento al espejo y sonrío. Cada día estoy más sexy. Y ella sigue sin poder resistirse a mis encantos.
Joder, la vida es maravillosa.
—¡Mami San!
Me vuelvo y mi cuerpo se derriten al ver a mi pequeño bajar la escalera corriendo, con el pelo negro enmarañado alrededor de su preciosa carita.
—Santy, cumpleañero.
Sus ojos oscuros brillan mientras se abalanza contra mí y repta por mi cuerpo.
—Adivina qué—me dice con los ojos abiertos de emoción.
—¿Qué?
No estoy fingiendo interés. Tengo auténtica curiosidad.
—La abu Whitney ha dicho que podemos dormir en su casa esta noche. ¡Nos va a llevar al zoo mañana!
Intento ocultar el enfado e igualar su estado de emoción.
—La abu Whitney vive demasiado lejos, y a mamá San le gusta llevarte ella misma al zoo—digo colocándomelo en los brazos y volviéndome hacia el espejo de nuevo—¿Has visto qué guapos somos?
—Lo sé—responde como si nada, y me hace sonreír—La abu y el abu viven a diez minutos. Lo he contado con el teléfono de mami Britt.
Me recuerda rápidamente que mi querida suegra vive, efectivamente, a diez minutos de distancia. La belleza de Newquay no fue capaz de mantener a Whitney y a Joseph lejos de sus nietos, o de mis hijos, mejor dicho.
—Oye, he pensado—digo empleando una táctica de distracción—, que podríamos ir a esquiar otra vez.
Hablo con un entusiasmo exagerado con la esperanza de que caiga en mi trampa.
—Si ya vamos a ir.
Apoya las manitas en mi frente y me cubre el ceño que acabo de fruncir.
—¿Ah, sí?
—Sí, nos lo dijo mami Britt, y también dijo que no te hiciéramos caso si intentabas convencernos para no celebrar la fiesta.
Dejo caer los hombros, rendida, y me apunto mentalmente echarle un polvo de represalia a mi pequeña seductora intrigante.
—Mamá Britt necesita el dinero de mamá San para hacer eso—digo sin ninguna vergüenza.
—¿Por qué no quieres que hagamos la fiesta, mami?
Su pequeña frente se arruga imitando la mía, haciéndome sentir al instante como una auténtica mierda.
—Claro que quiero, Santy. Es que no me gusta compartirlos—admito.
—Tú también puedes jugar—se agacha y me besa en la mejilla—Mamá Britt se va a poner contenta.
—¿Y eso por qué?
Sé que estará satisfecha: ha frustrado mi plan. Eso se merece dos polvos de represalia: uno por haberlo hecho, y otro por alegrarse de ello.
—Porque no te has puestos los pendientes que le gustan.
Me pasa la palma por las orejas varias veces y yo le sonrío mientras nos dirigimos a la cocina.
Me detengo en el marco de la puerta y me paso unos instantes deleitándome observando cómo mi ángel bate frenéticamente una fuente con algo marrón dentro. La perfecta curva de su culo me deja cautivada.
Joder, es preciosa.
Mi pequeño no me presiona para que continúe. Espera felizmente sobre mis brazos, aguardando a que su hechizada mamá Santana vuelva a la realidad. Está acostumbrado a verme soñar despierta, especialmente si su mamá Brittany está presente.
No sé qué he hecho para merecer a esta mujer y a estos niños tan maravillosos, pero no cuestionaré a los dioses del destino.
—¡Mierda!—exclama ella cuando un gotarrón de chocolate sale disparado y aterriza sobre su mejilla aceitunada.
—¡Mamá, esa boca!
Mi mujer se da la vuelta, armada con una cuchara de madera cubierta de chocolate, y mira mi rostro sonriente con el ceño fruncido antes de desviar sus enormes ojos azules hacia nuestro hijo.
—Lo siento, Santy.
Sonrío más todavía, y ella frunce aún más el ceño. Soy una presuntuosa, ya se lo recompensaré después. No puede actuar como la seductora desafiante que es con nuestros hijos delante, y me encanta.
—¿Qué estás preparando, Britt-Britt?—pregunto mientras dejo a Santiago sobre un taburete.
Le paso mi teléfono móvil para que juegue un poco y me acerco a la nevera para sacar un tarro de Sun-Pat.
—Tartaletas de mantequilla de cacahuete con chocolate.
Se la ve agobiada, pero no le ofrezco mi ayuda. Sabe que se me da fatal cocinar y sólo la estresaría más.
El año que viene me adelantaré con lo del esquí.
Me coloco detrás de ella, me asomo para ver el contenido de la fuente y pienso que será mejor que siga ciñéndome a mis tarros. Pobrecilla, lo ha intentado millones de veces, pero jamás conseguirá que le salgan las tartaletas de mantequilla de cacahuete como a mi mamá.
—¿Cuántos tarros de mi mantequilla de cacahuete has desperdiciado con eso?—pregunto pegándome a su espalda sin perder la oportunidad de sentir su cuello con mis labios.
Huele demasiado bien.
—Dos—deja la fuente a un lado—Quiero que vuelva Sue.
Me echo a reír, le doy la vuelta y la siento sobre la encimera mientras sacude la cuchara de madera frente a mi cara.
Me estoy excitando, joder.
No puedo evitarlo.
Me inclino, observo cómo me mira y le lamo la mejilla para limpiársela.
—No empieces algo que no puedas terminar, López—me susurra con una voz grave y seductora.
Ahora estoy húmeda.
¡Joder!
Ella me aparta sonriendo maliciosamente.
—Tengo que terminar. Los invitados empezarán a llegar en seguida.
Se pone petulante de nuevo y se gana un tercer polvo de represalia. Sabe perfectamente lo que se hace. Sabe que no habrá cuenta atrás ni placajes con los niños delante.
O con el niño.
—¿Y Sammy?
Me volteo hacia mi pequeño, ajeno a lo que sucede a su alrededor. No es raro ver a mamá San queriendo a mamá Britt, aunque he tenido que trabajar mucho en mi autocontrol.
No levanta la vista del móvil, pero veo que en su pequeño rostro se forma un gesto de disgusto.
—Se está poniendo su vestido para la fiesta. Está lleno de volantes. Se lo compró la abu.
Pongo los ojos en blanco al saber que mi pequeña aparecerá vestida como si le hubiera estallado encima un algodón de azúcar.
—¿Por qué piensa tu mamá que mi hija tiene que ir vestida como si la hubiera atacado un pirulí rosa?
Me siento junto a Santiago y pongo el tarro entre los dos para que se sirva. Y lo hace. Hunde su dedito regordete y saca un pegote bien grande. Se me hincha el pecho de orgullo y exhalo antes de chuparme mi propio dedo. Después miro a Brittany esperando una respuesta. Tiene las cejas enarcadas y sacude la cabeza mirando a Santiago con una sonrisa cariñosa, aunque después me mira a mí y deja de sonreír al instante.
Pero ¿qué he hecho?
—No la chinches, San.
—¡No lo haré!
Me echo a reír. Por supuesto que lo haré, y pienso disfrutar de cada momento mientras lo haga.
—La abu dice que eres un peligro—mi hijo me mira con el dedo todavía metido en la boca—Dice que siempre lo has sido y que siempre lo serás, pero que ya lo ha aceptado—concluye, y encoge sus pequeños hombros.
Empiezo a reírme a carcajadas y Brittany se ríe conmigo. Sus ojos soñadores de color azul brillan, y sus finos labios me ruegan que los posea. Entonces se quita el delantal y revela su delgada, esbelta y menuda figura.
Dejo de reírme.
Empiezo a jadear y apreto las manos debajo de la mesa para controlarme. Es una puta batalla constante.
—Me gusta tu vestido.
Recorro con la mirada de arriba abajo su vestido negro entallado mientras planeo cómo voy a quitárselo después. Puede que me porte bien y deje que lo lleve otra vez, está fantástica con él puesto, pero sé que más tarde no estaré en disposición de tomarme mi tiempo.
—Te gustan todos los vestidos de mamá Britt—suelta Santiago, cansado de oír siempre lo mismo y obligándome a apartar la vista de ese cuerpo que me vuelve loco de deseo.
—Es verdad—admito, y le sacudo un poco la mata desaliñada de pelo negro—Hablando de vestidos, voy a buscar a tu hermana.
—Vale—responde, y vuelve a centrar la atención en mi móvil y a hundir el dedo en el tarro.
Me levanto y voy en busca de Samantha. Subo los escalones de dos en dos e irrumpo en la habitación infestada de rosa.
—¿Dónde está mi cumpleañera?
—¡Aquí!—chilla saliendo de su casita de juegos.
Casi me quedo sin respiración.
—¡No vas a llevar eso puesto, Sammy!
—¡Sí que lo voy a llevar!
Sale corriendo por la habitación al ver que empiezo a andar hacia ella.
—¡Sammy!
Pero ¿qué cojones?
¡Tiene cinco años!
¡Tan sólo cinco años y ya tengo que preocuparme de que no lleve pantalones sexys y camisetas extracortas!
¿Qué coño ha sido de ese vestido de volantes?
—¡Mami Britt!—grita cuando la agarro del tobillo sobre la cama.
Puede gritar todo lo que quiera. No va a llevar eso puesto
—¡Mami Britt!
—¡Sammy, ven aquí!
—¡No!
Me da una patada. La muy granuja me da una patada y sale corriendo del cuarto, dejando a su mamá patéticamente estresada tirada sobre su cama mullida y rosa.
Me ha ganado una niña de cinco años. Pero esa niña es la hija de mi preciosa esposa.
Estoy jodido.
Me levanto y recobro la compostura antes de salir en su busca.
—¡No corras por la escalera, Sammy!—grito prácticamente abalanzándome tras ella.
Veo cómo su pequeño culito cubierto con un pantalón minúsculo desaparece por la puerta de la cocina buscando el respaldo de su mamá Britt. Me detengo al instante y observo cómo trepa por el cuerpo de Brittany.
—¿Qué pasa?—pregunta mi mujer mirándome como si me hubiera vuelto loca.
Puede que así sea.
—¡Mírala!—agito las manos en el aire señalando a mi pequeña como una posesa—¡Mírala!
Brittany la deja en el suelo, se agacha, le coloca los cabellos rubios por detrás de los hombros y tira del dobladillo de su camiseta excesivamente corta. Puede tirar lo que le dé la gana. No va a seguir sobre el cuerpo de mi pequeña.
—Sammy
Brittany se pone en modo pacífico, algo que tal vez yo debería haber pensado antes de soltar la palabra prohibida. A estas alturas ya debería haber aprendido: no hay que decirle a Samantha que no.
Es la regla número uno.
—, a mamá San le parece que tu camiseta es un poco corta.
—Sí—interrumpo por si no ha quedado claro—Es demasiado corta.
Mi pequeña me mira con el ceño fruncido.
—Está siendo irracional.
Suelto un grito ahogado de estupefacción y acuso a Brittany con la mirada. Al menos tiene la decencia de parecer arrepentida.
—¿Has visto lo que has hecho?
—¡Mamá San tiene el mando!—suelta Santiago, impidiendo con su intervención que me anote un tanto.
Ahora es Brittany la que resopla indignada.
—López, tienes que recordar que estas orejitas lo oyen todo.
Decido ser sensata y cerrar la puta boca. Mi mujer es incapaz de ocultar la exasperación, y no espero que lo haga. Lo que espero es que retire eso que llaman camiseta del cuerpo de mi pequeña.
—¡Ella no puede decidir lo que hay en mi armario!—espeta Samantha al tiempo que cruza sus bracitos regordetes sobre su pecho en miniatura.
Miro a mi seductora desafiante y veo que apenas consigue ocultar su preciosa sonrisa burlona.
¡Joder!
Me llevo las manos al pelo y me doy un tirón. Pronto me quedara corto o no me quedará nada, especialmente cuando es Brittany quien me tira. Olvido momentáneamente mi enfado y sonrío, sintiendo mentalmente cómo lo hace mientras yo hacemos el amor. No obstante, no tardo en volver a la realidad cuando mi pequeña Samantha me atraviesa con sus ojos azules cargados de rencor.
Brittany razona con ella y, finalmente, la agarra de los hombros y le da la vuelta hacia mí.
—Sammy está dispuesta a dialogar.
Mi esposa inclina la cabeza como diciéndome que acceda a darle algún capricho.
Eso no me hace sentir mejor.
Ya lo he hecho otras veces, y he acabado teniendo que llevarla a hombros por el supermercado mientras ella gritaba por todas partes y me daba patadas sin cesar.
Miro a Brittany con ojos suplicantes y haciendo pucheros como si fuera gilipollas, pero ella simplemente sacude la cabeza y empuja con suavidad a mi pequeña y caprichosa Samantha hacia mí, que ahora me está sonriendo y estira los brazos para que la coja.
Me derrite el puto corazón, pero, joder, ¿qué coño me espera en los próximos años?
Me quedaré calva, o puede que me dé un ataque al corazón. O podría acabar en la cárcel, porque como algún capullo adolescente le ponga las manos encima le arrancaré el corazón.
La levanto, salgo con ella y dejo que Brittany ayude al relajado de mi hijo a ponerse las Converse.
—Mamá, tienes que tranquilizarte. Te va a dar un ataque al corazón.
Se acurruca en mi cuello y recupero al instante mi amor absoluto por mi pequeña Samantha desafiante. Aunque, gracias a esto, mi mujer se ha ganado el cuarto polvo de represalia del día.
—Se dice «mami». Y tú tienes que dejar de escuchar a tu mamá Britt.
Subo rápidamente la escalera, entro en su habitación y la lanzo sobre la cama. Me estalla el corazón de júbilo al oírla chillar de gozo antes de empezar a saltar arriba y abajo con sus cabellos rubios volando a su alrededor.
—Vale.
Me froto las manos en un intento de hacer que lo que estoy a punto de sugerir suene emocionante.
¿Dónde estarán sus vaqueros y sus jerséis?
Abro las puertas rosa de su armario, rebusco entre las perchas y escojo algo lleno de volantes. Lo saco y le muestro la espantosa prenda. Ella pone la misma cara de asco que yo.
—La abu tiene que dejar de comprarte vestidos.
—Lo sé—se sienta y cruza las piernas—¿Vas a aplastarla hoy, mamá?
—Mami—la corrijo metiendo el vestido en el estante superior para perderlo de vista—Puede.
—Es divertido—dice entre risitas.
—Lo sé—a continuación saco un precioso vestido de marinerita. No tiene mangas, pero le buscaré una rebeca—¿Qué te parece éste?
—No, mamá.
—Mami. ¿Y éste?—le enseño una especie de prenda de tela de brocado hasta los tobillos de color limón, pero ella niega desafiante—Sammy—suspiro—, no vas a ponerte eso.
Señor, dame fuerzas antes de que le retuerza su testaruda cabecita.
—Me pondré unos leotardos—salta de la cama y abre su cajonera rosa—Éstos—dice sosteniendo una prenda de rayas horizontales.
Inclino la cabeza y asiento ligeramente. Me parece aceptable.
—¿Y qué hay de la camiseta?
Ella mira hacia abajo y se acaricia la barriguita.
—Me gusta ésta.
—¿Y si compramos una de una talla más grande?
Estoy dialogando con ella. Saco una camiseta verde menta de manga repleta de corazones y se la muestro, todo sonriente.
—Ésta me encanta. Venga, haz feliz a mami San.
Le pongo morritos como una idiota desesperado y sé que su mente de cinco años también piensa que soy idiota.
—Está bien—suspira pesadamente.
Esto es ridículo. Ahora es ella la que me está dando el gusto a mí.
—Buena chica—la dejo sobre la cama—Arriba.
Ella levanta los brazos en el aire y permite que le saque la media camiseta que le cubre el torso antes de sustituirla por la verde que tanto me gusta. Después le quito los shorts, cubro sus piernas con los preciosos leotardos de rayas y le pongo de nuevo los minúsculos vaqueros.
—Perfecta.
Retrocedo y asiento con aprobación. Luego saco sus Converse altas plateadas del armario.
—¿Éstas?—no sé para qué pregunto, se niega a llevar otra cosa.
—Sí—se deja caer sobre su precioso culito y levanta los pies para que se las ponga—Mami...
Me tenso de los pies a la cabeza al oírla llamarme como le pido constantemente que me llame.
Quiere algo.
—¿Sammy?—respondo lenta y cautelosamente.
—Quiero tener una hermanita.
Casi me caigo de culo de la risa.
¿Otra niña?
Y una mierda. Tendrían que drogarme e inmovilizarme para acceder a eso.
Ni hablar, de ninguna manera, jamás, en absoluto.
—¿Qué tiene tanta gracia?—pregunta, confundida.
—Mami Britt y yo estamos contentas de tenerlos sólo a ustedes dos—la tranquilizo poniéndole rápidamente la otra zapatilla y ansiosa por huir de esta habitación y de esta conversación.
—Mami Britt dice que quiere tener otro bebé—me informa, y mis ojos perplejos ascienden al instante hasta los suyos, azules y serios.
¿Brittany quiere tener otro hijo?
Si odió el embarazo. A mí me encantaba, pero ella lo odiaba. Me gustó todo al respecto, excepto el parto. Se vengó bien a gusto durante esas veinticuatro horas infernales. Me clavó las uñas, me chilló y me amenazó con divorciarse de mí en numerosas ocasiones.
Y no paraba de decir tacos.
Pero lo que más me mortificaba era verla sufrir tanto y no poder hacer nada por aliviarla. Jamás he pensado en hacerla pasar por aquello otra vez, y yo estoy un poco mayor para eso.
—Con ustedes dos tenemos suficiente—afirmo bajándola de la cama y dejándola en el suelo sobre sus pies plateados.
—Lo sé—se larga corriendo y riéndose—¡Mamá Britt dijo que se te saldrían los ojos de las órbitas, y así ha sido!
Me echo a reír, pero no porque sea gracioso, que no lo es, sino porque me siento tremendamente aliviada. No me negaría si Brittany quisiera tener otro hijo, no después de cómo me las ingenié de manera sucia para fabricar estas dos copias de nosotras mismas.
Sonrío, y es una sonrisa amplia, la que reservo sólo para mis pequeños.
Me alegro tanto de haberla sometido al tratamiento.
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Realmente se me está haciendo la tarde más larga de toda mi puta vida, con decenas de críos revoloteando y gritando y con sus mamás fingiendo estar vigilándolos, cuando lo que hacen en realidad esa pandilla de amas de casa aburridas y desesperadas es vigilarme a mí y mi esposa. Tal vez debería hacerme consejera particular e invertir un poco de tiempo en asesorar a los maridos o esposas de estas mujeres sobre cómo complacerlas y en darles lecciones sobre los distintos tipos de polvos. Asiento para mí misma sumida en mis pensamientos cuando veo aparecer a mi mamá. Nada más verle la cara ya sé que va a sermonearme.
—Hija, no bebas mucho—dice mirando la botella de Bud que tengo en la mano, y de repente me entran ganas de darle un trago.
Me acerco a ella y estrecho su cuerpo ansioso contra el mío.
—Mamá, no te preocupes tanto.
La guío hacia el entarimado, donde están sentados mi papá, Bree y el doctor Jake, charlando alegremente.
Mis padres también fueron incapaces de mantenerse alejados de mis hijos.
—Yo sólo...—tartamudea posando su mano sobre mi estómago y acariciándomelo suavemente—Sólo me preocupo por ti, eso es todo Tana.
Sé que lo hace, pero no es necesario. Puedo tomarme unas cuantas cervezas, como el resto de ellos, y puedo hacerlo en un ambiente relajado con mi familia. Aunque es cierto que sigo sin tocar el vodka.
—Ya, pero ya te he dicho que no lo hagas, así que quiero que dejes de hacerlo. Y punto—la insto a sentarse al lado de mi papá—¿Quieres una cerveza, papá?
Él me mira sonriendo.
—No, hija. Le he prometido a Santiago que daría unos cuantos botes en esa cosa hinchable.
Señala en dirección al césped y yo me vuelvo y veo a decenas de niños saltando y gritando sobre el castillo hinchable.
—¡Buena suerte!
Jake se ríe y apoya las manos en el vientre prominente de su esposa embarazada. Yo sonrío con cariño y veo cómo mi papá se dirige lentamente hacia Santiago, que no para de pedirle a su abuelo que se acerque agitando la mano frenéticamente. Y entonces veo a Whitney arrodillada delante de Samantha, recogiéndole los cabellos en unos putos moños.
—¡Déjala en paz, mamá!—grito desde el otro lado del jardín, con lo que me gano una mirada asesina de Whitney y una risita de mi pequeña Samantha.
—¡Aplástala, mami!—chilla Samantha apartándose de un manotazo la mano del pelo y corriendo para reclamar su casa del árbol.
Sonrío con picardía al ver cómo se levanta la sufridora mamá de Brittany. No puedo evitarlo. Me mira amenazadoramente, lo que no hace sino ampliar mi sonrisa. Nada me proporciona más placer que sacarla de quicio, pero ella no se queda corta devolviéndome la pelota, así que no voy a sentirme culpable.
Simplemente seguiré disfrutando de ello.
—¡¿Por qué ha tenido que salir a ti tu hija?!—me grita.
Estoy a punto de escupir la cerveza.
—¿A mí?
—¡Sí, a ti! ¡Desafiante!
Suelto una risotada. Debe de estar de broma.
—Me temo que mi pequeña Sammy es una copia exacta de tu querida hija. ¡Igual de rebelde!
Ella resopla y empieza a farfullar, se alisa la blusa y se marcha hacia la cocina para ayudar a Brittany.
¿Desafiante?
Esa mujer no tiene ni idea de qué está hablando. Dejo a mi mamá con Bree y Jake y me acerco a nuestros amigos, que, como era de esperar, se han instalado cerca del bar.
—¡Eh, latina!
Quinn me da unos golpecitos en la espalda y me besa en la mejilla y Finn asiente mientras me agacho para que Rachel pueda darme un beso en la mejilla.
—¿Qué tal están?—pregunto, y me dejo caer sobre una de las sillas—¿Dónde está Noah?
Rachel se echa a reír y señala el castillo hinchable, donde Noah se ha colado entre todos los niños para buscar a su hija.
—Se está asegurando de que Maddie regresa con su mamá sin cortes ni moretones.
—Y hablando de niños...—digo señalando con la botella a Rachel y a Quinn, incapaz de mantener la seriedad cuando el cuerpo de Finn empieza a sacudirse y toda la casa empieza a vibrar con su risa profunda y atronadora.
—San—responde ella, cansada de que siempre le haga la misma pregunta—Ya te lo he dicho: este cuerpo no alberga ningún instinto maternal.
—Bueno te apañas muy bien con mis hijos—señalo.
Ellos la adoran.
—Sí, y eso es porque puedo traerlos de vuelta a esas adorables criaturas cuando ya me he hartado de ellas.
Sonríe ampliamente y yo le devuelvo la sonrisa levantando mi botella para que brinde conmigo.
—Voy a buscar a mi Britt-Britt—digo.
Me levanto y me dispongo a buscarla para ponerla al tanto de lo que pienso hacerle exactamente cuando esto acabe.
¿Dónde está?
La encuentro en la cocina, con Sue, que ha traído algunas cosas preparadas de comer.
—¡Aquí está mi chica!
Exclama mi vieja asistenta. Se acerca para darme un beso y después sale de la cocina con una bandeja llena de pequeños sándwiches sin corteza.
—Le diré a Clive que reúna a los niños. ¡Hace un día estupendo!
Cuando la veo salir, me vuelvo lentamente hasta que mis ojos encuentran lo que están buscando. Ella me observa detenidamente, con la mirada ardiente. Nunca se cansará de mí.
—Te echaba de menos, Britt.
Me acerco y dejo la botella sobre el banco al pasar. Deja caer el trapo que tiene entre las manos y se apoya hacia atrás sobre la encimera, incitándome como la seductora que es.
No me ando con tonterías.
La agarro, la empotro contra la pared y me abalanzo sobre la dulce piel de su cuello.
—San, no—exhala arqueándose contra mi pecho.
—Después voy a arrancarte este vestido y te voy hacer el amor hasta el año que viene.
Ella gime, levanta la rodilla descubierta y la frota suavemente sobre mi centro.
Control, control, control.
¡Puto control!
—Hecho—accede, aunque es consciente de que no tiene elección.
Cuando sea y donde sea, lo sabe perfectamente.
Menos ahora.
Gruño frustrada y aparto el cuerpo del suyo.
—Joder, te quiero.
—Lo sé—sonríe, pero la sonrisa no hace que sus ojos brillen como de costumbre.
—¿Qué pasa, Britt-Britt?—me muevo hasta que mi rostro está a la altura del suyo—Dímelo.
Ella suspira y me mira con ojos nerviosos.
—Me gustaría que Sam estuviera aquí.
Si no pongo los ojos en blanco ni gruño de frustración es por todo el amor que siento por esta mujer. Ese tipo me saca de quicio, no puedo evitarlo.
—Oye, sabes que está bien—le recuerdo.
Joder, el muy capullo me ha costado casi medio millón de libras desde que lo conozco, aunque eso no se lo voy a decir a Brittany. Sabe lo del primer rescate, pero no sabe nada de los dos siguientes. No haría más que preocuparla. Su hermano es incapaz de apartarse de los problemas.
—Le resulta demasiado duro, por Rach y Quinn, ya sabes—le digo, puesto que sé que eso la sosegará.
—Lo sé—asiente—Soy una estúpida.
—No, no lo eres. Bésame, Britt-Britt.
Tengo que distraerla. No necesito decírselo dos veces.
Se abalanza sobre mí inmediatamente, gimiendo en mi boca y tirándome del pelo.
Siempre funciona
—Eres deliciosa—empiezo a gruñir.
Joder, voy a perder la cabeza.
Le muerdo el labio y pego las caderas contra las suyas.
—Voy a deshacerme de ellos—declaro—Putos usurpadores.
Ella sonríe con esa sonrisa tan maravillosa que tiene y me excito más todavía.
—Sé un poco razonable—dice riendo—Es el día de tus hijos.
—No tiene nada de irracional quereros a ti y a mis hijos para mí sola.
Intento concentrarme en apaciguar mi ferviente excitación, pero, joder, con mi cuerpo pegado al suyo y con esos ojos suplicándome que la posea es imposible.
—No puedo mirarte, Britt—mascullo.
Me aparto y salgo de la cocina rápidamente antes de que la tumbe sobre la encimera.
Estoy a punto de dar la fiesta por terminada.
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Echo prácticamente a las últimas personas de casa, que resultan ser los padres de Brittany. Los niños se quedan a dormir en su casa esta noche, así que intento ser más o menos amable.
Me inclino sobre los asientos traseros del coche de Joseph y mi corazón late de felicidad al oír a mis hijos reír cuando hago turnos para asfixiarlos a besos.
—Pórtense mal con la abu.
Les guiño un ojo y recibo otra risita colectiva y una mirada asesina por parte de Whitney. Cierro la puerta, vuelvo corriendo a casa y me pongo en modo depredador.
—¡¿Britt?!—grito asomando la cabeza por la puerta de la cocina—¡¿Britt?!
—¡Tienes que buscarme!—responde riendo, pero no sé de qué dirección procede su voz aterciopelada.
Maldita sea, no es momento para jueguecitos.
—Britt, me voy a poner furiosa—le advierto. ¿Dónde coño está?—¿Britt?
No dice nada. Se va a enterar en cuanto ponga mis manos sobre ese cuerpo.
—¡Joder!—grito. Subo la escalera de cuatro en cuatro y entro en nuestro dormitorio—¿Britt?
Nada.
Me quedo en medio de la habitación planeando mi siguiente movimiento.
No me lleva mucho tiempo.
—Tres—digo tranquilamente y con total confianza.
Tengo motivos para tenerla. Es incapaz de resistirse a mí.
—Dos.
Sigo en el mismo sitio, alerta a cualquier signo de movimiento.
Nada.
—Uno—digo calmada, aunque estoy más que excitada.
Sé que está cerca.
—Cero, nena—susurra por detrás de mí.
Su voz seductora dibuja una sonrisa en mis labios. Me vuelvo y casi me da algo cuando veo lo que tengo delante de mí, vestida sólo con unas pequeñas bragas de encaje.
Joder, está cada día más guapa.
A pesar de mi urgencia, me tomo mi tiempo para admirarla en todo su esplendor. Mi mirada recorre sus pechos firmes y perfectamente formados, su vientre tremendamente plano y sus fabulosas piernas.
Mi cuerpo entero late al ver cómo hace descender la prenda de encaje por sus muslos, y yo me tomo mi tiempo para desabrocharme la camisa, quitarme los vaqueros y la ropa interior.
A ella no parece importarle.
Sus enormes ojos azules observan extasiados mi cuerpo definido. Nada ha cambiado.
—¿Te gusta lo que ves?
Mi voz es grave y seductora, aunque esta mujer no necesita seducciones en lo que a mí respecta. Entreabre la boca y se pasa la lengua por el labio inferior. Me quedo rígida.
En todas partes.
—Estoy acostumbrada—susurra desviando la mirada hacia mis pechos.
Me abalanzo sobre ella en un abrir y cerrar de ojos y mi boca ataca la suya con brutalidad.
Ella no me detiene.
Nunca lo hará.
Rodea mis caderas con las piernas y mi cuello con los brazos y es toda mía de nuevo.
—¿Cuánto crees que vas a gritar cuando te haga el amor?—pregunto, y la empotro contra la pared respirándole en la cara.
—Yo diría que bastante—jadea.
Me clava las uñas en la espalda, desliza las manos hasta mi pelo y tira con fuerza. Sonrío, retrocedo y me huno a ella.
Lanzo la cabeza hacia atrás con un alarido y ensordecida por sus gritos. Ya no le pido que abra los ojos. No necesito comprobar que es real.
Sabré que lo es mientras mi corazón siga latiendo.
Y punto.
Demasiado, parece ser.
Horas, probablemente.
Debería quitarles los regalos de las manos, lanzarles un trozo de tarta y cerrarles la puerta en las narices. Sonrío para mis adentros al imaginarme la cara de Whitney si llegara a hacer eso.
Esto va a ser horrible, y para colmo de males, este año vendrán también los compañeros del colegio. Y sus madres..., un montón de mujeres que le han tomado a Brittany la palabra de que podían quedarse si querían. Y es evidente que quieren.
Bajo por la escalera de nuestra encantadora y pequeña Mansión mientras me abrocho los botones de la camisa y me mordisqueo el labio pensando en cualquier excusa para librarme de esto.
No se me ocurre ninguna.
Nuestros hijos cumplen cinco años hoy, y ni siquiera las increíbles tácticas de negociación de mamá Santana los convencerán de que celebrar una fiesta es una mala idea, no ahora que empiezan a pensar por sí mismos. Lo he intentado con ganas durante los últimos cuatro años y he fracasado estrepitosamente, pero sólo porque mi preciosa esposa intervino por ellos. No obstante, sé que este año, si consigo reunirlos a solas, podría sobornarlos con algo.
Tal vez con ir a esquiar.
Cuando llego al pie de la escalera, me miro un momento al espejo y sonrío. Cada día estoy más sexy. Y ella sigue sin poder resistirse a mis encantos.
Joder, la vida es maravillosa.
—¡Mami San!
Me vuelvo y mi cuerpo se derriten al ver a mi pequeño bajar la escalera corriendo, con el pelo negro enmarañado alrededor de su preciosa carita.
—Santy, cumpleañero.
Sus ojos oscuros brillan mientras se abalanza contra mí y repta por mi cuerpo.
—Adivina qué—me dice con los ojos abiertos de emoción.
—¿Qué?
No estoy fingiendo interés. Tengo auténtica curiosidad.
—La abu Whitney ha dicho que podemos dormir en su casa esta noche. ¡Nos va a llevar al zoo mañana!
Intento ocultar el enfado e igualar su estado de emoción.
—La abu Whitney vive demasiado lejos, y a mamá San le gusta llevarte ella misma al zoo—digo colocándomelo en los brazos y volviéndome hacia el espejo de nuevo—¿Has visto qué guapos somos?
—Lo sé—responde como si nada, y me hace sonreír—La abu y el abu viven a diez minutos. Lo he contado con el teléfono de mami Britt.
Me recuerda rápidamente que mi querida suegra vive, efectivamente, a diez minutos de distancia. La belleza de Newquay no fue capaz de mantener a Whitney y a Joseph lejos de sus nietos, o de mis hijos, mejor dicho.
—Oye, he pensado—digo empleando una táctica de distracción—, que podríamos ir a esquiar otra vez.
Hablo con un entusiasmo exagerado con la esperanza de que caiga en mi trampa.
—Si ya vamos a ir.
Apoya las manitas en mi frente y me cubre el ceño que acabo de fruncir.
—¿Ah, sí?
—Sí, nos lo dijo mami Britt, y también dijo que no te hiciéramos caso si intentabas convencernos para no celebrar la fiesta.
Dejo caer los hombros, rendida, y me apunto mentalmente echarle un polvo de represalia a mi pequeña seductora intrigante.
—Mamá Britt necesita el dinero de mamá San para hacer eso—digo sin ninguna vergüenza.
—¿Por qué no quieres que hagamos la fiesta, mami?
Su pequeña frente se arruga imitando la mía, haciéndome sentir al instante como una auténtica mierda.
—Claro que quiero, Santy. Es que no me gusta compartirlos—admito.
—Tú también puedes jugar—se agacha y me besa en la mejilla—Mamá Britt se va a poner contenta.
—¿Y eso por qué?
Sé que estará satisfecha: ha frustrado mi plan. Eso se merece dos polvos de represalia: uno por haberlo hecho, y otro por alegrarse de ello.
—Porque no te has puestos los pendientes que le gustan.
Me pasa la palma por las orejas varias veces y yo le sonrío mientras nos dirigimos a la cocina.
Me detengo en el marco de la puerta y me paso unos instantes deleitándome observando cómo mi ángel bate frenéticamente una fuente con algo marrón dentro. La perfecta curva de su culo me deja cautivada.
Joder, es preciosa.
Mi pequeño no me presiona para que continúe. Espera felizmente sobre mis brazos, aguardando a que su hechizada mamá Santana vuelva a la realidad. Está acostumbrado a verme soñar despierta, especialmente si su mamá Brittany está presente.
No sé qué he hecho para merecer a esta mujer y a estos niños tan maravillosos, pero no cuestionaré a los dioses del destino.
—¡Mierda!—exclama ella cuando un gotarrón de chocolate sale disparado y aterriza sobre su mejilla aceitunada.
—¡Mamá, esa boca!
Mi mujer se da la vuelta, armada con una cuchara de madera cubierta de chocolate, y mira mi rostro sonriente con el ceño fruncido antes de desviar sus enormes ojos azules hacia nuestro hijo.
—Lo siento, Santy.
Sonrío más todavía, y ella frunce aún más el ceño. Soy una presuntuosa, ya se lo recompensaré después. No puede actuar como la seductora desafiante que es con nuestros hijos delante, y me encanta.
—¿Qué estás preparando, Britt-Britt?—pregunto mientras dejo a Santiago sobre un taburete.
Le paso mi teléfono móvil para que juegue un poco y me acerco a la nevera para sacar un tarro de Sun-Pat.
—Tartaletas de mantequilla de cacahuete con chocolate.
Se la ve agobiada, pero no le ofrezco mi ayuda. Sabe que se me da fatal cocinar y sólo la estresaría más.
El año que viene me adelantaré con lo del esquí.
Me coloco detrás de ella, me asomo para ver el contenido de la fuente y pienso que será mejor que siga ciñéndome a mis tarros. Pobrecilla, lo ha intentado millones de veces, pero jamás conseguirá que le salgan las tartaletas de mantequilla de cacahuete como a mi mamá.
—¿Cuántos tarros de mi mantequilla de cacahuete has desperdiciado con eso?—pregunto pegándome a su espalda sin perder la oportunidad de sentir su cuello con mis labios.
Huele demasiado bien.
—Dos—deja la fuente a un lado—Quiero que vuelva Sue.
Me echo a reír, le doy la vuelta y la siento sobre la encimera mientras sacude la cuchara de madera frente a mi cara.
Me estoy excitando, joder.
No puedo evitarlo.
Me inclino, observo cómo me mira y le lamo la mejilla para limpiársela.
—No empieces algo que no puedas terminar, López—me susurra con una voz grave y seductora.
Ahora estoy húmeda.
¡Joder!
Ella me aparta sonriendo maliciosamente.
—Tengo que terminar. Los invitados empezarán a llegar en seguida.
Se pone petulante de nuevo y se gana un tercer polvo de represalia. Sabe perfectamente lo que se hace. Sabe que no habrá cuenta atrás ni placajes con los niños delante.
O con el niño.
—¿Y Sammy?
Me volteo hacia mi pequeño, ajeno a lo que sucede a su alrededor. No es raro ver a mamá San queriendo a mamá Britt, aunque he tenido que trabajar mucho en mi autocontrol.
No levanta la vista del móvil, pero veo que en su pequeño rostro se forma un gesto de disgusto.
—Se está poniendo su vestido para la fiesta. Está lleno de volantes. Se lo compró la abu.
Pongo los ojos en blanco al saber que mi pequeña aparecerá vestida como si le hubiera estallado encima un algodón de azúcar.
—¿Por qué piensa tu mamá que mi hija tiene que ir vestida como si la hubiera atacado un pirulí rosa?
Me siento junto a Santiago y pongo el tarro entre los dos para que se sirva. Y lo hace. Hunde su dedito regordete y saca un pegote bien grande. Se me hincha el pecho de orgullo y exhalo antes de chuparme mi propio dedo. Después miro a Brittany esperando una respuesta. Tiene las cejas enarcadas y sacude la cabeza mirando a Santiago con una sonrisa cariñosa, aunque después me mira a mí y deja de sonreír al instante.
Pero ¿qué he hecho?
—No la chinches, San.
—¡No lo haré!
Me echo a reír. Por supuesto que lo haré, y pienso disfrutar de cada momento mientras lo haga.
—La abu dice que eres un peligro—mi hijo me mira con el dedo todavía metido en la boca—Dice que siempre lo has sido y que siempre lo serás, pero que ya lo ha aceptado—concluye, y encoge sus pequeños hombros.
Empiezo a reírme a carcajadas y Brittany se ríe conmigo. Sus ojos soñadores de color azul brillan, y sus finos labios me ruegan que los posea. Entonces se quita el delantal y revela su delgada, esbelta y menuda figura.
Dejo de reírme.
Empiezo a jadear y apreto las manos debajo de la mesa para controlarme. Es una puta batalla constante.
—Me gusta tu vestido.
Recorro con la mirada de arriba abajo su vestido negro entallado mientras planeo cómo voy a quitárselo después. Puede que me porte bien y deje que lo lleve otra vez, está fantástica con él puesto, pero sé que más tarde no estaré en disposición de tomarme mi tiempo.
—Te gustan todos los vestidos de mamá Britt—suelta Santiago, cansado de oír siempre lo mismo y obligándome a apartar la vista de ese cuerpo que me vuelve loco de deseo.
—Es verdad—admito, y le sacudo un poco la mata desaliñada de pelo negro—Hablando de vestidos, voy a buscar a tu hermana.
—Vale—responde, y vuelve a centrar la atención en mi móvil y a hundir el dedo en el tarro.
Me levanto y voy en busca de Samantha. Subo los escalones de dos en dos e irrumpo en la habitación infestada de rosa.
—¿Dónde está mi cumpleañera?
—¡Aquí!—chilla saliendo de su casita de juegos.
Casi me quedo sin respiración.
—¡No vas a llevar eso puesto, Sammy!
—¡Sí que lo voy a llevar!
Sale corriendo por la habitación al ver que empiezo a andar hacia ella.
—¡Sammy!
Pero ¿qué cojones?
¡Tiene cinco años!
¡Tan sólo cinco años y ya tengo que preocuparme de que no lleve pantalones sexys y camisetas extracortas!
¿Qué coño ha sido de ese vestido de volantes?
—¡Mami Britt!—grita cuando la agarro del tobillo sobre la cama.
Puede gritar todo lo que quiera. No va a llevar eso puesto
—¡Mami Britt!
—¡Sammy, ven aquí!
—¡No!
Me da una patada. La muy granuja me da una patada y sale corriendo del cuarto, dejando a su mamá patéticamente estresada tirada sobre su cama mullida y rosa.
Me ha ganado una niña de cinco años. Pero esa niña es la hija de mi preciosa esposa.
Estoy jodido.
Me levanto y recobro la compostura antes de salir en su busca.
—¡No corras por la escalera, Sammy!—grito prácticamente abalanzándome tras ella.
Veo cómo su pequeño culito cubierto con un pantalón minúsculo desaparece por la puerta de la cocina buscando el respaldo de su mamá Britt. Me detengo al instante y observo cómo trepa por el cuerpo de Brittany.
—¿Qué pasa?—pregunta mi mujer mirándome como si me hubiera vuelto loca.
Puede que así sea.
—¡Mírala!—agito las manos en el aire señalando a mi pequeña como una posesa—¡Mírala!
Brittany la deja en el suelo, se agacha, le coloca los cabellos rubios por detrás de los hombros y tira del dobladillo de su camiseta excesivamente corta. Puede tirar lo que le dé la gana. No va a seguir sobre el cuerpo de mi pequeña.
—Sammy
Brittany se pone en modo pacífico, algo que tal vez yo debería haber pensado antes de soltar la palabra prohibida. A estas alturas ya debería haber aprendido: no hay que decirle a Samantha que no.
Es la regla número uno.
—, a mamá San le parece que tu camiseta es un poco corta.
—Sí—interrumpo por si no ha quedado claro—Es demasiado corta.
Mi pequeña me mira con el ceño fruncido.
—Está siendo irracional.
Suelto un grito ahogado de estupefacción y acuso a Brittany con la mirada. Al menos tiene la decencia de parecer arrepentida.
—¿Has visto lo que has hecho?
—¡Mamá San tiene el mando!—suelta Santiago, impidiendo con su intervención que me anote un tanto.
Ahora es Brittany la que resopla indignada.
—López, tienes que recordar que estas orejitas lo oyen todo.
Decido ser sensata y cerrar la puta boca. Mi mujer es incapaz de ocultar la exasperación, y no espero que lo haga. Lo que espero es que retire eso que llaman camiseta del cuerpo de mi pequeña.
—¡Ella no puede decidir lo que hay en mi armario!—espeta Samantha al tiempo que cruza sus bracitos regordetes sobre su pecho en miniatura.
Miro a mi seductora desafiante y veo que apenas consigue ocultar su preciosa sonrisa burlona.
¡Joder!
Me llevo las manos al pelo y me doy un tirón. Pronto me quedara corto o no me quedará nada, especialmente cuando es Brittany quien me tira. Olvido momentáneamente mi enfado y sonrío, sintiendo mentalmente cómo lo hace mientras yo hacemos el amor. No obstante, no tardo en volver a la realidad cuando mi pequeña Samantha me atraviesa con sus ojos azules cargados de rencor.
Brittany razona con ella y, finalmente, la agarra de los hombros y le da la vuelta hacia mí.
—Sammy está dispuesta a dialogar.
Mi esposa inclina la cabeza como diciéndome que acceda a darle algún capricho.
Eso no me hace sentir mejor.
Ya lo he hecho otras veces, y he acabado teniendo que llevarla a hombros por el supermercado mientras ella gritaba por todas partes y me daba patadas sin cesar.
Miro a Brittany con ojos suplicantes y haciendo pucheros como si fuera gilipollas, pero ella simplemente sacude la cabeza y empuja con suavidad a mi pequeña y caprichosa Samantha hacia mí, que ahora me está sonriendo y estira los brazos para que la coja.
Me derrite el puto corazón, pero, joder, ¿qué coño me espera en los próximos años?
Me quedaré calva, o puede que me dé un ataque al corazón. O podría acabar en la cárcel, porque como algún capullo adolescente le ponga las manos encima le arrancaré el corazón.
La levanto, salgo con ella y dejo que Brittany ayude al relajado de mi hijo a ponerse las Converse.
—Mamá, tienes que tranquilizarte. Te va a dar un ataque al corazón.
Se acurruca en mi cuello y recupero al instante mi amor absoluto por mi pequeña Samantha desafiante. Aunque, gracias a esto, mi mujer se ha ganado el cuarto polvo de represalia del día.
—Se dice «mami». Y tú tienes que dejar de escuchar a tu mamá Britt.
Subo rápidamente la escalera, entro en su habitación y la lanzo sobre la cama. Me estalla el corazón de júbilo al oírla chillar de gozo antes de empezar a saltar arriba y abajo con sus cabellos rubios volando a su alrededor.
—Vale.
Me froto las manos en un intento de hacer que lo que estoy a punto de sugerir suene emocionante.
¿Dónde estarán sus vaqueros y sus jerséis?
Abro las puertas rosa de su armario, rebusco entre las perchas y escojo algo lleno de volantes. Lo saco y le muestro la espantosa prenda. Ella pone la misma cara de asco que yo.
—La abu tiene que dejar de comprarte vestidos.
—Lo sé—se sienta y cruza las piernas—¿Vas a aplastarla hoy, mamá?
—Mami—la corrijo metiendo el vestido en el estante superior para perderlo de vista—Puede.
—Es divertido—dice entre risitas.
—Lo sé—a continuación saco un precioso vestido de marinerita. No tiene mangas, pero le buscaré una rebeca—¿Qué te parece éste?
—No, mamá.
—Mami. ¿Y éste?—le enseño una especie de prenda de tela de brocado hasta los tobillos de color limón, pero ella niega desafiante—Sammy—suspiro—, no vas a ponerte eso.
Señor, dame fuerzas antes de que le retuerza su testaruda cabecita.
—Me pondré unos leotardos—salta de la cama y abre su cajonera rosa—Éstos—dice sosteniendo una prenda de rayas horizontales.
Inclino la cabeza y asiento ligeramente. Me parece aceptable.
—¿Y qué hay de la camiseta?
Ella mira hacia abajo y se acaricia la barriguita.
—Me gusta ésta.
—¿Y si compramos una de una talla más grande?
Estoy dialogando con ella. Saco una camiseta verde menta de manga repleta de corazones y se la muestro, todo sonriente.
—Ésta me encanta. Venga, haz feliz a mami San.
Le pongo morritos como una idiota desesperado y sé que su mente de cinco años también piensa que soy idiota.
—Está bien—suspira pesadamente.
Esto es ridículo. Ahora es ella la que me está dando el gusto a mí.
—Buena chica—la dejo sobre la cama—Arriba.
Ella levanta los brazos en el aire y permite que le saque la media camiseta que le cubre el torso antes de sustituirla por la verde que tanto me gusta. Después le quito los shorts, cubro sus piernas con los preciosos leotardos de rayas y le pongo de nuevo los minúsculos vaqueros.
—Perfecta.
Retrocedo y asiento con aprobación. Luego saco sus Converse altas plateadas del armario.
—¿Éstas?—no sé para qué pregunto, se niega a llevar otra cosa.
—Sí—se deja caer sobre su precioso culito y levanta los pies para que se las ponga—Mami...
Me tenso de los pies a la cabeza al oírla llamarme como le pido constantemente que me llame.
Quiere algo.
—¿Sammy?—respondo lenta y cautelosamente.
—Quiero tener una hermanita.
Casi me caigo de culo de la risa.
¿Otra niña?
Y una mierda. Tendrían que drogarme e inmovilizarme para acceder a eso.
Ni hablar, de ninguna manera, jamás, en absoluto.
—¿Qué tiene tanta gracia?—pregunta, confundida.
—Mami Britt y yo estamos contentas de tenerlos sólo a ustedes dos—la tranquilizo poniéndole rápidamente la otra zapatilla y ansiosa por huir de esta habitación y de esta conversación.
—Mami Britt dice que quiere tener otro bebé—me informa, y mis ojos perplejos ascienden al instante hasta los suyos, azules y serios.
¿Brittany quiere tener otro hijo?
Si odió el embarazo. A mí me encantaba, pero ella lo odiaba. Me gustó todo al respecto, excepto el parto. Se vengó bien a gusto durante esas veinticuatro horas infernales. Me clavó las uñas, me chilló y me amenazó con divorciarse de mí en numerosas ocasiones.
Y no paraba de decir tacos.
Pero lo que más me mortificaba era verla sufrir tanto y no poder hacer nada por aliviarla. Jamás he pensado en hacerla pasar por aquello otra vez, y yo estoy un poco mayor para eso.
—Con ustedes dos tenemos suficiente—afirmo bajándola de la cama y dejándola en el suelo sobre sus pies plateados.
—Lo sé—se larga corriendo y riéndose—¡Mamá Britt dijo que se te saldrían los ojos de las órbitas, y así ha sido!
Me echo a reír, pero no porque sea gracioso, que no lo es, sino porque me siento tremendamente aliviada. No me negaría si Brittany quisiera tener otro hijo, no después de cómo me las ingenié de manera sucia para fabricar estas dos copias de nosotras mismas.
Sonrío, y es una sonrisa amplia, la que reservo sólo para mis pequeños.
Me alegro tanto de haberla sometido al tratamiento.
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Realmente se me está haciendo la tarde más larga de toda mi puta vida, con decenas de críos revoloteando y gritando y con sus mamás fingiendo estar vigilándolos, cuando lo que hacen en realidad esa pandilla de amas de casa aburridas y desesperadas es vigilarme a mí y mi esposa. Tal vez debería hacerme consejera particular e invertir un poco de tiempo en asesorar a los maridos o esposas de estas mujeres sobre cómo complacerlas y en darles lecciones sobre los distintos tipos de polvos. Asiento para mí misma sumida en mis pensamientos cuando veo aparecer a mi mamá. Nada más verle la cara ya sé que va a sermonearme.
—Hija, no bebas mucho—dice mirando la botella de Bud que tengo en la mano, y de repente me entran ganas de darle un trago.
Me acerco a ella y estrecho su cuerpo ansioso contra el mío.
—Mamá, no te preocupes tanto.
La guío hacia el entarimado, donde están sentados mi papá, Bree y el doctor Jake, charlando alegremente.
Mis padres también fueron incapaces de mantenerse alejados de mis hijos.
—Yo sólo...—tartamudea posando su mano sobre mi estómago y acariciándomelo suavemente—Sólo me preocupo por ti, eso es todo Tana.
Sé que lo hace, pero no es necesario. Puedo tomarme unas cuantas cervezas, como el resto de ellos, y puedo hacerlo en un ambiente relajado con mi familia. Aunque es cierto que sigo sin tocar el vodka.
—Ya, pero ya te he dicho que no lo hagas, así que quiero que dejes de hacerlo. Y punto—la insto a sentarse al lado de mi papá—¿Quieres una cerveza, papá?
Él me mira sonriendo.
—No, hija. Le he prometido a Santiago que daría unos cuantos botes en esa cosa hinchable.
Señala en dirección al césped y yo me vuelvo y veo a decenas de niños saltando y gritando sobre el castillo hinchable.
—¡Buena suerte!
Jake se ríe y apoya las manos en el vientre prominente de su esposa embarazada. Yo sonrío con cariño y veo cómo mi papá se dirige lentamente hacia Santiago, que no para de pedirle a su abuelo que se acerque agitando la mano frenéticamente. Y entonces veo a Whitney arrodillada delante de Samantha, recogiéndole los cabellos en unos putos moños.
—¡Déjala en paz, mamá!—grito desde el otro lado del jardín, con lo que me gano una mirada asesina de Whitney y una risita de mi pequeña Samantha.
—¡Aplástala, mami!—chilla Samantha apartándose de un manotazo la mano del pelo y corriendo para reclamar su casa del árbol.
Sonrío con picardía al ver cómo se levanta la sufridora mamá de Brittany. No puedo evitarlo. Me mira amenazadoramente, lo que no hace sino ampliar mi sonrisa. Nada me proporciona más placer que sacarla de quicio, pero ella no se queda corta devolviéndome la pelota, así que no voy a sentirme culpable.
Simplemente seguiré disfrutando de ello.
—¡¿Por qué ha tenido que salir a ti tu hija?!—me grita.
Estoy a punto de escupir la cerveza.
—¿A mí?
—¡Sí, a ti! ¡Desafiante!
Suelto una risotada. Debe de estar de broma.
—Me temo que mi pequeña Sammy es una copia exacta de tu querida hija. ¡Igual de rebelde!
Ella resopla y empieza a farfullar, se alisa la blusa y se marcha hacia la cocina para ayudar a Brittany.
¿Desafiante?
Esa mujer no tiene ni idea de qué está hablando. Dejo a mi mamá con Bree y Jake y me acerco a nuestros amigos, que, como era de esperar, se han instalado cerca del bar.
—¡Eh, latina!
Quinn me da unos golpecitos en la espalda y me besa en la mejilla y Finn asiente mientras me agacho para que Rachel pueda darme un beso en la mejilla.
—¿Qué tal están?—pregunto, y me dejo caer sobre una de las sillas—¿Dónde está Noah?
Rachel se echa a reír y señala el castillo hinchable, donde Noah se ha colado entre todos los niños para buscar a su hija.
—Se está asegurando de que Maddie regresa con su mamá sin cortes ni moretones.
—Y hablando de niños...—digo señalando con la botella a Rachel y a Quinn, incapaz de mantener la seriedad cuando el cuerpo de Finn empieza a sacudirse y toda la casa empieza a vibrar con su risa profunda y atronadora.
—San—responde ella, cansada de que siempre le haga la misma pregunta—Ya te lo he dicho: este cuerpo no alberga ningún instinto maternal.
—Bueno te apañas muy bien con mis hijos—señalo.
Ellos la adoran.
—Sí, y eso es porque puedo traerlos de vuelta a esas adorables criaturas cuando ya me he hartado de ellas.
Sonríe ampliamente y yo le devuelvo la sonrisa levantando mi botella para que brinde conmigo.
—Voy a buscar a mi Britt-Britt—digo.
Me levanto y me dispongo a buscarla para ponerla al tanto de lo que pienso hacerle exactamente cuando esto acabe.
¿Dónde está?
La encuentro en la cocina, con Sue, que ha traído algunas cosas preparadas de comer.
—¡Aquí está mi chica!
Exclama mi vieja asistenta. Se acerca para darme un beso y después sale de la cocina con una bandeja llena de pequeños sándwiches sin corteza.
—Le diré a Clive que reúna a los niños. ¡Hace un día estupendo!
Cuando la veo salir, me vuelvo lentamente hasta que mis ojos encuentran lo que están buscando. Ella me observa detenidamente, con la mirada ardiente. Nunca se cansará de mí.
—Te echaba de menos, Britt.
Me acerco y dejo la botella sobre el banco al pasar. Deja caer el trapo que tiene entre las manos y se apoya hacia atrás sobre la encimera, incitándome como la seductora que es.
No me ando con tonterías.
La agarro, la empotro contra la pared y me abalanzo sobre la dulce piel de su cuello.
—San, no—exhala arqueándose contra mi pecho.
—Después voy a arrancarte este vestido y te voy hacer el amor hasta el año que viene.
Ella gime, levanta la rodilla descubierta y la frota suavemente sobre mi centro.
Control, control, control.
¡Puto control!
—Hecho—accede, aunque es consciente de que no tiene elección.
Cuando sea y donde sea, lo sabe perfectamente.
Menos ahora.
Gruño frustrada y aparto el cuerpo del suyo.
—Joder, te quiero.
—Lo sé—sonríe, pero la sonrisa no hace que sus ojos brillen como de costumbre.
—¿Qué pasa, Britt-Britt?—me muevo hasta que mi rostro está a la altura del suyo—Dímelo.
Ella suspira y me mira con ojos nerviosos.
—Me gustaría que Sam estuviera aquí.
Si no pongo los ojos en blanco ni gruño de frustración es por todo el amor que siento por esta mujer. Ese tipo me saca de quicio, no puedo evitarlo.
—Oye, sabes que está bien—le recuerdo.
Joder, el muy capullo me ha costado casi medio millón de libras desde que lo conozco, aunque eso no se lo voy a decir a Brittany. Sabe lo del primer rescate, pero no sabe nada de los dos siguientes. No haría más que preocuparla. Su hermano es incapaz de apartarse de los problemas.
—Le resulta demasiado duro, por Rach y Quinn, ya sabes—le digo, puesto que sé que eso la sosegará.
—Lo sé—asiente—Soy una estúpida.
—No, no lo eres. Bésame, Britt-Britt.
Tengo que distraerla. No necesito decírselo dos veces.
Se abalanza sobre mí inmediatamente, gimiendo en mi boca y tirándome del pelo.
Siempre funciona
—Eres deliciosa—empiezo a gruñir.
Joder, voy a perder la cabeza.
Le muerdo el labio y pego las caderas contra las suyas.
—Voy a deshacerme de ellos—declaro—Putos usurpadores.
Ella sonríe con esa sonrisa tan maravillosa que tiene y me excito más todavía.
—Sé un poco razonable—dice riendo—Es el día de tus hijos.
—No tiene nada de irracional quereros a ti y a mis hijos para mí sola.
Intento concentrarme en apaciguar mi ferviente excitación, pero, joder, con mi cuerpo pegado al suyo y con esos ojos suplicándome que la posea es imposible.
—No puedo mirarte, Britt—mascullo.
Me aparto y salgo de la cocina rápidamente antes de que la tumbe sobre la encimera.
Estoy a punto de dar la fiesta por terminada.
******************************************************************************************
Echo prácticamente a las últimas personas de casa, que resultan ser los padres de Brittany. Los niños se quedan a dormir en su casa esta noche, así que intento ser más o menos amable.
Me inclino sobre los asientos traseros del coche de Joseph y mi corazón late de felicidad al oír a mis hijos reír cuando hago turnos para asfixiarlos a besos.
—Pórtense mal con la abu.
Les guiño un ojo y recibo otra risita colectiva y una mirada asesina por parte de Whitney. Cierro la puerta, vuelvo corriendo a casa y me pongo en modo depredador.
—¡¿Britt?!—grito asomando la cabeza por la puerta de la cocina—¡¿Britt?!
—¡Tienes que buscarme!—responde riendo, pero no sé de qué dirección procede su voz aterciopelada.
Maldita sea, no es momento para jueguecitos.
—Britt, me voy a poner furiosa—le advierto. ¿Dónde coño está?—¿Britt?
No dice nada. Se va a enterar en cuanto ponga mis manos sobre ese cuerpo.
—¡Joder!—grito. Subo la escalera de cuatro en cuatro y entro en nuestro dormitorio—¿Britt?
Nada.
Me quedo en medio de la habitación planeando mi siguiente movimiento.
No me lleva mucho tiempo.
—Tres—digo tranquilamente y con total confianza.
Tengo motivos para tenerla. Es incapaz de resistirse a mí.
—Dos.
Sigo en el mismo sitio, alerta a cualquier signo de movimiento.
Nada.
—Uno—digo calmada, aunque estoy más que excitada.
Sé que está cerca.
—Cero, nena—susurra por detrás de mí.
Su voz seductora dibuja una sonrisa en mis labios. Me vuelvo y casi me da algo cuando veo lo que tengo delante de mí, vestida sólo con unas pequeñas bragas de encaje.
Joder, está cada día más guapa.
A pesar de mi urgencia, me tomo mi tiempo para admirarla en todo su esplendor. Mi mirada recorre sus pechos firmes y perfectamente formados, su vientre tremendamente plano y sus fabulosas piernas.
Mi cuerpo entero late al ver cómo hace descender la prenda de encaje por sus muslos, y yo me tomo mi tiempo para desabrocharme la camisa, quitarme los vaqueros y la ropa interior.
A ella no parece importarle.
Sus enormes ojos azules observan extasiados mi cuerpo definido. Nada ha cambiado.
—¿Te gusta lo que ves?
Mi voz es grave y seductora, aunque esta mujer no necesita seducciones en lo que a mí respecta. Entreabre la boca y se pasa la lengua por el labio inferior. Me quedo rígida.
En todas partes.
—Estoy acostumbrada—susurra desviando la mirada hacia mis pechos.
Me abalanzo sobre ella en un abrir y cerrar de ojos y mi boca ataca la suya con brutalidad.
Ella no me detiene.
Nunca lo hará.
Rodea mis caderas con las piernas y mi cuello con los brazos y es toda mía de nuevo.
—¿Cuánto crees que vas a gritar cuando te haga el amor?—pregunto, y la empotro contra la pared respirándole en la cara.
—Yo diría que bastante—jadea.
Me clava las uñas en la espalda, desliza las manos hasta mi pelo y tira con fuerza. Sonrío, retrocedo y me huno a ella.
Lanzo la cabeza hacia atrás con un alarido y ensordecida por sus gritos. Ya no le pido que abra los ojos. No necesito comprobar que es real.
Sabré que lo es mientras mi corazón siga latiendo.
Y punto.
FIN
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Hola, bueno aquí el fin otra linda historia, MUCHAS GRACIAS! a todas las personas que se dieron el tiempo de leer y comentar esta historia. También a todas las personas que siguen mis adaptaciones =D
Como dije antes al terminar una adaptación, dejo el prólogo de otra historia, para que no de tanta "pena" dejar esta!
Otra vez Muchas Gracias! Saludos =D
Como dije antes al terminar una adaptación, dejo el prólogo de otra historia, para que no de tanta "pena" dejar esta!
Otra vez Muchas Gracias! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
ahora si aunque me habria gustado que la mama de britt estuviera en un viaje en Africa y se perdiera en la selva!!!!! jajajajajajajajajajaja
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Hola chica de las adaptaciones…
Pues es bonito saber que después de 5 años, Santana ha aprendido a controlar su “problema” con la bebida, que su hija se igual de desafiante que Britt.
Y también que las cosas con su familia estén muy bien…
Mil millones de gracias por adaptar esta historia.
P.D: “Sorpréndeme”, muy buen libro.
P.D.2: Cuídate
P.D.3: Te quiero
P.D.4: Besos y abrazos psicológicos
Pues es bonito saber que después de 5 años, Santana ha aprendido a controlar su “problema” con la bebida, que su hija se igual de desafiante que Britt.
Y también que las cosas con su familia estén muy bien…
Mil millones de gracias por adaptar esta historia.
P.D: “Sorpréndeme”, muy buen libro.
P.D.2: Cuídate
P.D.3: Te quiero
P.D.4: Besos y abrazos psicológicos
Daniela Gutierrez***** - Mensajes : 281
Fecha de inscripción : 03/07/2014
Edad : 27
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