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FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
en serio otra vez holly,.. va también el webon de rory y dani,...
es bueno que britt este cediendo de a poco,.. jajajja
a ver que pasa!!!
nos vemos!!!
en serio otra vez holly,.. va también el webon de rory y dani,...
es bueno que britt este cediendo de a poco,.. jajajja
a ver que pasa!!!
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Y ahora que estara haciendo con holly?!,pobre britt,todo lo que tiene que aguantar en un dia,empezando por que esta gordis!
lana66** - Mensajes : 60
Fecha de inscripción : 07/06/2015
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
y ahora que estara pasando en esa oficina, y hasta cuando la tal dani, que fastidiosa!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Otro porfavor
Saludos
Saludos
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
y ahora con que se encontrara Britt???
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Hola chica de las adaptaciones...
Tanto tiempo sin comentar la historia, pero pienso o tu actualizas muy rápido o yo leo muy poco...
Tal vez es la falta de tiempo.
La verdad hasta ahora solo he leído hasta el capitulo 25 y prefería comentar antes de que la historia terminara negus recuerdo el quedan 8 capítulos y el epilogo ¿no?
Un susto de muerte el que nos llevamos cuando el coche de Britt se volcó
pero me alegro el día que no le pasara nada a Britt ni a los bebes.
y que sean gemelos me encanta muchísimo...
No actualices tan rápido...
Saludos, cuídate
P.D: Siento no haber comentado antes
Tanto tiempo sin comentar la historia, pero pienso o tu actualizas muy rápido o yo leo muy poco...
Tal vez es la falta de tiempo.
La verdad hasta ahora solo he leído hasta el capitulo 25 y prefería comentar antes de que la historia terminara negus recuerdo el quedan 8 capítulos y el epilogo ¿no?
Un susto de muerte el que nos llevamos cuando el coche de Britt se volcó
pero me alegro el día que no le pasara nada a Britt ni a los bebes.
y que sean gemelos me encanta muchísimo...
No actualices tan rápido...
Saludos, cuídate
P.D: Siento no haber comentado antes
Daniela Gutierrez***** - Mensajes : 281
Fecha de inscripción : 03/07/2014
Edad : 27
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
3:) escribió:holap morra,...
en serio otra vez holly,.. va también el webon de rory y dani,...
es bueno que britt este cediendo de a poco,.. jajajja
a ver que pasa!!!
nos vemos!!!
Hola lu, aaaa si las moscas llegan en el peor momento y sin que las llamen =/ Jjaajajajaajajaaj xD esa britt XD jajaajaja. Saludos =D
lana66 escribió:Y ahora que estara haciendo con holly?!,pobre britt,todo lo que tiene que aguantar en un dia,empezando por que esta gordis!
Hola, mmm esperemos y nada malo no¿? =/ no era su día no¿? esperemos y mejore, jajajajajajajajaj xD Saludos =D
micky morales escribió:y ahora que estara pasando en esa oficina, y hasta cuando la tal dani, que fastidiosa!!!!
Hola, esperemos y nada malo no¿? Aaaaa todos las molestan! Saludos =D
Jane0_o escribió:Otro porfavor
Saludos
Hola, jajaaj aquí otro cap! Saludos =D
monica.santander escribió:y ahora con que se encontrara Britt???
Saludos
Hola, con un regalo¿? nada malo para ellas xfavor! Saludos =D
Daniela Gutierrez escribió:Hola chica de las adaptaciones...
Tanto tiempo sin comentar la historia, pero pienso o tu actualizas muy rápido o yo leo muy poco...
Tal vez es la falta de tiempo.
La verdad hasta ahora solo he leído hasta el capitulo 25 y prefería comentar antes de que la historia terminara negus recuerdo el quedan 8 capítulos y el epilogo ¿no?
Un susto de muerte el que nos llevamos cuando el coche de Britt se volcó
pero me alegro el día que no le pasara nada a Britt ni a los bebes.
y que sean gemelos me encanta muchísimo...
No actualices tan rápido...
Saludos, cuídate
P.D: Siento no haber comentado antes
Hola dani, toda la razón desaparecida! jajajaajja un poco de las dos jajajajaj =o puede ser también xq no¿? eres una persona muy ocupada jajaajaaj. Jajajajajajaaj suele pasar xD uno va a comentar y termino XD jajaajajajajajja, emmm la vrdd no los he contado, pero si tu lo dices, es vrdd xD jajajaaja. =O un susto tremendo, menos mal y solo fue eso, un susto! y sus cacahuates estan bn! ajajajajaj. Saludos, tu igual! =D
=O de vrdd¿?
Pd: no pasa nada, mientras puedas leer todo bn!
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 28
Capitulo 28
—¿Sam?—pregunto con tiento mirando la espalda de mi hermano. Está sentado frente a Santana, a su mesa, y se vuelve al oír su nombre—¿Qué haces aquí?
Las consecuencias astronómicas que podría acarrear su visita me sacuden con fuerza.
—Hola, guapa—se levanta todo sonriente y se acerca a mí para darme un abrazo—Enhorabuena.
—Podrías dejar que se lo contara yo a alguien—gruño dirigiéndole a Santana una mirada de reproche por encima del hombro de mi hermano.
Ella se encoge de hombros, me pone morritos, me lanza un silencioso «te quiero» y se tira de la chaqueta y de la camisa como para recordarme que lleva puesto lo que yo le había pedido, así que debería ser buena con ella.
—¿Qué haces aquí?—repito, e inclino la cabeza en dirección a Santana, pero ella se encoge de hombros otra vez y no dice nada.
Qué novedad.
—He venido a hacer las paces—Sam me suelta y se pasa la mano por su melena rubia—No quería volver a casa sin haber solucionado antes esto.
—¡Vaya!—miro a Santana, pero, joder, vuelve a encogerse de hombros—Entonces ¿ya son amigos?
—Algo así. Pero bueno, tengo que irme ya. He quedado con Harvey al otro lado de la ciudad—se vuelve hacia Santana—Gracias.
—De nada.
Mi esposa asiente y no se molesta en ser educada y levantarse para despedir a Sam. Eso y las despreocupadas encogidas de hombros hacen que desconfíe.
—¿Cuándo regresas a casa?—pregunto cuando se vuelve hacia mí otra vez.
—No lo sé. Depende de los vuelos. Ya te llamaré, ¿vale?
Me da un beso en la mejilla y se dirige a la puerta, donde se topa con el grandulón.
Finn me mira sacudiendo la cabeza y acompaña a mi hermano hasta la salida.
¿Para qué habrá venido?
Dirijo mis sospechas hacia Santana, y sé que intuye lo que estoy pensando, porque se niega a mirarme a los ojos.
—¿De qué iba todo esto?
—¿El qué?
Me acerco al sofá y suelto el bolso antes de ocupar el asiento que acaba de dejar libre mi hermano.
—Mírame—ordeno.
La palabra funciona y levanta la vista, pero no porque quiera obedecerme, sino porque siempre se sorprende al escucharla de mi boca. Me da igual. Puede mirarme todo lo sorprendida que quiera.
—¿Qué hacía Sam aquí?
Se pone de pie y coge el teléfono de encima de su mesa.
—Ha venido a disculparse.
Me río en su cara. Sam jamás se disculparía, no con Santana. Lo conozco desde que nací y sé que es demasiado orgulloso como para hacerlo, y más ante una persona como Santana. Sam se siente inferior, como la mayoría de las personas. Sin embargo, el hecho de que sea mi hermano no hace desaparecer la batalla que hay entre ellos.
—No te creo.
—Eso me entristece, Britt-Britt—compone un gesto solemne, lo que no hace sino acrecentar mis sospechas—Bueno, cuéntame. ¿Qué ha dicho Will?—mi expresión de recelo se transforma en culpabilidad, y son mis ojos los que evitan los suyos ahora—No se lo has dicho, ¿verdad?—pregunta con tintes de ira en su tono de voz—¿Britt?
—No ha venido a la oficina—me apresuro a contestar—Pero vendrá mañana, así que hablaré con él entonces.
—Demasiado tarde, Britt-Britt. Has tenido tu oportunidad. Muchas oportunidades.
—Eso no es justo—protesto—Le he dicho a Rory que no voy a seguir trabajando con él, así que no puedes decir que no he intentado solucionar esto.
Sé inmediatamente que he cometido un grave error cuando veo que sus hombros se tensan y que se le salen los ojos oscuros de las órbitas.
—¿Que has hecho qué?
—No creo que él me drogara, San. Quiere estar conmigo, ¿por qué iba a hacerme daño?
Será mejor que me calle. Mis palabras acaban de dejarla boquiabierta.
—¿Para qué coño hablas con él?
Golpea la mesa con el puño como un gorila de espalda plateada a punto de atacar. Me hundo en la silla.
—Rory sabe que has...—empiezo a golpetearme un incisivo con la uña—Entretenido a otras mujeres mientras estábamos juntas—aguanto la respiración, consciente de que estoy alimentando su ira.
—Quedamos en que no volveríamos a hablar de eso—dice con los dientes apretados y la mandíbula tan tensa que está a punto de partirse.
—Es difícil no hacerlo cuando todo el mundo insiste en recordármelo.
Me inclino hacia adelante con un repentino impulso de valentía. No pienso dejar que haga que me sienta como una pesada por esto.
—¿Cómo lo sabe?
Doy con la respuesta antes de que pueda negar que lo sabe. Ver que se muerde el labio y algunas cosas más, sobre todo la comprensión mental, me llevan rápidamente a una conclusión.
—La ex mujer de Rory. Era una de ellas, ¿verdad?—pregunto.
Cierra los ojos. Me pongo de pie y me inclino sobre la mesa con la misma expresión amenazadora que él. No hace falta que me responda.
—Dijiste meses. Dijiste que hacía meses que no habías estado con ella, que no entendías por qué no paraba de rondarte de repente. Te has acostado con ella más de una vez, ¿verdad?
—No quería que te enfadaras.
Sigue con su actitud hostil. Es un evidente mecanismo de defensa.
—Y dime. ¿Las llamabas y hacías que hicieran cola en tu puerta?
—No, cuando se enteran de que he bebido acuden como las moscas a la mierda.
—Te odio.
—No, no me odias.
—Sí, te odio.
—No me partas el corazón, Britt. ¿Qué importa quién fuera?
—No, lo que importa es que me mentiste.
—Te estaba protegiendo.
—Lo más gracioso de todo es que cada vez que lo haces acabas haciéndome daño.
—Lo sé.
—¿Y has aprendido la lección?
—Todos los putos días—me agarra de la mandíbula con violencia pero con cuidado—Lo siento, Britt.
—Bien.
Asiento con firmeza sobre su mano y de repente me doy cuenta de que nuestros rostros se están tocando y que ambas estamos inclinadas sobre la mesa, mirándonos con una mezcla de furia y de absoluto deseo.
—¿Cómo hemos llegado a esto?—digo en voz alta cuando sólo pretendía pensarlo.
—Porque, preciosa mía, estamos hechas para estar juntas. Contacto constante. Bésame.
—Ya he aceptado que seas una capullo, así que no hace falta que intentes doblegarme a través de tu tacto.
Aunque lo haré.
—Te he echado de menos, Britt-Britt.
Me subo a su mesa y me acerco de rodillas centímetro a centímetro hasta que la envuelvo con el cuerpo y con los labios. Yo también la he echado de menos, como una loca. Ha sido mi primer día después de volver del Paraíso y me encuentro totalmente desubicada. Llevo toda la jornada con síndrome de abstinencia por Santana, y ahora me preparo para soltar mi siguiente bomba.
—Ojalá fueras pura y virginal—musito, recorriendo con los labios cada milímetro de su rostro.
De todas las cosas que deseo, ésta es la que más: que no hubiera habido nadie antes que yo, o mientras estaba conmigo. La he perdonado, de verdad que sí, pero me cuesta olvidar.
—Lo soy—se deja caer en su silla de piel y tira de mí hasta que cedo y dejo que me siente sobre su regazo—La parte más importante de mi ser está sin tocar—me coge la mano y hace girar mis anillos durante unos momentos de reflexión. Después me abre la palma y la coloca sobre su pecho—O al menos lo estaba hasta que has entrado en la oficina. Ahora no para de dar brincos y está a punto de estallar de absoluto amor por ti.
Sonrío.
—Me gusta sentir cómo late—le abro la chaqueta y apoyo la oreja en su camisa.
—Y me gusta oírlo también.
Es una de las sensaciones más reconfortantes del mundo. Me envuelve con sus brazos y me acerca más a su cuerpo.
—¿Cómo ha ido el día?
—Fatal. Quiero ir al Paraíso.
Se ríe y me besa la parte superior de la cabeza.
—Yo estoy en el paraíso siempre que estoy contigo. No necesito una villa.
—Ahí estabas más relajada.
Las cosas, como son. Sé que estar de vuelta en Londres hará que mi neurótica controladora vuelva poco a poco a aflorar.
—Ahora estoy relajada.
—Sí, porque estoy sentada en tu regazo y me estás cubriendo con el cuerpo—respondo con sarcasmo, y me gano un pequeño pellizco en el hueco sobre la cadera. Me río y me vuelvo sobre sus piernas de cara al escritorio—¿Qué tal tu día?
Desliza las manos alrededor de mi vientre, apoya la barbilla en mi hombro e inhala profundamente en mi cabello. Refunfuña y hace un gesto de desdén con la mano.
—Largo. ¿Cómo están mis cacahuetes?
—Bien—de repente me fijo en su cuaderno de notas—¿Qué hace el nombre de mi hermano escrito ahí?
Estiro la mano para cogerlo, pero soy demasiado lenta. Al instante desaparece de mi vista y lo mete en el primer cajón de su mesa. Retiro la mano sobresaltada por su súbito movimiento
—¿Samuel Joseph Pierce?—arrugo la frente convencida de que he visto números escritos en ese papel, y no era un número de teléfono—¿Para qué has anotado el número de cuenta de Sam?
—No lo he hecho—dice desviando rápidamente mi pregunta, muy tensa.
Maldita sea, no ha aprendido nada en absoluto. Me aparto de su regazo y me siento a su lado, castigándola con una mirada a la altura de su fulminante «no tientes la suerte».
—Tienes tres segundos, López.
Sus labios forman una línea recta de fastidio.
—La cuenta atrás es mi arma—protesta puerilmente.
—Tres—incluso he levantado los dedos para darle más énfasis. Soy tan mala como ella—Dos—recojo un dedo, pero no llego hasta cero porque de repente tengo un momento de clara lucidez—¡Vas a darle dinero!
—No.
Sacude la cabeza de la manera menos persuasiva posible y cambia los pies de posición mientras permanece sentada. Está empezando a mentir tan mal como yo, afortunadamente.
—Tú también mientes fatal, López.
Doy media vuelta y echo a correr, principalmente para alcanzar a mi hermano antes de que se marche, pero también para escapar de Santana antes de que ella me alcance a mí.
—¡Britt!
Hago caso omiso de su amenazador grito y, como de costumbre, empiezo a correr a toda velocidad cuando llego al salón de verano. Sé que me sigue, y no sólo porque puedo oír sus fuertes pasos, que resuenan detrás de mí.
Paso las cocinas, el bar y el restaurante y derrapo cuando me encuentro a Sam de pie junto a la inmensa mesa redonda del vestíbulo. No está haciendo nada ni hablando con nadie. Finn también está aquí, y sé por qué. Es la misma razón por la que Finn me acompañaba a todas partes al principio. Observo con aprensión cómo Sam mira a su alrededor y Finn intenta acompañarlo a la salida, pero él no se mueve, ni siquiera ante el grandulón.
El pecho de Santana me golpea la espalda. Me coge y me hace girar en sus brazos. Está enfadada.
—¡Joder, Britt! ¡Vas a provocarles daños cerebrales a los niños! ¡Nada de correr!
Si no estuviera tan preocupada por la ubicación y el comportamiento de mi hermano, me reiría en la cara de la idiota que me sostiene con fuerza en sus brazos.
—¡Suéltame!
Forcejeo para liberarme y, al volverme, veo que Sam nos observa con el ceño fruncido. Finn está exasperado. Mi hermano echa un vistazo alrededor del vestíbulo de nuevo y posa su mirada inquisitiva en Santana.
—Si esto es un hotel, ¿dónde está la recepción?
—¿Qué?—dice Santana con tono impaciente, casi a la defensiva, y yo deseo que no lo esté.
Es un callejón sin salida, y rezo a todos los santos para que se le ocurra alguna explicación rápida.
—¿Dónde recogen tus invitados las llaves de sus habitaciones y los panfletos sobre las atracciones locales? Siempre suele haber uno de esos mostradores para que la gente sepa qué sitios puede visitar—mira a Finn—¿Y por qué me escolta este gorila a todas partes?
Me entra el pánico, Santana se pone tensa y Finn gruñe. Mi hermano es bastante más espabilado que yo. Ni siquiera me planteé todas esas cosas, menos lo de Finn. Pienso desesperadamente en alguna excusa que darle, pero no se me ocurre nada. Me ha (o nos ha) pillado totalmente desprevenidas.
Entonces oigo una voz, y es la única voz en el mundo que desearía no estar oyendo en estos momentos: la de Rachel. Me desmorono literalmente, y siento cómo Santana me apoya la mano en las lumbares.
¿Por qué no dice nada?
Veo y oigo espantada cómo Rachel y Quinn bajan por la escalera, riendo, manoseándose y con cara de estar totalmente excitadas.
Esto es un desastre.
No puedo evitar propinarle a Santana un codazo en las costillas para exigirle de manera silenciosa que diga algo.
Por favor, que diga algo, joder.
Rachel y Quinn ni siquiera se percatan del silencio que las espera al pie de la escalera mientras se toquetean y se besuquean diciendo cosas inapropiadas, incluida en algún momento la palabra «consolador».
Quiero morirme, y nadie ha dicho nada todavía, excepto la cachonda de mi mejor amiga y su alegre novia, aunque ellas no se han dado cuenta de nada... aún. No tardarán, y no parece que vaya a ser Santana quien hable. Sigue callada detrás de mí, probablemente igual de devastada.
Estoy en el limbo.
Es lo más cerca que he estado de ver un accidente de tren a cámara lenta. Sam y La Mansión; Sam y Rachel; Quinn y Sam; Sam y Santana.
Esto no puede acabar bien.
—¡Ay!
El alegre chillido de Rachel resuena por todo el vestíbulo, seguido del gruñido sexual de Quinn. Entonces ambas llegan al pie de la escalera transformadas en una masa de brazos entrelazados y besos frenéticos, devorándose vivas. Deberían haberse quedado en la suite, porque es evidente que todavía no han acabado.
—¡Quinn!—ríe ella, y se deja caer sobre su brazo.
Entonces me ve, y su cara se ilumina más todavía, hasta que advierte la presencia de mi hermano.
Deja de reírse.
De hecho, parece que está a punto de darle un ataque. Empieza a revolverse y aparta a la contrariada Quinn. Se arregla su melena castaña y revuelta con la mano y se coloca bien la ropa, pero no dice nada. Quinn también guarda silencio y repasa con la vista a los mudos espectadores. Es Sam quien rompe el silencio.
—Conque un hotel, ¿eh?—atraviesa a Rachel y a Quinn con la mirada a intervalos regulares varias veces y después vuelve sus ojos inquisitivos hacia Santana—¿Sueles dejar que tus amigos se comporten de esta manera en tu establecimiento?
—Sam...
Doy un paso hacia adelante pero no llego muy lejos. Santana se coloca delante de mí.
—Creo que deberías volver a mi despacho, Sam—dice con una voz y un lenguaje corporal intimidantes.
—No, gracias—mi hermano casi se echa a reír, con la vista fija en Rachel.
Jamás la había visto tan incómoda, y Quinn debe de estar preguntándose qué coño está pasando.
—¿Te estás prostituyendo en un burdel?
—¡Pero ¿qué coño...?!—grita Quinn—¿Con quién cojones te crees que estás hablando?
Quinn hace ademán de avanzar, pero Rachel la agarra del brazo y la obliga a retroceder.
—Esto no es ningún burdel, y yo no soy una puta—dice con voz temblorosa e insegura mientras retiene a Quinn.
Quiero salir en su defensa, pero soy incapaz de articular palabra. Afortunadamente, Santana me evita las molestias. Se acerca a mi hermano, lo coge de la nuca y le susurra algo al oído. Es un acto totalmente amenazador, y ni siquiera quiero saber qué le ha dicho, y menos al ver que Sam empieza a seguir a Santana hacia su despacho sin rechistar. Yo también los sigo, quiero oír esto, pero me detiene, tal y como me había imaginado.
—Espérame en el bar, Britt-Britt.
Intenta hacer que gire sobre mis talones, pero me siento algo desafiante. No me gusta la idea de que Santana se lleve a Sam a solas.
—Preferiría acompañarlos—digo con fingida seguridad sin esperar demasiado.
Conozco esa mirada. Puede que me haya llamado «Britt-Britt» para suavizar la orden, pero no soy idiota. No voy a entrar en ese despacho.
No.
De repente voy camino del bar sin andar. Me coloca sobre el taburete, llama a Artie y me lanza esa mirada que dice «no tientes la suerte».
—Quédate aquí.
Me besa en la mejilla, como si eso fuera a calmarme. La apuñalo por la espalda con la mirada mientras sale del bar dando pasos largos y uniformes.
—¡Vaya!—la voz alegre de Artie desvía mi atención de mi esposa—Mírese usted, si parece..., ¿cómo se dice? ¡Una rosa! ¡Está radiante!—me besa en la mejilla por encima de la barra y me pasa una botella de agua—¡Nada de sublimes de Artie para usted!
Protesto pero sonrío, doy un largo trago al agua helada y dejo que Artie siga atendiendo a los demás socios. De repente entra Quinn, muy alegre.
Estoy confusa.
—¡Hola, mamá!—me frota el vientre con todo el descaro del mundo—¿Cómo te encuentras?
—Bien...—la palabra sale de mi boca lentamente—¿Y Rach?
—En el baño—contesta rápidamente, y le pide a Artie una cerveza.
Miro por detrás de ella y me pregunto si debería ir a verla.
—¿Está bien?
—Sí, está bien—no me mira, pero tengo la sensación de que sabe que la estoy observando con aire de confusión. Me mira con el rabillo del ojo y entonces se sienta suspirando—Sé que todos piensan que sí, pero no soy idiota.
Tenso la espalda.
—Yo no pienso que seas idiota—me defiendo.
Algo distraída, tal vez, pero no idiota.
Sonríe.
—Sé lo de Rach y Sam. Lo sé desde el día que la conocí y vi cómo reaccionó cuando mencionaste su nombre. Sé por qué lo dejó conmigo, y sé que pasó algo en vuestra boda. Soy mujer Britt, me doy cuentas de las cosas.
En mi frente aparece un cartel que dice «culpable». Me pregunto si Rachel es consciente de esto.
—¿Por qué no has dicho nada?
—No lo sé.
Se lleva la botella a los labios y veo que ella también se está planteando esa misma pregunta.
Me imagino la razón, pero ¿debería exponérsela?
—Es una chica estupenda—añade encogiéndose de hombros.
Asiento pensativamente y sonrío para mis adentros. Me dan ganas de reunirlas a las dos y soltarles una charla.
También siento lástima por Quinn.
Algo me dice que no les ha contado a muchas personas que es huérfana, si es que se lo ha contado a alguien. Pero Rachel lo sabe y, aunque las dos actúan de una manera tan alegre y desenfadada, sé que sienten cosas muy fuertes la una por la otra y que ninguna de las dos parece querer admitir o hacer algo al respecto.
Es muy frustrante.
—Creo que voy a ir a buscarla—digo.
Me pongo de pie y le froto suavemente el hombro para indicarle que la entiendo. Ella responde con una sonrisa pícara, se agacha y le susurra algo almibarado a mi barriga.
Dejo a la enamorada Quinn en el bar y voy al servicio a buscar a la idiota de mi amiga. Me gustaría ir en otra dirección para sorprender a un par de personas, pero me centro en Rachel.
Ninguno de mis destinos potenciales me recibirá con los brazos abiertos, aunque decido confiar en que Santana se encargue de esto. No quiero ni imaginarme lo que se estarán diciendo en el despacho. Sólo espero que, pase lo que pase, a Sam no se le ocurra ir a cacareárselo a mis padres, y tengo fe en que mi esposa haga que eso no suceda.
Abro la puerta y me encuentro a Rachel agarrada al lavabo, con el rostro oculto por completo bajo su pelo castaño mientras mira la pila.
—Hola.
Me acerco con cautela, no quiero que se ponga a la defensiva. Levanta la cabeza con esfuerzo y me muestra sus brillantes ojos marrones cargados de desesperación.
—¿Tú crees que soy una puta?
—¡No!
Me sorprende que me pregunte eso. Puede que sea un poco ligerita, pero no una puta.
Lo cierto es que he calificado a todas las mujeres que vienen aquí como tales, y Rachel ha llevado a cabo exactamente las mismas actividades que todas ellas, así que, ¿qué tiene de diferente?
Me muero de remordimiento por pensar así. Ella es distinta porque es mi amiga y la conozco. Sólo está haciendo esto por Quinn, o quizá cree que necesita hacerlo por Quinn.
De repente veo a las mujeres de La Mansión con una perspectiva totalmente diferente. Sé que muchas de ellas están aquí con un único objetivo, y ese objetivo es una diosa latina y sexy que ya no está disponible. Ahora está casada y espera mellizos, cosa que las ha sorprendido y cabreado. La prueba está en que muchas de ellas han cancelado su suscripción, y las más persistentes están llevando las cosas más allá, drogándome, intentando sacarme de la carretera y mandándome notas amenazadoras. De repente me aterra pensar que alguna de esas mujeres pudiera estar detrás de todo eso.
¿Sospechará Santana de alguien?
—¿En qué coño me he convertido, Britt?
La pregunta de Rachel me saca al instante de mis alarmantes pensamientos.
—¿Quizá en una mujer enamorada?—espeto antes de reflexionar sobre si es buena idea o no decirlo. Los ojos de mi amiga se le salen de las órbitas, lo que me indica que no lo ha sido—Vas a negarlo otra vez, ¿verdad?
—No—susurra—Creo que toda esa mierda ya está clara.
—¿Que ya está clara?—me río—Rach, estaba claro desde hace semanas.
Estoy completamente exasperada, pero también aliviada. La ciega de mi amiga por fin ha visto la luz, o ha admitido que hace tiempo que la vio, da lo mismo.
—Está en el bar y...
Me detengo y refreno lo que estoy a punto de decir. No voy a advertirle que Quinn sabe lo de Sam. Eso es algo que tienen que resolver ellas dos.
—¿Y qué?
Me mira asustada, lo que reafirma mi decisión de callar. Seguro que, de lo contrario, saldría corriendo. Dará por hecho lo peor y huirá, sin darle a Quinn la oportunidad de expresar sus pensamientos.
—Y te está esperando—concluyo.
Se relaja visiblemente y de pronto la invade la alegría.
—¿Crees que debería ir?—pregunta buscando mi apoyo.
Es raro verla dudando de sí misma o pidiendo ayuda o consejo.
—Sí, deberías ir—confirmo con una sonrisa—Deberías arriesgarte, Rach. Creo que te sorprendería adónde puede llevarte Quinn.
—¿En serio?
—Sí—sonrío y estrecho a mi inusualmente insegura amiga entre los brazos y la aprieto con fuerza para borrar sus inseguridades—Ve y habla con ella. Y déjala que hable también.
—De acuerdo—accede—Lo haré—luego me aparta con cara de asco—Y vale ya de tanta sensiblería.
—Sí, lo siento, es todo culpa mía—ambas nos volvemos hacia el espejo y empezamos a hacer como que nos secamos las lágrimas sobre las mejillas con los puños—¿Qué crees que le estará diciendo San a Sam?
La pregunta de Rachel me recuerda al instante que están solos.
—No lo sé—contesto con el ceño fruncido, aunque me imagino lo que es—, pero voy a averiguarlo. ¿Estás bien?
—Perfectamente.
Me da un beso en la mejilla y salimos del aseo de mujeres, ella en dirección al bar y yo rumbo a la derecha, hacia el despacho de Santana.
Irrumpo en la habitación con los ojos casi cerrados, como intentando protegerme de la certeza de ver a mi hermano empotrado contra la pared cogido de la garganta. Pero no es así. Están sentados en la misma posición que la última vez que entré de igual manera: Santana en su silla, tranquila, y Sam de espaldas a mí.
—¿Por qué aceptas dinero de San?—pregunto con firmeza en un intento de que ambos vean que voy en serio.
La tensión en los hombros de Sam es evidente. Puede que haya descubierto la verdadera naturaleza del establecimiento de mi esposa, pero yo he descubierto su pequeño acuerdo, aunque no sé de qué se trata ni sé si quiero saberlo. No obstante, eso no evita que siga insistiendo.
—¿Vas a contestarme?
Sam no lo hace, pero Santana sí.
—Britt, te dije que te quedaras ahí.
—No estoy hablando contigo—replico sin ningún miedo.
—Bueno yo contigo sí—dice ella.
—Cállate—me acerco a la mesa y le doy unos toques a Sam en la espalda con el dedo—No has abierto la boca. ¿No tienes nada que decir?
—¿Ves con qué tengo que lidiar?—Santana levanta las manos en un gesto de desesperación—Es una auténtica pesadilla.
Le lanzo a mi mujer una mirada asesina y le doy una palmada a mi hermano en el hombro.
—Habla. ¿Qué está pasando?
—Estoy arruinado—dice Sam en voz baja—Hundido, sin blanca, como lo quieras llamar. Santana ha accedido a ayudarme.
—¿Se lo has pedido?—inquiero, incrédula. Eso es muy atrevido por su parte, teniendo en cuenta la relación que hay entre ellos dos—No, ella se ofreció a ayudarme sin compromiso... hasta hace diez minutos.
—¿Estás sobornando a mi hermano?—desvío la mirada hacia Santana, que tiene las manos unidas formando un triángulo con los dedos delante de su boca—¿Le has pagado para que no hable?
—No. Le he prestado algo de dinero y he añadido una pequeña cláusula al contrato a posteriori.
Estoy horrorizada, pero tremendamente aliviada. Santana dijo que mis padres jamás se enterarían, y está asegurándose de que mantiene su promesa.
—¿Qué ha pasado con la escuela de surf? ¿Y por qué no les pediste el dinero a papá y a mamá? Te habrían prestado algo.
—No estamos hablando de unos cuantos pavos, Brittany. Estoy de deudas hasta las cejas. Pedí un préstamo enorme para financiar mi parte del negocio, y mi compañero se ha fugado con el dinero. Estoy jodido.
Me derrumbo.
—¿Por qué no has dicho nada?
—¿Tú qué crees?—parece muy humillado—Estaba avergonzado, Brittany. Lo he perdido todo.
Mis ojos apenados vuelven a centrarse en Santana, que permanece callada pero me observa con atención.
—¿Cuánto es?—pregunto.
Mi pregunta incomoda claramente a mi esposa, y Sam se revuelve en la silla a mi lado, lo que sólo puede significar una cosa. Sé que no estamos hablando de un par de miles de libras.
—¿Cinco mil? ¿Diez mil? Quiero saberlo.
—Unos cuantos miles—interviene Sam antes de que Santana me conteste.
No me lo creo ni por un instante.
—¿San?—insisto, clavándola en el sitio con una mirada de determinación.
Tengo que saber hasta qué punto mi hermano tiene problemas.
Sus ojos se apartan de los míos por unos instantes para mirar a Sam. Inspira hondo y empieza a frotarse las sienes.
—Lo siento, Sam. No voy a mentirle. Doscientas, Britt—dice con un largo suspiro liberando más tensión.
Puede que yo también necesite frotarme la sien. Espero que con ese «doscientas» se refiera a libras, pero sé que estoy esperando en vano. Me tambaleo un poco totalmente estupefacta y Santana se levanta de la silla al instante. Parece furiosa.
—Maldita sea, Britt—me sostiene de los hombros—¿Estás bien? ¿Estás mareada? ¿Quieres sentarte?
—¡¿Doscientas mil?!—chillo—¿Qué clase de banco presta doscientas mil libras?—me quito de encima a Santana mientras asimilo la información y mi incredulidad se transforma en ira—¡Estoy bien!
—¡No me empujes, Britt!—me grita; luego me agarra del codo para dirigirme a su mesa y me obliga a sentarme con suavidad en su enorme silla de oficina—No te exaltes tanto, Britt-Britt. No es sano.
—¡Tengo la tensión perfectamente!—espeto con petulancia, aunque sospecho que acaba de ponerse por las nubes—¿Doscientas mil? ¡Ningún banco en su sano juicio prestaría tanto dinero para montar una escuela de surf!
Los bancos australianos deben de funcionar de la misma manera que los británicos. Se echarían a reír a carcajadas si alguien les pidiera esa barbaridad.
¿Cuánto pueden costar unas cuantas tablas de surf?
—No, tienes razón—Sam se hunde todavía más en la silla, volviéndose cada vez más y más pequeño. Es un indicativo de cómo se siente: pequeño y estúpido—. Pero un prestamista, sí.
—¡Genial!—hundo la cabeza en las palmas de mis manos. Sé cómo funcionan, aunque no he tenido el placer de experimentarlo en persona—¿En qué estabas pensando?
Santana me frota la espalda para tranquilizarme, pero no lo consigue en absoluto.
—No estaba pensando, Brittany—suspira mi hermano.
Levanto la cara para que Sam pueda ver mi decepción. Creía que era más listo.
—¿Ésa es la única razón por la que volviste a casa?
—Me estaban buscando—el rostro vencido de Sam me parte el corazón—Uno no se va de rositas si no paga su deuda con esos tipos.
—Dijiste que te iba bien—le recuerdo, pero no me da ninguna explicación, simplemente se encoge de hombros—Bueno quédate aquí—me inclino hacia adelante—No vuelvas.
Santana se ríe y Sam esboza una débil sonrisa. Sus reacciones me indican que no toman en consideración mi propuesta. También me indican que ambos encuentran encantadora mi ingenuidad. No veo cuál es el problema. Australia está al otro lado del mundo.
—Britty—Sam también se inclina hacia adelante—, si no vuelvo, vendrán a buscarme. Ya me lo han advertido, y les creo. No voy a poneros a ti, a mamá y a papá en peligro...
Una tos por encima de mi hombro interrumpe su discurso y mi hermano aparta la vista de mí para mirar a Santana. No necesito volverme para saber qué expresión tiene mi esposa.
Sam prosigue:
—Esa gente es peligrosa, Brittany.
Me duele la cabeza, y las caricias de Santana se están volviendo más firmes. Me recuesto sobre el respaldo y la miro.
—Pero no puedes ingresar todo ese dinero en una cuenta bancaria. ¿Eso no es blanqueo? No quiero que te involucres, San.
Me siento fatal por decir eso, dada la penosa situación de mi hermano y sabiendo que Santana es su única salida, pero bastante tenemos ya con nuestros propios problemas como para añadir ahora el de Sam.
Me sonríe.
—¿En serio crees que haría algo que pudiera ponerlos a ti y a los pequeños en peligro?—dice señalando mi barriga con la barbilla—Voy a transferir a la cuenta de Sam el dinero justo para que pueda volver a Australia. Tengo los datos de una cuenta en un paraíso fiscal a la que transferiré las doscientas mil libras. Nadie sabrá de dónde procede el dinero, Britt. De lo contrario, no lo haría.
—¿En serio?—pregunto buscando seguridad.
—En serio—levanta las cejas y se inclina para besarme la mejilla—Siempre hay un modo de hacer las cosas, créeme.
Su confianza hace que me pregunte si ya ha hecho antes algo así. No me sorprendería lo más mínimo.
—De acuerdo—accedo aceptando su beso antes de que despegue la cara de mí—Gracias.
—No me des las gracias—me advierte muy en seria.
Miro al otro lado de la mesa a mi hermano, que está claramente aliviado.
—¿Le has dado las gracias a mi esposa?—pregunto sintiéndome de repente algo resentida.
—Por supuesto—responde Sam, ofendido— Yo no se lo he pedido, Brittany. Vine a hacer las paces. Pero tu esposa empezó a investigar a mis espaldas.
Sam no debería usar ese tono acusatorio teniendo en cuenta que depende de Santana para salir de este atolladero.
—¿Ah, sí?—levanto la vista—¿Eso has hecho?
Casi pone los ojos en blanco, como si pensara que soy idiota por no haberme dado cuenta de que algo no iba bien.
—Sé cuándo una persona tiene problemas, Britt.
—Vaya—susurro. Esto es demasiado. Estoy agotada—¿Podemos irnos a casa?—pregunto.
—Lo siento—Santana me levanta de la silla y me inspecciona de pies a cabeza—Te he descuidado.
—Estoy bien, sólo estoy cansada—suspiro y acerco mi extenuado cuerpo hasta Sam—¿Cuándo te vas?—digo con tono áspero e insolente, pero no puedo evitarlo.
Sé perfectamente por qué está haciendo esto Santana, y no es sólo para que Sam no hable. Eso ha sido un conveniente añadido. Lo hace en primer lugar porque no quiere arriesgarse a que la mafia australiana se presente en Londres, y en segundo lugar porque sabe que me quedaría hecha polvo si le sucediera algo a Sam, cosa bastante probable a no ser que mi esposa lo saque del terrible embrollo en el que se ha metido, el muy idiota. Dudo mucho que Santana recupere alguna vez ese dinero. Mi hermano jamás ganará lo suficiente como para devolvérselo.
—Me voy esta misma noche—responde él—Han dicho que vendrán aquí si no he vuelto el jueves, así que supongo que ya no nos veremos en una temporada.
—¿No pensabas decirme que te marchabas?—pregunto.
—Te habría llamado, mujer—advierto su vergüenza, pero me siento igual de dolida—Ya no soy tu persona preferida—añade con una sonrisa.
No voy a negárselo.
No lo es.
Siempre lo fue, incluso más que mis padres, incluso durante mis relaciones con Elaine y con Adam, pero ya no.
Mi persona preferida está ahora sosteniendo mi cuerpo cansado y masajeándome el vientre con sus reconfortantes manos.
—Cuídate.
Fuerzo una sonrisa. No quiero contravenir el consejo de mi mamá de no despedirme jamás de un ser querido con una mala palabra.
—¿Puedo?—le pide permiso a mi esposa con los brazos abiertos mientras se acerca a mí.
—Claro.
Santana suelta mi estómago con vacilación, pero me sigue sosteniendo mientras Sam me abraza.
No quiero hacerlo, pero lo hago.
Dejo escapar unas cuantas lágrimas empapo la chaqueta de mi hermano mientras le devuelvo el fuerte achuchón.
—Ten cuidado, por favor—le ruego.
—Oye, estaré bien—se aparta sosteniéndome de los brazos—No puedo creerme que tu esposa tenga un club de sexo—sonrío mientras me seca las lágrimas de las mejillas con el pulgar y me besa la frente—Cuida de ella.
Le ofrece la mano a Santana, que la acepta sin ni siquiera resoplar de disgusto ante la insultante petición de mi hermano. Simplemente asiente y me reclama antes de que Sam me haya soltado del todo.
—Diles que tendrán el dinero en su cuenta antes de que acabe la semana. Tienes la prueba—Santana me acaricia el pelo suavemente y habla con aspereza—Y no quiero más problemas cuando te hayas marchado—le advierte.
Sé lo que quiere decir con eso, pero no sé cuál es la prueba. Estoy demasiado agotada mentalmente como para preguntar, y además me da igual.
Sam asiente y sale del despacho sin volver la vista atrás.
Las consecuencias astronómicas que podría acarrear su visita me sacuden con fuerza.
—Hola, guapa—se levanta todo sonriente y se acerca a mí para darme un abrazo—Enhorabuena.
—Podrías dejar que se lo contara yo a alguien—gruño dirigiéndole a Santana una mirada de reproche por encima del hombro de mi hermano.
Ella se encoge de hombros, me pone morritos, me lanza un silencioso «te quiero» y se tira de la chaqueta y de la camisa como para recordarme que lleva puesto lo que yo le había pedido, así que debería ser buena con ella.
—¿Qué haces aquí?—repito, e inclino la cabeza en dirección a Santana, pero ella se encoge de hombros otra vez y no dice nada.
Qué novedad.
—He venido a hacer las paces—Sam me suelta y se pasa la mano por su melena rubia—No quería volver a casa sin haber solucionado antes esto.
—¡Vaya!—miro a Santana, pero, joder, vuelve a encogerse de hombros—Entonces ¿ya son amigos?
—Algo así. Pero bueno, tengo que irme ya. He quedado con Harvey al otro lado de la ciudad—se vuelve hacia Santana—Gracias.
—De nada.
Mi esposa asiente y no se molesta en ser educada y levantarse para despedir a Sam. Eso y las despreocupadas encogidas de hombros hacen que desconfíe.
—¿Cuándo regresas a casa?—pregunto cuando se vuelve hacia mí otra vez.
—No lo sé. Depende de los vuelos. Ya te llamaré, ¿vale?
Me da un beso en la mejilla y se dirige a la puerta, donde se topa con el grandulón.
Finn me mira sacudiendo la cabeza y acompaña a mi hermano hasta la salida.
¿Para qué habrá venido?
Dirijo mis sospechas hacia Santana, y sé que intuye lo que estoy pensando, porque se niega a mirarme a los ojos.
—¿De qué iba todo esto?
—¿El qué?
Me acerco al sofá y suelto el bolso antes de ocupar el asiento que acaba de dejar libre mi hermano.
—Mírame—ordeno.
La palabra funciona y levanta la vista, pero no porque quiera obedecerme, sino porque siempre se sorprende al escucharla de mi boca. Me da igual. Puede mirarme todo lo sorprendida que quiera.
—¿Qué hacía Sam aquí?
Se pone de pie y coge el teléfono de encima de su mesa.
—Ha venido a disculparse.
Me río en su cara. Sam jamás se disculparía, no con Santana. Lo conozco desde que nací y sé que es demasiado orgulloso como para hacerlo, y más ante una persona como Santana. Sam se siente inferior, como la mayoría de las personas. Sin embargo, el hecho de que sea mi hermano no hace desaparecer la batalla que hay entre ellos.
—No te creo.
—Eso me entristece, Britt-Britt—compone un gesto solemne, lo que no hace sino acrecentar mis sospechas—Bueno, cuéntame. ¿Qué ha dicho Will?—mi expresión de recelo se transforma en culpabilidad, y son mis ojos los que evitan los suyos ahora—No se lo has dicho, ¿verdad?—pregunta con tintes de ira en su tono de voz—¿Britt?
—No ha venido a la oficina—me apresuro a contestar—Pero vendrá mañana, así que hablaré con él entonces.
—Demasiado tarde, Britt-Britt. Has tenido tu oportunidad. Muchas oportunidades.
—Eso no es justo—protesto—Le he dicho a Rory que no voy a seguir trabajando con él, así que no puedes decir que no he intentado solucionar esto.
Sé inmediatamente que he cometido un grave error cuando veo que sus hombros se tensan y que se le salen los ojos oscuros de las órbitas.
—¿Que has hecho qué?
—No creo que él me drogara, San. Quiere estar conmigo, ¿por qué iba a hacerme daño?
Será mejor que me calle. Mis palabras acaban de dejarla boquiabierta.
—¿Para qué coño hablas con él?
Golpea la mesa con el puño como un gorila de espalda plateada a punto de atacar. Me hundo en la silla.
—Rory sabe que has...—empiezo a golpetearme un incisivo con la uña—Entretenido a otras mujeres mientras estábamos juntas—aguanto la respiración, consciente de que estoy alimentando su ira.
—Quedamos en que no volveríamos a hablar de eso—dice con los dientes apretados y la mandíbula tan tensa que está a punto de partirse.
—Es difícil no hacerlo cuando todo el mundo insiste en recordármelo.
Me inclino hacia adelante con un repentino impulso de valentía. No pienso dejar que haga que me sienta como una pesada por esto.
—¿Cómo lo sabe?
Doy con la respuesta antes de que pueda negar que lo sabe. Ver que se muerde el labio y algunas cosas más, sobre todo la comprensión mental, me llevan rápidamente a una conclusión.
—La ex mujer de Rory. Era una de ellas, ¿verdad?—pregunto.
Cierra los ojos. Me pongo de pie y me inclino sobre la mesa con la misma expresión amenazadora que él. No hace falta que me responda.
—Dijiste meses. Dijiste que hacía meses que no habías estado con ella, que no entendías por qué no paraba de rondarte de repente. Te has acostado con ella más de una vez, ¿verdad?
—No quería que te enfadaras.
Sigue con su actitud hostil. Es un evidente mecanismo de defensa.
—Y dime. ¿Las llamabas y hacías que hicieran cola en tu puerta?
—No, cuando se enteran de que he bebido acuden como las moscas a la mierda.
—Te odio.
—No, no me odias.
—Sí, te odio.
—No me partas el corazón, Britt. ¿Qué importa quién fuera?
—No, lo que importa es que me mentiste.
—Te estaba protegiendo.
—Lo más gracioso de todo es que cada vez que lo haces acabas haciéndome daño.
—Lo sé.
—¿Y has aprendido la lección?
—Todos los putos días—me agarra de la mandíbula con violencia pero con cuidado—Lo siento, Britt.
—Bien.
Asiento con firmeza sobre su mano y de repente me doy cuenta de que nuestros rostros se están tocando y que ambas estamos inclinadas sobre la mesa, mirándonos con una mezcla de furia y de absoluto deseo.
—¿Cómo hemos llegado a esto?—digo en voz alta cuando sólo pretendía pensarlo.
—Porque, preciosa mía, estamos hechas para estar juntas. Contacto constante. Bésame.
—Ya he aceptado que seas una capullo, así que no hace falta que intentes doblegarme a través de tu tacto.
Aunque lo haré.
—Te he echado de menos, Britt-Britt.
Me subo a su mesa y me acerco de rodillas centímetro a centímetro hasta que la envuelvo con el cuerpo y con los labios. Yo también la he echado de menos, como una loca. Ha sido mi primer día después de volver del Paraíso y me encuentro totalmente desubicada. Llevo toda la jornada con síndrome de abstinencia por Santana, y ahora me preparo para soltar mi siguiente bomba.
—Ojalá fueras pura y virginal—musito, recorriendo con los labios cada milímetro de su rostro.
De todas las cosas que deseo, ésta es la que más: que no hubiera habido nadie antes que yo, o mientras estaba conmigo. La he perdonado, de verdad que sí, pero me cuesta olvidar.
—Lo soy—se deja caer en su silla de piel y tira de mí hasta que cedo y dejo que me siente sobre su regazo—La parte más importante de mi ser está sin tocar—me coge la mano y hace girar mis anillos durante unos momentos de reflexión. Después me abre la palma y la coloca sobre su pecho—O al menos lo estaba hasta que has entrado en la oficina. Ahora no para de dar brincos y está a punto de estallar de absoluto amor por ti.
Sonrío.
—Me gusta sentir cómo late—le abro la chaqueta y apoyo la oreja en su camisa.
—Y me gusta oírlo también.
Es una de las sensaciones más reconfortantes del mundo. Me envuelve con sus brazos y me acerca más a su cuerpo.
—¿Cómo ha ido el día?
—Fatal. Quiero ir al Paraíso.
Se ríe y me besa la parte superior de la cabeza.
—Yo estoy en el paraíso siempre que estoy contigo. No necesito una villa.
—Ahí estabas más relajada.
Las cosas, como son. Sé que estar de vuelta en Londres hará que mi neurótica controladora vuelva poco a poco a aflorar.
—Ahora estoy relajada.
—Sí, porque estoy sentada en tu regazo y me estás cubriendo con el cuerpo—respondo con sarcasmo, y me gano un pequeño pellizco en el hueco sobre la cadera. Me río y me vuelvo sobre sus piernas de cara al escritorio—¿Qué tal tu día?
Desliza las manos alrededor de mi vientre, apoya la barbilla en mi hombro e inhala profundamente en mi cabello. Refunfuña y hace un gesto de desdén con la mano.
—Largo. ¿Cómo están mis cacahuetes?
—Bien—de repente me fijo en su cuaderno de notas—¿Qué hace el nombre de mi hermano escrito ahí?
Estiro la mano para cogerlo, pero soy demasiado lenta. Al instante desaparece de mi vista y lo mete en el primer cajón de su mesa. Retiro la mano sobresaltada por su súbito movimiento
—¿Samuel Joseph Pierce?—arrugo la frente convencida de que he visto números escritos en ese papel, y no era un número de teléfono—¿Para qué has anotado el número de cuenta de Sam?
—No lo he hecho—dice desviando rápidamente mi pregunta, muy tensa.
Maldita sea, no ha aprendido nada en absoluto. Me aparto de su regazo y me siento a su lado, castigándola con una mirada a la altura de su fulminante «no tientes la suerte».
—Tienes tres segundos, López.
Sus labios forman una línea recta de fastidio.
—La cuenta atrás es mi arma—protesta puerilmente.
—Tres—incluso he levantado los dedos para darle más énfasis. Soy tan mala como ella—Dos—recojo un dedo, pero no llego hasta cero porque de repente tengo un momento de clara lucidez—¡Vas a darle dinero!
—No.
Sacude la cabeza de la manera menos persuasiva posible y cambia los pies de posición mientras permanece sentada. Está empezando a mentir tan mal como yo, afortunadamente.
—Tú también mientes fatal, López.
Doy media vuelta y echo a correr, principalmente para alcanzar a mi hermano antes de que se marche, pero también para escapar de Santana antes de que ella me alcance a mí.
—¡Britt!
Hago caso omiso de su amenazador grito y, como de costumbre, empiezo a correr a toda velocidad cuando llego al salón de verano. Sé que me sigue, y no sólo porque puedo oír sus fuertes pasos, que resuenan detrás de mí.
Paso las cocinas, el bar y el restaurante y derrapo cuando me encuentro a Sam de pie junto a la inmensa mesa redonda del vestíbulo. No está haciendo nada ni hablando con nadie. Finn también está aquí, y sé por qué. Es la misma razón por la que Finn me acompañaba a todas partes al principio. Observo con aprensión cómo Sam mira a su alrededor y Finn intenta acompañarlo a la salida, pero él no se mueve, ni siquiera ante el grandulón.
El pecho de Santana me golpea la espalda. Me coge y me hace girar en sus brazos. Está enfadada.
—¡Joder, Britt! ¡Vas a provocarles daños cerebrales a los niños! ¡Nada de correr!
Si no estuviera tan preocupada por la ubicación y el comportamiento de mi hermano, me reiría en la cara de la idiota que me sostiene con fuerza en sus brazos.
—¡Suéltame!
Forcejeo para liberarme y, al volverme, veo que Sam nos observa con el ceño fruncido. Finn está exasperado. Mi hermano echa un vistazo alrededor del vestíbulo de nuevo y posa su mirada inquisitiva en Santana.
—Si esto es un hotel, ¿dónde está la recepción?
—¿Qué?—dice Santana con tono impaciente, casi a la defensiva, y yo deseo que no lo esté.
Es un callejón sin salida, y rezo a todos los santos para que se le ocurra alguna explicación rápida.
—¿Dónde recogen tus invitados las llaves de sus habitaciones y los panfletos sobre las atracciones locales? Siempre suele haber uno de esos mostradores para que la gente sepa qué sitios puede visitar—mira a Finn—¿Y por qué me escolta este gorila a todas partes?
Me entra el pánico, Santana se pone tensa y Finn gruñe. Mi hermano es bastante más espabilado que yo. Ni siquiera me planteé todas esas cosas, menos lo de Finn. Pienso desesperadamente en alguna excusa que darle, pero no se me ocurre nada. Me ha (o nos ha) pillado totalmente desprevenidas.
Entonces oigo una voz, y es la única voz en el mundo que desearía no estar oyendo en estos momentos: la de Rachel. Me desmorono literalmente, y siento cómo Santana me apoya la mano en las lumbares.
¿Por qué no dice nada?
Veo y oigo espantada cómo Rachel y Quinn bajan por la escalera, riendo, manoseándose y con cara de estar totalmente excitadas.
Esto es un desastre.
No puedo evitar propinarle a Santana un codazo en las costillas para exigirle de manera silenciosa que diga algo.
Por favor, que diga algo, joder.
Rachel y Quinn ni siquiera se percatan del silencio que las espera al pie de la escalera mientras se toquetean y se besuquean diciendo cosas inapropiadas, incluida en algún momento la palabra «consolador».
Quiero morirme, y nadie ha dicho nada todavía, excepto la cachonda de mi mejor amiga y su alegre novia, aunque ellas no se han dado cuenta de nada... aún. No tardarán, y no parece que vaya a ser Santana quien hable. Sigue callada detrás de mí, probablemente igual de devastada.
Estoy en el limbo.
Es lo más cerca que he estado de ver un accidente de tren a cámara lenta. Sam y La Mansión; Sam y Rachel; Quinn y Sam; Sam y Santana.
Esto no puede acabar bien.
—¡Ay!
El alegre chillido de Rachel resuena por todo el vestíbulo, seguido del gruñido sexual de Quinn. Entonces ambas llegan al pie de la escalera transformadas en una masa de brazos entrelazados y besos frenéticos, devorándose vivas. Deberían haberse quedado en la suite, porque es evidente que todavía no han acabado.
—¡Quinn!—ríe ella, y se deja caer sobre su brazo.
Entonces me ve, y su cara se ilumina más todavía, hasta que advierte la presencia de mi hermano.
Deja de reírse.
De hecho, parece que está a punto de darle un ataque. Empieza a revolverse y aparta a la contrariada Quinn. Se arregla su melena castaña y revuelta con la mano y se coloca bien la ropa, pero no dice nada. Quinn también guarda silencio y repasa con la vista a los mudos espectadores. Es Sam quien rompe el silencio.
—Conque un hotel, ¿eh?—atraviesa a Rachel y a Quinn con la mirada a intervalos regulares varias veces y después vuelve sus ojos inquisitivos hacia Santana—¿Sueles dejar que tus amigos se comporten de esta manera en tu establecimiento?
—Sam...
Doy un paso hacia adelante pero no llego muy lejos. Santana se coloca delante de mí.
—Creo que deberías volver a mi despacho, Sam—dice con una voz y un lenguaje corporal intimidantes.
—No, gracias—mi hermano casi se echa a reír, con la vista fija en Rachel.
Jamás la había visto tan incómoda, y Quinn debe de estar preguntándose qué coño está pasando.
—¿Te estás prostituyendo en un burdel?
—¡Pero ¿qué coño...?!—grita Quinn—¿Con quién cojones te crees que estás hablando?
Quinn hace ademán de avanzar, pero Rachel la agarra del brazo y la obliga a retroceder.
—Esto no es ningún burdel, y yo no soy una puta—dice con voz temblorosa e insegura mientras retiene a Quinn.
Quiero salir en su defensa, pero soy incapaz de articular palabra. Afortunadamente, Santana me evita las molestias. Se acerca a mi hermano, lo coge de la nuca y le susurra algo al oído. Es un acto totalmente amenazador, y ni siquiera quiero saber qué le ha dicho, y menos al ver que Sam empieza a seguir a Santana hacia su despacho sin rechistar. Yo también los sigo, quiero oír esto, pero me detiene, tal y como me había imaginado.
—Espérame en el bar, Britt-Britt.
Intenta hacer que gire sobre mis talones, pero me siento algo desafiante. No me gusta la idea de que Santana se lleve a Sam a solas.
—Preferiría acompañarlos—digo con fingida seguridad sin esperar demasiado.
Conozco esa mirada. Puede que me haya llamado «Britt-Britt» para suavizar la orden, pero no soy idiota. No voy a entrar en ese despacho.
No.
De repente voy camino del bar sin andar. Me coloca sobre el taburete, llama a Artie y me lanza esa mirada que dice «no tientes la suerte».
—Quédate aquí.
Me besa en la mejilla, como si eso fuera a calmarme. La apuñalo por la espalda con la mirada mientras sale del bar dando pasos largos y uniformes.
—¡Vaya!—la voz alegre de Artie desvía mi atención de mi esposa—Mírese usted, si parece..., ¿cómo se dice? ¡Una rosa! ¡Está radiante!—me besa en la mejilla por encima de la barra y me pasa una botella de agua—¡Nada de sublimes de Artie para usted!
Protesto pero sonrío, doy un largo trago al agua helada y dejo que Artie siga atendiendo a los demás socios. De repente entra Quinn, muy alegre.
Estoy confusa.
—¡Hola, mamá!—me frota el vientre con todo el descaro del mundo—¿Cómo te encuentras?
—Bien...—la palabra sale de mi boca lentamente—¿Y Rach?
—En el baño—contesta rápidamente, y le pide a Artie una cerveza.
Miro por detrás de ella y me pregunto si debería ir a verla.
—¿Está bien?
—Sí, está bien—no me mira, pero tengo la sensación de que sabe que la estoy observando con aire de confusión. Me mira con el rabillo del ojo y entonces se sienta suspirando—Sé que todos piensan que sí, pero no soy idiota.
Tenso la espalda.
—Yo no pienso que seas idiota—me defiendo.
Algo distraída, tal vez, pero no idiota.
Sonríe.
—Sé lo de Rach y Sam. Lo sé desde el día que la conocí y vi cómo reaccionó cuando mencionaste su nombre. Sé por qué lo dejó conmigo, y sé que pasó algo en vuestra boda. Soy mujer Britt, me doy cuentas de las cosas.
En mi frente aparece un cartel que dice «culpable». Me pregunto si Rachel es consciente de esto.
—¿Por qué no has dicho nada?
—No lo sé.
Se lleva la botella a los labios y veo que ella también se está planteando esa misma pregunta.
Me imagino la razón, pero ¿debería exponérsela?
—Es una chica estupenda—añade encogiéndose de hombros.
Asiento pensativamente y sonrío para mis adentros. Me dan ganas de reunirlas a las dos y soltarles una charla.
También siento lástima por Quinn.
Algo me dice que no les ha contado a muchas personas que es huérfana, si es que se lo ha contado a alguien. Pero Rachel lo sabe y, aunque las dos actúan de una manera tan alegre y desenfadada, sé que sienten cosas muy fuertes la una por la otra y que ninguna de las dos parece querer admitir o hacer algo al respecto.
Es muy frustrante.
—Creo que voy a ir a buscarla—digo.
Me pongo de pie y le froto suavemente el hombro para indicarle que la entiendo. Ella responde con una sonrisa pícara, se agacha y le susurra algo almibarado a mi barriga.
Dejo a la enamorada Quinn en el bar y voy al servicio a buscar a la idiota de mi amiga. Me gustaría ir en otra dirección para sorprender a un par de personas, pero me centro en Rachel.
Ninguno de mis destinos potenciales me recibirá con los brazos abiertos, aunque decido confiar en que Santana se encargue de esto. No quiero ni imaginarme lo que se estarán diciendo en el despacho. Sólo espero que, pase lo que pase, a Sam no se le ocurra ir a cacareárselo a mis padres, y tengo fe en que mi esposa haga que eso no suceda.
Abro la puerta y me encuentro a Rachel agarrada al lavabo, con el rostro oculto por completo bajo su pelo castaño mientras mira la pila.
—Hola.
Me acerco con cautela, no quiero que se ponga a la defensiva. Levanta la cabeza con esfuerzo y me muestra sus brillantes ojos marrones cargados de desesperación.
—¿Tú crees que soy una puta?
—¡No!
Me sorprende que me pregunte eso. Puede que sea un poco ligerita, pero no una puta.
Lo cierto es que he calificado a todas las mujeres que vienen aquí como tales, y Rachel ha llevado a cabo exactamente las mismas actividades que todas ellas, así que, ¿qué tiene de diferente?
Me muero de remordimiento por pensar así. Ella es distinta porque es mi amiga y la conozco. Sólo está haciendo esto por Quinn, o quizá cree que necesita hacerlo por Quinn.
De repente veo a las mujeres de La Mansión con una perspectiva totalmente diferente. Sé que muchas de ellas están aquí con un único objetivo, y ese objetivo es una diosa latina y sexy que ya no está disponible. Ahora está casada y espera mellizos, cosa que las ha sorprendido y cabreado. La prueba está en que muchas de ellas han cancelado su suscripción, y las más persistentes están llevando las cosas más allá, drogándome, intentando sacarme de la carretera y mandándome notas amenazadoras. De repente me aterra pensar que alguna de esas mujeres pudiera estar detrás de todo eso.
¿Sospechará Santana de alguien?
—¿En qué coño me he convertido, Britt?
La pregunta de Rachel me saca al instante de mis alarmantes pensamientos.
—¿Quizá en una mujer enamorada?—espeto antes de reflexionar sobre si es buena idea o no decirlo. Los ojos de mi amiga se le salen de las órbitas, lo que me indica que no lo ha sido—Vas a negarlo otra vez, ¿verdad?
—No—susurra—Creo que toda esa mierda ya está clara.
—¿Que ya está clara?—me río—Rach, estaba claro desde hace semanas.
Estoy completamente exasperada, pero también aliviada. La ciega de mi amiga por fin ha visto la luz, o ha admitido que hace tiempo que la vio, da lo mismo.
—Está en el bar y...
Me detengo y refreno lo que estoy a punto de decir. No voy a advertirle que Quinn sabe lo de Sam. Eso es algo que tienen que resolver ellas dos.
—¿Y qué?
Me mira asustada, lo que reafirma mi decisión de callar. Seguro que, de lo contrario, saldría corriendo. Dará por hecho lo peor y huirá, sin darle a Quinn la oportunidad de expresar sus pensamientos.
—Y te está esperando—concluyo.
Se relaja visiblemente y de pronto la invade la alegría.
—¿Crees que debería ir?—pregunta buscando mi apoyo.
Es raro verla dudando de sí misma o pidiendo ayuda o consejo.
—Sí, deberías ir—confirmo con una sonrisa—Deberías arriesgarte, Rach. Creo que te sorprendería adónde puede llevarte Quinn.
—¿En serio?
—Sí—sonrío y estrecho a mi inusualmente insegura amiga entre los brazos y la aprieto con fuerza para borrar sus inseguridades—Ve y habla con ella. Y déjala que hable también.
—De acuerdo—accede—Lo haré—luego me aparta con cara de asco—Y vale ya de tanta sensiblería.
—Sí, lo siento, es todo culpa mía—ambas nos volvemos hacia el espejo y empezamos a hacer como que nos secamos las lágrimas sobre las mejillas con los puños—¿Qué crees que le estará diciendo San a Sam?
La pregunta de Rachel me recuerda al instante que están solos.
—No lo sé—contesto con el ceño fruncido, aunque me imagino lo que es—, pero voy a averiguarlo. ¿Estás bien?
—Perfectamente.
Me da un beso en la mejilla y salimos del aseo de mujeres, ella en dirección al bar y yo rumbo a la derecha, hacia el despacho de Santana.
Irrumpo en la habitación con los ojos casi cerrados, como intentando protegerme de la certeza de ver a mi hermano empotrado contra la pared cogido de la garganta. Pero no es así. Están sentados en la misma posición que la última vez que entré de igual manera: Santana en su silla, tranquila, y Sam de espaldas a mí.
—¿Por qué aceptas dinero de San?—pregunto con firmeza en un intento de que ambos vean que voy en serio.
La tensión en los hombros de Sam es evidente. Puede que haya descubierto la verdadera naturaleza del establecimiento de mi esposa, pero yo he descubierto su pequeño acuerdo, aunque no sé de qué se trata ni sé si quiero saberlo. No obstante, eso no evita que siga insistiendo.
—¿Vas a contestarme?
Sam no lo hace, pero Santana sí.
—Britt, te dije que te quedaras ahí.
—No estoy hablando contigo—replico sin ningún miedo.
—Bueno yo contigo sí—dice ella.
—Cállate—me acerco a la mesa y le doy unos toques a Sam en la espalda con el dedo—No has abierto la boca. ¿No tienes nada que decir?
—¿Ves con qué tengo que lidiar?—Santana levanta las manos en un gesto de desesperación—Es una auténtica pesadilla.
Le lanzo a mi mujer una mirada asesina y le doy una palmada a mi hermano en el hombro.
—Habla. ¿Qué está pasando?
—Estoy arruinado—dice Sam en voz baja—Hundido, sin blanca, como lo quieras llamar. Santana ha accedido a ayudarme.
—¿Se lo has pedido?—inquiero, incrédula. Eso es muy atrevido por su parte, teniendo en cuenta la relación que hay entre ellos dos—No, ella se ofreció a ayudarme sin compromiso... hasta hace diez minutos.
—¿Estás sobornando a mi hermano?—desvío la mirada hacia Santana, que tiene las manos unidas formando un triángulo con los dedos delante de su boca—¿Le has pagado para que no hable?
—No. Le he prestado algo de dinero y he añadido una pequeña cláusula al contrato a posteriori.
Estoy horrorizada, pero tremendamente aliviada. Santana dijo que mis padres jamás se enterarían, y está asegurándose de que mantiene su promesa.
—¿Qué ha pasado con la escuela de surf? ¿Y por qué no les pediste el dinero a papá y a mamá? Te habrían prestado algo.
—No estamos hablando de unos cuantos pavos, Brittany. Estoy de deudas hasta las cejas. Pedí un préstamo enorme para financiar mi parte del negocio, y mi compañero se ha fugado con el dinero. Estoy jodido.
Me derrumbo.
—¿Por qué no has dicho nada?
—¿Tú qué crees?—parece muy humillado—Estaba avergonzado, Brittany. Lo he perdido todo.
Mis ojos apenados vuelven a centrarse en Santana, que permanece callada pero me observa con atención.
—¿Cuánto es?—pregunto.
Mi pregunta incomoda claramente a mi esposa, y Sam se revuelve en la silla a mi lado, lo que sólo puede significar una cosa. Sé que no estamos hablando de un par de miles de libras.
—¿Cinco mil? ¿Diez mil? Quiero saberlo.
—Unos cuantos miles—interviene Sam antes de que Santana me conteste.
No me lo creo ni por un instante.
—¿San?—insisto, clavándola en el sitio con una mirada de determinación.
Tengo que saber hasta qué punto mi hermano tiene problemas.
Sus ojos se apartan de los míos por unos instantes para mirar a Sam. Inspira hondo y empieza a frotarse las sienes.
—Lo siento, Sam. No voy a mentirle. Doscientas, Britt—dice con un largo suspiro liberando más tensión.
Puede que yo también necesite frotarme la sien. Espero que con ese «doscientas» se refiera a libras, pero sé que estoy esperando en vano. Me tambaleo un poco totalmente estupefacta y Santana se levanta de la silla al instante. Parece furiosa.
—Maldita sea, Britt—me sostiene de los hombros—¿Estás bien? ¿Estás mareada? ¿Quieres sentarte?
—¡¿Doscientas mil?!—chillo—¿Qué clase de banco presta doscientas mil libras?—me quito de encima a Santana mientras asimilo la información y mi incredulidad se transforma en ira—¡Estoy bien!
—¡No me empujes, Britt!—me grita; luego me agarra del codo para dirigirme a su mesa y me obliga a sentarme con suavidad en su enorme silla de oficina—No te exaltes tanto, Britt-Britt. No es sano.
—¡Tengo la tensión perfectamente!—espeto con petulancia, aunque sospecho que acaba de ponerse por las nubes—¿Doscientas mil? ¡Ningún banco en su sano juicio prestaría tanto dinero para montar una escuela de surf!
Los bancos australianos deben de funcionar de la misma manera que los británicos. Se echarían a reír a carcajadas si alguien les pidiera esa barbaridad.
¿Cuánto pueden costar unas cuantas tablas de surf?
—No, tienes razón—Sam se hunde todavía más en la silla, volviéndose cada vez más y más pequeño. Es un indicativo de cómo se siente: pequeño y estúpido—. Pero un prestamista, sí.
—¡Genial!—hundo la cabeza en las palmas de mis manos. Sé cómo funcionan, aunque no he tenido el placer de experimentarlo en persona—¿En qué estabas pensando?
Santana me frota la espalda para tranquilizarme, pero no lo consigue en absoluto.
—No estaba pensando, Brittany—suspira mi hermano.
Levanto la cara para que Sam pueda ver mi decepción. Creía que era más listo.
—¿Ésa es la única razón por la que volviste a casa?
—Me estaban buscando—el rostro vencido de Sam me parte el corazón—Uno no se va de rositas si no paga su deuda con esos tipos.
—Dijiste que te iba bien—le recuerdo, pero no me da ninguna explicación, simplemente se encoge de hombros—Bueno quédate aquí—me inclino hacia adelante—No vuelvas.
Santana se ríe y Sam esboza una débil sonrisa. Sus reacciones me indican que no toman en consideración mi propuesta. También me indican que ambos encuentran encantadora mi ingenuidad. No veo cuál es el problema. Australia está al otro lado del mundo.
—Britty—Sam también se inclina hacia adelante—, si no vuelvo, vendrán a buscarme. Ya me lo han advertido, y les creo. No voy a poneros a ti, a mamá y a papá en peligro...
Una tos por encima de mi hombro interrumpe su discurso y mi hermano aparta la vista de mí para mirar a Santana. No necesito volverme para saber qué expresión tiene mi esposa.
Sam prosigue:
—Esa gente es peligrosa, Brittany.
Me duele la cabeza, y las caricias de Santana se están volviendo más firmes. Me recuesto sobre el respaldo y la miro.
—Pero no puedes ingresar todo ese dinero en una cuenta bancaria. ¿Eso no es blanqueo? No quiero que te involucres, San.
Me siento fatal por decir eso, dada la penosa situación de mi hermano y sabiendo que Santana es su única salida, pero bastante tenemos ya con nuestros propios problemas como para añadir ahora el de Sam.
Me sonríe.
—¿En serio crees que haría algo que pudiera ponerlos a ti y a los pequeños en peligro?—dice señalando mi barriga con la barbilla—Voy a transferir a la cuenta de Sam el dinero justo para que pueda volver a Australia. Tengo los datos de una cuenta en un paraíso fiscal a la que transferiré las doscientas mil libras. Nadie sabrá de dónde procede el dinero, Britt. De lo contrario, no lo haría.
—¿En serio?—pregunto buscando seguridad.
—En serio—levanta las cejas y se inclina para besarme la mejilla—Siempre hay un modo de hacer las cosas, créeme.
Su confianza hace que me pregunte si ya ha hecho antes algo así. No me sorprendería lo más mínimo.
—De acuerdo—accedo aceptando su beso antes de que despegue la cara de mí—Gracias.
—No me des las gracias—me advierte muy en seria.
Miro al otro lado de la mesa a mi hermano, que está claramente aliviado.
—¿Le has dado las gracias a mi esposa?—pregunto sintiéndome de repente algo resentida.
—Por supuesto—responde Sam, ofendido— Yo no se lo he pedido, Brittany. Vine a hacer las paces. Pero tu esposa empezó a investigar a mis espaldas.
Sam no debería usar ese tono acusatorio teniendo en cuenta que depende de Santana para salir de este atolladero.
—¿Ah, sí?—levanto la vista—¿Eso has hecho?
Casi pone los ojos en blanco, como si pensara que soy idiota por no haberme dado cuenta de que algo no iba bien.
—Sé cuándo una persona tiene problemas, Britt.
—Vaya—susurro. Esto es demasiado. Estoy agotada—¿Podemos irnos a casa?—pregunto.
—Lo siento—Santana me levanta de la silla y me inspecciona de pies a cabeza—Te he descuidado.
—Estoy bien, sólo estoy cansada—suspiro y acerco mi extenuado cuerpo hasta Sam—¿Cuándo te vas?—digo con tono áspero e insolente, pero no puedo evitarlo.
Sé perfectamente por qué está haciendo esto Santana, y no es sólo para que Sam no hable. Eso ha sido un conveniente añadido. Lo hace en primer lugar porque no quiere arriesgarse a que la mafia australiana se presente en Londres, y en segundo lugar porque sabe que me quedaría hecha polvo si le sucediera algo a Sam, cosa bastante probable a no ser que mi esposa lo saque del terrible embrollo en el que se ha metido, el muy idiota. Dudo mucho que Santana recupere alguna vez ese dinero. Mi hermano jamás ganará lo suficiente como para devolvérselo.
—Me voy esta misma noche—responde él—Han dicho que vendrán aquí si no he vuelto el jueves, así que supongo que ya no nos veremos en una temporada.
—¿No pensabas decirme que te marchabas?—pregunto.
—Te habría llamado, mujer—advierto su vergüenza, pero me siento igual de dolida—Ya no soy tu persona preferida—añade con una sonrisa.
No voy a negárselo.
No lo es.
Siempre lo fue, incluso más que mis padres, incluso durante mis relaciones con Elaine y con Adam, pero ya no.
Mi persona preferida está ahora sosteniendo mi cuerpo cansado y masajeándome el vientre con sus reconfortantes manos.
—Cuídate.
Fuerzo una sonrisa. No quiero contravenir el consejo de mi mamá de no despedirme jamás de un ser querido con una mala palabra.
—¿Puedo?—le pide permiso a mi esposa con los brazos abiertos mientras se acerca a mí.
—Claro.
Santana suelta mi estómago con vacilación, pero me sigue sosteniendo mientras Sam me abraza.
No quiero hacerlo, pero lo hago.
Dejo escapar unas cuantas lágrimas empapo la chaqueta de mi hermano mientras le devuelvo el fuerte achuchón.
—Ten cuidado, por favor—le ruego.
—Oye, estaré bien—se aparta sosteniéndome de los brazos—No puedo creerme que tu esposa tenga un club de sexo—sonrío mientras me seca las lágrimas de las mejillas con el pulgar y me besa la frente—Cuida de ella.
Le ofrece la mano a Santana, que la acepta sin ni siquiera resoplar de disgusto ante la insultante petición de mi hermano. Simplemente asiente y me reclama antes de que Sam me haya soltado del todo.
—Diles que tendrán el dinero en su cuenta antes de que acabe la semana. Tienes la prueba—Santana me acaricia el pelo suavemente y habla con aspereza—Y no quiero más problemas cuando te hayas marchado—le advierte.
Sé lo que quiere decir con eso, pero no sé cuál es la prueba. Estoy demasiado agotada mentalmente como para preguntar, y además me da igual.
Sam asiente y sale del despacho sin volver la vista atrás.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
ese idiota solo vino a molestar, que se vaya bien lejos y no vuelva, con hermanos asi es mejor ser hijo unico!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
bueno por lo menos el trió de sam, rachel y quinn termino???
por lo menos sam ya cuido su cabeza jajajaj
me encanta cuando britt se pone firme cuando quiere algo de san jajaja
nos vemos!!!
bueno por lo menos el trió de sam, rachel y quinn termino???
por lo menos sam ya cuido su cabeza jajajaj
me encanta cuando britt se pone firme cuando quiere algo de san jajaja
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Hola una vez más, por fin termine de leer
Qué bonito se siente estar al corriente con los capítulos, a ver cuánto me dura el gusto...
Sam es un imbécil con todas las letras de la palabra en un anuncio de 100 metros y con letras de Neon. Algo así:
I M B É C I L
Esperemos que la mafia Australiana no le haga daño a nadie. Y mucho menos a Britt estando embaraza.
Y qué bello es que Rachel haya aceptado que está enamorada de Quinn y Quinn de ella.
P.D: Mil gracias por los capítulos
P.D.2: ¿Cómo estás?
P.D.3: Aun no supero que vayan hacer mellizos
P.D.4: Y si vuelven al paraíso, ahí estarán mucho mejor
P.D5: Cuídate
P.D.6: Te quiero
P.D.7: Espero no atrasarme otra vez con los capítulos
P.D.8: Nos leemos más tarde
P.D.9: Ya veremos qué pasa cuando nazcan los bebes
P.D.10: Besos y abrazos
P.D:11: Las "P.D." volvieron, y espero que para quedarse
P.D.12: Chau
Qué bonito se siente estar al corriente con los capítulos, a ver cuánto me dura el gusto...
Sam es un imbécil con todas las letras de la palabra en un anuncio de 100 metros y con letras de Neon. Algo así:
I M B É C I L
Esperemos que la mafia Australiana no le haga daño a nadie. Y mucho menos a Britt estando embaraza.
Y qué bello es que Rachel haya aceptado que está enamorada de Quinn y Quinn de ella.
P.D: Mil gracias por los capítulos
P.D.2: ¿Cómo estás?
P.D.3: Aun no supero que vayan hacer mellizos
P.D.4: Y si vuelven al paraíso, ahí estarán mucho mejor
P.D5: Cuídate
P.D.6: Te quiero
P.D.7: Espero no atrasarme otra vez con los capítulos
P.D.8: Nos leemos más tarde
P.D.9: Ya veremos qué pasa cuando nazcan los bebes
P.D.10: Besos y abrazos
P.D:11: Las "P.D." volvieron, y espero que para quedarse
P.D.12: Chau
Daniela Gutierrez***** - Mensajes : 281
Fecha de inscripción : 03/07/2014
Edad : 27
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Un problema menos para Britt!!!
Veremos que hace Rachel!!!!!
Saludos
Veremos que hace Rachel!!!!!
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:ese idiota solo vino a molestar, que se vaya bien lejos y no vuelva, con hermanos asi es mejor ser hijo unico!!!!!
Hola, sam siempre molesta al vrdd ¬¬ pero comparto tu opinión! ajaajjaajajaj. Saludos =D
3:) escribió:holap morra,...
bueno por lo menos el trió de sam, rachel y quinn termino???
por lo menos sam ya cuido su cabeza jajajaj
me encanta cuando britt se pone firme cuando quiere algo de san jajaja
nos vemos!!!
Hola lu, xfin! sam solo molesta... como siempre! ahora solo quinn y rach! Jajjaajaj bn britt esta aprendiendo jaajajaj. Saludos =D
Daniela Gutierrez escribió:Hola una vez más, por fin termine de leer
Qué bonito se siente estar al corriente con los capítulos, a ver cuánto me dura el gusto...
Sam es un imbécil con todas las letras de la palabra en un anuncio de 100 metros y con letras de Neon. Algo así:
I M B É C I L
Esperemos que la mafia Australiana no le haga daño a nadie. Y mucho menos a Britt estando embaraza.
Y qué bello es que Rachel haya aceptado que está enamorada de Quinn y Quinn de ella.
P.D: Mil gracias por los capítulos
P.D.2: ¿Cómo estás?
P.D.3: Aun no supero que vayan hacer mellizos
P.D.4: Y si vuelven al paraíso, ahí estarán mucho mejor
P.D5: Cuídate
P.D.6: Te quiero
P.D.7: Espero no atrasarme otra vez con los capítulos
P.D.8: Nos leemos más tarde
P.D.9: Ya veremos qué pasa cuando nazcan los bebes
P.D.10: Besos y abrazos
P.D:11: Las "P.D." volvieron, y espero que para quedarse
P.D.12: Chau
Hola dani, ajajajaj, bn aquí otro cap entonces jajaajajaj. Jjajajajajaajajaaj sip, sam solo molesta... como siempre la vrdd ¬¬ esperemos y no traiga problemas :@ Eso es lo mejor! ellas se pertenecen, al igual que san y britt. Saludos =D
Pd: de nada, pero gracias a ti por leer y comentar!
Pd2: bn, bn y tu¿?
Pd3: jajajajajajajaja de lo mejor! a falta de uno, DOS!
Pd4: opino igual
Pd5: gracias, tu igual
Pd6: jajajaaj es el efecto que causo en las personas! jaajajaj
Pd7: jajajajaaj esperemos no¿?
Pd8: obvio!
Pd9: uf san se volvera loca... mas aun xD jajaajaj
Pd10: igual!
Pd11: jajajaaj bienvenidas sean!
Pd12: Chao
monica.santander escribió:Un problema menos para Britt!!!
Veremos que hace Rachel!!!!!
Saludos
Hola, uf! menos mal! quedarse con quinn, como debe de ser no¿? jjajaajajajjajajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 29
Capitulo 29
—Quiero enseñarte algo—dice Santana mientras me saca del coche en el aparcamiento del Lusso—¿Quieres que te lleve en brazos, Britt?
No sé por qué me pregunta eso, porque antes de que mi cerebro registre la pregunta, ya estoy en ellos.
—¿Qué quieres enseñarme?—digo, y apoyo la cabeza en su hombro.
Son las primeras palabras que pronuncio desde que he visto partir a Sam en el despacho de Santana, y no porque ella no me haya hablado. Ni siquiera he podido reunir fuerzas para gruñirle una advertencia a Holly cuando hemos pasado por delante de ella en el vestíbulo de La Mansión. Se ha limitado a sonreír con nerviosismo y se ha abstenido de ponerle las manos encima a Santana, apartándose casi con cautela, como si esperara que fuera a golpearla.
Su sorpresa al ver que ignoraba su presencia ha sido evidente. Me he apartado y he dejado que Santana hablara de sus cosas de negocios con ella. Y sé que eso es lo que era y lo único que será: negocios.
—Ahora verás.
Entramos en el vestíbulo del Lusso y sonrío al oír la voz alegre de Clive. No es tan guapo como nuestro nuevo conserje, pero siempre preferiré la cara curtida por la edad de Clive al precioso rostro fresco de Ryder.
—¡Enhorabuena!—exclama. No me sorprende. Si no ha sido Santana quien lo ha puesto al corriente, habrá sido Sue—¡Qué gran noticia!—su voz se aproxima mientras mi esposa me transporta por el suelo de mármol hacia el ascensor—Yo lo llamo, señora López-Pierce—se pone delante de Santana e introduce el código del ascensor del ático.
—Gracias, Clive—responde Santana, feliz de que alguien le recuerde a sus cacahuetes.
No ha intentado forzar ninguna conversación durante el trayecto de vuelta a la ciudad, y me ha dejado reflexionar sobre mi reciente descubrimiento: el descubrimiento de que mi hermano es un idiota y de que mi esposa ha perdido doscientas mil libras por ello.
—De nada, señora López-Pierce, de nada. Cuídate, Brittany—me dice con severidad, y yo sonrío con cariño mientras su cara gruñona desaparece tras las puertas.
—Has dejado que Clive me llame Brittany—señalo de manera distraída.
Me mira con una ceja enarcada y admonitoria.
—¿Y?
—Nada.
Consigo reunir fuerzas para curvar los labios y esbozar una sonrisa. La posesividad de mi esposa me hace gracia y me proporciona las energías necesarias.
—Haré como que no te he oído.
Se esfuerza por no sonreír mientras salimos del ascensor. Entramos en el ático y cierra la puerta de una patada.
—Pronto no podrás llevarme en brazos—gruño aferrándome a ella con más fuerza.
Lo echaré muchísimo de menos, pero sé que no podrá cargarme con tanta facilidad, como si fuera una extensión de su cuerpo, cuando esté a punto de explotar y haya doblado mi tamaño.
—No te preocupes, Britt-Britt—me besa en la frente y se vuelve para pegar la espalda a la puerta del despacho—He doblado el peso que levanto para prepararme.
Lanzo un grito ahogado de indignación y le doy un tirón de pelo.
—¡Oye!—protesto.
Me deja en el suelo, aunque sigo agarrándola del cabello.
—Eres una bruta—se ríe y agacha la cabeza para que no le tire tanto—¿Piensas soltarme?
—Discúlpate.
—Lo siento—sigue riéndose—Lo siento. Suéltame, Britt.
Es gracioso. Podría detenerme cuando quisiera, pero deja que tenga el poder, al menos por ahora.
La suelto y me quito los zapatos.
—Me duelen los pies—me quejo, moviendo los dedos—¿Qué hacemos en tu despacho?
—Quería enseñarte algo.
—¿Es una foto de Santiago?—pregunto, esperanzada y probablemente demasiado ilusionada.
Quiero ver qué aspecto tenía el hermano mellizo de Santana.
—Bueno no—su arruga característica aparece en su frente.
—Entonces ¿qué?—pregunto totalmente intrigada. De repente parece incómoda y nerviosa como una chiquilla—¿Qué te pasa?
—Date la vuelta—me ordena suavemente metiéndose las manos en los bolsillos.
No estoy segura de querer hacerlo. La miro esperando alguna explicación pero sigue sin decir nada, con la arruga fija en su sitio. Está preocupada, lo que hace que yo también me preocupe y que tenga mucha, mucha curiosidad.
Me vuelvo lentamente. Quiero cerrar los ojos, pero estoy demasiado intrigada como para hacerlo, y entonces veo la pared y se me corta la respiración. Un grito ahogado escapa de mi boca abierta y sé que he dado un paso atrás porque choco contra el pecho de Santana. O puede que ella haya dado un paso hacia adelante para evitar que me cayera de culo, no estoy segura.
Ni siquiera soy capaz de asimilarlo. Mis ojos se mueven de un lado al otro de la inmensa pared.
Está completamente cubierta de... mí.
Cada milímetro cuadrado es mío. No son fotografías enmarcadas, ni impresas en lienzo. Es papel pintado, aunque apenas lo parece. Todas las láminas están perfectamente unidas, de manera que parece una gigantesca obra de arte, un homenaje a mí, y la pieza más grande, la pieza central, soy yo en la cruz de nuestra habitación de La Mansión. Estoy desnuda, con la mirada baja y los labios separados. Mi pelo es una masa rubia brillante y enmarca mi rostro lujurioso, y la sensualidad que emana de mi cuerpo sigue siendo tangible en la imagen congelada.
Puedo sentirla.
Empiezo a desviar la mirada lentamente, absorbiéndolo todo. Esto es demasiado, y lanzo otro grito ahogado al ver una imagen dinámica de espaldas bajando a toda prisa los escalones de La Mansión. Puede que no parezca nada importante, pero puedo ver perfectamente una cala que se expande desde un lado de mi cuerpo a la fuga. Entonces reparo en mi vestido. Es el azul marino de tubo, el que llevaba puesto la primera vez que me reuní con la señora Santana López.
—Ésa es la primera que hice—murmura—Después se convirtió en una especie de obsesión.
Habla con voz baja e insegura.
Me vuelvo, todavía con la boca abierta. No puedo articular palabra. El nudo que tengo en la garganta me lo impide. Se está mordiendo el labio y me observa detenidamente.
Trago saliva y me vuelvo de nuevo hacia la pared.
La pared de Brittany.
Estoy por todas partes. Estoy en la noche de la inauguración del Lusso; en el banco de los muelles tras nuestro encuentro; en la ducha, en la cocina, en la terraza... Estoy en los probadores de Harrods, sentada en mi taburete en el bar de La Mansión. Vestida con cuero de motorista, y alejándome de ella cabreada con un jersey de punto enorme.
Sonrío al ver tantas fotos de mi espalda tomadas mientras huía de ella, probablemente después de haber recibido una cuenta atrás o con una pataleta. Estoy desnuda en infinidad de ellas, o vestida sólo con ropa interior de encaje. Aparezco también esposada a la cama, y nadando en la piscina de La Mansión. Estoy riéndome con Rachel; apartándome el pelo de la cara; comiendo en el Baroque; bailando con mis amigos; golpeteándome el diente con el dedo. También estoy tirada en el asiento del acompañante del DBS, claramente borracha. Estoy corriendo hacia el Támesis y tumbada en el suelo del Green Park. Estoy empujando un carrito de la compra en el súper, poniéndome ropa cómoda al llegar a casa y cepillándome los dientes. Estoy dormida en el jet privado, y de pie en el porche del Paraíso. Estoy rebuscando en los puestos del mercado, caminando sobre la arena de la playa y haciendo el desayuno en la villa. Volvimos de España ayer.
¿Cómo lo ha hecho?
Estoy dormida en su cama y dormida en sus brazos..., hay muchas de ésas. Absolutamente todas mis expresiones faciales y todos mis hábitos aparecen en esas fotografías.
Es mi vida en imágenes desde que la conocí. Y nunca me había dado cuenta. Está realmente obsesionada conmigo, y de haber sabido esto al principio, como cuando me acosaba persistentemente, creo que habría echado a correr aún más lejos.
Pero ahora ya no.
Ahora sólo me recuerda después de un día agotador el amor que mi mujer siente por mí.
De pronto me doy cuenta de que mis pies me han llevado hasta el borde de la pared. Estoy recorriendo lentamente toda su longitud, y cada vez que muevo los ojos veo una imagen que no había visto antes.
—Toma—la voz grave de Santana me hace apartar los ojos de la pared de Brittany y centrarlos en un rotulador permanente que me está ofreciendo. Sonrío—Quiero que la firmes.
Cojo el rotulador y la miro, sin saber muy bien si lo dice en serio o no.
¿Quiere que raye su pared de Brittany?
—¿Que la firme con mi nombre?—pregunto, un poco confundida.
—Sí, como quieras—dice abarcando las imágenes en general con un gesto de la mano.
Vuelvo a mirar la pared y me río ligeramente, sorprendida todavía de lo que tengo delante. Avanzo, quito la tapa y busco un espacio libre donde poder estampar mi firma, pero entonces veo la primera foto que me hizo y me acerco a ella armada con el rotulador. Sonrío para mis adentros y empiezo a escribir bajo la imagen en la que estoy huyendo de La Mansión.
ESTE DÍA TE CONOCÍ.
ÉSTE FUE EL PRINCIPIO DEL RESTO DE MI VIDA.
A PARTIR DE ESTE MOMENTO ME CONVERTÍ EN «TU BRITT».
Después me acerco a la imagen en la que estoy sentada en el muelle la noche de la inauguración del Lusso.
ESTE DÍA ME DI CUENTA DE LO COLADA QUE ESTABA.
Y DESEABA LLEGAR MUCHO MÁS LEJOS CONTIGO.
Avanzo por la pared hasta la foto en la que aparezco borracha en el coche de Santana y sonrío mientras escribo:
ESTE DÍA DESCUBRÍ QUE SABES BAILAR. Y TAMBIÉN ME ADMITÍ A MÍ MISMA QUE ESTABA ENAMORADA DE TI, Y CREO QUE ES POSIBLE QUE TE LO CONFESARA.
He cogido carrerilla. Pronto encuentro la foto en la que llevo puesto el jersey enorme después de que ella me obligara a ponérmelo.
ESTE DÍA DESCUBRÍ QUE SÓLO TÚ PUEDES MIRARME.
Y después escribo debajo de una en la que estoy saliendo desnuda de la habitación después de habérmela encontrado inconsciente en el Lusso, y después de que me mostrara su manera de hablar.
ESTE DÍA DESCUBRÍ QUE SÓLO TÚ PUEDES TOCARME Y DISFRUTARME.
PERO MI PARTE FAVORITA DEL DÍA FUE CUANDO ME DIJISTE QUE ME QUERÍAS.
Mi rotulador se dirige a la imagen en la que estoy esposada.
ESTE DÍA ME ENSEÑASTE EL POLVO DE REPRESALIA.
Busco por la pared y veo una foto en la que estoy delante de ella atravesando el vestíbulo del Ritz.
ESTE DÍA DESCUBRÍ CUÁNTOS AÑOS TIENES... Y QUE NO TE GUSTA QUE TE ESPOSE.
No puedo parar. Todas y cada una de las imágenes me traen a la mente un pensamiento, y acabo expresando en todas ellas mis recuerdos en palabras. Ella no me detiene, así que continúo, como si estuviera contando en un diario los últimos meses de mi vida. No necesito las imágenes, todos y cada uno de esos momentos están grabados en mi cerebro, los buenos y los malos, pero éstos son todos buenos.
Y hay una infinidad de ellos.
A veces es demasiado fácil olvidarse cuando las cosas menos buenas se interponen. Nuestro breve tiempo juntas ha estado bombardeado con cosas malas, pero todas estas cosas buenas superan esos momentos difíciles.
Ella acaba de recordármelo.
Me duele la mano para cuando llego a la última foto (la última por ahora). Estoy segura de que se me ocurrirán más subtítulos que añadir. Es una en la que estoy de pie en el porche del Paraíso.
Acerco el rotulador a la pared.
HOY HE DECIDIDO QUE TIENES RAZÓN. TODO SALDRÁ BIEN.
Y SÍ, TENGO UN PEQUEÑO BOMBO... Y TE AMO POR HABÉRMELO HECHO.
TE AMARÉ SIEMPRE.
Y PUNTO.
Vuelvo a poner la tapa, respiro hondo y por fin me vuelvo hacia mi latina. Me estrello contra sus pechos y percibo su perfume. Levanto la vista y la veo con la expresión muy seria y los ojos oscuros apagados.
—Ya he terminado—susurro en voz baja, pero ella no me mira.
Está estudiando todos mis mensajes, y sus ojos recorren la pared y se detienen cada dos por tres para leer lo que he escrito. Coge el rotulador y avanza hacia la imagen en la que estoy huyendo de La Mansión hasta que casi se queda pegada a la pared. No veo lo que está escribiendo, y me asomo por un lado de su cuerpo para intentar verlo, pero está demasiado cerca. Por fin se aparta y lo veo, escrito encima de la foto.
ESTE DÍA MI CORAZÓN EMPEZÓ A LATIR DE NUEVO.
ESTE DÍA TE CONVERTISTE EN «MI BRITT».
Aprieto los labios con fuerza y veo cómo avanza hacia la imagen en la que estoy sentada en el largo césped de los jardines de La Mansión con mi vestido de novia de encaje de color marfil de los pies a la cabeza y con el sol brillando a través de los árboles que tengo detrás. Estoy mirando hacia otra parte, probablemente al fotógrafo. Una vez más, Santana se pega a la pared, y después se aparta y mordisquea el extremo del rotulador. Ha dibujado un halo perfecto por encima de mi cabeza y ha escrito:
MI CHICA PRECIOSA. MI SEDUCTORA DESAFIANTE. MI BRITT-BRITT.
MI ÁNGEL.
MI BRITT
Sonrío y doy un paso hacia adelante. Le quito el rotulador de la boca y la obligo a salir de su ensueño. Coloco la tapa y lo dejo caer al suelo. Después trepo por su cuerpo hasta que la envuelvo con el mío. Me coge del culo y clava los ojos en mí.
—Britt, hoy ha sido el día más largo de mi vida.
—¿Más largo que el último día más largo?
—Cada vez se me hace más largo. Me he acostumbrado demasiado a tenerte conmigo a todas horas. Creo que me debes un poco de tiempo especial—esas palabras hacen que le deslice la chaqueta del traje por los brazos y mis labios comienzan a devorarla con ansia—Despacio—me advierte con suavidad, y estira los brazos para facilitar que le quite la prenda—¿A qué viene tanta prisa?
Obligo a mis labios a relajarse, pero es más fácil decirlo que hacerlo después de no tenerla durante dos días enteros.
—Ha pasado demasiado tiempo, Sanny—farfullo.
—Eh.
Tira de mis extremidades intentando desengancharme de ella. No se lo pongo fácil, aunque no tarda mucho en ponerme con los pies en el suelo de nuevo, jadeando y sin contacto físico. Se aparta, se quita los tacones y los calcetines con los pies. Su mirada es ardiente, como si quisiera quemar con ella mi vestido.
—Quítate el vestido, Britt—ordena mientras se desabrocha los botones de la camisa y después los de los puños sin interrumpir el contacto visual.
Esto no ayuda a sofocar mis ansias en absoluto, pero es su manera de hacerse con el poder, su manera de obligarme a controlarme, una expectativa bastante absurda teniendo en cuenta que se está desnudando delante de mí.
Tardo tres segundos en bajarme la cremallera y en quitarme el vestido por la cabeza. Me quedo en lencería de encaje y lanzo una mirada rápida a mi vientre para ver si ha crecido durante el día. Inspiro hondo y me preparo mentalmente, apartando la mirada ligeramente de mi magnífica esposa, que está a tan sólo unos metros de distancia.
Sin duda tiene razón, y tengo el vestido negro de tubo para demostrarlo. A partir de ahora todo irá de mal en peor. Levanto la mano y la deslizo por mi barriga. Mis anillos relucen mientras trazo lentos círculos alrededor de mi ombligo. Nuestro vínculo está creciendo, y lo hace a gran velocidad. Una parte de mí y una parte de Santana. Dos partes, de hecho, crecen en mi interior, y de repente, al pensarlo, me invade una sensación de ternura que jamás había sentido, una ternura que se acentúa cuando ella pone la mano sobre la mía y se inclina y me levanta la cara para acceder a mi boca.
—Es increíble, ¿verdad?—pregunta, y vuelve a colocarme sobre su cuerpo cogiéndome de los muslos sin ningún esfuerzo.
—Sí—asiento con sinceridad—Igual que tú.
—Y que tú.
—Tú más—respondo—Demuéstrame lo increíble que eres. Se me ha olvidado.
Provoco su arrogancia con esas palabras y arqueo la espalda para elevarme más en su cuerpo, de manera que tiene que inclinar la cabeza hacia atrás para mantener nuestro beso. El leve gruñido que profiere atraviesa nuestras bocas unidas y me calienta más todavía.
Sale de su despacho y cruza el inmenso espacio diáfano del ático. Me tumba sobre la enorme rinconera y tira de mí de manera que la parte inferior de mi cuerpo queda levantada sobre el brazo del sofá. Se quita los pantalones, las bragas y el sujetador y sus magníficos pechos y sexo hacen su aparición, dispuestos y al alcance de la mano, pero entonces se arrodilla y los aparta de mi vista.
No tengo tiempo de quejarme.
Me quita las bragas, me separa las piernas y pega la boca a uno de mis muslos rápidamente, besándolo con cuidado. Después me besa el otro, tentándome juguetonamente. Asciende poco a poco y oscila entre uno y otro con suavidad, subiendo un poco más a cada beso y separándome las piernas con las manos mientras se dirige a mi centro palpitante.
—San.
Tomo aire. Necesito mover las piernas. Levanto una mano para agarrarme al cuero del respaldo del sofá y la cojo de la nuca con la otra.
—¿Ya te acuerdas de lo increíble que soy?—pregunta, muy seria, retirándose y acariciando con su aliento mi piel desnuda.
—¡Sí!—me tiemblan las manos mientras su fresca respiración recorre mi cuerpo y se cuela entre mis muslos—¡Joder!
Intento cerrar las piernas al sentir el primer contacto de su lengua en mi clítoris, pero sólo está jugando conmigo, dándome pistas de lo que está por llegar, y mis piernas no se mueven de ninguna manera más que como ella decide, que es más separadas, volviéndome más sensible, más abierta y más extasiada.
—Esa boca, Britt—su lengua me penetra y me acaricia el sexo de una manera indescriptiblemente deliciosa. Lanzo un grito y niego con la cabeza—¿Cómo es? ¿Increíble?—es engreída y está muy segura de sí misma, y lo cierto es que se ha ganado ese privilegio—Dime cómo es, Britt-Britt.
La estoy agarrando con fuerza del pelo, y eso debería valerle como respuesta, eso y mis murmullos inaudibles. Estoy viendo las estrellas, siento chispas en el vientre y mis pobres piernas son incapaces de moverse. Y entonces siento sus dedos dentro de mí, dejo de agarrarme al sofá y a su pelo y me llevo las manos a mi propia cabeza.
Los músculos de mi estómago se tensan cuando elevo la parte superior del cuerpo para intentar sofocar la tremenda oleada de placer que desciende desde mi vientre hasta mi sexo. En mi frenesí, decido que quiero verla, de modo que me incorporo, apoyada sobre los hombros, y dejo descender la mirada por todo mi cuerpo. Tiene la mano apoyada en mi estómago mientras me hace el amor con los dedos lentamente.
—Dímelo—insiste mientras entra en mí con una precisión angustiante.
—Es como si estuvieras hecha a mi medida, San—digo en un tono tan uniforme y seguro como la expresión de su rostro.
Ella también lo piensa. Sonríe y se inclina para besarme con ternura mi piel sensible. Después se pone de pie, me agarra por debajo de los muslos y eleva la parte inferior de mi cuerpo para colocarse bien. De repente me encuentro levantando también mi parte superior, apoyada sobre las palmas de las manos para poder ver cómo me penetra.
Y es una escena maravillosa.
Las dos nos centramos en su húmedo sexo mientras lo acerca a mí, como si tuviera un dispositivo de localización que lo lleva justo a donde pertenece. Llega al umbral de mi cuerpo y lo mantiene ahí unos instantes, limitándose a acariciar mi húmedo vacío juguetonamente.
Impaciente como siempre, enrosco las piernas alrededor de sus lumbares y tiro de ella hacia mí, pero no se mueve.
No hasta que ella lo diga.
Y no lo dice.
Sonríe con una sonrisa maliciosa casi imperceptible y con la vista baja, tentándome todavía con irregulares y tortuosas caricias con el resbaladizo glande sobre mi pequeño manojito de nervios hipersensibles. Me está matando, y me muero por dejarme caer sobre el sofá, pero estoy demasiado cautivada por el cruel placer que me inflige.
—¿Nos unimos?—pregunta, aún sin mirarme.
Voy a perder el sentido, pero la parte desafiante que hay en mí, unida a su segura actitud, me obliga a querer igualar su aplomo.
—Si quieres.
Mis palabras calmadas y distantes hacen que sus oscuros ojos se desvíen de su punto de enfoque con un brillo de sorpresa.
—¿Si quiero?
Se une a mi muy ligeramente, solo un rose, pero lo suficiente como para obligarme a reprimir un gemido. Sé que me hará esperar más si me muestro impaciente y exigente, de modo que lo controlo.
—¿Qué tal si quieres tú?
Se junta un poco más. Sé que acabo de abrir los labios y sé que mi pecho se agita a gran velocidad. Hago todo lo posible, pero todas las fibras de mi ser están cediendo.
Con un brazo me sostiene en el sitio y con la otra mano tira hacia abajo de mi sujetador por delante. Me pellizca los pezones con fuerza y yo contengo un grito de placer mezclado con un dolor intenso.
—Mi chica preciosa está intentando hacerse la dura—dice agarrándome con más fuerza, lista para unirnos a la perfección—Es una pena que se le dé tan mal fingir indiferencia—pero en lugar de hacerlo con brío, se desliza y nos junta suavemente y echo la cabeza hacia atrás con un gemido—Eso está mejor—está totalmente unida a mí—Muestra un poco de agradecimiento, Britt.
Se mueve, pero esta vez con un ímpetu sorprendente. Quiero tocarle los pechos, pero me empiezan a temblar los brazos y sacudo la cabeza con desesperación.
—Otra vez—exijo. Ya ha jugado conmigo bastante—¡Otra vez!
—Eso depende.
—¿De qué? Dijiste que no siempre tenía por qué ser salvaje—me cuesta controlar la respiración y trago aire repetidamente—Y ahora me haces esto. ¿Por fin has llegado a la parte del libro que confirma que esto no afectará a los bebés?
—Sí—me penetra con tres dedos con absoluta precisión obligándome a flexionar los brazos, pero se queda quieta—Es un buen libro.
—Es un buen libro ahora—coincido.
Ahora que ha leído la parte más beneficiosa, es un libro estupendo.
—Siempre lo ha sido, pero dice que tienes que escuchar a tu cuerpo—saca sus dedos y vuelve a empujarlos lanzando un gemido.
—Bueno lo estoy escuchando, y dice que me des más fuerte—jadeo.
—Los bebés están protegidos. He leído eso—sisea, y exhala de manera controlada—Y por lo visto también puedo darte azotes—su otra palma impacta contra mi culo con fuerza y lanzo un grito.
—¡Ya me has dado azotes antes!—le recuerdo gritando mientras vuelve a penetrarme.
—Pero entonces no sabía que estuvieras embarazada—me recuerda a su vez con otro fuerte asalto de su palma contra mi trasero—¿Te gusta?
—¡Sí!
Me obligo a levantar la cabeza y, cuando lo hago, me vuelvo loca al ver lo que tengo ante mí. La lengua se me sale sola de la boca y recorre mi labio inferior de manera lenta e insinuante.
—Eres fantástica—exhalo mientras observo cómo se tensan cada uno de los músculos perfectamente definidos de su abdomen y cómo están duros sus pezones.
—Lo sé—me aprieta lenta y suavemente.
—¡Joder!—mis brazos ceden por fin y me dejo caer boca arriba sobre el sofá.
—Sí—coincide conmigo—Joder, sí.
—San, me voy a correr.
Ya no me importa tanto mantener el control. Sólo quiero dejarme llevar.
—Yo no—mueve sus caderas junto con sus dedos—¿Estás escuchando a tu cuerpo, Britt?
—¡Sí! ¡Y me dice que necesito correrme!
Me da una palmada.
—¡No te hagas la lista!—se aleja por completo de mí y vuelve a deslizar sus dedos por mi centro, provocando una fricción tremendamente satisfactoria de ellos contra mí carne—Bueno a mí me está diciendo que estoy haciendo un gran trabajo cubriendo tus necesidades—está temblando. La noto a través de sus brazos y en mis piernas, pero sigue embistiéndome sin parar—Joder, necesito estar encima de ti.
Me suelta la parte inferior del cuerpo y me agarra de las manos para colocarme sobre su cuerpo erguido de un tirón. Me tumba sobre la alfombra debajo de ella en un abrir y cerrar de ojos.
Empieza a lamerme los pezones con la lengua y coloca la mano entre mis muslos para entrar de nuevo en mí. Ahora que siento su piel noto lo sudada que está. Mis manos palpan cada centímetro de su cuerpo.
—Bésame—le ruego, y no lo piensa.
Nuestras bocas se unen mientras se desliza dentro de mí y nuestros cuerpos quedan lo más pegados posible. Bajo mi mano y la penetro también, haciendo que nuestros movimientos sean perfectos, y movemos las caderas para recibir cada una de nuestras embestidas. Con la mano libre la agarro del culo y le clavo las uñas en las sólidas nalgas mientras ella me devora la boca y nuestras lenguas danzan voraz y salvajemente.
—Creo que...—dice contra mi mejilla mientras seguimos penetrándonos— Deberías...—ahora la tengo en el cuello, y empieza a mordisquearme el lóbulo de la oreja—Dejar tu trabajo.
Sacudo la cabeza y elevo las caderas con un largo gemido de felicidad.
—No.
—Pero quiero pasarme los días haciendo esto. Dame tu boca.
Giro la cabeza hacia ella.
—Tendrás que esperar hasta que regrese a casa—le muerdo el labio y vuelvo a agarrarla del culo para obtener más fricción.
—No quiero—me devuelve el mordisco—Donde quiera y cuando quiera.
—Menos cuando estoy en el trabajo. Más rápido.
—Vaya, ¿desde cuándo das tú las órdenes?—no se mueve más y atrapa mi mano con la cual la estaba penetrando, la muy cabrona.
—No voy a dejar mi trabajo.
—¿Y cómo vas a cuidar de mis hijos si estás trabajando?—me formula esa arrogante pregunta pegado a mi boca al tiempo que hace girar sus dedos dentro de mí.
—Has dicho que quieres que me quede en casa para hacer esto, no para cuidar de tus hijos, y tú también lo puedes hacer.
—No te hagas la lista—abandona mi boca y se inclina para morderme el pezón y besarme de nuevo hasta mi rostro—¿Más rápido?
—Por favor.
—Vale.
Hunde sus dedos hasta el fondo.
Mucho.
Deliciosa e increíblemente hasta el fondo.
—Mmm.
Se detiene y se concentra en besarme hasta la asfixia.
—¿Ves? Te concedo todos tus deseos.
Sin duda lo hace, pero sé adónde quiere ir a parar, y esto es un polvo de hacerme entrar en razón sin la parte de la fuerza bruta.
Debo tener cuidado.
—Eres demasiado buena conmigo—respondo—¡Ahhhhh!
Me encuentro al borde del orgasmo pero es maravilloso estar así, haciéndonos el amor, sintiéndonos la una a la otra y tomándonos nuestro tiempo. Santana absorbe mi gemido mientras sigue explorando mi boca como si nunca la hubiera poseído antes.
Nuestras sesiones sexuales, ya sean ardientes o románticas, intensas o relajadas, son siempre como si fuera la primera vez.
—Deberías mostrar algo de gratitud—abandona mi boca y le de mi interior—¿No te parece?—observa nuestros cuerpos y se aparta. Yo también miro hacia abajo y veo nuestros sexos casi se tocan—Mira eso—suspira y se queda quieta cerca de mi sexo. Después me mira—Joder, es perfecto.
Vuelve a unir nuestros sexos con una larga exhalación de aliento cálido que me acaricia la cara. Empiezo a temblar y dejo caer los brazos.
—Vaya, está empezando a jadear—dice, y se apoya sobre los antebrazos—Y está temblando de pies a cabeza.
Sus caderas dan una sacudida irregular. Ella también jadea. Y también tiembla. Contengo la respiración y mi cuerpo se tensa preparándose para alcanzar el clímax.
—Creo que quiere correrse.
Empiezo a sacudir la cabeza, aunque quería asentir y gritar que sí. Me retuerzo bajo la firme y perfecta belleza de su cuerpo. Nuestras pieles sudorosas se funden y resbalan.
Meneo los brazos y las manos sin ton ni son cuando éstos deciden por su cuenta que hay algo que les gustaría hacer. Mis dedos se hunden en su negra mata de pelo y se aferran a ella con fuerza.
—Sí, definitivamente quiere correrse.
Lo dice con indiferencia y segura de sí misma, pero su propio cuerpo se agita con espasmos mientras intenta mantener su ritmo estable.
No lo consigue.
Los movimientos de sus caderas se han vuelto impredecibles, lo que me indica que está a punto de alcanzar el orgasmo y que pronto perderá el control.
—¡Joder!
Y esa palabra lo dice todo. Ya no hay vuelta atrás, de modo que aprovecho la oportunidad, tiro con más fuerza de su pelo y me elevo para clavar los dientes en su hombro sudoroso en un intento de reprimir mi grito y alentar el suyo. Funciona, tal y como me había imaginado.
—¡Joder, joder, joder!—nos movemos con más fuerza y a más velocidad. Hundida en mi pelo, tal y como me había imaginado—¡Ahora, Britt!
Es mi fin.
Despego los dientes de su carne y me uno a su frenética espiral de placer carnal. Le enrosco los brazos alrededor del cuello y meneo las caderas para recibir las últimas embestidas de su cuerpo contra el mío. Se deja caer sobre mí con cuidado, pero me aprieta lentamente mientras me mordisquea el cuello con la respiración agitada.
—Deja el trabajo, por favor, Britt—me ruega—De ese modo, podremos quedarnos así siempre.
Mis cuerdas vocales no responden más que para farfullar alguna objeción mientras aumento la presión de mis brazos alrededor de su cuello.
—¿Eso es un sí?—me lame la piel salada de la mejilla y los labios—Di que sí.
—No—jadeo.
—Qué cabezota eres—me da un pico en los labios y se tumba boca arriba y colocándome cómodamente sobre su regazo—Tenemos que renovar nuestros votos.
Arrugo la frente y tardo unos instantes en reunir el suficiente aire en los pulmones como para formar una frase.
—Pero si no llevamos casados ni un mes.
Me agarra de las caderas y me pongo tensa, pero entonces veo que desvía la vista hacia mi vientre y su mirada de advertencia se transforma en una sonrisa cuando traslada sus amenazadoras manos a mi barriguita y empieza a acariciarla.
—Sí, sólo un mes y ya has olvidado una parte muy importante de tus promesas.
—Puedes meterte lo de la obediencia por donde te quepa—consigo decir sin ningún problema.
También consigo levantar mis pesados brazos y agarrarla del cuello. Finge asfixiarse con una sonrisa y me obliga a agacharme tirándome de los brazos y cogiéndome también de la garganta con sus manos.
Las dos estamos listas para estrangularnos.
—¿Quién ganaría?—pregunta pegando la nariz a la mía.
—Tú.
—Correcto—coincide—Tengo sed.
La sacudo un poco por el cuello y ella se ríe.
—Voy a por un poco de agua.
—No puedes elegir qué deberes de esposa vas a cumplir y cuándo—me aparta de su cuerpo tumbado y se incorpora ligeramente para darme una palmada en el culo mientras me alejo—¡Agua, criada!
—No te pases, López—le advierto mientras me coloco las copas del sujetador sobre los pechos y me dirijo prácticamente desnuda a la cocina.
—¡Ni se te ocurra regresar hasta que pueda volver a verte las tetas, Britt-Britt!—me grita.
Abro la nevera con una enorme sonrisa y saco dos botellas heladas de agua. Las cojo como puedo de manera que no me toquen la piel y saco otra cosa más que lleva un tiempo esperando en el estante inferior.
Sonrío de nuevo.
—¿No me has oído?
El tono de agravio de Santana es lo primero que llega a mis oídos cuando reaparezco en el inmenso espacio diáfano del ático. Tiene la mirada fija en mi pecho cubierto por el sujetador.
—Sí que te he oído.
Dejo las botellas en el sofá y mantengo escondida la sorpresa detrás de mi espalda. Ella sigue tumbada boca arriba y me mira con sus ojos oscuros cargados de recelo.
—Mi esposa tiene una mirada taimada en su hermoso rostro—me observa con los ojos entrecerrados. Se incorpora lentamente, apoya la espalda contra el sofá y se da unos golpecitos en el regazo—Y tiene algo escondido.
Echa la mano atrás y coge una botella de agua. Le da un buen trago y le coloca el tapón de nuevo lentamente.
—Más o menos—digo.
Siguiendo su invitación, me siento sobre ella y me inclino hacia adelante. ella deja la botella y me coge del culo con sus manos.
—De más o menos, nada.
Una de sus manos abandona mi culo, pero sólo el tiempo suficiente como para volver a bajarme las copas del sujetador otra vez. Después vuelve a colocarla en su sitio con firmeza.
—¿Qué escondes ahí?
—Algo—respondo traviesa, y me muevo a un lado cuando intenta asomar la cabeza para ver qué es—No, San—le advierto.
Resopla un poco y vuelve a apoyar la cabeza en el sofá. Quito la tapa por detrás de mi espalda y la dejo caer antes de mostrarle el tarro a mi diosa, cuyos ojos curiosos acaban de abrirse como platos de alegría al ver lo que tiene delante.
—Yo tengo el mando.
Sonrío. Sus ojos se abren todavía más, pero esta vez con furia.
—De eso, nada. No en lo que a eso se refiere. Olvídalo. Ni hablar. Jamás—intenta cogerlo, pero con un rápido movimiento la aparto de debajo de su nariz.
—Relájate.
Me río, y la empujo contra el sofá. La necesidad de abrazarla supera mis ganas de torturarla cuando veo cómo su frente se arruga de preocupación.
Joder, amo a esta mujer.
Se mordisquea el labio inferior mientras observa cómo mi mano avanza lentamente hacia el tarro y mi dedo desaparece en las profundidades de la pasta cremosa. Pongo cara de asco cuando lo saco, y sé que también he arrugado la nariz con disgusto al ver el inmenso pegote por todo mi dedo índice.
—No me tortures con esto, Britt-Britt.
Su mirada está fija en mi dedo recubierto y sigue mis movimientos mientras bajo la mano y me lo unto por el pezón. Está helado, y es asqueroso, pero la expresión de auténtica excitación que acaba de dibujarse en el rostro de mi traviesa esposa me anima a continuar.
Me mira.
—Uy.
Sonrío mientras su cabeza se acerca lentamente como si tal cosa, lo cual es absurdo, porque sé que se muere por limpiármelo, y no sólo porque quiera tener mis senos en su boca.
Su gemido de felicidad hace que me ría y me retuerza bajo su lengua caliente.
—Joder, joder, joder.
Me devora el seno con la lengua con auténtica vehemencia y se aparta relamiéndose.
—Pensaba que era imposible que supieras mejor todavía. Más.
Sonrío como una boba y vuelvo a meter el dedo en la mantequilla de cacahuete. Una vez cubierto, lo levanto:
—¿Desea el señora el pecho derecho o el pecho izquierdo?
Desvía la mirada de un pecho al otro constantemente, indecisa.
—No tengo tiempo que perder. Restriégatelo en los dos.
Me río pero cumplo su orden apremiante, y la tengo otra vez encima antes de que pueda apartar el dedo del primer seno.
—Parece que no te está gustando—levanto la cara hacia el techo mientras ella me devora y me muerde el pezón por mi osadía—¡Ay!
—El sarcasmo no te pega.
—¿Está bueno?
—No pienso volver a comerla de ninguna otra manera, así que ahora vas a tener que dejar de trabajar, porque necesito que estés disponible para que te chupe cuando me apetezca—asoma la cabeza y veo que tiene la nariz manchada. Me inclino al instante para lamérsela—Creía que odiabas la mantequilla de cacahuete.
—Y la odio, pero adoro tu nariz—le doy un beso en la punta y vuelvo a mi posición—¿Harías algo por mí?
Su expresión facial cambia radicalmente. Vuelve a ponerse recelosa, pero esta vez no escondo nada, sólo una petición que no tardará en oír. Se relaja un poco y me acaricia los costados del cuerpo.
—Lo que sea, Britt-Britt.
—Quiero que me digas que sí a algo antes de que te lo pregunte—ordeno muy irracionalmente.
Ya hemos vivido esto antes, y no conseguí nada.
—Has intentado sobornarme con mantequilla de cacahuete—se lame los labios y yo la miro irritada y dejo el tarro a un lado.
—¿Y?
—Coge el bote otra vez, Britt-Britt—ya no sonríe—No hemos terminado.
Pongo los ojos en blanco y vuelvo a hundir el dedo y a restregarme la pasta.
—¿Contenta?
—Mucho—me limpia la teta en un santiamén—Bueno, ahora dime qué es lo que quieres.
—Tienes que decir que sí—insisto con poca fe en mi estrategia.
Sé que, aunque diga que sí, no tardará en retractarse si quiere.
—Britt—suspira—No voy a acceder a nada sin saber qué es. Y punto.
Le pongo morritos.
—Por favor, Sanny—digo arrastrando las palabras, y le paso el dedo recién cubierto de nuevo por la boca.
—Te pones adorable cuando me suplicas—murmura—Dime qué es lo que quieres.
—Quiero que canceles la suscripción de Quinn y de Rach de La Mansión—espeto, y contengo la respiración.
Necesito desesperadamente que Santana me ayude con ese tema. Sé que parecen haber alcanzado un punto importante en su relación, y espero que hablen, pero sin la tentación de La Mansión tienen muchas más probabilidades de lograrlo.
Me preparo para que me salga con que no es asunto mío, pero no lo hace. De hecho, no hace nada. Ni resopla, ni se niega. Se limita a mirarme con una leve sonrisa.
—Vale.
Se encoge de hombros, hunde su propio dedo en el tarro y me lo restriega por la teta.
—¿Qué?
Sé que parezco totalmente confundida, y lo estoy. Ni siquiera he tenido que transformarme en seductora para convencerla.
—He dicho que vale—ataca mi pecho de nuevo y yo me quedo mirándole la cabeza.
—¿En serio?
Debería estar mostrándole mi agradecimiento, no cuestionando su respuesta. Su sonrisa perfecta aparece ante mis ojos y sus palmas se posan sobre mis mejillas.
—Quinn ya la ha cancelado.
Dejo escapar un grito ahogado de sorpresa.
—Creía que por fin habías empezado a obedecerme.
Debería habérmelo imaginado, pero mi frustración no eclipsa la felicidad que siento al ver que están intentando tener una relación convencional.
Estoy encantada.
Santana se levanta y nos tumba a las dos en el sofá en un instante.
—Yo siempre hago lo que me pides. Ven aquí—me quita el tarro de las manos y lo deja en el suelo junto al sofá. Después me pega a su pecho—Vamos a acurrucarnos—exhala, contenta.
Me río sin poder creerlo, me acurruco en su cuello y empiezo a reseguir la línea de su cicatriz con la punta del dedo como de costumbre.
—¿Tienes frío?—pregunta entrelazando las piernas con las mías y envolviéndome por completo con sus brazos.
—No.
Suspiro y cierro los ojos deleitándome con todos los elementos que la hacen encantador: su esencia, su tacto, sus latidos y su cuerpo debajo del mío.
Vuelvo a encontrarme en el séptimo cielo de Santana, y cada vez me gusta más.
No sé por qué me pregunta eso, porque antes de que mi cerebro registre la pregunta, ya estoy en ellos.
—¿Qué quieres enseñarme?—digo, y apoyo la cabeza en su hombro.
Son las primeras palabras que pronuncio desde que he visto partir a Sam en el despacho de Santana, y no porque ella no me haya hablado. Ni siquiera he podido reunir fuerzas para gruñirle una advertencia a Holly cuando hemos pasado por delante de ella en el vestíbulo de La Mansión. Se ha limitado a sonreír con nerviosismo y se ha abstenido de ponerle las manos encima a Santana, apartándose casi con cautela, como si esperara que fuera a golpearla.
Su sorpresa al ver que ignoraba su presencia ha sido evidente. Me he apartado y he dejado que Santana hablara de sus cosas de negocios con ella. Y sé que eso es lo que era y lo único que será: negocios.
—Ahora verás.
Entramos en el vestíbulo del Lusso y sonrío al oír la voz alegre de Clive. No es tan guapo como nuestro nuevo conserje, pero siempre preferiré la cara curtida por la edad de Clive al precioso rostro fresco de Ryder.
—¡Enhorabuena!—exclama. No me sorprende. Si no ha sido Santana quien lo ha puesto al corriente, habrá sido Sue—¡Qué gran noticia!—su voz se aproxima mientras mi esposa me transporta por el suelo de mármol hacia el ascensor—Yo lo llamo, señora López-Pierce—se pone delante de Santana e introduce el código del ascensor del ático.
—Gracias, Clive—responde Santana, feliz de que alguien le recuerde a sus cacahuetes.
No ha intentado forzar ninguna conversación durante el trayecto de vuelta a la ciudad, y me ha dejado reflexionar sobre mi reciente descubrimiento: el descubrimiento de que mi hermano es un idiota y de que mi esposa ha perdido doscientas mil libras por ello.
—De nada, señora López-Pierce, de nada. Cuídate, Brittany—me dice con severidad, y yo sonrío con cariño mientras su cara gruñona desaparece tras las puertas.
—Has dejado que Clive me llame Brittany—señalo de manera distraída.
Me mira con una ceja enarcada y admonitoria.
—¿Y?
—Nada.
Consigo reunir fuerzas para curvar los labios y esbozar una sonrisa. La posesividad de mi esposa me hace gracia y me proporciona las energías necesarias.
—Haré como que no te he oído.
Se esfuerza por no sonreír mientras salimos del ascensor. Entramos en el ático y cierra la puerta de una patada.
—Pronto no podrás llevarme en brazos—gruño aferrándome a ella con más fuerza.
Lo echaré muchísimo de menos, pero sé que no podrá cargarme con tanta facilidad, como si fuera una extensión de su cuerpo, cuando esté a punto de explotar y haya doblado mi tamaño.
—No te preocupes, Britt-Britt—me besa en la frente y se vuelve para pegar la espalda a la puerta del despacho—He doblado el peso que levanto para prepararme.
Lanzo un grito ahogado de indignación y le doy un tirón de pelo.
—¡Oye!—protesto.
Me deja en el suelo, aunque sigo agarrándola del cabello.
—Eres una bruta—se ríe y agacha la cabeza para que no le tire tanto—¿Piensas soltarme?
—Discúlpate.
—Lo siento—sigue riéndose—Lo siento. Suéltame, Britt.
Es gracioso. Podría detenerme cuando quisiera, pero deja que tenga el poder, al menos por ahora.
La suelto y me quito los zapatos.
—Me duelen los pies—me quejo, moviendo los dedos—¿Qué hacemos en tu despacho?
—Quería enseñarte algo.
—¿Es una foto de Santiago?—pregunto, esperanzada y probablemente demasiado ilusionada.
Quiero ver qué aspecto tenía el hermano mellizo de Santana.
—Bueno no—su arruga característica aparece en su frente.
—Entonces ¿qué?—pregunto totalmente intrigada. De repente parece incómoda y nerviosa como una chiquilla—¿Qué te pasa?
—Date la vuelta—me ordena suavemente metiéndose las manos en los bolsillos.
No estoy segura de querer hacerlo. La miro esperando alguna explicación pero sigue sin decir nada, con la arruga fija en su sitio. Está preocupada, lo que hace que yo también me preocupe y que tenga mucha, mucha curiosidad.
Me vuelvo lentamente. Quiero cerrar los ojos, pero estoy demasiado intrigada como para hacerlo, y entonces veo la pared y se me corta la respiración. Un grito ahogado escapa de mi boca abierta y sé que he dado un paso atrás porque choco contra el pecho de Santana. O puede que ella haya dado un paso hacia adelante para evitar que me cayera de culo, no estoy segura.
Ni siquiera soy capaz de asimilarlo. Mis ojos se mueven de un lado al otro de la inmensa pared.
Está completamente cubierta de... mí.
Cada milímetro cuadrado es mío. No son fotografías enmarcadas, ni impresas en lienzo. Es papel pintado, aunque apenas lo parece. Todas las láminas están perfectamente unidas, de manera que parece una gigantesca obra de arte, un homenaje a mí, y la pieza más grande, la pieza central, soy yo en la cruz de nuestra habitación de La Mansión. Estoy desnuda, con la mirada baja y los labios separados. Mi pelo es una masa rubia brillante y enmarca mi rostro lujurioso, y la sensualidad que emana de mi cuerpo sigue siendo tangible en la imagen congelada.
Puedo sentirla.
Empiezo a desviar la mirada lentamente, absorbiéndolo todo. Esto es demasiado, y lanzo otro grito ahogado al ver una imagen dinámica de espaldas bajando a toda prisa los escalones de La Mansión. Puede que no parezca nada importante, pero puedo ver perfectamente una cala que se expande desde un lado de mi cuerpo a la fuga. Entonces reparo en mi vestido. Es el azul marino de tubo, el que llevaba puesto la primera vez que me reuní con la señora Santana López.
—Ésa es la primera que hice—murmura—Después se convirtió en una especie de obsesión.
Habla con voz baja e insegura.
Me vuelvo, todavía con la boca abierta. No puedo articular palabra. El nudo que tengo en la garganta me lo impide. Se está mordiendo el labio y me observa detenidamente.
Trago saliva y me vuelvo de nuevo hacia la pared.
La pared de Brittany.
Estoy por todas partes. Estoy en la noche de la inauguración del Lusso; en el banco de los muelles tras nuestro encuentro; en la ducha, en la cocina, en la terraza... Estoy en los probadores de Harrods, sentada en mi taburete en el bar de La Mansión. Vestida con cuero de motorista, y alejándome de ella cabreada con un jersey de punto enorme.
Sonrío al ver tantas fotos de mi espalda tomadas mientras huía de ella, probablemente después de haber recibido una cuenta atrás o con una pataleta. Estoy desnuda en infinidad de ellas, o vestida sólo con ropa interior de encaje. Aparezco también esposada a la cama, y nadando en la piscina de La Mansión. Estoy riéndome con Rachel; apartándome el pelo de la cara; comiendo en el Baroque; bailando con mis amigos; golpeteándome el diente con el dedo. También estoy tirada en el asiento del acompañante del DBS, claramente borracha. Estoy corriendo hacia el Támesis y tumbada en el suelo del Green Park. Estoy empujando un carrito de la compra en el súper, poniéndome ropa cómoda al llegar a casa y cepillándome los dientes. Estoy dormida en el jet privado, y de pie en el porche del Paraíso. Estoy rebuscando en los puestos del mercado, caminando sobre la arena de la playa y haciendo el desayuno en la villa. Volvimos de España ayer.
¿Cómo lo ha hecho?
Estoy dormida en su cama y dormida en sus brazos..., hay muchas de ésas. Absolutamente todas mis expresiones faciales y todos mis hábitos aparecen en esas fotografías.
Es mi vida en imágenes desde que la conocí. Y nunca me había dado cuenta. Está realmente obsesionada conmigo, y de haber sabido esto al principio, como cuando me acosaba persistentemente, creo que habría echado a correr aún más lejos.
Pero ahora ya no.
Ahora sólo me recuerda después de un día agotador el amor que mi mujer siente por mí.
De pronto me doy cuenta de que mis pies me han llevado hasta el borde de la pared. Estoy recorriendo lentamente toda su longitud, y cada vez que muevo los ojos veo una imagen que no había visto antes.
—Toma—la voz grave de Santana me hace apartar los ojos de la pared de Brittany y centrarlos en un rotulador permanente que me está ofreciendo. Sonrío—Quiero que la firmes.
Cojo el rotulador y la miro, sin saber muy bien si lo dice en serio o no.
¿Quiere que raye su pared de Brittany?
—¿Que la firme con mi nombre?—pregunto, un poco confundida.
—Sí, como quieras—dice abarcando las imágenes en general con un gesto de la mano.
Vuelvo a mirar la pared y me río ligeramente, sorprendida todavía de lo que tengo delante. Avanzo, quito la tapa y busco un espacio libre donde poder estampar mi firma, pero entonces veo la primera foto que me hizo y me acerco a ella armada con el rotulador. Sonrío para mis adentros y empiezo a escribir bajo la imagen en la que estoy huyendo de La Mansión.
ESTE DÍA TE CONOCÍ.
ÉSTE FUE EL PRINCIPIO DEL RESTO DE MI VIDA.
A PARTIR DE ESTE MOMENTO ME CONVERTÍ EN «TU BRITT».
Después me acerco a la imagen en la que estoy sentada en el muelle la noche de la inauguración del Lusso.
ESTE DÍA ME DI CUENTA DE LO COLADA QUE ESTABA.
Y DESEABA LLEGAR MUCHO MÁS LEJOS CONTIGO.
Avanzo por la pared hasta la foto en la que aparezco borracha en el coche de Santana y sonrío mientras escribo:
ESTE DÍA DESCUBRÍ QUE SABES BAILAR. Y TAMBIÉN ME ADMITÍ A MÍ MISMA QUE ESTABA ENAMORADA DE TI, Y CREO QUE ES POSIBLE QUE TE LO CONFESARA.
He cogido carrerilla. Pronto encuentro la foto en la que llevo puesto el jersey enorme después de que ella me obligara a ponérmelo.
ESTE DÍA DESCUBRÍ QUE SÓLO TÚ PUEDES MIRARME.
Y después escribo debajo de una en la que estoy saliendo desnuda de la habitación después de habérmela encontrado inconsciente en el Lusso, y después de que me mostrara su manera de hablar.
ESTE DÍA DESCUBRÍ QUE SÓLO TÚ PUEDES TOCARME Y DISFRUTARME.
PERO MI PARTE FAVORITA DEL DÍA FUE CUANDO ME DIJISTE QUE ME QUERÍAS.
Mi rotulador se dirige a la imagen en la que estoy esposada.
ESTE DÍA ME ENSEÑASTE EL POLVO DE REPRESALIA.
Busco por la pared y veo una foto en la que estoy delante de ella atravesando el vestíbulo del Ritz.
ESTE DÍA DESCUBRÍ CUÁNTOS AÑOS TIENES... Y QUE NO TE GUSTA QUE TE ESPOSE.
No puedo parar. Todas y cada una de las imágenes me traen a la mente un pensamiento, y acabo expresando en todas ellas mis recuerdos en palabras. Ella no me detiene, así que continúo, como si estuviera contando en un diario los últimos meses de mi vida. No necesito las imágenes, todos y cada uno de esos momentos están grabados en mi cerebro, los buenos y los malos, pero éstos son todos buenos.
Y hay una infinidad de ellos.
A veces es demasiado fácil olvidarse cuando las cosas menos buenas se interponen. Nuestro breve tiempo juntas ha estado bombardeado con cosas malas, pero todas estas cosas buenas superan esos momentos difíciles.
Ella acaba de recordármelo.
Me duele la mano para cuando llego a la última foto (la última por ahora). Estoy segura de que se me ocurrirán más subtítulos que añadir. Es una en la que estoy de pie en el porche del Paraíso.
Acerco el rotulador a la pared.
HOY HE DECIDIDO QUE TIENES RAZÓN. TODO SALDRÁ BIEN.
Y SÍ, TENGO UN PEQUEÑO BOMBO... Y TE AMO POR HABÉRMELO HECHO.
TE AMARÉ SIEMPRE.
Y PUNTO.
Vuelvo a poner la tapa, respiro hondo y por fin me vuelvo hacia mi latina. Me estrello contra sus pechos y percibo su perfume. Levanto la vista y la veo con la expresión muy seria y los ojos oscuros apagados.
—Ya he terminado—susurro en voz baja, pero ella no me mira.
Está estudiando todos mis mensajes, y sus ojos recorren la pared y se detienen cada dos por tres para leer lo que he escrito. Coge el rotulador y avanza hacia la imagen en la que estoy huyendo de La Mansión hasta que casi se queda pegada a la pared. No veo lo que está escribiendo, y me asomo por un lado de su cuerpo para intentar verlo, pero está demasiado cerca. Por fin se aparta y lo veo, escrito encima de la foto.
ESTE DÍA MI CORAZÓN EMPEZÓ A LATIR DE NUEVO.
ESTE DÍA TE CONVERTISTE EN «MI BRITT».
Aprieto los labios con fuerza y veo cómo avanza hacia la imagen en la que estoy sentada en el largo césped de los jardines de La Mansión con mi vestido de novia de encaje de color marfil de los pies a la cabeza y con el sol brillando a través de los árboles que tengo detrás. Estoy mirando hacia otra parte, probablemente al fotógrafo. Una vez más, Santana se pega a la pared, y después se aparta y mordisquea el extremo del rotulador. Ha dibujado un halo perfecto por encima de mi cabeza y ha escrito:
MI CHICA PRECIOSA. MI SEDUCTORA DESAFIANTE. MI BRITT-BRITT.
MI ÁNGEL.
MI BRITT
Sonrío y doy un paso hacia adelante. Le quito el rotulador de la boca y la obligo a salir de su ensueño. Coloco la tapa y lo dejo caer al suelo. Después trepo por su cuerpo hasta que la envuelvo con el mío. Me coge del culo y clava los ojos en mí.
—Britt, hoy ha sido el día más largo de mi vida.
—¿Más largo que el último día más largo?
—Cada vez se me hace más largo. Me he acostumbrado demasiado a tenerte conmigo a todas horas. Creo que me debes un poco de tiempo especial—esas palabras hacen que le deslice la chaqueta del traje por los brazos y mis labios comienzan a devorarla con ansia—Despacio—me advierte con suavidad, y estira los brazos para facilitar que le quite la prenda—¿A qué viene tanta prisa?
Obligo a mis labios a relajarse, pero es más fácil decirlo que hacerlo después de no tenerla durante dos días enteros.
—Ha pasado demasiado tiempo, Sanny—farfullo.
—Eh.
Tira de mis extremidades intentando desengancharme de ella. No se lo pongo fácil, aunque no tarda mucho en ponerme con los pies en el suelo de nuevo, jadeando y sin contacto físico. Se aparta, se quita los tacones y los calcetines con los pies. Su mirada es ardiente, como si quisiera quemar con ella mi vestido.
—Quítate el vestido, Britt—ordena mientras se desabrocha los botones de la camisa y después los de los puños sin interrumpir el contacto visual.
Esto no ayuda a sofocar mis ansias en absoluto, pero es su manera de hacerse con el poder, su manera de obligarme a controlarme, una expectativa bastante absurda teniendo en cuenta que se está desnudando delante de mí.
Tardo tres segundos en bajarme la cremallera y en quitarme el vestido por la cabeza. Me quedo en lencería de encaje y lanzo una mirada rápida a mi vientre para ver si ha crecido durante el día. Inspiro hondo y me preparo mentalmente, apartando la mirada ligeramente de mi magnífica esposa, que está a tan sólo unos metros de distancia.
Sin duda tiene razón, y tengo el vestido negro de tubo para demostrarlo. A partir de ahora todo irá de mal en peor. Levanto la mano y la deslizo por mi barriga. Mis anillos relucen mientras trazo lentos círculos alrededor de mi ombligo. Nuestro vínculo está creciendo, y lo hace a gran velocidad. Una parte de mí y una parte de Santana. Dos partes, de hecho, crecen en mi interior, y de repente, al pensarlo, me invade una sensación de ternura que jamás había sentido, una ternura que se acentúa cuando ella pone la mano sobre la mía y se inclina y me levanta la cara para acceder a mi boca.
—Es increíble, ¿verdad?—pregunta, y vuelve a colocarme sobre su cuerpo cogiéndome de los muslos sin ningún esfuerzo.
—Sí—asiento con sinceridad—Igual que tú.
—Y que tú.
—Tú más—respondo—Demuéstrame lo increíble que eres. Se me ha olvidado.
Provoco su arrogancia con esas palabras y arqueo la espalda para elevarme más en su cuerpo, de manera que tiene que inclinar la cabeza hacia atrás para mantener nuestro beso. El leve gruñido que profiere atraviesa nuestras bocas unidas y me calienta más todavía.
Sale de su despacho y cruza el inmenso espacio diáfano del ático. Me tumba sobre la enorme rinconera y tira de mí de manera que la parte inferior de mi cuerpo queda levantada sobre el brazo del sofá. Se quita los pantalones, las bragas y el sujetador y sus magníficos pechos y sexo hacen su aparición, dispuestos y al alcance de la mano, pero entonces se arrodilla y los aparta de mi vista.
No tengo tiempo de quejarme.
Me quita las bragas, me separa las piernas y pega la boca a uno de mis muslos rápidamente, besándolo con cuidado. Después me besa el otro, tentándome juguetonamente. Asciende poco a poco y oscila entre uno y otro con suavidad, subiendo un poco más a cada beso y separándome las piernas con las manos mientras se dirige a mi centro palpitante.
—San.
Tomo aire. Necesito mover las piernas. Levanto una mano para agarrarme al cuero del respaldo del sofá y la cojo de la nuca con la otra.
—¿Ya te acuerdas de lo increíble que soy?—pregunta, muy seria, retirándose y acariciando con su aliento mi piel desnuda.
—¡Sí!—me tiemblan las manos mientras su fresca respiración recorre mi cuerpo y se cuela entre mis muslos—¡Joder!
Intento cerrar las piernas al sentir el primer contacto de su lengua en mi clítoris, pero sólo está jugando conmigo, dándome pistas de lo que está por llegar, y mis piernas no se mueven de ninguna manera más que como ella decide, que es más separadas, volviéndome más sensible, más abierta y más extasiada.
—Esa boca, Britt—su lengua me penetra y me acaricia el sexo de una manera indescriptiblemente deliciosa. Lanzo un grito y niego con la cabeza—¿Cómo es? ¿Increíble?—es engreída y está muy segura de sí misma, y lo cierto es que se ha ganado ese privilegio—Dime cómo es, Britt-Britt.
La estoy agarrando con fuerza del pelo, y eso debería valerle como respuesta, eso y mis murmullos inaudibles. Estoy viendo las estrellas, siento chispas en el vientre y mis pobres piernas son incapaces de moverse. Y entonces siento sus dedos dentro de mí, dejo de agarrarme al sofá y a su pelo y me llevo las manos a mi propia cabeza.
Los músculos de mi estómago se tensan cuando elevo la parte superior del cuerpo para intentar sofocar la tremenda oleada de placer que desciende desde mi vientre hasta mi sexo. En mi frenesí, decido que quiero verla, de modo que me incorporo, apoyada sobre los hombros, y dejo descender la mirada por todo mi cuerpo. Tiene la mano apoyada en mi estómago mientras me hace el amor con los dedos lentamente.
—Dímelo—insiste mientras entra en mí con una precisión angustiante.
—Es como si estuvieras hecha a mi medida, San—digo en un tono tan uniforme y seguro como la expresión de su rostro.
Ella también lo piensa. Sonríe y se inclina para besarme con ternura mi piel sensible. Después se pone de pie, me agarra por debajo de los muslos y eleva la parte inferior de mi cuerpo para colocarse bien. De repente me encuentro levantando también mi parte superior, apoyada sobre las palmas de las manos para poder ver cómo me penetra.
Y es una escena maravillosa.
Las dos nos centramos en su húmedo sexo mientras lo acerca a mí, como si tuviera un dispositivo de localización que lo lleva justo a donde pertenece. Llega al umbral de mi cuerpo y lo mantiene ahí unos instantes, limitándose a acariciar mi húmedo vacío juguetonamente.
Impaciente como siempre, enrosco las piernas alrededor de sus lumbares y tiro de ella hacia mí, pero no se mueve.
No hasta que ella lo diga.
Y no lo dice.
Sonríe con una sonrisa maliciosa casi imperceptible y con la vista baja, tentándome todavía con irregulares y tortuosas caricias con el resbaladizo glande sobre mi pequeño manojito de nervios hipersensibles. Me está matando, y me muero por dejarme caer sobre el sofá, pero estoy demasiado cautivada por el cruel placer que me inflige.
—¿Nos unimos?—pregunta, aún sin mirarme.
Voy a perder el sentido, pero la parte desafiante que hay en mí, unida a su segura actitud, me obliga a querer igualar su aplomo.
—Si quieres.
Mis palabras calmadas y distantes hacen que sus oscuros ojos se desvíen de su punto de enfoque con un brillo de sorpresa.
—¿Si quiero?
Se une a mi muy ligeramente, solo un rose, pero lo suficiente como para obligarme a reprimir un gemido. Sé que me hará esperar más si me muestro impaciente y exigente, de modo que lo controlo.
—¿Qué tal si quieres tú?
Se junta un poco más. Sé que acabo de abrir los labios y sé que mi pecho se agita a gran velocidad. Hago todo lo posible, pero todas las fibras de mi ser están cediendo.
Con un brazo me sostiene en el sitio y con la otra mano tira hacia abajo de mi sujetador por delante. Me pellizca los pezones con fuerza y yo contengo un grito de placer mezclado con un dolor intenso.
—Mi chica preciosa está intentando hacerse la dura—dice agarrándome con más fuerza, lista para unirnos a la perfección—Es una pena que se le dé tan mal fingir indiferencia—pero en lugar de hacerlo con brío, se desliza y nos junta suavemente y echo la cabeza hacia atrás con un gemido—Eso está mejor—está totalmente unida a mí—Muestra un poco de agradecimiento, Britt.
Se mueve, pero esta vez con un ímpetu sorprendente. Quiero tocarle los pechos, pero me empiezan a temblar los brazos y sacudo la cabeza con desesperación.
—Otra vez—exijo. Ya ha jugado conmigo bastante—¡Otra vez!
—Eso depende.
—¿De qué? Dijiste que no siempre tenía por qué ser salvaje—me cuesta controlar la respiración y trago aire repetidamente—Y ahora me haces esto. ¿Por fin has llegado a la parte del libro que confirma que esto no afectará a los bebés?
—Sí—me penetra con tres dedos con absoluta precisión obligándome a flexionar los brazos, pero se queda quieta—Es un buen libro.
—Es un buen libro ahora—coincido.
Ahora que ha leído la parte más beneficiosa, es un libro estupendo.
—Siempre lo ha sido, pero dice que tienes que escuchar a tu cuerpo—saca sus dedos y vuelve a empujarlos lanzando un gemido.
—Bueno lo estoy escuchando, y dice que me des más fuerte—jadeo.
—Los bebés están protegidos. He leído eso—sisea, y exhala de manera controlada—Y por lo visto también puedo darte azotes—su otra palma impacta contra mi culo con fuerza y lanzo un grito.
—¡Ya me has dado azotes antes!—le recuerdo gritando mientras vuelve a penetrarme.
—Pero entonces no sabía que estuvieras embarazada—me recuerda a su vez con otro fuerte asalto de su palma contra mi trasero—¿Te gusta?
—¡Sí!
Me obligo a levantar la cabeza y, cuando lo hago, me vuelvo loca al ver lo que tengo ante mí. La lengua se me sale sola de la boca y recorre mi labio inferior de manera lenta e insinuante.
—Eres fantástica—exhalo mientras observo cómo se tensan cada uno de los músculos perfectamente definidos de su abdomen y cómo están duros sus pezones.
—Lo sé—me aprieta lenta y suavemente.
—¡Joder!—mis brazos ceden por fin y me dejo caer boca arriba sobre el sofá.
—Sí—coincide conmigo—Joder, sí.
—San, me voy a correr.
Ya no me importa tanto mantener el control. Sólo quiero dejarme llevar.
—Yo no—mueve sus caderas junto con sus dedos—¿Estás escuchando a tu cuerpo, Britt?
—¡Sí! ¡Y me dice que necesito correrme!
Me da una palmada.
—¡No te hagas la lista!—se aleja por completo de mí y vuelve a deslizar sus dedos por mi centro, provocando una fricción tremendamente satisfactoria de ellos contra mí carne—Bueno a mí me está diciendo que estoy haciendo un gran trabajo cubriendo tus necesidades—está temblando. La noto a través de sus brazos y en mis piernas, pero sigue embistiéndome sin parar—Joder, necesito estar encima de ti.
Me suelta la parte inferior del cuerpo y me agarra de las manos para colocarme sobre su cuerpo erguido de un tirón. Me tumba sobre la alfombra debajo de ella en un abrir y cerrar de ojos.
Empieza a lamerme los pezones con la lengua y coloca la mano entre mis muslos para entrar de nuevo en mí. Ahora que siento su piel noto lo sudada que está. Mis manos palpan cada centímetro de su cuerpo.
—Bésame—le ruego, y no lo piensa.
Nuestras bocas se unen mientras se desliza dentro de mí y nuestros cuerpos quedan lo más pegados posible. Bajo mi mano y la penetro también, haciendo que nuestros movimientos sean perfectos, y movemos las caderas para recibir cada una de nuestras embestidas. Con la mano libre la agarro del culo y le clavo las uñas en las sólidas nalgas mientras ella me devora la boca y nuestras lenguas danzan voraz y salvajemente.
—Creo que...—dice contra mi mejilla mientras seguimos penetrándonos— Deberías...—ahora la tengo en el cuello, y empieza a mordisquearme el lóbulo de la oreja—Dejar tu trabajo.
Sacudo la cabeza y elevo las caderas con un largo gemido de felicidad.
—No.
—Pero quiero pasarme los días haciendo esto. Dame tu boca.
Giro la cabeza hacia ella.
—Tendrás que esperar hasta que regrese a casa—le muerdo el labio y vuelvo a agarrarla del culo para obtener más fricción.
—No quiero—me devuelve el mordisco—Donde quiera y cuando quiera.
—Menos cuando estoy en el trabajo. Más rápido.
—Vaya, ¿desde cuándo das tú las órdenes?—no se mueve más y atrapa mi mano con la cual la estaba penetrando, la muy cabrona.
—No voy a dejar mi trabajo.
—¿Y cómo vas a cuidar de mis hijos si estás trabajando?—me formula esa arrogante pregunta pegado a mi boca al tiempo que hace girar sus dedos dentro de mí.
—Has dicho que quieres que me quede en casa para hacer esto, no para cuidar de tus hijos, y tú también lo puedes hacer.
—No te hagas la lista—abandona mi boca y se inclina para morderme el pezón y besarme de nuevo hasta mi rostro—¿Más rápido?
—Por favor.
—Vale.
Hunde sus dedos hasta el fondo.
Mucho.
Deliciosa e increíblemente hasta el fondo.
—Mmm.
Se detiene y se concentra en besarme hasta la asfixia.
—¿Ves? Te concedo todos tus deseos.
Sin duda lo hace, pero sé adónde quiere ir a parar, y esto es un polvo de hacerme entrar en razón sin la parte de la fuerza bruta.
Debo tener cuidado.
—Eres demasiado buena conmigo—respondo—¡Ahhhhh!
Me encuentro al borde del orgasmo pero es maravilloso estar así, haciéndonos el amor, sintiéndonos la una a la otra y tomándonos nuestro tiempo. Santana absorbe mi gemido mientras sigue explorando mi boca como si nunca la hubiera poseído antes.
Nuestras sesiones sexuales, ya sean ardientes o románticas, intensas o relajadas, son siempre como si fuera la primera vez.
—Deberías mostrar algo de gratitud—abandona mi boca y le de mi interior—¿No te parece?—observa nuestros cuerpos y se aparta. Yo también miro hacia abajo y veo nuestros sexos casi se tocan—Mira eso—suspira y se queda quieta cerca de mi sexo. Después me mira—Joder, es perfecto.
Vuelve a unir nuestros sexos con una larga exhalación de aliento cálido que me acaricia la cara. Empiezo a temblar y dejo caer los brazos.
—Vaya, está empezando a jadear—dice, y se apoya sobre los antebrazos—Y está temblando de pies a cabeza.
Sus caderas dan una sacudida irregular. Ella también jadea. Y también tiembla. Contengo la respiración y mi cuerpo se tensa preparándose para alcanzar el clímax.
—Creo que quiere correrse.
Empiezo a sacudir la cabeza, aunque quería asentir y gritar que sí. Me retuerzo bajo la firme y perfecta belleza de su cuerpo. Nuestras pieles sudorosas se funden y resbalan.
Meneo los brazos y las manos sin ton ni son cuando éstos deciden por su cuenta que hay algo que les gustaría hacer. Mis dedos se hunden en su negra mata de pelo y se aferran a ella con fuerza.
—Sí, definitivamente quiere correrse.
Lo dice con indiferencia y segura de sí misma, pero su propio cuerpo se agita con espasmos mientras intenta mantener su ritmo estable.
No lo consigue.
Los movimientos de sus caderas se han vuelto impredecibles, lo que me indica que está a punto de alcanzar el orgasmo y que pronto perderá el control.
—¡Joder!
Y esa palabra lo dice todo. Ya no hay vuelta atrás, de modo que aprovecho la oportunidad, tiro con más fuerza de su pelo y me elevo para clavar los dientes en su hombro sudoroso en un intento de reprimir mi grito y alentar el suyo. Funciona, tal y como me había imaginado.
—¡Joder, joder, joder!—nos movemos con más fuerza y a más velocidad. Hundida en mi pelo, tal y como me había imaginado—¡Ahora, Britt!
Es mi fin.
Despego los dientes de su carne y me uno a su frenética espiral de placer carnal. Le enrosco los brazos alrededor del cuello y meneo las caderas para recibir las últimas embestidas de su cuerpo contra el mío. Se deja caer sobre mí con cuidado, pero me aprieta lentamente mientras me mordisquea el cuello con la respiración agitada.
—Deja el trabajo, por favor, Britt—me ruega—De ese modo, podremos quedarnos así siempre.
Mis cuerdas vocales no responden más que para farfullar alguna objeción mientras aumento la presión de mis brazos alrededor de su cuello.
—¿Eso es un sí?—me lame la piel salada de la mejilla y los labios—Di que sí.
—No—jadeo.
—Qué cabezota eres—me da un pico en los labios y se tumba boca arriba y colocándome cómodamente sobre su regazo—Tenemos que renovar nuestros votos.
Arrugo la frente y tardo unos instantes en reunir el suficiente aire en los pulmones como para formar una frase.
—Pero si no llevamos casados ni un mes.
Me agarra de las caderas y me pongo tensa, pero entonces veo que desvía la vista hacia mi vientre y su mirada de advertencia se transforma en una sonrisa cuando traslada sus amenazadoras manos a mi barriguita y empieza a acariciarla.
—Sí, sólo un mes y ya has olvidado una parte muy importante de tus promesas.
—Puedes meterte lo de la obediencia por donde te quepa—consigo decir sin ningún problema.
También consigo levantar mis pesados brazos y agarrarla del cuello. Finge asfixiarse con una sonrisa y me obliga a agacharme tirándome de los brazos y cogiéndome también de la garganta con sus manos.
Las dos estamos listas para estrangularnos.
—¿Quién ganaría?—pregunta pegando la nariz a la mía.
—Tú.
—Correcto—coincide—Tengo sed.
La sacudo un poco por el cuello y ella se ríe.
—Voy a por un poco de agua.
—No puedes elegir qué deberes de esposa vas a cumplir y cuándo—me aparta de su cuerpo tumbado y se incorpora ligeramente para darme una palmada en el culo mientras me alejo—¡Agua, criada!
—No te pases, López—le advierto mientras me coloco las copas del sujetador sobre los pechos y me dirijo prácticamente desnuda a la cocina.
—¡Ni se te ocurra regresar hasta que pueda volver a verte las tetas, Britt-Britt!—me grita.
Abro la nevera con una enorme sonrisa y saco dos botellas heladas de agua. Las cojo como puedo de manera que no me toquen la piel y saco otra cosa más que lleva un tiempo esperando en el estante inferior.
Sonrío de nuevo.
—¿No me has oído?
El tono de agravio de Santana es lo primero que llega a mis oídos cuando reaparezco en el inmenso espacio diáfano del ático. Tiene la mirada fija en mi pecho cubierto por el sujetador.
—Sí que te he oído.
Dejo las botellas en el sofá y mantengo escondida la sorpresa detrás de mi espalda. Ella sigue tumbada boca arriba y me mira con sus ojos oscuros cargados de recelo.
—Mi esposa tiene una mirada taimada en su hermoso rostro—me observa con los ojos entrecerrados. Se incorpora lentamente, apoya la espalda contra el sofá y se da unos golpecitos en el regazo—Y tiene algo escondido.
Echa la mano atrás y coge una botella de agua. Le da un buen trago y le coloca el tapón de nuevo lentamente.
—Más o menos—digo.
Siguiendo su invitación, me siento sobre ella y me inclino hacia adelante. ella deja la botella y me coge del culo con sus manos.
—De más o menos, nada.
Una de sus manos abandona mi culo, pero sólo el tiempo suficiente como para volver a bajarme las copas del sujetador otra vez. Después vuelve a colocarla en su sitio con firmeza.
—¿Qué escondes ahí?
—Algo—respondo traviesa, y me muevo a un lado cuando intenta asomar la cabeza para ver qué es—No, San—le advierto.
Resopla un poco y vuelve a apoyar la cabeza en el sofá. Quito la tapa por detrás de mi espalda y la dejo caer antes de mostrarle el tarro a mi diosa, cuyos ojos curiosos acaban de abrirse como platos de alegría al ver lo que tiene delante.
—Yo tengo el mando.
Sonrío. Sus ojos se abren todavía más, pero esta vez con furia.
—De eso, nada. No en lo que a eso se refiere. Olvídalo. Ni hablar. Jamás—intenta cogerlo, pero con un rápido movimiento la aparto de debajo de su nariz.
—Relájate.
Me río, y la empujo contra el sofá. La necesidad de abrazarla supera mis ganas de torturarla cuando veo cómo su frente se arruga de preocupación.
Joder, amo a esta mujer.
Se mordisquea el labio inferior mientras observa cómo mi mano avanza lentamente hacia el tarro y mi dedo desaparece en las profundidades de la pasta cremosa. Pongo cara de asco cuando lo saco, y sé que también he arrugado la nariz con disgusto al ver el inmenso pegote por todo mi dedo índice.
—No me tortures con esto, Britt-Britt.
Su mirada está fija en mi dedo recubierto y sigue mis movimientos mientras bajo la mano y me lo unto por el pezón. Está helado, y es asqueroso, pero la expresión de auténtica excitación que acaba de dibujarse en el rostro de mi traviesa esposa me anima a continuar.
Me mira.
—Uy.
Sonrío mientras su cabeza se acerca lentamente como si tal cosa, lo cual es absurdo, porque sé que se muere por limpiármelo, y no sólo porque quiera tener mis senos en su boca.
Su gemido de felicidad hace que me ría y me retuerza bajo su lengua caliente.
—Joder, joder, joder.
Me devora el seno con la lengua con auténtica vehemencia y se aparta relamiéndose.
—Pensaba que era imposible que supieras mejor todavía. Más.
Sonrío como una boba y vuelvo a meter el dedo en la mantequilla de cacahuete. Una vez cubierto, lo levanto:
—¿Desea el señora el pecho derecho o el pecho izquierdo?
Desvía la mirada de un pecho al otro constantemente, indecisa.
—No tengo tiempo que perder. Restriégatelo en los dos.
Me río pero cumplo su orden apremiante, y la tengo otra vez encima antes de que pueda apartar el dedo del primer seno.
—Parece que no te está gustando—levanto la cara hacia el techo mientras ella me devora y me muerde el pezón por mi osadía—¡Ay!
—El sarcasmo no te pega.
—¿Está bueno?
—No pienso volver a comerla de ninguna otra manera, así que ahora vas a tener que dejar de trabajar, porque necesito que estés disponible para que te chupe cuando me apetezca—asoma la cabeza y veo que tiene la nariz manchada. Me inclino al instante para lamérsela—Creía que odiabas la mantequilla de cacahuete.
—Y la odio, pero adoro tu nariz—le doy un beso en la punta y vuelvo a mi posición—¿Harías algo por mí?
Su expresión facial cambia radicalmente. Vuelve a ponerse recelosa, pero esta vez no escondo nada, sólo una petición que no tardará en oír. Se relaja un poco y me acaricia los costados del cuerpo.
—Lo que sea, Britt-Britt.
—Quiero que me digas que sí a algo antes de que te lo pregunte—ordeno muy irracionalmente.
Ya hemos vivido esto antes, y no conseguí nada.
—Has intentado sobornarme con mantequilla de cacahuete—se lame los labios y yo la miro irritada y dejo el tarro a un lado.
—¿Y?
—Coge el bote otra vez, Britt-Britt—ya no sonríe—No hemos terminado.
Pongo los ojos en blanco y vuelvo a hundir el dedo y a restregarme la pasta.
—¿Contenta?
—Mucho—me limpia la teta en un santiamén—Bueno, ahora dime qué es lo que quieres.
—Tienes que decir que sí—insisto con poca fe en mi estrategia.
Sé que, aunque diga que sí, no tardará en retractarse si quiere.
—Britt—suspira—No voy a acceder a nada sin saber qué es. Y punto.
Le pongo morritos.
—Por favor, Sanny—digo arrastrando las palabras, y le paso el dedo recién cubierto de nuevo por la boca.
—Te pones adorable cuando me suplicas—murmura—Dime qué es lo que quieres.
—Quiero que canceles la suscripción de Quinn y de Rach de La Mansión—espeto, y contengo la respiración.
Necesito desesperadamente que Santana me ayude con ese tema. Sé que parecen haber alcanzado un punto importante en su relación, y espero que hablen, pero sin la tentación de La Mansión tienen muchas más probabilidades de lograrlo.
Me preparo para que me salga con que no es asunto mío, pero no lo hace. De hecho, no hace nada. Ni resopla, ni se niega. Se limita a mirarme con una leve sonrisa.
—Vale.
Se encoge de hombros, hunde su propio dedo en el tarro y me lo restriega por la teta.
—¿Qué?
Sé que parezco totalmente confundida, y lo estoy. Ni siquiera he tenido que transformarme en seductora para convencerla.
—He dicho que vale—ataca mi pecho de nuevo y yo me quedo mirándole la cabeza.
—¿En serio?
Debería estar mostrándole mi agradecimiento, no cuestionando su respuesta. Su sonrisa perfecta aparece ante mis ojos y sus palmas se posan sobre mis mejillas.
—Quinn ya la ha cancelado.
Dejo escapar un grito ahogado de sorpresa.
—Creía que por fin habías empezado a obedecerme.
Debería habérmelo imaginado, pero mi frustración no eclipsa la felicidad que siento al ver que están intentando tener una relación convencional.
Estoy encantada.
Santana se levanta y nos tumba a las dos en el sofá en un instante.
—Yo siempre hago lo que me pides. Ven aquí—me quita el tarro de las manos y lo deja en el suelo junto al sofá. Después me pega a su pecho—Vamos a acurrucarnos—exhala, contenta.
Me río sin poder creerlo, me acurruco en su cuello y empiezo a reseguir la línea de su cicatriz con la punta del dedo como de costumbre.
—¿Tienes frío?—pregunta entrelazando las piernas con las mías y envolviéndome por completo con sus brazos.
—No.
Suspiro y cierro los ojos deleitándome con todos los elementos que la hacen encantador: su esencia, su tacto, sus latidos y su cuerpo debajo del mío.
Vuelvo a encontrarme en el séptimo cielo de Santana, y cada vez me gusta más.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Jajaja,que risa con santana que quiere que britt deje de trabajar,que lindas son!,gracias por el capitulo,me gusto!.
Saludos.
Saludos.
lana66** - Mensajes : 60
Fecha de inscripción : 07/06/2015
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
amo todo lo que le armo a britt,...
britt de cierta forma esta logrando controlar a san pero siempre pierde jajaja
a ver si cumple la promesa de no dejar el trajo y sabemos que san es super perseverante!!! jajaja
nos vemos!!!
amo todo lo que le armo a britt,...
britt de cierta forma esta logrando controlar a san pero siempre pierde jajaja
a ver si cumple la promesa de no dejar el trajo y sabemos que san es super perseverante!!! jajaja
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Es amor odio por sus locuras!!!
Me encanto la pared de Britt.
Saludos
Me encanto la pared de Britt.
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monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
lana66 escribió:Jajaja,que risa con santana que quiere que britt deje de trabajar,que lindas son!,gracias por el capitulo,me gusto!.
Saludos.
Hola, ajajjaaja aa si son perfectas juntas! jaajajajajajaj. De nada, pero gracias a ti por leer! Saludos =D
3:) escribió:holap morra,...
amo todo lo que le armo a britt,...
britt de cierta forma esta logrando controlar a san pero siempre pierde jajaja
a ver si cumple la promesa de no dejar el trajo y sabemos que san es super perseverante!!! jajaja
nos vemos!!!
Hola lu, jajajajajaj es la mejor no¿? jajajajjaajja. Jajajajajajajajajja si! jajajajaajajaj XD pobre jaajjaajajajajajajaj. Esperemos y en eso si gane no¿? jajajajaajajaj, y claro el que la sigue la consigue no¿? jajajajaaj. Saludos =D
monica.santander escribió:Es amor odio por sus locuras!!!
Me encanto la pared de Britt.
Saludos
Hola, jajajajaaj son los sentimientos que nos sacan no¿? Aaaa si son tan tiernas! jajajaajaj son un amor! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 30
Capitulo 30
Una tos interrumpe mis dulces sueños. Creo que es una tos. Parece una tos, pero ni mi cerebro ni mi cuerpo están preparados para recibir el nuevo día, de modo que hago caso omiso del sonido y me aprieto más todavía contra el cuerpo que tengo debajo.
Ahí está otra vez, y cada vez me cuesta más ignorarlo. De hecho, está empezando a cabrearme.
Abro un párpado y lo primero que veo es la serena belleza de Santana. Mi irritación disminuye y levanto la mano para sentir su mejilla.
Ahí está esa tos de nuevo.
Me incorporo sin pensar para localizar la procedencia del ruido exponiendo mi total desnudez frente a... Sue.
—¡Ay, mierda!—me dejo caer de nuevo sobre el pecho de mi mujer y el brusco movimiento la despierta—¡San!—susurro como si Sue no me oyera—¡San, despierta!
Sonríe antes de abrir los ojos. Me coge del culo y me aprieta las nalgas al oír mi voz.
—Si abro los ojos voy a encontrarme con unos enormes ojos azules suplicándome sexo, ¿verdad?
Su voz es grave y rasposa, y eso junto con esas palabras normalmente haría que se me tensara el estómago por la anticipación sexual.
Pero no esta mañana.
—No, vas a ver unos enormes ojos azules perturbados—susurro—Abre los ojos.
Lo hace. Revela el oscuro de su iris con la frente arrugada y se asoma por encima de mi hombro cuando ladeo la cabeza.
—Oh—abre los ojos como platos, consternada—Buenos días, Sue.
—Buenos días, tortolitas. Tienen que comprarse pijamas—el tono divertido de la mujer hace que sienta todavía más pudor—O al menos dejarse la ropa interior puesta. Voy a la cocina a prepararles el desayuno.
Oigo cómo se aleja apresuradamente dejándonos aquí desnudas y exhalo con desesperación mientras dejo caer la cabeza entre los pechos de Santana, que se echa a reír.
Claro, a ella no le importa porque yo estoy cubriendo sus vergüenzas.
—Buenos días, Britt-Britt—mueve las piernas para estirarlas sobre el sofá y mi cuerpo se desliza entre ellas—Deja que te vea la cara.
—No. La tengo como un tomate—me pego a su cuello, como si la vergüenza fuera a desaparecer si la oculto el tiempo suficiente.
—Vaya, qué tímida—dice.
Está sonriendo, lo sé. Y aunque me gustaría limitarme a sospecharlo, no me lo permite y me obliga a mirarla para confirmarlo. Tiene una amplia sonrisa dibujada en el rostro.
—¿Vamos arriba?
—Sí—gruño, sabiendo perfectamente que si Sue ya está aquí es porque debe de ser tarde, aunque eso no parece importarme mucho últimamente.
Es como si inconscientemente estuviera intentando que me despidieran para no darle a Santana la satisfacción de dejar mi trabajo sólo porque ella me lo haya pedido.
Me siento con cautela y compruebo el paradero de Sue. Me echo a reír sonoramente cuando ella se incorpora también y asoma la cabeza por el respaldo del sofá por si acaso aparece. Me mira, con las cejas enarcadas y ligeramente desconcertada.
—¿Qué te hace tanta gracia?
—¡Pareces una suricata!
Me río y me dejo caer de espaldas, exponiéndome por completo. Entre incontrolables carcajadas, me coloco bien el sujetador como si eso fuera a marcar alguna diferencia.
No llevo bragas.
—¡Ahí meneando el cuello!
Resopla con una mezcla de diversión y resentimiento ante el ataque de histeria de su mujer y me aparta con suavidad para liberar las piernas. Se pone de pie y me coge en brazos. Me coloca sobre su hombro y yo sigo riéndome. Ahora, además, me deleito con la vista de su duro trasero mientras camina hacia la escalera.
—En mi pueblo eso significa otra cosa totalmente distinta—me da una palmada en el culo—Deberías ser tú la que estuviera meneando el cuello.
—Sé lo que significa. Estaba siendo irónica—le acaricio la espalda—Y me temo que de menear el cuello, nada.
—De esperanzas se vive.
Sube los escalones de dos en dos pero apenas lo noto, porque no me sacudo sobre su hombro y ella no resopla ni jadea. No, asciende por la escalera retroiluminada de ónice como si fuera una especie de extraño paracaidista en perfecta forma física.
—Al suelo—me deja de pie y abre el grifo de la ducha—Adentro.
—Espero que cierres la puerta de tu despacho con llave—digo cuando me viene a la cabeza la dulce e inocente cara de Sue.
Se echa a reír.
—Es sólo para nosotras, Britt-Britt. Tengo una llave y he escondido otra entre los montones de encaje en tu cajón de la ropa interior. ¿De acuerdo?
—De acuerdo—asiento.
Lo cierto es que voy a llegar tardísimo, pero eso no me impide acercarme y agarrar su sexo con una mano y con la otra apretó un pezón. Se estremece y yo sonrío y trazo círculos con el pulgar sobre su clítoris lentamente.
—Britt...—me advierte débilmente.
Da un paso atrás, pero en lugar de soltarle el pezón lo estiro. Sisea y se cubre el rostro con las manos.
Ya es mía.
Se frota las mejillas en un gesto que sugiere que es posible que recupere un poco el control.
—Si no te tomo ahora, me va a doler el cuerpo todo el día.
—Tómame—digo recordando perfectamente las palabras.
Doy un paso hacia adelante para reducir el espacio que ha dejado entre nosotras y ella baja las manos y me mira con aceptación.
—Eso pienso hacer—responde. Me levanta y me coloca sobre el mueble del lavabo—Ya no tienes escapatoria.
—Ni la quiero.
—Bien—se inclina y me besa dulcemente—Me gusta tu vestido.
—No llevo ninguno, así que no podemos perderlo.
Sonríe en mi boca y, al abrir los ojos, me encuentro con unos brillantes pozos oscuros plagados de sincera felicidad.
—¿Rememorando?—pregunta.
—Sí. ¿Te importaría empotrarme contra la pared ya?
No puedo ir a trabajar con esta hinchazón entre las piernas. Tiene que aliviarme de esta presión en aumento. Siempre la he encontrado irresistible, pero esta incesante necesidad de tenerla constantemente se está apoderando de mi vida.
Llego tarde al trabajo y me importa una mierda, y sé que a ella también.
Noto como se le humedece el sexo, pero algo me interrumpe en plena táctica seductora. La noche de la inauguración del Lusso fue alguien intentando abrir la puerta lo que nos hizo volvernos sobresaltadas. Esta vez son los gritos de consternación de Sue.
Mi espalda se tensa y salgo al instante de mi estado de frenesí. Santana desaparece de delante de mí y me quedo sentada en el mueble del lavabo, preguntándome qué narices pasa.
Bajo de un salto y corro al vestidor, cojo la primera camisa ancha que pillo y me acerco al cajón a toda velocidad para agarrar unas bragas mientras cuelo los brazos por las mangas. Me abrocho la camisa por el camino a toda prisa. Estoy en mitad de la escalera cuando veo la puerta de entrada. Santana, vestida únicamente con unas bragas y un sujetador blanco, aparta a Sue del umbral, donde se encuentra tapando a quien sea que esté al otro lado.
—Pensaba que sería Clive—jadea, probablemente agotada por el forcejeo.
—Sue, ya me encargo yo.
La deja a un lado y le frota el brazo para tranquilizarla mientras ella se alisa el mandil y se arregla el pelo.
—¿Quién coño se cree que es?—espeta ella en un tono desagradable.
Jamás la había visto tan contrariada.
—Sue—Santana la apacigua con suavidad—, por favor, ve y prepárale el desayuno a Britt—susurra mientras sostiene la puerta cerrada sin esfuerzo, como si no quisiera que yo la oyera.
Sin embargo, los insistentes golpes desde el otro lado son imposibles de ignorar. Quienquiera que esté fuera es imposible de ignorar. Veo cómo Sue se aleja, resoplando y maldiciendo, y centro los ojos en Santana al llegar al pie de la escalera. Me ve, y la expresión de cautela que invade su rostro me alerta al instante.
—¿Qué pasa?—inquiero.
—Nada, Britt-Britt—responde sonriendo, pero sé que miente. Es obvio que está muy nerviosa—Sue te está preparando el desayuno. Ve.
—No tengo hambre—respondo tajantemente con la vista fija en ella.
—Britt, anoche no cenaste nada. Ve y desayuna.
Su tono se torna más y más impaciente a cada segundo que pasa, y los golpes en la puerta continúan. No puedo creer que, viéndola tan agitada, crea de verdad que su orden de que desayune vaya a apartarme del misterio que se esconde tras la puerta.
—Te he dicho que no tengo hambre—replico, roja de ira.
Estoy furiosa.
Un golpe sacude de nuevo la puerta de entrada y Santana lanza un gruñido de frustración. Su mandíbula tiembla frenéticamente y levanta la vista al techo para armarse de paciencia. Me gustaría pensar que es el gilipollas que golpea la puerta del ático persistentemente quien le está provocando esta ira, pero sé que soy yo.
—Britt, ¿por qué cojones no haces nunca lo que te digo?—agacha la cabeza y sé al instante que lo dice en serio—Ve-te-a-de-sa-yu-nar—pronuncia cada palabra lentamente, pero sé que eso también lo dice en serio.
—No—corro sin que me importe lo más mínimo estar medio desnuda y agarro la manija de la puerta—Suéltala—tiro de ella pero no sirve de nada—¡Santana, abre la puta puerta!
—¡Esa puta bo...!
—¡Vete a la mierda!—espeto tirando de la puerta como una loca embarazada con las hormonas disparadas.
—¡Britt!
Ella la mantiene en su sitio mientras yo insisto en abrirla sin éxito. Sé que jamás lo conseguiré, no obstante, no pienso ceder.
De ninguna manera.
Pero entonces ambas nos quedamos paradas cuando una voz interrumpe nuestro forcejeo, y no es la de ninguna de nosotras. Si ya estaba algo nerviosa, ese sonido acaba de volverme totalmente psicótica. Ya no va a hacer falta que abra la puerta porque, en cualquier momento, voy a empezar a rodar por el departamento como el mismísimo Demonio de Tasmania y voy a echarla abajo.
ao miro con los dientes apretados. Ella se hunde en el sitio.
—¿Qué cojones está haciendo ella aquí?
Aprovecho su momento de pérdida de concentración y de debilidad para abrir la puerta y me encuentro frente a frente con Sugar.
—¿Qué cojones haces aquí?—silbo mirándola de arriba abajo con todo el desprecio del mundo.
Hoy lleva el pelo recogido en una minúscula y ridícula coleta castaña.
Qué mala idea.
Sé que ésta va a ser la primera de muchas, lo intuyo. Y puede que no sean sólo ideas. Me ignora por completo y mira directamente a mi diosa de ropa interior.
¿Por qué cojones no se ha puesto unos vaqueros y una camiseta?
—Necesito hablar contigo—le dice con determinación—A solas—añade lanzándome una mirada impertinente.
De poco le va a servir su fuerza. Tendrá que pasar por encima de mi cadáver para estar a solas con Santana.
—Tienes más posibilidades de tomarte un té con la reina—rujo. Mi ira aumenta a cada segundo, y soy incapaz de controlarla—¿Qué es lo que quieres?
Santana me apoya la mano en la espalda cubierta por la camisa a la altura de las lumbares. Es su manera de ordenarme que me calme sin hablar.
No funcionará.
Cuanto más miro a esa zorra desvergonzada más furiosa me estoy poniendo, si es que eso es posible. Me siento como una olla a presión a punto de estallar.
—Te he hecho una pregunta.
—Britt—la voz tranquilizadora de Santana me enfurece aún más—Cálmate, Britt-Britt.
Desliza la palma hacia adelante y me sostiene el vientre. No me puedo creer que esté agobiada por mi presión sanguínea. Ésa debería ser la última de sus preocupaciones. Lo que más debería inquietarle ahora es la posibilidad de que haya derramamiento de sangre.
—Estoy calmada—replico, aunque es evidente que no lo estoy—No te lo voy a repetir.
Retiro la mano de Santana de mi estómago, pero ella no se conforma. Me aparta para dejarme detrás de ella y extiende un brazo hacia un costado a modo de advertencia. No me disuade, pero entonces empieza a hablar antes de que pueda apartar la extremidad de mi camino.
—Sugar, ya te lo he dicho. No puede ser—su tono es algo airado, pero tras mi escenita no sé si es por mí o por ella—Lárgate y búscate a otra persona a quien acosar.
Aplaudo mentalmente sus palabras, aunque sé que no me va a gustar lo que está por venir al ver que ella no se amilana. Debo de tener un aspecto ridículo con una camisa ancha de Santana, con las ondas rubias enmarañadas, el maquillaje de ayer todo corrido y retenida por mi esposa, que está prácticamente desnuda.
Los ojos de Sugar oscilan entre Santana y yo varias veces hasta que los fija en mi diosa de nuevo.
No me gusta esa mirada.
Es descarada, y estoy segura de que sus siguientes palabras también lo serán. No se irá a ninguna parte sin decir lo que ha venido a decir, y siento una curiosidad tremenda por saber qué es.
—Como quieras.
Se encoge de hombros con indiferencia y le extiende a Santana una hoja de papel.
—¿Qué coño es esto?—ladra Santana con tono intolerante.
—Míralo tú misma.
Agita el papel en el aire animando a Santana a cogerlo. No puedo evitarlo: estiro el cuello para intentar ver qué es, pero Santana me aparta de nuevo con el brazo. Lo coge y veo cómo inclina la cabeza para leerlo. Después observo a Sugar y en su rostro distingo la sonrisa más artera que jamás haya visto.
¿Qué pretende?
Vuelvo a mirar a mi esposa, que se ha quedado tiesa como una tabla y con los músculos hinchados por la tensión. Quiero saber qué es ese papel, y quiero saber qué es lo que ha provocado esa sonrisa de zorra en la cara de Sugar, pero al mismo tiempo no tengo ningunas ganas.
—¿Qué es?
La pregunta que no quiero formular escapa de mis labios, pero Santana no contesta.
Sugar, sí.
—Es una ecografía de un bebé, de su bebé.
Sé que me tambaleo y sé que Santana se ha vuelto para sostenerme, pero todo se nubla a mi alrededor.
—Joder.
Su tono de preocupación no es más que un sonido amortiguado, y sé que es porque la sangre está abandonando mi cabeza.
Estoy mareada.
—¡Mierda! ¡Britt!
Mis pies dejan de tocar el suelo, pero no me caigo. No me he desmayado. Santana me ha recogido y, en un abrir y cerrar de ojos, me encuentro sentada en el sofá con la cabeza hundida entre las piernas.
—Respira, Britt-Britt. Respira—me coloca la mano en la frente y me frota la espalda trazando ansiosos círculos—¡¿A qué coño estás jugando?!—chilla hacia la puerta—¡Maldita loca de mierda! ¡Yo no tengo ningún bebé contigo!
—Mi esposo se enteró que hace cuatro meses lo engañe contigo y me dejo, sin importarle que estuviera embarazada, de cuatro meses. Él no quiere hacerse cargo por tu culpa. Y como fue tu culpa, es tu bebé, te tienes que hacer cargo—se apresura a contestar, toda orgullosa—Me lo debes, Santana.
Sé que está poniendo cara de zorra satisfecha pero no quiero mirarla, porque si lo hago tendré ganas de abalanzarme sobre ella. Necesito controlar la respiración porque la cabeza sigue dándome vueltas y lo veo todo negro. Si me levanto, me caeré de bruces.
—¡Pero no es mi culpa, yo no te obligue a nada!—espeta ansiosa pero demasiado inseguro—¡Joder!
Esto es el fin. Ese bebé nacerá antes que los míos y, sabiendo lo desesperada que está Santana por tener un hijo y su cargo de consciencia, aceptará el primero que caiga en sus manos. Me dejará. Me quedaré sola con dos bebés berreando y sin nadie que me ayude. Seré mamá soltera.
¿Quién me masajeará los pies cuando los tenga hinchados?
¿Quién me hará el amor vestida de lencería de encaje cuando esté llena de estrías?
¿Quién me obligará a comer cuando no tenga hambre?
¿Quién me dará ácido fólico?
¿Quién chupará mantequilla de cacahuete de mis pechos y me pintará las uñas de los pies cuando yo no llegue?
Me empieza a invadir el pánico, pero entonces mis ojos reparan en el pequeño papel que Santana ha dejado caer al suelo para atenderme. Al ver esa ecografía no ha reaccionado como lo hizo cuando vio la de nuestros pequeños. No se ha postrado de rodillas para agarrar a Sugar de las piernas y abrazarla.
Pero ¿qué coño me pasa?
Me siento como un saco de emociones contradictorias y exageradas. Ambas me observan, pero me tomo mi tiempo. Primero veo escrito el nombre de Sugar. Sin duda la ecografía es suya, pero no hay ninguna fecha impresa. Tampoco aparece el tiempo estimado de gestación. Analizo la imagen más detenidamente.
—Britt, ¿qué haces?—pregunta Santana intentando que la mire, pero la ignoro.
—Eso, ¿qué haces?—silba Sugar.
Señalo la ecografía.
—Estoy intentando ver si estás de cuatro o de cinco semanas—digo con la vista fija en la imagen—Supongo que son sólo cuatro.
—Estoy de cuatro meses, no semanas.
—No, no lo estás—miro a Santana, que está conteniendo la respiración—¿Cuándo fue la última vez que estuvieron juntas en la La Masión?
—Hace cuatro o cinco meses—sacude la cabeza y la arruga de preocupación aparece en su frente—Britt, mis recuerdos de entonces son algo confusos. No existía antes de conocerte a ti.
Apoya las manos sobre la parte superior de mis muslos y me da un apretón.
—Lo sé—digo, pero hay otra posibilidad y detesto tener que preguntarlo, sobre todo delante de esa intrusa. Cierro los ojos con fuerza—¿Fuiste después de...?—Me detengo para reformular la frase—¿Te...?
Me interrumpe para evitarme el mal trago.
—No—dice la palabra con suavidad mientras me agarra de la nuca—Mírame—me ordena en el mismo tono, y lo hago. La miro a los ojos y ella sacude la cabeza muy levemente—No—repite.
Asiento, exhalo en silencio y le sonrío para demostrarle que le creo. No necesito una confesión porque no tiene nada que confesar. Nuestro silencioso intercambio de comprensión casi me hace olvidar la presencia de Sugar.
—¿Vas a seguir con ella sabiendo que tiene que hacerse cargo de mi hijo?—pregunta con tono burlón—¿Dónde está tu orgullo?
—Voy a aplastarla—le digo en voz baja pidiéndole permiso en esta ocasión.
Santana sonríe y me besa en la mejilla.
—Adelante, Britt-Britt. Pero, por favor, aplástala verbalmente.
Señala mi vientre con la vista y después le lanza a la perra descarada una mirada de compasión sin decir nada. Va a dejar que me encargue de ella.
—¿Qué están cuchicheando, si puede saberse?—inquiere Sugar.
Su engreimiento empieza a desintegrarse a marchas forzadas. No tiene ni idea de cómo interpretar nuestra reacción. Me pongo de pie junto a Santana y la miro.
—Dame la foto.
Mi pregunta la obliga a apartar la mirada acusatoria de Sugar y a centrarla en mí.
La he pillado por sorpresa.
—¿Qué foto?
Pongo los ojos en blanco.
—La que llevas a todas partes. No soy idiota. ¿Dónde está?
—En el bolsillo de mi chaqueta—admite, algo avergonzada.
Ve a por ella.
—No, no pienso dejarte a solas con ésta—esta vez ni siquiera le dedica una mirada.
—¿Ésta?—espeta Sugar con tono de incredulidad—¿Así es como le vas a hablar a la mamá de tu hijo?
Santana se vuelve entonces con violencia.
—¡Tú no eres la mamá de mi hijo, maldita loca de mierda! ¡No es mi hijo!
Su ira aumenta de nuevo.
Tengo que acabar con esto de una vez por todas.
Las dejo a solas y me dirijo al despacho de Santana. Su chaqueta está en el mismo sitio donde la dejó tirada anoche. Rebusco rápidamente en los bolsillos y encuentro un fajo de billetes perfectamente ordenados y doblados y su teléfono móvil. Por fin doy con la imagen en el bolsillo interior. Está un poco deteriorada, probablemente de pasarla de un bolsillo a otro.
Salgo de la estancia armada con la prueba número dos y veo que la distancia entre ellas ha disminuido. Mi mujer sigue en el mismo sitio, pero Sugar está avanzando hacia ella.
—Teníamos algo especial, Santana—dice disponiéndose a tocarla, pero Santana le aparta el brazo.
—¿Especial?—se echa a reír—Follamos unas cuantas veces. Te usé y te deseché. ¿Qué tiene eso de especial?
—Viniste por más. Eso tiene que significar algo—dice con tono esperanzado. Está loca de verdad—Hiciste que te necesitara.
Esas palabras me crispan los nervios. Quiero interrumpirlas, pero también quiero oír qué responde Santana.
—No, tú te empeñaste en necesitarme. Apenas hablaba contigo cuando follábamos. No eras más que un trozo de carne y estabas siempre dispuesta.
Se acerca a Sugar y se inclina hacia adelante, lo que la obliga a retroceder ligeramente. El tono de Santana está cargado de veneno con toda la intención. La está aplastando ella misma perfectamente.
—Eres igual que las demás, pero estás aún más desesperada si cabe. Te echan un buen polvo y ya crees que tu vida depende de ello.
Casi me echo a reír. Lo cierto es que mi vida depende de ello, y más ahora que tengo las hormonas disparadas por el embarazo.
Santana la observa de arriba abajo, y veo la mirada presuntuosa de la persona que estuvo tratando a las mujeres como objetos durante tanto tiempo, de la persona que bebía, follaba y después se deshacía de ellas.
—¿Qué coño te hace pensar que vaya a dejar a mi mujer por ti?
—Vas a tener que hacerte cargo de mi hijo, es tu deber, fue tú culpa que me dejara.
Su engreimiento ha desaparecido por completo. Sabe que está perdiendo la batalla.
—Mentira—replica, pero en su tono se nota que no está del todo segura.
—Está mintiendo—intervengo, incómoda al ver a Santana acercándose tanto a ella aunque sólo sea para gruñirle a la cara.
Y tampoco me gusta verla tan preocupada por algo por lo que no debería estarlo.
—No estoy mintiendo. Ahí tienes la prueba—dice ella señalando la imagen que tengo en la mano.
—Exacto, aquí la tengo—le doy la vuelta y se la planto delante de la cara—Esto es una ecografía de seis semanas.
Ella frunce el ceño.
—No, es una ecografía de cuatro meses.
—Este bebé no es el tuyo, Sugar.
—¿Y de quién es, entonces?—pregunta lentamente.
Está empezando a captar por dónde voy.
—Mío—miro con cariño el trozo de papel desgastado—Y de Santana.
—¿Qué?
—Bueno, he dicho «bebé». Lo que quería decir en realidad es «bebés». Verás, estamos esperando mellizos, y sé que estás intentando colárnosla y que Santana se hago cargo de tu error y calentura. Y lo sé porque esto sí es una ecografía de seis semanas de verdad. Y aquí hay dos cacahuetes, más pequeños que el de la tuya, ya lo sé, pero no hay tanta diferencia. Sé que mientes, no sé, puede que sea... instinto maternal—me encojo de hombros—¿Querías algo más?
Se queda ligeramente boquiabierta y, aunque sigo furiosa para mis adentros, estoy orgullosísima de mí misma por haber mantenido la compostura.
Santana tiene razón: no puedo abalanzarme sobre ella y empezar a rodar por el suelo, por más que me gustaría arrancarle todos los pelos de la cabeza.
—A menos que puedas explicar ese pequeño detalle y confirmar las fechas, creo que ya hemos terminado—la miro expectante, pero ella no dice nada. Le tiro la ecografía—Y ahora lárgate y vete a buscar al verdadero papá de tu criatura, porque sabemos que tu esposo tampoco lo es—no aparto los ojos de esa mujer, y no lo haré hasta que la puerta esté cerrada con ella al otro lado—¿Te vas ya o voy a tener que arrastrarte?—pregunto dando un paso hacia adelante.
Ella se agacha, recoge la imagen y se dirige a la puerta. Su mirada se desvía nerviosa de Santana a su histérica esposa embarazada, y en cuanto su cuerpo atraviesa el umbral le cierro la puerta en las narices y me vuelvo para mirar a mi esposa ex gigoló. Se muerde con nerviosismo el labio inferior, y quizá no debería, pero estoy furiosa con ella. Paso por su lado y subo la escalera.
El grifo de la ducha sigue abierto cuando llego al baño de la habitación. Me desnudo, me lavo los dientes y me meto bajo el agua sin ninguna prisa por acabar pronto. Llevo despierta menos de media hora y ya me siento como si fuera el final del día.
Tengo los ojos cerrados mientras me aclaro el pelo, pero la siento detrás de mí. No me está tocando, pero sé que se encuentra ahí.
Y está preocupada.
Siento su ansiedad contra mi espalda mojada. El hecho de que se mostrara intranquila ante la posibilidad de tener que hacerse cargo del hijo de Sugar no hace sino que aumente mi preocupación.
¿Tengo que añadir otra cosa a mi lista de cosas que podrían traernos problemas?
Tan sólo hace dos días que regresamos del Paraíso y ya estoy mentalmente agotada.
Una vida de paz y tranquilidad.
Eso es lo que quiero y lo que necesito, y cada vez que pienso que estamos cerca de alcanzarlo, aparece algo que lo jode.
La sensación familiar de la esponja natural conecta con mi espalda, al igual que su mano sobre mi vientre. Actúa con tiento, y hace bien. Lo único que me saca de mis casillas es ella y su sórdido pasado con las mujeres.
—Santana, no estoy de humor.
Me aparto y termino de lavarme el pelo. No sabe qué hacer, y como siempre que se ve en esa situación, está intentando apaciguarme a través de su tacto.
Espero oír un resoplido de incredulidad, o incluso de indignación ante mi rechazo, pero no oigo nada. En lugar de eso, siento cómo su mano se desliza por mi vientre.
—Te he dicho que no estoy de humor—espeto con dureza quitándomela de encima y cogiendo una toalla para secarme.
—Me prometiste que jamás dirías eso—murmura hoscamente.
Me envuelvo con la toalla, levanto la vista y la veo de pie debajo del agua, con las manos a ambos lados de su cuerpo, derrotada.
—Llego tarde.
La dejo totalmente turbada y salgo del baño para arreglarme para ir a trabajar.
Cuando estoy a punto de salir del dormitorio, aparece con ojos tristes.
—Britt-Britt, se me está partiendo el corazón en mil pedazos. Detesto que nos peleemos.
No hace ningún tipo de intento para acortar la distancia que nos separa.
—No nos estamos peleando—replico quitándole importancia—Tienes que cambiar el código del ascensor. Y averiguar cómo ha subido hasta aquí.
Salgo del cuarto, pero apenas he pisado el primer escalón cuando siento su mano cálida alrededor de mi muñeca, deteniéndome.
—Lo haré, pero tenemos que hacer las paces.
—Ya estoy vestida. No vamos a hacer las paces ahora.
—No del todo. Pero no dejes que me pase el día entero sabiendo que no me hablas—se pone de rodillas delante de mí y me mira—Los días ya se me hacen bastante largos de por sí.
—Sí que te hablo—mascullo.
—¿Y por qué estás tan cabreada?
Suspiro.
—Porque una mujer acaba de irrumpir en nuestra casa y ha intentado reclamarte, Santana. Por eso estoy tan cabreada.
—Dime San. Ven aquí—tira de mí para que me agache y me envuelve con los brazos—Te quiero cuando aplastas a la gente.
—Es agotador—farfullo contra su pecho—Tengo que irme ya.
—De acuerdo—me besa el pelo, se aparta y me coge de las mejillas—Dime que somos amigas.
—Somos amigas.
Borra mi enfado al instante con su sonrisa, la mía.
—Buena chica. Ya haremos las paces como es debido después. Ve desayunando, tardaré dos minutos.
—Tengo que irme—le recuerdo mirando mi Rolex—Ya son las ocho y media.
—Dos minutos—repite, y vuelve a ponerme de pie—Espérame.
—¡Pero date prisa!
La aparto y ella empieza a correr hacia atrás con una enorme sonrisa en la cara. Ya está otra vez contenta y con cara de pilla.
Me encuentro a Sue en la cocina envolviéndome un sándwich y farfullando. Se detiene en cuanto advierte mi presencia.
—Britt—corre hacia mí limpiándose las manos en el mandil—, ¡he intentado detener a esa fresca vengativa!
Algo me dice que ya ha tenido algún encuentro con Sugar anteriormente.
—Tranquila, Sue—sonrío y le froto el brazo cariñosamente—¿Ya la conocías?—presiono ligeramente.
—Uy, sí, sí la conozco, y no me gusta nada—empieza a farfullar de nuevo y vuelve a la isleta para terminar de envolverme el desayuno—Lleva meses viniendo, molestando a mi chica y diciendo que era pobre. Ya se lo advertí. Le dije: «Mira, golfilla urdidora, deja en paz a mi chica e intenta arreglar tu matrimonio.»—sonrío al ver cómo mueve las manos con agresividad, casi aplastando mi sándwich—No sé cuántas veces ya la ha mandado mi chica a paseo. No hay furia en el infierno como la de una mujer despechada—me mira—¿Te has tomado el ácido fólico?
—No—me acerco a la nevera y saco una botella de agua para tomarme las pastillas que me pasa Sue, seguidas de una galleta de jengibre—Gracias.
—De nada, querida—su rostro arrugado sonríe—Menos mal que la has puesto en su sitio—se echa a reír, coge el sándwich y me lo mete en el bolso—Cómetelo, ¿eh? Lo digo en serio.
—Pareces San—me trago las pastillas.
—Le importas mucho, Britt. No la condenes por ello—me reprende ligeramente mirando por encima de mi hombro—Mira, ahí viene. ¡Y está vestida!
—Estoy vestida—se echa a reír mientras se coloca los pendientes—Y mi preciosa esposa también.
Pongo los ojos en blanco, pero no siento nada de vergüenza. Esa mujer ya lo ha visto todo, y la visita de Sugar ha conseguido eclipsar cualquier pudor que pudiera sentir.
—¿Puedo irme a trabajar ya?
—¿Te has tomado el ácido fólico?
—Sí—gruño.
—¿Has desayunado?
Me doy unos golpecitos en el bolso.
—Cómetelo—me advierte, y me coge de la mano—Despídete de Sue.
—¡Adiós, Sue!
—¡Adiós, querida! ¡Adiós, mi chica!
Salgo con precaución del ático, y con más precaución todavía del ascensor en el vestíbulo del Lusso, pero no está por ningún lado. Hago un gesto de dolor cuando veo a Clive en conserjería, consciente de que está a punto de recibir un buen rapapolvo.
—Buenos días, Brittany. Señora López-Pierce—la alegría del pobre hombre no va a durar mucho.
—Clive—empieza Santana—, ¿por qué coño has dejado subir al ático a una mujer?
La expresión de confusión en el rostro del conserje es evidente.
—Señora López-Pierce, mi turno acaba de empezar.
—¿Ahora mismo?
—Sí, he relevado al chico nuevo...—se mira el reloj—Hace tan sólo diez minutos.
Mi mueca de dolor se acentúa. Ahora va a ser Ryder quien se la cargue. Mi compasión por el nuevo conserje aumenta. Miro un instante a mi mujer y veo su cara de absoluta irritación.
Será mejor para Ryder que no vuelva jamás.
—¿Cuándo empieza su turno otra vez?—pregunta Santana.
—Yo acabo a las cuatro—confirma Clive—¿Ha hecho algo mal, señora López-Pierce? Le he explicado el protocolo.
Tira de mí hacia el soleado exterior.
—Bueno no ha servido de mucho—masculla Santana—Finn te llevará al trabajo—me dice cuando salimos.
—¿Cuándo voy a recuperar mi Mini?—pregunto al ver al grandulón al otro lado del aparcamiento apoyado contra la puerta del conductor.
—No lo vas a recuperar. Dalo por perdido.
—¿Por qué?—protesto. Adoro mi Mini—Bueno, entonces ¿cuándo voy a poder conducir yo misma al trabajo?
Santana abre la puerta del acompañante del Range Rover de Finn y me levanta para colocarme en el asiento.
—Cuando averigüe quién me robó el coche.
—¿Por qué no me llevas tú al trabajo?
Me abrocha el cinturón, comprueba que estoy segura y me besa en la frente.
—Tengo unas cuantas reuniones en La Mansión.
—Y entonces ¿por qué me has pedido que te esperara?—inquiero con el ceño fruncido.
—Para poder meterte en el coche de Finn y recordarte que hables con Will.
Gruño sonoramente.
—Eres imposible.
—Y tú, preciosa. Que tengas buen día.
Me besa una vez más y cierra la puerta. Asiente en dirección a Finn y se dirige a su DBS. No sé a qué ha venido ese gesto hacia Finn y, cuando el grandulón se sienta a mi lado, dirijo todas mis sospechas hacia él.
—¿Qué pasa, rubia?
—Ella.
—Ah, entonces todo sigue igual—se ríe con su risa atronadora y gutural de siempre.
—Sí, todo sigue igual—gruño.
Ahí está otra vez, y cada vez me cuesta más ignorarlo. De hecho, está empezando a cabrearme.
Abro un párpado y lo primero que veo es la serena belleza de Santana. Mi irritación disminuye y levanto la mano para sentir su mejilla.
Ahí está esa tos de nuevo.
Me incorporo sin pensar para localizar la procedencia del ruido exponiendo mi total desnudez frente a... Sue.
—¡Ay, mierda!—me dejo caer de nuevo sobre el pecho de mi mujer y el brusco movimiento la despierta—¡San!—susurro como si Sue no me oyera—¡San, despierta!
Sonríe antes de abrir los ojos. Me coge del culo y me aprieta las nalgas al oír mi voz.
—Si abro los ojos voy a encontrarme con unos enormes ojos azules suplicándome sexo, ¿verdad?
Su voz es grave y rasposa, y eso junto con esas palabras normalmente haría que se me tensara el estómago por la anticipación sexual.
Pero no esta mañana.
—No, vas a ver unos enormes ojos azules perturbados—susurro—Abre los ojos.
Lo hace. Revela el oscuro de su iris con la frente arrugada y se asoma por encima de mi hombro cuando ladeo la cabeza.
—Oh—abre los ojos como platos, consternada—Buenos días, Sue.
—Buenos días, tortolitas. Tienen que comprarse pijamas—el tono divertido de la mujer hace que sienta todavía más pudor—O al menos dejarse la ropa interior puesta. Voy a la cocina a prepararles el desayuno.
Oigo cómo se aleja apresuradamente dejándonos aquí desnudas y exhalo con desesperación mientras dejo caer la cabeza entre los pechos de Santana, que se echa a reír.
Claro, a ella no le importa porque yo estoy cubriendo sus vergüenzas.
—Buenos días, Britt-Britt—mueve las piernas para estirarlas sobre el sofá y mi cuerpo se desliza entre ellas—Deja que te vea la cara.
—No. La tengo como un tomate—me pego a su cuello, como si la vergüenza fuera a desaparecer si la oculto el tiempo suficiente.
—Vaya, qué tímida—dice.
Está sonriendo, lo sé. Y aunque me gustaría limitarme a sospecharlo, no me lo permite y me obliga a mirarla para confirmarlo. Tiene una amplia sonrisa dibujada en el rostro.
—¿Vamos arriba?
—Sí—gruño, sabiendo perfectamente que si Sue ya está aquí es porque debe de ser tarde, aunque eso no parece importarme mucho últimamente.
Es como si inconscientemente estuviera intentando que me despidieran para no darle a Santana la satisfacción de dejar mi trabajo sólo porque ella me lo haya pedido.
Me siento con cautela y compruebo el paradero de Sue. Me echo a reír sonoramente cuando ella se incorpora también y asoma la cabeza por el respaldo del sofá por si acaso aparece. Me mira, con las cejas enarcadas y ligeramente desconcertada.
—¿Qué te hace tanta gracia?
—¡Pareces una suricata!
Me río y me dejo caer de espaldas, exponiéndome por completo. Entre incontrolables carcajadas, me coloco bien el sujetador como si eso fuera a marcar alguna diferencia.
No llevo bragas.
—¡Ahí meneando el cuello!
Resopla con una mezcla de diversión y resentimiento ante el ataque de histeria de su mujer y me aparta con suavidad para liberar las piernas. Se pone de pie y me coge en brazos. Me coloca sobre su hombro y yo sigo riéndome. Ahora, además, me deleito con la vista de su duro trasero mientras camina hacia la escalera.
—En mi pueblo eso significa otra cosa totalmente distinta—me da una palmada en el culo—Deberías ser tú la que estuviera meneando el cuello.
—Sé lo que significa. Estaba siendo irónica—le acaricio la espalda—Y me temo que de menear el cuello, nada.
—De esperanzas se vive.
Sube los escalones de dos en dos pero apenas lo noto, porque no me sacudo sobre su hombro y ella no resopla ni jadea. No, asciende por la escalera retroiluminada de ónice como si fuera una especie de extraño paracaidista en perfecta forma física.
—Al suelo—me deja de pie y abre el grifo de la ducha—Adentro.
—Espero que cierres la puerta de tu despacho con llave—digo cuando me viene a la cabeza la dulce e inocente cara de Sue.
Se echa a reír.
—Es sólo para nosotras, Britt-Britt. Tengo una llave y he escondido otra entre los montones de encaje en tu cajón de la ropa interior. ¿De acuerdo?
—De acuerdo—asiento.
Lo cierto es que voy a llegar tardísimo, pero eso no me impide acercarme y agarrar su sexo con una mano y con la otra apretó un pezón. Se estremece y yo sonrío y trazo círculos con el pulgar sobre su clítoris lentamente.
—Britt...—me advierte débilmente.
Da un paso atrás, pero en lugar de soltarle el pezón lo estiro. Sisea y se cubre el rostro con las manos.
Ya es mía.
Se frota las mejillas en un gesto que sugiere que es posible que recupere un poco el control.
—Si no te tomo ahora, me va a doler el cuerpo todo el día.
—Tómame—digo recordando perfectamente las palabras.
Doy un paso hacia adelante para reducir el espacio que ha dejado entre nosotras y ella baja las manos y me mira con aceptación.
—Eso pienso hacer—responde. Me levanta y me coloca sobre el mueble del lavabo—Ya no tienes escapatoria.
—Ni la quiero.
—Bien—se inclina y me besa dulcemente—Me gusta tu vestido.
—No llevo ninguno, así que no podemos perderlo.
Sonríe en mi boca y, al abrir los ojos, me encuentro con unos brillantes pozos oscuros plagados de sincera felicidad.
—¿Rememorando?—pregunta.
—Sí. ¿Te importaría empotrarme contra la pared ya?
No puedo ir a trabajar con esta hinchazón entre las piernas. Tiene que aliviarme de esta presión en aumento. Siempre la he encontrado irresistible, pero esta incesante necesidad de tenerla constantemente se está apoderando de mi vida.
Llego tarde al trabajo y me importa una mierda, y sé que a ella también.
Noto como se le humedece el sexo, pero algo me interrumpe en plena táctica seductora. La noche de la inauguración del Lusso fue alguien intentando abrir la puerta lo que nos hizo volvernos sobresaltadas. Esta vez son los gritos de consternación de Sue.
Mi espalda se tensa y salgo al instante de mi estado de frenesí. Santana desaparece de delante de mí y me quedo sentada en el mueble del lavabo, preguntándome qué narices pasa.
Bajo de un salto y corro al vestidor, cojo la primera camisa ancha que pillo y me acerco al cajón a toda velocidad para agarrar unas bragas mientras cuelo los brazos por las mangas. Me abrocho la camisa por el camino a toda prisa. Estoy en mitad de la escalera cuando veo la puerta de entrada. Santana, vestida únicamente con unas bragas y un sujetador blanco, aparta a Sue del umbral, donde se encuentra tapando a quien sea que esté al otro lado.
—Pensaba que sería Clive—jadea, probablemente agotada por el forcejeo.
—Sue, ya me encargo yo.
La deja a un lado y le frota el brazo para tranquilizarla mientras ella se alisa el mandil y se arregla el pelo.
—¿Quién coño se cree que es?—espeta ella en un tono desagradable.
Jamás la había visto tan contrariada.
—Sue—Santana la apacigua con suavidad—, por favor, ve y prepárale el desayuno a Britt—susurra mientras sostiene la puerta cerrada sin esfuerzo, como si no quisiera que yo la oyera.
Sin embargo, los insistentes golpes desde el otro lado son imposibles de ignorar. Quienquiera que esté fuera es imposible de ignorar. Veo cómo Sue se aleja, resoplando y maldiciendo, y centro los ojos en Santana al llegar al pie de la escalera. Me ve, y la expresión de cautela que invade su rostro me alerta al instante.
—¿Qué pasa?—inquiero.
—Nada, Britt-Britt—responde sonriendo, pero sé que miente. Es obvio que está muy nerviosa—Sue te está preparando el desayuno. Ve.
—No tengo hambre—respondo tajantemente con la vista fija en ella.
—Britt, anoche no cenaste nada. Ve y desayuna.
Su tono se torna más y más impaciente a cada segundo que pasa, y los golpes en la puerta continúan. No puedo creer que, viéndola tan agitada, crea de verdad que su orden de que desayune vaya a apartarme del misterio que se esconde tras la puerta.
—Te he dicho que no tengo hambre—replico, roja de ira.
Estoy furiosa.
Un golpe sacude de nuevo la puerta de entrada y Santana lanza un gruñido de frustración. Su mandíbula tiembla frenéticamente y levanta la vista al techo para armarse de paciencia. Me gustaría pensar que es el gilipollas que golpea la puerta del ático persistentemente quien le está provocando esta ira, pero sé que soy yo.
—Britt, ¿por qué cojones no haces nunca lo que te digo?—agacha la cabeza y sé al instante que lo dice en serio—Ve-te-a-de-sa-yu-nar—pronuncia cada palabra lentamente, pero sé que eso también lo dice en serio.
—No—corro sin que me importe lo más mínimo estar medio desnuda y agarro la manija de la puerta—Suéltala—tiro de ella pero no sirve de nada—¡Santana, abre la puta puerta!
—¡Esa puta bo...!
—¡Vete a la mierda!—espeto tirando de la puerta como una loca embarazada con las hormonas disparadas.
—¡Britt!
Ella la mantiene en su sitio mientras yo insisto en abrirla sin éxito. Sé que jamás lo conseguiré, no obstante, no pienso ceder.
De ninguna manera.
Pero entonces ambas nos quedamos paradas cuando una voz interrumpe nuestro forcejeo, y no es la de ninguna de nosotras. Si ya estaba algo nerviosa, ese sonido acaba de volverme totalmente psicótica. Ya no va a hacer falta que abra la puerta porque, en cualquier momento, voy a empezar a rodar por el departamento como el mismísimo Demonio de Tasmania y voy a echarla abajo.
ao miro con los dientes apretados. Ella se hunde en el sitio.
—¿Qué cojones está haciendo ella aquí?
Aprovecho su momento de pérdida de concentración y de debilidad para abrir la puerta y me encuentro frente a frente con Sugar.
—¿Qué cojones haces aquí?—silbo mirándola de arriba abajo con todo el desprecio del mundo.
Hoy lleva el pelo recogido en una minúscula y ridícula coleta castaña.
Qué mala idea.
Sé que ésta va a ser la primera de muchas, lo intuyo. Y puede que no sean sólo ideas. Me ignora por completo y mira directamente a mi diosa de ropa interior.
¿Por qué cojones no se ha puesto unos vaqueros y una camiseta?
—Necesito hablar contigo—le dice con determinación—A solas—añade lanzándome una mirada impertinente.
De poco le va a servir su fuerza. Tendrá que pasar por encima de mi cadáver para estar a solas con Santana.
—Tienes más posibilidades de tomarte un té con la reina—rujo. Mi ira aumenta a cada segundo, y soy incapaz de controlarla—¿Qué es lo que quieres?
Santana me apoya la mano en la espalda cubierta por la camisa a la altura de las lumbares. Es su manera de ordenarme que me calme sin hablar.
No funcionará.
Cuanto más miro a esa zorra desvergonzada más furiosa me estoy poniendo, si es que eso es posible. Me siento como una olla a presión a punto de estallar.
—Te he hecho una pregunta.
—Britt—la voz tranquilizadora de Santana me enfurece aún más—Cálmate, Britt-Britt.
Desliza la palma hacia adelante y me sostiene el vientre. No me puedo creer que esté agobiada por mi presión sanguínea. Ésa debería ser la última de sus preocupaciones. Lo que más debería inquietarle ahora es la posibilidad de que haya derramamiento de sangre.
—Estoy calmada—replico, aunque es evidente que no lo estoy—No te lo voy a repetir.
Retiro la mano de Santana de mi estómago, pero ella no se conforma. Me aparta para dejarme detrás de ella y extiende un brazo hacia un costado a modo de advertencia. No me disuade, pero entonces empieza a hablar antes de que pueda apartar la extremidad de mi camino.
—Sugar, ya te lo he dicho. No puede ser—su tono es algo airado, pero tras mi escenita no sé si es por mí o por ella—Lárgate y búscate a otra persona a quien acosar.
Aplaudo mentalmente sus palabras, aunque sé que no me va a gustar lo que está por venir al ver que ella no se amilana. Debo de tener un aspecto ridículo con una camisa ancha de Santana, con las ondas rubias enmarañadas, el maquillaje de ayer todo corrido y retenida por mi esposa, que está prácticamente desnuda.
Los ojos de Sugar oscilan entre Santana y yo varias veces hasta que los fija en mi diosa de nuevo.
No me gusta esa mirada.
Es descarada, y estoy segura de que sus siguientes palabras también lo serán. No se irá a ninguna parte sin decir lo que ha venido a decir, y siento una curiosidad tremenda por saber qué es.
—Como quieras.
Se encoge de hombros con indiferencia y le extiende a Santana una hoja de papel.
—¿Qué coño es esto?—ladra Santana con tono intolerante.
—Míralo tú misma.
Agita el papel en el aire animando a Santana a cogerlo. No puedo evitarlo: estiro el cuello para intentar ver qué es, pero Santana me aparta de nuevo con el brazo. Lo coge y veo cómo inclina la cabeza para leerlo. Después observo a Sugar y en su rostro distingo la sonrisa más artera que jamás haya visto.
¿Qué pretende?
Vuelvo a mirar a mi esposa, que se ha quedado tiesa como una tabla y con los músculos hinchados por la tensión. Quiero saber qué es ese papel, y quiero saber qué es lo que ha provocado esa sonrisa de zorra en la cara de Sugar, pero al mismo tiempo no tengo ningunas ganas.
—¿Qué es?
La pregunta que no quiero formular escapa de mis labios, pero Santana no contesta.
Sugar, sí.
—Es una ecografía de un bebé, de su bebé.
Sé que me tambaleo y sé que Santana se ha vuelto para sostenerme, pero todo se nubla a mi alrededor.
—Joder.
Su tono de preocupación no es más que un sonido amortiguado, y sé que es porque la sangre está abandonando mi cabeza.
Estoy mareada.
—¡Mierda! ¡Britt!
Mis pies dejan de tocar el suelo, pero no me caigo. No me he desmayado. Santana me ha recogido y, en un abrir y cerrar de ojos, me encuentro sentada en el sofá con la cabeza hundida entre las piernas.
—Respira, Britt-Britt. Respira—me coloca la mano en la frente y me frota la espalda trazando ansiosos círculos—¡¿A qué coño estás jugando?!—chilla hacia la puerta—¡Maldita loca de mierda! ¡Yo no tengo ningún bebé contigo!
—Mi esposo se enteró que hace cuatro meses lo engañe contigo y me dejo, sin importarle que estuviera embarazada, de cuatro meses. Él no quiere hacerse cargo por tu culpa. Y como fue tu culpa, es tu bebé, te tienes que hacer cargo—se apresura a contestar, toda orgullosa—Me lo debes, Santana.
Sé que está poniendo cara de zorra satisfecha pero no quiero mirarla, porque si lo hago tendré ganas de abalanzarme sobre ella. Necesito controlar la respiración porque la cabeza sigue dándome vueltas y lo veo todo negro. Si me levanto, me caeré de bruces.
—¡Pero no es mi culpa, yo no te obligue a nada!—espeta ansiosa pero demasiado inseguro—¡Joder!
Esto es el fin. Ese bebé nacerá antes que los míos y, sabiendo lo desesperada que está Santana por tener un hijo y su cargo de consciencia, aceptará el primero que caiga en sus manos. Me dejará. Me quedaré sola con dos bebés berreando y sin nadie que me ayude. Seré mamá soltera.
¿Quién me masajeará los pies cuando los tenga hinchados?
¿Quién me hará el amor vestida de lencería de encaje cuando esté llena de estrías?
¿Quién me obligará a comer cuando no tenga hambre?
¿Quién me dará ácido fólico?
¿Quién chupará mantequilla de cacahuete de mis pechos y me pintará las uñas de los pies cuando yo no llegue?
Me empieza a invadir el pánico, pero entonces mis ojos reparan en el pequeño papel que Santana ha dejado caer al suelo para atenderme. Al ver esa ecografía no ha reaccionado como lo hizo cuando vio la de nuestros pequeños. No se ha postrado de rodillas para agarrar a Sugar de las piernas y abrazarla.
Pero ¿qué coño me pasa?
Me siento como un saco de emociones contradictorias y exageradas. Ambas me observan, pero me tomo mi tiempo. Primero veo escrito el nombre de Sugar. Sin duda la ecografía es suya, pero no hay ninguna fecha impresa. Tampoco aparece el tiempo estimado de gestación. Analizo la imagen más detenidamente.
—Britt, ¿qué haces?—pregunta Santana intentando que la mire, pero la ignoro.
—Eso, ¿qué haces?—silba Sugar.
Señalo la ecografía.
—Estoy intentando ver si estás de cuatro o de cinco semanas—digo con la vista fija en la imagen—Supongo que son sólo cuatro.
—Estoy de cuatro meses, no semanas.
—No, no lo estás—miro a Santana, que está conteniendo la respiración—¿Cuándo fue la última vez que estuvieron juntas en la La Masión?
—Hace cuatro o cinco meses—sacude la cabeza y la arruga de preocupación aparece en su frente—Britt, mis recuerdos de entonces son algo confusos. No existía antes de conocerte a ti.
Apoya las manos sobre la parte superior de mis muslos y me da un apretón.
—Lo sé—digo, pero hay otra posibilidad y detesto tener que preguntarlo, sobre todo delante de esa intrusa. Cierro los ojos con fuerza—¿Fuiste después de...?—Me detengo para reformular la frase—¿Te...?
Me interrumpe para evitarme el mal trago.
—No—dice la palabra con suavidad mientras me agarra de la nuca—Mírame—me ordena en el mismo tono, y lo hago. La miro a los ojos y ella sacude la cabeza muy levemente—No—repite.
Asiento, exhalo en silencio y le sonrío para demostrarle que le creo. No necesito una confesión porque no tiene nada que confesar. Nuestro silencioso intercambio de comprensión casi me hace olvidar la presencia de Sugar.
—¿Vas a seguir con ella sabiendo que tiene que hacerse cargo de mi hijo?—pregunta con tono burlón—¿Dónde está tu orgullo?
—Voy a aplastarla—le digo en voz baja pidiéndole permiso en esta ocasión.
Santana sonríe y me besa en la mejilla.
—Adelante, Britt-Britt. Pero, por favor, aplástala verbalmente.
Señala mi vientre con la vista y después le lanza a la perra descarada una mirada de compasión sin decir nada. Va a dejar que me encargue de ella.
—¿Qué están cuchicheando, si puede saberse?—inquiere Sugar.
Su engreimiento empieza a desintegrarse a marchas forzadas. No tiene ni idea de cómo interpretar nuestra reacción. Me pongo de pie junto a Santana y la miro.
—Dame la foto.
Mi pregunta la obliga a apartar la mirada acusatoria de Sugar y a centrarla en mí.
La he pillado por sorpresa.
—¿Qué foto?
Pongo los ojos en blanco.
—La que llevas a todas partes. No soy idiota. ¿Dónde está?
—En el bolsillo de mi chaqueta—admite, algo avergonzada.
Ve a por ella.
—No, no pienso dejarte a solas con ésta—esta vez ni siquiera le dedica una mirada.
—¿Ésta?—espeta Sugar con tono de incredulidad—¿Así es como le vas a hablar a la mamá de tu hijo?
Santana se vuelve entonces con violencia.
—¡Tú no eres la mamá de mi hijo, maldita loca de mierda! ¡No es mi hijo!
Su ira aumenta de nuevo.
Tengo que acabar con esto de una vez por todas.
Las dejo a solas y me dirijo al despacho de Santana. Su chaqueta está en el mismo sitio donde la dejó tirada anoche. Rebusco rápidamente en los bolsillos y encuentro un fajo de billetes perfectamente ordenados y doblados y su teléfono móvil. Por fin doy con la imagen en el bolsillo interior. Está un poco deteriorada, probablemente de pasarla de un bolsillo a otro.
Salgo de la estancia armada con la prueba número dos y veo que la distancia entre ellas ha disminuido. Mi mujer sigue en el mismo sitio, pero Sugar está avanzando hacia ella.
—Teníamos algo especial, Santana—dice disponiéndose a tocarla, pero Santana le aparta el brazo.
—¿Especial?—se echa a reír—Follamos unas cuantas veces. Te usé y te deseché. ¿Qué tiene eso de especial?
—Viniste por más. Eso tiene que significar algo—dice con tono esperanzado. Está loca de verdad—Hiciste que te necesitara.
Esas palabras me crispan los nervios. Quiero interrumpirlas, pero también quiero oír qué responde Santana.
—No, tú te empeñaste en necesitarme. Apenas hablaba contigo cuando follábamos. No eras más que un trozo de carne y estabas siempre dispuesta.
Se acerca a Sugar y se inclina hacia adelante, lo que la obliga a retroceder ligeramente. El tono de Santana está cargado de veneno con toda la intención. La está aplastando ella misma perfectamente.
—Eres igual que las demás, pero estás aún más desesperada si cabe. Te echan un buen polvo y ya crees que tu vida depende de ello.
Casi me echo a reír. Lo cierto es que mi vida depende de ello, y más ahora que tengo las hormonas disparadas por el embarazo.
Santana la observa de arriba abajo, y veo la mirada presuntuosa de la persona que estuvo tratando a las mujeres como objetos durante tanto tiempo, de la persona que bebía, follaba y después se deshacía de ellas.
—¿Qué coño te hace pensar que vaya a dejar a mi mujer por ti?
—Vas a tener que hacerte cargo de mi hijo, es tu deber, fue tú culpa que me dejara.
Su engreimiento ha desaparecido por completo. Sabe que está perdiendo la batalla.
—Mentira—replica, pero en su tono se nota que no está del todo segura.
—Está mintiendo—intervengo, incómoda al ver a Santana acercándose tanto a ella aunque sólo sea para gruñirle a la cara.
Y tampoco me gusta verla tan preocupada por algo por lo que no debería estarlo.
—No estoy mintiendo. Ahí tienes la prueba—dice ella señalando la imagen que tengo en la mano.
—Exacto, aquí la tengo—le doy la vuelta y se la planto delante de la cara—Esto es una ecografía de seis semanas.
Ella frunce el ceño.
—No, es una ecografía de cuatro meses.
—Este bebé no es el tuyo, Sugar.
—¿Y de quién es, entonces?—pregunta lentamente.
Está empezando a captar por dónde voy.
—Mío—miro con cariño el trozo de papel desgastado—Y de Santana.
—¿Qué?
—Bueno, he dicho «bebé». Lo que quería decir en realidad es «bebés». Verás, estamos esperando mellizos, y sé que estás intentando colárnosla y que Santana se hago cargo de tu error y calentura. Y lo sé porque esto sí es una ecografía de seis semanas de verdad. Y aquí hay dos cacahuetes, más pequeños que el de la tuya, ya lo sé, pero no hay tanta diferencia. Sé que mientes, no sé, puede que sea... instinto maternal—me encojo de hombros—¿Querías algo más?
Se queda ligeramente boquiabierta y, aunque sigo furiosa para mis adentros, estoy orgullosísima de mí misma por haber mantenido la compostura.
Santana tiene razón: no puedo abalanzarme sobre ella y empezar a rodar por el suelo, por más que me gustaría arrancarle todos los pelos de la cabeza.
—A menos que puedas explicar ese pequeño detalle y confirmar las fechas, creo que ya hemos terminado—la miro expectante, pero ella no dice nada. Le tiro la ecografía—Y ahora lárgate y vete a buscar al verdadero papá de tu criatura, porque sabemos que tu esposo tampoco lo es—no aparto los ojos de esa mujer, y no lo haré hasta que la puerta esté cerrada con ella al otro lado—¿Te vas ya o voy a tener que arrastrarte?—pregunto dando un paso hacia adelante.
Ella se agacha, recoge la imagen y se dirige a la puerta. Su mirada se desvía nerviosa de Santana a su histérica esposa embarazada, y en cuanto su cuerpo atraviesa el umbral le cierro la puerta en las narices y me vuelvo para mirar a mi esposa ex gigoló. Se muerde con nerviosismo el labio inferior, y quizá no debería, pero estoy furiosa con ella. Paso por su lado y subo la escalera.
El grifo de la ducha sigue abierto cuando llego al baño de la habitación. Me desnudo, me lavo los dientes y me meto bajo el agua sin ninguna prisa por acabar pronto. Llevo despierta menos de media hora y ya me siento como si fuera el final del día.
Tengo los ojos cerrados mientras me aclaro el pelo, pero la siento detrás de mí. No me está tocando, pero sé que se encuentra ahí.
Y está preocupada.
Siento su ansiedad contra mi espalda mojada. El hecho de que se mostrara intranquila ante la posibilidad de tener que hacerse cargo del hijo de Sugar no hace sino que aumente mi preocupación.
¿Tengo que añadir otra cosa a mi lista de cosas que podrían traernos problemas?
Tan sólo hace dos días que regresamos del Paraíso y ya estoy mentalmente agotada.
Una vida de paz y tranquilidad.
Eso es lo que quiero y lo que necesito, y cada vez que pienso que estamos cerca de alcanzarlo, aparece algo que lo jode.
La sensación familiar de la esponja natural conecta con mi espalda, al igual que su mano sobre mi vientre. Actúa con tiento, y hace bien. Lo único que me saca de mis casillas es ella y su sórdido pasado con las mujeres.
—Santana, no estoy de humor.
Me aparto y termino de lavarme el pelo. No sabe qué hacer, y como siempre que se ve en esa situación, está intentando apaciguarme a través de su tacto.
Espero oír un resoplido de incredulidad, o incluso de indignación ante mi rechazo, pero no oigo nada. En lugar de eso, siento cómo su mano se desliza por mi vientre.
—Te he dicho que no estoy de humor—espeto con dureza quitándomela de encima y cogiendo una toalla para secarme.
—Me prometiste que jamás dirías eso—murmura hoscamente.
Me envuelvo con la toalla, levanto la vista y la veo de pie debajo del agua, con las manos a ambos lados de su cuerpo, derrotada.
—Llego tarde.
La dejo totalmente turbada y salgo del baño para arreglarme para ir a trabajar.
Cuando estoy a punto de salir del dormitorio, aparece con ojos tristes.
—Britt-Britt, se me está partiendo el corazón en mil pedazos. Detesto que nos peleemos.
No hace ningún tipo de intento para acortar la distancia que nos separa.
—No nos estamos peleando—replico quitándole importancia—Tienes que cambiar el código del ascensor. Y averiguar cómo ha subido hasta aquí.
Salgo del cuarto, pero apenas he pisado el primer escalón cuando siento su mano cálida alrededor de mi muñeca, deteniéndome.
—Lo haré, pero tenemos que hacer las paces.
—Ya estoy vestida. No vamos a hacer las paces ahora.
—No del todo. Pero no dejes que me pase el día entero sabiendo que no me hablas—se pone de rodillas delante de mí y me mira—Los días ya se me hacen bastante largos de por sí.
—Sí que te hablo—mascullo.
—¿Y por qué estás tan cabreada?
Suspiro.
—Porque una mujer acaba de irrumpir en nuestra casa y ha intentado reclamarte, Santana. Por eso estoy tan cabreada.
—Dime San. Ven aquí—tira de mí para que me agache y me envuelve con los brazos—Te quiero cuando aplastas a la gente.
—Es agotador—farfullo contra su pecho—Tengo que irme ya.
—De acuerdo—me besa el pelo, se aparta y me coge de las mejillas—Dime que somos amigas.
—Somos amigas.
Borra mi enfado al instante con su sonrisa, la mía.
—Buena chica. Ya haremos las paces como es debido después. Ve desayunando, tardaré dos minutos.
—Tengo que irme—le recuerdo mirando mi Rolex—Ya son las ocho y media.
—Dos minutos—repite, y vuelve a ponerme de pie—Espérame.
—¡Pero date prisa!
La aparto y ella empieza a correr hacia atrás con una enorme sonrisa en la cara. Ya está otra vez contenta y con cara de pilla.
Me encuentro a Sue en la cocina envolviéndome un sándwich y farfullando. Se detiene en cuanto advierte mi presencia.
—Britt—corre hacia mí limpiándose las manos en el mandil—, ¡he intentado detener a esa fresca vengativa!
Algo me dice que ya ha tenido algún encuentro con Sugar anteriormente.
—Tranquila, Sue—sonrío y le froto el brazo cariñosamente—¿Ya la conocías?—presiono ligeramente.
—Uy, sí, sí la conozco, y no me gusta nada—empieza a farfullar de nuevo y vuelve a la isleta para terminar de envolverme el desayuno—Lleva meses viniendo, molestando a mi chica y diciendo que era pobre. Ya se lo advertí. Le dije: «Mira, golfilla urdidora, deja en paz a mi chica e intenta arreglar tu matrimonio.»—sonrío al ver cómo mueve las manos con agresividad, casi aplastando mi sándwich—No sé cuántas veces ya la ha mandado mi chica a paseo. No hay furia en el infierno como la de una mujer despechada—me mira—¿Te has tomado el ácido fólico?
—No—me acerco a la nevera y saco una botella de agua para tomarme las pastillas que me pasa Sue, seguidas de una galleta de jengibre—Gracias.
—De nada, querida—su rostro arrugado sonríe—Menos mal que la has puesto en su sitio—se echa a reír, coge el sándwich y me lo mete en el bolso—Cómetelo, ¿eh? Lo digo en serio.
—Pareces San—me trago las pastillas.
—Le importas mucho, Britt. No la condenes por ello—me reprende ligeramente mirando por encima de mi hombro—Mira, ahí viene. ¡Y está vestida!
—Estoy vestida—se echa a reír mientras se coloca los pendientes—Y mi preciosa esposa también.
Pongo los ojos en blanco, pero no siento nada de vergüenza. Esa mujer ya lo ha visto todo, y la visita de Sugar ha conseguido eclipsar cualquier pudor que pudiera sentir.
—¿Puedo irme a trabajar ya?
—¿Te has tomado el ácido fólico?
—Sí—gruño.
—¿Has desayunado?
Me doy unos golpecitos en el bolso.
—Cómetelo—me advierte, y me coge de la mano—Despídete de Sue.
—¡Adiós, Sue!
—¡Adiós, querida! ¡Adiós, mi chica!
Salgo con precaución del ático, y con más precaución todavía del ascensor en el vestíbulo del Lusso, pero no está por ningún lado. Hago un gesto de dolor cuando veo a Clive en conserjería, consciente de que está a punto de recibir un buen rapapolvo.
—Buenos días, Brittany. Señora López-Pierce—la alegría del pobre hombre no va a durar mucho.
—Clive—empieza Santana—, ¿por qué coño has dejado subir al ático a una mujer?
La expresión de confusión en el rostro del conserje es evidente.
—Señora López-Pierce, mi turno acaba de empezar.
—¿Ahora mismo?
—Sí, he relevado al chico nuevo...—se mira el reloj—Hace tan sólo diez minutos.
Mi mueca de dolor se acentúa. Ahora va a ser Ryder quien se la cargue. Mi compasión por el nuevo conserje aumenta. Miro un instante a mi mujer y veo su cara de absoluta irritación.
Será mejor para Ryder que no vuelva jamás.
—¿Cuándo empieza su turno otra vez?—pregunta Santana.
—Yo acabo a las cuatro—confirma Clive—¿Ha hecho algo mal, señora López-Pierce? Le he explicado el protocolo.
Tira de mí hacia el soleado exterior.
—Bueno no ha servido de mucho—masculla Santana—Finn te llevará al trabajo—me dice cuando salimos.
—¿Cuándo voy a recuperar mi Mini?—pregunto al ver al grandulón al otro lado del aparcamiento apoyado contra la puerta del conductor.
—No lo vas a recuperar. Dalo por perdido.
—¿Por qué?—protesto. Adoro mi Mini—Bueno, entonces ¿cuándo voy a poder conducir yo misma al trabajo?
Santana abre la puerta del acompañante del Range Rover de Finn y me levanta para colocarme en el asiento.
—Cuando averigüe quién me robó el coche.
—¿Por qué no me llevas tú al trabajo?
Me abrocha el cinturón, comprueba que estoy segura y me besa en la frente.
—Tengo unas cuantas reuniones en La Mansión.
—Y entonces ¿por qué me has pedido que te esperara?—inquiero con el ceño fruncido.
—Para poder meterte en el coche de Finn y recordarte que hables con Will.
Gruño sonoramente.
—Eres imposible.
—Y tú, preciosa. Que tengas buen día.
Me besa una vez más y cierra la puerta. Asiente en dirección a Finn y se dirige a su DBS. No sé a qué ha venido ese gesto hacia Finn y, cuando el grandulón se sienta a mi lado, dirijo todas mis sospechas hacia él.
—¿Qué pasa, rubia?
—Ella.
—Ah, entonces todo sigue igual—se ríe con su risa atronadora y gutural de siempre.
—Sí, todo sigue igual—gruño.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Que pasada es Sugar!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
que ridiculez es esa! como si santana fuese un hombre y pudiera dejar embarazada a cualquiera, como que se lo debe? sugar es imbecil pero britt demasiado britt, hasta luego!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,..
le salio mal la jugada de suger,...
me encanto que britt se lo "tomara con calma"jajajajaj
a ver como termina el dia si empieza asi???
nos vemos!!!
le salio mal la jugada de suger,...
me encanto que britt se lo "tomara con calma"jajajajaj
a ver como termina el dia si empieza asi???
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
monica.santander escribió:Que pasada es Sugar!!!
Saludos
Hola, esta loca¿? es el efecto san¿? jajaajaj. Saludos =D
micky morales escribió:que ridiculez es esa! como si santana fuese un hombre y pudiera dejar embarazada a cualquiera, como que se lo debe? sugar es imbecil pero britt demasiado britt, hasta luego!
Hola, jajajaajjajajja xD quería retener a san de una manera u otra no¿? jajajaajajaj xD Bn britt ai! la dejo sin argumentos! Saludos =D
3:) escribió:holap morra,..
le salio mal la jugada de suger,...
me encanto que britt se lo "tomara con calma"jajajajaj
a ver como termina el dia si empieza asi???
nos vemos!!!
Hola lu, sip, jajajajaajajaja pobre... no la vrdd esk nop! Jajajajajaja claro, tienen que pensar en sus cacahuates tmbn no¿? jajajajajaaj. Emmm mejo¿? jajajajaaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 31
Capitulo 31
Llego una hora tarde al trabajo, pero esta vez no me voy a librar. Will está aquí, y se encuentra junto a mi mesa cuando por fin entro por la puerta.
—¿Flor?
Me mira con una expresión de reproche dibujada en su cara, y eso es lo último que necesito hoy. Llego tarde, y lo que voy a anunciarle probablemente vaya a provocarle un ataque al corazón.
Mira el reloj de la oficina.
—¿Qué hora crees que es?
Es una de las pocas veces que le he visto una mala cara a mi jefe. Siempre he estado muy entregada a mi carrera, pero mi vida personal está interfiriendo, y mi trabajo ha quedado en un segundo plano. Estoy tentando la suerte, y llevo haciéndolo desde que Santana irrumpió en mi vida.
—Lo siento, Will.
No puedo mentirle diciéndole que estaba reunida con algún cliente, así que lo dejo en una simple disculpa.
—Brittany, sé que en tu vida ha habido muchos cambios últimamente, por cierto, enhorabuena, pero necesito dedicación.
Saca su peine del bolsillo interior de su chaqueta y se lo pasa por el pelo. Me quedo perpleja.
¿«Por cierto, enhorabuena»?
Eso no ha sido muy sincero.
—Lo siento—repito, porque no sé qué otra cosa decir.
¿«Por cierto»?
Me siento un poco insultada, pero no se me ocurre un modo de expresar mi desaire, y además, Will no me da ocasión de hacerlo. Se marcha a su despacho y cierra la puerta tras él. Centro mi confusión en mis tres colegas, que están todos sentados en silencio con la cabeza agachada.
¿Les ha echado la bronca a ellos también?
Me dejo caer en la silla y, ya sea buena idea o no, dado el enfado de mi jefe, decido llamar a Rachel.
Una amiga.
Eso es lo que necesito en estos momentos. Responde al teléfono con voz rasposa.
—¿Todavía estás en la cama?—pregunto mientras enciendo el ordenador.
—Sí.
Es la única palabra que sale por el auricular.
Sonrío.
—¿Tienes a cierta mujer mona, con el pelo desenfadado y un buen cuerpo?
Ruego para que su respuesta sea un «sí», y entonces oigo movimiento y unas risitas. Mi propia sonrisa se amplía. Necesitaba oír una voz amiga, pero esto también me sirve.
—Bueno sí—responde casi con un chillido sin molestarse en eludir mi pregunta—¡Quinn!
—Vale, entonces te dejo. Tengo cosas que contarte, pero pueden esperar.
—¡No, Britt!
—¿Qué?
—¡Espera!—me exige. Oigo más movimiento, y unas cuantas palmadas y después una puerta que se cierra—Sólo quería saber cómo acabó lo de Sam
Está susurrando, por razones obvias. Eso me borra la sonrisa de la cara. No hace falta que le cuente a Rachel los detalles más escabrosos. Además, en estos instantes me avergüenzo tanto de mi hermano como él de sí mismo.
—Bien. Está todo bien. Ha vuelto a Australia, y San lo convenció para que mantuviera la boca cerrada.
—Me siento responsable.
—Rach, él ya se lo había imaginado antes de que hicieras la aparición del siglo—ahora ya puedo bromear al respecto—¿Quinn y tu han hablado?—pregunto tímidamente mientras golpeteo la mesa con el boli frenéticamente y me pregunto si no sería mejor hacerlo directamente con la cabeza.
—Sí, hemos hablado. Sabía lo de Sam
Hace una pausa y sé que está esperando un grito ahogado de sorpresa por mi parte, pero ha pasado demasiado tiempo como para que finja ahora. De todos modos, hago un esfuerzo:
—¿En serio?—digo prácticamente chillando, y tres pares de ojos sorprendidos me miran desde todos los rincones de la oficina.
—Venga ya, Britt—farfulla—Me sentí como una auténtica idiota. No es tan ingenua como yo pensaba.
—Lo sé—asiento—Entonces ¿todo va bien?
—Sí, todo va bien. De maravilla, de hecho.
Sonrío de nuevo.
—¿Se acabó La Mansión?
—Se acabó La Mansión—confirma—¿Y tú cómo estás? ¿Con vómitos? ¿Te duelen las piernas? ¿Te ha salido ya alguna estría?
—Todavía no—bajo la vista y veo que tengo la mano apoyada sobre el vientre—Aunque puede que no sea la única que vaya a tener todos esos síntomas—digo despertando su curiosidad.
No puedo guardarme esto para mí sola.
—¡¿Queeeeeé?! ¿Quién más está preñada?—pregunta, claramente intrigada—¿No será la simplona de Tina?
—¡No!
Miro a la simplona de Tina y compruebo que, de hecho, vuelve a ser la simplona de siempre. Y entonces siento lástima por ella.
¿Cómo no me había percatado antes?
Tiene el pelo mustio y sin brillo, no lleva nada de maquillaje y ha vuelto a ponerse la blusa negra de cuello cerrado. No sé si lleva puesta la falda de cuadros porque tiene las piernas escondidas detrás de su mesa, pero estoy convencida de que así es.
—Entonces ¿quién?
La voz impaciente de Rachel me hace apartar la vista de la simple y suicida Tina y vuelvo a centrar la atención en sus preguntas.
—Sugar.
—¡No me jodas!
—Sí, Sugar está embarazada, y eso no es todo.
Le estoy dando emoción cuando en realidad no hace ninguna falta. Ya tengo toda su atención y la he dejado pasmada. Todavía no ha oído lo mejor.
—Quiere que San se haga cargo.
—¡¿QUÉ?!
Me aparto el teléfono de la oreja convencida de que toda la oficina, y puede que todo Londres, la ha oído.
—Sí, culpa a San que su esposo la dejara.
—Espera, espera, espera.
Me la imagino haciendo el gesto con la mano, y oigo que arrastra una silla por el suelo de la cocina. Se está sentando.
—¿Sugar está preñada?
—Sí.
—¿Y quiere que San se haga cargo?
—Sí
Abro mi correo electrónico y le contesto como si tal cosa. Lo tengo superado.
—Pero ¿no accedieron?
—Exacto.
—¿Y cómo lo sabes que está preñada?
Me hace la pregunta con prudencia pero con razón, y ya me la esperaba.
—Porque ha intentado colarnos un cacahuete por una nuez.
—¿De qué cojones estás hablando?
Suspiro y continúo ojeando mi cuenta de correo sin prestar atención.
—Tiene una ecografía. Dice que es de cuatro meses, pero es evidente que no, y ha recortado todas las posibles pruebas: la fecha, todo.
—¡Será puta! ¿Cómo puede estar tan desesperada?
—Ya ves. Su esposo se enteró que lo engaño y la dejo. Sugar culpa a San. Te lo juro, Rach, he estado a punto de...
—¡Espera un momento!
—¿Qué?
—¡Joder! ¡QUINN!—chilla, y yo salto en mi silla—¡QUINN!
—¿Quieres dejar de gritarme al oído?—protesto.
Entonces oigo unas fuertes pisadas al otro lado de la línea y el sonido de una puerta que se abre. Oigo la voz adormilada de Quinn y después el estridente chillido de Rachel. No entiendo nada de lo que dicen. Quinn habla demasiado bajito, y Rachel tan alto que su voz está distorsionada.
—¿Rach?
—¡Joder, Britt!
Ahora sí que me cabreo en serio.
—Deja de gritarme y haz el favor de hablar conmigo.
—Vale—jadea—Noah se acostó con Sugar.
Me pongo derecha en mi silla.
—¿Cuándo?
—Bueno hará unas cuatro o cinco semanas—dice como si tal cosa, a miles de kilómetros de distancia de sus últimos gritos frenéticos.
—¿Cómo lo sabes?
—Me lo contó Quinn. Noah estaba borracho y ella le echó el guante. El pobre no sabía nada al respecto, y probablemente nunca se habría enterado si Quinn no llega a presentarse en su casa. La pilló marchándose a hurtadillas.
—Joder—he dejado de mirar mi correo electrónico y he vuelto a golpetear la mesa con el bolígrafo, esta vez con más fuerza—Pero ¿cómo se le ocurre? ¡El bebé tardaría tres meses más de lo esperado en nacer!
[i]—La gente desesperada hace cosas desesperadas, amiga mía—declara, más relajada al fin—Quinn está hablando con él por teléfono en estos momentos. ¿Estás bien? Debe de haber sido horrible, aunque estuviera mintiendo.
—Sí, pero ya estoy acostumbrada a esa clase de sorpresas con San.
Le quito importancia con la apatía que merece todo este episodio. Aunque a Noah sí que lo pillará desprevenido.
—Bien. Ahora tendrás que cuidarte mucho, ¿no?—dice dulcemente a modo de pregunta pero con un tinte de advertencia.
—Sí, eso hago y eso haré. Oye, tengo que colgar. Will está cabreado conmigo, y Kurt, Tina y Mercedes están como si alguien les hubiera dado un bofetón. ¿Comemos mañana?
—Vale. Llámame.
Cuelga, y yo me quedo mirando con escepticismo la oficina. Sólo está tan silenciosa cuando me quedo sola. Miro por encima de mi hombro hacia el despacho de Will y veo que tiene la puerta cerrada. Y aunque me muero por llamar a Santana para informarle de lo que me acabo de enterar, eso sería tentar demasiado la suerte, y sé que Quinn la llamará de todos modos. Debería prepararme para mi reunión con Danielle Ruth.
A las once y media nadie ha dicho ni mu todavía. Will aún no ha salido de su despacho y me siento nerviosa cuando llamo a su puerta. No la abro sin más como suelo hacer. Espero a que me invite a entrar y, cuando lo hace, asomo la cabeza y sonrío dulcemente.
—Tengo una cita a mediodía con la señora Danielle.
—Bien. Tienes que estar de vuelta a las dos. Hay una reunión.
Su tono es severo, y ni siquiera me mira, sino que mantiene la atención fija en la pantalla de su ordenador.
—De acuerdo.
Cierro la puerta con cuidado y me marcho de la oficina consternada y preocupada.
¿Una reunión?
Seguro que es una reunión para discutir mi reciente falta de formalidad pero, curiosamente, no me angustia la idea.
En la puerta me topo con un mensajero.
—Tengo una entrega para Brittany Pierce.
Su voz está amortiguada tras el casco de la moto que no se ha quitado.
—Soy yo—murmuro con aprensión.
Al oír mi nombre de soltera se me han puesto los pelos de punta.
—Firme aquí, por favor.
Me planta el portapapeles debajo de mis narices, lo firmo y acepto el sobre que me da una vez que he acabado. No quiero aceptar esta entrega, pero cuando Finn aparece, me esfuerzo por aparentar normalidad, cuando en realidad debería mostrarme exasperada ante la presencia del grandulón. El mensajero se monta en la moto y se larga por la carretera sin mediar palabra.
Cuando Finn se inclina para abrirme la puerta del acompañante me doy cuenta de que me he quedado petrificada, todavía con el sobre en la mano.
—¿Qué es eso, rubia?—pregunta, y su frente lisa y reluciente se arruga alrededor de sus enormes gafas de sol.
—Nada—lo meto en el bolso, entro en el coche y me pongo el cinturón—¿Qué haces aquí?
Se funde con el tráfico, inicia sus terapéuticos golpeteos de la palma sobre el volante y me pregunto cómo es posible que la funda de cuero no esté desgastada por el roce constante.
—Tienes una cita, rubia.
Lo atravieso con mi mirada inquisitiva. No es posible que lo sepa porque me he asegurado de guardar mi agenda laboral bajo llave, como mi boca.
—¿Cómo lo sabes?—por primera vez desde que conozco a esta enorme persona, parece incómodo. Está evitando mirarme a la cara—Te ha pedido que me sigas, ¿verdad?—lo acuso.
No me lo puedo creer. Sus golpeteos se vuelven más rápidos. Le doy unos instantes para pensar la respuesta, pero sé por la expresión de su rostro que sabe que lo he pillado.
—Rubia, alguien intentó hacer que te salieras de la carretera. Es normal que tu esposa esté un poco nerviosa al respecto. ¿Adónde vamos?
—A Lansdowne Crescent—contesto—¿Y qué excusa tienes para las otras veces que me ha acosado?
—Ninguna—responde cándidamente—En esas ocasiones simplemente se estaba comportando como una latina loca.
Me echo a reír y Finn me acompaña echando la cabeza hacia atrás como a mí me gusta.
—¿No te cansas?—pregunto pensando que es posible que me considere una molestia.
Dudo mucho que esto forme parte de su trabajo.
—No—responde riendo, y se vuelve hacia mí sonriendo con aprecio—Esa tarada latina loca no es la única que se preocupa por ti, rubia.
Tengo que apretar los labios para evitar que mi estúpida sensiblería de embarazada se apodere de mí y empiece a sollozar ridículamente. Sé que a Finn no le haría gracia.
—A mí tampoco me molesta tu presencia—respondo quitándole importancia a su muestra de afecto porque sé que me lo agradecerá, y su risa silenciosa lo confirma.
—He estado leyendo—me informa, y se inclina para abrir la guantera.
Saca un libro, me lo entrega y vuelve a golpetear el volante. Leo el título y lo releo para asegurarme de que lo he leído bien.
—¿Bonsáis?
—Sí.
Empiezo a pasar las páginas admirando los preciosos arbolitos e imaginándome a Finn inclinado sobre uno, podando con delicadeza las frágiles ramas.
—¿Es tu hobby?
—Sí, es muy relajante.
—¿Dónde vives, Finn?
No sé de dónde sale esa pregunta. Finn y los bonsáis es algo que jamás relacionaría de manera natural, pero con este nuevo y extraño descubrimiento, me siento obligada a saber más.
—En Chelsey, rubia.
—¿Vives solo?
—Completamente—se ríe—Mi única compañía son mis árboles.
Estoy estupefacta. Jamás lo habría pensado. Este grandulón que vigila La Mansión y que mantiene a los hombres sobreexcitados (y quizá a algunas mujeres) en su sitio, y que a primera vista me pareció un miembro de la mafia, resulta que vive solo con sus bonsáis.
Es fascinante.
—¿Vas a esperarme fuera?—le pregunto con ironía cuando detiene el vehículo delante de la vivienda de Danielle Ruth.
Sus dientes relucen y se inclina para coger el libro.
—Estaré leyendo un poco, rubia.
—Procuraré no tardar mucho.
Salgo del coche y corro por el camino hasta la casa. La puerta se abre sin que me dé tiempo a llamar.
—¡Brittany!—parece demasiado contenta de verme.
—Hola, Dani, ¿cómo estás?
—¡De maravilla! Pasa.
Mira por encima de mi hombro con el ceño ligeramente fruncido y me insta a entrar rápidamente. La dejo con su curiosidad porque explicarle lo de Finn me llevaría una eternidad, y no quiero permanecer aquí más tiempo del necesario. Tengo que ser lo más profesional posible.
Me dirige por el pasillo hacia la cocina.
—¿Qué tal el fin de semana?
Bien y mal. Estupendo y horrible. Parece que han pasado años luz.
—Bien, gracias. ¿Qué tal el tuyo?—me siento a la inmensa mesa de roble y saco mis archivos.
—Estupendo—canturrea, y se sienta a mi lado.
Sonrío amablemente y abro su archivo.
—¿De qué querías que habláramos? ¿De los armarios de la cocina?
—No, olvídate de los armarios. Seguiremos adelante con el plan original. Oye, la nevera de vinos, ¿al final escogimos la sencilla o la doble?
Como me haya hecho venir hasta aquí para eso voy a cabrearme a base de bien.
—La doble—respondo lentamente.
No me siento en absoluto cómoda. Podría haberse limitado a llamar para aclarar eso.
Mi teléfono empieza a sonar en mi bolso, pero no contesto a pesar de que suena la melodía de Angel. No pienso permanecer aquí mucho más tiempo, ya que no hay ninguna necesidad de que esté, así que le devolveré la llamada en cuanto consiga escapar.
—¿Eso era todo?—digo con recelo.
Mi móvil deja de sonar pero vuelve a hacerlo inmediatamente.
—¿Quieres contestar?—pregunta mirando mi bolso.
—Tranquila—respondo sacudiendo la cabeza ligeramente. Aunque ella no lo sabe, mi movimiento de cabeza se debe a que no me puedo creer que me haya hecho venir hasta aquí—¿Querías algo más, Dani?
—Eh...—mira desesperada por la cocina—Sí, he cambiado de idea con respecto al suelo de nogal—dice, y arrastra por la mesa una revista que hay al otro lado—Me gusta mucho éste—añade señalando una alternativa en roble que aparece en la portada.
Empiezo a expresarle las razones de por qué considero que es mejor que el suelo sea de nogal, pero mi teléfono me interrumpe. Dejo caer los hombros. Dani empuja mi bolso hacia mí.
—Brittany, tal vez deberías contestar. Es evidente que quienquiera que sea quiere hablar contigo.
Cierro los ojos y hago un gesto de «por favor, dame paciencia». Cojo el bolso, saco el móvil, me levanto de la mesa y me dirijo a la entrada.
—San, estoy en una reunión. ¿Te llamo luego?
—Tengo mono de Britt-Britt—farfulla—¿Tú tienes mono de Sanny?
—¿Hay algún remedio?—pregunto con una sonrisa en la cara, sabiendo perfectamente cuál es el remedio.
—Sí, se llama contacto constante. ¿A qué hora sales de trabajar?
—No lo sé. Tengo una reunión con Will a las dos.
Miro por encima de mi hombro y veo que Dani está hojeando la revista de diseño. Quizá no me está prestando atención, pero seguro que me oye. A lo mejor eso es bueno. Estoy felizmente casada, la mayor parte del tiempo. Y también estoy embarazada.
¿Debería dejarlo caer de alguna manera en la conversación?
—Ah, estupendo. Por fin vas a cumplir tu promesa de hablar con él—dice Santana.
—Sí.
—Aunque eso no te llevará mucho tiempo, ¿verdad?
—No, probablemente no, pero da igual, porque Finn me estará esperando, ¿verdad?
Respondo a su pregunta con la mía propia.
Puede que haya delatado a Finn, pero ¿qué sentido tiene fingir que no estoy al tanto?
—Claro—oigo su risa en su tono—¿Cómo están mis pequeños, Britt-Britt?
—Nuestros pequeños están bien.
Al instante me doy cuenta de lo que acabo de decir, y también de que me estoy acariciando la barriga.
—San, tengo que dejarte. Hablamos luego.
—¿Y qué se supone que tengo que hacer hasta entonces?
—Sal a correr.
—Eso ya lo he hecho—responde con orgullo—Puede que me vaya de compras.
—Eso, vete de compras—la animo esperando que acabe en Babies“R”Us y que no salga hasta las seis—Te quiero—añado, terminando así la conversación con algo que la apaciguará durante un poco más de tiempo.
—Lo sé—suspira.
—Adiós—sonrío, cuelgo y me dirijo de nuevo a la cocina—Disculpa—digo toqueteando el móvil mientras me siento—¿Roble, entonces?
Parece sumida en sus pensamientos mientras me observa durante unos instantes. Entonces desvía la mirada hacia mi vientre, que está escondido debajo de la mesa. Estaba segura de que me estaba escuchando, pero una parte de mí esperaba que no lo hiciera.
Empiezo a anotar un montón de cosas sin sentido.
—Averiguaré el precio del roble. La instalación costará lo mismo, pero lo preguntaré por si acaso. ¿Seguro que quieres descartar el nogal?—espero su confirmación, pero cuando ya no tengo nada más que anotar y ella sigue sin contestarme, levanto la vista y la veo ensimismada—¿Dani?
—¡Ay, perdona! Estaba en Babia. Sí, por favor—se levanta—Brittany, discúlpame, ni siquiera te he ofrecido una taza de té. ¿O te apetece mejor un vino? Podríamos tomarnos una copita de almuerzo.
—No, gracias. No bebo.
—¿Por qué?
La brusquedad de su pregunta hace que me sienta aún más incómoda.
—Entre semana. No bebo entre semana.
—Entiendo. Sí, no vaya a ser que se nos vaya de las manos—esboza una sonrisa, pero ésta no alcanza sus ojos castaños—¿Cómo está tu esposa?
Inspiro súbitamente. Acaba de relacionar el alcohol y lo de que se nos vaya de las manos con mi esposa en dos frases muy seguidas.
—Está bien.
Empiezo a recoger mis cosas para marcharme. Puede que me haya tocado la fibra sensible sin querer, pero sigue mirándome con anhelo, y empieza a resultarme insoportable.
—Te llamaré en cuanto me pasen los presupuestos.
Me levanto con demasiada brusquedad y el tacón se me engancha en la pata de la silla haciendo que me tambalee ligeramente. Está junto a mí en un instante, sosteniéndome del brazo.
—Brittany, ¿estás bien?
—Sí, tranquila.
Recobro la compostura y hago todo lo posible por no parecer incómoda, pero ahora que me ha puesto la mano encima no va a soltarme fácilmente. De hecho, la está deslizando por mi brazo. Me pongo tensa de los pies a la cabeza cuando llega a mis mejillas y me las acaricia suavemente.
—Eres tan guapa—susurra.
Debería apartarme, pero me he quedado totalmente pasmada, y mi incapacidad para reaccionar le está permitiendo acariciarme alegremente.
—Tengo que irme—digo con firmeza cuando por fin recupero algo de sensatez.
Doy un paso atrás y ella deja caer la mano ligeramente avergonzada. Se ríe y aparta la mirada.
—Sí, será lo mejor.
Inicio mi huida apresurándome por el vestíbulo hasta la puerta principal y la abro. Ni siquiera la cierro al salir. Finn me ve correr hacia el coche y se apresura a salir.
—¡Brittany, rubia!—exclama mientras me abre la puerta y me inspecciona rápidamente para comprobar que estoy físicamente intacta.
Una vez satisfecho, mira detrás de mí y se lleva la mano a la cabeza para quitarse las gafas de sol. Esa acción no me habría extrañado tanto si se las hubiera dejado puestas, pero no lo ha hecho, y ahora está mirando por el camino que lleva a la casa de Dani. Me detengo y me vuelvo para ver qué es lo que ha captado su atención, y entonces veo que la puerta se cierra.
—¿Qué pasa, Finn?—pregunto sintiéndome algo mejor ahora que me he alejado de mi excesivamente amigable clienta, que ahora sencillamente me pone los pelos de punta.
—Nada, rubia. Métete en el coche.
Se pone las gafas de nuevo y me señala el vehículo con la cabeza en lugar de repetirse, de modo que entro y espero a que él también lo haga. Se sienta y se vuelve hacia mí.
—¿Por qué te has puesto así?
Me hundo en mi asiento y me abrocho el cinturón, sintiéndome un poco estúpida.
—Me temo que tengo una admiradora.
Esperaba una carcajada o un grito ahogado de sorpresa pero no hace nada, ni siquiera asiente ante mis palabras, sino que simplemente aparta la mirada de mí.
—Otra cosa más para que esa latina se vuelva loca—gruñe Finn secamente—¿Cómo se llama?
—Danielle Ruth. Es muy rara.
Asiente pensativamente.
—¿Te llevo de vuelta a la oficina?
—Sí, por favor.
Dejo caer el bolso entre los pies y el sobre que había guardado antes en él asoma recordándome su presencia. Me agacho para cogerlo con mucha curiosidad.
—¿Qué es eso?—pregunta él señalando el sobre que tengo en las manos.
—No lo sé—digo con un tono que refleja la aprensión que siento—Me lo ha entregado un mensajero.
Estoy siendo totalmente sincera porque, si resultara ser otra advertencia, se lo contaría a Santana igualmente, así que no pasa nada si Finn lo sabe también.
Abro el sobre y saco una especie de tarjeta. Me quedo sin respiración en cuanto veo las letras recortadas.
—¿Qué es?—pregunta Finn, muy preocupado.
Soy incapaz de articular palabra. Este tipo de cartas siempre se envían con cierta malicia, y conforme voy leyendo el mensaje compuesto de recortes de distintos periódicos y revistas, mi despreocupación por la advertencia anterior me parece bastante imprudente.
—Es otra advertencia—consigo decir casi sin aliento.
Siento náuseas.
—¿Otra?
—Sí. Recibí una acompañada de unas flores marchitas. Pero la tiré a la basura y di por hecho que se trataba de alguna vieja conquista sexual de San a la que le había dado calabazas—bajo la ventanilla para respirar un poco de aire fresco.
—¿Qué pone?—Finn sigue mirando constantemente la tarjeta que he dejado caer sobre mi regazo a través de las gafas de sol.
Le leo el mensaje.
TE DIJE QUE LA DEJARAS
Suelta un taco de frustración.
—¿Qué ponía en la otra nota? ¿Era igual que ésta?
Intento concentrarme y recordar qué decía exactamente el otro mensaje.
—Algo de que yo no la conocía y ellos sí—sacudo la cabeza con frustración—No me acuerdo bien. La otra estaba escrita a mano.
Me enfurezco conmigo misma por haberla tirado cuando debería haber sido sensata y habérselo contado a Santana. Le ha encargado a Steve que investigue el incidente del coche y cuando me drogaron, y yo, idiota de mí, le oculté algo que podría haber ayudado. Quizá se habría puesto hecho una furia al principio, pero los beneficios a largo plazo de haberla puesto al corriente habrían pesado más que el ataque de rabia que le habría dado (como el que le va a dar pronto, porque esta vez sí que se lo voy a contar, y sé que se va a cabrear bastante).
Qué estúpida he sido.
—¿Por qué no se lo has contado a tu esposa?—Finn parece preocupado, lo que no hace sino acrecentar mi propio desasosiego.
—¿Tú qué crees?
No puede ser tan ingenuo como para hacerme de verdad esa pregunta. El profundo suspiro que lanza y la breve mirada de comprensión que se dibuja en su rostro cabreado me confirman que no lo es.
—Entiendo, rubia.
No me reprocha haber sido tan estúpida, pero sé que lo está pensando.
—Creía que había sido Sugar—me excuso.
—¿Incluso después del rapapolvo que le has echado esta mañana?—sé que está reprimiendo una sonrisita.
—No, creía que era Sugar antes. No ahora.
—¿Se lo dices tú o se lo digo yo?—pregunta Finn, muy serio.
Sé lo que quiere decir. No hace falta que me dé más explicaciones y, cuando me mira y asiente ante mi rostro de súplica, sé que lo entiende.
—Yo se lo contaré, rubia.
—¿Podrías intentar apaciguarla, también?
—Si estuviéramos hablando de alguna otra cosa, te diría que sí. Pero estamos hablando de ti. No puedo prometerte nada.
Suspiro, aunque agradezco su franqueza.
—Gracias. ¿Vas a ir a La Mansión?
—No, rubia. La llamaré. Tú vete al trabajo tranquila, te esperaré a la salida.
—De acuerdo—accedo sintiéndome ansiosa, idiota y demasiado vulnerable.
Una vez más, he subestimado algo que no debería.
En la oficina sigue habiendo un incómodo silencio cuando Finn me deja ahí. Mis tres colegas continúan con la cabeza agachada, Tina parece estar aún al borde del suicidio y la puerta del despacho de Will todavía permanece cerrada. Nadie me saluda cuando entro, y Tina no me ofrece café, de modo que dejo el bolso y me dirijo a la cocina para prepararme uno yo misma.
Estoy echándome la tercera cucharada de azúcar en la taza cuando doy un brinco y me tenso al oír el tono que suena en mi móvil cuando llama mi esposa. Si supiera que es posible, lo dejaría sonar, pero sé que llamará al fijo si no contesto, o que irrumpirá en la oficina.
Dejo el café, respiro hondo unas cuantas veces para reunir el valor suficiente y saco mi teléfono. Ésta no es una llamada que pueda contestar delante de todos, de modo que corro a la sala de conferencias, cierro la puerta al entrar y contesto temiendo oír la furia de una mujer enloquecido.
—¡Por favor, no me grites!—espeto, y me aparto rápidamente el teléfono de la oreja después de expresar mi súplica.
No me equivocaba.
—¡¿En qué coño estabas pensando?!—me chilla.
Cierro los ojos y acepto la bronca en silencio manteniendo el teléfono a una distancia segura. Su respiración es agitada.
—Me he vuelto loca trabajando con Steve para intentar sacar algo en claro, ¿y ahora me entero de que recibiste una amenaza escrita a mano?—oigo un portazo—¿Y la rompiste? Era una prueba, Britt. ¡Joder! ¡Era una prueba!
—¡Lo siento!—estoy a punto de echarme a llorar—No quería preocuparte. Pensaba que era una tontería.
—¿Una tontería después de que te drogaron? ¿Y seguías pensando que era una tontería cuando intentaron sacarte de la carretera?
Está furiosa, pero sé que es porque se siente impotente. No puede controlar todo lo que está sucediendo, y eso la está volviendo loca.
—Debería habértelo dicho.
—¡Joder!—se hace el silencio y sé que debe de estar tirado sobre la silla de su despacho, frotándose la sien con las puntas de los dedos—Dime que no vas a salir de esa oficina esta tarde.
—Tengo una reunión con Will. Le contaré lo de Rory.
Estoy intentando decirle lo que quiere oír. No puedo trabajar con Rory, a pesar de que ya no creo que él esté detrás de todo esto.
—Esto no es obra de Rory, Britt—dice con un tono más tranquilo de lo que sé que está.
Eso ya lo sabía yo, pero ¿qué ha convencido a Santana de ello?
—Steve me ha confirmado que Rory sí tomó el vuelo a Irlanda. Ha estado yendo y viniendo de Londres constantemente durante las últimas semanas, pero está todo confirmado. Es imposible que él te drogara, y no podría haber conducido mi coche porque hemos confirmado que en las dos ocasiones se encontraba en Irlanda. Además, ¿por qué cojones iba a decir que me conoce?
El tono de Santana se vuelve más áspero según acaba la frase. Es una referencia a la primera amenaza que recibí.
—¿Y qué hay de las imágenes de la cámara de seguridad?—pregunto con tiento.
—No lo sé, Britt—suspira—Encontraron mi coche ayer. Steve está en ello. Han desactivado el localizador.
—Vaya.
Aposento mi culo cansado en una de las sillas que rodean la mesa de conferencias. Podría echarle en cara que no soy la única que ha estado ocultando información, pero decido no hacerlo. Sé que ha estado moviendo algunos hilos, pidiendo favores y haciendo de todo menos alertar a la policía, que es lo que debería hacerse en realidad, mientras que yo me he comportado como una idiota.
—¿Quieres que vaya a La Mansión después del trabajo?—pregunto.
—No. Finn te llevará a casa en cuanto hayas terminado de hablar con Will. Nos vemos ahí. Después de lo que acabo de descubrir, le he pedido a Steve que se pase por aquí.
Su sarcasmo no me pasa desapercibido, ni tampoco su tono furioso. He cometido un tremendo error. No le digo que es posible que mi día de trabajo no termine después de haber hablado con Will porque no serviría de nada más que para ganarme más rugidos a través del teléfono.
Tengo que jugar acorde con sus reglas esta vez.
—No salgas de la oficina, y cuando Finn te deje en casa, no te muevas de ahí, ¿entendido?
—Entendido—susurro.
—Buena chica. Hablaré con Steve, pero saldré pitando de aquí en cuanto hayamos acabado.
—Te quiero—le digo con urgencia, como si no fuera a tener la oportunidad de decírselo otra vez.
Suspira.
—Lo sé, Britt. Nos daremos un baño en cuanto llegue a casa, ¿de acuerdo?
—De acuerdo—asiento.
Su suave promesa de pasarnos un rato en remojo hace que me sienta un poco mejor.
—Haz lo que te he mandado, Britt-Britt.
Cuelga después de esa última advertencia, pero yo no me aparto el teléfono de la oreja. Aunque sé que ya no está al otro lado, lo sostengo ahí unos instantes con la esperanza de estar equivocada y de que su voz grave y profunda continúe infundiéndome un poco más de seguridad.
Cuando la puerta de la sala de conferencias se abre y Will aparece empiezo a apartarlo y acepto que se ha ido.
—Ah, estás aquí—sigue de mal humor mientras sostiene la puerta abierta—¿Estás preparada?
—Sí.
Hago ademán de levantarme, pero me hace un gesto de que no es necesario.
—No, quédate ahí. ¡Vamos a hacer aquí la reunión!—les grita a los demás, y todos, uno por uno, empiezan a entrar, perplejos y tremendamente callados.
Algo no va bien, todo el mundo lo intuye, y ahora me doy cuenta de que la reunión no era sólo conmigo.
Tina no ha traído bandejas de té ni hay pastelitos para picar. Will parece cansado y agobiado, mientras que los demás estamos principalmente confusos por este repentino cambio en la etiqueta de las reuniones.
¿Qué ha pasado con ese ambiente relajado en el que todos nos apiñamos alrededor de la mesa de nuestro jefe y nos hinchamos a tarta mientras Will nos pone al día con respecto a los progresos con nuestros clientes?
—Bien—sienta su corpachón en una silla encabezando la mesa y se desabrocha el botón de la chaqueta de su traje para evitar que le presione su redonda barriga—Últimamente no he estado mucho por aquí, y seguro que todos se estarán preguntando la razón.
Los otros tres murmuran su asentimiento y, aunque yo también me había percatado de su ausencia, lo cierto es que tampoco le había dado muchas vueltas. He estado demasiado distraída y bastante ocupada con mi vida personal, casándome, quedándome embarazada, dejando a mi esposa, volviendo con ella, volando a España y teniendo accidentes de tráfico...
—Bien, bueno hay una muy buena razón—prosigue—, y ahora estoy en disposición de revelárosla. Me ha costado no contároslo antes. Todos saben lo mucho que los valoro a todos, pero tenía que resolver algunos asuntos primero.
Junta las manos sobre la barriga y se relaja en su silla. Mi mirada pasa de Kurt a Mercedes y de Mercedes a Tina y viceversa unas cuantas veces en un intento de evaluar sus reacciones ante esta importante noticia, pero todos miran a Will confundidos.
—Me retiro—declara—Se acabó.
Todos suspiran aliviados, menos yo.
Si se retira, ¿qué será de Rococo Union?
¿No se les ha ocurrido pensarlo?
—Todos conservaran sus puestos de trabajo, me he asegurado de ello—más suspiros colectivos—Pero no puedo continuar. El estrés de la vida en Londres está acabando conmigo, de modo que Emma y yo hemos decidido mudarnos al Distrito de los Lagos.
Lo primero que pienso es:
¿Will pasando todo el día con Emma?
Pero ¿qué tiene en la cabeza?
Y lo segundo:
¿Para quién voy a trabajar ahora?»
Sin embargo, la respuesta no se hace esperar. La puerta se abre y Rory hace su aparición.
—¿Flor?
Me mira con una expresión de reproche dibujada en su cara, y eso es lo último que necesito hoy. Llego tarde, y lo que voy a anunciarle probablemente vaya a provocarle un ataque al corazón.
Mira el reloj de la oficina.
—¿Qué hora crees que es?
Es una de las pocas veces que le he visto una mala cara a mi jefe. Siempre he estado muy entregada a mi carrera, pero mi vida personal está interfiriendo, y mi trabajo ha quedado en un segundo plano. Estoy tentando la suerte, y llevo haciéndolo desde que Santana irrumpió en mi vida.
—Lo siento, Will.
No puedo mentirle diciéndole que estaba reunida con algún cliente, así que lo dejo en una simple disculpa.
—Brittany, sé que en tu vida ha habido muchos cambios últimamente, por cierto, enhorabuena, pero necesito dedicación.
Saca su peine del bolsillo interior de su chaqueta y se lo pasa por el pelo. Me quedo perpleja.
¿«Por cierto, enhorabuena»?
Eso no ha sido muy sincero.
—Lo siento—repito, porque no sé qué otra cosa decir.
¿«Por cierto»?
Me siento un poco insultada, pero no se me ocurre un modo de expresar mi desaire, y además, Will no me da ocasión de hacerlo. Se marcha a su despacho y cierra la puerta tras él. Centro mi confusión en mis tres colegas, que están todos sentados en silencio con la cabeza agachada.
¿Les ha echado la bronca a ellos también?
Me dejo caer en la silla y, ya sea buena idea o no, dado el enfado de mi jefe, decido llamar a Rachel.
Una amiga.
Eso es lo que necesito en estos momentos. Responde al teléfono con voz rasposa.
—¿Todavía estás en la cama?—pregunto mientras enciendo el ordenador.
—Sí.
Es la única palabra que sale por el auricular.
Sonrío.
—¿Tienes a cierta mujer mona, con el pelo desenfadado y un buen cuerpo?
Ruego para que su respuesta sea un «sí», y entonces oigo movimiento y unas risitas. Mi propia sonrisa se amplía. Necesitaba oír una voz amiga, pero esto también me sirve.
—Bueno sí—responde casi con un chillido sin molestarse en eludir mi pregunta—¡Quinn!
—Vale, entonces te dejo. Tengo cosas que contarte, pero pueden esperar.
—¡No, Britt!
—¿Qué?
—¡Espera!—me exige. Oigo más movimiento, y unas cuantas palmadas y después una puerta que se cierra—Sólo quería saber cómo acabó lo de Sam
Está susurrando, por razones obvias. Eso me borra la sonrisa de la cara. No hace falta que le cuente a Rachel los detalles más escabrosos. Además, en estos instantes me avergüenzo tanto de mi hermano como él de sí mismo.
—Bien. Está todo bien. Ha vuelto a Australia, y San lo convenció para que mantuviera la boca cerrada.
—Me siento responsable.
—Rach, él ya se lo había imaginado antes de que hicieras la aparición del siglo—ahora ya puedo bromear al respecto—¿Quinn y tu han hablado?—pregunto tímidamente mientras golpeteo la mesa con el boli frenéticamente y me pregunto si no sería mejor hacerlo directamente con la cabeza.
—Sí, hemos hablado. Sabía lo de Sam
Hace una pausa y sé que está esperando un grito ahogado de sorpresa por mi parte, pero ha pasado demasiado tiempo como para que finja ahora. De todos modos, hago un esfuerzo:
—¿En serio?—digo prácticamente chillando, y tres pares de ojos sorprendidos me miran desde todos los rincones de la oficina.
—Venga ya, Britt—farfulla—Me sentí como una auténtica idiota. No es tan ingenua como yo pensaba.
—Lo sé—asiento—Entonces ¿todo va bien?
—Sí, todo va bien. De maravilla, de hecho.
Sonrío de nuevo.
—¿Se acabó La Mansión?
—Se acabó La Mansión—confirma—¿Y tú cómo estás? ¿Con vómitos? ¿Te duelen las piernas? ¿Te ha salido ya alguna estría?
—Todavía no—bajo la vista y veo que tengo la mano apoyada sobre el vientre—Aunque puede que no sea la única que vaya a tener todos esos síntomas—digo despertando su curiosidad.
No puedo guardarme esto para mí sola.
—¡¿Queeeeeé?! ¿Quién más está preñada?—pregunta, claramente intrigada—¿No será la simplona de Tina?
—¡No!
Miro a la simplona de Tina y compruebo que, de hecho, vuelve a ser la simplona de siempre. Y entonces siento lástima por ella.
¿Cómo no me había percatado antes?
Tiene el pelo mustio y sin brillo, no lleva nada de maquillaje y ha vuelto a ponerse la blusa negra de cuello cerrado. No sé si lleva puesta la falda de cuadros porque tiene las piernas escondidas detrás de su mesa, pero estoy convencida de que así es.
—Entonces ¿quién?
La voz impaciente de Rachel me hace apartar la vista de la simple y suicida Tina y vuelvo a centrar la atención en sus preguntas.
—Sugar.
—¡No me jodas!
—Sí, Sugar está embarazada, y eso no es todo.
Le estoy dando emoción cuando en realidad no hace ninguna falta. Ya tengo toda su atención y la he dejado pasmada. Todavía no ha oído lo mejor.
—Quiere que San se haga cargo.
—¡¿QUÉ?!
Me aparto el teléfono de la oreja convencida de que toda la oficina, y puede que todo Londres, la ha oído.
—Sí, culpa a San que su esposo la dejara.
—Espera, espera, espera.
Me la imagino haciendo el gesto con la mano, y oigo que arrastra una silla por el suelo de la cocina. Se está sentando.
—¿Sugar está preñada?
—Sí.
—¿Y quiere que San se haga cargo?
—Sí
Abro mi correo electrónico y le contesto como si tal cosa. Lo tengo superado.
—Pero ¿no accedieron?
—Exacto.
—¿Y cómo lo sabes que está preñada?
Me hace la pregunta con prudencia pero con razón, y ya me la esperaba.
—Porque ha intentado colarnos un cacahuete por una nuez.
—¿De qué cojones estás hablando?
Suspiro y continúo ojeando mi cuenta de correo sin prestar atención.
—Tiene una ecografía. Dice que es de cuatro meses, pero es evidente que no, y ha recortado todas las posibles pruebas: la fecha, todo.
—¡Será puta! ¿Cómo puede estar tan desesperada?
—Ya ves. Su esposo se enteró que lo engaño y la dejo. Sugar culpa a San. Te lo juro, Rach, he estado a punto de...
—¡Espera un momento!
—¿Qué?
—¡Joder! ¡QUINN!—chilla, y yo salto en mi silla—¡QUINN!
—¿Quieres dejar de gritarme al oído?—protesto.
Entonces oigo unas fuertes pisadas al otro lado de la línea y el sonido de una puerta que se abre. Oigo la voz adormilada de Quinn y después el estridente chillido de Rachel. No entiendo nada de lo que dicen. Quinn habla demasiado bajito, y Rachel tan alto que su voz está distorsionada.
—¿Rach?
—¡Joder, Britt!
Ahora sí que me cabreo en serio.
—Deja de gritarme y haz el favor de hablar conmigo.
—Vale—jadea—Noah se acostó con Sugar.
Me pongo derecha en mi silla.
—¿Cuándo?
—Bueno hará unas cuatro o cinco semanas—dice como si tal cosa, a miles de kilómetros de distancia de sus últimos gritos frenéticos.
—¿Cómo lo sabes?
—Me lo contó Quinn. Noah estaba borracho y ella le echó el guante. El pobre no sabía nada al respecto, y probablemente nunca se habría enterado si Quinn no llega a presentarse en su casa. La pilló marchándose a hurtadillas.
—Joder—he dejado de mirar mi correo electrónico y he vuelto a golpetear la mesa con el bolígrafo, esta vez con más fuerza—Pero ¿cómo se le ocurre? ¡El bebé tardaría tres meses más de lo esperado en nacer!
[i]—La gente desesperada hace cosas desesperadas, amiga mía—declara, más relajada al fin—Quinn está hablando con él por teléfono en estos momentos. ¿Estás bien? Debe de haber sido horrible, aunque estuviera mintiendo.
—Sí, pero ya estoy acostumbrada a esa clase de sorpresas con San.
Le quito importancia con la apatía que merece todo este episodio. Aunque a Noah sí que lo pillará desprevenido.
—Bien. Ahora tendrás que cuidarte mucho, ¿no?—dice dulcemente a modo de pregunta pero con un tinte de advertencia.
—Sí, eso hago y eso haré. Oye, tengo que colgar. Will está cabreado conmigo, y Kurt, Tina y Mercedes están como si alguien les hubiera dado un bofetón. ¿Comemos mañana?
—Vale. Llámame.
Cuelga, y yo me quedo mirando con escepticismo la oficina. Sólo está tan silenciosa cuando me quedo sola. Miro por encima de mi hombro hacia el despacho de Will y veo que tiene la puerta cerrada. Y aunque me muero por llamar a Santana para informarle de lo que me acabo de enterar, eso sería tentar demasiado la suerte, y sé que Quinn la llamará de todos modos. Debería prepararme para mi reunión con Danielle Ruth.
A las once y media nadie ha dicho ni mu todavía. Will aún no ha salido de su despacho y me siento nerviosa cuando llamo a su puerta. No la abro sin más como suelo hacer. Espero a que me invite a entrar y, cuando lo hace, asomo la cabeza y sonrío dulcemente.
—Tengo una cita a mediodía con la señora Danielle.
—Bien. Tienes que estar de vuelta a las dos. Hay una reunión.
Su tono es severo, y ni siquiera me mira, sino que mantiene la atención fija en la pantalla de su ordenador.
—De acuerdo.
Cierro la puerta con cuidado y me marcho de la oficina consternada y preocupada.
¿Una reunión?
Seguro que es una reunión para discutir mi reciente falta de formalidad pero, curiosamente, no me angustia la idea.
En la puerta me topo con un mensajero.
—Tengo una entrega para Brittany Pierce.
Su voz está amortiguada tras el casco de la moto que no se ha quitado.
—Soy yo—murmuro con aprensión.
Al oír mi nombre de soltera se me han puesto los pelos de punta.
—Firme aquí, por favor.
Me planta el portapapeles debajo de mis narices, lo firmo y acepto el sobre que me da una vez que he acabado. No quiero aceptar esta entrega, pero cuando Finn aparece, me esfuerzo por aparentar normalidad, cuando en realidad debería mostrarme exasperada ante la presencia del grandulón. El mensajero se monta en la moto y se larga por la carretera sin mediar palabra.
Cuando Finn se inclina para abrirme la puerta del acompañante me doy cuenta de que me he quedado petrificada, todavía con el sobre en la mano.
—¿Qué es eso, rubia?—pregunta, y su frente lisa y reluciente se arruga alrededor de sus enormes gafas de sol.
—Nada—lo meto en el bolso, entro en el coche y me pongo el cinturón—¿Qué haces aquí?
Se funde con el tráfico, inicia sus terapéuticos golpeteos de la palma sobre el volante y me pregunto cómo es posible que la funda de cuero no esté desgastada por el roce constante.
—Tienes una cita, rubia.
Lo atravieso con mi mirada inquisitiva. No es posible que lo sepa porque me he asegurado de guardar mi agenda laboral bajo llave, como mi boca.
—¿Cómo lo sabes?—por primera vez desde que conozco a esta enorme persona, parece incómodo. Está evitando mirarme a la cara—Te ha pedido que me sigas, ¿verdad?—lo acuso.
No me lo puedo creer. Sus golpeteos se vuelven más rápidos. Le doy unos instantes para pensar la respuesta, pero sé por la expresión de su rostro que sabe que lo he pillado.
—Rubia, alguien intentó hacer que te salieras de la carretera. Es normal que tu esposa esté un poco nerviosa al respecto. ¿Adónde vamos?
—A Lansdowne Crescent—contesto—¿Y qué excusa tienes para las otras veces que me ha acosado?
—Ninguna—responde cándidamente—En esas ocasiones simplemente se estaba comportando como una latina loca.
Me echo a reír y Finn me acompaña echando la cabeza hacia atrás como a mí me gusta.
—¿No te cansas?—pregunto pensando que es posible que me considere una molestia.
Dudo mucho que esto forme parte de su trabajo.
—No—responde riendo, y se vuelve hacia mí sonriendo con aprecio—Esa tarada latina loca no es la única que se preocupa por ti, rubia.
Tengo que apretar los labios para evitar que mi estúpida sensiblería de embarazada se apodere de mí y empiece a sollozar ridículamente. Sé que a Finn no le haría gracia.
—A mí tampoco me molesta tu presencia—respondo quitándole importancia a su muestra de afecto porque sé que me lo agradecerá, y su risa silenciosa lo confirma.
—He estado leyendo—me informa, y se inclina para abrir la guantera.
Saca un libro, me lo entrega y vuelve a golpetear el volante. Leo el título y lo releo para asegurarme de que lo he leído bien.
—¿Bonsáis?
—Sí.
Empiezo a pasar las páginas admirando los preciosos arbolitos e imaginándome a Finn inclinado sobre uno, podando con delicadeza las frágiles ramas.
—¿Es tu hobby?
—Sí, es muy relajante.
—¿Dónde vives, Finn?
No sé de dónde sale esa pregunta. Finn y los bonsáis es algo que jamás relacionaría de manera natural, pero con este nuevo y extraño descubrimiento, me siento obligada a saber más.
—En Chelsey, rubia.
—¿Vives solo?
—Completamente—se ríe—Mi única compañía son mis árboles.
Estoy estupefacta. Jamás lo habría pensado. Este grandulón que vigila La Mansión y que mantiene a los hombres sobreexcitados (y quizá a algunas mujeres) en su sitio, y que a primera vista me pareció un miembro de la mafia, resulta que vive solo con sus bonsáis.
Es fascinante.
—¿Vas a esperarme fuera?—le pregunto con ironía cuando detiene el vehículo delante de la vivienda de Danielle Ruth.
Sus dientes relucen y se inclina para coger el libro.
—Estaré leyendo un poco, rubia.
—Procuraré no tardar mucho.
Salgo del coche y corro por el camino hasta la casa. La puerta se abre sin que me dé tiempo a llamar.
—¡Brittany!—parece demasiado contenta de verme.
—Hola, Dani, ¿cómo estás?
—¡De maravilla! Pasa.
Mira por encima de mi hombro con el ceño ligeramente fruncido y me insta a entrar rápidamente. La dejo con su curiosidad porque explicarle lo de Finn me llevaría una eternidad, y no quiero permanecer aquí más tiempo del necesario. Tengo que ser lo más profesional posible.
Me dirige por el pasillo hacia la cocina.
—¿Qué tal el fin de semana?
Bien y mal. Estupendo y horrible. Parece que han pasado años luz.
—Bien, gracias. ¿Qué tal el tuyo?—me siento a la inmensa mesa de roble y saco mis archivos.
—Estupendo—canturrea, y se sienta a mi lado.
Sonrío amablemente y abro su archivo.
—¿De qué querías que habláramos? ¿De los armarios de la cocina?
—No, olvídate de los armarios. Seguiremos adelante con el plan original. Oye, la nevera de vinos, ¿al final escogimos la sencilla o la doble?
Como me haya hecho venir hasta aquí para eso voy a cabrearme a base de bien.
—La doble—respondo lentamente.
No me siento en absoluto cómoda. Podría haberse limitado a llamar para aclarar eso.
Mi teléfono empieza a sonar en mi bolso, pero no contesto a pesar de que suena la melodía de Angel. No pienso permanecer aquí mucho más tiempo, ya que no hay ninguna necesidad de que esté, así que le devolveré la llamada en cuanto consiga escapar.
—¿Eso era todo?—digo con recelo.
Mi móvil deja de sonar pero vuelve a hacerlo inmediatamente.
—¿Quieres contestar?—pregunta mirando mi bolso.
—Tranquila—respondo sacudiendo la cabeza ligeramente. Aunque ella no lo sabe, mi movimiento de cabeza se debe a que no me puedo creer que me haya hecho venir hasta aquí—¿Querías algo más, Dani?
—Eh...—mira desesperada por la cocina—Sí, he cambiado de idea con respecto al suelo de nogal—dice, y arrastra por la mesa una revista que hay al otro lado—Me gusta mucho éste—añade señalando una alternativa en roble que aparece en la portada.
Empiezo a expresarle las razones de por qué considero que es mejor que el suelo sea de nogal, pero mi teléfono me interrumpe. Dejo caer los hombros. Dani empuja mi bolso hacia mí.
—Brittany, tal vez deberías contestar. Es evidente que quienquiera que sea quiere hablar contigo.
Cierro los ojos y hago un gesto de «por favor, dame paciencia». Cojo el bolso, saco el móvil, me levanto de la mesa y me dirijo a la entrada.
—San, estoy en una reunión. ¿Te llamo luego?
—Tengo mono de Britt-Britt—farfulla—¿Tú tienes mono de Sanny?
—¿Hay algún remedio?—pregunto con una sonrisa en la cara, sabiendo perfectamente cuál es el remedio.
—Sí, se llama contacto constante. ¿A qué hora sales de trabajar?
—No lo sé. Tengo una reunión con Will a las dos.
Miro por encima de mi hombro y veo que Dani está hojeando la revista de diseño. Quizá no me está prestando atención, pero seguro que me oye. A lo mejor eso es bueno. Estoy felizmente casada, la mayor parte del tiempo. Y también estoy embarazada.
¿Debería dejarlo caer de alguna manera en la conversación?
—Ah, estupendo. Por fin vas a cumplir tu promesa de hablar con él—dice Santana.
—Sí.
—Aunque eso no te llevará mucho tiempo, ¿verdad?
—No, probablemente no, pero da igual, porque Finn me estará esperando, ¿verdad?
Respondo a su pregunta con la mía propia.
Puede que haya delatado a Finn, pero ¿qué sentido tiene fingir que no estoy al tanto?
—Claro—oigo su risa en su tono—¿Cómo están mis pequeños, Britt-Britt?
—Nuestros pequeños están bien.
Al instante me doy cuenta de lo que acabo de decir, y también de que me estoy acariciando la barriga.
—San, tengo que dejarte. Hablamos luego.
—¿Y qué se supone que tengo que hacer hasta entonces?
—Sal a correr.
—Eso ya lo he hecho—responde con orgullo—Puede que me vaya de compras.
—Eso, vete de compras—la animo esperando que acabe en Babies“R”Us y que no salga hasta las seis—Te quiero—añado, terminando así la conversación con algo que la apaciguará durante un poco más de tiempo.
—Lo sé—suspira.
—Adiós—sonrío, cuelgo y me dirijo de nuevo a la cocina—Disculpa—digo toqueteando el móvil mientras me siento—¿Roble, entonces?
Parece sumida en sus pensamientos mientras me observa durante unos instantes. Entonces desvía la mirada hacia mi vientre, que está escondido debajo de la mesa. Estaba segura de que me estaba escuchando, pero una parte de mí esperaba que no lo hiciera.
Empiezo a anotar un montón de cosas sin sentido.
—Averiguaré el precio del roble. La instalación costará lo mismo, pero lo preguntaré por si acaso. ¿Seguro que quieres descartar el nogal?—espero su confirmación, pero cuando ya no tengo nada más que anotar y ella sigue sin contestarme, levanto la vista y la veo ensimismada—¿Dani?
—¡Ay, perdona! Estaba en Babia. Sí, por favor—se levanta—Brittany, discúlpame, ni siquiera te he ofrecido una taza de té. ¿O te apetece mejor un vino? Podríamos tomarnos una copita de almuerzo.
—No, gracias. No bebo.
—¿Por qué?
La brusquedad de su pregunta hace que me sienta aún más incómoda.
—Entre semana. No bebo entre semana.
—Entiendo. Sí, no vaya a ser que se nos vaya de las manos—esboza una sonrisa, pero ésta no alcanza sus ojos castaños—¿Cómo está tu esposa?
Inspiro súbitamente. Acaba de relacionar el alcohol y lo de que se nos vaya de las manos con mi esposa en dos frases muy seguidas.
—Está bien.
Empiezo a recoger mis cosas para marcharme. Puede que me haya tocado la fibra sensible sin querer, pero sigue mirándome con anhelo, y empieza a resultarme insoportable.
—Te llamaré en cuanto me pasen los presupuestos.
Me levanto con demasiada brusquedad y el tacón se me engancha en la pata de la silla haciendo que me tambalee ligeramente. Está junto a mí en un instante, sosteniéndome del brazo.
—Brittany, ¿estás bien?
—Sí, tranquila.
Recobro la compostura y hago todo lo posible por no parecer incómoda, pero ahora que me ha puesto la mano encima no va a soltarme fácilmente. De hecho, la está deslizando por mi brazo. Me pongo tensa de los pies a la cabeza cuando llega a mis mejillas y me las acaricia suavemente.
—Eres tan guapa—susurra.
Debería apartarme, pero me he quedado totalmente pasmada, y mi incapacidad para reaccionar le está permitiendo acariciarme alegremente.
—Tengo que irme—digo con firmeza cuando por fin recupero algo de sensatez.
Doy un paso atrás y ella deja caer la mano ligeramente avergonzada. Se ríe y aparta la mirada.
—Sí, será lo mejor.
Inicio mi huida apresurándome por el vestíbulo hasta la puerta principal y la abro. Ni siquiera la cierro al salir. Finn me ve correr hacia el coche y se apresura a salir.
—¡Brittany, rubia!—exclama mientras me abre la puerta y me inspecciona rápidamente para comprobar que estoy físicamente intacta.
Una vez satisfecho, mira detrás de mí y se lleva la mano a la cabeza para quitarse las gafas de sol. Esa acción no me habría extrañado tanto si se las hubiera dejado puestas, pero no lo ha hecho, y ahora está mirando por el camino que lleva a la casa de Dani. Me detengo y me vuelvo para ver qué es lo que ha captado su atención, y entonces veo que la puerta se cierra.
—¿Qué pasa, Finn?—pregunto sintiéndome algo mejor ahora que me he alejado de mi excesivamente amigable clienta, que ahora sencillamente me pone los pelos de punta.
—Nada, rubia. Métete en el coche.
Se pone las gafas de nuevo y me señala el vehículo con la cabeza en lugar de repetirse, de modo que entro y espero a que él también lo haga. Se sienta y se vuelve hacia mí.
—¿Por qué te has puesto así?
Me hundo en mi asiento y me abrocho el cinturón, sintiéndome un poco estúpida.
—Me temo que tengo una admiradora.
Esperaba una carcajada o un grito ahogado de sorpresa pero no hace nada, ni siquiera asiente ante mis palabras, sino que simplemente aparta la mirada de mí.
—Otra cosa más para que esa latina se vuelva loca—gruñe Finn secamente—¿Cómo se llama?
—Danielle Ruth. Es muy rara.
Asiente pensativamente.
—¿Te llevo de vuelta a la oficina?
—Sí, por favor.
Dejo caer el bolso entre los pies y el sobre que había guardado antes en él asoma recordándome su presencia. Me agacho para cogerlo con mucha curiosidad.
—¿Qué es eso?—pregunta él señalando el sobre que tengo en las manos.
—No lo sé—digo con un tono que refleja la aprensión que siento—Me lo ha entregado un mensajero.
Estoy siendo totalmente sincera porque, si resultara ser otra advertencia, se lo contaría a Santana igualmente, así que no pasa nada si Finn lo sabe también.
Abro el sobre y saco una especie de tarjeta. Me quedo sin respiración en cuanto veo las letras recortadas.
—¿Qué es?—pregunta Finn, muy preocupado.
Soy incapaz de articular palabra. Este tipo de cartas siempre se envían con cierta malicia, y conforme voy leyendo el mensaje compuesto de recortes de distintos periódicos y revistas, mi despreocupación por la advertencia anterior me parece bastante imprudente.
—Es otra advertencia—consigo decir casi sin aliento.
Siento náuseas.
—¿Otra?
—Sí. Recibí una acompañada de unas flores marchitas. Pero la tiré a la basura y di por hecho que se trataba de alguna vieja conquista sexual de San a la que le había dado calabazas—bajo la ventanilla para respirar un poco de aire fresco.
—¿Qué pone?—Finn sigue mirando constantemente la tarjeta que he dejado caer sobre mi regazo a través de las gafas de sol.
Le leo el mensaje.
TE DIJE QUE LA DEJARAS
Suelta un taco de frustración.
—¿Qué ponía en la otra nota? ¿Era igual que ésta?
Intento concentrarme y recordar qué decía exactamente el otro mensaje.
—Algo de que yo no la conocía y ellos sí—sacudo la cabeza con frustración—No me acuerdo bien. La otra estaba escrita a mano.
Me enfurezco conmigo misma por haberla tirado cuando debería haber sido sensata y habérselo contado a Santana. Le ha encargado a Steve que investigue el incidente del coche y cuando me drogaron, y yo, idiota de mí, le oculté algo que podría haber ayudado. Quizá se habría puesto hecho una furia al principio, pero los beneficios a largo plazo de haberla puesto al corriente habrían pesado más que el ataque de rabia que le habría dado (como el que le va a dar pronto, porque esta vez sí que se lo voy a contar, y sé que se va a cabrear bastante).
Qué estúpida he sido.
—¿Por qué no se lo has contado a tu esposa?—Finn parece preocupado, lo que no hace sino acrecentar mi propio desasosiego.
—¿Tú qué crees?
No puede ser tan ingenuo como para hacerme de verdad esa pregunta. El profundo suspiro que lanza y la breve mirada de comprensión que se dibuja en su rostro cabreado me confirman que no lo es.
—Entiendo, rubia.
No me reprocha haber sido tan estúpida, pero sé que lo está pensando.
—Creía que había sido Sugar—me excuso.
—¿Incluso después del rapapolvo que le has echado esta mañana?—sé que está reprimiendo una sonrisita.
—No, creía que era Sugar antes. No ahora.
—¿Se lo dices tú o se lo digo yo?—pregunta Finn, muy serio.
Sé lo que quiere decir. No hace falta que me dé más explicaciones y, cuando me mira y asiente ante mi rostro de súplica, sé que lo entiende.
—Yo se lo contaré, rubia.
—¿Podrías intentar apaciguarla, también?
—Si estuviéramos hablando de alguna otra cosa, te diría que sí. Pero estamos hablando de ti. No puedo prometerte nada.
Suspiro, aunque agradezco su franqueza.
—Gracias. ¿Vas a ir a La Mansión?
—No, rubia. La llamaré. Tú vete al trabajo tranquila, te esperaré a la salida.
—De acuerdo—accedo sintiéndome ansiosa, idiota y demasiado vulnerable.
Una vez más, he subestimado algo que no debería.
En la oficina sigue habiendo un incómodo silencio cuando Finn me deja ahí. Mis tres colegas continúan con la cabeza agachada, Tina parece estar aún al borde del suicidio y la puerta del despacho de Will todavía permanece cerrada. Nadie me saluda cuando entro, y Tina no me ofrece café, de modo que dejo el bolso y me dirijo a la cocina para prepararme uno yo misma.
Estoy echándome la tercera cucharada de azúcar en la taza cuando doy un brinco y me tenso al oír el tono que suena en mi móvil cuando llama mi esposa. Si supiera que es posible, lo dejaría sonar, pero sé que llamará al fijo si no contesto, o que irrumpirá en la oficina.
Dejo el café, respiro hondo unas cuantas veces para reunir el valor suficiente y saco mi teléfono. Ésta no es una llamada que pueda contestar delante de todos, de modo que corro a la sala de conferencias, cierro la puerta al entrar y contesto temiendo oír la furia de una mujer enloquecido.
—¡Por favor, no me grites!—espeto, y me aparto rápidamente el teléfono de la oreja después de expresar mi súplica.
No me equivocaba.
—¡¿En qué coño estabas pensando?!—me chilla.
Cierro los ojos y acepto la bronca en silencio manteniendo el teléfono a una distancia segura. Su respiración es agitada.
—Me he vuelto loca trabajando con Steve para intentar sacar algo en claro, ¿y ahora me entero de que recibiste una amenaza escrita a mano?—oigo un portazo—¿Y la rompiste? Era una prueba, Britt. ¡Joder! ¡Era una prueba!
—¡Lo siento!—estoy a punto de echarme a llorar—No quería preocuparte. Pensaba que era una tontería.
—¿Una tontería después de que te drogaron? ¿Y seguías pensando que era una tontería cuando intentaron sacarte de la carretera?
Está furiosa, pero sé que es porque se siente impotente. No puede controlar todo lo que está sucediendo, y eso la está volviendo loca.
—Debería habértelo dicho.
—¡Joder!—se hace el silencio y sé que debe de estar tirado sobre la silla de su despacho, frotándose la sien con las puntas de los dedos—Dime que no vas a salir de esa oficina esta tarde.
—Tengo una reunión con Will. Le contaré lo de Rory.
Estoy intentando decirle lo que quiere oír. No puedo trabajar con Rory, a pesar de que ya no creo que él esté detrás de todo esto.
—Esto no es obra de Rory, Britt—dice con un tono más tranquilo de lo que sé que está.
Eso ya lo sabía yo, pero ¿qué ha convencido a Santana de ello?
—Steve me ha confirmado que Rory sí tomó el vuelo a Irlanda. Ha estado yendo y viniendo de Londres constantemente durante las últimas semanas, pero está todo confirmado. Es imposible que él te drogara, y no podría haber conducido mi coche porque hemos confirmado que en las dos ocasiones se encontraba en Irlanda. Además, ¿por qué cojones iba a decir que me conoce?
El tono de Santana se vuelve más áspero según acaba la frase. Es una referencia a la primera amenaza que recibí.
—¿Y qué hay de las imágenes de la cámara de seguridad?—pregunto con tiento.
—No lo sé, Britt—suspira—Encontraron mi coche ayer. Steve está en ello. Han desactivado el localizador.
—Vaya.
Aposento mi culo cansado en una de las sillas que rodean la mesa de conferencias. Podría echarle en cara que no soy la única que ha estado ocultando información, pero decido no hacerlo. Sé que ha estado moviendo algunos hilos, pidiendo favores y haciendo de todo menos alertar a la policía, que es lo que debería hacerse en realidad, mientras que yo me he comportado como una idiota.
—¿Quieres que vaya a La Mansión después del trabajo?—pregunto.
—No. Finn te llevará a casa en cuanto hayas terminado de hablar con Will. Nos vemos ahí. Después de lo que acabo de descubrir, le he pedido a Steve que se pase por aquí.
Su sarcasmo no me pasa desapercibido, ni tampoco su tono furioso. He cometido un tremendo error. No le digo que es posible que mi día de trabajo no termine después de haber hablado con Will porque no serviría de nada más que para ganarme más rugidos a través del teléfono.
Tengo que jugar acorde con sus reglas esta vez.
—No salgas de la oficina, y cuando Finn te deje en casa, no te muevas de ahí, ¿entendido?
—Entendido—susurro.
—Buena chica. Hablaré con Steve, pero saldré pitando de aquí en cuanto hayamos acabado.
—Te quiero—le digo con urgencia, como si no fuera a tener la oportunidad de decírselo otra vez.
Suspira.
—Lo sé, Britt. Nos daremos un baño en cuanto llegue a casa, ¿de acuerdo?
—De acuerdo—asiento.
Su suave promesa de pasarnos un rato en remojo hace que me sienta un poco mejor.
—Haz lo que te he mandado, Britt-Britt.
Cuelga después de esa última advertencia, pero yo no me aparto el teléfono de la oreja. Aunque sé que ya no está al otro lado, lo sostengo ahí unos instantes con la esperanza de estar equivocada y de que su voz grave y profunda continúe infundiéndome un poco más de seguridad.
Cuando la puerta de la sala de conferencias se abre y Will aparece empiezo a apartarlo y acepto que se ha ido.
—Ah, estás aquí—sigue de mal humor mientras sostiene la puerta abierta—¿Estás preparada?
—Sí.
Hago ademán de levantarme, pero me hace un gesto de que no es necesario.
—No, quédate ahí. ¡Vamos a hacer aquí la reunión!—les grita a los demás, y todos, uno por uno, empiezan a entrar, perplejos y tremendamente callados.
Algo no va bien, todo el mundo lo intuye, y ahora me doy cuenta de que la reunión no era sólo conmigo.
Tina no ha traído bandejas de té ni hay pastelitos para picar. Will parece cansado y agobiado, mientras que los demás estamos principalmente confusos por este repentino cambio en la etiqueta de las reuniones.
¿Qué ha pasado con ese ambiente relajado en el que todos nos apiñamos alrededor de la mesa de nuestro jefe y nos hinchamos a tarta mientras Will nos pone al día con respecto a los progresos con nuestros clientes?
—Bien—sienta su corpachón en una silla encabezando la mesa y se desabrocha el botón de la chaqueta de su traje para evitar que le presione su redonda barriga—Últimamente no he estado mucho por aquí, y seguro que todos se estarán preguntando la razón.
Los otros tres murmuran su asentimiento y, aunque yo también me había percatado de su ausencia, lo cierto es que tampoco le había dado muchas vueltas. He estado demasiado distraída y bastante ocupada con mi vida personal, casándome, quedándome embarazada, dejando a mi esposa, volviendo con ella, volando a España y teniendo accidentes de tráfico...
—Bien, bueno hay una muy buena razón—prosigue—, y ahora estoy en disposición de revelárosla. Me ha costado no contároslo antes. Todos saben lo mucho que los valoro a todos, pero tenía que resolver algunos asuntos primero.
Junta las manos sobre la barriga y se relaja en su silla. Mi mirada pasa de Kurt a Mercedes y de Mercedes a Tina y viceversa unas cuantas veces en un intento de evaluar sus reacciones ante esta importante noticia, pero todos miran a Will confundidos.
—Me retiro—declara—Se acabó.
Todos suspiran aliviados, menos yo.
Si se retira, ¿qué será de Rococo Union?
¿No se les ha ocurrido pensarlo?
—Todos conservaran sus puestos de trabajo, me he asegurado de ello—más suspiros colectivos—Pero no puedo continuar. El estrés de la vida en Londres está acabando conmigo, de modo que Emma y yo hemos decidido mudarnos al Distrito de los Lagos.
Lo primero que pienso es:
¿Will pasando todo el día con Emma?
Pero ¿qué tiene en la cabeza?
Y lo segundo:
¿Para quién voy a trabajar ahora?»
Sin embargo, la respuesta no se hace esperar. La puerta se abre y Rory hace su aparición.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
lo he dicho el dia no iba a terminar bien???
que vio finn para sacarse las gafas jajjajaja
a ver que pasa recién es media tarde para britt y se le termine el día???
nos vemos!!!
lo he dicho el dia no iba a terminar bien???
que vio finn para sacarse las gafas jajjajaja
a ver que pasa recién es media tarde para britt y se le termine el día???
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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