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FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo - Página 16 Primer15
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Mensaje por 3:) Jue Jun 11, 2015 8:42 pm

holap morra,...

huuuuuuuuuuuuuuuuuuu,... empresa a resurgir gente muerta jajaja
ahora san se va aponer mas border por lo del embarazo!!!!

nos vemos!!!!

PD; por ahí si todo sale bien final de mes me ves por chile jajajja
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por 23l1 Jue Jun 11, 2015 9:13 pm

monica.santander escribió:quien sera????
Saludos


Hola, mmmm buena pregunta =/ Saludos =D


micky morales escribió:quien va a ser el imbecil del tal rory!!!!!!


Hola, toda la razón quien mas¿? ¬¬ Saludos =D


3:) escribió:holap morra,...

huuuuuuuuuuuuuuuuuuu,... empresa a resurgir gente muerta jajaja
ahora san se va aponer mas border por lo del embarazo!!!!

nos vemos!!!!

PD; por ahí si todo sale bien  final de mes me ves por chile jajajja


Hola lu, jajaajajajajaja XD jajjjajaajja. Tu crees, con lo razonable y sensata que es san XD jajajaja. Saludos =D

Pd: no, vrdd¿? jajajaaja bn x aquí te esperamos! =D

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Finalizado FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 15

Mensaje por 23l1 Jue Jun 11, 2015 9:15 pm

Capitulo 15

Se me para el corazón y de repente me viene un nombre a la cabeza.

Sugar.

Debería preocuparme, pero no es así. La nota hace que me ponga posesiva. La imagen del famoso atributo de Santana cruza como un rayo por mi cabeza. Dejo caer todo lo que llevo, cojo la perniciosa nota y la hago pedazos lentamente.

¿Quién coño se cree que es?

Un polvo, eso es lo que fue. Nada más que un polvo de conveniencia.

¿Habrá vuelto a contactar con Santana?

¿Debería preguntárselo y despertar su curiosidad?

Porque no quiero contarle nada de esto. No quiero que se ponga nerviosa. Puedo encargarme de las amenazas vacías.

¿Qué me aleje de ella o qué?

Tiro las flores muertas y la tarjeta a la papelera más cercana y sigo andando hacia el parking. De repente siento la abrumadora necesidad de estar con Santana. Me detengo en seco al ver que mi Mini no está donde lo he aparcado esta mañana.

No hay coche.

Miro el pilar en el que está pintado el número de planta. No me he equivocado de sitio.

¿Dónde coño está mi coche?

—Todo bien, rubia—la voz grave de Finn hace que gire en redondo. Está asomado a la ventanilla de su Range Rover—Sube.

—Me han robado el coche.

Señalo con el brazo la plaza vacía y me vuelvo para comprobar que no son alucinaciones mías.

—No te lo han robado, rubia. Sube.

—¿Qué?—miro al grandulón, atónita—¿Y dónde está?

Con la cara seria que siempre tiene, hay que ver lo avergonzado que parece.

—La latina loca de tu esposa ha hecho que se lo llevaran.

Señala el asiento del acompañante con un gesto de la cabeza.

—¿Me tomas el pelo?

Me echo a reír. Las cejas aparecen por encima de sus gafas de sol.

—¿Tú qué crees?—pregunta, muy serio.

Respiro hondo para calmarme y subo al coche de Finn.

Sí, me necesita.

¡Me necesita para que la vuelva loca!

—La voy a estrangular—musito abrochándome el cinturón de seguridad.

—No seas muy dura con ella, rubia.

Finn empieza a tamborilear en el volante en cuanto salimos del parking, de vuelta a la luz del día.

—Finn, me caes bien, de verdad, pero a menos que me des una razón aceptable para las neuras de mi esposa, haré como que no me has pedido que no sea demasiado dura con ella.

Se echa a reír con ganas, de esas risas que hacen que se sacuda la barriga. Se le retrae el cuello y aparece la papada que mantiene escondida.

—Tú también me caes bien, rubia—dice entre carcajadas, y se lleva las manos debajo de las gafas para secarse los ojos.

Nunca había visto a esa enorme bestia parda tan animada. Me hace sonreír. Dejo de pensar en esposas difíciles y notas de amenaza hechas pedazos, pero vuelve a ponerse serio demasiado pronto y me quedo riéndome sola mientras él me mira desde detrás de las gafas de sol. Su repentino cambio de expresión corta de un tajo mi risa histérica.

—Es posible que la cosa vaya a peor. Creo que hay que darte la enhorabuena.

Baja la vista. Mira mi vientre antes de volver a poner los ojos en la carretera.

—¿Te lo ha contado?—pregunto sin poder creérmelo.

No quiero que nadie lo sepa. Es demasiado pronto.

—Rubia, no ha hecho falta.

—¿No?

¿Sabrá Finn lo mucho que desea Santana tener un bebé?

—No. Cuando la he visto navegando por la sección de bebés de Harrods, ha saltado la liebre. Y lo sonriente que está la latina loca todo el día.

Me hundo en el asiento. Imagino que tiene a Zoe reuniendo toda clase de objetos de lujo para bebé. También me imagino la cara de la dependienta cuando reciba la lista de la compra... Si hace sólo unas pocas semanas que me ayudó a encontrar un vestido despampanante para la cena de aniversario de La Mansión. Un par de semanas después me ayudó con el vestido de novia, y ahora está buscando la mantilla para el bautizo de nuestro bebé.

¿Qué pensará de nosotras?

Que nos hemos casado de penalti y a toda prisa porque me ha dejado preñada. Eso mismo pensará todo el mundo, incluso mis padres y Sam.

¿Cuánto podré esperar antes de contárselo?

Finn aparca en La Mansión y no tardo ni un minuto en saltar de su Range Rover y subir los escalones de la entrada.

—Está en su despacho.

—Gracias, Finn.

Uso mi llave y voy atravesando puertas, directa a la parte de atrás. Paso por el salón de verano y sonrío para mis adentros cuando se hace el silencio. Miro de reojo al grupo de mujeres; tienen una copa en la mano y cara de amargadas.

—Buenas noches—les sonrío, y me responden entre dientes.

Todavía sonrío más al pensar en la cara que se les va a quedar cuando se enteren de que estoy embarazada.

Soy una engreída.

Al acercarme al despacho de Santana, la puerta se abre y sale un hombre. Parece tenso y aliviado a la vez. Es Steve. Lo veo distinto, va vestido y no lleva un látigo en la mano. Me paro en seco, sorprendida, sobre todo porque sigue de una pieza.

Ahora no da la impresión de ser tan valiente.

—Hola—tartamudeo, algo avergonzada—Soy Brittany.

Me quedo mirándolo, y sé que es de mala educación, pero no sé qué decir. No tiene cardenales ni los ojos morados; no cojea y no parece que le hayan dado a elegir entre entierro o incineración.

—¿Cómo estás?—pregunto cuando mi cerebro no me da una alternativa mejor.

—Bien—dice. Se mete las manos en los bolsillos y parece estar incómodo—¿Y tú?

—Muy bien—esto es muy raro. La última vez que lo vi, me había atado y me estaba azotando con un látigo, era arrogante y adulador, pero ahora mismo no hay ni rastro de ese hombre—¿Has venido a ver a Santana?

—Sí—se ríe—Lo he estado posponiendo. Quería disculparme.

—Ah—digo.

Mi cerebro se niega a cooperar. Parece que lo dice de corazón, pero si yo fuera la persona que Santana quisiera matar, me arrastraría y pediría clemencia. No cabe duda de que eso es lo que ha hecho, de lo contrario no estaríamos hablando. Puede que hayan pasado varias semanas, pero sé que mi mujer tenía la espinita clavada.

—También me gustaría pedirte disculpas a ti—empieza a tartamudear—Lo... siii... sieeen... to.

Niego con la cabeza. Ahora soy yo la que se siente avergonzada. Yo le pedí que me azotara. Soy yo la que debería sentir remordimientos por haberlo puesto en el ojo del huracán.

—Steve, no debería habértelo pedido. Estuvo mal por mi parte.

—No—sonríe, esta vez con dulzura—Hace tiempo que camino por una línea muy fina. Me he dejado llevar, he perdido el respeto por las mujeres que confiaban en mí. En realidad, me has hecho un favor, aunque desearía no haberte hecho daño.

Yo también le sonrío.

—Acepto tus disculpas si tú aceptas las mías.

Saca las llaves del coche y echa a andar.

—Disculpas aceptadas. Nos vemos.

—Nos vemos.

Abro la puerta del despacho de Santana y la encuentro de rodillas en el suelo. De repente me vienen a la cabeza recuerdos muy dolorosos. No obstante, sigue llevando el traje puesto y hay montañas y montañas de papeles esparcidas por el suelo. Levanta la vista y se me encoge el corazón al ver una mirada de cansancio en su hermoso rostro. Está tan concentrada que la arruga en su frente se ve muy profunda.

—Hola.

Cierro la puerta y su mirada pasa del cansancio a la felicidad en un nanosegundo.

—Aquí está mi bella mujer—dice sentándose con las rodillas flexionadas y los pies apoyados en el suelo. Abre los brazos—Ven aquí. Te necesito.

Me acerco despacio.

—¿Me necesitas o lo que necesitas es que me ocupe de todos estos papeles?

Me pone morritos y agita los brazos, impaciente.

—Las dos cosas.

Me siento entre sus muslos y me echo atrás hasta que tengo la espalda apoyada en su pecho. Me rodea con los brazos y hunde la nariz en mi pelo. Inspira con fuerza.

—¿Cómo te encuentras?

—Mejor.

—Me alegro. Lo paso fatal cuando no estás bien.

—Bueno entonces no deberías haberme dejado embarazada a traición—respondo, cortante, y me gano un toque de rodilla en las costillas—He visto a Steve.

—Mmm—me muerde la oreja.

—¿Le has preguntado si prefería que lo enterraran o que lo incineraran?—sonrío al recibir otro toque de rodilla.

—En realidad le he ofrecido una rama de olivo. El sarcasmo no te pega, Britt-Britt.

Me ha dejado sin habla. Me habría apostado la vida a que el pobre hombre tenía los días contados.

—¿Qué te ha hecho ser tan razonable?

—Yo siempre soy razonable. Eres tú, mi bella mujer, la que no lo es.

No voy a discutir con ella. Tampoco me voy a reír ni a burlar, pero su comentario me ha recordado una cosa.

—¿Qué tiene de razonable encargar que me roben el coche? ¿Y cómo lo has hecho, si no tienes la llave?

—Con una grúa—contesta sin vergüenza y sin darme más explicaciones. Cojo unos papeles, cualquier cosa para contenerme y no empezar una discusión sobre lo imposible que es—¿Qué tal tu día?—me pregunta.

Intento disimular y no ponerme tensa, y me doy una patada en el culo por haber huido de entre sus brazos para que no lo note. Ahora que está tan relajada no quiero preocuparla con menudencias tales como las amenazas vacías de sus ex amantes despechadas.

—Productivo. ¿Nos ponemos con esto?

Gruñe pero me suelta.

—Bueno...

Pasamos una hora organizando un sinfín de papeles, recibos, contratos y facturas. Los he ordenado por fecha en varios montones y les he puesto una goma elástica para que no se pierda ninguno.

Santana se desploma en su silla y empieza a jugar con el ordenador. La observo mientras termino de colocarle la goma al último montón. Está moviendo el ratón. La arruga de la frente es una recta perfecta.

Siento curiosidad.

Me levanto a ver qué la tiene tan absorta, aunque sospecho que ya lo sé. Rodeo su mesa y me mira, luego apaga la pantalla a toda prisa.

—¿Cenamos?

Se pone de pie. La miro sin fiarme un pelo y enciendo la pantalla. Tal y como imaginaba: cosas de bebés por todas partes. Tiene abiertas varias pestañas y está consultando los catálogos de todas las marcas imaginables. Incluso hay una de pañales ecológicos. Me vuelvo con una ceja levantada pero no puedo enfadarme con ella, y menos aún cuando se encoge de hombros, avergonzada, y empieza a morderse el labio inferior.

—Sólo estaba investigando un poco, Britt—dice.

Agacha la cabeza y araña la moqueta con los zapatos.

Me derrito.

Quiero darle un abrazo.

Y eso hago.

La abrazo a ella y abrazo su entusiasmo... con ganas.

—Sé que estás muy emocionada, pero ¿podríamos esperar un poco más para contarlo?

—Quiero gritarlo a los cuatro vientos—protesta—Quiero contárselo a todo el mundo.

No parece la misma mujer.

¿Qué ha sido de la gilipollas arrogante y orgullosa a la que conocí en este mismo despacho?

—Ya lo sé, pero sólo estoy embarazada de unas pocas semanas. Trae mala suerte. Las mujeres solemos esperar hasta la primera ecografía, por lo menos.

—¿Cuándo será eso? La pago yo. Te la haremos mañana mismo.

Me echo a reír.

—Es demasiado pronto para una ecografía. Además, de eso se encarga el hospital.

Me mira como si tuviera dos cabezas.

—¡No vas a tener a mi bebé en un hospital de la seguridad social!

—Creo...

—No, Britt. No admito discusión y punto—dice con ese tono de voz, el que he aprendido a no desobedecer jamás—De ninguna manera.

Niega con la cabeza. Está claro que la idea la horroriza.

—¿Qué crees que van a hacer?

—No lo sé, pero no pienso averiguarlo.

Me coge de la mano y me conduce en dirección a la puerta de su despacho.

—Las dos pagamos impuestos. Es un privilegio tener un sistema nacional de salud. Deberías estar agradecida.

—Lo estoy, es maravilloso, pero no vamos a hacer uso de él. Punto.

—Neurótica—musito mirándola con una sonrisa.

Me la devuelve, aunque sé que intenta seguir seria.

—Más o menos—contesta—Me gusta ese vestido.

Su mirada vaga por el delantero de mi vestido de color nude entallado y con falda lápiz. A mí también me gusta.

—Gracias.

—Ven, quiero enseñarte algo.

Abre la puerta y me pone la mano en la cintura para llevarme.

—¿Qué es?—pregunto dejando que guíe mi cuerpo por el pasillo.

Me dan escalofríos cuando su boca me susurra al oído:

—Ahora verás.

Siento curiosidad y también... me ha dejado sin aliento. Le basta con susurrarme y con tocarme con una mano para que mentalmente le suplique que me haga suya.

Es posible que sea cosa del embarazo.

O puede que sea ella.

Es ella, seguro, pero las dos cosas juntas van a meterme en un buen lío sexual.

Pasamos junto a los socios de La Mansión en el salón de verano. Santana saluda con una inclinación de la cabeza y yo les sonrío con dulzura. Subimos la escalera y seguimos por el pasillo que lleva a la ampliación. Abre la puerta de la última sala, esa de la que salí corriendo, en la que me senté en el suelo para bocetar y en la que recibí una advertencia de Holly. No me gusta especialmente, pero cuando entro empiezo a ver el conjunto.

Trago saliva.

Ya no es un cascarón vacío de escayola y suelos de madera. Es un lugar palaciego, decorado con materiales suntuosos en negro y dorado. Camino lentamente observándolo todo, sumergiéndome en el increíble espacio. La enorme cama que dibujé ha cobrado vida y preside la habitación. Las sábanas son de satén dorado con calas negras de encaje bordadas. De las ventanas cuelgan pesadas cortinas de oro del mismo material, y el suelo es suave y mullido bajo mis tacones. Estoy sobre una gigantesca alfombra de pelo largo, tan gruesa que no me veo los pies. Recorro las paredes. Una de ellas está cubierta por el papel que yo misma escogí y las otras tres están pintadas de oro mate, a juego con las cortinas y la ropa de cama. Es casi una réplica exacta de mis dibujos. Me vuelvo para mirar a Santana.

—¿Lo has hecho tú?

Cierra la puerta.

—Le di tus dibujos a alguien y le dije que los hiciera realidad. ¿Se acerca?

—Mucho. ¿Cuándo?

—Eso da igual. Lo que importa es que te gusta.

Está intentando interpretar mi reacción, parece preocupada y algo nerviosa.

—Es perfecta.

Era obvio que estaba nerviosa, porque acaba de relajarse y parece otra.

—Es nuestra.

Abro unos ojos como platos.

—¿Nuestra?

¿Eso qué quiere decir?

¿Pretende que vivamos aquí?

No pienso vivir aquí.

Capta mi preocupación porque sonríe un poco.

—Nadie ha estado, ni estará, en esta habitación. Ésta es nuestra. Si estoy trabajando y estás aquí conmigo, a lo mejor te apetece dormir o descansar un rato.

—¿Quieres decir cuando se me hinchen los tobillos o esté dolorida y agotada por el peso del bebé?

De repente me asalta un pensamiento horripilante. Vamos a tener un niño, vamos a ser una familia, y La Mansión seguirá estando presente en nuestras vidas.

La otra mamá de mi hijo tiene un club de sexo.

Cuando nazca no querré traerlo aquí nunca, y si Santana está trabajando, apenas podré verla. Prácticamente no tendrá tiempo para nosotras. Los sentimientos aterradores de inseguridad todavía yacen latentes pero, ahora que me he dado cuenta de lo que nos espera, amenazan con asomar su fea cabeza y hacerme retroceder unas cuantas casillas. Nunca se deshará de este lugar. Eso ya me lo ha dejado claro.

Era el bebé de Alejandro.

—Lo que quiero decir es que estará aquí para cuando la necesitemos—dice en voz baja.

No quiero necesitarla. Si no estuviéramos aquí nunca, entonces no la necesitaríamos.

Pero me callo.

La ha hecho realidad para mí, así que aparto la mirada de los tiernos ojos oscuros de Santana y la poso en las paredes oro pálido. No hay cuadros, ni fotos, ni nada colgando de ellas.

Excepto la cruz.

No puedo dejar de mirar el gigantesco crucifijo de madera. A cada extremo del madero horizontal hay unos grilletes, brillantes, de oro, unas intrincadas piezas de metal clavadas en los extremos para sujetar algo en su sitio. Para sujetar a una persona. Despacio, miro a Santana, que no me quita la vista de encima. Quiere ver cómo reacciono ante la pieza.

—¿Por qué está eso aquí?

—Porque yo lo pedí.

Se ha metido las manos en los bolsillos, está callada y tiene las piernas ligeramente separadas.

—¿Por qué?

—Creo que puede... ayudar—dice.

Se le han puesto los ojos vidriosos y se muerde el labio inferior.

¿Ayudar?

¿Con qué?

¿Cómo va a ayudarnos a solucionar nuestros problemas un crucifijo de madera?

Ni siquiera sé con qué necesitamos ayuda. Pese a mi confusión, el corazón me late cada vez más de prisa. Ella está ahí de pie, con las intenciones escritas en esa frente que quita el sentido. Está causando estragos en mis constantes vitales.

—¿Con qué necesitamos ayuda?

Mi voz es un murmullo ronco cargado de deseo. Mis constantes vitales se vuelven locas cuando se me acerca lentamente.

—Lo quieres salvaje—dice en voz baja—, y no me siento cómoda sabiendo que llevas a mi bebé en el vientre.

Se quita los tacones y las medias, luego desliza la chaqueta por los hombros y la deja sobre la cama.

—Le he dado muchas vueltas y he inventado el polvo de compromiso.

Se me corta la respiración y, por alguna razón que no comprendo, retrocedo. No sé por qué. Confío en ella, pero me sorprenden sus intenciones.

—No lo entiendo.

Se desabrocha los botones de la camisa.

—Ya lo entenderás, Britt.

La deja entreabierta para que mis ojos sólo puedan ver parte de sus pechos. Cruza la habitación, abre un armario y trastea con algo. Luego la música más espiritual y provocadora inunda la habitación poco a poco.

Me pongo tensa.

—¿Qué es eso?—pregunto mientras se acerca a mí y me acaricia con su aliento.

—Sexual, del Afterlife Mix de Amber—dice con ternura—Muy apropiado, ¿no te parece?—no podría estar más de acuerdo, pero mi boca se niega a hablar para decírselo—No tiene que ser siempre sexo duro, Britt. Mando yo, sin importar de qué modo prefiera hacerte mía—me empuja suavemente hasta que estoy delante de la cruz—Además, lo que te gusta no es el sexo duro, es que te haga mía sin titubeos—dice con voz grave y segura, como debe ser.

Tiene toda la razón. Es el poder que tiene sobre mí, no sólo el poder de su cuerpo.

—¿No vas a volver a echarme un polvo de entrar en razón?—pregunto con un hilo de voz.

Sus labios esconden una sonrisa.

—¿Vas a volver a llevarme la contraria?

—Es probable—susurro.

—Entonces no me cabe duda, mi querida seductora, de que lo haré—me pone un dedo bajo la barbilla y me levanta la cabeza—Si quiero follarte a lo bestia y hacerte gritar, lo haré. Si quiero hacerte el amor y hacerte ronronear, Britt, lo haré—me besa con dulzura, se me cierran los párpados y mi respiración se vuelve irregular—Si quiero atarte a esa cruz, lo haré.

Lleva una mano a mi espalda y hace descender la cremallera del vestido. Me lo baja y se agacha para que pueda terminar de quitármelo. En su ascenso, me besa todo el cuerpo. Toma mi mano y besa mi anillo de boda.

—Eres mía, así que haré contigo lo que me plazca.

Sigo con los ojos cerrados y la cabeza gacha. Mi respiración es leve y superficial, y mis oídos están saturados de las notas lentas y sensuales de la música. La piel me arde.

Que me haga lo que quiera.

Que me tome como quiera.

Me quita el sujetador, me levanta el brazo y, con la mano, toco el grillete de oro. Se cierra sobre mi muñeca y me besa otra vez antes de guiar mi otra mano al otro grillete. Estoy atada, expuesta en la cruz, a su merced. Pero estoy cien por cien a salvo y cien por cien cómoda.

—Britt-Britt, mírame—susurra acariciándome la mejilla.

Levanto los pesados párpados y sus estanques oscuros de puro amor me dejan tonta.

—Dime que nunca antes habías hecho esto.

Es el único pensamiento que me distrae. Cuando estuve en el salón comunitario no vi nada que sugiriera este nivel de intensidad y de intimidad entre dos personas, pero no me quedé mucho rato y, aunque lo que presencié fue intenso, no había nada de amor en aquello.

Entre nosotras, sí.

Desliza la mano por mi nuca y tira para que nuestras caras estén lo más cerca que pueden estar sin tocarse.

—Nunca.

Su boca cubre la mía con ternura y cierro los ojos. Me abro a sus labios, con gusto pero sin prisa. Me siento tranquila y relajada mientras su lengua acaricia mi boca, se retuerce, me lame y se retira para volver a entrar y continuar seduciéndome poco a poco.

No me molesta no poder abrazarla.

Me sujeta el cuello con firmeza, me besa como si fuera de cristal y yo no puedo tocarla. Su boca me da todo lo que necesito. No siento deseos de un contacto más fiero.

Esto es simplemente perfecto.

Traslada la boca a mi oreja. Pasa la lengua por el borde de mi lóbulo y le acerco la mejilla en busca de una caricia más profunda.

No paro de estremecerme.

La sensual rutina de sus labios me provoca un hormigueo constante en cada centímetro de mi piel. Luego abandona mi oreja y se aparta.

—Abre los ojos, Britt-Britt.

Tengo que echar mano de toda mi decisión para obedecer y ver cómo se quita la camisa y el sujetador. Su piel y sus pechos bronceados y su cuerpo tonificado son un placer para mi vista, que vaga por el abdomen y su cicatriz. Es una visión que me hace desear no tener las manos atadas. Sin embargo, pronto olvido mis ganas de tocarla porque se quita el cinturón, se desabrocha el botón del pantalón y la bragueta y se baja los pantalones y las bragas por los muslos. Está de pie delante de mí, desnuda y fenomenal.

Ya no me siento tan tranquila.

Estoy luchando contra el impulso de intentar quitarme los grilletes y gritarle que quiero tocarla. Se da cuenta de que voy perdiendo el control porque en un nanosegundo se ha pegado a mi cuerpo, mirándome a los ojos.

—Deja que la música te envuelva, Britt. Contrólalo.

Lo intento, pero con sus pechos y sus músculos en contacto con mi cuerpo maniatado me es muy difícil.

—No puedo—confieso sin ningún pudor.

No siento vergüenza.

Me estoy consumiendo.

Cierro los ojos otra vez para sacar fuerzas de flaqueza y obedecerla. De repente tengo las manos tibias y me doy cuenta de que ha envuelto mis puños con sus manos. Abro los puños en silencio para que vea que colaboro, y me suelta antes de deslizar los dedos por el interior de mis brazos. Se me pone la carne de gallina a su paso, hasta que llega a mi pecho y me coge las tetas con ambas manos. Cierro los ojos pero sé que su boca se acerca. Siento su aliento en mi pecho derecho.

Su táctica es precisa.

Chupa, lame, me besa el pezón y vuelta a empezar. Chupa, lame y besa. Echo la cabeza atrás, suspiro en silencio y dejo la cabeza muerta. Un cosquilleo bulle entre mis piernas y late a un ritmo constante. Sus dientes se cierran sobre mi pezón y levanto la cabeza con un grito. No me suelta, a pesar de que es evidente que me duele. Me mira a través de sus largas y espesas pestañas y me dice que aguante.

No voy a rendirme.

No voy a pedirle que pare.

Bloqueo el dolor y la miro, decidida. Sonríe con mi pezón entre los dientes. Sé que he hecho bien en bloquearlo. Me suelta, la sangre vuelve a fluir y luego chupa mi pezón para devolverle la vida. Dejo escapar un profundo gemido.

—Mi hermosa mujer está aprendiendo a controlarlo—masculla bajándome las bragas y dándome un golpecito en cada tobillo para quitármelas.

Se abre camino a besos entre mis pechos y mi garganta. Vuelve a mis labios, me coge con delicadeza el coño y, lentamente, me penetra con dos dedos. Estoy jadeando al instante.

—Chsss—susurra—Disfrútalo, Britt. Siente cada pizca de placer que te regalo.

Saca los dedos y vuelve a metérmelos. Empuja hacia arriba, hasta el fondo. Puede ser tierna y comedida, pero mis músculos se aferran con fuerza a ella. De repente, siento como su sexo empuja junto a sus dedos. A ella también le cuesta coger aire, aunque estoy demasiado ebria de sus ardientes caricias como para decirle que lo controle.

Me encantaría decirle que lo controle.

Restriega su húmedo sexo y sus dedos resbaladizos por mi sexo, levanta la cabeza y respira en mi boca. Nos miramos fijamente, con total adoración, y acerca los labios despacio y me besa. Es un beso pasional, cargado de deseo y de devoción. Esta vez gemimos las dos, las dos nos quedamos sin aliento y a las dos nos tiemblan las rodillas.

—¿Aguantan bien tus brazos?—masculla en mi boca.

—Sí.

—¿Estás lista para que te posea, Britt? Dime que estás lista.

—Estoy lista—digo, en una nube.

Aleja su sexo y sacas los dedos de mí, a las puertas de mi sexo; luego suelta mis labios.

—Abre los ojos para que te vea, Britt-Britt.

Obedezco; su magnetismo los atrae allá donde deben estar. Observo cómo se desliza hacia mi interior sin prisa.

—Dios—exhalo manteniendo el contacto visual, no quiero romper nuestra increíble intimidad.

—Jesús—resopla, niega con la cabeza y un velo de sudor se materializa en su frente cuando me pasa el brazo por debajo del culo y lo levanta a la altura de sus caderas.

Coge impulso y arremete hacia adelante con un gemido ronco. Acerca la boca y me muerde la garganta. Ladeo la cabeza y cierro los ojos mientras me lame el cuello sin prisa. Termina con un tierno beso en mi oreja.

—Yo marco el ritmo—masculla—Y tú me sigues, Britt.

Sus palabras me hacen tragar saliva y volverme hacia su boca. Capturo sus labios y la adoro mientras me bendice con los avances constantes, consistentes y controlados de sus caderas y dedos.

Mete y saca.

Mete y saca.

Mete y saca.

Cuando estamos así no existe nada ni nadie más. Nos hallamos rodeados por esta música tranquila, las dos estamos en paz, pero las dos nos hemos quedado pegajosas, resbalando por la piel de la otra y enajenadas de placer.

Se aleja y vuelve a acercar sus caderas y dedos.

Me está llenando entera, y no sólo con cada una de sus estocadas perfectas. Mi corazón también está lleno.

Está repleto de un amor fiero, fuerte e inmortal.

Me penetra una vez más pero su respiración es muy superficial.

—Vas a correrte—digo.

Mis palabras son una dulce bocanada de aire.

—Aún no.

Cierra los ojos con fuerza y la arruga de la frente va de una sien a otra pero mantiene el ritmo constante.

Su autocontrol es increíble.

En cambio, yo estoy llegando rápidamente a donde necesito llegar. Sólo de verle la cara una espiral de placer desciende hacia mi vientre y me preocupa acabar antes que ella.

Jadeo y poso los labios en los suyos. Esta vez soy yo la que la provoca, y ella acepta de buena gana. Su lengua entra en mi boca y traza grandes círculos entrelazada con la mía.

Sus dedos de la otra mano se clavan en mi culo y me levanta un poco más alto para poder penetrarme con más profundidad. Sus dedos llegan hasta el fondo y grita en mi boca cuando suelto sus labios y me refugio en el hueco de su cuello. Reprimo un grito en cuanto empiezan los espasmos febriles. Me penetra intensamente, se retira despacio y fluye de vuelta sin perder el control.

—Jesús, María y José—gruñe en voz baja retirándose y embistiéndome de nuevo con una última estocada demoledora.

—¡San!

Le clavo los dientes en el hombro mientras cabalgo las violentas pulsaciones que se disparan a todos los rincones de mi cuerpo. Arquea la espalda, grita, me aprieta las nalgas al correrse, y entonces percibo su tibia esencia, que me desborda, me calienta y me completa. Estoy mareada y no puedo moverme pero, por extraño que parezca, me siento más fuerte que nunca.

Tiene la cara enterrada en mi cuello y yo tengo la mía en el suyo. A pesar de lo tranquila que ha resultado la sesión amatoria, el final no ha sido un tranquilo paseo hacia el orgasmo, ni una explosión acelerada y frenética. Hemos encontrado el punto intermedio, una mezcla de la Santana gentil y de la señora del sexo dominante que tanto me gusta.

—Ha sido perfecto, Sanny—le susurro al oído.

Ahora sí que necesito abrazarla, pero no me hace falta decírselo, ya está cogiéndome en brazos con una mano y quitándome los grilletes con la otra. Luego cambia de mano. A pesar de que se me han dormido los brazos, encuentro la forma de agarrarme a sus hombros.

La abrazo con todo mí ser.

La aprieto fuertemente con los muslos y apoyo la mejilla en su hombro mientras me lleva a la cama y me acuesta debajo de ella. El satén frío es un agradable contraste con mi espalda sudada, y no se me pasa por alto que Santana no está dejando caer todo su peso sobre mí.

—¿Te gusta nuestra habitación?—me pregunta con la nariz escondida en mi pelo.

Sonrío mirando al techo.

—Le falta una cuna. Ya sabes, para cuando traigamos al bebé aquí.

La idea es dejarlo caer, y parece que surte efecto porque su cuerpo en recuperación se queda inmóvil. Se levanta de encima de mí y se tumba a mi lado, con la cabeza apoyada en la mano y el codo en la cama. Dibuja círculos con el dedo alrededor de mi ombligo.

—El sarcasmo no te pega, Britt-Britt—pongo cara de inocente. Sé que no supondrá la menor diferencia: me ha pillado—Una cosa—levanta las cejas y una mirada muy seria desciende por mi cuerpo para ver las rotaciones de su dedo—Tienes barriga.

—¡No seas tonta! ¡Si acabo de quedarme embarazada!

—No soy tonta—replica acariciándome el vientre con la palma de la mano—Es muy pequeña, pero está ahí—se agacha y me besa en la barriga antes de volver a apoyar la cabeza en la otra mano—Conozco este cuerpo, y sé que está cambiando, Britt.

Frunzo el ceño y me miro el vientre. A mí me parece que está plano. Se está imaginando cosas.

—Lo que tú digas, San.

No voy a discutir después del momento perfecto, aunque me muera de ganas de darle una bofetada por insinuar que he cogido peso.

Vuelve a agacharse y acerca la boca a mi abdomen.

—¿Lo ves, cacahuete? Tu mami está aprendiendo quién manda aquí.

—¡Nada de cacahuete!—levanto la cabeza y la miro de mala manera. Ella me sonríe—Ya puedes ir pensando otro nombre. No vas a llamar a nuestro bebé igual que esa cosa asquerosa con la que estás obsesionada y que engulles a diario.

—Estoy obsesionada contigo y también te devoro a diario, pero no puedo llamar al bebé pequeña seductora desobediente.

—No, eso no estaría bien. Pero podrías llamarlo «nena».

Ahora soy yo la que se ríe. Se levanta de un salto y se sienta sobre mis caderas. Me sujeta las manos junto a la cabeza pero sin apoyarse en mi vientre.

—Lo llamaremos cacahuete.

—Jamás.

—¿Te echo un polvo de entrar en razón?

—Sí, por favor—contesto con demasiadas ganas y una enorme sonrisa.

Se ríe y me da un beso casto.

—El embarazo te está convirtiendo en un monstruo. Vamos. Mi mujer y el cacahuete deben de tener hambre.

—Tu mujer y el bebé tienen mucha hambre.

Le brillan los ojos cuando me levanta de la cama. Me viste antes de ponerse las bragas, los pantalones, el sujetador y la camisa. Le aparto las manos y le abrocho los botones mientras ella me observa en silencio. Le meto la camisa por dentro de los pantalones y apoyo la mejilla en su pecho mientras me tomo mi tiempo para dejarla presentable.

—¿Cinturón?—pregunto apartándome un poco.

Se agacha y lo recoge del suelo. Me lo da con una sonrisa divertida. Lo cojo, le devuelvo la sonrisa, lo paso por las trabillas del pantalón y se lo abrocho.

—Ya estás.

—No—dice señalando los tacones—Si vas a hacer algo, hazlo bien.

Ignoro su insolencia y hago que se siente en el borde de la cama. Me arrodillo delante de ella con el culo sobre los talones y empiezo a ponerle los calcetines.

—¿Está bien así, mi señora?

La piñizco. Da un respingo.

—¡Joder!—se frota dónde la piñizque—Eso sobraba.

—No seas descarada—le contesto, cortante.

Le dejo los tacones junto a los pies y me levanto. Se los pone y se levanta; recoge la chaqueta y no deja de mirarme con el ceño fruncido.

—Eres un monstruo.

Le sonrío con dulzura. La arruga de la frente desaparece y sus labios se relajan.

—¿Listo?

Asiente, me coge de la mano, me saca de nuestra habitación y me conduce al bar. Me deja en el taburete de siempre y Artie aparece en un santiamén.

—¡Señora López-Pierce!—su voz y su acento alegres me ponen siempre de buen humor.

Sonrío.

—Artie, llámame Brittany o Britt—lo regaño en broma—¿Cómo te va?

—¡Va!—se echa el trapo al hombro y se acerca—Muy bien, gracias. ¿Qué le apetece tomar?

—Dos botellas de agua—interviene Santana—Sólo agua, Artie.

Le dedico una mirada de crítica a mi esposa, que se ha sentado en el taburete libre que había a mi lado.

—Me gustaría tomar un poco de vino con la cena.

Mi mirada de reproche no la conmueve ni un poco. De hecho, ni siquiera me mira.

—Puede, pero no hay vino para ti. Dos botellas de agua, Artie.

Esta vez no se lo está pidiendo, sino que se lo está ordenando y, a juzgar por la expresión asustada del camarero, no volverá a ofrecerme alternativas al agua. Artie corre a la hilera de neveras que hay detrás de la barra mientras yo observo a Santana, que se niega a mirarme a la cara. Le hace un gesto a Mario para que se acerque.

—Dos filetes, Mario. Uno al punto y otro muy hecho. Sin sangre.

La cara de confusión de Mario salta a la vista, y la que pongo yo, de escepticismo, también.

—Eh, vale, señora López-Pierce. ¿Con ensalada y patatas nuevas?—pregunta Mario, que me observa con aire de no entender nada.

Yo estoy demasiado ocupada admirando a mi esposa imposible como para saludarlo.

—Sí, y asegúrate de que uno de los filetes está cocido del todo—Santana coge la botella que le ofrece Artie y empieza a servirme un vaso—¿El aliño lleva huevo?

Me atraganto y toso. Ni se entera. Está muy ocupada mirando a Mario con una ceja enarcada. El pobre hombre no tiene ni idea de lo que está pasando.

—No lo sé. ¿Quiere que lo pregunte?

—Sí. Si lleva huevo, que no le pongan aliño ni al filete ni a la ensalada.

—De acuerdo, señora López-Pierce.

Artie y Mario se retiran y nos quedamos a solas en el bar, yo asombrada y en silencio y Santana sirviendo agua para no tener que mirar a su esposa. Sabe que la estoy observando boquiabierta, vaya si lo sabe. Me vuelvo para mirar al frente, tranquila y sosegada, pero por dentro estoy que muerdo.

No puedo contenerme.

—Si no vas a esa cocina, cambias mi comanda y me traes una copa de vino, voy a estar un paso más cerca de irme a casa de mis padres lo que me queda de embarazo—le espeto.

Ahora sí que me mira. Sus sorprendidos ojos oscuros me están taladrando el perfil. Cojo mi vaso de agua y me vuelvo hacia ella.

—No vas a decidir mi dieta, López.

—Ya te has emborrachado una vez estando embarazada—sisea en voz baja.

No está contenta, y yo tampoco.

—Estaba cabreada contigo.

Todavía parezco tranquila y sosegada, pero me siento culpable.

Levanta las cejas.

—¿Así que vas y lo pagas con mi bebé?

El resentimiento le sale a borbotones.

—Deja de decir «mi bebé». Es nuestro.

—¡Eso mismo quería decir!

—Entonces ¿no te preocupas por mí? ¿Ya no te preocupa mi seguridad?

Espero que reaccione a mis palabras. Debo de haberla dejado de piedra porque no contraataca. Sólo se muerde el labio inferior con ganas. Los engranajes trabajan a mil por hora. Por fin suspira y gira el taburete para no verme. Se lleva las manos al pelo negro ceniza.

—Mierda—maldice en voz baja—¡Mierda, mierda, mierda!

—Lo digo en serio, Santana—le recuerdo mi amenaza.

Necesito que sepa que no voy a consentírselo. Hice mal en salir por ahí y emborracharme sabiendo que estaba embarazada, pero fue el resultado de lo que me hace esta mujer, de lo que provoca en mí. No volveré a emborracharme, pero una copa pequeña de vino tinto no va a hacerme daño, y un filete con un poco de sangre es inofensivo. Y no quiero ni hablar de los huevos.

Cierra los ojos con fuerza, respira hondo y me mira. Deja mi botella de agua sobre la barra y luego me coge las manos.

—Lo siento, Britt.

Estoy a punto de caerme del taburete.

—¿De verdad?—digo.

Hay un matiz de sorpresa en mi voz. Y eso que mi amenaza iba en serio. Pero no esperaba que me tuviera en consideración.

—Sí, lo siento. Voy a tardar un poco en acostumbrarme.

Me echo a reír.

—San, esto ya es bastante duro sin tener que lidiar con una mujer controladora. No lo tenía planeado, ni siquiera me había parado a pensarlo. No te necesito encima de mí a todas horas, diciéndome qué hacer y qué no y vigilando todo lo que como. Por favor, no me lo hagas aún más difícil.

He empezado entre risas pero he terminado el discurso muy seria. Todo lo que he dicho es la pura verdad, y lo sabe: sus ojos apenados me lo confirman. Sé que no puede evitarlo, pero tendrá que hacerlo. Necesito que vea que todo va bien, a ver si así se relaja. Es un plan muy ambicioso si tenemos en cuenta que apenas está aprendiendo a controlar su forma imposible de ser cuando se trata de mí.

Suspiro, bajo del taburete y me coloco entre sus piernas.

—Quiero que mi bebé tenga su otra mamá. Intenta relajarte para que no te dé un infarto del estrés—digo, y le como la cara a besos.

—Mmm. Lo intentaré, Britt-Britt. Lo estoy intentando, de verdad, pero ¿no podemos llegar a un acuerdo?

—¿Qué clase de acuerdo?

Me coge del pelo y aparta mis labios de su cara. Hace un mohín.

—Por favor, no bebas—me suplica con la mirada.

Me doy cuenta de lo importante que es para ella. Es una ex alcohólica, aunque no quiera admitirlo. Que eche un trago en circunstancias normales ya es muy desconsiderado por mi parte. Que beba estando embarazada es mucho peor: es cruel.

—Vale—asiento, y la cara de alivio que me pone me hace sentir fatal—Ve y pídeme un filete en condiciones—le doy un pico y me siento de nuevo en mi taburete—Y quiero aliño en la ensalada.

Me acaricia la mejilla y me deja en el bar para cumplir con su obligación: conseguirle a su esposa un filete al punto.

Miro a mí alrededor y noto que hay mucha gente en el bar, no me había dado cuenta cuando he entrado con Santana. Estábamos ocupadas peleando y haciendo las paces.

¿Nos habrán oído?

¿Acabamos de desvelar, en un bar repleto de desconocidos, que estoy encinta?

Miro a un grupo y a otro, todos beben y charlan, pero el interés y la curiosidad que todos sienten hacia mí cuando estoy en La Mansión es palpable. Veo a Natasha en la esquina, con la mujer número uno y la número dos, y me quiero morir cuando sus miradas se posan en mi vientre. Me pongo colorada y me vuelvo hacia la barra para escapar de sus miradas inquisitivas.

Es tan fácil olvidarse de todo y de todos cuando estamos abrazadas, cuando discutimos o hacemos las paces...

—Buenas noches, Brittany.

El tono reservado de Noah me saca de mis cavilaciones y alucino al verlo en vaqueros. Lleva una camisa formal remetida por el pantalón y el pelo negro tan repeinado como siempre, pero ¿vaqueros?

—Hola.

No puedo evitar mirarlo de arriba abajo varias veces y, cuando lo noto incómodo, me doy cuenta de que sabe que le estaba dando un repaso. Es de mala educación y paro al instante.

—¿Cómo estás?

—Muy bien, ¿y tú?

Saluda a Artie, que saca un botellín de cerveza de una de las neveras y se la sirve.

—Muy bien.

—Ah, enhorabuena—dice levantando la cerveza en mi dirección, y luego le da un trago.

Lo miro, atónita.

¿Él también lo sabe?

—Pensé que no lo verían mis ojos—añade negando con la cabeza.

—¡Sí!—canturrea Artie—¡Un bebé!

Mi suspiro de exasperación es alto y claro. Espero que mi querida esposa lo oiga desde la cocina, donde está asegurándose de que mi filete está rosa por dentro.

—Gracias.

No sé qué otra cosa decir, hasta que Santana regresa al bar y preparo mi discurso mentalmente. Se me adelanta:

—Recuerda que no es asunto nuestro, Britt.

—¿Qué?—frunzo el ceño cuando me dirige una mirada de advertencia. El problema es que no sé de qué quiere advertirme—¿De qué estás hablando?

Pone los ojos en blanco, coge su botella de agua de la barra y entonces las veo.

Quinn y Rachel.
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por 3:) Jue Jun 11, 2015 10:53 pm

holap morra,...

lo border era enserio,.. jajajaja
ya le quedo el sobre nombre al baby!!! jajaja aunque a britt no le guste!!!
san si que sabe cuidar y consentir a su manera a britt

nos vemos!!!
3:)
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por monica.santander Jue Jun 11, 2015 11:06 pm

Que forma de estrenar habitación jajaja!!!
Saludos
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por 23l1 Vie Jun 12, 2015 3:22 am

3:) escribió:holap morra,...

lo border era enserio,.. jajajaja
ya le quedo el sobre nombre al baby!!! jajaja aunque a britt no le guste!!!
san si que sabe cuidar y consentir a su manera a britt

nos vemos!!!


Hola lu, jajajajajaaja, bueno si la vrdd xD jajaajajjaaj. XD como siempre san tan sensata no¿? jajajajaajaj. Aa si su britt siempre va primero no¿? jajajaj. Saludos =D


monica.santander escribió:Que forma de estrenar habitación jajaja!!!
Saludos


Hola, jajaajajajajaajja o no¿? jajaajajajaj. Saludos =D
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Finalizado FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 16

Mensaje por 23l1 Vie Jun 12, 2015 3:23 am

Capitulo 16

—Pero ¿qué coño?

Bajo de un salto del taburete pero vuelven a sentarme antes de que pueda decir nada más.

—Britt—dice Santana en tono severo.

No voy a hacerle caso por ello, pero entonces recuerdo que Quinn no sabe que Rachel le ha puesto los cuernos. Santana tampoco. Así que la pago con mi esposa.

—¿A quién más se lo has contado?

La expresión de advertencia desaparece.

—A unos pocos.

Me muerdo el labio.

—Se lo has contado a todo el mundo.

Esta mujer es increíble. Ni siquiera mis pobres padres saben que van a ser abuelos.

—Tal vez.

—San—gimo, abatida.

Su adorable rostro hace que se me pase el enfado y, cuando se encoge de hombros sabiéndose culpable, ya ni siquiera estoy molesta.

—¿Podemos ir a visitar a mis suegros este fin de semana?—dice.

—Sí. Más nos vale, o la noticia llegará a Cornualles antes que nosotras.

Sonríe, me besa en la boca, me acaricia la barriga inexistente con la mano y me pasa la lengua por los labios.

—Hace usted de mí una mujer feliz, señora López-Pierce.

—Eso es porque en este momento estoy dejando que te salgas con la tuya.

—No, es porque eres preciosa, fogosa y mía.

—¡Latina!—el alegre saludo de Quinn nos distrae de nuestro momento. Le da a Santana una palmada en el hombro y me mira de cabo a rabo—Se te nota—dice con la vista fija en mi vientre—Tienes ese brillo sanote.

Me da la risa y me muero por preguntar si los que me felicitan están también al tanto de las circunstancias en las que se produjo el embarazo.

—Es curioso, porque me paso el día hecha mierda—bromeo.

—¡Esa boca, Britt!—salta Santana, pero la dejo con Quinn y voy al encuentro de Rachel.

—Vamos a sentarnos en la esquina—digo sonriendo con dulzura.

Parece que le da apuro, y debería, pero no se resiste y deja que me la lleve lejos de los tres mosqueteros, a una pequeña mesa en la zona más tranquila del bar. Prácticamente la siento de un empujón.

—Muy bien, Berry, desembucha.

Esto ya pasa de castaño oscuro, así que más le vale no venirme con excusas. No, cuando se trata de mi hermano, y eso que ahora mismo no me cae muy bien.

—Entonces ¿es oficial?—pregunta tan contenta como si no hubiera oído mi orden.

—¿El qué?—inquiero al tiempo que me siento en la silla que hay frente a ella.

—El bebé—dice señalando con un gesto mi vientre—Que no vas a deshacerte de él.

—¡Rach!—susurro atónita mirando a las mesas de alrededor.

Estamos a salvo, pero la frialdad de sus palabras me toca una fibra sensible que nadie me había tocado desde que todo esto empezó. Me llevo la mano a la barriga en un gesto protector, me siento muy culpable.

Sonríe.

—Britt, sabía que no ibas a hacerlo.

No tengo palabras.

—¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Porque tenías que darte cuenta tú sola—mira a los tres mosqueteros, que charlan en el bar—No lo entiendo, pero mírale la cara—dice sonriéndole a Santana con cariño—Estuve a punto de contárselo, Britt.

Lo sabía. Mi mujer está muy contenta, pero siempre lo está cuando estamos juntas, o siempre lo está cuando la dejo salirse con la suya. Sea como sea, no puedo negar lo feliz que me hace verla así, y saber que es por mí y por su pequeño cacahuete. Me pilla mirándola y me guiña el ojo. Me siento feliz y segura, y entonces me acuerdo de que mi amiga me debe una explicación o dos.

—¡Eh!—le suelto—¡Tienes mucho que contarme!

Rachel se acerca y me mira como si la estuviera aburriendo. No me gusta esa mirada.

—Le he dicho a tu hermano que se vuelva a Australia.

—Anda—esa noticia me interesa—¿Y?

Se encoge de hombros.

—No sé si lo hará, pero no sé nada de él desde el sábado.

—Sabía que estaba contigo—replico dirigiéndole una mirada de reprobación—¿Qué ha pasado?

—Quinn—contesta en voz baja—No es perfecto e ideal, pero estamos en ello.

—¿Por La Mansión?

—Sí.

—¿Y por qué han venido? Si están intentando eliminar La Mansión y las cosas raras de su relación, ¿no debería evitar el lugar como la peste?

—Para tomar una copa.

—Pero se sentirán tentadas de...—me estoy poniendo roja como un tomate y no me gusta—Ya sabes...—miro al techo—, ¿disfrutar?

Rachel rompe a reír como una histérica, dando palmadas en la mesa y todo.

—Ay, Britt. Estás casada con la dueña de este lugar y eres tan mojigata que da risa.

—Ya lo veo—bufo, un tanto ofendida.

No soy una mojigata.

Consigue controlar la risa y me mira con cariño. No me entusiasma su sentido del humor, pero me alegra ver que vuelve a ser la de siempre.

—A partir de ahora sólo nos acostaremos la una con la otra.

Lo dice como si le hiciera gracia, pero parece muy seria. Le hace gracia que la mandíbula me llegue al suelo, y lo dice muy seria porque sé que, a pesar de que su relación con Quinn es muy liberal, la chica le gusta de verdad, y eso es nuevo.

Cierro la boca.

—Me alegro por ustedes—digo simplemente. Estoy atónita, la verdad—Entonces ¿por qué han venido?

—Hay habitaciones privadas—sonríe.

—¡Tu cuarto es privado!

—Cierto, pero no está amueblado... adecuadamente.

Cierro la boca, abro unos ojos como platos y... me parto de risa.

¡Hay que joderse, la muy guarrilla!

—¡No tienes vergüenza!

Me río tanto que casi estoy llorando. Es genial poder compartir estas cosas con mi feroz amiga, aunque hace unos meses nunca nos habríamos imaginado que acabaríamos riéndonos así de estos temas. Clubes de sexo ultrapijos, la señora de La Mansión del Sexo (con la que ahora estoy casada y esperando un hijo), los socios monos y sexys de dicho local, y Rachel experimentando con una de ellos.

Mi vida ha dado un giro de ciento ochenta grados.

—Eres increíble—añado, burlona—¿Y con quién han estado jugando Quinn y tú? Antes de la nueva regla.

Se le ilumina la cara.

—Con cierto apuesto caballero de pelo negro, ojos verdes y cara de pocos amigos.

—¡No!

Asiente con los ojos muy vivos.

—Es igual de serio en la cama. ¡Muy sexy!

—¡Calla!

—¡De eso, nada!

Separa las manos hasta que la distancia entre las palmas es de unos veinte centímetros.

—Y hace maravillas con ella.

—¡Ay, Dios! ¡Para, por favor!—digo ahogando una estruendosa carcajada.

Se recuesta en su silla y lucha por controlar la risa.

—Puede que sea bueno, pero no tiene la habilidad y el aguante de Quinn—sonríe—Y no me hace reír como esa adorable picarona.

No puedo evitar sonreír de oreja a oreja. No lo ha dicho con tantas palabras, pero acaba de confesar que le gusta Quinn. Por fin avanzamos, y me alegro muchísimo.

—No sabes cuánto me alegro de oírtelo decir. ¡Por fin!

—Sí que lo sé—contesta Rachel acercándose a la mesa—Una cosa más y dejamos de hablar de don Serio, ¿sí?

—Uy, uy, uy. Esto parece interesante—me inclino a mi vez hacia adelante y nuestras caras quedan a pocos centímetros de distancia—Dispara.

—Lleva un piercing.

—¿En el pezón?—pregunto, muerta de la curiosidad.

Rachel niega con la cabeza. Me siento derecha y mido unos veinte centímetros con las manos.

Asiente.

—¡No!

Miro a Noah, tan reservado y tan particular, y automáticamente mis ojos se posan en su entrepierna.

—¡No se ve a través de los vaqueros, Britt!

Mi amiga se troncha y yo no puedo contener la risa. Es una risa incontrolable, de las de mearse en las bragas y sacudir la barriga sin querer. Se me caen las lágrimas. Rachel abre la boca y con la lengua se golpea el interior de la mejilla.

—Casi me parto un diente.

—¡No más!

Me voy a caer de la silla. No puedo parar de reír.

—¿Qué es tan divertido?

Me enjugo las lágrimas e intento recobrar la compostura. Miro a la señora de La Mansión del Sexo, que observa con expresión divertida a su mujer, muerta de la risa.

—Nada.

Seguro que ella estaba al tanto de todo y por eso me decía que me metiera en mis asuntos.

Me niego a mirar a Rachel porque sé que lo está deseando. No voy a darle la oportunidad de provocarme otro ataque de risa con una broma privada o una de sus miraditas.

Santana se sienta a mi lado.

—Tu cena—le hace un gesto a Mario, que se acerca con una bandeja.

—Me muero de hambre—digo. Le doy las gracias a Mario con una sonrisa cuando me coloca el filete delante—¿Al punto?—pregunto metiéndome una patata en la boca.

Mario me sonríe afectuosamente.

—Tal como a usted le gusta—responde pasándome un cuchillo y un tenedor. A continuación le sirve su plato a Santana—¿Algo más, señora?

—No. Gracias, Mario.

—Que aproveche—dice Rachel poniéndose en pie, pero entonces agito mi cuchillo en el aire.

—No, siéntate—le pido con la boca llena de patata—Quédate, de verdad.

Santana me coge de la muñeca y me pone la mano sobre la mesa.

—No agites el cuchillo, Britt—me regaña.

Miro el cubierto, que está en lugar seguro junto a mi plato.

—Perdona—corto un trozo de filete y suspiro de gusto al llevármelo a la boca.

—¿Está bueno?—me pregunta Santana.

Está comiendo la mar de satisfecha.

—Como siempre—confirmo antes de seguir hablando con Rachel.

Lo malo es que ahora que tenemos compañía no podemos seguir hablando de lo mismo que antes. De hecho, no sé qué decir, porque no podemos charlar de cosas interesantes, y menos cuando Quinn y Noah se unen a nosotras. Mastico más despacio. Noah se sienta a un lado de Rachel, y Quinn, al otro.

Nunca volveré a verlos del mismo modo.

¡Mierda!

No puedo dejar de mirar la bragueta de Noah.

¿Un piercing ahí abajo?

Jamás me lo habría imaginado, y no puedo evitar que me entre la risa tonta, pese a que tengo la boca llena de filete. Rachel y yo nos miramos y ella se lleva la lengua al interior de la mejilla.

Me atraganto.

Estoy tosiendo y escupiendo por todas partes. Santana deja los cubiertos en el plato y me da palmaditas en la espalda.

—¡Joder, Britt! No comas tan de prisa, no te lo van a quitar del plato.

Eso no me ayuda.

No puedo respirar, estoy intentando tragarme el trozo de carne a medio masticar entre risas. Pese a las lágrimas, veo que Noah y Quinn me miran perplejos y que la gamberra de mi amiga luce una enorme sonrisa en su rostro.

—Estoy bien—digo resoplando y tosiendo para intentar despejarme la garganta—Se me ha ido por el otro lado.

—Ten—Santana me quita el cuchillo y el tenedor y me pone en la mano un vaso de agua—Bebe.

—Gracias—acepto el vaso y me lo bebo de un trago.

Intento no mirar a Rachel, pero fracaso estrepitosamente. Me siento vulnerable, y su talante juguetón es como un imán. Ahora está gesticulando como si estuviera haciendo una mamada, mueve la mano arriba y abajo, masturbando una polla imaginaria delante de su boca. Escupo agua en todas direcciones: encima de Noah y de Quinn. Tengo buena puntería, porque también rocío a Rachel. Quinn y Noah se levantan volando, pero ella se queda dónde está, muerta de la risa.

—Joder, Britt—exclama Santana cogiendo una servilleta—¿Qué demonios te pasa?

Me limpia la boca mientras me parto de la risa. Quinn y Noah maldicen en voz baja y Rachel sigue riéndose sin parar.

—Lo siento—carcajada—Lo siento muchísimo.

Quinn y Noah están secándose con las servilletas que ha traído Artie. No quiero mirar a Rachel, pero observo a mí alrededor: la mitad de los parroquianos no se pierden un detalle de mi actuación estelar.

—¿Te encuentras bien?

El tono de preocupación de Santana me devuelve a la realidad.

—Lo siento—vuelvo a repetir—No sé lo que me pasa.

Lo sé perfectamente, y la muy sinvergüenza me insta en silencio a que la mire. No lo hago. Cojo mis cubiertos, miro el plato y no pienso levantar la cabeza hasta que haya terminado. Rachel está disfrutando.

Quinn vuelve a tomar asiento.

—¿Esto es lo que el embarazo nos hace?—pregunta con una carcajada.

—Es mejor que los cambios de humor—contraataca Rachel.

—Ya me avisaran cuando empiecen—sigue Noah—Puedo soportar que me escupan, pero no los azotes de una lengua viperina.

¡Ay, Dios!

Mi barriga y mis hombros empiezan a sacudirse en un nuevo ataque de risa. Rachel me sonríe al otro lado de la mesa. No obstante, esta vez lo controlo. Agacho la cabeza y sigo comiendo.

—¿Has terminado?—pregunta Santana retirándome el plato vacío y dándoselo a Mario.

—Mmm—asiento echándome hacia atrás en la silla—Estaba delicioso.

—Ya lo vemos—tercia Noah arqueando las cejas al tiempo que sigue la trayectoria del plato reluciente hasta la bandeja de Mario.

—Despídete, Britt-Britt. Es tarde.

Santana se pone en pie, le da besos a los chicos en la mejilla. Me levanto a mi vez y los beso también a todos.

—Llámame—le susurro a Rachel al despedirme de ella.

—Lo haré.

Salimos del bar y Santana me mira inquisitiva.

—¿Se le ha pasado ya, señora López-Pierce?

La miro con las cejas en alto.

—Tú estabas al tanto, ¿verdad?

—¿De qué?

—De Rach, Quinn y Noah.

Me lleva hacia la salida principal pero no le quito el ojo de encima.

No cabe duda: durante un segundo, parece sorprendida.

—¿De eso te reías? ¿Te lo ha contado?

—Sí—confirmo. Me gustaría añadir que me ha contado mucho, mucho más—¿Por qué no me lo dijiste?

—¿Para qué te preocuparas y le dieras mil vueltas?—se burla.

—¡Yo no hago eso!—protesto firmemente mientras nuestros pasos crujen sobre la grava—¿Cojo mi bola de nieve gigante?

—No, tú te vienes conmigo.

Me lleva hasta el asiento del acompañante del DBS pero no protesto: no quiero conducir el armatoste. Arranca el motor y conduce a una velocidad prudencial por el camino de grava.

Hasta que pone la mano sobre la mía no me doy cuenta de que me estoy tocando la barriga. No necesito confirmación visual para saber que me está mirando, así que sigo con la vista los árboles que desaparecen por la ventanilla. Entrelaza los dedos con los míos y me estrecha la mano.

Sonrío para mis adentros.

Eso está muy bien.

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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por micky morales Vie Jun 12, 2015 9:12 am

ha sido muy divertido, quien diria que noah tenia un piercing ahi jajajajajajajaja, bueno en fin..... a ver como siguen las cosas entre la castradora y la que no quiere queriendo!!!!!
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Mensaje por Susii Vie Jun 12, 2015 6:21 pm

Khdhlhsfld Noah :') jxjlgxjj ohh que me rei con lo que decia Rach kjsadkhfdaj
Saludos :D
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Mensaje por monica.santander Vie Jun 12, 2015 6:47 pm

jajajaja que aparato!!!
Saludos
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por 23l1 Vie Jun 12, 2015 8:16 pm

micky morales escribió:ha sido muy divertido, quien diria que noah tenia un piercing ahi jajajajajajajaja, bueno en fin..... a ver como siguen las cosas entre la castradora y la que no quiere queriendo!!!!!


Hola, jajajaajajjajaajja XD bn rachel volvió jajajajajaajjaaj. Jajajajajajajajaajajajajajajajajaajja "castradora y la que no quiere queriendo" jaajajajajajajajaajaj xD Saludos =D


Susii escribió:Khdhlhsfld Noah :') jxjlgxjj ohh que me rei con lo que decia Rach kjsadkhfdaj
Saludos :D


Hola, jajajajaaj rachel recapacito y volvió jajajaaj. Saludos =D


monica.santander escribió:jajajaja que aparato!!!
Saludos


Hola, jajajajaajjaja xD, bn las cosas van bn jajajajaj. Saludos =D

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Finalizado FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 17

Mensaje por 23l1 Vie Jun 12, 2015 8:20 pm

Capitulo 17

Me despierto y oigo el zumbido. Me incorporo y de inmediato aparecen las náuseas, así que vuelvo a tumbarme con un gemido. Me doy cuenta de mi error cuando se me revuelve el estómago. No tengo tiempo para evaluar lo mal que me encuentro.

Voy a vomitar.

Salto de la cama y corro al cuarto de baño. Casi no consigo llegar a nuestro encantador lavabo para decorar la taza con la cena de anoche.

—No—lloriqueo cortando un trozo de papel higiénico.

Ahora nada está bien. Mi cuerpo rechaza mis felices pensamientos. Me quedo abrazada al váter una eternidad, con la cabeza apoyada en los brazos, luchando contra los sudores fríos y gimoteando en el gigantesco cuarto de baño.

—Mierda—refunfuño—¿Por qué me haces esto?—le pregunto a mi vientre—Eres tan imposible como tu mamá.

Suspiro, me levanto, vuelvo a la habitación y me pongo lo primero que pillo: la camisa que Santana llevaba ayer en la noche. No intento arreglarme porque quiero que me vea sufrir. Bajo la escalera y la encuentro saliendo del gimnasio, espectacular en pantalón corto, un top deportivo y con una toalla sobre sus magníficos hombros. Sus pelos sueltos de la coleta son un amasijo de mechones húmedos sobre su frente resplandeciente.

Me pone mala.

—Ay, Britt-Britt—susurra con cariño—¿Te encuentras muy mal?

—Fatal.

Intento poner morritos, pero mi cuerpo exhausto no me deja. Estoy de pie delante de ella, con los brazos caídos y sin vida.

Me compadezco de mí misma.

Me coge en volandas y me lleva a la cocina.

—Iba a preguntarte por qué no estás desnuda.

—Ni te molestes—gruño—Te vomitaré encima.

Se ríe, me sienta en la encimera y me aparta el pelo de la cara macilenta.

—Estás preciosa.

—No mientas, López. Estoy horrible.

—Britt...—me regaña con dulzura. No pido perdón, más que nada porque apenas tengo fuerzas para hablar—Debes comer.

Tengo arcadas sólo de pensar en echarle comida a mi estómago. Niego con la cabeza, suplicante.

Sé que es una batalla perdida.

No me dejará en paz hasta que haya desayunado.

Oigo la puerta principal y a Sue, que canturrea alegremente. Sólo llevo puesta la camisa de Santana, pero ni siquiera puedo preocuparme por eso. Me quedo donde estoy, tranquila, sin moverme y con unas náuseas espantosas.

—¡Buenos días!—nos saluda dejando su enorme bolsa de tela en la encimera—Ay, cielo, ¿qué te pasa?

Santana contesta por mí, cosa que está muy bien porque yo he perdido el habla.

—Britt está algo indispuesta.

Doy un respingo. Se ha quedado muy corta. Pego la frente contra entre sus pechos.

Es como si estuviera muerta.

—¿Las temidas náuseas matutinas? Se te pasará—anuncia Sue como si no pareciera que estoy lista para entregar mi alma a Dios.

Por lo visto, ella también está enterada.

—¿De verdad?—balbuceo pegada a Santana—¿Cuándo?

Me acaricia la espalda y me besa el pelo pero no dice nada. Es buena señal, ella también quiere oír la respuesta.

—Depende. Chicas, mamás—dice la mujer poniendo la tetera al fuego—Algunas mujeres dejan atrás las náuseas a las pocas semanas. Otras lo pasan fatal durante todo el embarazo.

—Ay, Dios—aúllo—No me digas eso.

—Chitón.

Santana me hace callar y me masajea la espalda con más fuerza. Ni siquiera estoy haciéndome la blanda. Esto es mucho peor de lo que parece.

—¡Jengibre!—exclama entonces Sue.

La extraña palabra que no tiene relación con nada me hace levantar la cabeza del entre los pechos de mi esposa.

—¿Qué?

—¡Jengibre!—repite rebuscando en su bolsa.

Miro a Santana, que parece igual de perdida.

—Necesitas jengibre, querida—explica sacando un paquete de galletas de jengibre—He venido preparada—aparta a Santana, abre el paquete y me ofrece una galleta—Tómate una todas las mañanas nada más levantarte. ¡Hace milagros! Verás, come.

Con Santana vigilante y Sue haciendo de mamá no tiene sentido rechazar la galleta. La agarro y le doy un pequeño mordisco.

—Te asentará el estómago—me dedica una cálida sonrisa y me coge la mejilla—Estoy muy emocionada.

No comparto su entusiasmo, no cuando me encuentro así de mal. Sonrío débilmente y dejo que Santana me siente en el taburete.

—El nuevo me ha dado esto—dice entonces ella al tiempo que le entrega a Santana el correo—Es un joven muy guapo, ¿verdad?

Eso me hace reír, y más cuando Santana da un respingo de disgusto y le arrebata los sobres de entre los dedos arrugados.

—Sí, es muy majo—confirmo. De repente soy capaz de articular una frase entera—Pero yo creo que vas a echar de menos a Clive, ¿no, Sue?

—¡Para nada!—Saca los bagels y nos los enseña. Santana y yo asentimos—Voy a salir con él esta noche.

Le doy un codazo a mi mujer mientras mordisqueo los bordes de mi galleta, pero ella me ignora. En vez de darle gusto a mi mente curiosa, se dedica a abrir el correo.

—¡Seguro que lo pasan bien!—digo.

Esto me interesa.

—Seguro que sí—afirma ella metiendo los bagels en la tostadora.

Saca los huevos de la nevera. Estoy charlando con Sue la mar de contenta, desayunando, escuchando adónde la va a llevar Clive y contándoselo todo sobre mis náuseas matutinas. De repente me doy cuenta de que Santana lleva mucho rato callada. De hecho, ni siquiera se ha movido. Tampoco ha tocado su bagel. Le acerco el plato.

—Cómete el desayuno.

No se mueve, y parece que no me ha visto.

—¿San?—inquiero. Es como si estuviera en trance—San, ¿estás bien?

Le da la vuelta a un sobre y lo mira. Yo también.


Santana López
Confidencial



—¿Qué es eso?—pregunto.

Me mira. Tiene los ojos opacos y recelosos. No me gusta.

—Sube al dormitorio—me ordena.

Frunzo el ceño.

—¿Por qué?

—No me obligues a repetírtelo, Brittany.

¿Brittany?

Me callo intentando adivinar qué le pasa, pero lo único que saco en claro es que está mosca conmigo. Aun así, sé que tengo que subir al dormitorio antes de que me lo diga dos veces. Es uno de esos momentos en los que sé que no debo discutir. Está empezando a temblar y, aunque no tengo ni idea de por qué, estoy segura de que no es apto para los oídos de Sue. Me bajo del taburete y me retiro. Salgo de la cocina y subo la escalera que lleva al dormitorio principal. Me pregunto qué le pasa. No me da mucho tiempo para pensarlo, porque entra a grandes zancadas en la habitación con el sobre y la carta en la mano. Le hierve la sangre; la noto por cómo le tiemblan las manos y en lo turbio de sus ojos. Me deja clavada en el sitio con una mirada asesina.

—¿Qué coño es esto?

Miro el papel que sostiene en la mano pero no tengo ni idea de lo que es.

—¿Qué es?—pregunto, aprensiva.

Arroja el papel al espacio que hay entre nosotras.

—¿Ibas a matar a nuestro bebé?—inquiere despacio.

La tierra se abre bajo mis pies y siento que me precipito al vacío.

No puedo mirarla.

Tengo los ojos llenos de lágrimas y no sé adónde mirar. Mi cerebro no responde, pero aunque me diera alguna pista y pusiera las palabras adecuadas en mi boca, le estaría mintiendo y ella lo sabría.

—¡Contéstame!—ruge.

Doy un brinco, sobresaltada, pero sigo sin poder mirarla. Estoy muy avergonzada, y después de pasar estos días con Santana, de verla tan feliz, de ver cómo me cuida y lo atenta que es, la culpa me corroe.

No puede ser peor.

Pensé en poner fin a mi embarazo.

Pensé en librar a mi cuerpo de este bebé.

Su bebé.

Nuestro bebé.

No tengo excusa.

—¡Brittany, por el amor de Dios!

Antes de que pueda pensar en algo que decir, me coge por los antebrazos y se mueve para que nuestras caras queden a la misma altura. Aun así, me niego a mirar sus ojos oscuros. No puedo enfrentarme a lo que sé que voy a encontrarme.

Desprecio... Asco... Desconfianza.

—¡Maldita sea, mírame!

Niego débilmente con la cabeza, como la cobarde patética que soy. Se merece una explicación pero no sé por dónde empezar. Mi cerebro ha echado el cierre, como si me estuviera protegiendo de lo inevitable: Santana va a perder el control.

Ya está al límite.

Me coge bruscamente de la barbilla y la levanta para obligarme a mirarla. Tengo los ojos llenos de lágrimas pero veo con claridad meridiana su expresión de dolor.

—Lo siento—sollozo.

Es lo único que se me ocurre. Es lo único que debería decir. Siento mucho haber pensado hacer una cosa tan horrible.

Se derrumba delante de mí y me siento aún más culpable.

—Me has roto el corazón, Brittany.

Me suelta y se mete en el vestidor. Me deja hecha un trozo de carne patético y tembloroso. Las náuseas matutinas han desaparecido, pero la vergüenza no me deja ni respirar. De repente me doy asco, así que me hago una idea de lo que Santana opina de mí.

Reaparece con un puñado de ropa pero no la mete en una maleta ni va al baño a coger nada más, sino que sale de la habitación vestida únicamente con los pantalones de deporte y el top deportivo. Tengo tal nudo en la garganta que ni siquiera puedo gritarle que se quede.

Estoy paralizada.

Lo único que funciona son mis ojos, que sueltan un chorro imparable de lágrimas. La puerta principal se cierra entonces de un portazo. Me quedo llorando en silencio, hecha un ovillo en el suelo.

—¿Britt, cielo?—la voz suave y cálida de Sue apenas es audible entre mis sollozos—Dios mío, Britt, ¿qué ha pasado?

Es evidente que esto no son náuseas matutinas y que ha oído los gritos de Santana. Me aprieta contra su cuerpo mullido e instintivamente me abrazo a ella.

—No llores, cariño, no llores...—me acuna con cuidado, intentando que me calme y susurrándome palabras de consuelo al oído—Ay, Britt. Vamos, cariño. Dime qué ha pasado.

Intento hablar pero sólo consigo llorar con más fuerza. La necesidad que siento de compartir mi culpa, mis remordimientos, no sirve más que para que me dé cuenta de lo egoísta que he sido.

—Ya, ya... Voy a prepararte una taza de té—me conforta Sue.

Levanta su cuerpo del suelo del dormitorio y me coge del brazo para intentar que me mueva. Lo consigo, a duras penas, y me acuna bajo su brazo y me lleva a la cocina. Saca un pañuelo del bolsillo del delantal, me lo ofrece y se dispone a preparar el té. La observo en silencio, salvo cuando se me escapa un hipido mientras trato de controlar mi cuerpo tembloroso y mi respiración errática. Lo estoy intentando con todas mis fuerzas, pero no puedo dejar de pensar en todas las veces que la he visto enloquecer de ira, sólo que esta vez parecía trastornado de verdad.

Esta vez lo he vuelto loca de verdad.

Sue deja la tetera en la isleta y sirve dos tazas. Pone un par de azucarillos en la mía, aunque no me lo ha preguntado y yo tampoco se los he pedido.

—Necesitas energía—dice removiendo la taza de té que a continuación me coloca entre las manos—Bebe, querida. No hay nada que no cure una taza de té.

Coge la suya, sopla, y una oleada de vapor se desintegra delante de mí. Me quedo mirándola hasta que ya no está. Entonces me quedo mirando a la nada.

—Cuéntame por qué mi chica está de tan mal humor y tú en este estado.

—Pensé en abortar.

Miro al frente, no quiero ver la cara de horror que sin duda tendrá en estos momentos la buena, dulce e inocente asistenta. Su silencio y la taza de té que veo suspendida delante de sus labios me confirman mis sospechas. Se ha quedado de piedra y, después de oírlo en voz alta, yo también.

Estoy aún más avergonzada que antes.

—Ah—se limita a decir.

¿Qué otra cosa puede añadir?

Sé lo que debería decir yo. Debería explicarme y darle mis razones, pero no sólo siento que he decepcionado a Santana y que le he fastidiado su felicidad, sino que me parece que debo protegerla. No quiero que Sue la juzgue por cómo se las apañó para dejarme embarazada, que es de traca. Es la única razón por la que consideré el aborto. Eso y el hecho de que pensaba que no estaba preparada. Sin embargo, estos últimos días me han demostrado lo contrario. Santana ha desenterrado un profundo sentimiento de esperanza, de felicidad y de amor hacia este bebé que crece dentro de mí, parte de ella y parte de mí que se ha combinado para crear una vida.

Nuestro bebé.

Ahora, la idea de deshacerme de él me parece una aberración.

Me doy asco.

Miro a Sue.

—Nunca lo habría hecho. No tardé en darme cuenta de que me estaba comportando como una estúpida. Sólo que no me lo esperaba. No sé cómo se ha enterado.

Ahora que estoy más tranquila, me pregunto cómo lo ha descubierto.

El papel. El sobre.

—Britt, es evidente que se ha escandalizado. Dale tiempo. Sigues embarazada, y eso es lo que importa.

Sonrío, pero sus palabras no hacen que me sienta mejor. No sabe lo que pasó la última vez que se marchó con viento fresco.

—Gracias por el té, Sue—digo bajando del taburete—Voy a vestirme para ir a trabajar.

Frunce el ceño y mira mi taza.

—Si no lo has tocado.

—Ah.

Cojo el té y le doy varios tragos al líquido caliente. Me quemo el velo del paladar en el proceso, pero hay un papel en el suelo del dormitorio principal que me está llamando a gritos para que lo lea. Le doy a Sue un beso rápido en la mejilla. Ella me frota el brazo con mucho cariño antes de que me escape de la cocina.

Subo la escalera corriendo y cojo el papel. Lleva un montón de folletos grapados en la esquina. La carta es una cita para hacerme una ecografía. Los folletos dan información sobre el aborto.

Lo asimilo todo muy de prisa.

Miro la cabecera de la carta: lleva mi nombre y mi dirección. No, no es mi dirección. Es la de Elaine. Trago saliva, arrugo el papel y lo tiro contra la pared gritando de frustración.

Cómo puedo ser tan tonta.

No he dado mi nueva dirección en la consulta del médico. No le he dado a nadie mi nueva dirección. Elaine recibe toda mi correspondencia y la maldita hija de perra la ha abierto. Seguro que esta carta le alegró el día.

¿Qué problema tiene?

Es una sabandija.

Me desbordan las emociones.

Estoy triste, estoy dolida, estoy roja de la rabia. Para no pagarlo con la puerta, con la pared o con lo primero que pille, me meto en la ducha.

Sigo temblando de ira cuando cruzo el vestíbulo del ático media hora después. Llego tarde pero, por primera vez, mi trabajo ocupa el último lugar entre mis prioridades. Es una suerte, porque estoy mirando con cara de pava el teclado numérico del ascensor porque no sé el código. Puedo volver a casa y preguntárselo a Sue, pero decido usar la escalera de incendios. Necesito ventilar parte de la furia que siento antes de ver a nadie. Podría arrancarle a alguien la cabeza y quiero reservarme la mala leche para cuando vea a Elaine.

—Buenos días, señora López-Pierce.

La voz amable de Ryder es lo primero que oigo al salir de la escalera, jadeando por el esfuerzo y no por el enfado.

—Ryder—resoplo poniéndome los tacones.

Me mira de cabo a rabo. A saber qué pinta llevo. Ni siquiera he usado un espejo. Me he puesto cuatro horquillas en el pelo a ciegas.

—¿Se encuentra bien?—pregunta.

—Sí.

—Enhorabuena—dice.

Lo miro, espantada. Santana no le contaría la buena nueva al joven conserje. Le cae de pena.

—Por su boda—añade Ryder—No me había enterado.

Frunzo el ceño.

¿Se lo habrá dicho Santana?

Es probable. Estaría marcando su territorio, sus pertenencias.

—Gracias.

Sigo andando y me pongo las gafas antes de salir a la luz del sol. Espero que oculten los ojos hinchados y mi cara de pena.

Finn está aquí.

Se encoge de hombros y niego con la cabeza.

—No voy a irme contigo, Finn.

Aprieto el llavero y camino hacia mi Mini.

—Vamos, rubia. No tientes tu suerte—su voz es un gruñido grave, pese a que me lo está rogando.

—Lo siento, Finn, pero hoy conduzco yo—insisto en el tono más tajante de que soy capaz.

Me cuesta.

Sólo quiero llorar.

Está muy cabreada conmigo pero aun así ha enviado a Finn para que me lleve al trabajo. Como de costumbre, no puede evitarlo. Me paro y me vuelvo para mirar al gigante bonachón. Está delante del capó de su Range Rover, con sus enormes brazos extendidos, suplicantes.

—¿San está bien?—pregunto.

—No, se ha vuelto loca del todo, rubia. ¿Qué ha pasado?

—Nada—digo en voz baja.

Doy gracias de que Finn no sepa por qué Santana ha perdido la chaveta. Probablemente se avergüenza demasiado de mí como para contárselo a nadie.

Está en su derecho.

—¿Nada?—se echa a reír y a continuación se pone muy serio—¿No tiene nada que ver con ese hijo de puta irlandés?

—No.

Niego con la cabeza y pienso que Rory podría ser otro motivo para que Santana pierda el control.

—¿Estás bien?

Lleva las gafas de sol puestas pero sé que me está mirando el vientre. Piensa que le ha pasado algo al bebé. Asiento y deslizo la mano por mi vestido azul claro hasta el ombligo.

—Estoy bien, Finn.

—Brittany, rubia, deja que te lleve al trabajo para que al menos pueda volver a La Mansión y decirle que has llegado sana y salva—dice señalando su mole de metal negro.

Me cuesta decirle que no a Finn. Piensa en Santana y sé que también se preocupa por mí. En otras circunstancias, le diría que sí, pero tengo una ex con la que tratar y no puedo esperar para arrancarle la piel a tiras.

—Lo siento, Finn.

Me subo en mi coche y llamo a Ryder para que me abra las puertas. Ni código ni dispositivo de apertura. Cualquiera pensaría que intenta mantenerme presa. Dejo a Finn, no muy contento, en el aparcamiento del Lusso y me voy al despacho.

La mirada que les lanzo a mis compañeros de trabajo en cuanto pongo el pie en la oficina hace que agachen la cabeza y vuelvan a sus quehaceres cautelosamente. Hoy no estoy para chácharas ni para fingir que la vida es un cuento de hadas. Tengo que centrarme en acabar la jornada laboral cuanto antes. No puedo arriesgarme a interactuar con nadie. Podría explotar y eso sería malgastar mi ira.

Me dejan trabajar en paz.

Mi única distracción es mi imaginación, que vuela de qué estará haciendo Santana a qué le voy a hacer yo a Elaine.

Sobrevivo sin problemas hasta que Will se sienta en el borde de mi mesa nueva. Lo veo antes de oírlo, cosa que no había pasado nunca. Ya no hay crujido de advertencia, lo que me entristece un poco. Le había cogido cariño al sonido de mi jefe aposentándose sobre mi mesa, aunque me hiciera contener el aliento y desear que estuviera hecha de madera reforzada.

—Flor, cuéntame cosas. Hace días que no hablamos. Es culpa mía, lo sé.

No necesito esto. Tengo mil cosas en la cabeza, el trabajo no es una de ellas, y temo que me pregunte por Rory. Estoy en el tiempo de descuento, soy consciente, pero ahora no es el momento.

—No hay mucho que contar, la verdad—digo, y sigo con el correo electrónico en el que llevo trabajando una hora.

Únicamente he escrito dos líneas, y sólo es una solicitud de muestras a un proveedor.

—Entonces ¿todo bien?

—Sí—asiento.

Mis respuestas son cortas y secas, pero intento no ser borde.

—¿Te encuentras bien, flor?

Salta a la vista que Will está preocupado, pero lo que debería decirme es que me anime y que conteste en condiciones. Dejo de teclear y miro al oso de peluche que tengo por jefe.

—Perdona. Sí, estoy bien, pero tengo que terminar un montón de cosas hoy.

Me aplaudo mentalmente a mí misma por haber terminado con profesionalidad mi pequeño discurso. Se me oía bien y con ganas de seguir trabajando, cosa a la que Will nunca se opondría.

—¡Excelente!—se ríe—Te dejo, entonces. Estaré en mi despacho.

Se levanta de mi mesa y, por primera vez en años, no cruje. Aun así, hago una mueca.

—Britt, perdona que te moleste—la voz temerosa de Tina hace que casi me sienta culpable.

—¿Qué pasa, Tina?

Miro a nuestra chica del montón transformada en sirena de oficina y me obligo a sonreír hasta que veo la falda escocesa. Ha vuelto, y yo estaba tan ocupada lanzando miradas de advertencia cuando he llegado esta mañana que ni siquiera me había dado cuenta. Tampoco me había dado cuenta de que no hay ni rastro de las uñas pintadas ni de las camisetas escotadas. Por la cara que tiene, parece que le han dado la peor noticia posible: la han dejado.

—Will me ha pedido que actualice todas las facturas pendientes de pago. Aquí tienes la lista—dice pasándome un listado impreso de mis clientes—Las que están subrayadas vencen dentro de una semana, y Will quiere que se lo recuerdes a tus clientes para que recibamos los pagos a tiempo.

Frunzo el ceño y reviso la hoja de cálculo.

—Pero no han vencido aún. No puedo recordarles algo que no han olvidado—replico.

Ya paso bastante apuro persiguiendo a los que no pagan a tiempo.

Se encoge de hombros.

—Yo sólo soy el mensajero.

—Nunca nos había pedido algo así antes.

—¡Yo sólo soy el mensajero!—salta, y retrocedo en mi silla.

Luego se echa a llorar y sé que debería correr a consolarla, pero me quedo sentada viendo cómo solloza en mi mesa. Se sorbe los mocos, hipa, solloza y llama la atención de todo el mundo, incluido Will, que ha salido de su despacho para ver a qué venía tanto alboroto. Se retira a toda velocidad cuando ve a Tina hecha un mar de lágrimas. Kurt y Mercedes tamborilean con sus bolígrafos y ninguno de los dos acude a sacarme del apuro.

Y estoy en un apuro.

No sé qué hacer con ella, pero como nadie parece dispuesto a hacer nada, sólo quedo yo. Guardo la hoja de cálculo en mi bandeja, me levanto, cojo a Tina y me la llevo al servicio. Le lleno las manos de papel higiénico y aguardo en silencio a que se le pase. Tras cinco minutos eternos, por fin abre la boca.

—Odio a los hombres—es todo cuanto dice.

Me hace sonreír. Creo que todas las mujeres del planeta han dicho lo mismo alguna vez.

—¿Las cosas no van bien con...?

—¡No pronuncies su nombre!—salta—No quiero volver a oírlo en mi vida.

Genial, porque no me acuerdo.

—¿Quieres hablar de ello?

—No—espeta limpiándose la cara con un pañuelo de papel. No se mancha de maquillaje. Vuelve a ser la Tina aburrida—¡Ni de coña!—añade con una mirada de odio.

Qué alivio. Mi cerebro no está en condiciones. Podría escucharla, pero poco más.

—Bien—asiento al tiempo que le paso la mano por el brazo para darle a entender que la comprendo, cuando en realidad lo que siento es alivio.

—Hoy está, mañana no está. Un día llama, al otro se le olvida. ¿Qué significa?—dice, y me mira expectante, como si yo tuviera la respuesta.

—¿Quieres decir que está jugando contigo?—estoy participando en la conversación.

—Sí, sólo me llama cuando le apetece. Me paso la vida esperando que me telefonee y cuando quiere verme es estupendo, pero todo cuanto quiere hacer es hablar de mí, de mis amigos, de mi trabajo...—se sorbe los mocos—¿Cuándo querrá acostarse conmigo?

Me atraganto de la risa.

—¿Te preocupa que no haya intentado llevarte al huerto?

Eso es poco frecuente. Debería estar encantada.

—¡Sí!—contesta desplomándose contra la pared—¡Ya no sé de qué hablar!

—Es bonito que quiera conocerte, Tina. Hay demasiados hombres que sólo piensan en una cosa.

¿Está frustrada sexualmente?

¿O es que es un cero a la izquierda en la cama?

¿Se ha acostado con alguien alguna vez?

No me lo imagino y, a juzgar por lo mucho que se ha ruborizado, yo diría que no.

¿Tina es virgen?

¡La leche!

¿Qué edad tiene?

De repente tengo muchas ganas de seguir hablando, pero Mercedes asoma la cabeza y pone fin a mi futuro interrogatorio.

—Brittany, tu móvil no para de sonar—anuncia.

No puede evitar mirarse al espejo antes de irse.

—Tina, tengo que atender el teléfono—podría ser Santana, y se estará mordiendo los muñones—¿Seguro que estás mejor?

Asiente, hipa, se suena la nariz y me mira con ojos llorosos.

—¿Tú también estás mejor?

—Sí—respondo.

Frunzo el ceño y no digo nada por haber faltado al trabajo estos días. No estoy preparada para darles la noticia.

—No lo parece. ¿Qué te pasa?

Busco en mi cerebro una excusa plausible para las frecuentes visitas al baño y los cambios de humor.

—Gripe intestinal—digo.

Es lo mejor que se me ocurre.

—¿Y la vida de casada? ¿Bien? ¿Habrá luna de miel?

Guardo silencio unos instantes y me pregunto cómo es que hemos acabado hablando de mí.

—Todo bien—miento—Tal vez vayamos de vacaciones pronto, San está ocupada.

Otra trola, pero Tina es una de las pocas personas de mi vida que no se han dado cuenta de mi mala costumbre, así que estoy segura de que no me ha pillado. La dejo antes de que me haga más preguntas y me apresuro a volver a mi mesa. Espero encontrar muchas llamadas perdidas de Santana.

Qué decepción: son de Danielle Ruth. No he hablado con ella desde que me fui de nuestra reunión y no sé si me apetece llamarla. Pero entonces el móvil vuelve a sonar. No necesito llamarla. Va a seguir insistiendo hasta que se lo coja, y no puedo evitarla toda la vida.

—Hola, Dani—la saludo en un tono normal.

—Brittany, ¿cómo estás?—ella también suena normal.

—Bien, gracias.

—Esperaba tu llamada. ¿Te habías olvidado de mí?
—se ríe.

La verdad es que sí. Su enamoramiento le ha cedido el puesto a cosas más importantes.

—Para nada, Dani. Iba a llamarte más tarde—miento como una bellaca.

—Yo te he llamado primero. ¿Podemos reunirnos mañana?

Me hundo en mi silla. Mi mente elabora mil excusas para decirle que no, pero sé que tengo que coger el toro por los cuernos. Puedo ser profesional.

—Claro, ¿a la una, más o menos?

—Perfecto. Te estaré esperando. ¡Adiós!


Dejo la cabeza colgando. Genial... Me estará esperando. Mañana me pondré pantalones y no pienso arreglarme en absoluto.

Kurt se baja las gafas de moderno hasta la punta de la nariz.

—¿Dejada?—pregunta.

No necesito que elabore su pregunta de una palabra.

—Es complicado—digo para quitármelo de encima, y empiezo a hacer anotaciones en unos dibujos, pero entonces algo llama mi atención fuera del despacho.

Mi hermano.

Está en la acera, intentando divisar el interior de la oficina, y nos tiramos un buen rato mirándonos. Abre la puerta y entra.

—Hola—sonríe.

Lo saludo con un gesto de la mano.

—Hola—susurro.

Estamos otra vez a malas.

—¿Comemos juntos?—pregunta, esperanzado.

Sonrío, cojo mi bolso y me reúno con él. Se me ha pasado un poco el cabreo pero ya lo avivaré luego. Ahora mismo quiero arreglar las cosas con Sam antes de que se vuelva a Australia. Ha sido un capullo integral, pero no puedo guardarle rencor.

Es mi hermano.

—Kurt, regresaré dentro de una hora.

—Mmm—contesta. Me vuelvo y veo que le está poniendo ojos golosos a Sam—Adiós, hermano de Brittany—canturrea despidiéndolo con la mano al tiempo que le dedica una caída de ojos.

Me muerdo el labio y niego con la cabeza, especialmente cuando Sam pone cara de susto y empieza a andar hacia atrás.

—Sí, eso...—se aclara la garganta y se pone derecho para parecer más masculino—Ya nos vemos—añade.

Ha bajado la voz una octava.

Me echo a reír.

—Vamos—empujo a Sam para que salga—Tienes un admirador.

—Genial—bromea él—No es que sea homófobo, ya sabes... Cada cual tiene sus gustos.

—Bueno yo creo que a Kurt le gustas tú.

—¡Brittany!—me mira horrorizado pero luego sonríe—Es evidente que tiene buen gusto.

—No quiero bajarte de tu nube, pero se porta así con casi todos los hombres. No eres nada especial.

Empezamos a andar por Bruton Street, en dirección a Starbucks.

—Gracias—sonríe, y me da un codazo.

Se lo devuelvo y le sonrío a mi vez. Tengo la impresión de que todo irá bien.

Sam deja los cafés y su sándwich en la mesa y de inmediato me echo tres sobres de azúcar en mi capuchino. Se me olvida que es algo que no suelo hacer hasta que levanto la vista y veo que Sam me observa removerlo con el ceño fruncido.

—¿Desde cuándo tomas azúcar con el café?

Dejo de remover en busca de una excusa plausible. No hemos hablado, pero estamos a gusto. Si le digo que estoy embarazada todo volverá a ser raro. Voy a ser una cerda y a esperar a que esté de vuelta en Australia. Luego convenceré a mi mamá para que se lo cuente ella.

—Estoy hecha polvo. Necesito un subidón de azúcar—digo.

Es lo mejor que se me ocurre.

—Pareces cansada—se sienta y me estudia detenidamente.

—Es que lo estoy.

Es la verdad. No necesito retorcerme el pelo.

—¿Por qué?

—Mucho estrés en el trabajo—es una media verdad, y tengo que esforzarme para mantener las manos sobre la mesa—¿Y tú estás bien?

—Rachel me mandó a paseo, pero imagino que ya estás al tanto.

Desenvuelve su sándwich y le da un mordisco. Lo estoy, pero no se lo voy a confirmar.

—No deberías haberte metido en berenjenales, y mucho menos el día de mi boda.

—Sí, se me fue la pinza. Lo siento—me coge la mano—Nunca antes nos habíamos peleado.

—Lo sé. Fue horrible.

—Fue culpa mía.

—Es verdad—sonrío. Él mete el dedo en la espuma de mi café y me mancha la nariz—¡Oye!

—Enhorabuena—sonríe.

—¿Cómo?—salto.

—No te felicité el día de tu boda. Estaba muy ocupado haciendo el capullo.

—Gracias.

Qué alivio.

Me relajo en la silla pero al instante estoy tensa otra vez. Elaine lo sabe y ha hecho un trabajo fantástico manteniendo a mis padres al tanto de mi vida amorosa. Debe de estar más contenta que unas castañuelas.

El cabreo se ha convertido en pánico.

Llego a la conclusión de que no les ha ido a mis padres con el cuento porque Sam no lo sabe, y si lo supiera no estaría aquí conmigo, comiéndose un sándwich de atún la mar de tranquilo.

Es un problemón.

Tengo que hablar con Elaine antes de que llame a mis padres. O también podría llamarlos y contárselo yo misma. Eso sería lo correcto, pero preferiría ir a verlos con Santana. Quiero hacer esto bien, lo cual es ridículo, después de cómo se enteraron de mi relación con ella y de la sorpresa que se llevaron con la boda exprés.

Quiero que esto sea especial.

—¿Estás bien?—el tono de preocupación de mi hermano me libra del ataque de nervios.

—Sí; ¿cuándo vuelves a Australia?

—Cuando regrese a casa de Harvey me meteré en internet a buscar billete.

Se limpia la boca con la servilleta y me pide disculpas como Dios manda. Me paso media hora escuchando, asintiendo y negando, aunque tengo la cabeza en otra parte. No sé qué hacer.

¿Cómo es que Elaine no los ha llamado aún?

—Te van a despedir.

—¿Eh?—miro la hora en mi Rolex. Son las dos y cuarto. Llego tarde pero no tengo prisa por volver a la oficina. Lo único urgente es resolver mi pequeño problema con Elaine de una vez por todas—Sí, será mejor que me vaya.

—Bonito reloj—añade señalando mi muñeca con la cabeza.

—Regalo de boda—explico. Me pongo de pie y me aliso el vestido—¿En qué dirección vas?

—De vuelta a casa de Harvey.

—Vale. ¿Me llamarás? Quiero decir que no te irás sin despedirte, ¿verdad?

Se le enternece la mirada y me da un super-abrazo de hermano.

—No iría a ninguna parte sin despedirme de mi hermana pequeña—me besa en la coronilla—No nos enfademos nunca más, ¿vale?

—Hecho. Pero mantén al canario encerrado en la jaula. E intenta ser cordial con mi esposa si alguna vez vuelven a coincidir.

—Te lo prometo—me asegura. Me sorprende que no saque el hecho de que Santana también fue muy descortés, porque lo fue—Cuídate mucho, Britty.

—Tú también.

Me despido de Sam pero, en vez de volver a la oficina, llamo diciendo que estoy indispuesta y me dirijo al coche. Me estoy metiendo en terreno pantanoso pero esto no puede esperar.

Elaine no estará en casa. Estará en la oficina. Por mí, bien: yo sólo quiero echarle la bronca.

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Mensaje por monica.santander Vie Jun 12, 2015 9:36 pm

Hola creo que nos merecemos un maratonnnnnnnnnn!!!!!!!!
Saludos
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Mensaje por 3:) Vie Jun 12, 2015 9:54 pm

holap morra,....

a san se le cae todas las broncas juntas,...
a ver que llega hacer san ahora que sabe que britt quiso hacer el intento de abortar???
cual de todos chivateo lo del aborto??? y justo aparecen todos en ese día jajaja

nos vemos!!!!
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por micky morales Vie Jun 12, 2015 11:53 pm

si britt esta tan segura que fue la arpia de elaine pq simplemente no la manda a secuestrar, desnudar y sumergir en un bidon de acido?
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Mensaje por 23l1 Sáb Jun 13, 2015 4:42 am

monica.santander escribió:Hola creo que nos merecemos un maratonnnnnnnnnn!!!!!!!!
Saludos


Hola, jajajaajaj puede... deja adelantar unos caps, eso si hazme acordar! Saludos =D


3:) escribió:holap morra,....

a san se le cae todas las broncas juntas,...
a ver que llega hacer san ahora que sabe que britt quiso hacer el intento de abortar???
cual de todos chivateo lo del aborto??? y justo aparecen todos en ese día jajaja

nos vemos!!!!


Hola lu, jajaajajajaja karma¿? jajajaajajajaj. Lo pensara muy, muy, pero muy bn, como lo hace siempre... vrdd¿? Jajajajajajajajajajaaj XD conspiran contra ellas! Saludos =D


micky morales escribió:si britt esta tan segura que fue la arpia de elaine pq simplemente no la manda a secuestrar, desnudar y sumergir en un bidon de acido?


Hola, ajajajajajjajajajaajajajajajajajj xD yo creo que seguirá tu consejo ajajajajajaja, el cual no esta nada de mal jaajajajaj. Saludos =D

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Finalizado FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 18

Mensaje por 23l1 Sáb Jun 13, 2015 4:45 am

Capitulo 18

No está en el despacho, ni tampoco ha estado en las últimas semanas. Después de atravesar la ciudad en coche con el tráfico de la tarde, me detengo frente al edificio de cristal en el que se encuentra el centro comercial de la firma para la que trabaja Elaine, donde la recepcionista me dice que perdió su empleo hace algunas semanas. Recuerdo que lo mencionó, lo había usado para excusar su comportamiento de mierda, pero no le presté atención. A pesar de su desgracia, no me conmueve ni me preocupa. Nada va a enfriar mi resentimiento y mi desprecio.

Me siento en el coche y saco el móvil del bolso.

Está decidido.

La localizo.

Un tono.

—Brittany.

Esperaba una voz sazonada de petulancia y autocomplacencia, por lo que cuando la oigo hablar, abatida y forzada, me descoloca por completo. Me cuesta unos segundos articular una frase y, cuando lo hago, no es lo que tenía intención de decir.

—¿Estás bien?

Se ríe, aunque débilmente.

—¿Por qué no se lo preguntas a tu esposa?

Me doy un cabezazo contra el reposacabezas del asiento y me quedo mirando el techo.

Debería haberlo imaginado.

—¿Es grave?

—Bueno, sólo un par de costillas rotas y un ojo a la funerala. Nada serio. Tu esposa sabe cómo hacer las cosas bien. Lo admito.

—¿Por qué lo hiciste?

—Porque quiero todo lo que ella tiene contigo. O lo quería. Rachel parecía disfrutar contándome que ibas a casarte con ella, y entonces esa carta aterrizó en mi felpudo. Me preguntaba por qué querías abortar si ibas a casarte, por lo que deduje que ella no lo sabía. Me la jugué. ¿Por qué quieres abortar?

—No quiero.

—Entonces ¿por qué...?

—¡Porque estaba en shock!
—grito, a la defensiva. No me estoy justificando. El silencio se apodera de la línea telefónica, y no tengo la menor intención de seguir dándole explicaciones—Es hora de rendirse, Elaine.

—No me apetece recibir otra paliza de la energúmena de tu esposa. Ni siquiera tú vales todo lo que estoy sufriendo ahora mismo.
—me río de mí misma. Soy tonta por compadecerme de ella—Ah—continúa—, no te preocupes por Whitney y por Joseph. Ya he recibido un pequeño adelanto de lo que me puede caer si comparto tus asuntos. ¿Puedo sugerir que cambies de dirección para que no me llegue tu mierda en el futuro?

Cuelga, y miro el móvil. No le he soltado ni la mitad de lo que tenía preparado. No he conseguido escupirle ni darle un guantazo. Me habría encantado abofetearla. Sonrío con suficiencia, una sonrisa que se hace más amplia cuando me imagino a Santana pateándole el culo a la perdedora de Elaine. No soy una persona violenta, pero si mi esposa quisiera descargar su ira en alguien, yo voto por Elaine. Se merece todo lo que le pasa, y no me cabe la menor duda de que no voy a volver a oír hablar de ella, ni tampoco mis padres.

Otra cosa más que puedo tachar de mi lista.

Holly ha tenido el detalle de disculparse; se ha ido, y eso es lo que importa. Sugar ha desaparecido. Rachel y Quinn están juntas, y Rachel y Sam son historia. He hecho las paces con mi hermano y Elaine ha recibido una paliza. Eso último me hace sonreír otra vez. Sin embargo, lo que de verdad necesito hacer es encontrar a mi esposa y reconciliarme con ella.

Tiro el móvil al asiento del acompañante y vuelvo a la ciudad. Estoy haciendo limpieza. Me he ocupado de un montón de cosas, algunas por accidente, es cierto, pero nuestra nueva vida juntas estará libre de problemas muy pronto. Es ahora cuando decido que mañana le haré frente a la última cuestión: Rory.

Aún no he sabido nada de él, pero ¿qué me va a decir?

No tiene nada, así que no tiene sentido que nos reunamos. No ha regresado de Irlanda, o si ha vuelto no me he enterado, pero lo llamaré. Me adelantaré a él. Liquidar este asunto es el objetivo de mi misión, y estoy dispuesta a hacer lo que haga falta.

Cruzo el Puente de Londres, miro por el retrovisor y diviso un coche conocido. Es el DBS de Santana. Entra y sale del meollo del tráfico con su habitual estilo camicace, adelantando y provocando el caos a su paso. Miro alternativamente a la carretera y por el retrovisor. Se me cierra la boca del estómago al pensar en la que me espera. Me ha estado siguiendo, lo que significa que me ha seguido hasta la oficina de Elaine.

Estará echando humo.

No he visto a mi ex, pero iba con esa intención, y no voy a intentar convencerme a mí misma de que Santana no sabe dónde trabajaba. Por supuesto que lo sabe. Voy de la preocupación a la ira extrema. Estoy preocupada por razones obvias pero, ahora mismo, la ira se impone.

¿Qué hace siguiéndome?

Es una sorpresa, aunque a estas alturas ya no deberían sorprenderme ni los extremos a los que es capaz de llegar, ni su forma de reaccionar, ni las reacciones que provoca en mí.

Sé que es ella, pero eso no hace que deje de dar un giro a la derecha, luego otro, y luego otro más, para volver al punto de partida. Como era de esperar, el DBS me pisa los talones un par de coches atrás.

La voy a marear pero bien.

Tanteo el asiento de al lado en busca del teléfono y pulso los botones.

—¿Sí?—contesta, borde y cortante.

No es su tono cariñoso habitual. Estoy atónita.

—¿Te gusta conducir?—pregunto.

—¿Qué?

—¿Que si te gusta conducir?
—repito, esta vez apretando los dientes.

—Brittany, ¿de qué cojones me estás hablando? Y cuando mande a Finn a recogerte, haz el favor de meterte en el coche.

Ignoro la última frase y miro atrás por el retrovisor sólo para comprobar que no estoy soñando.

Es real.

—De que me estás siguiendo.

—¡¿Qué?!
—grita con impaciencia—Brittany, no tengo tiempo para adivinanzas.

—No es una adivinanza, San. ¿Por qué me estás siguiendo?

—No te estoy siguiendo, Britt.


Miro atrás de nuevo.

—Entonces es que hay cientos de Aston Martin circulando por Londres y resulta que uno de ellos me está siguiendo.

Se hace el silencio en la línea. Santana empieza a respirar con fuerza.

—¿Estás conduciendo?

—¡Sí!
—aúllo—Estoy dando vueltas sin parar y tú me estás siguiendo. ¡Serías una detective pésima!

—¿Mi coche te está siguiendo?

—¡Sí!


Le doy un manotazo al volante a causa de la frustración.

¿Es que cree que soy tonta?

—Britt, Britt-Britt, no estoy en el coche. Estoy en el Lusso.

Ya no suena impaciente, sino preocupada, y yo empiezo a preocuparme también.
Miro otra vez por el retrovisor y veo que el DBS está sólo un coche por detrás y entra y sale de mi campo de visión.

—Pero es tu coche—digo en voz baja.

—¡Mierda!—ruge, e instintivamente me aparto el teléfono de la oreja—¡Finn!

—¿San? ¿Qué ocurre?


Me entra el pánico por su reacción y se me hace un nudo en el estómago.

—Me han robado el coche.

—¿Que te lo han robado? ¿Cómo se puede robar un Aston Martin?
—exclamo.

Debe de ser imposible.

—¿Dónde estás?—pregunta.

Miro frenética alrededor en busca de algo familiar.

—Estoy en el Embankment, en dirección a la ciudad.

—¡Finn! En el Embankment. En dirección a la ciudad. Llámala dentro de dos minutos
—oigo las puertas de un coche que se cierran—Escúchame, Britt-Britt. Tú sigue conduciendo, ¿vale?

—De acuerdo
—asiento mientras mi ira anterior se convierte en puro pánico.

—Ahora tengo que colgar.

—No quiero que cuelgues
—musito—Quédate conmigo, por favor.

—Britt, tengo que colgar. Finn te va a llamar en cuanto yo cuelgue. Pon el altavoz y deja el móvil en tu regazo para que puedas concentrarte en la carretera. ¿Entendido?
—trata de permanecer tranquila pero no consigue ocultar la angustia. Tiene la voz tensa y eso me asusta—Britt, Britt-Britt, dime que lo has entendido.

—Entendido
—susurro, y distingo el rugido característico de una moto justo antes de cortarse la comunicación.

Es una de las motos de Santana. Tengo el corazón desbocado, se me va a salir del pecho. Las manos me tiemblan al volante y las lágrimas de pánico me nublan la vista. Cuando mi teléfono empieza a sonar, toqueteo el teclado hasta que consigo responder a la llamada.

—¿Finn?

—Hola, rubia. ¿Has puesto el altavoz?

—No, espera
—lo conecto rápidamente, dejo caer el teléfono sobre mi regazo y cambio de mano el volante, sujetándolo con más fuerza para tratar de parar las sacudidas—Ya está. Ya lo he activado.

—Bien hecho, rubia
—dice; parece muy tranquilo—Echa un vistazo y dime a qué distancia está el DBS de Santana.

Obedezco.

—Está a un coche de distancia.

Piensa unos instantes.

—Quiero que conduzcas tan despacio como puedas sin levantar sospechas. Justo por debajo del límite. ¿Entendido?

Inmediatamente levanto un poco el pie del acelerador.

—Listo.

—Buena chica. Ahora dime exactamente dónde estás.


Miro a mi izquierda.

—Estoy cerca de Millennium Bridge.

—Vale
—está pensando—Ahora céntrate en la carretera.

—De acuerdo. ¿Por qué estás tan tranquilo?
—digo, aunque no es una queja, puesto que se me está pegando.

Un aire de serenidad viaja a través de la línea y me tranquiliza, lo cual es absurdo, considerando su procedencia: un gigante que siempre lleva gafas de sol y que inspira terror.

—Con una latina loca ya tenemos bastante, ¿no crees?

Sonrío con dificultad, a pesar de que estoy muy asustada.

—Sí—coincido con él.

—Ahora cuéntame qué tal has pasado el día—me pregunta como si ésta fuera la conversación más normal del mundo.

—Bien, muy bien—digo.

Por supuesto, no es verdad, pero ¿qué clase de pregunta es ésa, en medio de una persecución en coche?

¿Qué es lo siguiente?

¿Un psicópata blandiendo un hacha?

Santo Dios, desde que conocí a esa mujer me he metido en toda clase de aprietos, pero esto ya es de película de terror.

¿Quién coño me está persiguiendo?

—Será una mamá extraordinaria, Brittany.

Las palabras que Finn pronuncia en voz baja se filtran a través de la línea de teléfono y parecen quedarse suspendidas en el aire a mi alrededor. Reacciono de inmediato.

—Lo sé.

No veo a Finn, pero si lo tuviera delante sé que enseñaría sus dientes.

—¿Así que van a dejar de marear la perdiz y superar esta mierda?

Habla como un papá. Cada día quiero más a esa bestia alta de hombre.

—Sí—confirmo—¡Ah!

De repente salgo despedida hacia adelante en mi asiento y el cinturón de seguridad se bloquea. Me oprime la clavícula y la piel me escuece bajo el vestido.

—¿Brittany?—la voz de Finn suena lejana y amortiguada, y no sé por qué—¡Brittany! ¡Rubia!

—¿Finn?—tanteo mi regazo, pero no hay nada—¡Finn!

¡Pum!

Otra vez salgo despedida hacia adelante y mis brazos se agarran instintivamente al volante lanzando una señal de dolor hacia mis hombros.

—¡Mierda!—miro por el retrovisor y me quedo helada al ver el DBS a unos pocos metros por detrás de mí—¡¿Finn?!—chillo—Finn, ¿puedes oírme?

Mis ojos van constantemente de la carretera al espejo, adelante y atrás, y cada vez que vuelven al retrovisor, el coche de Santana está más cerca. Intento pisar el acelerador pero mi cuerpo no responde, excepto mis ojos, que observan con horror cómo el Aston Martin se aproxima.

¡Pum!

—¡No!—grito mientras doy un volantazo y trato de recuperar el control del Mini.

No lo consigo. Un millón de órdenes inundan mi cerebro pero no logro articular un pensamiento cognitivo que me ayude con el siguiente movimiento. Enderezo el coche justo antes de la siguiente embestida.

Ahora estoy llorando.

Mis emociones se disparan, diciéndome que debería estar llorando, que debería estar asustada.

Y lo estoy.

Horrorizada.

¡Catapum!

Esta vez pierdo por completo el control. Grito mientras el volante empieza a girar a toda velocidad y de pronto me veo circulando en dirección contraria. Recibo otra embestida y cambio de sentido. Forcejeo frenéticamente con el volante pero parece tener vida propia y, presa del pánico, tiro del freno de mano. No estoy segura de lo que ocurre a continuación, pero me siento sacudida adelante y atrás, estoy mareada, imágenes borrosas dan vueltas por las ventanillas. Edificios, personas y coches giran a mi alrededor hasta que finalmente un gran estruendo resuena en mis oídos, mi cuerpo se sacude con violencia y mis ojos se cierran.

No sé dónde estoy.

Pero todavía estoy.

Ya no me muevo.

Flexiono el cuello con un quejido y abro los ojos para mirar por la ventanilla. Los coches se han detenido.

Todos.

Nada.

La gente sale de sus vehículos y viene hacia mí. Arrastro los pies y muevo los brazos. Noto en seguida que tengo sensibilidad en ellos. Me desabrocho el cinturón y bajo del Mini. La gente viene hacia mí pero yo me alejo en dirección al DBS, estacionado a unos metros de distancia, con el motor ronroneando. Debería estar corriendo en dirección contraria, pero no. Corro hacia él. La necesidad de saber quién ha hecho esto anula mi temor.

¿Me drogan, me amenazan y ahora esto?

¿En qué planeta vive esa persona?

La acumulación de incidentes me está matando. Estoy a pocos metros cuando el motor cobra vida de nuevo, como una especie de advertencia que pone los pelos de punta. Eso no me detiene, aunque aminoro la marcha al oír el sonido cada vez más fuerte de una potente máquina. Freno en seco al ver el DBS derrapar a la fuga con el Range Rover de Finn pisándole los talones.

Esto no me está pasando a mí.

Quiero pellizcarme, abofetearme, o como mínimo despertarme. Me vuelvo cuando parece que una de las motos de Santana se aproxima a gran velocidad. Frena derrapando, deja a un lado la motocicleta y corre hacia mí. No lleva chaqueta ni casco, sólo unos vaqueros y una camiseta lisa, lo primero que ha encontrado en el vestidor antes de venir a por mí.

No puedo moverme.

Todo cuanto puedo hacer es esperar a que venga a buscarme, cosa que no tarda en suceder. Me acaricia el rostro aturdido. Miro con los ojos en blanco su mirada oscura anegada en puro terror.

—¿Britt? Por Dios, Britt-Britt.

Me atrae contra su pecho sujetando con una mano la parte posterior de mi cabeza y agarrando con la otra mi cintura para que no me caiga. Yo también quiero abrazarla, necesito abrazarla, pero mi cuerpo no obedece. En ese momento suena el teléfono de Santana, que me suelta la cabeza para sacarlo del bolsillo.

—¿Finn?—enterrada bajo la barbilla de Santana, alcanzo a oír la voz cabreada del grandulón, que le pregunta por qué coño tiene que tener un coche tan rápido[i]—¿Dónde estás?—pregunta Santana besándome en la coronilla.

Ahora ya no puedo oírlo. Lo único que oigo son sirenas por todas partes. Me despego de su pecho y veo un montón de coches de policía y dos ambulancias.

¿Han venido por mí?

Entonces veo la carrocería hecha puré de un coche siniestrado. No es mío. Tampoco lo es el que se ha estampado contra una farola. Busco entre el caos de gente y localizo mi Mini, aplastado contra la mediana.

Me estremezco.

—Finn, no pares hasta encontrar al conductor de mi coche—Santana cuelga y se guarda el móvil en el bolsillo. Luego me agarra la barbilla—Britt-Britt, mírame.

La miro. No sé qué decir.

—¿Dónde está tu casco?

Toma aliento y me envuelve las mejillas con las manos.

—Joder—me besa en los labios con fuerza—¿Por qué te empeñas en llevarme la contraria?—me besa la nariz, la boca, las mejillas—Envié a Finn por ti, ¿por qué no dejaste que te llevara al trabajo?

—Porque quería descuartizar a Elaine.

—Estaba muy enfadada, Britt.

—Nunca lo habría hecho. No habría matado a nuestro bebé, Sanny—sé que necesito decírselo, al menos eso.

—Chsss...

Sigue besándome por toda la cara y mis brazos finalmente se levantan para aferrarse a ella. No quiero dejarla ir jamás.

—Perdone—la voz de un desconocido nos llama la atención; es un policía—¿Se encuentra bien la señorita?

Santana me mira y comienza a realizarme un examen visual.

—No lo sé. ¿Estás bien?

—Estoy bien—digo sonriendo torpemente—¿Cómo están los otros conductores?

Miro los demás coches siniestrados.

—Algunos cortes y magulladuras, nada más—responde el policía—Han tenido mucha suerte. Debería atenderla. Luego, si es tan amable, tendrá que responder a unas preguntas—sonríe con gentileza señalando en dirección a una ambulancia.

Estoy sensible y un poco preocupada.

—Estoy bien, de veras.

Santana refunfuña y me lanza una mirada fiera.

—Voy a coger ese «bien» en la palma de mi mano y te voy a dar una azotaina con él.

—Estoy bien.

Mi coche no lo está. Está hecho una pena. Ahora entiendo por qué mamá insiste en que no nos despidamos nunca en malos términos. No pienso volver a dejar a Santana estando enfadadas.

Nunca.

Ella suspira hondo y echa la cabeza atrás.

—Britt, no te pongas difícil ahora. No tengo ningún problema en atarte a la ambulancia para que confirmen que estás bien—levanta la cabeza—¿Vas a ir por las buenas o por las malas?

—Ya voy—respondo en voz baja. Haré todo lo que diga. Me separo de ella—Mi bolso.

—Yo lo cojo.

Corre a buscarlo.

—¡Mi móvil está en el suelo!—le grito, pero sólo agita el brazo por encima de la cabeza para confirmar que me ha oído.

Está de vuelta en cuestión de segundos y el policía nos conduce a la ambulancia abriéndose paso a través de la multitud de curiosos. Un auxiliar me tiende la mano para que suba a la parte de atrás pero no me dan oportunidad de cogerla. Santana me levanta del suelo y me deposita en el interior del vehículo blanco.

—Gracias—le sonrío.

Luego miro al policía, que se saca un bolígrafo y un cuaderno de notas del bolsillo.

—Señora, ¿le importa responder a unas preguntas mientras atienden a la señorita?

—Me importa. Tendrá que esperar.

—Señora, me gustaría hacerle algunas preguntas—insiste el agente en un tono no tan amable.

Santana le hace frente con todo su sexy cuerpo, en una postura que raya en la amenaza.

Está pasando por encima de un policía.

—Mi esposa y mi bebé van en esa ambulancia, y si quiere impedir que me vaya con ellos tendrá que pasar por encima de mi cadáver—da un paso atrás con las manos arriba—Así que dispáreme.

El agente me mira y me sonríe a modo de disculpa. Lo último que necesito es que arresten a Santana.

No sé si es porque se deja llevar por la emoción pero el poli asiente y le hace un gesto a mi esposa para que me siga. Mi latina avasalladora lo mira amenazante hasta que se vuelve hacia mí. Está a la altura de mi vientre pero tiene la cabeza gacha y me mira las piernas. Se acerca y hace descender el dedo por mi pantorrilla.

—Britt-Britt, estás herida.

Miro hacia abajo.

—¿Dónde?—digo.

No siento nada. Me levanto el vestido pero no veo ningún corte. Lo subo un poco más. Hay sangre pero ni rastro de heridas. Miro a Santana, confusa, pero se queda helada al verme buscar el origen de la sangre. Me mira a los ojos. Están alertas y muestran su preocupación. No me gusta. Empiezo a negar con la cabeza, ella se aproxima y levanta mi vestido todo lo posible.

Ni rastro de heridas.

La sangre proviene de mis bragas.

—¡No!—grito cuando la realidad me golpea como un rayo.

—Dios mío—me arregla la falda del vestido, me coge en brazos y sube a la ambulancia—Por favor, no.

—¿Señora?

—Al hospital. ¡De prisa!

Me colocan con cuidado en una camilla y me sobresalto al oír el batir de puertas. Me escondo en su pecho, agarrada a su camiseta.

—Lo siento, Sanny—digo.

—Calla, Britt—me coge del pelo y tira. Sus ojos son una nube oscura—Por favor, calla—desliza el pulgar por debajo de mi ojo y recoge algunas lágrimas—Te quiero.

Éste es mi castigo. Es mi penitencia por tener unos pensamientos tan tóxicos. Yo me lo merezco, pero Santana no. Ella merece la felicidad que sé que este bebé le habría traído.

Es una extensión de mí.

He destruido su sueño.

Debería haber visto las cosas claras antes. Debería haber actualizado mi dirección cuando fui a la consulta del médico. Debería haber dejado que Finn me llevara al trabajo. No debería haber ido a la oficina de Elaine.

Hay tantas cosas que debería haber hecho que podrían haber cambiado el rumbo que han tomado los acontecimientos...

La vergüenza me corroe y lo hará durante el resto de mi vida. No han sucedido tal como yo lo había planeado, estúpida de mí, pero el resultado final es el mismo.

He matado a nuestro bebé.
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Mensaje por micky morales Sáb Jun 13, 2015 8:17 am

no puede ser, quien abra intentado matar a britt? esperemos que no le haya pasado nada al bebe!
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Mensaje por lana66 Sáb Jun 13, 2015 8:27 am

Seguro que fue rory,espero que no le pase nada al bebe!.
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Mensaje por Susii Sáb Jun 13, 2015 9:19 am

Noooo:'ccc no puede perder a su bebeD:
Quien era el que la perseguia? Yo digo que fue Rory!>:cc
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Mensaje por Jane0_o Sáb Jun 13, 2015 11:42 am

Otroooooooo
Saludos
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Mensaje por monica.santander Sáb Jun 13, 2015 11:48 am

Noooooo pobre Britt!!!
Saludos
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Mensaje por 23l1 Sáb Jun 13, 2015 8:30 pm

micky morales escribió:no puede ser, quien abra intentado matar a britt? esperemos que no le haya pasado nada al bebe!


Hola, uf difícil pregunta, ya que ai mucha gente que no quiere que esten juntas ¬¬ Esperemos y no =/ Saludos =D


lana66 escribió:Seguro que fue rory,espero que no le pase nada al bebe!.


Hola, es lo mas probable, pero llegar a tanto ¬¬ Ojala y todo salga bn. Saludos =D


Susii escribió:Noooo:'ccc no puede perder a su bebeD:
Quien era el que la perseguia? Yo digo  que fue Rory!>:cc


Hola, nooo no puede!!! gente tonta entrometida. Lo mas seguro ¬¬ Saludos =D


Jane0_o escribió:Otroooooooo
Saludos


Hola, jajajaj aquí el siguiente. Saludos =D


monica.santander escribió:Noooooo pobre Britt!!!
Saludos

Hola siiii =( malditos Saludos =D

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Finalizado FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 19

Mensaje por 23l1 Sáb Jun 13, 2015 8:44 pm

Capitulo 19

El silencio que nos rodea es doloroso. Durante el trayecto en ambulancia, yo lloraba y Santana me decía cuánto me amaba. No puedo evitar pensar que lo hace simplemente porque no sabe qué otra cosa hacer.

No hay consuelo en esas palabras.

No ha dicho que no pasa nada porque sé que sí pasa.

No ha dicho que no es culpa mía porque sé que lo es.

No ha dicho que estaremos bien de cualquier manera, y no sé si lo estaremos.

Ahora que empezaba a ver la luz al final del túnel interminable de problemas, nos toca la peor de las calamidades, un daño irreparable. No creo que nada pueda arreglar esto. Va a poner a prueba el amor que sentimos la una por la otra. Sin embargo, el dolor que noto en las entrañas no me llena de esperanza. No estoy segura de que podamos sobrevivir a esto.

Me lo echará siempre en cara.

Me saca en brazos de la ambulancia y rechaza la silla de ruedas que le ofrece una enfermera. Sigue al doctor en silencio a través de un pasillo en el que hay mucho ajetreo, con la vista al frente y respondiendo a todo lo que le preguntan con monosílabos. Sólo percibo el atronador latido del corazón de Santana bajo la mano que descansa en su pecho. Mis terminaciones nerviosas parecen haber muerto.

No siento nada.

Tras una eternidad subiendo y bajando con suavidad en los brazos de mi esposa, me deposita en una enorme cama de hospital en una habitación privada. Es considerada, y todas sus acciones son dulces y cariñosas: me acaricia el pelo, me coloca la cabeza sobre la almohada y me cubre las piernas con la fina sábana que está doblada a los pies.

Pero todavía no hay palabras de consuelo o apoyo.

Estamos rodeadas por todos lados de aparatos e instrumental médico. Una enfermera permanece en la habitación, pero los hombres de la ambulancia se marchan tras dar un breve parte sobre mí, lo que ha ocurrido y las observaciones que han realizado de camino al hospital. La enfermera toma nota, me pone cosas en la oreja y sostiene otras cosas contra mi pecho. Me hace preguntas y yo respondo en voz baja, aunque todo el tiempo mantengo la vista fija en Santana, que está sentada en una silla con la cabeza entre las manos. La enfermera me pasa un camisón y tengo que dejar de mirar a mi afligida mujer.

La enfermera me sonríe. Es una sonrisa compasiva. Después se marcha de la habitación. Sostengo un rato el camisón y el tiempo pasa. Pienso que podría ser la semana siguiente, o incluso el año que viene. Quiero que sea ya el año que viene.

¿Se habrán ido ya para entonces este dolor y este sentimiento de culpa paralizante?

Al final me vuelvo hacia un lado de la cama, le doy la espalda a Santana y me bajo la cremallera del vestido. En el silencio, la oigo levantarse, como si mis movimientos la hubieran sacado de su pesadilla y se hubiera dado cuenta de sus obligaciones. Se planta delante de mí. Me escuecen los ojos y sigo mirando al suelo.

—Déjame a mí, Britt—dice con ternura, y se ocupa de quitarme el vestido.

—No pasa nada. Puedo hacerlo yo sola—contesto en voz baja.

No quiero que haga nada que no quiera.

—Es probable—me quita el vestido por encima de la cabeza—Pero ése es mi trabajo y quiero conservarlo.

Empieza a temblarme la barbilla cuando trato de contener las lágrimas. No quiero que se sienta más culpable aún.

—Gracias—susurro, pero evito que vea mis ojos llorosos.

Es una misión imposible, especialmente cuando se inclina, hunde la cabeza en mi cuello y yo escondo la mía en el suyo.

—No me des las gracias por cuidarte, Britt. Para eso he venido al mundo. Es lo que me mantiene aquí. No se te ocurra darme las gracias.

—Lo he fastidiado todo. He destruido tu sueño.

Me tumba en la cama y se arrodilla delante de mí.

—Mi sueño eres tú, Britt. Día y noche, sólo tú—veo borroso, pero distingo perfectamente las lágrimas que caen de sus ojos oscuros—Puedo arreglármelas sin nada, excepto sin ti. Nunca podría. No insinúes que crees que es el final. Para nosotras nunca habrá final. Nada nos separará, Britt. ¿Me entiendes?—asiento pese a mi llanto silencioso, incapaz de articular palabra. Se seca las mejillas con el dorso de la mano—Haremos que esta gente nos diga que todo está bien y nos iremos a casa para estar juntas—asiento de nuevo—Dime que me quieres.

Se me escapa un fuerte sollozo y mis brazos buscan sus hombros para atraerla hacia mí.

—Te necesito.

—Y yo a ti—susurra.

Tiene las manos en mi espalda, frías y temblorosas, pero me dan el apoyo que me hace falta.

Estaremos bien.

Con el corazón roto, pero bien.

—Voy a ponerte el camisón.

Me levanta de la cama pero ella permanece arrodillada. Me quita la ropa interior manchada de sangre.

No puedo verlo.

Aprieto los párpados y siento sin ver cómo mis bragas se deslizan por mis muslos. Me da un golpecito en los tobillos para poder quitármelas por los pies, pero durante todo el tiempo permanezco con los ojos cerrados. Se aparta de mi lado un instante y oigo correr el agua de un grifo abierto. Vuelve y, con cuidado, me pasa un trapo húmedo por el interior de los muslos. Se me encoge el corazón en el pecho y reprimo las lágrimas que amenazan con brotar.

—Los brazos.

El tono cariñoso con el que pronuncia la orden me anima a abrir los ojos. Sostiene el camisón delante de mí. Me lo mete por los brazos y me da la vuelta para poder atármelo

—Arriba.

Me coloco en posición y llaman a la puerta. Entonces, Santana les dice que pueden pasar. Entra la misma enfermera pero esta vez trae consigo a un médico. Cierra sin hacer ruido y saluda a mi esposa con una inclinación de la cabeza. Santana está más alerta y sé por qué. El médico ajusta la máquina que hay a un lado de la cama y se sienta en el borde.

—¿Cómo te encuentras, Brittany?—me pregunta.

—Bien.

Me sale la misma palabra que Santana ha amenazado con estamparme en el culo. Mi mujer suspira pero no dice nada.

—Estoy bien, gracias.

—Vale. ¿No te duele nada? ¿Sientes alguna molestia? ¿Tienes cortes o magulladuras?

—No, nada.

Sonríe ligeramente.

—Vamos a ver qué hay. Voy a examinarte.

Incluso ahora, en nuestro momento más triste, siento que Santana se tensa ante la perspectiva de que otra persona me ponga las manos encima. La miro con ojos suplicantes pero ella niega con la cabeza.

—Voy a esperar fuera—dice en voz baja dando un paso atrás en dirección a la puerta.

—¡Ni lo sueñes!—le espeto—¡No te atrevas a dejarme!

Sé que lo está pasando fatal y que la idea de que otra persona y más un hombre me toque le resulta insoportable. Es parte de su territorialidad irracional, de su forma de ser imposible.

Pero tiene que superarlo.

El médico nos mira, algo desconcertado, y espera a que Santana tome la iniciativa y se siente a mi lado en la cama.

¿Qué haré si se marcha?

No creo que pueda soportarlo. Sin embargo, respira hondo, coge fuerzas y se sienta a mi lado. Me coge la mano entre las suyas y se las lleva al pecho. Agacha la cabeza.

No puede mirar.

Estoy flanqueada a un lado y a otro. Una persona me examina con cuidado y la otra respira hondo y me aprieta la mano.

Echo la cabeza atrás y miro al techo. Estoy deseando terminar con esto para que Santana pueda llevarme a casa y podamos comenzar el doloroso proceso de asimilar lo que ha pasado.

¿Quién conducía el DBS?

Esto arroja una luz completamente diferente sobre el episodio del desmayo en el bar. No creo que Rory esté tan trastornado por la venganza como para llegar a estos extremos.

—Está un poco frío—dice el médico.

A continuación desliza el aparato por mi interior sin quitarle ojo a la pantalla y la pequeña habitación se llena de unos zumbidos y unos golpeteos distorsionados. El médico emite sonidos extraños mientras aprieta botones con una mano y con la otra hace presión con la sonda. No duele. Nada duele porque todavía estoy insensible. Y de repente deja de mover la mano y de pulsar botones en el ecógrafo. Miro al médico, que está estudiando con atención la imagen de la pantalla. Y al final me mira.

—Todo está bien, Brittany.

—¿Perdón?—susurro.

Mi corazón moribundo se ha despertado de repente y amenaza con salírseme por la boca, decidido a asfixiarme del susto.

—Todo correcto. Un leve sangrado en los primeros meses del embarazo puede ser perfectamente normal pero, dadas las circunstancias, teníamos que ser precavidos.

Santana me aprieta la mano con fuerza, tanto que al final siseo de dolor. Afloja de inmediato y levanta poco a poco la cabeza hasta que sus ojos encuentran los míos. Son enormes estanques oscuros que reflejan su sorpresa y tiene las mejillas empapadas. Sacudo la cabeza como si, de todo el horror que ha traído el día, éste fuera el instante que he soñado.

Nos limitamos a mirarnos.

Ninguna de las dos sabe qué hacer con la noticia. Santana intenta hablar pero no puede. Yo lo intento también pero no logro articular palabra. Se pone en pie y vuelve a sentarse para levantarse de nuevo después.

Me suelta la mano.

—¿Britt sigue estando embarazada? Ella... ella... hay... estamos...

El médico se ríe.

—Sí, Brittany sigue estando embarazada, señora López-Pierce. Siéntese. Se lo mostraré.

Santana me mira un instante con ojos estupefactos y luego mira la pantalla.

—Prefiero estar de pie, si no le importa. Necesito mover las piernas—se inclina sobre la cama con los ojos entornados—No veo nada.

Es duro, pero dejo de mirar a mi esposa. Yo también quiero verlo. No obstante, en la pantalla sólo distingo borrones en blanco y negro.

—Miren, ahí están. Dos latidos perfectos.

Frunzo el ceño.

¿Dos latidos?

Santana se echa hacia atrás y casi mira mal al médico.

—¿Mi bebé tiene dos corazones?

El doctor se ríe y nos mira, divertido.

—No, señora López-Pierce. Cada uno de sus bebés tiene un corazón y los dos laten perfectamente.

Se queda boquiabierta y empieza a andar hacia atrás hasta que la parte posterior de sus piernas choca contra una silla y se cae de culo sobre el asiento con un estruendo.

—Perdone, ¿me lo repite?—farfulla.

El médico sonríe.

¿Le hace gracia?

A mí, desde luego, no.

¿He pasado de tener un bebé a no tener ninguno y ahora a tener dos?

Al menos, eso es lo que parece que está diciendo. El hombre de la bata blanca mira a Santana.

—Señora López-Pierce. Se lo diré más claro, para que nos entendamos.

—Se lo ruego—susurra Santana.

—Su mujer espera mellizos.

—Joder—traga saliva—Tenía el presentimiento de que iba a decir eso.

Me mira, pero si espera una palabra, una expresión facial o lo que sea, puede esperar sentada. Todavía estoy insensible y patidifusa.

¿Mellizos?

—Está de unas seis semanas.

Sí, estoy pasmada. No obstante, sé que lo que dice el médico es imposible. Tuve la regla hace cinco semanas, más o menos. No puedo estar de más de cuatro.

—Perdone, pero no puede ser. Tuve mi última regla en ese tiempo.

¿Tan eficaz fue el tratamiento en mí?

¿O fueron los óvulos de Santana?

Claro tan persistentes y eficaces como ella, ¿no?

—¿Tuvo usted el período?—pregunta.

—¡Sí!

—Eso no es inusual—contesta con naturalidad—Déjeme hacer algunas comprobaciones.

¿No lo es?

Miro a Santana con cautela pero sólo veo un cuerpo esbelto petrificado en el sitio.

Parece un fósil.

¿Seguirá igual de entusiasmada?

No lo sé, pero más le vale acostumbrarse: es todo culpa suya. No pienso cargar con la culpa de esto. Ella me sometió al tratamiento. Debería haber hecho caso de mi intuición y haberle parado los pies antes. O tal vez no. Ésta es la venganza suprema. Ella no esperaba esto, no era lo que quería. Si no estuviera tan atónita, pensaría que le he dado en la cresta. Creo que me partiría de la risa en su hermosa cara de sorpresa y le diría que ella se lo ha buscado.

¿No quería un bebé?

Pues toma. Así que más le vale espabilar e ir haciéndose a la idea. Va a ser mamá, ya lo creo que sí.

Ya me encargaré yo de que así sea.

Mi ex mujeriega neurótica e imposible tiene todo un reto entre manos: una esposa histérica hecha un saco de hormonas y dos bebés. Sonrío para mis adentros mientras dejo caer la cabeza sobre la almohada y viajo al país del caos, un lugar en el que Santana se tira de los pelos. Y yo la miro y sonrío a nuestros dos pequeños, que corretean entre sus tobillos y reclaman su atención. Es una fantasía que muy pronto se hará realidad.

Mi latina va a tener competencia en el apartado de exigencias y demandas porque, si hay algo que deseo con todo mi corazón, es que los bebés hereden todos sus rasgos molestos e irritantes. Espero que salgan a su mamá latina y que la desobedezcan todos los días durante el resto de su vida.

Miro su cuerpo inmóvil y me río para mis adentros. También espero que se parezcan a ella, porque es muy guapa y es todo amor, un amor tan intenso que se le sale del pecho.

Amor para mí y para nuestros bebés.

Acabo de aterrizar en el séptimo cielo de Santana.

Me aconsejan unos días de reposo y que me examinen las cervicales. El médico imprime la ecografía y nos da el alta. Salimos del hospital cogidas de la mano. Santana sostiene con cuidado la pequeña imagen en blanco y negro. Tengo que indicarle el camino todo el rato porque está ensimismada con la foto y no ve por dónde va.

Finn viene a buscarnos y nos lleva al Lusso. Se ríe a mandíbula batiente, a carcajada limpia, cuando lo pongo al corriente de las novedades. He tenido que hacerlo yo porque Santana sigue muda; ni siquiera le pregunta a Finn si ha recuperado el DBS. Así que lo hago yo. Ha perdido de vista el dichoso coche.

Ryder parece estupefacto al no recibir ningún gruñido. Meto a Santana en el ascensor e intento sonsacarle el código nuevo. No me lo quiere decir. Lo introduce en el sistema, abstraída en otra cosa.

Tres, dos, uno, cero.

Me muero de la risa por dentro pero por fuera mantengo la compostura. Ahora estamos en la cocina, Santana tirada en un taburete, mirando la ecografía sin moverse, y yo bebiéndome un vaso de agua, esperando que mi mujer vuelva a la vida. Le doy media hora, luego le tiraré un cubo de agua fría.

Voy arriba, llamo a Rachel y oigo su grito ahogado de sorpresa, primero por la dramática persecución en coche, y después por la buena nueva de los mellizos. Luego se ríe.

Me ducho, me seco el pelo, me echo crema y me pongo mis pantalones de pescador tailandés. Al menos éstos se irán ensanchando al mismo tiempo que mi barriga.

Cuando vuelvo abajo, todavía está sentada y sin moverse en la isleta, mirando la imagen de la ecografía. Algo frustrada, me siento a su lado y acerco su cara a la mía.

—¿Vas a volver a hablar algún día?

Sus ojos vagan por mi rostro durante una eternidad. Encuentran los míos.

—Joder, Britt. No puedo respirar.

—Yo también me he quedado a cuadros—confieso, aunque no tanto como ella.

Los dientes se ciernen sobre su carnoso labio inferior y lo agarran con fuerza. Los engranajes se ponen a trabajar en el tema. Me pongo en alerta de inmediato.

—Yo tenía un hermano mellizo—dice en voz baja.

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Finalizado FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 20

Mensaje por 23l1 Sáb Jun 13, 2015 8:45 pm

Capitulo 20

Me siento de nuevo en el taburete y, por enésima vez, soy incapaz de articular palabra.

Nada.

No me viene nada a la cabeza. Estoy más pasmada ahora que en cualquier otro momento de este largo día.

Ella sonríe con cariño.

—Mi chica vivaz se ha quedado sin habla.

Es verdad. Estoy totalmente perpleja. A estas alturas debería estar acostumbrada a este tipo de sorpresas por parte de esta mujer, pero no es así, siempre me pilla desprevenida.

Levanta la mano y me acaricia la mejilla con suavidad. Después la desliza por mi cuello y traza pequeños círculos con el pulgar en mi garganta.

—Ven a bañarte conmigo—dice tranquilamente, se levanta del taburete y tira de mí para ponerme de pie también—Necesito estar contigo.

Me eleva hasta su cuerpo, rodeo sus hombros con los brazos y mis piernas se colocan en su lugar favorito mientras nos dirigimos al piso de arriba. Sin pensarlo, acerco los labios a su cuello y la beso.

La beso, la huelo y la siento.

Inhalo su aroma fresco, y todos sus ángulos me reconfortan tremendamente. Sé que va a iluminarme con una parte muy importante de su historia, pero no voy a presionarla. No voy a intentar sonsacárselo todo ni a tener una pataleta si decide no contármelo. Podría haber achacado su estado a la sorpresa ante las últimas nuevas.

Lo habría creído.

Sin embargo, no lo ha hecho. Ha compartido algo, una parte de sí, sin que tuviera que amenazarla para que me proporcionara esa información. Me ha confesado que tenía un hermano, no que lo tenga. Y el hecho de que su mujer esté embarazada de mellizos ha sacado a la superficie algo que llevaba enterrado en el fondo de su ser.

Me coloca sobre el mueble del lavabo e inicia la rutina de comprobar la temperatura, verter sales de baño y remover el agua para que se formen algunas burbujas. Prepara las toallas, coloca el gel y el champú junto a la bañera y regresa a mi lado cuando ha terminado y la tina está llena. Me levanta la camiseta de tirantes, me besa en los labios y empezamos a masajearnos lentamente las lenguas mientras me quita la ropa. Tan sólo nos separamos brevemente para dejar que me saque la camiseta por la cabeza, después nos unimos de nuevo y continuamos con nuestro beso dulce y largo.

Es un beso especial.

Un beso muy especial.

Retraso el quitarle la camiseta para no tener que abandonar sus labios. Este beso no precede a una sesión de sexo intenso. Precede a una confesión de algo que le resulta doloroso, y sé qué es lo que está sucediendo en este preciso momento. Verter su amor en mí a través del contacto de nuestras bocas es su manera de hallar la fuerza que necesita para exteriorizarlo. Es su forma de comprobar que soy real antes de descargar un pasado de sufrimiento.

Deslizo las manos por debajo de su camiseta y me deleito acariciando sus pechos y sus duros músculos de su estómago.

—Quítamela—murmura entre nuestros labios—Por favor, despójanos de todo lo que nos separa, Britt.

Su petición me hace flaquear ligeramente, pero cuando me besa con un poco más de fuerza, vuelvo a recuperar la tónica del momento. No me estaba pidiendo sólo que le quite la ropa.

Me apresuro.

La necesidad de sentir su piel desnuda sobre la mía se ha convertido inmediatamente en mi mayor prioridad, de modo que me aparto de su boca y le quito la camiseta. Continúo con el sujetador y los dejos caes por sus brazos. Sigo con los vaqueros y las bragas y los dejo caer por sus piernas para que pueda sacárselos de una patada. Me levanta del mueble y me desliza los pantalones tailandeses y las bragas de encaje por los muslos. Me asomo para comprobar que no haya sangre.

No la hay.

Nuestros pequeños están bien.

Me coge en brazos y hundo directamente las manos en su pelo. Separo los labios y los pego a su boca mientras se mete en la bañera conmigo aferrada a ella y empieza a agacharse.

—¿Está buena el agua?—murmura mientras me acomodo sobre sus muslos.

—Sí.

Pego el cuerpo al suyo hasta que mis senos quedan aplastados contra los suyos; apoyo los codos sobre sus hombros, acaricio con las manos toda su cabeza y la beso suavemente sin descanso.

—Siempre te parece que está bien—susurra.

—Todo me parece perfecto si te tengo.

—Me tienes—me hunde los dedos en el pelo, me lo agarra y se aparta. Le echo el aliento en la cara—Lo sabes, ¿verdad?

—Te has casado conmigo, claro que lo sé.

Sacude la cabeza, me agarra la mano, me saca el anillo de boda y lo sostiene en alto.

—¿Crees que esto simboliza mi amor por ti?

—Sí—admito.

Sonríe un poco, como si yo no entendiera nada. Y es verdad.

—Entonces deberíamos quitar estos diamantes e incrustar mi corazón—añade al tiempo que vuelve a colocármelo en el dedo lentamente.

Me deshago en su regazo y apoyo las manos en sus pechos.

—Me gusta tu corazón donde está—me inclino y pego los labios a su piel—Me gusta cómo se hincha cuando me miras.

—Sólo por ti, Britt-Britt—une nuestras bocas y se pasa unos cuantos instantes reafirmándolo—Deja que te bañe—murmura mientras hace descender los labios por mi garganta—Date la vuelta.

A regañadientes, dejo que me vuelva para que pueda ponerse de rodillas, sentarse de nuevo y colocarme de nuevo entre sus muslos para comenzar con las rutinas del baño.

Suspiro complacida pero no digo nada.

No pienso forzar una conversación en la bañera. Esta vez, no. Tiene que salir de ella. Es evidente que mi mente curiosa no para de dar vueltas, pero no seré yo quien rompa este cómodo silencio. Además, me encuentro en el séptimo cielo de Santana, deleitándome en su cariño. El pasado de mi latina no afecta para nada a nuestro futuro. Ella misma lo dijo, y ahora, más que nunca, sé a qué se refería.

—¿Estás bien?—pregunta mientras me pasa la esponja por el cuello.

Sonrío.

—Estoy bien.

Veo cómo se forman pequeñas ondas en el agua cuando se acerca más a mí y apoya la boca en mi oreja.

—Estoy un poco preocupada por mi pequeña seductora desafiante—susurra.

No quiero excitarme, pero es algo que jamás podré evitar cuando la tenga cerca, y menos si encima me respira en el oído.

Pego la mejilla contra ella.

—¿Por qué?

—Porque está demasiado callada cuando sabe que tengo información que compartir con ella—me besa en la sien y se inclina hacia atrás arrastrándome consigo.

—Sé que cuando quieras contármelo lo harás.

Su pecho se agita ligeramente debajo de mí con una risa silenciosa.

—Este embarazo está transformando por completo a mi chica—acerca las manos y las apoya en mi vientre—Primero ha desarrollado una fobia a tener mi sexo en la boca—levanta las caderas y las pega contra mis lumbares, como si quisiera demostrarme lo que me estoy perdiendo. Sé perfectamente lo que me estoy perdiendo, y no me gusta nada—Y después cesa en sus enérgicas exigencias de información.

Me encojo de hombros con aire despreocupado.

—Mi latina también ha dejado su amplia gama de polvos expertos, así que estamos empatadas, ¿no?

Se echa a reír, y me cabrea un poco estar de espaldas a ella, porque sé que si estuviera de frente vería el brillo de sus ojos y las pequeñas arrugas que se forman en sus comisuras.

—Y, sin embargo, sigue regalándome esa boca tan malhablada—dice.

Me pellizca ligeramente por encima del hueso de la cadera y yo doy un respingo y lanzo un gritito. Después deja que me vuelva a acomodar. Se hace el silencio otra vez. Casi puedo oír su mente dando vueltas. Es como si quisiera que la obligara a soltarlo, pero no voy a hacerlo.

Estamos en un punto muerto silencioso.

Por fin suspira y empieza a trazar pequeños círculos con las puntas de los dedos a ambos lados de mi ombligo.

—Se llamaba Santiago.

No dice nada más que eso. Me proporciona el nombre de su hermano mellizo y no dice nada más, y yo me quedo tumbada en silencio encima de ella, esperando a que prosiga.

Necesita tomarse su tiempo, y no voy a atosigarla.

Sé que quiere que lleve yo la delantera a partir de aquí, pero necesito que me lo confiese todo por su propia voluntad.

—Lo estás haciendo a propósito, ¿verdad?—pregunta. Sabe que sí, así que no le contesto. Suspira de nuevo y mi cuerpo se eleva y desciende con ella—Me tenía idealizada. Quería ser como yo. Nunca entenderé por qué—parece furiosa. Empiezo a darme la vuelta para mirarla. Ahora me encuentro boca abajo, tendida encima de ella y observando sus ojos oscuros cargados de dolor—No puedo hacer esto sola, Britt-Britt Ayúdame.

Mis instintos se apoderan de mí. Me aprieto contra su cuerpo un poco más arriba para poder apoyar la cara en el hueco de su cuello.

—¿No se parecían?—pregunto.

Los mellizos a menudo se parecen.

—Sí, éramos la versión femenina y masculina del otro en aspecto, pero no en personalidad, ahí éramos totalmente diferentes.

—¿Él no era un dios?—pregunto tranquilamente, pensando que quizá acabo de sugerir que su hermano mellizo era feo.

No era lo que pretendía, pero tenía que serlo si era totalmente opuesto a Santana.

Me acaricia la espalda suavemente.

—Él era un genio.

—¿Y eso es ser diferente de ti?—pregunto.

—Santiago tenía un cerebro prodigioso. Yo tenía mi aspecto, y lo utilizaba, como bien sabes. Pero Santiago no utilizaba su cerebro. Si lo hubiera hecho, ahora no estaría muerto.

Vaya. Dejo apartados mis pensamientos previos porque ahora me vienen a la mente un sinfín de preguntas y no puedo contenerlas.

—¿Cómo murió?

—Lo atropelló un coche.

—¿Y por qué dices que no usaba su cerebro?

—Porque iba borracho cuando se cayó en la carretera.

De repente empiezo a entenderlo todo. Por eso reaccionó así cuando pisé la carretera el viernes estando ebria.

—Alejandro no es el único motivo por el que no te hablas con tus padres, ¿verdad?—pregunto.

—No, el principal motivo es que mi hermano murió por mi culpa—responde sin ningún rastro de emoción en la voz, acaso con tono sarcástico y transpirando resentimiento—Lo de Alejandro y La Mansión sucedió después y fue la gota que colmó el vaso.

—¿Santiago era su preferido?

Detesto haber dicho eso. Me enfurece pensarlo, pero estoy empezando a asimilarlo todo muy despacio. No conozco a la familia de Santana, y no me apetece nada hacerlo después de que me dijera que se avergüenzan de ella y del estilo de vida que llevaba. Sin embargo, toda esa historia indica que su desencuentro no fue a causa de La Mansión y de todo lo que eso conllevaba.

—Santiago era el hijo que todo padre desea tener. Yo no. Lo intenté. Estudiaba, pero tenía que hacer un esfuerzo mucho mayor que él.

—¿Y él quería ser como tú?

—Ansiaba la libertad de la que yo disfrutaba por ser la hija que, según ellos, tenía menos potencial. Centraban toda la atención en Santiago, el genio, el hijo del que estaban orgullosos. Santiago iría a Oxford. Santiago habría ganado su primer millón antes de cumplir los veintiuno. Santiago se casaría con una chica inglesa de buena familia y tendría hijos educados, amables y listos—hace una pausa—Pero Santiago no quería nada de eso. Quería llevar las riendas de su propia vida, y lo más triste es que lo habría hecho bien por sí solo.

—¿Y qué pasó?

Estoy muy intrigada. Por fin ha empezado a soltarse.

—Hubo una fiesta en casa de alguien. Ya sabes, mucho alcohol, chicas y... oportunidades—sí, ya lo sé, y seguro que Santana no se perdía ninguna—Estábamos a punto de cumplir los diecisiete. Nos estábamos preparando los exámenes finales y a punto de enviar la solicitud de matrícula a Oxford. Por supuesto, fue idea mía.

—¿El qué?

No estoy segura de hacía a dónde va esta historia, pero voy a averiguarlo.

—Salir y comportarnos como adolescentes, librarnos un poco de los estudios y dejar de intentar cumplir las expectativas de nuestros padres. Sabía que acabaría pagándolo, pero estaba preparada para enfrentarme a su ira. Íbamos a salir a tomar unas copas juntos, como hermanos. Quería pasar un poco de tiempo con él, como críos normales. Sólo fue una noche. Jamás pensé que terminaría pagándolo tan caro.

Se me parte el corazón. Me despego de su cuello y me incorporo. Tengo que verle la cara.

—¿Se te fue de las manos?

Enarca las cejas.

—¿A mí? ¡No! Yo me tomé unas cuantas, pero Santiago no dejaba de beber chupitos como si se acabara el mundo. Prácticamente tuve que sacarlo de aquella casa a rastras. Luego empezó a sincerarse y me dijo lo mucho que odiaba toda aquella presión y que no quería ir a Oxford. Entonces hicimos un pacto—sonríe con cariño—Decidimos que les diríamos juntos a nuestros padres que no queríamos hacerlo. Que queríamos tomar nuestras propias decisiones para perseguir nuestros sueños, no para impresionar a los capullos estirados con los que ellos se relacionaban—ahora sonríe ampliamente—Él quería ser piloto de motociclismo, pero eso estaba mal considerado. Era demasiado imprudente—cierra los ojos con fuerza y los abre de nuevo, esta vez carentes de brillo—Jamás lo había visto tan contento ante la idea de rebelarse conmigo, de hacer lo que realmente queríamos para variar, no lo que nos decían que hiciéramos. Y entonces cruzó la carretera.

Me mira fijamente y estudia mi reacción. Quiere saber si creo que fue culpa suya.

—Nadie puede culparte por ello—digo, algo furiosa.

Ella sonríe y me aparta el pelo de la cara.

—Me culpan porque soy culpable. No debería haber apartado a Santiago del buen camino arrastrándolo conmigo. El muy idiota no debería haberme escuchado.

—Por lo que cuentas, no parece que tuvieras que arrastrarlo mucho—rebato.

—Britt, él estaría vivo si...

—No, San. No pienses así. La vida está llena de síes. ¿Y si tus padres no los hubieran presionado? ¿Y si les hubieran plantado cara antes y hubieran dicho basta?

—¿Y si no nos hubiésemos rebelado?—dice, muy seria.

Sé que se ha hecho muchas veces esa pregunta y nunca ha encontrado la respuesta. Estoy a punto de ceder, pero...

—Entonces nunca me habrías conocido—replico. Las emociones se agolpan en mis cuerdas vocales—Y yo nunca te habría conocido a ti—digo con un hilo de voz.

La sola idea me mata. Un torrente de lágrimas empieza a descender por mi rostro.

Es algo impensable.

Insoportable.

Todo sucede por alguna razón, y si Santiago siguiera vivo, estoy convencida de que la vida de Santana habría tomado un rumbo muy diferente y jamás nos habríamos conocido. Le he dicho esto en un intento de mitigar el pesar que le producen esos estúpidos pensamientos que la atormentan desde hace tanto tiempo.

Echa la cabeza hacia atrás y me mira el vientre.

—Todo lo que me ha pasado en la vida me ha llevado hasta ti, Britt. Ha tardado una eternidad, pero por fin he encontrado mi lugar.

Le agarro la mano y la sostengo pegada a mi barriga.

—Conmigo y con estas dos personitas.

Asciende la mirada por mi cuerpo, me agarra de la cintura con la otra mano y me aprieta contra sí.

—Contigo y con estas dos personitas—confirma—Nuestros pequeños.

Ahora entiendo por qué ha reaccionado así al recibir la noticia, y cuanto más me habla de sus padres, menos me gustan. Su obsesión por guardar las apariencias destrozó a su familia.

—¿Y qué hay de Bree?—pregunto.

—Bree acabaría casándose con un hombre de bien y sería una buena esposa y mamá, e imagino que ha cumplido con su deber. En la invitación de boda decía «doctor Jake», ¿verdad?

—Sí.

—Bueno ahí lo tienes—concluye con una amargura que no puedo evitar compartir.

No quiero conocer a los padres de Santana en mi vida. En mi mente imagino a su papá como el típico burgués inglés estirado con un reloj de bolsillo, una escopeta y un par de pantalones de cuadros metidos en unas botas de goma. A su mamá la veo como la típica señora siempre correcta que viste trajes de dos piezas, que lleva pendientes de perlas auténticas y que sólo sirve té en vajillas de porcelana fina inglesa a la hora que debe tomarse. Y tiene que ser Earl Grey, por supuesto. Sonrío para mis adentros al imaginarme sus caras ante los constantes tacos de Santana. Y en cuanto a La Mansión... Todo empezó tras la muerte de Santiago, como si se hubiera propuesto compensar su ausencia. Como si, de algún modo extraño, estuviera vengando la muerte de su hermano. Empezó a comportarse doblemente mal para compensar la desaparición de Santiago y asegurarse de que no rompía el pacto. Espero que el sueño de Santana no fuera convertirse en una mujeriega hedonista.

Y ahora entiendo su interés por las motos de carreras.

—¿Empezaste a pasar más tiempo con Alejandro tras la muerte de tu hermano?

—Sí. Alejandro sabía cómo me sentía con respecto a mis padres. Él había soportado lo mismo con mi abuelo—me pasa la mano por toda la espalda—¿Estás cómoda?

—Sí, estoy bien—me apresuro a responder para que continúe con su historia.

—Fue un alivio. Me ayudó a escapar del recordatorio diario de que Santiago ya no estaba conmigo, y me distraía con los trabajos que mi tío me encargaba por La Mansión—se revuelve un poco—¿Seguro que estás cómoda?

—¡Que sí!

Le pellizco el pezón y ella se echa a reír. Esto es estupendo. Se siente bien compartiendo estas cosas conmigo.

—Está cómoda—susurra.

—Sí. ¿Qué tipo de trabajos hacías?

—De todo un poco. Recogía los vasos por el bar, cortaba el césped. Mi papá se subía por las paredes, pero no pudo impedírmelo. Después anunciaron que nos mudábamos a España.

—Y te negaste a marcharte.

—Sí. Yo todavía no había entrado en las habitaciones de La Mansión. Seguía siendo virgen en ese sentido—sé que está sonriendo con malicia—Pero el día que cumplí dieciocho años, Alejandro me dejó a mi aire por el bar. Es lo peor que pudo hacer. Fui directo. Fue algo natural. Demasiado natural—levanto la mirada y veo que su sonrisa ha desaparecido—Si ya el solo hecho de estar en La Mansión me ayudaba a mitigar todos mis problemas, beber y follar hacía que los olvidara por completo.

—Los evadías—susurro. Huía de la culpa con la que sus padres lo cargaban bebiendo en exceso y acostándose con demasiadas mujeres—¿Y qué decía Alejandro de todo eso?

Sonríe.

—Pensaba que era una etapa y que pasaría. Pero entonces él también murió.

—Y tus padres intentaron que vendieras La Mansión—todo eso ya lo sé.

—Sí. Cuando se enteraron de que mi tío había muerto volvieron de España. Y ahí estaba yo, una versión más joven de la oveja negra de la familia, regentándola, bebiendo y hartándome de mujeres. Había experimentado la libertad y lo que era vivir sin que estuvieran intentando transformarme constantemente en la hija ideal. Me había vuelto engreída y segura de mí misma, y además era tremendamente rica—sus labios forman una línea recta. Está cargado de resentimiento. Definitivamente, lo suyo con sus padres no tiene solución—Les dije por dónde podían meterse su ultimátum. La Mansión había sido la vida de Alejandro y se había convertido en la mía. Fin de la historia.

¿Qué puedo decir ante todo esto?

Pensaba que ya había conseguido entenderlo, pero esta conversación en la bañera ha hecho que me dé cuenta de lo lejos que estaba de entenderlo del todo. Perdió demasiado pronto a dos de las personas más importantes de su vida, ambas en accidentes de circulación.

Entonces ¿por qué ella conduce como una loca?

No tengo ni idea, pero todo eso explica su sobreprotección.

—Nuestros hijos serán lo que quieran ser—digo mordisqueándole la barbilla—Siempre y cuando no quieran ser unos mujeriegos o mujeriegas.

Me agarra las nalgas con las dos manos y luego me las aprieta con fuerza.

—El sarcasmo no te pega, Britt-Britt.

—Bueno yo creo que sí—respondo.

—Vale, sí—me desliza hacia arriba y me besa en un pezón—Está desapareciendo el chupetón.

—Bueno vuelve a hacérmelo.

Le ofrezco mi pecho, como la pícara seductora que sabe que soy, y ella envuelve los labios alrededor de la pequeña protuberancia erecta y empieza a lamerla suavemente. Exhalo un largo y grave gemido de satisfacción y restriego la nariz por su pelo húmedo inhalando su deliciosa esencia.

—¿Te gusta?—pregunta con mi pezón entre los dientes.

—Mmm.

Me siento en paz ahora que lo sé todo.

Sus labios se deslizan hacia los restos de la marca y empieza a chupar suavemente, atrayendo la sangre hacia la superficie.

—Britt, no sé muy bien cómo me siento respecto al hecho de que nuestros bebés vayan a apoderarse de tus pechos—me suelta y yo me deslizo hacia abajo, frotándome contra su sexo. Abre los ojos como platos e inhala profundamente—No. No podemos—me aparta y se incorpora—No, Britt. Y no te atrevas a ponerte en modo seductora.

La miro con el ceño fruncido.

—Cornualles—la amenazo, y ella se revuelve horrorizada, pero pronto me devuelve la mirada con más fiereza todavía.

—¡No vas a irte a ninguna parte!—asevera con un gruñido al tiempo que se pone en pie.

Estoy de rodillas, y su hermoso, suave y húmedo sexo queda justo a la altura perfecta. Antes de que le dé tiempo a salir de la tina, le ha sujeto el clítoris y aprieto con fuerza.

—¡Joder! ¡No me hagas esto!

—¿Vas a rechazarme?—digo mientras tiro de el lentamente pero sin dejar de apretar.

Qué mala soy.

Sacude la cabeza.

—Britt, no pienso tomarte en tu estado.

—Siéntate—le ordeno señalando con la cabeza el lateral de la bañera, y a continuación le paso la lengua por su húmedo sexo.

Ella sisea y alza la vista al techo.

—Britt, como me dejes a punto de estallar, perderé la puta cabeza—me advierte empujando suavemente hacia adelante.

—No lo haré—no puedo garantizarlo, pero hay otras maneras de hacer esto—Siéntate.

Tiro de ella hasta que se sienta en el borde y me arrodillo entre sus muslos, pero no me da la oportunidad de ser creativa. Me agarra de los brazos.

—Si yo tengo que sentarme aquí, tú vas a sentarte en el otro lado—me dice. Me propina un beso furioso y se aparta sin aliento, con los ojos totalmente nublados de deseo. La anticipación hace que se me corte la respiración—Abierta de piernas.

Dejo escapar un grito ahogado y me maldigo al instante por ello. Pretende llevarme a ese terreno en el que ella tiene todo el control. Me está provocando con esos ojos llenos de promesa y de placer, retándome a rechazarla.

Desliza las manos por debajo de mis brazos y me levanta para empujarme hacia atrás con cuidado. Llego a mi sitio y poso el trasero sobre el borde de la inmensa bañera. Siento su dureza bajo mi piel húmeda, aunque no me importa mucho. No puedo concentrarme en nada más que en mi mujer, sentada frente a mí, ardiente y húmeda. Entonces se pasa la lengua por el labio inferior y me sorprendo a mí misma imitándola.

—Lámete los dedos, Britt—ordena.

No va a ser un acto suave como me temía a mi pesar. Ha pasado al modo dominante.

Me encuentro en mi salsa.

Sé que no acabará en un polvo intenso, pero esa mirada, esa postura, esa voz de mando...

Me llevo los dedos a la boca y los deslizo entre mis labios de manera lenta y precisa, sin apartar la vista de sus ojos. Aunque lo intentara no podría hacerlo. Su mirada suele ser adictiva de por sí, pero cuando está cargada de deseo, reflejando su sed de lujuria con esas enormes pestañas, es imposible resistirse a ella.

—Desliza la mano por tu parte delantera—dice bruscamente—Despacio.

Obedezco y empiezo a arrastrar la palma de mi mano por mi cuerpo, acariciando mis pezones y mi vientre.

—¿Así es lo bastante despacio?

—¿Te he dado permiso para hablar?—pregunta sin apartar los ojos de los míos. Hago un mohín pero continúo mi viaje descendiente y llego al punto en el que se unen mis muslos—Para—aparta la vista y la desvía hacia abajo, tomándose su tiempo, admirando su patrimonio, hasta que llega a mi mano—Un dedo, Britt-Britt. Métete un dedo muy despacio—siguiendo sus órdenes, inserto uno de mis dedos inspirando profundamente—Recuerda que eso es mío—dice mirándome a los ojos de nuevo—Cuídalo—esa frase, la manera que tiene de pronunciarla y el hecho de que lo dice totalmente en serio, me obliga a cerrar los ojos para volver a centrarme—Mírame, Britt—hago unos ejercicios de respiración para intentar calmarme y obedezco su orden—Buena chica—se lleva la mano abajo y se masajea suavemente el sexo. Mi ritmo cardíaco se acelera—Pruébalo.

No siento la menor vergüenza. Nunca la he sentido, me haga lo que me haga o me pida lo que me pida. Mi cerebro registra un ligero nerviosismo, tal vez un poco de aprensión también, pero basta con que la mire un instante a los ojos para disiparlos.

Recorro mi cuerpo de nuevo con la mano en dirección ascendente esta vez, me meto el dedo en la boca de manera lenta, seductora y provocativa y gimo sin pudor al hacerlo.

—¿Está bueno?—pregunta acariciándose el sexo suavemente mientras me observa.

Esa imagen hace que me vuelva loca de deseo, pero sé que no dejará que me mueva de este lado de la bañera.

Sé quién tiene el poder.

La miro con lujuria mientras me lamo y me chupo el dedo y me caliento a mí misma hasta transformarme en un manojo desesperado de nervios temblorosos.

—Imagino que eso es un sí—dice. Acelera un poco el ritmo y luego aminora de nuevo para controlarse—Joder, Britt.

Me aprovecho de su momento de debilidad y bajo otra vez la mano hasta mi sexo, hundo los dedos y empiezo a tocarme de manera meticulosa y controlada. Arqueo la espalda, separo aún más las piernas y giro la cabeza dejando escapar un gemido. Soy consciente de que desprendo erotismo por los cuatro costados, y suelto pequeños jadeos descontrolados conforme mi placer aumenta con mis propias caricias rítmicas.

—Joder, Britt. Mírame—silba.

Mis ojos y mi cabeza descienden al oír su orden. Ella también está a punto. Tiene el cuerpo tenso y sus dedos trabajas con más firmeza y a más velocidad. Esto no hace sino excitarme más, y mis propios dedos se aceleran y mi cuerpo también se tensa.

—¿Estás cerca, Britt-Britt?

—¡Sí!—exclamo.

—Joder, aún no. Contrólalo.

—¡No puedo!—digo, y temo que pueda detenerse de repente. Estoy a punto. Ya viene—¡Joder!

—¡Joder, Britt, aguanta!

Sacude los dedos con urgencia e inclina la cabeza hacia atrás sin apartar los ojos oscuros de mí.

Hago todo lo que puedo.

Me pongo tensa y mis piernas hacen salpicar el agua con un espasmo mientras me esfuerzo por contener las convulsiones que me invaden.

—¡San!—grito con desesperación.

La presión en mi sexo está fuera de control.

—Joder, Britt-Britt, me encanta verte así.

Sus movimientos desatados la hacen perder la razón. Gime y se postra de rodillas en el agua dejando escapar un rugido ahogado. Aparto la mano inmediatamente cuando coloca la cabeza entre mis muslos y su boca toma el relevo mientras ella sigue masturbándose delante de mí. La calidez de sus labios sobre mi sexo me acerca un poco más al éxtasis. Me agarro de su pelo, apretándolo aún más contra mí. Voy a estallar de placer.

Y por fin lo hago.

Mis muslos se aferran a ambos lados de su cabeza mientras me dejo llevar con una sacudida prolongada de reconfortante dicha y un fuerte suspiro. Mis pulmones liberan el aire y me relajo por completo. Ella continúa lamiéndome suavemente. Después asciende por mi cuerpo hasta encontrar mi boca. Me insta a ponerme de rodillas y me coge la mano. Sustituye la suya por la mía alrededor de su sexo.

—Me toca—susurra—Acércate a mí.

Su húmedo sexo roza el mío clítoris y empuja contra mi persistente palpitación. Tomo el relevo, le agarro el sexo y lo masajeo hasta el clímax. Ahora tiene las manos libres y me sujeta del cuello. Mantiene mi cabeza firme mientras me besa con el mismo cuidado con el que yo la masturbo con la mano. No es un acto urgente ni frenético. Es controlado y relajado. Ella es capaz de controlarlo mucho mejor que yo.

—Sigue haciendo eso—murmura en mi boca—Podría estar así eternamente.

—Te quiero.

No sé por qué he sentido la necesidad de decirlo en este momento, pero así es.
Me mete la lengua suavemente en la boca y la retira. Juguetea con mis labios y después vuelve a introducirla y a flirtear con la mía propia. Yo continúo absorbiendo su atención y sigo frotando su sexo. El gesto me proporciona a mí tanto placer como a ella.

—Lo sé—murmura, y con un pequeño gemido y un beso cada vez más intenso, se corre.

—Mi misión aquí ha terminado—suspiro.

La suelto y hundo los dedos en su pelo húmedo. No puedo resistirme a darle un pequeño tirón.

—Eres salvaje, Britt-Britt—se acuclilla y tira de mí contra su regazo—El agua se está enfriando.

No me había dado cuenta, pero ahora que lo dice, estoy empezando a tiritar.

—Un poco—me encojo de hombros y busco el calor pegándome a ella.

—Deja que te limpie—intenta apartarme de ella, pero yo farfullo a modo de protesta y clavo las uñas en su espalda—Será un momento. No quiero que te resfríes—intenta con más ahínco despegar mi cuerpo del suyo y, en un visto y no visto, me está pasando la esponja—Mi chica está cansada—me besa en la nariz—¿Nos echamos un rato?

Asiento y me coge en brazos para sacarme de la bañera. Nos secamos la una a la otra en silencio y nos dirigimos a la cama. Nos tumbamos y nos acurrucamos inmediatamente como de costumbre: ella boca arriba y yo echada sobre su pecho, con la cara en su cuello mientras ella me acaricia el cuerpo con las manos.

—Jamás querré a uno más que al otro, Britt—anuncia.

No le contesto.

Le beso el cuello y me acurruco más todavía.

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