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FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
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FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 10
Capitulo 10
Tras quedarme estupefacta y en silencio, de repente la música que me bombardea se me hace insoportable. Me arreglo la ropa y hago lo posible por volver a parecer normal. No sirve de nada.
Estoy atónita.
No me ha dicho ni media palabra desde que me ha sacado de la pista de baile hasta que me ha dejado sola en el baño para discapacitados, donde acaba de follarme. Ni me ha hecho el amor ni ha sido sexo salvaje. Acaba de follarse a su esposa, como si yo fuera una cualquiera que se ha ligado en un bar. Estoy dolida y mis incertidumbres no han hecho más que aumentar.
¿Qué hago ahora?
Me vuelvo a toda prisa cuando la puerta se abre y Rachel entra como un rayo.
—¡Por fin te encuentro! ¡Nos vamos!
—¿Por qué?
Parece asustada.
—Quinn está aquí.
¿Eso es todo?
—No es para tanto, ¿no?
—Y tu hermano también—añade secamente.
—Vaya...
—Sí, vaya...—me coge de la mano y me saca del baño—¿Dónde está Santana?—pregunta cuando pasamos junto a la barra.
Miro a mí alrededor y la veo en la barra. Una mano sostiene un vaso de un líquido cristalino y la otra... la tiene en el culo de una mujer. La sangre me hierve en las venas. Me suelto de Rachel de un tirón y corro hacia la cabrona de mi esposa.
—¡Britt! ¡Tengo que salir de aquí!—me grita Rachel.
La ignoro y me abro paso entre la gente. Santana levanta la vista y me ve pero no da señales de haberme reconocido. No parece sentirse culpable ni pone cara de saber que la han pillado.
¿Por qué iba a hacerlo?
Sabe que estoy aquí porque acaba de follarme y de marcarme en los servicios. Veo a Quinn, que parece estar más asustada que Santana ante mi llegada inminente.
Lo primero que hago cuando la tengo a mi alcance es cogerle el vaso y bebérmelo. Es agua. Lo tiro al suelo y el sonido del cristal al romperse apenas es audible entre el rugido de la música y de la gente charlando. Luego me vuelvo hacia la mujer, que tiene la mano en el culo terso de mi diosa neurótica.
—¡Piérdete!—le grito a la cara al tiempo que le quito la mano del trasero de Santana.
No necesito repetirlo con la mano que Santana tiene en el culo de ella. Ya la ha retirado, y tampoco hay necesidad de que le repita que se largue. La mujer pone cara de sorpresa y se marcha, recelosa. Es lo más sensato que ha hecho en su vida.
Estoy que muerdo.
—¡¿Qué coño estás haciendo?!—le grito a Santana.
Ella levanta las cejas, despacio, y una sonrisa burlona aparece entonces en las comisuras de su sensual boca. Es la primera reacción emocional que he conseguido sacarle desde que llegó al bar. Pero no dice nada.
—¡Contéstame!
Niego con la cabeza, se vuelve hacia la barra y le hace un gesto al camarero.
Ella se lo ha buscado.
Me doy la vuelta y veo a mis tres amigos, y a Quinn, a Noah y a mi hermano, todos alucinando en colores. Yo también estoy flipando.
—¡Apártense!—grito empujándolos para poder pasar.
Me dirijo a la pista de baile y no tardo mucho en encontrar lo que busco. Recibo muchas ofertas cuando me levanto el bajo del vestido, pero no voy a elegir a cualquiera. Contemplo unos segundos la selección y me decanto por una mujer alta, morena y de ojos azules.
Está muy buena.
No me planteo que me rechace. Me acerco a ella, le dejo que me vea bien y le paso la mano por el cuello. Me acepta encantada, me mete la lengua en la boca sin dilación y me rodea la cintura con el brazo. Me regaño mentalmente por pensar lo bien que se le da y no tardo en fundirme con su ritmo, hasta que de repente desaparece. Abro los ojos y veo que la extraña le está poniendo a Santana cara de pocos amigos.
—¡¿De qué vas?!—grita sin poder creérselo, a lo que mi latina responde propinándole un puñetazo en toda la nariz... De los que duelen.
Observo horrorizada cómo le sale un chorro de sangre de la nariz que salpica por todas partes. Sin embargo, eso no la detiene. Se abalanza sobre Santana y la derriba. Vuelan puñetazos e intentos de estrangulamiento y todo el mundo se aparta para dejar espacio a las dos luchadoras.
—Britt, pero ¿en qué demonios estabas pensando?
La voz cabreada de Quinn me apuñala los tímpanos. Levanto la cabeza y me encuentro una mirada acusadora. No sé en qué estaba pensando. No pensaba, la verdad. Sigo la mirada de Quinn de vuelta a la pista de baile. Santana recibe un gancho en la mandíbula.
Se me tuerce el gesto.
—Por favor, Quinn, haz que paren.
Todo cuanto veo es la camisa blanca de Santana cubierta de sangre y la cara de la otra tía hecha puré. Tiene la nariz rota.
—¿Estás loca o qué?—se ríe Quinn.
Estoy a punto de suplicarle cuando Santana se levanta, coge a la tía y la empotra contra un pilar antes de clavarle un rodillazo en las costillas con todas sus fuerzas. La mujer se hace un ovillo en el suelo y se abraza el torso.
Me siento fatal, y no sólo porque mi esposa se palpa la mandíbula con gesto de dolor. Me siento responsable por la pobre desconocida, a la que he escogido para que le dieran la paliza de su vida.
¿Qué coño me pasa?
Trago saliva y recibo un empujón. Jay entra a la carga, evalúa la situación y coge a Santana y la saca del bar. Me aparto cuando pasan junto a mí, pero Santana se revuelve contra Jay y me agarra del brazo.
—¡Saca tu culo a la calle, Britt!—me ruge.
De repente me doy cuenta de que he cometido un terrible error, y no quiero oír las perlas que van a salir de la boca de la mujer enfurecida que me espera fuera. Decido que lo más seguro es quedarse en el bar. Me revuelvo contra Santana y Santana se revuelve contra Jay. El portero maldice mientras lidia con nosotras.
—¡Afuera!—grita, y de repente me levanta del suelo y me aprieta contra su pecho—¡Yo te la saco afuera si sacas tu culo testarudo del bar!—le chilla a Santana.
Funciona, pero no sin que mi esposa le gruña:
—No muevas las manos ni un centímetro.
Pese a estar enloquecida, noto que el portero me está sujetando por la cintura con una mano y por el antebrazo con la otra.
Me resisto, desafiante.
—¡Suéltame, cabrón!
—López, ¿cómo cojones la soportas?—le pregunta Jay caminando hacia la salida del bar.
¿Perdona?
—Me vuelve loca—responde Santana lanzándome una mirada de disgusto antes de volver a mirar al frente y pasarse la mano por la mandíbula—Ten cuidado con ella.
Jay me deja en tierra y me dedica un gesto de desaprobación. Estrecha la mano de Santana y nos deja en la acera. Nos estamos tanteando con la mirada cuando nuestros amigos, y Sam, salen corriendo del bar. No quiero que mi hermano presencie esto.
—¡Lárguense!—les ruge Santana.
Sam da un paso adelante.
—¿Te crees que voy a dejarla contigo?—espeta echándose a reír.
Rezo para que Sam cierre el pico porque, después de lo que acabo de ver, no me cabe duda de que mi esposa es capaz de aniquilarlo, sin importar ser una mujer acabaría con Sam.
Me vuelvo hacia Rachel y le pido ayuda con los ojos, pero todo cuanto consigo es que me mire con los labios apretados. Los demás observan alternativamente a mi hermano y a mi mujer.
Han visto a la Santana enloquecida.
No van a ayudarme.
Santana me coge del codo y mira a Sam.
—¿Te importa que me lleve a mi mujer a casa?—dice.
Es una afirmación, no una pregunta.
—La verdad es que sí me importa.
Mi hermano no va a bajar del burro. Lo veo en el brillo metálico de sus ojos verdes.
—Sam, no pasa nada. Estoy bien. Vete—replico. Luego miro al resto del grupo—Márchense todos, por favor.
Pero nadie se mueve. Santana me sujeta con más fuerza.
—¡¿Qué coño crees que voy a hacerle?!—aúlla—¡Esta mujer es mi vida!
Me echo atrás ante su fiera declaración, igual que los demás, igual que Sam.
Si soy su vida, ¿dónde carajo se ha metido estos cuatro días?
¿Por qué me ha follado como si no fuera más que un objeto?
¿Y por qué le ha metido mano a otra en el bar?
Me suelto y doy un paso atrás. Miro a mi amiga, aunque no sé por qué. Tal vez en busca de consejo, porque no sé qué hacer. Ella niega sutilmente con la cabeza. Es su forma de decirme que no monte una escena. Mi lado peleón me está gritando que no le consienta dejarme mal, mientras que mi pequeño lado sensato intenta tranquilizarme y me aconseja que no me deje en mal lugar yo solita. La mirada de Rachel me anima a acercarme a ella, le doy un tirón al bajo de mi vestido y, en un acto estúpido de desafío, cojo su copa de vino y me la bebo.
—¡Britt!—mi amiga intenta detenerme, pero tengo una misión.
—Te veo luego—digo cogiéndole mi bolso de la otra mano.
Entonces me vuelvo hacia Santana. Tiene el labio torcido en un gesto de advertencia, pero me importa un bledo. Mentalmente no dejo de ver todo lo que ha hecho esta noche, y me estoy cabreando mucho.
—No te molestes en seguirme—le suelto.
Me mira y la ira es más que evidente en su rostro. Espero que mi disgusto también lo sea pero, por si no lo es, le lanzo una mirada de asco antes de empujarla para pasar y concentrarme al máximo para no caerme.
No debería haberme bebido esa copa de vino por muchas razones.
A trompicones, bajo de la acera para llamar a un taxi, pero no llego ni a levantar el brazo.
—¡No bajes de la acera!—me ruge echándome sobre sus hombros—¡¿Estás tonta?!
—¡Que te den, Santana!—e lleva de nuevo a la acera—¡Bájame!
—¡No!
—¡Santana, me haces daño!
Me baja al instante y sus ojos oscuros me examinan, preocupados.
—¿Te he hecho daño? ¿Dónde?
Me llevo la mano al pecho.
—¡Aquí!—le grito en las narices.
Da un paso atrás pero luego hace el mismo gesto que yo. Se golpea el pecho, con la camisa manchada de sangre.
—¡Bienvenida al club, Britt!—ruge. Parpadeo ante el volumen de su voz antes de dar media vuelta sobre mis tacones, borracha, y me marcho—¡El coche está aquí!—me grita desde atrás.
Me detengo, doy media vuelta muy despacio y me marcho en la otra dirección. No voy a conseguir nada intentando escapar.
Yo estoy borracha, y ella está decidida.
—No me gusta tu vestido—me gruñe pisándome los talones.
—A mí, sí—contraataco sin dejar de andar.
—¿Y eso por qué?
Me alcanza, cosa que no es difícil: estoy pedo y llevo tacones.
Me paro y me vuelvo para mirarla.
—¡Porque sabía que lo odiarías!—grito, y el resto de los viandantes se nos quedan mirando.
—¡Bueno tenías razón!—me grita.
—¡Bien! ¿Estás enfadada por eso, porque estoy borracha, o porque he besado a otra?
—¡Por todo! Pero lo de besar a otra mujer se lleva la palma—dice temblando de la rabia.
—¡Tenías la mano en el culo de otra!
—¡Ya lo sé!—me mira y yo le devuelvo la mirada.
—¡¿Por qué? ¿Una sola mujer te resultaba aburrido?!—chillo poniéndome tensa.
Miro alrededor para ver quién más ha oído mi comentario. Me alegra comprobar que nuestros amigos han huido.
Podría haberla atacado por ser tan celosa o por ser tan posesiva, pero no, voy y elijo su vida sexual pasada. Me mira con sus ojos oscuros entornados y los labios apretados.
—¡Lo estabas pidiendo a gritos, Britt!
—¿Yo? ¿Cómo?
—¡Me dejaste! ¡Prometiste que no me dejarías nunca!
Estamos la una frente a la otra, mirándonos como un par de lobos a punto de saltar a la yugular de la otra.
Ninguna de las dos se echa atrás.
Las dos tenemos motivos para estar enfadadas. Por supuesto, yo soy la que más motivo tiene, pero no estoy preparada para pasarme la noche en plena calle sólo para demostrar que tengo razón. No soy tan cabezota como ella.
—No deberías haber decidido mi futuro tú sola—digo con más calma.
Echo a andar y doy un traspié al llegar al bordillo de la acera. No sé dónde tiene aparcado el coche, pero seguro que en breve me gritará hacia a dónde debo ir.
—Eres un grano en el culo—me suelta—Estaba pensando en nuestro futuro.
Me coge por detrás y me lleva en brazos.
—Bájame, Santana—protesto sin mucha convicción.
Mi débil intento de soltarme es bastante patético, la verdad.
—No voy a bajarte, Britt.
Me rindo.
Mi cuerpo es débil, mi mente aún está peor, y me duele la garganta de tanto gritar. Dejo que me lleve al coche y me siente en el asiento del acompañante. Ni siquiera protesto cuando me abrocha el cinturón de seguridad. Masculla incoherencias mientras intenta cubrirme las piernas con el bajo del vestido y cierra la puerta de un portazo. Soy vagamente consciente de haber subido al coche y de los agradables acordes de Ed Sheeran, pero mi mente está agotada y no logro reunir fuerzas para gritarle. La frente se me cae contra la ventanilla y tengo la vista perdida en las luces brillantes de Londres que dejamos atrás.
—Madre mía—dice Clive con tono de desaprobación cuando me despierto. Mi cabeza se mueve arriba y abajo, al ritmo de las zancadas de Santana—¿Llamo el ascensor, señora López?
—No, ya puedo yo—la voz de Santana resuena en mi interior—Este vestido es un cinturón—gruñe llamando el ascensor.
Entra en cuanto las puertas se abren. Me despierto del todo en sus brazos y me revuelvo para que me suelte.
—Puedo andar—le espeto.
Da un respingo burlón y me deja en el suelo, pero sólo porque no hay escapatoria ni coches que puedan atropellarme. Se abren las puertas del ascensor y soy la primera en salir, buscando las llaves en el bolso. Las encuentro bastante rápido, teniendo en cuenta que las manos no me responden, pero introducir la llave correcta es otro cantar. Cierro los ojos e intento concentrarme mientras aproximo la llave a la cerradura. La oigo gruñir a pocos pasos de mí, pero la ignoro y sigo insistiendo. Se ve que se harta de esperar porque de repente me coge la muñeca y guía mi mano.
Acierta a la primera.
Las puertas se abren. Me quito los zapatos y me tambaleo por el inmenso espacio abierto. Subo la escalera con cuidado. Cuando llego a lo alto, no giro a la izquierda hacia el dormitorio principal, sino que voy a la derecha y me meto en mi cuarto de invitados favorito. Me desplomo sobre la cama, vestida y sin desmaquillar, señal de que estoy molida. No me paro a pensarlo. Se me cierran los ojos y caigo rendida en el sueño de los borrachos.
—Hay que quitarse eso.
Noto que tiran de mi vestido. Estoy medio dormida. Sé que todavía estoy borracha y que tengo los párpados pegados porque se me ha corrido la máscara de pestañas.
—¿Vas a cortarlo en trocitos?—murmuro, molesta.
—No—dice con calma. Sus brazos familiares, me envuelven y me levantan de la cama—Tal vez no sea capaz de hablar contigo, Britt—susurra—, pero quiero que «no nos hablemos» en nuestra cama.
Automáticamente mis brazos buscan su cuello para agarrarse y hundo la cara en él.
Puede que esté ligeramente ebria y muy cabreada, pero sé cuál es mi sitio favorito.
Me deposita sobre el colchón, me tumba y poco después me atrae contra su pecho.
—¿Britt?—me susurra al oído.
—¿Qué?
—Me vuelves loca, Britt-Britt.
—¿Una loca enamorada?—farfullo medio dormida.
Me acerca un poco más a ella.
—Eso también.
*************************************************************************************************
—Te quiero.
¿Qué ha sido eso?
Abro los ojos, llenos de rímel corrido.
—Bebe—me ordena con dulzura.
Gimo y me doy la vuelta sobre la almohada.
—Déjame en paz—lloriqueo.
Se ríe.
Me duele la cabeza. Ni siquiera la he levantado de la almohada, pero tengo la sensación de que Black Sabbath están ensayando en mi cabeza.
—Ven aquí.
Me enrosca el brazo en la cintura y me arrastra por la cama hasta que me tiene en su regazo. Me pasa la mano por el pelo y me lo aparta de la cara. Entreabro los ojos y veo un vaso de agua burbujeante delante de mis labios.
—Bebe, Britt—insiste. Dejo que me ponga el vaso en los labios y bebo el líquido frío con gusto—Bébetelo todo.
Me termino el vaso y luego me dejo caer entre sus pechos desnudos.
Soy lo peor cuando tengo resaca.
—¿Duele mucho?—sé que se está riendo.
—Muchísimo—grazno.
Me pesan los párpados y estoy demasiado cómoda para pensar en los acontecimientos de la noche anterior, los que me han unido a esta espantosa resaca y a la mujer que me saca de mis casillas.
Cambia de postura y se recuesta en la cama llevándome consigo. Al menos me habla lo suficiente para cuidar de mí en mi estado lamentable.
¿Qué clase de persona castiga al amor de su vida, una alcohólica, saliendo por ahí a emborracharse?
Y encima embarazada, aunque ella no lo sepa.
¿Qué clase de persona tortura a su esposa, que es celosa a más no poder, metiéndole la lengua hasta las amígdalas a otra persona?
La misma clase de persona que la somete a un tratamiento al amor de su vida para intentar dejarla preñada sin que ella se entere.
Estamos hechas la una para la otra.
—Lo siento, más o menos—digo en voz baja.
Me da un beso en el pelo.
—Yo también.
Qué valiente es.
Seguro que huelo a perro muerto y que tengo un aspecto aún peor. El aroma a resaca no es el más agradable por la mañana, y menos aún para una ex alcohólica.
Me quedo hecha un ovillo lamentable sobre su pecho, medio dormida, medio despierta, dejando vagar mis pensamientos.
—¿En qué piensas?—me pregunta casi con miedo.
—En que no podemos seguir así—contesto con sinceridad—No es bueno para ti—omito el hecho de que tampoco lo es para mí.
Suspira.
—Yo de mí no me preocupo.
—¿Qué vamos a hacer?—insisto.
Se queda unos momentos en silencio. Luego me tumba de espaldas, me separa las piernas y se acomoda entre mis muslos. Respira hondo y deja caer la cabeza sobre mi pecho.
—No lo sé, pero sé que te quiero muchísimo.
Miro al techo. Eso ya lo sé, pero estamos poniendo a prueba el viejo dicho de que el amor todo lo puede.
Siempre que la pifia recurre a lo mucho que me quiere, como si eso disculpara todas sus neuras y sus locuras.
—¿Por qué lo hiciste, Santana?
No necesito darle detalles. Sabe perfectamente a qué me refiero. Me mira y ya lleva puesta la arruga de la frente.
—Dime San, Britt. Y lo hice porque te quiero—dice a modo de defensa—Todo lo hago porque te quiero.
—Me tratas como a una zorra, me follas en el baño del bar, sin una palabra, y luego te marchas y te pillo metiéndole mano a otra. ¿Eso lo has hecho porque me quieres?
—Estaba intentando demostrártelo—me discute en voz baja—Y cuidado con esa boca.
—No, Santana, estabas intentando tocarme las pelotas—me revuelvo un poco debajo de ella y me mira nerviosa—Necesito una ducha.
Busca en mi mirada pero al final se aparta para que me levante. Voy al cuarto de baño, cierro la puerta, me cepillo los dientes y me meto bajo el agua. Estoy desanimada y resacosa. Sólo quiero volver a meterme en la cama y olvidarlo todo, pero mi cerebro va a cien y estoy entrando en terreno pantanoso, lo que empeora mi dolor de cabeza.
No la he visto en cuatro días.
Estoy intentando no pensar pero no puedo evitarlo, sobre todo después de lo que pasó la última vez que desapareció.
Pego un brinco cuando noto su mano en mi vientre y me besa en el hombro.
—Ya lo hago yo—susurra quitándome la esponja y dándome la vuelta.
Se arrodilla delante de mí y coge mi pie, se lo apoya en el muslo y empieza a enjabonarme la pierna.
No hay ni rastro de la arruga de la frente.
Parece contenta, relajada y en paz, como a mí me gusta. Es porque vuelve a cuidar de mí.
—¿Dónde has estado desde el lunes?—pregunto sin quitarle ojo.
No se tensa ni me mira recelosa, sino que sigue enjabonándome mientras el agua cae sobre nosotras.
—En el infierno—responde con dulzura—Me dejaste, Britt.
No me mira y no lo dice en tono de acusación, pero sé que me está diciendo que rompí mi promesa.
—¿Dónde has estado?—insisto dejando el pie sobre el suelo de la ducha y levantando el otro cuando me da un golpecito en el tobillo.
—Estaba intentando darte espacio. Sé cómo me porto contigo y ojalá pudiera evitarlo, de verdad. Pero no puedo.
Aún no me ha respondido. Todo eso ya lo sé.
—¿Dónde has estado, Santana?
—Dime San. Estaba siguiéndote—susurra—... a todas partes.
—¿Durante cuatro días?—exclamo.
Me mira y deja de enjabonarme.
—Mi único consuelo era ver que tú también te sentías sola—me coge la mano y tira de mí para que me arrodille yo también. Me aparta el pelo mojado de la cara y me da un beso tierno en los labios—No somos convencionales, Britt-Britt. Pero somos especiales. Lo que tenemos es muy especial. Me perteneces y yo te pertenezco a ti. Eso es así. No es natural que estemos separados, Britt.
—Nos volvemos locas la una a la otra. No es sano.
—Lo que no es sano es mi vida sin ti—me sienta en su regazo y rodea su cuello con mis brazos antes de enroscar los suyos alrededor de mi cintura—Aquí es donde debes estar—añade apretándome la cintura para enfatizar sus palabras—Justo aquí. Siempre a mi lado. No vuelvas a besar a otra persona, Britt, o me meterán a la sombra durante mucho, mucho tiempo.
Me doy cuenta de lo tonta que he sido. Le acaricio la mandíbula. No hay cardenales ni rasguños.
—Tienes que dejar de hacer locuras—digo.
Mi enfado ha desaparecido, y sé por qué. Es por lo mucho que sé que me quiere.
¿Excusa eso su comportamiento?
Parece que deja de autodestruirse en cuanto me tiene en sus brazos y hago lo que me ordena. No puedo fingir que no me resulta frustrante, que no me saca de quicio y que no hace que a veces me pregunte en qué me he metido. Pero este lado suyo, el tierno y afectuoso, casi supera sus neuras y su confusa forma de ser. Y de repente me acuerdo de que sigo embarazada. Y Santana cree que no lo estoy.
Me coge las mejillas y me besa.
—Y tú tienes que dejar de llevarme la contraria, Britt—sonríe sin despegarse de mis labios.
—Eso nunca—replico, y me la como a besos bajo el agua caliente de la ducha.
Estoy atónita.
No me ha dicho ni media palabra desde que me ha sacado de la pista de baile hasta que me ha dejado sola en el baño para discapacitados, donde acaba de follarme. Ni me ha hecho el amor ni ha sido sexo salvaje. Acaba de follarse a su esposa, como si yo fuera una cualquiera que se ha ligado en un bar. Estoy dolida y mis incertidumbres no han hecho más que aumentar.
¿Qué hago ahora?
Me vuelvo a toda prisa cuando la puerta se abre y Rachel entra como un rayo.
—¡Por fin te encuentro! ¡Nos vamos!
—¿Por qué?
Parece asustada.
—Quinn está aquí.
¿Eso es todo?
—No es para tanto, ¿no?
—Y tu hermano también—añade secamente.
—Vaya...
—Sí, vaya...—me coge de la mano y me saca del baño—¿Dónde está Santana?—pregunta cuando pasamos junto a la barra.
Miro a mí alrededor y la veo en la barra. Una mano sostiene un vaso de un líquido cristalino y la otra... la tiene en el culo de una mujer. La sangre me hierve en las venas. Me suelto de Rachel de un tirón y corro hacia la cabrona de mi esposa.
—¡Britt! ¡Tengo que salir de aquí!—me grita Rachel.
La ignoro y me abro paso entre la gente. Santana levanta la vista y me ve pero no da señales de haberme reconocido. No parece sentirse culpable ni pone cara de saber que la han pillado.
¿Por qué iba a hacerlo?
Sabe que estoy aquí porque acaba de follarme y de marcarme en los servicios. Veo a Quinn, que parece estar más asustada que Santana ante mi llegada inminente.
Lo primero que hago cuando la tengo a mi alcance es cogerle el vaso y bebérmelo. Es agua. Lo tiro al suelo y el sonido del cristal al romperse apenas es audible entre el rugido de la música y de la gente charlando. Luego me vuelvo hacia la mujer, que tiene la mano en el culo terso de mi diosa neurótica.
—¡Piérdete!—le grito a la cara al tiempo que le quito la mano del trasero de Santana.
No necesito repetirlo con la mano que Santana tiene en el culo de ella. Ya la ha retirado, y tampoco hay necesidad de que le repita que se largue. La mujer pone cara de sorpresa y se marcha, recelosa. Es lo más sensato que ha hecho en su vida.
Estoy que muerdo.
—¡¿Qué coño estás haciendo?!—le grito a Santana.
Ella levanta las cejas, despacio, y una sonrisa burlona aparece entonces en las comisuras de su sensual boca. Es la primera reacción emocional que he conseguido sacarle desde que llegó al bar. Pero no dice nada.
—¡Contéstame!
Niego con la cabeza, se vuelve hacia la barra y le hace un gesto al camarero.
Ella se lo ha buscado.
Me doy la vuelta y veo a mis tres amigos, y a Quinn, a Noah y a mi hermano, todos alucinando en colores. Yo también estoy flipando.
—¡Apártense!—grito empujándolos para poder pasar.
Me dirijo a la pista de baile y no tardo mucho en encontrar lo que busco. Recibo muchas ofertas cuando me levanto el bajo del vestido, pero no voy a elegir a cualquiera. Contemplo unos segundos la selección y me decanto por una mujer alta, morena y de ojos azules.
Está muy buena.
No me planteo que me rechace. Me acerco a ella, le dejo que me vea bien y le paso la mano por el cuello. Me acepta encantada, me mete la lengua en la boca sin dilación y me rodea la cintura con el brazo. Me regaño mentalmente por pensar lo bien que se le da y no tardo en fundirme con su ritmo, hasta que de repente desaparece. Abro los ojos y veo que la extraña le está poniendo a Santana cara de pocos amigos.
—¡¿De qué vas?!—grita sin poder creérselo, a lo que mi latina responde propinándole un puñetazo en toda la nariz... De los que duelen.
Observo horrorizada cómo le sale un chorro de sangre de la nariz que salpica por todas partes. Sin embargo, eso no la detiene. Se abalanza sobre Santana y la derriba. Vuelan puñetazos e intentos de estrangulamiento y todo el mundo se aparta para dejar espacio a las dos luchadoras.
—Britt, pero ¿en qué demonios estabas pensando?
La voz cabreada de Quinn me apuñala los tímpanos. Levanto la cabeza y me encuentro una mirada acusadora. No sé en qué estaba pensando. No pensaba, la verdad. Sigo la mirada de Quinn de vuelta a la pista de baile. Santana recibe un gancho en la mandíbula.
Se me tuerce el gesto.
—Por favor, Quinn, haz que paren.
Todo cuanto veo es la camisa blanca de Santana cubierta de sangre y la cara de la otra tía hecha puré. Tiene la nariz rota.
—¿Estás loca o qué?—se ríe Quinn.
Estoy a punto de suplicarle cuando Santana se levanta, coge a la tía y la empotra contra un pilar antes de clavarle un rodillazo en las costillas con todas sus fuerzas. La mujer se hace un ovillo en el suelo y se abraza el torso.
Me siento fatal, y no sólo porque mi esposa se palpa la mandíbula con gesto de dolor. Me siento responsable por la pobre desconocida, a la que he escogido para que le dieran la paliza de su vida.
¿Qué coño me pasa?
Trago saliva y recibo un empujón. Jay entra a la carga, evalúa la situación y coge a Santana y la saca del bar. Me aparto cuando pasan junto a mí, pero Santana se revuelve contra Jay y me agarra del brazo.
—¡Saca tu culo a la calle, Britt!—me ruge.
De repente me doy cuenta de que he cometido un terrible error, y no quiero oír las perlas que van a salir de la boca de la mujer enfurecida que me espera fuera. Decido que lo más seguro es quedarse en el bar. Me revuelvo contra Santana y Santana se revuelve contra Jay. El portero maldice mientras lidia con nosotras.
—¡Afuera!—grita, y de repente me levanta del suelo y me aprieta contra su pecho—¡Yo te la saco afuera si sacas tu culo testarudo del bar!—le chilla a Santana.
Funciona, pero no sin que mi esposa le gruña:
—No muevas las manos ni un centímetro.
Pese a estar enloquecida, noto que el portero me está sujetando por la cintura con una mano y por el antebrazo con la otra.
Me resisto, desafiante.
—¡Suéltame, cabrón!
—López, ¿cómo cojones la soportas?—le pregunta Jay caminando hacia la salida del bar.
¿Perdona?
—Me vuelve loca—responde Santana lanzándome una mirada de disgusto antes de volver a mirar al frente y pasarse la mano por la mandíbula—Ten cuidado con ella.
Jay me deja en tierra y me dedica un gesto de desaprobación. Estrecha la mano de Santana y nos deja en la acera. Nos estamos tanteando con la mirada cuando nuestros amigos, y Sam, salen corriendo del bar. No quiero que mi hermano presencie esto.
—¡Lárguense!—les ruge Santana.
Sam da un paso adelante.
—¿Te crees que voy a dejarla contigo?—espeta echándose a reír.
Rezo para que Sam cierre el pico porque, después de lo que acabo de ver, no me cabe duda de que mi esposa es capaz de aniquilarlo, sin importar ser una mujer acabaría con Sam.
Me vuelvo hacia Rachel y le pido ayuda con los ojos, pero todo cuanto consigo es que me mire con los labios apretados. Los demás observan alternativamente a mi hermano y a mi mujer.
Han visto a la Santana enloquecida.
No van a ayudarme.
Santana me coge del codo y mira a Sam.
—¿Te importa que me lleve a mi mujer a casa?—dice.
Es una afirmación, no una pregunta.
—La verdad es que sí me importa.
Mi hermano no va a bajar del burro. Lo veo en el brillo metálico de sus ojos verdes.
—Sam, no pasa nada. Estoy bien. Vete—replico. Luego miro al resto del grupo—Márchense todos, por favor.
Pero nadie se mueve. Santana me sujeta con más fuerza.
—¡¿Qué coño crees que voy a hacerle?!—aúlla—¡Esta mujer es mi vida!
Me echo atrás ante su fiera declaración, igual que los demás, igual que Sam.
Si soy su vida, ¿dónde carajo se ha metido estos cuatro días?
¿Por qué me ha follado como si no fuera más que un objeto?
¿Y por qué le ha metido mano a otra en el bar?
Me suelto y doy un paso atrás. Miro a mi amiga, aunque no sé por qué. Tal vez en busca de consejo, porque no sé qué hacer. Ella niega sutilmente con la cabeza. Es su forma de decirme que no monte una escena. Mi lado peleón me está gritando que no le consienta dejarme mal, mientras que mi pequeño lado sensato intenta tranquilizarme y me aconseja que no me deje en mal lugar yo solita. La mirada de Rachel me anima a acercarme a ella, le doy un tirón al bajo de mi vestido y, en un acto estúpido de desafío, cojo su copa de vino y me la bebo.
—¡Britt!—mi amiga intenta detenerme, pero tengo una misión.
—Te veo luego—digo cogiéndole mi bolso de la otra mano.
Entonces me vuelvo hacia Santana. Tiene el labio torcido en un gesto de advertencia, pero me importa un bledo. Mentalmente no dejo de ver todo lo que ha hecho esta noche, y me estoy cabreando mucho.
—No te molestes en seguirme—le suelto.
Me mira y la ira es más que evidente en su rostro. Espero que mi disgusto también lo sea pero, por si no lo es, le lanzo una mirada de asco antes de empujarla para pasar y concentrarme al máximo para no caerme.
No debería haberme bebido esa copa de vino por muchas razones.
A trompicones, bajo de la acera para llamar a un taxi, pero no llego ni a levantar el brazo.
—¡No bajes de la acera!—me ruge echándome sobre sus hombros—¡¿Estás tonta?!
—¡Que te den, Santana!—e lleva de nuevo a la acera—¡Bájame!
—¡No!
—¡Santana, me haces daño!
Me baja al instante y sus ojos oscuros me examinan, preocupados.
—¿Te he hecho daño? ¿Dónde?
Me llevo la mano al pecho.
—¡Aquí!—le grito en las narices.
Da un paso atrás pero luego hace el mismo gesto que yo. Se golpea el pecho, con la camisa manchada de sangre.
—¡Bienvenida al club, Britt!—ruge. Parpadeo ante el volumen de su voz antes de dar media vuelta sobre mis tacones, borracha, y me marcho—¡El coche está aquí!—me grita desde atrás.
Me detengo, doy media vuelta muy despacio y me marcho en la otra dirección. No voy a conseguir nada intentando escapar.
Yo estoy borracha, y ella está decidida.
—No me gusta tu vestido—me gruñe pisándome los talones.
—A mí, sí—contraataco sin dejar de andar.
—¿Y eso por qué?
Me alcanza, cosa que no es difícil: estoy pedo y llevo tacones.
Me paro y me vuelvo para mirarla.
—¡Porque sabía que lo odiarías!—grito, y el resto de los viandantes se nos quedan mirando.
—¡Bueno tenías razón!—me grita.
—¡Bien! ¿Estás enfadada por eso, porque estoy borracha, o porque he besado a otra?
—¡Por todo! Pero lo de besar a otra mujer se lleva la palma—dice temblando de la rabia.
—¡Tenías la mano en el culo de otra!
—¡Ya lo sé!—me mira y yo le devuelvo la mirada.
—¡¿Por qué? ¿Una sola mujer te resultaba aburrido?!—chillo poniéndome tensa.
Miro alrededor para ver quién más ha oído mi comentario. Me alegra comprobar que nuestros amigos han huido.
Podría haberla atacado por ser tan celosa o por ser tan posesiva, pero no, voy y elijo su vida sexual pasada. Me mira con sus ojos oscuros entornados y los labios apretados.
—¡Lo estabas pidiendo a gritos, Britt!
—¿Yo? ¿Cómo?
—¡Me dejaste! ¡Prometiste que no me dejarías nunca!
Estamos la una frente a la otra, mirándonos como un par de lobos a punto de saltar a la yugular de la otra.
Ninguna de las dos se echa atrás.
Las dos tenemos motivos para estar enfadadas. Por supuesto, yo soy la que más motivo tiene, pero no estoy preparada para pasarme la noche en plena calle sólo para demostrar que tengo razón. No soy tan cabezota como ella.
—No deberías haber decidido mi futuro tú sola—digo con más calma.
Echo a andar y doy un traspié al llegar al bordillo de la acera. No sé dónde tiene aparcado el coche, pero seguro que en breve me gritará hacia a dónde debo ir.
—Eres un grano en el culo—me suelta—Estaba pensando en nuestro futuro.
Me coge por detrás y me lleva en brazos.
—Bájame, Santana—protesto sin mucha convicción.
Mi débil intento de soltarme es bastante patético, la verdad.
—No voy a bajarte, Britt.
Me rindo.
Mi cuerpo es débil, mi mente aún está peor, y me duele la garganta de tanto gritar. Dejo que me lleve al coche y me siente en el asiento del acompañante. Ni siquiera protesto cuando me abrocha el cinturón de seguridad. Masculla incoherencias mientras intenta cubrirme las piernas con el bajo del vestido y cierra la puerta de un portazo. Soy vagamente consciente de haber subido al coche y de los agradables acordes de Ed Sheeran, pero mi mente está agotada y no logro reunir fuerzas para gritarle. La frente se me cae contra la ventanilla y tengo la vista perdida en las luces brillantes de Londres que dejamos atrás.
—Madre mía—dice Clive con tono de desaprobación cuando me despierto. Mi cabeza se mueve arriba y abajo, al ritmo de las zancadas de Santana—¿Llamo el ascensor, señora López?
—No, ya puedo yo—la voz de Santana resuena en mi interior—Este vestido es un cinturón—gruñe llamando el ascensor.
Entra en cuanto las puertas se abren. Me despierto del todo en sus brazos y me revuelvo para que me suelte.
—Puedo andar—le espeto.
Da un respingo burlón y me deja en el suelo, pero sólo porque no hay escapatoria ni coches que puedan atropellarme. Se abren las puertas del ascensor y soy la primera en salir, buscando las llaves en el bolso. Las encuentro bastante rápido, teniendo en cuenta que las manos no me responden, pero introducir la llave correcta es otro cantar. Cierro los ojos e intento concentrarme mientras aproximo la llave a la cerradura. La oigo gruñir a pocos pasos de mí, pero la ignoro y sigo insistiendo. Se ve que se harta de esperar porque de repente me coge la muñeca y guía mi mano.
Acierta a la primera.
Las puertas se abren. Me quito los zapatos y me tambaleo por el inmenso espacio abierto. Subo la escalera con cuidado. Cuando llego a lo alto, no giro a la izquierda hacia el dormitorio principal, sino que voy a la derecha y me meto en mi cuarto de invitados favorito. Me desplomo sobre la cama, vestida y sin desmaquillar, señal de que estoy molida. No me paro a pensarlo. Se me cierran los ojos y caigo rendida en el sueño de los borrachos.
—Hay que quitarse eso.
Noto que tiran de mi vestido. Estoy medio dormida. Sé que todavía estoy borracha y que tengo los párpados pegados porque se me ha corrido la máscara de pestañas.
—¿Vas a cortarlo en trocitos?—murmuro, molesta.
—No—dice con calma. Sus brazos familiares, me envuelven y me levantan de la cama—Tal vez no sea capaz de hablar contigo, Britt—susurra—, pero quiero que «no nos hablemos» en nuestra cama.
Automáticamente mis brazos buscan su cuello para agarrarse y hundo la cara en él.
Puede que esté ligeramente ebria y muy cabreada, pero sé cuál es mi sitio favorito.
Me deposita sobre el colchón, me tumba y poco después me atrae contra su pecho.
—¿Britt?—me susurra al oído.
—¿Qué?
—Me vuelves loca, Britt-Britt.
—¿Una loca enamorada?—farfullo medio dormida.
Me acerca un poco más a ella.
—Eso también.
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—Te quiero.
¿Qué ha sido eso?
Abro los ojos, llenos de rímel corrido.
—Bebe—me ordena con dulzura.
Gimo y me doy la vuelta sobre la almohada.
—Déjame en paz—lloriqueo.
Se ríe.
Me duele la cabeza. Ni siquiera la he levantado de la almohada, pero tengo la sensación de que Black Sabbath están ensayando en mi cabeza.
—Ven aquí.
Me enrosca el brazo en la cintura y me arrastra por la cama hasta que me tiene en su regazo. Me pasa la mano por el pelo y me lo aparta de la cara. Entreabro los ojos y veo un vaso de agua burbujeante delante de mis labios.
—Bebe, Britt—insiste. Dejo que me ponga el vaso en los labios y bebo el líquido frío con gusto—Bébetelo todo.
Me termino el vaso y luego me dejo caer entre sus pechos desnudos.
Soy lo peor cuando tengo resaca.
—¿Duele mucho?—sé que se está riendo.
—Muchísimo—grazno.
Me pesan los párpados y estoy demasiado cómoda para pensar en los acontecimientos de la noche anterior, los que me han unido a esta espantosa resaca y a la mujer que me saca de mis casillas.
Cambia de postura y se recuesta en la cama llevándome consigo. Al menos me habla lo suficiente para cuidar de mí en mi estado lamentable.
¿Qué clase de persona castiga al amor de su vida, una alcohólica, saliendo por ahí a emborracharse?
Y encima embarazada, aunque ella no lo sepa.
¿Qué clase de persona tortura a su esposa, que es celosa a más no poder, metiéndole la lengua hasta las amígdalas a otra persona?
La misma clase de persona que la somete a un tratamiento al amor de su vida para intentar dejarla preñada sin que ella se entere.
Estamos hechas la una para la otra.
—Lo siento, más o menos—digo en voz baja.
Me da un beso en el pelo.
—Yo también.
Qué valiente es.
Seguro que huelo a perro muerto y que tengo un aspecto aún peor. El aroma a resaca no es el más agradable por la mañana, y menos aún para una ex alcohólica.
Me quedo hecha un ovillo lamentable sobre su pecho, medio dormida, medio despierta, dejando vagar mis pensamientos.
—¿En qué piensas?—me pregunta casi con miedo.
—En que no podemos seguir así—contesto con sinceridad—No es bueno para ti—omito el hecho de que tampoco lo es para mí.
Suspira.
—Yo de mí no me preocupo.
—¿Qué vamos a hacer?—insisto.
Se queda unos momentos en silencio. Luego me tumba de espaldas, me separa las piernas y se acomoda entre mis muslos. Respira hondo y deja caer la cabeza sobre mi pecho.
—No lo sé, pero sé que te quiero muchísimo.
Miro al techo. Eso ya lo sé, pero estamos poniendo a prueba el viejo dicho de que el amor todo lo puede.
Siempre que la pifia recurre a lo mucho que me quiere, como si eso disculpara todas sus neuras y sus locuras.
—¿Por qué lo hiciste, Santana?
No necesito darle detalles. Sabe perfectamente a qué me refiero. Me mira y ya lleva puesta la arruga de la frente.
—Dime San, Britt. Y lo hice porque te quiero—dice a modo de defensa—Todo lo hago porque te quiero.
—Me tratas como a una zorra, me follas en el baño del bar, sin una palabra, y luego te marchas y te pillo metiéndole mano a otra. ¿Eso lo has hecho porque me quieres?
—Estaba intentando demostrártelo—me discute en voz baja—Y cuidado con esa boca.
—No, Santana, estabas intentando tocarme las pelotas—me revuelvo un poco debajo de ella y me mira nerviosa—Necesito una ducha.
Busca en mi mirada pero al final se aparta para que me levante. Voy al cuarto de baño, cierro la puerta, me cepillo los dientes y me meto bajo el agua. Estoy desanimada y resacosa. Sólo quiero volver a meterme en la cama y olvidarlo todo, pero mi cerebro va a cien y estoy entrando en terreno pantanoso, lo que empeora mi dolor de cabeza.
No la he visto en cuatro días.
Estoy intentando no pensar pero no puedo evitarlo, sobre todo después de lo que pasó la última vez que desapareció.
Pego un brinco cuando noto su mano en mi vientre y me besa en el hombro.
—Ya lo hago yo—susurra quitándome la esponja y dándome la vuelta.
Se arrodilla delante de mí y coge mi pie, se lo apoya en el muslo y empieza a enjabonarme la pierna.
No hay ni rastro de la arruga de la frente.
Parece contenta, relajada y en paz, como a mí me gusta. Es porque vuelve a cuidar de mí.
—¿Dónde has estado desde el lunes?—pregunto sin quitarle ojo.
No se tensa ni me mira recelosa, sino que sigue enjabonándome mientras el agua cae sobre nosotras.
—En el infierno—responde con dulzura—Me dejaste, Britt.
No me mira y no lo dice en tono de acusación, pero sé que me está diciendo que rompí mi promesa.
—¿Dónde has estado?—insisto dejando el pie sobre el suelo de la ducha y levantando el otro cuando me da un golpecito en el tobillo.
—Estaba intentando darte espacio. Sé cómo me porto contigo y ojalá pudiera evitarlo, de verdad. Pero no puedo.
Aún no me ha respondido. Todo eso ya lo sé.
—¿Dónde has estado, Santana?
—Dime San. Estaba siguiéndote—susurra—... a todas partes.
—¿Durante cuatro días?—exclamo.
Me mira y deja de enjabonarme.
—Mi único consuelo era ver que tú también te sentías sola—me coge la mano y tira de mí para que me arrodille yo también. Me aparta el pelo mojado de la cara y me da un beso tierno en los labios—No somos convencionales, Britt-Britt. Pero somos especiales. Lo que tenemos es muy especial. Me perteneces y yo te pertenezco a ti. Eso es así. No es natural que estemos separados, Britt.
—Nos volvemos locas la una a la otra. No es sano.
—Lo que no es sano es mi vida sin ti—me sienta en su regazo y rodea su cuello con mis brazos antes de enroscar los suyos alrededor de mi cintura—Aquí es donde debes estar—añade apretándome la cintura para enfatizar sus palabras—Justo aquí. Siempre a mi lado. No vuelvas a besar a otra persona, Britt, o me meterán a la sombra durante mucho, mucho tiempo.
Me doy cuenta de lo tonta que he sido. Le acaricio la mandíbula. No hay cardenales ni rasguños.
—Tienes que dejar de hacer locuras—digo.
Mi enfado ha desaparecido, y sé por qué. Es por lo mucho que sé que me quiere.
¿Excusa eso su comportamiento?
Parece que deja de autodestruirse en cuanto me tiene en sus brazos y hago lo que me ordena. No puedo fingir que no me resulta frustrante, que no me saca de quicio y que no hace que a veces me pregunte en qué me he metido. Pero este lado suyo, el tierno y afectuoso, casi supera sus neuras y su confusa forma de ser. Y de repente me acuerdo de que sigo embarazada. Y Santana cree que no lo estoy.
Me coge las mejillas y me besa.
—Y tú tienes que dejar de llevarme la contraria, Britt—sonríe sin despegarse de mis labios.
—Eso nunca—replico, y me la como a besos bajo el agua caliente de la ducha.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
vaya relacion de amor y algo parecido a odio que al final no es!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Estan re locas estas dos!! jaja!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Hsjsjsh pero que raras son :') jwhddjdh
A ver que hace Santana cuando se entere que Britt si esta embarazada y quiere abortar:sss va armar la grande!
A ver que hace Santana cuando se entere que Britt si esta embarazada y quiere abortar:sss va armar la grande!
Susii********-*- - Mensajes : 902
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Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra!!!!!!
la relación de amor y odio es intensa!!!!
quiero que britt le diga lo del bebe!!!
nos vemos!!!
la relación de amor y odio es intensa!!!!
quiero que britt le diga lo del bebe!!!
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:vaya relacion de amor y algo parecido a odio que al final no es!
Hola, jajaajajajajaj son difíciles no¿? jajajajajaja. Saludos =D
monica.santander escribió:Estan re locas estas dos!! jaja!!
Saludos
Hola, o no¿? jajaajajjaajaa, pero locas hechas la una para la otra jajaajaj. Saludos =D
Susii escribió:Hsjsjsh pero que raras son :') jwhddjdh
A ver que hace Santana cuando se entere que Britt si esta embarazada y quiere abortar:sss va armar la grande!
Hola, jajajaaj sip XD jaajajajajaajaj. Se vuelve loca de la felicidad, luego muere de un infarto xD jajaajajaj. Saludos =D
3:) escribió:holap morra!!!!!!
la relación de amor y odio es intensa!!!!
quiero que britt le diga lo del bebe!!!
nos vemos!!!
Hola lu, jajajaajjajaaj lo mismo digo, pero se aman no¿? eso es lo que importa jajajaajajaj. Ya viene, ya viene ajjaajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 11
Capitulo 11
Pasamos casi todo el sábado haciendo las paces. He disfrutado con el sexo soñoliento y no he estado de acuerdo con casi nada de lo que Santana decía para que me echara un polvo de entrar en razón. Luego he olvidado a qué había accedido durante el polvo de entrar en razón para ganarme un polvo de recordatorio. También hemos echado un polvo al fresco en la terraza después de comer, seguido de un polvo de represalia cuando ella ha decidido que era lo justo por haber roto mi promesa. Pero sé que en realidad quería tenerme esposada y, la verdad, me lo merecía. Me ha follado de todas las formas, posturas y lugares posibles y he disfrutado cada segundo, aunque ahora estoy un poco escocida.
Estoy de vuelta en el séptimo cielo de Santana.
Ahora que no hay embarazo, ha vuelto a follarme cuando, donde y como quiere. Ayer recibí con creces la dosis de la Santana dominante que me había perdido las últimas semanas.
No podría ser más feliz.
Pero lo cierto es que el embarazo sigue ahí. Rachel me llamó, y estoy segura de haber oído a mi hermano de fondo, pero lo negó y pasó a preguntarme si Santana y yo habíamos hecho las paces. Sí. También me preguntó si le había contado que estoy embarazada. No. Después de haberla disfrutado todo el día y de que las cosas hayan vuelto a la normalidad, como debería ser, estoy segura de que es la decisión correcta.
—¿Vas a quedarte ahí tirada todo el día o vas a vestirte para que podamos pasarnos por La Mansión?—inquiere.
Está en la puerta del baño como su mamá la trajo al mundo, secándose los cabellos negros con una toalla. Me incorporo y me arrastro hacia los pies de la cama, luego me pongo boca abajo, apoyo los codos sobre el colchón y la barbilla en las manos.
Sé lo que me hago, y ella también, a juzgar por cómo me miran esos ojos oscuros.
No es que no quiera ir a La Mansión. Me gusta mucho más desde que cierta bruja con látigo ya no está.
—No lo sé—mi voz es ronca e insinuante, justo como yo quiero—Se te han puesto duros los pezones—digo señalando sus pechos con la cabeza mientras la miro a los ojos.
Me cuesta contener la risa. Me muerdo el labio y me quedo observándola.
—Eso es porque te estoy mirando.
Se echa la toalla sobre los hombros y se apoya en el marco de la puerta. Empiezo a babear. Está para chuparse los dedos.
Sonrío.
—Eres pura dureza, San.
—Excepto esto—dice en plan profundo tocándose sobre el pecho izquierdo—Por dentro soy una blanda. Pero sólo contigo, Britt-Britt.
Sonrío de oreja a oreja.
—A veces tienes el corazón de piedra—murmuro tumbándome de espaldas con la cabeza colgando fuera de la cama.
—Es usted una seductora, señora López-Pierce.
Boca abajo, observo cómo su cuerpo se acerca hasta que la tengo justo encima de mí. Su sexo húmedo está cerca de mis labios. Saco la lengua para probar la humedad, pero se aparta.
—Pídemelo por favor.
—Por favor.
Le acaricio el pecho con el extremo de los dedos, gime, y lleva su sexo de vuelta a mi boca. Saco la lengua y observo su expresión de anticipación. Luego se la paso por el clítoris.
—Britt, qué boca tienes—gime cerrando los ojos.
—¿Debería parar?—levanto el cuello y le doy un pequeño mordisco y deslizo los dientes por su piel suave—¿Quieres que pare?
—Quiero que te calles y que te concentres en lo que estás haciendo, Britt—sonrío y la suelto. Me siento en el borde de la cama, entre sus muslos. Cojo su clítoris y lo aprieto... fuerte—Deja de jugar conmigo, Britt-Britt.
Me coge del pelo y tira con fuerza para que le meta la lengua. No ofrezco resistencia. Me encanta hacerlo así. Mi lengua sube y baja y le clavo las uñas en su firme trasero para acercármela más.
—¡Joder!—ruge sujetándome la cabeza—No te muevas.
Se frota contra mi cara y lucho para que no se me revuelva el estómago. Permanezco en silencio mientras se convulsiona, con la cabeza echada hacia atrás y tirándome del pelo.
Tengo que mantener el control.
No puedo vomitar.
No se lo voy a contar, así que me concentro en mi lengua, completamente dentro de ella. Me concentro únicamente en no echar la pota. Cierro los ojos y respiro por la nariz.
¿Qué me pasa?
Si el embarazo hace que el sexo de Santana me dé asco, no quiero volver a estar embarazada.
Me relajo un poco cuando se aleja un poco antes de trepar por su cuerpo y enroscarle las piernas alrededor de la cintura. Tengo que hacerlo bien, y más teniendo en cuenta la cara de incredulidad que me pone. No le gusta que la deje a medias.
Ésa es su decisión.
Le muerdo el labio.
—Te quiero junto a mí.
—Estábamos muy bien recién—dice con escepticismo. Me hace gracia—Me alegro de que te parezca tan divertido, Britt.
—Perdona—la beso con fuerza. Tengo que convencerla de que la necesito. Es mi única salida—Te necesito junto a mí. Ahora. Y si quieres entrar en mí mucho mejor.
Se aparta y me mira con aire de sospecha. Me preocupa. Pero entonces me deslumbra con su sonrisa, la que está reservada sólo para mí.
—No tienes que decírmelo dos veces, Britt-Britt—replica. Me deja sobre la cama y se coloca encima de mí—Quítame la toalla—la cojo y la lanzo a la otra punta de la habitación—Enrosca los dedos en mi pelo—me ordena. Obedezco en el acto y mis manos se pierden entre su cabello húmedo—Tira—me lame los labios, gimo y le tiro del pelo—Bésame, Britt—su tono firme hace que la necesite aún más. Ataco su boca con decisión y desesperación—Para—me ordena. Lo hago, aunque no quiero—Bésame con ternura—susurra. Suspiro y deslizo la lengua por su boca, muy despacio. Es el paraíso—Ya basta—dice bruscamente. Vuelvo a parar. Se aparta y me da un beso amoroso en los labios—¿Por qué no puedes obedecerme en todo sin chistar?
Sonrío y reclamo su boca.
—Porque eres adicta al poder, y todo se pega menos la hermosura.
Se echa a reír y me coloca sobre sus caderas.
—Toda tuya, Britt-Britt.
—Muy bien—acepto de inmediato. Me levanto e intenta bajarme de nuevo sobre su entrepierna. La aparto de un manotazo—Si me disculpas...
—Perdona—sonríe—, pero no te andes con jueguecitos, ¿vale?
—Se te olvida, diosa—digo acomodándome, para juntar nuestros sexos—, que me has cedido el poder.
Me muevo con cuidado, y la sonrisa desaparece. Ahora mismo me está dando las gracias. Gime y me agarra de los muslos.
—Es posible que te ceda el poder más a menudo.
Me vuelvo a mover muy despacio mientras le acaricio el pecho.
—¿Te gusta?
—Me encanta.
Me mira y me desliza las manos por mis muslos.
—Eres tan guapa.
Me vuelvo a mover con un suspiro.
—Lo sé.
—Y tan arrogante.
—Lo sé. Muévete.
Arqueo las cejas.
—¿Quién manda aquí?
—Tú, pero no por mucho tiempo si abusas del poder. Muévete—reprime una sonrisa y yo le lanzo una mirada asesina, pero me levanto—Buena chica—jadea—Más rápido.
Me vuelvo a mover y muevo las caderas en círculos.
—Pero a mí me gusta así.
—Más de prisa, Britt.
—No. Mando yo.
Me muevo hacia arriba, pero no tengo ocasión de descender, puesto que me tumba de espaldas sobre la cama y me sujeta las manos.
—Has perdido tu oportunidad, Britt-Britt—replica al tiempo que me penetra con decisión—Ahora mando yo.
¡Bam!
Me penetra con tres dedos y chillo y me abro de piernas.
¡Bam!
—¡Joder!—grito.
¡Bam!
—¡San!
—Has tentado la suerte, Britt-Britt—gruñe sujetándome las muñecas con su amno libre, con menos fuerza y embistiéndome con la otra una y otra y otra vez. Cierro los ojos—¡Mírame!—obedezco del susto—Buena chica.
El sudor le cae a chorros de la cara y aterriza en mis mejillas. Tengo que agarrarme a ella. Tengo que morderla y arañarla, pero estoy indefensa, como a ella le gusta.
—¡Deja que te abrace!—grito intentando soltarme mientras ella arremete contra mí.
—¿Quién manda, Britt?
—¡Tú, maldita controladora!
—¡Cuidado...
¡Bam!
—... con esa...
¡Bam!
—... puta...
¡Bam!
—... boca!
Grito.
—¡Joder!—chilla—¡Córrete para mí, Britt!
No puedo. Estoy intentando concentrarme en el orgasmo que siento muy adentro, en alguna parte, pero cada vez que creo haberlo capturado, me clava las caderas y lo echa hacia atrás. Cierro los ojos y no puedo hacer más que aceptar el asedio al que somete a mi cuerpo.
—Por Dios, Britt, ¡voy a correrme!—y, con eso, grita, se aprieta contra mí y se desploma. Me suelta las manos. Respira descontroladamente y su cuerpo palpita bañado en sudor. Yo estoy igual, salvo que sin orgasmo—No te has corrido—jadea en mi cuello—no puedo hablar, así que niego con la cabeza, con los brazos laxos a los lados—Lo siento, Britt-Britt.
Asiento con la cabeza y trato de levantar los brazos para acunarla y que así sepa que estoy bien, pero mis músculos no obedecen.
Me ha dejado incapacitada de verdad.
Nuestros pechos sudorosos están pegados y las dos respiramos con fuerza. Estamos destrozadas. Quiero quedarme en la cama pero entonces noto que me falta su peso y que me está levantando en brazos. Protesto entre dientes cuando me lleva al cuarto de baño. Abre el grifo de la ducha, coge una toalla, la pone en el suelo y me deja encima. Estoy a punto de reunir las fuerzas suficientes para mirarla mal cuando se sienta conmigo en el suelo y me abre de piernas.
—Vamos a resucitarte.
Abre el agua fría y se coloca entre mis piernas. Luego me despierta de verdad con una caricia larga, suave y delicada en el centro mismo de mi sexo. Arqueo la espalda. Mis brazos sin vida vuelven a funcionar y recupero la voz.
—¡Ay, Dios!
La cojo del pelo húmedo y la aprieto contra mí. El orgasmo profundo que no ha acabado de salir ahora parece estar a punto de hacerlo. Ni siquiera intento controlarlo. Empiezo a jadear, se me tensan los músculos del abdomen y levanto la cabeza. El agua fría recorre mi cuerpo. Santana está en todas partes, lamiendo, mordiendo, chupando, dándome besos en el interior de los muslos y penetrándome con la lengua.
—¿Ya te has despertado?—masculla con mi clítoris en la boca.
Le da un mordisco.
—¡Más!—exijo tirándole del pelo.
La oigo reírse. Luego cumple con mis demandas, sella la boca en mi sexo y chupa hasta que me corro.
Exploto.
Veo las estrellas.
Gimo y me llevo las manos a la cabeza.
Es demasiado.
Es increíble, es alucinante.
Palpito contra su boca y me relajo por completo. El agua fresca es una gozada y el ruido constante de la ducha es de lo más relajante. No voy a moverme del suelo, por nada ni por nadie. Que me lleve de vuelta a la cama.
—Me encanta sentirte palpitar, de verdad.
Me besa por todo el cuerpo hasta que encuentra mis labios y les dedica especial atención. Sólo respondo con la boca. No logro convencer a mis músculos de que se muevan, aunque lo cierto es que tampoco lo estoy intentando con mucho empeño.
—¿Me he redimido?
Asiento contra sus labios y se echa a reír. Se aparta para verme mejor. Mis ojos todavía funcionan. Es más guapa que un sol y lo sabe, la muy engreída.
—Te quiero, Sanny—digo; me ha costado pronunciar las palabras con la respiración entrecortada.
Ella me deslumbra con su sonrisa..., mi sonrisa.
—Lo sé, Britt-Britt—repone, y se levanta demasiado de prisa para mi gusto—Vamos. Ya he cumplido con mis obligaciones divinas y ahora tenemos que ir a La Mansión.
Me coge de la mano y me levanta sin esfuerzo. Y eso que no la ayudo. Me hago el peso muerto para protestar, aunque ni siquiera lo nota.
—¿Tengo que ir?—refunfuño cuando me echa champú en el pelo y empieza a lavármelo.
—Qué raro. Normalmente siempre quieres venir—me sonríe y pongo los ojos en blanco—Sí, tienes que venir. Tenemos que recuperar el tiempo perdido. Cuatro días, ni más, ni menos—la ignoro y dejo que sus manos me masajeen la cabeza. Luego me la aclara—He terminado contigo, Britt-Britt. Sal—dice, y me da una palmada en el trasero para que salga mientras ella termina de ducharse.
Miro la cama con ojos golosos pero, aunque me está llamando, me resisto a la tentación y me meto en el vestidor. Es verdad que tenemos que recuperar cuatro días y mucho de qué hablar. Hemos pasado la peor parte, razón de más para que ponga remedio a la situación que sin duda hará que Santana vuelva a tratarme como si fuera de cristal: sigo estando embarazada.
Entro en la cocina y veo que está rebuscando en los armarios como una posesa. Con los brazos en alto. Lleva una polo blanca que acentúa sus curvas, y la vasta extensión de los mismos hace que me den ganas de pellizcarme para confirmar que es real.
Sonrío.
Es de carne y hueso y es todo mía.
—¿Qué haces?—pregunto haciéndome un moño en lo alto de la cabeza.
Se vuelve y me mira, alarmada.
—No queda mantequilla de cacahuete.
—¿Qué?—suelto una carcajada al verla tan agobiada—¿No hay mantequilla de cacahuete?
—¡No tiene gracia!—cierra la puerta del armario de golpe, abre la nevera y rebusca entre un sinfín de botellas de agua—¡¿A qué coño juega Sue?—ruge para sí.
No puedo evitarlo.
Me parto de la risa.
Una persona normal no se comporta así.
No es que le guste, es que es adicto a la mantequilla de cacahuete. Mi latina es adicta a la mantequilla de cacahuete y es posible que le dé un ataque si no se toma pronto su dosis.
Me estoy muriendo de la risa cuando oigo que cierra la puerta de la nevera. Enderezo la espalda y no consigo borrar la sonrisa de mi cara. Tengo que morderme el labio para no soltar una carcajada.
—¿De qué te ríes, Britt?—inquiere mirándome de muy mal humor.
—¿A qué vienen tantas ansias de comer mantequilla de cacahuete?—pregunto lo más rápidamente que puedo para volver a morderme el labio.
Se cruza de brazos. Sigue de mal humor.
—Me gusta.
—¿Te gusta?
—Sí, me gusta.
—Buenos estás histérica, no parece que sólo te guste.
Se me escapa el labio de entre los dientes. No puedo contener la risa más tiempo.
—No estoy histérica—me discute medio riéndose—No es para tanto.
—Ya.
Me encojo de hombros sin dejar de reír.
¡Si le va a dar algo!
Atraviesa la cocina y se me acerca. Abre unos ojos como platos cuando me ve las piernas.
—¿Qué es eso?—farfulla.
Me miro y luego miro sus sorprendidos ojos oscuros.
—Santana sabes muy bien lo que, tú los usas. Son unos pantalones cortos.
—Querrás decir unas bragas, los míos son más largos y lo sabes.
Me echo a reír nuevamente.
—No, quiero decir pantalones cortos—me subo los bajos de los pantalones cortos vaqueros—Si fueran unas bragas, serían así. Tú ya lo sabes.
Traga saliva al tiempo que estudia la prenda ofensora.
—Britt, mujer, sé razonable. Sí, yo los uso, pero en ti es totalmente distinto.
—San—suspiro—, ya te lo he dicho: si lo que quieres son faldas largas y suéteres de cuello vuelto, búscate a alguien de tu edad—me arreglo los shorts y me arrodillo para atarme los cordones de mis Converse haciendo caso omiso de los gruñidos y los bufidos que emite mi mujer imposible—Tal vez me bañe en la piscina de La Mansión—suelto de pronto.
La miro y su expresión gruñona pasa a ser de terror absoluto.
—¿En biquini?
Me río.
—No, en mono de esquí. Pues claro que en biquini, al igual que tú.
Estoy tentando mi suerte y lo sé.
—Lo estás haciendo a propósito.
—Me apetece nadar.
—Y a mí me apetece estrangularte. ¿Por qué me haces esto?
—Porque eres una gilipollas imposible y tienes que relajarte. Puede que tú seas un vejestorio, pero yo sólo tengo veintiséis años. Deja de comportarte como una troglodita. ¿Qué pasaría si nos fuéramos de vacaciones a la playa?
—Pensaba que iríamos a esquiar—ahora es ella quien se burla de mí—Podría enseñarte lo bien que se me dan los deportes extremos.
Sonrío cuando repite lo que dijo la primera vez que nos vimos. Luego me abalanzo sobre su cuerpo y hundo la nariz en su cuello.
—Hueles a gloria, Sanny.
Inhalo su delicioso aroma mientras me lleva al coche. Con los pantalones cortos puestos.
Llegamos a La Mansión. Me abre la puerta del coche y tira de mí por la escalera de la puerta de entrada y por el vestíbulo. Oigo las lejanas conversaciones del bar y sonrío al ver a Finn acercarse a nosotras. Sigue siendo enorme, y da mucho miedo.
—Britt, ¿te apetece nadar?—masculla Santana cuando Finn se une a nosotras y echa a andar a la misma velocidad que ella.
Yo casi tengo que correr para poder seguirlas. El grandulón me mira con las cejas enarcadas.
—¿Te apetece, rubia?
Asiento.
—Hace calor.
La sonrisa que le cruza la cara me dice que sabe perfectamente lo que me traigo entre manos. Sí, voy a intentar quitarle las manías a mi mujer imposible, y éste es el lugar perfecto para empezar: el paraíso sexual de mi latina, donde la piel desnuda es el pan nuestro de cada día. No pienso despelotarme y pasearme por ahí para que me vea todo el mundo. Empezaré por darme un baño en biquini, uno recatado. Si es capaz de soportarlo aquí, lo soportará en cualquier parte.
Pasamos junto al bar y encontramos a Quinn. No le veo la cara, pero está tirada en un taburete y está claro cómo se siente. Mi mejor amiga es idiota. Está huyendo de algo bueno sólo para retomar algo muy, muy malo. Puede que Quinn la haya arrastrado al lado oscuro, pero no se merece que la trate así.
Cuando entramos en la oficina de Santana, ella me suelta la mano y se va directo a la nevera. Coge un tarro de mantequilla de cacahuete, desenrosca la tapa y sumerge todo un dedo. Finn ni parpadea, se sienta en la silla opuesta a la de Santana mientras yo observo con una sonrisa en el rostro. Se dirige a su silla y se sienta, se mete el dedo en la boca y suspira.
¿Le gusta?
—¿Cómo va todo?—le pregunta Santana a Finn con el dedo en la boca.
—La cámara tres está fuera de combate. La compañía de seguridad va a venir a arreglarla.
Finn se revuelve en su asiento y se saca el móvil del bolsillo.
—Voy a llamarlos—dice.
Luego teclea en el teléfono, se lo lleva al oído, se levanta y camina hasta la ventana.
—Britt-Britt, ¿estás bien?—me pregunta Santana.
Parece preocupada.
—Sí, muy bien—caigo en la cuenta de que estoy de pie en la puerta de su despacho, así que me acerco a la mesa y me siento en la silla que hay junto a la de Finn—Sólo estaba soñando despierta.
Vuelve a meterse los dedos en la boca.
—¿Con qué soñabas?
Sonrío.
—Nada. Estaba viendo cómo devorabas tu mantequilla de cacahuete.
Mira el tarro y pone los ojos en blanco.
—¿Quieres?
—No—arrugo la nariz, asqueada, y se echa a reír. Le brillan los ojos y se le marcan las patas de gallo cuando cierra el tarro y lo deja sobre su mesa. Ya se ha tomado su dosis—¿Qué tal está Quinn?
—Hecha una mierda. No quiere hablar del tema. ¿Y Rach?
—No muy bien.
Es verdad, no está bien.
—¿Qué te ha dicho? ¿Por qué ha cortado con Q?
Me encojo de hombros intentando disimular.
—Creo que por este sitio—me resisto al impulso de sentarme sobre las manos. No me atrevo a mencionar a mi hermano—Seguro que es lo mejor.
Ella asiente, pensativa.
—¿Quieres ir a nadar o prefieres quedarte conmigo?
Sé lo que quiere oír.
—¿Tú qué vas a hacer?—pregunto mirando las montañas de papeles que tiene sobre la mesa.
Nunca la había visto tan desordenada, y sé por qué. Holly ya no está. No obstante, no voy a sentirme ni un pelín culpable. Me da igual que parezca que ha caído una bomba en la mesa de Santana.
Ella también mira las montañas de papeles y da un suspiro.
—Esto es lo que voy a hacer—ojea una de las montañas.
—¿Por qué no contratas a alguien?
—Britt, las cosas no son tan sencillas en este tipo de trabajo. Tienes que conocer a alguien y confiar en él. No puedo llamar a la oficina de empleo y pedirles que envíen a alguien que sepa escribir a máquina.
Vale, ahora me siento un poco culpable. Tiene razón. Estamos hablando de personas de la alta sociedad, con trabajos importantes, de responsabilidad. Santana me ha contado que investigan las cuentas, el historial médico y criminal de la gente. Imagino que la confidencialidad es importante.
—Yo puedo ayudar—me ofrezco de mala gana, aunque no sabría ni por dónde empezar.
Verla tan abrumada por la cantidad ingente de papeles me está haciendo sentir muy culpable.
Me mira, perpleja.
—¿De verdad?
Me encojo de hombros y cojo el primer papel que pillo.
—En los ratos libres.
Echo un vistazo al texto y retrocedo. Es un extracto bancario. Al menos, eso creo. Los dígitos parecen más bien números de teléfono internacionales, así que podría ser una factura telefónica.
La miro y veo que sonríe.
—Somos muy ricas, señora López-Pierce.
—¡La madre que me trajo!
—Britt...
—Lo siento, pero...—intento concentrarme en todas las cifras pero no puedo—Esto no debería estar danzando por la mesa de tu despacho, San—aparece el número de su cuenta y todo—Un momento... ¿Holly se encargaba de tus finanzas?
—Sí—dice tan tranquila.
Se me ponen los pelos como escarpias. No me fío de esa mujer.
—¿Sabes dónde tienes el dinero? ¿Cuánto tienes?—inquiero dejando el papel sobre la mesa.
—Sí, mira—dice cogiendo el papel, y señala con el dedo—Esto es lo que tengo y está en este banco.
—¿Sólo tienes una cuenta? ¿No tienes cuenta de empresa, de ahorro, de pensiones?
Me mira un poco asustada, casi molesta.
—No lo sé.
La observo, boquiabierta.
—¿Ella se encargaba de todo? ¿Llevaba todas tus cuentas?
La idea no me gusta un pelo.
—Ya no—gruñe tirando el papel sobre la mesa—¿Me vas a ayudar, Britt?—vuelve a sonreír.
¿Cómo no voy a ayudarla?
Esta mujer es rica y no tiene ni idea de cómo ni dónde guardan su dinero.
—Sí, te ayudaré—cojo una pila de papeles y empiezo a estudiarlos, pero me doy cuenta de una cosa que me preocupa. Levanto la cabeza y veo que Santana me mira la mar de contenta—He dicho que te ayudaré, eso es todo. En los ratos libres, San.
Quiere que sustituya a Holly.
Mis palabras le caen como un jarro de agua fría.
—Pero sería la solución ideal.
—¡Para ti! ¡La solución ideal para ti! Yo tengo una carrera. ¡No voy a dejarla para venir aquí todos los días a encargarme de tu papeleo!
Qué cabrona. Quiere que sustituya a Holly y me convierta en su secretaria.
¡De eso, nada!
—Además...—dejo la pila sobre la mesa y me pongo de pie—Yo no sé manejar un látigo, así que no creo estar lo bastante cualificada.
No sé por qué he dicho eso. No era necesario y ha sido de mal gusto. Se queda de piedra y veo que se reclina en su sillón con una mezcla de incredulidad y enfado.
—Eso ha sido muy infantil, ¿no te parece?
—Perdona—cojo mi bolso—No ha sido a propósito.
Finn vuelve con nosotras y rompe el incómodo silencio.
—Estarán aquí dentro de una hora—anuncia al tiempo que se guarda el teléfono en el bolsillo—Antes de que se me olvide, otros tres socios han solicitado cancelar su suscripción.
Santana arquea las cejas, siente curiosidad.
—¿Tres?
—Tres—confirma Finn de camino a la puerta—Tres mujeres—añade saliendo del despacho.
Santana apoya los codos sobre la mesa y hunde la cara entre las manos. Me siento fatal. Suelto el bolso, camino hasta ella, hago que se recline en el respaldo y me siento encima de la mesa, frente a ella. Me observa y se muerde el labio.
—Yo me encargaré de esto—digo señalando los papeles que hay por todas partes—Pero tienes que contratar a alguien. Es un trabajo a tiempo completo.
—Ya lo sé—me coge los tobillos y tira para que apoye los pies en sus rodillas—Ve a nadar. Yo voy a ponerme con esto, ¿vale?
—Vale—asiento.
Escruto su rostro y ella me observa atentamente.
—Adelante, mi preciosa mujer. Suéltalo—dice sonriendo.
—Quieren dejar de ser socias porque ya no estás disponible para fo...—me muerdo la lengua—Para acostarte con ellas.
Es algo que me hace tremendamente feliz, y salta a la vista.
—Eso parece—contesta mirándome con recelo—Y veo que mi mujer está encantada.
Me encojo de hombros pero no puedo ocultar lo feliz que me hace la noticia.
—¿Cuál es la proporción de hombres y mujeres?
—¿Socios?
—Sí.
—Treinta, setenta.
Me quedo boquiabierta. Recuerdo que Santana dijo que había unos mil quinientos socios. Eso son mil mujeres detrás de mi esposa, o la mayoría de ellas.
—En fin—intento olvidar mi estupor—, es posible que tengas que convertir La Mansión en un club.
Se echa a reír y me quita los pies de la mesa.
—Vete a nadar, Britt.
Los vestuarios están vacíos. Me pongo el biquini, me quito el diamante, vuelvo a recogerme el pelo y meto mis cosas en una taquilla de madera de nogal. No he usado nunca el spa ni las instalaciones deportivas, pero me han dicho que no está permitido nadar desnudo, así que voy a estrenarlas y a poner a Santana a prueba al mismo tiempo.
Paseo por la zona en busca de alguna señal de vida, pero todo está vacío. Es domingo y la hora de comer. Pensaba que a estas horas era cuando los socios disfrutaban de esta parte de La Mansión.
Entro en el enorme edificio de cristal.
Los jacuzzis, la piscina y el solárium están vacíos. Está todo tan tranquilo que hasta da repelús. Lo único que se oye es el sonido de las bombas de agua. Dejo mi toalla en una tumbona pija de madera, me meto en el agua y suspiro.
Está tibia.
Maravilloso.
Bajo los escalones y empiezo a nadar hasta el otro lado de la piscina. Estoy disfrutando de la paz y la tranquilidad y sigo nadando un largo detrás de otro. Nadie se acerca, nadie viene a bañarse en los jacuzzis y nadie se tumba en el solárium.
Entonces oigo movimiento y me detengo a mitad de un largo para ver quién aparece por la entrada de los vestuarios. Mis ojos van del de hombres mujeres al de mujeres hasta que aparece Santana con un biquini negro puesto. Se me cae la baba al verla y me ciega con su sonrisa antes de tirarse de cabeza al agua, sin apenas salpicar ni hacer ruido. Yo estoy flotando en el centro de la piscina y observo cómo su cuerpo esbelto se me acerca bajo el agua hasta que la tengo delante, pero permanece sumergida. Luego me coge por el tobillo, chillo y tira de mí para meterme bajo el agua. Sólo he podido coger un poco de aire antes de desaparecer, y cierro los ojos. Sus labios atrapan los míos, me rodea con los brazos, nuestras pieles resbalan la una contra la otra y nuestras lenguas bailan, salvajes.
Esto es muy bonito, pero se me da de pena aguantar la respiración, y ella, que lleva más tiempo que yo sumergida, también debe de necesitar oxígeno. La pellizco para indicarle que me he quedado sin aire y mis pulmones le dan las gracias a gritos cuando emergemos. Mis piernas siguen rodeando su cintura y mis brazos hacen lo propio con sus hombros. Intento recuperar el aliento y abrir los ojos y, cuando lo consigo, una enorme sonrisa picarona me da la bienvenida.
Sé que no llega al fondo, así que debe de estar agitando las piernas como una loca para poder mantenernos a flote. Aunque nadie lo diría. Y eso si es que está moviendo las piernas, porque parece que flota sin esforzarse. Le aparto el pelo mojado de la cara y le devuelvo la sonrisa.
—Has cerrado la piscina.
—No sé de qué me hablas, Britt—se me echa a la espalda y empieza a nadar hacia un lateral—No suele haber nadie a estas horas.
—No te creo—replico apoyando la mejilla en su hombro—No podías soportar que nadie me viera en biquini. Confiésalo—le doy un besito en su pecho.
Conozco de sobra a mi latina. Llegamos al borde de la piscina y me pone con la espalda contra la pared.
—Me encanta imaginarte en biquini.
—Y a mí a ti, pero tú solo lo quieres sólo para tus ojos.
—Ya te lo he dicho, Britt. No te comparto con nada ni con nadie, ni siquiera con sus ojos—desliza las manos por mis costados, hasta mis caderas—Sólo puedo tocarte yo—susurra, y no puedo evitar apretarlo con los muslos cuando me besa con dulzura antes de observarme con atención—Sólo para mis ojos—desliza un dedo por el interior de la parte de abajo de mi biquini y contengo la respiración cuando me acaricia—Sólo para darme placer a mí, Britt-Britt. Sé que lo entiendes.
—Sí—me recoloco bajo su cuerpo y le paso los brazos por los hombros.
—Muy bien. Bésame.
Me lanzo a por su boca y le demuestro mi gratitud con un beso largo, apasionado y ardiente que nos hace gemir a ambas.
Me sujeta por la cintura con sus manos y nos besamos durante una eternidad en la piscina, solas ella y yo, ahogándonos la una en la otra, consumiéndonos, amándonos.
Todo lo que sucede entre nosotras es el resultado del amor, fiero y a veces venenoso, que compartimos. Nos deja tontos, nos empuja a comportarnos de forma irracional e imprevisible.
En realidad, estamos más o menos igual de locas, aunque puede que yo lo haya superado.
La verdad es que siento que me he vuelto loca.
Lo que estoy planeando me sitúa en esa categoría. Y si descubre lo que la loca de su mujer está planeando, no me cabe duda de que la dejaré al borde de perder la razón.
Estoy de vuelta en el séptimo cielo de Santana.
Ahora que no hay embarazo, ha vuelto a follarme cuando, donde y como quiere. Ayer recibí con creces la dosis de la Santana dominante que me había perdido las últimas semanas.
No podría ser más feliz.
Pero lo cierto es que el embarazo sigue ahí. Rachel me llamó, y estoy segura de haber oído a mi hermano de fondo, pero lo negó y pasó a preguntarme si Santana y yo habíamos hecho las paces. Sí. También me preguntó si le había contado que estoy embarazada. No. Después de haberla disfrutado todo el día y de que las cosas hayan vuelto a la normalidad, como debería ser, estoy segura de que es la decisión correcta.
—¿Vas a quedarte ahí tirada todo el día o vas a vestirte para que podamos pasarnos por La Mansión?—inquiere.
Está en la puerta del baño como su mamá la trajo al mundo, secándose los cabellos negros con una toalla. Me incorporo y me arrastro hacia los pies de la cama, luego me pongo boca abajo, apoyo los codos sobre el colchón y la barbilla en las manos.
Sé lo que me hago, y ella también, a juzgar por cómo me miran esos ojos oscuros.
No es que no quiera ir a La Mansión. Me gusta mucho más desde que cierta bruja con látigo ya no está.
—No lo sé—mi voz es ronca e insinuante, justo como yo quiero—Se te han puesto duros los pezones—digo señalando sus pechos con la cabeza mientras la miro a los ojos.
Me cuesta contener la risa. Me muerdo el labio y me quedo observándola.
—Eso es porque te estoy mirando.
Se echa la toalla sobre los hombros y se apoya en el marco de la puerta. Empiezo a babear. Está para chuparse los dedos.
Sonrío.
—Eres pura dureza, San.
—Excepto esto—dice en plan profundo tocándose sobre el pecho izquierdo—Por dentro soy una blanda. Pero sólo contigo, Britt-Britt.
Sonrío de oreja a oreja.
—A veces tienes el corazón de piedra—murmuro tumbándome de espaldas con la cabeza colgando fuera de la cama.
—Es usted una seductora, señora López-Pierce.
Boca abajo, observo cómo su cuerpo se acerca hasta que la tengo justo encima de mí. Su sexo húmedo está cerca de mis labios. Saco la lengua para probar la humedad, pero se aparta.
—Pídemelo por favor.
—Por favor.
Le acaricio el pecho con el extremo de los dedos, gime, y lleva su sexo de vuelta a mi boca. Saco la lengua y observo su expresión de anticipación. Luego se la paso por el clítoris.
—Britt, qué boca tienes—gime cerrando los ojos.
—¿Debería parar?—levanto el cuello y le doy un pequeño mordisco y deslizo los dientes por su piel suave—¿Quieres que pare?
—Quiero que te calles y que te concentres en lo que estás haciendo, Britt—sonrío y la suelto. Me siento en el borde de la cama, entre sus muslos. Cojo su clítoris y lo aprieto... fuerte—Deja de jugar conmigo, Britt-Britt.
Me coge del pelo y tira con fuerza para que le meta la lengua. No ofrezco resistencia. Me encanta hacerlo así. Mi lengua sube y baja y le clavo las uñas en su firme trasero para acercármela más.
—¡Joder!—ruge sujetándome la cabeza—No te muevas.
Se frota contra mi cara y lucho para que no se me revuelva el estómago. Permanezco en silencio mientras se convulsiona, con la cabeza echada hacia atrás y tirándome del pelo.
Tengo que mantener el control.
No puedo vomitar.
No se lo voy a contar, así que me concentro en mi lengua, completamente dentro de ella. Me concentro únicamente en no echar la pota. Cierro los ojos y respiro por la nariz.
¿Qué me pasa?
Si el embarazo hace que el sexo de Santana me dé asco, no quiero volver a estar embarazada.
Me relajo un poco cuando se aleja un poco antes de trepar por su cuerpo y enroscarle las piernas alrededor de la cintura. Tengo que hacerlo bien, y más teniendo en cuenta la cara de incredulidad que me pone. No le gusta que la deje a medias.
Ésa es su decisión.
Le muerdo el labio.
—Te quiero junto a mí.
—Estábamos muy bien recién—dice con escepticismo. Me hace gracia—Me alegro de que te parezca tan divertido, Britt.
—Perdona—la beso con fuerza. Tengo que convencerla de que la necesito. Es mi única salida—Te necesito junto a mí. Ahora. Y si quieres entrar en mí mucho mejor.
Se aparta y me mira con aire de sospecha. Me preocupa. Pero entonces me deslumbra con su sonrisa, la que está reservada sólo para mí.
—No tienes que decírmelo dos veces, Britt-Britt—replica. Me deja sobre la cama y se coloca encima de mí—Quítame la toalla—la cojo y la lanzo a la otra punta de la habitación—Enrosca los dedos en mi pelo—me ordena. Obedezco en el acto y mis manos se pierden entre su cabello húmedo—Tira—me lame los labios, gimo y le tiro del pelo—Bésame, Britt—su tono firme hace que la necesite aún más. Ataco su boca con decisión y desesperación—Para—me ordena. Lo hago, aunque no quiero—Bésame con ternura—susurra. Suspiro y deslizo la lengua por su boca, muy despacio. Es el paraíso—Ya basta—dice bruscamente. Vuelvo a parar. Se aparta y me da un beso amoroso en los labios—¿Por qué no puedes obedecerme en todo sin chistar?
Sonrío y reclamo su boca.
—Porque eres adicta al poder, y todo se pega menos la hermosura.
Se echa a reír y me coloca sobre sus caderas.
—Toda tuya, Britt-Britt.
—Muy bien—acepto de inmediato. Me levanto e intenta bajarme de nuevo sobre su entrepierna. La aparto de un manotazo—Si me disculpas...
—Perdona—sonríe—, pero no te andes con jueguecitos, ¿vale?
—Se te olvida, diosa—digo acomodándome, para juntar nuestros sexos—, que me has cedido el poder.
Me muevo con cuidado, y la sonrisa desaparece. Ahora mismo me está dando las gracias. Gime y me agarra de los muslos.
—Es posible que te ceda el poder más a menudo.
Me vuelvo a mover muy despacio mientras le acaricio el pecho.
—¿Te gusta?
—Me encanta.
Me mira y me desliza las manos por mis muslos.
—Eres tan guapa.
Me vuelvo a mover con un suspiro.
—Lo sé.
—Y tan arrogante.
—Lo sé. Muévete.
Arqueo las cejas.
—¿Quién manda aquí?
—Tú, pero no por mucho tiempo si abusas del poder. Muévete—reprime una sonrisa y yo le lanzo una mirada asesina, pero me levanto—Buena chica—jadea—Más rápido.
Me vuelvo a mover y muevo las caderas en círculos.
—Pero a mí me gusta así.
—Más de prisa, Britt.
—No. Mando yo.
Me muevo hacia arriba, pero no tengo ocasión de descender, puesto que me tumba de espaldas sobre la cama y me sujeta las manos.
—Has perdido tu oportunidad, Britt-Britt—replica al tiempo que me penetra con decisión—Ahora mando yo.
¡Bam!
Me penetra con tres dedos y chillo y me abro de piernas.
¡Bam!
—¡Joder!—grito.
¡Bam!
—¡San!
—Has tentado la suerte, Britt-Britt—gruñe sujetándome las muñecas con su amno libre, con menos fuerza y embistiéndome con la otra una y otra y otra vez. Cierro los ojos—¡Mírame!—obedezco del susto—Buena chica.
El sudor le cae a chorros de la cara y aterriza en mis mejillas. Tengo que agarrarme a ella. Tengo que morderla y arañarla, pero estoy indefensa, como a ella le gusta.
—¡Deja que te abrace!—grito intentando soltarme mientras ella arremete contra mí.
—¿Quién manda, Britt?
—¡Tú, maldita controladora!
—¡Cuidado...
¡Bam!
—... con esa...
¡Bam!
—... puta...
¡Bam!
—... boca!
Grito.
—¡Joder!—chilla—¡Córrete para mí, Britt!
No puedo. Estoy intentando concentrarme en el orgasmo que siento muy adentro, en alguna parte, pero cada vez que creo haberlo capturado, me clava las caderas y lo echa hacia atrás. Cierro los ojos y no puedo hacer más que aceptar el asedio al que somete a mi cuerpo.
—Por Dios, Britt, ¡voy a correrme!—y, con eso, grita, se aprieta contra mí y se desploma. Me suelta las manos. Respira descontroladamente y su cuerpo palpita bañado en sudor. Yo estoy igual, salvo que sin orgasmo—No te has corrido—jadea en mi cuello—no puedo hablar, así que niego con la cabeza, con los brazos laxos a los lados—Lo siento, Britt-Britt.
Asiento con la cabeza y trato de levantar los brazos para acunarla y que así sepa que estoy bien, pero mis músculos no obedecen.
Me ha dejado incapacitada de verdad.
Nuestros pechos sudorosos están pegados y las dos respiramos con fuerza. Estamos destrozadas. Quiero quedarme en la cama pero entonces noto que me falta su peso y que me está levantando en brazos. Protesto entre dientes cuando me lleva al cuarto de baño. Abre el grifo de la ducha, coge una toalla, la pone en el suelo y me deja encima. Estoy a punto de reunir las fuerzas suficientes para mirarla mal cuando se sienta conmigo en el suelo y me abre de piernas.
—Vamos a resucitarte.
Abre el agua fría y se coloca entre mis piernas. Luego me despierta de verdad con una caricia larga, suave y delicada en el centro mismo de mi sexo. Arqueo la espalda. Mis brazos sin vida vuelven a funcionar y recupero la voz.
—¡Ay, Dios!
La cojo del pelo húmedo y la aprieto contra mí. El orgasmo profundo que no ha acabado de salir ahora parece estar a punto de hacerlo. Ni siquiera intento controlarlo. Empiezo a jadear, se me tensan los músculos del abdomen y levanto la cabeza. El agua fría recorre mi cuerpo. Santana está en todas partes, lamiendo, mordiendo, chupando, dándome besos en el interior de los muslos y penetrándome con la lengua.
—¿Ya te has despertado?—masculla con mi clítoris en la boca.
Le da un mordisco.
—¡Más!—exijo tirándole del pelo.
La oigo reírse. Luego cumple con mis demandas, sella la boca en mi sexo y chupa hasta que me corro.
Exploto.
Veo las estrellas.
Gimo y me llevo las manos a la cabeza.
Es demasiado.
Es increíble, es alucinante.
Palpito contra su boca y me relajo por completo. El agua fresca es una gozada y el ruido constante de la ducha es de lo más relajante. No voy a moverme del suelo, por nada ni por nadie. Que me lleve de vuelta a la cama.
—Me encanta sentirte palpitar, de verdad.
Me besa por todo el cuerpo hasta que encuentra mis labios y les dedica especial atención. Sólo respondo con la boca. No logro convencer a mis músculos de que se muevan, aunque lo cierto es que tampoco lo estoy intentando con mucho empeño.
—¿Me he redimido?
Asiento contra sus labios y se echa a reír. Se aparta para verme mejor. Mis ojos todavía funcionan. Es más guapa que un sol y lo sabe, la muy engreída.
—Te quiero, Sanny—digo; me ha costado pronunciar las palabras con la respiración entrecortada.
Ella me deslumbra con su sonrisa..., mi sonrisa.
—Lo sé, Britt-Britt—repone, y se levanta demasiado de prisa para mi gusto—Vamos. Ya he cumplido con mis obligaciones divinas y ahora tenemos que ir a La Mansión.
Me coge de la mano y me levanta sin esfuerzo. Y eso que no la ayudo. Me hago el peso muerto para protestar, aunque ni siquiera lo nota.
—¿Tengo que ir?—refunfuño cuando me echa champú en el pelo y empieza a lavármelo.
—Qué raro. Normalmente siempre quieres venir—me sonríe y pongo los ojos en blanco—Sí, tienes que venir. Tenemos que recuperar el tiempo perdido. Cuatro días, ni más, ni menos—la ignoro y dejo que sus manos me masajeen la cabeza. Luego me la aclara—He terminado contigo, Britt-Britt. Sal—dice, y me da una palmada en el trasero para que salga mientras ella termina de ducharse.
Miro la cama con ojos golosos pero, aunque me está llamando, me resisto a la tentación y me meto en el vestidor. Es verdad que tenemos que recuperar cuatro días y mucho de qué hablar. Hemos pasado la peor parte, razón de más para que ponga remedio a la situación que sin duda hará que Santana vuelva a tratarme como si fuera de cristal: sigo estando embarazada.
Entro en la cocina y veo que está rebuscando en los armarios como una posesa. Con los brazos en alto. Lleva una polo blanca que acentúa sus curvas, y la vasta extensión de los mismos hace que me den ganas de pellizcarme para confirmar que es real.
Sonrío.
Es de carne y hueso y es todo mía.
—¿Qué haces?—pregunto haciéndome un moño en lo alto de la cabeza.
Se vuelve y me mira, alarmada.
—No queda mantequilla de cacahuete.
—¿Qué?—suelto una carcajada al verla tan agobiada—¿No hay mantequilla de cacahuete?
—¡No tiene gracia!—cierra la puerta del armario de golpe, abre la nevera y rebusca entre un sinfín de botellas de agua—¡¿A qué coño juega Sue?—ruge para sí.
No puedo evitarlo.
Me parto de la risa.
Una persona normal no se comporta así.
No es que le guste, es que es adicto a la mantequilla de cacahuete. Mi latina es adicta a la mantequilla de cacahuete y es posible que le dé un ataque si no se toma pronto su dosis.
Me estoy muriendo de la risa cuando oigo que cierra la puerta de la nevera. Enderezo la espalda y no consigo borrar la sonrisa de mi cara. Tengo que morderme el labio para no soltar una carcajada.
—¿De qué te ríes, Britt?—inquiere mirándome de muy mal humor.
—¿A qué vienen tantas ansias de comer mantequilla de cacahuete?—pregunto lo más rápidamente que puedo para volver a morderme el labio.
Se cruza de brazos. Sigue de mal humor.
—Me gusta.
—¿Te gusta?
—Sí, me gusta.
—Buenos estás histérica, no parece que sólo te guste.
Se me escapa el labio de entre los dientes. No puedo contener la risa más tiempo.
—No estoy histérica—me discute medio riéndose—No es para tanto.
—Ya.
Me encojo de hombros sin dejar de reír.
¡Si le va a dar algo!
Atraviesa la cocina y se me acerca. Abre unos ojos como platos cuando me ve las piernas.
—¿Qué es eso?—farfulla.
Me miro y luego miro sus sorprendidos ojos oscuros.
—Santana sabes muy bien lo que, tú los usas. Son unos pantalones cortos.
—Querrás decir unas bragas, los míos son más largos y lo sabes.
Me echo a reír nuevamente.
—No, quiero decir pantalones cortos—me subo los bajos de los pantalones cortos vaqueros—Si fueran unas bragas, serían así. Tú ya lo sabes.
Traga saliva al tiempo que estudia la prenda ofensora.
—Britt, mujer, sé razonable. Sí, yo los uso, pero en ti es totalmente distinto.
—San—suspiro—, ya te lo he dicho: si lo que quieres son faldas largas y suéteres de cuello vuelto, búscate a alguien de tu edad—me arreglo los shorts y me arrodillo para atarme los cordones de mis Converse haciendo caso omiso de los gruñidos y los bufidos que emite mi mujer imposible—Tal vez me bañe en la piscina de La Mansión—suelto de pronto.
La miro y su expresión gruñona pasa a ser de terror absoluto.
—¿En biquini?
Me río.
—No, en mono de esquí. Pues claro que en biquini, al igual que tú.
Estoy tentando mi suerte y lo sé.
—Lo estás haciendo a propósito.
—Me apetece nadar.
—Y a mí me apetece estrangularte. ¿Por qué me haces esto?
—Porque eres una gilipollas imposible y tienes que relajarte. Puede que tú seas un vejestorio, pero yo sólo tengo veintiséis años. Deja de comportarte como una troglodita. ¿Qué pasaría si nos fuéramos de vacaciones a la playa?
—Pensaba que iríamos a esquiar—ahora es ella quien se burla de mí—Podría enseñarte lo bien que se me dan los deportes extremos.
Sonrío cuando repite lo que dijo la primera vez que nos vimos. Luego me abalanzo sobre su cuerpo y hundo la nariz en su cuello.
—Hueles a gloria, Sanny.
Inhalo su delicioso aroma mientras me lleva al coche. Con los pantalones cortos puestos.
Llegamos a La Mansión. Me abre la puerta del coche y tira de mí por la escalera de la puerta de entrada y por el vestíbulo. Oigo las lejanas conversaciones del bar y sonrío al ver a Finn acercarse a nosotras. Sigue siendo enorme, y da mucho miedo.
—Britt, ¿te apetece nadar?—masculla Santana cuando Finn se une a nosotras y echa a andar a la misma velocidad que ella.
Yo casi tengo que correr para poder seguirlas. El grandulón me mira con las cejas enarcadas.
—¿Te apetece, rubia?
Asiento.
—Hace calor.
La sonrisa que le cruza la cara me dice que sabe perfectamente lo que me traigo entre manos. Sí, voy a intentar quitarle las manías a mi mujer imposible, y éste es el lugar perfecto para empezar: el paraíso sexual de mi latina, donde la piel desnuda es el pan nuestro de cada día. No pienso despelotarme y pasearme por ahí para que me vea todo el mundo. Empezaré por darme un baño en biquini, uno recatado. Si es capaz de soportarlo aquí, lo soportará en cualquier parte.
Pasamos junto al bar y encontramos a Quinn. No le veo la cara, pero está tirada en un taburete y está claro cómo se siente. Mi mejor amiga es idiota. Está huyendo de algo bueno sólo para retomar algo muy, muy malo. Puede que Quinn la haya arrastrado al lado oscuro, pero no se merece que la trate así.
Cuando entramos en la oficina de Santana, ella me suelta la mano y se va directo a la nevera. Coge un tarro de mantequilla de cacahuete, desenrosca la tapa y sumerge todo un dedo. Finn ni parpadea, se sienta en la silla opuesta a la de Santana mientras yo observo con una sonrisa en el rostro. Se dirige a su silla y se sienta, se mete el dedo en la boca y suspira.
¿Le gusta?
—¿Cómo va todo?—le pregunta Santana a Finn con el dedo en la boca.
—La cámara tres está fuera de combate. La compañía de seguridad va a venir a arreglarla.
Finn se revuelve en su asiento y se saca el móvil del bolsillo.
—Voy a llamarlos—dice.
Luego teclea en el teléfono, se lo lleva al oído, se levanta y camina hasta la ventana.
—Britt-Britt, ¿estás bien?—me pregunta Santana.
Parece preocupada.
—Sí, muy bien—caigo en la cuenta de que estoy de pie en la puerta de su despacho, así que me acerco a la mesa y me siento en la silla que hay junto a la de Finn—Sólo estaba soñando despierta.
Vuelve a meterse los dedos en la boca.
—¿Con qué soñabas?
Sonrío.
—Nada. Estaba viendo cómo devorabas tu mantequilla de cacahuete.
Mira el tarro y pone los ojos en blanco.
—¿Quieres?
—No—arrugo la nariz, asqueada, y se echa a reír. Le brillan los ojos y se le marcan las patas de gallo cuando cierra el tarro y lo deja sobre su mesa. Ya se ha tomado su dosis—¿Qué tal está Quinn?
—Hecha una mierda. No quiere hablar del tema. ¿Y Rach?
—No muy bien.
Es verdad, no está bien.
—¿Qué te ha dicho? ¿Por qué ha cortado con Q?
Me encojo de hombros intentando disimular.
—Creo que por este sitio—me resisto al impulso de sentarme sobre las manos. No me atrevo a mencionar a mi hermano—Seguro que es lo mejor.
Ella asiente, pensativa.
—¿Quieres ir a nadar o prefieres quedarte conmigo?
Sé lo que quiere oír.
—¿Tú qué vas a hacer?—pregunto mirando las montañas de papeles que tiene sobre la mesa.
Nunca la había visto tan desordenada, y sé por qué. Holly ya no está. No obstante, no voy a sentirme ni un pelín culpable. Me da igual que parezca que ha caído una bomba en la mesa de Santana.
Ella también mira las montañas de papeles y da un suspiro.
—Esto es lo que voy a hacer—ojea una de las montañas.
—¿Por qué no contratas a alguien?
—Britt, las cosas no son tan sencillas en este tipo de trabajo. Tienes que conocer a alguien y confiar en él. No puedo llamar a la oficina de empleo y pedirles que envíen a alguien que sepa escribir a máquina.
Vale, ahora me siento un poco culpable. Tiene razón. Estamos hablando de personas de la alta sociedad, con trabajos importantes, de responsabilidad. Santana me ha contado que investigan las cuentas, el historial médico y criminal de la gente. Imagino que la confidencialidad es importante.
—Yo puedo ayudar—me ofrezco de mala gana, aunque no sabría ni por dónde empezar.
Verla tan abrumada por la cantidad ingente de papeles me está haciendo sentir muy culpable.
Me mira, perpleja.
—¿De verdad?
Me encojo de hombros y cojo el primer papel que pillo.
—En los ratos libres.
Echo un vistazo al texto y retrocedo. Es un extracto bancario. Al menos, eso creo. Los dígitos parecen más bien números de teléfono internacionales, así que podría ser una factura telefónica.
La miro y veo que sonríe.
—Somos muy ricas, señora López-Pierce.
—¡La madre que me trajo!
—Britt...
—Lo siento, pero...—intento concentrarme en todas las cifras pero no puedo—Esto no debería estar danzando por la mesa de tu despacho, San—aparece el número de su cuenta y todo—Un momento... ¿Holly se encargaba de tus finanzas?
—Sí—dice tan tranquila.
Se me ponen los pelos como escarpias. No me fío de esa mujer.
—¿Sabes dónde tienes el dinero? ¿Cuánto tienes?—inquiero dejando el papel sobre la mesa.
—Sí, mira—dice cogiendo el papel, y señala con el dedo—Esto es lo que tengo y está en este banco.
—¿Sólo tienes una cuenta? ¿No tienes cuenta de empresa, de ahorro, de pensiones?
Me mira un poco asustada, casi molesta.
—No lo sé.
La observo, boquiabierta.
—¿Ella se encargaba de todo? ¿Llevaba todas tus cuentas?
La idea no me gusta un pelo.
—Ya no—gruñe tirando el papel sobre la mesa—¿Me vas a ayudar, Britt?—vuelve a sonreír.
¿Cómo no voy a ayudarla?
Esta mujer es rica y no tiene ni idea de cómo ni dónde guardan su dinero.
—Sí, te ayudaré—cojo una pila de papeles y empiezo a estudiarlos, pero me doy cuenta de una cosa que me preocupa. Levanto la cabeza y veo que Santana me mira la mar de contenta—He dicho que te ayudaré, eso es todo. En los ratos libres, San.
Quiere que sustituya a Holly.
Mis palabras le caen como un jarro de agua fría.
—Pero sería la solución ideal.
—¡Para ti! ¡La solución ideal para ti! Yo tengo una carrera. ¡No voy a dejarla para venir aquí todos los días a encargarme de tu papeleo!
Qué cabrona. Quiere que sustituya a Holly y me convierta en su secretaria.
¡De eso, nada!
—Además...—dejo la pila sobre la mesa y me pongo de pie—Yo no sé manejar un látigo, así que no creo estar lo bastante cualificada.
No sé por qué he dicho eso. No era necesario y ha sido de mal gusto. Se queda de piedra y veo que se reclina en su sillón con una mezcla de incredulidad y enfado.
—Eso ha sido muy infantil, ¿no te parece?
—Perdona—cojo mi bolso—No ha sido a propósito.
Finn vuelve con nosotras y rompe el incómodo silencio.
—Estarán aquí dentro de una hora—anuncia al tiempo que se guarda el teléfono en el bolsillo—Antes de que se me olvide, otros tres socios han solicitado cancelar su suscripción.
Santana arquea las cejas, siente curiosidad.
—¿Tres?
—Tres—confirma Finn de camino a la puerta—Tres mujeres—añade saliendo del despacho.
Santana apoya los codos sobre la mesa y hunde la cara entre las manos. Me siento fatal. Suelto el bolso, camino hasta ella, hago que se recline en el respaldo y me siento encima de la mesa, frente a ella. Me observa y se muerde el labio.
—Yo me encargaré de esto—digo señalando los papeles que hay por todas partes—Pero tienes que contratar a alguien. Es un trabajo a tiempo completo.
—Ya lo sé—me coge los tobillos y tira para que apoye los pies en sus rodillas—Ve a nadar. Yo voy a ponerme con esto, ¿vale?
—Vale—asiento.
Escruto su rostro y ella me observa atentamente.
—Adelante, mi preciosa mujer. Suéltalo—dice sonriendo.
—Quieren dejar de ser socias porque ya no estás disponible para fo...—me muerdo la lengua—Para acostarte con ellas.
Es algo que me hace tremendamente feliz, y salta a la vista.
—Eso parece—contesta mirándome con recelo—Y veo que mi mujer está encantada.
Me encojo de hombros pero no puedo ocultar lo feliz que me hace la noticia.
—¿Cuál es la proporción de hombres y mujeres?
—¿Socios?
—Sí.
—Treinta, setenta.
Me quedo boquiabierta. Recuerdo que Santana dijo que había unos mil quinientos socios. Eso son mil mujeres detrás de mi esposa, o la mayoría de ellas.
—En fin—intento olvidar mi estupor—, es posible que tengas que convertir La Mansión en un club.
Se echa a reír y me quita los pies de la mesa.
—Vete a nadar, Britt.
Los vestuarios están vacíos. Me pongo el biquini, me quito el diamante, vuelvo a recogerme el pelo y meto mis cosas en una taquilla de madera de nogal. No he usado nunca el spa ni las instalaciones deportivas, pero me han dicho que no está permitido nadar desnudo, así que voy a estrenarlas y a poner a Santana a prueba al mismo tiempo.
Paseo por la zona en busca de alguna señal de vida, pero todo está vacío. Es domingo y la hora de comer. Pensaba que a estas horas era cuando los socios disfrutaban de esta parte de La Mansión.
Entro en el enorme edificio de cristal.
Los jacuzzis, la piscina y el solárium están vacíos. Está todo tan tranquilo que hasta da repelús. Lo único que se oye es el sonido de las bombas de agua. Dejo mi toalla en una tumbona pija de madera, me meto en el agua y suspiro.
Está tibia.
Maravilloso.
Bajo los escalones y empiezo a nadar hasta el otro lado de la piscina. Estoy disfrutando de la paz y la tranquilidad y sigo nadando un largo detrás de otro. Nadie se acerca, nadie viene a bañarse en los jacuzzis y nadie se tumba en el solárium.
Entonces oigo movimiento y me detengo a mitad de un largo para ver quién aparece por la entrada de los vestuarios. Mis ojos van del de hombres mujeres al de mujeres hasta que aparece Santana con un biquini negro puesto. Se me cae la baba al verla y me ciega con su sonrisa antes de tirarse de cabeza al agua, sin apenas salpicar ni hacer ruido. Yo estoy flotando en el centro de la piscina y observo cómo su cuerpo esbelto se me acerca bajo el agua hasta que la tengo delante, pero permanece sumergida. Luego me coge por el tobillo, chillo y tira de mí para meterme bajo el agua. Sólo he podido coger un poco de aire antes de desaparecer, y cierro los ojos. Sus labios atrapan los míos, me rodea con los brazos, nuestras pieles resbalan la una contra la otra y nuestras lenguas bailan, salvajes.
Esto es muy bonito, pero se me da de pena aguantar la respiración, y ella, que lleva más tiempo que yo sumergida, también debe de necesitar oxígeno. La pellizco para indicarle que me he quedado sin aire y mis pulmones le dan las gracias a gritos cuando emergemos. Mis piernas siguen rodeando su cintura y mis brazos hacen lo propio con sus hombros. Intento recuperar el aliento y abrir los ojos y, cuando lo consigo, una enorme sonrisa picarona me da la bienvenida.
Sé que no llega al fondo, así que debe de estar agitando las piernas como una loca para poder mantenernos a flote. Aunque nadie lo diría. Y eso si es que está moviendo las piernas, porque parece que flota sin esforzarse. Le aparto el pelo mojado de la cara y le devuelvo la sonrisa.
—Has cerrado la piscina.
—No sé de qué me hablas, Britt—se me echa a la espalda y empieza a nadar hacia un lateral—No suele haber nadie a estas horas.
—No te creo—replico apoyando la mejilla en su hombro—No podías soportar que nadie me viera en biquini. Confiésalo—le doy un besito en su pecho.
Conozco de sobra a mi latina. Llegamos al borde de la piscina y me pone con la espalda contra la pared.
—Me encanta imaginarte en biquini.
—Y a mí a ti, pero tú solo lo quieres sólo para tus ojos.
—Ya te lo he dicho, Britt. No te comparto con nada ni con nadie, ni siquiera con sus ojos—desliza las manos por mis costados, hasta mis caderas—Sólo puedo tocarte yo—susurra, y no puedo evitar apretarlo con los muslos cuando me besa con dulzura antes de observarme con atención—Sólo para mis ojos—desliza un dedo por el interior de la parte de abajo de mi biquini y contengo la respiración cuando me acaricia—Sólo para darme placer a mí, Britt-Britt. Sé que lo entiendes.
—Sí—me recoloco bajo su cuerpo y le paso los brazos por los hombros.
—Muy bien. Bésame.
Me lanzo a por su boca y le demuestro mi gratitud con un beso largo, apasionado y ardiente que nos hace gemir a ambas.
Me sujeta por la cintura con sus manos y nos besamos durante una eternidad en la piscina, solas ella y yo, ahogándonos la una en la otra, consumiéndonos, amándonos.
Todo lo que sucede entre nosotras es el resultado del amor, fiero y a veces venenoso, que compartimos. Nos deja tontos, nos empuja a comportarnos de forma irracional e imprevisible.
En realidad, estamos más o menos igual de locas, aunque puede que yo lo haya superado.
La verdad es que siento que me he vuelto loca.
Lo que estoy planeando me sitúa en esa categoría. Y si descubre lo que la loca de su mujer está planeando, no me cabe duda de que la dejaré al borde de perder la razón.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
ok y hasta cuando britt va a ocultar su embarazo, eso se nota saben. Y a Rachel la detesto por lo que le hizo a quinn, literalmente!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Sjhsjdg cerro la piscina?!? Jahsbs por Deoh! Si no es para tanto! Ajsbsjv Estan locas:l
A San le va a dar un infarto cuando sepa que Britt sigue embarazada:s es una noticia muy fuerte para su viejo corazon xd
Pobresita Quinn:cc Rachel es tan idiota y Sam tambien! todo es su culpa>:c
A San le va a dar un infarto cuando sepa que Britt sigue embarazada:s es una noticia muy fuerte para su viejo corazon xd
Pobresita Quinn:cc Rachel es tan idiota y Sam tambien! todo es su culpa>:c
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,..
neta que bronca le tiene britt al mantequilla de cacahuete??? yo soy pero que san con eso jajjaja
recuperando el tiempo perdido??? a disfrutar!!!
holly se fue!!!!!!!!!!!!!!!! hasta cuando???
nos vemos!!!!
neta que bronca le tiene britt al mantequilla de cacahuete??? yo soy pero que san con eso jajjaja
recuperando el tiempo perdido??? a disfrutar!!!
holly se fue!!!!!!!!!!!!!!!! hasta cuando???
nos vemos!!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:ok y hasta cuando britt va a ocultar su embarazo, eso se nota saben. Y a Rachel la detesto por lo que le hizo a quinn, literalmente!
Hola, jajaajajajajajaj xD no tiene mucho tiempo entonces jaajajajajaj. A esa ¬¬ maldito sam! Saludos =D
Susii escribió:Sjhsjdg cerro la piscina?!? Jahsbs por Deoh! Si no es para tanto! Ajsbsjv Estan locas:l
A San le va a dar un infarto cuando sepa que Britt sigue embarazada:s es una noticia muy fuerte para su viejo corazon xd
Pobresita Quinn:cc Rachel es tan idiota y Sam tambien! todo es su culpa>:c
Hola, jajaajajaj sip, san esta un poco loca y se lo pego a britt xD ajajajaja, por eso son la una apra la otra no xD ajajajajajaja. Jjajajaajajajajaajajajajajaajajajaj "para su viejo corazon" ajajajajaj XD que mala jajaajajaj, pero tienes razón jajjajajajajja. Si =( pobre quinny, bn idiota ¬¬ y ese sam siempre metiendose en todo! :@ Saludos =D
3:) escribió:holap morra,..
neta que bronca le tiene britt al mantequilla de cacahuete??? yo soy pero que san con eso jajjaja
recuperando el tiempo perdido??? a disfrutar!!!
holly se fue!!!!!!!!!!!!!!!! hasta cuando???
nos vemos!!!!
Hola lu, jajajaajja XD no el gusta XD ajajajajaj. No pierden en tiempo en eso no¿? jajajajaajaj. SI!... siempre¿? jaajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 12
Capitulo 12
—Te quiero.
El susurro ronco me hace sonreír. Me vuelvo e intento cogerla a ciegas.
—Mmm—asiento atrayendo su cuerpo hacia el mío.
—Britt, son las siete y media.
—Lo sé—farfullo contra su cuello—Quiero sexo soñoliento, Sanny—exijo poniéndole la mano en el muslo hasta que encuentro lo que estaba buscando.
La agarro con fuerza.
—Me encantaría, Britt-Britt, pero cuando te hayas despertado de verdad te va a dar un ataque y me vas a dejar a medias—coge mi mano, se la lleva a la cara y me besa los dedos con ternura—Es lunes, son las siete y media de la mañana, y no quiero que me eches la culpa si llegas tarde.
Abro los ojos como platos y veo su cara suspendida sobre la mía. Se ha duchado, lo que significa que ha ido a correr, lo que significa que es tarde. Me levanto de un salto y se aparta para que no le dé un coscorrón.
—¿Qué hora es?
Me sonríe con amor.
—Las siete y media.
—¡San!—grito, y de inmediato salgo corriendo al cuarto de baño—¿Por qué no me has despertado antes de ir a correr?
Abro el grifo de la ducha y corro al lavabo. Pongo pasta de dientes en el cepillo.
—No quería despertarte.
Se apoya en el marco de la puerta y observa cómo me cepillo los dientes a mil por hora. Se está riendo, le hace gracia que esté tan apurada.
—Nunca... ha... importado—le espeto con la boca llena de pasta de dientes.
Se ríe a gusto.
—¿Perdona?
Niego con la cabeza, pongo los ojos en blanco y me miro al espejo. Acabo de cepillarme los dientes y me enjuago la boca.
—He dicho que nunca antes te ha importado. ¿Por qué no me has sacado de la cama y me has obligado a correr veintidós kilómetros?
Por mi tono, se nota que la cosa me escama. Se encoge de hombros, se acerca a mi lado y coge su cepillo de dientes.
—Lo haré si eso es lo que quieres.
—No, sólo sentía curiosidad.
No voy a insistir. Me meto en la ducha, me lavo el pelo y me afeito las piernas a toda velocidad antes de salir y correr al vestidor. Me quedo mirando las perchas llenas de ropa y más ropa. Casi todas las prendas todavía llevan la etiqueta colgando. Es imposible elegir, hay demasiados vestidos, así que cojo mi vestido rojo recto.
Para cuando me he secado el pelo, maquillado y bajado la escalera, Santana se ha puesto un traje azul marino ceñido y está cogiendo las llaves del coche.
—Yo te llevo—dice.
—¿Dónde está Sue?
La miro de cabo a rabo. Esa mujerona es mi esposa.
¿De verdad necesito trabajar?
Frunce el ceño.
—No lo sé. No es propio de ella llegar tarde—me coge de la mano y tira de mí para que salgamos del ático—¿Lo llevas todo, Britt?
—Sí.
Llegamos al vestíbulo del Lusso y, al acercarnos al mostrador del conserje, veo a Sue charlando con Clive. Sonrío y miro a Santana, que me ignora, aunque sabe que la estoy observando, y seguro que también sabe lo que estoy pensando.
—Ya entiendo—gruñe ella sin dejar de andar.
—Parecen estar muy a gusto.
Sue se toca el pelo y Clive no para de hablar y de gesticular. Parece estar embelesado con la asistenta de Santana. Entonces, ella nos ve.
—¡Ay! ¡Estaba a punto de subir!
—No pasa nada.
Santana no parece contenta y no se detiene. A mí me encantaría quedarme a cotillear. Les sonrío al pasar y ambos se ponen como dos tomates.
—No queda mantequilla de cacahuete—refunfuña Santana en tono de reproche.
—Hay una caja entera en la despensa. ¿Crees que dejaría que mi chica se quedara sin ella?
Sue parece dolida por el comentario crítico de mi esposa. Me hace gracia, sobre todo cuando Santana empieza a gruñir en voz baja.
—No seas tan cascarrabias. Sólo están hablando—la regaño en cuanto salimos del edificio y Santana se pone las Wayfarer.
—No está bien.
Se estremece y suelta mi mano. Empiezo a buscar mis gafas de sol en el bolso.
—Claro, es posible que lo invite a subir mientras no estamos en casa. He notado que las sábanas del cuarto de invitados están un poco revueltas.
—¡Britt!—me grita con el gesto torcido y mirando al cielo—¡Calla!
Me echo a reír.
—Los mayores también tienen derecho a divertirse.
—Claro.
El gesto torcido desaparece al instante. Ahora sonríe.
—¿De qué te ríes?
Se quita las gafas de sol, me abraza. Me da un beso de esquimal.
—Te he comprado un regalo.
—¿Qué es?—le doy un pico.
—Date la vuelta.
Doy un paso atrás y observo la alegría con la que señala con la cabeza por encima de mi hombro. Me vuelvo, despacio, e intento adivinar qué es lo que tengo que buscar en el aparcamiento pero no hay nada distinto. Su brazo aparece por encima de mi hombro con un juego de llaves tintineando en la mano, delante de mis narices. Luego veo un enorme y reluciente Range Rover Sport blanco nuevecito.
Un tanque, más bien.
¡Ay, no!
No tengo palabras.
¿Cómo es que no lo he visto?
Ahora me deslumbra. Me tenso cuando vuelve a hacer tintinear el llavero, como si no se hubiera dado cuenta de que he visto mi regalo.
Deja las llavecitas. Ya lo he visto.
¡Y lo detesto!
—Justo ahí—me indica sacudiendo las llaves otra vez.
—¿Esa nave espacial?—pregunto sin interés.
No voy a conducir esa cosa por muchos polvos de entrar en razón y muchas cuentas atrás que me eche.
—¿No te gusta?—parece dolida.
Mierda, ¿qué le digo?
—Me gusta mi Mini.
Se pone delante de mí y observa mi cara de susto.
—Éste es mucho más seguro.
No puedo evitar poner cara de escepticismo.
—San, ése es un coche de hombres. ¡Es la clase de coche que conduciría Finn! ¡Es un puto tanque!
—¡Britt! ¡Cuidado con esa puta boca!—me mira mal—Lo he comprado blanco. Ven, que te lo enseño—me pone las manos sobre los hombros y me empuja hacia la enorme bola de nieve. Cuanto más me acerco, menos me gusta. Es demasiado chillón. Amo mi Mini—Mira—abre la puerta, y trago saliva.
Es aún peor.
Es todo... blanco. El volante es de cuero blanco. La palanca de cambios es de cuero blanco. Los asientos son de cuero blanco. Hasta las alfombrillas son blancas. Miro a mi esposa, que vive en la luna, y niego con la cabeza, pero no puedo ser una desagradecida. Está tan contenta con su compra. Creía que esa mujer tenía buen gusto.
—No sé qué decir—es la verdad—Podrías haberme comprado un reloj, o un collar, o algo así... No tenías que...—ojalá me hubiera comprado un reloj, un collar o algo así.
—Arriba—dice, y me sube en esa... cosa.
Trago saliva.
¡Por Dios, no!
Bordado en el reposacabezas del asiento delantero, puede leerse: «Señora López-Pierce.»
Se ha pasado tres pueblos.
—¡No voy a conducir esta bola de nieve!—protesto antes de que mi cerebro censure mi declaración insultante.
—¡Claro que lo harás!
Gracias por librarme del sentimiento de culpa.
Clavo los tacones en el suelo, no voy a ceder.
—¡Ni de coña! ¡Es demasiado grande para mí, San!
—Pero es seguro—insiste. Luego me coge y me coloca en el asiento del conductor—Mira—pulsa un botón, se abre un compartimento y aparece una pantalla de ordenador—Tiene todo lo que necesitas. He grabado tus canciones favoritas—sonríe, aprieta otro botón y Massive Attack empieza a sonar en un millón de altavoces—Para que te acuerdes de mí.
—Me acuerdo de ti cada vez que me llamas y suena esa canción—salto—Quiero tu coche. Tú puedes quedarte con éste—señalo el amasijo brillante de metal.
—¿Yo?—replica con cara de preocupación—Pero es un poco...—examina mi regalo con la vista—... grande.
—Lo es, y sé a qué está jugando, señora Pierce-López—le clavo el índice varias veces en el pecho—Sólo quieres que conduzca este armatoste porque es enorme y hay menos posibilidades de que resulte herida en caso de accidente. No vas a convencerme por más que intentes adornarlo.
Miro el interior e imagino sillitas de bebé y asientos infantiles. Y un cochecito en el maletero.
¡Ah, no!
Doy media vuelta y echo a andar hacia mi pequeño y adorable Mini, en el que un cochecito de bebé no cabe ni de coña.
Me sorprende haber podido llegar hasta mi coche sin que Santana me monte una de sus escenas. Me siento, echo un vistazo por el retrovisor y la veo apoyada en el DBS con los brazos cruzados. No hago caso de la cara de pena que pone y arranco mi Mini, doy marcha atrás y me dirijo a la salida.
—Esa mujer es imposible—murmuro buscando el botón del pequeño dispositivo que abre la puerta.
No está.
—¡¿Qué?!—grito sin poder creérmelo—¡La madre que la parió!
Freno en seco, salgo del coche y veo que la cara de pena se ha transformado en una deslumbrante sonrisa.
—¿Ibas a alguna parte, Britt-Britt?
—¡Que te den!—grito desde la otra punta del aparcamiento.
Cojo el bolso y dejo el coche exactamente donde está, con la puerta abierta. Taconeo, furiosa, hacia la puerta para peatones, pero esta vez Santana monta una de las suyas. Me coge en brazos y me lleva a mi reluciente regalo de bodas.
—¡Cuidado con esa boca!—me deposita en el asiento del conductor, me pone el cinturón de seguridad y me arranca las llaves del Mini de la mano—¿Por qué tienes que desobedecerme por sistema?
Comienza a pasar todas mis llaves al llavero de mi nuevo coche.
—¡Porque eres una cabrona imposible!—bufo incómoda en el asiento—¿No puedes llevarme al trabajo?
—Llego tarde a una reunión porque mi desobediente esposa no hace lo que le digo—me coge por la nuca y me obliga a acercarle la cara—Cualquiera pensaría que andas detrás de un polvo de represalia.
—¡Pues no!
Sonríe y me besa apasionadamente. Es un beso largo, uno de esos que acaban con mi testarudez.
—Mmm. Sabes a gloria, Britt-Britt. ¿A qué hora sales de trabajar?
Me suelta y, como siempre, me ha dejado sin aliento.
—A las seis.
—Ven directa a La Mansión y trae tus diseños y las cosas del proyecto para que podamos acabar las nuevas habitaciones—pulsa otro botón, baja la ventanilla del conductor, cierra la puerta y mete la cabeza por la ventanilla. Está muy satisfecha consigo misma—Te quiero.
—Lo sé—farfullo metiendo la llave en el contacto.
—¿Has hablado ya con Will?—pregunta haciendo que se me olvide el berrinche y me acuerde de que no he cumplido con mis obligaciones.
—¡Mueve mi coche!—contesto sin saber qué decirle.
—Me lo tomaré como un no. Tienes que hablar hoy mismo con él—eso ha sido una orden.
—Mueve mi coche—repito de mala manera.
—Tus deseos son órdenes, Britt-Britt—dice, y me dedica una mirada de advertencia, pero la ignoro.
—¿Dónde voy a aparcar este armatoste?
Se echa a reír y se aleja para cambiar mi coche de sitio. Luego monta en su DBS y sale derrapando del aparcamiento.
Tras pasarme una hora dando vueltas por el parking más cercano, encuentro dos plazas libres en las que dejar el trasto. Entro en la oficina como un rayo y lo primero que veo es un ramo de calas sobre mi mesa. Al acercarme veo que también hay una cajita.
—¡Amor!—la voz cantarina de Kurt no me hace apartar la vista de la caja.
—Buenos días—lo saludo, me siento y la cojo—¿Estás bien?
—Feliz como una perdiz. ¿Y tú?—Kurt parece estar muriéndose de la curiosidad, y ahora que he apartado la vista de la cajita, recuerdo cuándo nos vimos por última vez.
—Muy bien—no saco el tema, y en su cara aparece una sonrisa picarona.
—No me canso de decirlo: ¡esa mujer está muy sexy cuando se enfada!—dice al tiempo que se abanica con un posavasos—¡De infarto!
Doy un respingo y miro de nuevo la cajita.
¿Qué me habrá comprado?
—¿Quién ha traído esto?—pregunto, levantándola.
—La chica de la floristería—contesta Kurt sin mucho interés.
Vuelve a su ordenador y me deja a solas para que abra la cajita de regalo, que está envuelta con todo el mimo del mundo. Suspiro cuando la abro y me encuentro con un Rolex de oro y grafito. Es igual que el de relojazo de Santana, pero es otra responsabilidad más.
—¡Mi madre!—Tina casi se cae de culo al ver el contenido de la caja—¡Uy, uy, uy! ¡Es precioso!
Sonrío ante su entusiasmo, lo saco y me lo pongo en la muñeca. Sí que es precioso.
—Lo sé—digo en voz baja—Muchas gracias, Tina.
Quito las flores de encima de la mesa y dejo la cajita junto a mi bolso.
—¿Te apetece un café, Britt?—Tina se marcha hacia la cocina.
—Sí, gracias. ¿Dónde están Will y Mercedes?
—Will tenía una reunión personal, y Mercedes está visitando a un cliente.
—Ah, vale.
Pongo las flores en agua y me vuelco en el trabajo. Me preparo las cosas que tengo que llevar a la reunión con Danielle Ruth y luego imprimo toda la información sobre las carísimas camas que Santana quiere que le fabriquen para La Mansión.
A las diez en punto se me revuelve el estómago y desaparezco en el baño para ver si consigo vomitar, pero no hay manera. Me desplomo sobre la taza del váter, acalorada, molesta y llorosa. Tengo que pedir cita en el hospital. Lo decido de pronto, seguramente por lo mal que me encuentro.
Salgo de los servicios dispuesta a hacerlo pero me paro a medio camino cuando veo que hay alguien sentado en uno de los sillones de mi despacho.
Es Holly.
Ya no tengo náuseas. Ahora estoy cabreada.
¿Qué coño hace aquí?
Me encantaría arrancarle la piel a tiras pero no quiero hacerlo en mi oficina, así que doy media vuelta para esconderme en los servicios.
—¿Brittany?
Me recupero del susto y me vuelvo. Hacía semanas que no oía esa voz. Me sorprende que haya venido a mi encuentro, sobre todo después de lo ocurrido. Hice que la despidieran.
—Holly—respondo sin entusiasmo.
Estoy consternada.
¿Se ha propuesto sumarse a mi lista de preocupaciones?
Se la ve más comedida que de costumbre. Su pelo no está tan cardado como siempre y lleva las tetas escondidas debajo de una torera. La falda, a juego con la chaqueta, tiene un largo respetable, por la rodilla.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Esperaba que pudiéramos hablar—dice revolviéndose incómoda en la silla.
No hay ni rastro de su chulería. Me ha pillado por sorpresa.
¿A qué juega?
—¿Hablar?—pregunto, recelosa—¿De qué?
No tengo nada que decirle a esa mujer. Echa un vistazo a la oficina, igual que yo. Kurt, mi amigo gay y cotilla, tiene la antena puesta, y no le quita ojo a la mujer desconocida que está sentada en mi despacho.
—¿Puedo invitarte a una taza de café?—ofrece.
Me mira. Debería pedirle que se marchara, pero me puede la curiosidad. Cojo mi bolso.
—Media hora—digo, cortante, saliendo de mi despacho sin echar la vista atrás.
El corazón me late desbocado. Pensé que no volvería a ver a la bruja del látigo, y ahora está en mi despacho. Tengo muy frescos en la memoria lo mal que me lo ha hecho pasar y los dramas que ha montado en mi vida. Lo único que veo son las marcas de sus latigazos en la espalda de Santana, su expresión de dolor y mi penoso cuerpo hecho un ovillo contra el suyo.
La señora tiene mucho valor.
Entro en un Starbucks cercano y me siento en una silla. No voy a invitarla a café. Sé que tengo una cara de asco mayúscula pero no puedo disimular. No quiero disimular. Quiero que sepa lo mucho que la detesto.
—¿Te apetece tomar algo?—pregunta con educación.
Ésta no es la Holly que conozco y desprecio.
—No, gracias.
Me sonríe tímidamente.
—Yo voy a pedir. No creo que al encargado le guste que ocupemos una mesa si no consumimos algo. ¿Seguro que no quieres nada?
—Sí.
Niego con la cabeza y la observo acercarse al mostrador. Me aseguro de que está entretenida pidiendo, saco el móvil del bolso y le mando un mensaje a Rachel. Necesito desahogarme.
¡La zorra sinvergüenza se ha plantado en mi oficina!
Me contesta de inmediato. No era la clase de mensaje que uno deja para luego.
¡¡¡No jodas!!! Britt, deja de hablar en clave. ¿Quién es la «zorra sinvergüenza»?
Casi se me escapa un taco.
¡Holly!
Contesta en seguida.
¡¡¡¡¡¡¡¡Nooooooo!!!!!!!!
Mis dedos vuelan sobre el teclado mientras levanto la vista para comprobar que Holly sigue ocupada.
¡Como te lo cuento! Te llamo luego.
Me dispongo a guardar el móvil en el bolso cuando recibo otro mensaje.
Como si lo viera: está emocionada y tecleando a toda velocidad con sus dedos.
Seguro que está conduciendo.
Llámame ahora y deja el móvil sobre la mesa. ¡Quiero oír lo que tiene que decir!
Doy un respingo y niego con la cabeza.
¡Es la monda!
Sería incapaz de mantener la boca cerrada si oye algo que no le gusta, y a ver cómo explico yo luego los gritos lejanos de la loca de mi mejor amiga.
¡No!
Pulso «Enviar» y sonrío al recibir otro mensaje.
¡Zorra!
Meto el teléfono en el bolso cuando Holly se acerca con un café. Cruzo las piernas y mantengo la expresión de odio.
Así es.
La odio.
Odio todo lo que representa pero, sobre todo, odio el dolor que le causó a Santana. Tengo que parar de pensar. Me estoy cabreando. Mis cambios de humor soy muy extremos últimamente.
Se sienta y remueve su café con cuidado, sin levantar la vista.
—Quería disculparme por todo lo ocurrido.
Me río.
—¿Te burlas de mí?
Deja de remover el café y me mira. Sonríe, nerviosa.
—Brittany, lo siento. Supongo que tu llegada me pilló por sorpresa.
—¿Ah, sí?—digo frunciendo el ceño.
—No te culpo si me mandas a paseo. Me he portado fatal. No tengo excusa.
—Excepto que estás enamorada de ella—digo con franqueza, y abre unos ojos como platos—¿Por qué otro motivo ibas a comportarte así, Holly?
Aparta la mirada y creo que tiene lágrimas en los ojos. Está enamorada de Santana hasta la médula.
¿Le habré restado importancia al problema?
—No voy a engañarte, Brittany. Llevo tantos años enamorada de Santana que ya he perdido la cuenta—vuelve a mirarme—Pero eso no es excusa.
—Y, aun así, la inflaste a latigazos—no lo entiendo—¿Por qué le hiciste eso a alguien a quien amas?
Se ríe tímidamente.
—Eso es precisamente lo que yo hago. Me visto de cuero, cojo un látigo y les pego una paliza antes de follármelos o follármelas.
Parpadeo.
—Ah.
—A Santana nunca le ha ido ese rollo.
—Pero, aun así, te la follaste—digo con sinceridad.
Santana me lo ha confesado, y sé que, hasta aquel fatídico día en que las pillé juntas en su despacho, nunca antes le habían cosido la espalda a latigazos. Seguro que Holly estaba en su salsa, especialmente cuando se las apañó para que yo fuera a La Mansión y viera la terrorífica escena.
Parece sorprendida.
—Sí, pero sólo una vez.
Sí, está conteniendo las lágrimas. He subestimado el problema.
—Tiene gracia, ¿sabes? Ni siquiera borracha me quería. Se follaba a cualquiera menos a mí.
Empiezo a comprender, aunque no me entusiasma que me recuerde la vida pasada de Santana. Se follaba a cualquiera, le daba a todo a todas horas... Pero no tocaba a Holly. La Mansión está llena de mujeres deseosas de tirársela, ninguna la desea más que Holly, y Santana nunca la ha deseado.
—¿La azotaste con la esperanza de que después se acostara contigo?
Sólo de pensarlo se me revuelve el estómago. Vuelvo a tener ganas de vomitar.
Niega con la cabeza.
—No. Sabía que no iba a hacerlo. Estaba en un estado lamentable por ti. Jamás pensé que llegaría el día en que vería a Santana López de rodillas por una mujer.
—Quieres decir que esperabas que ese día no llegara nunca.
—Eso es. También esperaba que salieras corriendo en cuanto descubrieras lo que sucede en La Mansión.
Y salí corriendo. Pero volví. Aunque Holly no tuvo que hacer nada para que yo saliera por patas cuando descubrí a Santana borracha.
Miro a la mujer que tengo delante y siento lástima. Me odio a mí misma por sentirme así, pero me da mucha pena.
—Holly, ella te considera una amiga.
No puedo creer que esté intentando que esa mujer se encuentre mejor después de todo lo que ha hecho.
—Lo sé—se echa a reír, pero luego frunce el ceño y vuelve a remover su café—Después de lo que hiciste y de cómo reaccionaste, me di cuenta de lo estúpida que he sido. Se merece ser feliz. Se merece a alguien como tú. La amas a pesar de La Mansión, de lo que hizo y de su problema con la bebida. La amas tal y como es, incluso amas las locuras que hace cuando se trata de ti—sonríe—Haces que se sienta viva. Nunca debería haber intentado arrebatarle eso.
Estoy atónita. Me quedo mirándola, en silencio, sin saber qué decir.
¿Qué le digo?
—Quieres recuperar tu trabajo.
¿Eso le he dicho?
Abre mucho los ojos.
—No creo que sea posible, ¿verdad?
Pues no. A pesar de su confesión, nunca podría confiar en ella. Nunca me caería bien. Me da lástima, pero no puedo extenderle una invitación para que vuelva a nuestras vidas. Nunca le he preguntado a Santana qué pasó cuando la despidió. Ella me dejó claro que no quería hablar del tema y yo estaba como unas castañuelas por haber conseguido echarla de nuestras vidas. Sin embargo, ahora sí quiero saber qué ocurrió aquel día.
—Debes de haberla visto con muchísimas mujeres; ¿por qué la tomaste conmigo?—pregunto, aunque ya sé la respuesta.
—Saltaba a la vista que contigo era distinto. Santana López no persigue a las mujeres. Santana López no se lleva a nadie a casa. Santana López no es abstemia. Has cambiado a esa mujer. Has hecho lo que muchas mujeres han intentado hacer durante años sin éxito. Brittany, te has ganado a la señora—se pone en pie—Felicidades, señora López-Pierce. Cuídala bien. Hazla muy feliz. Se lo merece.
Y se va.
La veo desaparecer del Starbucks y me entran ganas de llorar otra vez. Me he ganado a la señora. La he hecho cambiar. He hecho que dejara de beber y de follarse a todo lo que se movía. He hecho que sienta y que ame. Y me ama. Vaya si me ama. Y yo también la amo. Necesito verla. Maldita sea Danielle Ruth, la reina de las pesadas.
Me pongo en marcha y corro al parking para recoger mi regalo. Por el camino, llamo a Rachel.
—¡¿Qué te ha dicho?!—chilla por teléfono.
Ni siquiera ha dejado que sonara.
—Me ha pedido perdón—me falta el aliento—Oye, voy a tener el bebé.
Se ríe de mí.
—¡Estaba cantado, so tonta!
Sonrío y corro al parking. Quiero quitarme de en medio la reunión con Danielle Ruth para poder ir a ver a Santana.
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—¡Brittany!—su sonrisa casi me molesta.
—Hola, Dani—saludo.
La dejo atrás y me meto en una cocina en obras para evaluar la situación. Todo parece ir según lo previsto. No hay sorpresas desagradables.
—No puedo quedarme mucho rato, Dani. Tengo otra reunión—digo volviéndome para mirarla.
—Ah. ¿Quieres un café?—me ofrece, esperanzada.
—No, gracias. ¿Cuál es el problema?—pregunto intentando que se dé prisa.
No obstante, se toma su tiempo para acercarse a una mesa provisional y empezar a llenar una taza.
—Acabo de prepararlo. Podemos ir a sentarnos al salón, ahí hay menos polvo.
Hago una mueca de frustración.
—Lo siento, me espera otro cliente, Dani. ¿Te importa si nos vemos otro día?
Me está entrando el pánico.
—No tardaremos mucho—sigue haciéndolo todo a la velocidad de un caracol, y yo me revuelvo, impaciente, detrás de ella. Parece que lo hace a propósito—¿Lo has pasado bien con tus padres este fin de semana?
La pregunta me pilla desprevenida, pero mi cerebro se pone al día rápidamente.
—Muy bien, gracias.
—¿Seguro que no quieres un café?—insiste mientras se acerca a la nevera a por leche.
—No, de veras.
No puedo evitar mi tono de impaciencia. Estoy empezando a enfadarme.
—Es curioso, juraría que te vi el viernes por la noche en un bar—comenta como si nada—¿Cómo se llamaba?—vierte leche en su café muy despacio y lo remueve aún más despacio—Ya me acuerdo. Baroque, en Piccadilly.
¡Mierda!
—Sí, fui con unos compañeros de trabajo. No gran cosa. Me fui a casa de mis padres el sábado por la mañana—explico retorciéndome el pelo como una posesa.
¿Por qué me molesto en contarle una mentira?
Lo que yo haga o deje de hacer no es asunto suyo.
Se vuelve, sonriente, pero sus ojos reparan en mi mano izquierda y su expresión no da lugar a dudas. Me miro el pedrusco que llevo en el dedo y de repente estoy muy incómoda.
—No me has contado que estabas casada—se echa a reír—¡Qué tonta soy! Yo diciéndote que te alejaras de los hombres y mujeres, y resulta que estabas casada.
De repente se pone colorada y me doy cuenta de lo que pasa.
Es horrible.
¡Es lesbiana!
¡No, por favor!
Eso lo explica todo: su insistencia en ir de copas, las llamadas, el querer que nos reunamos a todas horas... Y ahora no les quita ojo a mis anillos. Me desea. Ahora sí que estoy incómoda.
—Espera un momento—frunce el ceño—Recuerdo que me dijiste que tenías novia—frunce el ceño aún más—Y la semana pasada no llevabas ningún anillo.
No sé adónde mirar.
—Me casé hace poco—digo. No quiero entrar en detalles—Me estaban arreglando los anillos.
No puedo mirarla a la cara. Es una mujer atractiva, pero yo estoy enamorada.
—¿Por qué no me lo dijiste?
¿Que por qué no se lo dije?
¿Por dónde empiezo?
—Fue una boda muy sencilla, sólo para la familia.
¿Quería que la invitara o intentar impedirla?
Esta conversación hace que todavía tenga más ganas de ver a Santana.
¿Le cuento que estoy embarazada?
Seguro que la remataría. Parece dolida.
—Dani, tengo que preguntarte de qué querías hablar para poder solucionarlo y marcharme. Siento mucho tener tanta prisa.
Me dedica una sonrisa muy falsa, no logra disimular el susto que le he dado.
—No, vete. Puede esperar.
Estoy aliviada pero sorprendida. Tal vez haya sido lo mejor.
¿Dejará por fin de invitarme a salir de copas y de solicitar reuniones?
Qué raro que no me diera cuenta antes.
¿Una mujer tan guapa y soltera?
No me paro a pensarlo. Me muero por escapar, y no sólo porque tenga una admiradora.
—Gracias, Dani. Nos vemos.
No me quedo ni un minuto más. Salgo a toda prisa y le digo adiós con la mano sin dejar de andar.
Soy una idiota.
Subo a mi coche nuevo y me echo a llorar en cuanto Angel comienza a sonar. Pulso como una posesa el botón del interfono pero, pasados unos minutos eternos, las puertas siguen cerradas. Meto la mano en el bolso, saco el móvil y llamo a Santana. Sólo suena una vez.
—¿Britt?
—¡No se abren las puertas!—sueno estresada y enloquecida, pero tengo tantas ganas de verla que se me está yendo la pinza.
—Oye, tranquilízate—parece nerviosa—¿Dónde estás?
—¡En la puerta! ¡He estado llamando al interfono pero nadie me abre!
—Britt, tranquila. Me estás preocupando.
—Te necesito—sollozo, y el sentimiento de culpa que lleva días devorándome por dentro se apodera de mí—Sanny, te necesito.
La oigo respirar con dificultad. Está corriendo.
—Britt-Britt, baja el parasol del coche.
Me enjugo las lágrimas y tiro de la visera de cuero blanco. Hay dos pequeños dispositivos negros. No espero instrucciones. Pulso los dos y las puertas se abren. Arrojo el móvil sobre el asiento del acompañante y piso a fondo.
Estoy llorando como un bebé.
Me caen unos lagrimones como peras mientras serpenteo por el camino bordeado de árboles. Todo está borroso hasta que veo el Aston Martin de Santana, que viene hacia mí a toda velocidad. Piso el freno, salgo del vehículo y voy a su encuentro.
Está aterrorizada cuando baja del coche.
Deja la puerta abierta y corre hacia la histérica de su mujer. No puedo evitarlo, le estoy dando un susto de muerte, pero ahora lo veo todo tan claro que me ha entrado el pánico.
He perdido el dominio de mis emociones.
La zorra fría y calculadora que he sido últimamente se ha desvanecido y por fin veo las cosas como son.
Nuestros cuerpos chocan y me envuelve. Todos sus músculos me protegen. Me coge en brazos y me aprieta contra su pecho. Lloro desconsoladamente con la cara escondida en su cuello. Ella camina por el sendero sin soltarme.
Soy imbécil.
Soy una zorra egoísta, estúpida y sin corazón.
—Por Dios, Britt—jadea contra mi cuello.
—Perdóname.
Mi tono es de histérica, a pesar de que en sus brazos me encuentro un millón de veces mejor.
—¿Qué ha ocurrido?
—Nada. Necesitaba verte—digo al tiempo que la agarro con más fuerza.
La siento demasiado lejos.
—¡Por todos los santos, Britt! ¡Explícate, por favor!—intenta soltarme, pero soy una lapa y no voy a consentir que me deje en el suelo—¿Britt?
—¿Podemos irnos a casa?
—¡No! ¡No hasta que me expliques por qué estás así!—grita tratando de que la suelte.
Es más fuerte que yo. Pronto se separa de mí y la tengo de pie delante, examinando cada centímetro de mi cuerpo, sujetándome los brazos para que los mantenga extendidos.
—¿Qué te pasa?
—Estoy embarazada—sollozo—Te engañé. Lo siento.
Se echa a temblar y me suelta. Da un paso atrás, abre unos ojos como platos y frunce el ceño.
—¿Qué?
Me enjugo las lágrimas y bajo la vista. Estoy muy avergonzada. Santana no es ninguna santa, pero mientras ella intentaba crear una vida, yo estaba planeando destruirla.
Es imperdonable, y nunca podré contarle lo que pensaba hacer.
—Me pones furiosa—susurro, lastimera—Me pones furiosa y luego me haces muy feliz. No sabía qué hacer.
Es una excusa pobre y patética.
Pasan unos instantes incómodos sin que ninguna de las dos diga nada. De hecho, ella no ha dicho nada aún. Me atrevo a mirarla. Está estupefacta.
—¡Joder! ¿Es que quieres que acabe en un manicomio, Britt?—se peina el pelo con los dedos y alza la vista al cielo—¿Estás jugando conmigo? Porque es lo último que necesito, Britt-Britt. Acabo de asimilar que no estás embarazada, ¿y ahora resulta que sí lo estás?
—Siempre lo he estado.
Deja caer la cabeza y los brazos, que cuelgan de sus costados mientras me observa atentamente con expresión de escepticismo.
—¿Cuándo pensabas decírmelo?
—Cuando me hubiera hecho a la idea—respondo.
Ni siquiera intento mentirle, lo sé porque no necesito controlar el impulso de retorcerme el pelo. Tal vez estuviera procurando disfrutar al máximo de la Santana dominante antes de que volviera a tratarme como si fuera de cristal. No lo sé. He sido muy tonta.
—¿Vamos a tener un bebé?—su voz es apenas un susurro.
Asiento.
No puedo hablar.
Deja de mirarme a los ojos y me mira el vientre. Una lágrima resbala por su mejilla. Me siento todavía más culpable pero entonces se pone de rodillas y pierdo el control de mi llanto. Permanezco de pie, llorando como una magdalena, contemplando cómo su cuerpo caído derrama una lágrima tras otra delante de mí.
La he mareado a base de bien, como si el hecho de estar conmigo no la volviera ya bastante loca. Mi respuesta natural a la reacción de mi mujer apuesta y neurótica es acercarme a ella y arrodillarme. Le paso los brazos por los hombros y la abrazo contra mi cuerpo mientras llora con la cabeza hundida en mi cuello. Me acaricia la espalda como si intentara cerciorarse de que soy real.
—Perdóname, Sanny—digo en voz baja.
No dice nada. Se pone de pie y me levanta. Me lleva a su coche y me deja en el asiento del acompañante. Sigue callada mientras me abrocha el cinturón de seguridad. Saca el teléfono del bolsillo de su chaqueta, cierra la puerta, se aleja y hace una llamada mientras saca mi coche de en medio del camino. Regresa y deja el bolso a mis pies. Luego me lleva a casa en el más absoluto silencio.
El susurro ronco me hace sonreír. Me vuelvo e intento cogerla a ciegas.
—Mmm—asiento atrayendo su cuerpo hacia el mío.
—Britt, son las siete y media.
—Lo sé—farfullo contra su cuello—Quiero sexo soñoliento, Sanny—exijo poniéndole la mano en el muslo hasta que encuentro lo que estaba buscando.
La agarro con fuerza.
—Me encantaría, Britt-Britt, pero cuando te hayas despertado de verdad te va a dar un ataque y me vas a dejar a medias—coge mi mano, se la lleva a la cara y me besa los dedos con ternura—Es lunes, son las siete y media de la mañana, y no quiero que me eches la culpa si llegas tarde.
Abro los ojos como platos y veo su cara suspendida sobre la mía. Se ha duchado, lo que significa que ha ido a correr, lo que significa que es tarde. Me levanto de un salto y se aparta para que no le dé un coscorrón.
—¿Qué hora es?
Me sonríe con amor.
—Las siete y media.
—¡San!—grito, y de inmediato salgo corriendo al cuarto de baño—¿Por qué no me has despertado antes de ir a correr?
Abro el grifo de la ducha y corro al lavabo. Pongo pasta de dientes en el cepillo.
—No quería despertarte.
Se apoya en el marco de la puerta y observa cómo me cepillo los dientes a mil por hora. Se está riendo, le hace gracia que esté tan apurada.
—Nunca... ha... importado—le espeto con la boca llena de pasta de dientes.
Se ríe a gusto.
—¿Perdona?
Niego con la cabeza, pongo los ojos en blanco y me miro al espejo. Acabo de cepillarme los dientes y me enjuago la boca.
—He dicho que nunca antes te ha importado. ¿Por qué no me has sacado de la cama y me has obligado a correr veintidós kilómetros?
Por mi tono, se nota que la cosa me escama. Se encoge de hombros, se acerca a mi lado y coge su cepillo de dientes.
—Lo haré si eso es lo que quieres.
—No, sólo sentía curiosidad.
No voy a insistir. Me meto en la ducha, me lavo el pelo y me afeito las piernas a toda velocidad antes de salir y correr al vestidor. Me quedo mirando las perchas llenas de ropa y más ropa. Casi todas las prendas todavía llevan la etiqueta colgando. Es imposible elegir, hay demasiados vestidos, así que cojo mi vestido rojo recto.
Para cuando me he secado el pelo, maquillado y bajado la escalera, Santana se ha puesto un traje azul marino ceñido y está cogiendo las llaves del coche.
—Yo te llevo—dice.
—¿Dónde está Sue?
La miro de cabo a rabo. Esa mujerona es mi esposa.
¿De verdad necesito trabajar?
Frunce el ceño.
—No lo sé. No es propio de ella llegar tarde—me coge de la mano y tira de mí para que salgamos del ático—¿Lo llevas todo, Britt?
—Sí.
Llegamos al vestíbulo del Lusso y, al acercarnos al mostrador del conserje, veo a Sue charlando con Clive. Sonrío y miro a Santana, que me ignora, aunque sabe que la estoy observando, y seguro que también sabe lo que estoy pensando.
—Ya entiendo—gruñe ella sin dejar de andar.
—Parecen estar muy a gusto.
Sue se toca el pelo y Clive no para de hablar y de gesticular. Parece estar embelesado con la asistenta de Santana. Entonces, ella nos ve.
—¡Ay! ¡Estaba a punto de subir!
—No pasa nada.
Santana no parece contenta y no se detiene. A mí me encantaría quedarme a cotillear. Les sonrío al pasar y ambos se ponen como dos tomates.
—No queda mantequilla de cacahuete—refunfuña Santana en tono de reproche.
—Hay una caja entera en la despensa. ¿Crees que dejaría que mi chica se quedara sin ella?
Sue parece dolida por el comentario crítico de mi esposa. Me hace gracia, sobre todo cuando Santana empieza a gruñir en voz baja.
—No seas tan cascarrabias. Sólo están hablando—la regaño en cuanto salimos del edificio y Santana se pone las Wayfarer.
—No está bien.
Se estremece y suelta mi mano. Empiezo a buscar mis gafas de sol en el bolso.
—Claro, es posible que lo invite a subir mientras no estamos en casa. He notado que las sábanas del cuarto de invitados están un poco revueltas.
—¡Britt!—me grita con el gesto torcido y mirando al cielo—¡Calla!
Me echo a reír.
—Los mayores también tienen derecho a divertirse.
—Claro.
El gesto torcido desaparece al instante. Ahora sonríe.
—¿De qué te ríes?
Se quita las gafas de sol, me abraza. Me da un beso de esquimal.
—Te he comprado un regalo.
—¿Qué es?—le doy un pico.
—Date la vuelta.
Doy un paso atrás y observo la alegría con la que señala con la cabeza por encima de mi hombro. Me vuelvo, despacio, e intento adivinar qué es lo que tengo que buscar en el aparcamiento pero no hay nada distinto. Su brazo aparece por encima de mi hombro con un juego de llaves tintineando en la mano, delante de mis narices. Luego veo un enorme y reluciente Range Rover Sport blanco nuevecito.
Un tanque, más bien.
¡Ay, no!
No tengo palabras.
¿Cómo es que no lo he visto?
Ahora me deslumbra. Me tenso cuando vuelve a hacer tintinear el llavero, como si no se hubiera dado cuenta de que he visto mi regalo.
Deja las llavecitas. Ya lo he visto.
¡Y lo detesto!
—Justo ahí—me indica sacudiendo las llaves otra vez.
—¿Esa nave espacial?—pregunto sin interés.
No voy a conducir esa cosa por muchos polvos de entrar en razón y muchas cuentas atrás que me eche.
—¿No te gusta?—parece dolida.
Mierda, ¿qué le digo?
—Me gusta mi Mini.
Se pone delante de mí y observa mi cara de susto.
—Éste es mucho más seguro.
No puedo evitar poner cara de escepticismo.
—San, ése es un coche de hombres. ¡Es la clase de coche que conduciría Finn! ¡Es un puto tanque!
—¡Britt! ¡Cuidado con esa puta boca!—me mira mal—Lo he comprado blanco. Ven, que te lo enseño—me pone las manos sobre los hombros y me empuja hacia la enorme bola de nieve. Cuanto más me acerco, menos me gusta. Es demasiado chillón. Amo mi Mini—Mira—abre la puerta, y trago saliva.
Es aún peor.
Es todo... blanco. El volante es de cuero blanco. La palanca de cambios es de cuero blanco. Los asientos son de cuero blanco. Hasta las alfombrillas son blancas. Miro a mi esposa, que vive en la luna, y niego con la cabeza, pero no puedo ser una desagradecida. Está tan contenta con su compra. Creía que esa mujer tenía buen gusto.
—No sé qué decir—es la verdad—Podrías haberme comprado un reloj, o un collar, o algo así... No tenías que...—ojalá me hubiera comprado un reloj, un collar o algo así.
—Arriba—dice, y me sube en esa... cosa.
Trago saliva.
¡Por Dios, no!
Bordado en el reposacabezas del asiento delantero, puede leerse: «Señora López-Pierce.»
Se ha pasado tres pueblos.
—¡No voy a conducir esta bola de nieve!—protesto antes de que mi cerebro censure mi declaración insultante.
—¡Claro que lo harás!
Gracias por librarme del sentimiento de culpa.
Clavo los tacones en el suelo, no voy a ceder.
—¡Ni de coña! ¡Es demasiado grande para mí, San!
—Pero es seguro—insiste. Luego me coge y me coloca en el asiento del conductor—Mira—pulsa un botón, se abre un compartimento y aparece una pantalla de ordenador—Tiene todo lo que necesitas. He grabado tus canciones favoritas—sonríe, aprieta otro botón y Massive Attack empieza a sonar en un millón de altavoces—Para que te acuerdes de mí.
—Me acuerdo de ti cada vez que me llamas y suena esa canción—salto—Quiero tu coche. Tú puedes quedarte con éste—señalo el amasijo brillante de metal.
—¿Yo?—replica con cara de preocupación—Pero es un poco...—examina mi regalo con la vista—... grande.
—Lo es, y sé a qué está jugando, señora Pierce-López—le clavo el índice varias veces en el pecho—Sólo quieres que conduzca este armatoste porque es enorme y hay menos posibilidades de que resulte herida en caso de accidente. No vas a convencerme por más que intentes adornarlo.
Miro el interior e imagino sillitas de bebé y asientos infantiles. Y un cochecito en el maletero.
¡Ah, no!
Doy media vuelta y echo a andar hacia mi pequeño y adorable Mini, en el que un cochecito de bebé no cabe ni de coña.
Me sorprende haber podido llegar hasta mi coche sin que Santana me monte una de sus escenas. Me siento, echo un vistazo por el retrovisor y la veo apoyada en el DBS con los brazos cruzados. No hago caso de la cara de pena que pone y arranco mi Mini, doy marcha atrás y me dirijo a la salida.
—Esa mujer es imposible—murmuro buscando el botón del pequeño dispositivo que abre la puerta.
No está.
—¡¿Qué?!—grito sin poder creérmelo—¡La madre que la parió!
Freno en seco, salgo del coche y veo que la cara de pena se ha transformado en una deslumbrante sonrisa.
—¿Ibas a alguna parte, Britt-Britt?
—¡Que te den!—grito desde la otra punta del aparcamiento.
Cojo el bolso y dejo el coche exactamente donde está, con la puerta abierta. Taconeo, furiosa, hacia la puerta para peatones, pero esta vez Santana monta una de las suyas. Me coge en brazos y me lleva a mi reluciente regalo de bodas.
—¡Cuidado con esa boca!—me deposita en el asiento del conductor, me pone el cinturón de seguridad y me arranca las llaves del Mini de la mano—¿Por qué tienes que desobedecerme por sistema?
Comienza a pasar todas mis llaves al llavero de mi nuevo coche.
—¡Porque eres una cabrona imposible!—bufo incómoda en el asiento—¿No puedes llevarme al trabajo?
—Llego tarde a una reunión porque mi desobediente esposa no hace lo que le digo—me coge por la nuca y me obliga a acercarle la cara—Cualquiera pensaría que andas detrás de un polvo de represalia.
—¡Pues no!
Sonríe y me besa apasionadamente. Es un beso largo, uno de esos que acaban con mi testarudez.
—Mmm. Sabes a gloria, Britt-Britt. ¿A qué hora sales de trabajar?
Me suelta y, como siempre, me ha dejado sin aliento.
—A las seis.
—Ven directa a La Mansión y trae tus diseños y las cosas del proyecto para que podamos acabar las nuevas habitaciones—pulsa otro botón, baja la ventanilla del conductor, cierra la puerta y mete la cabeza por la ventanilla. Está muy satisfecha consigo misma—Te quiero.
—Lo sé—farfullo metiendo la llave en el contacto.
—¿Has hablado ya con Will?—pregunta haciendo que se me olvide el berrinche y me acuerde de que no he cumplido con mis obligaciones.
—¡Mueve mi coche!—contesto sin saber qué decirle.
—Me lo tomaré como un no. Tienes que hablar hoy mismo con él—eso ha sido una orden.
—Mueve mi coche—repito de mala manera.
—Tus deseos son órdenes, Britt-Britt—dice, y me dedica una mirada de advertencia, pero la ignoro.
—¿Dónde voy a aparcar este armatoste?
Se echa a reír y se aleja para cambiar mi coche de sitio. Luego monta en su DBS y sale derrapando del aparcamiento.
Tras pasarme una hora dando vueltas por el parking más cercano, encuentro dos plazas libres en las que dejar el trasto. Entro en la oficina como un rayo y lo primero que veo es un ramo de calas sobre mi mesa. Al acercarme veo que también hay una cajita.
—¡Amor!—la voz cantarina de Kurt no me hace apartar la vista de la caja.
—Buenos días—lo saludo, me siento y la cojo—¿Estás bien?
—Feliz como una perdiz. ¿Y tú?—Kurt parece estar muriéndose de la curiosidad, y ahora que he apartado la vista de la cajita, recuerdo cuándo nos vimos por última vez.
—Muy bien—no saco el tema, y en su cara aparece una sonrisa picarona.
—No me canso de decirlo: ¡esa mujer está muy sexy cuando se enfada!—dice al tiempo que se abanica con un posavasos—¡De infarto!
Doy un respingo y miro de nuevo la cajita.
¿Qué me habrá comprado?
—¿Quién ha traído esto?—pregunto, levantándola.
—La chica de la floristería—contesta Kurt sin mucho interés.
Vuelve a su ordenador y me deja a solas para que abra la cajita de regalo, que está envuelta con todo el mimo del mundo. Suspiro cuando la abro y me encuentro con un Rolex de oro y grafito. Es igual que el de relojazo de Santana, pero es otra responsabilidad más.
—¡Mi madre!—Tina casi se cae de culo al ver el contenido de la caja—¡Uy, uy, uy! ¡Es precioso!
Sonrío ante su entusiasmo, lo saco y me lo pongo en la muñeca. Sí que es precioso.
—Lo sé—digo en voz baja—Muchas gracias, Tina.
Quito las flores de encima de la mesa y dejo la cajita junto a mi bolso.
—¿Te apetece un café, Britt?—Tina se marcha hacia la cocina.
—Sí, gracias. ¿Dónde están Will y Mercedes?
—Will tenía una reunión personal, y Mercedes está visitando a un cliente.
—Ah, vale.
Pongo las flores en agua y me vuelco en el trabajo. Me preparo las cosas que tengo que llevar a la reunión con Danielle Ruth y luego imprimo toda la información sobre las carísimas camas que Santana quiere que le fabriquen para La Mansión.
A las diez en punto se me revuelve el estómago y desaparezco en el baño para ver si consigo vomitar, pero no hay manera. Me desplomo sobre la taza del váter, acalorada, molesta y llorosa. Tengo que pedir cita en el hospital. Lo decido de pronto, seguramente por lo mal que me encuentro.
Salgo de los servicios dispuesta a hacerlo pero me paro a medio camino cuando veo que hay alguien sentado en uno de los sillones de mi despacho.
Es Holly.
Ya no tengo náuseas. Ahora estoy cabreada.
¿Qué coño hace aquí?
Me encantaría arrancarle la piel a tiras pero no quiero hacerlo en mi oficina, así que doy media vuelta para esconderme en los servicios.
—¿Brittany?
Me recupero del susto y me vuelvo. Hacía semanas que no oía esa voz. Me sorprende que haya venido a mi encuentro, sobre todo después de lo ocurrido. Hice que la despidieran.
—Holly—respondo sin entusiasmo.
Estoy consternada.
¿Se ha propuesto sumarse a mi lista de preocupaciones?
Se la ve más comedida que de costumbre. Su pelo no está tan cardado como siempre y lleva las tetas escondidas debajo de una torera. La falda, a juego con la chaqueta, tiene un largo respetable, por la rodilla.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Esperaba que pudiéramos hablar—dice revolviéndose incómoda en la silla.
No hay ni rastro de su chulería. Me ha pillado por sorpresa.
¿A qué juega?
—¿Hablar?—pregunto, recelosa—¿De qué?
No tengo nada que decirle a esa mujer. Echa un vistazo a la oficina, igual que yo. Kurt, mi amigo gay y cotilla, tiene la antena puesta, y no le quita ojo a la mujer desconocida que está sentada en mi despacho.
—¿Puedo invitarte a una taza de café?—ofrece.
Me mira. Debería pedirle que se marchara, pero me puede la curiosidad. Cojo mi bolso.
—Media hora—digo, cortante, saliendo de mi despacho sin echar la vista atrás.
El corazón me late desbocado. Pensé que no volvería a ver a la bruja del látigo, y ahora está en mi despacho. Tengo muy frescos en la memoria lo mal que me lo ha hecho pasar y los dramas que ha montado en mi vida. Lo único que veo son las marcas de sus latigazos en la espalda de Santana, su expresión de dolor y mi penoso cuerpo hecho un ovillo contra el suyo.
La señora tiene mucho valor.
Entro en un Starbucks cercano y me siento en una silla. No voy a invitarla a café. Sé que tengo una cara de asco mayúscula pero no puedo disimular. No quiero disimular. Quiero que sepa lo mucho que la detesto.
—¿Te apetece tomar algo?—pregunta con educación.
Ésta no es la Holly que conozco y desprecio.
—No, gracias.
Me sonríe tímidamente.
—Yo voy a pedir. No creo que al encargado le guste que ocupemos una mesa si no consumimos algo. ¿Seguro que no quieres nada?
—Sí.
Niego con la cabeza y la observo acercarse al mostrador. Me aseguro de que está entretenida pidiendo, saco el móvil del bolso y le mando un mensaje a Rachel. Necesito desahogarme.
¡La zorra sinvergüenza se ha plantado en mi oficina!
Me contesta de inmediato. No era la clase de mensaje que uno deja para luego.
¡¡¡No jodas!!! Britt, deja de hablar en clave. ¿Quién es la «zorra sinvergüenza»?
Casi se me escapa un taco.
¡Holly!
Contesta en seguida.
¡¡¡¡¡¡¡¡Nooooooo!!!!!!!!
Mis dedos vuelan sobre el teclado mientras levanto la vista para comprobar que Holly sigue ocupada.
¡Como te lo cuento! Te llamo luego.
Me dispongo a guardar el móvil en el bolso cuando recibo otro mensaje.
Como si lo viera: está emocionada y tecleando a toda velocidad con sus dedos.
Seguro que está conduciendo.
Llámame ahora y deja el móvil sobre la mesa. ¡Quiero oír lo que tiene que decir!
Doy un respingo y niego con la cabeza.
¡Es la monda!
Sería incapaz de mantener la boca cerrada si oye algo que no le gusta, y a ver cómo explico yo luego los gritos lejanos de la loca de mi mejor amiga.
¡No!
Pulso «Enviar» y sonrío al recibir otro mensaje.
¡Zorra!
Meto el teléfono en el bolso cuando Holly se acerca con un café. Cruzo las piernas y mantengo la expresión de odio.
Así es.
La odio.
Odio todo lo que representa pero, sobre todo, odio el dolor que le causó a Santana. Tengo que parar de pensar. Me estoy cabreando. Mis cambios de humor soy muy extremos últimamente.
Se sienta y remueve su café con cuidado, sin levantar la vista.
—Quería disculparme por todo lo ocurrido.
Me río.
—¿Te burlas de mí?
Deja de remover el café y me mira. Sonríe, nerviosa.
—Brittany, lo siento. Supongo que tu llegada me pilló por sorpresa.
—¿Ah, sí?—digo frunciendo el ceño.
—No te culpo si me mandas a paseo. Me he portado fatal. No tengo excusa.
—Excepto que estás enamorada de ella—digo con franqueza, y abre unos ojos como platos—¿Por qué otro motivo ibas a comportarte así, Holly?
Aparta la mirada y creo que tiene lágrimas en los ojos. Está enamorada de Santana hasta la médula.
¿Le habré restado importancia al problema?
—No voy a engañarte, Brittany. Llevo tantos años enamorada de Santana que ya he perdido la cuenta—vuelve a mirarme—Pero eso no es excusa.
—Y, aun así, la inflaste a latigazos—no lo entiendo—¿Por qué le hiciste eso a alguien a quien amas?
Se ríe tímidamente.
—Eso es precisamente lo que yo hago. Me visto de cuero, cojo un látigo y les pego una paliza antes de follármelos o follármelas.
Parpadeo.
—Ah.
—A Santana nunca le ha ido ese rollo.
—Pero, aun así, te la follaste—digo con sinceridad.
Santana me lo ha confesado, y sé que, hasta aquel fatídico día en que las pillé juntas en su despacho, nunca antes le habían cosido la espalda a latigazos. Seguro que Holly estaba en su salsa, especialmente cuando se las apañó para que yo fuera a La Mansión y viera la terrorífica escena.
Parece sorprendida.
—Sí, pero sólo una vez.
Sí, está conteniendo las lágrimas. He subestimado el problema.
—Tiene gracia, ¿sabes? Ni siquiera borracha me quería. Se follaba a cualquiera menos a mí.
Empiezo a comprender, aunque no me entusiasma que me recuerde la vida pasada de Santana. Se follaba a cualquiera, le daba a todo a todas horas... Pero no tocaba a Holly. La Mansión está llena de mujeres deseosas de tirársela, ninguna la desea más que Holly, y Santana nunca la ha deseado.
—¿La azotaste con la esperanza de que después se acostara contigo?
Sólo de pensarlo se me revuelve el estómago. Vuelvo a tener ganas de vomitar.
Niega con la cabeza.
—No. Sabía que no iba a hacerlo. Estaba en un estado lamentable por ti. Jamás pensé que llegaría el día en que vería a Santana López de rodillas por una mujer.
—Quieres decir que esperabas que ese día no llegara nunca.
—Eso es. También esperaba que salieras corriendo en cuanto descubrieras lo que sucede en La Mansión.
Y salí corriendo. Pero volví. Aunque Holly no tuvo que hacer nada para que yo saliera por patas cuando descubrí a Santana borracha.
Miro a la mujer que tengo delante y siento lástima. Me odio a mí misma por sentirme así, pero me da mucha pena.
—Holly, ella te considera una amiga.
No puedo creer que esté intentando que esa mujer se encuentre mejor después de todo lo que ha hecho.
—Lo sé—se echa a reír, pero luego frunce el ceño y vuelve a remover su café—Después de lo que hiciste y de cómo reaccionaste, me di cuenta de lo estúpida que he sido. Se merece ser feliz. Se merece a alguien como tú. La amas a pesar de La Mansión, de lo que hizo y de su problema con la bebida. La amas tal y como es, incluso amas las locuras que hace cuando se trata de ti—sonríe—Haces que se sienta viva. Nunca debería haber intentado arrebatarle eso.
Estoy atónita. Me quedo mirándola, en silencio, sin saber qué decir.
¿Qué le digo?
—Quieres recuperar tu trabajo.
¿Eso le he dicho?
Abre mucho los ojos.
—No creo que sea posible, ¿verdad?
Pues no. A pesar de su confesión, nunca podría confiar en ella. Nunca me caería bien. Me da lástima, pero no puedo extenderle una invitación para que vuelva a nuestras vidas. Nunca le he preguntado a Santana qué pasó cuando la despidió. Ella me dejó claro que no quería hablar del tema y yo estaba como unas castañuelas por haber conseguido echarla de nuestras vidas. Sin embargo, ahora sí quiero saber qué ocurrió aquel día.
—Debes de haberla visto con muchísimas mujeres; ¿por qué la tomaste conmigo?—pregunto, aunque ya sé la respuesta.
—Saltaba a la vista que contigo era distinto. Santana López no persigue a las mujeres. Santana López no se lleva a nadie a casa. Santana López no es abstemia. Has cambiado a esa mujer. Has hecho lo que muchas mujeres han intentado hacer durante años sin éxito. Brittany, te has ganado a la señora—se pone en pie—Felicidades, señora López-Pierce. Cuídala bien. Hazla muy feliz. Se lo merece.
Y se va.
La veo desaparecer del Starbucks y me entran ganas de llorar otra vez. Me he ganado a la señora. La he hecho cambiar. He hecho que dejara de beber y de follarse a todo lo que se movía. He hecho que sienta y que ame. Y me ama. Vaya si me ama. Y yo también la amo. Necesito verla. Maldita sea Danielle Ruth, la reina de las pesadas.
Me pongo en marcha y corro al parking para recoger mi regalo. Por el camino, llamo a Rachel.
—¡¿Qué te ha dicho?!—chilla por teléfono.
Ni siquiera ha dejado que sonara.
—Me ha pedido perdón—me falta el aliento—Oye, voy a tener el bebé.
Se ríe de mí.
—¡Estaba cantado, so tonta!
Sonrío y corro al parking. Quiero quitarme de en medio la reunión con Danielle Ruth para poder ir a ver a Santana.
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—¡Brittany!—su sonrisa casi me molesta.
—Hola, Dani—saludo.
La dejo atrás y me meto en una cocina en obras para evaluar la situación. Todo parece ir según lo previsto. No hay sorpresas desagradables.
—No puedo quedarme mucho rato, Dani. Tengo otra reunión—digo volviéndome para mirarla.
—Ah. ¿Quieres un café?—me ofrece, esperanzada.
—No, gracias. ¿Cuál es el problema?—pregunto intentando que se dé prisa.
No obstante, se toma su tiempo para acercarse a una mesa provisional y empezar a llenar una taza.
—Acabo de prepararlo. Podemos ir a sentarnos al salón, ahí hay menos polvo.
Hago una mueca de frustración.
—Lo siento, me espera otro cliente, Dani. ¿Te importa si nos vemos otro día?
Me está entrando el pánico.
—No tardaremos mucho—sigue haciéndolo todo a la velocidad de un caracol, y yo me revuelvo, impaciente, detrás de ella. Parece que lo hace a propósito—¿Lo has pasado bien con tus padres este fin de semana?
La pregunta me pilla desprevenida, pero mi cerebro se pone al día rápidamente.
—Muy bien, gracias.
—¿Seguro que no quieres un café?—insiste mientras se acerca a la nevera a por leche.
—No, de veras.
No puedo evitar mi tono de impaciencia. Estoy empezando a enfadarme.
—Es curioso, juraría que te vi el viernes por la noche en un bar—comenta como si nada—¿Cómo se llamaba?—vierte leche en su café muy despacio y lo remueve aún más despacio—Ya me acuerdo. Baroque, en Piccadilly.
¡Mierda!
—Sí, fui con unos compañeros de trabajo. No gran cosa. Me fui a casa de mis padres el sábado por la mañana—explico retorciéndome el pelo como una posesa.
¿Por qué me molesto en contarle una mentira?
Lo que yo haga o deje de hacer no es asunto suyo.
Se vuelve, sonriente, pero sus ojos reparan en mi mano izquierda y su expresión no da lugar a dudas. Me miro el pedrusco que llevo en el dedo y de repente estoy muy incómoda.
—No me has contado que estabas casada—se echa a reír—¡Qué tonta soy! Yo diciéndote que te alejaras de los hombres y mujeres, y resulta que estabas casada.
De repente se pone colorada y me doy cuenta de lo que pasa.
Es horrible.
¡Es lesbiana!
¡No, por favor!
Eso lo explica todo: su insistencia en ir de copas, las llamadas, el querer que nos reunamos a todas horas... Y ahora no les quita ojo a mis anillos. Me desea. Ahora sí que estoy incómoda.
—Espera un momento—frunce el ceño—Recuerdo que me dijiste que tenías novia—frunce el ceño aún más—Y la semana pasada no llevabas ningún anillo.
No sé adónde mirar.
—Me casé hace poco—digo. No quiero entrar en detalles—Me estaban arreglando los anillos.
No puedo mirarla a la cara. Es una mujer atractiva, pero yo estoy enamorada.
—¿Por qué no me lo dijiste?
¿Que por qué no se lo dije?
¿Por dónde empiezo?
—Fue una boda muy sencilla, sólo para la familia.
¿Quería que la invitara o intentar impedirla?
Esta conversación hace que todavía tenga más ganas de ver a Santana.
¿Le cuento que estoy embarazada?
Seguro que la remataría. Parece dolida.
—Dani, tengo que preguntarte de qué querías hablar para poder solucionarlo y marcharme. Siento mucho tener tanta prisa.
Me dedica una sonrisa muy falsa, no logra disimular el susto que le he dado.
—No, vete. Puede esperar.
Estoy aliviada pero sorprendida. Tal vez haya sido lo mejor.
¿Dejará por fin de invitarme a salir de copas y de solicitar reuniones?
Qué raro que no me diera cuenta antes.
¿Una mujer tan guapa y soltera?
No me paro a pensarlo. Me muero por escapar, y no sólo porque tenga una admiradora.
—Gracias, Dani. Nos vemos.
No me quedo ni un minuto más. Salgo a toda prisa y le digo adiós con la mano sin dejar de andar.
Soy una idiota.
Subo a mi coche nuevo y me echo a llorar en cuanto Angel comienza a sonar. Pulso como una posesa el botón del interfono pero, pasados unos minutos eternos, las puertas siguen cerradas. Meto la mano en el bolso, saco el móvil y llamo a Santana. Sólo suena una vez.
—¿Britt?
—¡No se abren las puertas!—sueno estresada y enloquecida, pero tengo tantas ganas de verla que se me está yendo la pinza.
—Oye, tranquilízate—parece nerviosa—¿Dónde estás?
—¡En la puerta! ¡He estado llamando al interfono pero nadie me abre!
—Britt, tranquila. Me estás preocupando.
—Te necesito—sollozo, y el sentimiento de culpa que lleva días devorándome por dentro se apodera de mí—Sanny, te necesito.
La oigo respirar con dificultad. Está corriendo.
—Britt-Britt, baja el parasol del coche.
Me enjugo las lágrimas y tiro de la visera de cuero blanco. Hay dos pequeños dispositivos negros. No espero instrucciones. Pulso los dos y las puertas se abren. Arrojo el móvil sobre el asiento del acompañante y piso a fondo.
Estoy llorando como un bebé.
Me caen unos lagrimones como peras mientras serpenteo por el camino bordeado de árboles. Todo está borroso hasta que veo el Aston Martin de Santana, que viene hacia mí a toda velocidad. Piso el freno, salgo del vehículo y voy a su encuentro.
Está aterrorizada cuando baja del coche.
Deja la puerta abierta y corre hacia la histérica de su mujer. No puedo evitarlo, le estoy dando un susto de muerte, pero ahora lo veo todo tan claro que me ha entrado el pánico.
He perdido el dominio de mis emociones.
La zorra fría y calculadora que he sido últimamente se ha desvanecido y por fin veo las cosas como son.
Nuestros cuerpos chocan y me envuelve. Todos sus músculos me protegen. Me coge en brazos y me aprieta contra su pecho. Lloro desconsoladamente con la cara escondida en su cuello. Ella camina por el sendero sin soltarme.
Soy imbécil.
Soy una zorra egoísta, estúpida y sin corazón.
—Por Dios, Britt—jadea contra mi cuello.
—Perdóname.
Mi tono es de histérica, a pesar de que en sus brazos me encuentro un millón de veces mejor.
—¿Qué ha ocurrido?
—Nada. Necesitaba verte—digo al tiempo que la agarro con más fuerza.
La siento demasiado lejos.
—¡Por todos los santos, Britt! ¡Explícate, por favor!—intenta soltarme, pero soy una lapa y no voy a consentir que me deje en el suelo—¿Britt?
—¿Podemos irnos a casa?
—¡No! ¡No hasta que me expliques por qué estás así!—grita tratando de que la suelte.
Es más fuerte que yo. Pronto se separa de mí y la tengo de pie delante, examinando cada centímetro de mi cuerpo, sujetándome los brazos para que los mantenga extendidos.
—¿Qué te pasa?
—Estoy embarazada—sollozo—Te engañé. Lo siento.
Se echa a temblar y me suelta. Da un paso atrás, abre unos ojos como platos y frunce el ceño.
—¿Qué?
Me enjugo las lágrimas y bajo la vista. Estoy muy avergonzada. Santana no es ninguna santa, pero mientras ella intentaba crear una vida, yo estaba planeando destruirla.
Es imperdonable, y nunca podré contarle lo que pensaba hacer.
—Me pones furiosa—susurro, lastimera—Me pones furiosa y luego me haces muy feliz. No sabía qué hacer.
Es una excusa pobre y patética.
Pasan unos instantes incómodos sin que ninguna de las dos diga nada. De hecho, ella no ha dicho nada aún. Me atrevo a mirarla. Está estupefacta.
—¡Joder! ¿Es que quieres que acabe en un manicomio, Britt?—se peina el pelo con los dedos y alza la vista al cielo—¿Estás jugando conmigo? Porque es lo último que necesito, Britt-Britt. Acabo de asimilar que no estás embarazada, ¿y ahora resulta que sí lo estás?
—Siempre lo he estado.
Deja caer la cabeza y los brazos, que cuelgan de sus costados mientras me observa atentamente con expresión de escepticismo.
—¿Cuándo pensabas decírmelo?
—Cuando me hubiera hecho a la idea—respondo.
Ni siquiera intento mentirle, lo sé porque no necesito controlar el impulso de retorcerme el pelo. Tal vez estuviera procurando disfrutar al máximo de la Santana dominante antes de que volviera a tratarme como si fuera de cristal. No lo sé. He sido muy tonta.
—¿Vamos a tener un bebé?—su voz es apenas un susurro.
Asiento.
No puedo hablar.
Deja de mirarme a los ojos y me mira el vientre. Una lágrima resbala por su mejilla. Me siento todavía más culpable pero entonces se pone de rodillas y pierdo el control de mi llanto. Permanezco de pie, llorando como una magdalena, contemplando cómo su cuerpo caído derrama una lágrima tras otra delante de mí.
La he mareado a base de bien, como si el hecho de estar conmigo no la volviera ya bastante loca. Mi respuesta natural a la reacción de mi mujer apuesta y neurótica es acercarme a ella y arrodillarme. Le paso los brazos por los hombros y la abrazo contra mi cuerpo mientras llora con la cabeza hundida en mi cuello. Me acaricia la espalda como si intentara cerciorarse de que soy real.
—Perdóname, Sanny—digo en voz baja.
No dice nada. Se pone de pie y me levanta. Me lleva a su coche y me deja en el asiento del acompañante. Sigue callada mientras me abrocha el cinturón de seguridad. Saca el teléfono del bolsillo de su chaqueta, cierra la puerta, se aleja y hace una llamada mientras saca mi coche de en medio del camino. Regresa y deja el bolso a mis pies. Luego me lleva a casa en el más absoluto silencio.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
y ahora, seran polvos de me las vas a pagar, polvos por mentirosa, polvos por esconder las cosas y polvos hasta por respirar!!!!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Uy :sss ya se entero! :s que bueno que no vaya abortar:D va a tener un bebe*--*
Polvos,polvos y mas polvos o no?:$
Polvos,polvos y mas polvos o no?:$
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
mmmmm y ahora????? jajaja
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:y ahora, seran polvos de me las vas a pagar, polvos por mentirosa, polvos por esconder las cosas y polvos hasta por respirar!!!!!!!!!
Hola, jajajjajjajajajaj xD jajaajajajajaajaaajajaj mmm puede ser no¿? auk san trataba a britt como un cristal cuando pensaba que estaba embarazada no¿? Veamos que pasa. Saludos =D
Susii escribió:Uy :sss ya se entero! :s que bueno que no vaya abortar:D va a tener un bebe*--*
Polvos,polvos y mas polvos o no?:$
Hola, uf menos mal, el bb no tenia la culpa, después de todo. SI! Jjajajaajaj puede, pero antes, cuando san pensaba que britt estaba embarazada la trataba como si fuera de cristal no¿? jajaajaj. Saludos =D
monica.santander escribió:mmmmm y ahora????? jajaja
Saludos
Hola, jajaajajaj emmm esperar que san entienda a britt, y pasen bn los meses que faltan para q nazca el bb no¿? jajajaja. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 13
Capitulo 13
Para cuando llegamos al Lusso, aún no ha dicho una sola palabra. Baja del coche, me abre la puerta y atravesamos el vestíbulo. Ryder nos observa con cautela. Santana me mete en el ascensor y la miro, pero mantiene la vista al frente. Nuestras miradas ni siquiera se cruzan en las puertas de espejo del ascensor. Cuando abre la puerta del ático, Sue sale de la cocina con una sonrisa radiante que se le cae a los pies en cuanto ve el panorama.
—¿Va todo bien?
Nos mira a las dos, luego a Santana, esperando respuesta. Santana me da el bolso y con la cabeza señala la escalera. Le suplico con la mirada que diga algo, pero no atiende a mis ruegos. Señala otra vez la escalera.
—¿Santana?—dice Sue, preocupada.
—Todo bien. Britt está algo indispuesta—me empuja con suavidad para que suba.
—¿No vienes?—pregunto.
—Dame un minuto. Corre—añade enfatizando sus palabras con otro pequeño empujón, y la dejo con Sue.
Paso junto a la asistenta, que me acaricia el hombro con ternura y me sonríe.
—Me alegro de que estés en casa, Britt.
Le devuelvo la sonrisa, una sonrisilla. No sé lo que va a pasar, y me preocupa lo abatida que está mi mujer.
—Gracias.
Subo la escalera, entro en el dormitorio principal y me siento en el borde de la cama.
No sé qué hacer.
Me quito los zapatos y me acomodo en la cama. Los ojos se me llenan otra vez de lágrimas. Me hago un ovillo y me abrazo las rodillas mientras espero a Santana. Sé que ahora vamos a hablar del tema, las dos sabemos lo que hay. Pero para poder conversar acerca de ello tenemos que hablar las dos, y no parece que Santana tenga pensado abrir la boca. No puedo hacerlo sola, y no tengo ni idea de qué pasa por esa cabeza loca.
El ambiente enrarecido tampoco ayuda a disipar mis dudas.
Necesito que me diga que todo va a salir bien, no este silencio, ni tiempo para que se me ocurran cosas raras.
Me pongo alerta en cuanto entra en el dormitorio. Ni siquiera me mira. Se va derecho al cuarto de baño. Abre el grifo y la oigo moverse como cuando prepara nuestro baño. Está recogiendo las cosas que nos van a hacer falta y colocándolas al borde de la bañera.
¿Vamos a bañarnos?
Me paso mil años sentada en la cama, oyendo correr el agua y las actividades silenciosas de Santana. Entra en el dormitorio y se me acerca en silencio. Me coge de la mano y tira para que me levante de la cama. Me desnuda, me quita el anillo y el Rolex (aún no le he dado las gracias), me coge en brazos y me lleva al baño.
Me deposita en la bañera con cuidado.
—¿Está buena el agua?—pregunta con ternura arrodillándose al otro lado.
—Sí—respondo mirando cómo se quita la chaqueta del traje y se desabrocha los botones de las mangas y se las remanda.
Coge la esponja y la moja en el agua de la bañera. Le pone un poco de gel y me coloca de espaldas a ella. Me enjabona la espalda con pasadas firmes y delicadas.
Estoy algo confusa.
—¿No vas a bañarte conmigo, San?—pregunto en voz baja.
La quiero detrás de mí para poder sentirla, reconfortarme con su cuerpo.
La necesito.
—Déjame cuidar de ti, Britt—dice con un tono de voz bajo e inseguro.
No me gusta.
Me vuelvo y encuentro una expresión estoica en sus ojos oscuros. Me parte el corazón. Esta vez la he liado parda.
—Te necesito mucho más cerca—le pongo la mano húmeda en el pecho—Por favor, Sanny.
Se me queda mirando unos instantes, como si estuviera decidiendo si debe hacerlo o no. Al final suspira, deja la esponja, se pone de pie y se quita la ropa muy despacio. Se mete en la bañera detrás de mí y me envuelve por completo. Me siento mucho mejor acunada de este modo, pero no le veo la cara. Me vuelvo y me siento en su regazo. Hago que suba las rodillas para poder reclinarme en ellas y verla bien. Le cojo la mano y entrelazo los dedos con los suyos, y ambas observamos en silencio el movimiento de nuestros dedos y el brillo de los anillos, que reflejan el agua.
Ya no es un silencio incómodo.
—¿Por qué me has mentido, Britt?—susurra sin apartar la vista de nuestros dedos.
Dejo de moverlos durante un segundo de duda. Es una pregunta que me esperaba y que necesita respuesta.
—Tenía miedo. Sigo teniéndolo.
Es la verdad, toda la verdad, y necesita oírla. Tiene que saber que toda esta situación me tiene aterrorizada.
—De mí—afirma—Tienes miedo de mí.
No dice nada más, y no hace falta que lo diga. Sé lo que quiere decir, y ella, también.
—Me da miedo cómo te vas a portar.
—¿Que me vuelva aún más loca?—confirma mirando nuestros dedos entrelazados.
—Ni siquiera era seguro que estuviera en estado y ya me tratabas como a un objeto valioso.
Respira hondo y se lleva nuestras manos al pecho, al corazón, pero sigue sin mirarme.
—También crees que querré al niño más que a ti.
Sus palabras me dejan petrificada. Son las que he intentado apartar de mi mente cada vez que aparecían en mi cabeza. Es verdad, me preocupa que quiera más al niño que a mí. Es muy egoísta, lo sé, pero me da un miedo mortal. Es una idea que siempre ha estado ahí, y ahora admito que es así. No hace mucho que disfruto de su amor, y tengo la suerte de que me ame.
¿Quién no querría que lo amasen con tanta fuerza, tan apasionadamente?
No estoy lista para compartirla con nada ni con nadie, ni siquiera con una parte de nosotras.
—¿Lo harás?
No estoy segura. Lo único que sé es que está desesperada por tener un bebé, aunque todavía no tengo ni idea de por qué.
Levanta la vista muy despacio y en sus ojos hay una tristeza que no había visto nunca.
Tal vez esté decepcionada.
No estoy segura.
—¿Lo notas?—me pone la palma de la mano en su pecho y la sujeta con fuerza—Está hecho para amarte, Britt. Durante demasiado tiempo ha sido una pieza inútil, no deseada. Ahora trabaja hora extras. Se llena de felicidad cuando te miro. Se parte de dolor cuando discutimos y late desbocado cuando te hago el amor. Puede que mi forma de querer sea abrumadora, pero no cambiará nunca. Te querré con la misma intensidad hasta que me muera, Britt-Britt. Tengamos niños o no.
Me ha dejado más tonta que nunca. No podría quererla más.
—No quiero vivir nunca sin tu forma de querer abrumadora.
Me acaricia la nuca y me acerca a su frente.
—No tendrás que hacerlo. Nunca dejaré de quererte con todas mis fuerzas y te querré cada día más, porque cada día que pasamos juntas es un día más de recuerdos. Son recuerdos que atesoraré, no pesadillas que quiera olvidar. Mi mente se está llenando de bellas imágenes nuestras que están ocupando el lugar de una historia que aún me persigue. Están borrando mi pasado, Britt. Las necesito. Te necesito.
—Soy tuya—digo con un hilo de voz mientras apoyo las manos en sus hombros.
—No vuelvas a dejarme nunca—replica, y me besa con ternura—Duele demasiado.
Me siento en su regazo y la acerco más a mí. La abrazo con todas mis fuerzas y le acerco la boca al oído.
—Estoy locamente enamorada de ti—susurro—También es un amor abrumador. Eso no cambiará nunca. Jamás—le beso la oreja—Y punto.
Se vuelve y su boca atrapa mis labios.
—Estupendo. Mi corazón está contento.
Sonrío tímidamente mientras enfatiza su felicidad con un beso y nos sumerge en la bañera hasta que estoy tumbada sobre su pecho. Nos besamos durante mucho, mucho tiempo. Es un beso dulce y tierno pero es lo que ambas necesitamos en este momento: puro amor, sin excusas, a lo grande.
Es fuerte.
Nos deja tontas a las dos.
Se aparta y me coge la cara con las manos.
—Quiero bañarte.
—Pero estoy a gusto así.
Sólo quiero quedarme aquí tumbada en su pecho hasta que se enfríe el agua y tengamos que salir de la enorme bañera.
—Podemos estar a gusto en la cama, donde podrás quedarte dormida en mis brazos, que es donde tienes que estar.
Frunzo el ceño.
—Pero si no es ni media tar...—dejo de hablar—¡No he vuelto a la oficina!
Me levanto e intento salir de la bañera para llamar a Will, pero ella me sujeta con fuerza y vuelve a acurrucarme en su pecho.
—Ya me he ocupado de eso. No le des más vueltas, Britt-Britt.
—¿Cuándo?
—Cuando te he traído a casa—me da la vuelta en su regazo y saca la esponja del agua.
—¿Qué le has dicho?
—Que estabas enferma.
—Acabará por despedirme.
Suspiro y me inclino hacia adelante. Dejo caer la cabeza entre las rodillas y Santana me enjabona con la esponja, a su ritmo. El silencio es cómodo y mi mente está en paz. Cierro los ojos y absorbo el amor que fluye hacia mi interior desde su contacto, que se transmite a mi piel a través de la esponja.
Es así de poderoso.
Atraviesa cualquier obstáculo que se interponga entre nosotras, a través de cualquier persona, ya sea alguien como Sugar, como Holly... O como Rory. Nada ni nadie podrá separarnos... Excepto nosotras.
Después de haberme cuidado un buen rato, me envuelve en una toalla y me sienta en el lavabo doble.
—Quédate aquí, Britt—me ordena con cariño.
Me da un beso casto en los labios y se marcha con el ceño fruncido.
—¿Adónde vas?
—Tú espera.
La oigo rebuscar. No tarda en volver con una bolsa de papel en la mano y las cejas enarcadas.
—¿Qué es eso?—digo tapándome con la toalla.
Respira hondo, abre la bolsa y me la enseña. La miro con curiosidad y luego me inclino hacia adelante para ver qué contiene. En cuanto comprendo lo que es doy un respingo.
—¿No me crees?—espeto.
Me ofende, es obvio. Pone los ojos en blanco, mete la mano en la bolsa y saca una prueba de embarazo.
—Claro que te creo.
—Entonces ¿por qué tienes una bolsa llena de...?—la cojo, la pongo boca abajo y la vacío en el lavabo que tengo al lado. Empiezo a contar—Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete y ocho. ¿Por qué tienes ocho pruebas de embarazo?
Miro a mi esposa, que está como una regadera, y señalo las ocho cajas. Se encoge de hombros, avergonzada, y aparta una.
—Cada caja contiene dos.
—¿Hay dieciséis?—exclamo.
Abre una.
—A veces fallan. Las compré por si acaso—saca una de las pruebas, se la lleva a la boca, rompe el envoltorio de plástico con los dientes y me la da—Tienes que hacer pis aquí, mira.
Tira de la capucha y señala la única parte del stick que no es de plástico.
—Ya me la hice en el médico, San. Sé cómo funcionan. ¿Por qué no me crees?
El labio inferior desaparece entre sus dientes y empieza a recibir un sinfín de mordiscos.
—Te creo, pero tengo que verlo con mis propios ojos.
Estoy un poco ofendida, aunque no tengo derecho a estarlo. Le he hecho creer cosas y la he vuelto un poco más loca de lo que ya estaba. Quiere confirmación oficial, y no la culpo.
—¿Desde cuándo las tienes?
Me hace un mohín y se encoge de hombros con cara de culpabilidad. Agacha la cabeza.
No hace falta que me lo diga.
Alargo la mano y levanta la mirada. Le brillan los ojos.
—Dame.
Deja de morderse el labio y sonríe. Y qué sonrisa. Creo que incluso supera la que reserva sólo para mí. Aparto de mi mente la punzada de celos que noto en el vientre.
Soy una tonta.
Salto del lavabo.
—Necesito intimidad.
Me mira sin entender nada.
—Me quedo contigo.
—¡No voy a mear delante de ti!—replico negando con la cabeza—De ninguna manera, López.
Se sienta en el suelo frente a mí, la toalla se entreabre y lo enseña... Todo.
—Deshazte de mí si puedes—dice, luchando por no sonreír como una estúpida.
—Me voy a otro cuarto de baño—respondo altanera pasando junto a ella. Se agarra a mi tobillo y de repente estoy intentando arrastrar un peso muerto—¡San!
Tiro de mi pierna pero es inútil. Está tumbada boca abajo y me coge del tobillo con las dos manos. Me mira con unos ojos adorables y me pone morritos.
—Hazlo por mí, Britt-Britt. Por favor.
Me dedica una caída de ojos.
Increíble.
Intento no echarme a reír, pero cuando me mira así es imposible.
—¿Al menos te darás la vuelta?
—No—salta y se quita la toalla. Su perfección física me noquea como un martillazo—¿Te sientes mejor ahora?
Se lleva las manos a la cintura y recorro la vista desde sus pechos hasta su sexo.
Suspiro de felicidad.
—No, sólo me sirve de distracción—murmuro sin dejar de deleitarme con su belleza, de arriba abajo y de abajo arriba. Es espectacular de pies a cabeza. Me como con la vista cada centímetro de su cuerpo perfecto, maravilloso, mareante. Llego a la cara. Tiene los ojos vidriosos y yo también—No juegas limpio con ese cuerpazo.
—Pues claro, es uno de mis mejores atributos—me quita la toalla—Este otro es el único que le hace sombra—le da un buen repaso visual a mi cuerpo desnudo—Perfecto.
—No dirás lo mismo cuando esté gorda e hinchada—gruño, y de repente me doy cuenta de que voy a estar gorda e hinchada—Y si dices que habrá más Brittany para amar, me divorcio.
Le arrebato la toalla y me la enrollo alrededor del cuerpo.
—No digas nunca la palabra «divorcio»—me amenaza cogiéndome de la mano y llevándome al váter—Si te hace sentir mejor, yo también comeré por dos.
Se está partiendo de la risa.
—Prométeme que no me dejarás cuando ya no pueda chuparte la vagina porque la barriga estará de por medio.
Echa la cabeza atrás de una carcajada.
—Te lo prometo, Britt-Britt—me da la vuelta y me coloca frente al inodoro—Ahora vamos a hacer pis.
Me levanto la toalla y me siento en el váter mientras ella se acuclilla delante de mí.
—¿Quieres volver a meter la mano en el váter?—sonrío al ver cómo le tiembla el labio cuando recuerda cómo me senté en su brazo en el hospital—Podría marcarte de forma oficial.
Hace lo que puede pero fracasa, se cae de culo y se echa a reír como una loca.
Eso sí que me hace sentir mejor.
Mientras la histérica de mi esposa se revuelca de risa por los suelos, sujeto el stick entre los muslos y aflojo la vejiga.
—Britt, cariño, no sabes cuánto te quiero.
Se levanta del suelo y se arrodilla de nuevo con las palmas apoyadas en mis rodillas. Me besa en la boca... mientras hago pis en un stick.
—Ahí tienes—le doy el test, lo coge y me pasa otro—¿Qué?
Frunzo el ceño al verlo.
—Te lo he dicho: a veces fallan. Vamos.
Miro al cielo, desesperada, pero cojo el puñetero stick y repito la operación. En cuanto he terminado, me pasa un tercero.
—¡Venga ya!
—Uno más—dice quitándole la capucha.
—Hay que ver...—lo cojo de mala gana y me lo meto entre las piernas—¡El último!—vacío del todo la vejiga para que así sea físicamente imposible que pueda mear en más test de embarazo—Toma.
Corto un trozo de papel higiénico y me limpio mientras ella lleva las tres pruebas al lavabo y las ordena en fila. A pesar de mi pequeño enfado, no puedo evitar sonreír al verla ahí de pie, desnuda y agachada, con la cara pegada a los sticks.
—¿Estás cómoda?—pregunto cogiendo sitio a su lado y copiando su postura.
Yo también me pego al lavabo.
—Creo que éstos no funcionan, Britt. Deberíamos hacer más—dice.
Hace ademán de moverse pero se lo impido.
—Sólo han pasado treinta segundos—me río—Ven, lávate las manos.
Sujeto sus manos bajo el grifo sin que aparte la vista de las pruebas. Ni se entera de lo que hago.
—Ha pasado más tiempo—se burla—Mucho más.
—No. Deja de ser tan neurótica.
Vuelvo a colocarme a su lado, mirando fijamente los sticks. Con el rabillo del ojo veo que me mira mal. Sonrío. Arquea una ceja a la defensiva.
—No soy una neurótica.
—Claro que no—me mofo.
—¿Te estás burlando de mí, Britt-Britt?
—Por supuesto que no, mi latina.
Se hace el silencio y nos quedamos quietas, preparándonos, esperando la confirmación de lo que ya sé. Y entonces unas letras tenues aparecen en el primer test y contengo la respiración.
No sé por qué.
Quizá sea porque estoy imitando a mi mujer imposible, que se ha quedado lívida. El tiempo se detiene mientras las letras van tomando forma. Se me acelera el pulso y miro el siguiente stick, en el que están apareciendo las mismas letras.
El corazón se me va a salir del pecho.
Giramos la cabeza a la izquierda para ver cómo las mismas letras aparecen en la tercera y última prueba de embarazo. Ahora me doy cuenta de que estaba conteniendo la respiración y suelto por la boca el aire que acumulaba en los pulmones.
Santana está temblando a mi lado.
La miro.
La emoción me desborda.
Ella también se vuelve para mirarme.
Seguimos agachadas delante del lavabo, con las manos en las rodillas, impasibles.
—Hola, mamá—digo con voz temblorosa mientras ella estudia mi expresión.
—Que me aspen—susurra por respuesta—No puedo respirar.
Se desploma en el suelo, mirando al techo.
¿A qué viene tanta sorpresa?
Si es lo que ella quería.
Enderezo la espalda y relajo los hombros. Estoy tensa como un palo.
—¿Te encuentras bien?—le pregunto.
No me esperaba que reaccionara así. Le tiemblan los labios y me mira con sus ojazos oscuros. Se pone en pie de un salto y me coge en brazos. Doy un grito de sorpresa.
—Pero ¿qué te pasa?
Entra en el dormitorio y me deposita, con demasiada delicadeza, en la cama. Me arranca la toalla y se coloca entre mis piernas, con la cabeza sobre mi vientre. Me mira con la mayor expresión de felicidad que he visto nunca. Los ojos le brillan como soles. Tiene el pelo mojado y no hay ni rastro de la arruga de la frente ni del labio mordido.
¿Cómo he podido tener dudas sobre mi embarazo cuando Santana está así de relajada?
Es como si le hubiera dado la vida. Eso es lo que he hecho, creo. O ella me la ha dado a mí. No importa: mi esposa es una mujer feliz, y ahora que he tomado una decisión veo las cosas claras.
Muy, muy claras.
Le sobra amor para dar y vender.
Esta mujer arrebatadora, este ex mujeriega, será una mamá magnífica, aunque un tanto sobreprotectora.
No sólo le he dado la vida, le he dado una vida mejor, una vida que vale la pena vivir. Al entregarme a ella le he dado también una vida nueva, la combinación de una parte de ella y una parte de mí. Y al verla tan eufórica no me queda ni un atisbo de duda.
Puedo tener un bebé con esta mujer.
—Te quiero, Britt-Britt—dice en voz baja—Muchísimo.
Sonrío.
—Lo sé.
Me besa el vientre con ternura y luego lo acaricia.
—Y a ti también—le susurra a mi vientre plano. Dibuja círculos con la nariz alrededor de mi ombligo, luego se levanta y se tumba encima de mí. Me aparta el pelo de la cara y me mira, amoroso—Intentaré portarme mejor contigo. Intentaré no agobiarte y no volverte loca.
—Me gusta que me agobies. Lo que tienes que controlar son tus locuras.
—Dame detalles.
—¿Quieres saber qué me vuelve loca exactamente?
—Eso es. No puedo intentar controlarlo si no sé qué es lo que te molesta.
Me da un beso casto en los labios y me contengo para no echarme a reír.
¿No lo sabe?
Vamos a pasarnos aquí lo que queda de año pero, por ahora, voy a centrarme en lo que peor me sienta.
—Me tratas con demasiada gentileza. Cuando pensaste que estaba embarazada, dejaste de ser una fiera en la cama y no me gustó. Quiero que vuelva mi Santana dominante.
Se aparta y levanta una ceja.
—¿Qué te he hecho yo?
—Eres adictiva y últimamente tengo el mono.
Es una respuesta sincera. Tengo que decirlo porque, si tengo que pasarme otros ocho meses a dieta de Santana dulce, me volveré loca. La arruga aparece en la frente.
—Últimamente te he follado a lo bestia.
Suspiro y la cojo de las mejillas.
—No vas a hacer daño a la cosita, ¿sabes?
—¿La cosita?—se parte de risa—Vamos a dejar una cosa clara, Britt-Britt. No vamos a llamar «cosita» a mi bebé.
—Ahora mismo no llega a ser un bebé.
—¿Y qué es?
—Bueno algo parecido a un cacahuete—le brillan los ojos de felicidad y una sonrisa picarona ilumina su rostro divino—¡Ni se te ocurra, López!—me río.
—¿Por qué no?—me acaricia la mejilla con la nariz—¡Es perfecto!
—¡No voy a llamar «cacahuete» a nuestro bebé y punto!
Pego un salto cuando ataca mi punto débil y me hunde el dedo en la parte alta de las caderas. Es un placer y una tortura. Una tortura por razones obvias, y un placer porque esto es lo normal entre nosotras.
Somos así.
—¡Para!—chillo.
Y lo hace.
—¡Mierda!—exclama.
—¡¿Qué estás haciendo?!—le grito de mal humor. Agacha la cabeza, mira mi vientre y luego a mí. Su rostro avergonzado me dice que sabe exactamente lo que acaba de hacer—¿Lo ves?—le lanzo una mirada crítica—¡A eso me refería! Si no vuelves a tratarme con normalidad, me iré a vivir con mis padres lo que me queda de embarazo—no exagero. Lo haré—Lo digo en serio, López. Quiero a mi salvaje, a mi fiera, quiero las cuentas atrás y los distintos tipos de polvo. ¡Lo quiero todo de vuelta y lo quiero ya!
Mira a su mujer como si estuviera loca de atar. Creo que lo está.
—¿Ya estás más tranquila?—me lo pregunta muy en serio.
—Eso depende. ¿Te ha entrado algo de lo que he dicho en esa cocorota?
Le tiro del pelo.
—¡Ay!
Se ríe y luego deja escapar un suspiro. Se tumba de espaldas y me sienta encima de ella. Me apoya la espalda en sus rodillas y me observa atentamente.
La dejo hacer.
Me siento y espero que le dé forma a lo que quiere decir.
Respira hondo.
—¿Te acuerdas de cuando te encontré en el bar y te enseñé a bailar?
Sonrío y me relajo recostada en sus muslos.
—Aquélla fue la noche en la que me di cuenta de que me había enamorado de ti—confieso.
—Lo sé. Me lo dijiste. Estabas borracha, pero lo dijiste.
—Debió de ser el baile.
—Lo sé—se encoge de hombros—Se me da muy bien.
Niego con la cabeza. Es más chula que un ocho.
—Eres muy arrogante—replico, aunque eso ha llegado a gustarme.
La confianza que tiene en sí misma me pone mucho, sobre todo ahora que es mía. Y tiene todo el derecho del mundo a serlo.
—Parece que soy más lista que mi preciosa mujer—dice cogiéndome de los tobillos.
—¡Serás arrogante!
—No, sólo digo la verdad. Verás, yo me había dado cuenta de que me estaba enamorando de ti mucho antes de aquello.
Hago un mohín.
—¿Y eso te hace ser más lista que yo?
—En efecto. Mientras tú huías de mí, yo me pasaba el día frustrada. Pensaba que estabas mal de la cabeza—sonríe tímidamente—Porque no te sometías a mí.
—A diferencia de las demás...
Imagino que el rechazo debía de resultarle muy frustrante a una mujer que siempre hacía lo que quería sin que nadie le pusiera ninguna pega.
Asiente y yo suspiro.
—Era sólo porque sabía que ibas a hacerme daño. Aunque no te conocía, era obvio que...—hago una pausa—Tenías experiencia.
Iba a decir que era una mujeriega, pero no es la palabra exacta. Las mujeres caen rendidas a sus pies, se le ofrecen, se lo ponen fácil. No le hacía falta perseguirlas. Hasta que me conoció a mí.
Asciende por mis espinillas con la punta de los dedos y sigue el trayecto con la mirada.
—Cuando te dejé durante cuatro días...
—No sigas—lo interrumpo—Por favor, no hablemos de eso.
—Deja que te explique una cosa importante—dice tirando de mis brazos para tenerme más cerca—Estaba muy aturdida por lo que sentía. Me hizo falta estar lejos de ti para comprender exactamente lo que era. No lograba entender por qué me comportaba como una energúmena. Llegué a pensar que me estaba volviendo loca, Britt.
No me están gustando estos recuerdos. No sé a dónde quiere ir a parar, pero ya sé que me dejó porque sabía que tenía problemas, porque no quería hacerme daño.
No necesito volver a oírlo.
Se muerde un poco el labio inferior. Delante de mis narices, literalmente. Luego continúa.
—Me pasé el tercer y el cuarto día reviviendo cada momento que había pasado contigo. Los recordaba una y otra vez hasta que se convirtió en una tortura. Entonces fui a buscarte y tú saliste corriendo otra vez.
Claro que salí corriendo. No me falló la intuición. Aunque no estaba segura de por qué, sabía que tenía que salir corriendo.
—Britt, la noche en la que me dijiste que me querías, todo cobró sentido y a la vez todo parecía borroso. Quería que me amaras pero sabía que no me conocías de verdad. Sabía que había cosas que te harían huir de mí de nuevo. Pero también sabía que te pertenecía y me daba un miedo mortal pensar que, cuando empezaras a atar cabos, te marcharías. No podía arriesgarme, no después de que me había costado tantos años encontrarte.—cierra los ojos y respira hondo para encontrar el valor necesario—Esa noche sabía que te tenía que someter al tratamiento para quedar embarazada.
No me sorprende mucho. Ya ha confesado que me sometió al tratamiento y por qué. Para ella, que vive en un mundo de locos, lo que hizo tenía sentido. Lo que me preocupa es que para mí, también. Me besa con ternura.
—Me pasé la noche sentada, observando cómo dormías, y lo único en lo que podía pensar era en todas y cada una de las razones por las que no ibas a quererme. Sabía que someterte al tratamiento estaba mal, pero lo veía como una garantía. Estaba muy desesperada—me relajo con la cara hundida en su cuello y me dedica la sonrisa que se reserva sólo para mí—Quiero el mundo entero contigo, Britt-Britt y lo quiero para anteayer.
En el fondo, creo que eso también lo sabía.
—Gracias por el reloj.
Sonríe y me pasa el dedo por el labio inferior.
—De nada.
La beso y me pierdo en ella.
Es un beso lento, suave, exquisito.
Es justo como tiene que ser.
—¿Va todo bien?
Nos mira a las dos, luego a Santana, esperando respuesta. Santana me da el bolso y con la cabeza señala la escalera. Le suplico con la mirada que diga algo, pero no atiende a mis ruegos. Señala otra vez la escalera.
—¿Santana?—dice Sue, preocupada.
—Todo bien. Britt está algo indispuesta—me empuja con suavidad para que suba.
—¿No vienes?—pregunto.
—Dame un minuto. Corre—añade enfatizando sus palabras con otro pequeño empujón, y la dejo con Sue.
Paso junto a la asistenta, que me acaricia el hombro con ternura y me sonríe.
—Me alegro de que estés en casa, Britt.
Le devuelvo la sonrisa, una sonrisilla. No sé lo que va a pasar, y me preocupa lo abatida que está mi mujer.
—Gracias.
Subo la escalera, entro en el dormitorio principal y me siento en el borde de la cama.
No sé qué hacer.
Me quito los zapatos y me acomodo en la cama. Los ojos se me llenan otra vez de lágrimas. Me hago un ovillo y me abrazo las rodillas mientras espero a Santana. Sé que ahora vamos a hablar del tema, las dos sabemos lo que hay. Pero para poder conversar acerca de ello tenemos que hablar las dos, y no parece que Santana tenga pensado abrir la boca. No puedo hacerlo sola, y no tengo ni idea de qué pasa por esa cabeza loca.
El ambiente enrarecido tampoco ayuda a disipar mis dudas.
Necesito que me diga que todo va a salir bien, no este silencio, ni tiempo para que se me ocurran cosas raras.
Me pongo alerta en cuanto entra en el dormitorio. Ni siquiera me mira. Se va derecho al cuarto de baño. Abre el grifo y la oigo moverse como cuando prepara nuestro baño. Está recogiendo las cosas que nos van a hacer falta y colocándolas al borde de la bañera.
¿Vamos a bañarnos?
Me paso mil años sentada en la cama, oyendo correr el agua y las actividades silenciosas de Santana. Entra en el dormitorio y se me acerca en silencio. Me coge de la mano y tira para que me levante de la cama. Me desnuda, me quita el anillo y el Rolex (aún no le he dado las gracias), me coge en brazos y me lleva al baño.
Me deposita en la bañera con cuidado.
—¿Está buena el agua?—pregunta con ternura arrodillándose al otro lado.
—Sí—respondo mirando cómo se quita la chaqueta del traje y se desabrocha los botones de las mangas y se las remanda.
Coge la esponja y la moja en el agua de la bañera. Le pone un poco de gel y me coloca de espaldas a ella. Me enjabona la espalda con pasadas firmes y delicadas.
Estoy algo confusa.
—¿No vas a bañarte conmigo, San?—pregunto en voz baja.
La quiero detrás de mí para poder sentirla, reconfortarme con su cuerpo.
La necesito.
—Déjame cuidar de ti, Britt—dice con un tono de voz bajo e inseguro.
No me gusta.
Me vuelvo y encuentro una expresión estoica en sus ojos oscuros. Me parte el corazón. Esta vez la he liado parda.
—Te necesito mucho más cerca—le pongo la mano húmeda en el pecho—Por favor, Sanny.
Se me queda mirando unos instantes, como si estuviera decidiendo si debe hacerlo o no. Al final suspira, deja la esponja, se pone de pie y se quita la ropa muy despacio. Se mete en la bañera detrás de mí y me envuelve por completo. Me siento mucho mejor acunada de este modo, pero no le veo la cara. Me vuelvo y me siento en su regazo. Hago que suba las rodillas para poder reclinarme en ellas y verla bien. Le cojo la mano y entrelazo los dedos con los suyos, y ambas observamos en silencio el movimiento de nuestros dedos y el brillo de los anillos, que reflejan el agua.
Ya no es un silencio incómodo.
—¿Por qué me has mentido, Britt?—susurra sin apartar la vista de nuestros dedos.
Dejo de moverlos durante un segundo de duda. Es una pregunta que me esperaba y que necesita respuesta.
—Tenía miedo. Sigo teniéndolo.
Es la verdad, toda la verdad, y necesita oírla. Tiene que saber que toda esta situación me tiene aterrorizada.
—De mí—afirma—Tienes miedo de mí.
No dice nada más, y no hace falta que lo diga. Sé lo que quiere decir, y ella, también.
—Me da miedo cómo te vas a portar.
—¿Que me vuelva aún más loca?—confirma mirando nuestros dedos entrelazados.
—Ni siquiera era seguro que estuviera en estado y ya me tratabas como a un objeto valioso.
Respira hondo y se lleva nuestras manos al pecho, al corazón, pero sigue sin mirarme.
—También crees que querré al niño más que a ti.
Sus palabras me dejan petrificada. Son las que he intentado apartar de mi mente cada vez que aparecían en mi cabeza. Es verdad, me preocupa que quiera más al niño que a mí. Es muy egoísta, lo sé, pero me da un miedo mortal. Es una idea que siempre ha estado ahí, y ahora admito que es así. No hace mucho que disfruto de su amor, y tengo la suerte de que me ame.
¿Quién no querría que lo amasen con tanta fuerza, tan apasionadamente?
No estoy lista para compartirla con nada ni con nadie, ni siquiera con una parte de nosotras.
—¿Lo harás?
No estoy segura. Lo único que sé es que está desesperada por tener un bebé, aunque todavía no tengo ni idea de por qué.
Levanta la vista muy despacio y en sus ojos hay una tristeza que no había visto nunca.
Tal vez esté decepcionada.
No estoy segura.
—¿Lo notas?—me pone la palma de la mano en su pecho y la sujeta con fuerza—Está hecho para amarte, Britt. Durante demasiado tiempo ha sido una pieza inútil, no deseada. Ahora trabaja hora extras. Se llena de felicidad cuando te miro. Se parte de dolor cuando discutimos y late desbocado cuando te hago el amor. Puede que mi forma de querer sea abrumadora, pero no cambiará nunca. Te querré con la misma intensidad hasta que me muera, Britt-Britt. Tengamos niños o no.
Me ha dejado más tonta que nunca. No podría quererla más.
—No quiero vivir nunca sin tu forma de querer abrumadora.
Me acaricia la nuca y me acerca a su frente.
—No tendrás que hacerlo. Nunca dejaré de quererte con todas mis fuerzas y te querré cada día más, porque cada día que pasamos juntas es un día más de recuerdos. Son recuerdos que atesoraré, no pesadillas que quiera olvidar. Mi mente se está llenando de bellas imágenes nuestras que están ocupando el lugar de una historia que aún me persigue. Están borrando mi pasado, Britt. Las necesito. Te necesito.
—Soy tuya—digo con un hilo de voz mientras apoyo las manos en sus hombros.
—No vuelvas a dejarme nunca—replica, y me besa con ternura—Duele demasiado.
Me siento en su regazo y la acerco más a mí. La abrazo con todas mis fuerzas y le acerco la boca al oído.
—Estoy locamente enamorada de ti—susurro—También es un amor abrumador. Eso no cambiará nunca. Jamás—le beso la oreja—Y punto.
Se vuelve y su boca atrapa mis labios.
—Estupendo. Mi corazón está contento.
Sonrío tímidamente mientras enfatiza su felicidad con un beso y nos sumerge en la bañera hasta que estoy tumbada sobre su pecho. Nos besamos durante mucho, mucho tiempo. Es un beso dulce y tierno pero es lo que ambas necesitamos en este momento: puro amor, sin excusas, a lo grande.
Es fuerte.
Nos deja tontas a las dos.
Se aparta y me coge la cara con las manos.
—Quiero bañarte.
—Pero estoy a gusto así.
Sólo quiero quedarme aquí tumbada en su pecho hasta que se enfríe el agua y tengamos que salir de la enorme bañera.
—Podemos estar a gusto en la cama, donde podrás quedarte dormida en mis brazos, que es donde tienes que estar.
Frunzo el ceño.
—Pero si no es ni media tar...—dejo de hablar—¡No he vuelto a la oficina!
Me levanto e intento salir de la bañera para llamar a Will, pero ella me sujeta con fuerza y vuelve a acurrucarme en su pecho.
—Ya me he ocupado de eso. No le des más vueltas, Britt-Britt.
—¿Cuándo?
—Cuando te he traído a casa—me da la vuelta en su regazo y saca la esponja del agua.
—¿Qué le has dicho?
—Que estabas enferma.
—Acabará por despedirme.
Suspiro y me inclino hacia adelante. Dejo caer la cabeza entre las rodillas y Santana me enjabona con la esponja, a su ritmo. El silencio es cómodo y mi mente está en paz. Cierro los ojos y absorbo el amor que fluye hacia mi interior desde su contacto, que se transmite a mi piel a través de la esponja.
Es así de poderoso.
Atraviesa cualquier obstáculo que se interponga entre nosotras, a través de cualquier persona, ya sea alguien como Sugar, como Holly... O como Rory. Nada ni nadie podrá separarnos... Excepto nosotras.
Después de haberme cuidado un buen rato, me envuelve en una toalla y me sienta en el lavabo doble.
—Quédate aquí, Britt—me ordena con cariño.
Me da un beso casto en los labios y se marcha con el ceño fruncido.
—¿Adónde vas?
—Tú espera.
La oigo rebuscar. No tarda en volver con una bolsa de papel en la mano y las cejas enarcadas.
—¿Qué es eso?—digo tapándome con la toalla.
Respira hondo, abre la bolsa y me la enseña. La miro con curiosidad y luego me inclino hacia adelante para ver qué contiene. En cuanto comprendo lo que es doy un respingo.
—¿No me crees?—espeto.
Me ofende, es obvio. Pone los ojos en blanco, mete la mano en la bolsa y saca una prueba de embarazo.
—Claro que te creo.
—Entonces ¿por qué tienes una bolsa llena de...?—la cojo, la pongo boca abajo y la vacío en el lavabo que tengo al lado. Empiezo a contar—Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete y ocho. ¿Por qué tienes ocho pruebas de embarazo?
Miro a mi esposa, que está como una regadera, y señalo las ocho cajas. Se encoge de hombros, avergonzada, y aparta una.
—Cada caja contiene dos.
—¿Hay dieciséis?—exclamo.
Abre una.
—A veces fallan. Las compré por si acaso—saca una de las pruebas, se la lleva a la boca, rompe el envoltorio de plástico con los dientes y me la da—Tienes que hacer pis aquí, mira.
Tira de la capucha y señala la única parte del stick que no es de plástico.
—Ya me la hice en el médico, San. Sé cómo funcionan. ¿Por qué no me crees?
El labio inferior desaparece entre sus dientes y empieza a recibir un sinfín de mordiscos.
—Te creo, pero tengo que verlo con mis propios ojos.
Estoy un poco ofendida, aunque no tengo derecho a estarlo. Le he hecho creer cosas y la he vuelto un poco más loca de lo que ya estaba. Quiere confirmación oficial, y no la culpo.
—¿Desde cuándo las tienes?
Me hace un mohín y se encoge de hombros con cara de culpabilidad. Agacha la cabeza.
No hace falta que me lo diga.
Alargo la mano y levanta la mirada. Le brillan los ojos.
—Dame.
Deja de morderse el labio y sonríe. Y qué sonrisa. Creo que incluso supera la que reserva sólo para mí. Aparto de mi mente la punzada de celos que noto en el vientre.
Soy una tonta.
Salto del lavabo.
—Necesito intimidad.
Me mira sin entender nada.
—Me quedo contigo.
—¡No voy a mear delante de ti!—replico negando con la cabeza—De ninguna manera, López.
Se sienta en el suelo frente a mí, la toalla se entreabre y lo enseña... Todo.
—Deshazte de mí si puedes—dice, luchando por no sonreír como una estúpida.
—Me voy a otro cuarto de baño—respondo altanera pasando junto a ella. Se agarra a mi tobillo y de repente estoy intentando arrastrar un peso muerto—¡San!
Tiro de mi pierna pero es inútil. Está tumbada boca abajo y me coge del tobillo con las dos manos. Me mira con unos ojos adorables y me pone morritos.
—Hazlo por mí, Britt-Britt. Por favor.
Me dedica una caída de ojos.
Increíble.
Intento no echarme a reír, pero cuando me mira así es imposible.
—¿Al menos te darás la vuelta?
—No—salta y se quita la toalla. Su perfección física me noquea como un martillazo—¿Te sientes mejor ahora?
Se lleva las manos a la cintura y recorro la vista desde sus pechos hasta su sexo.
Suspiro de felicidad.
—No, sólo me sirve de distracción—murmuro sin dejar de deleitarme con su belleza, de arriba abajo y de abajo arriba. Es espectacular de pies a cabeza. Me como con la vista cada centímetro de su cuerpo perfecto, maravilloso, mareante. Llego a la cara. Tiene los ojos vidriosos y yo también—No juegas limpio con ese cuerpazo.
—Pues claro, es uno de mis mejores atributos—me quita la toalla—Este otro es el único que le hace sombra—le da un buen repaso visual a mi cuerpo desnudo—Perfecto.
—No dirás lo mismo cuando esté gorda e hinchada—gruño, y de repente me doy cuenta de que voy a estar gorda e hinchada—Y si dices que habrá más Brittany para amar, me divorcio.
Le arrebato la toalla y me la enrollo alrededor del cuerpo.
—No digas nunca la palabra «divorcio»—me amenaza cogiéndome de la mano y llevándome al váter—Si te hace sentir mejor, yo también comeré por dos.
Se está partiendo de la risa.
—Prométeme que no me dejarás cuando ya no pueda chuparte la vagina porque la barriga estará de por medio.
Echa la cabeza atrás de una carcajada.
—Te lo prometo, Britt-Britt—me da la vuelta y me coloca frente al inodoro—Ahora vamos a hacer pis.
Me levanto la toalla y me siento en el váter mientras ella se acuclilla delante de mí.
—¿Quieres volver a meter la mano en el váter?—sonrío al ver cómo le tiembla el labio cuando recuerda cómo me senté en su brazo en el hospital—Podría marcarte de forma oficial.
Hace lo que puede pero fracasa, se cae de culo y se echa a reír como una loca.
Eso sí que me hace sentir mejor.
Mientras la histérica de mi esposa se revuelca de risa por los suelos, sujeto el stick entre los muslos y aflojo la vejiga.
—Britt, cariño, no sabes cuánto te quiero.
Se levanta del suelo y se arrodilla de nuevo con las palmas apoyadas en mis rodillas. Me besa en la boca... mientras hago pis en un stick.
—Ahí tienes—le doy el test, lo coge y me pasa otro—¿Qué?
Frunzo el ceño al verlo.
—Te lo he dicho: a veces fallan. Vamos.
Miro al cielo, desesperada, pero cojo el puñetero stick y repito la operación. En cuanto he terminado, me pasa un tercero.
—¡Venga ya!
—Uno más—dice quitándole la capucha.
—Hay que ver...—lo cojo de mala gana y me lo meto entre las piernas—¡El último!—vacío del todo la vejiga para que así sea físicamente imposible que pueda mear en más test de embarazo—Toma.
Corto un trozo de papel higiénico y me limpio mientras ella lleva las tres pruebas al lavabo y las ordena en fila. A pesar de mi pequeño enfado, no puedo evitar sonreír al verla ahí de pie, desnuda y agachada, con la cara pegada a los sticks.
—¿Estás cómoda?—pregunto cogiendo sitio a su lado y copiando su postura.
Yo también me pego al lavabo.
—Creo que éstos no funcionan, Britt. Deberíamos hacer más—dice.
Hace ademán de moverse pero se lo impido.
—Sólo han pasado treinta segundos—me río—Ven, lávate las manos.
Sujeto sus manos bajo el grifo sin que aparte la vista de las pruebas. Ni se entera de lo que hago.
—Ha pasado más tiempo—se burla—Mucho más.
—No. Deja de ser tan neurótica.
Vuelvo a colocarme a su lado, mirando fijamente los sticks. Con el rabillo del ojo veo que me mira mal. Sonrío. Arquea una ceja a la defensiva.
—No soy una neurótica.
—Claro que no—me mofo.
—¿Te estás burlando de mí, Britt-Britt?
—Por supuesto que no, mi latina.
Se hace el silencio y nos quedamos quietas, preparándonos, esperando la confirmación de lo que ya sé. Y entonces unas letras tenues aparecen en el primer test y contengo la respiración.
No sé por qué.
Quizá sea porque estoy imitando a mi mujer imposible, que se ha quedado lívida. El tiempo se detiene mientras las letras van tomando forma. Se me acelera el pulso y miro el siguiente stick, en el que están apareciendo las mismas letras.
El corazón se me va a salir del pecho.
Giramos la cabeza a la izquierda para ver cómo las mismas letras aparecen en la tercera y última prueba de embarazo. Ahora me doy cuenta de que estaba conteniendo la respiración y suelto por la boca el aire que acumulaba en los pulmones.
Santana está temblando a mi lado.
La miro.
La emoción me desborda.
Ella también se vuelve para mirarme.
Seguimos agachadas delante del lavabo, con las manos en las rodillas, impasibles.
—Hola, mamá—digo con voz temblorosa mientras ella estudia mi expresión.
—Que me aspen—susurra por respuesta—No puedo respirar.
Se desploma en el suelo, mirando al techo.
¿A qué viene tanta sorpresa?
Si es lo que ella quería.
Enderezo la espalda y relajo los hombros. Estoy tensa como un palo.
—¿Te encuentras bien?—le pregunto.
No me esperaba que reaccionara así. Le tiemblan los labios y me mira con sus ojazos oscuros. Se pone en pie de un salto y me coge en brazos. Doy un grito de sorpresa.
—Pero ¿qué te pasa?
Entra en el dormitorio y me deposita, con demasiada delicadeza, en la cama. Me arranca la toalla y se coloca entre mis piernas, con la cabeza sobre mi vientre. Me mira con la mayor expresión de felicidad que he visto nunca. Los ojos le brillan como soles. Tiene el pelo mojado y no hay ni rastro de la arruga de la frente ni del labio mordido.
¿Cómo he podido tener dudas sobre mi embarazo cuando Santana está así de relajada?
Es como si le hubiera dado la vida. Eso es lo que he hecho, creo. O ella me la ha dado a mí. No importa: mi esposa es una mujer feliz, y ahora que he tomado una decisión veo las cosas claras.
Muy, muy claras.
Le sobra amor para dar y vender.
Esta mujer arrebatadora, este ex mujeriega, será una mamá magnífica, aunque un tanto sobreprotectora.
No sólo le he dado la vida, le he dado una vida mejor, una vida que vale la pena vivir. Al entregarme a ella le he dado también una vida nueva, la combinación de una parte de ella y una parte de mí. Y al verla tan eufórica no me queda ni un atisbo de duda.
Puedo tener un bebé con esta mujer.
—Te quiero, Britt-Britt—dice en voz baja—Muchísimo.
Sonrío.
—Lo sé.
Me besa el vientre con ternura y luego lo acaricia.
—Y a ti también—le susurra a mi vientre plano. Dibuja círculos con la nariz alrededor de mi ombligo, luego se levanta y se tumba encima de mí. Me aparta el pelo de la cara y me mira, amoroso—Intentaré portarme mejor contigo. Intentaré no agobiarte y no volverte loca.
—Me gusta que me agobies. Lo que tienes que controlar son tus locuras.
—Dame detalles.
—¿Quieres saber qué me vuelve loca exactamente?
—Eso es. No puedo intentar controlarlo si no sé qué es lo que te molesta.
Me da un beso casto en los labios y me contengo para no echarme a reír.
¿No lo sabe?
Vamos a pasarnos aquí lo que queda de año pero, por ahora, voy a centrarme en lo que peor me sienta.
—Me tratas con demasiada gentileza. Cuando pensaste que estaba embarazada, dejaste de ser una fiera en la cama y no me gustó. Quiero que vuelva mi Santana dominante.
Se aparta y levanta una ceja.
—¿Qué te he hecho yo?
—Eres adictiva y últimamente tengo el mono.
Es una respuesta sincera. Tengo que decirlo porque, si tengo que pasarme otros ocho meses a dieta de Santana dulce, me volveré loca. La arruga aparece en la frente.
—Últimamente te he follado a lo bestia.
Suspiro y la cojo de las mejillas.
—No vas a hacer daño a la cosita, ¿sabes?
—¿La cosita?—se parte de risa—Vamos a dejar una cosa clara, Britt-Britt. No vamos a llamar «cosita» a mi bebé.
—Ahora mismo no llega a ser un bebé.
—¿Y qué es?
—Bueno algo parecido a un cacahuete—le brillan los ojos de felicidad y una sonrisa picarona ilumina su rostro divino—¡Ni se te ocurra, López!—me río.
—¿Por qué no?—me acaricia la mejilla con la nariz—¡Es perfecto!
—¡No voy a llamar «cacahuete» a nuestro bebé y punto!
Pego un salto cuando ataca mi punto débil y me hunde el dedo en la parte alta de las caderas. Es un placer y una tortura. Una tortura por razones obvias, y un placer porque esto es lo normal entre nosotras.
Somos así.
—¡Para!—chillo.
Y lo hace.
—¡Mierda!—exclama.
—¡¿Qué estás haciendo?!—le grito de mal humor. Agacha la cabeza, mira mi vientre y luego a mí. Su rostro avergonzado me dice que sabe exactamente lo que acaba de hacer—¿Lo ves?—le lanzo una mirada crítica—¡A eso me refería! Si no vuelves a tratarme con normalidad, me iré a vivir con mis padres lo que me queda de embarazo—no exagero. Lo haré—Lo digo en serio, López. Quiero a mi salvaje, a mi fiera, quiero las cuentas atrás y los distintos tipos de polvo. ¡Lo quiero todo de vuelta y lo quiero ya!
Mira a su mujer como si estuviera loca de atar. Creo que lo está.
—¿Ya estás más tranquila?—me lo pregunta muy en serio.
—Eso depende. ¿Te ha entrado algo de lo que he dicho en esa cocorota?
Le tiro del pelo.
—¡Ay!
Se ríe y luego deja escapar un suspiro. Se tumba de espaldas y me sienta encima de ella. Me apoya la espalda en sus rodillas y me observa atentamente.
La dejo hacer.
Me siento y espero que le dé forma a lo que quiere decir.
Respira hondo.
—¿Te acuerdas de cuando te encontré en el bar y te enseñé a bailar?
Sonrío y me relajo recostada en sus muslos.
—Aquélla fue la noche en la que me di cuenta de que me había enamorado de ti—confieso.
—Lo sé. Me lo dijiste. Estabas borracha, pero lo dijiste.
—Debió de ser el baile.
—Lo sé—se encoge de hombros—Se me da muy bien.
Niego con la cabeza. Es más chula que un ocho.
—Eres muy arrogante—replico, aunque eso ha llegado a gustarme.
La confianza que tiene en sí misma me pone mucho, sobre todo ahora que es mía. Y tiene todo el derecho del mundo a serlo.
—Parece que soy más lista que mi preciosa mujer—dice cogiéndome de los tobillos.
—¡Serás arrogante!
—No, sólo digo la verdad. Verás, yo me había dado cuenta de que me estaba enamorando de ti mucho antes de aquello.
Hago un mohín.
—¿Y eso te hace ser más lista que yo?
—En efecto. Mientras tú huías de mí, yo me pasaba el día frustrada. Pensaba que estabas mal de la cabeza—sonríe tímidamente—Porque no te sometías a mí.
—A diferencia de las demás...
Imagino que el rechazo debía de resultarle muy frustrante a una mujer que siempre hacía lo que quería sin que nadie le pusiera ninguna pega.
Asiente y yo suspiro.
—Era sólo porque sabía que ibas a hacerme daño. Aunque no te conocía, era obvio que...—hago una pausa—Tenías experiencia.
Iba a decir que era una mujeriega, pero no es la palabra exacta. Las mujeres caen rendidas a sus pies, se le ofrecen, se lo ponen fácil. No le hacía falta perseguirlas. Hasta que me conoció a mí.
Asciende por mis espinillas con la punta de los dedos y sigue el trayecto con la mirada.
—Cuando te dejé durante cuatro días...
—No sigas—lo interrumpo—Por favor, no hablemos de eso.
—Deja que te explique una cosa importante—dice tirando de mis brazos para tenerme más cerca—Estaba muy aturdida por lo que sentía. Me hizo falta estar lejos de ti para comprender exactamente lo que era. No lograba entender por qué me comportaba como una energúmena. Llegué a pensar que me estaba volviendo loca, Britt.
No me están gustando estos recuerdos. No sé a dónde quiere ir a parar, pero ya sé que me dejó porque sabía que tenía problemas, porque no quería hacerme daño.
No necesito volver a oírlo.
Se muerde un poco el labio inferior. Delante de mis narices, literalmente. Luego continúa.
—Me pasé el tercer y el cuarto día reviviendo cada momento que había pasado contigo. Los recordaba una y otra vez hasta que se convirtió en una tortura. Entonces fui a buscarte y tú saliste corriendo otra vez.
Claro que salí corriendo. No me falló la intuición. Aunque no estaba segura de por qué, sabía que tenía que salir corriendo.
—Britt, la noche en la que me dijiste que me querías, todo cobró sentido y a la vez todo parecía borroso. Quería que me amaras pero sabía que no me conocías de verdad. Sabía que había cosas que te harían huir de mí de nuevo. Pero también sabía que te pertenecía y me daba un miedo mortal pensar que, cuando empezaras a atar cabos, te marcharías. No podía arriesgarme, no después de que me había costado tantos años encontrarte.—cierra los ojos y respira hondo para encontrar el valor necesario—Esa noche sabía que te tenía que someter al tratamiento para quedar embarazada.
No me sorprende mucho. Ya ha confesado que me sometió al tratamiento y por qué. Para ella, que vive en un mundo de locos, lo que hizo tenía sentido. Lo que me preocupa es que para mí, también. Me besa con ternura.
—Me pasé la noche sentada, observando cómo dormías, y lo único en lo que podía pensar era en todas y cada una de las razones por las que no ibas a quererme. Sabía que someterte al tratamiento estaba mal, pero lo veía como una garantía. Estaba muy desesperada—me relajo con la cara hundida en su cuello y me dedica la sonrisa que se reserva sólo para mí—Quiero el mundo entero contigo, Britt-Britt y lo quiero para anteayer.
En el fondo, creo que eso también lo sabía.
—Gracias por el reloj.
Sonríe y me pasa el dedo por el labio inferior.
—De nada.
La beso y me pierdo en ella.
Es un beso lento, suave, exquisito.
Es justo como tiene que ser.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
ok todo bien, como tiene que ser!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,....
por fin britt tomo bien la decisión con el cacaguate!!! jajajaja
morí de ternura cuando san estaba esperando el test de embarazo!!!!
a ver si le baja a la neurosis pero le queda lo salvaje kakaka
nos vemos!!!
por fin britt tomo bien la decisión con el cacaguate!!! jajajaja
morí de ternura cuando san estaba esperando el test de embarazo!!!!
a ver si le baja a la neurosis pero le queda lo salvaje kakaka
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Que cosha mash tierna:333 son un amor cuando estan de bjuenas akdhdk
18 test de embarazo! Msvsbslhd :') noo si esta tipa esta mal de la cabeza aksblkh c:
18 test de embarazo! Msvsbslhd :') noo si esta tipa esta mal de la cabeza aksblkh c:
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
jajajajaja lo de los test de embarazo me resulto muyyyy cómico y tierno !!!!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:ok todo bien, como tiene que ser!!!!
Hola, jajajaa bn, xfin! vamos viento en popa! ajjaajaj. Saludos =D
3:) escribió:holap morra,....
por fin britt tomo bien la decisión con el cacaguate!!! jajajaja
morí de ternura cuando san estaba esperando el test de embarazo!!!!
a ver si le baja a la neurosis pero le queda lo salvaje kakaka
nos vemos!!!
Hola lu, jajajja era obvio... si al final era un hijo de san y ella no¿? Jjajajajaja san es una loquilla jajajajaajajaj. Tienen que o si no terminara mal XD jajaajjaaj. Saludos =D
Susii escribió:Que cosha mash tierna:333 son un amor cuando estan de bjuenas akdhdk
18 test de embarazo! Msvsbslhd :') noo si esta tipa esta mal de la cabeza aksblkh c:
Hola, jajajajaajj o no¿? jajaajajajajajajaaj son las mejores en esos momentos ajajajajajajaj. Bueno tenia que estar segura no¿? a veces fallan XD jajajaajaj. Saludos =D
monica.santander escribió:jajajajaja lo de los test de embarazo me resulto muyyyy cómico y tierno !!!!!!
Saludos
Hola, jajajaajaj esa esa san, nos saca distintos sentimientos en cada cap xD jaajajajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 14
Capitulo 14
Me despiertan un zumbido y un golpeteo constante que ya conozco. Sé dónde encontrarla.
Voy al gimnasio.
Me quedo de pie al otro lado de la puerta de cristal y observo cómo se flexionan y se tensan los músculos de su espalda mientras corre en la cinta y ve las noticias en el televisor suspendido. Abro la puerta, entro y me coloco delante de la máquina de correr. Aposento mi culo desnudo en un banco para pesas.
Está corriendo muy de prisa, y cuando me recuesto sobre los brazos le propina un golpe con la muñeca al botón de reducir la marcha y empieza a correr más despacio hasta que se para del todo. Mis ojos legañosos disfrutan de las vistas. Coge una toalla y se la pasa por la cara. Son curvas de sudor, brillante y prieta.
Me la comería a besos.
Me observa detenidamente. Se inclina hacia adelante y apoya los brazos en la parte delantera de la máquina.
—Buenos días.
Le da un repaso a mi cuerpo desnudo y luego me mira a los ojos.
—Buenos días. ¿Qué haces corriendo aquí dentro?
Ya me sé la respuesta y, a juzgar por la sonrisa casi imperceptible que se le dibuja en la cara, ella sabe que lo sé.
—Me apetecía cambiar.
Quiero preguntarle más, pero paso del tema. Si el embarazo impide que me saque de la cama al alba para correr por todo Londres, me alegra mucho estar sólo de un mes.
—No recuerdo haberme quedado dormida.
—Te dormiste en seguida. Estabas tumbada encima de mí y ni te moví. Has dormido como un tronco, Britt-Britt.
Me estiro y bostezo.
—¿Qué hora es?
En cuanto termino de pronunciar la frase oigo la puerta principal y el saludo jovial de Sue. Si la asistenta ya está aquí, deben de ser las ocho, más o menos, ¡y estoy en pelotas!
Doy un brinco.
—¡Estoy desnuda!
Santana sonríe y se baja de la cinta.
—Ciertamente—asiente, riendo, al tiempo que se me acerca—¿Qué pensará Sue?
Busco por el gimnasio una toalla o algo con lo que cubrirme para poder subir la escalera sin perder la dignidad.
Me da la risa.
Perdí mi dignidad aquella mañana en la que Sue nos pilló a las dos en cueros.
Veo la toalla que Santana lleva en la mano y se la quito de un tirón.
—No creo que tape demasiado—dice, la muy borde.
Tiene razón. Es minúscula, poco más que una toalla de bidet.
—¡Ayúdame!—la miro suplicante y me encuentro con una sonrisa.
—Ven.
Abre los brazos y trepo por su cuerpo con mi estilo habitual de chimpancé. Su piel húmeda y resbaladiza huele de maravilla.
Se acerca a la puerta del gimnasio, la abre y se asoma.
—¿Sue?
—¿Sí?
—¿Dónde estás?
—En la cocina.
Una vez confirmado el paradero de la asistenta, Santana sale del gimnasio y sube por la escalera como un rayo. Miro por encima de su hombro, rezando para que Sue no salga a investigar o a preguntarle a su chica si necesita algo.
No lo hace.
Finalmente, llego al dormitorio a salvo y con mi dignidad intacta.
—Ya está—me deja en el suelo y me besa en la frente.
—¿Qué hora es?
—Las ocho menos diez.
Pongo los ojos en blanco y la acuso con la mirada.
—¿Por qué no me has despertado antes?—corro al baño.
—Necesitas dormir.
—¡Pero no quince horas!
Abro el grifo de la ducha y me meto sin esperar a que salga agua caliente. Necesito despabilarme. Me mojo el pelo y me echo un chorro de champú en la mano. Santana está detrás del cristal, quitándose las zapatillas de correr.
—Por lo visto, las necesitas—murmura.
Me aclaro el pelo, me pongo acondicionador y salgo cuando ella entra. No hago caso de lo que dice entre dientes. Tardo diez minutos exactos en secarme el pelo, maquillarme, vestirme y bajar la escalera sin Santana.
—Buenos días, Sue.
Desenchufo el móvil del cargador y lo meto en mi bolso.
—Hoy se te ve mejor, Britt—Sue se seca las manos en el delantal y me da un repaso—Sí, mucho mejor.
—Ya me encuentro bien—me río.
—¿Qué te apetece desayunar?
—Llego tarde, Sue. Ya tomaré algo en la oficina—digo echándome el bolso al hombro.
—¡Tienes que comer algo!
La voz firme y seria de Santana hace que me dé la vuelta, y me encuentro con una cara de pocos amigos. Se está colocando los pendientes.
—Prepárale un bagel, Sue—es la perfección vestida de traje ceñido, y me sienta en un taburete—Con huevos—añade, aunque luego se para a pensar—Bueno, mejor sin huevos.
Abro unos ojos como platos y me bajo del taburete. Sue no sabe qué hacer.
—Gracias, pero ya desayunaré en el trabajo.
Salgo de la cocina y dejo a Santana con la boca abierta.
—¡Eh!
Su grito de sorpresa me llega justo cuando estoy cerrando la puerta del ático. No corro. Ya tomaré algo. Sin huevos.
La alegría me dura poco.
Pulso los botones del ascensor pero las puertas no se abren. Vuelvo a introducir el código, me estoy poniendo nerviosa.
—¡¿Sin huevos?!—le grito al panel cuando la puerta no se abre.
—¿Estás bien?
Me vuelvo y mi controladora y neurótica esposa observa cómo pierdo los nervios con el maldito teclado con las manos en los bolsillos.
—¡No puedo comer huevos!—le grito—¿Cuál es el nuevo código?
—¿Perdona?
—Ya me has oído—le doy un puñetazo al panel.
—Sí, te he oído, pero voy a darte la oportunidad de que me lo preguntes en otro tono.
Está muy seria y no parece que la haya impresionado mi pataleta, aunque yo no me puedo creer lo insolente que puede llegar a ser.
¿Qué me está dando la oportunidad de hablarle en otro tono?
Me acerco, tranquila y sosegada. Me muevo para estar lo más cerca posible de su asquerosa cara perfecta, esa que me gustaría partirle en este momento.
—Que te den—digo echándole el aliento en la cara antes de dar media vuelta hacia la escalera.
Espero que no haya tenido la iniciativa de cambiar también este código. No lo ha hecho.
Sonrío satisfecha.
Los trece pisos de escalera van a acabar conmigo, pero me alegro de que sean de bajada y no de subida. Para cuando llego al séptimo, me he quitado los zapatos de tacón. Cuando llego al cuarto, tengo que hacer un descanso. Tengo calor, estoy sudada y quiero vomitar.
—Me cago en ella—maldigo respirando hondo y reemprendiendo la marcha.
Salgo por la puerta de incendios y me doy de bruces contra su pecho. Me empuja otra vez hacia la escalera.
Ni siquiera intento soltarme.
Estoy molida.
Me coge en volandas y me empuja contra la pared. Estoy sudada y jadeando. Le echo el aliento agotado en la cara. He tenido que bajar andando hasta el vestíbulo; Santana respira con normalidad porque ha podido bajar en el lujoso ascensor del Lusso.
—No te voy a dar un polvo de disculpa—resoplo en sus narices.
A pesar de las náuseas, me cuesta resistirme a sus encantos.
No pienso ceder.
Hoy serán los huevos, y mañana, cualquier otra cosa más seria.
Aprieta los labios y me mira con los ojos como ascuas oscuras.
—¡Esa boca!
—¡No! No vas a...
Y hasta ahí puedo llegar antes de que su boca cubra la mía y me ataque con todo lo que tiene. Sé lo que está haciendo, pero eso no me impide soltar el bolso y manosearle la espalda trajeada. Levanto las piernas y las enrosco alrededor de su cintura.
Ésta es la Santana que conozco y amo. No podría ser más feliz.
Gimo, le tiro de la chaqueta, le tiro del pelo y le muerdo el labio inferior.
—Eres una cabezota—dice. Me besa la cara, el cuello, y me muerde el lóbulo de la oreja. Juguetea con mi pendiente—Lo estás pidiendo a gritos—me besa el hueco hipersensible de debajo de la oreja y me estremezco—¿Quieres que te haga gritar en la escalera, Britt?
Santo Dios, quiero que me folle en la escalera.
—Sí.
Se aparta, desenrosca mis piernas, me desliza por la pared hasta que mis pies tocan el suelo, se arregla el paquete y mira mi cara de sorpresa con los ojos entornados.
—Qué más quisiera yo, pero llego tarde.
—Serás cabrona—siseo intentando recobrar la compostura. No sirve de nada.
¿Para qué voy a fingir que no me afecta?
No se lo tragará nunca. Recojo mi bolso, abro la puerta y llevo mis tacones frustrados al vestíbulo.
—Buenos días, Brittany.
El tono feliz y descansado de Clive me molesta. Gruño, salgo a la calle, me pongo las gafas y doy las gracias al cielo al no ver mi regalo. Mi Mini sí que está. Más le vale dejarme salir. Subo al coche, arranco y alguien da unos golpecitos en mi ventanilla.
Es Santana.
—¿Sí?—pregunto bajando el cristal.
—Yo te llevo al trabajo.
Lo dice en ese tono, pero me importa un bledo. Subo la ventanilla.
—No, gracias—doy marcha atrás con cuidado de no aplastarle los pies, saco el móvil del bolso y marco el número del Lusso—Buenos días, Clive.
Mi cordial saludo no tiene nada que ver con el gruñido de antes.
—¿Brittany?
—Sí, perdona que te moleste. ¿Podrías abrirme las puertas?
—Por supuesto.
—Gracias.
Sonrío orgullosa para mis adentros y tiro el móvil en el asiento del acompañante en cuanto las puertas empiezan a abrirse. No me entretengo. Salgo del parking y por el retrovisor veo a Santana agitando los brazos por encima de la cabeza antes de echar a correr al vestíbulo.
Después de dar vueltas y más vueltas por el aparcamiento, en busca de un hueco, entro en la oficina media hora tarde. Todavía estoy algo sudorosa, sin aliento, y mi frustración salta a la vista, sobre todo cuando lanzo mi bolso por encima de la mesa y se lleva por delante el bote de los lápices. El estrépito llama la atención de todos mis compañeros, que se asoman desde la cocina para ver a qué viene tanto follón.
—¿Ya te encuentras mejor?—pregunta Kurt.
Su cara aniñada de gay cotilla examina mi cuerpo sudoroso.
—¡Sí!—bramo tirando el bolso al suelo y dejándome caer en mi silla.
Respiro hondo un par de veces para calmarme y hago girar la silla en dirección a la cocina, donde encuentro tres pares de cejas enarcadas.
—¿Qué?
—Estás horrible—dice Mercedes—Deberías haberte quedado en casa.
—¿Te traigo un café del Starbucks?—me ofrece la dulce Tina.
Suavizo el gesto de mala leche al ver las caras que me ponen. Han pasado de curiosos a preocupados. Se me había olvidado que, teóricamente, ayer estuve enferma.
—Gracias, Tina, sería un detalle.
Se acerca a su mesa y coge algo de dinero de la caja para gastos menores.
—¿Alguien más quiere algo?
Kurt y Mercedes le gritan sus pedidos, y Tina apenas se queda el tiempo justo para tomar nota, seguramente para escapar de mi humor de perros.
Enciendo el ordenador y abro el correo electrónico. Kurt y Mercedes están de pie al otro lado de mi mesa en un abrir y cerrar de ojos.
—Tienes muy mal color—apunta Kurt haciendo girar un bolígrafo en el aire.
Lleva una camisa azul turquesa y una corbata amarilla, y me duele la vista de verlo.
—Estás muy pálida, Brittany. ¿Seguro que estás bien?
Mercedes parece estar mucho más preocupada que Kurt, que sólo parece sentir una curiosidad compulsiva. Reviso mis mensajes, borro toda la publicidad y los correos basura.
—Estoy bien. ¿Dónde está Will?
Ahora que me he calmado un poco caigo en la cuenta de que mi jefe no ha venido a investigar el ruido.
—Reuniones personales—entonan al unísono.
Los miro con el ceño fruncido.
—¿No tuvo ayer una de ésas?
—Vendrá mañana—me dice Kurt—¿Crees que por fin se va a divorciar de Emma?
Me echo a reír.
—¡No! Puede que Emma saque a Will de sus casillas, pero él la quiere con toda el alma.
—Anda, no se me había ocurrido—Mercedes abre los ojos marrones a más no poder—¿Vieron lo que se puso para tu boda?
—¡Sí!—aúlla Kurt—¡Qué crimen!
Mercedes se echa a reír y vuelve a su mesa, y yo miro a Kurt. El pobre alucina en colores. Mi amigo gay no está en posición de juzgar el vestuario de nadie.
—¿Qué?—pregunta mirándose el estridente torso—¿A que es fabuloso?
—Flipante.
Me río y vuelvo a mi pantalla de ordenador. Kurt se aleja en dirección a su mesa haciendo el pavo. La puerta de la oficina se abre entonces y entra una mujer con una cesta en el brazo.
—¿Brittany López-Pierce?—mira a Kurt, que señala con el dedo en dirección a mi despacho.
—Hola—saludo cuando llega a mi escritorio y deposita la cesta sobre él—¿En qué puedo ayudarla?
No me suena de nada. Saca una servilleta de cuadros de la cesta.
—Su desayuno—sonríe al tiempo que me entrega una bolsa de papel y una taza de café—Mi café no le parecía lo bastante bueno, así que me ha hecho recoger uno en Starbucks. Un capuchino doble, sin chocolate y sin azúcar—dice, aunque no parece en absoluto impresionada—Que lo disfrute.
Da media vuelta y se va. Suspiro y dejo a un lado la bolsa de papel. No tengo hambre, pero me muero por un café. Doy un sorbo y hago una mueca. Está muy amargo.
—Puaj.
—¿Todo bien?—pregunta Kurt con el ceño fruncido desde el otro lado de la oficina.
—Sí.
Me levanto, voy a la cocina, le quito la tapa a la taza de café y le añado azúcar. Lo remuevo y lo pruebo. Gimo de dulce satisfacción.
—¡Café para Britt!—Tina entra en la cocina con un café de Starbucks en la mano—¡Uy!
Pone cara de no entender nada cuando me ve sorbiendo el líquido dulce y caliente.
Suspiro de felicidad.
—A domicilio. Cortesía de mi esposa.
Se derrite.
—¡Qué dulce!
—Para nada. Pero ya le he echado azúcar.
Dejo a Tina perpleja, vuelvo a mi mesa, busco en mi bolso y el móvil suena al recibir un mensaje de texto.
¿Estás desayunando?
Bebo otro sorbo de café y le respondo.
Ñam, ñam...
No le doy las gracias porque en realidad no siento ninguna gratitud. Tengo náuseas, pero el café dulce es una delicia. Ni siquiera he dejado el móvil en la mesa cuando recibo otro mensaje.
Me alegro de que nuestro matrimonio se base en la sinceridad.
Levanto la vista instintivamente y la veo delante de mí con un ramo de calas en la mano y una expresión de enojo en la cara. No puedo evitar respirar de alivio al sentarme. Se acerca, saluda con una inclinación de la cabeza a Kurt y a Mercedes, sienta su cuerpo esbelto y sexy en una de las sillas que hay al otro lado de mi mesa y deja las flores delante de mí.
—Come—me ordena señalando la bolsa de papel marrón que he dejado a un lado.
—No tengo hambre, San—protesto, pero no tengo energía suficiente para contraatacar o ponerme borde.
Se inclina hacia adelante y me mira, preocupada.
—Britt-Britt, estás blanca como el papel.
—Me encuentro mal—confieso.
Las náuseas matutinas por fin aparecen a su hora. No tiene sentido que finja encontrarme bien cuando me encuentro fatal, y se me nota. Se levanta y se queda de pie detrás de mi silla. Me toca la frente con la mano y me susurra al oído:
—Estás caliente.
—Lo sé—suspiro acercándole la mejilla a los labios.
Cierro los ojos sin que mi cerebro lo ordene.
¿Cómo es posible que esté tan cansada?
—Espero que te sientas culpable.
Es todo culpa suya, y siento lástima de mí misma. Me suelta y gira la silla para verme la cara. Se pone en cuclillas delante de mí y me coge las manos.
—Deja que te lleve a casa, Britt—pide.
Su rostro suplicante me dice que sabe que me voy a negar.
—Paso.
—A veces eres imposible—me acaricia la mejilla—El embarazo te está volviendo aún más desobediente.
Me obligo a sonreír.
—Me gusta ponerte en tu sitio.
—Lo que te gusta es volverme loca.
—Sí, eso también.
Suspira y me besa en la boca.
—Come algo, por favor, Britt—es un ruego, no una orden—Te encontrarás mejor.
—Vale.
Estoy dispuesta a probar porque, aunque la sola idea de comer me da arcadas, no puedo encontrarme peor. Mi obediencia la sorprende.
—Buena chica.
Hace girar de nuevo la silla y me coloca frente a mi mesa. Me da la bolsa de papel marrón y, cuando la abro, el olor a beicon me provoca una arcada.
—No sé si podré.
Cierro la bolsa de golpe pero me la quita de las manos, saca el bagel y lo deja encima de una servilleta. Le doy un pellizco con cuidado y me lo llevo a la boca. Siento el irrefrenable deseo de correr al servicio y meterme los dedos en la garganta.
Luego trago.
No vomito.
—¿Puedo comerme sólo el pan?
Me sonríe.
—Sí. ¿Ves lo feliz que me haces cuando me obedeces?
La ignoro y me meto el pan en la boca. Se me hace más fácil a medida que mastico, no se me revuelve tanto el estómago. Se queda de pie, mirándome, hasta que me he comido casi todo el desayuno. Me dejo el beicon y algunas migas de pan.
—¿Contenta?—pregunto.
Yo lo estoy. Me encuentro mejor.
—Te ha vuelto el color a las mejillas. Sí, estoy contenta.
Recoge los restos del desayuno, los tira a la papelera y se agacha hasta que estamos nariz con nariz.
—Gracias—sonríe, y le devuelvo la sonrisa—Mi misión aquí ha terminado—dice, y me da un beso en los labios—Ahora voy a dejar que mi mujer trabaje en paz.
Me río, burlona.
—Eres incapaz.
Se aparta y me sonríe con picardía.
—Es posible que me pase a verla una o dos veces luego.
Doy un respingo.
—¡Ni se te ocurra!
—No puedo prometerte algo que no voy a cumplir. ¿Está Will?
La pregunta me recuerda que todavía no he hablado con mi jefe sobre Rory.
—No. Estará reunido todo el día.
Se pone derecha y comprueba si me estoy retorciendo el pelo. No lo hago porque es verdad que Will está reunido.
—Me has hecho llegar tarde—dice mirando su Rolex.
—Lo haces muy bien tú solita—replico.
Luego la echo de mi despacho con un gesto, cojo mis flores y las pongo en agua. Levanta las manos y echa a andar hacia atrás.
—¿Te encuentras mejor?
—Mucho mejor. Gracias.
Ahora le estoy muy agradecida. Me bendice con su sonrisa, la que está reservada sólo para mí, me guiña un ojo, me lanza un beso y se va dejándome con una expresión de felicidad en los labios. Tina, Mercedes y Kurt le sonríen con adoración y babean al ver la espalda de mi latina.
Todavía los impresiona.
Consigo llegar al final de mi jornada laboral sin vomitar el desayuno. Me encuentro mucho mejor. Santana me ha mandado cinco mensajes de texto, y en los cinco me preguntaba si me encontraba bien. Le he respondido lo mismo a todos: mejor. En el último mensaje, sin embargo, me ha preguntado otra cosa:
Aún estoy en La Mansión. ¿Vienes? Comeremos filete.
Eso último me convence.
Voy para allá. Bss.
Recojo mis cosas, me despido de mis compañeros y en la puerta me encuentro con una mujer que lleva un ramo de flores.
—¿Brittany Pierce?—pregunta.
No es la florista de siempre, y me ha llamado por mi nombre de soltera. Santana nunca lo haría y, además, hoy ya me ha enviado flores.
—Soy yo—digo, recelosa.
Las flores no son calas y no están precisamente recién cortadas. De hecho, están muertas. Me las entrega y me planta la carpeta en las narices.
¿Quiere que firme por unas flores muertas?
Me las apaño para hacerle un garabato pese a que tengo los brazos ocupados con el ramo.
—Gracias—dice tan tranquila antes de dar media vuelta.
Miro las flores, algo perpleja.
—¡Están muertas!—le grito mientras se va.
—Lo sé—contesta sin inmutarse.
—¿Te parece bien entregar flores muertas?
Se vuelve y se ríe.
—Me han hecho encargos más raros.
Parpadeo.
¿Cómo qué?
Sigue andando sin darme más explicaciones, así que busco la tarjeta y la saco como puedo del diminuto sobre.
DICE QUE TE NECESITA. NO ES VERDAD.
CREES QUE LA CONOCES. NO ES VERDAD.
ALÉJATE DE ELLA.
Voy al gimnasio.
Me quedo de pie al otro lado de la puerta de cristal y observo cómo se flexionan y se tensan los músculos de su espalda mientras corre en la cinta y ve las noticias en el televisor suspendido. Abro la puerta, entro y me coloco delante de la máquina de correr. Aposento mi culo desnudo en un banco para pesas.
Está corriendo muy de prisa, y cuando me recuesto sobre los brazos le propina un golpe con la muñeca al botón de reducir la marcha y empieza a correr más despacio hasta que se para del todo. Mis ojos legañosos disfrutan de las vistas. Coge una toalla y se la pasa por la cara. Son curvas de sudor, brillante y prieta.
Me la comería a besos.
Me observa detenidamente. Se inclina hacia adelante y apoya los brazos en la parte delantera de la máquina.
—Buenos días.
Le da un repaso a mi cuerpo desnudo y luego me mira a los ojos.
—Buenos días. ¿Qué haces corriendo aquí dentro?
Ya me sé la respuesta y, a juzgar por la sonrisa casi imperceptible que se le dibuja en la cara, ella sabe que lo sé.
—Me apetecía cambiar.
Quiero preguntarle más, pero paso del tema. Si el embarazo impide que me saque de la cama al alba para correr por todo Londres, me alegra mucho estar sólo de un mes.
—No recuerdo haberme quedado dormida.
—Te dormiste en seguida. Estabas tumbada encima de mí y ni te moví. Has dormido como un tronco, Britt-Britt.
Me estiro y bostezo.
—¿Qué hora es?
En cuanto termino de pronunciar la frase oigo la puerta principal y el saludo jovial de Sue. Si la asistenta ya está aquí, deben de ser las ocho, más o menos, ¡y estoy en pelotas!
Doy un brinco.
—¡Estoy desnuda!
Santana sonríe y se baja de la cinta.
—Ciertamente—asiente, riendo, al tiempo que se me acerca—¿Qué pensará Sue?
Busco por el gimnasio una toalla o algo con lo que cubrirme para poder subir la escalera sin perder la dignidad.
Me da la risa.
Perdí mi dignidad aquella mañana en la que Sue nos pilló a las dos en cueros.
Veo la toalla que Santana lleva en la mano y se la quito de un tirón.
—No creo que tape demasiado—dice, la muy borde.
Tiene razón. Es minúscula, poco más que una toalla de bidet.
—¡Ayúdame!—la miro suplicante y me encuentro con una sonrisa.
—Ven.
Abre los brazos y trepo por su cuerpo con mi estilo habitual de chimpancé. Su piel húmeda y resbaladiza huele de maravilla.
Se acerca a la puerta del gimnasio, la abre y se asoma.
—¿Sue?
—¿Sí?
—¿Dónde estás?
—En la cocina.
Una vez confirmado el paradero de la asistenta, Santana sale del gimnasio y sube por la escalera como un rayo. Miro por encima de su hombro, rezando para que Sue no salga a investigar o a preguntarle a su chica si necesita algo.
No lo hace.
Finalmente, llego al dormitorio a salvo y con mi dignidad intacta.
—Ya está—me deja en el suelo y me besa en la frente.
—¿Qué hora es?
—Las ocho menos diez.
Pongo los ojos en blanco y la acuso con la mirada.
—¿Por qué no me has despertado antes?—corro al baño.
—Necesitas dormir.
—¡Pero no quince horas!
Abro el grifo de la ducha y me meto sin esperar a que salga agua caliente. Necesito despabilarme. Me mojo el pelo y me echo un chorro de champú en la mano. Santana está detrás del cristal, quitándose las zapatillas de correr.
—Por lo visto, las necesitas—murmura.
Me aclaro el pelo, me pongo acondicionador y salgo cuando ella entra. No hago caso de lo que dice entre dientes. Tardo diez minutos exactos en secarme el pelo, maquillarme, vestirme y bajar la escalera sin Santana.
—Buenos días, Sue.
Desenchufo el móvil del cargador y lo meto en mi bolso.
—Hoy se te ve mejor, Britt—Sue se seca las manos en el delantal y me da un repaso—Sí, mucho mejor.
—Ya me encuentro bien—me río.
—¿Qué te apetece desayunar?
—Llego tarde, Sue. Ya tomaré algo en la oficina—digo echándome el bolso al hombro.
—¡Tienes que comer algo!
La voz firme y seria de Santana hace que me dé la vuelta, y me encuentro con una cara de pocos amigos. Se está colocando los pendientes.
—Prepárale un bagel, Sue—es la perfección vestida de traje ceñido, y me sienta en un taburete—Con huevos—añade, aunque luego se para a pensar—Bueno, mejor sin huevos.
Abro unos ojos como platos y me bajo del taburete. Sue no sabe qué hacer.
—Gracias, pero ya desayunaré en el trabajo.
Salgo de la cocina y dejo a Santana con la boca abierta.
—¡Eh!
Su grito de sorpresa me llega justo cuando estoy cerrando la puerta del ático. No corro. Ya tomaré algo. Sin huevos.
La alegría me dura poco.
Pulso los botones del ascensor pero las puertas no se abren. Vuelvo a introducir el código, me estoy poniendo nerviosa.
—¡¿Sin huevos?!—le grito al panel cuando la puerta no se abre.
—¿Estás bien?
Me vuelvo y mi controladora y neurótica esposa observa cómo pierdo los nervios con el maldito teclado con las manos en los bolsillos.
—¡No puedo comer huevos!—le grito—¿Cuál es el nuevo código?
—¿Perdona?
—Ya me has oído—le doy un puñetazo al panel.
—Sí, te he oído, pero voy a darte la oportunidad de que me lo preguntes en otro tono.
Está muy seria y no parece que la haya impresionado mi pataleta, aunque yo no me puedo creer lo insolente que puede llegar a ser.
¿Qué me está dando la oportunidad de hablarle en otro tono?
Me acerco, tranquila y sosegada. Me muevo para estar lo más cerca posible de su asquerosa cara perfecta, esa que me gustaría partirle en este momento.
—Que te den—digo echándole el aliento en la cara antes de dar media vuelta hacia la escalera.
Espero que no haya tenido la iniciativa de cambiar también este código. No lo ha hecho.
Sonrío satisfecha.
Los trece pisos de escalera van a acabar conmigo, pero me alegro de que sean de bajada y no de subida. Para cuando llego al séptimo, me he quitado los zapatos de tacón. Cuando llego al cuarto, tengo que hacer un descanso. Tengo calor, estoy sudada y quiero vomitar.
—Me cago en ella—maldigo respirando hondo y reemprendiendo la marcha.
Salgo por la puerta de incendios y me doy de bruces contra su pecho. Me empuja otra vez hacia la escalera.
Ni siquiera intento soltarme.
Estoy molida.
Me coge en volandas y me empuja contra la pared. Estoy sudada y jadeando. Le echo el aliento agotado en la cara. He tenido que bajar andando hasta el vestíbulo; Santana respira con normalidad porque ha podido bajar en el lujoso ascensor del Lusso.
—No te voy a dar un polvo de disculpa—resoplo en sus narices.
A pesar de las náuseas, me cuesta resistirme a sus encantos.
No pienso ceder.
Hoy serán los huevos, y mañana, cualquier otra cosa más seria.
Aprieta los labios y me mira con los ojos como ascuas oscuras.
—¡Esa boca!
—¡No! No vas a...
Y hasta ahí puedo llegar antes de que su boca cubra la mía y me ataque con todo lo que tiene. Sé lo que está haciendo, pero eso no me impide soltar el bolso y manosearle la espalda trajeada. Levanto las piernas y las enrosco alrededor de su cintura.
Ésta es la Santana que conozco y amo. No podría ser más feliz.
Gimo, le tiro de la chaqueta, le tiro del pelo y le muerdo el labio inferior.
—Eres una cabezota—dice. Me besa la cara, el cuello, y me muerde el lóbulo de la oreja. Juguetea con mi pendiente—Lo estás pidiendo a gritos—me besa el hueco hipersensible de debajo de la oreja y me estremezco—¿Quieres que te haga gritar en la escalera, Britt?
Santo Dios, quiero que me folle en la escalera.
—Sí.
Se aparta, desenrosca mis piernas, me desliza por la pared hasta que mis pies tocan el suelo, se arregla el paquete y mira mi cara de sorpresa con los ojos entornados.
—Qué más quisiera yo, pero llego tarde.
—Serás cabrona—siseo intentando recobrar la compostura. No sirve de nada.
¿Para qué voy a fingir que no me afecta?
No se lo tragará nunca. Recojo mi bolso, abro la puerta y llevo mis tacones frustrados al vestíbulo.
—Buenos días, Brittany.
El tono feliz y descansado de Clive me molesta. Gruño, salgo a la calle, me pongo las gafas y doy las gracias al cielo al no ver mi regalo. Mi Mini sí que está. Más le vale dejarme salir. Subo al coche, arranco y alguien da unos golpecitos en mi ventanilla.
Es Santana.
—¿Sí?—pregunto bajando el cristal.
—Yo te llevo al trabajo.
Lo dice en ese tono, pero me importa un bledo. Subo la ventanilla.
—No, gracias—doy marcha atrás con cuidado de no aplastarle los pies, saco el móvil del bolso y marco el número del Lusso—Buenos días, Clive.
Mi cordial saludo no tiene nada que ver con el gruñido de antes.
—¿Brittany?
—Sí, perdona que te moleste. ¿Podrías abrirme las puertas?
—Por supuesto.
—Gracias.
Sonrío orgullosa para mis adentros y tiro el móvil en el asiento del acompañante en cuanto las puertas empiezan a abrirse. No me entretengo. Salgo del parking y por el retrovisor veo a Santana agitando los brazos por encima de la cabeza antes de echar a correr al vestíbulo.
Después de dar vueltas y más vueltas por el aparcamiento, en busca de un hueco, entro en la oficina media hora tarde. Todavía estoy algo sudorosa, sin aliento, y mi frustración salta a la vista, sobre todo cuando lanzo mi bolso por encima de la mesa y se lleva por delante el bote de los lápices. El estrépito llama la atención de todos mis compañeros, que se asoman desde la cocina para ver a qué viene tanto follón.
—¿Ya te encuentras mejor?—pregunta Kurt.
Su cara aniñada de gay cotilla examina mi cuerpo sudoroso.
—¡Sí!—bramo tirando el bolso al suelo y dejándome caer en mi silla.
Respiro hondo un par de veces para calmarme y hago girar la silla en dirección a la cocina, donde encuentro tres pares de cejas enarcadas.
—¿Qué?
—Estás horrible—dice Mercedes—Deberías haberte quedado en casa.
—¿Te traigo un café del Starbucks?—me ofrece la dulce Tina.
Suavizo el gesto de mala leche al ver las caras que me ponen. Han pasado de curiosos a preocupados. Se me había olvidado que, teóricamente, ayer estuve enferma.
—Gracias, Tina, sería un detalle.
Se acerca a su mesa y coge algo de dinero de la caja para gastos menores.
—¿Alguien más quiere algo?
Kurt y Mercedes le gritan sus pedidos, y Tina apenas se queda el tiempo justo para tomar nota, seguramente para escapar de mi humor de perros.
Enciendo el ordenador y abro el correo electrónico. Kurt y Mercedes están de pie al otro lado de mi mesa en un abrir y cerrar de ojos.
—Tienes muy mal color—apunta Kurt haciendo girar un bolígrafo en el aire.
Lleva una camisa azul turquesa y una corbata amarilla, y me duele la vista de verlo.
—Estás muy pálida, Brittany. ¿Seguro que estás bien?
Mercedes parece estar mucho más preocupada que Kurt, que sólo parece sentir una curiosidad compulsiva. Reviso mis mensajes, borro toda la publicidad y los correos basura.
—Estoy bien. ¿Dónde está Will?
Ahora que me he calmado un poco caigo en la cuenta de que mi jefe no ha venido a investigar el ruido.
—Reuniones personales—entonan al unísono.
Los miro con el ceño fruncido.
—¿No tuvo ayer una de ésas?
—Vendrá mañana—me dice Kurt—¿Crees que por fin se va a divorciar de Emma?
Me echo a reír.
—¡No! Puede que Emma saque a Will de sus casillas, pero él la quiere con toda el alma.
—Anda, no se me había ocurrido—Mercedes abre los ojos marrones a más no poder—¿Vieron lo que se puso para tu boda?
—¡Sí!—aúlla Kurt—¡Qué crimen!
Mercedes se echa a reír y vuelve a su mesa, y yo miro a Kurt. El pobre alucina en colores. Mi amigo gay no está en posición de juzgar el vestuario de nadie.
—¿Qué?—pregunta mirándose el estridente torso—¿A que es fabuloso?
—Flipante.
Me río y vuelvo a mi pantalla de ordenador. Kurt se aleja en dirección a su mesa haciendo el pavo. La puerta de la oficina se abre entonces y entra una mujer con una cesta en el brazo.
—¿Brittany López-Pierce?—mira a Kurt, que señala con el dedo en dirección a mi despacho.
—Hola—saludo cuando llega a mi escritorio y deposita la cesta sobre él—¿En qué puedo ayudarla?
No me suena de nada. Saca una servilleta de cuadros de la cesta.
—Su desayuno—sonríe al tiempo que me entrega una bolsa de papel y una taza de café—Mi café no le parecía lo bastante bueno, así que me ha hecho recoger uno en Starbucks. Un capuchino doble, sin chocolate y sin azúcar—dice, aunque no parece en absoluto impresionada—Que lo disfrute.
Da media vuelta y se va. Suspiro y dejo a un lado la bolsa de papel. No tengo hambre, pero me muero por un café. Doy un sorbo y hago una mueca. Está muy amargo.
—Puaj.
—¿Todo bien?—pregunta Kurt con el ceño fruncido desde el otro lado de la oficina.
—Sí.
Me levanto, voy a la cocina, le quito la tapa a la taza de café y le añado azúcar. Lo remuevo y lo pruebo. Gimo de dulce satisfacción.
—¡Café para Britt!—Tina entra en la cocina con un café de Starbucks en la mano—¡Uy!
Pone cara de no entender nada cuando me ve sorbiendo el líquido dulce y caliente.
Suspiro de felicidad.
—A domicilio. Cortesía de mi esposa.
Se derrite.
—¡Qué dulce!
—Para nada. Pero ya le he echado azúcar.
Dejo a Tina perpleja, vuelvo a mi mesa, busco en mi bolso y el móvil suena al recibir un mensaje de texto.
¿Estás desayunando?
Bebo otro sorbo de café y le respondo.
Ñam, ñam...
No le doy las gracias porque en realidad no siento ninguna gratitud. Tengo náuseas, pero el café dulce es una delicia. Ni siquiera he dejado el móvil en la mesa cuando recibo otro mensaje.
Me alegro de que nuestro matrimonio se base en la sinceridad.
Levanto la vista instintivamente y la veo delante de mí con un ramo de calas en la mano y una expresión de enojo en la cara. No puedo evitar respirar de alivio al sentarme. Se acerca, saluda con una inclinación de la cabeza a Kurt y a Mercedes, sienta su cuerpo esbelto y sexy en una de las sillas que hay al otro lado de mi mesa y deja las flores delante de mí.
—Come—me ordena señalando la bolsa de papel marrón que he dejado a un lado.
—No tengo hambre, San—protesto, pero no tengo energía suficiente para contraatacar o ponerme borde.
Se inclina hacia adelante y me mira, preocupada.
—Britt-Britt, estás blanca como el papel.
—Me encuentro mal—confieso.
Las náuseas matutinas por fin aparecen a su hora. No tiene sentido que finja encontrarme bien cuando me encuentro fatal, y se me nota. Se levanta y se queda de pie detrás de mi silla. Me toca la frente con la mano y me susurra al oído:
—Estás caliente.
—Lo sé—suspiro acercándole la mejilla a los labios.
Cierro los ojos sin que mi cerebro lo ordene.
¿Cómo es posible que esté tan cansada?
—Espero que te sientas culpable.
Es todo culpa suya, y siento lástima de mí misma. Me suelta y gira la silla para verme la cara. Se pone en cuclillas delante de mí y me coge las manos.
—Deja que te lleve a casa, Britt—pide.
Su rostro suplicante me dice que sabe que me voy a negar.
—Paso.
—A veces eres imposible—me acaricia la mejilla—El embarazo te está volviendo aún más desobediente.
Me obligo a sonreír.
—Me gusta ponerte en tu sitio.
—Lo que te gusta es volverme loca.
—Sí, eso también.
Suspira y me besa en la boca.
—Come algo, por favor, Britt—es un ruego, no una orden—Te encontrarás mejor.
—Vale.
Estoy dispuesta a probar porque, aunque la sola idea de comer me da arcadas, no puedo encontrarme peor. Mi obediencia la sorprende.
—Buena chica.
Hace girar de nuevo la silla y me coloca frente a mi mesa. Me da la bolsa de papel marrón y, cuando la abro, el olor a beicon me provoca una arcada.
—No sé si podré.
Cierro la bolsa de golpe pero me la quita de las manos, saca el bagel y lo deja encima de una servilleta. Le doy un pellizco con cuidado y me lo llevo a la boca. Siento el irrefrenable deseo de correr al servicio y meterme los dedos en la garganta.
Luego trago.
No vomito.
—¿Puedo comerme sólo el pan?
Me sonríe.
—Sí. ¿Ves lo feliz que me haces cuando me obedeces?
La ignoro y me meto el pan en la boca. Se me hace más fácil a medida que mastico, no se me revuelve tanto el estómago. Se queda de pie, mirándome, hasta que me he comido casi todo el desayuno. Me dejo el beicon y algunas migas de pan.
—¿Contenta?—pregunto.
Yo lo estoy. Me encuentro mejor.
—Te ha vuelto el color a las mejillas. Sí, estoy contenta.
Recoge los restos del desayuno, los tira a la papelera y se agacha hasta que estamos nariz con nariz.
—Gracias—sonríe, y le devuelvo la sonrisa—Mi misión aquí ha terminado—dice, y me da un beso en los labios—Ahora voy a dejar que mi mujer trabaje en paz.
Me río, burlona.
—Eres incapaz.
Se aparta y me sonríe con picardía.
—Es posible que me pase a verla una o dos veces luego.
Doy un respingo.
—¡Ni se te ocurra!
—No puedo prometerte algo que no voy a cumplir. ¿Está Will?
La pregunta me recuerda que todavía no he hablado con mi jefe sobre Rory.
—No. Estará reunido todo el día.
Se pone derecha y comprueba si me estoy retorciendo el pelo. No lo hago porque es verdad que Will está reunido.
—Me has hecho llegar tarde—dice mirando su Rolex.
—Lo haces muy bien tú solita—replico.
Luego la echo de mi despacho con un gesto, cojo mis flores y las pongo en agua. Levanta las manos y echa a andar hacia atrás.
—¿Te encuentras mejor?
—Mucho mejor. Gracias.
Ahora le estoy muy agradecida. Me bendice con su sonrisa, la que está reservada sólo para mí, me guiña un ojo, me lanza un beso y se va dejándome con una expresión de felicidad en los labios. Tina, Mercedes y Kurt le sonríen con adoración y babean al ver la espalda de mi latina.
Todavía los impresiona.
Consigo llegar al final de mi jornada laboral sin vomitar el desayuno. Me encuentro mucho mejor. Santana me ha mandado cinco mensajes de texto, y en los cinco me preguntaba si me encontraba bien. Le he respondido lo mismo a todos: mejor. En el último mensaje, sin embargo, me ha preguntado otra cosa:
Aún estoy en La Mansión. ¿Vienes? Comeremos filete.
Eso último me convence.
Voy para allá. Bss.
Recojo mis cosas, me despido de mis compañeros y en la puerta me encuentro con una mujer que lleva un ramo de flores.
—¿Brittany Pierce?—pregunta.
No es la florista de siempre, y me ha llamado por mi nombre de soltera. Santana nunca lo haría y, además, hoy ya me ha enviado flores.
—Soy yo—digo, recelosa.
Las flores no son calas y no están precisamente recién cortadas. De hecho, están muertas. Me las entrega y me planta la carpeta en las narices.
¿Quiere que firme por unas flores muertas?
Me las apaño para hacerle un garabato pese a que tengo los brazos ocupados con el ramo.
—Gracias—dice tan tranquila antes de dar media vuelta.
Miro las flores, algo perpleja.
—¡Están muertas!—le grito mientras se va.
—Lo sé—contesta sin inmutarse.
—¿Te parece bien entregar flores muertas?
Se vuelve y se ríe.
—Me han hecho encargos más raros.
Parpadeo.
¿Cómo qué?
Sigue andando sin darme más explicaciones, así que busco la tarjeta y la saco como puedo del diminuto sobre.
DICE QUE TE NECESITA. NO ES VERDAD.
CREES QUE LA CONOCES. NO ES VERDAD.
ALÉJATE DE ELLA.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
quien sera????
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
quien va a ser el imbecil del tal rory!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
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