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FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
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FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 21
Capitulo 21
Podría quedarme aquí tumbada eternamente, observándola dormir con sus tranquilas bocanadas de aliento fresco acariciándome el rostro a intervalos intermitentes, reforzando la profunda sensación de pertenecerle en mi interior. Su manera tierna de colocarme la mano en el vientre está intensificando mi amor por mi mujer.
Y la perfección de su cuerpo aumenta mi sed por su tacto.
Me exasperan un millón de cosas de ella, y por otro lado una infinidad de cosas hacen que la adore. Incluso llego a adorar algunas de esas cosas exasperantes.
Incapaz de resistirme, acerco la mano y le paso el pulgar por la mejilla y por los labios separados. Sonrío al ver cómo se encoge ligeramente y después suspira y vuelve a relajarse. La mano que tiene sobre mi vientre empieza a trazar círculos de manera inconsciente.
La perfección de su hermoso rostro me fascinará hasta el día en que me muera; su piel, sus largas pestañas y la pequeña arruga de su frente son sólo algunos de sus maravillosos rasgos. Tardaría una vida entera en nombrarlos todos. Mi mujer devastadora, con su manera de ser imposible.
Con la yema del dedo le acaricio la piel firme de su garganta y deslizo la palma entre sus pechos. Suspiro embelesada de satisfacción y me paso estos momentos de serenidad explorando su cuerpo y su rostro. Por un instante me gustaría que permaneciera así para toda la eternidad, para poder observarla y verla tan relajada. Pero entonces nunca oiría su voz, y jamás vería sus ojos, y tampoco experimentaría sus placajes y sus cuentas atrás.
—¿Has acabado de palparme?
Su voz me saca de mi ensueño y mi mano se detiene en su cicatriz. Sus ojos siguen cerrados.
—No, cállate y no te muevas—contesto, y continúo con mis caricias.
—Como órdenes, Britt-Britt.
Sonrío y me inclino hacia adelante hasta que mis labios quedan justo delante de los suyos.
—Buena chica.
Sus párpados cerrados se mueven y las comisuras de su boca se esfuerzan por contener una sonrisa burlona.
—¿Y si quiero ser una chica mala?—pregunta.
—Estás hablando—señalo, y abre uno de los ojos para desafiarme.
Nada puede evitar que sonría al ver esa cara, por muy seria que quiera estar.
—Buenos días.
Es demasiado rápida. En una milésima de segundo, me encuentro boca arriba atrapada bajo su cuerpo, con los brazos sujetos sobre mi cabeza. Ni siquiera me da tiempo a asimilar su ataque o a emitir un grito de sorpresa.
—Alguien está pensando en echar un polvo somnoliento—musita mientras se inclina para mordisquearme la nariz.
—No, estoy pensando en Santana López, lo que significa que tengo distintas variedades de polvos en mente.
Enarca las cejas lenta y pensativamente.
—Eres insaciable, preciosa mía—dice, y me besa con fuerza—Pero vigila esa boca—me apresuro a devolverle el beso, pero me detiene y me aparta. La miro mal y sonríe con su sonrisa de pilla. La miro peor todavía, pero hace caso omiso—He estado pensando—anuncia.
Dejo de fruncir el ceño al instante. Cuando Santana piensa es mejor echarse a temblar.
—¿En qué?—pregunto con recelo.
—En lo dramática que ha sido nuestra vida de casadas.
Es verdad.
No puedo discutírselo, pero ¿adónde quiere ir a parar con esto?
—¿Y?—digo alargando la palabra para que continúe hablando.
—Vayámonos unos días, Britt—me ruega.
Sus ojos oscuros me suplican y ahora también está haciendo pucheros. Creo que ha empezado a darse cuenta de que esa cara tiene el mismo efecto que un polvo de entrar en razón.
—Las dos solas—sigue.
—Jamás volveremos a estar solas, San—le recuerdo.
Se incorpora y mira mi vientre. Sonríe y se inclina para besarme la barriga y después vuelve a mirarme con ojos de cachorrito.
—Déjame quererte. Deja que te tenga para mí sola unos días.
—¿Y mi trabajo?—replico, aunque últimamente mi dedicación es muy cuestionable.
—Britt, ayer sufriste un accidente de tráfico.
—Ya. Pero tengo que visitar a clientes, y Will...
—Yo me encargaré de Will—me interrumpe—Él se encargará de tus clientes.
La miro con recelo.
—¿Quiere decir eso que piensas amenazarlo?—inquiero.
Finge estar dolida. No cuela.
—Hablaré con Will.
—Con educación.
Sonríe.
—Más o menos.
—No, López. De más o menos, nada. Con educación y punto.
—¿Eso es un sí?—pregunta, esperanzada.
Me dan ganas de abrazarla. Es imposiblemente adorable.
—Sí—confirmo. Necesita un respiro tanto como yo, probablemente más. Lo sucedido ayer no va a ayudar en nada a su preocupación—¿Adónde vamos?
De repente entra en acción y salta de la cama como una niña emocionada la mañana de Navidad.
—A cualquier sitio, me da igual.
—Bueno a mí no. ¡No pienso ir a esquiar!
Me siento tiesa en la cama al instante al pensar en verme equipada con la ropa de esquí y unas enormes tablas de madera en los pies.
—No seas idiota, Britt—pone los ojos en blanco y desaparece en el vestidor para reaparecer unos momentos después con una maleta—Llevas a mis bebés ahí dentro—añade señalando mi vientre—Tienes suerte de que no te encadene a la cama lo que te queda de embarazo.
—Puedes hacerlo si quieres—digo apoyando las muñecas contra la cabecera—No voy a protestar.
—Es usted una seductora, señora López-Pierce. Ven a hacer la maleta.
Vuelve al vestidor y me deja esperando en la cama. Con un gruñido lo bastante sonoro como para que me oiga, me arrastro fuera de la cama y la sigo hasta la habitación que tenemos por armario. Está sacando ropa al azar y tirándola en un montón junto a la maleta.
—¿Adónde vamos?
—No lo sé. Haré unas cuantas llamadas.
Está haciendo su maleta feliz y contenta, y de repente levanta la vista hacia donde me encuentro, apoyada en el marco de la puerta.
—¿No haces la tuya?
—No sé adónde voy. ¿Hará frío, hará calor? ¿Iremos en coche, en avión?
—En coche—afirma rotundamente, y se vuelve para coger más camisetas—No puedes volar.
—¿Cómo que no puedo volar?—espeto a su espalda.
—No lo sé. Por lo de la presión en cabina y todo eso—responde encogiendo sus hombros desnudos—Igual aplasta a los bebés.
Me echo a reír para no darle un coscorrón.
—¡Dime que estás de coña!
Se vuelve lentamente para mirarme. A ella no le hace ninguna gracia, su cara lo dice todo.
—No bromeo en lo que se refiere a ti, Britt. Ya deberías saberlo.
Esto es ridículo.
—La presión en cabina no aplastará a los bebés, San. Si quieres que nos vayamos por ahí, será en avión—declaro, y estoy a punto de dar una patada en el suelo para reafirmar mi postura.
Parece algo sorprendida por mi exigencia, y se sume en sus pensamientos mientras se mordisquea el labio. Sus engranajes mentales entran en acción.
—No es seguro que vuelen las mujeres embarazadas—dice tranquilamente—Lo he leído.
—¿Dónde lo has leído?—pregunto riéndome, temiendo que esté a punto de sacar alguna guía de embarazo.
Dejo de reírme inmediatamente cuando mete la mano entre sus trajes y saca una guía de embarazo de verdad.
—Aquí—la sostiene algo avergonzada—También deberías tomar ácido fólico.
Me quedo mirando el libro que tengo delante con la boca abierta y observo con una mezcla de estupefacción y diversión cómo empieza a pasar las páginas. Algunas tienen las esquinas dobladas, e incluso me parece ver algún párrafo subrayado con un rotulador fosforito. Está buscando algo en concreto y no puedo hacer otra cosa que esperar aquí de pie, mirando, mientras mi guapa y neurótica obsesa del control lo encuentra.
—Aquí, mira—me planta el libro en la cara y señala el centro de la página, donde hay un apartado subrayado con rotulador rosa—«El Ministerio de Salud recomienda que las mujeres tomen un suplemento diario de cuatrocientos microgramos de ácido fólico mientras intentan concebir, y deberían continuar con esta dosis durante las primeras doce semanas de embarazo, período en el que se desarrolla la columna vertebral del bebé.»—frunce el ceño—Pero tenemos dos bebés, así que igual deberías tomar ochocientos microgramos.
Mi corazón está a punto de estallar.
—Te quiero, Sanny—digo sonriendo.
—Lo sé—pasa más páginas—Lo de volar está por aquí, en alguna parte. Espera...
Le quito el libro de las manos y ambas vemos cómo cae al suelo, donde rebota una vez antes de asentarse en ella. Me mira con recelo y sus labios forman una línea recta. Me entra la risa y su semblante se vuelve aún más severo. Le doy una patada al libro y lanza un grito ahogado de indignación.
—Recoge el libro, Britt—ruge.
—Es una estupidez.
Le doy otra patada. Sigo riéndome.
—Recoge el libro, Britt.
—No—respondo con petulancia.
Sé perfectamente lo que estoy provocando. Mis ojos se deleitan ante la ferocidad que emana de su esbelto físico. Enarca las cejas y la característica arruga de su frente empieza a marcarse. No sabe si hacerlo o no. Sabe lo que pretendo. Entonces, tres dedos aparecen ante mí.
—Tres—susurra.
Mi sonrisa se vuelve más amplia y le aparto la mano.
—Dos—le respondo.
Hace todo lo posible por contener su propia sonrisa.
—Uno.
—Cero, nena—termino por ella, y dejo escapar un alarido de complacencia cuando me carga sobre su hombro con convicción pero con cuidado y me traslada a la habitación.
Me río con ganas cuando me suelta sobre la cama con demasiada precisión, me cubre con su cuerpo y me aparta el pelo de la cara.
—Britt-Britt, ¿cuándo vas a aprender?—pregunta.
Me coge de la nuca y me levanta la cabeza hasta que rozo su nariz.
—Nunca—admito.
Me sonríe con esa sonrisa reservada sólo para mí.
—Eso espero. Bésame.
—¿Y si no lo hago?—pregunto.
Sé que lo haré. Y ella también lo sabe. Se inclina y apoya la punta del dedo en el hueco sobre el hueso de mi cadera. Contengo la respiración.
—Las dos sabemos que vas a besarme, Britt—me hace cosquillas con los labios en los míos—No perdamos el tiempo con tonterías cuando podría estar perdiendo el sentido contigo. Bésame ya.
Mi lengua se desliza entre mis labios, roza su labio inferior y empiezo a provocarla dándole pequeños lametones hasta que cede y también libera su lengua. Nos encontramos en el centro y trazamos dulces círculos hasta que gruñe y ataca mi boca con una fuerza bruta. Me anoto un tanto mental. Le resulta tan imposible resistirse a mí como a mí me sucede con ella.
—Mmm—suspiro mientras igualo la intensidad de sus lametones.
Esto es lo que necesitamos, unos cuantos días solas para amarnos y acostumbrarnos a nuestro inminente futuro juntas. Un futuro en el que ahora hay dos pequeños. Necesito a Santana para mí sola un tiempo, sin distracciones. Sólo ella, sin problemas.
Sólo nosotras.
—En realidad no pone nada de que no pueda volar, ¿verdad?—pregunto.
Sé que no puede ser, porque he visto mujeres embarazadas en aviones. No es más que otra de las estúpidas reglas de embarazo de Santana. Me muerde y me chupa el labio.
—Es algo lógico—dice.
—No. Es neurótico—discrepo—Las mujeres embarazadas vuelan todo el tiempo, así que vas a llevarme en avión a algún sitio cálido y vas a dejar que me sacie contigo todo lo que quiera. Contacto constante. Quiero contacto constante, San.
Sé que eso la complacerá, y cuando levanta la cabeza arrastrando mi labio entre sus dientes, la maravillosa sonrisa dibujada en su rostro lo confirma.
—Me muero de ganas—me besa la nariz y se levanta—Venga, vamos. Estamos perdiendo mucho tiempo de saciarnos.
Me guiña un ojo, da media vuelta y me deja holgazaneando entre las sábanas blancas, en el séptimo cielo de Santana.
**************************************************************************************************
Tiro de mi maleta y ésta empieza a rebotar en la escalera.
—¡Eh!
El grito me hace dar un brinco a medio paso y me agarro del pasamanos para no caerme. Un sonoro grito ahogado de pánico inunda el aire seguido de unos fuertes pasos que ascienden por los escalones. Me agarra y me inmoviliza.
—¿Qué coño haces, Britt?
Mi sobresalto se transforma en ira.
—¡Joder, Santana! ¡Relájate, hostia! ¡Casi me caigo por tu puta culpa!
Al instante me doy cuenta de lo que he hecho, y el gruñido de Santana confirma que acabo de decir un montón de tacos. Tres de una tirada, para ser exactos y la he llamado “Santata”. Me preparo para la bronca cerrando un ojo y encogiéndome.
—¡¿Quieres hacer el favor de vigilar esa puta boca?! ¡Y dime San!—coge mi maleta—¡Espera aquí!—ladra, y obedezco, pero principalmente porque su aturdidor grito de furia me ha dejado inmóvil y sin palabras.
Prácticamente lanza la maleta cuando llega abajo mientras masculla y maldice entre dientes. Después vuelve a subir y me coge en brazos.
—Podrías haberte partido el puto cuello.
—¡Llevaba bien la maleta! ¡Ha sido tu grito lo que casi hace que me caiga!—no forcejeo ni intento liberarme.
—El único peso que debes llevar es el de mis pequeños.
—¡Nuestros pequeños!
—¡Eso es lo que acabo de decir!—me deja en el suelo—No hagas ninguna estupidez, Britt-Britt—me recoloco la camiseta resoplando.
—¿Desde cuándo es una estupidez llevar una maleta?
—¡Desde que estás embarazada!
Esto es el colmo.
—López, será mejor que te relajes o...—la apunto con un dedo—¡Cornualles!
Se echa a reír, lo que no hace sino aumentar mi frustración unos cuantos niveles. Debería preocuparse, no reírse.
—¿Cuántas veces vas a amenazarme con el puto Cornualles?—pregunta con engreimiento, como si supiera que jamás cumpliré mi amenaza.
Puede que lo haga. No me entusiasma la idea de pasarme todo el embarazo con mis padres, pero cualquier cosa será mejor que esto.
—¡Me iré ahora mismo!—le grito a la cara.
—Muy bien. Yo te llevo—coge mi maleta, se dirige a la puerta y me mira por encima del hombro mientras me quedo ahí plantada, perpleja. ¿Cómo que ella me lleva?—¿Vienes o no?
Me está tomando el pelo.
—¿Has llamado a Will?—pregunto tras ella.
Santana jamás me llevaría voluntariamente a casa de mi mamá.
—Sí—responde tajantemente—Tienes que volver al trabajo el martes—cierra la puerta cuando salgo y llama el ascensor.
—No puedo creer que hayas puesto la cuenta atrás de código —gruño, pero ella no me hace caso.
Bajamos en silencio. Yo la miro en las puertas de espejo mientras ella llama a Finn. Hace como si no estuviera. Las puertas se abren. Me insta a salir con un gesto de la cabeza mientras continúa la conversación con el grandulón y le pide que le diga a Steve que se encargue él antes de decirle que va a llevarme a casa de mis padres. Todavía no me lo creo.
¿Y que se encargue Steve de qué?
—¡Hola, Brittany!
El alegre tono de Ryder logra cambiar rápidamente mi ceño fruncido por una abierta sonrisa.
—¡Señora LOPEZ-Pierce!—brama Santana, que todavía habla con Finn mientras pasamos junto al mostrador del conserje.
No le hago caso.
—¡Buenos días, Ryder! ¿Qué tal?
—Muy bien, gracias. Hoy hace un día estupendo—señala hacia el exterior con la cabeza y al volverme veo que luce un sol espléndido—Que tenga usted un buen día, Brittany.
—Gracias.
Salgo al bochornoso exterior toda distraída y al instante me doy cuenta de que mi regalo de boda ha regresado por arte de magia del Lusso, aunque pronto me olvido de mi flamante Range Rover blanco al ver un Aston Martin.
—Sí, gracias, grandulón.
Santana cuelga, se dirige al maletero del coche extraño y guarda en él las maletas.
—¿Qué es esto?—pregunto señalando el DBS.
Cierra el maletero y se da unos golpecitos en la barbilla con aire pensativo.
—Creo que podría ser un coche.
—El sarcasmo no te pega, Diosa. ¿De dónde ha salido?
—De un garaje, para sustituir al mío hasta que lo encuentren—me coge del brazo y me insta a meterme en el vehículo.
—¿Todavía no han encontrado tu coche?
—No—responde tajantemente sin darme pie a insistir en el tema, aunque eso no logra detenerme.
—¿Qué tiene que hacer Steve?—pregunto, y veo que por unos instantes actúa con menos determinación.
—Nada—miente. Arqueo una ceja con recelo para que sepa que lo sé—Va a encargarse de algunas cosas por mí—añade, y me suelta mientras estira el brazo para abrocharme el cinturón.
Le golpeo las manos cuando empieza a ajustarme la cinta inferior sobre el vientre.
—¿Quieres parar ya?
Se las aparto y le cierro la puerta en toda la cara. Ella se queda cavilando al otro lado de la ventanilla, mirándome mal. Empiezo a desear que me lleve de verdad a casa de mi mamá. No sé si puedo soportar esto, y ni siquiera voy a intentar convencerme de que puede parar. Parece que dos bebés implican doble sobreprotección.
Sobreprotección de Santana.
Y sé perfectamente de qué va a encargarse Steve, y también sé que si Santana no le pegó una paliza es porque accedió a ocuparse del tema de las drogas que me echaron, y ahora también del accidente.
Me apoyo en el reposacabezas y me vuelvo un poco para ver cómo se acomoda y ajusta el asiento del conductor, acercándolo al volante para que quepan sus piernas.
—¿Por qué no vamos en mi coche?—pregunto señalando con la cabeza mi brillante bola de nieve.
Ella se queda quieta y me mira con el rabillo del ojo.
—No puedes conducir mucho.
Sonrío para mis adentros.
—No, pero podrías conducirlo tú.
Debería insistirle y obligarla a conducir el maldito tanque. Seguro que también es a prueba de balas.
—Sí, podría, pero ahora tengo éste—responde sin más, y arranca el motor y acelera para oír su rugido con una amplia sonrisa de satisfacción—Escucha eso.
Suspira, pisa el embrague y el coche se pone en marcha. A regañadientes, admiro el rugido gutural del DBS y observo a Santana admirando su magnífico perfil.
—Bueno, ¿adónde vas a llevarme?—pregunto mientras saco mi móvil del bolso.
—Ya te lo he dicho, a casa de tu mamá.
Pongo los ojos en blanco de manera teatral. Sé que preferiría meter la cabeza en agua hirviendo antes de ir a ver a mi mamá por su propia voluntad.
—Vale—suspiro, y me dispongo a llamar a Rachel.
—Dame tu móvil—acerca la mano para cogerlo—Nada de teléfonos.
—Tengo que llamar a Rach.
Me lo quita y lo apaga.
—Ya he llamado a todos los que tienen que saber que nos vamos, Rach incluida. Relájate, Britt-Britt.
No intento reclamarlo.
No lo quiero.
**********************************************************************************************
—Britt, Britt-Britt, despierta.
Abro los ojos, me estiro y mis manos chocan contra algo. Levanto la vista, confusa, y veo el techo del coche. Después mis ojos adormilados miran a un lado y se encuentran de frente con mi maravillosa controladora, que me sonríe alegremente.
—¿Dónde estamos?—pregunto frotándome los ojos.
—En Cornualles—se apresura a responder.
Mi cerebro registra al instante que necesito orinar.
—Ya vale—la reprendo. Estoy algo quejica también—Tengo que hacer pis.
Me vuelvo en mi asiento, cojo la manija para abrir la puerta y veo el entorno que nos rodea. Reconozco ese muro bajo que bordea el pequeño cementerio, y la pequeña cabaña en la que puedes entrar para tomar el sendero que lleva a la playa, y la mezcla de arena y hojas que se acumula en el pequeño canal. Me resulta familiar.
Demasiado familiar.
Me vuelvo hacia ella.
—¿No era coña?—miro otra vez, pero los trajes de buzo tendidos en el jardín que hay al otro lado de la carretera confirman mis temores—¿Vas a dejarme en casa de mi mamá?—digo reflejando lo herida que estoy.
Tal vez ella tampoco se vea capaz de soportar su ridícula sobreprotección y haya llegado a la conclusión de que, si deja que mis padres cuiden de mí durante este embarazo, probablemente se evite el infarto que va a sufrir a este paso. Y puede que esto también salve nuestro matrimonio, porque si seguimos así nos esperan unos cuantos meses de exceso de control por su parte y de exceso de resistencia por la mía, al menos hasta que esté demasiado gorda como para contraatacar. Me pondré como una ballena.
Gigante.
Enorme.
Gorda y preñada y en absoluto sexy.
Creo que voy a llorar.
Desliza la mano por mi cuello y me agarra de la nuca para que me vuelva hacia ella.
—No me amenaces con Cornualles.
Sonríe con malicia y me echo a llorar como una embarazada estúpida con las hormonas alteradas. A través de mis lágrimas irracionales, veo que su sonrisa se desvanece y es reemplazada por una mirada de preocupación.
—Britt-Britt, es una broma. Tendrían que matarme para apartarme de ti. Ya lo sabes.
Tira de mí, me coloca sobre su regazo y yo hundo la cara en su cuello sollozando como una tonta. Sé que me estoy comportando de una manera totalmente irracional.
Ella jamás me dejaría.
¿Qué coño me pasa?
—Britt, mírame.
Me sorbo los mocos y levanto a regañadientes la cabeza para dejar que vea mi cara cubierta de lágrimas.
—Voy a ponerme gordísima. ¡Enorme! ¡Son mellizos, San!
Mi engreimiento del hospital ha desaparecido. Toda mi idea de torturarlo con bebés gritones y con mis cambios de humor acaba de esfumarse. Mi cuerpo va a estirarse por todas partes.
Tengo veintiséis años.
No quiero tener pellejos colgando ni tampoco estrías. Jamás volveré a lucir lencería de encaje.
—Ya no...—no quiero ni pensarlo, y me cuesta un mundo decirlo.
—¿Te desearé?—dice terminando la frase por mí.
Sabe cómo me siento. Asiento ligeramente y me siento culpable por ser tan egoísta, pero cuando pienso en cómo me mira cada vez que me tiene en sus brazos, o cada vez que me mira, simplemente... no sé qué haría si jamás volviera a mirarme así.
La necesito.
Es una parte importantísima de nuestra relación.
—Sí.
He de ser sincera. Es uno de mis temores, junto con todos los demás que acompañan este embarazo.
Sonríe un poco, me coloca la mano en la mejilla y me la acaricia trazando suaves círculos con el pulgar.
—Britt-Britt, eso no va a pasar.
—¿Y cómo lo sabes? No sabes cómo te sentirás cuando tenga los tobillos hinchados y camine como si me hubieran metido una sandía a presión.
Se echa a reír con ganas.
—¿Así va a ser?
—Seguramente.
—Deja que te diga una cosa, Britt-Britt. Cada día que pasa te deseo más, y creo que llevas a mis hijos ahí dentro desde hace unas cuantas semanas—dice, y me acaricia la barriga suavemente con la otra mano.
—Todavía no estoy gorda—mascullo.
—No vas a engordar, Britt. Estás embarazada. Y además, pensar que tienes algo que forma parte de ti y de mí ahí dentro, calentito y a salvo, hace que me sienta tremendamente feliz y...—empuja lentamente las caderas hacia arriba—Hace que te desee aún más si cabe. Así que cállate y bésame, esposa.
Le lanzo una mirada cínica y ella me mira con expectación mientras sube la cadera de nuevo. Me excito al instante y prácticamente me abalanzo sobre ella, y en este mismo momento decido que no pienso dejar que eso suceda. Voy a hacer esos ejercicios pélvicos hasta que me ponga morada del esfuerzo. Y pienso ir a correr, y llevaré encaje cuando esté de parto.
—Mmm, ésta es mi chica—murmura cuando me aparto un segundo para que respire—Joder, Britt, me encantaría arrancarte esas bragas de encaje y follarte como una loca aquí mismo, pero no quiero montar un espectáculo.
—Me da igual—replico, y la ataco de nuevo.
Hundo la lengua en su boca y la agarro del pelo con fuerza. Acaba de decir que quiere follarme, y me da igual dónde estemos.
—Britt—forcejea conmigo entre risas—Para o no me hago responsable de mis actos.
—Tranquila, no te haré responsable—digo.
Tiro de su camiseta y me aferro a sus pechos.
—Joder, Britt—gruñe.
Casi la tengo, pero entonces oigo unos fuertes golpes en la ventanilla a mi lado. Me aparto al instante lanzando un grito ahogado de sorpresa e intento dominar mi casi indómita lujuria.
Nos miramos la una a la otra durante unos segundos, ambas jadeando, y después giramos la cabeza al unísono en dirección al cristal. Es un policía, y no parece muy contento. Santana me aparta de su regazo y me coloca rápidamente en mi asiento, donde empiezo a alisarme el pelo y me pongo de todas las tonalidades de rojo que existen. Ella esboza su sonrisa de pícara mientras observa cómo me arreglo.
—Así aprenderás—baja la ventanilla y dirige la atención hacia el poli—Disculpe, agente. Está embarazada. Las hormonas, ya sabe... No me quita las manos de encima—dice conteniendo la risa, mientras que yo resoplo indignada y le doy un golpe en el muslo. Santana se echa a reír, me coge la mano y me la aprieta—¿Lo ve?
El policía carraspea y se pone colorado.
—Sí..., bueno..., eh..., están en un lugar público—dice señalando a nuestro alrededor—Prosigan su camino.
—Hemos venido de visita.
Santana vuelve a subir la ventanilla para bloquear cualquier posible balbuceo y tartamudeo incómodo adicional del abrumado policía y vuelve su rostro socarrón hacia mí.
Está de buen humor.
Es una sinvergüenza, como siempre, pero adorable, encantadora y pícara.
—¿Preparada?
—Creía que íbamos a viajar en avión.
Me encanta Newquay, y estoy deseando ver a mis padres, pero lo que necesito en estos momentos es disfrutar de Santana para mí sola.
—Y lo haremos, después de contarle a mi encantadora suegra que va a ser abuela.
Baja del coche dejándome horrorizada. De repente se me han quitado las ganas de ver a mi mamá. Le va a dar algo. La puerta de mi lado se abre.
—Vamos, Britt.
Cierro los ojos e intento reunir algo de paciencia.
—¿Por qué me haces esto?—pregunto.
—Tienen que saberlo—me coge de la mano y tira de mí.
—No, lo que pasa es que te mueres por anunciarle a mi mamá de sólo cuarenta y siete años que va a ser abuela.
—Para nada—responde a la defensiva, pero la he pillado.
Le encanta buscarle las cosquillas. Cogiéndome de la mano, me guía por la entrada hasta la puerta del adosado de mis padres junto al mar.
—¿Cómo sabías dónde era?—digo.
Acabo de pensarlo. Nunca había venido.
¿O sí?
—Llamé y les pregunté la dirección, y creo que ése es el coche de tu papá—dice señalando el Mercedes—¿No?
—Sí—gruño.
Por lo visto, nos están esperando. Cuando llegamos a la puerta principal, Santana levanta mi mano, me la besa con dulzura y me guiña un ojo. Yo sonrío a la pícara irritante. De pronto, saca un par de esposas y nos las pone en las muñecas.
—¿Qué haces?—inquiero. Intento apartarme pero es demasiado tarde: sabe manejarlas perfectamente—¡San!
La puerta delantera se abre y tras ella aparece mi mamá, encantadora con un par de vaqueros piratas y un jersey de color crema.
—¡Ya ha llegado mi chica!
—¡Hola, mamá!—exclama Santana levantando nuestras manos esposadas y saludando con la mano con una sonrisa.
Sabía que iba a hacerlo, y aunque mi pobre mamá acaba de quedarse petrificada, no puedo evitar sonreír.
Está en modo travieso y juguetón, y me encanta.
Mi mamá se acerca nerviosa, inspecciona el terreno detrás de nosotras para comprobar que nadie lo ha visto y agarra a Santana del brazo y la empuja hasta el recibidor.
—Quítale esas esposas a mi hija, delincuente.
Santana se echa a reír y me las quita al instante. Mi mamá recupera rápidamente la sonrisa.
—¿Contenta?—pregunta Santana.
—Sí—le da un golpecito en el hombro y se acerca para estrecharme contra su pecho—Cuánto me alegro de verte, cariño. He preparado la habitación de invitados.
—¿Vamos a quedarnos?—pregunto aceptando su abrazo.
—Volamos por la mañana—me informa Santana—He pensado que sería mejor que viniéramos a hacerles una visita antes de que tu mamá piense que te impido verla.
Mi mamá me suelta y abraza a mi esposa.
—Gracias por traerla de visita—dice, y la abraza aún más fuerte.
Sonrío al ver cómo acepta su abrazo y pone los ojos en blanco. Todo esto no le gusta. Sé que preferiría tenerme en exclusiva todos los días de la semana, pero está haciendo un esfuerzo, y eso hace que la quiera aún más si cabe.
—Aprovéchate porque voy a secuestrarla por la mañana.
—Sí, sí, ya lo sé—dice mi mamá, soltándola—¡Joseph! ¡Ya están aquí! Voy a hacer té.
La seguimos hasta la cocina y echo un vistazo a la casa. Todo está limpio y ordenado, como siempre en casa de mis padres. No me crié en este lugar, pero mi mamá se ha propuesto crear aquí una réplica de la casa de mi infancia. Incluso hizo que derribaran una pared para unir la cocina y el salón y crear una sala familiar enorme.
Mi papá está sentado a la mesa de la cocina, leyendo un periódico.
—¡Hola, papá!—digo inclinándome por encima de su hombro, y le doy un beso en la mejilla.
Él se pone tenso como siempre que se enfrenta a un momento de afecto.
—Britty, ¿cómo estás?—cierra el periódico y le da un rápido beso en la mejilla a Santana, que ya se ha acomodado en la silla que hay junto a él—¿Aún te tiene alerta?
—Por supuesto—Santana me mira de soslayo y yo resoplo.
Voy al cuarto de baño y luego me siento a la mesa junto a mi papá y mi esposa y observo en silencio cómo charlan tranquilamente mientras mi mamá prepara té e interviene en la conversación de vez en cuando. Es una escena maravillosa, y si alguien me hubiera dicho que esto iba a suceder cuando me enrollé por primera vez con mi señora de La Mansión del Sexo, me habría reído en su cara. Jamás lo habría imaginado.
Me siento muy feliz.
—He pensado que podríamos ir a cenar a The Windmill—dice mamá mientras deja el té en la mesa—Iremos dando un paseo. Parece que hará buena noche.
Mi papá gruñe su asentimiento, probablemente ansioso por tomarse unas cuantas pintas.
—Buena idea—dice.
—Perfecto—conviene Santana.
Me pone la mano sobre la rodilla y me da un pequeño apretón.
Sí, es perfecto.
Y la perfección de su cuerpo aumenta mi sed por su tacto.
Me exasperan un millón de cosas de ella, y por otro lado una infinidad de cosas hacen que la adore. Incluso llego a adorar algunas de esas cosas exasperantes.
Incapaz de resistirme, acerco la mano y le paso el pulgar por la mejilla y por los labios separados. Sonrío al ver cómo se encoge ligeramente y después suspira y vuelve a relajarse. La mano que tiene sobre mi vientre empieza a trazar círculos de manera inconsciente.
La perfección de su hermoso rostro me fascinará hasta el día en que me muera; su piel, sus largas pestañas y la pequeña arruga de su frente son sólo algunos de sus maravillosos rasgos. Tardaría una vida entera en nombrarlos todos. Mi mujer devastadora, con su manera de ser imposible.
Con la yema del dedo le acaricio la piel firme de su garganta y deslizo la palma entre sus pechos. Suspiro embelesada de satisfacción y me paso estos momentos de serenidad explorando su cuerpo y su rostro. Por un instante me gustaría que permaneciera así para toda la eternidad, para poder observarla y verla tan relajada. Pero entonces nunca oiría su voz, y jamás vería sus ojos, y tampoco experimentaría sus placajes y sus cuentas atrás.
—¿Has acabado de palparme?
Su voz me saca de mi ensueño y mi mano se detiene en su cicatriz. Sus ojos siguen cerrados.
—No, cállate y no te muevas—contesto, y continúo con mis caricias.
—Como órdenes, Britt-Britt.
Sonrío y me inclino hacia adelante hasta que mis labios quedan justo delante de los suyos.
—Buena chica.
Sus párpados cerrados se mueven y las comisuras de su boca se esfuerzan por contener una sonrisa burlona.
—¿Y si quiero ser una chica mala?—pregunta.
—Estás hablando—señalo, y abre uno de los ojos para desafiarme.
Nada puede evitar que sonría al ver esa cara, por muy seria que quiera estar.
—Buenos días.
Es demasiado rápida. En una milésima de segundo, me encuentro boca arriba atrapada bajo su cuerpo, con los brazos sujetos sobre mi cabeza. Ni siquiera me da tiempo a asimilar su ataque o a emitir un grito de sorpresa.
—Alguien está pensando en echar un polvo somnoliento—musita mientras se inclina para mordisquearme la nariz.
—No, estoy pensando en Santana López, lo que significa que tengo distintas variedades de polvos en mente.
Enarca las cejas lenta y pensativamente.
—Eres insaciable, preciosa mía—dice, y me besa con fuerza—Pero vigila esa boca—me apresuro a devolverle el beso, pero me detiene y me aparta. La miro mal y sonríe con su sonrisa de pilla. La miro peor todavía, pero hace caso omiso—He estado pensando—anuncia.
Dejo de fruncir el ceño al instante. Cuando Santana piensa es mejor echarse a temblar.
—¿En qué?—pregunto con recelo.
—En lo dramática que ha sido nuestra vida de casadas.
Es verdad.
No puedo discutírselo, pero ¿adónde quiere ir a parar con esto?
—¿Y?—digo alargando la palabra para que continúe hablando.
—Vayámonos unos días, Britt—me ruega.
Sus ojos oscuros me suplican y ahora también está haciendo pucheros. Creo que ha empezado a darse cuenta de que esa cara tiene el mismo efecto que un polvo de entrar en razón.
—Las dos solas—sigue.
—Jamás volveremos a estar solas, San—le recuerdo.
Se incorpora y mira mi vientre. Sonríe y se inclina para besarme la barriga y después vuelve a mirarme con ojos de cachorrito.
—Déjame quererte. Deja que te tenga para mí sola unos días.
—¿Y mi trabajo?—replico, aunque últimamente mi dedicación es muy cuestionable.
—Britt, ayer sufriste un accidente de tráfico.
—Ya. Pero tengo que visitar a clientes, y Will...
—Yo me encargaré de Will—me interrumpe—Él se encargará de tus clientes.
La miro con recelo.
—¿Quiere decir eso que piensas amenazarlo?—inquiero.
Finge estar dolida. No cuela.
—Hablaré con Will.
—Con educación.
Sonríe.
—Más o menos.
—No, López. De más o menos, nada. Con educación y punto.
—¿Eso es un sí?—pregunta, esperanzada.
Me dan ganas de abrazarla. Es imposiblemente adorable.
—Sí—confirmo. Necesita un respiro tanto como yo, probablemente más. Lo sucedido ayer no va a ayudar en nada a su preocupación—¿Adónde vamos?
De repente entra en acción y salta de la cama como una niña emocionada la mañana de Navidad.
—A cualquier sitio, me da igual.
—Bueno a mí no. ¡No pienso ir a esquiar!
Me siento tiesa en la cama al instante al pensar en verme equipada con la ropa de esquí y unas enormes tablas de madera en los pies.
—No seas idiota, Britt—pone los ojos en blanco y desaparece en el vestidor para reaparecer unos momentos después con una maleta—Llevas a mis bebés ahí dentro—añade señalando mi vientre—Tienes suerte de que no te encadene a la cama lo que te queda de embarazo.
—Puedes hacerlo si quieres—digo apoyando las muñecas contra la cabecera—No voy a protestar.
—Es usted una seductora, señora López-Pierce. Ven a hacer la maleta.
Vuelve al vestidor y me deja esperando en la cama. Con un gruñido lo bastante sonoro como para que me oiga, me arrastro fuera de la cama y la sigo hasta la habitación que tenemos por armario. Está sacando ropa al azar y tirándola en un montón junto a la maleta.
—¿Adónde vamos?
—No lo sé. Haré unas cuantas llamadas.
Está haciendo su maleta feliz y contenta, y de repente levanta la vista hacia donde me encuentro, apoyada en el marco de la puerta.
—¿No haces la tuya?
—No sé adónde voy. ¿Hará frío, hará calor? ¿Iremos en coche, en avión?
—En coche—afirma rotundamente, y se vuelve para coger más camisetas—No puedes volar.
—¿Cómo que no puedo volar?—espeto a su espalda.
—No lo sé. Por lo de la presión en cabina y todo eso—responde encogiendo sus hombros desnudos—Igual aplasta a los bebés.
Me echo a reír para no darle un coscorrón.
—¡Dime que estás de coña!
Se vuelve lentamente para mirarme. A ella no le hace ninguna gracia, su cara lo dice todo.
—No bromeo en lo que se refiere a ti, Britt. Ya deberías saberlo.
Esto es ridículo.
—La presión en cabina no aplastará a los bebés, San. Si quieres que nos vayamos por ahí, será en avión—declaro, y estoy a punto de dar una patada en el suelo para reafirmar mi postura.
Parece algo sorprendida por mi exigencia, y se sume en sus pensamientos mientras se mordisquea el labio. Sus engranajes mentales entran en acción.
—No es seguro que vuelen las mujeres embarazadas—dice tranquilamente—Lo he leído.
—¿Dónde lo has leído?—pregunto riéndome, temiendo que esté a punto de sacar alguna guía de embarazo.
Dejo de reírme inmediatamente cuando mete la mano entre sus trajes y saca una guía de embarazo de verdad.
—Aquí—la sostiene algo avergonzada—También deberías tomar ácido fólico.
Me quedo mirando el libro que tengo delante con la boca abierta y observo con una mezcla de estupefacción y diversión cómo empieza a pasar las páginas. Algunas tienen las esquinas dobladas, e incluso me parece ver algún párrafo subrayado con un rotulador fosforito. Está buscando algo en concreto y no puedo hacer otra cosa que esperar aquí de pie, mirando, mientras mi guapa y neurótica obsesa del control lo encuentra.
—Aquí, mira—me planta el libro en la cara y señala el centro de la página, donde hay un apartado subrayado con rotulador rosa—«El Ministerio de Salud recomienda que las mujeres tomen un suplemento diario de cuatrocientos microgramos de ácido fólico mientras intentan concebir, y deberían continuar con esta dosis durante las primeras doce semanas de embarazo, período en el que se desarrolla la columna vertebral del bebé.»—frunce el ceño—Pero tenemos dos bebés, así que igual deberías tomar ochocientos microgramos.
Mi corazón está a punto de estallar.
—Te quiero, Sanny—digo sonriendo.
—Lo sé—pasa más páginas—Lo de volar está por aquí, en alguna parte. Espera...
Le quito el libro de las manos y ambas vemos cómo cae al suelo, donde rebota una vez antes de asentarse en ella. Me mira con recelo y sus labios forman una línea recta. Me entra la risa y su semblante se vuelve aún más severo. Le doy una patada al libro y lanza un grito ahogado de indignación.
—Recoge el libro, Britt—ruge.
—Es una estupidez.
Le doy otra patada. Sigo riéndome.
—Recoge el libro, Britt.
—No—respondo con petulancia.
Sé perfectamente lo que estoy provocando. Mis ojos se deleitan ante la ferocidad que emana de su esbelto físico. Enarca las cejas y la característica arruga de su frente empieza a marcarse. No sabe si hacerlo o no. Sabe lo que pretendo. Entonces, tres dedos aparecen ante mí.
—Tres—susurra.
Mi sonrisa se vuelve más amplia y le aparto la mano.
—Dos—le respondo.
Hace todo lo posible por contener su propia sonrisa.
—Uno.
—Cero, nena—termino por ella, y dejo escapar un alarido de complacencia cuando me carga sobre su hombro con convicción pero con cuidado y me traslada a la habitación.
Me río con ganas cuando me suelta sobre la cama con demasiada precisión, me cubre con su cuerpo y me aparta el pelo de la cara.
—Britt-Britt, ¿cuándo vas a aprender?—pregunta.
Me coge de la nuca y me levanta la cabeza hasta que rozo su nariz.
—Nunca—admito.
Me sonríe con esa sonrisa reservada sólo para mí.
—Eso espero. Bésame.
—¿Y si no lo hago?—pregunto.
Sé que lo haré. Y ella también lo sabe. Se inclina y apoya la punta del dedo en el hueco sobre el hueso de mi cadera. Contengo la respiración.
—Las dos sabemos que vas a besarme, Britt—me hace cosquillas con los labios en los míos—No perdamos el tiempo con tonterías cuando podría estar perdiendo el sentido contigo. Bésame ya.
Mi lengua se desliza entre mis labios, roza su labio inferior y empiezo a provocarla dándole pequeños lametones hasta que cede y también libera su lengua. Nos encontramos en el centro y trazamos dulces círculos hasta que gruñe y ataca mi boca con una fuerza bruta. Me anoto un tanto mental. Le resulta tan imposible resistirse a mí como a mí me sucede con ella.
—Mmm—suspiro mientras igualo la intensidad de sus lametones.
Esto es lo que necesitamos, unos cuantos días solas para amarnos y acostumbrarnos a nuestro inminente futuro juntas. Un futuro en el que ahora hay dos pequeños. Necesito a Santana para mí sola un tiempo, sin distracciones. Sólo ella, sin problemas.
Sólo nosotras.
—En realidad no pone nada de que no pueda volar, ¿verdad?—pregunto.
Sé que no puede ser, porque he visto mujeres embarazadas en aviones. No es más que otra de las estúpidas reglas de embarazo de Santana. Me muerde y me chupa el labio.
—Es algo lógico—dice.
—No. Es neurótico—discrepo—Las mujeres embarazadas vuelan todo el tiempo, así que vas a llevarme en avión a algún sitio cálido y vas a dejar que me sacie contigo todo lo que quiera. Contacto constante. Quiero contacto constante, San.
Sé que eso la complacerá, y cuando levanta la cabeza arrastrando mi labio entre sus dientes, la maravillosa sonrisa dibujada en su rostro lo confirma.
—Me muero de ganas—me besa la nariz y se levanta—Venga, vamos. Estamos perdiendo mucho tiempo de saciarnos.
Me guiña un ojo, da media vuelta y me deja holgazaneando entre las sábanas blancas, en el séptimo cielo de Santana.
**************************************************************************************************
Tiro de mi maleta y ésta empieza a rebotar en la escalera.
—¡Eh!
El grito me hace dar un brinco a medio paso y me agarro del pasamanos para no caerme. Un sonoro grito ahogado de pánico inunda el aire seguido de unos fuertes pasos que ascienden por los escalones. Me agarra y me inmoviliza.
—¿Qué coño haces, Britt?
Mi sobresalto se transforma en ira.
—¡Joder, Santana! ¡Relájate, hostia! ¡Casi me caigo por tu puta culpa!
Al instante me doy cuenta de lo que he hecho, y el gruñido de Santana confirma que acabo de decir un montón de tacos. Tres de una tirada, para ser exactos y la he llamado “Santata”. Me preparo para la bronca cerrando un ojo y encogiéndome.
—¡¿Quieres hacer el favor de vigilar esa puta boca?! ¡Y dime San!—coge mi maleta—¡Espera aquí!—ladra, y obedezco, pero principalmente porque su aturdidor grito de furia me ha dejado inmóvil y sin palabras.
Prácticamente lanza la maleta cuando llega abajo mientras masculla y maldice entre dientes. Después vuelve a subir y me coge en brazos.
—Podrías haberte partido el puto cuello.
—¡Llevaba bien la maleta! ¡Ha sido tu grito lo que casi hace que me caiga!—no forcejeo ni intento liberarme.
—El único peso que debes llevar es el de mis pequeños.
—¡Nuestros pequeños!
—¡Eso es lo que acabo de decir!—me deja en el suelo—No hagas ninguna estupidez, Britt-Britt—me recoloco la camiseta resoplando.
—¿Desde cuándo es una estupidez llevar una maleta?
—¡Desde que estás embarazada!
Esto es el colmo.
—López, será mejor que te relajes o...—la apunto con un dedo—¡Cornualles!
Se echa a reír, lo que no hace sino aumentar mi frustración unos cuantos niveles. Debería preocuparse, no reírse.
—¿Cuántas veces vas a amenazarme con el puto Cornualles?—pregunta con engreimiento, como si supiera que jamás cumpliré mi amenaza.
Puede que lo haga. No me entusiasma la idea de pasarme todo el embarazo con mis padres, pero cualquier cosa será mejor que esto.
—¡Me iré ahora mismo!—le grito a la cara.
—Muy bien. Yo te llevo—coge mi maleta, se dirige a la puerta y me mira por encima del hombro mientras me quedo ahí plantada, perpleja. ¿Cómo que ella me lleva?—¿Vienes o no?
Me está tomando el pelo.
—¿Has llamado a Will?—pregunto tras ella.
Santana jamás me llevaría voluntariamente a casa de mi mamá.
—Sí—responde tajantemente—Tienes que volver al trabajo el martes—cierra la puerta cuando salgo y llama el ascensor.
—No puedo creer que hayas puesto la cuenta atrás de código —gruño, pero ella no me hace caso.
Bajamos en silencio. Yo la miro en las puertas de espejo mientras ella llama a Finn. Hace como si no estuviera. Las puertas se abren. Me insta a salir con un gesto de la cabeza mientras continúa la conversación con el grandulón y le pide que le diga a Steve que se encargue él antes de decirle que va a llevarme a casa de mis padres. Todavía no me lo creo.
¿Y que se encargue Steve de qué?
—¡Hola, Brittany!
El alegre tono de Ryder logra cambiar rápidamente mi ceño fruncido por una abierta sonrisa.
—¡Señora LOPEZ-Pierce!—brama Santana, que todavía habla con Finn mientras pasamos junto al mostrador del conserje.
No le hago caso.
—¡Buenos días, Ryder! ¿Qué tal?
—Muy bien, gracias. Hoy hace un día estupendo—señala hacia el exterior con la cabeza y al volverme veo que luce un sol espléndido—Que tenga usted un buen día, Brittany.
—Gracias.
Salgo al bochornoso exterior toda distraída y al instante me doy cuenta de que mi regalo de boda ha regresado por arte de magia del Lusso, aunque pronto me olvido de mi flamante Range Rover blanco al ver un Aston Martin.
—Sí, gracias, grandulón.
Santana cuelga, se dirige al maletero del coche extraño y guarda en él las maletas.
—¿Qué es esto?—pregunto señalando el DBS.
Cierra el maletero y se da unos golpecitos en la barbilla con aire pensativo.
—Creo que podría ser un coche.
—El sarcasmo no te pega, Diosa. ¿De dónde ha salido?
—De un garaje, para sustituir al mío hasta que lo encuentren—me coge del brazo y me insta a meterme en el vehículo.
—¿Todavía no han encontrado tu coche?
—No—responde tajantemente sin darme pie a insistir en el tema, aunque eso no logra detenerme.
—¿Qué tiene que hacer Steve?—pregunto, y veo que por unos instantes actúa con menos determinación.
—Nada—miente. Arqueo una ceja con recelo para que sepa que lo sé—Va a encargarse de algunas cosas por mí—añade, y me suelta mientras estira el brazo para abrocharme el cinturón.
Le golpeo las manos cuando empieza a ajustarme la cinta inferior sobre el vientre.
—¿Quieres parar ya?
Se las aparto y le cierro la puerta en toda la cara. Ella se queda cavilando al otro lado de la ventanilla, mirándome mal. Empiezo a desear que me lleve de verdad a casa de mi mamá. No sé si puedo soportar esto, y ni siquiera voy a intentar convencerme de que puede parar. Parece que dos bebés implican doble sobreprotección.
Sobreprotección de Santana.
Y sé perfectamente de qué va a encargarse Steve, y también sé que si Santana no le pegó una paliza es porque accedió a ocuparse del tema de las drogas que me echaron, y ahora también del accidente.
Me apoyo en el reposacabezas y me vuelvo un poco para ver cómo se acomoda y ajusta el asiento del conductor, acercándolo al volante para que quepan sus piernas.
—¿Por qué no vamos en mi coche?—pregunto señalando con la cabeza mi brillante bola de nieve.
Ella se queda quieta y me mira con el rabillo del ojo.
—No puedes conducir mucho.
Sonrío para mis adentros.
—No, pero podrías conducirlo tú.
Debería insistirle y obligarla a conducir el maldito tanque. Seguro que también es a prueba de balas.
—Sí, podría, pero ahora tengo éste—responde sin más, y arranca el motor y acelera para oír su rugido con una amplia sonrisa de satisfacción—Escucha eso.
Suspira, pisa el embrague y el coche se pone en marcha. A regañadientes, admiro el rugido gutural del DBS y observo a Santana admirando su magnífico perfil.
—Bueno, ¿adónde vas a llevarme?—pregunto mientras saco mi móvil del bolso.
—Ya te lo he dicho, a casa de tu mamá.
Pongo los ojos en blanco de manera teatral. Sé que preferiría meter la cabeza en agua hirviendo antes de ir a ver a mi mamá por su propia voluntad.
—Vale—suspiro, y me dispongo a llamar a Rachel.
—Dame tu móvil—acerca la mano para cogerlo—Nada de teléfonos.
—Tengo que llamar a Rach.
Me lo quita y lo apaga.
—Ya he llamado a todos los que tienen que saber que nos vamos, Rach incluida. Relájate, Britt-Britt.
No intento reclamarlo.
No lo quiero.
**********************************************************************************************
—Britt, Britt-Britt, despierta.
Abro los ojos, me estiro y mis manos chocan contra algo. Levanto la vista, confusa, y veo el techo del coche. Después mis ojos adormilados miran a un lado y se encuentran de frente con mi maravillosa controladora, que me sonríe alegremente.
—¿Dónde estamos?—pregunto frotándome los ojos.
—En Cornualles—se apresura a responder.
Mi cerebro registra al instante que necesito orinar.
—Ya vale—la reprendo. Estoy algo quejica también—Tengo que hacer pis.
Me vuelvo en mi asiento, cojo la manija para abrir la puerta y veo el entorno que nos rodea. Reconozco ese muro bajo que bordea el pequeño cementerio, y la pequeña cabaña en la que puedes entrar para tomar el sendero que lleva a la playa, y la mezcla de arena y hojas que se acumula en el pequeño canal. Me resulta familiar.
Demasiado familiar.
Me vuelvo hacia ella.
—¿No era coña?—miro otra vez, pero los trajes de buzo tendidos en el jardín que hay al otro lado de la carretera confirman mis temores—¿Vas a dejarme en casa de mi mamá?—digo reflejando lo herida que estoy.
Tal vez ella tampoco se vea capaz de soportar su ridícula sobreprotección y haya llegado a la conclusión de que, si deja que mis padres cuiden de mí durante este embarazo, probablemente se evite el infarto que va a sufrir a este paso. Y puede que esto también salve nuestro matrimonio, porque si seguimos así nos esperan unos cuantos meses de exceso de control por su parte y de exceso de resistencia por la mía, al menos hasta que esté demasiado gorda como para contraatacar. Me pondré como una ballena.
Gigante.
Enorme.
Gorda y preñada y en absoluto sexy.
Creo que voy a llorar.
Desliza la mano por mi cuello y me agarra de la nuca para que me vuelva hacia ella.
—No me amenaces con Cornualles.
Sonríe con malicia y me echo a llorar como una embarazada estúpida con las hormonas alteradas. A través de mis lágrimas irracionales, veo que su sonrisa se desvanece y es reemplazada por una mirada de preocupación.
—Britt-Britt, es una broma. Tendrían que matarme para apartarme de ti. Ya lo sabes.
Tira de mí, me coloca sobre su regazo y yo hundo la cara en su cuello sollozando como una tonta. Sé que me estoy comportando de una manera totalmente irracional.
Ella jamás me dejaría.
¿Qué coño me pasa?
—Britt, mírame.
Me sorbo los mocos y levanto a regañadientes la cabeza para dejar que vea mi cara cubierta de lágrimas.
—Voy a ponerme gordísima. ¡Enorme! ¡Son mellizos, San!
Mi engreimiento del hospital ha desaparecido. Toda mi idea de torturarlo con bebés gritones y con mis cambios de humor acaba de esfumarse. Mi cuerpo va a estirarse por todas partes.
Tengo veintiséis años.
No quiero tener pellejos colgando ni tampoco estrías. Jamás volveré a lucir lencería de encaje.
—Ya no...—no quiero ni pensarlo, y me cuesta un mundo decirlo.
—¿Te desearé?—dice terminando la frase por mí.
Sabe cómo me siento. Asiento ligeramente y me siento culpable por ser tan egoísta, pero cuando pienso en cómo me mira cada vez que me tiene en sus brazos, o cada vez que me mira, simplemente... no sé qué haría si jamás volviera a mirarme así.
La necesito.
Es una parte importantísima de nuestra relación.
—Sí.
He de ser sincera. Es uno de mis temores, junto con todos los demás que acompañan este embarazo.
Sonríe un poco, me coloca la mano en la mejilla y me la acaricia trazando suaves círculos con el pulgar.
—Britt-Britt, eso no va a pasar.
—¿Y cómo lo sabes? No sabes cómo te sentirás cuando tenga los tobillos hinchados y camine como si me hubieran metido una sandía a presión.
Se echa a reír con ganas.
—¿Así va a ser?
—Seguramente.
—Deja que te diga una cosa, Britt-Britt. Cada día que pasa te deseo más, y creo que llevas a mis hijos ahí dentro desde hace unas cuantas semanas—dice, y me acaricia la barriga suavemente con la otra mano.
—Todavía no estoy gorda—mascullo.
—No vas a engordar, Britt. Estás embarazada. Y además, pensar que tienes algo que forma parte de ti y de mí ahí dentro, calentito y a salvo, hace que me sienta tremendamente feliz y...—empuja lentamente las caderas hacia arriba—Hace que te desee aún más si cabe. Así que cállate y bésame, esposa.
Le lanzo una mirada cínica y ella me mira con expectación mientras sube la cadera de nuevo. Me excito al instante y prácticamente me abalanzo sobre ella, y en este mismo momento decido que no pienso dejar que eso suceda. Voy a hacer esos ejercicios pélvicos hasta que me ponga morada del esfuerzo. Y pienso ir a correr, y llevaré encaje cuando esté de parto.
—Mmm, ésta es mi chica—murmura cuando me aparto un segundo para que respire—Joder, Britt, me encantaría arrancarte esas bragas de encaje y follarte como una loca aquí mismo, pero no quiero montar un espectáculo.
—Me da igual—replico, y la ataco de nuevo.
Hundo la lengua en su boca y la agarro del pelo con fuerza. Acaba de decir que quiere follarme, y me da igual dónde estemos.
—Britt—forcejea conmigo entre risas—Para o no me hago responsable de mis actos.
—Tranquila, no te haré responsable—digo.
Tiro de su camiseta y me aferro a sus pechos.
—Joder, Britt—gruñe.
Casi la tengo, pero entonces oigo unos fuertes golpes en la ventanilla a mi lado. Me aparto al instante lanzando un grito ahogado de sorpresa e intento dominar mi casi indómita lujuria.
Nos miramos la una a la otra durante unos segundos, ambas jadeando, y después giramos la cabeza al unísono en dirección al cristal. Es un policía, y no parece muy contento. Santana me aparta de su regazo y me coloca rápidamente en mi asiento, donde empiezo a alisarme el pelo y me pongo de todas las tonalidades de rojo que existen. Ella esboza su sonrisa de pícara mientras observa cómo me arreglo.
—Así aprenderás—baja la ventanilla y dirige la atención hacia el poli—Disculpe, agente. Está embarazada. Las hormonas, ya sabe... No me quita las manos de encima—dice conteniendo la risa, mientras que yo resoplo indignada y le doy un golpe en el muslo. Santana se echa a reír, me coge la mano y me la aprieta—¿Lo ve?
El policía carraspea y se pone colorado.
—Sí..., bueno..., eh..., están en un lugar público—dice señalando a nuestro alrededor—Prosigan su camino.
—Hemos venido de visita.
Santana vuelve a subir la ventanilla para bloquear cualquier posible balbuceo y tartamudeo incómodo adicional del abrumado policía y vuelve su rostro socarrón hacia mí.
Está de buen humor.
Es una sinvergüenza, como siempre, pero adorable, encantadora y pícara.
—¿Preparada?
—Creía que íbamos a viajar en avión.
Me encanta Newquay, y estoy deseando ver a mis padres, pero lo que necesito en estos momentos es disfrutar de Santana para mí sola.
—Y lo haremos, después de contarle a mi encantadora suegra que va a ser abuela.
Baja del coche dejándome horrorizada. De repente se me han quitado las ganas de ver a mi mamá. Le va a dar algo. La puerta de mi lado se abre.
—Vamos, Britt.
Cierro los ojos e intento reunir algo de paciencia.
—¿Por qué me haces esto?—pregunto.
—Tienen que saberlo—me coge de la mano y tira de mí.
—No, lo que pasa es que te mueres por anunciarle a mi mamá de sólo cuarenta y siete años que va a ser abuela.
—Para nada—responde a la defensiva, pero la he pillado.
Le encanta buscarle las cosquillas. Cogiéndome de la mano, me guía por la entrada hasta la puerta del adosado de mis padres junto al mar.
—¿Cómo sabías dónde era?—digo.
Acabo de pensarlo. Nunca había venido.
¿O sí?
—Llamé y les pregunté la dirección, y creo que ése es el coche de tu papá—dice señalando el Mercedes—¿No?
—Sí—gruño.
Por lo visto, nos están esperando. Cuando llegamos a la puerta principal, Santana levanta mi mano, me la besa con dulzura y me guiña un ojo. Yo sonrío a la pícara irritante. De pronto, saca un par de esposas y nos las pone en las muñecas.
—¿Qué haces?—inquiero. Intento apartarme pero es demasiado tarde: sabe manejarlas perfectamente—¡San!
La puerta delantera se abre y tras ella aparece mi mamá, encantadora con un par de vaqueros piratas y un jersey de color crema.
—¡Ya ha llegado mi chica!
—¡Hola, mamá!—exclama Santana levantando nuestras manos esposadas y saludando con la mano con una sonrisa.
Sabía que iba a hacerlo, y aunque mi pobre mamá acaba de quedarse petrificada, no puedo evitar sonreír.
Está en modo travieso y juguetón, y me encanta.
Mi mamá se acerca nerviosa, inspecciona el terreno detrás de nosotras para comprobar que nadie lo ha visto y agarra a Santana del brazo y la empuja hasta el recibidor.
—Quítale esas esposas a mi hija, delincuente.
Santana se echa a reír y me las quita al instante. Mi mamá recupera rápidamente la sonrisa.
—¿Contenta?—pregunta Santana.
—Sí—le da un golpecito en el hombro y se acerca para estrecharme contra su pecho—Cuánto me alegro de verte, cariño. He preparado la habitación de invitados.
—¿Vamos a quedarnos?—pregunto aceptando su abrazo.
—Volamos por la mañana—me informa Santana—He pensado que sería mejor que viniéramos a hacerles una visita antes de que tu mamá piense que te impido verla.
Mi mamá me suelta y abraza a mi esposa.
—Gracias por traerla de visita—dice, y la abraza aún más fuerte.
Sonrío al ver cómo acepta su abrazo y pone los ojos en blanco. Todo esto no le gusta. Sé que preferiría tenerme en exclusiva todos los días de la semana, pero está haciendo un esfuerzo, y eso hace que la quiera aún más si cabe.
—Aprovéchate porque voy a secuestrarla por la mañana.
—Sí, sí, ya lo sé—dice mi mamá, soltándola—¡Joseph! ¡Ya están aquí! Voy a hacer té.
La seguimos hasta la cocina y echo un vistazo a la casa. Todo está limpio y ordenado, como siempre en casa de mis padres. No me crié en este lugar, pero mi mamá se ha propuesto crear aquí una réplica de la casa de mi infancia. Incluso hizo que derribaran una pared para unir la cocina y el salón y crear una sala familiar enorme.
Mi papá está sentado a la mesa de la cocina, leyendo un periódico.
—¡Hola, papá!—digo inclinándome por encima de su hombro, y le doy un beso en la mejilla.
Él se pone tenso como siempre que se enfrenta a un momento de afecto.
—Britty, ¿cómo estás?—cierra el periódico y le da un rápido beso en la mejilla a Santana, que ya se ha acomodado en la silla que hay junto a él—¿Aún te tiene alerta?
—Por supuesto—Santana me mira de soslayo y yo resoplo.
Voy al cuarto de baño y luego me siento a la mesa junto a mi papá y mi esposa y observo en silencio cómo charlan tranquilamente mientras mi mamá prepara té e interviene en la conversación de vez en cuando. Es una escena maravillosa, y si alguien me hubiera dicho que esto iba a suceder cuando me enrollé por primera vez con mi señora de La Mansión del Sexo, me habría reído en su cara. Jamás lo habría imaginado.
Me siento muy feliz.
—He pensado que podríamos ir a cenar a The Windmill—dice mamá mientras deja el té en la mesa—Iremos dando un paseo. Parece que hará buena noche.
Mi papá gruñe su asentimiento, probablemente ansioso por tomarse unas cuantas pintas.
—Buena idea—dice.
—Perfecto—conviene Santana.
Me pone la mano sobre la rodilla y me da un pequeño apretón.
Sí, es perfecto.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,..
pagaron el efecto karma las dos en el "accidente" por suerte salio todo bien!!!
bueno una parte de san salio al fin a la luz!!!!
a ver como va la visita a los suegros,.. amo a san y sus esposas jajajaja
a falta de uno tiene dos cacaguates jajajaja
nos vemos!!!
pagaron el efecto karma las dos en el "accidente" por suerte salio todo bien!!!
bueno una parte de san salio al fin a la luz!!!!
a ver como va la visita a los suegros,.. amo a san y sus esposas jajajaja
a falta de uno tiene dos cacaguates jajajaja
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
excelente maraton!, pobre san va a sufrir cuidando a britt y sus cacahuates!
lana66** - Mensajes : 60
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Me encanto el maratón!!!!!
Genial Britt y San van a tener mellizos!!! jajaja
Gracias
Genial Britt y San van a tener mellizos!!! jajaja
Gracias
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
3:) escribió:holap morra,..
pagaron el efecto karma las dos en el "accidente" por suerte salio todo bien!!!
bueno una parte de san salio al fin a la luz!!!!
a ver como va la visita a los suegros,.. amo a san y sus esposas jajajaja
a falta de uno tiene dos cacaguates jajajaja
nos vemos!!!
Hola lu, si =/ Jajjajaaj costo, pero ya va contando mas cosas de su pasado. Jajajajajajaja san terminara volviendo loca la mamá de britt, o al revés jajajajajaja. San no quería bbs, bn ai tiene dos no¿? ajajajajajajajaj. Saludos =D
lana66 escribió:excelente maraton!, pobre san va a sufrir cuidando a britt y sus cacahuates!
Hola, jajajaajaj buenos caps!. Jjajajajjaaj sip, la vrdd yo pienso igual xD pero ella quería bb, bn ai tiene dos! jajaajaj. Saludos =D
monica.santander escribió:Me encanto el maratón!!!!!
Genial Britt y San van a tener mellizos!!! jajaja
Gracias
Hola, jaajajajaj estuvieron buenos los caps, no¿? jajajaaaj. Bn!! se agrando al familia ajjajaajajaj. De nada, pero gracias a ti por leer y comentar! Saludos =D
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FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 22
Capitulo 22
—Ustedes primero—Santana sostiene la puerta abierta para que mi mamá y yo entremos—Joseph.
—Gracias, Santana.
Mi papá toma la delantera y nos guía hasta una mesa que hay junto a la chimenea, en la que hay dispuestas un montón de velas en vez de los típicos troncos y llamas que crepitan durante los meses de invierno.
—¿Qué quieren beber?—pregunta Santana mientras retira mi silla.
Cuando estoy a punto de sentarme, me detiene al ver que el asiento es de madera dura y que no tiene ningún almohadón. Me deja de pie y pronto la cambia por una de respaldo alto con reposabrazos tapizada en terciopelo verde oscuro que había cerca.
—Yo tomaré una copa de vino blanco—mi mamá se sienta con esmero y saca sus gafas para leer el menú.
—Yo una pinta de Carlsberg—dice mi papá.
—Y mi chica guapa ¿qué va a tomar?—pregunta Santana mientras me insta a sentarme sobre el asiento blandito.
—Agua, por favor—digo sin pensar, y mi mamá levanta la cabeza del menú inmediatamente.
—¿No bebes vino?—pregunta sorprendida mirándome por encima de las lentes.
Me revuelvo en mi asiento y noto que Santana se mueve nerviosa detrás de mí mientras me acerca un poco más la silla a la mesa.
—No, tenemos que levantarnos pronto—contesto como si tal cosa, y cojo un menú.
Acabo de recordar bruscamente la razón por la que estamos aquí. Qué pesadilla.
—Ah.
Sigue sorprendida, pero lo deja estar y se pone a señalar los platos especiales del menú.
Siento el aliento caliente de Santana en mi oreja. Por supuesto, me estremezco al instante. Aún me dura el calentón desde nuestro encuentro frustrado en el Aston Martin.
—Te quiero, Britt.
Me besa en la mejilla y yo me acerco para sentir su cara.
—Lo sé.
Nos deja en la mesa para ir a pedir las bebidas y veo cómo mi mamá le lee el menú entero a mi papá y después empieza a recitar los platos del día que aparecen escritos en las numerosas pizarras colgadas por el bar.
—¿Sabéis algo de Sam?—pregunto.
—Sí, nos ha llamado antes, cariño—me dice mi mamá—Dice que fueron a comer ayer. Qué bien. Le he dicho que iban a venir a vernos antes de irse de vacaciones, pero no sabía nada. Me sorprende que Santana no se lo dijera.
A mí no me sorprende, pero mi mamá parece totalmente ajena a la evidente hostilidad que hay entre mi hermano y mi esposa.
—Lo decidimos en el último momento—digo quitándole importancia—San debió de olvidar contárselo.
Me siento un poco culpable. No me costaba nada telefonear a Sam para decirle que iba a estar fuera de Londres unos días.
Un camarero deja una bandeja en la mesa ahorrándome así más preguntas. Todo el mundo coge su bebida y mis padres exclaman con entusiasmo al ver sus vasos llenos de alcohol. Miro mi vaso de agua con el mismo poco entusiasmo que siento por él y suspiro al ver la copa de vino de mi mamá.
—Bueno, ¿qué van a querer?—pregunta ella—Yo creo que voy a pedir la mariscada.
Me inclino sobre Santana para compartir su menú y dejo caer la mano sobre su rodilla. Me la coge y la besa distraídamente, sin apartar la vista de la carta.
—¿Qué te apetece, Britt-Britt?
—No lo sé.
—Yo voy a pedir mejillones con mantequilla de ajo—anuncia mi papá señalando la pizarra que muestra todos los sabrosos platos de marisco—Están deliciosos.
Se relame y le da un trago a la pinta. No sé qué hacer.
El marisco es obligatorio, sobre todo estando tan cerca del mar, pero ¿qué pido?
¿La mariscada, llena de almejas, mejillones, cangrejo y langostinos; o los mejillones cubiertos de mantequilla de ajo con pan calentito recién horneado?
Las tripas me rugen y me exigen que las llene.
—No me decido.
—Dime qué te apetece y yo te ayudo—Santana me mira y espera a que la ilumine con mi dilema.
—Mejillones o mariscada—digo.
Los ojos se le salen de las órbitas.
—¡Ni una cosa ni la otra!—exclama llamando la atención de mis padres, que se detienen a medio trago.
—¿Por qué?—me vuelvo y la miro con el ceño fruncido, pero al instante me doy cuenta. Ha leído algo al respecto en ese maldito libro—¡Venga ya, San!
Niega con la cabeza.
—De eso, nada, Britt-Britt. Ni hablar. El pescado contiene mercurio, que puede afectar al sistema nervioso del feto. Ni se te ocurra desobedecerme en esto.
—¿Vas a dejarme comer algo?—digo totalmente enfurruñada.
Me encanta el marisco.
—Sí. Pollo, ternera. Tienen muchas proteínas, y eso es bueno para nuestros pequeños.
Protesto con frustración y cojo mi vaso de agua. Voy a volverme loca. Para cuando lleguen estas criaturas estaré tomando Prozac. Estoy tan ocupada con mi pataleta que tardo unos momentos en fijarme en la cara de asombro de mis padres al otro lado de la mesa.
¡Ay, mierda!
—Hazlo con estilo, Britt—murmura Santana dejando el menú sobre la mesa.
La miro con incredulidad.
¿Yo?
—¿Estás embarazada?—espeta mi mamá cuando por fin asimila el exceso de información.
—¿Britty?—insiste mi papá al ver que sigo mirando a Santana, que permanece con la vista fija en el menú que acaba de soltar.
Respiro hondo y trago saliva. No hay escapatoria. Sé que Santana jamás habría permitido que nos fuésemos de Newquay sin decírselo.
—Sorpresa—susurro en un débil intento de restarle importancia.
—¡Pero Brittany Santana no te pude embarazar¡
¿Brittany?
Sí, estoy siendo regañada.
—Me sometí a un tratamiento de inseminación, con los óvulos de Santana.
—¡Pero si llevan casadas cinco minutos!—exclama mi mamá—¡Cinco minutos!
Miro cómo mi papá le apoya una mano en el brazo para calmarla, pero eso no va a detenerla. Sé que va a ponerse histérica y, si lo hace, Santana se pondrá hecha una furia. No me la imagino aguantando un sermón de mi mamá. Pero tiene razón. Sólo llevamos casados unas semanas. No son cinco minutos, pero sigue siendo poco tiempo. No me atrevo a decirle de cuánto estoy, tendría que decirle que me sometí al tratamiento para quedar embarazada apenas conocí a Santana. Ya le costó asimilar el hecho de que me casase con ella tan de prisa, a pesar de las artimañas de Santana por ganárselos y por conseguir la aprobación de mi papá.
Permanezco en silencio, Santana y Joseph también, pero mi mamá no. Nada de eso: acaba de empezar. Lo sé por cómo coge la copa de vino y por cómo respira hondo para tomar aire. Y entonces empiezo a preocuparme porque abre unos ojos como platos y dirige la vista hacia mi mujer.
—Se casarón de penalti, ¿verdad? ¡Te casaste con ella porque tenías que hacerlo!
—¡Gracias!
Me echo a reír pensando en lo ofensivo que me resulta que diga algo así. No piensa con claridad, y está empezando a decir un montón de idioteces. A pesar del poco tiempo que ha pasado con nosotras, sabe perfectamente lo que sentimos la una por la otra.
—Whitney—dice Santana, muy seria. Le tiembla la mandíbula. Me temo lo peor—Sabes que eso no es verdad.
Parece muy calmada, pero detecto la irritación en su tono, y no la culpo. Se siente insultada, y yo también.
Mi mamá resopla un poco, pero mi papá interviene antes de que pueda responderle.
—¿Cuándo se casarón aún no lo sabían?
—No, después de un tiempo tomamos la decisión de someternos al tratamiento para que yo quedara embarazada, pero pensamos que no funcionaria, ya que toma mucho tiempo y no siempre funciona la primera vez—me apresuro a contestar, y agarro mi vaso con las dos manos para evitar que mi reflejo natural me delate.
Las dos lo sabíamos perfectamente, aunque yo lo negara.
—Vaya—suspira mi papá.
—No me lo creo—protesta Whitney—Una novia embarazada sólo indica una cosa.
—Bueno no se lo digas a nadie—le espeto.
Estoy muy cabreada con mi mamá y por la reacción que ha tenido. No la culpo.
Es una sorpresa, más grande de lo que se imagina, pero ¿cómo se atreve a decir que nos casamos apresuradamente porque estaba embarazada?
Y si yo estoy furiosa, me imagino cómo debe de sentirse Santana. Está temblando, totalmente tensa, y cuando me coge la mano izquierda y empieza a darle vueltas a mi anillo de boda sé que está a punto de avasallar a mi mamá. Se inclina hacia adelante y cierro los ojos.
—Whitney, no soy una puta cría de dieciocho años a la que la obligan a hacer lo correcto después de haber tomado una decisión importante con su chica—no le está rugiendo a mi mamá, pero cuando abro los ojos para evaluar a qué nivel de ferocidad nos estamos enfrentando, veo que se esfuerza por no arrugar el labio—Tengo treinta y ocho años. Britt es mi mujer, y no voy a permitir que se agobie ni que se entristezca, así que puedes aceptarlo y darnos tu bendición o seguir así, en cuyo caso me llevaré a mi esposa a casa ahora mismo.
Sigue haciendo girar mi anillo y, aunque acaba de poner a mi melodramática mamá en su sitio con bastante brusquedad, tengo ganas de besarla. Y de darle un bofetón también.
¿No quiere que me agobie?
Tiene gracia viniendo de ella.
—Bueno, vamos a calmarnos todos un poco, ¿de acuerdo?—dice el mediador de mi papá, tan tranquilo como siempre.
Además de incomodarle el afecto, tampoco le gustan los enfrentamientos. Le lanza a mi mamá una mirada de advertencia, algo raro en él, ya que sólo lo hace con su mujer cuando lo considera absolutamente necesario. Y definitivamente esta situación lo requiere, porque si mi mamá no se controla, Santana se abalanzará sobre ella. Hasta el momento ha sido increíblemente tolerante, aunque lo cierto es que ella también lo ha sido con mi mujer imposible.
—Britty—mi papá me sonríe desde el otro lado de la mesa, todavía con la mano en el brazo de su mujer para indicarle de manera sutil que cierre la boca—¿Cómo te sientes al respecto?
—Bien—respondo rápidamente, y Santana me aprieta la mano. Tengo que encontrar otra palabra—De maravilla. No podría estar más feliz—digo devolviéndole la sonrisa.
—Bueno, entonces ya está. Están casadas y tienen estabilidad económica—se echa a reír. Es bastante gracioso decir que Santana tiene estabilidad económica—Además, son adultas, Whitney. Hazte a la idea: vas a ser abuela.
Me siento bastante avergonzada. Después de lo que acaba de suceder, cualquiera diría que somos un par de adolescentes. Le sonrío a Santana como disculpándome y ella sacude la cabeza, exasperada.
—¡No pienso ser una «abuela»!—espeta mi mamá—Tengo cuarenta y siete años—se atusa el pelo—Pero no me importaría ser una «abu»—musita mientras considera la opción.
—Puedes ser lo que te dé la gana, Whitney.
Santana vuelve a coger el menú haciendo un esfuerzo evidente por dejar la cosa ahí. Sé que se muere por decirle cuatro cosas más.
—¡Deberías vigilar tu lenguaje, Santana López!—replica ella. Se inclina por encima de la mesa y baja la parte superior de su menú, pero ella no se disculpa—¡Un momento!—chilla de pronto.
—¿Qué pasa?—pregunta mi papá.
La mirada de mi mamá oscila entre Santana y yo una y otra vez hasta que la fija en Santana, que la mira con las cejas enarcadas, esperando a que nos diga qué pasa.
—Han dicho «pequeños», en plural. Han dicho «nuestros pequeños».
—Son mellizos—Santana sonríe alegremente, y toda la irritación y el resentimiento desaparecen en un segundo. Me frota el vientre con suavidad—Son dos bebés. Dos nietos.
—¡Por todos los santos!—mi papá se echa a reír—Eso es algo muy especial. ¡Enhorabuena!
Su pecho se hincha de orgullo y me hace sonreír.
—¿Mellizos?—interviene mi mamá—¡Ay, Britty, querida! Vas a acabar agotada. ¿Cómo vas a...?
—No, no se agotará—la corta Santana bruscamente antes de que haga que tenga ganas de abalanzarse sobre ella de nuevo—Me tiene a mí.
Mi mamá vuelve a sentarse y cierra la boca, y yo me derrito con un leve suspiro.
Sí, lo tengo a ella.
—Y nos tienes a nosotras, querida—añade mi mamá con cariño—Lo siento mucho. Es que no me lo esperaba—se inclina y me ofrece la mano. La acepto—Siempre estaremos ahí.
Sonrío, pero al instante me doy cuenta de que en realidad no estarán ahí. Viven a kilómetros de Londres, y puesto que no contamos con la familia de Santana, no podré llamar a los abuelos para acercarme y poder relajarme aunque sea por una hora. No podré ir a casa de mi mamá a tomar un té mientras charlamos para que pueda ver a sus nietos.
Santana me aprieta la mano y me saca de mis tristes e inesperados pensamientos. La miro y ella me mira directamente a los ojos.
—Me tienes a mí—reafirma como si me estuviera leyendo la mente.
Probablemente lo haya hecho. Asiento y trato de convencerme de que ella es todo cuanto necesito, pero con dos bebés a los que cuidar y con Santana en La Mansión, me veo bastante sola. La interacción con adultos será limitada porque, admitámoslo, salir por ahí con dos criaturas va a ser complicado, así que dependeré prácticamente de las visitas que me hagan.
—¿Ya lo tienen?
Levanto la vista y veo a una camarera armada con una libreta y un bolígrafo lista para anotar nuestros pedidos. Sonríe alegremente, y le sonríe alegremente a Santana.
—Yo tomaré el filete, por favor—digo colocándole la mano sobre la rodilla a mi esposa como por instinto para marcarla.
La camarera no hace ademán de escribir nada ni tampoco me pregunta cómo lo quiero, sino que sigue ahí plantada, haciéndole ojitos a mi diosa y recorriendo con la mirada su magnífico cuerpo con todo el descaro del mundo.
—Yo tomaré el filete—repito, esta vez sin el «por favor»—Al punto.
—¿Disculpe?
Finalmente la chica aparta los ojos de Santana, que se esfuerza por contener la risa mientras finge estar leyendo el menú.
—El filete. Al punto. ¿Quieres que lo anote yo?—pregunto de mala leche.
Santana se ríe por lo bajo.
—Ah, claro—empieza a escribirlo—¿Y ustedes?—pregunta entonces mirando a mis padres.
—Mejillones para mí—gruñe mi papá.
—Y la mariscada para mí—canturrea mi mamá—Y otra copa de vino—añade levantando la suya vacía.
La camarera lo apunta todo y se vuelve hacia Santana de nuevo. Sonríe otra vez.
—¿Y para usted, señorita?
—¿Qué me recomiendas?—dice Santana mientras le sonríe con esa sonrisa reservada sólo para las mujeres, lo que la obliga a retroceder unos cuantos metros.
Pongo los ojos en blanco y veo cómo se toquetea la coleta y se pone como un tomate.
—El cordero está muy bueno.
—Tomará lo mismo que yo—intervengo. Recojo todos los menús y se los entrego con una dulce sonrisa falsa—Al punto.
—¿Sí?—mira a Santana esperando su confirmación.
—Lo que diga mi esposa—se inclina y me rodea los hombros con el brazo, pero con la mirada fija en la camarera—Siempre hago lo que me manda, así que por lo visto hoy comeré filete.
Resoplo, mi mamá y mi papá se echan a reír, y la camarera se derrite sobre su libreta, probablemente deseando tener también una diosa que la obedezca.
Esto es increíble.
Se aparta y se guarda el bolígrafo y la libreta en el bolsillo del delantal.
—Eres imposible—digo, y mis padres ríen y miran con aprecio a Santana mientras me mordisquea el cuello—¿Desde cuándo haces lo que yo te mando?
—Britty, eso ha estado muy feo—me reprende mi mamá—Santana puede comer lo que quiera.
—Tranquila, Whitney—dice ella, y continúa chupeteándome el cuello un poco más—Britt sabe lo que me gusta.
—Te gusta ser imposible—bromeo, y me rasco suavemente la cara contra la suya.
—Me gusta cuando te pones posesiva—me susurra al oído—Ojalá pudiera tumbarte sobre la mesa y follarte como un animal.
No me avergüenza ni me sonroja que haya dicho esas palabras tan directas sin importarle lo más mínimo quiénes nos acompañan. Sé que sólo las he oído yo. Me vuelvo hacia ella y pego la boca a su oreja.
—Deja de decir la palabra «follar» a menos que vayas a follarme.
—Vigila esa boca.
—No.
Se echa a reír y me da un mordisco en el cuello.
—Ya te vale.
—¡Brindemos!—el tono alegre de mi papá interrumpe nuestro momento privado—¡Por los mellizos!
—¡Por los mellizos!—canturrea mi mamá, y todos hacemos chocar nuestros vasos conscientes de que voy a ponerme tremendamente gorda.
Disfruto de mi filete, aunque no puedo dejar de mirar con anhelo al otro lado de la mesa, donde mis padres engullen con avidez su delicioso marisco.
Más tarde, Santana paga la cuenta y regresamos a casa dando un paseo. Mi mamá va explicándole a Santana todos los rincones mientras caminamos.
Al llegar, mi papá se sienta junto a la ventana en su sitio de siempre, armado con el mando a distancia, mientras que mi mamá pone agua a hervir.
—¿Quieren un té antes de acostarnos?—pregunta.
Santana me mira desde el otro lado de la cocina y me pilla bostezando.
—No, voy a llevarme a Britt a la cama. Vamos, Britt-Britt—se acerca, me apoya las manos sobre los hombros y me dirige fuera de la cocina. No ofrezco resistencia—Dale las buenas noches a tu mamá.
—Buenas noches, mamá.
—Sí, acuéstense ya. Tienen que madrugar mucho—dice mientras enciende el hervidor.
—Dale las buenas noches a tu papá—me ordena Santana mientras pasamos por el salón.
—Buenas noches, papá.
—Buenas noches a las dos.
Mi papá ni siquiera aparta la vista del televisor. Santana me empuja por la escalera y me guía por el pasillo hasta que llegamos a la habitación de invitados, donde empieza a desnudarme.
—Ha estado bien—digo mientras me quita el vestido por la cabeza.
—Sí, pero tu mamá sigue siendo una pesadilla—responde ella secamente—Dame la muñeca.
Le ofrezco la mano y observo cómo me quita el Rolex y lo deja sobre la mesilla de noche.
—Has vuelto a hacerla callar—digo sonriendo.
Acerca las manos a mi cuello y empieza a deshacerme el nudo del pañuelo de encaje.
—Ya aprenderá—me quita el pañuelo y el diamante queda expuesto. Sonríe y me lo coloca recto—¿Tienes ganas de pasar unos días de contacto constante?
—Me muero de ganas—respondo sin vacilar, y empiezo a desabrocharle los botones de la camisa.
Es la verdad. Ha sido una noche estupenda, pero no me encontraré en el séptimo cielo de Santana hasta que estemos solas. Le deslizo la prenda por los hombros y suspiro.
—Eres demasiado perfecta.
Me inclino para besarle entre los pechos y me quedo un rato con los labios pegados a su piel.
—Lo sé—coincide sin broma ni sarcasmo.
Lo sabe, la muy arrogante. Dejo caer su camisa y empiezo a desabrocharle el sujetador y lo dejos caer también. Luego le desabrocho los vaqueros. Después deslizo las manos por su espalda y desciendo hasta la solidez de su trasero.
—Me encanta esto—digo clavándole las uñas.
—Lo sé—vuelve a coincidir, y me saca una sonrisa.
Cuando llego hasta sus muslos, deslizo la mano hacia adelante y le agarro el sexo fuerza.
Está húmeda, tal y como esperaba.
—Y ya sabes lo mucho que me gusta esto.
Inspira con los dientes apretados y se aparta, pero yo sigo agarrándolo.
—Britt, Britt-Britt, no pienso tomarte bajo el techo de tu mamá.
—¿Por qué?—digo haciendo pucheros—Estaré calladita—continúo entrando en modo seductora.
Me mira poco convencida, y hace bien. No puedo garantizar eso.
—No creo que seas capaz.
Me pongo de rodillas para desatarle los cordones de las zapatillas y ella levanta un pie y luego el otro para que se los quite junto con los calcetines. Agarro la cintura de sus pantalones y se los bajo por las piernas lentamente.
—Te sorprenderías de lo que soy capaz de hacer. Arriba—le doy un golpecito en el tobillo.
—Quieres decir que me sorprendería de lo que soy capaz de hacer que hagas—levanta el pie para que le quite los vaqueros y las bragas—Pero yo nunca me sorprendo. Sé qué efecto tengo en ti, Britt.
Suena engreída, pero sus palabras son totalmente ciertas, aunque no se lo digo, claro. No hace ninguna falta. En lugar de alimentar su tremendo ego, me inclino y le beso el empeine. Después muevo los labios hacia su tobillo y empiezo a trazar círculos con la lengua y a besarle la pierna en dirección ascendente.
Me tomo mi tiempo.
Apoyo las palmas abiertas en la parte anterior de sus muslos para sentir su calor mientras mi boca recorre cada centímetro de su piel desnuda, pero pronto llego hasta su cuello, a pesar de mi determinación de alargar la cosa lo máximo posible. Inspiro su aroma y besar su barbilla, que está más elevada que de costumbre porque está mirando al techo.
—¿Qué pasa?
—Estoy intentando controlarme—dice con voz grave.
—No quiero que lo hagas.
—No digas eso, Britt—me advierte.
—No quiero que lo hagas—repito con voz grave y gutural mientras le muerdo el cuello.
Actúa de prisa. Me enrosca el brazo alrededor de la cintura y me empotra contra la pared más cercana con un gruñido.
Estoy extasiada.
Intento hacerme la dura, pero mis labios se separan y empiezo a exhalar jadeos de sorpresa.
—Estás haciendo algo de ruido—señala tranquilamente mientras me sujeta por un lado de la cara y pega la boca a mi oreja.
Cierro los labios, aprieto los ojos con fuerza y apoyo la cabeza contra la pared. Tengo que centrarme, porque me lo va a poner difícil, aunque sé que no me va a dar con fuerza.
—Escúchame bien—me desabrocha el sujetador mientras sigue sujetándome de la mejilla y habla con la boca pegada a mi oreja—Parece que a tus padres les caigo bien. No lo fastidies.
Joder, mi seguridad flaquea por momentos.
Maldita sea, ¿por qué no reservó un hotel?
Me muerdo el labio con fuerza decidida a no hacer ruido mientras me despega el sujetador de encaje del cuerpo y lo tira al suelo. Después se inclina y toma mi pezón en la boca, sorbiendo la pequeña protuberancia suavemente hasta que está totalmente erecta. Golpeo la cabeza contra la pared, con el rostro contraído, intentando contener un gemido de placer.
No lo consigo.
—Jodeeeerrrr—gruño golpeando contra la pared de nuevo.
—En fin—dice pegando los labios a mi boca rápidamente—No puedes controlarlo, ¿verdad?
Sacudo la cabeza sin ningún pudor, dándole la razón.
—No.
—Y eso confirma lo que ambas sabemos, ¿verdad?
Menea las caderas desnudas hacia arriba, obligándome a ponerme de puntillas para intentar evitar el roce que hará que pierda por completo el control.
—Sí—jadeo agarrándome a sus hombros descubiertos.
—¿Y qué es, Britt?
Me muerde el labio y lo mantiene entre sus dientes ligeramente mientras espera a que le dé la respuesta que ambas conocemos.
—Tú tienes el poder—confirmo.
Sus ojos brillan con aprobación y me inclino para acariciarla, pero ella se aparta de mí negando con la cabeza suavemente.
—Acabamos de aclarar quién tiene el poder—me aparta la mano—Y debo salvaguardar mi actual posición favorable con tus padres, así que vas a estarte calladita—me mira esperando claramente que le confirme que lo entiendo. Y lo entiendo perfectamente, pero no puedo garantizar que no vaya a hacer ruido—¿Puedes estar calladita, Britt?
—Sí—miento.
Me ha tendido una emboscada con su autoridad, y no voy a decir que no si al hacerlo va a meterme en la cama para que nos limitemos a acurrucarnos. Este embarazo está haciendo que tenga las hormonas disparadas. Estoy más desesperada que nunca, si es que eso es posible.
Parpadea vagamente y una sonrisa casi imperceptible empieza a formarse en su rostro. Levanta la mano y retira la mía de mi pelo.
—Me parece que tenemos un problema—susurra—No te muevas.
Se aparta y me entran ganas de gritarle, pero después coge algo y camina hacia mí de nuevo, ocultando lo que ha cogido detrás de la espalda. Estoy nerviosa, retorciéndome, y siento una tremenda curiosidad por saber qué está escondiendo, aunque no deja que sufra por mucho tiempo. Saca las manos y veo que sostiene mi pañuelo de encaje. Se envuelve los puños con él y tira con fuerza. Aprieto los dientes, y los muslos. De hecho, todos mis músculos se han tensado considerablemente al pensar en el uso que va a darle al complemento.
Sé que no va a vendarme los ojos.
—Creo que a éste vamos a llamarlo un polvo en silencio—me acerca el pañuelo a la boca y lo hunde entre mis labios—Mantén la lengua relajada—me ordena con suavidad mientras me rodea la cabeza con la prenda y la ata con firmeza, aunque no demasiado tensa—Cuando sientas la necesidad de gritar, muerde el pañuelo, ¿entendido?
Asiento, y mi mirada la sigue mientras se agacha y me quita las bragas. Da igual que no pueda hablar, porque se me ha quedado la mente en blanco. No se me ocurre nada que decir, sólo puedo pensar en lo que está por venir. Y puede que una pequeña parte de mí se pregunte si ha amordazado a alguien antes.
Seguramente sí.
Las probabilidades son elevadas.
La idea no me hace gracia, pero mi estado de sumisión evita que siga con ese hilo de pensamiento (eso, y la lengua caliente que asciende por la parte interior de mi pierna). No quiero gritar, pero muerdo el pañuelo de todos modos, cierro los ojos y siento cómo mi corazón late a un ritmo constante en mi pecho. Estoy sorprendentemente relajada. Santana respira de manera agitada en mi oído mientras entrelaza los dedos con los míos, me levanta las manos y me las pega contra la pared que tengo detrás mientras me besa la piel sensible de la parte interior del brazo dolorosamente despacio.
Se está tomando su tiempo.
Empiezo a temer que sólo vaya a gritar de impaciencia.
—Creo que vamos a hacer esto tumbadas—dice.
Su tono de voz seguro me hace rogar por el control mientras baja nuestras manos, con los dedos aún cruzados, y empieza a caminar hacia atrás animándome a seguirla, aunque no es necesario: seguiría a esta mujer allá adonde fuera, ya sea a la cama o al fin del mundo.
Se inclina, me coge en brazos y se arrodilla sobre la pequeña cama doble para colocarme encima de ella con suavidad. Me besa la punta de la nariz, me aparta el pelo de la cara y me pone ligeramente de lado, con una pierna levantada y flexionada para poder sentarse a horcajadas sobre la que sigue extendida encima de la cama. Se inclina hacia adelante apoyándose en una mano y sujetándome la pierna en alto con la otra, controlando lo que hace y acercándose hasta quedarse a unos milímetros de mi abertura. Si pudiera gritaría, pero me limito a agarrarme a la cabecera de la cama. Arqueo la espalda, pero ella no se mueve.
Es una tortura.
—Britt—dice besándome el pie—No hay nada mejor que esto.
Se une lentamente y junta nuestros sexos, inclina la cabeza hacia atrás y me siento obligada a mirar. Supero la tremenda necesidad de cerrar los ojos de pura dicha para poder verle la cara. Tensa la mandíbula, me agarra el tobillo con más fuerza, apoya la mano libre en mi cintura y en su torso se marcan las líneas de todos sus músculos definidos, y sus pezones están muy duros. Quiero tocarla, pero estoy inmovilizada por el placer.
Es verdad: nada puede, ni podrá jamás superar esto. Es angustiosamente delicioso, y estoy por completo paralizada, por completo cautivada y enamorada de ella hasta las trancas.
—¿Te gusta lo que ves?—pregunta mientras se mueve lentamente.
Estaba tan concentrada en el movimiento de sus músculos que no me he dado cuenta de que ha bajado la cabeza y me está observando. Me amordaza, me inflige todo este placer y ahora espera lo imposible.
¿Quiere que conteste?
No hace falta, sabe la respuesta perfectamente, pero asiento de todos modos. No sonríe ni muestra aprobación alguna a mi respuesta. Se limita a seguir moviendose en mí poco a poco, como si me estuviera recompensando por mi respuesta silenciosa.
—A mí también me gusta lo que veo.
Me regala un golpe preciso de sus caderas. Tal vez no pueda gritar de placer, pero puedo gemir, y lo hago.
Se mueve lentamente y a continuación vuelve a moverse más fuerte. Está empezando a alcanzar un ritmo estable. Permanece controlada, exacto y totalmente poderosa, pero sin la fuerza que sé que es capaz de alcanzar.
Está dispuesta a demostrarme que no es necesario hacerla con rudeza, con la rudeza que creo necesitar y que no sé si necesitaría de no estar embarazada. Me está concediendo un capricho.
Me está consintiendo.
Y puedo sobrevivir con esto durante los próximos meses.
Gimo de nuevo mientras ella empuja, y cuando siento que sus dientes se hunden en mi tobillo, echo la cabeza atrás y unos calurosos calambres recorren todo mi cuerpo, erizando mi piel y concentrándose intensamente entre mis piernas.
—Está perdiendo el control—jadea, y se eleva un poco más sobre sus rodillas, arrastrando la parte inferior de mi cuerpo consigo.
Empiezo a sacudir la cabeza, a agarrarme con más fuerza a la cabecera y a retorcer mi cuerpo para tratar de incorporarme, pero mi intento es en vano.
Jamás lograré vencerlo.
Me sujeta con firmeza de la cadera y me mantiene donde quiere que esté.
—No te resistas, Britt.
Arremete con fuerza pero con cuidado. Aunque está muy lejos de alcanzar la potencia de la que es capaz, sigue siendo delicioso.
No la necesito.
La ansío.
Hay una gran diferencia, pero ha alimentado mi deseo insaciable y ahora la espero.
Vuelve a moverse. Intento incorporarme de nuevo pero no sirve de nada. Jamás lo lograré, sólo conseguiré agotarme, y quiero reservar mis energías para la explosión que se está acercando. Muerdo el pañuelo y dejo escapar un grito ahogado.
—¿Hago que te sientas cómoda, Britt-Britt?—pregunta con evidente engreimiento mientras se mueve a un ritmo constante.
No la miro.
Cierro los ojos y centro la atención en los fuertes latidos de mi sexo. Me exige que lo controle. Me está dominando, y aunque lo hace de una forma lenta y casi sin esfuerzo, está muy dentro de mí y es muy placentero, así que voy a estallar.
—Lo estás haciendo bien, Britt—menea la cadera—Mi seductora se está volviendo más fuerte.
Se mueve de nuevo, mueve la cadera. Gimo y me agarro con fuerza a la cabecera. El flujo de su cuerpo en el mío es inconcebiblemente delicioso.
Qué gusto.
¡Joder!
Intento gritar su nombre pero sólo consigo emitir un aullido sofocado e inaudible.
—¡ Britt!—susurra sonoramente—¡Cierra la boca!
A esa dura orden le sigue un movimiento menos controlado de sus caderas que me obliga a gritar de nuevo, pero el sonido es igualmente indescifrable. Empiezo a alcanzar la cúspide del placer. Acerca la boca a mi pierna, me clava los dientes en ella y comienza a acariciarme el clítoris con el pulgar.
Ya está.
Trago saliva.
Mi cuerpo forma un rígido arco y los espasmos se apoderan de todos mis músculos. Muerdo con fuerza el pañuelo de encaje. Si pudiera hablar, no pararía de decir palabrotas de placer, así que por suerte para ella no puedo hacerlo.
Estoy temblando y gimiendo.
Santana sigue moviéndose en mí, mientras continúa mordiéndome el tobillo. Estoy liberando el placer, pero parece no detenerse nunca. Me siento tremendamente agradecida cuando finalmente me suelta la pierna y puedo tumbarme boca arriba. Estoy agotada, aunque mis músculos siguen contrayéndose sin parar, mientras Santana continúa moviéndose en mi y se acomoda entre mis muslos.
—¿Te ha gustado?—pregunta con las cejas enarcadas con confianza mientras me mira.
Yo asiento y cierro los ojos a pesar de lo desesperada que estoy por mantenerlos fijos en su maravilloso rostro húmedo. También quiero tocar su pelo y tirar de él, pero tengo los brazos soldados a la cabecera.
—Ni te imaginas la satisfacción que siento al ver cómo te deshaces bajo mi tacto—susurra.
Abro los ojos brevemente y veo cómo eleva su torso, apoyado sobre sus brazos. No intenta rozarme, parece contentarse con planear sobre mí. Al cabo de unos instantes sigue en la misma postura. Me obligo a abrir bien los ojos. Me está mirando, esperando a que lo haga.
—Ha vuelto.
Sí, apenas, y sigue contrayéndose.
Intento decir algo. Mi mente extenuada había olvidado que estoy amordazada, pero en cuanto me doy cuenta de mi limitación, convenzo a mis brazos para moverse y permitirme atrapar su cara entre las palmas de mis manos. Gira la cabeza y me besa la palma antes de apoyarse sobre sus hombros y meter los dedos bajo el pañuelo para bajármelo por la barbilla hasta dejarlo alrededor de mi cuello. Ya puedo hablar y, curiosamente, ahora ya no quiero decir nada. Sostengo el rostro de Santana y absorbo la felicidad que emana de sus preciosos ojos oscuros y no necesito hacer nada más.
—Quiero besarte—declara, pero aunque su proclamación me resulta muy dulce, está a años luz de su típico «bésame», lo que probablemente explique mi ceño fruncido.
Los ojos de Santana brillan con diversión.
—¿Ah, sí?
—Ajá—me pasa el pulgar por el labio inferior y observa atentamente—Sí, mucho.
—Puedes besarme.
Estar amordazada ha hecho que se me seque la garganta y mi voz es áspera y grave. Su dedo alcanza la comisura de mi boca y empieza a recorrer mi labio de nuevo hacia el otro extremo.
—No te estoy pidiendo permiso—cierra los ojos y los vuelve a abrir, fijándolos directamente en mí—Sólo pensaba en voz alta.
—¿Y si dejas de pensar y actúas?
Elevo las caderas para mostrarle que me gustaría que me hiciera algo más que besarme. Sus movimientos van a hacer que vuelva a calentarme. Sigo palpitando.
—¿Me está dando usted órdenes, señora López-Pierce?
—¿Me está rechazando, señora Pierce-López?
—No, pero...
—Ya sé quién tiene el poder—la interrumpo, y ella me sonríe con picardía mientras se agacha, pega los labios a los míos y toma lo que estoy tan dispuesta a darle.
—Jamás había probado nada tan delicioso—menea las caderas y sacude mis restos de placer.
—¿Ni siquiera un pastelito de Britt?—le pregunto pegada a su boca húmeda y exuberante.
—Ni siquiera—confirma dándome besos por la cara hasta llegar a mi oreja—Ni siquiera la mantequilla de cacahuete—murmura, baja el brazo y me rodea la rodilla con él. Tira de mi pierna flexionada hacia arriba y hunde el puño en el colchón de manera que mi pierna envuelva todo su brazo—No hay nada tan puro...—me chupa el lóbulo—, tierno...—me lo mordisquea—, y desnudo...—dice, y tira de mi carne con los dientes. Me estremezco mientras me besa la mejilla y hunde la lengua en mi boca—Como mi Britt—termina con un susurro—Mi pura, tierna y desnuda Britt. Y voy a tenerla tres días enteros... toda... para... mí.
Sonrío pegada a sus labios, hundo los dedos en su pelo y no puedo evitar darle un tironcito juguetón mientras ella gruñe y me bendice con esas exquisitas y maravillosamente diestras caderas.
Me mueve rápidamente, con firmes embestidas, y luego se con suavidad. Yo suspiro y ella gruñe, pero no tengo intención de volver a correrme. Podría hacerlo, pero no quiero. Quiero concentrarme en ella, de modo que recibo sus movimientos con los míos, asegurándome de ofrecerle un contacto y un placer óptimos. Cuando noto que sus músculos se tensan alrededor de mi cuerpo, sé que está a punto, de modo que la beso con más intensidad, le tiro del pelo con algo más de fuerza y gimo. Está cerca y, cuando se aleja lanzando un grito ahogado, sé que quiere verme los ojos. Mis manos se desplazan directamente a su cuello. El pulso de la vena de su cuello va en consonancia con su respiración agitada. Nuestras miradas se encuentran, la suya cargada de deseo y la mía llena de entrega.
—Se me va a salir el corazón—murmura embistiéndome una última vez y permaneciendo ahí mientras inhala con dificultad y empieza a temblar—Joder, qué gusto.
Yo no me corro, pero eso no evita que jadee ligeramente y que tenga que esforzarme por controlar mi propia respiración. Le rodeo la cintura con los muslos y elevo los brazos a sus hombros para tirar de ella hacia mí. La beso intensamente e invado su boca con ansia mientras su cuerpo tiembla y se sacude.
—¿Te ha gustado?—le pregunto pegada a su boca.
Ella continúa besándome y me muerde la lengua ligeramente.
—Joder, no hagas preguntas estúpidas—me advierte, muy seria.
Después se aparta, se tumba boca arriba y levanta el brazo instándome a ocupar mi sitio preferido. Mis dedos se posan sobre su cicatriz y empiezan a recorrerla de un lado a otro mientras ella me estrecha entre sus brazos con fuerza y aspira mi cabello.
—¿Estás bien?
—Joder, no hagas preguntas estúpidas—digo sonriendo pegada a su pecho.
—Britt, un día te meteré una pastilla de jabón en la boca.
Es capaz.
—¿A qué hora salimos?
—Sobre las siete. El vuelo sale a mediodía desde Heathrow.
—¿Desde Heathrow? ¿Tenemos que ir de nuevo hasta Londres?—exclamo.
¿Está de coña?
—Sí. Fue el único vuelo que encontré con tan poco tiempo.
Me hundo entre sus pechos, pero ese tono era inapelable y, además, ¿qué conseguiría quejándome?
Nada, y no sólo por la falta de tiempo y de disponibilidad.
—Podrías haber reservado algo desde Bristol, al menos—replico.
No he podido resistirme.
—Cállate. Hablemos de nuestros planes para el fin de semana.
—¿Has hecho planes?—pregunto.
—Sí, e incluyen un montón de encaje y mucha más piel desnuda—me besa la cabeza y pronto olvido mi enfado.
Mi mujer y yo solas y un montón de piel desnuda tras haber retirado una pila de encaje... lentamente. Sonrío, me acurruco más contra ella y mi mente adormilada empieza a apagarse pensando en mil cosas relacionadas con Santana.
—Gracias, Santana.
Mi papá toma la delantera y nos guía hasta una mesa que hay junto a la chimenea, en la que hay dispuestas un montón de velas en vez de los típicos troncos y llamas que crepitan durante los meses de invierno.
—¿Qué quieren beber?—pregunta Santana mientras retira mi silla.
Cuando estoy a punto de sentarme, me detiene al ver que el asiento es de madera dura y que no tiene ningún almohadón. Me deja de pie y pronto la cambia por una de respaldo alto con reposabrazos tapizada en terciopelo verde oscuro que había cerca.
—Yo tomaré una copa de vino blanco—mi mamá se sienta con esmero y saca sus gafas para leer el menú.
—Yo una pinta de Carlsberg—dice mi papá.
—Y mi chica guapa ¿qué va a tomar?—pregunta Santana mientras me insta a sentarme sobre el asiento blandito.
—Agua, por favor—digo sin pensar, y mi mamá levanta la cabeza del menú inmediatamente.
—¿No bebes vino?—pregunta sorprendida mirándome por encima de las lentes.
Me revuelvo en mi asiento y noto que Santana se mueve nerviosa detrás de mí mientras me acerca un poco más la silla a la mesa.
—No, tenemos que levantarnos pronto—contesto como si tal cosa, y cojo un menú.
Acabo de recordar bruscamente la razón por la que estamos aquí. Qué pesadilla.
—Ah.
Sigue sorprendida, pero lo deja estar y se pone a señalar los platos especiales del menú.
Siento el aliento caliente de Santana en mi oreja. Por supuesto, me estremezco al instante. Aún me dura el calentón desde nuestro encuentro frustrado en el Aston Martin.
—Te quiero, Britt.
Me besa en la mejilla y yo me acerco para sentir su cara.
—Lo sé.
Nos deja en la mesa para ir a pedir las bebidas y veo cómo mi mamá le lee el menú entero a mi papá y después empieza a recitar los platos del día que aparecen escritos en las numerosas pizarras colgadas por el bar.
—¿Sabéis algo de Sam?—pregunto.
—Sí, nos ha llamado antes, cariño—me dice mi mamá—Dice que fueron a comer ayer. Qué bien. Le he dicho que iban a venir a vernos antes de irse de vacaciones, pero no sabía nada. Me sorprende que Santana no se lo dijera.
A mí no me sorprende, pero mi mamá parece totalmente ajena a la evidente hostilidad que hay entre mi hermano y mi esposa.
—Lo decidimos en el último momento—digo quitándole importancia—San debió de olvidar contárselo.
Me siento un poco culpable. No me costaba nada telefonear a Sam para decirle que iba a estar fuera de Londres unos días.
Un camarero deja una bandeja en la mesa ahorrándome así más preguntas. Todo el mundo coge su bebida y mis padres exclaman con entusiasmo al ver sus vasos llenos de alcohol. Miro mi vaso de agua con el mismo poco entusiasmo que siento por él y suspiro al ver la copa de vino de mi mamá.
—Bueno, ¿qué van a querer?—pregunta ella—Yo creo que voy a pedir la mariscada.
Me inclino sobre Santana para compartir su menú y dejo caer la mano sobre su rodilla. Me la coge y la besa distraídamente, sin apartar la vista de la carta.
—¿Qué te apetece, Britt-Britt?
—No lo sé.
—Yo voy a pedir mejillones con mantequilla de ajo—anuncia mi papá señalando la pizarra que muestra todos los sabrosos platos de marisco—Están deliciosos.
Se relame y le da un trago a la pinta. No sé qué hacer.
El marisco es obligatorio, sobre todo estando tan cerca del mar, pero ¿qué pido?
¿La mariscada, llena de almejas, mejillones, cangrejo y langostinos; o los mejillones cubiertos de mantequilla de ajo con pan calentito recién horneado?
Las tripas me rugen y me exigen que las llene.
—No me decido.
—Dime qué te apetece y yo te ayudo—Santana me mira y espera a que la ilumine con mi dilema.
—Mejillones o mariscada—digo.
Los ojos se le salen de las órbitas.
—¡Ni una cosa ni la otra!—exclama llamando la atención de mis padres, que se detienen a medio trago.
—¿Por qué?—me vuelvo y la miro con el ceño fruncido, pero al instante me doy cuenta. Ha leído algo al respecto en ese maldito libro—¡Venga ya, San!
Niega con la cabeza.
—De eso, nada, Britt-Britt. Ni hablar. El pescado contiene mercurio, que puede afectar al sistema nervioso del feto. Ni se te ocurra desobedecerme en esto.
—¿Vas a dejarme comer algo?—digo totalmente enfurruñada.
Me encanta el marisco.
—Sí. Pollo, ternera. Tienen muchas proteínas, y eso es bueno para nuestros pequeños.
Protesto con frustración y cojo mi vaso de agua. Voy a volverme loca. Para cuando lleguen estas criaturas estaré tomando Prozac. Estoy tan ocupada con mi pataleta que tardo unos momentos en fijarme en la cara de asombro de mis padres al otro lado de la mesa.
¡Ay, mierda!
—Hazlo con estilo, Britt—murmura Santana dejando el menú sobre la mesa.
La miro con incredulidad.
¿Yo?
—¿Estás embarazada?—espeta mi mamá cuando por fin asimila el exceso de información.
—¿Britty?—insiste mi papá al ver que sigo mirando a Santana, que permanece con la vista fija en el menú que acaba de soltar.
Respiro hondo y trago saliva. No hay escapatoria. Sé que Santana jamás habría permitido que nos fuésemos de Newquay sin decírselo.
—Sorpresa—susurro en un débil intento de restarle importancia.
—¡Pero Brittany Santana no te pude embarazar¡
¿Brittany?
Sí, estoy siendo regañada.
—Me sometí a un tratamiento de inseminación, con los óvulos de Santana.
—¡Pero si llevan casadas cinco minutos!—exclama mi mamá—¡Cinco minutos!
Miro cómo mi papá le apoya una mano en el brazo para calmarla, pero eso no va a detenerla. Sé que va a ponerse histérica y, si lo hace, Santana se pondrá hecha una furia. No me la imagino aguantando un sermón de mi mamá. Pero tiene razón. Sólo llevamos casados unas semanas. No son cinco minutos, pero sigue siendo poco tiempo. No me atrevo a decirle de cuánto estoy, tendría que decirle que me sometí al tratamiento para quedar embarazada apenas conocí a Santana. Ya le costó asimilar el hecho de que me casase con ella tan de prisa, a pesar de las artimañas de Santana por ganárselos y por conseguir la aprobación de mi papá.
Permanezco en silencio, Santana y Joseph también, pero mi mamá no. Nada de eso: acaba de empezar. Lo sé por cómo coge la copa de vino y por cómo respira hondo para tomar aire. Y entonces empiezo a preocuparme porque abre unos ojos como platos y dirige la vista hacia mi mujer.
—Se casarón de penalti, ¿verdad? ¡Te casaste con ella porque tenías que hacerlo!
—¡Gracias!
Me echo a reír pensando en lo ofensivo que me resulta que diga algo así. No piensa con claridad, y está empezando a decir un montón de idioteces. A pesar del poco tiempo que ha pasado con nosotras, sabe perfectamente lo que sentimos la una por la otra.
—Whitney—dice Santana, muy seria. Le tiembla la mandíbula. Me temo lo peor—Sabes que eso no es verdad.
Parece muy calmada, pero detecto la irritación en su tono, y no la culpo. Se siente insultada, y yo también.
Mi mamá resopla un poco, pero mi papá interviene antes de que pueda responderle.
—¿Cuándo se casarón aún no lo sabían?
—No, después de un tiempo tomamos la decisión de someternos al tratamiento para que yo quedara embarazada, pero pensamos que no funcionaria, ya que toma mucho tiempo y no siempre funciona la primera vez—me apresuro a contestar, y agarro mi vaso con las dos manos para evitar que mi reflejo natural me delate.
Las dos lo sabíamos perfectamente, aunque yo lo negara.
—Vaya—suspira mi papá.
—No me lo creo—protesta Whitney—Una novia embarazada sólo indica una cosa.
—Bueno no se lo digas a nadie—le espeto.
Estoy muy cabreada con mi mamá y por la reacción que ha tenido. No la culpo.
Es una sorpresa, más grande de lo que se imagina, pero ¿cómo se atreve a decir que nos casamos apresuradamente porque estaba embarazada?
Y si yo estoy furiosa, me imagino cómo debe de sentirse Santana. Está temblando, totalmente tensa, y cuando me coge la mano izquierda y empieza a darle vueltas a mi anillo de boda sé que está a punto de avasallar a mi mamá. Se inclina hacia adelante y cierro los ojos.
—Whitney, no soy una puta cría de dieciocho años a la que la obligan a hacer lo correcto después de haber tomado una decisión importante con su chica—no le está rugiendo a mi mamá, pero cuando abro los ojos para evaluar a qué nivel de ferocidad nos estamos enfrentando, veo que se esfuerza por no arrugar el labio—Tengo treinta y ocho años. Britt es mi mujer, y no voy a permitir que se agobie ni que se entristezca, así que puedes aceptarlo y darnos tu bendición o seguir así, en cuyo caso me llevaré a mi esposa a casa ahora mismo.
Sigue haciendo girar mi anillo y, aunque acaba de poner a mi melodramática mamá en su sitio con bastante brusquedad, tengo ganas de besarla. Y de darle un bofetón también.
¿No quiere que me agobie?
Tiene gracia viniendo de ella.
—Bueno, vamos a calmarnos todos un poco, ¿de acuerdo?—dice el mediador de mi papá, tan tranquilo como siempre.
Además de incomodarle el afecto, tampoco le gustan los enfrentamientos. Le lanza a mi mamá una mirada de advertencia, algo raro en él, ya que sólo lo hace con su mujer cuando lo considera absolutamente necesario. Y definitivamente esta situación lo requiere, porque si mi mamá no se controla, Santana se abalanzará sobre ella. Hasta el momento ha sido increíblemente tolerante, aunque lo cierto es que ella también lo ha sido con mi mujer imposible.
—Britty—mi papá me sonríe desde el otro lado de la mesa, todavía con la mano en el brazo de su mujer para indicarle de manera sutil que cierre la boca—¿Cómo te sientes al respecto?
—Bien—respondo rápidamente, y Santana me aprieta la mano. Tengo que encontrar otra palabra—De maravilla. No podría estar más feliz—digo devolviéndole la sonrisa.
—Bueno, entonces ya está. Están casadas y tienen estabilidad económica—se echa a reír. Es bastante gracioso decir que Santana tiene estabilidad económica—Además, son adultas, Whitney. Hazte a la idea: vas a ser abuela.
Me siento bastante avergonzada. Después de lo que acaba de suceder, cualquiera diría que somos un par de adolescentes. Le sonrío a Santana como disculpándome y ella sacude la cabeza, exasperada.
—¡No pienso ser una «abuela»!—espeta mi mamá—Tengo cuarenta y siete años—se atusa el pelo—Pero no me importaría ser una «abu»—musita mientras considera la opción.
—Puedes ser lo que te dé la gana, Whitney.
Santana vuelve a coger el menú haciendo un esfuerzo evidente por dejar la cosa ahí. Sé que se muere por decirle cuatro cosas más.
—¡Deberías vigilar tu lenguaje, Santana López!—replica ella. Se inclina por encima de la mesa y baja la parte superior de su menú, pero ella no se disculpa—¡Un momento!—chilla de pronto.
—¿Qué pasa?—pregunta mi papá.
La mirada de mi mamá oscila entre Santana y yo una y otra vez hasta que la fija en Santana, que la mira con las cejas enarcadas, esperando a que nos diga qué pasa.
—Han dicho «pequeños», en plural. Han dicho «nuestros pequeños».
—Son mellizos—Santana sonríe alegremente, y toda la irritación y el resentimiento desaparecen en un segundo. Me frota el vientre con suavidad—Son dos bebés. Dos nietos.
—¡Por todos los santos!—mi papá se echa a reír—Eso es algo muy especial. ¡Enhorabuena!
Su pecho se hincha de orgullo y me hace sonreír.
—¿Mellizos?—interviene mi mamá—¡Ay, Britty, querida! Vas a acabar agotada. ¿Cómo vas a...?
—No, no se agotará—la corta Santana bruscamente antes de que haga que tenga ganas de abalanzarse sobre ella de nuevo—Me tiene a mí.
Mi mamá vuelve a sentarse y cierra la boca, y yo me derrito con un leve suspiro.
Sí, lo tengo a ella.
—Y nos tienes a nosotras, querida—añade mi mamá con cariño—Lo siento mucho. Es que no me lo esperaba—se inclina y me ofrece la mano. La acepto—Siempre estaremos ahí.
Sonrío, pero al instante me doy cuenta de que en realidad no estarán ahí. Viven a kilómetros de Londres, y puesto que no contamos con la familia de Santana, no podré llamar a los abuelos para acercarme y poder relajarme aunque sea por una hora. No podré ir a casa de mi mamá a tomar un té mientras charlamos para que pueda ver a sus nietos.
Santana me aprieta la mano y me saca de mis tristes e inesperados pensamientos. La miro y ella me mira directamente a los ojos.
—Me tienes a mí—reafirma como si me estuviera leyendo la mente.
Probablemente lo haya hecho. Asiento y trato de convencerme de que ella es todo cuanto necesito, pero con dos bebés a los que cuidar y con Santana en La Mansión, me veo bastante sola. La interacción con adultos será limitada porque, admitámoslo, salir por ahí con dos criaturas va a ser complicado, así que dependeré prácticamente de las visitas que me hagan.
—¿Ya lo tienen?
Levanto la vista y veo a una camarera armada con una libreta y un bolígrafo lista para anotar nuestros pedidos. Sonríe alegremente, y le sonríe alegremente a Santana.
—Yo tomaré el filete, por favor—digo colocándole la mano sobre la rodilla a mi esposa como por instinto para marcarla.
La camarera no hace ademán de escribir nada ni tampoco me pregunta cómo lo quiero, sino que sigue ahí plantada, haciéndole ojitos a mi diosa y recorriendo con la mirada su magnífico cuerpo con todo el descaro del mundo.
—Yo tomaré el filete—repito, esta vez sin el «por favor»—Al punto.
—¿Disculpe?
Finalmente la chica aparta los ojos de Santana, que se esfuerza por contener la risa mientras finge estar leyendo el menú.
—El filete. Al punto. ¿Quieres que lo anote yo?—pregunto de mala leche.
Santana se ríe por lo bajo.
—Ah, claro—empieza a escribirlo—¿Y ustedes?—pregunta entonces mirando a mis padres.
—Mejillones para mí—gruñe mi papá.
—Y la mariscada para mí—canturrea mi mamá—Y otra copa de vino—añade levantando la suya vacía.
La camarera lo apunta todo y se vuelve hacia Santana de nuevo. Sonríe otra vez.
—¿Y para usted, señorita?
—¿Qué me recomiendas?—dice Santana mientras le sonríe con esa sonrisa reservada sólo para las mujeres, lo que la obliga a retroceder unos cuantos metros.
Pongo los ojos en blanco y veo cómo se toquetea la coleta y se pone como un tomate.
—El cordero está muy bueno.
—Tomará lo mismo que yo—intervengo. Recojo todos los menús y se los entrego con una dulce sonrisa falsa—Al punto.
—¿Sí?—mira a Santana esperando su confirmación.
—Lo que diga mi esposa—se inclina y me rodea los hombros con el brazo, pero con la mirada fija en la camarera—Siempre hago lo que me manda, así que por lo visto hoy comeré filete.
Resoplo, mi mamá y mi papá se echan a reír, y la camarera se derrite sobre su libreta, probablemente deseando tener también una diosa que la obedezca.
Esto es increíble.
Se aparta y se guarda el bolígrafo y la libreta en el bolsillo del delantal.
—Eres imposible—digo, y mis padres ríen y miran con aprecio a Santana mientras me mordisquea el cuello—¿Desde cuándo haces lo que yo te mando?
—Britty, eso ha estado muy feo—me reprende mi mamá—Santana puede comer lo que quiera.
—Tranquila, Whitney—dice ella, y continúa chupeteándome el cuello un poco más—Britt sabe lo que me gusta.
—Te gusta ser imposible—bromeo, y me rasco suavemente la cara contra la suya.
—Me gusta cuando te pones posesiva—me susurra al oído—Ojalá pudiera tumbarte sobre la mesa y follarte como un animal.
No me avergüenza ni me sonroja que haya dicho esas palabras tan directas sin importarle lo más mínimo quiénes nos acompañan. Sé que sólo las he oído yo. Me vuelvo hacia ella y pego la boca a su oreja.
—Deja de decir la palabra «follar» a menos que vayas a follarme.
—Vigila esa boca.
—No.
Se echa a reír y me da un mordisco en el cuello.
—Ya te vale.
—¡Brindemos!—el tono alegre de mi papá interrumpe nuestro momento privado—¡Por los mellizos!
—¡Por los mellizos!—canturrea mi mamá, y todos hacemos chocar nuestros vasos conscientes de que voy a ponerme tremendamente gorda.
Disfruto de mi filete, aunque no puedo dejar de mirar con anhelo al otro lado de la mesa, donde mis padres engullen con avidez su delicioso marisco.
Más tarde, Santana paga la cuenta y regresamos a casa dando un paseo. Mi mamá va explicándole a Santana todos los rincones mientras caminamos.
Al llegar, mi papá se sienta junto a la ventana en su sitio de siempre, armado con el mando a distancia, mientras que mi mamá pone agua a hervir.
—¿Quieren un té antes de acostarnos?—pregunta.
Santana me mira desde el otro lado de la cocina y me pilla bostezando.
—No, voy a llevarme a Britt a la cama. Vamos, Britt-Britt—se acerca, me apoya las manos sobre los hombros y me dirige fuera de la cocina. No ofrezco resistencia—Dale las buenas noches a tu mamá.
—Buenas noches, mamá.
—Sí, acuéstense ya. Tienen que madrugar mucho—dice mientras enciende el hervidor.
—Dale las buenas noches a tu papá—me ordena Santana mientras pasamos por el salón.
—Buenas noches, papá.
—Buenas noches a las dos.
Mi papá ni siquiera aparta la vista del televisor. Santana me empuja por la escalera y me guía por el pasillo hasta que llegamos a la habitación de invitados, donde empieza a desnudarme.
—Ha estado bien—digo mientras me quita el vestido por la cabeza.
—Sí, pero tu mamá sigue siendo una pesadilla—responde ella secamente—Dame la muñeca.
Le ofrezco la mano y observo cómo me quita el Rolex y lo deja sobre la mesilla de noche.
—Has vuelto a hacerla callar—digo sonriendo.
Acerca las manos a mi cuello y empieza a deshacerme el nudo del pañuelo de encaje.
—Ya aprenderá—me quita el pañuelo y el diamante queda expuesto. Sonríe y me lo coloca recto—¿Tienes ganas de pasar unos días de contacto constante?
—Me muero de ganas—respondo sin vacilar, y empiezo a desabrocharle los botones de la camisa.
Es la verdad. Ha sido una noche estupenda, pero no me encontraré en el séptimo cielo de Santana hasta que estemos solas. Le deslizo la prenda por los hombros y suspiro.
—Eres demasiado perfecta.
Me inclino para besarle entre los pechos y me quedo un rato con los labios pegados a su piel.
—Lo sé—coincide sin broma ni sarcasmo.
Lo sabe, la muy arrogante. Dejo caer su camisa y empiezo a desabrocharle el sujetador y lo dejos caer también. Luego le desabrocho los vaqueros. Después deslizo las manos por su espalda y desciendo hasta la solidez de su trasero.
—Me encanta esto—digo clavándole las uñas.
—Lo sé—vuelve a coincidir, y me saca una sonrisa.
Cuando llego hasta sus muslos, deslizo la mano hacia adelante y le agarro el sexo fuerza.
Está húmeda, tal y como esperaba.
—Y ya sabes lo mucho que me gusta esto.
Inspira con los dientes apretados y se aparta, pero yo sigo agarrándolo.
—Britt, Britt-Britt, no pienso tomarte bajo el techo de tu mamá.
—¿Por qué?—digo haciendo pucheros—Estaré calladita—continúo entrando en modo seductora.
Me mira poco convencida, y hace bien. No puedo garantizar eso.
—No creo que seas capaz.
Me pongo de rodillas para desatarle los cordones de las zapatillas y ella levanta un pie y luego el otro para que se los quite junto con los calcetines. Agarro la cintura de sus pantalones y se los bajo por las piernas lentamente.
—Te sorprenderías de lo que soy capaz de hacer. Arriba—le doy un golpecito en el tobillo.
—Quieres decir que me sorprendería de lo que soy capaz de hacer que hagas—levanta el pie para que le quite los vaqueros y las bragas—Pero yo nunca me sorprendo. Sé qué efecto tengo en ti, Britt.
Suena engreída, pero sus palabras son totalmente ciertas, aunque no se lo digo, claro. No hace ninguna falta. En lugar de alimentar su tremendo ego, me inclino y le beso el empeine. Después muevo los labios hacia su tobillo y empiezo a trazar círculos con la lengua y a besarle la pierna en dirección ascendente.
Me tomo mi tiempo.
Apoyo las palmas abiertas en la parte anterior de sus muslos para sentir su calor mientras mi boca recorre cada centímetro de su piel desnuda, pero pronto llego hasta su cuello, a pesar de mi determinación de alargar la cosa lo máximo posible. Inspiro su aroma y besar su barbilla, que está más elevada que de costumbre porque está mirando al techo.
—¿Qué pasa?
—Estoy intentando controlarme—dice con voz grave.
—No quiero que lo hagas.
—No digas eso, Britt—me advierte.
—No quiero que lo hagas—repito con voz grave y gutural mientras le muerdo el cuello.
Actúa de prisa. Me enrosca el brazo alrededor de la cintura y me empotra contra la pared más cercana con un gruñido.
Estoy extasiada.
Intento hacerme la dura, pero mis labios se separan y empiezo a exhalar jadeos de sorpresa.
—Estás haciendo algo de ruido—señala tranquilamente mientras me sujeta por un lado de la cara y pega la boca a mi oreja.
Cierro los labios, aprieto los ojos con fuerza y apoyo la cabeza contra la pared. Tengo que centrarme, porque me lo va a poner difícil, aunque sé que no me va a dar con fuerza.
—Escúchame bien—me desabrocha el sujetador mientras sigue sujetándome de la mejilla y habla con la boca pegada a mi oreja—Parece que a tus padres les caigo bien. No lo fastidies.
Joder, mi seguridad flaquea por momentos.
Maldita sea, ¿por qué no reservó un hotel?
Me muerdo el labio con fuerza decidida a no hacer ruido mientras me despega el sujetador de encaje del cuerpo y lo tira al suelo. Después se inclina y toma mi pezón en la boca, sorbiendo la pequeña protuberancia suavemente hasta que está totalmente erecta. Golpeo la cabeza contra la pared, con el rostro contraído, intentando contener un gemido de placer.
No lo consigo.
—Jodeeeerrrr—gruño golpeando contra la pared de nuevo.
—En fin—dice pegando los labios a mi boca rápidamente—No puedes controlarlo, ¿verdad?
Sacudo la cabeza sin ningún pudor, dándole la razón.
—No.
—Y eso confirma lo que ambas sabemos, ¿verdad?
Menea las caderas desnudas hacia arriba, obligándome a ponerme de puntillas para intentar evitar el roce que hará que pierda por completo el control.
—Sí—jadeo agarrándome a sus hombros descubiertos.
—¿Y qué es, Britt?
Me muerde el labio y lo mantiene entre sus dientes ligeramente mientras espera a que le dé la respuesta que ambas conocemos.
—Tú tienes el poder—confirmo.
Sus ojos brillan con aprobación y me inclino para acariciarla, pero ella se aparta de mí negando con la cabeza suavemente.
—Acabamos de aclarar quién tiene el poder—me aparta la mano—Y debo salvaguardar mi actual posición favorable con tus padres, así que vas a estarte calladita—me mira esperando claramente que le confirme que lo entiendo. Y lo entiendo perfectamente, pero no puedo garantizar que no vaya a hacer ruido—¿Puedes estar calladita, Britt?
—Sí—miento.
Me ha tendido una emboscada con su autoridad, y no voy a decir que no si al hacerlo va a meterme en la cama para que nos limitemos a acurrucarnos. Este embarazo está haciendo que tenga las hormonas disparadas. Estoy más desesperada que nunca, si es que eso es posible.
Parpadea vagamente y una sonrisa casi imperceptible empieza a formarse en su rostro. Levanta la mano y retira la mía de mi pelo.
—Me parece que tenemos un problema—susurra—No te muevas.
Se aparta y me entran ganas de gritarle, pero después coge algo y camina hacia mí de nuevo, ocultando lo que ha cogido detrás de la espalda. Estoy nerviosa, retorciéndome, y siento una tremenda curiosidad por saber qué está escondiendo, aunque no deja que sufra por mucho tiempo. Saca las manos y veo que sostiene mi pañuelo de encaje. Se envuelve los puños con él y tira con fuerza. Aprieto los dientes, y los muslos. De hecho, todos mis músculos se han tensado considerablemente al pensar en el uso que va a darle al complemento.
Sé que no va a vendarme los ojos.
—Creo que a éste vamos a llamarlo un polvo en silencio—me acerca el pañuelo a la boca y lo hunde entre mis labios—Mantén la lengua relajada—me ordena con suavidad mientras me rodea la cabeza con la prenda y la ata con firmeza, aunque no demasiado tensa—Cuando sientas la necesidad de gritar, muerde el pañuelo, ¿entendido?
Asiento, y mi mirada la sigue mientras se agacha y me quita las bragas. Da igual que no pueda hablar, porque se me ha quedado la mente en blanco. No se me ocurre nada que decir, sólo puedo pensar en lo que está por venir. Y puede que una pequeña parte de mí se pregunte si ha amordazado a alguien antes.
Seguramente sí.
Las probabilidades son elevadas.
La idea no me hace gracia, pero mi estado de sumisión evita que siga con ese hilo de pensamiento (eso, y la lengua caliente que asciende por la parte interior de mi pierna). No quiero gritar, pero muerdo el pañuelo de todos modos, cierro los ojos y siento cómo mi corazón late a un ritmo constante en mi pecho. Estoy sorprendentemente relajada. Santana respira de manera agitada en mi oído mientras entrelaza los dedos con los míos, me levanta las manos y me las pega contra la pared que tengo detrás mientras me besa la piel sensible de la parte interior del brazo dolorosamente despacio.
Se está tomando su tiempo.
Empiezo a temer que sólo vaya a gritar de impaciencia.
—Creo que vamos a hacer esto tumbadas—dice.
Su tono de voz seguro me hace rogar por el control mientras baja nuestras manos, con los dedos aún cruzados, y empieza a caminar hacia atrás animándome a seguirla, aunque no es necesario: seguiría a esta mujer allá adonde fuera, ya sea a la cama o al fin del mundo.
Se inclina, me coge en brazos y se arrodilla sobre la pequeña cama doble para colocarme encima de ella con suavidad. Me besa la punta de la nariz, me aparta el pelo de la cara y me pone ligeramente de lado, con una pierna levantada y flexionada para poder sentarse a horcajadas sobre la que sigue extendida encima de la cama. Se inclina hacia adelante apoyándose en una mano y sujetándome la pierna en alto con la otra, controlando lo que hace y acercándose hasta quedarse a unos milímetros de mi abertura. Si pudiera gritaría, pero me limito a agarrarme a la cabecera de la cama. Arqueo la espalda, pero ella no se mueve.
Es una tortura.
—Britt—dice besándome el pie—No hay nada mejor que esto.
Se une lentamente y junta nuestros sexos, inclina la cabeza hacia atrás y me siento obligada a mirar. Supero la tremenda necesidad de cerrar los ojos de pura dicha para poder verle la cara. Tensa la mandíbula, me agarra el tobillo con más fuerza, apoya la mano libre en mi cintura y en su torso se marcan las líneas de todos sus músculos definidos, y sus pezones están muy duros. Quiero tocarla, pero estoy inmovilizada por el placer.
Es verdad: nada puede, ni podrá jamás superar esto. Es angustiosamente delicioso, y estoy por completo paralizada, por completo cautivada y enamorada de ella hasta las trancas.
—¿Te gusta lo que ves?—pregunta mientras se mueve lentamente.
Estaba tan concentrada en el movimiento de sus músculos que no me he dado cuenta de que ha bajado la cabeza y me está observando. Me amordaza, me inflige todo este placer y ahora espera lo imposible.
¿Quiere que conteste?
No hace falta, sabe la respuesta perfectamente, pero asiento de todos modos. No sonríe ni muestra aprobación alguna a mi respuesta. Se limita a seguir moviendose en mí poco a poco, como si me estuviera recompensando por mi respuesta silenciosa.
—A mí también me gusta lo que veo.
Me regala un golpe preciso de sus caderas. Tal vez no pueda gritar de placer, pero puedo gemir, y lo hago.
Se mueve lentamente y a continuación vuelve a moverse más fuerte. Está empezando a alcanzar un ritmo estable. Permanece controlada, exacto y totalmente poderosa, pero sin la fuerza que sé que es capaz de alcanzar.
Está dispuesta a demostrarme que no es necesario hacerla con rudeza, con la rudeza que creo necesitar y que no sé si necesitaría de no estar embarazada. Me está concediendo un capricho.
Me está consintiendo.
Y puedo sobrevivir con esto durante los próximos meses.
Gimo de nuevo mientras ella empuja, y cuando siento que sus dientes se hunden en mi tobillo, echo la cabeza atrás y unos calurosos calambres recorren todo mi cuerpo, erizando mi piel y concentrándose intensamente entre mis piernas.
—Está perdiendo el control—jadea, y se eleva un poco más sobre sus rodillas, arrastrando la parte inferior de mi cuerpo consigo.
Empiezo a sacudir la cabeza, a agarrarme con más fuerza a la cabecera y a retorcer mi cuerpo para tratar de incorporarme, pero mi intento es en vano.
Jamás lograré vencerlo.
Me sujeta con firmeza de la cadera y me mantiene donde quiere que esté.
—No te resistas, Britt.
Arremete con fuerza pero con cuidado. Aunque está muy lejos de alcanzar la potencia de la que es capaz, sigue siendo delicioso.
No la necesito.
La ansío.
Hay una gran diferencia, pero ha alimentado mi deseo insaciable y ahora la espero.
Vuelve a moverse. Intento incorporarme de nuevo pero no sirve de nada. Jamás lo lograré, sólo conseguiré agotarme, y quiero reservar mis energías para la explosión que se está acercando. Muerdo el pañuelo y dejo escapar un grito ahogado.
—¿Hago que te sientas cómoda, Britt-Britt?—pregunta con evidente engreimiento mientras se mueve a un ritmo constante.
No la miro.
Cierro los ojos y centro la atención en los fuertes latidos de mi sexo. Me exige que lo controle. Me está dominando, y aunque lo hace de una forma lenta y casi sin esfuerzo, está muy dentro de mí y es muy placentero, así que voy a estallar.
—Lo estás haciendo bien, Britt—menea la cadera—Mi seductora se está volviendo más fuerte.
Se mueve de nuevo, mueve la cadera. Gimo y me agarro con fuerza a la cabecera. El flujo de su cuerpo en el mío es inconcebiblemente delicioso.
Qué gusto.
¡Joder!
Intento gritar su nombre pero sólo consigo emitir un aullido sofocado e inaudible.
—¡ Britt!—susurra sonoramente—¡Cierra la boca!
A esa dura orden le sigue un movimiento menos controlado de sus caderas que me obliga a gritar de nuevo, pero el sonido es igualmente indescifrable. Empiezo a alcanzar la cúspide del placer. Acerca la boca a mi pierna, me clava los dientes en ella y comienza a acariciarme el clítoris con el pulgar.
Ya está.
Trago saliva.
Mi cuerpo forma un rígido arco y los espasmos se apoderan de todos mis músculos. Muerdo con fuerza el pañuelo de encaje. Si pudiera hablar, no pararía de decir palabrotas de placer, así que por suerte para ella no puedo hacerlo.
Estoy temblando y gimiendo.
Santana sigue moviéndose en mí, mientras continúa mordiéndome el tobillo. Estoy liberando el placer, pero parece no detenerse nunca. Me siento tremendamente agradecida cuando finalmente me suelta la pierna y puedo tumbarme boca arriba. Estoy agotada, aunque mis músculos siguen contrayéndose sin parar, mientras Santana continúa moviéndose en mi y se acomoda entre mis muslos.
—¿Te ha gustado?—pregunta con las cejas enarcadas con confianza mientras me mira.
Yo asiento y cierro los ojos a pesar de lo desesperada que estoy por mantenerlos fijos en su maravilloso rostro húmedo. También quiero tocar su pelo y tirar de él, pero tengo los brazos soldados a la cabecera.
—Ni te imaginas la satisfacción que siento al ver cómo te deshaces bajo mi tacto—susurra.
Abro los ojos brevemente y veo cómo eleva su torso, apoyado sobre sus brazos. No intenta rozarme, parece contentarse con planear sobre mí. Al cabo de unos instantes sigue en la misma postura. Me obligo a abrir bien los ojos. Me está mirando, esperando a que lo haga.
—Ha vuelto.
Sí, apenas, y sigue contrayéndose.
Intento decir algo. Mi mente extenuada había olvidado que estoy amordazada, pero en cuanto me doy cuenta de mi limitación, convenzo a mis brazos para moverse y permitirme atrapar su cara entre las palmas de mis manos. Gira la cabeza y me besa la palma antes de apoyarse sobre sus hombros y meter los dedos bajo el pañuelo para bajármelo por la barbilla hasta dejarlo alrededor de mi cuello. Ya puedo hablar y, curiosamente, ahora ya no quiero decir nada. Sostengo el rostro de Santana y absorbo la felicidad que emana de sus preciosos ojos oscuros y no necesito hacer nada más.
—Quiero besarte—declara, pero aunque su proclamación me resulta muy dulce, está a años luz de su típico «bésame», lo que probablemente explique mi ceño fruncido.
Los ojos de Santana brillan con diversión.
—¿Ah, sí?
—Ajá—me pasa el pulgar por el labio inferior y observa atentamente—Sí, mucho.
—Puedes besarme.
Estar amordazada ha hecho que se me seque la garganta y mi voz es áspera y grave. Su dedo alcanza la comisura de mi boca y empieza a recorrer mi labio de nuevo hacia el otro extremo.
—No te estoy pidiendo permiso—cierra los ojos y los vuelve a abrir, fijándolos directamente en mí—Sólo pensaba en voz alta.
—¿Y si dejas de pensar y actúas?
Elevo las caderas para mostrarle que me gustaría que me hiciera algo más que besarme. Sus movimientos van a hacer que vuelva a calentarme. Sigo palpitando.
—¿Me está dando usted órdenes, señora López-Pierce?
—¿Me está rechazando, señora Pierce-López?
—No, pero...
—Ya sé quién tiene el poder—la interrumpo, y ella me sonríe con picardía mientras se agacha, pega los labios a los míos y toma lo que estoy tan dispuesta a darle.
—Jamás había probado nada tan delicioso—menea las caderas y sacude mis restos de placer.
—¿Ni siquiera un pastelito de Britt?—le pregunto pegada a su boca húmeda y exuberante.
—Ni siquiera—confirma dándome besos por la cara hasta llegar a mi oreja—Ni siquiera la mantequilla de cacahuete—murmura, baja el brazo y me rodea la rodilla con él. Tira de mi pierna flexionada hacia arriba y hunde el puño en el colchón de manera que mi pierna envuelva todo su brazo—No hay nada tan puro...—me chupa el lóbulo—, tierno...—me lo mordisquea—, y desnudo...—dice, y tira de mi carne con los dientes. Me estremezco mientras me besa la mejilla y hunde la lengua en mi boca—Como mi Britt—termina con un susurro—Mi pura, tierna y desnuda Britt. Y voy a tenerla tres días enteros... toda... para... mí.
Sonrío pegada a sus labios, hundo los dedos en su pelo y no puedo evitar darle un tironcito juguetón mientras ella gruñe y me bendice con esas exquisitas y maravillosamente diestras caderas.
Me mueve rápidamente, con firmes embestidas, y luego se con suavidad. Yo suspiro y ella gruñe, pero no tengo intención de volver a correrme. Podría hacerlo, pero no quiero. Quiero concentrarme en ella, de modo que recibo sus movimientos con los míos, asegurándome de ofrecerle un contacto y un placer óptimos. Cuando noto que sus músculos se tensan alrededor de mi cuerpo, sé que está a punto, de modo que la beso con más intensidad, le tiro del pelo con algo más de fuerza y gimo. Está cerca y, cuando se aleja lanzando un grito ahogado, sé que quiere verme los ojos. Mis manos se desplazan directamente a su cuello. El pulso de la vena de su cuello va en consonancia con su respiración agitada. Nuestras miradas se encuentran, la suya cargada de deseo y la mía llena de entrega.
—Se me va a salir el corazón—murmura embistiéndome una última vez y permaneciendo ahí mientras inhala con dificultad y empieza a temblar—Joder, qué gusto.
Yo no me corro, pero eso no evita que jadee ligeramente y que tenga que esforzarme por controlar mi propia respiración. Le rodeo la cintura con los muslos y elevo los brazos a sus hombros para tirar de ella hacia mí. La beso intensamente e invado su boca con ansia mientras su cuerpo tiembla y se sacude.
—¿Te ha gustado?—le pregunto pegada a su boca.
Ella continúa besándome y me muerde la lengua ligeramente.
—Joder, no hagas preguntas estúpidas—me advierte, muy seria.
Después se aparta, se tumba boca arriba y levanta el brazo instándome a ocupar mi sitio preferido. Mis dedos se posan sobre su cicatriz y empiezan a recorrerla de un lado a otro mientras ella me estrecha entre sus brazos con fuerza y aspira mi cabello.
—¿Estás bien?
—Joder, no hagas preguntas estúpidas—digo sonriendo pegada a su pecho.
—Britt, un día te meteré una pastilla de jabón en la boca.
Es capaz.
—¿A qué hora salimos?
—Sobre las siete. El vuelo sale a mediodía desde Heathrow.
—¿Desde Heathrow? ¿Tenemos que ir de nuevo hasta Londres?—exclamo.
¿Está de coña?
—Sí. Fue el único vuelo que encontré con tan poco tiempo.
Me hundo entre sus pechos, pero ese tono era inapelable y, además, ¿qué conseguiría quejándome?
Nada, y no sólo por la falta de tiempo y de disponibilidad.
—Podrías haber reservado algo desde Bristol, al menos—replico.
No he podido resistirme.
—Cállate. Hablemos de nuestros planes para el fin de semana.
—¿Has hecho planes?—pregunto.
—Sí, e incluyen un montón de encaje y mucha más piel desnuda—me besa la cabeza y pronto olvido mi enfado.
Mi mujer y yo solas y un montón de piel desnuda tras haber retirado una pila de encaje... lentamente. Sonrío, me acurruco más contra ella y mi mente adormilada empieza a apagarse pensando en mil cosas relacionadas con Santana.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Que risa,britt celosa, y santana aguantando a su suegra, necesitan un descanso,gracias por el capitulo!.
Saludos.
Saludos.
lana66** - Mensajes : 60
Fecha de inscripción : 07/06/2015
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
me encanta la pelea de san y su suegra jajaj
amo a san y todo lo que hace para cuidara a britt,...
los celos de britt me divierten mucho y con con las hormonas aun mejor,...
nos vemos!!!
me encanta la pelea de san y su suegra jajaj
amo a san y todo lo que hace para cuidara a britt,...
los celos de britt me divierten mucho y con con las hormonas aun mejor,...
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
lana66 escribió:Que risa,britt celosa, y santana aguantando a su suegra, necesitan un descanso,gracias por el capitulo!.
Saludos.
Hola, jajajaj britt sabe marcar lo suyo no¿? jajajaajaj. Jajjajaajajaj entre ellas se molestan, pero se quieren jajajajaajajaj. De nada, pero gracias a ti por leer y comentar! Saludos =D
3:) escribió:holap morra,...
me encanta la pelea de san y su suegra jajaj
amo a san y todo lo que hace para cuidara a britt,...
los celos de britt me divierten mucho y con con las hormonas aun mejor,...
nos vemos!!!
Hola lu, jajajaajajaj pero se quieren! jajaajajajaj. Jajajajaajaj si es tierno... aqunk a veces se pasa xD jajaajajajajajaj, así es el amor no¿? Jajajajjaajajaj marca lo que le pertenece no¿? jajajjajaaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 23
Capitulo 23
—¿Lo tienen todo?
Mi mamá aún lleva puesto el camisón mientras se pasea de un lado para otro frente a la puerta de entrada.
—Sí—suspiro por enésima vez, exasperada.
—Vaya, ha sido corto, pero me alegro de que hayan venido a vernos—me da unas palmaditas en las mejillas y me besa. No debería estar agradeciéndomelo a mí. De no ser por Santana, quién sabe cuánto tiempo habría retrasado este viaje—Cuídate mucho.
Pongo los ojos en blanco pero la abrazo.
—Yo también me alegro de haber venido.
—¿Estás insinuando que no sé cuidar de mi mujer?—pregunta Santana, muy seria, mientras cierra el maletero del coche.
—No. Sólo le he dicho que se cuide—responde mi mamá, y le lanza una mirada asesina a Santana—Jamás insinuaría que no sepas cuidar de mi hija.
La está provocando. Es como si las mujeres de la familia Pierce tuviésemos la necesidad de pinchar a Santana López.
Santana se acerca y deja a mi papá echando un vistazo al DBS de sustitución.
—No necesita cuidarse porque ya la cuido yo—replica al tiempo que me aparta de los brazos de mi mamá reclamando a su esposa—Es mía.
Sonríe y me besa por si no había quedado lo bastante claro.
—Eres un peligro—resopla mi mamá esforzándose por no sonreír—¡Joseph! No te hagas ilusiones.
Todas nos volvemos y vemos a mi papá pasando la mano por el reluciente capó del Aston Martin. Si estuviera más cerca, seguro que lo oiría suspirar.
—Sólo lo estoy admirando—dice para sí—¿El tuyo no era de piel negra?
Miro a Santana y le envío un mensaje telepático para que piense en algo rápido que explique por qué el interior es ahora de color crema.
—El mío está en el taller. Es un coche de sustitución—se apresura a contestar con total normalidad.
Miente mucho mejor que yo, y lo detesto. Mi papá se echa a reír.
—En mi taller no nos dan coches de sustitución como éste.
Santana sonríe y me guía hasta el asiento del acompañante. Me empuja ligeramente hacia abajo, me abrocha el cinturón y me lo ajusta sobre el vientre. Le aparto las manos y me gruñe.
—No estoy incapacitada—mascullo.
—No, ya lo sé—dice mirándome con el ceño fruncido—¡Eres muy capaz de sacarme de quicio!
—Te sacas de quicio tú solita—replico, la empujo y cierro la puerta. Bajo la ventanilla—¡Adiós!
Les lanzo un beso a mis padres y veo cómo Santana besa a mi papá y luego a mi mamá en la mejilla y se acerca a la parte delantera del coche atravesándome con la mirada. Sube y arranca el motor.
—Este fin de semana será mucho más agradable si haces lo que se te dice—gruñe mientras el DBS empieza a alejarse de la casa de mis padres.
Me despido de nuevo de ellos con la mano y me vuelvo en mi asiento para mirarla.
—Sé ponerme el cinturón.
—Pero quiero hacerlo yo—masculla hoscamente—Es mi obligación.
—¿Ponerme el cinturón?—me echo a reír.
—El sarcasmo no te pega, Britt-Britt—repone, y empieza a pulsar unos botones en el volante—Tengo la obligación de cuidar de ti. ¿Hoy no tienes náuseas?
—No—suspiro—Parece que la galleta que me has metido a presión en la boca en cuanto he abierto los ojos ha funcionado—le digo, y doy un brinco cuando los altavoces del coche se conectan de repente y la mismísima Jennifer López se une a nosotras. Me vuelvo hacia ella con una mezcla de sorpresa y diversión. Sabe que la estoy mirando, pero se hace la tonta—Les encargaste que metieran este CD, ¿verdad?
Hago todo lo posible por no reírme. Santana frunce el ceño mirando la carretera.
—No digas tonterías.
—Lo hiciste. En el apartado de peticiones del formulario que completaste escribiste: «Por favor, metan el disco de JLo en el reproductor.»—hago una pausa—¿Dibujaste un corazón y unos cuantos besos también?
Apenas puedo contener ya la sonrisa burlona. Se vuelve lentamente con cara de pocos amigos.
—¿Te crees muy graciosa?
—Sí—alargo la mano, subo el volumen y empiezo a reírme en mi asiento mientras canto y me burlo de mi diosa fanática de JLo—¡Oye!—grito cuando me aprieta con los dedos el hueso de la cadera y baja la música de nuevo—Lo estaba disfrutando.
—Bueno claro. Es una tía con mucho talento—afirma Santana, muy seria.
—Tú eres una tía con mucho talento.
—Lo sé—dice encogiéndose de hombros—Tenemos mucho en común. Es una gran mujer.
—¿La conoces en persona?
—No. No para de suplicármelo, pero estoy demasiado ocupada.
Vuelve a contener una sonrisa. Me echo a reír y ella se coloca las Wayfarer, no sin antes guiñarme un ojo y dedicarme un pequeño meneo rítmico de hombros. La Santana relajada de nuevo.
Joder, amo a esta mujer.
Mi esposa conduce alrededor del aeropuerto, sorteando coches y girando en la dirección equivocada. Es como si no tuviera ni idea de hacia adónde tiene que ir. Veo por la ventanilla cómo dejamos atrás el cartel que indica el aparcamiento y frunzo el ceño, extrañada. Entonces miro el reloj. Son las once y media, y se supone que nuestro avión sale dentro de treinta minutos. Ni siquiera hemos facturado, pasado por el control de seguridad ni nada.
—¡Mierda!—espeto, y cojo mi bolso del suelo.
—¡Britt, esa boca! ¿Qué pasa?—toma una curva con demasiada brusquedad y levanto rápidamente la mano para apoyarme en la puerta.
—¿Quieres tener cuidado?—la reprendo, irritada.
¿Es buen momento para decirle que conduce como una loca?
—Britt, en ningún otro lugar estarás más segura que en un coche conmigo. ¿Qué pasa?
No me mira, así que no ve mi cara de incredulidad, pero pronto recuerdo por qué estaba cagándome en todo.
—Mi pasaporte—digo rebuscando en el bolso totalmente en vano porque sé que no está aquí. Yo no lo he metido, y mi búsqueda se ralentiza cuando caigo en la cuenta de dónde lo he dejado. Se va a poner hecho una furia—Me he dejado el pasaporte en la caja de los trastos—le digo, y me maldigo a mí misma por no haberla ordenado todavía.
Alarga la mano y abre la guantera.
—No, no te lo has dejado, pero has olvidado cambiar tu nombre, señorita Pierce.
Lo deja sobre mi regazo y me lanza una mirada de reproche.
—Entonces ¿voy a viajar como si estuviera soltera?—pregunto mientras lo abro y leo mi apellido.
—Cállate, Britt—frena derrapando y salta afuera del coche. Se apresura hacia mi puerta y la abre. Podría haberlo hecho yo misma, pero estoy demasiado ocupada mirando a través del parabrisas con la boca entreabierta—Vamos.
Un hombre que viste traje y botas se acerca acompañado de otro que lleva un uniforme de piloto. Santana me quita el pasaporte de las manos y les estrecha la mano a ambos. Intercambian firmas y papeles y después sacan nuestro equipaje del maletero.
—¿Vas a pasarte el día aquí sentada, Britt-Britt?
Me ofrece la mano, yo la acepto automáticamente y dejo que tire de mí para salir del vehículo.
—¿Qué es eso?—pregunto señalando con la cabeza un avión que parece de juguete que tenemos a sólo unos metros de distancia.
—Es un avión—dice con socarronería.
Me arrastra hacia el jet, y no me emociono más cuando nos acercamos porque su tamaño no aumenta, y no me inspira en absoluto confianza ver cómo me tengo que agachar para entrar en el maldito trasto sin golpearme en toda la cabeza. Me detengo al ver la ridícula cantidad de pequeños escalones que tengo que subir para embarcar, y Santana se vuelve para ver por qué no subo cuando los brazos que nos unen se tensan.
—¿Qué pasa, Britt?
—No pienso subirme a este cacharro.
De repente me invade un pánico irracional. Nunca he tenido miedo a volar, pero este avioncito hace que sienta ansiedad. Incluso me falta el aire.
Santana sonríe, pero frunce el ceño al mismo tiempo.
—Claro que lo harás—tira de mi brazo suavemente para animarme a hacerlo, pero no avanzo. De hecho, empiezo a retroceder—Britt, no me habías dicho que tenías miedo a volar—se vuelve por completo y me mira de frente, de nuevo fuera del jet.
—No lo tengo. Me gustan los aviones grandes. ¿Por qué no vamos en un avión grande?—miro hacia atrás y veo un montón de aviones grandes—¿Por qué no podemos ir en uno de ésos?
—Porque probablemente ésos no vuelan a donde vamos nosotras—dice suavemente.
Mi brazo empieza a descender cuando ella se acerca, y entonces me coge la mejilla con la palma de la mano.
—Es totalmente seguro—me garantiza, y tira de mi cara para que deje de mirar todos esos grandes aviones en los que preferiría embarcar.
Me da igual si no se dirigen a nuestro destino. Iré a donde me lleven.
—No parece seguro—replico mirando el aparato, y entonces veo a una mujer con una postura perfecta, un pelo perfecto, un maquillaje perfecto y una sonrisa perfecta—Parece demasiado pequeño.
—Britt—su voz suave y reconfortante me obliga a desviar la mirada de nuevo hacia ella. Me está sonriendo—Estás conmigo, con tu controladora sobreprotectora, irracional y posesiva—me besa con cariño—¿De verdad crees que te dejaría subir si corrieras algún peligro?
Sacudo la cabeza consciente de que me estoy comportando como una niña, pero el pánico me ha cogido por sorpresa. Debería sorprenderme el hecho de que posea un jet privado, pero no es así. Lo que me sorprende es el hecho de tener que volar en su jet privado.
—Estoy algo nerviosa—admito al ser consciente de la presencia de todo el personal, incluido el capitán, detrás de mí.
—Responde a mi pregunta, Britt—insiste.
—No, sé que no.
—Bien—se coloca detrás de mí, me agarra de los hombros y me empuja suavemente para que suba los escalones—Te va a encantar, créeme.
—¡Buenos días!
La mujer perfecta, que sigue de pie en su sitio, nos saluda y señala con el brazo el lugar hacia el que tenemos que ir, aunque no es necesario. Sólo hay dos caminos que tomar, y no pienso acercarme a la cabina de mando.
Cuando el interior del avión aparece ante nosotras, veo unos pocos asientos enormes, todos de piel, reclinables, divididos en dos filas, una a cada lado. Llegamos hasta ellos y Santana me obliga a volverme y a sentarme sobre un asiento mullido. Me mantengo calladita y resisto el impulso de salir corriendo mientras me abrocha el cinturón y se sienta enfrente de mí. Al instante me coloca los pies sobre su regazo.
—¿Desea champán, señora?
La mujer perfecta ha vuelto, y veo cómo le sonríe a mi diosa, pero estoy demasiado ocupada intentando superar mi patética ansiedad.
—Sólo agua—responde Santana tajantemente y sin sonreír, sin mirarla y sin pedirlo «por favor».
La mujer se retira apresuradamente y Santana me quita las bailarinas de los pies, las deja caer al suelo sin cuidado, se acomoda y me recoloca los pies de modo que estén en un buen ángulo para que pueda masajeármelos.
—¿Estás bien?—pregunta.
—No mucho—no tengo ni idea de qué me pasa—Había vuelos regulares disponibles, ¿no?—pregunto con recelo mientras echo un vistazo por la ventanilla, más pequeña de lo normal.
—No lo sé, no lo miré. Nosotras no viajamos en vuelos comerciales, Britt.
—Habla por ti. Yo sí lo hago—muevo los dedos de los pies—Tengo los pies hinchados.
Sus pulgares obran maravillas trazando firmes círculos en los arcos de mis pies.
—Cierra los ojos y ponte cómoda, Britt-Britt—me ordena con ternura, y la obedezco.
Cierro los ojos lentamente, y la última imagen que veo es la de mi diosa masajeándome con cariño los pies, intentando liberarme de mi repentino ataque de ansiedad. Desconecto y me sumo en un estado semiconsciente de dicha, un estado que no me cuesta nada alcanzar cuando ella me está tocando, aunque sea sólo los pies. Como siempre, ella está intentando eliminar todas mis preocupaciones, ya sean justificadas o totalmente triviales e innecesarias, como este repentino miedo a volar. Mi estado subliminal apenas es consciente de que, ya sean preocupaciones triviales o justificadas, es siempre Santana quien las provoca. Y entonces empiezo a pensar en todo lo relacionado con ella y sonrío para mis adentros. Pienso en el encaje, en las calas, en la mantequilla de cacahuete y en cómo me regaña cuando digo tacos.
Suspiro.
Pienso en las distintas clases de polvos, en lo irascible, juguetona y considerada que es.
Puede que ahora esté sonriendo físicamente.
Pienso en las esposas, en la mordaza, en el crucifijo, en la máquina de remo y en el pastelito de Britt.
Mi corazón se acelera.
Pienso en ese negro pelo y en esos ojos oscuros, brillantes y adictivos, en su perfección apolínea.
Pienso en la manera que tiene de subirse el cuello de los polos, en sus distintas sonrisas, para otras mujeres y para mí, y ahora también para mi vientre.
Pienso en lo feroz, protectora y dominante que es, en la manera que tiene de caminar y de atraparme, y en sus distintas formas de amarme, con una adoración total y absoluta.
Y pienso en la manera en que le devuelvo ese amor.
Me revuelvo en mi asiento y, en mi subconsciente, oigo su risa suave y grave. Después siento el calor húmedo de su lengua en mis dedos de los pies. Sonrío mientras mi guapa esposa me saca de mi ensoñación. Abro un ojo y me encuentro con esa sonrisa reservada sólo para mí.
—¿Estabas soñando?—pregunta mordisqueándome el dedo meñique del pie.
—Contigo—suspiro—Avísame cuando vayamos a despegar para que meta la cabeza entre las piernas.
—Yo meteré la cabeza entre tus piernas—me chupa el dedo y me estremezco.
—Tú avísame.
—Mira por la ventana, Britt-Britt.
Frunzo el ceño y me asomo esperando ver pistas y aviones, pero sólo veo nubes.
—¡Anda!
Por un segundo me entra el pánico, pero entonces me doy cuenta de que no registro ningún movimiento. Apenas se oye ningún ruido tampoco. Todo está tranquilo. Miro al otro lado y veo nuestros vasos de agua colocados sobre una mesa reluciente. Entonces me asomo por el pasillo y veo a la mujer perfecta ocupándose de sus cosas al otro extremo del jet.
—¿Por qué no me has avisado?—pregunto acomodándome de nuevo en mi asiento.
Me besa el dedo.
—¿Y perderme los sonidos y las caras que estabas poniendo?—me suelta el pie—Ven aquí—no vacilo ni por un segundo. Me desabrocho el cinturón y prácticamente me abalanzo sobre su regazo, hundo la cabeza bajo su barbilla y le rodeo el cuello con los brazos—Vuelve a dormirte y sueña conmigo, Britt-Britt.
No hace falta que me lo diga dos veces. Con el madrugón y el viaje al aeropuerto, estoy agotada, y no quiero estar hecha polvo cuando lleguemos a donde sea que vayamos. Todavía no le he preguntado, pero me da igual. Será un sitio cálido y soleado donde estaremos solas Santana y yo.
Me despierto y veo que sigo pegada a su cuerpo. La oigo hablar en voz baja pero no entiendo lo que dice. Adormilada, me separo un poco y veo a la mujer perfecta a nuestro lado.
—Bienvenida a Málaga, señora López-Pierce—dice, y me ofrece una enorme sonrisa profesional y falsa.
—Gracias.
Le devuelvo la sonrisa. La mía es más pequeña pero mucho más sincera.
¿Málaga?
¿Málaga, en España?
¿La Málaga que está cerca de Marbella?
—Mi preciosa se ha despertado—me besa en la mejilla—¿Has disfrutado del vuelo?
La miro a través de mis ojos adormilados y veo que me sonríe con el cabello negro revuelto.
—¿Te tiro del pelo mientras duermo?—grazno mientras levanto la mano para arreglárselo un poco.
—Haces muchas cosas mientras duermes. Me pasaría la vida observándote.
Intento moverme pero no lo consigo.
—Necesito estirarme—protesto retorciéndome.
Oigo un clic y quedo libre al instante.
—Tenía que abrocharte el cinturón.
Me ayuda a levantarme y me mira mientras alzo los brazos y casi llego al techo del avión. Qué bien. Necesitaba hacerlo.
—¿No se supone que tengo que estar en mi propio asiento con el cinturón puesto para aterrizar?—pregunto—¿Con el respaldo recto, la mesa recogida y todas mis pertenencias metidas debajo del asiento delantero?
Enarca una ceja con sarcasmo.
—Sí. He estado a punto de pegarle a esa señorita tan agradable—se pone de pie y tira de mi blusa, que se me ha subido hasta el ombligo mientras me estiro. La sujeta en su sitio hasta que he terminado—¿Ya has acabado?
—Sí—bostezo y suelta el dobladillo.
Sé que esto es probablemente un ejemplo de lo que me espera los próximos tres días, pero más le vale relajarse pronto, porque he traído los biquinis y pienso ponérmelos.
Cuando salimos a la luz del día, sonrío al sentir el calor que acaricia mi rostro y que calienta todo mi cuerpo. Más todavía. El calor interior que ya invade mi cuerpo irá en aumento durante los próximos días.
Cuando llegamos a la pista nos recibe inmediatamente un hombre español muy elegante que le entrega a Santana unas llaves. Entonces veo un DBS.
—¿En serio?—espeto—¿No podemos coger un taxi?
Ella resopla y firma los papeles que le ponen delante.
—Yo no voy en transporte público, Britt.
—Bueno deberías. Te ahorrarías una fortuna.
Devuelve los papeles y hace como que va a meterme en el asiento equivocado del coche para tomarme un poco el pelo. Una vez que me ha abrochado el cinturón y que yo me he espabilado, me acomodo en el familiar asiento de piel, quizá algo más cálido, y oigo cómo cargan el equipaje en el maletero. Santana sube al coche y se pone las gafas de sol.
—¿Estás preparada para el atracón de los próximos tres días?
—No, llévame a casa—sonrío y me inclino hacia ella para darle un beso en los labios.
—De eso, nada, Britt-Britt. Eres toda mía, y pienso aprovecharlo al máximo—me devuelve el beso, me agarra de la nuca y me acerca más a ella.
—Siempre soy tuya.
—Exacto. Ve acostumbrándote—me suelta, arranca el motor y nos alejamos del jet privado.
—Ya estoy acostumbrada—respondo mientras apoyo el codo en la puerta y me recuesto para ver pasar el entorno desconocido.
Es todo bastante aburrido, con hormigón por todas partes desde que salimos del aeropuerto y nos alejamos del bullicio del centro de Málaga, pero cuando llegamos a la carretera junto a la costa, las vistas del Mediterráneo fundiéndose con el cielo cautivan mi atención durante el resto del trayecto. En el equipo de música suena Mansun, Wide Open Space, y el olor a calor mezclado con el polvo de la carretera desgastada eclipsan el olor a agua fresca que emana de mi hombre, y me molesta su intrusión en mi nariz.
Aparte de eso, todo es maravilloso.
Avanzamos en un cómodo silencio, con la compañía de la música de fondo. Santana apoya la mano sobre mi rodilla y yo se la estrecho. Miro un momento su perfil y sonrío antes de cerrar los ojos y relajarme más aún sobre el asiento para pensar en el tiempo tranquilo y sin interrupciones que tenemos por delante. No estoy dormida, pero abro los ojos al notar un montón de baches, y el coche empieza a dar trompicones. Miro la carretera que tenemos delante y lo primero que me llama la atención es su terrible estado de conservación. Hay escombros por toda la superficie repleta de grietas, y Santana empieza a conducir el preciado coche con sumo cuidado. Jamás la había visto conducir con tanta cautela, pero es bastante evidente que si lo hiciera algo más de prisa acabaríamos volcando.
—¿Dónde estamos?—pregunto mientras miro a nuestro alrededor en busca de algo interesante.
No hay nada. Sólo terrenos abandonados, esta carretera destrozada y polvorienta y unas cuantas casas. No, sería más apropiado decir: «No puedo creer que haya gente viviendo ahí.»
—Esto es el paraíso, Britt-Britt—dice ella, completamente en serio.
Casi me echo a reír, pero la preocupación me lo impide. Yo he visto el paraíso, principalmente en fotos, y esto dista mucho de la idea que tengo de él. Estoy a punto de pedirle que dé media vuelta, pero entonces diviso unas puertas gigantes de madera con dos enormes muros blanquecinos altos y largos a ambos lados. Y entonces lo veo. Hay un cartel en la pared junto a la puerta en el que se lee «Paraíso».
No puede ser.
¿Paraíso?
Esto no tiene nada de paraíso.
¿No había otro sitio con un nombre más cutre en el que quedarse?
¿Paraíso?
Esos muros no han visto una capa de pintura desde hace por lo menos veinte años, y empiezo a sentir náuseas del traqueteo del vehículo.
¿Me ha traído a este cuchitril?
¿Me tiene para ella solo durante tres días y me trae aquí?
Preferiría dormir en el coche. Mi mente serena ya no lo está tanto, no ahora que estoy rodeada por estas vistas tan inquietantes. Sí, es un lugar tranquilo, pero los alrededores desiertos me ponen los pelos de punta.
—San...
No sé qué decir. No parece en absoluto preocupada, lo que me hace pensar que ya ha estado aquí antes.
Y, si es así, ¿por qué iba a volver?
No me da ninguna explicación. Aprieta un interruptor y sonríe cariñosamente mientras las puertas de madera empiezan a abrirse con un chirrido. Sin duda debe de haber estado aquí antes. Decido mantener la boca cerrada a pesar de lo que me indica mi sentido común.
No pienso quedarme aquí.
Ni hablar.
Estoy toda enfurruñada mientras cruzamos las puertas y nos vemos inmediatamente engullidas por la sombra de la bóveda vegetal más verde que he visto en mi vida, que se extiende por todo el camino. Las flores blancas se acumulan aquí y allá entre el follaje, y una potente fragancia inunda el coche a pesar de que todas las ventanas están cerradas.
—¿Qué es este olor?—digo inhalando profundamente y exhalando con un suspiro.
—Bueno esto no es nada. Por la noche es muy intenso.
Ella también inspira hondo y se deleita con el aroma mientras exhala. Estoy muy intrigada. Parece estar rememorando algo.
El aroma es divino, aunque sigue preocupándome nuestra ubicación, pero entonces el sol aparece hacia el final del camino y los intermitentes rayos de luz que penetran a través del parabrisas me obligan a entornar los ojos, a pesar de que llevo puestas las gafas de sol. Es como si alguien hubiera encendido de repente una luz y me hubiera transportado al instante al...
Paraíso.
Me quedo sin palabras. Me desabrocho el cinturón para inclinarme hacia adelante y parpadeo para comprobar que no me estoy imaginando lo que estoy viendo. La sucia jungla de cemento y desperdicios ha desaparecido y ha dado paso a un lugar idílico, rebosante de vegetación, de céspedes perfectamente cortados y de pérgolas cargadas de flores rojas. De repente hemos dejado de avanzar, y no tardo ni un segundo en bajar del coche y cerrar la puerta para absorber el magnífico espacio que me rodea ahora. Echo a andar hacia el camino empedrado que da a la villa de terracota que tengo delante, sin esperar a Santana y sin mirar si viene detrás. Subo los escalones que llevan al porche que rodea por entero la propiedad y me vuelvo para admirar los jardines.
En efecto, es el paraíso.
Cuando creo que ya lo he asimilado todo bien, me vuelvo hacia Santana y la encuentro sentada en el capó del DBS, con las piernas estiradas y cruzadas a la altura de los tobillos y los brazos cruzados a la altura del pecho. Está sonriendo.
—¡¿En qué piensa mi Britt?! —me grita.
Estiro la mano y cojo una hoja suelta sobre la enredadera del enrejado que hay en el porche. La huelo y suspiro.
—Creo que acabo de llegar oficialmente al séptimo cielo de Santana.
—¿Adónde?—dice con un tono a medio camino entre la confusión y el regocijo.
Sonrío, suelto la hoja y echo a correr hacia ella. Veo cómo su alborozo aumenta cuando se pone de pie y se prepara para recibir mi ataque. Me arrojo a sus brazos, me engancho a ella como si fuera un monito como hago siempre y devoro su boca llena de entusiasmo.
No me detiene.
Me sujeta del culo y sonríe ante la exhibición de mi fuerza bruta.
—Es mi lugar preferido del mundo entero—digo liberando sus labios y mirándola.
Entonces me doy cuenta de que aún lleva las Wayfarer puestas y se las quito para poder verle los ojos.
—¿Estás contenta?—pregunta a pesar de que es bastante evidente que estoy que no quepo en mí de la dicha.
—Estoy loca de alegría—hundo los dedos en su pelo y le doy mi característico tironcito.
—Entonces, mi misión aquí ha terminado—acerca la boca a mi cuello y me lo muerde suavemente antes de despegarme de su cuerpo—Voy a coger las maletas.
—Te ayudo—digo sin pensar siguiéndola hasta la parte trasera del vehículo. Me detengo al instante en cuanto se vuelve y me mira con cara de advertencia—Vale, entonces no te ayudo.
Levanto las manos de manera pacífica, me acerco al asiento para coger mi bolso y sigo a mi mujer hacia la villa de una sola planta. Deja las maletas en el suelo brevemente mientras prueba al menos tres llaves diferentes hasta que por fin encuentra la correcta. La puerta se abre y de pronto me veo sumida en una absoluta oscuridad. Sólo unos pequeños rayos de luz penetran por los agujeros a través de las persianas bajadas. No veo mucho, pero sí que huelo, y dentro también huele de maravilla. El aroma es increíble y está por todas partes.
—Espera aquí—me ordena Santana, que deja las maletas junto a la puerta y sale de la casa de nuevo.
Y aquí me quedo, observando las paredes en busca de algún interruptor, pero no veo nada, ni siquiera con la débil luz que entra por la puerta. Y, de repente, es como si un foco se hubiera encendido en un escenario oscuro, y la luz del sol inunda la habitación hasta la pared de enfrente. Entonces aparece otro foco, procedente de otra ventana, y el haz atraviesa el primer rayo y se forma una brillante cruz en la penumbra. A continuación aparece otro, y otro. Observo cómo el espacio se transforma en un cruce de líneas de luz hasta que la oscuridad ha desaparecido y el sol penetra por todas las ventanas y también por la puerta. Mis ojos sensibles quieren cerrarse, pero es imposible hacerlo cuando hay tantas cosas que admirar. Las paredes son blancas y lisas. El suelo está cubierto de gigantes baldosas de color miel adornadas con alfombrillas de color crema dispuestas aleatoriamente. Un sofá gigante con forma de «U» mira hacia las puertas que dan a una piscina rodeada de un césped verde brillante. Y más allá se ve una playa.
—¡Qué pasada!—exclamo.
Camino despacio hacia adelante, y mi emoción va en aumento a cada paso que doy conforme voy viendo más maravillas. Antes de darme cuenta, he atravesado la terraza, he recorrido todo el césped y me encuentro intentando abrir la puerta de hierro fundido que se interpone entre la playa y yo.
—Espera.
De repente, Santana me coge la mano para apartármela, inserta una llave en la cerradura y abre la puerta para dejarme salir. Diez traviesas de madera a modo de escalones cubiertos de arena y césped me llevan hasta la playa. Está desierta, y cuando miro a ambos lados en busca de alguna señal de vida me doy cuenta de que estamos en una bahía. No hay ninguna otra propiedad a la vista, ni chiringuitos de playa, ni hoteles..., nada. Estamos nosotras solas, en esta hermosa villa, rodeados del calor azul del Mediterráneo.
—¿Sigues en el séptimo cielo de Santana?—me susurra al oído mientras desliza el antebrazo sobre mis hombros y me estrecha contra su pecho.
—Sí. ¿Y tú dónde estás?
—¿Yo?—pregunta. Me besa la mejilla con dulzura y hace descender la mano hasta mi vientre—Britt-Britt, estoy en el paraíso.
Cierro los ojos con una sonrisa de satisfacción y me hundo contra su cuerpo. Mi mano se une a la suya en mi barriga. Entrelazamos los dedos y permanecemos así, sintiéndonos la una a la otra.
El séptimo cielo de Santana es el paraíso.
Nos pasamos el resto de la tarde deshaciendo las maletas, pedimos algo de comida y mi latina me enseña la casa. Me muestra las seis habitaciones con baño, todas con puertas que dan a una parte distinta del porche. La cocina, que es blanca y moderna, tiene encimeras de madera y algunos pequeños detalles, como el cuadro de madera suspendido del que cuelgan unas sartenes de hierro fundido que mantienen el aire rústico de la villa. Como diseñadora de interiores, estoy fascinada: no podrían haberlo hecho mejor.
Las habitaciones tienen paredes sencillas, pero unas telas suntuosas cubren las camas y unas largas cortinas de gasa cuelgan ante las ventanas. Algunos cuadros aquí y allá salpican las paredes, y las alfombrillas aleatorias engalanan la inmensidad de las baldosas que recorren toda la villa. Este lugar desempeña algún papel importante en la historia de Santana, estoy convencida, pero no quiero presionarla. Me ha dicho que se han ido haciendo algunas reformas a lo largo de muchos años, así que deduzco que es de su propiedad, aunque no me lo ha confirmado.
Ahora estamos sentadas ante una enorme mesa de madera que hay entre la cocina y el salón, con una jarra de agua helada, y las preguntas no están preparadas para permanecer en mi cerebro durante mucho más tiempo. Este sitio ocupa un lugar importante en la vida de Santana y mi mente curiosa no consigue reprimirse. Me observa con una pequeña sonrisa mientras me llevo el vaso a los labios antes de proceder a saciar su propia sed sin quitarme los ojos de encima.
Me muero por preguntarle, y lo sabe, pero me está haciendo sufrir.
En vez de contármelo por iniciativa propia quiere que se lo pregunte, pero me prometí a mí misma que nunca más la presionaría para que me contara nada que formara parte de su pasado. El pasado, pasado está, pero por poca importancia que le dé, soy de naturaleza curiosa.
No puedo evitarlo.
Me siento agradecida cuando habla antes que yo, evitando así que empiece a dispararle una serie de preguntas.
—¿Quieres comer algo?
Una expresión de sorpresa se dibuja repentinamente en mi rostro.
—¿Vas a cocinar para mí?
Sue no está, y sabe que odio cocinar.
—Podría haber llamado a alguien, pero quería estar a solas contigo—dice esbozando esa sonrisa de pícaro—Creo que deberías cuidar de tu esposa y cumplir con tu deber de esposa.
Carraspeo un poco ante su arrogancia.
¿Mi deber?
—Cuando te casaste conmigo ya sabías que odiaba cocinar.
—Y cuando tú te casaste conmigo, sabías que yo no sé cocinar—responde, petulante.
—Pero tú tienes a Sue.
—En Inglaterra Sue me da de comer, afortunadamente, ya que mi mujer no lo hace—ahora habla en serio—En España tengo a mi esposa. Y ella me va a preparar algo. Aquel pollo que hiciste estaba muy bueno.
Es verdad, lo estaba, pero eso no significa que disfrutase haciéndolo. No obstante, mentiría si dijera que no disfruté al ver cómo se lo comía. Cuidé yo de ella para variar, y con eso en mente, de pronto tengo ganas de prepararle la comida.
—Está bien—me levanto—Cumpliré con mi deber.
—Estupendo. Ya iba siendo hora de que hicieras lo que se te manda—dice con franqueza, sin sonreír y sin bromear—Ya puedes ir empezando.
—No te pases, López—le advierto.
La dejo a la mesa y me dirijo a la nevera. No tardo mucho en decidir qué voy a cocinar. Cojo algunos pimientos, chorizo, arroz, champiñones y unas chuletas de cordero y las dejo sobre la encimera. Después cojo una tabla de cortar y un cuchillo.
Me pongo a la faena.
Parto los pimientos por la mitad y les saco las semillas. Después pico los champiñones y el chorizo muy finos y lo salteo todo. Hiervo el arroz, corto un poco de pan recién hecho y hago el cordero a la plancha.
Mientras tanto, ella permanece sentada, mirándome, y no se ofrece a ayudarme ni intenta darme conversación. Se limita a observar en silencio cómo cumplo con mi deber de alimentarlo.
Mientras estoy rellenando los pimientos, aparece delante de mí y se inclina desde el otro lado de la encimera.
—Estás haciendo un gran trabajo, Britt-Britt.
Cojo el cuchillo y la apunto con él.
—No seas condescendiente conmigo.
Me quedo pasmada cuando, de repente, su rostro se torna oscuro y me arranca el cuchillo de la mano.
—¡No juegues con los cuchillos, Britt!
—¡Lo siento!—espeto mientras miro el utensilio en su mano y empiezo a darme cuenta de mi estupidez. Tiene un filo muy peligroso, y estaba usándolo como si fuera una cinta de gimnasia rítmica—Lo siento—repito.
Lo deja sobre la encimera con cuidado y empieza a relajarse.
—No pasa nada. Olvídalo.
Señalo la mesa con la cabeza buscando algo que hacer que no sea volver a disculparme. Parece muy cabreada.
—¿Pones tú la mesa?
—Claro—dice tranquilamente.
Tal vez esté pensando que su reacción ha sido algo excesiva, no lo sé, pero su repentina hosquedad y mi estupor han creado una clara tensión. Santana se aleja y empieza a poner la mesa para dos mientras yo termino de preparar la cena.
—Aquí tienes.
Le coloco el plato delante de ella, pero antes de que haya apartado la mano, me la coge y me mira con cara de arrepentimiento.
—Siento haberme puesto así.
Ya estoy mejor.
—No pasa nada. No debería ser tan poco cuidadosa.
Sonríe.
—Siéntate—me aparta la silla, pero en cuanto me siento, ella se levanta—Aquí falta algo—me informa.
Sale de la habitación y me deja preguntándome adónde ha ido. A los pocos segundos vuelve con una vela en una mano y un mando a distancia en la otra. Busca unas cerillas, enciende la vela y la coloca en el centro de la mesa. Después pulsa unos cuantos botones en el mando a distancia y el silencio de la villa es reemplazado por una inconfundible voz masculina. La reconozco inmediatamente.
—¿Mick Hucknall?—pregunto, algo sorprendida.
—O Dios, como prefieras llamarlo—Sonríe y se sienta.
—¿Estás dispuesto a compartir tu título?—pregunto mientras cojo mi cuchillo sin filo y mi tenedor seguro.
—Él lo vale—responde como si tal cosa—Eso tiene muy buena pinta. Come.
Sonrío al ver cómo señala mi plato con la cabeza y empiezo a cortar un trozo de cordero. Me esfuerzo por controlar el impulso de volver a amenazarla con el cuchillo cuando veo que se inclina para mirar la carne. Está comprobando si está en su punto. Para ayudarla, giro mi plato para que pueda ver el corte de mi chuleta.
Debería estar contenta.
El filete me gusta al punto, pero prefiero las chuletas muy hechas. Pincho un trozo con el tenedor y me lo llevo a los labios.
—¿Puedo?—pregunto totalmente en serio y sin la más mínima sonrisa en la cara.
Santana tampoco sonríe.
—Adelante—dice, y corta un trozo de su propio cordero y le da el primer bocado. Mastica, asiente y traga—Cocinas muy bien, esposa.
—Yo no he dicho que no sepa cocinar. Simplemente no me gusta hacerlo.
—¿Ni siquiera para mí?
La miro inmediatamente para analizar su expresión y es tal y como me la imaginaba. No está bromeando, ni hace pucheros jugando conmigo. Sé adónde quiere ir a parar y, aunque sí que me gusta cocinar para ella, no quiero tener que hacerlo todos los días.
—No me importa hacerlo—respondo fríamente.
—A mí me gusta que cocines para mí—dice—Es algo normal.
Me detengo y dejo el cuchillo.
—¿Normal?
—Sí, normal. Es lo que hacen las parejas casadas normales.
—¿Te parece normal que yo cocine para que tu comas? Eso es un poco injusto. Tu podrías aprender y cocinarme a mí.
Me echo a reír, pero ella no lo hace. Sigue cortando sus chuletas con cuidado y comiendo.
¿Quiere normalidad?
Entonces debería intentar empezar a comportarse de una manera un poco más normal ella misma.
Pero ¿quiero que sea normal?
No, para nada. Si lo fuera, no sería Santana. Nosotras no seríamos nosotras si ella fuera normal.
Me meto otro pedazo de cordero en la boca para masticar en lugar de llamarla cavernícola. Jamás seremos normales, no del todo, o al menos espero que no lo seamos.
Se encoge de hombros, deja los cubiertos junto al plato y se apoya en el respaldo de la silla. Levanta los ojos lentamente hacia los míos y mastica de forma deliberadamente lenta.
¿Qué pretende con todo esto?
Sus ojos oscuros me cautivan y empiezo a masticar despacio yo también.
—¿Esto no te parece normal?—pregunta con voz grave y gutural.
—¿Te refieres a que cenemos juntas?
—Sí.
Me encojo un poco de hombros.
—Sí, esto es normal.
Asiente suavemente.
—¿Y si te tumbara sobre esta mesa mientras cenamos y te hiciera el amor? ¿Eso sería normal?
Abro los ojos como platos un poco sorprendida. No sé por qué, puesto que eso sería algo completamente normal para nosotras.
—Para nosotras es normal que consigas lo que quieras cuando quieras. Puedes pasar de una comida que te ha cocinado tu mujer si te apetece.
—Bien—vuelve a coger los cubiertos—Me gusta nuestra normalidad.
La miro con cara de extrañada.
¿A qué ha venido eso?
—¿Te preocupa algo?—pregunto.
—No—se apresura a responder.
—Eso es que sí—insisto, y creo que sé lo que es—¿De repente te estás planteando que no podrás hacer lo que quieras cuando quieras cuando lleguen los dos pequeños?
—Para nada.
—Mírame—le ordeno, y lo hace, pero me mira perpleja. No le doy la oportunidad de protestar ni de preguntarme con quién creo que estoy hablando—Es eso, ¿no?
Su expresión de asombro se transforma en ira.
—Donde quiera y cuando quiera.
—No con dos bebés.
Me dan ganas de echarme a reír.
Es eso.
De repente se ha dado cuenta de que no siempre podrá disponer de mi cuerpo cuando le plazca.
Continúo cenando, deleitándome con esa revelación. No me puedo creer que no lo haya pensado hasta ahora.
—Necesitarán toda mi atención.
Me señala con el tenedor. No con el cuchillo, sino con el tenedor.
—Sí, tu papel principal será cuidar de nuestros hijos, y después, por muy poca diferencia, será el de complacerme a mí. Cuando quiera y donde quiera, Britt. Puede que necesite controlarme hasta cierto punto, pero no creas que voy a dejar de dedicar mi vida a consumirte. Contacto constante. Donde quiera y cuando quiera. Eso no va a cambiar sólo porque tengamos hijos.
Pincha un trozo de cordero y se mete el tenedor en la boca. Si lo de que cocine para ella ya es bastante injusto, no tengo palabras para calificar ese discursito.
—¿Y si me siento exhausta después de estar toda la noche dándoles de mamar?—la provoco.
—¿Demasiado cansada como para dejar que te tome?—pregunta, atónita.
—Sí.
—Contrataremos a una niñera.
Apuñala otro trozo de cordero y yo me echo a reír para mis adentros.
—Pero te tengo a ti—le recuerdo.
Suspira y deja los cubiertos de nuevo junto al plato.
—Así es—se lleva las puntas de los dedos a la sien y empieza a masajeársela en círculos—Me tienes a mí, y siempre me tendrás—me coge de la mano—Prométeme que nunca me dirás que estás demasiado cansada o que no estás de humor.
—¡Pero si eres tú la que dice que estoy demasiado cansada!—exclamo prácticamente chillando—Tú sí que puedes rechazarme, ¿no?
—Pero eso es porque yo soy la que manda—dice, y se queda tan pancha—Prométemelo, Britt—insiste.
—¿Quieres que te prometa que puedes tomarme siempre como y cuando te plazca?
Aparta la mirada sólo por unos instantes y luego vuelve a fijar sus ojos pensativos en mí.
—Sí—se limita a responder.
—¿Y si no lo hago?
Estoy siendo insolente porque sí. Jamás estaré demasiado cansada para esta mujer, pero su repentina epifanía me está resultando bastante divertida. Debería haberlo pensado antes de someterme al tratamiento.
Se echa a reír, y entonces la muy arrogante se inclina hacia atrás y se quita la camiseta por la cabeza para revelar su definida perfección. Se mira los pechos, como si se estuviera recordando a sí misma lo increíblemente maravillosa que es. Yo también tengo la mirada fija en su torso. Puede que incluso esté babeando sobre el cordero, pero no voy a ceder a sus tácticas. Me deleito observando su divino esplendor y repaso con la vista cada firme milímetro de su cuerpo. Tomo nota mentalmente de que tengo que volver a marcarle el chupetón. Se está borrando.
—Jamás podrás resistirte a esto, Britt—dice señalando su torso.
Levanto la vista de repente y veo que sus ojos oscuros y brillantes me miran cargados de seguridad.
—Estoy acostumbrada—aparto mi ávida mirada de la perfección de su rostro y me vuelvo hacia mi plato. Mis ojos se resisten dentro de las cuencas y luchan para volver a mirarla—Llega un momento en que me aburro de ver siempre lo mismo—añado intentando parecer lo más indiferente posible.
Se abalanza sobre mí en un segundo, me aparta de la mesa y me tumba sobre una alfombra en el suelo. No tengo tiempo de asimilar lo que ha pasado hasta que apenas puedo respirar y su cuerpo me cubre por completo.
—Mientes muy mal, Britt-Britt.
—Lo sé—admito.
Se me da fatal.
—Vamos a ver lo acostumbrada que estás, ¿de acuerdo?
Me coloca los brazos a ambos lados de mi cuerpo y se monta encima de mí, impidiendo que me mueva. De repente me agobio por la situación. La he vivido muchas veces antes, y la mayoría de ellas he acabado muy frustrada.
—San, por favor, no lo hagas—le ruego sabiendo que no va a servir de nada.
Darse cuenta de que puede quedar en segundo plano ha despertado su instinto animal, y se ha propuesto reclamar sus derechos. Puede que también me marque.
Es como una fiera.
—¿El qué? —pregunta, aunque sabe perfectamente a qué me refiero—Si estás acostumbrada...
Sabe muy bien que estaba fingiendo indiferencia. Jamás me acostumbraré, y me alegro de ello. La veré, la amaré y me moriré de deseo por ella durante el resto de mis días.
Y me muero de ganas.
Ese deseo está corriendo ahora por mis venas. Siempre permanece en el fondo de mi ser, latente, aguardando las palabras o las caricias adecuadas. Y cuando éstas llegan, siento una violenta efervescencia en mi estómago, seguida de impaciencia, y después de un placer tortuoso hasta que llega la explosión, ya sea una explosión lenta y dulce o una explosión intensa que me obliga a gritar. Estoy empezando a sentir la efervescencia. Los músculos de mi estómago se contraen, y seguramente ella lo esté notando porque, a diferencia de nuestros últimos encuentros, está tumbada sobre mi vientre.
Además de percatarse de que ya no seré sólo suya, ¿se ha dado cuenta por fin de que esto no hará daño a nuestros pequeños?
Mi posición actual y el incesante palpitar que siento entre las piernas no varía cuando se pone de rodillas y empieza a sacarse el sujetador, luego a desabrocharse los vaqueros.
Esto va a ser doloroso.
Si va a transformarse en la Santana intensa y dominante, quiero sacarle el máximo partido, y no podré hacerlo si no puedo mover los brazos ni el cuerpo. Estoy a punto de gritar de frustración y, por más que me esfuerzo, no consigo apartar mis ojos insaciables de esos magníficos pechos y abdominales.
¿Acostumbrada?
Menuda gilipollez.
—San, deja que me incorpore.
No me molesto en forcejear porque sé que sólo conseguiré cansarme, y estoy reservando mis energías para lo que está por venir.
—No, Britt.
Se baja la cintura de los pantalones un poco y deja al descubierto sus bragas blancas de encaje.
La cosa se pone seria.
—¡Por favor!—ruego.
Un destello de triunfo reluce en sus ojos cargados de deseo, aunque ambas sabemos que todavía no ha terminado.
—No, Britt—repite con voz grave mientras desliza el pulgar por dentro de las bragas.
Por un segundo, atisbo de la inconfundible humedad de su sexo.
—Joder...
Cierro los ojos desesperada, odiándola y amándola a partes iguales. En mi desdicha, me desconcierta no recibir su típica orden de que los abra. Sin embargo, eso no dura mucho. Pronto siento el movimiento y la sensación de humedad que se abre paso entre mis labios. Mi reflejo natural entra en acción y abro los labios y saco la lengua, pero se aleja un poco. Sé que eso podría hacer que vomitara, pero sigo deseando que se acerque haga.
Abro los ojos de nuevo y veo su vientre. Apoya una mano junto a mi cabeza y está inclinada sobre mí. Levanto la vista para ver su rostro, a sabiendas de lo que voy a encontrarme, pero eso no me detiene. Sé qué mirada voy a descubrir en ella, sé que va a volverme loca de pasión, y sé que no podré hacer absolutamente nada para evitarlo.
Y ahí está ella.
Mi latina, apoyada sobre uno de sus brazos, con esos ojos adictivos y obscenos cargados de ganas y coronados por esas pestañas tremendamente largas que decoran su maravilloso rostro. Desvío un poco la mirada y veo su estómago y sus pechos, que deberían considerarse un peligro. Con el añadido de que se está aguantando, rozándome los labios con su sexo, estoy perdida.
—Acércate, San—le exijo con calma.
—¿Qué efecto tengo en ti, Britt?—pregunta, claramente segura de qué respuesta voy a darle y tentándome con otro pequeño roce en los labios.
—¡Joder, me vuelves loca!—grito retorciéndome sin éxito.
—Vigila esa puta boca—dice prácticamente gruñendo las palabras, lo que no hace sino aumentar mi excitación y mi desdicha.
—¡Por favor!
—¿Te has acostumbrado a mí?
—¡No!
—Y nunca lo harás. Esto es lo normal para nosotras, Britt-Britt. Hazte a la idea.
Se acerca a mi boca con un gemido y yo le paso la lengua de buena gana, eufórica y ansiosa. Gimo con la invasión. Lamo, chupo y muerdo, pero no tengo todo el control. Se niega a cederme el poder, pero me da igual.
Es contacto.
—Despacito, Britt—le cuesta pronunciar las palabras, y yo levanto la vista para deleitarme en la expresión de tensión de su rostro mientras ella observa cómo mi boca disfruta de su sexo—Me encanta tu boca, Britt.
Su mano libre repta por mi cuello y me agarra de la nuca para que no me mueva mientras empuja suavemente hacia adelante con golpes lentos, rítmicos y deliciosos. No lo hace con brusquedad, pero eso no significa que no esté cumpliendo con su obligación de ser la Santana dominante.
Ha encontrado el punto medio de nuestra relación normal, aunque yo no lo haya hecho, pero estoy empezando a captarlo, y ella está haciendo un trabajo excelente mostrándome el camino.
Mientras lamo su sexo, éste palpita y noto cómo sus piernas, que sujetan mis brazos contra el suelo, se tensan. Eso me proporciona el empujón que necesitaba. La presión y el ritmo de mis labios y lengua se vuelven más frenéticos, haciendo caso omiso de su orden de hacerlo despacio.
Va a correrse.
Gimo, ella se sacude soltando un montón de tacos, pero cuando me quiero dar cuenta ya no la tengo cerca. Se incorpora sobre sus rodillas, se lleva la mano a su sexo y me observa con los labios entreabiertos mientras termina.
Estoy enfadada, pero me está refrescando una de mis imágenes favoritas de todos los tiempos: la erótica y extraordinaria visión de ver a Santana masturbándose hasta alcanzar el clímax. Esta vez, sin embargo, es mejor, porque acaba de apartarse el pelo húmedo de la cara, deslizándose la mano entre sus pechos. Casi me asfixio de satisfacción. Unos pocos momentos más y creo que sería capaz de correrme sólo de verla.
Joder, es como un diosa del Olimpo.
—¡Joder!—brama, y vuelve a sentarse sobre los talones, tirando de mi camiseta y mi sujetador antes de posicionar de nuevo su sexo entre mis senos para derramar su humedad por todo mi pecho.
Jadea, sudando y húmeda, y empieza a menearse en círculos para extender su humedad por todas partes.
Ya me ha marcado.
—Donde quiera y cuando quiera, Britt-Britt—resopla, y se inclina para devorar mi boca con vehemencia. Esto también la acepto de buen grado, y dejo que continúe tomando lo que quiera—Joder, ha sido perfecto.
—Mmm—confirmo.
No necesito expresarlo con palabras.
Ha sido perfecto.
Ella es perfecta.
—Ven aquí—se incorpora, me recoloca el sujetador y la camiseta, se pone de pie y me coge en brazos. Me lleva hasta la mesa, me sienta en la silla y señala mi plato—Acábate la cena.
—No he vomitado—digo casi con orgullo.
—Muy bien.
—¿Por qué no te has corrido en mi boca?—pregunto mientras se sube las bragas y los pantalones y se los abrocha.
Por un momento, la severidad de su rostro flaquea, pero sólo un poco. Se coloca el sujetador y se sienta en su sitio y señala mis cubiertos con una instrucción silenciosa. Después coge los suyos.
—Podría ser tóxico para los pequeños.
De haber tenido cordero en la boca, me habría atragantado, pero en lugar de hacerlo empiezo a desternillarme de risa.
—¿Qué?—digo entre carcajadas.
No me lo repite. Me guiña un ojo y yo me enamoro de ella un poco más.
—Cómete la cena, Britt-Britt.
Miro mi plato con una sonrisa y empiezo a comer de nuevo, totalmente satisfecha a pesar de que no he tenido ningún orgasmo. Sigo bullendo ligeramente, pero no me importa.
—¿Qué vamos a hacer mañana?—pregunto.
—Bueno, pues no sé tú, pero yo voy a darme un atracón.
—¿Vas a tenerme encerrada en el Paraíso todo el fin de semana?—no me importa, pero estaría bien ir a dar un paseo, o a cenar.
—No iba a hacerlo, pero puedo poner cerrojos.
Se mete el tenedor en la boca y empieza a masticar un trozo de pimiento relleno lentamente mientras me mira con las cejas enarcadas. Le estoy dando ideas. No le contesto. Amplío mi sonrisa burlona, plena de felicidad, y sigo intentando terminar de cenar.
—Joder, adoro esa puta sonrisa. Mírame.
Mi sonrisa ya no es socarrona, es una sonrisa auténtica, y ella me ofrece la suya, esa que tiene reservada sólo para mí, con los ojos brillantes incluidos.
—¿Estás contenta?—pregunto.
—Estoy loca de alegría.
Mi mamá aún lleva puesto el camisón mientras se pasea de un lado para otro frente a la puerta de entrada.
—Sí—suspiro por enésima vez, exasperada.
—Vaya, ha sido corto, pero me alegro de que hayan venido a vernos—me da unas palmaditas en las mejillas y me besa. No debería estar agradeciéndomelo a mí. De no ser por Santana, quién sabe cuánto tiempo habría retrasado este viaje—Cuídate mucho.
Pongo los ojos en blanco pero la abrazo.
—Yo también me alegro de haber venido.
—¿Estás insinuando que no sé cuidar de mi mujer?—pregunta Santana, muy seria, mientras cierra el maletero del coche.
—No. Sólo le he dicho que se cuide—responde mi mamá, y le lanza una mirada asesina a Santana—Jamás insinuaría que no sepas cuidar de mi hija.
La está provocando. Es como si las mujeres de la familia Pierce tuviésemos la necesidad de pinchar a Santana López.
Santana se acerca y deja a mi papá echando un vistazo al DBS de sustitución.
—No necesita cuidarse porque ya la cuido yo—replica al tiempo que me aparta de los brazos de mi mamá reclamando a su esposa—Es mía.
Sonríe y me besa por si no había quedado lo bastante claro.
—Eres un peligro—resopla mi mamá esforzándose por no sonreír—¡Joseph! No te hagas ilusiones.
Todas nos volvemos y vemos a mi papá pasando la mano por el reluciente capó del Aston Martin. Si estuviera más cerca, seguro que lo oiría suspirar.
—Sólo lo estoy admirando—dice para sí—¿El tuyo no era de piel negra?
Miro a Santana y le envío un mensaje telepático para que piense en algo rápido que explique por qué el interior es ahora de color crema.
—El mío está en el taller. Es un coche de sustitución—se apresura a contestar con total normalidad.
Miente mucho mejor que yo, y lo detesto. Mi papá se echa a reír.
—En mi taller no nos dan coches de sustitución como éste.
Santana sonríe y me guía hasta el asiento del acompañante. Me empuja ligeramente hacia abajo, me abrocha el cinturón y me lo ajusta sobre el vientre. Le aparto las manos y me gruñe.
—No estoy incapacitada—mascullo.
—No, ya lo sé—dice mirándome con el ceño fruncido—¡Eres muy capaz de sacarme de quicio!
—Te sacas de quicio tú solita—replico, la empujo y cierro la puerta. Bajo la ventanilla—¡Adiós!
Les lanzo un beso a mis padres y veo cómo Santana besa a mi papá y luego a mi mamá en la mejilla y se acerca a la parte delantera del coche atravesándome con la mirada. Sube y arranca el motor.
—Este fin de semana será mucho más agradable si haces lo que se te dice—gruñe mientras el DBS empieza a alejarse de la casa de mis padres.
Me despido de nuevo de ellos con la mano y me vuelvo en mi asiento para mirarla.
—Sé ponerme el cinturón.
—Pero quiero hacerlo yo—masculla hoscamente—Es mi obligación.
—¿Ponerme el cinturón?—me echo a reír.
—El sarcasmo no te pega, Britt-Britt—repone, y empieza a pulsar unos botones en el volante—Tengo la obligación de cuidar de ti. ¿Hoy no tienes náuseas?
—No—suspiro—Parece que la galleta que me has metido a presión en la boca en cuanto he abierto los ojos ha funcionado—le digo, y doy un brinco cuando los altavoces del coche se conectan de repente y la mismísima Jennifer López se une a nosotras. Me vuelvo hacia ella con una mezcla de sorpresa y diversión. Sabe que la estoy mirando, pero se hace la tonta—Les encargaste que metieran este CD, ¿verdad?
Hago todo lo posible por no reírme. Santana frunce el ceño mirando la carretera.
—No digas tonterías.
—Lo hiciste. En el apartado de peticiones del formulario que completaste escribiste: «Por favor, metan el disco de JLo en el reproductor.»—hago una pausa—¿Dibujaste un corazón y unos cuantos besos también?
Apenas puedo contener ya la sonrisa burlona. Se vuelve lentamente con cara de pocos amigos.
—¿Te crees muy graciosa?
—Sí—alargo la mano, subo el volumen y empiezo a reírme en mi asiento mientras canto y me burlo de mi diosa fanática de JLo—¡Oye!—grito cuando me aprieta con los dedos el hueso de la cadera y baja la música de nuevo—Lo estaba disfrutando.
—Bueno claro. Es una tía con mucho talento—afirma Santana, muy seria.
—Tú eres una tía con mucho talento.
—Lo sé—dice encogiéndose de hombros—Tenemos mucho en común. Es una gran mujer.
—¿La conoces en persona?
—No. No para de suplicármelo, pero estoy demasiado ocupada.
Vuelve a contener una sonrisa. Me echo a reír y ella se coloca las Wayfarer, no sin antes guiñarme un ojo y dedicarme un pequeño meneo rítmico de hombros. La Santana relajada de nuevo.
Joder, amo a esta mujer.
Mi esposa conduce alrededor del aeropuerto, sorteando coches y girando en la dirección equivocada. Es como si no tuviera ni idea de hacia adónde tiene que ir. Veo por la ventanilla cómo dejamos atrás el cartel que indica el aparcamiento y frunzo el ceño, extrañada. Entonces miro el reloj. Son las once y media, y se supone que nuestro avión sale dentro de treinta minutos. Ni siquiera hemos facturado, pasado por el control de seguridad ni nada.
—¡Mierda!—espeto, y cojo mi bolso del suelo.
—¡Britt, esa boca! ¿Qué pasa?—toma una curva con demasiada brusquedad y levanto rápidamente la mano para apoyarme en la puerta.
—¿Quieres tener cuidado?—la reprendo, irritada.
¿Es buen momento para decirle que conduce como una loca?
—Britt, en ningún otro lugar estarás más segura que en un coche conmigo. ¿Qué pasa?
No me mira, así que no ve mi cara de incredulidad, pero pronto recuerdo por qué estaba cagándome en todo.
—Mi pasaporte—digo rebuscando en el bolso totalmente en vano porque sé que no está aquí. Yo no lo he metido, y mi búsqueda se ralentiza cuando caigo en la cuenta de dónde lo he dejado. Se va a poner hecho una furia—Me he dejado el pasaporte en la caja de los trastos—le digo, y me maldigo a mí misma por no haberla ordenado todavía.
Alarga la mano y abre la guantera.
—No, no te lo has dejado, pero has olvidado cambiar tu nombre, señorita Pierce.
Lo deja sobre mi regazo y me lanza una mirada de reproche.
—Entonces ¿voy a viajar como si estuviera soltera?—pregunto mientras lo abro y leo mi apellido.
—Cállate, Britt—frena derrapando y salta afuera del coche. Se apresura hacia mi puerta y la abre. Podría haberlo hecho yo misma, pero estoy demasiado ocupada mirando a través del parabrisas con la boca entreabierta—Vamos.
Un hombre que viste traje y botas se acerca acompañado de otro que lleva un uniforme de piloto. Santana me quita el pasaporte de las manos y les estrecha la mano a ambos. Intercambian firmas y papeles y después sacan nuestro equipaje del maletero.
—¿Vas a pasarte el día aquí sentada, Britt-Britt?
Me ofrece la mano, yo la acepto automáticamente y dejo que tire de mí para salir del vehículo.
—¿Qué es eso?—pregunto señalando con la cabeza un avión que parece de juguete que tenemos a sólo unos metros de distancia.
—Es un avión—dice con socarronería.
Me arrastra hacia el jet, y no me emociono más cuando nos acercamos porque su tamaño no aumenta, y no me inspira en absoluto confianza ver cómo me tengo que agachar para entrar en el maldito trasto sin golpearme en toda la cabeza. Me detengo al ver la ridícula cantidad de pequeños escalones que tengo que subir para embarcar, y Santana se vuelve para ver por qué no subo cuando los brazos que nos unen se tensan.
—¿Qué pasa, Britt?
—No pienso subirme a este cacharro.
De repente me invade un pánico irracional. Nunca he tenido miedo a volar, pero este avioncito hace que sienta ansiedad. Incluso me falta el aire.
Santana sonríe, pero frunce el ceño al mismo tiempo.
—Claro que lo harás—tira de mi brazo suavemente para animarme a hacerlo, pero no avanzo. De hecho, empiezo a retroceder—Britt, no me habías dicho que tenías miedo a volar—se vuelve por completo y me mira de frente, de nuevo fuera del jet.
—No lo tengo. Me gustan los aviones grandes. ¿Por qué no vamos en un avión grande?—miro hacia atrás y veo un montón de aviones grandes—¿Por qué no podemos ir en uno de ésos?
—Porque probablemente ésos no vuelan a donde vamos nosotras—dice suavemente.
Mi brazo empieza a descender cuando ella se acerca, y entonces me coge la mejilla con la palma de la mano.
—Es totalmente seguro—me garantiza, y tira de mi cara para que deje de mirar todos esos grandes aviones en los que preferiría embarcar.
Me da igual si no se dirigen a nuestro destino. Iré a donde me lleven.
—No parece seguro—replico mirando el aparato, y entonces veo a una mujer con una postura perfecta, un pelo perfecto, un maquillaje perfecto y una sonrisa perfecta—Parece demasiado pequeño.
—Britt—su voz suave y reconfortante me obliga a desviar la mirada de nuevo hacia ella. Me está sonriendo—Estás conmigo, con tu controladora sobreprotectora, irracional y posesiva—me besa con cariño—¿De verdad crees que te dejaría subir si corrieras algún peligro?
Sacudo la cabeza consciente de que me estoy comportando como una niña, pero el pánico me ha cogido por sorpresa. Debería sorprenderme el hecho de que posea un jet privado, pero no es así. Lo que me sorprende es el hecho de tener que volar en su jet privado.
—Estoy algo nerviosa—admito al ser consciente de la presencia de todo el personal, incluido el capitán, detrás de mí.
—Responde a mi pregunta, Britt—insiste.
—No, sé que no.
—Bien—se coloca detrás de mí, me agarra de los hombros y me empuja suavemente para que suba los escalones—Te va a encantar, créeme.
—¡Buenos días!
La mujer perfecta, que sigue de pie en su sitio, nos saluda y señala con el brazo el lugar hacia el que tenemos que ir, aunque no es necesario. Sólo hay dos caminos que tomar, y no pienso acercarme a la cabina de mando.
Cuando el interior del avión aparece ante nosotras, veo unos pocos asientos enormes, todos de piel, reclinables, divididos en dos filas, una a cada lado. Llegamos hasta ellos y Santana me obliga a volverme y a sentarme sobre un asiento mullido. Me mantengo calladita y resisto el impulso de salir corriendo mientras me abrocha el cinturón y se sienta enfrente de mí. Al instante me coloca los pies sobre su regazo.
—¿Desea champán, señora?
La mujer perfecta ha vuelto, y veo cómo le sonríe a mi diosa, pero estoy demasiado ocupada intentando superar mi patética ansiedad.
—Sólo agua—responde Santana tajantemente y sin sonreír, sin mirarla y sin pedirlo «por favor».
La mujer se retira apresuradamente y Santana me quita las bailarinas de los pies, las deja caer al suelo sin cuidado, se acomoda y me recoloca los pies de modo que estén en un buen ángulo para que pueda masajeármelos.
—¿Estás bien?—pregunta.
—No mucho—no tengo ni idea de qué me pasa—Había vuelos regulares disponibles, ¿no?—pregunto con recelo mientras echo un vistazo por la ventanilla, más pequeña de lo normal.
—No lo sé, no lo miré. Nosotras no viajamos en vuelos comerciales, Britt.
—Habla por ti. Yo sí lo hago—muevo los dedos de los pies—Tengo los pies hinchados.
Sus pulgares obran maravillas trazando firmes círculos en los arcos de mis pies.
—Cierra los ojos y ponte cómoda, Britt-Britt—me ordena con ternura, y la obedezco.
Cierro los ojos lentamente, y la última imagen que veo es la de mi diosa masajeándome con cariño los pies, intentando liberarme de mi repentino ataque de ansiedad. Desconecto y me sumo en un estado semiconsciente de dicha, un estado que no me cuesta nada alcanzar cuando ella me está tocando, aunque sea sólo los pies. Como siempre, ella está intentando eliminar todas mis preocupaciones, ya sean justificadas o totalmente triviales e innecesarias, como este repentino miedo a volar. Mi estado subliminal apenas es consciente de que, ya sean preocupaciones triviales o justificadas, es siempre Santana quien las provoca. Y entonces empiezo a pensar en todo lo relacionado con ella y sonrío para mis adentros. Pienso en el encaje, en las calas, en la mantequilla de cacahuete y en cómo me regaña cuando digo tacos.
Suspiro.
Pienso en las distintas clases de polvos, en lo irascible, juguetona y considerada que es.
Puede que ahora esté sonriendo físicamente.
Pienso en las esposas, en la mordaza, en el crucifijo, en la máquina de remo y en el pastelito de Britt.
Mi corazón se acelera.
Pienso en ese negro pelo y en esos ojos oscuros, brillantes y adictivos, en su perfección apolínea.
Pienso en la manera que tiene de subirse el cuello de los polos, en sus distintas sonrisas, para otras mujeres y para mí, y ahora también para mi vientre.
Pienso en lo feroz, protectora y dominante que es, en la manera que tiene de caminar y de atraparme, y en sus distintas formas de amarme, con una adoración total y absoluta.
Y pienso en la manera en que le devuelvo ese amor.
Me revuelvo en mi asiento y, en mi subconsciente, oigo su risa suave y grave. Después siento el calor húmedo de su lengua en mis dedos de los pies. Sonrío mientras mi guapa esposa me saca de mi ensoñación. Abro un ojo y me encuentro con esa sonrisa reservada sólo para mí.
—¿Estabas soñando?—pregunta mordisqueándome el dedo meñique del pie.
—Contigo—suspiro—Avísame cuando vayamos a despegar para que meta la cabeza entre las piernas.
—Yo meteré la cabeza entre tus piernas—me chupa el dedo y me estremezco.
—Tú avísame.
—Mira por la ventana, Britt-Britt.
Frunzo el ceño y me asomo esperando ver pistas y aviones, pero sólo veo nubes.
—¡Anda!
Por un segundo me entra el pánico, pero entonces me doy cuenta de que no registro ningún movimiento. Apenas se oye ningún ruido tampoco. Todo está tranquilo. Miro al otro lado y veo nuestros vasos de agua colocados sobre una mesa reluciente. Entonces me asomo por el pasillo y veo a la mujer perfecta ocupándose de sus cosas al otro extremo del jet.
—¿Por qué no me has avisado?—pregunto acomodándome de nuevo en mi asiento.
Me besa el dedo.
—¿Y perderme los sonidos y las caras que estabas poniendo?—me suelta el pie—Ven aquí—no vacilo ni por un segundo. Me desabrocho el cinturón y prácticamente me abalanzo sobre su regazo, hundo la cabeza bajo su barbilla y le rodeo el cuello con los brazos—Vuelve a dormirte y sueña conmigo, Britt-Britt.
No hace falta que me lo diga dos veces. Con el madrugón y el viaje al aeropuerto, estoy agotada, y no quiero estar hecha polvo cuando lleguemos a donde sea que vayamos. Todavía no le he preguntado, pero me da igual. Será un sitio cálido y soleado donde estaremos solas Santana y yo.
Me despierto y veo que sigo pegada a su cuerpo. La oigo hablar en voz baja pero no entiendo lo que dice. Adormilada, me separo un poco y veo a la mujer perfecta a nuestro lado.
—Bienvenida a Málaga, señora López-Pierce—dice, y me ofrece una enorme sonrisa profesional y falsa.
—Gracias.
Le devuelvo la sonrisa. La mía es más pequeña pero mucho más sincera.
¿Málaga?
¿Málaga, en España?
¿La Málaga que está cerca de Marbella?
—Mi preciosa se ha despertado—me besa en la mejilla—¿Has disfrutado del vuelo?
La miro a través de mis ojos adormilados y veo que me sonríe con el cabello negro revuelto.
—¿Te tiro del pelo mientras duermo?—grazno mientras levanto la mano para arreglárselo un poco.
—Haces muchas cosas mientras duermes. Me pasaría la vida observándote.
Intento moverme pero no lo consigo.
—Necesito estirarme—protesto retorciéndome.
Oigo un clic y quedo libre al instante.
—Tenía que abrocharte el cinturón.
Me ayuda a levantarme y me mira mientras alzo los brazos y casi llego al techo del avión. Qué bien. Necesitaba hacerlo.
—¿No se supone que tengo que estar en mi propio asiento con el cinturón puesto para aterrizar?—pregunto—¿Con el respaldo recto, la mesa recogida y todas mis pertenencias metidas debajo del asiento delantero?
Enarca una ceja con sarcasmo.
—Sí. He estado a punto de pegarle a esa señorita tan agradable—se pone de pie y tira de mi blusa, que se me ha subido hasta el ombligo mientras me estiro. La sujeta en su sitio hasta que he terminado—¿Ya has acabado?
—Sí—bostezo y suelta el dobladillo.
Sé que esto es probablemente un ejemplo de lo que me espera los próximos tres días, pero más le vale relajarse pronto, porque he traído los biquinis y pienso ponérmelos.
Cuando salimos a la luz del día, sonrío al sentir el calor que acaricia mi rostro y que calienta todo mi cuerpo. Más todavía. El calor interior que ya invade mi cuerpo irá en aumento durante los próximos días.
Cuando llegamos a la pista nos recibe inmediatamente un hombre español muy elegante que le entrega a Santana unas llaves. Entonces veo un DBS.
—¿En serio?—espeto—¿No podemos coger un taxi?
Ella resopla y firma los papeles que le ponen delante.
—Yo no voy en transporte público, Britt.
—Bueno deberías. Te ahorrarías una fortuna.
Devuelve los papeles y hace como que va a meterme en el asiento equivocado del coche para tomarme un poco el pelo. Una vez que me ha abrochado el cinturón y que yo me he espabilado, me acomodo en el familiar asiento de piel, quizá algo más cálido, y oigo cómo cargan el equipaje en el maletero. Santana sube al coche y se pone las gafas de sol.
—¿Estás preparada para el atracón de los próximos tres días?
—No, llévame a casa—sonrío y me inclino hacia ella para darle un beso en los labios.
—De eso, nada, Britt-Britt. Eres toda mía, y pienso aprovecharlo al máximo—me devuelve el beso, me agarra de la nuca y me acerca más a ella.
—Siempre soy tuya.
—Exacto. Ve acostumbrándote—me suelta, arranca el motor y nos alejamos del jet privado.
—Ya estoy acostumbrada—respondo mientras apoyo el codo en la puerta y me recuesto para ver pasar el entorno desconocido.
Es todo bastante aburrido, con hormigón por todas partes desde que salimos del aeropuerto y nos alejamos del bullicio del centro de Málaga, pero cuando llegamos a la carretera junto a la costa, las vistas del Mediterráneo fundiéndose con el cielo cautivan mi atención durante el resto del trayecto. En el equipo de música suena Mansun, Wide Open Space, y el olor a calor mezclado con el polvo de la carretera desgastada eclipsan el olor a agua fresca que emana de mi hombre, y me molesta su intrusión en mi nariz.
Aparte de eso, todo es maravilloso.
Avanzamos en un cómodo silencio, con la compañía de la música de fondo. Santana apoya la mano sobre mi rodilla y yo se la estrecho. Miro un momento su perfil y sonrío antes de cerrar los ojos y relajarme más aún sobre el asiento para pensar en el tiempo tranquilo y sin interrupciones que tenemos por delante. No estoy dormida, pero abro los ojos al notar un montón de baches, y el coche empieza a dar trompicones. Miro la carretera que tenemos delante y lo primero que me llama la atención es su terrible estado de conservación. Hay escombros por toda la superficie repleta de grietas, y Santana empieza a conducir el preciado coche con sumo cuidado. Jamás la había visto conducir con tanta cautela, pero es bastante evidente que si lo hiciera algo más de prisa acabaríamos volcando.
—¿Dónde estamos?—pregunto mientras miro a nuestro alrededor en busca de algo interesante.
No hay nada. Sólo terrenos abandonados, esta carretera destrozada y polvorienta y unas cuantas casas. No, sería más apropiado decir: «No puedo creer que haya gente viviendo ahí.»
—Esto es el paraíso, Britt-Britt—dice ella, completamente en serio.
Casi me echo a reír, pero la preocupación me lo impide. Yo he visto el paraíso, principalmente en fotos, y esto dista mucho de la idea que tengo de él. Estoy a punto de pedirle que dé media vuelta, pero entonces diviso unas puertas gigantes de madera con dos enormes muros blanquecinos altos y largos a ambos lados. Y entonces lo veo. Hay un cartel en la pared junto a la puerta en el que se lee «Paraíso».
No puede ser.
¿Paraíso?
Esto no tiene nada de paraíso.
¿No había otro sitio con un nombre más cutre en el que quedarse?
¿Paraíso?
Esos muros no han visto una capa de pintura desde hace por lo menos veinte años, y empiezo a sentir náuseas del traqueteo del vehículo.
¿Me ha traído a este cuchitril?
¿Me tiene para ella solo durante tres días y me trae aquí?
Preferiría dormir en el coche. Mi mente serena ya no lo está tanto, no ahora que estoy rodeada por estas vistas tan inquietantes. Sí, es un lugar tranquilo, pero los alrededores desiertos me ponen los pelos de punta.
—San...
No sé qué decir. No parece en absoluto preocupada, lo que me hace pensar que ya ha estado aquí antes.
Y, si es así, ¿por qué iba a volver?
No me da ninguna explicación. Aprieta un interruptor y sonríe cariñosamente mientras las puertas de madera empiezan a abrirse con un chirrido. Sin duda debe de haber estado aquí antes. Decido mantener la boca cerrada a pesar de lo que me indica mi sentido común.
No pienso quedarme aquí.
Ni hablar.
Estoy toda enfurruñada mientras cruzamos las puertas y nos vemos inmediatamente engullidas por la sombra de la bóveda vegetal más verde que he visto en mi vida, que se extiende por todo el camino. Las flores blancas se acumulan aquí y allá entre el follaje, y una potente fragancia inunda el coche a pesar de que todas las ventanas están cerradas.
—¿Qué es este olor?—digo inhalando profundamente y exhalando con un suspiro.
—Bueno esto no es nada. Por la noche es muy intenso.
Ella también inspira hondo y se deleita con el aroma mientras exhala. Estoy muy intrigada. Parece estar rememorando algo.
El aroma es divino, aunque sigue preocupándome nuestra ubicación, pero entonces el sol aparece hacia el final del camino y los intermitentes rayos de luz que penetran a través del parabrisas me obligan a entornar los ojos, a pesar de que llevo puestas las gafas de sol. Es como si alguien hubiera encendido de repente una luz y me hubiera transportado al instante al...
Paraíso.
Me quedo sin palabras. Me desabrocho el cinturón para inclinarme hacia adelante y parpadeo para comprobar que no me estoy imaginando lo que estoy viendo. La sucia jungla de cemento y desperdicios ha desaparecido y ha dado paso a un lugar idílico, rebosante de vegetación, de céspedes perfectamente cortados y de pérgolas cargadas de flores rojas. De repente hemos dejado de avanzar, y no tardo ni un segundo en bajar del coche y cerrar la puerta para absorber el magnífico espacio que me rodea ahora. Echo a andar hacia el camino empedrado que da a la villa de terracota que tengo delante, sin esperar a Santana y sin mirar si viene detrás. Subo los escalones que llevan al porche que rodea por entero la propiedad y me vuelvo para admirar los jardines.
En efecto, es el paraíso.
Cuando creo que ya lo he asimilado todo bien, me vuelvo hacia Santana y la encuentro sentada en el capó del DBS, con las piernas estiradas y cruzadas a la altura de los tobillos y los brazos cruzados a la altura del pecho. Está sonriendo.
—¡¿En qué piensa mi Britt?! —me grita.
Estiro la mano y cojo una hoja suelta sobre la enredadera del enrejado que hay en el porche. La huelo y suspiro.
—Creo que acabo de llegar oficialmente al séptimo cielo de Santana.
—¿Adónde?—dice con un tono a medio camino entre la confusión y el regocijo.
Sonrío, suelto la hoja y echo a correr hacia ella. Veo cómo su alborozo aumenta cuando se pone de pie y se prepara para recibir mi ataque. Me arrojo a sus brazos, me engancho a ella como si fuera un monito como hago siempre y devoro su boca llena de entusiasmo.
No me detiene.
Me sujeta del culo y sonríe ante la exhibición de mi fuerza bruta.
—Es mi lugar preferido del mundo entero—digo liberando sus labios y mirándola.
Entonces me doy cuenta de que aún lleva las Wayfarer puestas y se las quito para poder verle los ojos.
—¿Estás contenta?—pregunta a pesar de que es bastante evidente que estoy que no quepo en mí de la dicha.
—Estoy loca de alegría—hundo los dedos en su pelo y le doy mi característico tironcito.
—Entonces, mi misión aquí ha terminado—acerca la boca a mi cuello y me lo muerde suavemente antes de despegarme de su cuerpo—Voy a coger las maletas.
—Te ayudo—digo sin pensar siguiéndola hasta la parte trasera del vehículo. Me detengo al instante en cuanto se vuelve y me mira con cara de advertencia—Vale, entonces no te ayudo.
Levanto las manos de manera pacífica, me acerco al asiento para coger mi bolso y sigo a mi mujer hacia la villa de una sola planta. Deja las maletas en el suelo brevemente mientras prueba al menos tres llaves diferentes hasta que por fin encuentra la correcta. La puerta se abre y de pronto me veo sumida en una absoluta oscuridad. Sólo unos pequeños rayos de luz penetran por los agujeros a través de las persianas bajadas. No veo mucho, pero sí que huelo, y dentro también huele de maravilla. El aroma es increíble y está por todas partes.
—Espera aquí—me ordena Santana, que deja las maletas junto a la puerta y sale de la casa de nuevo.
Y aquí me quedo, observando las paredes en busca de algún interruptor, pero no veo nada, ni siquiera con la débil luz que entra por la puerta. Y, de repente, es como si un foco se hubiera encendido en un escenario oscuro, y la luz del sol inunda la habitación hasta la pared de enfrente. Entonces aparece otro foco, procedente de otra ventana, y el haz atraviesa el primer rayo y se forma una brillante cruz en la penumbra. A continuación aparece otro, y otro. Observo cómo el espacio se transforma en un cruce de líneas de luz hasta que la oscuridad ha desaparecido y el sol penetra por todas las ventanas y también por la puerta. Mis ojos sensibles quieren cerrarse, pero es imposible hacerlo cuando hay tantas cosas que admirar. Las paredes son blancas y lisas. El suelo está cubierto de gigantes baldosas de color miel adornadas con alfombrillas de color crema dispuestas aleatoriamente. Un sofá gigante con forma de «U» mira hacia las puertas que dan a una piscina rodeada de un césped verde brillante. Y más allá se ve una playa.
—¡Qué pasada!—exclamo.
Camino despacio hacia adelante, y mi emoción va en aumento a cada paso que doy conforme voy viendo más maravillas. Antes de darme cuenta, he atravesado la terraza, he recorrido todo el césped y me encuentro intentando abrir la puerta de hierro fundido que se interpone entre la playa y yo.
—Espera.
De repente, Santana me coge la mano para apartármela, inserta una llave en la cerradura y abre la puerta para dejarme salir. Diez traviesas de madera a modo de escalones cubiertos de arena y césped me llevan hasta la playa. Está desierta, y cuando miro a ambos lados en busca de alguna señal de vida me doy cuenta de que estamos en una bahía. No hay ninguna otra propiedad a la vista, ni chiringuitos de playa, ni hoteles..., nada. Estamos nosotras solas, en esta hermosa villa, rodeados del calor azul del Mediterráneo.
—¿Sigues en el séptimo cielo de Santana?—me susurra al oído mientras desliza el antebrazo sobre mis hombros y me estrecha contra su pecho.
—Sí. ¿Y tú dónde estás?
—¿Yo?—pregunta. Me besa la mejilla con dulzura y hace descender la mano hasta mi vientre—Britt-Britt, estoy en el paraíso.
Cierro los ojos con una sonrisa de satisfacción y me hundo contra su cuerpo. Mi mano se une a la suya en mi barriga. Entrelazamos los dedos y permanecemos así, sintiéndonos la una a la otra.
El séptimo cielo de Santana es el paraíso.
Nos pasamos el resto de la tarde deshaciendo las maletas, pedimos algo de comida y mi latina me enseña la casa. Me muestra las seis habitaciones con baño, todas con puertas que dan a una parte distinta del porche. La cocina, que es blanca y moderna, tiene encimeras de madera y algunos pequeños detalles, como el cuadro de madera suspendido del que cuelgan unas sartenes de hierro fundido que mantienen el aire rústico de la villa. Como diseñadora de interiores, estoy fascinada: no podrían haberlo hecho mejor.
Las habitaciones tienen paredes sencillas, pero unas telas suntuosas cubren las camas y unas largas cortinas de gasa cuelgan ante las ventanas. Algunos cuadros aquí y allá salpican las paredes, y las alfombrillas aleatorias engalanan la inmensidad de las baldosas que recorren toda la villa. Este lugar desempeña algún papel importante en la historia de Santana, estoy convencida, pero no quiero presionarla. Me ha dicho que se han ido haciendo algunas reformas a lo largo de muchos años, así que deduzco que es de su propiedad, aunque no me lo ha confirmado.
Ahora estamos sentadas ante una enorme mesa de madera que hay entre la cocina y el salón, con una jarra de agua helada, y las preguntas no están preparadas para permanecer en mi cerebro durante mucho más tiempo. Este sitio ocupa un lugar importante en la vida de Santana y mi mente curiosa no consigue reprimirse. Me observa con una pequeña sonrisa mientras me llevo el vaso a los labios antes de proceder a saciar su propia sed sin quitarme los ojos de encima.
Me muero por preguntarle, y lo sabe, pero me está haciendo sufrir.
En vez de contármelo por iniciativa propia quiere que se lo pregunte, pero me prometí a mí misma que nunca más la presionaría para que me contara nada que formara parte de su pasado. El pasado, pasado está, pero por poca importancia que le dé, soy de naturaleza curiosa.
No puedo evitarlo.
Me siento agradecida cuando habla antes que yo, evitando así que empiece a dispararle una serie de preguntas.
—¿Quieres comer algo?
Una expresión de sorpresa se dibuja repentinamente en mi rostro.
—¿Vas a cocinar para mí?
Sue no está, y sabe que odio cocinar.
—Podría haber llamado a alguien, pero quería estar a solas contigo—dice esbozando esa sonrisa de pícaro—Creo que deberías cuidar de tu esposa y cumplir con tu deber de esposa.
Carraspeo un poco ante su arrogancia.
¿Mi deber?
—Cuando te casaste conmigo ya sabías que odiaba cocinar.
—Y cuando tú te casaste conmigo, sabías que yo no sé cocinar—responde, petulante.
—Pero tú tienes a Sue.
—En Inglaterra Sue me da de comer, afortunadamente, ya que mi mujer no lo hace—ahora habla en serio—En España tengo a mi esposa. Y ella me va a preparar algo. Aquel pollo que hiciste estaba muy bueno.
Es verdad, lo estaba, pero eso no significa que disfrutase haciéndolo. No obstante, mentiría si dijera que no disfruté al ver cómo se lo comía. Cuidé yo de ella para variar, y con eso en mente, de pronto tengo ganas de prepararle la comida.
—Está bien—me levanto—Cumpliré con mi deber.
—Estupendo. Ya iba siendo hora de que hicieras lo que se te manda—dice con franqueza, sin sonreír y sin bromear—Ya puedes ir empezando.
—No te pases, López—le advierto.
La dejo a la mesa y me dirijo a la nevera. No tardo mucho en decidir qué voy a cocinar. Cojo algunos pimientos, chorizo, arroz, champiñones y unas chuletas de cordero y las dejo sobre la encimera. Después cojo una tabla de cortar y un cuchillo.
Me pongo a la faena.
Parto los pimientos por la mitad y les saco las semillas. Después pico los champiñones y el chorizo muy finos y lo salteo todo. Hiervo el arroz, corto un poco de pan recién hecho y hago el cordero a la plancha.
Mientras tanto, ella permanece sentada, mirándome, y no se ofrece a ayudarme ni intenta darme conversación. Se limita a observar en silencio cómo cumplo con mi deber de alimentarlo.
Mientras estoy rellenando los pimientos, aparece delante de mí y se inclina desde el otro lado de la encimera.
—Estás haciendo un gran trabajo, Britt-Britt.
Cojo el cuchillo y la apunto con él.
—No seas condescendiente conmigo.
Me quedo pasmada cuando, de repente, su rostro se torna oscuro y me arranca el cuchillo de la mano.
—¡No juegues con los cuchillos, Britt!
—¡Lo siento!—espeto mientras miro el utensilio en su mano y empiezo a darme cuenta de mi estupidez. Tiene un filo muy peligroso, y estaba usándolo como si fuera una cinta de gimnasia rítmica—Lo siento—repito.
Lo deja sobre la encimera con cuidado y empieza a relajarse.
—No pasa nada. Olvídalo.
Señalo la mesa con la cabeza buscando algo que hacer que no sea volver a disculparme. Parece muy cabreada.
—¿Pones tú la mesa?
—Claro—dice tranquilamente.
Tal vez esté pensando que su reacción ha sido algo excesiva, no lo sé, pero su repentina hosquedad y mi estupor han creado una clara tensión. Santana se aleja y empieza a poner la mesa para dos mientras yo termino de preparar la cena.
—Aquí tienes.
Le coloco el plato delante de ella, pero antes de que haya apartado la mano, me la coge y me mira con cara de arrepentimiento.
—Siento haberme puesto así.
Ya estoy mejor.
—No pasa nada. No debería ser tan poco cuidadosa.
Sonríe.
—Siéntate—me aparta la silla, pero en cuanto me siento, ella se levanta—Aquí falta algo—me informa.
Sale de la habitación y me deja preguntándome adónde ha ido. A los pocos segundos vuelve con una vela en una mano y un mando a distancia en la otra. Busca unas cerillas, enciende la vela y la coloca en el centro de la mesa. Después pulsa unos cuantos botones en el mando a distancia y el silencio de la villa es reemplazado por una inconfundible voz masculina. La reconozco inmediatamente.
—¿Mick Hucknall?—pregunto, algo sorprendida.
—O Dios, como prefieras llamarlo—Sonríe y se sienta.
—¿Estás dispuesto a compartir tu título?—pregunto mientras cojo mi cuchillo sin filo y mi tenedor seguro.
—Él lo vale—responde como si tal cosa—Eso tiene muy buena pinta. Come.
Sonrío al ver cómo señala mi plato con la cabeza y empiezo a cortar un trozo de cordero. Me esfuerzo por controlar el impulso de volver a amenazarla con el cuchillo cuando veo que se inclina para mirar la carne. Está comprobando si está en su punto. Para ayudarla, giro mi plato para que pueda ver el corte de mi chuleta.
Debería estar contenta.
El filete me gusta al punto, pero prefiero las chuletas muy hechas. Pincho un trozo con el tenedor y me lo llevo a los labios.
—¿Puedo?—pregunto totalmente en serio y sin la más mínima sonrisa en la cara.
Santana tampoco sonríe.
—Adelante—dice, y corta un trozo de su propio cordero y le da el primer bocado. Mastica, asiente y traga—Cocinas muy bien, esposa.
—Yo no he dicho que no sepa cocinar. Simplemente no me gusta hacerlo.
—¿Ni siquiera para mí?
La miro inmediatamente para analizar su expresión y es tal y como me la imaginaba. No está bromeando, ni hace pucheros jugando conmigo. Sé adónde quiere ir a parar y, aunque sí que me gusta cocinar para ella, no quiero tener que hacerlo todos los días.
—No me importa hacerlo—respondo fríamente.
—A mí me gusta que cocines para mí—dice—Es algo normal.
Me detengo y dejo el cuchillo.
—¿Normal?
—Sí, normal. Es lo que hacen las parejas casadas normales.
—¿Te parece normal que yo cocine para que tu comas? Eso es un poco injusto. Tu podrías aprender y cocinarme a mí.
Me echo a reír, pero ella no lo hace. Sigue cortando sus chuletas con cuidado y comiendo.
¿Quiere normalidad?
Entonces debería intentar empezar a comportarse de una manera un poco más normal ella misma.
Pero ¿quiero que sea normal?
No, para nada. Si lo fuera, no sería Santana. Nosotras no seríamos nosotras si ella fuera normal.
Me meto otro pedazo de cordero en la boca para masticar en lugar de llamarla cavernícola. Jamás seremos normales, no del todo, o al menos espero que no lo seamos.
Se encoge de hombros, deja los cubiertos junto al plato y se apoya en el respaldo de la silla. Levanta los ojos lentamente hacia los míos y mastica de forma deliberadamente lenta.
¿Qué pretende con todo esto?
Sus ojos oscuros me cautivan y empiezo a masticar despacio yo también.
—¿Esto no te parece normal?—pregunta con voz grave y gutural.
—¿Te refieres a que cenemos juntas?
—Sí.
Me encojo un poco de hombros.
—Sí, esto es normal.
Asiente suavemente.
—¿Y si te tumbara sobre esta mesa mientras cenamos y te hiciera el amor? ¿Eso sería normal?
Abro los ojos como platos un poco sorprendida. No sé por qué, puesto que eso sería algo completamente normal para nosotras.
—Para nosotras es normal que consigas lo que quieras cuando quieras. Puedes pasar de una comida que te ha cocinado tu mujer si te apetece.
—Bien—vuelve a coger los cubiertos—Me gusta nuestra normalidad.
La miro con cara de extrañada.
¿A qué ha venido eso?
—¿Te preocupa algo?—pregunto.
—No—se apresura a responder.
—Eso es que sí—insisto, y creo que sé lo que es—¿De repente te estás planteando que no podrás hacer lo que quieras cuando quieras cuando lleguen los dos pequeños?
—Para nada.
—Mírame—le ordeno, y lo hace, pero me mira perpleja. No le doy la oportunidad de protestar ni de preguntarme con quién creo que estoy hablando—Es eso, ¿no?
Su expresión de asombro se transforma en ira.
—Donde quiera y cuando quiera.
—No con dos bebés.
Me dan ganas de echarme a reír.
Es eso.
De repente se ha dado cuenta de que no siempre podrá disponer de mi cuerpo cuando le plazca.
Continúo cenando, deleitándome con esa revelación. No me puedo creer que no lo haya pensado hasta ahora.
—Necesitarán toda mi atención.
Me señala con el tenedor. No con el cuchillo, sino con el tenedor.
—Sí, tu papel principal será cuidar de nuestros hijos, y después, por muy poca diferencia, será el de complacerme a mí. Cuando quiera y donde quiera, Britt. Puede que necesite controlarme hasta cierto punto, pero no creas que voy a dejar de dedicar mi vida a consumirte. Contacto constante. Donde quiera y cuando quiera. Eso no va a cambiar sólo porque tengamos hijos.
Pincha un trozo de cordero y se mete el tenedor en la boca. Si lo de que cocine para ella ya es bastante injusto, no tengo palabras para calificar ese discursito.
—¿Y si me siento exhausta después de estar toda la noche dándoles de mamar?—la provoco.
—¿Demasiado cansada como para dejar que te tome?—pregunta, atónita.
—Sí.
—Contrataremos a una niñera.
Apuñala otro trozo de cordero y yo me echo a reír para mis adentros.
—Pero te tengo a ti—le recuerdo.
Suspira y deja los cubiertos de nuevo junto al plato.
—Así es—se lleva las puntas de los dedos a la sien y empieza a masajeársela en círculos—Me tienes a mí, y siempre me tendrás—me coge de la mano—Prométeme que nunca me dirás que estás demasiado cansada o que no estás de humor.
—¡Pero si eres tú la que dice que estoy demasiado cansada!—exclamo prácticamente chillando—Tú sí que puedes rechazarme, ¿no?
—Pero eso es porque yo soy la que manda—dice, y se queda tan pancha—Prométemelo, Britt—insiste.
—¿Quieres que te prometa que puedes tomarme siempre como y cuando te plazca?
Aparta la mirada sólo por unos instantes y luego vuelve a fijar sus ojos pensativos en mí.
—Sí—se limita a responder.
—¿Y si no lo hago?
Estoy siendo insolente porque sí. Jamás estaré demasiado cansada para esta mujer, pero su repentina epifanía me está resultando bastante divertida. Debería haberlo pensado antes de someterme al tratamiento.
Se echa a reír, y entonces la muy arrogante se inclina hacia atrás y se quita la camiseta por la cabeza para revelar su definida perfección. Se mira los pechos, como si se estuviera recordando a sí misma lo increíblemente maravillosa que es. Yo también tengo la mirada fija en su torso. Puede que incluso esté babeando sobre el cordero, pero no voy a ceder a sus tácticas. Me deleito observando su divino esplendor y repaso con la vista cada firme milímetro de su cuerpo. Tomo nota mentalmente de que tengo que volver a marcarle el chupetón. Se está borrando.
—Jamás podrás resistirte a esto, Britt—dice señalando su torso.
Levanto la vista de repente y veo que sus ojos oscuros y brillantes me miran cargados de seguridad.
—Estoy acostumbrada—aparto mi ávida mirada de la perfección de su rostro y me vuelvo hacia mi plato. Mis ojos se resisten dentro de las cuencas y luchan para volver a mirarla—Llega un momento en que me aburro de ver siempre lo mismo—añado intentando parecer lo más indiferente posible.
Se abalanza sobre mí en un segundo, me aparta de la mesa y me tumba sobre una alfombra en el suelo. No tengo tiempo de asimilar lo que ha pasado hasta que apenas puedo respirar y su cuerpo me cubre por completo.
—Mientes muy mal, Britt-Britt.
—Lo sé—admito.
Se me da fatal.
—Vamos a ver lo acostumbrada que estás, ¿de acuerdo?
Me coloca los brazos a ambos lados de mi cuerpo y se monta encima de mí, impidiendo que me mueva. De repente me agobio por la situación. La he vivido muchas veces antes, y la mayoría de ellas he acabado muy frustrada.
—San, por favor, no lo hagas—le ruego sabiendo que no va a servir de nada.
Darse cuenta de que puede quedar en segundo plano ha despertado su instinto animal, y se ha propuesto reclamar sus derechos. Puede que también me marque.
Es como una fiera.
—¿El qué? —pregunta, aunque sabe perfectamente a qué me refiero—Si estás acostumbrada...
Sabe muy bien que estaba fingiendo indiferencia. Jamás me acostumbraré, y me alegro de ello. La veré, la amaré y me moriré de deseo por ella durante el resto de mis días.
Y me muero de ganas.
Ese deseo está corriendo ahora por mis venas. Siempre permanece en el fondo de mi ser, latente, aguardando las palabras o las caricias adecuadas. Y cuando éstas llegan, siento una violenta efervescencia en mi estómago, seguida de impaciencia, y después de un placer tortuoso hasta que llega la explosión, ya sea una explosión lenta y dulce o una explosión intensa que me obliga a gritar. Estoy empezando a sentir la efervescencia. Los músculos de mi estómago se contraen, y seguramente ella lo esté notando porque, a diferencia de nuestros últimos encuentros, está tumbada sobre mi vientre.
Además de percatarse de que ya no seré sólo suya, ¿se ha dado cuenta por fin de que esto no hará daño a nuestros pequeños?
Mi posición actual y el incesante palpitar que siento entre las piernas no varía cuando se pone de rodillas y empieza a sacarse el sujetador, luego a desabrocharse los vaqueros.
Esto va a ser doloroso.
Si va a transformarse en la Santana intensa y dominante, quiero sacarle el máximo partido, y no podré hacerlo si no puedo mover los brazos ni el cuerpo. Estoy a punto de gritar de frustración y, por más que me esfuerzo, no consigo apartar mis ojos insaciables de esos magníficos pechos y abdominales.
¿Acostumbrada?
Menuda gilipollez.
—San, deja que me incorpore.
No me molesto en forcejear porque sé que sólo conseguiré cansarme, y estoy reservando mis energías para lo que está por venir.
—No, Britt.
Se baja la cintura de los pantalones un poco y deja al descubierto sus bragas blancas de encaje.
La cosa se pone seria.
—¡Por favor!—ruego.
Un destello de triunfo reluce en sus ojos cargados de deseo, aunque ambas sabemos que todavía no ha terminado.
—No, Britt—repite con voz grave mientras desliza el pulgar por dentro de las bragas.
Por un segundo, atisbo de la inconfundible humedad de su sexo.
—Joder...
Cierro los ojos desesperada, odiándola y amándola a partes iguales. En mi desdicha, me desconcierta no recibir su típica orden de que los abra. Sin embargo, eso no dura mucho. Pronto siento el movimiento y la sensación de humedad que se abre paso entre mis labios. Mi reflejo natural entra en acción y abro los labios y saco la lengua, pero se aleja un poco. Sé que eso podría hacer que vomitara, pero sigo deseando que se acerque haga.
Abro los ojos de nuevo y veo su vientre. Apoya una mano junto a mi cabeza y está inclinada sobre mí. Levanto la vista para ver su rostro, a sabiendas de lo que voy a encontrarme, pero eso no me detiene. Sé qué mirada voy a descubrir en ella, sé que va a volverme loca de pasión, y sé que no podré hacer absolutamente nada para evitarlo.
Y ahí está ella.
Mi latina, apoyada sobre uno de sus brazos, con esos ojos adictivos y obscenos cargados de ganas y coronados por esas pestañas tremendamente largas que decoran su maravilloso rostro. Desvío un poco la mirada y veo su estómago y sus pechos, que deberían considerarse un peligro. Con el añadido de que se está aguantando, rozándome los labios con su sexo, estoy perdida.
—Acércate, San—le exijo con calma.
—¿Qué efecto tengo en ti, Britt?—pregunta, claramente segura de qué respuesta voy a darle y tentándome con otro pequeño roce en los labios.
—¡Joder, me vuelves loca!—grito retorciéndome sin éxito.
—Vigila esa puta boca—dice prácticamente gruñendo las palabras, lo que no hace sino aumentar mi excitación y mi desdicha.
—¡Por favor!
—¿Te has acostumbrado a mí?
—¡No!
—Y nunca lo harás. Esto es lo normal para nosotras, Britt-Britt. Hazte a la idea.
Se acerca a mi boca con un gemido y yo le paso la lengua de buena gana, eufórica y ansiosa. Gimo con la invasión. Lamo, chupo y muerdo, pero no tengo todo el control. Se niega a cederme el poder, pero me da igual.
Es contacto.
—Despacito, Britt—le cuesta pronunciar las palabras, y yo levanto la vista para deleitarme en la expresión de tensión de su rostro mientras ella observa cómo mi boca disfruta de su sexo—Me encanta tu boca, Britt.
Su mano libre repta por mi cuello y me agarra de la nuca para que no me mueva mientras empuja suavemente hacia adelante con golpes lentos, rítmicos y deliciosos. No lo hace con brusquedad, pero eso no significa que no esté cumpliendo con su obligación de ser la Santana dominante.
Ha encontrado el punto medio de nuestra relación normal, aunque yo no lo haya hecho, pero estoy empezando a captarlo, y ella está haciendo un trabajo excelente mostrándome el camino.
Mientras lamo su sexo, éste palpita y noto cómo sus piernas, que sujetan mis brazos contra el suelo, se tensan. Eso me proporciona el empujón que necesitaba. La presión y el ritmo de mis labios y lengua se vuelven más frenéticos, haciendo caso omiso de su orden de hacerlo despacio.
Va a correrse.
Gimo, ella se sacude soltando un montón de tacos, pero cuando me quiero dar cuenta ya no la tengo cerca. Se incorpora sobre sus rodillas, se lleva la mano a su sexo y me observa con los labios entreabiertos mientras termina.
Estoy enfadada, pero me está refrescando una de mis imágenes favoritas de todos los tiempos: la erótica y extraordinaria visión de ver a Santana masturbándose hasta alcanzar el clímax. Esta vez, sin embargo, es mejor, porque acaba de apartarse el pelo húmedo de la cara, deslizándose la mano entre sus pechos. Casi me asfixio de satisfacción. Unos pocos momentos más y creo que sería capaz de correrme sólo de verla.
Joder, es como un diosa del Olimpo.
—¡Joder!—brama, y vuelve a sentarse sobre los talones, tirando de mi camiseta y mi sujetador antes de posicionar de nuevo su sexo entre mis senos para derramar su humedad por todo mi pecho.
Jadea, sudando y húmeda, y empieza a menearse en círculos para extender su humedad por todas partes.
Ya me ha marcado.
—Donde quiera y cuando quiera, Britt-Britt—resopla, y se inclina para devorar mi boca con vehemencia. Esto también la acepto de buen grado, y dejo que continúe tomando lo que quiera—Joder, ha sido perfecto.
—Mmm—confirmo.
No necesito expresarlo con palabras.
Ha sido perfecto.
Ella es perfecta.
—Ven aquí—se incorpora, me recoloca el sujetador y la camiseta, se pone de pie y me coge en brazos. Me lleva hasta la mesa, me sienta en la silla y señala mi plato—Acábate la cena.
—No he vomitado—digo casi con orgullo.
—Muy bien.
—¿Por qué no te has corrido en mi boca?—pregunto mientras se sube las bragas y los pantalones y se los abrocha.
Por un momento, la severidad de su rostro flaquea, pero sólo un poco. Se coloca el sujetador y se sienta en su sitio y señala mis cubiertos con una instrucción silenciosa. Después coge los suyos.
—Podría ser tóxico para los pequeños.
De haber tenido cordero en la boca, me habría atragantado, pero en lugar de hacerlo empiezo a desternillarme de risa.
—¿Qué?—digo entre carcajadas.
No me lo repite. Me guiña un ojo y yo me enamoro de ella un poco más.
—Cómete la cena, Britt-Britt.
Miro mi plato con una sonrisa y empiezo a comer de nuevo, totalmente satisfecha a pesar de que no he tenido ningún orgasmo. Sigo bullendo ligeramente, pero no me importa.
—¿Qué vamos a hacer mañana?—pregunto.
—Bueno, pues no sé tú, pero yo voy a darme un atracón.
—¿Vas a tenerme encerrada en el Paraíso todo el fin de semana?—no me importa, pero estaría bien ir a dar un paseo, o a cenar.
—No iba a hacerlo, pero puedo poner cerrojos.
Se mete el tenedor en la boca y empieza a masticar un trozo de pimiento relleno lentamente mientras me mira con las cejas enarcadas. Le estoy dando ideas. No le contesto. Amplío mi sonrisa burlona, plena de felicidad, y sigo intentando terminar de cenar.
—Joder, adoro esa puta sonrisa. Mírame.
Mi sonrisa ya no es socarrona, es una sonrisa auténtica, y ella me ofrece la suya, esa que tiene reservada sólo para mí, con los ojos brillantes incluidos.
—¿Estás contenta?—pregunto.
—Estoy loca de alegría.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
jajjaja chiquita controladora es San jaja!!
saludos
saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
monica.santander escribió:jajjaja chiquita controladora es San jaja!!
saludos
Hola, ajjaajajaj te parece¿? jajajajajaajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 24
Capitulo 24
Sé que estoy sonriendo en sueños. Ni siquiera necesito abrir los ojos para saber dónde estoy. La fresca brisa del mar que entra por las ventanas abiertas y ese olor a salitre mezclado con la intensa fragancia de las flores es todo cuanto necesito para recordar dónde me encuentro.
Sin embargo, ninguno de los dos aromas supera la esencia que más me gusta en esta vida, que está impregnada en cada una de las fibras de las sábanas de algodón sobre las que ha dormido.
Pero ella no está en la cama.
Abro los ojos y lo primero que veo es una galleta de jengibre, comprimidos de ácido fólico y un vaso de agua. Sonrío, cojo las pastillas, las ingiero con la ayuda del agua y empiezo a comerme la galleta. Me acerco al borde de la cama y no me molesto siquiera en ponerme ropa interior. Estamos solas en una playa desierta, y no he olvidado su demanda de que baje a desayunar así todas las mañanas. Además, ahora puedo hacerlo sin el temor de que Sue pueda llegar en cualquier momento.
De modo que me paseo desnuda por gran parte de la villa en busca de mi latina, pero al cabo de un rato veo que no está por ninguna parte. La cortina de gasa que cubre las puertas del salón que dan al porche ondea con la suave brisa. Me abro paso a través de la tela en movimiento hasta que me encuentro sobre el suelo de madera e inspiro profundamente el aire fresco.
Es perfecto.
Sé que es temprano porque el sol está muy bajo, pero el calor es intenso, debilitado únicamente por la brisa que azota mi pelo y me lo echa sobre la cara. Me lo recojo como puedo en una especie de moño suelto y, cuando por fin tengo los ojos despejados, la veo a lo lejos.
Está corriendo.
Y sólo lleva puestos los shorts y un top, sin camiseta ni zapatillas de deporte. Me apoyo en la barandilla de madera y observo alegremente cómo se acerca cada vez más. Su perfecta constitución resplandece bajo el sol de la mañana. Parece un espejismo.
—Buenos días—canturreo cuando se encuentra a unos pocos metros de distancia, sudanda y jadeando.
Esto no es normal en ella. Es como un robot cuando corre, nunca muestra signos de fatiga. Coge la toalla que ha dejado colgada en la barandilla y empieza a frotarse con ella sonriendo.
—Y tan buenos—sus ojos descienden por mi desnudez. Lo único que me tapa ligeramente son los barrotes que tengo delante—¿Cómo te encuentras?
Me paro a pensarlo rápidamente, evalúo mi organismo y llego a la conclusión de que estoy perfectamente. No tengo nada de angustia.
—Bien.
—Estupendo—se acerca al porche y me mira—Bésame.
Me inclino y le doy un pico en los labios. El pulcro sudor que cubre su cuerpo realza su aroma característico.
—Estás empapada.
—Es que hace muchísimo calor—se aparta—¿Desayunamos?—dice como si fuera una pregunta, pero no lo es.
Si digo que no, sin duda me cogerá, me colocará sobre sus hombros, me llevará adentro y me obligará a comer.
—Te prepararé el desayuno.
Echo a andar por el porche en dirección a nuestro dormitorio.
—¡¿Adónde vas?!—grita a mis espaldas.
—A ponerme algo.
—¡Eh!—exclama. Me vuelvo y veo que está muy disgustada—Mueve ese culo desnudo a la cocina, Britt-Britt.
—¿Perdona?—me echo a reír.
—Ya me has oído.
Me observa con expectación, como desafiándome a desobedecerla. Miro mi cuerpo desnudo y suspiro. No me pedirá este tipo de cosas cuando esté a punto de reventar. Ya no tendrá ganas de mirarme. Pero, por ahora, yo me siento cómoda en cueros y, sin duda, ella también se siente cómodo, de modo que vuelvo sobre mis pasos y entro en la villa a través de las puertas de la cocina. Al pasar por delante de Santana recibo una palmada en el trasero. Si nuestra normalidad consiste en preparar el desayuno y comérnoslo en pelotas, lo cierto es que me encanta.
Si consiste en tardar tres horas en arreglarnos porque ninguna de las dos puede despegar las manos de la otra, me encanta. Y si consiste en que me ponga un vestido de verano y que ella me mire como si me hubiera vuelto loca..., bueno, eso ya no me gusta tanto.
—Ponte otra cosa, Britt—dice mirando mi ropa mientras masculla y maldice entre dientes al tiempo que inspecciona y descarta todos mis vestidos playeros—Lo has hecho adrede.
—Hace calor—protesto, y me echo a reír vestida tan sólo con mi ropa interior de encaje al ver cómo Santana se vuelve loca.
—¡Coño, Britt!—exclama sosteniendo un mono sin tirantes muy corto.
—Dijiste que tenía unas piernas muy bonitas—me justifico.
—Sí, lo tienes todo muy bonito, pero eso no significa que quiera que todo el mundo lo sepa.
Tira el mono a un lado y saca un vestido negro largo y vaporoso de tirantes finos.
—Sólo para mis ojos—afirma—Sólo para mis ojos.
—Pero ¿qué coño te pasa?—le quito el vestido de las manos—El día del aniversario de La Mansión no te importó que me pusiera aquel traje, ni tampoco te molesta que lleve los shorts vaqueros.
—Claro que me importó. Hice una excepción, pero vi cómo te miraban las personas.
¿Me está tomando el pelo?
—¡Y yo veo cómo te miran a ti!
—Exacto; ¿te imaginas cómo me mirarían si fuera por ahí medio desnuda?—señala el vestido con la cabeza—Puedes ponerte éste.
—Muchas veces vas sin camiseta—señalo—, y yo no me abalanzo sobre ti para ocultar tu cuerpo. ¡Relájate!
—¡No!—grita.
Ambas nos miramos con el ceño fruncido, pero sin duda el suyo gana.
—Estás siendo poco razonable—espeto—Pienso ponerme lo que me dé la gana.
Le tiro el vestido negro a la cara y cojo el playero fucsia anudado al cuello, me lo meto por los pies y me lo subo por el cuerpo. Ella observa cómo me pongo la prenda rápidamente.
—¿Por qué me haces esto?—pregunta con desazón.
—Porque es absurdo que creas que puedes decidir qué puedo y qué no puedo ponerme, por eso—me ato el vestido por detrás del cuello y me lo aliso, haciendo caso omiso de los gruñidos que profiere mi latina irracional. No pienso tragar con esta faceta de nuestra normalidad—Además, no es para tanto, tú también usas vestidos a veces, y muy apretados.
—Si, a veces cuando es necesario. Joder, tú eres demasiado bonita—masculla echando humo.
Sonrío y deslizo los pies en las chanclas.
—Y soy tuya, San.
—Lo eres—responde tranquilamente—Eres mía.
Respiro hondo y me acerco a su pecho.
—Nadie me apartará de tu lado, nunca.
No sé cuántas veces tengo que decírselo. Me encanta que tema perderme, pero también sé que su problema son las hordas de mujeres desnudas que lo han rodeado durante la mayor parte de su vida. No quiere que las personas me miren como miran a esas mujeres, como ella las miraba antes de conocerme a mí.
—Lo sé—suspira—Pero ¿es preciso que te pongas el vestido más minúsculo de todo el planeta?
La beso en la mejilla.
—Estás exagerando.
—Yo creo que no—gruñe, y aprieta su mejilla contra mis labios—¿Y si llegamos a un acuerdo?
—¿Qué tipo de acuerdo?—pregunto. Entonces veo que se agacha y coge un cárdigan—De eso, nada, López. Me desmayaré del calor.
Lo deja caer exagerando la furia de un modo ridículo y teatral y se levanta.
—Vale, pero no me hago responsable si algún capullo te hace ojitos.
La observo perpleja. Está delante de mí, con un aspecto delicioso vestida con sus shorts vaqueros y su polo ceñida, al estilo de Santana.
—Yo tengo que lidiar con los ojitos que te ponen a ti a diario.
Sonríe con malicia.
—Sí, y en seguida las aplastas a todas.
Me echo a reír y me dispongo a salir de la habitación.
—Mi ritual de aplastamiento es algo más suave que el tuyo.
Las cosas en el Paraíso van cada vez mejor. Aunque la idea de dejar que Santana me mantuviera encerrada en la villa me resultaba muy tentadora, quería explorar con ella, pasear cogidas de la mano, comer por ahí y estar juntas de otra manera. No es algo que hayamos hecho a menudo desde que nos encontramos la una a la otra y, aunque me ha costado convencerla, sé que ella también ha disfrutado estando conmigo de otra forma hoy.
Se ha pasado todo el día rodeándome los hombros o la cintura con el brazo para pegarme a ella, y durante la comida en el bar ha hecho que me sentara cerca para que pudiéramos mantener el contacto físico.
Anochece mientras regresamos a la villa por la tronada carretera. La familiar fragancia inunda mis fosas nasales cuando atravesamos las puertas de madera y avanzamos por el camino adoquinado bajo la bóveda verde y blanca.
—¿Has pasado un buen día?—pregunta mientras apaga el motor y me mira, casi esperanzado.
—Sí, gracias. ¿Y tú?
—Sí, ha sido uno de los mejores días de mi vida, Britt-Britt. Pero ahora me toca a mí elegir lo que vamos a hacer esta noche—me desabrocha el cinturón y se inclina sobre mí para abrirme la puerta—Sal.
Obedezco su orden y me levanto del suave asiento de piel.
—¿Y qué vamos a hacer?
—Vamos a jugar a un juego—ahora está en mi lado del coche, mirándome con una ceja enarcada y cara de pilla.
—¿Qué clase de juego?—mi curiosidad resulta evidente.
—Ya lo verás—me coge de la mano y me dirige hasta la villa—Espérame en el salón, donde la alfombra—me ordena.
Me planta un beso y me deja desconcertada junto a la puerta de entrada.
¿Adónde va?
Observo con el ceño fruncido cómo desaparece en dirección al dormitorio y, sin poco más que hacer aparte de obedecer sus instrucciones, dejo el bolso, me dirijo a la alfombra en cuestión y me siento sobre la pieza suave, gruesa y tupida. Mi mente curiosa no deja de dar vueltas, pero no dura mucho. Pronto reaparece barajando un juego de cartas.
—¿Vamos a jugar a las cartas?—pregunto intentando no parecer decepcionada.
—Sí.
Su respuesta breve y concisa indica que, efectivamente, vamos a jugar a las cartas, por más que yo proteste.
¿Cartas?
—¿No preferirías devorarme?
Pongo en práctica mi táctica de seductora con poca confianza. Sé cuándo voy a ganar, y sé que ésta no es una de esas veces. Me mira con recelo mientras baja el trasero hasta la alfombra. Se apoya contra el sofá y estira las piernas delante de ella.
—Vamos a jugar al strip póquer.
Empiezo a agitarme en mi sitio.
—Yo no sé jugar al póquer—perderé, pero ¿eso es algo malo?—No sería un juego justo si yo no sé jugar.
Decido que sí que es algo malo. Está en modo engreída, y quiero borrarle esa sonrisa de gallito de la cara. Acaba de aflorar mi lado competitivo.
—Muy bien—dice lentamente mientras sigue barajando mientras habla—¿Y qué te parece el blackjack?—debe de haberse dado cuenta de que me he quedado igual, porque sonríe un poco—El veintiuno. ¿Pedir, pasar, rendirte?
Sigo igual de perdida.
—No, lo siento, no sé de qué estás hablando—estiro las piernas, me inclino hacia atrás y me apoyo sobre las manos—¿Jugamos al burro?
Santana suelta una carcajada al tiempo que echa la cabeza hacia atrás. Me encanta su risa.
—¿Al burro?
—Sí, soy muy rápida.
—Britt, dejemos el burro para cuando lleguen los niños—sigue riéndose y nos reparte dos cartas a cada uno—Vale, yo soy la banca, y tú tienes que mirar tus cartas.
Me encojo de hombros y las recojo. Tengo un diez y un seis.
—Vale.
—¿Qué tienes?
—¡No te lo voy a decir!
Pone los ojos en blanco.
—Es una partida de prueba. Dime qué tienes.
Me pego las cartas al pecho.
—Un diez y un seis—digo con recelo.
—¿Dieciséis entonces?
—¿Hay que sumarlas?
Va a arrepentirse de esto. Puede que ya lo esté haciendo.
—Sí, hay que sumarlas.
—Vale, entonces tengo dieciséis.
Le enseño mis cartas. Ella asiente al verlas.
—Gana el que se acerque más a veintiuno cuando todos los jugadores hayan hecho sus movimientos.
—¿Qué movimientos?—contengo la risa cuando veo que echa la cabeza hacia atrás y mira al techo exasperada.
—Los que estoy a punto de explicarte, Britt.
—Ah, vale. Explica, explica.
Vuelve a bajar la cabeza y exhala un suspiro de agotamiento. Sí, sin duda se está arrepintiendo de esto. Seguro que está deseando haber optado por devorarme.
—Bien. Tienes dieciséis y necesitas acercarte a veintiuno todo lo posible sin pasarte. Sin pasarte quiere decir sin superar los veintiuno, ¿vale?
—Vale.
—Bien. Con un total de dieciséis, deberías pedir, lo que significa que pides otra carta. ¿Vale?
—Vale.
Me entrega otra carta y yo la cojo a hurtadillas, como si ella no supiera ya lo que tengo en la mano.
—¿Qué te ha salido?—pregunta.
—Un rey—no soy una experta en juegos de naipes, pero sé que eso significa que me he pasado. Tiro las cartas al suelo—¡Yo no quería pedir!
—No puedes plantarte con dieciséis, Britt.
—¡Pero así no me habría pasado!
—No, pero es probable que yo tenga más que dieciséis, así que es mejor que te arriesgues.
Les da la vuelta a sus cartas y tiene una jota y una reina.
—Veinte—confirmo rápidamente.
—Exacto. Y me planto, así que gano yo—recoge las cartas y empieza a barajarlas de nuevo—¿Lo pillas?
—Sí, voy a patearte el culo, López.
Me froto las manos y me pongo cómoda. Ella sonríe ante mi competitividad. Probablemente sienta lástima de mí. Al fin y al cabo, a Santana López se le da todo de maravilla.
—Tenemos que decidir lo que vamos a jugarnos, Britt-Britt.
—Pero ¿no estamos jugando al veintiuno?
Inclina la cabeza hacia atrás de nuevo y se echa a reír a carcajadas. Yo intento mantenerme seria, pero me encanta cuando se ríe de esa manera.
—Sí, me refería a qué vamos a apostarnos—fija sus ojos oscuros en mí—Joder, te quiero muchísimo.
—Lo sé. ¿Qué vamos a apostarnos?—cada vez me gusta más este juego.
—¿Cuántas prendas de ropa llevas puestas?
Me repasa con la mirada como si estuviera evaluándolo mentalmente. Jugar a las cartas no parece tan mala idea después de todo.
—Tres. El vestido, las bragas y el sujetador. Ah, y los zapatos, así que cinco—digo señalando las chanclas.
—Quítate las chanclas —me ordena—Yo sólo llevo dos—se tira del polo, el tirante del sujetador y de los shorts.
—¿Y el sujetador y las bragas?
—Suponían un obstáculo demasiado grande—explica como si tal cosa, y nos reparte dos cartas a cada una. Sé perfectamente cómo va a acabar esto. Nada de obstáculos—La primero que se quede desnuda pierde—dice sonriéndome—Y la que gane tiene el mando.
Jadeo de incredulidad al ver su expresión divertida.
—¿Qué ha sido de eso de «donde sea y cuando sea»?
—Estoy siendo razonable—se encoge de hombros y señala mis cartas con la cabeza—No tientes la suerte o retiraré mi ofrecimiento de posible poder.
Recojo los naipes con cuidado y los miro pegándolos a mi cara. Está tan segura de sí misma que me permite la ventaja de llevar una prenda más que ella.
—No tiene nada de razonable jugarse quién tiene el mando en nuestra relación—replico. A continuación miro mis cartas y veo dos sietes—Dame una.
Me pasa una carta más y sigue sonriendo.
—Todo forma parte de nuestra normalidad, Britt-Britt. Aquí tienes.
—Gracias—respondo con educación. Recojo la carta del suelo y la coloco junto a las demás. Es un ocho. Resoplo dramáticamente y tiro las cartas entre nosotras—Me he pasado—gruño.
Ella sonríe y me muestra sus cartas. Tiene una jota y un nueve.
—Creo que yo me planto—dice—Has perdido.
Sacudo la cabeza y veo cómo coloca las cartas en el suelo y empieza a reptar hacia mí, sin apartar la mirada de la mía. El corazón se me acelera al ver cómo se aproxima su figura, y cuando la tengo justo delante, acerca las manos a mi cuello.
—Pierdes el vestido—susurra, y desata el nudo—Ponte de pie.
Me obligo a levantarme cuando lo único que quiero hacer es tumbarme boca arriba y dejar que me tome ahora mismo. Por mí puede quedarse con el poder. No lo quiero.
Nunca.
Observo con los ojos cargados de lujuria cómo coge el bajo de mi vestido, se pone de pie, me lo quita por la cabeza y lo tira sobre el sofá. Se acerca a mi oreja y me muerde el lóbulo.
—Llevas encaje—murmura, y el calor de su aliento me pone el vello de punta. Me tenso, a pesar de mis esfuerzos por no hacerlo. Y entonces me deja aquí de pie, ardiente de deseo, y vuelve a sentarse—Siéntate.
Cierro los ojos y recobro la compostura. He de ser fuerte porque esto es realmente un juego para ella. Me siento con mi lencería de encaje y, como buena seductora que soy, me abro de piernas, me recuesto y me apoyo en las manos. Si quiere jugar, jugaremos.
—Reparte, latina.
La astuta sonrisa que se dibuja en su atractivo rostro indica que sabe lo que pretendo. Su seductora está haciendo honor a su reputación. Reparte las cartas. Miro con precaución y declaro mi intención de plantarme. Ella asiente pensativamente y les da la vuelta a sus propias cartas. Tiene un nueve y una reina.
—Yo también me planto.
Me mira, sonrío, muestro mis dos reyes con gesto de superioridad y me pongo a cuatro patas para acercarme a ella. Me monto sobre sus muslos y la agarro del dobladillo de la camiseta.
—Pierdes la camiseta—susurro tirando de la prenda. Levanta los brazos sin protestar y tiro la camiseta detrás de ella. Suspiro y me inclino para besarle entre los pechos—Mmm—me agarro a su entrepierna con toda mi mala intención. Ella deja escapar un grito ahogado, pero entonces me aparto y vuelvo a mi sitio en la alfombra—Reparte, San.
Es bastante evidente que le está costando no tumbarme sobre la alfombra. Lo sé porque no para de morderse el labio. Está intentando concentrarse, y me encanta. Las vistas mejoran para mí también ahora que he ganado esta mano. Una más y tanto ella como el poder serán mías.
Reparte de nuevo. Recojo las cartas y calculo rápidamente que suman catorce.
—Una más, por favor—le pido. Un dos. Dieciséis en total. Mierda. Ahora no sé qué hacer—¡Me planto! Digo... ¡otra!—Santana se dispone a pasarme otra carta con una sonrisa—¡No! No, me planto—rechazo la carta y empieza a reírse.
—¿Indecisa?—pregunta, y estira su torso definido para destacar sus pechos y abdominales.
Aparto la vista para no perder la concentración. No voy a dejar que me distraiga, pero, joder, me resulta casi imposible resistirme y no quedarme mirándola con la boca abierta.
—No. Me planto—afirmo con petulancia.
—Muy bien—intenta desesperadamente no sonreír mientras mira sus cartas—Hum. Dieciséis—dice—¿Qué hago?
Me encojo de hombros.
—Tú verás.
No repito las palabras que me ha dicho ella en la mano de prueba. Me muero por hacerlo, pero no lo hago. Aunque me gustaría ver cómo sale doña Bueno en Todo de ésta.
—Bueno, una más—dice, y le da la vuelta a una carta.
No sé cómo, pero consigo mantenerme seria cuando muestra un seis.
—Bueno...—susurro. Aparto la vista de mis cartas y la centro en su torso, sus pechos, su cuello y su precioso rostro—Te has arriesgado—le tiro mis cartas, que siguen sumando un total de dieciséis—Y yo no. Pierdes los shorts.
Examina mis cartas con una leve curva en los labios y sacude la cabeza.
—Tú ganas, Britt-Britt.
—Yo tengo el mando—empiezo a gatear hacia ella, ya que no quiero perder ni un segundo más sin tocarla. Ha sido el juego de cartas más largo de toda mi vida—¿Cómo te sientes al respecto?
Le desabrocho los pantalones. No intenta detenerme. Apoya la espalda en el sofá y levanta el culo para facilitarme la tarea de deslizarle la prenda por los muslos. Cuando su sexo queda al descubierto, tengo que esforzarme por contenerme.
—Yo te hago a ti la misma pregunta—dice con voz grave, gutural y cien por cien sexual.
—Me siento poderosa.
Lanzo los shorts por encima de su cabeza, le quito la baraja de las manos y la dejo a un lado. Ella estira la mano y me pasa el pulgar por el labio inferior, arrastrándolo. Abre la boca ligeramente y me mira.
—¿Qué plan tiene mi pequeña seductora?
Debería apartarle la mano, pero no lo hago.
—Va a renunciar al poder—susurro. Apoyo las manos en sus muslos y me incorporo hasta que nuestras narices se tocan—¿Qué tiene que decir mi diosa al respecto?
Compone esa gloriosa sonrisa que tanto adoro.
—Tu diosa dice que su seductora ha aprendido muy bien—sus manos me agarran de la cintura y yo apoyo las mías sobre sus hombros—Tu diosa dice que su seductora no se arrepentirá de haberle cedido el poder—pega los labios a los míos y su lengua penetra lentamente en mi boca—Tanto la diosa como la seductora saben cómo funciona nuestra relación—me coloca la mano en el pubis por encima del encaje y apoya la frente en la mía—Y funciona perfectamente.
Me pongo rígida, pero hago descender el cuerpo sobre su palma buscando algo de fricción.
—Eres perfecta.
Pego los labios a los suyos, le hundo las manos en el pelo y tiro de él. No puedo evitarlo.
—Lo sé—murmura alrededor de mis labios sedientos. Desliza las manos por mi cintura hasta mi trasero—Pero creía que habías renunciado al poder.
No podría parar ni aunque mi vida dependiera de ello, y ruego para mis adentros a todos los santos que no pretenda imponer su autoridad porque estoy desesperada, ansiosa y necesitada.
—Por favor, no me detengas—digo sin ningún pudor, hundiendo todavía la lengua en su boca.
Ella gruñe, me aprieta contra sí y no muestra intención alguna de parar esto. Está dejando que haga lo que quiera con ella.
—Sabes que no puedo negarte nada.
—Sí que puedes—discrepo entre firmes y profundos lametones, aunque sé que sería mejor que no lo hiciera ahora mismo.
Suele decir que no cuando estoy cansada o pretende castigarme.
—Ahora no.
Está de pie, envuelta con mi cuerpo, y ni siquiera sé cómo ha pasado. Estoy demasiado extasiada. Cuando siento el fresco aire de la noche sobre mi espalda desnuda, me pego aún más a ella y la beso con más intensidad. En mi cerebro no hay cabida para pensar adónde vamos.
Me da igual.
El susurrante sonido de las olas que lamen la costa en la noche es lo primero que oigo. Después percibo la esencia salada del Mediterráneo. El aire es algo frío, pero el calor de su cuerpo pegado al mío mitiga cualquier posible molestia. Estoy ardiendo, y creo que ni la Antártida conseguiría enfriarme.
Recorre con cuidado las traviesas de madera mientras me acerca al borde del mar, pero no me mete en el agua. Se arrodilla y me coloca sobre la arena blanda y húmeda procurando no despegar nuestras bocas en ningún momento. Mis manos recorren toda su constitución. Mis piernas luchan bajo su cuerpo por liberarse y aferrarse a ella, y pronto me quedo sin aliento. De repente, una suave ola nos alcanza y mi cuerpo tendido está rodeado de agua fresca y salada, lo que hace que me cueste más aún respirar. La impresión me obliga a lanzar un grito ahogado y hundo las uñas en sus bíceps. Mi espalda se arquea para intentar huir del frío, y mis senos cubiertos de encaje se pegan a la piel desnuda de sus pechos. Mi ardor se enfría al instante.
—Chsss—me tranquiliza—Tranquila.
Sus palabras suaves me relajan al momento. No sé cómo ni por qué. Sigo teniendo frío, pero siempre consigue sosegarme. Empieza a besarme hasta llegar a mi cuello. Me muerde y me chupa y sus besos se dirigen hacia mi rostro de nuevo.
—Te amo—susurra—Joder, te amo muchísimo.
Me estalla el corazón.
—Lo sé—digo rozando mis labios con los suyos—Sé que me amas. Hazme el amor.
Es lo que necesitamos ahora. Nada de sexo ni de sexo duro. Sólo amor.
—No pensaba hacer otra cosa—tira de mis bragas de encaje y me las baja por las piernas—A éste lo llamaremos «polvo adormiladas al anochecer».
Dejo resbalar las manos por sus brazos hasta que mis palmas alcanzan sus mejillas. Le veo perfectamente la cara, a pesar de la oscuridad que nos rodea. Puede que este polvo adormiladas al anochecer se convierta en mi favorito.
—Hecho—murmuro, y separo las piernas para ayudarla a quitarme la ropa interior.
Lleva el brazo a mi zona lumbar y me levanta un poco para poder acceder a la parte de atrás de mi sujetador. Me lo quita con una mano y lo desliza por mis brazos. Se queda suspendido entre mis dos muñecas, que se niegan a apartarse de su rostro. Quiero seguir con los labios pegados a los suyos, continuar dejando que su lengua acaricie la mía enviándome así al séptimo cielo de Santana.
Mis pezones se endurecen todavía más a causa del frío, pero sobre todo cargados de deseo. Y entonces, aparta la cara de mis manos con un gemido y se echa hacia atrás. Me estudia durante unos instantes, se mueve y junta nuestros sexos de una manera meticulosa, concienzuda y perfecta. No sabría interpretar su rostro, pero esos ojos oscuros narran una historia totalmente diferente. Penetran hasta lo más profundo de mi ser y están cargados de admiración y devoción.
—¿Hacemos el amor?—pregunta en un tono tan bajo que casi no puedo oírlo con el leve susurro de las olas.
Asiento y levanto las caderas con silenciosa impaciencia. Mi plan de seducción funciona. Inspira profunda e irregularmente y se apresura a levantarme cuando nos baña otra ola. Grito al sentir de nuevo el frío pero, sobre todo, al sentir la unión completa y perfecta. Me sostiene contra sí mientras el agua se filtra, con mi mejilla pegada a su garganta, y después me deposita de nuevo sobre la arena. Apoyo las manos en sus hombros como de costumbre y ella coloca los antebrazos a ambos lados de mi cabeza. Y nos quedamos mirándonos. Esta sensación de por sí es más que placentera. Hace frío, estamos mojadas, pero absolutamente felices. No existe nada más.
—¿Quieres que me mueva?—hace descender su boca hasta la mía—Dime qué es lo que quieres, Britt-Britt.
—A ti. Sea como sea.
—Bueno será con un amor incontrolable hacia ti. ¿Te parece bien?
Me parece perfecto. En lugar de responderle la beso, pero ella se aparta con los ojos cargados de deseo y espera una respuesta verbal.
—Me parece perfecto—digo con un suspiro silencioso sintiendo que probablemente acabo de autorizar que se vuelva dominante.
No obstante, es verdad, me parece perfecto.
—Me alegro—menea las caderas hacia arriba dejándome sin aliento y tensando los músculos del cuello—Siento tanto placer estando contigo que no sé cómo he podido sobrevivir sin esto. Existía, Britt. Pero no vivía.
Se mueve poco a poco sin prisa. Pega los labios a mi boca y atrapa mi pequeño grito, mezcla de placer y de frío, cuando otra ola vuelve a sorprenderme.
—Ahora estoy viva. Y es sólo por ti.
—Lo entiendo—digo pegada a su boca anticipándome a su siguiente pregunta—Entiendo lo que quieres decir.
—Bien. Necesito que lo hagas—se vuelve a mover, y ambas suspiramos y tensamos nuestros cuerpos—Me encanta nuestra normalidad.
Sonrío y me retuerzo debajo de ella con otra de sus embestidas.
Nuestra normalidad.
A mí también me encanta. Nuestra normalidad consiste en que Santana me ame de una manera tan violenta que me vuelva loca. Que yo le devuelva ese amor. Y que la acepte en todos sus estados dominantes.
Lo tengo asumido.
Ni siquiera siento ya el frío del mar cuando me moja. El deseo corre por mis venas calentando mi piel. Me aferro a cada embestida con todos los músculos de mi cuerpo, igualando su pasión con la mía, besándola, sintiéndola, tirándole del pelo y gimiendo.
Mueve las caderas hacia adelante y hacia atrás con tanta precisión y a un ritmo tan regular que cada movimiento me acerca más y más al clímax. La suavidad de su lengua, que explora cada rincón de mi boca, y su aterciopelado sexo deslizándose junto al mío han sumido en un absoluto éxtasis, como lo hacen siempre.
Le muestro mi desazón cuando interrumpe nuestro contacto bucal, pero hace caso omiso. Se aparta para observarme mientras mantiene el ritmo.
—Necesito verte—jadea—Necesito ver cómo arden tus ojos cuando te corras para mí.
—San...
Estoy jadeando. No tendrá que esperar mucho. Me está rozando en el punto correcto, demostrando una vez más su maestría sexual conmigo. Sé que me reprenderá si cierro los ojos, de modo que resisto la tentación de inclinar la cabeza hacia atrás y de cerrarlos con fuerza. Es difícil no hacerlo con lo que me está haciendo. Eleva la parte superior de su cuerpo y se apoya sobre los puños.
—Está cerca—observa en voz baja—Contrólalo, Britt. No me obligues a parar.
Acelera el ritmo sin apartar los ojos de los míos.
—No pares, por favor.
Deslizo las manos hasta su trasero y me aferro a él con fuerza apretándola contra mí.
—Bueno ya sabes lo que tienes que hacer.
Empieza a menearse en círculos, poniéndomelo así más difícil. Contengo un grito y me empeño con todas mis fuerzas en retrasar lo inevitable hasta que ella esté preparada. Para ello necesito inspirar hondo y de manera controlada, de modo que trago saliva e inicio una secuencia de ejercicios para regular mi respiración.
Sabe lo que me está costando.
Y sé que lo sabe por la leve sonrisa que se dibuja en sus labios mientras me mira y porque está intensificando sus arremetidas. Sus bíceps empiezan a hincharse también, lo que significa que está moviendo los puños en la arena para controlar mejor sus movimientos y seguir atormentándome con su tortuosa manera de hacerme el amor.
Y, joder, lo está consiguiendo.
Cada estocada es más y más placentera. Estoy tumbada debajo de ella, absorbiendo sus atenciones, mordiéndome el labio y muriéndome de ganas de dejarme llevar. A través de mi salvaje sensualidad, busco alguna señal de que a ella también le falte poco, y empiezo a desesperarme al no ver ninguna, pero entonces sus ojos oscuros desaparecen tras sus párpados por un breve instante y sus caderas dan una sacudida.
Está cerca.
Temiendo que pueda detenerse para recuperarse, enrosco las piernas alrededor de su cintura y me muevo al compás de ella.
Es su perdición.
Empieza a sisear, da otra sacudida y yo grito de deleite y la agarro de los antebrazos con fuerza.
—¡JODER!
Echa la cabeza atrás y su ritmo empieza a acelerarse con movimientos más intensos. Aprovecho el momento en que ha apartado la mirada de mí para cerrar los ojos. También contengo la respiración.
—¡Abre los ojos!—la oscuridad dura poco. Abro los párpados de nuevo y me encuentro con su rostro húmedo cargado de frustración por no poder controlarlo—Joder, Britt-Britt—jadea—¿Quieres correrte?
—¡Sí!
—Ya lo sé—empieza a percutirme, gritando explícitamente una y otra vez, y entonces me ladra—Córrete.
Mi cuerpo libera la tensión y empieza a sacudirse con violentos espasmos y a palpitar con los persistentes e incesantes estallidos de placer.
Estoy ardiendo.
Su humedad se mezcla con la mía y ella se detiene, gimiendo y gruñendo. Su respiración es agitada, al igual que la mía. Sigue apoyada sobre los brazos y está sudando abundantemente mientras yo muevo la cabeza de un lado a otro, casi desorientada por la intensidad de mi orgasmo.
—Has hecho que pierda el control, Britt—resopla enfurruñada—Maldita sea, me vuelves completamente loca.
Dejo caer los brazos por encima de mi cabeza sobre la arena mojada y noto al instante que hay otro charco de agua. Mi cuerpo no lo nota. Sigo caliente.
—No les harás daño—insisto, jadeando.
Sacude la cabeza como si ella también estuviera desorientado, se deja caer sobre los antebrazos y toma mi pezón entre sus labios. Apenas siento el calor de su boca sobre mi piel.
—Me encanta que hagas eso—suspiro, y cierro por fin los ojos durante un tiempo razonablemente largo mientras se alimenta de mis pechos—Sigue haciéndolo.
—Sabes tan bien...—murmura, y ataca el área donde sé que tengo la marca y chupa con fuerza.
Dejo que haga lo que quiera mientras me concentro en estabilizar mi respiración y el ritmo de mis latidos, pero sigo ardiendo.
—Llévame al agua—jadeo—Necesito refrescarme.
Ella sacude la cabeza, me suelta la teta y me mira.
—De eso, nada, Britt-Britt—responde, y vuelve a centrarse en mi pecho sin dar más explicaciones.
—¿Por qué?—insisto.
Me besa los dos pezones y acerca la cara a la mía. Sus ojos brillan con expresión traviesa.
—Podrían congelarse los bebés.
No me río, pero sonrío.
—¡No es verdad!
Me aparta el pelo de la cara y sus manos reptan por mis brazos hasta que sus dedos se entrelazan con los míos por encima de mi cabeza.
—¿Cómo lo sabes?
Elevo la cabeza para besarla.
Qué loca está.
Es encantadora.
—Aunque eso fuera verdad, que no lo es, ahora mismo mi temperatura corporal se sale de lo habitual, así que probablemente tus bebés se estén cociendo mientras hablamos.
Lanza un grito ahogado en una dramática exhibición de pánico, se levanta y tira de mí para ponerme en pie.
—Joder, Britt-Britt. Tenemos que refrescarte—me carga sobre sus hombros y me da una palmada en el culo.
—¡Ah!—grito riéndome, encantada con su actitud juguetona—Entra despacio para que me acostumbre a la temperatura.
—De eso, nada—se apresura a contestar haciéndome temer lo peor—No tenemos tiempo para andarnos con tonterías. Corremos el riesgo de tener un par de bebés demasiado hechos.
Me agarra de las caderas obligándome a lanzar un grito y a retorcerme, pero me sujeta con fuerza. Me sostiene en el aire, con sus palmas en mis caderas. Le apoyo las manos en los hombros y miro hacia abajo.
Está intentando permanecer seria.
Yo sonrío tanto que me duelen las mejillas.
—Hola, preciosa mía.
—Hola.
Empiezo a prepararme. Sé lo que va a pasar, o espero saberlo. Pierde la batalla y me pone los pelos de punta con su sonrisa, flexiona los brazos y desciende para darme un fuerte beso en los labios.
—Adiós, preciosa mía.
Sus brazos se tensan al instante y me lanza al agua oscura. Suelto un grito al tiempo que agito los brazos y las piernas a lo loco, muerta de risa. Caigo al agua aún chillando, pero por poco tiempo, ya que me sumerjo en ella. Los sonidos amortiguados de frenética actividad en el mar que me rodea no se deben sólo a mis movimientos, de modo que pataleo con urgencia y subo a la superficie. Emerjo, tomo aire y giro en redondo, buscándola. No está por ningún lado y, aparte de mis irregulares inhalaciones, sólo hay silencio. Me quedo lo más quieta que puedo, agitando las piernas lo justo para mantenerme a flote.
Maldita sea, ¿dónde se ha metido?
Unas silenciosas ondas de agua se forman desde mi posición, y no estoy segura de si soy yo quien las causa o si es algo procedente de las profundidades, algo maravilloso; algo que es capaz de contener la respiración durante un tiempo tremendamente largo. No sé por qué, pero yo también aguanto la respiración, planeando en silencio mi próximo movimiento.
¿Me quedo quieta y en silencio o nado a toda prisa hasta la orilla?
Nadar, quedarme, nadar, quedarme.
Libero el aire almacenado en mis pulmones.
—Mierda, mierda, mierda.
Estoy dividida, mi corazón galopa mientras me enfrento a mi indecisión, pero entonces oigo cómo el agua salpica detrás de mí y, sin esperar instrucciones, mis piernas entran en acción. Nado como si mi vida dependiera de ello, como si un tiburón me estuviera persiguiendo. Y también chillo como una niña.
—¡Mierda!—grito, atravesando el aire nocturno con mi boca sucia cuando me agarra del tobillo y me hunde en el agua.
Me transformo en un amasijo salvaje de brazos y piernas. Probablemente la esté golpeando, pero no puedo controlarlo. Además, le está bien empleado. La sorpresa inicial acaba de transformarse en una ligera ira, y me encuentro forcejeando con las manos que me atrapan. La sal me escuece en los ojos cada vez que intento abrirlos, y mis pulmones están a punto de estallar... y ahora de repente tengo su cabeza entre las piernas. Emerjo a la superficie e inmediatamente libero el aire de mis pulmones con un grito de furia.
—¡San!
Estoy sentada sobre sus hombros mientras nos dirige a la orilla cogiéndome de los gemelos.
—¿Qué pasa, Britt-Britt?—ella ni siquiera jadea.
—¿De qué vas?—empiezo a golpearle la cabeza unas cuantas veces hasta que finalmente la agarro de la barbilla y le levanto la cara—Déjame verte—le ordeno con agresividad.
Se echa a reír.
—Hola.
—Eres un peligro.
Se desplaza por el agua sin el menor esfuerzo, como si fuera alguna especie de criatura de otro mundo.
—Me amas—dice segura de sí misma.
Me agacho pero no llego hasta ella.
—Quiero darte un beso—lloriqueo.
—Lo sé—con una serie de movimientos firmes y bien coordinados, me baja de sus hombros y me coge en brazos en cuestión de milésimas de segundo—Y ahora ya puedes.
Mi sonrisa parece haberse quedado fija en mi cara, y el brillo de sus ojos no muestra señales de disiparse.
Estamos tan felices.
Me encanta esta Santana relajada, lujuriosa y traviesa.
El séptimo cielo de Santana es maravilloso.
Sin embargo, ninguno de los dos aromas supera la esencia que más me gusta en esta vida, que está impregnada en cada una de las fibras de las sábanas de algodón sobre las que ha dormido.
Pero ella no está en la cama.
Abro los ojos y lo primero que veo es una galleta de jengibre, comprimidos de ácido fólico y un vaso de agua. Sonrío, cojo las pastillas, las ingiero con la ayuda del agua y empiezo a comerme la galleta. Me acerco al borde de la cama y no me molesto siquiera en ponerme ropa interior. Estamos solas en una playa desierta, y no he olvidado su demanda de que baje a desayunar así todas las mañanas. Además, ahora puedo hacerlo sin el temor de que Sue pueda llegar en cualquier momento.
De modo que me paseo desnuda por gran parte de la villa en busca de mi latina, pero al cabo de un rato veo que no está por ninguna parte. La cortina de gasa que cubre las puertas del salón que dan al porche ondea con la suave brisa. Me abro paso a través de la tela en movimiento hasta que me encuentro sobre el suelo de madera e inspiro profundamente el aire fresco.
Es perfecto.
Sé que es temprano porque el sol está muy bajo, pero el calor es intenso, debilitado únicamente por la brisa que azota mi pelo y me lo echa sobre la cara. Me lo recojo como puedo en una especie de moño suelto y, cuando por fin tengo los ojos despejados, la veo a lo lejos.
Está corriendo.
Y sólo lleva puestos los shorts y un top, sin camiseta ni zapatillas de deporte. Me apoyo en la barandilla de madera y observo alegremente cómo se acerca cada vez más. Su perfecta constitución resplandece bajo el sol de la mañana. Parece un espejismo.
—Buenos días—canturreo cuando se encuentra a unos pocos metros de distancia, sudanda y jadeando.
Esto no es normal en ella. Es como un robot cuando corre, nunca muestra signos de fatiga. Coge la toalla que ha dejado colgada en la barandilla y empieza a frotarse con ella sonriendo.
—Y tan buenos—sus ojos descienden por mi desnudez. Lo único que me tapa ligeramente son los barrotes que tengo delante—¿Cómo te encuentras?
Me paro a pensarlo rápidamente, evalúo mi organismo y llego a la conclusión de que estoy perfectamente. No tengo nada de angustia.
—Bien.
—Estupendo—se acerca al porche y me mira—Bésame.
Me inclino y le doy un pico en los labios. El pulcro sudor que cubre su cuerpo realza su aroma característico.
—Estás empapada.
—Es que hace muchísimo calor—se aparta—¿Desayunamos?—dice como si fuera una pregunta, pero no lo es.
Si digo que no, sin duda me cogerá, me colocará sobre sus hombros, me llevará adentro y me obligará a comer.
—Te prepararé el desayuno.
Echo a andar por el porche en dirección a nuestro dormitorio.
—¡¿Adónde vas?!—grita a mis espaldas.
—A ponerme algo.
—¡Eh!—exclama. Me vuelvo y veo que está muy disgustada—Mueve ese culo desnudo a la cocina, Britt-Britt.
—¿Perdona?—me echo a reír.
—Ya me has oído.
Me observa con expectación, como desafiándome a desobedecerla. Miro mi cuerpo desnudo y suspiro. No me pedirá este tipo de cosas cuando esté a punto de reventar. Ya no tendrá ganas de mirarme. Pero, por ahora, yo me siento cómoda en cueros y, sin duda, ella también se siente cómodo, de modo que vuelvo sobre mis pasos y entro en la villa a través de las puertas de la cocina. Al pasar por delante de Santana recibo una palmada en el trasero. Si nuestra normalidad consiste en preparar el desayuno y comérnoslo en pelotas, lo cierto es que me encanta.
Si consiste en tardar tres horas en arreglarnos porque ninguna de las dos puede despegar las manos de la otra, me encanta. Y si consiste en que me ponga un vestido de verano y que ella me mire como si me hubiera vuelto loca..., bueno, eso ya no me gusta tanto.
—Ponte otra cosa, Britt—dice mirando mi ropa mientras masculla y maldice entre dientes al tiempo que inspecciona y descarta todos mis vestidos playeros—Lo has hecho adrede.
—Hace calor—protesto, y me echo a reír vestida tan sólo con mi ropa interior de encaje al ver cómo Santana se vuelve loca.
—¡Coño, Britt!—exclama sosteniendo un mono sin tirantes muy corto.
—Dijiste que tenía unas piernas muy bonitas—me justifico.
—Sí, lo tienes todo muy bonito, pero eso no significa que quiera que todo el mundo lo sepa.
Tira el mono a un lado y saca un vestido negro largo y vaporoso de tirantes finos.
—Sólo para mis ojos—afirma—Sólo para mis ojos.
—Pero ¿qué coño te pasa?—le quito el vestido de las manos—El día del aniversario de La Mansión no te importó que me pusiera aquel traje, ni tampoco te molesta que lleve los shorts vaqueros.
—Claro que me importó. Hice una excepción, pero vi cómo te miraban las personas.
¿Me está tomando el pelo?
—¡Y yo veo cómo te miran a ti!
—Exacto; ¿te imaginas cómo me mirarían si fuera por ahí medio desnuda?—señala el vestido con la cabeza—Puedes ponerte éste.
—Muchas veces vas sin camiseta—señalo—, y yo no me abalanzo sobre ti para ocultar tu cuerpo. ¡Relájate!
—¡No!—grita.
Ambas nos miramos con el ceño fruncido, pero sin duda el suyo gana.
—Estás siendo poco razonable—espeto—Pienso ponerme lo que me dé la gana.
Le tiro el vestido negro a la cara y cojo el playero fucsia anudado al cuello, me lo meto por los pies y me lo subo por el cuerpo. Ella observa cómo me pongo la prenda rápidamente.
—¿Por qué me haces esto?—pregunta con desazón.
—Porque es absurdo que creas que puedes decidir qué puedo y qué no puedo ponerme, por eso—me ato el vestido por detrás del cuello y me lo aliso, haciendo caso omiso de los gruñidos que profiere mi latina irracional. No pienso tragar con esta faceta de nuestra normalidad—Además, no es para tanto, tú también usas vestidos a veces, y muy apretados.
—Si, a veces cuando es necesario. Joder, tú eres demasiado bonita—masculla echando humo.
Sonrío y deslizo los pies en las chanclas.
—Y soy tuya, San.
—Lo eres—responde tranquilamente—Eres mía.
Respiro hondo y me acerco a su pecho.
—Nadie me apartará de tu lado, nunca.
No sé cuántas veces tengo que decírselo. Me encanta que tema perderme, pero también sé que su problema son las hordas de mujeres desnudas que lo han rodeado durante la mayor parte de su vida. No quiere que las personas me miren como miran a esas mujeres, como ella las miraba antes de conocerme a mí.
—Lo sé—suspira—Pero ¿es preciso que te pongas el vestido más minúsculo de todo el planeta?
La beso en la mejilla.
—Estás exagerando.
—Yo creo que no—gruñe, y aprieta su mejilla contra mis labios—¿Y si llegamos a un acuerdo?
—¿Qué tipo de acuerdo?—pregunto. Entonces veo que se agacha y coge un cárdigan—De eso, nada, López. Me desmayaré del calor.
Lo deja caer exagerando la furia de un modo ridículo y teatral y se levanta.
—Vale, pero no me hago responsable si algún capullo te hace ojitos.
La observo perpleja. Está delante de mí, con un aspecto delicioso vestida con sus shorts vaqueros y su polo ceñida, al estilo de Santana.
—Yo tengo que lidiar con los ojitos que te ponen a ti a diario.
Sonríe con malicia.
—Sí, y en seguida las aplastas a todas.
Me echo a reír y me dispongo a salir de la habitación.
—Mi ritual de aplastamiento es algo más suave que el tuyo.
Las cosas en el Paraíso van cada vez mejor. Aunque la idea de dejar que Santana me mantuviera encerrada en la villa me resultaba muy tentadora, quería explorar con ella, pasear cogidas de la mano, comer por ahí y estar juntas de otra manera. No es algo que hayamos hecho a menudo desde que nos encontramos la una a la otra y, aunque me ha costado convencerla, sé que ella también ha disfrutado estando conmigo de otra forma hoy.
Se ha pasado todo el día rodeándome los hombros o la cintura con el brazo para pegarme a ella, y durante la comida en el bar ha hecho que me sentara cerca para que pudiéramos mantener el contacto físico.
Anochece mientras regresamos a la villa por la tronada carretera. La familiar fragancia inunda mis fosas nasales cuando atravesamos las puertas de madera y avanzamos por el camino adoquinado bajo la bóveda verde y blanca.
—¿Has pasado un buen día?—pregunta mientras apaga el motor y me mira, casi esperanzado.
—Sí, gracias. ¿Y tú?
—Sí, ha sido uno de los mejores días de mi vida, Britt-Britt. Pero ahora me toca a mí elegir lo que vamos a hacer esta noche—me desabrocha el cinturón y se inclina sobre mí para abrirme la puerta—Sal.
Obedezco su orden y me levanto del suave asiento de piel.
—¿Y qué vamos a hacer?
—Vamos a jugar a un juego—ahora está en mi lado del coche, mirándome con una ceja enarcada y cara de pilla.
—¿Qué clase de juego?—mi curiosidad resulta evidente.
—Ya lo verás—me coge de la mano y me dirige hasta la villa—Espérame en el salón, donde la alfombra—me ordena.
Me planta un beso y me deja desconcertada junto a la puerta de entrada.
¿Adónde va?
Observo con el ceño fruncido cómo desaparece en dirección al dormitorio y, sin poco más que hacer aparte de obedecer sus instrucciones, dejo el bolso, me dirijo a la alfombra en cuestión y me siento sobre la pieza suave, gruesa y tupida. Mi mente curiosa no deja de dar vueltas, pero no dura mucho. Pronto reaparece barajando un juego de cartas.
—¿Vamos a jugar a las cartas?—pregunto intentando no parecer decepcionada.
—Sí.
Su respuesta breve y concisa indica que, efectivamente, vamos a jugar a las cartas, por más que yo proteste.
¿Cartas?
—¿No preferirías devorarme?
Pongo en práctica mi táctica de seductora con poca confianza. Sé cuándo voy a ganar, y sé que ésta no es una de esas veces. Me mira con recelo mientras baja el trasero hasta la alfombra. Se apoya contra el sofá y estira las piernas delante de ella.
—Vamos a jugar al strip póquer.
Empiezo a agitarme en mi sitio.
—Yo no sé jugar al póquer—perderé, pero ¿eso es algo malo?—No sería un juego justo si yo no sé jugar.
Decido que sí que es algo malo. Está en modo engreída, y quiero borrarle esa sonrisa de gallito de la cara. Acaba de aflorar mi lado competitivo.
—Muy bien—dice lentamente mientras sigue barajando mientras habla—¿Y qué te parece el blackjack?—debe de haberse dado cuenta de que me he quedado igual, porque sonríe un poco—El veintiuno. ¿Pedir, pasar, rendirte?
Sigo igual de perdida.
—No, lo siento, no sé de qué estás hablando—estiro las piernas, me inclino hacia atrás y me apoyo sobre las manos—¿Jugamos al burro?
Santana suelta una carcajada al tiempo que echa la cabeza hacia atrás. Me encanta su risa.
—¿Al burro?
—Sí, soy muy rápida.
—Britt, dejemos el burro para cuando lleguen los niños—sigue riéndose y nos reparte dos cartas a cada uno—Vale, yo soy la banca, y tú tienes que mirar tus cartas.
Me encojo de hombros y las recojo. Tengo un diez y un seis.
—Vale.
—¿Qué tienes?
—¡No te lo voy a decir!
Pone los ojos en blanco.
—Es una partida de prueba. Dime qué tienes.
Me pego las cartas al pecho.
—Un diez y un seis—digo con recelo.
—¿Dieciséis entonces?
—¿Hay que sumarlas?
Va a arrepentirse de esto. Puede que ya lo esté haciendo.
—Sí, hay que sumarlas.
—Vale, entonces tengo dieciséis.
Le enseño mis cartas. Ella asiente al verlas.
—Gana el que se acerque más a veintiuno cuando todos los jugadores hayan hecho sus movimientos.
—¿Qué movimientos?—contengo la risa cuando veo que echa la cabeza hacia atrás y mira al techo exasperada.
—Los que estoy a punto de explicarte, Britt.
—Ah, vale. Explica, explica.
Vuelve a bajar la cabeza y exhala un suspiro de agotamiento. Sí, sin duda se está arrepintiendo de esto. Seguro que está deseando haber optado por devorarme.
—Bien. Tienes dieciséis y necesitas acercarte a veintiuno todo lo posible sin pasarte. Sin pasarte quiere decir sin superar los veintiuno, ¿vale?
—Vale.
—Bien. Con un total de dieciséis, deberías pedir, lo que significa que pides otra carta. ¿Vale?
—Vale.
Me entrega otra carta y yo la cojo a hurtadillas, como si ella no supiera ya lo que tengo en la mano.
—¿Qué te ha salido?—pregunta.
—Un rey—no soy una experta en juegos de naipes, pero sé que eso significa que me he pasado. Tiro las cartas al suelo—¡Yo no quería pedir!
—No puedes plantarte con dieciséis, Britt.
—¡Pero así no me habría pasado!
—No, pero es probable que yo tenga más que dieciséis, así que es mejor que te arriesgues.
Les da la vuelta a sus cartas y tiene una jota y una reina.
—Veinte—confirmo rápidamente.
—Exacto. Y me planto, así que gano yo—recoge las cartas y empieza a barajarlas de nuevo—¿Lo pillas?
—Sí, voy a patearte el culo, López.
Me froto las manos y me pongo cómoda. Ella sonríe ante mi competitividad. Probablemente sienta lástima de mí. Al fin y al cabo, a Santana López se le da todo de maravilla.
—Tenemos que decidir lo que vamos a jugarnos, Britt-Britt.
—Pero ¿no estamos jugando al veintiuno?
Inclina la cabeza hacia atrás de nuevo y se echa a reír a carcajadas. Yo intento mantenerme seria, pero me encanta cuando se ríe de esa manera.
—Sí, me refería a qué vamos a apostarnos—fija sus ojos oscuros en mí—Joder, te quiero muchísimo.
—Lo sé. ¿Qué vamos a apostarnos?—cada vez me gusta más este juego.
—¿Cuántas prendas de ropa llevas puestas?
Me repasa con la mirada como si estuviera evaluándolo mentalmente. Jugar a las cartas no parece tan mala idea después de todo.
—Tres. El vestido, las bragas y el sujetador. Ah, y los zapatos, así que cinco—digo señalando las chanclas.
—Quítate las chanclas —me ordena—Yo sólo llevo dos—se tira del polo, el tirante del sujetador y de los shorts.
—¿Y el sujetador y las bragas?
—Suponían un obstáculo demasiado grande—explica como si tal cosa, y nos reparte dos cartas a cada una. Sé perfectamente cómo va a acabar esto. Nada de obstáculos—La primero que se quede desnuda pierde—dice sonriéndome—Y la que gane tiene el mando.
Jadeo de incredulidad al ver su expresión divertida.
—¿Qué ha sido de eso de «donde sea y cuando sea»?
—Estoy siendo razonable—se encoge de hombros y señala mis cartas con la cabeza—No tientes la suerte o retiraré mi ofrecimiento de posible poder.
Recojo los naipes con cuidado y los miro pegándolos a mi cara. Está tan segura de sí misma que me permite la ventaja de llevar una prenda más que ella.
—No tiene nada de razonable jugarse quién tiene el mando en nuestra relación—replico. A continuación miro mis cartas y veo dos sietes—Dame una.
Me pasa una carta más y sigue sonriendo.
—Todo forma parte de nuestra normalidad, Britt-Britt. Aquí tienes.
—Gracias—respondo con educación. Recojo la carta del suelo y la coloco junto a las demás. Es un ocho. Resoplo dramáticamente y tiro las cartas entre nosotras—Me he pasado—gruño.
Ella sonríe y me muestra sus cartas. Tiene una jota y un nueve.
—Creo que yo me planto—dice—Has perdido.
Sacudo la cabeza y veo cómo coloca las cartas en el suelo y empieza a reptar hacia mí, sin apartar la mirada de la mía. El corazón se me acelera al ver cómo se aproxima su figura, y cuando la tengo justo delante, acerca las manos a mi cuello.
—Pierdes el vestido—susurra, y desata el nudo—Ponte de pie.
Me obligo a levantarme cuando lo único que quiero hacer es tumbarme boca arriba y dejar que me tome ahora mismo. Por mí puede quedarse con el poder. No lo quiero.
Nunca.
Observo con los ojos cargados de lujuria cómo coge el bajo de mi vestido, se pone de pie, me lo quita por la cabeza y lo tira sobre el sofá. Se acerca a mi oreja y me muerde el lóbulo.
—Llevas encaje—murmura, y el calor de su aliento me pone el vello de punta. Me tenso, a pesar de mis esfuerzos por no hacerlo. Y entonces me deja aquí de pie, ardiente de deseo, y vuelve a sentarse—Siéntate.
Cierro los ojos y recobro la compostura. He de ser fuerte porque esto es realmente un juego para ella. Me siento con mi lencería de encaje y, como buena seductora que soy, me abro de piernas, me recuesto y me apoyo en las manos. Si quiere jugar, jugaremos.
—Reparte, latina.
La astuta sonrisa que se dibuja en su atractivo rostro indica que sabe lo que pretendo. Su seductora está haciendo honor a su reputación. Reparte las cartas. Miro con precaución y declaro mi intención de plantarme. Ella asiente pensativamente y les da la vuelta a sus propias cartas. Tiene un nueve y una reina.
—Yo también me planto.
Me mira, sonrío, muestro mis dos reyes con gesto de superioridad y me pongo a cuatro patas para acercarme a ella. Me monto sobre sus muslos y la agarro del dobladillo de la camiseta.
—Pierdes la camiseta—susurro tirando de la prenda. Levanta los brazos sin protestar y tiro la camiseta detrás de ella. Suspiro y me inclino para besarle entre los pechos—Mmm—me agarro a su entrepierna con toda mi mala intención. Ella deja escapar un grito ahogado, pero entonces me aparto y vuelvo a mi sitio en la alfombra—Reparte, San.
Es bastante evidente que le está costando no tumbarme sobre la alfombra. Lo sé porque no para de morderse el labio. Está intentando concentrarse, y me encanta. Las vistas mejoran para mí también ahora que he ganado esta mano. Una más y tanto ella como el poder serán mías.
Reparte de nuevo. Recojo las cartas y calculo rápidamente que suman catorce.
—Una más, por favor—le pido. Un dos. Dieciséis en total. Mierda. Ahora no sé qué hacer—¡Me planto! Digo... ¡otra!—Santana se dispone a pasarme otra carta con una sonrisa—¡No! No, me planto—rechazo la carta y empieza a reírse.
—¿Indecisa?—pregunta, y estira su torso definido para destacar sus pechos y abdominales.
Aparto la vista para no perder la concentración. No voy a dejar que me distraiga, pero, joder, me resulta casi imposible resistirme y no quedarme mirándola con la boca abierta.
—No. Me planto—afirmo con petulancia.
—Muy bien—intenta desesperadamente no sonreír mientras mira sus cartas—Hum. Dieciséis—dice—¿Qué hago?
Me encojo de hombros.
—Tú verás.
No repito las palabras que me ha dicho ella en la mano de prueba. Me muero por hacerlo, pero no lo hago. Aunque me gustaría ver cómo sale doña Bueno en Todo de ésta.
—Bueno, una más—dice, y le da la vuelta a una carta.
No sé cómo, pero consigo mantenerme seria cuando muestra un seis.
—Bueno...—susurro. Aparto la vista de mis cartas y la centro en su torso, sus pechos, su cuello y su precioso rostro—Te has arriesgado—le tiro mis cartas, que siguen sumando un total de dieciséis—Y yo no. Pierdes los shorts.
Examina mis cartas con una leve curva en los labios y sacude la cabeza.
—Tú ganas, Britt-Britt.
—Yo tengo el mando—empiezo a gatear hacia ella, ya que no quiero perder ni un segundo más sin tocarla. Ha sido el juego de cartas más largo de toda mi vida—¿Cómo te sientes al respecto?
Le desabrocho los pantalones. No intenta detenerme. Apoya la espalda en el sofá y levanta el culo para facilitarme la tarea de deslizarle la prenda por los muslos. Cuando su sexo queda al descubierto, tengo que esforzarme por contenerme.
—Yo te hago a ti la misma pregunta—dice con voz grave, gutural y cien por cien sexual.
—Me siento poderosa.
Lanzo los shorts por encima de su cabeza, le quito la baraja de las manos y la dejo a un lado. Ella estira la mano y me pasa el pulgar por el labio inferior, arrastrándolo. Abre la boca ligeramente y me mira.
—¿Qué plan tiene mi pequeña seductora?
Debería apartarle la mano, pero no lo hago.
—Va a renunciar al poder—susurro. Apoyo las manos en sus muslos y me incorporo hasta que nuestras narices se tocan—¿Qué tiene que decir mi diosa al respecto?
Compone esa gloriosa sonrisa que tanto adoro.
—Tu diosa dice que su seductora ha aprendido muy bien—sus manos me agarran de la cintura y yo apoyo las mías sobre sus hombros—Tu diosa dice que su seductora no se arrepentirá de haberle cedido el poder—pega los labios a los míos y su lengua penetra lentamente en mi boca—Tanto la diosa como la seductora saben cómo funciona nuestra relación—me coloca la mano en el pubis por encima del encaje y apoya la frente en la mía—Y funciona perfectamente.
Me pongo rígida, pero hago descender el cuerpo sobre su palma buscando algo de fricción.
—Eres perfecta.
Pego los labios a los suyos, le hundo las manos en el pelo y tiro de él. No puedo evitarlo.
—Lo sé—murmura alrededor de mis labios sedientos. Desliza las manos por mi cintura hasta mi trasero—Pero creía que habías renunciado al poder.
No podría parar ni aunque mi vida dependiera de ello, y ruego para mis adentros a todos los santos que no pretenda imponer su autoridad porque estoy desesperada, ansiosa y necesitada.
—Por favor, no me detengas—digo sin ningún pudor, hundiendo todavía la lengua en su boca.
Ella gruñe, me aprieta contra sí y no muestra intención alguna de parar esto. Está dejando que haga lo que quiera con ella.
—Sabes que no puedo negarte nada.
—Sí que puedes—discrepo entre firmes y profundos lametones, aunque sé que sería mejor que no lo hiciera ahora mismo.
Suele decir que no cuando estoy cansada o pretende castigarme.
—Ahora no.
Está de pie, envuelta con mi cuerpo, y ni siquiera sé cómo ha pasado. Estoy demasiado extasiada. Cuando siento el fresco aire de la noche sobre mi espalda desnuda, me pego aún más a ella y la beso con más intensidad. En mi cerebro no hay cabida para pensar adónde vamos.
Me da igual.
El susurrante sonido de las olas que lamen la costa en la noche es lo primero que oigo. Después percibo la esencia salada del Mediterráneo. El aire es algo frío, pero el calor de su cuerpo pegado al mío mitiga cualquier posible molestia. Estoy ardiendo, y creo que ni la Antártida conseguiría enfriarme.
Recorre con cuidado las traviesas de madera mientras me acerca al borde del mar, pero no me mete en el agua. Se arrodilla y me coloca sobre la arena blanda y húmeda procurando no despegar nuestras bocas en ningún momento. Mis manos recorren toda su constitución. Mis piernas luchan bajo su cuerpo por liberarse y aferrarse a ella, y pronto me quedo sin aliento. De repente, una suave ola nos alcanza y mi cuerpo tendido está rodeado de agua fresca y salada, lo que hace que me cueste más aún respirar. La impresión me obliga a lanzar un grito ahogado y hundo las uñas en sus bíceps. Mi espalda se arquea para intentar huir del frío, y mis senos cubiertos de encaje se pegan a la piel desnuda de sus pechos. Mi ardor se enfría al instante.
—Chsss—me tranquiliza—Tranquila.
Sus palabras suaves me relajan al momento. No sé cómo ni por qué. Sigo teniendo frío, pero siempre consigue sosegarme. Empieza a besarme hasta llegar a mi cuello. Me muerde y me chupa y sus besos se dirigen hacia mi rostro de nuevo.
—Te amo—susurra—Joder, te amo muchísimo.
Me estalla el corazón.
—Lo sé—digo rozando mis labios con los suyos—Sé que me amas. Hazme el amor.
Es lo que necesitamos ahora. Nada de sexo ni de sexo duro. Sólo amor.
—No pensaba hacer otra cosa—tira de mis bragas de encaje y me las baja por las piernas—A éste lo llamaremos «polvo adormiladas al anochecer».
Dejo resbalar las manos por sus brazos hasta que mis palmas alcanzan sus mejillas. Le veo perfectamente la cara, a pesar de la oscuridad que nos rodea. Puede que este polvo adormiladas al anochecer se convierta en mi favorito.
—Hecho—murmuro, y separo las piernas para ayudarla a quitarme la ropa interior.
Lleva el brazo a mi zona lumbar y me levanta un poco para poder acceder a la parte de atrás de mi sujetador. Me lo quita con una mano y lo desliza por mis brazos. Se queda suspendido entre mis dos muñecas, que se niegan a apartarse de su rostro. Quiero seguir con los labios pegados a los suyos, continuar dejando que su lengua acaricie la mía enviándome así al séptimo cielo de Santana.
Mis pezones se endurecen todavía más a causa del frío, pero sobre todo cargados de deseo. Y entonces, aparta la cara de mis manos con un gemido y se echa hacia atrás. Me estudia durante unos instantes, se mueve y junta nuestros sexos de una manera meticulosa, concienzuda y perfecta. No sabría interpretar su rostro, pero esos ojos oscuros narran una historia totalmente diferente. Penetran hasta lo más profundo de mi ser y están cargados de admiración y devoción.
—¿Hacemos el amor?—pregunta en un tono tan bajo que casi no puedo oírlo con el leve susurro de las olas.
Asiento y levanto las caderas con silenciosa impaciencia. Mi plan de seducción funciona. Inspira profunda e irregularmente y se apresura a levantarme cuando nos baña otra ola. Grito al sentir de nuevo el frío pero, sobre todo, al sentir la unión completa y perfecta. Me sostiene contra sí mientras el agua se filtra, con mi mejilla pegada a su garganta, y después me deposita de nuevo sobre la arena. Apoyo las manos en sus hombros como de costumbre y ella coloca los antebrazos a ambos lados de mi cabeza. Y nos quedamos mirándonos. Esta sensación de por sí es más que placentera. Hace frío, estamos mojadas, pero absolutamente felices. No existe nada más.
—¿Quieres que me mueva?—hace descender su boca hasta la mía—Dime qué es lo que quieres, Britt-Britt.
—A ti. Sea como sea.
—Bueno será con un amor incontrolable hacia ti. ¿Te parece bien?
Me parece perfecto. En lugar de responderle la beso, pero ella se aparta con los ojos cargados de deseo y espera una respuesta verbal.
—Me parece perfecto—digo con un suspiro silencioso sintiendo que probablemente acabo de autorizar que se vuelva dominante.
No obstante, es verdad, me parece perfecto.
—Me alegro—menea las caderas hacia arriba dejándome sin aliento y tensando los músculos del cuello—Siento tanto placer estando contigo que no sé cómo he podido sobrevivir sin esto. Existía, Britt. Pero no vivía.
Se mueve poco a poco sin prisa. Pega los labios a mi boca y atrapa mi pequeño grito, mezcla de placer y de frío, cuando otra ola vuelve a sorprenderme.
—Ahora estoy viva. Y es sólo por ti.
—Lo entiendo—digo pegada a su boca anticipándome a su siguiente pregunta—Entiendo lo que quieres decir.
—Bien. Necesito que lo hagas—se vuelve a mover, y ambas suspiramos y tensamos nuestros cuerpos—Me encanta nuestra normalidad.
Sonrío y me retuerzo debajo de ella con otra de sus embestidas.
Nuestra normalidad.
A mí también me encanta. Nuestra normalidad consiste en que Santana me ame de una manera tan violenta que me vuelva loca. Que yo le devuelva ese amor. Y que la acepte en todos sus estados dominantes.
Lo tengo asumido.
Ni siquiera siento ya el frío del mar cuando me moja. El deseo corre por mis venas calentando mi piel. Me aferro a cada embestida con todos los músculos de mi cuerpo, igualando su pasión con la mía, besándola, sintiéndola, tirándole del pelo y gimiendo.
Mueve las caderas hacia adelante y hacia atrás con tanta precisión y a un ritmo tan regular que cada movimiento me acerca más y más al clímax. La suavidad de su lengua, que explora cada rincón de mi boca, y su aterciopelado sexo deslizándose junto al mío han sumido en un absoluto éxtasis, como lo hacen siempre.
Le muestro mi desazón cuando interrumpe nuestro contacto bucal, pero hace caso omiso. Se aparta para observarme mientras mantiene el ritmo.
—Necesito verte—jadea—Necesito ver cómo arden tus ojos cuando te corras para mí.
—San...
Estoy jadeando. No tendrá que esperar mucho. Me está rozando en el punto correcto, demostrando una vez más su maestría sexual conmigo. Sé que me reprenderá si cierro los ojos, de modo que resisto la tentación de inclinar la cabeza hacia atrás y de cerrarlos con fuerza. Es difícil no hacerlo con lo que me está haciendo. Eleva la parte superior de su cuerpo y se apoya sobre los puños.
—Está cerca—observa en voz baja—Contrólalo, Britt. No me obligues a parar.
Acelera el ritmo sin apartar los ojos de los míos.
—No pares, por favor.
Deslizo las manos hasta su trasero y me aferro a él con fuerza apretándola contra mí.
—Bueno ya sabes lo que tienes que hacer.
Empieza a menearse en círculos, poniéndomelo así más difícil. Contengo un grito y me empeño con todas mis fuerzas en retrasar lo inevitable hasta que ella esté preparada. Para ello necesito inspirar hondo y de manera controlada, de modo que trago saliva e inicio una secuencia de ejercicios para regular mi respiración.
Sabe lo que me está costando.
Y sé que lo sabe por la leve sonrisa que se dibuja en sus labios mientras me mira y porque está intensificando sus arremetidas. Sus bíceps empiezan a hincharse también, lo que significa que está moviendo los puños en la arena para controlar mejor sus movimientos y seguir atormentándome con su tortuosa manera de hacerme el amor.
Y, joder, lo está consiguiendo.
Cada estocada es más y más placentera. Estoy tumbada debajo de ella, absorbiendo sus atenciones, mordiéndome el labio y muriéndome de ganas de dejarme llevar. A través de mi salvaje sensualidad, busco alguna señal de que a ella también le falte poco, y empiezo a desesperarme al no ver ninguna, pero entonces sus ojos oscuros desaparecen tras sus párpados por un breve instante y sus caderas dan una sacudida.
Está cerca.
Temiendo que pueda detenerse para recuperarse, enrosco las piernas alrededor de su cintura y me muevo al compás de ella.
Es su perdición.
Empieza a sisear, da otra sacudida y yo grito de deleite y la agarro de los antebrazos con fuerza.
—¡JODER!
Echa la cabeza atrás y su ritmo empieza a acelerarse con movimientos más intensos. Aprovecho el momento en que ha apartado la mirada de mí para cerrar los ojos. También contengo la respiración.
—¡Abre los ojos!—la oscuridad dura poco. Abro los párpados de nuevo y me encuentro con su rostro húmedo cargado de frustración por no poder controlarlo—Joder, Britt-Britt—jadea—¿Quieres correrte?
—¡Sí!
—Ya lo sé—empieza a percutirme, gritando explícitamente una y otra vez, y entonces me ladra—Córrete.
Mi cuerpo libera la tensión y empieza a sacudirse con violentos espasmos y a palpitar con los persistentes e incesantes estallidos de placer.
Estoy ardiendo.
Su humedad se mezcla con la mía y ella se detiene, gimiendo y gruñendo. Su respiración es agitada, al igual que la mía. Sigue apoyada sobre los brazos y está sudando abundantemente mientras yo muevo la cabeza de un lado a otro, casi desorientada por la intensidad de mi orgasmo.
—Has hecho que pierda el control, Britt—resopla enfurruñada—Maldita sea, me vuelves completamente loca.
Dejo caer los brazos por encima de mi cabeza sobre la arena mojada y noto al instante que hay otro charco de agua. Mi cuerpo no lo nota. Sigo caliente.
—No les harás daño—insisto, jadeando.
Sacude la cabeza como si ella también estuviera desorientado, se deja caer sobre los antebrazos y toma mi pezón entre sus labios. Apenas siento el calor de su boca sobre mi piel.
—Me encanta que hagas eso—suspiro, y cierro por fin los ojos durante un tiempo razonablemente largo mientras se alimenta de mis pechos—Sigue haciéndolo.
—Sabes tan bien...—murmura, y ataca el área donde sé que tengo la marca y chupa con fuerza.
Dejo que haga lo que quiera mientras me concentro en estabilizar mi respiración y el ritmo de mis latidos, pero sigo ardiendo.
—Llévame al agua—jadeo—Necesito refrescarme.
Ella sacude la cabeza, me suelta la teta y me mira.
—De eso, nada, Britt-Britt—responde, y vuelve a centrarse en mi pecho sin dar más explicaciones.
—¿Por qué?—insisto.
Me besa los dos pezones y acerca la cara a la mía. Sus ojos brillan con expresión traviesa.
—Podrían congelarse los bebés.
No me río, pero sonrío.
—¡No es verdad!
Me aparta el pelo de la cara y sus manos reptan por mis brazos hasta que sus dedos se entrelazan con los míos por encima de mi cabeza.
—¿Cómo lo sabes?
Elevo la cabeza para besarla.
Qué loca está.
Es encantadora.
—Aunque eso fuera verdad, que no lo es, ahora mismo mi temperatura corporal se sale de lo habitual, así que probablemente tus bebés se estén cociendo mientras hablamos.
Lanza un grito ahogado en una dramática exhibición de pánico, se levanta y tira de mí para ponerme en pie.
—Joder, Britt-Britt. Tenemos que refrescarte—me carga sobre sus hombros y me da una palmada en el culo.
—¡Ah!—grito riéndome, encantada con su actitud juguetona—Entra despacio para que me acostumbre a la temperatura.
—De eso, nada—se apresura a contestar haciéndome temer lo peor—No tenemos tiempo para andarnos con tonterías. Corremos el riesgo de tener un par de bebés demasiado hechos.
Me agarra de las caderas obligándome a lanzar un grito y a retorcerme, pero me sujeta con fuerza. Me sostiene en el aire, con sus palmas en mis caderas. Le apoyo las manos en los hombros y miro hacia abajo.
Está intentando permanecer seria.
Yo sonrío tanto que me duelen las mejillas.
—Hola, preciosa mía.
—Hola.
Empiezo a prepararme. Sé lo que va a pasar, o espero saberlo. Pierde la batalla y me pone los pelos de punta con su sonrisa, flexiona los brazos y desciende para darme un fuerte beso en los labios.
—Adiós, preciosa mía.
Sus brazos se tensan al instante y me lanza al agua oscura. Suelto un grito al tiempo que agito los brazos y las piernas a lo loco, muerta de risa. Caigo al agua aún chillando, pero por poco tiempo, ya que me sumerjo en ella. Los sonidos amortiguados de frenética actividad en el mar que me rodea no se deben sólo a mis movimientos, de modo que pataleo con urgencia y subo a la superficie. Emerjo, tomo aire y giro en redondo, buscándola. No está por ningún lado y, aparte de mis irregulares inhalaciones, sólo hay silencio. Me quedo lo más quieta que puedo, agitando las piernas lo justo para mantenerme a flote.
Maldita sea, ¿dónde se ha metido?
Unas silenciosas ondas de agua se forman desde mi posición, y no estoy segura de si soy yo quien las causa o si es algo procedente de las profundidades, algo maravilloso; algo que es capaz de contener la respiración durante un tiempo tremendamente largo. No sé por qué, pero yo también aguanto la respiración, planeando en silencio mi próximo movimiento.
¿Me quedo quieta y en silencio o nado a toda prisa hasta la orilla?
Nadar, quedarme, nadar, quedarme.
Libero el aire almacenado en mis pulmones.
—Mierda, mierda, mierda.
Estoy dividida, mi corazón galopa mientras me enfrento a mi indecisión, pero entonces oigo cómo el agua salpica detrás de mí y, sin esperar instrucciones, mis piernas entran en acción. Nado como si mi vida dependiera de ello, como si un tiburón me estuviera persiguiendo. Y también chillo como una niña.
—¡Mierda!—grito, atravesando el aire nocturno con mi boca sucia cuando me agarra del tobillo y me hunde en el agua.
Me transformo en un amasijo salvaje de brazos y piernas. Probablemente la esté golpeando, pero no puedo controlarlo. Además, le está bien empleado. La sorpresa inicial acaba de transformarse en una ligera ira, y me encuentro forcejeando con las manos que me atrapan. La sal me escuece en los ojos cada vez que intento abrirlos, y mis pulmones están a punto de estallar... y ahora de repente tengo su cabeza entre las piernas. Emerjo a la superficie e inmediatamente libero el aire de mis pulmones con un grito de furia.
—¡San!
Estoy sentada sobre sus hombros mientras nos dirige a la orilla cogiéndome de los gemelos.
—¿Qué pasa, Britt-Britt?—ella ni siquiera jadea.
—¿De qué vas?—empiezo a golpearle la cabeza unas cuantas veces hasta que finalmente la agarro de la barbilla y le levanto la cara—Déjame verte—le ordeno con agresividad.
Se echa a reír.
—Hola.
—Eres un peligro.
Se desplaza por el agua sin el menor esfuerzo, como si fuera alguna especie de criatura de otro mundo.
—Me amas—dice segura de sí misma.
Me agacho pero no llego hasta ella.
—Quiero darte un beso—lloriqueo.
—Lo sé—con una serie de movimientos firmes y bien coordinados, me baja de sus hombros y me coge en brazos en cuestión de milésimas de segundo—Y ahora ya puedes.
Mi sonrisa parece haberse quedado fija en mi cara, y el brillo de sus ojos no muestra señales de disiparse.
Estamos tan felices.
Me encanta esta Santana relajada, lujuriosa y traviesa.
El séptimo cielo de Santana es maravilloso.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
me perdi 3 dias pero aqui estoy de nuevo feliz con esta historia!!!!! a ver como siguen las cosas!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Tienes una nueva lectora!! amo tu fic!! :* besos!!!
GirlGlee100** - Mensajes : 60
Fecha de inscripción : 09/12/2014
Edad : 31
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Awww son tan lindas*--*
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Me gusto el capitulo,me encantan esas dos juntas,son dinamita.
Saludos.
Saludos.
lana66** - Mensajes : 60
Fecha de inscripción : 07/06/2015
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
amo lo jodida mente protectora y cursi que es san con britt en su viaje,..!!!
me encanta cuando estan juntas,...
nos vemos!!!
amo lo jodida mente protectora y cursi que es san con britt en su viaje,..!!!
me encanta cuando estan juntas,...
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:me perdi 3 dias pero aqui estoy de nuevo feliz con esta historia!!!!! a ver como siguen las cosas!
Hola, jajaajaj suele pasar no¿? jajajjajajaaj. Jajajajaajaj cuando ellas estan bn, todo esta bn no¿? jajajaajajaj. Bn obvio, no¿? jajajaja. Saludos =D
GirlGlee100 escribió:Tienes una nueva lectora!! amo tu fic!! :* besos!!!
Hola, bienvenida! jajajaajaj, gracias por leer y comentar! Saludos =D
Susii escribió:Awww son tan lindas*--*
Hola, o no¿? jajajjaaj son las mejores jajajaaj. Saludos =D
lana66 escribió:Me gusto el capitulo,me encantan esas dos juntas,son dinamita.
Saludos.
Hola, jajajaajja son lo mejor! jajaajajajajajaja. Saludos =D
3:) escribió:holap morra,...
amo lo jodida mente protectora y cursi que es san con britt en su viaje,..!!!
me encanta cuando estan juntas,...
nos vemos!!!
Hola lu, jajaajajajajaaj saca de quicio, pero también nos gusta así no¿? jajaajajajajajaa. Son lo mejor! jaajajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 25
Capitulo 25
Podría acostumbrarme a esto sin problemas. A dormir hasta tarde todas las mañanas y desperezarme tranquilamente, a sentir la brisa sobre mi cuerpo desnudo y a pasearme por el porche para observar a mi diosa en la distancia, corriendo por la curva bahía.
Podría prepararle el desayuno, a pesar de que detesto profundamente cocinar, y podría sentarme desnuda a la mesa mientras ella lo devora con constantes gemidos de aprobación antes de hundir el dedo en el tarro de mantequilla de cacahuete que estoy segura de que ha traído ella, porque es de la marca Sun-Pat.
Podría abrir la boca cuando me lo ordenara para dejar que me alimente, y podría estirar el brazo para acariciarle los pechos desnuds simplemente porque me apetece hacerlo.
Podría mojar la silla cuando me guiña el ojo, me coloca sobre su regazo, me devora la boca y continúa desayunando con una mano mientras me sostiene con la otra, ofreciéndome de vez en cuando bocaditos de salmón con el tenedor.
Podría ponerme el biquini en la privacidad del Paraíso sin recibir miradas de espanto ni exigencias de que me pusiera algo que me tapara más, y nadar tranquilamente en la piscina fresca y gigante de la villa.
Podría dejar que me sacara cogiéndome de la mano y que me secara; que me envolviera en la toalla y me llevara hasta la ducha para enjabonarme y mimarme de todas las maneras posibles.
Mimarme... y algo más.
Sí, sin duda podría acostumbrarme a esto perfectamente. Es nuestro último día en el Paraíso, y me siento un poco triste, a pesar de mi tremendo estado de felicidad. Es nuestro último día de poder disfrutar en soledad la una de la otra, sin distracciones y sin los problemas que nos esperan en Londres a nuestro regreso.
Estoy sentada en la cama, con bolas de papel higiénico entre los dedos de los pies y un frasco de pintaúñas rosa intenso en la mano.
Ya es mediodía.
Nos hemos pasado toda la mañana llevando a cabo nuestra normalidad, y ahora me estoy preparando para pasar la tarde en el puerto y una cena al anochecer.
No quiero volver a casa. Quiero quedarme en el Paraíso eternamente, solas Santana y yo.
—Creía que habíamos quedado en que ya no ibas a pintarte más las uñas ni a beber whisky.
Levanto la vista y veo a Santana realizando la mundana tarea de frotarse su masa de pelo negro con una toalla húmeda, pero no tiene nada de mundana cuando es ella quien lo hace.
Nada de lo que hace esta mujer es corriente ni ordinario.
Me reclino sobre mi almohada y disfruto de la deliciosa escena. Está desnuda, y yo babeando.
—Tengo que pintarme las uñas de los pies—agito el bote y desenrosco el tapón—No tardaré, las manos ya las tengo hechas—digo, y le muestro las uñas de los dedos ya secas pintadas de rosa.
Se pasea hacia mí, desnuda, bronceada y con paso decidida, y gatea por la cama hasta que está de rodillas delante de mis pies.
—Déjame a mí.
Se coloca la toalla sobre los muslos, me coge el pie y lo apoya sobre la tela de algodón blanco.
—¿Quieres pintarme las uñas?—pregunto divertida.
Me dirige una mirada de indiferencia para mostrar claramente que no le importa mimar a su esposa hasta ese extremo. Me quita el pintaúñas de las manos y me recoloca el pie delante de ella para desempeñar la labor que se ha autoasignado.
—Será mejor que vaya practicando a ser yo quien las pinte—me informa, muy seria—Pronto no llegarás.
Por acto reflejo, mi pierna sale despedida y la golpeo en todo el estómago, pero no consigo el efecto deseado. Ella sonríe y vuelve a colocarme bien el pie.
—No quiero volver a casa—digo.
—Yo tampoco, Britt-Britt.
No parece sorprenderla oírmelo decir, como si me hubiera leído la mente, o porque claramente está pensando lo mismo que yo.
Desliza el pincel por el centro de mi dedo gordo y después por los lados.
—¿Cuándo podremos volver aquí?—pregunto, y observo cómo arruga la frente concentrada.
Eso me hace sonreír, y olvido momentáneamente mis deprimentes pensamientos.
—Podemos volver siempre que quieras. Sólo tienes que decirlo y te meteré en ese avión.
Me limpia con el dedo la base de la uña y se aparta para observar su trabajo. Me mira.
—¿Lo has pasado bien, Britt?—pregunta sonriendo.
Sabe perfectamente que sí, sobre todo porque acabo de decirle que no quiero irme.
—Es el paraíso—respondo, y apoyo la cabeza hacia atrás—Continúa—digo señalando con la cabeza mi pie en su regazo.
Me mira con el ceño fruncido de broma.
—Sí, mi ama.
—Buen chica—suspiro vagamente y me relajo sobre la almohada—¿Qué pasará cuando lleguemos a casa?
Continúa pintándome las uñas sin darle a mi pregunta la importancia que merece. Hay que hacer algo, y a ser posible tiene que hacerlo la policía, no Steve. Aunque agradezco que Santana me haya sacado del país unos días, sé que en parte lo ha hecho para mantener su propia cordura. No puede esconderme en el Paraíso eternamente, aunque sé que ella no cree que su ambiciosa intención sea irracional en absoluto, y si sigue comportándose de esta manera tan alegre y relajada, yo tampoco lo creeré.
Estamos en el Paraíso, tengo que acordarme de eso.
Es porque me tiene sólo para ella, sin interrupciones ni problemas. Ésa es la única razón por la que me encuentro tan feliz en el séptimo cielo de Santana. Regresar a Londres me sacará inmediatamente de este estado, estoy segura.
—Lo que va a pasar es que vas a volver al trabajo y vas a cumplir de una vez tu promesa de poner a Will al tanto sobre Rory—me mira esperando mi asentimiento, pero me hago la sueca.
—¿Crees que fue Rory quien te robó el coche?
—No tengo ni puta idea, Britt—me coloca el pie sobre la cama y me coge el otro—Estoy en ello, así que no quiero que tu preciosa cabecita se preocupe por eso.
—¿Qué significa que estás en ello?
No puedo evitar la pregunta. Quiero saberlo porque algo me dice que, como todo lo que hace Santana, no será de la manera convencional. Tal y como esperaba, me lanza una mirada de advertencia y sé que, si insisto, es posible que salga del séptimo cielo de Santana antes de volver a Londres. Aguanto su mirada de reproche durante unos instantes, sin apartarla ni cambiar mi gesto expectante, pero sé que no va a proporcionarme una respuesta satisfactoria. Ya he aceptado ese hecho, y también he decidido mentalmente que no voy a buscarla.
—Fin de la historia—se limita a contestar, y sé que es así.
Por lo tanto, me relajo y dejo que termine la complicada tarea de pintarme las uñas de los pies mientras agradezco en silencio sus atenciones y el hecho de que esté agachada e incómoda para realizar su trabajo con precisión, aunque a pesar de la postura en su estómago no se forma ni un solo michelín.
—Ya está—anuncia, y cierra el bote de pintaúñas—Siempre me sorprendo de lo bien que lo hago—dice sin bromear.
Levanto el pie y me inclino para observarlo. Al parecer, también se le da de maravilla pintar uñas, igual que todo lo demás, menos cocinar.
—No está mal—digo como si tal cosa, fingiendo quitarme un poco de pintura del dedo que ni siquiera está ahí.
—¿Cómo que no está mal? Lo he hecho mejor que tú, Britt-Britt—se pone en pie—Tienes mucha suerte de tenerme.
Resoplo.
—¿Y tú no tienes suerte?—pregunto con incredulidad.
Menuda capullo arrogante.
—Yo tengo aún más suerte—me guiña el ojo y dejo de sentirme ofendida al instante con un suspiro—Vamos, Britt-Britt. Salgamos a explorar.
Se la ve con mucho más ánimo de salir hoy que ayer, lo que demuestra que definitivamente disfrutó amándome de otra manera.
Nos detenemos al salir de una rotonda ante un control de seguridad para acceder al puerto. Santana baja la ventanilla, muestra una tarjeta de plástico a la pantalla y las puertas se abren inmediatamente, dejándonos pasar.
—¿Dónde estamos?—pregunto inclinándome hacia adelante en mi asiento para mirar la carretera.
—Esto es el puerto, Britt.
Avanza a paso de tortuga y gira hacia una zona peatonal. La gente empieza a apartarse, sin prestar la menor atención al DBS, cosa que me resulta bastante extraña, pero pronto veo las decenas de cochazos que hay aparcados más adelante. Y no hablo sólo de Mercedes o BMW, sino de Bentley, Ferrari e incluso otro Aston Martin.
Son todos automóviles de millonarios.
Esta gente está acostumbrada a coches que cuestan una pasta absurda. Las filas de vehículos pronto dejan de ser el centro de mi atención cuando diviso las hileras e hileras de botes.
No, no son botes: son yates.
—¡Joder!—susurro mientras Santana estaciona en una plaza de aparcamiento vacía y apaga el motor.
—¡Britt, por favor, esa boca!—exhala, indignada.
Luego baja del coche y se acerca a mi lado. Estoy pegada al asiento, fascinada por la brillante blancura de las numerosas moles que flotan en el puerto deportivo.
—Sal.
Salgo con la mente ausente y con la ayuda de la mano de Santana mientras sigo con la mirada fija en las embarcaciones. No sé qué decir. Pero entonces se me ocurre algo.
—Por favor, no me digas que uno de ésos es tuyo.
La miro con los ojos abiertos de par en par. No sé de qué me sorprendo.
Mi mujer está podrida de pasta, pero ¿un yate?
Sonríe y se pone las gafas de sol.
—No, lo vendí hace muchos años.
—Pero ¿tenías uno?
—Sí, pero no tenía ni puta idea de navegar con ese trasto.
Me coge de la mano y me aleja del coche en dirección a un camino apartado de los vehículos en movimiento.
—¿Y para qué te lo compraste?—pregunto, mirándola.
Ella simplemente se encoge de hombros y señala el mar.
—Por ahí está Marruecos.
Sigo la dirección que me indica pero sólo veo agua. Está intentando distraerme para que deje de hacer preguntas.
—Qué bonito—digo con tono sarcástico para que sepa que sé lo que pretende.
Estoy sacando mis propias conclusiones sobre el Paraíso y estos grandes yates pero, como ya me he recordado antes a mí misma, el pasado de Santana es exactamente así.
—El sarcasmo no te pega, Britt-Britt—me cobija bajo su brazo y empieza a mordisquearme la oreja—¿Qué te apetece hacer?
—Vamos a perdernos.
—¿A perdernos?
—Sí, a dejarnos llevar—la miro y veo su expresión divertida—A ver adónde nos llevan los pies.
Me sonríe, casi fascinada.
—De acuerdo. Esto va a ser como lo de Camden.
—Exacto. Como lo de Camden, pero sin los sex-shops—concluyo.
Se echa a reír.
—Bueno, hay muchos sex-shops por las calles secundarias. ¿Quieres ir?
—No, gracias—gruño recordando el bailecito en la barra que nos dedicó aquella loca dominatrix vestida de cuero.
Lanzo un grito ahogado para mis adentros. Era como Holly. Joder, era igual que ella, pero sin el látigo, que había sido sustituido por una barra. Puede que Holly también tenga una, quién sabe, pero lo que me acaba de venir a la cabeza eclipsa las similitudes entre ambas mujeres.
—No te gustaría eso, ¿verdad?
No hace falta que me explique. Sabe a qué me refiero. Me agarra de la barbilla y tira de mi cara en su dirección.
—Ya te lo he dicho. Sólo hay una cosa en este mundo que me ponga, y me encanta verla de encaje.
—Bien—respondo, porque no sé qué otra cosa decir.
Es probable que ella también haya relacionado a aquella mujer con Holly, y aunque Holly confirmó más o menos la aversión de Santana hacia su culo cubierto de cuero, necesito que ella me lo diga.
Me besa la frente e inspira hondo oliendo mi cabello.
—Venga, señora López-Pierce. Vamos a perdernos.
Para cuando regresamos al puerto deportivo estoy absolutamente harta de deambular, y sé que Santana me ha malcriado muchísimo, insistiendo en comprarme todo lo que cogía o miraba con la intención de reducir mi tiempo de exploración. Eso no me habría importado tanto de no ser por la clase de tiendas que estábamos visitando.
Esto no es Camden.
Sí, había algunos puestos de baratijas, pero nos hemos movido principalmente por las numerosas tiendas de grandes diseñadores, de modo que me siento mil veces más pija que cuando fuimos a Harrods. Los tranquilos espacios minimalistas apenas tenían unas cuantas prendas clave, lo que no daba pie a rebuscar mucho. Me he atrevido a tocar un bolso marrón precioso sólo para sentir la suavidad de su piel, y Santana, por supuesto, ha interpretado mi pequeño movimiento como un indicativo de que me gustaba y me lo ha regalado al instante.
No he intentado detenerla.
Me encanta mi bolso nuevo, de modo que le he mostrado mi gratitud, a la que ha respondido comprándome cualquier cosa que he mirado durante toda la tarde, y con cada artículo que adquiría me observaba esperando que le diera las gracias. Ahora va cargado con mil bolsas, y la pobrecilla parece agobiada.
—Voy a dejarlas en el coche. Espérame aquí.
Me deja a un lado de la zona peatonal aplicándome un protector labial, se acerca al DBS para librarse de las bolsas y vuelve rápidamente y me levanta por los aires.
Lanzo un gritito de deleite suspendida en sus brazos.
—Joder, te he echado de menos.
Su boca se desliza con facilidad sobre mis labios recién hidratados mientras me toma delante de todo el mundo. Como siempre, me olvido de dónde estamos y de quiénes nos rodean y dejo que haga lo que quiera conmigo.
—Mmm, sabes bien—se aparta y pega y despega sus propios labios, que ahora brillan ligeramente cubiertos con mi protector.
—Si quieres llevar pintalabios hazlo como es debido—levanto el brazo para ponérselo y no intenta detenerme. Incluso frunce la boca para facilitarme la tarea—Mejor—concluyo con una sonrisa—Estás incluso más guapa así.
—Seguro que sí—asiente sin problemas mientras pega los labios para extenderse bien la crema—Vamos, tengo que alimentar a mi esposa y a los cacahuetes.
Vuelve a dejarme en posición vertical y me coloca en su sitio los tirantes de mi vestidito de verano amarillo que se habían deslizado por mis brazos.
—Hay que ajustar esto.
Le aparto las manos con los hombros y echo a andar mientras me subo los tirantes yo misma he ignoro los gruñidos de protesta que oigo detrás de mí.
—¿Adónde vas a llevarme a comer?—pregunto por encima del hombro mientras continúo andando.
Pero no avanzo mucho. Me agarra de la muñeca y empiezo a tirar de un peso muerto.
—No te alejes de mí, Britt—dice prácticamente gruñendo, y hace que me vuelva para quedarme frente a ella. Tiene el ceño fruncido, mientras que yo sonrío—Y ya puedes ir borrando esa sonrisa de tu rostro—empieza a ajustarme los tirantes mascullando alguna gilipollez acerca de que soy una esposa insufrible que la saca de sus casillas—Mejor. ¿Y toda la ropa que te compré?
—En casa—respondo tajantemente.
Nada de aquello me valía para ir de vacaciones a un sitio soleado. No me dio tiempo de salir a comprar ropa para ir de vacaciones, así que me he apañado con lo que tengo desde hace años. Es de cuando tenía veinte, y no para de quejarse de que las prendas lo reflejan. Inspira hondo para armarse de paciencia.
—¿Por qué te empeñas en ser tan imposible?
—Porque soy consciente de que te saca de tus casillas.
Estoy rozando sus límites, lo sé, pero no pienso ceder en esto.
Jamás.
—Disfrutas volviéndome loca.
—Te vuelves loca tú solita—me echo a reír—No necesitas ayuda para eso, San. Ya te lo he dicho: no vas a decirme qué puedo llevar y qué no.
Sus ojos oscuros me miran cargados de irritación, pero no consigue amedrentarme. Soy muy valiente.
—No, tú me vuelves loca—repite, porque no sabe qué otra cosa decir.
—¿Y qué vas a hacer?—pregunto con suficiencia—¿Divorciarte de mí?
—¡Esa puta boca!
—¡Pero si no he dicho ningún taco!—digo riéndome.
—¡Sí que lo has hecho! Has dicho la peor palabra que existe. Te prohíbo que la digas, Britt.
Suelto una carcajada.
—¿Que me lo prohíbes?
Cruza los brazos sobre su pecho como un acto de autoridad, como si yo fuera una niña.
—Sí, te lo prohíbo.
—Divorcio—susurro.
—Tienes una actitud muy infantil—farfulla enfurruñada como una niña.
—¿En serio?—me encojo de hombros—Dame de comer, San.
Lanza una carcajada burlona y sacude la cabeza.
—Debería dejar que te murieras de hambre y recompensarte con comida cuando hicieras lo que se te dice—me coge de los hombros, hace que gire sobre mis talones y me guía hacia un restaurante en primera línea de playa—Voy a darte de comer aquí.
Nos enseñan una mesa para dos en la terraza y nos acomoda un español muy risueño con el pelo negro y liso y un bigote a juego.
—¿Qué quieren beber?—pregunta con un marcado acento.
—Agua, gracias—Santana me sienta y me acerca a la mesa. Después toma asiento enfrente de mí y me pasa un menú—Las tapas son fantásticas.
—Elige tú—digo devolviéndole el menú por encima de la mesa—Seguro que eliges bien.
Enarco las cejas con descaro y me quita la carta de las manos con aire pensativo, pero no me mira mal ni con reproche.
—Gracias—dice lentamente.
—De nada—respondo sirviendo el agua después de que el camarero haya dejado una jarra helada con cubitos sobre la mesa.
Está húmeda por fuera, y me ha entrado una sed horrible al ver las gotas de agua descendiendo por el recipiente de cristal. Me bebo el vaso entero de un trago y me sirvo otro.
—¿Tienes sed?—me mira pasmada mientras apuro rápidamente el segundo vaso y asiento por detrás de éste—Ten cuidado—me advierte. La miro extrañada, pero soy incapaz de dejar de tragar el líquido helado—Podrías ahogar a los pequeños.
Me atraganto un poco con la risa y dejo el vaso en la mesa para coger mi servilleta.
—¿Quieres dejar eso ya?
—¿El qué? Sólo estoy mostrando preocupación de mamá—parece herida, pero sé que finge.
—Crees que no soy capaz de cuidar de nuestros hijos, ¿verdad?
—En absoluto—contesta con cariño pero sin ninguna convicción.
De verdad no me cree capaz. Me quedo pasmada, y es probable que mi cara lo refleje, aunque se niega a mirarme a los ojos y no puede verlo.
—¿Qué coño crees que voy a hacer?—inquiero.
Me arrepiento de haber expresado la pregunta en el mismo momento en que sale de mi boca, y más todavía cuando de repente levanta la vista y me lanza una mirada de escepticismo.
—Ni una palabra—le advierto con la voz rota, y unas lágrimas de remordimiento inundan mis ojos.
Me esfuerzo todo lo posible en reabsorberlas, mortificándome mentalmente por haber tenido alguna vez esos pensamientos tan insensibles. Bastante culpable me siento ya como para que venga ella a alimentar ese sentimiento.
Miro hacia todas partes menos a Santana, porque si lo hago recordaré ese oscuro capítulo que necesito olvidar. No la culpo por poner en duda mis capacidades. Incluso yo dudo de mí misma, pero la tengo a ella, como no cesa de recordarme.
Al instante está sentado a mi lado, estrechándome contra sí, acariciándome la espalda y hundiendo la boca en mi pelo.
—Lo siento. No te angusties, por favor, Britt.
—Estoy bien—digo para tranquilizarla.
Es bastante evidente que bien no estoy, pero no puedo perder las riendas de mis emociones en medio de un restaurante a la vista de todo el mundo. Ya me está mirando una mujer que se ha sentado unas mesas más allá. No tengo ganas de aguantar a la gente entrometida, así que le lanzo una mirada y me aparto del pecho de Santana.
—Te he dicho que estoy bien—espeto bruscamente, y cojo el vaso de agua para hacer algo que no sea llorar.
—Britt—dice en voz baja, pero no puedo mirarla.
No puedo mirar a los ojos de la mujer que amo sabiendo que en ellos sólo veré desprecio hacia mi persona.
¿Dejará alguna vez que me olvide de eso?
Jamás lo habría hecho, pero la idea estaba ahí, y ella lo sabe.
—Mírame—me pide en un tono más firme y autoritario esta vez, pero la desobedezco al ver que esa maldita mujer sigue mirándonos.
La miro directamente, indicándole con la mirada que se meta en sus putos asuntos, y pronto vuelve a centrarse en su cena.
—Tres.
Pongo los ojos en blanco, pero no porque haya iniciado la cuenta atrás. No, es porque sé que no va a follarme ni a torturarme cuando llegue a cero.
—Dos.
Es como si me colgara delante una zanahoria que sé que nunca voy a morder. Sé que suena ridículo, pero la necesidad de Santana y de que me someta follándome de todas las maneras posibles ya forma parte de mí, y el embarazo no hace sino aumentar ese deseo.
—Uno.
Exhalo de tedio y empiezo a juguetear con mi tenedor, negándome a ceder y, probablemente, haciéndole perder los estribos.
—Cero, nena.
Me levanta de la silla antes de que mi cerebro tenga tiempo de asimilar el último número de la cuenta atrás y de repente me encuentro en el suelo, con las muñecas sujetas a ambos lados de la cabeza y a Santana a horcajadas sobre mi cintura. Se hace el silencio en el restaurante y a mí se me salen los ojos de las órbitas. Podría oírse el vuelo de una mosca. Miro a Santana, a quien parece importarle un pimiento dónde nos encontramos. Me ha tumbado en el suelo de un restaurante.
¿A qué coño está jugando?
No me atrevo a apartar los ojos de ella. Siento cómo un millón de pares de ojos observan el espectáculo que acaba de montar. Me muero de vergüenza.
—San, suéltame.
Podría esperar cualquier cosa de ella, pero ¿esto?
Esto sobrepasa todos los límites.
Joder, ¿y si alguien intentara apartarla de mí?
—Te lo advertí, Britt—dice con expresión divertida mientras yo permanezco simplemente horrorizada—Donde sea y cuando sea.
—Vale, muy bien—me retuerzo—Ya me ha quedado claro.
—Bueno yo creo que no—dice como si tal cosa poniéndose cómodo con la cara suspendida sobre la mía—Te quiero.
Deseo que se me trague la tierra. Una cosa es que empiece a comerme la boca en una calle llena de gente a plena luz del día, pero retenerme en el suelo de un restaurante lleno es una locura.
—Ya lo sé. Suéltame.
—No.
Joder, ni siquiera oigo el chirrido metálico de los cubiertos, lo que me indica que todo el mundo ha dejado de comer.
—Por favor—ruego en voz baja.
—Dime que me quieres.
—Te quiero—mascullo entre dientes.
—Dímelo de verdad, Britt—no va a ceder, no hasta que obedezca su orden estúpida e irracional para su satisfacción.
—Te quiero—digo con más suavidad, pero sigue sonando molesto.
Me mira con recelo, pero ¿qué espera?
Me siento tremendamente aliviada cuando se aparta y me ayuda a levantarme mientras ella permanece de rodillas delante de mí. Me tomo mi tiempo para colocarme bien la ropa y el pelo, cualquier cosa con tal de no enfrentarme a las masas de comensales que, sin duda, estarán mirándonos con la boca abierta. Después de pasar mucho más tiempo del necesario arreglándome, me decido a mirar a mi alrededor y deseo de nuevo que me parta un rayo al instante o que se me trague un agujero negro. Siento la tentación de salir corriendo, pero entonces me doy cuenta de que Santana sigue de rodillas delante de mí.
—Levántate—le susurro con los dientes apretados, a pesar de que es evidente que todo el mundo va a oírme.
El restaurante sigue estando en absoluto silencio. Santana empieza a caminar sobre las rodillas hasta que está delante de mis piernas, y entonces desliza las manos alrededor de mi culo y me mira con ojos de cachorrito.
—Brittany López-Pierce, mi chica desafiante y preciosa—mi rostro está alcanzando tonalidades de rojo desconocidas—Me haces la mujer más feliz del planeta. Te has casado conmigo, y ahora me bendices con mellizos—traslada la mano de mi trasero a mi vientre y me lo acaricia en círculos como adorándolo antes de darle un beso en el centro. Los espectadores empiezan a suspirar—No tienes ni puñetera idea de cuánto te quiero. Vas a ser una mamá increíble para mis hijos.
No puedo hacer nada más que mirarla mientras hace su declaración pública dejándonos en ridículo. Oigo más suspiros. Empieza a besarme por todo el cuerpo hasta que llega a mi cuello.
—No intentes evitar que te ame. Me entristece.
—¿Te entristece o te enloquece?—pregunto en voz baja.
Levanta la cabeza de mi cuello y me recoge el pelo. Lo suelta por mi espalda y me agarra las mejillas con las manos.
—Me entristece—reafirma—Bésame, mi Britt-Britt.
No quiero seguir pasando esta vergüenza, así que me rindo y le concedo lo que quiere. Es la manera más rápida de salir de esta situación. Pero entonces todo el mundo empieza a aplaudir, y al instante Santana abandona mis labios, empieza a saludar inclinándose y vuelve a sentarme en mi silla.
¿Vamos a quedarnos?
—La amo—dice encogiéndose de hombros, como si eso explicara por qué acaba de tirarme al suelo para exigirme que le declare mi amor y de anunciar ante un montón de extraños que estamos esperando mellizos.
—¡Mellizos!
Doy un brinco ante el grito de emoción en un mal inglés del camarero, que agita una botella de champán delante de nosotras. Me sabe fatal. Es muy amable por su parte, pero ninguno de las dos vamos a bebérnoslo.
—Gracias—le sonrío, y rezo para que no se espere para ver cómo brindamos y bebemos—Muy amable.
Debe de haber escuchado mis oraciones o de haber visto mi cara de apuro, porque se aleja y me deja observando el entorno. La gente ha vuelto a ocuparse de su cena, algunos nos miran con afecto de vez en cuando, pero parece que ya hemos dejado de ser el centro de atención. La mujer de antes, sin embargo, sigue mirando. La observo con el ceño fruncido, pero Santana me distrae cuando apoya las manos sobre mi rodilla. Me vuelvo y veo su cara de traviesa satisfacción. Sí, ha dejado su postura bien clara, y ante muchos testigos.
—No puedo creer que hayas hecho eso.
—¿Por qué?
Aparta las copas de champán de delante de nosotras. Me dispongo a explicárselo, pero entonces siento que alguien me mira de nuevo, y sé quién es. Me vuelvo despacio y la sorprendo otra vez. Está a varias mesas de distancia y hay mucha gente entre nosotras, pero un pequeño espacio entre la multitud me permite verla perfectamente, y está claro que ella también me ve a mí, porque no para de cotillear.
—¿Conoces a esa mujer?—pregunto sin apartar la mirada de ella, a pesar de que ha vuelto a centrarse en su comida.
—¿A qué mujer?—Santana se inclina sobre mí para seguir la dirección de mi mirada.
—A esa de ahí, la que lleva el cárdigan azul claro—estoy a punto de señalar, pero cuando me doy cuenta vuelvo a bajar la mano—¿La ves?
Pasa una eternidad, o eso me parece a mí, y todavía no me ha contestado. Me vuelvo y veo que su rostro empieza a perder color y a adoptar una expresión de estupefacción.
—¿Qué pasa?—le pongo como por instinto la mano en la frente para tomarle la temperatura, y en cuanto lo toco noto que está helada—¿San?—tiene la mirada perdida, como si se hallara en un completo trance. Estoy preocupada—Sanny, ¿qué pasa?
Sacude la cabeza como si acabara de recibir un golpe y me mira con ojos atormentados. Sé que mi esposa está intentando hacer como si no pasara nada, pero fracasa estrepitosamente.
Está pasando algo horrible.
—Nos vamos.
Al ponerse de pie tira un vaso, lo que atrae de nuevo la atención de la gente. Arroja un puñado de billetes sobre la mesa, me obliga a levantar mi culo perplejo de la silla y me dirige afuera del restaurante. Camina a gran velocidad hacia el coche, prácticamente arrastrándome consigo.
—¿Qué coño te pasa?—insisto, pero sé que es en vano.
Se ha cerrado por completo. Abre la puerta del DBS, la observo y empieza a guiarme hacia el interior pero no me responde. No me mira, ni me hace ningún gesto ni me da ninguna explicación. Sin embargo, siento que su hombro se tensa y empieza a jadear. Tiene la mirada perdida por detrás de mí, aunque sigue instándome a meterme en el coche.
—¿Tana?
La voz desconocida llama mi atención, y aparto la vista de mi atribulada esposa para ver a quién pertenece. Es esa mujer. La miro confundida y siento cómo Santana me agarra con más fuerza. También puedo oír su respiración. Estoy totalmente confundida, pero la reconozco, y miro de arriba abajo a esa extraña que se ha pasado la mayor parte del tiempo observándome en la terraza, u observando a mi mujer, o a las dos. No estoy segura, pero cuanto más la miro, más claro se vuelve todo.
Santana intenta posicionarme para meterme en el coche pero yo le aparto las manos. Estoy demasiado intrigada.
—Britt, Britt-Britt, nos vamos.
No me grita ni me da órdenes a pesar de mi resistencia, y me entran ganas de llorar.
—Tana, hija—la mujer se acerca y mis temores se confirman.
—No tienes derecho a llamarme así—responde Santana tajantemente—Britt, entra en el coche.
Obedezco. Ésa era toda la confirmación que necesitaba. No necesito oír nada más, ni tampoco explicaciones.
Es la mamá de Santana.
Me vuelvo en el asiento y veo cómo rodea el vehículo por detrás para dirigirse a la puerta del conductor, y me entra el pánico al ver que su mamá corre para detenerla. Veo cómo le pone una mano en el brazo y Santana se la sacude. Oigo cómo ella le ruega que le dé una oportunidad para hablar, y veo cómo pega el cuerpo contra la puerta del conductor para impedirle que acceda al coche. Santana se lleva las manos al pelo y se tira de él.
La expresión de dolor de su rostro me parte el alma.
Sé que sería incapaz de apartar a su mamá a la fuerza, así que no hay nada que pueda hacer. No puedo permanecer aquí sentada viendo cómo se enfrenta a esto sola, por lo tanto salgo y me dirijo hacia ellas llena de determinación. Me planto delante de Santana como si fuera un escudo protector y la miro directamente a los ojos.
—Por favor, le ruego que se aparte.
Santana se inclina por encima de mí.
—No deberías estar aquí. ¿Qué haces aquí?—dice Santana con la voz rota y temblorosa, en consonancia con su cuerpo. Siento las vibraciones en mi espalda—Bree se casa este fin de semana en Sevilla. ¿Qué haces aquí?
Entonces me doy cuenta de algo. No leí del todo la invitación, así que no me fijé en la fecha ni en el lugar, pero está claro que Santana sí.
¿Por qué, si no, iba a traerme aquí sabiendo que sus padres andarían cerca?
Jamás se arriesgaría a encontrárselos. Lo cierto es que me extrañó, pero no quería agobiarla con el tema. No obstante, resulta que están aquí, lo que ha sumido a Santana en un tremendo estado de confusión.
—Es tu papá—explica ella—La boda se ha aplazado porque tu papá sufrió un infarto. Bree intentó ponerse en contacto contigo al ver que no respondías a su invitación.
Santana pega su pecho al mío y sé que va a hablar, cosa que me alegra, porque yo no sé qué decir. Estoy alucinada. Es demasiada información para asimilarla.
—¿Y por qué intentó ponerse en contacto conmigo Bree y no tú?
—Pensé que a tu hermana sí le cogerías el teléfono—se apresura a responder—Esperaba que a ella sí que le contestaras.
—¡Bueno te equivocabas!—ruge por encima de mi hombro, y me estremezco—Ya no puedes hacerme esto. Ya no, mamá. Tu influencia ya me jodió la vida bastante, ¡pero ahora me va bien por mi cuenta!
La mujer se encoge pero no intenta defenderse. Sus ojos marrones, casi iguales que los de Santana, están cargados de pesar y de desesperación.
Me pasan demasiadas cosas por la cabeza, pero mi prioridad es mi esposa y su evidente sufrimiento. Su mamá lo está pasando mal también, pero ella no me gusta, así que no me afecta cómo pueda sentirse.
—Mellizos—susurra estirando la mano hacia adelante.
Me quedo estupefacta. Soy incapaz de moverme. Estudia mi vientre y veo el dolor dibujado en su rostro. Santana tira de mí evitando en el último momento que su mano me toque la barriga. Entonces salgo de mi aturdimiento y reevalúo la situación. No me lleva mucho tiempo. Tengo que sacar a Santana de aquí.
—Britt—me habla al oído con voz suave—Por favor, sácame de aquí.
El corazón se me parte en dos.
—Se lo pido amablemente—miro a su mamá, que continúa con la mirada fija en mi abdomen—Apártese, por favor.
—Es otra oportunidad, Tana
Ahora está sollozando, pero no siento compasión por ella. Santana no dice nada. Permanece quieta y callada detrás de mí. Puede que haya entrado en trance, lo que no me sorprendería en absoluto. Esas palabras no han hecho más que avivar mi determinación y han transformado mis inminentes lágrimas en pura ira.
Aunque no puedo pegarle a su mamá...
Me vuelvo y deslizo la mano por el brazo de Santana.
—Vamos, Sanny—le digo con cariño tirando de ella.
Se deja llevar. Por una vez soy yo quien la guía a ella, y lo hago lo más de prisa que puedo. Estoy decidida a sacar a mi esposa de esta situación que tanta angustia le está causando.
Sólo la he visto así unas pocas veces, y todas ellas han acabado en dolor. No estoy preparada para exponerla a él o a mí misma a más dificultades en nuestra relación.
Abro la puerta del acompañante y la insto a entrar. Tiene la mirada perdida. Me siento aliviada cuando veo que su mamá se coloca delante del coche, porque eso me permite correr por la parte trasera y colarme en el asiento del conductor. Lo primero que hago es bloquear los seguros, y después registro a Santana para encontrar las llaves.
No he conducido nunca por la derecha, ni sentada a la izquierda, pero no es momento de preocuparse por algo tan trivial. Arranco el motor y apenas miro mientras doy marcha atrás para salir del aparcamiento y meto primera para avanzar. Echo un vistazo por el retrovisor y veo a un hombre que abraza a la mamá de Santana.
Es su papá.
Observo la carretera que tengo delante y veo las puertas de salida del puerto, pero no me da tiempo a preocuparme en buscar la tarjeta, ya que éstas empiezan a abrirse al instante y yo alejo a Santana de sus padres.
La miro y no me gusta lo que veo: una mujer angustiada, con la mirada perdida a través de la ventanilla que no refleja ninguna emoción. Si estuviera cabreada me sentiría mejor, pero no lo está. Lo único que me resulta familiar es la profunda arruga que se ha formado en su frente y los engranajes de su mente compleja girando sin control. Por extraño que parezca, esos pequeños rasgos me reconfortan ligeramente. En cambio, lo que pueda estar pensando no lo hace.
¿Otra oportunidad?
Eso es lo que ha dicho. No me extraña que Santana haya reaccionado como lo ha hecho, no cuando su mamá acaba de sugerir que todo puede enmendarse con el nacimiento de nuestros mellizos. Eso es algo cruel y egoísta, y jamás borrará todos estos años de dolor y traición.
Estos pequeños suponen una oportunidad para que Santana y yo seamos felices, no una oportunidad para que sus padres corrijan sus errores. Si pretende usar a mis hijos como una especie de terapia familiar, lo lleva claro.
No tengo ni idea de adónde me dirijo, pero por fin consigo que Santana empiece a darme algunas instrucciones. Al percibir la familiar fragancia del Paraíso me relajo por completo. Conduzco por el camino adoquinado hasta la villa. Mi esposa baja del coche y se dirige apresuradamente hacia el porche, dejándome atrás sin saber si seguirla o no.
No sé qué hacer.
Sé que no vamos a hablar, así que tengo que hacer lo que me dice mi instinto, que es estar ahí para ella. No debo pedirle información para saciar mis ansias de saber, ni patalear exigiendo respuestas.
Ya sé lo que tengo que hacer, y sé que los padres de Santana han influido demasiado en su vida. Ahora le va bien por su cuenta, como ella misma ha dicho, y tengo que dejarla tranquila.
La sigo hasta la villa y me la encuentro de pie en medio de la habitación. Me acerco a ella en silencio, pero no se sorprende cuando la cojo de la mano. Sabía que andaba cerca, siempre lo sabe. La guío hasta el dormitorio y empiezo a sacarle la camiseta.
No hay ninguna tensión sexual entre nosotras, ni respiraciones agitadas y desesperadas. Sólo estoy cuidando de ella.
Tiene la cabeza gacha, está totalmente abatida, pero deja que la desvista hasta que se encuentra frente a mí completamente desnuda y callada. La dirijo hasta la cama pero ella permanece firme y me pone de espaldas a ella. Empieza a bajarme la cremallera del vestido, me alienta a levantar los brazos y me lo quita por la cabeza.
Dejo que haga lo que quiera, cualquier cosa con tal de que salga de este estado melancólico, de modo que permanezco de pie y en silencio mientras me desabrocha el sujetador y se arrodilla para bajarme las bragas. Me levanta y enrosco las piernas alrededor de sus caderas. Se acomoda en la cama con la espalda apoyada en la cabecera y conmigo sentada sobre su regazo y pegada a su pecho.
No está preparada para dejar ningún espacio entre nuestros cuerpos, y no me importa.
Sus brazos me atrapan por completo. Su nariz está hundida en mi pelo, y puedo oír sus latidos lentos y constantes.
Es lo único que puedo hacer por ella, y lo haré hasta que me muera si es necesario.
Podría prepararle el desayuno, a pesar de que detesto profundamente cocinar, y podría sentarme desnuda a la mesa mientras ella lo devora con constantes gemidos de aprobación antes de hundir el dedo en el tarro de mantequilla de cacahuete que estoy segura de que ha traído ella, porque es de la marca Sun-Pat.
Podría abrir la boca cuando me lo ordenara para dejar que me alimente, y podría estirar el brazo para acariciarle los pechos desnuds simplemente porque me apetece hacerlo.
Podría mojar la silla cuando me guiña el ojo, me coloca sobre su regazo, me devora la boca y continúa desayunando con una mano mientras me sostiene con la otra, ofreciéndome de vez en cuando bocaditos de salmón con el tenedor.
Podría ponerme el biquini en la privacidad del Paraíso sin recibir miradas de espanto ni exigencias de que me pusiera algo que me tapara más, y nadar tranquilamente en la piscina fresca y gigante de la villa.
Podría dejar que me sacara cogiéndome de la mano y que me secara; que me envolviera en la toalla y me llevara hasta la ducha para enjabonarme y mimarme de todas las maneras posibles.
Mimarme... y algo más.
Sí, sin duda podría acostumbrarme a esto perfectamente. Es nuestro último día en el Paraíso, y me siento un poco triste, a pesar de mi tremendo estado de felicidad. Es nuestro último día de poder disfrutar en soledad la una de la otra, sin distracciones y sin los problemas que nos esperan en Londres a nuestro regreso.
Estoy sentada en la cama, con bolas de papel higiénico entre los dedos de los pies y un frasco de pintaúñas rosa intenso en la mano.
Ya es mediodía.
Nos hemos pasado toda la mañana llevando a cabo nuestra normalidad, y ahora me estoy preparando para pasar la tarde en el puerto y una cena al anochecer.
No quiero volver a casa. Quiero quedarme en el Paraíso eternamente, solas Santana y yo.
—Creía que habíamos quedado en que ya no ibas a pintarte más las uñas ni a beber whisky.
Levanto la vista y veo a Santana realizando la mundana tarea de frotarse su masa de pelo negro con una toalla húmeda, pero no tiene nada de mundana cuando es ella quien lo hace.
Nada de lo que hace esta mujer es corriente ni ordinario.
Me reclino sobre mi almohada y disfruto de la deliciosa escena. Está desnuda, y yo babeando.
—Tengo que pintarme las uñas de los pies—agito el bote y desenrosco el tapón—No tardaré, las manos ya las tengo hechas—digo, y le muestro las uñas de los dedos ya secas pintadas de rosa.
Se pasea hacia mí, desnuda, bronceada y con paso decidida, y gatea por la cama hasta que está de rodillas delante de mis pies.
—Déjame a mí.
Se coloca la toalla sobre los muslos, me coge el pie y lo apoya sobre la tela de algodón blanco.
—¿Quieres pintarme las uñas?—pregunto divertida.
Me dirige una mirada de indiferencia para mostrar claramente que no le importa mimar a su esposa hasta ese extremo. Me quita el pintaúñas de las manos y me recoloca el pie delante de ella para desempeñar la labor que se ha autoasignado.
—Será mejor que vaya practicando a ser yo quien las pinte—me informa, muy seria—Pronto no llegarás.
Por acto reflejo, mi pierna sale despedida y la golpeo en todo el estómago, pero no consigo el efecto deseado. Ella sonríe y vuelve a colocarme bien el pie.
—No quiero volver a casa—digo.
—Yo tampoco, Britt-Britt.
No parece sorprenderla oírmelo decir, como si me hubiera leído la mente, o porque claramente está pensando lo mismo que yo.
Desliza el pincel por el centro de mi dedo gordo y después por los lados.
—¿Cuándo podremos volver aquí?—pregunto, y observo cómo arruga la frente concentrada.
Eso me hace sonreír, y olvido momentáneamente mis deprimentes pensamientos.
—Podemos volver siempre que quieras. Sólo tienes que decirlo y te meteré en ese avión.
Me limpia con el dedo la base de la uña y se aparta para observar su trabajo. Me mira.
—¿Lo has pasado bien, Britt?—pregunta sonriendo.
Sabe perfectamente que sí, sobre todo porque acabo de decirle que no quiero irme.
—Es el paraíso—respondo, y apoyo la cabeza hacia atrás—Continúa—digo señalando con la cabeza mi pie en su regazo.
Me mira con el ceño fruncido de broma.
—Sí, mi ama.
—Buen chica—suspiro vagamente y me relajo sobre la almohada—¿Qué pasará cuando lleguemos a casa?
Continúa pintándome las uñas sin darle a mi pregunta la importancia que merece. Hay que hacer algo, y a ser posible tiene que hacerlo la policía, no Steve. Aunque agradezco que Santana me haya sacado del país unos días, sé que en parte lo ha hecho para mantener su propia cordura. No puede esconderme en el Paraíso eternamente, aunque sé que ella no cree que su ambiciosa intención sea irracional en absoluto, y si sigue comportándose de esta manera tan alegre y relajada, yo tampoco lo creeré.
Estamos en el Paraíso, tengo que acordarme de eso.
Es porque me tiene sólo para ella, sin interrupciones ni problemas. Ésa es la única razón por la que me encuentro tan feliz en el séptimo cielo de Santana. Regresar a Londres me sacará inmediatamente de este estado, estoy segura.
—Lo que va a pasar es que vas a volver al trabajo y vas a cumplir de una vez tu promesa de poner a Will al tanto sobre Rory—me mira esperando mi asentimiento, pero me hago la sueca.
—¿Crees que fue Rory quien te robó el coche?
—No tengo ni puta idea, Britt—me coloca el pie sobre la cama y me coge el otro—Estoy en ello, así que no quiero que tu preciosa cabecita se preocupe por eso.
—¿Qué significa que estás en ello?
No puedo evitar la pregunta. Quiero saberlo porque algo me dice que, como todo lo que hace Santana, no será de la manera convencional. Tal y como esperaba, me lanza una mirada de advertencia y sé que, si insisto, es posible que salga del séptimo cielo de Santana antes de volver a Londres. Aguanto su mirada de reproche durante unos instantes, sin apartarla ni cambiar mi gesto expectante, pero sé que no va a proporcionarme una respuesta satisfactoria. Ya he aceptado ese hecho, y también he decidido mentalmente que no voy a buscarla.
—Fin de la historia—se limita a contestar, y sé que es así.
Por lo tanto, me relajo y dejo que termine la complicada tarea de pintarme las uñas de los pies mientras agradezco en silencio sus atenciones y el hecho de que esté agachada e incómoda para realizar su trabajo con precisión, aunque a pesar de la postura en su estómago no se forma ni un solo michelín.
—Ya está—anuncia, y cierra el bote de pintaúñas—Siempre me sorprendo de lo bien que lo hago—dice sin bromear.
Levanto el pie y me inclino para observarlo. Al parecer, también se le da de maravilla pintar uñas, igual que todo lo demás, menos cocinar.
—No está mal—digo como si tal cosa, fingiendo quitarme un poco de pintura del dedo que ni siquiera está ahí.
—¿Cómo que no está mal? Lo he hecho mejor que tú, Britt-Britt—se pone en pie—Tienes mucha suerte de tenerme.
Resoplo.
—¿Y tú no tienes suerte?—pregunto con incredulidad.
Menuda capullo arrogante.
—Yo tengo aún más suerte—me guiña el ojo y dejo de sentirme ofendida al instante con un suspiro—Vamos, Britt-Britt. Salgamos a explorar.
Se la ve con mucho más ánimo de salir hoy que ayer, lo que demuestra que definitivamente disfrutó amándome de otra manera.
Nos detenemos al salir de una rotonda ante un control de seguridad para acceder al puerto. Santana baja la ventanilla, muestra una tarjeta de plástico a la pantalla y las puertas se abren inmediatamente, dejándonos pasar.
—¿Dónde estamos?—pregunto inclinándome hacia adelante en mi asiento para mirar la carretera.
—Esto es el puerto, Britt.
Avanza a paso de tortuga y gira hacia una zona peatonal. La gente empieza a apartarse, sin prestar la menor atención al DBS, cosa que me resulta bastante extraña, pero pronto veo las decenas de cochazos que hay aparcados más adelante. Y no hablo sólo de Mercedes o BMW, sino de Bentley, Ferrari e incluso otro Aston Martin.
Son todos automóviles de millonarios.
Esta gente está acostumbrada a coches que cuestan una pasta absurda. Las filas de vehículos pronto dejan de ser el centro de mi atención cuando diviso las hileras e hileras de botes.
No, no son botes: son yates.
—¡Joder!—susurro mientras Santana estaciona en una plaza de aparcamiento vacía y apaga el motor.
—¡Britt, por favor, esa boca!—exhala, indignada.
Luego baja del coche y se acerca a mi lado. Estoy pegada al asiento, fascinada por la brillante blancura de las numerosas moles que flotan en el puerto deportivo.
—Sal.
Salgo con la mente ausente y con la ayuda de la mano de Santana mientras sigo con la mirada fija en las embarcaciones. No sé qué decir. Pero entonces se me ocurre algo.
—Por favor, no me digas que uno de ésos es tuyo.
La miro con los ojos abiertos de par en par. No sé de qué me sorprendo.
Mi mujer está podrida de pasta, pero ¿un yate?
Sonríe y se pone las gafas de sol.
—No, lo vendí hace muchos años.
—Pero ¿tenías uno?
—Sí, pero no tenía ni puta idea de navegar con ese trasto.
Me coge de la mano y me aleja del coche en dirección a un camino apartado de los vehículos en movimiento.
—¿Y para qué te lo compraste?—pregunto, mirándola.
Ella simplemente se encoge de hombros y señala el mar.
—Por ahí está Marruecos.
Sigo la dirección que me indica pero sólo veo agua. Está intentando distraerme para que deje de hacer preguntas.
—Qué bonito—digo con tono sarcástico para que sepa que sé lo que pretende.
Estoy sacando mis propias conclusiones sobre el Paraíso y estos grandes yates pero, como ya me he recordado antes a mí misma, el pasado de Santana es exactamente así.
—El sarcasmo no te pega, Britt-Britt—me cobija bajo su brazo y empieza a mordisquearme la oreja—¿Qué te apetece hacer?
—Vamos a perdernos.
—¿A perdernos?
—Sí, a dejarnos llevar—la miro y veo su expresión divertida—A ver adónde nos llevan los pies.
Me sonríe, casi fascinada.
—De acuerdo. Esto va a ser como lo de Camden.
—Exacto. Como lo de Camden, pero sin los sex-shops—concluyo.
Se echa a reír.
—Bueno, hay muchos sex-shops por las calles secundarias. ¿Quieres ir?
—No, gracias—gruño recordando el bailecito en la barra que nos dedicó aquella loca dominatrix vestida de cuero.
Lanzo un grito ahogado para mis adentros. Era como Holly. Joder, era igual que ella, pero sin el látigo, que había sido sustituido por una barra. Puede que Holly también tenga una, quién sabe, pero lo que me acaba de venir a la cabeza eclipsa las similitudes entre ambas mujeres.
—No te gustaría eso, ¿verdad?
No hace falta que me explique. Sabe a qué me refiero. Me agarra de la barbilla y tira de mi cara en su dirección.
—Ya te lo he dicho. Sólo hay una cosa en este mundo que me ponga, y me encanta verla de encaje.
—Bien—respondo, porque no sé qué otra cosa decir.
Es probable que ella también haya relacionado a aquella mujer con Holly, y aunque Holly confirmó más o menos la aversión de Santana hacia su culo cubierto de cuero, necesito que ella me lo diga.
Me besa la frente e inspira hondo oliendo mi cabello.
—Venga, señora López-Pierce. Vamos a perdernos.
Para cuando regresamos al puerto deportivo estoy absolutamente harta de deambular, y sé que Santana me ha malcriado muchísimo, insistiendo en comprarme todo lo que cogía o miraba con la intención de reducir mi tiempo de exploración. Eso no me habría importado tanto de no ser por la clase de tiendas que estábamos visitando.
Esto no es Camden.
Sí, había algunos puestos de baratijas, pero nos hemos movido principalmente por las numerosas tiendas de grandes diseñadores, de modo que me siento mil veces más pija que cuando fuimos a Harrods. Los tranquilos espacios minimalistas apenas tenían unas cuantas prendas clave, lo que no daba pie a rebuscar mucho. Me he atrevido a tocar un bolso marrón precioso sólo para sentir la suavidad de su piel, y Santana, por supuesto, ha interpretado mi pequeño movimiento como un indicativo de que me gustaba y me lo ha regalado al instante.
No he intentado detenerla.
Me encanta mi bolso nuevo, de modo que le he mostrado mi gratitud, a la que ha respondido comprándome cualquier cosa que he mirado durante toda la tarde, y con cada artículo que adquiría me observaba esperando que le diera las gracias. Ahora va cargado con mil bolsas, y la pobrecilla parece agobiada.
—Voy a dejarlas en el coche. Espérame aquí.
Me deja a un lado de la zona peatonal aplicándome un protector labial, se acerca al DBS para librarse de las bolsas y vuelve rápidamente y me levanta por los aires.
Lanzo un gritito de deleite suspendida en sus brazos.
—Joder, te he echado de menos.
Su boca se desliza con facilidad sobre mis labios recién hidratados mientras me toma delante de todo el mundo. Como siempre, me olvido de dónde estamos y de quiénes nos rodean y dejo que haga lo que quiera conmigo.
—Mmm, sabes bien—se aparta y pega y despega sus propios labios, que ahora brillan ligeramente cubiertos con mi protector.
—Si quieres llevar pintalabios hazlo como es debido—levanto el brazo para ponérselo y no intenta detenerme. Incluso frunce la boca para facilitarme la tarea—Mejor—concluyo con una sonrisa—Estás incluso más guapa así.
—Seguro que sí—asiente sin problemas mientras pega los labios para extenderse bien la crema—Vamos, tengo que alimentar a mi esposa y a los cacahuetes.
Vuelve a dejarme en posición vertical y me coloca en su sitio los tirantes de mi vestidito de verano amarillo que se habían deslizado por mis brazos.
—Hay que ajustar esto.
Le aparto las manos con los hombros y echo a andar mientras me subo los tirantes yo misma he ignoro los gruñidos de protesta que oigo detrás de mí.
—¿Adónde vas a llevarme a comer?—pregunto por encima del hombro mientras continúo andando.
Pero no avanzo mucho. Me agarra de la muñeca y empiezo a tirar de un peso muerto.
—No te alejes de mí, Britt—dice prácticamente gruñendo, y hace que me vuelva para quedarme frente a ella. Tiene el ceño fruncido, mientras que yo sonrío—Y ya puedes ir borrando esa sonrisa de tu rostro—empieza a ajustarme los tirantes mascullando alguna gilipollez acerca de que soy una esposa insufrible que la saca de sus casillas—Mejor. ¿Y toda la ropa que te compré?
—En casa—respondo tajantemente.
Nada de aquello me valía para ir de vacaciones a un sitio soleado. No me dio tiempo de salir a comprar ropa para ir de vacaciones, así que me he apañado con lo que tengo desde hace años. Es de cuando tenía veinte, y no para de quejarse de que las prendas lo reflejan. Inspira hondo para armarse de paciencia.
—¿Por qué te empeñas en ser tan imposible?
—Porque soy consciente de que te saca de tus casillas.
Estoy rozando sus límites, lo sé, pero no pienso ceder en esto.
Jamás.
—Disfrutas volviéndome loca.
—Te vuelves loca tú solita—me echo a reír—No necesitas ayuda para eso, San. Ya te lo he dicho: no vas a decirme qué puedo llevar y qué no.
Sus ojos oscuros me miran cargados de irritación, pero no consigue amedrentarme. Soy muy valiente.
—No, tú me vuelves loca—repite, porque no sabe qué otra cosa decir.
—¿Y qué vas a hacer?—pregunto con suficiencia—¿Divorciarte de mí?
—¡Esa puta boca!
—¡Pero si no he dicho ningún taco!—digo riéndome.
—¡Sí que lo has hecho! Has dicho la peor palabra que existe. Te prohíbo que la digas, Britt.
Suelto una carcajada.
—¿Que me lo prohíbes?
Cruza los brazos sobre su pecho como un acto de autoridad, como si yo fuera una niña.
—Sí, te lo prohíbo.
—Divorcio—susurro.
—Tienes una actitud muy infantil—farfulla enfurruñada como una niña.
—¿En serio?—me encojo de hombros—Dame de comer, San.
Lanza una carcajada burlona y sacude la cabeza.
—Debería dejar que te murieras de hambre y recompensarte con comida cuando hicieras lo que se te dice—me coge de los hombros, hace que gire sobre mis talones y me guía hacia un restaurante en primera línea de playa—Voy a darte de comer aquí.
Nos enseñan una mesa para dos en la terraza y nos acomoda un español muy risueño con el pelo negro y liso y un bigote a juego.
—¿Qué quieren beber?—pregunta con un marcado acento.
—Agua, gracias—Santana me sienta y me acerca a la mesa. Después toma asiento enfrente de mí y me pasa un menú—Las tapas son fantásticas.
—Elige tú—digo devolviéndole el menú por encima de la mesa—Seguro que eliges bien.
Enarco las cejas con descaro y me quita la carta de las manos con aire pensativo, pero no me mira mal ni con reproche.
—Gracias—dice lentamente.
—De nada—respondo sirviendo el agua después de que el camarero haya dejado una jarra helada con cubitos sobre la mesa.
Está húmeda por fuera, y me ha entrado una sed horrible al ver las gotas de agua descendiendo por el recipiente de cristal. Me bebo el vaso entero de un trago y me sirvo otro.
—¿Tienes sed?—me mira pasmada mientras apuro rápidamente el segundo vaso y asiento por detrás de éste—Ten cuidado—me advierte. La miro extrañada, pero soy incapaz de dejar de tragar el líquido helado—Podrías ahogar a los pequeños.
Me atraganto un poco con la risa y dejo el vaso en la mesa para coger mi servilleta.
—¿Quieres dejar eso ya?
—¿El qué? Sólo estoy mostrando preocupación de mamá—parece herida, pero sé que finge.
—Crees que no soy capaz de cuidar de nuestros hijos, ¿verdad?
—En absoluto—contesta con cariño pero sin ninguna convicción.
De verdad no me cree capaz. Me quedo pasmada, y es probable que mi cara lo refleje, aunque se niega a mirarme a los ojos y no puede verlo.
—¿Qué coño crees que voy a hacer?—inquiero.
Me arrepiento de haber expresado la pregunta en el mismo momento en que sale de mi boca, y más todavía cuando de repente levanta la vista y me lanza una mirada de escepticismo.
—Ni una palabra—le advierto con la voz rota, y unas lágrimas de remordimiento inundan mis ojos.
Me esfuerzo todo lo posible en reabsorberlas, mortificándome mentalmente por haber tenido alguna vez esos pensamientos tan insensibles. Bastante culpable me siento ya como para que venga ella a alimentar ese sentimiento.
Miro hacia todas partes menos a Santana, porque si lo hago recordaré ese oscuro capítulo que necesito olvidar. No la culpo por poner en duda mis capacidades. Incluso yo dudo de mí misma, pero la tengo a ella, como no cesa de recordarme.
Al instante está sentado a mi lado, estrechándome contra sí, acariciándome la espalda y hundiendo la boca en mi pelo.
—Lo siento. No te angusties, por favor, Britt.
—Estoy bien—digo para tranquilizarla.
Es bastante evidente que bien no estoy, pero no puedo perder las riendas de mis emociones en medio de un restaurante a la vista de todo el mundo. Ya me está mirando una mujer que se ha sentado unas mesas más allá. No tengo ganas de aguantar a la gente entrometida, así que le lanzo una mirada y me aparto del pecho de Santana.
—Te he dicho que estoy bien—espeto bruscamente, y cojo el vaso de agua para hacer algo que no sea llorar.
—Britt—dice en voz baja, pero no puedo mirarla.
No puedo mirar a los ojos de la mujer que amo sabiendo que en ellos sólo veré desprecio hacia mi persona.
¿Dejará alguna vez que me olvide de eso?
Jamás lo habría hecho, pero la idea estaba ahí, y ella lo sabe.
—Mírame—me pide en un tono más firme y autoritario esta vez, pero la desobedezco al ver que esa maldita mujer sigue mirándonos.
La miro directamente, indicándole con la mirada que se meta en sus putos asuntos, y pronto vuelve a centrarse en su cena.
—Tres.
Pongo los ojos en blanco, pero no porque haya iniciado la cuenta atrás. No, es porque sé que no va a follarme ni a torturarme cuando llegue a cero.
—Dos.
Es como si me colgara delante una zanahoria que sé que nunca voy a morder. Sé que suena ridículo, pero la necesidad de Santana y de que me someta follándome de todas las maneras posibles ya forma parte de mí, y el embarazo no hace sino aumentar ese deseo.
—Uno.
Exhalo de tedio y empiezo a juguetear con mi tenedor, negándome a ceder y, probablemente, haciéndole perder los estribos.
—Cero, nena.
Me levanta de la silla antes de que mi cerebro tenga tiempo de asimilar el último número de la cuenta atrás y de repente me encuentro en el suelo, con las muñecas sujetas a ambos lados de la cabeza y a Santana a horcajadas sobre mi cintura. Se hace el silencio en el restaurante y a mí se me salen los ojos de las órbitas. Podría oírse el vuelo de una mosca. Miro a Santana, a quien parece importarle un pimiento dónde nos encontramos. Me ha tumbado en el suelo de un restaurante.
¿A qué coño está jugando?
No me atrevo a apartar los ojos de ella. Siento cómo un millón de pares de ojos observan el espectáculo que acaba de montar. Me muero de vergüenza.
—San, suéltame.
Podría esperar cualquier cosa de ella, pero ¿esto?
Esto sobrepasa todos los límites.
Joder, ¿y si alguien intentara apartarla de mí?
—Te lo advertí, Britt—dice con expresión divertida mientras yo permanezco simplemente horrorizada—Donde sea y cuando sea.
—Vale, muy bien—me retuerzo—Ya me ha quedado claro.
—Bueno yo creo que no—dice como si tal cosa poniéndose cómodo con la cara suspendida sobre la mía—Te quiero.
Deseo que se me trague la tierra. Una cosa es que empiece a comerme la boca en una calle llena de gente a plena luz del día, pero retenerme en el suelo de un restaurante lleno es una locura.
—Ya lo sé. Suéltame.
—No.
Joder, ni siquiera oigo el chirrido metálico de los cubiertos, lo que me indica que todo el mundo ha dejado de comer.
—Por favor—ruego en voz baja.
—Dime que me quieres.
—Te quiero—mascullo entre dientes.
—Dímelo de verdad, Britt—no va a ceder, no hasta que obedezca su orden estúpida e irracional para su satisfacción.
—Te quiero—digo con más suavidad, pero sigue sonando molesto.
Me mira con recelo, pero ¿qué espera?
Me siento tremendamente aliviada cuando se aparta y me ayuda a levantarme mientras ella permanece de rodillas delante de mí. Me tomo mi tiempo para colocarme bien la ropa y el pelo, cualquier cosa con tal de no enfrentarme a las masas de comensales que, sin duda, estarán mirándonos con la boca abierta. Después de pasar mucho más tiempo del necesario arreglándome, me decido a mirar a mi alrededor y deseo de nuevo que me parta un rayo al instante o que se me trague un agujero negro. Siento la tentación de salir corriendo, pero entonces me doy cuenta de que Santana sigue de rodillas delante de mí.
—Levántate—le susurro con los dientes apretados, a pesar de que es evidente que todo el mundo va a oírme.
El restaurante sigue estando en absoluto silencio. Santana empieza a caminar sobre las rodillas hasta que está delante de mis piernas, y entonces desliza las manos alrededor de mi culo y me mira con ojos de cachorrito.
—Brittany López-Pierce, mi chica desafiante y preciosa—mi rostro está alcanzando tonalidades de rojo desconocidas—Me haces la mujer más feliz del planeta. Te has casado conmigo, y ahora me bendices con mellizos—traslada la mano de mi trasero a mi vientre y me lo acaricia en círculos como adorándolo antes de darle un beso en el centro. Los espectadores empiezan a suspirar—No tienes ni puñetera idea de cuánto te quiero. Vas a ser una mamá increíble para mis hijos.
No puedo hacer nada más que mirarla mientras hace su declaración pública dejándonos en ridículo. Oigo más suspiros. Empieza a besarme por todo el cuerpo hasta que llega a mi cuello.
—No intentes evitar que te ame. Me entristece.
—¿Te entristece o te enloquece?—pregunto en voz baja.
Levanta la cabeza de mi cuello y me recoge el pelo. Lo suelta por mi espalda y me agarra las mejillas con las manos.
—Me entristece—reafirma—Bésame, mi Britt-Britt.
No quiero seguir pasando esta vergüenza, así que me rindo y le concedo lo que quiere. Es la manera más rápida de salir de esta situación. Pero entonces todo el mundo empieza a aplaudir, y al instante Santana abandona mis labios, empieza a saludar inclinándose y vuelve a sentarme en mi silla.
¿Vamos a quedarnos?
—La amo—dice encogiéndose de hombros, como si eso explicara por qué acaba de tirarme al suelo para exigirme que le declare mi amor y de anunciar ante un montón de extraños que estamos esperando mellizos.
—¡Mellizos!
Doy un brinco ante el grito de emoción en un mal inglés del camarero, que agita una botella de champán delante de nosotras. Me sabe fatal. Es muy amable por su parte, pero ninguno de las dos vamos a bebérnoslo.
—Gracias—le sonrío, y rezo para que no se espere para ver cómo brindamos y bebemos—Muy amable.
Debe de haber escuchado mis oraciones o de haber visto mi cara de apuro, porque se aleja y me deja observando el entorno. La gente ha vuelto a ocuparse de su cena, algunos nos miran con afecto de vez en cuando, pero parece que ya hemos dejado de ser el centro de atención. La mujer de antes, sin embargo, sigue mirando. La observo con el ceño fruncido, pero Santana me distrae cuando apoya las manos sobre mi rodilla. Me vuelvo y veo su cara de traviesa satisfacción. Sí, ha dejado su postura bien clara, y ante muchos testigos.
—No puedo creer que hayas hecho eso.
—¿Por qué?
Aparta las copas de champán de delante de nosotras. Me dispongo a explicárselo, pero entonces siento que alguien me mira de nuevo, y sé quién es. Me vuelvo despacio y la sorprendo otra vez. Está a varias mesas de distancia y hay mucha gente entre nosotras, pero un pequeño espacio entre la multitud me permite verla perfectamente, y está claro que ella también me ve a mí, porque no para de cotillear.
—¿Conoces a esa mujer?—pregunto sin apartar la mirada de ella, a pesar de que ha vuelto a centrarse en su comida.
—¿A qué mujer?—Santana se inclina sobre mí para seguir la dirección de mi mirada.
—A esa de ahí, la que lleva el cárdigan azul claro—estoy a punto de señalar, pero cuando me doy cuenta vuelvo a bajar la mano—¿La ves?
Pasa una eternidad, o eso me parece a mí, y todavía no me ha contestado. Me vuelvo y veo que su rostro empieza a perder color y a adoptar una expresión de estupefacción.
—¿Qué pasa?—le pongo como por instinto la mano en la frente para tomarle la temperatura, y en cuanto lo toco noto que está helada—¿San?—tiene la mirada perdida, como si se hallara en un completo trance. Estoy preocupada—Sanny, ¿qué pasa?
Sacude la cabeza como si acabara de recibir un golpe y me mira con ojos atormentados. Sé que mi esposa está intentando hacer como si no pasara nada, pero fracasa estrepitosamente.
Está pasando algo horrible.
—Nos vamos.
Al ponerse de pie tira un vaso, lo que atrae de nuevo la atención de la gente. Arroja un puñado de billetes sobre la mesa, me obliga a levantar mi culo perplejo de la silla y me dirige afuera del restaurante. Camina a gran velocidad hacia el coche, prácticamente arrastrándome consigo.
—¿Qué coño te pasa?—insisto, pero sé que es en vano.
Se ha cerrado por completo. Abre la puerta del DBS, la observo y empieza a guiarme hacia el interior pero no me responde. No me mira, ni me hace ningún gesto ni me da ninguna explicación. Sin embargo, siento que su hombro se tensa y empieza a jadear. Tiene la mirada perdida por detrás de mí, aunque sigue instándome a meterme en el coche.
—¿Tana?
La voz desconocida llama mi atención, y aparto la vista de mi atribulada esposa para ver a quién pertenece. Es esa mujer. La miro confundida y siento cómo Santana me agarra con más fuerza. También puedo oír su respiración. Estoy totalmente confundida, pero la reconozco, y miro de arriba abajo a esa extraña que se ha pasado la mayor parte del tiempo observándome en la terraza, u observando a mi mujer, o a las dos. No estoy segura, pero cuanto más la miro, más claro se vuelve todo.
Santana intenta posicionarme para meterme en el coche pero yo le aparto las manos. Estoy demasiado intrigada.
—Britt, Britt-Britt, nos vamos.
No me grita ni me da órdenes a pesar de mi resistencia, y me entran ganas de llorar.
—Tana, hija—la mujer se acerca y mis temores se confirman.
—No tienes derecho a llamarme así—responde Santana tajantemente—Britt, entra en el coche.
Obedezco. Ésa era toda la confirmación que necesitaba. No necesito oír nada más, ni tampoco explicaciones.
Es la mamá de Santana.
Me vuelvo en el asiento y veo cómo rodea el vehículo por detrás para dirigirse a la puerta del conductor, y me entra el pánico al ver que su mamá corre para detenerla. Veo cómo le pone una mano en el brazo y Santana se la sacude. Oigo cómo ella le ruega que le dé una oportunidad para hablar, y veo cómo pega el cuerpo contra la puerta del conductor para impedirle que acceda al coche. Santana se lleva las manos al pelo y se tira de él.
La expresión de dolor de su rostro me parte el alma.
Sé que sería incapaz de apartar a su mamá a la fuerza, así que no hay nada que pueda hacer. No puedo permanecer aquí sentada viendo cómo se enfrenta a esto sola, por lo tanto salgo y me dirijo hacia ellas llena de determinación. Me planto delante de Santana como si fuera un escudo protector y la miro directamente a los ojos.
—Por favor, le ruego que se aparte.
Santana se inclina por encima de mí.
—No deberías estar aquí. ¿Qué haces aquí?—dice Santana con la voz rota y temblorosa, en consonancia con su cuerpo. Siento las vibraciones en mi espalda—Bree se casa este fin de semana en Sevilla. ¿Qué haces aquí?
Entonces me doy cuenta de algo. No leí del todo la invitación, así que no me fijé en la fecha ni en el lugar, pero está claro que Santana sí.
¿Por qué, si no, iba a traerme aquí sabiendo que sus padres andarían cerca?
Jamás se arriesgaría a encontrárselos. Lo cierto es que me extrañó, pero no quería agobiarla con el tema. No obstante, resulta que están aquí, lo que ha sumido a Santana en un tremendo estado de confusión.
—Es tu papá—explica ella—La boda se ha aplazado porque tu papá sufrió un infarto. Bree intentó ponerse en contacto contigo al ver que no respondías a su invitación.
Santana pega su pecho al mío y sé que va a hablar, cosa que me alegra, porque yo no sé qué decir. Estoy alucinada. Es demasiada información para asimilarla.
—¿Y por qué intentó ponerse en contacto conmigo Bree y no tú?
—Pensé que a tu hermana sí le cogerías el teléfono—se apresura a responder—Esperaba que a ella sí que le contestaras.
—¡Bueno te equivocabas!—ruge por encima de mi hombro, y me estremezco—Ya no puedes hacerme esto. Ya no, mamá. Tu influencia ya me jodió la vida bastante, ¡pero ahora me va bien por mi cuenta!
La mujer se encoge pero no intenta defenderse. Sus ojos marrones, casi iguales que los de Santana, están cargados de pesar y de desesperación.
Me pasan demasiadas cosas por la cabeza, pero mi prioridad es mi esposa y su evidente sufrimiento. Su mamá lo está pasando mal también, pero ella no me gusta, así que no me afecta cómo pueda sentirse.
—Mellizos—susurra estirando la mano hacia adelante.
Me quedo estupefacta. Soy incapaz de moverme. Estudia mi vientre y veo el dolor dibujado en su rostro. Santana tira de mí evitando en el último momento que su mano me toque la barriga. Entonces salgo de mi aturdimiento y reevalúo la situación. No me lleva mucho tiempo. Tengo que sacar a Santana de aquí.
—Britt—me habla al oído con voz suave—Por favor, sácame de aquí.
El corazón se me parte en dos.
—Se lo pido amablemente—miro a su mamá, que continúa con la mirada fija en mi abdomen—Apártese, por favor.
—Es otra oportunidad, Tana
Ahora está sollozando, pero no siento compasión por ella. Santana no dice nada. Permanece quieta y callada detrás de mí. Puede que haya entrado en trance, lo que no me sorprendería en absoluto. Esas palabras no han hecho más que avivar mi determinación y han transformado mis inminentes lágrimas en pura ira.
Aunque no puedo pegarle a su mamá...
Me vuelvo y deslizo la mano por el brazo de Santana.
—Vamos, Sanny—le digo con cariño tirando de ella.
Se deja llevar. Por una vez soy yo quien la guía a ella, y lo hago lo más de prisa que puedo. Estoy decidida a sacar a mi esposa de esta situación que tanta angustia le está causando.
Sólo la he visto así unas pocas veces, y todas ellas han acabado en dolor. No estoy preparada para exponerla a él o a mí misma a más dificultades en nuestra relación.
Abro la puerta del acompañante y la insto a entrar. Tiene la mirada perdida. Me siento aliviada cuando veo que su mamá se coloca delante del coche, porque eso me permite correr por la parte trasera y colarme en el asiento del conductor. Lo primero que hago es bloquear los seguros, y después registro a Santana para encontrar las llaves.
No he conducido nunca por la derecha, ni sentada a la izquierda, pero no es momento de preocuparse por algo tan trivial. Arranco el motor y apenas miro mientras doy marcha atrás para salir del aparcamiento y meto primera para avanzar. Echo un vistazo por el retrovisor y veo a un hombre que abraza a la mamá de Santana.
Es su papá.
Observo la carretera que tengo delante y veo las puertas de salida del puerto, pero no me da tiempo a preocuparme en buscar la tarjeta, ya que éstas empiezan a abrirse al instante y yo alejo a Santana de sus padres.
La miro y no me gusta lo que veo: una mujer angustiada, con la mirada perdida a través de la ventanilla que no refleja ninguna emoción. Si estuviera cabreada me sentiría mejor, pero no lo está. Lo único que me resulta familiar es la profunda arruga que se ha formado en su frente y los engranajes de su mente compleja girando sin control. Por extraño que parezca, esos pequeños rasgos me reconfortan ligeramente. En cambio, lo que pueda estar pensando no lo hace.
¿Otra oportunidad?
Eso es lo que ha dicho. No me extraña que Santana haya reaccionado como lo ha hecho, no cuando su mamá acaba de sugerir que todo puede enmendarse con el nacimiento de nuestros mellizos. Eso es algo cruel y egoísta, y jamás borrará todos estos años de dolor y traición.
Estos pequeños suponen una oportunidad para que Santana y yo seamos felices, no una oportunidad para que sus padres corrijan sus errores. Si pretende usar a mis hijos como una especie de terapia familiar, lo lleva claro.
No tengo ni idea de adónde me dirijo, pero por fin consigo que Santana empiece a darme algunas instrucciones. Al percibir la familiar fragancia del Paraíso me relajo por completo. Conduzco por el camino adoquinado hasta la villa. Mi esposa baja del coche y se dirige apresuradamente hacia el porche, dejándome atrás sin saber si seguirla o no.
No sé qué hacer.
Sé que no vamos a hablar, así que tengo que hacer lo que me dice mi instinto, que es estar ahí para ella. No debo pedirle información para saciar mis ansias de saber, ni patalear exigiendo respuestas.
Ya sé lo que tengo que hacer, y sé que los padres de Santana han influido demasiado en su vida. Ahora le va bien por su cuenta, como ella misma ha dicho, y tengo que dejarla tranquila.
La sigo hasta la villa y me la encuentro de pie en medio de la habitación. Me acerco a ella en silencio, pero no se sorprende cuando la cojo de la mano. Sabía que andaba cerca, siempre lo sabe. La guío hasta el dormitorio y empiezo a sacarle la camiseta.
No hay ninguna tensión sexual entre nosotras, ni respiraciones agitadas y desesperadas. Sólo estoy cuidando de ella.
Tiene la cabeza gacha, está totalmente abatida, pero deja que la desvista hasta que se encuentra frente a mí completamente desnuda y callada. La dirijo hasta la cama pero ella permanece firme y me pone de espaldas a ella. Empieza a bajarme la cremallera del vestido, me alienta a levantar los brazos y me lo quita por la cabeza.
Dejo que haga lo que quiera, cualquier cosa con tal de que salga de este estado melancólico, de modo que permanezco de pie y en silencio mientras me desabrocha el sujetador y se arrodilla para bajarme las bragas. Me levanta y enrosco las piernas alrededor de sus caderas. Se acomoda en la cama con la espalda apoyada en la cabecera y conmigo sentada sobre su regazo y pegada a su pecho.
No está preparada para dejar ningún espacio entre nuestros cuerpos, y no me importa.
Sus brazos me atrapan por completo. Su nariz está hundida en mi pelo, y puedo oír sus latidos lentos y constantes.
Es lo único que puedo hacer por ella, y lo haré hasta que me muera si es necesario.
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FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 26
Capitulo 26
Esta mañana me siento diferente. Estoy boca arriba, pero no desparramada sobre la cama, y la leve brisa no acaricia mi piel desnuda. Tampoco puedo desperezarme. Tardo unos cuantos segundos en darme cuenta de por qué. Estoy atrapada debajo de Santana, que tiene medio cuerpo encima de mí y medio sobre la cama para no ejercer demasiada presión sobre mi vientre. Tiene la cara hundida en el espacio que hay entre mi mandíbula y mi hombro, con la mano abierta sobre mi abdomen, y su aliento cálido y mentolado me calienta el cuello.
¿Por qué no ha salido a correr?
Estoy algo confusa, pero por poco tiempo. Mi mente se pone en marcha y empieza a recordarme lo acontecido anoche, el dolor, la angustia y el desconcierto.
Nuestro paraíso se vino abajo.
Nuestra pequeña burbuja de felicidad reventó.
Ahora sus padres saben que existo, después de la escenita que me montó en el restaurante, y también saben que está casada y que espera dos hijos.
Hundo los dedos en su cabello, miro al techo y empiezo a masajearle la cabeza suavemente.
No quiero pensar en esto.
No quiero profundizar en ello, y no creo que sea necesario.
Verla tan consternada fue suficiente para confirmar cómo se siente con respecto a sus padres. Lo único que tengo que hacer es estar aquí, escucharla cuando quiera hablar y abrazarla cuando necesite consuelo. Su rostro de dolor me ha hecho revivir un montón de recuerdos oscuros entre nosotras: como aquel día en el salón de Rachel, cuando ella me rogó que no la dejara, o cuando la abandoné borracho en el Lusso, o cuando la pillé en su oficina bajo los azotes de Holly. Todos esos incidentes dieron paso a un dolor insoportable, y he de evitar repetir eso a toda costa.
Y lo haré.
Esta mujer tiene un pasado turbulento, pero estoy reparando toda esa angustia y ese sufrimiento. No me extraña que quiera mantenerme alejada de todo eso. Soy su pequeño refugio, y jamás permitiré que vuelva a caer en las garras de su horrible pasado.
Sigo tumbada, dándome a mí misma un pequeño discurso de aliento, y noto que se ha despertado. Siento el leve cosquilleo de sus largas pestañas en mi cuello, pero no le digo nada. Permanezco quieta, dándole así espacio para pensar, mientras continúo masajeándole la cabeza suavemente. Ella sabría que estoy despierta aunque no me moviera siquiera.
—Jamás te habría traído aquí de haberlo sabido, Britt—su voz grave interrumpe un silencio tan largo que he perdido la noción del tiempo—No quería que mi vida contigo se viera manchada por mi pasado.
Su pasado ha afectado a nuestra vida de muchas maneras, y sé que jamás ha pretendido que fuera así. Pero así ha sido. Y esto puede llegar a afectarnos también si ella lo permite.
—Esto no nos ha afectado—le aseguro—No dejes que lo haga.
—En mi vida no hay espacio para ellos, Britt. No lo había antes, y mucho menos ahora.
Su mano empieza a acariciarme el vientre despacio. Sé por qué dice eso. Sus hijos nunca sustituirán a Santiago. No aliviarán el sentimiento de culpa de los padres de Santana, y sé que jamás serán motivo de reconciliación entre ellos. Hay cosas que no se pueden perdonar, y que tus propios padres no te ofrezcan su amor y su apoyo incondicional son sólo algunas de ellas. Mi papá siempre me dijo que no podía decirme lo que tenía que hacer, que sólo podía aconsejarme. Que jamás me obligaría a hacer nada sabiendo que eso me haría infeliz. Me dijo que siempre estaría ahí, a pesar de mis decisiones, y que me ayudaría a enmendar mis errores si hubiera tomado la decisión equivocada.
Y así lo ha hecho.
En numerosas ocasiones. No han sido cosas tan extremas como las decisiones que ha tomado Santana, pero el principio sigue siendo el mismo. Eso es lo que hacen los padres. No influyen en sus hijos por su propio beneficio.
Siento una tristeza tremenda por ella. Santana siempre me dice que yo soy lo único que necesita, y sé que lo dice de corazón. Y la entiendo perfectamente, después de todas las cosas por las que ha pasado, y no me refiero a su historia con las mujeres y el alcohol, sino con sus padres, y ése es el origen de todo lo demás.
—No hace falta que me des explicaciones. Tú y yo—digo repitiendo sus palabras para reforzar las mías.
Se pone boca arriba y me arrastra consigo, alentándome a apoyarme sobre su pecho. Me acurruco y empiezo a acariciarle la cicatriz lenta y suavemente.
—Esta casa era de Alejandro—dice—Formaba parte de su hacienda, igual que el barco.
—Lo sé.
Sonrío para mis adentros. He dado en el clavo sacando mis propias conclusiones.
—¿Cómo lo has sabido?
—¿Por qué, si no, ibas a tener una villa tan cerca de donde viven tus padres?
No puedo verle la cara, pero sé que está sonriendo.
—Mi chica guapa está empezando a asustarme.
—¿Por qué?—pregunto frunciendo el ceño pegada a su pecho.
—Porque sueles exigirme que te cuente las cosas.
Es verdad, pero he conseguido saber más cosas desde que cierro la boca que antes cuando empezaba a patalear.
—Nada de lo que puedas decirme ya puede hacer que quiera huir de ti de nuevo.
—Me alegro de que digas eso—afirma.
Si hubiera algo que pudiera decir que me hiciera desear retirar mis palabras, esto se acabaría.
No me muevo, porque si la miro empezará a hablar, y sé que no me va a gustar lo que tenga que decirme. Así que me quedo donde estoy, recorriendo su torso con la vista. Me entran ganas de abofetearme.
¿Por qué habré dicho esa estupidez?
Es como si, sin quererlo, no parase de extraerle confesiones a esta mujer. La ignorancia da la felicidad.
—¿Britt?—dice en voz baja.
—¿Qué?
—Tengo que contarte algo.
Se dispone a moverse, pero yo me transformo en un peso muerto para dificultarle al máximo la tarea, aunque me sirve de muy poco. Me aparta de su pecho sin el más mínimo esfuerzo y me coloca boca arriba sobre la cama. Se monta a horcajadas sobre mi cintura pero no se apoya del todo sobre mí. No importa, con esto le bastaría para evitar mi huida.
No voy a ir a ninguna parte.
Se mordisquea el labio durante unos instantes mientras la miro con una expresión de escepticismo dibujada en mi rostro. Sé que el saber es poder es la opción más sensata, pero después de todas las cosas que me ha hecho saber Santana a lo largo de estos meses, estoy acojonada.
Me coge de las manos y las sostiene con fuerza.
—Holly ha estado en La Mansión estos días que hemos estado fuera.
—¡¿Qué?!—exclamo con voz ronca levantando la cabeza al instante.
—Está ocupándose de algunos asuntos mientras yo no estoy. Finn no puede hacerlo todo solo, Britt.
—Pero ¿Holly? ¡Dijiste que la habías echado!—estoy lívida. Me hierve la sangre y se acumula en mi rostro. Todos mis pensamientos sobre sus horribles padres y nuestras dolorosas historias desaparecen en cuanto menciona el nombre de esa víbora—¿Después de todo lo que ha hecho?—consigo liberar mis manos e intento apartarla—¡Sal de ahí!
—¡Britt, cálmate!
—¿Por qué? ¿Tienes miedo de que les haga daño a tus hijos?—le espeto.
Esas palabras hacen que su mirada de preocupación se transforme en disgusto. Me mira con el ceño fruncido, pero me importa una mierda.
—¡No digas gilipolleces!
Consigue alcanzar de nuevo mis manos, que no paran de golpearla, y las sostiene por encima de mi cabeza.
—¡Es lo que piensas!—le grito a la cara—¡Sólo hay que ver cómo me controlas y me sobreproteges constantemente!
—Siempre te he sobreprotegido, así que eso no tiene nada que ver, Britt-Britt.
Es verdad, siempre lo ha hecho, pero estoy cabreada y utilizo todo lo que pueda contra ella, lo que me recuerda que nos estamos desviando del tema ligeramente.
—¡O se va ella, o me voy yo!
Pone los ojos en blanco. No me hace gracia. Empiezo a sacudirme y me suelta, pero sólo porque no quiere que les pase nada a los bebés. Esto me enfurece todavía más.
—Britt, yo soy un desastre. Tú te niegas a trabajar conmigo, y necesito a alguien que sepa lo que se hace.
Me detengo y me vuelvo.
—¿Así que trabaja otra vez para ti oficialmente?
No me lo puedo creer. Su discursito compasivo en la cafetería venía por esto. Probablemente se esté regocijando en estos momentos.
Santana se levanta y se dirige hacia mí.
—¡No des ni un paso más, López!—digo apuntándolo con un dedo—¡No intentes aplacarme ni convencerme de que toda esta puta mierda está bien porque no es así!
—¡Vigila esa puta boca!
—¡No me da la gana! Está enamorada de ti, ¿sabes? Todo lo que ha hecho es porque quiere alejarte de mi lado, así que ni se te ocurra intentar convencerme de que esto es buena idea.
—Lo sé.
Cierro la boca al instante y retrocedo un poco.
—¿Cómo que lo sabes?
—Sé que está enamorada de mí.
—¿Lo sabes?
—Claro que sí, Britt, no soy idiota.
Resoplo, indignada.
—¡Sí, sí que lo eres! Te abalanzas sobre cualquiera que intente apartarme de ti, pero ella no para de tratar de alejarte de mí delante de tus narices y decides pasarlo por alto.
Doy media vuelta y me dirijo a la cocina. Necesito un poco de agua para suavizar la garganta irritada.
—No lo he pasado por alto sin más, Britt. La tuve con ella y ella lo admitió todo y dijo que estaba arrepentida.
—¡Claro que se arrepiente! ¡Porque no lo consiguió! De lo único que se arrepiente es de no haberlo hecho mejor—golpeo el vaso contra la encimera—Para eso podrías haberlo pasado por alto sin más. ¿Le diste a elegir entre entierro o cremación?
Frunce el ceño.
—¿Qué?
—Es la opción que sueles darle a la gente que me hace daño. ¿Se la ofreciste a Holly?
—No, le ofrecí un trabajo a cambio de su palabra de que no volvería a entrometerse jamás. Le dije que si tú me lo pedías la echaría.
—¡Bueno te lo pido!—chillo—¡Échala!
—Pero si no ha hecho nada.
Me quedo mirando a la imbécil que tengo delante con los ojos fuera de las órbitas sin poder creer lo que estoy oyendo.
—¿Que no ha hecho nada?
Cierra los ojos y exhala un suspiro largo y cansado.
—Me refiero a que no ha hecho nada desde que hablé con ella. Y tú ya le propinaste un buen golpe en la mandíbula por todo lo que había hecho antes.
—¿Por qué haces esto? Sabes cómo me siento al respecto, San.
—Porque está desesperada, Britt. La Mansión es toda su vida.
—¿Sientes lástima por ella?—pregunto, más calmada.
Me encanta todo de esta mujer, excepto su repentina empatía por todas esas mujeres de su historia que se empeñan en sabotear nuestra relación. Sólo hay que ver lo que le hizo a Elaine, joder.
—Britt, para empezar, quiero que te tranquilices porque esto no es bueno ni para ti ni para los pequeños.
—¡Estoy tranquila!—chillo levantando el vaso con las manos temblorosas.
De tranquila, nada.
Suspira e inclina la cabeza para crujirse el cuello y aliviar así el estrés. No sé por qué está tan agobiada.
¿Cuál sería su reacción si le dijera que voy a seguir trabajando para Rory?
Es más o menos el mismo principio.
Se acerca a mí, me quita el vaso de las manos y me coge en brazos para sentarme sobre la encimera. Me agarra de la mandíbula y me levanta la cara para que la mire. Sigo con el ceño fruncido mientras la observo con ojos enfurecidos.
—Holly no tiene nada. La eché cuando lo confesó todo y no volví a pensar en el asunto—inspira hondo—Hasta que Finn habló con ella y ella empezó a decirle un montón de tonterías, pero lo más preocupante es que le dijo que preferiría estar muerta a vivir una vida sin mí.
Mi mente recelosa me hace pensar al instante que se trata de otra estratagema para atraparla. No puedo evitarlo.
—Sólo quiere llamar la atención—espeto todavía con el ceño fruncido.
Sus acciones pasadas son un claro indicio de hasta adónde está dispuesta a llegar.
—Eso pensé yo también, pero Finn no estaba tan seguro. Él la encontró. Se había cortado las venas y se había tragado un puñado de analgésicos—enarca las cejas y yo me echo hacia atrás, sorprendida—No estaba llamando la atención, Britt. No era ninguna treta. Finn la llevó al hospital justo a tiempo. Quería morirse.
Mi cerebro me está jugando una mala pasada. Hay un montón de preguntas sensatas que debería estar formulando, pero no me viene nada a la cabeza.
Estoy en blanco.
—No quiero tener otra muerte sobre mi conciencia, Britt-Britt. Cargo con la de Santiago todos los días. No puedo cargar con otra más.
La lástima me invade.
—Holly vino a verme—digo.
No sé de dónde sale esto.
—Me lo dijo—levanta las manos y me coge las mejillas—Pero me sorprende que no me lo hayas contado antes.
¿Qué puedo decir?
¿Que las palabras de Holly fueron, de hecho, lo que me alertó?
¿Que ella fue la razón por la que aparecí en La Mansión en aquel estado?
—No me pareció importante—respondo lánguidamente.
¿Sabe qué día exactamente vino a verme?
Porque si es así, seguro que sabrá que un par de horas después yo estaba trastornada, desesperada por verla.
—Fue Holly quien le contó a Elaine lo de mi problema con la bebida.
Empieza a morderse el labio. Retrocedo más todavía y aparto la cara de sus manos.
¿Así es como lo descubrió Elaine?
—¿Por eso supiste que iba a recoger mi ropa a su casa también?
Asiente.
—Holly dijo que te había oído decirle a alguien por teléfono que pensabas ir a recoger tus cosas. Cuando encajé las piezas me puse furiosa. Me invadió la rabia, actué por impulso antes de preguntar.
Su lista de delitos va en aumento. No quiero sentir ninguna lástima por ella.
—Dijo que ya no podía seguir trabajando para ti—le recuerdo—Así que, ¿cómo es que lo está haciendo?
—Se lo pedí yo. Jamás encontraré a otra persona mejor, lo que significa que tendré que hacerlo yo, y no estoy preparada para renunciar a pasar más tiempo contigo. Deberías saber que sólo aceptó hacerlo con la condición de que tú estuvieras de acuerdo.
¿Con la condición de que yo estuviera de acuerdo?
Ahora me siento como una auténtica mierda.
¿De modo que el futuro de Holly está en mis manos?
Si digo que no, ¿intentará matarse otra vez?
Y si accedo, ¿seguirá intentando separarnos?
Es demasiada responsabilidad.
¿Por qué tuvo que tratar de quitarse la vida, la muy estúpida?
—No me estás dando mucho margen de elección—mascullo—Si me niego a aceptarlo, podría coger una cuchilla y abrirse otra vez las muñecas, y entonces las dos nos sentiríamos tremendamente culpables.
Estoy intentando ser lógica, pero no lo consigo. No quiero perder a Santana porque tenga que encargarse de los asuntos de La Mansión y de montones y montones de papeleo que acabarán estresándolo. No la vería nunca, pero si acepto esto, estaré aceptando todo lo que esa mujer nos ha hecho, y no estoy segura de poder hacer eso, ni siquiera aunque haya intentado suicidarse.
Sin embargo, las palabras de Santana resuenan sin cesar en mi mente: «Cargo con la de Santiago todos los días. No puedo cargar con otra más.» Y yo no puedo hacerle eso sólo porque me sienta insegura con respecto a la versión femenina de Indiana Jones que reside en La Mansión. Mi preocupación está justificada, pero el sentimiento de culpa de Santana no lo está, y no puedo cargarla con más todavía. Hacerlo sería cruel y egoísta por mi parte. La amo demasiado.
Vuelve a cogerme de las mejillas y me atraviesa con esos ojos oscuros llenos de sinceridad.
—Le diré que no puede ser. No estoy dispuesta a verte tan desdichada.
Me desmorono por dentro.
¿Está dispuesta a vivir con la posibilidad de tener más sangre en sus manos, aunque nada de esto sea culpa suya, sólo por hacerme feliz?
Sacudo la cabeza entre sus manos.
—No, te quiero más tiempo a mi lado más de lo que quiero que ella desaparezca.
—¿En serio?—parece sorprendida.
—Por supuesto que sí, pero tienes que prometerme una cosa.
—Lo que quieras, ya lo sabes—me besa en la frente.
Eso no es del todo cierto, porque ella no me pediría eso a mí. Estoy intentando pasar por alto las circunstancias atenuantes, aunque es difícil ignorar a una mujer que ha tratado de suicidarse porque mi esposa no la quiere.
—Cuando lleguen los pequeños, tú no te pasarás el día entero en La Mansión. Estarás conmigo siempre que puedas. No sé si puedo hacer esto.
El temor a quedarme sola con los mellizos empieza a asustarme. No me importa haberlo admitido.
La idea de un bebé ya me asustaba bastante, pero ¿dos?
Estoy aterrada, y tiene que saberlo. Sus labios se curvan hacia arriba.
¿Encuentra gracioso mi miedo?
—Britt, tendría que estar muerta para que no fuera así. Puedes hacerlo porque me tienes a mí.
Me abraza y tira de mi cuerpo hasta levantarme de la encimera, de forma que no me queda más remedio que aferrarme a ella con las piernas alrededor de sus caderas desnudas y los brazos enroscados sobre sus hombros descubiertos.
—Todo irá bien.
—Lo sé—admito.
Me siento necesitada, como si siempre estuviera buscando que me diera seguridad, pero debe de preocuparle un poco mi ansiedad. No muestro ningún tipo de instinto maternal.
¿No debería ser yo también la que estuviera leyendo libros y comprando el ácido fólico?
—No discutamos más. Me parte el corazón y no quiero que te estreses. No debe subirte demasiado la tensión.
Empieza a caminar hacia el dormitorio. La agarro de la nuca y me inclino para verle la cara.
—Pienso confiscar ese libro.
Me sonríe.
—El libro es mío y voy a quedármelo.
—Tenemos que hacer las paces—estiro la espalda, pego mi cuerpo contra ella y le meto el pezón en la boca—¿Has llegado ya a la parte en que dice que la otra mamá debe cubrir todas las necesidades de la mamá embarazada?
Me lo mordisquea suavemente y comienza a trazar lentos círculos con la lengua a su alrededor. Dejo escapar un gemido y ella se ríe.
—Sí, pero nuestro avión sale dentro de dos horas. Necesito más tiempo, así que cubriré tus necesidades en la bañera cuando lleguemos a casa, ¿de acuerdo?
—No—respondo, y presiono mi pecho contra su boca de nuevo—Quiero quedarme en el Paraíso.
—Eres incorregible, y me encanta—me deja sobre la cama con un resoplido de fastidio—Pero tenemos que coger ese vuelo.
—Te necesito—digo agarrándole el pezón sin fuerza, jugueteando con él, pero ella se aparta.
—Britt, cuando te tomo, me gusta hacerlo con tiempo—me da un pico en los labios—Haz la maleta.
Me dejo caer de espaldas sobre la cama con una exasperación acrecentada por el embarazo.
Mi tiempo en el Paraíso se ha acabado.
¿Por qué no ha salido a correr?
Estoy algo confusa, pero por poco tiempo. Mi mente se pone en marcha y empieza a recordarme lo acontecido anoche, el dolor, la angustia y el desconcierto.
Nuestro paraíso se vino abajo.
Nuestra pequeña burbuja de felicidad reventó.
Ahora sus padres saben que existo, después de la escenita que me montó en el restaurante, y también saben que está casada y que espera dos hijos.
Hundo los dedos en su cabello, miro al techo y empiezo a masajearle la cabeza suavemente.
No quiero pensar en esto.
No quiero profundizar en ello, y no creo que sea necesario.
Verla tan consternada fue suficiente para confirmar cómo se siente con respecto a sus padres. Lo único que tengo que hacer es estar aquí, escucharla cuando quiera hablar y abrazarla cuando necesite consuelo. Su rostro de dolor me ha hecho revivir un montón de recuerdos oscuros entre nosotras: como aquel día en el salón de Rachel, cuando ella me rogó que no la dejara, o cuando la abandoné borracho en el Lusso, o cuando la pillé en su oficina bajo los azotes de Holly. Todos esos incidentes dieron paso a un dolor insoportable, y he de evitar repetir eso a toda costa.
Y lo haré.
Esta mujer tiene un pasado turbulento, pero estoy reparando toda esa angustia y ese sufrimiento. No me extraña que quiera mantenerme alejada de todo eso. Soy su pequeño refugio, y jamás permitiré que vuelva a caer en las garras de su horrible pasado.
Sigo tumbada, dándome a mí misma un pequeño discurso de aliento, y noto que se ha despertado. Siento el leve cosquilleo de sus largas pestañas en mi cuello, pero no le digo nada. Permanezco quieta, dándole así espacio para pensar, mientras continúo masajeándole la cabeza suavemente. Ella sabría que estoy despierta aunque no me moviera siquiera.
—Jamás te habría traído aquí de haberlo sabido, Britt—su voz grave interrumpe un silencio tan largo que he perdido la noción del tiempo—No quería que mi vida contigo se viera manchada por mi pasado.
Su pasado ha afectado a nuestra vida de muchas maneras, y sé que jamás ha pretendido que fuera así. Pero así ha sido. Y esto puede llegar a afectarnos también si ella lo permite.
—Esto no nos ha afectado—le aseguro—No dejes que lo haga.
—En mi vida no hay espacio para ellos, Britt. No lo había antes, y mucho menos ahora.
Su mano empieza a acariciarme el vientre despacio. Sé por qué dice eso. Sus hijos nunca sustituirán a Santiago. No aliviarán el sentimiento de culpa de los padres de Santana, y sé que jamás serán motivo de reconciliación entre ellos. Hay cosas que no se pueden perdonar, y que tus propios padres no te ofrezcan su amor y su apoyo incondicional son sólo algunas de ellas. Mi papá siempre me dijo que no podía decirme lo que tenía que hacer, que sólo podía aconsejarme. Que jamás me obligaría a hacer nada sabiendo que eso me haría infeliz. Me dijo que siempre estaría ahí, a pesar de mis decisiones, y que me ayudaría a enmendar mis errores si hubiera tomado la decisión equivocada.
Y así lo ha hecho.
En numerosas ocasiones. No han sido cosas tan extremas como las decisiones que ha tomado Santana, pero el principio sigue siendo el mismo. Eso es lo que hacen los padres. No influyen en sus hijos por su propio beneficio.
Siento una tristeza tremenda por ella. Santana siempre me dice que yo soy lo único que necesita, y sé que lo dice de corazón. Y la entiendo perfectamente, después de todas las cosas por las que ha pasado, y no me refiero a su historia con las mujeres y el alcohol, sino con sus padres, y ése es el origen de todo lo demás.
—No hace falta que me des explicaciones. Tú y yo—digo repitiendo sus palabras para reforzar las mías.
Se pone boca arriba y me arrastra consigo, alentándome a apoyarme sobre su pecho. Me acurruco y empiezo a acariciarle la cicatriz lenta y suavemente.
—Esta casa era de Alejandro—dice—Formaba parte de su hacienda, igual que el barco.
—Lo sé.
Sonrío para mis adentros. He dado en el clavo sacando mis propias conclusiones.
—¿Cómo lo has sabido?
—¿Por qué, si no, ibas a tener una villa tan cerca de donde viven tus padres?
No puedo verle la cara, pero sé que está sonriendo.
—Mi chica guapa está empezando a asustarme.
—¿Por qué?—pregunto frunciendo el ceño pegada a su pecho.
—Porque sueles exigirme que te cuente las cosas.
Es verdad, pero he conseguido saber más cosas desde que cierro la boca que antes cuando empezaba a patalear.
—Nada de lo que puedas decirme ya puede hacer que quiera huir de ti de nuevo.
—Me alegro de que digas eso—afirma.
Si hubiera algo que pudiera decir que me hiciera desear retirar mis palabras, esto se acabaría.
No me muevo, porque si la miro empezará a hablar, y sé que no me va a gustar lo que tenga que decirme. Así que me quedo donde estoy, recorriendo su torso con la vista. Me entran ganas de abofetearme.
¿Por qué habré dicho esa estupidez?
Es como si, sin quererlo, no parase de extraerle confesiones a esta mujer. La ignorancia da la felicidad.
—¿Britt?—dice en voz baja.
—¿Qué?
—Tengo que contarte algo.
Se dispone a moverse, pero yo me transformo en un peso muerto para dificultarle al máximo la tarea, aunque me sirve de muy poco. Me aparta de su pecho sin el más mínimo esfuerzo y me coloca boca arriba sobre la cama. Se monta a horcajadas sobre mi cintura pero no se apoya del todo sobre mí. No importa, con esto le bastaría para evitar mi huida.
No voy a ir a ninguna parte.
Se mordisquea el labio durante unos instantes mientras la miro con una expresión de escepticismo dibujada en mi rostro. Sé que el saber es poder es la opción más sensata, pero después de todas las cosas que me ha hecho saber Santana a lo largo de estos meses, estoy acojonada.
Me coge de las manos y las sostiene con fuerza.
—Holly ha estado en La Mansión estos días que hemos estado fuera.
—¡¿Qué?!—exclamo con voz ronca levantando la cabeza al instante.
—Está ocupándose de algunos asuntos mientras yo no estoy. Finn no puede hacerlo todo solo, Britt.
—Pero ¿Holly? ¡Dijiste que la habías echado!—estoy lívida. Me hierve la sangre y se acumula en mi rostro. Todos mis pensamientos sobre sus horribles padres y nuestras dolorosas historias desaparecen en cuanto menciona el nombre de esa víbora—¿Después de todo lo que ha hecho?—consigo liberar mis manos e intento apartarla—¡Sal de ahí!
—¡Britt, cálmate!
—¿Por qué? ¿Tienes miedo de que les haga daño a tus hijos?—le espeto.
Esas palabras hacen que su mirada de preocupación se transforme en disgusto. Me mira con el ceño fruncido, pero me importa una mierda.
—¡No digas gilipolleces!
Consigue alcanzar de nuevo mis manos, que no paran de golpearla, y las sostiene por encima de mi cabeza.
—¡Es lo que piensas!—le grito a la cara—¡Sólo hay que ver cómo me controlas y me sobreproteges constantemente!
—Siempre te he sobreprotegido, así que eso no tiene nada que ver, Britt-Britt.
Es verdad, siempre lo ha hecho, pero estoy cabreada y utilizo todo lo que pueda contra ella, lo que me recuerda que nos estamos desviando del tema ligeramente.
—¡O se va ella, o me voy yo!
Pone los ojos en blanco. No me hace gracia. Empiezo a sacudirme y me suelta, pero sólo porque no quiere que les pase nada a los bebés. Esto me enfurece todavía más.
—Britt, yo soy un desastre. Tú te niegas a trabajar conmigo, y necesito a alguien que sepa lo que se hace.
Me detengo y me vuelvo.
—¿Así que trabaja otra vez para ti oficialmente?
No me lo puedo creer. Su discursito compasivo en la cafetería venía por esto. Probablemente se esté regocijando en estos momentos.
Santana se levanta y se dirige hacia mí.
—¡No des ni un paso más, López!—digo apuntándolo con un dedo—¡No intentes aplacarme ni convencerme de que toda esta puta mierda está bien porque no es así!
—¡Vigila esa puta boca!
—¡No me da la gana! Está enamorada de ti, ¿sabes? Todo lo que ha hecho es porque quiere alejarte de mi lado, así que ni se te ocurra intentar convencerme de que esto es buena idea.
—Lo sé.
Cierro la boca al instante y retrocedo un poco.
—¿Cómo que lo sabes?
—Sé que está enamorada de mí.
—¿Lo sabes?
—Claro que sí, Britt, no soy idiota.
Resoplo, indignada.
—¡Sí, sí que lo eres! Te abalanzas sobre cualquiera que intente apartarme de ti, pero ella no para de tratar de alejarte de mí delante de tus narices y decides pasarlo por alto.
Doy media vuelta y me dirijo a la cocina. Necesito un poco de agua para suavizar la garganta irritada.
—No lo he pasado por alto sin más, Britt. La tuve con ella y ella lo admitió todo y dijo que estaba arrepentida.
—¡Claro que se arrepiente! ¡Porque no lo consiguió! De lo único que se arrepiente es de no haberlo hecho mejor—golpeo el vaso contra la encimera—Para eso podrías haberlo pasado por alto sin más. ¿Le diste a elegir entre entierro o cremación?
Frunce el ceño.
—¿Qué?
—Es la opción que sueles darle a la gente que me hace daño. ¿Se la ofreciste a Holly?
—No, le ofrecí un trabajo a cambio de su palabra de que no volvería a entrometerse jamás. Le dije que si tú me lo pedías la echaría.
—¡Bueno te lo pido!—chillo—¡Échala!
—Pero si no ha hecho nada.
Me quedo mirando a la imbécil que tengo delante con los ojos fuera de las órbitas sin poder creer lo que estoy oyendo.
—¿Que no ha hecho nada?
Cierra los ojos y exhala un suspiro largo y cansado.
—Me refiero a que no ha hecho nada desde que hablé con ella. Y tú ya le propinaste un buen golpe en la mandíbula por todo lo que había hecho antes.
—¿Por qué haces esto? Sabes cómo me siento al respecto, San.
—Porque está desesperada, Britt. La Mansión es toda su vida.
—¿Sientes lástima por ella?—pregunto, más calmada.
Me encanta todo de esta mujer, excepto su repentina empatía por todas esas mujeres de su historia que se empeñan en sabotear nuestra relación. Sólo hay que ver lo que le hizo a Elaine, joder.
—Britt, para empezar, quiero que te tranquilices porque esto no es bueno ni para ti ni para los pequeños.
—¡Estoy tranquila!—chillo levantando el vaso con las manos temblorosas.
De tranquila, nada.
Suspira e inclina la cabeza para crujirse el cuello y aliviar así el estrés. No sé por qué está tan agobiada.
¿Cuál sería su reacción si le dijera que voy a seguir trabajando para Rory?
Es más o menos el mismo principio.
Se acerca a mí, me quita el vaso de las manos y me coge en brazos para sentarme sobre la encimera. Me agarra de la mandíbula y me levanta la cara para que la mire. Sigo con el ceño fruncido mientras la observo con ojos enfurecidos.
—Holly no tiene nada. La eché cuando lo confesó todo y no volví a pensar en el asunto—inspira hondo—Hasta que Finn habló con ella y ella empezó a decirle un montón de tonterías, pero lo más preocupante es que le dijo que preferiría estar muerta a vivir una vida sin mí.
Mi mente recelosa me hace pensar al instante que se trata de otra estratagema para atraparla. No puedo evitarlo.
—Sólo quiere llamar la atención—espeto todavía con el ceño fruncido.
Sus acciones pasadas son un claro indicio de hasta adónde está dispuesta a llegar.
—Eso pensé yo también, pero Finn no estaba tan seguro. Él la encontró. Se había cortado las venas y se había tragado un puñado de analgésicos—enarca las cejas y yo me echo hacia atrás, sorprendida—No estaba llamando la atención, Britt. No era ninguna treta. Finn la llevó al hospital justo a tiempo. Quería morirse.
Mi cerebro me está jugando una mala pasada. Hay un montón de preguntas sensatas que debería estar formulando, pero no me viene nada a la cabeza.
Estoy en blanco.
—No quiero tener otra muerte sobre mi conciencia, Britt-Britt. Cargo con la de Santiago todos los días. No puedo cargar con otra más.
La lástima me invade.
—Holly vino a verme—digo.
No sé de dónde sale esto.
—Me lo dijo—levanta las manos y me coge las mejillas—Pero me sorprende que no me lo hayas contado antes.
¿Qué puedo decir?
¿Que las palabras de Holly fueron, de hecho, lo que me alertó?
¿Que ella fue la razón por la que aparecí en La Mansión en aquel estado?
—No me pareció importante—respondo lánguidamente.
¿Sabe qué día exactamente vino a verme?
Porque si es así, seguro que sabrá que un par de horas después yo estaba trastornada, desesperada por verla.
—Fue Holly quien le contó a Elaine lo de mi problema con la bebida.
Empieza a morderse el labio. Retrocedo más todavía y aparto la cara de sus manos.
¿Así es como lo descubrió Elaine?
—¿Por eso supiste que iba a recoger mi ropa a su casa también?
Asiente.
—Holly dijo que te había oído decirle a alguien por teléfono que pensabas ir a recoger tus cosas. Cuando encajé las piezas me puse furiosa. Me invadió la rabia, actué por impulso antes de preguntar.
Su lista de delitos va en aumento. No quiero sentir ninguna lástima por ella.
—Dijo que ya no podía seguir trabajando para ti—le recuerdo—Así que, ¿cómo es que lo está haciendo?
—Se lo pedí yo. Jamás encontraré a otra persona mejor, lo que significa que tendré que hacerlo yo, y no estoy preparada para renunciar a pasar más tiempo contigo. Deberías saber que sólo aceptó hacerlo con la condición de que tú estuvieras de acuerdo.
¿Con la condición de que yo estuviera de acuerdo?
Ahora me siento como una auténtica mierda.
¿De modo que el futuro de Holly está en mis manos?
Si digo que no, ¿intentará matarse otra vez?
Y si accedo, ¿seguirá intentando separarnos?
Es demasiada responsabilidad.
¿Por qué tuvo que tratar de quitarse la vida, la muy estúpida?
—No me estás dando mucho margen de elección—mascullo—Si me niego a aceptarlo, podría coger una cuchilla y abrirse otra vez las muñecas, y entonces las dos nos sentiríamos tremendamente culpables.
Estoy intentando ser lógica, pero no lo consigo. No quiero perder a Santana porque tenga que encargarse de los asuntos de La Mansión y de montones y montones de papeleo que acabarán estresándolo. No la vería nunca, pero si acepto esto, estaré aceptando todo lo que esa mujer nos ha hecho, y no estoy segura de poder hacer eso, ni siquiera aunque haya intentado suicidarse.
Sin embargo, las palabras de Santana resuenan sin cesar en mi mente: «Cargo con la de Santiago todos los días. No puedo cargar con otra más.» Y yo no puedo hacerle eso sólo porque me sienta insegura con respecto a la versión femenina de Indiana Jones que reside en La Mansión. Mi preocupación está justificada, pero el sentimiento de culpa de Santana no lo está, y no puedo cargarla con más todavía. Hacerlo sería cruel y egoísta por mi parte. La amo demasiado.
Vuelve a cogerme de las mejillas y me atraviesa con esos ojos oscuros llenos de sinceridad.
—Le diré que no puede ser. No estoy dispuesta a verte tan desdichada.
Me desmorono por dentro.
¿Está dispuesta a vivir con la posibilidad de tener más sangre en sus manos, aunque nada de esto sea culpa suya, sólo por hacerme feliz?
Sacudo la cabeza entre sus manos.
—No, te quiero más tiempo a mi lado más de lo que quiero que ella desaparezca.
—¿En serio?—parece sorprendida.
—Por supuesto que sí, pero tienes que prometerme una cosa.
—Lo que quieras, ya lo sabes—me besa en la frente.
Eso no es del todo cierto, porque ella no me pediría eso a mí. Estoy intentando pasar por alto las circunstancias atenuantes, aunque es difícil ignorar a una mujer que ha tratado de suicidarse porque mi esposa no la quiere.
—Cuando lleguen los pequeños, tú no te pasarás el día entero en La Mansión. Estarás conmigo siempre que puedas. No sé si puedo hacer esto.
El temor a quedarme sola con los mellizos empieza a asustarme. No me importa haberlo admitido.
La idea de un bebé ya me asustaba bastante, pero ¿dos?
Estoy aterrada, y tiene que saberlo. Sus labios se curvan hacia arriba.
¿Encuentra gracioso mi miedo?
—Britt, tendría que estar muerta para que no fuera así. Puedes hacerlo porque me tienes a mí.
Me abraza y tira de mi cuerpo hasta levantarme de la encimera, de forma que no me queda más remedio que aferrarme a ella con las piernas alrededor de sus caderas desnudas y los brazos enroscados sobre sus hombros descubiertos.
—Todo irá bien.
—Lo sé—admito.
Me siento necesitada, como si siempre estuviera buscando que me diera seguridad, pero debe de preocuparle un poco mi ansiedad. No muestro ningún tipo de instinto maternal.
¿No debería ser yo también la que estuviera leyendo libros y comprando el ácido fólico?
—No discutamos más. Me parte el corazón y no quiero que te estreses. No debe subirte demasiado la tensión.
Empieza a caminar hacia el dormitorio. La agarro de la nuca y me inclino para verle la cara.
—Pienso confiscar ese libro.
Me sonríe.
—El libro es mío y voy a quedármelo.
—Tenemos que hacer las paces—estiro la espalda, pego mi cuerpo contra ella y le meto el pezón en la boca—¿Has llegado ya a la parte en que dice que la otra mamá debe cubrir todas las necesidades de la mamá embarazada?
Me lo mordisquea suavemente y comienza a trazar lentos círculos con la lengua a su alrededor. Dejo escapar un gemido y ella se ríe.
—Sí, pero nuestro avión sale dentro de dos horas. Necesito más tiempo, así que cubriré tus necesidades en la bañera cuando lleguemos a casa, ¿de acuerdo?
—No—respondo, y presiono mi pecho contra su boca de nuevo—Quiero quedarme en el Paraíso.
—Eres incorregible, y me encanta—me deja sobre la cama con un resoplido de fastidio—Pero tenemos que coger ese vuelo.
—Te necesito—digo agarrándole el pezón sin fuerza, jugueteando con él, pero ella se aparta.
—Britt, cuando te tomo, me gusta hacerlo con tiempo—me da un pico en los labios—Haz la maleta.
Me dejo caer de espaldas sobre la cama con una exasperación acrecentada por el embarazo.
Mi tiempo en el Paraíso se ha acabado.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
santana es incorregible, tumbar a britt en el piso de un restaurant es mas que vergonzoso aunque entre ellas nada es de sorprender, espero que los padres de santana no estorben!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Que facil es Britt!!!! Por Dios!!!!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:santana es incorregible, tumbar a britt en el piso de un restaurant es mas que vergonzoso aunque entre ellas nada es de sorprender, espero que los padres de santana no estorben!
Hola, jajaajajajjaajja xD tienes razón xD todo por mostrar su amor por britt... de una manera rara, pero xD jajajajaajajajaj. Esperemos q no =/ o que no compliquen mas las cosas. Saludos =D
monica.santander escribió:Que facil es Britt!!!! Por Dios!!!!!!
Saludos
Hola, jajajajajaaj xD el amor, el amor xD ajjajajaja. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 27
Capitulo 27
Apenas reacciono cuando llegamos al Lusso. He dormido la mayor parte del viaje, y sigo agotada. Ni siquiera intento salir del coche cuando Santana apaga el motor y me desabrocha el cinturón. Me quedo hundida en el asiento de piel hasta que me saca ella. Casi consigo abrir los ojos cuando estamos en el ascensor para refrescarle a mi mente adormilada la belleza de mi esposa. Mete la llave en la cerradura, abre la puerta, la cierra de nuevo y me lleva en brazos a la planta superior. Sigo con los ojos cerrados, pero reconozco la superficie blanda de la cama de la suite principal cuando me deposita sobre ella.
—Voy a preparar el baño y a subir las maletas. ¿Estarás bien?
—Mmm.
Me pongo de lado. Ni siquiera me apetece darme un baño con Santana, y eso sí que es raro. Oigo cómo se ríe ligeramente y cómo el agua empieza a correr en la bañera, y entonces me coge de nuevo.
—¿No ibas a ir a por las maletas?—farfullo.
—Ya las he cogido, Britt. Has vuelto a quedarte dormida.
Me deja sobre mis pies cansados y me desnuda. Después se desnuda a sí misma con una mano mientras me sostiene firmemente con la otra, como si temiera que fuera a caerme al suelo.
Y es posible que lo hiciera.
No tengo nada de energía.
Me levanta y me mete en la bañera consigo, sin ninguna ayuda por mi parte. Dejo que me coloque de manera que quedo acunada en sus brazos sobre su regazo, con un lado de la cara acurrucado en su hombro. El agua caliente no me espabila.
—Echaba de menos esto—dice mi autoproclamada mujer de baño—Sé que estás cansada, pero sólo quiero estar así unos minutos.
—Vale—accedo.
Si después me seca y me mete en la cama, puede hacer lo que quiera conmigo.
—Y tengo que cubrir tus necesidades—añade.
Mis ojos adormilados se abren al instante, y mi cerebro lujurioso empieza a reactivarse. Seguro que puedo sacar energías de alguna parte para eso. Intento moverme, pero me retiene en el sitio y se echa a reír.
—Joder, Britt, estarías dispuesta y todo.
—Siempre.
—Me halagas, pero me gusta que mi mujer esté consciente cuando me le hago el amor.
—No digas la frase «hacer el amor»—gruño—O harás que te desee todavía más.
—Pero ¿eso es posible?—pregunta, muy seria.
—Probablemente no—no me molesto en resoplar ante su arrogancia. Tiene razón—Deja que te mire, San—protesto, y forcejeo para librarme de las manos que me aprisionan.
Me inclino y froto mi mejilla contra la suya y le doy besitos hasta llegar a sus labios y deslizo la lengua entre ellos suavemente. Ella me devuelve el beso tierna y dulcemente.
—Colócate el traje gris ceñido.
—Si tú puedes decidir lo que me voy a poner, es justo que yo decida lo que vas a ponerte tú.
—Tú siempre lo haces.
—No, porque no me dejas—me agarra de la nuca y me acerca más a ella.
—¿Qué quieres que me ponga?—pregunto prácticamente gimiendo contra sus labios.
—El vestido negro.
—¿El que me llega hasta las rodillas y tiene las mangas tres cuartos?
—Sí, ése. Me gusta cualquier vestido que tú lleves, pero ése me encanta—me muerde el labio y se aparta, tirando de él entre los dientes—No—susurra.
Va a rechazarme de nuevo. Lo sé por la determinación que se refleja en su rostro devastador. Probablemente hace bien en negarse, aunque eso no aplaca el deseo que invade mi insaciable ser. Siempre tengo ansias de ella, pero últimamente es algo constante.
—Dijiste que eras incapaz de decirme que no—le rozo juguetonamente la entrepierna con la mía.
No tengo vergüenza.
—Puedo decirte que no cuando apenas puedes mantener los ojos abiertos, Britt-Britt. La respuesta es no, y punto—me agarra las caderas con sus manos y me lanza una mirada de advertencia. Yo me sacudo un poco y me doy la vuelta para dejar que me pase la esponja por la espalda—El embarazo te ha disparado las hormonas.
—Sólo si sigues rechazándome. Me estás acomplejando, y eso que todavía no estoy gorda.
—Britt—me corta—El embarazo también te está volviendo tonta. Vale ya.
Suspiro para mis adentros, dejo caer la cabeza entre mis rodillas flexionadas y me coloco el pelo a un lado para darle acceso pleno a mi espalda. Sus rítmicas caricias con la esponja provocan que se me empiecen a cerrar los ojos de nuevo, y cedo ante mi fatiga dejando que Santana se salga con la suya. No obstante, el día que me rechace cuando no esté agotada ni mental ni físicamente tendrá que enfrentarse a toda mi ira.
—Gracias por llevarme al Paraíso—murmuro.
Me besa en el hombro y pega la boca a mi oreja.
—Britt, tú me llevas al paraíso todos los días.
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Estoy furiosa.
Se ha despertado, ha salido a correr, se ha duchado y se ha vestido, y todo sin mí. Sin embargo, me ha dejado la galleta de jengibre y el ácido fólico junto a la cama con un vaso de agua.
Estoy de pie frente al espejo de cuerpo entero, vestida con mi lencería y secándome el pelo cuando veo que entra en el dormitorio.
No seré demasiado dura.
Lleva puesto el traje gris, la camisa negra, tal y como le pedí, aunque eso no hace que se me pase el enfado, a pesar de que está para comérsela.
—¡Buenos días!—saluda alegremente.
Le lanzo una mirada asesina y tiro el secador al suelo. Me acerco al armario y busco algo que ponerme. Sé qué debería descolgar, pero estoy en plena pataleta infantil, así que cojo cualquier otra cosa, me la pongo y me subo la cremallera. Salgo del vestidor, me pongo los tacones de ante negro y me voy directa al cuarto de baño. Advierto su cuerpo a mi lado siguiendo cada uno de mis movimientos. Echo un vistazo al pasar y veo que tiene las manos metidas en los bolsillos de los pantalones y una expresión divertida en la cara. No le doy el gusto de dedicarle mi tiempo ni mis palabras. Continúo hacia el espejo del baño y me maquillo a toda prisa. Entra y se coloca detrás de mí. Su maravilloso aroma de su perfume inunda mis fosas nasales.
—¿Qué crees que estás haciendo?—pregunta todavía con expresión divertida.
Me detengo mientras me aplico la máscara de pestañas y me aparto del espejo.
—Me estoy maquillando—contesto, sabiendo perfectamente que no se refería a eso.
—Reformularé la pregunta. ¿Qué crees que llevas?
—Un vestido.
Sus cejas se elevan tanto que alcanzan el nacimiento del pelo.
—No empecemos mal el día, Britt-Britt—sostiene mi vestido negro de tubo—Ponte el otro vestido.
Respiro hondo para guardar la calma, giro sobre mis talones y salgo del cuarto de baño sin decir una palabra. Voy a ponérmelo, pero únicamente porque ya estoy bastante alterada. No sólo me han sacado a la fuerza del paraíso, sino que, como imaginaba, también he bajado del séptimo cielo de Santana.
Londres no le hace ningún bien a nuestra relación.
Mejor dicho: Santana en Londres no le hace ningún bien a nuestra relación.
Hago todo lo posible por demostrarle la gran inconveniencia que me está causando, pero le da igual. Permanece de pie pacientemente y observa cómo me quito el vestido que llevo y lo sustituyo por el que ella quería. Dirijo la mano a la espalda, agarro la cremallera y me la subo, pero sólo hasta la mitad, porque el pequeño trozo de metal se me escurre de entre los dedos. Lo recupero rápidamente pero vuelve a pasar. Cierro los ojos. Detesto tener que pedirle ayuda a esa tonta engreída.
—¿Te importaría subírmela?
—Claro que no—canturrea, y al instante está pegada a mi espalda, con la boca en mi oreja—Es un gran placer—murmura, lo que provoca que una tremenda oleada de chispas traicioneras recorra mi cuerpo.
Me recoge el pelo, hace que me vuelva y tira de la cremallera hacia arriba.
—Oh.
—¿Qué pasa? ¿Está rota?
Me entran ganas de reírme. No porque se haya roto el vestido, porque me encanta, sino porque sé que no va a mandarme al trabajo con la espalda al descubierto.
—Eh...—vuelve a intentarlo—No, Britt-Britt. Creo que es que ya no te cabe.
Dejo escapar un grito ahogado totalmente horrorizada y me vuelvo para mirarme la espalda en el espejo. Hay varios centímetros de piel sin cubrir, y la tela no es elástica.
Me hundo por dentro y por fuera.
Ya han empezado.
Todos los efectos del embarazo van a acelerarse porque llevo dos cacahuetes, no sólo uno. Me niego a llorar, aunque no será por falta de ganas. Tengo que asimilar esto. Tengo que sentir tanto entusiasmo como siente Santana. Aunque para ella es fácil, va a seguir teniendo el mismo aspecto divino de siempre cuando todo esto termine, mientras que mi cuerpo probablemente acabará devastado.
Me vuelvo para mirarla y me encuentro con una expresión aprensiva y el morro torcido. Cree que voy a desmoronarme.
—¿Puedo ponerme el otro vestido, entonces?—me limito a preguntar.
Se relaja visiblemente e incluso me lo alcanza ella misma. Me ayuda a quitarme el ahora descartado y me ayuda a ponerme el recién autorizado.
—Preciosa—dice—Tengo que irme. Sue está abajo y te ha preparado el desayuno. Cómetelo, por favor.
—Lo haré.
No puede ocultar la sorpresa ante mi estado de sumisión.
—Gracias.
—No tienes que darme las gracias porque coma—mascullo.
Cojo mi bolso y salgo del dormitorio.
—Siento que tengo que darte las gracias por todo lo que haces sin protestar.
Me sigue por la escalera.
—Si todavía me hicieras el amor para hacerme entrar en razón, protestaría—llego al piso de abajo.
—¿Estás enfadada porque no he cubierto tus necesidades esta mañana?—pregunta con tono divertido.
—Sí.
—Me lo imaginaba.
Me coge de la mano y me da una vuelta hasta que mi cuerpo colisiona con fuerza contra el suyo. Después me devora la boca como si fuera el fin del mundo. Me toma con determinación y con vehemencia, y no la detengo. Esto no va a compensar el sexo que no hemos tenido esta mañana, pero podría saciar mi sed hasta más tarde.
—Que tengas un buen día, Britt—me hace girar de nuevo, me propina una palmada en el culo y me guía hasta la entrada de la cocina—Asegúrate de que mi esposa desayune, Sue.
—Lo haré, muchacha—dice ella al tiempo que agita un batidor de varillas por encima de la cabeza, pero no se vuelve.
—Te veo luego. Y no olvides hablar con Will.
Se marcha sin esperar que le confirme que voy a hacerlo. Sé que ya no puedo postergarlo más.
—¡Britt, tienes muy buen aspecto esta mañana!—canturrea Sue desde la cocina—¡Estás radiante y fresca!
—Gracias—sonrío ante su amabilidad, pero me pregunto si sólo estará intentando hacer que me sienta mejor—¿Me puedes poner el sándwich para llevar? Voy a llegar tarde.
—Claro—empieza a envolverlo en film transparente—¿Lo han pasado bien?
Mi sonrisa se intensifica mientras me acerco para recoger mi desayuno.
—Ha sido maravilloso—respondo, porque es verdad, a pesar del horrible final.
—Me alegro mucho. Las dos necesitabais un descanso. Y dime, ¿funcionan las galletas?
—Sí.
—Sabía que lo harían. ¡Y mellizos!—me mete el sándwich en el bolso y me da unas palmaditas en las mejillas—¿Eres consciente de la suerte que tienes?
—Sí—respondo con total sinceridad—Tengo que irme ya.
—Claro, claro, vete, querida. Yo voy a poner la lavadora.
Dejo a Sue separando la ropa blanca de la de color y me meto en el ascensor después de haber pulsado el nuevo código. A los pocos segundos me encuentro en el vestíbulo del Lusso, donde Ryder está organizando el correo.
—Buenos días—lo saludo mientras paso corriendo por delante del mostrador.
—¡Señora López-Pierce! ¡Ha vuelto!—se acerca a mí mientras me dirijo al luminoso exterior—¿Qué tal lo han pasado?
—Ryder, no hace falta que me llames señora López-Pierce. Llámame simplemente Brittany. Lo hemos pasado genial, gracias—me coloco las gafas de sol y saco las llaves del bolso—¿Y tú qué tal? ¿Te gusta tu nuevo trabajo?
—Me gusta más ahora que ha vuelto usted.
Me detengo de golpe.
—¿Disculpa?
Se pone como un tomate y empieza a juguetear con los sobres que tiene en la mano.
—Eso ha estado fuera de lugar. Disculpe. Es sólo que..., bueno, ¿sabía que usted y su esposa son las únicas mujeres en todo el edificio?
—¿En serio?
—Sí. Y todos estos ricos hombres de negocios nunca dicen nada. Sólo me gruñen o me dan órdenes por teléfono. Usted es la única que se para a hablar. Y se lo agradezco, eso es todo.
—Ah, está bien—sonrío al ver lo incómodo que está—Y, ¿Qué pasa con mi esposa?
Se pone aún más colorado.
—Ella es muy guapa, pero es un poco seria y… vale, no sé cómo salir de ésta—suelta una risa nerviosa—Simplemente es agradable ver una cara alegre por aquí.
—Gracias—sonrío y sus ojos marrones—Tengo que irme.
—Claro. Hasta luego.
Se aparta y da media vuelta para regresar tras su mostrador.
Tengo que mover el culo. Es mi primer día tras las vacaciones y voy a llegar tarde. Y hoy necesito tener a Will de buen humor. Ni siquiera me detengo cuando salgo del Lusso y me encuentro a Finn esperándome. Él tampoco se encoge de hombros a modo de disculpa como suele hacer. La verdad es que me lo imaginaba.
—¿Qué tal, Finn?
Me alegro de volver a verlo. He echado de menos al amistoso grandulón.
—Bien, rubia—gruñe, y me sigue hasta el asiento del acompañante. Me meto en el coche y me pongo el cinturón mientras veo cómo Finn se sienta a mi lado con el ceño fruncido—¿No vas a montar ningún escándalo hoy?—pregunta intentando contener la risa.
—Creo que estaría firmando mi propia sentencia de muerte si lo hiciera—respondo secamente.
El grandulón se echa a reír, agitando su enorme cuerpo en el asiento, y arranca el motor del Range Rover.
—Me alegro. Tenía instrucciones estrictas de tratarte con sumo cuidado si te resistías—me mira a través de las negras lentes de sus enormes gafas—No quería tener que recurrir a eso, rubia.
Le sonrío.
—¿Así que ahora te han nombrado mi guardaespaldas?
Sé que si Santana tuviera que confiarme a alguien que no fuera ella, ése sería Finn. Estoy de broma, claro, pero no creo que a Finn le haga ninguna gracia tener que llevarme al trabajo todos los días.
—Si así está contenta la muy cabrona, haré lo que haga falta—salimos del aparcamiento—¿Están bien tú y los pequeños?—pregunta con la vista fija en la carretera.
—Sí, pero ahora San se estresa por partida triple—gruño.
—El muy chalada—se echa a reír mostrando sus dientes—¿Tú cómo te encuentras?
—¿Te refieres al embarazo o al accidente?—digo mirándolo para evaluar su reacción.
Quiero saber si ha habido alguna novedad estos días que hemos estado fuera.
—A las dos cosas, rubia—se limita a responder.
—Bien, por las dos partes, gracias. ¿Se sabe algo del coche de San?
Voy directa al grano. Me siento lo bastante cómoda con Finn como para preguntarle lo que quiero saber.
—Nada de lo que tengas que preocuparte—responde fríamente.
Puede que yo me sienta lo bastante cómoda como para tener la libertad de preguntarle, pero tengo que recordar que Finn también se siente cómodo como para tener la libertad de no contestarme.
No voy a sacarle nada.
—¿Qué tal el Paraíso?—pregunta cambiando de tema radicalmente.
—Bueno un paraíso—respondo—Hasta que nos topamos con los padres de San.
No estoy segura de si debería divulgar esto, pero ahora ya está dicho, y a juzgar por la expresión que se acaba de dibujar en el rostro del gigante, la noticia lo ha sorprendido. Asiento para confirmar que me ha oído bien, y su frente brillante empieza a arrugarse por encima de sus gafas de sol.
—La boda de Bree tuvo que posponerse porque al papá de San le dio un ataque al corazón—prosigo.
Finn debe de estar al tanto de lo de la boda, de que le enviaron una invitación y de que los padres de mi esposa viven cerca del Paraíso. Lleva toda la vida a su lado, según Santana.
—¿A Alfonso le ha dado un infarto?—pregunta, sorprendido—¿Y qué pasó?
—¿Cómo que qué pasó?
—Sí, ¿hablaron? ¿Cómo estaba Santana?
Finn se muestra realmente curioso, lo cual está despertando mi propia curiosidad.
Se lo suelto todo.
—San básicamente anunció en el restaurante donde estábamos cenando, delante de todo el mundo, que estamos casadas y que esperamos mellizos—hago una pausa para aguardar a que Finn consiga controlar sus carcajadas—Una mujer no paraba de mirarme, y cuando le pregunté a San si la conocía, se puso rarísima y me sacó en brazos de ahí. Esa mujer era su mamá y vino hasta el aparcamiento y empezó a decir cosas sobre los mellizos, ya sabes, porque San tenía un hermano.
Finn asiente pensativamente con la cabeza.
¿Qué estará sacando en conclusión de todo esto?
—¿Y eso fue todo?
—Sí. Me la llevé lejos de ella. Estaba muy afectada.
—Y después, ¿no bebió?
—No—suspiro—Pero tengo la impresión de que lo habría hecho si yo no hubiera estado ahí—sigo viendo su rostro, el rostro que solía dar paso a las borracheras y los latigazos—¿Tú los conoces?
—No mucho. No suelo hacer preguntas.
Asiento para mis adentros. Sé que Finn lleva toda la vida a su lado, y que era el mejor amigo de Alejandro, así que tiene que saber más de lo que admite.
—¿Cómo está Holly?
Se revuelve en su asiento y gira su rostro amenazador hacia mí.
—Mejor de lo que estaba.
Me hundo en mi sitio. No tengo nada que decir a eso, así que cierro la boca. Saco el sándwich y dejo que Finn conduzca el resto del camino en silencio. Suspiro en voz alta cuando se detiene junto al bordillo.
—¿Qué pasa, rubia?
Cojo mi bolso y me apresuro a salir del coche para no intentar convencer a Finn de que me lleve a La Mansión.
—Ha llegado la hora de poner al tanto a mi jefe sobre cierto cliente irlandés.
—Vaya—dice lentamente—Buena suerte.
Estoy a punto de sacarle la lengua al muy sarcástico.
¿«Buena suerte»?
—Muchas gracias, Finn—respondo con el mismo tono.
Cierro la puerta de golpe y oigo cómo el sonido de su risa grave de barítono se atenúa cuando la puerta se interpone entre nosotros.
Respiro profundamente para ganar confianza y entro en la oficina. Nunca he tenido miedo de ir a trabajar, pero ahora sí. El chillido de Kurt es lo primero que oigo:
—¡Ay, Dios mío! ¡Britt!
Y después a Mercedes:
—¡Vaya! ¡Tienes un bronceado real!
Entonces veo a Tina, alegre de nuevo.
—Britt, tienes buen aspecto.
Después me acerco a mi mesa y me quedo de piedra.
Globos... por todas partes. Con bebés dibujados. Incluso hay un paquete de pañales sobre la mesa y una guía sobre cómo ser mamá. Pero lo peor de todo, y tengo que cogerlos y levantarlos para comprobar que mis ojos no me engañan, son un par de vaqueros gigantes de preñada que hay dispuestos sobre mi silla, o, mejor dicho, cubriendo la silla por completo.
Por si mi mañana no hubiera sido lo bastante deprimente después de comprobar que el vestido no me cabía y de que Santana no me hubiera despertado, ahora tienen que recordarme que voy a ponerme como una ballena.
Se lo ha contado a todo el mundo.
La voy a matar.
—¡Lo sabía!—Kurt se sienta corriendo en mi mesa—Sabía que estabas embarazada. Pero ¿mellizos? ¡Madre mía, qué emocionante! ¿Le pondrás a alguno mi nombre?
Dejo a un lado la ropa de embarazada y me dejo caer en la silla. No llevo aquí ni dos minutos y ya no puedo más. El doble de bebés significa el doble de emoción, el doble de peso acumulado y el doble de ansiedad.
—No, Kurt.
Lanza un grito ahogado de decepción.
—¿Qué tiene de malo Kurt?
—Nada—me encojo de hombros—Pero no pienso llamar así a ninguno de mis hijos.
Resopla disgustado y se marcha con fuertes pisadas sin darme la enhorabuena siquiera.
—Enhorabuena, Britt—Tina se agacha y me da un abrazo. Sabía que podía contar con ella—¿Café?
—Por favor. Con tres de azúcar—le devuelvo el abrazo y me encuentro con sus tremendas tetas en la cara desde mi posición sentada—¿Qué tal todo?
—De maravilla—contesta, y se aleja danzando hacia la cocina.
Al momento llego a la conclusión de que su vida amorosa vuelve a ir estupendamente.
—¿Y Will?—pregunto a nadie en concreto, porque no hay nadie rondando mi mesa infestada de artículos de bebés.
Kurt está enfurruñado al otro lado de la oficina, ignorándome descaradamente, y Mercedes está en Babia, mirándome.
—¿Hola?—sacudo la mano delante de ella.
—¡Ay, perdona! Me estaba preguntando cómo se llamará ese tipo de bronceado.
—¿Qué?
—Tu bronceado. Yo creo que es bronce intenso—anota algo en un papel y sé que ha escrito «bronce intenso»—Así que vas a ser mamá, ¿eh?
Me pongo a la defensiva al instante.
—Sí.
Mi respuesta breve y mordaz hace que levante la cabeza del papel. Se recoge los largos rizos negros, los deja caer por detrás del hombro y me sonríe. Si es una sonrisa falsa, lo disimula muy bien.
—Enhorabuena, Brittany.
—Gracias—sonrío falsamente, y a mí sí que se me nota—Y gracias por todo esto—añado señalando los globos que se elevan sobre mi cabeza.
—Ah, eso fue cosa de Kurt—vuelve a centrarse en su ordenador.
—¡Gracias, Kurt!—le lanzo un lápiz y le doy en un lado de la cabeza. Le mueve ligeramente las gafas y protesta, indignado—¡Lo siento!—aprieto los labios para no reírme.
—¡Esto es mobbing!—chilla, y ya no consigo aguantarlo más.
Empiezo a descojonarme en la silla. Tina me deja el café delante con cara extrañada, se vuelve para ver de qué me río y empieza a reírse también ella.
—¿Dónde está Will, Tina?—pregunto al no obtener respuesta por parte de Mercedes.
—Llegará a mediodía—responde—No ha venido mucho últimamente.
—¿No?
Sacude la cabeza pero no me dice nada más y vuelve a ocuparse de la pila de facturas que tiene en su archivo.
—Britt—empieza Kurt, colocándose bien sus gafas a la moda—.Tienes que llamar a Dani. No ha parado de llamar preguntando por ti.
Mi risa se apaga rápidamente. Me había olvidado de mi admiradora.
—¿Qué dijo?—pregunto como si tal cosa mientras busco mi móvil en el bolso.
Entonces me doy cuenta de que todavía no lo he encendido. Lleva desconectado desde el jueves por la mañana, cuando Santana me lo requisó.
—No mucho—se coloca su corbata aguamarina—Todos los proyectos van bien. Acudí a tu cita con ella el jueves, pero no le hizo mucha gracia verme a mí.
Me hundo en la silla con un mohín cuando veo que mi teléfono cobra vida en mi mano y empieza a alertarme de decenas de llamadas perdidas, mensajes de texto y correos electrónicos.
Establezco prioridades y respondo al mensaje de bienvenida a casa de Rachel y al mensaje de mi mamá pidiéndome que la llamara cuando hubiéramos llegado, y después cuento las llamadas perdidas de Dani. Son once. No obstante, a pesar del bombardeo de llamadas de mi clienta lesbiana, son las dos llamadas perdidas de Rory las que hacen que mi corazón empiece a acelerarse. No puedo seguir posponiendo esto y, por primera vez, me siento y me esfuerzo en pensar quién podría haberme drogado y haber intentado sacarme de la carretera. Y luego está lo de las flores marchitas. Eran de una mujer, no lo dudo ni por un momento, lo que me lleva a la misma conclusión: Rory no pudo ser. Es un hombre de negocios, y bastante respetado.
Pero ¿qué hay de lo que grabaron las cámaras de seguridad del bar?
Tal vez los incidentes no estén conectados. Yo apuesto a que fue Sugar, o tal vez Holly. Aunque las flores llegaron después de que Holly se disculpara. Y lo del coche también fue después.
¿Acaso sigue con sus jueguecitos?
Dejo el móvil en la mesa. Me duele el cerebro. Jugueteo con el teléfono mientras pienso en mi siguiente movimiento. No me lleva mucho. Cojo el móvil de nuevo y llamo a Rory. Creo que ni siquiera llega a sonar el tono cuando oigo su voz suave con un ligero acento respondiendo al otro lado de la línea:
—Brittany, me alegra tener noticias tuyas.
—No lo dudo—respondo secamente—¿Has arreglado ya lo de tu divorcio?
Voy directa a la yugular y, a juzgar por el silencio que sigue a mi pregunta, mi estrategia ha funcionado.
—Sí—responde con cautela.
—Qué bien. ¿Qué puedo hacer por ti, Rory?
Estoy sorprendida de mi propia seguridad. Podría estar tratando con un auténtico pirado, y le estoy hablando sin ningún respeto, ni como cliente ni como pirado en potencia.
Ríe ligeramente.
—Ya va siendo hora de que nos veamos, ¿no te parece?
—No, no me lo parece—respondo bruscamente—Me temo que nuestra relación laboral ha terminado, señor Flanagan.
—¿Y eso por qué?
Su pregunta me coge por sorpresa, pero pronto reacciono.
—Dijiste que era muy interesante que llevara alrededor de un mes saliendo con Santana.
No pienso amilanarme.
—Sí, pero ahora estás casada y esperas mellizos de ella. Estoy desolado, Brittany.
Esta vez no me recompongo tan de prisa.
¿Cómo lo sabe?
Ni siquiera sé si habla en serio o si está siendo sarcástico. Estoy confusa.
—Señor Flanagan...
Me aseguro de mantener la voz baja, oteando la oficina constantemente. Éste no es el momento ni el lugar, pero ahora que he empezado no pienso terminar esta conversación hasta que le haya dicho lo que le tengo que decir.
Me levanto, aparto los globos de un manotazo, me dirijo a la sala de conferencias y cierro la puerta al entrar.
—¿Todo esto es por lo de Santana y tu esposa?—oigo que su respiración se detiene, lo que no hace sino aumentar mi confianza—Porque ya estoy al tanto, de modo que estás perdiendo el tiempo.
—Vaya, ¿la señora López te lo ha confesado?
—Tu ex mujer se presentó en casa de Santana, Rory. Siento mucho lo que sucedió, pero no sé qué pretendes conseguir con esto.
No lo siento en absoluto, pero tal vez, sólo tal vez, pueda hacerlo entrar en razón.
Se echa a reír y se me ponen los pelos de punta.
—Brittany, mi ex mujer me importa un carajo. Es una zorra a la que sólo le interesa el dinero. Únicamente me preocupo por tu bienestar. Santana López no te conviene.
Me estremezco al oír con qué dureza se refiere a su mujer y me apoyo en el borde de la mesa de conferencias.
—¿Y tú sí?—balbuceo, y me reprendo mentalmente al instante por mostrar vacilación.
¿Se preocupa por mi bienestar?
—Sí, yo sí—responde con franqueza—Yo no me dedicaré a entretener a otras mujeres a tus espaldas, Brittany.
Casi se me cae el teléfono al suelo.
¿También sabe eso?
—Sea como sea—digo intentando desesperadamente recuperar mi tono firme—, creo que han pasado demasiadas cosas entre nosotros como para que podamos seguir trabajando juntos.
—¿Han pasado demasiadas cosas?—pregunta—¿Y sabes lo que hizo cuando te dejó?
—Sí—mascullo, preguntándome cómo coño lo sabe él. No se lo he contado a nadie—Mi relación con Santana no te incumbe, Rory. Sé lo que hizo—me mata decirlo—Hablaré con Will y me retiraré del proyecto de la Torre Vida. Puedes quedarte con mis diseños para que otra persona los lleve a cabo.
Cuelgo sin darle tiempo a replicar y suspiro aliviada. No sé por qué siento como si me hubiera quitado un peso de encima. Todavía tengo que decírselo a Will, y escuchar a Rory durante los últimos minutos no ha hecho sino generarme más preguntas.
No sé si pondría la mano en el fuego por él, pero no creo que fuera capaz de llegar al extremo de drogarme para violarme ni de intentar sacarme de la carretera; no si lo que quiere es apartarme de Santana para que esté con él.
¿De qué iba a servirle muerta?
Me río en voz alta al pensar en ello. Alguien ha intentado matarme. Qué locura.
Mi teléfono empieza a vibrar. Miro la pantalla y ésta me indica que mi día sólo acaba de empezar. Sin embargo, lidiar con Danielle Ruth en estos momentos ya no se me hace tan cuesta arriba.
—Hola, Dani.
—¡Brittany!—parece sorprendida—No me dijiste que ibas a estar fuera.
—Fue algo improvisado en el último minuto, Dani. ¿Va todo bien?
—Sí, estupendamente, es sólo que he cambiado de idea con respecto a los armarios de la cocina. ¿Podemos quedar para hablarlo?
—Claro—reprimo un suspiro—Pero tengo un montón de papeleo entre manos, ¿podemos quedar mañana?
—¿A las doce?—propone.
Me sorprende gratamente que no exija que sea hoy.
—Estupendo, te veo entonces, Dani.
Cuelgo y hago todo lo posible por no poner mala cara. Me cuesta menos de lo que pensaba. Lo cierto es que mis dos últimas conversaciones no me han afectado lo más mínimo.
Me siento fuerte.
Me estoy enfrentando a mis problemas en lugar de dejar que me consuman. Regreso a mi escritorio y me paso el resto del martes quitándome papeleo de encima.
Las seis en punto llegan bastante rápido, y soy la última en irme de la oficina. Will no ha venido al trabajo como tenía previsto, aunque ha llamado para asegurarme que vendrá mañana. Hablaré con él entonces, pero estoy decepcionada. Siento la necesidad de deshacerme de esta carga mental a la mayor brevedad posible.
Me meto directamente en el gran Range Rover negro sin resoplar, vacilar ni protestar.
—Hola, Finn.
—Rubia—se funde con el tráfico—¿Qué tal el día?
—Constructivo. ¿Y el tuyo?
—Magnífico—dice con su característica voz ronca.
Tengo la sensación de que está siendo algo cínico.
—¿Adónde vamos?
Me dejo caer sobre mi asiento y espero que me responda que al Lusso, aunque no las tengo todas conmigo. Santana me habría recogido ella misma si fuéramos a ir a casa.
—A La Mansión, rubia. ¿Cómo ha ido con tu jefe?
Desvía la mirada cubierta por las gafas de sol en mi dirección con un aire de curiosidad.
—No ha ido. Hoy no ha venido.
—La chalada de tu esposa se va a poner contenta—replica echándose a reír.
Sonrío con pesar. Sé que no le hará ninguna gracia, pero no puedo hablar con Will si no está presente. Yo no tengo la culpa de que no haya venido. Al menos podré decirle que he hablado con Rory. Así verá que tenía intención de hacerlo, porque es verdad.
Salgo del coche corriendo en cuanto Finn detiene el motor. Subo los escalones a toda prisa y me abro paso a través de las puertas.
—¡Ha dicho que la esperes en el bar, rubia!—me grita el grandulón, pero finjo no oírlo.
No voy a esperarla en el bar. Después de tenerla sólo para mí estos tres días, mi primer día de regreso al trabajo se me ha hecho eterno.
Subo la escalera corriendo, me dirijo a la parte trasera de La Mansión y atravieso el salón de verano antes de que Finn pueda atraparme. Algunos de los socios están aquí reunidos como de costumbre, pero no me detengo para evaluar sus reacciones ante mi presencia.
Entro a toda velocidad en el despacho de Santana, sin llamar y sin pararme a pensar que tal vez esté en medio de una reunión de negocios. Me he llevado unas cuantas sorpresas cuando he hecho esto antes.
Y esta vez no es diferente.
—Voy a preparar el baño y a subir las maletas. ¿Estarás bien?
—Mmm.
Me pongo de lado. Ni siquiera me apetece darme un baño con Santana, y eso sí que es raro. Oigo cómo se ríe ligeramente y cómo el agua empieza a correr en la bañera, y entonces me coge de nuevo.
—¿No ibas a ir a por las maletas?—farfullo.
—Ya las he cogido, Britt. Has vuelto a quedarte dormida.
Me deja sobre mis pies cansados y me desnuda. Después se desnuda a sí misma con una mano mientras me sostiene firmemente con la otra, como si temiera que fuera a caerme al suelo.
Y es posible que lo hiciera.
No tengo nada de energía.
Me levanta y me mete en la bañera consigo, sin ninguna ayuda por mi parte. Dejo que me coloque de manera que quedo acunada en sus brazos sobre su regazo, con un lado de la cara acurrucado en su hombro. El agua caliente no me espabila.
—Echaba de menos esto—dice mi autoproclamada mujer de baño—Sé que estás cansada, pero sólo quiero estar así unos minutos.
—Vale—accedo.
Si después me seca y me mete en la cama, puede hacer lo que quiera conmigo.
—Y tengo que cubrir tus necesidades—añade.
Mis ojos adormilados se abren al instante, y mi cerebro lujurioso empieza a reactivarse. Seguro que puedo sacar energías de alguna parte para eso. Intento moverme, pero me retiene en el sitio y se echa a reír.
—Joder, Britt, estarías dispuesta y todo.
—Siempre.
—Me halagas, pero me gusta que mi mujer esté consciente cuando me le hago el amor.
—No digas la frase «hacer el amor»—gruño—O harás que te desee todavía más.
—Pero ¿eso es posible?—pregunta, muy seria.
—Probablemente no—no me molesto en resoplar ante su arrogancia. Tiene razón—Deja que te mire, San—protesto, y forcejeo para librarme de las manos que me aprisionan.
Me inclino y froto mi mejilla contra la suya y le doy besitos hasta llegar a sus labios y deslizo la lengua entre ellos suavemente. Ella me devuelve el beso tierna y dulcemente.
—Colócate el traje gris ceñido.
—Si tú puedes decidir lo que me voy a poner, es justo que yo decida lo que vas a ponerte tú.
—Tú siempre lo haces.
—No, porque no me dejas—me agarra de la nuca y me acerca más a ella.
—¿Qué quieres que me ponga?—pregunto prácticamente gimiendo contra sus labios.
—El vestido negro.
—¿El que me llega hasta las rodillas y tiene las mangas tres cuartos?
—Sí, ése. Me gusta cualquier vestido que tú lleves, pero ése me encanta—me muerde el labio y se aparta, tirando de él entre los dientes—No—susurra.
Va a rechazarme de nuevo. Lo sé por la determinación que se refleja en su rostro devastador. Probablemente hace bien en negarse, aunque eso no aplaca el deseo que invade mi insaciable ser. Siempre tengo ansias de ella, pero últimamente es algo constante.
—Dijiste que eras incapaz de decirme que no—le rozo juguetonamente la entrepierna con la mía.
No tengo vergüenza.
—Puedo decirte que no cuando apenas puedes mantener los ojos abiertos, Britt-Britt. La respuesta es no, y punto—me agarra las caderas con sus manos y me lanza una mirada de advertencia. Yo me sacudo un poco y me doy la vuelta para dejar que me pase la esponja por la espalda—El embarazo te ha disparado las hormonas.
—Sólo si sigues rechazándome. Me estás acomplejando, y eso que todavía no estoy gorda.
—Britt—me corta—El embarazo también te está volviendo tonta. Vale ya.
Suspiro para mis adentros, dejo caer la cabeza entre mis rodillas flexionadas y me coloco el pelo a un lado para darle acceso pleno a mi espalda. Sus rítmicas caricias con la esponja provocan que se me empiecen a cerrar los ojos de nuevo, y cedo ante mi fatiga dejando que Santana se salga con la suya. No obstante, el día que me rechace cuando no esté agotada ni mental ni físicamente tendrá que enfrentarse a toda mi ira.
—Gracias por llevarme al Paraíso—murmuro.
Me besa en el hombro y pega la boca a mi oreja.
—Britt, tú me llevas al paraíso todos los días.
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Estoy furiosa.
Se ha despertado, ha salido a correr, se ha duchado y se ha vestido, y todo sin mí. Sin embargo, me ha dejado la galleta de jengibre y el ácido fólico junto a la cama con un vaso de agua.
Estoy de pie frente al espejo de cuerpo entero, vestida con mi lencería y secándome el pelo cuando veo que entra en el dormitorio.
No seré demasiado dura.
Lleva puesto el traje gris, la camisa negra, tal y como le pedí, aunque eso no hace que se me pase el enfado, a pesar de que está para comérsela.
—¡Buenos días!—saluda alegremente.
Le lanzo una mirada asesina y tiro el secador al suelo. Me acerco al armario y busco algo que ponerme. Sé qué debería descolgar, pero estoy en plena pataleta infantil, así que cojo cualquier otra cosa, me la pongo y me subo la cremallera. Salgo del vestidor, me pongo los tacones de ante negro y me voy directa al cuarto de baño. Advierto su cuerpo a mi lado siguiendo cada uno de mis movimientos. Echo un vistazo al pasar y veo que tiene las manos metidas en los bolsillos de los pantalones y una expresión divertida en la cara. No le doy el gusto de dedicarle mi tiempo ni mis palabras. Continúo hacia el espejo del baño y me maquillo a toda prisa. Entra y se coloca detrás de mí. Su maravilloso aroma de su perfume inunda mis fosas nasales.
—¿Qué crees que estás haciendo?—pregunta todavía con expresión divertida.
Me detengo mientras me aplico la máscara de pestañas y me aparto del espejo.
—Me estoy maquillando—contesto, sabiendo perfectamente que no se refería a eso.
—Reformularé la pregunta. ¿Qué crees que llevas?
—Un vestido.
Sus cejas se elevan tanto que alcanzan el nacimiento del pelo.
—No empecemos mal el día, Britt-Britt—sostiene mi vestido negro de tubo—Ponte el otro vestido.
Respiro hondo para guardar la calma, giro sobre mis talones y salgo del cuarto de baño sin decir una palabra. Voy a ponérmelo, pero únicamente porque ya estoy bastante alterada. No sólo me han sacado a la fuerza del paraíso, sino que, como imaginaba, también he bajado del séptimo cielo de Santana.
Londres no le hace ningún bien a nuestra relación.
Mejor dicho: Santana en Londres no le hace ningún bien a nuestra relación.
Hago todo lo posible por demostrarle la gran inconveniencia que me está causando, pero le da igual. Permanece de pie pacientemente y observa cómo me quito el vestido que llevo y lo sustituyo por el que ella quería. Dirijo la mano a la espalda, agarro la cremallera y me la subo, pero sólo hasta la mitad, porque el pequeño trozo de metal se me escurre de entre los dedos. Lo recupero rápidamente pero vuelve a pasar. Cierro los ojos. Detesto tener que pedirle ayuda a esa tonta engreída.
—¿Te importaría subírmela?
—Claro que no—canturrea, y al instante está pegada a mi espalda, con la boca en mi oreja—Es un gran placer—murmura, lo que provoca que una tremenda oleada de chispas traicioneras recorra mi cuerpo.
Me recoge el pelo, hace que me vuelva y tira de la cremallera hacia arriba.
—Oh.
—¿Qué pasa? ¿Está rota?
Me entran ganas de reírme. No porque se haya roto el vestido, porque me encanta, sino porque sé que no va a mandarme al trabajo con la espalda al descubierto.
—Eh...—vuelve a intentarlo—No, Britt-Britt. Creo que es que ya no te cabe.
Dejo escapar un grito ahogado totalmente horrorizada y me vuelvo para mirarme la espalda en el espejo. Hay varios centímetros de piel sin cubrir, y la tela no es elástica.
Me hundo por dentro y por fuera.
Ya han empezado.
Todos los efectos del embarazo van a acelerarse porque llevo dos cacahuetes, no sólo uno. Me niego a llorar, aunque no será por falta de ganas. Tengo que asimilar esto. Tengo que sentir tanto entusiasmo como siente Santana. Aunque para ella es fácil, va a seguir teniendo el mismo aspecto divino de siempre cuando todo esto termine, mientras que mi cuerpo probablemente acabará devastado.
Me vuelvo para mirarla y me encuentro con una expresión aprensiva y el morro torcido. Cree que voy a desmoronarme.
—¿Puedo ponerme el otro vestido, entonces?—me limito a preguntar.
Se relaja visiblemente e incluso me lo alcanza ella misma. Me ayuda a quitarme el ahora descartado y me ayuda a ponerme el recién autorizado.
—Preciosa—dice—Tengo que irme. Sue está abajo y te ha preparado el desayuno. Cómetelo, por favor.
—Lo haré.
No puede ocultar la sorpresa ante mi estado de sumisión.
—Gracias.
—No tienes que darme las gracias porque coma—mascullo.
Cojo mi bolso y salgo del dormitorio.
—Siento que tengo que darte las gracias por todo lo que haces sin protestar.
Me sigue por la escalera.
—Si todavía me hicieras el amor para hacerme entrar en razón, protestaría—llego al piso de abajo.
—¿Estás enfadada porque no he cubierto tus necesidades esta mañana?—pregunta con tono divertido.
—Sí.
—Me lo imaginaba.
Me coge de la mano y me da una vuelta hasta que mi cuerpo colisiona con fuerza contra el suyo. Después me devora la boca como si fuera el fin del mundo. Me toma con determinación y con vehemencia, y no la detengo. Esto no va a compensar el sexo que no hemos tenido esta mañana, pero podría saciar mi sed hasta más tarde.
—Que tengas un buen día, Britt—me hace girar de nuevo, me propina una palmada en el culo y me guía hasta la entrada de la cocina—Asegúrate de que mi esposa desayune, Sue.
—Lo haré, muchacha—dice ella al tiempo que agita un batidor de varillas por encima de la cabeza, pero no se vuelve.
—Te veo luego. Y no olvides hablar con Will.
Se marcha sin esperar que le confirme que voy a hacerlo. Sé que ya no puedo postergarlo más.
—¡Britt, tienes muy buen aspecto esta mañana!—canturrea Sue desde la cocina—¡Estás radiante y fresca!
—Gracias—sonrío ante su amabilidad, pero me pregunto si sólo estará intentando hacer que me sienta mejor—¿Me puedes poner el sándwich para llevar? Voy a llegar tarde.
—Claro—empieza a envolverlo en film transparente—¿Lo han pasado bien?
Mi sonrisa se intensifica mientras me acerco para recoger mi desayuno.
—Ha sido maravilloso—respondo, porque es verdad, a pesar del horrible final.
—Me alegro mucho. Las dos necesitabais un descanso. Y dime, ¿funcionan las galletas?
—Sí.
—Sabía que lo harían. ¡Y mellizos!—me mete el sándwich en el bolso y me da unas palmaditas en las mejillas—¿Eres consciente de la suerte que tienes?
—Sí—respondo con total sinceridad—Tengo que irme ya.
—Claro, claro, vete, querida. Yo voy a poner la lavadora.
Dejo a Sue separando la ropa blanca de la de color y me meto en el ascensor después de haber pulsado el nuevo código. A los pocos segundos me encuentro en el vestíbulo del Lusso, donde Ryder está organizando el correo.
—Buenos días—lo saludo mientras paso corriendo por delante del mostrador.
—¡Señora López-Pierce! ¡Ha vuelto!—se acerca a mí mientras me dirijo al luminoso exterior—¿Qué tal lo han pasado?
—Ryder, no hace falta que me llames señora López-Pierce. Llámame simplemente Brittany. Lo hemos pasado genial, gracias—me coloco las gafas de sol y saco las llaves del bolso—¿Y tú qué tal? ¿Te gusta tu nuevo trabajo?
—Me gusta más ahora que ha vuelto usted.
Me detengo de golpe.
—¿Disculpa?
Se pone como un tomate y empieza a juguetear con los sobres que tiene en la mano.
—Eso ha estado fuera de lugar. Disculpe. Es sólo que..., bueno, ¿sabía que usted y su esposa son las únicas mujeres en todo el edificio?
—¿En serio?
—Sí. Y todos estos ricos hombres de negocios nunca dicen nada. Sólo me gruñen o me dan órdenes por teléfono. Usted es la única que se para a hablar. Y se lo agradezco, eso es todo.
—Ah, está bien—sonrío al ver lo incómodo que está—Y, ¿Qué pasa con mi esposa?
Se pone aún más colorado.
—Ella es muy guapa, pero es un poco seria y… vale, no sé cómo salir de ésta—suelta una risa nerviosa—Simplemente es agradable ver una cara alegre por aquí.
—Gracias—sonrío y sus ojos marrones—Tengo que irme.
—Claro. Hasta luego.
Se aparta y da media vuelta para regresar tras su mostrador.
Tengo que mover el culo. Es mi primer día tras las vacaciones y voy a llegar tarde. Y hoy necesito tener a Will de buen humor. Ni siquiera me detengo cuando salgo del Lusso y me encuentro a Finn esperándome. Él tampoco se encoge de hombros a modo de disculpa como suele hacer. La verdad es que me lo imaginaba.
—¿Qué tal, Finn?
Me alegro de volver a verlo. He echado de menos al amistoso grandulón.
—Bien, rubia—gruñe, y me sigue hasta el asiento del acompañante. Me meto en el coche y me pongo el cinturón mientras veo cómo Finn se sienta a mi lado con el ceño fruncido—¿No vas a montar ningún escándalo hoy?—pregunta intentando contener la risa.
—Creo que estaría firmando mi propia sentencia de muerte si lo hiciera—respondo secamente.
El grandulón se echa a reír, agitando su enorme cuerpo en el asiento, y arranca el motor del Range Rover.
—Me alegro. Tenía instrucciones estrictas de tratarte con sumo cuidado si te resistías—me mira a través de las negras lentes de sus enormes gafas—No quería tener que recurrir a eso, rubia.
Le sonrío.
—¿Así que ahora te han nombrado mi guardaespaldas?
Sé que si Santana tuviera que confiarme a alguien que no fuera ella, ése sería Finn. Estoy de broma, claro, pero no creo que a Finn le haga ninguna gracia tener que llevarme al trabajo todos los días.
—Si así está contenta la muy cabrona, haré lo que haga falta—salimos del aparcamiento—¿Están bien tú y los pequeños?—pregunta con la vista fija en la carretera.
—Sí, pero ahora San se estresa por partida triple—gruño.
—El muy chalada—se echa a reír mostrando sus dientes—¿Tú cómo te encuentras?
—¿Te refieres al embarazo o al accidente?—digo mirándolo para evaluar su reacción.
Quiero saber si ha habido alguna novedad estos días que hemos estado fuera.
—A las dos cosas, rubia—se limita a responder.
—Bien, por las dos partes, gracias. ¿Se sabe algo del coche de San?
Voy directa al grano. Me siento lo bastante cómoda con Finn como para preguntarle lo que quiero saber.
—Nada de lo que tengas que preocuparte—responde fríamente.
Puede que yo me sienta lo bastante cómoda como para tener la libertad de preguntarle, pero tengo que recordar que Finn también se siente cómodo como para tener la libertad de no contestarme.
No voy a sacarle nada.
—¿Qué tal el Paraíso?—pregunta cambiando de tema radicalmente.
—Bueno un paraíso—respondo—Hasta que nos topamos con los padres de San.
No estoy segura de si debería divulgar esto, pero ahora ya está dicho, y a juzgar por la expresión que se acaba de dibujar en el rostro del gigante, la noticia lo ha sorprendido. Asiento para confirmar que me ha oído bien, y su frente brillante empieza a arrugarse por encima de sus gafas de sol.
—La boda de Bree tuvo que posponerse porque al papá de San le dio un ataque al corazón—prosigo.
Finn debe de estar al tanto de lo de la boda, de que le enviaron una invitación y de que los padres de mi esposa viven cerca del Paraíso. Lleva toda la vida a su lado, según Santana.
—¿A Alfonso le ha dado un infarto?—pregunta, sorprendido—¿Y qué pasó?
—¿Cómo que qué pasó?
—Sí, ¿hablaron? ¿Cómo estaba Santana?
Finn se muestra realmente curioso, lo cual está despertando mi propia curiosidad.
Se lo suelto todo.
—San básicamente anunció en el restaurante donde estábamos cenando, delante de todo el mundo, que estamos casadas y que esperamos mellizos—hago una pausa para aguardar a que Finn consiga controlar sus carcajadas—Una mujer no paraba de mirarme, y cuando le pregunté a San si la conocía, se puso rarísima y me sacó en brazos de ahí. Esa mujer era su mamá y vino hasta el aparcamiento y empezó a decir cosas sobre los mellizos, ya sabes, porque San tenía un hermano.
Finn asiente pensativamente con la cabeza.
¿Qué estará sacando en conclusión de todo esto?
—¿Y eso fue todo?
—Sí. Me la llevé lejos de ella. Estaba muy afectada.
—Y después, ¿no bebió?
—No—suspiro—Pero tengo la impresión de que lo habría hecho si yo no hubiera estado ahí—sigo viendo su rostro, el rostro que solía dar paso a las borracheras y los latigazos—¿Tú los conoces?
—No mucho. No suelo hacer preguntas.
Asiento para mis adentros. Sé que Finn lleva toda la vida a su lado, y que era el mejor amigo de Alejandro, así que tiene que saber más de lo que admite.
—¿Cómo está Holly?
Se revuelve en su asiento y gira su rostro amenazador hacia mí.
—Mejor de lo que estaba.
Me hundo en mi sitio. No tengo nada que decir a eso, así que cierro la boca. Saco el sándwich y dejo que Finn conduzca el resto del camino en silencio. Suspiro en voz alta cuando se detiene junto al bordillo.
—¿Qué pasa, rubia?
Cojo mi bolso y me apresuro a salir del coche para no intentar convencer a Finn de que me lleve a La Mansión.
—Ha llegado la hora de poner al tanto a mi jefe sobre cierto cliente irlandés.
—Vaya—dice lentamente—Buena suerte.
Estoy a punto de sacarle la lengua al muy sarcástico.
¿«Buena suerte»?
—Muchas gracias, Finn—respondo con el mismo tono.
Cierro la puerta de golpe y oigo cómo el sonido de su risa grave de barítono se atenúa cuando la puerta se interpone entre nosotros.
Respiro profundamente para ganar confianza y entro en la oficina. Nunca he tenido miedo de ir a trabajar, pero ahora sí. El chillido de Kurt es lo primero que oigo:
—¡Ay, Dios mío! ¡Britt!
Y después a Mercedes:
—¡Vaya! ¡Tienes un bronceado real!
Entonces veo a Tina, alegre de nuevo.
—Britt, tienes buen aspecto.
Después me acerco a mi mesa y me quedo de piedra.
Globos... por todas partes. Con bebés dibujados. Incluso hay un paquete de pañales sobre la mesa y una guía sobre cómo ser mamá. Pero lo peor de todo, y tengo que cogerlos y levantarlos para comprobar que mis ojos no me engañan, son un par de vaqueros gigantes de preñada que hay dispuestos sobre mi silla, o, mejor dicho, cubriendo la silla por completo.
Por si mi mañana no hubiera sido lo bastante deprimente después de comprobar que el vestido no me cabía y de que Santana no me hubiera despertado, ahora tienen que recordarme que voy a ponerme como una ballena.
Se lo ha contado a todo el mundo.
La voy a matar.
—¡Lo sabía!—Kurt se sienta corriendo en mi mesa—Sabía que estabas embarazada. Pero ¿mellizos? ¡Madre mía, qué emocionante! ¿Le pondrás a alguno mi nombre?
Dejo a un lado la ropa de embarazada y me dejo caer en la silla. No llevo aquí ni dos minutos y ya no puedo más. El doble de bebés significa el doble de emoción, el doble de peso acumulado y el doble de ansiedad.
—No, Kurt.
Lanza un grito ahogado de decepción.
—¿Qué tiene de malo Kurt?
—Nada—me encojo de hombros—Pero no pienso llamar así a ninguno de mis hijos.
Resopla disgustado y se marcha con fuertes pisadas sin darme la enhorabuena siquiera.
—Enhorabuena, Britt—Tina se agacha y me da un abrazo. Sabía que podía contar con ella—¿Café?
—Por favor. Con tres de azúcar—le devuelvo el abrazo y me encuentro con sus tremendas tetas en la cara desde mi posición sentada—¿Qué tal todo?
—De maravilla—contesta, y se aleja danzando hacia la cocina.
Al momento llego a la conclusión de que su vida amorosa vuelve a ir estupendamente.
—¿Y Will?—pregunto a nadie en concreto, porque no hay nadie rondando mi mesa infestada de artículos de bebés.
Kurt está enfurruñado al otro lado de la oficina, ignorándome descaradamente, y Mercedes está en Babia, mirándome.
—¿Hola?—sacudo la mano delante de ella.
—¡Ay, perdona! Me estaba preguntando cómo se llamará ese tipo de bronceado.
—¿Qué?
—Tu bronceado. Yo creo que es bronce intenso—anota algo en un papel y sé que ha escrito «bronce intenso»—Así que vas a ser mamá, ¿eh?
Me pongo a la defensiva al instante.
—Sí.
Mi respuesta breve y mordaz hace que levante la cabeza del papel. Se recoge los largos rizos negros, los deja caer por detrás del hombro y me sonríe. Si es una sonrisa falsa, lo disimula muy bien.
—Enhorabuena, Brittany.
—Gracias—sonrío falsamente, y a mí sí que se me nota—Y gracias por todo esto—añado señalando los globos que se elevan sobre mi cabeza.
—Ah, eso fue cosa de Kurt—vuelve a centrarse en su ordenador.
—¡Gracias, Kurt!—le lanzo un lápiz y le doy en un lado de la cabeza. Le mueve ligeramente las gafas y protesta, indignado—¡Lo siento!—aprieto los labios para no reírme.
—¡Esto es mobbing!—chilla, y ya no consigo aguantarlo más.
Empiezo a descojonarme en la silla. Tina me deja el café delante con cara extrañada, se vuelve para ver de qué me río y empieza a reírse también ella.
—¿Dónde está Will, Tina?—pregunto al no obtener respuesta por parte de Mercedes.
—Llegará a mediodía—responde—No ha venido mucho últimamente.
—¿No?
Sacude la cabeza pero no me dice nada más y vuelve a ocuparse de la pila de facturas que tiene en su archivo.
—Britt—empieza Kurt, colocándose bien sus gafas a la moda—.Tienes que llamar a Dani. No ha parado de llamar preguntando por ti.
Mi risa se apaga rápidamente. Me había olvidado de mi admiradora.
—¿Qué dijo?—pregunto como si tal cosa mientras busco mi móvil en el bolso.
Entonces me doy cuenta de que todavía no lo he encendido. Lleva desconectado desde el jueves por la mañana, cuando Santana me lo requisó.
—No mucho—se coloca su corbata aguamarina—Todos los proyectos van bien. Acudí a tu cita con ella el jueves, pero no le hizo mucha gracia verme a mí.
Me hundo en la silla con un mohín cuando veo que mi teléfono cobra vida en mi mano y empieza a alertarme de decenas de llamadas perdidas, mensajes de texto y correos electrónicos.
Establezco prioridades y respondo al mensaje de bienvenida a casa de Rachel y al mensaje de mi mamá pidiéndome que la llamara cuando hubiéramos llegado, y después cuento las llamadas perdidas de Dani. Son once. No obstante, a pesar del bombardeo de llamadas de mi clienta lesbiana, son las dos llamadas perdidas de Rory las que hacen que mi corazón empiece a acelerarse. No puedo seguir posponiendo esto y, por primera vez, me siento y me esfuerzo en pensar quién podría haberme drogado y haber intentado sacarme de la carretera. Y luego está lo de las flores marchitas. Eran de una mujer, no lo dudo ni por un momento, lo que me lleva a la misma conclusión: Rory no pudo ser. Es un hombre de negocios, y bastante respetado.
Pero ¿qué hay de lo que grabaron las cámaras de seguridad del bar?
Tal vez los incidentes no estén conectados. Yo apuesto a que fue Sugar, o tal vez Holly. Aunque las flores llegaron después de que Holly se disculpara. Y lo del coche también fue después.
¿Acaso sigue con sus jueguecitos?
Dejo el móvil en la mesa. Me duele el cerebro. Jugueteo con el teléfono mientras pienso en mi siguiente movimiento. No me lleva mucho. Cojo el móvil de nuevo y llamo a Rory. Creo que ni siquiera llega a sonar el tono cuando oigo su voz suave con un ligero acento respondiendo al otro lado de la línea:
—Brittany, me alegra tener noticias tuyas.
—No lo dudo—respondo secamente—¿Has arreglado ya lo de tu divorcio?
Voy directa a la yugular y, a juzgar por el silencio que sigue a mi pregunta, mi estrategia ha funcionado.
—Sí—responde con cautela.
—Qué bien. ¿Qué puedo hacer por ti, Rory?
Estoy sorprendida de mi propia seguridad. Podría estar tratando con un auténtico pirado, y le estoy hablando sin ningún respeto, ni como cliente ni como pirado en potencia.
Ríe ligeramente.
—Ya va siendo hora de que nos veamos, ¿no te parece?
—No, no me lo parece—respondo bruscamente—Me temo que nuestra relación laboral ha terminado, señor Flanagan.
—¿Y eso por qué?
Su pregunta me coge por sorpresa, pero pronto reacciono.
—Dijiste que era muy interesante que llevara alrededor de un mes saliendo con Santana.
No pienso amilanarme.
—Sí, pero ahora estás casada y esperas mellizos de ella. Estoy desolado, Brittany.
Esta vez no me recompongo tan de prisa.
¿Cómo lo sabe?
Ni siquiera sé si habla en serio o si está siendo sarcástico. Estoy confusa.
—Señor Flanagan...
Me aseguro de mantener la voz baja, oteando la oficina constantemente. Éste no es el momento ni el lugar, pero ahora que he empezado no pienso terminar esta conversación hasta que le haya dicho lo que le tengo que decir.
Me levanto, aparto los globos de un manotazo, me dirijo a la sala de conferencias y cierro la puerta al entrar.
—¿Todo esto es por lo de Santana y tu esposa?—oigo que su respiración se detiene, lo que no hace sino aumentar mi confianza—Porque ya estoy al tanto, de modo que estás perdiendo el tiempo.
—Vaya, ¿la señora López te lo ha confesado?
—Tu ex mujer se presentó en casa de Santana, Rory. Siento mucho lo que sucedió, pero no sé qué pretendes conseguir con esto.
No lo siento en absoluto, pero tal vez, sólo tal vez, pueda hacerlo entrar en razón.
Se echa a reír y se me ponen los pelos de punta.
—Brittany, mi ex mujer me importa un carajo. Es una zorra a la que sólo le interesa el dinero. Únicamente me preocupo por tu bienestar. Santana López no te conviene.
Me estremezco al oír con qué dureza se refiere a su mujer y me apoyo en el borde de la mesa de conferencias.
—¿Y tú sí?—balbuceo, y me reprendo mentalmente al instante por mostrar vacilación.
¿Se preocupa por mi bienestar?
—Sí, yo sí—responde con franqueza—Yo no me dedicaré a entretener a otras mujeres a tus espaldas, Brittany.
Casi se me cae el teléfono al suelo.
¿También sabe eso?
—Sea como sea—digo intentando desesperadamente recuperar mi tono firme—, creo que han pasado demasiadas cosas entre nosotros como para que podamos seguir trabajando juntos.
—¿Han pasado demasiadas cosas?—pregunta—¿Y sabes lo que hizo cuando te dejó?
—Sí—mascullo, preguntándome cómo coño lo sabe él. No se lo he contado a nadie—Mi relación con Santana no te incumbe, Rory. Sé lo que hizo—me mata decirlo—Hablaré con Will y me retiraré del proyecto de la Torre Vida. Puedes quedarte con mis diseños para que otra persona los lleve a cabo.
Cuelgo sin darle tiempo a replicar y suspiro aliviada. No sé por qué siento como si me hubiera quitado un peso de encima. Todavía tengo que decírselo a Will, y escuchar a Rory durante los últimos minutos no ha hecho sino generarme más preguntas.
No sé si pondría la mano en el fuego por él, pero no creo que fuera capaz de llegar al extremo de drogarme para violarme ni de intentar sacarme de la carretera; no si lo que quiere es apartarme de Santana para que esté con él.
¿De qué iba a servirle muerta?
Me río en voz alta al pensar en ello. Alguien ha intentado matarme. Qué locura.
Mi teléfono empieza a vibrar. Miro la pantalla y ésta me indica que mi día sólo acaba de empezar. Sin embargo, lidiar con Danielle Ruth en estos momentos ya no se me hace tan cuesta arriba.
—Hola, Dani.
—¡Brittany!—parece sorprendida—No me dijiste que ibas a estar fuera.
—Fue algo improvisado en el último minuto, Dani. ¿Va todo bien?
—Sí, estupendamente, es sólo que he cambiado de idea con respecto a los armarios de la cocina. ¿Podemos quedar para hablarlo?
—Claro—reprimo un suspiro—Pero tengo un montón de papeleo entre manos, ¿podemos quedar mañana?
—¿A las doce?—propone.
Me sorprende gratamente que no exija que sea hoy.
—Estupendo, te veo entonces, Dani.
Cuelgo y hago todo lo posible por no poner mala cara. Me cuesta menos de lo que pensaba. Lo cierto es que mis dos últimas conversaciones no me han afectado lo más mínimo.
Me siento fuerte.
Me estoy enfrentando a mis problemas en lugar de dejar que me consuman. Regreso a mi escritorio y me paso el resto del martes quitándome papeleo de encima.
Las seis en punto llegan bastante rápido, y soy la última en irme de la oficina. Will no ha venido al trabajo como tenía previsto, aunque ha llamado para asegurarme que vendrá mañana. Hablaré con él entonces, pero estoy decepcionada. Siento la necesidad de deshacerme de esta carga mental a la mayor brevedad posible.
Me meto directamente en el gran Range Rover negro sin resoplar, vacilar ni protestar.
—Hola, Finn.
—Rubia—se funde con el tráfico—¿Qué tal el día?
—Constructivo. ¿Y el tuyo?
—Magnífico—dice con su característica voz ronca.
Tengo la sensación de que está siendo algo cínico.
—¿Adónde vamos?
Me dejo caer sobre mi asiento y espero que me responda que al Lusso, aunque no las tengo todas conmigo. Santana me habría recogido ella misma si fuéramos a ir a casa.
—A La Mansión, rubia. ¿Cómo ha ido con tu jefe?
Desvía la mirada cubierta por las gafas de sol en mi dirección con un aire de curiosidad.
—No ha ido. Hoy no ha venido.
—La chalada de tu esposa se va a poner contenta—replica echándose a reír.
Sonrío con pesar. Sé que no le hará ninguna gracia, pero no puedo hablar con Will si no está presente. Yo no tengo la culpa de que no haya venido. Al menos podré decirle que he hablado con Rory. Así verá que tenía intención de hacerlo, porque es verdad.
Salgo del coche corriendo en cuanto Finn detiene el motor. Subo los escalones a toda prisa y me abro paso a través de las puertas.
—¡Ha dicho que la esperes en el bar, rubia!—me grita el grandulón, pero finjo no oírlo.
No voy a esperarla en el bar. Después de tenerla sólo para mí estos tres días, mi primer día de regreso al trabajo se me ha hecho eterno.
Subo la escalera corriendo, me dirijo a la parte trasera de La Mansión y atravieso el salón de verano antes de que Finn pueda atraparme. Algunos de los socios están aquí reunidos como de costumbre, pero no me detengo para evaluar sus reacciones ante mi presencia.
Entro a toda velocidad en el despacho de Santana, sin llamar y sin pararme a pensar que tal vez esté en medio de una reunión de negocios. Me he llevado unas cuantas sorpresas cuando he hecho esto antes.
Y esta vez no es diferente.
********************************************************************************************************
Capitulo 28
Resumen:
Aquí Britt se da cuenta que es Sam quien esta hablando con San. Bueno Sam fue a pedirle perdón a san pro su comportamiento, le dice a Britt que se va a Australia y se va, pero cuando sale por la puerta Britt se da cuenta de que San tiene un papel con los datos de Sam y le pregunta a San, xq tiene los datos de su hermano y San la despista, pero Britt se da cuenta que San le quiere dar dinero, pero no sabe xq y sale a buscar a Sam antes de que se vaya y le responda.
Sam se da cuenta que eso no parece un hotel y justo ve bajando del segundo piso a Rach y Quinn y ahí se da cuenta que es una masión del sexo y le recrimina a Rach que es una cualquiera y Rach se va al baño y Quinn la acompaña, no si antes casi matar a Sam, pero no alcanza xq Rach se va.
San se lleva a Sam al despacho para conversar, mientras Britt se va con Rach, ai se encuentra con Quinn y Quinn le dice que ella siempre supo todo entre la relación de Rach y Sam y que algo puedo pasar en al boda y después de ella, pero no quiso decir nada, pero ahora si y que queda en el bar esperando a que vuelva Rach y Britt se va a buscarla y la consuela, ai ellas conversar de los sentimientos de Rach por Quinn y se da cuenta que quiere a Quinn y que Quinn también la puede querer a ella. Rach se va a buscar a Quinn para conversar de su relación y lo que paso con Sam.
Britt, se va al despacho de San y Sam se entera de todo sobre la mansión, pero San ya tenia solucionado las cosas y el ofrece ahora el dinero (que se lo iba aprestar) que se lo prestara pero tiene que tener la boca cerrada, pero San también le termina contando a Britt xq Sam necesita el dinero, el cual es que Sam se metió en problemas con gente mala en Australia y debe dinero, la cosa se soluciona y Sam se va con el dinero y manteniendo el secreto y pidiéndole perdón a Britt.
Después de eso San y Britt se van a su departamento.
Sam se da cuenta que eso no parece un hotel y justo ve bajando del segundo piso a Rach y Quinn y ahí se da cuenta que es una masión del sexo y le recrimina a Rach que es una cualquiera y Rach se va al baño y Quinn la acompaña, no si antes casi matar a Sam, pero no alcanza xq Rach se va.
San se lleva a Sam al despacho para conversar, mientras Britt se va con Rach, ai se encuentra con Quinn y Quinn le dice que ella siempre supo todo entre la relación de Rach y Sam y que algo puedo pasar en al boda y después de ella, pero no quiso decir nada, pero ahora si y que queda en el bar esperando a que vuelva Rach y Britt se va a buscarla y la consuela, ai ellas conversar de los sentimientos de Rach por Quinn y se da cuenta que quiere a Quinn y que Quinn también la puede querer a ella. Rach se va a buscar a Quinn para conversar de su relación y lo que paso con Sam.
Britt, se va al despacho de San y Sam se entera de todo sobre la mansión, pero San ya tenia solucionado las cosas y el ofrece ahora el dinero (que se lo iba aprestar) que se lo prestara pero tiene que tener la boca cerrada, pero San también le termina contando a Britt xq Sam necesita el dinero, el cual es que Sam se metió en problemas con gente mala en Australia y debe dinero, la cosa se soluciona y Sam se va con el dinero y manteniendo el secreto y pidiéndole perdón a Britt.
Después de eso San y Britt se van a su departamento.
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Hola, para las personas que estan leyendo esta historia, se daran cuenta que falta el Cap 28, xq nose, una lectora lo hizo notar y tuve que hacer el resumen, ya que no tenia el libro en mi poder para poder adaptar el capitulo, por eso lo tuve que subir así.
Eso, y de vrdd perdón por la "perdida" del capitulo, de vrdd nose que le paso =/ Saludos =D
Eso, y de vrdd perdón por la "perdida" del capitulo, de vrdd nose que le paso =/ Saludos =D
Última edición por 23l1 el Jue Jul 16, 2015 2:45 am, editado 1 vez
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